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La “Consagración” de un sacerdote en las “Asambleas” de sabios americanistas: el caso de

Monseñor Pablo Cabrera 19101.

Al ingresar a la Sección de Estudios Americanistas de la Biblioteca Elma K. de Estrabou de la

Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (en adelante

FFyH-UNC), se veía al fondo un armario antiguo y al continuar la marcha se ampliaba nuestro

campo visual y se armaba ante nuestra mirada cautivada, un “estudio” 2. Así se podía ver el

espacio solemne:

Montaje en la sala de lectura Monseñor Pablo Cabrera


en la Sección de Estudios Americanistas
de la Biblioteca Elma K. de Estrabou de la FFyH de la UNC (gentileza de Silvia Fois)

1
1 Esta investigación la hice en el marco de mi tesis de Maestría en Antropología en la Facultad de Filsoofía y
Humanidades de la Universidad Nacinal de Córdoba, titulada, “Las verdades etnológicas de Monseñor Pablo. Una
etnografía de Archivos”; y como parte del Proyecto de Investigación PICT/R 2008-2011 “Antropología Social e
historia del campo antropológico en la Argentina, 1940-1980” dirigido por Rosana Guber. Asimismo conté una beca
de la Secretaria de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Córdoba.
2
El trabajo de campo lo hice entre 2007-2008 antes de la inauguración del nuevo edificio de la biblioteca que
significó la unificación de la Sección Americanistas y de la Sección Antropología en un único espacio físico y con la
consecuente pérdida de este montaje expositivo.

1
¿A quién se le estaba rindiendo homenaje? Nada estaba por escrito al respecto, sólo que la viga

del techo estaba tapizada por títulos y retratos de Monseñor Pablo Cabrera. Ante esta evidencia

busqué la confirmación por parte de la bibliotecaria Silvia Fois, quién raudamente comenzó a

señalarme cada objeto y contarme algo de su histórica pertenencia y derrotero hasta llegar allí.

El sillón había pertenecido al Dean Gregorio Funes; esos dos libros fueron confeccionados con

motivo de sus Bodas sacerdotales y todo el resto del mobiliario hasta la lámpara fue de

Monseñor. El atril por supuesto que lo hemos puesto nosotros y es actual (Comunicación

personal del 30 de agosto de 2008).

El Deán Funes fue obispo provisor de la Diócesis de Córdoba en 1793, rector de la

universidad en 1807 y defensor de la Revolución de Mayo de 1810. Este espacio estaba

separado de la sala de lectura por una soga bordo con un cartelito colgante que nos advertía

“Prohibido pasar”. Tal vez a alguien, alguna vez, se le ocurrió sentarte en ese sillón o abrir el

armario o sólo el cartelito nos indicaba que atrás había algo de “valor” histórico y económico.

Este espacio expositivo es pasible de varias lecturas, pero puesto en contexto, sólo

encontramos uno similar en la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba (en

adelante UNC), dedicado a Dalmasio Vélez Sarsfield (1800-1875). La sala de exhibición está

separada de la de lectura, conservando allí los manuscritos originales del Código Civil argentino

de 1869, la biblioteca personal, una mesa y un busto de Vélez Sarsfield. A este lugar se ofrecen

servicios de visitas guiadas.

De alguna manera Monseñor quedaba equiparado, por este montaje, a un prócer

nacional de la jurisprudencia, y el escenario era también una biblioteca, aunque sin sus libros,

documentos y manuscritos, y también sin las marcas que dieran cuenta de su adscripción

eclesiástica, exceptuando su fotografía. De todos modos, debía quedar claro que el escritorio del

homenajeado era su lugar más destacado, su fuente de ideas, su taller de conocimiento. Para el

contexto de la Facultad la significación de Cabrera residía en el escritorio (y el sillón), no en el

púlpito, el confesionario y lo que se observaba en el atril era un documento histórico y no una

biblia.

2
La Sección de Estudios Americanistas era el “vestigio” del pasado Instituto de nombre

homónimo, del cual sólo quedaba la colección de mapas, fotografía, documentos y libros. El

Instituto se había proyectado el 14 de agosto de 1936 por iniciativa del Rector de la UNC, el Dr.

en derecho Sofanor Novillo Corvalán, con el objetivo de “promover e intensificar las

investigaciones de carácter histórico”. Esta iniciativa surgió a partir de “los libros, documentos,

manuscritos y museo” de Monseñor que ofreció en venta su hermana Teresa a la UNC. La

propuesta fue aceptada y la transacción se efectuó el 23 de julio de 1936, meses después al

deceso de su dueño que había ocurrido el 29 de enero de dicho año (Requena, 2009).

Ante este espacio expositivo histórico surge preguntarnos qué hizo para el desarrollo de

la ciencia y más específicamente para el campo del Americanismo Monseñor Pablo Cabrera,

que mereció este homenaje en un espacio académico en la universidad que fue la cuna de la

Reforma Universitaria de 1918, en pleno siglo XXI, y a 70 años de su muerte aproximadamente.

Pero, un dato más, el otro Instituto que surgió en 1940, en el seno de la misma

universidad, fue el Instituto de Arqueología, Lingüística y Folklore “Monseñor Pablo Cabrera”,

el cual años más tarde pasó a llamarse Instituto de Antropología y hoy, parte de aquel Instituto

es el Museo de Antropología (FFyH-UNC) (Ferreyra, 2006). La biblioteca de dicho Instituto se

encontraba, hasta 2008, en la Sección Antropología de la Biblioteca. Será que para la época de

creación de ambos Institutos se consideraba que las investigaciones de Monseñor pertenecían al

campo de las Ciencias Antropológicas. Las Secciones de Antropología y Americanistas han

permanecido separadas hasta el año 2008 cuando fueron reunidas en un mismo espacio físico y

aún no está definido el nombre pero los usuarios seguimos llamándola “Americanistas”.

Siguiendo los indicios de “americanistas”, en este artículo analizó e interpreto el

surgimiento de Monseñor Pablo Cabrera a partir de su consagración pública en 1910 con su

participación en dos reuniones de “sabios” en el corazón académico de la Argentina, La Plata y

Buenos Aires, siendo ésta la categoría con que se designaba a las personas de conocimiento y

que pertenecían a la comunidad de científicos, esto es, a los cultores y promotores del saber

racional y empírico.

Un poco de su vida

3
Pablo nació el 12 de septiembre de 1857 en la provincia de San Juan, hijo de Pablo José

Cabrera, comerciante de mulas oriundo de Chile, y Melitona de Fesas Mercado 3. Era uno de los

seis hermanos, según me lo transmitió su sobrina nieta y biógrafa Delia: Arturo Rufino 4, Pablo,

Teresa, Mercedes, Virginia y Clara Rosa. Clara fue monja de la congregación de las Hijas de

Nuestra Señora, radicada en Godoy Cruz (Mendoza); Teresa y Virginia vivieron con Monseñor

en Córdoba (comunicación personal del 25 de septiembre de 2008).

Su madre tenía ya dos hermanos sacerdotes: Domingo (miembro de la orden de los

Padres Dominicos) y Eleuterio (miembro del clero regular de la Diócesis de Córdoba).

Domingo había traído a Eleuterio a formarse como sacerdote en la Diócesis de Córdoba.

Eleuterio alcanzó el cargo de vicerrector del Seminario Nuestra Señora del Loreto de Córdoba

en 1874, y fue él quien costeó y acompañó los estudios de Pablo hasta su ordenación que tuvo

lugar en la Diócesis de Cuyo en el año 18835.

Pablo fue estudiante del Seminario ocupando una beca de la diócesis de San Juan de

Cuyo6. Estas becas eran resultado de acuerdos entre diócesis que carecían de un centro formador

de sacerdotes, con una diócesis que contaba con un Seminario, como era el caso de Córdoba.

