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Ética: Los problemas morales y los problemas éticos - [ED, (12/09/2008, nro 12.

089)]
Por Lamas, Félix Adolfo

"Es evidente que un hombre puede plantear y resolver bien un problema moral sin saber Ética. Pero
no puede hacerlo sin algún saber y, por regla general, sin auxilios".

I. El orden de los problemas

1. Un axioma metodológico de Aristóteles

El mundo de los fenómenos morales aparece en la experiencia como algo vasto y complejo. Ahora
bien, como parece obvio, la mera experiencia no es ciencia. Para avanzar en una consideración científica
resulta necesario dirigir la atención hacia los problemas que surgen en el marco de la experiencia moral y
que de algún modo contribuyen a precisar la especificidad del objeto de la Ética.

Platón señaló que la dialéctica -que para él se identifica con la ciencia verdadera o, lisa y
llanamente, con la filosofía- consiste en saber preguntar y saber responder; de ahí que implica también la
corrección, antes que de la respuesta, de la pregunta (1). Este criterio central de la recta investigación
científica es desarrollado por Aristóteles.

En efecto, aunque para el Filósofo la dialéctica no es ya lo mismo que la ciencia o la filosofía, sino
sólo un instrumento general de ambas, hace suya y desarrolla la sabiduría lógica de su antecesor. Y para él
también constituye un axioma metodológico que quien quiera investigar un objeto debe comenzar
planteando con precisión los problemas, las dudas o las dificultades que el mismo suscita, a efectos de
poder obtener las respuestas adecuadas:

"Los que quieren investigar con éxito han de comenzar por plantear bien las dificultades, pues el
éxito posterior consiste en la solución de las dudas anteriores, y no es posible soltar, si se desconoce la
atadura. Pero la dificultad del pensamiento pone de manifiesto la atadura en relación con el objeto; pues, en
la medida en que siente la dificultad, le ocurre así como a los que están atados; en ninguno de los dos
casos, efectivamente, es posible seguir adelante. Por eso es preciso considerar bien, antes, todas las
dificultades, por las razones expuestas y porque los que investigan sin haberse planteado antes las
dificultades son semejantes a los que desconocen adónde se debe ir, y, además, ni siquiera conocen si
alguna vez han encontrado o no lo buscado; pues el fin no es manifiesto para quien así procede, pero para
el que se ha planteado antes las dificultades sí es manifiesto"(2).

Al afirmar el filósofo que la dificultad o el problema manifiesta la atadura del pensamiento en


relación con la cosa que es su objeto, excluye toda clase de apriorismo. El punto de partida del pensamiento
científico son los problemas reales que surgen de la interrogación que el hombre les hace a las cosas que
se le hacen presentes en la experiencia.

2. La necesidad de discriminar diversos órdenes de problemas

Debe advertirse, en primer lugar, que los problemas que se verifican en materia práctica son de
índole distinta que los propios del pensamiento teórico o especulativo (3). Ahora bien, los problemas del
orden moral no son sólo ni principalmente teóricos, sino prácticos.

Todo problema teórico se resuelve en esto: ¿qué es, cuál es su causa? Sin duda, las cuestiones
teóricas no son nunca total y definitivamente ajenas a la praxis humana. Ya sea porque las cuestiones
metodológicas, a su modo y en un cierto sentido, son prácticas, ya sea porque todo conocimiento teórico
admite una inflexión sobre la conducta (lo que suele llamarse "teoría aplicada"); o, finalmente, porque el
conocimiento contemplativo y desinteresado del ser es un fin perfectivo último del hombre. Pero, en todo
caso, el conocimiento teórico o especulativo es un conocer por o para conocer, y su perfección es la verdad
pura: la adecuación del pensamiento (expresado en un juicio) con lo que la cosa es; o, dicho en otros
términos, es un pensar que tiene a la realidad como regla y medida de su validez. Ésta es la verdad que se
busca en un problema teórico.

