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Alarcos Mart├нnez, Francisco J. - Bioetica global, justicia y teologia moral PDF
Alarcos Mart├нnez, Francisco J. - Bioetica global, justicia y teologia moral PDF
JUSTICIA Y
TEOLOGÍA MORAL
FRANCISCO J. ALARCOS MARTÍNEZ
BIOÉTICA GLOBAL,
JUSTICIA Y
TEOLOGÍA MORAL
Desclée De Brouwer
2005
© 2005, UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS
© 2005, EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A.
Henao, 6 - 48009
www.edesclee.com
info@edesclee.com
ISBN: 84-330-2017-X
ISBN: 84-8468-177-7
Depósito Legal: BI-2599/05
Impresión: RGM, S.A. - Bilbao
Impreso en España - Printed in Spain
SIGLAS DE DOCUMENTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
CAPÍTULO PRIMERO: MARCO CONTEXTUAL PARA UNA
BIOÉTICA GLOBAL DESDE LA JUSTICIA . . . . . . . . . . . . . . . 19
CAPÍTULO SEGUNDO: LA GLOBALIZACIÓN COMO NUEVO
PARADIGMA PARA LA BIOÉTICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
CAPÍTULO TERCERO: PRINCIPIOS BIOÉTICOS Y TEORÍAS
DE LA JUSTICIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
AA Apostolicam actuositatem
AG Ad gentes
CD Christus Dominus
DH Dignitatis humanae
DV Dei verbum
GS Gaudium et spes
LG Lumen gentinm
NA Nostra aetate
OT Optatam Totius
PO Presbyterorum ordinis
CA Centesimus annus
CFL Christifideles laici
DM Dives in misericordia
EN Evangelii nuntiandi
ES Ecclesian suam
EV Evangelium vitae
MM Mater et magistra
OA Octogesima adveniens
PP Populorum progressio
PT Pacem in terris
10 Bioética global, justicia y teología moral
QA Quadragesimo anno
SRS Sollicitudo rei socialis
VS Veritatis splendor
ve asimismo afectado por el hecho de que desde hace tan sólo dos
siglos diferentes procesos de desarrollo económico desigual han abier-
to inmensas disparidades a nivel planetario. El grado de desigualdad
económica de la población mundial tomada como un todo es ahora
más extremo que nunca según los informes del PNUD. Cualquier
tratamiento general de la justicia y de la política no puede dejar al mar-
gen la distribución internacional de los recursos económicos, y no sólo
de éstos. Tomarse en serio el hecho moral hace añicos todo idealismo
ético al hacer ver que, demasiadas veces, actuaciones pretendidamen-
te justas descansan sobre vidas miserablemente injustas, o que la felici-
dad de una vida libre, hermosa y abundante para algunos se alza sobre
la realidad del sufrimiento de una vida esclavizada, lúgubre y pobre
para otros. La justicia, obligada a superar el espacio de la visión griega
cósmica e integrarse en el actual de lo global, queda ineludiblemente
incorporada a la bioética. Ya no se trata, por tanto, sólo de plantear la
justicia en clave puramente económica sino, como muy bien plantea
Amartya Sen, en clave de capacidades que posibilitan el desarrollo de
proyectos de vida valiosos, tanto particulares como globales.
Está claro, así pues, que hay un problema doble de justicia en cuan-
to a su formulación y en cuanto a su vinculación (cómo se define, cómo
nos vincula y a qué está vinculada). Pero, además, podríamos añadir
un tercero: sus implicaciones globales. Esto exige explorar y esclarecer
qué se entiende por global y cómo se constituye en nuevo paradigma
para la bioética, más allá de las sospechas ideológicas del término. En
este sentido, no puede entenderse, en el contexto bioético, como uni-
formización de un pensamiento o un único modelo. Muy al contrario,
el paradigma global viene a mostrar la complejidad como nueva epis-
temología, como nuevo concepto a tener en cuenta para no caer en un
reduccionismo simplista de los problemas que ha de afrontar la bioéti-
ca en nuestros días. La vida, en cuanto realidad global, no puede ser
abordada more geometrico, ni tampoco los problemas que en ella se
implican. Las respuestas a tales problemas no son categóricas, de un sí
o un no puro, al modo como se han venido consagrando desde los
planteamientos postcartesianos. Más bien al revés, la vida está llena de
colores y tonalidades, de relaciones e interrelaciones, de dependencias
e interdependencias extremadamente complejas. Lo vital está interco-
nectado, interrelacionado, interdependiendo siempre en un todo. Y en
la medida en que alguna de sus relaciones se rompe, aparecen los pro-
14 Bioética global, justicia y teología moral
blemas. Cada vez que uno de los elementos que lo configuran es alte-
rado en su matriz emerge un nuevo problema, siendo imposible apor-
tar respuestas al mismo al margen de la red de complejidades que están
superabundantemente implicadas. La complejidad es, pues, constituti-
vo ineludible de lo global a nivel vital. La misma riqueza de la vida, su
multidimensionalidad, así como su propia fragilidad o vulnerabilidad,
indican que el modelo a través del que nos hemos de acercar a lo pro-
blemático de ella no podrá ser ya de corte dogmático y uniforme, sino
de un perfil deliberativo y prudencial. Y es que la realidad es poliédri-
ca y ninguna cuestión vital importante se resuelve desde los extremos.
A partir de ahora, se impone trabajar en términos de convergencia
inclusiva. Los matices de lo real, además, no son apéndices tangencia-
les, sino elementos axiales a través de los cuales captamos la riqueza de
lo vital. Esta rica versatilidad aparece en el entramado de las culturas,
en sus inter-relaciones, en aquello que transversalmente las recorre y
en la meta o finalidad a la que apuntan. Por eso, la complejidad de lo
vital no puede quedar fuera de lo cultural. Ha de ser tenida en cuenta
a la hora de establecer los ejes en los que sostener globalmente la vida,
resolver los conflictos en los que emerge su vulnerabilidad –tanto a
nivel concreto e individual (micro-vulnerabilidad) como en el espacio
global (macro-vulnerabilidad)– y dotar de finalidad o sentido a ésta.
Esto es una tarea en la que están involucradas también las tradiciones
tanto religiosas como no religiosas generando una dinámica de conti-
nuo movimiento moral. Ese continuum ha hecho posible el descubri-
miento y el reconocimiento de la dignidad como categoría ética inalie-
nable de los individuos particulares. Pero la dignidad, desde el nuevo
paradigma de lo global complejo, también debe estar abierta a la vida
global. Con otras palabras, si hasta ahora la dignidad se entroncaba
directamente con los individuos y éstos eran merecedores de respeto
en tanto que fines y no meros medios, desde lo global la dignidad y el
respeto han de ir ampliándose al resto de los seres vivos en la medida
en que de ellos depende la misma supervivencia humana. La cuestión
que inmediatamente se presenta es la de si los animales poseen la mis-
ma dignidad que los humanos o si establecemos en el mismo nivel lo
individual y lo global en este ámbito como dimensiones complemen-
tarias. Lo que sí parece cierto es que la justicia tiene mucho que ver con
el respeto a la dignidad y que aquélla, si tiene pretensiones globales, ha
de incluir en un todo armónico a los humanos y a los restantes vivien-
Introducción 15
tes. Así, hablaremos de una dignidad global para todos los seres vivos,
entre los que también se incluyen los humanos, con las consiguientes
obligaciones de respeto y de justicia. Pero habrá que partir de que la
dignidad de los vivientes no humanos es “otorgada”, mientras que en
las personas es “reconocida” por incondicionada, esto es, no-otorgada.
Las personas poseen una digneidad previa, cualidad exclusiva de lo
humano. No es posible defender la dignidad humana en su singulari-
dad individual sin dotar de algún nivel de dignidad –a modo global y
no meramente individual– al resto de los seres vivos del planeta, sin los
cuales la vida humana particular se volvería sencillamente inviable. Es
en este sentido en el que para la bioética se hace ineludible empezar a
hablar de dignidad global. Para ello, el punto de partida no será ya la
condición racional del hombre sino la estructura de vulnerabilidad
compartida por todos los vivientes en sus interdependencias globales.
Estas interdependencias en los seres humanos tienen un elemento
constitutivo: la conciencia social. La conciencia social, llamada a desa-
rrollarse en el espacio socio-político de la ciudadanía democrática y
cosmopolita, constituye una dimensión imprescindible de la reflexión
bioética, estando marcada también por la huella de la complejidad.
Uno de los pilares constitutivos de la bioética es el principio de jus-
ticia. Bajo el planteamiento de que “casos iguales han de tener una res-
puesta igual”, el principio de justicia ha vertebrado la toma de decisio-
nes en el ámbito biomédico. El problema consiste en cómo fundamen-
tar, articular y desarrollar ese principio. Prima facie, es un principio de
obligación perfecta, ubicado en una ética de mínimos; pero cabe pre-
guntarse para qué tipo de sociedad lo es y si se puede globalizar este
principio incondicionalmente. Esta es la sospecha que nos llevara a
recorrer las diferentes teorías de la justicia incorporando la reflexión
teológica. La Teología Moral se incorpora a la bioética en la medida en
que su reflexión tiene que ver con la praxis vital, tiene una palabra que
decir sobre la vida, pero también en la medida en que ayuda a conver-
ger dos dimensiones fundamentales del existir: lo individual y lo
social, irreductibles entre sí. Esa irreductibilidad pasa por la justicia,
dotándola no tanto de procedimientos como de incondicionalidad. De
hecho, los procedimientos no garantizan que seamos incondicional-
mente justos a nivel práctico-global. En todo caso, garantizan un cierto
consenso sobre lo que consideramos justo. Ésta es una aportación que
la bioética teológica puede donar al problema global de la injusticia. En
16 Bioética global, justicia y teología moral
I. INTRODUCCIÓN
13. Cf. ALBERT, J., “Una ética de inspiración zubiriana”: en Pensamiento 57 (2001)
275-280.
14. Cf. RUBIO, M., “Hermenéutica de la crisis ética actual”: en Moralia 86-87 (2000) 151-
172; HEYMANN, E., “Ética y axiología al terminar el siglo. Un balance”: en Enrahonar
32/33 (2001) 225-233; CALABRÓ, G., “Cómo orientarnos en la ética contemporánea: El
hombre sin naturaleza”: en Cuadernos sobre Vico, 13-14 (2001-2002) 297-304; ORTIZ, C.,
“Dos melioristas: ¿decisionismo metodológico o ética de las creencias?”: en Anuario
Filosófico 34 (2001) 75-100; FUENTES, T., “Abordar el conflicto moral. De la inteligencia
ética personal a la inteligencia ética compartida”: en Educación Social 17 (2001) 75-87.
15. Cf. GRACIA, D., Procedimientos de decisión en ética clínica. Eudema, Madrid 1991;
SASS, H. M., “Toma de decisiones éticas en comités. La función de comités de revisión y
de ética en los sectores de la salud, políticas de salud e investigaciones médicas”: en
Convivium 13 (2000) 148-165.
16. Cf. CORTINA, A., Hasta un pueblo de demonios. Ética pública y sociedad. Taurus,
Madrid 1998. Para A. Cortina, “no puede decirse que hay morales privadas, sino que
toda moral es pública, en la medida en que todas tienen vocación de publicidad, voca-
ción de presentarse en público. Lo cual significa que han de poder manifestarse en públi-
co y, por consiguiente, que toda moral es pública y no hay morales privadas”. o.c., 119;
también es interesante GARCÍA, P., “La ética pública. Perspectivas actuales”: en Revista
de Estudios Políticos 114 (2001) 131-168.
17. Cf. CORTINA, A.,/ MARTÍNEZ, E., Ética. Akal, Tres Cantos 1996.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 23
27. Ibid.
28. Ibid.
26 Bioética global, justicia y teología moral
29. Ibid.
30. Habermas ha planteado esta cuestión en los siguientes términos: “Así, la forma-
ción de un punto de vista ético va de la mano de una diferenciación en el seno de la esfe-
ra de lo práctico: las cuestiones morales, que pueden en principio decidirse racionalmen-
te en términos de criterios de justicia o de la universalidad de los intereses, se diferen-
cia ahora de las cuestiones evaluativas que se configuran bajo la categoría general de cues-
tiones de vida buena y que sólo son susceptibles de discusión racional dentro del hori-
zonte de una forma de vida histórica concreta o de un estilo de vida individual. La
moral concreta de un mundo de vida habitado con ingenuidad se puede caracterizar
por el hecho de que las cuestiones éticas y evaluativas se configuran en un síndrome
indiferenciado, mientras que en un mundo de vida racionalizado las cuestiones éticas
se diferencian de los problemas de una vida buena”. HABERMAS, J., Conciencia moral
y acción comunicativa. Península, Barcelona 1996, 134. (Sigo en esta cita el original
Moralbewusstsein und kommunikatives Handel, Francfort 1983, 189s, pues la traducción
española de García Cotarelo omite matices). Para ver la aportación habermasiana y las
críticas recibidas, cf. HERRERA, M. (ED.), Jürgen Habermas: moralidad, ética y política.
Propuestas y críticas. Alianza/Patria, México 1993.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 27
31. Cf. CAMPS, V., “Un marco ético para la bioética”: en PALACIOS, M. (Coord.),
Bioética 2000. Novell. Oviedo 2000, 49-59. “Mi punto de vista –afirma V. Camps– es que la
ética o es universal o no es. Podemos discrepar sobre el valor que damos a la vida huma-
na, sobre todo cuando ésta se contextualiza y aparece en situaciones que encierran con-
flictos distintos. Podemos discrepar sobre la prioridad que deba tener la libertad o la igual-
dad, o sobre el contenido que habría que darle a la justicia distributiva. Podemos adherir-
nos a una u otra definición de salud o de calidad de vida. Lo que no podemos hacer, por-
que sería un contrasentido lógico, es construir una ética en la que la justicia, la igualdad,
la libertad, la vida o la calidad de la misma no fueran valores básicos e indiscutibles.
Valores abstractos, ciertamente –porque sólo la abstracción produce acuerdos unánimes–,
pero valores que sirven de pauta para ir construyendo las normas, derechos y deberes que
constituyen el entramado de la ética. Dicho de otra forma: una ética no puede partir del
“todo vale”, o de la transmutación de todos los valores, como quiso hacer Nietzsche. Si el
bien y el mal significan algo, si la justicia y la injusticia no son meras palabras vacías de
contenido, tiene que haber unas reglas del juego, unas notas compartidas por todos los
hablantes, que son los sujetos de la moral, reglas que nos dicen que asesinar es malo y res-
petar al otro es bueno, que es injusto que haya pueblos que se mueren de hambre y no
pueden curar sus enfermedades, mientras otros viven en la abundancia e indiferentes al
sufrimiento ajeno. Estas distinciones son la base de los derechos humanos, una declara-
ción de principios que, siquiera en teoría, ha sido asumida por toda la humanidad que se
precie de llevar ese nombre. Esa universalidad es innegable, nos convenza o no su funda-
mentación a partir de una ley natural, una ley revelada o, simplemente, el transcurso de
la historia humana. Prueba de ello, y para referirnos ya a la Bioética, que es lo que ahora
interesa tratar, es que nadie que se mueva con un mínimo rigor en ese ámbito, se dispone
a discutir la legitimidad y validez de los ya consagrados como cuatro principios de la
Bioética: no maleficencia, beneficencia, autonomía y justicia”. o.c., 50; idea que también
recoge en CAMPS, V., “Moral pública y moral privada”: en SARABIA, J. (Coord.), La bio-
ética lugar de encuentro. Asociación de bioética Fundamental y Clínica. Madrid 1999, 53-60.
32. Cf. KEANE, J., Democracia y sociedad civil. Alianza, Madrid 1992; MORIN, E., Patria-
Tierra. Kairós, Barcelona 1993; VIDAL, M., Retos morales en la sociedad civil y en la Iglesia.
Verbo Divino, Estella 1992; WALZER, M., “La idea de la sociedad civil”: en Debats 39
(1992) 30-40.
28 Bioética global, justicia y teología moral
contexto, de que la bioética es una nueva ética civil. Una ética civil se
define por ser la de los mínimos compartidos por una sociedad.
Podemos considerar que la bioética se está convirtiendo en la ética civil
de las sociedades occidentales en este final de milenio. O lo que es lo
mismo, que la ética civil está basada en esos ideales de ética plural,
autónoma y con pretensiones de universalidad, en que consiste la bio-
ética”33. Y termina nuestra autora otro trabajo diciendo: “La bioética,
‘ciencia de la supervivencia’, ‘nueva sabiduría desesperadamente
necesaria’, (en expresión del mismo Potter) tiene esa finalidad como un
ideal del que no puede prescindir y sin el cual no sería posible esa tarea
casi utópica, pero imprescindible, de vitalizar la vida moral de la socie-
dad civil. La tarea no ha hecho sino comenzar”34.
No caben aquí apelaciones a la conciencia individual o a las creen-
cias personales, porque no se trata de la realización de un ideal propio
de moralidad, sino de la delimitación del marco dentro del cual es posi-
ble la pluralidad. El punto básico es el respeto a dicha pluralidad y el
mantenimiento de la igualdad de exigencias para todos. La ética míni-
ma es, pues, el nivel básico sobre el que se establecen los puntos de
convergencia necesarios para la vida en sociedad35. Por eso está basada
en la universalidad y en la imparcialidad, y su elemento clave es la jus-
ticia36. Es, sin lugar a dudas, la ética de la democracia, puesto que el
establecimiento de un nivel mínimo es la clave para dar origen a una
ética civil. Los elementos irrenunciables consensuados como básicos
para la convivencia son mínimos exigibles y su incumplimiento resul-
ta no sólo inmoral sino, en la mayoría de los casos, punible, puesto que
es este nivel el que puede ser objetivado en el derecho.
A pesar de la importancia de este nivel mínimo universalizable,
difícilmente puede afirmarse que la vida moral se agota en él. Antes
bien, lo que alienta y da sentido a la moral de los individuos, en buena
parte de los casos, es un segundo nivel: el de la ética de máximos, donde
33. FEITO, L., “¿Por qué Bioética?”: en Estudios de Bioética. Dykinson, Madrid 1997,
3-18 (16) .
34. FEITO, L., “Panorama Histórico de la Bioética”: en Moralia 4 (1997) 465-494 (493) .
35. Cf. CORTINA, A., “Bioética cívica en sociedades pluralistas”: en Revista de Derecho
y Genoma Humano 12 (2000) 21-27.
36. “La justicia se refiere, por tanto, a lo que es exigible en el fenómeno moral, y ade-
más exigible a cualquier ser racional que quiera pensar moralmente. Con lo cual nos
encontramos con que es moralmente justo lo que satisface intereses universalizables”.
CORTINA. A., Ética civil y religión, o.c., 65.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 29
se sitúan las convicciones desde las que será posible lograr consensos
mínimos. La ética de máximos es más rica y variada, puesto que pro-
pone ideales personales, planteando un modelo de felicidad o perfec-
ción donde se sitúa la excelencia del comportamiento al que cada uno
aspira. Sin embargo, en la medida en que responde a un sistema de
valores, a una creencia o enfoque personal, atañe exclusivamente a
cada persona o grupo, pero no puede pretenderse ampliable al conjun-
to de toda la comunidad global. Aquí es donde está el ámbito de lo
bueno. La bondad de los actos remite a una jerarquía de valores de
índole personal, conforme a la idea de felicidad37 que cada uno defien-
da, y por eso no tiene contenido estrictamente universal.
Es claro que la exigibilidad que compete a la ética de la justicia no
puede darse en el ámbito de la ética de máximos. En ésta, en la medi-
da en que deriva de un sistema de valores y creencias, sólo cabe la pro-
moción, el consejo y la invitación, pero no la imposición, pues las
opciones morales son diversas. Por eso no es universalizable, ni puede
ser exigible, pues queda restringida al ámbito de lo privado. Ello no le
quita validez ni relevancia. Antes bien, permite situarla en el lugar que
le corresponde y otorgarle su sentido propio. El respeto al pluralismo
exige, pues, dos cosas: por un lado, la defensa de la libertad y la diver-
sidad de opciones morales y, por otro, la articulación de tal diversidad
de modo que sea posible la convivencia pacífica entre ellas en un mar-
co justo. De ahí que la ética de máximos pueda considerarse más
importante desde el punto de vista de los ideales de vida buena, a nivel
personal o grupal, y que la ética de mínimos pueda defenderse como
más necesaria para la vida en sociedad.
Está claro que no es viable la mera imposición de una ética de
mínimos, porque se convertiría en un mandato arbitrario. No en vano,
su fundamento está en la deliberación. La ética de mínimos es un
“destilado” de las opciones morales individuales que permite salva-
guardar el básico respeto a la diferencia. Entre “mínimos” y “máxi-
mos” no se da una relación conflictiva sino una relación de comple-
mentariedad y mutua interacción. El nivel de los máximos puede y
debe ser el fundamento de los mínimos, el espacio donde reside la
37. “Cuando tengo algo por bueno, por felicitante, no puedo exigir que cualquier ser
racional lo tenga por bueno, porque ésta sí que es una opción subjetiva. En este sentido
es en el que hoy en día ha hecho fortuna la distinción entre éticas de mínimos y éticas de
máximos, entre “éticas de la justicia” y “éticas de la felicidad”. Ibid.
30 Bioética global, justicia y teología moral
38. “La ética civil consiste en un conjunto mínimo de valores tal que, si no es compar-
tido por los ciudadanos de una sociedad pluralista, la convivencia (no sólo la coexisten-
cia) entre ellos se hace imposible. Pero esos valores pueden fundamentarse en distintos
modos de concebir el hombre y la historia, y son esos modos los que funcionan como ins-
tancias últimas de la conducta. No hay, pues, aquí incompatibilidad entre dos cosmovi-
siones (…), sino dos niveles distintos de exigencia: el de las premisas últimas, religiosas en el
caso del creyente, y el de las conclusiones, compartidas por unos y otros, que componen
la ética cívica”. Ibid., 14.
39. Cf. ROSS, W. D., Lo correcto y lo bueno. Sígueme, Salamanca 1994.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 31
1. En sus orígenes
40. Victoria Camps ha hecho ver como la ética de las virtudes es un complemento nece-
sario de los dos grandes paradigmas de la ética moderna: la ética de los principios y la
ética de las consecuencias. Ambos paradigmas o modelos resultan insuficientes si no se
les añade un aspecto que no contemplan y es la formación de la persona, en la línea de
lo propuesto por la ética aristotélica. Cf. CAMPS, V., “Principios, consecuencias y virtu-
des”: en Daimon 27 (2002) 63-72 .
41. Cf. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco. Libro X, cap.6 y 7.
42. Para ver un desarrollo de la misma, cf. GAFO, J., “Veinticinco años de bioética”: en
Razón y Fe 234 (1996) 401-414; 10 palabras clave en Bioética. Verbo Divino, Estella 1997;
FERRER, J. J., “Treinta años de bioética en el centenario de razón y fe”: en Razón y fe 1232
32 Bioética global, justicia y teología moral
46. Para el Dr. Gracia, “los médicos vieron en él el nuevo rostro de la clásica ética médi-
ca o deontología profesional. Los biólogos y ecólogos, por su parte, consideraron que
obedecía a la nueva toma de conciencia de las sociedades avanzadas por el futuro de la
vida, ante las continuas agresiones al medio ambiente. Gran parte de la ambigüedad del
término bioética se debe a la propia de las palabras que la componen. El término vida es
tan amplio, que puede ser interpretado de modos muy distintos, tanto deontológicos
(“santidad de vida”) como teleológicos (“calidad de vida”). De ahí que de la bioética se
hayan dado también estas distintas versiones. Las éticas de raíz teológica, judías, cristia-
nas y musulmanas, creyeron ver en la nueva palabra la expresión de su criterio de santi-
dad de vida. Y las éticas seculares, sobre todo las utilitaristas, la hicieron sinónima de
calidad de vida. Hay una última fuente de ambigüedad, ya que la propia estructura de
la palabra no permite saber si se concede prioridad a la biología sobre la ética o a la éti-
ca sobre la biología. En este segundo caso la bioética debería entenderse como “ética de
la biología”, en tanto que en el primero vendría a significar “biología de la ética”. Lo pri-
mero es una “eticización de la biología”, en tanto que lo segundo es una “biologización
de la ética”. GRACIA, D., “Planteamiento general de la bioética”. o.c. (nota n 44), 19.
47. GRACIA, D., “Problemas éticos en Medicina”, o.c., 274.
34 Bioética global, justicia y teología moral
2. En sus tendencias
De las dos grandes líneas de desarrollo de la bioética, la que hace
referencia a los problemas más globales sobre crecimiento demográfi-
co, medio ambiente y utilización de recursos (Potter) cede el paso muy
pronto a la que se centra en los problemas de la clínica y la investiga-
ción, que aparecen más inmediatos y urgentes (Hellegers). La bioética
como reflexión sobre contenidos deja paso a una concepción de la bio-
ética como procedimiento en la toma de decisiones clínicas científica-
mente correctas y éticamente aceptables en situaciones de pronóstico
incierto. Se va definiendo la bioética como disciplina y se asiste al naci-
miento de otras éticas aplicadas como la ecológica o de políticas sani-
tarias, o de gestión de recursos, con las que las ciencias de salud deben
entrar necesariamente en diálogo. La complejidad de los problemas y
el alcance de los mismos obligan a un esfuerzo de reflexión a un ritmo
al que la filosofía y el derecho no estaban acostumbrados. Si bien pue-
de decirse que la bioética salvó a la filosofía haciéndola descender del
Olimpo de los dioses a las realidades más inmediatas, también puede
afirmarse que las decisiones adquieren un carácter de mayor provisio-
nalidad. Conviene pararnos para profundizar en la cuestión sobre el
ser humano, la sociedad y el mundo que queremos dejar a las ge-
neraciones venideras: un mundo más humano y saludable.
Dos citas de Daniel Callahan, escritas en dos momentos diferentes,
nos colocan en la corriente dinámica de la evolución del diálogo bioé-
tico. Así, en Bioethics As A Discipline, publicado en 1973, escribe:
48. Un recorrido por las fechas decisivas en la gestación de la bioética como nueva dis-
ciplina a lo largo del S.XX, tanto en el marco mundial como español, se encuentra en la sín-
tesis de SIMON, P.,/ BARRRIO, I. Mª, “Un marco histórico para una nueva disciplina: la
bioética”: en COUCEIRO, A. (ED.), Bioética para clínicos. Triacastela, Madrid 1999, 37-71.
49. Cf. JONSEN, A. R., The Birth of Bioethics. Oxford University Press, Oxford 1998.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 35
50. CALLAHAN, D., “Bioethics As A Discipline”: en The Hastings Center Studies 1 (1973)
66-73.
51. CALLAHAN, D., “Bioethics”: en REICH, W. T. (DIR.), Encyclopedia of Bioethics. The
Free Press MacMillan Publishing Co., Nueva York 1995, 5º vol., 247-256.
36 Bioética global, justicia y teología moral
3. En sus logros
53. Cf. HABERMAS. J., Conciencia moral y acción comunicativa. Península, Barcelona
1991; Escritos sobre moralidad y eticidad. Paidós, Barcelona 1991.
54. Algunos de los grandes nombres de nuestra disciplina provienen de la teología
cristiana: Ramsey, McCormick, Walters, Childress, Reich, Jonsen y May, por mencionar
solamente algunos de los más destacados pensadores en los orígenes de la disciplina en
USA. No obstante es preciso reconocer que la bioética se define cada vez más como una
disciplina secular.
55. Cf. WILSON, E. O., Sociobiology: The New Synthesis. Cambridge, Mass.-London
1975. En una frase muy citada, y debatida, el sociobiólogo Edward O. Wilson escribió:
“Tanto los científicos como los humanistas deberían considerar la posibilidad de que
haya llegado la hora de sacar por un tiempo la ética de manos de los filósofos y biologi-
zarla”. O.c., 562. Para él, “...los filósofos éticos intuyen los cánones deontológicos de la
moralidad consultando los centros emotivos de su propio sistema hipotalámico-límbico.
Esto ocurre también con los que enfocan su atención sobre el desarrollo, aun cuando tra-
tan de ser lo más estrictamente objetivos que sea posible”. O.c., 563.
38 Bioética global, justicia y teología moral
56. Cf. AYALA, F. J., Origen y evolución del hombre. Alianza, Madrid 1980 (sobre todo
169-190); AYALA, F. J.,/ DOBZHANSKI, TH. (EDS.), Estudios sobre la filosofía de la biolo-
gía. Ariel, Barcelona 1983; BUBER, M., Qué es el hombre? FCE, México1964; LORITE, J.,
Para conocer la Filosofía del Hombre o el ser inacabado. Verbo Divino, Estella 1992; MARÍAS,
J., El tema del hombre. Espasa, Madrid 1951; STEVENSON, L.,/ HABERMAN, D. L., Diez
teorías sobre la Naturaleza humana. Cátedra, Madrid 2001; TRIGG, R., Concepciones de la
naturaleza humana. Una introducción histórica. Alianza, Madrid 2001; GEHLEN, A., El hom-
bre. Su naturaleza y lugar en el cosmos. Sígueme, Salamanca 1980.
57. Cf. FERRATER MORA, J.,/ COHN, P., Ética Aplicada. Alianza, Madrid 1994;
LÓPEZ DE LA VIEJA, M. T., “Principios morales en la Ética aplicada”: en Agora 16 (1997)
157-166; CORTINA, A., Ética aplicada y democracia radical. Tecnos, Madrid 1993; CORTI-
NA, A.,/GARCÍA, V. D., Razón pública y éticas aplicadas: los caminos de la razón practica en
una sociedad pluralista. Tecnos, Madrid 2003. En líneas generales, podemos diferenciar tres
posiciones en la comprensión de la naturaleza de la ética aplicada derivadas de tres con-
cepciones filosóficas de la moral. Quienes sostienen una actitud anticognitivista en el
campo de la moral (en tanto consideran que se trata de un fenómeno emocional), consi-
deran imposible que una disciplina teórica pueda contemplar tantos temas diversos
como se pretende de la ética aplicada. Por otra parte, quienes asumen una actitud cog-
nitivista y racionalista aceptan la unidad de la disciplina, pero no debido a un parentes-
co temático, sino a causa de la apelación a un mismo procedimiento argumentativo.
Distinguen entre un nivel teórico (que consta de pocos principios) y la especificidad de
la aplicación (en donde interviene el experto). Por último, existe una suerte de punto
medio entre las concepciones mencionadas: una interpretación de raigambre aristotélica,
que rechaza el carácter deductivo de principios universales poniendo énfasis en el razo-
namiento moral casuístico. Pero también interviene otra cuestión, pues ha sido sosteni-
do desde distintos lugares que los problemas de la ética aplicada son problemas del pri-
mer mundo. Si bien esta afirmación no carece de sentido, tampoco es del todo cierta,
puesto que del hecho de que existan otros importantes y, tal vez, más graves problemas
en los países subdesarrollados no se sigue que los temas que contempla la ética aplicada
les sean indiferentes. El debate público sobre cuestiones como el aborto, la eutanasia, la
manipulación genética, el sida. etc., son temas son temas que inevitablemente llegaran a
todos. En este contexto, consideramos que la función de la ética aplicada es muy impor-
tante como marco de clarificación teórica de las cuestiones, pero también lo es desde un
punto de vista práctico, en el sentido de ofrecer criterios para resolver tales problemas.
58. Una critica a esa posición puede verse en TUGENDHAT, E., “No hay genes para la
moral”: en Revista de Occidente 228 (2000) 101-107.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 39
1. En el punto de partida
63. Cf. POTTER, V. R., “Bioética puente, bioética global y bioética profunda”: en
Cuadernos del Programa Regional de Bioética 7 (1998) 21-37. En este artículo el mismo Potter
traza su trayectoria personal ligada al origen y evolución del término. “La Bioética
Puente comenzó realmente en el año 1962, cuando fui invitado a exponer como ex-alum-
no egresado en la Universidad del Estado de Dakota del Sur. La escuela es una de las
Universidades por Concesión de Tierras, y la ocasión era la Celebración del Centenario
de la inauguración del sistema de concesión de tierras mediante la firma de la Ley Morril
en manos de Abraham Lincoln en el año 1862. Si bien yo era conocido por mis 22 años
en la investigación del cáncer, decidí que la ocasión exigía algo más filosófico. Me decidí
a hablar sobre algo que siempre había tenido en mente, pero que nunca había sido expre-
sado. Lo que me interesaba en ese entonces, cuando tenía 51 años, era el cuestionamien-
to del progreso y hacia dónde estaban llevando a la cultura occidental todos los avances
materialistas propios de la ciencia y la tecnología. Expresé mis ideas de lo que, de acuer-
do a mi punto de vista, se transformó en la misión de la bioética: un intento por respon-
der a la pregunta que encara la humanidad: ¿qué tipo de futuro tenemos por delante? y
¿tenemos alguna opción? Por consiguiente, la Bioética se transformó en una visión que
exigía una disciplina que guiara a la humanidad a lo largo del ‘Puente hacia el Futuro’.
En efecto, todo comenzó con esta charla en 1962, en la que la misión consistía en exami-
nar nuestras ideas competitivas sobre el progreso. Así el título de esta charla fue ‘Un
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 41
nueva disciplina antes como “puente” que como bioética. Entre ambos
lados de este puente estaba el problema de la supervivencia:
“Lo que ahora debemos enfrentar es que la ética humana no puede ser
separada de un entendimiento realista de la ecología en el sentido más
amplio de la palabra. Los valores éticos no pueden separarse de los
hechos biológicos. Tenemos una gran necesidad de una ética de la Tierra,
de una ética de la vida salvaje, de una ética de la población, de una ética
del consumo. De una ética urbana, de una ética internacional, de una éti-
ca geriátrica, etc. Todos estos problemas requieren acciones que estén ba-
sadas sobre valores y hechos biológicos. Todos ellos involucran la
Bioética y la supervivencia de todo el ecosistema es la prueba de un sis-
tema de valores. Bajo esta perspectiva, la frase «supervivencia del más
apto» es simplista y parroquial. La humanidad tiene la necesidad urgen-
te de una nueva sabiduría que provea el «conocimiento de cómo usar el
conocimiento» para la supervivencia del hombre y para el mejoramiento
en la calidad de vida. Este concepto de la sabiduría como una guía para
la acción –el conocimiento de cómo usar este conocimiento para un bien
social– podría ser llamado «la ciencia de la supervivencia»”64.
puente hacia el futuro, el concepto de progreso humano’. La metáfora ‘un puente hacia el futu-
ro’ fue utilizada ocho años antes de que se inventara y se definiera la palabra Bioética. La
charla fue publicada en el Journal of Land Economics y reimpresa en el libro del año 1971,
que definió la misión de la Bioética en su título: ‘Bioethics, Bridge to the Future’ ”. O.c., 23.
64. POTTER, V. R., “Bioética, la ciencia de la supervivencia”: en Selecciones de Bioética,
o.c., 122.
65. Cf. POTTER, V. R., Global Bioethics, Building on the Leopold Legacy. Michigan State
University Press, Michigan 1988.
42 Bioética global, justicia y teología moral
66. Cf. POTTER, V. R., “Bioética puente, bioética global y bioética profunda”: en
Cuadernos del Programa Regional de Bioética, o.c.,.
67. Cf. VIDAL, M., Bioética. Tecnos, Barcelona 1995. “Durante mucho tiempo los pro-
blemas morales de la Biomedicina han estado orientados y regulados básicamente por
dos instancias: la moral religiosa y los códigos deontológicos. (….) No obstante las apre-
ciaciones precedentes la Bioética se ha configurado a partir de la desconfesionalización
de la ética y liberándose del predominio de la codificación deontológica”. O.c, 19.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 43
72. Cf. PALACIOS, M., “La cultura bioética”: en Sistema 162-163 (2001) 117-136.
73. ABEL, F., “Bioética: un nuevo concepto y una nueva responsabilidad”: en Labor
Hospitalaria 196 (1985) 101.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 45
74. Cf. NÚÑEZ, J., “Ética, ciencia y tecnología: sobre la función social de la tecnología”:
en Llull 25 (2002) 459-484; GUERRA, M. J., “Presente y futuro de la bioética en España:
de la normalización al horizonte global”: en Isegoria 27 (2002) 181-192 .
75. Cf. CALABRÓ, G., “Cómo orientarnos en la ética contemporánea: El hombre sin
naturaleza”: en Cuadernos sobre Vico, 13-14 (2001-2002) 297-304.
76. Cf. BUCHANAN, A.,/W. BROCK, D.,/ DANIELS, N.,/WILDER, D., Genética y jus-
ticia. Cambridge University Press, Madrid 2002, 57-95.
77. Sobre la percepción de la “bioevolución” humana y la necesidad, por ella urgida,
de un nuevo “paradigma bioético”, puede verse HOTTOIS, G., El paradigma bioético. Una
ética para la tecnociencia. Anthropos, Barcelona 1991 (especialmente, 94 ss. y 169 ss.) .
78. Cf. PARDO, R., “Las relaciones ciencia-sociedad en las sociedades de modernidad
tardía”: en Eidon 2 (2001) 6-9.
79. Cf. FRÉCHETTE, L., “La Globalización de los valores en la aldea mundial”: en A
Distancia 19 (2001-2002) 13-16.
80. Cf. FONTRODONA, J., “Para no perdernos en la globalización: una reflexión des-
de la ética”: en Harvard-Deusto Business Review 100 (2001) 17-25.
46 Bioética global, justicia y teología moral
81. Cf. PIEDRA, F. D., “Bioética para todos en el siglo XXI”: en Ábaco 27-28 (2000)
185-192.
82. Cf. VERA, J. M., La Bioética. Una disciplina adolescente. Monografía del Instituto
Milenio de Estudios Avanzados en Biología Celular y Biotecnología, Santiago Chile 2001.
83. GRACIA, D., “De la Bioética Clínica a la Bioética Global”: en Acta Bioética 1 (2002)
27-41, 34.
84. Cf. JONAS, H., El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización
tecnológica. Herder, Barcelona 1995; Técnica, medicina y ética. La práctica del principio de res-
ponsabilidad. Paidós, Barcelona 1997. Él mantiene que hasta ahora la reflexión ética se ha
concentrado en la cualidad moral del acto momentáneo mismo, pero “ninguna ética
anterior tuvo que tener en cuenta las condiciones globales de la vida humana ni la exis-
tencia misma de la especie. Bajo el signo de la tecnología, la ecología, el mercado mun-
dial y en definitiva los procesos de mundialización, la ética tiene que ver con acciones de
un alcance causal que carece de precedentes y que afecta al futuro, a ello se añaden unas
capacidades de predicción, necesariamente incompletas pero que superan todo lo ante-
rior”. Técnica, medicina y…, o.c., 34.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 47
Enumerando dos ejemplos que han dado lugar a una nueva con-
ciencia global, los avances en biotecnología y el acceso a la informa-
ción, intentaremos mostrar a continuación la urgencia y radicalización
en la búsqueda de un marco nuevo para la justicia. Podríamos citar
también el problema ecológico, pero preferimos omitirlo por conside-
rar que está más ligado en su origen al desarrollo industrial del siglo
XIX que al desarrollo de las nuevas tecnologías sin las cuales no se
hubiese producido lo global.
