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DERECHOS RESERVADOS © 1967 POR EL AUTOR

JESÚS URIBE RUIZ

LA AGONIA DEL BOSQUE


,
(VARINGUTA)

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-----_ ..

IMPRESO EN Mf:XICO / PRlNTED IN MEXICO


TALLERES DE B. COSTA-AMIC, EDITOR / IIlESONES, 14
MÉXICO (1), D. 1'.
B. COSTA·AMIC, EDITOR
MÉXICO, D. F.
DERECHOS RESERVADOS © 1967 POR EL AUTOR
JESÚS URIBE RUIZ

LA AGONIA DEL BOSQUE


,
(VARINGUTA)

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-----_ ..

IMPRESO EN Mf:XICO / PRlNTED IN MEXICO


TALLERES DE B. COSTA-AMIC, EDITOR / IIlESONES, 14
MÉXICO (1), D. 1'.
B. COSTA·AMIC, EDITOR
MÉXICO, D. F.
PREÁMBULO

Oíase por todo el Estado un sordo rumor de destruc·


ción y muerte: una marejada maléfica que destruía los
bo~ques avanzaba velozmente desde el norte, por el este
y el oeste; solamente el sur defendíase sin lucha a cau·
sa de su mayor lejanía de los centros de consumo y dis­
tribución de los productos· forestales.
Peor era esto que una epidemia que hubiese barrio
do con los hombres ya que acababa con la economía de
los pueblos indígenas indefensos que entraban en auge
temporal, para luego quedar sumidos en la mayor de
las miserias, divididos por rencillas sus habitantes, muer.
tos algunos de sus hijos y con desiertos donde otrora se
levantaran los ricos bosques de encinos y pinares.
Como una bramadora tormenta incontenible y devas·
tadora, así iba aumentando paulatinamente el sordo ru·
mor de la guerra contra el bosque.
Llegaban de lejos los explotadores, revisaban con
ojos conocedores las floras forestales y, poco tiempo des­
pués, en lugares estratégicos instalaban aserraderos; vo­
races monstruos que devoraban incansablemente los rolli­
zos. Con halagos, promesas, cohechos y sobornos, prose­
guía la explotación su obra vandálica; se fabricaba tao
bla aserrada, tracería para cajas de empaque, vigas la­
bradas a hacha, durmientes para las vías del ferrocarril;
10 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 11

sólo se salvaban de la saña destructora, los pequeños pi­ monte del cual sacaban. la leña, las maderas para sus
nos que después medrarían como polluelos huérfanos sin trojes, los arados rudimentarios.
la cobertura protectora de los grandes árboles, mientras En oleadas gigantescas, arremetiendo en contra de los
los agentes erosivos, a despecho de la magra malla de los bosques de todo el Estado, la hermandad de los explota­
pastos, irían arrastrando el suelo delgado donde asenta­ dores lanzaba sus máquinas destrozadoras de montes, sin
ban sus raíces.' preocuparse de las Comunidades ni de los Ejidos, cohe­
Como monstruos prehistóricos amasados por hombres, chando dirigentes, provocando dificultades, sonriendo, o
como un espeluznante rebaño de fieras destructoras, con enojándose ségún les conviniera, soltando o agarrando a
cornacas que los aguijab(Ln tras el afán del lucro inmo­ su propia conveniencia, y dejando una estela de depre­
derado, cada vez más, cada vez más cerca, amenazaban daciones, intranquilidades, sangre y superficies desnudas,
el sur, región que antes no habían hallado. donde el viento detersivo aullaba canciones de destruc­
La historia era casi siempre la misma: se estaciona­ ción.
ban las maquinarias por algunos meses o años, destro­ Hubo montes' que resintieron el golpe demoledor de
zaban los bosques sin obedecer ningún plan técnico, elu­ tres mil hacheros, montes que fueron quemados a propó.
diendo en todo lo posible las disposiciones legales; ex· sito para justificar una explotación, montes que cambia­
pri'míase hasta la última gota del jugo en el '~negocio" ron de dueño mediante triquiñuelas para poder ser tala­
y finalmente, cuando ya era incosteable la explotación, dos, montes que se arrebataron a las Comunidades y los
es decir, cuando ya no obtenía ganancias fabulosas,. fe­ Ejidos mediante engaños y pequeñas dádivas. ¡Montes del
brilmente, como habían llegado, se desmontaban las má­ Estado que iban desapareciendo paulatinq,mente, tragados
quinas, se embalaban las sierras, bandas, cuadros y cal­ por la marea intensa, destructiva de las explotaciones!
deras, y seguía caminando el monstruo hasta encontrar El enorme precio que alcanzó la madera en los mero
otro lugar propicio para saciar sus ansias devoradoras del cados a causa de la guerra mundial, fue el aliciente que
bosque. movió a emprender la explotación, en gran escala, de la
noche a la mañana duplicóse, triplicóse el precio de ven­
Por todo el Estado, rugían las sierras, sacando tablas ta al no poder satisfacerse la demanda aumentativa. Or­
de todas, las medidas; se ampliaban en los cementerios ganizáronse sociedades al vapor, se hicieron madereros,
forestales de los patios las grandes tongas de madera fres­ de improviso, individuos que antesTw conocían la ma­
ca; se congestionaban las estaciones del ferrocarril con dera sino en sus muebles domésticos. En los cónclaves de
lrlS productos; y los indios, propietarios en su mayoría los "iniciados" en el secreto, brillaban de codicia los
de los bosques, menores de edad intelectual, incapaces ojos, mientras ostentaban a la luz pública la desvergüen.
de comprender la magnitud del despojo de que eran víc­ za de sus rapiñas. Pagaban a las Comunidades una mí­
timas, hasta pasado mucho tiempo después del pillaje, nima parte por cad(L millar de pies de madera extraída
contribuían inconscientemente a que se les destruyera el y mientras sus ingresos crecían en forma desorbitada con
10 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 11

sólo se salvaban de la saña destructora, los pequeños pi­ monte del cual sacaban. la leña, las maderas para sus
nos que después medrarían como polluelos huérfanos sin trojes, los arados rudimentarios.
la cobertura protectora de los grandes árboles, mientras En oleadas gigantescas, arremetiendo en contra de los
los agentes erosivos, a despecho de la magra malla de los bosques de todo el Estado, la hermandad de los explota­
pastos, irían arrastrando el suelo delgado donde asenta­ dores lanzaba sus máquinas destrozadoras de montes, sin
ban sus raíces.' preocuparse de las Comunidades ni de los Ejidos, cohe­
Como monstruos prehistóricos amasados por hombres, chando dirigentes, provocando dificultades, sonriendo, o
como un espeluznante rebaño de fieras destructoras, con enojándose ségún les conviniera, soltando o agarrando a
cornacas que los aguijab(Ln tras el afán del lucro inmo­ su propia conveniencia, y dejando una estela de depre­
derado, cada vez más, cada vez más cerca, amenazaban daciones, intranquilidades, sangre y superficies desnudas,
el sur, región que antes no habían hallado. donde el viento detersivo aullaba canciones de destruc­
La historia era casi siempre la misma: se estaciona­ ción.
ban las maquinarias por algunos meses o años, destro­ Hubo montes' que resintieron el golpe demoledor de
zaban los bosques sin obedecer ningún plan técnico, elu­ tres mil hacheros, montes que fueron quemados a propó.
diendo en todo lo posible las disposiciones legales; ex· sito para justificar una explotación, montes que cambia­
pri'míase hasta la última gota del jugo en el '~negocio" ron de dueño mediante triquiñuelas para poder ser tala­
y finalmente, cuando ya era incosteable la explotación, dos, montes que se arrebataron a las Comunidades y los
es decir, cuando ya no obtenía ganancias fabulosas,. fe­ Ejidos mediante engaños y pequeñas dádivas. ¡Montes del
brilmente, como habían llegado, se desmontaban las má­ Estado que iban desapareciendo paulatinq,mente, tragados
quinas, se embalaban las sierras, bandas, cuadros y cal­ por la marea intensa, destructiva de las explotaciones!
deras, y seguía caminando el monstruo hasta encontrar El enorme precio que alcanzó la madera en los mero
otro lugar propicio para saciar sus ansias devoradoras del cados a causa de la guerra mundial, fue el aliciente que
bosque. movió a emprender la explotación, en gran escala, de la
noche a la mañana duplicóse, triplicóse el precio de ven­
Por todo el Estado, rugían las sierras, sacando tablas ta al no poder satisfacerse la demanda aumentativa. Or­
de todas, las medidas; se ampliaban en los cementerios ganizáronse sociedades al vapor, se hicieron madereros,
forestales de los patios las grandes tongas de madera fres­ de improviso, individuos que antesTw conocían la ma­
ca; se congestionaban las estaciones del ferrocarril con dera sino en sus muebles domésticos. En los cónclaves de
lrlS productos; y los indios, propietarios en su mayoría los "iniciados" en el secreto, brillaban de codicia los
de los bosques, menores de edad intelectual, incapaces ojos, mientras ostentaban a la luz pública la desvergüen.
de comprender la magnitud del despojo de que eran víc­ za de sus rapiñas. Pagaban a las Comunidades una mí­
timas, hasta pasado mucho tiempo después del pillaje, nima parte por cad(L millar de pies de madera extraída
contribuían inconscientemente a que se les destruyera el y mientras sus ingresos crecían en forma desorbitada con
LA AGONÍA DEL BOSQUE 13
12 JESÚS DRIBE RUIZ
y las hachas de los hacheros r.esonab-an como cam­
sumas donde los ceros a la derecha se amontonaban como panadas tañendo a muerto en una cadencia elegíaca;
OJOS curiosos; las Comunidades propietarias -de los bos­ caían los árboles y en desbandada huían las aves de sus
ques, poseían sumas de tres y cuatro cifras como com­ nidos destrozados. El enorme equilibrio de la naturale­
pensación total. Era; esta la limosna y así la pagaban para za se quebrantaba, rompía las delicadas relaciones entre
tener tranquila su poco escrupulosa conciencia. Mañana sus elementos; las nubes de colores irisados se alejaban
o pasado, cuando supieran que algún pueblo se encon­ paulatinamente, los fríos se hacían inclementes y. secos
traba arruinado a causa de la pérdida de sus montes, ya mordiendo las carnes de los indígenas con mayor saña.
tendrían argumentos con qué convencer a los legos en la Iban desapareciendo los ojos de agua que alimentaban a
materia: "les dimos lo que les correspondía, les paga­ lps arroyuelos de nombre tarascas; como una cara arru­
mos bastante bien, no han de de haber sabido manejar los o gada y sucia se presentaba la desnuda faz de las tierras
dineros y por eso se encuentran en la miseria". donde otrora se alzara la gloria verde de los montes.
\
Los montes se degradarían,. quedarían desnudas gran­ Aquella marejada de destrucción, como un huracán.
des zonas del Estado, se comprometería gravemente el despiadado, arrasaba la espesura forestal dejando mon­
equilibrio del clima en perjuicio de la Agricultura, pero tañas desnudas mostrando sus hoscos perfiles negros,
¿importaba eso, alas explotadores? "¡Bah! -decían­ como esqueletos trágicos.
ese es problema del gobierno y nosotros no somos polí­ Saqueo moderno, tala inclemente que sumiría al Es­
ticos: nosotros somos madereros mexicanos; nos preocu­ tado en un desequilibrio económico, que cebaríase en la
pamos por la madera, que el gobierno se preocupe por carne de los indios; borrasca que arrebataba la riqueza
lo demás ¡para eso es gobierno!". de .las Comunidades, dejaTuio tan sólo amargura, triste­
Marejada de depredaciones que venía aumentando de zas, miserias y muerte.
volumen y. fuerza, aserraderos, que. trabajaban a toda ca­ Madera que salió manchada con la sangre de los ex­
pacidad, en tres tumos diarios, para concluir más rápi. plotados, con el hambre y el oprobio de los pueblos, ma·
damente su destructiva tarea, peligro que amenaza la in­ dera que llevó como sellos de mani,tfactura los meandri­
tegridad económica de generaciones enteras de indios ex­ nos arreglo~ del enjuage; muda madera que salió de los
plotados e 'indefensos. árboles monumentales ante la vista doliente del indio y
. .Rugían los aserraderos, expeliendo aserrín, rabiosa­ se fue a los mercados del mundo a alcanzar precios fa­
mente.; comían madera y había que aplacar su insacia­ bulosos, para hinchar las bolsas de los explotadores; ta­
ble hambre con las rosadas maderas de los pinos; cons­ blas que fueron los madereros simbólicos donde se cru­
tantemente había que derribar árboles para no dejarlos cificó al pobre Cristo indígena, hecho de carne prieta,
;¿ambrientos, que no -les faltara el sustento diario de tro­ de ignorancia secular, de músculo fuerte para resistir los
zas; que se acabara el' bosque, pero que el monstruo no tormentos de la miseria.
'estuviera quieto ni los días festivos.
LA AGONÍA DEL BOSQUE 13
12 JESÚS DRIBE RUIZ
y las hachas de los hacheros r.esonab-an como cam­
sumas donde los ceros a la derecha se amontonaban como panadas tañendo a muerto en una cadencia elegíaca;
OJOS curiosos; las Comunidades propietarias -de los bos­ caían los árboles y en desbandada huían las aves de sus
ques, poseían sumas de tres y cuatro cifras como com­ nidos destrozados. El enorme equilibrio de la naturale­
pensación total. Era; esta la limosna y así la pagaban para za se quebrantaba, rompía las delicadas relaciones entre
tener tranquila su poco escrupulosa conciencia. Mañana sus elementos; las nubes de colores irisados se alejaban
o pasado, cuando supieran que algún pueblo se encon­ paulatinamente, los fríos se hacían inclementes y. secos
traba arruinado a causa de la pérdida de sus montes, ya mordiendo las carnes de los indígenas con mayor saña.
tendrían argumentos con qué convencer a los legos en la Iban desapareciendo los ojos de agua que alimentaban a
materia: "les dimos lo que les correspondía, les paga­ lps arroyuelos de nombre tarascas; como una cara arru­
mos bastante bien, no han de de haber sabido manejar los o gada y sucia se presentaba la desnuda faz de las tierras
dineros y por eso se encuentran en la miseria". donde otrora se alzara la gloria verde de los montes.
\
Los montes se degradarían,. quedarían desnudas gran­ Aquella marejada de destrucción, como un huracán.
des zonas del Estado, se comprometería gravemente el despiadado, arrasaba la espesura forestal dejando mon­
equilibrio del clima en perjuicio de la Agricultura, pero tañas desnudas mostrando sus hoscos perfiles negros,
¿importaba eso, alas explotadores? "¡Bah! -decían­ como esqueletos trágicos.
ese es problema del gobierno y nosotros no somos polí­ Saqueo moderno, tala inclemente que sumiría al Es­
ticos: nosotros somos madereros mexicanos; nos preocu­ tado en un desequilibrio económico, que cebaríase en la
pamos por la madera, que el gobierno se preocupe por carne de los indios; borrasca que arrebataba la riqueza
lo demás ¡para eso es gobierno!". de .las Comunidades, dejaTuio tan sólo amargura, triste­
Marejada de depredaciones que venía aumentando de zas, miserias y muerte.
volumen y. fuerza, aserraderos, que. trabajaban a toda ca­ Madera que salió manchada con la sangre de los ex­
pacidad, en tres tumos diarios, para concluir más rápi. plotados, con el hambre y el oprobio de los pueblos, ma·
damente su destructiva tarea, peligro que amenaza la in­ dera que llevó como sellos de mani,tfactura los meandri­
tegridad económica de generaciones enteras de indios ex­ nos arreglo~ del enjuage; muda madera que salió de los
plotados e 'indefensos. árboles monumentales ante la vista doliente del indio y
. .Rugían los aserraderos, expeliendo aserrín, rabiosa­ se fue a los mercados del mundo a alcanzar precios fa­
mente.; comían madera y había que aplacar su insacia­ bulosos, para hinchar las bolsas de los explotadores; ta­
ble hambre con las rosadas maderas de los pinos; cons­ blas que fueron los madereros simbólicos donde se cru­
tantemente había que derribar árboles para no dejarlos cificó al pobre Cristo indígena, hecho de carne prieta,
;¿ambrientos, que no -les faltara el sustento diario de tro­ de ignorancia secular, de músculo fuerte para resistir los
zas; que se acabara el' bosque, pero que el monstruo no tormentos de la miseria.
'estuviera quieto ni los días festivos.
14 JESÚS URIBE RUIZ

Los indios veían las- explotaciones con la aesesperan.


za y el fatalismo que les son propios, lamentándose sin
ser escuchados.
Avanzaba el rebaño de los monstruos, dejando la es­
coria del aserrín y las superficies desnudas: hambre, san·
gre y rencillas entre Ejidos y Comunidades. De todas par­
tes, convergía ahora hacia el sur, hacia el legendario sur
de riqueza incalculable. Ya se oía el bramar hambrien·
to de las sierras que se aproximaban,. ya se sentía el tro· 1
pel de nubes huyendo en desbandadas a lugares. propi­
cws. POC·HUPICUA
Los ojos de los voraces se tendían avizorando el ha·
-rízonte escudriñando nuevos sitios de rapiña.,
Las hachas de los hacheros resonaban como campa­ CAMINABAN por el sendero desnudo el viejo y el niño.
nadas tañendo a muerto en una letanía elegíaca; caían Sus pies, calzados con huaraches, iban dejando las hue­
los grandes árboles y, en su caída, sepultaban pequeños llas impresas en la arena que, desde la erupción del Pa.
pinos. Gemía el bosque y, e!t desbandada, huían las aves rícuti, cubría todas las cosas de la región: las casas de
de sus nidos destrozados. Los venados de ojos húmedos, madera (trojes hechas con tablas rajadas a hacha), la
contemplaban medrosos, desde los altozanos, la desapari. fuente del pueblo dond~ se almacenaba el agua de la que
ción del monte, mientras a lo lejos se oía el tartajeo in­ se proveía la Comunidad de Puruarato para sus necesi.
cansable de los aserraderos. dades domésticas; los edificios públicos de paredes ce.
nicientas: la Jefatura de Tenencia y el Templo (únicos
de adobe), hasta los pastos resecos y las agud-as hojas
de los pinos. ­
Por el camino iban los dos: el niño y el viejo.
Era de madrugada, el alba prendíase como una ex­
plosión de luz, que fuera aumentando de intensidad cons.
tantemente; cantaban los pájaros en los bosques y la ne­
gra silueta de los cerros se iba dibujando más claramente.
Vestidos de la misma manera, el niño una reproduc­
ción a menor escala del viejo: calzón de manta, sucio y
remend~do, camisa de la misma tela, un sarape, de lana
negra terciado al hombro izquierdo y, cubriendo la ca­
14 JESÚS URIBE RUIZ

Los indios veían las- explotaciones con la aesesperan.


za y el fatalismo que les son propios, lamentándose sin
ser escuchados.
Avanzaba el rebaño de los monstruos, dejando la es­
coria del aserrín y las superficies desnudas: hambre, san·
gre y rencillas entre Ejidos y Comunidades. De todas par­
tes, convergía ahora hacia el sur, hacia el legendario sur
de riqueza incalculable. Ya se oía el bramar hambrien·
to de las sierras que se aproximaban,. ya se sentía el tro· 1
pel de nubes huyendo en desbandadas a lugares. propi­
cws. POC·HUPICUA
Los ojos de los voraces se tendían avizorando el ha·
-rízonte escudriñando nuevos sitios de rapiña.,
Las hachas de los hacheros resonaban como campa­ CAMINABAN por el sendero desnudo el viejo y el niño.
nadas tañendo a muerto en una letanía elegíaca; caían Sus pies, calzados con huaraches, iban dejando las hue­
los grandes árboles y, en su caída, sepultaban pequeños llas impresas en la arena que, desde la erupción del Pa.
pinos. Gemía el bosque y, e!t desbandada, huían las aves rícuti, cubría todas las cosas de la región: las casas de
de sus nidos destrozados. Los venados de ojos húmedos, madera (trojes hechas con tablas rajadas a hacha), la
contemplaban medrosos, desde los altozanos, la desapari. fuente del pueblo dond~ se almacenaba el agua de la que
ción del monte, mientras a lo lejos se oía el tartajeo in­ se proveía la Comunidad de Puruarato para sus necesi.
cansable de los aserraderos. dades domésticas; los edificios públicos de paredes ce.
nicientas: la Jefatura de Tenencia y el Templo (únicos
de adobe), hasta los pastos resecos y las agud-as hojas
de los pinos. ­
Por el camino iban los dos: el niño y el viejo.
Era de madrugada, el alba prendíase como una ex­
plosión de luz, que fuera aumentando de intensidad cons.
tantemente; cantaban los pájaros en los bosques y la ne­
gra silueta de los cerros se iba dibujando más claramente.
Vestidos de la misma manera, el niño una reproduc­
ción a menor escala del viejo: calzón de manta, sucio y
remend~do, camisa de la misma tela, un sarape, de lana
negra terciado al hombro izquierdo y, cubriendo la ca­
16 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 17

beza, un sombrero de palma con anchas alas; una faja pequeñitós, con sus copas verdes de tonos suaves cubrien­
de algodón teñido de rojo, a manera de cinto, completa. do hasta -la cima. Adivinábanse las barrancas por donde
ba la indumentaria. El viejo llevaba en la derecha una las crecientes, en época de lluvia, bajaban bramadoras e
hacha y el niño, sobre la faja, arrollada una reata de incontenibles formando torrentes impetuosos. Oíase el ru­
cuero crudo. Caminaban uno tras otro y sólo quedaban mor del viento cortado por las hojas filiformes 'y satu­
las huellas de sus pies en las arenas del desierto cami­ rábase el ambiente con el olor del huinumo.
no, borrando a trechos la marca ondulada de los peque­ ¡De buena gana' hubiérase quedado ahí mismo, con­
-ños médanos. Iban en silencio, como obsesionados por templando cómo el sol pintaba y repintaba los detalles
una idea fija o perdidos en la laguna de la somnolen­ del cerro! Hubiérale gustad'o tenderse sobre el camino y,
cia. De pronto, preguntó el niño: así recostado, mirar y remirar hasta cansarse, la polié­
-Abuelo ¿a <1ónde vamos? drica formación montañosa. Sólo pocas veces' habíase
Sin dejar de andar repuso el anciano: aventurado en él, llevado por su padre; recordaba muy
" -A los mogotes de La Amapola. bien que, cuando se perdió el buey pinto que soltaran' a
-¿Por qué tan lejos, tata Ubaldo? ¿Que no hay leña pastar, fue al cerro y le enseñaron las veredas. Se 4abía
más cerca? fatigado muchísimo, tenía que llevarle el padre de la ma·
El viejo reconvino: no y, en muchas ocasiones, deteníase a descansar. Re­
-No está lejos hijo, nada en este mundo está lejos; cordaba que desde lo. alto de una loma había visto un
todo se encuentra aquí nomás: al alcance de la ·mano. coyote que huía ...
Bostezó el niño y siguió caminando en silencio, viene Sacólo de su ensimismamiento el abuelo:
do los contornos de las huellas que iba dejando el abuelo. -¿Qué te pasa?
Se inundaba de claridades opalinas el ambiente, sur­ -Nada, abuelo; veía el cerro.
gía el Sol de entre las brumas y las últimas sombras co­ -¡Hum! -gruñó el viejo: y luego, arrastrando la
bijaban en occidente a las estrellas· rezagadas; corr,ían palabra como si quisiera desmenuzada 'para él mismo
los vientos, fríos, cristalinos, moviendo las frondas de los arrancarle toda la entraña-: ¡el cerro!
bosques. Empezaban a alumbrarse los diamantes del ro. . Detuvo su andar y, dando rienda suelta a las razo·
cío dando la impresión de Un feérico tesoro volcado sobre nes que la experiencia de los afios en él d~jara, así como
las hojas de los vegetales. al sentido profético, desesperanzado de los míseros, que '
Sintiendo una atracción irresistible, levantó el niño en todo pretenden encontrar símbolos y motivo de pesi.
la vista hacia el gran cerro que, como un ave inmensa mismo, prosiguió:
con sus alas abiertas, protegía las casitas del poblado -El cerro. .. ¡Poc.húpicua! ¡Míralo cómo está de
lejano; se quedó inmóvil contemplándolo a la luz cada negro y fel:?, míralo cómo se extiende sobre el pueblo
vez inás fuerte; al verlo, dentro de su alma vibraron sen. como un enorme murciélago que quisiera abrazar las ca­
t~::J.:ientos y recuerdos en confusión. Los árboles se veían sas! No te dejes engañar, hijo, por sus mañas de vieja
16 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 17

beza, un sombrero de palma con anchas alas; una faja pequeñitós, con sus copas verdes de tonos suaves cubrien­
de algodón teñido de rojo, a manera de cinto, completa. do hasta -la cima. Adivinábanse las barrancas por donde
ba la indumentaria. El viejo llevaba en la derecha una las crecientes, en época de lluvia, bajaban bramadoras e
hacha y el niño, sobre la faja, arrollada una reata de incontenibles formando torrentes impetuosos. Oíase el ru­
cuero crudo. Caminaban uno tras otro y sólo quedaban mor del viento cortado por las hojas filiformes 'y satu­
las huellas de sus pies en las arenas del desierto cami­ rábase el ambiente con el olor del huinumo.
no, borrando a trechos la marca ondulada de los peque­ ¡De buena gana' hubiérase quedado ahí mismo, con­
-ños médanos. Iban en silencio, como obsesionados por templando cómo el sol pintaba y repintaba los detalles
una idea fija o perdidos en la laguna de la somnolen­ del cerro! Hubiérale gustad'o tenderse sobre el camino y,
cia. De pronto, preguntó el niño: así recostado, mirar y remirar hasta cansarse, la polié­
-Abuelo ¿a <1ónde vamos? drica formación montañosa. Sólo pocas veces' habíase
Sin dejar de andar repuso el anciano: aventurado en él, llevado por su padre; recordaba muy
" -A los mogotes de La Amapola. bien que, cuando se perdió el buey pinto que soltaran' a
-¿Por qué tan lejos, tata Ubaldo? ¿Que no hay leña pastar, fue al cerro y le enseñaron las veredas. Se 4abía
más cerca? fatigado muchísimo, tenía que llevarle el padre de la ma·
El viejo reconvino: no y, en muchas ocasiones, deteníase a descansar. Re­
-No está lejos hijo, nada en este mundo está lejos; cordaba que desde lo. alto de una loma había visto un
todo se encuentra aquí nomás: al alcance de la ·mano. coyote que huía ...
Bostezó el niño y siguió caminando en silencio, viene Sacólo de su ensimismamiento el abuelo:
do los contornos de las huellas que iba dejando el abuelo. -¿Qué te pasa?
Se inundaba de claridades opalinas el ambiente, sur­ -Nada, abuelo; veía el cerro.
gía el Sol de entre las brumas y las últimas sombras co­ -¡Hum! -gruñó el viejo: y luego, arrastrando la
bijaban en occidente a las estrellas· rezagadas; corr,ían palabra como si quisiera desmenuzada 'para él mismo
los vientos, fríos, cristalinos, moviendo las frondas de los arrancarle toda la entraña-: ¡el cerro!
bosques. Empezaban a alumbrarse los diamantes del ro. . Detuvo su andar y, dando rienda suelta a las razo·
cío dando la impresión de Un feérico tesoro volcado sobre nes que la experiencia de los afios en él d~jara, así como
las hojas de los vegetales. al sentido profético, desesperanzado de los míseros, que '
Sintiendo una atracción irresistible, levantó el niño en todo pretenden encontrar símbolos y motivo de pesi.
la vista hacia el gran cerro que, como un ave inmensa mismo, prosiguió:
con sus alas abiertas, protegía las casitas del poblado -El cerro. .. ¡Poc.húpicua! ¡Míralo cómo está de
lejano; se quedó inmóvil contemplándolo a la luz cada negro y fel:?, míralo cómo se extiende sobre el pueblo
vez inás fuerte; al verlo, dentro de su alma vibraron sen. como un enorme murciélago que quisiera abrazar las ca­
t~::J.:ientos y recuerdos en confusión. Los árboles se veían sas! No te dejes engañar, hijo, por sus mañas de vieja
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LA AGONÍA DEL BOSQUE 19
que se pinta con colores nuevecitos cada albeada, no te
dejes engañar por sus retozos de potro joven cuando caen bando, sonaba como burla el viento cortando el huinu·
las primeras lluvias y suelta los arroyitos mansos sobre mo de los pinos.
las barrancas. Tú estás todavía muy niño para conocer que "Nada bueno esperes' del monte; cuando fueron a
tras todos esos colores y jugueteos, se esconde el alma repararle la cruz el año pasado, se tragó a los tres hom­
torva del cerro; yo lo he visto hosco y mal encachado mu­ bres, y hasta hoy no hemos tenido noticias de ellos. La
chas veces, sobre todo en las noches,. cuandQ al filo de otra vez para no ir más lejos, Antonio le metió una cu·
las doce suelta los cantos de los tecolotes y las lechuzas chillada a Tomás, porque en el terreno de éste aparecie­
y se oye el alarido de los naguales. ron unos árboles que antes no estaban. Antonio decía que
Tomás había corrido la cerca para robarle un pedazo de
"El año pasado me tragó ese cerro a la yegua que
tierra y éste alegaba que no era cierto; en el mismo lu·
'había comprado. Ese cerro se llevó para siempre a tío
gar de los hechos, fue donde le pegaron al herido y di­
Canor: un día el tío salió con rumbo a Patamba, lleva­
cen que el cerro tenía un fuerte viento y que los árboles
va su dinerito para comprar ropa; a los seis días, viendo
se movían como danzando y chillaba el viento en las ra­
que no regresaba, fuimos a buscarlo por todo el camino
mas. ¡No cabe duda, fue el monte el que hizo la maldad
y ahí nomás, en el puerto del agua, frente a un pino vie­ para que riñeran los hombres!
jo lo encontramos muerto, comido ya por los zopilotes,
"Y cosas peores tendremos que ver luego. No le
desfigurado y horrible. Unos dijeron que podrja haber
tengas mucha confianza; cuando vayas por algo, anda
sido que lo hubieran asaltado, pero cuando lo esculca­
siempre con cuidado y procura que nunca se te haga de
mos, le encontramos en las ropas todo el dinero.
noche, porque te asaltarían los fantasmas y no contarías
"¡ y sé lo que le pasó a Canor! Le sorprendió la no­ el cuento.
che en lo fuerte del monte y éste se 10 tragó, se lo co­ Luego, frenético, con la mirada fija en el cerro, temo
mió con su hocico negro y, si no nubiéramo's llegado tan bloroso, como viendo visiones y apuntándolo con la mano
a tiempo, ni los huesos' deja. siguió:
El abuelo lanzó un profundo suspiro, estuvo pensan­ -¡Míralo como está ahora, todo llenito de colores!
do algún rato' y luego prosiguió: Nos está llamando, nos está atrayendo como si tuviera
,-Es mucho dinero el que tiene el cerro ese; ¡mu­ vaho; quiere que nos metamos hasta muy adentro, nos
cho! En la revolución, cuando huyeron las familias prin­ está poniendo una red para ver si caemos en ella; ¡mira
cipales del pueblo, como no podían llevarse sus ahorros las lomas cómo están de verdes y bonitas, mira cómo
porque se los quitarían por el cam:in'o, se fueron a ente. está de quieto engañándonos! - y después, bajando la
rrarlos al monte; los pocos que regresaron después que mano y. pausadamente-: pero no le haremos caso, lo
se acabó la guerra, dicen que no encontraron ya el dine. dejaremos que haga lo que quiera, nosotros vamos tan
ro que habían enterrado y que cuando estaban escaro sólo por leña para la casa y no tenemos que ir más lejos
de lo que necesitamos.
18 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 19
que se pinta con colores nuevecitos cada albeada, no te
dejes engañar por sus retozos de potro joven cuando caen bando, sonaba como burla el viento cortando el huinu·
las primeras lluvias y suelta los arroyitos mansos sobre mo de los pinos.
las barrancas. Tú estás todavía muy niño para conocer que "Nada bueno esperes' del monte; cuando fueron a
tras todos esos colores y jugueteos, se esconde el alma repararle la cruz el año pasado, se tragó a los tres hom­
torva del cerro; yo lo he visto hosco y mal encachado mu­ bres, y hasta hoy no hemos tenido noticias de ellos. La
chas veces, sobre todo en las noches,. cuandQ al filo de otra vez para no ir más lejos, Antonio le metió una cu·
las doce suelta los cantos de los tecolotes y las lechuzas chillada a Tomás, porque en el terreno de éste aparecie­
y se oye el alarido de los naguales. ron unos árboles que antes no estaban. Antonio decía que
Tomás había corrido la cerca para robarle un pedazo de
"El año pasado me tragó ese cerro a la yegua que
tierra y éste alegaba que no era cierto; en el mismo lu·
'había comprado. Ese cerro se llevó para siempre a tío
gar de los hechos, fue donde le pegaron al herido y di­
Canor: un día el tío salió con rumbo a Patamba, lleva­
cen que el cerro tenía un fuerte viento y que los árboles
va su dinerito para comprar ropa; a los seis días, viendo
se movían como danzando y chillaba el viento en las ra­
que no regresaba, fuimos a buscarlo por todo el camino
mas. ¡No cabe duda, fue el monte el que hizo la maldad
y ahí nomás, en el puerto del agua, frente a un pino vie­ para que riñeran los hombres!
jo lo encontramos muerto, comido ya por los zopilotes,
"Y cosas peores tendremos que ver luego. No le
desfigurado y horrible. Unos dijeron que podrja haber
tengas mucha confianza; cuando vayas por algo, anda
sido que lo hubieran asaltado, pero cuando lo esculca­
siempre con cuidado y procura que nunca se te haga de
mos, le encontramos en las ropas todo el dinero.
noche, porque te asaltarían los fantasmas y no contarías
"¡ y sé lo que le pasó a Canor! Le sorprendió la no­ el cuento.
che en lo fuerte del monte y éste se 10 tragó, se lo co­ Luego, frenético, con la mirada fija en el cerro, temo
mió con su hocico negro y, si no nubiéramo's llegado tan bloroso, como viendo visiones y apuntándolo con la mano
a tiempo, ni los huesos' deja. siguió:
El abuelo lanzó un profundo suspiro, estuvo pensan­ -¡Míralo como está ahora, todo llenito de colores!
do algún rato' y luego prosiguió: Nos está llamando, nos está atrayendo como si tuviera
,-Es mucho dinero el que tiene el cerro ese; ¡mu­ vaho; quiere que nos metamos hasta muy adentro, nos
cho! En la revolución, cuando huyeron las familias prin­ está poniendo una red para ver si caemos en ella; ¡mira
cipales del pueblo, como no podían llevarse sus ahorros las lomas cómo están de verdes y bonitas, mira cómo
porque se los quitarían por el cam:in'o, se fueron a ente. está de quieto engañándonos! - y después, bajando la
rrarlos al monte; los pocos que regresaron después que mano y. pausadamente-: pero no le haremos caso, lo
se acabó la guerra, dicen que no encontraron ya el dine. dejaremos que haga lo que quiera, nosotros vamos tan
ro que habían enterrado y que cuando estaban escaro sólo por leña para la casa y no tenemos que ir más lejos
de lo que necesitamos.
20 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 21
"¡No olvides mi consejo: vélo siempre como a un
Poc·húpicua, el bosqJle que proporcionaba leña, ma·
enemigo, con recelo, porque algún día nos hará más
dera para trojes, tejamanil y arados a los indios, se mos·'
daño que el que nos ha hecho hasta ahora!
traba aquella mañana como nunca: esplendente y fuerte,
Enmudeció el anciano,. La fuerza que le poseyera
con la santa fuerza inocente de la naturaleza virgen; sus
haciéndolo hablar tanto tiempo había desaparecido yen·.
piéos parecían agujas de torres encant~das, su silueta de
corvándose bajo el peso del recuerdo evocado, sin decir
águila caudal abriendo las alas amorosas para cobijar
otra palabra al niño que le miraba asombrado y confu·
el pueblo de.la Comunidad,' era un raso glauco, una al·
so, siguió" por la senda cubierta con la arena del Parí·
fombra lejana tapizando las aristas agudas de las rocas.
cuti y a grandes pasos se alejó del lugar dejando sobre
Quizá los indios le tuvieran miedo más bien a causa de
la ceniza las grandes huellas de los huaraches. Siguiólo
aquella irreal belleza que por ningún otro motivo; aqueo
el niño, cejijunto, y triste, sin voltear la cara hacia la
lla fastuosidad despertaba en sus almas complejas sen·
mole esmeralda del monte y con una profunda decepción
saciones irresolubles y trataban de sustraerse a ellas col·
oprimiéndole estrechamente el corazón, donde se ahoga.
mando de maldiciones y leyendas de terror y muerte al
ban sus pequeñas ilusiones.
bosque. Quizás esa desazón angustiosa que se experimen.
, Siguieron caminando. Por la senda enarenada que·
ta ante las cosas hermosas que no pueden ser poseídas o
daban las huellas, como símboÍos de' un eterno, peregri.
dominadas, les inquietara los escondidos fondos de sus
naje por el,hosco destino, como bajo relieves de manos
almas sensitivas y sencillas. Así era como todos habla·
'informes pidiendo clemencia.
ban mal de él, a pesar de que les proporcionaba la ma·
Rugía el volcán en la distancia su chorro de ceniza
dera para sus necesidades y de que con el precio de sus
,y fuego; como una lengua bramadora hacía estremecer
productos, sacaban el auxilio para remediarse cuando los
los aires de la mañana que presentábase radiosa, el sol
temporales no eran propicios al maíz.
inundaba de luz dorada todos los espacios, las últimas
El hondo sentimiento trágico que anida en los indios
estrellas habían desaparecido opacadas por la claridad;
, hacíales comprender que aquella milagrosa riqueza del
del monte bajaban vientecillos fríos, olorosos a tierra hú­
meda, a huinumo y hojarasca. monte, que no podrían tener para ellos en toda su pIe·
nitud, sería utilizada por otros, por alguien que no fuera
Poc·húpicua, el bosue de la tierra, se cubría de es­
ellos y, al final, se quedarían aún sin sus bosques. Estos
plendor matinal, el rocío, se evaporaba en gasas tenues
presentimientos los inducían a propalar por todos los ám·
que ascendían como los velos de una danzarina, dejando
hitos razones falsas sobre la naturaleza:
, al descubierto los cuerpos verdes de los árboles. El ru·
-"El monte está feo" -decían cuando bajaqan a
mor de las hojas, mecidas por el viento suave, tenía un
Uruapan a vender carnero ,o maíz.
acento de oración dicha por millones de seres bajo las
-"Muy malo monte ¡muy malo monte!" -repe~'
ojivas ilusiones de las ramas, como en una inmensa, in·
creada catedral. tían como letanía angustiosa las guares que llegaban a
la ciudad a vender corundas, toqueras, gallinas, ceñido·
20 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 21
"¡No olvides mi consejo: vélo siempre como a un
Poc·húpicua, el bosqJle que proporcionaba leña, ma·
enemigo, con recelo, porque algún día nos hará más
dera para trojes, tejamanil y arados a los indios, se mos·'
daño que el que nos ha hecho hasta ahora!
traba aquella mañana como nunca: esplendente y fuerte,
Enmudeció el anciano,. La fuerza que le poseyera
con la santa fuerza inocente de la naturaleza virgen; sus
haciéndolo hablar tanto tiempo había desaparecido yen·.
piéos parecían agujas de torres encant~das, su silueta de
corvándose bajo el peso del recuerdo evocado, sin decir
águila caudal abriendo las alas amorosas para cobijar
otra palabra al niño que le miraba asombrado y confu·
el pueblo de.la Comunidad,' era un raso glauco, una al·
so, siguió" por la senda cubierta con la arena del Parí·
fombra lejana tapizando las aristas agudas de las rocas.
cuti y a grandes pasos se alejó del lugar dejando sobre
Quizá los indios le tuvieran miedo más bien a causa de
la ceniza las grandes huellas de los huaraches. Siguiólo
aquella irreal belleza que por ningún otro motivo; aqueo
el niño, cejijunto, y triste, sin voltear la cara hacia la
lla fastuosidad despertaba en sus almas complejas sen·
mole esmeralda del monte y con una profunda decepción
saciones irresolubles y trataban de sustraerse a ellas col·
oprimiéndole estrechamente el corazón, donde se ahoga.
mando de maldiciones y leyendas de terror y muerte al
ban sus pequeñas ilusiones.
bosque. Quizás esa desazón angustiosa que se experimen.
, Siguieron caminando. Por la senda enarenada que·
ta ante las cosas hermosas que no pueden ser poseídas o
daban las huellas, como símboÍos de' un eterno, peregri.
dominadas, les inquietara los escondidos fondos de sus
naje por el,hosco destino, como bajo relieves de manos
almas sensitivas y sencillas. Así era como todos habla·
'informes pidiendo clemencia.
ban mal de él, a pesar de que les proporcionaba la ma·
Rugía el volcán en la distancia su chorro de ceniza
dera para sus necesidades y de que con el precio de sus
,y fuego; como una lengua bramadora hacía estremecer
productos, sacaban el auxilio para remediarse cuando los
los aires de la mañana que presentábase radiosa, el sol
temporales no eran propicios al maíz.
inundaba de luz dorada todos los espacios, las últimas
El hondo sentimiento trágico que anida en los indios
estrellas habían desaparecido opacadas por la claridad;
, hacíales comprender que aquella milagrosa riqueza del
del monte bajaban vientecillos fríos, olorosos a tierra hú­
meda, a huinumo y hojarasca. monte, que no podrían tener para ellos en toda su pIe·
nitud, sería utilizada por otros, por alguien que no fuera
Poc·húpicua, el bosue de la tierra, se cubría de es­
ellos y, al final, se quedarían aún sin sus bosques. Estos
plendor matinal, el rocío, se evaporaba en gasas tenues
presentimientos los inducían a propalar por todos los ám·
que ascendían como los velos de una danzarina, dejando
hitos razones falsas sobre la naturaleza:
, al descubierto los cuerpos verdes de los árboles. El ru·
-"El monte está feo" -decían cuando bajaqan a
mor de las hojas, mecidas por el viento suave, tenía un
Uruapan a vender carnero ,o maíz.
acento de oración dicha por millones de seres bajo las
-"Muy malo monte ¡muy malo monte!" -repe~'
ojivas ilusiones de las ramas, como en una inmensa, in·
creada catedral. tían como letanía angustiosa las guares que llegaban a
la ciudad a vender corundas, toqueras, gallinas, ceñido·
22 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 23
res, rebozos y hongos rojos; cuando alguien les pregun­
. Poc-húpicua proveía al pueblo de combustible; leña
taba aun cuando fuese sin intención alguna y solamente
por el deseo de oírlas hablar en su media lengua. que después ardería alegremente en las paranguas calen­
tando el yantar modesto"de frijoles y tortillas; daba los
Poc-húpica, bosque hermoso de árboles rendidos, ele­
vados, gruesos, como venerables monumentos de vida. arados que, con calza de fierro, hendían desde tiempo
inmemorial, las tierras ligeras de los campos donde, en
Montes donde vivían los animales silvestres sin que nadie
diciembre, lUcÍí:lll al sol brillante las mazorcas de granos
los molestara; rincón donde el equilibrio de la naturale­
za imperaba como única ley. dorados. El proporcionaba también las vigas y morillos
¡Monte de la Comunidad de Puruarato! para hacer ~os puentes que salvan las profundas barran­
cas, que de otro modo no podrían cruzarse en la tempo­
No había en toda la zona bosque más hermoso ni
rada de "aguas", cuando los torrentes hacen imposible
más rico: los árboles se elevaban majestuosos con sus
el tránsito por los vados de "secas". '
grandes troncos rectos. Accesible la espesura desde cual­
quier punto, sin grandes pendientes, con poco malpaís. Un bello bosque, el mejor de toda la región, era el
Desde que el monte era monte, sólo habíase escucha­ que pertenecía a la Comunidad del Puruarato. Desde
do en sus profurididades, el sonido que arancaran los ru­ la época de la Colonia, cuando los conquistadores pre­
dos instrumentos de corte de los purépechas y las mo­ firieron pactar a base de concesiones con los bravos pu­
dernas hachas con que los descendientes, cotidianamen­ répechas, antes que seguir teniéndolos como enemigos
te, llegaban a tomar una ínfima porción de madera para mortales, insumisos, la ,Comunidad estaba en posesión
sus necesidades domésticas. pacífica de sus montes y sus tierras.
De sus verdes espesuras salían las tablas labradas Los antiguos documentos originales eran conservados
para hacer trojes rústicas que después serían techadas con por el más viejo de la localidad y, sobre los papeles des­
tejamanil y en las cuales no se utiliza clavo alguno: ma­ haciéndose, en donde apenas podían leerse los caracte­
dera y solamente madera. res mánuscritos nombiados a algún Rey de España, los
Cuando los novios pensaban casarse dirigían mira­ sellos de "un qaltillo" y similares, daban fe de auten­
das tiernas al bosque del cual saldría la nueva vivienda; ticidad al arcaico documento.
el mozo levantábase más temprano que de costumbre y, No era muy rica la Comunidad, cierto, pero vivía en
antes de dedicarse a las faenas diarias con los padres, paz y tranquilidad, lejos ya de la legendaria época gue­
iba a labrar las toscas tablas con su hacha; finalmente rrera de la revolución, a la cual diera también la contri­
las acarreaba a lomo de burro, ayudado por sus parien­ bución apreciable de la sangr~ de sus mejores hijos, cu­
tes y amigos, quienes le daban una "mano" para levan-, yas hazañas eran relatadas por el viejo Ubaldo, en las
tal' la troje, aconsejando cómo había que rebajar más las noches de fiesta, a los jóvenes que absortos escuchaban:
ranuras de los extremos para que la unión de las piezas
diera mayor solidez a la construcción. -"AHá por el año del diez, se levantó Tata Maclo­
vio y ... "
22 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 23
res, rebozos y hongos rojos; cuando alguien les pregun­
. Poc-húpicua proveía al pueblo de combustible; leña
taba aun cuando fuese sin intención alguna y solamente
por el deseo de oírlas hablar en su media lengua. que después ardería alegremente en las paranguas calen­
tando el yantar modesto"de frijoles y tortillas; daba los
Poc-húpica, bosque hermoso de árboles rendidos, ele­
vados, gruesos, como venerables monumentos de vida. arados que, con calza de fierro, hendían desde tiempo
inmemorial, las tierras ligeras de los campos donde, en
Montes donde vivían los animales silvestres sin que nadie
diciembre, lUcÍí:lll al sol brillante las mazorcas de granos
los molestara; rincón donde el equilibrio de la naturale­
za imperaba como única ley. dorados. El proporcionaba también las vigas y morillos
¡Monte de la Comunidad de Puruarato! para hacer ~os puentes que salvan las profundas barran­
cas, que de otro modo no podrían cruzarse en la tempo­
No había en toda la zona bosque más hermoso ni
rada de "aguas", cuando los torrentes hacen imposible
más rico: los árboles se elevaban majestuosos con sus
el tránsito por los vados de "secas". '
grandes troncos rectos. Accesible la espesura desde cual­
quier punto, sin grandes pendientes, con poco malpaís. Un bello bosque, el mejor de toda la región, era el
Desde que el monte era monte, sólo habíase escucha­ que pertenecía a la Comunidad del Puruarato. Desde
do en sus profurididades, el sonido que arancaran los ru­ la época de la Colonia, cuando los conquistadores pre­
dos instrumentos de corte de los purépechas y las mo­ firieron pactar a base de concesiones con los bravos pu­
dernas hachas con que los descendientes, cotidianamen­ répechas, antes que seguir teniéndolos como enemigos
te, llegaban a tomar una ínfima porción de madera para mortales, insumisos, la ,Comunidad estaba en posesión
sus necesidades domésticas. pacífica de sus montes y sus tierras.
De sus verdes espesuras salían las tablas labradas Los antiguos documentos originales eran conservados
para hacer trojes rústicas que después serían techadas con por el más viejo de la localidad y, sobre los papeles des­
tejamanil y en las cuales no se utiliza clavo alguno: ma­ haciéndose, en donde apenas podían leerse los caracte­
dera y solamente madera. res mánuscritos nombiados a algún Rey de España, los
Cuando los novios pensaban casarse dirigían mira­ sellos de "un qaltillo" y similares, daban fe de auten­
das tiernas al bosque del cual saldría la nueva vivienda; ticidad al arcaico documento.
el mozo levantábase más temprano que de costumbre y, No era muy rica la Comunidad, cierto, pero vivía en
antes de dedicarse a las faenas diarias con los padres, paz y tranquilidad, lejos ya de la legendaria época gue­
iba a labrar las toscas tablas con su hacha; finalmente rrera de la revolución, a la cual diera también la contri­
las acarreaba a lomo de burro, ayudado por sus parien­ bución apreciable de la sangr~ de sus mejores hijos, cu­
tes y amigos, quienes le daban una "mano" para levan-, yas hazañas eran relatadas por el viejo Ubaldo, en las
tal' la troje, aconsejando cómo había que rebajar más las noches de fiesta, a los jóvenes que absortos escuchaban:
ranuras de los extremos para que la unión de las piezas
diera mayor solidez a la construcción. -"AHá por el año del diez, se levantó Tata Maclo­
vio y ... "
24 JEs6s, URIBE RUIZ

Bosque de la Comunidad de Puruarato, Poc.húpicua,


defensor de la Comunidad, regulador de la lluvia, pro.
tector, de los manantiales, barrera contra los vientos fu.
riosos, fertilizador de 'la delgada tierra ...
¡Te temían los indios!

11

MATANDO VENADO

_¡ OYE TÚ -.-llamó don Jaime Martínez a un indio ya


viejo, que se e~contraba arpillando madera en el patio
del aserradero-: ¡Ven acá! . '
El indio cesó su labor, acomodó la tabla que llevaba
a cuestas y se aproximó al dueño:
. -Mande usted, patrón.
-¿Tú eres de Puruarato?
. -No, patrón, soy de Cuandutiro, al lado de Purua·
rato.
-¿ y no conoces Puruarato?
-Pues verá usted, aunque nací donde le digo, des­
de muy chico fui a trabajar a Puruarato, porque ahí vi­
vía un tío de mi mamá, que fue el único familiar que me
reconoció cuando quedé huérfano. Le conozco la gente
de esa Comunidad, las tierras de labor como a mis ma­
nos y los montes ¿o no es eso lo que le interesa? -bri­
llaron de alegría los ojos del explotador pero no dijo
palabra; comprendió el indio y siguió hablando-o Los
monte,s los conozco como si' fueran mis bebederos. ¡Con
decirle que trabajé ,haciendo tejamaniles y sacando mo­
rillos para venderlos en Uruapan!
24 JEs6s, URIBE RUIZ

Bosque de la Comunidad de Puruarato, Poc.húpicua,


defensor de la Comunidad, regulador de la lluvia, pro.
tector, de los manantiales, barrera contra los vientos fu.
riosos, fertilizador de 'la delgada tierra ...
¡Te temían los indios!

11

MATANDO VENADO

_¡ OYE TÚ -.-llamó don Jaime Martínez a un indio ya


viejo, que se e~contraba arpillando madera en el patio
del aserradero-: ¡Ven acá! . '
El indio cesó su labor, acomodó la tabla que llevaba
a cuestas y se aproximó al dueño:
. -Mande usted, patrón.
-¿Tú eres de Puruarato?
. -No, patrón, soy de Cuandutiro, al lado de Purua·
rato.
-¿ y no conoces Puruarato?
-Pues verá usted, aunque nací donde le digo, des­
de muy chico fui a trabajar a Puruarato, porque ahí vi­
vía un tío de mi mamá, que fue el único familiar que me
reconoció cuando quedé huérfano. Le conozco la gente
de esa Comunidad, las tierras de labor como a mis ma­
nos y los montes ¿o no es eso lo que le interesa? -bri­
llaron de alegría los ojos del explotador pero no dijo
palabra; comprendió el indio y siguió hablando-o Los
monte,s los conozco como si' fueran mis bebederos. ¡Con
decirle que trabajé ,haciendo tejamaniles y sacando mo­
rillos para venderlos en Uruapan!
26 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 27

Después, como viera que aquello comenzaba a inte­ que necesito y descansar de todos estos meses de friega
resar al patrón y con el deseo de prolongar la charla, que constante!
le liberaba por instantes del pesado trabajo que realiza. Después, variando el.,tema y ya un tanto más serio,
ra momentos antes, prosiguió: como anepentido de haberse mostrado al descubierto ante
-Yo creo, patrón, que usted no ha visto hasta aho­ el trabajador, le dijo:
ra montes que se parezcan a ésos: llanadas tan lisas como -Mañana mismo iremos ya que, como dices, no que­
la palma de la mano, cubiertas por poco ¡no vale la pena! da lejos. ¿Llegaremos?
Fina madera en verdad la que debe sacarse de esos mono -¡Oh, sí! -se apresuró a contestar su interlocu­
tes. -Se calló el indio y, mirando fijamente al patrón, tor-. A caballo y por los atajos que conozco, si salio
como dándole un consejo, pero en realidad queriendo mos antes de que alumbre el sol, estaremos allá al medio­
adelantar la respuesta a la pregunta que presentía se le' día.
iba a, hacer, espetó-: ¿Por qué no quiere que vayamos ·-Bueno, entonces te preparas. Le dices al capataz
a darle una vueltita? No se halla lejos; podemos salir que me vaya a ver para decirle que te quite del trabajo .,
c~ando quiera. Yo lo llevo comb nomás de paseo a como que tienes y que te ponga de mi mozo de estribo. Vete
pral' lana o maíz, o a tirarle al venado; así puede ente­ de una vez para que arregles tus cosas y toma diez pesos
rarse de que es cierto, el "redibao" que le he dicho. , para que compres lo que necesites, mientras, le digo al
Se iluminó la cara de don Jaime, le brillaron más que pagador que te tenga lista la raya qUe te toca y que te
de costumbre los ojos y asomaron los dientes blancos, la entregue hoy en la noche.
grandes, en una amplia sonrisa de satisfacción. Antes de -Gracias ¡muchas gracias patrón, Dios le ha de con­
responder estuvo pensando: ¡No cabía duda, la suerte ceder la gloria! Desde luego voy a hacer mis "tamba·
lo favorecía ! Ya se le' estaba acabando la madera en el ches" y' a mercar algo de "víveres" para el camino.
lugar donde se hallaba con su aserradero. Desde hacía -Todo sonriente, la cara que le resplandecía de conten­
algúp. tiempo había pensado emigrar a otro sitio; le ha­ to, repitió Lorenzo-: Muchas gracias ¡el Señor le ha
bían hablado, de Puruarato, pero no había tenido oportu­ de dar la gloria!
nidad de encontrar a alguien de allí. Pero ahora estaba Se alejó don Jaime del patio del aserradero y el in­
la ocasión favorable con este indio que mucho le servi­ dio conió a la cabaña de tejamanil donde guardaba sus
ría. "triques", para alistarse al viaje del día siguiente.
Con la sonrisa en los labios y, como pensando en voz ¡Qué suerte tenía el indio Lorenzo! ¿Quién iba a de·
alta, mientras, miraba al indígena con expresión socarro­ cirle que dejaría de hacer aquel trabajo de cargar ma­
na, arrastrando lentamente las palabras contestó: dera en el lomo, para transformarse en el consentido del
-¡Hum! ¿Conque hay mucho venado por allá, eh? patrón? A él le parecía que toda la vida iba a estar car­
y con lo mucho que me gusta la tirada ¡lástima que no gando tablas y más tablas. Ya la espalda la tenía dura
haya tenido tiempo antes para tomar unas vacacioncitas y cuerosa como piel de mula, las manos callosas frecuen­
26 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 27

