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Mabel Morana Viaje Al Silencio PDF
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discurso barroco
Mabel Moraña
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2
Índice
3
Para mis hijas,
que dan sentido a todo
What is important in a work is what it does not say. This is not the same as the
careless notation «What it refuses to say», although that would in itself be
interesting: a method might be built on it, with the task of measuring silences,
whether acknowledged or unacknowledged. But rather this, what the work cannot
say is important, because there the elaboration of the utterance is carried out, in a
sort of journey to silence.
—11→
Introducción
Los ensayos que componen este volumen no constituyen una indagación puramente
hermenéutica ni meramente historiográfica en los intrincados discursos que integran el
corpus más o menos definido de la literatura barroca hispanoamericana. En ambas
direcciones la crítica ha avanzado considerablemente en las últimas décadas, en las que
se ha asistido a una recuperación notoria de la cultura virreinal en su totalidad, y en
particular de los textos que exponen con mayor evidencia la presencia de paradigmas y
modelos metropolitanos en las formaciones sociales de ultramar.
Pero quizá el logro más notorio en los estudios coloniales ha sido el cambio de
perspectiva crítico-ideológica a partir del cual se ha venido —12→ enfocando el
análisis de los textos y la cultura americana en el periodo colonial. Las manifestaciones
culturales de la Colonia han logrado vencer la visión eurocéntrica que se concentró
durante tanto tiempo en la verificación de los mecanismos transculturadores que
señalaban los grados y niveles de reproducción de discursos hegemónicos en América.
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En muchos casos tales análisis coincidían en la valoración explícita o implícita de
la cultura colonial como versión degradada de los paradigmas del dominador, a los que
el dominado sólo podía acceder a partir de un proceso de asimilación o mimesis,
condicionado fuertemente por sus desventajosas condiciones de producción cultural. Al
mundo colonial se concedía, desde esta perspectiva, apenas el dudoso privilegio de
haber constituido un espacio supuestamente virginal, en el que los poderes europeos
habrían logrado inscribir, en un largo y violento proceso de aculturación y conquista
intelectual, la verdad revelada, la lengua imperial y los principios epistemológicos
prestigiados por la tradición occidental, reproducidos en las colonias gracias a la
superioridad militar y económica de los centros europeos.
Sin embargo, no debe dejarse de lado que la ciudad articula y centraliza una
totalidad mayor que se extiende más allá de las murallas que delimitan hacia afuera un
territorio que se mantiene irreductible a la homogeneización -periferia del margen, si se
quiere, o centro de su propio sistema- el cual sostiene como principios de supervivencia
la resistencia y la «otredad» productiva.
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En efecto, si la ciudad virreinal opera como enclave y frontera, definiendo material
y simbólicamente los parámetros desde los que se gestionaría la entrada de América en
la modernidad eurocentrista, en su interior se dirimen también no sólo luchas por el
poder político y cultural sino también por el predominio interpretativo y
representacional. Las batallas discursivas, el entrelazamiento de visiones y versiones
que registran la actuación y proyectos de diversos sectores de la sociedad de la época,
así como las estrategias a través de las cuales los actores del periodo colonial definen e
implementan sus agendas en el contexto de la dominación imperial, —14→ revelan
tanto la fuerza del aparato hegemónico sobre las formaciones sociales americanas como
la tremenda dinámica que éstas despliegan para consolidar su identidad e ir definiendo
un sujeto social multifacético y progresivamente diferenciado de los modelos
metropolitanos.
Los estudios de las regulaciones que regían la vida monacal, los análisis de la
discursividad forense y las prácticas inquisitoriales, la revaloración de las formas y
grados de supervivencia de culturas prehispánicas en el seno de la dominación imperial,
la valoración del alcance y función de la oralidad y de las modalidades que asume la
cultura popular en el periodo colonial, así como la reconstrucción de tantos otros
aspectos vinculados a la cotidianidad americana, principalmente en los grandes
conglomerados urbanos que componían la sociedad criolla, permiten hoy una visión
mucho más completa de las etapas prenacionales, pero asimismo una mayor conciencia
de la conflictividad en que se debatieron los actores sociales y los productores culturales
en el escenario de la ciudad barroca.
La cultura barroca es entonces, en ese sentido, mucho más que el modelo que
reproduce en ultramar, en versiones subalternas, los principios de orden y los
mecanismos de celebración del Estado imperial. Debe ser vista, a mi entender, como un
paradigma dinámico y mutante, permeable no sólo a los influjos que incorpora la
materialidad americana sino vulnerable también a los efectos de las prácticas de
apropiación y producción cultural del letrado criollo, que redefine el alcance y
funcionalidad de los modelos recibidos de acuerdo con sus propias urgencias y
conflictos.
Lo que en otra parte he llamado «la cuestión del Barroco» presenta así problemas
específicos para la interpretación de dicho periodo. Tanto en su formulación colonial
como en las apropiaciones posteriores de la estética barroca aflora principalmente el
problema de su funcionalidad ideológica, fundamentalmente en lo que tiene que ver con
la consolidación y ascenso de la sociedad criolla y con la consecuente formulación de
una discursividad que legitimara la hegemonía de ese nuevo sector en el proceso que se
abre a la modernidad.
En esta dirección, el papel del letrado es crucial para la comprensión no sólo del
protagonismo que asume el productor cultural en —15→ el periodo de estabilización
virreinal, sino de los discursos y estrategias que éste va elaborando en el proceso de
registrar, interpretar y representar simbólicamente la materialidad de la Colonia. Sus
discursos emergen como negociación ideológica entre las tradiciones recibidas -tanto la
dominante como las sometidas por la conquista- y las pulsiones que irán modificándola.
Su acción cultural es, principalmente, una praxis de gestión en la que se define como
agente transculturador para quien la identidad se descubre y elabora desde la alteridad
en un juego de espejos con frecuencia deformantes, de mímica, celebraciones y
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rechazos, festividad y tragedia, que transforma los actores sociales en sujetos, las
prácticas letradas en praxis culturales cuya teleología va explicitándose paulatinamente.
Los estudios que componen este libro intentan penetrar esa etapa crucial del
desarrollo cultural de Hispanoamérica en el momento en que comienza a consolidarse
en el sector criollo y, principalmente, en el grupo letrado, una conciencia de la
diferencia y del papel histórico —16→ que toca al productor cultural
hispanoamericano en la definición de proyectos propios, que aunque enraízan en la
matriz europea y en las fuentes prehispánicas de múltiples maneras, comenzarán a
definirse con un perfil distinto, inédito en el mundo occidental.
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junto al análisis de textos o problemáticas puntuales, estudios teórico-historiográficos
que intentan sentar ciertas bases para la interpretación más general del Barroco
hispanoamericano y de la función específica que cumple el letrado en la producción
cultural del periodo.
El primer apartado del libro, «Hacia una caracterización del Barroco de Indias» se
concentra en la articulación entre Barroco y conciencia criolla, intentando introducir a
través de la misma el tema de la diferencia americana tal como ésta fue percibida y
elaborada —17→ en el siglo XVII, cuando se consolida en América la implantación
del modelo estético-ideológico de la Contrarreforma. El primer estudio se concentra
justamente en el proceso de adopción/adaptación de paradigmas metropolitanos y en las
estrategias que se elaboran para canalizar, a través de las pautas recibidas, un mensaje
específicamente americano, que presentara la conflictividad colonial a partir de una
retórica legitimada por el poder imperial. El ensayo plantea el problema fundamental de
la (auto)representación del subalterno en contextos coloniales y las ambivalentes
relaciones que éste establece con los principios de autoridad política y discursiva que
regulan su producción. El segundo trabajo, por su parte, concentrado más en aspectos
historiográficos, propone ciertas bases para una revisión de «la cuestión del Barroco»
desde una perspectiva americanista, con énfasis en aspectos ideológicos.
Tanto en estos estudios como en el dedicado al tema del silencio, importa sobre
todo relevar la existencia del texto como encubrimiento y representación, es decir la
calidad (auto)censurada de un discurso colonial elaborado como exploración de una
identidad en proceso, que apela a los recursos de la erudición, la ironía, la reticencia y la
formulación simbólica para poder penetrar en la panóptica sociedad virreinal.
—18→
8
En efecto, a la subalternidad institucional que le corresponde dentro de la
estratificación eclesiástica se agregan la marginalidad que se le asigna como mujer y
como intelectual interesada en una universalidad cultural que sobrepasa los límites de la
escolástica y la hermenéutica religiosa. Desde todos estos ángulos la monja produce un
discurso cautivo, encerrado dentro de los límites materiales del espacio conventural, y
de parámetros textuales e ideológicos demarcados por la regulación política y
doctrinaria de la España imperial. Entre Estado e Iglesia, su praxis cultural es un
constante desafío de esas fronteras y una pugna por abrir el espacio simbólico para que
éste pueda llegar a abarcar los reclamos de la emergente subjetividad criolla, que pugna
por consolidar las bases para su hegemonía americana.
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aunque afincados aún en textos específicos. El estudio del género apologético señala los
modelos a partir de los cuales el Barroco americano filtra mensajes específicos a la
posicionalidad colonial echando mano a recursos retóricos ya formalizados, los cuales
son redimensionados de acuerdo a la naturaleza y a las necesidades expresivas del
emisor criollo. Sor Juana, Espinosa Medrano, Bernardo de Balbuena, son sólo algunos
de los ejemplos en los que se combina el discurso de la defensa con el del panegírico, en
la proposición —20→ del sujeto colonial como interlocutor e interpelador de la
metrópolis.
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El proyecto historiográfico se define así como un contradiscurso que desmantela
los principios del dogma redefiniendo los conceptos de jerarquía y autoridad cultural.
La sociedad criolla se abre así, progresivamente, a culturas no hispánicas, a contenidos
antes condenados como paganos y plebeyos, a productores culturales de distinto género,
raza y lengua.
De esta manera, Viaje al silencio intenta entregar una visión al mismo tiempo
puntual y englobante del discurso barroco sin detenerse necesariamente en los límites
temporales que puedan arbitrariamente asignarse al estudio de temas y problemas que
surgiendo de aquella matriz cultural se desarrollan históricamente en etapas posteriores
de la historia americana.
Asimismo, destaco que la publicación de este libro ha sido posible gracias a las
contribuciones de la Coordinación General de Publicaciones de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y el «Richard D. and Mary
Jane Edwards Endowed Publication Fund» de la Universidad de Pittsburgh, a quienes
agradezco el apoyo prestado.
11
—23→
12
culturales del periodo. Es solamente a partir del estudio de esas raíces propias que puede
rescatarse y comprenderse la singularidad conflictiva de la cultura latinoamericana,
nacida tanto bajo el signo de la violencia y los intereses del dominador, como de la
creatividad y resistencia del dominado.
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Posiciones como las mencionadas, ostentan un evidente purismo eurocentrista.
Muchos reconocen la altura literaria sólo de aquellos textos que con mayor rigor
actualizan el paradigma metropolitano.
—29→
Lo importante es, en todo caso, reconocer, que tomando como base posiciones
como las mencionadas, se intenta muchas veces resolver la problemática del Barroco
hispanoamericano a través de un análisis de sus estructuras de superficie6. Por un lado,
es imposible desconocer que los códigos conceptuales y estéticos del Barroco europeo y
principalmente peninsular son impuestos en América como parte del proyecto
expansionista que buscaba unificar en torno a un rey, un dios y una lengua, la totalidad
imperial. En los ámbitos de las cortes virreinales, la cultura barroca consagra el
predominio de la nobleza cortesana y de la burocracia estatal y eclesiástica, que
coronaban la pirámide de la sociedad de castas7.
14
política de los modelos estéticos —31→ dominantes durante la Colonia12. En
definitiva, este nivel de los estudios del Barroco hispanoamericano -escasos, por otra
parte- apoya en los ya avanzados estudios sobre ideología que desde la vertiente
marxista, especialmente en su línea gramsciana, permiten analizar la funcionalidad de
los discursos hegemónicos en una circunstancia histórica dada. Ese fenómeno de
imposición verticalizada de los discursos dominantes y de contaminación de los valores
y hasta de los principios de legitimación del sector hegemónico en los sectores
subalternos, tiene, sin embargo, su reverso. Me refiero al «fenómeno de retorno» por el
cual los sectores dominados en determinado momento de la historia comienzan a
activarse hasta generar respuestas sociales diferenciadas. Estas respuestas tendientes a
impugnar el discurso hegemónico y los principios de legitimación en los que éste se
apoya, se desarrollan y afianzan hasta constituir formas alternativas dentro de la
totalidad social. Este momento de emergencia de las que podríamos llamar formas de
conciencia subalternas por su ubicación dentro del aparato político-social de una época,
es un proceso de difícil lectura. En primer lugar, porque esa misma posición de
subalternidad condiciona el grado de formalización y homogeneidad que ese discurso
puede alcanzar. En segundo lugar porque la evidencia histórica de ese proceso, la
posibilidad de documentación del mismo, implica la interpretación de indicios que,
expresados muchas veces con el lenguaje y la retórica dominantes, se mimetizan con la
visión del mundo hegemónica, la remedan, parodian o utilizan para sus propios fines.
El surgimiento del «espíritu criollo» es, sin embargo, muy anterior. Los estudios de
historia social lo remontan en general al resentimiento de los conquistadores y primeros
pobladores «americanizados» que se sentían mal recompensados por la Corona y
afirmaban sus derechos en contraposición a los residentes de la Península, quienes
controlaban los mecanismos de poder, prebendas y recompensas destinadas a los
pobladores de Indias. Desde un punto de vista más estrictamente cultural, José Juan
Arrom fija entre 1564 y 1594 la primera generación criolla. A través de las crónicas de
fray Diego Durán, Blas Valera, el Inca Garcilaso, Juan de Tovar, así como en la
producción dramática de Fernán González de Eslava, Cristóbal de Llerena, Juan Pérez
Ramírez, Arrom identifica las fuentes de lo que puede ser llamado, con lenguaje de hoy,
«el discurso Criollo»15.
—33→
15
la constitución de grupos sociales desde el comienzo sino también su jerarquización y
las formas de conciencia social que esos grupos alcanzan. Por lo mismo, se vierte como
un componente insoslayable en la productividad cultural y específicamente en la
literaria. Es interesante anotar, asimismo, que nuestro uso del término «criollo» y
«sociedad criolla» está avalado por el sentido que esos términos adquieren en los textos
literarios del periodo, y no solamente en la documentación jurídico-administrativa,
como veremos más adelante.
Todo esto indica que el sector criollo, adquiere a nivel social, una visibilidad
innegable, que está escrita profusamente en documentos desprendidos del cuerpo
jurídico del Imperio en el siglo XVII, algunos de los cuales tuve oportunidad de
consultar en el Archivo de Indias, en Sevilla. Pero incluso al margen del testimonio que
deja este tipo de documentación, digamos, institucionalizada, y por lo mismo formal,
articulada, es interesante la lectura que muchos historiadores y cientistas sociales han
hecho en las últimas décadas de otras fuentes de carácter más popular y espontáneo,
redimensionando el concepto de Social History central en esa disciplina. El estudio de
correspondencia privada, memoriales, archivos conventuales, etcétera, permite captar
los usos cotidianos, espontáneos y a veces contradictorios de términos claves para la
investigación sociohistórica, revelando, además, la dinámica cotidiana de la Colonia,
sus valores dominantes y modelos de comportamiento18.
—35→
16
De todo este proceso que hemos venido exponiendo, lo que interesa en todo caso
retener, podría ser resumido en tres puntos principales.
—37→
17
escritores actualizan la naturaleza jánica del barroco hispanoamericano. Por un lado, en
su obra el paradigma barroco da la cara a los rituales sociales y políticos del Imperio y
se apropia de los códigos culturales metropolitanos como una forma simbólica de
participación en los universales humanísticos del imperio. Por otro, esos intelectuales se
articulan a través de sus textos a la realidad tensa y plural de la Colonia a la que ya
perciben y expresan como un proceso cultural diferenciado, y utilizan el lenguaje
imperial no sólo para hablar por sí mismos sino de sí mismos, de sus proyectos,
expectativas y frustraciones.
18
humanidad24.
—39→
Y se pregunta:
19
La poética de la lírica culterana, que el Lunarejo realiza a través de su Apologético
se manifiesta así no solamente como un aporte al canon. Implica, al mismo tiempo, la
voluntad de identificación de un estilo hispanoamericano de época, de claras
connotaciones ideológicas. Marca, como indicara alguna vez Jaime Concha, «un
primitivo momento de constitución de una ideología de las capas medias del Virreinato,
en su grupo de letrados»28, poseedores de cierta conciencia de elite cultural por el
manejo de ese instrumento técnico complejo constituido por el gongorismo. Finalmente,
ese intento de ósmosis de los intelectuales del barroco virreinal con el humanismo
renacentista no es tampoco casual. Forma parte de la cultura colonial de la época, que
tiene uno de sus pilares en el humanismo y la pedagogía jesuíticos, propuesto como
contramodelo de las tendencias disolventes del protestantismo. Pero el fenómeno es
complejo. Es cierto, por un lado, que el gongorismo, tan extendido en América, sirvió,
por ejemplo, en manos de los jesuitas, como un «pesado instrumento pedagógico»,
haciendo que los niños que debían aprender en las escuelas largas tiradas del poeta
cordobés «se apartaran de sus circunstancias inmediatas para sumergirse, mediante el
espejismo seductor de las palabras, en la distante patria metropolitana»29. Pero no es
menos cierto también que el gongorismo, lejos de ser en todos los casos la lengua
muerta del poder imperial, dio a muchos intelectuales del Barroco indiano un motivo de
lucimiento y autoafirmación, actuando, paradójicamente, como pretexto en el proceso
de conformación de la identidad cultural hispanoamericana, al menos en uno de sus
sectores sociales.
—41→
20
microscopios ingleses, apenas podrían encontrar algo
racional en nosotros31.
—42→
Sus escritos incluyen múltiples huellas de las teorías de Gassendi, Galileo, Kepler y
Copérnico, así como referencias concretas a Descartes y atrevidas refutaciones al
pensamiento aristotélico. Dice Sigüenza y Góngora, en un escrito de 1681, en un tono
que sonaba herético a sus contemporáneos: «Aun Aristóteles, el reconocido Príncipe de
los Filósofos, quien por tantos siglos ha sido aceptado con veneración y respeto, no
merece crédito [...] cuando sus juicios se oponen a la verdad y a la razón»34.
21
vertiente podría perseguirse en la utilización de ciertos tópicos, como el tópico del viaje,
por ejemplo, que adquiere el sentido de una recuperación crítico-satírica del espacio
marginal. Una tercera línea —44→ de reflexión es la que abre la utilización del yo en
el discurso literario del periodo. En Infortunios de Alonso Ramírez (1690) de Sigüenza y
Góngora, considerada una de las primeras novelas americanas, la ficción autobiográfica
se quiebra al final de la narración, en que el autor hace aparecer su propio nombre en
boca de su personaje, para canalizar a través suyo, ante el virrey, un reclamo personal.
Alonso Ramírez, el personaje de rasgos picarescos, menciona los cargos de Sigüenza y
Góngora como cosmógrafo real y catedrático de matemáticas de la Academia Mexicana
indicando que «títulos son estos que suenan mucho y valen muy poco, y a cuyo
ejercicio le empeña [a Sigüenza y Góngora] más la reputación que la conveniencia»37.
—45→
La producción epistolar de sor Juana tiene, en este sentido, un carácter mucho más
explícito, aunque provisto de una elaborada retórica. Allí la monja impugna el carácter
restrictivo del discurso escolástico, lo cual era posible no sólo por el interés creciente
que despertaban las disciplinas científicas y la literatura profana, que socavaban ya las
bases de la ortodoxia, sino porque, en términos más generales, el principio de orden y
regulación social sobreimpuesto a la sociedad novohispana ya era pasible de ser
impugnado. El estudio de las estrategias retóricas de la «Carta de Monterrey», de sor
Juana, por ejemplo, deja al descubierto de qué modo un texto de esas características
logra asediar las bases del orden virreinal y deconstruir sus principios de legitimación 40.
Pero quizá lo más notorio, en esta carta de la monja mexicana tanto como en su famosa
Respuesta a sor Filotea, diez años posterior, es la posición triplemente marginal desde
la cual la monja denuncia el mecanismo autoritario en la sociedad virreinal. En efecto,
sor Juana habla como mujer, como intelectual y como subalterna en la categoría
eclesiástica novohispana, y desde esos tres frentes, a través de lo podría llamarse su
«retórica de la marginalidad», sor Juana realiza un verdadero desmontaje del discurso
hegemónico. La «Carta de Monterrey» dirigida a Antonio Núñez de Miranda, confesor
de la Décima Musa y calificador de la Inquisición, se refiere principalmente al problema
de su productividad literaria, que le era reprochada a la religiosa como un apartamiento
de la devoción eclesiástica. Más que una defensa, su texto es una impugnación a los
22
acusadores. Hay alusiones constantes a la censura y la represión social, cuando ella
alude a ese «tan extraño género de martirio» al que es sometida, y a las «pungentes
espinas de persecución», que resultan en la autocensura, como interiorización del
mecanismo autoritario: «¿Qué más castigo me quiere Vuestra Reverencia que el que
entre los mismos aplausos que tanto se duelen tengo? ¿De qué envidia no soy blanco?
¿De —46→ qué mala intención no soy objeto? ¿Qué acción hago sin temor? ¿Qué
palabra digo sin recelo?»41.
Pero los frentes de impugnación desde los que se sitúa el hablante epistolar de la
«Carta de Monterrey» superan la circunstancia individual, y se definen más bien como
parte integrante de la totalidad virreinal. El hablante del texto de Monterrey es, ante
todo, representativo, al igual que el interlocutor epistolar construido al interior del texto.
Sor Juana da, entre otros, el testimonio de la intelectual, enfrentada a la unicidad
masculina del discurso ortodoxo, y denuncia:
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español, pero el tezontle, piedra volcánica muy roja, les da un carácter diferente en
México, igual que la piedra blanquísima y porosa de Arequipa, tan fácil de labrar, anula
la pesadez arquitectónica de los modelos españoles. Como indica ese autor, la
construcción se hace más ventilada en zonas tropicales o incorpora la quincha, caña y
barro, en zonas sísmicas. Pero tampoco se trata de meras modificaciones formales,
porque los altares de esas iglesias, en un raro sincretismo, combinan a su vez las
imágenes sagradas con la escultura indígena, la flora y la fauna locales y las
supersticiones y mitos vernáculos, de modo que el barroco puede ser percibido como un
instrumento sobreimpuesto, que vehiculiza la expresión de una cultura subalterna pero
presente, o mejor dicho, sobreviviente. Es una síntesis histórica y artística, no una
ecuación matemática. La totalidad no es igual a la suma de las partes que la componen.
El producto cultural resultante es dependiente de sus fuentes pero original en sí mismo,
y expresa las condiciones reales de producción cultural, y la ubicación social del
productor. Y lo que es más importante, se pone al servicio —48→ de otros intereses
político-sociales, diferentes de aquellos que aseguraron el surgimiento y prolongación
de la cosmovisión imperial. Barroco y conciencia criolla son estructuras culturales e
ideológicas en diálogo, interdeterminantes, y la literatura quizá la forma en que mejor se
expresa la transición del «reino de Dios» al reino de los hombres y mujeres que están en
la base de nuestras nacionalidades actuales.