Eleuterio Mercado, quién para la fecha de formación de Pablo estando residiendo en Mendoza,

pagó sus estudios, pero su “padrinazgo” no fue sólo este. Además, lo vinculó con el mundo de la

Iglesia y con sus contactos personales, sobre todo a partir de haber ocupado el cargo en el

Seminario. Ello le permitió vincularse con la familia de los demás seminaristas, gente de clases

acomodadas de estas provincias viejas. Por su parte, y en tanto que comerciante de mulas, su

padre también lo vinculó con un amplio campo de relaciones sociales. Recordemos que hasta la

primera mitad del siglo XIX, Córdoba se especializaba en la producción mular para los

mercados mineros andinos, a lo que se suma que desde 1770 comenzó a exportarse ganado en

3
Según figura en su legado sacerdotal conservado en el Archivo del Arzobispado de Córdoba.
4
Él era el abuelo de Delia y padre de Arturo Cabrera Domínguez, quién trabajo como ayudante de Monseñor en el
Museo Histórico Colonial de la Provincia de Córdoba.
5
Para que se consumara la ordenación el tío debió iniciar el expediente solicitándole al Obispo Jerónimo de Clara de
la Diócesis de Córdoba la autorización. El obispo respondió afirmativamente por “la escasez de sacerdotes” que había
en las diócesis y sugería al Obispo que le otorgará la “Sagrada Orden del Presbiterado” a Pablo Cabrera pero antes
recomendaba que se le tomara un examen. Legajo de ordenación de Pablo Cabrera. Archivo de la Arquidiócesis de
Córdoba, legajo de ordenación de Pablo Cabrera.
6
Diócesis creada el 19 de septiembre de 1834 con la bula "Ineffabili Dei Providentia", de Gregorio XVI

4
pie hacia Chile. Las guerras de la independencia generaron “una crisis social de masas”, es decir

la transformación del mercado, la pérdida de fuentes de trabajo, y la reducción de quienes se

dedicaban al fructífero mercado mular, lo que probablemente afectó la fortuna del padre de

Pablo y que lo habría llevado a abandonar a su familia y emigrar a Chile, su tierra natal. Cuando

quise aclarar este punto, Delia me respondió con la ya sabida barrera: son secretos de familia

que nunca nos enteraremos (Comunicación personal del 24 de septiembre de 2008). Sin

embargo, puede inferirse que la carrera sacerdotal le ofrecía a uno de los dos hijos varones de

una familia del interior a cargo sólo de la madre, un futuro relativamente promisorio y de

prestigio.

Cuando Pablo cursó sus estudios en la universidad, en tiempos en que no había

diferencias entre quienes aspiraban al sacerdocio y quienes aspiraban a ser abogados, sus

relaciones se ampliaron. Según el libro de exámenes que se conserva en el Archivo General

Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba (en adelante AGHUNC), Pablo rindió

materias entre 1872 y 1881, aunque no está asentado en ningún libro su egreso como licenciado.

Durante los años de estudio de Pablo, la Iglesia y la Universidad venían manteniendo

serios conflictos que se generaron cuando el Poder Ejecutivo Nacional creó la Carrera de

Teología 1880. El rector de la universidad, Alejo Carmen Guzmán, decidió nombrar a los

docentes de la carrera de teología, pese a que el Obispo Fray Mamerto Esquiú apeló por

considerar que le cabía a él esta potestad según el Concilio de Trento. Tal diferencia condujo al

cierre temprano de la carrera y al pase de formación de los seminaristas al Seminario Mayor

Nuestra Señora de Loreto del Obispado (Ansaldi 1997). Por esta decisión, los seminaristas

perdieron la formación universitaria y el espacio de socialización con futuros intelectuales y

políticos cordobeses laicos. Pese a este corte, Pablo rindió el examen de Teología en la

Universidad el 24 de noviembre de 1881.

En el mismo proceso de secularización, otro conflicto se suscitó entre la Iglesia Católica

y la Universidad debido a las tesis doctorales de José del Viso (aprobada en 1883) y Ramón J.

Cárcano (aprobada en 1884), respaldada por su “padrino” de tesis Miguel Juárez Celman. Del

Viso debatía la “libertad de testar” y Cárcano sostenía la igualdad de derechos civiles entre

5
“hijos naturales, adulterinos, incestuosos y sacrílegos”. Ambos afirmaban la defensa de la

libertad de pensamiento y conciencia, y dichas tesis fueron aprobadas por los docentes

universitarios pero condenadas por el Obispo Monseñor Jerónimo Emiliano Clara porque

cuestionaban un terreno donde la norma jurídica estaba, hasta entonces, impregnada de

principios y fundamentación teológica (Ansaldi 1997; Buchbinder 2005).

La ordenación sacerdotal de Pablo fue aún más compleja, aunque dicha complejidad se

desplegó al interior de la institución eclesiástica. El director del Seminario en 1877, “Monseñor

Eduardo”, autorizó a Cabrera a recibir la tonsura clerical y las cuatro órdenes menores, esto es,

el primer grado clerical de preparación para la ordenación sacerdotal final 7. Pablo escribió

entonces una carta al Obispo de Córdoba afirmando su deseo de “ser un sacerdote de Córdoba”.

Pero, llamativamente y como ya señalé, la ordenación se llevó a cabo en la Diócesis de Cuyo en

1883. De modo que es factible que esta opción no fuera bien recibida por el Obispo cordobés

que siendo Pablo “un hombre de la Iglesia” de Córdoba había decidido ordenarse en otra

diócesis, cuando ya había manifestado su aspiración a pertenecer a esta diócesis habiendo allí

recibido la “Tonsura y cuatro órdenes menores”. Este desplazamiento a otra provincia, cierto

que temporario, debe haberle obstaculizado su reinserción en Córdoba siendo asignado a su

regreso como capellán en el Colegio Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, al otro lado del

río Suquía que separaba a la Ciudad de los nuevos “pueblos” que surgían a la sazón de la

modernización provincial a fines del siglo XIX.

La capellanía fue entre 1884-1896 en el Colegio que era un establecimiento de niñas y

sede del noviciado de la congregación, fundada años antes en Pueblo Nuevo General Paz, en

terrenos donados por Augusto López. Luego, en dicho Pueblo, se fundó el Colegio Calasanciano

bajo la dirección de los Reverendos Padres Escolapios (Boixados 2000:69-106). La importancia

de estos espacios religiosos católicos radicados en este Pueblo, se fundaba en la presencia de

una cantidad considerable de personas que profesaban el protestantismo, oriundos de Inglaterra,

arribados como obreros del ferrocarril. Luego, el presbítero Cabrera fue asignado como párroco

7
Junto con Pablo Segundo Cabrera recibieron la Tonsura Clerical y las Cuatro Órdenes menores José Domingo
Martínez, Maximiliano Sindar Ferreira, Jacinto A. Correas, Juan José Purcell. Según Libro de Órdenes 1876-1905.
Archivo del Arzobispado de Córdoba.

6
en la Parroquia del Pilar ubicada a las márgenes de la ciudad colonial. Sobre un total de poco

más de 20.000 habitantes en dicha parroquia, según el presbítero Cabrera, a partir de los datos

que le ofreció la Oficina de Estadísticas de la Provincia, había unos 300 protestantes con dos

salones (templos), uno dedicado a la primera enseñanza y otro al canto 8.

El presbítero Cabrera ejercía como párroco en un espacio de frontera con la

modernización, la periferia de la ciudad colonial y de cara a una población nacional y

socialmente diversa llegada de la inmigración europea de fines del siglo XIX a la ciudad de

Córdoba. Toda su vida sacerdotal hasta su retiro, que fue el 31 de julio de 1929 9, permaneció en

la Parroquia del Pilar a pesar de haber recibido su distinción como “Monseñor” por parte de

pedido del Obispo Zenón Bustos al Papa, antes de 1910. Como no es un grado en la ordenación

sacerdotal, ni un sacramento no queda asentado en ningún libro de la Iglesia.

Las “Asambleas” de sabios del americanismo en 1910

1910 fue un año muy particular para la Argentina, y también para Monseñor. Como

parte de las celebraciones por el Centenario de la Revolución de Mayo, se hicieron en el Río de

la Plata dos reuniones científicas en las que él participó como “representante” de la Universidad

Nacional de Córdoba. Ambas reuniones tenían por temática convocante al “americanismo”: uno

fue el relevantísimo XVII Congreso Internacional de Americanistas (en adelante CIA)

organizado por la Sociedad homónima, que se llevó a cabo entre el 17 y el 23 de mayo en la

Ciudad de La Plata, cumpliendo tres décadas como capital provincial, y otro, el Congreso

Científico Internacional Americano entre el 10 y el 25 de julio en la ciudad de Buenos Aires 10.