Después, como viera que aquello comenzaba a inte­ que necesito y descansar de todos estos meses de friega
resar al patrón y con el deseo de prolongar la charla, que constante!
le liberaba por instantes del pesado trabajo que realiza. Después, variando el.,tema y ya un tanto más serio,
ra momentos antes, prosiguió: como anepentido de haberse mostrado al descubierto ante
-Yo creo, patrón, que usted no ha visto hasta aho­ el trabajador, le dijo:
ra montes que se parezcan a ésos: llanadas tan lisas como -Mañana mismo iremos ya que, como dices, no que­
la palma de la mano, cubiertas por poco ¡no vale la pena! da lejos. ¿Llegaremos?
Fina madera en verdad la que debe sacarse de esos mono -¡Oh, sí! -se apresuró a contestar su interlocu­
tes. -Se calló el indio y, mirando fijamente al patrón, tor-. A caballo y por los atajos que conozco, si salio
como dándole un consejo, pero en realidad queriendo mos antes de que alumbre el sol, estaremos allá al medio­
adelantar la respuesta a la pregunta que presentía se le' día.
iba a, hacer, espetó-: ¿Por qué no quiere que vayamos ·-Bueno, entonces te preparas. Le dices al capataz
a darle una vueltita? No se halla lejos; podemos salir que me vaya a ver para decirle que te quite del trabajo .,
c~ando quiera. Yo lo llevo comb nomás de paseo a como que tienes y que te ponga de mi mozo de estribo. Vete
pral' lana o maíz, o a tirarle al venado; así puede ente­ de una vez para que arregles tus cosas y toma diez pesos
rarse de que es cierto, el "redibao" que le he dicho. , para que compres lo que necesites, mientras, le digo al
Se iluminó la cara de don Jaime, le brillaron más que pagador que te tenga lista la raya qUe te toca y que te
de costumbre los ojos y asomaron los dientes blancos, la entregue hoy en la noche.
grandes, en una amplia sonrisa de satisfacción. Antes de -Gracias ¡muchas gracias patrón, Dios le ha de con­
responder estuvo pensando: ¡No cabía duda, la suerte ceder la gloria! Desde luego voy a hacer mis "tamba·
lo favorecía ! Ya se le' estaba acabando la madera en el ches" y' a mercar algo de "víveres" para el camino.
lugar donde se hallaba con su aserradero. Desde hacía -Todo sonriente, la cara que le resplandecía de conten­
algúp. tiempo había pensado emigrar a otro sitio; le ha­ to, repitió Lorenzo-: Muchas gracias ¡el Señor le ha
bían hablado, de Puruarato, pero no había tenido oportu­ de dar la gloria!
nidad de encontrar a alguien de allí. Pero ahora estaba Se alejó don Jaime del patio del aserradero y el in­
la ocasión favorable con este indio que mucho le servi­ dio conió a la cabaña de tejamanil donde guardaba sus
ría. "triques", para alistarse al viaje del día siguiente.
Con la sonrisa en los labios y, como pensando en voz ¡Qué suerte tenía el indio Lorenzo! ¿Quién iba a de·
alta, mientras, miraba al indígena con expresión socarro­ cirle que dejaría de hacer aquel trabajo de cargar ma­
na, arrastrando lentamente las palabras contestó: dera en el lomo, para transformarse en el consentido del
-¡Hum! ¿Conque hay mucho venado por allá, eh? patrón? A él le parecía que toda la vida iba a estar car­
y con lo mucho que me gusta la tirada ¡lástima que no gando tablas y más tablas. Ya la espalda la tenía dura
haya tenido tiempo antes para tomar unas vacacioncitas y cuerosa como piel de mula, las manos callosas frecuen­
28 JESÚS URlBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 29

temente le sangraban con las astillas que se le encajaban


mente por ,el recuerdo, encontrábala colorida, risueña~.
. como puñales. En las noches, cuando el frío mordíale á
alegre y prometedora; acariciaba casi la evocación, como
despecho del sarape negro y lanudo, cuando la hume­
si fuese una sola cosa tangible y en el. pensamiento, di·
dad del suelo le taladraba las articulaciones, a pesar d~l
rigíala palabras tierna~: f'¡ Comunidad de Puruarato, pue·
petate mugroso y roto, creía que para él había termina.
blo bonito! casitas de colores, campos verdes". ¡Y vaya
do la suerte en la vida. 1 si la conocía! Podría aventurarse en los montes con los
Sobre todo, llevaba. una íntima congoja que hasta ojos cerrados y de noche; podría llevar a quien quisie­
aquel momento se disolvía sin dejar huellas: ¡cómo le ra a los lugares donde el monte estaba mejor, a los pa­
pesaba no haber podido servir para otra cosa en el ase­ rajes donde los árboles parece!). columnas como las que
r.radero! ¡Arpillar madera! El era muy bruto, pero com.. hay en los templos: lisos, redonditos, sin nudos.
prendía' que aquel trabajo estaba destinado para los más Terminó de hacer su "tambache'" con los triques que
zafios, para los que no precisan usar la cabeza sino las tenía, arrinconó el petate y sobre él se sentó, dando rien·
manos, sólo manos y músculos, el hombre en su más pre-' da suelta a sus ilusiones: blandas masas de sentimientos
caria definición de oficio: bestia de carga, bestia peno irrealizados, movidas, hechas por el deseo.
sante, doliente, cargada de penas, enfermedades y triste. Don Jaime entró a la casa de madera que servía de
zas, pero pasiva, mansa, ejecutando el trabajo mecánica­ oficinas y despacho en el aserradero, se sentó frente a
mente. una mesa y empezó a escribir las instrucciones a que de·
- ¡ Ah! (suspira de contento) pero todo había ter.
bía sujetarse el capataz durante su ausencia. Este sor·
minádo, cambiando de ·improviso: ¡Mozo' de estribo! Las
prendiólo en tal labor.
hartadas que se iba a dar con las sobras de la cocina del
-.¿Que me llamaste coinpa~re? Me dijo el indio que
patrón, la vida regalada que llevaría, sin tener que estar
me necesitabas; que ibas a salir mañana de aquí ¡o no
con el ojo alerta viendo que el capataz se alejara un poco,
sé qué cosa por el estilo! \.
para sobarse las articulaciones doloridas. y puede ser
, -Sí, es cierto, voy a salir mañana con rumbo a Pu­
que hasta dejaran de llamarlo con aquel sobrenombre
ruarato, con el indio. Quiero ver esos montes para salir
genérico a todos los indios: José, y ahora le nombraban
de una vez por todas de las dudas; te estoy terminando
con su propio apelativo. las instruciones de lo que debes hacer mientras estoy fue­
¡Quién se lo iba a decir! Y. todo nada más porque ra. No creo tardar más de tres días; en caso de que no
conocía la Comunidad de Puruarato. Siempre le había regrese en ese tiempo, vayan tú y tu compadre Pantaleón
parecido éste un pueblo destartalado y mísero, con su a Puruarato a buscarme.
gran cerro, como mql'ciélago, y sus interminables tierras -¿Vas a ir solo?
de labor, donde dejara los años mozos embarrados en -Nada más con el indio ese que arpillaba la made·
los surcos cual semillas estériles. En estos instantes, la re­ ra. Ya sabes que mientras menos ruido le hagamos a la
veía en la memoria como una visión. iluminada suave. cosa es mejor; si voy con gran compañía los indios se ma­
28 JESÚS URlBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 29

temente le sangraban con las astillas que se le encajaban


mente por ,el recuerdo, encontrábala colorida, risueña~.
. como puñales. En las noches, cuando el frío mordíale á
alegre y prometedora; acariciaba casi la evocación, como
despecho del sarape negro y lanudo, cuando la hume­
si fuese una sola cosa tangible y en el. pensamiento, di·
dad del suelo le taladraba las articulaciones, a pesar d~l
rigíala palabras tierna~: f'¡ Comunidad de Puruarato, pue·
petate mugroso y roto, creía que para él había termina.
blo bonito! casitas de colores, campos verdes". ¡Y vaya
do la suerte en la vida. 1 si la conocía! Podría aventurarse en los montes con los
Sobre todo, llevaba. una íntima congoja que hasta ojos cerrados y de noche; podría llevar a quien quisie­
aquel momento se disolvía sin dejar huellas: ¡cómo le ra a los lugares donde el monte estaba mejor, a los pa­
pesaba no haber podido servir para otra cosa en el ase­ rajes donde los árboles parece!). columnas como las que
r.radero! ¡Arpillar madera! El era muy bruto, pero com.. hay en los templos: lisos, redonditos, sin nudos.
prendía' que aquel trabajo estaba destinado para los más Terminó de hacer su "tambache'" con los triques que
zafios, para los que no precisan usar la cabeza sino las tenía, arrinconó el petate y sobre él se sentó, dando rien·
manos, sólo manos y músculos, el hombre en su más pre-' da suelta a sus ilusiones: blandas masas de sentimientos
caria definición de oficio: bestia de carga, bestia peno irrealizados, movidas, hechas por el deseo.
sante, doliente, cargada de penas, enfermedades y triste. Don Jaime entró a la casa de madera que servía de
zas, pero pasiva, mansa, ejecutando el trabajo mecánica­ oficinas y despacho en el aserradero, se sentó frente a
mente. una mesa y empezó a escribir las instrucciones a que de·
- ¡ Ah! (suspira de contento) pero todo había ter.
bía sujetarse el capataz durante su ausencia. Este sor·
minádo, cambiando de ·improviso: ¡Mozo' de estribo! Las
prendiólo en tal labor.
hartadas que se iba a dar con las sobras de la cocina del
-.¿Que me llamaste coinpa~re? Me dijo el indio que
patrón, la vida regalada que llevaría, sin tener que estar
me necesitabas; que ibas a salir mañana de aquí ¡o no
con el ojo alerta viendo que el capataz se alejara un poco,
sé qué cosa por el estilo! \.
para sobarse las articulaciones doloridas. y puede ser
, -Sí, es cierto, voy a salir mañana con rumbo a Pu­
que hasta dejaran de llamarlo con aquel sobrenombre
ruarato, con el indio. Quiero ver esos montes para salir
genérico a todos los indios: José, y ahora le nombraban
de una vez por todas de las dudas; te estoy terminando
con su propio apelativo. las instruciones de lo que debes hacer mientras estoy fue­
¡Quién se lo iba a decir! Y. todo nada más porque ra. No creo tardar más de tres días; en caso de que no
conocía la Comunidad de Puruarato. Siempre le había regrese en ese tiempo, vayan tú y tu compadre Pantaleón
parecido éste un pueblo destartalado y mísero, con su a Puruarato a buscarme.
gran cerro, como mql'ciélago, y sus interminables tierras -¿Vas a ir solo?
de labor, donde dejara los años mozos embarrados en -Nada más con el indio ese que arpillaba la made·
los surcos cual semillas estériles. En estos instantes, la re­ ra. Ya sabes que mientras menos ruido le hagamos a la
veía en la memoria como una visión. iluminada suave. cosa es mejor; si voy con gran compañía los indios se ma­
LA AGONÍA DEL BOSQUE 31
30 JESÚS URIBE RUIZ

liciarían algo y, a la hora de la compra del monte (si , to con los amigos i quince días de parranda¡ (Al fin y al
es que se hace) se no~ pondrán caros. Lo mejor es lo que cabo para eso es el dinero: para que ruede puesto que
ya he dispuesto, saldremos el indio y yo muy de madru­ es redondo; hoy está en nuestras manos, mañana ¿quién
gada; que nos ensillen dos caballos, para mí el retinto sabe?)
y tú te encargas de aceitar la retrocarga ahora mismo, Con voluptuosidad veía en la pantalla de la mente
me llevaré unos cincuenta cartuchos porque voy a llegar , el mapa del Estado, fijaba los puntos explotados y lue­
con el cuento de que me dedicaré a matar venados. -Son­ go hacía comparación con las enormes superficies del
rió y por fin explotó en una alegre carcajada, mientras sur, aún sin explotación; se sentía como colocado en al·
con doble sentido, maliciosO', decía.--: ¡Ojalá mate ve­ gún miraje elevadísimo, desde el cual poder admirar toda
nado! la ancha superficie boscosa a la que todavía podría ex­
Se carcajeó también el capataz, desentrañado el sen. traérsele mucho provecho; luego aquella visión se le trans­
tido y coreó con malicia: formaba dentro de la mente en una gran alfombra donde
-Sí, compadre, ¡ojalá mates venado! estuvieran enclavados árboles extraños, formados con co­
Interrumpióse la risa del maderero para explicar: lumnas de pesos por cañas y veía a los hacheros, sus ha­
-Dile al pagador que le tenga lista la raya al in.
cheros, cortar aquellas columnas metálicas en trozos don­
dio, hoyes miércoles, pero que le pague, toda la semana
de las monedas permanecían raramente pegadas unas a
como si la hubiera trabajado; desde la que entra pasa a
otras.,. Y veía los rollizos así cortados llegar a sus ase­
ser mi mozo de estribo, con el mismo sueldo, dile tam­
rraderos, donde las sierras entraban como manos metáli­
bién que ponga a otro menos bruto a substituirlo arpi.
cas hurgando los discos de plata para finalmente, en de-­
lIando. talle tentador contemplar las innumerables' tongas en sus
Asintió el capataz y esperó en silen~io a que don patios, como montones de pesos: tablas hechas de pesos
Jaime terminara los apuntes de las "instrucciones". Cuan­ b,rillantes al sol que resplandecía.
do esto sucedió tomó la hoja escrita y se alejó con rumbo
al aserradero, dejando solo al explotador. Este, sentado Era como si todos sus trabajadores fueran ciegos y
en el mismo lugar frente a la mesa, se' quedó pensan­ no vieran aquella riqueza, parecía como si los indios y
do algún tiempo: ejidatarios que vendían sus montes, no tuvieran la fa­
- "¡Qué negocio el de la madera, qué negocio! ¡Y cultad de ver lo que él veía: tablas hechas con hileras
todavía había quien dijera que la guerra era mala! ¡Oja­ de pesos que brillaban al sol. Por último, observaba to­
lá durara cien años!" car aquellas tablas que se le abrían raramente, como
Después que dejara instalado y trabajado el nuevo talegas de pesos, entre sus manos velludas y fuertes to­
aserradero, se iría a la capital del Estado, a correr una maba las monedas, aquella cascada de discos entre sus
parranda de aquellas que le hacían famoso entre los ocio. dedos, y a puñados, como si fuera confetti, las arrojaba
sos y viciosos del lugar; se encerraría por su cuenta, jun. a los lupanares, a las cantinas.
LA AGONÍA DEL BOSQUE 31
30 JESÚS URIBE RUIZ

liciarían algo y, a la hora de la compra del monte (si , to con los amigos i quince días de parranda¡ (Al fin y al
es que se hace) se no~ pondrán caros. Lo mejor es lo que cabo para eso es el dinero: para que ruede puesto que
ya he dispuesto, saldremos el indio y yo muy de madru­ es redondo; hoy está en nuestras manos, mañana ¿quién
gada; que nos ensillen dos caballos, para mí el retinto sabe?)
y tú te encargas de aceitar la retrocarga ahora mismo, Con voluptuosidad veía en la pantalla de la mente
me llevaré unos cincuenta cartuchos porque voy a llegar , el mapa del Estado, fijaba los puntos explotados y lue­
con el cuento de que me dedicaré a matar venados. -Son­ go hacía comparación con las enormes superficies del
rió y por fin explotó en una alegre carcajada, mientras sur, aún sin explotación; se sentía como colocado en al·
con doble sentido, maliciosO', decía.--: ¡Ojalá mate ve­ gún miraje elevadísimo, desde el cual poder admirar toda
nado! la ancha superficie boscosa a la que todavía podría ex­
Se carcajeó también el capataz, desentrañado el sen. traérsele mucho provecho; luego aquella visión se le trans­
tido y coreó con malicia: formaba dentro de la mente en una gran alfombra donde
-Sí, compadre, ¡ojalá mates venado! estuvieran enclavados árboles extraños, formados con co­
Interrumpióse la risa del maderero para explicar: lumnas de pesos por cañas y veía a los hacheros, sus ha­
-Dile al pagador que le tenga lista la raya al in.
cheros, cortar aquellas columnas metálicas en trozos don­
dio, hoyes miércoles, pero que le pague, toda la semana
de las monedas permanecían raramente pegadas unas a
como si la hubiera trabajado; desde la que entra pasa a
otras.,. Y veía los rollizos así cortados llegar a sus ase­
ser mi mozo de estribo, con el mismo sueldo, dile tam­
rraderos, donde las sierras entraban como manos metáli­
bién que ponga a otro menos bruto a substituirlo arpi.
cas hurgando los discos de plata para finalmente, en de-­
lIando. talle tentador contemplar las innumerables' tongas en sus
Asintió el capataz y esperó en silen~io a que don patios, como montones de pesos: tablas hechas de pesos
Jaime terminara los apuntes de las "instrucciones". Cuan­ b,rillantes al sol que resplandecía.
do esto sucedió tomó la hoja escrita y se alejó con rumbo
al aserradero, dejando solo al explotador. Este, sentado Era como si todos sus trabajadores fueran ciegos y
en el mismo lugar frente a la mesa, se' quedó pensan­ no vieran aquella riqueza, parecía como si los indios y
do algún tiempo: ejidatarios que vendían sus montes, no tuvieran la fa­
- "¡Qué negocio el de la madera, qué negocio! ¡Y cultad de ver lo que él veía: tablas hechas con hileras
todavía había quien dijera que la guerra era mala! ¡Oja­ de pesos que brillaban al sol. Por último, observaba to­
lá durara cien años!" car aquellas tablas que se le abrían raramente, como
Después que dejara instalado y trabajado el nuevo talegas de pesos, entre sus manos velludas y fuertes to­
aserradero, se iría a la capital del Estado, a correr una maba las monedas, aquella cascada de discos entre sus
parranda de aquellas que le hacían famoso entre los ocio. dedos, y a puñados, como si fuera confetti, las arrojaba
sos y viciosos del lugar; se encerraría por su cuenta, jun. a los lupanares, a las cantinas.
32 JESÚS URIBE HUIZ'
LA AGONÍA DEL BOSQUE 33
Después cambiaba la escena mental, cpntemplaba las estéril (para él la vida se reducía a Peso~ y centavos);
superficies desnudas que dejaran sus aserraderos, cubier. ya mañana, cuando tuviera problemas de aumento de sao
tas con árboles de cristal en forma de botellas vacías larios, uno de sus arg~ntos favoritos sería:
("Extraña reforestación" pensó). Se rio a solas y siguió -"¿Pero de qué te quejas? (dicho al empleado que
pensando dentro de aquel raro monólogo y sueño: solicitase le subiera el sueldo) ¿para qué quieres más di·
-Los montes de la Comunidad de Puruarato ... nero? ¿No te' conformas con lo que tienes? No es cierto
¡Ojalá que fueran buenos! ¡Ojalá fuera cierto todo 10 que vivas mal, yo mismo he estado entre ustedes: ¿te
que de ellos se contaba! De ser aSÍ, otra vida sería la acuerdas? y créeme que pasé esós días encantado de la
suya: pondría sus aserraderos a trabajar, explotaría dos vida, como nunca había estado' de feliz y sano; ustedes
o tres años nada más y cuando ya hubiese tenido en sus debieran compadecernos a nosot'ros, los que tenemos que
arcas algún haber siquiera de seis ceros a la derecha, se emprender negocios para poder sacar algo de dinero y te·
retiraría a vivir como la gente en alguna ciudad: Méxi. ner para curarnos las enfermedades que nos han dejado
co, Morelia; j en cualquier parte donde poder subsistir las ciudades; ¿dices que no te alcanza el dinero? Pero
con comodidades y' sin problemas! Porque: ¡Ah cómo si tú estás sano, tus hijos también ¡deberías dar gracias
e'ran tercos y difíciles los indios! Jamás comprendían que a Dios por eso, en lugar de venir a darme más proble.
el aserradero les daba un buen trabajo. Siempre rezon­ mas de' los que tengo!"
gando, siempre de mal humor.
Se reía 'in-mente de todo aquello, se sentía fuerte,
Se iría después de trabajar esos años, a vivir descan. seguro, c0nfiado, un superhombre en comparación con los
sádamente a algún lugar quieto y pacífico, tranquilo, sin pobres indios con quienes trataba. Un ente superior en
temor de estar expuesto a las mojadas en los cerros, sin entendimiento, que jugaba con las ocasiones, con las vi­
tener que estar sujeto a privaciones. . ,
das y el dinero, como si fuese un semidiós que tuviera
Pensaba con asco en la Comunidad de Puruarato: a su entero arbitrio el hacer y deshacer lo que a su vo­
otros tres o cuatro días de trabajo como bestia, comiendo luntad plugiese. '
'como los animales, en compañía de los indios sucios, ¡Ojalá fuera cierto lo que contaban de Puruarato! ...
aquellas tortillas prietas; junto a niños mugrosos y mo­ Pero, ¿que' estaba pensando? ¡Debía ser cierto! ¡Era cier·
cosos; debiendo sonreír a todos, acariciar los niños dán­ to! Y era verdad, puesto que a él se le presentaba la oca·
doles algún dinero; durmiendo en alguna troje sucia, en sión de explotarlos. Esos enormes bosques inermes esta­
petates llenos de pulgas y sobre el suelo duro. Y ni modo ban ahí reposando en su riqueza virgen e intocada, desde
de llevar algo para estar cómodo, había que impresio. hacía centenar~s de años, dormidos e improductivos, be·
nar a los indígenas (eso lo sabía por experiencia pro­ llos, majestuosos, en espera de que llegara algún osado
pia), había que demostrarles que él no se afrentaba de que rompiera c,on las trabas de 'las dificultades, hacién­
vivir en las condiciones en que ellos vivían. Con pensa­ . dolos producir riquezas fabulosas. Puesto que otro antes
miento ,calculista comprendía que ese sacrificio no era que él no había llegado, éstos serían suyos por fuerza;
32 JESÚS URIBE HUIZ'
LA AGONÍA DEL BOSQUE 33
Después cambiaba la escena mental, cpntemplaba las estéril (para él la vida se reducía a Peso~ y centavos);
superficies desnudas que dejaran sus aserraderos, cubier. ya mañana, cuando tuviera problemas de aumento de sao
tas con árboles de cristal en forma de botellas vacías larios, uno de sus arg~ntos favoritos sería:
("Extraña reforestación" pensó). Se rio a solas y siguió -"¿Pero de qué te quejas? (dicho al empleado que
pensando dentro de aquel raro monólogo y sueño: solicitase le subiera el sueldo) ¿para qué quieres más di·
-Los montes de la Comunidad de Puruarato ... nero? ¿No te' conformas con lo que tienes? No es cierto
¡Ojalá que fueran buenos! ¡Ojalá fuera cierto todo 10 que vivas mal, yo mismo he estado entre ustedes: ¿te
que de ellos se contaba! De ser aSÍ, otra vida sería la acuerdas? y créeme que pasé esós días encantado de la
suya: pondría sus aserraderos a trabajar, explotaría dos vida, como nunca había estado' de feliz y sano; ustedes
o tres años nada más y cuando ya hubiese tenido en sus debieran compadecernos a nosot'ros, los que tenemos que
arcas algún haber siquiera de seis ceros a la derecha, se emprender negocios para poder sacar algo de dinero y te·
retiraría a vivir como la gente en alguna ciudad: Méxi. ner para curarnos las enfermedades que nos han dejado
co, Morelia; j en cualquier parte donde poder subsistir las ciudades; ¿dices que no te alcanza el dinero? Pero
con comodidades y' sin problemas! Porque: ¡Ah cómo si tú estás sano, tus hijos también ¡deberías dar gracias
e'ran tercos y difíciles los indios! Jamás comprendían que a Dios por eso, en lugar de venir a darme más proble.
el aserradero les daba un buen trabajo. Siempre rezon­ mas de' los que tengo!"
gando, siempre de mal humor.
Se reía 'in-mente de todo aquello, se sentía fuerte,
Se iría después de trabajar esos años, a vivir descan. seguro, c0nfiado, un superhombre en comparación con los
sádamente a algún lugar quieto y pacífico, tranquilo, sin pobres indios con quienes trataba. Un ente superior en
temor de estar expuesto a las mojadas en los cerros, sin entendimiento, que jugaba con las ocasiones, con las vi­
tener que estar sujeto a privaciones. . ,
das y el dinero, como si fuese un semidiós que tuviera
Pensaba con asco en la Comunidad de Puruarato: a su entero arbitrio el hacer y deshacer lo que a su vo­
otros tres o cuatro días de trabajo como bestia, comiendo luntad plugiese. '
'como los animales, en compañía de los indios sucios, ¡Ojalá fuera cierto lo que contaban de Puruarato! ...
aquellas tortillas prietas; junto a niños mugrosos y mo­ Pero, ¿que' estaba pensando? ¡Debía ser cierto! ¡Era cier·
cosos; debiendo sonreír a todos, acariciar los niños dán­ to! Y era verdad, puesto que a él se le presentaba la oca·
doles algún dinero; durmiendo en alguna troje sucia, en sión de explotarlos. Esos enormes bosques inermes esta­
petates llenos de pulgas y sobre el suelo duro. Y ni modo ban ahí reposando en su riqueza virgen e intocada, desde
de llevar algo para estar cómodo, había que impresio. hacía centenar~s de años, dormidos e improductivos, be·
nar a los indígenas (eso lo sabía por experiencia pro­ llos, majestuosos, en espera de que llegara algún osado
pia), había que demostrarles que él no se afrentaba de que rompiera c,on las trabas de 'las dificultades, hacién­
vivir en las condiciones en que ellos vivían. Con pensa­ . dolos producir riquezas fabulosas. Puesto que otro antes
miento ,calculista comprendía que ese sacrificio no era que él no había llegado, éstos serían suyos por fuerza;
34 JESÚS URIBE RUIZ
35
U ACONÍA DEL BOSQUE

ya lo daba por hecho. Se sentía con. la misma gran seguri.


dad y confianza en sí mismo que experimentaba cuando
jugaba póker. ¡Póker! Sí, eso era para él la vida: un *
juego de póker, en el cual le había tocado la racha favo· * *
rabIe. Enlazaba en su memoria el recuerdo del juego,
Declinaba el día, el sol iba desapareciendo tras los
repasaba con voluptuosidad los incidentes más notables
de sus innúmeras. noches dedicadas a Birj~n, con la emo· montes cercanos inundando de sombras el paisaje; apa­
ción bárbara del juego sin que le alterara un solo múscu­ recían las estrellas por occidente, se oía el bramido de
la sierra en su labor, encendíanse laslintern-as de petró­
lo de la cara y apostando con alarde aun sin tener carta
leo; y la luz eléctrica del aserradero, llovía la claridad
buena, confiado sólo en la pericia, en su suerte y en su
complejo de superioridad. ¡Aquella mano de cinco mil amarillenta de los bombillos.
Don Jaime se quedó dormido sobre la mesa, pensaba
pesos que le ganó a don Timoteo, el maderero de Zitá·
en los rimeros de pesos que extraería de los bosques de
cuaro ! (¡Qué bello recordar lentamente! ) Tenía un dos
y un tres y su contrincante un as visto, al llegar a la ter· la Comunidad de Puruarato.
cera carta, tocóle un seis y al compañero un rey; de los Un débil resplandor comenzó a herir las tinieblas, des­
cuatro que jugaban, sólo los dos se quedaron en el ma· garrando el manto cuajado de diamantes. Los primeros
no a mano decisivo; siguieron llegando las cartas, se su­ rayos del sol aparecieron tras las crestas elevadas de la
cedieron los revires y, al final, ganÓ su corrida contra los serranía; el frío cortaba con sus cuchillos de hielo.
dos pares mayores. . Despertóse don Jaime con los golpes que dieron a la
Sí, ¡la vida no era más que juego de póker! Habíale puerta de su cuarto.
tocado la racha favorable y tenía que aprovecharla lar­ -¿ Quién es? -'-gritó malhumorado y con la memo­
gamente. ria perdida del que despierta..
¡Montes de la Comunidad de Puruarato ! Ya se creía -Yo, patrón -contestó el indio Lorenzo, agregan­
contemplarlos, le parecía estar eligiendo el mejor sitio do-: ya es honi.
para instalar el aserradero; obsel~aba en las nubes co­ Incorporóse el explotador vistiéndose rápidamente y
loridas e irreales de la quimera, ir tomando cuerpo, per~ salió, todavía fajándose, saludando al indio:
filándose claramente, las construcciones: las maquinarias -Buenos días, ¿ ya está todo listo?
enclavadas en el centro de un amplio patio, la casa de la -Buenos días le dé Dios a usted. Ya está todo listo
oficina, donde sábado a sábado harían larga cola los tra­ y sólo lo estamos esperando.
bajadores cobrando sus rayas, el camino por el cual - i Bueno, bueno! -refunfuñó el maderero, mientras
transitarían incansables los vehículos acarreando el pro­ maldecía en su fuero interno aquel maldito negocio que
ducto elaborado, el ruido amoroso de la sierra, coreado
l~ obligaba a levantarse tan temprano, cuando bien hu­
por el grito seco del hacha al herir los troncos verticales. bIera querido quedarse por algún tiempo más, reposando.
¡Montes de la Comunidad de Puruarato!
34 JESÚS URIBE RUIZ
35
U ACONÍA DEL BOSQUE

ya lo daba por hecho. Se sentía con. la misma gran seguri.


dad y confianza en sí mismo que experimentaba cuando
jugaba póker. ¡Póker! Sí, eso era para él la vida: un *
juego de póker, en el cual le había tocado la racha favo· * *
rabIe. Enlazaba en su memoria el recuerdo del juego,
Declinaba el día, el sol iba desapareciendo tras los
repasaba con voluptuosidad los incidentes más notables
de sus innúmeras. noches dedicadas a Birj~n, con la emo· montes cercanos inundando de sombras el paisaje; apa­
ción bárbara del juego sin que le alterara un solo múscu­ recían las estrellas por occidente, se oía el bramido de
la sierra en su labor, encendíanse laslintern-as de petró­
lo de la cara y apostando con alarde aun sin tener carta
leo; y la luz eléctrica del aserradero, llovía la claridad
buena, confiado sólo en la pericia, en su suerte y en su
complejo de superioridad. ¡Aquella mano de cinco mil amarillenta de los bombillos.
Don Jaime se quedó dormido sobre la mesa, pensaba
pesos que le ganó a don Timoteo, el maderero de Zitá·
en los rimeros de pesos que extraería de los bosques de
cuaro ! (¡Qué bello recordar lentamente! ) Tenía un dos
y un tres y su contrincante un as visto, al llegar a la ter· la Comunidad de Puruarato.
cera carta, tocóle un seis y al compañero un rey; de los Un débil resplandor comenzó a herir las tinieblas, des­
cuatro que jugaban, sólo los dos se quedaron en el ma· garrando el manto cuajado de diamantes. Los primeros
no a mano decisivo; siguieron llegando las cartas, se su­ rayos del sol aparecieron tras las crestas elevadas de la
cedieron los revires y, al final, ganÓ su corrida contra los serranía; el frío cortaba con sus cuchillos de hielo.
dos pares mayores. . Despertóse don Jaime con los golpes que dieron a la
Sí, ¡la vida no era más que juego de póker! Habíale puerta de su cuarto.
tocado la racha favorable y tenía que aprovecharla lar­ -¿ Quién es? -'-gritó malhumorado y con la memo­
gamente. ria perdida del que despierta..
¡Montes de la Comunidad de Puruarato ! Ya se creía -Yo, patrón -contestó el indio Lorenzo, agregan­
contemplarlos, le parecía estar eligiendo el mejor sitio do-: ya es honi.
para instalar el aserradero; obsel~aba en las nubes co­ Incorporóse el explotador vistiéndose rápidamente y
loridas e irreales de la quimera, ir tomando cuerpo, per~ salió, todavía fajándose, saludando al indio:
filándose claramente, las construcciones: las maquinarias -Buenos días, ¿ ya está todo listo?
enclavadas en el centro de un amplio patio, la casa de la -Buenos días le dé Dios a usted. Ya está todo listo
oficina, donde sábado a sábado harían larga cola los tra­ y sólo lo estamos esperando.
bajadores cobrando sus rayas, el camino por el cual - i Bueno, bueno! -refunfuñó el maderero, mientras
transitarían incansables los vehículos acarreando el pro­ maldecía en su fuero interno aquel maldito negocio que
ducto elaborado, el ruido amoroso de la sierra, coreado
l~ obligaba a levantarse tan temprano, cuando bien hu­
por el grito seco del hacha al herir los troncos verticales. bIera querido quedarse por algún tiempo más, reposando.
¡Montes de la Comunidad de Puruarato!
36 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 37

según SU costumbre, hasta que saliera el sol calentando CaminaÍ"on una hora en medio del monte talado. Por
el ambiente. doquier se advertía la huella de la explotación irracio­
Pasándose la mano derecha por el pelo, para alisár­ nal: troncones de árboles sin marcar asomaban de la tie­
selo antes de ponerse el sombrero texano, café y de al).­ rra inclinada, como ínaices de esqueletos señalando las
. chas alas, dijo extrañado: depredaciones, veíanse montones de ramas· secas de don­
-¿Por qué se habrá parado el aserradero? -Luego de salía de vez en cuand(:) algún conejo.
gritó-: Rafael. ¡Rafaeeel! Dejaron luego el monte adentrándose en un plan que,
Presentóse el capataz: extenso, se veía limitado. por una sierra lejana.
-¿Me hablabas, compadre? Don Jaime iba ensimismado y el indio Lorenzo, res­
-Sí, ¿por qué no está trabajando el aserradero? petuoso, no iniciaba conversación, temiendo disgustarlo.
-Es que ya no tenemos madera, s610 trabajamos me­ Apretó el calor del sol por los caminos polvosos; las
dio turno en la noche; los hacheros en el monte ya no bestias se cubrieron de sudor, desapareció el plan y arri­
encuentran árboles buenos y los pocos que hay están re­ baron a la serranía que antes había parecido tan lejana.
gados en todas partes: muy lejos unos de otros y como Desde donde se encontraban don Jaime preguntó seña­
los boyeros pierden mucho el tiempo en juntarlos, no al­ lando:
canzan a traer los trozos necesarios para todo el día. -¿Esos son ya montes de Puruarato?
-Bueno, bueno -.y después-: encárgate de todo,
-Sí, pero eso .es lo más malo, espérese hasta que
fíjate que no dejen de acarrear trozo de donde lo haya.
lleguemos a lo mero bueno. Vamos a meternos al monte
-Habiéndosele disipado 'el malhum<?r continuó-: Voy
por unos atajos para, que se dé cuenta de cómo está, ¿no
a ver si mato venado. le parece?
Rióse el capataz y, juntos; se acercaron al lugar don­
dé estaban los caballos amarrados. El indio Lorenzo daba -Sí, cómo no, sirve que a' ver si nos encontramos
los últimos arreglos .a la bestia que montaría el explota­ con algún animal para tirarle.
dor: poníale freno y alisáb.ale la' crin. ·EI indio pensó para su coleto: "El patrón como que
-¿ Listos, Lorenzo? quiere engañarme o no me tiene confianza todavía."
-Listos, patrón. Ascendieron la pendiente suave de los puertos, se in­
ternaron en la masa. boscosa; el ojo conocedor de don
-Pues a montar y que Dios nos acompañe.
Jaime iba inventariando mentalmente lo que contempla­
-Así sea. ba; aqueHos bosques superaban toda imaginación y fan­
-Así sea --coreó el capataz.· tasía: árboles rendidos, lisos, elevados, limpios de ramas
Montaron los dos jinetes y después de haberse' des­ en casi todo el tronco, sin resinar. El terreno tenía de­
pedido de Rafael, se alejaron por una vereda, rumbo clives suaves, pendientes ligeras que permitir.ían la ex­
al sur. tracción de los rollizos en armones sobre vía Decauville.
36 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 37

según SU costumbre, hasta que saliera el sol calentando CaminaÍ"on una hora en medio del monte talado. Por
el ambiente. doquier se advertía la huella de la explotación irracio­
Pasándose la mano derecha por el pelo, para alisár­ nal: troncones de árboles sin marcar asomaban de la tie­
selo antes de ponerse el sombrero texano, café y de al).­ rra inclinada, como ínaices de esqueletos señalando las
. chas alas, dijo extrañado: depredaciones, veíanse montones de ramas· secas de don­
-¿Por qué se habrá parado el aserradero? -Luego de salía de vez en cuand(:) algún conejo.
gritó-: Rafael. ¡Rafaeeel! Dejaron luego el monte adentrándose en un plan que,
Presentóse el capataz: extenso, se veía limitado. por una sierra lejana.
-¿Me hablabas, compadre? Don Jaime iba ensimismado y el indio Lorenzo, res­
-Sí, ¿por qué no está trabajando el aserradero? petuoso, no iniciaba conversación, temiendo disgustarlo.
-Es que ya no tenemos madera, s610 trabajamos me­ Apretó el calor del sol por los caminos polvosos; las
dio turno en la noche; los hacheros en el monte ya no bestias se cubrieron de sudor, desapareció el plan y arri­
encuentran árboles buenos y los pocos que hay están re­ baron a la serranía que antes había parecido tan lejana.
gados en todas partes: muy lejos unos de otros y como Desde donde se encontraban don Jaime preguntó seña­
los boyeros pierden mucho el tiempo en juntarlos, no al­ lando:
canzan a traer los trozos necesarios para todo el día. -¿Esos son ya montes de Puruarato?
-Bueno, bueno -.y después-: encárgate de todo,
-Sí, pero eso .es lo más malo, espérese hasta que
fíjate que no dejen de acarrear trozo de donde lo haya.
lleguemos a lo mero bueno. Vamos a meternos al monte
-Habiéndosele disipado 'el malhum<?r continuó-: Voy
por unos atajos para, que se dé cuenta de cómo está, ¿no
a ver si mato venado. le parece?
Rióse el capataz y, juntos; se acercaron al lugar don­
dé estaban los caballos amarrados. El indio Lorenzo daba -Sí, cómo no, sirve que a' ver si nos encontramos
los últimos arreglos .a la bestia que montaría el explota­ con algún animal para tirarle.
dor: poníale freno y alisáb.ale la' crin. ·EI indio pensó para su coleto: "El patrón como que
-¿ Listos, Lorenzo? quiere engañarme o no me tiene confianza todavía."
-Listos, patrón. Ascendieron la pendiente suave de los puertos, se in­
ternaron en la masa. boscosa; el ojo conocedor de don
-Pues a montar y que Dios nos acompañe.
Jaime iba inventariando mentalmente lo que contempla­
-Así sea. ba; aqueHos bosques superaban toda imaginación y fan­
-Así sea --coreó el capataz.· tasía: árboles rendidos, lisos, elevados, limpios de ramas
Montaron los dos jinetes y después de haberse' des­ en casi todo el tronco, sin resinar. El terreno tenía de­
pedido de Rafael, se alejaron por una vereda, rumbo clives suaves, pendientes ligeras que permitir.ían la ex­
al sur. tracción de los rollizos en armones sobre vía Decauville.
38 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 39
La alegría le explotaba en el rostro al maderero, se
le 'notaba en los ojos, en la sonrisa que le plegaba el ros­ que estuviera viéndole fijamente, con sus mil ojos vagos;
tro; en la forma en que se ladeaba el sombrero texano y sentía como, si l~ ,mirada de las cosas in~óviles estu­
café, de anchas alas. viera fija en el, VIgIlando sus actos, taladrandole el ce­
Lorenzo también estaba satisfecho, ya podría oontar rebro para adivinar hasta sus más íntimos pensamientos;
con ser el mozo de estribo del patrón. Las pocas dudas con la vista baja negába-se ya a contemplar los árboles
que se le habían quedado como serpientes negras mor· que, como grandes columnas, emergían de la tierra firme
diéndole las entrañas, alejábanse y ahora sí estaba segu­ para elevarse sosteniendo las bóvedas verdes de las ra­
ro de que don Jaime recompensaría sus servicios con el mas, donde se entremezclaban el azul del cielo formando
cumplimiento exacto, se sentía hasta más joven y revol· raros, aéreos vitrales.
víase en la silla de montar con una agilidad que le era Don Jaime admiraba el monte. Lentamente iba gi­
agradablemente desconocida. Veía sonreir al maderero y rando su cabeza para descubrir aspectos nuevos, sin pa­
se se.ntía satisfecho. labras en los labios, sin ideas en la mente: asombrado
Después, caminaron por una vereda apenas visible como el que ha descubierto incalculable tesoro. Nunca
entre los pastos. Las bestias andaban sin sentir la alegría había visto antes cosa igual; aparte de la condición apro­
de los jinetes: paso a paso. De pronto, un espectáculo mag­ vechable del monte, que era óptima, tenía éste una sal·
nífico' se ofreció a sus ojos. El indio rompió el silencio vaje belleza que imponía.
para decir: La luz jugaba con los objetos llenándolos de matices
-Aquí tiene, patrón: lo que hemos visto atrás nada ricos y raros; se tamizaba el sol descomponiéndose en
gama multicolor al pasar por los prismas esmeráldicos;
vale comparado con esto: mire qué chulo monte, ¡mire
resplandores majestuosos iban dorando un polvillo fino
los árboles! -y señalaba con los nudosos dedos el es­
plendor del paraje. ' que trascendía de los húmedos suelos vegetales. Como
viejos eremitas silenciosos, así estaban fijos los grandes
Se encontraban parados en una pequeña loma desde
árboles de cortezas rojizas, escamosas; sus fustes colum­
la cual podía dominarse un trecho de monte; a don J ai·
me el estupor le paralizó por algunos instantes toda idea nares perfectos, sostenían la techumbre de las ramas, don·
de el viento mecía y remecía un ritmo sonoro, un mur­
y la contemplación voluptuosa y embelesada le llenó la
mullo de oraciones infinitas. Los líquenes coloridos, le­
mente. ¡Tenían razón los que decían que aquel monte
chosos, trepaban sobre las cortezas, dando opalescencias
era el mejor del Estado! Toda la leyenda que aureolaba
luminosas; y sobre los brazos elevados, se prendían los
la existencia problemática de aquel lugar veíase compro.
inmóviles pavo reales de las orquídeas: Flores fantásti·
bada plenamente. Los dos hombres se habían quedado
mudos contemplando el prodigio. El indio sentía un vago cas, hechas de cera, de seda" de gasa, que flotan casi en
el aire de las forestas. Hay blar¡.cas que simulan trozos
temor indescriptible que hacía temblar su alma con te·
de nube enredados en las hojas, las escarlata son rubíes
rrores primitivos, parecía como si el viejo dios del bos·
perfumados qué quieren caer de lo alto. Hay otras que
38 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 39
La alegría le explotaba en el rostro al maderero, se
le 'notaba en los ojos, en la sonrisa que le plegaba el ros­ que estuviera viéndole fijamente, con sus mil ojos vagos;
tro; en la forma en que se ladeaba el sombrero texano y sentía como, si l~ ,mirada de las cosas in~óviles estu­
café, de anchas alas. viera fija en el, VIgIlando sus actos, taladrandole el ce­
Lorenzo también estaba satisfecho, ya podría oontar rebro para adivinar hasta sus más íntimos pensamientos;
con ser el mozo de estribo del patrón. Las pocas dudas con la vista baja negába-se ya a contemplar los árboles
que se le habían quedado como serpientes negras mor· que, como grandes columnas, emergían de la tierra firme
diéndole las entrañas, alejábanse y ahora sí estaba segu­ para elevarse sosteniendo las bóvedas verdes de las ra­
ro de que don Jaime recompensaría sus servicios con el mas, donde se entremezclaban el azul del cielo formando
cumplimiento exacto, se sentía hasta más joven y revol· raros, aéreos vitrales.
víase en la silla de montar con una agilidad que le era Don Jaime admiraba el monte. Lentamente iba gi­
agradablemente desconocida. Veía sonreir al maderero y rando su cabeza para descubrir aspectos nuevos, sin pa­
se se.ntía satisfecho. labras en los labios, sin ideas en la mente: asombrado
Después, caminaron por una vereda apenas visible como el que ha descubierto incalculable tesoro. Nunca
entre los pastos. Las bestias andaban sin sentir la alegría había visto antes cosa igual; aparte de la condición apro­
de los jinetes: paso a paso. De pronto, un espectáculo mag­ vechable del monte, que era óptima, tenía éste una sal·
nífico' se ofreció a sus ojos. El indio rompió el silencio vaje belleza que imponía.
para decir: La luz jugaba con los objetos llenándolos de matices
-Aquí tiene, patrón: lo que hemos visto atrás nada ricos y raros; se tamizaba el sol descomponiéndose en
gama multicolor al pasar por los prismas esmeráldicos;
vale comparado con esto: mire qué chulo monte, ¡mire
resplandores majestuosos iban dorando un polvillo fino
los árboles! -y señalaba con los nudosos dedos el es­
plendor del paraje. ' que trascendía de los húmedos suelos vegetales. Como
viejos eremitas silenciosos, así estaban fijos los grandes
Se encontraban parados en una pequeña loma desde
árboles de cortezas rojizas, escamosas; sus fustes colum­
la cual podía dominarse un trecho de monte; a don J ai·
me el estupor le paralizó por algunos instantes toda idea nares perfectos, sostenían la techumbre de las ramas, don·
de el viento mecía y remecía un ritmo sonoro, un mur­
y la contemplación voluptuosa y embelesada le llenó la
mullo de oraciones infinitas. Los líquenes coloridos, le­
mente. ¡Tenían razón los que decían que aquel monte
chosos, trepaban sobre las cortezas, dando opalescencias
era el mejor del Estado! Toda la leyenda que aureolaba
luminosas; y sobre los brazos elevados, se prendían los
la existencia problemática de aquel lugar veíase compro.
inmóviles pavo reales de las orquídeas: Flores fantásti·
bada plenamente. Los dos hombres se habían quedado
mudos contemplando el prodigio. El indio sentía un vago cas, hechas de cera, de seda" de gasa, que flotan casi en
el aire de las forestas. Hay blar¡.cas que simulan trozos
temor indescriptible que hacía temblar su alma con te·
de nube enredados en las hojas, las escarlata son rubíes
rrores primitivos, parecía como si el viejo dios del bos·
perfumados qué quieren caer de lo alto. Hay otras que
40 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 41

parecen insectos pequeños, retenidos por la gracia de los can Y entrecruzan reproduciéndose; hay nudos vitales que
pecíolos y pedúnculos de jade. Es como si se hubiera vol­ conocen los. arrieros y los caminantes; unos son hollados
cado una catarata de joyas sobre los telamones del bos­ por los pastores, otros por los "ancheteros" que venden
que. sus mercancías, a lomo de burro transportadas. Los ca­
Los pájaros de plumas pintadas, volaban posándose minos son ríos petrificados que enlazan pueblos, villas,
en las delgadas puntas de los árboles y cuando arranca­ ciudades y ranchos, como una malla que los hombres han
ban el vuelo, parecía como si mil orquídeas hubiesen tendido.
dejado su sitio. Siguieron caminando hacia el pueblo; los pasos de
Un viento frío, cristalino, húmedo, hacía mover las los caballos resonaban rítmicamente, sumían los cascos
hojas de los helechos, vegetales pequeños, de grandes ho­ herbezuelas húmedas al pasar por los barrancones, pas­
jas recortadas, asaeteadas, desgarradas, rotas, paradas so­ tos pajizos y secos en las ribas, y desmoronaban terrone­
bre pecíolos leñosos, dando la impresión de aves zancu­ ras cruzando las surcadas. El s~dor cubría los cuerpos
das, extrañas, prendidas a tierra en sus delgadas patas de los animales en la fatigosa marcha; resoplaban, mo­
café. vían ágilmente las finas y nerviosas orejas. Los jinetes
Siguieron caminando; el explotador iba contento, em­ llevaban esa conversación intrascendente y sabrosa que
pezó a platicar al indio su vida; episodios de la niñez, sólo puede sostenerse con compañeros de viaje a caballo,
hecha de estrecheces y amarguras: la atormentada vida plática en la que cada trivialidad resalta, es desmenuza­
del huérfano sin recursos. Tenía buen cuidado de contar da, comentada;' conversación en que la fatiga borra dife­
sólo aquellos aspectos de su infancia en los que pudiera rencias, se olvidan acaso. .proyectos y se humanizan todas
despertar simpatía y hasta compasión de su interlocutor; las cosas.
y se. guardaba en olvido de la mente, los rasgos que des­ Allá iejos, como casitas en ~iniatura de algún reta­
de aquella lejana edad, lo pintaban como lo que después blo, aparecieron en un recodo del camino las trojes de
sería: atrabancado, impulsivo, inmoral y bárbaro. Puruarato y' el gran cerro que, cqmo águila, con sus alas
Pasaron por las rutas que caminantes ignorados han abiertas cobijaba amorosamente el poblado.
hecho, con sus pies o los de las cabalgaduras, desde tiem­
pos remotísimos,¿ quién se acuerda de los .nombres? Una
vereda, vena abierta a flor. de tierra, surge lentamente:
primero es un paso medroso el que las va dibujando sobre
los pastos, salvando los riscos, rigiéndose por el instinto;
después otro viene, encadena trazos y con alegría ye hue·
llas antiguas; finalmente, llegan muchos que siguen los
angostos límites de las sendas así abieltas. No han que­
dado grabados los nombres. Pero las sendas se multipli-
40 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 41

parecen insectos pequeños, retenidos por la gracia de los can Y entrecruzan reproduciéndose; hay nudos vitales que
pecíolos y pedúnculos de jade. Es como si se hubiera vol­ conocen los. arrieros y los caminantes; unos son hollados
cado una catarata de joyas sobre los telamones del bos­ por los pastores, otros por los "ancheteros" que venden
que. sus mercancías, a lomo de burro transportadas. Los ca­
Los pájaros de plumas pintadas, volaban posándose minos son ríos petrificados que enlazan pueblos, villas,
en las delgadas puntas de los árboles y cuando arranca­ ciudades y ranchos, como una malla que los hombres han
ban el vuelo, parecía como si mil orquídeas hubiesen tendido.
dejado su sitio. Siguieron caminando hacia el pueblo; los pasos de
Un viento frío, cristalino, húmedo, hacía mover las los caballos resonaban rítmicamente, sumían los cascos
hojas de los helechos, vegetales pequeños, de grandes ho­ herbezuelas húmedas al pasar por los barrancones, pas­
jas recortadas, asaeteadas, desgarradas, rotas, paradas so­ tos pajizos y secos en las ribas, y desmoronaban terrone­
bre pecíolos leñosos, dando la impresión de aves zancu­ ras cruzando las surcadas. El s~dor cubría los cuerpos
das, extrañas, prendidas a tierra en sus delgadas patas de los animales en la fatigosa marcha; resoplaban, mo­
café. vían ágilmente las finas y nerviosas orejas. Los jinetes
Siguieron caminando; el explotador iba contento, em­ llevaban esa conversación intrascendente y sabrosa que
pezó a platicar al indio su vida; episodios de la niñez, sólo puede sostenerse con compañeros de viaje a caballo,
hecha de estrecheces y amarguras: la atormentada vida plática en la que cada trivialidad resalta, es desmenuza­
del huérfano sin recursos. Tenía buen cuidado de contar da, comentada;' conversación en que la fatiga borra dife­
sólo aquellos aspectos de su infancia en los que pudiera rencias, se olvidan acaso. .proyectos y se humanizan todas
despertar simpatía y hasta compasión de su interlocutor; las cosas.
y se. guardaba en olvido de la mente, los rasgos que des­ Allá iejos, como casitas en ~iniatura de algún reta­
de aquella lejana edad, lo pintaban como lo que después blo, aparecieron en un recodo del camino las trojes de
sería: atrabancado, impulsivo, inmoral y bárbaro. Puruarato y' el gran cerro que, cqmo águila, con sus alas
Pasaron por las rutas que caminantes ignorados han abiertas cobijaba amorosamente el poblado.
hecho, con sus pies o los de las cabalgaduras, desde tiem­
pos remotísimos,¿ quién se acuerda de los .nombres? Una
vereda, vena abierta a flor. de tierra, surge lentamente:
primero es un paso medroso el que las va dibujando sobre
los pastos, salvando los riscos, rigiéndose por el instinto;
después otro viene, encadena trazos y con alegría ye hue·
llas antiguas; finalmente, llegan muchos que siguen los
angostos límites de las sendas así abieltas. No han que­
dado grabados los nombres. Pero las sendas se multipli-
III
PURUARATO

LA COMUNIDAD indígena de Puruarato, es un pueblo pe­


queño formado por cien casas, d~seminadas sin concierto
sobre una pequeña planicie entre varios cerros; las ca­
lles tortuosas y cerradas, laberínticas, carecen de contor­
nos precisos.
'-.. Cuando l0s conquistadores españoles irrumpieron con
la fuerza de sus codicias en tierras tarascas, expulsaron
a los indígenas de los sitios mejores; en cada lugar don­
de se asentaran veían llegar la amenaza despojadora de
los hispanos, robándoles la tierra', aprovechándose del tra­
bajo ya invertido, cometiendo tropelías sin cuento, amo
parados en la ley brutal del más fuerte.
Por esto, huyendo de los mejores lugares, las tribus
purépechas se refugiaron en los más inhóspitos sitios, en
regiones donde la codicia de los conquistadores no encon­
trara base para satistacerse: zonas en donde escaseara el
agua, alturas donde ·los ríos mordieron las carnes como
los perros de Nuño Guzmán. Y flindaron los pueblos es­
condidos, jamás visitados, en agrestes puntos de las se·
rranías, donde quedaran ignorados por mucho tiempo,
hasta que la madera y la resina despertaron la codicia
de los explotadores, quienes se lanzaron como antaño los
III
PURUARATO

LA COMUNIDAD indígena de Puruarato, es un pueblo pe­


queño formado por cien casas, d~seminadas sin concierto
sobre una pequeña planicie entre varios cerros; las ca­
lles tortuosas y cerradas, laberínticas, carecen de contor­
nos precisos.
'-.. Cuando l0s conquistadores españoles irrumpieron con
la fuerza de sus codicias en tierras tarascas, expulsaron
a los indígenas de los sitios mejores; en cada lugar don­
de se asentaran veían llegar la amenaza despojadora de
los hispanos, robándoles la tierra', aprovechándose del tra­
bajo ya invertido, cometiendo tropelías sin cuento, amo
parados en la ley brutal del más fuerte.
Por esto, huyendo de los mejores lugares, las tribus
purépechas se refugiaron en los más inhóspitos sitios, en
regiones donde la codicia de los conquistadores no encon­
trara base para satistacerse: zonas en donde escaseara el
agua, alturas donde ·los ríos mordieron las carnes como
los perros de Nuño Guzmán. Y flindaron los pueblos es­
condidos, jamás visitados, en agrestes puntos de las se·
rranías, donde quedaran ignorados por mucho tiempo,
hasta que la madera y la resina despertaron la codicia
de los explotadores, quienes se lanzaron como antaño los
44 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 45
ibéricos, a despojar de sus riquezas a las Comunidades
Indígenas. Tata Vicente es el jefe de Tenencia, autoridad im·
puesta por el gobierno, poseedor del sello de goma qu~
Este ha sido, sintéticamente, el víacrucis que han se­ con grandes ceremonias es colocado al margen de los es­
guido las generaciones indígenas al través del espacio critos que hace Juan, el secretario.
y del tiempo. La inconsciente merced de los europeos de­ Pero a quien la gente respeta es a Tata Toribio, un
jó al indio obligado a refugiarse en· las espesuras de los indio de noventa años de edad, el más viejo del lugar;
montes y hoy, hasta sus últimos reductos, llegan los mo­ faz arrugada, tez morena, casi negra; bigote asiático, ralo
dernos saquead9res para hurtarlos, destruyendo los bos­ en las comisuras de la boca; rostro todavía enérgico, con
ques que son básicos para su 'vida y para la conservación ojos brillantes, ágiles, maliciosos, con una lucecilla bri­
de los factores naturales que concurren a la agricultura. llando allá en el fondo, como una chispa pertinaz.
Antes huyeron a los montes; ahora los indio"s, ¿ a dónde Así era, descrita a grandes rasgos, la comunidad a la
irán? .
cual arribaron don Jaime y el indio Lorenzo. Cuando
Puruarato es una de estas Comunidades Indígenas; llegaron a las primeras trojes del pueblo, varios perros
no hay escuela: los niños indios, casi desde que saben sucios y pequeños salieron ladrando y mordiendo en las
andar, ayudan a sus padres en las pesadas faenas del pezuñas a los caballos. Niños con caras cubiertas de tie­
campo, en la siembra del maíz y en su cultivo, preparan­ rra y sudor, asomaban tímidamente por sobre las cercas
do la tierra de temporal, delgada y poco productiva. Un de piedra.
poco más crecidos, se alquilan como pastores pa.ra cuidar Anduvieron largo trecho, en el poblado. De pronto,
los rebaños de ovejas, y se les ve por los sitios de los Lorenzo parándose frente a una troje dijo:
pastos, lejos de los núcleos poblados, con el guaje lleno -Aquí nomás, patrón.
de agua a sus espaldas, terciado el sarape de lana, so­
Desmontaron. A grandes voces llamó el indio, aden­
plando en flautas de carrizo sones ingenuos, acompaña­
trándose en el solar. De cerca de la troje salió otro in­
dos por perros pequeños; mugrosos y ariscos, que les ayu­
dio que, dando muestras de viva alegría, saludó a Lor,en­
dan a conducir el hato. zo poniéndole ambas manos sobre los hombros y entablan­
do animado diálogo en tarasco, que duró algunos ins­
Las niñas ayudan a la madte en las labores domés­ tantes.
ticas, aprenden a tejer los ceñidores coloridos, de algodón , Don Jaime se sacudía el polvo del camino. Con una
y lana, llevan la comida al padre f1j los hermanos, que varita de cerezo, flexible y delgada, golpeaba sobre el
se hallan eq el campo; ya' mañana y tarde se encami­ sombrero texano de anchas alas;- se acercaron a él los
nan con grandes cántaros de barro, pintados de rojo y indios; Lorenzo inició la presentación: ..
negro, en la cabeza, al manantial lejano·del cual obtie­ -Don Jaime, aquí le represento a mi primo Antonio.
nen el agua potable helada y dulzona, sápida, saturada -Mucho gusto -gruñó el explotador extendiendo la
con el olor de la resina y el huinumo. Inano..
44 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 45
ibéricos, a despojar de sus riquezas a las Comunidades
Indígenas. Tata Vicente es el jefe de Tenencia, autoridad im·
puesta por el gobierno, poseedor del sello de goma qu~
Este ha sido, sintéticamente, el víacrucis que han se­ con grandes ceremonias es colocado al margen de los es­
guido las generaciones indígenas al través del espacio critos que hace Juan, el secretario.
y del tiempo. La inconsciente merced de los europeos de­ Pero a quien la gente respeta es a Tata Toribio, un
jó al indio obligado a refugiarse en· las espesuras de los indio de noventa años de edad, el más viejo del lugar;
montes y hoy, hasta sus últimos reductos, llegan los mo­ faz arrugada, tez morena, casi negra; bigote asiático, ralo
dernos saquead9res para hurtarlos, destruyendo los bos­ en las comisuras de la boca; rostro todavía enérgico, con
ques que son básicos para su 'vida y para la conservación ojos brillantes, ágiles, maliciosos, con una lucecilla bri­
de los factores naturales que concurren a la agricultura. llando allá en el fondo, como una chispa pertinaz.
Antes huyeron a los montes; ahora los indio"s, ¿ a dónde Así era, descrita a grandes rasgos, la comunidad a la
irán? .
cual arribaron don Jaime y el indio Lorenzo. Cuando
Puruarato es una de estas Comunidades Indígenas; llegaron a las primeras trojes del pueblo, varios perros
no hay escuela: los niños indios, casi desde que saben sucios y pequeños salieron ladrando y mordiendo en las
andar, ayudan a sus padres en las pesadas faenas del pezuñas a los caballos. Niños con caras cubiertas de tie­
campo, en la siembra del maíz y en su cultivo, preparan­ rra y sudor, asomaban tímidamente por sobre las cercas
do la tierra de temporal, delgada y poco productiva. Un de piedra.
poco más crecidos, se alquilan como pastores pa.ra cuidar Anduvieron largo trecho, en el poblado. De pronto,
los rebaños de ovejas, y se les ve por los sitios de los Lorenzo parándose frente a una troje dijo:
pastos, lejos de los núcleos poblados, con el guaje lleno -Aquí nomás, patrón.
de agua a sus espaldas, terciado el sarape de lana, so­
Desmontaron. A grandes voces llamó el indio, aden­
plando en flautas de carrizo sones ingenuos, acompaña­
trándose en el solar. De cerca de la troje salió otro in­
dos por perros pequeños; mugrosos y ariscos, que les ayu­
dio que, dando muestras de viva alegría, saludó a Lor,en­
dan a conducir el hato. zo poniéndole ambas manos sobre los hombros y entablan­
do animado diálogo en tarasco, que duró algunos ins­
Las niñas ayudan a la madte en las labores domés­ tantes.
ticas, aprenden a tejer los ceñidores coloridos, de algodón , Don Jaime se sacudía el polvo del camino. Con una
y lana, llevan la comida al padre f1j los hermanos, que varita de cerezo, flexible y delgada, golpeaba sobre el
se hallan eq el campo; ya' mañana y tarde se encami­ sombrero texano de anchas alas;- se acercaron a él los
nan con grandes cántaros de barro, pintados de rojo y indios; Lorenzo inició la presentación: ..
negro, en la cabeza, al manantial lejano·del cual obtie­ -Don Jaime, aquí le represento a mi primo Antonio.
nen el agua potable helada y dulzona, sápida, saturada -Mucho gusto -gruñó el explotador extendiendo la
con el olor de la resina y el huinumo. Inano..
46 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 47

-Para servir a usted -fue la respuesta, mientras se cuentran ,están todos trasijado.s y flacos y las hembras
saludaban tocándose los dedos, con ese gesto peculiar de están preñadas y son muy arIscas; no vale la pena ano
los indios, que no aprietan con la mano,. sino simple­ dar tras el venado.
mente la abandonan. - j Qué le vamos a hacer! Aprovecharé el tiempo en
-Pasen a su casa -dijo Antonio. otras cosas.
Entraron a' la troje, se sentaron en sillas de madera, Lorenzo, que había permanecido en silencio, cambió
labradas a hacha: don Jaime recorrió de una ojeada la miradas de inteligencia con su primo y encarándose re­
habitación: igual que todas las trojes de los indios, un sueltamente con don Jaime dijo:
cuarto con paredes de tablas toscas, piso de tierra, ta­
-Mi primo es de confianza, ya le dije a lo que he­
panco de tablas; arrinconadas, unas ollas de barro, ro­
mos venido: a ver el monte.
jas y panzudas, que solamente se utilizan para las fies­
tas, bodas, santos, etc.; una cama de madera con un pe­ Sonrióse don Jaime y expuso a grandes rasgos su
tate encima, sin almohada; una mesa, varias sillas y, plan: El tenía un aserradero trabajando, pero ya se le
pendientes de las vigas del techo, mazorcas de maíz con estaba acabando la madera, no sacaba ni los gastos y pen­
totomoxtle, cuyas hojas estaban enlazadas con arte unas saba emigrar hacia otros lugares. Lorenzo le había ha­
a otras. Sobre las paredes, retratos de santos y santas y, blado de Puruarato y quiso venir a ver la calidad del mon­
coronada por un rectángulo de paja tejida, del tiempo te; éste en realidad no era tan bueno comp decían, pero
de la cosecha, una colección de postales francesas anti­ había la ventaja de que estaba cerca de la instalación y
guas, donde se observaban palomas sosteniendo en los pi­ el único motivo que podría inducirlo a trabajar con la
cos cartas con rojos corazones; niños limpios y bien ves­ Comunidad, era el no mover demasiado lejos la maqui­
tidos llevados de la mano por ayas de miradas bobas; naria. En caso de que el pueblo quisiera, él vendría a
trabajar.
parejas que. se veían a los ojos, vestidas a la moda del
novecientos. Todo esto, con lujo de detalles lo explicó a sus inter­
El silencio fue roto por Antonio quien, carraspeando locutores; con gran calma y sangre fría, con las mismas
un poco, dijo: Con que en el juego acostumbraba "petatear", lanzando
. -;.A qué se debe la visita? gruesas sumas a la polla con el objeto de desmoralizar
-He venido de cacería, me dijo Lorenzo que en este a los contrincantes, sin par y, en ocasiones sin carta que
tiempo es cuando abunda el venado por estos lugares, y dominase, pero confiando solamente en su buena estrella.
tengo ganas de matar algunos, para desalmrrirme -con­ Lorenzo dijo:
testó el maderero cortando el ademán de Lorenzo que , -Antonio ha vivido en Uruapan, entre gente de ra­
quiso responder antes que éL zon; sabe leer y lo estima mucho Tata Torihio. Yo creo
-¡Ah, qué lástima! ¿.Qué no le dijo Lorenzo que es que está de acuerdo ¿ o no? -finalizó dirigiéndose a
la época en que escasea el animal? Los pocos que se en- Antonio.
46 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 47

-Para servir a usted -fue la respuesta, mientras se cuentran ,están todos trasijado.s y flacos y las hembras
saludaban tocándose los dedos, con ese gesto peculiar de están preñadas y son muy arIscas; no vale la pena ano
los indios, que no aprietan con la mano,. sino simple­ dar tras el venado.
mente la abandonan. - j Qué le vamos a hacer! Aprovecharé el tiempo en
-Pasen a su casa -dijo Antonio. otras cosas.
Entraron a' la troje, se sentaron en sillas de madera, Lorenzo, que había permanecido en silencio, cambió
labradas a hacha: don Jaime recorrió de una ojeada la miradas de inteligencia con su primo y encarándose re­
habitación: igual que todas las trojes de los indios, un sueltamente con don Jaime dijo:
cuarto con paredes de tablas toscas, piso de tierra, ta­
-Mi primo es de confianza, ya le dije a lo que he­
panco de tablas; arrinconadas, unas ollas de barro, ro­
mos venido: a ver el monte.
jas y panzudas, que solamente se utilizan para las fies­
tas, bodas, santos, etc.; una cama de madera con un pe­ Sonrióse don Jaime y expuso a grandes rasgos su
tate encima, sin almohada; una mesa, varias sillas y, plan: El tenía un aserradero trabajando, pero ya se le
pendientes de las vigas del techo, mazorcas de maíz con estaba acabando la madera, no sacaba ni los gastos y pen­
totomoxtle, cuyas hojas estaban enlazadas con arte unas saba emigrar hacia otros lugares. Lorenzo le había ha­
a otras. Sobre las paredes, retratos de santos y santas y, blado de Puruarato y quiso venir a ver la calidad del mon­
coronada por un rectángulo de paja tejida, del tiempo te; éste en realidad no era tan bueno comp decían, pero
de la cosecha, una colección de postales francesas anti­ había la ventaja de que estaba cerca de la instalación y
guas, donde se observaban palomas sosteniendo en los pi­ el único motivo que podría inducirlo a trabajar con la
cos cartas con rojos corazones; niños limpios y bien ves­ Comunidad, era el no mover demasiado lejos la maqui­
tidos llevados de la mano por ayas de miradas bobas; naria. En caso de que el pueblo quisiera, él vendría a
trabajar.
parejas que. se veían a los ojos, vestidas a la moda del
novecientos. Todo esto, con lujo de detalles lo explicó a sus inter­
El silencio fue roto por Antonio quien, carraspeando locutores; con gran calma y sangre fría, con las mismas
un poco, dijo: Con que en el juego acostumbraba "petatear", lanzando
. -;.A qué se debe la visita? gruesas sumas a la polla con el objeto de desmoralizar
-He venido de cacería, me dijo Lorenzo que en este a los contrincantes, sin par y, en ocasiones sin carta que
tiempo es cuando abunda el venado por estos lugares, y dominase, pero confiando solamente en su buena estrella.
tengo ganas de matar algunos, para desalmrrirme -con­ Lorenzo dijo:
testó el maderero cortando el ademán de Lorenzo que , -Antonio ha vivido en Uruapan, entre gente de ra­
quiso responder antes que éL zon; sabe leer y lo estima mucho Tata Torihio. Yo creo
-¡Ah, qué lástima! ¿.Qué no le dijo Lorenzo que es que está de acuerdo ¿ o no? -finalizó dirigiéndose a
la época en que escasea el animal? Los pocos que se en- Antonio.
LA AGONÍA DEL BOSQUE
48 JESÚS URIBE RUIZ

Dejando así "arreglada" la palie de la Comunidad,


~Sí, estoy completamente de acuerdo -le respondió. el maderero, hábil en parar su sistema, dirigióse a Urua­
y luego al maderero-: ¿Cuánto nos va a pagar por mi­ pan a busca~ a un empleado público. En esta ciudad pla­
llar de pies?
El explotador pareció hacer cálculos difíciles in-men­ ticaba con e l . . . .
-Le traigó una carta del ingeniero Pérez, lo entre­
te. Cerró los ojos, se puso la mano en la frente y al final vistó en Morelia y me indicó que usted era el delegado
dijo mirando fijamente a Lorenzo: . de Promoción Ejidal. Desde luego y antes de que lea la
-Donde estoy, pagaba cuatro pesos, pero como quie­ carta de que soy portador, vaya presentarme a sus finas
ro en realidad hacerles un favor para que me vean como atenCiones: Jaime Maliínez, para servirle.
un amigo y me ayuden, les pagaré a la Comunidad seis -Pedro Rodríguez, a sus órdenes.
pesos por millar de pies. ¿Qué te parece? El delegado leyó la carta detenidamente. En ella, el
Al indio Antonio ~quello no le significaba gran co­ ingeniero Pérez recomendaba -después de una larga
sa. La pregunta que había hecho la formuló porque ha­ cláusula explicatoria en que ibim anotados y citados re­
bía oído a los indios de Capacuaro, que la madera se cuerdos comunes- al maderero como persona de su amis­
vendía por millares de pies; aunque él no sabía ni cuán­ tad que tenía negocios con una comunidad cercana Y ne­
to era un millar, ni si el precio dado era justo o injusto. cesitaba explotar los recursos forestales, de la misma;
Sin embargo, comprendió claramente la diferencia entre finalizaba la misiva recordando que se hallaba a sus ór­
los cuatro y seis pesos y no supo sino contestar, después denes en la capital del Estado, para lo· que gustara man­
de rascarse la cabeza: dar. Una posdata agregaba en tono familiar: "Me saludas
-Yo creo que está bien. a tu señora, besos a los niños."
-Bueno -dijo el explotador- por cada millar. de -Bueno, don Jaime, ¿quiere que salgamos esta mis­
pies que salgan, te vaya, dar a ti un peso, a Lorenzo le ma semana. a Puruarato?
doy otro y otro a Tata Toribio. De esta manera yo te pro­ -¡Naturalmertte! -fue la regocijada respuesta,.
meto que tan pronto ~mpiece a trabajar el aserradero, El maderero invitó al delegado a una cantina, estu-.
te saldrá la semana a noventa o cien pesos, sin que ten­ vieron tomando largo tiempo y entre copa y copa de,aguar­
gas que hacer otra cosa. que convencer a la gente, de vez ?ientes extranjeros, arreglaron el negocio. Con voz tarta­
en cuando y tenerla contenta con la explotación. ¿De Josa pero el pensamiento claro, don Jaime dijo:
acuerdo? -Mira, delegado, cuando el contrato regrese firma­
-¡De acuerdo! -dijeron a la vez Lorenzo y Antonio. do y aprobado, te doy dos mil pesos.
Destaparon una botella de charanda y estuvieron too En medio de la niebla de la embriaguez respondió
mando. Poco tiempo después, Antonio salió a buscar a Rodríguez:

Tata Toribio, volviendo con ély entre trago y trago del


aguardiente, obtuvieron su cooperación para el "negocio". -¡Ajá!

