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GOBIERNO ESCOLAR Y PARTICIPACIÓN

CIUDADANA
El Ejercicio Político en la Sociedad
 EL EJERCICIO POLÍTICO EN LA
SOCIEDAD POST-MODERNA
En la cartilla anterior abordamos la actual crisis de la representación política destacando la
naturaleza y características de dicho proceso que ha llevado a repensar la forma en la que la
escuela ha asumido su misión de formación de ciudadanos; de allí que nos concentráramos en
identificar el eje de la actual discusión en torno a la representación y la participación en una
sociedad claramente cambiante, interconectada y plural en la que ha existido una explosión de
las reivindicaciones al margen de las teorías políticas modernas centradas en la acción de un
sujeto individual escindido en dos esferas que aunque dependientes aparecían como ámbitos
autónomos de su existencia.
Esta comprensión moderna de la representación y la participación ciudadana ha resultado
insuficiente a la hora de encauzar las formas alternativas de ejercicio político en el marco de una
sociedad postmoderna en la que el sistema de partidos y la legitimidad de los mecanismos de
elección y juego político, si no están siendo reemplazados por formas glocales de acción
colectiva, por lo menos han sido puestos en entredicho desde discursos como el de la debilidad
institucional o la restricción democrática.
Este panorama nos lleva a analizar en esta cuarta semana de trabajo académico de nuestro
módulo el tema del ejercicio político en la sociedad post-moderna, estableciendo los principales
cambios, propuestas y tensiones en los que la actual experiencia de representación y
participación ciudadana se ha expresado a lo largo y ancho del planeta durante la última década.
No se trata aquí de hacer una sistematización de experiencias en la que nos detengamos a
presentar las experiencias de acción colectiva más importantes desde el punto de vista glocal,
sino más bien de reconocer las especificidades y el carácter de estas formas de autorregulación
alternativa que materializan la inconformidad societal con la praxis política moderna, a la que
presentan como un sensus communis, si no desviado, por lo menos cercenador de la diferencia
y la cambiante multiplicidad social.
La arena política deja de estar circunscrita exclusivamente al aparato estatal, que producto de la
implosión de las reivindicaciones y reconstrucciones identitarias emanadas de la
deslegitimación de los modernos metarrelatos políticos y de la lucha por el reconocimiento y
visibilización de sectores y grupos tradicionalmente marginados, ha visto perder su dominio
total de los escenarios políticos, permaneciendo en algunos casos como el terreno de los
políticos profesionales y en el resto como la estructura gubernamental a la que se debe
transformar o abolir.
Esta consolidación del aparato estatal por aceptación o
por oposición representa una ruptura del monopolio
incuestionable que el proyecto político moderno le
había concedido bajo el pretexto de guardián del interés
común y asegurador de las libertades individuales. El
Estado-nación se convierte así en un monolito que

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impide la auto-organización al desconocer las dinámicas
interacciones entre sujetos que, lejos de ser
exclusivamente ciudadanos – consumidores, se erigen
en actores glocales traspasados por identidades,
expectativas y necesidades asociadas a cuestiones
culturales, de género, ambientales, afectivas o
espirituales.
Es esta explosión del corpus identitario y del espacio
centrado en el Estado-nación el que ha motivado buena
parte del activismo político reciente a lo largo y ancho del
planeta, que bajo la forma de movimientos sociales y
asociaciones comunitarias han denunciado la parcialidad,
exclusividad, injusticia y coerción de un sistema político
moderno construido sobre la base de la hegemonía de
pequeños grupos que aseguran su control a través de un
aparato de Estado cercenado por intereses, si no de clase,
por lo menos político-económicos.
La acción colectiva en estas experiencias de auto-
organización ciudadana ha pasado de la simple denuncia
o de la aplicación ortodoxa de utopías políticas a la
movilización de poblaciones que reclaman la construcción de un nuevo orden societal más
humano que posibilite el desarrollo integral de las comunidades e individuos y que trascienda el
centralismo que supone un ficcional espacio nacional, reemplazándolo por un espacio glocal
que aunque en construcción, al menos hasta el momento parece favorecer el intercambio
equilibrado y sustentable entre las especificidades locales y el ordenamiento societal a escala
planetaria.

