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LEY Abastecimiento
LEY Abastecimiento
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Título: El derecho constitucional en la jurisprudencia de la Corte Suprema entre 2003 y
2007
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SUMARIO: I. Una nueva Corte. — II. Las cuestiones institucionales. — III. El "derecho" de
los delitos de lesa humanidad. — IV. Los derechos de contenido no patrimonial. — V. Las
cuestiones patrimoniales. — VI. El procedimiento constitucional. — VII. Los temas
pendientes. — VIII. Una síntesis.
Ello acarrea una reflexión inicial. En la Argentina no parece difícil, para un Presidente que
estrena el mandato, elegir la Corte con la cual se sentirá cómodo para gobernar. Como
consecuencia de ello, no es posible para nosotros —al menos por el momento— contar la
historia de la Corte sin ligarla a los períodos del Poder Ejecutivo. Esta íntima unión que se
inicia allá con el juicio político de 1947 continúa hasta el presente, donde una serie de juicios
políticos instados directamente desde la Casa Rosada permitieron al presidente Néstor
Kirchner rearmar el Tribunal con una mayoría de jueces elegidos por él.
b. Sus integrantes
Apenas sentado en el sillón presidencial, Kirchner promovió juicio político a Julio Nazareno,
por entonces presidente de la Corte, y con ello obtuvo su renuncia en junio de 2003.
Eugenio Raúl Zaffaroni fue designado en su reemplazo aunque la presidencia de la Corte
recayó en Enrique S. Petracchi. En octubre de 2003 renunció Guillermo López, a quien
también se le había promovido juicio político. Fue reemplazado en julio de 2004 por Carmen
M. Argibay. Antes de ello, en diciembre de 2003, fue destituido Eduardo Moliné O'Connor y
reemplazado en junio de 2004 por Elena Highton de Nolasco. A la destitución de Moliné
O'Connor siguió la renuncia de Adolfo Vázquez, en septiembre de 2004, impulsada también
por el juicio político que se estaba tramitando en su contra. Fue reemplazado por Ricardo
Lorenzetti que llegó al Tribunal en diciembre de 2004 y actualmente ocupa la presidencia.
Finalmente, Augusto César Belluscio renunció el 1° de septiembre de 2005 y Antonio
Boggiano fue destituido por juicio político el 28 de septiembre de 2005.
Al cabo de la tormenta, el tribunal quedó conformado con siete jueces: dos de ellos (Enrique
Petracchi y Carlos Fayt) habían sido nombrados allá en los lejanos comienzos de la
presidencia de Raúl Alfonsín, el tercero (Juan Carlos Maqueda) había ingresado en 2002,
durante la presidencia de Eduardo Duhalde, y los cuatro restantes eran los flamantes jueces
de la nueva era.
Quedaba pendiente la cobertura de los dos sillones que la renuncia de Augusto C. Belluscio
y la destitución de Antonio Boggiano habían dejado vacantes. Kirchner pudo haberlos
llenado, pero su instinto político le aconsejó lo contrario. Ya contaba con una mayoría
elegida personalmente y la opinión pública tal vez hubiera formulado comentarios
desfavorables. Sin embargo, alguna decisión había que tomar, sobre todo porque —al
menos formalmente— el Presidente se había autoemplazado por medio del Decreto 222/03
(1) a nominar los candidatos dentro de los 30 días de producida la vacante (2). Vino
entonces en su ayuda el Congreso. La ley 26.183 (3) redujo a cinco los nueve jueces,
devolviendo a la Corte su antiguo número. Por ello existen en la actualidad dos sillones
temporalmente supérstites, que no se llenarán cuando se produzcan las dos primeras
vacantes.
Esta descripción permite señalar que el período objeto de este comentario (mayo de 2003 a
diciembre de 2007) es el de la Corte de Kirchner pues, además de coincidir con los cuatro
años y seis meses del mandato del ex Presidente (4), se produjo en él una renovación casi
total del Tribunal.
Sin dudas los rasgos más elocuentes de los jueces designados por Kirchner son su alto
perfil académico y su extensa foja de servicios judicial. Si bien tanto Carlos Menem como
Kirchner nacen políticamente en el tronco común del justicialismo, este último ha sido —en
los hechos— no sólo un adversario, sino un opositor del ex mandatario riojano y quiso
distinguirse y distanciarse de él en todo lo posible. En el terreno de la Corte, ello lo llevó a
elegir jueces de voluminosos antecedentes judiciales y académicos (5), con el propósito de
contrarrestar las críticas recibidas por algunos de los designados por Menem.
Veamos algunos datos. El primero de sus elegidos, Eugenio Raúl Zaffaroni, tiene 34
doctorados "honoris causa" otorgados por universidades extranjeras y ha escrito 26 libros
entre los cuales se cuenta el Manual de Derecho Penal - Parte General, que cuenta 10
ediciones nacionales y el Tratado de Derecho Penal - Parte General, en 5 tomos. En el
terreno judicial ha sido juez de primera instancia y de cámara en el orden provincial y
nacional, sin perjuicio de haber ejercido también funciones electivas (6). Carmen Argibay
también ha desarrollado desde 1959 una extensa carrera judicial. Fue juez de sentencia,
luego juez de un tribunal oral e integrante del tribunal internacional para juzgar crímenes de
guerra en la ex Yugoslavia. Elena Highton de Nolasco fue juez de primera instancia y de
cámara y cuenta con más de 20 libros publicados en forma individual o en coautoría.
Ricardo L. Lorenzetti, entre otros cargos académicos, es profesor titular de la Universidad de
Buenos Aires, recibió el Premio Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales y
consigna en sus antecedentes 27 libros publicados.
Mencionaré, en primer lugar, los casos que en mayor o menor medida tienen impacto
institucional.
Cada tanto —desde el antiguo caso Fisco Nacional c. Ocampo (7)— la Corte fija su posición
institucional como órgano de gobierno. Una nueva oportunidad para ello tuvo en Lavado c.
Provincia de Mendoza (8), una acción declarativa de certeza —en instancia originaria—
promovida por un grupo de abogados, con el objeto de que se establecieran ciertos hechos
y se formularan declaraciones en relación con la situación carcelaria en esa Provincia (9).
En el curso de esta causa se dictaron varias resoluciones, entre otras, la declaración de
incompetencia del Tribunal para actuar en competencia originaria (10), pero antes de ello se
ordenó a Mendoza y al Estado Nacional la producción de sendos informes sobre el estado
de las cárceles en la Provincia.
La Corte fundó su pedido (11) en "el ejercicio del control encomendado a la justicia sobre las
actividades de los otros poderes del Estado ... pues le corresponde al Poder Judicial de la
Nación buscar los caminos que permitan garantizar la eficacia de los derechos, y evitar que
estos sean vulnerados, como objetivo fundamental y rector a la hora de administrar justicia
[sin que ello constituya] una intromisión indebida del Poder Judicial cuando lo único que
hace [la Corte] es tender a tutelar derechos, o suplir omisiones en la medida en que dichos
derechos pueden estar lesionados" (12). En el mismo sentido puede verse Defensor del
Pueblo de la Nación c. Estado Nacional y Provincia del Chaco (13).
También se ha referido a su rol institucional bien que en términos más genéricos, en el caso
Barreto c. Provincia de Buenos Aires (14), con motivo de la reducción de su competencia
originaria, cuestión a la que me referiré en el punto siguiente. Mencionó allí "la trascendente
e insustituible atribución institucional de este Tribunal como intérprete final de la
Constitucional Nacional y custodio último de las garantías superiores reconocidas en dicha
Ley Suprema " (15) y aludió a "la impostergable necesidad de preservar y fortalecer el rol
institucional correspondiente a esta Corte " (16).
i. La competencia originaria
La limitación de la competencia originaria ha sido abordada en tres frentes: (a) las acciones
de daños y perjuicios de fuente extracontractual; (b) las acciones declarativas de
inconstitucionalidad y (c) la acumulación subjetiva de pretensiones.
A partir de Barreto, la Corte empezó a aplicar esta doctrina a todos los casos de
responsabilidad civil de las provincias en los cuales entendió que existía "falta de servicio" y
era necesario analizar normas locales. Así lo hizo en acciones de responsabilidad
extracontractual motivadas por: un presunto error judicial que privó de la libertad a un
individuo que luego resultó absuelto (23); la inundación de un campo (24); un accidente de
tránsito ocurrido en una ruta provincial por falta de debida iluminación y señalización (25); la
negligencia de la policía provincial que, con ocasión de un accidente motivado por la
presencia de un caballo en una ruta, no tomó los recaudos necesarios para identificar al
propietario del animal (26); la mala praxis de los médicos de un hospital provincial (27); la
inundación de un inmueble urbano como consecuencia de la inundación general de una
ciudad (28); la muerte por asfixia de un detenido en una comisaría (29); la caída al río de
una estructura colgante por donde transitaban los actores (30); irregularidades cometidas
por un oficial de justicia con motivo de diligenciamiento de un mandamiento (31); la muerte
de una persona ocasionada por el disparo de un policía en una manifestación (32); el
contagio de sida en penales de la provincia (33); etc.
Otra de las fuentes importantes de la competencia originaria son las acciones declarativas
de inconstitucionalidad. En este tipo de acciones, la jurisprudencia actual para habilitar la
instancia originaria exige que la materia federal sea exclusiva, pues si aparece mezclada
con elementos locales la Corte se declara incompetente.
Un buen ejemplo de ello lo constituyen los casos de inconstitucionalidad de las normas que
gravan con el impuesto de sellos los contratos no instrumentados formalmente. Bien es
sabido que a partir de dos causas caratuladas Shell Compañía Argentina de Petróleo S.A. c.
Provincia del Neuquén (34), la Corte entendió originariamente en asuntos donde se
planteaba la inconstitucionalidad de normas que gravaban con el impuesto de sellos a los
contratos verbales o no instrumentados formalmente (35). Esta jurisprudencia se mantiene
actualmente (36) pero no se aplica cuando la actora no sólo funda la demanda en la
violación de normas federales, sino que alega también la violación de normas locales.
Véase, por ejemplo, La Independencia Sociedad Anónima de Transportes c. Provincia de
Buenos Aires (37), donde la actora apoyaba su demanda en la violación de la Constitución
Nacional, de la Ley de Coparticipación Federal y del Código Fiscal local. En contra de lo
dictaminado por el Ministerio Público, la Corte sostiene que la necesidad de determinar si
existe violación de la mencionada norma provincial impide la tramitación del pleito en
instancia originaria (38).
Otro caso similar es Droguería Oncofarma S.R.L. c. Provincia de Tucumán (39). La actora
pedía aquí la declaración de inconstitucionalidad de una decisión de la Dirección General de
Rentas de Tucumán y también fundaba su demanda en la violación a la Constitución
Nacional, a la Ley de Coparticipación Federal y al Código Fiscal provincial. En su dictamen
—luego compartido por la Corte— la Procuración General sostiene que no procede la
competencia originaria de la Corte pues la demanda se funda —entre otras normas— en el
Código Fiscal de Tucumán, que es una norma local (40).
Por último, se han eliminado de la competencia originaria las causas en las cuales ésta se
suscitaba como consecuencia de una acumulación subjetiva de pretensiones. Ocurre
frecuentemente que dos acciones individualmente consideradas no habilitarían la
competencia originaria, sin embargo, desde 1977, se admitió que la suma de ellas, por
ejemplo, cuando se demanda a una provincia junto con una persona que suscita el fuero
federal, produjera tal resultado (41).
Esto fue posible hasta Mendoza c. Nación Argentina (42), donde la Corte resolvió que la
competencia originaria no puede surgir como fruto de una acumulación subjetiva de
pretensiones. Mendoza es una célebre causa ambiental en la cual están demandadas,
además del Estado Nacional, la Provincia de Buenos Aires, la Ciudad de Buenos Aires y una
serie de empresas ubicadas en las márgenes del Riachuelo y del río Matanza. Básicamente
las pretensiones de la actora son: (a) el resarcimiento de los daños y perjuicios y (b) la
recomposición del medio ambiente (43). Partiendo de esta división, la Corte señala que la
primera de ellas es ajena a la competencia originaria por aplicación del precedente Barreto,
en tanto que la segunda no lo es, pues la recomposición ambiental es una materia federal
(44).
En relación con la reducción de su competencia, la Corte dijo: "... no debe olvidarse que un
examen como el que se viene llevando a cabo, además de hacer pie en el rigor de los
razonamientos lógicos, tiene por objeto mantener la racionalidad de la agenda de casos que
debe examinar y sentenciar este Tribunal así como de no entorpecer el responsable ejercicio
de las atribuciones constitucionales que la Ley Suprema ha encomendado a este Cuerpo en
los asuntos que corresponden a su jurisdicción más eminente, como intérprete final de
aquélla, como guardián último de las garantías superiores de las personas y como partícipe
en el proceso republicano de gobierno" (45).
En relación con lo primero el Tribunal dijo: "... esta Corte no puede negar la evidencia
empírica que demuestra que la vigencia del procedimiento establecido por el art. 19 en
cuestión ha tenido como consecuencia una gran expansión en el ámbito de competencia de
la Corte, tanto en el aspecto cuantitativo como en la diversidad de temas fácticos y jurídicos
que ha debido abordar, con la consiguiente alteración del rol que venía cumpliendo como
intérprete final de la Constitución Nacional para adaptar su funcionamiento, cada vez en
mayor medida, al de un tribunal de instancia común" (51).
En este terreno el caso más importante ha sido Ángel Estrada (52), en el cual se decidió que
los entes reguladores de servicios públicos (53) no tienen atribuciones jurisdiccionales para
resolver controversias en las cuales deba aplicarse el derecho común. La actora, un usuario
de energía eléctrica, demandó a EDESUR, la compañía distribuidora, por los daños y
perjuicios que le ocasionaron diversas interrupciones en la provisión del servicio. En
concreto se reclamaba el alquiler de un equipo electrógeno y los sueldos abonados al
personal.