LA AGONÍA DEL BOSQUE


48 JESÚS URIBE RUIZ

Dejando así "arreglada" la palie de la Comunidad,


~Sí, estoy completamente de acuerdo -le respondió. el maderero, hábil en parar su sistema, dirigióse a Urua­
y luego al maderero-: ¿Cuánto nos va a pagar por mi­ pan a busca~ a un empleado público. En esta ciudad pla­
llar de pies?
El explotador pareció hacer cálculos difíciles in-men­ ticaba con e l . . . .
-Le traigó una carta del ingeniero Pérez, lo entre­
te. Cerró los ojos, se puso la mano en la frente y al final vistó en Morelia y me indicó que usted era el delegado
dijo mirando fijamente a Lorenzo: . de Promoción Ejidal. Desde luego y antes de que lea la
-Donde estoy, pagaba cuatro pesos, pero como quie­ carta de que soy portador, vaya presentarme a sus finas
ro en realidad hacerles un favor para que me vean como atenCiones: Jaime Maliínez, para servirle.
un amigo y me ayuden, les pagaré a la Comunidad seis -Pedro Rodríguez, a sus órdenes.
pesos por millar de pies. ¿Qué te parece? El delegado leyó la carta detenidamente. En ella, el
Al indio Antonio ~quello no le significaba gran co­ ingeniero Pérez recomendaba -después de una larga
sa. La pregunta que había hecho la formuló porque ha­ cláusula explicatoria en que ibim anotados y citados re­
bía oído a los indios de Capacuaro, que la madera se cuerdos comunes- al maderero como persona de su amis­
vendía por millares de pies; aunque él no sabía ni cuán­ tad que tenía negocios con una comunidad cercana Y ne­
to era un millar, ni si el precio dado era justo o injusto. cesitaba explotar los recursos forestales, de la misma;
Sin embargo, comprendió claramente la diferencia entre finalizaba la misiva recordando que se hallaba a sus ór­
los cuatro y seis pesos y no supo sino contestar, después denes en la capital del Estado, para lo· que gustara man­
de rascarse la cabeza: dar. Una posdata agregaba en tono familiar: "Me saludas
-Yo creo que está bien. a tu señora, besos a los niños."
-Bueno -dijo el explotador- por cada millar. de -Bueno, don Jaime, ¿quiere que salgamos esta mis­
pies que salgan, te vaya, dar a ti un peso, a Lorenzo le ma semana. a Puruarato?
doy otro y otro a Tata Toribio. De esta manera yo te pro­ -¡Naturalmertte! -fue la regocijada respuesta,.
meto que tan pronto ~mpiece a trabajar el aserradero, El maderero invitó al delegado a una cantina, estu-.
te saldrá la semana a noventa o cien pesos, sin que ten­ vieron tomando largo tiempo y entre copa y copa de,aguar­
gas que hacer otra cosa. que convencer a la gente, de vez ?ientes extranjeros, arreglaron el negocio. Con voz tarta­
en cuando y tenerla contenta con la explotación. ¿De Josa pero el pensamiento claro, don Jaime dijo:
acuerdo? -Mira, delegado, cuando el contrato regrese firma­
-¡De acuerdo! -dijeron a la vez Lorenzo y Antonio. do y aprobado, te doy dos mil pesos.
Destaparon una botella de charanda y estuvieron too En medio de la niebla de la embriaguez respondió
mando. Poco tiempo después, Antonio salió a buscar a Rodríguez:

Tata Toribio, volviendo con ély entre trago y trago del


aguardiente, obtuvieron su cooperación para el "negocio". -¡Ajá!

50 JESÚS URIBE RUIZ


LA AGONÍA DEL BOSQUE • 51
Como habían convenido, esa misma semana se enca.
minaron a la Comunidad; llegaron a ella a las, siete de Interrumpió la conversación María, esposa de Tori­
la mañana del día señalado; a tiempo que los labradores bio mujer de unos cuarenta años, de facciones agrada­
iban camino del campo rompiendo, la quieta capa de neo ble;, con el cutis moreno fresco todavía; iba vestida con
blina tenue. A todos los que hallaban, indicábanles vol. su huanengo de tela de seda, -bordado con motivos de gre­
vieran, explicando brevemente los motivos. El' delegado cas a colores entre los que dominaba el rojo, el negro y
conocía 8: unos y en tono familiqr decíales: el amarillo, en tonos fuertes,; la nagua de jerga azul con
-Andale Juan (o Patricio, o Ruperto, según fuera el SU característico "rollo", los pliegues de la misma tela,
nombre del indio). Vamos a tener una sesión y quiero que sirve de apoyo a los niños pequeños, cuando se les.
que todos estén juntos; regrésate, es para bien del pue. carga a la espalda: La calidad de la enagua de María
blo; ya tata Toribio está de acuerdo. denotaba la categoría social a que pertenecía, ya que so­
-jTá bueno! r-rezongaban los indígenas. Y volvían lamente los indígenas más "acaudalados" pueden hacer
a sus trojes para dejar 10s aperos de labranza. el gasto de comprarles a sus mujeres los doce o quince
Llegaron a la casa de Toribio, se saludaron todos a metros de jerga que se requieren. Y usando las más de
tiempo que el jefe de Tenencia enviaba un muchacho a las guares la misma prenda pero de manta. Fajados a la
tocar la campana del templo para que la gente se reunie. cintura llevaban gran cantidad de ceñidores tejidos ama·
ra. Como a la media hora, estaban casi todos los jefes de no, de lana polícroma. En las orejas sendos pendientes
familia, esperando en las afueras de la casa para que de plata labrada, de Paracho.
se les explicara de qué se trataba. Venía de la cocina y en sus manos llevaba unos ja­
Dentro de la troje estaban los recién llegados en como rros de champurrao.
pañía de la mujer de Toribio. Este dijo: -Aquí tienen ustedes -dijo toda cortada.
-A ver tú, María, tráeles aquí a los señores algo de Desayunaron champurrao con seI).1as, corundas reca·
comer. lentadas y té nurite en lugar de café.
-Muchas gracias, no te molestes -indicó el dele­ Cuando salieron, ya la gente empezaba a impacien­
gado. tarse; los más osados habían abandonado 'el lugar para
dedicarse a sus trabajos. Con sumisión y humildad salu­
Don Jaime más perspicaz, agregó:
daron de mano todos los concurrentes a los llegados, en­
-No te queremos dar molestias a ti ni a tu señQra. c~minándose luego al troje que con .letras de cal tenía
Toribio, aunque aquí en confianza te digo que la mera pmtado un letrero: "Jefatura de Tenencia". .
verdad aceptamos, porque hambre nos sobra. . Una vez dentro, el delegado ocupó el lugar central
Rieron todos y el indio comentó: fre~te a una mesa, teniendo a su derecha a Toribio Y.. a
-¡No faltaba más, don Jaime! Esta es la casa de la Izquierda al explotador. Quitó el estuche a la máqui.
ustedes para lo que quieran mandar. ~i de e~cribir, portátil, abrió el portafolio de cuero y de
e extrajo papel oficial en blanco y algunas hojas de pa·
50 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE • 51
Como habían convenido, esa misma semana se enca.
minaron a la Comunidad; llegaron a ella a las, siete de Interrumpió la conversación María, esposa de Tori­
la mañana del día señalado; a tiempo que los labradores bio mujer de unos cuarenta años, de facciones agrada­
iban camino del campo rompiendo, la quieta capa de neo ble;, con el cutis moreno fresco todavía; iba vestida con
blina tenue. A todos los que hallaban, indicábanles vol. su huanengo de tela de seda, -bordado con motivos de gre­
vieran, explicando brevemente los motivos. El' delegado cas a colores entre los que dominaba el rojo, el negro y
conocía 8: unos y en tono familiqr decíales: el amarillo, en tonos fuertes,; la nagua de jerga azul con
-Andale Juan (o Patricio, o Ruperto, según fuera el SU característico "rollo", los pliegues de la misma tela,
nombre del indio). Vamos a tener una sesión y quiero que sirve de apoyo a los niños pequeños, cuando se les.
que todos estén juntos; regrésate, es para bien del pue. carga a la espalda: La calidad de la enagua de María
blo; ya tata Toribio está de acuerdo. denotaba la categoría social a que pertenecía, ya que so­
-jTá bueno! r-rezongaban los indígenas. Y volvían lamente los indígenas más "acaudalados" pueden hacer
a sus trojes para dejar 10s aperos de labranza. el gasto de comprarles a sus mujeres los doce o quince
Llegaron a la casa de Toribio, se saludaron todos a metros de jerga que se requieren. Y usando las más de
tiempo que el jefe de Tenencia enviaba un muchacho a las guares la misma prenda pero de manta. Fajados a la
tocar la campana del templo para que la gente se reunie. cintura llevaban gran cantidad de ceñidores tejidos ama·
ra. Como a la media hora, estaban casi todos los jefes de no, de lana polícroma. En las orejas sendos pendientes
familia, esperando en las afueras de la casa para que de plata labrada, de Paracho.
se les explicara de qué se trataba. Venía de la cocina y en sus manos llevaba unos ja­
Dentro de la troje estaban los recién llegados en como rros de champurrao.
pañía de la mujer de Toribio. Este dijo: -Aquí tienen ustedes -dijo toda cortada.
-A ver tú, María, tráeles aquí a los señores algo de Desayunaron champurrao con seI).1as, corundas reca·
comer. lentadas y té nurite en lugar de café.
-Muchas gracias, no te molestes -indicó el dele­ Cuando salieron, ya la gente empezaba a impacien­
gado. tarse; los más osados habían abandonado 'el lugar para
dedicarse a sus trabajos. Con sumisión y humildad salu­
Don Jaime más perspicaz, agregó:
daron de mano todos los concurrentes a los llegados, en­
-No te queremos dar molestias a ti ni a tu señQra. c~minándose luego al troje que con .letras de cal tenía
Toribio, aunque aquí en confianza te digo que la mera pmtado un letrero: "Jefatura de Tenencia". .
verdad aceptamos, porque hambre nos sobra. . Una vez dentro, el delegado ocupó el lugar central
Rieron todos y el indio comentó: fre~te a una mesa, teniendo a su derecha a Toribio Y.. a
-¡No faltaba más, don Jaime! Esta es la casa de la Izquierda al explotador. Quitó el estuche a la máqui.
ustedes para lo que quieran mandar. ~i de e~cribir, portátil, abrió el portafolio de cuero y de
e extrajo papel oficial en blanco y algunas hojas de pa·
52
JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA D~L BOSQUE 53
pe! carbón. De un rollo envuelto en papel d~ estraza sacó
unos pliegos grandes doblados en· cuadro. a un ser que describe. paraísos fantásticos y los ojos
Luego que estuvieron acomodados como mejor les con. ~oles llenaban de curiosidad cuando, con las manos, da­
vino, los visitantes y los indígenas, el delegado carras. ~a énfasis a las palabras señalando el tamaño de las ma·
peó un poco para decir: zorcas que se obtendrían usando el abono indicado.
-¡Se abre la sesión! -continuando_: Me traen Cuando terminó, un tiej.o a media voz consultó:
con ustedes varios asuntos, en primer lugar, hablarles so. -¿Ese abono nos lo va a regalar el gobierno?
bre una exposición de flores que la Secretaría de Agri. -No, el gobierno sólo pagará la mitad.
cultura y Fomento está desarrollando en la ciudad de Comentaron largo rato los indígenas, en tarasco, sin
México y en la cual se quiere que concursen todos aqueo que nadie hiciese uso de la palabra. Los indios inal co­
llos que tengan flores bonitas, para darles algún premio. midos, empobrecidos y tristes, que despiertan casi a dia­
Miren -y desdoblando los pliegos doblados en cuadro-: rio sin saber cómo van a obtener el sustento del día, ha­
Aquí les voy. a dejar estas hojas de propaganda, el que blaban y hablaban en su lenguaje: "¡Quién pudiera como
se interese que me hable después que terminemos la pral' abono!"
sesión. -La tercera cuestión que necesito exponerles es la
Hizo un momento de silencio, como para ver el efec. siguiente: aquí les presento a don J aim·e, maderero (se
to que sus palabras habían causado en la asamblea, notó paró el interpelado y dijo un sonoro: ¡para servirles!
las caras impasibles de los indígenas y volteando un poco, Contestado por los indios con un: ¡muchas gracias!), el
con el rabo del ojo, contempló a don Jaime que sonreía cual se interesa por trabajar los montes de esta Comuni.
como queriendo decir: "jA qué viene todo esto!" Se sin. dad. Debo hacerles la aclaración de que ya es tiempo que
tió un poco amoscado, pero inmediatamente reaccionó vendan la madera del monte, para que de ahí saque la
pensando que de alguna manera había que repartir aqueo
Comunidad algún ingreso, lo que hasta ahora no ha su­
llas hojas que le mandaron como propaganda.
cedido; aquí don Jaime, dice que puede pagar $ 6.00 por
Prosiguió: millar de pies de madera aserrada, es el mejor precio
que se puede conseguir por ahora; les informo también
-El segundo asunto es el de hablarles sobre las fa.

cilidades que proporciona la misma Secretaría de Agri­


que desde hace mucho tiempo yo estaba preocupándome
cultura y Fomento para que ustedes adquieran abono quío
por ustedes, buscándoles un comprador y lo más que lle.
mico y 10 empleen en los cultivos de maíz.
garon a ofrecer .fue $ 3.00 por millar de pies. No quiero
aquí contarles· todos los gastos que son necesarios para
A continuación hizo un largo informe sobre las ven.
tajas que reporta el uso de los abonos y fertilizantes quí~ poder trabajar un aserradero, básteles saber que la sola
micos 'en los campos, sobre todo, en aquellas tierras em. movilización de la maquinaria cuesta miles de pesos. Los
pobrecidas por el monocultivo; habló de nitrofosca, ni. contratistas de madera, como don Jaime, son gentes que
tratos, sulfatos amoniacales, etc.; los indios lo veían co. co~ocen el negocio y aunque no quieran, tienen que se­
gUIr en él; es el mismo caso que ustedes con el maíz
52
JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA D~L BOSQUE 53
pe! carbón. De un rollo envuelto en papel d~ estraza sacó
unos pliegos grandes doblados en· cuadro. a un ser que describe. paraísos fantásticos y los ojos
Luego que estuvieron acomodados como mejor les con. ~oles llenaban de curiosidad cuando, con las manos, da­
vino, los visitantes y los indígenas, el delegado carras. ~a énfasis a las palabras señalando el tamaño de las ma·
peó un poco para decir: zorcas que se obtendrían usando el abono indicado.
-¡Se abre la sesión! -continuando_: Me traen Cuando terminó, un tiej.o a media voz consultó:
con ustedes varios asuntos, en primer lugar, hablarles so. -¿Ese abono nos lo va a regalar el gobierno?
bre una exposición de flores que la Secretaría de Agri. -No, el gobierno sólo pagará la mitad.
cultura y Fomento está desarrollando en la ciudad de Comentaron largo rato los indígenas, en tarasco, sin
México y en la cual se quiere que concursen todos aqueo que nadie hiciese uso de la palabra. Los indios inal co­
llos que tengan flores bonitas, para darles algún premio. midos, empobrecidos y tristes, que despiertan casi a dia­
Miren -y desdoblando los pliegos doblados en cuadro-: rio sin saber cómo van a obtener el sustento del día, ha­
Aquí les voy. a dejar estas hojas de propaganda, el que blaban y hablaban en su lenguaje: "¡Quién pudiera como
se interese que me hable después que terminemos la pral' abono!"
sesión. -La tercera cuestión que necesito exponerles es la
Hizo un momento de silencio, como para ver el efec. siguiente: aquí les presento a don J aim·e, maderero (se
to que sus palabras habían causado en la asamblea, notó paró el interpelado y dijo un sonoro: ¡para servirles!
las caras impasibles de los indígenas y volteando un poco, Contestado por los indios con un: ¡muchas gracias!), el
con el rabo del ojo, contempló a don Jaime que sonreía cual se interesa por trabajar los montes de esta Comuni.
como queriendo decir: "jA qué viene todo esto!" Se sin. dad. Debo hacerles la aclaración de que ya es tiempo que
tió un poco amoscado, pero inmediatamente reaccionó vendan la madera del monte, para que de ahí saque la
pensando que de alguna manera había que repartir aqueo
Comunidad algún ingreso, lo que hasta ahora no ha su­
llas hojas que le mandaron como propaganda.
cedido; aquí don Jaime, dice que puede pagar $ 6.00 por
Prosiguió: millar de pies de madera aserrada, es el mejor precio
que se puede conseguir por ahora; les informo también
-El segundo asunto es el de hablarles sobre las fa.

cilidades que proporciona la misma Secretaría de Agri­


que desde hace mucho tiempo yo estaba preocupándome
cultura y Fomento para que ustedes adquieran abono quío
por ustedes, buscándoles un comprador y lo más que lle.
mico y 10 empleen en los cultivos de maíz.
garon a ofrecer .fue $ 3.00 por millar de pies. No quiero
aquí contarles· todos los gastos que son necesarios para
A continuación hizo un largo informe sobre las ven.
tajas que reporta el uso de los abonos y fertilizantes quí~ poder trabajar un aserradero, básteles saber que la sola
micos 'en los campos, sobre todo, en aquellas tierras em. movilización de la maquinaria cuesta miles de pesos. Los
pobrecidas por el monocultivo; habló de nitrofosca, ni. contratistas de madera, como don Jaime, son gentes que
tratos, sulfatos amoniacales, etc.; los indios lo veían co. co~ocen el negocio y aunque no quieran, tienen que se­
gUIr en él; es el mismo caso que ustedes con el maíz
54 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE
(sintió alegría interna al encontrar un símil comprensible
para el auditorio), hay muchos años que la labor no les damos; estuvo el aserradero .trabajando: t:es años y ~a co­
da ni para comer, pero siguen cultivando la 'tierra en es. munidad sigue tan pobre; dIzque les hicIeron las mIsmas'
pera de mejores días, así están ahora los madereros, por promesas que ahora nos están haciendo: agua, luz, escuela.
culpa de la guerra tienen muchos gastos y están en la temo y a la hora de la hora ¡lO hubo nada. Por el mentado
porada mala, pero no quieren dejar el negocio esperan. negocio hasta tuvieron muertos y quedó en pleito la Co­
do, como ya dije, el empareje que les dé los gastos. Les munidad con, Aranza, porque los trozadores tumbaron pa­
digo todo esto en confianza, y aquÍ está pr~sente don los de un ecuaro en litigios. Ahora los de Quinceo están
Jaime que no me dejará mentir. Tienen ustedes la pala­ maldiciendo el momento en que se les ocurrió dejar que
bra para indicarme si están conformes en que se realice les cortaran los montes. Hasta dicen que la tierra da me·
la venta. ' nos que antes y que se les están secando los ojos de agua.
Los indio,S permanecían callados, ninguno se atrevía Tata Toribio, enojado con la interrupcion, gritó:
a hablar; percibieron que de lo que se trataba era de -Aquí, con la ayuda de Dios Nuestro Señor, todo
vender los árboles del monte de la Comunidad y un mie­ saldrá bien. Estamos muy pobres y no tenemos ni para
do instintivo les amordazaba la lengua. Ninguno' quería reparar la iglesia que se nos está cayendo desde que el
sobrellevar la responsabilidad de soltar las fuerzas des. último temblor la cuarteó todita. ¿ Qué es eso que en las
conocidas, de haber sido el primero en iniciar un acto fiestas del santo ya no tenemos ni para comprar cuetes?
que quizá después traería consecuencias graves para el ¡Debería darnos vergüenza! Esto es asunto de machos y
equilibrio y tranquilidad de la Comunidad. el que no qui€1 ra entrarle, que no le entre, ¡yo estoy por
Tata Toribio se levantó y en tarasco comenzó a ha­
que se venda el monte!
blar; casi repitió las palabras del delegado, con esa asom­
El delegado y don Jaime se dieron cuenta del alter­
hrosa memoria que poseen los indios. y luego pasó a ex­

cado entre los indios y antes de que Ubaldo, el viejo, ha­


poner las ventajas que según él se derivarían de la venta
blara como trataba de hacerlo, pasaron a reforzar el pun­
del monte: harían una escuela, pondrían una tubería pa­
to de vista de Toribio, una vez advertidos por éste de lo
ra conducir el agua del manantial hasta el pueblo y como
que había dicho en tarasco. Expl.icaron que los bosques
el aserradero, según sabía por pláticas con don Jaime, se renovan ellos mismos, que la explotación no tumbaría
iba a ser movido por fuerza eléctrica, el pueblo contaría todo~ los árboles;, que eran amigos, que no vendrían a
con luz.
ocaSIOnar daños, que harían la escuela (con gesto teatral,
A media exposición, se levantó Facundo Arévalos, mo­ d~n Jaime dijo llevándose 'la mano al pecho: "Les doy
zo de veinticinco años, casado con una sobrina de' Tori­ mI palabra de honor"), que darían luz al pueblo, etc. '
bio. En tarasco le gritó:
-Yo conozco a la Comunidad de Quinceo que ven­ T ,:1provechando un momento en que hablaba don Jaime,
orIblO susurró al delegado:
dió los árboles, como ahora se quiere que nosotros ven-
-¡Pónlo a votación!
54 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE
(sintió alegría interna al encontrar un símil comprensible
para el auditorio), hay muchos años que la labor no les damos; estuvo el aserradero .trabajando: t:es años y ~a co­
da ni para comer, pero siguen cultivando la 'tierra en es. munidad sigue tan pobre; dIzque les hicIeron las mIsmas'
pera de mejores días, así están ahora los madereros, por promesas que ahora nos están haciendo: agua, luz, escuela.
culpa de la guerra tienen muchos gastos y están en la temo y a la hora de la hora ¡lO hubo nada. Por el mentado
porada mala, pero no quieren dejar el negocio esperan. negocio hasta tuvieron muertos y quedó en pleito la Co­
do, como ya dije, el empareje que les dé los gastos. Les munidad con, Aranza, porque los trozadores tumbaron pa­
digo todo esto en confianza, y aquÍ está pr~sente don los de un ecuaro en litigios. Ahora los de Quinceo están
Jaime que no me dejará mentir. Tienen ustedes la pala­ maldiciendo el momento en que se les ocurrió dejar que
bra para indicarme si están conformes en que se realice les cortaran los montes. Hasta dicen que la tierra da me·
la venta. ' nos que antes y que se les están secando los ojos de agua.
Los indio,S permanecían callados, ninguno se atrevía Tata Toribio, enojado con la interrupcion, gritó:
a hablar; percibieron que de lo que se trataba era de -Aquí, con la ayuda de Dios Nuestro Señor, todo
vender los árboles del monte de la Comunidad y un mie­ saldrá bien. Estamos muy pobres y no tenemos ni para
do instintivo les amordazaba la lengua. Ninguno' quería reparar la iglesia que se nos está cayendo desde que el
sobrellevar la responsabilidad de soltar las fuerzas des. último temblor la cuarteó todita. ¿ Qué es eso que en las
conocidas, de haber sido el primero en iniciar un acto fiestas del santo ya no tenemos ni para comprar cuetes?
que quizá después traería consecuencias graves para el ¡Debería darnos vergüenza! Esto es asunto de machos y
equilibrio y tranquilidad de la Comunidad. el que no qui€1 ra entrarle, que no le entre, ¡yo estoy por
Tata Toribio se levantó y en tarasco comenzó a ha­
que se venda el monte!
blar; casi repitió las palabras del delegado, con esa asom­
El delegado y don Jaime se dieron cuenta del alter­
hrosa memoria que poseen los indios. y luego pasó a ex­

cado entre los indios y antes de que Ubaldo, el viejo, ha­


poner las ventajas que según él se derivarían de la venta
blara como trataba de hacerlo, pasaron a reforzar el pun­
del monte: harían una escuela, pondrían una tubería pa­
to de vista de Toribio, una vez advertidos por éste de lo
ra conducir el agua del manantial hasta el pueblo y como
que había dicho en tarasco. Expl.icaron que los bosques
el aserradero, según sabía por pláticas con don Jaime, se renovan ellos mismos, que la explotación no tumbaría
iba a ser movido por fuerza eléctrica, el pueblo contaría todo~ los árboles;, que eran amigos, que no vendrían a
con luz.
ocaSIOnar daños, que harían la escuela (con gesto teatral,
A media exposición, se levantó Facundo Arévalos, mo­ d~n Jaime dijo llevándose 'la mano al pecho: "Les doy
zo de veinticinco años, casado con una sobrina de' Tori­ mI palabra de honor"), que darían luz al pueblo, etc. '
bio. En tarasco le gritó:
-Yo conozco a la Comunidad de Quinceo que ven­ T ,:1provechando un momento en que hablaba don Jaime,
orIblO susurró al delegado:
dió los árboles, como ahora se quiere que nosotros ven-
-¡Pónlo a votación!
56 JESÚS UmBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE
57
/
Se levantó el delegado y cortando la palabra a1 ma. Creo que agoté todos los santos del calendario y ya iba
derero dijo: /' a empezar a ponerles nombres de flores o de piedras,
-Considero suficientemente discutido el puntó. Va.
I
.Dios me perdone!
mos a pasar a votación: los que estén por que s,e venda I Entre bromas siguió la plática y de ella salieron dán­
el monte, que levanten la mano. dose el título de: compadres.
Inmediatamente Toribio levantó la suya y se quedó Pasaron la noche en la Comunidad y salieron al día
viendo en actitud desafiante a los demás quienes con los siguiente, muy de madrugada. Los vientos fríos mordían
ojos bajos, levantaron lentamente sus manos. sus carnes, como perros rabiosos que quieren ahuyentar
-¡Maypría! -apresuróse a decir el delegado. Y acto malhechores.
continuo ~e puso a elaborar el acta y los documentos que
sellarían el destino de la Comunidad y de sus montes.
Se leyeron las actas y los contratos y sin ninguna acla. Ya estaba dado el primer paso en la elaboración de
ración (¡ qué podrían aclarar los indios!) fueron firma. aquel artificio de explotación. Empezaba a funcionar la
dos y cuajados de huellas digitales los papeles. maquinaria de engranajes hechos al antojo del maderero.
Don Jaime estaba fuera de sí de alegría. A cada in. y no era que los delegados no se dieran cuenta de lo
dio que salía de la Jefatura de Tenencia le estrechaba que todo aquello representaba; ya lo decía el delegado
la mano y le palmeaba el hombro-; en un corrillo que se a sus íntimos, en plan de confianza:
había formado, platicaba algunas "piezas" que hacían -"Esto (refiriéndose a las explotaciones madereras)
reir a, los circunstantes; al terminar el delegado, encami. es muy fuerte, no se puede con él. O colaboro o me des­
nóse en su compañía y la de Toribio a la casa de éste, truyen. ¿Qué podría hacer yo solo? Hasta mi vida peli­
lugar desde donde encargaron una botella dé Charanda, graría. Estoy colocado en la base de la gran pirámide,
que empezaron a ingerir con vivas muestras de alegría. soy una piedra sobre la cual hay otra de mucho peso,
Don Jaime, fingiendo estar más borracho de lo que real. no puedo moverme. Si no se hace lo que dicen los made­
mente estaba, abrazó a Toribio y le explicó: reros, al poco tiempo regresan con órdenes de la supe-
- j Lástima que no tengas chamacos para que te los non .
. ·d a d , ' i tIenen pesos, eso es to d o.1'"
. .
bautice, Toribio! Es que, en verdad, el delegado, un delegado, o dos
Se rio el indio preguntando: o tres, no contarían para nada en, contra del "sistema".
-¿Es que quiere ser mi compadre? . ~aría falta una política general, mesurada, práctica, ejer­
- j Seguro! -'-afirmó su interlocutor. ~lda desde arriba para terminar con él. Por otro lado, la
-'-Pues nomás bautíceme a la hija de mi nieto y ha­ Inmoralidad de los madereros contagiaba, forzaba, com~
cemos de cuenta que es cosa hecha. Ya tenía yo a esa praba a los empleados públicos que necesitaron y as.í es,
niña mostrenca, porque como soy pariente y pa'drino de tablecía poco a poco una maquinaria "propia". Solamen­
casi todos los del-pueblo, ya no sé qué nombre ponerles. te que estos empleados, defensores a última raya de los
56 JESÚS UmBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE
57
/
Se levantó el delegado y cortando la palabra a1 ma. Creo que agoté todos los santos del calendario y ya iba
derero dijo: /' a empezar a ponerles nombres de flores o de piedras,
-Considero suficientemente discutido el puntó. Va.
I
.Dios me perdone!
mos a pasar a votación: los que estén por que s,e venda I Entre bromas siguió la plática y de ella salieron dán­
el monte, que levanten la mano. dose el título de: compadres.
Inmediatamente Toribio levantó la suya y se quedó Pasaron la noche en la Comunidad y salieron al día
viendo en actitud desafiante a los demás quienes con los siguiente, muy de madrugada. Los vientos fríos mordían
ojos bajos, levantaron lentamente sus manos. sus carnes, como perros rabiosos que quieren ahuyentar
-¡Maypría! -apresuróse a decir el delegado. Y acto malhechores.
continuo ~e puso a elaborar el acta y los documentos que
sellarían el destino de la Comunidad y de sus montes.
Se leyeron las actas y los contratos y sin ninguna acla. Ya estaba dado el primer paso en la elaboración de
ración (¡ qué podrían aclarar los indios!) fueron firma. aquel artificio de explotación. Empezaba a funcionar la
dos y cuajados de huellas digitales los papeles. maquinaria de engranajes hechos al antojo del maderero.
Don Jaime estaba fuera de sí de alegría. A cada in. y no era que los delegados no se dieran cuenta de lo
dio que salía de la Jefatura de Tenencia le estrechaba que todo aquello representaba; ya lo decía el delegado
la mano y le palmeaba el hombro-; en un corrillo que se a sus íntimos, en plan de confianza:
había formado, platicaba algunas "piezas" que hacían -"Esto (refiriéndose a las explotaciones madereras)
reir a, los circunstantes; al terminar el delegado, encami. es muy fuerte, no se puede con él. O colaboro o me des­
nóse en su compañía y la de Toribio a la casa de éste, truyen. ¿Qué podría hacer yo solo? Hasta mi vida peli­
lugar desde donde encargaron una botella dé Charanda, graría. Estoy colocado en la base de la gran pirámide,
que empezaron a ingerir con vivas muestras de alegría. soy una piedra sobre la cual hay otra de mucho peso,
Don Jaime, fingiendo estar más borracho de lo que real. no puedo moverme. Si no se hace lo que dicen los made­
mente estaba, abrazó a Toribio y le explicó: reros, al poco tiempo regresan con órdenes de la supe-
- j Lástima que no tengas chamacos para que te los non .
. ·d a d , ' i tIenen pesos, eso es to d o.1'"
. .
bautice, Toribio! Es que, en verdad, el delegado, un delegado, o dos
Se rio el indio preguntando: o tres, no contarían para nada en, contra del "sistema".
-¿Es que quiere ser mi compadre? . ~aría falta una política general, mesurada, práctica, ejer­
- j Seguro! -'-afirmó su interlocutor. ~lda desde arriba para terminar con él. Por otro lado, la
-'-Pues nomás bautíceme a la hija de mi nieto y ha­ Inmoralidad de los madereros contagiaba, forzaba, com~
cemos de cuenta que es cosa hecha. Ya tenía yo a esa praba a los empleados públicos que necesitaron y as.í es,
niña mostrenca, porque como soy pariente y pa'drino de tablecía poco a poco una maquinaria "propia". Solamen­
casi todos los del-pueblo, ya no sé qué nombre ponerles. te que estos empleados, defensores a última raya de los
58 L\ AGONÍA DEL BOSQUE 59
JESÚS URIBE RUIZ \

intereses de sus protectores, pór ridículas sumas torcían preciso? ¿A los explotadores que querían enriquecerse
la técnica, daban las interpretaciones oficiales provecho. rápida y desorbitadamente? No, solamente los campesi.
sas y benéficas a los explotadores y, en este plano incli. noS los comuneros, los ejidatarios, podrían interesarse en
nado de irresponsabilidades, eran obstáculo cada vez más con~ervar sus propios montes, en no afectar el equilibrio
fuerte, que impediría el progreso de las más sufridas cla­ de SU conservación; y esto~podría ejecutarlo con una há·
ses del pueblo. bil Y responsable dirección.
y mientras los enemigos, los siempre ahitos "antirre­ Pero desgraciadamente, se estaba en la época de las
volucionarios" dirigían anatemas, frases inflamadas por improvisaciones. Personas sin conocimientos eran puestas
la ira que proporciona la conveniencia amenazada, en a intervenir en asuntos de interés nacional. Y por una
contra de la propiedad ejidal, de las comunidades, de los debilidad o descuido de las agrupaciones profesionales
derechos que ese mismo pueblo había adquirido con su de la República, cuyas actividades estuvieran íntimamen·
sangre en los crueles campos de batalla; no saldrían a la te ligadas con la vida del país, no se publicaban las listas
defensa aquellos que tendrían la obligación de hacerlo, oficiales de los profesionistas, de los individuos que por
comprado ya su silencio por los misérrimos treinta dine. sus estudios, deberían acreditarse como responsables. Ca·
ros' de la complicidad y la traición. Las comunidades te­ so claro el del agrónomo: un empleado cualquiera, con
nían montes que, explotados científicamente, cortándose sarako.ff y botas mineras, se decía y dejaba decirse: in­
sólo aquellos árboles supermaduros ("de diámetros extra. geniero. Y ya el gremio entero era arrastrado por la con·
cOltables" como dijeran algunos), proporcionarían los in. ducta de aquel "ingeniero"
gresos suficientes para adquirir los modernos aperos de
labranza, construir escuelas, hacer caminos; llevar la ..........

energía eléctrica a impulsar el bienestar de los pueblos,


mover molinos de nixtamal que liberaran a la mujer in. Una vez recabada la documentación del contrato me­
dígena del inhumano trabajo del metate. Si'las explota­ diante el cual la comunidad autorizaba aexplotar el mono
ciones de los montes se hicieran solamente con base a te a don Jaime, era preciso contar con un estudio fores·
proporcioJ;lar las mayoreS' utilidades a sus legítimos due­ tal. El maderero conocía en Morelia a un postulante fo·
ños, ya las comunidades indígenas estarían en franco ca. restal, perSOIJ.a de sus enteras confianzas y que ejecutaba .
mino de superación. ¿Sería factible hacerlo? ¡Claro que las cosas a toda satisfacción. Dirigióse a la capital del
era posible! Solamente que no convenía a los, intereses Estado y apersonóse con su amigo:
de los explotadores y sus "socios" y por eso se quedaba -Buenos días, ingeniero. .

el proyecto arrumbado dentro de los archivos: cementerio -Buenos, don Jaime. ¿Qué le trae por acá?

de las ideas constructivas. -Nada, tengo un contrato con la Comunidad de Pu·

En mayor abundamiento: ¿A quién interesaría con. ruarato.

servar los montes? ¿Sacar solamente la madera que fuera -¿,De Puruarato? ¡Se sacó la lotería!

58 L\ AGONÍA DEL BOSQUE 59


JESÚS URIBE RUIZ \

intereses de sus protectores, pór ridículas sumas torcían preciso? ¿A los explotadores que querían enriquecerse
la técnica, daban las interpretaciones oficiales provecho. rápida y desorbitadamente? No, solamente los campesi.
sas y benéficas a los explotadores y, en este plano incli. noS los comuneros, los ejidatarios, podrían interesarse en
nado de irresponsabilidades, eran obstáculo cada vez más con~ervar sus propios montes, en no afectar el equilibrio
fuerte, que impediría el progreso de las más sufridas cla­ de SU conservación; y esto~podría ejecutarlo con una há·
ses del pueblo. bil Y responsable dirección.
y mientras los enemigos, los siempre ahitos "antirre­ Pero desgraciadamente, se estaba en la época de las
volucionarios" dirigían anatemas, frases inflamadas por improvisaciones. Personas sin conocimientos eran puestas
la ira que proporciona la conveniencia amenazada, en a intervenir en asuntos de interés nacional. Y por una
contra de la propiedad ejidal, de las comunidades, de los debilidad o descuido de las agrupaciones profesionales
derechos que ese mismo pueblo había adquirido con su de la República, cuyas actividades estuvieran íntimamen·
sangre en los crueles campos de batalla; no saldrían a la te ligadas con la vida del país, no se publicaban las listas
defensa aquellos que tendrían la obligación de hacerlo, oficiales de los profesionistas, de los individuos que por
comprado ya su silencio por los misérrimos treinta dine. sus estudios, deberían acreditarse como responsables. Ca·
ros' de la complicidad y la traición. Las comunidades te­ so claro el del agrónomo: un empleado cualquiera, con
nían montes que, explotados científicamente, cortándose sarako.ff y botas mineras, se decía y dejaba decirse: in­
sólo aquellos árboles supermaduros ("de diámetros extra. geniero. Y ya el gremio entero era arrastrado por la con·
cOltables" como dijeran algunos), proporcionarían los in. ducta de aquel "ingeniero"
gresos suficientes para adquirir los modernos aperos de
labranza, construir escuelas, hacer caminos; llevar la ..........

energía eléctrica a impulsar el bienestar de los pueblos,


mover molinos de nixtamal que liberaran a la mujer in. Una vez recabada la documentación del contrato me­
dígena del inhumano trabajo del metate. Si'las explota­ diante el cual la comunidad autorizaba aexplotar el mono
ciones de los montes se hicieran solamente con base a te a don Jaime, era preciso contar con un estudio fores·
proporcioJ;lar las mayoreS' utilidades a sus legítimos due­ tal. El maderero conocía en Morelia a un postulante fo·
ños, ya las comunidades indígenas estarían en franco ca. restal, perSOIJ.a de sus enteras confianzas y que ejecutaba .
mino de superación. ¿Sería factible hacerlo? ¡Claro que las cosas a toda satisfacción. Dirigióse a la capital del
era posible! Solamente que no convenía a los, intereses Estado y apersonóse con su amigo:
de los explotadores y sus "socios" y por eso se quedaba -Buenos días, ingeniero. .

el proyecto arrumbado dentro de los archivos: cementerio -Buenos, don Jaime. ¿Qué le trae por acá?

de las ideas constructivas. -Nada, tengo un contrato con la Comunidad de Pu·

En mayor abundamiento: ¿A quién interesaría con. ruarato.

servar los montes? ¿Sacar solamente la madera que fuera -¿,De Puruarato? ¡Se sacó la lotería!

LA AGONÍA DEL BOSQUE


61
60 JESÚS URIBE RUIZ

, un estudio económICO y social en el que demostraba


-¿ La conoce usted? . a pagar a 1a ComUlll'd a d era economIca
ro e el preCIO ' , y
-Nada más de referencias; según parece es la me­
:nicamente correcto; en él hizo lujo de reglas y leyes
jor que hay en el Estado.
-Ni tanto, ni tanto. , y por quintuplicado ~~ ~emitió a la superioridad, junto.
-No sea usted. .. Oriental don Jaime, no pretenda con el contrato respectIvo.
El postulante, a su vez, hizo el estudio forestal con
ofender a los dioses diciendo la verdad seca, no sya mo­
desto. . abundancia también de aspectos técnicos y como conse­
Se rieron ambos; el postulante forestal invitó al ma­ cuencia y síntesis de él, se afirmaba lo que al explota­
derero a sentarse y continuaron charlando por algunos dor era necesario para iniciar la tumba de los árboles:
instantes~
éstos eran viejos en su mayoría, representando por lo
Enfocada la plática a los negocios, el explotador' in­ tanto un peligro para el normal desarrollo de la ma~a bos­
cosa, etc. En medio del laberinto de nombres científicos
dicaba:
y fórmulas, surgía una sola verdad positiva: era necesa­
-Cinco mil pesos en efectivo en el momento en que
aparezca el Decreto levantando la veda, cinco pesos por rio trabajar el monte.
Así se hicieron los papeles que fueron remitidos a
millar de pies aserrados como gratificación para que sea
México para que las dependencias respectivas dieran su
el técnico del negocio. .
~No -replicaba el forestal-o Tres mil pesos cuan­
aprobación. El problema social ¿interesaba a alguien? No
fue tocado en lo absoluto. Con aquellos papeles sellados
do aparezca el Decreto y seis pesos por millar de pies
y firmados, de una manera inconscieinte se decidía el
como gratificación.
-No sea usted tan duro, ingeniero, vaya tener que futuro de todo un pueblo de indígenas.
Pasaron muchos meses antes de que fueran ilproba­
hacer muchos gastos y no sé de dónde vaya a salir tanto
dos el contrato y los estudios. Los documentos frecuente­
dinero.
mente perdíanse entre el mar de papeles de las oficinas
Sonrió el forestal socarronamente:
públicas, pero ahí estaba don Jaime listo a rescatarlos
-Yo sí sé.
-Bueno, ingeniero, está bien, se aprovecha de los mediante sus espléndidas dádivas. . .'
Un día llegaba a la oficina relativa y preguntaba:
amigos y abusa. Ya le sacaré el dinero en el póker.
Se rieron a carcajadas palmeándose los brazos mU­ -¿ Cómo va mi asunto?
tuamente. -Yana 10 tengo, pasó a la mesa X;
Al empleado de la mesa X inquiría:
_¿ Tuviera usted la bondad de decirme si tiene el
De esta suerte surgieron estudios forestales yeco­ COntrato de Puruarato?
-No sé decirle -gruñía despectivamente su inter­
nómicos, sin obediencia a ningún plan de altura, constri­
ñéndose la técnica a la conveniencia. El delegado elabo-
1Ocutor.
LA AGONÍA DEL BOSQUE
61
60 JESÚS URIBE RUIZ

, un estudio económICO y social en el que demostraba


-¿ La conoce usted? . a pagar a 1a ComUlll'd a d era economIca
ro e el preCIO ' , y
-Nada más de referencias; según parece es la me­
:nicamente correcto; en él hizo lujo de reglas y leyes
jor que hay en el Estado.
-Ni tanto, ni tanto. , y por quintuplicado ~~ ~emitió a la superioridad, junto.
-No sea usted. .. Oriental don Jaime, no pretenda con el contrato respectIvo.
El postulante, a su vez, hizo el estudio forestal con
ofender a los dioses diciendo la verdad seca, no sya mo­
desto. . abundancia también de aspectos técnicos y como conse­
Se rieron ambos; el postulante forestal invitó al ma­ cuencia y síntesis de él, se afirmaba lo que al explota­
derero a sentarse y continuaron charlando por algunos dor era necesario para iniciar la tumba de los árboles:
instantes~
éstos eran viejos en su mayoría, representando por lo
Enfocada la plática a los negocios, el explotador' in­ tanto un peligro para el normal desarrollo de la ma~a bos­
cosa, etc. En medio del laberinto de nombres científicos
dicaba:
y fórmulas, surgía una sola verdad positiva: era necesa­
-Cinco mil pesos en efectivo en el momento en que
aparezca el Decreto levantando la veda, cinco pesos por rio trabajar el monte.
Así se hicieron los papeles que fueron remitidos a
millar de pies aserrados como gratificación para que sea
México para que las dependencias respectivas dieran su
el técnico del negocio. .
~No -replicaba el forestal-o Tres mil pesos cuan­
aprobación. El problema social ¿interesaba a alguien? No
fue tocado en lo absoluto. Con aquellos papeles sellados
do aparezca el Decreto y seis pesos por millar de pies
y firmados, de una manera inconscieinte se decidía el
como gratificación.
-No sea usted tan duro, ingeniero, vaya tener que futuro de todo un pueblo de indígenas.
Pasaron muchos meses antes de que fueran ilproba­
hacer muchos gastos y no sé de dónde vaya a salir tanto
dos el contrato y los estudios. Los documentos frecuente­
dinero.
mente perdíanse entre el mar de papeles de las oficinas
Sonrió el forestal socarronamente:
públicas, pero ahí estaba don Jaime listo a rescatarlos
-Yo sí sé.
-Bueno, ingeniero, está bien, se aprovecha de los mediante sus espléndidas dádivas. . .'
Un día llegaba a la oficina relativa y preguntaba:
amigos y abusa. Ya le sacaré el dinero en el póker.
Se rieron a carcajadas palmeándose los brazos mU­ -¿ Cómo va mi asunto?
tuamente. -Yana 10 tengo, pasó a la mesa X;
Al empleado de la mesa X inquiría:
_¿ Tuviera usted la bondad de decirme si tiene el
De esta suerte surgieron estudios forestales yeco­ COntrato de Puruarato?
-No sé decirle -gruñía despectivamente su inter­
nómicos, sin obediencia a ningún plan de altura, constri­
ñéndose la técnica a la conveniencia. El delegado elabo-
1Ocutor.
62 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE . 63

-¿Por qué no me hace favor de localizarlo? En su fuero interno, y merced a su inveterada costum~
Rebuscaba el burócrata y naturalmente, no enContra. bre de jugador afortunado, creía estar en un juego de
ba lo solicitado. azar y 18.8 cantidades de qinero que soltaba, no las con·
-Ya ve usted -decía-: no lo tengo aquí; será cues_ sideraba perdidas, veíalas como un incremento de la
tión de buscarlo con más calma. apuesta.
-Muchas gracias --contestaba el explotador y aban.
donaba la oficina.
Esperaba en la puerta a la hora de salida de los em.
pleados y con actitud decidida y amistosa abordaba al em.
pleado de' la mesa X:
-Oiga, compañero, quiero invitarlo a que se tome
una copita conmigo; le suplico aceptar, vengo desde Mi.
choacán y no tengo 'amigos aquí en la ciudad. ¿Qué dice?
-Bueno.
Se dirigían a alguna cantina y ya en ella, al calor
de las copas de aguardiente con nombres extranjeros, don
Jaime procuraha despertar la simpatía y confianza del
empleado, para finalizar con la fórmula infalible:
-Le ~uplico no olvide mi asuntito de Puruarato, le

aseguro que sabré agradecer sus servicios.

, Así marchaban las cosas. El explotador, acostumbra.

do a todas las peripe-cias del asunto, no se impacientaba;

de sus manos salía el dinero pródigamente. Con su más

fuerte argumento: el dinero, decidía siempre a su favor

las cuestiones. A los ojos de los empleados públicos con.

taba y recontaba gruesos fajos de billetes y, solicitaba


servicios tan nimios, tan aparentemente insignificantes,
haciendo regalos, trabando amistad, en fin acorralando a
todos los empleados que podrían serle útiles, que éstos
casi siempre cedían a sus peticiones. Era lo que él lla­
maba: "necesidad de engrasar la maquinaria". ¡y vaya
que tenía muchas formas de hacerlo!
62 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE . 63

-¿Por qué no me hace favor de localizarlo? En su fuero interno, y merced a su inveterada costum~
Rebuscaba el burócrata y naturalmente, no enContra. bre de jugador afortunado, creía estar en un juego de
ba lo solicitado. azar y 18.8 cantidades de qinero que soltaba, no las con·
-Ya ve usted -decía-: no lo tengo aquí; será cues_ sideraba perdidas, veíalas como un incremento de la
tión de buscarlo con más calma. apuesta.
-Muchas gracias --contestaba el explotador y aban.
donaba la oficina.
Esperaba en la puerta a la hora de salida de los em.
pleados y con actitud decidida y amistosa abordaba al em.
pleado de' la mesa X:
-Oiga, compañero, quiero invitarlo a que se tome
una copita conmigo; le suplico aceptar, vengo desde Mi.
choacán y no tengo 'amigos aquí en la ciudad. ¿Qué dice?
-Bueno.
Se dirigían a alguna cantina y ya en ella, al calor
de las copas de aguardiente con nombres extranjeros, don
Jaime procuraha despertar la simpatía y confianza del
empleado, para finalizar con la fórmula infalible:
-Le ~uplico no olvide mi asuntito de Puruarato, le

aseguro que sabré agradecer sus servicios.

, Así marchaban las cosas. El explotador, acostumbra.

do a todas las peripe-cias del asunto, no se impacientaba;

de sus manos salía el dinero pródigamente. Con su más

fuerte argumento: el dinero, decidía siempre a su favor

las cuestiones. A los ojos de los empleados públicos con.

taba y recontaba gruesos fajos de billetes y, solicitaba


servicios tan nimios, tan aparentemente insignificantes,
haciendo regalos, trabando amistad, en fin acorralando a
todos los empleados que podrían serle útiles, que éstos
casi siempre cedían a sus peticiones. Era lo que él lla­
maba: "necesidad de engrasar la maquinaria". ¡y vaya
que tenía muchas formas de hacerlo!
IV
LOS NAGUALES

FACUNDO Arévalos se levantó muy de madrugada aquel


día; empezaba la siembra y quería aprovechar el tiempo
lo más posible.
Cargó un bulto de maíz de semilla y despertó a Cun­
do, el hijo pequeño de seis años que se levantó del suelo
restregándose los ojos y quitándose el pequeño sarape
que lo cubriera:
-¡Tráigase los dos morrales! .
El niño los tomó de un clavo donde estaban pendien:
tes y los colgó de su hombro pasándolos por el brazo.
Cuando salieron· de la troje, Petra estaba en la coci·
na torteando la masa, haciendo tortillas de maíz. El cuer­
po de la india se m0vía rítmicamente hincado sobre la
tierra. Con sus dos manos movía la del metate y hábil·
mente, separaba los tejos de blanca masa que después
tomaba entre sus palmas hasta convertirla en un disco,
colocándola finalmente en el comal.
Comieron algunas tortillas con sal y chile molido· y
se e~caminaron al campo. Una neblina lechosa y espesa
cuhna todo el horizonte; no se divisaba .el cerro, ni las
harra!lcas; sólo de trecho en trecho distirtguíase la silue·
ta gns de algún pino. .
66 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 67

Al acercarse al ecuaro, Facundo dio un grito de ra. to Y tapando con el pie. Otros seguían lentamente el can·
bia: las cercas de morillos. que con tanto trabajo había
. o andar deblos bueyes. . , .
levantado para proteger el barbecho, se encontraban des. sin Unos esta an cerca, caSI velanse sus f '
accIOnes more·
truidas en un gran tramo: los largueros estaban en el sue. has; distinguíanse sus manos activ.~s, sus pies. desnudos.
lo y los postes y piedras con que se sostenían hallábanse En surcos paralelos, estaban los hIJOS, sus mUJeres, ayu­
diseminados por doquier. dándolos, encorvándose e irguiéndose casi simultáneamen­
Parecía como si una manada de bueyes furiosos hu. te como si estuvieran en algún rito de adoración. Había
biera irrumpido contra el cercado. Pero no, aquello no momentos en que· las fajas rojas y azules que sirven de
podría atribuirse a animal alguno, no había huellas de cinto a los indios, con sus puntas colgantes perdíanse en
animal dentro de la surcada y de vez en cuando, sobre el suelo oscuro, dando la rara impresión de un parto de
la tierra morena, desmenuzada y húmeda, dibujábase cla. la madre tierra, un parto interminable de indios atados
ramente el contorno de pisadas con huaraches. El destro. al surco café por cordones umbilicales de algodón teñido.
zo había sido hecho por hombres, no cabía· la menor duo Sobre el camino, andando con el peculiar trote
da, p~ro: ¿quién era el causante? ¿Por qué? Repasaba en de las indias, llegó la Petra con Rosario, la niña: lleva·
la memoria por ver si algún recuerdo hacía luz. ¿Habría ban en un morral las tortillas, sal, chile molido y en una
sido Nicanor? No, Nicanor no habría podido hacerlo, cier· olla de barro roja y brillosa los frijoles cocidos.
to que no se hablaban, pero era imposible que el rencor Los niños juntaron hierbas secas, astillas y encendie­
de su primo hubiera llegado a tal extremo. ¿Sería la ven· ron la lumbre. Sobre sus ca:r;bones calentaron la comida.
ganza de Zenón, ofendido porque no quiso prestarle un Sentados en la tierra hicieron tacos que comían len·
peso el' día de San Juan? No, un secreto pensamiento de· tamente.
dale que no había sido él. Entonces. . . ¿Quién? -Petra -dijo en tarasco Facundo-, hoy me tum­
No se acordó de. aquella .asamblea ocurrida en el pue· baron todo este pedazo de cerca -y señaló con la mano
blo cuando vino el delegado y presentaron a don Jaime; el tramo que habían reparado.
cuando se atrevió a desafiar la autoridad y el criterio de -¡Ave María Purísima! ¿Y quién fue?
Tata Toribio. -Quién sabe; pienso decirle a Tata Toribio para que
me ayude.
Ayudado escasamente por su hijo, dedicóse a repa·
.Con las. pupilas desorbitadas, temblándole la voz, la
rar el daño. El sol estaba ya muy alto cuando terminaron.
mUjer murmuró persignándose.
Por doquiera se veían los sembradores indígenas -¿.No. crees que serían los naguales?
efectuando su trabajo: en los montes, en el plan, hasta . E~ ,mdlO no supo qué responder, una ola de terror le
en los solares de sus casas. Se notaban sus blancas silue­ lDvadlO. Mirando fijamente a la guare dijo: .
tas moviéndose rítmicamente haciendo un hoyo en tierra, -Ahora mismo vamos a San Juan de las Colchas a
sacando los granos del morral, arrojándolos al pozo abit(r­ ver a Nuestro Señor; sácate unos pesos y espérame en la
66 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 67

Al acercarse al ecuaro, Facundo dio un grito de ra. to Y tapando con el pie. Otros seguían lentamente el can·
bia: las cercas de morillos. que con tanto trabajo había
. o andar deblos bueyes. . , .
levantado para proteger el barbecho, se encontraban des. sin Unos esta an cerca, caSI velanse sus f '
accIOnes more·
truidas en un gran tramo: los largueros estaban en el sue. has; distinguíanse sus manos activ.~s, sus pies. desnudos.
lo y los postes y piedras con que se sostenían hallábanse En surcos paralelos, estaban los hIJOS, sus mUJeres, ayu­
diseminados por doquier. dándolos, encorvándose e irguiéndose casi simultáneamen­
Parecía como si una manada de bueyes furiosos hu. te como si estuvieran en algún rito de adoración. Había
biera irrumpido contra el cercado. Pero no, aquello no momentos en que· las fajas rojas y azules que sirven de
podría atribuirse a animal alguno, no había huellas de cinto a los indios, con sus puntas colgantes perdíanse en
animal dentro de la surcada y de vez en cuando, sobre el suelo oscuro, dando la rara impresión de un parto de
la tierra morena, desmenuzada y húmeda, dibujábase cla. la madre tierra, un parto interminable de indios atados
ramente el contorno de pisadas con huaraches. El destro. al surco café por cordones umbilicales de algodón teñido.
zo había sido hecho por hombres, no cabía· la menor duo Sobre el camino, andando con el peculiar trote
da, p~ro: ¿quién era el causante? ¿Por qué? Repasaba en de las indias, llegó la Petra con Rosario, la niña: lleva·
la memoria por ver si algún recuerdo hacía luz. ¿Habría ban en un morral las tortillas, sal, chile molido y en una
sido Nicanor? No, Nicanor no habría podido hacerlo, cier· olla de barro roja y brillosa los frijoles cocidos.
to que no se hablaban, pero era imposible que el rencor Los niños juntaron hierbas secas, astillas y encendie­
de su primo hubiera llegado a tal extremo. ¿Sería la ven· ron la lumbre. Sobre sus ca:r;bones calentaron la comida.
ganza de Zenón, ofendido porque no quiso prestarle un Sentados en la tierra hicieron tacos que comían len·
peso el' día de San Juan? No, un secreto pensamiento de· tamente.
dale que no había sido él. Entonces. . . ¿Quién? -Petra -dijo en tarasco Facundo-, hoy me tum­
No se acordó de. aquella .asamblea ocurrida en el pue· baron todo este pedazo de cerca -y señaló con la mano
blo cuando vino el delegado y presentaron a don Jaime; el tramo que habían reparado.
cuando se atrevió a desafiar la autoridad y el criterio de -¡Ave María Purísima! ¿Y quién fue?
Tata Toribio. -Quién sabe; pienso decirle a Tata Toribio para que
me ayude.
Ayudado escasamente por su hijo, dedicóse a repa·
.Con las. pupilas desorbitadas, temblándole la voz, la
rar el daño. El sol estaba ya muy alto cuando terminaron.
mUjer murmuró persignándose.
Por doquiera se veían los sembradores indígenas -¿.No. crees que serían los naguales?
efectuando su trabajo: en los montes, en el plan, hasta . E~ ,mdlO no supo qué responder, una ola de terror le
en los solares de sus casas. Se notaban sus blancas silue­ lDvadlO. Mirando fijamente a la guare dijo: .
tas moviéndose rítmicamente haciendo un hoyo en tierra, -Ahora mismo vamos a San Juan de las Colchas a
sacando los granos del morral, arrojándolos al pozo abit(r­ ver a Nuestro Señor; sácate unos pesos y espérame en la
68 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 69

casa, dile a la comadre Chona que nos clJide de favor los libIes contra el mal de ojo, y los tan solicitados de manta,
triques y la troje, porque los hijos se van con nosotros a SU borla de lana roja, rellenos de hojas de romero,
ca n
rezarle al Cristo de los Milagros: . ruda Y mejorana, que ah uyentan a. l ' .
os esplntus ma l'IgnOS
-¿No te ayudamos tantito en la siembra? evitando ser chupados por las brUJas.
-Nada más un rato. Miles de gentes se apretujan en la pequeña plaza que
está frente al templo, sobre el suelo polvoso tienden los
petates de tule los vendedores de frutas: guayabas de Urua­
Para San Juan Parangaricutiro, o de las Colchas, que pan cocos de Apatzingán, plátanos de Ziracuaretiro, na­
de ambos modos se le nombra; lugar en donde está el ranJas de Zamora, cacahuates de Guanajuato.
templo del Cristo de los Milagros, hay veredas,' senderos En todas las casas del,pueblo hay regocijo y fiesta, se
y caminos desde todos los pueblos de la sierra. hace el churipo de carne seca y chile colorado, las corun­
De Nahuatzen, de Momachuén, de Arantepacua, Turí­ das amasadas con manteca y rellenas de carne de puerco,
cuaro, Urapicho,. Patamban, Paracho, Cherán, San Juan los nacatamales de distintos sabores, el champurrao y el
Tumbio, Capacuaro, Pomocuarán, Zirosto,. etc., arrancan atole blanco, sin faltar el mole de· gallina y las tortillas
las redes de estas comunicaciones. Rutas primitivas holla­ de maíz.
das por los descalzos pies de las mujeres indígenas, des­ El patrimonio de San Juan Parangaricutiro es su fies­
de que fray Juan de San Miguel instaurara el culto del ta septembrina.
Cristo de los. Milagros en el pueblo a quien su celo mi­ Dentro del templo de tres naves, con una torre sin
sionero dIera el oficio de hacer colchas. terminar, está el Santo Cristo de los Milagros: un Naza­
Caminos hechos por los pies indígenas bordeados de reno crucificado, de pequeñas dimensiones, tras el cual
tejocotes, manzanos y madroños; que se internan en las se hallan millal;es ·de ex votos (milagros) de oro y plata,
espesuras de los montes, dan vuelta a las alturas buscan­ prendidos en largas bandas de tela de seda: ojos,piernas,
do los declives suaves, esquivando los extensos malpaíses gallos, asnos, marranos, corazones, manos, etc.
de basaltos volcánicos con aristas cortantes, y van a con­ Hay otros santos en el recinto sagradó, pero su aban­
fluir al mar de piedad religiosa: San Juan Parangari­ dono es notorio, el Cristo de los Milagros es el Rey de
cutiro. la Casa. .
En la fiesta de septiembre, llegan peregrinos de re­ d ~urante la fiesta, el templo está constantemente lleno
motos lugares, enfermos incurables, paralíticos, lisiados; e fIeles que danzan. Todos bailan con un ritmo monóto­
turistas norteamericanos con anteojos oscuros y cámaras no y cansino: hacia adelante y hacia atrás, como si trope­
fotográficas que' despiertan la curiosidad de los niños in­ za~an a cada instante, como si obstáculos invisibles pero
dios; comerciantes y barilleros con sus cajas repletas de ~X1stentes les impidieran acercarse rápidamente al altar
baratijas y espejos pequeños, de vidrio verde, con burbu· 1ande está el Cristo. Todos llevan cirios encendidos en
j:.:s; vendedo:res de triduos, de imágenes benditas e infa­ as manos; unos rezan, los más bailan solamente (es fa­
68 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 69

casa, dile a la comadre Chona que nos clJide de favor los libIes contra el mal de ojo, y los tan solicitados de manta,
triques y la troje, porque los hijos se van con nosotros a SU borla de lana roja, rellenos de hojas de romero,
ca n
rezarle al Cristo de los Milagros: . ruda Y mejorana, que ah uyentan a. l ' .
os esplntus ma l'IgnOS
-¿No te ayudamos tantito en la siembra? evitando ser chupados por las brUJas.
-Nada más un rato. Miles de gentes se apretujan en la pequeña plaza que
está frente al templo, sobre el suelo polvoso tienden los
petates de tule los vendedores de frutas: guayabas de Urua­
Para San Juan Parangaricutiro, o de las Colchas, que pan cocos de Apatzingán, plátanos de Ziracuaretiro, na­
de ambos modos se le nombra; lugar en donde está el ranJas de Zamora, cacahuates de Guanajuato.
templo del Cristo de los Milagros, hay veredas,' senderos En todas las casas del,pueblo hay regocijo y fiesta, se
y caminos desde todos los pueblos de la sierra. hace el churipo de carne seca y chile colorado, las corun­
De Nahuatzen, de Momachuén, de Arantepacua, Turí­ das amasadas con manteca y rellenas de carne de puerco,
cuaro, Urapicho,. Patamban, Paracho, Cherán, San Juan los nacatamales de distintos sabores, el champurrao y el
Tumbio, Capacuaro, Pomocuarán, Zirosto,. etc., arrancan atole blanco, sin faltar el mole de· gallina y las tortillas
las redes de estas comunicaciones. Rutas primitivas holla­ de maíz.
das por los descalzos pies de las mujeres indígenas, des­ El patrimonio de San Juan Parangaricutiro es su fies­
de que fray Juan de San Miguel instaurara el culto del ta septembrina.
Cristo de los. Milagros en el pueblo a quien su celo mi­ Dentro del templo de tres naves, con una torre sin
sionero dIera el oficio de hacer colchas. terminar, está el Santo Cristo de los Milagros: un Naza­
Caminos hechos por los pies indígenas bordeados de reno crucificado, de pequeñas dimensiones, tras el cual
tejocotes, manzanos y madroños; que se internan en las se hallan millal;es ·de ex votos (milagros) de oro y plata,
espesuras de los montes, dan vuelta a las alturas buscan­ prendidos en largas bandas de tela de seda: ojos,piernas,
do los declives suaves, esquivando los extensos malpaíses gallos, asnos, marranos, corazones, manos, etc.
de basaltos volcánicos con aristas cortantes, y van a con­ Hay otros santos en el recinto sagradó, pero su aban­
fluir al mar de piedad religiosa: San Juan Parangari­ dono es notorio, el Cristo de los Milagros es el Rey de
cutiro. la Casa. .
En la fiesta de septiembre, llegan peregrinos de re­ d ~urante la fiesta, el templo está constantemente lleno
motos lugares, enfermos incurables, paralíticos, lisiados; e fIeles que danzan. Todos bailan con un ritmo monóto­
turistas norteamericanos con anteojos oscuros y cámaras no y cansino: hacia adelante y hacia atrás, como si trope­
fotográficas que' despiertan la curiosidad de los niños in­ za~an a cada instante, como si obstáculos invisibles pero
dios; comerciantes y barilleros con sus cajas repletas de ~X1stentes les impidieran acercarse rápidamente al altar
baratijas y espejos pequeños, de vidrio verde, con burbu· 1ande está el Cristo. Todos llevan cirios encendidos en
j:.:s; vendedo:res de triduos, de imágenes benditas e infa­ as manos; unos rezan, los más bailan solamente (es fa­
LA AGONÍA DEL BOSQUE
71
70 JESÚS URIBE RUIZ

ma que nadie puede entrar al templo y permanecer sin A la salida compraron escapularios benditos empren­
bailar) se aproximan a la balaustrada que separa el al. d' do ya anochecido, el camino hacia su hogar.
. tal', dejan sobre extensos candeleros las velas y se hin. len era sombras en el bosque rodeado de caminos.
Todo
Ellos andaban sin miedo entre las oscuridades espesas Y
can a rezar, si' son gentes de razón, o bailan sin moverse
del sitio, los indios gritando, gimiendo o llorando a gran. IUJIloro . En el cielo las estrellas tintilaban y' a sus es­
sas
des voces. Una vez descargada la pena. y después de ha. aldas el volcán se cubría de fuego, como' una pira in­
berla gritado en tarasco al santo, los indios salen recon. ~ensa que lanzara a los espacios la blasfemia impía de'
fortados y toman sus respectivos caminos llevando esca· las piedras encendidas queriendo borrar las estrellas.
pulados, ceras benditas para las culebras de agua, caca· A la ma:ñana siguiente, muy temprano, antes de en·
huates; pescados secos, de tierra caliente; imágenes ben. caminarse a la labor, Facundo· fue a realizar una idea
ditas del Cristo. que l? hullía en el cerebr9' Llam~ ~?' la ca~a de Tata
Regresan por los largos y polvosos camfnos hacia sus Toriblo Y con mansedumbre y sumlSlOn , hablo:
comunidades y v~n recogiendo flores de mirasol, de ano -Buenos días, padrino.
dán, de melón, con lasque se adornan los sombreros de -Cómo te va, Facundo.
palma. -Sin novedad.
Facundo y su familia habían salido tarde de Puma· -¿Cómo está la Petra?
rato, pero por fortuna, San Juan no se hallaba lejos y -Bien, gracias a Dios.
pudieron llegar sin contratiempo después de caminar cua­ -¡Vaya, vaya!
tro horas. No era día de fiesta y encontraron al pueblo -Padrino, vengo a verlo porque quiero contarle lo'
un poco triste, con sus trojes de madera y algunas casas que me pasa.
de adobe cubiertas con la arena del volcán, cuya mole ~A ver hijo, ¿qué sucede?
rugiente y. siniestra se veía claramente con su columna -Pues verá, padrino, hace varios días que iha para
de ceniza emergienQo del cráter, abriéndose como un la siembra con Cundito, cuando me encontré con la cerca
eriorme hongo. toda deshecha, como si alguien lo tuviera de prqpósito;
Atardecía ya y entre las sombras que cubrían la ci· cuando llegó la Petra con el almuerzo le plá.tiqué y creí­
ma del Parícuti, comenzaba a despertarse el fuego de las m~s que se trataba de naguales, porque, alcancé a distin­
gUir huellas de hombre y no de animal. Ese mismo día
piedras, encendidas.
Compraron velas de cera de abeja para todos yen· nos fuimos a San Juan para rezarle al Cristo, mercamos
traron bailando al templo. Cuando llegaron cerca del san­ hapularios para toda la familia y nos regresamos; ha­
to, empezaron sus lamentos en tarasco; el hombre pla­ famos encargado a la comadre Chona el J' acal y los tri­
ñía, la mujer coreaba un constante: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 1qUes, pero cuando volvimos,
' hallamos que nos faltahan
y los niños, al oir a los padres, prorrumpían en llantoS as enaguas de Petra, mi sombrero nuevo; y las ollas de
desgarradores. a real estaban rotas.
LA AGONÍA DEL BOSQUE
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70 JESÚS URIBE RUIZ

ma que nadie puede entrar al templo y permanecer sin A la salida compraron escapularios benditos empren­
bailar) se aproximan a la balaustrada que separa el al. d' do ya anochecido, el camino hacia su hogar.
. tal', dejan sobre extensos candeleros las velas y se hin. len era sombras en el bosque rodeado de caminos.
Todo
Ellos andaban sin miedo entre las oscuridades espesas Y
can a rezar, si' son gentes de razón, o bailan sin moverse
del sitio, los indios gritando, gimiendo o llorando a gran. IUJIloro . En el cielo las estrellas tintilaban y' a sus es­
sas
des voces. Una vez descargada la pena. y después de ha. aldas el volcán se cubría de fuego, como' una pira in­
berla gritado en tarasco al santo, los indios salen recon. ~ensa que lanzara a los espacios la blasfemia impía de'
fortados y toman sus respectivos caminos llevando esca· las piedras encendidas queriendo borrar las estrellas.
pulados, ceras benditas para las culebras de agua, caca· A la ma:ñana siguiente, muy temprano, antes de en·
huates; pescados secos, de tierra caliente; imágenes ben. caminarse a la labor, Facundo· fue a realizar una idea
ditas del Cristo. que l? hullía en el cerebr9' Llam~ ~?' la ca~a de Tata
Regresan por los largos y polvosos camfnos hacia sus Toriblo Y con mansedumbre y sumlSlOn , hablo:
comunidades y v~n recogiendo flores de mirasol, de ano -Buenos días, padrino.
dán, de melón, con lasque se adornan los sombreros de -Cómo te va, Facundo.
palma. -Sin novedad.
Facundo y su familia habían salido tarde de Puma· -¿Cómo está la Petra?
rato, pero por fortuna, San Juan no se hallaba lejos y -Bien, gracias a Dios.
pudieron llegar sin contratiempo después de caminar cua­ -¡Vaya, vaya!
tro horas. No era día de fiesta y encontraron al pueblo -Padrino, vengo a verlo porque quiero contarle lo'
un poco triste, con sus trojes de madera y algunas casas que me pasa.
de adobe cubiertas con la arena del volcán, cuya mole ~A ver hijo, ¿qué sucede?
rugiente y. siniestra se veía claramente con su columna -Pues verá, padrino, hace varios días que iha para
de ceniza emergienQo del cráter, abriéndose como un la siembra con Cundito, cuando me encontré con la cerca
eriorme hongo. toda deshecha, como si alguien lo tuviera de prqpósito;
Atardecía ya y entre las sombras que cubrían la ci· cuando llegó la Petra con el almuerzo le plá.tiqué y creí­
ma del Parícuti, comenzaba a despertarse el fuego de las m~s que se trataba de naguales, porque, alcancé a distin­
gUir huellas de hombre y no de animal. Ese mismo día
piedras, encendidas.
Compraron velas de cera de abeja para todos yen· nos fuimos a San Juan para rezarle al Cristo, mercamos
traron bailando al templo. Cuando llegaron cerca del san­ hapularios para toda la familia y nos regresamos; ha­
to, empezaron sus lamentos en tarasco; el hombre pla­ famos encargado a la comadre Chona el J' acal y los tri­
ñía, la mujer coreaba un constante: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! 1qUes, pero cuando volvimos,
' hallamos que nos faltahan
y los niños, al oir a los padres, prorrumpían en llantoS as enaguas de Petra, mi sombrero nuevo; y las ollas de
desgarradores. a real estaban rotas.
72 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 73

