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EL DIAMANTE QUE SE CREYÓ PIEDRA

Érase una vez, en algún lugar lejano, remoto, perdido en el tiempo y en el espacio, dos diamantes
gemelos, idénticos, que viajaban en la bolsa de un gran señor que, con especial cuidado, los
transportaba por un camino. Sucedió, que, sin esperarlo, este buen señor de pronto fue atacado
por una banda de ladrones que persiguieron su carruaje intentando quedarse con sus pertenencias.
El señor, al ver que no podría escapar, y sabiendo que sus dos diamantes perfectos eran todo su
tesoro, en un recodo del camino, mientras huía a toda carrera, los sacó de su bolsa y dándoles un
beso de despedida los arrojó a un costado del camino, cerca de un árbol el cual usaría como
referencia para poder volver a buscarlos.
El tema es que los dos diamantes cayeron al suelo, a la corta distancia de dos metros uno del otro, y
allí quedaron, a la espera de ser descubiertos por alguien o recuperados por su señor, ya que no
habían nacido sino para ser piedras de corona real.
El tiempo pasó, pasaron las horas, los días, las semanas y por último los meses y el señor jamás
volvió por ellos. Los diamantes que ya estaban preocupados, comenzaron a hablar... No nos quiso,
dijo uno de ellos, no nos quiso porque no somos diamantes, yo siempre lo supe, somos rocas sin
valor y por eso nos arrojó de su carruaje, claro...
¿Quién querría pedazos de piedra como nosotros?... El otro diamante que lo escuchaba, a su vez le
respondía... No, sabes que no es así, nos arrojó para protegernos, porque éramos su tesoro más
preciado y si no volvió será porque algo le habrá pasado, porque jamás nos habría abandonado...
El tiempo se consumió en charlas similares... Y siguió pasando, y los diamantes siempre mantenían
la misma postura, uno de ellos veía el vaso medio vacío y el otro el vaso medio lleno. Cuando los
meses se convirtieron en años, el diamante positivo, por llamarlo así, el que sabía su valor,
propuso...
Hagamos algo... Brillemos, con más fuerza de la habitual, brillemos hasta encandilar con nuestro
brillo, así, quien pase por el camino nos encontrará y podremos por fin convertirnos en lo que
soñamos, en piedras preciosas de corona real... No, le dijo el otro, tú no entended... Somos rocas,
piedras, convéncete “piedras”
¿Entendéis? y por más que lo intentáramos jamás podríamos brillar, nadie nos querría, nadie nos
valoraría, no vale la pena hacer nada, somos parte de este paisaje agreste y aquí nos debemos
quedar...
Frente a este desencuentro de voluntades, el diamante positivo, sin dejarse contagiar por lo que
escuchaba...
Comenzó a brillar, al principio tímidamente y finalmente con un brillo tan poderoso que competía
con la luna, ya que atesoraba los rayos del sol durante el día y en la noche los despedía, asumiendo
así su condición, reconociendo con orgullo lo que sabía que en realidad era, valorándose, esto, por
supuesto, contra su entorno y la situación que al ser tan desfavorables, podrían confundirlo y
hacerle ver lo contrario...
Así, el tiempo siguió su curso, y el diamante negativo se llenó de barro por las tormentas y quieto y
sin brillo desapareció en la tierra, enterrado por los vientos, convirtiéndose en lo que decía ser, solo
una roca más, una piedra sin valor a la que nadie iba a descubrir.
Mientras tanto, el diamante positivo seguía brillando, aprovechando las lluvias para sacarse de
encima el lodo y los vientos para secarse y pulirse aún más... Y así, un día, como todo llega, un par
de ojos que pasaban por el lugar vieron un extraño, pero perfecto brillo desde lejos y al dirigirse
hacia donde provenía, esos ojos pudieron comprobar que se trataba de un hermoso y perfecto
diamante.
¡Oigan!... gritó, he encontrado la más perfecta joya, este ha sido un regalo de ¡los dioses! la
llevaremos para que la ¡instalen en mi corona! Sí, aunque no sé pueda creer, esos ojos pertenecían
al rey del lugar, un señor que por fin le dio al diamante el lugar que merecía, cumpliendo su sueño
de convertirse en hermosa piedra preciosa de corona real... Y aquí terminó la historia... Ah,
¿quieres saber que pasó con el otro diamante...?

