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Moctezuma II Sergio Magaña
Moctezuma II Sergio Magaña
SERGIO MAGAÑA
“...No era mi tiempo todavía... Y cuando un hombre está fuera de su tiempo, los Dioses lo
destruyen.”
PERSONAJES:
del emperador.
El Señor de Coyoacán.
El Señor de Culuacan.
El Señor de Xochimilco.
Una esclava
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Un mensajero.
antes de la llegada de hernán Cortés y sus hombres a la sede de las tieras aztecas, cuyo
PROLOGO
CORO: Lo componen tres mujeres ancianas, de aspecto augusto. Son igualmente flacas y
petrificadas en el tiempo. Cubren los jirones blancos de sus cabellos con un rebozo oscuro.
Van descalzas. Visten huilpiles (camisas de manta burda) y enaguas de tela rayada
amarradas a la cintura con fajillas tejidas. Conservan este ropaje en todas sus apariciones.
LOS ENANOS: Llevan el torso desnudo; usan sandalias, taparrabo y traen los cabellos
retorcidos en chonguillo a la altura del cráneo. Adornan su chongo con plumas de gallo, y su
MOCTEZUMA: Aparece en el prólogo con el mismo traje que usa para la primera parte del
acto tercero.
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Nota: La capa de plumas que muestran las viejas a Moctezuma juega después en la trama.
Es por ello importante que por su color y adornos sea luego identificable.
OSCURIDAD
Un haz de luz ilumina el lugar donde están las Tres Ancianas del Coro, sentadas en
una especie de tronco de árbol. Una de ellas levanta la mano llena de copal sobre un
braserito de barro. Del fondo sube el grito ronco y excitante de un caracol guerrero. Las
Ancianas 1ª. Y 3ª se hunden en el asiento, como abatidas, mientras la 2ª arroja el copal a las
ANCIANA 1ª.-(Con grito largo y golpeándose los huesos del seno.) ¡Hemos de llorar!
Las ancianas 1ª. y 3ª agarran sus agujas de maguey y cosen plumas en una capa. La 2ª., en
ANCIANA 2ª.-¡Oh, señores míos! ¡Señores de las aguas, vientos y tierras, apiadaos de
aquellos vuestros siervos y vasallos, las águilas, los tigres y soldados que han ido al campo
estruendoso en la guerra! ¡Que no van por nosotras a traernos naguas ni huipiles; tampoco
van a traer el sustento de nuestros hijos, ni maíz, ni jitomate; sino por vos, señor, pájaro
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hechicero, padrecito mío, que somos tus esclavos y debes mover tu pecho a
condescendencias!
ANCIANA 2ª.-¡Que han ido a la guerra para gloria tuya y con soledad y tristeza de nosotras!
Tercer grito del caracol. Aparece Moctezuma entre dos hachones de luz que traen dos
Enanos: Avanza al centro y cae postrado con una rodilla en tierra. Las ancianas tejen
disimulando su presencia.
ANCIANA 1ª.-¿A qué viene aquí, donde nosotras estamos, que es Cicalco? ¿Qué busca?
De todas partes responden ecos irreales que van repitiendo el nombre de: ¡Huémac!
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ANCIANA 2ª.-Toma esta rosa y esta aguja de maguey y pínchalo en un muslo que no lo
sentirá, que está muy perdido de borracho su corazón y todo su cuerpo. ¿No entiendes lo
Las tres ancianas permanecen quietas. Moctezuma lleva en las manos un cuchillo de
obsidiana. Lo contempla y lo baja a la altura de uno de sus muslos, que se hiere; no siente
Moctezuma parece mirar por primera vez el grupo de las ancianas. Lo contempla con
asombro.
CORO.-Huémac es la muerte.
Huéhuetl y Flauta.
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El golpe de Huéhuetl se acelera. De pronto cesa y ellas enmudecen con espanto. Cierran en
puño las manos y las cruzan sobre sus pechos humillando la cara. Un ruido de plumas
antorcha hacia fuera de su costado, caen de rodillas. Llega a luz la figura de nuestro señor
Quetzalcóatl.
QUETZALCOALT.- Señor mío Moctezuma, ¿qué es lo que haces aquí? ¿Acaso eres
cualquiera? ¿No eres tú la cabeza del mundo? Mira, señor, que parece mal que una persona
de tan grandísimo valor como tú, emperador de mexicanos, haga de su persona tanto daño.
MOCTEZUMA.-Yo soy.
esposas cuyas oraciones y lamentos con ser tristes, se oyen esperanzados porque son como
peticiones de que tus capitanes y feroces guerreros y vasallos salgan victoriosos de esta
guerra? ¿Y qué pides? Mírate aquí, para vergüenza no solamente de nosotros sino de la
descendencia de todos los mexicanos. ¡Tú el tigre! ¡Tú, el águila!... Levántate. Así los dioses
no podemos verte. (Por las ancianas.) Estas serán tus jueces. (Señala con dolor también a
los enanos.) Y aquellos los míos. ¿No son tus bufones? Serán ellos los primeros en
despojarme.
Moctezuma se cubre los ojos. La flauta y el huéhuetl vuelven. El Dios retrocede unos pasos.
Los enanos cubren y apagan sus antorchas. Se acercan al dios, le arrebatan las insignias
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MANCEBO.-¡Señor!
MOCTEZUMA.-Se ha ido. Ahora ya estamos solos... Así, unos con otros están los árboles...
ANCIANA 1ª.-(Con lágrimas.) ¡Ay, pobrecitos de los mexicanos que han de perder sus dioses
y la tierra de ellos!
ANCIANA 2ª.-(Sin volverse.) Nosotras sabemos que hemos de morir y que otros dioses más
fuertes vendrán a ocuparse de estos lugares, pero también sabemos lo que será de ti. ¿Qué
será de ti?
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ANCIANA 2ª.-Tú nos entregarás, señor.
MOCTEZUMA.-¡Cuitláhuac! ¡Cacama!
Va a dar una orden al joven cuando una música occidental del siglo XVI, se insinúa.
ANCIANA 2ª.-Tú sabes que nada es nada. Ven ahora, porque has de mirar el asiento donde
sentadas trabajamos.
El joven toma en sus manos el madero donde estaban las ancianas y lo levanta: es una
tosca cruz de madera. Viene de lejos un galope de caballos y un relámpago en el cielo. Las
alitas blancas saliéndose del cuello. Juntas sostienen la cruz formando con ella un grupo
grotesco y angélico. El ruido de los caballos se aleja, pero liga el suave fondo con la música
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española que de nuevo crece.
MOCTEZUMA.-¿Qué es?
Es como tu muerte.
TELÓN
ACTO PRIMERO
columnas al fondo sugieren la entrada principal al recinto, que es practicable por todos lados.
En un sitio hay un poyo de piedra, y en otro –bastante visible- un gran monolito ornamental
azteca II.
Aunque la escena es practicable por todos lados, debe suponerse arbitrariamente que los
pasos hacia el lado izquierdo van al gran patio y a otras habitaciones de la casa. Los pasos
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de la derecha suben a una plataforma, que es terraza.
Una esclava gorda está sentada en un escabel y vigila una enorme piedra ornamental
azteca.
De todas partes llegan risas y frases cortas que anuncian el movimiento de gente en la casa
y en la calle.
Las aves de corral cantan. Ladran perros. Se percibe en el aire humo de cocinas y se oye
La esclava se remueve en su asiento, agita un corto látigo de ixtle coronado por alegres
cosas muy buenas. Oye los pájaros. ¿Los oyes? Toda la gente de la casa despierta. ¡Huele a
chocolate y algunas están moliendo maíz para las tortillas! Afuera está un sol grande
subiendo y subiendo. Y debajo de tanto sol se mueven los pies y las manos y las cabezas de
muchos que van al mercado de Tlaltelolco. Por los canales vienen bajando las canoas y a lo
mejor traen juguetes y pelotas de hule que saltan con un hilo hasta las nubes... ¡Uy, que tú
no podrás ver nada porque no quieres salir de ese rincón feo y oscuro, donde yo he visto
escorpiones y arañas llenas de pelos y patas blanditas como pollitos recién nacidos!
Tras la piedra se asoma asustada la mano de un niño, luego la cabeza. Es Axayácatl, hijo
menor de Moctezuma.
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NIÑO.-Lo que tú quieres es pegarme.
ESCLAVA.-Sí. (Pausa.) Aunque luego te llevaré a ver esas cosas ricas de que te hablo.
NIÑO.-No.
ESCLAVA.-¡Acércate, vaya!
El se acerca.
ESCLAVA.-Será después.
ESCLAVA.-Entenderás... aprenderás...
Entra Tecuixpo del jardín y un momento después el Primer Ministro, que viene del patio de la
TECUIXPO.-¿Qué tienes, Axayácatl? Hasta el jardín oigo tus gritos. Los pájaros se han
puesto a chillar.
NIÑO.-No es cierto.
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El niño corre a esconderse tras el Ministro. La esclava se postra, azorada.
LA MADRE.-Tecuixpo...
TECUIXPO.-Deberían encerrar a ésta, madre. Nadie verá bien que una como ella castigue a
LA MADRE.-Tampoco verán bien que tú vayas y vengas en “nuestra casa” descalza como
andas.
LA MADRE.-Va a cubrirte los pies. (A la Esclava.) Y tú, mujer, ve a lo que debes y deja los
ESCLAVA.-Señora...
LA MADRE.-Levántate.
LA MADRE.-¿Qué quieres?
ESCLAVA.-No ir a las cocinas. El señor de Xochimilco está de mucha fiesta. Ellos dicen que
LA MADRE.-Ve, entonces
LA MADRE.-Vete.
La esclava se va.
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TECUIXPO.-(A su hermano.) ¿Te pegó mucho?
TECUIXPO.- ¡Oh, madrecita, es por tanto calor que agobia los pies!
LA MADRE.-Pero tú eres no sólo hija mía, sino hija también del señor de México,
Moctezuma, y andas como andas, desnivelándote por eso hasta parecerte a cualquier mujer
de los mercados.
TECUIXPO.-Vamos, Axayácatl.
EL NIÑO.-(Al Ministro.) Cuando yo crezca seré sacrificador de hombres como tú. Quiero que
pida y lo que no pida. Tal fue la misión de mi padre junto a los reyes mexicanos y es debe ser
LA MADRE.-¡Tecuixpo!
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ESCLAVO.-Señor y padrecito nuestro, muchos van al templo para el recibimiento de
MINISTRO.-¡Fortuna de Dioses!
TECUIXPO.-No sólo tú, niño, ¿Puedo llevarlo? (A la Madre.) Antes, tengo por cierto que
obedeceré.
MINISTRO.-Luego han vuelto; es cosa de alegría. No se mira bien en tu cara esa tristeza.