8
Información declarada por Monseñor Pablo Cabrera ante la Visita Canónica de 1905. Caja 2 Monseñor Pablo
Cabrera. Archivo del Arzobispado de Córdoba.
9
Carta dirigida por Monseñor Pablo Cabera al Obispo de Córdoba Dr. Fermin E. Lafitte. Biblioratos de
Monseñor Pablo Cabrera en la Sección de Estudios Americanista de la Biblioteca de la FFyH-UNC:
10
El Congreso Científico formó parte de las celebraciones que se sancionaron en el Congreso Nacional (ley
6286/8/2/1909), junto a otras medidas, como la realización de una plaza frente del edificio del congreso nacional, con
dos monumentos conmemorativos, uno de la asamblea nacional de 1813 y otro del congreso de 1816- Se decidió
erigir un monumento dedicado a España, un monumento a los ejércitos de la independencia en la Plaza General San
Martín, y un monumento a la marina de guerra argentina en la isla de Martín García y uno a la bandera nacional en la
ciudad de Rosario en la provincia de Santa Fe; en Córdoba se haría una estatua al Deán Funes, y en Salta una estatua
ecuestre al Gral. Martín M. de Güemes. Vale señalar que sólo en Córdoba se decidió conmemorar la revolución con
un monumento a un sacerdote que fuera obispo de Córdoba, rector de la universidad y protagonista en los hechos de
mayo, como fue el Deán Funes. El mismo al cual pertenecía el sillón del escritorio de Monseñor.

7
Los asistentes llegaban a estas reuniones por previa invitación del comité organizador;

algunos asistentes, además, presentaban o “leían” los resultados de sus investigaciones.

Auspiciaban estos trabajos y reuniones, instituciones públicas como la universidad, los museos

y las academias nacionales, y espacios privados como las sociedades eruditas (learned societies

se las llamaba en Europa y en los EE.UU.), a Sociedad Científica Argentina (1872) y la Junta de

Historia y Numismática Americana (1893), para el caso de Buenos Aires. En Córdoba la

Academia Nacional de Ciencias contaba con financiamiento para desarrollar viajes de campaña,

labor editorial para publicar los resultados de las investigaciones y una biblioteca especializada

que se enriquecía por medio del intercambio con instituciones del extranjero.

Veremos a continuación que los eventos de sabios de 1910 en La Plata y Buenos Aires,

deben haber puesto al presbítero Pablo Cabrera, título con el cual consta en las actas y

referencias a los congresales, ante un dilema entre la verdad racional y la verdad revelada.

Cabrera transitó entre ambas verdades con una maestría que difícilmente haya sido casual e

inocente.

El Congreso Internacional de Americanistas

El CIA era una “comunidad científica” internacional, que se estaba construyendo desde

su creación en 1875 en Francia, reuniendo a científicos dispersos geográficamente y unidos por

la preocupación fundamental de estudiar a la América precolombina. Era una red que se

constituía en torno a una problemática específica, buscando demarcar su campo de

conocimiento y generar una producción y flujo de conocimientos que incidiera en la creación

de autoridad dentro del mismo campo disciplinar y la irradiara para diferenciarse de otros

campos disciplinares (López-Ocón 2002).

Esta comunidad reunida en Viena, Austria, eje de la ciencia europea en 1908, eligió La

Plata como sede de la futura reunión del CIA. En 1910 sería la primera reunión organizada en

suelo americano. “El Americanista”, como se lo llama habitualmente, tendría como sede a una

ciudad de urbanización reciente y modernista que se ufanaba de su proximidad con la ciencia y

el saber, con una flamante universidad que daría prueba del desarrollo de las ciencias en el nivel

más avanzado de la ciencia occidental. Allí estaba el gran laboratorio del naturalismo, el Museo

8
de Ciencias Naturales, con las colecciones más diversas de objetos, materiales y culturas más

representativas de todo el territorio de la República, con los implementos más sofisticados de

medición, clasificación y exposición, y con encumbrados profesores contratados en el

extranjero, especialmente en Alemania.

No sólo era ésta la primera reunión convocada en América sino que en Viena se les

habían encargado los trabajos preliminares para la organización a los representantes argentinos:

el profesor J.B.Ambrosetti, delegado por la Universidad de Buenos Aires; el profesor Robert

Lehmann-Nitsche, delegado de la Universidad de La Plata; y el socio ausente Francisco P.

Moreno, fundador y ya ex director del Museo de La Plata.

Esta sesión del Congreso estaba fechada para el mes de mayo, y se planificó

complementar con la que se efectuaría en el mes de septiembre de ese mismo año en México,

que también conmemoraba el centenario del “Grito de Dolores” del 16 de septiembre de 1810.

Aunque las reuniones de americanistas se hacían cada dos años, desde su creación en 1875 en el

Congreso que tuvo como sede Nancy (Francia), 1910 sería una excepción.

Los delegados del Congreso por Argentina y encargados de iniciar la organización del

próximo en 1910, fueron ratificados en sus tareas por el Ministro de Relaciones Exteriores el

Victorino La Plaza y el Ministro de Justicia e Instrucción Pública Rómulo S. Naón según

decreto del 8 de julio de 1909 en Buenos Aires. La Comisión Organizadora del Congreso tuvo

por “Protectores” a dichos ministros y como “Presidente” al José Nicolás Matienzo, decano de

la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Hasta aquí nada indicaba el

vínculo entre la especificidad del tema del Congreso con sus autoridades, pero entre los

“Vicepresidentes” de la reunión se vislumbra a las “autoridades académicas” ligadas a los

estudios del americanismo en la Argentina: Ambrosetti, director del Museo Etnográfico de la

Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, catedrático Suplente de

Arqueología Americana de la misma unidad académica, y profesor de arqueología en la Escuela

Normal Superior de Buenos Aires; Angel Gallardo, catedrático de Botánica en la Facultad de

Ciencias Exactas, Físicas y naturales de la Universidad de Buenos Aires; Ingeniero Otto Krause,

decano de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos

9
Aires; Samuel Lafone Quevedo, director del Museo de La Plata, y catedrático de Arqueología

Americana en las universidades de Buenos Aires y La Plata, y Enrique Peña, presidente de la

Junta de Historia y Numismática Americana, Buenos Aires.

Estos perfiles coinciden en ser universitarios de la Universidad de Buenos Aires (en

adelante UBA) y de La Plata (en adelante UNLP), salvo Peña, y dedicados a distintas

disciplinas académicas como eran la arqueología, la botánica y la ingeniería pero con una raíz

en común como era su vínculo a las ciencias naturales. Otra recurrencia es que los dos museos

universitarios más importantes por su antigüedad y colecciones—el Etnográfico de Buenos

Aires y el de La Plata—estaban representados por sus máximas figuras, sus directores. Sin

embargo, no se cuentan hasta aquí representantes del interior del país los que sólo aparecieron

como parte de los 27 “vocales”. No consta cómo fueron elegidos, aunque es muy probable que

conformaran una red que venía tramada desde algún tiempo atrás.

Los vocales fueron Miguel Lillo, químico y naturalista tucumano; el Tomás Miguel

Arañarás, catedrático de Historia del Derecho; Santiago F. Díaz, catedrático de Historia de las

Instituciones Representativas; Guillermo Bodenbender, de Geología, y Pablo Cabrera,

presbítero, los cuatro por la UNC; otro presbítero fue el salteño Julián Toscazo y el “vicario” de

las Posadas (Misiones) Federico Vogt; el Coronel Luis Jorge Fontana, director de la Escuela de

Vitivinicultura de San Juan; y un extranjero de nacionalidad uruguaya, Benigno T. Martínez,

profesor de Historia y Geografía en el Colegio Nacional y en la Escuela Normal de Uruguay.

Así, no todas las provincias estaban representadas; Córdoba seguía a Buenos Aires y La Plata en

número de vocales. En el mismo sentido tres provincias—Salta, Misiones y Córdoba—

participaban con un sacerdote de la Iglesia Católica.

