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La Constitución es la norma suprema por:
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La supremacía de la Constitución no sólo es previsible para la futura
actividad legislativa, sino que partiendo de la idea de que la norma suprema
no surge ex novo en un mundo sin normas, subsisten muchas normas de la
etapa histórica anterior. Estas sólo podrán subsistir si no van contra lo
establecido en la Constitución. Es decir, las normas jurídicas existentes en
el ordenamiento jurídico sólo pueden seguir existiendo si es posible su
interpretación para hacerlas conformes con la norma constitucional nueva.
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En cuanto a la primera cuestión, se ha alegado que los cuatro valores
citados podrían reducirse a dos –libertad e igualdad-, puesto que, por
distintas razones, “pluralismo político” y “justicia” son reiterativos, ya que
los conceptos que representan se encuentran insertos en las ideas de
libertad y de igualdad.
Respetando estas opiniones, creemos, sin embargo, que el legislador ha
deseado, de una u otra forma, dejar constancia del reconocimiento de estos
valores que se conciben como constituyentes.
La segunda cuestión que se plantea es dilucidar, en un sentido general, si
podría resaltar una serie de postulados que poseen también la naturaleza de
caracterizar al texto constitucional y de aparecer como principios básicos
del mismo. Pensamos que aun siendo así tales valores no serían asimilables
a los cuatro conceptos generales analizados. La razón estriba en que ha sido
deseo expreso del legislador mencionar a éstos como valores
supraconstitucionales previos a la Constitución.
Estos valores superiores proyectan su carácter normativo inmediato de dos
formas principales:
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4. El pluralismo político como valor es desarrollado
especialmente en los artículos 6 y 7 de la Constitución.
Un Estado democrático.
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La C.E. posibilita tal objetivo puesto que sitúa la soberanía en el pueblo,
reconoce el pluralismo político y social, al mismo tiempo que establece una
serie de instancias en diversos niveles para que el pueblo participe bien
directamente, bien por medio de representantes en las decisiones que le
afectan.
Existe base institucional suficiente para crear un Estado democrático
avanzado.
Un Estado de Derecho.
Un Estado social.
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Los redactores del texto han superado la visión individualista y anacrónica
del Estado liberal de Derecho y la han sustituido por la expresión “Estado
social de Derecho”.
Ese Estado social que se propugna es decididamente intervencionista,
activo, un Estado dotado de un ejecutivo fuerte.
Especialmente en el Capítulo III del T.I, donde se contienen los principios
rectores de la política social y económica del nuevo Estado.
De no llevarse a cabo el desarrollo de tales principios, el Estado futuro no
pasaría de ser un mero Estado demo-liberal, categoría discutible en una
sociedad moderna con profundos planteamientos socializantes.
El art. 1.3. C.E. señala que la “forma política del Estado español es la
monarquía parlamentaria”. Tal fórmula requiere tres observaciones
generales:
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Sin llegar al Estado federal que preconizaba el proyecto de la República, va
más allá de la Constitución de 1931 en el doble sentido:
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Ante la diversidad de normas que componen el ordenamiento jurídico,
existe una regulación basada en su distinta jerarquía normativa,
comenzando por la primera de todas que es la Constitución.
Se deduce, en consecuencia, que una norma de rango inferior no puede
oponerse a otra de rango superior.
La jerarquía se adquiere por razón del órgano que crea la norma o del
procedimiento necesario para su aprobación.
Principio de competencia.
Principio de legalidad.
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Podemos distinguir hasta tres contenidos diferentes de la expresión
jurídica:
Un Estado de Derecho exige que todos los ciudadanos puedan conocer las
normas que integran el ordenamiento jurídico.
Es un axioma común, recogido por el art. 6.1 CC, de que “la ignorancia de
las leyes no exime de su cumplimiento”.
La norma no publicada, según los requisitos exigidos, no se perfecciona y,
por tanto no se puede exigir su cumplimiento.
Este principio ya estaba recogido en nuestro CC. Su art.1 indica que las
normas sólo obligan a partir de su promulgación y, consecuentemente, de
su publicación. Su art. 2.1 aclara por su parte que las leyes entrarán en
vigor a los veinte días de su completa publicación en el BOE, si en ellas no
se dispone otra cosa.
Principio de irretroactividad.
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La Constitución parece romper con la tradición de nuestro país en esta
materia. El art. 2.3 del CC señala que las leyes no tendrán efecto
retroactivo si no disponen lo contrario. Es decir, según esta regla, lo normal
era la irretroactividad, y la excepción, en los casos en que se señalaba así,
los efectos retroactivos.
Opina Ignacio de Otto que no se garantiza la irretroactividad para las
disposiciones que no sean sancionadoras desfavorables ni restrictivas de
derechos individuales, de modo que, fuera de los dos supuestos sobre los
que cae la prohibición constitucional, las normas pueden ser retroactivas o
irretroactivas. Pero para ser retroactivas tendrá que decirlo expresamente.
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llega a decir así que la Administración podría hacer todo aquello que la ley
no prohíbe.
De esta forma, al ejercer su potestad en el espacio extralegal no estaría
vinculada rígidamente por el principio de legalidad y quedaría exenta de
cualquier control jurisdiccional. Incluso tal exención se podría extender
también a su potestad reglada, pues en toda decisión administrativa siempre
existe un margen de acción discrecional.
No pueden existir potestades discrecionales al margen de la ley, sino en
virtud de la ley y según lo que la ley haya dispuesto. A tal efecto se pueden
señalar al menos cuatro elementos de la discrecionalidad de la
Administración que deben ser reglados por la ley:
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