Paradójicamente, cuanto más se diversifican e incrementan las
demandas de igualdad y de libertad en la actualidad, más desprotegi-
dos se encuentran los ciudadanos, dado que los estados nacionales no
pueden realizar como antes sus tareas tradicionales de proveer inte-
gración, seguridad y bienestar. La globalización contemporánea pro-
voca un incremento en la utilización de sistemas globales de informa-
ción. Ideas, servicios, bienes de consumo, palabras, imágenes y soni-
dos, entre otros, circulan por el mundo a velocidades increíbles. Para
Thurow, “desde el punto de vista tecnológico, los costos de transporte
y comunicación han bajado sustancialmente, y la velocidad con la cual
se viaja y se transmite ha aumentado exponencialmente. Esto ha hecho
posible crear nuevos sistemas de comunicaciones, dirección y control
dentro del sector empresarial. Los grupos de diseño e investigación se
pueden coordinar en diferentes partes del mundo; los componentes se
pueden fabricar en el lugar del mundo que sea más barato y enviar a
puestos de montaje que minimicen los costos totales. Los productos
armados se pueden despachar rápidamente hacia donde sean necesa-
rios a través de sistemas de flotas aéreas puntuales”85. Esta difusión de
85. THUROW, L., El futuro del capitalismo. Cómo la economía de hoy determina el mundo de
mañana. Vergara, Buenos Aires 1996, 129.
48 Bioética global, justicia y teología moral
86. Cf. BARROSO, P., “Bibliografía sobre ética de los medios de comunicación social y
de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación”: en Documentación de las
Ciencias de la Información 24 (2001) 397-438.
87. Cf. FUKUYAMA, F., El fin del hombre. Consecuencias de la revolución biotecnológica.
Ediciones B, Barcelona 2002. Sorprende que un autor como Francis Fukuyama, que ha
trabajado con ahínco como paladín de las doctrinas neoliberales, al servicio del “merca-
do global” que instaura el capitalismo contemporáneo, cuando repara en la importancia
de las biotecnologías y en lo arriesgado de sus consecuencias, vuelva su atención a los
Estados para que, en sus respectivos ámbitos y también mediante acuerdos internacio-
nales, hagan valer su poder mediante legislaciones que las regulen. O.c., 27 ss.
88. Cf. HABERMAS, J., El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?
Paidós, Barcelona 2002.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 49
mática y la biología las dos nuevas ciencias que en el último cuarto del
siglo XX y comienzos del siglo XXI están conformando la cultura glo-
bal. Así como la primera mitad del siglo XX quedó marcada por la pro-
fundización en el conocimiento de la materia, en lo que se ha llamado
la era atómico-nuclear, en la segunda mitad del siglo son la informática
y la biología molecular las que tienen la hegemonía en el mundo de la
telemática, de las comunicaciones, de la nueva medicina, de la tercera
revolución verde, etc. En estas disciplinas, la ciencia y la técnica tienen
un maridaje indisoluble: es la tecnociencia89, que cristaliza en el tecno-
cosmos. Ya Ortega y Gasset en su meditación de la técnica predijo, en
1933 en un curso dado en Santander, el papel de la técnica en la segun-
da mitad de siglo. Ortega definía la técnica como “la reforma que el
hombre impone a la naturaleza en vista de la satisfacción de sus nece-
sidades. Éstas, hemos visto, eran imposiciones de la naturaleza al hom-
bre. El hombre responde imponiendo a su vez un cambio en la natura-
leza. Es, pues, la técnica la reacción energética contra la naturaleza o cir-
cunstancia que lleva a crear entre éstas y el hombre una nueva natura-
leza puesta sobre aquélla, una sobrenaturaleza”90.
La década de los años setenta del siglo XX podemos llamarla como
década de la biotecnología. Desde muy antiguo la humanidad, sin
saberlo, ha utilizado los seres vivos para la obtención de bienes consu-
mibles en las fermentaciones del vino y del pan, la fabricación de que-
sos, etcétera. Los organismos vivos se utilizaban tal como los daba la
naturaleza. Sin embargo, las enzimas de restricción descubiertas por
Daniel Nathan y Hamilton Smith, enzimas que cortan el ADN dando
extremos adhesivos, posibilitaron la técnica del ADN recombinante.
Era posible cortar un trozo de la cadena ADN en el que se encuentra un
gen determinado e introducirlo en otro ADN de otro organismo vivo
que de ahora en adelante portará un gen foráneo incorporado. El hom-
bre había entrado en el sancta sanctorum de la vida91: el genio se había
escapado de la lámpara, puesto que se puede entrar en un genoma, cor-
tar la molécula del ADN, introducir genes extraños a la especie y, con-
89. Cf. HOTTOIS, G., Le paradigma bioéthique: Une éthique pour la technoscience. De
Boeck, Bruselas 1990; HICKMAN, L. A., John Dewey´s Pragmatic Technology. Indiana
University Press, Bloomington/Indianápolis 1990; Tehnology as a Human Affair. McGraw-
Hill, Nueva York 1990.
90. ORTEGA Y GASSET, J., Meditación de la técnica. Revista de Occidente, Madrid 1977, 32.
91. Cf. NOSSAL, G. J., Los límites de la manipulación genética. Gedisa, Barcelona 1988;
NEWELL, J., Manipuladores de genes. Pirámide, Madrid 1990.
50 Bioética global, justicia y teología moral
92. Cf. AA. VV., Introducción a la Biotecnología vegetal: Métodos y Aplicaciones. Publi-
caciones Obra Social y Cultural Cajasur, Córdoba 2001.
93. Cf. LACADENA, J. R., Genética y bioética. Universidad Pontificia Comillas/Desclée
de Brouwer, Madrid 2002, 15-51.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 51
100. Cf. AYALA, F. J., “The Biological Roots of Morality”: en Biology and Philosophy 3
(1987) 235-252.
101. La reverenciada obra de RAWLS, J., Teoría de la justicia. Publicada en 1971 en inglés,
se editó en 1978 y una segunda edición con correcciones en 1995, ambas por la editorial
FCE, está articulada sobre estos ejes fundamentales. Ideas que con matizaciones van a
estar presentes en posteriores escritos: Justicia como Equidad. Tecnos, Madrid 1986;
Liberalismo Político. FCE, México 1996. Como afirma Robert Nozick, “ahora los filósofos
políticos tienen que trabajar según la teoría de Rawls, o bien explicar por que no lo
hacen”. NOZICK, R., Anarquía, Estado y Utopía. FCE, México 1988, 183.
54 Bioética global, justicia y teología moral
102. “Podría decirse que la posición original es el statu quo inicial apropiado y que, en
consecuencia, los acuerdos fundamentales logrados en ella son justos. Esto explica lo
apropiado del nombre justicia como imparcialidad: transmite la idea de que los princi-
pios de la justicia se acuerdan en una situación inicial que es justa”. RAWLS, J., Teoría de
la Justicia, o.c., 25.
103. A modo de ejemplo tomado de la obra Genética y justicia, o.c., “Katherine y Bill con-
curren al mismo puesto directivo en una gran empresa. La solicitud de Katherine inclu-
ye un certificado de mejoramiento genético de Opti-Gene, el cual establece que su titular
ha adquirido un conjunto de servicios genéticos destinados a aumentar la memoria y
potenciar el sistema inmunológico. Bill, que no se puede permitir un mejoramiento gené-
tico, objeta que un contrato basado en la mejora genética supone una violación de la
igualdad de oportunidades: el trabajo debería adjudicarse en función del mérito.
Katherine replica que adjudicar el trabajo en función del mérito significa que el puesto
corresponde al mejor candidato, y ella es la mejor candidata, de manera que ¿dónde está
el problema?”, 3-4. La disputa Katherine-Bill no dista mucho de los problemas relativos
a la “igualdad de oportunidades” que durante largo tiempo se ha debatido en las dife-
rentes teorías de la Justicia. Tanto Katherine, que se ha visto favorecida por una mayor
atención a su salud y a su mente debido a una educación de clase media, como Bill, que
se ha favorecido menos debido a su pobreza y a circunstancias desfavorables, contarían
con defensores en el consabido debate sobre el sentido de la “igualdad de oportunida-
des” en un contexto de desigualdad social. Teniendo claro que Katherine heredó sus bue-
nas cualidades de los genes de sus padres y Bill sus defectos de los genes de los suyos,
la mayoría de los americanos diría: bien, son quienes son. Pero ciertos igualitaristas man-
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 55
tendrían que no merecen obtener ninguna ventaja de aquellos rasgos que tienen por
nacimiento. Mantendrían que de todos modos el trabajo probablemente debiera adjudi-
carse a Katherine, pero la estructura general de la sociedad, en lo que toca a recompensas
y oportunidades, debería modificarse de manera que proporcionase a Bill una ayuda adi-
cional. Los talentos de Katherine constituyen recursos sociales que deben emplearse
equitativamente en provecho de todos. Pero el espacio moral abierto por este caso no nos
es del todo familiar. La controversia entre Katherine y Bill también plantea algunas cues-
tiones que no se pueden abordar a partir de las teorías éticas actuales. Todas las teorías
éticas actuales establecen algún tipo de distinción entre el reino de la naturaleza o del
azar y el reino de la justicia. Aunque no queda claro dónde está la línea divisoria en cada
caso particular, parece como si nuestro sentido global de la vida dependiera de la exis-
tencia de dicha distinción. Algunas cosas que nos van mal son sólo tragedias, se encuen-
tran más allá del control humano; otras se podrían haber evitado o controlado con una
mejor planificación social y, de este modo, son propias del reino de la justicia social. Lo
que la historia de Katherine y Bill nos revela es que vivimos en un tiempo caracterizado
por “la colonización de lo natural por lo justo” y que muchas cosas que siempre se han
visto como accidentes inmutables ahora parece que las podemos cambiar gracias a la
ingeniería genética, y que tenemos incluso la obligación de cambiarlas.
56 Bioética global, justicia y teología moral
104. SEN, A., “How To Judge Globalism”: en The American Prospect 2002, 2-6.
105. Ibid., 6.
106. MELUECI, A., Vivencia y convivencia. Teoría social para una era de la información.
Trotta, Madrid 2001, 54.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 57
107. HELD, D., “La globalización tras el 11 de septiembre”: en El País, 8 de julio de 2002.
58 Bioética global, justicia y teología moral
108. Cf. GARCÍA ROCA, J., “La globalización. Entre el ídolo y la promesa”: en Éxodo 39
(1997) 35-42.
109. Cf. “¿Crecimiento económico para propiciar el desarrollo humano?”: en Informe
Sobre Desarrollo Humano (PNUD) ONU 1996. Mundi Prensa, Nueva York 1996. Está dedi-
cado a analizar el carácter y los grados de fortaleza de los vínculos entre crecimiento eco-
nómico y Desarrollo Humano sostenible en los países. Se llega a la conclusión que el cre-
cimiento económico por si solo no garantiza el desarrollo humano, si bien se necesitará
mas desarrollo económico, se deberá prestar atención a la estructura y la calidad del cre-
cimiento para que esté orientado al apoyo del desarrollo humano, reducción de la pobre-
za y sostenibilidad.
110. Cf. “Cambiar las actuales pautas del consumo para el desarrollo humano del futu-
ro”: en Informe Sobre Desarrollo Humano (PNUD) ONU 1998. Mundi Prensa, Nueva York
1998. El informe examina el consumo desde la perspectiva del Desarrollo Humano y
ofrece un panorama extenso de los patrones del consumo actual. Llama la atención res-
pecto a que, pese a un aumento notable en el consumo en muchos países, más de mil
millones de personas en todo el mundo carecen de la oportunidad de consumir de mane-
ra que les permita satisfacer sus necesidades más elementales. Señala que algunos aspec-
tos del consumo actual están socavando las perspectivas de un desarrollo sostenible y
plantea los retos futuros y un programa de acción para el logro de un consumo sosteni-
ble para el siglo XXI.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 59
111. Cf. “La globalización con rostro humano”: en Informe Sobre Desarrollo Humano
(PNUD) ONU 1999. Mundi Prensa, Nueva York 1999.
112. Cf. “Derechos humanos y desarrollo humano”: en Informe Sobre Desarrollo Humano
(PNUD) ONU 2000. Mundi Prensa, Nueva York 2000.
113. Cf. “Poner el adelanto tecnológico al servicio del desarrollo humano”: en Informe
Sobre Desarrollo Humano (PNUD) ONU 2001. Mundi Prensa, Nueva York 2001.
60 Bioética global, justicia y teología moral
sobre aspectos importantes del desarrollo. • El Índice de Pobreza Humana (IPH) de los paí-
ses ricos, que los clasifica en función de sus niveles nacionales de pobreza, analfabetismo, desem-
pleo y esperanza de vida. Suecia es el primer país de la lista, mientras que Estados Unidos
aparece en último lugar. El Informe pone de manifiesto que Suecia, a pesar de contar con
unos ingresos per cápita inferiores a los ingresos de los Estados Unidos, tiene, por tér-
mino medio, menos adultos analfabetos funcionales que los Estados Unidos y menos
pobres. Este Índice pone de manifiesto que incluso en países con ingresos medios y altos,
las injusticias perduran. • El Índice de Potenciación de Género (IPG), que mide la participación
de la mujer en los ámbitos políticos y económicos. Los datos del IPG de este año revelan que
la discriminación contra las mujeres se mantiene a pesar de una alta clasificación en el
Índice del Desarrollo Humano. Muchos países pobres obtienen mejores resultados que
otros mucho más ricos. En términos de participación e inclusión, las mujeres figuran
mejor en Botswana, Costa Rica y Namibia que en Grecia, Italia y Japón. “En los países
muy desarrollados, el IPG y el IPH son medidas mucho más significativas del desarrollo
humano que el Índice general del Desarrollo Humano en sí”, comenta la principal auto-
ra del informe Sakiko Fukuda-Parr. “Estos índices ponen de manifiesto que dos países
pueden tener una clasificación similar en cuanto al desarrollo humano, pero enormes
diferencias en la proporción de ciudadanos excluidos y sin oportunidades”.
117. Para el año 2015, los 189 Estados Miembros de las Naciones Unidas se han com-
prometido a: 1– Erradicar la pobreza extrema y el hambre: • Reducir a la mitad el por-
centaje de personas cuyos ingresos sean inferiores a un dólar por día. • Reducir a la
mitad el porcentaje de personas que padecen hambre. 2– Lograr la enseñanza primaria
universal: • Velar por que todos los niños y niñas puedan terminar un ciclo completo de
enseñanza primaria. 3– Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la
mujer: • Eliminar las desigualdades entre los géneros en la enseñanza primaria y secun-
daria, preferiblemente para el año 2005, y en todos los niveles de la enseñanza para 2015.
4– Reducir la mortalidad infantil: • Reducir en dos terceras partes la tasa de mortalidad
de los niños menores de 5 años. 5– Mejorar la salud materna: • Reducir la tasa de mor-
talidad materna en tres cuartas partes. 6– Combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras
enfermedades: • Detener y comenzar a reducir la propagación del VIH/SIDA. • Detener
y comenzar a reducir la incidencia del paludismo y otras enfermedades graves. 7–
Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente: • Incorporar los principios de desarro-
llo sostenible en las políticas y los programas nacionales; invertir la pérdida de recursos
del medio ambiente. • Reducir a la mitad el porcentaje de personas que carecen de acce-
62 Bioética global, justicia y teología moral
118. En la Cumbre del Milenio auspiciada por Naciones Unidas y celebrada en sep-
tiembre de 2000, 147 líderes mundiales adoptaron un pacto mundial conocido como los
Objetivos de Desarrollo del Milenio. Dichos Objetivos fueron refrendados en la
Conferencia de Monterrey sobre Financiación para el Desarrollo. En junio de 2003,
durante la cumbre del Grupo de los Ocho celebrada en Evian (Francia), los líderes de las
naciones más ricas del mundo reiteraron su apoyo a los Objetivos de Desarrollo del
Milenio. El Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, instó públicamente a los
líderes del G8 a dar “prioridad a los asuntos relacionados con la pobreza y el desarrollo,
que son de primordial importancia para la gran mayoría de la población mundial.” Los
ocho Objetivos –que son ocho compromisos específicos para invertir la expansión de la
pobreza y el hambre para 2015– están respaldados por un plan de acción compuesto por
18 metas cuantificables para combatir la pobreza, el hambre, la enfermedad, el analfabe-
tismo, la degradación medioambiental y la discriminación de la mujer. Los Objetivos
también asignan responsabilidades claras a los países ricos en el suministro de más ayu-
da, el desarrollo de condiciones de comercio más justas y un alivio significativo de la
deuda de los países en desarrollo. El Informe sobre el Desarrollo Humano 2003 del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo proporciona el análisis más com-
pleto hasta la fecha de la situación de esta campaña mundial así como de las reformas
políticas concretas y los compromisos de recursos necesarios para que los objetivos se
conviertan en realidad en el año 2015. Pero los desafíos son grandes: Más de 1.000 millo-
nes de personas todavía luchan por sobrevivir con menos de un dólar diario. Según el
Informe sobre el Desarrollo Humano 2003, la mayoría de ellos tampoco tiene acceso a los
servicios de salud básicos ni al agua potable. A nivel mundial, un niño de cada cinco no
termina la escuela primaria; En gran parte del mundo en desarrollo, la pandemia del
VIH/SIDA sigue extendiéndose desenfrenadamente: en 2001, más de 14 millones de
niños perdieron a uno o a ambos de sus padres debido a la enfermedad y se espera que
el número de huérfanos del SIDA se duplique para el año 2010; Casi 800 millones de per-
sonas, el 15% de la población mundial, padece hambre crónica. La comunidad interna-
64 Bioética global, justicia y teología moral
cional, en el marco de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, se esfuerza por reducir
este porcentaje a la mitad para el año 2015, pero si esta tendencia continúa, Asia
Meridional y el África Subsahariana no alcanzarán esta meta; Un niño del África
Subsahariana sólo tiene una posibilidad entre tres de terminar la escuela primaria. Y uno
de cada cuatro niños en edad escolar de Asia Meridional no recibe educación; Todos los
años, medio millón de mujeres mueren durante el embarazo o el parto; es decir, cada día
muere una mujer por minuto debido a esas causas. En el África Subsahariana una mujer
tiene 100 veces más posibilidades de morir durante el embarazo o el parto que una mujer
en Europa Occidental. Según el PNUD, estas tendencias negativas pueden revertirse si
existe voluntad política en los países en desarrollo y nuevos compromisos financieros y
políticas comerciales por parte de los países más ricos. Los líderes del mundo en desa-
rrollo están de acuerdo en que los Objetivos de Desarrollo del Milenio representan la
mejor oportunidad para sacar a cientos de millones de personas de la pobreza, el analfa-
betismo y la enfermedad.
119. Cf. SINGER P., One World: The Ethics of Globalization. Yale University Press, New
Haven 2002, 51-90; YONG, J. et al., Dying for Growth: Global Inequality and the Health of the
Poor. Common Courage Press, Monroe 2000.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 65
122. El 12 de julio de 1974, el Presidente de los Estados Unidos firmó un proyecto de ley
que ha venido a ser conocida como National Research Act (la Ley Nacional para la
Investigación Científica). La nueva ley creaba una comisión encargada de estudiar las
cuestiones éticas relativas a la investigación científica en los campos de la biomedicina y
de las ciencias de la conducta (National Commission for the Protection of Human Subjects of
Biomedical and Behavioral Research). La creación de la Comisión respondía, al menos en
parte, a la conmoción de la opinión pública por la revelación de algunos de los abusos
cometidos por los investigadores en el manejo de los sujetos humanos en sus experi-
mentos. La Comisión tenía la misión de revisar la normativa del Gobierno Federal a pro-
pósito de la investigación científica, con el fin de proteger los derechos y el bienestar de
los sujetos humanos. La tarea asignada a la Comisión no se limitaba a la identificación
de los posibles abusos. Los comisionados tenían, además, la misión de formular princi-
pios generales que pudiesen guiar la investigación futura en biomedicina y en las cien-
cias de la conducta. La Comisión identificó tres principios generales fundamentales: 1)
respeto por las personas, 2) beneficencia y 3) justicia. Estos principios aparecieron en el
informe de la Comisión, conocido como el Informe Belmont –Belmont Report–, que se
publicó en 1978. Cf. SPICER, C. M., “Introduction”: en Kennedy Institute of Ethics Journal
5 (1995) VII; JONSEN, S.,/TOULMIN, A. R., The Abuse of Casuistry. A History of Moral
Reasoning. University of California Press, Berkeley 1988, 16-19.
123. La primera edición Principles of Biomedical Ethics de BEAUCHAMP y CHILDRESS
publicada por Oxford University Press es del año 1979. En la actualidad ya existe traduc-
ción al castellano de la 4ª edición: Principios de ética biomédica. Masson, Barcelona 1999, don-
de muchas de las críticas realizadas a la 1ª edición han sido corregidas y matizadas.
124. La mejor obra para ver la historia de los grandes principios de la bioética en espa-
ñol es la de GRACIA, D., Fundamentos de bioética. Eudema, Madrid 1989.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 67
125. Cf. KIRK, G. S., Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid 2000.
126. Cf. FERRATER MORA, J., “Sofistas”: en Diccionario de Filosofía. Ariel, Barcelona
2001, 3337-3341.
68 Bioética global, justicia y teología moral
127. “Aquello que desde el principio, cuando fundábamos la ciudad, afirmábamos que
había que observar en toda circunstancia, eso mismo o una forma de eso es, a mi pare-
cer, la justicia. Y lo que establecimos y repetimos muchas veces, si bien te acuerdas, es
que cada uno debe atender a una sola de las cosas de la ciudad: a aquello para que su
naturaleza esté mejor dotada. –En efecto, eso decíamos. –Y también, de cierto, oíamos
decir a otros muchos y dejábamos nosotros sentado repetidamente que el hacer cada uno
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 69
lo suyo y no multiplicar sus actividades era la justicia. –Así de cierto lo dejamos sentado.
–Esto, pues, amigo –dije–, parece que es en cierto modo la justicia: el hacer cada uno lo
suyo. (...) lo que faltaba en la ciudad después de todo eso que dejamos examinado –la
templanza, el valor y la prudencia–, es aquello otro que a todas tres da el vigor necesa-
rio a su nacimiento y que, después de nacidas, las conserva mientras subsiste en ellas. Y
dijimos que si encontrábamos a aquellas tres, lo que faltaba era la justicia”. PLATÓN,
República, Gredos, Madrid 1988, 433 a-b.
128. Ibid., 338c.
70 Bioética global, justicia y teología moral
129. Cf. LLEDÓ, E., “Aristóteles y la ética de la polis”: en CAMPS. V., Historia de la ética
I. Crítica, Barcelona 1988, 136-204.
130. Cf. AUBENQUE, P., La prudencia en Aristóteles. Crítica, Barcelona 1999.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 71
137. Cf. CORTINA, A., Alianza y Contrato. Trotta, Madrid 2001, 17-19; también he anali-
zado el tema en ALARCOS, F. J., Para vivir la ética en la vida pública. Verbo Divino, Estella
1999, 16-39.
138. LOCKE, J., Ensayo sobre el gobierno civil. Alba, Madrid 1990, 4-5.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 73
139. Ibid.,77.
140. Ibid., 87.
141. Cf. TOUCHARD, J., Historia de las ideas políticas II. Tecnos, Madrid 1990, 45-56.
142. Cf. ROUSSEAU, J. J., El contrato social. FCE, México 1962 (lib. I, cap. VI.).
74 Bioética global, justicia y teología moral
altruistas. Ello dará lugar al estado liberal en el que por encima de todo
lo que habrá que salvar será la soberana libertad del individuo, formula-
do por J. Stuart Mill en su ensayo Sobre la libertad146. La justicia, tal y como
será entendida por Nozick147, no se aparta mucho de esta visión donde lo
justo es lo que se obtiene mediante una conducta legítima, haciendo de
la libertad de elección uno de los fundamentos de la misma.
Justo por las mismas fechas en las que el modelo liberal de justicia
empezaba a diseñarse, el filosofo de Königsberg, Immanuel Kant, está
despertando “del sueño dogmático”148 de la mano de David Hume. El
mera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en la ganancia pro-
pia; pero en éste como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un
fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no
entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la socie-
dad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios. No son muchas las cosas
buenas que vemos ejecutadas por aquellos que presumen de servir sólo el interés públi-
co. Pero ésta es una afectación que no es muy común entre comerciantes, y bastan muy
pocas palabras para disuadirlos de esa actividad”. SMITH, A., Investigación sobre la natu-
raleza y causas de la riqueza de las naciones. FCE, México 1979,402 (La cursiva es nuestra).
146. “El objeto de este ensayo es el de proclamar un principio muy sencillo encaminado
a regir de modo absoluta la conducta de la sociedad en relación con el individuo, en todo
aquello que suponga imposición o control, bien se aplique la fuerza física, en forma de
penas legales, o la coacción moral de la opinión pública. Tal principio es el siguiente: el úni-
co objeto que autoriza a los hombres, individual o colectivamente, a turbar la libertad de
acción de cualquiera de sus semejantes, es la propia defensa; la única razón legítima para
usar de la fuerza contra un miembro de una comunidad civilizada es la de impedirle per-
judicar a otros; pero el bien de este individuo, sea físico, sea moral, no es razón suficiente.
Ningún hombre puede, en buena lid, ser obligado a actuar o a abstenerse de hacerlo, por-
que de esa actuación o abstención haya de derivarse un bien para él, porque ello le ha de
hacer más dichoso, o porque, en opinión de los demás, hacerlo sea prudente o justo. Estas
son buenas razones para discutir con él, para convencerle o para suplicarle, pero no para
obligarle a causarle daño alguno si obra de modo diferente a nuestros deseos. Para que esta
coacción fuese justificable, seria necesario que la conducta de este hombre tuviese por obje-
to el perjuicio de otro. Para aquello que no le atañe más que a él, su independencia es, de
hecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su espíritu, el individuo es soberano”.
STUART MILL, J., Sobre la libertad. Orbis, Barcelona 1985, 41.
147. Cf. NOZICK, R., Anarquía, Estado…, o.c.,.
148. “Confieso con toda el alma que a la advertencia dada por David Hume es a lo que
debo haber salido hace ya muchos años del sueño dogmático y el haber dado a mis
investigaciones filosóficas en el campo de la especulación una dirección completamente
nueva...Me aseguré, pues, antes que todo, de si podía generalizarse la objeción de Hume,
y no tardé en darme cuenta de que el concepto de enlace y de efecto no era ni con mucho
el único de que se sirve el entendimiento en sus enlaces a priori de las cosas, y que de tal
modo es así que la metafísica entera depende de nociones de este género. Traté de ase-
gurarme de su número, y cuando lo conseguí, partiendo de un principio único, pasé a la
deducción de estas nociones, cuando entonces me hube asegurado que éstas no son la
experiencia, como había temido Hume, sino que provenían del entendimiento puro”.
KANT, I., Prolegómenos a toda metafísica futura. El Ateneo, Buenos Aires 1950, 581-582.
76 Bioética global, justicia y teología moral
149. “La autonomía de la voluntad es el estado por el cual ésta es una ley para sí mis-
ma, independientemente de cómo están constituidos los objetos del querer. En este sen-
tido, el principio de la autonomía no es más que elegir de tal manera que las máximas de
la elección del querer mismo sean incluidas al mismo tiempo como leyes universales... El
citado principio de autonomía es el único principio de la moral, pues de esta manera se
halla que debe ser un imperativo categórico. ... Cuando la voluntad busca la ley que ha
de determinarla en algún otro lugar diferente a la aptitud de sus máximas para su pro-
pia legislación universal y, por lo tanto, sale fuera de sí misma a buscar esa ley en la cons-
titución de alguno de sus objetos, se produce entonces, sin lugar a dudas, heteronomía”.
KANT, I., Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Espasa, Madrid 1994, 119-120.
150. “Es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la guía de otra perso-
na. Uno es autoculpable de esta minoría de edad cuando la causa de la misma no radica
en la falta de entendimiento, sino en la falta de decisión y valentía para servirse de sí mis-
mo sin la guía de otra persona”. KANT, I., Respuesta a la pregunta: ¿qué es la Ilustración?:
en KANT, I., Filosofía de la Historia. México 1978, 27.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 77
151. KANT, I., Crítica de la Razón Práctica. Porrúa, México 1972, 109.
152. KANT, I., La Metafísica de las Costumbres, o.c., 241.
153. La obra de Rawls, por ejemplo, una de las obras más lúcidas y políticamente fecun-
das del pensamiento político contemporáneo, es tributaria de esos rasgos que, con tanta
lucidez y sin ninguna estridencia, expuso y defendió Kant. Rawls sugiere que podemos
convenir racionalmente en un diseño para nuestras instituciones sociales básicas, sobre
la base de preguntarnos qué habríamos convenido si hubiéramos diseñado nuestras ins-
tituciones mediante un acuerdo que satisficiera condiciones de imparcialidad. En condi-
ciones de imparcialidad, piensa Rawls, seres racionales y autointeresados habrían con-
venido en el principio de igual ciudadanía y en el principio de diferencia. La idea de un
contrato alcanzado en esas condiciones, lo que Rawls denomina posición original, y
cuyas características se derivan de una cierta concepción de la persona, es, como el pro-
pio Rawls lo reconoció, una idea kantiana, que permite que los hombres y las mujeres
podamos convenir un cierto diseño de nuestras instituciones básicas sin, por ello, trans-
gredir la extrema variabilidad que es capaz de asumir una vida humana consciente de sí
misma. Una vida que es racional, o sea, capaz de perseguir intereses genuinos y planes
de vida originales, pero que, a la vez, es razonable, o sea, capaz de comprender que sus
acciones deben compatibilizarse con la igual posibilidad de otras vidas humanas esta
idea que compatibiliza la posibilidad de deliberación moral con una amplia admisión de
la diversidad, es una idea rawlsiana cuya inspiración se debe a la figura sencilla de Kant.
Cf. RAWLS, J., “El Constructivismo kantiano en la Teoría Moral”: en Justicia como
Equidad, o.c., 209-263.
78 Bioética global, justicia y teología moral
154. En el mismo sentido, una opinión crítica del liberalismo como la de Agnes Heller,
valora las cualidades excepcionales de la moralidad kantiana para una democracia radi-
cal: “Vamos a hacer abstracción por un momento de las categorías del sistema kantiano
para dejar constancia de que su filosofía moral puramente formal, que ‘disuelve’ al indi-
viduo en la idea de la especie humana, es la única ética democrática consecuente posible
en un mundo que –aunque tal vez no de un modo tan homogéneo como Kant pensaba–
efectivamente está regido por los intereses, en un mundo en el que el desarrollo de la
riqueza de la especie deprava realmente al individuo, en el que hay unas posibilidades
tan dispares para el desarrollo de las capacidades de cada cual, en el que la ‘aristocracia’
de nacimiento y de aptitudes determina tan decisivamente el ámbito de libertad de
movimiento reservado al hombre, en el que las condiciones del conocimiento son tan
variables, en una palabra en un mundo de desigualdad radical”. Cf. AGNES, H., Las
Antinomias Morales de la Razón. Península, Barcelona 1984, 36.
155. “El credo que acepta la Utilidad o Principio de la Mayor Felicidad como funda-
mento de la moral, sostiene que las acciones son justas en la proporción con que tienden
a promover la felicidad; e injustas en cuanto tienden a producir lo contrario de la felici-
dad. Se entiende por felicidad el placer, y la ausencia de dolor; por infelicidad, el dolor y
la ausencia de placer. Para dar una visión clara del criterio moral que establece esta teo-
ría, habría que decir mucho más particularmente, qué cosas se incluyen en las ideas de
dolor y placer, y hasta qué punto es ésta una cuestión patente. Pero estas explicaciones
suplementarias no afectan a la teoría de la vida en que se apoya esta teoría de la morali-
dad: a saber, que el placer y la exención de dolor son las únicas cosas deseables como
fines; y que todas las cosas deseables (que en la concepción utilitaria son tan numerosas
como en cualquier otra), lo son o por el placer inherente a ellas mismas, o como medios
para la promoción del placer y la prevención del dolor.” STUART MILL, J., Sobre la liber-
tad, o.c., 141.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 79
156. “El principal argumento persuasivo a favor del utilitarismo ha sido que los dicta-
dos de cualquier ética deontológica, en determinadas ocasiones, van a llevar siempre a
una situación de sufrimiento que, de aplicarse los principios utilitaristas, podría haberse
evitado. Así, si el moralista deontológico dice que han de cumplirse siempre las prome-
sas (o, incluso, como sostiene Ross, dice que existe un deber prima facie de cumplirlas),
podemos ponerle en una situación como la siguiente, conocida como “la promesa de la
isla desierta”: He prometido a un hombre en trance de morir en una isla desierta, de la
que sólo yo he sido rescatado, que entregaría su tesoro escondido al Club de Jockey de
Australia del Sur. Al volver a mi país, lo entrego al Royal Adelaide Hospital, que, vamos
a suponer, lo necesita con urgencia para adquirir un nuevo aparato de rayos X. ¿Puede
alguien negar que he obrado correctamente sin tener que cargar con la acusación de que
no he mantenido mis promesas? (Recuérdese que sólo yo conocía aquella promesa, y por
tanto mi acción, en este caso, no va a contribuir a debilitar la confianza en la institución
social de la promesa). ¡Pensemos en cuántas personas que morirían por dolorosos tumo-
res pueden haberse salvado por el tesoro de la isla desierta!”. SMART, J. J. C., “An
Outline of a System of Utilitarian Ethics”: en SINGER, P., Ethics. Oxford University Press,
Oxford-Nueva York 1944, 318.
157. PLATÓN, La República, o.c., Libro VI-504e.
80 Bioética global, justicia y teología moral
dulidad) de la justicia más allá de los límites del Estado ha sido seguido
con fe por los filósofos subsiguientes que se han dedicado al tema de la
justicia. Lo que llama poderosamente la atención es que durante tanto
tiempo no se haya siquiera considerado la justicia de la distribución de
la riqueza en el mundo como un todo158. En la antigüedad, el descuido
del tema de la distribución internacional podía excusarse por dos razo-
nes. En primer término, los medios de redistribución eran débiles. En
segundo lugar, las noticias viajaban lentamente y las provisiones aún
más despacio. Hace sólo dos siglos atrás Adam Smith podía escribir:
“Sea cual fuere el interés que tengamos en la fortuna de aquellos con
quienes no estamos familiarizados o conectados, y que se ubican fuera de
la esfera de nuestra actividad, sólo puede producirnos ansiedad sin de
ninguna manera producirles ventaja alguna. ¿Con qué propósito deberí-
amos preocuparnos por el mundo en la Luna? Todos los hombres, aun
aquellos que están a la mayor distancia, nos desean lo mejor y nuestros
mejores deseos también les ofrecemos naturalmente. Pero si a pesar de
esto fueran desafortunados, ponernos ansiosos por ello no parece ser
parte de nuestro deber. Que estemos poco interesados, en consecuencia,
por la fortuna de aquellos a los que no podemos ni servir ni dañar, y que
están en todos los aspectos tan remotos con respecto a nosotros, parece
una orden sabia de la Naturaleza; y si fuera posible alterar la constitución
original de nuestro marco, aun no ganaríamos nada con el cambio”159.
158. El primer tratamiento extenso de este tema por parte de un filósofo político data de
una fecha tan tardía como 1979. Cf. BEITZ, C. S., Political Theory and International
Relations. Princeton University Press, Princeton N.J. 1979.
159. Cf. SMITH, A., Teoría de los sentimientos morales. Alianza, Madrid 1997.
82 Bioética global, justicia y teología moral
160. “La globalización está creando una interdependencia mayor, pero el mundo pare-
ce cada vez más fragmentado entre ricos y pobres, poderosos e impotentes, y entre aque-
llos que se felicitan por la nueva economía mundial y otros que piden que se tome un
camino distinto”. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo 2002 (PNUD). Mundi
Prensa, Nueva York 2002, 1.
Marco contextual para una bioética global desde la justicia 83
161. Cf. VERA, J. M., La Bioética. Una disciplina adolescente. Monografía del Instituto
Milenio de Estudios Avanzados en Biología Celular y Biotecnología, Santiago Chile
2001, 22.
162. Cf. HOTTOIS, G., Essais de philosophie bioéthique et biopolitique. Vrin, París 1999.
CAPÍTULO SEGUNDO
I. INTRODUCCIÓN
11. HELD, D. et. al, Global Transformations. Politics, Economics and Culture. Polity Press,
Cambridge 1999, 16; “La globalización”: en Papeles de Cuestiones Internacionales 71 (2000)
25-34.
12. HELD, D.,/ McGREW, A.,/ GOLDBLATT, D.,/ PERRATON, J., Che cos´è la globa-
lizzazione. Asterios Editore, Trieste 1999, 7.
13. PNUD, Informe sobre desarrollo humano 1999. Ediciones Mundi-Prensa, Madrid 1999, I.
14. Cf. ROBERTSON, R., Globalizzazione. Teoria sociale e cultura globale. Asterios, Trieste
1999, 23.
15. Cibernética, vocablo derivado del griego “kybernetes”, piloto. Expresión empleada
por el matemático Norbert Wiener en 1948 para referirse al gobierno y control de apara-
tos y máquinas, que mediante servomecanismos o procedimientos electrónicos efectúan
automáticamente cálculos complicados u otras operaciones. Actualmente, el término se
encuentra en cierto desuso en los medios de comunicación, pero no en el mundo cientí-
fico. Cf. TAMAMES, R.,/ GALLEGO, S., Diccionario de economía y finanzas de la COPE.
Alianza Editorial/Ciencias de la Dirección, Madrid 1995.
16. Cf. LORING, J., “La Globalización como cambio cultural: más allá del capitalismo y
del nacionalismo”: en Revista de Fomento Social 55 (2000) 247-269; EDITORIAL, “Globaliza-
ción integradora vs. Globalización excluyente”: en Revista de Fomento Social 55 (2000) 143-
160. La editorial parte de un intento de clarificación conceptual de la globalización; se tra-
ta de un concepto polisémico, necesitado de clarificación y en el que es preciso distinguir
matices diferentes. Se dedica un apartado específico a la relación entre globalización y libe-
ralización de los mercados a escala mundial. A continuación se aborda una valoración éti-
ca de este complejo fenómeno y se proponen algunas medidas para intentar “gestionar” la
globalización introduciendo en el proceso criterios racionales y de equidad. Los autores
concluyen afirmando que es necesario someterla a control para que no conduzca a la
exclusión sino a la integración; ello implica promover proyectos de intervención global que
garanticen un trato preferencial a los “perdedores” de la globalización.