¿Qué lugar ocupaban los sacerdotes católicos en el saber científico de gestión

provincial? Si retomamos lo interpretado por López- Ocón (2002) acerca de los orígenes de los

Congresos de Americanistas, él considera que en estos espacios coexistieron diversos estilos de

pensamientos, basados en diferencias ideológicas, adscripciones nacionales, o tradiciones

disciplinares. Entonces, no nos debería sorprender que entre los “científicos americanistas”

existan “sacerdotes”.

10
Pero volvamos al tema del provincialismo y la presencia de los sacerdotes en el

quehacer del americanismo. Córdoba era la sede de la primera universidad fundada por la

Compañía de Jesús y establecimiento escolar argentino. Salta era también una provincia vieja y

contenía a una tradicional sociedad hispana. Misiones, aún Territorio Nacional, limitaba con el

Paraguay y el Brasil y estaba sujeta a una masiva colonización agraria europea, después de ser

escenario aledaño de la Guerra del Paraguay. Su aporte al americanismo estaba probablemente

ligado a que se trataba de una antigua provincia jesuítica con misiones indígenas largamente

desaparecidas. Para la fecha Misiones, Salta, San Juan y Tucumán carecían de universidades.

San Juan, Salta y Tucumán eran viejas provincias marcadas por la presencia indígena,

durante el período colonial ruta de paso del comercio a Chile y al Alto Perú, respectivamente, y

para fines del siglo XIX pujantes productoras de materias primas para la exportación, como el

vino y la caña de azúcar. En el campo intelectual San Juan fue la cuna de Domingo Faustino

Sarmiento, presidente de la Nación Argentina en el proceso conocido de conformación del

Estado moderno y laico, y Tucumán, de Juan Bautista Alberdi, redactor de las Bases y puntos de

partida para la organización política de la República Argentina en 1852. Tucumán y San Juan

proveían de dos nombres nodales para la conformación de las ideologías rectoras del Estado

Nacional Moderno.

Si este CIA fue trascendente porque por vez primera se reunían los científicos europeos

y americanos en el continente estudiado, los americanistas del norte confiaban ahora la

organización de su espacio de socialización más importante a los americanistas del sur. Pero ¿a

quién? Precisamente a los argentinos que durante el período histórico conocido como la

formación del Estado Nacional Argentino (1862-1880) había sido un momento de afianzamiento

del orden, el progreso y la organización nacional. Sarmiento, durante su presidencia (1868-

1874), tuvo una decidida política para atraer maestros, profesores y científicos de los países del

norte europeo para que dirigieran el sistema escolar público y también las nuevas instituciones

científicas para el desarrollo y la enseñanza de la ciencia moderna. Por entonces, en la Argentina

residía una masa crítica de científicos del norte que se sumaba a un entusiasta plantel local 11. La
11
En el caso de Córdoba había recibido, como política del poder ejecutivo nacional, la creación de la Academia
Nacional de Ciencias, fundada el 8 de septiembre de 1869, y el Observatorio Astronómico, fundada el 24 de octubre

11
ciencia debería servir a la modernización, y por ende, a la secularización de la sociedad

argentina y de sus instituciones.

Precisamente los asistentes a las reuniones en Buenos Aires y La Plata procedían de

varias especialidades disciplinares, y algunas de las personalidades que nos interesan rescatar

son Lehnmann Nitsche, Lafone Quevedo y Ambrosetti, a quienes José Imbelloni caracterizados

en su historia de la antropología argentina como los “antropólogos pioneros”. Estos hombres

dejaron de hacer antropología exclusivamente en los museos para ampliar su radio de acción a

la docencia universitaria (Fígoli 1990:370).

Córdoba participaba del evento desde otra posición, entre clerical y modernizada. Sede

de la universidad fundada por los padres jesuitas, sede de la Diócesis de Córdoba que albergaba

al Seminario Mayor de Córdoba Nuestra Señora de Loreto, y más tarde, hacía fines del siglo

XIX, sede de la Academia Nacional de Ciencias lo cual confirmaría una orientación secular. La

definición de científico y de sabio, atravesaba la filosofía definitoria del cónclave.

Para Alejandro Rosa (1854-1914), primer director del Museo Mitre y miembro fundador

de la Junta de Historia y Numismática Argentina al momento de recibir a los congresistas en el

Museo,

“Deben pasar por estos Congresos vuestros estudios personales, como

pasan por el prisma de colores del iris, y las conclusiones a las que

lleguéis, serán la luz blanca que disipará con su esplendor y brillo las

tinieblas de la América Precolombina” (Actas del Congreso 1912: 60).

En estas palabras Rosa ponía de manifiesto la importancia de estos Congresos como

ámbitos de esclarecimiento e iluminación sobre períodos que aún estaban en el misterio, como

eran el periodo de la América Precolombina y las poblaciones indígenas. En estas reuniones de

sabios se ponían en contacto “hombres de distintas patrias para realizar una tarea que interesaba

en común a toda la humanidad” con el objetivo, según los estatutos votados en el 1° Congreso

de 1871. Ambos espacios dirigidos por esos científicos inmigrantes, pero en el caso de la academia por el alemán
Carlos Germán Conrado Burmeister, y el observatorio por un estadounidense Benjamín Apthorp Gould (Tognetti
2000).

12
de “contribuir al progreso de los estudios etnográficos, lingüísticos e históricos”. Allí se

cotejaban y legitimaban saberes y se establecían “las verdades” sobre el pasado americano. En

los congresistas residía “la virtud de avivar el sentimiento de solidaridad que vinculaba entre sí

a los investigadores de todos los países del mundo, por encima de todas las fronteras

internacionales”. Los conocimientos que estos sabios generaban no servían sólo para escribir la

historia local y nacional sino también para la historia mundial que, en un mismo movimiento,

constituía a la comunidad científica del mundo. El saber cómo las verdades religiosas eran

consideradas un bien de la humanidad, y los sabios y consagrados también.

José Nicolás Matienzo, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en su

discurso inaugural como presidente del CIA, valoraba los “criterios distintos” y “los punto de

vistas diferentes” porque impiden “la formación de opiniones y doctrinas unilaterales”. Con

claridad diferenciaba el conocimiento de las opiniones. La posibilidad de hacer de una doctrina

única y monocorde y el lugar exclusivo de la autoridad sobre el saber, quedaba desmerecida,

más aún si no podía discurrirse en función de comprobaciones o evidencias, como era en el caso

de la doctrina cristiana.

Como todos aquéllos que se dedicaban a las ciencias naturales a comienzos del siglo

XX, los americanistas querían conocer el origen y la antigüedad del hombre pero, como su

nombre lo indica, sus esmeros se orientaban a los orígenes del hombre en el continente

americano desde disciplinas de las más diversas: arqueología, geografía, etnografía, lingüística,

prehistoria, historia y antropología física. Para Rosa era tarea de los americanistas

“…investigar el pasado del continente, buscando en las nebulosas de

la tradición las civilizaciones aborígenes, estudiar su lingüística tan

sorprendente, su arquitectura, su arqueología, sus usos y costumbres,

para luego ofrecer a la ciencia el conocimiento del alma indígenas…”

(Discurso de recibimiento en el Museo a los Congresistas, Actas del

Congreso, 1912: 60).

13
El XVII CIA de 1910 es recordado por la academia del mundo como el debate entre el

naturalista platense Florentino Ameghino y el checo-norteamericano Alex Hrdlicka, acerca del

origen y la antigüedad del poblamiento americano. Ameghino sostenía su “Teoría Autoctonista”

según la cual el hombre habría nacido en la región platense y más específicamente pampeana.

En contrapunto Hrdlicka postulaba la “Teoría monogenista asiática”, considerando que la cuna

de la humanidad había sido el continente asiático, y que el hombre habría ingresado a América

por el Estrecho de Bering 10.000 años atrás. Esta discusión se mantiene hasta la actualidad en la

comunidad de arqueólogos; los del norte y los del sur siguen discutiendo el poblamiento y la

antigüedad del hombre americano, comparando los fechados más antiguos de los restos

orgánicos hallados en las exacciones, y analizados por el método del Carbono 14. Estas

discusiones se recrudecieron cuando los del sur pudieron tener sus propios laboratorios donde

realizar sus estudios de Carbono 14 dejando de depender de los laboratorios del norte 12.

