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Resumen
Pese a los progresos de la Contabilidad Pública, la lectura de los Presupuestos es un arte que sigue siendo ignorado.
Por otro lado, el Parlamento ha ido vaciándose de contenido y de capacidad de control del Ejecutivo, lo que implica
también que haya perdido influencia sobre el Presupuesto. No obstante, el principio de reserva de ley en materia pre-
supuestaria, consagrado constitucionalmente, sirve para guardar las apariencias y que, en un plano puramente for-
mal, el Parlamento base su centralidad sobre el Presupuesto.
Palabras clave: ilusión financiera, control político, presupuesto, parlamento.
Clasificación JEL: H61.
Abstract
In spite of the progresses of the Public Accounting, the interpretation of the Budgets is an art that continues being ig-
nored. On the other hand, the Parliament has been drained of content and capacity of control of the Executive, which
also implies that there is lost influence on the Budget. However, the principle of reserve of law in budgetary matter,
consecrated constitutionally, serves to keep the appearances and that, in a purely formal plane, the Parliament bases
its central position on the Budget.
lamentos (Dahrendorf 2002: 12), cuyas funciones más tradicionales les han sido en buena
parte expropiadas a lo largo del pasado siglo por los Gobiernos (Guerrero 2005: 5).
Dada la conexión esencial entre Presupuesto y democracia parlamentaria, puesta de re-
lieve no hace mucho por el Tribunal Constitucional (STC 3/2003, de 16 de enero, FJ 3.º), se
ha propuesto partir de dos hipótesis contrapuestas en torno a esa relación: bien la de que la
crisis del Parlamento está motivada por la forma en que el Presupuesto se debate y aprueba;
bien que es la crisis del Parlamento la que implica también la deficiente discusión y forma de
aprobación del Presupuesto. La primera hipótesis invitaría a pensar que, del mismo modo
que las asambleas medievales (precedentes de nuestros Parlamentos) tuvieron su origen en la
concesión de cantidades al rey para la ejecución de determinados gastos, la actual situación
de pérdida de funcionalidad de los Parlamentos se debería a su cada vez menos influyente in-
tervención en la asignación de gastos y autorización de ingresos (Ramallo 2003: 12).
El resultado de anorexia parlamentaria actual unido a la bulimia presupuestaria que
devora información indigerible (las expresiones son de Ramallo 2003: 13) es expresivo, si-
quiera parcialmente y desde nuestro campo, de la pérdida de centralidad del Parlamento, por
más que ésta haga referencia a diversos fenómenos, entre los que se encuentran:
La migración del debate político, que abandona la instancia parlamentaria para reflejarse
en los medios de comunicación, donde resulta más fácil puntualizar, desmentir, rectificar,
etc. (ibidem). En cierta forma, ello explica una suerte de legitimación política directa del
Gobierno (Guerrero 2005: 10) que proviene de la homogeneidad con la mayoría parla-
mentaria que lo sustenta y que provoca un progresivo reduccionismo desde el partido
hasta la figura del candidato a primer ministro, como si se transmutara a unas «Presiden-
ciales» la cualidad de las elecciones generales.
El cambio de eje de la función legislativa, que explica el práctico monopolio de la ini-
ciativa legislativa gubernamental, así como la capacidad normativa propia del Gobier-
no y de la Administración. La pérdida de centralidad parlamentaria se explica aquí de-
bido a la incidencia de tres factores:
1.º Como aspecto de carácter interno del propio proceso prelegislativo, el debate par-
lamentario cuenta con amplias zonas de oscuridad y fuertes impedimentos para el pleno co-
nocimiento del alcance de la ley que se aprueba. Como ejemplo paradigmático está el fre-
cuente incumplimiento por el Gobierno del deber de remitir al Congreso la memoria
económica de los proyectos de ley, lo que supone una omisión de los «antecedentes necesa-
rios para pronunciarse sobre ellos» (arts. 88 CE y 109 RCD). Poca ayuda ha prestado al Par-
lamento la STC 108/1986, de 29 de julio (FJ 3.º), al entender que «la ausencia de un determi-
nado antecedente sólo tendrá trascendencia si se hubiere privado a las Cámaras de un
elemento de juicio necesario para su decisión».
