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Cuando la evolución permitió que aparecieran los organismos sexuados, se originó un problema serio: cómo hacer que

machos y hembras se encontraran para perpetuar las especies.

El asunto se resolvió –según explica Gilda Flores Rosales, profesora del departamento de ciencias biológicas de la
Universidad Autónoma de México– con el perfeccionamiento de los mecanismos de apareamiento.
En el caso de los animales, se ha alcanzado tal sutileza que bastan unas señales químicas para que actúen sobre unos
receptores en la contraparte, que terminan por actuar de manera muy coordinada. Así las cosas, el asunto está resuelto.

Sin embargo –dice la psicóloga Sandra Herrera– no hay certeza de que estos útiles mecanismos de acercamiento animal
sean los mismos que actúan en las personas. “Pero es evidente que se comparten algunas rutas bioquímicas, sobre
todo con los primates, que llegan a ser como de la familia”, dice Herrera.

Y tal vez, con el ánimo de quitarle un poco de naturaleza y darle un poco de magia a la tarea de perpetuar la especie en
los humanos, esto recibe otro nombre: amor; un fenómeno que se inicia con un estado especial llamado enamoramiento.

Pero la cosa se complica –añade la mexicana Gilda Flores– cuando la definición de este estado emocional se centra en
decir que es un sentimiento apasionado “que inclina el ánimo hacia lo que le place”; unas palabras que, a decir verdad, no
aclaran mucho.

Tal vez –interviene Herrera– porque históricamente el estudio del amor quedó a cargo de filósofos, poetas, trovadores y
antropólogos, que dejaron de lado a quienes de verdad podían entenderlo de manera más clara: biólogos, bioquímicos y
neurobiólogos.
Desde la década de los 90, en palabras de la mexicana Gilda Flores, se separó el estudio del amor del la sexualidad humana (de la
que se conoce bastante) y se encontró que ‘Cupido’ se rige más por la química que por el gusto caprichoso; tanto, que el amor
desde este punto de vista, se ha dividido en cuatro etapas, tres de las cuales se comparten con la amistad.

En su artículo ‘La fórmula química de Cupido’, publicado en la revista digital de la Universidad Autónoma de México, la investigadora
Flores explica que los sentidos son la puerta de entrada de todos los estímulos externos, de los cuales el amor no es la excepción.

Se sabe que si bien el amor entra por los ojos, también lo hace por las fosas nasales; eso, en virtud a que unas moléculas de
bajo peso, llamadas feromonas, son capaces de viajar por el aire y ser respiradas por quien se les atraviese.

El hecho –advierte el neurólogo Gustavo Castro– es que se ha comprobado que dichas feromonas son fabricadas por los humanos
en las glándulas sudoríparas de la axila, y sobre todo, por la piel de la entrepierna; así, forman lo que se conoce como el aroma
humano “dando lugar a ese humor u olor característico que en las personas es tan propio como una impronta”, aclara
Castro.

Lo llamativo en este caso, interviene la investigadora Gilda Flores, es que a nivel de la nariz existen unos receptores que
permanentemente reciben diferentes tipos de feromonas sin generar ningún estímulo, hasta que el aroma de la persona
adecuada comienza a ser inquietante en un proceso involuntario que genera una agitación que obliga a buscar con la
vista el origen de dicha perturbación.

El asunto no termina ahí señala la psicóloga Sandra Herrera– porque el contacto visual produce una especie de descarga
eléctrica y despierta unas células del sistema límbico que fabrican una sustancia producida como feniletilamina (FEA).
La atracción
La FEA se riega por todo el cerebro y lleva a un estado de semi–inconsciencia, que suspende todas sus acciones: la
vista se vuelve central para enfocar solo a la persona de interés, se pierden el oído y el habla, no hay sensación de frío
ni de calor y se altera la coordinación de las ideas y hasta del movimiento.
Aquí –señala el neurólogo Gustavo Castro– el cerebro echa mano de algunos trucos y escucha solo sonidos internos
como las palpitaciones o la respiración, situación que afortunadamente dura pocos segundos y el cerebro vuelve a tomar
las riendas del cuerpo.

Pero para recuperar el control, el cerebro tiene que producir dopamina y norepidefrina, que estimulan al hipotálamo, que
termina comunicándose químicamente con la hipófisis y de ahí con todas las glándulas del cuerpo, incluidos los ovarios
en las mujeres y los testículos en los hombres.

El resultado no puede ser otro que la elevación de la presión arterial y de la temperatura, la sudoración de cara y manos,
el aumento de la frecuencia respiratoria (de ahí los suspiros) .

Y por supuesto, una elevación del ritmo del corazón que se interpreta como ‘un flechazo’, que al acompañarse de una
dilatación de las pupilas hace ver a la persona con un brillo especial en los ojos.

Con lo anterior, explica el endocrinólogo Iván Darío Escobar, se aumenta el azúcar en la sangre y se contraen el
estómago y el intestino, lo que se interpreta como ‘mariposas en el estómago’; tanto, que todo parece una fiesta,
aunque la verdad, es mero efecto químico.
El enamoramiento
Al terminar este primer encuentro –continúa la investigadora Gilda Flores en su artículo– el cerebro debe controlar ese
caos y nivelar las sustancias que lo produjeron y tiene que echar mano de unos calmantes naturales que son las
endorfinas.
Son unos ‘familiares’ amigables de la morfina, que al distribuirse por todos los órganos alterados, terminan por producir
tranquilidad, gozo, alegría y hasta una risilla inconfundible.

Al retornar el azúcar a su nivel, hay una nueva señal enviada por la serotonina, que se traduce por la señal de consumir
algo dulce que en algunas mujeres se convierte en algo imperioso que termina por aumentarlas de peso.

“La mujer enamorada generalmente sube unos kilos”, agrega Escobar. Pero el asunto no para ahí. Después de todos
estos procesos químicos se produce la oxitocina (conocida como la hormona del amor), que invita al contacto físico, al
abrazo de la persona que se quiere.

La pasión
Aquí el proceso amoroso es como una bola de nieve que rueda por una pendiente cada vez más difícil de parar. Aquí los
impulsos eróticos son cada vez más intensos y con intervalos más cortos.

“Las glándulas suprarrenales aumentan la producción de testosterona que en los hombres provoca el deseo sexual, y
en las mujeres, una especie de ceguera y juicio en la toma de decisiones. Motivo por el cual no se oyen consejos y lo
único en la mente es estar con la pareja, aumentar el contacto físico y tener relaciones sexuales”. Con estas palabras, la
investigadora Gilda Flores cierra el círculo amoroso.
¿Y esto puede durar?
Se sabe que después de los encuentros sexuales, entra en escena una hormona llamada vasopresina, dice Flórez, que
invita a que las parejas permanezcan juntas, sin embargo, como no se produce en cantidad suficiente y de manera
constante siempre se deja abierta la puerta para buscar otra u otras parejas”.

El asunto, dice la experta, es que las civilizaciones monogámicas, están estructuradas con base en relaciones culturales
e intelectuales y no bioquímicas.

De hecho, dice Sandra Herrera, la religión, la moral, las leyes y sobre todo, la inteligencia, son los principales factores que
intervienen para mantener a una pareja unida, lo que pone de manifiesto “que la vida en pareja, es un permanente
ejercicio intelectual”, remata la psicóloga.

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