"Eso no es ya la obra de ningún nagual; alguien qUe _El dice que no, pero yo vi los papeles, ¡no sé có­
' no me quiere en el pueblo es el autor y vengo a hacerlo o lo convencerían! Le habrán metido miedo.
de su conocimiento para que si después sucede alguna JI1 -¡Ah qué Vicente tan tarugo! Hay que hacer luego
tanigada, no me vaya a echar la culpa; 10 que sí le di. luego otro papel ~os~tro~, ¿por dónde andará Juan?
go es que cuando dé con el que me hace las maloreadas -Deje que mI hIJO vaya a buscarlo.
la va a pasar muy mal. - y gesticulaba el indio, azotan: Antonio gritó:
do el aire con las manós, como si quisiera castigar a al. -Manuel. ¡Manueeeel!
gún culpable desconocido. Un niño de ocho años salió de la troje cercana al lu·
Lo calmó Tata Toribio: probablemente se trataría de gar de la calle donde se encontraban los dos hombres;
algún borracho o de alguien que quisiera hacer una mal. cuando llegó junto a ellos, Antonio ordenó:
.' dad, una travesura. O algún agraviado (las gentes son -Anda a buscal;' a Juan, dile que venga aquí ahorita
muy raras, uno no sabe cuándo les ha hecho daño) pero mismo; que se traiga papel y tinta y que se acompañe
paráque la cosa no llegara a mayores, él se iba a eneal'. con Vicente. '
gar de saber quién era el maldoso. El niño salió disparado a cumplir con el encargo y se
-Vete tranquilo, hijo, y que la pases bien.
quedaron los indios conversando. Al poco tiempo, llega·
-Gracias, padrino. Adiós.
ban Vicente y Juan, el secretario, muchacho de veinte
Y el indio se alejó, volviendo al campo.
años que, sonriendo, saludó después del jefe de Tenencia:
Toribio le vio ir, después de darle su mano a besar.
-Buenos días. . ,
Apartóse también del sitio donde entablaran la conver. -Buenos días -respondieron.
sación anterior y, a paso rápido, trotó, como caminan los Luego dijo Toribio:
indios se dirigió a la casa de Antonio. -Vamos a hacer un escrito diciendo que la Comuni·
Al encontrarlo le dijo: dad está de acuerdo con la explotación y que los que hi·
, -Oye Antonio, ya está bueno que le pares y dejes cieron el otro escrito son agentes de desorden. '
en paz a Facundo, se está dando cuenta que uno de aquí -Bueno --comentaron Vicente y Juan.
se lo trae de encargo y no vaya ser que logre averiguar De buena gana nq haría Juan aquel escrito, pero si
que tú eres el que tumbó la cerca y le robó la troje. se oponía a lo que solicitara Tata Toribio, corría el ries­
-Tata Toribio, es que usted no se da cuenta de 10 go de perder el tostón diario que le pasaba la Comuni·
que pasa; el tal Facundo, junto eón el viejo Ubaldo y otros, dad, por su conducto. (Tata Toribio era el que adminis­
hizo un papel para el gobernador del Estado, diciendo que ~aba los bienes del pueblo, desde hacía mucho tiempo,
no estaban de acuerdo con que se hiciera la explotación s~ que nadie se atreviera a pedirle cuenta de los gastos
de la m¡idera.
e Ingresos habidos.)
, Tata Toribio se puso lívido de rabia y explotó. No es que tuviera noción de la trascendencia de lo
-¿A poco selló Vicente el papel? que hiciera, simplemente, le repugnaba obedecer a Tata
72 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 73

"Eso no es ya la obra de ningún nagual; alguien qUe _El dice que no, pero yo vi los papeles, ¡no sé có­
' no me quiere en el pueblo es el autor y vengo a hacerlo o lo convencerían! Le habrán metido miedo.
de su conocimiento para que si después sucede alguna JI1 -¡Ah qué Vicente tan tarugo! Hay que hacer luego
tanigada, no me vaya a echar la culpa; 10 que sí le di. luego otro papel ~os~tro~, ¿por dónde andará Juan?
go es que cuando dé con el que me hace las maloreadas -Deje que mI hIJO vaya a buscarlo.
la va a pasar muy mal. - y gesticulaba el indio, azotan: Antonio gritó:
do el aire con las manós, como si quisiera castigar a al. -Manuel. ¡Manueeeel!
gún culpable desconocido. Un niño de ocho años salió de la troje cercana al lu·
Lo calmó Tata Toribio: probablemente se trataría de gar de la calle donde se encontraban los dos hombres;
algún borracho o de alguien que quisiera hacer una mal. cuando llegó junto a ellos, Antonio ordenó:
.' dad, una travesura. O algún agraviado (las gentes son -Anda a buscal;' a Juan, dile que venga aquí ahorita
muy raras, uno no sabe cuándo les ha hecho daño) pero mismo; que se traiga papel y tinta y que se acompañe
paráque la cosa no llegara a mayores, él se iba a eneal'. con Vicente. '
gar de saber quién era el maldoso. El niño salió disparado a cumplir con el encargo y se
-Vete tranquilo, hijo, y que la pases bien.
quedaron los indios conversando. Al poco tiempo, llega·
-Gracias, padrino. Adiós.
ban Vicente y Juan, el secretario, muchacho de veinte
Y el indio se alejó, volviendo al campo.
años que, sonriendo, saludó después del jefe de Tenencia:
Toribio le vio ir, después de darle su mano a besar.
-Buenos días. . ,
Apartóse también del sitio donde entablaran la conver. -Buenos días -respondieron.
sación anterior y, a paso rápido, trotó, como caminan los Luego dijo Toribio:
indios se dirigió a la casa de Antonio. -Vamos a hacer un escrito diciendo que la Comuni·
Al encontrarlo le dijo: dad está de acuerdo con la explotación y que los que hi·
, -Oye Antonio, ya está bueno que le pares y dejes cieron el otro escrito son agentes de desorden. '
en paz a Facundo, se está dando cuenta que uno de aquí -Bueno --comentaron Vicente y Juan.
se lo trae de encargo y no vaya ser que logre averiguar De buena gana nq haría Juan aquel escrito, pero si
que tú eres el que tumbó la cerca y le robó la troje. se oponía a lo que solicitara Tata Toribio, corría el ries­
-Tata Toribio, es que usted no se da cuenta de 10 go de perder el tostón diario que le pasaba la Comuni·
que pasa; el tal Facundo, junto eón el viejo Ubaldo y otros, dad, por su conducto. (Tata Toribio era el que adminis­
hizo un papel para el gobernador del Estado, diciendo que ~aba los bienes del pueblo, desde hacía mucho tiempo,
no estaban de acuerdo con que se hiciera la explotación s~ que nadie se atreviera a pedirle cuenta de los gastos
de la m¡idera.
e Ingresos habidos.)
, Tata Toribio se puso lívido de rabia y explotó. No es que tuviera noción de la trascendencia de lo
-¿A poco selló Vicente el papel? que hiciera, simplemente, le repugnaba obedecer a Tata
74 JESÚS URIBE RUIZ

, Toribio. Guardaba rencor desde que, cuando niño, había.


le quemado la boca con la lumbre del cigarro que a eSCon.
didas había robado al padre y con la voluptuosidad pro.
pia de los actos cometidos sin permiso, saboreaba lenta.
mente el humillo tibio y oloroso. La boca le había que.
dado ampollada! y dolorosa muchos días, "para que no
fume delante de sus mayores", habíale dicho Tata To. V
ribio.
Pasaron a la Jefatura de Tenencia y sentado en una, EL MUERTO
silla empezó a escribir Juan, sobre la mesa, lo que To.
ribio dictara:
-"Puruarato, a tantos de tantos. C. Gobernador del REGRESARON aprobados los contratos y cumpliéronse las
Estado, Morelia, Mich. Los abajo firmantes somos las au­ palabras del maderero, en lo que se refería al traslado de
toridades y miembros legales de la Comunidad de Pu. las maquinarias. Estas iniciaron el camino a terrenos de
ruarato de este Estado, le venimos a decir que' sí estamos la Comunidad.
de acuerdo con que nuestros montes se trabajen y es nues­ ¿Dónde instalarlas? He ahí un problema que era
tra voluntad de mayoría y no como afirman unos hijos necesario resolver de inmediato. El solar de Facundo era
renegados de ~sta Comunidad. Creemos recibir un bene. el más indicado, por su situación; pero el indio terco, no
ficio con la venta de nuestros motites, porque la Comuni. quería rentar la tierra.
dad está muy pobre y hay años que no nos alcanza ni pa­ Con las sierras y bandas y el motor eléctrico que com­
ra cubrir los impuestos del Estado. No dudamos de que prara, expuestos a la intemperie casi, bajo un cobertizo
nos ayudará, a que nos den el permiso necesario para el p~ovisional de tejamanil que mal los protegería de las Hu­
trabajo, ya que somos gentes de orden, disCiplinadas y re. Y!'as, don Jaime se enfurecía cada yez más, ante las nega­
volucionarias y siempre hemos estado en el Supremo Go. tivas del indio.
bierno." No quería buscar otro siti~, ya había tomado el asun­
Con mano temblorosa firmó Toribio, Vicente puso la to como de amor propio y no iba a dar el espectáculo de
huella y con letra clara signó Antonio. ~troceder en sus propósitos ante la voluntad de aquel in­
Juan estuvo todo el día recabando firmas y huellas blgena testarudo. Sobre todo, presentía que si daba su
de vecinos. Una vez terminada esta labor, metió en un so­ /azo a torcer en esta ocasión, pronto el prestigio de su
bre los papeles y se encaminó a Paracho, a depositar la lrmeza vendríase por tierra y estaría después sujeto cons­
correspondencia en el correo. Iba contento porque cobra­ tantemente a la veleidosa voluntad de los indios.
ría un peso más, tarifa ya fijada cuando se trataba de An El. explotador residía en Paracho y ahí fue al verlo
hacer viaje especial para dejar en el correo los escritos tomo, quien llegó a la casa y, sin tocar, abrió la puerta
de la Comunidad.'
74 JESÚS URIBE RUIZ

, Toribio. Guardaba rencor desde que, cuando niño, había.


le quemado la boca con la lumbre del cigarro que a eSCon.
didas había robado al padre y con la voluptuosidad pro.
pia de los actos cometidos sin permiso, saboreaba lenta.
mente el humillo tibio y oloroso. La boca le había que.
dado ampollada! y dolorosa muchos días, "para que no
fume delante de sus mayores", habíale dicho Tata To. V
ribio.
Pasaron a la Jefatura de Tenencia y sentado en una, EL MUERTO
silla empezó a escribir Juan, sobre la mesa, lo que To.
ribio dictara:
-"Puruarato, a tantos de tantos. C. Gobernador del REGRESARON aprobados los contratos y cumpliéronse las
Estado, Morelia, Mich. Los abajo firmantes somos las au­ palabras del maderero, en lo que se refería al traslado de
toridades y miembros legales de la Comunidad de Pu. las maquinarias. Estas iniciaron el camino a terrenos de
ruarato de este Estado, le venimos a decir que' sí estamos la Comunidad.
de acuerdo con que nuestros montes se trabajen y es nues­ ¿Dónde instalarlas? He ahí un problema que era
tra voluntad de mayoría y no como afirman unos hijos necesario resolver de inmediato. El solar de Facundo era
renegados de ~sta Comunidad. Creemos recibir un bene. el más indicado, por su situación; pero el indio terco, no
ficio con la venta de nuestros motites, porque la Comuni. quería rentar la tierra.
dad está muy pobre y hay años que no nos alcanza ni pa­ Con las sierras y bandas y el motor eléctrico que com­
ra cubrir los impuestos del Estado. No dudamos de que prara, expuestos a la intemperie casi, bajo un cobertizo
nos ayudará, a que nos den el permiso necesario para el p~ovisional de tejamanil que mal los protegería de las Hu­
trabajo, ya que somos gentes de orden, disCiplinadas y re. Y!'as, don Jaime se enfurecía cada yez más, ante las nega­
volucionarias y siempre hemos estado en el Supremo Go. tivas del indio.
bierno." No quería buscar otro siti~, ya había tomado el asun­
Con mano temblorosa firmó Toribio, Vicente puso la to como de amor propio y no iba a dar el espectáculo de
huella y con letra clara signó Antonio. ~troceder en sus propósitos ante la voluntad de aquel in­
Juan estuvo todo el día recabando firmas y huellas blgena testarudo. Sobre todo, presentía que si daba su
de vecinos. Una vez terminada esta labor, metió en un so­ /azo a torcer en esta ocasión, pronto el prestigio de su
bre los papeles y se encaminó a Paracho, a depositar la lrmeza vendríase por tierra y estaría después sujeto cons­
correspondencia en el correo. Iba contento porque cobra­ tantemente a la veleidosa voluntad de los indios.
ría un peso más, tarifa ya fijada cuando se trataba de An El. explotador residía en Paracho y ahí fue al verlo
hacer viaje especial para dejar en el correo los escritos tomo, quien llegó a la casa y, sin tocar, abrió la puerta
de la Comunidad.'
76 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 77

colándose al interior. Encontró a don Jaime desayunánd . arrimó su silla hasta quedar muy cerca del ex·
se, rechazó la invitación que le hiciera, diciendo qUe Ya
o dererod , r Y recornen
. do con l a '
VIsta 1a estancIa
. para cero
había almorzado y preguntó cuándo comenzaba el trabajo p~ota .:... de que nadie más que ellos se encontraban ahí,
Clora.."". .,
del aserradero. El explotador, con estudiado gesto Com. voz baJa d I J o : ' .
pungido empezó a relatar todas sus dificultades: primero eD _Mire, don Jaime, ya hemos hablado con Toribio
la Compañía de Luz que no quería darle fuerp .eléctrica d esas cuestiones, él ha tratado de convencer a Facundo
luego las peripecias para encontrar el motor adecuado' era que le rente, pero no ha adelantado nada; aquí no .
después, las molestias para trasladar el aserradero a Pu: Pibe sino una solución: ¡desaparecerlo!
l'uarato y, finalmente, despllés de estar ya todos los obs. ca Don Jaime se quedó pensando algún tiempo; luegq
táculos vencidos, aquel maldito indio Facundo que no contestó, también en voz haja:
quería rentar la tierra para instalar las máquinas. -Eso es cuento de ustedes; dile a Toribioque si me
~"Te doy el maíz que cosechas anualmente como arreglan el asunto, les doy tres mil pesos, se los entrego
renta", había ofrecido; pero Facundo no' quería colabo. tan pronto como me den seguridades para hacer la ins­
rar con la explotación y negábase obstinado y terco. talación.
-A tal grado estamos -reafirmó- que me voy a No necesitaba más Antonio; al principio' receló de la
ver precisado a cancelar el contrato y no trabajar en la fonna vaga en que se le respondía y luego comprendió
Comunidad. plenamente: el maderero no quería dar la aparienciá de
-¿ Tan grave es el asunto don Jaime? --comentó in. complicidad, pero poi: otra parte, ofrecía dinero para in­
crédulo Antonio. . dicar con toda claridad, mejor y más ampliamente que si
-Sí, así es de grave; tú comprenderás que aunque lo hubiera hecho con palabras, la completa conformidad
. éste es un detalle 'pequeño, por ahí voy conociendo cómo con cualquier procedimiento que se empleara para Gon·
me tratarán más tarde. He ido con ustedes como amigo, seguir sus fines.'
arriesgando mi dinero, haciendo gestiones- costosas en Mé· Después de despedirse, salió Antonio con rumbo a
xico y en Morelia para que estén las autorizaciones yem· Puxuarato.
pieza a recibir estos pagos. Lo mejor que puedo hacer es
largarme con la música a otra parte. Nada menos ayer .....
estuvo aquí Anselmo Pérez, el presidente de la Comuni­
dad de Uricato, a informarme que estaban dispuestos a
venderme el monte y según informes que tengo es mejo.r -¡Ya se te acabó la leña, Petra!
que el de Puruarato -luego añadió-: ¡Sí, es prefen­ -Está bueno que me trajeras algo.
ble dejar este asunto por la paz! . Tomó Facundo el hacha y se dirigió al cerro. Era do­
Antonio, que había permanecido sentado, ocupando ~lngo, a mediodía. Después de haber ido a misa cam·
un extremo de la mesa, opuesto a donde .se hallaba el roa- lado de limpio, habíase dirigido a la tienda de J ulián a
76 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 77

colándose al interior. Encontró a don Jaime desayunánd . arrimó su silla hasta quedar muy cerca del ex·
se, rechazó la invitación que le hiciera, diciendo qUe Ya
o dererod , r Y recornen
. do con l a '
VIsta 1a estancIa
. para cero
había almorzado y preguntó cuándo comenzaba el trabajo p~ota .:... de que nadie más que ellos se encontraban ahí,
Clora.."". .,
del aserradero. El explotador, con estudiado gesto Com. voz baJa d I J o : ' .
pungido empezó a relatar todas sus dificultades: primero eD _Mire, don Jaime, ya hemos hablado con Toribio
la Compañía de Luz que no quería darle fuerp .eléctrica d esas cuestiones, él ha tratado de convencer a Facundo
luego las peripecias para encontrar el motor adecuado' era que le rente, pero no ha adelantado nada; aquí no .
después, las molestias para trasladar el aserradero a Pu: Pibe sino una solución: ¡desaparecerlo!
l'uarato y, finalmente, despllés de estar ya todos los obs. ca Don Jaime se quedó pensando algún tiempo; luegq
táculos vencidos, aquel maldito indio Facundo que no contestó, también en voz haja:
quería rentar la tierra para instalar las máquinas. -Eso es cuento de ustedes; dile a Toribioque si me
~"Te doy el maíz que cosechas anualmente como arreglan el asunto, les doy tres mil pesos, se los entrego
renta", había ofrecido; pero Facundo no' quería colabo. tan pronto como me den seguridades para hacer la ins­
rar con la explotación y negábase obstinado y terco. talación.
-A tal grado estamos -reafirmó- que me voy a No necesitaba más Antonio; al principio' receló de la
ver precisado a cancelar el contrato y no trabajar en la fonna vaga en que se le respondía y luego comprendió
Comunidad. plenamente: el maderero no quería dar la aparienciá de
-¿ Tan grave es el asunto don Jaime? --comentó in. complicidad, pero poi: otra parte, ofrecía dinero para in­
crédulo Antonio. . dicar con toda claridad, mejor y más ampliamente que si
-Sí, así es de grave; tú comprenderás que aunque lo hubiera hecho con palabras, la completa conformidad
. éste es un detalle 'pequeño, por ahí voy conociendo cómo con cualquier procedimiento que se empleara para Gon·
me tratarán más tarde. He ido con ustedes como amigo, seguir sus fines.'
arriesgando mi dinero, haciendo gestiones- costosas en Mé· Después de despedirse, salió Antonio con rumbo a
xico y en Morelia para que estén las autorizaciones yem· Puxuarato.
pieza a recibir estos pagos. Lo mejor que puedo hacer es
largarme con la música a otra parte. Nada menos ayer .....
estuvo aquí Anselmo Pérez, el presidente de la Comuni­
dad de Uricato, a informarme que estaban dispuestos a
venderme el monte y según informes que tengo es mejo.r -¡Ya se te acabó la leña, Petra!
que el de Puruarato -luego añadió-: ¡Sí, es prefen­ -Está bueno que me trajeras algo.
ble dejar este asunto por la paz! . Tomó Facundo el hacha y se dirigió al cerro. Era do­
Antonio, que había permanecido sentado, ocupando ~lngo, a mediodía. Después de haber ido a misa cam·
un extremo de la mesa, opuesto a donde .se hallaba el roa- lado de limpio, habíase dirigido a la tienda de J ulián a
78 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 79

tomar unas copas de Charanda para finalmente ir a la con ojos rencorosos, azuzados quizá por el padri­
casa en donde hablaba con su mujer. 10 vT:ribio. ¿Cómo .sabría éste lo del p.a~l para el .g?"
El cerro tiene sus mejores galas en el medio día es. b: ador? ¿Sería VIcente el que se lo dUla? ¿O el VieJO
plendoroso; claramente, como una minuciosa miniatura tTh:ldo? ., En fin, a qué pensar en 'eso. .
vénse todos los detalles: los pinos de la ~ima parecen es. Se paró en un altozano "para contemplar el magnífico
meraldas engastadas en pedicelos de oro, las barrancas
. antójanse rojos labios abiertos. Como borregos inmóviles
descansando, así se ven los árboles verdes. El cerro
:D pectáculo que desde ahí se dominaba: muy abajo esta­
las casitas del poblado, como un nacimiento, agru­
pándose desordenadamente. Los sombreros de petate de
arranca del plan, va ascendiendo lentamente por las falo algunos transeúnt~s aper::a~ distingu~anse y un~ que otra
das hasta coronarse en las alturas con el filo cristaliza. faja roja, como cmta movIl, apareCla y despues desapa­
do del pico; parece la ola congelada de una pétrea marea recía. Levantó los ojos para divisar los cerros azulencos
fantástica. de las otras comunidades: el de Urachén, lleno con, las
Facundo lentamente camina ascendiendo por la falo cuadrículas cafés de los desmontes, el brumoso cerro elii·.
da, resbalándose sobre el aceitoso huinumo seco, con el no con sus profundas barrancas, el de Paracho dominan­
hacha terciada y un lazo de cuero crudío. Asciende lenta. do los agudos perfiles rocosos cortados. a pico. Y más
mente, deja vagar su mirada por el bosque que va espe. lejos, el tropel inacabable de la serranía indígena se iba
sándose más y más. descorriendo como un interminable desfile de lomeríos
Es domingo y parece que los árboles lo saben, lucen te6idos en todos los tonos del verde y el azul hasta con·
sus colores brillantes y lustrosos y el viento al cortarse fundirse con la suave claridad de un cielo de turquesa.
entre las hojas filiformes, parece que canta, parece que Abstraído estaba, cuando percibió el crujido de ra- .
He.
mas, a sus espaldas. Saliendo de su ensimismamiento, vol·
El indio tiene un raro sentimiento de piedad opri. vió la cabeza en direceiónal ruido. ¡Nada! Probablemen­
miéndole el pecho, observa con ternura los árboles vigo·
te alguna piña desprendida de un árbol.
rosos en los que la sierra y el hacha de los trozadores se in­
crustarán con saña. Siente desaparecido el temor por el d Sig~ó caminando, bordeó la barranca grande hacien­
bosque, no lo ve como una inmensa bestia verde, como o alto Junto a un pino que se hallaba tirado. Comenzó
antaño 16 contemplara, vélo ahora como un niño gigante, a hacer leña dando hachaiosque hacían ladrar a los pe­
ingenuo, juguetón, alegre y hermoso; un inocentt:) niño rros del eco. Con movimientos diestros iba separando del
al cual quieren privar de su alegría, mutilarlo y desgai r~n tronco postrado gruesas astillas de madera seca, los
rrado. ¡No! Por ningún motivo rentará la tierra para e enos, amontonándolos en un sitio determinado', cuando
c~ ,
aserradero; prefiere irse a alquilar a Nahuatzen si es que yo tener bastante, dejó el hacha en el suelo y' con la
las dificultades siguen con los comuneros, ¡pero no ren­ ~i: de cuero crudío amarró el haz cargándolo a la es­
tará la tierra ! Ya se da cuenta de que algunos indígenas a a. Sudoroso inició el descenso.
78 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 79

tomar unas copas de Charanda para finalmente ir a la con ojos rencorosos, azuzados quizá por el padri­
casa en donde hablaba con su mujer. 10 vT:ribio. ¿Cómo .sabría éste lo del p.a~l para el .g?"
El cerro tiene sus mejores galas en el medio día es. b: ador? ¿Sería VIcente el que se lo dUla? ¿O el VieJO
plendoroso; claramente, como una minuciosa miniatura tTh:ldo? ., En fin, a qué pensar en 'eso. .
vénse todos los detalles: los pinos de la ~ima parecen es. Se paró en un altozano "para contemplar el magnífico
meraldas engastadas en pedicelos de oro, las barrancas
. antójanse rojos labios abiertos. Como borregos inmóviles
descansando, así se ven los árboles verdes. El cerro
:D pectáculo que desde ahí se dominaba: muy abajo esta­
las casitas del poblado, como un nacimiento, agru­
pándose desordenadamente. Los sombreros de petate de
arranca del plan, va ascendiendo lentamente por las falo algunos transeúnt~s aper::a~ distingu~anse y un~ que otra
das hasta coronarse en las alturas con el filo cristaliza. faja roja, como cmta movIl, apareCla y despues desapa­
do del pico; parece la ola congelada de una pétrea marea recía. Levantó los ojos para divisar los cerros azulencos
fantástica. de las otras comunidades: el de Urachén, lleno con, las
Facundo lentamente camina ascendiendo por la falo cuadrículas cafés de los desmontes, el brumoso cerro elii·.
da, resbalándose sobre el aceitoso huinumo seco, con el no con sus profundas barrancas, el de Paracho dominan­
hacha terciada y un lazo de cuero crudío. Asciende lenta. do los agudos perfiles rocosos cortados. a pico. Y más
mente, deja vagar su mirada por el bosque que va espe. lejos, el tropel inacabable de la serranía indígena se iba
sándose más y más. descorriendo como un interminable desfile de lomeríos
Es domingo y parece que los árboles lo saben, lucen te6idos en todos los tonos del verde y el azul hasta con·
sus colores brillantes y lustrosos y el viento al cortarse fundirse con la suave claridad de un cielo de turquesa.
entre las hojas filiformes, parece que canta, parece que Abstraído estaba, cuando percibió el crujido de ra- .
He.
mas, a sus espaldas. Saliendo de su ensimismamiento, vol·
El indio tiene un raro sentimiento de piedad opri. vió la cabeza en direceiónal ruido. ¡Nada! Probablemen­
miéndole el pecho, observa con ternura los árboles vigo·
te alguna piña desprendida de un árbol.
rosos en los que la sierra y el hacha de los trozadores se in­
crustarán con saña. Siente desaparecido el temor por el d Sig~ó caminando, bordeó la barranca grande hacien­
bosque, no lo ve como una inmensa bestia verde, como o alto Junto a un pino que se hallaba tirado. Comenzó
antaño 16 contemplara, vélo ahora como un niño gigante, a hacer leña dando hachaiosque hacían ladrar a los pe­
ingenuo, juguetón, alegre y hermoso; un inocentt:) niño rros del eco. Con movimientos diestros iba separando del
al cual quieren privar de su alegría, mutilarlo y desgai r~n tronco postrado gruesas astillas de madera seca, los
rrado. ¡No! Por ningún motivo rentará la tierra para e enos, amontonándolos en un sitio determinado', cuando
c~ ,
aserradero; prefiere irse a alquilar a Nahuatzen si es que yo tener bastante, dejó el hacha en el suelo y' con la
las dificultades siguen con los comuneros, ¡pero no ren­ ~i: de cuero crudío amarró el haz cargándolo a la es­
tará la tierra ! Ya se da cuenta de que algunos indígenas a a. Sudoroso inició el descenso.
80 LA AGONÍA DEL BOSQUE 81
JESÚS URIBE RUIZ

Al pasar junto a la barranca grande_ percibió de reo. L fosa se cierra, sobre el túmulo caen las dalias ro­
jo, una sombra que se deslizaba rápidamente sobre él o alos amarillos cempazúchiles; en un extremo coloca
surgiendo de detrás del tronco de un pino; quiso voltear Jas y una tosca cruz de madera pintada de café en cuyos
pero sintió' un fuerte empellón, un tremendo empujón petra '. h a gra ba do con una navaJa
_..na Juan, el secretarIO, . en
Fa~tó el suelo a sus pies, resbaló hacia la sima rebotan: b r......- . d
letras IDal almea as: "F dA' 1
acun o reva os . "
do entre las tocas de los lados antes de caer al fondo, he. De regreso del cementerio, Toribio ve a la Petra:
cho un guiñapo. -Don Jaime ya supo lo de Facundo y te quiere
Su grito de muerte fue coreado por los aullidos pro. 8~aro
longados del eco. La sobrina lo contempla, con la mirada vaga.
El viento, tañedor de oficio, vibró enh'e las -hojas un -Como tú no podrás trabajar la tierra ni darle a: me·
canto fúnebre. dias, porque abusarían de ti, él.te va a dar el maíz y el
frijol para todo el año, sólo que debes poner la huella en
estos papeles.
El muerto está dentro de la troje sobre una sábana lle. Una horrible sospecha. atraviesa como puñalada el
na de sangre. En estado de descomposición, putrefacto, corazón de la guare. El difundo le había platicado su ne­
fue hallado a los tres días por un pastor. Es la casa de gativa a rentar el ·solar. ¿Sería posible que eso hubiera
Petra, la casa del difunto, y en ella está todo el pueblo; sido la causa de su muerte? Facundo no podría haber caí·
la mujer entre llantos y gemidos que aumentan de inten­ do accidentalmente, sus huellas estaban todavía en el ca­
sidad al recibir a cada nuevo visitante, prepara el café mino y también estaba claro aquel resbalón tremendo ha·
cargado con alcohol y las corundas para la gente que le cia la profundidad, como si alguien lo hubiese aventado.
da el pésame. Los hijos, con ojos espantados, entran y sao Con los ojos desorbitados, miró Petra al tío, quien sopor­
len de la troje. tó sin pestañear la mirada. Apagóse el fulgor en los ojos
de la sobrina. ¿Qué podría hacer ella aun en el caso que
Por la noche las plañideras gritan y lloran con la­ la ~specha fuese cierta? Quedaban los hijos y era neceo
mentos desgarradores. Aúllan los perros qfte las escuchan
y rezan en voz baja las guares. sano velar por ellos. Dijo al tío:
-¿Dónde pongo el dedo?
Los hombres están borrachos. Tata Toribio consuela a d Sacó Toribio el entintador y unos papeles de debajo
.la sobrina: '
e su camisa de manta.
-Vente a vivir a la casa, hasta que los niños trabajen.
Al día siguiente, lo entierran en la fosa bendecida
por el c;ura, solicitado exprofeso.
Las mujeres se' tapan los ojos llorosos con rebozos
azules.
80 LA AGONÍA DEL BOSQUE 81
JESÚS URIBE RUIZ

Al pasar junto a la barranca grande_ percibió de reo. L fosa se cierra, sobre el túmulo caen las dalias ro­
jo, una sombra que se deslizaba rápidamente sobre él o alos amarillos cempazúchiles; en un extremo coloca
surgiendo de detrás del tronco de un pino; quiso voltear Jas y una tosca cruz de madera pintada de café en cuyos
pero sintió' un fuerte empellón, un tremendo empujón petra '. h a gra ba do con una navaJa
_..na Juan, el secretarIO, . en
Fa~tó el suelo a sus pies, resbaló hacia la sima rebotan: b r......- . d
letras IDal almea as: "F dA' 1
acun o reva os . "
do entre las tocas de los lados antes de caer al fondo, he. De regreso del cementerio, Toribio ve a la Petra:
cho un guiñapo. -Don Jaime ya supo lo de Facundo y te quiere
Su grito de muerte fue coreado por los aullidos pro. 8~aro
longados del eco. La sobrina lo contempla, con la mirada vaga.
El viento, tañedor de oficio, vibró enh'e las -hojas un -Como tú no podrás trabajar la tierra ni darle a: me·
canto fúnebre. dias, porque abusarían de ti, él.te va a dar el maíz y el
frijol para todo el año, sólo que debes poner la huella en
estos papeles.
El muerto está dentro de la troje sobre una sábana lle. Una horrible sospecha. atraviesa como puñalada el
na de sangre. En estado de descomposición, putrefacto, corazón de la guare. El difundo le había platicado su ne­
fue hallado a los tres días por un pastor. Es la casa de gativa a rentar el ·solar. ¿Sería posible que eso hubiera
Petra, la casa del difunto, y en ella está todo el pueblo; sido la causa de su muerte? Facundo no podría haber caí·
la mujer entre llantos y gemidos que aumentan de inten­ do accidentalmente, sus huellas estaban todavía en el ca­
sidad al recibir a cada nuevo visitante, prepara el café mino y también estaba claro aquel resbalón tremendo ha·
cargado con alcohol y las corundas para la gente que le cia la profundidad, como si alguien lo hubiese aventado.
da el pésame. Los hijos, con ojos espantados, entran y sao Con los ojos desorbitados, miró Petra al tío, quien sopor­
len de la troje. tó sin pestañear la mirada. Apagóse el fulgor en los ojos
de la sobrina. ¿Qué podría hacer ella aun en el caso que
Por la noche las plañideras gritan y lloran con la­ la ~specha fuese cierta? Quedaban los hijos y era neceo
mentos desgarradores. Aúllan los perros qfte las escuchan
y rezan en voz baja las guares. sano velar por ellos. Dijo al tío:
-¿Dónde pongo el dedo?
Los hombres están borrachos. Tata Toribio consuela a d Sacó Toribio el entintador y unos papeles de debajo
.la sobrina: '
e su camisa de manta.
-Vente a vivir a la casa, hasta que los niños trabajen.
Al día siguiente, lo entierran en la fosa bendecida
por el c;ura, solicitado exprofeso.
Las mujeres se' tapan los ojos llorosos con rebozos
azules.
VI
LA ZONA EN LITIGIO

RÁPIDAMENTE se realizó la instalación del aserradero;


en el lugar .indicado, surgieron los cobertizos, despejóse
un gran tramo, nivelando y destruyendo las surcadas; las
plantas de maíz, cloróticas y abandonadas, languidecían
por el campo. Sobre pilares de madera, pusiéronse las
estructuras de los techos; la línea eléctrica comunicó su
flúido a los grandes motores que accionaban las sierras.
Los carros portatrozos, vehículos que no van a ninguna
parte, iniciaron su danza ruidosa. La sierra vertical, pén·
dulo de reloj extraño, se aprestaba a contar el tiempo en
trabajo. Tres unidades se instalaron; tres aserraderos
iguales hasta en sus ménores detalles. Los bombillos para
luz eléctrica pendían de las vigas de los techos como hon­
gos de cristal. Las vías Decauville, ríos mansos, desapa.
recían en el patio donde deberían acumularse los gran­
des trozos. Dominando todo el conjunto, la casa de ma­
dera de la oficina hallábase terminada. Ahí se rayaría
a los peones las tardes de cada sábado, ahí habitaría don
Jaime cuando viniese al aserradero, ahí permanecería
Rafael, su compadre, vigilando el buen orden del n~
gocio.
84 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 85

Los trabajos de corte comenzaron. Al principio utili· salvarlo, dirigieron cartas al Procurador de Justicia del
zó el explotador trozadores de l~ Comunidad pero éstos, Estado, se valieron de licenciados conocidos por Toribio;
ignorantes del trabajo y de la prisa que el maderero lle· pero quien logró arreglarlo todo, fue don Jaime al mo­
vaba de enriquecerse, no rendían el trabajo que el explo. ver sus influencias en la. Capital del Estado y Uruapan;
, tador deseaba. abrió los cordones de su bolsa y regresó a la Comunidad
Un cuerpo de trozadores expertos, venid<,>s de fuera, Atanasio, agradecidísimo con el maderero.
comenzó a desplazar a los comuneros quienes empezaron Cuando se inauguró el aserradero, fue día de fiesta
a murmurar contra la explotación. en Puruarato; un cura de Uruapan llegó a bendecir; en
Toribio y Antonio trataban de calmar los ánimos pe'ro la casa de la administración, se puso una larga mesa,
ya la Comunidad no quería obedecerles. improvisada con las primeras tablas sacadas en las prue·
En corrillos comentaban los indios: ¿no llevaba ya bas de trabajo de la instalación; sirvióse sopa de arroz,
tirando don Jaime tres meses árboles del monte? ¿Y qué barbacoa, mole y frijoles, con profusión de cerveza y
era de sus promesas? Habían pasado quince, meses des­ botellas de Charanda.
de que hablaran y hablaran en aquella asamblea en que Muchos indios, semiborrachos, esperaron en el ase·
se dijera que se iba a hácer un~ Escuela, a introducir el rradero hasta ver que se encendieran las luces eléctricas;
agua potable, y por lo que veía todo estaba destinado a cuando esto ocurrió, gritaban alborozados como niños.,
quedar en palabras, solamente dichas para engañar de Todavía a las altas horas de la noche, venían grupos
momento y conseguir la conformidad del pueblo para de indios borrachos,por ,el camino del aserradero a la
robarle sus riquezas. Había tenido razón el difunto Aré­ Comunidad.
valos al decir que nada bueno podría esperarse de la Tata Toribio, Lorenzo y Antonio, recibían puntual.
tumbazón. Con odio, con temor, constataban los destro­ mente sus regalías. Para despistar, al primero se le ,dio
zos ocasionados en el bosque. el cargo de vigilante y al último el de contador de tro·
Don Jaime había ordenado tumbar los árboles, la zos. Lorenzo conservaba su puesto de mozo de estribo"
mayor cantidad posible de ellos, aun antes de que los vestía de otra manera, lucía pistola de cilindro, n~que.
tres aserraderos estuviesen en condiciones de trabajar: lada y brillante; llevaba un sombrero tejano, regalo del
todavía no se paraban las estructuras y ya había milla­ patrón, montaba los caballos de éste, guardándole una su·
res de trozos derribados, en el monte. misión y obediencia perrunas.
Un detalle imprevisto, fortuito, vino a ayudar aTo­ Los demás le llamaban: don Lorenzo. Y su cara res·
ribio y a Vicente a sostener el prestigio de su autoridad plandecía de satisfacción.
y de carambola a la explotación: Atanasio, un comune· Los tres aserraderos, a trabajo pleno, laboraban no·
ro de dieciocho años, tuvo un pleito' callejero con un bo­ ,che y día. Las tongas de madera se elevaban vertiginosa~
rracho en Uruapan, dio saldo de sangre la riña .y lo me· mente en el patio y los cortadores no se daban punto de
tieron en la cárcel. La Comunidad entera movilizóse para reposo; las vías Decauville se adentraban más y más en
84 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 85

Los trabajos de corte comenzaron. Al principio utili· salvarlo, dirigieron cartas al Procurador de Justicia del
zó el explotador trozadores de l~ Comunidad pero éstos, Estado, se valieron de licenciados conocidos por Toribio;
ignorantes del trabajo y de la prisa que el maderero lle· pero quien logró arreglarlo todo, fue don Jaime al mo­
vaba de enriquecerse, no rendían el trabajo que el explo. ver sus influencias en la. Capital del Estado y Uruapan;
, tador deseaba. abrió los cordones de su bolsa y regresó a la Comunidad
Un cuerpo de trozadores expertos, venid<,>s de fuera, Atanasio, agradecidísimo con el maderero.
comenzó a desplazar a los comuneros quienes empezaron Cuando se inauguró el aserradero, fue día de fiesta
a murmurar contra la explotación. en Puruarato; un cura de Uruapan llegó a bendecir; en
Toribio y Antonio trataban de calmar los ánimos pe'ro la casa de la administración, se puso una larga mesa,
ya la Comunidad no quería obedecerles. improvisada con las primeras tablas sacadas en las prue·
En corrillos comentaban los indios: ¿no llevaba ya bas de trabajo de la instalación; sirvióse sopa de arroz,
tirando don Jaime tres meses árboles del monte? ¿Y qué barbacoa, mole y frijoles, con profusión de cerveza y
era de sus promesas? Habían pasado quince, meses des­ botellas de Charanda.
de que hablaran y hablaran en aquella asamblea en que Muchos indios, semiborrachos, esperaron en el ase·
se dijera que se iba a hácer un~ Escuela, a introducir el rradero hasta ver que se encendieran las luces eléctricas;
agua potable, y por lo que veía todo estaba destinado a cuando esto ocurrió, gritaban alborozados como niños.,
quedar en palabras, solamente dichas para engañar de Todavía a las altas horas de la noche, venían grupos
momento y conseguir la conformidad del pueblo para de indios borrachos,por ,el camino del aserradero a la
robarle sus riquezas. Había tenido razón el difunto Aré­ Comunidad.
valos al decir que nada bueno podría esperarse de la Tata Toribio, Lorenzo y Antonio, recibían puntual.
tumbazón. Con odio, con temor, constataban los destro­ mente sus regalías. Para despistar, al primero se le ,dio
zos ocasionados en el bosque. el cargo de vigilante y al último el de contador de tro·
Don Jaime había ordenado tumbar los árboles, la zos. Lorenzo conservaba su puesto de mozo de estribo"
mayor cantidad posible de ellos, aun antes de que los vestía de otra manera, lucía pistola de cilindro, n~que.
tres aserraderos estuviesen en condiciones de trabajar: lada y brillante; llevaba un sombrero tejano, regalo del
todavía no se paraban las estructuras y ya había milla­ patrón, montaba los caballos de éste, guardándole una su·
res de trozos derribados, en el monte. misión y obediencia perrunas.
Un detalle imprevisto, fortuito, vino a ayudar aTo­ Los demás le llamaban: don Lorenzo. Y su cara res·
ribio y a Vicente a sostener el prestigio de su autoridad plandecía de satisfacción.
y de carambola a la explotación: Atanasio, un comune· Los tres aserraderos, a trabajo pleno, laboraban no·
ro de dieciocho años, tuvo un pleito' callejero con un bo­ ,che y día. Las tongas de madera se elevaban vertiginosa~
rracho en Uruapan, dio saldo de sangre la riña .y lo me· mente en el patio y los cortadores no se daban punto de
tieron en la cárcel. La Comunidad entera movilizóse para reposo; las vías Decauville se adentraban más y más en
86 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 87

la espesura y sobre ellas, en armones jalados por mu­ para cada millar de pies de madera. En poner otro ase·
las, fluían incesantemente hacia el aserradero los trozos. rradero a trabajar.
El negocio prosperaba. Don Jaime cambió su residen­ Castillos en el aire iba forjando. El coche corría por
cia a Uruapan, compró solares para patios en la ciudad el camino, vibraba en la~ subidas al forzarse la maqui­
.y pronto se hizo famoso en ella, como lo era ya en Zi· naria del motor, descendía veloz en las suaves pendien.
tácuaro y M01'elia: por sus juergas escandalosas, sus lar­ tes y en marcha de velocidad constante, arremetía en las
gas sesiones dedicadas a Birján y su inmoderada afición rectas,' escoltado por la inmóvil valla de los árboles.
al aguardiente de marcas extranjeras. Cuando llegó al aserradero, lo recibió Rafael, su com­
La Comunidad, manejada por Toribio, Antonio y Lo­ padre y capataz: .
renzo, estaba relativamente tranquila; cuando los ánimos -Ayer vino Rosalío, el cabo de los armoneros, a in­
se excitaban el maderero surgia' al quite: ora regalaba formarme que la madera del malpaís no la pueden sao
cien pesos para la iglesia, ya compraba imágenes del car, que s~ necesita comprar unas yuntas. de bueyes.
I

Cristo de los Milagros de Parangaricutiro, para repartir­ -¡Qué yuntas ni qué bueyes! -Tronó su interlocu­
las entre los indios; hacía dádivas de cinco y diez pesos tor-. ¡Dile a los troceros que se busquen otro sitio para
a los necesitados, etc., etc. tumbar, después sacaremos esa madera!
El negocio iba en grandes, cielto que para hacerlo -Es que los troceros dicen que ya acabaron todo lo
había invertido todos sus dineros y hasta había recurri· que está cerca y como no hay tendida nueva vía, no sao
do a préstamos, pero ¿cómo no endrogarse para esto? No ben si deben tirar más adentro del monte.
tendría otra oportunidad en la vida. Rápidamente sal­ -Los troceros han de estar ciegos, el lado éste que .
daría sus compromisos y luego todo sería ganancias. No queda a espaldas del aserradero no se ha tocado.
había querido admitir socios ¿por qué compaltir las .uti­ -Esa es la zona que está en litigio con la Comu­
lidades con otros? Su sueño estaba por realizarse y ya nidad de Corótiro, compadre.
que estaba en el camino, '10 ejecutaría costase lo que cos­ -¡Qué litigio ni qué ojo de hacha! Que comiencen
tase y en la forma que fuera. la tumba, si hay alguna dificultad ya sabré cómo arre­
Manejando su coche por la brecha que abriera para glarme; sería una tarugada parar el aserradero nada más
que los camiones fleteros sacaran la madera transportán·· porque sí.
dola a Uruapan, viene don Jaime; si quisiera algún ar­ . -Podríamos trabajar sólo un tumo al día y así nos
tista pintar la cara de la felicidad y la satisfacción, la alcanza la madera cOltada cerca de la vía hasta que se
suya serviría como modelo. Estaba un poco más gordo, tienda más -insinuó Rafael.
con su tejano de anchas alas, mascada 'de seda roja al -¡ Que se haga lo que digo!
cuello, chamarra café de gamuza, pantalones de montar -Está· bien.
y bota minera. Venía pensando en varios proyectos hala­
güeños: en la oferta de quinientos pesos que le hicieron ......... , .

86 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 87

la espesura y sobre ellas, en armones jalados por mu­ para cada millar de pies de madera. En poner otro ase·
las, fluían incesantemente hacia el aserradero los trozos. rradero a trabajar.
El negocio prosperaba. Don Jaime cambió su residen­ Castillos en el aire iba forjando. El coche corría por
cia a Uruapan, compró solares para patios en la ciudad el camino, vibraba en la~ subidas al forzarse la maqui­
.y pronto se hizo famoso en ella, como lo era ya en Zi· naria del motor, descendía veloz en las suaves pendien.
tácuaro y M01'elia: por sus juergas escandalosas, sus lar­ tes y en marcha de velocidad constante, arremetía en las
gas sesiones dedicadas a Birján y su inmoderada afición rectas,' escoltado por la inmóvil valla de los árboles.
al aguardiente de marcas extranjeras. Cuando llegó al aserradero, lo recibió Rafael, su com­
La Comunidad, manejada por Toribio, Antonio y Lo­ padre y capataz: .
renzo, estaba relativamente tranquila; cuando los ánimos -Ayer vino Rosalío, el cabo de los armoneros, a in­
se excitaban el maderero surgia' al quite: ora regalaba formarme que la madera del malpaís no la pueden sao
cien pesos para la iglesia, ya compraba imágenes del car, que s~ necesita comprar unas yuntas. de bueyes.
I

Cristo de los Milagros de Parangaricutiro, para repartir­ -¡Qué yuntas ni qué bueyes! -Tronó su interlocu­
las entre los indios; hacía dádivas de cinco y diez pesos tor-. ¡Dile a los troceros que se busquen otro sitio para
a los necesitados, etc., etc. tumbar, después sacaremos esa madera!
El negocio iba en grandes, cielto que para hacerlo -Es que los troceros dicen que ya acabaron todo lo
había invertido todos sus dineros y hasta había recurri· que está cerca y como no hay tendida nueva vía, no sao
do a préstamos, pero ¿cómo no endrogarse para esto? No ben si deben tirar más adentro del monte.
tendría otra oportunidad en la vida. Rápidamente sal­ -Los troceros han de estar ciegos, el lado éste que .
daría sus compromisos y luego todo sería ganancias. No queda a espaldas del aserradero no se ha tocado.
había querido admitir socios ¿por qué compaltir las .uti­ -Esa es la zona que está en litigio con la Comu­
lidades con otros? Su sueño estaba por realizarse y ya nidad de Corótiro, compadre.
que estaba en el camino, '10 ejecutaría costase lo que cos­ -¡Qué litigio ni qué ojo de hacha! Que comiencen
tase y en la forma que fuera. la tumba, si hay alguna dificultad ya sabré cómo arre­
Manejando su coche por la brecha que abriera para glarme; sería una tarugada parar el aserradero nada más
que los camiones fleteros sacaran la madera transportán·· porque sí.
dola a Uruapan, viene don Jaime; si quisiera algún ar­ . -Podríamos trabajar sólo un tumo al día y así nos
tista pintar la cara de la felicidad y la satisfacción, la alcanza la madera cOltada cerca de la vía hasta que se
suya serviría como modelo. Estaba un poco más gordo, tienda más -insinuó Rafael.
con su tejano de anchas alas, mascada 'de seda roja al -¡ Que se haga lo que digo!
cuello, chamarra café de gamuza, pantalones de montar -Está· bien.
y bota minera. Venía pensando en varios proyectos hala­
güeños: en la oferta de quinientos pesos que le hicieron ......... , .

