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TEMA-4ºCSF-16-17

TEMA 4. LA CONSTITUCIÓN COMO FUENTE DEL DERECHO.

4.1. LA CONSTITUCIÓN COMO NORMA SUPREMA, SUPERIOR Y


FUNDAMENTAL DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO.

4.2. LOS VALORES SUPERIORES DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO.

4.3. EL ESTADO SOCIAL Y DEMOCRÁTICO DE DERECHO COMO


PRINCIPIO CONSTITUCIONAL.

4.4. LOS PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES DEL ORDENAMIENTO


JURÍDICO.

4.1. LA CONSTITUCIÓN COMO NORMA SUPREMA, SUPERIOR


Y FUNDAMENTAL DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO.

La CE 1978 es la norma que en nuestro ordenamiento jurídico ocupa esa


posición suprema que es el resultado del concepto mismo de Constitución.
Esa posición de supremacía viene atribuida a la CE por las normas relativas
a la estructura del ordenamiento, y en concreto por la que en el derecho
español se formula de manera expresa en el art. 9.1 CE: “Los ciudadanos y
los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del
ordenamiento jurídico”.
En rigor la fórmula del art. 9.1 puede considerarse innecesaria, pues la
supremacía de la Constitución está implícitamente afirmada con la
existencia de la justicia constitucional y, en concreto, del Tribunal
Constitucional y de su competencia para invalidad las normas y actos que
contradigan los preceptos constitucionales.
La Constitución no es sólo una norma jurídica, sino que es la norma
superior del ordenamiento jurídico.

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La Constitución es la norma suprema por:

 Ser la base de legitimación de la actuación de los poderes


constituidos.
 Establecer el sistema de fuentes formales del Derecho, a margen del
cual no cabe la existencia de otras fuentes productoras de normas
jurídicas.

La superlegalidad formal de la Constitución garantiza su inmunidad frente


a todas las normas, en la medida que tiene un procedimiento especial de
reforma, distinto al de las otras normas.
La superlegalidad material se manifiesta en la exigencia de que todas las
normas del Ordenamiento deben ser conformes a la Constitución,
interpretadas de acuerdo con ella, y garantizada por el establecimiento de
un control de constitucionalidad de las leyes.
Sólo se puede afirmar que se da la supremacía de la Constitución cuando el
Ordenamiento establece que el cumplimiento de los preceptos
constitucionales es obligado y, en consecuencia, que su infracción es
antijurídica.
Nuestra norma suprema autorreconoce su propia superioridad jurídica
sobre todas las demás normas. Son varios los preceptos que así lo
establecen:

1. Según el art. 9.1 “los ciudadanos y los poderes públicos están


sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”

2. Según los arts. 161 y 164, se afirma la supremacía de la


Constitución sobre el resto de las normas del Estado, incorporando al
texto constitucional el Tribunal Constitucional.

3. En el art. 53.1. Tal supremacía de la Constitución afecta de


especial manera a los derechos y libertades reconocidos en el
Capítulo II del T. Iº.

4. La Constitución, a diferencia de las otras normas del Estado, exige


además un procedimiento de reforma, consecuencia de su
supremacía (arts. 167 y 168 C.E.).

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La supremacía de la Constitución no sólo es previsible para la futura
actividad legislativa, sino que partiendo de la idea de que la norma suprema
no surge ex novo en un mundo sin normas, subsisten muchas normas de la
etapa histórica anterior. Estas sólo podrán subsistir si no van contra lo
establecido en la Constitución. Es decir, las normas jurídicas existentes en
el ordenamiento jurídico sólo pueden seguir existiendo si es posible su
interpretación para hacerlas conformes con la norma constitucional nueva.

4.2. LOS VALORES SUPERIORES DEL ORDENAMIENTO


JURÍDICO.

“España… propugna como valores superiores de su ordenamiento


jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”
art.1.1 CE”

En La C.E. de 1978 se pueden ver también unos valores y unos rasgos


determinantes del régimen que se pone en pie y que parecen contraponerse
al régimen anterior en el sentido propio que toda Constitución asume y
desea, de alguna manera comenzar de nuevo.
Tales valores y rasgos aparecen ya en el Preámbulo y se concretan en
general en el Título Preliminar y, especialmente, en los arts. 1 y 2, siendo
desarrollados a lo largo de todo el texto en sus diferentes apartados.
Nuestro texto fundamental no ha querido ceñirse únicamente a una
perspectiva limitada al Derecho constitucional, sino que se sitúa en un
horizonte más amplio, propio de la filosofía del derecho.
El mérito del texto español reside precisamente en esta enumeración de
carácter preconstitucional.
Se puede plantear la doble cuestión de saber si, por un lado, los cuatro
valores contemplados pueden ser considerados stricto sensu como tales.
Por otro lado, si no existen también a lo largo del resto del articulado, otros
valores que posean la misma identidad y naturaleza.