MINISTRO.-Lo que yo pienso no lo sabes. (De un poyo de piedra extrae un rollo de burdo
MINISTRO.-(Sonriente, sin mucha atención.) Madre de casa grande, mujer con disgustos.
esta niña.
buena estampa.
LA MADRE.-¡Oh, señor! (Sonríe a medias. Transición.) Creo haber notado, además, que
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Cuauhtémoc, siendo un escuntle como es, pone muchos y muy resbaladizos cuidados en
ella.
MINISTRO.-Oh, sí... Perdóname, protestaba de éstos. Tú, de Cuauhtémoc, te oí. ¿Por qué te
disgusta, siendo como es, joven y bien hecho? Será gran militar. Nuestro señor Moctezuma
no lleva peligro, pues es un hombre maduro y en mucho tengo su nobleza; pero Cuauhtémoc
tiene un carácter hosco y es rudo como cualquier grosero militar, y a pesar de ser tan joven
manifiesta ya en sus ojos la brutalidad del celoso y la altivez del necio: Hace poco, también,
MINISTRO.-¡Ah!
LA MADRE.-Yo pienso que bien pueden ser los tiempos. No sólo mi casa es un lugar para la
mala lengua: también Tezcoco, donde Cacama y su hermano Ixtlixóchitl pelean siempre.
LA MADRE.-La paz... ¿Quién conoce la paz? Y encima... encima esos malos rumores que
hablan de cosas horribles en la costa del mar y en Tlaxcala. ¿Qué pretende esa nueva casta
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MINISTRO.-Sólo los dioses pueden contestarte.
LA MADRE.-Pero los malos augurios se suceden uno tras el otro como las penas... ¡Abuelo,
despertaría.
MINISTRO.-Y como tal te digo: no te apenes más, Yo sabré despertar el temor a los Dioses
MINISTRO.-¿Y cómo no? La dureza nunca es inútil. El señor y Dios nuestro, Huitzilopochtli,
LA MADRE.-Así sea.
ello? (Reflexión.) Ah, pronto él verá su error y devolverá la grandeza a los templos, exaltará
su fuerza militar, y la magnitud del poder mexicano humillará la irreverencia de los demás.
LA MADRE.-Pregunta al rey de Tacuba. (El se vuelve hacia ella.) Salieron muy de mañana
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los dos juntos.
Llega de la calle un hombre a postrarse a los pies del Ministro. Su amosqueador y bordón lo
atestiguan como Mensajero. Vienen tras él dos tamemes cargando sendos chiquihuites. Los
dejan y se retiran. El Mensajero saluda al viejo tocando la tierra con los dedos de la mano
MENSAJERO.-Gran padre y señor mío: yo soy humilde y te pido pinturas de tristeza para mi
cara.
MENSAJERO.-Los tres jefes nuestros vienen en camino y regresan tristes. (El viejo le hace
notar la presencia de Teizalco.) Oh, mi señora... (Cambia su actitud.) Nuestros valientes jefes
mexicanos, orgullosos de sus ricas plumas y valerosos como águilas, y temibles como
feroces tigres, vienen en camino. Los del Norte y los del Sur quedaron asombrados aun en
su cobardía... y... con mucho gusto han dado su tributo. (Señala las cestas.) Traigo de
MENSAJERO.-Sólo que son muchos. Sus pueblos eran fieles y han comenzado a llorar. El
capitán Malinche sabe usar muy bien la crueldad. Y con ella salieron de Cholula.
MINISTRO.-Eso no es cierto.
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MENSAJERO.-No fuera desgracia si me equivocara.
MINISTRO.-Irás luego a todo el pueblo y que preparen ofrendas y sacrificios en los templos.
De uno de los chiquihuites saca una águila muerta. El Ministro la examina, mira en torno con
(Pausa.) Recibirás de recompensa pañetes y mantas; también huilpiles para las mujeres.
Con esto te obligarás de tu parte a guardar silencio sobre este asunto que es tuyo y es mío.
MINISTRO.-Debes saludar para despedirte. (Con majestad.) ¿Olvidas quién soy, y “que no
somos iguales”?
MENSAJERO.-De Cholula.
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fin?
MINISTRO.-Es tu hermano.
humillación, cuando apenas reclamo los derechos que al morir estableció mi padre? Hace
cuatro años que vivo en las montañas mientras Cacama goza de su poder y de su sitio.
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CACAMA.-(Adelantándose.) ¿Qué hablas tú de mi padre, hermano?
MINISTRO.-Acércate, Cuauhtémoc. Ven y abre los ojos a este alegato de respeto filial. Mira
ganarás. Aunque parezcan estar todos contigo... no me ganarás. (Al Ministro.) Señor, mucho
Se marcha, deteniéndose en el pórtico para dar paso a tres señores que parecen no verlo.
Moctezuma.
CUAUHTEMOC.-¡Señor, ya vienen!
LOS JEFES.-(Postrados)
PRIMERO.-¡Señor!
SEGUNDO.-¡Recíbenos!
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TERCERO.-¡Padre mío!
agua de Chapultepec, agregándole miel y chía. (Sonríe.) Es cosa humilde, pero lleva buena
voluntad.
Moctezuma.
CULUACAN.-No vayas, Cacama. Al fin hemos de sumar esta ausencia a las malas noticias.
MINISTRO.-¿Luego es cierto?
MINISTRO.-Cuitláhuac.
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Cuauhtémoc se dirige al pórtico.
CUAUHTEMOC.-A preparar mis armas, Cacama... No seré yo quien se ponga a llorar con los
brazos cruzados.
Se va.
CACAMA.-Espera...
MINISTRO.-Déjalo que haga. Es joven. (A los otros.) Hemos de escuchar eso, señores.
CULUACAN.-Los extranjeros son monstruos y saben hechizar con la palabra fácil de esa
CULUACAN.-Y Xicoténcantl...
extranjero.
COYOACAN.-No estoy jugando. Las cosas que pasan allá llenan de espanto mi corazón. Es
difícil creerlas aun viéndolas con ojos propios. El capitán de ellos nos miraba riendo y nos
CUITLAHUAC.-De Cortés, con ese nombre lo oímos nombrar. Dice venir como embajada de
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CULUACAN.-Y de otros dioses suyos. (Hace la señal de la cruz.)
nuestras lágrimas.
CUITLAHUAC.-(Entregándole una hoja.) Estos son, que están bien copiados en caras y
cuerpos y demás avíos. Son blancos y alguno güero, como hecho de maíz, y abajo del
CULUACAN.-(Arrojándose a los pies del viejo, grita.) ¡Padre y señor mío, para mí que son
dioses!
CULUACAN.-Si no fueran dioses no podrían hacer tanto como han hecho: hechizaron a los
pueblos de todas las orillas del mar, y vinieron contra la gran Tlaxcala y la vencieron. ¿Son
COYOACAN.-Abre tus ojos para ver, abuelo, porque si nuestros dioses nos abandonan a la
COYOACAN.-Tú lo hallaste primero que yo, Cuitláhuac; pero lo callas. ¿Quién, sino “ése”
tiene la culpa del olvido de nuestros dioses? ¿No ha reducido los sacrificios a ridículas
ceremonias blancas? ¡Los dioses piden sangre y reciben flores! ¿Y qué ha hecho de sus
guerreros, no los odia? ¿Acaso nos acompaña a las batallas? Nos regatea mezquinamente
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cada uno de los privilegios que nos pertenecen.
COYOACAN.-No, abuelo, no. En esta casa se niega el derecho supremo de la clase militar y
CULUACAN.-¡Treinta solamente!
COYOACAN.-¿Yo?
CUITLAHUAC.-(Avanzado a él.) ¿Sí, qué esperas? Aquí se ha ido más allá de todo
comedimiento. Y tú, Cihuacótl, guardián de los reyes, mujer serpiente, ¿cómo permites oír
palabras tan bajas contra nuestro señor y rey Moctezuma, cuyo nombre ni siquiera se han
tornadizos.
MINISTRO.-¡Cuitláhuac!
hermano.
COYOACAN.-¡Pruébalo!
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mensajeros y videntes que le anuncian estas calamidades, pero ellos, no mueren, pues
cuando los toman para ejecutarlos se convierten en aire, en agua, en tierra o en luz, y
desaparecen.
los interpreto. Y ahora te digo que ellos tienen razón, que los que vienen son dioses. ¡Cómo,
MINISTRO.-¿Dudas ahora, cuando en el sagrado alimento del tributo llega otro mensaje de
Muestra a todos el pájaro muerto. De los tres señores escapa un murmullo de terror. El
presentan agua perfumada y un paño donde humedece y se enjuga sus dedos. Más tarde
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MOCTEZUMA.-¿Cómo hay aquí una reunión tan vistosa y nada se me avisa? (Avanza.)
¡Señores! (Todos, menos el Ministro, tocan el polvo con la mano derecha. Moctezuma los
contempla con aguda sonrisa. Toma por el brazo a su hermano Cuitláhuac, y al levantarlo lo
retiene un instante junto a su pecho.) Oh, no, hermano, eres la mejor visita. Espera...
¿Oyes?... Es mi corazón. Brinca sofocado como un pájaro mal asido... Y es viejo ya de más
de cincuenta años. (Respira salud.) Ah, señores, ¿qué es la vejez? Ahora mismo acabo de
derrotar al joven rey de Tacuba en el juego de la pelota. (Un enano ofrece flores a los
señores, a quien un gesto de Cuitláhuac obliga a tomar una. Los militares, con sus
margaritas, se ven ridículos. Moctezuma toma otra y juguetea con ella.) La juventud es
MOCTEZUMA.-¿Oh, sí? Pues es natural que aparezca alegre por muy ligero. ¡Estuve a
punto de pasar la pelota dos veces! (El enano atrapa la flor al vuelo.) Tetlepanquétzal me
MOCTEZUMA.-(Con asombro inocente.) ¿Lo dices como crítica? Todos hemos llorado
esposa... y también que ahora estás contento con la nueva. (Sonríe.) A eso le llaman fortuna.
tanta sencillez... Bien, basta de mi persona... (Toma la jícara de frutas y aspira su perfume)
MINISTRO.-Regresan de...
descanso en Oaxtepec –de donde son estas frutas-, pero siempre olvidan la invitación y me
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dejan plantado con mis espléndidos jardínes... (les muestra un lindo mango.) ¿No es
hermoso?
MOCTEZUMA.-¿Y qué pasa, Cuitláhuac? Ninguno de ustedes parece tranquilo. No está bien
MINISTRO.-¡Señor!
MINISTRO.-¿Eso más?
COYOACAN.-Hay muchas cosas y no las he dicho, abuelo, aguardando este momento para
explicarlas; más no diremos nada si diciéndolas perturbamos “la tranquilidad de esta casa”.