De conformidad con lo dispuesto por el artículo 72 de la Ley 24.065 (Adla, LII-A, 82), Angel
Estrada radicó su demanda ante el ENRE y éste se declaró incompetente para el
tratamiento del reclamo, aduciendo que su competencia se limitaba a la liquidación de las
multas previstas en el contrato. Confirmada esta decisión por la Secretaría de Energía,
Angel Estrada recurrió ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso
Administrativo Federal. La Sala I de este Tribunal revocó —por mayoría— esta decisión y
este pronunciamiento fue motivo de sendos recursos extraordinarios planteados por el
ENRE y la Secretaría de Energía.
La Corte Suprema, por amplia mayoría, hizo lugar a los recursos extraordinarios deducidos
acogiendo así la tesis de la incompetencia del ENRE (54). De acuerdo con el voto
mayoritario, la incompetencia del ENRE surge de los siguientes argumentos:
5. Los motivos tenidos en cuenta por el legislador para sustraer la materia de que se trate de
la jurisdicción de los jueces ordinarios, deben estar razonablemente justificados pues, de lo
contrario, la jurisdicción administrativa así creada carecería de sustento constitucional e
importaría un avance indebido sobre las atribuciones que el artículo 116 de la Constitución
Nacional define como propias y exclusivas del Poder Judicial de la Nación (considerando
14).
8. La administración de los remedios ordinarios, esto es, el poder para dirimir el reclamo de
daños y perjuicios planteado por el usuario con sustento en el derecho común, resulta
extraño a las atribuciones conferidas al ente regulador por el artículo 72 de la ley 24.065
(Adla, LII-A, 82) (considerando 15).
9. Una eventual decisión condenatoria dictada por el ente regulador carecería de autoridad
de cosa juzgada y no sería susceptible de cumplimiento forzoso conforme a las reglas
relativas a la ejecución de sentencias, pues la ley respectiva no le ha otorgado estas
cualidades a las decisiones del organismo. Así, su intervención resultaría estéril pues no
podría satisfacer el reclamo de daños y perjuicios por medio de una decisión que conforme a
la ley tuviera un alcance equivalente al de una sentencia condenatoria (considerando 15).
10. La demanda alegó la existencia de caso fortuito o fuerza mayor y negó la existencia del
perjuicio invocado por el usuario; de modo que el conflicto debe resolverse por aplicación de
la legislación común y no por el marco regulatorio del servicio público de electricidad
(considerando 16).
Simplificando:
En síntesis, el ente regulador en materia jurisdiccional actúa como una suerte de fuero
regulatorio de estrecha capacidad operativa, pues su competencia está sólo limitada a la
aplicación del "régimen estatutario que conforma el marco regulatorio del servicio público
para cuya administración fue especialmente creado" (55).
En síntesis, en ejercicio de su jurisdicción ordinaria (59), la Corte anuló un laudo. Hasta aquí
no hay cambio alguno en las reglas tradicionales. Tal vez lo más impactante es la anulación
del laudo por una cuestión no sustancial, como es la aplicación de un índice, pero ello es
una cuestión de apreciación de la Corte para el caso en concreto, que no permite extraer
conclusiones generales para decisiones futuras.
Ello dio lugar a un pronunciamiento muy dividido del Tribunal, cuyos votos se agrupan de la
siguiente forma. En el primero, suscripto por los jueces Lorenzetti, Zaffaroni y Fayt, la
jurisdicción militar recibe un fuerte cuestionamiento constitucional: "los actuales tribunales
militares no pueden considerarse jurisdicción en sentido constitucional ni internacional, sino
que constituyen tribunales administrativos incompetentes para aplicar penas" (61). Luego
vota la jueza Argibay, que si bien forma mayoría con los tres magistrados anteriores, no
cuestiona la constitucionalidad en sí de los tribunales militares, sino las limitaciones del
ejercicio del derecho de defensa ante éstos. Se trata, como vemos, de un planteo de menor
impacto que el anterior. Por último, los jueces Highton, Petracchi y Maqueda, en disidencia
parcial, declaran que la sentencia es arbitraria y ordenan un nuevo pronunciamiento sin
entrar a analizar el planteo constitucional sobre los tribunales militares.
d. El régimen de la función judicial
Deben ser considerados aquí cuestiones de índole patrimonial y funcional. No incluyo este
punto dentro de los derechos constitucionales, ya que se trata, al mismo tiempo, de
prerrogativas propias de la función judicial tendientes a asegurar la independencia de los
magistrados judiciales.
i. La estabilidad económica
Al igual que en otros períodos, se han presentado en éste los problemas típicos que
conciernen a los salarios judiciales, esto es, su deterioro frente a la inflación, el carácter
remunerativo o no remunerativo de ciertas asignaciones específicas y el pago del Impuesto
a las Ganancias.
La primera cuestión fue resuelta en Chiara Díaz c. Estado Provincial (62) donde se
estableció, como regla general, que los magistrados judiciales no poseen un privilegio "que
los ponga a salvo de toda y cualquier circunstancia que redunde en una pérdida del poder
adquisitivo de sus haberes" (63). Así, los jueces no tienen derecho a una actualización
automática de sus haberes, pues el artículo 110 de la Constitución "... no protege a la
compensación de los jueces de las disminuciones que indirectamente pudieran proceder de
circunstancias como la inflación" (64). Por ello, las disminuciones que sufran como
consecuencia de la inflación son tolerables "... en tanto no signifiquen un asalto a la
independencia de la justicia" (65). Finalmente "... la recomposición de la pérdida del valor
adquisitivo ha de darse ... caso por caso" (66).
De acuerdo con estas pautas, un apartamiento leve de la evolución del salario judicial
respecto del índice de inflación no otorga a los magistrados el derecho a su recomposición
automática. Sin embargo, cuando aquél tiene entidad suficiente como para comprometer la
independencia del Poder Judicial, la garantía del artículo 110 exige que los salarios se
recompongan.
En cuanto a las asignaciones específicas, fue establecido que las sumas abonadas de
acuerdo con el decreto 1770/91 tuvieron por objeto compensar el deterioro de las
remuneraciones judiciales en un período determinado, de modo tal que significaron el
reconocimiento de una diferencia salarial de carácter remunerativo, no obstante haber sido
calificadas como una indemnización y haber sido pagadas en una sola oportunidad (67).
Por último, se ha discutido nuevamente si los jueces deben pagar el Impuesto a las
Ganancias. Sobre este punto, una Corte integrada por conjueces decidió atenerse a la tesis
tradicional, es decir, eximir a los magistrados del pago de tal impuesto. Ello tuvo lugar en
Gutiérrez c. ANSeS (68).
Para precisar el alcance de este fallo recordemos en primer lugar que el actor era un
magistrado provincial jubilado, de modo tal que a juicio del Tribunal "... el thema decidendum
se limita a establecer si la jurisprudencia de la Corte Suprema relativa a que las
compensaciones judiciales no pueden ser disminuidas ni aún por vía de la imposición directa
sobre las mismas, se extiende a los integrantes de las judicaturas provinciales" (69). Puesta
la cuestión en éstos términos la sentencia establece que "... la vigencia del principio de
intangibilidad no podría ser desconocida en el ámbito provincial según lo estableció la Corte
en Fallos: 311:460 y 316:2747. En concordancia con ello, la ley del impuesto a las ganancias
eximía de tal tributo tanto a los magistrados nacionales como a los de provincia así como los
haberes jubilatorios y pensiones correspondientes a dichas funciones colocando a unos y
otros jueces en un pie de igualdad" (70).
En síntesis, la Corte acepta la vigencia y validez de la exención del pago del tributo a los
magistrados nacionales y admite su extensión a los provinciales, aun a los que se hallan
retirados, con fundamento en el principio de igualdad ante la ley.
ii. El problema de los jueces subrogantes
e. Los límites del Congreso para examinar los títulos de sus miembros
Para ubicar el tema en su contexto general, recordemos que en mayo de 2000 la Cámara
rechazó el diploma de Bussi. Contra esta decisión fue promovido un amparo que en las
instancias ordinarias fue rechazado por entender que se trataba de una cuestión política. En
la instancia extraordinaria la Corte revocó el pronunciamiento de la Cámara Nacional
Electoral y admitió que el planteo era justiciable (75). Ello provocó un nuevo recorrido del
caso por las tres instancias, con el siguiente resultado: el tribunal de grado rechazó el
amparo; la Cámara entendió que el caso era abstracto, pues la banca del actor había sido
ocupada por el diputado suplente y la Corte Suprema revocó este fallo entendiendo que la
cuestión no era abstracta pues el mandato no estaba vencido aún (76). En esta tercera
recorrida la Cámara Electoral hizo lugar al amparo. Contra esta decisión la Cámara de
Diputados interpuso un recurso extraordinario. La Corte entonces emitió su tercer fallo en la
causa, el cual motiva este comentario (77).
Dado que en el recurso extraordinario se había planteado que la cuestión era abstracta, éste
era el primer punto a resolver. Aquí es donde la decisión adquiere ribetes singulares.
En lo que al interés de Bussi se refiere, el fallo declara abstracto el caso. Dice la Corte: "...
actualmente, el interés subjetivo del demandante configurado por su pretensión de que se
declare la nulidad de las resoluciones dictadas por la Cámara de Diputados de la Nación
que negaron la incorporación del peticionario como miembro de dicho cuerpo es, como lo
peticiona la recurrente, abstracta. Ello es así no sólo porque resulta de cumplimiento
imposible, sino porque no ha habido ninguna declaración expresa de nulidad del acto en las
instancias inferiores ni ha sido materia recursiva ante esta Corte. Por lo tanto, resulta
inoficioso todo pronunciamiento sobre el tema quedando firme la resolución dictada en el
caso" (78). Obviamente Bussi no interpuso recurso contra la decisión de la Cámara pues
había obtenido un fallo favorable.
A partir de allí la Corte emite un largo obiter en el cual interpreta los mencionados límites
desde el punto de vista de la validez formal y material de los diplomas de los diputados.
En relación con la validez formal dice: "... es claro que la facultad de la Excma. Cámara de
Diputados sólo puede referirse a la revisión de la legalidad de los títulos de los diputados
electos y la autenticidad de los diplomas, esto es, si fueron regularmente emitidos por la
autoridad competente ... no hay ninguna habilitación constitucional para examinar la
habilidad moral anterior a la elección y no habiendo ninguna norma expresa no puede
presumirse" (80).
Sin dudas el "caso Bussi" —a través de todas las sentencias que lo conforman— da pie para
un interesante análisis de las instituciones políticas y judiciales en nuestro país, que trataré
de formular en pocas palabras. No está en discusión que Bussi obtuvo su banca en una
elección inobjetable. No obstante ello, la Cámara de Diputados se convirtió en juez de su
pasado político y lo declaró moralmente inhábil para sentarse en el recinto, ejercitando con
ello una típica actividad jurisdiccional. Contra esa decisión Bussi promovió un amparo, una
acción que la Constitución describe como "expedita y rápida". El amparo de Bussi duró siete
años (2000-2007). Finalmente, luego de recorrer casi tres veces las tres instancias, la Corte
—en su tercera sentencia— le dio la razón. Bussi ganó pero perdió, nunca pudo ocupar su
banca porque cuando la decisión favorable llegó, el caso ya era abstracto. Aparecen así dos
ganadores morales, Bussi y el sistema republicano, pues finalmente la Corte —obiter
mediante— ha sentado en mi opinión la correcta doctrina sobre los alcances del artículo 64
de la Constitución (82).
f. La autonomía de las provincias
La autonomía de las provincias, al menos en sus aspectos legislativos, fue puesta a prueba
en dos casos con suerte diversa. Triunfó en materia electoral y perdió en el terreno de la
prescripción liberatoria.
En de Narváez c. Provincia de Buenos Aires (83) triunfó la regulación local de las cuestiones
electorales. Francisco de Narváez, nacido en Colombia y nacionalizado argentino, promovió
una acción declarativa de certeza contra la Provincia de Buenos Aires, en instancia
originaria de la Corte Suprema, a fin de obtener el cese del estado de incertidumbre que a
su juicio existía en torno al inciso 1° del art. 121 de la Constitución provincial. Esta norma
exige, para ser elegido gobernador, "haber nacido en territorio argentino o ser hijo de
ciudadano nativo, si hubiese nacido en país extranjero". El actor cuestionaba esta norma
pues, como hijo de argentino naturalizado, le impedía postularse a gobernador de la
provincia.
La Corte se declaró incompetente para revisar esta cuestión electoral provincial con sonoros
argumentos de tono federal: "... este Tribunal, desde sus primeros pronunciamientos, jamás
ha descuidado la esencial autonomía y dignidad de las entidades políticas por cuya voluntad
y elección se reunieron los constituyentes argentinos, y ha sentado el postulado axiomático
de 'que la Constitución Federal de la República se adoptó para su gobierno como Nación y
no para el gobierno particular de las Provincias, las cuales según la declaración del art. 105,
tienen derecho a regirse por sus propias instituciones, y elegir por sí mismas sus
gobernadores, legisladores y demás empleados; es decir, que conservan su soberanía
absoluta en todo lo relativo a los poderes no delegados a la Nación, como lo reconoce el
artículo 104' ... por ello que una de las más importantes misiones de la Corte consiste en
interpretar la Constitución Nacional de modo que el ejercicio de la autoridad nacional y
provincial se desenvuelvan armoniosamente. Del logro de ese equilibrio debe resultar la
adecuada coexistencia de dos órdenes de gobierno cuyos órganos actuarán en dos órbitas
distintas, debiendo encontrarse sólo para ayudarse ... el respeto del sistema federal y de las
autonomías provinciales que exige que se reserve a los jueces locales el conocimiento y la
decisión de las causas que, en lo sustancial, versan sobre aspectos propios de su derecho
público (84)".
