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LA VISITACION A

ENFERMOS

OSVALDO ANTONIO SIMARI


TRABAJO ESPIRITUAL CON ENFERMOS

Pastor OSVALDO ANTONIO SIMARI

Ejerció el Pastorado en Rosario (Santa Fe, Argentina) y en Asunción


(Paraguay). Realizó su pasantía en la Capellanía del Hospital Bautista de
Asunción Paraguay en el Año 1983.

Este material fue corregido por el Dr. Floreal Ureta, Ex Decano del
Seminario Internacional Teológico (S.I.T.B) de Buenos Aires (Argentina)

Agosto 2000
TRABAJO ESPIRITUAL CON ENFERMOS

INTRODUCCION ...................................................1

1. La visitación a enfermos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
2. Elementos a tener en cuenta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

EL VISITADOR ...................................................4

1. Sus motivos ................................................... 4


2. Su habilidad natural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
3. El saber que hay que prepararse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6
4. Confiar en el resultado de nuestra tarea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
5. La disposición a pagar el precio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8

LA PERSONA VISITADA: EL ENFERMO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

1. El carácter del enfermo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9


2. La enfermedad que padece . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
3. Lo conozco. ¿Hasta qué punto? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
4. ¿Iré acompañado? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

LA VISITA CONCRETADA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

1. Día y hora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
2. Cómo ubicarse para dialogar con el enfermo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
3. Duración de la visita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12

EL DESARROLLO DE LA VISITA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

1. Preséntese naturalmente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
2. Dispóngase a escuchar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
3. Use adecuadamente la Biblia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
4. Termine con una oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
5. El camino más excelente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
TRABAJO ESPIRITUAL CON ENFERMOS

INTRODUCCION

1. La visitación a enfermos

¿De modo que usted se dispone a ejercer el ministerio de visitación en su Iglesia?


Dentro de esta tarea espiritual tendrá muchas responsabilidades: deberá visitar a
miembros en perspectiva o, a personas interesadas en el evangelio; deberá hacer objeto de
su interés a miembros de alguna familia de su congregación que ya conocen algo o mucho
del tema espiritual. Quizá le asignen para que los visite a personas que hayan tomado una
decisión de entrega al Señor Jesucristo; pero es muy probable que la persona que tenga
que visitar sea una persona enferma.

No es ésta una tarea fácil. Y como usted es un creyente responsable, es de suponer que
se dispone a estudiar y a probar algunos principios ya ensayados que le han de ayudar en
esa compleja tarea que se dispone a emprender. Por lo general, y sin duda hay que contar
con honrosas excepciones, no es mucho lo que sobre el tema se habla desde el púlpito y
no todas las iglesias organizan cursos para la capacitación específica de sus miembros
para realizar esta importante tarea que, por otra parte, ha sido claramente encomendada a
los creyentes, con la autoridad suprema del Señor.

En muchas ocasiones Jesucristo ordenó a sus discípulos que cumpliesen con el deber de
ministrar a los enfermos. Lo que en la ocasión que llamamos la “misión de los doce”
(Mateo 10: 5-151; Marcos 6.7-132; Lucas 9:1-63), por cierto que dentro de un

1
Mateo 10.5-15 “Misión de los doce (Mr. 6.7–13; Lc. 9.1–6) 5A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por
camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, 6sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel. 7Y
yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. 8Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad
fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia. 9No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; 10ni de alforja
para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento. 11Mas en cualquier
ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis. 12Y al entrar en la casa,
saludadla. 13Y si la casa fuere digna, vuestra paz vendrá sobre ella; mas si no fuere digna, vuestra paz se volverá a vosotros. 14Y
si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies. 15De
cierto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella
ciudad.”
2
Marcos 6.7-13 “Misión de los doce discípulos (Mt. 10.5–15; Lc. 9.1–6) 7Después llamó a los doce, y comenzó a enviarlos
de dos en dos; y les dio autoridad sobre los espíritus inmundos. 8Y les mandó que no llevasen nada para el camino, sino
solamente bordón; ni alforja, ni pan, ni dinero en el cinto, 9sino que calzasen sandalias, y no vistiesen dos túnicas. 10Y les dijo:
Dondequiera que entréis en una casa, posad en ella hasta que salgáis de aquel lugar. 11Y si en algún lugar no os recibieren ni
os oyeren, salid de allí, y sacudid el polvo que está debajo de vuestros pies, para testimonio a ellos. De cierto os digo que en
el día del juicio, será más tolerable el castigo para los de Sodoma y Gomorra, que para aquella ciudad. 12Y saliendo, predicaban
que los hombres se arrepintiesen. 13Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban.”
3
Lucas 9.1-6 “Misión de los doce discípulos (Mt. 10.5–15; Mr. 6.7–13) 1Habiendo reunido a sus doce discípulos, les dio poder
y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. 2Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los
enfermos. 3Y les dijo: No toméis nada para el camino, ni bordón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevéis dos túnicas. 4Y en
cualquier casa donde entréis, quedad allí, y de allí salid. 5Y dondequiera que no os recibieren, salid de aquella ciudad, y sacudid
el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos. 6Y saliendo, pasaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio y
sanando por todas partes.”
Lucas 10.1-9 “Misión de los setenta 1Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de

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contexto más amplio que la sola visitación a los enfermos, y además con detalles
propios y adecuados a la ocasión.