90 Bioética global, justicia y teología moral
que lo que ocurre, lo que se decide y lo que se hace en una región del
mundo puede llegar a tener significado, consecuencias y riesgos para
los individuos y comunidades de cualquier región del globo. La capa-
cidad de funcionar como unidad, en tiempo real a escala planetaria,
forma parte constitutiva de lo global y lo diferencia de otros vocablos
como internacional o transnacional17. La globalización se ha convertido
en la nueva “conexión compleja”, evidente en todas partes del mundo,
frente a la “conexiones simples” de las sociedades tradicionales18.
Como afirma Sztompka, “la sociedades antiguas han vivenciado un
complejo mosaico de unidades sociales, que vivían frecuentemente
aisladas y eran extremamente diversificadas. Había múltiples entida-
des políticas separadas que iban desde las hordas, las tribus, los rei-
nos, los imperios, hasta la forma relativamente reciente de domina-
ción, que son los Estados-nación. Había economías independientes,
cerradas, autárquicas, y había variadas culturas indígenas que conser-
vaban sus identidades únicas, a menudo mutuamente intraducibles e
inconmensurables. (...) La sociedad presente muestra un cuadro com-
pletamente diferente”19.
Actualmente se observa no sólo una integración global, sino una
interdependencia que alcanza a prácticamente todos los aspectos de
vida social: en la economía, la política, la ecología, la comunicación, la
cultura, e incluso en los saberes y valores humanos. A la vez, el térmi-
no “globalización” tiene hoy numerosos matices y su connotación
varía de acuerdo con la perspectiva interpretativa. En los últimos años
pasó a ser empleado de forma más intensa, vulgarizándose y ganando
adeptos en los campos de la política, del comercio, de la enseñanza y
en la prensa, para después generalizarse ante el uso cotidiano de los
ciudadanos. Fue asociado a otros términos como integración, moder-
nidad, postmodernidad y mercado, hasta adquirir un fuerte acento
28. Cf. FERRER, A., Historia de la Globalización: Orígenes del Orden Económico Mundial.
FCE, Buenos Aires 1996. Según Aldo Ferrer la observación de esos acontecimientos reve-
la que “la globalización del orden mundial tiene precedentes históricos de consecuencias
comparables o aun mayores que las de la actualidad. La conquista de América y la escla-
vitud marcaron para siempre las estructuras sociales de las civilizaciones desarrolladas
en este hemisferio. La ocupación europea del Nuevo Mundo provocó, en el siglo XVI, la
mayor catástrofe demográfica de todos los tiempos. La esclavitud, a su vez, imprimió
huellas indelebles en la composición étnica y la estratificación social en la población ame-
ricana”. O.c.,14-15.
29. Cf. SEN, A., “How to Judge Globalism”: en The American Prospect, 2002, 2-6.
30. Cf. GONZALEZ, N., “Factores globalizadores en la historia del siglo XX”: en
BLANCH, A. (ED.) Luces y sombras de la globalización. Universidad Pontificia Comillas,
Madrid 2000, 19-63; HELD, D. et. al., Global Transformations. Politics, Economics and Culture.
Polity Press, Cambridge 1999, 414-430.
94 Bioética global, justicia y teología moral
35. GIDDENS, A., Consecuencias de la modernidad. Alianza, Madrid 1994, 17-20; 67-69.
36. “La excesiva dependencia que los sociólogos han depositado en la noción de
“sociedad”, cuando ésta significa un sistema delimitado, debería ser reemplazada por un
punto de partida en el que se concentre el análisis de cómo está ordenada la vida social
a través del tiempo y el espacio, es decir, en la problemática del distanciamiento entre
tiempo y espacio. El marco conceptual del distanciamiento espacio-temporal dirige
nuestra atención a las complejas relaciones entre la participación local (circunstancias de
co-presencia) y la interacción a través de la distancia. En la era moderna, el nivel de distan-
ciamiento entre tiempo-espacio es muy superior al registrado en cualquier período pre-
cedente, y las relaciones entre formas sociales locales o distantes y acontecimientos, se
“dilatan”. La mundialización se refiere principalmente a ese proceso de alargamiento en
lo concerniente a los métodos de conexión entre diferentes contextos sociales o regiones
que se convierten en una red a lo largo de toda la superficie de la tierra. La mundializa-
ción puede por tanto definirse como la intensificación de las relaciones sociales en todo
el mundo por las que se enlazan lugares lejanos, de tal manera que los acontecimientos
locales están configurados por acontecimientos que ocurren a muchos kilómetros de dis-
tancia o viceversa. Este es un proceso dialéctico puesto que esos acontecimientos locales
pueden moverse en dirección inversa a las distantes relaciones que les dieron forma. La
transformación local es parte de la mundialización y de la extensión lateral de las cone-
xiones a través del tiempo y espacio”. Ibid., 66-67.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 97
37. Cf. GIDDENS, A., “Vivir en una Sociedad Postradicional”: en BECK, U.,/LASH,
S.,/GIDDENS, A., Modernización Reflexiva: Política, Tradición, Estética en el Orden Social
Moderno. Alianza, Madrid 1997, 75-136.
98 Bioética global, justicia y teología moral
dencia global. Ochenta años después se vive una tensión mucho mayor,
en un mercado expandido, con mayor velocidad y mayor alcance. Basta
decir que algunos inversores aislados, como los gigantescos fondos de
pensiones norteamericanos, controlan individualmente sumas superio-
res a cien mil millones de dólares en el mercado internacional, dinero
suficiente para desestabilizar las economías de países medios. En un
movimiento brusco, estos gigantes del mercado de capitales pueden lle-
var a la caída una bolsa local y provocar un “efecto dominó”, ocasio-
nando una desbandada de inversores. El resultado puede ser una crisis
local –de un país– o regional, cuyas consecuencias son ya conocidas:
aumento del desempleo, agudización de las tensiones sociales, necesi-
dad de ayuda externa –más endeudamiento–, entre otras.
Es en la dimensión económica donde se pueden mostrar los ejem-
plos más claros y observables. No obstante, la relación global/local
transcendió hace mucho la esfera económica y política, llegando una
intercorrelación de causalidad que afecta a casi todas las dimensiones
de la vida humana. Lo local pasa a someterse a lo global. Compren-
demos cada vez más –y por eso nos sentimos indefensos– que somos
parte de esta misma naturaleza integrada y contaminada industrial-
mente de un mismo mundo que, virtualmente o no, hace, por una
razón u otra, que los españoles y los chinos, o los rusos y los brasileños,
se sientan más próximos. Todos estamos compartiendo la “sociedad del
riesgo global”38. La transformación técnico-industrial, la fusión de los
mercados, la manipulación biológica, el desarrollo competitivo, los
patrones uniformizantes de consumo, la “mente única”, todo eso nos
afecta, desde fuera –muchas veces desde muy lejos– hasta nuestro país,
nuestra ciudad, nuestra comunidad.
38. Cf. BECK, U., La sociedad de riesgo: hacia una nueva modernidad. Paidós, Barcelona
1998; La sociedad del riesgo global. Siglo XXI, Madrid 2002.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 99
43. Ideas que han sido criticadas por Amatya Sen con estos términos: “Rechazar la glo-
balización de la ciencia y la tecnología porque representan la influencia y el imperialis-
mo occidentales no sólo significa prescindir de contribuciones globales –provenientes de
muchas partes del mundo– que se hallan sólidamente ancladas en las así llamadas cien-
cia y tecnologías occidentales, sino que redunda en una práctica bastante estúpida, dada
la dimensión con la que el mundo entero se puede beneficiar de ellas”. SEN, A., o.c., 5.
44. Cf. WALLERSTEIN, I., El Moderno Sistema Mundial. (Vol. I): La Agricultura Capita-
lista y los Orígenes de la Economía-Mundo Europea en el Siglo XVI. Siglo XXI, Madrid 1979
(orig.: The Modern World-System. I. Capitalist Agriculture and the Origins of the European
World-Economy in the Sixteenth Century. Academic Press, New York, 1974); El Moderno
Sistema Mundial. (Vol. II): El Mercantilismo y la Consolidación de la Economía-Mundo
Europea 1600-1750. Siglo XXI, Madrid 1984 (orig.: The Modern World-System. II. Mer-
cantilism and the Consolidation of the European World-Economy. Academic Press, New York
1980) .
45. WALLERSTEIN, I., El Moderno Sistema Mundial. (Vol. I): La Agricultura Capitalista
y…, o.c., 491.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 101
Complexus significa “lo que está tejido junto”. En efecto, hay com-
plejidad cuando son inseparables los elementos diferentes que consti-
tuyen un todo (como el económico, el político, el sociológico, el psico-
lógico, el afectivo, el mitológico) y existe un tejido interdependiente,
interactivo e inter-retroactivo entre el objeto de conocimiento y su con-
texto, las partes y el todo, el todo y las partes, las partes entre ellas. Por
esto, la complejidad es la unión entre la unidad y la multiplicidad. Los
desarrollos propios a nuestra era planetaria nos enfrentan cada vez
más y de manera más ineluctable con los desafíos de la misma. Lo glo-
bal muestra la complejidad y a la vez debe enfrentarse a ella.
51. Cf. THUROW, L. El futuro del capitalismo. Cómo la economía de hoy determina el mun-
do de mañana. Vergara, Buenos Aires 1996. “Desde el punto de vista tecnológico, los cos-
tos de transporte y comunicación han bajado sustancialmente, y la velocidad con la cual
se viaja y se transmite ha aumentado exponencialmente. Esto ha hecho posible crear nue-
vos sistemas de comunicaciones, dirección y control dentro del sector empresarial. Los
grupos de diseño e investigación se pueden coordinar en diferentes partes del mundo;
los componentes se pueden fabricar en el lugar del mundo que sea más barato y enviar
a puestos de montaje que minimicen los costos totales. Los productos armados se pue-
den despachar rápidamente hacia donde sean necesarios a través de sistemas de flotas
aéreas puntuales”. O.c., 129.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 105
52. El tema de la complejidad ha sido desarrollado por E. Morin a través de sus escri-
tos mediante el denominado “pensamiento complejo”. En una de sus obras afirma: “El
desafío de la globalidad es pues al mismo tiempo un desafío de complejidad. En efecto,
existe complejidad mientras sean inseparables los componentes diferentes que constitu-
yen un todo (como lo económico, lo político, lo sociológico, lo psicológico, lo afectivo, lo
mitológico) y haya un tejido interdependiente, interactivo e interretroactivo entre las par-
tes y el todo, el todo y las partes. Ahora bien, los desarrollos propios de nuestro siglo y
de nuestra era planetaria nos enfrentan cada vez más a menudo y cada vez más ineluc-
tablemente con los desafíos de la complejidad”. MORIN, E., La mente bien ordenada. Seix
Barral, Barcelona 2001,14-15.
106 Bioética global, justicia y teología moral
53. MORIN, E., Articular los saberes. ¿Qué saberes enseñar en las escuelas? Universidad del
Salvador, Argentina 1998,19.
54. Cf. MORIN, E., Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO, París
1999.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 107
57. Cf. VILAR, S., La nueva racionalidad. Barcelona, Kairós 1997, 48-49.
58. MORIN, E., El método: el conocimiento del conocimiento. Cátedra, Madrid 1988, 18 y 34.
59. Cf. GUTIÉRREZ, A., “Edgar Morin y las posibilidades del pensamiento complejo”:
en Metapolítica 2 (1998) 647-654.
60. MORIN, E., Introducción al pensamiento complejo. Gedisa, Barcelona 1994, 143-144.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 109
61. MORIN. E. El método: la vida de la vida. Cátedra, Madrid 1983, 413-414; Sociología.
Tecnos, Madrid 1995, 173: IBAÑEZ, J., Del algoritmo al sujeto. Siglo XXI, Madrid 1988, 145.
62. Cf. MORIN, E., “El pensamiento complejo como alternativa al paradigma de la
simplificación”, en Complejidad 3 (1997) 57-72.
63. MORIN, E. Para salir del siglo XX. Kairós, Barcelona 1981, 115.
110 Bioética global, justicia y teología moral
64. Cf. LAÍN ENTRALGO, P., ¿Qué es el hombre? Evolución y sentido de la vida. Nobel,
Oviedo 1999.
65. Cf. MORIN, E., El método: el conocimiento…, o.c.,.
112 Bioética global, justicia y teología moral
68. Conceptos que se proponen que sean incluso transdisciplinarios. Es muy intere-
sante para este tema leer la obra de WAGENSBERG, J., Ideas sobre la complejidad del mun-
do. Tusquets, Barcelona 1985.
114 Bioética global, justicia y teología moral
entre otras cosas porque no es evidente que los problemas morales ten-
gan siempre solución ni que, de tenerla, esa solución sea una y la mis-
ma para todos. La primera es una aproximación “decisionista” a los
problemas éticos, en tanto que la segunda es básicamente “deliberati-
va”. Y porque lo global es complejo y exige más la deliberación que la
decisión, nos vamos a detener, siguiendo a D. Gracia, en mostrar las
características de cada una como paso previo que justifique la incorpo-
ración de la deliberación en un nuevo paradigma72.
72. Cf. GRACIA, D., “La deliberación moral. El papel de las…”, o.c., 22-32.
73. En sentido estricto el “dilema” se refiere a dos alternativas. Así lo indica ya su eti-
mología griega y ese es el sentido que tiene en su uso ordinario en nuestra lengua. Una
persona se encuentra ante un dilema cuando está en una situación en la que se ve obli-
gado a elegir entre dos alternativas insatisfactorias. No obstante, aquí usamos la palabra
en un sentido menos preciso, para referirnos a una situación en la que el sujeto ve ante
sí más de una alternativa y percibe argumentos morales a favor y en contra de cada una
de ellas, quedando en una situación de perplejidad moral, que le dificulta la toma de
decisiones con buena conciencia. Los libros clásicos de teología moral hablaban del caso
de la conciencia perpleja. La doctrina sobre la conciencia perpleja asumía que el conflicto
era solamente subjetivo y no objetivo. El filósofo moral inglés Sir David Ross aborda esta
cuestión en sus escritos. La solución planteada por Ross ha tenido fortuna en bioética.
Este autor distingue entre deberes “prima facie” (“prima facie duties”) y deberes de hecho
(“actual duties”). Cuando estamos ante un conflicto deberes es preciso determinar, según
Ross, cuál es el deber de hecho en esas circunstancias concretas. Para ellos no basta con
atenerse a los datos deontológicos. Es necesario evaluar también las consecuencias de las
diversas alternativas. Según este autor, la deliberación moral, al menos en las situaciones
de conflicto, tendría dos momentos, que podríamos llamar deontológico y teleológico.
Cf. ROSS, W. D., Lo correcto y lo bueno. Sígueme, Salamanca 1994; GRACIA, D.,
Fundamentos de bioética. Eudema, Madrid 1989, 455-457.
74. “El 27 de octubre de 1969, Prosenjit Poddar asesinó a la joven Tatiana Tarasoff. Dos
meses antes, el 20 de agosto, Poddar había revelado sus intenciones de matar a Tatiana a
su psicoterapeuta, el Dr. Lawrence Moore, psicólogo del Cowell Memorial Hospital en la
Universidad de California en Berkeley. Aunque Poddar no reveló al terapeuta el nombre
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 117
de la víctima, dio datos suficientes para identificarla. Después del asesinato, los padres
de Tatiana presentaron una demanda civil contra el Dr. Moore, contra el hospital y con-
tra la Universidad de California, porque no se les había avisado del peligro que corría su
hija.” La presentación del caso Tarasoff la tomamos de BEAUCHAMP, T. L./CHIL-
DRESS, J. F., Principios..., o.c., 489-490.
118 Bioética global, justicia y teología moral
75. Cf. GRACIA, D., “La deliberación moral. El papel de las…”, o.c., 27.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 119
76. Cf. ANGEL, T., Una visión desde ningún lugar. FCE, México 1998. El filósofo nortea-
mericano cree que la búsqueda de concepciones altamente unificadas de la vida y del
mundo conduce, por lo general, a graves errores filosóficos, a falsas reducciones o a la
resistencia a reconocer una parte de la realidad.
77. Cf. GRACIA, D., “La deliberación moral. El papel de las…”, o.c.,.
120 Bioética global, justicia y teología moral
“resolver una cosa con premeditación”. Esta definición señala una nota
fundamental en el proceso de la deliberación, a saber: que versa sobre
las cosas sobre las que hay opiniones distintas. Si todas las opiniones
coinciden, si no hay ningún desacuerdo, la deliberación carece de sen-
tido, es imposible e inútil. Se delibera sobre lo opinable, es decir, aque-
llo que tiene a su favor unas razones, pero también tiene otras en con-
tra; sobre lo que es de una manera, pero puede ser de otra.
El término latino deliberatio procede de la raíz liber, término comple-
jo donde los haya. Libertas tuvo en latín el sentido de ausencia de coac-
ción y, por tanto, de pertenencia necesaria a otro (lo contrario de escla-
vitudo o servitudo). El término griego correlativo es eleuthería, la condi-
ción de libre frente al esclavo. (De ahí viene el término “prosélito”, el
venido o ganado para la libertad desde la esclavitud.) La libertas era,
pues, una condición o un estado, a diferencia del liberum arbitrium, que
era la capacidad de elección entre las posibilidades. La expresión libe-
rum arbitrium procede de otro de los sentidos que tiene el término liber
en latín, el de peso o libra y, por tanto, peso que se pone en un platillo
de la balanza para sopesar o ponderar los otros elementos. La delibera-
tio tiene que ver con esta segunda figura, la de ponderación entre dife-
rentes factores y elección entre ellos. Éste es el sentido del libre albedrío.
Ahora bien, es importante tener en cuenta que en toda la literatura clá-
sica la electio tiene que ver con la gestión de los medios, no de los fines
de nuestros actos. Respecto de los actos no hay electio sino intentio78. El
fin se in-tiende, se tiende hacia él, en tanto que los medios se eligen.
Esto significa que la deliberación se limita al abanico de medios dispo-
nibles y a la elección entre ellos79. Aristóteles80 utiliza primeramente este
término boúleusis para emplearlo en el ámbito de la ética, recogiendo un
vocablo Boulé que designaba al Consejo de Ancianos, en Homero, y al
Consejo de los Quinientos, en la democracia ateniense en la época de
Pericles. La Boulé era, por tanto, una instancia de ponderación y conse-
jo. La deliberación es para Aristóteles un proceso “racional” de análisis
de las razones que se aducen a favor y en contra de problemas y asun-
tos que son objeto de opiniones encontradas y, por tanto, que unos ven
de una manera y otros de otra. La deliberación se realiza no sobre la
78. Ibid...
79. Cf. ÁLVAREZ, J. F., “Dinámica deliberativa y valores epistémicos”: en Isegoría 12
(1995) 137-147 .
80. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 1112 a/1113 a.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 121
81. Cf. AUBENQUE, P., La prudencia en Aristóteles. Crítica, Barcelona 1999, 128.
82. ARISTÓTELES, Magna Moralia I, 34, 1197a 14.
83. Cf. GRACIA, D., “La deliberación moral. El papel de las…”, o.c.,.
84. Cf. TAO LAI PO-WAH, J. (ED.), Cross-Cultural perspectives on the (Im)Possibility of
Global Bioethics. Kluwer Academic Publishers, Doddrecht 2002.
122 Bioética global, justicia y teología moral
85. Cf. CASTELLS, M., “Epílogo” a HIMANEN, P., La ética del hacker y el espíritu de la era
de la información. Destino, Barcelona 2002. “La ingeniería genética muestra el error que
supondría otorgar valor a cualquier revolución tecnológica extraordinaria sin tener en
cuenta su contexto social, su uso social y su resultado social. No puedo imaginarme una
revolución tecnológica más fundamental que la de disponer de la capacidad para mani-
pular los códigos de los organismos vivos. Tampoco puedo pensar en una tecnología más
peligrosa y potencialmente destructiva si se disocia de nuestra capacidad colectiva de con-
trolar el desarrollo tecnológico en términos culturales, éticos e institucionales”. O.c., 179.
86. La palabra “cultura” tiene su propia historia y evolución. Además no todas las cul-
turas, especialmente las culturas orales que estudian los etnólogos, tienen un equivalen-
te en su lengua de la palabra “cultura”. Ya es paradójico que se estudie de una determi-
nada comunidad de vida algo que ésta no tiene una palabra para nombrar. En occiden-
te la palabra “cultura”, tal y como la entendemos ahora, aparece en el siglo XVIII. En su
origen latino hacía referencia al cuidado de los campos. Para ver la noción de “cultura”
en las ciencias sociales Cf. CUCHE, D., La notion de culture dans les sciences sociales. La
Découverte, París 1996.
87. Para una síntesis del concepto, cf. SÁNCHEZ, M., “Cultura”: en MORENO, M.
(DIR.), Diccionario de pensamiento contemporáneo. San Pablo, Madrid 1997, 295-299; KRO-
EBER, A. L., El concepto de cultura. Anagrama, Barcelona 1974.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 123
91. Cf. COLAVITO, M., The Heresy of Oedipus and the Mind/Mind Split: A Study of the
Biocultural Origins of Civilization. The Edwin Mellen Press, New York 1995.
92. Cf. PÉREZ TAPIAS, J. A., Filosofía y crítica de la cultura. Reflexión crítico-hermenéutica
sobre la filosofía y la realidad cultural del hombre. Trotta, Madrid 2000.
93. Cf. GÓMEZ, P., “Globalización cultural, identidad y sentido de la vida”: en Gazeta
de Antropología 16 (2000) 1-13 .
94. Algunos sostienen que la cultura no es algo específicamente humano. Cf. MOSTE-
RIN, J., ¡Vivan los animales! Debate, Madrid 1998. “La cultura no es un fenómeno exclu-
sivamente humano, sino que está bien documentada en muchas especies de animales
superiores no humanos. Y el criterio para decidir hasta qué punto cierta pauta de com-
portamiento es natural o cultural no tiene nada que ver con el nivel de complejidad o de
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 125
importancia de dicha conducta, sino sólo con el modo como se trasmite la información
pertinente a su ejecución. (...) Los chimpancés son animales muy culturales. Aprenden a
distinguir cientos de plantas y sustancias, y a conocer sus funciones alimentarias y astrin-
gentes. Así logran alimentarse y contrarrestar los efectos de los parásitos. Tienen muy
poco comportamiento instintivo o congénito. No existe una “cultura de los chimpancés”
común a la especie. Cada grupo tiene sus propias tradiciones sociales, venatorias, ali-
mentarias, sexuales, instrumentales, etc. La cultura es tan importante para los chimpan-
cés que todos los intentos de reintroducir en la selva a los chimpancés criados en cauti-
vidad fracasan lamentablemente. Los chimpancés no sobreviven. Les falta la cultura. No
saben qué comer, cómo actuar, cómo interaccionar con los chimpancés silvestres, que los
atacan y matan. Ni siquiera saben cómo hacer cada noche su alto nido-cama para dormir
sin peligro en la copa de un árbol. Durante los cinco años que el pequeño chimpancé
duerme con su madre tiene unas 2.000 oportunidades de observar cómo se hace el nido-
cama. Los chimpancés hembras separados de su grupo y criados con biberón en el zoo
ni siquiera saben cómo cuidar a sus propias crías, aunque lo aprenden si ven películas o
vídeos de otros chimpancés criando”. O.c., 146-7, 151-2.
95. Para Berger y Luckmann “Todos nacemos en comunidades de vida que son ade-
más comunidades de sentido porque nos van a dar instrumentos para dar sentido a la
realidad de nuestro entorno. En las comunidades de vida se presupone la existencia de
un grado mínimo de sentido compartido (...) la mayoría de las comunidades de vida, a
través de distintas sociedades y épocas, anhelan alcanzar un grado de sentido comparti-
do que se sitúe de algún modo entre el nivel mínimo y el máximo”. Cf BERGER, P. L.,/
LUCKMANN, T., Modernidad, pluralismo y crisis de sentido. Paidós, Barcelona 1997, 47.
96. Cf. DODD, G., Dynamics of Intercultural Communication. W. C. Brown, Dubuque
1987; GEERTZ, C., The Interpretation of Cultures. Basic Books, New York 1977; ROQUÉ, M.
A., Identidades y conflicto de valores. Icaria, Barcelona 1997.
126 Bioética global, justicia y teología moral
97. Cf. SAVATER, F., Las preguntas de la vida. Ariel, Barcelona 1999.
98. Ibid., 27-28.
99. Cf. MARINA, J.A.,/DE LA VÁLGOMA, M., La lucha por la dignidad. Anagrama,
Barcelona 2000.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 127
1.3.b. Multi-inter-culturalidad
relación unas con otras. El que las culturas entren en contacto significa
que va a emerger un nuevo tipo de cultura del que todas esas culturas
que chocan son sus partes. Ahora tenemos el familiar problema de
vivir juntos bajo el mismo techo. Las culturas chocan entre sí, recha-
zándose y armonizándose parcialmente y de manera dinámica108. Unas
culturas absorben a otras y son absorbidas por otras. No existe ningu-
na cultura “pura”109. El modo de relacionarse las diferentes culturas, la
interculturalidad, algo necesario en un planeta como el nuestro abar-
cable ya gracias a los medios de comunicación y transporte, plantea el
segundo escollo110. Muchos de los conflictos actuales tienen su origen,
o una de sus principales causas, en la diversidad cultural que se da al
interior de las fronteras políticas, tanto geográficas, jurídicas, etnográ-
ficas o religiosas. Algunos111 plantean esta cuestión como el conflicto
108. Cf. WALZER, M., “La política de la diferencia: estatalizad y tolerancia en un mundo
multicultural”: en Isegoría 14 (1996) 37-53; HERRERA, M., “Multiculturalismo. Una revi-
sión crítica”: en Isegoría 14 (1996) 127-202; HABERMAS, J., “Israel y Atenas o ¿a quién per-
tenece la razón anamnética? Sobre la unidad en la diversidad multicultural”: en Isegoría 10
(1994) 107-116; TULLY, J., Strange Multiplicity. Constitutionalism in an Age of Diversity.
Cambridge University Press, Cambridge 1995; LAMO DE ESPINOSA, E. (ED.), Culturas,
Estados, Ciudadanos. Una aproximación al multiculturalismo en Europa. Alianza, Madrid 1995.
109. Cf. LÉVY, B. H., La pureza peligrosa. Espasa, Madrid 1996; DOUGLAS, M., Pureza y
peligro. Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú. Siglo XXI, Madrid 1991.
110. Cf. VALLESCAR, D., “Coordenadas de la interculturalidad”: en Diálogo Filosófico 51
(2001) 386-410; PIGEM, J., “Interculturalidad, pluralismo radical y armonía invisible”: en
Ílu 6 (2001)117-131; CANADELL, A., “El lugar de la interculturalidad”: en Cuadernos de
Pedagogía 303 (2001) 52-56; GIMÉNEZ, A.,/ZAPATA-BARRERO, R., “La década de la ciu-
dadanía y la interculturalidad: producción bibliográfica”: en Anthropos 191 (2001) 41-47;
“Ciudadanía e interculturalidad: los contextos históricos de la noción de ciudadanía:
inclusión y exclusión en perspectiva”: en Anthropos 191 (2001) 21-40; FORNET-BETAN-
COURT, R., “Por una filosofía intercultural desde América Latina”: en Cuadernos Hispa-
noamericanos 627 (2002) 23-28; “Supuestos, límites y alcances de la filosofía intercultural”:
en Diálogo Filosófico 51 (2001) 411-426; CAMPS, V., “Educar a la ciudadanía para la con-
vivencia intercultural”: en Anthropos 191 (2001) 117-122.
111. Así lo entiende Bhikhu Parekh, quien reprocha la “absolutización” del liberalismo
y la universalización de valores culturales tales como la autonomía. Éstos llevan a una
cruda oposición binaria entre las formas liberales y no-liberales de vida, donde las últi-
mas se consideran “aliberales”. De este modo, sostiene Parekh, el debate sobre el multi-
culturalismo se reduce a la cuestión de la tolerancia, mientras que ni siquiera se formula
la cuestión del respeto a las otras culturas y del apoyo a la diversidad cultural. Además,
los teóricos liberales actuales son inconsistentes, según la visión de Parekh, cuando pre-
dican la tolerancia de las culturas no-liberales con las liberales suscribiendo el canon libe-
ral de valores o al menos valores liberales específicos. Cf. PAREKH, B., Rethinking Multi-
culturalism. Cultural Diversity and Political Theory. Macmillan, Houndmills-London 2000.
“Si el mínimo en el que insisten los liberales es de naturaleza esencialmente liberal y no
se puede mostrar que sea moralmente vinculante para todos, no se le puede exigir a los
no-liberales sin violar su autonomía moral. Si, por otro lado, es universalmente vinculan-
130 Bioética global, justicia y teología moral
te, entonces no hay nada particularmente liberal en ello, excepto el hecho histórico con-
tingente de que se da el caso de que los liberales aprecian más que otros su importancia”.
O.c., 111. Las sociedades multiculturales –dice– por definición no pueden ser teorizadas
“desde el seno del marco conceptual de cualquier doctrina política”. “Llamar liberal a la
sociedad occidental contemporánea no sólo es homogeneizarla y simplificarla, sino tam-
bién otorgarle a los liberales el monopolio moral y cultural de ella y tratar al resto como
intrusos ilegítimos y problemáticos”. O.c., 112 (La traducción es mía).
112. Cf. VÁZQUEZ, R., “Derechos y tolerancia”: en Este país 72 (1997) 43; CASTILLA, J. L.,
“El multiculturalismo y las trampas de la cultura”: en Política y Sociedad 39 (2002) 255-271.
113. HERRERA LIMA, M., “Pluralidad cultural-diversidad política”: en QUESADA, F.
(ED.), Filosofía política I. Ideas políticas y movimientos sociales. Trotta, Madrid 1997, 54.
114. Cf. WALZER, M., Tratado sobre la tolerancia. Paidós, Barcelona 1998. Para Amy
Gutmann, “la tolerancia se extiende a la más vasta gama de opiniones, mientras no lle-
guen a las amenazas y otros daños directos y discernibles a las personas. El respeto es
mucho más selectivo. Si bien no tenemos que estar de acuerdo con una posición para res-
petarla, debemos comprender que refleja un punto de vista moral. Por ejemplo, alguien
que adopte una posición a favor del aborto debe poder comprender cómo una persona
que posee seriedad moral y que carece de segundas intenciones puede oponerse a la
legalización del aborto. Y en contra de dicha legalización hay serios argumentos mora-
les. Y a la inversa”.CF. GUTMANN, A., “Introducción”: en TAYLOR, CH., El multicultu-
ralismo y la política del reconocimiento”. FCE, México 1993, 40.
115. Cf. KYMLICKA, W., “Derechos individuales y derechos de grupo en la democra-
cia liberal”: en Isegoría 14 (1996) 21-34.
116. Touraine propone la “comunicación intercultural” como el puente entre el “sujeto
personal”, cuyo derecho a serlo supone derechos sociales y culturales “como derechos
del sujeto a constituirse mediante la combinación de la particularidad de una experien-
cia cultural con el universalismo de la razón instrumental”, y la democracia. En este sen-
tido habla de que “la política se somete a la ética”. Cf. TOURAINE, A., ¿Podremos vivir
juntos? Iguales y diferentes. FCE, México 1996, 310-312.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 131
1.3.c. Trans-meta-culturalidad
120. G. Sartori, en un texto polémico, pero que merece la pena ser leído con atención,
recoge la afirmación de Dahrendorf: “ ‘Los derechos de ciudadanía son la esencia de la
sociedad abierta’. Lo que me induce a añadir que si se reformulan en ‘derechos de
ciudadanías’ (plurales y separadas), la sociedad abierta se rompe y subdivide en socie-
dades cerradas. Abolida la servidumbre de la gleba que ligaba al campesino con la tie-
rra, hoy tenemos el peligro de inventar ‘una servidumbre de la etnia’ ”. SARTORI, G., La
sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros. Taurus. Madrid 2001, 105.
121. Cf. PELLEGRINO, E. D., “Prologue: Intersections of Western Biomedical Ethics and
World Culture”: en PELLEGRINO, E.,/ MAZZARELLA, P.,/ CORSI, P. (EDS.), Transcul-
tural Dimensions in Medical Ethics. Frederick Maryland, New York 1992, 14 ss.
122. Así, para Onora O´Neill, el único modelo viable de razonamiento práctico es el se
deriva de Kant y que no es arbitrario además de ser accesible para todos. Ella lo llama la
“concepción crítica”. Los acuerdos sobre normas sociales o culturales basadas empírica-
mente, para ella, harían de la concepción de la justicia algo muy difícil de aplicar a situa-
ciones reales transculturales o transfronterizas. La razón es bastante simple. Si la con-
cepción viable de la justicia sólo es la que se basa en un conjunto particular de normas
sociales y culturales, entonces es muy difícil de ver cómo esa concepción podría ser útil
en situaciones transculturales. En este sentido afirma: “Cualquier explicación convin-
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 133
cente de la justicia se construye sobre alguna concepción de la razón: sin embargo, cuan-
to más autoconscientemente pensamos en la razón, menos confianza tenemos en que
conocemos qué exige la razón o qué autoridad poseen esas exigencias. … Apelamos a la
razón como árbitro autorizado de disputas. Pero, cuando se nos pide que reivindique-
mos esa confianza, se nos difumina. Esto casi no es sorprendente. Si la razón es la base
de toda reivindicación, ¿cómo podemos reivindicarla?”. Cf. O´NEILL, O., Bounds of
Justice. Cambridge University Press, Cambridge 2000, 11 (La traducción es mía).
123. Sobre el “cuidado” Francesc Torralba tiene una abundante bibliografía a la cual
remitimos. Cf. TORRALBA, F., Antropología del cuidar. Mapfre Medicina, Barcelona 1998;
“Lo ineludiblemente humano. Hacia una fundamentación del ética del cuidar”: en Labor
Hospitalaria 253 (1999) 125-188; “El arte de cuidar”: en Bioètica & Debat 14 (1998) 8-10;
“Filosofía del cuidar”: en Mapfre Medicina 11/2 (2000) 101-110; “Constructos éticos del
cuidar”: en Enfermería intensiva 11 (2000) 136-141; “Cuidado”: en GARCIA, J.,/ALAR-
COS, F. J., 10 Palabras clave en humanizar la salud. Verbo Divino, Estella 2002, 229-264.
124. Sobre esta cuestión, cf. SORTORI, G., La sociedad multiétnica…, o.c.,.
125. He tratado el tema de una bioética inclusiva en ALARCOS, F. J., Bioética y pastoral
de la salud. San Pablo, Madrid 20, 122-128.
134 Bioética global, justicia y teología moral
126. Cf. MASIÁ, L., Bioética y antropología. UPCO, Madrid 1998, 39-67.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 135
moral no surge ni se hace desde la nada127. Toda vida moral está nece-
sariamente situada. Y esa situación la da el depósito. Todos somos seres
morales desde una tradición y a partir de ella. Pero si la vida moral
consistiera sólo en la puesta en práctica de los contenidos del depósito,
no habría espacio para los problemas. Estaríamos viviendo en una bur-
buja patológica resultado del miedo y de la angustia ante la realidad
cambiante. Con la pretensión de vivir en el deposito de la tradición
recibida, en el fondo, en lo que vive es en un mecanismo de defensa,
irracional e inconsciente, propio de personalidades muy inmaduras128,
ante lo no aceptado e integrado como real. Esto no significa, en ningún
caso, que se infravalore aquello que ha ido acumulándose desde la
experiencia. Cada vez cobra más valor el respeto por las tradiciones
morales129 en las que el ser humano vive su existencia. Es más, no es
posible entender al mismo ser humano sin la referencia a la tradición,
independientemente de que sea aceptada o rechazada130. Ésta constitu-
127. Cf. LOPEZ AZPITARTE, E., Fundamentación de la ética cristiana. San Pablo, Madrid
1991. El profesor Azpitarte lo plantea con estas palabras: “El hombre, en efecto, no se acer-
ca nunca desnudo a la pura materialidad de las cosas. Su encuentro con ellas no se realiza
de forma aséptica, en una actitud de despojo absoluto, para atenerse simplemente a los
puros datos objetivos. Semejante visión implicaría una metafísica mecanicista, que intenta
explicar el fenómeno humano olvidando justamente su dimensión más personal. Lo real
no es la materia fría y descarnada de los elementos naturales, sino ese otro “mundo” que
el individuo aporta para darle una lectura más completa y trascendente desde esa óptica
que condiciona su visión (…). Atenerse a la realidad no significa, pues, someterse a los
datos aparentes que se nos ofrecen, sino a ese nuevo modo de existir que se añade con la
cultura. Cuando se la intenta conocer y valorar, el encuentro se realiza ya desde una ópti-
ca cultural, que selecciona, modela e ilumina con sus propios matices el entorno que le
rodea. Ser objetivos –una preocupación en la que se ha insistido siempre con tanta fuerza–
no consiste en abarcar la simple materia como algo ajeno e independiente del sujeto, sino
ese nuevo mundo significativo que nace de una naturaleza transformada y enriquecida
por la cultura”. Por eso añade un poco más adelante: “Nadie inventa la moral ni se enfren-
ta con estos problemas sin un bagaje que le impide partir de cero”. O.c., 165-166; Hacia una
nueva visión de la ética cristiana. Sal Terrae, Santander 2003, 143-144; “Cultura (y Moral)”: en
Diccionario Enciclopédico de Teología Moral. Paulinas, Madrid 1978, 1287-1298.
128. Cf. LONERGAN, B., Insight. Estudio sobre la comprensión humana. Sígueme, Sala-
manca 1999, 241-261.
129. Cf. VIDAL, M., “Notas sobre el valor de la Tradición y de las tradiciones en Teolo-
gía moral”: en Moralia 23 (2000) 121-138.