Quienes participaban en estos eventos, en tanto que autoridades y expositores, eran

aquéllos considerados personalidades de sus respectivas especialidades, pero también

representantes del Estado Nacional, la universidad, algún museo o asociación, lo cual

demandaba un posicionamiento ante la ciencia en el concurso general de saberes. Y la provincia

de Córdoba enviaba como delegado al CIA a un “presbítero”, término que habitualmente usa la

Iglesia para designar a sus ministros ordenados 13. Tenemos pocos registros de su actuación en la

reunión, pues Cabrera no figuraba en las Actas del CIA que publicó Lehmann-Nistche en 1912.

¿Se debía esta omisión a que para un académico y eminente científico naturalista dedicado a la

etnología, el folklore, y sobre todo la antropología física (sinónimo por entonces de la

“antropología”) y la presencia de un sacerdote en ejercicio era impensable en un congreso

científico?
12
Valga la paradoja, el primer laboratorio para hacer dataciones a través del método conocido como Carbono 14 en
territorio argentino se radicó en el Museo de Ciencia Naturales de la Ciudad de La Plata bajo el nombre de
Laboratorio de Tritio y Radiocarbono (LATYR), en 1964 y con el apoyo económico del Conicet (Ver Relaciones
XXXIV, 2009).
13
Para la religión Católica Apostólica y Romana existen siete sacramentos y uno de estos es “el sacramento del
orden”. Dicho sacramento actualmente se compone de tres grados jerárquicos, el más bajo es el de los diáconos
(personas que pueden celebrar el sacramento del bautismo y del casamiento además de predicar, pero no pueden
celebrar misa, ni confesar como tampoco administrar el sacramento de la unción a los enfermos), seguido por los
presbíteros (pueden administrar los siete sacramentos menos consagrar a sacerdotes u obispos) y el de los obispados
(con potestad para administrar todos los sacramentos). El título de Monseñor es honorífico, no es parte del
sacramento del orden. Comunicación personal con el Presbítero Nicolás Alessio 28 de septiembre de 2008.

14
Desde 1906 Cabrera era el responsable de “las investigaciones históricas de los archivos

institucionales” de la UNC, y en 1908 el Consejo Superior le encargaba la investigación de los

personajes ilustres que fueron alumnos, profesores, rectores y protectores de la casa a lo largo

de su historia para publicar una galería biográfica, para 1914, el tercer centenario de la

Universidad. Era lógico que la Universidad lo enviara como uno de sus representantes. Pero esta

misión no puede soslayar el interrogante acerca de cuál sería su interés en participar de un

espacio donde se valoraba lo distinto y diferente, las voces en disonancia, la luz de la ciencia

iluminando a la humanidad, en disidencia con el dogma de la Santa Madre Iglesia. Es difícil

creer que la otra autoridad que pendía sobre el presbítero Cabrera, el Obispo de Córdoba,

desconociera que un miembro de su clero participaba en estos espacios tan modernos y tan

laicos donde se discutían los últimos avances del saber científico. ¿Cómo creer que el presbítero

escucharía impávido que el hombre nació de un proceso evolutivo en la Pampa húmeda

argentina? Seguramente habrá escuchado estas postulaciones contradiciendo a la “teoría

creacionista” cristiana formulada por parte un sabio argentino como Ameghino. Y sin embargo,

no sólo permaneció en la reunión sin conocerse queja sino que regresó al Congreso siguiente.

Congreso Científico Internacional Americano

En el Congreso Científico Internacional Americano, Cabrera leyó su trabajo sobre “Los

Lules”. Este hombre de la Iglesia cuya misión era predicar la verdad revelada en la biblia, fue

invitado a formar parte de un mundo intelectual nucleado en la universidad más antigua del

actual territorio argentino y cuyo prestigio alcanzó distintos medios académicos del país y de

América Latina, tras un movimiento estudiantil conocido como la Reforma Universitaria de

1918 con una clara postula anticlerical y modernizadora (Vidal, 2005; Aguiar, 2008; Requena,

2008).

Esta segunda reunión se llevó a cabo entre el 10 y el 25 de julio en la Ciudad de Buenos

Aires14. En sus considerandos, el artículo 6 señalaba que “La comisión propenderá a la

celebración en la capital de la república de un Congreso Científico Internacional Americano” en

14
Este Congreso fue decidido por ley del Congreso Nacional nº 6286, en la sesión del 8 de febrero de 1909.

15
el marco de los festejos por el “Centenario de la Revolución de Mayo”. La organización

quedaba a cargo de la Sociedad Científica Argentina, “la institución científica nacional más

arraigada y difundida”. La Sociedad contaba con un espacio editorial Anales que en ese mismo

año ya había publicado el volumen 66 donde sus miembros “reflejan el movimiento científico

del país, en todas sus manifestaciones y aplicaciones”. En el campo de la investigación había

“promovido y realizado las primeras exposiciones científicas e industriales, en 1875 y en 1876,

y costeado la primera expedición a los Andes de Patagonia en 1875”. Estos viajes eran

planificados como medio para la resolución de a uno o varios problemas científicos. Entre ellos

estaba la detección de riquezas minerales, las vías de comunicación por los Andes de la costa

atlántica y pacífica, y la defensa de la grandeza y de la integridad territorial argentinas ante las

pretensiones de Chile (Podgorny 1999). También inició y organizó “los congresos científicos

latinoamericanos que han tenido lugar en esta capital, en Montevideo, en Río de Janeiro y en

Santiago de Chile”. Así el Estado Argentino reconocía estos méritos, dejando en manos de dicha

Sociedad la organización de un Congreso acaso menor que el CIA, pero de una pretendida

magnitud comparable.

El Congreso tenía una notable “Comisión Honoraria” formada por su presidente, José

Figueroa Alcorta, presidente de la República Argentina; los vicepresidentes ocupaban el

gabinete nacional y las principales asociaciones científicas y de educación superior 15. Nada aún

mostraba el recorte disciplinar del Congreso ni sus diferencias con respecto al CIA. Al analizar

la formación de la “Comisión Directiva” vemos que su presidente fue Luis A. Huergo,

presidente de la sección ingeniería. Los vicepresidentes fueron el presidente de la Sociedad

Científica Argentina y Francisco P. Moreno, a quien ya mencionamos en el CIA. Cada “vocal”

15
José Gálvez, Ministro del Interior; Victoriano de la Plaza, Ministro de Relaciones Internacionales Exteriores y
Culto; Rómulo S. Naón, Ministro de Justicia e Instrucción Pública (estos últimos, los mismos que en el CIA);
Ezequiel Ramos Mejias, Ministro de Obras Públicas; Teniente gral. Eduardo Racedo, Ministro de Guerra;
Contralmirante Onofre Betbeder, Ministro de Marina; Ingeniero Pedro Ezcurra, Ministro de Agricultura; Manuel de
Iriondo, Ministro de Hacienda; Manuel J. Guiraldes, Intendente Municipal de la Capital Federal; Eufemio Uballes,
rector de la UBA; Joaquín V. Gonzalez, presidente de la UNLP; Julio Deheza, rector de la UNC; Doctor Doering,
presidente de la Academia Nacional de Ciencias; Estanislao S. Zeballos ex Ministro de Relaciones Exteriores y
Culto; Ingeniero Luis A. Huergo, académico, consejero y ex decano de la facultad de ciencias exactas, físicas y
naturales; Ameghino, director del Museo Nacional de Buenos Aires; Juan J.J. Kyle profesor jubilado de química
inorgánica en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; Pedro N. Arata, decano de la Facultad de
Agronomía y Veterinaria, profesor de química en la Facultad de Medicina; Coronel Ingeniero Luis J. Dellepiane,
consejero y profesor de geodesia en la facultad de ciencias exactas, físicas y naturales, inspector del arma de
ingenieros.

16
representaba un área del saber instituida a nivel del estado argentino y esa misma persona

presidía una sección del Congreso.

El Congreso se organizó en las siguientes secciones: Ciencias Jurídicas y Sociales,

Ciencias Militares, Ciencias Navales, Ciencias Químicas, Ciencias Antropológicas, Ciencias

Geográficas e Históricas, Ciencias Geológicas, Ciencias Físicas y Matemáticas, Ciencias

Biológicas, Ciencias Psicológicas, Ciencias Agrarias, de Propaganda y Redactora. Ameghino

fue el presidente de la Sección Ciencias Antropológicas.