En cambio, todo problema práctico se resuelve en esto: ¿qué hacer para alcanzar tal fin, cómo debo
obrar, qué debo preferir? Estas cuestiones se refieren inmediatamente a la praxis humana, pero implican
siempre un fundamento teórico, es decir, un juicio acerca de la realidad. La respuesta a esta clase de
problema es la verdad práctica que es la verdad del bien (perfección) de la conducta; en este plano, la
rectitud de la realidad de la praxis es juzgada y determinada por el pensamiento recto.
Los problemas éticos y morales, pues, antes que constituir dificultades o dudas para la ciencia o el
científico, y sin perjuicio de éstas, son cuestiones vitales, incluso aporías reales del vivir humano. Pero aquí
conviene formular una distinción, a fin de evitar confusiones, entre lo que cabría llamar problemas morales y
los problemas éticos.

Los problemas morales, propiamente dichos, son aquellos vinculados con la decisión o elección, es
decir, atañen inmediatamente a la conducta, a lo bueno que debe hacerse y lo malo que debe evitarse en
una situación dada para determinados sujetos. En efecto, en el plano de la acción los hombres se interrogan
en su conciencia, en los tribunales, en los parlamentos legislativos, y por regla general a la hora de los
premios y castigos sociales, acerca de la verdad y rectitud de sus juicios morales, y la eficacia de estos
últimos en orden a la vida feliz.

Llamo en cambio problemas éticos a los problemas de la Ética o ciencia moral, es decir, aquéllos
que atañen mediatamente a la conducta porque su respuesta presenta las notas de universalidad y
necesidad propias del conocimiento científico.

Aquí hemos de limitarnos al orden de los problemas éticos, con alguna alusión, claro está, a su
pertinencia en la vida moral y sus problemas concretos.

II. Los problemas de la ética

1. Los problemas éticos generales

La pregunta más universal de la Ética, como es notorio, gira en torno de las nociones de bien y mal
morales. Cuestión que depende de una más fundamental: ¿cuál es el fin del hombre o, lo que es lo mismo,
qué perfección le compete alcanzar en su vida personal? Esta sencilla formulación del problema pone de
manifiesto la dependencia de la ciencia moral, en sus principios, de la ciencia del hombre (antropología o
psicología)(4).
A su vez, tanto las cuestiones más universales de la Ética como las de la ciencia del hombre
dependen de problemas más generales aún, de índole metafísica: ¿qué es el bien? ¿Qué es la verdad
práctica o verdad de y para la acción?

Pero hay una cuestión que parece estar en la raíz misma de todo problema ético y ser condición de
todo problema moral. Problema, sin dudas antropológico, también. Entiendo que inevitablemente, para
poder entender esta clase de fenómenos, el pensamiento moral debe formularse esta pregunta: ¿por qué el
hombre es un animal moral? o, lo que viene a ser lo mismo, ¿por qué hay en la vida humana una dimensión
moral, y no la hay -o al menos parece no haberla- en la vida animal o en la de las plantas?

Del problema radical formulado, surgen otros problemas que conducen a la ciencia moral en la
dirección de sus grandes capítulos.

También constituyen problemas de esta ciencia las aporías que surgen en la historia de los
pensadores éticos, a cuya crisis hemos hecho mención en el capítulo primero. Y por cierto, nada impide que
se use el método dialéctico para avanzar en la ciencia a partir de la consideración de las aporías que surgen
en el pensamiento de otros autores que, entendemos, han equivocado el rumbo. Sin embargo, en esta obra
privilegiaré los problemas reales, los que surgen de los propios fenómenos morales, porque es en este
plano donde cabe considerar el orden.

2. El problema moral radical

Este problema podría calificarse como originario. Lo es en el sentido que está en la raíz de toda
consideración científica de la moral, y del que, de alguna manera, surgen todos los demás problemas éticos.
Puede aparecer a partir de la consideración de una propiedad del hombre, que permite definir a éste como
un "animal moral" (de modo análogo a como pueden hacerse otras definiciones tomando una propiedad
específica humana: "animal social y político", "animal que habla", "animal histórico y tradicional", "animal
económico", etc.).