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MINISTRO.-No andes con suspicacias, habla claro. Estamos por encima de la tranquilidad.
CULUACAN.-¡Dile que son como dioses! Señor rey nuestro, contra ellos no valen nada
nuestras armas ni las trampas. El capitán Malinche fue avisado por una mala mujer,
resultando con todo que ellos empezaron a matar hombres y también mujeres y también
niños, que en eso de la matanza es pareja. Otomil, tu pariente, fue colgado de los pies, de
modo que la sangre le salía por las narices y las orejas, haciéndose luego una mezcolanza
de lodo con sus cabellos llenos de tierra. Empezó a gritar y a orinarse hasta que Cortés
mismo tomó un arma y se le hizo fuego en la cabeza... El Cortés Malinche nos abrazó luego;
pero nosotros nos pusimos a llorar en cuclillas mientras el pueblo gritaba sobre los muertos...
COYOACAN.-¿Y por qué, señor? El pueblo exigirá que seas tú mismo quien saque el
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COYOACAN.-¡Pero soy un jefe guerrero y la voluntad del pueblo debe ser guiada por la voz
trastoques la tradición.
MINISTRO.-Hijo mío, es una ley de natural obediencia para todos los reyes mexicanos. En
ocasión como esta no puedes recusarla. Tú eres el señor que debe ser obedecido; nosotros,
suplicantes.
Moctezuma con cariño.) Mucho mejor que nosotros él sabe sus obligaciones.
Los tres saludan y se marchan, cruzándose rumbo al pórtico con el Rey de Tacuba, a quien
solamente Cuitláhuac rinde saludo. Los otros dos pasan junto a él con ostensible rudeza.
Moctezuma, preocupado y molesto vuelve lentamente la cara hacia el camino de los señores.
TACUBA.-(Hace un movimiento hacia Moctezuma.) ¿Tan grave es lo que pasa, tío? (El
Ministro le pone una mano en el hombro. El joven comprende.) Está bien, señor.
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Se retira. El Ministro lo ve partir. Moctezuma se aplana en su asiento.
MINISTRO.-Es demasiado joven para ser el rey de Tacuba... La juventud no resiste pruebas.
(Va al nicho de piedra y escoge dos navajas de obsidiana y un ancho cuchillo. Los deja
fuera. Se vuelve a Moctezuma.) Es tiempo. Debemos ir. El pueblo estará junto a los señores
esperando tu cumplimiento como jefe de los mexicanos. Luego habrá ocasión para
reflexiones.
asombrado. Muy asustados deben estar éstos antes llenos de zalemas y recato, para
MOCTEZUM.-Me pareció incluso muy de su gusto verlos frente a mí con su calzado puesto.
Olvidan o quieren olvidar el respeto debido a nuestra presencia. (Con resignada tristeza.)
Será que el drama de las cosas es así, ministro; parecen acechar el momento de
trastornarse... Basta entonces un soplo, una paja, una pequeñez cualquiera... ¡Pahf! Todo a
conozco la de éstos y es necia y es feroz. (Pausa.) Guerreros... Nadie sacará palomas de los
MINISTRO.-Por cierto, señor. De ello te pido perdón como humilde miembro de tu familia y
alto gobierno... (Transición.) Mas como lengua de los dioses y representante de ellos frente
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MINISTRO.-Amadísimo hijo nuestro, ¿qué dirán de ti esos señores, si ya por ellos mismos
Las cobijo en mi casa, abuelo, y también fuera. Nunca he visto en torno mío sino la
veleidosa controversia de estos señores, tan ufanos de su clase militar como los niños de sus
vocabulario: matanza, sangre y muerte. Triste es que los mexicanos seamos únicamente
respetados por sanguinarios. “Exterminio ante todo.” Así han hecho odioso nuestro gobierno
hasta el punto de producir pavor cuando se piensan las consecuencias políticas de tamaña
violencia. (Pausa.) ¡Oh, qué valientes! Y hace poco, nadie los hubiera conocido... “Este
momento lo justifica todo.” Óyeme bien, ministro, que no es mi intención hablar contigo de lo
MOCTEZUMA.-(Grita, atajándolo rudamente.) ¡Sé muy bien cuánto venían a decirme! ¿Me
crees tan desaprensivo de mis deberes para no darme cuenta de nuestra situación? Antes
violencia de Otomitl. Gozándose el gusto por el detalle con el mismo tono plañidero que
usaría una llorona contratada... Hay mucho detestable en ellos: la altanería del señor de
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impresionado... El, de suyo tranquilo ante mayores dificultades.
MINISTRO.-Sus ojos traían fijo el espectáculo de una ofensa. Creyeron su deber venir a
MOCTEZUMA..¡Mentira, abuelo!
MINISTRO.-¡Señor!
MOCTEZUMA.-Tal vez blasfeme... Pero los dioses no siempre exigen sangre. Yo he sentido
que también con placer reciben los beneficios puros de la tierra: el grano de cacao, los frutos,
la alegría del campo recién regado y el aroma sencillo de las siembras... La sangre, cuando
parte soportar tu petulancia, en estos momentos de extrema y suma gravedad para nosotros,
con la furia de los dioses extranjeros a las puertas de tu gobierno. Qué hablas aquí tú de
jefes, cuando deberías estar con ellos en la adustez del templo, pidiendo a Nuestro Señor
pecho de treinta infelices, a quienes Nuestro Señor Huitzilopochtli no importa tanto como sus
dioses familiares. ¿A eso me conduces, abuelo? Entiéndeme, esos sacrificios nos dan mala
MINISTRO.-Es el tiempo del odio, hijo. Nadie sabe si habrá después otro mejor. ¿De dónde
viene esa necia piedad hacia treinta indignos enemigos? La gloria es de los dioses y está
pidiendo sangre. No se pide más. Tampoco es la época de las torturas porque nadie los
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comprendería. Serían debilidades, y pronto los mexicanos tendrían el mismo degenerado fin
de los Toltecas. Nosotros estamos obligados a mantener en mucho esos sacrificios: así
agradamos a los dioses, y también un poderoso ejército capaz de reducir por el terror a otros
Gran Padre, y tú, como señor de la tierra, debes cumplir frente a él tu humilde penitencia.
MINISTRO.-Ah, señor de México, con cuánta justicia Ellos manifiestan a cada instante su
MINISTRO.-¿Y no lo percibes? Sólo te iluminan para hacer tu daño más irreparable. Vas a tu
condenación con los ojos abiertos, cuando debieras guardarlos a lo que ha de venir.
MOCTEZUMA.-¿Mujer serpiente, vas a empezar otra vez con tus necias cosas oscuras?
MINISTRO.-Anuncian tu destino.
habido en los últimos tiempos cuando tú mismo y tu pueblo vimos durante noches ese
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espantable fuego que iluminaba el cielo por el Oriente?
eso?
MOCTEZUMA.-¿Esto?
MINISTRO.-Mírala bien. Trae una cuenta en el pico. Una cuenta nunca antes vista por
nosotros: azul y transparente como turquesa desfallecida... y está fresca como si apenas
hubiera caído, tócala aún caliente... y en su cuerpo no presenta huellas de haber sido
cazada.
MOCTEZUMA.-¿Y qué de ello? ¿Ha de pensarse que la envían los dioses? ¡Pero, cómo, si
MINISTRO.-No, señor, pues yo mismo recibí a quien esto trajo, y entonces conté el grano y
uno de los granos se hizo de gran tamaño y apercibí a este animal moviéndose, en el que
MOCTEZUMA.-No debe ser posible. Nos engañan, abuelo. Yo tengo en mucho el castigo de
tales falsedades, ayer mismo mandé, preso a uno que se decía vidente y hechicero.
MINISTRO.-Ten cuidado, señor, mira que está tiene las patas azules y nadie ha visto nunca
cosa igual.
MOCTEZUMA.-Pero pudieron habérselas pintado, ¿no es eso? ¡Cómo pasar tan burdos
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engaños! También un día, alguien me trajo un ave con un espejo amarrado en al cabeza.
Todo es una colmena de mentiras inventadas por alguien, y no alcanzo a comprender sus
deseos.
MINISTRO.-(Asistiendo con agudísima ironía) Tal vez las inventan los dioses... (Transición.)
Pero ten firmes los pies, Moctezuma, tal vez las inventan para mover a fe tu corazón y para
Llega un Esclavo y se arroja en tierras ante Moctezuma. Tras el Esclavo vienen las Tres
MOCTEZUMA.-¡Yo lo sabré!
La música inicia el tema del Coro. Moctezuma se dirige rápidamente a la salida. Una de las
ANCIANA 2ª.-No sabrá que mucha gente rodea su casa porque ha visto caer en ella una
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gran águila iluminada con luz azul.
MOCTEZUMA.-(Balbuciente.) Sí, sí... era como un sueño... como lo que una vez y vuelve a
pasar...
ANCIANA 2ª.-Señores y siervos, viejas y viejos esperan que vayas y hables con quien debe
ser obedecido.
ANCIANA 2ª.-¿La oíste? Es la mujer que llora y baja a tu casa para avisarte.
Empieza a oírse el golpe del huéhuetl y a su compás rítmico se junta la voz del Ministro.
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MINISTRO.-Hijo y señor nuestro, esfuérzate cuando puedas, que hoy, en la cima del templo
y cerro, has de cumplir con tu obligación. No desmayes de ver a tu gente porque has de ser
visto de todos, y has de ser el primero que ha de matar y untar sangre del muerto a
Huitzilopochtli. Yo soy viejo y estaré contigo para acabar de matar a quien te escupiere.
MOCTEZUMA.-¡Basta! ¡Basta!
Teizalco va a responder con ternura, pero las Tres Ancianas levantan de golpe el brazo
derecho y hacen sonar los cascabeles de sus brazaletes. Teicalco las mira aterrada, después
el Ministro. Sin violencia aunque enérgicamente retira la mano de su marido que aferra su
brazo.
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obsidiana.
Flautas y teponaxtles. Los dos salen. Teizalco cae de rodillas ante las Tres Ancianas
TELÓN
ACTO SEGUNDO
Música: Tema de amor: música de cítara con acompañamiento de cascabeles. Luego cítara
sola.
Nota: El autor, sin ignorar que el uso de la cítara de tortuga se desconocía en los tiempos de
Moctezuma, usa y pide este instrumento sólo para dar el ambiente que requiere la escena.
Recostada en una esfera de piel de ocelote y marcando el compás con los cascabeles que
coronan el látigo de Axayácatl, está Tecuixpo. Sentado a sus pies, Tetlepanquétzal, el joven
rey de Tacuba, tañe una cítara de tortuga. Ella deja de agitar los cascabeles y escucha la voz
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Llegan a reverdecer, llegan a abrir sus corolas
Nuestros corazones.
