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La homosexualidad

En 1903, dos años antes de escribir Tres ensayos sobre teoría sexual, Freud fue
entrevistado por un diario de Viena para conocer su opinión sobre el juicio a un
profesional vienés acusado por sus prácticas homosexuales. Su respuesta no dejo
dudas “… el homosexual no es propiedad de un tribunal. Además, tengo la firme
convicción de que tampoco los homosexuales deben ser tratados como
enfermos…”.

En 1920, la Asociación Holandesa de Psicoanálisis recibió la solicitud para ser


miembro de un médico, conocido por sus manifestaciones homosexuales. Los
holandeses, antes de dar una respuesta, consultaron con Ernest Jones, que
pertenecía al círculo cercano de Freud. Jones, en una carta que le escribe a Freud,
le cuenta cuál fue su respuesta “aconsejé en contra… y ahora este hombre ha sido
descubierto y condenado a prisión” y le pregunta si considera que siempre hay que
rechazar la solicitud de psicoanalistas homosexuales. Otto Rank y Freud objetan su
planteo y responden “su pregunta, Ernest, concerniente a la posible calidad de
miembros homosexuales, ha sido considerada por nosotros y discrepamos con
usted. En efecto, no podemos excluir tales personas sin tener otras razones
suficientes, así como no estamos de acuerdo con su persecución legal”. La posición
de Rank y Freud sostenía que la homosexualidad debía ser un factor neutral o un
no factor en la evaluación de los candidatos.

En diciembre de 1921, dentro del comité que dirigía la IPA se enfrenaron al menos
dos posiciones: si se debía aceptar o no la solicitud a aspirantes a los analistas
homosexuales. Los vieneses, Ferenczi, Rank y Freud consideraban que sí, los
berlineses, liderados por Karl Abraham, decían que tal vez sí, tal vez no, pero
sostenían que “a los ojos del mundo la homosexualidad es un crimen repugnante y
si fuera cometido por uno de nuestros miembros nos traería un grave descrédito”.

Pero quienes más resistían la posición de Freud, respecto a la homosexualidad,


eran los analistas de los Estados Unidos.

Freud mantuvo por más de siete año correspondencia con James Putnam, un
analista de Harvard, que sostenía que los pacientes necesitan “más que conocerse
a sí mismos” conocer las “razones de porqué deberían adoptar ideales más
elevados para sus obligaciones”. Los esfuerzos de Freud porque Putnam
abandonara su moralina ante pacientes en análisis, fueron en vano. Pero tuvo, al
menos, la oportunidad de mofarse de él. En una ocasión Putnam le relató a Freud
sus fantasías –de una vida en familia feliz- y este respondió: “Usted está sufriendo
de un muy temprano e intenso sadismo reprimido que se expresa a través de una
bondad excesiva y autotortura. Detrás de la fantasía de una vida familiar feliz usted
debería descubrir las fantasías normales reprimidas de una rica realización sexual”.
Y en una de sus últimas cartas a Putnam Freud fue más directo: “La moral sexual
tal como la define la sociedad –y como acaso la extrema la sociedad
norteamericana- me parece muy despreciable. Me identifico con una vida sexual
más libre”.

Freud solo visitó en una oportunidad los Estados Unidos, fue en el otoño de 1909,
con el único propósito de difundir su teoría. Dictó cinco conferencias de introducción
al psicoanálisis.

En este breve viaje ratificó lo que ya sabía de la sociedad norteamericana: que


ostentaban una moral puritana, que eran sexualmente reprimidos, y que sublimaban
su energía sexual a través del consumo y la acumulación.

Freud, por la relación epistolar que mantuvo con Putnam, supo que lo que se ejercía
en Norteamérica no era una práctica psicoanalítica, al menos no la que él construyó.
¿Qué les pasó a los pacientes homosexuales que se atendieron con analistas como
Putnam? Este nunca declinó su posición que debía provocar en sus pacientes su
propia visión ética.

¿Qué defendía Freud a los homosexuales o al psicoanálisis?

Tal vez a los dos, pero lo que se ponía en juego era su teoría psicoanalítica. Freud
sostenía, en Tres ensayos de teoría sexual, que el psicoanálisis demostraba que
toda persona podía hacer una elección de objeto homosexual y que los sentimientos
libidinosos con personas del mismo sexo desempeñaban un importante papel en la
vida sexual.

Freud, también, se oponía a considerar a las personas homosexuales como un


grupo especial. Y fue por esta razón que se opuso al movimiento homosexual
alemán, liderado por Karl Ulrich, que se autopercibían como el tercer sexo, al que
les respondió en Tres ensayos de teoría sexual.

Aunque junto a ellos se pronunció contra la penalizaban a las personas gay.

Años más tarde, en 1930, cuando la legislación austrogermana planeaba modificar


el código penal, donde penalizarían las prácticas homosexuales, Freud firma una
declaración donde se rechazaba las leyes que penalizaban las relaciones
homosexuales. En la declaración se sostenía que penalizar la vida sexual era una
violación a los derechos humanos.
Carta de una madre

Freud recibe, en 1935, una carta de una madre norteamericana, preocupada por su
hijo. “Deduzco –dice Freud- que su hijo es homosexual. Me impresiona que no use
esta palabra en su información sobre él…”, y agrega, “la homosexualidad no es una
ventaja, pero tampoco es algo de lo que una deba avergonzarse; un vicio o una
degradación, ni puede clasificarse como una enfermedad”. Y más adelante Freud
dice: “Usted me pregunta si puedo ayudarlo, debo suponer que me pregunta si
puedo abolir su homosexualidad y hacer ocupar su lugar por la heterosexualidad...”,
a lo que afirma: “Si es desdichado, si vive desgarrado por sus conflictos… el análisis
puede traerle armonía, tranquilidad mental…”.

La respuesta a la madre norteamericana, escrita en inglés, puede suponerse que


no estaba dirigida a ella sino a los analistas de ese país. Su objetivo era decirles
que las personas homosexuales podrían no ser tratado adecuadamente en ese
país.

Sin embargo, a pesar de todo este recorrido que realiza Freud, ¿por qué echó del
consultorio a su paciente, a la que él llamó ‘la joven homosexual’?

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