Lo moral, tal como lo entendemos nosotros, hombres, no se verifica per se y directamente ni en el


animal, ni en Dios. En estos casos no hay problema moral en sentido estricto, aunque acostumbremos a
efectuar predicaciones antropomórficas acerca de los animales y de Dios.

La moral aparece empíricamente respecto del hombre a partir de un problema específico que deriva
de dos hechos:

a) En primer lugar el hombre, como todo animal, como todo lo que existe, tiene una naturaleza. Y toda
naturaleza tiene unos fines perfectivos, una entelequia que es la plenitud perfecta, máximamente
desarrollada, de su forma natural o específica. Esto constituye una afirmación metafísica que no es otra
cosa que la constatación de un hecho. Lo mismo que un animal o que una planta, el hombre tiene una
naturaleza que tiene que desarrollarse a partir de un modo originario (que corresponde al momento de la
generación y del nacimiento) en el que la forma específica sólo está actualizada en un grado apenas
suficiente para vivir, para existir como tal ente.

b) Pero, a diferencia de lo que pasa con el hombre, el animal y la planta están dotados de una cierta
infalibilidad disposicional hacia el fin; en el caso de las plantas, éstas están vegetativa o ejecutivamente
orientadas hacia el fin natural; y en el caso de los animales, están dotados de unos esquemas, más o
menos rígidos y automáticos de conducta como respuestas frente a estímulos determinados; esquemas
disposicionales complejos que suelen ser llamados instintos. Ahora bien, a diferencia del animal, en el
hombre existe el fenómeno de la libertad, que provisoriamente puede considerarse como un fenómeno de
indeterminación o de contingencia respecto de los medios ordenados a alcanzar el fin. De ahí que en el
hombre se suscite la posibilidad de que la conducta se desordene intencionalmente respecto del fin natural.
Existe, por esta razón, la posibilidad de que el hombre, como animal o como sujeto de una especie, fracase
en la consecución del fin específico. Si cada conducta de un animal, si cada acto vegetativo de una planta o
cada acto de un hombre son momentos tentativos de alcanzar un fin, o en dirección a un fin, resulta que,
mientras en el animal y en la planta -supuesto la normalidad biológica- desde el punto de vista intrínseco no
suele verse frustración, sino que ésta suele provenir más bien de un elemento extrínseco a su naturaleza
respectiva, en el hombre pueden haber tentativas intrínsecamente equivocadas de alcanzar el fin. Y éste es
el problema moral central u original, que puede analizarse desde muchos puntos de vista.

Uno de ellos es el punto de vista del valor o del bien. Y así puede decirse que, a diferencia de un
animal, aunque en cada conducta del hombre se intenta la realización electiva de un bien o valor, de hecho
puede resultar algo malo o disvalioso; es decir, en cada conducta del hombre se actualiza la posibilidad de
la elección entre un bien real o un bien aparente. Y dado que el hombre puede equivocarse en la elección
de ciertos objetos inmediatos que parecen buenos o valiosos pero que -aunque desde algún punto de vista
lo sean- resultan malos o disvaliosos en función del bien íntegro de su naturaleza y de su personalidad, en
cada elección de hecho se ve comprometido su fin natural, su entelequia, que, como se verá, puede
identificarse con su felicidad. Para entender mejor esto anticipemos algunas ideas. Todo fin se alcanza a
través de ciertos medios. El fin es, pues, principio intencional y especificante de ciertos medios, pero éstos
constituyen principios eficientes de aquél -eficientes porque conducen a su realización-. En consecuencia, el
fin se realiza y se concreta (se determina como resultado de una totalidad dinámica) por los medios, de tal
modo que al equivocarse el hombre en la elección de los medios equivoca en concreto el fin, de hecho elige
en concreto otro fin. Ahora bien, al elegir un fin concreto equivocado -y en tanto persevere en la elección del
medio equivocado- puede verse frustrado en la consecución de su fin natural y personal.

