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CENTRO ESCOLAR MAR DE CORTÉS

DOCTORADO EN TECNOLOGÍA EDUCATIVA


EDUCACIÓN Y SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN

Autor del Libro: Escarbajal, A. (2010). Educación y cultura en tiempos de globalización.


En Martínez, F. (Coord.) (2010). Las redes digitales como marco para la multiculturalidad
(pp.49-67). Sevilla: MAD Eduforma.
Elaborado por: Drte. Ruth Mujica
Mediador: Dr. José Manuel Mendoza Román

Este resumen analítico, se desarrolla con base al libro “Las Redes Digitales como
Marco para la Multiculturalidad” publicado por Martínez Sánchez. Donde el autor acopia
la aportación de varios autores, para exponen los beneficios y dificultades de las nuevas
tendencias o líneas de trabajo que se llevan a cabo en las escuelas atendiendo a la
necesidad de abordar la diversidad cultural, y, además, como esta situación debe
considerarse en los espacios universitarios. En este resumen se presenta, un análisis de
la composición de los artículos, su contenido, ideas principales y conclusiones del autor,
las cuales son extraídas del mismo texto, según mi punto de vista.
El autor en este capítulo realiza una síntesis reflexiva en materia de educación
intercultural, mostrando un marco teórico básico actualizado de la conceptualización de
la misma, así como, una evaluación sobre las pautas que se deben considerar para
implantarla en los entornos educativos, por este motivo, considera diferentes proyectos
o programas implantados como el Index for Inclusion, abogando por la formación del
docente en este campo de la educación, y, desarrollando en él aspectos de trabajo
colaborativos base de la educación intercultural.
De esta forma, plantea varias líneas de reflexión para el lector, dibujándole en un
primer momento la sociedad de la globalización donde nos encontramos inmersos y las
competencias necesarias para convivir en ella, para dar paso, a una meditación del
concepto de identidad y diversidad cultural en la educación, ofreciendo un extracto
detallado de las características esenciales de las escuelas inclusivas, así como, de su
ideario.
El autor señala que la economía, el neoliberalismo y el pensamiento único llevan
varias décadas dominando nuestras vidas como paradigma ideológico imperante.
Además, enfatiza que hoy, entrando en 2010, ese modelo está fuertemente cuestionado
por la regresión social que ha generado, el aumento de la exclusión social y las
desigualdades, el aumento del racismo, etc. Como alternativa, se ha pensado en situar
a la cultura a la cabeza de los nuevos modelos sociales. De ahí nace la idea de la
potencialidad de la diversidad cultural como soporte de la construcción social
democrática y frente a la homogeneización cultural que pretende imponer la cultura de
masas, promovida y financiada por las grandes multinacionales: poderes únicos, cultura
única, pensamiento único.