Cuando sintió que su hermano gemelo era rescatado, quiso brillar también, pero tanto tiempo
había estado convencido de no Ser un diamante, tanto se había dejado llevar por la mala situación,
que se olvidó de cómo hacerlo y allí quedó...
Inmerso en la cárcel del olvido, una cárcel que fabricó día tras día y en la cual el mismo se encerró.
Y esta cárcel fue ni más ni menos el ignorar quien era realmente, no saber valorarse, porque un
diamante no deja de ser diamante porque alguien lo arroje, un diamante no deja de ser precioso,
de tener valor, por estar perdido en el desierto, por estar solo.
Un diamante siempre es un diamante. Por eso, esta historia es para mí, porque cuando veo que
nadie parece valorarme, cuando veo que nadie parece ver en mí lo que soy, lo que puedo ser, lo
que puedo hacer, lo que puedo dar... Nunca olvido mi condición natural, soy un diamante y lo sé y
lo que importa es eso y jamás dejo de brillar...
Vos también eres un diamante y no importa quien lo crea, si te sirve yo lo creo, pero lo importante
es que lo creas y lo asumas en tu interior. Eres un perfecto diamante, pero igual que yo, no te dejes
convencer de lo contrario, por nadie ni por nada, seguí adelante récord quien eres y nunca dejes de
brillar.
Jamás te inviertas en piedra, brilla, porque tarde o temprano pasará un rey, o una reina, alguien
entendido, que quedará encandilado con tu brillo, que te valorará y que, en definitiva, sabrá
apreciarte como el tesoro que realmente eres...
Colaboración de Juan Leandro Alzugaray - Argentina

ERES EL PILOTO DE TU VIDA


“Cuando conduzco el coche, me molesta que quien está junto a mi, me diga que camino tomar, que
me detenga o ¡cuidado! Yo soy el conductor. Yo se porque hago lo que hago. Y el conductor es el
único que lo sabe. Nunca hago caso de quien quiere decirme como manejar, porque por eso pasan
accidentes”.
Escuché que le respondía un hombre a su amiga, cuando esta le platicó que su hija conducía un
coche, y le dijo que acelerara para evitar un trailer. Su hija le hizo caso, pero no alcanzó a pasarlo. El
trailer se llevó el coche. Afortunadamente viven para contarlo.