Cuando más tarde resolvió enviar a “setenta discípulos” en una misión semejante
les dijo: “En cualquier ciudad donde entráis, y os reciban, comed lo que os
pongan delante, y sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha
acercado a vosotros el Reino de Dios” (Lucas 10:8,9).

Hay tres cosas bien claras en el texto:

Primera: No se debe ser “exquisito” con lo que los huéspedes puedan ofrecer al
visitador, y esto sobre todo, si se ha llegado a la casa de un enfermo donde es
posible que las circunstancias hagan escasas algunas provisiones. No hablará bien
del visitador el que sea muy exigente en este particular. De cualquier modo,
llama la atención que el Señor lo haya mencionado: “comed lo que os pongan
delante”.

Segunda: Cumpla oportunamente, especialmente en el caso que nos ocupa, la


misión que lo ha llevado a golpear la puerta de esa casa: “sanad a los enfermos
que en ella haya”. Debe recordar que el hecho, el sencillo hecho de su presencia,
ha despertado ciertas expectativas en los enfermos visitados. No saben que es lo
que usted hará, pero esperan que haga algo. Hay una cosa que no debe olvidar
nunca en una situación semejante: “La oración eficaz del justo puede mucho”.
(Santiago 5:16b). Y un consejo oportuno: no importa las experiencias que usted
haya tenido, procure abstenerse de “recetar” remedios por su cuenta. ¡Y esto
aunque no corra el riesgo de que lo castiguen por “ejercicio ilegal de la
medicina”! Deje que su Señor, y su fe, y su oración obren. El remedio lo
prescribirá el medico y el nunca sabrá hasta que punto habrá sido eficaz. Lo que
sabemos por la Palabra de Dios es que la “oración del justo” obra eficazmente, y
por algo que sería muy largo de explicar aquí es lo que el enfermo necesita.

Tercera: No debe olvidar que el propósito primordial de ese encuentro va más


allá de la salud física del visitado. El y todos los que lo acompañan deben saber,
y si ya lo saben usted debe hacérselo recordar, “que se ha acercado a vosotros el

dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. 2Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros
pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. 3Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de
lobos. 4No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino. 5En cualquier casa donde entréis, primeramente
decid: Paz sea a esta casa. 6Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros. 7Y
posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa
en casa. 8En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante; 9y sanad a los enfermos que en ella
haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios. 10Mas en cualquier ciudad donde entréis, y no os reciban, saliendo
por sus calles, decid: 11Aun el polvo de vuestra ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra vosotros. Pero
esto sabed, que el reino de Dios se ha acercado a vosotros. 12Y os digo que en aquel día será más tolerable el castigo para
Sodoma, que para aquella ciudad.”

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reino de Dios”. De alguna manera, con su presencia, Dios se hizo presente en ese
hogar.

¡El olvido o desconocimiento de alguna de estas cosas puede hacer fracasar su


visitación, y usted no quiere fracasar, e igualmente el Señor no quiere que usted
fracase!

Claro que estos pasajes se refieren a un grupo determinado de creyentes, pero


podemos recordar otro pasaje del Nuevo Testamento, el de Mateo 25:31-46 donde
el deber es más general, la responsabilidad es de todos creyente. Citamos tan solo
la parte pertinente del mismo: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino
preparado para vosotros desde la función del mundo. Porque tuve hambre, y me
disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estuve desnudo, y me cubristeis:
enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mi...”. Se da cuenta de que
este texto se aplica a usted? Que bueno sería si en cada ocasión en que usted se
dispone a cumplir su ministerio se diga a sí mismo y lo sienta en su oración como
una viva verdad: “¡Voy a visitar al Señor!”.

Al llegar a este punto me parece oírlo exclamar: “¿Cómo puedo yo cumplir con
ese deber?” Tiene razón, pero en este caso recuerde que de una manera
semejante pensó el Apóstol Pablo: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2
Corintios 2:16b). Una respuesta que tiene sus puntos de verdad, pero hay otra
respuesta que es la que finalmente da el Apóstol Pablo: “...no que seamos
competentes por nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de
Dios...” (2 Corintios 3:5)

Usted ha sentido una inquietud por la clara responsabilidad que le impone su


condición de discípulo de Cristo. Y es posible que, respondiendo a un
llamado concreto del Señor por medio de su Iglesia, se disponga a ser un
visitador de enfermos. ¡Nuestra más sincera felicitación! Lo que sigue es un
intento de ayudarlo en el cumplimiento de ese precioso ministerio al cual está
siendo llamado por el Señor, un “supremo llamamiento de Dios en Cristo
Jesús” (Filipenses 3:14).