Culiacán Rosales, Sinaloa 8 de octubre 2018


De este modo, ante la pregunta de si estamos construyendo una sociedad para
todos, sin discriminación, podríamos ser optimistas con reservas y decir que a realidad
es que las grandes multinacionales descubrieron el poder formador y conformador de los
medios de comunicación, ya nadie duda de la importancia de las TIC para el desarrollo
de la educación y de la cultura, pero debemos de ser cautos y analizar nuestra realidad
si queremos construir una sociedad para todos.
Es imprescindible que cada vez más se apueste por una política sociocultural en la
que las instituciones educativas sean la bandera que guíe este proceso de construcción
social democrática. Por lo tanto, el incremento del comercio internacional, las
oportunidades de movilidad personal y el avance y la velocidad en las
telecomunicaciones ofrecen, entre otros aspectos, una base material para la vida en
común. No obstante, la realidad ha demostrado que tanto la globalización como la
ideología neoliberal que se ha aprovechado de esa situación, ha acarreado problemas
muy graves en relación a la destrucción del medio ambiente, el deterioro de la calidad de
vida de millones de seres humanos y, sobre todo, la ampliación de la brecha entre ricos
y pobres. Ante esta situación, no extraña que millones de personas abandonen sus
lugares de origen y busquen nuevos horizontes.
Hoy la diversidad cultural es una realidad, una visión caleidoscópica del mundo ha
venido a sustituir al discurso monolítico lineal del pasado, dando lugar a
constantes cambios en las visiones del mundo, en las creencias, valores, pensamiento…,
que ya es suelo común de nuestra existencia. Buscando alternativas socioculturales a
esta situación de pluriculturalidad, en Porto Alegre (año 2003) se organizó el Foro de
Autoridades Locales (FAL) dedicado a la inclusión social. ¿Qué es la Agenda 21 de la
Cultura? Pues es algo así como una guía para que los gobiernos locales de todas las
ciudades del mundo elaboren políticas concretas y realizables que favorezcan el
desarrollo cultural, sin exclusión de grupos o culturas minoritarias. Esta recoge los
principios y objetivos que deben presidir e inspirar el desarrollo cultural de todos los
ciudadanos, las políticas, compromisos y recomendaciones a todos los niveles de
gobiernos y organizaciones que tengan algo que ver con la cultura.
Es verdad que cada cultura (incluso cada persona) es un mundo diferente, a veces
desconocido, pero, eso no quiere decir que sea imposible el encuentro. Los
diferentes puntos de vista que tenemos deben ser ocasión para el
enriquecimiento cultural, no para la confrontación multicultural. La sociedad debe ser
un laboratorio intercultural generador de nuevas culturas, nuevos lenguajes (Colectivo
IOE, 1998); afirmando y reivindicando el derecho de ser distintos, pero también con la
obligación de buscar espacios comunes de encuentro.
El problema estriba en que no sólo se dice que una cultura es diferente a otras, sino
que son esas mismas diferencias las que, entre otros condicionamientos
socioeconómicos, llevan a la desigualdad, por lo que se habla de una ‘solución’. Todo el
que quiera vivir en este tipo de sociedades etnocéntricas debe renunciar a su
cultura. En este sentido, nos parece interesante la aportación del sociólogo francés,
Dominique Wolton (2004a: 5) defiende el reconocimiento a la diversidad cultural como
factor de paz y está convencido de que creer en una cultura mundial única es muy

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problemático. La mundialización de la información vuelve el mundo ‘pequeño’, pero muy
peligroso, sostiene.
Necesitamos, por tanto, una nueva generación de derechos humanos que recoja
todos estos cambios resultantes de la mundialización, y la globalización, derechos que
garanticen la educación a lo largo de toda la vida, la educación para una ciudadanía
intercultural, la construcción de identidades múltiples y una nueva concepción de la
solidaridad; pero, teniendo en cuenta que incluso los propios derechos humanos son
productos culturales, dinámicos por tanto, por lo que habremos de atender a su
concepción dinámica cuando pensemos en ellos, pero mirando siempre que
atiendan al principio de dignidad de todo ser humano y no haciendo referencia a artículos
basados en un humanismo abstracto.
Por todo lo anterior, creemos que el malestar cultural no sólo se
manifiesta en términos de identidades en conflicto, sino también por la progresiva
mercantilización de la cultura. Es evidente que para analizar la realidad necesitamos
detectar semejanzas y diferencias. Por ello, hemos de tener en cuenta que tanto las
categorías que utilizamos para clasificar como los valores añadidos a ellas son
constructos elaborados por nosotros mismos, no son en absoluto atributos de la realidad
ni existen previamente, sino que son construidos social y personalmente. las categorías
culturales son tanto ‘herramientas’ humanas, como el criterio del que nos servimos para
diferenciar entre culturas diferentes. Sin embargo, tampoco debemos olvidar que, en la
actualidad, la llamada aldea global nos permite interpretar las diferentes culturas como
realidades abiertas, donde se puede rastrear la huella de una humanidad común.
Ninguna cultura es tan hermética ni tan singular que no esté influida por otras culturas.
Y a su vez, toda cultura puede ejercer algún tipo de influencia sobre otras (Pérez de
Cuéllar et al., 1997: 35).
La complejidad es algo consustancial a la persona y a la sociedad; no es algo
negativo, sino un reto que debemos superar. Las situaciones internas en las que los
diferentes grupos culturales que viven en un mismo espacio reivindican sus señas de
identidad. En efecto, la universalidad cultural que reclamamos implica que todos los
ciudadanos deben poseer idénticos derechos y deberes, siendo el sistema educativo un
medio para lograrlo, puesto que, conforme al modelo ilustrado, permite a los sujetos
convertirse en “mayores de edad”, esto es, en personas capaces de tomar decisiones
informadas por sí mismos, emancipándose de la ignorancia y los prejuicios.
Conocido es (Jiménez y Aguado, 2002; Aguado, 2003: 70) que la identidad cultural se
refiere al grado en que una persona se siente parte de un grupo cultural, del propio grupo
de referencia en el que ha crecido.
En la época de la globalización, con los cambios tan vertiginosos y
trascendentales que se están dando, no podemos seguir considerando el término
identidad como se venía asumiendo tradicionalmente; la identidad cultural implica
aprendizaje de normas, valores, costumbres, etc., en un proceso complejo y globalizado
en el que el encuentro con los otros es fundamental para conseguirlo. El
proceso de construcción de la identidad es un proceso social, no sólo una labor docente
para transmitir en la escuela, aunque evidentemente el trabajo de esta ayuda. “Si no hay

