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Carablanca era un burrito pequeño; hermoso, de piel brillante, orejas, patas y cola
plomas, todo su cuerpo siempre estaba reluciente y su cara muy blanca por el aseo que
diariamente se hacía. Pero eso no era todo, Cara blanca además, era un burrito bueno,
cariñoso, atento, cordial y bondadoso que vivía en el bosque rodeado de muchos amigos.
Había sólo uno que no era su amigo, es decir, era su enemigo y también de todos los
animales del bosque, era el lobo Malón.
Un día Malón se fue de viaje. Todos en el bosque cantaron y bailaron de alegría. Al
fin podrían respirar tranquilos, aunque fuese por poco tiempo.
En vista de la tranquilidad, Cara blanca decidió hacer un paseo a la laguna donde
vivían sus amigos los patos.
El día pasó alegremente y Cara blanca aprovechó de practicar su deporte favorito…
la pesca.
Cuando el sol comenzaba a esconderse en la laguna, recordó lo que le dijo su mamá
al pedirle permiso, “vuelve temprano y no te distraigas por el camino”, pero camino a su
casa se encontró con Malón quien había regresado pues había olvidado su maleta.
El burrito quiso correr, pero ya era tarde. Sólo tenía tiempo para pensar en algo
que pudiera salvar su vida. Y escondido en un bosque de pinos se vendó a toda prisa una
de sus patas traseras.
“¿Qué te ocurre Cara blanca?” - le dijo el lobo.
“¡Tenía ganas de comerte, pero no esperaba verte cojeando!”
“¡Ay señor lobo” tengo clavada una espina en mi patita. Si Ud. me quiere comer, sáquemela
con sus dientes, sino Ud. puede enterrársela en su estómago.
El lobo Malón lo pensó seriamente y encontró que Cara blanca tenía razón y le dijo:
“Esta bien, levanta tu pata, con mis dientes te sacaré esa espina y luego sí que te como”.
El burrito aprovechó el momento que el lobo le quitaba la falsa espina para darle
una gran patada de burro, tan fuerte que a Malón no le quedó un solo diente en su boca.
El lobo lloró amargamente y se fue del bosque para nunca regresar.