2. Elementos a tener en cuenta

¿Qué elementos se hallan implicados en una visitación a enfermos? Por


supuesto nos estamos refiriendo a una visitación efectiva. Partamos de esta
premisa: algo debe haber cambiado luego de nuestra visita, tanto en el enfermo
como en su familia. Si había angustia debe quedar paz; si faltaba esperanza debe
quedar fe; incluso si había dolor este debe haber disminuido dando lugar al
consuelo en el dolor. El visitador podría decir como Job a sus molestos e inútiles

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consoladores: “Pero yo os alentaría con mis palabras, y la consolación de mis
labios apaciguaría vuestro dolor” (Job. 16:5). Y esto será así porque en el
transcurso de su ministerio, usted podrá decir como el Mesías: “Jehová el Señor
me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado...” (Isaías 50:4).
Incluso, hermano mío, dará gracias a Dios por cada sufrimiento que haya llamado
a su puerta porque habrá aprendido lo que el Apóstol Pablo aprendió, a bendecir
al “...Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en
todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los
que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros
somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:3b,4). No tenga ninguna duda: si el
Señor lo ha llamado al ministerio de la visitación a los enfermos, algo habrá
pasado entre el momento en que usted entró a la casa o en el hospital donde está
el enfermo y el momento en que sale. ¡Y esto lo habrá hecho Dios por su
intermedio!

En una visitación cristiana hay por lo menos cuatro elementos que debemos tener
en cuenta, a saber:

1. Usted mismo, el visitador


2. La persona visitada: el enfermo
3. La visita concretada
4. El desarrollo de la visita

EL VISITADOR

¡Comenzamos por pensar en usted mismo! Esto es correcto, ya que usted es un


elemento esencial en la tarea de la visitación a enfermos. ¡Mal irían las cosas si
ni el enfermo, ni la iglesia, ni el Señor, pudiesen contar con usted!

Con respecto a este tema hay cinco cosas fundamentales a tener en cuenta.
Todas son muy personales, de modo que las respuestas están en su corazón y es
usted quien debe responder a las preguntas implicadas en cada tema.

1. Sus motivos

Preguntar por nuestros motivos es sondear lo profundo de nuestra


personalidad para distinguir allí que es lo que nos mueve a proceder de
una o de otra manera. Una poetisa bastante bien conocida en nuestro
medio trata de descubrir cuales son los motivos que la mueven a querer a
Jesús. Sabe que no es el cielo que Jesús le ha prometido, sabe que no es el
infierno que la llena de terror. Y continua indagando hasta que descubre
que lo que la motiva a querer a Jesús es simplemente el amor del Señor, el

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amor que lo llevó hasta el Calvario. Y con esta hermosa afirmación así lo
declara:

“...aunque no hubiera cielo, yo te amare; y aunque no hubiera infierno, te temiera.”

¿Recuerda la poesía? Pues de la misma manera usted debe sondear las


profundidades de su ser hasta estar absolutamente seguro de que ni el terror
al infierno ni la gloriosa esperanza de llegar alguna vez al cielo lo
“motivan” para ser un visitador de enfermos. La pregunta sigue exigiendo
una respuesta, una respuesta absolutamente sincera. Yo pienso que hay
muchas respuestas a esta pregunta, pero igualmente estoy convencido de
que la respuesta es una, y una sola. No podemos enseñársela en este
manual; es algo que usted debe descubrir por si mismo y más: usted debe
estar seguro de cual es antes de comenzar su tarea. Sería muy triste que
en medio de una entrevista con un paciente comenzase en su interior un
cuestionamiento: “¿por qué estoy aquí? ¿ quién me ha metido en ese
compromiso? ¿qué puedo hacer para librarme de él?” Con estos
pensamientos oyéndole al corazón no piense que podrá tener éxito en su
tarea. Repetimos lo dicho: usted debe responder sinceramente; la respuesta
final es suya y solamente suya.

Jesús sabía a qué había venido a este mundo: “Porque el Hijo del Hombre
no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos” (Marcos 10:45). Esta convicción lo orientó en su ministerio de
cada día y cuando llego el momento de enfrentar la cruz lo hizo sin titubeo
alguno, para dar testimonio a la verdad...” (Juan 18:37). Y cuando ese
“testimonio a la verdad” lo llevó a la cruz, la enfrentó sin vacilación alguna.

Algunos versículos antes, le había dicho a Pedro: “Mete tu espada en la


vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber? (Juan 18:11).

No dude que una seguridad tal lo animará en su tarea cuando esté


absolutamente convencido de que el Señor quiere hacer de usted un
visitador de personas necesitadas en el trance amargo de la enfermedad.

2. Su habilidad natural

Esto responde a una cuestión que hay que evaluar con sumo cuidado. En
una ocasión el Señor pregunto a sus discípulos: “¿Podéis beber del vaso
que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?”
Ellos respondieron (Jacobo y Juan): “Podemos”. La respuesta fue
inmediata y sincera, y sobre todo, verdadera. Pero les fue revelado por el
Señor: “A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con

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que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a
mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes esta
preparado” (Marcos 10:38b-40).

Nos conmueve la sinceridad de los discípulos, pero notamos una falta de


madurez. Como se ve por la continuación del relato, pensaban más en la
gloria del ministerio que en el costo del ministerio. Usted puede decir con
la misma sinceridad de los discípulos: “Puedo hacer lo que se me pide, voy
a responder con total lealtad al deber que me impone mi condición de
creyente.” Jesús responderá a su sinceridad como Él sabe hacerlo.

