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INTRODUCCION

La reproducción tiene una naturaleza periódica que permite a los animales


conservar sus recursos y que se reproduzcan cuando disponen de energía
adicional a la requerida para su propio mantenimiento, y, sobretodo, cuando
las condiciones ambientales favorecen la supervivencia de la progenie. Los
ciclos reproductores se encuentran bajo el control, por tanto, de una
combinación de factores hormonales y ambientales. Gracias a la reproducción
sexual se genera una variabilidad genética muy próspera para la supervivencia
de la especie ya que por medio de la selección natural la especie irá
evolucionando a una mejor adaptación al medio de sus individuos. Pero a pesar
de ello existen especies que tienen un modo de reproducción asexual. Un tipo
especial de este modo de reproducción es la Partenogénesis (Siles, 2012).

La partenogénesis consiste en el natural desarrollo de un nuevo ser a partir de


un ovulo sin ser fecundado por un espermatozoide. Esta especial forma de
reproducción se da de modo natural en algunos reptiles y animales inferiores,
fue inducida artificialmente por primera vez en erizos de mar y reportados en
1899 por el científico germano-estadounidense Jacques Loeb (1859-1924),quien
produjo embriones de erizos de mar en desarrollo, sin ser fertilizados,
sumergiéndolos en soluciones salinas adecuadas. El desarrollo posterior de esta
técnica ha permitido conseguir células troncales pluripotentes a partir de
ovocitos en los que se ha promovido su división sin que hayan sido fecundados
por un espermatozoide. (Romero, 2001).

La partenogénesis constituye un proceso normal en algunos grupos de animales,


sobre todo en aquellos que por su tamaño y forma de vida sólo pueden
competir por el hábitat mediante una rápida reproducción. En estos grupos de
animales en muchos casos la partenogénesis se alterna con una reproducción
sexual normal y de esta manera se produce de vez en cuando una
recombinación del material genético (Tudela, 2015).

Las especies partenogenéticas de muchos insectos poseen una mayor


capacidad de dispersión y adaptación a ambientes de climas rigurosos (más
fríos, áridos o ventosos) que sus semejantes sexuales. Los hábitats extremos son
favorables para estas especies, cuyo modo particular de reproducción les
permite incrementar sus niveles poblacionales y transformarse en plagas
agrícolas (Jiménez, 2016).

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