3. Otra perspectiva del problema

Otra perspectiva posible, que en rigor es una variante del mismo problema anterior, surge del
análisis de las pasiones o, dicho de otro modo, de la dualidad natural que se verifica en el hombre, que es a
la vez animal y espiritual. En efecto, de una parte, el hombre parece espiritual; hay muchos elementos
empíricos que lo indican: la conciencia, la capacidad de abstracción, la propia capacidad de elección o
libertad, la posibilidad de querer bienes generales y no sólo bienes particulares; todo esto indica algo que
llamamos espíritu, sin que ahora nos detengamos a ver qué significa categorialmente (5). De otra, el
hombre tiene una naturaleza animal que implica las inmutaciones propias de ciertas operaciones que se
llaman pasiones.

De esta doble naturaleza -o, mejor dicho, de esta duplicidad de aspectos de la única naturaleza
humana- surge una duplicidad de apetitos. Hay apetito racional y apetito sensible. Es un hecho que hay
actos dirigidos a bienes generales, universales o comunes; por ejemplo, se puede querer el bien de la
patria; y es obvio que la patria no es algo que pueda tocarse, pues aunque es algo concreto no es un
fenómeno inmediatamente sensible; el bien de la patria o el del Estado es algo general y común, con
generalidad causal. Pero también se quiere el bien del cuerpo, de la vida individual. Entonces, en un
soldado, por ejemplo, aparece el conflicto: por una parte el amor al bien general, y por otra parte el amor a
la propia vida, del propio cuerpo; aparece el miedo a la muerte, en conflicto con el amor a la patria o con el
deber de defenderla. Este conflicto, típico conflicto moral, es fruto de una duplicidad de quereres, que deriva
de la duplicidad constitutiva de la naturaleza humana.
La pasión es, según se dijo, la inmutación del apetito sensible, el movimiento tendencial o
intencional producido por el conocimiento sensible de un objeto correlativo a la tendencia del apetito
sensible. Tómese como ejemplo la sed, cuyo objeto tendencial es saciar una necesidad de agua. La sed -
considerada como pasión- es la conciencia sensible de la necesidad del agua y el deseo consiguiente. Tal
necesidad genera en el organismo animal una inmutación, un movimiento. Lo mismo el hambre, el deseo
sexual o lo que fuere. Pues bien, todos estos movimientos o estas inmutaciones del apetito sensible que
llamamos pasiones, pueden o no coincidir con el apetito racional, como a su vez el apetito racional -la
voluntad, o la libertad- puede coincidir o no con la regla de razón; es decir, en ambos casos puede o no
haber conformidad del querer humano con el fin natural y personal del hombre.

Consiguientemente, no sólo debe ordenarse la libertad y la elección en dirección al fin, sino que se
plantea este otro problema: qué hacer con estas pasiones, que en principio no están ordenadas a un bien
general sino que están dirigidas a un bien particular, dado que a menudo puede haber conflicto entre el bien
particular y el bien universal. Las pasiones no son sólo ni principalmente un fenómeno moral; son un
fenómeno psicológico. Pero constituyen un fenómeno -y un problema- moral en la medida en que pueden
ser juzgadas en función de la regla moral y del querer de la voluntad ajustado a la razón. Pero no basta con
juzgarlas, sino que de alguna manera aparece la necesidad de ordenarlas con alguna eficacia.

En resumen: hay un orden de tendencias instintivas que dan origen a movimientos fuertes de la
sensibilidad -que se llaman pasiones- que amenazan con arrastrar la conducta humana, y hay un orden
racional del querer, donde reina propiamente la libertad. La existencia de estas dos esferas tendenciales
plantea de suyo la posibilidad de un conflicto, de un contraste. La libertad humana se tiene que entender,
pues, no sólo consigo misma, sino con pasiones que no siempre son fácilmente gobernables y ante las
cuales puede sucumbir. Éste es otro aspecto de la falibilidad de la libertad humana.

