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Errico Malatesta: Anarquismo y Reformas

Traducción al castellano: @rebeldealegre

Una breve reseña de nuestro primer número en el periódico comunista con base en
Nápoles, Prometeo, trata principalmente de un artículo de Merlino*, y el reseñante
reflexiona sobre la incomprensión básica de quienes afirman saberlo todo y que nunca
se equivocan. Dice, ‘Aunque la definición parezca extraña, existe sin dudas una
categoría de anarquista reformista’.
Claramente Prometeo cree haber hecho un descubrimiento.

A pesar de lo implacentero de la palabra, que ha sido abusada y desacreditada por


los políticos, el anarquismo siempre ha sido y nunca podría ser otra cosa que
reformista. Preferimos usar la palabra reformador para evitar toda confusión posible
con quienes oficialmente se les clasifica de ‘reformista’ y que luchan por mejorías
pequeñas y con frecuencia ilusorias para hacer que el régimen sea más aceptable,
ayudando por lo tanto a reforzarlo; o quienes, de buena fe, buscan eliminar los males
sociales mientras reconocen y respetan (en la práctica y si es que no en la teoría) las
instituciones políticas y sociales mismas que han dado pie y alimentan aquellos males.

La revolución, en el sentido histórico de la palabra, significa la reforma radical de


las instituciones, ejecutada raudamente por medio de la insurrección violenta del
pueblo contra el arraigado poder y privilegio.

Y somos revolucionarios e insurreccionarios porque queremos no solamente


mejorar las instituciones que existen ahora, sino destruirlas completamente, abolir
todas y cada una de las formas de poder del humano sobre el humano y todo
parasitismo, de todo tipo, sobre el trabajo humano. Porque, también, queremos
hacerlo tan rápido como sea posible y porque estamos convencidos de que las
instituciones nacidas de la violencia se mantienen con la violencia y solo caerán si se
les opone violencia suficiente.

Pero la revolución no puede ocurrir a pedido. ¿Debemos, entonces, permanecer


como espectadores pasivos, esperando que el momento correcto se presente. E incluso
tras una insurrección exitosa, podremos realizar repentinamente todos nuestros deseos
y que por algún milagro convirtamos el infierno del gobierno y el capitalismo en el
cielo del comunismo libertario — esto es, la libertad completa del individuo en
solidaridad de intereses con otros?

Estas son ilusiones que echan raíz en suelo autoritario; pues los autoritarios ven a
las masas del pueblo como materia prima a ser manipulada hacia el molde que sea que
ellos quieran a través del ejercicio del poder por decreto, por la pistola y las esposas.
Pero aquellas no son ilusiones anarquistas. Necesitamos del consentimiento del
pueblo y debemos por lo tanto persuadir por medio de la propaganda y el ejemplo.
Debemos educar y buscar cambiar el ambiente de tal modo que la educación sea
accesible para un número siempre creciente de personas.

Todo, tanto en la historia como en la naturaleza, ocurre gradualmente. Cuando


una represa revienta (es decir, muy rápido, aunque siempre bajo la influencia del
tiempo) es porque o bien la presión del agua ha crecido demasiado para que la represa
siga conteniendo o por la desintegración gradual de las moléculas del material del que
está hecho la represa. De igual modo, las revoluciones estallan bajo la creciente
presión de aquellas fuerzas que buscan el cambio social y ese punto se alcanza cuando
el gobierno existente puede ser derrocado y cuando, por procesos de presión interna
las fuerzas del conservadurismo se debilitan progresivamente.

Somos reformadores hoy en tanto buscamos crear las condiciones más favorables
y el mayor número posible de personas responsables y conscientes necesario para
desencadenar una insurrección popular exitosa.

Hemos de ser reformadores mañana, cuando la insurrección haya triunfado y la


libertad se haya obtenido, en tanto hemos de buscar, por todos los medios que la
libertad disponga — por la propaganda, el ejemplo y la resistencia — incluyendo la
resistencia violenta contra quienes destruirían nuestra libertad — ganarnos a un
número siempre creciente de personas hacia nuestras ideas.
Pero nunca hemos de reconocer — y aquí es donde nuestro ‘reformismo’ difiere
de aquel tipo de ‘revolucionismo’ que termina sumergido en las urnas de votación de
Mussolini o de otros de su especie — nunca hemos de reconocer las instituciones
[existentes]. Hemos de llevar a cabo todas las reformas posibles en el espíritu en el
que un ejército avanza siempre arrebatando en su camino el territorio ocupado por el
enemigo. Y siempre hemos de permanecer hostiles a todo gobierno — ya sea
monarquista como el de hoy o republicano o bolchevique, como el de mañana.

Marzo de 1924

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