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una comunión adecuada entre lo escolar y lo extraescolar difícilmente podemos construir
la identidad” (Essombra, 2005: 129). Por ello, cobra suma importancia la dimensión
comunitaria en el proceso de construcción de la identidad. ¿Cómo puede ayudar la
educación? Esa es la respuesta que todos esperan pero que no es tan fácil de plasmar.
El espacio escolar implica la presencia de alumnos con intereses, motivaciones,
valores, ideas, y sentimientos diferentes, que también pueden ser de otras culturas,
con problemas emocionales y/o de aprendizaje, alumnos con discapacidad, etc. Y
la presencia de estos alumnos demanda introducir cambios acordes con la filosofía
de la educación inclusiva si queremos que progresen académica y personalmente. La
escuela debe ser el espacio del contacto diario entre alumnos heterogéneos, un
laboratorio de socialización de primer orden, no un contexto de segregación, aunque sea
parcial o temporal.
La propuesta de la escuela inclusiva parte de presupuestos radicalmente distintos:
la diversidad cultural supone la valoración específica de cada cultura y el respeto al ritmo
de cada individuo perteneciente a ellas, así como que es la escuela la que debe
acomodarse a los diferentes ritmos de aprendizaje cultural y no a la inversa, sin por ello
sacralizar ni aumentar las diferencias. En este sentido, la escuela inclusiva puede
significar una buena alternativa a los tradicionales modelos educativos monoculturales
porque, frente a la perpetuación de la cultura única, acepta la complejidad de cada ser
humano y de su cultura, reconoce que todos somos pluriculturales. Los objetivos
principales de la inclusión suponer llevar a la práctica una verdadera educación inclusiva,
capaz de recoger la diversidad para transformarla en encuentro rico y formativo entre los
alumnos, pero también entre las familias y el contexto social, una educación que
transforme los estereotipos negativos y los prejuicios en actitudes positivas hacia el
encuentro. En este sentido, estoy convencido de que construir una pedagogía de la
inclusión es un gran reto si queremos de verdad que las relaciones de empatía en el aula
acaben con los fenómenos de in solidaridad y discriminación. Si apostamos por la
escuela inclusiva, en relación a las diferencias culturales, debemos trabajar
educativamente para buscar suelos comunes, repensar nuestra cultura desde posiciones
críticas, intentar comprender las otras culturas, pero generar también las críticas
pertinentes.
Como se ha analizado a lo largo del libro, es que el llamado proceso de inclusión,
lo que se está planteando es la necesidad de introducir en la escuela los principios
democráticos, no sólo como valores a enseñar, sino, sobre todo, a practicar. Se debe
propiciar modelos de enseñanza que fomente la autonomía de sus alumnos y la
participación democrática en el aula. Especial importancia tiene el compromiso
profesional de los docentes en la construcción de una escuela inclusiva (Esteve, 2004);
lo que supone que deben buscar herramientas que posibiliten una práctica
cotidiana democrática y colaborativa. La reflexión sobre la práctica se presenta aquí
como una herramienta imprescindible en la formación del profesorado para responder a
la filosofía de la educación inclusiva, porque la presencia de alumnos diversos,
heterogéneos, demanda cambios no sólo curriculares, organizativos y metodológicos,
sino también cambios en la formación del profesorado, pero también cambios culturales