Para la oligarquía criolla del siglo XVII y su sector letrado, el Barroco es, como
dijimos, un modelo expresivo, la imagen y el lenguaje del poder, al que se puede
venerar o subvertir, según el grado de conciencia alcanzado. A través suyo se escucha la
voz de la escolástica, la poética aristotélica y las formas de composición gongorinas44.
La apropiación de ese modelo es, en gran medida, simbólica. Y reivindicativa. Toma
connotaciones políticas cuando esos modelos dominantes adquieren, digamos, opacidad,
llamando la atención sobre sí mismos; cuando lo que importa no es ya, solamente, las
formas o grados de apropiación del canon, sino los valores que ese canon
institucionaliza, juzgados desde la perspectiva de un sector con conciencia de sí. En este
caso se trata del sector criollo, que afirmado a la vez en la herencia, la riqueza y la
territorialidad, pugnaba por el reconocimiento social, la participación política y la
autonomía económica. Esa pugna cristaliza en proyectos sociales diversos, a veces
divergentes, que en términos generales coincidían en torno a un objetivo común, que a
mediados del siglo XVII parecía aún un sueño, un horizonte utópico. El Lunarejo lo
expresa en el «Prefacio al lector de la Lógica» con palabras que hubieran podido
suscribir muchos escritores de siglos posteriores: «Pues los europeos sospechan
seriamente que los estudios de los hombres del Nuevo Mundo son bárbaros [...] Más
que si habré demostrado que nuestro mundo no está circundado por aires torpes, y que
nada cede al Viejo Mundo?»45.
24
—49→
En estas notas quiero, en primer lugar, esbozar algunas de las posiciones desde las
que se ha abordado el tema del Barroco americano, para delinear de alguna manera el
mapa de los estudios sobre el periodo. En segundo lugar, mencionaré algunos de los
problemas a los que se enfrenta, necesariamente, la crítica que trata del Barroco. En
tercer lugar, deseo incluir algunas de las bases que podrían servir, a mi juicio, para
elaborar una propuesta crítica para la reinterpretación del Barroco hispanoamericano.
25
cuyas divergencias han llegado a configurar lo que hoy puede reconocerse como «la
cuestión del Barroco».
26
de que el procedimiento trivializa y en gran medida tiende a la desemantización del
término, creo que ese recurso de extensión metafórica tiene consecuencias de tipo
ideológico, que no cabe desarrollar en estas notas. Baste indicar, solamente, de qué
modo en muchos casos se articula ese supuesto «barroquismo» de la cultura
hispanoamericana a una concepción tropicalista de nuestros países. «Barroquismo» se
asocia, en efecto, a una condición intrínseca de América Latina, facilitando paralelos
entre «barroquismo», exhuberancia geográfica, volubilidad política, por ejemplo.
En seguida el mismo autor se pregunta -claro- por qué, entonces, «el tema del
Barroco merece tanta atención», e indica:
27
—54→
28
«mentalidad» a ciertas condiciones de producción cultural que se repiten, según su
análisis, en diversos países del contexto europeo. Es interesante anotar que en ningún
momento Maravall hace extensiva esta conceptualización a la realidad americana, ni
alude a ningún tipo de continuidad o sincronización de la cultura barroca metropolitana
y colonial50.
Otra variante de la cuestión barroca es la que ilustra, por ejemplo, el delirio crítico
de Severo Sarduy, que se lanza a una interpretación libre de lo que denomina el «campo
simbólico del barroco»51.
La pluralidad barroca
A pesar de que muchos de los más valiosos estudios sobre el Barroco señalan su
presencia en numerosos países europeos52, tiende a predominar la idea de que el
Barroco es un fenómeno artístico predominantemente español irradiado desde la
Península a espacios que aparecen así constituyendo una especie de periferia cultural 53.
Por el contrario, la descentralización del fenómeno Barroco, su comprensión como
fenómeno o «significante cultural»54 permite el estudio —56→ independiente de las
diversas culturas nacionales en las cuales el Barroco pudo actualizarse con significados
estético-ideológicos diversos. A esta descentralización apunta Picón Salas al hablar del
Barroco de Indias, fijando en esa fórmula el encuentro de constantes y variables propio
del desarrollo de una cultura dependiente pero diferenciada, como es la americana. Creo
que el acento de los estudios actuales sobre el Barroco americano debe enfatizar
principalmente las formas, grados y alcances ideológicos de esa diferenciación, vista
como resultado de procesos histórico-sociales específicos.
29
articulación entre los códigos estéticos y el nivel histórico-social para que el Barroco de
Indias, significante cultural diferenciado, adquiera su significación precisa.
—57→
—58→
30
determinada es que debe analizarse el sentido de la apropiación de los códigos
dominantes así como de los aportes de la cultura indígena, que revela la cara oculta de
la sociedad virreinal.
Las dificultades que presenta esta forma de análisis ideológico son múltiples. Por
un lado, las formas ideológicas emergentes se expresan a través de los códigos del
dominador. El proceso de diferenciación con la formación social peninsular es gradual,
problemático y muchas veces contradictorio, y en el discurso a través del cual se
expresa ese proceso deben identificarse indicios, formas de redimensionamiento
ideológico, avances y retrocesos en el curso de la constitución de la identidad criolla y
de los proyectos protonacionales. Pero es solamente a través de este análisis que el
Barroco se presentará en su verdadero carácter y funcionalidad sociocultural dentro de
las formaciones sociales americanas.
1) Discurso de ruptura.
2) Discurso reivindicativo.
3) Discurso de la marginalidad criolla.
No es del caso desarrollar aquí los apoyos textuales que nutren este análisis. Baste
indicar que los textos más importantes del periodo recaen sobre aspectos como los
siguientes, por ejemplo: creación de un yo epistolar, lírico, crítico o narrativo que opera
el desmontaje de la sociedad virreinal y expresa las aspiraciones y reclamos de buena
parte del sector criollo; bivalencia de ese yo (individual y colectiva, representacional);
utilización de recursos canónicos con una diferente funcionalidad ideológica, por
ejemplo uso de la retórica forense, utilización «perversa» de la erudición,
31
redimensionamiento del tópico del viaje como revelación de espacios marginales,
desmontaje de la sociedad virreinal en sus contradicciones y conflictos, utilización del
discurso crítico y la polémica como fijación de la —60→ identidad criolla,
dinamización del concepto de patria como ideologema protonacional, representación de
la cotidianidad y sectores populares, integración de elementos de la cultura indígena en
diálogo con las formas canónicas peninsulares, articulación de la estética gongorina a la
visión criolla, representación de la tensión entre espacios públicos y privados, recepción
del cartesianismo, etcétera.
32
—[62]→ —63→
Pierre Legendre
La «Carta de Monterrey», escrita por sor Juana Inés de la Cruz alrededor de 1681 y
descubierta en la Biblioteca del Seminario Arquidocesano de Monterrey en 1980, se ha
revelado ya como uno los textos más valiosos y elocuentes del Barroco virreinal. En
diálogo epistolar con su confesor, el jesuita Antonio Núñez de Miranda, una de las
figuras de importancia en la vida de la monja mexicana, la «Décima Musa» documenta
a través de una escritura tensa, arrebatada a veces, muchas de las facetas que tiempo
después elaborará, con mayor mesura, en la carta Respuesta a sor Filotea de la Cruz. En
efecto, la «Carta de Monterrey» surge de la circunstancia concreta de la represión
intelectual y la censura impuestas por la España imperial, contrarreformista, en las
colonias del Nuevo Mundo. En ella sor Juana se sitúa, sirviéndose de la retórica barroca,
en el cruce de caminos formado por el saber escolástico y la literatura profana, el
ambiente cortesano y el medio conventual, el dogmatismo y los albores del pensamiento
racionalista moderno. Pero a esa coyuntura cultural e ideológica tan visible en los
centros metropolitanos de la época, se agrega a través de la pluma de sor Juana la
perspectiva —66→ otorgada por su posición periférica. En efecto, en la monja habla
no solamente la mujer y el intelectual marginado de la Colonia sino además el letrado
criollo, que comenzaba a percibirse como parte de un sector social específico, dentro de
una sociedad diferenciada de la europea en múltiples sentidos. Por eso, aunque la «Carta
de Monterrey» ilumina la circunstancia personal de sor Juana (dando antecedentes de su
relación con Antonio Núñez, refiriéndose a las ocasiones que motivaron algunas de sus
composiciones literarias más conocidas o a detalles relacionados con su ingreso a la
orden religiosa) su texto aparece principalmente como un manifiesto que remite a una
33
doble vertiente: por un lado, la de su individualidad amenazada; por otro lado, la que
vincula el pensamiento crítico de sor Juana con la sociedad de la época conduciendo así,
de un modo aún más general, al cuestionamiento del orden dogmático. A través de los
treinta y siete apartados en que ha sido ordenado por el editor el texto de Monterrey, el
Yo es el centro de un conflicto que tiene su origen en la creatividad poética de la monja
y la fama controversial que ésta le ha aparejado. Pero al debatir este punto, la reflexión
y la argumentación recaen sobre la situación de la mujer dentro de las instituciones
religiosas, su relación con la cultura y la sociedad novohispanas, el problema del
«honor» femenino, el derecho a la privacidad y al enriquecimiento espiritual, la censura
y el libre albedrío. En efecto, el texto va expandiendo su acción cuestionadora desde el
sujeto hacia sus condiciones de existencia, desde su coyuntura histórico-ideológica
hacia el sistema político-económico que la ha condicionado. Puede afirmarse que es a
través de la escritura airada de esta carta que se expresa, como en ningún otro
documento de la época, una de las aristas más sutiles de la sociedad novohispana hacia
fines del siglo XVII: la que anuncia la crisis de legitimación de un sistema hegemónico
que empieza a vacilar ante los avances de la emergente conciencia criolla55. El propósito
de este trabajo es proponer —67→ una lectura de la «Carta de Monterrey» con
relación a dos problemas esenciales que se sitúan en los orígenes del desarrollo
histórico-social hispanoamericano: el problema del poder y el de la marginalidad.
Mientras que el ejercicio del poder se vincula en el sistema colonial al afianzamiento de
la hegemonía imperial y a la praxis del adoctrinamiento dogmático, la cuestión de la
marginalidad nos remite más bien a la estrategia de desplazamiento de sectores sociales
que, siendo dependientes de los centros de poder político y religioso, van adquiriendo
progresivamente una identidad diferenciada dentro de la totalidad social. La «Carta de
Monterrey» nos enfrenta a esos dos polos que determinan la estructura político-social
del virreinato, poniendo en juego una serie de estrategias retóricas que hacen del texto
un ejemplar discurso de ruptura y, a la vez, una pieza fundacional en el desarrollo del
pensamiento hispanoamericano.
—68→
En tanto «momentos del mismo conflicto», como señalara Octavio Paz57, y a partir
de una continuidad temática y estilística de fácil verificación, ambos textos remiten al
ámbito del Poder tal como éste se formaliza -como red económica, política y cultural,
pero también como espacio simbólico- en la realidad social de la Colonia58. Las dos
cartas de sor Juana pueden leerse, entonces, como «discurso epistolar», en el cual se
formalizan las funciones de emisor, destinatario y mensaje (o «contenido
comunicativo») de acuerdo a una retórica estrechamente vinculada a los condicionantes
ideológicos de la Colonia y al juego de máscaras instalado por la sociedad barroca.
34
contra-hegemónica, la «Carta de Monterrey» es uno de los textos claves a través de los
cuales empiezan a plasmarse la autodefensa y la autoafirmación criollas, primeros pasos
hacia la consolidación de las identidades nacionales.
Es en este sentido que la «Carta de Monterrey» representa, hoy por hoy, un eslabón
imprescindible en la cadena discursiva que va marcando en Hispanoamérica la
transición del dogmatismo al libre albedrío, de la fe a la razón, del determinismo a la
voluntad, y abonando el terreno en que echará raíces el pensamiento iluminista61.
Pero la impugnación del orden dogmático que esta carta plantea, en un tono más
airado y beligerante que el utilizado hacia «sor Filotea», en 1691, no se opera de manera
lineal. La cultura disciplinaria y ritualizada del Barroco impone al texto las cortapisas de
la censura; el principio de autoridad es alternativamente afirmado y desafiado; la
práctica escritural se define, en fin, desde la perspectiva enunciativa asumida por sor
Juana como emisora del texto epistolar, como un instrumento de autoafirmación y
cuestionamiento social. La carta se presenta así, a partir de su innegable
circunstancialidad, como una forma vicaria de representación del Yo en sus formas
incipientes de conciencia social.
Surgen así una serie de interrogantes con respecto al alcance ideológico y a las
alternativas compositivas del texto de Monterrey, que se hacen extensivas, en muchos
puntos, a la «Carta Respuesta»: ¿cómo se ubica el texto con respecto a la dialéctica
hegemonía/marginalidad, que sin duda subyace en la revuelta sociedad novohispana?
—71→ ¿Qué representación del Poder corresponde a este proceso de impugnación del
canon y de los valores que ese canon institucionaliza? ¿Cuáles son los asientos desde
los que se afirma la perspectiva enunciativa? ¿Cuáles los mecanismos de interpelación y
descargo que se ponen en práctica para asediar el amurallado discurso escolástico?
35
remite a la formalización del interlocutor epistolar, y el que corresponde a la definición
misma del cuerpo textual de la carta, situada en el centro de una polémica de amplias
repercusiones ideológicas62.
36
—73→
El emisor del texto de Monterrey, como centro de una controversia que apunta a la
vez hacia varios niveles de la organización social novohispana, expone así, en una
dinámica de réplicas y contrarréplicas, la liturgia del giro de la palabra como
representación discursiva de un proceso en un imaginario tribunal65.
—74→
La postura del hablante, que de acuerdo al juego discursivo podría definirse como
de un narcisismo logocéntrico, arraiga ideológicamente en el cartesianismo: el yo es el
punto de partida para una recuperación posible de la realidad, la conciencia aparece
como representable y el Cogito es, en fin, el apoyo desde el cual se afirma la existencia
social68.
—75→
37
Como contrapartida de lo anterior, el segundo nivel (aquel en que se ubica al
interlocutor) corresponde a la imagen del Otro, representante del Poder, intérprete de
textos e intermediario entre el sujeto y el orden dogmático. El receptor marcado del
discurso es aquí aquel en quien circunstancialmente se fija el juego de convenciones
capaz de conferir al Yo el lugar del culpable, administrando la absolución o la condena.
La estrategia principal es, sin embargo, en este nivel de construcción discursiva del
receptor marcado al interior del texto, la de subvertir el pacto social que adjudica a cada
individuo, junto con su función y, jerarquía, una carga simbólica, una segunda
naturaleza que opera como máscara que revela y esconde a la vez su significado
ideológico.
38
salvarse, y esto más estará en mí, que en el confesor70.
Sor Juana discute los rasgos de un poder personalizado, que se extralimita en sus
atribuciones reduciendo las reglas generales de la ortodoxia a un dictamen
individualizado y arbitrario. Con frecuencia llega a extremar el procedimiento de
contraposición, enfrentando la opinión o voluntad del confesor a la voluntad divina,
para —77→ desautorizar sus posiciones y evidenciar la improcedencia de sus
críticas, como cuando alude a los «negros versos, de que el cielo tan contra la voluntad
de Vuestra Reverencia me dotó»72.
[...]
39
sociedad virreinal (mujeres/hombres; represión/tolerancia; vida privada/vida pública;
institución/individuo). —78→ En otros casos los pares remiten de modo más general
a la cultura del Barroco (ser/parecer; fe/razón; dogmatismo/albedrío) o a la práctica
represiva (pecado/virtud; persuadir/mandar; salvación/condena).
I. Por un lado, la epístola está escrita a contraluz del discurso ortodoxo, aunque las
referencias al mismo son escasas, selectivas, y utilizadas en un estilo
contraargumentativo:
40
tantas letras, no piensa salvarse?75
[...]
Por así decirlo, el pensamiento escolástico está (como la idea final que legitima)
poco visible pero omnipresente, y sobredetermina la relación con otras formas
discursivas subalternas.
41
literatura social o cortesana, que opera como causa ocasional de la defensa. «La materia,
pues, de este enojo de Vuestra Reverencia (muy amado Padre y Señor mío) no ha sido
otra que la de estos negros versos de que el cielo tan contra la voluntad de Vuestra
Reverencia me dotó»80.
—82→
42
La importancia de la palabra, que salva o que condena, siguiendo la dinámica
binaria, se expresa reiteradamente a lo largo del texto, por la recurrencia a verbos que
sugieren acciones realizadas a través de la actividad verbal (prometer, aceptar,
reprochar, reprender, fiscalizar, objetar, redargüir) aunque en el texto no formen parte,
necesariamente, de enunciados performativos. En cualquier caso, la semántica de esas
expresiones incluye una pragmática potencial: la posibilidad de que el lenguaje opere en
su capacidad represiva, o, contrariamente, como un ejercicio liberador, de
autolegitimación y afirmación individual. Es en este segundo sentido que el texto de la
carta se propone al lector. Pero al mismo tiempo ella registra las sutiles maniobras
represivas del sistema, que estrecha el círculo de la censura penetrando en la esfera
privada, en las zonas que tocan a la identidad personal, en defensa de una sociedad
jerárquica y compartimentada. Sor Juana denuncia «prolija y pesada persecución, no por
más de porque dicen que parecía letra de hombre, y que no era decente, conque me
obligaron a malearla adrede, y de esto toda esta comunidad es testigo [...]»84.
La letra como unidad mínima del texto, la grafía como la forma de expresión
individual más directa e inalienable, la práctica escritural como reducto final a partir del
cual el ser social se reconoce como sujeto participante dentro de la dinámica
disciplinaria del sistema: sor Juana lo cita como evidencia extrema del avasallamiento
de que es objeto toda praxis social no alineada en los principios dominantes y que
transgrede su marginalidad amenazando la hegemonía del sistema, esencialmente
masculino, exclusivista, inquisitorial.
—83→
b) Finalmente, la carta de sor Juana está armada como texto reactivo y espontáneo
en respuesta a las opiniones y comentarios de su confesor con respecto a la actividad
creativa de aquélla. Sin embargo, la línea argumentativa del jesuita no llega a nosotros
sino a través de la interpretación del hablante epistolar, que a su vez invoca a otros
informantes que actúan como voces anónimas mediatizando el discurso originario
atribuido a Antonio Núñez. Así se abre la «Carta de Monterrey»:
43
La situación discursiva es obviamente diversa a la de la carta Respuesta, en que se
contestaba concretamente a los conceptos expresados por el obispo de Puebla, Manuel
Fernández de Santa Cruz en el escrito suyo que acompañó a la publicación de la Carta
Atenagórica. En el caso de la «Carta de Monterrey» se adjudica al destinatario de ésta la
titularidad de una serie de conceptos anonimizados por la transmisión oral y espontánea,
y convertidos, por ende, en patrimonio colectivo.
El discurso del receptor tiene así el estatus de discurso referido o aludido a través
de los filtros de la interpretación. La personalización del receptor es entonces casi
convencional: Antonio Núñez es producido por el texto de Monterrey como sujeto
social que centraliza circunstancialmente una batalla discursiva, y a su línea
argumentativa se aplica también, como a las otras vertientes mencionadas, el ejercicio
hermenéutico. Sólo en dos casos hay una recuperación formal de sus palabras, a través
del discurso indirecto: en la calificación de «escándalo público», que Núñez habría dado
a la actividad creativa de sor Juana (citado más arriba) y en la alusión a la mención que
Núñez habría hecho de la alternativa matrimonial para sor Juana: «Pues, ¿por qué es
esta pesadumbre de Vuestra Reverencia y el decir que a saber que yo había de hacer
versos, no me hubiera entrado religiosa, sino, casádome?»86.
—85→
En resumen, es obvio que, al menos en una primera instancia, el texto de sor Juana
quiere convencer, y para eso cita una serie de hechos que confirman la inconsistencia
del sistema y reducen al absurdo los argumentos dados en su contra. Esos hechos
constituyen «la verdad», y se fijan en relación con una «realidad» extratextual. Pero al
mismo tiempo, como parte de una pugna textual, sus fundamentos se articulan en una
retórica que los presenta como verosímiles dentro de su horizonte sociocultural, en el
sentido que Platón recordaba amargamente al indicar que «en los juicios, de hecho, no
44
importa tanto decir la verdad como persuadir, y la persuasión depende de la
verosimilitud»87.
La carta fija como centro polémico la derivación del poder hacia la autoridad, y la
problemática de la regulación. El dictamen rationis, la actualización de la norma, la
aplicación del canon, aparecen así como operaciones legitimadoras de un sistema
coercitivo y victimizador. El confesor convertido en intérprete descifrador de textos,
juez, censor -también difamador, profanador- modela, en un juego dialéctico, la
perspectiva enunciativa (/denunciativa) del hablante que opone la individualidad al ser
corporativo, abriendo paso a nuevas formas de conciencia social.
Así, sería pueril adjudicar al texto de sor Juana una dirección meramente polémica
o defensiva, dedicada a la exaltación del protagonismo intelectual de su autora en el
cerrado círculo de la sociedad novohispana. La «Carta de Monterrey» posee una
cualidad expansiva que va desde el hablante epistolar hacia el grupo social en que se
incluye, desde la producción del receptor hacia el sistema por él representado. Es con
atención a esas ondas concéntricas de expansión ideológica que el texto debe ser leído y
evaluado, como documento de época que registra, a través de las estrategias indirectas
del texto censurado, el nivel de conciencia posible en el ser social que lo produce.
—86→
El texto de Monterrey surge del cuerpo místico del estado imperial y veladamente
contra él se dirige, señalando las líneas de fracción ocultas en un mundo que Pal
Kelemen caracterizara como «de contrastes extremos, de magnificencia arrogante y
miseria sin esperanza, de indulgencia carnal y ascetismo estático»88. Pero la dialéctica
hegemonía/subalternidad trasciende también los límites de esa contingencia epocal.
Bajo otras estructuras de poder se continúa aun hoy la marginación de los discursos no
dominantes, y se reproducen los argumentos en favor de la persecución de los herejes.
45
Poder, raza y lengua: la construcción étnica del Otro en
los villancicos de sor Juana
A pesar de que la cuestión de la raza es considerada, hoy por hoy, uno de los
núcleos principales para la construcción de la otredad y la definición de sujetos en
contextos coloniales, la representación discursiva (poética, ideológica, religiosa) del
tema racial es uno de los aspectos de la obra de sor Juana que permanecen aún abiertos
a la interpretación cultural.
Canonizada como una de las más altas muestras de las letras barrocas en lengua
castellana, la obra de la musa criolla fue en general relevada como caso paradigmático
de la reproducción de modelos hegemónicos dentro de formaciones socioculturales
subalternas. Por esa razón su obra lírica, religiosa o cortesana, recibió por mucho tiempo
la atención preponderante de la crítica, ya que en ella se actualizan las poéticas clásicas
con mérito innegable. Los aspectos «subversivos» o «contraculturales» de sus otros
escritos permanecieron —88→ mientras tanto en un discreto segundo plano, siendo
reenfocados de manera productiva principalmente a partir de nuevas perspectivas
abiertas por los estudios sobre colonialismo y escritura feminista, o los análisis de la
subalternidad en la literatura canónica virreinal.
46
es privilegio de la forma coral del villancico, constructo «populista» inscrito -en más de
un sentido- en los márgenes de la canonicidad barroca92.