Usted será usado en un ministerio bendecido y útil y podrá usar los dones
naturales que el Señor le ha dado en un ministerio eficaz. Pero hay que partir de la
base de una cautelosa confianza en nuestras capacidades personales. Nuestras
capacidades, puestas al servicio del Señor, pueden ser una gran bendición;
nuestras capacidades confiadas a lo muy humano nuestro, pueden ser un
peligro. De todas maneras será solamente el Señor obrando en nosotros y por
nuestro medio el que nos dará el éxito que anhelamos en nuestro ministerio,
recordando, además, que todo deberá hacerse sin pensar en premio alguno, como
no sea el saber que de esa manera estamos agradando al Señor.

3. El saber que hay que prepararse

El Nuevo Testamento nos pone en aviso contra un optimismo excesivo. Lo


vemos en las dos parábolas del Señor en Lucas 14:28-32.4 Antes de iniciar
algo, construir una torre, enfrentar un obstáculo, enfrentar una guerra, el
Señor dice que es conveniente calcular bien si tenemos capacidad para
terminar la obra o ganar la guerra. La historia humana está llena de relatos
de cálculos mal hechos, de cosas a medio hacer y de guerras perdidas.
Hasta Napoleón, un genio de la guerra, no calculó bien el invierno ruso, ni
las fuerzas de sus enemigos en Waterloo. No sabemos qué sería de la
historia del mundo si las cosas hubieran sucedido de otra manera, si
Napoleón hubiera sido más precavido.

La verdad es que la Biblia nos enseña que cada cual debe tener de sí el
concepto correcto. Hay que saber evaluar nuestra capacidad: no tener .....
más alto concepto de sí que el que debe tener” (Romanos 12:3). Pero es
evidente que cada cual debe tener de sí el concepto que debe tener.

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28 Porque ¿quién de vosotros. queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que
necesita pata acabarla?
29 No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer
burla de él,
30 diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar.
31 ¿.0 qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez
mil al que viene contra él con veinte mil?
32 Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz.

6
Debemos saber qué es lo que podemos hacer y esto nos lo dirá. “...la
medida de fe que Dios repartió a cada uno”5, Usted podrá ser un buen
visitador y una bendición para el que sufre siempre que tenga en cuenta algo
que decía San Agustín: “Si dijeses: ‘Ya basta, alcancé la perfección’, todo
está perdido. Pues es función de la perfección hacer que uno conozca su
propia imperfección.”

Los dones naturales que usted posee, Jesús puede perfeccionarlos.


Aspire a que él lo haga. No se conforme con lo que hasta aquí haya hecho o
con lo que pueda hacer. Piense en las oportunidades del mañana. En la
medida que sienta la necesidad de hacer mejor las cosas y se prepare para
ello, efectivamente podrá hacer las cosas mejor. Debe recordar que no todos
los enfermos son iguales, como también sabe el médico que no todas las
enfermedades son iguales. Con cada caso usted aprenderá algo nuevo; con
cada caso alcanzará una nueva capacidad para hacer mejor las cosas. Estará
en condiciones de sortear escollos que ayer lo hicieron fracasar o casi
fracasar. Recuerde: “Soy suficiente, capaz, un buen instrumento en las
manos de mi Señor, en la medida en que recuerdo y obro en consecuencia
que “nuestra competencia proviene de Dios””

4. Confiar en el resultado de nuestra tarea.

Si nuestra suficiencia para tener éxito en la tarea de visitar enfermos


viene de Dios, podemos estar razonablemente seguros, por eso mismo, del
buen resultado de nuestra tarea. Debemos añadir a esto que el hecho de que
usted crea en ese resultado le dará un sentido muy singular a lo que haga. La
forma en que se presente ante el enfermo, la seguridad de sus palabras, el

5
1 Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo a los ojos de
Dios que es vuestro culto racional.
2 No os conforméis a este siglo. Sino transformamos por este medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
cornprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
3 Digo, pues, por la gracia que me es dada. a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el
que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.
4 Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma
función, 5 así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.
6 De manera que teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la
medida de la fe;
7 o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza;
8 el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia,
con alegría
9 El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.
10 Amaos los uno a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriendo los unos a los otros.
11 En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor;
12 Gozosos en la esperanza: sufridos en la tribulación; constantes en la oración;
13 compartiendo para las necesidades de los santos: practicando la hospitalidad.
14 Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis.
15 Gozaos con los que se gozan, llorad con los que lloran.

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tono de absoluta confianza de su oración, y, lo fundamental, el amor que
refleje en todos estos elementos, darán el milagro de una tarea exitosa.