Varias veces el Consejo de Estado ha denunciado el contenido insuficiente de la memo-
ria económica de diversos anteproyectos de ley. Sin ir más lejos y por la importancia que tie-
ne, en su dictamen de 10 de julio de 2003, sobre el anteproyecto de la nueva Ley General Pre-
supuestaria, estimó que la memoria se limitaba a señalar que el anteproyecto no suponía la
necesidad de acometer ningún gasto, ni de su aprobación habría de derivarse coste alguno, ya
que según afirmaba el Gobierno, la nueva ley redundaría «en la mejora de la gestión de los
gastos e ingresos del sector público estatal y en consecuencia, en una mayor economía, efica-
132 Miguel Ángel Martínez Lago
Cuadro 1
Decretos-leyes dictados desde la aprobación de la Constitución
Cuadro 2
Actividad legislativa de las Cortes Generales en las siete primeras legislaturas
Legislaturas
Iniciativas legislativas
I II III IV V VI VII
Proyectos de ley presentados 342 205 125 128 120 192 175
Aprobados 237 183 108 101 104 172 173
% aprobados 69,3 89,2 86,4 78,9 86,6 89,6 98,8
Proposiciones de ley 217 124 161 194 181 350 369
Aprobadas 68 17 13 24 35 48 19
% aprobadas 31,3 13,7 8 12,3 19,3 13,7 5,1
% props. de ley aprobadas s/ leyes aprobadas 22,3 8,5 10,7 19,2 25,2 21,8 9,9
Fuente: Guerrero (2005: 20), y elaboración propia.
La posición del Parlamento sale aún peor parada si tenemos en cuenta que desde 1993
hasta 2004 —con la salvedad del año 1995, en que no se aprobó, porque corrió la misma
suerte que la Ley de Presupuestos para el año siguiente—, los distintos Gobiernos han em-
pleado sin pudor alguno el expediente de las llamadas leyes de acompañamiento (formal-
mente: leyes de medidas fiscales, administrativas y del orden social), consiguiendo aprobar
reformas express en los campos más variados y llegando a rebasar el centenar de normas mo-
dificadas (Guerrero 2005: 20).
Emparentadas con este instrumento normativo que sirvió para burlar la doctrina consti-
tucional recaída en la STC 76/2992, de 14 de mayo, reiterada posteriormente en numerosas
134 Miguel Ángel Martínez Lago
ocasiones 7, pueden situarse las tácticas de acumular toda una serie de proyectos de ley en un
momento temporal determinado y con plazo fijo para su aprobación (Ramallo 2003: 14), así
como la introducción por el grupo parlamentario mayoritario de enmiendas a la Ley de Pre-
supuestos Generales del Estado u otras leyes en el trámite final seguido en el Senado, lo que
hurta el debate por el Congreso, que tiene que limitarse a aprobarlas o rechazarlas en bloque,
resintiéndose la transparencia (Guerrero 2005: 20) 8.
Referencias a comportamientos como los señalados se pueden encontrar en la obra de
Puviani (1972: 94-95), quien señalaba que para favorecer el secretismo en torno al Presu-
puesto, «se moderan de manera especial las discusiones, hábilmente se apresura o se reduce
su tiempo... se someten a discusión cautamente, cuando la Cámara está cansada, distraída...
en la víspera de la clausura de la sesión o de las vacaciones que preceden a las fiestas más so-
lemnes».
3.º Un tercer factor de pérdida de centralidad parlamentaria consiste en la desvincula-
ción que de lo aprobado por la Ley hace el Ejecutivo a la hora de su aplicación. Se trata de un
fenómeno especialmente perceptible a lo largo de la ejecución de la Ley de Presupuestos Ge-
nerales del Estado, dadas las múltiples modificaciones que experimentan las cifras de las
consignaciones presupuestarias inicialmente autorizadas por el Parlamento (Ramallo 2003:
13 y 14).
El tema de las modificaciones presupuestarias ha sido bien estudiado por nuestra doc-
trina científica, donde destacan los trabajos de Corcuera (1996) y el más reciente de Andreu
(2005), sacando del error a quien ingenuamente estimase que la supremacía parlamentaria
está garantizada suficientemente por la exigencia de que el Presupuesto sea aprobado por las
Cortes Generales.
Aunque parecía lógico pensar que la aprobación de las leyes de estabilidad presupues-
taria en 2001 iba a implicar una reducción de la variada tipología modificativa de los créditos
presupuestarios, tal y como había sugerido Pascual (2002: 317) y nosotros en otro lugar
(Martínez 2002: 152), lo cierto es que no ha ocurrido así y la continuista Ley 47/2003, de 26
de noviembre, General Presupuestaria mantiene prácticamente inalterado el cuadro previsto
anteriormente, incurriendo, además, en una grave quiebra del principio de competencia con
la regulación del denominado fondo de contingencia de ejecución presupuestaria.