TECUIXPO.-No es eso. Es que es tan bonita. Hay muchas cosas que no debieran decir fin.
TECUIXPO.-(Sonríe feliz.) De cualquier modo estoy admirada. ¿Quién te enseña todas esas
TACUBA.-Hace mucho las aprendí. Una mujer las sabía todas y las contaba a mi padre... y a
él le gustaba esperar la noche para oírselas... Como ella era hermosa, le sentaba bien la
delicadeza y yo la veía a través de las hierbas, bajo de las estrellas y montado en la luna.
TECUIXPO.-¿Qué, es un cuento?
TACUBA.-De niño me lo parecía. Ahora sé que en verdad. Mi padre entrecerraba los ojos y
ella cantaba. Así era siempre, Después, un día, las noches acabaron...
TECUIXPO.-¿Y ella?
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TECUIXPO.-Ah, señor... ¿ella era...?
TECUIXPO.-Oh...
TECUIXPO.-Creí que era un cuento. Sobre todo cuando te dijiste montado en la luna. Te veo
como un buen niño. (Acercándose con las bebidas.) Yo era muy mala.
TACUIXPO.-¿Cómo?
TECUIXPO.-No creas. De serlo, no me gustaría tanto esas canciones. ¿Todas las aprendiste
de ella?
TACUBA.-No, otras las enseñaban los viejos. Otra en la escuela. Moctezuma me hizo
TECUIXPO.-¿Es cierto?
TECUIXPO.-Nunca hubiera creído que mi padre fuera capaz de saber tan lindas cosas. Yo
Tecuixpo. Un día me asombró. Se quitó la capa y la dio a una mujer vieja que lloraba de
borracha.
Se quedan pensativos.
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TECUIXPO.-(Ríe y agita los cascabeles.) ¿No suenan alegres? Axayácatl no piensa lo
mismo. Con esto le pegan cuando es impertinente. El pobre, todo cabeza y mechón... ¿no es
lindo? Es el menor de nosotros... Algún día será un gran militar. Hoy mismo por la mañana, el
gran Mujer Serpiente prometió enseñarle cuanto sabe. Toma este refresco y escoge una
TACUBA.-Sólo pensaba tus palabras. Que el tiempo pasa y uno se hace holgazán. Muchas
veces he querido irme lejos y emprender magníficas campañas con jóvenes de mi edad.
TECUIXPO.-Estoy segura de tus victorias, por eso eres rey de Tacuba. No, no... toma mejor
la guayaba.
TACUBA.-(Comiendo.) Uno debe luchar y distinguirse aunque sea rey. La distinción se gana
TACUBA.-Sí, Tecuixpo.
del “tepuchcalli”.
los jóvenes en esa escuela, los he visto salir, y nunca dicen lo que hacen. No me traiciones,
dímelo. Te daré algo en cambio... (Le muestra tres hermosas plumas de quetzal.) Acéptalas,
señor. Eran mías y son tuyas... (las deja junto a él.) Ahora cuéntame lo que hacen ustedes.
TACUBA.-No hacemos nada raro, Tecuixpo. Uno aprende y los maestros enseñan. El
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maestro es siempre un viejo guerrero que sabe bien las mañas de la guerra. Nos hace
TECUIXPO.-¡Oh!
TACUBA.-¿De qué te espantas? Son macanas inofensivas, sin cuchillos. También se canta y
se danza.
TECUIXPO.-Es bonito y es triste. (Mira al rey.) Sí, lo digo de las batallas. Me encanta ver a
los guerreros cuando se van. Siempre hay fiestas y lindos trajes y plumas encantadores,
pero...
TACUBA.-(Amorosamente.) ¡Tecuixpo!
TACUBA.-Ah, no hables con amargura de mujer. ¿Cómo puedes? Una niña no sabe nada
siempre es viejo y sabe. (Se sobresalta.) ¿Oíste? (Ambos escuchan inquietos.) Ah, no es
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gozáos amigos míos. Tiquiyí tiquití”... Yo comienzo y tú sigues.
Suena la cítara y los cascabeles. Entra Cuauhtémoc con arreos militares. El rey se levanta.
Ambos se miden con la vista como empeñando su categoría hasta que Cuauhtémoc se ve
CUAUHTEMOC.-Señor.
es cosa buena que ustedes tengan fiesta mientras en los templos, otros están llorando y
TECUIXPO.-¿Y tú por qué no estás con ellos? ¿Qué buscas aquí, en la casa de mi padre
CUAUHTEMOC.-Porque oyendo esos cantos alegres quise castigar a quien los hacía. Mas
Tacuba.
maneras!
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TECUIXPO.-Nadie te pide alabanzas. Antes, si quieres, y díselo a mi padre, para que nos
castigue.
nuestra casa.
no hayas temor. No seré yo quien vaya a decirlo a un señor que por desgracia... (Calla.)
CUAUHTEMOC.-Por supuesto que no. Las sutilezas no se hicieron para mí. Hablé de
Moctezuma. Qué podría importarle a él la conducta de ustedes dos, cuando en esta casa...
(calla.)
TECUIXPO.-Es la segunda vez que te detienes; ¿te has vuelto de pronto comedido?
CUAUHTEMOC.-Sea. ¿Le importaría eso, cuando en esta casa él ha consentido siempre las
danzas y los cantos del mismo modo que hace de los sacrificios un espectáculo en vez de
una devoción? No soy quien lo dice, son ellos, afuera... Retardó cuanto pudo la ceremonia e
hico desfilar a los esclavos y a los señores para negarse después a cumplir su penitencia, no
obstante que todos nuestros ojos le estaban viendo. Luego adoptó su postura de
TACUBA.-Cuauhtémoc, frente a mí no permitiré que nadie hable así del que está por encima
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de ellos y de nosotros...
TECUIXPO.-Menos tú, que no perteneces a ella. Vas demasiado lejos, primo, y olvidas medir
CUAUHTEMOC.-Bien dicho.
CUAUHTEMOC.-Tacuba hace tiempo es sólo una hermosa villa del señor de México, ¿no es
cierto, Tetlepanquétzal?
TACUBA.-(Con ira reposada.) No te creí tan solvente. ¡Espera! No es este el lugar para
responder a lo que de mí piensas. Tal vez tienes razón cuando. Me tachas de no ser sino
una sombra en este vasto imperio del que también tú formas parte; pero no quiero, y te lo
digo como señor, oírte desbocado en tus cargos hacia Moctezuma. ¿Qué eres tú para
enjuiciarlo? Un joven militar lleno de ruido, un pariente segundón que ahora lastima la mano
que le protege. Una sola de tus palabras dicha por mí a Moctezuma, bastaría para volverte a
mezquino, negligente y pusilánime. Ve y dile también que puedo repetirle mis palabras de
frente, pues no me anima la cobardía, y que sí por ellas recibo castigo, seré capaz luego de
TACUBA.-Te creo. Hombres como tú, que no saben qué hacer con su valor, están
armas, porque si como yo fueran todos los mexicanos no sufriríamos esta derrota ni Malinche
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habría pasado de Tlaxcala. Pero estimulados por el ejemplo suave de nuestro señor
Moctezuma, nuestros guerreros se hacen cada vez más débiles. No quisiera ver que algún
día vengan sobre los mexicanos otros pueblos cuyos dioses humillen a los nuestros, ¿Es
TACUBA.-Porque tus palabras hacen coro a todos los rumores de las mujeres de los
mercados; y como ellas, tú también esperas la llegada de los dioses del mar.
hables, ¡escúchame! Oye esto: Si Moctezuma, que es nuestro señor y nuestra cabeza, no
puede salvarnos, no hay en Tenochtitlán otro que pueda hacerlo. Tú tienes coraje, valor,
disciplina, y por eso, en vez de venir con esas palabras de crítica hacía su persona, deberías
prestarle apoyo y tu corazón. Morir como lo quieres tú es fácil, pues todos los mexicanos
CUAUHTEMOC.-(Insultante.) ¿Todos?
TACUBA.-Sí, todos. (Mirando a Tecuixpo.) Yo mismo lo haré aun amando la vida como la
quiero.
TECUIXPO.-Vete, Cuauhtémoc. Siempre echas todo a perder con tus violencias. Yo sé muy
bien por qué viniste. No tanto por el celo de tu deber sino por el de tu cuidado hacia mi
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persona. Yo no te he dado motivo para ello, y sin embargo, te portas como asegurado. Vete
pues, de otro modo me ingeniaría para llamar a mi padre y explicarle tu conducta, no tan
Sale furioso.
TECUIXPO.-Cómo lo siento.
disgusto.
TACUBA.-Es pronto.
irnos. También pronto llegará la gente y Teizalco me buscará. No estaría bien si alguien
viene a sorprenderme aquí. Anda, señor, te digo. (Lo rechaza.) Yo conozco a Moctezuma y
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El Rey se marcha. Tecuixpo hace sonar débilmente la cítara.
Se retira. La escena sola. Llegan Moctezuma y el ministro. Este con un braserito humeante
en las manos. Moctezuma ha cambiado de traje. Los sigue un eEsclavo con unas sandalias
aún las tuviera sucias de sangre. El Ministro deposita el brasero en determinado lugar. Los
esclavos con el manto de plumas y otros adornos, que dejan. Recogen luego los objetos
abandonados por Tecuixpo y con ellos se retiran al fondo mientras el primer Esclavo se
arrodilla ante Moctezuma para cambiarle las sandalias. Ejecuta el cambio y queda mirando
algunas manchas en el calzado que acaba de quitar. Moctezuma se inclina hacia él.
Moctezuma toma el látigo de Axayáctl y le cruza la cara con él. El esclavo se cubre el rostro
sin quejarse y Moctezuma levanta su brazo una y otra vez hasta quedar exhausto. Arroja el
Los otros ayudan a su compañero retirándose los tres. El Ministro observa la escena
impasible.
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MOCTEZUMA.-¿Quieres más pendencia?
Pausa.
MINISTRO.-De otra manera no recibirás el título de señor. Sagrado debiera ser este látigo
por el que tus manos han ejecutado tu deseo, y sagrado tu pensamiento que se manifiesta
MOCTEZUMA.-Conozco la fórmula.
categoría del señor se derrumba y las acciones se aprecian ridículas. (Moctezuma lo mira
los jefes, lastimó a los dioses. Ojos y orejas tienen para tacharte de renegado cuando
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MOCTEZUMA.-¿No cumpliste?
MINISTRO.-Provocó tu ira.
MINISTRO.-Un esclavo.