Ahora bien, el acto de elección, aunque implica un juicio, no es un mero juicio; es la posición de un
querer de la voluntad que realiza el bien o el mal para el hombre; y en tanto es causa del mal, no es sólo
falible sino también defectiva.

4. La defectividad del hombre requiere auxilios

En el hombre verificamos, pues, el fenómeno de la libertad, que es una cierta contingencia o


indeterminación respecto de los actos humanos y de sus objetos correlativos. Esta indeterminación -que es
una propiedad que deriva de la espiritualidad del hombre y que, en tanto tal, es buena y uno de los signos
de su dignidad- no es necesariamente buena desde todos los puntos de vista. Esta indeterminación es
buena en tanto el hombre es dueño del propio acto para alcanzar su bien personal, pero es defectiva en la
medida en que esa indeterminación es fuente de error y de la posibilidad de malas elecciones. La
posibilidad del mal y del pecado, y de la consiguiente frustración del fin, no es -desde este punto de vista-
una perfección.

Dado que es amplia la indeterminación de la libertad humana, la probabilidad, tanto en sentido


lógico como en sentido estadístico-matemático de equivocarse, es muy grande. La experiencia personal y la
historia dan cuenta suficientemente de esto. Entonces, parece que es necesario que haya algo que ayude a
determinar racionalmente esa indeterminación, orientando las propias facultades en la línea de su propia
naturaleza, pero conservando siempre la libertad, que es el modo humano de obrar.

Del hecho, pues, de que el hombre es defectivo -es decir, de que puede equivocarse e introducir el
mal en su vida y en el mundo- en orden a la consecución de su propia perfección natural, personal y social,
se sigue que el hombre necesita de ciertos auxilios que le aseguren la elección. Se habla aquí, en primer
lugar, de una necesidad de indigencia. Pero habida cuenta del hecho de la existencia de un fin, que no es
otra cosa que la propia entelequia humana, se habla también de una cierta necesidad natural y de una
necesidad deóntica.

Dichos auxilios son múltiples (6):

a) Uno es la norma, que es una regla racional e imperativa de conducta, un camino que la razón y la
voluntad asociada a la razón mandan seguir, un modelo de conducta recta y eficaz en orden a la
consecución del fin.

b) Otro auxilio está constituido por las disposiciones del sujeto, sus virtudes morales, que son inclinaciones
hacia objetos buenos o moralmente valiosos, y que en general son rectificaciones de los apetitos, de las
facultades y de las pasiones humanas en orden al fin natural y personal.

c) Existen también otros auxilios vinculados con las disposiciones interiores pero que, a diferencia de éstas,
son exteriores. Me refiero a las instituciones sociales, políticas, jurídicas y morales en general; por ejemplo,
el matrimonio es una institución social, jurídica y moral; análogamente, el Estado, el Derecho, los tribunales,
son auxilios exteriores, y en general la autoridad, las costumbres y los sistemas de premios y castigos.

d) Es necesario hacer mención especial, como un auxilio exterior específico, a la educación y al magisterio.

e) Pero, quizás, el más eficaz de los auxilios exteriores sea la amistad, porque ella, cuando es recta, es el
mismo orden del amor, con toda la eficacia que este movimiento del alma tiene como fuente dinámica y
orientación de los actos vitales.

Cada uno de estos auxilios constituye un gran capítulo de la problemática del orden moral. Ahora
bien, a ellos, al menos en cierta medida, hay que agregar la Ética o ciencia del orden moral.

5. Otros desarrollos del mismo problema

Aunque podría continuarse indefinidamente con la formulación de otros aspectos de los problemas
principales de la ciencia moral, hemos de limitarnos a enumerar unos pocos más.

