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HAROLD ROSENBERG.
Una especie de academia de Bellas Artes de la que se robaron el busto del filósofo
Sócrates de manera que pudiera acompañarlos en lo que habría de ser una noche de
beber en serio.
Estaba pesado. Tuvieron que cargarlo entre los dos. Así fueron de cantina en cantina.
Hicieron que Sócrates se sentara en su propia silla. Cuando llegó el mesero, pidieron
tres vasos. Sócrates se sentó frente a su trago con un aspecto de sabiduría.
Mas tarde, en un antro de mala muerte donde actuaban unos gitanos, se les unió un par
de mujeres ebrias. Les había encantado su “amigo”. Se la pasaron besando a Sócrates y
tratando de hacerle beber vino. La boca se le puso roja. Podría haber estado sangrando.
Seguí leyendo a Heidegger conforme sus libros fueron traducidos al inglés. La atracción
era fuerte para un surrealista –que era como me consideraba a mí mismo en esa época-
“La vanguardia es rebelión y metafísica”, dice Rosenberg. No se puede llegar a escribir
gran poesía sin hacer por lo menos el intento de escribir gran poesía. Así era como yo
entendía el legado de Rimbaud y de Stevens. Heidegger hizo que mis intuiciones sobre
las ambiciones filosóficas de la poesía moderna se me aclararan.
Al principio, mis poemas eran como una mesa en la que uno coloca cosas interesantes
que ha encontrado en sus paseos: un guijarro, un clavo oxidado, una raíz de forma
caprichosa, un pedazo de fotografía rota, etcétera, y en la que, después de meses de
verla y de pensar en ella cada día, uno comienza a percibir ciertas relaciones
asombrosas que apuntan hacia un cierto significado.
Los objets trouvés de la poesía son, desde luego, fragmentos de lenguaje. El poema es el
lugar en el que uno escucha lo que el lenguaje realmente dice, donde comienza a
emerger el pleno sentido de las palabras.
¡Eso no es del todo exacto!
Lo crucial no es tanto lo que las palabras dicen sino, más bien, lo que muestran y
revelan. Lo literal conduce a lo figurativo, y dentro de cada figura poética de valor hay
un teatro en el que se desarrolla una obra. La obra es acerca de dioses y demonios y de
apabullante presencia y epistemológico para el poeta.
En 1965 envié algunos de mis poemas objeto (entre ellos “Tenedor”) a una revista
literaria. Me respondieron con una carta que decía algo como esto: “Querido señor
Simic…obviamente usted es un joven sensible. ¿Por qué desperdicia su tiempo
escribiendo sobre cuchillos, cucharas y tenedores?”
Creo que la premisa del editor era que existían cosas dignas de la poesía y que el
tenedor en mi mano no era una de ellas. En otras palabras, los temas “serios” y las ideas
“serias” producen poemas “serios”, etcétera. El editor sólo intentaba darme un consejo
paternal.
Me sorprendió la resistencia que algunas personas tenían hacia estos poemas.
“Regresemos a las cosas”, decía Husserl, y los imaginistas pensaban lo mismo. A mí me
parecía que un objeto, ese ello irreductible, era un punto de partida conveniente.
Lo que también me atraía era la disciplina, la atención requerida y la dialéctica que
implicaba. Uno mira y no ve. Es tan familiar que es invisible, etcétera. Me decía,
cualquiera podrá notar si es o no una falsificación. Tratándose de tenedores todo mundo
es experto.
Además, desde mi punto de vista, toda poesía genuina es antipoesía.
Los poetas creen que son pitchers cuando en realidad son catchers.
Jack Spicer
Robert Duncan decía lo siguiente a propósito del pronombre ello, que para él era la
palabra más interesante del idioma –como lo es para mí:
Los gnósticos y los magos afirman conocer su verdadera naturaleza, que creen fue mal
escrita o escrita en forma críptica en el texto del mundo real. Pero Williams tiene razón
sobre su “no hay ideas sino en las cosas”; puesto que Ello no tiene sino el universo real
para darse cuenta de sí mismo. Nosotros, en nuestra realidad –como el poema en su
realidad, en su calidad de cosa- somos hechos, factores, en los cuales Ello se hace real.
Duncan habla de la tradición romántica y ocultista, pero está cerca de Heiddeger, quien
habla del “Ello” que da el ser, el “Ello” que da lugar al tiempo.
El poema que piensa es un lugar en donde nos abrimos al “Ello”. La dificultad del
poema es que representa una experiencia a la que el lenguaje no puede acceder. El ser
no puede ser representado o pronunciado- como los pobres realistas tontamente creen-
sino tan solo intuido. Escribir es siempre una burda traducción en palabras de lo que no
tiene palabras.
GASTON BACHELARD
Me gusta el poema que expone con modestia, que deja fuera, que suspende, que brinda
un final abierto. El poema como parte del todo inefable. “Completarlo”, creer que es
posible hacerlo (y en esto también sigo a Heidegger), es fijar límites arbitrarios a lo que
no tiene límites.
Eso es lo que me producen los poemas de Emily Dickinson. Sus ambigüedades son
filosóficas. Vive llena de incertidumbres e incluso se deleita con ellas. Ante las grandes
preguntas, permanece “desprotegida” como diría Heidegger. Su tema es la naturaleza de
la presencia misma. El temor y la reverencia ante…el supremo misterio de la conciencia
contemplándose a si misma.
Idealmente, entonces, un poema que especula está lleno de espejos… mide el abismo
entre las palabras y lo que éstas presumen nombrar…el abismo entre ser y ser dicho.
PAUL RICOEUR
La poesía no es solamente “un universo verbal que mira al interior de sí mismo”, como
alguien dijo. Ni tampoco es una mera recreación de la experiencia. “Era y no era”, como
solía comenzar sus cuentos el viejo narrador. Miente para decir la verdad.
Mallarmé pensaba que existían dos tipos de lenguaje: la parole brute, que nombra las
cosas, y la parole essentielle que nos distancia de las cosas. Uno sirve a los propósitos
de la representación y la otra al mundo alusivo y ficticio de la poesía. Pero se
equivocaba. Las cosas no son tan claramente discernibles. La poesía es impura, mezcla
ambos tipos de palabras. Creo que tampoco Heiddeger entendía esto.
El poema es un intento de autorrecuperación, autorreconocimiento, de
autorremenbranza, la maravilla de ser nuevo. Que esto ocurra a veces y ocurra en los
poemas de maneras tan diferentes y contradictorias, es un misterio tan grande como el
misterio de ser. Y un buen motivo para pensar en serio.