MOCTEZUMA.-Un cautivo.
señores.
olvides. No miro bien que un gobernante deba sangrarse la cara y las piernas con cuchillos...
costumbres. En cuanto al esclavo ese... –no me interrumpas-. Yo lo sentiré toda mi vida. Es...
que nunca antes lo había hecho. Tú, otros, ejecutaban mis órdenes, pero... pues ahora yo
mismo levanté la mano y es como si la hubieses levantado contra mí mismo. (Casi optimista.)
Quisiera explicarme...
MINISTRO.-No lo hagas. Cosa amarga era saber tu desdén a nuestra desgracia, para verla
hoy aumentada con unos sentimientos más de acuerdo en un criado que en un señor.
MOCTEZUMA.-Ten la lengua.
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MOCTEZUMA.-Porque te empeñas en desconocerme.
tú me desilusionas.
MOCTEZUMA.-Linda palabra.
MINISTRO.-No lo es.
No sabes cuánto daño habrá de causarme. Tanto más cruel por que exactamente no me
califica. Yo no me siento débil; pero entiendo que este pueblo nuestro sí lo es. Sus odios, sus
riñas, sus violencias... (Triste.) Yo lo conozco y presiento a veces con espanto a dónde me
conducirá.
MINISTRO.-Sí.
manos.) Lo hago por ti, así no sean estos momentos para recepciones. Mírame, mujer...
(Una de las esclavas levanta su rostro un momento.) ¡Qué belleza magnífica! (Al Ministro.)
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MINISTRO.-Es evidente. A tu favorita Mixteca.
belleza era donde los dioses... y dolía... No hables nunca, mujer, consérvame la ilusión.
MOCTEZUMA.-La vi llorando al partir. Mixteca sola valía mucho más que las joyas que la
acompañaba.
MINISTRO.-¿Te apenas?
MOCTEZUMA.-Está bien. Recibiré al embajador. A ti y a ese impertinente maya les haré ver
que la fuerza está aquí, (se toca la frente) no aquí. (Se toca el bíceps.)
MINISTRO.-Su visita conviene. Los mayas nunca han sido exactamente tributarios nuestros.
MOCTEZUMA.-Y también a la corta. Tengo muy a mal su petulancia. Quieren dominar todos
da las joyas escogidas a las mujeres. Estas adornan a Moctezuma.) Estos mayas son
astutos y mandan sus mejores ojos para observarnos. Deben saber el fracaso de Cholula y
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querrán hallarnos llenos de cobardía por la proximidad de unos extranjeros escurridizos...
MINISTRO.-Los mayas son astrónomos competentes. Saben leer los signos de las estrellas.
más conjuras?
esclavas continúan su adorno. El rechaza el penacho emplumado.) Eso no. Tampoco eso.
MOCTEZUMA.-El espejo. (Se lo presentan.) Le haré ver que la fuerza está de nuestra parte.
MINISTRO.-O la vanidad.
MOCTEZUMA.-(Grita con irritación.) ¡Ministro, pareces una aya gruñona! ¡Todo críticas y
pronunciamientos!
Vanidad... no admiraba en estas joyas y adorno o el valor sino la fuerza que representan.
MINISTRO.-Hijo mío...
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MOCTEZUMA.-He reinado durante diecisiete años y sé por qué te lo digo. No me fastidies
MINISTRO.-Y tú dictaste leyes adelantadas. Pero decía otras cosas. Te hablo de vanidad no
en razón de tus joyas sino de tus imponderables errores. Por vanidad te rodeas de
MOCTEZUMA.-¿Si no me esperaban así, por qué me escogieron, por qué pusiste tu entero
Su voz se quiebra. De media vuelta y va por la capa de plumas sin hacer con ella otra cosa
que tocarlas.
MOCTEZUMA.-(Conmovido.) Abuelo...
MINISTRO.-Tu orgullo acabará por destruirlo. Moctezuma. Has hecho de él tu mejor escudo
contra la sabiduría y el temor de Dios. No es cosa nueva. Yo te he visto crecer y aplaudo tus
MINISTRO.-Una entre muchas. Los servidores y embajadores de esta casa eran antes
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desplazaste a favor de hijos de nobles con el solo afán de rodearte de refinamiento.
MOCTEZUMA.-¿Eso piensas?
MOCTEZUMA.-Pero, abuelo... ¿cómo no pudieron verlo? ¡Tomé esa medida para humillar a
la nobleza! Si me hice servir por señores fue para gozarme, viendo a esos señores ejecutar
las faenas más groseras ¿Está claro? Lo que perjudica a nuestro sistema son esos señores
un solo poder.
MINISTRO.-Tú.
Moctezuma se limita a mirarlo. El Ministro mueve la cabeza como quien compadece. Llega
Tecuixpo. Tras ella Cuitláhuac y dos esclavas llevando mantas preciosas, regalos y una gran
hoja doblada de papel vegetal. Dejan las cosas y las eEsclavas se van.
TECUIXPO.-¡Ese embajador, es maya! Oh, son tan elegantes y sabios... déjame estar
contigo cuando él llegue. Cuitláhuac dice que lo traen en palanquín cuatro esclavos. Y viene
descalzo para no ofenderte. ¡Y no has visto sus regalos! ¿Cuáles son los tuyos, éstos? ¡Ah,
cuánta maravilla! ¡Todo parece un suelo! ¿Esa capa es tuya? Nunca he visto nada más
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MOCTEZUMA.-No, Tecuixpo. No deben ser esas tus preocupaciones.
MOCTEZUMA.-Algún día te haré una fiesta donde te rendirán homenaje los embajadores de
MOCTEZUMA.-Niña...
TECUIXPO.-Gracias, señor. ¿No es un día inolvidable? (Yéndose.) No los probará nadie más
exquisitos.
Se retira.
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CUITLAHUAC.-Es verdad. (Y sonríe.) Chan está ávido de verte. Para mí todos los
padre, aquel maya, aquel que comerciaba en cosas de mar, con pescadores y buzos? De
eso hace varios años. Por él supe desde entonces que se preparaba grandes expediciones
en islas desconocidas.
MINISTRO.-Nunca me lo dijiste.
MOCTEZUMA.-Una noticia como otra cualquiera que ustedes han fomentado de modo
terrible.
Llega un Guerrero.
frente a su hermano, Cacama, y con gritos y palabras acusó a éste de usurpador. Todo
MINISTRO.-Es suficiente.
MOCTEZUMA.-Espera, Cuitláhuac. Envié hace poco tributo a Cortés. Pregunta lo que dijo.
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CUITLAHUAC.-Lo estamos esperando, señor.
Cuitláhuac va a salir cuando llegan dos esclavos y se arrodillan. Pasa entre ellos Chan, el
MOCTEZUMA.-Seas muy bienvenido, señor. Haz tuya esta casa, del más humilde de los
señores mexicanos.
Moctezuma se sienta. Los Esclavos disponen para Chan un escabel cubriéndolo con una piel
nueva. Después se retiran de la escena. A pesar del asiento, el maya sigue de pie.
MOCTEZUMA.-¿Cómo no dijiste, abuelo, que Chan usaba ropas tan bien hechas? Sin duda
CHAN.-No tengo ojo para saberlo, señor. ¿No los miras cegados de contemplar una tras otra
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las maravillas de tu gobierno?
MINISTRO.-Exagera, señor. Mira que se ha quitado las sandalias para no mancharlas con el
polvo de tu casa.
preveo tu enorme disgusto y quiero complacerte con esas pobrezas. (Señala las mantas y
CHAN.-Señor... (Al Ministro.) Gran abuelo, estoy avergonzado. Diré a los míos que la
MINISTRO.-Sí, Chan, vinieron a decirnos que tres días ha que entraste por la calzada de
Tacuba.
CHAN.-(Sonriente.) Debe ser una confusión, como tú dices. Hace tres días el sol de las
contento.
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Se levanta y entrega a Moctezuma una turquesa.
El Ministro pone en las manos del Maya la gran hoja de papel doblada.
CHAN.-¡Tecnochtitlán!
CHAN.-No la subestimes, señor. Los pueblos de todos los puntos ven en Tenochtitlán cosa
muchas canoas cruzando las iluminadas aguas del gran lago: las calles llenas de gente, los
hombres que venden productos, y los mazehuales y pochtecas levantando polvo en los
caminos... y acá los nuevos templos, la mancha blanca y roja de las casas... Es un inmenso
MOCTEZUMA.-Pero que debe alimentarse, señor. Y se alimenta del tributo recogido aquí y
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MINISTRO.-Por cierto, Chan, que este año avanza y no hemos recibido todavía noticia
“inevitable” cooperación.
MOCTEZUMA.-¿Lo dices con pena? (Dice eso con burlón apuro. Su voz se enfría cuando
agrega.) Si nos fuera dado, les ahorraríamos el largo viaje y la molestia insignificante de esa
cooperación. (De nuevo burlón.) Desgraciadamente, hemos aumentado nuestros ejércitos y...
eso significa más alimentos. Luego está la alianza con los mixtecas, que si bien nos
defienden la espalda, nos abren más el apetito con los ejércitos. (Sonríe.)
CHAN.-(Riendo forzadamente.) Oh, señor... (Mira el mapa.) ¡Qué gran ciudad! Una maravilla
Trata de doblar la hoja del mapa. Moctezuma la toma en sus manos y la contempla.
MOCTEZUMA.-¡No de todos, Chan! Deja que la miren siquiera los principales señores
mayas. Les parecerá curiosa, aunque bien pintada. Esto debe ser... ¿Qué es esto, abuelo?
(Señala un punto.)
fortificaciones.
MOCTEZUMA.-¿De modo que basta descubrir estos puentes para inundar el camino e
impedir la llegada de cualquier tropa? ¡Oh abuelo, me dejas maravillado! ¿Eso significa que
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podemos rechazar cualquier agresión?
MOCTEZUMA.-La gracia es también una fuerza, Chan. (Dándole la hoja doblada.) Los
CHAN.-(Sentándose.) Sin embargo corren rumores de algunos pueblos remisos que se han
negado a cooperar.
CHAN.-Tal vez me engaño, pero estuve a punto de creerlo... dadas las circunstancias...
MOCTEZUMA.-¿Cuáles, señor?
CHAN.-Oh, esos extranjeros. Tanto me dicen que vienen que he llegado a creerlo.
CHAN.-Lo suponía.
graciosamente metido en una manta de mercader? (Ambos ríen) Ah, señor, me hace gracia
imaginarte disfrazado.
CHAN.-Es cierto sobre todo cuando afirman que esos extranjeros vienen venciendo
“naturales” obstáculos.
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MOCTEZUMA.-Lo supe antes que tú, hace unos días, cuando al azar discutía una más
sólida alianza con los pueblos del valle. Todos estamos de acuerdo.
desconocer su intención.