Más adelante veremos que nuestra tarea y su éxito no siempre se verán en la


recuperación de la salud del enfermo. Desde nuestro punto de vista,
diríamos que el resultado de nuestro ministerio casi siempre va más allá de
este hecho que puede ser ocasional. La vida de ningún hombre está en las
manos de otro hombre; siempre está en las manos o en la voluntad de
Dios. Joram, el asustado rey de Israel sabía bien esto cuando se le presentó
Naamán con cartas del rey de Siria diciéndole: “... Cuando lleguen a ti estas
cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, (para que lo
sanes de su lepra).” El rey rasgó sus vestidos, y dijo: “... Soy yo Dios, que
mate y dé vida, para que éste envíe a mi a que sane un hombre de su lepra
... ? (2Reyes5:6b, 7b). Como visitador, usted puede ser más que el rey de
Israel y creer en lo imposible, que aunque no lo haría él, lo haría Dios y casi
con menos posibilidad que Elíseo, que realizó lo imposible desde el punto
de vista del rey. Pero de cualquier manera Dios fue el que realizó el portento

El Nuevo Testamento habla de cristianos que tienen “dones de sanidades”,


pero el texto de Mateo 25 implica que el deber de visitar a los enfermos es
responsabilidad de todos los creyentes, de modo que el ejercicio de dones de
sanidad no fue ejercido de modo de hacer innecesaria la visitación de los
enfermos, como en la multiplicación de los panes y los peces (Marcos 8:1-
JO; Mateo 15:32-39; Lucas 9:10-17; Juan 6:1-15) no involucró que el
Señor y sus discípulos no compraran pan (Juan 4:8).

El deber del discípulo de visitar y ayudar a sus hermanos enfermos o


necesitados es hoy tan ineludible como en los tiempos bíblicos. Es
incuestionable que el Señor hubiera podido sanar a los enfermos y aun evitar
que los sanos se enfermaran, pero él quiso en esto, dejar un lugar importante
al amor fraternal. ¿Fue sabio en esto? Hay algo que queremos señalar: Él
estará con nosotros cuando nos dispongamos a cumplir con lo que Él nos
manda a este respecto.

5. La disposición a pagar el precio

Debemos tener en cuenta una condición muy particular de este ministerio, y


es la que resulta de la intimidad con los enfermos que estamos visitando.
Estamos expuestos a la tristeza, desesperación, frustración, etc., que
experimenta cl mismo enfermo, y debemos ser conscientes de este hecho. El
autor de la Carta a los Hebreos menciona la “compasión” de nuestro sumo
sacerdote por los problemas humanos (Hebreos 4:15).6 “Compasión”
podríamos traducirlo también como “simpatía”, sin olvidar que este término

6
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en
todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

8
tiene una connotación muy especial en medicina. Se entiende como la
“relación entre dos órganos simétricos que hace que cuando uno padece
una dolencia, la experimenta el otro también” (Pequeño Larousse
Ilustrado). No podremos hacer una tarea efectiva como visitadores sin
simpatía o compasión por la persona a la que estamos ministrando. Pero
esta “simpatía” puede hacernos correr el riesgo de “contagiarnos”, en un
sentido espiritual, del mal sobre el que queremos y debemos prestar ayuda.

¡Cómo necesitamos la ayuda y colaboración del Señor para esta tarea!

LA PERSONA VISITADA: EL ENFERMO

La forma en que se concreta el momento de la visita puede ser tan variada como la
situación en que se encuentre cl enfermo: internado en un sanatorio, en un hospital
público, guardando cama en su casa, entre otros. Hasta donde pueda preverlo, el
visitador no debe de ninguna manera, improvisarlo todo. Tampoco, por cierto, debe
ir a la entrevista con un tema ya determinado. Esto haría imposible un verdadero
diálogo entre ambos, y, al mismo tiempo, una auténtica relación personal. Y sin
relación personal no hay una genuina visitación, porque en el momento de la visita no
se alcanzó un grado adecuado de comunión personal. Y a esto debe tender el contacto
mutuo en el que el visitante debe procurar animar al enfermo, alentarlo a esperar su
recuperación y, sobre todo, conducirlo a un encuentro con el Señor, cl amigo de los que
sufren. Teniendo esto como un propósito general permita que el Señor ponga por su
Santo Espíritu las palabras oportunas en su corazón y en su boca.

1. El carácter del enfermo

Hay enfermos animosos. Es de quienes hemos oído en algunas ocasiones decir:


“Fui con el propósito de animarlo y vengo animado de la visitación. He sido
ricamente bendecido por el Señor en esta visita. ¡Usted debería conocerlo! ¡Sería
de bendición para usted!”.

Hay enfermos a quienes la enfermedad desalienta. Resulta muy difícil


encontrar palabras que les levanten el ánimo. Siempre están esperando lo peor y
encontrarán la expresión justa para contradecir lo que usted les está diciendo. Es
de quienes muchas veces oímos decir: “¡Es inútil!; ¡Nada le viene bien!”

Hay enfermos comunicadores, habladores....

Hay enfermos silenciosos, enigmáticos, tipo “ostras”...

Hay enfermos, en fin, tan distintos unos de otros, como suelen serlo todos los
humanos.

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Todo lo que usted pueda saber sobre la persona enferma que va a visitar le será
muy útil para un ministerio eficaz.