Como composición simple y rústica para ser cantada, sin pretensiones de lirismo,
adoctrinamiento expreso o interpelación de ningún tipo, el villancico integra en
América, y por cierto en la obra de sor Juana, la música, la teatralización, los tocotines o
danzas de indios, tematizando en tono y nivel populares contenidos religiosos o
elementos de la liturgia, presentados generalmente en un lenguaje coloquial y burlón.
Muchas veces estas composiciones integran juegos de palabras, jácaras y «ensaladas»,
en los que se canalizan estereotipificaciones de las distintas razas, lenguaje «profano»,
imitación del habla popular, onomatopeyas, etcétera. Prestándose así los textos a
lecturas múltiples que refuerzan a través de la comicidad y la parodia aspectos
vinculados al ritual y la doctrina religiosa ante un público mayoritariamente analfabeto
y multicultural.
47
«científico» del periodo ilustrado100. Los villancicos de sor Juana corresponden
entonces al momento de auge del género y, según las opiniones citadas, a la instancia de
relativo equilibrio entre las distintas etnias y sectores de inmigrantes y criollos
residentes en el virreinato101.
48
no es esencia en lo entendido.
¡Víctor, víctor!105
—94→
El indígena americano es, sin embargo, la principal figura de las loas que preceden
a los autos sacramentales El Divino Narciso y El cetro de José en las que se canalizan
temas controversiales relacionados con el Nuevo Mundo, como la violencia de la
Conquista, la antropofagia de algunos grupos de indios americanos vis á vis la eucaristía
cristiana y la interpretación de aspectos del paganismo como preparación para la
evangelización110.
49
de la teatralización, aunque se piensa que de hecho estas composiciones tuvieron escasa
presencia a nivel colectivo, ya que probablemente nunca fueron representadas ante
público ni en Madrid ni en América, quedando así los textos destinados a una recepción
«pasiva», acotada y selectiva111. Asimismo, la penetración filosófica que permiten las
loas al distribuir y personificar diversas perspectivas ideológicas, es ajena a la
inmediatez y circunstancialidad del villancico, arte de ingenio, mímica y contrapunto.
La jerga o «media lengua» que sor Juana utiliza para la representación de las voces
americanas imita jocosamente rasgos del habla de inmigrados portugueses residentes de
la Nueva España, incluye latinazgos o ejemplos de castellano macarrónico, o mezcla el
castellano con el náhuatl, en juegos verbales pintoresquistas propios de la poesía
popular. En opinión de Benassy-Berling, a través del villancico «el pueblo encuentra en
la iglesia su propia imagen deformada con una intención a veces paródica, pero sin
crueldad»113.
50
la más alta realización poética colectiva de la Colonia», antes de que el excesivo
catequismo antiliberal del siglo XVIII destruyera la gracia frívola y mundana de esas
composiciones116.
Pueden formularse, en este marco, una serie de preguntas que guíen esta
problematización: ¿Qué significa, dentro del mapa conflictivo de la sociedad colonial la
carnavalización discursiva del villancico, —98→ basada en el entramado de
discursos, voces, lenguas, castas, géneros y razas? ¿A partir de qué posicionalidad
político-ideológica construye el productor cultural de la Colonia la etnicidad en tanto
dato relevante de la condición americana? ¿Qué sentido cultural conferir a este gesto
paródico a partir del cual el letrado criollo adjudica al subalterno una voz ficcional,
configurada a partir del estereotipo, la mímica y el contrapunto burlesco? ¿Qué lugar se
reservan los «dueños de la letra» dentro de este entrecruzamiento de hegemonía y
subalternidad integrado a los misterios de la creencia y del poder? ¿Cómo escuchar la
lengua -la «media lengua»- del Otro, sometida por la magia de la literatura a la
«violencia del alfabeto»117, a partir de la cual se transforma la oralidad en escritura, el
silencio en palabra, la marginalidad en praxis cultural y en espectáculo?
51
hegemonía/subalternidad que es inherente a la construcción de la etnicidad en contextos
coloniales118. Coincido con la afirmación de Octavio Paz de que el aspecto institucional
de los villancicos no ha sido aún estudiado suficientemente, relegándose asimismo la
cuestión racial a un nivel secundario dentro de la discursividad barroca119.
Es evidente, de acuerdo a las opiniones que se han citado más arriba, que el género
del villancico ha sido canonizado, sobre todo por la crítica reciente, como un dispositivo
poético que si bien introduce la problemática americana en el seno mismo de la fiesta
devota logra armonizar (para decirlo bajtianamente, «orquestar») la otredad a través del
recurso paródico122.
—101→
La marginalidad del villancico, señalada por todos los estudiosos de esta forma
poética como un rasgo distintivo de estas composiciones resulta, en este contexto, por lo
menos paradójica, habida cuenta de este carácter plural e incorporante del género que,
inserto en las ceremonias oficiales del virreinato, involucra a la comunidad en una
especie de ritual cultural, tanto durante las instancias de producción como de recepción
de los textos123.
Ese carácter colectivo y coral del villancico (que llamaba a la colaboración entre
autores, cantantes, músicos, público, administradores y escenógrafos de la fiesta devota)
permite suponer que el contenido ideológico de los textos, así como sus grados de
penetración e impacto en la comunidad, dependía de la capacidad de construcción de un
autor implícito o voz autoral (instancia de localización de la perspectiva básica
presentada en el texto) que organizara y sintetizara los distintos niveles y grados de
52
conciencia colectiva dentro de los modelos provistos por la tradición, efectuando a
través de hablantes o actantes circunstanciales una interacción semiótica de innegable
proyección ideológica. De modo que el mensaje crítico, burlón e irónico de este género
aparece como captación y representación de conceptualizaciones y valorizaciones
«recibidas» (reconocidas y aceptadas) en la comunidad, las cuales no eran objeto, sin
embargo, de conservación, canonización ni reconocimiento autoral luego de celebrada
la fiesta religiosa.
—102→
d) Que en un nivel más oculto los villancicos operaban como una zona virtual de
encuentro de etnias, lenguas, culturas, así como de imágenes del Otro gestadas durante
la conquista y colonización del —103→ Nuevo Mundo reelaboradas ahora en el
imaginario barroco, constituyendo así imágenes provisionales de una identidad en
proceso, con la funcionalidad coyuntural y transitoria de reacomodar el presente con el
pasado americano y con el futuro hacia el cual se proyectaba la «nación criolla». El
villancico habría efectuado así lo que, desde nuestra visión actual, puede ser visto como
un ensayo de continuidad entre las etapas de conquista, «estabilización virreinal» y pre-
nacionalismo desde la perspectiva criolla al tematizar la alteridad y fijarla
discursivamente a partir de modelos y estereotipos existentes.
53
e) Finalmente, la temporariedad o carácter perecedero del género parece asimismo
estar ligado a la estructura de superficie, lúdica y carnavalizada, a partir de la cual el
villancico se ofrece a la comunidad como parte de la fiesta barroca. Esa estructura
paródico-burlesca se actualiza en el espacio ficticio -no monumentalizable- de una
literatura de circunstancias, cuyas áreas de superposición con la historia, la sociedad y la
política colonial son siempre negociables desde la perspectiva del poder.
El escritor colonial actúa en estos casos, quizá mucho más que en el caso de
composiciones más «personales», como punta de un iceberg ideológico que sustentado
en el inconsciente colectivo -y en el caso del letrado criollo, también sectorial- afloraba
en el margen de lo paralitúrgico, paraliterario, paracanónico, en el proceso de
constitución del imaginario criollo125.
—104→
Puede argüirse, en efecto, que la voz autoral y las voces ficticias presentes en los
textos transmiten un conocimiento ideologizado del Otro, una «falsa conciencia»
colectiva que desde las imágenes colombinas sobre el Nuevo Mundo acompaña la
construcción de la alteridad en los discursos centrales. De modo que el letrado barroco
no presenta la otredad como creación original sino que la re-presenta reformulada
(modernizada, racionalizada, ideologizada) manipulando redes significantes que
insertan el presente en la tradición, el conflicto criollo en el discurso peninsularista, la
desigualdad en el humani(tari)smo, la subalternidad en la hegemonía, en un juego de
ensambles, paradojas y contrastes barrocos que promueven la heterogeneidad como
ideologema central del imaginario criollo.
54
Como Balibar indica, entendida la etnicidad como fabricación o artefacto
ideológico-cultural, cumple un papel fundamental tanto para —105→ la construcción
de identidades como para la interpelación de sujetos sociales. En la medida en que la
base étnica no es una condición natural en una determinada formación social sino una
cualidad conferida discursivamente, la configuración de «identidades étnicas» es
esencial para otorgar concreción y materialidad a un determinado proyecto social:
define comunidades culturales, tradiciones, orígenes, sistemas de afiliación o
pertenencia así como grados y niveles de articulación a la totalidad128.
55
de la otredad. Por su lado, las voces ficticias canalizan la enunciación como acto de
habla y como práctica de la diferencia en el espacio controlado de la escritura y la
celebración virreinal.
A la aclamación festiva
de la jura de su Reina
se juntó la Plebe humana
con la Angélica Nobleza.
Y como Reina es de todos,
su coronación celebran,
y con majestad de voces
dicen en canciones Regias131.
Las voces de negros e indios que aparecen a continuación de estas estrofas como
representación de la «Plebe humana» está ya prefigurada, desde la Introducción, con las
notas de subalternidad, rusticidad y coralidad que exaltan, por contraposición, la imagen
elevada y singular de la Virgen. Las diversas voces americanas componen un conjunto
heterogéneo pero no integrado, un espacio babélico presidido (interpretado, ordenado)
por los grandes poderes (religioso, político, letrado/escriturario) que controlan la
institucionalidad virreinal.
—108→
-Acá tamo tolo
Zambio, lela, lela
que tambié sabemo
56
cantaye las Lema.
-¿Quién es? -Un Negliyo.
-¡Vaya, vaya fuera,
que en Fiesta de luces,
toda de purezas,
no es bien se permita
haya cosa negra!
-Aunque Neglo, blanco
somo, lela, lela,
que il alma rivota,
blanca sá, no prieta.
-¡Diga, diga, diga!
-¡Zambio, lela, lela!134
—109→
57
con su nalís ri trumpeta!
-¡Vaya, vaya, vaya!
-¡Zambio, lela, lela!
-¡Válgati Riabro, Rimoño,
con su ojo ri culebra!
¿Quiriaba picá la Virgi?
¡Anda, tomá para heya!
-¡Vaya, vaya, vaya!
-¡Zambio, lela, lela!
Viní acá, perra cabaya:
¿su cabeza ri bayeta
y su cola ri machí,
pinsiaba la trivimenta?
-¡Vaya, vaya, vaya!
-¡Zambio, lela, lela!
-¡Vaya al infierno, Cambinga,
ayá con su compañela
que le mira calabralo,
cómo yeva la cabeza.
—110→
-¡Vaya, vaya, vaya!
-¡Zambio, lela, lela!
¡que tambié sabemo
cantaye las Leina!137
58
barroco de espiritualismo/materialidad. Sin embargo, el blanco es un color que el Otro
«gana» sólo a través de la sumisión al Poder —111→ (político, religioso) y a partir
de la consagración otorgada por la letra barroca.
Siguióse un estudiantón,
de Bachiller afectado,
que escogiera antes ser mudo
que parlar en Castellano.
Y así, brotando Latín
y de docto reventando,
a un bárbaro que encontró,
disparó estos latinajos146.
59
La tradicional consideración del latín como lengua culta y «espiritual» cede paso a
su representación como código arcaico e inoperante en relación a la materialidad
colonial.
—113→
El villancico VIII a san Pedro Apóstol, 1677, presenta luego de las coplas y
estribillo en portugués, otra posible variación lingüística en boca de un «sacristán
cobarde» ridiculizado justamente por el collage lingüístico (el uso de «latines
sacristanescos» según expresión de Herrera149, acentuado por las onomatopeyas que
introducen la polisemia del Gallo:
Coplas
60
Válgame el Sancta Sanctorum,
porque mi temor corrija;
válgame todo Nebrija,
con el Thesausum Verborum:
éste sí es gallo gallorum,
que ahora cantar oí:
-Qui-gui-riquí!150
—114→
Divina María,
rubicunda Aurora,
matutina Lux,
purissima Rosa.
[...]
Tristes te invocamus:
concede, gloriosa,
gratias quae te illustrant,
dotes quae te adornant152.
En la parte final del villancico a san Pedro Apóstol, antes citado, la voz autoral
indica que el indio entra con una función conciliadora a resolver el contrapunto entre el
estudiantón y el bárbaro. Sin embargo el indio tiene su secuencia separada de coplas, y
su propia semiótica cultural diferenciada de la de los demás «personajes» de la
composición. En sus parlamentos propone la articulación del castellano con el náhuatl
haciendo uso de un lenguaje combinado que apunta, como nos indica la voz autoral,
hacia la ideología del mestizaje:
61
—115→
la medida de los pasos;
el cual en una guitarra,
con ecos desentonados,
cantó un Tocotín mestizo
de Español y Mejicano153.
También un Topil
del Gobernador,
caipampa tributo
prenderme mandó.
Mas yo con un cuáhuitl
un palo lo dio
ipam i sonteco:
no sé si morió154.
El texto del villancico es así a la vez estable y abierto: promueve la otredad desde
el espacio acotado de la letra criolla, representa y naturaliza la posición excéntrica del
dominado, elabora su alteridad como artefacto de la identidad criolla y como
legitimación de la función letrada. La fijación de los grados y límites de aceptabilidad
de la interpenetración y transgresión del Otro parece corresponder más bien al receptor
que, activado por la teatralidad colonial, era desafiado a revisar su propia posicionalidad
ya no meramente contemplativa, ante el espectáculo de la fiesta barroca.
Con base a los factores complementarios de raza y lengua, ejes del constructo
ideológico colonial, va configurándose en los textos —116→ una «etnicidad
lingüística» en la que cada comunidad es portadora de su propia memoria cultural,
articulable a la totalidad sólo a través de la mediación letrada.
62
«La letra con sangre entra»: lengua, voz y poder en la ciudad
letrada
La construcción discursiva del concepto de raza implica una dialéctica entre
relativismo y universalidad que permita situar el dato étnico como variable cultural
relevante para la definición de sujetos sociales. Como cultura integradora, celebratoria y
propagandística, entrenada en los lujos de la parodia, la antítesis y la paradoja, el
barroco provee las estrategias retóricas y representacionales para esa producción
discursiva desde una perspectiva de poder que promueve al Otro como contracara de las
identidades colectivas que se asoman ya a los desafíos de la modernidad. Pero la
variante americana incorpora el conflicto, interrumpe la síntesis final, pone en abismo
los recursos y resultados del constructo barroco155.
Los textos de sor Juana se sitúan en la frontera misma de esta problemática, ya que
si por un lado el juego y la parodia naturalizan la diferencia social y cultural de la
Colonia sugiriendo una armonización u orquestación de voces, por otro lado promueven
el conflicto (la cualidad heteróclita de América, la marginación del Otro, la injusticia
social) -lo representan- en el nivel explícito del discurso carnavalizado.
Por otro lado, sin embargo, el texto remite a las discontinuidades y particularismos
que identifican, distinguen y separan a los diversos sectores sobre la base del dato
lingüístico, racial, de condición social, etcétera. En este sentido, es la diferencia lo que
se tematiza. Aunque esta articulación de opuestos no sea ajena a los géneros populares o
«menores» a través de los cuales se accede «libremente», a través de la comicidad y del
contraste, a los temas generalmente ajenos a la «alta» literatura, cabe aún preguntarse
desde qué posición ideológico-discursiva se construye la que Balibar llamara «etnicidad
ficticia» y qué papel cumple este constructo dentro de la economía general de la
Colonia156.
Creo que es evidente que en la composición de sus villancicos sor Juana asume una
posición relativista, explotando, por así decirlo, primordialmente esa diferencia,
utilizando la elaboración lingüística como signo del enclave social tanto del hablante
ficticio como del productor cultural que lo construye discursivamente.
63
Con respecto al primer punto, es evidente que el villancico transpone al texto -y a
través de él, a la celebración religiosa- la heterogeneidad cultural americana,
exponiéndola a través de un discurso gestionado (compuesto, administrado, controlado)
por la «letra criolla». Cuando sor Juana imita el castellano «aportuguesado» del esclavo,
los latines erróneos del indígena, las variantes fonéticas y las mezclas lingüísticas en
una especie de moderno collage cultural, relativiza la hegemonía de la norma culta,
privilegio de las elites, configurando una especie de ficticia koiné novohispana pero
desde una posición aún dominante: la del letrado criollo que reivindica el mestizaje
cultural como un área específica de su dominio intelectual que en este sentido lo eleva
por encima de los sectores marginales pero también del peninsular eurocéntrico y
monolingüe. Es la función de la nueva diglosia, que Elías Rivers indicara como rasgo
caracterizador de la colonia novohispana, donde lenguas vernáculas y cultas (castellano
y latín) coexisten conflictivamente. Pero también demarca las fronteras
comunicacionales del Otro que en su lenguaje expone su condición vicaria, adyacente a
los códigos culturales dominantes y subyugada al Poder. Sin olvidar que la propia sor
Juana reconoce la matriz híbrida de su propia condición colonial, al recordar la lengua
paterna en su imitación del dialecto vascuence (don Pedro Manuel de Asbaje, padre de
Juana, era, en efecto, vizcaíno) insertando en los villancicos a la Asunción, 1685, la
«lengua cortada» de sus antepasados:
64
has de entrar.
Gualdunái159.
Contrariamente a lo que sucede con las formas expresivas del indio y el negro, el
vizcaíno es una «lengua en ausencia», de valor eminentemente evocativo y nostálgico,
una especie de viaje hacia el origen y encuentro con el Otro en el ámbito conciliatorio
de la devoción160.
—120→
Podría decirse que a través del villancico (y, por extensión, de los géneros en los
que se representa al dominado en contextos coloniales) el subalterno puede «hablar» por
la boca del Otro pero no «decir», utilizar la lengua impura que simboliza su
enajenación, en función eminentemente expresiva, exponer su «estar-ahí» sin develar su
ser.
65
libre de la infausta suerte;
su Vida la narración,
la confirmación su Muerte,
su epílogo la Asunción161.
En la jácara del villancico XII de la misma serie se presenta a Pedro como el mayor
maestro de Esgrima, haciendo del villancico un anuncio del lance (como indica el
estribillo de introducción): «¡Oigan el cartel, oigan, que a todos reto!»164.
—122→
Allá va, cuerpo de Cristo,
de Esgrima el mayor maestro,
que amilanó a los Carranzas,
que arrinconó a los Pachecos:
el que por alcanzar más,
tuvo lugar más supremo,
pues por la gracia de Dios
estuvo en ángulo recto.
[...]
el que riñendo y negando,
ya con valor, ya con miedo,
usó del tajo con Malco
y el revés con su maestro.
[...]
Y aunque de la garatusa
tuvo noticia, y del quiebro,
66
le dio con la irremediable,
al gallinazo venciendo165.
Estos juegos, así como los tecnicismos antes citados que matizan el castellano
reafirman la jerarquía y elevación de la escritura y la identificación de la Letra criolla
como lengua del Poder. El villancico II a san Pedro Apóstol, 1677 tematiza bien esa
centralidad de la letra (Palabra Sagrada, Escritura) ejercida como instrumento de
autoría/autoridad para la fijación de la doctrina. Así dicen la primera y las dos últimas
estrofas de ese villancico:
67
más ánimo y escribid,
que la letra con sangre entra168.
Pero es también evidente que la misma poliglosia colonial dramatizada por sor
Juana es, a su vez, prueba de la corrupción de un proyecto imperial basado en los
ideales de la homogeneidad y la unificación («un rey, un dios, una lengua»). América
escapa a todo reduccionismo y la lengua-madre -al menos en el espacio controlado de
las culturas subalternas- sobrevive conquistada, colonizada por —125→ el Otro. Lo
diferente es connatural a América y la lengua corrupta del subalterno se convierte así en
signo no sólo de su alteridad sino de su capacidad transgresora con respecto a la norma
culta, relativizada así como una de las muchas variantes que inevitablemente coexisten
en el seno del imperio.
68
es en los villancicos de sor Juana expresión del conflicto, la desigualdad y el
descontento, o sea una forma más, innovadora e imprevista, de corrosión de un
establishment que la monja desafía en tantos otros niveles en sus obras. Y en este
sentido, esta adjudicación parcial de la voz, esta denuncia regulada de la injusticia
colonial nos recuerda las propias reflexiones de sor Juana en torno al equilibrio entre
palabra y silencio que sirvieran tan bien como arma en sus propias batallas:
Ah de las mazmorras
tened atención;
—126→
atended, Cautivos,
las nuevas que os doy!
Escuchad mi llanto
a falta de voz,
que también por señas
se expresa el dolor172.
[...] el valiente
69
el de la vida penosa
quebrantador de prisiones,
despoblador de mazmorras173.
El Otro es así, en su alteridad, a los ojos y oídos del Poder, enigma y misterio; la
lengua es un espacio ambiguo de comunicación pero es también signo cifrado que sólo
puede ser decodificado a través del saber que esta mujer letrada exhibe como un arma
debajo de la máscara de la fiesta barroca.
A través del juego de transferencias culturales del villancico sor Juana transforma
el habla en lengua, la lengua popular en norma culta controlada por el letrado, la
alteridad en espacio inconquistable porque se sitúa al margen de los universales, en el
área de lo heteróclito, sólo alcanzable por el conocimiento y la experiencia. De esta
manera, interpela y confirma los discursos dominantes en un mismo movimiento que
define los parámetros en que se mueve la conciencia criolla en esta etapa de su
desarrollo.
70
La práctica letrado-escrituraria traduce por esa «tiranía del alfabeto» de que hablara
Mignolo las formas culturales del dominado a los códigos del dominador, sugiriendo un
proceso ascendente de la oralidad a la letra, de las formas populares a la «alta
literatura», de la empiria a la razón barroca.
—128→
En este sentido, como representante del sector letrado, sor Juana es una pieza clave
en el proceso que institucionaliza el multiculturalismo americano como base para una
identidad criolla diferenciada que se desarrollará bajo el control ascendente de las
nuevas elites americanas. Sienta las bases, así, para una «identidad de la otredad» y para
la inscripción de la subalternidad multirracial dentro de los discursos centrales.
71
—129→
—130→
72
Como Irving Leonard indicara, «Hacer de la vida un drama, y del drama, vida, fue
en cierto sentido un principio fundamental de la época barroca»180. La teatralidad es
entonces, en sus más variadas formas, el montaje primordial a través del cual se expresa
y visualiza el carácter proteico de la cosmovisión barroca.
Los textos de las cartas de la monja entregan, en efecto, una mínima información
biográfica, al tiempo que se extienden en aspectos que refuerzan el perfil intelectual de
la monja. Son dominantes, por ejemplo, las alusiones a la precocidad, la vocación
humanística, la fecundidad creativa y las persecuciones personales, pero nada se dice
sobre otros aspectos de la vida interior: el medio familiar y el conflicto causado por la
ausencia del padre, la inserción en el medio cortesano, las etapas iniciales de la vida
monástica, la relación con personajes significativos de la cultura virreinal, como
Sigüenza y Góngora, por ejemplo182. El énfasis en la propia excepcionalidad sigue, sin
duda, el modelo formal del discurso hagiográfico, pero el enclave autorreferencial
73
problematiza la verosimilitud sugiriendo que la máscara textual esconde un rostro
mucho más complejo e indescifrable del que nos revela la escritura183.