MOCTEZUMA.-No es calma sino seguridad. Tenochtitlán es una ciudad que, como tú ves,
está bien defendida. Quiero creer amigos a los extranjeros; más en el caso de verlos llegar
como enemigos nuestro ejército, unido al de Coyoacan, Culuacan, Ixtapalapa, Tezcoco... les
MOCTEZUMA.-No serían tan necios los señores que me acompañan. Se hundirían ellos
MOCTEZUMA.-Algunos pueblos del Sur deben haber pensado –no me refiero a los mayas
por supuesto- ... deben haber pensado que el pánico dominaba a los mexicanos; pero ya
miras nuestra casa. Tal vez hasta pensaron sacudirse un poco el... la amistad nuestra.
Pronto sabrán que somos capaces de ir más allá y pactar un compromiso diplomático con el
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MINISTRO.-(Aterrado.) ¡Chan!
MOCTEZUMA.-Sé a lo que tú viniste, señor. A ningún pueblo como el maya le conviene tanto
algunos dicen que él en persona es el que viene. Sería el resurgimiento de los mayas.
CHAN.-¡Cómo te atreves a hablar así del él! ¿No temes su venganza? Ten cuidado,
Ningún asiento mejor para un dios huésped que la maravilla de Tenochtitlán donde
Huitzilopochtli sabe ser amigo... pero también implacable cuando alguien atenta contra los
suyos.
MINISTRO.-¡Cacama!
MINISTRO.-¡Señores!
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IXTLIXOCHITL.-¡Soy yo, Moctezuma! ¡Soy yo, Moctezuma!
CACAMA.-¡No te permito!
MINISTRO.-¿Qué quieres?
CACAMA.-¡Lárgate de aquí!
CACAMA.-¡Lo veremos!
MINISTRO.-Espera, Cacama.
MINISTRO.-¿A tu hermano?
IXTLIXOCHITL.-¡Anda, inténtalo!
CUITLAHUAC.-¡Te lastimarás!
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CACAMA.-Debí matarlo.
IXTLIZOCHITL.-¡Suéltame, Cuitláhuac!
CUITLAHUAC.-¡Quieto!
CUITLAHUAC.-¡Basta de gritos!
IXTLIXOCHITL.-¿Te parecen mucho? ¡Tú vienes de afuera y te diste cuenta del pánico de
las calles. Se habla de esta casa, de ti y de ti. (A Moctezuma.) Y se grita la injusticia que
IXTLIXOCHITL.-¡Más nobles que tú! (A Moctezuma.) Señor, ven conmigo a la calle y te darás
CACAMA.-¡Cállate!
IXTLIXOCHITL.-¡Usurpador!
hacerlo casi sonriente.) Lo lamento mucho, Chan. Es una disputa de familia... es cosa
El Embajador se levanta.
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MOCTEZUMA.-He ordenado habitación y comida para ti. Sería un placer retenerte.
CHAN.-Absolutamente. Estos pequeños disgustos los tienen todas las casas. (Saluda
humillándose.) Señor...
IXTLIXOCHITL.-Respondéme, señor.
porque yo soy menor. Vengo a pedir que se le deponga y se convoque a un nuevo consejo.
Yo les haré ver. Cuitláhuac, que no es la edad sino el valor, lo que cuenta para merecer un
título. (A Moctezuma.) Señor, demuestra que conoces la palabra justicia. Yo la exijo y vengo
a pedírtela.
IXTLIXOCHITL.-Tú obligaste al cuerpo elector a dar su voto a favor de Cacama. Bien puedes
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hacerlo ahora por mí.
él.
seguidos aprietos.
compartir el poder conmigo y tú me devolviste motines y matanzas. Doy gracias a los dioses
CACAMA.-Por que tú estás vivo. No es aquí tu lugar ni tampoco Tezcoco. Vete a las
montañas y deja en paz a mi reino, reino de quien yo fui elegido, señor y que no abandonaré,
fallo. Tú liquidas una y yo te digo el otro: (Se acerca a él con odio silbante.) Apestas a muerte
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Cuitláhuac da un paso, ve asombrado a Moctezuma.
IXTLIXOCHITL.-No hagas esfuerzos. Yo te conozco. Tiembla para oír esto: Tengo mi gente.
CACAMA.-¡No lo creas!
IXTLIXOCHITL.No me refiero a ti, pobre Cacama. Quédate bien donde estás. Moctezuma
sólo te permite porque puede manejarte a su antojo. (Se dispone a salir. En la entrada
CACAMA.-No hay otro pueblo más poderoso sobre la tierra que el de los mexicanos.
MINISTRO.-No hagas cuenta de Cortés. Le hemos enviado tributo para que se retire.
IXTLIXOCHITL.-Tú lo verás. Sabe manejar la violencia y el pillaje mejor que nosotros. Viene
CACAMA.-(Avanza hacia él.) Ixtlixóchitl, ¡maldito seas! Nunca más nos veremos como
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MOCTEZUMA.-(Se levanta rápido tan pronto sale Ixtlixóchitl.) No es conveniente. Quiero
saber hasta qué punto los demás están con él. De eso te encargarás tú, Cuitláhuac.
CACAMA.-¡Y yo!
MOCTEZUMA.-No, Cacama. Hay momentos en que debemos olvidar la venganza para que
confabulaciones? ¿Te lo parecen a ti, Cuitláhuac, o a ti, Cacama? ¿Pues no lo son! Ah,
razón tenía yo, abuelo, para odiar tus vaticinios y necias palabras. ¿Por qué me engañabas,
por qué?
pánico, y debemos vencer! ¡Ese castrado cuenta con la feliz llegada de ellos...! ¡y no será!
Cacama, reúne a los príncipes y señores aliados a consejo, ve luego a Tezcoco y prepara
todos tus guerreros. Tú, Cuitláhuac, haz vigilar a Ixtlixóchitl y manda los más valerosos
correos al camino de Chalco. Corre, viejo mío; ¡nuestra suerte depende de esta emboscada!
TELÓN
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ACTO TERCERO
Música: Flauta y Teponaxtle. Luego flauta sola, bastante alegre, con acompañamiento de
Oscuridad. La música a fondo. A telón cerrado se ilumina el área izquierda del proscenio.
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Ahí dos Ancianas del coro, 1ª, y 2ª., conversan en cuclillas.
ANCIANA 1ª.-¿Qué cosa y cosa que le rascan las costillas y está dando gritos?
Ríen escandalosamente.
ANCIANA 1ª.-¿Qué cosa y cosa, que se toma en una montaña negra y se mata en una
esfera blanca?
Ríen.
ANCIANA 1ª.-¿Qué cosa y cosa, que brilla rodando y te cae en las manos?
La anciana 1ª. levanta sus manos. Trae en ellas una jícara con pulque y bebe.
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Bebe también y las dos ríen.
ANCIANA 1ª.-Aquí están presente los más valientes y esforzados. Quien tiene un cargo en la
Tú me tumbas, tú me metas,
Ríen destempladamente.
ANCIANA 3ª.-Con hombres me acuesto y sola me levanto. Soy ave preciosa del lago
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ANCIANA 3ª.- ¡Alegre!
Ríen sosteniendo la jícara. Se levanta el telón. La anciana 2ª. Aparece precisamente junto a
Toma la jícara y la estrella. Las otras siguen de rodillas, pero ocultan su rostro en las manos.
ANCIANA 2ª.-Quebrad los cántaros, que ya no ha de ser de hoy en adelante como hasta
aquí, cuando estábamos muy prósperos; quebrad por todos lados las tinajas de pulque.
va quebrando.) Para nosotros terminaron las fiestas. ¡Quién nos dijera si llegará otro día! Yo
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Todavía arrodilladas se humillan, tristes.
ANCIANA 2ª.- Si nuestra mala suerte quiere que otros dioses vengan y nos, atropellen, todo
quedará desierto. ¡No nos abandones, Señor, es la hora de la duda! Que otros hombres
quieren venir a esta tierra, a la mano derecha y a la mano izquierda, y cruzando la viveza del
mar quieren pasar adelante, sobre nosotros. (Mira postradas a las otras y se desalienta.)
Oh... nosotras ancianas no podemos hacer nada, nos esperamos ya nada. Nos taparemos la
Quedan las tres inmóviles y abatidas. De pronto parecen escuchar algo lejano. Las ancianas
1ª, y 3ª. Se levantan. Las tres inclinan sus cabezas tratando de oír. Una amorosa música se
insinúa.
La anciana 2ª. camina. Las otras la siguen. La escena se va iluminando con luz de luna. En
el extremo derecho se distinguen Tecuixpo y el rey de Tacuba. Ella reclinada sobre el pecho
de él.
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ANCIANA 1ª.-No les hables. No los interrumpas.
ANCIANA 2ª.- Tecuixpo, Capullo Blanco, los momentos felices se pagan caro. Este joven rey
está próxima, tú la seguirás. Este joven rey no lo será tuyo. Antes te verás con Cuitláhuac.
TECUIXPO.-Espera, señor.
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ANCIANAS 1ª. Y 3ª.-(En coro susurrante.) ¡Tecuixpo! ¡Tecuixpo!
TACUBA.-¿Pasó?
TECUIXPO.-No sé... Es como si algo malo me hubiese lastimado los ojos... Una sombra,
algo...
TACUBA.-No es nada. Sólo se oyen los grillos y los animales del agua.
TECUIXPO.-Y el frío.
TECUIXPO.-Sí, debe ser la noche... ¿Oíste? Todo despierta. (Cree oír los pájaros)
TACUBA.-Es el amanecer.
TECUIXPO.-Otro.
TACUBA.-¿No te gusta?
TACUBA.-Mujer, que esta noche no termine con tristeza... Apóyate en mis brazos.
TECUIXPO.-(Como sí de nuevo oyera.) Los pájaros conocen el tiempo... ¡cómo es que una
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TECUIXPO.-Oh, no creí que estuviera llorando, no sentí... ¿Todo el amor será como el mío...
lleno de miedos? (Trata de reír. Se separa un poco de él.) La luna es grande... y es tonta,
¿verdad?
TECUIXPO.-Sí... un día, todas las cosas se vuelven tristes... ¿Por qué será?
TACUBA.-Inquietud. Así eres tú y soy yo. No es el amor, es miedo. Miedo que tenemos de
TECUIXPO.-No. Ya pasó. (Los gritos de los faisanes y otros pájaros ahora si se hacen
presentes.) ¿Oíste? No hagas crecer mi miedo. No deben tardar en llegar esos militares...
TECUIXPO.-(Asustada.) ¡Señor!
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TACUBA.-Los otros.