La sociedad post-moderna y los procesos de subjetivación


La sociedad postmoderna ha supuesto la transformación profunda del corpus de significación al
desmontar gradualmente el código binario de representación que, además de ser excluyente e
inmutable, derivó en prácticas discursivas mesiánicas en las que se desconocía el carácter
colectivo e inacabado de los procesos sociales.
Los procesos de subjetivación en esta sociedad post-moderna estarán mediados entonces por la
apuesta de repensar y reposicionar al sujeto como un actor que, a pesar de estar influenciado
por sus necesidades de la naturaleza, a la manera de las condiciones materiales de existencia,
tiene como principal interés construir redes de interacción que le permitan desarrollarse como
un ser libre en sociedad.
En este sentido, la lucha de clases y las utopías de la transformación o y/o superación de la
inestabilidad y el riesgo social pasan a ser lecturas deshumanizadoras en la medida en que se
concentran en la influencia natural y por tanto en las externalidades, desconociendo el interés
principal del sujeto, ya sea individual o colectivo, por asegurarse en tanto ser libre en sociedad a
partir de redes de interacción sustentables e incluyentes.

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Si bien habíamos visto cómo en la modernidad la escuela adelanta procesos de subjetivación
centrados en el paradigma moderno de gobernabilidad caracterizado por su univocidad,
monismo y reduccionismo identitario a la bina ciudadanía -
consumidor, los procesos de subjetivación en la sociedad post-
moderna han derivado en procesos identitarios
multidimensionales y diversos que al organizarse en claros
eventos fenomenológicos
integran las lógicas temporales sobre la base de las estructuras
de largo aliento materializadas en el aparato de Estado y las
prácticas discursivas societales.
De allí que los procesos de subjetivación en la sociedad
postmoderna partan de una duplicidad de perspectivas que al
representar una doble interpretación posibilitan la realización
integral del sujeto, considerado de manera individual o colectiva. Esta duplicidad se halla
referida a que lo histórico y contingente es sacrificado en aras de la necesidad atemporal, o bien,
por el contrario, que precisamente lo histórico, lo libre, es introducido en la acción genética del
ser.
En este punto es vital aclarar que tal como lo sostiene Habermas (1999, 237-243), los proyectos
societales modernos toman la realidad del hombre en lo natural y objetivo a la hora de abordar
el concepto de participación y representación, que se erige así en apenas una abstracción bajo
la forma de una dimensión derivada de la acción del individuo, esto es, una acción del sujeto
que le permite realizar una reflexión sobre lo realizado con el fin de incorporar lo hecho y
creado por el mismo hombre al conjunto de la realidad natural de la que el mismo hombre fue
creado y con la que mantiene una relación de dependencia más que de interacción libre a pesar
de la pretensión desarrollista de la modernidad ilustrada.
Desde esta perspectiva, tanto los trabajos desde la teoría crítica marxiana y marxista como los
planteamientos desde el liberalismo y el republicanismo se esforzarían sólo por dar una nueva
dimensión al espíritu hegeliano, introduciendo para ello un sujeto real y concreto de la historia
frente a la evolución necesaria de un espíritu o sujeto universal; lo anterior conlleva que la
comprensión del ejercicio político, y por ende de la participación y la representación, esté
subordinada al ejercicio desde una única identidad como ciudadano que permitió durante la
modernidad crear la idea de un sentimiento cohesionador que al ser más fuerte que el resto de
sentires, sentimientos y posturas posibilitara la construcción de una sociedad homogénea
fundada en las libertades individuales y el consumo.
Es este el núcleo del replanteamiento de los procesos de subjetivación adelantado al interior de
la sociedad postmoderna, en la que ya no se trata de crear definiciones ontológicas del
ciudadano como si fuera un monolito unívoco y unidimensional como sucede con la idea de la
virtud cívica republicana, el ciudadano libre liberal o la consciencia de clase marxista. Por el
contrario, se trata de reconocer la diversidad, multidimensionalidad y multiplicidad de los
sujetos, individuales y colectivos, que hacen posible el cambiante orden societal.
Los metarrelatos modernos que fundaron la libertad en una preconcepción o paradigma
ontológico coherente con su escisión analítica entre ámbito de lo privado y esfera de lo público,