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En cuanto a la primera cuestión, se ha alegado que los cuatro valores
citados podrían reducirse a dos –libertad e igualdad-, puesto que, por
distintas razones, “pluralismo político” y “justicia” son reiterativos, ya que
los conceptos que representan se encuentran insertos en las ideas de
libertad y de igualdad.
Respetando estas opiniones, creemos, sin embargo, que el legislador ha
deseado, de una u otra forma, dejar constancia del reconocimiento de estos
valores que se conciben como constituyentes.
La segunda cuestión que se plantea es dilucidar, en un sentido general, si
podría resaltar una serie de postulados que poseen también la naturaleza de
caracterizar al texto constitucional y de aparecer como principios básicos
del mismo. Pensamos que aun siendo así tales valores no serían asimilables
a los cuatro conceptos generales analizados. La razón estriba en que ha sido
deseo expreso del legislador mencionar a éstos como valores
supraconstitucionales previos a la Constitución.
Estos valores superiores proyectan su carácter normativo inmediato de dos
formas principales:

 Por una parte, porque vinculan al poder legislativo en su creación de


normas, las cuales siempre deben inspirarse en ellos, y a los
tribunales que deberán aplicarlos, en sentido negativo, para corregir e
interpretar las normas que se considere los conculcan o violan.

 Por otra parte, porque su positivación la lleva a cabo, en cierta


manera, el propio texto constitucional de la forma siguiente:

1. La libertad como valor es desarrollada especialmente en varios


artículos del Título I.

2. La justicia como valor es el contenido del Título VI, dedicado


al Poder Judicial.

3. La igualdad como valor se regula en los artículos 9.2. y 14, de


forma general, y de forma específica en algún otro como el art.
32 o el 39.

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4. El pluralismo político como valor es desarrollado
especialmente en los artículos 6 y 7 de la Constitución.

4.3. EL ESTADO SOCIAL Y DEMOCRÁTICO DE DERECHO


COMO PRINCIPIO CONSTITUCIONAL.

La primera opción de la C.E. se encuentra en el art. 1.1: España se


constituye en un Estado social y democrático de Derecho…
Esta compleja expresión intenta definir el régimen político, si bien éste no
cobra todo su perfil en tanto no se relacione dicho precepto con otros que
constituyen sendas opciones políticas.
Frente a quienes creen que una declaración como ésta no tiene valor
normativo, sostenemos que contiene un principio estructural de primer
orden que se desarrolla a lo largo del articulado y que, además, impregna
todo el texto constitucional y el resto del Ordenamiento jurídico.
La reforma de la propia naturaleza de estos principios equivaldría a una
revisión total de la Constitución, su modificación daría lugar a otra
Constitución.

Un Estado democrático.

No sólo el art. 1 de la C.E., sino también el Preámbulo, al afirmar que la


nación española proclama su voluntad, por un lado, de garantizar la
convivencia democrática y, por otro, de establecer una sociedad
democrática avanzada.
Un régimen democrático no es únicamente un régimen en donde el poder
procede del pueblo, sino sobre todo aquel en donde el pueblo participa, de
acuerdo con una concepción plural de la sociedad, en las decisiones del
poder y en donde la voluntad del pueblo puede llevar tan lejos el proceso
que quede abierto el camino a cualquier ideología, incluida, claro está, la
socialista.

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La C.E. posibilita tal objetivo puesto que sitúa la soberanía en el pueblo,
reconoce el pluralismo político y social, al mismo tiempo que establece una
serie de instancias en diversos niveles para que el pueblo participe bien
directamente, bien por medio de representantes en las decisiones que le
afectan.
Existe base institucional suficiente para crear un Estado democrático
avanzado.

Un Estado de Derecho.

La expresión Estado de Derecho, formulada ya con intención rupturista en


el Preámbulo, es confirmada después en el art. 1 C.E. De esta manera se
señala la necesidad de que el Estado español futuro se caracterice por los
rasgos de un Estado en el que predomine el gobierno de las leyes y no el de
los hombres.
Max Weber, al formular su teoría de la legitimidad racional, es decir, la
legitimidad aceptada por los ciudadanos en base a la racionalidad que
implica la ley como fundamento de las sociedades modernas, puso también
las bases teóricas del Estado de Derecho. No es otra la concepción que la
CE 1978 quiere poner en práctica en lo que respecta al Estado a que da
lugar. Significación que tiene especial importancia por comparación con el
Estado de Leyes, que no de Derecho, existente en nuestro país durante los
cuarenta años del régimen franquista.
El pueblo español ha obtenido de forma definitiva la titularidad de la
soberanía y se acepta que la ley es la expresión de la voluntad general, se
han puesto las bases para la existencia de un auténtico Estado de Derecho
inspirado en la defensa y reconocimiento de los derechos fundamentales.
Se confirma así la teoría de que en un Estado de Derecho los derechos
fundamentales no aparecen como concesiones, sino como el corolario de la
soberanía popular, a través de cuyo principio la ley no sólo implica un
deber, sino también un derecho para el individuo.