Lo arrastra hacía el gran monolito y el rey se oculta en el mismo sitio que ocupaba antes el
Niño. Llegan dos Enanos con antorchas en la mano. Ven asombrados a Tecuixpo que
escapa por el camino de los jardines a tiempo de evitar la presencia de dos hombres que
vienen del pórtico. Los enanos colocan las antorchas en determinados lugares de modo que
su forma queda oculta, pero iluminan bien el recinto. Los dos recién llegados se aproximan.
Son el señor de Culuacan y un Mazehual llevando consigo algún objeto envuelto en una
manta. Los enanos se retiran al fondo izquierdo y se hacen invisibles en la sombra al lado de
CULUACAN.-El peligro no espera. En todas partes hay inquietud. ¿No la respiras aquí
también?
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asusta.) ¿Qué fue?
CULUACAN.-Creo haberme explicado bien. (El otro obedece.) Mazehual, ve donde esa
mujer y guíala hasta aquí; pero no uses este camino. (Por el que llegaron.) Rodea con ella el
MAZAHUAL.-De ello ando muy agradecido, aunque prefiero dejar escondida a la mujer y
marcharme luego.
CULUACAN.-¿Por qué?
MAZEHUAL.-¿No ves cómo hiede? De tal manera uno puede estar junto con ella sin cubrirse
MAZEHUAL.-Y yo te respeto; pero siento además que es malo traer esa hedionda señora a
la casa del gran Moctezuma donde él es refinado, y hasta el humo de esas antorchas huele a
copal, y gusta.
CULUACAN.-Tú vendrás con ella y los dos juntos aguardarán mis órdenes en el callejón.
Ahora vete. (Mazehual se resigna.) ¿Por dónde vas? Te he dicho que uses el otro camino.
Tú eres mazehual y esa entrada es para señores. (Mazehual obedece.) Si tropiezas con
alguno de los que deben estar presentes en este consejo, dile que estoy esperando.
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XOCHIMILCO.-¡Qué bien iluminado se está aquí, y qué bien huele!
CULUACAN.- Han terminado, señor de Coyoacán. (Al otro.) Pasa y siéntate. Es a ti, señor,
¿Vienes de Xochimilco?
COYOACAN.-¿Y Moctezuma?
XOCHIMILCO.-El sabrá.
COYOACAN.-(Al de Culuacan.) Eso lo dice por ingenuidad. (Al otro.) Si te invita aquí, no será
para devolverte lo que te han robado, sino porque los mexicanos estamos en peligro y
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XOCHIMILCO.-Hablas de ello como si no fueras mexicano.
menospreciada... o era hasta hace poco. Ahora Moctezuma presiente el peligro y con mucha
él nos pone a nosotros y a ustedes por delante... ¡Oh, esos malditos pájaros! Jardines
exóticos, antorchas aromáticas, servidumbre, pieles... Admirabas el gusto de esta casa y...
general disgusto... (Transición.) Una forma de pasar el tiempo mientras llegan los demás. A
ti, señor de Culuacan, ¿no te casó Moctezuma con mujer necia sólo para tenerte asegurado
CULUACAN.-Hablas por hablar y a veces atinas. (Cuchichea.) No saben hasta qué punto es
descabellado.
CULUACAN.-Tengo las pruebas. (Al otro.) Conmigo he traído tres pruebas que decidirán el
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Vienen Cuauhtémoc y el jefe de Tlatelolco.
Se hacen dos grupos. Parece una verdadera conspiración. Cuauhtémoc los observa con
inocencia.
JEFE MILITAR.-¿Hablaste?
COYOACAN.-Faltas tú.
COYOACAN.-Te esperan.
CULUACAN.-¿Con Moctezuma?
JEFE MILITAR.-Eres militar y debes estar con nosotros, si estos señores lo permiten.
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COYOACAN.-El de Tacuba no vendrá. No se invitó. Nada ganaríamos con su amistad.
JEFE MILITAR.-Siéntate, Cuauhtémoc. Respira este aire puro perfumado. ¡Qué lindo! ¿Son
las antorchas?
COYOACAN.-Aquí todo es perfumado y sutil, caudillo, hasta los enanos, con quienes
Moctezuma se divierte.
CULUACAN.-Deja las dudas. Nuestra mano es débil para secundar un mal proyecto,
CUAUHTEMOC.-Los asustas con bromas. (Al otro Señor de Xochimilco, tú no estás hecho a
la lucha.) Déjame tus hombres. Tenochtitlán está bien defendido: pero el punto débil está en
tu paso, confíamelo.
de la ciudad. Más bien de reconocer que cada uno de nosotros tiene motivos contra los
mexicanos.
CUAUHTEMOC.-¡Señor!
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COYOACAN.-No te exaltes; nadie habla mal de los mexicanos. Discutíamos si conviene dar
todos. Tuya, mía y de éstos. Pelearemos, si fuera necesario con piedras. No creo estar
proponiéndoles un absurdo.
todo a ti, señor de Xochimilco: mi pueblo no tiene ninguna prisa en ayudar a estos
establecidos. Luego nos dieron guerra porque nuestro mercado les despertó codicia.
COYOACAN.-Espera.
JEFE MILITAR.-¿Es que el mexicano debe ser siempre el beneficiado? Ahora son fuertes o
de ello provecho.
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convencerte. Tampoco esperábamos tanta intransigencia. Lárgate si quieres, y olvida nuestra
amistad.
cuyo origen ni siquiera está, como el mío, consagrado por los dioses. Los mexicanos
hoy a defender a quien tanto has criticado en mi presencia? Por eso contábamos contigo.
COYOACAN.-Has dicho lo que aquí se necesitaba oír. ¡Con eso recordaremos a Moctezuma
CUAUHTEMOC.-¿Lo dudas?
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COYOACAN.-(A los otros.) ¿No es inocente? ¡Cuitláhuac! Ve y convéncete. El más próximo
hermano de Moctezuma verá con agrado la caída de éste para tomar jerarquía.
CUAUHTEMOC.-¿Calumnias encima?
CUAUHTEMOC.-¿Rival?
CUAUHTEMOC.-¿Rival...?
CULUACAN.-¿Comprendes ya?
CUAUHTEMOC.-Hablaste el último, señor; pero tú mejor que otros empleas las palabras
más amargas.
soy mejor que ustedes, no soy casi nadie; pero al menos me da horror lo mezquino de su
espíritu. (Los mira desesperado.) Lo que ustedes quieren es... ¡el asesinato de Moctezuma,
la ruina de mi pueblo!
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CUAUHTEMOC.-(Sin oírlo.) No... no podría creer lo... no puede ser posible...
depende de nosotros y no podemos defraudarlos. ¡Digan que no, que más allá de mi
CUAUHTEMOC.-Señor de Xochimilco...
TACUBA.-(Saliendo.) Y también el mío. Yo iré contigo. (Lo dice todo con sencillez.) No me
preguntes lo que hago aquí. Nos separa el amor, pero nos juntan las circunstancias. Yo te
TACUBA.-¿Vamos?
CUAUHTEMOC.-Vamos
Se marchan.
CULUACAN.-Yo me imagino por qué estaba oculto. Con eso nos ganaremos definitivamente
a Cuitláhuac.
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XOCHIMILCO.-Irán luego con el soplo a Moctezuma.
Es todo. Se lo diremos en cuanto venga. ¡Puf! ¡Qué hedor llega hasta aquí!
COYOACAN.-Esos pobres. Sólo sabrán lamentarse como dos niños. No tienen armas ni
gente.
XOCHIMILCO.-Tienen entusiasmo.
Todos se miran.
XOCHIMILCO.-¡Cuánto le odias!
Oyen pasos.
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JEFE MILITAR.-Es él.
XOCHIMILCO.-¿Qué diremos?
brazos el manto del coro y la media corona del rey. Ninguno de los señores se postra. El de
MOCTEZUMA.-¿Es esta la hora, abuelo? (El viejo baja la cabeza. Moctezuma avanza.) Bien,
señores, los mexicanos agradecen por mi boca la diligencia con que han acudido a esta
deliberación.
MOCTEZUMA.-Se les notificó de urgencia hace varias horas y ustedes llegan casi al alba.
MOCTEZUMA.-¿Quién es Cuauhtémoc?
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en...
MOCTEZUMA.-¿Cómo?
pongo yo.
MOCTEZUMA.-(Al Ministro.) Deja, son meras palabras. Tal vez tiene razón. Yo venía en
calma; pero al entrar aquí, algo, necedad mía quizás, me removió interiormente... fue algo
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CULUACAN.-Yo te lo explicaré.
MOCTEZUMA.-¿Ah, como era eso? ¿Otra vez la concha de tus miedos y supersticiones?
Pídemelas, y loco estarás si luego no reflexionas. Ellas te dirán por qué la defensa de los
MOCTEZUMA.-Pero... ¡necio!
CULUACAN.-Pregúntame dónde están, que son materiales y nuevas. Ni siquiera los señores
MOCTEZUMA.- (Tomándolo) Bueno, es un espejo. Mejor trabajado y pulido que los nuestros.
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MOCTEZUMA.- La muerte. ¿ Y qué importa la muerte?
madera, purulento de sangre y dolor. Una ola de perplejidad los conmueva a todos.
CULUACAN.- ¡Torturado!
MINISTRO.- ¿ A su Dios?
CULUACAN.- Mira esas manos estranguladas por los clavos, y la cara y las costillas llenas
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XOCHIMILCO.- Está muerto...(Lentamente) es...horrible.
terribles sus venganzas. Nosotros no queremos nada con ellos. Sólo de verlo, nuestros
MINISTRO.- No. ( A Moctezuma) Hijo mío, veo por primera en tus ojos la humillación de tu
orgullo. Nadie sabe lo que la llegada de este Dios puede traernos, pero yo doy gracias a su
presencia cuando por ella, tu corazón, al fin, se abre al verdadero temor de los infinitos
templo y pidamos a los nuestros el conjuro de este peligro. En la lucha de los dioses las
CULUACAN.- No, tú no te rindes aún; ¿no es cierto, Moctezuma? Pero dos pruebas suponen
una tercera.
MOCTEZUMA.- No
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MOCTEZUMA.- Deja en paz las cosas...Abuelo, discutamos nuestro asunto.
COYOACAN.- (Con sincero asombro) ¿Cómo? ¿ Quieres ir todavía en contra? Yo soy militar
y no tan obstinado.
CULUACAN.- ¿ Te acuerdas de los regalos a Cortés? Había entre ellos una favorita, una
MOCTEZUMA.- Padre...
MINISTRO.- Sigue.
CULUACAN.- Tú no sabes quién es Cortés. Cortés es un dios que sabe también destruir la
Entra el Mazehual casi cargando a una mujer que lleva el rostro cubierto con una manta y los
pies y las manos entrapajados) Maneja armas extrañas para nosotros. No te diré todas
porque sentiría vergüenza...Pero ésta se llama viruela. (La descubre) Sólo un dios vengativo
pudo ser capaz de poner esta masa de pus y gusanos en la hermosura de una mujer.