En efecto, de resultas de lo dispuesto por el artículo 55.3 de la LGP, el Gobierno queda
eximido de seguir el camino que prescribe el artículo 134.5 de la Constitución para los casos
en que, una vez aprobados los Presupuestos Generales del Estado, hubiese que recurrir a su
variación para aumentar el gasto público o disminuir los ingresos que se presupuestaron.
Frente a la presentación de un proyecto de ley, como prevé la norma fundamental, la LGP se
contenta con facultar al propio Gobierno para que autorice los créditos extraordinarios y su-
plementarios para atender obligaciones del ejercicio corriente, cuando se financien dichas
variaciones con baja en el fondo de contingencia. Nos hallamos, en suma, ante una limita-
ción, no prevista constitucionalmente, de las facultades de las Cortes Generales sobre el gas-
to público, ya que las Cámaras dejan de aprobar —o rechazar— la modificación que les pro-
pondría el Gobierno por medio de un proyecto de ley y pasan a recibir simplemente
El control parlamentario sobre el presupuesto público 135
información del empleo dado por el Ejecutivo al fondo de contingencia. Esa información ni
siquiera es puntual, sino trimestral (art. 50.3 LGP).
Compartimos, por tanto, la crítica realizada por Orón (2004: 27), quien también la re-
fiere a la posibilidad de creación de créditos nuevos a través de transferencias de créditos
(art. 52.1 LGP), lo que devalúa mucho la intervención parlamentaria aprobatoria del plan fi-
nanciero estatal, en provecho de la competencia del Gobierno durante la ejecución presu-
puestaria (Martínez y García 2006: 229).
dedicarle una buena porción de tiempo». Generalmente el diputado no se preocupa del Pre-
supuesto, pues «no tiene la ambición de dominar suficientemente todas las leyes, todas las
instituciones, todas las necesidades públicas, que se reflejan en el Presupuesto. Tiene que ha-
cer prevalecer algunas ideas de carácter general, cuando las tiene; o algunas necesidades de
carácter local. Es ajeno a toda la masa restante de la actividad del Estado. El Presupuesto es
un caos aburrido, bueno únicamente para quien tiene la oportunidad de pronunciar discursos
generales, académicos, que satisfacen el amor propio, y lo que es más común, de hablar a fa-
vor de un interés local».
En unas recientes jornadas organizadas por la Fundación para la Modernización de
España, Allen Schick (2003), planteaba la necesidad de «redemocratizar los Presupuestos».
Para ello explicaba la pérdida de liderazgo como institución democrática de los Presupues-
tos. El argumento principal es que «a medida que el Gobierno se fue expandiendo y se fueron
elaborando técnicas, los Presupuestos se volvieron más cerrados, más opacos y menos acce-
sibles a los ciudadanos ordinarios». También consideraba los esfuerzos para corregir esa ten-
dencia a través del mantenimiento de la disciplina fiscal, la efectiva distribución de los recur-
sos y la eficiencia de las operaciones y servicios gubernamentales.
Para el profesor de la Universidad de Maryland, una forma de determinación de los
objetivos fiscales como es la que contempla el Pacto de Estabilidad y Crecimiento Europeo
(fijación de un déficit máximo permitido como porcentaje del PIB nacional) representa una
medida de contención del gasto público que impide a los gobiernos acceder a las preferen-
cias de los votantes; de manera que la internacionalización de reglas fiscales puede cues-
tionar la fidelidad de los procesos adoptados a los más elementales requisitos de la demo-
cracia.
Al propio tiempo, la fijación de límites macroeconómicos como marco de referencia de
Presupuestos estables, alienta prácticas artificiosas de mantenimiento del déficit (Guerrero
2005: 24), de ocultación del gasto público (Lucena 2003: 5).