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son reemplazados lentamente por iniciativas de autorregulación basadas en la comunicación en
red, la socialización de experiencias y la movilización social de protesta, resistencia y
contestación a las actuaciones de un régimen político deslegitimado.
La mediación que suponía la escuela de los procesos de formación ciudadana en el paradigma
moderno de gobernabilidad es transformado por una postura en la que el sujeto en formación
se erige en protagonista de su proceso; la educación ciudadana es entonces una acción viva de
reconstrucción de la identidad y la subjetividad fundada en el desarrollo de competencias en
tanto saberes y capacidades de acción en contexto que trascienden la moderna separación
entre lo privado y lo público.
Si se quiere examinar desde otro punto de vista esta última cuestión, basta recordar que Marx
supone que la correspondencia entre la base económica y la superestructura está mediada por
relaciones de producción que condicionan el rumbo y especificidad del corpus social. De allí que
considere que la formación ciudadana esté supeditada a una acción viva del hombre marcada
por el condicionamiento que supone la ejecución de las relaciones sociales preestablecidas.
Los procesos de subjetivación propios de la sociedad postmoderna
son entonces acciones reflexivas interdependientes, holísticas,
multidimensionales y multiescalares que parten del objetivo de
comprehender “que otro puede ser el ser” del sujeto y del mundo,
en un esfuerzo por repotencializar las posibilidades humanas en el
marco de un orden social que se mueve a partir de lo que se está
dispuesto y se es capaz de hacer.

La subjetividad postmoderna es entonces una relación entre


voluntad, protestas y poder, lo que según Habermas perfila a la historia no como algo dado a
priori, sino que se configura a partir de una situación histórica determinada (1999, 251). En este
orden de ideas la revolución o la transformación planetaria aparece como una necesidad
práctica del sujeto individual o colectivo de re-pensarse las prácticas discursivas y cánones de
comportamiento.
Cabe aclarar en este punto que la revolución por sí sola no sabría si es posible o por qué medios
hacerse posible, lo que abre paso a la acción misional de la escuela que es la encargada ya no de
gestionar el riesgo sino de determinar las posibilidades de transformación aunque no solo sea la
decisión de los sujetos la que haga realidad un cambio, sino que sea la conjunción entre
condiciones estructurales de máxima tensión social o debilitamiento de la legitimidad
institucional y la acción autorregulada comunal la que permite generar procesos de
transformación societal.
Desde esta perspectiva, la escuela contribuye a este proceso en la medida en que favorece el
poder conocer, es decir, entender la realidad específica que rodea al sujeto individual y
colectivo concreto, permitiéndole, entre otras, definir si se halla en una situación de desventaja
o no y determinar las acciones a realizar bajo su condición de agente de cambio.

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Este concepto de cambio está entonces determinado por un proceso bidimensional: en primer
lugar, se encuentra el conocimiento de las posibilidades reales de llegar a un cambio de la
realidad; en segundo lugar se encuentra la voluntad del sujeto que decide moverse y configurar
su propia historia; es esta en palabras de Habermas “la autonomía de los individuos” (1999,
234), ya que la acción humana y el curso de la historia no tienen otra base que la “voluntad de
hacer”. Esta “voluntad de hacer”, tal como se explicó anteriormente, está primero encaminada
por el conocimiento de las posibilidades, siendo la misión de la escuela que pasa a tener un
lugar preponderante en la transformación societal ya que es el sujeto individual y colectivo
quien a partir de dicho conocimiento el que decide el futuro.

Acción colectiva y participación ciudadana.