88 JESÚS URIBE RUIZ' LA AGONÍA DEL BOSQUE 89

Desde épocas inmemoriales, el punto del Cerezo había -¡Vaya con el Jefe de Tenencia! Valiente jefe eres
sido considerado como zona en litigio por las dos Co­ tú ¿qué no sabes que ese terreno es de Puruarato? ¿No
munidades; años atrás, había gestionado cada una por has visto los títulos de tu Comunidad? O te atienes a lo
su cuenta, que se les reconociera el derecho que sobre el que dicen los de Corótirv. Miren muchachos, es tiempo
terreno boscoso creían tener. Los ingenieros designados de 'que regrese a ustedes lo que es suyo. Voy a trabajar
al efecto por el gobierno,. después de descifrar los vie­ en ese terreno porque es de la Comunidad, y les A.yudaré
jos títulos, habíanse quedado perplejos, ya que el men­ cori mis influencias para que se arregle todo en benefi·
cionado terreno en virtud de un error de los agrimen. cio de Puruarato. '
sores hispánicos,' quedara incluido como perteneciente a - 'No -insistió Vicente mientras los otros calla·
ambos pueblos. Ya habían disputado mucho sobre aquel ban-: nuestros padres hicieron trato con los de Coróti·
terreno, gastando dinero en gestiones costosas, 'y más de ro y lo vamos a respetar, ¡usted no tira ni un palo de
una vez habíase teñido de sangre el bosque del Cerezo; allí!
hasta q'ue llegaron a un acuerdo de amistad, sellado por -Vamos, vamos, Vicente, no te pongas difícil; es
comisiones de los más viejos de ambos pueblos, después cielto que los padres de ustedes hicieron el trato, pero si
de largos y ceremoniosos protocolos: el Cerezo pertene­ ahora tienes tú la oportunidad de dejar a los hijos de la
cería a ambas Comunidades de ahí podrían sacar leña y Comunidad ese pedazo como herencia, ¿no crees que esté
pa~tar ganados, pero nadie podría tumhar un árbol para bien? Yo creo que tú quieres más bien decir que e.so va
tejamanil o morillos o durmientes. a originar gastos y tienes temor al pensar de dónde po­
Hasta la fecha habían respetado escrupulosamente el drán salir; por tu seguridad te repito que yo pagaré los
acuerdo, sIn tener que lam,entar incidente alguno. gastos y para que no vayas a quedalte sin poder mover·
Ahora convenía a los intereses de don Jaime romper te, te voy a dar sesenta pesos mensuales ¿qué dices?
aquel equilibrio tradicional y con su ceguera de avora· -',-Está bueno, Vicente, al cabo don Jaime se encaro
zado, ni siquiera se puso a meditar sobre los nefandos ga de que todo salga bien; ¡acuérdate de lo de Atanasio!
resultados de su actitud. -insinuaba Antonio.
Ese mismo día llamó a Toribio, Vicente y Antonio a -Bueno -respondió' convencido Vicente.
su oficina del aserradero; llegaron los indios y habló el -Aquí tienes el primer mes -agregó el maderero,
patrón: mientras alargaba un fajo de billetes ,que contenía cien
pesos.
'-Ordené que cortaran árboles en el Cerezo.
En los pueblos apartados, lejos de la civilización, ca·
Toribio ,arrugó las cejas, frunció el ceño Antonio y rentes de, diversiones, los hombres tienen un carácter apa· '
replicó Vicente: ' cible, son nobles, leales, desinteresados y virtuosos por na­
~Allí no puede cortar, porque se nos echan encima turaleza, si es que no hay ninguna causa ajena que de­
los de Corótiro. termine una alteración desfavorable para las condiciones
88 JESÚS URIBE RUIZ' LA AGONÍA DEL BOSQUE 89

Desde épocas inmemoriales, el punto del Cerezo había -¡Vaya con el Jefe de Tenencia! Valiente jefe eres
sido considerado como zona en litigio por las dos Co­ tú ¿qué no sabes que ese terreno es de Puruarato? ¿No
munidades; años atrás, había gestionado cada una por has visto los títulos de tu Comunidad? O te atienes a lo
su cuenta, que se les reconociera el derecho que sobre el que dicen los de Corótirv. Miren muchachos, es tiempo
terreno boscoso creían tener. Los ingenieros designados de 'que regrese a ustedes lo que es suyo. Voy a trabajar
al efecto por el gobierno,. después de descifrar los vie­ en ese terreno porque es de la Comunidad, y les A.yudaré
jos títulos, habíanse quedado perplejos, ya que el men­ cori mis influencias para que se arregle todo en benefi·
cionado terreno en virtud de un error de los agrimen. cio de Puruarato. '
sores hispánicos,' quedara incluido como perteneciente a - 'No -insistió Vicente mientras los otros calla·
ambos pueblos. Ya habían disputado mucho sobre aquel ban-: nuestros padres hicieron trato con los de Coróti·
terreno, gastando dinero en gestiones costosas, 'y más de ro y lo vamos a respetar, ¡usted no tira ni un palo de
una vez habíase teñido de sangre el bosque del Cerezo; allí!
hasta q'ue llegaron a un acuerdo de amistad, sellado por -Vamos, vamos, Vicente, no te pongas difícil; es
comisiones de los más viejos de ambos pueblos, después cielto que los padres de ustedes hicieron el trato, pero si
de largos y ceremoniosos protocolos: el Cerezo pertene­ ahora tienes tú la oportunidad de dejar a los hijos de la
cería a ambas Comunidades de ahí podrían sacar leña y Comunidad ese pedazo como herencia, ¿no crees que esté
pa~tar ganados, pero nadie podría tumhar un árbol para bien? Yo creo que tú quieres más bien decir que e.so va
tejamanil o morillos o durmientes. a originar gastos y tienes temor al pensar de dónde po­
Hasta la fecha habían respetado escrupulosamente el drán salir; por tu seguridad te repito que yo pagaré los
acuerdo, sIn tener que lam,entar incidente alguno. gastos y para que no vayas a quedalte sin poder mover·
Ahora convenía a los intereses de don Jaime romper te, te voy a dar sesenta pesos mensuales ¿qué dices?
aquel equilibrio tradicional y con su ceguera de avora· -',-Está bueno, Vicente, al cabo don Jaime se encaro
zado, ni siquiera se puso a meditar sobre los nefandos ga de que todo salga bien; ¡acuérdate de lo de Atanasio!
resultados de su actitud. -insinuaba Antonio.
Ese mismo día llamó a Toribio, Vicente y Antonio a -Bueno -respondió' convencido Vicente.
su oficina del aserradero; llegaron los indios y habló el -Aquí tienes el primer mes -agregó el maderero,
patrón: mientras alargaba un fajo de billetes ,que contenía cien
pesos.
'-Ordené que cortaran árboles en el Cerezo.
En los pueblos apartados, lejos de la civilización, ca·
Toribio ,arrugó las cejas, frunció el ceño Antonio y rentes de, diversiones, los hombres tienen un carácter apa· '
replicó Vicente: ' cible, son nobles, leales, desinteresados y virtuosos por na­
~Allí no puede cortar, porque se nos echan encima turaleza, si es que no hay ninguna causa ajena que de­
los de Corótiro. termine una alteración desfavorable para las condiciones
90 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 91

normales de sus ambientes. Saben reconocer el valor de diatamente y se nos dé el pago de lo que nos correspon­
la amistad y la tienen como un compromiso fundamental da en esa madera.
e inquebrantable. Reaccionan noblemente con el que es Altanero, respondió Toribio:
noble, y un instinto de certero análisis psicológico les -Este te-rreno es nuestro, los padres de nosotros hi­
hace desconfiar de aquéllos que trataR de hacerles daño. cieron eL trato desconociendo papeles que ahora tene­
Sus tratos, negocios y compromisos, se realizan "a la mos.
palabra"; no suscriben documento alguno y tienen en Un claro de indignación salió de los comisionados de
ellos la palabra empeñada, fuerza de validez legal que Corótiro. y todos juntos: .
obliga más que cualquiera otra prueba o garantía. -¡Qué no se tumben má$ palos! -gritaron amena·
Transcurren sus existencias pacíficamente. Mas si zadores.
acontecen sucesos imprevistos, su necesidad de encontrar Vicente dijo:
diversiones, su angustiosa desazón de intranquilidad y -Se seguirá trabajando, porque nuestros títulos dicen
vida amenazada, los conduce a extremos imprevistos. Son que ese pedazo es nuestro.
como mansos hilos de agua que se convirtieran en torren­ -¿Esa es la última palabra? -preguntó Anselmo
tes impetuosos a causa de una brusca quebrazón del cau­ con la boca temblándole de coraje. ,
ce que los conduce, y se lanzaran desbocados'a chocar -¡Sí! -'-dijeron a una Toribio y Vicente.
contra los accidentes, destrozando y destrozándose. A pie, como habían venido, se alejaron. los de Co­
Cuando Corótiro supo que se estaban cortando árbo­ rótiro. Cuando estuvieron lejos del pueblo, en el bosque,
les en el Cerezo, la Comunidad entera ardió de indigna­ se sentaron bajo unos encinos y pusiéronse a comentar:
ción. -Mataremos a los que se metan a trabajar en el Ce­
Se habían burlado del pacto con los ancianos y aho­ rezo -dijeron los mozos.
ra correspondía a los jóvenes tomar cartas en el asunto -¡No! ~ontradecía Anselmo-, así no ganamos
para defender la palabra de los queridos viejos muertos. nada.
Un grupo de indios, acompañados de Anselmo, se -¿Entonces qué hacemos?
presentó en Puruarato apersonándose con Toribio y Vi­ Quedóse el indio pensativo algún rato y terminó:
, cente. -¡ Ya sé lo que tenemos que hacer! .
El viejo Anselmo, faz impenetrable, vivos ojillos mon­ Se levantaron y con paso rápido reiniciaron el inte­
goloides; varios pelos de barba, largos y canosos; mecho­ rrumpido camino del regreso a Corótiro. La noche se les
nes de bigote -lacios- en la comisura de los labios, venía encima, con su 'manto de estrellas y su luna enor­
hapló: me, llena, iluminando con lechosa claridad los paisajes.
-Se están tumbando, palos en el Cerezo, Puruarato La noche indígena cubría los pueblos de la sierra con
faltó a la palabra, a la que dieron a nuestros padres sus vientos fríos y sus aullidos de coyote que espantan a
muertos. Queremos que se suspendan los trabajos inme- las borregas con cría. Por occidente surgía, como un lar­
90 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 91

normales de sus ambientes. Saben reconocer el valor de diatamente y se nos dé el pago de lo que nos correspon­
la amistad y la tienen como un compromiso fundamental da en esa madera.
e inquebrantable. Reaccionan noblemente con el que es Altanero, respondió Toribio:
noble, y un instinto de certero análisis psicológico les -Este te-rreno es nuestro, los padres de nosotros hi­
hace desconfiar de aquéllos que trataR de hacerles daño. cieron eL trato desconociendo papeles que ahora tene­
Sus tratos, negocios y compromisos, se realizan "a la mos.
palabra"; no suscriben documento alguno y tienen en Un claro de indignación salió de los comisionados de
ellos la palabra empeñada, fuerza de validez legal que Corótiro. y todos juntos: .
obliga más que cualquiera otra prueba o garantía. -¡Qué no se tumben má$ palos! -gritaron amena·
Transcurren sus existencias pacíficamente. Mas si zadores.
acontecen sucesos imprevistos, su necesidad de encontrar Vicente dijo:
diversiones, su angustiosa desazón de intranquilidad y -Se seguirá trabajando, porque nuestros títulos dicen
vida amenazada, los conduce a extremos imprevistos. Son que ese pedazo es nuestro.
como mansos hilos de agua que se convirtieran en torren­ -¿Esa es la última palabra? -preguntó Anselmo
tes impetuosos a causa de una brusca quebrazón del cau­ con la boca temblándole de coraje. ,
ce que los conduce, y se lanzaran desbocados'a chocar -¡Sí! -'-dijeron a una Toribio y Vicente.
contra los accidentes, destrozando y destrozándose. A pie, como habían venido, se alejaron. los de Co­
Cuando Corótiro supo que se estaban cortando árbo­ rótiro. Cuando estuvieron lejos del pueblo, en el bosque,
les en el Cerezo, la Comunidad entera ardió de indigna­ se sentaron bajo unos encinos y pusiéronse a comentar:
ción. -Mataremos a los que se metan a trabajar en el Ce­
Se habían burlado del pacto con los ancianos y aho­ rezo -dijeron los mozos.
ra correspondía a los jóvenes tomar cartas en el asunto -¡No! ~ontradecía Anselmo-, así no ganamos
para defender la palabra de los queridos viejos muertos. nada.
Un grupo de indios, acompañados de Anselmo, se -¿Entonces qué hacemos?
presentó en Puruarato apersonándose con Toribio y Vi­ Quedóse el indio pensativo algún rato y terminó:
, cente. -¡ Ya sé lo que tenemos que hacer! .
El viejo Anselmo, faz impenetrable, vivos ojillos mon­ Se levantaron y con paso rápido reiniciaron el inte­
goloides; varios pelos de barba, largos y canosos; mecho­ rrumpido camino del regreso a Corótiro. La noche se les
nes de bigote -lacios- en la comisura de los labios, venía encima, con su 'manto de estrellas y su luna enor­
hapló: me, llena, iluminando con lechosa claridad los paisajes.
-Se están tumbando, palos en el Cerezo, Puruarato La noche indígena cubría los pueblos de la sierra con
faltó a la palabra, a la que dieron a nuestros padres sus vientos fríos y sus aullidos de coyote que espantan a
muertos. Queremos que se suspendan los trabajos inme- las borregas con cría. Por occidente surgía, como un lar­
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go rebozo de guare, con el que se tapara la sangrante domingo; día' en que se celebraba la fiesta de San Lo­
derrota del sol muriente. Los ruidos nocturnos se encen­ renzo .en vecina Comunidad. El patrón había concedido
I1I1I dían, y la sombra iba cobijando los rugosos fustes de licencia a los trapajadores para dejar los aserraderos por
los árboles venerables, como indios que se envolvieran ese día solamente. Quedaron Rafael y cuatro veladores
en el negro zarape lanoso para descansar. Allá a lo le­ vigilando.
jos, las luciérnagas incandescentes de los focos en el ase­ Rafael dormía cuando lo despertaron golpes bruscos,
rradero, hacían túneles de luz en la ,obscuridad. dados sobre la puerta del cuarto en la casa de adminis­
Es la época de las quemazones. tración donde pernoctaba. Rápidamente echó mano a la
Los verdes cerros, antes cubiertos con espléndidos ma­ pistola que guardaba debajo de la almohada:
tices, tienen ahora culebras de fuego que cabrillean, gu­ -¿Quién?
sanos' de luz que en las noches caminan voraces por sus - j Soy yo, don Rafael!
faldas incendiando el pasto, convirtiendo en teas a los -¿ Qué demonios quieres a estas horas?
árboles resinados que con su madera· saturada de brea, -Se está quemando el Cerezo.
tremendamente combustible, arden hasta carbonizarse, ca· -¡Me lleva la ... !
yendo con gran estrépito y levantando millares de chis­ Se incorporó vistiéndose rápidamente.
pas que van a comunicar el fuego a los ,árboles vecinos. En efecto, el Cerezo ardía por vario¡¡ lados, oíase el
¿Quién comienza las quemazones? Unos dicen que los crepitar de la madera verde y, zumbaba el viento reca­
fuertes rayos del sol, otros que lqs indios para tener pas­ lentado al elevarse.
tos nuevos, para que el humo de las enormes piras im­ ¿Cómo atajar aquel incendio? . :
pida las heladas que dañarían a las pequeñas plantas de -¡Llama a los demás veladores! -ordenó Rafael.
maíz; aquéllos, que los durmienteros y tejamanileros para En breves instantes se juntaron los serenos.
borrar el rastro de sus trabajos. -¿ Qué haremos? -preguntaban en espera de ins­
Empieza el incendio desde un punto cualquiera y, trucciones.
como si fuese una señal" paulatinamente aparecen. lla­ Apagar con agua, Lni pensarlo! El paraje era tan seco
mas rojizas, tizones en la noc~e, sobre las borrosas som­ como todos en el contorno; el aserradero tenía una pila
bras grises de los montes. a la cual acarreaban agua para las necesidades dornés­
(Los indios creen que el fuego es propalado por los .ticas de los trabajadores y sus familias, los camiones
cuervos, que llevan en sus picos ramas ardiendo y, vo­ fletera s que transportaban la madera aserrada a Drua­
lando, suéltanlas en sitios lejanos para después comerse pan.
las sabandijas quemadas). ' -¡Tráiganse palas y hachas y vamos rápido! -man­
Inespe:radamente comenzó el incendio, desde varios dó el capataz.
puntos a la vez. Cuando los del aserradero se dieron Imposible contener al voraz elemento. Apagaban en
cuenta, ya el fuego había hecho tremendos estragos. Era un sitio, seguían a otro y cuando volvían la vista, ya el
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go rebozo de guare, con el que se tapara la sangrante domingo; día' en que se celebraba la fiesta de San Lo­
derrota del sol muriente. Los ruidos nocturnos se encen­ renzo .en vecina Comunidad. El patrón había concedido
I1I1I dían, y la sombra iba cobijando los rugosos fustes de licencia a los trapajadores para dejar los aserraderos por
los árboles venerables, como indios que se envolvieran ese día solamente. Quedaron Rafael y cuatro veladores
en el negro zarape lanoso para descansar. Allá a lo le­ vigilando.
jos, las luciérnagas incandescentes de los focos en el ase­ Rafael dormía cuando lo despertaron golpes bruscos,
rradero, hacían túneles de luz en la ,obscuridad. dados sobre la puerta del cuarto en la casa de adminis­
Es la época de las quemazones. tración donde pernoctaba. Rápidamente echó mano a la
Los verdes cerros, antes cubiertos con espléndidos ma­ pistola que guardaba debajo de la almohada:
tices, tienen ahora culebras de fuego que cabrillean, gu­ -¿Quién?
sanos' de luz que en las noches caminan voraces por sus - j Soy yo, don Rafael!
faldas incendiando el pasto, convirtiendo en teas a los -¿ Qué demonios quieres a estas horas?
árboles resinados que con su madera· saturada de brea, -Se está quemando el Cerezo.
tremendamente combustible, arden hasta carbonizarse, ca· -¡Me lleva la ... !
yendo con gran estrépito y levantando millares de chis­ Se incorporó vistiéndose rápidamente.
pas que van a comunicar el fuego a los ,árboles vecinos. En efecto, el Cerezo ardía por vario¡¡ lados, oíase el
¿Quién comienza las quemazones? Unos dicen que los crepitar de la madera verde y, zumbaba el viento reca­
fuertes rayos del sol, otros que lqs indios para tener pas­ lentado al elevarse.
tos nuevos, para que el humo de las enormes piras im­ ¿Cómo atajar aquel incendio? . :
pida las heladas que dañarían a las pequeñas plantas de -¡Llama a los demás veladores! -ordenó Rafael.
maíz; aquéllos, que los durmienteros y tejamanileros para En breves instantes se juntaron los serenos.
borrar el rastro de sus trabajos. -¿ Qué haremos? -preguntaban en espera de ins­
Empieza el incendio desde un punto cualquiera y, trucciones.
como si fuese una señal" paulatinamente aparecen. lla­ Apagar con agua, Lni pensarlo! El paraje era tan seco
mas rojizas, tizones en la noc~e, sobre las borrosas som­ como todos en el contorno; el aserradero tenía una pila
bras grises de los montes. a la cual acarreaban agua para las necesidades dornés­
(Los indios creen que el fuego es propalado por los .ticas de los trabajadores y sus familias, los camiones
cuervos, que llevan en sus picos ramas ardiendo y, vo­ fletera s que transportaban la madera aserrada a Drua­
lando, suéltanlas en sitios lejanos para después comerse pan.
las sabandijas quemadas). ' -¡Tráiganse palas y hachas y vamos rápido! -man­
Inespe:radamente comenzó el incendio, desde varios dó el capataz.
puntos a la vez. Cuando los del aserradero se dieron Imposible contener al voraz elemento. Apagaban en
cuenta, ya el fuego había hecho tremendos estragos. Era un sitio, seguían a otro y cuando volvían la vista, ya el
94 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 95

primero estaba en llamas otra vez, como si nada hubiera -Mándale decir a Anselmo, con Lorenzo, que lo es·
impedido la libre comunicación del fuego. Los trozos COl" pero en Uruapan mañana; que le den veinte pesos para
tados, diseminados sobre el suelo, ardían como si un fue­ gastoS: ¡Toma!
lle oculto los avivara nuevamente. Los hombres sudaban, Ya de madrugada, el Vicente estaba en Corótiro pla..
el hum'o' cq.rrosivo y espeso se les prendía en la gargan· ticando con Anselmo:
ta, les penetraba los puImones ocasionándoles una tos -No seas desconfiado~Anselmo, don Jaime te mano
molesta que les quemaba la garganta dejando en los ojos da llamar para arreglarse contigo. Los de Puruarato lo
llorosos una impresión deresequedad insoportable. Des­ obligaron a trabajar en el Cerezo, y mira ahora los re­
pués de luchar por varias horas comprendieron que era sultados.
inútil pretender apagar. El indio, receloso, contestó:
Hicieron zanjas en sitios adecuados, para impedir que -¿A poco don Jaime cree que' nosotros lo quema·
el fuego se propagara peligrosamente cerca del. aserra· mos?
dero, derribaron a hachazos varios árboles para dejar -.No, hombre, no, él sabe que ésta es la temporada
franjas desnudas protectoras y así' estuvieron trabajando de las quemazones- y cambiando de conversación-:
hasta la madrugada. Sumába:pseles los trabajadores que para lo que te manda llamar es para ver si se arreglan y
volvían de la fiesta, atraídos por el incendio. . les vendes el monte de la Comunidad.
El bosque del Cerezo ardió cuatro días y cuatro no­ -¡No vendemos el monte! -gruñó disgustado An­
ches. . selmo.
Los rollizos carbonizados, cubiertos con una capa es­ -Bueno, de cualquier manera, anda a decírselo tú
pesa de ceniza, humeaban todavía pasado ese tiempo. mismo, no me hagas quedar mal, porque me cuesta mi
chambita. Ya sabes que el que es mandado no es culo
Cuando don Jaime lo supo, mesábase de ira los ca·
pado.
bellos, lanzando imprecaciones a diestra y siniestra. En
-Pues nada más V()y porque se trata de ti.
compañía de Rafael inspeccionaba' aquella mañana los
-Está bueno ¡muchas gracias! Aquí están veinte pe­
destrozos; al aplacarse un poco, el compadre dijo:
sos que te manda para gastos.
-Ese incendio no fue accidental, seguramente lo hi· Los tomó el indio con recelo. Se despidieron y Lo­
cieron los de Corótiro. renzo, se alejó por la vereda que comunica a Corótiro con
Aquella frase fue un latigazo que embraveció el 01'· Puruarato, metiendo espuelas en los ijares del caballo,
gullo del explotador; se quedó mirando fijamente al ca· hasta hacerlo caminar a medio galope.
pataz con una mirada retadora: Sus dolores reumáticos habían desaparecido, los cin·
-¿Conque los de Corótiro, eh? ¡Ajá! Está bueno. cuenta años que llevaba a cuestas; sentíalos como si
-y rápidamente, concibiendo un plan en su mente: fueran veinte y, en los jaripeos de los pueblos, se lucía
con los caballos del patrón, entre la admirativa concu­
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primero estaba en llamas otra vez, como si nada hubiera -Mándale decir a Anselmo, con Lorenzo, que lo es·
impedido la libre comunicación del fuego. Los trozos COl" pero en Uruapan mañana; que le den veinte pesos para
tados, diseminados sobre el suelo, ardían como si un fue­ gastoS: ¡Toma!
lle oculto los avivara nuevamente. Los hombres sudaban, Ya de madrugada, el Vicente estaba en Corótiro pla..
el hum'o' cq.rrosivo y espeso se les prendía en la gargan· ticando con Anselmo:
ta, les penetraba los puImones ocasionándoles una tos -No seas desconfiado~Anselmo, don Jaime te mano
molesta que les quemaba la garganta dejando en los ojos da llamar para arreglarse contigo. Los de Puruarato lo
llorosos una impresión deresequedad insoportable. Des­ obligaron a trabajar en el Cerezo, y mira ahora los re­
pués de luchar por varias horas comprendieron que era sultados.
inútil pretender apagar. El indio, receloso, contestó:
Hicieron zanjas en sitios adecuados, para impedir que -¿A poco don Jaime cree que' nosotros lo quema·
el fuego se propagara peligrosamente cerca del. aserra· mos?
dero, derribaron a hachazos varios árboles para dejar -.No, hombre, no, él sabe que ésta es la temporada
franjas desnudas protectoras y así' estuvieron trabajando de las quemazones- y cambiando de conversación-:
hasta la madrugada. Sumába:pseles los trabajadores que para lo que te manda llamar es para ver si se arreglan y
volvían de la fiesta, atraídos por el incendio. . les vendes el monte de la Comunidad.
El bosque del Cerezo ardió cuatro días y cuatro no­ -¡No vendemos el monte! -gruñó disgustado An­
ches. . selmo.
Los rollizos carbonizados, cubiertos con una capa es­ -Bueno, de cualquier manera, anda a decírselo tú
pesa de ceniza, humeaban todavía pasado ese tiempo. mismo, no me hagas quedar mal, porque me cuesta mi
chambita. Ya sabes que el que es mandado no es culo
Cuando don Jaime lo supo, mesábase de ira los ca·
pado.
bellos, lanzando imprecaciones a diestra y siniestra. En
-Pues nada más V()y porque se trata de ti.
compañía de Rafael inspeccionaba' aquella mañana los
-Está bueno ¡muchas gracias! Aquí están veinte pe­
destrozos; al aplacarse un poco, el compadre dijo:
sos que te manda para gastos.
-Ese incendio no fue accidental, seguramente lo hi· Los tomó el indio con recelo. Se despidieron y Lo­
cieron los de Corótiro. renzo, se alejó por la vereda que comunica a Corótiro con
Aquella frase fue un latigazo que embraveció el 01'· Puruarato, metiendo espuelas en los ijares del caballo,
gullo del explotador; se quedó mirando fijamente al ca· hasta hacerlo caminar a medio galope.
pataz con una mirada retadora: Sus dolores reumáticos habían desaparecido, los cin·
-¿Conque los de Corótiro, eh? ¡Ajá! Está bueno. cuenta años que llevaba a cuestas; sentíalos como si
-y rápidamente, concibiendo un plan en su mente: fueran veinte y, en los jaripeos de los pueblos, se lucía
con los caballos del patrón, entre la admirativa concu­
96 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 97

rrencia de las guares y las mIradas envidiosas de los ml1.n­ samente la cabeza tratando de averiguar de dónde proce­
'cebos. día aquella voz, sin poder descubrirlo.
El aire fresco de la sierra, saturado con el agradable - "'A . r
¡ sesmo.... '¡ A ' I
sesmo.... '¡ A ' I
sesmo.... "La d ra­
olor a pino, respirába19 a pleno pulmón. ban a lo lejos los mastines rencorosos del 'eco.
Del p10rral suspendido en la cabeza de la silla de Lleno de espanto, obsehó un detalle que antes no
montar, .sacó la botella de Charanda y empezó a darle
I contemplara: casi a los pies del caballo abría sus fauces
grandes sorbos. la sima traidora. Allá en el fondo distinguíase un cuer­
Semi.borr!1cho, con los ojos brillosos, iba cantando a po sanguinolento cubierto con trozos de leño. El terI1o-r le
gritos: . inmovilizó; el caballo, con los remos fijos en tierra, temo
bIaba echando espuma blanca por el hocico.
"Cuando vayas al fandango Una loca baraúndá de' ruidos horripilantes siguió des­
ponte tus naguas azules pués; oíanse batir de alas de murciélagos, largos lamen·
p'a que salgas a bailar tos, ayes doloridos; como si estuvieran mil plañideras
sábado, domingo y lunes." gritando a coro. Voces que en tarasco decían frases inin­
teligibles.
De repente, sintió como si alguien lo observase. Atra­ .En el fondo del barranco erguíase la figura ensan·
vesaba la espesura de un bosque. grentada trabajosamente y se elevaba flotando en el ai­
Paró en seco el caballo, callóse y volteó la cabeza re que, con sus tentáculos, sosteníale como un trágico pa·
en todas direcciones. El viento, tamizado por el ayate de palote. A sus espaldas oía las palabras de Toribio y An·
las ramas, resbalaba entre los troncos como un líquido tonio, apagadas, lejanas:
espeso, embriagante y tangible: avanzaba deteníase, ob­ -"Ven con nosotros y te daremos la tercera parte,
servábasele como mirada de tentáculos coloridos por el ven. " ven... ven ... "
sol, arañando las cortezas cafés; hurgaba las hojas caí­ - y coreaban los rudos, los lamentos: "ven ...
das volteándola's, elevándolas, dejándolas caer. y luego, ven. .. ¡ven! ... "
como un rumor piano que fuese aumentando de intensi­ Sin poder contener, vació la carga de la pistola sobre
dad gradualmente, como el balbuceo entrecortado y ape­ el trasgo. Uno, dos, tres, lQs cinco estampidos espacia­
nas perceptible de la voz de un moribundo, que fu~se re­ dos rompieron la calma del bosque.
cogida sucesivamente por la garganta del ruido potente El eco aulló largo tiempo como fiera herida.,
y rematada por un estampido de truenos, venía con el vien­ Aquello fue bastante, volvió a la realidad, un sudor
to una pl;llabra: frío perlábale de gotas cristalinas la frente, estaba temo
-¡Asesino! ... ¡Asesino! ... ¡Asesino!, .. blando y los dientes le castañeteaban.
El indio Lorenzo, con los ojos desorbitados y la pisto­ Cuando llegó al aserradéro, su semblante demudado
la de cilindro niquelada, en la diestra, volteaba nervio- asombró a Rafael.
96 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 97

rrencia de las guares y las mIradas envidiosas de los ml1.n­ samente la cabeza tratando de averiguar de dónde proce­
'cebos. día aquella voz, sin poder descubrirlo.
El aire fresco de la sierra, saturado con el agradable - "'A . r
¡ sesmo.... '¡ A ' I
sesmo.... '¡ A ' I
sesmo.... "La d ra­
olor a pino, respirába19 a pleno pulmón. ban a lo lejos los mastines rencorosos del 'eco.
Del p10rral suspendido en la cabeza de la silla de Lleno de espanto, obsehó un detalle que antes no
montar, .sacó la botella de Charanda y empezó a darle
I contemplara: casi a los pies del caballo abría sus fauces
grandes sorbos. la sima traidora. Allá en el fondo distinguíase un cuer­
Semi.borr!1cho, con los ojos brillosos, iba cantando a po sanguinolento cubierto con trozos de leño. El terI1o-r le
gritos: . inmovilizó; el caballo, con los remos fijos en tierra, temo
bIaba echando espuma blanca por el hocico.
"Cuando vayas al fandango Una loca baraúndá de' ruidos horripilantes siguió des­
ponte tus naguas azules pués; oíanse batir de alas de murciélagos, largos lamen·
p'a que salgas a bailar tos, ayes doloridos; como si estuvieran mil plañideras
sábado, domingo y lunes." gritando a coro. Voces que en tarasco decían frases inin­
teligibles.
De repente, sintió como si alguien lo observase. Atra­ .En el fondo del barranco erguíase la figura ensan·
vesaba la espesura de un bosque. grentada trabajosamente y se elevaba flotando en el ai­
Paró en seco el caballo, callóse y volteó la cabeza re que, con sus tentáculos, sosteníale como un trágico pa·
en todas direcciones. El viento, tamizado por el ayate de palote. A sus espaldas oía las palabras de Toribio y An·
las ramas, resbalaba entre los troncos como un líquido tonio, apagadas, lejanas:
espeso, embriagante y tangible: avanzaba deteníase, ob­ -"Ven con nosotros y te daremos la tercera parte,
servábasele como mirada de tentáculos coloridos por el ven. " ven... ven ... "
sol, arañando las cortezas cafés; hurgaba las hojas caí­ - y coreaban los rudos, los lamentos: "ven ...
das volteándola's, elevándolas, dejándolas caer. y luego, ven. .. ¡ven! ... "
como un rumor piano que fuese aumentando de intensi­ Sin poder contener, vació la carga de la pistola sobre
dad gradualmente, como el balbuceo entrecortado y ape­ el trasgo. Uno, dos, tres, lQs cinco estampidos espacia­
nas perceptible de la voz de un moribundo, que fu~se re­ dos rompieron la calma del bosque.
cogida sucesivamente por la garganta del ruido potente El eco aulló largo tiempo como fiera herida.,
y rematada por un estampido de truenos, venía con el vien­ Aquello fue bastante, volvió a la realidad, un sudor
to una pl;llabra: frío perlábale de gotas cristalinas la frente, estaba temo
-¡Asesino! ... ¡Asesino! ... ¡Asesino!, .. blando y los dientes le castañeteaban.
El indio Lorenzo, con los ojos desorbitados y la pisto­ Cuando llegó al aserradéro, su semblante demudado
la de cilindro niquelada, en la diestra, volteaba nervio- asombró a Rafael.
98 JESÚS URlBE RUIZ

-¿ Qué te pasa?
Con labios y voz temblorosa contestó ei indio persig­
nándose:
-Me salieron ios naguales en el camino.
Sonrió el capataz.
El desensilló su caballo y a pie se encaminó a San-
VII
Juan Parangaricutiro.
TíTULOS COMUNALES

EL INDIO había arribado a la ciudad, tal y como pro­


metiera a Lorenzo. Llevaba los veinte pesos amarrados
en un nudo hecho en el paliacate rojo que, como bola,
cargan los indígenas entre la faja roja que les sirve de
. cinto y el calzón de manta. Cuando llegó atardecía: tras
la burbuja rojiza del Xicalán iba ahogándose lentamen­
te el sol entre sangre escarlata; el blanco algodón de las
nubes pretendía absorber aquella lumínica sangría, con·
siguiendo tan solo teñirse en todos los colores del iris,
dando así un majestuoso espectáculo inenarrable: pare­
cía como si hubiese descorrido el viento amplias vestes
nacaradas, cambiantes, movibles, gigantescas. Bañábase el
río, allá desde la Rodilla; del Diablo -lugar de su na·
cimiento- en suaves tonos opalinos que festoneaban de
oro sus linfas azules. La masa gris de las huertas ilumi·
nábase fugazmente y, a lo lejos, en el centro de la po­
blación las campanas centenarias, con su venerable voz
de bronce, palpitaban la angustia del Angelus. .
Don Jaime recibió en su despacho privado a Ansel·
mo; el indio, recelol¡o, extendióle la mano sudorosa, sin
estrechar la suya. El calzón y la camisa pringosos del
aborigen, desentonaban grandemente con las ropas del
98 JESÚS URlBE RUIZ

-¿ Qué te pasa?
Con labios y voz temblorosa contestó ei indio persig­
nándose:
-Me salieron ios naguales en el camino.
Sonrió el capataz.
El desensilló su caballo y a pie se encaminó a San-
VII
Juan Parangaricutiro.
TíTULOS COMUNALES

EL INDIO había arribado a la ciudad, tal y como pro­


metiera a Lorenzo. Llevaba los veinte pesos amarrados
en un nudo hecho en el paliacate rojo que, como bola,
cargan los indígenas entre la faja roja que les sirve de
. cinto y el calzón de manta. Cuando llegó atardecía: tras
la burbuja rojiza del Xicalán iba ahogándose lentamen­
te el sol entre sangre escarlata; el blanco algodón de las
nubes pretendía absorber aquella lumínica sangría, con·
siguiendo tan solo teñirse en todos los colores del iris,
dando así un majestuoso espectáculo inenarrable: pare­
cía como si hubiese descorrido el viento amplias vestes
nacaradas, cambiantes, movibles, gigantescas. Bañábase el
río, allá desde la Rodilla; del Diablo -lugar de su na·
cimiento- en suaves tonos opalinos que festoneaban de
oro sus linfas azules. La masa gris de las huertas ilumi·
nábase fugazmente y, a lo lejos, en el centro de la po­
blación las campanas centenarias, con su venerable voz
de bronce, palpitaban la angustia del Angelus. .
Don Jaime recibió en su despacho privado a Ansel·
mo; el indio, recelol¡o, extendióle la mano sudorosa, sin
estrechar la suya. El calzón y la camisa pringosos del
aborigen, desentonaban grandemente con las ropas del
I
100 JESÚS DRIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 101
explotador, con los muebles limpios, de madera; con las -¿ Qué dices? -lo sacó de su ensimismamiento don
paredes albas y el pintado y brillante linóleum del piso, Jaime.
Las greñas hirsutas, 'sudorosas, en desorden, apare­ El indio confuso, no sabía que responder.
cieron cuando quitóse el sombrero cónico, de p'a1ma, para -No tengas ningún .pendiente. Me traes los papeles a
. saludar. mi casa y, enfrente de ti los quemo, te doy los tres mil
Estuvieron conversando largo rato; las frases eran pesos y quedamos en paz. Si alguien te preguntara por los
salpicadas con fueites risas del maderero y con sonrisas titulos, dices que los perdiste, o cosa parecída.
del indio. E~to era lo único que detenía a Anselmo; ¿cómo ex­
Don Jaime conocía que el incendio había .quemado pLicar a la Comunidad que habían desaparecido los títu­
árboles del Cerezo, pero todavía sobraban muchos intac­ los que con tanto celo fueran transmitidos de padres a
tos, ¿qué tal si Corótiro se los vendía? hijos, documentos por los cuales podrían exponerse todo,
-¿Nos lo pagará a nosotros? hasta la vida, ya que aseguraban un derecho antiguo y
-Mitad a ustedes y mitad a Puruarato. consagrado? .
Estaba reflexionando el indio, cuando a don Jaime -Nó, no les puedo decir eso -lamentóse comó para
se le ocurrió una idea luminosa: dar a entender que quizá si hallase explicación mejor
.-¿Tú tienes los títulos de la Comunidad de Coró­ podrían arreglarse.
tiro? \ -Mira .-dijo don Jaime-: yo sé cómo arreglar
-Sí. esos asuntos. Hoy estamos a diez, bueno, el día quince es
¿-No saben si el gobierno tenga copia? sábado; por la noche haces una junta en tu pueblo con
-No tiene; nosotros ya hemos investigado. cuelquier pretexto llevas los papeles a la Jefatura de Te­
-Bueno, te voy a proponer un trato, si me entregas nencia haces que todos se den cuenta de que dejas allí los
esos papeles te regalo tres mil pesos. papeles, luego lo que tienes que hacer es muy sencillo;
La tentación era muy fuerte para Anselmo. Tres mil a medianoche, procurando que nadie. te vea, los sacas,
los guardas en tu casa y te los llevas para tu labor; en el
pesos representa~an varias yuntas de bueyes (la emoción
camino te esperará Lorenzo, se los das a él. Suponte que
le hacía imposible indagar cuántas) que pondría a tra­
te hallan cuando vas por los papeles, sencillamente dices
bajar para que le pagaran renta los que carecieren de
animales de trabajo. que no podías dormir del pendiente y que los guardarás
en tu casa, si eso sucede, le hablas a Lorenzo, esperándo­
Hasta podría alcanzar .para un changarro en la Co­ nos para otra ocasión. En cualquier forma, si algo sale
munidad. Atendiéndolo personalmente y dedicándose al mal, te vienes conmigo y yo te doy trabajo aquí en
comercio, podría comprar y vender: maíz, lana, borregos, Uruapan.
lo que cayera. ¡Tres mil pesos eran un áhorro en el que Todo aquello era muy laborioso de entender para el
nunca soñó! ... ¡Tres mil pesos! indio, pero el aliciente que hacíale escuchar el' plan has­
I
100 JESÚS DRIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 101
explotador, con los muebles limpios, de madera; con las -¿ Qué dices? -lo sacó de su ensimismamiento don
paredes albas y el pintado y brillante linóleum del piso, Jaime.
Las greñas hirsutas, 'sudorosas, en desorden, apare­ El indio confuso, no sabía que responder.
cieron cuando quitóse el sombrero cónico, de p'a1ma, para -No tengas ningún .pendiente. Me traes los papeles a
. saludar. mi casa y, enfrente de ti los quemo, te doy los tres mil
Estuvieron conversando largo rato; las frases eran pesos y quedamos en paz. Si alguien te preguntara por los
salpicadas con fueites risas del maderero y con sonrisas titulos, dices que los perdiste, o cosa parecída.
del indio. E~to era lo único que detenía a Anselmo; ¿cómo ex­
Don Jaime conocía que el incendio había .quemado pLicar a la Comunidad que habían desaparecido los títu­
árboles del Cerezo, pero todavía sobraban muchos intac­ los que con tanto celo fueran transmitidos de padres a
tos, ¿qué tal si Corótiro se los vendía? hijos, documentos por los cuales podrían exponerse todo,
-¿Nos lo pagará a nosotros? hasta la vida, ya que aseguraban un derecho antiguo y
-Mitad a ustedes y mitad a Puruarato. consagrado? .
Estaba reflexionando el indio, cuando a don Jaime -Nó, no les puedo decir eso -lamentóse comó para
se le ocurrió una idea luminosa: dar a entender que quizá si hallase explicación mejor
.-¿Tú tienes los títulos de la Comunidad de Coró­ podrían arreglarse.
tiro? \ -Mira .-dijo don Jaime-: yo sé cómo arreglar
-Sí. esos asuntos. Hoy estamos a diez, bueno, el día quince es
¿-No saben si el gobierno tenga copia? sábado; por la noche haces una junta en tu pueblo con
-No tiene; nosotros ya hemos investigado. cuelquier pretexto llevas los papeles a la Jefatura de Te­
-Bueno, te voy a proponer un trato, si me entregas nencia haces que todos se den cuenta de que dejas allí los
esos papeles te regalo tres mil pesos. papeles, luego lo que tienes que hacer es muy sencillo;
La tentación era muy fuerte para Anselmo. Tres mil a medianoche, procurando que nadie. te vea, los sacas,
los guardas en tu casa y te los llevas para tu labor; en el
pesos representa~an varias yuntas de bueyes (la emoción
camino te esperará Lorenzo, se los das a él. Suponte que
le hacía imposible indagar cuántas) que pondría a tra­
te hallan cuando vas por los papeles, sencillamente dices
bajar para que le pagaran renta los que carecieren de
animales de trabajo. que no podías dormir del pendiente y que los guardarás
en tu casa, si eso sucede, le hablas a Lorenzo, esperándo­
Hasta podría alcanzar .para un changarro en la Co­ nos para otra ocasión. En cualquier forma, si algo sale
munidad. Atendiéndolo personalmente y dedicándose al mal, te vienes conmigo y yo te doy trabajo aquí en
comercio, podría comprar y vender: maíz, lana, borregos, Uruapan.
lo que cayera. ¡Tres mil pesos eran un áhorro en el que Todo aquello era muy laborioso de entender para el
nunca soñó! ... ¡Tres mil pesos! indio, pero el aliciente que hacíale escuchar el' plan has­
LA AGONÍA DEL BOSQUE 103
JESÚS URIBE RUIZ
102
Pero sobre todo: ¿podría darse por vencido ante unos
ta comprenderlo, después de explicado varias veces, eran indios? ¿El, el maderero de más nombradía en el Esta­
los tres mil pesos ofrecidos. ¡Tres mil pesos! ¡Tres mil do, iba a declararse vencido por ese pequeño incidente?,
pesos! ¡Tres mil pesos! Era todo lo que escuchaba, era ¡bah! Un detalle de tan poca monta no iba a ser motivo
todo lo que entendía y ¡vaya si lo entendía! de estorbo en su carrera.•
Se arreglaron. Don Jaime sacó de una vitrina una
Salió de su despacho privado, fue a su oficina, bro­
botella de aguardiente con nombre extranjero y sirviendo
meó con los empleados, pidió dos o tres informes sobre
dos medios vasos ofreció, uno al indio.
el movimiento de la madera, dictó algunas cartas y salió
\ Tomaron ése y luego otro y Anselmo despidióse. a la calle, campechano, alegre, con el rostro pleno de fe­
En Uruapan las tinieblas disolvíanse con la luz de los licidad, abierto a la simpatía. Detúvose en la cantina, sa­
focos, arriba un horizonte negro e impenetrable. Ruido ludó a unos amigos y con ellos estuvo hasta muy avan­
de coches y camiones que dejan estremecida el alma, pa­ zada la noche, ingiriendo licores de nombres extranjeros.
recen animales poderosos sin vida. Ruido de las gentes Al día siguiente, a socapa, con frases admirativas,
que caminan por las aceras. Bullicio de muchachos por repetíase la conseja:
las bocacalles. ' ' -"Ayer estuvo don Jaime jugando al póker y ganó
De regreso, a la Comunidad, bajo el cielo oscuro de diez mil pesos."
la noche donde brillaba el rocío astral de las luces, el No era cierto ¡que hubiese ganado. Al presentarse en
indio repasaba las instrucciones. Estaba decidido; había la oficina, muy avanzada la mañana siguiente, recibía
dado su palabra, y aunque quisiera volverse atrás, ya no las felicitaciones discretas de sus empleados, con una son· '
podría. Ahora la fuerza de su honor empeñado lo obliga­ risa estereotipada en el 'rostro y al dictar algunas cartas,
ba. (Repetíase argumentos parecidos, para acallar una ante el asombro de la taquígrafa, quedábase largo rato,
voz dolida que le salía de muy adentro de las ideas.) como meditando, sin acordarse de lo dicho instantes atrás.
Se frotaba de regocijó las manos don Jaime. ¡Había Racha de mala suerte en el juego -pensaba-o Pero
venCido! Cierto que le costaba tres mil pesos, pero lo im­ el gusanito pequeño y molesto de la inquietud, le per­
portante era sólo una cosa: ¡había vencido! Estaba en la foraba lentamente el hígado: ¿a qué se debería? ..
plenitud de su fuerza física y mental. ¡Qué maderero! i Bueno, es que en el juego no siempre se gana! En fin,
(Dirigíase a sí mismo palabras de admiración y afecto y los negocios marchaban, para todo había ...
su orgullo, como una coqueta, crecíase con la autoadula­ -,-¿En qué nos quedamos, señorita?
ción.) Por fin estaba resuelto el problema, allanado ,el ca­ La empleada repitió algunas frases usuales de una
mino. Lo del Cerezo le preocupaba, no por la madera, carta ,comercial, el maderero continuó, tomando el curso
sino por el ataque a su prestigio que aquello significaba, del dictado:
¿qué dirían los de puruarato si diera su brazo a torcer? -'Por lo tanto, no me es posible satisfacer los apre­
Quizá hasta le faltarían al respeto; no le harían caso en ciables deseos de usted, en vista de que las actuales cir­
lo sucesivo.
LA AGONÍA DEL BOSQUE 103
JESÚS URIBE RUIZ
102
Pero sobre todo: ¿podría darse por vencido ante unos
ta comprenderlo, después de explicado varias veces, eran indios? ¿El, el maderero de más nombradía en el Esta­
los tres mil pesos ofrecidos. ¡Tres mil pesos! ¡Tres mil do, iba a declararse vencido por ese pequeño incidente?,
pesos! ¡Tres mil pesos! Era todo lo que escuchaba, era ¡bah! Un detalle de tan poca monta no iba a ser motivo
todo lo que entendía y ¡vaya si lo entendía! de estorbo en su carrera.•
Se arreglaron. Don Jaime sacó de una vitrina una
Salió de su despacho privado, fue a su oficina, bro­
botella de aguardiente con nombre extranjero y sirviendo
meó con los empleados, pidió dos o tres informes sobre
dos medios vasos ofreció, uno al indio.
el movimiento de la madera, dictó algunas cartas y salió
\ Tomaron ése y luego otro y Anselmo despidióse. a la calle, campechano, alegre, con el rostro pleno de fe­
En Uruapan las tinieblas disolvíanse con la luz de los licidad, abierto a la simpatía. Detúvose en la cantina, sa­
focos, arriba un horizonte negro e impenetrable. Ruido ludó a unos amigos y con ellos estuvo hasta muy avan­
de coches y camiones que dejan estremecida el alma, pa­ zada la noche, ingiriendo licores de nombres extranjeros.
recen animales poderosos sin vida. Ruido de las gentes Al día siguiente, a socapa, con frases admirativas,
que caminan por las aceras. Bullicio de muchachos por repetíase la conseja:
las bocacalles. ' ' -"Ayer estuvo don Jaime jugando al póker y ganó
De regreso, a la Comunidad, bajo el cielo oscuro de diez mil pesos."
la noche donde brillaba el rocío astral de las luces, el No era cierto ¡que hubiese ganado. Al presentarse en
indio repasaba las instrucciones. Estaba decidido; había la oficina, muy avanzada la mañana siguiente, recibía
dado su palabra, y aunque quisiera volverse atrás, ya no las felicitaciones discretas de sus empleados, con una son· '
podría. Ahora la fuerza de su honor empeñado lo obliga­ risa estereotipada en el 'rostro y al dictar algunas cartas,
ba. (Repetíase argumentos parecidos, para acallar una ante el asombro de la taquígrafa, quedábase largo rato,
voz dolida que le salía de muy adentro de las ideas.) como meditando, sin acordarse de lo dicho instantes atrás.
Se frotaba de regocijó las manos don Jaime. ¡Había Racha de mala suerte en el juego -pensaba-o Pero
venCido! Cierto que le costaba tres mil pesos, pero lo im­ el gusanito pequeño y molesto de la inquietud, le per­
portante era sólo una cosa: ¡había vencido! Estaba en la foraba lentamente el hígado: ¿a qué se debería? ..
plenitud de su fuerza física y mental. ¡Qué maderero! i Bueno, es que en el juego no siempre se gana! En fin,
(Dirigíase a sí mismo palabras de admiración y afecto y los negocios marchaban, para todo había ...
su orgullo, como una coqueta, crecíase con la autoadula­ -,-¿En qué nos quedamos, señorita?
ción.) Por fin estaba resuelto el problema, allanado ,el ca­ La empleada repitió algunas frases usuales de una
mino. Lo del Cerezo le preocupaba, no por la madera, carta ,comercial, el maderero continuó, tomando el curso
sino por el ataque a su prestigio que aquello significaba, del dictado:
¿qué dirían los de puruarato si diera su brazo a torcer? -'Por lo tanto, no me es posible satisfacer los apre­
Quizá hasta le faltarían al respeto; no le harían caso en ciables deseos de usted, en vista de que las actuales cir­
lo sucesivo.
104 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 105

cunstancias de carestía y altos salarios, me fijan un costo Empezaron. Cerca de cada jugador estaban: una copa
superior al precio de $ 500.00 (quinientos pesos con nú· y una botella de coñac. La suerte favoreció al principio
mero y letra, señorita) ofrecido por usted:" al maderero' y le estuvo dando y dando por espacio de
La taquígrafa escribía rápidamente en el cuad,ernillo varias horas, pero luego, inexplicablemente, cambió a fa·
cuadrangular de renglones separados; de pronto, levantó VOl' de don Atenodoro. •
el lápiz y con gesto de extrañeza exclamó: Don Jaime, rabioso, ya no veía nada. Cuando lograba
-Don Jaime, el señor. Fernández no es el que le ofre· cuajar dos pares, su contrincaI).te hacía corrida; si le too
ció precio para la madera. caba tercia, don Atenodoro arramblaba con la polla mero
Recapacitó el ¡;naderero: "¡Ah, sí, no era ese cliente! ced a su fuI. El maderero sudaba, lanzaba petate tras pe·
En qué estaba pensando?" Tras un momento de silencio, tate que invariablemente era pagado por su más duro
dijo a la joven: ' oponente. Cosa de las düs de la madrugada quedáronse
. -Mañana continuarem~s, estoy un poco distraído en el mano a mano que era la especialidad del explota.
hoy. doro Ahí fue donde perdió la mayor cantidad. Al filo de
Se quedó solo en el despacho de la oficina, tomó al las cuatro de la mañana separáronse. Don Atenodoro, con
azar unos papeles y poniéndolos en el escritorio sentóse mucha calma, alisábase los arcaicos bigotes y con gesto
teniéndolos bajo los ojos, hojeaba sin prestar atención. amistoso sU~eI'ía al maderero:
Lo que realmente estaba observando, era la jugada del -No se preocupe don Jaime, fue jugando; el día que
día anterior que hoy se le aparecía con sus detalles, níti­ quiera me tiene a sus órdenes para darle la revancha.
damente, y ya fuera de la fiebre de la "picazón". i "Revancha! -pensaba el explotador-, ¡reventada'
Estaban ahí: Gustavo, el hacendado de tierra caliente, era la que iba a darle la próxima vez! Recuperaría su
Manuel, negociante en ganado y completaba el cuarto don buena estrella y después: ¡reventada, no revancha!"
Atenedoro, un viejo cincuentón, de bigotes a la káiseF En la semipenumbra mental ocasionada por el alco­
que par~cía sacado de algún cromo de la era' porfiriana hol, los cigarrillos fumados en cantidad enorme, la ten·
y cuya fortuna y forma de vida era ignorada por todos, sión nerviosa, el disgusto y la desvelada, asaltaba un te·
conocidos y desconocidos por" igual. La jugada realizá· mor implacable a don Jaime: para él la vida siempre era
base fuera de la ciudad, en una casita de aspecto inocen· un juego de póker en el que le había tocado racha; ahora
te, oculta en el bosque, ya donde se llegaba por una' des· le cambiaba la suelie en el juego ¿sería esto un aviso del
viación de la carretera. destino? Ese· pensamiento de temor era rápidamente des·
Antes de salir, habían comprado varios paquetes de echado por su voluntad, domin~ndolo rápidamente.
barajas, que fueron desempacados sucesivamente según Nada tenía que ver su mala suerte del juego con los
placiera a los jugadores y de acuerdo coI). lo "cansada" negocios. Pero supersticioso, como todo jugador, ya jamás
que estuviera con la que estaban dando. podría callar aquella vocecita de la mala suerte, aquel
104 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 105

cunstancias de carestía y altos salarios, me fijan un costo Empezaron. Cerca de cada jugador estaban: una copa
superior al precio de $ 500.00 (quinientos pesos con nú· y una botella de coñac. La suerte favoreció al principio
mero y letra, señorita) ofrecido por usted:" al maderero' y le estuvo dando y dando por espacio de
La taquígrafa escribía rápidamente en el cuad,ernillo varias horas, pero luego, inexplicablemente, cambió a fa·
cuadrangular de renglones separados; de pronto, levantó VOl' de don Atenodoro. •
el lápiz y con gesto de extrañeza exclamó: Don Jaime, rabioso, ya no veía nada. Cuando lograba
-Don Jaime, el señor. Fernández no es el que le ofre· cuajar dos pares, su contrincaI).te hacía corrida; si le too
ció precio para la madera. caba tercia, don Atenodoro arramblaba con la polla mero
Recapacitó el ¡;naderero: "¡Ah, sí, no era ese cliente! ced a su fuI. El maderero sudaba, lanzaba petate tras pe·
En qué estaba pensando?" Tras un momento de silencio, tate que invariablemente era pagado por su más duro
dijo a la joven: ' oponente. Cosa de las düs de la madrugada quedáronse
. -Mañana continuarem~s, estoy un poco distraído en el mano a mano que era la especialidad del explota.
hoy. doro Ahí fue donde perdió la mayor cantidad. Al filo de
Se quedó solo en el despacho de la oficina, tomó al las cuatro de la mañana separáronse. Don Atenodoro, con
azar unos papeles y poniéndolos en el escritorio sentóse mucha calma, alisábase los arcaicos bigotes y con gesto
teniéndolos bajo los ojos, hojeaba sin prestar atención. amistoso sU~eI'ía al maderero:
Lo que realmente estaba observando, era la jugada del -No se preocupe don Jaime, fue jugando; el día que
día anterior que hoy se le aparecía con sus detalles, níti­ quiera me tiene a sus órdenes para darle la revancha.
damente, y ya fuera de la fiebre de la "picazón". i "Revancha! -pensaba el explotador-, ¡reventada'
Estaban ahí: Gustavo, el hacendado de tierra caliente, era la que iba a darle la próxima vez! Recuperaría su
Manuel, negociante en ganado y completaba el cuarto don buena estrella y después: ¡reventada, no revancha!"
Atenedoro, un viejo cincuentón, de bigotes a la káiseF En la semipenumbra mental ocasionada por el alco­
que par~cía sacado de algún cromo de la era' porfiriana hol, los cigarrillos fumados en cantidad enorme, la ten·
y cuya fortuna y forma de vida era ignorada por todos, sión nerviosa, el disgusto y la desvelada, asaltaba un te·
conocidos y desconocidos por" igual. La jugada realizá· mor implacable a don Jaime: para él la vida siempre era
base fuera de la ciudad, en una casita de aspecto inocen· un juego de póker en el que le había tocado racha; ahora
te, oculta en el bosque, ya donde se llegaba por una' des· le cambiaba la suelie en el juego ¿sería esto un aviso del
viación de la carretera. destino? Ese· pensamiento de temor era rápidamente des·
Antes de salir, habían comprado varios paquetes de echado por su voluntad, domin~ndolo rápidamente.
barajas, que fueron desempacados sucesivamente según Nada tenía que ver su mala suerte del juego con los
placiera a los jugadores y de acuerdo coI). lo "cansada" negocios. Pero supersticioso, como todo jugador, ya jamás
que estuviera con la que estaban dando. podría callar aquella vocecita de la mala suerte, aquel
JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 107
106
gusano de intranquilidad que sin quererlo le roería cons­ -Te· vamos a cobrar tres anegas pues -gritaba An­
tantemente el hígado. selmo a Tiburcio.
Como habían quedado, el día quince convocó Ansel­ -Está bueno -replicaba éste.
mo a la junta, poniéndose de acuerdo con el jefe de Te­ Cuando hubieron term!nado, Anselmo de debajo del
nencia. A las ocho de la noche, reuniéronse la mayoría sarape por cuyo agujero asomaba la cabeza y el cuello,
de los vecinos de Corótiro, en el local de la Jefatura de extrajo un envase de· hojalata, largo, con tapa del mis­
Tenencia. Era éste una troje de madera, construida como mo material y una agarradera, como esos botes que usan
1-: tantas otras casas de la sierra: tablas rajadas y pulidas los campesinos para guardar los documentos de los pue·
1
a la hacha, empalmadas una sobre otra y afirmadas por bIas y los oficios que se les giran; destapólo y de él sacó
ranuras en sus extremidades, a cuyo ensamble cobra fir· unos papeles al par que decía:
meza la construcción. Techo de tejamanil, piso de madera, Para el asunto del Cerezo necesitamos una copia del
sin tapanco o cielo raso y cubriendo las rendijas por título; el día diez fui a Uruapan a ver al licenciado y
las que se colaría el aire, papeles de periódicos y dos me dijo que para comenzar necesitaba una copia. Como
o tres pliegos de propaganda de diversos productos, mu­ mañana salgo temprano a la lapor, voy a dejar aquí los
chos de ellos ya desaparecidos del mercado. papeles para que el secretario haga el trabajo.
. Anselmo comenzó a hablar en tarasco a los reunidos: - j Está bueno! -asintieron todos.
-Las contribuciones no las hemos pagado y las exi­ Anselmo depositó los títulos en el cajoncillo de la
ge el gobierno, voy a hacer una lista de todos y de lo que mesa de madera, que con una silla de paracho, constituía
ro
le toca dar a cada uno por concepto del 5 de la cosecha. todo el mobiliario de la estancia. Salieron todos. El jefe
Hízose la lista y hasta altas horas de la noche prolon­ de Tenencia, un indio pequeño y viejo, cerró la puerta
góse la sesión a causa de las discusiones: con candado, guardándose la llave entre los pliegues de
-Yo nada más levanté tres anegas. la faja roja y con el mechero de petróleo que alumbraba
-No es cierto, levantaste cuatro anegas y dos me· la asamblea, oscilando en la diestra, tomó el camino de
didas. su casa.'
-Pero tuve que dar una anega y dos medidas a tío Desde la suya y por una rendija, Anselmo contempló­
Hipólito por la semilla que me prestó. lo pasar oyendo el chisporroteo del combustible. No dur­
-¿Es cierto, Hipólito? , miq; agitado revolvíase en el petate.
-Sí, es cierto -respondía el interpelado. Cuando creyó llegada la hora oportuna, levantóse, se
-¿Entonces cómo le hacemos? -preguntaba Ansel· puso el sarape y metió el puñal entre la faja y el calzón.
mo al jefe de Tenencia. Ningún pe~ro ladró, olfateando sin duda que era co­
-HGLY que cobrarle únicamente de tres anegas, Ti· nocido el transeúnte. La Jefatura de Tenencia no estaba
burcio está muy amolado. lejos de su casa, dos cuadras solamente. Repegándose a
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gusano de intranquilidad que sin quererlo le roería cons­ -Te· vamos a cobrar tres anegas pues -gritaba An­
tantemente el hígado. selmo a Tiburcio.
Como habían quedado, el día quince convocó Ansel­ -Está bueno -replicaba éste.
mo a la junta, poniéndose de acuerdo con el jefe de Te­ Cuando hubieron term!nado, Anselmo de debajo del
nencia. A las ocho de la noche, reuniéronse la mayoría sarape por cuyo agujero asomaba la cabeza y el cuello,
de los vecinos de Corótiro, en el local de la Jefatura de extrajo un envase de· hojalata, largo, con tapa del mis­
Tenencia. Era éste una troje de madera, construida como mo material y una agarradera, como esos botes que usan
1-: tantas otras casas de la sierra: tablas rajadas y pulidas los campesinos para guardar los documentos de los pue·
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a la hacha, empalmadas una sobre otra y afirmadas por bIas y los oficios que se les giran; destapólo y de él sacó
ranuras en sus extremidades, a cuyo ensamble cobra fir· unos papeles al par que decía:
meza la construcción. Techo de tejamanil, piso de madera, Para el asunto del Cerezo necesitamos una copia del
sin tapanco o cielo raso y cubriendo las rendijas por título; el día diez fui a Uruapan a ver al licenciado y
las que se colaría el aire, papeles de periódicos y dos me dijo que para comenzar necesitaba una copia. Como
o tres pliegos de propaganda de diversos productos, mu­ mañana salgo temprano a la lapor, voy a dejar aquí los
chos de ellos ya desaparecidos del mercado. papeles para que el secretario haga el trabajo.
. Anselmo comenzó a hablar en tarasco a los reunidos: - j Está bueno! -asintieron todos.
-Las contribuciones no las hemos pagado y las exi­ Anselmo depositó los títulos en el cajoncillo de la
ge el gobierno, voy a hacer una lista de todos y de lo que mesa de madera, que con una silla de paracho, constituía
ro
le toca dar a cada uno por concepto del 5 de la cosecha. todo el mobiliario de la estancia. Salieron todos. El jefe
Hízose la lista y hasta altas horas de la noche prolon­ de Tenencia, un indio pequeño y viejo, cerró la puerta
góse la sesión a causa de las discusiones: con candado, guardándose la llave entre los pliegues de
-Yo nada más levanté tres anegas. la faja roja y con el mechero de petróleo que alumbraba
-No es cierto, levantaste cuatro anegas y dos me· la asamblea, oscilando en la diestra, tomó el camino de
didas. su casa.'
-Pero tuve que dar una anega y dos medidas a tío Desde la suya y por una rendija, Anselmo contempló­
Hipólito por la semilla que me prestó. lo pasar oyendo el chisporroteo del combustible. No dur­
-¿Es cierto, Hipólito? , miq; agitado revolvíase en el petate.
-Sí, es cierto -respondía el interpelado. Cuando creyó llegada la hora oportuna, levantóse, se
-¿Entonces cómo le hacemos? -preguntaba Ansel· puso el sarape y metió el puñal entre la faja y el calzón.
mo al jefe de Tenencia. Ningún pe~ro ladró, olfateando sin duda que era co­
-HGLY que cobrarle únicamente de tres anegas, Ti· nocido el transeúnte. La Jefatura de Tenencia no estaba
burcio está muy amolado. lejos de su casa, dos cuadras solamente. Repegándose a
108 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 109

las cercas de piedra que bordean los solares y esquivando monte, Anselmo guardando ansioso en la faja colorada el
las dos o tres trojes habitadas, arrimóse a la Jefatura. paquet~ de bill~tes, envu~ltos cuidadosamente en ~apel de
Trepó por la pared exterior apoyándose, con los de· periódICO, cammaba haCIa el ecuaro. Hasta ese mstante,
dos de los pies y de las manos, en las junturas de las ta­ la tensión nerviosa del qu~ no finaliza un acto peligroso
11"1 blas viejas. De un impulso salvó el borde y empezó a habíale dado arrojo y valor; pero cuando vio desaparecer
a
descender hacia el interior. Cayó en el suelo y tientas a Lorenzo, como· tragado por el bosque, sintiÓ en su alma
un vacío tremendo, un vacío sin ideas, sin palabras, sin
buseó la mesa, encontrándola y orientándose por medio
del tacto, nerviosamente, abrió el cajoncillo y tomó rápi­ recuerdos. Sentíase cansado, muy cansado; de buena ga.
damente los papeles del lugar donde los dejai-a. na 'se hubiera regresado a la troje a dormir un rato, pero
De pronto, una voz dejólo frío: temía echarlo todo a perder. Poco a poco en aquel blanco
-¿ Quién anda por ahí? de su mente, fue definiéndose clara y terriblemente una
Pensamientos confusos se le arremolinaron en el ce· sensación de· terror, de· miedo invencible, no hacia la
rebro, rápidamente, venciendo el terror, echó mano al, muerte ni hacia el castigo. La dureza de la vida habíalo
puñal y con él en la diestra encaminóse decidido al lu· siempre acostumbrado a la idea de la muerte y veíala
gar donde escuchara la voz: como un suceso natural, como un gran motivo de alegría:
-¿ Quién anda ahí? -gritaron casi a sus pies. el fin de todos los trabajos. Al castigo no le tení~ pavor
Sin reflexionar, inclinóse un pqeo y, velozmente, hun­ ¿qué podrían hacerle estando. don Jaime de su lado?
dió el arma varias veces en un cuerpo blando. Aquel miedo que le embargaba,. era algo superior,
Los golpes fueron certeros: ni un grito dio el agre­ era una terrible fuerza aniquiladora que con rapidez de
dido; escuchó su estertor de agonía y, al desandar el ca· conflagración le estuviera nulificando: terror de haber
mino seguido, se reprochaba por no haberse fijado en que ·caído bajo las sanciones de un mandamiento, temor de
la puerta no tenía el candado puesto. Llegó a su casa, los haberse manchado con la sangre de los suyos, miedo a
papeles bajo la camisa quemáronle el pecho impidiéndo. estar perdido por toda la etemidad. Decían que los ase.
le conciliar el sueño. sinos se iban al infiemo. Ese sin duda sería el lugar re­
Muy de madrugada encontróse con Lorenzo,. notólo servado para él: lejos de sus padres,' sin ver a sus hijos,
pálido, amarillo, nervioso y asustadizo. Claramente visi­ atormentado hasta el juicio final, o quizás más allá de él.
ble, en su pecho, sobre la camisa, traía un gran escapu·
lario de sarga café., El Lorenzo iba montado, como de ¡No lo había querido, no! Un' involuntario acto' de
costumbre, en un caballo de los del patrón. qefensa animal habíale acometido de pronto, obligándole
-Aquí están los papeles -dijo Anselmo. a hundir varias veces el puñal fratricida en aquel cuerpo
-Toma este paquete que te manda don Jaime. desconocido que se inmovilizó en las tinieblas de la J e­
fatura. ¿ Quién sería el muerto?
Cambiaron de mano los objetos. Se despidieron. Mien­
tras Lorenzo tomaba una vereda para internarse en el
108 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 109

las cercas de piedra que bordean los solares y esquivando monte, Anselmo guardando ansioso en la faja colorada el
las dos o tres trojes habitadas, arrimóse a la Jefatura. paquet~ de bill~tes, envu~ltos cuidadosamente en ~apel de
Trepó por la pared exterior apoyándose, con los de· periódICO, cammaba haCIa el ecuaro. Hasta ese mstante,
dos de los pies y de las manos, en las junturas de las ta­ la tensión nerviosa del qu~ no finaliza un acto peligroso
11"1 blas viejas. De un impulso salvó el borde y empezó a habíale dado arrojo y valor; pero cuando vio desaparecer
a
descender hacia el interior. Cayó en el suelo y tientas a Lorenzo, como· tragado por el bosque, sintiÓ en su alma
un vacío tremendo, un vacío sin ideas, sin palabras, sin
buseó la mesa, encontrándola y orientándose por medio
del tacto, nerviosamente, abrió el cajoncillo y tomó rápi­ recuerdos. Sentíase cansado, muy cansado; de buena ga.
damente los papeles del lugar donde los dejai-a. na 'se hubiera regresado a la troje a dormir un rato, pero
De pronto, una voz dejólo frío: temía echarlo todo a perder. Poco a poco en aquel blanco
-¿ Quién anda por ahí? de su mente, fue definiéndose clara y terriblemente una
Pensamientos confusos se le arremolinaron en el ce· sensación de· terror, de· miedo invencible, no hacia la
rebro, rápidamente, venciendo el terror, echó mano al, muerte ni hacia el castigo. La dureza de la vida habíalo
puñal y con él en la diestra encaminóse decidido al lu· siempre acostumbrado a la idea de la muerte y veíala
gar donde escuchara la voz: como un suceso natural, como un gran motivo de alegría:
-¿ Quién anda ahí? -gritaron casi a sus pies. el fin de todos los trabajos. Al castigo no le tení~ pavor
Sin reflexionar, inclinóse un pqeo y, velozmente, hun­ ¿qué podrían hacerle estando. don Jaime de su lado?
dió el arma varias veces en un cuerpo blando. Aquel miedo que le embargaba,. era algo superior,
Los golpes fueron certeros: ni un grito dio el agre­ era una terrible fuerza aniquiladora que con rapidez de
dido; escuchó su estertor de agonía y, al desandar el ca· conflagración le estuviera nulificando: terror de haber
mino seguido, se reprochaba por no haberse fijado en que ·caído bajo las sanciones de un mandamiento, temor de
la puerta no tenía el candado puesto. Llegó a su casa, los haberse manchado con la sangre de los suyos, miedo a
papeles bajo la camisa quemáronle el pecho impidiéndo. estar perdido por toda la etemidad. Decían que los ase.
le conciliar el sueño. sinos se iban al infiemo. Ese sin duda sería el lugar re­
Muy de madrugada encontróse con Lorenzo,. notólo servado para él: lejos de sus padres,' sin ver a sus hijos,
pálido, amarillo, nervioso y asustadizo. Claramente visi­ atormentado hasta el juicio final, o quizás más allá de él.
ble, en su pecho, sobre la camisa, traía un gran escapu·
lario de sarga café., El Lorenzo iba montado, como de ¡No lo había querido, no! Un' involuntario acto' de
costumbre, en un caballo de los del patrón. qefensa animal habíale acometido de pronto, obligándole
-Aquí están los papeles -dijo Anselmo. a hundir varias veces el puñal fratricida en aquel cuerpo
-Toma este paquete que te manda don Jaime. desconocido que se inmovilizó en las tinieblas de la J e­
fatura. ¿ Quién sería el muerto?
Cambiaron de mano los objetos. Se despidieron. Mien­
tras Lorenzo tomaba una vereda para internarse en el
110 JESÚS URIBE nUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 111