Sin ir más lejos lo que produce es una dualidad presupuestaria: por un lado los Presu-
puestos Generales del Estado, comprensivos de los Capítulos I a IX de ingresos y gastos re-
feridos a todo el sector público estatal, sea cual fuere la forma jurídica a través de la que ac-
túe cada ente; por otro lado un Presupuesto a efectos de estabilidad que abarca
exclusivamente los Capítulos I a VII de ingresos y gastos no financieros de las llamadas
Administraciones Públicas y Seguridad Social. La distinción favorece una cierta ingeniería
financiera consistente en variar el concepto objetivo del gasto y el concepto subjetivo del
ente público a quien se le autoriza dicho gasto. Mediante ambas modificaciones, objetiva y
subjetiva, se pueden trasvasar cantidades de gasto desde unas partidas que entran en el
cómputo de la estabilidad (por ejemplo, del Capítulo VI, de inversiones reales, o del Capí-
tulo VII, transferencias de capital) a otras partidas que, formando parte del Presupuesto
General no forman parte del Presupuesto de Estabilidad (por ejemplo, al Capítulo VIII,
activos financieros, mediante la adquisición por el Estado de acciones de una empresa pú-
blica o mediante la concesión de un préstamo por el Estado a dicha empresa sin exigir su
devolución). Así se cumple, pero sólo formalmente, la estabilidad presupuestaria, pero a
largo plazo supondrá un aumento de la deuda pública para equilibrar los déficit reales pro-
138 Miguel Ángel Martínez Lago
ducidos por los préstamos no reembolsados o por las aportaciones patrimoniales (Ramallo
2003: 39 y 40; Lucena 2003: 18).
Por otro lado, y de cara a ganar en transparencia, el Presupuesto que se elaborase y con-
siderasen las Cámaras, debería ser un Presupuesto por objetivos, basado en medir la eficacia
y la eficiencia relativa de los programas alternativos de gasto para alcanzar un objetivo defi-
nido. La tramitación parlamentaria del mismo debería abandonar las clasificaciones orgánica
y económica (Lucena 2003: 12) sobre las que se asienta.
Una vez que los Presupuestos se han aprobado, los instrumentos de control de que dis-
ponen las Cámaras en la fase de ejecución y liquidación son también insuficientes para eva-
luar los resultados y la adecuación a los objetivos. Para algunos, es en el ámbito del control
donde más puede avanzar el Parlamento, ya que no se trata de decidir, lo que siempre está en
manos de la mayoría, sino de provocar el escrutinio y debate sobre la eficacia de la gestión
del Gobierno. Para esa función, puede que tenga abundante información bruta suministrada
por el Gobierno, pero carece de datos continuados, a la vez que sintéticos y particularizados
(Guerrero 2005: 26).
En función del momento en que se verifica el control parlamentario sobre el Presupues-
to, se puede hablar de un control concomitante, realizado durante la propia ejecución presu-
puestaria y cuyos medios serían las preguntas que diputados y senadores pueden dirigir al
Gobierno, las interpelaciones, proposiciones no de ley, constitución de comisiones de inves-
tigación o encuesta, etc. Por otro lado, estaría un control a posteriori, cuya expresión más
clara consiste en el examen y aprobación de la Cuenta General del Estado.
Respecto de ambas formas de control —aunque se perciba más en relación con el de-
sempeño de un control concomitante—, debe de entrada señalarse que nuestro Derecho par-
lamentario, tanto el estatal como el autonómico, está influenciado por los principios de la
mayoría parlamentaria y de defensa de la estabilidad del sistema político. El control que las
Cámaras pueden ejercer, por tanto, se corresponde con un modelo de parlamentarismo ra-
cionalizado 9 que persigue corregir los excesos en las funciones encomendadas al órgano le-
gislativo, limitando las facultades de control o atribuyéndolas a quien ostente la mayoría par-
lamentaria (Embid 1992).
Lógicamente, la «calidad del control» que se puede esperar de un modelo que responde
a la distribución de escaños deja mucho que desear. Otras variables, nada despreciables, pa-
san por observar si existe o no una competencia política efectiva, si se percibe o no la posibi-
lidad de una alternativa real, etc.
Desde 1977, el control se ha mostrado dinámico y efectivo en períodos de confronta-
ción política eficaz y ha languidecido en aquellos de cómoda mayoría y gran estabilidad. La
percepción de las situaciones de crisis ha incentivado el control, que se ha convertido, a la
vez, en un factor de agudización de aquéllas y en un indicador sobre la viabilidad y proximi-
dad de la alternancia (Guerrero 2005: 29).
El control parlamentario sobre el presupuesto público 139
Cuadro 3
Actividad de control del Congreso de los Diputados (II a VII legislaturas)
Legislaturas
Iniciativas no legislativas
II III IV V VI VII
Proposiciones no de ley 223 501 786 953 440 849
Interpelaciones 211 215 225 142 199 337
Mociones 37 102 145 108 175 242
Preguntas orales al Gobierno 1.798 3.103 4.467 3.475 2.112 2.280
Preguntas escritas al Gobierno 9.216 19.456 15.309 14.886 32.719 75.549
Solicitudes de informe 732 1.927 4.956 3.168 2.504 4.677
Comunicaciones del Gobierno 7 6 3 9 7 4
Planes y programas 3 3 3 1 4
Comparecencias ante el Pleno 9 26 58 34 46 77
Comparecencias ante Comisiones 912 2.247 3.655 3.678 1.508 1.679
Fuente: Guerrero (2005: 29).