Con igual criterio fue decidido el caso denominado Córdoba - convocatoria a elecciones de
gobernador, vicegobernador, legisladores y Tribunal de Cuentas provincial (85).
Los principios arriba enunciados no fueron suficientes, sin embargo, para que la Corte
modificara su tesis tradicional sobre la competencia exclusiva del Congreso Nacional para
legislar acerca de la prescripción liberatoria. Desde hace muchas décadas el Tribunal viene
sosteniendo que las provincias no pueden legislar sobre este instituto y recientemente este
criterio fue ratificado —por mayoría (89)— en Filcrosa S.A. (90), con motivo de una
ordenanza del municipio de Avellaneda que regulaba el plazo de prescripción de los tributos
locales.
Según expresó el Tribunal: "... esa cuestión ya ha sido resuelta por esta Corte en varias
oportunidades, en las que declaró que las legislaciones provinciales que reglamentaban la
prescripción en forma contraria a lo dispuesto en el Código Civil eran inválidas, pues las
provincias carecen de facultades para establecer normas que importen apartarse de la
aludida legislación de fondo, incluso cuando se trata de regulaciones concernientes a
materias de derecho público local (Fallos: 175:300; 176:115; 193:157; 203:274; 284:319;
285:209 y 320:1344) ... esa doctrina debe ser ratificada, puesto que la prescripción no es un
instituto propio del derecho público local, sino un instituto general del derecho, lo que ha
justificado que, en ejercicio de la habilitación conferida al legislador nacional por el citado art.
75, inc . 12, éste no sólo fijará los plazos correspondientes a las diversas hipótesis en
particular, sino que, dentro de ese marco, estableciera también un régimen destinado a
comprender la generalidad de las acciones susceptibles de extinguirse por esta vía" (91).
Agrego el subrayado.
Tal como ocurre habitualmente, el especial status constitucional del Banco de la Provincia de
Buenos Aires —establecido en el Pacto de San José de Flores (11 de noviembre de 1859) y
reconocido expresamente por el artículo 31 de la Constitución— da lugar a controversias. En
el caso que voy a mencionar, el problema era la pretensión de la DGI de que el Banco
pagara el IVA sobre "colocaciones y prestaciones financieras", según lo previsto por el
decreto 879/92, ratificado posteriormente por la ley 24.447.
Desde hace varios años la provincia de San Luis y su ciudad capital mantienen una disputa
política cuyo árbitro final ha resultado ser la Corte Suprema (93). En el marco de ese
conflicto continuo, se ha suscitado el caso Municipalidad de San Luis c. Provincia de San
Luis (94) donde la actora planteó una acción declarativa de inconstitucionalidad contra dos
leyes provinciales que interfieren en el proceso electoral del municipio, requiriendo asimismo
la traba de una medida cautelar. En el fallo aquí mencionado la Corte concede la medida y si
bien la resolución es parca en sus fundamentos —como lo son todas las de esta especie—
alcanza para advertir la intención del Tribunal de hacer valer los derechos del municipio de
llevar adelante su proceso electoral con independencia de las interferencias provinciales.
Tampoco se ha producido una decisión final en el caso Villivar c. Provincia del Chubut (98),
pues hasta ahora la Corte sólo se ha limitado a rechazar, con fundamento en el artículo 280
del Código Procesal, el recurso extraordinario interpuesto por una compañía minera contra
la decisión interlocutoria que suspendió las actividades en el emprendimiento que estaba
desarrollando, hasta tanto se diera cumplimiento a los requerimientos ambientales
emergentes de la legislación local.
El principio de la cosa juzgada ha estado presente en varios de los fallos dictados durante
este período con resultados diferentes. Se deduce de ello que en el pensamiento actual del
Tribunal, lejos de ser un valor absoluto o rígido, la cosa juzgada constituye un elemento
cambiante según las circunstancias del caso. Para analizar la cuestión es preciso hacer una
distinción básica entre el derecho común y el derecho de los delitos de lesa humanidad al
que me referiré más abajo (102). En este último, como veremos, la cosa juzgada resulta
inoponible. Por el contrario en el terreno del derecho común o regular, la Corte se ha
mostrado flexible. Como ejemplo de ello tenemos dos casos sobre pesificación de mutuos
hipotecarios que, no obstante ser muy próximos en el tiempo, ofrecen soluciones diferentes.
Para dar una solución fue sancionada la ley 25.798 (Adla, LXIII-E, 4978) (103), por medio de
la cual se creó el llamado Sistema de Refinanciación Hipotecaria, que en la práctica
funcionó como un crédito otorgado por el Banco de la Nación para afrontar los pagos. Poco
después fue sancionada la ley 26.167 (Adla, LXVII-A, 36) (104) que tuvo por objeto "...
aclarar e interpretar la aplicación [de] la Ley N° 25.798, sus modificatorias y prórrogas ... y
establecer un procedimiento especial, en protección de los deudores de obligaciones de dar
sumas de dinero expresadas en origen en dólares estadounidenses u otras monedas
extranjeras ..." (artículo 1°). Esta ley además "... se aplicará retroactivamente a todos los
supuestos contemplados en la presente, salvo que se hubiere perfeccionado la venta [del
inmueble] en los términos y condiciones del segundo párrafo, del artículo 9° de esta ley y
siempre que no se afecten derechos amparados por garantías constitucionales ..." (artículo
17).
Si nos quedáramos con el análisis de este fallo podríamos pensar, equivocadamente, que la
cosa juzgada, enunciada tan enfáticamente el 3 de julio de 2007, es oponible en cualquier
caso. Sin embargo, no lo es. En una sentencia dictada el 14 de agosto de 2007, en Souto de
Adler c. Martorano (107), otro caso de pesificación de un crédito hipotecario, la solución fue
distinta, bien que los hechos del caso no son los mismos. Se trataba de una ejecución
iniciada y concluida con sentencia de trance y remate firme antes del dictado de la ley
25.561 y del decreto 214/2002. Ya en el período de ejecución y vigentes por entonces las
normas de emergencia la ejecutada pidió la aplicación de éstas. Al resolver el planteo, la
Sala E de la Cámara Civil, declaró inaplicables las disposiciones de la ley 25.561 y sus
complementarias, pues consideró que existía una obligación de pago en dólares reconocida
judicialmente por sentencia firme, decisión que estaba amparada por el principio de cosa
juzgada, sin perjuicio de que la mora se había producido con anterioridad a la entrada en
vigor de las normas de emergencia (108).
Contra esta sentencia la ejecutada interpuso recurso extraordinario y tuvo éxito. La Corte no
amparó al ejecutante bajo la cosa juzgada. Según el Tribunal fue determinante para ello que
la sentencia firme era anterior a la emergencia económica y por tal motivo no había tenido
en cuenta el contexto económico y social producido por aquélla. En palabras de la Corte: "...
en esta causa se encuentra en juego la petición de la deudora de que se apliquen las
normas que previeron la pesificación de las obligaciones entre particulares pactadas
originariamente en moneda extranjera (leyes 25.561 y 25.820 y decretos 214/2002 y
320/2002 y normas complementarias) y el régimen de refinanciación hipotecaria (leyes
25.798, 25.908 y 26.167 y decreto reglamentario 1284/2003), deducida con posterioridad al
dictado de la sentencia de trance y remate que tuvo lugar en el mes de noviembre de 2001 y
mandó llevar adelante la ejecución por el capital reclamado en dólares, decisión a la que la
alzada atribuyó el carácter de firme y pasada en autoridad de cosa juzgada ... el Tribunal ha
aceptado siempre la jerarquía constitucional que corresponde a la cosa juzgada, pero estima
que en el caso no resulta razonable interpretar que un pronunciamiento dictado con
anterioridad a la crisis e incluso en pleno conflicto económico y social se encuentre
amparado por dicho principio respecto de las normas que reconocieron y legislaron dicha
emergencia en forma sobreviniente y que por tal motivo no fueron objeto de consideración
por los jueces de la causa" (109). Agrego el subrayado.
Un caso que merece ser mencionado en el ámbito electoral nacional, es Carlos A. Gallego
(110), donde se discutía si debía admitirse la lista de un partido presentada veinte minutos
después de haber vencido el plazo para hacerlo. La Cámara Nacional Electoral había
denegado la petición pero la Corte revocó el fallo alegando que se había incurrido en exceso
ritual manifiesto (111).
En síntesis, a juicio de la Corte es arbitraria —por incurrir en excesivo rigor formal— una
sentencia que se limita a cumplir con el plazo previsto en el art. 60 del Código Electoral
Nacional (50 días) que en este caso, además, se había extendido a cuatro meses (112).
Matías Eugenio Casal (113) fue un caso de robo que dio pie para que la Procuración
General y la Corte se expidieran, coincidente y extensamente, sobre los alcances
constitucionales del recurso de casación a tenor del artículo 456 del Código Procesal Penal
de la Nación. Así resuelto, el caso posee un evidente interés institucional, pues en él se
determinaron las reglas bajo las cuales la Cámara Nacional de Casación ejerce su
jurisdicción. Dada la naturaleza de este trabajo no puedo detenerme en el fundado dictamen
del Ministerio Público —sin perjuicio de que su lectura es recomendable— de modo tal que
me concentraré en el fallo de la Corte.
La cuestión a decidir fue planteada en estos términos: "El alcance de[l art. 456 del Código
Procesal Penal de la Nación] es materia de interpretación y, de ésta, depende la extensión
de la materia revisable en casación. Debe decidirse si la casación es un recurso limitado
conforme a la versión originaria, en la cual tenía por exclusivo o predominante objetivo la
unificación de los criterios jurisprudenciales (su llamado objetivo político) o bien, si es un
recurso más amplio y, en este último supuesto, en qué medida lo es. Es decir que debe
considerarse, hasta dónde la amplitud de su materia podría apartarse de la limitada versión
originaria sin afectar la oralidad del plenario, pero dando cumplimiento al requisito
constitucional de los arts. 8.2.h de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y
14.5 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos en función del inc. 22, del art. 75
de la Constitución Nacional" (114).
Luego de un prolijo y exhaustivo desarrollo del tema, la Corte llegó a estas conclusiones:
"...el art. 456 del Código Procesal Penal de la Nación ... habilita a una revisión amplia de la
sentencia, todo lo extensa que sea posible al máximo esfuerzo de revisión de los jueces de
casación, conforme a las posibilidades y constancias de cada caso particular y sin
magnificar las cuestiones reservadas a la inmediación, sólo inevitables por imperio de la
oralidad conforme a la naturaleza de las cosas. Dicho entendimiento se impone como
resultado de (a) un análisis exegético del mencionado dispositivo, que en modo alguno limita
ni impone la reducción del recurso casatorio a cuestiones de derecho, (b) la imposibilidad
práctica de distinguir entre cuestiones de hecho y de derecho, que no pasa de configurar un
ámbito de arbitrariedad selectiva; (c) que la interpretación limitada o amplia de la materia del
recurso debe decidirse en favor de la segunda, por ser ésta la única compatible con lo
dispuesto por la Constitución Nacional (inc. 22, del art. 75, arts. 14.5 del Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos y 8.2.h de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos); (d) ser también la única compatible con el criterio sentado en los dictámenes del
Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas y en sentencia de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos" (115). Agrego el subrayado.
Para cerrar este primer punto, menciono el caso Matías Kook Wescott (116) quien,
condenado por abuso deshonesto, pidió que no se mencionara su nombre en la publicación
de la sentencia. La Corte rechazó el pedido con fundamento en que "... el principio de
publicación de las sentencias, como expresión de la regla republicana de publicidad de los
actos de gobierno, está contemplado en el art. 1° de la Constitución Nacional y en el art.
14.1 del Pacto Internacionalde Derechos Civiles y Políticos de rango constitucional, en virtud
del art. 75, inc. 22" (117).
Segundo en importancia, me parece el tratamiento dado por la Corte a los llamados delitos
de lesa humanidad, tema en el cual una familia de casos integrada —en orden cronológico
— por: Enrique L. Arancibia Clavel (118); Jesús M. Lariz Iriondo (119), Julio H. Simón (120),
René Jesús Derecho (121) y Julio L. Mazzeo (122), ha sentado las bases de una categoría
de delitos con reglas propias y muy diferentes de los delitos comunes.
Veamos en primer lugar qué entiende la Corte por "delito de lesa humanidad". Esta
categoría no está contemplada en nuestro Código Penal, de modo que la Corte acude al
Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (123) donde se hallan definidos esta clase
de delitos (124). Tal es el concepto aplicado en Arancibia Clavel (125) y reiterado en los
fallos posteriores.
b. La limitación de la categoría
Así descripta la categoría es muy amplia, pero existe un dictamen de la Procuración General
emitido en la causa René J. Derecho, al cual la Corte ha adherido sin reparos, que la limita
con bastante claridad.
Se discutía en este caso si un miembro de la Policía Federal (René J. Derecho) había
cometido un delito de lesa humanidad al privar ilegítimamente de su libertad, golpear y no
suministrar medicamentos a otra persona. Como dato adicional, los hechos ocurrieron en
abril de 1988, es decir durante la vigencia de un gobierno democrático.
Arancibia Clavel, condenado por los tribunales argentinos a la pena de reclusión perpetua,
formaba parte de una organización estatal chilena, montada por el gobierno de Pinochet,
llamada DINA exterior (una rama de la llamada Dirección de Inteligencia Nacional del
Estado) que operaba en territorio argentino (127) y estaba destinada a perseguir a los
opositores del citado ex mandatario por medio de la desaparición forzada, el homicidio y la
tortura. La Cámara de Casación, modificó parcialmente el fallo en lo que se refiere al delito
de asociación ilícita, por considerarlo prescripto. La Corte revoca esta decisión (128) pues,
según entiende, Arancibia Clavel, por el mero hecho de ser miembro de esta asociación,
cometió delitos de lesa humanidad (129).