La pugna consigo misma y contra el mundo es una de las constantes que recorren el
discurso de sor Juana. Así se refiere, en la carta al padre Núñez, a ese «tan extraño
género de martirio» a que la someten la censura de la comunidad y del Poder:
Este arraigo del constructo biográfico en modelos que son parte de la cosmovisión
barroca, en nada minimiza, por supuesto, el drama de época que afectó tan
medularmente la vida y la obra de sor Juana. Sirve para explicar, sin embargo, muchas
de las formas que asume su teatralización, es decir, las modalidades utilizadas para la
conceptualización y representación de la experiencia personal a través de la escritura.
74
discurso de sor Juana adquiere «una movilidad simbólica que le permite cambiar de
género, de clase y de raza»187.
Aunque el simbólico o ficcional «cambio de sexo» tiene diverso sentido en los tres
casos, sirve para ilustrar el caleidoscópico proceso de invención y recomposición de
imágenes a que apela constantemente la escritura de sor Juana. Como señala Franco, la
ficcionalización del Yo, tanto como los recursos de alegorización son «máscaras
necesarias» para la construcción de la subjetividad de la mujer como sujeto autoral y la
apertura de formas alternativas de autorización discursiva no previstas dentro de la
compartimentada política cultural de la Colonia189.
—135→
75
integrador del proyecto criollo va constituyendo así, al redimensionar recursos y
modelos entregados por la tradición, un horizonte utópico que guía la creatividad
colonial impugnando las fronteras genéricas y sectoriales.
—136→
En el caso de Los empeños de una casa el cambio de roles es múltiple: doña Ana es
una especie de «don Juan con faldas», Leonor es caracterizada por su afición al
conocimiento, privilegio masculino, Castaño se transfigura al vestirse de mujer ante los
ojos del público y exponerse al asedio de los hombres confundidos por su disfraz194. —
137→ En un recurso típicamente barroco el teatro dentro del teatro ilustra sobre las
infinitas máscaras sociales que el individuo adopta en el afán proteico de re-presentarse
a través de la mutación y la transfiguración, pliegues y repliegues de una interioridad
conflictiva que desafía la convención del signo cultural mostrando su transitoriedad y
relativismo. La casa, transformada en espacio lúdico y carnavalizado, es el ámbito en el
que se dislocan las pautas que aseguran y regulan el lugar del individuo, sus conductas y
opciones195. La máscara, entonces, más que ocultar al ser, lo proyecta hacia afuera,
hacia una zona de juego, riesgo y vértigo que relativiza las certezas y teatraliza la
condición social de sujetos que detentan identidades conflictivas.
76
superpuesto o infuso en la construcción poética: doble mediatización -doble pliegue- del
yo que se proyecta hacia la esfera pública a través de la escritura198.
—140→
77
La teatralidad no es, entonces, un recurso aleatorio dentro del amplio decorado del
discurso barroco, ni se restringe al espacio acotado de la dramatización o la comedia.
Es, más bien, la estrategia y el impulso esencial del individuo -«peregrino del ser» como
quería Gracián203- que se busca a sí mismo detrás pero también delante de la máscara,
que repliega y despliega sus diversas imágenes mientras construye individual y
colectivamente la Utopía de la modernidad.
—141→
En su libro titulado El amor del censor. Ensayo sobre el orden dogmático que en
otra parte he utilizado para tratar de esclarecer algunas de las estrategias discursivas que
aparecen en la Carta de Sor Juana al Padre Núñez de Miranda, hallada en la
Arquidiócesis de Monterrey en 1982, Pierre Legendre ha llamado la atención sobre las
interconexiones entre Poder y Deseo, explayándose sobre los mecanismos que vinculan
los procesos psicológicos e institucionales a través de los cuales se propagan los dogmas
y se produce la sumisión en distintos contextos universales, desde la Edad Media a
nuestros días204.
El tema de la censura, que atraviesa toda la obra de sor Juana y es, sin duda, clave
en la tarea de desentrañar la relación que la monja mantuvo con sus contemporáneos, se
liga directamente con dos niveles ejemplarmente articulados en la figura de Núñez de
Miranda: el nivel personal y el institucional, fundidos en la imagen patriarcal y
paternalista del confesor206.
78
En efecto, es a partir de su necesidad de autodefinición personal frente a la imagen
del jesuita que sor Juana reflexiona constantemente sobre el problema de la autoridad y
sus derivados: la autoría como posición de discurso y la autorización como mecanismo
de legitimación. Pero es el tema menos coyuntural y más filosófico del Poder el que
subyace en todas sus elaboraciones. El Poder entendido como una forma de negociación
que lo relativiza en los términos que Foucault definiera en su análisis de los procesos de
institucionalización cultural, al indicar que el poder «no es una institución, y no es una
estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: el poder es el
nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada»207.
—143→
María Dolores Bravo ha señalado ya los fuertes lazos sociales y axiológicos que
vinculan el orden familiar y el eclesiástico209. Como derivación del modelo de la
Sagrada Familia, la Esposa de Cristo se somete a la centralidad masculina del Santo
Padre, representado por el confesor en los rituales terrenales. En éste se concentran y
articulan las connotaciones de poder de otras figuras masculinas que componen el orden
social de sor Juana: el virrey, en lo político; el arzobispo y otras autoridades de la
Iglesia en lo religioso; el padrastro, el abuelo de Panoayán y Juan de Mata en lo
familiar. Todas figuras vicarias que mediatizan el acceso al Padre inaccesible de manera
directa, tanto el Santo Padre como el padre biológico, figuras ausentes y deseadas que
constituyen un espacio utópico -están en ningún lugar- en el imaginario privado de la
monja.
79
Núñez de Miranda concentra y materializa esa constelación masculina que reprime
y constriñe las acciones de la monja pero que constituye también el espacio del deseo.
El confesor es la compuerta que controla el flujo entre el espacio conventual y el
cortesano, el mundo pasional y el de la disciplina religiosa, lo terrenal y lo divino.
Por momentos, la monja usa en sus intercambios discursivos con el confesor una
técnica de camouflage que la convierte, a través de las pruebas de modestia y humildad,
en una oveja más, que sobresale sólo por insistencia ajena. En otros casos, utiliza la
mímica que reproduce los gestos del Poder manteniendo una distancia irónica, burlesca
o paródica. Finalmente, apela a la autoinvención proponiendo en sus textos un yo que se
manifiesta a través de múltiples imagen es de sí, enhebrando secuencias biográficas que
revelan, seleccionan y ocultan, creando un «ser de papel» (para usar la expresión con
que Barthes calificara a todo personaje literario) que compite en credibilidad y en
artimañas con la sor Juana real que reside en alguna parte, tras los seudónimos, las
máscaras y las alegorías.
La doble valencia personal e institucional del jesuita constituye para sor Juana una
doble fascinación y un doble desafío. Por un lado, en lo personal, el jesuita se liga a sus
decisiones más íntimas y definitivas. —146→ La ayuda a consagrarse como Esposa
de Cristo influyendo quizá sobre Pedro Velázquez de la Cadena -como hiciera en tantos
otros casos- para que éste pagara la elevada dote de tres mil pesos requerida para su
entrada en la orden jerónima, aunque sor Juana indica que «lo tocante a la dote, mucho
antes de conocer yo a V. R. lo tenía ajustado mi padrino el capitán D. Pedro Velázquez
de la Cadena, y ajenciádomelo estas mismas prendas, en las quales, y no en otra cosa,
me libró Dios el remedio»215.
80
Con sus gestiones, los protectores liberan a la joven de los requerimientos y
tentaciones de la corte y de la posibilidad del matrimonio, así como de otros asedios
masculinos que la hubieran expuesto, como dice el padre Calleja, a ser mancillada por
los hombres, ya que «la buena cara de una mujer pobre es una pared blanca donde no
hay necio que no quiera echar su borrón»216.
Con esta iniciación en la vida religiosa, Núñez aparta a la joven Juana, de sólo
veintiún años, del «rumor de comunidad» que pudo haber impedido, como la monja
indica a Filotea, «el sosegado silencio de [los] libros»; libera también su espíritu
asegurándole un entorno para la reflexión y la creatividad, las mismas que intentara y
finalmente consiguiera reprimir tratando a su manera de salvarla de los excesos de la
vanidad y la desviación doctrinaria y de salvarse, a su vez, de los peligros de la envidia.
81
los límites del sistema y poniendo a prueba su permeabilidad. En esta dinámica, la
retórica es un arma esencial de persuasión, impugnación y autodefensa.
—148→
Toda institución implica una legalidad que debe ser resguardada. Todo poder se
afirma en la idea de que existe una zona infranqueable, que no admite interpretación.
Por tanto, toda rebeldía contra el Poder se basa en la inquietante negociación del límite.
82
De la dialéctica entre Poder y el Amor surge el tema de la culpa y el castigo,
dominante en la «Carta de Monterrey»:
El texto de Juana oscila y se define entre ambos polos. «El Poder -dice Legendre-
toca el nudo del deseo; por este prodigio el oponente puede ser definido como culpable
y el error como falta»224.
Como se indica en El amor del censor, «nunca se sabe dónde termina el Padre»,
pero sor Juana se debate tratando de encontrar ese final, donde estaría el principio de
una identidad propia, emancipada, productiva.
—150→
Pues, Padre amantíssimo (a quien forzada y con
vergüenza insto lo que no quisiera tomar en voca), ¿quál era
el dominio directo que tenía V. R. para disponer de mi
persona, y del alvedrío (sacando el que mi amor le daba y le
dará siempre) que Dios me dio?225
83
Y assí le suplico a V. R. que si no gusta, ni es ya servido
favorecerme (que esso es voluntario) no se acuerde de mí,
que aunque sentiré tanta pérdida mucho, nunca podré
quejarme, que Dios que me crió y redimió, y que usa
conmigo tantas misericordias, proveherá con remedio para
mi alma, que esper[o] en su vondad, no se perderá, aunque le
falte la dirección de V. R., que a el cielo hacen muchas
llaves, y no se estrechó a un solo dictamen, sino que ay en él
infinidad de manciones, para diversos genios, y en el mundo
ay muchos theólogos -y quando faltaran en querer, más que
en saber consiste el salvarse, y esto más estará en mí que en
el confesor. ¿Qué precisión ay en que esta salvación mía sea
por medio de V. R.? ¿No podrá ser por otro? ¿Restringióse, y
limitóse la misericordia de Dios a un hombre, aunque sea tan
discreto, tan docto, y tan santo como V. R.? No, por cierto, ni
hasta aora he tenido yo luz particular, ni inspiración del
Señor, que assí me lo ordene228.
—151→
84
—[152]→ —153→
La
retórica
[...] óyeme sordo, pues me quejo muda.
del
El sueño todo, en fin, lo poseía;
silencio todo, en fin, el silencio lo ocupaba...
en Sor
Juana
Inés de la Cruz
Primero Sueño
—154→
En efecto, pocos estudios han considerado hasta ahora la incidencia ideológica que
asumieron en la Colonia formas como la oratoria, las prédicas y sermones, los
certámenes, polémicas, y confesiones que constituyeron gran parte de la cotidianidad
cultural del virreinato. La escritura barroca se convierte así en sinécdoque de un mundo
conflictivo y profundo, apenas abordable en su complejidad, que fue reducido por
mucho tiempo a la medida de sus evidencias, y consecuentemente evaluado como un
gesto mimético, reproductor degradado de la cultura metropolitana en ultramar.
85
Una vez penetrada, sin embargo, la estructura de superficie del discurso barroco,
una vez articulados sus tópicos y su retórica a la problemática del productor cultural de
la Colonia, y en cuanto se incorporan al análisis los conceptos de clase, raza, género
sexual, la escritura del periodo pierde su opacidad ornamental, y su juego de apariencias
y engaños comienza a revelar los signos de la represión, el conflicto y la marginalidad, a
través de los cuales se expresa, también, el Poder imperial.
Reprimido y mimético, el discurso de sor Juana surge a la vez como una voz
provocativa, profundamente crítica y de un indudable valor fundacional. A través de esa
obra aparecen representadas, en efecto, las restricciones de la hegemónica ideología
imperial y sus efectos marginalizadores, los gestos ampulosos del absolutismo y los
recursos secretos del subalterno sujeto colonial. Significativamente, es en las estrategias
de supervivencia y penetración de ese discurso de resistencia, más que en muchos de
sus postulados concretos, donde se afirman las bases de la identidad criolla que dará
origen al sujeto social hispanoamericano.
En el contexto colonial, sor Juana actualiza muchos de los recursos usados por los
representantes más brillantes de la tradición hispánica. En ella, sin embargo, quizá como
en ningún otro escritor de su época, el decir y el callar asumen un sentido
excepcionalmente dramático, confiriendo a su discurso una dinámica antinómica a
través de la cual se expresa la profunda conflictividad barroca.
86
En la Décima Musa la palabra es virtud y pecado, prueba de discreción y sabiduría
a la vez que signo de soberbia e «ignorancia afectada». El silencio, a su vez, corona el
pensamiento profundo y encubre su capacidad cuestionadora. Remite al mundo oculto
de la esfera privada tanto como a las imposiciones de la vida pública; es subterfugio
expresivo, renunciamiento ascético, ambigüedad mundana y relicta circumstantia237.
El elogio del silencio (los labios sellados como símbolo de la virtud) aparece
enfatizado en El criticón, donde se alude a la «rara mercancía del callar», reelaborando
las fuentes clásicas que ven en Pitágoras, magister silentii, el más alto ejemplo de
sabiduría y respeto al misterio. De la misma manera, la Introducción a la sabiduría de
Luis Vives, en su tratado «Del lenguaje y la conversación» advierte también sobre los
peligros del desenfreno verbal.
Como en el Inca Garcilaso que calla, según ha demostrado José Durand, por
aprecio, discreción o desdén, actualizando en su obra un «silencio histórico»
87
proveniente de la tradición incaica245, sor Juana abunda asimismo en «silencios
tácticos» (relacionados con aspectos de la intrahistoria virreinal, religiosa y cortesana) al
igual que en silencios vinculados a valores sociales (la honra, el papel asignado a la
mujer, el respeto a las jerarquías y a las convenciones de la época)246.
El silencio divino
Celebrado como virtud o impuesto como ejercicio del Poder, el silencio integra el
tronco de los discursos religiosos y profanos, nutriendo gran parte de las estrategias
retóricas que América recibe como parte del bagaje cultural del Imperio.
—160→
Elevado, junto con la sabiduría, el amor y la belleza, como uno de los atributos de
Dios, el silencio adquiere un lugar preeminente en el edificio de la doctrina y en el
ejercicio de la religiosidad. Pero también el silencio concentra a nivel discursivo, tanto
dentro de la literatura devota como de la profana, una serie de significados simbólicos
que hacen del callar una cualidad compleja y polisémica, de extensa aplicabilidad y
larga tradición.
88
variada y compleja elaboración en torno a las virtudes del no-decir en tanto celebración
de la discreción, la concentración y la virtualidad del mundo subjetivo.
Siempre dentro del dominio de lo místico y doctrinal, Sánchez Lora nos recuerda, a
su vez, que en fray Luis de León -como en tantos otros autores de la época- mujer y
silencio aparecen también asociados en la conceptualización de aquélla como ser de
corto entendimiento, destinado «por la Naturaleza» al espacio clausurado del hogar o el
convento. Según fray Luis.
—161→
[...] así como a la mujer buena y honesta la Naturaleza
no la hizo para el estudio de las ciencias, ni para negocios de
dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico, así
les limitó el entendimiento, y por consiguiente, les tasó las
palabras y las razones [...] han de guardar siempre la casa y
el silencio250.
89
Horacio:
—162→
Por lo cual a Pitágoras, por ser maestro del silencio, le figuraron en un pez, porque
sólo él es mudo entre todos los animales; y así era proverbio antiguo: pisce taciturnior,
a los que mucho callaban; y los egipcios según Pierio, lo pusieron por símbolo del
silencio; y Claudiano dice que Radamanto convertía a los locuaces en peces, porque con
eterno silencio compensasen lo que habían errado hablando:
90
Como Tavard indica, el lenguaje simbólico acerca de Dios debe ser no sólo
indirecto sino negativo, ya que no puede ser aludido de manera directa254. El silencio
combina así las cualidades del misterio, la veneración y la virtualidad significante.
Según Tavard, al considerar el silencio como divino, sor Juana se sitúa directamente en
la corriente teológica cristiana, y particularmente en la tradición monástica de los
Jerónimos que hicieran del silencio un factor fundamental de la vida de la comunidad,
como requisito para la contemplación y como muestra de disciplina y recogimiento
individual255.
—164→
91
[...]
y en la quietud contenta
de imperio silencioso
sumisas sólo voces consentía
de las nocturnas aves,
tan oscuras, tan graves,
que aun el silencio no se interrumpía259.
[...]
-el silencio intimando a los vivientes,
uno y otro sellando labio obscuro
con indicante dedo,
Harpócrates, la noche, silencioso;
a cuyo, aunque no duro,
si bien imperioso
precepto, todos fueron obedientes-.
[...]
El sueño todo, en fin, lo poseía,
todo, en fin, el silencio lo ocupaba;
aun el ladrón dormía;
aun el amante no se desvelaba260.
Como el mismo crítico señala, el Primero sueño implica una doble negación: el
espacio silencioso simboliza la soledad del alma, y el poema se convierte en una visión
(versión) de la no-visión: testimonia un fracaso que exalta, alegóricamente, lo grandioso
e inefable del Todo.
92
Ya sea visto como una exploración en el tema de las posibilidades de penetración
trascendente del alma en el misterio de la Creación o, de un modo más particular, como
el poema que representa la crisis intelectual de sor Juana y anuncia su conversión final,
el Primero sueño impulsa una vez más el significado del silencio como red de
significaciones cifradas que se resisten a la aprehensión humana, aunque desafían a la
razón a través de múltiples signos que revelan la presencia innegable de lo oculto264.
Es indudable que más allá del significado global que se adjudique al sueño, las
referencias al silencio que pueden rastrearse, implícita —166→ o explícitamente en
toda la obra de la Décima Musa, sí tienden una línea entre las preocupaciones
filosóficas y teológicas de la monja y sus más personales conflictos por trascender de la
interioridad a la palabra, dicha o escrita. Esta tensión que marca el tránsito de lo divino
a lo humano, del dogma a la razón crítica, de la veneración del silencio a su penetración
y a su ruptura, es la misma que anuncia a través de su obra el avance del pensamiento
moderno. Pero también será el silencio -un silencio ya no doctrinal sino táctico y
terreno- en sus múltiples actualizaciones discursivas, el que permitirá a sor Juana el
avance camuflado por entre las fisuras del autoritarismo y los cuestionamientos de su
tiempo. Y el que proveerá en otras instancias el refugio para un pensamiento que se
proyecta desafiantemente delante de su tiempo, por la vía que permanece abierta hacia
el final del sueño, cuando desbaratadas ya las sombras de la noche, y vencido el silencio
de lo inapresable, el alma se reencuentra con el cuerpo para reiniciar la lucha terrenal,
sujeta a los sentidos y a las leyes mundanas: «el Mundo iluminado, y yo despierta».
Comienza entonces, en esta vigilia iluminada, la aventura y las estratagemas de la voz.
Varios estudios han hecho hincapié recientemente en los artificios que adopta sor
Juana para canalizar y al mismo tiempo enmascarar mensajes de contenido
contrahegemónico. La conceptualización del periodo virreinal como «sociedad de
máscaras»265, las referencias a las «trampas de la fe» o las «tretas del débil» llaman la
atención sobre la existencia de un doble registro ideológico —167→ y discursivo que
se advierte tanto en sor Juana como en el resto de la literatura del periodo: el de la
hegemonía y la marginalidad barroca, el del poder y el de la resistencia, polos de un
sistema cuyo inestable equilibrio está en la base misma del sujeto colonial
hispanoamericano266.
93
de la Cruz es ilustrativo justamente de esa transfiguración del signo en el nivel de la
enunciación, que se manifiesta en este caso como un encubrimiento autoral que plantea
desde el comienzo, sobre bases de falseamiento y artificio -de silencio- la relación
comunicativa en el texto barroco269.
El nombre de «sor Filotea» que, como se sabe encubre con nominación femenina a
Manuel Fernández de Santa Cruz y Sahagún, obispo de Puebla, elude el enfrentamiento
directo entre este personaje y su enemigo Francisco Aguiar y Seijas, promotor de la
publicación del sermón de Antonio Vieyra que fuera contestado por sor Juana en la
Carta Atenagórica, por cuyo contenido se la censura.
En efecto, como ha indicado Josefina Ludmer, por un lado sor Filotea (=amante de
Dios) reprende autorizadamente a sor Juana (=la de saber digno de Atenea) sobre los
peligros del saber profano. Por otro lado, «el gesto del obispo, que se disfraza de sor
Filotea de la Cruz para escribir a Juana, es la transferencia a la carta del gesto de la
publicación de la palabra del débil: él tapa su nombre-sexo para abrir la palabra de la
mujer y publica, dándole nombre, el escrito de Juana»272.
—169→
Como Paz indica, la cuestión de los seudónimos -que no era inhabitual en la época-
y los cambios de sexo no acaba allí, sino que se prolonga, a partir del caso originado en
el sermón de Vieyra, hasta el siglo XVIII, cuando se publica en Lisboa, en 1727, una
Apología a favor do R. P. Antonio Vieyra firmada por sor Margarita Ignacia, monja
agustina, la cual encubre con su nombre la verdadera autoría del folleto, que
correspondía a su hermano Luis Gonçalvez Pinheiro273.
En sor Juana, el «travestismo simbólico» de que habla Paz recorre las distintas
etapas de su vida, constituyendo ya parte de la leyenda personal de la monja mexicana.
Sor Juana utiliza la cuestión del cambio genérico tanto como estrategia de resistencia a
las limitaciones de la cultura novohispana (recordar sus intenciones de vestirse con ropa
masculina para asistir a la Universidad), como para ilustrar acerca de los efectos
desnaturalizadores del patriarcalismo monárquico. La «Carta de Monterrey» ilustra
94
sobre aspectos vinculados a la relación represión/gender/identidad social errando sor
Juana comenta, por ejemplo «[...] que hasta el hacer esta forma de letra algo razonable,
me costó una prolija y pesada persecución no por más de porque dicen que parecía letra
de hombre, y que no era decente, conque me obligaron a malearla adrede, y de esto toda
esa comunidad es testigo»274.
95
tradicional de la mujer que se presenta con ropa de hombre, aparece ataviado como una
dama276. Esta simbólica «simetría» propuesta por sor Juana es un velado (silencioso y
camuflado) reclamo de igualdad para la mujer, tradicionalmente representada, en el
contexto de la comedia, como contrafigura del hombre, cuya imagen se preservaba en la
mimetización femenina, en la cual era siempre la mujer la que intentaba apropiarse,
dentro de la lógica de la ficción, de las posiciones y recursos masculinos. En la obra de
sor Juana la subversión del modelo transgrede la convención genérica y permite leer a
través de la «transparente representación autobiográfica»277 que nos maestra aspectos de
sor Juana encarnados en el personaje de Leonor, un simbólico mensaje reivindicativo en
el cual la mujer se convierte en paradigma social y objeto del deseo masculino278.
—172→
Tópico de lo indecible
La retórica clásica, que gira en torno al conjunto de procedimientos de
manipulación de la palabra que se ponen en práctica para alcanzar los fines de
elocuencia y persuasión, reserva un lugar privilegiado a las modalidades discursivas en
las que el lenguaje se repliega sobre sí mismo, para exponer a través del silencio -de los
blancos textuales- un universo inasible de significados, el cual sólo puede ser sugerido a
través de la palabra.