El primero de ellos se reduce a saber qué es o cuál es el fin moral; ese fin natural que además de
ser natural aparece como un fin exigido de un modo distinto al de los demás entes naturales (plantas y
animales). Un fin que puede o no alcanzarse y cuya exigencia natural, por lo tanto, parece tener ribetes
misteriosos. La Ética se topa así con una necesidad distinta de la meramente natural. En el animal hay una
necesidad instintiva de alcanzar el fin; en el hombre, en cambio, no, pues puede equivocarse en la elección
de los medios y en la consecución del fin. ¿Qué clase de necesidad es ésta, de índole moral, que es distinta
de la necesidad psicológica de un animal? ¿Qué es la obligación moral, la jurídica, la política, etc.? ¿Qué es
el bien moral, o el bien de la persona, que de alguna manera se liga con esta nueva forma de necesidad?
¿Qué eficacia tienen esta reglas de conducta que llamamos normas? ¿Qué eficacia tienen estas virtudes
morales que llamamos justicia, fortaleza, templanza y prudencia? Son otros tantos problemas que
constituyen el punto de partida de la ciencia.

Por último, cabe plantearse: ¿cuál es la propia función de la Ética o de la Ciencia Moral en la
elección correcta, y en qué relación se encuentra en especial con la prudencia?

III. Pertinencia moral de los problemas éticos

1. El sentido de una duda

Llegados a este punto, surge una duda. Dado que los problemas morales son siempre concretos,
ligados a una situación contingente, y que la Ética y sus problemas son siempre de índole universal y
necesaria, ¿qué aportan los segundos a los primeros? ¿Acaso puede decirse que para obrar bien o ser un
hombre moralmente bueno es necesario tener un conocimiento científico de los asuntos morales? ¿No hay,
acaso, en el hombre, una disposición natural para el discernimiento inmediato y con certeza del bien y del
mal y los principios del obrar recto? ¿Y no tiene, acaso, una conciencia que le notifica en cada acto lo que
esa luz natural prescribe? ¿De qué modo, pues, la Ética puede constituir uno de los auxilios morales que, se
ha visto antes, resultan necesarios o convenientes para paliar la defectividad de la libertad humana?

Es evidente que un hombre puede plantear y resolver bien un problema moral sin saber Ética. Pero
no puede hacerlo sin algún saber y, por regla general, sin auxilios. De hecho, requiere de una virtud
intelectual innata -el hábito de los primeros principios prácticos o sindéresis- que le asegura, siempre que su
ethos no esté corrompido por el vicio, el discernimiento universal del bien y del mal. Pero, para el
discernimiento concreto de ese bien y mal, requiere de otra virtud, a la vez moral e intelectual, no innata
sino trabajosamente adquirida, que es la prudencia.

Ahora bien, entre la abstracta universalidad de los principios y la concreción del dictamen
prudencial, que supone ya constituida de alguna manera la virtud moral, existe una distancia casi abismal. Y
esto es un problema real. ¿Y cuál es el camino o los auxilios que permiten unir esos dos extremos? La
respuesta ya la bosquejamos: las costumbres, los ejemplos, los consejos, la ley, las instituciones, las
virtudes, la educación. En este cuadro, y como un auxilio general, debe ubicarse la ciencia del orden moral.

Así como la esencia de un hombre no se agota en su individualidad material, sino que ella tiene una
dimensión específica, común a todos los hombres, del mismo modo las conductas y las situaciones no
están totalmente sumergidas en estados de cosas impenetrables a la razón. Justamente, aquí radica la
diferencia entre el realismo clásico y el nominalismo moderno. La raíz de la inteligibilidad de las cosas reside
en el ser en acto de su forma y esencia, que el entendimiento humano, mediante abstracción, hace patente
para sí en la consideración del esquema sensible concreto. La materia, en cuando potencial, se torna
inteligible por la forma actual, sea ella sustancial -como es el caso del alma-, sea ella accidental o
secundaria, como la cualidad y la cantidad. El entendimiento de esencias y estructuras generales, pues, y
consiguientemente de problemas generales, permite conocer mejor y con más facilidad el caso singular o
concreto.