130. MARDONES, J. M., Neoliberalismo y religión. Verbo Divino, Estella 1998. “Todos nos
hemos convertido un poco en antropólogos, es decir, en conocedores y observadores de
las costumbres diferentes de los demás. Tomamos conciencia de que existen otras formas
de dar sentido a la vida, de comportarse, de valorar las cosas..., de que existen otras cul-
turas (y religiones). Esta toma de conciencia de la existencia de lo diverso rebota y se vuel-
ve mirada refleja sobre mi propia cultura (y religión): y la veo como una más entre otras,
con unas tradiciones, una visión del mundo, del ser humano, del bien y del mal. Empiezo
136 Bioética global, justicia y teología moral
a ser reflexivo respecto a las propias tradiciones: sé que las tradiciones son tradiciones,
cosa que no sabían todos hasta hace poco. Las consecuencias son enormes, y lo experi-
mentan en su propia carne padres, maestros y catequistas: ya no se puede presentar las
tradiciones como dadas por supuesto, con la garantía de lo aceptado; hay que razonar o
justificar unas tradiciones frente a otras; hay que persuadir y convencer, no sólo presen-
tar “verdades”. Entramos así en un orden social post-tradicional, donde se sabe que vivi-
mos en conglomerados de sentido heredados, llamados tradiciones”. O.c., 61-62.
131. Cf. GÓMEZ, P., “Antropología y técnica, de la hominización a la mundialización”:
en Diálogo Filosófico 54 (2002) 495-524; FERNÁNDEZ, J., “La antropología y el proyecto
humanizador. Meditaciones ‘extramuros’ sobre el ‘momento milenio’, sus compromisos
y sus desafíos: un ensayo”: en Ágora 2 (2000) 5-14; JIMÉNEZ, J. M., “Elementos para una
antropología filosófica”: en Paideia 56 (2001) 189-204.
132. Cf. SECKLER, M., “Tradición y progreso”: en Fe Cristiana y Sociedad moderna 23. SM,
Madrid 1987, 18-69. Para un estudio en profundidad del término tradición, aconsejamos
la lectura de BRIAN, V. J., “¿Qué es la tradición?”: en RUBIO, M.,/GARCÍA, V.,/ GÓ-
MEZ, V., La ética cristiana hoy: horizontes de sentido. PS, Madrid 2003, 321-339, en donde
intenta clarificar la noción, investigando cómo ha sido usada en ciertos textos teológicos
significativos del pasado, cómo es empleado en la literatura contemporánea de la misma
área y cómo puede ser definido más adecuadamente.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 137
136. Para ver una excelente síntesis del tema, cf. MARTÍN VELASCO, J., “Religión y
moral”: en VIDAL, M. (ED.), Conceptos fundamentales de ética teológica. Trotta, Madrid
1992, 185-203.
137. Cf. ZUBIRI, X., El problema teologal del hombre. Alianza/Fundación Xavier Zubiri,
Madrid 1999, 497-551.
138. Cf. Ibid., 512-530.
139. Cf. Ibid., 530-535.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 139
150. Cf. MEADOWS, D. H., MEADOWS, D. L., ZAHN, E. y MILLING, P., Los límites del
crecimiento. FCE, México 1982; MEADOWS, D. H., MEADOWS, D. L. y RANDERS, J.,
Más allá de los límites del crecimiento. El País/Aguilar, Madrid 1992.
151. Cf. LÓPEZ, F., “Impactos regionales del cambio climático. Valoración de la vulne-
rabilidad”: en Papeles de Geografía 32 (2000) 77-95.
152. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (GEO-3), Nairobi 2002.
153. Ibid., 301-317.
144 Bioética global, justicia y teología moral
dad. Está claro, pues, que en un extremo de la escala de los factores de riesgo se encuentra
la pobreza, y la insuficiencia ponderal es aún la causa principal de la carga de morbilidad
que soportan cientos de millones de personas entre las más pobres del planeta, y una cau-
sa importante de mortalidad, especialmente entre los niños pequeños. El informe muestra
que la insuficiencia ponderal es todavía un problema enorme y omnipresente en los países
en desarrollo, donde la pobreza es un factor subyacente determinante. Todos los grupos de
edad corren riesgo de insuficiencia ponderal, pero ésta es sumamente prevalente entre los
niños menores de cinco años: según estimaciones de la OMS, aproximadamente el 27 % de
los niños de este grupo de edad tienen insuficiencia ponderal. Se calcula que ésta provocó
3,4 millones de muertes en 2000, de ellas aproximadamente 1,8 millones en África y 1,2
millones en los países de Asia. Fue un factor que contribuyó al 60 % del número total de
defunciones infantiles en los países en desarrollo. En otros términos, dice el informe, la mor-
talidad resultante de la insuficiencia ponderal priva a los niños más pobres del mundo de
un total de 130 millones de años de vida sana, según estimaciones. En lo que se refiere a los
factores de riesgo a nivel mundial, las prácticas sexuales de riesgo siguen muy de cerca a la
insuficiencia ponderal y son el factor principal de la propagación del VIH/SIDA, cuyo
impacto es enorme en los países pobres de África y Asia. Se dice en el informe que el
VIH/SIDA es ya la cuarta causa de mortalidad en el mundo. Actualmente, 28 millones (el
70%) de los 40 millones de personas infectadas por el VIH se concentran en África, pero la
epidemia crece con rapidez en otros lugares del globo. Es en Europa oriental y en Asia cen-
tral donde más elevado es el ritmo de aparición de nuevos casos. En el África subsaharia-
na se estima actualmente en 47 años la esperanza de vida al nacer, que de no haber SIDA se
situaría en torno a los 62 años. Las estimaciones actuales indican que más del 99% de las
infecciones por el VIH prevalentes en África en 2001 eran atribuibles a prácticas sexuales de
riesgo. En el resto del mundo, las estimaciones sobre la proporción de la mortalidad debi-
da al VIH/SIDA en 2001 y atribuible a esas prácticas oscilan entre el 13% en Asia y el
Pacífico y el 94% en América Central. A nivel mundial, aproximadamente 2,9 millones de
muertes son atribuibles a las prácticas sexuales de riesgo, y la mayoría de esas muertes se
producen en África. Tanto en África como en Asia, el agua insalubre, el saneamiento y la
higiene deficiente, la carencia de hierro y el humo de combustibles sólidos en espacios
cerrados figuran entre los diez principales riesgos de enfermedad. Todos ellos son mucho
más frecuentes en los países y comunidades pobres que en otras partes. Al igual que ocu-
rre con la insuficiencia ponderal, esos riesgos siguen siendo algunos de los más temibles
enemigos de la salud y aliados de la pobreza. Aproximadamente 1,7 millones de defuncio-
nes al año son atribuibles al agua insalubre y a las condiciones deficientes de saneamiento
e higiene, principalmente por la diarrea infecciosa resultante. Nueve de cada diez muertes
son de niños, y casi todas las muertes se producen en los países en desarrollo. La carencia
de hierro es una de las deficiencias nutricionales más prevalentes en el mundo, pues afecta
a 2000 millones de personas, según estimaciones, y se cobra la vida de casi un millón cada
año. Los niños pequeños y sus madres son los más frecuente y gravemente afectados, debi-
do al gran aporte de hierro que se necesita durante el crecimiento infantil y el embarazo. Se
analizan asimismo en el informe las cargas de morbilidad asociadas a las carencias de vita-
mina A, de yodo y de zinc. La carencia de vitamina A es la causa principal de ceguera adqui-
rida en los niños. La carencia de yodo es probablemente la que mejor puede prevenirse de
todas las causas de retraso mental y lesiones cerebrales. La carencia grave de zinc da lugar
a una estatura baja, a trastornos de la función inmunitaria y de otra índole, y es una causa
importante de infecciones respiratorias, de paludismo y de enfermedades diarreicas.
146 Bioética global, justicia y teología moral
156. Cf. SÁENZ, M. (ED.), Latin American Perspectives on Globalization. Ethics, Politics, and
Alternative Visions. Rowman & Littlefield Publishers, New York 2002.
157. Cf. HINKELAMMERT, F., Por una sociedad donde quepan todos. Departamento Ecu-
ménico de Investigaciones. San José 1996; El Huracán de la Globalización. Departamento
Ecuménico de Investigaciones, San José 1999.
158. SÁENZ, M. (ED.), Latin American Perspectives on Globalization..., o.c., 3.
159. Teniendo en cuenta que hoy en nuestra sociedad la pobreza no está vinculada a la
idea de “escasez” como imagen de subdesarrollo, sino al tipo de desarrollo, la exclusión
se constituye en elemento formal de los diversos grupos y colectivos sociales pobres. No
significa esto que la pobreza no comporte carencias reales, sino que se señala que la
carencia es debida a la incapacidad o incapacitación de relación con un sociedad que de
por sí dispone de los medios sobrados para satisfacer tales carencias. Carencia y exclu-
sión se cierran en un círculo vicioso. Cf. GARCIA ROCA, J., “La exclusión como llama-
da”: en Sal terrae 957 (1993) 327-341.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 147
160. El Presidente Lula, en su discurso en Davos, hizo referencia a tales muros: muros
que separan los que comen de los hambrientos, los que tienen trabajo de los desemplea-
dos, los que tienen una vivienda digna de los que viven en la calle o en las miserables
favelas, los que tienen acceso a la educación de los analfabetos... Cf. World Economic
Forum Annual Meeting 2003: Discurso do Presidente Luis Ignacio Lula da Silva.
161. Cf. TORRALBA, F., Antropología del cuidar. Mapfre Medicina, Barcelona 1998; “Lo
ineludiblemente humano. Hacia una fundamentación del ética del cuidar”: en Labor
Hospitalaria 253 (1999) 125-188; “El arte de cuidar”: en Bioètica & Debat 14 (1998) 8-10;
“Filosofía del cuidar”: en Mapfre Medicina 11/2 (2000) 101-110; “Constructos éticos del
cuidar”: en Enfermería intensiva 11 (2000) 136-141; Pedagogía de la vulnerabilidad. CCS,
Madrid 2002; “La llamada del otro vulnerable. Hacia una fundamentación de las éticas
profesionales”: en Educación Social 17 (2001) 27-42.
162. Cf. MASIÁ, J., El animal vulnerable. UPCO, Madrid 1997; Bioética y Antropología.
UPCO, Madrid 1998; Moral de interrogaciones. PPC, Madrid 2000; “Vulnerabilidad”: en
GARCÍA, J./ALARCOS, F. J., (DIRS.) 10 palabras clave en Humanizar la salud. Verbo
Divino. Estella 2002, 265-286; GOODIN, R. E., Protecting the Vulnerable: A Reanalysis of Our
Social Responsibilities. Chicago University Press, Chicago 1985.
163. Cf. MACINTYRE, A., Animales racionales y dependientes. Paidós, Barcelona 2001.
Para MacIntyre, “existe también otra relación, quizá más fundamental, entre la condición
animal del ser humano y su vulnerabilidad. Una de las ideas centrales de este libro es
que las virtudes que el ser humano necesita para desarrollarse a partir de su condición
animal inicial y llegar a ser un agente racional e independiente, así como las virtudes que
requiere para hacer frente a la vulnerabilidad y la discapacidad (tanto las de uno mismo
como las de los demás), pertenecen a un único conjunto de virtudes: las virtudes propias
de los animales racionales y dependientes, cuyos rasgos de dependencia, racionalidad y
animalidad deben ser entendidos en sus relaciones recíprocas”. O.c., 19.
148 Bioética global, justicia y teología moral
164. Cf. HABERMAS, J., Justification and Application: Remarks on Discourse Ethics. The
MIT Press, Cambridge 1993. “La persona –afirma Habermas– desarrolla una vida inter-
na y logra una identidad estable sólo en la medida en que también se externalice a sí
misma en relaciones interpersonales generadas por la comunicación, y se implique a sí
misma en una red incluso más densa y diferenciada de vulnerabilidades recíprocas, de
tal modo que se coloque en necesidad de protección. Desde este punto de vista antropo-
lógico, la moralidad puede concebirse como la institución de protección que compensa
por la precariedad constitucional implícita en la forma misma de vida sociocultural. Las
instituciones morales nos dicen cómo deberíamos comportarnos para compensar la
vulnerabilidad extrema del individuo a través de la protección y la consideración. Nadie
puede preservar su integridad por sí mismo. La integridad de las personas individuales
requiere la estabilización de una red de relaciones simétricas de reconocimiento en las
que individuos no sustituibles puede asegurar sus frágiles identidades de modo recí-
proco sólo como miembros de una comunidad”.O.c., 109.
165. Cf. MADOZ, V., 10 palabras clave sobre los miedos del hombre contemporáneo. Verbo
Divino, Estella 1998.
166. Cf. GIDDENS, A., Un mundo desbocado. Cómo está modificando la globalización nues-
tras vidas. Taurus, Madrid 2002.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 149
167. Cf. ANATRELLA, T., Contra la sociedad depresiva. Sal Terrae, Santander 1994. “En la
depresión contemporánea –afirma el autor–, los individuos tratan de sobrevivir excitán-
dose subjetivamente o derrumbándose en su interior (implosión), pues no consiguen
vincular entre sí sus propias pulsiones, ni éstas con las solicitaciones del exterior. La rela-
ción con el medio social se hace difícil, y hasta imposible; y, para evitar al otro, cada cual
se constituye en una especie de islote, pues ya no saben cómo encontrarse en torno a un
sentido comúnmente compartido. Cuando los conflictos estallan, resultan duros y crue-
les”. O.c., 14.
168. MARÍAS, J., La moral y las formas de la vida. Alianza, Madrid 1995, 109.
169. Cf. TAYLOR, C., La ética de la autenticidad. Paidós, Barcelona 1994. El autor enfoca
tres de los “malestares” de nuestro tiempo. El primero de ellos se refiere al individualis-
mo. Irónicamente, recalca el autor, este fenómeno, es considerado como uno de “los gran-
des logros de la modernidad”. El segundo malestar se refiere al “desencanto con el mun-
do”, la nueva forma de percibir el mundo y la misión del hombre en el mismo, que rela-
ciona directamente con el surgimiento del razonamiento instrumental. El tercer mal ser
refiere a la pérdida de libertad del ser humano. Para Taylor, las instituciones y las estructuras
de una sociedad tecnológica-industrial, restringen severamente nuestras opciones, for-
zando a individuos y sociedades a pensar de esta manera costo-beneficio que, bajo otras
circunstancias –utilizando un juicio moral profundo–, jamás harían, y que puede ser alta-
mente destructivo.
170. GIDDENS, A., Modernidad e identidad del yo: el yo y la sociedad en la época contemporá-
nea. Edicions 62, Barcelona 1995, 48.
171. Cf. LEVINAS, E., Totalidad e Infinito. Sígueme, Salamanca 1977, 90; El humanismo del
otro hombre. Siglo XXI, México 1974; De otro modo que ser, o más allá de las esencias. Sígueme,
Salamanca 1987; De Dios que viene a la idea. Caparrós, Madrid 1995.
150 Bioética global, justicia y teología moral
172. Cf. PALACIOS, L., El rostro y su anulación. Andrés Martín, Madrid 1982. “Los anti-
guos romanos distinguían con gran exactitud la cara y el rostro o semblante, os y vultus.
El os es común al hombre y los animales superiores; el vultus, exclusivo del hombre. El
os es el espejo de los afectos y del estado de ánimo; es cosa común con el animal, que
en la cara da signos que manifiestan alegría, tristeza, ira, cansancio. El semblante es
cosa propia y privativa del hombre; no manifiesta únicamente los afectos, sino que
expresa las costumbres, el carácter moral, el genio, que es siempre individual y perso-
nal, y que, según el común adagio, nos acompaña desde la cuna hasta la sepultura”.
O.c., 7-8.
173. El mismo Habermas estaría de acuerdo en esta idea. Cf. HABERMAS, J., La inclu-
sión del otro. Paidós, Barcelona 1999. “Desde luego –afirma Habermas– que partiendo
únicamente de las propiedades de las formas de vida comunicativas no puede darse
razón de por qué los miembros de una determinada comunidad histórica deberían ir más
allá de orientaciones valorativas particularistas, y avanzar hacia las relaciones de reco-
nocimiento recíproco inclusivas e irrestrictas del universalismo igualitario. Por otra par-
te, una concepción universalista que huya de las falsas abstracciones tiene que hacer uso
de juicios propios de la teoría de la comunicación. Del hecho de que las personas única-
mente lleguen a convertirse en individuos por la vía de la socialización se deduce que la
consideración moral vale tanto para el individuo insustituible como para el miembro,
esto es, une la justicia con la solidaridad. El trato igual es el trato que se dan los desi-
guales que a la vez son conscientes de su copertenencia. El punto de vista de que las per-
sonas como tales son iguales a todas las demás no se puede hacer valer a costa del otro
punto de vista según el cual como individuos son al tiempo absolutamente distintos de
todos los demás. El respeto recíproco e igual para todos exigido por el universalismo sen-
sible a las diferencias quiere una inclusión no niveladora y no confiscadora del otro en
su alteridad”. O.c., 72.
174. LEVINAS, E, Totalidad e Infinito, o.c., 226.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 151
179. Cf. SIMON, J., “La dignidad del hombre como principio regulador en la Bioética”:
en Revista de Derecho y Genoma 13 (2000) 25-39; ANDORNO, R., “La dignidad humana
como noción clave en la Declaración de la UNESCO sobre el genoma humano”: en
Revista de Derecho y Genoma Humano 14 (2001) 41-53; MELENDO, T., “Bioética y dignidad
humana”: en Torre de los Lujanes 41 (2000) 127-148; Dignidad humana y bioética. Eunsa,
Navarra 1999.
180. De civitate Dei, II, 29, 2.
181. II Sent. a. 2, q. 2, ad 1.
182. S. Th. I, q. 29, a. 3, ad 2.
183. De Potentia, 9, 3.
184. Cf. CORTINA, A., “Ética del discurso y bioética”: en BLANCO, D.,/ PÉREZ
TAPIAS, J. A.,/SÁEZ RUEDA, L. (EDS.), Discurso y realidad: en debate con K.-O. Apel.
Trotta, Madrid 1994, 75-89.
154 Bioética global, justicia y teología moral
185. Así escribe el teólogo medieval: “El hombre, al pecar, se separa del orden de la
razón y, por ello, decae en su dignidad, es decir, en cuanto que el hombre es natural-
mente libre y existente por sí mismo; y húndese, en cierto modo, en la esclavitud de las
bestias”. Y prosigue afirmando: “Por consiguiente, aunque matar al hombre que conser-
va su dignidad sea en sí malo, sin embargo, matar al hombre pecador puede ser bueno,
como matar a una bestia”. Cf. S. Th. II-II, q. 64, a. 2, ad.3.
186. VIDAL, M., “Valor absoluto de la persona”: en Communio, Marzo/Abril (1982) 51-
72, 64. Otras referencias interesantes en VIDAL, M., “La dignidad humana en cuanto
“lugar” de interpelación ética”: en Moralia 2 (1980) 365-386; RAHNER, K., “Dignidad y
libertad del hombre”: en Escritos de Teología II. Taurus, Madrid 1967, 253-283. Seguimos
de cerca “El debate sobre la dignidad humana”: en Concilium 300 (2003), en especial la
aportación de AMMCHT-QUINN, R., “¿Es sagrada la dignidad? El ser humano, la
máquina y el debate sobre la dignidad”: en Concilium 300 (2003) 215-228, en donde afir-
ma: “En las cuestiones decisivas que afectan a nuestra vida, como lo es la dignidad, se
remueve la lucha por la fundamentación filosófica o teológica en la medida en que la
necesidad de una acción común empuja desde el fondo para establecerse en un primer
plano. Allí donde ya no es posible lograr el consenso sobre las verdades últimas, podrá,
no obstante, surgir el consenso sobre la dignidad”. O.c., 228.
187. Llevados por esta equivocidad, iniciada desde el Aquinate hasta Kant, algunos
mantienen esa definición de la dignidad. Cf. ROIG A. A., “La dignidad humana y la
moral de la emergencia en América Latina”: en APEL, K. O.,/FORNET, R.,/DUSSEL, E.,
Konvergenz oder Divergenz? Eine Bilanz des Gesprächs zwischen Diskursethik und
Befreiungsethik. Augustinus, Aquisgrán 1994, 173-186; MILLÁN, A., La libre afirmación de
nuestro ser. Una fundamentación de la ética realista. Rialp, Madrid 1994.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 155
191. Cf. TORRALBA, F., Antropología del cuidar…, o.c., 99-107; “Morir dignamente”: en
Bioética i debat 12 (1998) 1-6.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 157
192. GUARDINI, R., Persona y mundo: ensayos para una teoría cristiana del hombre. Guada-
rrama, Madrid 1963, 212.
158 Bioética global, justicia y teología moral
193. KANT, I., Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Espasa Calpe, Madrid
1994, 91.
194. Ibid., 117-118.
195. Cf. HABERMAS, J., Conciencia moral y acción comunicativa. Península, Barcelona
1996. “Una norma será válida cuando todos los afectados por ella puedan aceptar libre-
mente las consecuencias y efectos secundarios que se seguirán, previsiblemente, de su
cumplimiento general para la satisfacción de los intereses de cada uno”. O.c., 116.
196. Cf. DUSSEL, E., Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión.
Trotta, Madrid 1998.
160 Bioética global, justicia y teología moral
197. Para ver el desarrollo completo de este tema, cf. GRACIA, D., “Estatuto del embrión”:
en GAFO, J. (ED.), Dilemas éticos de la medicina actual-11. UPCO, Madrid 1998, 102-108.
198. Cf. JONAS, H., El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización
tecnológica. Herder, Barcelona 1995, 34. Considerar a las generaciones futuras como las
segundas personas en un debate virtual o hipotético sobre lo que deberíamos o no debe-
ríamos haber hecho con respecto a las intervenciones genéticas está ligado a nuestro
modo particular de relación con otros miembros de la comunidad moral. Las gene-
raciones futuras son parte de nuestra comunidad moral, aunque sólo como un futuro
anterior, o como participantes virtuales. La clonación y la genética no son los únicos
casos límite en los que la consideración de las generaciones futuras como interlocutores
morales ha pasado a primer plano. Se puede incluso ir un paso más allá. Una de las vir-
tudes de las moralidades posconvencionales. Habermas se ocupa de este tema en una
serie de editoriales, publicados en HABERMAS, J., La constelación posnacional. Ensayos
políticos. Paidós, Barcelona 2000,207-217. En estos breves editoriales, Habermas utiliza el
argumento de Hans Jonas sobre el derecho a un futuro abierto para rechazar la clonación.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 161
199. Cf. VIDAL, M., “Rasgos para la Teología moral del año 2000”: en XX Siglos 4/5 (1996)
31-40 .
162 Bioética global, justicia y teología moral
cipio jugar un papel relevante en el juicio moral. De ahí que sea una éti-
ca de puras intenciones. En el polo opuesto hay otro tipo de éticas que
buscan sólo optimizar los resultados de las acciones. Son las éticas de
los resultados, o las éticas del éxito. Más tarde, y por influencia, sobre
todo, de los pensadores de la Escuela de Francfort, ha dado en llamár-
sela “ética estratégica”, dado que utiliza el tipo de racionalidad que se
conoce con el nombre de estratégica, la más usual en el mundo de la
economía y de la política. Sin embargo, para sostener una concepción
de la dignidad en el marco global, de lo que se trata es de promover la
responsabilidad con todos y cada uno de los seres humanos actuales,
con los seres humanos virtuales o futuros y con el medio ambiente. El
problema205 es: ¿Qué interlocutor actual valoraría más la subsistencia
de un orden moral que la continuidad de la especie humana? ¿A quién
o quiénes intentamos persuadir cuando decimos que los humanos del
futuro deben existir, si han de existir los valores y si queremos preser-
var la moralidad? Un argumento más sencillo, que no invierte el orden
de importancia entre valores y humanos y que no presupone un inter-
locutor de un escepticismo patológico, estipularía que los humanos
distantes en el tiempo merecen nuestra consideración moral actual
porque algunas responsabilidades morales son transitivas. Esto es:
puesto que nosotros tenemos una responsabilidad moral poco contro-
versial con las generaciones inmediatas más próximas, nuestros hijos y
nuestros nietos, y éstas a su vez tendrán una responsabilidad similar
con las que les sucedan inmediatamente, y así sucesivamente, enton-
ces, nuestras responsabilidades morales con nuestros hijos y nietos
deben ser descargadas de modo tal que no impida que ellos, a su vez,
cumplan cabalmente con las responsabilidades morales que se les
impondrá a su debido tiempo. Nosotros hemos de ser responsables de
un modo que no le impidamos a otros ser a su vez en el futuro moral-
mente responsables.
205. Estas cuestiones las tomamos de FERRER, J. J.,/ O. SANTORY, A., “Prolegómenos
a un futuro tratado de bioética global: incorporando la ecología y la justicia cosmopoli-
ta”: en ALARCOS, F. J. (ED.), La moral cristiana como propuesta…, o.c.,.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 165
206. Para ver los tres componentes fundamentales que están afectando el funciona-
miento de la democracia en los inicios del siglo XXI, cf. TEZANOS, J. F., “Globalización,
poder y democracia”: en Sistema 165 (2001) 3-21; FERNÁNDEZ, A., “El declive de la
democracia liberal”: en Sistema 172 (2003) 37-54 .
207. Cf. ORTIZ, R., “Diversidad cultural y cosmopolitismo”: en Revista de Occidente 234
(2000) 7-28 .
208. Cf. VARCARCEL, A., “Estado”: en CORTINA, A. (DIR.), 10 palabras clave en Filosofía
Política. Verbo Divino, Estella 1998, 127-161. En nuestro tiempo es un concepto en crisis
pues, “el Estado, tal como lo conocemos, si bien se ha desarrollado y perfeccionado ins-
titucionalmente, no tiene medios ni alcance para encarar los actuales desafíos interna-
cionales. Las sucesivas cumbres internaciones para tratar temas de tanto alcance como el
calentamiento del planeta o el desarme internacional, prueban que ni los mecanismos
representativos de la dinámica internacional ni las tensiones internas partidistas de los
Estados nacionales permiten abordar políticas globales coherentes que son, sin embargo,
necesarias. Se podría resumir la situación afirmando que conocemos las limitaciones
internacionales de nuestras políticas estatales y no poseemos el desarrollo institucional
internacional que haga posible abordar problemas que no pueden situarse en otro espa-
cio que el mundial. Ello ha permitido y permite hablar de una “crisis del Estado” cuya
salida no se columbra todavía”. O.c., 157; CABLE, V., The World´s New Fissures: Identities
in Crisis. Demos, Londres 1996.
209. Una encuesta presentada por Kofi Anam en la Asamblea del Milenio de la ONU
señala que dos tercios de la ciudadanía del mundo –incluidos los países occidentales–
piensan que sus gobernantes no les representan, lo que plantea un grave problema a la
democracia. Cf. CASTELLS, M., “Globalización y antiglobalización”: en El País, 24 de
julio de 2001.
166 Bioética global, justicia y teología moral
210. Cf. TEJADA, F., “La larga lucha por la democracia y la justicia social”: en Página
Abierta 108 (2000) 30-34; GONZÁLEZ, G., “La cultura de la paz. Entre el cosmopolitismo
y la solidaridad originaria”: en Moralia 88 (2000) 447-470 .
211. Juan Pablo II lo ha afirmado reiteradamente al hablar de que la otra cara de la inter-
dependencia, rasgo clave de nuestro mundo globalizado, es la solidaridad. “Cuanto se ha
dicho no se podrá realizar sin la colaboración de todos, especialmente de la comunidad
internacional, en el marco de una solidaridad que abarque a todos, empezando por los
más marginados. Pero las mismas naciones en vías de desarrollo tienen el deber de prac-
ticar la solidaridad entre sí y con los países más marginados del mundo. Es de desear, por
ejemplo, que naciones de una misma área geográfica establezcan formas de cooperación
que las hagan menos dependientes de productores más poderosos; que abran sus fronte-
ras a los productos de esa zona; que examinen la eventual complementariedad de sus
productos; que se asocien para la dotación de servicios que cada una por separado no
sería capaz de proveer; que extiendan esa cooperación al sector monetario y financiero.
La interdependencia es ya una realidad en muchos de estos países. Reconocerla, de mane-
ra que sea más activa, representa una alternativa a la excesiva dependencia de países más
ricos y poderosos, en el orden mismo del desarrollo deseado, sin oponerse a nadie, sino
descubriendo y valorizando al máximo las propias responsabilidades. Los países en vías
de desarrollo de una misma área geográfica, sobre todo los comprendidos en la zona
“Sur”, pueden y deben constituir –como ya se comienza a hacer con resultados promete-
dores– nuevas organizaciones regionales inspiradas en criterios de igualdad, libertad y
participación en el concierto de las naciones. La solidaridad universal requiere, como con-
dición indispensable, su autonomía y libre disponibilidad, incluso dentro de asociaciones
como las indicadas. Pero, al mismo tiempo, requiere disponibilidad para aceptar los sacri-
ficios necesarios por el bien de la comunidad mundial”. SRS n. 45.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 167
no todo pueblo merece gozar del nombre de cibdad, así no todo poblador de la cibdad
merece gozar del nombre de cibdadano (...), porque si al poblador le falta la mansedum-
bre de las costumbres para la conversación de sus iguales, si le falta prudencia para par-
ticipar en la gobernación de la cibdad, no convenientemente se puede llamar cibdadano
(...). Por ninguna otra cosa es averiguado quién sea el cibdadano, sino por la participa-
ción del poder para juzgar y determinar públicamente. Y así las condiciones que con-
vienen al cibdadano [son] vivir en justo y en igual derecho con sus cibdadanos, ni hacer-
le muy vil ni hacerle soberbio, y entonces desear en su República aquellas pocas cosas
que pacíficas son y honestas, donde a este tal le sentimos y llamar le solemos buen cib-
dadano. Y así ninguna cosa tanto conserva la compañía de la cibdad como la mansa y
honesta conversación. Y de ninguna cosa así se engendra la buena conversación como de
la humildad y de la igualdad del ciudadano”. Cf. DE CASTRILLO, A., Tractado de
Republica. Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1958 [1521], 24-27.
215. Marshall, el padre de la discusión contemporánea sobre la ciudadanía, definió ésta
como “un status conferido a aquellos que son miembros plenos de una comunidad.
Todos los que poseen dicho status son iguales con respecto a los derechos y deberes con
los que el status está dotado”. Cf. MARSHALL, T. H.,/BOTTOMORE, T., Citizenship and
Social Class. Pluto Press, Londres 1992, 18.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 169
216. Hansen, citando a Aristóteles nos dice que las democracias radicales, en general,
amplían al principio el número de ciudadanos incluyendo a esclavos o metecos hasta
que se aseguran la mayoría en la asamblea y a partir de ese momento “se vuelven
extremadamente mezquinos respecto a conceder la ciudadanía a los extranjeros, e inclu-
so endurecen los criterios de forma que nadie más que los absolutamente necesarios
comparta los beneficios”. Y concluye Hansen: “en consecuencia, las democracias están
menos dispuestas que las oligarquías o las tiranías a ofrecer la ciudadanía a los extranje-
ros”. Cf. HANSEN, M. H., The Athenian Democracy in the Age of Demosthenes. University
of Oklahoma Press, Norman 1999, 95.
217. Sobre los rasgos de la ciudadanía ateniense es particularmente interesante el libro de
SINCLAIR, R. K., Democracia y participación en Atenas. Alianza, Madrid 1999. Por ejemplo,
aquí se nos refiere que en su aspecto externo un ciudadano no se distinguía de un esclavo
o de un meteco, ni en su vestido, ni en sus costumbres ni en su trabajo. Es más, “el esclavo
ni siquiera se apartaría a un lado para ceder el paso en una calle a un ciudadano”. O.c., 60.
218. Cf. LLEDÓ, E., “Aristóteles y la ética de la polis”: en CAMPS, V., Historia de la ética
I. Crítica, Barcelona 1988, 136-204.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 171
¿Qué es lo que ocurre cuando los hombres hacen lo que deben como
ciudadanos (la guerra para la defensa o gloria de la ciudad)? Ocurre que
han de pagar sus servicios a la ciudad. Entonces se establece una lógica,
una relación, entre el ciudadano y su ciudad. El ciudadano otorga sus
fuerzas e incluso su vida, si es necesario, a favor de la ciudad; la ciudad
le otorga a cambio libertades y privilegios. Ésa es la relación que define
en la ciudadanía antigua la relación entre ciudad y ciudadano219.
221. THIEBAUT, C., Vindicación del ciudadano. Paidós, Barcelona 1998, 25.
222. Ibid., 26.
223. Cf. HINKELAMMER, F., “Globalización como ideología encubridora. Desfigura y
justifica los males de la realidad actual”: en Concilium 293 (2001) 36.
224. Cf. PARAMIO, L., “Democracia y ciudadanía en el tiempo de los medios audiovi-
suales”: en Leviatán 81 (2000) 19-34.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 173
225. Para Holmes y Sunstein, “la simple percepción de que los derechos tienen costes
apunta inevitablemente a la valoración del estado y de las diversas cosas buenas que hace
el Estado, muchas de ellas tan dadas por sentado que el observador poco atento ni se dará
cuenta (...) Las decisiones políticas no han de tomarse sobre la base de una presunta hosti-
lidad entre la libertad y hacienda, porque si de verdad estuvieran enfrentadas, todas nues-
tras libertades básicas estarían condenadas a la abolición”. Cf. HOLMES, S.,/SUNSTEIN,
C. R., The Cost of Rights. Why Liberty Depends on Taxes. Norton, Nueva York 1999, 31.
226. La igualdad social se ve hoy día amenazada. Por ejemplo, esto puede verse en la obra
reciente del filósofo polaco Leszek Kolakowski. Éste combina la crítica mordaz de la igual-
dad social con la defensa de una igualdad liberal amenazada. De la primera dice lo siguien-
te en referencia al socialismo real: se trataba de una igualdad en la que no importaba que
los pobres fueran más pobres, “lo básico era que nadie debía ser más rico que los demás”.
Y cuenta la siguiente anécdota: “Dios le dijo a un campesino ruso: ‘Te daré todo lo que quie-
ras, pero aquello que pidas y recibas lo tendrá tu vecino en doble medida. ¿Qué te gusta-
ría?’. Y el campesino contestó: ‘Por favor, Dios, arráncame un ojo’. Ése –dice Kolakowski–
es el verdadero igualitarismo”. De la segunda igualdad, la liberal, dice, en tono no menos
apasionado: “la igualdad en dignidad humana (...) y la igualdad de derechos y deberes que
conlleva es un requisito esencial si no queremos retroceder a la barbarie”. Cf. KOLA-
KOWSKI, L., Libertad, fortuna, mentira y traición. Paidós, Barcelona 2001, 24 y 25.
174 Bioética global, justicia y teología moral
Llegamos así a los que Adela Cortina designa como “los ciudada-
nos del mundo”227, pues un ciudadano es por definición un ciudadano
entre ciudadanos de un país entre países. “La filosofía puede imaginar
la tierra como el hogar de la humanidad y de una ley no escrita, eterna
y válida para todos. La política se ocupa de los hombres, de los nacio-
nales de muchos países que son herederos de muchos pasados; sus
leyes son barreras positivamente establecidas que acotan, protegen y
limitan el espacio en el que la libertad no es un concepto sino una rea-
lidad viva, política”228. Para Arendt la expresión ciudadanos del mun-
do es distinta de la de ciudadanos de las ciudades y ciudadanos de los
Estados y tiene un sentido de identificación moral, afectiva, con la
humanidad, pero carece de toda dimensión política. Ser ciudadano del
mundo carece de las dimensiones propias de la ciudadanía de las ciu-
dades: no hay participación política en la ciudadanía del mundo, tam-
poco hay posición ni privilegio (porque de hecho la humanidad es una
categoría máximamente inclusiva). En el modelo de la ciudadanía libe-
ral ésta se entiende como el reconocimiento de derechos que permiten
el desarrollo sin interferencias de la soberanía de los individuos. El
Estado se concibe, en relación con esta ciudadanía, como garante de los
derechos propios de un tipo de asociación política particular entre indi-
viduos. ¿Puede hablarse de una ciudadanía cosmopolita a falta de ins-
tituciones que velen por la protección de un catálogo determinado de
derechos, fruto de un contrato entre los individuos y el Estado, y aso-
ciados a unas obligaciones determinadas que han de satisfacer los indi-
viduos respecto a dicho Estado? A pesar de todo habría que afirmar
que la ciudadanía cosmopolita no es una expresión completamente
abstracta, carente de sustancia política: de alguna manera somos parte
de una misma comunidad, de una comunidad real y no sólo imagina-
da, que abarca a toda la humanidad. Javier Muguerza ha utilizado la
metáfora de la Aeronave Espacial Tierra para describir esta paradoja:
no hay duda de que estamos todos a bordo pero lo que no está claro es
227. Cf. CORTINA, A., Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía. Alianza,
Madrid 1997.
228. ARENDT, H., Hombres en tiempos de oscuridad. Gedisa, Barcelona 1990, 67. La mis-
ma Hannah Arendt señala más adelante un dato crucial: “Es verdad, por primera vez en
la historia, que todos los pueblos de la tierra viven en un presente común”. O.c., 83.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 175
229. MUGUERZA, J., El puesto del hombre en la cosmópolis. UNED, Madrid 1998, 15.
230. ARENDT, H., o c., 81.
231. NUSSBAUM, M. C., Los límites del patriotismo. Paidós, Barcelona 1999, 17.
176 Bioética global, justicia y teología moral
240. Cf. GRAY, J., Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global. Paidós, Barcelona
2000. Recalca el papel decisivo del estado-nación en el actual momento y que la resis-
tencia para hablar de su declive.
241. Cf. GARCÍA, E., “Sobre la democracia en el ámbito internacional”: en Isegoría 24
(2001)77-95.
242. Cf. GIDDENS, A., La tercera vía y sus críticos. Taurus, Madrid 2001; La tercera vía: la
renovación de la socialdemocracia. Taurus, Madrid 2003; VELASCO, D., “La tercera vía y las
legitimaciones de un nuevo socialismo”: en Iglesia Viva 207 (2001) 55-76.
243. Cf. HÖFFE, O., “Estados nacionales y derechos humanos en la era de la globaliza-
ción”: en Isegoría 22 (2000) 19-36. El autor se refiere a seis modernizaciones (priorizar la
civitas sobre la gens; desacralización de la nacionalidad; reconocimiento de los derechos
humanos universales; constitucionalismo democrático que posibilite, a la vez, los “uni-
versalismos universales” y los “universalismos particulares”; asunción de lo nuevo a tra-
vés de un cambio de estructuras y de mentalidad; triple apertura hacia lo macrorregio-
nal, lo global, las nuevas generaciones) que el Estado nacional debe hacer suyas si quie-
re coadyuvar a la creación de una democracia mundial. A este Estado lo denomina
“Estado nacional ilustrado”.