2. La enfermedad que padece

Todavía existen enfermedades que “tienen mala prensa”; se hablan y se leen


tantas cosas sobre ellas que esto mismo constituye un “plus” de angustia para el
enfermo. Es posible que éste dude de las motivaciones del visitador. ¿Quién no
recuerda la primera visita que un misionero estadounidense hizo al que luego
sería el gran líder cristiano japonés Toyohiko Kagawa? Cuando el enfermo lo
vio entrar en su cuarto de estudiante en la universidad, exclamó: “¡No se
acerque, padezco de una enfermedad muy contagiosa!” “Yo tengo algo mucho
más contagioso que su enfermedad”, le dijo el cristiano. Y acercándose sin
miedo le habló de algo que Kagawa creyó luego toda su vida: que la cosa más
contagiosa es el amor. El visitador debe estar listo para lo que aparentemente es
un definitivo rechazo. Esa disposición ganó a uno de los líderes cristianos más
notables de este siglo. Hay enfermedades que crean una psicosis particular: ¿no
habrá que visitar a esos enfermos? La respuesta la dejo a su cargo, estimado
lector.

3. Lo conozco. ¿Hasta qué punto?

Desde luego que nuestra visita será distinta si el enfermo es una persona
conocida y creemos que sabemos como encararnos con él. Pero no debemos
olvidar que una enfermedad puede alterar, y; ¡a veces mucho! el carácter de
una persona.
El peligro para el visitador es que diga: “¿Pero qué se cree?; ¡No tengo porque
soportarlo! ¡Es así como me agradece!” Cuando quien esto escribe, por cualquier
circunstancia, se siente tentado a pensar así, le viene a la mente la manera en que
él se comportó con el Señor y cuán grande fue su paciencia con él y encuentra
aliento para intentar otra o muchas ocasiones más para visitar al amigo enfermo.

Una cosa queremos repetir: si queremos ser buenos visitadores debemos estar
dispuestos incluso a cosas como éstas.

4. ¿Iré acompañado?

El compañero del buen visitador debe ser elegido con sumo cuidado, con el
mismo con el que, por ejemplo, se elige una esposa. Una palabra que el
compañero dice a destiempo o fuera de lugar, puede arruinar la mejor
perspectiva de una visitación. En caso de ir acompañado, que ambos se pongan
de acuerdo sobre el sentido general de lo que conversarán, o, mejor, que sea uno
solo quien lleve el peso de la conversación. Lo que tampoco es conveniente es
que ambos hablen al mismo tiempo y den la impresión de que están atacando
al interlocutor. Esto sucede generalmente cuando se procede a la

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“evangelización” por parejas, pero es igualmente negativo cuando se trata de
visitar a una persona enferma.

No hay que olvidar el estado emocional tan particular que tiene generalmente el
enfermo. El consejo que queremos dar es que el visitador acepte también que el
enfermo es, precisamente, un enfermo, y que por lo común es muy susceptible a
sentirse ofendido por todo lo que se refiera a su condición. Da la impresión de
que no se la entiende puede llevar a una situación de irritación, que no por ser
disimulada deja de ser negativa en la relación positiva que se intenta.

LA VISITA CONCRETADA

Nos ubicamos en el momento en que decidimos el lugar, el modo, la duración, etc., de


nuestra visitación. Si se trata de una persona amiga es posible que no haya mayor
problema en decidir el día y la hora en que iremos a visitarla, pero de no ser éste el
caso será conveniente fijar con tiempo estos sencillos detalles.

Se atribuye a J.W. Goethe este interesante pensamiento: “No conocemos a los hombres
cuando vienen a vernos; tenemos que visitarlos a ellos para averiguar cómo son”. Es
claro lo que sucede: el que viene a visitarnos se ha preparado para la entrevista, se viste
de una manera especial y viene dispuesto a comportarse también de una manera
especial. A la persona visitada se la encuentra “de entre casa”, y si el visitante no le es
familiar es seguro que no se sentirá muy cómodo con la presencia del intruso. En esto
reside la lógica del pensamiento de Goethe. Traslademos esto ahora a la visita de una
persona enferma y nos será fácil darnos cuenta que algunos problemas se han agravado.
Sencillamente por esto es conveniente arreglar previamente algunos detalles de la
entrevista.

1. Día y hora

Si se trata de una visita en un hospital público esto está prácticamente resuelto.


No habrá otra ocasión que las que han sido ya fijadas por la institución
hospitalaria, y esto, en cierto modo, ha resuelto el problema del visitado, pues ya
sabe en qué momento puede recibir una visita, y de la forma que mejor pueda
estará dispuesto a recibirla.

Otra cosa es que guarde cama en su domicilio. Aquí lo que hay que tener en
cuenta es si el paciente puede recibir visitas. Ya es costumbre dar aviso cuando
las visitas están prácticamente prohibidas; el teléfono suple en parte el deber del
amigo de preocuparse por la salud del enfermo. Quizá haría falta dar este
consejo: respete esta indicación que viene directamente de la familia por
decisión de un facultativo.

Supuesto que todas estas cosas estén convenientemente arregladas, nos

11
disponemos a visitar en el día y a la hora señalada. ¿Cómo proceder ahora?