La comisión organizadora giró invitaciones a instituciones del país que desarrollan las

más diversas disciplinas. La UNC fue invitada en carta del 23 de enero de 1910, donde se

expresaba la importancia del acontecimiento como lugar donde “Evidenciar ante los países

civilizados de la tierra, el estado de desenvolvimiento científico que alcanzamos, más alto, por

cierto, que su renombre”. Seguidamente se la invitaba a “Llevar la labor científica desarrollada

por sus instituciones y los métodos de enseñanza y planes de organización que la

individualizan”. Por tal motivo se le solicitaba al rector el envío “de uno o varios delegados que

se sirviera designar”. Firmaba la carta Huergo, presidente de la Sociedad Científica Argentina.

Una carta de características similares recibió el presidente de la Academia Nacional de Ciencias

el alemán, doctor en matemática, Oscar Doering.

Los delegados enviados por la UNC fueron el Virgilio Ducceschi, profesor de Fisiología

y Psicología, autor de numerosos estudios experimentales, investigador de la técnica psicofísica

y docente libre de la Universidad de Roma; el médico e historiador Félix Garzón Maceda; y

Ferruccio A. Soldano docente. Sumados al representante por la Provincia de Córdoba Jerónimo

del Barco, diputado nacional. Cabrera no aparecía formalmente como representante de la UNC.

Sin embargo, sabemos por la portada de su libro Los Lules, que intervino con un

“Trabajo leído por el autor en el ‘Congreso Científico Internacional Americano’ de 1910 en su

carácter de delegado de la Universidad de Córdoba”. La publicación se titula Ensayos sobre

Etnología Argentina Tomo I Los Lules, y fue en el año 1911 en el “Establecimiento Tipográfico

de Francisco Domenici”, en Pueblo General Paz. A sólo meses de su presentación en el

Congreso.

17
A diferencia del CIA, asistieron a este congreso más miembros en representación de sus

países aunque también estuvieron presentes los representantes de universidades, asociaciones y

sociedades16. El Congreso tenía un carácter marcadamente político-académico, incluía una

mayor cantidad de campos disciplinares que el CIA, y a una gran diversidad de grados de

formación profesional y militar que se manifestaba en sus vocales. En tanto, la Iglesia Católica

no aparecía convocada, pese a ser constitucionalmente parte del Estado Argentino.

Lo que sí queda claro es que el presbítero Cabrera se presentó en esta reunión de sabios

con un trabajo propio y de carácter científico, no teológico. Y si bien no constan los documentos

que evidencian quién lo invitó o en representación de qué institución asistió, la Universidad

rápidamente capitalizó la investigación con la cual participó del cónclave al publicarla. Esta

decisión institucional quizás nos hable de cuán ponderada fue la intervención del presbítero

Cabrera en el Congreso.

La Comisión de Ciencias Antropológicas, donde presentó el presbítero su trabajo, la

presidió Florentino Ameghino (1854-1911) 17 y los secretarios generales fueron el maestro

normal y profesor de la UBA y la UNLP Rodolfo Senet (1872-1938) y el profesor del Museo de

La Plata y prehistoriador Luis María Torres. Por entonces, las Ciencias Antropologías

comprendían “Antropología y Paleoantropología”, “Arqueología y Paleoarqueología”,

“Etnografía” y “Lingüística”.

En su discurso inaugural de la Sección Ameghino afirmó:

“Argentinos y extranjeros, del nuevo o el antiguo mundo, los que nos

hemos dado cita en este recinto, somos prosélitos de una misma

escuela que representa el más alto ideal de la humanidad, aquella que


16
Los países que enviaron delegado fueron Francia, Italia, Méjico, El Salvador, Perú, Colombia, Ecuador, Chile y
Santo Domingo; y las universidades fueron las de París, Burdeos, Roma, Padua, la prestigiosa Columbia University
de Nueva York, donde trabajaba Franz Boas (dirigió el Departamento de Antropología de la Columbia University
desde el año 1899); Paraguay y Chile. Por otra parte las sociedades científicas y centros que tuvieron su representante
fueron la Academia dei Lincei, Societá Lingustica de Scienze Naturali e Geografiche, Societá Degli Ingegneri e Degli
Archietti Italiani, Soceidade de Geographia de Rio de Janeiro, Asociación de Educación de Santiago de Chile,
Sociedad Jurídico Literaria de Quito, American Philosophical Society, Washington Academy of Sciences,
Smithsonian Institution, Inspección Sanitaria de Ferrocarriles del Perú, Sociedad de Ingenieros de Lima, Reale
Academia di Scienze, Lettere ed Arti degli Agiati.
17
Parte de la vida académica universitaria así como las investigaciones, Ameghino las realizó en Córdoba. Con
respecto a este último punto, hizo excavaciones arqueológicas en las sierras de Córdoba donde descubrió la existencia
de un poblamiento temprano de bandas de cazadores recolectores anterior a los pueblos agroalfareros; se desempeñó
como docente titular, entre 1885 y 1886, de la cátedra de Zoología de la UNC; y fundó y dirigió el Museo
Antropológico y Paleontológico de la misma universidad (Laguens y Bonnin, 2009:14).

18
sin prejuicios busca la verdad, venga de donde viniere. Por el culto de

la verdad, que es el culto del porvenir, salud a todos, y a trabajar”

(Actas del Congreso, 1910).

Con estos votos, Ameghino definía una comunidad que no estaba sujeta a países ni

regiones, ni siquiera a especialidades, sino que, yuxtapuesta con la humanidad toda, proclamaba

un culto a la verdad, pero una verdad que no parecía depender de un dogma o de un credo, sino

de la de los hombres de ciencias. El culto de la verdad era, claramente, una contrapropuesta a la

intervención de otros cultos acaso más estrechos y prejuiciados.

Entre los vicepresidentes de la Sección de “Lingüística” estaba el Director del Museo de

La Plata Samuel Lafone Quevedo, quien ya había participado en el CIA. Los “temas generales”

propuestos en esta sección se referían al estado actual de los estudios lingüísticos referidos a las

lenguas americanas; las relaciones entre éstas y las del antiguo continente, y entre las lenguas

indígenas de América del Norte y las de América del Sur; se agregaba la cuestión del lenguaje

figurado e ideográfico, los “jeroglificos, petroglifos, pictografías, simbolismos”, quipus y otros

sistemas mnemónicos.

Los “temas específicos” se referían a las provincias lingüísticas argentinas, al Brasil

meridional, al Uruguay y al Paraguay, aunque también a las lenguas patagónicas y fueguinas, y

a las de pueblos históricos como los calchaquíes, los charrúas y los querandíes.

La mesa sesionó el 18 de julio y participaron Ameghino, Ambrosetti y Lehmann-

Nitsche, entre otros. Cabrera participó en la Comisión de Ciencias Antropológicas, aunque no

había misionado en los antiguos pueblos de indios. Sin embargo, algún conocimiento tenía de

ellos, quizás de primera mano por su trabajo en la Universidad y la Iglesia.

Ciertamente conoció la política llevada a cabo por el gobierno de la Provincia de

Córdoba en 1881, sobre los territorios ocupados por los pueblos de indios, que ordenó mensurar

y repartir una parcela de tierra a cada familia indígena y subastar la tierra restante en remate

público. En la ciudad de Córdoba estaba asentado el pueblo de indios conocido como “La

19
Toma”, al oeste del ejido de la ciudad y junto al camino que conducía a las sierras 18. El lugar

que ocupaba este pueblo fue rebautizado el 6 de septiembre de 1910 como “Alberdi”, en

conmemoración del centenario del natalicio del constitucionalista Juan Bautista Alberdi (Gleser

2009). Presumiblemente, el presbítero también pudo conocer algo de ese modo de vida

indígena cuando fue designado miembro de la Comisión de Liturgia del Obispado en 1905, con

la tarea de “controlar el cumplimiento con exactitud de los ritos y ceremonias del culto externo

y público”, según el decreto del Obispo Zenón Bustos y Ferreira. El Pueblo de Indios de “La

Toma” tenía un “modo muy particular de vivir y expresar la fe”, tal como consta en el informe

de la visita del Obispo que se quejaba por “la irregularidad de sus costumbres”. En el caso de

los casamientos, se promovía que los novios contrajeran el sacramento en forma gratuita, pero

aún así “huían de la Iglesia”19.