Los procesos de subjetivación de la sociedad post-moderna han derivado en acciones reflexivas
que pretenden superar las frustraciones colectivas a partir de la construcción de una nueva
sociedad con menor costo social pero ampliamente productiva y con altos índices de eficiencia,
eficacia y sustentabilidad. Al respecto dirá Orlando Fals Borda que un nuevo orden social con
menores externalidades ha llevado a los pensadores contemporáneos a caer en una especie de
“Telesis Social” (1979, 4–7).
Esta mirada romántica de un orden social que satisfaga las demandas sociales al tiempo que
cumpla con las expectativas de crecimiento de los grupos y clases hegemónicos del actual orden
societal desconoce discursivamente la existencia de un espacio social marcado por el conflicto
inherente a toda acción colectiva, carácter que sale a la luz por la vía práctica toda vez que las
interacciones sociales y la misma realización de la utopía re-crean desequilibrios constantes que
son los motores mismos de los procesos históricos.
Desde esta perspectiva, la participación ciudadana expresada en términos de acción colectiva,
sea institucionalizada o no, se erige en una acción discursiva marcada por la disputa, la
resistencia y el ánimo de la transformación social, intereses que expresan las anomias,
tensiones e incongruencias de un sistema de significación social materializado en actos
gobernativos. De allí que la acción colectiva cambiará de orientación dependiendo su relación
con los períodos de transición que siguen a los momentos societales de relativo orden y que
anteceden a nuevos períodos de mutación debido a acciones colectivas que pretenden
inaugurar un nuevo momento societal de estabilidad.
Este nuevo ejercicio de lo político, y por ende de la participación y la representación, implica
una ruptura de la mirada moderna de la ciudadanía al romper con el monopolio de significación
del Estado, salvaguardado, entre otras, por la escuela, según el cual la formación democrática
debería asegurar el orden establecido, reproduciendo un sensus communis que desconoce el
porqué de las cosas, anulando el carácter cambiante de la sociedad y los procesos de
subjetivación al tiempo que imponen el mantenimiento a ultranza de una continuidad y
vitalismo trascendental de las prácticas discursivas, y con ellas de los significados y conceptos.
La acción colectiva se nos presenta entonces como una experiencia de subversión del orden
social cuyo mecanismo predilecto es la participación política directa, lo que implica
comprehender las acciones colectivas como esfuerzos y luchas colectivas teleológicas, en tanto

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utopías que a la manera de motores impulsan la acción, la cual es decantada por el contexto
social en el que se expresan las tensiones, anomias e incongruencias.
Es esta redefinición y repotencialización de la acción colectiva la que transforma a la utopía
absoluta en una utopía relativa, que posibilita el cambio de una topia a otra topia, en donde la
utopía busca destruir el orden vigente y se opone a la ideología o
topia existente, esto es, el conjunto sistémico de ideas e instituciones
que mantienen el orden. En concordancia, el intersticio temporal
entre estas dos topias sería el aclamado momento llamado revolución.
Al respecto, cabe resaltar el hecho que la subversión se lleva a cabo
en dos planos fundamentales: el primero sería el plano normativo y el
segundo el de los valores sociales, constituido por la misma
organización social y su orden jerárquico, lo que exige que una
experiencia de subversión integre estos dos planos. De lo contrario,
sucederán hechos históricos como la Independencia de Colombia, que
llevó a personajes como el General Santander a sostener concepciones erróneas que aún
fundan la actual República, como es la conocida sentencia “las armas os han dado la
independencia, las leyes os darán la libertad”.
Esta sentencia carece de sentido si se tiene en cuenta que el proceso de independencia sólo
hizo una transformación en el plano normativo mientras mantenía intacta la organización y
orden jerárquico de la sociedad señorial. Este caso evidencia la posibilidad que la acción
colectiva no sea coherente con el contexto y esté alejada de los valores sociales. Esto impide
una verdadera subversión que implica asimilación por parte de la sociedad de nuevos valores, lo
que trasciende los simples cambios normativos.
La acción colectiva moderna está marcada por una contraposición individualista que deriva en
momentos subversivos marcados por la representatividad, las libertades individuales y el
aseguramiento del aparato estatal, mientras que las actuales experiencias de acción colectiva se
orientan hacia el reconocimiento de la diferencia, la multiplicidad, la multidimensionalidad y el
carácter cambiante de las interacciones sociales.
A pesar de esta profunda diferencia en la acción colectiva de estos dos períodos históricos, es
claro que en ambos se configuran momentos subversivos que evidencian las incongruencias,
anomias y tensiones del orden social existente, carácter que la consolida como el motor de la
transformación societal aún en el contexto moderno fuertemente ilustrado e individualista.
La acción colectiva se constituye entonces en una fuerza que mueve y re-construye utopías
posibles de convertirse en una topía en el contexto social, pasando de ser la idea de la no
existencia, al proyecto espacio-temporal de una sociedad y, por tanto, del plano de lo existente.
Este rasgo endogenético de la acción colectiva está asociado a la autoafirmación de los sujetos,
considerados ya sea individual o colectivamente como los realizadores y responsables de su
destino, lo que lleva a una negación de la herencia moderna que se expresa en renuncias de
forma y no de fondo del régimen señorial imperante a través de la adopción de ciertos
elementos de la democracia liberal, tales como la abolición de mayorazgos y títulos nobiliarios o
las reformas individualistas de la estabilidad comunal que alteraron la propiedad sobre la tierra