Una vez establecida la comisión del delito, la Corte analiza el problema de la prescripción y
advierte dos hechos: (a) los crímenes contra la humanidad son imprescriptibles y (b) la
norma argentina que así lo establece (130) es posterior a los delitos que se le imputan a
Arancibia Clavel. Por aplicación del clásico principio de la ley penal más benigna, el fallo
debió haber favorecido al imputado, pero la Corte abandona este principio invocando la
costumbre internacional. "... esta Convención [sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes
de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad] sólo afirma la imprescriptibilidad, lo que
importa el reconocimiento de una norma ya vigente (ius cogens) en función del derecho
internacional público de origen consuetudinario. De esta manera no se fuerza la prohibición
de irretroactividad de la ley penal, sino que se reafirma un principio instalado por la
costumbre internacional, que ya tenía vigencia al tiempo de la comisión de los hechos"
(131).
Mucho más tolerante fue la Corte con el delito de terrorismo perpetrado por un miembro de
la ETA. Se trata de Jesús Lariz Iriondo, cuya extradición reclamaba el Reino de España, con
motivo de homicidios cometidos con explosivos. También se cuestionaba aquí si la acción
penal contra el etarra estaba prescripta y el Tribunal —en contra de un fundado dictamen del
Procurador General (132)— entendió que lo estaba. Para llegar a esta conclusión, en lugar
de transitar por las ondulaciones del derecho internacional, fue a lo concreto del derecho
vigente argentino y dijo que bajo nuestra ley penal —en cualquier caso (133)— los delitos
que se le imputaban a Lariz Iriondo estaban prescriptos. Reparemos en que, al igual que los
delitos de lesa humanidad, el terrorismo ha merecido la preocupación internacional y nuestro
país ha suscripto una Convención que expresamente contempla la extradición por actos de
terrorismo cometidos con bombas (134), sin embargo la Corte, en este caso, prefirió
sujetarse estrictamente al derecho argentino (135).
En junio de 2005, la Corte (136) resolvió el recurso extraordinario interpuesto contra el auto
de prisión preventiva de Julio H. Simón, un suboficial de la Policía Federal acusado del
secuestro, tortura y desaparición del matrimonio constituido por José L. Poblete y Gertrudis
M. Hlaczik, delitos que habrían sido perpetrados en 1978. Esta causa, que involucra la
constitucionalidad y nulidad de las llamadas leyes de Punto Final (137) y de Obediencia
Debida (138), podría haber sido resuelta por la Corte en 2002 (139), pero fue decidida tres
años después, bajo la vigencia de la ley 25.779, sancionada en agosto de 2003 (140). De
todos modos, la existencia de esta ley —en mi opinión— sólo otorga al fallo una mayor
cobertura política, pero en nada cambia su argumentación de fondo. En otras palabras, el
fallo sería el mismo con ley 25.779 (Adla, LXIII-E, 3843) o sin ella.
Simón se había beneficiado con la aplicación de las citadas normas las cuales,
técnicamente, eran leyes de amnistía. Pues bien, al dejarlas sin efecto, la Corte emplea una
argumentación sumamente novedosa para el sistema de control de constitucionalidad que,
en pocas palabras, implica: (a) avanzar sobre la judiciabilidad de una amnistía; y (b) ejercer
el control de constitucionalidad (1) en forma sobreviniente, (2) retroactiva y (3) sobre normas
ya derogadas. Veamos.
En cuanto al ejercicio del control en forma sobreviniente, si bien tenía antecedentes (142),
nunca había tenido efectos retroactivos, ni se había aplicado sobre normas derogadas.
Por último, no podemos olvidar que ambas leyes de amnistía habían sido derogadas, en
1998, por medio de la ley 24.952 (Adla, LVIII-B, 1560) (145). Obviamente en cuanto a los
amnistiados sus efectos eran permanentes, única razón por la cual el caso no era
completamente abstracto.
Un dato más me parece necesario agregar para medir la intensidad de la fuerza retroactiva
que la Corte ha dado al derecho internacional humanitario. Si bien los hechos que dieron
lugar en el Perú a la causa "Barrios Altos" tienen alguna similitud con los sucedidos en la
Argentina, es preciso admitir que existen también diferencias importantes, que la propia
Corte reconoce. En pocas palabras, en ambos casos se trataba de amnistías decretada a
favor de delitos de lesa humanidad. Ahora bien, en el Perú se trataba en realidad de una ley
de autoamnistía, mientras que en la Argentina el perdón había sido otorgado por un
Gobierno posterior (el de Raúl Alfonsín) cuya legitimidad democrática era incuestionable y
las leyes habían recibido en su momento una reiterada aprobación por parte de la Corte
Suprema elegida por ese mismo gobierno (146). Nada de esto influyó en el ánimo de la
Corte al resolver Simón, pues tales diferencias son, en opinión del Tribunal, "meramente
anecdóticas" (147).
e. El querellante colectivo
Sin embargo, en Simón la querella está a cargo de una asociación, el Centro de Estudios
Legales y Sociales (CELS), cuya participación fue cuestionada por la defensa sin éxito.
Admitida en las instancias ordinarias del proceso, la Corte señala, en primer lugar, que se
trata de una cuestión ajena a la instancia extraordinaria y luego le concede su aprobación
con fundamento en que el planteo de la querella estaba ínsito en el requerimiento fiscal
(148).
Al resolver el caso Julio L. Mazzeo, la Corte —por mayoría (149)— agregó dos renglones al
catálogo de este nuevo derecho: (a) la prohibición de indultar —a procesados o a
condenados— por delitos de lesa humanidad y (b) la inoponibilidad a éstos de la cosa
juzgada y de la garantía contra el doble juzgamiento.
La decisión fue tomada en el marco del proceso seguido contra Santiago Omar Riveros
quien se había beneficiado en su momento, con el indulto otorgado por Carlos Menem por
medio del Decreto 1002/89, el cual fue cuestionado judicialmente en su oportunidad y
resultó convalidado por la Cámara Federal de San Martín por medio de una sentencia que
se encontraba firme (150).
No obstante ello, la Corte reabre el debate y con apoyo en las argumentaciones sobre el
derecho internacional de los derechos humanos, ya elaborada en las causas anteriores,
declara la inconstitucionalidad del indulto otorgado a Riveros (151).
g. Conclusiones
Los fallos arriba mencionados nos colocan, ante una categoría muy específica de delitos
que posee las siguientes características:
a. el tipo penal empleado para definir el delito de lesa humanidad ha sido tomado de una
norma internacional, que rige específicamente para un tribunal internacional, bien que ha
sido ratificada por el Congreso;
Es evidente que mientras todo ello se mantenga dentro de los límites de la persecución de
los delitos de lesa humanidad, la amenaza contra la seguridad jurídica tiene un cordón
sanitario. Por el contrario, ésta se incrementará peligrosamente si la derogación de
principios tan elementales como la cosa juzgada o la garantía contra el doble juzgamiento,
fuera expandida hacia otros campos. Al menos por el momento, y bajo la doctrina de la
Corte actual, los delitos de lesa humanidad tienen un marco acotado y bastante claro de
acuerdo con el precedente René J. Derecho al que hice referencia más arriba (ver § 3. b).
Bajo el manto general del derecho a la vida, la Corte ha protegido una serie de derechos
esenciales que están vinculados íntimamente con aquélla.
Una menor de nacionalidad boliviana, que padece de una incapacidad congénita del 100%,
viene con sus padres a residir en la Argentina. Estos reclaman, de acuerdo con la legislación
vigente (153), una pensión por invalidez que les es denegada pues la reglamentación exige
para el otorgamiento del beneficio una residencia mínima de 20 años, que la actora no
posee. Contra la decisión administrativa interponen un amparo en el cual se plantea la
inconstitucionalidad de la norma reglamentaria. La Corte resuelve favorablemente.
En primer lugar, el fallo enfoca el fundamento del problema y las normas que lo gobiernan:
"... la Corte juzga conveniente esclarecer el litigio, de conformidad con el art. 75.22 de la
Constitución Nacional, a la luz de los arts. XVI de la Declaración Americana de los Derechos
y Deberes del Hombre ... 25.1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos ... y 9 del
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales ... todo ello en estrecha
combinación con el derecho a la vida ..." (154).
Luego analiza los demás recaudos exigidos para el otorgamiento del beneficio, llega a la
conclusión de que exigen acreditar una situación extrema, de modo tal que añadir a todo ello
un plazo de 20 años, es un liso y llano desconocimiento del derecho a la seguridad social,
en grado tal que compromete el derecho a la vida, el cual comprende también el derecho a
que no se impida el acceso a las condiciones que garanticen una existencia digna (155).
Muy vinculado con una existencia digna está el derecho a la salud, el cual ha obtenido una
amplia protección de la Corte Suprema, especialmente en casos de enfermedades graves
que requieren soluciones urgentes. Básicamente la discusión se ha centrado en los
alcances de las prestaciones obligatorias a cargo del Estado Nacional, de las provincias, de
las obras sociales y de las empresas de medicina prepaga, para asegurar este derecho.
También se encuentran alcanzadas por la obligación de otorgar una amplia cobertura los
órganos del Estado Nacional que brindan prestaciones de salud. Así en Martín c. Dirección
General de Bienestar Social de la Fuerza Aérea (165) se resolvió que la demandada, pese a
no estar adherida expresamente al sistema de las leyes 23.660, 23.661 y 24.901, debía
hacerse cargo del tratamiento integral de una menor discapacitada (166).
No menos importantes son las obligaciones subsidiarias del Estado nacional, que son
exigibles cuando los integrantes del sistema (provincias, obras sociales, medicina prepaga)
no se hacen cargo de las que les corresponden. Así fue decidido en Floreancig c. Nación
Argentina (167), donde la obra social (168) estaba en concurso preventivo y había dejado de
dar cobertura a un menor afectado de fibrosis quística, cuyos padres no estaban en
condiciones económicas de afrontar el costo del tratamiento. En tales condiciones fue
planteado un amparo contra el Estado nacional, el cual alegó que no podía trasladársele la
responsabilidad de atender al menor y liberar a la mutual y a la autoridad local de las
obligaciones que pesan sobre ellas. La Corte rechazó este planteo e hizo lugar al amparo,
señalando que el Estado nacional podía repetir luego ese costo contra los obligados directos
(169).
También fue establecida la responsabilidad subsidiaria del Estado nacional en los casos
relacionados con el llamado Programa Federal de Salud (PROFE) por medio del cual se
otorga cobertura médica a las personas que poseen una Pensión No Contributiva (PNC) o
una Pensión Graciable. Este programa, en las provincias, se establece por medio de un
acuerdo entre éstas y el Ministerio de Salud de la Nación, donde aquéllas son las
responsables primarias de la prestación de salud y el Estado Nacional aporta los subsidios
necesarios para ello (170). Sin embargo, cuando una provincia no se hace cargo de sus
obligaciones, el Estado Nacional es el obligado a otorgar la cobertura. Así fue decidido, por
ejemplo, en Passero de Barriera, c. Estado Nacional (171). Con el mismo espíritu fueron
decididos Orlando c. Provincia de Buenos Aires (172) y Sánchez c. Estado Nacional (173),
dos amparos, el primero de ellos para la provisión de medicamentos y el segundo para llevar
a cabo una operación quirúrgica de alta complejidad y la internación posterior.
No obstante ello, tratándose de una medida cautelar, la decisión puede ser enderezada
contra una provincia. Así, en Defensor del Pueblo de la Nación c. Provincia de Buenos Aires
y Estado Nacional (174), se le ordenó a la Provincia que suministrara los medicamentos
necesarios para la continuación de un tratamiento oncológico en un hospital provincial.
Cabe mencionar en tercer lugar, el derecho a la provisión estatal de alimentos para quienes
se hallan en la imposibilidad económica de adquirirlos. Con fundamento en el Programa
Nacional de Nutrición y Alimentación, creado por la ley 25.724, la Corte ha hecho lugar, en
varias oportunidades, a medidas cautelares de carácter autosatisfactivo en las cuales
personas en estado de indigencia plantearon amparos tendientes a que se les provean
alimentos.
Los tres casos que mencionaré se originan en barrios humildes ubicados en Quilmes,
Provincia de Buenos Aires y la demanda estaba dirigida contra el Estado Nacional, la
Provincia y el Municipio, resultando condenados estos dos últimos, dado el domicilio de los
actores. El primero de ellos es Rodríguez c. Nación Argentina (175) en el cual se condenó a
proveer "los alimentos necesarios para asegurar una dieta que cubra las necesidades
nutricionales básicas y se realicen controles sobre la evolución de la salud". Este precedente
fue seguido el mismo día por Esquivel c. Provincia de Buenos Aires (176) y luego por
Quiñone c. Provincia de Buenos Aires (177).
El derecho a la convivencia familiar, es decir, a estar juntos los miembros de una familia, fue
reconocido en Zhang c. Estado Nacional (178), por aplicación de la Ley de Migraciones.
Hang Zhang, de nacionalidad china, residente en la Argentina en forma permanente por más
de una década, contrajo matrimonio con Lin Xiaojin con la que tuvo un hijo. Lin vivía en
China con el niño y Zhang inició el pedido de radicación de ambos en nuestro país. Estando
Lin en la embajada argentina en Pekín haciendo los trámites del caso, se habrían hallado
dos mil dólares dentro de su pasaporte, lo que hizo sospechar que intentaba sobornar a
algún funcionario. Bajo la reglamentación entonces vigente, ello la colocaba en una de las
causales de inhabilidad absoluta para obtener la residencia permanente (179). Así, sin
dictarse un acto administrativo expreso, se le negó de hecho el permiso migratorio.
En tales circunstancias, el actor promovió una acción de amparo que fue concedida en
primera instancia y rechazada por la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso
Administrativo Federal por falta de ilegitimidad o arbitrariedad manifiestas (180). Contra este
pronunciamiento, el actor interpuso recurso extraordinario. Durante su tramitación, la
Cancillería argentina emitió el acto administrativo denegando formalmente a Lin Xiaojin el
visado para ingresar a la Argentina con fundamento en haber intentado un soborno en la
Oficina Consular de Pekín.