—173→
96
muestra que el proceso de Juana, más que una evolución de la pasión a la mesura
argumentativa, es un ciclo que se abre y se cierra con el silencio, que los textos
epistolares de Juana afortunadamente interrumpen.
Para comenzar, es obvio que ambos textos, regidos por las convenciones
discursivas de la época, se apoyan en los tópicos de lo indecible y en los recursos de la
modestia y la alabanza hiperbólica para canalizar, enfatizar o atenuar, según los casos,
el mensaje epistolar. Ese grado de formalización discursiva no impide, sin embargo, la
profundización teórica en torno a las relaciones entre el callar y el decir (en otras
palabras, acerca de las posibilidades de ejercicio y grados de comunicabilidad del
pensamiento crítico), tema clave para comprender la obra y el conflicto epocal de sor
Juana.
97
—175→
La palabra (la escritura) aparece así como ruptura de un ciclo de silencio con el que
sor Juana ha querido «sacrificar el sufrimiento a la suma veneración y filial cariño»
inspirados por su confesor. Al mismo tiempo, la suspensión del silencio es mostrada por
sor Juana como un acto ordenado por la razón, mientras que se reservan para Núñez el
apasionamiento y la irritabilidad283.
—176→
98
En primer lugar, el silencio aparece concebido por sor Juana como un recurso
cargado de intencionalidad. El panegírico hiperbólico dedicado a sor Filotea y a la
atención con que se ha distinguido a la Carta Atenagórica dan lugar a lo que la monja
califica como «digresión» introductoria, artificio que le permite eludir temporalmente la
palabra (la respuesta), empresa que concibe como difícil y comprometedora.
—177→
Perdonad, señora mía, la digresión que me arrebató la
fuerza de la verdad. Y si la he de confesar toda, también es
buscar efugios para huir de la dificultad de responder y casi
me he determinado a dejarlo al silencio [...]286.
Palabra y silencio se presentan como los dos espacios significativos entre los que se
constituye el texto epistolar, que ocupa el área marginal indicada por el adverbio modal
«casi».
Pero para justificar la presencia del texto, sor Juana debe contrarrestar las
connotaciones positivas del silencio, antes establecidas: el silencio como la admirativa
«suspensión del discurso» ante la grandeza de lo que se quiere comunicar. De ahí que se
aboque a una complementaria calificación negativa del silencio, la cual no anula aunque
sí matiza adecuadamente lo antes expresado.
La presentación que hace sor Juana del tema del silencio tiene proyecciones tanto
en el plano epistemógico como en el de la teoría de la comunicación. Por un lado, el
lenguaje aparece concebido —178→ como una instancia intermedia limitada por la
inexpresabilidad de lo inefable pero proyectada hacia lo racional (es decir, hacia el
plano del intercambio comunicativo dentro de determinados parámetros culturales e
ideológicos). La palabra aparece así como un instrumento de penetración en la realidad
o en esferas superiores vinculadas a ésta, las cuales permanecerían, sin el lenguaje,
ajenas al conocimiento (y aún a la intuición) y a la elaboración intelectiva. Incluso en
aquellos casos en los que la palabra remite a lo inexpresable (a lo sublime) que es, en
esencia, dominio del silencio, la palabra cumple una función de indicador que llama la
atención sobre la existencia de un campo virtual de contenidos que se registra aunque no
99
se penetra con el conocimiento. A esto apunta la cita de sor Juana al referirse a los
arcanos de Dios «de los que el hombre no debe hablar» indicando que «aquellas cosas
que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se
entienda que el callar no es no haber qué decir sino no caber en las voces lo mucho que
hay que decir»287.
Palabra y poder
El conflicto entre orden dogmático y pensamiento crítico se expresa ejemplarmente
a través de las formas que asume, en las distintas épocas, la elaboración discursiva,
tanto en el dominio de las «bellas —179→ letras» como en documentos públicos y
oficiales, formas de comunicación masiva y manifestaciones discursivas destinadas a la
esfera privada. En efecto, la alienación del subalterno en un mundo cerrado a cualquier
intercambio con el Poder crea el «solipsismo lingüístico» de que habla Lore Terracini,
estrategia a la vez de violencia y clausura ante la amenaza que representa la palabra del
Otro.
Los «códigos del silencio» que impone la cultura del Barroco, glorificando así las
bases del absolutismo contrarreformista español, regulan la producción discursiva tanto
en la metrópolis como en las colonias a través de la imposición de modelos ideológicos
y retóricos bien establecidos que funcionan a distintos niveles. Por un lado, coartan la
libre comunicación del pensamiento a través de la formalización y transmisión de usos
sociales que reflejan la existencia de jerarquías y convenciones que rigen en la esfera
pública y privada. Por otro lado, colaboran en el establecimiento de restricciones
ideológicas que son interiorizadas por el productor cultural modificando sus técnicas y
procedimientos comunicacionales asegurando así, a través de mecanismos interiores, la
plena vigencia de los modelos de pensamiento y comunicación dominantes a través de
los cuales se sustentan y reproducen los discursos hegemónicos.
Dentro del marco de la cultura novohispana, sor Juana ilustra con particular
claridad la creciente «conciencia lingüística» del letrado criollo, cuya creatividad se
desarrolla como actualización y al mismo tiempo como impugnación de los modelos
dominantes. La tensión discursiva (lingüística e ideológica) de los textos de la monja no
es más que la forma que asume dentro de su obra la conflictividad existente entre orden
dogmático y pensamiento crítico en las etapas preparatorias del pensamiento moderno.
La dialéctica del decir y el callar que va pautando el desarrollo de su pensamiento es un
esfuerzo deliberado por vencer el «solipsismo lingüístico» promovido por el orden
dogmático y reducir al mínimo posible las restricciones del sistema.
100
El condicionamiento que las regulaciones de ese orden dogmático impusieron sobre
la obra de la monja jerónima no debe ser desestimado, si bien es imposible determinar
con exactitud su verdadero alcance dentro del desarrollo intelectual d e sor Juana. Sí
puede —180→ establecerse, tomando como base los propios testimonios de la
Décima Musa en el contexto de la cultura del barroco americano, que ese
condicionamiento se ejerció por un lado, bajo la forma de imposiciones doctrinarias e
institucionales que constriñeron el desarrollo del libre pensamiento estableciendo
variadas formas de censura que complementaban y expandían en diversos niveles el
sistema inquisitorial. Por otro lado, como bien testimonian los escritos de sor Juana, se
produce en la monja un proceso de interiorización de la censura, que resulta en lo que
aquí llamamos el silencio autoimpuesto. Éste puede ser definido, de modo general,
como el conjunto de mecanismos de autoinhibición, atenuación o enmascaramiento de
toda forma de pensamiento o discurso que pudiera contradecir las regulaciones
ideológicas o retóricas existentes (tácitas o explícitas) dentro de la cultura novohispana.
Afortunadamente, el silencio autoimpuesto no cancela en sor Juana la producción de
una obra excepcionalmente avanzada y beligerante con respecto a las limitaciones de su
tiempo. Pero sí constituye un margen de prudencia y mitigación que es sintomático del
conflicto epocal.
La obra de la monja representa por tanto una dialéctica entre poder y subalternidad
dentro de la cual su posicionalidad de productor cultural oscila constantemente entre el
centro y el margen. Si, por un lado, la apropiación ideológica y discursiva que la monja
realiza de los discursos centrales (la «razón de Estado» del absolutismo monárquico, la
ortodoxia contrarreformista, el gongorismo como estética del Poder) así como su misma
condición de letrado articulado a la corte y las instituciones de su tiempo la sitúan en
una posición clave dentro del proceso de producción y consolidación de la identidad
criolla, por otro lado su necesario sometimiento a la jerarquía eclesiástica y su condición
de mujer le adjudican una localización excéntrica que la obliga a negociar
constantemente su inserción personal e ideológica dentro de la cultura de su tiempo.
Este desplazamiento o excentricidad confiere a su perspectiva una productiva distancia
con respecto al Poder a partir de la cual puede ejercer el pensamiento crítico.
101
En mi estudio sobre los villancicos de sor Juana he analizado la doble
posicionalidad de la voz y sus articulaciones al Poder a través de este «género menor»
tan cultivado por la monja. Si por un lado, como letrado articulado al poder eclesiástico,
sor Juana produce sus —182→ villancicos como reforzamiento de la doctrina en lo
que algunos han visto como una conciliatoria articulación de la heterogeneidad colonial,
por otro lado los textos vehiculizan un mensaje elocuente a favor de los sectores de
indios y negros planteando una evidente solidaridad de la voz autoral con los
desposeídos que «hablan» en los villancicos en su «media lengua» aculturada y
transgresora. La voz autoral oscila, en efecto, entre el centro y el margen, reforzando la
centralidad del letrado como nexo que interpreta la heteroglosia americana mientras
expone, en el contexto de la fiesta devota, la otredad cultural y la condición social del
subalterno. En el nivel de la escritura, la oscilación se produce, a su vez, entre el
silencio del dominado (que sólo medianamente participa de la lengua criolla y no puede
exponer sus propios reclamos) y la operación de otorgamiento de la voz por parte de los
«dueños de la letra» que institucionalizan y jerarquizan los discursos en el interior de la
ciudad letrada. El silencio del Otro es transfigurado así en palabra conferida,
encubierto, por tanto, tras la voz autoral que disfraza su centralidad en la imitación
jocosa de la subalternidad lingüística y social del dominado.
En cuanto a la mujer, también es importante notar que nunca en los villancicos ésta
habla «con su voz», siendo aludida sólo de manera indirecta por la voz autoral (aquí
«centralizada» como «voz letrada») que representa, ella sí, implícitamente, una
perspectiva femenina. La literatura nuevamente reproduce los silencios de la historia,
haciendo de la escritura un espacio controlado por la centralidad del letrado, mediador e
intérprete de la Babel colonial —183→ que los villancicos exponen a través de la
carnavalización y la parodia. En definitiva, el subalterno sólo «habla» por la boca de
Otro pero no «dice» nada por la propia. La «plebe humana» se expresa a través de una
disparidad de niveles lingüísticos que contrastan con la erudición de la voz autoral,
fortaleciendo la centralidad del letrado criollo, centro y margen de la discursividad
colonial.
102
El silencio impuesto
—184→
A través de este entramado argumental, que tiene como centro su caso individual
pero que se proyecta hacia una problemática ideológica mucho más vasta, sor Juana
sienta las bases para la elaboración más sistemática y de mayor alcance sobre el tema de
la mujer en la sociedad novohispana, la cual aparece presentada en la carta Respuesta.
Es obvio que la discusión que emprende en este texto contra las interpretaciones
más recibidas de la máxima de san Pablo («Las mujeres callen en las iglesias, porque no
les es permitido hablar») no reviste el sentido de un mero y circunstancial ejercicio
hermenéutico. Por el contrario, aquí sor Juana enfoca un tema reconocidamente
controversial y al que dedicara constantes reflexiones, ya que a través de él se expresa
no sólo su propio conflicto intelectual y humano, sino asimismo muchas de las
contradicciones que afectan a la cultura novohispana en su totalidad.
103
base doctrinal, ya que se funda en la errónea interpretación dada a la frase de san Pablo
acerca del silencio de las mujeres en el templo293.
Como ella indica, muchos pasajes bíblicos reconocen que el callar es requisito para
el aprendizaje, ordenando el silencio como condición para la concentración y la
absorción de conocimientos, y no como simple vacío de la palabra. Así trae a colación
citas como «Mulier in silentio discat», de la Epístola a Timoteo de san Pablo o el
bíblico «Audi Israel, et tace», en las que «se manda callar porque quien oye y aprende,
es mucha razón que atienda y calle»294. En el mismo sentido, el «Mulieres in Ecclesiis
taceant» se aplica exclusivamente, según la monja, a la predicación y a la lectura
pública, no a los estudios privados, según demuestra la tolerancia y hasta el encomio de
mujeres, canonizadas o no, que han practicado la escritura a lo largo de los siglos295. Sor
Juana indica que consideraría el enseñar «muy desmedida —186→ presunción»; por
otra parte, su propia reivindicación del derecho de escribir es ambigua. Asimismo
señala, en efecto, que «el escribir, mayor talento que el mío requiere y muy grande
consideración», agregando que «lo que sólo he deseado es estudiar para ignorar menos».
Sin embargo, no son sólo razones de estrategia discursiva las que ocasionan esta
derivación de lo particular a lo general.
Las interferencias que señala entre la esfera pública y la privada son múltiples y
extienden el debate a diversos niveles. Por un lado, reconoce la existencia de un silencio
institucionalizado, resultado de la vigencia de un orden jerárquico destinado a controlar
los espacios de intercomunicación e intercambio ideológico, cuyas regulaciones
solamente podrían ser impugnadas debilitando sus apoyos doctrinarios. Aunque,
obviamente, no rechaza la función de la educación como reproductora de la ideología
dominante sí llega a sugerir la necesidad de modificar sus formas de implementación a
través de la activación de sectores sociales como el de la mujer, que podrían integrarse a
la productividad cultural de la sociedad virreinal, quebrando el monopolio patriarcalista
existente y creando un espacio alternativo de acción intelectual296. Por otro lado, intenta
deslindar el silencio que corresponde a la discreción o al pensamiento reflexivo del
coercitivo recurso de «reducción al silencio», mecanismo que operaba como censura
previa y procedimiento de marginalización. Su caso personal se utiliza entonces como
apoyo circunstancial para un desmontaje totalizante que deja al descubierto la calidad
represiva y excluyente del sistema y las formas de manipulación ideológica a través de
las cuales se propiciaba su continuidad. La interesante relación que establece entre los
cuestionamientos que despertaba su creatividad profana y la cuestión de la integración
de la mujer a tareas de enseñanza muestra hasta qué punto la comprensión de la —
187→ monja trascendía las circunstancias de su propia victimización hasta enfocar al
sistema total, en sus excesos y contradicciones.
Persecuciones cotidianas
104
La cuestión doctrinaria no es, sin embargo, la única vertiente de represión y
silenciamiento que sor Juana aborda en la Respuesta. En otras oportunidades se refiere
también a la envidia que acalla, o a las persecuciones cotidianas que terminan por
acorralar el afán de conocimiento, enfrentando así aspectos que reconoce como más
estructurantes en el plano de las relaciones humanas y el intercambio cultural. Menciona
por ejemplo, en la Respuesta, la continuidad de prácticas represivas dirigidas contra el
que se distingue por sus cualidades intelectuales:
Quizá lo más interesante del párrafo citado sea la interrelación entre el tema del
Poder (con su significativa alusión a Maquiavelo) y el sentimiento mezquino y
cotidiano de la envidia, presentados en una alianza que atraviesa las épocas acercando
hasta su presente la barbarie impía del oscurantismo. Las alusiones de Juana a la
«eficacia» de la represión, la contraposición entre la «libertad pública» y la prerrogativa
privada al cultivo personal, así como la referencia al maquiavelismo como calculada
manipulación de discursos y acciones con vistas a la conquista del poder absoluto,
muestran a las claras hasta qué punto era capaz de relacionar su conflicto social e
interior con la imposición de estructuras de dominación que son —188→
connaturales al tema del absolutismo político y religioso. De esta manera denuncia, en
efecto, la verticalización de prácticas represivas que se manifiestan ya
institucionalizadas, ya entronizadas en las relaciones cotidianas, con el fin común de
uniformizar el pensamiento y las prácticas sociales como modo de asegurar el control
social. Los límites entre en ámbito profano y religioso, el dogma y la experiencia
tienden a diluirse en esta reflexión abarcadora acerca de la manipulación masiva del
pensamiento y el discurso.
105
La imposición del silencio, los intentos de ataque y neutralización, la reducción del
intelecto a través de la puesta en práctica de la barbarie ateniense que condenaba la
virtud con el ostracismo, son vistos por ella como formas de un autoritarismo que sin
específico signo político o religioso, se impone a través de los tiempos hasta
entronizarse en la cultura virreinal que la rodea. El acallamiento intelectual se une así
tanto a la doctrina como a las manifestaciones más anecdóticas y pueriles de la vida
diaria, en una complicidad ideológica cuyas consecuencias experimenta y denuncia,
aunque los alcances de su mensaje pasen en gran medida inadvertidos en su momento
histórico.
[...] nos dice algo pero para entender ese algo debemos
darnos cuenta de que es un decir rodeado de silencio: lo que
no se puede decir. La zona de lo que no se puede decir está
determinada por la presencia invisible de los lectores
terribles [...] La palabra de sor Juana se edifica frente a una
prohibición; esa prohibición se sustenta en una ortodoxia,
encarnada en una burocracia de prelados y jueces. La
comprensión de la obra de sor Juana incluye la de la
prohibición a que se enfrenta esa obra. Su decir nos lleva a lo
que no se puede decir, éste a una ortodoxia, la ortodoxia a un
tribunal y el tribunal a una sentencia300.
106
barroca virreinal, en la que el pensamiento —190→ crítico se va abriendo paso por
los resquicios del absolutismo imperial y el pensamiento contrarreformista. Estética de
contrarios, de celebración del Poder y reivindicación criolla, de impugnación y
autodefensa, de fe y razón, la discursividad barroca es una instancia crucial en la
búsqueda de una identidad social diferenciada, donde el sujeto se asoma a su condición
humana y social a través de la toma de conciencia en las contradicciones inherentes al
régimen colonial.
Benassy-Berling ha indicado que sor Juana puede ser considerada «un predicador
reprimido»301, ya que en efecto sus obras manifiestan una clara voluntad de incidir en
asuntos tanto prácticos como de interpretación religiosa, tendencia que ella inhibe, las
más de las veces, adecuándose a las restricciones existentes.
No todos los silencios de Juana son, sin embargo, resultado directo de restricciones
explícitas, derivadas de la autoridad o la doctrina. En múltiples casos el silencio se
asume como interiorización de la censura impuesta por la cultura de la época,
incorporada bajo la forma —191→ de una serie de limitaciones entendidas casi como
connaturales al pensamiento y al discurso.
107
fuera de la órbita de su libre albedrío, indicando que «el escribir nunca ha sido dictamen
propio sino fuerza ajena», «natural impulso que Dios puso en mí».
—192→
En su poema «Oyeme con los ojos/ ya que están tan distantes los oídos» el hablante
lírico intercambia las percepciones elaborando la distancia del destinatario. Si los oídos
recogen solamente silencio, los ojos pueden apropiarse de la escritura como voz
sublimada en letra y eco, donde la pluma llora la ausencia del amado:
—193→
108
La queja silenciosa, imperceptible, llama a una empatía por la cual el amado pueda
captar visual y emocionalmente la voz que no se emite. En otros casos, en el contexto
lírico la palabra es simplemente insuficiente y la «retórica del llanto» sustituye a la
voz306. El «líquido humor» de las lágrimas busca lograr la persuasión que el lenguaje no
alcanza:
La materialización del dolor que puede verse y tocarse llena efectivamente el vacío
dejado por la ineficacia de la palabra. El llanto, y no la voz, es aquí el rótulo que se pone
al silencio para que éste hable directamente, sin mediación verbal, al corazón del
amado.
—194→
El silencio final
109
Diego Calleja, biógrafo de sor Juana, afirmó en sus escritos sobre la monja que en
1693 ésta reiteradamente reafirma, en líneas firmadas con su propia sangre, como era
habitual en documentos de esa naturaleza, sus votos de devoción a la Virgen María,
entrando, como expresara Tavard, «[...] en el silencio preñado de la acción»308.
Renunciamiento personal al mundo y al saber profano, abstención literaria, labor
misionera, parecieron ser así las líneas a través de las cuales se habría efectuado el
autocastigo y la renovación de la fe, en un contexto de silencio en el que se conjugaron,
en una especie de implícita complicidad final, la esfera pública y la privada. La ausencia
de palabra pareció fundir así renunciamiento y represión, espiritualidad y
remordimiento.
Como ha indicado Benassy-Berling, «[...] el silencio final de sor Juana tiene algo
de fascinante» tanto a nivel individual como colectivo: «La jerónima no sólo guarda
silencio, sino que la capital del virreinato, tan conversadora y devota, no dejó a la
posteridad ningún comentario acerca de la conversión de su "Décima Musa"»310.
—196→
Si aparentemente los compatriotas de la jerónima ya no
se interesan por ella, probablemente sea porque ella no
110
practica flagelaciones espectaculares, ni hace milagros; no es
el ideal que la imagen del público tiene de la penitente, no
cuadra con las normas inconscientes del pueblo. El silencio
de los contemporáneos es no sólo la expresión de un
despecho que no se atreve a hablar en voz alta sobre una
musa que se puso en huelga, sino también el reflejo de una
incomprensión, de un divorcio fundamental y, sin duda, de
una decepción. La ausencia de palabras manifiesta
elocuentemente la imposibilidad de lenguaje, consecuencia
de la inadecuación de la poetisa a su época313.
Según Margarita Peña, los cuatro últimos años de la vida de Juana constituyeron
una agonía causada por la represión intelectual de que era objeto: «De hecho, la peste no
es sino el punto final de una muerte por inanición intelectual»314.
Para Paz, «En el caso de sor Juana hubo de todo: ansia de reconciliación con los
poderes eclesiásticos y ansia también, no menos intensa, de escapar del cerco de
aquellos prelados terribles. Además y sobre todo: miedo, mucho miedo»315.
La hipótesis del miedo es, sin embargo, relativizada por otros críticos, que vieron
en algunos hechos, como la compra que efectúa sor Juana de su «celda» (varias
habitaciones en el monasterio de San Jerónimo en fecha posterior a la Respuesta a sor
Filotea y a la publicación de los polémicos «Villancicos a santa Catarina») así como en
inversiones de dinero realizadas por la monja y registradas en 1691, pocos indicios de
que las persecuciones se hubieran incrementado hasta el punto de anular completamente
toda actividad mundana —197→ en la vida de Juana316. Parece más plausible, como
indica la autora francesa, que haya repercutido sobre sor Juana el clima de penitencia
que dominaba en México luego del gran motín de 1692317. Según esta hipótesis, se
habría tratado más bien de una interiorización de la censura que habría erosionado desde
adentro la praxis cultural y creativa de la monja.
Sin embargo, hallazgos más recientes que los que dieron pie a las especulaciones
antes mencionadas acerca de los años finales de sor Juana relativizan hoy la dimensión
y significado asignados hasta ahora a su silencio final. En contribuciones recientes al
debate sorjuaniano, Elías Trabulse ha aportado datos y documentos fundamentales para
el desciframiento de esta etapa final en el periplo de la Décima Musa.
111
sucesos y detalles que rodearon a la publicación de la Carta Atenagórica, pero sobre
todo, en el genio e ingenio desplegados en la composición. Además de este texto
fundamental, documentos hallados por Teresa Castelló y presentados en noviembre de
1996 en la Universidad del Claustro de sor Juana mencionan, amén de una serie
importantes de volúmenes dejados por ella en testamento a su familia, la existencia de
más de quince legajos que incluirían versos inéditos místicos y profanos producidos en
el periodo en cuestión, los cuales invalidan la idea de que sor Juana habría renunciado
completamente a la creación y la escritura como consecuencia de las crecientes
presiones ejercidas por sus perseguidores eclesiásticos. Según Trabulse, la monja habría
sido objeto de —198→ una causa episcopal que resultara en el decomiso de sus
libros y otros artículos personales, instancia de la que parece haberse recuperado, al
menos parcialmente, dada la adquisición de materiales bibliográficos y la producción
literaria a que aluden los documentos encontrados por Castelló318. Todo lo cual indica
que el silencio final de la monja debe ser revisado y reelaborado por la crítica, que
durante tanto tiempo interpretó sus propias carencias documentales voluntaristamente,
creyendo ver en el vacío historiográfico una instancia simbólica consistente con el
tópico barroco de la palabra enmudecida, tan ejemplarmente materializado en la obra y
en la peripecia vital de la monja mexicana.