Como un rayo, comparé las similitudes que tiene este ejemplo con nuestra vida.
Nuestro coche se llama “vida” y el Ser Supremo ha sido lo suficientemente generoso, como para
darnos a cada quien un “coche” propio.
Todos somos los conductores de nuestra propia vida. Desafortunadamente, muchos no asumen esa
responsabilidad.
Son conductores miedosos, que les gusta preguntar a cuanto tripulante tienen, que deben hacer.
Y como resultado, tienen accidentes o no están satisfechos con su vida. ¿Por qué siguen
escuchando los consejos de otros, cuando no están satisfecho con los resultados?
Simple. Es más fácil culpar a otros de sus fracasos, que ser responsables de sus decisiones.
Es el caso de la chica que le pregunta a la mamá ¿Qué debo estudiar?
O el caso del chico que pregunta ¿Cuál carrera da más dinero?
Porque el precio de seguir los impulsos de tu corazón, de tomar tus propias decisiones, es la
posibilidad de fracasar.
Nadie puede esperar tener éxito en lo que le gusta con tan solo unos intentos. La historia está llena
de hombres que estuvieron peleando por sus ideas, y que después de fracasos temporales,
obtuvieron el éxito.
Aplicaron la persistencia en sus sueños.
La sensación de libertad, de asumir el control del volante de tu vida, te dará una seguridad y
energía interior que no tiene precio.
Para un militar, su orgullo son las heridas de guerra. Y para el hombre de negocios, platicar de sus
fracasos, antes de alcanzar la cima.
Aunque las derrotas temporales te causen dolor… cuando sean cosa del pasado, te divertirá
recordarlas. Le dará más valor a tu éxito.
Detén a esa persona mata pasiones, y no la escuches cuando quiera dirigir el coche de tu vida, a
una velocidad diferente a la que tú lo haces.
El no conoce porqué haces lo que haces. No conoce tu vida, como tú la conoces.
El no comprende tus sueños y motivos.
Finalmente, él en sus consejos, proyecta lo que él es. Lo que el hace. Lo que haría en tu lugar. Y si es
un mediocre, y le haces caso… vas a acabar siendo un mediocre también.
Observa que las personas que han tenido éxito, primero se escuchan a sí mismas. Fueron tercas en
escucharse primero a ellas mismas, antes que a los demás.
¿Que consejo te puedo dar? Hay dos frases que me encantan: “Caminante no hay camino, se hace
camino al andar” de Machado, y “Try hard enough” de Malcolm Forbes, esto es: sigue intentando
hasta que tengas éxito.
Recordando mi vida, veo que las actividades en que he tenido más éxito, son en las que he aplicado
estas dos frases. Y añade otro ingrediente: la esperanza.
En lo que más he tenido éxito, siempre hubo un momento en el que tuve un fracaso tan doloroso,
que se abrían ante mis dos caminos: seguir adelante a pesar de que parecía que no lo lograría, o
resignarme.
Al tomar el camino de seguir adelante… ¡lo logré! Te confieso que ya no creía en mi. Pero tenía la
esperanza de lograrlo. Y la esperanza, transformó en realidad mis sueños.
También, hubo momentos en los que elegí el camino de la resignación. Me excusé ante mi mismo
con mil pretextos de porque había fracasado. Pero no dejo de pensar que pude haber elegido la
otra vereda y que pude haber tenido éxito.
La esperanza debes mezclarla con la persistencia también. Tu Breve Espacio, es fruto de la
esperanza y persistencia combinadas.
La fe en un Ser Supremo también ha sido muy importante para mi. Me ha dado la paz y serenidad
necesarias cuando parece que mi mundo se voltea de cabeza.
Te invito a que experimentes la emoción de conducir el coche de tu vida. Disfrútalo a tu ritmo, a tu
manera ¡Y condúcelo hasta las estrellas!
¡Suerte!
Colaboración de Edgar Martínez
México
El lobo y la cigueña
(aportación de nuestra amiga Graciela)
( LA FONTAINE )

Hicieron los lobos un día un gran festejo, y para ellos prepararon un rico festín.

Como son animales siempre hambrientos, la comida fue devorada en menos que
canta un gallo.

Un lobo, temiendo quedarse sin probar tantas cosas como había, comió muy de
prisa. Tanto que tuvo la mala suerte de que se le atravesara en la garganta un
hueso que casi lo ahoga. Empezó entonces a saltar y a correr desesperado y al
verlo, acudió una cigüeña que casualmente por allí pasaba.

Por gestos le hizo entender el lobo qué había sucedido, y compadecida la cigüeña,
se dispuso a ayudarlo al momento.

Para eso introdujo su largo pico en la boca del lobo, llegó hasta el fondo de la
garganta y sacó el hueso atravesado.

Muy satisfecho, el lobo dio media vuelta para regresar inmediatamente al banquete.

-Amigo lobo- -reclamó la cigüeña, con suavidad-, me debes la cuenta por mis servicios
y ni siquiera me das las gracias.

-¡Estás loca!- -respondió el lobo-. ¿No tienes bastante con haber salido libre de mi boca?

Eres tù quien debe agradecerme.

Es propio de los seres egoístas no dar mérito a la obra de los demás.

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