Destaca también la sentencia que "... la importancia que en la nueva ley reviste el principio
de unidad familiar en materia de inmigración, queda evidenciada por la competencia que se
le otorga a la autoridad de aplicación para admitir, excepcionalmente, por razones
humanitarias o de reunificación familiar, a extranjeros que se encuentren comprendidos en
algunas de las causales que obsten a su ingreso (art. 29, último párrafo)".
c. La libertad de expresión
Dos casos quiero mencionar en relación con la libertad de expresión. El primero es Editorial
Río Negro S.A. c. Provincia del Neuquén (182), donde la Corte analizó la problemática del
reparto de la publicidad oficial y estableció con claridad las siguientes pautas: "no existe un
derecho subjetivo por parte de los medios a obtener publicidad oficial. Sin embargo, el
Estado no puede asignar los recursos por publicidad de manera arbitraria, en base a
criterios irrazonables ... Existe un derecho contra la asignación arbitraria o la violación
indirecta de la libertad de prensa por medios económicos. La primera opción para un Estado
es dar o no publicidad, y esa decisión permanece dentro del ámbito de la discrecionalidad
estatal. Si decide darla, debe hacerlo cumpliendo dos criterios constitucionales: 1) no puede
manipular la publicidad, dándola y retirándola a algunos medios en base a criterios
discriminatorios; 2) no puede utilizar la publicidad como un modo indirecto de afectar la
libertad de expresión. Por ello, tiene a su disposición muchos criterios distributivos, pero
cualquiera sea el que utilice deben mantener siempre una pauta mínima general para evitar
desnaturalizaciones" (183).
El segundo caso es Sciammaro c. Diario "El Sol" (184). Se planteaba aquí el problema de la
difusión periodística de los nombres de menores vinculados a causas judiciales. En
particular fue analizada la constitucionalidad del decreto-ley 10.067/83 de la Provincia de
Buenos Aires que expresamente prohíbe tal difusión. En primer lugar la Corte entiende que
dicha norma es constitucional y se remite en sus fundamentos a lo expresado por la
Procuración General (185). Establecida esta cuestión y con ella la obligatoriedad de la
norma, dice que ésta no puede soslayarse acudiéndose a la doctrina del caso Campillay
(186), según la cual los diarios no incurren en responsabilidad por dar a conocer los
nombres de la personas vinculadas a causas penales, si utilizan el potencial (187).
i. El proceso penal
Al referirme a las cuestiones institucionales, mencioné que en Matías Eugenio Casal (188),
la Corte interpretó que el recurso de casación habilita una revisión amplia de la sentencia
(189). Mediante tal interpretación, e invocando la defensa en juicio (190), revocó un fallo de
la Cámara de Casación que había declinado intervenir para revisar una condena por robo.
Veamos ahora otros fallos en los cuales la Corte se ha referido a las garantías del debido
proceso en el ámbito penal.
Para comenzar recordemos que en este período se ha puesto especial énfasis en tales
garantías. Un buen ejemplo de ello es el caso Manuel Noriega (191) donde, ante la
presentación de un recurso extraordinario insuficiente por parte del defensor oficial, la Corte
ordenó, de oficio, que se le proveyera al imputado una adecuada asistencia letrada. Dijo en
esta oportunidad que "... los reclamos de quienes se encuentran privados de su libertad,
más allá de los reparos formales que pudieran merecer, deben ser considerados como una
manifestación de voluntad de interponer los recursos de ley, y es obligación de los tribunales
suministrar la debida asistencia letrada que permita ejercer la defensa sustancial que
corresponda" (192). En el mismo sentido fue resuelto Carlos Schenone (193), otro caso que
dio pie a un recurso extraordinario planteado in forma pauperis con graves defectos por
parte de la defensa oficial.
Bajo la inspiración de estos principios, en Aníbal Leonel Benítez (194), la Corte sostuvo que
es contraria a la Constitución y al Pacto de San José de Costa Rica una condena fundada
solamente en testimonios prestados ante la autoridad policial, no ratificados en sede judicial
y de los cuales la defensa del imputado no pudo tener control alguno. Con igual criterio, en
Jorge Andrés Miguel (195), fue revocada una condena por homicidio fundada en un
reconocimiento del acusado que, en lugar de ser practicado con las formalidades del caso
en una rueda de personas, se hizo con ocasión de una aparición televisiva de éste (196).
También se ha hecho valer la garantía de imparcialidad del Tribunal en dos casos que
merecen especial mención. El primero de ellos es Horacio Luis Llerena (197), en el cual la
defensa recusó a la jueza interviniente en la instrucción para continuar tramitando la causa
en la etapa de juicio en el temor o sospecha de parcialidad de ésta, ya que había ejercido
funciones instructorias amplias y luego había dispuesto la elevación de la causa a juicio. Al
hacer lugar a la recusación la Corte sostuvo que "... la instrucción prevista en el actual
procedimiento otorga al juez que la desarrolla un amplio poder discrecional por sobre la
intervención de las partes. Circunstancia, que a la hora de juzgar, invariablemente le
impedirá abstraerse 'a los influjos subjetivos de su propia actividad agresiva e
investigadora' ... En este sentido, puede afirmarse que los actos procesales llevados a cabo
por la jueza cuestionada, evidencian objetivamente la sospecha de su parcialidad que puede
tener el imputado, toda vez que aquélla recopiló prueba, ordenó el allanamiento de su
domicilio, lo interrogó, dictó su acto de procesamiento pese al descargo realizado, y
posteriormente decidió la elevación a juicio de la causa. Es más, la propia juez involucrada
reconoció el temor fundado de parcialidad que podía sentir el imputado, y en virtud de ello
hizo lugar a la recusación planteada" (198).
Luego de Llerena fue resuelto María Graciela Dieser (199), con remisión al dictamen de la
Procuración General. Alegaba la defensa la violación de esta garantía por cuanto dos de los
jueces de la Cámara de Apelaciones, que habían firmado la sentencia de condena, eran los
mismos que anteriormente habían confirmado el auto de procesamiento y prisión preventiva.
Así, la cuestión a decidir era "... si los jueces revisores de la medida cautelar (auto de
procesamiento) estaban en condiciones de mantener su imagen de imparcialidad a la hora
de revisar la sentencia condenatoria ... teniendo en cuenta que es probable conjeturar que
quien debió emitir un juicio de verosimilitud podría quedar psíquicamente condicionado para
emitir un juicio de certeza, pues no debe descartarse la permeabilidad entre los distintos
grados de conocimiento y los difusos límites intelectivos entre la probabilidad y la certeza".
Con fundamento en precedentes internacionales se sostuvo que "... el modo en que fue
conformado el tribunal que conoció de la apelación de la condena, con sustento en la
deficiente organización procesal que habilitaba su conocimiento, permitió albergar en el
enjuiciado, con cierta razón, la sospecha de parcialidad ... por cuanto dos de los tres jueces
integrantes de la Cámara de Apelaciones de Venado Tuerto que decidieron sobre el
procesamiento de la imputada Dieser ... resultan ser los mismos que conformaron la
mayoría al tiempo de revisar la condena del juez de grado" (200).
Armando Gostanian (201) dio pie para analizar si la intervención en el proceso penal de la
Oficina Anticorrupción en calidad de querellante, es violatoria de la prohibición al Poder
Ejecutivo de ejercer funciones judiciales y con ella de la separación de poderes. La
respuesta fue negativa (202) pues conforme la legislación vigente, la mencionada Oficina no
tiene la titularidad de la acción penal, la cual queda en manos del Ministerio Público (203).
No menos importante ha sido la garantía contra la dilación excesiva del proceso. Dos fallos
merecen ser mencionados en este campo. El primero de ellos es Arturo Jorge Podestá
(211), en el cual el tiempo transcurrido desde la sentencia condenatoria de primera instancia
excedía con holgura el plazo de prescripción de la acción penal previsto para los delitos
imputados, sin que en los autos hubiera habido más actividad procesal que la provocada por
los recursos de los propios imputados (212). En tales condiciones la Corte dijo que: "... el
instituto de la prescripción de la acción tiene una estrecha vinculación con el derecho del
imputado a un pronunciamiento sin dilaciones indebidas ... un procedimiento recursivo que
se ha prolongado durante más de once años excede todo parámetro de razonabilidad de
duración del proceso penal, y en tales condiciones, la tramitación de un incidente de
prescripción de la acción no haría más que continuar dilatando el estado de indefinición en
que se ha mantenido a los procesados, en violación de su derecho constitucional a obtener
un pronunciamiento judicial sin dilaciones indebidas ... Por lo tanto, ... corresponde que sea
esta Corte la que ponga fin a la presente causa declarando la extinción de la acción penal
por prescripción" (213). Con igual criterio fue resuelto José María Santángelo (214), un
proceso por administración fraudulenta que llevaba dieciséis años de tramitación sin tener
sentencia de condena.
Por último, la Corte ha ratificado que en el procedimiento de extradición rigen a favor del
extraditado los principios del debido proceso. Así lo sostuvo en Ben Igvy Moshe (215),
donde dijo: "... los principios que rigen el proceso de extradición referidos a la conveniencia
universal del enjuiciamiento y castigo de todos los delitos y al interés y a la seguridad de las
sociedades humanas no puede llevar a la conclusión de que el sujeto requerido no se
encuentre amparado por la garantía constitucional de la defensa en juicio y al debido
proceso ... en los procedimientos de extradición ... deben conjugarse el interés del Estado
requirente ... el del justiciable cuya extradición se requiere, a quien debe asegurarse un
debido proceso en el que pueda oponer las defensas que tuviere en cuanto a la procedencia
del requerimiento, y el interés común de los estados requerido y requirente en el estricto
cumplimiento de las reglas que rigen la entrega" (216).
Menos rico en jurisprudencia que el proceso penal, en el proceso civil encontramos el caso
Atanor S.A. c. Estado Nacional (217), en el cual la actora reclama los daños y perjuicios que
habría experimentado con ocasión de la explosión de la fábrica militar de Río Tercero. Esta
causa civil corre en paralelo con el proceso penal que se instruye desde hace más de diez
años. No obstante la dilación de este último y su prematuro estado procesal, pese al tiempo
transcurrido desde la explosión, la Cámara Federal en lo Civil y Comercial decidió ajustarse
estrictamente a la regla de prejudicialidad del artículo 1101 del Código Civil y ordenar que la
acción de daños y perjuicios esperara a la terminación del juicio penal. Contra esta decisión
Atanor interpuso un recurso extraordinario fundado en que la dilación del proceso le
producía en la práctica una denegación de justicia. La Corte, con cita del precedente Ataka y
Cía. Ltda. c. González (218), hizo lugar pues "... una restricción del derecho de defensa en
juicio consistente en la espera indefinida de la condenación penal, ... no halla justificación en
la aplicación del artículo 1101 del Código Civil" (219).
El primero de estos casos es Hooft c. Provincia de Buenos Aires (222). Pedro C. Hooft,
nacido en Holanda pero nacionalizado argentino hace muchos años, con todos sus estudios
(primarios, secundarios y universitarios) cumplidos en nuestro país y con una larga carrera
judicial en los tribunales de la Provincia de Buenos Aires, no podía ser nombrado juez de
cámara porque el artículo 177 de la Constitución bonaerense establece como requisito para
ello: "haber nacido en territorio argentino o ser hijo de ciudadano nativo si hubiese nacido en
país extranjero". Por tal motivo planteó una acción declarativa de inconstitucionalidad, que
resultó ser exitosa.
Al resolver la Corte desarrolla con más fundamentos la tesis que ya estaba presente en el
caso de 1998. Dice el tribunal: "... tanto el art. 23 de la Convención Americana de Derechos
Humanos ... como el art. 25 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos ...
establecen que 'Todos los ciudadanos' deben gozar (o gozarán) 'de los siguientes derechos
y oportunidades'... 'c) [De] tener acceso, en condiciones generales de igualdad, a las
funciones públicas de su país'. Ante preceptos tan explícitos, una norma como el art. 177 de
la Constitución bonaerense, que establece, respecto del acceso a determinados cargos, que
existen argentinos ... de primera clase (los 'nativos' y los 'por opción'), y otros de segunda
clase (los 'naturalizados', como el actor), se presenta afectada por una presunción de
inconstitucionalidad que sólo podría ser remontada por la prueba concluyente de que existe
un sustancial interés provincial que la justifique ... el actor es discriminado por la norma
local, no por ser argentino, sino por ser argentino 'naturalizado'. No por ser nacional, sino
por el origen de su nacionalidad ... Ello hace aplicable la doctrina europea, según la cual, la
presencia de uno de los motivos prohibidos en el art. 14 de la Convención Europea de
Derechos Humanos (entre otros, el 'origen nacional'), hace pesar sobre la legislación que lo
incluye una presunción, una sospecha de ilegitimidad, con desplazamiento de la carga de la
prueba .... La presencia de un criterio de distinción sospechoso dentro de una legislación
impugnada, hace pesar sobre ésta una presunción de inconstitucionalidad ... la mencionada
presunción de inconstitucionalidad de la norma local sólo podía ser levantada por la
provincia demandada con una cuidadosa prueba sobre los fines que había intentado
resguardar y sobre los medios que había utilizado al efecto. En cuanto a los primeros, deben
ser sustanciales y no bastará que sean meramente convenientes. En cuanto a los segundos,
será insuficiente una genérica 'adecuación' a los fines, sino que deberá juzgarse si los
promueven efectivamente y, además, si no existen otras alternativas menos restrictivas para
los derechos en juego que las impuestas por la regulación cuestionada".