Un Estado social.

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Los redactores del texto han superado la visión individualista y anacrónica
del Estado liberal de Derecho y la han sustituido por la expresión “Estado
social de Derecho”.
Ese Estado social que se propugna es decididamente intervencionista,
activo, un Estado dotado de un ejecutivo fuerte.
Especialmente en el Capítulo III del T.I, donde se contienen los principios
rectores de la política social y económica del nuevo Estado.
De no llevarse a cabo el desarrollo de tales principios, el Estado futuro no
pasaría de ser un mero Estado demo-liberal, categoría discutible en una
sociedad moderna con profundos planteamientos socializantes.

Una monarquía parlamentaria.

El art. 1.3. C.E. señala que la “forma política del Estado español es la
monarquía parlamentaria”. Tal fórmula requiere tres observaciones
generales:

 Se ha afirmado que la monarquía en la actualidad es una forma de


Gobierno y no de Estado.
 Mantiene la monarquía cuyo origen representa el único eslabón que
enlaza el nuevo Estado democrático con el Estado franquista
anterior.
 Este régimen político se encuentra encuadrado dentro de los sistemas
parlamentarios occidentales, basados en una estructura de gobierno
derivada de la colaboración entre los poderes legislativo y ejecutivo.

Un Estado de las Autonomías.

El último principio que caracteriza al Estado configurado por la C.E., esto


es, su carácter descentralizado, aparece también como una respuesta, en
forma de contrapunto, al Estado franquista.

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Sin llegar al Estado federal que preconizaba el proyecto de la República, va
más allá de la Constitución de 1931 en el doble sentido:

 Admite la realidad plurinacional y no sólo regional.

 Establece un sistema flexible de competencias.

La tipicidad de la Constitución española consiste en que el método


adoptado para crear dicho Estado de las autonomías aplaza al futuro su
total configuración.

4.4. LOS PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES DEL


ORDENAMIENTO JURÍDICO.

La concreción del Estado de Derecho se fundamenta también en una serie


de principios informadores que se deben tener presentes a la hora de
interpretar el vigente texto constitucional.
La mayor parte de los mismos vienen expuestos en el art. 9.3 C.E., pero
algunos otros se desprenden de lo regulado en otros artículos.
En general, responden a una preocupación tradicional de los regímenes
liberales por tratar de establecer el mayor número de garantías ciudadanas
frente a los poderes públicos.
No se pueden concebir como auténticos derechos y en este sentido el TC ha
señalado ya que para su defensa no se puede acoger al recurso de amparo.

Principio de jerarquía normativa.

Señalado en el art. 9.3 CE, viene a consagrar la idea tradicional de todo


Estado de Derecho de que toda norma encuentra su validez en otra
superior.

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Ante la diversidad de normas que componen el ordenamiento jurídico,
existe una regulación basada en su distinta jerarquía normativa,
comenzando por la primera de todas que es la Constitución.
Se deduce, en consecuencia, que una norma de rango inferior no puede
oponerse a otra de rango superior.
La jerarquía se adquiere por razón del órgano que crea la norma o del
procedimiento necesario para su aprobación.

Principio de competencia.

Con tal principio lo que se quiere señalar es que la regulación de


determinadas materias debe hacerse de acuerdo con determinadas normas
de manifestación del Derecho, siendo inconstitucional su regulación por
otras distintas.
No se exige que el órgano que crea cada una de estas determinadas normas
tenga que ser diferente. Un mismo sujeto de creación del Derecho puede
crear normas diversas por su materia, aunque en algunos casos el
procedimiento de aprobación sea diferente.
En nuestra Constitución rige el principio de competencia para la
delimitación de las leyes orgánicas, de los Tratados con fuerza de ley, de la
ley autonómica y de los Reglamentos de las Cámaras.

Principio de legalidad.

El principio de legalidad que es el primero al que alude el apartado 3º del


art. 9, es consagrado de forma indirecta en el apartado 1º del mencionado
artículo. En efecto, al señalar en el mismo que los poderes públicos están
sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico, se está
aludiendo implícitamente a que la actuación administrativa debe estar
amparada por una cobertura legal previa.

El principio de seguridad jurídica.

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Podemos distinguir hasta tres contenidos diferentes de la expresión
jurídica:

1. Por seguridad jurídica habría que entender un concepto amplio que


es casi sinónimo de la expresión Estado de Derecho.
2. En segundo lugar, podemos deducir también un concepto menos
amplio, en sentido formal, equivale a la predictibilidad del
ordenamiento jurídico.
3. Un tercer sentido mucho más restringido de la seguridad jurídica
podría ser equivalente al de la seguridad personal.