En esta sesión “El padre Cabrera lee su trabajo sobre los ‘Lules’ trayendo una

interesante prueba documental sobre las distintas regiones ocupadas por los indígenas del

antiguo Tucumán”. Al finalizar la exposición no recibió comentario alguno según consta en las

Actas.

En la sesión del 19 de julio Ameghino designó al presbítero como su presidente y al

químico ítalo-cordobés Roberto Dabbene20 como secretario. Lehmann Nitsche presentó su

trabajo sobre “El problema indígena. Necesidades de destinar territorios reservados a los

indígenas en Patagonia, Tierra del Fuego y Chaco según el proceder de los Estados Unidos de

Norte América”. Era éste un tema de gran preocupación para la época y que fue abordado desde

el campo jurídico por Joaquín V. González, quién elaboró un proyecto de Ley Nacional del

Trabajo en 1904 que no fue aprobado. Ese mismo año Juan Bialet Massé redactó su famoso

Informe donde proponía medidas legales de protección al indígena y la creación de colonias


18
El nombre de este pueblo se debe a que allí fue construida la toma de agua desde el río Suquía para abastecer a la
ciudad de Córdoba. El primer registro sobre la construcción de la acequia data de 1573 según las Actas Capitulares.
La construcción de la acequia y su mantenimiento estuvieron siempre a cargo de los grupos indígenas. Desde el siglo
XVII allí fueron reducidos los indios de la ciudad de Córdoba y trasladados otros grupos de “indios desnaturalizados”
como fueron los hualfines (1647-1650), pampas (1659) y quilmes (1666) (Page 2007).
19
Según Visita Canónica de 1905. Archivo del Arzobispado de Córdoba
20
Nació en Turín, Italia, un 17 de enero de 1864 y murió en Buenos Aires en 1938. Estudió en las universidades de
Turín y Génova. Llegó a nuestro país en 1887, cuando sólo tenía 22 años. Inició su actividad laboral en Córdoba
como profesor de química general, a la vez realizó algunos viajes de estudios por esa provincia, Tucumán y Salta,
coleccionando material biológico. Apenas tuvo la oportunidad se trasladó a Buenos Aires para radicarse
definitivamente en esta ciudad en 1890 (Aguilar: 2009, 6-7).

20
aborígenes en los Territorios Nacionales que dependían del Ministerio del Interior. Esta postura

sería retomada tiempo después por el suizo Alfred Métraux desde su estadía temporaria en la

Universidad del Tucumán. Recordemos que la guerra contra el indio en el sur no tenía más que

tres décadas, y que aún no había concluido en el nordeste donde, en 1924, brotaría el

movimiento de rebelión milenarista Qom y Mocoví en la localidad de Napalpí, a pocos

kilómetros de Resistencia, capital del entonces Territorio Nacional del Chaco (Brunatti,

Colángelo y Soprano, 2002).

La presentación de Lehmann Nitsche generó un gran debate que fue retomado en el

documento final de Ciencias Antropológicas. En coincidencia, Ambrosseti destacó que “los

indios estaban condenados a desaparecer por la codicia del blanco, el alcohol, la sífilis, la

viruela, el sarampión y en general, porque las enfermedades de los blancos hacían estragos en

los indígenas”. Finalizaba sugiriendo que “para salvar a los indígenas el progreso no debía

llegar a las regiones donde ellos vivían”. Evidentemente, era demasiado tarde, teniendo en

cuenta la enorme dependencia que generaba el reclutamiento de mano de obra para la zafra

azucarera. La condición indígena en el Gran Chaco era tan crítica que se buscó reglamentar su

trabajo a los indios. Según el informe de Bialet Masset “el estado del Chaco exigiría una

legislación obrera enérgica y previsora, que corta de raíz los abusos rayanos al crimen”

(Brunatti, Colángelo y Soprano 2002:71).

Ameghino se plegaba luego a la propuesta de Lehmann Nitsche por “sentimiento de

humanidad”. Seguidamente un señor de apellido Fritz se refirió no a los capataces de los

ingenios, ni a los militares fronterizos, sino a los frailes mercedarios. Estos “misioneros

rebajaban el nivel moral de los indios, los explotaban de una manera inicua con el fin de

sacarles dinero, llegaban a hacerles celebrar ceremonias como el casamiento, bautismo, etc.,

cuatro, seis y más veces”. Sabemos que ante estas afirmaciones, Cabrera replicó argumentando

que “desconocía tales cosas pero que no le extrañaba que hubiesen acaecido” ya que los

misioneros mercedarios abundaban en estos territorios. Pero aseguraba que en el presente se

seleccionaba más cuidadosamente “el elemento al que se le confiaba la misión”. Dijo

desconocer el accionar de los misioneros mercedarios en el pasado, quizás porque pertenecían al

21
clero regular y el presbítero pertenecía al secular. Los misioneros identificados con las órdenes

religiosas cuentan con organización interna y externa propia, aunque esta pauta se modificó

desde 1865 cuando la diócesis de Buenos Aires fue elevada a Arquidiócesis. La Iglesia se

adaptaba a la conformación del Estado Nacional, centralizando su autoridad y aplicando la

racionalidad administrativa. Esta medida de modernización eclesiástica se expandía a todo el

clero, tanto regular como secular. Por eso la afirmación del presbítero era más que plausible y

no tanto una evasiva; quizás efectivamente existía un mayor control sobre los misioneros.

En esta sesión, entonces, el tema central de debate fue qué hacer y cómo tratar a los

indios en el presente. Desconocemos por qué Ameghino le confió al presbítero la coordinación

de una mesa en que el lugar de la Iglesia sería necesariamente puesto en discusión, y más aún

tratándose de un sacerdote de la ciudad de Córdoba pero proveniente de Cuyo. Llamativamente,

cuando el presbítero tomó la palabra, no desmintió los dichos de Fritz, aunque se limitó a

señalar que la Iglesia se había vuelto más “cauta” con aquéllos a quienes enviaba a misionar;

quedaba claro, de paso, que continuaba evangelizando a las poblaciones indígenas.

En la sesión del día posterior, el presbítero volvió a intervenir. En esa oportunidad

Cristina Correa Morales, esposa del arqueólogo Francisco de Aparicio, disertó sobre el uso y

costumbres de los indios tehuelches y acompañó su conferencia con ilustraciones pertinentes

que objetivaban el grado de adelanto al que había llegado dicha tribu, puesto de manifiesto en

sus industrias, sus costumbres y sus indumentarias. Lehmann Nitsche tomó la palabra para

disentir con la “señora” porque agrupaba a los puelches y tehuelches como un mismo grupo, y

señaló que lo que ella llamaba tehuelches del norte eran en verdad puelches. Ante la

divergencia, Lafone Quevedo pidió al presbítero que “en virtud de conocer a fondo este asunto”

también lo ilustrase. Él respondió mencionando las obras de Lafone Quevedo y de Lehmann

Nitsche al respecto, y se extendió en algunas consideraciones con relación a varias

designaciones que se había dado a las “tribus”. Lehmann Nitsche concluyó acordando con el

presbítero y agregó que la cuestión “de designar a los tehuelches del norte no tenía razón de

ser”. Cabrera habló desde sus “conocimientos científicos”, demostrando, de paso, su

conocimiento de las obras paradigmáticas de la etnología argentina de avanzada por entonces.