Luego de Hoof, la Corte resolvió Gottschau c. Consejo de la Magistratura de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires (223). En este caso la actora es de nacionalidad alemana, pero
está radicada en la Argentina desde 1983 y ha cursado sus estudios secundarios y
universitarios en nuestro país. Es abogada y está matriculada en el Colegio Público de
Abogados de la Capital Federal. En tales condiciones pretendía acceder a un cargo de
secretaria en los tribunales de la Ciudad de Buenos Aires, pero el reglamento de concursos
aplicable exige ser "argentino nativo o naturalizado". Ante la denegación de su solicitud para
inscribirse como concursante, promovió un amparo que también fue exitoso. La Corte repitió
aquí la doctrina sentada en Hooft.
Verdaderamente estos dos casos eran fáciles. Las normas aplicadas en ellos a personas en
la situación de Hooft y Gottschau, eran manifiestamente inconstitucionales sin necesidad de
que el ius cogens viniera a decirlo (224). Se trataba de personas que, más allá de su
(remoto) origen extranjero, están completamente afincadas en la Argentina, son
profesionales egresados de universidad argentinas, y su pretensión no acarreaba una carga
económica para el Fisco Nacional (225). Sólo deseaban tener la chance de servir al país
ejerciendo un cargo público. De modo tal que no comprendo la necesidad de acudir a la
compleja teoría de la ley sospechosa de inconstitucionalidad y de su consecuencia, la
inversión de la carga de la prueba para resolverlos.
El actor pretendía la exclusión de Eugenio Raúl Zaffaroni, juez de la Corte Suprema, del
padrón electoral, por poseer doble nacionalidad, argentina e italiana (229). Obviamente, tal
como lo dice la Corte, el cuestionamiento apuntaba a que Zaffaroni no podría ser juez de la
Corte Suprema (230). Al confirma el rechazo de la acción, la Corte —desde el comienzo de
su fallo— eleva el tenor de la cuestión y señala que no se trata meramente de la exclusión
del padrón electoral, "... en definitiva se procura discernir si un juez de esta Corte puede
tener una doble nacionalidad" (231).
Puesto el debate en estos términos, el Tribunal, en primer lugar, se refiere a los efectos que
tiene la obtención del pasaporte italiano y dice: "... la emisión de pasaportes por los Estados
no conlleva necesariamente la nacionalidad plena en el país emitente respecto de los
titulares de tales documentos. El emitente solicita esencialmente en éstos, que se permita el
paso de sus titulares, por parte de aquellos a quienes tal cuestión pueda concernir" (232).
Luego fundamenta la posibilidad de tener doble nacionalidad y la imposibilidad de perder la
ciudadanía de origen (233).
h. El derecho de asociación
Néstor Kirchner heredó la emergencia económica impuesta por la ley 25.561 (Adla, LXII-A,
44) (237) y la transformación a pesos (pesificación) de las obligaciones de dar sumas de
dinero expresadas en moneda extranjera, establecida por el decreto 214/2002 (Adla, LXII-A,
117) (238). Entre estas últimas se hallaban los depósitos bancarios (239). A su vez, la Corte
heredó la sentencia —dictada con una composición anterior— del caso Provincia de San
Luis c. Estado Nacional (240), en el cual fue declarada la inconstitucionalidad del decreto
214/2002, con fundamento en un exceso en la delegación legislativa (241).
A partir de allí el Tribunal se llamó a silencio sobre esta materia y volvió a pronunciarse
recién en octubre de 2004 cuando —con una composición muy diferente (242)— resolvió
Bustos c. Estado Nacional (243). Poco antes, en julio de 2004 había decidido Cabrera c.
Poder Ejecutivo Nacional (244), pero este es un fallo intrascendente para el análisis
constitucional de la pesificación, pues en definitiva la Corte rechaza la demanda con
fundamento en que no puede plantear la inconstitucionalidad de una norma quien se ha
sometido voluntariamente a ella. Por tal motivo me ocuparé del caso Cabrera al analizar los
casos de control de constitucionalidad (245).
Así, después de San Luis, el primer antecedente importante para la pesificación fue Bustos.
Este fallo y los que mencionaré a continuación han sido motivo de múltiples comentarios en
estos últimos años, lo que me exime de mencionarlos con detalle. Basta recordar entonces,
que en Bustos la pesificación de los depósitos fue declarada constitucional cuando el monto
fuera superior a los u$s 70.000 (246). Entre los muchos argumentos de esta sentencia, el
voto mayoritario empleó argumentos de pretendida realidad económica sumamente
discutibles (247).
Massa fue aclarado por después por Kujarchuk c. Poder Ejecutivo Nacional (251), a fin de
establecer cómo debían computarse los pagos a cuenta efectuados por los bancos con
motivo de las medidas cautelares (252).
ii. La pesificación de otras obligaciones
También fue admitida la pesificación en otro tipo de obligaciones en varios fallos que
merecen ser mencionados.
Menciono en primer lugar el caso de las deudas consolidadas. El primer caso de esta serie
fue Galli c. Poder Ejecutivo Nacional (253), donde la Corte —en abril de 2005— convalidó la
pesificación de los bonos de la deuda pública. Con igual criterio fue resuelto Cía. Azucarera
Bella Vista S.A. c. Cía. Nacional Azucarera S.A. (254) En este terreno debe tenerse presente
también el caso Viplán S.A. c. Banco Central de la República Argentina (255), donde la
Corte siguió las aguas de Galli pero agregó algunas consideraciones sobre el tratamiento de
las deudas consolidadas bajo la ley 23.982 cuando el acreedor no ejerció la opción prevista
en el artículo 10 de dicha ley (256). Finalmente, el pago de los servicios financieros de los
bonos de consolidación emitidos bajo la ley 23.982, con bonos de consolidación adicionales,
valuados a su valor técnico residual, fue rechazado en Giordano c. Banco Central de la
República Argentina (257), en donde la Corte se remitió al dictamen de la Procuración
General (258).
Debe recordarse, sin embargo, que por aplicación de la cosa juzgada la Corte no aplicó las
normas sobre refinanciación hipotecaria a los casos ya fallados al momento de entrada en
vigencia de las mismas (262); por el contrario, sí lo fueron cuando no se presentaba tal
violación (263). De todos modos, la cosa juzgada en este campo no fue oponible en un caso
con sentencia firme anterior a la vigencia de las normas de emergencia (264).
Diferente fue el criterio adoptado para los depósitos judiciales, los cuales quedaron fuera de
la pesificación. Así fue resuelto en el caso EMM S.R.L. c. Tía S.A. (265), donde se dispuso
que éstos fueran devueltos en dólares o en la moneda en que hayan sido constituidos (266).
Es precedente fue seguido luego por otros posteriores (267).
b. El derecho laboral
Los meses de septiembre y octubre de 2004 fueron muy activos en materia de derecho del
trabajo para la Corte. En ellos se emitieron cuatro fallos trascendentes para el sistema
laboral. Ya he mencionado uno de ellos, Castillo c. Cerámica Alberdi S.A. (268), con motivo
del respeto por las autonomía de las jurisdicciones locales (269). Me ocuparé aquí de los
tres restantes.
Poco después de Aquino, fue resuelto Milone c. Asociart S.A. Aseguradora de Riesgos del
Trabajo (279), en el cual se cuestionaba la constitucionalidad del artículo 14.2.b de la Ley de
Riesgos del Trabajo el cual permite que la indemnización sea pagada bajo la forma de una
renta periódica en lugar de constituir un pago único. La Corte no declaró la
inconstitucionalidad en sí del sistema, pero le hizo algunas advertencias. Dijo: "... aun
cuando la LRT (art. 14.2.b) no resulta censurable desde el plano constitucional por
establecer como regla, para determinadas incapacidades, que la reparación dineraria sea
satisfecha mediante una renta periódica, sí es merecedora del aludido reproche ... por no
establecer excepción alguna para [aquellos] supuestos ... en que el criterio legal no se
adecua al objetivo reparador cuya realización se procura. Frente a tales circunstancias,
además, la norma consagra una solución incompatible con el principio protectorio y los
requerimientos de condiciones equitativas de labor (art. 14 bis cit.), al paso que mortifica el
ámbito de libertad resultante de la autonomía del sujeto para elaborar su proyecto de vida, e
introduce un trato discriminatorio" (280).
Hay dos fallos que deben ser especialmente mencionados en relación con la protección de
los derechos de la seguridad social.
El primero de ellos es Itzcovich c. ANSES (281), ya citado más arriba con motivo de la
reducción de la jurisdicción de la Corte (282). Pues bien, esta reducción además de las
razones institucionales antes apuntadas, se funda también en la protección de los derechos
de los jubilados y pensionados. La Corte lo expresó en estos términos: "... si bien es cierto
que hasta el presente la Corte acató la jurisdicción reglada que el Poder Legislativo le ha
asignado mediante el recurso en cuestión, ello no la inhabilita para declarar que la
disposición impugnada, aunque no ostensiblemente incorrecta en su origen, ha devenido
indefendible, pues ... causa graves perjuicios a los justiciables en una etapa de la vida en
que la tutela estatal resulta imprescindible ... en ese orden de ideas, el procedimiento
previsional se vincula con personas que, por lo general, han concluido su vida laboral y, en
la mayoría de los casos, han supeditado su sustento a la efectiva percepción de los haberes
que les corresponden por mandato constitucional. El fin protector de las prestaciones
comprometidas justifica adoptar el criterio que más convenga a la celeridad del juicio,
siempre y cuando las partes hayan tenido la oportunidad de ser oídas con arreglo a las
reglas del debido proceso, recaudos que se encuentran asegurados por la existencia de
tribunales especializados y la doble instancia ..." (283).
El segundo caso es Badaro c. ANSeS (284). Este fallo es conceptualmente importante para
la movilidad de los haberes jubilatorios, pues si bien no fija una pauta numérica específica,
insta al Poder Ejecutivo y al Congreso a que "... en un plazo razonable, adopten las medidas
a las que se alude en los considerandos". Tales medidas deben ser evaluadas flexiblemente
por el legislador en función de las circunstancias de cada momento (285).
d. La responsabilidad del Estado
i. La expropiación
Machado c. Entidad Binacional Yacyretá (286), permitió a la Corte establecer los alcances
de la expropiación irregular. Los actores en este caso (287) eran ocupantes precarios de
bienes del dominio público en el área de la Entidad Binacional demandada, que debieron
abandonar el lugar debido al llenado del embalse y la consiguiente suba de la cota de agua.
Con tal motivo promovieron una acción de expropiación irregular que fue rechazada pues "...
no resulta admisible que se acuerde a los particulares —en el marco de la ley de
expropiación— una indemnización con fundamento en la privación de la utilización de bienes
del dominio público, en tanto no integra el concepto de propiedad la mera tolerancia
permitida por el Estado en el uso de bienes de dicha naturaleza. Una conclusión diferente
conduciría al absurdo de constituir al Estado en garante de hipotéticas ventajas económicas
sin que exista deber legal de hacerlo" (288).
Durante mucho tiempo se ha discutido si responsabilidad por acto lícito acarrea la obligación
de indemnizar el lucro cesante. Esta cuestión ha sido resuelta por la Corte con criterio
práctico en el caso El Jacarandá S.A. c. Nación Argentina (289). Aquí se discutía la
indemnización reclamada por una compañía adjudicataria de una licencia de radiodifusión
que luego fue revocada. En primer lugar, la sentencia ubica el problema en el campo de la
responsabilidad por acto lícito (290); luego, al momento de establecer los rubros
indemnizables, en particular del lucro cesante, el fallo sostiene que, reconocerlo o no,
depende de las circunstancias particulares de cada caso (291). En los hechos, la demanda
fue rechazada. De acuerdo con la sentencia, no estaban probados los daños y perjuicios
reclamados.
Dos casos relacionados con la responsabilidad estatal por negligencia o falta de servicio
merecen ser mencionados. El primer de ellos se originó en una negligencia judicial. Se trata
del caso Tortorelli c. Provincia de Buenos Aires (292), donde el actor se vio perjudicado por
una errónea declaración de quiebra en su contra. Los tribunales intervinientes —uno
nacional y otro provincial— incurriendo en evidente negligencia, no advirtieron que entre el
actor y quien debió haber sido declarado en quiebra, se daba un caso de homonimia. El
hecho le produjo al actor varios perjuicios, entre otros, los derivados de la interdicción para
salir del país. La sentencia reconoce la negligencia de los órganos judiciales (293), encuadra
la responsabilidad dentro de los errores in procedendo (294) y sostiene, asimismo, que no
exime de responsabilidad al Estado la inmunidad jurisdiccional del magistrado cuya decisión
produjo el daño (295).
Un caso similar al anterior, bien que la responsabilidad en este caso surge por la negligencia
de órganos administrativos, es Serradilla c. Provincia de Mendoza (296), donde el actor
sufrió perjuicios con motivo de la negligencia de autoridades nacionales y provinciales
encargadas de la tramitación de un triplicado de su Documento Nacional de Identidad que
fue extraviado y luego usado para cometer delitos económicos por parte de terceros.
Veamos ahora los casos de responsabilidad por omisión. El primero de ellos es Cohen c.
Provincia de Río Negro (298) en el cual no prosperó una demanda planteada contra la
Municipalidad de Bariloche, la Provincia de río Negro y dos particulares a raíz los daños
experimentados por quien llevó a cabo una práctica deportiva de alto riesgo. El actor sufrió
severas lesiones como consecuencia de un accidente que tuvo al tirarse de una ladera de la
montaña en parapente. Si bien los daños y perjuicios fueron reclamados contra el instructor
de vuelo y la empresa contratada al efecto, también fueron demandados el municipio y la
provincia pues —según alega la demanda— los daños se agravaron al no estar a
disposición, en el lugar del accidente, los medios públicos para efectuar un traslado urgente.
La demanda prospera contra los particulares pero no contra la municipalidad y la provincia.