180 Bioética global, justicia y teología moral
244. Cf. ZOLO, D., Cosmópolis. Perspectiva y riesgos de un gobierno mundial. Paidós, Barce-
lona 2000. Según Zolo, los teóricos no han prestado suficiente atención a este fenómeno,
a pesar de que, “como ha señalado muy correctamente I. Clark, ningún sistema político
ha mostrado mayor estabilidad en los últimos doscientos años que el modelo jerárquico
adoptado por las instituciones nacionales en 1815. Y, paradójicamente, dicha estabilidad
se ha logrado sin apoyo alguno de ninguna capacidad o habilidad del mismo sistema que
corresponda a sus objetivos institucionales” (31). Las características de dicho modelo son:
en primer lugar, se confía la tarea de promover y mantener la paz a un poder fuertemen-
te centralizado, lo que tiene como consecuencia que el sistema internacional se conciba
como una estructura cosmopolita extremadamente simple (jerarquía asimétrica y polari-
zada); en segundo lugar, el elemento federativo propio de cualquier esquema cosmo-
polita se reduce en la práctica a la consideración de casos en los que el uso colectivo de la
fuerza militar puede ser recomendado o promovido directamente; en tercer lugar, dada
la debilidad federativa, el poder de intervención coercitiva en las disputas que amenazan
la paz conlleva un monopolio estricto del uso internacional de la fuerza armada que tie-
ne garantizado la institución (las superpotencias); en cuarto lugar, la paz universal tien-
de a coincidir con el congelamiento del mapa político, económico y militar tal y como se
constituyó en el momento fundacional de la organización; en quinto lugar, los estadistas
que concibieron los proyectos de paz universal no compartieron sino objetivos pragmáti-
cos (intervención diplomática o militar), careciendo de una estrategia general para la pre-
vención de la guerra. Al menos, se ha carecido de una filosofía política o teoría social
como la que ha acompañado al desarrollo del Estado liberal moderno y de sus institucio-
nes (41-45). Zolo describe brevemente los tres proyectos de conseguir una paz estable y
duradera: la Santa Alianza, como primer intento de “gobierno internacional” tras la
derrota de Napoleón y de su proyecto revolucionario y que duró apenas diez años. Su fra-
caso se debió al conflicto de intereses entre Gran Bretaña y Rusia, por un lado, y a la coli-
sión entre la legitimidad dinástica y el liberalismo y el nacionalismo europeos, por otro;
la Sociedad de Naciones, que fracasaría también por los intereses antagónicos de sus dos
miembros más poderosos, Francia y Gran Bretaña; las Naciones Unidas, hipotecadas, una
vez más, a los intereses hegemónicos de Rusia y Estados Unidos. El fracaso de los tres
proyectos se debió al egoísmo de las potencias hegemónicas, a la ausencia de procedi-
mientos para la resolución de los conflictos entre Estados y a la dificultad de conciliar a
largo plazo, sin tener que recurrir de forma contradictoria al uso de la fuerza, el mante-
nimiento de la paz con la defensa del statu quo internacional y su exigencia de concen-
tración institucional y de legitimación de poder (31-41).
245. Cf. El número monográfico de la revista Isegoría 14 (1996) sobre “Multicultura-
lismo: justicia y tolerancia”. Asimismo, RUBIO, J., “Ciudadanía compleja y democracia”:
en RUBIO, J.,/ ROSALES, J. M., /TOSCAZO, M., Ciudadanía, nacionalismo y derechos hu-
manos. Trotta, Madrid 2000, 21-45; FARIÑAS, M. J., Globalización, ciudadanía y Derechos
Humanos. Dykinson, Madrid 2000; PEÑA, J., La ciudadanía hoy: problemas y propuestas.
Universidad de Valladolid, Valladolid 2000.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 181
246. Cf. ARCHIBUGUI, D., “La democracia cosmopolítica”: en Leviatán 79 (2000) 5-19;
GUIBERNAU, M., “Globalización, cosmopolitismo y democracia. (Entrevista con David
Held)”: en Revista de Occidente 262 (2003) 5-29; ROJAS, O.,“Globalización o democracia
cosmopolita”: en Temas de nuestra América 34 (2000) 157-169.
247. Cf. DELANTE, G., Citizenship in a Global Age. Society, Culture, Politics…, o.c., En la
obra propone cuatro grandes líneas en las que se puede discutir la ciudadanía cosmopo-
lita: internacionalismo (política internacional de los Estados y teoría federal; origen en
Kant y en el universalismo ilustrado; predominantemente es un cosmopolitismo legal:
“government”), globalización (emergencia de una sociedad civil alrededor de actores no
estatales; cosmopolitismo político: “governance”, como afirmación política de la socie-
dad civil), transnacionalismo (movimiento transnacional de pueblos, reflejado en la teo-
ría postnacional; cosmopolitismo cultural) y postnacionalismo (transformación reflexiva
de la soberanía nacional en subnacional y supranacional; cosmopolitismo cívico; Haber-
mas es asumido críticamente como modelo por el autor).
248. Adela cortina apuesta por una ciudadanía cosmopolita “a pesar de las sonrisas
escépticas sobre las posibilidades de construir una auténtica cosmo-polis, una ciudad de
la Tierra en que ningún ser humano se sienta y sepa excluido, lo cierto es que hacia ella
caminan ya organismos internacionales, cívicos, políticos, jurídicos y económicos, que
van asentando día a día los cimientos de la ciudad común. Una ciudad en que todos se
sepan y sientan ciudadanos, pero no sólo políticos, sino también económicos”. Cf. COR-
TINA, A., “Ciudadanía económica cosmopolita”: en El País 5 de junio de 2001.
182 Bioética global, justicia y teología moral
251. La obra de HELD, D. La democracia y el orden global. Del estado moderno al gobierno cos-
mopolita. Paidós, Barcelona 1997, me parece la más elaborada y coherente. Transcribo su
propuesta de modelo cosmopolita de democracia, a corto y largo plazo. Tabla 12.2. Obje-
tivos del modelo cosmopolita de democracia: temas ilustrativos (330-331) Comunidad
política-gobierno: A corto plazo: 1. Reforma del Consejo de Seguridad de la ONU (para
asignar a los países en desarrollo una voz significativa y capacidad de decisión efectiva).
2. Creación de una segunda cámara de la ONU (siguiendo una convención constitucional
internacional). 3. Mayor regionalización política (UE y otras experiencias) e implementa-
ción del referéndum transnacional. 4. Comparecencia obligatoria ante el Tribunal
Internacional. Creación de un Tribunal Internacional de Derechos Humanos. 5. Fundación
de un nuevo organismo de coordinación económica, en el plano regional y el global. 6.
Creación de una fuerza militar internacional, responsable y efectiva. A largo plazo: 1. Con-
solidación del derecho cosmopolita democrático: nueva Carta de Derechos y Obligaciones
consagrada en los diferentes dominios de poder político, social y económico. 2.
Parlamento global (con ciertas capacidades de recaudación impositiva) conectado a todas
las regiones, naciones y localidades. Creación de un Tribunal de Cuestiones Fronterizas.
3. Separación de los intereses políticos y los económicos; financiamiento público de las
asambleas deliberativas y los procesos electorales. 4. Sistema legal global interconectado,
que incorpora elementos del derecho penal y del civil. Creación de un Tribunal Penal
Internacional. 5. Accountability de las agencias económicas internacionales y transna-
cionales con respecto a los parlamentos y las asambleas regionales y globales. 6. Transfe-
rencia permanente de la capacidad coercitiva del Estado-nación a las instituciones regio-
nales y globales, con el objetivo de lograr la desmilitarización y erradicar la guerra. Eco-
nomía-sociedad civil: A corto plazo: 1. Fortalecimiento de los mecanismos de organiza-
ción de la sociedad civil independientes del Estado y el mercado. 2. Experimentación sis-
temática con diferentes formas de organización democrática de la economía. 3. Intro-
ducción de límites estrictos a la propiedad privada de las instituciones con mayor inci-
dencia sobre la opinión pública: los medios, la información, etc. 4. Suministro de recursos
a quienes ocupan las posiciones sociales más vulnerables para que puedan defender y
articular sus intereses. A largo plazo: 1. Creación de una multiplicidad de asociaciones y
grupos autorregulados. 2. Economía multisectorial y pluralización de las pautas de pro-
piedad y posesión. 3. Definición de las prioridades de inversión social por medio de la
deliberación pública y las decisiones de gobierno, pero se mantiene el mercado como
mecanismo de regulación de los bienes y el trabajo. 4. Ingreso básico garantizado para
todos los adultos, actúen en el ámbito del mercado o en el doméstico.
252. La polémica posición que Rawls mantiene en su última etapa (Política liberal) lle-
ga a sostener que en las sociedades jerárquicas bien ordenadas (ni liberales), para afir-
mar los derechos humanos fundamentales no se requiere una ciudadanía libre e igual,
184 Bioética global, justicia y teología moral
como la liberal, sino que las personas sean miembros activos y responsables de la
sociedad. Cf. RAWLS, J., “El derecho de gentes”: en Isegoría 16 (1997) 5-36. También la
crítica que le hace MCCARTHY, TH., “Unidad en la diferencia: reflexiones sobre el
derecho cosmopolita”: en Isegoría 16 (1997) 37-59.
253. Cf. HABERMAS, J., Facticidad y validez, o.c.,.
La globalización como nuevo paradigma para la bioética 185
I. INTRODUCCIÓN
1. Para ver una síntesis del “principialismo”, cf. FERRER, J. J.,/ALVAREZ, J. C., Para
fundamentar la bioética. Universidad Pontificia Comillas/Desclée de Brouwer, Madrid y
Bilbao 2003, 121-162; SERRANO, J. M., “Los principios de la bioética”: en Cuadernos de
Bioética 4 (1992) 23-33; KAMINS, J., “Principios y metodología de la bioética”: en Labor
Hospitalaria 25 (1993) 175-183; GRACIA, D., “Cuestión de principios”: en FEITO, L. (ED.),
Estudios de bioética. Dykinson, Madrid, 1995, 19-42; FERRER, J. J., “Teorías éticas y prin-
cipios bioéticos”: en Puerto Rico Health Sciences Journal 16 (1997) 81-86; “Los principios de
la Bioética”: en Cuadernos del Programa Regional de Bioética 7 (1998) 37-62; VIAFORA, C.,
“I principi della bioética”: en Bioetica e Cultura 2 (1993) 937.
2. Una propuesta ética merecedora del calificativo de principialista ha de conceder a las
normas generales, o sea, a los principios, un puesto central en la reflexión bioética, sin que
por ello sea necesario negar otros elementos que ocupan también un puesto relevante en
otras aproximaciones a la ética biomédica. De hecho es admisible la existencia y comple-
mentariedad de determinados principios generales de la vida moral con los cuatro princi-
pios fundamentales que orientan hoy día la bioética. De todos modos, esta corriente bioéti-
ca tiene cierto calificativo despectivo para autores como Clouser, Gert, Green o Toulmin. Cf.
BEAUCHAMP, T. L.,/ CHILDRESS, J. F., Principles of Biomedical Ethics. Oxford University
Press, New York, 1979, 33. Para ampliar este punto, cf. CHILDRESS, J. F., “Ethical Theories,
Principles, and Casuistry in Bioethics: an Interpretation and Defense of Principlism”: en
CAMENISCH, P. F. (ED.), Religious Methods and Resources in Bioethics. Kluwer Academic,
Boston 1994, 181-201.
190 Bioética global, justicia y teología moral
autentificado tanto por sus promotores como por sus críticos3, y hoy
por hoy sigue siendo un paradigma importante.
Los principios de la bioética, en nuestro caso el principio de justicia,
pretenden reelaborar el valor de la justicia de tal manera que pueda ser
referente evaluativo en las ciencias de la vida. Pero la cuestión no que-
da reducida a eso. La globalización requiere de una reformulación de la
justicia más allá de demonizarla o canonizarla4, al ir acompañada de un
aumento de las desigualdades entre los países y entre las personas.
Abruma pensar que la mayoría de la población mundial está al margen
–excluida– no sólo del disfrute de los bienes y servicios de que dispone
la humanidad, sino aún más de los procesos en los que se toman las
decisiones mundialmente relevantes y que afectan a su vida. Más toda-
vía, la mayoría de la población mundial se ha hecho “población super-
flua”5. Los pobres pasan de ser “explotados”, reales o virtuales, a ser
“excluidos”, porque están de sobra. Ya no cuentan para nada, carecen de
todo tipo de poder, porque no pueden ni siquiera negociar para hacer
valer sus exigencias. Están al margen, pues, de cualquier participación
significativa sobre su futuro6. La globalización y la bioética, a secas, no
arreglan nada, ya que globalizar sin condiciones justas para la dignidad
vital implica aumentar las dimensiones de la jungla global7. La ausencia
de las exigencias de justicia y solidaridad8 de una bioética global consti-
tuye una irresponsabilidad cuando la inmensa mayoría de la humani-
dad queda fuera del desarrollo auténticamente humanizador9.
10. Cf. JONSEN, A. R., “Clinical Ethics and the Four Principles”: en GILLON, R. (ED.),
Principles of Health Care Ethics, England 1994, 13-21.
11. Cf. SPICER, C. M., “Introduction”: en Kennedy Institute of Ethics Journal 5 (1995) VII;
JONSEN, A. R./ TOULMIN, S., The Abuse of Casuistry. A History of Moral Reasoning. Uni-
versity of California Press, Berkeley 1988, 16-19.
192 Bioética global, justicia y teología moral
16. Cf. GRACIA, D., Procedimientos de decisión en ética clínica. Eudema, Madrid 1991, 31.
17. Cf. GRACIA, D., Fundamentos de bioética, o.c., 202-203; 280-281; 455-457; 519: “En
última instancia ... él pretende ... elaborar una teoría objetiva y deontológica del bien y
del mal, frente a la doctrina utilitarista, que sólo juzga los actos como buenos o malos en
virtud de sus consecuencias”.
194 Bioética global, justicia y teología moral
18. Cf. RICHARDSON, H. S., “Specifying Norms as a Way to Resolve Concrete Ethical
Problems”: en Philosophy and Public Affairs 19 (1990) 279-320.
19. Cf. BEAUCHAMP, T. L.,/ CHILDRESS, J. F., Principios..., o.c., 28-30.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 195
20. Cf. Ibid., 30-31; Sobre esto es muy interesante la obra de RIECHMANN, J.,/ TICK-
NER, J., El Principio de Precaución. Icaria Barcelona 2002.
21. Ross sí jerarquiza los principios, ya que aquellos que expresan deberes de obliga-
ción perfecta son más vinculantes que los de obligación imperfecta. Lo que Ross quiere
decir es que los principios pueden ser jerarquizados en base a una cierta intuición basa-
da en las circunstancias concretas. Una vez definida la situación concreta del modo más
preciso posible, el establecimiento del deber prioritario en esas circunstancias se estable-
ce de modo intuitivo, por una especie de “sentido moral”. La idea de nivelación de
Beauchamp y Childress procede más bien de otra fuente, el libro Ethics, escrito en 1963
por William Frankena, quien no acepta una jerarquía entre los principios. La única dife-
rencia entre Frankena y Beauchamp y Childress es que el primero acepta sólo dos prin-
cipios, mientras que los segundos aceptan cuatro. Cf. GRACIA, D., Estudios de Bioética.
Fundamentación y enseñanza de la bioética I. El Búho, Santa Fe de Bogotá 1998, 93-95.
22. Cf. ROSS, W. D., Lo correcto y lo bueno. Sígueme, Salamanca 1994.
196 Bioética global, justicia y teología moral
23. Cf. ibid., 97-99. Hay que aclarar que los deberes perfectos siempre tienen una doble
expresión, privada y pública. Son deberes privados en tanto que propiamente morales o
dependientes del propio individuo. Así, yo tengo el deber de ser no-maleficente y justo.
Pero además existen consensos públicos sobre no-maleficencia y justicia que obligan en
razón del derecho.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 197
que debe respetar toda sociedad y tienen siempre sus repercusiones jurí-
dicas por ser obligaciones perfectas24. Los principios de una “ética de
máximos” no se pueden imponer, pues son fruto de las elecciones que el
individuo entiende por felicitantes. Por esto, formarían parte de un
segundo nivel. Pero el razonamiento moral tiene al menos tres niveles:
primero, el formal, meramente canónico, que afirma el absoluto respeto
de todos los seres humanos. Segundo, el contenido material de los prin-
cipios derivados de aquél, como son los cuatro principios de la bioética.
Y, como estos cuatro principios no son absolutos y tienen excepciones, el
tercer nivel de razonamiento moral es siempre el análisis de circunstan-
cias y consecuencias del caso concreto, para ver si pueden hacerse excep-
ciones a los principios materiales. Una excepción debe ser siempre hecha
cuando las consecuencias derivadas del principio material en una situa-
ción concreta contradicen la regla formal de absoluta consideración y res-
peto de todos los seres humanos25.
La justicia tiene que ver con lo que es debido a las personas, con
aquello que de alguna manera les pertenece o corresponde26. Cuando a
una persona le corresponden beneficios o cargas en la comunidad,
27. Cf. PANEA, J. M., “Filosofía como búsqueda de la justicia”: en Contrastes 6 (2001)
99-112 .
28. Cf. GRACIA, D., Profesión médica, investigación y justicia sanitaria. El Búho, Santa
Fe de Bogotá 1998. “Ciertamente somos iguales, en cuanto seres humanos, pero nace-
mos, crecemos y nos desarrollamos con diferentes cualidades personales, posibilida-
des de ser y en distintas situaciones biográficas. La identidad y unicidad es una nota
característica de cada ser humano, al igual que la individualidad y diferencia”. O.c.,
153. Es interesante ver las maneras que tiene el Prof. Diego Gracia de entender las dis-
tintas maneras de concebir la justicia: como proporcionalidad natural, como libertad
contractual, como igualdad social, como utilidad pública o como equidad formal.
Este último modo sería para él el más perfecto de todos. Cf. GRACIA, D., Fundamentos
de bioética, o. c., 204ss.
29. Hoy en día, la salud es considerada un derecho individual y social. No un privile-
gio ni una prerrogativa. Nuestra sociedad alimenta y respalda continuamente el objeti-
vo de alcanzar una salud mejor para un número cada vez mayor de personas. Y el inte-
rés colectivo por la salud sigue incrementándose: más salud, mayor solidaridad, mejores
cuidados. Sobre este tema Cf. SANTANA, J. F.,/ DE LEÓN, D.,/ BETANCOR, V.,/ BE-
TANCOR, D.,/ SERRA, L., “Derechos humanos, salud pública y justicia social. La histo-
ria de un derecho aún por reivindicar”: en Revista de Ciencias Jurídicas 5 (2000) 515-525.
30. Cf. MONCHO, P.,/JOSEPH, R., “Teorías contemporáneas de la justicia”: en
Cuadernos Salmantinos de Filosofía 28 (2001) 387-405; STERBA, J., “Justice”: en Encyclopedia
of Bioethics, Vol. 3, New York 1995, 1308-1314; FRÜHBAUER, H., “Modelos de justicia en
el actual debate de filosofía política”: en Concilium 270 (1997) 199-208; MONCHO, J.
R.,“Las teorías de la justicia distributiva”: en Ciudad de Dios 208 (1995) 181-198; MASSI-
NI, C. I., “La cuestión de la justicia”: en Sapientia 52 (1997) 325-345.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 199
31. Esto es especialmente notorio cuando se trata de las prestaciones que han de pres-
tar los sistemas sanitarios con unos recursos limitados. Cf. RODRÍGUEZ DEL POZO, P.,
“Justicia sanitaria y libre mercado: ¿Es posible?”: en Persona y Sociedad 2 (1995) 112-125;
GRACIA, D., “¿Qué es un sistema justo de servicios de salud? Principios para la asigna-
ción de recursos escasos”: en Bioética: Temas y Perspectivas 527 (1990) 187-201.
32. Tomás de Aquino señalaba los elementos propios de la justicia en relación a sí mis-
mo y a los demás, su objeto es lo justo, lo exigible por derecho, así como la igualdad de
trato que en lo personal se mide por la categoría de dignidad, en lo individual por la cate-
goría de cantidad y en lo social por la de proporción a los haberes, necesidades o méri-
tos de los miembros de la sociedad. Cf. DE AQUINO, T., Suma Teológica II-II, q. 57, a. 1 .
33. Cf. DRANE, J., “Cuestiones de justicia en la prestación de servicios de salud”: en
Bioética: Temas y Perspectivas 527 (1990) 202-214.
34. Dos obras que sintetizan bien las diferentes posiciones: CAMPS, V.,/GUARGLIA,
O.,/SALMERÓN, F. (EDS.), Concepciones de la ética. Trotta, Madrid 1992; GARGARELLA,
R., Las teorías de la justicia después de Rawls. Paidós, Madrid 1999.
200 Bioética global, justicia y teología moral
37. Cf. FRIEDMAN, M., Capitalismo y libertad. Rialp, Madrid 1966; FRIEDMAN, M.,/
FRIEDMAN, R., Libertad de elegir. Grijalbo, Barcelona 1980.
202 Bioética global, justicia y teología moral
38. Cf. DUMONT, L., Ensayos sobre el individualismo. Alianza, Madrid 1987.
204 Bioética global, justicia y teología moral
39. Cf. DAHRENDORF, R., El nuevo liberalismo. Tecnos, Madrid 1982; CROWLEY, B. L.,
The Self, the Individual and the Community. Liberalism in the Political Thought of F. A. Von
Hayek and Sidney and Beatriz Webb. Clarendon Press, Oxford 1987; LEUBE, K./ZLABIN-
GER, A. (EDS.), The Political Economy of Freedom. Essays in Honor of F. A. Hayek. The
International Carl Menger Library, Manchen 1985.
40. Entre sus obras más importantes destacan: HAYEK, F. A., Individualism and Eco-
nomic Order. George Routledge & Sons, London 1948; The Counter-Revolution of Science:
Studies on the Abuse of Reason. Glencoe, Illinois 1952; Studies in Philosophy, Politics and
Economics. Routledge & Kegan Paul, London 1967; Los fundamentos de la libertad. Unión
Editorial, Madrid 1975; ¿Inflación o pleno empleo? Unión Editorial, Madrid 1976; Camino
de servidumbre. Alianza, Madrid 1976; Democracia, justicia y socialismo. Unión Editorial,
Madrid 1977; Derecho, legislación y libertad (3 vols.). Unión Editorial, Madrid (1978, 1979
y 1982).
41. Cf. Ibid., 1309.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 205
42. Cf. NOZICK, R., Anarquía, estado y utopía. México 1988, 17-38.
43. Ibid., 154.
44. Ibid.
45. Ibid., 155.
206 Bioética global, justicia y teología moral
46. Cf. BEAUCHAMP, T. L,/ CHILDRESS, J. F., Principios de ética biomédica, o. c., 322.
47. Cf. GRACIA, D., ¿Qué es un sistema justo..., o. c., 190.
48. ENGELHARDT, H. T., Los fundamentos de la Bioética. Paidós, Barcelona, 15.
49. Cf. Ibid., 90-110.
50. Ibid., 111-114.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 207
51. Ibid., 115 y 118 (Las cursivas van entre comillas en el original).
52. Ibid., 122-124.
53. Ibid., 135-136.
208 Bioética global, justicia y teología moral
54. Cf. ENGELHARDT, H. T./WILDES, K. W., “The Four Principles of Health Care
Ethics and Post-modernity: Why a Libertarian Interpretation Is Unavoidable”: en
GILLON, R. (ED.), Principles of Health Care Ethics, England 1994, 135-147.
55. Cf. Ibid., 144-145.
56. Cf. PALAZZANI, L., “Teorie della giustizia e allocazione delle risorse sanitarie”: en
Medicina e Morale 5 (1996) 901-921.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 209
61. Entre algunas referencias de interés sobre la obra de Rawls, destacamos los dos
siguientes: LÓPEZ, J., “In memoriam: John Rawls o la justicia como equidad”: en
Estudios Filosóficos 149 (2003) 141-148; ARANDA, F., “La justicia según Ockham, Hobbes,
Hume y Rawls, en el marco de una teoría convencional-contractualista de la sociedad
política”: en Estudios Filosóficos 149 (2003) 43-86. Es de enorme interés la Tesis Doctoral
de VILLARREAL REYNA, O. J., Aportaciones epistemológicas a la teología moral de la eco-
nomía: mediaciones económica y ética. Universidad Pontificia de México 1999, donde ana-
liza en el cap.V la obra de Rawls.
62. “Justicia como imparcialidad”, es la traducción más común de “justice as fairness”.
Para Rawls se trata de un modo de entender la justicia en el que los principios que la
caracterizan son acordados en una situación inicial imparcial, es decir, en la que las rela-
ciones entre todas las partes que acordarán tales principios son simétricas. Esta situación
es la posición original en la que la imparcialidad viene dada por las restricciones que con-
figuran el velo de ignorancia: “For given the circumstances of the original position, the symmetry
of everyone’s relations to each other, this initial situation is fair between individuals as moral per-
sons, that is, as rational beings with their own ends and capable, I shall assume, of a sense of jus-
tice... This explains the propriety of the name «justice as fairness»: it conveys the idea that the
principles of justice are agreed to in an initial situation that is fair. The name does not mean that
the concepts of justice and fairness are the same, any more than the phrase «poetry as metaphor»
means that the concepts of poetry and metaphor are the same”. RAWLS, J., A Theory of Justice.
The Belknap Press Of Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts 1994, 12-13.
Para una extensa bibliografía sobre Rawls en español, cf. LAZCANO, R., “Bibliografía
hispánica sobre John Rawls”: en Agustiniana 114 (1996) 1163-1175.
63. Las traducciones al español dejan a un lado detalles que, aunque pequeños, son
importantes, y de ahí que utilicemos en este trabajo referencias a títulos originales.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 211
64. “De hecho, no hay nada en la biografía personal e intelectual de nuestro autor, fue-
ra del sorprendente éxito de su libro (A Theory of Justice), que salga de los cauces habi-
tuales del lento devenir de la vida académica anglosajona... El reconocimiento público
que le sobrevino con motivo de la asombrosa recepción de su libro no ha conseguido, sin
embargo, cambiar las pautas básicas de su práctica científica habitual, ajena en gran
medida a las críticas y apostillas vertidas sobre su obra. En cierto sentido, Rawls siempre
ha preferido (hasta su muerte) seguir trabajando con el mismo ritmo pausado y pacien-
te que le condujera a la sistematización de su Teoría de la justicia”. VALLESPÍN, F., “El
neocontractualismo: John Rawls”, en CAMPS, V. (ED.), Historia de la ética, III. La ética con-
temporánea. Crítica, Barcelona 1989, 578.
65. WALZER, M., Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad. FCE,
México 1993, 15.
66. CAMPS, V., “Presentación”, en CAMPS, V. (ED.), Concepciones de la ética. Trotta,
Madrid 1992, 21.
67. VALLESPÍN, F., El neocontractualismo…, o.c., 577 y 579.
68. GAUTHIER, D., La moral por acuerdo. Gedisa, Barcelona 1994, 158.
69. ROLLET, J., “La théorie de la justice de John Rawls”, en Le Supplément 176 (1991) 185.
70. ELSTER, J., Justicia local. De qué modo las instituciones distribuyen bienes escasos y car-
gas necesarias. Gedisa, Barcelona 1994, 239.
71. McCARTHY, TH., “Unidad en la diferencia: Reflexiones sobre el derecho cosmo-
polita”: en Isegoría 16 (1997) 37-59, 38.
72. TUGENDHAT, E., Problemas de ética. Crítica, Barcelona 1988, 16.
73. WOLFF, R. P., Para comprender a Rawls. Una reconstrucción y una crítica de la teoría de
la justicia. FCE, México 1981, 187.
74. BARRY, B., La teoría liberal de la justicia. Examen crítico de las principales doctrinas de
Teoría de la justicia de John Rawls. FCE, México 1993, 172-173, 9. Ver también Teoría de la jus-
ticia. Gedisa, Barcelona 2001.
212 Bioética global, justicia y teología moral
75. “En realidad la teoría de la justicia de Rawls, aunque tiene bases contractualistas
(de un contrato original entre personas racionales), poco tiene que ver con las teorías del
contrato social, cuyo objetivo era el de justificar racionalmente la existencia del Estado,
de encontrar una fundamentación racional del poder político, del máximo poder del
hombre sobre el hombre, no de proponer un modelo de sociedad justa”. BOBBIO, N., El
futuro de la democracia. FCE, México 1996, 159.
76. CORTINA, A., Ética mínima. Introducción a la filosofía práctica. Tecnos, Madrid 1992,
154. Sobre la influencia del pensamiento de Rousseau sobre el de Kant y una extensa
bibliografía sobre el tema se puede ver RUBIO CARRACEDO, J., “El influjo de Rousseau
en la filosofía práctica de Kant”: en GUISÁN, E. (COORD.), Esplendor y miseria de la ética
kantiana. Anthropos, Barcelona 1988, 29-74.
77. Cf. CORTINA, A., Ética sin moral. Tecnos, Madrid 1992, 273-284.
78. Cf. CORTINA, A., Ética mínima, o.c., 154.
79. Cf. CORTINA, A., Ética sin moral, o.c., 287.
80. Rawls deja explícitamente abierta la posibilidad de que un régimen socialista libe-
ral, con propiedad pública de los medios de producción, pueda también responder a los
principios de justicia de su teoría. Cf. RAWLS, J., A Theory…, o. c., 274-284.
81. Cf. CORTINA, A., Ética mínima, o.c., 199. Norberto Bobbio distingue entre dos con-
tratos sociales posibles en la actualidad, el de Nozick, que correspondería a la tradición
clásica, y “un nuevo contrato social en el que se vuelva objeto de contratación algún prin-
cipio de justicia distributiva”. Cf. BOBBIO, N., El futuro…, o. c., 141-142. En este sentido,
el pensamiento de Rawls no correspondería al de los contractualistas clásicos (cf. ibid.,
159). Para Bobbio, se debe profundizar el acercamiento entre la izquierda democrática y
el contractualismo: “se trata de ver si, partiendo de la misma concepción individualista
de la sociedad, que es irrenunciable, y utilizando los mismos instrumentos, seamos capa-
ces de contraponer al neocontractualismo de los liberales un proyecto de contrato social
diferente, que incluya entre sus cláusulas un principio de justicia distributiva y por lo tan-
to sea compatible con la tradición teórica y práctica del socialismo” (ibid., 142).
Principios bioéticos y teorías de la justicia 213
88. Cf. RAWLS, J., Political liberalism. Columbia University Press, New York 1996, 265.
89. Cf. RAWLS, J., A Theory…, o.c., 197.
90. Distinción que le permite una descarada defensa de la “apropiación” de tierras indí-
genas por parte de los colonizadores norteamericanos. Para Gauthier, en el “estado de
naturaleza” la apropiación no requiere del consentimiento de quien es despojado, porque
esto pondría en riesgo el avance del “progreso” humano. Cf. GAUTHIER, D., La moral
por…, o. c., 369-380; 386-387. Para Rawls, el punto de referencia, como límite de posibili-
dad, es el “punto de no-acuerdo” caracterizado por el egoísmo general. Cf. RAWLS, J.,
Political Liberalism, o. c., 51-52.
91. Cf. RAWLS. J., A Theory…, o.c., 115-116.
92. WALZER M., Las esferas…, o.c., 13.
93. Cf. RAWLS, J., Political Liberalism, o.c.,261-262.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 215
102. Cf. RAWLS, J., Political Liberalism, o.c., 181; 76, 90; A Theory…, o.c., 62, 93, 396.
103. “El bien es la satisfacción del deseo racional”. (La traducción es mía). RAWLS, J., A
Theory…, o.c., 93; Political Liberalism, o.c., 176, 178.
218 Bioética global, justicia y teología moral
que todos los ciudadanos tienen un plan de vida racional que requiere
para su cumplimiento, en líneas generales, de los mismos bienes prima-
rios107. Las necesidades de los ciudadanos son objetivas en el sentido de
que expresan requerimientos de personas que tienen ciertos intereses
del más alto orden (los de desarrollar y ejercer sus dos poderes morales
y el de seguir una determinada concepción del bien) y cierto carácter
(role) y condición (status) sociales, por lo que, si esas exigencias no se
satisfacen, tales personas no podrán mantener ni su carácter ni su con-
dición de ciudadanos, ni alcanzar sus objetivos esenciales. No se trata,
por lo tanto, ni de una medida de bienestar psicológico ni de una medi-
da de la utilidad. Se puede afirmar que los bienes primarios son la plata-
forma común o el fundamento objetivo desde el cual se podrán evaluar
tanto los mejoramientos de los ciudadanos como las diferencias entre
ciudadanos representativos. Sin tratarse propiamente de una “función
de bienestar social”, porque la concepción de los bienes primarios no pre-
tende ofrecer una medida o índice que se deba maximizar, esa platafor-
ma responde a la necesidad que planteaba la economía del bienestar de
superar tanto la subjetividad de la utilidad como su carácter individua-
lista. De alguna manera, constituye una medida objetiva públicamente
reconocida que permite, sin necesidad de hacer comparaciones inter-
personales cardinales o de elaborar una “agregación” de utilidades
individuales, encontrar una base pública aplicable para hacer compara-
ciones interpersonales, es decir, para evaluar las exigencias de los ciu-
dadanos y darles su peso relativo con respecto a una base común108.
La identidad de las necesidades básicas de los ciudadanos como
tales, que configura una similitud parcial entre sus concepciones del
bien, supone una similitud parcial en las capacidades109 de aquéllos,
constituida para Rawls por el hecho de que tienen, al menos en el gra-
110. Cf. RAWLS, J., A Theory…, o.c., 100-108; Political Liberalism, o.c., 182-187.
111. La “teoría débil (o delgada)” (thin theory) del bien establece los bienes primarios
como requisitos para llegar a los principios de justicia, mientras que la “teoría completa”
(full theory) del bien da como ya especificados los principios de la justicia y los usa para
definir los otros conceptos morales en los que está implicada la noción del bien, por ejem-
plo, los actos supererogatorios, la beneficencia y en general el valor moral de las perso-
nas. Cf. RAWLS, J., A Theory…, o.c., 395-399.
222 Bioética global, justicia y teología moral
3.2. ¿Hay posibilidad de una justicia global desde Rawls? Las críticas
a su Teoría de la Justicia
125. Cf. SEN, A., “Global Justice. Beyond International Equity”: en INGE, K. et al. (EDS.),
Global Public Goods. International Cooperation in the 21st Century. Oxford University Press,
New York-Oxford 1999, 116-125.
126. Ibid., 118.
127. Una buena síntesis para entender la obra de Sen se encuentra en DE LA IGLESIA, F.,
“Una introducción a la obra de Amartya Sen”: en Estudios Empresariales 103 (2000) 44-56 .
Principios bioéticos y teorías de la justicia 229
130. Para profundizar en el tema, cf. DANIELS, N., “Four Unsolved Rationing Pro-
blems. A Challenge”: en Hastings Center Report 4 (1994) 27-42 .
131. Cf. DANIELS, N., “Justice, Fair, Procedures, and the Goals of Medicine”: en
Hastings Center Report 6 (1996) 10-12.
132. FRIED, CH., “Es posible la libertad”: en MC.MURRIA, S. M. (ED.), Libertad, Igualdad
y Derecho. Las Conferencias Tanner sobre filosofía moral. Barcelona 1988; citado en GRACIA,
D., Fundamentos..., o. c., 254.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 231
Ahora bien, ¿cómo se delimita esta ayuda que debe prestarse? Fried
presenta su postura de la siguiente manera:
“¿Qué se le debe a un hombre? Yo diría que estas cosas: primero, tanta
parte de los recursos de la comunidad como para que tenga una opor-
tunidad de vivir decentemente y de hacerse una vida propia: por sus
propios esfuerzos, si es posible; por la ayuda de la comunidad, si esos
esfuerzos son insuficientes. Más allá de eso no debería pedir nada. Más
allá de eso, usar del poder político para pedir más es violar la libertad
de sus semejantes. ¿Cómo y en qué términos se ha de determinar cuál
es ese mínimo social? Ésta es mi propuesta: una persona puede recla-
mar de sus semejantes un paquete estándar de bienes básicos o esen-
ciales: vivienda, educación, cuidado sanitario, alimento; esto es, el míni-
mo social (o decente), si con esfuerzos razonables no puede ganar bas-
tante para procurarse él mismo ese mínimo” 133.
133. Ibid.
134. Cf. MOELLENDORF, D., Cosmopolitan Justice. Westview Press, Cambridge 2002.
135. Ibid., 7-30.
232 Bioética global, justicia y teología moral
136. “La justicia no es el todo de la moralidad; su objeto y espectro son más reducidos.
Para que uno esté obligado a otro por un deber de justicia, ese otro debe ser el tipo correc-
to de cosa y debe estar en la relación correcta con el obligado. Esto está de acuerdo con cier-
tas intuiciones morales relativamente fuertes: yo no estoy obligado por deberes de justicia
con las rocas y las plantas a tratarlas de una determinada forma, pero puede que esté obli-
gado por deberes de justicia con otras personas a tratar a las rocas y a las plantas de una
determinada forma –por ejemplo, no agotando los recursos naturales–. Ni estoy obligado
por deberes de justicia a intervenir en los asuntos de los seres inteligentes con los que no
tenemos relaciones sino sólo una conciencia de su existencia –digamos que los seres inte-
ligentes del segundo planeta en la órbita de alguna estrella lejana–. No obstante, puede que
esté obligado por deberes morales más amplios, por ejemplo, a no hacerles un daño inne-
cesario. El tema en discusión se puede estrechar todavía más. A mí me interesan las cues-
tiones de justicia social. Las cuestiones de justicia social conciernen a si los principios e ins-
tituciones que dominan nuestra vida social y política son justos. Por motivos de brevedad,
sin embargo, me referiré a los deberes de justicia social simplemente como deberes de jus-
ticia. Si una persona A le debe un deber de justicia a la persona B, entonces A tiene el deber
de observar los principios institucionales establecidos que aseguran que a B se le trata jus-
tamente o de abogar por el establecimiento de principios justos. A esta concepción de la
justicia se la llama a veces concepción institucional. Porque los deberes de justicia no se dis-
tinguen tan a menudo de deberes morales más generales –una falta de distinción que crea
confusión– merece la pena enfatizar la distinción. Quisiera poner la atención en dos pro-
piedades que distinguen a los deberes de justicia: (1) los deberes de justicia son generados
por relaciones asociativas; y (2) son deberes que exigen la acción con personas de manera
indirecta en la medida en que exigen obedecer o abogar por instituciones justas o por prin-
cipios que gobiernen la asociación”. Ibid., 31 (La traducción es mía).
Principios bioéticos y teorías de la justicia 233
dan realizarse según su propia comprensión del bien, que en los inte-
reses de los Estados137. Podemos suponer que desearían organizar un
orden global que salvaguarde ese interés fundamental. Parece razona-
ble exigir que tanto los Estados como la sociedad global cumplan con
los siguientes requisitos: a) Que la organización política respete un
principio de justicia distributiva que nos obligue a buscar una igualdad
substancial en la distribución de recursos y oportunidades; b) Que se
rija por principios que tratan a todos los individuos humanos con la
consideración y respeto debidos a personas libres, dignas e iguales.