1'111,1 Estas ideas que en ráfaga le invadieron el cerebro cau­ Cuando regresó, la mujer lo esperaba con la noticia:
sándole desazón y vértigo, fueron suplidas inmediatamen­ -¡Figúrate que mataron a Eulogio!
te por otras halagüeñas. -¿A Eulogio? No me lo digas, ¿quién fue? (Ahora
El mazo de billetes a través de los pliegues de la faja ya sabí~ quién era el difunto: ¡nada menos que Eulogio,
roja le oprimía la cintura. ¡Todo lo que podría hacer el jefe de Tenencia!)
l,tI con aquellos tres mil pesos! Desde luego lo primero era -No se sabe, pero como desaparecieron los títulos
comprar un burro, un animal para que le ayudara con de la Comunidad, todos creen que fue alguno de Purua­
la leña: por cincuenta pesos podría conseguirlo; en él rato. ¡Pobre Elogio! ¡Se había ido a dormir a la Jefa­
iría muy temprano a la labor, en él traería al hogar los tura porque quería cuidar los papeles y ¡ya ves con lo
leños; él cargaría las mazorcas de la cosecha. .. j Ah, un que pagó! -dijo la mujer limpiándose una lágrima que
burro! Ya parecía verlo, con sus enormes orejas, su es­ temblaba en sus ojos, con las barbas azules del rebozo
tampa gris, su aparejo nuevecito. teñido con añil.
¿Y después? Después le compraría a la mujer un mo­ En la casa de Eulogio está la fiesta fúnebre, las pla­
lino de fierro, de mano, de esos que había visto en Urua­ ñideras lanzan gritos desgarradores y unos músicos, que
pan; de esos que se atornillan en una tabla y nada más al azar pasaban rumbo a Nahuatzen, fueron contratados
se les da vuelta con una manija para que empiecen a cho­ para que le tocaran al muerto, a razón de tres pesos la
rrear masa, consumiendo nixtamal amarillento yagua­ hora. (Los gastos los sufragará Tata Ildefonso y después
noso por la copa de entrada. A su hijo, pequeñuelo de la Comunidad entera, por cooperación, reintegrará la
cuatro años, le compraría una medalla de plata, labrada, suma.)
con la imagen del Santo Angel de la Guarda para que Chona, la mujer, una guare gorda, anda muy afanada
lo protegiera. preparando los atoles, los nacatamales y el café; de cuan­
do en cuando se separa de las faldas a un niño que ter­
Metería después el dinero sobrante, en la caja de ma­
camente quiere permanecer asido a ellas.
dera, con llave, que había comprado el año pas a 4o.
Las lágrimas y el humo de la leña, le han enrojecido
Con el cerebro repleto de ideas, estuvo todo el día' los ojos y de vez en vez, lanza alaridos que acompañan
trabajando en el ecuaro. Las matas de maíz, delgaduchas a los de las plañideras.
y verdes, lanzaban al viento el dardo tormentoso de sus Viene la noche oscura, la oscura noche de la sierra
hojas: La milpa estaba jiloteando, las hebras de oro de tarasca. Una lluvia fina, menuda y fría cae sobre los mon­
los elotes asomaban entre las espatas protectoras, como tes, sobre las casas.
la cabellera irreal de diminutas hadas. Miles de insectos Provistos de sus capotes de palma tejida, rústicos im­
recorrían el viento en constante trajín e inocentemente, permeables que la lluvia cala., se amontonan los indios
con sus patas y cuerpos impregnados de polen, .fecunda­ y las indias en el corredor de l,a troje. Dentro, envuelto
ban los ávidos ovarios. ya en su manta, cubierto de flores rústicas, y con cuatro
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1'111,1 Estas ideas que en ráfaga le invadieron el cerebro cau­ Cuando regresó, la mujer lo esperaba con la noticia:
sándole desazón y vértigo, fueron suplidas inmediatamen­ -¡Figúrate que mataron a Eulogio!
te por otras halagüeñas. -¿A Eulogio? No me lo digas, ¿quién fue? (Ahora
El mazo de billetes a través de los pliegues de la faja ya sabí~ quién era el difunto: ¡nada menos que Eulogio,
roja le oprimía la cintura. ¡Todo lo que podría hacer el jefe de Tenencia!)
l,tI con aquellos tres mil pesos! Desde luego lo primero era -No se sabe, pero como desaparecieron los títulos
comprar un burro, un animal para que le ayudara con de la Comunidad, todos creen que fue alguno de Purua­
la leña: por cincuenta pesos podría conseguirlo; en él rato. ¡Pobre Elogio! ¡Se había ido a dormir a la Jefa­
iría muy temprano a la labor, en él traería al hogar los tura porque quería cuidar los papeles y ¡ya ves con lo
leños; él cargaría las mazorcas de la cosecha. .. j Ah, un que pagó! -dijo la mujer limpiándose una lágrima que
burro! Ya parecía verlo, con sus enormes orejas, su es­ temblaba en sus ojos, con las barbas azules del rebozo
tampa gris, su aparejo nuevecito. teñido con añil.
¿Y después? Después le compraría a la mujer un mo­ En la casa de Eulogio está la fiesta fúnebre, las pla­
lino de fierro, de mano, de esos que había visto en Urua­ ñideras lanzan gritos desgarradores y unos músicos, que
pan; de esos que se atornillan en una tabla y nada más al azar pasaban rumbo a Nahuatzen, fueron contratados
se les da vuelta con una manija para que empiecen a cho­ para que le tocaran al muerto, a razón de tres pesos la
rrear masa, consumiendo nixtamal amarillento yagua­ hora. (Los gastos los sufragará Tata Ildefonso y después
noso por la copa de entrada. A su hijo, pequeñuelo de la Comunidad entera, por cooperación, reintegrará la
cuatro años, le compraría una medalla de plata, labrada, suma.)
con la imagen del Santo Angel de la Guarda para que Chona, la mujer, una guare gorda, anda muy afanada
lo protegiera. preparando los atoles, los nacatamales y el café; de cuan­
do en cuando se separa de las faldas a un niño que ter­
Metería después el dinero sobrante, en la caja de ma­
camente quiere permanecer asido a ellas.
dera, con llave, que había comprado el año pas a 4o.
Las lágrimas y el humo de la leña, le han enrojecido
Con el cerebro repleto de ideas, estuvo todo el día' los ojos y de vez en vez, lanza alaridos que acompañan
trabajando en el ecuaro. Las matas de maíz, delgaduchas a los de las plañideras.
y verdes, lanzaban al viento el dardo tormentoso de sus Viene la noche oscura, la oscura noche de la sierra
hojas: La milpa estaba jiloteando, las hebras de oro de tarasca. Una lluvia fina, menuda y fría cae sobre los mon­
los elotes asomaban entre las espatas protectoras, como tes, sobre las casas.
la cabellera irreal de diminutas hadas. Miles de insectos Provistos de sus capotes de palma tejida, rústicos im­
recorrían el viento en constante trajín e inocentemente, permeables que la lluvia cala., se amontonan los indios
con sus patas y cuerpos impregnados de polen, .fecunda­ y las indias en el corredor de l,a troje. Dentro, envuelto
ban los ávidos ovarios. ya en su manta, cubierto de flores rústicas, y con cuatro
I1
112 . JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 113

cirios encendidos, lacrimosos, el muerto está tendido so­ Llegaron éstos, temerosos de conocer alguna mala
I11I
bre un petate en el suelo. Las manos atadas por una cin· noticia:
ta, sobre el pecho, sostienen una tosca cruz de madera. -¡Aquí estamos, mamá!
El café cargado ya ha hecho efecto sobre los con· Con el sombrero de Retate en la diestra, besáronle
currentes. respetuosamente la mano.
Hasta se esbozan sonrisas de irreverencia. -¡Vengan para acá! -díjoles con gesto imperiO$<>,
Toda la noche se vela el cadáver y muy de madru­ conduciéndolos a la troje; una vez ahí, continuó---: Aquí,
gada, bajo la lluvia fina y fría que perfora' los ponchos, en el lugar donde velamos a su padre, quiero que juren
los rebozos y capotes; sobre los hombros de cuatro moce­ que lo van a vengar. ¡Pónganse de rodillas!
tones, es llevado el cuerpo, envuelto en el petate cosido, Ceremoniosamente, todos se hincaron; la madre con·
por toda mortaja. La Chona se quedó sola en el cemen­ tinuó:
terio arreglando la tumba. Recuerda todo el pasado, a su -Eulogio, Eulogio, aquí estoy con nuestros hijos.
mente acude la evocación vívida. Cuando Eulogio la pre· ¡Por la Virgen María juramos vengarte!
tendía, de regreso del agua. Con su cántaro rojo, mor· y los hijos respondieron, como en una letanía:
diéndose el rebozo iba ella, él se acercaba a hablarle en· -¡ Juramos vengarte! ,
tregándole dalias" rosa té y flores de castilla. La fiesta Con los ojos brillantes de odio y dolor, la Chona pro·
del matrimonio, cuando los bendijo el cura y ella lucía siguió:
sus collares de coral y papelillo, su camisa color de rosa, -El mal hijo que no cumpla con este juramento, es·
sus enaguas nuevas; recibiendo consejos de las amigas tará maldito hasta la cuarta generación· y no alcanzará
con el rostro sudoroso lleno de rubores. El primer hijo, sal ni para un aguacate. ¡Persínense!
el segundo, el tercero ... y ya en la senectud casi, el úl· Se persignaron todos. Después de besar otra vez la
timo: el zapicho, el que la acompañaba en su soledad mano de la madre, salieron, graves y temerosos, con el
de madre vieja abandonada por los hijos casados. .. ¡Ya fuego de la venganza quemándoles el corazón como una
se había muerto Eulogio! La evocación con piadosas ma­ brasa ardiente. .' .
nos, ocultando los episodios amargos, salía del panteón Pedro, el mayor, se encaminó a su casa.
mostrando la felicidad antigua. Juan, el de en medio, volvió al ecuaro.
. Cuando dejó el cementerio, un dolor profundo le ate· y Pablo, el menor., se dirigió al monte por leña.
naceaba el corazón: ya no llOraba, quería saber quién
habíale matado al Eulogio. Tendría que saberlo para ..............................................

, .
arrancarle los ojos con las uñas, para pisarlo hasta que
muriera, cobrando el dolor que le agarrotaba su alma. Don Jaime saboreaba un puro; estaba sentado frente
Al llegar a la casa, con el niño mandó llamar a los a su esCritorio. Amplia sonrisa le plegaba el rostro con
hijos casados. arrugas, estaba contemplando unos papeles antiguos:
I1
112 . JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 113

cirios encendidos, lacrimosos, el muerto está tendido so­ Llegaron éstos, temerosos de conocer alguna mala
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bre un petate en el suelo. Las manos atadas por una cin· noticia:
ta, sobre el pecho, sostienen una tosca cruz de madera. -¡Aquí estamos, mamá!
El café cargado ya ha hecho efecto sobre los con· Con el sombrero de Retate en la diestra, besáronle
currentes. respetuosamente la mano.
Hasta se esbozan sonrisas de irreverencia. -¡Vengan para acá! -díjoles con gesto imperiO$<>,
Toda la noche se vela el cadáver y muy de madru­ conduciéndolos a la troje; una vez ahí, continuó---: Aquí,
gada, bajo la lluvia fina y fría que perfora' los ponchos, en el lugar donde velamos a su padre, quiero que juren
los rebozos y capotes; sobre los hombros de cuatro moce­ que lo van a vengar. ¡Pónganse de rodillas!
tones, es llevado el cuerpo, envuelto en el petate cosido, Ceremoniosamente, todos se hincaron; la madre con·
por toda mortaja. La Chona se quedó sola en el cemen­ tinuó:
terio arreglando la tumba. Recuerda todo el pasado, a su -Eulogio, Eulogio, aquí estoy con nuestros hijos.
mente acude la evocación vívida. Cuando Eulogio la pre· ¡Por la Virgen María juramos vengarte!
tendía, de regreso del agua. Con su cántaro rojo, mor· y los hijos respondieron, como en una letanía:
diéndose el rebozo iba ella, él se acercaba a hablarle en· -¡ Juramos vengarte! ,
tregándole dalias" rosa té y flores de castilla. La fiesta Con los ojos brillantes de odio y dolor, la Chona pro·
del matrimonio, cuando los bendijo el cura y ella lucía siguió:
sus collares de coral y papelillo, su camisa color de rosa, -El mal hijo que no cumpla con este juramento, es·
sus enaguas nuevas; recibiendo consejos de las amigas tará maldito hasta la cuarta generación· y no alcanzará
con el rostro sudoroso lleno de rubores. El primer hijo, sal ni para un aguacate. ¡Persínense!
el segundo, el tercero ... y ya en la senectud casi, el úl· Se persignaron todos. Después de besar otra vez la
timo: el zapicho, el que la acompañaba en su soledad mano de la madre, salieron, graves y temerosos, con el
de madre vieja abandonada por los hijos casados. .. ¡Ya fuego de la venganza quemándoles el corazón como una
se había muerto Eulogio! La evocación con piadosas ma­ brasa ardiente. .' .
nos, ocultando los episodios amargos, salía del panteón Pedro, el mayor, se encaminó a su casa.
mostrando la felicidad antigua. Juan, el de en medio, volvió al ecuaro.
. Cuando dejó el cementerio, un dolor profundo le ate· y Pablo, el menor., se dirigió al monte por leña.
naceaba el corazón: ya no llOraba, quería saber quién
habíale matado al Eulogio. Tendría que saberlo para ..............................................

, .
arrancarle los ojos con las uñas, para pisarlo hasta que
muriera, cobrando el dolor que le agarrotaba su alma. Don Jaime saboreaba un puro; estaba sentado frente
Al llegar a la casa, con el niño mandó llamar a los a su esCritorio. Amplia sonrisa le plegaba el rostro con
hijos casados. arrugas, estaba contemplando unos papeles antiguos:
114 JESÚS URIBE RUIZ

¡I"., am¡:¡.rillentos y luídos, escritos: en lenguaje arcaico e in·


comprensible.
Observólos largo rato, se recreó en la admiración de
los sellos marginales, acarició con la mirada la filigra.
nesca escritura y descifró al azar un pasaje de castellano '{
antiguo:
"En llegando al punto del Cuécato ques como los na­ VIII
turales dicen, de por aquí.' Yo, Pedro Montemayor, me·
didor de tierras hice alto con la compaña que Don Juan REPRESALIAS
Itzá, prencipal deste pueblo; y acompañantes. Fincados
en tierra rezamos diez aves Marías y tres Padre-nuestros
y levantados que fuimos, torciendo de ese punto a donde DICIEMBRE. Las carretas tiradas por bueyes regresan de
el sol nace, medimos tres mil y quinientas varas reales..." los ecuaros repletas de mazorcas. Los indios se han cam·
¡Papeles viejos! ¡Papeles de a tres mil pesos! biado de limpio y las guares lucen sus huanengos bor­
Con gesto displicente, don Jaime enciende un cerillo dados. '
y tomándolos de una esquina los sostiene en alto con la ' Es la fiesta de la cosecha: el combate. El Charanda
mano izquierda empezando a quemarlos. El papel viejo pasa de mano en mano, alegra los ojos y los corazones;
arde como si estuviera impregnado con alglma substan· los .adolescentes lanzan cohetes al viento y sobre cada mon­
cia inflamable. Las lengüillas azulosas de las llamas, in· tón de mazorcas colectadas, tirado en el campo esperan-,
cineran los viejos títulos y con ellas, rumbo al silencio, do el acarreo, se colocan cruces de caña seca adornadas
desaparecen las bases del antiguo derecho de un pueblo con listones de colores chillantes, flores y mazorcas.
indígena.
Cuando los fragmentos carbonizados son arrojados al Este año fue bueno, gracias al santo patrón del pue­
cesto de la basura, el maderero comprende que ha ~van­ blo, que dio bastante agua de los cielos en forma de llu­
zado mucho en sus conquistas. De buena gana hubiera via. A pesar de la arena del Parícuti, que se abatió en
guardado los títulos, por curiosidad solamente; pero ya los sembraqíos ante el impotente espanto de los indios.
le informaron que 'para conseguirlos fue preCiso matar Las guares jóvenes, con sus trenzas negras, lustrosas,
a Eulogio y teme verse comprometido. atadas con cintas coloridas, cantan pirecuas en tarasco.
Aspira deleitosamente el humillo del habano y como Los mancebos ayudan con las canastas de carrizo, donde
siempre: fuerte, confiado, sale de su despacho encaminán­ aquéllas van recogiendo las mazorcas' que quedaron sin
dose a la oficina a contagiar a todo el mundo con su pepenar y, como en concurso, los niños elevan sus papa·
bonhomía. lotes de cinchas soltándolos al aire enloquecido, que los
eleva haciéndolos zumbar.
114 JESÚS URIBE RUIZ

¡I"., am¡:¡.rillentos y luídos, escritos: en lenguaje arcaico e in·


comprensible.
Observólos largo rato, se recreó en la admiración de
los sellos marginales, acarició con la mirada la filigra.
nesca escritura y descifró al azar un pasaje de castellano '{
antiguo:
"En llegando al punto del Cuécato ques como los na­ VIII
turales dicen, de por aquí.' Yo, Pedro Montemayor, me·
didor de tierras hice alto con la compaña que Don Juan REPRESALIAS
Itzá, prencipal deste pueblo; y acompañantes. Fincados
en tierra rezamos diez aves Marías y tres Padre-nuestros
y levantados que fuimos, torciendo de ese punto a donde DICIEMBRE. Las carretas tiradas por bueyes regresan de
el sol nace, medimos tres mil y quinientas varas reales..." los ecuaros repletas de mazorcas. Los indios se han cam·
¡Papeles viejos! ¡Papeles de a tres mil pesos! biado de limpio y las guares lucen sus huanengos bor­
Con gesto displicente, don Jaime enciende un cerillo dados. '
y tomándolos de una esquina los sostiene en alto con la ' Es la fiesta de la cosecha: el combate. El Charanda
mano izquierda empezando a quemarlos. El papel viejo pasa de mano en mano, alegra los ojos y los corazones;
arde como si estuviera impregnado con alglma substan· los .adolescentes lanzan cohetes al viento y sobre cada mon­
cia inflamable. Las lengüillas azulosas de las llamas, in· tón de mazorcas colectadas, tirado en el campo esperan-,
cineran los viejos títulos y con ellas, rumbo al silencio, do el acarreo, se colocan cruces de caña seca adornadas
desaparecen las bases del antiguo derecho de un pueblo con listones de colores chillantes, flores y mazorcas.
indígena.
Cuando los fragmentos carbonizados son arrojados al Este año fue bueno, gracias al santo patrón del pue­
cesto de la basura, el maderero comprende que ha ~van­ blo, que dio bastante agua de los cielos en forma de llu­
zado mucho en sus conquistas. De buena gana hubiera via. A pesar de la arena del Parícuti, que se abatió en
guardado los títulos, por curiosidad solamente; pero ya los sembraqíos ante el impotente espanto de los indios.
le informaron que 'para conseguirlos fue preCiso matar Las guares jóvenes, con sus trenzas negras, lustrosas,
a Eulogio y teme verse comprometido. atadas con cintas coloridas, cantan pirecuas en tarasco.
Aspira deleitosamente el humillo del habano y como Los mancebos ayudan con las canastas de carrizo, donde
siempre: fuerte, confiado, sale de su despacho encaminán­ aquéllas van recogiendo las mazorcas' que quedaron sin
dose a la oficina a contagiar a todo el mundo con su pepenar y, como en concurso, los niños elevan sus papa·
bonhomía. lotes de cinchas soltándolos al aire enloquecido, que los
eleva haciéndolos zumbar.
118 JESÚS URIBE RUlZ

mente canciones serranas. Los bueyes resoplaban de fa­


\~erte
de la
LA AGONÍA DEL BOSQUE _ 119

del padre y no habían logrado esclarecer


tiga,. chorros de vapores expelidos con fuerza, salían de la personaJidad del culpable.
sus narices y sus miembros, nervudos y fuertes, se asen­ Ya haB~an ido a conslfltar al "garino" de San· Juan
taban en el suelo impulsando el rústico y primitivo ve­ Tumbio: un indio viejo que decía brujerías quemando
hículo. Ambos llevaban en la testuz, sendos ramilletes hierbas en 1,1ll brasero de barro y que, sin verlos, con la
.de .mirasoles atados al.barzón, que sujetaba los cuernos al mirada fija en el suelo, como viendo fantasmas irreales,
yugo de madera. habíales dicho:
i Qué ojos tan bonitos tenía Remigia! Cada vez que -A Eulogio lo mató el monte.
los miraba, le recorría por la espalda una agradable sen­ (Aquella frase vaga, sibilina, no fue comprensible
sación de frescura; le parecía que ·estaba tocando los ves­ para los muchachos.) .
tidos de la virgen que se encontraba en el templo. ¿Cómo .-¿ Qué monte? -inquirieron.
había empezado aquella fiebre que le devoraba agrada. -El de Puruarato.
blemente? No hacía mucho tiempo: cuando él regresaba -¿ Quién de todos ellos fue? -objetivizaron la pre­
del cerro y acertó a pasar casualmente por el ojo de agua; gunta tratando de indagar claramente, pero el zahorí só·
ahí estaba la guare llenando con líquido el rojo cántaro. lo contestó como en una letanía:
Se vieron sonriéndose. El ya la conocía desde mucho ano -El monte, el monte, el monte y los hombres del
tes, en realidad, todos se conocían en la Comunidad, monte.
pero en· aquel instante, le pareció a Patiicio que nunca . Ambos interpretaron aquello en el sentido de que
la había visto. Le dio la impresión de que, por primera los dueños del monte de Puruarato habían asesinado a su
vez, habíala contemplado en ·la vida. ¿ Cómo antes no se padre. La sospecha que en Corótiro había, confirmábase
había -fijado en ella? La luz agradable de unos ojos neo ahora con lo dicho por el adivino; habían sido los de
grísimos le bañó como un resplandor. No se dijeron pa­ Puruarato, ¿quién entre todos ellos?.. i Quién sabe!
. labra alguna, pero ambos comprendieron aquella corrien­ Uno solo o varios. .
te de tierna simpatía que les inundaba el corazón. Desde -Todos, cualquiera pagarían por ello. -Eso se ju­
entonces, cotidianamente se encontraban en el manantial raron al regreso de San Juan Tumbio.
y se regalaban flores silvestres, ~ientras la: mirada del Ya que los de Puruarato habían encendido aquella
indio, devoraba en silencio la figura de la muchacha: su hoguera de crímenes y odios entre los dos pueblos, el cas­
cara juvenil, sus senos duros cubiertos por el huanengo; tigo justo debería caer sobre sus hijos.
los brazos suaves, la garganta palpitante y el cuerpo temo El día anterior, por la noche, a Juan se le había apa­
bloroso bajo las rudas telas. recido en sueños el padre:· ensangrentado y horrible. El
Pedro y Juan, al atardecer, habíanse' subido a una hijo habíalo tomado como un presagio que comunicó a
loma del cerro de Puruarato; desde ahí, contemplaron los Pedro (Pablo se encontraba ausente, vendiendo tejama­
últimos agasajos del oombate. Pasaban algunos meses nil en Uruapan): .
118 JESÚS URIBE RUlZ

mente canciones serranas. Los bueyes resoplaban de fa­


\~erte
de la
LA AGONÍA DEL BOSQUE _ 119

del padre y no habían logrado esclarecer


tiga,. chorros de vapores expelidos con fuerza, salían de la personaJidad del culpable.
sus narices y sus miembros, nervudos y fuertes, se asen­ Ya haB~an ido a conslfltar al "garino" de San· Juan
taban en el suelo impulsando el rústico y primitivo ve­ Tumbio: un indio viejo que decía brujerías quemando
hículo. Ambos llevaban en la testuz, sendos ramilletes hierbas en 1,1ll brasero de barro y que, sin verlos, con la
.de .mirasoles atados al.barzón, que sujetaba los cuernos al mirada fija en el suelo, como viendo fantasmas irreales,
yugo de madera. habíales dicho:
i Qué ojos tan bonitos tenía Remigia! Cada vez que -A Eulogio lo mató el monte.
los miraba, le recorría por la espalda una agradable sen­ (Aquella frase vaga, sibilina, no fue comprensible
sación de frescura; le parecía que ·estaba tocando los ves­ para los muchachos.) .
tidos de la virgen que se encontraba en el templo. ¿Cómo .-¿ Qué monte? -inquirieron.
había empezado aquella fiebre que le devoraba agrada. -El de Puruarato.
blemente? No hacía mucho tiempo: cuando él regresaba -¿ Quién de todos ellos fue? -objetivizaron la pre­
del cerro y acertó a pasar casualmente por el ojo de agua; gunta tratando de indagar claramente, pero el zahorí só·
ahí estaba la guare llenando con líquido el rojo cántaro. lo contestó como en una letanía:
Se vieron sonriéndose. El ya la conocía desde mucho ano -El monte, el monte, el monte y los hombres del
tes, en realidad, todos se conocían en la Comunidad, monte.
pero en· aquel instante, le pareció a Patiicio que nunca . Ambos interpretaron aquello en el sentido de que
la había visto. Le dio la impresión de que, por primera los dueños del monte de Puruarato habían asesinado a su
vez, habíala contemplado en ·la vida. ¿ Cómo antes no se padre. La sospecha que en Corótiro había, confirmábase
había -fijado en ella? La luz agradable de unos ojos neo ahora con lo dicho por el adivino; habían sido los de
grísimos le bañó como un resplandor. No se dijeron pa­ Puruarato, ¿quién entre todos ellos?.. i Quién sabe!
. labra alguna, pero ambos comprendieron aquella corrien­ Uno solo o varios. .
te de tierna simpatía que les inundaba el corazón. Desde -Todos, cualquiera pagarían por ello. -Eso se ju­
entonces, cotidianamente se encontraban en el manantial raron al regreso de San Juan Tumbio.
y se regalaban flores silvestres, ~ientras la: mirada del Ya que los de Puruarato habían encendido aquella
indio, devoraba en silencio la figura de la muchacha: su hoguera de crímenes y odios entre los dos pueblos, el cas­
cara juvenil, sus senos duros cubiertos por el huanengo; tigo justo debería caer sobre sus hijos.
los brazos suaves, la garganta palpitante y el cuerpo temo El día anterior, por la noche, a Juan se le había apa­
bloroso bajo las rudas telas. recido en sueños el padre:· ensangrentado y horrible. El
Pedro y Juan, al atardecer, habíanse' subido a una hijo habíalo tomado como un presagio que comunicó a
loma del cerro de Puruarato; desde ahí, contemplaron los Pedro (Pablo se encontraba ausente, vendiendo tejama­
últimos agasajos del oombate. Pasaban algunos meses nil en Uruapan): .
120 JESÚS URIBE RUIZ I
/ LA AGONÍA DEL BOSQUE 121
I
-Se me apareció mi papá, yo creo que q~,fere que En vano estuvo esperando Remigia el ruido de la carre
cumplamos el juramento. / tao El macabro vehículo' hizo un largo rodeo y paróse
-Mañana es día de combate en Puruarato~ nos subi· en la casa de Patricio, mientras los bueyes mugían.
remos al cerro y desde ahí veremos a quién le caemos. Tata Toribio está desconcertado, la muerte de Patrio
Con toda sencillez e' ingenuidad salieron a cumplir cio lo tenía lleno de asombro: ¿sería que don Jaime ya
el acuerdo. Ahí estaban en el cerró --como habían di· estaba campeando por stis fueros? ¿Sería que ya no le
cho- espiando el momento oportuno para cobrar ven· tenía confianza? Para terminar la zozobra que le domi·
ganza en sangre. naba, en la primera oportunidad avisóle:
Al ver la solitaria carreta que se arrastraba lentamen· -Mataron a Patricio.
te por el camino ya bañado en tinieblas nocturnas, ato· -¿Quién?
da prisa bajaron de su atalaya, escondiéndose en un re· -No sé; por ahí andan diciendo que lo mataron por
instrucciones suyas.
codo a esperar.
Aquello no era cierto, nadie afirmaba tal cosa, Tori­
Dos sombras subieron al vehículo, sigilosa y furti­ bio lo había dicho pará ver qué reacción provocaba, era
vamente, por la parte posteri9r. Treparon y deslizándose una rústica práctica de soltar anzuelo con carnada para
con el vientre pegado al maíz, como reptiles se arras­ sacar algo. Don Jaime no mordió el cebo y contestó rá·
traron en dirección al áuriga. Con rápido movimiento asie­ pidamente:
ron Petronilo, cubriéronle la cabeza con un sarape y con -No, tú sabes que yo no hago esas cosas -y luego
saña, rabiosamente, con odio retenido que explota en un soltando una idea que se le había venido a la cabeza-:
instante, hundieron varias veces el puñal en el cuerpo han de haber sido los de Corótiro, Anselmo me dijo el
hasta sentirlo exánime. El cadáver cayó de bruces sobre otro día que habían matado a Eulogio en la Jefatura' de
los morillos de madera que servían de tirantes al carro y Tenencia y que les habían echado a ustedes la culpa de
a los cuales estaba amarrado el yugo que sujetaba a los la muerte; también me 'contó que Pedro, Pablo y Juan,
animales. La sangre a borbotones, salía por las heridas habían jurado vengar' la muerte de su padre.
abiertas. Los bueyes al no sentir los aguijonazos del gor­ Se quedó contemplando al indio observando el efec·
guz de fierro· de la garrocha, caminaron más lentamente to que le habíancausádo sus palabras. El no sabía si
y siguieron el camino de la Comunidad, sin, esquivar las aquello era cierto en su totalidad, lo había inventado y
piedras ni los hoyancas y dando dolorosos mugidos. A parecíale lógico, eso era todo.
cada salto, el muerto parecía querer incorporarse, tomar Toribio comprendió inmediatamente que bien podría.
la pértiga, conducir la carreta y llevarla con mano segu, ser una mentira, pero le convenía no ponerse en mal con
ra por la callejuela donde lo esperaba la guare, pararse el explotador; estaba definitivamente en sus manos y sin·
-en la troje y vaciar los granos dorados de maíz, aprisio­ tió una gran intranquilidad dentro del alma. Pretendió
nado todavía en la blanca malla del alote. . creer lo dicho. Y así corrió la voz en Puruarato.
120 JESÚS URIBE RUIZ I
/ LA AGONÍA DEL BOSQUE 121
I
-Se me apareció mi papá, yo creo que q~,fere que En vano estuvo esperando Remigia el ruido de la carre
cumplamos el juramento. / tao El macabro vehículo' hizo un largo rodeo y paróse
-Mañana es día de combate en Puruarato~ nos subi· en la casa de Patricio, mientras los bueyes mugían.
remos al cerro y desde ahí veremos a quién le caemos. Tata Toribio está desconcertado, la muerte de Patrio
Con toda sencillez e' ingenuidad salieron a cumplir cio lo tenía lleno de asombro: ¿sería que don Jaime ya
el acuerdo. Ahí estaban en el cerró --como habían di· estaba campeando por stis fueros? ¿Sería que ya no le
cho- espiando el momento oportuno para cobrar ven· tenía confianza? Para terminar la zozobra que le domi·
ganza en sangre. naba, en la primera oportunidad avisóle:
Al ver la solitaria carreta que se arrastraba lentamen· -Mataron a Patricio.
te por el camino ya bañado en tinieblas nocturnas, ato· -¿Quién?
da prisa bajaron de su atalaya, escondiéndose en un re· -No sé; por ahí andan diciendo que lo mataron por
instrucciones suyas.
codo a esperar.
Aquello no era cierto, nadie afirmaba tal cosa, Tori­
Dos sombras subieron al vehículo, sigilosa y furti­ bio lo había dicho pará ver qué reacción provocaba, era
vamente, por la parte posteri9r. Treparon y deslizándose una rústica práctica de soltar anzuelo con carnada para
con el vientre pegado al maíz, como reptiles se arras­ sacar algo. Don Jaime no mordió el cebo y contestó rá·
traron en dirección al áuriga. Con rápido movimiento asie­ pidamente:
ron Petronilo, cubriéronle la cabeza con un sarape y con -No, tú sabes que yo no hago esas cosas -y luego
saña, rabiosamente, con odio retenido que explota en un soltando una idea que se le había venido a la cabeza-:
instante, hundieron varias veces el puñal en el cuerpo han de haber sido los de Corótiro, Anselmo me dijo el
hasta sentirlo exánime. El cadáver cayó de bruces sobre otro día que habían matado a Eulogio en la Jefatura' de
los morillos de madera que servían de tirantes al carro y Tenencia y que les habían echado a ustedes la culpa de
a los cuales estaba amarrado el yugo que sujetaba a los la muerte; también me 'contó que Pedro, Pablo y Juan,
animales. La sangre a borbotones, salía por las heridas habían jurado vengar' la muerte de su padre.
abiertas. Los bueyes al no sentir los aguijonazos del gor­ Se quedó contemplando al indio observando el efec·
guz de fierro· de la garrocha, caminaron más lentamente to que le habíancausádo sus palabras. El no sabía si
y siguieron el camino de la Comunidad, sin, esquivar las aquello era cierto en su totalidad, lo había inventado y
piedras ni los hoyancas y dando dolorosos mugidos. A parecíale lógico, eso era todo.
cada salto, el muerto parecía querer incorporarse, tomar Toribio comprendió inmediatamente que bien podría.
la pértiga, conducir la carreta y llevarla con mano segu, ser una mentira, pero le convenía no ponerse en mal con
ra por la callejuela donde lo esperaba la guare, pararse el explotador; estaba definitivamente en sus manos y sin·
-en la troje y vaciar los granos dorados de maíz, aprisio­ tió una gran intranquilidad dentro del alma. Pretendió
nado todavía en la blanca malla del alote. . creer lo dicho. Y así corrió la voz en Puruarato.
122 JESÚS URIBE RUIZ

Inicióse una era de represalias terribles entre ambas


Comunidades. A pedradas, a hachazos y puñaladas, se
cobró la sangre con la sangre. Don Jaime auspiciaba a
ambos bandos sin que éstos lo supieran.
Si caía preso uno de Puruarato, mandábalo sacar por
mediación de sus influencias y su dinero, si por el contra·
rio, el prisionero era de Corótiro, el indio Lorenzo, cada IX
vez más acabado' y flaco, entregado por entero a la bebi­
da y presa constante de delirios y visiones, hacía el viaje LA FUERZA DEL DINERO
misterioso a Corótiro.
Naturalmente, el pago de sus "ayudas" fue laimpu­
nidad para talar la zona litigiosa del Cerezo. En dos me­ -Los HE reunido en Asamblea -gritó Torihio-, para'
ses acabó con la riqueza forestal del lugar y todo hubie­ informarles qu~ acaban de salir de la cárcel Eusebio y,
ra sido felicidad para él, si no hubiese sido porque aqueo José María; los' gastos fueron, de todo, tres mil pesos y
lla maldita racha de mala suerte en el póker no termi· nos los prestó don Jaime. ¿De acuerdo?
naba. -De acuerdo -gruñeron todos. .
Ya iba a continuar Toribio, cuando el abuelo Ubaldo
sugirió:
-¿Cuándo vamos a ver algo del dinero de la ma·
dera? Llevamos un año trabajando el aserradero y desde
hace más de dos años nos prometieron muchas cosas que
no nos han dado.
Molesto, replicó Toribio:
-¿Creen que me estoy robando el dinero? ¿No les
doy cuenta, como ahorita, de los gastos? ¿Vamos a empe­
zar otra vez con dificultades?
-No, Toribio -afirmó UbaldQ--: queremos saber
cuánto dinero ha producido la madera. El "desplote" es­
tá acabando con lo mejor del monte y la Comunidad si­
gUe igual de pobre. ¿Dónde está la escuela que prometie­
ron? ¿Y los arados de fierro? ¿Y la tubería para ~l agua?:
¿Y la luz?
122 JESÚS URIBE RUIZ

Inicióse una era de represalias terribles entre ambas


Comunidades. A pedradas, a hachazos y puñaladas, se
cobró la sangre con la sangre. Don Jaime auspiciaba a
ambos bandos sin que éstos lo supieran.
Si caía preso uno de Puruarato, mandábalo sacar por
mediación de sus influencias y su dinero, si por el contra·
rio, el prisionero era de Corótiro, el indio Lorenzo, cada IX
vez más acabado' y flaco, entregado por entero a la bebi­
da y presa constante de delirios y visiones, hacía el viaje LA FUERZA DEL DINERO
misterioso a Corótiro.
Naturalmente, el pago de sus "ayudas" fue laimpu­
nidad para talar la zona litigiosa del Cerezo. En dos me­ -Los HE reunido en Asamblea -gritó Torihio-, para'
ses acabó con la riqueza forestal del lugar y todo hubie­ informarles qu~ acaban de salir de la cárcel Eusebio y,
ra sido felicidad para él, si no hubiese sido porque aqueo José María; los' gastos fueron, de todo, tres mil pesos y
lla maldita racha de mala suerte en el póker no termi· nos los prestó don Jaime. ¿De acuerdo?
naba. -De acuerdo -gruñeron todos. .
Ya iba a continuar Toribio, cuando el abuelo Ubaldo
sugirió:
-¿Cuándo vamos a ver algo del dinero de la ma·
dera? Llevamos un año trabajando el aserradero y desde
hace más de dos años nos prometieron muchas cosas que
no nos han dado.
Molesto, replicó Toribio:
-¿Creen que me estoy robando el dinero? ¿No les
doy cuenta, como ahorita, de los gastos? ¿Vamos a empe­
zar otra vez con dificultades?
-No, Toribio -afirmó UbaldQ--: queremos saber
cuánto dinero ha producido la madera. El "desplote" es­
tá acabando con lo mejor del monte y la Comunidad si­
gUe igual de pobre. ¿Dónde está la escuela que prometie­
ron? ¿Y los arados de fierro? ¿Y la tubería para ~l agua?:
¿Y la luz?
124 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 125

-No seas terco, Ubaldo. ¿No te estoy diciendo que el corazón atravesado por una puñalada. Y los heridos>
todo el dinero se ha ido en arreglar que los hijos de la . todos los heridos, apaleados, apedreados, pasaban en Cal"
Comunidad no se queden presos? .¿En allanar todas las tejo fúnebre por su mente. Pero no era cuestión ahora de
,dificultades? andar para atrás; aunque le pesaba todo aquello, hasta
Ya Ubaldo había hablado y difícil sería disuadirlo ese instante comprendía con claridad absoluta también,
c~m palabras. Desde hacía algún tiempo, el descontento que estaba tan fuertemente unido a don Jaime, que sólo
-de la Comunidad estaba acumulándose, sin que hubiera podría defenderse defendiéndolo a éL Así fue como dijo:
surgido alguien que hablara, como Ubaldo. Unos no lo -Ubaldo no sabe lo que está diciendo. ¿No hemos
hacían por temor a oponerse a Toribio, otros, porque de·. dado dinero para e'l templo? ¿No se bendijo el aserrade­
bían un pequeño favor al maderero y creían deslealtad ro? Antes no estábamos así, cierto, pero sin el desplate
hacerlo. Sin embargo, ahora escuchaban con interés y, o con él, lo que Dios disponía tenía que cumplirse de
los más audaces coreaban con Ubaldo: todos modos.
- j Sí, queremos saber qué se ha hecho con el dinero! El abuelo no se convencía:
Ubaldo habló: ' -¿Qué ventajas nos ha traído la tumba? Las muje­
-Desde que los tales trabajos empezar:on, comenzó res dicen que ya no sale tanta agua del manantial; nos'
nuestra dificultad, antes, ¿por qué no la teníamos? Está· hiela con más frecuencia y hay más vientos que nunca.
bamos en paz con todos los pueblos, éramos amigos; aho­ Apolonio tiene su ecuaro en la loma del coyote y este
ra: miren cómo andamos a la greña unos con otros. Todo año no levantó cosecha.
. eso debe ser el castigo de Dios por el desplate. ¿Por qué Enojado, cortó Toribio:
antes no· estábamos así? -insistió. -Estás hablando como mujer, no tienes valor. El
Aquella última pregunta cayó como un rayo de viví· desplate sigue siendo cuestión de machos.
sima luz en la tiniebla de los indios, dentro de sus meno La indignación de los indios subió de punto. Ya era

tes .repetíanse: "¿por qué antes no estábamos así?" Y tiempo de que To.ribio supiera que no eran unos niños
sospechas horribles tomaban cuerpo en sus almas. a los cuales podría manejárseles con regaños. Como si se
Toribio sintió que la tierra faltaba a sus pies. En rea· hubieran puesto de acuerdo gritaron a una:
lidad nunca se había puesto a considerar aquello; hoy - j Que se acabe el desplote!
veía claramente el juego de don Jaime y desde lo más Toribio protestó, quiso alegar, pero comprendió que
hondo de su corazón sentía un asco profundo hacia él el asunto estaba perdido. En silenc'io, escuchó lo que
mismo: instrumento dócil en las manos del explotador. acordaron' los demás: saldrían con sus hachas y cuchillos
Pasaban por su memoria todos los muertos: Facundo des­ a parar los cuadrilleros del aserradero que se encontra·
cuartizado y putrefacto; Patricio, desangrándose horrible· ban en el monte cortando árboles, para que así se parara·
mente en la carreta, Chabela, con la cabeza rota de un el aserradero mismo. Tumbarían los postes que sostienen
hachazo, saliéndole los sesos por la herida; Bernabé con la línea de energía eléctrica que conduce el flúido. Nada
124 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 125

-No seas terco, Ubaldo. ¿No te estoy diciendo que el corazón atravesado por una puñalada. Y los heridos>
todo el dinero se ha ido en arreglar que los hijos de la . todos los heridos, apaleados, apedreados, pasaban en Cal"
Comunidad no se queden presos? .¿En allanar todas las tejo fúnebre por su mente. Pero no era cuestión ahora de
,dificultades? andar para atrás; aunque le pesaba todo aquello, hasta
Ya Ubaldo había hablado y difícil sería disuadirlo ese instante comprendía con claridad absoluta también,
c~m palabras. Desde hacía algún tiempo, el descontento que estaba tan fuertemente unido a don Jaime, que sólo
-de la Comunidad estaba acumulándose, sin que hubiera podría defenderse defendiéndolo a éL Así fue como dijo:
surgido alguien que hablara, como Ubaldo. Unos no lo -Ubaldo no sabe lo que está diciendo. ¿No hemos
hacían por temor a oponerse a Toribio, otros, porque de·. dado dinero para e'l templo? ¿No se bendijo el aserrade­
bían un pequeño favor al maderero y creían deslealtad ro? Antes no estábamos así, cierto, pero sin el desplate
hacerlo. Sin embargo, ahora escuchaban con interés y, o con él, lo que Dios disponía tenía que cumplirse de
los más audaces coreaban con Ubaldo: todos modos.
- j Sí, queremos saber qué se ha hecho con el dinero! El abuelo no se convencía:
Ubaldo habló: ' -¿Qué ventajas nos ha traído la tumba? Las muje­
-Desde que los tales trabajos empezar:on, comenzó res dicen que ya no sale tanta agua del manantial; nos'
nuestra dificultad, antes, ¿por qué no la teníamos? Está· hiela con más frecuencia y hay más vientos que nunca.
bamos en paz con todos los pueblos, éramos amigos; aho­ Apolonio tiene su ecuaro en la loma del coyote y este
ra: miren cómo andamos a la greña unos con otros. Todo año no levantó cosecha.
. eso debe ser el castigo de Dios por el desplate. ¿Por qué Enojado, cortó Toribio:
antes no· estábamos así? -insistió. -Estás hablando como mujer, no tienes valor. El
Aquella última pregunta cayó como un rayo de viví· desplate sigue siendo cuestión de machos.
sima luz en la tiniebla de los indios, dentro de sus meno La indignación de los indios subió de punto. Ya era

tes .repetíanse: "¿por qué antes no estábamos así?" Y tiempo de que To.ribio supiera que no eran unos niños
sospechas horribles tomaban cuerpo en sus almas. a los cuales podría manejárseles con regaños. Como si se
Toribio sintió que la tierra faltaba a sus pies. En rea· hubieran puesto de acuerdo gritaron a una:
lidad nunca se había puesto a considerar aquello; hoy - j Que se acabe el desplote!
veía claramente el juego de don Jaime y desde lo más Toribio protestó, quiso alegar, pero comprendió que
hondo de su corazón sentía un asco profundo hacia él el asunto estaba perdido. En silenc'io, escuchó lo que
mismo: instrumento dócil en las manos del explotador. acordaron' los demás: saldrían con sus hachas y cuchillos
Pasaban por su memoria todos los muertos: Facundo des­ a parar los cuadrilleros del aserradero que se encontra·
cuartizado y putrefacto; Patricio, desangrándose horrible· ban en el monte cortando árboles, para que así se parara·
mente en la carreta, Chabela, con la cabeza rota de un el aserradero mismo. Tumbarían los postes que sostienen
hachazo, saliéndole los sesos por la herida; Bernabé con la línea de energía eléctrica que conduce el flúido. Nada
126 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 127

de avisos al gobierno. ¿Qué había hecho el gobierno por Todo se esperaba Rafael menos aquello, tuvo impul­
ellos? Encarcelarlos, cobrarles multas, estar en favor del sos de sacar de la funda la flamante tr~inta y ocho su·
explotador. per con miras especiales, pero comprendió en el gesto de
Con las hachas en la mano impedirían que continua. los indios, en la mirada hosca de las mujeres y los niños
ra el trabajo. ¿De quién era el monte, de ellos o de don asiendo palos y piedras, ,que aquel grupo venía -decidido
Jaime? No iban a permitir que se hiciera lo que quisie­ a jugarse el todo por el todo. Por ello calmadamente
sen con sus propias pertenencias. . repuso:
.Querían parar el trabajo, que el maderero se llevara -Esa no es la forma de que ustedes lo pidan. Va·
sus fierros, que se fuera por donde había venido a enga· ya una comisión a Uruapan, vean a don Jaime y háb~en.
ñarlos y que no se presentara más. Seguirían como antes: le; nosotros aquí somos empleados suyos y ya saben que
en paz con los pueblos vecinos, sin que disminuyera el no tenemos que obedecer sino sus órdenes.
ca,udal de sus ojos de agua preservando aquella riqueza -Esta.s tierras sonde nosotros -dijo Ubaldo- y
para sus descendientes. , en ellas mandamos y no don Jaime.
Al día siguiente, el sol ya alto, a la cabeza de nutri· Siguieron discutiendo algún tiempo, de pronto, el ru~,
do grupo de ,mujeres, hombres y niños armados con ha­ do aullador de las sirenas apagóse. De uno de los aserra·
chas, cuchillos, palos piedras y escopetas de munición de der<;ls salió un hombre que dirigiéndose al capataz ex­
las que usaban para matar tuzas, marcharon al aserrade· plicó: !
ro: Ubaldo, Jerónimo, Petronilo y Luciano. -¡ Se ac~bó la corriente!
Al llegar a la encrucijada dividióse el grupo en dos Sonrieron los indios y el mayordomo refunfuñó algu-.
fracciones, una --{;on Ubaldo y Luciano- dirigióse al nas imprecaciones..
aserradero; la otra encaminóse al monte bajo la dirección
Todavía siguió Rafael alegando con los indios que no
de Jerónimo y Petronilo. A pie unos, a caballo otros y
daban su brazo a torcer. Engolfado en la disputa, no ad·
.algunos en burro. vi;rtió a la cuadrilla de troceros que regresaban del mono
El grupo de Ubaldo torció por una vereda antes de
te sino cuando ya estaba casi a sus espaldas.
llegar al aserradero y ahí volvióse a fragmentar, los más
se fueron con Ubaldo, otros -unos diez o quince- ca­ -.-¡Qué hacen ustedes aquí! -bramó, e iba: a conti·
nuar hablando pero notó que tras ellos se encontraba otro
minaron a tl1.mbar los postes. .
Cuando llegó Ubaldo al patio del aserradero, Rafael grupo de indios.
avistándolos desde lejos acercóse a su encuentro, con tran­ ¿Qué. ganaba con. enojarse? Lo mejor era dejar las
quilidad fingida exclamó: Cosas en el estado en que se hallaban, hasta que viniera
-Buenos días todos, ¿qué les trae por acá? don Jaime; le era preciso demostrar amistad con los in·
_¡ Venimos a parar el desplote porque es la volun­ dios y sobre todo, introducir en sus mentes la idea de
tad del pueblo! qUe él no era sino un simple empleado. AsLdijo:
126 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 127

de avisos al gobierno. ¿Qué había hecho el gobierno por Todo se esperaba Rafael menos aquello, tuvo impul­
ellos? Encarcelarlos, cobrarles multas, estar en favor del sos de sacar de la funda la flamante tr~inta y ocho su·
explotador. per con miras especiales, pero comprendió en el gesto de
Con las hachas en la mano impedirían que continua. los indios, en la mirada hosca de las mujeres y los niños
ra el trabajo. ¿De quién era el monte, de ellos o de don asiendo palos y piedras, ,que aquel grupo venía -decidido
Jaime? No iban a permitir que se hiciera lo que quisie­ a jugarse el todo por el todo. Por ello calmadamente
sen con sus propias pertenencias. . repuso:
.Querían parar el trabajo, que el maderero se llevara -Esa no es la forma de que ustedes lo pidan. Va·
sus fierros, que se fuera por donde había venido a enga· ya una comisión a Uruapan, vean a don Jaime y háb~en.
ñarlos y que no se presentara más. Seguirían como antes: le; nosotros aquí somos empleados suyos y ya saben que
en paz con los pueblos vecinos, sin que disminuyera el no tenemos que obedecer sino sus órdenes.
ca,udal de sus ojos de agua preservando aquella riqueza -Esta.s tierras sonde nosotros -dijo Ubaldo- y
para sus descendientes. , en ellas mandamos y no don Jaime.
Al día siguiente, el sol ya alto, a la cabeza de nutri· Siguieron discutiendo algún tiempo, de pronto, el ru~,
do grupo de ,mujeres, hombres y niños armados con ha­ do aullador de las sirenas apagóse. De uno de los aserra·
chas, cuchillos, palos piedras y escopetas de munición de der<;ls salió un hombre que dirigiéndose al capataz ex­
las que usaban para matar tuzas, marcharon al aserrade· plicó: !
ro: Ubaldo, Jerónimo, Petronilo y Luciano. -¡ Se ac~bó la corriente!
Al llegar a la encrucijada dividióse el grupo en dos Sonrieron los indios y el mayordomo refunfuñó algu-.
fracciones, una --{;on Ubaldo y Luciano- dirigióse al nas imprecaciones..
aserradero; la otra encaminóse al monte bajo la dirección
Todavía siguió Rafael alegando con los indios que no
de Jerónimo y Petronilo. A pie unos, a caballo otros y
daban su brazo a torcer. Engolfado en la disputa, no ad·
.algunos en burro. vi;rtió a la cuadrilla de troceros que regresaban del mono
El grupo de Ubaldo torció por una vereda antes de
te sino cuando ya estaba casi a sus espaldas.
llegar al aserradero y ahí volvióse a fragmentar, los más
se fueron con Ubaldo, otros -unos diez o quince- ca­ -.-¡Qué hacen ustedes aquí! -bramó, e iba: a conti·
nuar hablando pero notó que tras ellos se encontraba otro
minaron a tl1.mbar los postes. .
Cuando llegó Ubaldo al patio del aserradero, Rafael grupo de indios.
avistándolos desde lejos acercóse a su encuentro, con tran­ ¿Qué. ganaba con. enojarse? Lo mejor era dejar las
quilidad fingida exclamó: Cosas en el estado en que se hallaban, hasta que viniera
-Buenos días todos, ¿qué les trae por acá? don Jaime; le era preciso demostrar amistad con los in·
_¡ Venimos a parar el desplote porque es la volun­ dios y sobre todo, introducir en sus mentes la idea de
tad del pueblo! qUe él no era sino un simple empleado. AsLdijo:
JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 129
128
~Ubaldo, quiero que entiendas que yo no soy más ~¡Patrón, por favor!
que un empleado de confianza de don Jaime, yo no pue· Encendióse de coraje la cara del explotador, se levan­
do hacer nada, él es el patrón. No creo que ustedes quie­ tó bruscamente del asiento empujando la mesa y' hacien­
ran perjudicarme; dejen que mande a Lorenzo a Uma­ do rodar las copas llenas, agarró al indio, por el cuello
pan para que le avise a don Jaime y él venga personal. de la chamarra (prenda que habíale regalado) y a em.
mente. .. ¿No creen? pujones saeólo de la cantina tirándolo sobre la banqueta
Los indios. rezongaron, pero Luciano los convenció,
a punta de golpes:
~j Espéreme ahí!
hablándoles en tarasco:

~"Rafael es un empleado, no debemos buscarle di­ Todos los amigos rieron bromeando y alabando al
ficultades, ¿qué nos ganamos con eso? El no es dueño maderero; éste sonriente y alegre, pidió otras copas mien·
del aserradero, ¡déjenlo que mande avisar a don Jaime!" tras el mesero limpiaba el líquido derramado sobre la
mesa.
Le gustaba dar la impresión de su fuerza física, so­
El indio Lorenzo llegó a Uruapan agitado y sudoroso bre todo en la cantina. Con dos dedos aplastaba las cor­
a comunicar el recado al patrón.
cholatas, con los dientes abría las botellas de cerveza;
~¿No está don Jaime? -preguntó en la casa.
pegaba puñetazos en la pared dejando grabados los nu­
-Salió -le informaron.
dillos. Sus amigos, la corte de viciosos y holgazanes que
En la oficina no estaba y el indio lo buscó por las le seguía admirando sus hazañas, llenábanlo de halagos,
cantinas. En una de ellas lo halló tomando, en rueda con como si hubiera descubierto un mundo. Y hasta el cantine­
varios amigos. Cortado, sudoros(i), entró Lorenzo y tocán· ro, hábil negociante y psicólogo por instinto, aplaudía las
acciones. .
dole un hombro tímidamente le dijo:. '
-Necesito hablarle, me manda su compadre del ase­ Se le había presentado la ocasión cori Lorenzo y lo
hahía hecho. .. ¿Qué recado traería éste? ¿Probablemen­
rradero . te alguna insignificancia!. " En voz alta, sonriendo, ex­
_¡ Sí! ¡Espérame ,allá afuera! -respondió el made­
rero entre tufaradas de alcohol. temando sus pensamientos al círculo de amigos dijo:
-¡Pero patrón, la cosa es urgente! -apurado insis­ - j Que nC) me dejen tomar ni una copa en paz! jEs
el colmo! Tengo cincuenta mil empleados y no son capa­
tía el indio.
-¡Que me esperes afuera! ¿No me oíste? -,gritó. ces de resolver algo por sí solos.' La COS¡l más insignifi.
¡Sólo eso faltaba: que el Lorenzo no acatara sus ins­ cante los deja inactivos. Aquí tienen ustedes el caso: este'
trucciones poniéndole en ridículo delante de sus amigos. indio viene desde mis aserraderos en gran carrera con to­
La embriaguez llenábale de euforia y no quería ser mo­ da seguridad para decirme "urgentemente" (y recalcó la
palabra) le informe a un empleado. .. j!;Ji voy a mandar
lestado. clavo y teja para las caballerizas!
Por tercera vez insistió con angustia Lorenzo:
JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 129
128
~Ubaldo, quiero que entiendas que yo no soy más ~¡Patrón, por favor!
que un empleado de confianza de don Jaime, yo no pue· Encendióse de coraje la cara del explotador, se levan­
do hacer nada, él es el patrón. No creo que ustedes quie­ tó bruscamente del asiento empujando la mesa y' hacien­
ran perjudicarme; dejen que mande a Lorenzo a Uma­ do rodar las copas llenas, agarró al indio, por el cuello
pan para que le avise a don Jaime y él venga personal. de la chamarra (prenda que habíale regalado) y a em.
mente. .. ¿No creen? pujones saeólo de la cantina tirándolo sobre la banqueta
Los indios. rezongaron, pero Luciano los convenció,
a punta de golpes:
~j Espéreme ahí!
hablándoles en tarasco:

~"Rafael es un empleado, no debemos buscarle di­ Todos los amigos rieron bromeando y alabando al
ficultades, ¿qué nos ganamos con eso? El no es dueño maderero; éste sonriente y alegre, pidió otras copas mien·
del aserradero, ¡déjenlo que mande avisar a don Jaime!" tras el mesero limpiaba el líquido derramado sobre la
mesa.
Le gustaba dar la impresión de su fuerza física, so­
El indio Lorenzo llegó a Uruapan agitado y sudoroso bre todo en la cantina. Con dos dedos aplastaba las cor­
a comunicar el recado al patrón.
cholatas, con los dientes abría las botellas de cerveza;
~¿No está don Jaime? -preguntó en la casa.
pegaba puñetazos en la pared dejando grabados los nu­
-Salió -le informaron.
dillos. Sus amigos, la corte de viciosos y holgazanes que
En la oficina no estaba y el indio lo buscó por las le seguía admirando sus hazañas, llenábanlo de halagos,
cantinas. En una de ellas lo halló tomando, en rueda con como si hubiera descubierto un mundo. Y hasta el cantine­
varios amigos. Cortado, sudoros(i), entró Lorenzo y tocán· ro, hábil negociante y psicólogo por instinto, aplaudía las
acciones. .
dole un hombro tímidamente le dijo:. '
-Necesito hablarle, me manda su compadre del ase­ Se le había presentado la ocasión cori Lorenzo y lo
hahía hecho. .. ¿Qué recado traería éste? ¿Probablemen­
rradero . te alguna insignificancia!. " En voz alta, sonriendo, ex­
_¡ Sí! ¡Espérame ,allá afuera! -respondió el made­
rero entre tufaradas de alcohol. temando sus pensamientos al círculo de amigos dijo:
-¡Pero patrón, la cosa es urgente! -apurado insis­ - j Que nC) me dejen tomar ni una copa en paz! jEs
el colmo! Tengo cincuenta mil empleados y no son capa­
tía el indio.
-¡Que me esperes afuera! ¿No me oíste? -,gritó. ces de resolver algo por sí solos.' La COS¡l más insignifi.
¡Sólo eso faltaba: que el Lorenzo no acatara sus ins­ cante los deja inactivos. Aquí tienen ustedes el caso: este'
trucciones poniéndole en ridículo delante de sus amigos. indio viene desde mis aserraderos en gran carrera con to­
La embriaguez llenábale de euforia y no quería ser mo­ da seguridad para decirme "urgentemente" (y recalcó la
palabra) le informe a un empleado. .. j!;Ji voy a mandar
lestado. clavo y teja para las caballerizas!
Por tercera vez insistió con angustia Lorenzo:
130 JESÚS URIBE RUlZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 131
Se" rieron todos y siguieron tomando y celebrando en·
tre carcajadas las ocurrencias del maderero. cunetas, derrapaban las ruedas en las curvas y como bó­
Anochecía cuando salieron; el indio Lorenzo espera· lido lanzábase por las rectas. '
ba, como perro fiel, en l~ puerta de la cantina. El explotador hacía preguntas que, al ser respondi-,
Para lucirse de sus facultades proféticas y queriendo das por el indio, aumentaban su coraje:
bromear a costa del indio delante de sus amigos, tomó a -¿Siguieron sacando, la madera los camiones?
éste del brazo con esa soltura y olvido de la ofensa he· -Los indios no quisieron.
cha, característicos de todos los que se creen poderosos: -¡Me lleva la ... ! ¿Y por qué se dejaron?
-¿Cuál es el recado urgente? -y cerró el ojo a los -Ya le dije que están armado~.
amigos. Luego, después de un silencio, volvía a empezar:
El indio, cauto, quiso decirlo en voz baja, pero el pa· -¿ También Toribio está con ellos?
trón insistió: -No, al menos, no lo vi por ningún lado.
-¡Háblame recio! Después se enfrascaba en grandes monólogos:
-Bueno, patrón -explotó el indio-: le manda de· "Indios ingratos, nada más causándome molestias,
cir su compadre que todos los indios de Puruarato, con ¡como si fueran pocas las que tengo para sacarlos de la
las armas en la mano, pararon el aserradero, tumbaron cárcel! Voy a dejal' que ~nos se pudran en ella, ¡para,
los postes de luz y bajaron del monte a la cuadrilla de ,que aprendan!"
trozadores. ' Luego, reflexionó: "
A don Jaime se le cortó la borrachera de la impre· "Conque tumba'ron los postes de la línea eléctrica .. ,
sión. Sus amigos pusiéronse serios y aquél, deseando des· ¡ajá! ¡Eso sí que estaba bueno! ¡No sabían los indios en
cargar su ira y bochorno en alguien, la emprendió con­ la que se habían metido! ¡Tumbar una línea eléctrica! ...
tra el indio a punta de golpes y blasfemias. Rodaba el ¡Ya verían los de Puruarato la diferencia que había en­
indio por el suelo entre los golpes y las interjecciones. tre tenerlo como amigo o como enemigo!. " ¡Indios in­
Calmado un tanto, echó pestes de sus empleados y des· gratos!. " ¡Después de todo lo que había hecho porellos!
pidiéndose, fuése con Lorenzo a sacar el automóvil del (Con esa curiosa psicología del fuerte, olvidaba las ver­
garage. " dades de todas las cosas y hasta él mismo quería conven­
, Llegando a su casa, tomó varios miles de pesos de su cerse de sus propias mentiras.) ¿Qué comunidad tenía
caja fuerte en billetes de bajas denominaciones, fajós e esos aserraderos eléctricos? ¿ Qué comunidad podría ufa­
la cuarentaicin'co al cinto y, junto con el inseparable in­ narse de tener un maderero con su experiencia trabajan­
.dio, emprendió el camino de Puruarato. do los montes? " ¡Ingratos, malagradecidos! ¡Como pe­
El automóvil ra1,ldo devoraba kilómetros y kilómetros, rros qUe muerden después de haber recibido la comi­
10s chorros de luz de los fanales iban iluminando las ti­ da .. "! ¡Pero él iba a demostrarles quién era' don Jai­
nieblas entre nubes de insectos. Bufaba el motor en las Jlle! Contra su poder nada se opondría con éxito impu­
ne~ente ¡pesárale a quien le pesare!
130 JESÚS URIBE RUlZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 131
Se" rieron todos y siguieron tomando y celebrando en·
tre carcajadas las ocurrencias del maderero. cunetas, derrapaban las ruedas en las curvas y como bó­
Anochecía cuando salieron; el indio Lorenzo espera· lido lanzábase por las rectas. '
ba, como perro fiel, en l~ puerta de la cantina. El explotador hacía preguntas que, al ser respondi-,
Para lucirse de sus facultades proféticas y queriendo das por el indio, aumentaban su coraje:
bromear a costa del indio delante de sus amigos, tomó a -¿Siguieron sacando, la madera los camiones?
éste del brazo con esa soltura y olvido de la ofensa he· -Los indios no quisieron.
cha, característicos de todos los que se creen poderosos: -¡Me lleva la ... ! ¿Y por qué se dejaron?
-¿Cuál es el recado urgente? -y cerró el ojo a los -Ya le dije que están armado~.
amigos. Luego, después de un silencio, volvía a empezar:
El indio, cauto, quiso decirlo en voz baja, pero el pa· -¿ También Toribio está con ellos?
trón insistió: -No, al menos, no lo vi por ningún lado.
-¡Háblame recio! Después se enfrascaba en grandes monólogos:
-Bueno, patrón -explotó el indio-: le manda de· "Indios ingratos, nada más causándome molestias,
cir su compadre que todos los indios de Puruarato, con ¡como si fueran pocas las que tengo para sacarlos de la
las armas en la mano, pararon el aserradero, tumbaron cárcel! Voy a dejal' que ~nos se pudran en ella, ¡para,
los postes de luz y bajaron del monte a la cuadrilla de ,que aprendan!"
trozadores. ' Luego, reflexionó: "
A don Jaime se le cortó la borrachera de la impre· "Conque tumba'ron los postes de la línea eléctrica .. ,
sión. Sus amigos pusiéronse serios y aquél, deseando des· ¡ajá! ¡Eso sí que estaba bueno! ¡No sabían los indios en
cargar su ira y bochorno en alguien, la emprendió con­ la que se habían metido! ¡Tumbar una línea eléctrica! ...
tra el indio a punta de golpes y blasfemias. Rodaba el ¡Ya verían los de Puruarato la diferencia que había en­
indio por el suelo entre los golpes y las interjecciones. tre tenerlo como amigo o como enemigo!. " ¡Indios in­
Calmado un tanto, echó pestes de sus empleados y des· gratos!. " ¡Después de todo lo que había hecho porellos!
pidiéndose, fuése con Lorenzo a sacar el automóvil del (Con esa curiosa psicología del fuerte, olvidaba las ver­
garage. " dades de todas las cosas y hasta él mismo quería conven­
, Llegando a su casa, tomó varios miles de pesos de su cerse de sus propias mentiras.) ¿Qué comunidad tenía
caja fuerte en billetes de bajas denominaciones, fajós e esos aserraderos eléctricos? ¿ Qué comunidad podría ufa­
la cuarentaicin'co al cinto y, junto con el inseparable in­ narse de tener un maderero con su experiencia trabajan­
.dio, emprendió el camino de Puruarato. do los montes? " ¡Ingratos, malagradecidos! ¡Como pe­
El automóvil ra1,ldo devoraba kilómetros y kilómetros, rros qUe muerden después de haber recibido la comi­
10s chorros de luz de los fanales iban iluminando las ti­ da .. "! ¡Pero él iba a demostrarles quién era' don Jai­
nieblas entre nubes de insectos. Bufaba el motor en las Jlle! Contra su poder nada se opondría con éxito impu­
ne~ente ¡pesárale a quien le pesare!
132 JESÚS URIBE RUlZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 133
A poco~ el recelo y la desconfianza sacaban ideas del esferas de influencia de todos los demás. Así, él no po­
pozo ipfinito ,de las suposiciones, haciendo estremecer de dría explotar en las comunidades controladas por don
cólera su Cllerpo al vibrar por el cerebro éstas: Aristeo, ni por las de don Roque; éstos, a su vez, no
"¿No sería, aquella agitación producto de la envidia podrían explotar en Puruarato. Lo contrario sería faltar
que le tenían los otros madereros? Ya muchas veces ha­ a la "ética" comercial. , '
bíanle dicho que contra él cOI}.spiraban en la sombra los Finalmente, sumergíase dentro de la laguna de las es­
demás del 'oficio'. .. ¡envidiosos! . ¡Ah! ¡Si eso fuera! peculaciones: " '" '
No quedaría piedra sobre piedlia en los negocios de los "El asunto -por otra parte-- no tIene ImportanCIa ...
demás. Si don Zenón tuviera culpa, propalaría la forma ¡no tiene importancia! Un' obstáculo más o menos ¿qué
en que se aprovechó de la Comunidad de Urachén man­ importa? i Ah bonita vida! ¡Precioso negocio! ¡Ya verían
dando matar con Epifanio, su sirviente, al viejo Tata Ro­ los indios de lo que era capaz! Llevaba el arma más con.
sario que se oponía a la venta y después, comprando va­ vincente: dinero. ¡Dinero! Palanca que abría o derriba­
rias autoridades locales, había registrado aquellos mon­ ba las más inaccesibles puertas, verdadero motor y alma
tes comunales como propiedades particulares de dos o tres del mundo. " ¡dinero'! Ruedas brillantes con las que
comuneros, mismos que misteriosamente desaparecieron jugaban la suerte y la fortuna en constante alternativa ...
del lugar sin dejar rastro alguno, después .de haber vendi­ ¡dinero! ¿Habría otra cosa en el mundo? Con él conse­
do el monte al maderero. . , guiría todo lo que con las palabras o razonamientos no
"Si hubiera sido don Ausencio. .. ¡Ese estaba muer· obtuviera. Con él surgían planes técnicos, merced a él
to desde antes de cO,mbatir! ¡Ya sabría ante quién y dón­ aprobábanse estudios que se forjaban en los escritorios; a
de denunciar la forma en que sacaba los durmientes, a su poderosa influencia técnica, como hetaira, vendíase
qué hora de la noche yen qué sitio. podría fácilmente haciendo que apareciese blanco lo negro y viceversa.
cogerse infraganti a los camiones que acarreaban el pro­ Recordaba como ejemplo aquel hecho que habí'ale lle­
. ducto. Con toda seguridad no era tan ingenuo como para nado ya de fama en la región: Un estudio forestal no le
denunciarlo en Uruapan, iría más arriba, a las oficinas hahía sido aprobado, quizá algún empleado honesto se
que el contrabandista, por la índole de su negocio, no hu­ hahía interpuesto o a causa de que era muy burda la
biese comprado todavía careciendo del dinero bastante forma de presentarlo, la situación era que se había aper­
para el 'precio'. sonado en la Dirección Fo~estal a preguntar si su estudio
"Si fuese don Zacarías, él sabría denunciar quiénes estaba aprobado; un empleado casi le gritó: '
eran sus socios. .. i con esto bastaba para matado!'" -"¡Ese estudio no se aprobará!"
Hervían en su mente las ideas, sabía' perfectamente' . .Pacientemente había esperado la hora de salida para
. que no había ningún maderero causante de aquel desa· InvItar a beber al empleado que se negó. .
guisado. Las zonas forestales, fácilmente habíanselas re­ .. Investigó al día siguiente el domicilio y ahí lo fue a
partido los madereros, sin acuerdo previo, respetando las VIsItar, pintóle con vivos colores su situación: era made.
132 JESÚS URIBE RUlZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 133
A poco~ el recelo y la desconfianza sacaban ideas del esferas de influencia de todos los demás. Así, él no po­
pozo ipfinito ,de las suposiciones, haciendo estremecer de dría explotar en las comunidades controladas por don
cólera su Cllerpo al vibrar por el cerebro éstas: Aristeo, ni por las de don Roque; éstos, a su vez, no
"¿No sería, aquella agitación producto de la envidia podrían explotar en Puruarato. Lo contrario sería faltar
que le tenían los otros madereros? Ya muchas veces ha­ a la "ética" comercial. , '
bíanle dicho que contra él cOI}.spiraban en la sombra los Finalmente, sumergíase dentro de la laguna de las es­
demás del 'oficio'. .. ¡envidiosos! . ¡Ah! ¡Si eso fuera! peculaciones: " '" '
No quedaría piedra sobre piedlia en los negocios de los "El asunto -por otra parte-- no tIene ImportanCIa ...
demás. Si don Zenón tuviera culpa, propalaría la forma ¡no tiene importancia! Un' obstáculo más o menos ¿qué
en que se aprovechó de la Comunidad de Urachén man­ importa? i Ah bonita vida! ¡Precioso negocio! ¡Ya verían
dando matar con Epifanio, su sirviente, al viejo Tata Ro­ los indios de lo que era capaz! Llevaba el arma más con.
sario que se oponía a la venta y después, comprando va­ vincente: dinero. ¡Dinero! Palanca que abría o derriba­
rias autoridades locales, había registrado aquellos mon­ ba las más inaccesibles puertas, verdadero motor y alma
tes comunales como propiedades particulares de dos o tres del mundo. " ¡dinero'! Ruedas brillantes con las que
comuneros, mismos que misteriosamente desaparecieron jugaban la suerte y la fortuna en constante alternativa ...
del lugar sin dejar rastro alguno, después .de haber vendi­ ¡dinero! ¿Habría otra cosa en el mundo? Con él conse­
do el monte al maderero. . , guiría todo lo que con las palabras o razonamientos no
"Si hubiera sido don Ausencio. .. ¡Ese estaba muer· obtuviera. Con él surgían planes técnicos, merced a él
to desde antes de cO,mbatir! ¡Ya sabría ante quién y dón­ aprobábanse estudios que se forjaban en los escritorios; a
de denunciar la forma en que sacaba los durmientes, a su poderosa influencia técnica, como hetaira, vendíase
qué hora de la noche yen qué sitio. podría fácilmente haciendo que apareciese blanco lo negro y viceversa.
cogerse infraganti a los camiones que acarreaban el pro­ Recordaba como ejemplo aquel hecho que habí'ale lle­
. ducto. Con toda seguridad no era tan ingenuo como para nado ya de fama en la región: Un estudio forestal no le
denunciarlo en Uruapan, iría más arriba, a las oficinas hahía sido aprobado, quizá algún empleado honesto se
que el contrabandista, por la índole de su negocio, no hu­ hahía interpuesto o a causa de que era muy burda la
biese comprado todavía careciendo del dinero bastante forma de presentarlo, la situación era que se había aper­
para el 'precio'. sonado en la Dirección Fo~estal a preguntar si su estudio
"Si fuese don Zacarías, él sabría denunciar quiénes estaba aprobado; un empleado casi le gritó: '
eran sus socios. .. i con esto bastaba para matado!'" -"¡Ese estudio no se aprobará!"
Hervían en su mente las ideas, sabía' perfectamente' . .Pacientemente había esperado la hora de salida para
. que no había ningún maderero causante de aquel desa· InvItar a beber al empleado que se negó. .
guisado. Las zonas forestales, fácilmente habíanselas re­ .. Investigó al día siguiente el domicilio y ahí lo fue a
partido los madereros, sin acuerdo previo, respetando las VIsItar, pintóle con vivos colores su situación: era made.
134 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 135
rero y la fuerza del negocio lo impelía, ya todo mundo
estaba de acuerdo con la explotación y sólo faltaba la toda la construcción de miseria y asco con que se rodea.
aprobación del estudio para empezar con el trabajo, has­ ba cayera ante la venganza de la justicia. Tenía miedo
ta los indios dueños de los montes estaban conformes, de' que los indios despertaran, de que se irguieran gri.
¿por qué se negaba él? Su acento de sinceridad había tándole a la cara las palabras de desaprobación que allá,
hecho mella en el empleado. Ya al despedirse le ofreció muy hondo, sin hacerles caso, de vez 'en cuando trataban
, considerar el asunto otra vez. Al irse había dejado el ma­ de insurgir incallables y terribles. '
derero doscientos pesos sobre la mesita de la sala donde Cuando llegó al aserradero, todos los naturales ar­
platicaran, sin que se fijara el e¡.npleado. Maravillosa· mados y con ojos brillantes, fueron iluminados' por los
mente, al día siguiente, encontróse coa la feliz nueva: cholTOS de luz que salían de los fanales del auto.
¡el estudio estaba aprobado!. " ¡Ah, el dinero! ... "¡No Al pararse el coche, hicieron una rueda en su tomo
tiene importancia lo de hoy! -repetía hasta el cansan· y con actitud resuelta encaráronse al explotador. Este,
cio de su mente-o ¡No tiene importancia". sonriente para quitar el gesto hosco de los indios, bajó
saludando: '

Pero fuera de las ideas, algo secreto, intangible, le


hacía sentirse débil, algo a manera de una destrucción -¿ Cómo les va, muchachos?

interna de fuerzas a cuyo espectáculo su ánimo repitiera -¡ Cómo le va! -'-murmuraron.

-¿Qué pasa?

como evocación de pasadas grandezas las frases sin senti­


do. Es que en lo íntimo, sentía que nuevas' energías lle­ Adelantóse Ubaldo:

gaban al problema, que el curso de la vida misma iba -Don Jaime -le dijo sin mirarle losojos-, hemos
tomando cauces más justos y precisos y, aunque no lo tomado el acuerdo aquí los de la comunidad, de que no
confesara (y ése era el gran secreto: el temor a descu­ se trabaje más en nuestro monte.
brir su propio sec:t;eto), sentíase como un criminal al que -¿Yeso a qué viene muchachos?
las evidencias condenan irremisiblemente ante un jurado Iba a responder el Yiejo, pero Luciano intervino con
que se le presenta. El gran jurado de los indios explota­ voz temblorosa pero resuelta, mientras sostenía fijamente
dos se erguía y en él estaban los muertos .y, personifica­ la mirada que el patrón le dirigía en la semipenumbra
dos en las acusaciones implícitas: los latrocinios cometi­ formada por las lejanas lámparas de petróleo que' Rafael
dos, el cinismo con que jugaba los destinos de los pue­ encendiera para alumbrar la oficina y el aserraderO a
blos y las vidas de los indios, dándose aires de, super­ falta de flúido eléctrico:
civilizado, de ente educado y eufórico, entre la pandilla , -El monte de la comunidad -dijo atropelladamen.
de desocupados, ociosos y viciosos del Estado. Vivía en te--, ¡no queremos que se trabaje más!
constante zozobra y supersticioso -como todo jugador­ -Pero, .¿ qué razones tienen?
tenía ahora miedo porque la racha de buena suerte se le
Fo rmóse una algarabía, una confusión de voces; pa­
labras de niños, ~ritos de mujeres, interjecciones de mo­
extinguía. Tenía miedo de que en un instante cualquiera,
134 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 135
rero y la fuerza del negocio lo impelía, ya todo mundo
estaba de acuerdo con la explotación y sólo faltaba la toda la construcción de miseria y asco con que se rodea.
aprobación del estudio para empezar con el trabajo, has­ ba cayera ante la venganza de la justicia. Tenía miedo
ta los indios dueños de los montes estaban conformes, de' que los indios despertaran, de que se irguieran gri.
¿por qué se negaba él? Su acento de sinceridad había tándole a la cara las palabras de desaprobación que allá,
hecho mella en el empleado. Ya al despedirse le ofreció muy hondo, sin hacerles caso, de vez 'en cuando trataban
, considerar el asunto otra vez. Al irse había dejado el ma­ de insurgir incallables y terribles. '
derero doscientos pesos sobre la mesita de la sala donde Cuando llegó al aserradero, todos los naturales ar­
platicaran, sin que se fijara el e¡.npleado. Maravillosa· mados y con ojos brillantes, fueron iluminados' por los
mente, al día siguiente, encontróse coa la feliz nueva: cholTOS de luz que salían de los fanales del auto.
¡el estudio estaba aprobado!. " ¡Ah, el dinero! ... "¡No Al pararse el coche, hicieron una rueda en su tomo
tiene importancia lo de hoy! -repetía hasta el cansan· y con actitud resuelta encaráronse al explotador. Este,
cio de su mente-o ¡No tiene importancia". sonriente para quitar el gesto hosco de los indios, bajó
saludando: '

Pero fuera de las ideas, algo secreto, intangible, le


hacía sentirse débil, algo a manera de una destrucción -¿ Cómo les va, muchachos?

interna de fuerzas a cuyo espectáculo su ánimo repitiera -¡ Cómo le va! -'-murmuraron.

-¿Qué pasa?

como evocación de pasadas grandezas las frases sin senti­


do. Es que en lo íntimo, sentía que nuevas' energías lle­ Adelantóse Ubaldo:

gaban al problema, que el curso de la vida misma iba -Don Jaime -le dijo sin mirarle losojos-, hemos
tomando cauces más justos y precisos y, aunque no lo tomado el acuerdo aquí los de la comunidad, de que no
confesara (y ése era el gran secreto: el temor a descu­ se trabaje más en nuestro monte.
brir su propio sec:t;eto), sentíase como un criminal al que -¿Yeso a qué viene muchachos?
las evidencias condenan irremisiblemente ante un jurado Iba a responder el Yiejo, pero Luciano intervino con
que se le presenta. El gran jurado de los indios explota­ voz temblorosa pero resuelta, mientras sostenía fijamente
dos se erguía y en él estaban los muertos .y, personifica­ la mirada que el patrón le dirigía en la semipenumbra
dos en las acusaciones implícitas: los latrocinios cometi­ formada por las lejanas lámparas de petróleo que' Rafael
dos, el cinismo con que jugaba los destinos de los pue­ encendiera para alumbrar la oficina y el aserraderO a
blos y las vidas de los indios, dándose aires de, super­ falta de flúido eléctrico:
civilizado, de ente educado y eufórico, entre la pandilla , -El monte de la comunidad -dijo atropelladamen.
de desocupados, ociosos y viciosos del Estado. Vivía en te--, ¡no queremos que se trabaje más!
constante zozobra y supersticioso -como todo jugador­ -Pero, .¿ qué razones tienen?
tenía ahora miedo porque la racha de buena suerte se le
Fo rmóse una algarabía, una confusión de voces; pa­
labras de niños, ~ritos de mujeres, interjecciones de mo­
extinguía. Tenía miedo de que en un instante cualquiera,
136 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 137

zos; ·frases en tara~o. salpicadas de palabras en "cas­ ¡Había que hacer algo antes de que se agravara el
tilla". asunto! Antes de que las palabras dichas fueran lo sufi·
Jerónimo habló: cientemente fuertes para impedir un arreglo posterior.
,-'-No queremos darle razones aunque las tenemos: Al meter nerviosamente la mano al bosillo, los dedos del
sencillamente el monte es nuestro y ya no queremos que explotador tropezaron con 10s billetes ;:i se calmó un po­
lo trabajen; ¡eso es todo! co por más que ya empezaba a hacerle efecto la "cru,da".
Por un instante perdió la .paciencia don Jaime, des­ -Vamos a platicar dentro, en mi cuarto; comisionen
barrando en cólera: . a unos !;res o cuatro.
-¿Pero ustedes qué se han creído? -gritó-o ¿Creen Recelosos, estuvieron los iridios hablando entre sí;
que los papeles que hicieron 'se pueden romper así~ nada por fin, asintieron nombrando a Ubaldo, Luciano, Jeró­
más porque les da la gana? ¡Voy a solicitar que venga nimo y Petronilo en la comisión.
aquí el gobierno para que los meta al orden! ¡Y ya verán Los cinco se alejaron ,a la casa de madera donde el
qaién pierde! explotador tenía su cuarto. Entraron con don Jaime a la
cabeza. '
, Petronilo, que había' permanecido en silencio,' calmo­
samente contestó: La estancia es un cuarto ,con paredes cuyas tablas es·
-',-Mire don, Jaime, a nosotros no nos grita en nues­ tán uni~as, machihembradas; a diferencia de las trojes
tros tm"renos, ni nos asusta porqlle ya estamos grandeci­ indias el aire no encuentra rendija por donde colarse. En
tos y curados de espanto. Usted nos e~plota yeso es todo, un rincón está una cama de tijera, donde reposa el ma·
¡y mándenoscuando quiera al gobierno! -Luego prosi­ derero cuam!o suele visitar el aserradero y quedarse por
guió variando el temar- : ¿Qué ha hecho el gobierno,o la noche. Una mesa de madera y cinco sillas completan
qué ha hecho usted pOr nosotros? ¿Dónde está la escuela el mobiliario. 'rodo está fuertemente iluminado por una
que n,os pr0!Uetió ~ ¿y la tubería para el agua? ¿Y todas . lámpara de kerosén.
aquellas palabras que no nos cumplió? Usted es rico y nos -¡Siéntense muchachos! -invita el maderero.
'ha enseñado a nosotros los pobres a ser incumplidos. -"-¡Gracias! -.responden todos tomando una silla.
Realmente no tenía nada qué :pacer ahí el maderero; Los rostros sudorosos de los indios tienen perfiles se·
por primera vez se sintió desconcertado, luego encontró veros bañados por la claridad. El explotador los mira
una salida:' , , ' , unos instantes y después habla:
-,'¿Y todo el dinero que les he d~do? ¿No me agra­ -¿No habrá alguna manera de arreglarnos?
decen que me preocupe por. los muchachos que les meten Suelta la frase ambigua para que sus interlocutores'
a la 'cárcel? ' la definan según la entiendan.
-Le damos las gracias --cortóUbaldo-, pero .:ni los , -¡El úhico arreglo es' que se lleve sus fierros de aquí!
favores de nuestros padres nos hacen escfavos de ellos. --contestó agresivo y decidido Jerónimo.
136 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 137

zos; ·frases en tara~o. salpicadas de palabras en "cas­ ¡Había que hacer algo antes de que se agravara el
tilla". asunto! Antes de que las palabras dichas fueran lo sufi·
Jerónimo habló: cientemente fuertes para impedir un arreglo posterior.
,-'-No queremos darle razones aunque las tenemos: Al meter nerviosamente la mano al bosillo, los dedos del
sencillamente el monte es nuestro y ya no queremos que explotador tropezaron con 10s billetes ;:i se calmó un po­
lo trabajen; ¡eso es todo! co por más que ya empezaba a hacerle efecto la "cru,da".
Por un instante perdió la .paciencia don Jaime, des­ -Vamos a platicar dentro, en mi cuarto; comisionen
barrando en cólera: . a unos !;res o cuatro.
-¿Pero ustedes qué se han creído? -gritó-o ¿Creen Recelosos, estuvieron los iridios hablando entre sí;
que los papeles que hicieron 'se pueden romper así~ nada por fin, asintieron nombrando a Ubaldo, Luciano, Jeró­
más porque les da la gana? ¡Voy a solicitar que venga nimo y Petronilo en la comisión.
aquí el gobierno para que los meta al orden! ¡Y ya verán Los cinco se alejaron ,a la casa de madera donde el
qaién pierde! explotador tenía su cuarto. Entraron con don Jaime a la
cabeza. '
, Petronilo, que había' permanecido en silencio,' calmo­
samente contestó: La estancia es un cuarto ,con paredes cuyas tablas es·
-',-Mire don, Jaime, a nosotros no nos grita en nues­ tán uni~as, machihembradas; a diferencia de las trojes
tros tm"renos, ni nos asusta porqlle ya estamos grandeci­ indias el aire no encuentra rendija por donde colarse. En
tos y curados de espanto. Usted nos e~plota yeso es todo, un rincón está una cama de tijera, donde reposa el ma·
¡y mándenoscuando quiera al gobierno! -Luego prosi­ derero cuam!o suele visitar el aserradero y quedarse por
guió variando el temar- : ¿Qué ha hecho el gobierno,o la noche. Una mesa de madera y cinco sillas completan
qué ha hecho usted pOr nosotros? ¿Dónde está la escuela el mobiliario. 'rodo está fuertemente iluminado por una
que n,os pr0!Uetió ~ ¿y la tubería para el agua? ¿Y todas . lámpara de kerosén.
aquellas palabras que no nos cumplió? Usted es rico y nos -¡Siéntense muchachos! -invita el maderero.
'ha enseñado a nosotros los pobres a ser incumplidos. -"-¡Gracias! -.responden todos tomando una silla.
Realmente no tenía nada qué :pacer ahí el maderero; Los rostros sudorosos de los indios tienen perfiles se·
por primera vez se sintió desconcertado, luego encontró veros bañados por la claridad. El explotador los mira
una salida:' , , ' , unos instantes y después habla:
-,'¿Y todo el dinero que les he d~do? ¿No me agra­ -¿No habrá alguna manera de arreglarnos?
decen que me preocupe por. los muchachos que les meten Suelta la frase ambigua para que sus interlocutores'
a la 'cárcel? ' la definan según la entiendan.
-Le damos las gracias --cortóUbaldo-, pero .:ni los , -¡El úhico arreglo es' que se lleve sus fierros de aquí!
favores de nuestros padres nos hacen escfavos de ellos. --contestó agresivo y decidido Jerónimo.
138 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 139
-¡Deja que hablen los mayores! -repuso enfadado apoyan después hasta los insultarán, ¿con qué les paga
don Jaime. el pueblo? ¡Con nada! Yo, en cambio, sé agradecer a los
Indignados, respondieron los indios en diversos tonos amigos y desde lllego se los puedo manifestar.
de voz: y acompañando la pa1'abra con la acción, sacó varios
-¡ El también tiene derecho a hablar! fajos de billetes de su bolsa. Brillaron de codicia los ojos
Carraspeó un poco y sonriente prosiguió el maderero: de los indios: ¡nunca habían visto tanto dinero junto! Pe·
-¡ Bueno, bueno! No se enojen, no es para tanto. tronilo, desconcertado y temeroso daba palmadas a su
Callaron los indios, sus caras labradas en carne y su~ carabina. El maderero, de reojo, veíalos confundidos y
frimiento tenían los músculos tensos y los ojos brillantes. silenciosos sin saber por qué decidirse.
"Después de todo, no era tan difícil hablar de tú a tú "¡El dinero! ¡Oh tremenda fuerza que manejaba a
con el patrón. ¡Después de todo no era tan difícU soste­ su antojo! -decíase el explotador al vigilar a los in.
ner lo que se pide!", corroboraban los indios dentro de dios-·. ¡Oh tremenda arma agresiva pero' amable, de?­
sus mentes. , tructora pero agradable!. " ¡El dinero! Aquí estaban es­
-Lo que les dije afuera se los repito ahora -reanu­ tos indios, instantes antes agresivos y vociferantes, que
dó el explotador-, ustedes firmaron los contratos y ya se habían quedado mudos y sumisos como niños en espe..
no es tiempo de volverse atrás, ¿qué son ustedes mujeres ra de premio a su olla visto! ¡El dinero!"
para no sostener la palabra ni la firma?
Al notar que los indios no se resolvían, contó cuatro
-No siga por ese camino, ¡no siga! -amenazó Pe­
montones de a quinientos y sin epcontrar resistencia algu­
tronilo mientras alisaba la carabina con sus manos. na, fue dejándolos respectivamente sobre las piernas de
-¡ Bueno! -terminó don Jaime aventándose de una cada uno de los naturales.
vez-o Estoy dispuesto a darles a cada uno de ustedes
El más decidido fue Petronilo: nerviosamente tomó
quinientos pesos para. que esto termine, ¿qué dicen? los billetes como temiendo que se los arrebataran y los
Vacilaron los indios antes de responder. La indigna.
escondió en su faja, tras el gabán negro, al par que decía:
ción cubría la cara de Ubaldo. Los demás, abrían los ojos -¡Para mí está bien!
de asombro y el estupor flotaba en todos sus sentimien­
Luciano no daba crédito a sus ojos, tímidamente, aci.
tos en confusión que hacíalos indecisos,. como esperando cateado por el ejemplo de Petronilo, agarró los billetes
tomar la conducta del primero que se resolviera. Obser­ haciendo el mismo movimiento que aquél.
vándolos, continuó el explotador:
Jerónimo los imitó y Ubaldo, .con ojos llenos de des­
·-Ustedes son ahora los cabezas de esto y de tontos precio, silencioso, tomó los billetes y parándose de la si.
se pasan si no sácan provecho. Vamos a ver: ¿qué venta· lla, trémulo de ira arrojólos sobre la mesa. Todo aquello
jas sacan con hacerme daño? ¿Ganas algo tú UQaldo o tú sucedió rápidamente, sin que cruzara· palabra alguna.
Jerónimo o tú Petronilo o tú Luciano? Mañana o pasado Ubaldo al fin dijo: .
cambiará el gusto del pueblo y ·los mismos que ahora los -:-¡ Debería darles vergüenza!
138 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 139
-¡Deja que hablen los mayores! -repuso enfadado apoyan después hasta los insultarán, ¿con qué les paga
don Jaime. el pueblo? ¡Con nada! Yo, en cambio, sé agradecer a los
Indignados, respondieron los indios en diversos tonos amigos y desde lllego se los puedo manifestar.
de voz: y acompañando la pa1'abra con la acción, sacó varios
-¡ El también tiene derecho a hablar! fajos de billetes de su bolsa. Brillaron de codicia los ojos
Carraspeó un poco y sonriente prosiguió el maderero: de los indios: ¡nunca habían visto tanto dinero junto! Pe·
-¡ Bueno, bueno! No se enojen, no es para tanto. tronilo, desconcertado y temeroso daba palmadas a su
Callaron los indios, sus caras labradas en carne y su~ carabina. El maderero, de reojo, veíalos confundidos y
frimiento tenían los músculos tensos y los ojos brillantes. silenciosos sin saber por qué decidirse.
"Después de todo, no era tan difícil hablar de tú a tú "¡El dinero! ¡Oh tremenda fuerza que manejaba a
con el patrón. ¡Después de todo no era tan difícU soste­ su antojo! -decíase el explotador al vigilar a los in.
ner lo que se pide!", corroboraban los indios dentro de dios-·. ¡Oh tremenda arma agresiva pero' amable, de?­
sus mentes. , tructora pero agradable!. " ¡El dinero! Aquí estaban es­
-Lo que les dije afuera se los repito ahora -reanu­ tos indios, instantes antes agresivos y vociferantes, que
dó el explotador-, ustedes firmaron los contratos y ya se habían quedado mudos y sumisos como niños en espe..
no es tiempo de volverse atrás, ¿qué son ustedes mujeres ra de premio a su olla visto! ¡El dinero!"
para no sostener la palabra ni la firma?
Al notar que los indios no se resolvían, contó cuatro
-No siga por ese camino, ¡no siga! -amenazó Pe­
montones de a quinientos y sin epcontrar resistencia algu­
tronilo mientras alisaba la carabina con sus manos. na, fue dejándolos respectivamente sobre las piernas de
-¡ Bueno! -terminó don Jaime aventándose de una cada uno de los naturales.
vez-o Estoy dispuesto a darles a cada uno de ustedes
El más decidido fue Petronilo: nerviosamente tomó
quinientos pesos para. que esto termine, ¿qué dicen? los billetes como temiendo que se los arrebataran y los
Vacilaron los indios antes de responder. La indigna.
escondió en su faja, tras el gabán negro, al par que decía:
ción cubría la cara de Ubaldo. Los demás, abrían los ojos -¡Para mí está bien!
de asombro y el estupor flotaba en todos sus sentimien­
Luciano no daba crédito a sus ojos, tímidamente, aci.
tos en confusión que hacíalos indecisos,. como esperando cateado por el ejemplo de Petronilo, agarró los billetes
tomar la conducta del primero que se resolviera. Obser­ haciendo el mismo movimiento que aquél.
vándolos, continuó el explotador:
Jerónimo los imitó y Ubaldo, .con ojos llenos de des­
·-Ustedes son ahora los cabezas de esto y de tontos precio, silencioso, tomó los billetes y parándose de la si.
se pasan si no sácan provecho. Vamos a ver: ¿qué venta· lla, trémulo de ira arrojólos sobre la mesa. Todo aquello
jas sacan con hacerme daño? ¿Ganas algo tú UQaldo o tú sucedió rápidamente, sin que cruzara· palabra alguna.
Jerónimo o tú Petronilo o tú Luciano? Mañana o pasado Ubaldo al fin dijo: .
cambiará el gusto del pueblo y ·los mismos que ahora los -:-¡ Debería darles vergüenza!
\ 140 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 141

y se calló con los ojos relampagueantes, mientras lucha! ... ¡Todo'en vano, todo inútil! Para que ahora, al
ideas dolorosas llenábanle el cerebro: ¡conque esa era la cabo del tiempo" el de arriba siguiera explotando al de
calidad de los hombres de ahora! ¿Qué hubiera sucedi­ abajo, aprovechándose de su miseria, de su dolor, de su
do si los que se levantaron en contra de la dictadura de ignorancia secular ... ¡~iempre lo mismo! ... ¡Siempre
don Porfirio hubiesen dejado que se les convenciera con lo mismo! Como antes, como mucho antes, todo estaba
dinero? Los jóvenes de~conocían la historia" los sufrimien­ puesto a precio en el mercado: virtudes, sufrimientos" do­
tos antiguos, el respeto a la. sagrada voluntad del pue· lores, honor, etc. y naturalmente, quien podía pagar, lle­
blo. Por Unos miserables pesos de más, se habían olvida­ vábase lo mejor. Y de este trágico mercado de la vida,
do de todo. Un caos profundo le invadía las entrañas y los desposeídos, los desheredados, los parias, los simples
una gran tristeza velábale poco a poco de lágrimas los de alma e inteligencia, los pobres, llevábanse los residuos,
ojos. Repasaba en la memoria épocas lejanas, extintas: los desechos que dejaran los más afortunados, los que
los años viejos en que las haCiendas de los ricos comían ren~gaban de la Revolución pero a sus. expensas vivían~
la propiedad comunal saqueándola, destrozándola, valién­ los que gritaban: ¡demagogia! C:uando hablaban del do­
dose de triquiñuelas legales, de enjuagues y artimañas y lor profundo, la necesidad urgente aún no satisfecha, la
pesos. " ¡malditos pesos!. .. Después, la guerra de la tragedia honda del pueblo que' aspiraba a la justa re­
Revolución; los mueltos, los heridos; las palabras aqueo compensa de sus sacrificios constantes... i Siempre lo
llas que, como semillas de fuego caían en 'la memoria de mismo! ¡Siempre lo mismo!. . . '
los .combatientes haciéndolos luchar para beneficio de la ¡No! Ubaldo no recibiría aquel dinero. Como ,un pu­
descendencia y pagando con su propia sangre, con su pro­ ñal en el corazón llevaría clavado 'el recuerdo de esa no­
pia tranquilidad el fruto de conquistas y derechos y paz che. Presa de indignación, echó en cara su proceder a los
para los descendientes de la Gran Patria.' ¡Todos los gran­ demás; éstos, temerosos de que les delatara, trataron de
des sacrificios del pueblo, toda la historia de sufrimien­ convencerle, ya no de tomar el dinero que le correspon­
tos, dolores, ayes de muerte y gritos de victoria, ¡todo el día (sobre eso no habría poder humano capaz de persua­
pasado estábase vendiendo ahí! ¡Por quinientos pesos! dirlo), si no de que los dejara a ellos tomar las suyas.
,Haciendo estéril el fruto conseguido en la estéril pesadi­ Argüían, alegaban y rezongaban en tarasco:
lla de la guerra intestina. ¡Nulos los muertos! ¡En vano -Este dinero servirá para llevar a mi mamá a Urua­
los años de lucha con las armas en la mano, sosteniendo pan, cuando' vaya el obispo. La pobre está muy vieja y
a duras penas las carabinas heladas por la noche de la quiere verlo antes de morirse --decía Luciano.
sierra! ¡Y las soldaderas valientes que compartieron el
-Somos tres contra uno -repiqueteaba Petronilo.
peligro y estuvieron presentes en lds triunfos! ¡Y las fa­
milias ausentes, los amigos desaparecidos; las noches en -Eso me cayó del cielo -insinuaba Jerónimo.
que la muelte y el sueño vagaron de la mano sobre los Por fin, viendo que no log'raban ponerse de acuerdo,.
vivacS' y campamentos! ¡Y los torrentes de sangre ... la Petronilo cortó amenazante:
\ 140 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 141

y se calló con los ojos relampagueantes, mientras lucha! ... ¡Todo'en vano, todo inútil! Para que ahora, al
ideas dolorosas llenábanle el cerebro: ¡conque esa era la cabo del tiempo" el de arriba siguiera explotando al de
calidad de los hombres de ahora! ¿Qué hubiera sucedi­ abajo, aprovechándose de su miseria, de su dolor, de su
do si los que se levantaron en contra de la dictadura de ignorancia secular ... ¡~iempre lo mismo! ... ¡Siempre
don Porfirio hubiesen dejado que se les convenciera con lo mismo! Como antes, como mucho antes, todo estaba
dinero? Los jóvenes de~conocían la historia" los sufrimien­ puesto a precio en el mercado: virtudes, sufrimientos" do­
tos antiguos, el respeto a la. sagrada voluntad del pue· lores, honor, etc. y naturalmente, quien podía pagar, lle­
blo. Por Unos miserables pesos de más, se habían olvida­ vábase lo mejor. Y de este trágico mercado de la vida,
do de todo. Un caos profundo le invadía las entrañas y los desposeídos, los desheredados, los parias, los simples
una gran tristeza velábale poco a poco de lágrimas los de alma e inteligencia, los pobres, llevábanse los residuos,
ojos. Repasaba en la memoria épocas lejanas, extintas: los desechos que dejaran los más afortunados, los que
los años viejos en que las haCiendas de los ricos comían ren~gaban de la Revolución pero a sus. expensas vivían~
la propiedad comunal saqueándola, destrozándola, valién­ los que gritaban: ¡demagogia! C:uando hablaban del do­
dose de triquiñuelas legales, de enjuagues y artimañas y lor profundo, la necesidad urgente aún no satisfecha, la
pesos. " ¡malditos pesos!. .. Después, la guerra de la tragedia honda del pueblo que' aspiraba a la justa re­
Revolución; los mueltos, los heridos; las palabras aqueo compensa de sus sacrificios constantes... i Siempre lo
llas que, como semillas de fuego caían en 'la memoria de mismo! ¡Siempre lo mismo!. . . '
los .combatientes haciéndolos luchar para beneficio de la ¡No! Ubaldo no recibiría aquel dinero. Como ,un pu­
descendencia y pagando con su propia sangre, con su pro­ ñal en el corazón llevaría clavado 'el recuerdo de esa no­
pia tranquilidad el fruto de conquistas y derechos y paz che. Presa de indignación, echó en cara su proceder a los
para los descendientes de la Gran Patria.' ¡Todos los gran­ demás; éstos, temerosos de que les delatara, trataron de
des sacrificios del pueblo, toda la historia de sufrimien­ convencerle, ya no de tomar el dinero que le correspon­
tos, dolores, ayes de muerte y gritos de victoria, ¡todo el día (sobre eso no habría poder humano capaz de persua­
pasado estábase vendiendo ahí! ¡Por quinientos pesos! dirlo), si no de que los dejara a ellos tomar las suyas.
,Haciendo estéril el fruto conseguido en la estéril pesadi­ Argüían, alegaban y rezongaban en tarasco:
lla de la guerra intestina. ¡Nulos los muertos! ¡En vano -Este dinero servirá para llevar a mi mamá a Urua­
los años de lucha con las armas en la mano, sosteniendo pan, cuando' vaya el obispo. La pobre está muy vieja y
a duras penas las carabinas heladas por la noche de la quiere verlo antes de morirse --decía Luciano.
sierra! ¡Y las soldaderas valientes que compartieron el
-Somos tres contra uno -repiqueteaba Petronilo.
peligro y estuvieron presentes en lds triunfos! ¡Y las fa­
milias ausentes, los amigos desaparecidos; las noches en -Eso me cayó del cielo -insinuaba Jerónimo.
que la muelte y el sueño vagaron de la mano sobre los Por fin, viendo que no log'raban ponerse de acuerdo,.
vivacS' y campamentos! ¡Y los torrentes de sangre ... la Petronilo cortó amenazante:
142 JESÚS URlBE HUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 14.3

- j Somos tres contra uno, así es de que ya sabe lo bres que se rajan. Limpióse las lágrimas de un manota·
que se le espera si se raja! -y le apuntó decidido en el zo y salió. ' ,
pecho con su carabina. ~ Deshecho, derrumbado, contestó a los curiosos que 1'0'-'
Amargura sobre tristeza cayó en el alma de Ubaldo. deaban la construcción en espera de los acontecimientos:
Habíanlo respetado las balas de la revolución y hoy, aque­ -¡Me está dando un J:etoltijón muy fuerte! Ahí se
llos por quienes se había expuesto, aquellos por quienes quedan los demás, jtodo va bien!
había hichado, amenazaban matarlo. No era un enemi· Dentro, seguía la discusión por otros terrenos:
go, no era don Jaime, era Petronilo, el mismo Petronilo -¿ Cómo le haremos para convencer a los demás?
que había visto crecer en Puruarato, a quien le amenazaba. -preguntó Petronilo. , '
(Con amargo vencimiento del alma comprobaha lo que -,Díganl~s que si no dejan que continúen los traba­
veía. )j Sí! Era Petronilo, aquel niño a quien enseñara a jos, los federales viehen a sacarlos de aquí y a meterlos
hacer cercas una tarde en el ecuaro . " el mismo Petro­ a la cárcel por haber tumbado la línea eléctrica.
nilo a quien mostrara las veredas viejas del cerro ... -¿ y qué más?
jsí, el mismo! Mozalbete aquel al que había abierto su -Que sólo les pido que me dejen que termine el
corazón contándole historias de la vida, bajo las estrella­ contrato lo cual ocurrirá dentro de ocho meses y una vez
das noches, mientras salían a la caza de los dañinos co­ esto, yo me iré sin que me echen.
yotes ... jPetronilo!
Todos quedaron de acuerdo, ya iban a salir, cuando
El corazón inundábasele de congoja y las lágrimas,
Petronilo resueltamente tomó el mazo de billetes que ha·
francas, corrían por sus mejillas. EI"a realmente conmove­
bía despreciado Ubaldo, diciendo a manera de explica.
dor verle. Su cara permanecía impasible: ningún múscu­ ción: '
lo alterado, diríase que estaba sereno a no ser por las
lágrimas que le corrían por las mejillas. Parecía una fi· -¡ Se los voy a dar a Ubaldo, estoy seguro de con­
gura irreal, un dios de piedra que estuviese llorando. vencerlo!
( ¡Roca de la raza' vencida por el sufrimiento!) Al cabo Don Jaime no protestó. Desde el principio habíase
de unos instantes, derrotado doblo lentamente la cabeza resuelto a "invertir" aquellos dos mil pesos; aunque
en el pecho y dijo: bien sabía que los quinientos que tomará el indio po·
'-j Está bueno! drían tener cualquier destino, excepto el de parar ama.
Iba a salir ~uando le atajó Petronilo buscón: nos de Ubaldo.
-¿ Qué pasó, se a va rajar? -Yo me voy a Uruapan, tengo urgencia de estar allá
¿Rajarse? No, él no se rajaba. No $e rajó cuando los mañana, aquí les dirán lo que arreglaron -gritó el ma.
balazos, no se rajó cuando mataron a' su hermano. No derero a los indios que habíanse aglomerado a la puer­
se ra:jó cuando anduvo por los cerros meses enteros sin ta del cuarto apenas notaron que las puertas de éste se
tener casi que comer. No, él no era de la clase de hom- abrían. Después, se montó en su coche y al rato, el ru.
142 JESÚS URlBE HUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 14.3

- j Somos tres contra uno, así es de que ya sabe lo bres que se rajan. Limpióse las lágrimas de un manota·
que se le espera si se raja! -y le apuntó decidido en el zo y salió. ' ,
pecho con su carabina. ~ Deshecho, derrumbado, contestó a los curiosos que 1'0'-'
Amargura sobre tristeza cayó en el alma de Ubaldo. deaban la construcción en espera de los acontecimientos:
Habíanlo respetado las balas de la revolución y hoy, aque­ -¡Me está dando un J:etoltijón muy fuerte! Ahí se
llos por quienes se había expuesto, aquellos por quienes quedan los demás, jtodo va bien!
había hichado, amenazaban matarlo. No era un enemi· Dentro, seguía la discusión por otros terrenos:
go, no era don Jaime, era Petronilo, el mismo Petronilo -¿ Cómo le haremos para convencer a los demás?
que había visto crecer en Puruarato, a quien le amenazaba. -preguntó Petronilo. , '
(Con amargo vencimiento del alma comprobaha lo que -,Díganl~s que si no dejan que continúen los traba­
veía. )j Sí! Era Petronilo, aquel niño a quien enseñara a jos, los federales viehen a sacarlos de aquí y a meterlos
hacer cercas una tarde en el ecuaro . " el mismo Petro­ a la cárcel por haber tumbado la línea eléctrica.
nilo a quien mostrara las veredas viejas del cerro ... -¿ y qué más?
jsí, el mismo! Mozalbete aquel al que había abierto su -Que sólo les pido que me dejen que termine el
corazón contándole historias de la vida, bajo las estrella­ contrato lo cual ocurrirá dentro de ocho meses y una vez
das noches, mientras salían a la caza de los dañinos co­ esto, yo me iré sin que me echen.
yotes ... jPetronilo!
Todos quedaron de acuerdo, ya iban a salir, cuando
El corazón inundábasele de congoja y las lágrimas,
Petronilo resueltamente tomó el mazo de billetes que ha·
francas, corrían por sus mejillas. EI"a realmente conmove­
bía despreciado Ubaldo, diciendo a manera de explica.
dor verle. Su cara permanecía impasible: ningún múscu­ ción: '
lo alterado, diríase que estaba sereno a no ser por las
lágrimas que le corrían por las mejillas. Parecía una fi· -¡ Se los voy a dar a Ubaldo, estoy seguro de con­
gura irreal, un dios de piedra que estuviese llorando. vencerlo!
( ¡Roca de la raza' vencida por el sufrimiento!) Al cabo Don Jaime no protestó. Desde el principio habíase
de unos instantes, derrotado doblo lentamente la cabeza resuelto a "invertir" aquellos dos mil pesos; aunque
en el pecho y dijo: bien sabía que los quinientos que tomará el indio po·
'-j Está bueno! drían tener cualquier destino, excepto el de parar ama.
Iba a salir ~uando le atajó Petronilo buscón: nos de Ubaldo.
-¿ Qué pasó, se a va rajar? -Yo me voy a Uruapan, tengo urgencia de estar allá
¿Rajarse? No, él no se rajaba. No $e rajó cuando los mañana, aquí les dirán lo que arreglaron -gritó el ma.
balazos, no se rajó cuando mataron a' su hermano. No derero a los indios que habíanse aglomerado a la puer­
se ra:jó cuando anduvo por los cerros meses enteros sin ta del cuarto apenas notaron que las puertas de éste se
tener casi que comer. No, él no era de la clase de hom- abrían. Después, se montó en su coche y al rato, el ru.
144 JESÚS URIBE RUIZ

gido del motor a,hogóse dentro de los ruidos de la noche.


Peironilo alzó la voz diciendo:
-Estuvimos hablando con don Jaime, dice que lo de.
jemos que termine el contrato y que él solo se va.
Desconcertarlos quedaron los indígenas, confusos es­
tuvierop. escuchando la palabra de sus comisionados. Es­
tos argumentaban demostrando que' era lo mejor aquello x
que habían logrado. .
La comitiva se fue, como apenada, cubierta de ridícu. ¡JUSTICIA!
lo. Empezó a desbandarse poco a poco. Los niños y las
mujeres soltaban las piedras y los palos.
Por' el camino que conduce a la comunidad regresa. I
ron los indios caminando. La medianoche lucía, en me.
dio del sarape negro del' delo, los esplendentes espejitos PRESA indemne en las garras del maderero, la comuni­
plateados de, los astros; luna en creciente asomaba su dad contempla el despojo impune de su :dqueza forestal.
cuchilla segadora de estrellas. El aire frío, saturado de Después del último incidente, no se atreven los indios a
ceniza volcánica, azotaba inclemente los rostros silencio. protestar. Aquello es demasiado fuerte para poder opo­
sos; formaba pequeñas dunas en los arenales recientes, nérsele con éxito. '
sacudía la melena verde de' los pinos, aullabll por los Ya lo dijo Antonio, lo confirmaron Petronilo y Jeró­
barrancos, acariciaba en la lejanía el enorme cerro si­ nimo y Luciano. Y hasta el abuelo Ubaldo esquiva el tra­
lencioso y en impotente giro llegabá impetuoso a estre. to con Toribio, quien ha recobrado el primitivo favor del
lIarse contra la!, paredes de madera de las construcciones pueblo y siente más fuerte que nunca su autoridad pa­
donde se encontraban los aserraderos. En éstos ya ,el da- \ triarcal.
ño habíase reparado: el flúido eléctrico con su inocente La vida, sigue en Puruarato: las mozas, con sus gran­
fuerza; movía vertiginosamente las grandes sierras. des cántaros ventrudos - 'de barro cocido y rojo- se en· ,
Los rollizos al ser tajados aullaban, gemían, vibra­ caminan a mañana y tarde alojo de agua y de regreso,
ban, como si hubiesen tenido vida y protestaran contra con el recipiente equilibrado graciosamente sobre laca­
la injusticia, en el desconocido y trágico idioma de los beza o en el hombro, mordiéndose el rebozo y poniéndo­
seres inertes.
se coloradas, escuchan los requiebros de los mancebos que
recargados en las aceras de piedra espéranlas pasar para
darles flores.
Las mujeres trenzan hojas de palma -para sombre­
ros que se elaborarán en Uruapan o Paracho---:- junto al
144 JESÚS URIBE RUIZ

gido del motor a,hogóse dentro de los ruidos de la noche.


Peironilo alzó la voz diciendo:
-Estuvimos hablando con don Jaime, dice que lo de.
jemos que termine el contrato y que él solo se va.
Desconcertarlos quedaron los indígenas, confusos es­
tuvierop. escuchando la palabra de sus comisionados. Es­
tos argumentaban demostrando que' era lo mejor aquello x
que habían logrado. .
La comitiva se fue, como apenada, cubierta de ridícu. ¡JUSTICIA!
lo. Empezó a desbandarse poco a poco. Los niños y las
mujeres soltaban las piedras y los palos.
Por' el camino que conduce a la comunidad regresa. I
ron los indios caminando. La medianoche lucía, en me.
dio del sarape negro del' delo, los esplendentes espejitos PRESA indemne en las garras del maderero, la comuni­
plateados de, los astros; luna en creciente asomaba su dad contempla el despojo impune de su :dqueza forestal.
cuchilla segadora de estrellas. El aire frío, saturado de Después del último incidente, no se atreven los indios a
ceniza volcánica, azotaba inclemente los rostros silencio. protestar. Aquello es demasiado fuerte para poder opo­
sos; formaba pequeñas dunas en los arenales recientes, nérsele con éxito. '
sacudía la melena verde de' los pinos, aullabll por los Ya lo dijo Antonio, lo confirmaron Petronilo y Jeró­
barrancos, acariciaba en la lejanía el enorme cerro si­ nimo y Luciano. Y hasta el abuelo Ubaldo esquiva el tra­
lencioso y en impotente giro llegabá impetuoso a estre. to con Toribio, quien ha recobrado el primitivo favor del
lIarse contra la!, paredes de madera de las construcciones pueblo y siente más fuerte que nunca su autoridad pa­
donde se encontraban los aserraderos. En éstos ya ,el da- \ triarcal.
ño habíase reparado: el flúido eléctrico con su inocente La vida, sigue en Puruarato: las mozas, con sus gran­
fuerza; movía vertiginosamente las grandes sierras. des cántaros ventrudos - 'de barro cocido y rojo- se en· ,
Los rollizos al ser tajados aullaban, gemían, vibra­ caminan a mañana y tarde alojo de agua y de regreso,
ban, como si hubiesen tenido vida y protestaran contra con el recipiente equilibrado graciosamente sobre laca­
la injusticia, en el desconocido y trágico idioma de los beza o en el hombro, mordiéndose el rebozo y poniéndo­
seres inertes.
se coloradas, escuchan los requiebros de los mancebos que
recargados en las aceras de piedra espéranlas pasar para
darles flores.
Las mujeres trenzan hojas de palma -para sombre­
ros que se elaborarán en Uruapan o Paracho---:- junto al
146 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 147
fogón humoso que les escuece los ojos. En las cocinas,
pequeñas trojes o jacales de tejamanil, el hogar formado tales haciendo alarde de eso que llaman "técnica", ce­
con las tres paranguas hace hervir los frijoles dentro de bándose con los desheredados por el afán de poseer, les
ollas humeadas, prietas y semirotas, o los granos de maíz decomisan las pobres cargas' para "educar" a los indios,
que junto con la cal formarán el nixtamal para hacer pa'ra "obligarlos a conservar el monte". ¡Mientras en se·
tortillas. creto a la sombra de las conversaciones de voz baja sos·
Los niños se alquilan como pastores. Los hombres, en tenidas con los grandes explotadores, permiten, auspician
las épocas en que la labor no los ocupa, tej~n trenzas de las explotaciones en gran escala que acaban con la rique­
palma, se,van a alquilar a Uruapan, a Paracho, a Cherán, 7.a y el porvenir de las comunidades indígenas, recibiendo
a Nahuatzen a las comunidades' vecinas; o se dedican a los miles de moredas con que ahora se vende al pobre
hacer durmientes labrados con hacha en la vertiente opues­ Cristo Purépecha!
ta del Poc.húpicua donde, por cincuenta centavos los ven­ Algunas mujeres, de tiempo en tiempo, por grupos
den al comprador, de contrabando y sin que nadie los bajan a Uruapan a vender gallinas, huevos, ceñidores de
proteja, aconseje u oriente en las transacciones leoninas lana, teñida, huanengos de manta bordados, corundas re·
hechas por el comprador, que saca la madera en conni. llenas, hongos colorados, dulce de chilacayote, elotes ca·
vencia con autoridades forestales poco escrupulosas, a, cidos. Llegan a la población los sábados por la tarde, se
quienes da su "participación" porque le tengan y consi. sientan en un sitio cualquiera de la plaza de mercado y
gan documentos en regla para dar viso de legalidad al descorriendo los ayates que cubren los tascales donde se
contrabando. alojan las mercancías, empiezan a media lengua sus pre·
De vez en vez hacen tejamanil para cubrir los agujeros gones. ,
de los techos en sus trojes; y los que tienen bestias de carga Así vive el ihdio de la sierra, sorprendido por todos
van a vender las herépitas de este material, regadas con los "inteligentes" que no cesan de explotarle, de vilipen.
el constante sudor y la paciencia, a Uruapan, a Paracho, diarle, viéndolo como a un ser inferior, embriagándole
a Nahuatzen, a Charapan, a Los Reyes, a Tingambato. en las cantinas de las ciudades cuando quieren obtener
Otros hacen morillos, vigas labradas a' hacha, cargán­ algo de él.
dolas en la espalda, como raras cruces de prolongados Desde hace muchos años los indios rehuyen el trato
brazos horizontales, recorriendo así el víacrucis de su mi. del hombre de "razón", desconfiado, refugiándose en sus
seria, de su abandono, hasta poner el producto en los mero comunidades temerosos, ¡como antaño lo hicieran para
cados domingueros de las ciudades cercanas. protegerse de los aporreamientos de Nuño de Guzmán,
Los hay también carboneros que se dedican a sacar de las depredaciones de los hispanos!
varias cargas para venderlas y obtener algunos centavos ¡Pobre indio de mi tierra, Cristo mísero de las comu­
con que ayudarse en sus más elementales necesidades. nidades de la sierra, de mirada esquiva, de rostro impe.
Parece mentira pero es cierto: algunos empleados fores. netrable tallado a hachazos de sufrimiento en carne ano
gustiada.
146 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 147
fogón humoso que les escuece los ojos. En las cocinas,
pequeñas trojes o jacales de tejamanil, el hogar formado tales haciendo alarde de eso que llaman "técnica", ce­
con las tres paranguas hace hervir los frijoles dentro de bándose con los desheredados por el afán de poseer, les
ollas humeadas, prietas y semirotas, o los granos de maíz decomisan las pobres cargas' para "educar" a los indios,
que junto con la cal formarán el nixtamal para hacer pa'ra "obligarlos a conservar el monte". ¡Mientras en se·
tortillas. creto a la sombra de las conversaciones de voz baja sos·
Los niños se alquilan como pastores. Los hombres, en tenidas con los grandes explotadores, permiten, auspician
las épocas en que la labor no los ocupa, tej~n trenzas de las explotaciones en gran escala que acaban con la rique­
palma, se,van a alquilar a Uruapan, a Paracho, a Cherán, 7.a y el porvenir de las comunidades indígenas, recibiendo
a Nahuatzen a las comunidades' vecinas; o se dedican a los miles de moredas con que ahora se vende al pobre
hacer durmientes labrados con hacha en la vertiente opues­ Cristo Purépecha!
ta del Poc.húpicua donde, por cincuenta centavos los ven­ Algunas mujeres, de tiempo en tiempo, por grupos
den al comprador, de contrabando y sin que nadie los bajan a Uruapan a vender gallinas, huevos, ceñidores de
proteja, aconseje u oriente en las transacciones leoninas lana, teñida, huanengos de manta bordados, corundas re·
hechas por el comprador, que saca la madera en conni. llenas, hongos colorados, dulce de chilacayote, elotes ca·
vencia con autoridades forestales poco escrupulosas, a, cidos. Llegan a la población los sábados por la tarde, se
quienes da su "participación" porque le tengan y consi. sientan en un sitio cualquiera de la plaza de mercado y
gan documentos en regla para dar viso de legalidad al descorriendo los ayates que cubren los tascales donde se
contrabando. alojan las mercancías, empiezan a media lengua sus pre·
De vez en vez hacen tejamanil para cubrir los agujeros gones. ,
de los techos en sus trojes; y los que tienen bestias de carga Así vive el ihdio de la sierra, sorprendido por todos
van a vender las herépitas de este material, regadas con los "inteligentes" que no cesan de explotarle, de vilipen.
el constante sudor y la paciencia, a Uruapan, a Paracho, diarle, viéndolo como a un ser inferior, embriagándole
a Nahuatzen, a Charapan, a Los Reyes, a Tingambato. en las cantinas de las ciudades cuando quieren obtener
Otros hacen morillos, vigas labradas a' hacha, cargán­ algo de él.
dolas en la espalda, como raras cruces de prolongados Desde hace muchos años los indios rehuyen el trato
brazos horizontales, recorriendo así el víacrucis de su mi. del hombre de "razón", desconfiado, refugiándose en sus
seria, de su abandono, hasta poner el producto en los mero comunidades temerosos, ¡como antaño lo hicieran para
cados domingueros de las ciudades cercanas. protegerse de los aporreamientos de Nuño de Guzmán,
Los hay también carboneros que se dedican a sacar de las depredaciones de los hispanos!
varias cargas para venderlas y obtener algunos centavos ¡Pobre indio de mi tierra, Cristo mísero de las comu­
con que ayudarse en sus más elementales necesidades. nidades de la sierra, de mirada esquiva, de rostro impe.
Parece mentira pero es cierto: algunos empleados fores. netrable tallado a hachazos de sufrimiento en carne ano
gustiada.
148 1 JESÚs URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 14.9

¡Pobre indio abandonado de mi tierra! Indio que te de tí mismo y de tu condición, gritas y lloras al calor de
'alimentas con corundas y tortillas y frijoles cócidos, mien· la Charanda, rematando tu dolor en las cárceles citadinas.
tras los que te denigran están bien nutridos. ¡Sólo para Eso porque. te llamas: Lorenzo, Atanasio, Pancracio y
rebajarte te comparan a ellos! Sólo para hacer resaltar porque vives allá en tus sierras, ¡qué otra cosa sería si
los vicios y defectos que ellos te inculcaron. Según. el te llamaras: don Pedro, don'Antonio, don Jaime, te em­
maderero, el que te roba, te divide y asesina, eres pere· briagaras con aguardientes de nombres extranjeros y vi·
zoso, indol~nte, ingrato, ladino, incapaz de albergar en viendo en las ciudades explotaras inicuamente la ignoran­
tu }Jecho sentimientos de confianza o amistad. cia y el dolor de los mexicanos!
¿Quién de ellos te ayudó a hacer las escasas escue­ Indio mísero d~ la' ,serranía, .mexicano incomprendi­
las que con sudor y tiempo construiste en pocos sitios de do, ¡no hay palabras ya para gritar tu dolor, no hay vo­
la sierra? ¿ Quién te ayudó a labrar los canales de ma· ces para clamar tus sufrimientos! Tienes fuerza para
dera por los que corre el agua escasa desde los manan· elevar:te de tu propia miseria y a veces cantas en las in·
tiales a los pozos de dcmde la recoges para tus necesida· genuas tardes que llenan de oro y nácar las trojes grises
des? ¿ Quién te ayuda en la noche de tu miseria y de tu en la fiesta alegrando tu corazón bajo las ropas rotas y
ignorancia para que entres al camino del progreso? tienes una sonrisa al recog'er las flores silvestres de los
¡Oh pobre mexicano desarrapado que vives en las caminos y las caña<,Ias.
. comunidades indígenas de mi tierra! Los que te explotan ¡Llegará un día en que te levantes iracundo contra
ni el sarcasmo perdonan. Han hecho correr la versión de los que te explotan. contra los que te envilecen y asepi­
que eres rico, inmensamente rico pero avaro. Y a tal grao nan! Llegará para ti una alba en la que despertarás de tu
do llega la eficiencia de sus publicaciones que, cuando letargo intelectual y exigirás lo que no quieren darte.
pasas por las calles asfaltadas de Uruapan con los mo· Con mano poderosa tomarás y cuidarás lo tuyo, labrando el
rillos atados, cuando pasas mugriento, mortalmente can·, futuro feliz de México. Tu brazo fuerte de descendiente
sado y sudoroso, te ven con malicia, con pensamientos de directo de nuestrqs padres, sab~á contener la marcha de
indiferencia: ' todas· las depredaciones, saldrás de tu noche de miseria
- "¡Ese indio tiene mucho dinero. " y mírenlo có· y en el porvenir hidalgueño las dormidas fuerzas natu­
mo va!" rales, hábilmente conducidas, te darán bieriestar, 'como­
-"Los indios son ricos pero agarrados." didad y holgura: los cerros, los elevados picachos, los 10­
. -"Los indios son ingratos." meríos bajos, ¡las serranías enteras! Se mostrarán a tus
Los perros de la incomprensión te muerden y van des. ojos como un cofre de perenne tesoro. No temerás la es·
gastándote la vida lentamente, hasta. que en los intervaJos condida potencia de los montes. La energía eléctrica lle·
de la embriaguez explota toda tu queja, todo el espan­ vará de estrellas blancas las encrucijadas de las calles co·
toso sentimiento de dolor y amargura que te embarga. munales, moviendo molinos y tomos. Las escuelas abri­
y al verte víctima de tus propios hermanos, olvidándote rán sus puertas de luz como faros de esperanza eterna y
148 1 JESÚs URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 14.9

¡Pobre indio abandonado de mi tierra! Indio que te de tí mismo y de tu condición, gritas y lloras al calor de
'alimentas con corundas y tortillas y frijoles cócidos, mien· la Charanda, rematando tu dolor en las cárceles citadinas.
tras los que te denigran están bien nutridos. ¡Sólo para Eso porque. te llamas: Lorenzo, Atanasio, Pancracio y
rebajarte te comparan a ellos! Sólo para hacer resaltar porque vives allá en tus sierras, ¡qué otra cosa sería si
los vicios y defectos que ellos te inculcaron. Según. el te llamaras: don Pedro, don'Antonio, don Jaime, te em­
maderero, el que te roba, te divide y asesina, eres pere· briagaras con aguardientes de nombres extranjeros y vi·
zoso, indol~nte, ingrato, ladino, incapaz de albergar en viendo en las ciudades explotaras inicuamente la ignoran­
tu }Jecho sentimientos de confianza o amistad. cia y el dolor de los mexicanos!
¿Quién de ellos te ayudó a hacer las escasas escue­ Indio mísero d~ la' ,serranía, .mexicano incomprendi­
las que con sudor y tiempo construiste en pocos sitios de do, ¡no hay palabras ya para gritar tu dolor, no hay vo­
la sierra? ¿ Quién te ayudó a labrar los canales de ma· ces para clamar tus sufrimientos! Tienes fuerza para
dera por los que corre el agua escasa desde los manan· elevar:te de tu propia miseria y a veces cantas en las in·
tiales a los pozos de dcmde la recoges para tus necesida· genuas tardes que llenan de oro y nácar las trojes grises
des? ¿ Quién te ayuda en la noche de tu miseria y de tu en la fiesta alegrando tu corazón bajo las ropas rotas y
ignorancia para que entres al camino del progreso? tienes una sonrisa al recog'er las flores silvestres de los
¡Oh pobre mexicano desarrapado que vives en las caminos y las caña<,Ias.
. comunidades indígenas de mi tierra! Los que te explotan ¡Llegará un día en que te levantes iracundo contra
ni el sarcasmo perdonan. Han hecho correr la versión de los que te explotan. contra los que te envilecen y asepi­
que eres rico, inmensamente rico pero avaro. Y a tal grao nan! Llegará para ti una alba en la que despertarás de tu
do llega la eficiencia de sus publicaciones que, cuando letargo intelectual y exigirás lo que no quieren darte.
pasas por las calles asfaltadas de Uruapan con los mo· Con mano poderosa tomarás y cuidarás lo tuyo, labrando el
rillos atados, cuando pasas mugriento, mortalmente can·, futuro feliz de México. Tu brazo fuerte de descendiente
sado y sudoroso, te ven con malicia, con pensamientos de directo de nuestrqs padres, sab~á contener la marcha de
indiferencia: ' todas· las depredaciones, saldrás de tu noche de miseria
- "¡Ese indio tiene mucho dinero. " y mírenlo có· y en el porvenir hidalgueño las dormidas fuerzas natu­
mo va!" rales, hábilmente conducidas, te darán bieriestar, 'como­
-"Los indios son ricos pero agarrados." didad y holgura: los cerros, los elevados picachos, los 10­
. -"Los indios son ingratos." meríos bajos, ¡las serranías enteras! Se mostrarán a tus
Los perros de la incomprensión te muerden y van des. ojos como un cofre de perenne tesoro. No temerás la es·
gastándote la vida lentamente, hasta. que en los intervaJos condida potencia de los montes. La energía eléctrica lle·
de la embriaguez explota toda tu queja, todo el espan­ vará de estrellas blancas las encrucijadas de las calles co·
toso sentimiento de dolor y amargura que te embarga. munales, moviendo molinos y tomos. Las escuelas abri­
y al verte víctima de tus propios hermanos, olvidándote rán sus puertas de luz como faros de esperanza eterna y
ISO JESÚS URIBE RUIZ
.,i, LA AGONÍA DEL BOSQUE 151
\
~erás, indio de mi tierra, mexicano de mis sierras, una
Jerónimo había regresado a Puruarato a observar una
de las más brillantes promesas de la patria, por tus vir­
conducta de embriaguez constante.
tudes, por tu resistencia, por tu valor, por tu entereza, Toribio no hacía valer su autoridad con él, quería
¡por tu sublime abnegación!
tenerlo como ejemplo de escarmiento vivo: "por haber
tratado de meter en dificultades a la Comunidad".
Hasta los de Córotiro habían cesado un poco en su
La comunidad seguía el antiguo ritmo de vida. hostil actitud. Cuando accidentalmente se encontraban por
Antonio, Toribio, Lorenzo, cobraban sus utilidades los caminos y veredas, los de ambas comunidades, sin
puntualmente. Ubaldo, con la fácil capacidad de olvido saludarse, pero ya sin aquellas miradas de odio, pasaban.
que tienen los viejos, ya no recordaba el incidente des­ Chona había recibido juramento de Toribio (acompa~
agradable.
ñado de cien pesos que para el efecto le entregara don
Petronilo trabajaba en el aserradero; el patrón com­ Jaime) de que los de Puruarato no habían asesinado a
prendió que aquel indio atrabancado era útil para cui­ Eulogio. Y la mujer ablandada por las dádivas constan­
dar sus intereses y lo tomó a su servicio. tes de don Jaime a través de Lorenzo, había dicho a los
Luciano, con los quinientos pesos, había al;>ierto un hijos que soñó al esposo que le decía que no le echaran
changarro y tras el mostrador pasaba la mayor parte más sangre encima, i que ya se sentía vengado!
del día.
A Jerónimo no le alcanzó el dinero para satisfacer
sus deseos de embriagarse: "lo del agua al agua", decía Poco a poco fue creciendo el rumor; paulatinamente
a sus amigos, sin que nadie comprendiese el sentido exac­ cobró fuerzas el movimiento saliendo de la: quietud de
to de sus palabras. Cuando se le terminó el dinero había antes. Primero fue Paula, la esposa de Chon, ya que pla­
ido a ver a don J a irÍl e :
-"Necesito dinero." ticó con Guadalupe su comadre y mujer de Vicente:
-"Trabaja." -Los del aserradero están sacando trocadas y troca­
das de madera, trabajan de día y de noche, ¿qué les dan
-"Deme trabajo en el aserradero." a la Comunidad? Estamos igual de pobres que antes.
-"Para ti no tengo trabajo."
Las mujeres fueron aumentando detalles, creció la bo­
-"Si no me da trabajo' le cuento a la Comunidad lo la de nieve de la indignación colectiva y lID día las gua­
que pasó aquella noche ... " -¡paf! sonó la bofetada en res en masa se presentaron ante Vicente, que estaba en la
el rostro del indio.
Jefatura de Tenencia haciendo la lista de los contribuyen­
A empellones lo expulsó el maderero de su casa de tes con el cinco por ciento para el gobierno del Estado:
Uruapan a la .vez que iracundo aclaraba: .
-¡ Vamos. a sesionar las mujeres para arreglar el neo
-"¡Y no me molestes más o le digo a Petronilo que gocio del aserradero! -le dijeron.
se encargue de ti!