2. Cómo ubicarse para dialogar con el enfermo

Lo probable, si usted es un amigo íntimo de la familia, es que le ofrezcan un


lugar cómodo cerca del enfermo. Ocúpelo procurando que el enfermo pueda
verlo con toda comodidad; es nuestra costumbre mirarnos cuando nos
hablamos. No obligue a su interlocutor a tomar una posición rara e incómoda
para hablar con usted. Si el enfermo, por cualquier circunstancia, debe cambiar
su posición en el lecho, hágalo usted también con su asiento, de manera que se
restablezca la posición de diálogo. Si los visitadores son dos, la situación se
podrá complicar un poco, pero procuren observar esta regla. En una palabra:
que el enfermo siempre esté cómodo al hablar con sus visitantes. Por cierto,
no se siente en la cama del enfermo: sin advertirlo, puede causarle una
incomodidad; tenga en cuenta que es él quien debe estar cómodo para hablar con
usted. De no ser así, puede pasar que gran parte de lo que usted le dice no
alcance a comprenderlo. Tenga en cuenta que lo que usted tiene que decirle es
muy importante.

3. Duración de la visita

En este asunto juega un papel muy importante el estado del paciente. Habrá
ocasiones en que usted advertirá en él el deseo de prolongar la entrevista.
¡Aproveche la ocasión! ¡Pero no abuse! Creemos que en esto juega un papel
más importante el tema de su conversación que el tiempo que dure la misma.
Todo el poder imaginativo de los principales sacerdotes, los escribas y los
principales del pueblo que procuraban matar a Jesús no pudo hacer nada
“porque todo el pueblo estaba en suspenso oyéndole” (Lucas 19:47,48).7
Literalmente, el pueblo estaba colgado de las palabras de Jesús. Cuando note
esto en sus oyentes no tenga ningún miedo de prolongar su discurso. Ahora... si
los nota descolgados, distraídos... es porque ha llegado el momento de suspender
su conversación.

Pero con el enfermo puede pasar que esté incómodo o molesto por su propia
enfermedad; igualmente suspenda su disertación, pues no será escuchado y no
sólo eso, sino que se habrá ganado el disgusto de su oyente.

EL DESARROLLO DE LA VISITA

7
47 Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban
matarle.
48 Y no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole.

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Ya se encuentra usted en la situación ideal para llegar a la finalidad de su presencia
frente al enfermo. ¿Cómo debe proceder? Siempre estamos contando con la obra del
Espíritu Santo que le indicará y lo llevará a hacer lo adecuado y en el momento
adecuado. Lo que sigue son apenas algunas indicaciones mínimas que podrá ampliar
con la experiencia y, sin duda, mejorar.

1. Preséntese naturalmente

Queremos decir con esto que no asuma una postura “eclesiástica” con el
objeto de impresionar a su interlocutor. Quizá no sepa cómo responder, qué
actitud tomar ante la suya, sobre todo si es la primera ocasión que tiene de entrar
en contacto con él. Esta actitud “acartonada” como la llaman algunos, hace
que la persona se sienta un tanto incómoda y es posible que usted también.
Cuánto más naturalmente se presente, más libre se sentirá usted y también
la otra persona. Y en esa libertad usted habrá ganado un 80% de la simpatía
que necesita para tener éxito en su empresa. Que sea “natural” no quiere
indicar que sea chabacano, con mucho de grosero y de comportamiento de mal
gusto. Obrando con naturalidad, usted está invitando al otro a que haga lo
mismo y habrá dado un paso gigantesco hacia la apertura espiritual tan
necesaria en la tarea que quiere llevar a cabo. A esto añada: no se coloque ni
se sienta superior al otro, recordando el consejo del Apóstol Pablo: “estimando
cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Filipenses 2:3c).

2. Dispóngase a escuchar

Un rabino español escribió hace ya bastante tiempo un proverbio sobre que los
hombres tienen dos orejas y una boca, con lo que se quiere decir que deben
escuchar el doble de lo que hablan.

Pero la verdad es que nadie escuchó la sabiduría y hasta hoy es más lo que el
hombre habla que lo que escucha. Pero el que quiera ministrar a los
enfermos, o por lo menos a la mayor parte de ellos, tendrá que aprender a
escuchar. El que sufre calma su dolor cuando puede hablar de él, pero nadie
habla a menos que tenga a su alcance unos oídos que lo escuchen.

Cuando usted se dispone a ayudar a un enfermo, dispóngase en primer lugar a


escuchar las cosas que le aquejan; luego podrá hablarle de los remedios que
tienen sus males. Mientras usted no le deje descargar su corazón del peso de
sus dolores, será muy poco lo que podrá hacer por él. Déjele, pues, ponerse en
condiciones de recibir su ayuda y su consejo.

A la salida de Jericó en su último viaje a Jerusalén, Jesús preguntó a dos ciegos:


“¿Qué queréis que os haga?” La respuesta fue inmediata: “Señor, que sean
abiertos nuestros ojos” (Mateo 20:32-34). Sin duda, Jesús sabía lo que querían,
pero quiso escucharlo de sus propios labios. Aunque usted sepa todo lo que es
posible saber sobre el problema de la persona que está visitando, escúchelo una

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vez más de sus propios labios. En ese hablar, el enfermo descarga las
tensiones de su espíritu.