Las personas también son vulnerables, indigentes, falibles y habi-
tan un universo finito. Por eso tienen otros dos intereses fundamenta-
les, uno de libertad y otro de justicia: a) Interés de libertad: No sólo
interés en poder formular su propio proyecto de vida, sino también en
poder revisarlo; b) Interés de justicia: Los recursos siempre son relati-
vamente escasos, sin embargo no es posible realizarse sin ellos; por lo
tanto, las personas tienen el interés de vivir y cooperar en un sistema
con normas públicas y equitativas de cooperación, con oportunida-
des razonables para tener acceso a los recursos y oportunidades138.
137. “Hasta la última parte del siglo veinte, las instituciones estatales eran las institucio-
nes políticas más generales con poderes policiales y las economías se estudiaban como eco-
nomías nacionales (o estatales). Sin embargo, esas razones no nos compelen a restringir
nuestra atención a la justicia dentro de un estado particular. Puesto que la historia de la
expansión del capitalismo indica que los intereses morales de las personas a todo lo largo
del mundo se ven afectados por una asociación económica en expansión, hay buenas razo-
nes para investigar la justicia a nivel global”. Ibid., 36 (La traducción es mía).
138. “La exigencia de una justa igualdad de oportunidades entraña algo más que una mera
no discriminación entre los aspirantes a posiciones de privilegio. Exige que las ocasiones de
que una persona alcance con éxito una posición de privilegio no deberían depender ni de la
fortuna social, que incluye el nivel de privilegio de los padres y el país de nacimiento y la
educación, ni de ciertos aspectos de la fortuna natural, incluyendo el sexo, la raza y la pro-
cedencia étnica. La justa igualdad de oportunidades es coherente con el principio de pose-
sión propia en que permite desigualdades ilimitadas en base a talentos y habilidades, si se
neutralizan las influencias de la fortuna. La igualdad justa de oportunidades exigiría refor-
mas significativas a la economía global actual. Como sugerí en el Capítulo 3, una manera de
imaginar la consecución de la meta es que a un chico nacido en la Mozambique rural le fue-
ra igual de probable estadísticamente convertirse en un banquero inversor que al hijo de un
banquero de Suiza. Para que eso sucediera, habría que gastar una gran cantidad en infraes-
tructura entre los pobres del mundo. Habría que igualar las oportunidades educativas a lo
largo del globo y entre los sexos, tendría que ser aproximadamente igual el acceso y las ins-
talaciones del cuidado sanitario y todas las personas tendría que estar libres de persecución
en base a su raza, procedencia étnica, género, religión y afiliación política. La igualdad justa
de oportunidades es sólo mínimamente igualitaria, pues permite desigualdades ilimitadas
de resultados en una generación; pero, a la luz de las actuales desigualdades globales, sus
requisitos serían muy exigentes”. Ibid., 79 (La traducción es mía).
234 Bioética global, justicia y teología moral
139. “Existe una asociación económica global. Asumiendo que todas las personas mere-
cen igual respeto, ¿qué principios establecerían una distribución justa de los beneficios
del sistema? El respeto igual exige que todos, a pesar de las diferencias de fortuna social
y natural, deberían tener igual oportunidad al beneficio. De lo contrario, la distribución
se vería influida por propiedades moralmente arbitrarias de las personas. El respeto
igual exige también la igualdad de los resultados sea el punto de referencia con el que se
midan todos los principios que gobiernen la distribución. Los principios que permitieran
beneficiarse sin límite a los que tienen talento y habilidad permitirían una distribución
sobre diferencias moralmente arbitrarias. Un principio que exija igualdad de resultados,
no obstante, es menos preferible que uno que permita desigualdades que sean en máxi-
mo beneficio de los menos aventajados. Aunque este último principio permite desigual-
dades, es completamente coherente con el respeto igual a las personas: los menos aven-
tajados no pueden quejarse racionalmente de su aplicación, pues no podrían hacer nada
mejor; y los más aventajados no tienen fundamentos morales para exigir más privilegios
de los que permite el principio porque no pueden aspirar a merecer más en virtud de su
talento o buena fortuna. Así pues, los principios de justicia distributiva global que cons-
tituyen la igualdad democrática son superiores a los de la igualdad liberal. Si la justa
igualdad de oportunidad exige ella sola cambios estructurales extensivos a la economía
mundial, su conjunción con el principio de diferencia es todavía más exigente. No sólo
se deben igualar las oportunidades entre los niños de Mozambique y Suiza, sino que las
desigualdades de resultados deben ser limitadas de tal forma que sean en máximo bene-
ficio de los menos aventajados. Recuerden que los activos de 358 multimillonarios exce-
den a los ingresos anuales combinados de países que suman el 45 % de la población
mundial. La evidencia de desigualdad, empero, no es evidencia de que no se ha satisfe-
cho el principio de diferencia. Más bien, lo que hace falta es alguna razón para creer que
podría mejorar la porción de los menos aventajados. Ibid., 80-81 (La traducción es mía).
Principios bioéticos y teorías de la justicia 235
140. Cf. CONILL, J., “Mercado y justicia: Un reto para la ética económica contemporá-
nea”: en Contrastes 5 (2000) 247-257.
141. Cf. SEN, A., Ética y economía. Alianza, Madrid 1989; Choice, Welfare and Measurement.
Blackwell, Oxford 1982; Bienestar, justicia y mercado. Paidós, Barcelona 1997; Desarrollo y
libertad. Planeta, Barcelona 2000.
236 Bioética global, justicia y teología moral
ca. En este sentido hay que destacar el papel de los mercados dentro
del proceso de expansión de las libertades reales de tales individuos.
Pues, como ya vio Adam Smith –a quien remite el propio Sen–, el mer-
cado está al servicio de una de las libertades básicas, aquella que capa-
cita para realizar intercambios y transacciones. El valor primordial del
mercado no consiste, pues, en contribuir al crecimiento económico,
como tantas veces se dice, pues éste es un valor meramente instru-
mental; el valor más profundo del mercado consiste en servir de vehí-
culo y mediación de la libertad. Y la libertad para intercambiar no nece-
sita una justificación basada en sus efectos, sino que tiene un valor de
por sí. Por sorprendente que suene en los ambientes económicos (y
mucho más en los economicistas), he aquí el análisis y la reflexión de
un reputado economista que destaca el valor intrínseco de la libertad
como matriz y parámetro evaluador del mecanismo del mercado.
142. Ibid.
143. Cf. SEN, A., Commodities And Capabilities. North Holland, Amsterdam 1985.
144. Cf. SEN, A., “Capacidad y Bienestar”: en http://www.eumed.net/cursecon/economis-
tas/textos/Sen-capacidad_y_bienestar.htm .
Principios bioéticos y teorías de la justicia 237
145. Una perspectiva que también tiene sus críticas. Así, Möellendorf afirma: “El enfo-
que de capacidades no está libre de problemas. Sen no es del todo claro en si lo que moti-
va su posición es una apreciación de diferenciales de necesidades o de diferenciales de
fuerzas o capacidades para convertir recursos en libertades. A veces escribe de forma
que hace resaltar lo primero: “Tal formulación será sensible a las diferencias en las nece-
sidades de las personas”. Se podría pensar que la diferencia entre las dos visiones es
mínima, ya que se podrían pensar las libertades como libertades para satisfacer necesi-
dades. Sin embargo, un inconveniente significativo de introducir las necesidades en la
explicación es que al enfoque de capacidades se le hace vulnerable a caer en una especie
de “bienestarismo” que Sen quiere evitar. Un problema principal de los enfoques bie-
nestaristas es que no consideran a las personas suficientemente responsables de sus des-
ventajas. Por ejemplo, en una distribución igual de la riqueza, puede que alguien que
haya cultivado el gusto por el caviar y el champagne sea menos feliz que otra persona a
la que le gusten la cerveza y las patatas fritas. Si la justicia distributiva debiera aspirar a
la distribución del bienestar, entonces se tendría que hacer igualmente felices, más que
igualmente ricas, a esas dos personas de gustos diferentes. Tomar por el objeto de la jus-
ticia distributiva a la riqueza o a los ingresos, más que al bienestar, mantiene a las per-
sonas siendo responsables de sus fines. Una persona que desarrolla gustos caros, diga-
mos que por el caviar y el champagne, no puede reclamar más recursos para satisfacer
esos gustos. Esa persona es responsable de ellos y no es ninguna cuestión de justicia si
se satisfacen. Ahora bien, si la justicia exige atención a todas las capacidades de satisfac-
ción de necesidades, entonces las capacidades de satisfacción de necesidades caras y cul-
tivadas no serían menos importantes que las de satisfacción de necesidades básicas. Por
lo tanto, el enfoque de capacidades sufriría un problema similar al de los enfoques del
bienestar. Una respuesta a disposición de Sen es mantener que sólo se debería dirigir la
justicia a una serie limitada de capacidades básicas de satisfacción de necesidades. En
varios lugares ofrece ejemplos de unas pocas capacidades de satisfacción de necesidades
que todo el mundo debería tener igual poder de satisfacer. Éstas incluyen las siguientes:
1) la habilidad de satisfacer las exigencias alimenticias propias; 2) los medios para ves-
tirse y cobijarse; 3) el poder de participar en la vida social de la comunidad; 4) la capa-
cidad de evitar la vergüenza por el fracaso al cumplir las convenciones sociales; y 5) la
capacidad de conservar el respeto a sí mismo”. Cf. MOELLENDORF, D., Cosmopolitan
Justice, o.c., 85-86 (La traducción es mía).
238 Bioética global, justicia y teología moral
146. Cf. CASAS, J., “Economía y ética en la obra de Amartya Kumar Sen”: en Sistema 158
(2000) 121-125; ÁLVAREZ, J. F., “Capacidades, libertades y desarrollo: Amartya K. Sen”: en
MÁIZ, R. (COMP.), Teorías políticas contemporáneas. Tirant lo Blanch,Valencia 2001, 381-396;
GRIFFIN, K., “Desarrollo humano: origen, evolución e impacto”: en IBARRA, P.,/UNCE-
TA, K. (COORDS.), Ensayos sobre el desarrollo humano. Icaria, Barcelona 2001, 25-42.
147. Cf. SEN, A., “Development: Which Way Now?”: en Economic Journal 93 (1983).
148. Cf. CONILL, J., “Bases éticas del enfoque de las capacidades de Amartya Sen”: en
Sistema 171 (2002) 47-63.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 239
4.2. El Bienestar
149. Cf. SEN A., “Well Being, Agency and Freedom: The Dewey Lectures 1984”: en The
Journal of Philosophy 82 (1985) 169-221 (Seguimos la traducción en español: “El Bienestar
y la Condición de Ser Agente y la Libertad. Conferencias Dewey de 1984”: en Bienestar,
Justicia y Mercado. Paidós ICE/UAB 1997, 39-108) .
150. Ibid., 62.
151. Ibid., 61.
240 Bioética global, justicia y teología moral
152. SEN A., On Ethics and Economics. Basil Blackwell, Oxford 1987, 58.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 241
153. SEN A., “Markets and Freedoms: Achievements and Limitations of the Market
Mechanism in Promoting Individual Freedoms”: en Oxford Economic Paper 45 (1993) 519-
541 (Seguimos la traducción: “Mercados y Libertades. Logros y Limitaciones del Meca-
nismo de Mercado en el Fomento de las Libertades Individuales”: en Bienestar, Justicia y
Mercado, o.c., 123-156), 134.
154. SEN A., “El Bienestar y la Condición de Ser Agente y la Libertad. Conferencias
Dewey de 1984”: en Bienestar, Justicia y Mercado, o.c., 63.
155. Cf. Ibid., 62.
156. Cf. SCANLON T., “Contractualism and Utilitarianism”: en SEN, A.,/WILLIAMS, B.
(EDS.), Utilitarisms and Beyond. Cambridge University Press, Cambridge 1982, 103-128 (108).
157. SEN A., “El Bienestar y la Condición de Ser Agente y la Libertad. Conferencias
Dewey de 1984”: en Bienestar, Justicia y Mercado, o.c., 64.
242 Bioética global, justicia y teología moral
162. SEN A., “El Bienestar y la Condición de Ser Agente y la Libertad. Conferencias
Dewey de 1984”: en Bienestar, Justicia y Mercado, o.c., 79.
163. Ibid., 80.
164. Cf. STERBA, J., Justice..., o.c., 1311.
165. Cf. Ibid., 1312.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 245
166. CF. EMMANUEL, E., “Where Civic Republicanism and Deliberative Democracy
Meet”: en Hastings Center Report 6 (1996) 12-14.
167. Cf. BEAUCHAMP, T. L./CHILDRESS, J. F., Principios..., o. c., 322-324.
246 Bioética global, justicia y teología moral
170 “No existe un solo conjunto de bienes básicos o primarios concebible para todos los
mundos morales y materiales –o bien, un conjunto así tendría que ser concebido en tér-
minos tan abstractos, que sería de poca utilidad al reflexionar sobre las particulares formas
de la distribución–. Incluso la gama de las necesidades, si tomamos en cuenta las de carác-
ter físico y las de carácter moral, es muy amplia y las jerarquizaciones son muy diversas.
Un mismo bien necesario, y uno que siempre es necesario, la comida por ejemplo, con-
llevan significados diversos en diversos lugares. El pan es el sostén de la vida, el cuerpo
de Cristo, el símbolo del Sabat, el medio de la hospitalidad, etc. Previsiblemente, existe un
sentido limitado en el cual el primero de ellos es el sentido primario, de modo que si
hubiera 20 individuos en el mundo y pan apenas suficiente para alimentar a los 20, la pri-
macía del pan como el sostén de la vida originaría un principio distributivo suficiente.
248 Bioética global, justicia y teología moral
Pero esa es la única circunstancia en la cual sucedería así, e incluso aquí no podemos estar
seguros. Si el empleo religioso del pan entrara en conflicto con su uso nutricional –si los
dioses exigiesen que el pan fuera preparado y quemado pero no comido ya no resulta cla-
ro qué empleo sería el primario–. ¿Cómo entonces se ha de incluir el pan en la lista uni-
versal? La pregunta es todavía más difícil de responder, las respuestas convencionales
menos razonables, conforme pasamos de las necesidades a las oportunidades, a las capa-
cidades, a la reputación, y así sucesivamente. Éstos elementos pueden ser incluidos sólo si
se les abstrae de toda significación particular, y se les convierte, por ende, en insignifican-
tes para cualquier propósito particular. Pero es la significación de los bienes lo que deter-
mina su movimiento. Los criterios y procedimientos distributivos son intrínsecos no con
respecto al bien en sí mismo sino con respecto al bien social. Si comprendemos qué es y
qué significa para quienes lo consideran un bien, entonces comprendemos cómo, por
quién y en virtud de cuáles razones debería de ser distribuido. Toda distribución es justa
o injusta en relación con los significados sociales de los bienes de que se trate”. Ibid., 22.
171. Ibid., 23.
Principios bioéticos y teorías de la justicia 249
177. “El mejor tratamiento de la justicia distributiva es un tratamiento de sus partes: los
bienes sociales y las esferas de distribución. No obstante, quisiera decir algo acerca del
conjunto: en primer lugar, en lo concerniente a su carácter relativo; en segundo lugar, en
lo concerniente a la forma que adquieren en nuestra propia sociedad; y en tercer lugar,
en lo concerniente a la estabilidad de tal forma. Estos tres aspectos concluirán mi plan-
teamiento. No intentaré considerar aquí el problema de si las sociedades donde los bie-
nes son justamente distribuidos son también sociedades justas. Ni duda cabe de que la
justicia es mejor que la tiranía; pero no tengo manera de determinar si una sociedad jus-
ta es mejor que otra sociedad justa. ¿Existe acaso una noción determinada (y con ello una
distribución determinada) de los bienes sociales que sea simplemente buena? En este
libro no me he referido a tal cuestión. Como concepción singular, la idea del bien no rige
nuestra argumentación acerca de la justicia. La justicia es relativa a los significados sociales.
Por cierto, la relatividad de la justicia se desprende de la clásica definición no-relativa: dar a cada
quién lo suyo, como de mi propuesta: distribuir los bienes por razones “internas”. Se trata de
definiciones formales que requieren un complemento histórico, como me he empeñado
en mostrar. No podemos decir que esto se le debe a tal o a cual persona hasta que sepa-
mos cómo se relacionan estas personas entre sí por medio de las cosas que hacen y dis-
tribuyen; el adjetivo justo no determina la vida esencial de las sociedades que describe,
tan sólo la modifica. Hay un número infinito de vidas posibles, configuradas por un
número infinito de culturas, religiones, lineamientos políticos, condiciones geográficas,
etc., posibles. Una sociedad determinada es justa si su vida esencial es vivida de cierta
manera –esto es, de una manera fiel a las nociones compartidas de sus miembros–.
(Cuando los individuos disienten acerca del significado de los bienes sociales, cuando las
nociones son controvertidas, entonces la justicia exige que la sociedad sea fiel con la
disensión suministrando canales institucionales para expresarla, mecanismos de adjudi-
cación y distribuciones alternativas.)”. Ibid., 322. (El subrayado es mío).
252 Bioética global, justicia y teología moral
I. INTRODUCCIÓN
1. SCHOCKENHOFF, E., Etica della vita. Queriniana, Brescia 1997, 25; WALTERS, L.,
“Religion and the Renaissance of Medical Ethics in the United States: 1965-1975”: en
SHELP, E. E. (ED.), Theology and Bioethics. Exploring the Foundations and Frontiers. Reidel,
Dordrecht 1985, 3-16; Importancia de la teología para el origen de la Bioética que tam-
bién sostiene Diego Gracia. Cf. GRACIA, D., Como arqueros al Blanco. Triacastela, Madrid
2004, 107-115; GAFO, J., “Veinticinco años de bioética”: en Razón y Fe 234 (1996) 401-414;
SHELP, E. E., Theology and Bioethics. Reidel, Dordrecht 1985.
2. Cf. GRACIA, D., “Planteamiento general de la bioética”: en VIDAL, M. (DIR.), Con-
ceptos fundamentales de la ética teológica. Trotta, Madrid 1992, 422.
256 Bioética global, justicia y teología moral
3. Ibid., 422-428.
4. Cf. TAYLOR, CH., La Ética de la Autenticidad. Paidós, Barcelona 1994. Taylor apun-
ta hacia la dicotomía creciente entre un sistema político moderno que ofrece democracia
y bienestar social, y el distanciamiento del individuo o de grupos enteros de los proce-
sos políticos, que incluyen el diseño de una agenda social verdaderamente humana. La
búsqueda de satisfacción individual ha redundado en una creciente flexibilización de las
bases morales del hombre y dado lugar a estilos de vida que van en contra de la esencia
social humana y su búsqueda del bien común. Así, lo que se ha ido perdiendo en las
vidas humanas es la fuerza del ideal de la autenticidad, la misión del hombre por lograr un
mundo mejor. Esta autenticidad ha sido implícitamente desacreditada, y su ideal, redu-
cido a un axioma más que no puede expenderse o ser comparado con otros axiomas,
dado el extremo relativismo que acompaña al debate moderno. Pese a la adversidad de
estas circunstancias, el autor señala que nuestro rango de opciones no está agotado. El
hombre siempre tendrá la libertad de determinar la esencia de los fines que persigue,
inclusive si el razonamiento instrumental debiese de tener menos influencia en la forma
de pensar que rige nuestras vidas.
5. “Mi impresión personal –dice Diego Gracia– es que los documentos magisteriales
sobre estos temas son de una pobreza intelectual tan llamativa y sorprendente que difí-
cilmente serían tenidos en cuenta en debates serios si no fuera por la autoridad religiosa
y política que los avala. Se me dirá que lo que les da peso es esa autoridad. Pero no aca-
Bioética global y teología moral 257
subyacen en las propias decisiones éticas6, algo por otra parte no fácil
en este “imperio de lo efímero”7 de inicio de milenio, sobre todo por el
“desmoronamiento de las tradiciones, de un sentido global de la vida,
de criterios éticos absolutos... Muchos hombres no saben ya en nuestros
días hacia qué opciones fundamentales han de orientar las pequeñas o
grandes opciones diarias de su vida, y tampoco qué preferencias seguir,
qué prioridades establecer, qué símbolos elegir. Las antiguas instancias
y tradiciones orientativas ya no sirven...”8. La situación descrita afecta a
lo religioso, a lo ético, a lo bioético y a sus relaciones mutuas y muestra,
a la vez, la necesidad de un proyecto de bioética global y, para ello, se
precisa una fundamentación racional y universal de la moral; al tiempo
que se hace cada vez más importante una positiva contribución de las
religiones9. Como afirmaba Javier Gafo: “La fe no suprime la racionali-
dad, sino que la debe tomar como fundamental punto de partida y
como método de aproximación al tratamiento de los temas morales. El
discurso racional ético es fundamental en una bioética ‘católica’. La
moral católica no puede ser fundamentalista, basada en textos bíblicos
tomados literalmente, o en valores religiosos esotéricos, inaccesibles
para el que no participa de esa fe; debe utilizar también las mismas
herramientas del discurso racional ético”10. Torres Queiruga escribe:
11. TORRES QUEIRUGA, A., Recuperar la creación. Sal Terrae, Santander 1997, 173.
12. Cf. VIDAL, M., La ética civil y la moral cristiana. San Pablo, Madrid 1995, 83-108.
13. DUMAS, A., “Competencias técnicas y especificidad cristiana”: en Iniciación a la
práctica de la Teología (Vol. IV). Cristiandad, Madrid 1985, 66.
Bioética global y teología moral 259
14. CAMACHO, I., Doctrina social de la Iglesia. Paulinas, Madrid 1991, 285. Dedica el
cap. 10 a presentar El Concilio Vaticano II: bases para una nueva doctrina social de la Iglesia,
285-312.
15. Cf. MARTINA, G., “El contexto histórico en el que nació la idea de un nuevo con-
cilio ecuménico”: en LATOURELLE, R. (ED.), Vaticano II: balance y perspectivas. Sígueme,
Salamanca 1989, 25-64.
260 Bioética global, justicia y teología moral
16. “Renuévense igualmente las demás disciplinas teológicas por un contacto más vivo
con el misterio de Cristo y la historia de la salvación. Aplíquese un cuidado especial en per-
feccionar la teología moral, cuya exposición científica, más nutrida de la doctrina de la
Sagrada Escritura, explique la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y la obliga-
ción que tienen de producir su fruto para la vida del mundo en la caridad”. OT n. 16.
17. En 1943 Pío XII da luz verde al estudio científico de los géneros literarios en la
Biblia con su Divino afflante Spirito, a los 50 años de la Providentissimus Deus de León XIII.
Se empieza a admitir el condicionamiento histórico-cultural de la revelación y el condi-
cionamiento de las enseñanzas morales bíblicas. La Dei Verbum del Concilio Vaticano II
fue decisiva para renovar la lectura de la Biblia en el mundo católico.
18. Cf. ACTA ET DOCUMENTA CONCILIO OECUMENICO VATICANI II. Schema
Constitutionis dogmaticae de ordine morali christiani. Series II. Vol. II, Sessio Tertia (Praepa-
ratoria), 28-96.
19. Cf. DELHAYE, PH., “La aportación del Vaticano II a la teología moral”: en Conci-
lium 75 (1972) 207-217. Para una visión del impacto del concilio sobre la moral hay una
magnífica síntesis en QUEREJAZU, J., La moral social y el Concilio Vaticano II. Eset, Vitoria
1993, 71-105; DE OLIVEIRA, C. J., “Gaudium et Spes: ¿nuevo paradigma de ética funda-
mental y social?”: en AnáMnesis 1 (1996) 5-48.
Bioética global y teología moral 261
20. Hasta los últimos momentos hubo una minoría que proponía enmiendas como,
por ejemplo, que se dijera que la Iglesia “de rebus moralibus responsa habet perpetuo valida”.
No fueron aceptadas esas enmiendas y la votación se hizo con el resultado de 2.173 pla-
cet, de entre 2.216 congregados. Cf. ACTA SYNODALIA SACROSANCTAE CONCILII
OECUMENICI VATICANI II, Vol. IV, periodus 4, pars VII, 420-423.
21. GS n.33.
262 Bioética global, justicia y teología moral
22. Cf. GOMEZ MIER, V., La refundación de la moral católica. El cambio de matriz discipli-
nar después del Concilio Vaticano II. Verbo Divino, Estella 1995.
23. Cf. MAHONEY, J., The Making of Moral Theology. A Study of the Roman Catholic
Tradition. Clarendon Press, Oxford 1987; McCORMICK, R., “The Shape of Moral Evasion
in Catholicism Today”: en America 159 (1988) 183-188; “Moral Theology 1940-1989. An
Overview”: en Theological Studies 50 (1989) 3-24; Corrective Wisdom. Explorations in Moral
Theology. Sheed and Ward, Kansas 1994; The Critical Calling. Reflections on Moral Dilemmas
Since Vatican II. Georgetown University Press, Washington 1989; HARING, B., Está todo
en juego. Giro en la teología moral y restauración. PPC, Madrid 1995.
24. Ildefonso Camacho mantiene esta posición en los siguientes términos: “A través de
los sucesivos documentos se va produciendo lo que cabría denominar una continua remo-
delación de la doctrina como consecuencia de la reflexión que se hace desde la fe sobre una
realidad en permanente cambio. En la medida en que los creyentes conservemos la sensi-
bilidad suficiente para percibir lo nuevo de cada situación histórica, evitaremos que la
Doctrina Social se vaya anquilosando. La experiencia nos recuerda que, por desgracia, no
siempre ha sido así: en muchos momentos en la Iglesia se ha preferido repetir rutinaria-
mente lo dicho en el pasado (con no poca nostalgia de lo perdido) que explotar creativa-
mente lo nuevo de cada tiempo histórico. Esta rutina se ha instalado en la Iglesia, muchas
veces a nivel de recepción de la doctrina, y se ha manifestado en una lectura selectiva de
estos documentos, más atenta a descubrir los elementos continuistas que los innovadores:
tras ello se escondía una actitud carente de toda sensibilidad histórica y firmemente afe-
rrada al pasado y al mantenimiento del orden establecido”… “La actitud que se describe
en estas líneas es el mejor antídoto contra esa tendencia de los creyentes a repetir lo que
nos llega del pasado, con una falsa concepción de la fidelidad a la tradición. No podemos
limitarnos a decir que la fe nos aporta luz para interpretar mejor la realidad. También es
verdad lo contrario: que la realidad nos ayuda a descubrir el sentido más hondo del men-
saje evangélico y a vivir con más autenticidad nuestra fe. Es lo que muchos teólogos actua-
les llaman el círculo hermenéutico que lleva de la fe a la praxis histórica y de la praxis his-
tórica a la fe. Por tanto, el mensaje cristiano no es, al menos en la percepción que tenemos
de él desde nuestra experiencia humana limitada, un todo definitivamente poseído, sino
una fuente inagotable que muestra su fecundidad en contacto con las coordenadas varia-
bles del espacio y del tiempo”. CAMACHO, I., Doctrina social de la Iglesia. O.c., 19 y 20 .
Bioética global y teología moral 263
25. Tomemos un ejemplo concreto del campo de la ética sexual. “No se puede esperar
del Nuevo Testamento –dice la teóloga moral Cahill– que especifique una ética sexual
como tal, por la misma razón que tampoco nos proporciona una ética de conjunto en otras
esferas de la actividad humana. La ética en el Nuevo Testamento no es un tema de interés
independientemente de las nuevas relaciones con Dios iniciadas por Jesús. El Evangelio
versa sobre la Buena Noticia del Reino de Dios y es una invitación a vivirlo; pero no es un
sistema atemporal de instrucción moral”. Cf. CAHILL, L. S., Sex, Gender and Christian
Ethics. Cambridge University Press, New York 1996, 121. “Estos temas –ha dicho Cahill–
no se pueden considerar independientemente de perspectivas más amplias sobre la sexua-
lidad y sobre mujeres y hombres no tan sólo como agentes sexuales, sino como personas,
en las que convergen multitud de responsabilidades y de cargas. Meramente el prohibir
ciertas opciones en el terreno de la sexualidad no puede ser una respuesta eficaz ante los
factores sociales, culturales y económicos que conducen o acorralan a las personas hasta
situaciones en las que hay que decidir”. O.c., 533; ver también: “Catholic Sexual Ethics and
the Dignity of the Person: A Double Message”: en Theological Studies 50 (1989) 120-150.
26. GS n.46. En vez de decir “de la razón humana”, como se había propuesto por algu-
nos, se dijo “de la experiencia humana”. Es el texto que prologa la segunda parte de GS,
en la que se trata sobre algunos problemas concretos más urgentes.
27. Cf. DÍAZ MORENO, J. M., “25 años de la Humanae Vitae”: en XX Siglos 3 (1993)
21-33; LÓPEZ AZPITARTE, E., “La moral de los anticonceptivos. Discusiones actuales”:
en Proyección 31 (1984) 199-208.
28. Cf. FUCHS, J., “¿Existe una ética específicamente cristiana?: en Revista de Fomento
Social 25 (1970) 165-179; LÓPEZ AZPITARTE, E., “Especificidad de la moral cristiana”: en
Sal Terrae 78 (1990) 489-499; BASTIANEL, S., “Epecificidad (de la moral cristiana)”: en
264 Bioética global, justicia y teología moral
1. En la ética teológica
COMPAGNONI, F. (DIR.), Nuevo diccionario de teología moral. Paulinas, Madrid 1992, 600-
609; VIDAL, M., “Especificidad de la ética cristiana”: en AA.VV., Diccionario enciclopédico
de teología moral. Paulinas, Madrid 1980, 1320-1329.
29. VIDAL, M., Moral de actitudes. I. Perpertuo Socorro, Madrid 1990, 196.
30. Ibid., 196-197.
31. Cf. EID, V., “El concepto de autonomía y su importancia ético-social”: en Concilium
192 (1984) 205-217; GUNTER, T. H., “Fe en Dios y razón autónoma. Discusiones sobre la
moral autónoma”: en Selecciones de Teología 24 (1985) 138-143; LÓPEZ DE LA OSA, J. R.,
“Libertad y autonomía. Contexto y texto en la ‘Veritatis Splendor’”: en Moralia 12 (1994)
31-50; AUER, A., “La recepción de una ética autónoma en la moral católica”: en Seleccio-
nes de Teología 22 (1983) 63-70 .
Bioética global y teología moral 265
32. Sobre esto remitimos a la extensa bibliografía en CONCHA, P., El intrisece malun en
la discusión teológico-moral del postconcilio. (Tesis Doctoral) Facultad de Teología de
Granada 2002, 127-191; MORENO, M., “Moral autónoma y ética de la fe”: en Proyección
36 (1989) 199-214; VIDAL, M., “Fundamentación de la ética teológica”: en VIDAL, M.
(DIR.), Conceptos fundamentales de ética teológica. Trotta, Madrid 1992, 246-247; LÓPEZ
AZPITARTE, E., “Fundamentación de la moral cristiana: ¿autonomía o dependencia?”:
en Proyección 24 (1977) 173-181; “La ética cristiana: ¿fe o razón?”: en Selecciones de Teología
29 (1989) 256-268.
33. LÓPEZ AZPITARTE, E., Fundamentación de la ética cristiana. Paulinas, Madrid
1990, 292.
34. VIDAL, M., Fundamentación de la ética teológica, o.c., 247.
266 Bioética global, justicia y teología moral
35. VIDAL, M., Moral de actitudes I, o.c.. Vidal habla de “la referencia a Jesús de Nazaret
en cuanto que en él se hace presente y operante la fuerza crítico-profética del Absoluto”.
O.c., 204.
36. Ya la Gaudium et Spes (n. 63), hablando de la vida económico-social, dice: “La
Iglesia, en el transcurso de los siglos, a la luz del Evangelio, ha concretado los principios
de justicia y equidad exigidos por la recta razón, tanto en orden a la vida individual y
social, como en orden a la vida internacional, y los ha manifestado especialmente en
estos últimos tiempos. El Concilio quiere robustecer estos principios de acuerdo con las
circunstancias actuales, y dar algunas orientaciones”. Este doble nivel de principios y
orientaciones será enriquecido aún más en otro texto de la Octogesima Adveniens (n. 4),
donde se habla de la competencia u omisión de las comunidades cristianas en la aplica-
ción de la doctrina social, texto usado repetidas veces por el Papa actual. Partiendo de la
constatación evidente de la enorme diversidad de situaciones en que se encuentran los
cristianos en el mundo de hoy, Pablo VI observa: “Frente a situaciones tan diversas, nos
es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor
universal. No es éste nuestro propósito, ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comu-
nidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de cada país, esclarecerla
mediante la luz del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y direc-
trices de acción, según las enseñanzas sociales de la Iglesia, tal como han sido elaboradas
a lo largo de la historia y especialmente en esta era industrial, a partir de la fecha histó-
rica del mensaje de León XIII”.
Bioética global y teología moral 267
37. Cf. GRACIA, D., Como arqueros al blanco, o. c., 129-197. “Mi opinión –afirma D.
Gracia– es que puede y debe irse algo más allá en el camino de las relaciones entre ética
y religión. Pienso que aún no se han sacado las consecuencias más importantes del tema
del estatuto de las enseñanzas morales de los credos religiosos. Ese estatuto no puede ela-
borarse más que a partir de unas premisas básicas, que a mi juicio son las siguientes: 1.
Que experiencia religiosa y experiencia moral son distintas; más aún, que son contra-
puestas. 2. Que la religión dota de una nueva dimensión trascendental a los actos huma-
nos y, por tanto, a los actos morales. 3. Que en el orden deontológico todo mandato reli-
gioso tiene el estatuto epistemológico de dóxa y que, por tanto, debe conceptuarse como
parénesis o paraclesis. No hay mandatos deontológicos absolutos, y menos soluciones abso-
lutas a problemas concretos. Los preceptos morales de origen religioso tienen siempre, en
principio, carácter de consejos y, por tanto, de deberes imperfectos, constitutivos de la éti-
ca de máximos de una persona o un grupo social. Los preceptos exigibles por igual a
todos, incluso por la fuerza, no pueden establecerse más que por consenso racional y, en
consecuencia, no pueden depender directamente de ningún credo religioso. Los deberes
perfectos, constitutivos de la ética de mínimos, no pueden ser definidos directamente por
ninguna autoridad religiosa. 4. Que toda religión añade contenidos categoriales nuevos.
Pero que esos contenidos categoriales tienen siempre y necesariamente el carácter de ide-
ales de máximos, que el ser humano ha de gestionar privadamente pero que en principio
no pueden generalizarse al conjunto de la sociedad ni imponerse por la fuerza. Los man-
datos morales de las religiones tienen carácter propositivo y exhortatorio, parenético,
pero no tienen ni pueden tener carácter coactivo. Para que tengan este último carácter es
necesario que sean asumidos por la generalidad de los individuos y elevados a la cate-
goría de elementos constitutivos de la moral civil de la sociedad”. O.c., 194.
268 Bioética global, justicia y teología moral
38. GONZÁLEZ, A., Estructuras de la praxis. Ensayo de una filosofía primera. Trotta,
Madrid 1997, 187. Es un estudio magnífico desde la óptica zubiriana de la praxis como
verdad primera, tratando de dotarla de contenido y fundamentación filosófica. La praxe-
ología “pretende ser un lógos de la praxis. Pero es un logos que no busca teorizar sobre lo
que las cosas sean con independencia de nuestra praxis, sino solamente analizar los actos
que la integran..., tiene el criterio para revisar todos los presupuestos remitiéndolos a una
verdad primera: la verdad de nuestros actos”. O.c., 188 .
39. CA n. 57.
40. “La praxis es el horizonte ineludible de lo humano en el momento actual”, afirma
VIDAL, M., Moral de actitudes I, o. c., 215.
41. Cf. VIDAL, M., “La ‘mundanidad’ de la moral cristiana. En las huellas de la
Constitución Pastoral Gaudium et Spes”: en Moralia 86-87 (2000) 173-192.
Bioética global y teología moral 269
2. En la bioética teológica
43. Cf. McCORMICK, R. A., “Theology and Biomedical Ethics”: en Logos 3 (1982) 42-
53. Para McCormick, las exigencias éticas humanas están profundamente condicionadas
culturalmente y nunca se dan en estado puro. Los juicios morales particulares están afec-
tados por el contexto cultural, que puede ensombrecer la percepción de los auténticos
valores éticos. Las culturas pueden pervivir a través del poder de instituciones que influ-
yen en nuestra conducta con ‘razones’ que se arraigan profundamente en nuestro ser.
Nuestras decisiones éticas no se basan, sólo ni principalmente, en normas, códigos, regu-
laciones y filosofías éticas, sino en ‘razones’ que subyacen a esa superficie. Nuestra for-
ma de percibir los valores humanos básicos y de relacionarnos con ellos está configura-
da por nuestra cultura y nuestra forma de ver el mundo. Esta forma de percibir el mun-
do puede distorsionar los valores humanos básicos y afectar consecuentemente a nues-
tras opciones éticas.
44. Cf. GAFO, J., “¿Bioética católica?”: en GAFO, J. (ED.), Dilemas éticos de la medicina
actual 2. UPCO, Madrid 1988, 119-132.
Bioética global y teología moral 271
fética que haga ver las raíces del problema y que pueda articular una
visión alternativa de la asistencia sanitaria, por ejemplo. Es claro que
una bioética teológica pondrá el énfasis en que los pobres no pueden
estar excluidos de los logros y avances en las ciencias biomédicas48. Es
más, no sólo lo afirmará sino que tratará de estar, desde la praxis, en el
espacio real de “los últimos de los últimos”. La bioética teológica, des-
de esa dimensión profética, puede ser instancia crítica del modelo prin-
cipialista. Salta a la vista, en primer lugar, que la concepción del hom-
bre como imagen de Dios refuerza la valoración de la dignidad huma-
na y el respeto hacia las opciones personales del principio de autonomía.
Pero no se puede olvidar que las opciones autónomas están siempre
enmarcadas por el carácter relacional de la persona y que nunca son
meramente opciones de un individuo aislado de los demás y de su his-
toria. Igualmente, no se puede olvidar que las opciones humanas están
condicionadas por el pecado, que compromete las mismas condiciones
para una elección autónoma.