A éstas se las exime de responsabilidad pues "La circunstancia de que las actividades
privadas se hallen sujetas a regulación estatal ... no releva de responsabilidad personal a
quien las desarrolla ni torna al Estado en co-responsable de los daños que pudieran resultar
del incumplimiento de los reglamentos dictados a tal efecto... El deber genérico de proveer
al bienestar y a la seguridad general no se traduce automáticamente en la existencia de una
obligación positiva de obrar de un modo tal que evite cualquier resultado dañoso, ni la
circunstancia de que éste haya tenido lugar autoriza per se a presumir que ha mediado una
omisión culposa en materializar el deber indicado" (299).
Con el mismo criterio, en Mosca c. Provincia de Buenos Aires (300) fue rechazada una
demanda contra la Provincia de Buenos Aires en la cual se le imputaba una omisión en
materia de policía de seguridad durante un partido de fútbol en el cual el actor resultó herido
con motivo de una pelea entre hinchas de los equipos (301). También fue rechazada una
demanda contra la Entidad Binacional Yacyretá planteada con motivo de la reducción de la
actividad pesquera en la zona de influencia de la represa hidroeléctrica. Es el caso Ramírez
c. Entidad Binacional Yacyretá (302), donde un pescador pretendía obtener de la Entidad
una indemnización con motivo de la menor presencia de peces en la zona ocasionada por la
represa (303).
e. La contratación pública
De acuerdo con el relato de los hechos que surge del voto en disidencia (310), el problema
se origina con motivo de la Resolución 100/95 del Consejo Provincial de Educación que
obliga a los docentes del Neuquén a respetar los símbolos patrios "cualquiera sea la religión
que profese el docente" (311). Una docente perteneciente a los Testigos de Jehová fue
amonestada —de acuerdo con la Resolución 100/95— por haberse negado a honrar los
símbolos patrios. La negativa consistiría en haberse negado a acompañar a sus alumnos a
la ceremonia de arrío de la bandera, entonación de canciones patrias, preparación de actos
conmemorativos de fechas históricas, etc. La sanción al momento de plantearse el caso
estaba recurrida administrativamente sin que se hubiera producido hasta entonces decisión
final en sede administrativa.
Hay dos sentencias de la Corte relativas a la noción de caso abstracto que son
indudablemente peculiares. Veamos.
Ya vimos que Bussi fue un caso singular desde todo punto de vista (312). Me interesa
destacar aquí que, no obstante ser un caso abstracto en lo individual, la Corte sostiene que
sin embargo no lo es en lo institucional, haciendo con ello una división novedosa.
Como resultado de ello, la sentencia no se pronuncia sobre la pretensión de Bussi, pero
formula una precisión institucional acerca de los límites de las cámaras legislativas para
examinar los títulos de quienes se incorporan como diputados o senadores (313).
En otras palabras, según esta sentencia un caso puede ser, al mismo tiempo, abstracto en
lo individual y actual en lo institucional, dando pie a que la Corte formule, con tal excusa, un
obiter sobre el punto llevado a su conocimiento.
Más curioso todavía es lo resuelto en Asociación por los Derechos Civiles y otros c. Estado
Nacional - Poder Judicial de la Nación (314), el caso de la imagen de la Virgen María en el
hall de entrada del Palacio de Tribunales. Recordemos que la actora promovió un amparo
para que dicha imagen fuera retirada, que en primera instancia se le hizo lugar y que en
Cámara esta sentencia fue revocada no obstante lo cual, invocándose razones de
"superintendencia" la Virgen fue sacada de allí.
Frente a estas circunstancias el caso era típicamente abstracto, pues el objeto de la acción
estaba cumplido. Pero es evidente que la Corte quería dejar sentado su profundo
desacuerdo con lo decidido por la Cámara, y por ello, no obstante reconocer expresamente
que el caso era abstracto, revocó la sentencia.
Lo hizo en estos términos "... median en el caso circunstancias que imponen aplicar el
criterio con arreglo al cual, aun cuando no exista interés de las partes que sustente la
intervención del Tribunal para resolver las cuestiones litigiosas, éste conserva la jurisdicción
necesaria para evitar que la subsistencia del pronunciamiento apelado cause al recurrente
un gravamen no justificado, derivado de la manera en que haya quedado planteada la
controversia. Esta doctrina ... es aplicable al caso, toda vez que ... no cabe descartar que
alguna consecuencia gravosa para los actores pudiera ser extraída, de una sentencia que,
además de negarle legitimación procesal declaró la constitucionalidad de la situación
cuestionada en el pleito ... cabe aclarar que esta decisión no importa confirmar ni afirmar la
justicia o el acierto de la decisión recurrida, ... Por ello, se declara inoficioso el
pronunciamiento por haber devenido abstracta la cuestión planteada en el recurso
extraordinario, sin perjuicio de revocar la sentencia apelada con el alcance indicado" (315).
Agrego el subrayado.
c. El control de constitucionalidad
Sin ánimo de extenderme en la historia del problema, recordaré que hasta el año 1941 la
Corte Suprema no había establecido en forma clara la cuestión, bien que la tendencia
parecía insinuarse a favor del control de oficio. En 1941, al resolver el caso Los Lagos, el
Tribunal se inclinó por exigir el requisito del pedido de parte, sosteniendo que ejercer el
control de oficio provocaba un desequilibrio en la división de poderes. Esta doctrina se
mantuvo a lo largo de los 60 años siguientes, pero fue perdiendo paulatinamente su fuerza
inicial. Entre los hitos de ese camino, debe computarse la lúcida disidencia de los jueces
Belluscio y Fayt en el caso Juzgado de Instrucción Militar N° 50 de Rosario (321), donde
sostuvieron que el control de constitucionalidad no es una cuestión de hecho sino de
derecho y que, como tal, debe ser comprendido dentro de la obligación de los jueces de
aplicar correctamente el ordenamiento jurídico. A partir de allí, la disidencia fue cobrando
fuerzas dentro del Tribunal y en 2001, al resolver Mill de Pereyra c. Provincia de Corrientes
(322), la Corte —por 6 a 3— admitió el ejercicio del control de oficio, bien que con una
mayoría aún no consolidada (323).
Esta mayoría se consolidó tres años después, al resolver Banco Comercial de Finanzas. Se
discutía aquí la constitucionalidad del decreto 2075/93 (324), reglamentario del artículo 54
de la Ley de Entidades Financieras (325), el cual había sido declarado inconstitucional —de
oficio— por la Cámara de Apelaciones de Bahía Blanca. Este pronunciamiento fue revocado
por la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires, señalando que el control
constitucional debe ser ejercido a pedido de parte, todo lo cual abrió francamente el camino
para que la Corte se expidiera nuevamente sobre esta debatida cuestión.
En esta oportunidad el Tribunal (326) se pronunció a favor de la tesis habilitante del control
de oficio con palabras que no dejan sombra de duda sobre la convicción de los jueces que
firmaron la sentencia: "... si bien es exacto que los tribunales judiciales no pueden efectuar
declaraciones de inconstitucionalidad de las leyes en abstracto, es decir, fuera de una causa
concreta en la cual deba o pueda efectuarse la aplicación de las normas supuestamente en
pugna con la Constitución, no se sigue de ello la necesidad de petición expresa de la parte
interesada, pues como el control de constitucionalidad versa sobre una cuestión de derecho
y no de hecho, la potestad de los jueces de suplir el derecho que las partes no invocan o
invocan erradamente trasuntado en el antiguo adagio iura novit curia incluye el deber de
mantener la supremacía de la Constitución (art. 31 de la Carta Magna) aplicando, en caso
de colisión de normas, la de mayor rango, vale decir, la constitucional, desechando la de
rango inferior (Fallos: 306:303, considerando 4° del voto de los jueces Fayt y Belluscio) ...
además, se consignó que no podía verse en ello la creación de un desequilibrio de poderes
en favor del judicial y en mengua de los otros dos, ya que si la atribución en sí no es
negada, carece de consistencia sostener que el avance sobre los otros poderes no se
produce cuando media petición de parte y sí cuando no la hay. Tampoco se opone a la
declaración de inconstitucionalidad de oficio la presunción de validez de los actos
administrativos o de los actos estatales en general, ya que dicha presunción cede cuando se
contraría una norma de jerarquía superior, lo que ocurre cuando las leyes se oponen a la
Constitución. Ni, por último, puede verse en ella menoscabo del derecho de defensa de las
partes, pues si así fuese debería, también, descalificarse toda aplicación de oficio de
cualquier norma legal no invocada por ellas so pretexto de no haber podido los interesados
expedirse sobre su aplicación al caso ...".
Ahora bien, recordemos que tres de los jueces que firmaron esta sentencia (Augusto C.
Belluscio, Antonio Boggiano y Adolfo Vázquez) ya no están en el Tribunal. De modo tal que
la posición de la Corte —dentro de esta misma composición— podría variar en casos
futuros. Incluso, algún comentario escrito bajo seudónimo (327), ha creído ver en fallos
posteriores el abandono de la doctrina sentada en Banco Comercial de Finanzas. En mi
opinión esta tesis es equivocada y así he tratado de demostrarlo (328), pues no existen
fallos dictados luego de Banco Comercial que acrediten tal cambio, bien que tampoco existe
una ratificación clara y expresa de tal precedente.
Esta doctrina fue aplicada en Cabrera c. Poder Ejecutivo Nacional (330), uno de los casos
del "corralito bancario" (331). Se trataba de un ahorrista que había optado voluntariamente
por desafectar de la reprogramación la totalidad de los fondos pesificados de su cuenta,
efectuando tal opción sin aclarar simultáneamente que lo hacía por la necesidad de disponer
de su dinero y aceptando voluntariamente las condiciones establecidas para hacerse de los
fondos. Luego promovió una acción judicial para percibir la diferencia entre la suma que le
fue acreditada en pesos (a la relación de cambio $ 1,40 por dólar) y la que hubiera resultado
de realizar tal conversión según el valor del dólar en el mercado libre, para lo cual planteó la
inconstitucionalidad de las normas sobre pesificación, sin aportar elemento de convicción
alguna para demostrar que la desafectación de la reprogramación del depósito pesificado
había sido involuntaria.
Dadas estas circunstancias, la Corte (332) entiende que la demanda no puede prosperar. La
Corte alude en primer lugar a la doctrina de los propios actos (333) y refuerza el fallo
diciendo que el sometimiento voluntario a un régimen jurídico obsta al posterior
planteamiento de inconstitucionalidad. En términos de la Corte: "el voluntario sometimiento
de los interesados a un régimen jurídico, sin expresa reserva, determina la improcedencia
de su impugnación ulterior con base constitucional" (334).
Ya vimos más arriba (335) que la Corte ha incorporado la categoría de leyes "sospechosas
de inconstitucionalidad". Con ello ha dado un giro importante en los requisitos para el control
de constitucionalidad en relación con el requirente. Hasta los fallos indicados más arriba
(Hooft y Gottschau) la presunción de legitimidad de las normas legales ponía en cabeza del
impugnante la carga de demostrar la inconstitucionalidad de la norma.
Queda por resolver todavía qué leyes entran en esta categoría. Hasta ahora los casos
existentes se relacionan con alguna forma de discriminación, con fundamento en el Pacto de
San José de Costa Rica y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Pero es
necesario determinar si todos los derechos reconocidos por éstos generan "leyes
sospechosas" pues, dada la amplitud de derechos reconocidos por estos acuerdos
internacionales, habrá que precisar hasta qué punto ellos sirven como techo legislativo para
la inversión de la carga de la prueba. En definitiva, la pregunta es si toda ley que restringe
uno de los derechos contenidos en dichos pactos, pertenece a una "categoría sospechosa"
o si se requiere algo más.
En materia de juicio político, los casos Eduardo Moliné O´Connor (342) y Antonio Boggiano
(343), confirman la tesis revisora del cumplimiento del debido proceso. Según señala la
Corte en el segundo de los casos citados: "... la observancia de las reglas procesales
relativas a la garantía de defensa en juicio adquiere [en el juicio político] el rango de materia
revisable judicialmente, desde que corresponde a esta Corte el control de validez
constitucional de tales procedimientos, sin que ello implique el reexamen de la solución de
fondo que puede dictar el cuerpo político, pues las decisiones de fondo quedan afincadas en
la zona de exclusión donde residen las cuestiones políticas no sometidas a la revisión
judicial" (344).
Quiero mencionar por último, lo relativo a la posibilidad de limitar los efectos temporales del
control de constitucionalidad, cuestión que aparece en el caso Carlos Alberto Rosza (345),
ya mencionado con ocasión de la inconstitucionalidad del régimen de los jueces
subrogantes (346).
Por regla general una ley declarada inconstitucional es inválida y no podría producir efecto
alguno en los casos en los cuales haya sido aplicada. Sin embargo, imponer esta regla en
forma absoluta podría acarrear serios problemas para la seguridad jurídica. Ello fue tenido
en cuenta por la Corte cuando en el citado caso declaró la inconstitucionalidad del régimen
de jueces subrogantes establecido por medio de la Resolución 76/04 del Consejo de la
Magistratura pero limitó sus efectos retroactivos sosteniendo que los actos cumplidos por
tales magistrados serían válidos y que éstos podrían continuar en sus cargos —no obstante
ser inconstitucionales— por un año hasta tanto fuera sancionada una nueva reglamentación
(347).
d. El recurso extraordinario
Tratándose del remedio ante la Corte por excelencia, las decisiones en materia de recurso
extraordinario forman categorías enteras y son tan numerosas que una reseña de este tipo
no podría abarcarlas razonablemente. Por lo demás, no se han dado en este período
decisiones que modifiquen sustancialmente las tendencias anteriores. Por ello mencionaré
tan solo que en el caso Beatriz Herminia Di Nunzio (348) fue ratificado el carácter de tribunal
superior de la causa de la Cámara Nacional de Casación Penal, originariamente establecido
en Horacio David Giroldi (349). En Di Nunzio, con toda claridad, la Corte dice "... en el
ámbito de la justicia penal nacional, la Cámara Nacional de Casación Penal se erige como
tribunal superior de la causa, a los efectos del recurso extraordinario. En síntesis, el tribunal
de casación se encuentra facultado para conocer previamente en todas las cuestiones de
naturaleza federal que intenten someterse a la decisión final de la Corte Suprema " (350).