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y cambios en la política educativa. La escuela inclusiva necesita profesores reflexivos,
críticos, dinamizadores, competentes para trabajar y hacer trabajar colaborativamente.
No obstante, lo dicho, tiene razón Ángeles Parrilla (2002: 17), muchas veces las
reformas pretendidamente integradoras finalmente se convierten en posturas de
adición, fundamentalmente porque la escuela no está preparada para la diversidad, sino
que fue creada y ha actuado tradicionalmente desde criterios homogeneizadores. Y este
es, precisamente una de las claves de la inclusión para un autor ya clásico, Booth (1998),
de referencia obligatoria en el ámbito de esta temática: vincular los conceptos de
comunidad y participación en la concepción de inclusión. Pero, va más allá, la educación
inclusiva supone dos procesos ineludibles y conectados: fomentar la participación
y reducir la exclusión de las culturas minoritarias (Booth y Ainscow, 1998, p. 2).
Desde mi punto de vista, en la actualidad, nos encontramos inmersos en una
sociedad postmoderna y multicultural, caracterizada por los continuos avances
científicos, tecnológicos, en las telecomunicaciones y los constantes flujos migratorios,
que plantean nuevas exigencias, demandas y desafíos al ámbito educativo. La educación
del siglo XXI, no puede conformarse en ningún caso con ser un instrumento de
reproducción de informaciones variadas, sino un espacio privilegiado para la
reconstrucción crítica de una cultura compleja, diversa, rica, cambiante y dinámica,
donde el aprendizaje en red y las TIC mejoren la calidad educativa y el crecimiento
personal y colectivo de todas las personas. Todo ello, hace necesario reflexionar sobre
el nuevo papel que las instituciones educativas, desde un paradigma inclusivo,
compresivo e intercultural han de asumir, aprovechando las posibilidades y
oportunidades que nos ofrecen las TIC, para superar esa distancia entre la escuela y las
realidades socioculturales mediatizadas por el uso cada vez más masivo de las redes
sociales y la implantación de modelos formativos flexibles y dinámicos.
En síntesis, para materializar los conceptos de interactividad, interconexión,
instantaneidad, intercambio, conocimiento, enriquecimiento y ciudadanía intercultural, es
necesaria una estrategia metodológica basada en el aprendizaje cooperativo,
participativo y conjunto entre los centros de todos los lugares del mundo.

REFERENCIAS:

Booth, T. y Ainscow, M. (1998). From them to us. London: Routledge.

COLECTIVO IOE (1998). Inmigración y diversidad social en la España de fin de


siglo. Documentación social, 11, 233-248.

Essombra, M. A. (2005). Perspectiva crítica de identidad y diversidad: creando entornos


interculturales para la inclusión. En E. Soriano (Coord.), La interculturalidad como
factor de calidad educativa (pp. 119-130). Madrid: La Muralla.

Esteve, J. M. (2004). La tercera revolución educativa. Barcelona: Paidós.

Jiménez, R. y Aguado, T. (2002). Pedagogía de la diversidad. Madrid: UNED.

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Parrilla, A. (2002). Acerca del origen y el sentido de la educación inclusiva. Revista de
Educación. 327, 11-29.

Pérez De Cuéllar, J. ET AL. (1997). Nuestra diversidad creativa. Madrid: SM.

Wolton, D. (2004a). La cohabitación de la diversidad. Babelia-El País, 8 de mayo.

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