112
—199→
Descrita muchas veces como una cultura bifronte, que mira a un tiempo a España y
a sus propias raíces americanas, a la tradición renacentista y a la modernidad, a la
escolástica y al racionalismo, a las estructuras residuales del medievo y al capitalismo
naciente, la cultura del Barroco se debate en polaridades que siendo genuinamente
propias del espacio y el tiempo americanos, subsumen también los particularismos
regionales y epocales en el campo mayor de la problemática del colonialismo que, con
variantes que no es del caso analizar aquí, ha afectado al continente en todas las etapas
de su historia.
Quizá la paradoja principal del Barroco sea justamente la de constituir a la vez una
totalidad diferenciada, sólida y coherente, y —200→ un cuerpo que revela las líneas
de fracción por las que habría de escindirse la propia cosmovisión que lo sostiene.
113
ideas de territorialidad, lugar de nacimiento, autogestión, así como los ideales de
consenso, integración popular y legitimación institucional que encontraremos siglos
después en el imaginario nacionalista.
Por su inserción histórica, la obra de la monja mexicana se sitúa entre las etapas
que conducen a la consolidación del proyecto imperial en América y las que avanzan
hacia la fragmentación definitiva de los conglomerados coloniales y la emancipación
nacionalista. Por lo mismo, sus textos participan a la vez del ideario que legitima la
Conquista y la Guerra Santa como camino hacia la persuasión catequizadora, y de los
incipientes principios de reivindicación americanista que cristalizarían siglos después en
los proyectos alentados por los intereses comerciales de los criollos que se ven
representados en las nuevas ideas impulsadas por el Iluminismo.
De sus textos no sólo se desprende una visión de América como territorio usurpado
y explotado por los poderes imperiales. También se revela la existencia de una voluntad
de exploración critico-ideológica de los discursos que legitiman el statu quo y de las
bases reales de la autoridad y sus relaciones con el Poder. Asimismo su obra exhibe las
fracturas que provocan la marginación de sectores sociales por razones de sexo, raza o
casta, y la voluntad de indagar, aunque fuera desde el terreno simbólico de la literatura,
en la conciencia colectiva, proponiendo a través del juego de la carnavalización y la
parodia, fórmulas de confluencia social o, por el contrario, proyectos de escisión —
202→ simbólica de los núcleos sociales e ideológicos sobre los que se afirmaba la
sociedad novohispana.
114
En muchos de sus textos, sor Juana se refiere a los aspectos políticos, militares y
doctrinales que se articulan en la praxis conquistadora. Al mismo tiempo, su obra
incluye múltiples referencias a la situación de los estratos populares, al despojo de
América, la incomprensión de sus tradiciones y el sincretismo que resultara de la
transculturación imperial.
Sin embargo, todas estas referencias han sido en general interpretadas como piezas
de un conjunto ideológico más bien circunstancial y fragmentario, que no rebasaría los
parámetros de un humanismo cristiano primordialmente pacifista que ocasionalmente
elabora, en el estilo lascasiano, sobre los excesos de la violencia y lo que hoy
llamaríamos el «costo social» del adoctrinamiento.
En este trabajo traeré, a manera de ejemplo, algunos de los textos de sor Juana,
como ilustración de estos aspectos que, leídos desde nuestra perspectiva actual,
permitirán descubrir los gérmenes de una mentalidad anticolonialista y pre-
emancipatoria en la obra de esta mujer criolla que, en tantos sentidos, se adelanta a la
historia.
en la América abundante,
compatriota del oro,
paisana de los metales,
adonde el común sustento
se da casi tan de balde,
que en ninguna parte más
se ostenta la tierra Madre.
De la común maldición
libres parece que nacen
sus hijos, según el pan
115
no cuesta al sudor afanes.
Europa, mejor lo diga,
pues ha tanto que, insaciable,
de sus abundantes venas
desangra los minerales319.
Pero quizá el sesgo más agudo y personal esté más que en la argumentación
anticolonialista per se, en el giro retórico de auto-autorización: «Europa, mejor lo diga,/
pues ha tanto que, insaciable...» (subrayado mío) donde se marca el instante de
reflexión que separa el silencio de la palabra, inclinando la balanza hacia la necesidad
de la denuncia ante la larga historia de despojo colonialista.
Sor Juana habla desde una posición de discurso donde la falsa modestia personal
(«De nada puedo serviros, Señora, porque soy nadie») minimiza su condición individual
resaltando en cambio su condición social, colectiva, a través de la referencia a su lugar
de origen: esa América de venas abiertas desangrada por la metrópolis, desde la que la
monja habla como letrado colonial, «[...] con pluma [mojada] en tinta, no en cera»,
como especifica en su romance.
116
elaboraciones de su época, que ella sabe leer y articular en textos que, rindiendo tributo
a la paradoja barroca, se destinan a la celebración de las autoridades de turno.
Como indicara Octavio Paz, la comedia de sor Juana sigue en este aspecto la línea
de pensamiento de los neotomistas españoles (Vitoria, Suárez, Molina) quienes
«inmersos en la gran controversia de la Reforma y la Contrarreforma, son los
fundadores del moderno constitucionalismo que ve en la voluntad popular la fuente
legítima del poder estatal»322 abriendo una línea de reflexión político-filosófica —
206→ mucho después representada en las ideas de Hobbes, Rousseau y otros
pensadores iluministas.
117
Pero al mismo tiempo las ideas de la delegación voluntaria del poder y el principio
implícito del consenso social elaboradas por los teólogos españoles como explicación de
la constitución política del estado son sustituidas por sor Juana por la idea de «la fuerza
como factor que hace posible el salto de la sociedad natural a la sociedad política»
desviando así la elaboración filosófica presente en el parlamento de Teseo hacia un
terreno que entraba «en contradicción manifiesta con las doctrinas prevalecientes en su
época»323. Ningún argumento religioso fortalece aquí la legitimidad de la monarquía,
proponiendo así praxis política y pensamiento religioso como esferas diferenciadas, en
cada una de las cuales rige una legalidad propia. El razonamiento lógico reforzado por
la selección léxica del parlamento (el uso de verbos como pensar, creer, inferir) se
contrapone a la naturalización autoritaria de las estructuras de poder introducidas en una
sociedad originariamente igualitaria:
La distancia que media entre «rey y vasallo», «noble y plebeyo» escala hasta la de
«esclavo y dueño» en una peligrosa equiparación que aproxima la legitimidad
consensual de la monarquía al sistema de servidumbre que sor Juana critica, con
argumentos reivindicativos, en muchos otros textos. Si la igualdad es un estado natural,
también lo es la rebeldía ante la violación de aquel estado. En la Carta Atenagórica
dirá, para ilustrar esa natural resistencia a la dominación —207→ y la subalternidad;
«¿qué nuera no aborrece a su suegra, qué criado no es necesario enemigo de su
dueño?»325.
Ella misma, que tantas veces se identifica como «esclava» de sus superiores
eclesiásticos o nobiliarios, y que tanto impugna a la autoridad por sus excesos, evoca
nostálgica aunque realistamente el estado natural de igualdad que fuera reemplazado por
el «ajeno yugo» y el «extraño freno» de la jerarquización sociopolítica pero no para
reivindicar los valores heroicos sobre los civiles, ni el estado natural sobre las
instituciones, sino para llamar la atención sobre las desviaciones del poder como algo
quizá inherente a la condición del ser humano como animal político, y a la necesidad de
dirigir intelectivamente (filosófica y críticamente) el proceso de su politización.
Como Paz reconoce, los argumentos de Teseo, en los que José María Vigil viera
«una vaga prefiguración de las [ideas] de Hobbes» quedan sin refutación en la comedia
y probablemente también en la sociedad que festeja el talento e ingenio de la monja326
como si no hubiera habido palabras con las que contrarrestar el discurso del ateniense,
ni voluntad de entrar en la polémica que se enfocaría en los fundamentos mismos de la
118
sociedad estamental. Aunque sea en el marco de la ficción, las palabras que la monja
coloca en boca de Teseo comunican «ideas de un realismo desolador», y resultan
insólitas para su época. Quizá haya que ver aquí esa condición de arbitrista que se
adjudica el letrado con tanta frecuencia el letrado criollo, consciente de que su
mediación entre pueblo y poder no sólo podía ser una gran contribución en el diseño
político ideológico de la sociedad civil, sino asimismo que tal posicionalidad fortalecía
su papel dentro del ámbito de la ciudad letrada327.
119
En la «Loa para el auto sacramental de El Divino Narciso» las figuras de América,
«India bizarra» adornada «con mantas y cupiles» y la de Occidente, presentado como un
«Indio galán, con corona» forman una pareja que dialoga con la Religión y el Celo
sobre el tema de la conversión americana. La segunda pareja, a través de la cual se
teatraliza el proyecto catequizador del Imperio, expone las alternativas de la fuerza
versus la «suavidad persuasiva» (en palabras de América, las armas «corporales» versus
las «intelectivas») que terminan ganando la batalla.
No es Deidad nueva,
sino la no conocida
que adoráis en este altar,
la que mi voz os publica329.
—210→
Debemos recordar, sin embargo, que el «dios de las semillas» al que alude la loa se
refiere directamente al rito del Teocualo (palabra que significa «dios comido») descrito
por Torquemada, el cual era celebrado por los aztecas el 3 de diciembre de cada año, y
que consistía en la adoración del dios Huitzilopochtli, cuya imagen se formaba como un
compuesto de granos y semillas amasadas con sangre de niños sacrificados, mezcla que
era comida por los fieles una vez que la figura del dios era derribada a flechazos por los
participantes de la fiesta pagana. Este ritual basado en el sacrificio humano, lejos de ser
visto como portador de elementos satánicos, es equiparado a los rituales de la
cristiandad (como en la «Loa para el cetro de José») en una conciliación insólita pero no
infrecuente dentro del marco del universalismo sincrético tan explorado en la Colonia.
Por un camino diverso al recorrido por Sigüenza y Góngora en su Teatro de las virtudes
políticas, sor Juana también propone la continuidad México-Tenochtitlán siguiendo la
línea del universalismo jesuita que rescata la continuidad histórica entre su época y el
periodo prehispánico, reformulando así la idea de tradición en una práctica sincrética
característica en el imaginario criollo330.
120
De esta manera, convirtiendo el antagonismo en diferencia en la loa para «El
Divino Narciso» el arma intelectiva resuelve la disputa. La Retórica gana, en realidad, la
batalla, al asignar a la cosmovisión del dominado un saber diferente, desde el que se
concreta una posición de discurso que legitima las conclusiones a las que llega el
contingente agredido.
—211→
Occidente:
Y América:
121
Y América refuerza el argumento:
—212→
[...]
¿Qué rayos el Cielo vibra
contra mí? ¿Qué fieros globos
de plomo ardiente graniza?
¿Qué Centauros monstruosos
contra mis gentes militan?334
122
La loa al «Divino Narciso» es así otro alegato más, dentro de la obra de sor Juana,
en favor del saber como instrumento de la praxis —213→ y, en este sentido, un
documento que innegablemente relativiza la legitimidad de la implementación
conquistadora.
Por esta misma senda de reivindicación americana la loa para «El cetro de José»
avanza aún más, poniendo en boca de la Idolatría, que se opone a las figuras de la Ley
Natural y la Gracia, la idea de la «tiranía» que impone por las armas la «Cristiana Ley»,
mostrando este proceso como producto de las bajas pasiones de los hombres: el odio, el
rencor, la saña, según indica la Fe:
La loa para «El cetro de José» sigue defendiendo la tradición prehispánica como
una «reliquia» amenazada por la depredación y la violencia conquistadora, llegando a
relacionar, como se sabe, antropofagia y eucaristía como prácticas equiparables e
igualmente legítimas, cada cual dentro de su contexto cultural337.
Muchas de las ideas que sor Juana canaliza en su revisión de los temas de la
igualdad social, la tradición y la continuidad histórica en América, y la conciliación
sociocultural en el contexto de la Nueva España, formarían parte, un siglo después, de la
agenda criolla que impulsa los reclamos americanos al tiempo que elabora una nueva
concepción universalista no eurocentrista en cuyo marco comienza a perfilarse la
ideología del mestizaje. La «autoridad de la razón» —214→ conduce a posiciones
anticolonialistas cada vez más explícitas y beligerantes que tienen gran parte de su
asiento en el humanismo jesuítico y en la obra literaria de los barrocos mexicanos, que
integran con recursos simbólicos y alegorizantes todos los elementos que formarían
parte del imaginario criollo preilustrado.
Son ya bien conocidos los alegatos de sor Juana con respecto a la posición de la
mujer en la Colonia, y su elaboración de la diversidad cultural de la «plebe mexicana»
por ejemplo en el texto de sus villancicos. Indios, negros, mujeres y otras «minorías» de
la Colonia son testimonios vivos de una política de exclusión que logra enmascarar
123
aunque no cancelar las tensiones sociales. Sor Juana reconoce ambos niveles: el de la
máscara barroca, que opera a través del lujo representacional y autocelebratorio, y el de
la materialidad híbrida e irreducta que constituye el cuerpo verdadero de la formación
social novohispana.
Es dentro de este marco que se articulan lenguas y prácticas sociales propias de las
distintas etnias presentes en la Nueva España, haciendo que confluyan en la fiesta
religiosa voces que de otro modo no encontrarían cabida dentro de la regimentación
institucional de la Colonia. Los negros e indios que hablan, por ejemplo, en los
villancicos son testimonio de un multiculturalismo que amenaza el proyecto
homogeneizante del imperio y que sugiere la necesidad de flexibilizar los límites.
—215→
—[216]→ —217→
124
I
Los múltiples estudios críticos dedicados hasta ahora a los Infortunios de Alonso
Ramírez (1690) de Carlos de Sigüenza y Góngora, han verificado ya exhaustivamente la
inocultable filiación de ese texto con los modelos provistos por la picaresca española,
los relatos de viajes y las crónicas y relaciones de la Conquista338. Otros han enfocado, a
su vez, aspectos relacionados con la historicidad de ese texto, o se han referido al
«sentido de la existencia» que encierra el relato de aventuras y desventuras del anti-
héroe puertorriqueño339. Casi todos han hecho —218→ alusión a un aspecto que
llama la atención en la factura estructural y compositiva de esa narración, situada en los
albores de la novelística mexicana. Me refiero a la particular utilización del yo
narrativo, que retuerce y extrema las posibilidades del «pacto autobiográfico»340. En
efecto, en el texto de Sigüenza y Góngora, el narrador se apropia de la historia de
Alonso Ramírez, la reproduce como si fuera suya, en primera persona, adoptando la
máscara de un ficticio protagonismo que se entrelaza con su función de organizador y
«escribiente» de un relato ajeno. La dedicatoria de Sigüenza y Góngora al conde de
Galve, así como las palabras de autorización del censor, licenciado Francisco de Ayerra
Santa María, desdoblan la titularidad de la historia al exponer como vertientes
discursivas diferenciadas, por un lado el relato oral de Alonso y por otro la autoría
escrita, omnisciente y seudoautobiográfica de Sigüenza y Góngora, el cual reconoce que
la historia se ofrece «en nombre de quien me dio el asunto para escribirla»341. Lo mismo
se reafirma al final del relato, cuando el propio personaje se refiere al autor por su
nombre, verificando lo que éste mismo adelantara al presentar su texto: que «Cerró
Alonso Ramírez en México el círculo de sus trabajos» que una vez en la capital de la
Nueva España y por indicación del mismo virrey, sometió su historia a la pluma del
escritor mexicano. Éste compone como «relación» la historia de la «peregrinación
lastimosa» de Alonso consagrándola literariamente en un género híbrido en el que se
confunden historicidad y ficcionalidad342. La torsión final en este juego de vasos
comunicantes se produce cuando Sigüenza y Góngora pone en boca de su personaje un
reclamo dirigido al virrey acerca de la remuneración —219→ por los trabajos que el
sabio mexicano efectuaba en su calidad de cosmógrafo y matemático en la Academia
Mexicana y como capellán mayor del Hospital Real del Amor de Dios, en la ciudad de
México. Si Sigüenza y Góngora se había apropiado del relato de su personaje
superponiéndose a él en una narración en primera persona transformando su historia en
literatura, ahora es su personaje el que elude a Sigüenza en tercera persona, metiéndolo
dentro de la ficción.
Más allá de estas valoraciones, que pueden servir para mostrar la funcionalidad de
esos procedimientos narrativos al interior del texto, considero que la utilización del yo
(autoral/narrativo/protagónico/pseudoautobiográfico) tiene en el texto de Sigüenza y
Góngora una importancia ideológica que nos remite a la dinámica social novohispana y
que apunta a la constitución de lo que puede ya llamarse, a esta altura del siglo XVII, el
discurso criollo.
125
La narración de los Infortunios, cuyo texto se constituye, como veremos, a través
de un proceso de institucionalización que parte de la oralidad y atraviesa distintas
instancias hasta formalizarse a —220→ través de las formas canónicas, pertenece a
una etapa de pugna social en la Nueva España, que se revela en muchos de los textos
literarios del periodo. En efecto, en las últimas décadas del siglo, los sectores criollos
activados por la dinámica económico-política del virreinato, comienzan a elaborar
discursivamente formas de identidad y reivindicación, diferenciándose como sector
social344. Estas formas emergentes de conciencia social van encontrando paulatinamente
sus modos de expresión redimensionando recursos existentes y sobre todo alterando la
funcionalidad de una retórica que existía como celebración y legitimación de la
hegemonía imperial.
—221→
II
En Infortunios de Alonso Ramírez la múltiple funcionalidad del yo, apegado sólo
en primera instancia a la convención picaresca, se dispara hacia la representación de una
marginalidad arraigada en diversos niveles que convergen en la peripecia de Alonso,
presentada así como una circunstancialidad paradigmática345. En primer lugar, el
tránsito, aventuras y expectativas del personaje se desenvuelven en un medio geográfico
periférico con respecto a los centros del poder metropolitano, fuera, por lo tanto, de las
áreas de mayor influencia y control imperial. Puerto Rico, lugar de nacimiento de
Alonso Ramírez, hijo de un andaluz y una nativa de la isla, es marginal no sólo en su
calidad de territorio colonizado, sino además en su carácter de zona dependiente del
centro virreinal de la Nueva España. La subordinación política, administrativa y
comercial de la isla con respecto a la ciudad de México reproduce la estructura de
dependencia imperial en el espacio marginal del Nuevo Mundo, y la «peregrinación
lastimosa» de Alonso dramatiza el costo social de ese sistema de dominación. En
segundo lugar, y en estrecha relación con lo anterior, la situación de Alonso representa
también su marginación económica dentro de la sociedad estratificada de la época. Esta
situación es mostrada como directamente derivada de la situación de la isla, que debido
a factores diversos (falta de mano de obra, huracanes devastadores) ha tornado en
126
pobreza la legendaria riqueza originaria de Borinquen. Refiriéndose al deterioro
económico de la isla recuerda Alonso que: «Entre los que ésta [la pobreza] había
tomado muy a su cargo fueron mis padres, y así era —222→ fuerza que hubiera sido
porque no lo merecían sus procederes; pero ya es pensión de las Indias el que así
sea»346.
127
Pero la mayor prueba de su desviación consiste en su capacidad de asimilarse a otro
sistema de valores, es decir reconocer como propio otro centro distinto al representado
por los principios político-religiosos del imperio español349. Refiriéndose a Miguel
indica Alonso que:
—224→
Acompañaba a los ingleses, y esto era para mí y para los
míos lo más sensible, cuando se ponían de fiesta, que eran las
Pascuas de Navidad y los domingos del año, leyendo o
rezando lo que ellos en sus propios libros350.
—225→
128
ideológico-discursivo. Por un lado metaforiza la difícil búsqueda de la identidad a través
del apego a principios que no tienen su contraparte en prácticas sociales integradoras. Al
contrario, esos principios se mantienen como un repertorio formal de ideales y creencias
sobreimpuestos como parte del sistema hegemónico de dominación imperial. Por otro
lado, la peripecia y el tránsito constante de Alonso sirven al objetivo de desconstrucción
de la sociedad virreinal353. El relato de Alonso exhibe las lacras, peligros y
contradicciones de la sociedad de la época, vista no desde la perspectiva de los sectores
privilegiados de la nobleza indiana o la aristocracia criolla, asentada en los grandes
centros urbanos de la Colonia, sino mostrada desde los ojos de un súbdito desposeído
del Imperio arrojado a los límites mismos de la degradación y la violencia. Pero esta
visión está a su vez elaborada desde la —226→ perspectiva sofisticada y erudita del
sabio mexicano Sigüenza y Góngora, que coincide con las quejas y reclamos de Alonso
en su calidad de criollo que pugna por el reconocimiento social y económico. El «yo»
que aquél elabora para canalizar el relato de Alonso, es un «nosotros» ideológico,
afirmación pronominal de un sector social con conciencia de sí, afirmado en la práctica
de la reivindicación social. Esa primera persona (singular o plural) se define, a su vez,
en relación al «otro», a la jerarquía social, económica y administrativa impuesta como
parte del proyecto hegemónico, y a la presencia concreta del peninsular, entronizado en
las altas esferas de poder de la Nueva España, y representado en la figura del virrey,
receptor marcado al interior del texto.
III
Alonso Ramírez representa no sólo el criollo desposeído, de nivel más popular, en
un medio social hostil y peligroso. El texto de los Infortunios dramatiza la apropiación
que hace Sigüenza y Góngora de las peripecias lastimosas de un individuo de baja ralea,
la formalización de su historia según los lineamientos generales de la picaresca, y la
postulación de esa historia como discurso criollo, es decir, como discurso de la
marginalidad virreinal. Esa marginalidad se representa a través de las formas de
conciencia social que corresponden al horizonte ideológico de la época, y apelando a los
modelos expresivos entregados por la cultura dominante.
—227→
129
vehiculizadas a través de la voz narrativa/protagónica/seudo-autobiográfica que habla
en primera persona, se expresa al mismo tiempo el reclamo de Sigüenza y Góngora,
letrado criollo mucho más cercano que Alonso a los centros del poder virreinal, y cuyo
grado de conciencia social se sitúa en la etapa fundacional del nacionalismo
mexicano354. El yo funciona así como base para la representación de diversas formas de
marginalidad que generan un discurso reivindicativo que se eleva a través del texto de
los Infortunios a la figura del virrey. Es la palestra común en la que convergen los
intereses de criollos situados en distintos estratos de la pirámide social del virreinato o
que se ubican -para usar otra metáfora espacial- en círculos concéntricos más o menos
distanciados del núcleo del poder. Los reclamos que se canalizan a través de ese yo son
diversos, en la medida en que son diferentes los modos de inserción en la sociedad
novohispana. Para Alonso la pluma de Sigüenza es el instrumento de denuncia y
divulgación de su desamparo, y la canalización de su reclamo de ayuda económica
como inicio de alguna forma de integración social. Para Sigüenza y Góngora la voz
narrativa de Alonso Ramírez es el vehículo para expresar su disconformidad por la mala
remuneración a su trabajo y como exaltación de sus méritos. Ambos son formas del
inconformismo criollo, en distintos niveles355. Pero también entre ellos se repite la
relación de subalternidad que es el signo del sistema de dominación imperante. Alonso
debe a Sigüenza y Góngora la consagración de su historia a través de la literatura, que
sella así un proceso de elaboración discursiva que atraviesa diversas instancias en el
plano de la oralidad —228→ antes de lograr su formalización por la escritura. Este
paso de la experiencia a la ficción es un proceso de institucionalización cuyo resultado
es la fijación del texto como literatura. Este proceso sublima la pérdida de la
espontaneidad testimonialista de las versiones orales en el recurso de la
pseudoautobiografía, es decir en el resorte formal del yo narrador/protagonista.