2. La función moral de la Ética, de sus problemas y de sus respuestas

No cabe negar que la ciencia del orden moral tiene una dimensión teórica y que ella puede ser
estudiada desinteresadamente para conocer una de las propiedades del hombre; pero, en tal caso, su
formalidad epistémica sería más bien antropológica. Pero se ha dicho ya, esta ciencia es también, y
específicamente, práctica. De tal modo, la problemática ética, en su universalidad y necesidad científicas,
confiere máxima inteligibilidad a los problemas morales, y sus respuestas son orientaciones generales de la
conducta. Por esa razón, una de sus funciones consiste en investigar las normas morales generales,
contribuyendo a su formulación e interpretación. Ella, la Ética, es, a la vez, el núcleo universal de la doctrina
o educación moral.

Pero no sólo la Ética es un término medio entre la máxima generalidad de los principios y la
singularidad de la acción o situación. Ella misma explora el camino hacia la concreción moral, en la medida
de lo posible. Y lo hace a través de un instrumento dialéctico que es el llamado caso. La casuística es,
precisamente, el tratado ético que elabora y considera casos morales y su origen se remonta a todas las
grandes tradiciones sapienciales morales (7). Ella adquirió un gran desarrollo sobre todo en la Teología
Moral católica y alimentó, entre otros, los manuales de los confesores. También en el Derecho la casuística
iluminó la vida jurídica (8) y dio origen al método tipológico que tan fructífero fuera en la legislación.

Ahora bien, ¿qué es un caso, en este contexto? Se trata de un problema planteado sobre una
situación típica, elaborados ambos, problema y tipo, a partir de la experiencia y teniendo presentes
principios, normas y doctrinas. El caso o el tipo es una representación esquemática de un estado de cosas
que presenta una cierta unidad relacional y finalista de sentido, con verificación empírica. Como se advierte
con facilidad, tiene más concreción que una norma general o un principio, pero conserva todavía un mínimo
de generalidad. Por ejemplo: ¿es moralmente lícito o bueno que un hombre rico dé limosnas importantes
que comprometan su patrimonio a personas desconocidas, pese a tener muchos familiares actual o
potencialmente a su cargo, y eventualmente herederos? Para avanzar en una tentativa de respuesta será
necesario explorar mejor las circunstancias del caso, formular distinciones, de modo que el problema se irá
progresivamente determinando.

La casuística moral no aspira a la certeza de los principios, ni siquiera a la de las normas generales.
Su validez epistémica no supera el rango de lo probable pero, con todo, es una instancia problemática
fecunda que asegura a la deliberación prudencial un auxilio eficaz.

Voz: filosofía del derecho

1 - Conf. Cratylo, 390 c6-12.


2 - Metafísica, L.III, cap.1, 995 a27-b2.
3 - Me he ocupado de la distinción entre teórico y práctico en La experiencia jurídica, L.I. Conf.
también de D. M. Albisu, Experiencia y verdad práctica, en MOENIA XXXIV.
4 - Acerca de qué entiendo por ciencia del hombre, conf. mi trabajo: Qué es la Antropología General,
en Circa Humana Philosophia II, Buenos Aires, 1997.
5 - Entiendo por espiritual o espíritu la referencia a un fin universal y absoluto, la referencia al Ser, al
Bien, al Uno en su infinitud intensiva. Esto es lo que caracteriza el fin humano.
6 - En el libro X de la Ética Nicomaquea Aristóteles (cap. 9), luego de preguntarse cómo dar eficacia y
acabamiento práctico a los discursos éticos, enumera una serie de auxilios que, en lo fundamental,
son resumidos en el texto.
7 - Es notorio la importancia que tienen las colecciones de respuestas morales de los doctores en
las culturas judía e islámica.
8 - Piénsese en los jurisconsultos romanos, los glosadores y comentaristas medievales, y
consúltese la casi totalidad de los tratados jurídicos de los dos últimos siglos los que, sin perjuicio
de manifestar muchas veces desprecio por la casuística, la practican con buenos resultados; lo
mismo cabría decir de la jurisprudencia.

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