22
En la sesión del 20 de julio Ambrosetti leyó su “Relaciones de la civilización calchaquí

con las civilizaciones del Perú y con los pueblos de América del norte”. Al concluir, Lafone

Quevedo señaló que la influencia Inca había llegado hasta Córdoba, lo cual quedaba demostrado

por algunas denominaciones toponímicas. Seguidamente Ambrosseti preguntó al presbítero

sobre el origen de la palabra “capayana”, y él le respondió que “según mis pesquisas”

“significaba sencillamente camino del jagüel”, lo cual, afirmaba, se traducía como “camino del

Inca”. Pero “capi” significaba “jagüel”. Sobre esta disquisición lingüística Lafone Quevedo

agregó que “capayana” quería decir ambas cosas: “camino real” y “camino del jagüel”

indistintamente, y subrayó que con estas palabras ocurría lo mismo que con muchas otras del

mismo idioma que, según el contexto podían tener distintas traducciones, derivando en dos o

más acepciones. Finalmente, el presbítero hizo un análisis lingüístico a propósito del vocablo

en cuestión, y añadió que muchas palabras usadas en esa reunión servían para indicar la

existencia de una denominación incásica. Ambrosetti retrucó afirmando que los nombres

exclusivamente no constituían prueba suficiente de la presencia incaica en territorio argentino y

que hacían falta “pruebas arqueológicas”. El presbítero estaba en verdad creyendo que las

poblaciones indígenas de Córdoba eran parte del antiguo imperio Inca, una de las altas culturas

americanas e imperiales.

En la sesión del 22 de julio, que presidieron Lehmann Nitsche el coronel Antonio

Romero, Lafone Quevedo expuso sobre “provincias lingüísticas argentinas” y sobre “¿qué es lo

que se sabe de las lenguas que hablaban los calchaquíes, los charrúas y los querandíes?”.

Nuevamente Córdoba cobraba valor. Luego de su exposición, Romero preguntaba “qué posición

lingüística les corresponde a los indios matacos?” Lafone Quevedo respondió con sus

investigaciones y “alude además a los trabajos del Padre Cabrera”. Este agradeció “los

conceptos benévolos vertidos por el señor Lafone Quevedo”, y se extendió “respecto del uso de

los términos en los distintos idiomas y llega a ejemplificar con los documentos antiguos”. Para

concluir señaló que “no ha hecho otra cosa que formar vocabularios” aunque “no es un

lingüista”. Seguidamente Ambrosetti confirmó con ejemplos los aportes del Padre Cabrera, a lo

que Ameghino asintió (Actas del Congreso 1910).

23
En el debate sobre la localización de las comunidades indígenas en el territorio nacional

el presbítero aparecía como una persona versada en el tema, y además, reconocida por sabios de

la talla de Lafone, Ameghino y Ambrosetti. Estos saberes el presbítero seguramente emanaban

de la institución a la cual pertenecía porque las parroquias, hasta fines del siglo XIX y

comienzos del siglo XX, eran las que registraban y conocían la población. Las secretarias

parroquiales eran los únicos lugares a donde se anotaban las personas al momento de recibir el

sacramento de bautismo y la extremaunción, luego surgieron las primeras oficinas de “registros

civiles21”. Entonces, no es de extrañar que el presbítero poseyera una información muy

detallada de las poblaciones indígenas y de sus territorios. Los conocimientos el presbítero

merecían la confianza de los científicos porque se fundaban en pruebas empíricas: los

documentos y libros parroquiales, y “estar” en la parroquia del lugar (Malinowski 1922).

En la sesión del 23 de julio, el presbítero Cabrera expuso sobre los “vilellas”, un grupo

acaso marginal y extinto de indígenas de origen precolombino. Señaló que databan de épocas

recientes como invasores de la región chaqueña en tiempos coloniales. Además convocó a

revisar los conocimientos tradicionales sobre ellos porque a su entender “no constituían un

tronco principal sino una simple rama derivada” y agregó, “Estando estos indios a punto de

extinguirse urge el verificar la tradición” (Actas del Congreso 1910).

En suma, no obstante su paso por el CIA, el Congreso Científico Internacional

Americano fue decisivo en la incorporación pública del presbítero Cabrera al mundo académico

de la Americanística, no sólo porque fue allí donde presentó su propia investigación, y muy

especialmente, porque mereció posiciones de privilegio en la dinámica del evento, concedidas

por personalidades encumbradas y ya reconocidas de las ciencias antropológicas. ¿Por qué

confió Ameghino en Cabrera para dirigir la sesión de lingüística? ¿De dónde conocía Lafone la

competencia en estas cuestiones del sacerdote cordobés? Y por último, ¿cómo incidió el paso de

Cabrera por el CIA y el Congreso Científico para integrarse a una comunidad universal cuyo

21
El Registro Civil surgió como una institución estatal más de la modernidad desbancando a la Iglesia de su poder de
“registrar a la población”. El 1 de enero 1881 comienza a funcionar el registro civil municipal de Córdoba, el más
antiguo del país.

24
único culto era la verdad, pero una verdad que dudosamente procediera de un (solo) libro sino,

más bien, de distintos documentos y artefactos producidos por el hombre.

Conclusiones

La espacialidad, la materialidad y el nombre de la Sección de la Biblioteca fueron los

indicios que seguí para descubrir e interpretar el desarrollo intelectual- académico de un

religioso cordobés como Cabrera en el campo de estudios internacional del americanismo. A un

siglo de su consagración en el “americanismo” intento dar una explicación acerca de la

participación y ubicación del presbítero en dos Congresos tan significativos que se dieron en

Argentina en 1910.

En aquellos tiempos, la histórica universidad cordobesa estaba administrada por la élite

cordobesa tradicional surgida en el período colonial, tiempo en que el poder estatal y el religioso

estaban sumamente imbricados. Esta intimidad comenzó a replantearse con la modernización de

la sociedad en las últimas dos décadas del siglo XIX cuando diversas medidas de orden nacional

y provincial condujeron a profundizar la brecha entre la autoridad universitaria y la autoridad

eclesiástica, en este caso el Obispo de Córdoba.

Pero lo que queda claro del tránsito del presbítero por los dos Congresos de 1910 es que

fue la élite universitaria la que le abrió las puertas al mundo de los sabios y la ciencia universal.

Ciertamente no porque la Iglesia careciera de internacionalismo pero ahora Cabrera era

reposicionado de cara a una verdad de autoría, gestión, transmisión y reproducción netamente

humana. En el CIA se discutió un tema “sagrado” para la fe cristiana como es “el origen el

hombre” americano, verdad incuestionable, revelada por Dios a los hombres y redactada en las

Sagradas Escrituras.

“El origen del hombre” era uno de los temas que la Iglesia no estuvo nunca dispuesta a

reformular y sobre la cual los científicos modernos racionalistas se habían atrevido a discutir

desde la “Teoría evolucionista”. ¿Qué llevó a un hombre de la Iglesia, a “sentarse a comer” con

los sabios que negaban las verdades reveladas por Dios y creaban otras nuevas basadas en su

experiencia?

25
En el segundo Congreso el presbítero discutió temas de política indígena y el rol de la

Iglesia. Para evangelizar era necesario conocer a la comunidad y algo de su lengua. Por eso su

interés en participar del debate sumado a que aún en la ciudad de Córdoba existían poblaciones

indígenas, según la visita pastoral de 1905. El presbítero Cabrera debía controlar la

“uniformidad del culto divino” en la Diócesis de Córdoba como miembro de la Comisión. Esta

decisión se comprende desde la búsqueda de la Iglesia de unificar su poder y por ende sus

prácticas desde la conformación de la Arquidiócesis de Buenos Aires en el proceso de

romanización de la Iglesia a comienzos del siglo XX (Di Stefano y Zanatta 2009).

Reconociendo este rol histórico de la Iglesia los misioneros han sido “los más fieles”

cronistas sobre el modo de vida de otras comunidades, y por eso el presbítero no dudaba en

consultarlas para su investigación tratándolas como fuentes primarias. Luego pasó a analizar lo

que sobre ellas habían escrito los “historiógrafos” y finalmente, la obra de Lafone Quevedo

quien, en su obra de 1894, diferenciaba su labor de la que habían realizado los misioneros

señalando que “Para los misioneros alcanzaba el vocabulario castellano-Lule, para el

Americanista es indispensable el Lule-Castellano” (Lafone Quevedo 1894).

Con la publicación de la obra del presbítero Cabrera, la UNC materializaba su

participación en el Congreso y se posicionaba en los congresos internacionales. Por su parte

Cabrera se ubicaba en el debate de los “sabios” científicos de La Plata y la UBA sin dejar de ser

“un hombre de la iglesia”.

26
Bibliografía

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Aires, Coni.

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Archivo del Arzobispado de Córdoba.

Archivo General e Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba.

Agradecimientos

A Silvia Fois, Delia Cabrera y Nicolás Alessio por su generosidad en cada comunicación.

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