Las sucesivas versiones orales que da Alonso de su historia (ante el cura, el alcalde,
el encomendero, el escribano, el sargento de Mérida; ante la gente, en general, que se
interesa por su historia; ante el virrey y el propio Sigüenza) cumplen también una
multiplicidad de funciones sociales: «solicitar lástimas», recibir favores, rendir cuentas
legales, abogar por su vida, medrar, entretener. La culminación de esta sucesión de
versiones y objetivos es la que Sigüenza y Góngora ofrece al lector con su texto, fijado
una vez para siempre, a partir de la última versión oral de Alonso de que tenemos
noticia. Ésta es quizá también la forma final de alienación que se registra en la parte
conocida de la vida de Alonso. Si toda su vida estuvo marcada por el signo de la
victimización y por su destino de recibir sobre sí desgracias y acciones ajenas que debe
padecer sin tener casi nunca el control en sus manos, la estructuración de esta versión
final de su relato que da el texto de Sigüenza y Góngora, es la metáfora más acabada de
su enajenada condición social. Su propio relato es asumido por un yo narrativo que le es
concedido como una gracia más por Sigüenza y Góngora, escribiente del relato,
escamoteando su titularidad de narrador oral y reconvirtiéndola en narrativa fijada en la
escritura bajo las formas consagradas de la «alta literatura», sujeta a los modelos
canónicos testimonialistas y picarescos. Esta reconversión, que implica selección
fáctica, elaboración lingüística y compositiva por parte del autor-organizador del relato,
es una forma de la alteridad impuesta al personaje al interior del texto. Sigüenza y
Góngora lo somete así a la paradoja de fijar su identidad ficticia escamoteando su
identidad discursiva arraigada en el circunstancialismo y en la oralidad. Pero
enajenación y paradoja son casi un leitmotiv en la vida de Alonso. Éste pierde su patria
y su matrimonio, desconoce el área geográfica en que se mueve, vive perdido y a
merced de peligros y eventualidades, haciendo conjeturas constantes sobre la realidad
130
que —229→ lo rodea, adoptando máscaras, actitudes, personalidades que no le
corresponden por naturaleza. Buscando un espacio de prosperidad pierde su patria
pasando más hambre y miserias que en su propia tierra, buscando la libertad se hace
esclavo, queriendo superarse se degrada. Aunque la carga irónica y moralizante del
texto sea mucho menor que la del Guzmán de Alfarache, obra con la cual se suele
emparentar el texto mexicano, no por eso la obra de Sigüenza y Góngora podría
considerarse apenas «como una amable figuración barroca, un entretenimiento gentil
para la corte virreinal»356. El texto desmonta la sociedad novohispana y, más aún, los
principios de legitimación de la España imperial, llamando la atención sobre sus
contradicciones intrínsecas. Pero sobre todo inaugura, a través de la manipulación
narrativa, un yo crítico y reivindicativo que se va pluralizando impulsado por la
dinámica social de la Nueva España. La peripecia antiheroica de Alonso Ramírez
destruye la utopía de la Conquista y el ideal del Imperio como cuerpo unificado y
próspero, y la sustituye por la visión realista, desacralizadora, del criollo que no se
reconoce a sí mismo en la praxis decadente de la dominación imperial, ni se siente
reconocido por un sistema elitista, represivo, excluyente.
IV
Al final del relato Alonso parece encontrarse a sí mismo en el seno de la ciudad
virreinal, es atendido por el virrey, consagrada su historia a través del texto que la fija
como peripecia real y paradigmática, recibe favores y promesas de recuperar lo perdido.
Parece que es absorbido por el sistema al cual logra finalmente penetrar en alguna
medida, parodiando la recompensa de héroes arquetípicos que, después de su descenso a
los infiernos, sus pruebas sucesivas y sus luchas contra fuerzas sobrenaturales, son
recuperados por su comunidad y reabsorbidos en un ritual de purificación que termina
celebrando los valores dominantes. De alguna manera, esta insinuada integración de
Alonso parece perpetuar en sus lineamientos —230→ fundamentales los principios
que forman el discurso de legitimación imperial. Moral, buenas costumbres, «religión
verdadera», sometimiento al poder establecido, son también, todavía, principios que
integran el discurso criollo. Sólo que ese discurso se revela en muchos momentos como
un conjunto de fórmulas vacías, sin correlato real, que se invocan para sellar la adhesión
al sistema, la participación en los principios, mitos y proyectos dominantes. Pero sólo
mientras se van elaborando planes alternativos, tendientes a cubrir otras expectativas
alentadas por el sector criollo, y a instalar otro régimen de privilegios.
131
—231→
—232→
132
lo representado. En este sentido, la mímica es un recurso ambivalente, construido a
partir de la desviación y del exceso. El efecto es perturbador, con frecuencia satírico, y
establece, como indicara Homi Bhabha, un compromiso irónico con la realidad. Es
menos fiel, más crítica y desacralizante que la mimesis; revela la presencia parcial
(incompleta, virtual) del sujeto; —233→ juega con la semejanza para enfatizar
narcisistamente la diferencia. Puede argüirse que el recurso de la mímica concentra
simbólicamente, en sus múltiples manifestaciones, la bipolaridad en que se mueve el
sujeto colonial americano: su fascinación con el Poder, y la necesidad de transgredirlo.
En este trabajo deseo llamar la atención sobre un texto que, aunque poco atendido
por la crítica, tiene, dentro del panorama de la literatura del Perú virreinal, un valor
sintomático del proceso de institucionalización cultural y formación de la identidad
criolla en el Nuevo Mundo. Dentro de este proceso, la corrosión satírica de la utopía de
unificación y homogeneización imperial ocupa un lugar fundamental, potenciando
ideológicamente las instancias de producción y recepción literaria, como momentos
claves en la constitución del imaginario criollo359.
133
que recorre el relato y la secuencia de oficios e instituciones que constituyen el mundo
degradado que se hace objeto de la sátira muestran múltiples contactos con el modelo
picaresco, a pesar del esquematismo y fragmentarismo anecdótico del texto que diluye
en un protagonismo múltiple los principales núcleos narrativos365.
—239→
Esta, señor, q[ue] ofrezco a v[uestr]a m[erced] se llama
La endiablada, y puesto que no tiene otra cosa que no lo sea,
no dirá el vulgo por lo menos q[ue] no corresponde al título
demasiado puntual. Un diablo chapetón y otro baquiano
(harto habladores), me ocasionaron este discurso, de quien no
soy autor sino parlero. Suplico a v[uestra] m[erced] no se
divulgue que no les guardo secreto, porq[ue] no se recaten y
pueda yo oírles en otra ocasión, de ellos nos libre Dios a
todos y guarde a v[uestra] m[erced]370.
134
reelaborarían, en un recurso típica -aunque no exclusivamente- picaresco, como
principio articulados de sus relatos, presionando la entrada de contenidos marginales e
impugnadores de la centralidad de los temas y recursos de la «alta» literatura en tanto
práctica y celebración del poder cultural. Pero no es el recurso de escriturización la
única mediación presente en La endiablada.
La definición del narrador como testigo y transmisor de un relato ajeno, o sea como
mero intermediario y «facilitador» del relato —240→ («[...] me quedé hecho puente
de sus palabras»), indica el narrador de La endiablada introduce a otras reconversiones
entre diversos niveles discursivos.
Al mismo tiempo, a partir de esta pluralidad de la mirada y la voz narrativa -de esta
heteroglosia de que habla Bajtin, por medio de la cual se integran los géneros cultos y
los populares- el autor-narrador-testigo distribuye la conciencia crítica en dos niveles,
tradicionalmente asociados con la sátira, y que asigna a Amonio y Asmodeo,
respectivamente: el de la experiencia que conduce al desenmascaramiento y
desacralización de la realidad, y el de la visión nueva, inquisitiva, que promueve el
135
exposé satírico, y que aparece asociado al motivo del viaje, que sugiere ajenidad,
exploración, curiosidad, confrontación de realidades.
Asmodeo se perfila así -por la información que compila y por su misión tanto en el
centro como en las adyacencias del imperio- como portador de una visión abarcadora
resumida en el título que su infernal superior le otorgara como «tentador general de toda
fragilidad humana, así castellana como criolla»377, totalización en la que se homologa
metrópolis y colonia sugiriendo el deterioro global de la estructura social que abarca a
España y a sus posesiones de ultramar. Mientras que el mundo hispánico aparece
mostrado como una unidad justamente a partir de los disolventes efectos del vicio y la
degradación, al mismo tiempo se promueve la diferenciación de España y sus colonias:
sólo puede identificarse lo diverso; la localización de constantes sólo tiene sentido ante
la evidencia de las variables.
A partir de esta estructura carnavalesca, la charla entre los diablos desafía las bases
mismas del proyecto imperial, basado en el ideal de una sociedad homogeneizada bajo
los principios de la supremacía racial del dominador, el absolutismo y la contrarreforma,
136
corroborando en su lugar la vigencia de una diversidad degradada —243→ y
diabólica, aunque no por la presencia de una alteridad étnica o religiosa americana, sino
por la otredad del propio rostro revelado en el espejo de la reproducción colonial.
De ahí que el tópico del viaje sea esencial para la construcción de la utopía, tanto
como para su deconstrucción satírica. La endiablada se inscribe, en este sentido, dentro
de la más clásica tradición que une crítica social, tránsito y espacio imaginario, es decir
el traslado de lo fáctico a lo ficticio.
137
El relato de Mogrovejo de la Cerda expone así cuatro núcleos principales de crítica
social: 1) la crítica a la falsa nobleza (la cual incluye el decálogo de la caballería
moderna elaborado por Asmodeo); 2) la posición misógina y la crítica al matrimonio; 3)
la sátira a profesiones, instituciones y costumbres coloniales, y 4) la sátira sobre la
práctica de la literatura en la Colonia.
—245→
138
quizá, convergentemente- anuncia sin saberlo el irreversible descaecimiento de un
sistema social que, extremado por la dinámica criolla, se encamina hacia las formas
organizativas del Estado moderno, regido por el valor del dinero, el mercado y la
masificación urbana.
139
El juego de apariencia y realidad, y la idea de que es la verdad, y no lo fingido lo
que conduce al desengaño, es una ironía que excede el discurso satírico y se proyecta
como valoración escéptica de una modernidad que cambia las leyes de la jerarquía y la
ritualidad social, y las reemplaza por un materialismo descarnado y pragmático que
parece anunciar la crisis de hegemonía del sistema nobiliario.
140
como una especie de diálogo cómplice no ya entre los diablos que articulan el texto,
sino entre autor y narratario, entre Mogrovejo y Solórzano Pereira, jurisconsulto que
ocuparía los cargos de fiscal del Consejo de Haciendas y el Consejo de Indias a su
regreso a España luego de sus dieciocho años en América, adonde fuera enviado con la
misión de recopilar las ordenanzas y cédulas vigentes en las Indias, las cuales publicara
en castellano en 1648 con el título de Política indiana394.
No por casualidad es justamente la praxis y nivel social del letrado lo que ocupa la
parte final del diálogo entre los diablos, en un ejercicio metadiscursivo acerca de la
autoría/autoridad escrituraria a partir del cual el texto literario se opaca, llamando la
atención sobre sí mismo.
Esta poesía «divina» y «científica en todo» es, para la compleja cultura del
Barroco, dispositivo de alta especialización dentro del aparato ideológico del Estado
imperial, transmitiendo al nivel simbólico la estratificación social que sólo parcialmente
reproduce la —252→ sociedad colonial400. Dentro de los estamentos culturales, la
alta poesía corresponde a la «elevación nobiliaria»401 ya que «produce deliberadamente
una escritura que sólo puede ser manejada por una élite de estetas, letrados, arbitristas y
141
funcionarios del aparato imperial»402 siendo la dificultad culterana y conceptista un
ejercicio de autoridad, «una sublimación estamental por parte del emisor y receptor»403.
Por su lado, los coplistas «fundan su aplauso en ser bufones del vulgo, haciendo un
sonetico a cada acción de sus superiores en ingenio y calidad», llamando a sus
creaciones «con poca razón sátiras; con mucha, libelos»406. Coplistas, bufones, satiristas
y libelistas se identifican con el arte vulgar de mera celebración social, adulación, burla
o escarnio, ironizando así el hablante ficticio la práctica quevedesca y la propia
naturaleza de La endiablada, perteneciente a las artes de ingenio, más acordes con la
degradación ciudadana y la corrupción institucional del virreinato.
—253→
Amonio aparece como el paradójico poseedor de una regla de oro que evalúa la
conducta social y expresa en forma infusa, a través de la inversión satírica, un «deber
ser» que rebasa la experiencia y se proyecta, como en un negativo fotográfico, hacia la
dimensión de lo posible, verificando su definitiva frustración en América.
La mímica es, como indica Lacan, camuflaje, un estar sin estar, una presencia que
anuncia su desaparición inminente, una distancia que al mismo tiempo identifica y
enajena, produciendo lo que Bhabha llama «efecto de identidad», recurso
particularmente conflictivo, ya que esconde la esencia misma de la diferencia tras una
errática estrategia discursiva que apuesta a una mimetización enajenante409. En este
sentido, el letrado criollo de la primera mitad del siglo XVII, y sobre todo el peninsular
aposentado en la Colonia, revela en su escritura —254→ formas desgarradas de
identidad social y adscripción ideológica (de «afiliación», en palabras de Said) donde la
142
realidad es aprehendida y descartada al mismo tiempo, y donde la «otredad» se elabora
aún como una variante de la imagen propia.
Por esta razón, al menos desde nuestra perspectiva actual, en La endiablada el viaje
satírico y deconstructor de los diablos inaugura, como contradiscurso, un nuevo salto a
la utopía, un más moderno tránsito de lo fáctico a lo ficticio, de lo real a lo posible, de
infierno a paraíso, y, avanzando la historia, de colonia a república. Y en este —255→
proceso que reconvierte nuevamente la historia en imaginación, la corrupción en sueño,
las prácticas intelectuales y escriturarias se reservarán, otra vez, una centralidad
bifronte, como impugnadoras pero también como celebratorias y legitimadoras del
Poder, constituyendo en principal protagonista de la literatura no a los «seres de papel»
que la habitan con sus peripecias ficticias, sino al mismo productor cultural que efectúa
a través de la letra sus pactos con el Diablo.
143
—[256]→ —257→
144
escritos independentistas, con temática ya religiosa, cortesana, «social») como el
biohistoriográfico (confesiones, memorias, biografías, «bibliotecas», catálogos)
incluyendo textos donde se realiza la defensa de lo americano, la exaltación de la
naturaleza o la cultura del Nuevo Mundo, o donde se efectúa el relevamiento de la
producción cultural de los criollos o la celebración de individuos significativos dentro
de la sociedad de la época.
—262→
145
discurso panegírico y con la fundamental importancia concedida por el autor al valor
fundacional y legitimador de la palabra poética422.
146
operaciones que remiten, dentro de la cultura del Barroco, a distintos niveles de la
controversia epocal entre autoridad y subalternidad, fe y razón, escolasticismo y
humanismo, centralismo y marginalidad425. —265→ Las antítesis, claroscuros y
máscaras barrocas, encuentran expresión a través de esta dialéctica que elogia
hiperbólicamente al Otro al tiempo que impugna sus bases ideológicas, o afirma la
identidad del Yo haciendo uso de los recursos de la modestia afectada o adhiriendo a los
ritos de la celebración y la obediencia.
El problema del Poder -ideológico, político, cultural- es, por tanto, inherente a este
debate, en el que restricciones, acusaciones y sospechas tienen como contrapartida un
discurso contracultural a través del cual se canalizan intentos de legitimación o
reivindicación de posiciones antihegemónicas e innovadoras que amenazan la unicidad
del absolutismo y la ortodoxia.
—267→
147
vehículos para la canalización de aspectos relacionados con su ideario emancipador y la
defensa de las bases en que se asentaba la identidad criolla y la propia, exaltada
identidad del fraile mexicano432.
Ese tipo de textos ejemplifica, por tanto, una tensión que remite a una problemática
vinculada a la cuestión de la representación de la —268→ identidad y la alteridad
dentro de la cultura colonial, sugiriendo una serie de preguntas que tocan al tema de la
funcionalidad social del texto literario en esa etapa de la historia cultural
hispanoamericana.
Siguiendo así el principio retórico de que «el discurso es la base de todo orden
social», y como parte del proceso de institucionalización literaria en el mundo colonial,
el lenguaje verbal se va formalizando a través de formas de escritura que socializan lo
individual insertándolo en lo colectivo, de acuerdo con la idea aristotélica de que «las
palabras habladas son símbolos de experiencias mentales, mientras que las palabras
escritas son símbolos de las palabras habladas»434.
148
En este sentido, el ejercicio del ars dictaminis (arte epistolar), así como los textos
que anuncian la constitución de un pensamiento crítico-historiográfico en el mundo
colonial no sólo implican la apertura de nuevas formas de conocimiento sino que se
establecen como una actividad pedagógica a través de la cual el letrado ilumina e
interpela a la sociedad colonial acerca de temas de interés colectivo promoviendo
formas de conciencia social de enorme alcance social e ideológico.
Una de las constantes más recurridas en este tipo de textos es la del retardo
americano, que aparece inclusive elaborada discursivamente casi como un motivo
149
caracterizador del discurso criollo en los autores mencionados436. En efecto, la idea del
retardo aparece como una marca de marginalidad que afecta tanto aspectos temporales
como espaciales en lo que respecto a la localización del discurso criollo con relación al
metropolitano. Textos como la Carta Atenagórica de sor Juana Inés de la Cruz o el
Apologético en favor de don Luis de Góngora de Espinosa Medrano utilizan pre-textos
que remiten a modelos canónicos -cuerpos de doctrina o preceptiva estética- como
punto de partida para la afirmación de la identidad intelectual criolla. La actualización
de esos pretextos tiene como función dar ocasión a una práctica hermenéutica a través
de la cual el letrado virreinal se constituye no solamente en tanto interlocutor válido en
polémicas de alcance universal, sino en tanto sujeto colonial, determinado por
condiciones bien concretas de existencia y producción cultural437.
—272→
El elemento del retardo o retraso con que el texto criollo inicia o se incorpora a una
determinada polémica sirve para dramatizar la distancia entre el ámbito colonial y la
metrópolis, entre el Yo que punga por autodefinirse y el Otro que se ubica en el núcleo
de los discursos dominantes. De esta manera los textos coloniales desafían e impugnan
el centralismo imperial, en un proceso que va desde el motivo del retraso o retardo en
tanto marca de marginalidad, hasta la definición del Yo que ocupa ese espacio periférico
y subalterno.
150
esté coligado con el de un linaje que tengo y una comunidad
en que vivo, con todo esto, he querido sacrificar el
sufrimiento a la suma veneración438.
[...]
—274→
Me siento casi obligado a presentar mi Philosophia
Thomistica al mundo letrado, si bien trémulo y no
inconsciente de mi insignificancia [...].
[...]
151
Y finalmente:
152
parámetros marcados por la escolástica y el absolutismo imperial, aunque el productor
colonial juegue con el límite y experimente con mensajes marginales y subrepticios que
se nutren de recursos legitimados por la tradición, manipulando la retórica forense, el
panegírico hiperbólico o el tópico del pauca e multis, por ejemplo («no hay palabras
para lo que se quiere expresar»).
153
sólo por la necesidad y el placer de persuadir al Otro sino por el proyecto de fundar la
didáctica del subalterno: la práctica de «convencer desde el margen» que Ferguson
señala como esencial al género de la defensa.
—278→
Conclusión
De acuerdo al análisis realizado, el discurso de la defensa debe ser valorado como
expresión formalizada de la transición hacia formas de conciencia que impugnan el
espíritu homogeneizante y preceptivo del mundo colonial, exponiendo a través de la
palabra escrita las instancias de la constitución de identidades colectivas en el mundo
colonial. En este proceso, y haciendo un uso creativo y heterodoxo de las formas
provistas por la tradición, el letrado criollo expone y elabora como temas de una agenda
política propia, los tópicos del retardo, la subalternidad y la marginalidad, pugnando por
contrarrestar la condición periférica del mundo colonial a través de una racionalidad
crítica y reivindicativa. Panegírico y defensa no son ya dispositivos que celebran y
confirman retóricamente un orden cultural e ideológico sino instrumentos de
pluralización, autoafirmación y apertura hacia una problemática colectiva cuya misma
existencia y reconocimiento amenazan la unicidad del proyecto imperial proponiendo en
su lugar una dinámica cultural crecientemente crítica y participativa, a partir de la cual
los nuevos centros culturales de la colonia visualizan los discursos metropolitanos como
la voz del Otro, es decir, como una preceptiva elaborada al margen de la problemática
americana.
154
—279→
Problemas preliminares
A partir de la década de los años sesentas los estudios literarios han venido
replanteando con insistencia la necesidad de conferir un lugar central a la reflexión
sobre el surgimiento e institucionalización de la crítica y la historia literaria
latinoamericana.
En ese sentido, sin embargo, a pesar de que ya se cuenta con algunos trabajos
pioneros que abren la senda para una investigación de envergadura sobre el tema, la
mayor parte del camino está aún por recorrer446.
En su gran mayoría los estudios que se han venido produciendo sobre el tema se
han centrado más bien en análisis monográficos —280→ sobre la obra de críticos
contemporáneos ya reconocidos, sin avanzar aún hacia un estudio diacrónico y global
de la disciplina ni vincularla a otras áreas de la cultura continental. Muchos menos se
han abocado a dilucidar los orígenes mismos del pensamiento crítico-literario en
Hispanoamérica, tan ligados al afianzamiento de la cultura virreinal en el Nuevo Mundo
y al proceso de constitución de la sociedad criolla. Casi todos coinciden en ver en
Andrés Bello (1781-1865) el iniciador de la crítica literaria continental, y en considerar
las polémicas entre clásicos y románticos como el primer atisbo de pensamiento crítico-
teórico en Hispanoamérica en área de los estudios literarios.
155
Una investigación preliminar de los textos coloniales posibles de ser canonizados
como representativos de estas primeras etapas del pensamiento crítico-literario
hispanoamericano revelados problemas que son inherentes a ese objeto de estudio y que
han sido ya anotados en estudios sobre el periodo colonial.
El segundo problema, ligado al anterior, tiene que ver con el hecho de que, al
margen de las obras que se autoproponen deliberadamente como textos críticos o de
relevamiento historiográficos en la Colonia, una inmensa cantidad de conceptos, valores
y aún anotaciones metodológicas aparece de manera infusa, como parte del cuerpo
textual de composiciones literarias del más variado estilo, o en correspondencia privada,
registro de certámenes literarios, documentos de censura o autorización de obras para
publicación, etcétera. La tarea del estudioso actual es entonces la de entresacar
conceptos, valores estéticos, principios de ordenamiento y catalogación, así como
referencias críticas incluidas en ese vasto y heterogéneo material, y proponer una lectura
integradora que lo postule como discurso crítico.