Por lo que se refiere al examen y comprobación de la Cuenta General del Estado (cuya
formación corresponde a la Intervención General de la Administración del Estado), se trata
de una tarea que el artículo 136.1 de la Constitución atribuye al Tribunal de Cuentas, que
ejercerá este cometido por delegación y dependiendo directamente de las Cortes Generales.
El objeto de esta tarea de control externo a posteriori es un documento informativo que reúne
las Cuentas del sector público administrativo, empresarial y fundacional, junto a una Memo-
ria que completará, ampliará y comentará la información de los anteriores documentos
(art. 130 LGP).
Originariamente, la aprobación debía hacerse por ley, aunque, en la práctica, el rito era
un mero formulario. La última Ley de Cuentas (Ley 3/1982, de 24 de febrero) fue la del ejer-
cicio de 1977. A partir de entonces, las siguientes han sido aprobadas por un procedimiento
regulado por normas internas de las Cámaras, consistiendo en una «Comunicación» que el
Tribunal de Cuentas dirige a las Cortes y que éstas aprueban o rechazan, añadiendo algunas
resoluciones.
Ya hemos señalado en otro lugar (Martínez 1992: 326 y ss.; también Martínez y García
2006: 253) que si resultaba inadecuado aprobar la Cuenta General del Estado mediante ley,
dado que cuando las Cortes examinan este documento no ejercen función legislativa ningu-
na, sino de control sobre el Gobierno, tampoco la actual forma de aprobarla otorga la debida
solemnidad al evento. Antes al contrario, la aprobación se sitúa en un plano de relaciones,
casi intraparlamentarias, con el órgano que realiza funciones de control externo por delega-
ción de las Cámaras y suprime el posible resto de interés que pudiera quedar en las mismas
por este acto de control.
Por otro lado, resulta injustificable el retraso que, año tras año, acompaña la publica-
ción del informe anual del Tribunal de Cuentas sobre la liquidación del Presupuesto
(art. 136.2 CE); demora que al igual que sucede con la Cuenta General del Estado, resta inte-
rés político al deseable debate en las Cortes acerca de las conclusiones del informe emitido
por el Tribunal (Lucena 2003: 22) 10.
140 Miguel Ángel Martínez Lago
En fin, no quiero decir nada más sobre el Tribunal de Cuentas para no incurrir de nuevo
en motivo de crítica por alguno de sus miembros. Hace ya varios años que publiqué un libro
sobre las singularidades de la reserva de ley en materia presupuestaria, y pese a advertir ex-
presamente de los temas que no iba a tratar (Martínez 1998: 22 y ss.), me permití sugerir a
vuela pluma la necesidad de intensificar y mejorar la calidad de los controles, así como la ur-
gente redefinición de las funciones del Tribunal de Cuentas. Entonces dije y aún todavía lo
creo que es el organismo que —junto al Consejo General del Poder Judicial— ha resultado
más insatisfactorio en todos los años de práctica política postconstitucional.
En una recensión que me dedicaron, recibí la merecida reprimenda de un letrado del or-
ganismo fiscalizador, porque «ambas afirmaciones no aparecen soportadas por justificación
alguna, a pesar de que su gravedad bien la merece» (Medina 1999: 230). Ahora que el letrado
es Consejero del Tribunal de Cuentas y yo sigo siendo un modesto profesor universitario,
prefiero no insistir más al respecto.
Bueno, salvo una cosa que afecta al procedimiento partitocrático de designación 11 pre-
visto en la LO 2/1982, de 12 de mayo, que admite que los consejeros puedan ser nuevamente
nombrados para siguientes períodos y que el cargo de presidente también sea renovable por
períodos de tres años. Ello explica que el presidente del Tribunal de Cuentas lleve en el orga-
nismo 25 años y, tras ser vicepresidente, ejerza como presidente desde hace 10 años. Todo un
ejemplo de lo que no debiera ocurrir en un organismo de fiscalización.
cina en dos ocasiones: en la anterior legislatura, motivada por una proposición de ley de re-
forma del Reglamento de dicha Cámara que presentaron los grupos parlamentarios Socialis-
ta, Vasco, Federal de Izquierda Unida y Mixto 12; y en la legislatura actual, tras desestimar la
proposición de ley reguladora de la Oficina Presupuestaria de las Cortes Generales que for-
muló el Grupo Parlamentario Popular 13. Ello demuestra con nitidez lo que se pide y se está
dispuesto a dar cuando se está en la oposición y cuando se ejerce la función de gobierno.