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al tiempo que se perpetuaron las formas excluyentes de
la moral, la sofisticación o el acceso a la cultura.
Vale la pena aclarar que la acción colectiva moderna “No es la igualdad
también realiza subversiones de fondo al orden social de condiciones la
feudal reinterpretado en el Renacimiento aunque su que hace a los
fuerza revolucionaria arrolladora se verá rápidamente hombres inmorales
frenada por su propia creación: el Estado-nación. Basta e irreligiosos; pero
recordar el ataque directo que la modernidad ilustrada cuando tienen estas
europea hizo a los valores señoriales del naturalismo, el inclinaciones, y al
ultramundismo y el neo-maniqueísmo, que fueron mismo tiempo son
reemplazados por los nuevos valores tecnicistas, el iguales, los efectos
cambio en las relaciones de subordinación y dominio a de la inmoralidad y
partir de la relación salarial, y la re-valoración positiva de la irreligión se
del progreso y la felicidad humana individual. producen
fácilmente, pues los
Estos ataques a los valores señoriales se llevan a cabo en
hombres tienen
el marco de subversión de las revoluciones burguesas en
poca acción los unos
el que se cuestiona y replantea la tríada conceptual del
sobre los otros, y no
modelo señorial, cuyo primer elemento lo constituían las
hay clase que pueda
posturas naturalistas determinadas por el mecanicismo encargarse del buen
industrial en pos de lograr el dominio de la naturaleza a orden de la
través de la razón generadora del progreso ilustrado; el sociedad”.
segundo concepto lo conformaban las estructuras
ALEXIS DE TOCQUEVILLE.
ultramundistas referidas al proceso de gamonalismo y La democracia en América. Notas del
autor cap. XI. México D. F.: Fondo de
autonomía regional en el marco del federalismo y la Cultura Económica, 1957, p. 713.

organización territorial trasplantada de EE.UU; y el tercer


elemento se refería al neo-maniqueísmo que al estar
relacionado con la visión Kantiana de la historia universal
planteaba un principio y un final al desarrollo de la
sociedad y la humanidad en su conjunto, en el que siguiendo a
Voltaire, la historia sería un proceso de evolución en el que
todo puede ser mejorado y fluye hacia adelante.
En este sentido, la subversión moderna está compuesta por un conjunto de acciones colectivas
que quebrantaron el orden señorial a través del cambio de los valores sociales, lo que no
significa perder de vista que estas acciones, si bien incluyeron sectores sociales excluidos
tradicionalmente, no representó una experiencia de inclusión totalizadora y homogeneizante, lo
que implicó la existencia de sectores sociales que no entraron a formar parte de este proceso
subversivo ilustrado y que al contrario le expresaron una oposición. Esto no debe perderse de
vista, pues toda acción colectiva, como bien lo sostenía Touraine (2005, 65–69), necesita de la
confrontación y el conflicto en tanto motor o condición propia de la sociedad para no caer en la
ficción del fin de la historia, como le ocurrió a la movilización social propiciada por Jesucristo y
que llevó al proceso de subversión cristiano, el cual, al invisibilizar esta condición social, perdió
todo referente, incluyendo su propia esencia subversiva.

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Bibliografía
 DE TOCQUEVILLE, Alexis. La democracia en América. México D. F.: Fondo de Cultura
Económica, 1957.
 FALS BORDA, Orlando. El problema de como investigar la realidad para transformarla: por la
praxis. Ponencia. Simposio Internacional de Cartagena sobre Investigación – Acción. Bogotá:
Tercer Mundo, 1979.
 GABÁS, Raúl. J. Habermas: Dominio técnico y comunidad lingüística. Barcelona: Ariel, 1980.
 HABERMAS, Jürgen. La inclusión del otro. Estudios de teoría política. Barcelona: Paidós, 1999.
 TARROW, Sidney. El poder en movimiento: Los movimientos sociales, la acción colectiva y la
política. Madrid: Alianza Editorial, 2004.
 TOURAINE, Alain. Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy. Barcelona: Paidós,
2005.

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