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Cada varios miles de años, el gigantesco imán que es nuestro planeta cambia su polaridad.
Durante el tiempo en el que esto ocurre, se producen varios fenómenos
Imaginen que un día al despertarse hubiesen perdido el norte, y no en sentido figurado: que el
polo magnético que atrae los punteros de las brújulas hubiese cambiado, dándose la vuelta, de
forma que el sur magnético coincidiese con el geográfico, y no como ocurre ahora. Imaginen que
la polaridad de la Tierra estuviese de pronto de revés.
Se trata de un fenómeno habitual en la vida de nuestro planeta, aunque desde luego no pasa de
un día para otro ni ocurre de forma periódica ni estable. Los geofísicos calculan que el fenómeno
ha tenido lugar cada 200.000 años de media desde el nacimiento de la Tierra, aunque la última vez
que ocurrió, un fenómeno conocido como la inversión magnética de Bruhnes-Mayuyama, fue hace
casi 800.000 años, así que hemos sobrepasado de largo este margen. Aunque es difícil de
asegurar, algunas señales parecen indicar que estaría a punto de ocurrir de nuevo.
Claro que cuando hablamos de geofísica, "a punto" es relativo, ya que no es un proceso
instantáneo, sino algo gradual que tarda entre 1.000 y 10.000 años en completarse. O eso se creía
hasta ahora, porque científicos de la Universidad de California – Berkeley han estimado que la
última inversión de la polaridad de la Tierra pudo producirse en menos de un siglo. Eso sí es lo
suficientemente rápido como para que notásemos sus efectos si llegase a ocurrir próximamente.
Lo cierto es que, lo notemos o no, el campo magnético de la Tierra, que nos protege de gran parte
de la radiación que nos llega del espacio, sobre todo del Sol, se mueve continuamente. Desde que
en 1861 se ubicó por primera vez el polo norte magnético, éste se ha movido más de 1.000
kilómetros, y el movimiento se ha acelerado en los últimos años según los científicos de la NASA:
de 10 a 40 millas al año. De seguir así, como se espera que ocurra, en unas décadas estará
posicionado sobre Asia y no sobre Norteamérica como está hoy.
Para encontrar la causa de estos movimientos, hay que ir al origen del propio campo magnético
terrestre, que está bajo la superficie de nuestro planeta, según bajamos hacia el centro. El núcleo
interno de la Tierra está compuesto en su mayoría por hierro que, a pesar de estar a altísimas
temperaturas (entre 5.000 y 7.200 grados centígrados), se encuentra en estado sólido debido a la
enorme presión a la que está sometido.
Sobre ese núcleo interno se encuentra el llamado núcleo externo, compuesto en su mayor parte
por una aleación líquida de hierro y níquel a entre 4.000 y 5.000 grados. Rodeando ésta existe otra
capa llamada manto terrestre, hecha de roca que fluye pastosa como si fuese asfalto. Su
temperatura es relativamente templada (entre 871 y 2.200 grados).
Las diferencias de temperatura entre el núcleo interno y el manto terrestre, junto con el
movimiento de rotación terrestre, crean un proceso de dinamo que convierte la Tierra en un
enorme imán. Dado que está basado en un fluido conductor con un movimiento irregular, el
campo magnético no es constante ni inmóvil, sino que varía en intensidad, orientación y polaridad.
De darse una inversión de la polaridad, sin embargo, sí sufriríamos las consecuencias tanto a nivel
biológico como tecnológico. La causa es que este fenómeno estaría precedido por un
debilitamiento del campo magnético y por tanto de su capacidad para formar la magnetosfera, la
región alrededor de la Tierra que nos protege de la radiación solar y del flujo de partículas
energéticas provenientes de nuestra estrella.
Al debilitarse esa capa protectora, nuestro planeta recibiría niveles de radiación mucho más altos,
lo que tiene un grave efecto sobre los seres vivos. “Si el cambio ocurre a lo largo de milenios,
muchas especies pueden adaptarse al cambio para sobrevivir. Si el cambio es inmediato y no se
puede desarrollar la protección necesaria, el efecto sería catastrófico”. De hecho, algunas
investigaciones apuntan a una relación entre la desaparición de los neandertales y un
debilitamiento del campo magnético que tuvo lugar durante el mismo periodo.
En el campo de la tecnología, los primeros en sufrir los efectos de la radiación serían los satélites
que orbitan nuestro planeta, de los que dependen muchos sistemas de comunicación y
navegación: internet, los aviones y demás transportes, todas las redes que dependen de la
geolocalización… Pocos servicios quedarían sin sufrir las consecuencias.
Pero la Tierra, explica Herraiz, es una unidad en la que pocos fenómenos ocurren de forma aislada
sin afectar a los demás elementos, de forma que la debilidad de la magnetosfera provocase
también un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, un incremento de procesos
geológicos extremos y otras reacciones de carácter planetario al quedar la atmósfera más
expuesta a la radiación solar que nos llega en forma de erupciones de partículas solares.
El campo magnético se debilita
Esto podría significar que se acerca una inversión de la polaridad terrestre durante los próximos
siglos, aunque se trata solo de una posibilidad, puesto que aunque esos fenómenos siempre van
precedidos de un periodo en el que el campo magnético pierde potencia, no siempre que esto
ocurre ha terminado dándose un cambio en la polaridad.
En los últimos dos siglos su intendidad se ha reducido en torno a un 10%. "Durante un cambio de
polaridad puede llegar a reducirse hasta un 20% de su valor inicial, y si no hay tiempo para
adaptarse, el efecto puede ser desastroso para la vida y la tecnología", concluye Herraiz.