El principio de beneficencia puede aparecer a primera vista cercano a
las tradiciones religiosas, pero su contenido puede ser minimalista,
lejos de las normas de amor al prójimo. Los bioeticistas han afirmado
que, más allá de la exigencia de no hacer daño, las acciones positivas,
al servicio de los otros, son discrecionales, obligaciones imperfectas, supe-
rerogatorias o, a lo máximo, reguladas por las obligaciones profesiona-
les. Pero la exigencia del amor al prójimo desborda esos mínimos. Así
lo muestra el Buen Samaritano. Igualmente, la aproximación ética al
principio de justicia y, en concreto, la afirmación del derecho a una asis-
tencia sanitaria para todos puede ser apoyada por la religión, en su
concepción de ayuda a los menos favorecidos. Pero la justicia no
podría exigir más que un cierto igualitarismo sin pasar a un compro-
miso existencial y vital con los grupos social e históricamente más des-
favorecidos. La bioética secular puede prestar igualmente poca aten-
ción a qué tipo de agentes morales somos o qué tipo de virtudes debe-
mos fomentar, para centrarse en las tomas de decisiones. Sin embargo,
la bioética teológica puede aportar en su discurso religioso sobre las
virtudes y disposiciones una fuente importante de corrección y balan-
ce moral, que sitúe nuestras decisiones ante la vida dentro del contex-
to de una plena explicación del propósito y del significado de ésta.
54. Cf. ENGELHARDT, H. T., The Foundations of Bioethics. New York-Oxford 1985
(trad.: Los Fundamentos de la Bioética. Paidós, Barcelona 1995).
55. Cf. JONSEN, A. R.,/ TOULMIN, S., The Abuse of Casuistry. A History of Moral
Reasoning. Berkeley 1988.
56. Cf. FEITO, L., “Panorama histórico de la Bioética”: en Moralia 20 (1997) 478-479.
57. Ibid., 470.
58. Cf. VERHEY, A. D., “Talking of God – But with Whom?”: en Hastings Center Report.
A Special Supplement (July/August 1990) 21-24. Para un análisis desde las religiones con
respecto a la bioética, donde no todas se colocan ante los dilemas de la bioética con las
mismas reflexiones e interpretaciones, cf. LE PERFF, M.-G., “Los desafíos de la bioética:
qué dicen las religiones”: en Envío 257 (2003) 42-50 .
Bioética global y teología moral 275
Como ya hemos indicado, los avances en los temas que tienen que
ver con los confines de la vida originan necesariamente nuevos pro-
blemas y, junto a ellos, la Bioética secular ha ido encontrando su pro-
pio modo de afrontarlos mediante fundamentaciones y métodos de
resolución con unas características definidas que pivotan, todas ellas,
en la secularidad plural. La pluralidad de tradiciones, religiosas o no,
dentro de la sociedad occidental, no permite que esta disciplina siga
siendo confesional como en otros tiempos: “La bioética ha de ser, en
primer término, una ética civil o secular, no directamente religiosa”59.
Esto supone que el respeto a la libertad de conciencia por las institu-
ciones sociales ha de encontrar mínimos morales que se puedan exigir
a todos los ciudadanos. La bioética ha de ser en adelante una moral
civil. Además, “ha de ser una ética pluralista, es decir, que acepte la
diversidad de enfoques y posturas e intente conjugarlos en una unidad
superior”60. Este planteamiento, en un contexto ético, supone tomar en
serio el carácter universal que ha de acompañar a toda acción moral.
Una ética verdaderamente humana ha de tener en cuenta este carácter
de pluralismo global. Pero, además, “en bioética hay perspectivas y
racionalidades diferentes porque hay creencias básicas distintas que
vienen establecidas por los credos religiosos: hay bioética judía –los
judíos en Estados Unidos tienen una enorme importancia en el debate
bioético–, hay bioética cristiana y dentro de ella, protestante, católica,
ortodoxa, ortodoxa antioquena, etc. Pero asimismo conviene tener pre-
sente que no solamente las creencias básicas son de tipo religioso; es
que hay otras creencias, hay actitudes seculares ante el mundo y la vida
que también actúan como creencias básicas o sistemas de valores bási-
cos en el proceso de racionalidad. Y la bioética ha sabido, de algún
modo, asumir esta pluralidad de actitudes básicas distintas y, en cierto
sentido, integrarla”61. “La bioética actual ha de ser autónoma y no hete-
rónoma”62. Las éticas autónomas establecen el criterio de moralidad en
el propio ser humano. Es decir, la conciencia es en última instancia el
criterio de actuación. En cambio, las éticas heterónomas ponen el crite-
rio de moralidad en las normas que vienen de fuera de la persona.
63. Ibid.
64. Ibid.
65. GRACIA, D., “Fundamentos de la ética clínica”, o. c., 124.
66. Cf. BARREAU, H., “Bioética y ética de la vida”: en Selecciones de Teología 30 (1991)
139-151.
67. Ibid., 142.
Bioética global y teología moral 277
Sin llegar a ese “esperanto moral”, del que habla Callahan, sí es nece-
sario ubicarse en el terreno de lo plural, democrático, y hasta global, en
donde las diferentes culturas, etnias y religiones han de estar presentes.
Se trataría de aprender a situarse bien en lo que se ha dado en llamar las
“morales racionales de mínimos” y las “morales religiosas de máxi-
mos”69. Últimamente ha adquirido relevancia la distinción entre lo justo y
lo bueno, entre lo mínimo y lo máximo, que identifica los mínimos de justicia
con lo racional y los máximos de bienaventuranza con las ofertas religiosas o
de grupos similares: de todos aquellos que pueden ofrecer una concep-
ción de lo bueno70. No es que las morales religiosas carezcan de raciona-
68. Cf. CALLAHAN, D., “Religion and the Secularization of Bioethics”: en Hastings
Center Report 20 (1990) 4.
69. Cf. CORTINA, A., Ética civil y religión. PPC, Madrid 1995, 63-69.
70. Cf. CORTINA, A., Ética mínima. Tecnos, Madrid 1986; Ética aplicada y democracia
radical. Tecnos, Madrid 1993 (sobre todo los caps. 8 y 12).
278 Bioética global, justicia y teología moral
nifican algo, si la justicia y la injusticia no son meras palabras vacías de contenido, tiene
que haber unas reglas del juego, unas notas compartidas por todos los hablantes, que son
los sujetos de la moral, reglas que nos dicen que asesinar es malo y respetar al otro es bue-
no, que es injusto que haya pueblos que se mueren de hambre y no pueden curar sus
enfermedades, mientras otros viven en la abundancia e indiferentes al sufrimiento ajeno.
Estas distinciones son la base de los derechos humanos, una declaración de principios que,
siquiera en teoría, ha sido asumida por toda la humanidad que se precie de llevar ese
nombre. Esa universalidad es innegable, nos convenza o no su fundamentación a partir de
una ley natural, una ley revelada o, simplemente, el transcurso de la historia humana.
Prueba de ello, y para referirnos ya a la Bioética, que es lo que ahora interesa tratar, es que
nadie que se mueva con un mínimo rigor en ese ámbito, se dispone a discutir la legitimi-
dad y validez de los ya consagrados como cuatro principios de la Bioética: no maleficen-
cia, beneficencia, autonomía y justicia”. O.c., 50.
80. Cf. GONZALEZ, G. (COORD.), Derechos humanos. La condición humana en la sociedad
tecnológica. Tecnos, Madrid 1999.
Bioética global y teología moral 281
81. Cf. GRACIA, D., Procedimientos de decisión en ética clínica. Eudema, Madrid 1991;
Fundamentos de bioética, o. c., .
82. Cf. LÓPEZ AZPITARTE, E., “Moral cristiana y ética civil. Relación y posibles con-
flictos”: en Proyección 41 (1994) 305-314.
282 Bioética global, justicia y teología moral
83. CORTINA, A., Ética civil y religión. PPC, Madrid 1995, 82.
84. Ibid., 123.
85. Cf. ROMÁN, J., “Teología y Ética ante los nuevos problemas y desafíos”: en
Sociedad y Utopía 17 (2001) 215-227.
86. Cf. LORENZETTI, L., Teologia e bioetica laica. Dialogo, convergenze e divergenze.
Dehoniane, Bologna 1994.
87. Cf. GÓMEZ SÁNCHEZ, C., Ética y religión. Una relación problemática. Cuadernos Fe
y Secularizad/Sal Terrae, Madrid 1995. Es muy recomendable para alcanzar una visión
sintética del tema.
Bioética global y teología moral 283
88. “Con el nacimiento y desarrollo cada vez más extendido de la bioética se favorece
la reflexión y el diálogo –entre creyentes y no creyentes–, así como entre creyentes de
diversas religiones sobre problemas éticos, incluso fundamentales, que afectan a la vida
del hombre”. EV n. 27.
89. Pablo VI, en la Ecclesiam Suam, señalaba las claves en las que sostener ese diálogo:
“1) La claridad ante todo. El diálogo supone y exige capacidad de comprensión, es un
trasvase de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del
hombre. Bastaría esta razón para clasificarlo entre los mejores fenómenos de la actividad
y de la cultura humana...”. “2) La mansedumbre... el diálogo no es orgulloso, no es hirien-
te, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca a la verdad que expone, por la caridad que
difunde, por el ejemplo que da. No es orden, no es imposición. Es pacífico; evita los
modos violentos; es paciente; es generoso”. “3) La confianza tanto en el valor de la pala-
bra propia como en la del interlocutor...”. “4) La prudencia pedagógica, la cual tiene en
cuenta las condiciones psicológicas y morales del que escucha: si niño, si adulto, si
impreparado, si desconfiado, si hostil; y se afana por conocer la sensibilidad del interlo-
cutor y por modificar racionalmente a uno mismo y las formas de la propia presentación
para no resultarle a aquél molesto e incomprensible”. ES n. 75.
90. Cf. MASIÁ, J., “¿Estorba la teología en el debate bioético?”: en Estudios Eclesiásticos
71 (1996) 270-271; FRANKENA, W. K., “Depende la moral lógicamente de la religión”:
en HELM, P. (ED.), Los mandamientos divinos y la moralidad. FCE, México 1986, 37-38.
91. LORENZETTI, L., “Bio-etica: quale apporto dalla teologia?”: en Il Regno-attualità 33
(1988) 65-68, 65.
284 Bioética global, justicia y teología moral
Por otro lado, se teme que los teólogos ocupen una posición de
superioridad y que sus aportaciones estén caracterizadas por presu-
puestos dogmáticos aceptados por fe y cerrados a la discusión racional.
No se pretende impedirles hablar, pero tampoco se les reconoce el
derecho a tener la última palabra. El hombre secular concede legitima-
ción a una ética basada en la razón, si bien no rechaza, salvo en conta-
das ocasiones92, la aportación que pueda provenir de las éticas religio-
sas. Pero es evidente que en el mundo secular existen prejuicios res-
pecto del mundo teológico93, sobre todo en lo referente a la posible con-
tribución de la teología a la bioética. No obstante, también cabe decir,
con M. Vidal: “Cuando se habla de la tensión entre la aportación espe-
cíficamente religiosa de un tradición, como puede ser la judeo-cristia-
na, y una bioética secular y neutral accesible a todos, no hay que olvi-
dar que ésta última no se da como agua destilada; sus representantes
también hablan desde determinadas tradiciones. La oposición tajante
entre una bioética secular y otra religiosa tiene algo de forzado y artifi-
cial. Se ha idolatrado a veces demasiado la neutralidad y la universali-
dad racional que se supone preside la sociedad secular. Eso lleva con-
sigo un descuido del aspecto ineludiblemente cultural de los proble-
mas bioéticos y la pérdida de las riquezas de cada tradición cultural”94.
En la llamada “sociedad cristianizada” la Iglesia reivindicaba casi
exclusivamente el discurso moral, con una apertura más o menos con-
vencida al mundo de la laicidad. Ahora, la sociedad secular reivindica
legitimidad para la moral laica, con una apertura más o menos con-
vencida respecto a la moral religiosa95. Y, en este contexto, corresponde
92. Cf. GUISÁN, E., Ética sin religión. Alianza, Madrid 1993. Esperanza Guisán, por
citar una de esas excepciones, afirma: “Por supuesto que algunos católicos pueden, no
sin dificultades ciertamente, ser buenos ciudadanos, es decir, individuos autodesarrolla-
dos, libres y solidarios, pero a la mayoría de ellos les resulta bastante difícil, cuando no
imposible”. O.c., 27. “La autonomía moral exige de los ciudadanos el rechazo de toda
norma basada en la autoridad. Nuestras acciones no pueden justificarse recurriendo a los
mandatos de dioses, sacerdotes o caudillos”, dice la contraportada del libro.
93. El domingo 9 de junio de 1996 fue publicado en el periódico de economía Italiano
Il Sole 24 Ore el llamado Manifesto di Bioetica Laica. Este manifiesto venía firmado por
Carlo Flamigni, Profesor de Ginecología de la Universidad de Bolonia, el periodista de Il
Sole Armando Massarenti, el director de la Revista Italiana Bioética, Maurizio Mori, y el
profesor de Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Calabria y director de la revista
Biblioteca della libertà, Angelo Petroni. El Manifiesto se ofrecía como una alternativa posi-
tiva para enfrentarse a los problemas bioéticos desde una perspectiva ajena a la religión
aludiendo al principio de la autonomía y la responsabilidad en una sociedad plural.
94. MASIÁ, J., o. c., 271.
95. LORENZETTI, L., o. c., 65.
Bioética global y teología moral 285
99. Se trataría, por decirlo en clave zubiriana brillantemente recogida por Laín, cuan-
do habla de la amistad entre los discrepantes en política o en religión, de distinguir entre
lo fundamental y lo fundamentante. “A través de lo meramente fundamental, la existencia
de un hombre se halla implantada en lo último y absolutamente fundamentante, sea
cualquiera su personal modo de entender y nombrar eso que le da tal fundamento últi-
mo y absoluto. Lo cual nos obliga a discernir los dos básicos niveles de la implantación:
la implantación vinculante (aquella que nos arraiga en lo fundamental: la humanidad, la
patria, la familia, la agrupación política) y la implantación religante (aquella que metafí-
sicamente nos constituye en lo fundamentante; en la ‘deidad’, según la entiende Zubiri,
llámesela ‘Dios uno y trino’ como hace el cristiano, o ‘fundamento real-material de la dia-
léctica de la historia’, como hace el marxista)”. LAÍN, P., Sobre la amistad. Espasa, Madrid
1986, 264-265.
100. Para ver algunos intentos de hacer presente el momento de lo incondicionado en
las distintas teorías éticas más relevantes Cf. CONILL, J., “Ética de la economía de la
salud. Financiación y gestión”: en GAFO, J. (ED), El derecho a la asistencia sanitaria y la dis-
tribución de recursos.Dilemas éticos de la medicina actual-12. UPCO, Madrid 1999, 129-132.
101. KÜNG, H., Proyecto de una ética mundial, o.c., 65-66.
102. “La Iglesia, ...sin que siempre tenga a mano respuesta adecuada a cada cuestión,
desea unir la luz de la Revelación al saber humano para iluminar el camino reciente-
mente emprendido por la humanidad”.GS n. 33.
103. Cf. KÜNG, H., Proyecto de una ética mundial, o.c., 69-70.
Bioética global y teología moral 287
los ámbitos con argumentos objetivos, para así lograr garantías de deci-
sión y, finalmente, llegar a soluciones practicables104. Estas actitudes pue-
den ser vividas desde una ética racional. Es más, mediante determina-
das reglas, una ética racional puede estimular actitudes y estilos de vida
muy concretos de autodominio, disposición para la paz, respeto a la
vida, etc. Pero, en la medida en que se desciende a lo concreto, se plan-
tean cada vez más problemas sobre la motivación moral105, el grado de
obligatoriedad, la validez general y el sentido último de las normas. Y
aquí es justamente –para Küng– donde las religiones pueden ofrecer su
propia aportación106.
Podríamos afirmar que donde empiezan a tambalearse las razones
vinculantes de la razón empiezan a mantenerse las convicciones vin-
culantes de la fe. Dicho con otras palabras, allí donde las razones del
algo “dado”, como algo “ya hecho”, y verla como una empresa cuya
realidad se va haciendo dependiendo de la actitud del que vive.
Depende de cada uno y de todos el que la realidad pueda ofrecer las
mejores posibilidades para desarrollar una vida buena y feliz, libre-
mente elegida, desde unas condiciones que garanticen la vida justa
para todos y cada uno de los seres humanos actuales y de los virtuales.
“Esa intensificación –dice Julián Marías– es la forma en que el hombre
expresa más enérgicamente la gratitud por esa vida que le ha sido
dada, en y con la cual se ha encontrado, precisamente como un queha-
cer, como algo que cada uno tiene que imaginar, proyectar y realizar”113.
De esta forma no olvidaremos que la esencia de la religión está en la
experiencia del don, mientras que la esencia de la moral está en la afir-
mación del mérito114.
Pero junto a la incondicionalidad indicada por Küng la teología une
otro matiz, lo que podríamos llamar “responsabilidad incondicional”
desde lo donado en la creación. En estos últimos años una nueva sen-
sibilidad empieza a emerger ante la transformación de la naturaleza y
del hombre mismo, gracias a la conciencia ecológica115. Hoy, además del
sentido de responsabilidad como respuesta por lo realizado en el pasa-
do y por nuestros comportamientos en el presente, es importante el
sentido de cara al futuro, anticipando consecuencias de nuestros actos.
Esto supone una ética que, además de acentuar la aspiración a la vida
buena de cada uno de nosotros, insista en la responsabilidad de nues-
tra solicitud para con los demás. Que no sólo acentúe mi libertad, sino
la de los demás y la convivencia de las libertades. Pero, además, que no
se limite al campo de la relación entre dos personas o dentro de un gru-
po de amigos, sino que se preocupe por la justicia en la sociedad, inclu-
yendo la responsabilidad hacia las generaciones futuras. Hans Jonas ha
desarrollado en esta clave el “principio de responsabilidad”116. Él man-
118. Por la tecnociencia, para algunos autores, el hombre aprueba el poder de lo real y
su propio poder creador y dominador. Al igual que la religión y la moral son dimensio-
nes humanas fundadas en el poder de lo real de las cosas. Cf. ALVARADO, J. L., “Esencia
de la tecnociencia y ética global”: en Encuentro 42 (1995) 109-119.
119. Cf. TORRES QUEIRUGA, A., Recuperar la creación. Por una religión humanizadora. Sal
Terrae. Santander 1997, 109-160. Se trata de una visión teológica que puede fundamentar
una ética de la responsabilidad.
Bioética global y teología moral 293
120. Cf. McFAGUE, S., Modelos de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear. Sal Terrae,
Santander 1994 .
121. “No podemos seguir considerándonos con poder para nombrar y regir la natura-
leza, sino que debemos pensar en nosotros como jardineros, guardianes, madres y
padres, auxiliares, administradores, amantes, sacerdotes, cocreadores y amigos de un
mundo que nos da vida y sustento y que, al mismo tiempo, depende cada vez mas de
nosotros para su continuidad”. Ibid., 38.
122. “¿Con qué metáforas –se pregunta McFague– y modelos deberíamos concebir a
Dios como un TÚ que está relacionado con el mundo de forma unificada e interdepen-
diente?” A lo que responde: “Los modelos de Dios como madre, amante y amigo ofrecen
posibilidades de imaginar el poder en formas unificadas e interdependientes muy dife-
rentes de la idea de poder como dominio o benevolencia”. Ibid., 47 y 49.
123. Ibid., 188. “Dios como madre es creadora y juez de un modo muy diferente del que
se atribuye a Dios en tanto que artista, pues en la representación de Dios como artista, Dios
se enfada porque su creación, buena y agradable, es estropeada por lo que altera su equi-
librio y armonía, o porque el modelo se rebela contra lo que había proyectado, mientras
que en la representación de Dios como madre, Dios se enfada porque lo que procede de su
ser y le pertenece carece de alimentos y de las condiciones necesarias para crecer y desa-
rrollarse. La madre Dios, como creadora, es necesariamente juez, en el sentido primario de
condenar como pecado fundamental (aunque no único) la desigual distribución de los
recursos básicos que aseguran la continuidad de la vida en sus múltiples formas. En esta
perspectiva, el pecado no es, por consiguiente, ‘contra Dios’, no es el orgullo o la rebelión
de un inferior contra un superior, sino que es ‘contra el cuerpo’, la negativa a ser parte de
un todo ecológico cuyo éxito y cuya supervivencia dependen del reconocimiento de la
interdependencia e interrelación de todas las especies. La madre Dios como creadora está
también implicada, por lo tanto, en la ‘economía’, en la administración de la casa familiar
que es el universo, para asegurar la justa distribución de los bienes”. Ibid., 192-193.
294 Bioética global, justicia y teología moral
126. Baste citar, a modo de ejemplo, entre las enseñanzas oficiales en materia moral y su no
seguimiento entre los jóvenes, el estudio de la Fundación Santa María: Jóvenes españoles 99.
Fundación Santa María, Madrid 1999. En él, sólo el 3% de los jóvenes encuentran que la
Iglesia sea un lugar donde se dicen cosas importantes para orientarse en la vida a nivel
moral. La Iglesia no parece aportarles prácticamente nada interesante para su vida. Incluso
es llamativo que esta impresión sea participada por los jóvenes practicantes. Sólo el 10% de
los que se consideran católicos practicantes encuentran en la Iglesia un espacio de orienta-
ción en cuanto a ideas e interpretaciones del mundo. Ver también ELZO, J., “Los jóvenes
españoles y la iglesia: una relación asimétrica”: en Sal Terrae 1022 (1999) 289-307. Elzo comen-
ta entonces: “(Es) difícil encontrar un mayor divorcio entre los objetivos de una Iglesia que
se quiere dadora de sentido e iluminadora, y la recepción que recibe de los jóvenes, incluso
entre los que, evidentemente, más próximos están a ella”. O.c., 291; ELZO, J.,/ GONZÁLEZ-
ANLEO, J. (y otros), Jóvenes 2000 y religión. Fundación Santa María, Madrid 2004. El último
estudio aumenta este divorcio. En cuanto al seguimiento de la doctrina de la Iglesia, el estu-
dio destaca que solamente el 5% de los jóvenes españoles que se declaran practicantes de la
religión católica cumplen el dictado de ésta sobre la sexualidad. Son interesantes también los
datos del CIS. Cf. PÉREZ VILARIÑO, J., Religión y sociedad en España y los Estados Unidos.
Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid 2003; OSBORNE, R.,/ GUASCH, O., Socio-
logía de la sexualidad. Centro de Investigaciones Sociológicas, Madrid 2003.
298 Bioética global, justicia y teología moral
127. En casi todos los documentos conciliares es fácil encontrar este término o expre-
siones similares. Citaremos dos significativos: LG n. 12 y DV n. 8. Para ver algunas indi-
caciones sobre el mismo, cf. PIÉ-NINOT, S., “Sentido de la fe”: en Diccionario de Teología
Fundamental. Paulinas, Madrid 1992, 1348-1351; ALSZEGHY, Z., “El sentido de la fe y el
desarrollo dogmático”: en LATOURELLE, R. (ED.), Vaticano II: Balance y perspectivas.
Sígueme, Salamanca 1989, 105-116.
128. “Consensus fidei” no es lo mismo que lo que expresa en su sentido normal la pala-
bra “consenso”, sino que remite a la raíz desde la que se hace posible tanto el “consen-
so” como el “disenso” eclesial. Cf. VORGLIMLER, H., “Del sensus fidei al consensus
fidelium”: en Concilium 200 (1985) 5-19.
129. Cf. PARENT, R., Una Iglesia de bautizados. Sal Terrae, Santander 1987.
Bioética global y teología moral 299
130. Cf. SOBRINO, J., Resurrección de la verdadera Iglesia. Sal Terrae, Santander 1981.
131. El gran teólogo del “sensus fidelium” en la Edad Moderna es ciertamente el carde-
nal Newman. Él sostiene que: “El cuerpo de la fe (esto es el depositum fidei) no es simple-
mente un derivado del cuerpo de la doctrina (o sea de las formulaciones del magisterio);
más bien está fundado inmediatamente e interiormente sobre la gracia del bautismo. El
Espíritu Santo hace su aparición en la vida de la Iglesia creyente con más fuerza que en
la actividad del cuerpo de la doctrina”. Newman añadía una larga serie de ejemplos para
mostrar cómo la autenticidad evangélica de la fe cristiana se había conservado mucho
más por la tenacidad de los fieles, de los cristianos comunes, que no por el empeño, a
veces incierto y vacilante, del clero. Cf. WALGRAVE, J., “La consulta de los fieles en
materia de fe según Newman”: en Concilium 200 (1985) 33-42.
132. Cf. DALY, G. “¿Cuál es el magisterio auténtico?”: en Concilium 168 (1981) 235-240;
SARTORI, L., “Criterios para apelar al ‘sensus fidelium’”: en Concilium 168 (1981) 241-
247. Sartori señala tres: “a) De ordinario se prefiere hablar de los límites, particularmen-
300 Bioética global, justicia y teología moral
134. Cf. LONERGAN, B., Insight. Estudio sobre la comprensión humana. Sígueme, Sala-
manca 1999, Parte I.
135. Cf. WITTGENSTEIN, L., Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza, Madrid 1973.
Según él, “Para una respuesta que no se pueda expresar, la pregunta tampoco puede
expresarse. No hay enigma. Si se puede plantear una cuestión, también se puede res-
ponder. (...) Pues la duda sólo puede existir cuando hay una pregunta; una pregunta,
sólo cuando hay una respuesta, y ésta únicamente cuando se puede decir algo”. O.c., 201.
302 Bioética global, justicia y teología moral
ética teológica debe incorporar de manera que sea un vector que reco-
rra su estatuto transversalmente. De paso, reincorporar lo deliberativo-
prudencial-problemático ayuda a poner a su lado y recuperar una de
las tradiciones que en la teología moral y en el pensamiento occidental
han estado presentes: la epiqueya136.
Siguiendo en parte a Günter Virt137, en la epiqueya se reflejan las
vicisitudes de la tradición, las cimas elevadas, los empobrecimientos
conceptuales y los períodos de olvido ético. En la epiqueya se entre-
cruzan, como casi en ningún otro ámbito, numerosos campos de pro-
blemas: el problema de las fórmulas normativas enteramente concre-
tas de validez absoluta y sin ninguna excepción posible, el problema
de la teoría de las virtudes en general y, en conexión con él, el proble-
ma de la conciencia y de la competencia ética del hombre; el problema,
además, de la relación entre la ética existencialista y la ética esencialis-
ta y el problema del fundamento ético-teológico de las llamadas “solu-
ciones pastorales”138.
La epiqueya es sin duda una de las más antiguas categorías utiliza-
das en ética. Desde Aristóteles139 tenemos noticia de ella, pero no sólo
140. Cf. PLATÓN., Política. “La ley... persigue lo mismo que un hombre autocomplaci-
do e ignorante, que no quiere otra cosa sino seguir sus propios dictados y que, fuera del
campo que se ha fijado para sí mismo, no permite que otro plantee preguntas ni siquie-
ra cuando para este otro tal vez algo nuevo es mejor”. O.c., 294c.
141. Remitimos a lo tratado sobre la deliberación en Aristóteles en el Cap. II de esta obra.
304 Bioética global, justicia y teología moral
ción reside en que, según ella, la epiqueya no actúa contra la ley sino
que busca, con espíritu decidido, el óptimo moral en las situaciones
concretas, con independencia del tenor literal de la ley145.
Aristóteles reflexionó también sobre cómo podría conseguir el hom-
bre, en los afanes de cada día, la mejora de las leyes a que está siempre
obligado. Ve en la razón práctica no sólo la facultad de buscar y dictar
normas (frónesis) y de someterlas a comprobación (sínesis), sino tam-
bién, y sobre todo, una capacidad de discernimiento de las situaciones
concretas cuando se hace preciso para mejorar la norma (gnome). La
epiqueya no se basa en una especial agudeza intelectual, ni tampoco en
un fanático afán de exactitud en el campo ético. Es, más bien, la capa-
cidad, adquirida en libertad y cultivada mediante el ejercicio, de conci-
liar su conocimiento de la situación concreta (gnome) con el punto de
vista de los otros, de contemplarla con los ojos de los demás (syngnome
significa comprensión a una con otros). Y esto presupone la disposición
a situar en segundo término las propias reclamaciones y a enjuiciar las
situaciones en un contexto más amplio –esto es, desde el punto de vis-
ta y desde los justificados intereses de los otros– para abrirse a una
visión más dilatada de la justicia. La epiqueya se convierte así en prin-
cipio dinámico de la justicia. Con el hundimiento de la democracia ate-
niense, desaparecieron también las bases de la concepción aristotélica
de la epiqueya. Ya no había ciudadanos libres capaces de asumir la res-
ponsabilidad de ser sus propios legisladores. Sólo había un hombre
libre: el soberano. En los espejos de príncipes de la época posterior se
redujo la epiqueya al aspecto –ajeno al campo jurídico– de la clemen-
cia o la benevolencia, y degeneró en una actitud condescendiente de
los detentadores del poder, en la que no faltaban elementos arbitrarios.
Hasta Alberto Magno no se volvió a recuperar la plenitud de la vir-
tud de la epiqueya de Aristóteles. Su discípulo, Tomás de Aquino,
incorporó al concepto preciso aristotélico, mediante la equiparación de
la epiqueya con la aequitas, las aportaciones de la tradición cristiana y
del derecho romano. La epiqueya es para Tomás de Aquino la forma
perfecta de la justicia. Es en ella donde la justicia se realiza prima-
riamente, porque tiene en cuenta más aspectos que la justicia de las
normas, con sus formulaciones genéricas. Por consiguiente, la justicia
146. Cf. PRIVITERA, S., “Principios morales tradicionales”: en AA.VV., Nuevo Diccio-
nario de Teología Moral. Paulinas, Madrid 1992, 1474-1483. Santo Tomás de Aquino expli-
ca que “al tratar de las leyes, por ser los actos humanos, sobre los que recaen las leyes,
singulares y contingentes, que pueden ofrecer ilimitadas formas, no fue posible estable-
cer una ley que no fallase en un caso concreto. Los legisladores legislan según lo que
sucede en la mayoría de los casos, pero observar punto por punto la ley en todos los
casos va contra la equidad y contra el bien común, que es el que persigue la ley”. Por ello,
“es propio de la epiqueya regular algo, a saber: el cumplimiento de la letra de la ley”. Cf.
Suma Teológica, II – II, q. 120, art. 1 y art. 2, ad 3. El problema consiste en que “sucede con
frecuencia que cumplir una norma es provechoso para el bien común en la generalidad
de los casos, mientras que en un caso particular es sumamente nocivo. Pero como el
legislador no puede atender a todos los casos singulares, formula la ley de acuerdo con
lo que acontece de ordinario, mirando a lo que es mejor para la utilidad común. En con-
secuencia, si surge un caso en que esta ley es dañosa para el bien común, no se debe cum-
plir”. Cf. Suma Teológica, I – II, q. 96, art. 6. Ver también Suma Teológica, II – II, q. 60, art. 5,
ad 2; II – II, q. 80, art. 1, ad 4 y 5.
147. Cf. SUÁREZ, F., De legibus ac deo legislatore VI, 6 y 7.
148. Cf. VIRT, G., “Epiqueya y autodeterminación moral”, o.c., 236.
Bioética global y teología moral 307
149. Cf. HAMEL, E., “Epiqueya”: en ROSSI, L.,/VALSECCHI, A. (DIR.), Diccionario En-
ciclopédico de Teología Moral. Paulinas, Madrid 1974, 298-306; “La vertu d’épikie”: en
Sciences Ecclésiastiques 13 (1961) 35-56; “Fontes graeci doctrinae de epikeia”: en Periodica
53 (1964) 169-185; “L’usage de l’épikie”: en Studia Moralia 3 (1965) 48-81.
150. Cf. HAMEL, E., “Epiqueya”, o.c., 306.
151. Ibid., 305.
308 Bioética global, justicia y teología moral
157. “Cósmica en el sentido de que está ligada al universo total, de la misma manera que
este universo está vinculado con ella. Los dos son solidarios para la realización a la que
los orienta su dinamismo. En efecto, por una parte, el universo tiende hacia el hombre. En
el hombre, la materia del cosmos, del que está hecho su cuerpo, accede a la conciencia, a
la libertad, a la cualidad hipostática o personal de la existencia, que es la forma más alta
de ser. Es una ascensión impresionante que recorre todos los grados del ser y de la vida.
Las plantas se alimentan de las sustancias minerales inanimadas, que en ellas se hacen
vida. Los animales se alimentan de las plantas, que en ellos se hacen sensibilidad y movi-
miento. El hombre se alimenta de los animales y de las plantas; en él, el mundo se hace
conciencia, amor, oración. El mundo tiene su sentido en el hombre y por el hombre. Pero
el hombre no puede realizar la plenitud de aquello cuya posibilidad lleva dentro y a lo
cual está llamado más que alimentándose sin cesar del mundo, tanto intelectual como
físicamente. Superando en cuanto persona el cosmos material, el hombre sigue, sin
embargo, ligado a él. El hombre no se realiza más que viviendo sin cesar del mundo y
humanizándolo, atrayéndolo a sí y a su uso por la ciencia, la técnica y el trabajo. La reve-
lación bíblica manifiesta de un extremo al otro el más vivo y más completo sentimiento
de esta unión existente entre el cosmos y el hombre. Esa unión es tal que el hombre arras-
tra al mundo en su destino espiritual; en cuanto pecador, lo aboca a la corrupción; como
hijo de Dios llamado a la gloria, lo eleva hacia la libertad y la paz”. Ibid., 507.
158. Histórica “quiere decir que se está realizando constantemente, animada por un
permanente dinamismo de búsquedas y de realizaciones. Así, no basta cristianizar el
mundo de una época o de un lugar determinado, aunque hay que asumir en Cristo una
humanidad que cambia y avanza sin cesar (sin que, de hecho, todo avance signifique un
progreso moral). Se ve así cómo es imposible comprender la catolicidad por una refe-
rencia exclusiva a algo aportado de fuera y de arriba. Cristo es plenitud de la Iglesia, pero
por ella alcanza también su plenitud. Cristo nos llena con su plenitud; pero en su cuer-
po místico, que debe crecer hasta llegar a la plenitud (Ef 4,13), es completado o plenifi-
cado por nosotros. Cristo recibe, pues, de los hombres y de la creación. El contenido de
su misterio es revelado por la Iglesia (Ef 3,8-12)”. Ibid., 508.
Bioética global y teología moral 311
ninguna de sus formas particulares; pero implica también, por otra, que
no se la debe reducir a una especie de común denominador vacío de
sustancia. La Iglesia, trascendente en relación con esas formas particu-
lares, las comprende y debe asumirlas en todas sus posibilidades.
159. Cf. COLODRÓN, A., Crisis en la relación médico-enfermo. Fundación Ciencia, Demo-
cracia y sociedad, Madrid 2001; LAÍN ENTRALGO, P., Historia de la medicina. Salvat,
Barcelona 1979; La medicina hipocrática. Alianza, Madrid 1987; La relación médico-enfermo.
Alianza, Madrid 1983; El médico y el enfermo. Guadarrama, Madrid 1969; Antropología
Médica para clínicos. Salvat, Barcelona 1984 (Los textos de Laín son de obligada referencia
para este tema).
160. GRACIA, D., Fundamentos de bioética, o. c., 200.
161. Ibid., 202.
Bioética global y teología moral 313
162. No es extraño que empiece a surgir la necesidad de una ética de las distintas orga-
nizaciones e instituciones sociales. Cf. LUCKMANN, T., “Comunicación moral e institu-
ciones intermediarias en las sociedades modernas”: en Papers 62 (2000) 83-96; DÍAZ, G.,
“Ética en las organizaciones sanitarias”: en Empresa y Humanismo 2 (2002) 285-305;
TORRADO, C., “La gestión de la ética en las organizaciones”: en Capital Humano 153
(2002) 39-42; ARANGUREN, L. A., “Ética en las Organizaciones de Voluntariado”: en
Documentación Social 122 (2001) 203-228; GARAY, J., “Ética en la empresa”: en GÓMEZ-
HERAS, J. M., Ética en la frontera. Biblioteca Nueva Madrid 2002, 171-203. Adela Cortina
sostiene que “para diseñar una ética de las organizaciones sería necesario recorrer los
siguientes pasos: 1) determinar claramente cuál es el fin específico, el bien interno a la acti-
vidad que le corresponde y por el que cobra su legitimidad social; 2) averiguar cuáles son
los medios adecuados para producir ese bien y qué valores es preciso incorporar para
alcanzarlo; 3) indagar qué hábitos han de ir adquiriendo la organización en su conjunto y
los miembros que la componen para incorporar esos valores e ir forjándose un carácter
que les permita deliberar y tomar decisiones acertadas en relación con la meta; 4) dis-
cernir qué relación debe existir con las distintas actividades y organizaciones; 5) como
también entre los bienes internos y externos a ellas. Pero a todos estos puntos, que cons-
tituyen el resumen de cuanto hemos venido diciendo hasta ahora, es preciso añadir al
menos dos nuevos. En efecto, toda organización desarrolla sus actividades en una época
determinada, y no puede ni debe ignorar, si quiere ser legítima, que en la sociedad en la
que actúa se ha alcanzado un grado determinado de conciencia moral, que se refiere no
tanto a los fines que se persiguen, como a los derechos que es preciso respetar y que no pue-
de atropellar con la excusa de que constituyen un obstáculo para sus fines. A la altura de
nuestro tiempo una empresa está obligada a respetar los derechos de sus miembros y los
de los consumidores y proveedores, y no puede atropellarlos aduciendo que su meta es
lograr un beneficio económico, expresado en la cuenta de resultados. Ciertamente, el fin
de la empresa es lograr la satisfacción de necesidades humanas, para lo cual tiene que
contar con la obtención de beneficio, pero ni satisfacer tales necesidades puede hacerse a
costa de los derechos de los empleados, de algunos consumidores o de los proveedores,
ni el beneficio de los miembros de la empresa puede pasar por delante de los derechos
de los consumidores. Cualquier organización –y en este caso, la empresa– ha de obtener
una legitimidad social, y para conseguirlo ha de lograr a la vez producir los bienes que de
ella se esperan y respetar los derechos reconocidos por la sociedad en la que vive y los
valores que esa sociedad comparte. Por eso, a la hora de diseñar los rasgos de una orga-
nización y sus actividades, es imprescindible tener en cuenta, además de los cinco pun-
314 Bioética global, justicia y teología moral
tos mencionados, los dos siguientes: 6) cuáles son los valores de la moral cívica de la socie-
dad en la que se inscribe; 7) qué derechos reconoce esa sociedad a las personas. Es decir,
cuál es la conciencia moral alcanzada por la sociedad”. Cf. CORTINA, A., Ética de la
empresa. Trotta, Madrid 1998, 24-25.
163. Cf. BUCHANAN, A.,/ W. BROCK, D.,/ DANIELS, N.,/ WILDER, D., Genética y
justicia. Cambridge University Press, Madrid 2002, 90.