Este principio no puede erigirse en un valor absoluto, por cuanto daría


lugar a la congelación del ordenamiento jurídico existente.

El principio de publicidad de las normas.

Un Estado de Derecho exige que todos los ciudadanos puedan conocer las
normas que integran el ordenamiento jurídico.
Es un axioma común, recogido por el art. 6.1 CC, de que “la ignorancia de
las leyes no exime de su cumplimiento”.
La norma no publicada, según los requisitos exigidos, no se perfecciona y,
por tanto no se puede exigir su cumplimiento.
Este principio ya estaba recogido en nuestro CC. Su art.1 indica que las
normas sólo obligan a partir de su promulgación y, consecuentemente, de
su publicación. Su art. 2.1 aclara por su parte que las leyes entrarán en
vigor a los veinte días de su completa publicación en el BOE, si en ellas no
se dispone otra cosa.

Principio de irretroactividad.

El art. 9.3 CE menciona igualmente el principio de irretroactividad de las


disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos.

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La Constitución parece romper con la tradición de nuestro país en esta
materia. El art. 2.3 del CC señala que las leyes no tendrán efecto
retroactivo si no disponen lo contrario. Es decir, según esta regla, lo normal
era la irretroactividad, y la excepción, en los casos en que se señalaba así,
los efectos retroactivos.
Opina Ignacio de Otto que no se garantiza la irretroactividad para las
disposiciones que no sean sancionadoras desfavorables ni restrictivas de
derechos individuales, de modo que, fuera de los dos supuestos sobre los
que cae la prohibición constitucional, las normas pueden ser retroactivas o
irretroactivas. Pero para ser retroactivas tendrá que decirlo expresamente.

El principio de responsabilidad de los poderes públicos.

De esta forma se constitucionaliza en el ámbito del Derecho público, un


principio tradicional en el Derecho privado que venía recogido por el art.
1902 del CC, al señalar que el que por acción u omisión causa daño a otro
interviniendo culpa o negligencia, está obligado a reparar el daño.
La expresión utilizada en el art. 9.3 se refiere a todos los poderes. La única
excepción a este principio es la que se refiere al Jefe del Estado, puesto que
el art. 56.3 CE indica que es inviolable y no está sujeto a responsabilidad.

El principio de la interdicción de la arbitrariedad de los poderes


públicos.

Comporta la constitucionalización de un principio esencialmente doctrinal.


La Administración para llevar a cabo su función dispone de dos tipos de
poderes: reglados y discrecionales.
La Administración para llevar a cabo su función dispone de dos tipos de
poderes: las potestades regladas y las discrecionales. Las primeras son
aquellas que vienen casuísticamente reguladas por la ley y que, por tanto,
deben adecuarse al principio de legalidad. Las segundas, por el contrario,
se basan en la libertad de acción o en la libre apreciación de las
autoridades, estando exentas de toda vinculación legal concreta, Es más, se

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llega a decir así que la Administración podría hacer todo aquello que la ley
no prohíbe.
De esta forma, al ejercer su potestad en el espacio extralegal no estaría
vinculada rígidamente por el principio de legalidad y quedaría exenta de
cualquier control jurisdiccional. Incluso tal exención se podría extender
también a su potestad reglada, pues en toda decisión administrativa siempre
existe un margen de acción discrecional.
No pueden existir potestades discrecionales al margen de la ley, sino en
virtud de la ley y según lo que la ley haya dispuesto. A tal efecto se pueden
señalar al menos cuatro elementos de la discrecionalidad de la
Administración que deben ser reglados por la ley:

1. El reconocimiento de la potestad discrecional.


2. El alcance de la potestad discrecional que no puede ser, en ningún
caso, absoluta.
3. La designación del órgano competente para ejercer esa potestad.
4. El fin para el que se concede la potestad discrecional.

No pueden existir facultades discrecionales al margen de la ley, sino en


virtud de la ley y según lo que la ley haya dispuesto.
Se pueden combatir las arbitrariedades a través de tres métodos:
 En primer lugar se pueden combatir las arbitrariedades por medio del
recurso basado en el exceso de poder y que denuncia los vicios de
incompetencia del órgano que dicta el acto o los vicios de forma si
no ejerce su competencia según los cauces adecuados.
 En segundo lugar, se pueden recurrir también a causa de la
desviación de poder que se basa en que la libertad de decisión que
se confiere a un órgano no le permite apartarse del fin previsto por la
norma habilitante.
 Finalmente, también cabe el recurso por infracción de los principios
generales del Derecho, en especial cuando se dé la iniquidad
manifiesta.

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