Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
- Imagino que estás bastante familiarizada con esa parte de los aviones.
- ¿Quieres la verdad o una mentira piadosa? Por supuesto que ha habido mujeres en mi vida,
pero nunca más de una a la vez.
Furiosa, Lena volvió la cabeza. Sólo era capaz de oler el perfume, y estaba haciendo que se le
revolviera el estómago, recordándole lo estúpidamente que era capaz de llegar a comportarse
en presencia de aquella mujer. La hacía volverse lasciva e imprudente. Una cosa era reconocer
su atracción por ella y otra muy distinta aceptar que aquella atracción podía humillarla. Aún
sentía su cuerpo cargado de deseo... Pero estaba segura de que Yulia no sufría de los mismos
rigores del celibato. Había estado con otra mujer ¿y por qué no? A fin de cuentas, era la hija de
uno de los mujeriegos más famosos del siglo veinte. Cuatro esposas e innumerables amantes.
Y seis años atrás, Yulia había actuado como digna hija de su padre ofreciéndole exclusivamente
sexo y buena vida, y asegurándole que el matrimonio no entraba en la ecuación. Tal vez ya era
hora de que se recordara con quién estaba tratando.
-Me gusta ver cómo te atormentas - contestó la oji-azul sin apartar la mirada de ella -. Eres una
criatura fascinantemente compleja. Apasionada y reprimida. Salvaje e inhibida. Y reservada,
intensamente reservada...
Yulia tomó su vaso y la observó como si fuera un espécimen raro bajo el microscopio.
- ¿Qué te hizo como eres? ¿Qué pasa dentro de esa preciosa cabecita? La mayoría de mis
mujeres ya me habían contado su vida en nuestra segunda cita. Pero tú no me cuentas nada, ni
nunca lo hiciste. Ni sobre tu familia, ni sobre tu matrimonio...
- Yo no soy una de tus mujeres - respondió Lena, pero fue una respuesta temblorosa. Yulia
estaba hurgando en la intimidad que con tanto cuidado protegía.
- Si no fuera por tu padre, ni siquiera sabría cómo murió tu marido - continuó la morena. -
Resulta muy extraño que no menciones jamás ese gran amor que duró parte de tu vida.
La pelirroja quiso apartarse de ella. Quiso que se callara. Quiso cubrirse los oídos. Quería huir,
pero no había ningún sitio en el que esconderse.
- No confiabas en mí, ¿verdad? - condenó con voz temblorosa -. ¡Sabías que yo no lo sabía y no
confiaste en mí lo suficiente como para contármelo!
Desconcertada por la respuesta de Yulia, Lena se puso pálida al toparse con su fría mirada. -
Ahora mismo te estás diciendo que ni quieres ni necesitas mi perdón - murmuró la morena con
asombrosa precisión -. Pero pronto averiguarás que sí. Ya me echas de menos cuando no estoy
contigo, ¿verdad, preciosa? ¿Qué tal has dormido las últimas noches? ¿Esperabas que te
llamara y te preguntabas por qué no lo hacía? ¿Y cómo te has sentido al verme hoy?
¿Sexualmente excitada? Ya estás a punto de enamorarte de mí. Reconozco todos los síntomas
y en este punto es en el que suelo empezar a retirarme en una relación... pero no contigo.
Lena estaba completamente paralizada de fascinación e hipnotizada por la oscura y rica voz de
la morena. Tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para hablar.
- Estás loca - murmuró -. Nunca podría amarte.
- No me conformaré con menos - dijo ella con suavidad.
Yulia le dedicó una mirada tan insolente, que Lena deseó abofetearle.
- No pretendo ser grosera, pero lo cierto es que tienes muy poco control sobre tu propio
cuerpo...
- ¿Se ha trasladado el juego ahora al terreno del psicoanálisis, Yulia? - preguntó Lena con
profundo sarcasmo.
- No quiero tumbarme - protestó Lena, sintiendo que cada fibra de su cuerpo se revelaba ante
la idea de una retirada -. ¿Es ahí donde vive tu padre?
Lena volvió a sentarse con decisión. Si hablaba, no se vería obligada a pensar en el lujurioso
afán de venganza de Yulia.
- ¿Hace cuánto tiempo que vive ahí?
- Cinco años. Compró Paradiso cuando su salud empezó a resentirse - contestó La morena con
una falta total de emoción.
- Estás llena de compasión.
- Mi padre no es un hombre que inspire compasión - dijo ella secamente -. Y se sentiría furioso
si se la dieran. Ha vivido la vida exactamente como ha querido. Nunca ha seguido los consejos
médicos. Fuma, bebe, le gustan las comidas fuertes y su apetito sexual fue legendario en una
época. Nunca ha visto la necesidad de mostrarse moderado y, que yo sepa, nunca ha
considerado las necesidades de otro ser humano por encima de las suyas...
- Es volátil y muy orgulloso, y lamenta con amargura su creciente falta de salud. Luchará por su
vida hasta el último instante y, probablemente, morirá maldiciendo a todos los que le
sobrevivan.
- ¿Eso te incluye a ti?
- Espero que no - los rasgos de yulia se ensombrecieron antes de que se encogiera de
hombros. -Pero es muy difícil saber por dónde puede salir Oleg. Le encanta sorprender a la
gente. Es un gatito un momento, y al siguiente un depredador..
- Entonces se parece mucho a ti - murmuró La pelirroja.
- Al menos en mi caso, lo que ves es lo que obtienes.
¿Pero qué veía ella?, se preguntó Lena, apartando una vez más la mirada. Yulia había sido tan
amable con su padre y tan cruel con ella...
Había esperado hasta el vuelo, para decirle lo que le tenía preparado. Pero no podía obligarla a
enamorarse de ella. Apretó los dientes, rabiosa. ¿Cómo podía haber pensado que ella habría
sido capaz de vender al mejor postor la revelación de la cercana muerte de su padre? Eso le
había dolido, por supuesto. Recordó la convicción con que le oyó decir que el conocimiento era
un arma peligrosa en manos de una mujer.
Evidentemente, Yulia debía haberse sentido seriamente traicionada en alguna ocasión por
alguna mujer, y ese recuerdo le hacía estar siempre en guardia, haciéndole mantener un punto
de vista cínico y suspicaz respecto a todas las mujeres...
¿Pero por qué se estaba dejando envolver de aquella manera?, se preguntó Lena. ¿Qué le
importaba a ella todo aquello? Todo lo que había entre Yulia y ella era sexo. Una pasión
incontrolable por su parte y lujuria por la de la morena. O, más bien, afán de venganza. El sexo
era simplemente el medio del que pensaba valerse para atraparla.
- Apestas a perfume, Yulia. Creo que deberías darte una ducha - la sugerencia surgió
inesperadamente de labios de lena, y fue difícil saber cuál de los dos se quedó más
sorprendida.
- ¿Scusi? - dijo Yulia en italiano, mirándola con frialdad. Lena arrugó la nariz con desagrado. - Es
pegajoso...
- ¿De qué estás hablando?
- La dama ha dejado su huella, querida - dijo Lena con exagerada dulzura. - Su perfume. Hueles
a varios metros de distancia.
Yulia la miró fijamente, con gesto burlón. Una lenta sonrisa curvó sus labios.
- Serías una magnífica detective... Te veo protegiéndote de la lluvia bajo un portal, buscando la
prueba de un adulterio. Desafortunadamente para ti, Lena, no soy una mujer casada...
- ¡No tengo el más mínimo interés en saber lo que estabas haciendo ayer por la noche!
- No pudo ser anoche - dijo La morena, arrastrando la voz -. Esta mañana me he duchado.