164. Cf. LÓPEZ AZPITARTE, E., Ética y vida. Paulinas, Madrid 1990. “Lo que no se hace
–afirma Eduado López Azpitarte– no es tanto porque no se debe, sino porque no se pue-
de. Desde el momento en que la técnica posibilite el avance, impedirlo por una normati-
va ética equivaldría a convertir la moral en una ideología conservadora y opuesta a la
dinámica de la ciencia, en un obstáculo que limita al investigador y lo coloca en una situa-
ción desfavorable frente a los que no sienten ese tipo de coacción obligatoria”. O.c., 36.
165. Ibid., 90-91.
Bioética global y teología moral 315
atención a las razones que se aducen para sustentar las diversas res-
puestas rivales, está claro que detrás de esta amplia variedad de juicios
acerca de cuestiones particulares encontramos concepciones de justicia
que están en conflicto entre sí... Nuestra sociedad no es una sociedad
de consenso, sino de división y conflicto, al menos en cuanto se refiere
a la naturaleza de la justicia”169.
El problema planteado por el padre del comunitarismo sigue estan-
do delante de nosotros: cómo definir la justicia de manera que no se
convierta en un término retórico, sin contenido, o tan formal e ideal,
tan del “más allá” de la realidad, que resulte estéril la tarea o el empe-
ño de que se implante en el “más acá”. O tan del “más acá” que quede
en manos del mercado y sus normas170.
169. MAcINTYRE, A., Whose Justice? Whose Rationality? University of Notre Dame Press,
Notre Dame, 1988, 1-2.
170. “El sistema económico no posee en sí mismo criterios que permitan distinguir correcta-
mente las nuevas y más elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades huma-
nas, que son un obstáculo para la formación de una personalidad madura”. SRS n. 36.
318 Bioética global, justicia y teología moral
179. Juan Pablo II las denomina “estructuras de pecado”. Cf. SRS n. 36. Éstas “sólo
podrán ser vencidas mediante el ejercicio de la solidaridad humana y cristiana”. Cf. SRS
n. 40. “El hombre… está condicionado por la estructura social en que vive, por la educa-
ción recibida y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir
según la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano,
pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena realización de quie-
nes son oprimidos de diversas maneras por las mismas. Demoler tales estructuras y sus-
tituirlas con formas más auténticas de convivencia es un cometido que exige valentía y
paciencia”. Cf. CA n. 38.
180. Cf. FERNÁNDEZ, E., Teoría de la justicia y derechos fundamentales. Debate, Madrid 1984.
181. La fórmula derecho y justicia es frecuente en los profetas: Am 5,7.24; 6,12; Os 2,20-21;
10,12; 12,7; Is 1,15-17.21.23.2627; 5,7; 9,6; 28,16-17; 32,1.16-17; 33,5; 58,2; Miq 3,8; 6,5; 7,89;
Jr 9,22-23; 22,15; Ez 18,5.19.21.27; 33,14.16.19; 45,9. Los términos “justicia” (sédeq) y “dere-
cho” (mishpat) están frecuentemente asociados, especialmente en los profetas y en los
Salmos. Designan las cualidades esenciales de un rey: “David reinó sobre todo Israel
administrando derecho y justicia a todo su pueblo” (2 Sm 8,15). Jeremías dice del rey
Josías: “Practicaba el derecho y la justicia y todo le iba bien” (Jr 22,15). Muchas veces van
asociados como simples sinónimos; por ejemplo, cuando el profeta Amós acusa a Israel:
“Ellos cambian el derecho en amargura y echan por tierra la justicia” (Am 5,7); o cuando
exhorta: “Haced que el derecho fluya como agua y la justicia como río inagotable” (Am
5,24). Sin embargo, la yuxtaposición de estas dos palabras en una sola expresión o su
paralelismo no las reduce a sinónimos. El sustantivo sédeq y su forma femenina sedaqah
provienen de la raíz sadaq, que tiene como sentido: “tener razón, estar en su derecho, ser
justo”; sédeq subraya más bien el principio, el orden justo, mientras que sedaqah se refie-
re al comportamiento justo. La justicia (sedaqah) corresponde sobre todo a una idea de
plenitud o de rectitud, cuando cada cosa está en su lugar y no falta nada. Aplicado a la
persona o al actuar humano, este término define lo que responde con exactitud a lo que
exige su lugar en la sociedad. Esta noción de justicia (sedaqah) es, por tanto, más amplia
que el punto de vista jurídico o moral de nuestra cultura. Es fidelidad a uno mismo y a
la sociedad a la que se pertenece. Ser justo es más que respetar al otro, es darle existen-
cia personalmente. La justicia (sedaqah) se sitúa siempre en una relación entre personas.
No puede ser pensada como un ideal que permite evaluar desde el exterior las relacio-
nes y las acciones de las personas. Modelada sobre las relaciones concretas, es más una
acción que un estado. Es siempre la justicia de alguien. El segundo término, mishpat
(derecho), proviene de la raíz shafat, que significa “imponer una decisión, una voluntad”
y se traduce tanto por “gobernar” como por “juzgar”. Mishpat se traduce más frecuente-
mente por “el derecho”. Pero puede designar según los casos: 1) la decisión arbitral, el
juicio; 2) el caso en litigio, el asunto que juzgar; 3) la reivindicación o reclamación, lo que
Bioética global y teología moral 321
bien del otro insito en el corazón del Evangelio. La Biblia, pues, equili-
bra una visión acentuadamente subjetiva de la cuestión de los derechos
del hombre, articulando una concepción que incluye tanto derechos
como deberes.
Tampoco existe una contraposición dialéctica entre la justicia y el
amor en la revelación bíblica. Es cierto que el motor que anima la histo-
ria de la salvación es el amor de Dios, nota distintiva del Dios cristiano
(cf. 1 Jn 4,8). Pero no es menos cierto que ese amor toma la disposición
de la justicia. El amor de Dios supera a su justicia, pero ésta no queda
abolida. Tal vez no haya texto más claro para apuntar hacia la resolu-
ción definitiva de la tensión entre ambas propiedades divinas que el de
Mateo sobre el juicio final: la justicia final habrá de versar sobre el amor
efectivamente realizado en la historia. Esto hilvana con la exigencia éti-
ca de los seguidores de Jesucristo, los cuales no deben excluir ni la
práctica de la justicia ni la de la caridad. La disolución de una de ellas
acarrearía una consecuente liquidación de la misma vida cristiana. Por
consiguiente, el tema de las tres generaciones de derechos humanos,
desde la inspiración bíblica, debe integrar el binomio “caridad y justi-
cia”, sin el cual la cuestión de los derechos humanos se torna incom-
pleta183. De este modo, en la actualidad es imposible desligar cualquier
reflexión bioética sobre la justicia sin la correlativa preocupación por
los derechos de todos y cada uno en clave global.
183. Como es sabido, los derechos humanos de Tercera Generación fueron promovidos a
partir de la década de los setenta para incentivar el progreso social y elevar el nivel de
vida de todos los pueblos, en un marco de respeto y colaboración mutua entre las distin-
tas naciones de la comunidad internacional. Entre otros, destacan los relacionados con: La
autodeterminación. La independencia económica y política. La identidad nacional y cul-
tural. La paz. La coexistencia pacífica. El entendimiento y confianza. La cooperación
internacional y regional. La justicia internacional. El uso de los avances de las ciencias y
la tecnología. La solución de los problemas alimenticios, demográficos, educativos y eco-
lógicos. El medio ambiente. El patrimonio común de la humanidad. El desarrollo que per-
mita una vida digna. Pues bien, la justicia en el marco de una bioética teológica global que
tiene en cuenta las capacidades, la realidad sufriente de los más débiles por “lotería bio-
lógica o social” y las sucesivas generaciones de derechos humanos, no puede dejar sin ela-
borar un modo de relación con el entorno. Cuando hablamos de vida en condiciones jus-
tas estamos también incluyendo una renovada visión ecológica global. Cf. RUSSO, G.,
“L´Idea Originaria di Bioética”: en Itinerarium 2 (1994) 11-25. Sobre el tema de la relación
entre ecología y la Biblia, cf. DEFFENBAUGH, D. G.,/ DUNGAN, D. L., “Biblia y ecolo-
gía”: en AA.VV, Comentario Bíblico Internacional. Editorial Verbo Divino, Estella 1998, 288-
296; GAFO, J. (ED.), Ética y ecología. UPCO Madrid 1991; RUIZ DE LA PEÑA, J. L., La pas-
cua de la creación. BAC, Madrid 1996; SALVATI, G. M., “Crisi ecologica e concezione
cristiana di Dio”: en Sapienza 43 (1990) 145-160; ANDERLINI, G., “Bibbia e natura.
Appunti per una lettura ecologica della Bibbia”: en Bibbia e Oriente 170 (1991) 193-209.
Bioética global y teología moral 323
184. Cf. MARTÍNEZ-SICLUNA, C., “La Justicia como virtud”: en Arbor 691 (2003) 1059-
1086. “La justicia como inclinación natural, como disposición surgida de nuestra racio-
nalidad, nos lleva a dar a cada uno lo que le corresponde. Lo primero que exige este prin-
cipio es el principio de la personalidad, lo segundo el tratamiento de lo que cada uno de
nosotros conlleva, en virtud de nuestras características concretas que nos hacen origina-
les y diversos de los demás. Lo justo implica tratar a todos por igual si se encuentran en
la misma situación y de forma distinta si se encuentran en una situación diversa. La jus-
ticia, siendo virtud universal, no sólo por su carácter objetivo, sino principalmente por
ser una disposición existente en todos los hombres, por ser disposición racional que en
todos se encuentra, exige un marco de actuaciones en las que cada uno ha de ser tratado
en igual medida, en lo tocante a su identidad esencial, y proporcionalmente en lo relati-
vo a cuanto en el sujeto es resultado de su diversidad existencial. La justicia es adapta-
ción al caso concreto y a las personas que en concreto asumen la carga del deber y la titu-
laridad de los derechos: la diversidad existencial justifica así todo un conjunto de rela-
ciones sociales, en las que se contempla lo que es mérito de cada uno, lo que atañe a su
capacidad o a su poder de decisión, lo que se refiere a la posibilidad de elegir entre varias
conductas, a la responsabilidad en una mayor o menor medida y al elemento volitivo, el
querer que conduce a un fin o la exclusión de esta misma finalidad. Por ello, se justifican
así numerosas formas de comprender las relaciones sociales, donde la justicia ha de
adaptarse necesariamente a la peculiaridad del individuo, cuanto es propio y original,
cualidades que entrañan una diversidad de desarrollo y de proyección personal, de exis-
tencia, aun cuando haya una igualdad en el fundamento del ser. Universalidad y dife-
rencia que han de examinarse desde la perspectiva del bien como finalidad de la actua-
ción humana”. O.c., 1068-1069 (Desde mi opinión, la autora mezcla diferentes concep-
ciones de la justicia en el texto anterior).
185. Aristóteles dedica el Lib. II de la Ética a Nicómaco a la cuestión de la virtud y el Lib.V
a la justicia. Ambas serán recogidas por Santo Tomás. Aristóteles divide la justicia en
“distributiva” –que consiste en “la distribución de honores, de fortuna y de todas las
demás cosas que cabe repartir entre los que participan de la constitución (ya que en tales
cosas es posible que cada uno tenga una participación o desigual o igual a la de otro)”–
y en “conmutativa” (correctiva o rectificativa) –que “regula las relaciones, tanto volun-
tarias como involuntarias, de unos ciudadanos con otros” (Ética a Nicómaco V, 1130 b 30).
La justicia distributiva es adjudicación por un tercero, mientras que la justicia conmuta-
tiva, correctiva o rectificativa es intercambio. Sólo la justicia distributiva puede ser con-
siderada como una de las más altas virtudes. De todas formas, en el Lib.VIII, dedicado a
la amistad, ésta es afirmada como virtud más alta que la justicia: “Cuando los hombres
son amigos no han menester de justicia, en tanto que cuando son justos han menester
también de amistad” (Ética a Nicómaco VIII, l, 1155 a 27).
186. Cf. ÁLVAREZ, S., “La edad media”: en CAMPS, V., (ED.), Historia de la ética I,
Crítica, Barcelona 1988, 345-487.
324 Bioética global, justicia y teología moral
moral del siglo XIII por figuras como S. Alberto Magno, que conocía los
textos aristotélicos (Ética a Nicómaco, traducida algunos años antes por
Roberto de Grossatesta), la escuela dominicana y Santo Tomás. El obje-
to y fin de la justicia era dar a cada persona lo que se le debe (“lo suyo”,
según Ulpiano), proporcionarle los bienes y servicios que legítima-
mente puede reclamar187.
Será Santo Tomas quien vertebre la comprensión de la justicia man-
tenido hasta nuestros días188; pero, mientras que en las concepciones
griegas clásicas la justicia constituía el elemento fundamental en la
organización de la sociedad, en las concepciones cristianas la justicia es
desbordada por la caridad y la misericordia. En la justicia se otorga a
cada ser lo que se le debe; en la caridad, más de lo que se le debe.
Empero, el “primado de la caridad” no significa que la noción de justi-
cia quedara enteramente absorbida en la misericordia. No se trata de lo
que nos gustaría hacer por los otros, ni de cómo ser generosos con ellos,
sino de lo que les debemos desde la base de nuestra común humani-
dad. Eso no significa que carezca de importancia la caridad en la mejo-
ra de la sociedad, pero las respuestas basadas en la caridad son insufi-
cientes y no cumplen las exigencias de la justicia. Santo Tomás189, por
ejemplo, consideró la justicia como un modo de regulación funda-
mental de las relaciones humanas. Siguiendo a Aristóteles, habla de
tres clases de justicia: la commutativa, basada en el cambio o trueque y
reguladora de las relaciones entre miembros de una comunidad; la dis-
tributiva, que establece la participación de los miembros de una comu-
nidad en ésta y regula las relaciones entre la comunidad y sus miem-
bros, y la legal o general, que establece las leyes que tienen que obede-
cerse y regula las relaciones entre los miembros y la comunidad190.
187. Para un desarrollo del concepto, cf. GARCIA, D., “Justicia”: en MORENO, M.
(DIR.), Diccionario de pensamiento contemporáneo. San Pablo, Madrid 1997, 705-710;
MARTÍNEZ, E., “Justicia”: en CORTINA, A. (DIR.), Diez palabras clave en ética. Verbo
Divino, Estella 1994, 163-172; otros estudios desde diferentes perspectivas en: BRUN-
NER, E., La justicia. UNAM, México 1961; GÓMEZ, A., Meditación sobre la justicia. FCE,
México 1963; CASTÁN, J., La idea de justicia. Reus, Madrid 1968; KELSEN, H., ¿Qué es
justicia? Ariel, Barcelona 1982; GUISÁN, E., “Justicia como felicidad”: en Sistema 64
(1985) 63-82.
188. Santo Tomás de Aquino, en la II-II de su Summa Theologiae, se ocupa de modo gene-
ral de la justicia y de lo justo en sus tratados De iure (q. 57), De iustitia (q. 58), De iniusti-
tia (q. 59), De iudicio (q. 60) y De partibus iustitiae (q. 61).
189. Cf. VALLET DE GOYTISOLO, J., “La Justicia según Santo Tomás de Aquino”: en
Arbor 691 (2003), 1143-1162 .
190. Summa Theologiae II-II, q. 61.
Bioética global y teología moral 325
191. “La conmutación debe producirse en el uso de realidades exteriores: cosas, perso-
nas u obras; en el uso de las cosas, cuando uno, por ejemplo, quita o restituye a otro un
objeto suyo; en el de las personas cuando personalmente uno injuria a otro hombre,
hiriéndole o afrentándole, o también cuando le tributa reverencia; y en las obras, cuando
alguno exige de otro lo que es justo o preste a otro algún servicio”. Ibid., II.II. q. 61, 3, resp.
192. Ibid., I.II. q. 90, 2, resp.
326 Bioética global, justicia y teología moral
194. Cf. VIDAL, M, Diccionario de ética teológica. Verbo Divino, Estella 1991, 330-331.
195. Para ver la evolución histórica de la comprensión de la “justicia social” en el mar-
co eclesial, cf. PIANA, G., “Doctrina social de la Iglesia”: en COMPAGNONI, F.,/ PIA-
NA, G.,/ PRIVITERA, S.,/ VIDAL, M. (DIRS.), Nuevo diccionario de teología moral.
Paulinas, Madrid 1992, 417-425; CASTÁN, J., La idea de justicia social. Reus, Madrid 1966;
ÁLVAREZ, L.,/ VIDAL, M. (EDS.), La justicia social. Madrid 1993. Una exposición de las
distintas comprensiones de la justicia social desde la aparición de este concepto a media-
dos del siglo XIX puede verse en RODRÍGUEZ, F., Introducción a la Política Social (Vol. I).
Fundación Universidad-Empresa, Madrid 1979, 343-346. El autor concluye con la opi-
nión de que, por la multiplicidad de opiniones y la misma imprecisión del término, éste
está cayendo en desuso. Sin embargo, el concepto sigue vigente, sea relacionado con
alguno de los sistemas de aplicación de la justicia clásicos (conmutativa, distributiva,
legal), sea para referirse a las exigencias de la justicia en determinados temas de fuerte
incidencia social (distribución de riqueza, retribución del trabajo, lucha contra el paro,
seguros sociales, distribución de recursos sanitarios...), sea vinculándola al tema de la
igualdad. Cf. VÁZQUEZ, J. M., “Justicia social”: en Diccionario UNESCO de Ciencias
Sociales (Vol. II). Planeta-De Agostini, Barcelona 1988, 1205s.
328 Bioética global, justicia y teología moral
gada como una nueva especie de justicia. Más bien representa una con-
cepción global de las exigencias morales del orden social. Se dirige
principalmente a la equidad y equilibrio de la sociedad en su conjunto
y a la relación de los diversos grupos humanos entre sí. Es más políti-
ca que las otras acepciones de justicia, en cuanto que se dirige a reglar
las relaciones entre los grupos y personas que viven en sociedad y se
refiere a la implantación de la “rectitud”, que muchas veces no coinci-
de con lo “establecido” (“ius”). La justicia social tiene por cometido
deshacer los “entuertos” que están a la base del orden establecido. No
sólo consiste en “dar a cada uno lo suyo” según el orden implantado,
sino sobre todo en dar a cada uno aquello de que está “privado” o
“despojado” y que le corresponde según un orden radicalmente recto.
El concepto de justicia social no debe considerarse como la cuarta for-
ma de la justicia (conmutativa, distributiva y legal), sino más bien como
la suma de diversos aspectos y, al mismo tiempo, como su momento
estructural dinámico, en cuanto que impulsa al desarrollo del orden
social en dirección hacia el desarrollo de la persona. El contenido de la
justicia social puede señalarse en la perspectiva de los derechos huma-
nos, del bien común, del desarrollo y de la liberación. En nuestros días es
una expresión empleada por todos. Como dice Julián Marías, “el siglo XX
es ininteligible si no se tiene en cuenta lo que significan en él estas dos
palabras juntas: ‘justicia social’. Es algo indiscutido; todo el mundo la
pide; nadie la niega, menos se atrevería a oponerse a ella”196. La justicia
social sería un marco de reconocimiento y de encuentro, una reivindica-
ción en la que nos encontramos unidos todos, creyentes y no creyentes.
Justicia social es la justicia que tiende a asegurar el respeto y la promo-
ción de los derechos para todos, especialmente para los menos favoreci-
dos, inscribiendo estos derechos en las estructuras y en el funcionamien-
to de la sociedad. Se autocomprende a partir de la dignidad de la perso-
na, de las tres generaciones de derechos humanos197 que deben ser respe-
196. MARÍAS, J., La justicia social y otras justicias. Espasa-Calpe, Madrid 1979, 73.
197. Juan XXIII lo expresaba diciendo: “Puestos a desarrollar... el tema de los derechos
del hombre, observamos que éste tiene un derecho a la existencia, a la integridad corpo-
ral, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, los cuales son principal-
mente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica y, finalmen-
te, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado. De lo cual se sigue
que el hombre posee también el derecho a la seguridad social en caso de enfermedad,
invalidez, viudez, vejez, paro y, por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin
culpa suya, de los medios necesarios para su sustento”. PT n. 11.
Bioética global y teología moral 329
198. Cf. GAFO, J., “Los principios de justicia y solidaridad en bioética”: en Miscelánea
Comillas 55 (1997) 77-115. Gafo plantea cuatro argumentos: 1– Argumento a partir de la
dignidad inviolable de todo ser humano, que es la base del respeto que se debe a toda perso-
na humana, por el hecho de serlo. De esa dignidad emanan unas obligaciones y unos
derechos que el ser humano puede exigir. El derecho fundamental y fundante es el dere-
cho a la vida, que es el presupuesto para todo otro derecho ulterior. El derecho a la vida
incluye ciertamente el derecho negativo de que nadie la pueda suprimir. Pero lógica-
mente también incluye el derecho al acceso a los bienes y servicios que son necesarios
para vivir la vida humanamente y desarrollar, de la mejor forma posible, las propias
capacidades. 2– Argumento a partir de la naturaleza de la enfermedad como elemento inse-
parable de nuestra común humanidad. Dada esta condición humana y, por otra parte,
existiendo medios para combatir la enfermedad y el sufrimiento, la conclusión es que
toda persona debe tener acceso a una asistencia sanitaria que le ayude a recuperar la
salud o a evitar el dolor. Restringir esta asistencia a sólo ciertas personas –las que tengan
una utilidad social o posean medios para costearla– sería negar de hecho la igualdad y
la dignidad de todo ser humano que, por el hecho de serlo, participa del destino huma-
no abocado a esas experiencias negativas. 3– Argumento basado en la protección social
colectiva: las necesidades de salud son similares a otras necesidades que deben ser prote-
gidas y potenciadas por el Estado, como la protección contra el crimen y la promoción
de la seguridad, la educación, la seguridad medioambiental, etc. 4. Argumento basado
en la norma de oportunidad equitativa. No deberían concederse beneficios a ninguna per-
sona sobre la base de las diferencias en las que no tenemos ninguna responsabilidad y
que se distribuyen de forma fortuita (como el género, la raza, la religión, el nivel intelec-
tual...) e, igualmente, no se deberían negar los beneficios sociales a las personas que no
posean tales condiciones. Esto significa que las cualidades o deficiencias, que dependen
de la llamada “lotería biológica” o “social”, no son éticamente válidas para discriminar
a las personas. La enfermedad forma parte, aunque no de forma exclusiva, de esa lotería
(hay infinidad de problemas de salud relacionados con la pobreza).
Bioética global y teología moral 331
199. “Los progresos de las ciencias y de las técnicas en todos los sectores de la convi-
vencia multiplican y densifican las relaciones entre las comunidades políticas y así hacen
que su interdependencia sea cada vez más profunda y vital. Por consiguiente, puede
decirse que los problemas humanos de alguna importancia, sea cual fuere su contenido,
científico, técnico, económico, social, político o cultural, presentan hoy dimensiones
supranacionales y muchas veces mundiales”. MM 54.
200. Cf. FLECHA, J. R., La fuente de la vida. Sígueme, Salamanca 2002. “Por lo que res-
pecta a su estatuto (de la bioética), pensamos que sería preferible considerar la bioética
como un ámbito especializado para la aplicación de los principios de valoración y dis-
cernimiento de la ética general. Si la aplicación de los mismos no parece fácil, tampoco
lo fue la aplicación de los antiguos principios sobre la licitud de la guerra a la nueva
situación creada por las guerras modernas. Las nuevas situaciones invitan ciertamente a una
revisión de los antiguos principios, a un mayor esfuerzo de coherencia en su aplicación y a un
recurso más frecuente y creativo, a la virtud de la prudencia. A fin de cuentas, esta virtud moral
ha de considerar los matices aplicables al juicio concreto de discernimiento sobre los valores que
entran en conflicto en cada situación”. O.c., 60 (La cursiva es nuestra).
201. “La profunda y rápida transformación de la vida exige con suma urgencia que no haya nadie
que, por despreocupación frente a la realidad o por pura inercia, se conforme con una ética mera-
mente individualista. El deber de justicia y caridad se cumple cada vez más contribuyen-
do cada uno al bien común según la propia capacidad y la necesidad ajena, promovien-
do y ayudando a las instituciones, así públicas como privadas, que sirven para mejorar
las condiciones de vida del hombre. Hay quienes profesan amplias y generosas opinio-
nes, pero en realidad viven siempre como si nunca tuvieran cuidado alguno de las nece-
sidades sociales. No sólo esto; en varios países son muchos los que menosprecian las
leyes y las normas sociales” GS n. 30 (La cursiva es nuestra).
202. Cf. LÓPEZ AZPITARTE, E., Hacia una nueva visión de la ética cristiana. Sal Terrae,
Santander 2003. Para Eduardo López Azpitarte, “La ética cristiana ha pecado de un excesi-
vo individualismo, y hay que reconocer como objetivas las críticas que contra ella se han
vertido. Su preocupación primordial se centraba en la culpabilidad o inocencia del indivi-
duo. Incluso las consecuencias comunitarias de cualquier acción eran examinadas desde
una óptica individualista, pues todos los problemas relativos al escándalo, cooperación, exi-
gencias de la justicia en el campo económico, responsabilidades sociales y políticas, etc., se
analizaban con una intencionalidad subjetiva: conocer cada cual sus obligaciones indispen-
sables para, una vez cumplidas, quedar con la conciencia tranquila. Lo importante era no
sentirse culpable de la actuación individual. (…) El único camino para eliminar estas situa-
ciones pecaminosas es seguir insistiendo en la conversión particular de cada individuo,
pues los aspectos sociales, pecaminosos e injustos son consecuencia exclusiva de esos fallos
personales. (…) Una privatización tan acentuada del pecado se hace ya insostenible en una
cultura donde la dimensión política y social alcanza un relieve extraordinario”. O.c., 320-321.
332 Bioética global, justicia y teología moral
203. GS n. 29.
204. Ése es el intento cuando planteamos el concepto de “dignidad global” en el capí-
tulo II.
205. QUEREJAZU, J. La moral social y el Concilio Vaticano II, o.c., 7.
206. Para una síntesis de la justicia en la DSI hasta 1971 puede verse GUTIÉRREZ, J. L.,
Conceptos fundamentales en la doctrina social de la Iglesia. Vol. II. Centro de Estudios Sociales
del Valle de los Caídos, Madrid 1972, 413-428. También puede verse una selección y pre-
sentación de textos sobre Justicia y Solidaridad en: CAMACHO, I., Doctrina social de la
Iglesia. Quince claves para su comprensión. Desclée, Bilbao 2000, 221-229; SANZ DE DIEGO,
R., “Una historia inacabada y fecunda: La de la Doctrina Social de la Iglesia”: en Sociedad
y Utopía 17 (2001) 61-91; SORIA, C., “Elementos para una comprensión de la doctrina
social: problemas epistemológicos y teológicos”: en Corintios XIII 49-51 (1990) 113-136.
Bioética global y teología moral 333
207. El Obispo DIARMUID MARTIN, Secretario del Consejo Pontificio para la Justicia y
la Paz, en la Reunión Internacional sobre Ética y Desarrollo organizada por el Banco
Interamericano de Desarrollo, afirmaba: “Naturalmente la Iglesia no puede pretender
que la Biblia contiene un paquete preparado para responder a los desafíos sociales y de
desarrollo de todas las épocas. Los Papas, al formular esta reflexión, han afirmado repe-
tidamente que no es éste su rol, ni tampoco es de su competencia el presentar un mode-
lo de desarrollo específico. Así, la Iglesia Católica Romana, especialmente durante los últi-
mos cien años, ha desarrollado su propia doctrina social específica. La misma implica un
conjunto de enseñanzas que procuran derivar una serie de criterios de las enseñanzas
bíblicas y de la tradición eclesiástica para inspiración de los cristianos, a nivel individual,
en sus acciones mundanas. Esta doctrina social católica no es un modelo fijo, unitario, para
todos los tiempos. Posiblemente uno de los aspectos más interesantes de esta reflexión radica en su
naturaleza dialéctica. En vez de ser un manual de instrucciones elaborado como recetario, existe
un diálogo animado, una tensión permanente entre diversos principios expresados, una tensión que
corresponde a las realidades de la vida cotidiana. En efecto, una de las dimensiones esenciales
de una ética para el desarrollo tiene que ser su capacidad de cuestionarnos en nuestras
actividades cotidianas. La Ética nunca debería permitirnos sentirnos demasiado cómo-
dos. Debería motivarnos para analizar, evaluar, revisar, pensar nuevamente, poner en tela
de juicio. La Ética debe ser exigente. Es un instrumento que debe obligarnos a estudiar la
naturaleza de nuestra humanidad en sus dimensiones más profundas y las consecuencias
de por vida. La Ética es una dimensión real de la vida. La sociedad necesita un determi-
nado consenso ético en torno a cuáles son los valores, normas y patrones de comporta-
miento comunes que pueden conjugarse”. MARTIN, D., La Iglesia y los problemas eco-
nómicos y sociales medulares de nuestra época. (Washington, 7 Diciembre 2000): en
www.iadb.org/etica/Documentos/ch_mar_igles.pdf. (La cursiva es nuestra).
208. PP n. 47.
209. Cf. CAMACHO, I., “Buscando un espacio para la ética social”: en Proyección 25 (1978)
229-236; CURRAN, CH. E., “Ética social: tareas para el futuro”: en Concilium 138 (1978) 286-
305; ALBERDI, R., “Sociedad y ética. Puntos cruciales de la moral social”: en Moralia 5
(1983) 227-270; BERNA, A., “Doctrina social católica en los tiempos nuevos”: en Corintios
XIII 49-51 (1989) 29-92. El número 98 (Abril-junio 1970) de la Revista Fomento Social se hacía
cargo del problema y en su costumbre monográfica lo dedica casi entero a este asunto:
“Crisis de la Doctrina Social de la Iglesia”, sin que aparezca respuesta clara y decidida.
334 Bioética global, justicia y teología moral
210. El peligro del reduccionismo “científico-técnico” fue denunciado por Pablo VI: “La
necesidad metodológica y los apriorismos ideológicos conducen a las ciencias humanas
frecuentemente a aislar, a través de las diversas situaciones, ciertos aspectos del hombre
y a darles, por ello, una explicación que pretende ser global, o por lo menos una inter-
pretación que querría ser totalizante desde un punto de vista puramente cuantitativo o
fenomenológico. Esta reducción ‘científica’ lleva consigo una pretensión peligrosa. Dar
así privilegio a tal o cual aspecto del análisis es mutilar al hombre y, bajo las apariencias
de un proceso científico, hacerse incapaz de comprenderlo en su totalidad”. Cf. OA n. 38.
211. “No hay que prestar menos atención a la acción que las ‘ciencias humanas’ pueden
suscitar al dar origen a la elaboración de modelos sociales que se impondrían después
como tipos de conducta científicamente probados. El hombre puede convertirse enton-
ces en objeto de manipulaciones que le orienten en sus deseos y necesidades y modifi-
quen sus comportamientos y hasta su sistema de valores” Cf. OA n. 39.
212. VIDAL, M., Diccionario de ética teológica, o.c., 572.
Bioética global y teología moral 335
213. Cf. MM n. 65. Esta idea la recogerá el Vat. II en Gaudium et Spes: “El bien común
abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las
familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia per-
fección” (GS n.74); y en Dignitatis humanae: “El bien común de la sociedad, que es la suma
de aquellas condiciones de la vida social mediante las cuales los hombres pueden con-
seguir con mayor plenitud y facilidad su propia perfección, consiste sobre todo en el res-
peto de los derechos y deberes de la persona humana” (DH n.6).
214. Cf. PT nn. 60-61.
215. Cf. Ibid. nn. 57-59.
216. Cf. PT n. 55.
217. Cf. RN n. 25.
218. Cf. GS n. 78.
336 Bioética global, justicia y teología moral
238. LÓPEZ ARANGUREN, J. L., “La religión hoy”: en DÍAZ-SALAZAR, R./ GINER,
S./ VELASCO, F., Formas modernas de religión. Alianza, Madrid 1994, 33.
239. MUGUERZA, J., “La profesión de fe del increyente”: en Iglesia Viva 175-176 (1995)
35-36.
240. RAHNER, K., “Los cristianos anónimos”: en Escritos de Teología VI. Taurus, Madrid
1967, 535-544.
241. Cf. VIDAL, M., Para comprender la solidaridad. Verbo Divino, Estella 1996; Moral de
actitudes III, o.c.), 186-219; “La solidaridad: nueva frontera de la teología moral”: en Studia
Moralia 23 (1985) 99-126; MONCADA, A., La cultura de la solidaridad. Verbo Divino, Estella
1989 .
242. Cf. GS 3; 4; 31; 32; 46; 57; 75; 90; PO 21; AA 8; 14; AG 21; NA 1.
243. VIDAL, M., Para comprender la solidaridad, o.c., 33-34.
342 Bioética global, justicia y teología moral
254. Cf. VIDAL, M., “Ética de la solidaridad”: en Moralia 14 (1992) 347-362; ARNSPER-
GER, C., “Action, responsabilité et justice. Pertinence et limites de la notion économique
d’altruisme”: en Revue philosophique de Louvain 3 (1997) 484-516.
255. PECES-BARBA, G., Ética, poder y derecho: reflexiones ante el fin de siglo. Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid 1995, 38-39.
256. CORTINA, A., La moral del camaleón. Crítica, Madrid 1991, 53.
257. VIDAL, M., Para comprender..., o.c., 98-100.
258. CAMPS, V., Virtudes públicas, o.c. 35.
Bioética global y teología moral 345
259. RORTY, R., Contingencia, ironía y solidaridad. Paidós, Barcelona 1991, 18.
260. LEVINAS, E., Totalidad e Infinito. Sígueme, Salamanca 1977, 90.
261. Ibid., 97.
262. Ibid., 164.
263. Cf. LAÍN ENTRALGO, P., Teoría y realidad del otro. Alianza, Madrid 1883.
264. Ibid., 369-370.
265. VIDAL, M., “Rasgos para la Teología moral del año 2000”: en XX Siglos 4/5 (1996)
31-40.
346 Bioética global, justicia y teología moral
vo, dialogante. ¿Con quién? Con todos y con todo: con otras religiones,
creencias e increencias, con la filosofía y con otras filosofías, con la cien-
cia, con otros caracteres o modos de ser”266. Esto no significa que la ética
cristiana deje de ser instancia crítica respecto a este mundo, sino justo lo
contrario. En razón del ser humano, de lo sagrado que anida en él, el
êthos inspirado en Jesús no tolerará la manipulación ni instrumentaliza-
ción de que son víctima millones de seres humanos en su desvalimiento
frente a los poderes de este mundo, al funcionamiento del sistema o cual-
quier clase de explotación. Esta sensibilidad ética se traducirá no sólo en
compasión “afectiva” sino también “efectiva”, es decir, en acciones orien-
tadas a superar esas situaciones de desigualdad e indefensión267. De ahí
que se pueda afirmar que la ética cristiana puede ser impulsora global de
justicia desde su dinamismo más profundo hacia la solidaridad.
273. DUSSEL, E., Para una ética de la liberación latinoamericana (Vol. I). Siglo XXI, Buenos
Aires 1973, 109.
274. Ibid., 120.
Bioética global y teología moral 349
280. Cf. COMMONER, B., “Unravelling the DNA Myth”: en Seedling 7 (2003) 6-13.
Sobre este tema remitimos a la de-costrucción realizada en la Tesis Doctoral de MORE-
NO, M., El debate sobre las implicaciones científicas, éticas y legales del proyecto genoma huma-
no. Aportaciones epistemológicas. Universidad de Granada 1996, 380-399.
Bioética global y teología moral 351
281. Hace unos años, Jules Pretty y sus colegas de la Universidad de Essex del Reino
Unido iniciaron un proyecto ambicioso para auditar el progreso hacia la agricultura sus-
tentable en el mundo. Compilaron en una base de datos 208 casos de 52 países, involu-
crando a 9 millones de agricultores y 29 millones de hectáreas, todos implicados en pro-
yectos y experimentos de agricultura sustentable. La documentación mostró que, sin
ingeniería genética o instituciones de mejoramiento vegetal, pueden alcanzarse notables
éxitos en productividad y sustentabilidad. Los ejemplos incluyen: Unos 223.000 agricul-
tores en el sur de Brasil que utilizan abonos verdes y cubierta de cultivos de legumbres e
integración de ganado han duplicado los rendimientos de maíz y trigo hasta 4-5 tonela-
das por hectárea. Unos 45.000 agricultores en Guatemala y Honduras han usado tecnolo-
gías regenerativas para triplicar el rendimiento del maíz hasta 2-2.5 toneladas por hectá-
rea y diversificar sus fincas de altiplanicie, lo que ha inducido a un crecimiento económi-
co local y ha estimulado la migración desde las ciudades. Más de 300.000 agricultores en
el sur y oeste de India cultivando en tierras secas están ahora usando una variedad de tec-
nologías de manejo de suelo y agua, y han triplicado el rendimiento de sorgo y mijo a 2-
2.5 toneladas por hectárea. Unos 200.000 agricultores a lo largo de Kenya, como parte de
varios programas gubernamentales y no gubernamentales de conservación de suelo y
agua y agricultura sustentable, tienen el doble de rendimiento de su maíz para alrededor
de 2.5-3.3 toneladas por hectárea y un sustancial mejoramiento de producción vegetal en
las estaciones secas. 100.000 pequeños productores de café en México han adoptado méto-
dos completamente orgánicos de producción e incrementado su rendimiento en gran par-
te. Un millón de agricultores de arroz de tierras húmedas en Bangladesh, China, India,
Indonesia, Malasia, Filipinas, Sri Lanka, Tailandia y Vietnam han comenzado a practicar
la agricultura sustentable; los agricultores han aprendido en escuelas de campo agrícolas
sobre las alternativas a los pesticidas mientras aumentan sus rendimientos cerca del 10%.
Cf. PRETTY, J., “¡Alimentando el mundo!”: en www2.essex.ac.uk/ces/ResearchProgrammes/
CESOccasionalPapers/SAFErepSUBHEADS.htm.
Bioética global y teología moral 353
284. Cf. ALONSO, C. A., “Biotecnología: países en desarrollo y tercer mundo”: en GAFO,
J. (ED), Ética y biotecnología. Dilemas éticos de la medicina actual-7. UPCO, Madrid 1993, 143-
166; GRACIA, D., “Tecnología y ética en discusión”: en Razón y fe 224 (1991) 89-96.
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ÍNDICE GENERAL
SIGLAS DE DOCUMENTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
BIBLIOGRAFÍA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 355
PUBLICACIONES
DE LA
CÁTEDRA DE BIOÉTICA
DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS
Director
JUAN MASIÁ CLAVEL