'.
1111111I1
ISO JESÚS URIBE RUIZ
.,i, LA AGONÍA DEL BOSQUE 151
\
~erás, indio de mi tierra, mexicano de mis sierras, una
Jerónimo había regresado a Puruarato a observar una
de las más brillantes promesas de la patria, por tus vir­
conducta de embriaguez constante.
tudes, por tu resistencia, por tu valor, por tu entereza, Toribio no hacía valer su autoridad con él, quería
¡por tu sublime abnegación!
tenerlo como ejemplo de escarmiento vivo: "por haber
tratado de meter en dificultades a la Comunidad".
Hasta los de Córotiro habían cesado un poco en su
La comunidad seguía el antiguo ritmo de vida. hostil actitud. Cuando accidentalmente se encontraban por
Antonio, Toribio, Lorenzo, cobraban sus utilidades los caminos y veredas, los de ambas comunidades, sin
puntualmente. Ubaldo, con la fácil capacidad de olvido saludarse, pero ya sin aquellas miradas de odio, pasaban.
que tienen los viejos, ya no recordaba el incidente des­ Chona había recibido juramento de Toribio (acompa~
agradable.
ñado de cien pesos que para el efecto le entregara don
Petronilo trabajaba en el aserradero; el patrón com­ Jaime) de que los de Puruarato no habían asesinado a
prendió que aquel indio atrabancado era útil para cui­ Eulogio. Y la mujer ablandada por las dádivas constan­
dar sus intereses y lo tomó a su servicio. tes de don Jaime a través de Lorenzo, había dicho a los
Luciano, con los quinientos pesos, había al;>ierto un hijos que soñó al esposo que le decía que no le echaran
changarro y tras el mostrador pasaba la mayor parte más sangre encima, i que ya se sentía vengado!
del día.
A Jerónimo no le alcanzó el dinero para satisfacer
sus deseos de embriagarse: "lo del agua al agua", decía Poco a poco fue creciendo el rumor; paulatinamente
a sus amigos, sin que nadie comprendiese el sentido exac­ cobró fuerzas el movimiento saliendo de la: quietud de
to de sus palabras. Cuando se le terminó el dinero había antes. Primero fue Paula, la esposa de Chon, ya que pla­
ido a ver a don J a irÍl e :
-"Necesito dinero." ticó con Guadalupe su comadre y mujer de Vicente:
-"Trabaja." -Los del aserradero están sacando trocadas y troca­
das de madera, trabajan de día y de noche, ¿qué les dan
-"Deme trabajo en el aserradero." a la Comunidad? Estamos igual de pobres que antes.
-"Para ti no tengo trabajo."
Las mujeres fueron aumentando detalles, creció la bo­
-"Si no me da trabajo' le cuento a la Comunidad lo la de nieve de la indignación colectiva y lID día las gua­
que pasó aquella noche ... " -¡paf! sonó la bofetada en res en masa se presentaron ante Vicente, que estaba en la
el rostro del indio.
Jefatura de Tenencia haciendo la lista de los contribuyen­
A empellones lo expulsó el maderero de su casa de tes con el cinco por ciento para el gobierno del Estado:
Uruapan a la .vez que iracundo aclaraba: .
-¡ Vamos. a sesionar las mujeres para arreglar el neo
-"¡Y no me molestes más o le digo a Petronilo que gocio del aserradero! -le dijeron.
se encargue de ti!

'.
1111111I1
LA AGONÍA DEL BOSQUE 153
152 JESÚS URIBE RUIZ

unas llevaban su morral repleto de tortillas. Paula, en la


Vicente pretendió negarse pero. lo llenaron de impro.
,bolsa del delantal de seda traía dos billetes de a peso. Gua­
perios. . . .
dalupe venía mano sobre. mano. Ascensión, la mujer de
Reunidas en el lbcal de la Jefatura, de pie, las mu­
Petronilo, traía una servilleta atada por las puntas reple­
jeres deliberaron:, ' . '
-¡ Que. salga una comisión para ver a "Tata Gobe,r­ ta de corundas.
Riendo, hablando en tarasco, haciendo proyectos, trans­
nadere" en Morelül, para que nos ayude! -aprobaron.
Eligieron a diez guares para, qlie las representaran. currió el camino. ,
Se apearon en Uruapan encaminándose a ver a don
Con media lengua, decididas y retadoras las indias hicie­
Jaime. Recibiólas éste en su despacho de la maderería con
ron su plan: las comisionadas saldrían de Puruarato al
día siguiente, irían a casa de don Jaime a pedirle dinero voz fuerte: ,
para el pasaje a Morelia, una vez ahí verían al gober­ -¡Qué quieren!
-¡Venimos a que nos dé dinero para ver al goberna­
nador e'xponiéndole sus quejas.
dor en Morelia! -contestaron con arrogancia.
Con toda ingeniudad y buena "fe creían en el feliz _.¿Y para ,qué lo van a ver? -replicó en toho zumbÓn.
resultado de sus gestiones. Creían que con sólo presen­ , _¡ Para decirle que no. estamos de acuerdo con que se .
tarse en Uruapan, el maderero abriría su bolsa para dar­
le& graciosamente el dinero que neoesitaban.. . sigan los trabajos del "desplote"!
Don Jaime sonrió, luego fingiendo enojo:
Burlábanse de los hombres y éstos burlándose de ellas: >--¡Yo no les doy nada! ¡Váyanse a pie si quieren
-¿No nos darán nada de lo qq.e consigan? --decían­
verlo! -Desp:ués añadió-: (Sálganse de aquí!
les riendo los indios al verlas platicar misteriosamente en Derrotadas salieron las mujeres, llorando al ver sus
corrillos. proyectos por tierra. Se sentaron sobre sus piernas cruza­
Ellas enojadas por la broma contestaban: d $, fuera .de la oficina, en la banqueta y hablaron por
-.-¡ Ustedes perdieron, ahora verán cómo, se hace! a
algún rato. Después, Guadalupe entró nuevamente al des­
En serio o en broma los indios no se oponían defini­ pacho, toda confusa; siPo valor, con la voz temblorosa y
tivamente a' la idea. Si las mujeres, arreglaban, ahí esta­
limpiándose las lágrimas dijo al patrón:
rían ellos para apoyarlas; si· por el contrario nada obte­ -¡Que dicen las mujeres que si no les presta aunque
nían. .. ¡qué más daba: lo perdido perdido está!
sea para que regresen y para comer!
Muy de madrugada las indias fueron al aserradero y Había tal acento de timidez en l~ frase,que el made­
entre las protestas de los choferes, montáronse arriba de rero involuntariamente no pudo dominar un sentimiento
los camiones, cargados con madera, que hacían el servicio
a Untapan. " de compasión hacia las pobres guares:
Todas estaban vestidas de limpio, algunas llevaban en
_t. Cuántas son? -,-inquirió.

los hombros los zapatos que se pondrían al llegar a Urua­ -,Diez.

_¡ Aquí tienen treinta: pesos, toma!

pan: botas de charol casi sin uso. Otras' iban descalzas;


LA AGONÍA DEL BOSQUE 153
152 JESÚS URIBE RUIZ

unas llevaban su morral repleto de tortillas. Paula, en la


Vicente pretendió negarse pero. lo llenaron de impro.
,bolsa del delantal de seda traía dos billetes de a peso. Gua­
perios. . . .
dalupe venía mano sobre. mano. Ascensión, la mujer de
Reunidas en el lbcal de la Jefatura, de pie, las mu­
Petronilo, traía una servilleta atada por las puntas reple­
jeres deliberaron:, ' . '
-¡ Que. salga una comisión para ver a "Tata Gobe,r­ ta de corundas.
Riendo, hablando en tarasco, haciendo proyectos, trans­
nadere" en Morelül, para que nos ayude! -aprobaron.
Eligieron a diez guares para, qlie las representaran. currió el camino. ,
Se apearon en Uruapan encaminándose a ver a don
Con media lengua, decididas y retadoras las indias hicie­
Jaime. Recibiólas éste en su despacho de la maderería con
ron su plan: las comisionadas saldrían de Puruarato al
día siguiente, irían a casa de don Jaime a pedirle dinero voz fuerte: ,
para el pasaje a Morelia, una vez ahí verían al gober­ -¡Qué quieren!
-¡Venimos a que nos dé dinero para ver al goberna­
nador e'xponiéndole sus quejas.
dor en Morelia! -contestaron con arrogancia.
Con toda ingeniudad y buena "fe creían en el feliz _.¿Y para ,qué lo van a ver? -replicó en toho zumbÓn.
resultado de sus gestiones. Creían que con sólo presen­ , _¡ Para decirle que no. estamos de acuerdo con que se .
tarse en Uruapan, el maderero abriría su bolsa para dar­
le& graciosamente el dinero que neoesitaban.. . sigan los trabajos del "desplote"!
Don Jaime sonrió, luego fingiendo enojo:
Burlábanse de los hombres y éstos burlándose de ellas: >--¡Yo no les doy nada! ¡Váyanse a pie si quieren
-¿No nos darán nada de lo qq.e consigan? --decían­
verlo! -Desp:ués añadió-: (Sálganse de aquí!
les riendo los indios al verlas platicar misteriosamente en Derrotadas salieron las mujeres, llorando al ver sus
corrillos. proyectos por tierra. Se sentaron sobre sus piernas cruza­
Ellas enojadas por la broma contestaban: d $, fuera .de la oficina, en la banqueta y hablaron por
-.-¡ Ustedes perdieron, ahora verán cómo, se hace! a
algún rato. Después, Guadalupe entró nuevamente al des­
En serio o en broma los indios no se oponían defini­ pacho, toda confusa; siPo valor, con la voz temblorosa y
tivamente a' la idea. Si las mujeres, arreglaban, ahí esta­
limpiándose las lágrimas dijo al patrón:
rían ellos para apoyarlas; si· por el contrario nada obte­ -¡Que dicen las mujeres que si no les presta aunque
nían. .. ¡qué más daba: lo perdido perdido está!
sea para que regresen y para comer!
Muy de madrugada las indias fueron al aserradero y Había tal acento de timidez en l~ frase,que el made­
entre las protestas de los choferes, montáronse arriba de rero involuntariamente no pudo dominar un sentimiento
los camiones, cargados con madera, que hacían el servicio
a Untapan. " de compasión hacia las pobres guares:
Todas estaban vestidas de limpio, algunas llevaban en
_t. Cuántas son? -,-inquirió.

los hombros los zapatos que se pondrían al llegar a Urua­ -,Diez.

_¡ Aquí tienen treinta: pesos, toma!

pan: botas de charol casi sin uso. Otras' iban descalzas;


154 JESÚS URlBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQU~ 155

-¡Dios le dé la gloria, patrón! -terminó Lupe arre. de la noche donde antaño insurgieran las luminiScencias
batando casi el dinero y echando a correr hacia afuera de los libertadores, por el rumbo de los Morelos, los
donde en apiñado grupo esperaban las otras. Ocampos y los Régules: El General.
Los maridos las sintieron regresar silenciosas, al ano­ El encuentro fue' g:r:ávido de futuro para el progreso
checer, con lágrimas de desengaño temblándoles en los de la patria; el indio explotado gritó su dolor secular
ojos. Las vieron tan abatidas y tristes que no inquirieron inescuchado y el Hombre comprendió todas sus quejas,
absolutamente nada, no bromearon a su costa. Aquel re­ hasta sentir el dolor que desgarra el alrria del purépecha; .
greso de las diez guares que gozosas salieran recién en para convertirse en el brazo fuerte que los defendiera con·
la mañana, era la más elocuente respuesta a todas las pre­ tra las injusticias de los voraces.
guntas: quería decir que habían fallado. Nuevamente el
poder del aserradero se mostraba avasallador y tremen. El General no es un caudillo d~ los indios. No les
do, nuevamente 0stentaba y alardeaba su fuerza impe­ dice largos discursos ni frases incomprensibles. Cuando
tuosa e irrefrenable. llega con ellos es simplemente: Tata General (el padre
Los indios veían' ahora con temor las maquinarias de los indios).
sintiendo que un oculto espíritu demoníaco las animaba. Al arribar al Estado, en cualquier punto que cruce
Caía otra noche cobijando todas las tristezas, el aserra­ la carretera con la serranía indígena, van a esperarlo gru·
dero seguía trabajando voraz y destructlvo. Allá a lo le­ pos de indios. Detiénese la comitiva, uno' a uno páranse
jos, elevábase como un gigante convulso la enorme co­ en las cunetas los vehículos. El General saluda de mano
lumna de humo del Parícuti que rugía, bramaba y tro­ a todos, escucha con atención, 'les oye sus exposiciones
naba por la noche hosca, como lanzando a los cielos im. interminables. Y es positivamente conmovedor contem·
pasibles, indiferentes" mudos, la blasfemia· pétrea de la plarlo rodeado de serranos" acordándose de sus proble.
maldición terrestre. mas y necesidades. Nunca declina las invitaciones que le
.,/ hacen a visitar las comunidades: llega un indio de ros­
tro sudoroso y, por toda invitación exclama:
JI -"Tata General, te están esperando en el pueblo".
y camina a pie largos tre,chos por la sierra y las plani­
El General es un padre para los indios de la sierra. cies, entre los indígenas de la tierra que le veneran. Lle·
Ellos, en la negrura desesperanzada y mesiánica de ga a los pueblos donde las guares, vestidas de fiesta, le
sus dolores infinitos, lo adivinaron como un destino. No arrojan confetti y, alojándolo en la mejor troje, llévanle
se buscaron: simplemente se encontraron. canacuas las mujeres jóvenes. Come con los indios las
Por un lado ellos estaban con sus tristezas enormes corundas, las tortillas y los frijoles, el churipo colorado
avizorando el' horizonte de los siglos, en actitud trágica' y caliente; .mientras escucha, escucha interminablemente
esperando, esperando. Y de pronto sobre la noche misma, el infinito dolor del indio.
154 JESÚS URlBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQU~ 155

-¡Dios le dé la gloria, patrón! -terminó Lupe arre. de la noche donde antaño insurgieran las luminiScencias
batando casi el dinero y echando a correr hacia afuera de los libertadores, por el rumbo de los Morelos, los
donde en apiñado grupo esperaban las otras. Ocampos y los Régules: El General.
Los maridos las sintieron regresar silenciosas, al ano­ El encuentro fue' g:r:ávido de futuro para el progreso
checer, con lágrimas de desengaño temblándoles en los de la patria; el indio explotado gritó su dolor secular
ojos. Las vieron tan abatidas y tristes que no inquirieron inescuchado y el Hombre comprendió todas sus quejas,
absolutamente nada, no bromearon a su costa. Aquel re­ hasta sentir el dolor que desgarra el alrria del purépecha; .
greso de las diez guares que gozosas salieran recién en para convertirse en el brazo fuerte que los defendiera con·
la mañana, era la más elocuente respuesta a todas las pre­ tra las injusticias de los voraces.
guntas: quería decir que habían fallado. Nuevamente el
poder del aserradero se mostraba avasallador y tremen. El General no es un caudillo d~ los indios. No les
do, nuevamente 0stentaba y alardeaba su fuerza impe­ dice largos discursos ni frases incomprensibles. Cuando
tuosa e irrefrenable. llega con ellos es simplemente: Tata General (el padre
Los indios veían' ahora con temor las maquinarias de los indios).
sintiendo que un oculto espíritu demoníaco las animaba. Al arribar al Estado, en cualquier punto que cruce
Caía otra noche cobijando todas las tristezas, el aserra­ la carretera con la serranía indígena, van a esperarlo gru·
dero seguía trabajando voraz y destructlvo. Allá a lo le­ pos de indios. Detiénese la comitiva, uno' a uno páranse
jos, elevábase como un gigante convulso la enorme co­ en las cunetas los vehículos. El General saluda de mano
lumna de humo del Parícuti que rugía, bramaba y tro­ a todos, escucha con atención, 'les oye sus exposiciones
naba por la noche hosca, como lanzando a los cielos im. interminables. Y es positivamente conmovedor contem·
pasibles, indiferentes" mudos, la blasfemia· pétrea de la plarlo rodeado de serranos" acordándose de sus proble.
maldición terrestre. mas y necesidades. Nunca declina las invitaciones que le
.,/ hacen a visitar las comunidades: llega un indio de ros­
tro sudoroso y, por toda invitación exclama:
JI -"Tata General, te están esperando en el pueblo".
y camina a pie largos tre,chos por la sierra y las plani­
El General es un padre para los indios de la sierra. cies, entre los indígenas de la tierra que le veneran. Lle·
Ellos, en la negrura desesperanzada y mesiánica de ga a los pueblos donde las guares, vestidas de fiesta, le
sus dolores infinitos, lo adivinaron como un destino. No arrojan confetti y, alojándolo en la mejor troje, llévanle
se buscaron: simplemente se encontraron. canacuas las mujeres jóvenes. Come con los indios las
Por un lado ellos estaban con sus tristezas enormes corundas, las tortillas y los frijoles, el churipo colorado
avizorando el' horizonte de los siglos, en actitud trágica' y caliente; .mientras escucha, escucha interminablemente
esperando, esperando. Y de pronto sobre la noche misma, el infinito dolor del indio.
156 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 157

El General ha hecho obras que definen su persona. y la palabra iba despertando ecos de queja en las bo­
lidad a través del tiempo; su conducta revolucionaria es cas de los presentes, agrandándos~, agigantándose, como
ya patrimonio de la Historia: escuelas, cooperativas, fá. una piedra que de improviso hubiérase lanzado a un es­
bricas~ talleres, llevan su nombre. j Pero en ningún lugar tanque agitando concéntricas·ondas, cada vez más aumen­
tendrá mejor monUmento que en el corazón de los indios! tadas. El General escuchó en silencio las largas exposi­
Ellos le ven con orgullo, con admiración y respeto. Es ciones de los indígenas, el llanto <lesgarrador de las mu­
que siempre se preocupó por ellos, siempre atendió sus . jeres. Interrumpió una vez:
peticiones: lo mismo cuando era solamente militar 'que
_,_¿ Cuánto les pagan por millar de pies?
cuando gobernador o presidente de la República. Su acen­
drado amor por los indios fue incrementándose a medi­ Comentaron entre sí largo rato y después Toribio:
da que sobre él se acumulaban cargos, honores y digni­ -Nueve pesos.
dades. Siempre visitó a las comunidades escondidas en , -¿ Tienen ustedes contrato?
medio de la fría sierra; siempre c0nvivió con ellos, ayu­ -Sí. .1
dándoles en sus miserias, dictando medidas tendientes a Preguntó después sobre otras muchas cosas, recorrió
beneficiarlos (por más que como es ya voz pública, los varios lugares: la casa de la Jefatura de Tenencia, las tro­
servidores a quienes en último término quedara la rea­ jes del pueblo, el lejano lugar donde nacía el agua.
lización de las obras, traicionando los deseos del Hombre, En la. casa de Tata. Toribio le' dieron canacuas. Las
desvirtuaran la idea, transformándolo monstruosamente guares jóvenes cantáronle pirecuas, vestidas con sus ena·
en motivo de beneficio propio). guas azules de lana, sus huanengos de manta bordados
en rojo, los ceñidores coloridos y a pie descalzo; sobre
. .. .. .. .. .. .. .. .. . sus cabezas, llevaban jícaras polícromas de Uruapan, re·
pletas de frutas y flores y, al danzar, en giros graciosos
Puruarato está de fiesta: j El General ha llegado! Se vaciaban el contenido sobre la mesa, en el lugar que pre­
vació el pueblo para: recibirlo. Acudieron a su encuentro sidía el General. Las chirimías ejecutaban interminables
las mujeres, los. hombres y los niños. Rodeado por todos motes; en coro cantaban las guares:
ellos, a la cabeza del grupo, 'avanza por el camino abier­
to con arena del Parícuti. . . "Flor de canela
Al entrar a la Comunidad le volcaron bolsas de con­ suspiro porque me acuerdo de ti
fetti las guares vestidas de limpio. Llegó al edificio de la . yo ... "
suspIro
Jefatura de Tenencia y sentóse en una banca a conversar
con los indios quienes resumieron sus cuitas en una sola . INdias diligentes servían en una mesa improvisada con
excalamación llena de matices dolientes: tablas, las tazas de churipo, tortillas blancas, corundas·y
- j El aserradero!
pedazos de queso. .
156 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 157

El General ha hecho obras que definen su persona. y la palabra iba despertando ecos de queja en las bo­
lidad a través del tiempo; su conducta revolucionaria es cas de los presentes, agrandándos~, agigantándose, como
ya patrimonio de la Historia: escuelas, cooperativas, fá. una piedra que de improviso hubiérase lanzado a un es­
bricas~ talleres, llevan su nombre. j Pero en ningún lugar tanque agitando concéntricas·ondas, cada vez más aumen­
tendrá mejor monUmento que en el corazón de los indios! tadas. El General escuchó en silencio las largas exposi­
Ellos le ven con orgullo, con admiración y respeto. Es ciones de los indígenas, el llanto <lesgarrador de las mu­
que siempre se preocupó por ellos, siempre atendió sus . jeres. Interrumpió una vez:
peticiones: lo mismo cuando era solamente militar 'que
_,_¿ Cuánto les pagan por millar de pies?
cuando gobernador o presidente de la República. Su acen­
drado amor por los indios fue incrementándose a medi­ Comentaron entre sí largo rato y después Toribio:
da que sobre él se acumulaban cargos, honores y digni­ -Nueve pesos.
dades. Siempre visitó a las comunidades escondidas en , -¿ Tienen ustedes contrato?
medio de la fría sierra; siempre c0nvivió con ellos, ayu­ -Sí. .1
dándoles en sus miserias, dictando medidas tendientes a Preguntó después sobre otras muchas cosas, recorrió
beneficiarlos (por más que como es ya voz pública, los varios lugares: la casa de la Jefatura de Tenencia, las tro­
servidores a quienes en último término quedara la rea­ jes del pueblo, el lejano lugar donde nacía el agua.
lización de las obras, traicionando los deseos del Hombre, En la. casa de Tata. Toribio le' dieron canacuas. Las
desvirtuaran la idea, transformándolo monstruosamente guares jóvenes cantáronle pirecuas, vestidas con sus ena·
en motivo de beneficio propio). guas azules de lana, sus huanengos de manta bordados
en rojo, los ceñidores coloridos y a pie descalzo; sobre
. .. .. .. .. .. .. .. .. . sus cabezas, llevaban jícaras polícromas de Uruapan, re·
pletas de frutas y flores y, al danzar, en giros graciosos
Puruarato está de fiesta: j El General ha llegado! Se vaciaban el contenido sobre la mesa, en el lugar que pre­
vació el pueblo para: recibirlo. Acudieron a su encuentro sidía el General. Las chirimías ejecutaban interminables
las mujeres, los. hombres y los niños. Rodeado por todos motes; en coro cantaban las guares:
ellos, a la cabeza del grupo, 'avanza por el camino abier­
to con arena del Parícuti. . . "Flor de canela
Al entrar a la Comunidad le volcaron bolsas de con­ suspiro porque me acuerdo de ti
fetti las guares vestidas de limpio. Llegó al edificio de la . yo ... "
suspIro
Jefatura de Tenencia y sentóse en una banca a conversar
con los indios quienes resumieron sus cuitas en una sola . INdias diligentes servían en una mesa improvisada con
excalamación llena de matices dolientes: tablas, las tazas de churipo, tortillas blancas, corundas·y
- j El aserradero!
pedazos de queso. .
158 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 159

Cuando terminó de ~omer, dio otro recorrido a la


comunidad y regresando pasó por el aserradero, por los
tres aserraderos que a toda capacidad elaboraban tablas III
y más tablas.
Se despidió de los indios y llegó a la carr~tera asfal. Bramaba don Jaime,.encorajinado poníase rojo como
tada donde lo esperaban los vehículos inmóviles. queriendo ahogarse; sus palabras caían como disparos:
¿Qué pensó de aquel saqueo? ¿Qué criterio se formó penetrantes e inflamadas.
de aquel sistema de piratería que se aprovechaba de la Se habían reunido los madereros a discutir, el pro­
ignorancia de los indios? ... ¡Nueve pesos por millar de blema: ¡las fuerzas federales habían quitado las sierras,
pies! ¡El explotador ganaba el cuatrocientos por uno! y bandas de los aserraderos!
y. esto acontecía, no e.n la época colonial, ni en la era -¡ Inaudito! ¡Anticonstitucional! ¡Violatorio! -se­
porfiriana sino en plena era revolucionaria, como un re­ guía hablando don Jaime a los madereros-o ¡Con qué de­
to y burla a ella, a sus postulados, a sus libeltades a su recho se hace este acto que viola todas las garantías indi­
gran sentido de justicia. viduales? ¿En qué país vivimos? ¡Somos mexicanos! ¡In­
Aquel descubrimiento fue pleno de utilidad para los dustriales mexicanos! ¡Estamos cooperando al engrande.
indios: ¡La Justicia entraba en acción! Pero no era una cimiento nacional! Se nos ha dicho: ¡Produzcan!, y cuan·
Justicia cualquiera, no la vendada Themis incapaz de ver do hemos invertido nuestro dinero, gastando nuestras vi·
las escorias que ponen en los platillos de su balanza; no das (y daba énfasis a la palabra "nuestras") en clllI1pli­
la de la diosa inaccesible y sin alma, sino la carente de miento de la orden, llega arbitrariamente el gobierno a
venda: Justicia Revolucionaria. La que tiene sus ojos abier­ intervenir en nuestros asuntos y ¿en qué se basa? ¡En
tos, claros, parainc1inarse a dar la razón a los míseros, nada! ¡Porque se le antoja! ¡Porque quiere! ... ¿En qué
a los desheredados, a los que la otra, aristocrática y es­ país vivÍmos? Yo creo' que debemos enderezar una enér­
quiva no protege. . gica campaña en contra de quien resulte responsable de
¡La Justicia Revolucionaria humanista, la que vio los este atropello: ¡votemos los miles de pesos que sean ne­
sacrificios de los muertos, de los heridos; la que creció <:esarios para defendernos en los periódicos, en los tribu­
durante los combates y se instauró en el triunfo, llegaba nales de justicia! . .. ¿Vamos a quedarnos con las manos
a proteger a sus hijos contra los desmanes de los pode­ <:l"uzadas ?
rosos! Largos aplausos cosechó el maderero, le estrecharon
las manos los que estaban próximos a él. Don Atenor to­
mó la palabra;
..--Ese no es el camino: ¡nada ganamos en luchar con·
tra el gobierno! Es preferible ofrecer nuestra coopera­
ción y buena voluntad para resolver el problema. Usemos
158 JESÚS URIBE RUIZ LA AGONÍA DEL BOSQUE 159

Cuando terminó de ~omer, dio otro recorrido a la


comunidad y regresando pasó por el aserradero, por los
tres aserraderos que a toda capacidad elaboraban tablas III
y más tablas.
Se despidió de los indios y llegó a la carr~tera asfal. Bramaba don Jaime,.encorajinado poníase rojo como
tada donde lo esperaban los vehículos inmóviles. queriendo ahogarse; sus palabras caían como disparos:
¿Qué pensó de aquel saqueo? ¿Qué criterio se formó penetrantes e inflamadas.
de aquel sistema de piratería que se aprovechaba de la Se habían reunido los madereros a discutir, el pro­
ignorancia de los indios? ... ¡Nueve pesos por millar de blema: ¡las fuerzas federales habían quitado las sierras,
pies! ¡El explotador ganaba el cuatrocientos por uno! y bandas de los aserraderos!
y. esto acontecía, no e.n la época colonial, ni en la era -¡ Inaudito! ¡Anticonstitucional! ¡Violatorio! -se­
porfiriana sino en plena era revolucionaria, como un re­ guía hablando don Jaime a los madereros-o ¡Con qué de­
to y burla a ella, a sus postulados, a sus libeltades a su recho se hace este acto que viola todas las garantías indi­
gran sentido de justicia. viduales? ¿En qué país vivimos? ¡Somos mexicanos! ¡In­
Aquel descubrimiento fue pleno de utilidad para los dustriales mexicanos! ¡Estamos cooperando al engrande.
indios: ¡La Justicia entraba en acción! Pero no era una cimiento nacional! Se nos ha dicho: ¡Produzcan!, y cuan·
Justicia cualquiera, no la vendada Themis incapaz de ver do hemos invertido nuestro dinero, gastando nuestras vi·
las escorias que ponen en los platillos de su balanza; no das (y daba énfasis a la palabra "nuestras") en clllI1pli­
la de la diosa inaccesible y sin alma, sino la carente de miento de la orden, llega arbitrariamente el gobierno a
venda: Justicia Revolucionaria. La que tiene sus ojos abier­ intervenir en nuestros asuntos y ¿en qué se basa? ¡En
tos, claros, parainc1inarse a dar la razón a los míseros, nada! ¡Porque se le antoja! ¡Porque quiere! ... ¿En qué
a los desheredados, a los que la otra, aristocrática y es­ país vivÍmos? Yo creo' que debemos enderezar una enér­
quiva no protege. . gica campaña en contra de quien resulte responsable de
¡La Justicia Revolucionaria humanista, la que vio los este atropello: ¡votemos los miles de pesos que sean ne­
sacrificios de los muertos, de los heridos; la que creció <:esarios para defendernos en los periódicos, en los tribu­
durante los combates y se instauró en el triunfo, llegaba nales de justicia! . .. ¿Vamos a quedarnos con las manos
a proteger a sus hijos contra los desmanes de los pode­ <:l"uzadas ?
rosos! Largos aplausos cosechó el maderero, le estrecharon
las manos los que estaban próximos a él. Don Atenor to­
mó la palabra;
..--Ese no es el camino: ¡nada ganamos en luchar con·
tra el gobierno! Es preferible ofrecer nuestra coopera­
ción y buena voluntad para resolver el problema. Usemos
LA AGONÍA DEL BOSQUE 161
160 JESÚS URIBE RUIZ
L. de zapa, de socavamiento, de aparente conformidad, pero
todas nuestras influencias, todos nuestros resortes. No nos explorando el terreno, tanteando la oportunidad, provo­
embarquemos en una acción descabellada e impulsiva. cándola, soltando sus bolsas para pagar las opiniones fa·
A don Atenor no le aplaudieron, pusiéronse a medi­ vorables o atacar a quien se les opusiera.
tar sus palabras. En realidad había dos grandes conien. ¿Son esos hombres los que quieren hacer que el país
testes: urta, la de los afectos a luchar abiertamente y otra produzca? ¿Son ellos los que dicen amar a México? Sí,
la de los que creían que aquello ,no era prudente. Habla­ por raro que lo parezca, ¡son ellos! Hablan contra el go­
ban con palabras y frases sin sentido; al fin prevaleció bierno a pesar de que debido a sus favores viven; se
la de don Atenor, mientras don Jaime se revolvía furioso. atreven a hablar de inmoralidad, corrupción, mala fe,
Esta asamblea de los madereros se 'realizaba en la cuando son ellos lo~ supremos sacerdotes del engaño y la
capital del Estado; cuando, las fuerzas federales entr~ron rapiña. ¡Y no les habléis de la revolución ni de sus hom-' .
a los aserraderos a paralizar las maquinarias que des­ , bres! Se enfurecen, braman, gritan; añorando tiempos
truían el patrimonio de los indígenas, nadie opuso resis­ mejores: de tranquilidad y calma, de protección abierta,
tencia, en realidad era algo que ya esperaban todos los oficial, 'para el pillaje y el latrocinio y de sumisión y
madereros. Vagamente percib¡an que algún día se haría servilismo de lo's de abajo. ¡Ah! Ellos son gente decente
justicia para los indios, que aquel negocio fraudulento, (¿ entendéis?) . ¿Gente decente? Y todos los demás sólo
espantoso, terminaría. Hubo maderero's que tomaron lo deberíamos vivir para servirles. ,
hecho con calma, recogieron sus fierros, sus ganancias y ¡Pobres negociantes de madera de mi tierra! ¡Tan
emprendieron negocios nuevos; fueron un poco más hon­ miopes, tan torpes, tan inútiles!
rados que éstos que buscahan nuevo arreglo para los en.
juagues, encastillados' dentro de sus conveniencias y muy
lejos de sentirse lo que decían ser: mexicanos. Buitres, IV
¡eso solamente eran! Buitres. Aves negras de rapiña que
sólo atacan cara a cara cuando ven al enemigo muerto. Camina sobre el sendero gris como sombra ,que se
Negociantes que iban soltando dádivas a quien convenía, desliza; flotante, ágil, desleída.
l'ompiendo reglas morales; para después lamentarse a voz Una aurora fantástica prende de luces los colores sa­
en cuello de lo que ellos mismos originaran. Para ellos cando a las cosas del antro nocturno. Comienzan las vo­
los indios deberían ser sumisos, callados, obedientes, co. ces de vida de los montes; el aire juguetón despierta
operar al despojo de sus riquezas, reir cuando' se les ex· sobre las montañas quitando cendales de niebla. Huye el
plotaba, alegrarse cuando se les destruía y desunía. frío por las barrancas rojas y se irisan los diamantes del
Los más avorazados planearon esta asamblea, llegan­ rocío.
do a las conclusiones dichas: se incrustarían' dentro del La luna pálida, mutante, sigue hacia el ocaso. Ape­
medio en espera de la ocasión favorable para proseguir nas brilla, como lámina de plata, rota.
sus latrol;:inios. Mientras tanto, ¿qué hacer? Una labor
LA AGONÍA DEL BOSQUE 161
160 JESÚS URIBE RUIZ
L. de zapa, de socavamiento, de aparente conformidad, pero
todas nuestras influencias, todos nuestros resortes. No nos explorando el terreno, tanteando la oportunidad, provo­
embarquemos en una acción descabellada e impulsiva. cándola, soltando sus bolsas para pagar las opiniones fa·
A don Atenor no le aplaudieron, pusiéronse a medi­ vorables o atacar a quien se les opusiera.
tar sus palabras. En realidad había dos grandes conien. ¿Son esos hombres los que quieren hacer que el país
testes: urta, la de los afectos a luchar abiertamente y otra produzca? ¿Son ellos los que dicen amar a México? Sí,
la de los que creían que aquello ,no era prudente. Habla­ por raro que lo parezca, ¡son ellos! Hablan contra el go­
ban con palabras y frases sin sentido; al fin prevaleció bierno a pesar de que debido a sus favores viven; se
la de don Atenor, mientras don Jaime se revolvía furioso. atreven a hablar de inmoralidad, corrupción, mala fe,
Esta asamblea de los madereros se 'realizaba en la cuando son ellos lo~ supremos sacerdotes del engaño y la
capital del Estado; cuando, las fuerzas federales entr~ron rapiña. ¡Y no les habléis de la revolución ni de sus hom-' .
a los aserraderos a paralizar las maquinarias que des­ , bres! Se enfurecen, braman, gritan; añorando tiempos
truían el patrimonio de los indígenas, nadie opuso resis­ mejores: de tranquilidad y calma, de protección abierta,
tencia, en realidad era algo que ya esperaban todos los oficial, 'para el pillaje y el latrocinio y de sumisión y
madereros. Vagamente percib¡an que algún día se haría servilismo de lo's de abajo. ¡Ah! Ellos son gente decente
justicia para los indios, que aquel negocio fraudulento, (¿ entendéis?) . ¿Gente decente? Y todos los demás sólo
espantoso, terminaría. Hubo maderero's que tomaron lo deberíamos vivir para servirles. ,
hecho con calma, recogieron sus fierros, sus ganancias y ¡Pobres negociantes de madera de mi tierra! ¡Tan
emprendieron negocios nuevos; fueron un poco más hon­ miopes, tan torpes, tan inútiles!
rados que éstos que buscahan nuevo arreglo para los en.
juagues, encastillados' dentro de sus conveniencias y muy
lejos de sentirse lo que decían ser: mexicanos. Buitres, IV
¡eso solamente eran! Buitres. Aves negras de rapiña que
sólo atacan cara a cara cuando ven al enemigo muerto. Camina sobre el sendero gris como sombra ,que se
Negociantes que iban soltando dádivas a quien convenía, desliza; flotante, ágil, desleída.
l'ompiendo reglas morales; para después lamentarse a voz Una aurora fantástica prende de luces los colores sa­
en cuello de lo que ellos mismos originaran. Para ellos cando a las cosas del antro nocturno. Comienzan las vo­
los indios deberían ser sumisos, callados, obedientes, co. ces de vida de los montes; el aire juguetón despierta
operar al despojo de sus riquezas, reir cuando' se les ex· sobre las montañas quitando cendales de niebla. Huye el
plotaba, alegrarse cuando se les destruía y desunía. frío por las barrancas rojas y se irisan los diamantes del
Los más avorazados planearon esta asamblea, llegan­ rocío.
do a las conclusiones dichas: se incrustarían' dentro del La luna pálida, mutante, sigue hacia el ocaso. Ape­
medio en espera de la ocasión favorable para proseguir nas brilla, como lámina de plata, rota.
sus latrol;:inios. Mientras tanto, ¿qué hacer? Una labor
162 JESÚS URIBE RUIZ

LA AGONÍA DEL BOSQUE 163


Camina sobre el sendero sin pensar, vive porque vive,
¡eso es todo! Carne de donde insurgirán las generaciones
mandaron, seguro de que todo estaba bien. Cuando alzó
en promesa del futuro: el indio avanza por el camino.
la mano en contra de los enemigos del maderero, destro­
Hay fuertes influjos sobre la razón; la venda de la ig­
zando vidas de hermanos, lo hizo convencido de que es­
norancia cubre su cerebro. Hay que ambular por el ca­
taba destruyendo el mal (cuando' el indio mata por ór­
mino seco durante muchas horas, a pie descalzo, fuera
denes, es el instrumento ciego de las voluntades).
de los tormentos espirituales de un mundo que descono­
Siempre había obedecido con servilismo sumiso, sin
ce ¿qué es el mundo? El campo azul que ha visto, la co­
preguntar ni oponerse y encontrando, ya en la locura de
munidad donde se alberga, el cielo profundo que tiene
la embriaguez constante, toda recompensa en la' mirada
luminosidades diáfanas por la sierra; los amigos, las preo­
que el patrón le echara, mirada como la que se dirige a
cupaciones de la siembra, del trabajo, de las necesidades
los perros para 'alentarlos. Pero la falta de frenos es un
insatisfechas. La amargura de los días que van y' vienen peligro de constantes y graves excesos.
e~contrándolo sin ningún centavo ... ¿Hay otro mundo
El explotador estaba borracho, cierto; Fue entonces
fuera del que lo rodea? Se mueve dentro de un círculo
cuando lo había golpeado fuera de la cantina en Uruapan. '
a donde no llega el significado exacto de las palabras y
Aquella vejación se quedó largamente dentro de su alma
tiene' que ir, a tanteos, sobre los' conocimientos, los sen­
fermentando vapores trágicos incrementados con 'las alu­
, timientos y las necesidades.
cinaciones del Delirium. ¡El maderero lo había abofetea~
, El explotador vino acompañado de fuerza de alegría,
do! El indio, dolido en el alma, rodaba sobre las piedras
de optimismo; con voces raras que hicieron temblar al
de las blasfemias. Se había levantado del suelo, maltre­
conocimiento allá en las oscuras grutas de la mente; le
cho, con una opresión de agonía ahogándole. Sin embar­
ofreció comodidades ("¡serás mi mozo de estribo!" le
go, no había protestado. ¡Algo debió ejecutarse mal! ¡Al.
había dicho). Le alentó el orgullo' y el amor propio y so­
guna cosa quedó sin realizarse! Quizá su insistencia de
bre la blanda masa de la confianza, lo, rehizo a su anto­
que el patrón conociera los, hechos ante sus amigos ha­
jo. No solamente el hombre vigoroso es fuerte: la pala­ bría molestado a éste. Y surgían en su cerebro voces nue.
bra es energía que derriba obstáculos, arma de lucha vas, enloquecedoras, voces surgidas de la enseñanz~, del
con la que es más fácil vencer. libertinaje sin freno, del instinto lastimado y por su amor
Llegó el hombre de la ciudad -el explotador- que­ propio herido, del orgullo quebrado por aquel que lo
brantó su recelo, su timidez, soplando en los vicios, hin­ hahía descubierto. .
chando las velas del libertinaje: unos hombres son lo
¿ Cómo había surgido aquel terrible, pensamiento que
que otros quieren. ahora lo llenaba de sombras? Las ideas que no se meditan,
Para Lorenzo, el maderero había sido el padre, el jefe, las rB:zones que no se piensan, son como malos jugos, que
el santo. Bendijo largamente sus favores y dio las gracias despiden fermentos trágicos. Había hundido varias veces
con su servilismo. Tomó lo que le dieron, hizo lo que le el puñal en la espalda del explotador. Torrentes desan­
gre roja y tibia le inundaron los brazos y la cara.
162 JESÚS URIBE RUIZ

LA AGONÍA DEL BOSQUE 163


Camina sobre el sendero sin pensar, vive porque vive,
¡eso es todo! Carne de donde insurgirán las generaciones
mandaron, seguro de que todo estaba bien. Cuando alzó
en promesa del futuro: el indio avanza por el camino.
la mano en contra de los enemigos del maderero, destro­
Hay fuertes influjos sobre la razón; la venda de la ig­
zando vidas de hermanos, lo hizo convencido de que es­
norancia cubre su cerebro. Hay que ambular por el ca­
taba destruyendo el mal (cuando' el indio mata por ór­
mino seco durante muchas horas, a pie descalzo, fuera
denes, es el instrumento ciego de las voluntades).
de los tormentos espirituales de un mundo que descono­
Siempre había obedecido con servilismo sumiso, sin
ce ¿qué es el mundo? El campo azul que ha visto, la co­
preguntar ni oponerse y encontrando, ya en la locura de
munidad donde se alberga, el cielo profundo que tiene
la embriaguez constante, toda recompensa en la' mirada
luminosidades diáfanas por la sierra; los amigos, las preo­
que el patrón le echara, mirada como la que se dirige a
cupaciones de la siembra, del trabajo, de las necesidades
los perros para 'alentarlos. Pero la falta de frenos es un
insatisfechas. La amargura de los días que van y' vienen peligro de constantes y graves excesos.
e~contrándolo sin ningún centavo ... ¿Hay otro mundo
El explotador estaba borracho, cierto; Fue entonces
fuera del que lo rodea? Se mueve dentro de un círculo
cuando lo había golpeado fuera de la cantina en Uruapan. '
a donde no llega el significado exacto de las palabras y
Aquella vejación se quedó largamente dentro de su alma
tiene' que ir, a tanteos, sobre los' conocimientos, los sen­
fermentando vapores trágicos incrementados con 'las alu­
, timientos y las necesidades.
cinaciones del Delirium. ¡El maderero lo había abofetea~
, El explotador vino acompañado de fuerza de alegría,
do! El indio, dolido en el alma, rodaba sobre las piedras
de optimismo; con voces raras que hicieron temblar al
de las blasfemias. Se había levantado del suelo, maltre­
conocimiento allá en las oscuras grutas de la mente; le
cho, con una opresión de agonía ahogándole. Sin embar­
ofreció comodidades ("¡serás mi mozo de estribo!" le
go, no había protestado. ¡Algo debió ejecutarse mal! ¡Al.
había dicho). Le alentó el orgullo' y el amor propio y so­
guna cosa quedó sin realizarse! Quizá su insistencia de
bre la blanda masa de la confianza, lo, rehizo a su anto­
que el patrón conociera los, hechos ante sus amigos ha­
jo. No solamente el hombre vigoroso es fuerte: la pala­ bría molestado a éste. Y surgían en su cerebro voces nue.
bra es energía que derriba obstáculos, arma de lucha vas, enloquecedoras, voces surgidas de la enseñanz~, del
con la que es más fácil vencer. libertinaje sin freno, del instinto lastimado y por su amor
Llegó el hombre de la ciudad -el explotador- que­ propio herido, del orgullo quebrado por aquel que lo
brantó su recelo, su timidez, soplando en los vicios, hin­ hahía descubierto. .
chando las velas del libertinaje: unos hombres son lo
¿ Cómo había surgido aquel terrible, pensamiento que
que otros quieren. ahora lo llenaba de sombras? Las ideas que no se meditan,
Para Lorenzo, el maderero había sido el padre, el jefe, las rB:zones que no se piensan, son como malos jugos, que
el santo. Bendijo largamente sus favores y dio las gracias despiden fermentos trágicos. Había hundido varias veces
con su servilismo. Tomó lo que le dieron, hizo lo que le el puñal en la espalda del explotador. Torrentes desan­
gre roja y tibia le inundaron los brazos y la cara.
164 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 165
Hoy va caminando por el sendero gris, ,Sin pensamien.
tos, sin s\lber si existe siquiera. Algo se ha roto dentro Poc·húpicua lanza, cual mastín dolorido, oleadas de
de él mismo y no s&be qué es. Los puñales de su razón semillas: lenguas tratando de cubrir y curar las heridas
le han quebrado el conocimiento y camina, camina' por el desnudas de vegetación que el "desplote". dejara.
largo sendero sin saber a dónde va, sin importarle. Qui. Puruarato .está en calma.
siera recibir una orden, descargar en rugidos, en llanto, La ceniza gris del ParÍcuti cubre las cosas con su
sus dolores, pero ya no hay coordInación en sus actos. manto oscuro.
Los remordimientos y el delirio, se mezclan en lianas -"La ceniza no es tan mala" -afil'll).an los in·
espesas sobre sus nervios deshechos. Ha envejecido hasta dios-: "En el ecuaro se m~ dieron las mazorcas más
convertirse en un despojo. Huye a los montes y siente que gran.des. que antes" "¡ algo bueno y algo malo tiene la
cada árbol le señala con sus ramas inmóviles, con dedos arena!" "¡no hay mal que por bien no venga!"
rígidos que lo acusan. En medio de sus vagas' lucideces ¡Ya está' parado el aserradero!
oye voces fantásticas que lo llaman.
No se oyen los campanazos fúnebres de las hachas
Al indio Lorenzo, al asesino del maderero nunca lo
percutiendo en el monte y tañendo a muerto.
encontraron. Simplemente: desapareció. ¿Se lo comieron
las fieras? ¿Cayó. en alguna barranca? ¡No se sabe! Des­ Los trabajadores venidos de lejanos lúgares, han des­
apareció para siempre bajo el infinito ritornelo del bos­ aparecido.. El "compadre" Rafael, también' se fue. Las
que. , golondrinas empiezan a construir sus· nidos de barro en
.los techos.
Una leyenda más que quedaba flotante, imprecisa y
ambigua en la sierra tarasca; otro nagual que iría por ¡Por fin se paró ,el "desplote"!
las noches, a escondidas, a hacer maldades a los indios: Los indios asombrados, incrédulos, vieron a las fuer­
a destruirles sus cercas, a robar los nixtamales, a soltar zas fede~ales quitar las bandas y las sierras, ante las pro­
los bueyes, a romper arados. ¡Y a aullar largamente por testas inútiles del capataz. Los comuneros saludaban a los
las lobregueces 'del monte! . soldados ayudándolos, dándoles corundas y queso.
Ubaldo sentía recuerdos viejos dolorosamente agra­
dables, saliéndole a flor de mente. Evocaba eras anti­
v guas: cuando fue soldado y defendió a los campesinos de
los desmanes del capataz, cuando en los pueblos toma­
(Ya están parados los aserraderos! dos a saco, la multitud emocionada reéibía a la soldades­
Las voraces sierras permanecen inmóviles. Las ver. ca revolucionaria con alimentos y canciones.
des serranías inexplotadas lucen sus colores, como más El ejército del pueblo venía a defender al· pueblo;
seguras, desarrollándose y conservándose libremente. COmo antaño, como siempre, en contra de l~)s abusos de
-¡ Ya están parados' los aserraderos! l~s malos mexicanos. ¡Venía a defender al indefenso, ago­
lllZante ya en. las garras del poderoso!
164 JESÚS URIBE RUIZ
LA AGONÍA DEL BOSQUE 165
Hoy va caminando por el sendero gris, ,Sin pensamien.
tos, sin s\lber si existe siquiera. Algo se ha roto dentro Poc·húpicua lanza, cual mastín dolorido, oleadas de
de él mismo y no s&be qué es. Los puñales de su razón semillas: lenguas tratando de cubrir y curar las heridas
le han quebrado el conocimiento y camina, camina' por el desnudas de vegetación que el "desplote". dejara.
largo sendero sin saber a dónde va, sin importarle. Qui. Puruarato .está en calma.
siera recibir una orden, descargar en rugidos, en llanto, La ceniza gris del ParÍcuti cubre las cosas con su
sus dolores, pero ya no hay coordInación en sus actos. manto oscuro.
Los remordimientos y el delirio, se mezclan en lianas -"La ceniza no es tan mala" -afil'll).an los in·
espesas sobre sus nervios deshechos. Ha envejecido hasta dios-: "En el ecuaro se m~ dieron las mazorcas más
convertirse en un despojo. Huye a los montes y siente que gran.des. que antes" "¡ algo bueno y algo malo tiene la
cada árbol le señala con sus ramas inmóviles, con dedos arena!" "¡no hay mal que por bien no venga!"
rígidos que lo acusan. En medio de sus vagas' lucideces ¡Ya está' parado el aserradero!
oye voces fantásticas que lo llaman.
No se oyen los campanazos fúnebres de las hachas
Al indio Lorenzo, al asesino del maderero nunca lo
percutiendo en el monte y tañendo a muerto.
encontraron. Simplemente: desapareció. ¿Se lo comieron
las fieras? ¿Cayó. en alguna barranca? ¡No se sabe! Des­ Los trabajadores venidos de lejanos lúgares, han des­
apareció para siempre bajo el infinito ritornelo del bos­ aparecido.. El "compadre" Rafael, también' se fue. Las
que. , golondrinas empiezan a construir sus· nidos de barro en
.los techos.
Una leyenda más que quedaba flotante, imprecisa y
ambigua en la sierra tarasca; otro nagual que iría por ¡Por fin se paró ,el "desplote"!
las noches, a escondidas, a hacer maldades a los indios: Los indios asombrados, incrédulos, vieron a las fuer­
a destruirles sus cercas, a robar los nixtamales, a soltar zas fede~ales quitar las bandas y las sierras, ante las pro­
los bueyes, a romper arados. ¡Y a aullar largamente por testas inútiles del capataz. Los comuneros saludaban a los
las lobregueces 'del monte! . soldados ayudándolos, dándoles corundas y queso.
Ubaldo sentía recuerdos viejos dolorosamente agra­
dables, saliéndole a flor de mente. Evocaba eras anti­
v guas: cuando fue soldado y defendió a los campesinos de
los desmanes del capataz, cuando en los pueblos toma­
(Ya están parados los aserraderos! dos a saco, la multitud emocionada reéibía a la soldades­
Las voraces sierras permanecen inmóviles. Las ver. ca revolucionaria con alimentos y canciones.
des serranías inexplotadas lucen sus colores, como más El ejército del pueblo venía a defender al· pueblo;
seguras, desarrollándose y conservándose libremente. COmo antaño, como siempre, en contra de l~)s abusos de
-¡ Ya están parados' los aserraderos! l~s malos mexicanos. ¡Venía a defender al indefenso, ago­
lllZante ya en. las garras del poderoso!
166 JESÚS URIBE RUIZ

Los federales se llevaron en un camión las sierras y


las bandas. Todo el pueblo los vio con gratitud hasta que
se perdieron de vista en un recodo del camino. ,
Un sol radioso inundaba de alegría todas las cosas
haciéndolas límpidas, luminosas, claras. brillaba el mono
te, brillaban los árboles lejanos y el maizal, uniforme',
se vestía de kaki como un diminuto ejército inmóvil. EPíLOGO
En los ojos de Ubaldo temblaron lágrimas de gra­
titud.
Después, todos, los comuneros alegres y sonrientes se Caminaban por el sendero cubierto de arena del Pa:·
encaminaron a Puruarato. rícuti, que en aquel lugar cubriera grandes trechos, los
dos: el niño y el.viejo.
Las huellas de sus pies quedaban' sobre el polvo como
, bajorrelieves de manos empuñadas. El abuelo caminaba
sonriente, viendo los objetos, gozando de la transparencia
magnífica de aquella aurora. El niño observábalo, extra­
, fiado, pensativo, sudoroso.
. A sus espaldas quedaba el monte: Poc·húpicua. De
pronto, el abuelo dijo al niño señalando el cerro y vol­
teándose cara ,a él:
-¡Míralo, hijo, es Poc.húpicua!

El niño medroso, no volvió la cabeza. Con los ojos

bajos, apenas musitó:


-Le tengo miedo.
La gran alegría de Tata Ubaldo no era empañada por
recuerdos lejanos y tristes y tomando la carita del niño
en su. rugosa diestra, forzólo a volver la vista al monte
enorme, que con sus alas abiertas, protegiera a Purua­
rato y, con voz cálida, emocionada, fuerte, afirmó:
-¡Míralo hijo, es Poc.húpicua, nuestro amigo!
El niño levantó entonces la vista y deslumbrado con
le feérica visión del cerro quedóse sonriendo, embobado,
contemplándole.
166 JESÚS URIBE RUIZ

Los federales se llevaron en un camión las sierras y


las bandas. Todo el pueblo los vio con gratitud hasta que
se perdieron de vista en un recodo del camino. ,
Un sol radioso inundaba de alegría todas las cosas
haciéndolas límpidas, luminosas, claras. brillaba el mono
te, brillaban los árboles lejanos y el maizal, uniforme',
se vestía de kaki como un diminuto ejército inmóvil. EPíLOGO
En los ojos de Ubaldo temblaron lágrimas de gra­
titud.
Después, todos, los comuneros alegres y sonrientes se Caminaban por el sendero cubierto de arena del Pa:·
encaminaron a Puruarato. rícuti, que en aquel lugar cubriera grandes trechos, los
dos: el niño y el.viejo.
Las huellas de sus pies quedaban' sobre el polvo como
, bajorrelieves de manos empuñadas. El abuelo caminaba
sonriente, viendo los objetos, gozando de la transparencia
magnífica de aquella aurora. El niño observábalo, extra­
, fiado, pensativo, sudoroso.
. A sus espaldas quedaba el monte: Poc·húpicua. De
pronto, el abuelo dijo al niño señalando el cerro y vol­
teándose cara ,a él:
-¡Míralo, hijo, es Poc.húpicua!

El niño medroso, no volvió la cabeza. Con los ojos

bajos, apenas musitó:


-Le tengo miedo.
La gran alegría de Tata Ubaldo no era empañada por
recuerdos lejanos y tristes y tomando la carita del niño
en su. rugosa diestra, forzólo a volver la vista al monte
enorme, que con sus alas abiertas, protegiera a Purua­
rato y, con voz cálida, emocionada, fuerte, afirmó:
-¡Míralo hijo, es Poc.húpicua, nuestro amigo!
El niño levantó entonces la vista y deslumbrado con
le feérica visión del cerro quedóse sonriendo, embobado,
contemplándole.
168 JESÚS URIBE RUIZ

y así quedaron largo rato frente a aquel prodigio


de alborada que renovaba a cada instante los colores de
las cosas, disolviéndolos, afirmándolos, precisándolos. El
viejo como una figura del pasado" el niño como una pro­
mesa del porvenir: i libre, ilustrado, feliz, de las nUevas
generaciones indígenas! íNDICE

FIN

168 JESÚS URIBE RUIZ

y así quedaron largo rato frente a aquel prodigio


de alborada que renovaba a cada instante los colores de
las cosas, disolviéndolos, afirmándolos, precisándolos. El
viejo como una figura del pasado" el niño como una pro­
mesa del porvenir: i libre, ilustrado, feliz, de las nUevas
generaciones indígenas! íNDICE

FIN

íNDICE

Preámbulo '............... 9
1. Poc.húpica........ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
2. Matando venado ;................. 25
3. Puruarato 43
4. Los naguales 65
5. La zorra en litigio .. . . . . . . . .. . . . . . . . . . . 83
8. Represalias 115
9. La fuerza del dinero 123
10. ¡Justicia!. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 145
Epílogo ' '. . . . . . . . . . .. 167
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