Y en este asunto hay dos cosas más que queremos decirle. No le diga a su
visitado que usted ha tenido, o tiene, el mismo problema que él y que, sin
embargo, con un remedio o una oración usted ha conseguido una inmediata y
prodigiosa sanidad; tampoco afirme con certeza que pronto va a estar sano.
Recuerde que sólo el Señor sabe eso, y que la sanidad del enfermo depende de
la voluntad de él. El Apóstol Pablo debió aprender que el Señor puede sacar
provecho de nuestros problemas y debilidades (2 Corintios 12.1-10)8 Lo que si
usted debe procurar es que después de la entrevista el enfermo quede en
condiciones de recibir el milagro del Señor.

3. Use adecuadamente la Biblia

El enfermo debe saber que si usted no es directamente un pastor, es una persona


que puede ayudarle exactamente como si lo fuera. En nuestro medio lo que
distingue, diríamos sin temor a equivocarnos, a un creyente evangélico, es una
Biblia en sus manos. Por lo tanto, una Biblia será la mejor presentación, y si
la entrevista ha sido ya convenida, el que usted lleve su Biblia bien visible lo
identificará de inmediato. Es más, el enfermo estará esperando que usted le
lea de ella algún trozo que tenga que ver con su condición actual. ¿Qué leer
de modo que sea adecuado a su condición particular? Esta es una de las razones
por la cual usted debe conocer a su visitado lo más exactamente posible. Por lo
demás, la Biblia que usted lleva consigo creará una provechosa expectativa
en su interlocutor; estará con cierta ansiedad esperando el momento en que
lea algo de ella. ¡No lo defraude!

Como lo diremos más adelante, usted debe ir prevenido con algunos pasajes
escogidos. Pero, si no lo hemos dicho ya, se lo decimos ahora: en toda
situación, desde el comienzo hasta el fin, cuente siempre con la acción

8
1 Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor.
2 Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no
lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo.
3 Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe),
4 que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar.
5 De tal hombre me gloriaré; pero de mi mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades.
6 Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie
piense de mi más de lo que en mi ve, u oye de mí.
7 Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en
mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera;
8 respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mi.
9 Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena
gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mi el poder de Cristo.
1O Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones,
en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

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impredecible del Espíritu de Dios. Es muy probable que Él haga lo imposible.
Antes de llegar al lugar donde está el enfermo, pida al Señor que lo guíe todo,
desde sus actos hasta sus palabras, desde la lectura bíblica hasta su oración.
¡Todo será mucho mejor si Él lo dirige!

Puede suceder, y ha sucedido, que cl paciente, si es creyente, esté esperando que


usted le lea un pasaje determinado. Pregúntele por su preferencia y luego léale
el pasaje y haga algo más coméntele la lectura. En muchas ocasiones será
muy provechoso que usted le deje un texto para su meditación, para que se
duerma con él y mañana, al despertar, sea lo primero que recuerde. En ocasiones
será incluso conveniente que se lo lleve escrito, especialmente si no es un
creyente o es un creyente muy nuevo. Sobre todo confíe que lo que sus palabras
no pudieron hacer finalmente lo haga la Palabra de Dios.

4. Termine con una oración

Si hemos sugerido que usted piense en el enfermo, antes de visitarlo, ahora le


sugerimos que, de antemano, piense en la oración que hará ante ese enfermo
en particular. Si la oración fuera por usted mismo, aunque siempre es cierto que
“qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Romanos 8:26), podríamos
hacer nuestra esta oración de Fenelón:

“Señor, no se que pedirte. Tú solo sabes lo que me conviene. Tú me amas


más de lo que yo mismo sé como amarme. Padre, concede a tu hijo lo que él
mismo no sabe como pedir. Hiéreme o sáname, humíllame o exáltame. Adoro
todos los designios sin conocerlos. Callo; me ofrezco en sacrificio; cédome a
ti; no querría tener otro deseo que el de cumplir tu voluntad. Enséñame a
rogar. Ruégate a ti mismo en mí”.

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Pero si se trata de orar por otra persona, y sobre todo si esta persona es un enfermo,
debemos pedir concretamente por la salud del enfermo. Eso es lo que él quiere y
también lo que nosotros queremos. Pero la oración ideal es la del Señor en el
Getsemaní: pedir lo que realmente deseamos recibir, pero terminar la oración diciendo:
“mas no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Marcos 14:36c). Pedir lo que queremos y
dejar la respuesta al criterio de nuestro Padre celestial. De esta manera, pedimos lo que
deseamos y recibimos lo que él desea.

5. El camino más excelente

Nos estamos refiriendo al texto bíblico de 1 Corintios 12:31b9, Nada de lo que


hasta aquí hemos dicho o incluso otro tanto que usted pueda ir adquiriendo por
el estudio y la practica tendrá valor sin un amor sincero de su parte hacia el
paciente y hacia su tarea con él. En este punto nuestra palabra final es: ¡Ame!
¡Ame! ¡Ame! ¿No sabe cómo? Pídale al Maestro del Amor que se lo enseñe. La
Palabra de Dios nos enseña: “Nosotros amamos, porque él nos amó primero” (1
Juan 4:19, RVA).

La cruz de Cristo es el lugar adecuado para aprender a amar; cuando


comprendemos el amor de Dios, se abren las fuentes de nuestros corazones, y,
¡recién entonces! comenzamos a amar como él nos ama.

¡Amén!

9
Procurad. pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.

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