Notas
1. Decreto-ley 50/1978, de 29 de diciembre, por el que se anticipa la aplicación de los artículos relativos a los
créditos de personal comprendidos en el proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado para 1979.
4. Decreto-ley 12/1996, de 26 de julio, por el que se conceden créditos extraordinarios por importe de
721.169.740 miles de pesetas destinados a atender obligaciones de ejercicios anteriores y regularizar anticipos
de fondos y por el que se adoptan medidas tributarias urgentes.
5. Decreto-ley 7/2004, de 27 de septiembre, por el que se concede un crédito extraordinario por importe de
2.500.034.925 euros para atender al pago de la liquidación del sistema de financiación para el período
1997-2001 correspondiente a la Comunidad Autónoma de Andalucía, y se adoptan disposiciones sobre la deu-
da de Renfe y el aval del Estado al préstamo otorgado a la República Argentina.
6. Decreto-ley 11/2004, de 23 de diciembre, por el que se modifica, en materia de pensiones públicas, la Ley de
Presupuestos Generales del Estado para el año 2005 (esta norma es la Ley 2/2004, de 27 de diciembre). Un co-
mentario crítico puede verse en Falcón (2005: 5 y ss.).
7. A este respecto, me permito remitir a otros lugares (Martínez 1998: 133 y ss., 1999: 765 y ss.; Martínez y Gar-
cía 2006: 199 y ss.).
8. Aunque al Tribunal Constitucional se ha planteado varias veces el problema de la admisión de las enmiendas
del Senado —véanse los antecedentes expuestos en las SSTC 178/1994, de 16 de junio; 97/2002, de 25 de
abril y 109/2004, de 30 de junio—, creemos que no ha variado su doctrina expuesta en la STC 99/1987, de 11
de junio, en la que desestimó un recurso de inconstitucionalidad interpuesto por el Grupo Parlamentario Popu-
lar, entendiendo que no hay límites en la Constitución ni en el Reglamento del Senado respecto de la facultad
de los miembros de esta Cámara de presentar enmiendas y proposiciones de ley, salvo que incurran en los su-
puestos contemplados por los artículos 84 y 134.6 de la Constitución.
9. Con dichos términos se conoce una forma de gobierno que tuvo como teórico más conocido a Mirkine-Guet-
zévitch (1924), quien apuntó que las Constituciones europeas posteriores a la I Guerra mundial habían intenta-
do codificar, precisar y reglamentar unas prácticas hasta entonces consuetudinarias, modificándolas en un sen-
tido racional y lógico, cuya tendencia más significativa era el fortalecimiento del Ejecutivo, lo que planteaba
el problema de la supremacía política del mismo.
10. Ya lo señalaba también Puviani (1972: 103) al indicar que «ordinariamente la voz del Tribunal de Cuentas se
hace oír cuando ya no es posible impedir la realización de los hechos censurados por él, cuando las personas
que los han realizado no están ya en el cargo».
142 Miguel Ángel Martínez Lago
11. Al respecto podemos traer el planteamiento siguiente de Puviani (1972: 98): «Las disposiciones de alta admi-
nistración... de índole constitucional que impiden un pleno conocimiento de las cuentas públicas, en parte de-
penden de la composición de los órganos encargados de la elaboración del Presupuesto y en parte dependen de
la composición de los órganos encargados del control y de modo especial de la composición del Tribunal de
Cuentas y de las atribuciones que le están asignadas».
12. Véase Boletín Oficial de las Cortes Generales, Serie B, n.º 246-1, de 31 de mayo de 2002 y el debate de toma
en consideración donde fue rechazada la proposición puede verse en el Diario de Sesiones del Congreso de los
Diputados, n.º 176, de 25 de junio de 2002.
13. Véase Boletín Oficial de las Cortes Generales, Serie B, n.º 123-1, de 22 de octubre de 2004 y el debate de toma
en consideración donde fue rechazada la proposición puede verse en el Diario de Sesiones del Congreso de los
Diputados, n.º 155, de 28 de febrero de 2006.
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