CULUACAN.- Es su voz...
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MIXTECA.- Ay, no me mires, señor.
La cubren.
MOCTEZUMA.- Mixteca...
Cae de rodillas ocultando el rostro en las manos. El Mazehual se retira con la mujer y el
CULUACAN.- (A Moctezuma) ¿Aceptas entonces que lo son? ¿ Crees ahora en ellos? ¿En
su poder?
garganta) Una dureza aquí y vacío el corazón para tener sentido. Dioses...El mundo está
lleno de Dioses. Moctezuma, ¿dónde vivirán, cómo si no es en su sitio y su lugar? Y así nos
puño de la mano) Oh, sí...Y el poder de todas nuestras fuerzas que un día nos recrearon
animándonos, es sólo un poco del reflejo de Ellos. Sólo venimos a soñar y prestada es la
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salud y la belleza, pasajeras cosas intangibles...(Niega su pensamiento con la cabeza) Atrás
están ellos, ávidos, acechando con ojo inmóvil nuestro desmoronamiento...qué diligentes,
implacables son para escoger el momento de nuestra mayor desgracia. (Se mira las palmas)
¡Dioses! Sólo falta mirarlos en mis manos...(Los dos enanos surgen de la sombra: grotescos
y desnudos y sonrientes y humildes, van a descansar sus cabezas en las rodillas de él) ¡Oh,
los pobres! Tristes y tibios como perros...(Los acaricia levemente) Enanos absurdos, mudos y
absurdos. ¡Yo daría mucho por tener un momento el derecho de Dios! No pensar...no
hablar...¿ A quién sonríen, a mí? (Sonriente) ¡ Largo de mis rodillas! ¿ Qué piden ahora mis
hijos? ¿ Cuentas? ¿ Collares? ¿Juegos? Ah, no está su señor para juegos...tampoco se los
mañana siempre lejana, con los labios torcidos sobre la risa. (Lanza una sonrisa corta,
humildemente) ¿ Qué es, hijo? ¡Mira! ¿ Un gusanito muerto? Ah, quieres llegar a profeta...¿
corazón y ahora está libre. (Transición risueña)¡ Ea, tontos! Esta fiesta se acaba y es el gran
señor quien los invita. ¡ Sentados! (Ellos obedecen) Ahora diremos el acertijo del destino: ¡
qué cosa y cosa que viene en el aire y nos clava los dientes? (Pausa. Con tristeza luego)
Enanos, yo lo sé...(De pronto con dureza) Toquen la tierra para oírlo...¡ En tierra! (Los
enanos quedan en cuatro patas) ¡...ante el poder! ¿ Quieren una sonaja para bailar? Ta, ta,
ta, ta...(A gatas frente al rey, los enanos levantan una y otra vez las patas traseras. De pronto
no obedecen más. Se hacen bolita y besan, llorando, los pies de Moctezuma) ¿ Cómo,
lágrimas? ¿ Y por qué lágrimas? (Se levanta y los enanos también) El hombre debe
abandonar un día lo que le fue prestado: los Dioses no esperan...y pronto llegan a
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recuperarlo. (Transición) ¡Las antorchas para alumbrarme la cara, pero ya! (Van por las
antorchas) ¡De prisa! ¡Alas en los pies!... Hay demasiada oscuridad en torno a un hombre
solo. Demasiado silencio. ( Los enanos alumbran) Cerca de mí, más, un poco más...Ahora
pequeños que se mueven atrás de una chispa... (Se abate desesperado) ¡Oh, Moctezuma! ¿
ayúdame...(En el silencio se oye el tema del Coro. Las Ancianas avanzan) Ah, ustedes...
Moctezuma lo necesita.
esperar.
MOCTEZUMA.- No. Yo sé lo que le debo al rey. (A los enanos) ¡Las antorchas aquí!
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Uno de los enanos obedece. El otro corre hacia el pórtico. Moctezuma se dirige rápidamente
adelante y elevan sus brazos agitando los cascabeles de sus brazaletes. El contempla el
cuchillo.
Moctezuma tiende a ellas la hoja. Las Ancianas 1ª y 3ª vuelven la cara cubriéndose luego
Al terminar se pone, a su vez, la máscara. Mientras ella habla, Moctezuma cae postrado con
una rodilla en tierra; el rey de Tacuba aparece en el pórtico precedido por el Enano que aún
El Enano se coloca junto a su compañero. Las Ancianas, los Enanos con antorchas y la
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MOCTEZUMA.- Así sea. (Se pincha ligeramente el muslo)Dolor. ¿ Esto es dolor? (Oprime el
MOCTEZUMA.- Huémac...
el suelo y colocadas las antorchas. Las Ancianas retroceden hacia el fondo. Empieza a
amanecer.
Abre sus dedos y deja caer el cuchillo. Se lleva una mano a los ojos y estalla en sollozos.
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TACUBA.- (Postrándose)Perdóname...Yo no soy nadie.
TACUBA.- Señor.
MOCTEZUMA.- Lo siento.
TACUBA.- Toma ese cuchillo y mátame si luego has de avergonzarte por lo que yo te he
visto.
TACUBA.- Dudaste.
TACUBA.- Otra vez, señor. Siempre otra vez. Afuera están aguardando tus palabras y tú
defender.
TACUBA.- ¡ Decirlo es fácil! Pero yo sé una palabra que cambiará tu pensamiento: Cortés.
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MOCTEZUMA.- ¡Ah! ¡Tú también me precipitas! ¿Qué quieren más de mí?
TACUBA.- ¿ Y tú? ¿Acaso eres cualquiera? Eres tú quien debe levantarse contra esos
TACUBA.- Lo que ellos quieren es entregarte a ti, humillarte a ti. No permitas que hagan esa
todavía es tu casa. Ven luego conmigo y verás el desorden de la ciudad. Con la salida del sol
ha crecido el pánico.
Entra Tecuixpo.
contestado groseramente a las palabras de mi madre. ¿ Qué sucede hoy en todas partes?
Se acerca a su padre.
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MOCTEZUMA.- Tecuixpo, niña mía...
TEIZALCO.- Señor.
MOCTEZUMA.- Mujer.
MOCTEZUMA.- Esposa, Cihuacóatl. (A su mujer) Teizalco, toma estos niños y cuídalos. Las
cosas no deben alcanzarlos a ellos. Y tú, Ministro, si luego yo faltare, préstales tu consejo y
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apoyo.
NIÑO.- Pa.
La madre se retira.
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TACUBA.- (Reconociéndola) Es la risa de Cuitlahuac.
Ixtapalapa.
TACUBA.- No sé si también él; pero sí que son los otros. No me preguntes cómo...pero yo
los he oído aquí mismo, hace un momento, quejándose de ti y agrupándose para perderte.
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MINISTRO.- Así sea. Yo sólo espero la catástrofe.
lucha es contra los dioses, nos aliaremos a los Dioses. Pronto Moctezuma enseñará a esos
militares cómo se porta un señor. ( Al de Tacuba) Llámalos. No les adviertas nada, llámalos.
(El joven obedece rápido y feliz) Y tú, viejo triste, vísteme con atildamiento. Ellos acuden al
MINISTRO.- Y cuando un hombre está fuera de su tiempo los Dioses lo destruyen. (Llevando
la corona) Abre tus manos y recíbela. No serán las mías las que te apoyen en tu soberbia.
pues. (Contemplándola) Pero con esto: el poder. (Se corona a sí mismo. El Ministro se inclina
ante la majestad) Obligaré a esos señores a pactar con...tus Dioses blancos. Si no puedo
convencerlos, lo que venga vendrá. Ahora el manto. (El viejo no se mueve) ¡Obedéceme!
MINISTRO.- (Lleno de compasión y levantándose) Hijo mío, deseo que Cortés sepa entender
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ANCIANA 1ª.- (Suplicante) No se lo pongas.
ANCIANA 2ª.- ( Triste) ¿ Por qué no? Ha terminado nuestro trabajo. Acábalo tú, Ministro.
MINISTRO.- A rogar por ti a quien se debe. Quiero echar fuera la tristeza. Permíteme ir.
ANCIANA 3ª.- ¡Ay, dolor, que la ira y la indignación han descendido este día sobre nosotros!
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Se retira el Ministro.
MOCTEZUMA.- El quehacer lo tengo yo. La obediencia ustedes, que están obligados moral y
militarmente al pueblo mexicano. ¡Estoy hablando yo, señor de Coyoacán! Presiento y sé que
Moctezuma resiente el golpe. Mira al de Tacuba. Empiezan a oírse pasos rápidos al fondo.
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TACUBA.- Es cierto, tío.
Moctezuma da un paso hacia él. El Guerrero se interpone aunque con respeto y habla
vehementemente.
COYOACAN.- ¿ A mí?
MOCTEZUMA. ¡ A ti!
alianza con Mixquic y Xochimilco, y estos señores aquí presentes, de Culucan y Coyoacán,
han negociado por su cuenta y pactado con él, asegurándole la adhesión de todos los
pueblos del valle, y han dado quejas de ti, y Cortés viene en contra.
en Cuitláhuac ni en Cacama; también ellos han salido a recibirlo. ¿ Qué dices a eso?
unas armas sabré como encontrar otras. Que venga, pues, Cortés. Que entre, se le recibirá.
Son ustedes los que me obligan a dar ese paso. Cargo conmigo la responsabilidad ante los
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XOCHIMILCO.- ¡ Señor, perdóname...!
Vamos, fuera!
Los señores salen en tropel confundiendo sus pasos a los que se oyen por todas partes de la
casa.
barullo crece. El Guerrero se contagia del frenesí) ¡ Es Cortés señor! ¡ Cortés, Cortés...!
las cosas en torno sin mirarlas. Aparecen las Ancianas del Coro en actitud de sumo dolor.
MOCTEZUMA.- A ti, no...a mí...(Pausa) Cómo pesa el silencio...¿ Por qué hay silencio?
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Son como lamentos ininteligibles dichos al mismo tiempo. Caen de rodillas ante Moctezuma y
De nuevo se presenta el ruido exterior. A los pasos, carreras y gritos, se suma una música
española que se aproxima. Todo se funde entre golpes de huéhuetl, teponaxtles y víboras de
flautas. Las Ancianas del Coro se abaten en el suelo, mudas de espanto y tristeza, mientas la
lucharé contra ti a mi manera, hasta el fin, hasta que el polvo de los días nos agigante! (Al de
Tacuba) ¡Salgamos, señor, es la hora! (El joven obedece. Moctezuma se detiene un instante)
¡Más allá de todo esto vendrá el nombre de Moctezuma a chocar contra el oído de los
bárbaros!
Sale.
TELON FINAL
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