Sería absurdo pensar que este pensamiento crítico emergente en América se da con
independencia de las teorizaciones y metodologías europeas. Asimismo, sería ahistórico
no vincularlo a la polémica relación político-ideológica existente entre el Viejo y el
Nuevo Mundo.
Al igual que en otras áreas de la cultura colonial, en el terreno de las bellas letras y
en el del pensamiento crítico derivado de ellas, se evidencia la lucha entre las fuerzas
contrarias de la cultura dominante y las peculiaridades de las nacientes culturas de
156
ultramar. El pensamiento crítico-literario surge en América requerido por ambos polos,
y a ambos rinde culto, en una síntesis que confunde nuestra percepción teórica actual,
marcada aún por la diferenciación disciplinaria neopositivista.
Uno de los principales puntos de tensión surge en relación con la cultura criolla,
especialmente por su vertiente indígena, tradicionalmente desacreditada en el contexto
europeo y entre buena parte de los integrantes del sector dominante en ultramar.
González Stephan señala ese hecho refiriéndose a la historiografía colonial, al indicar
que los intentos de relevamiento y ordenamiento de la producción literaria aparecen en
la Colonia.
157
Hacia una canonización de la crítica literaria colonial
De manera dispersa, existen una serie de estudios que han abierto una brecha en el
campo de la producción colonial, llamando la atención sobre autores de los siglos XVII
y XVIII que son esenciales para la constitución de un corpus del pensamiento crítico-
literario emergente en Hispanoamérica451.
Pero el objetivo principal del texto es el elogio de la poesía por su esencia elevada
que combina creación y artificio en una síntesis venerada desde la antigüedad. El
Discurso legitima así la poesía como una práctica consagrada por su valor moralizante y
abarcador de las distintas manifestaciones humanas que, a través del discurso poético, se
expresan y revierten sobre el individuo que las ha inspirado. La summa poética permite
concebir al creador como sabio y profeta, integrando así a la concepción neoplatónica
central del Discurso elementos aristotélicos, ciceronianos, etcétera, que apuntan hacia
una racionalización del fenómeno literario453.
158
como imprescindibles para un estudio de la erudición y los conceptos dominantes en
torno a la poesía en las primeras décadas del siglo XVII455.
—286→
En esa línea pueden ser estudiados textos como el Triunfo Parthénico de Carlos de
Sigüenza y Góngora, el cual surge hacia fines del siglo XVII con el propósito de
recopilar poemas premiados en certámenes literarios de los años 1682 y 1683. En
opinión de Irving Leonard «El Triunfo Parthénico tiene mayor interés como testimonio
curioso de los hábitos literarios de la época que como colección de poemas»457.
Sin embargo, será recién en la segunda mitad del siglo XVII que aparecerá en el
Virreinato del Perú una obra en la que se avanza decididamente por la senda de la
teorización literaria y el análisis textual. Se trata del conocido Apologético en favor de
don Luis de —287→ Góngora (1662) del sacerdote cusqueño Juan de Espinosa
Medrano, apodado el Lunarejo, obra en la que la cualidad jánica del Barroco
hispanoamericano se manifiesta con total claridad458.
Por un lado, como ya ha sido anotado en otro momento en este mismo libro, el
texto se abre a las polémicas metropolitanas en torno al poeta cordobés, denotando un
dominio de los términos generales del debate, las técnicas culteranas y las reglas
retóricas. Por otro lado, como contrapartida de la erudición y control del aparato crítico,
en el Apologético habla el letrado criollo de su marginación y retardo con respecto a la
cultura metropolitana. En todo caso, el desarrollo del pensamiento crítico aparece muy
claramente en la obra de del Lunarejo como una de las formas ideológico-culturales a
través de las cuales el sector letrado trata de definir su identidad, en un proceso en el
que se combinan la asimilación de modelos dominantes y la búsqueda de la
diferenciación y la especificidad americanas459.
159
gongorina, especialmente por la distorsión discursiva provocada por el uso constante del
hipérbaton. Espinosa Medrano trata exhaustivamente las modalidades y sentido
expresivo que adquieren en Góngora los «traspasamientos» o transgresiones del orden
convencional del discurso. Propone una lectura de la poética culterana en tanto
«habilitación» del idioma castellano, el cual va abandonando sus formas antiguas y
entrando en un proceso lingüístico que requiere a la vez la experimentación y el
redimensionamiento de las formas tradicionales.
Los estudiosos del Apologético han notado con acierto la actitud «formalista» del
texto, adelanto de planteamientos contemporáneos en torno a cuestiones tales como las
de fondo/forma en literatura, la especificidad del lenguaje poético y la definición de la
crítica como ejercicio analítico e interpretativo, que se extiende más allá de los límites
de la preceptiva460.
Catalogación y biografía
—289→
160
heterogéneo. La curiosidad científica y el alcance humanístico de los eruditos de la
época permiten la creación de obras del aliento de las Memorias histórico-filosóficas,
crítico-apologéticas de la América Meridional (1758) del peruano José Eusebio Llano
Zapata, en la que se describe el reino mineral, la fauna, flora y geografía americanas. El
mismo autor, en cartas a personajes de la época, critica asimismo los vicios de la
sociedad limeña, propone reformas de la enseñanza tradicional y recomienda
enfáticamente la escritura de una historia literaria que rescate del olvido a los escritores
americanos, abandonados en las márgenes del imperio462.
Historia literaria y «Memorias» son entonces aún parte de una crónica cultural
americana que debe ser escrita por los productores y receptores del nuevo continente,
como acopio de información y demostración de existencia cultural, para sentar las bases
de un proceso cultural diferenciado en el Nuevo Mundo. El tono reivindicativo del
proyecto historiográfico del siglo XVII florece en algunos —290→ casos, como en el
de Llano Zapata, al margen de las instituciones ya que como indica Barreda Laos, el
peruano
En cualquier caso, los catálogos, inventarios o «bibliotecas» que en los siglos XVII
y XVIII hacen acopio de los materiales producidos durante la Colonia, implican la
apertura de un espacio crítico estrechamente ligado al proceso de definición de la
identidad americana y afirmación del sector criollo464.
En este mismo sentido debe verse también la práctica biográfica que acompaña a
muchas de esas obras de registro y catalogación. Los «Prólogos» que anteceden a las
diversas partes de la Biblioteca Mexicana (1755) de Juan José Eguiara y Eguren, por
ejemplo, incluyen información inédita sobre gran número de autores mexicanos,
imprescindible para la reconstrucción de su circunstancia histórica y personal465.
En otros casos, como en el de las obras de Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz
y Espejo, El Nuevo Luciano de Quito (1779) y su continuación, La ciencia blancardina
(1780) los conceptos críticos aparecen —291→ inmersos en obras que tienen como
principal objetivo el cuestionamiento de la educación jesuita. Así se discuten en El
Nuevo Luciano, por ejemplo, «La retórica y la poesía» (Conversación tercera) y
«Criterio del buen gusto» (Conversación cuarta)466.
161
Moralizador, reformista, reivindicativo, el pensamiento crítico se vuelca desde sus
inicios hacia el lector. La literatura y la crítica son vinculadas directamente a la sociedad
de la que surgen, a las reacciones que causan en el receptor, y, por tanto, a la
manipulación de que son pasibles por el mensaje ideológico que contienen. La crítica
aparece concebida muchas veces como una derivación de la oratoria: sirve a los
objetivos de la persuasión, el cuestionamiento social, el intercambio ideológico, el
debate.
162
—293→
Yo deseo hacer énfasis en este segundo movimiento que marcaría el proceso, por
así decirlo, del texto a su hermenéutica y a su historificación, de la producción del
163
discurso a su institucionalización, y, como veremos, del universalismo clasicista,
colonialista y eurocéntrico al particularismo criollo y americanista.
Con respecto al tema particular que nos ocupa, este proceso podría marcarse como
el paso de las poéticas de la literatura a las poéticas de la historia literaria, dado el
carácter prescriptivo que adquiere, en los proyectos del periodo, la definición del campo
de trabajo y del estilo y métodos a ser aplicados por el
bibliógrafo/recopilador/historiador de la literatura en estas primeras instancias
fundacionales de la historiografía americana.
—295→
Dentro de este proceso, el discurso criollo atraviesa distintas etapas, que permiten
explicar las diversas modalidades en el tratamiento —296→ de la materia histórica y
literaria, la adhesión o resistencia a los modelos metropolitanos e incluso los recursos y
estrategias discursivas que rigen, en cada etapa, la relación entre conocimiento y poder
en el mundo colonial.
164
Autoría/autoridad/autorización. El letrado como canonizador
secular
El tema de las poéticas actualizadas en la Colonia tanto como el de los procesos de
historificación de la producción americana debe ser entendido como parte del problema
de la canonización discursiva, es decir, como momento o instancia del proceso de
institucionalización cultural y literaria que no es ajeno, como tal, a otras prácticas
ideológico-escriturarias que se dirimen en el interior de la ciudad letrada colonial (las
prácticas educativas o administrativas, la trasmisión y circulación de textos, la
implementación del discurso religioso, la aplicación de una determinada teoría del
Estado, etcétera).
—297→
En este sentido, la práctica del letrado colonial, peninsular primero, criollo después,
surge como derivación del paradigma eclesiástico. Mientras que la iglesia canoniza e
impone los textos religiosos, ¿quién canoniza los textos seculares?
165
El mismo letrado, cuya identidad individual y sectorial se funde desde los orígenes
hispanoamericanos con la del eclesiástico, transfiere gradualmente a la cultura secular
de los virreinatos la «buena nueva» de los modelos y paradigmas culturales de
Occidente.
166
En el mismo sentido, piénsese cuánto hay de consagratorio, de predicativo y
catequizador en la exégesis del Apologético en favor de —299→ don Luis de
Góngora de Juan de Espinosa Medrano (1662) donde el autor español es elevado por el
crítico peruano como uno de los grandes padres de la literatura hispánica, y las
Soledades reconocidas como libro sagrado dentro de la tradición literaria, libro que a
través de la hermenéutica profana que penetra el hermetismo de la palabra y el mensaje,
derrama su significado sobre los lectores, fieles de una religión que se extiende
universalmente -autoritariamente, autoralmente- sobre la comunidad hispánica. La
misma participación en la polémica antigongorina con el portugués Faría e Souza
confiere asimismo una importancia mayor al debate en el que participa el predicador
cusqueño, al promover la creación de un espacio intercultural que, más allá de fronteras
políticas, se abre al mundo americano como posibilidad y desafío470.
167
El lector (real o potencial) de la Colonia es, en la operación antes descrita, acólito
de la institución cultural, de la misma manera que el escritor es, en los proyectos
historiográficos de la Colonia, integrante de un canon que remeda a la hagiografía,
donde vidas y obras adquieren un valor paradigmático, interpelativo, de tremendo
potencial ideológico.
El proyecto historiográfico que en el siglo XVIII define como objeto a las letras
americanas surge como paulatina diferenciación del material poético dentro de los
voluminosos y heteróclitos acopios, recuentos y catálogos que se componen, ya desde el
siglo anterior, —301→ como registro de la riqueza cultural continental. Asimismo, la
historiografía literaria del siglo XVIII se diferencia de la historificación barroca tanto en
lo que respecta a la metodología utilizada como a la proyección ideológica de esa
práctica cultural. Si metodológicamente se pasa de la recopilación acumulativa y la
catalogación a la organización cronológica, con atisbos de periodización y explicitación
de los métodos utilizados, ideológicamente se produce el pasaje -como ilustran muchos
de estos textos- desde la idea de la riqueza cultural colonial en tanto prueba de la
magnificencia del imperio, a la confirmación de la fecundidad intelectual americana
como evidencia de la productividad criolla, ya diferenciable de y comparable a la
metropolitana471. Vale la pena, sin embargo, puntualizar que este movimiento no es, en
modo alguno, irreversible, ya que proyectos como el del mexicano José Mariano
Beristáin de Souza, proponen -ya adentrado el siglo XVIII- la práctica historiográfica
nuevamente como reforzamiento de la ideología imperial, reaccionando así,
discursivamente, contra la insurgencia independentista en América, lo cual vuelve a
alertarnos contra la tentación de periodizar al margen de la consideración del proyecto
ideológico total al que se adscribe cada práctica cultural particular472.
—302→
168
y social del arte y su proyección hacia objetivos menos temporales, que relativizan la
materialidad con la promesa de la trascendencia, como indica en su cita de Ovidio:
De ahí también que el «tono» y la retórica que caracterizan a cada una de esas
instancias sean también diferenciables, ya que al estilo apologético (de alabanza pero
también de autodefensa) sucede el estilo más científico, desapasionado y enumerativo
de los historiadores, aunque se mantenga el carácter reivindicativo y catequizador que
169
siempre caracterizó al ejercicio de la letra colonial en América. En otras palabras, si la
alabanza es «el género de aquellos a los que falta poder» o de los que buscan
obtenerlo475, la globalización historiográfica será el género de los que tratan de afirmar
un poder ascendente.
Como sor Juana ante la interpretación de Antonio Vieira acerca de las finezas de
Cristo, o del Lunarejo ante los ataques de Faría e Souza a la poética gongorina, la obra
del bibliógrafo mexicano -predicador y profesor de teología en la Universidad de
México- surge como reacción intelectual ante el desvío interpretativo, y evoluciona
hasta convertirse en ejercicio exhaustivo e hiperbólico que crea, en su propio desarrollo,
un «objeto» discursivo que se autonomiza del pre-texto que lo originara. En los tres
casos, los letrados transfieren su prédica del ámbito eclesiástico al secular, en un
decidido ejercicio del pensamiento crítico y de afirmación cultural americana. En los
tres casos, asimismo, se recuperan y reconvierten los discursos centrales en una práctica
soberbia de redimensionamiento de la subalternidad y la marginación.
—305→
170
—306→
171
subalternidad a que somete la metrópolis a la producción criolla, ya que como indica
Arce y Miranda, «[...] para los que ignoran que el mundo como esférico es igual por
todas partes, hace más eco lo distante —308→ que lo cercano, Alcalá y Salamanca,
que cien Méxicos, pero ya acá tenemos nuestro adagio de que todo el mundo es
Popayán»481.
En este sentido, es interesante también anotar que dentro del mismo proyecto de
autorización letrada, Eguiara defiende sobre bases similares, a la misma cultura
peninsular, despreciada a su vez por los europeos, situando así ambos ámbitos
culturales, el indígena y el metropolitano, como equidistantes de la práctica criolla. Esta
manipulación de las distancias, este llamado de atención, dentro de su proyecto
enciclopédico, de la existencia de numerosos «centros» autorizadores, selectivos y
excluyentes, hace del proyecto totalizador una práctica universalizante de grandes
consecuencias ideológicas. Si puede verse, por un lado, en la idea de redefinición de lo
mexicano un antecedente protonacional pre-Iluminista, debe al mismo tiempo advertirse
la operación inversa (no necesariamente contradictoria con aquella): la fundamentación
a favor de la existencia de un ámbito cultural hispánico que en algunos sentidos engloba
a España y sus colonias, espacio definido en relación a un eurocentrismo que los
excluye a ambos, promoviendo así la fusión de sus partes. Esta reconversión de la letra
que está en la base misma del discurso crítico-historiográfico americano, afirma y
redefine la función del letrado, quien no será ya sólo el instrumento principal de la
reproducción de los discursos imperiales en América, sino su canonizador, su promotor
o su impugnador más autorizado, según los casos.
172
Pero en pocos textos es tan explícita la factura misma del discurso historiográfico
(la invención de América a través de su historia literaria) como en las cartas de José
Eusebio Llano Zapata, quien trabaja contemporáneamente a Eguiara y Eguren en el
virreinato del Perú.
Dentro de una cultura peruana virreinal que Barreda Laos caracteriza como
monótona y rutinaria, de decadencia y desprestigio de la institución universitaria y
fortalecimiento escolástico como reacción al avance del cartesianismo, Llano Zapata,
autor de las exhaustivas Memorias histórico-filosóficas, crítico-apologéticas de la
América Meridional (1758) —310→ representa, con sus críticas a la educación
tradicional y a la corrupción política y social de la Colonia, a la razón independiente
atenta tanto a la necesidad de estimular la educación técnica como la humanística484.
173
En las cartas de Llano Zapata, fechadas 9 de abril y 8 de mayo de 1768, se
explicitan las que serán las fuentes principales del proyecto. Por un lado, el bibliógrafo
pide acceso a los archivos de Cabildos, universidades y colegios. Por otro lado, apela a
las «memorias privadas» de los habitantes del virreinato, a través de una carta circular
que tiene como función convocar, según se indica, a informantes que puedan aportar
datos sobre obras, temas y procedencia de los autores americanos.
—312→
[...]
En el mismo sentido, Llano Zapata marca la línea que definirá el proyecto crítico-
historiográfico como objetivo y ajeno a parroquialismos y excesos retóricos. Apartada
de la pasión y de la «vil esclavitud de la lisonja, del interés, del partido y la facción», «a
cada uno se le ha de formar su relación a medida de su mérito». Aún más enfático es el
174
bibliógrafo al referirse a las genealogías de cada escritor, ya que, como indica Llano
Zapata:
—313→
Este criterio de calidad instaura una nueva jerarquía dentro de la política cultural
del virreinato, marcando un antes y un ahora en la práctica letrada, que sigue las
alternativas de un proceso histórico que sustituye los privilegios de casta y abolengo por
los principios del mérito intelectual, permitiendo al criollo ir tomando control de las
estructuras de poder por una vía largamente clausurada dentro de la lógica del
«coloniaje».
175
La crisis de hegemonía del sistema imperial se manifiesta justamente en esta
integración de lo heterogéneo al discurso letrado, y en la penetración de formas
culturales «subalternas» al cuerpo -corpus- consagrado de la «alta» cultura,
administrada ahora por un nuevo —314→ sujeto social, que reinventa los criterios de
jerarquía y calidad en un ejercicio autorizado y autoritario de la palabra histórica.
176
Y aunque alfabetización e historificación -como antes catequización- constituyan
rituales de reducción y sometimiento al poder de la elite letrada y funcionen, en último
análisis, como fortalecedores del discurso de legitimación criolla, es indudable al mismo
tiempo que se perfilan como elementos imprescindibles de una nueva legalidad política
y cultural que favorecerá una tendencia incorporante con respecto a los sectores
relegados en la Colonia.
177
Las cuales, mas callemos, que sus famas
no las fundan en verso: a tus varones
Oh España vuelvo, pues allá me llamas491.
—317→
178
Es en este sentido que debe recordarse que el concepto de patria y nación aparecen
como unos de los principales ideologemas que guían la fundación del proyecto
historiográfico americano. Eguiara y Eguren y Llano Zapata los mencionan
frecuentemente dentro de sus textos, no con una intención separatista aunque sí
diferenciadora de lo peninsular respecto de lo americano, pero también de distintas
regiones de América dentro de la vastedad continental (distinguiendo la América
meridional de la septentrional, por ejemplo).
Eguiara y Eguren indica, por ejemplo: «Mi buen deseo de vindicar la honra de la
patria me ha movido a emprender una obra a la verdad sobre mis fuerzas...» intentando
que a través de la Bibliotheca Mexicana «nos fuese dado vindicar de injuria tan
tremenda y atroz a nuestra patria y a nuestro pueblo, y demostrar que la infamante nota
con que se ha pretendido marcarnos es, para decirlo en términos comedidos y prudentes,
hija tan sólo de la ignorancia más supina»496.
Como señalan estos autores, «no obstante su distancia, no podemos mirar, como
extraños, ni dejar de apreciar, como grandes, los progresos de la literatura, conque nos
ha enriquecido una región no menos fecunda en ingenios que en minas».
179
que avaramente usurpan a su Patria privándola por su culpa del crédito y estimación que
se merece en la República de las Letras».
La utilización que hace Llano Zapata del texto sevillano dentro del cuerpo de su
Carta persuasiva manipula los hilos de la conciencia criolla al insinuar los términos de
este nuevo despojo imperial. Por un lado trata, con el ejemplo de la metrópolis, de
demostrar la necesidad y oportunidad del proyecto historiográfico de acuerdo a —
320→ las razones expresadas en el discurso colonialista de los sevillanos; por otro
lado, no deja de insinuar los propios motivos para la producción de una historia literaria
en los virreinatos, a saber, el de ofrecer confirmación de la productividad americana, en
tanto nueva evidencia de la presencia cultural del continente en el concierto universal,
ya que «la distancia es causa de que nos tengan por dormidos, cuando quizá estamos
bien despiertos».
180
por Beristáin en la iglesia de México durante el proceso de composición de su
Biblioteca hispanoamericana septentrional498.
181
texto historiográfico como discurso de la verdad y la justicia, y esgrimiéndolo como un
arma política nuevamente potenciada por la amenaza del separatismo emancipador.
Sin embargo:
En el cambio de estilo de los dos párrafos, así como en el diálogo que los textos
establecen, implícitamente, entre historia e historiografía, presente y pasado, religión,
política y praxis cultural, se percibe la conciencia que acompaña el proyecto de
Beristáin acerca de la importancia del letrado y sus prácticas escriturarias dentro de la
economía general de sociedad americana.
182
La Bibliotheca de Eguiara había nacido como respuesta
a un desaforado ataque de don Manuel Martí a la cultura
novohispana, ataque al que debemos, además de las noticias
biobibliográficas de una serie considerable de escritores, los
prólogos o «anteloquia» en los que, por primera vez, y pese
al inevitable tono panegírico que suele ser inseparable de los
escritos polémicos, se había intentado sistematizar lo que por
entonces se sabía de la producción intelectual en tierras del
Anáhuac antes y después de que las señorearan las armas
hispanas. Beristáin, por su parte, no escribía simplemente
para satisfacer sus inclinaciones de erudito, sino con el
intento de poner su obra al servicio de arraigados ideales
patrióticos y políticos504.
—325→
Mas, por fortuna, aún quedan en las Américas muchos millares de españoles,
nobles, fieles, sensatos, justos y agradecidos a su gran madre, que reconociendo lo que
le deben y calculando mejor sus verdaderos intereses, lloran amargamente el descarrío
de sus hermanos y la desolación de su patria, que es el fruto infernal que ha producido la
insurrección. Quedan todavía los sencillos indios, que a pesar de la estupidez que se les
atribuye, han sabido conocer, mejor que otro alguno, escarmentados por la experiencia
de seis años, que no era su felicidad la que buscaban los malvados seductores que los
engañaron en los primeros días, sino el cumplimiento de los deseos de éstos de
libertinaje y ambición, y quieren más bien ser pupilos sucesores del rey de España, que
esclavos despreciados de los farsantes fundadores de la nueva república mexicana505.
183
Mi Biblioteca -indica Beristáin- no es «selecta» sino
histórica y universal, y todo debe ponerse en ella, y así
encierra mucho bueno, mucho malo, mucho mediano y
bastante selecto y muy apreciable. Y cuando todo fuese
mediano, ¿qué resultaría? Que no podríamos sentarnos
todavía en el banco de arriba de la academia de los sabios
europeos. Sea en buena hora. Pero desde estar sentados en el
banco de abajo, a estar (como se cree y calumnia) con la
cadena al cuello, vegetando no más y acaso pastando en los
campos, hay una infinita distancia506.
184
—[328]→ —329→
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