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La sociedad actual necesita redescubrir su verdad más fundamental para poder superar la crisis que
estamos viviendo desde hace tiempo: la dignidad humana, el aprecio absoluto por los derechos
humanos de cada persona, que es única e irrepetible y merece todo el respeto. Sin esta base, unos
instrumentalizarán a otros para sus propios fines, y los seres humanos serán usados en lugar de
respetados.
La dignidad, o ‘cualidad de digno, excelencia, grandeza’, hace referencia al valor inherente al ser
humano por el simple hecho de serlo, en cuanto ser racional, dotado de libertad.
No se trata de una cualidad otorgada por nadie, sino consustancial al ser humano. No depende de
ningún tipo de condicionamiento ni de diferencias étnicas, de sexo, de condición social, dinero,
salud, belleza física, simpatía, situaciones de poder, o cualquier otro tipo.
Dicha Declaración invoca la “dignidad intrínseca (...) de todos los miembros de la familia humana”,
y afirmar que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” (artículo 1°).
“Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha
creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos
por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; por
la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover”
(Aparecida, 104).
“Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene dignidad de persona; no es solamente
algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión
con otras personas” (CIC, 357).
• El hombre tiene dos características diversas: es un ser material, vinculado a este mundo
mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la trascendencia.
• El hombre existe como ser único e irrepetible, existe como un ‘yo’ capaz de
autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse.
• La persona humana tiene libertad. La dignidad humana requiere que el hombre actúe según
su conciencia y libre elección. El hombre puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad.
• Todas las personas tenemos la misma dignidad, que es el fundamento último de la radical
igualdad y fraternidad entre los hombres, independientemente de su raza, nación, sexo, origen,
cultura y clase. Sólo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y
personal de todos.
• La persona es constitutivamente un ser social. La vida comunitaria es una característica
natural que distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas.
La sociabilidad humana no es uniforme, sino que reviste múltiples expresiones; hay un sano
pluralismo social.
“La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza
entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas,
mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo” (CDSI, 35).
Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad trascendente de la
persona humana. El desarrollo social debe subordinarse al bien de la persona.
Sin embargo, cuando sus comportamientos sexuales los convierten en activismo público e invaden
nuestra intimidad y la de nuestras familias, hay que denunciarlos y demostrar nuestro desacuerdo.
“La ideología de género supone la negación de la persona humana y nos conduce a la descivilización
gravísima de la cultura occidental” (Dr. Rafael Rubio de Urquía en la presentación del libro “Ideología
de Género, Reflexiones críticas”).
La identidad es lo propio de una persona, lo que lo hace un ser singular. Las diferencias entre uno y
otro son las que hacen singular a la persona. Sin diferencias no habría identidad, sólo habría
homogeneidad, uniformismo e igualitarismo entre las personas.
Hay dos modos de ser persona: ser hombre y ser mujer. Hombres y mujeres somos iguales pero no
idénticos. Iguales en cuanto a la naturaleza humana y la dignidad. No idénticos por nuestras
diferencias naturales.
Como la persona entera es varón o mujer, “en la unidad de cuerpo y alma”, la masculinidad o
feminidad se extiende a todos los ámbitos de su ser: desde el profundo significado de las diferencias
físicas entre el varón y la mujer y su influencia en el amor corporal, hasta las diferencias psíquicas
entre ambos y la forma diferente de manifestar su relación con Dios.
La persona humana es hombre o mujer y lleva inscrita esa condición en todo su ser. Tenemos
diferencias naturales que no se pueden negar o eliminar: El programa genético, el sistema
endócrino, los órganos genitales internos y externos, el cerebro y la figura corporal son sexuados.
Hay que distinguir la ‘identidad sexual’ (varón o mujer) de la ‘orientación sexual’ (heterosexualidad,
homosexualidad, bisexualidad). Se entiende como orientación sexual comúnmente la preferencia
sexual que se establece en la adolescencia coincidiendo con la época en que se completa el
desarrollo cerebral. Tiene una base biológica y es configurada, además, por otros factores como la
educación, la cultura y las experiencias propias.
Aunque los números varían según las diversas investigaciones, se puede decir que la inmensa
mayoría de las personas humanas son heterosexuales.
Las distintas orientaciones sexuales son prácticas sexuales elegidas, esto no significa que sean
adecuadas a la verdad del hombre y de la mujer.
“Atenta contra la razón defender que el sexo es una elección personal y que sólo se asigna
administrativamente al nacer, para que luego cada uno elija” (Benigno Blanco).
La “revolución sexual” quiere introducir la idea de “identidad de género” que atenta contra la
naturaleza misma de la persona, fragmenta la conducta sexual y actúa como un poderoso disolvente
de la unidad e identidad humanas.
La identidad que singulariza a las personas no puede “volatilizarse” ni “extinguirse”, como pretende
la ideología de género. Como tampoco es renunciable por la persona que cada una es.