Esta doctrina fue repetida luego en Santiago Marcelo Martino (351).
También han sido dictados otras dos acordadas cuya aplicación no es específica del recurso
extraordinario, bien que éste será el campo principal de su aplicación.
i. El amicus curiae
La Acordada 28/2004 (Adla, LXIV-D, 4486) (356) estableció el amicus curiae, cuya
existencia en la Corte de los Estados Unidos tiene antiguo arraigo. Al establecerlo la Corte lo
calificó como "... un provechoso instrumento destinado, entre otros objetivos, a permitir la
participación ciudadana en la administración de justicia" y señaló al mismo tiempo que "... el
Tribunal considera apropiado que, en las causas en trámite ante sus estrados y en que se
ventilen asuntos de trascendencia institucional o que resulten de interés público, se autorice
a tomar intervención como Amigos del Tribunal a terceros ajenos a las partes, que cuenten
con una reconocida competencia sobre la cuestión debatida y que demuestren un interés
inequívoco en la resolución final del caso, a fin de que ofrezcan argumentos de
trascendencia para la decisión del asunto".
Dos años después, en Juplast S.A. c. Estado Nacional (357), una causa en la cual se
discute la aplicación del ajuste por inflación para el pago del impuesto a las ganancias, se
presentaron, como amicus, numerosas instituciones y profesionales individuales, lo que dio
a la Corte oportunidad de aclarar que aquél había sido instituido "... con la única finalidad de
expresar una opinión fundada sobre el objeto del litigio, recaudo [que] no se cumple cuando
la presentación tiene por objeto que la causa sea resuelta en un determinado sentido, con la
finalidad de que se establezca así un precedente aplicable a otros pleitos de análoga
naturaleza —iniciados o por promoverse— en los que los presentantes o sus representados
sean parte o tengan un interés de carácter pecuniario comprometido en su resultado. En el
indicado supuesto, la existencia de tal interés determina la improcedencia de la intervención
como Amigos del Tribunal de quienes lo tuvieren, pues resulta incompatible con la
imparcialidad que debe guiar la actuación de éstos" (358).
Lo que hasta el presente era algo inusual y muy esporádico, tiene presencia institucional a
partir del mes de noviembre de 2007. La Acordada 30/07 (359) reglamentó un régimen de
audiencias públicas "que serán convocadas en ciertas causas que tramitan ante esta Corte
". En síntesis, la Corte convocará a audiencias públicas cuando lo dispongan al menos tres
jueces; las audiencias pueden ser: (a) informativas; (b) conciliatorias y (c) ordenatorias y
serán convocadas. Fijándose para ello un calendario semestral. Podrá asistir a ellas el
público en general, hasta el número de personas que fije el Tribunal según la disponibilidad
de espacio que exista en cada asunto. La Acordada prevé también los escritos que deben
ser presentados en oportunidad de cada audiencia.
f. El amparo
Luego de la reforma constitucional, las dos grandes cuestiones pendientes para el amparo
fueron su reglamentación y su carácter principal o subsidiario. La prolongada ausencia de la
primera, ha dejado enteramente en manos de los jueces la solución de la segunda.
En igual sentido pueden verse Sánchez c. Estado Nacional (361), Granillo Fernández c.
Universidad Nacional de La Plata (362) y, más recientemente, María c. Instituto de Obras
Social de la Provincia de Entre Ríos (363), donde la Corte ha dicho: "... la acción de amparo
no está destinada a reemplazar medios ordinarios instituidos para la solución de las
controversias ... y quien solicita tal protección judicial ha de acreditar en debida forma la
inoperancia de las vías procesales ordinarias a fin de reparar el perjuicio invocado ... [pues]
su exclusión por la existencia de otros recursos no puede fundarse en una apreciación
meramente ritual, toda vez que la institución tiene por objeto una efectiva protección de
derechos, más que una ordenación o resguardo de competencias".
g. El hábeas corpus
De todas las acciones de hábeas corpus resueltas por la Corte en este período, la de mayor
trascendencia institucional, tanto por lo planteado como por lo decidido, es Horacio Verbitsky
(367). En ella, el Centro de Estudios Legales y Sociales planteó un hábeas corpus colectivo
contra la Provincia de Buenos Aires en favor de todos los detenidos en comisarías e
instituciones penales superpobladas, dadas las pésimas condiciones en que aquéllos se
encuentran, donde no respetan sus derechos mínimos y son claramente violatorias del
artículo 18 de la Constitución.
Sin dudas, el planteo no ofrecía mayores dudas en cuanto a sus razones de fondo. A nadie
es ajena la pésima situación carcelaria en la Provincia de Buenos Aires. El problema era
más bien de orden procesal, pues la Corte debía analizar si el hábeas corpus admite un
planteo colectivo y, superada esta instancia, si era posible adoptar una decisión general para
tantos casos individuales que, si bien son similares, tienen diferentes entre sí, tal como lo
puso de manifiesto la sentencia.
La cuestión del hábeas corpus colectivo mereció una acogida favorable. En pocas palabras
y sin dar rodeos la Corte dijo "... pese a que la Constitución no menciona en forma expresa
el hábeas corpus como instrumento deducible también en forma colectiva, tratándose de
pretensiones como las esgrimidas por el recurrente, es lógico suponer que si se reconoce la
tutela colectiva de los derechos citados en el párrafo segundo, con igual o mayor razón la
Constitución otorga las mismas herramientas a un bien jurídico de valor prioritario y del que
se ocupa en especial, no precisamente para reducir o acotar su tutela sino para privilegiarla"
(368).
A partir de allí analizó la situación fáctica del caso, tratando de encontrar la unidad del
problema en la diversidad de los casos. Todo ello la llevó a dictar una sentencia que en parte
resolutiva crea en cabeza de la Provincia de Buenos Aires la obligación de llevar adelante un
programa progresivo de mejora del sistema carcelario, empleando como pauta rectora las
Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos de las Naciones Unidas, recogidas por la
ley 24.660.
Fuera de este caso institucional y ya dentro del orden individual, también se hizo lugar a un
hábeas corpus correctivo para evitar el traslado de un preso que posee una situación
sumamente conflictiva y que ya había sido objeto de numerosos cambios de penales (369).
h. El hábeas data
Dentro de los casos resueltos en esta materia menciono Di Nunzio c. The First National
Bank of Boston (370), en el cual la actora reclamaba al Banco demando y a la Organización
Veraz que completaran los datos relativos al conflictivo otorgamiento de un crédito para la
compra de automóviles. En los registros de las entidades demandadas la actora figuraba lisa
y llanamente como deudora de los créditos presuntamente otorgados, pero la situación no
era tan simple como resultaba de tales constancias pues se había producido una situación
litigiosa con motivo del otorgamiento de los créditos, que había dado lugar a una acción
penal por estafa promovida por la actora.
La Corte hizo lugar al hábeas data y dijo "... las constancias probatorias reunidas en la
causa permiten afirmar que se trata de una situación controvertida, respecto de la cual la
entidad bancaria inició un juicio ordinario ... mientras que la actora promovió una denuncia
por estafa, constituyéndose en particular damnificado, que dio lugar a un proceso penal en
el cual fue revocado por el tribunal de alzada el sobreseimiento que el juez de primera
instancia había dictado respecto de dos funcionarios de esa entidad con relación al
mencionado delito ... en tales condiciones, no puede calificarse de 'exacta' o 'actualizada'
una información que se limita a indicar sin ninguna aclaración o salvedad que la actora
mantiene una deuda con la mencionada entidad bancaria. Y, por ende ... asiste a aquélla, el
derecho a que tal información se actualice y complete a fin de que quede reflejado, del modo
más preciso posible, el estado de litigiosidad suscitado respecto de los créditos a los que se
ha hecho referencia" (371).
i. La legitimación colectiva
Esta temática sigue buscando su cauce y cada fallo es una fracción de un sendero de traza
irregular. Veamos los resultados obtenidos por tres legitimados colectivos: el Defensor del
Pueblo de la Nación, la Defensoría de la Ciudad de Buenos Aires y las asociaciones
particulares.
El primero fue derrotado cuando quiso representar colectivamente a todos los ahorristas
atrapados en el "corralito". En Defensor del Pueblo de la Nación c. Estado Nacional (372), la
Corte estableció las siguientes reglas sobre la legitimación colectiva:
"la ampliación del universo de los sujetos legitimados para accionar tras la reforma
constitucional de 1994 entre los que se encuentra el Defensor del Pueblo de la Nación no se
ha dado para la defensa de todo derecho, sino como medio para proteger derechos de
incidencia colectiva" (374)
"queda exceptuada de la legitimación del Defensor del Pueblo ... la protección de los
derechos que son de carácter patrimonial, puramente individuales, cuyo ejercicio y tutela
corresponde exclusivamente a cada uno de los potenciales afectados" (375).
"En el caso de autos lo que uniría a los sujetos es un 'problema común' y no la afectación a
un derecho de incidencia colectiva el que ... no resulta de una multiplicidad de derechos
subjetivos lesionados, sino de la incidencia del agravio en lo colectivo. Se está en presencia
de un interés sectorial, que no es más que la sumatoria de los derechos individuales de ese
grupo de personas (depositantes bancarios), calificado por la concurrencia de intereses
similares a todos ellos .... el que, por otra parte, se contrapone al interés de otros sectores
de la sociedad" (376).
Tampoco tuvo éxito la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires cuando quiso
impugnar judicialmente la resolución de la Secretaría de Comunicaciones que había
autorizado el cobro del servicio de informaciones "110" a los usuarios del servicio telefónico.
A su turno, las asociaciones han cosechado victorias y derrotas. "Mujeres por la Vida" (379)
fue reconocida como legitimada colectiva para promover un amparo contra el llamado
"Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable", aprobado por ley 25.673.
Según dijo la Corte remitiéndose al dictamen de la Procuración General: "... la actora es una
asociación entre cuyos fines se encuentra como surge de su estatuto organizativo promover
y defender el establecimiento de condiciones sociales que posibiliten y favorezcan la
efectiva prestación del derecho a la vida de la persona desde el momento de la concepción
y el goce del respeto de su dignidad intrínseca a lo largo de la vida ... circunstancia que
permite concluir que aquélla se encuentra legitimada para demandar como lo ha hecho"
(380).
Hasta aquí he reseñado los fallos en los cuales creo ver el perfil de la Corte Suprema que —
desde lo judicial— hoy nos gobierna. Esta reseña, sin embargo, sería incompleta, si dejara
de mencionar qué temas se encuentran pendientes, es decir, aquéllos en los cuales todavía
no hay consenso o, habiéndolo, se ha preferido postergar la decisión. Recordemos que la
Corte no está legalmente obligada a llevar —ni lleva— una agenda rigurosamente
cronológica, de modo tal que la elección entre dictar un fallo o postergarlo, también forma
parte de la toma de decisión.
Entre los tremas económicos importantes, queda por resolver el del ajuste por inflación para
el pago del Impuesto a las Ganancias. Recordemos que la Corte ha dado importancia a este
tema pues en el leading case en el cual se debate la cuestión (385), se convocaron amicus
curiae.
Cerraré esta reseña tratando de indicar simplemente cuáles son las líneas troncales de la
jurisprudencia actual de la Corte.
Sin embargo no debemos olvidar que la gran diferencia con la Corte de los Estados Unidos
está en las fuentes del derecho. En la Corte argentina se advierte una tendencia creciente a
fundar sus fallos en los precedentes internacionales, al punto que son éstos los que le
inducen a cambiar, incluso, los precedentes de la Corte de Alfonsín (387). La Corte de los
Estados Unidos, en cambio, ha sido y es indiferente ante el ius cogens.
A partir de esta división aparece, en primer lugar, el "derecho" de los delitos de lesa
humanidad, un capítulo aparte del ordenamiento jurídico, limitado a tales crímenes y con
reglas propias, que parecerían ser intransmisibles a otros campos. De hecho, comparemos
la fuerte limitación de las garantías constitucionales que se les impone a los autores de
estos delitos, con la abundancia de las mismas a favor de los acusados de delitos comunes
(388).
En cuanto a las rarezas, menciono las dos especies de casos abstractos que se han dado
en los casos Bussi y Asociación por los Derechos Civiles (399).
Finalmente, entre los temas institucionales que generan fricción de poderes y jurisdicciones,
la Corte como árbitro del sistema federal no ha tensado la cuerda a favor de nadie. Gobierno
federal y provincias han obtenido cada uno sus triunfos (400). En sus relaciones con los
otros poderes nacionales, el Tribunal ha dejado sentada su opinión, pero con mucha
prudencia (Bussi y Badaro). Sí, en cambio, ha evidenciado su enfrentamiento con el Consejo
de la Magistratura y le ha hecho sentir su peso en el caso de los jueces subrogantes (401).
Estas son las líneas principales que han sido trazadas en estos cuatro años y no hay dudas
de que son claras. Diré para concluir que más allá de los alineamientos que cada caso
produce, no se advierten disensos internos profundos, ni liderazgos marcados. Naturalmente
no he descripto un ciclo histórico cerrado, pues la Corte continúa bajo la actual
administración, pero me atrevo a decir que es razonable esperar cierta continuidad en ella,
pues los cambios inmediatos que puedan venir en su composición tendrán lugar por
sustracción dado que, como recordé al comienzo, existen en este momento dos sillones
supérstites que dejarán de existir cuando se produzcan esas vacantes. Es de desear
entonces que la constante histórica que liga los períodos de la Corte a los del Poder
Ejecutivo se interrumpa, para que esas vidas paralelas sean vidas separadas.
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