“El ‘género’ puede tratar de dislocar, variar, trasmutar o modificar la identidad de la persona. Pero
jamás será capaz de cumplir su propósito.
Las diferencias entre hombre y mujer lejos de ser una desventaja son una riqueza.
Hay que aprovechar los diferentes talentos que ambos poseen en beneficio de todos.
“La mujer es el complemento del hombre, como el hombre lo es de la mujer; mujer y hombre se
complementan mutuamente, no solo desde el punto de vista físico y psíquico, sino también
ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo ‘masculino’ y lo ‘femenino’ se realiza plenamente lo
‘humano’. Es la ‘unidad de los dos’... y a esa ‘unidad de los dos’ Dios les confía no solamente la ópera
de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la
Hombres y mujeres pueden aprovechar sus diferencias para construir juntos la sociedad y la cultura
actual. En los primeros años de vida del hijo, el padre y la madre tienen una aportación única y
específica, por ser hombre y mujer. Su complementariedad da a los hijos un equilibrio y crecimiento
armónico. En otros ámbitos, como el trabajo, las cualidades del hombre y la mujer se complementan
para el logro exitoso de los objetivos.
“La raíz de los derechos del hombre se debe buscar en la dignidad que pertenece a todo ser
humano… La fuente última de los derechos humanos no se encuentra en la mera voluntad de los
seres humanos, en la realidad del Estado o en los poderes públicos, sino en el hombre mismo y en
Dios su Creador.
Estos derechos son universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto.
Universales, porque están presentes en todos los seres humanos, sin excepción alguna de tiempo,
de lugar o de sujeto. Inviolables, en cuanto inherentes a la persona humana y su dignidad.
Inalienables, porque ‘nadie puede privar legítimamente de estos derechos a uno sólo de sus
semejantes, sea quien sea, porque sería ir contra su propia naturaleza” (CDSI, 153).
“La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, proclamada por las Naciones Unidas en
1948, ha definido ‘una piedra miliar en el camino del progreso moral de la humanidad’” (CDSI, 153).
Elenco de derechos: el derecho a la vida, el derecho a vivir en una familia unida, a la libertad y al
conocimiento de la verdad, el derecho al trabajo digno, el derecho a fundar libremente una familia,
la libertad de los padres a acoger y educar a los hijos, el derecho a la libertad religiosa, etc.
“El primer derecho enunciado en este elenco es el derecho a la vida, desde su concepción hasta su
conclusión natural, que condiciona el ejercicio de cualquier otro derecho y comporta, en particular,
la ilicitud de toda forma de aborto provocado y de eutanasia” (CDSI, 155).
“La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la
concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus
derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida” (CIC,
2270).
“Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por parte de la
sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no están subordinados ni a los
individuos ni a los padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a
la naturaleza humana y son inherentes a la persona en virtud del acto creador que la ha originado.
Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de todo ser
humano a la vida y a la integridad física desde la concepción hasta la muerte” (CIC, 2273).
“Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que
deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo
cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables”
(Gaudium et Spes, 51).
“Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta
enseñanza no ha cambiado; permanece invariable.
El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley
moral.
La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica
de excomunión este delito contra la vida humana… Con esto la Iglesia no pretende restringir el
ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño
irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad” (CIC, 2271,
2272).
Pretenden una “ampliación de gradual y progresiva de derechos” tales como: “el derecho a la salud
reproductiva”, “los derechos sexuales y reproductivos”, “la interrupción legal del embarazo”, “el
derecho al matrimonio igualitario”, la adopción de menores, etc.
Sus lobbies son tan audaces, que han logrado que organismos internacionales como la ONU y la
Organización Mundial de la Salud hayan adoptado “los derechos humanos en clave homosexual”
incluso en Tratados Internacionales del sistema de derechos humanos. Igual ha ocurrido en
legislaciones nacionales o estatales en varios países.
Desafiando cualquier regla, criterio moral, orden establecido, confrontan al sentido común e incluso
a la propia naturaleza. Se trata de forzar la aceptación social u jurídica de sus propuestas, dando pie
a innumerables abusos y a una verdadera subversión del orden social natural.
Estamos en medio de una batalla en la que uno de los frentes más importantes es el semántico.
Estos pseudo-derechos no son otra cosa que eufemismos (expresiones más suaves o decorosas con
que se sustituye otra considerada tabú, de mal gusto, grosera o demasiado franca).
http://www.esposiblelaesperanza.com/index.php%3Foption%3Dcom_content%26view%3Darticle
%26catid%3D33:3-deconstruccion-del-varon-y-de-la-mujer-%26id%3D1615:identidad-y-diferencia-
la-construccion-social-de-qgeneroq-aquilino-polaino%26Itemid%3D19
• Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, sobre la dignidad y la vocación de la mujer. Juan Pablo
II, 1988.
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_198809
30_ratzinger-mulieris_sp.html
https://es.zenit.org/articles/ideologia-de-genero-la-mas-insidiosa-y-destructora-revolucion-social/