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1 Origen
2 Fundación en Palestina
3 Emigración a Europa
4 Carisma y nombre
5 El hábito
6 Fundación en las Islas Británicas
7 Constituciones
8 Fuentes de Reclutamiento
9 Prueba y formación de los miembros
10 Penas establecidas por la Regla
11 Revisión de las Constituciones
12 Abusos e irregularidades
Origen
La fecha de fundación de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo ha sido objeto de
discusión desde el S.XIV hasta hoy, la Orden reivindica como sus fundadores a los profetas
Elías y Elíseo, sin embargo los modernos historiadores, empezando Baronius, niegan su
existencia antes de la segunda mitad del XII. Durante la época del Profeta Samuel existía en
Tierra Santa una organización conocida como los Hijos de los Profetas, que en muchos
aspectos se asemejaba a un instituto religioso de tiempos posteriores. Vivían en comunidad y
aunque no pertenecían a la tribu de Leví, se dedicaban al servicio de Dios; profesaban
especial obediencia a los superiores, los más famosos de los cuales fueron Elías y su sucesor
Elíseo, ambos relacionados con el Monte Carmelo, el primero con sus disputas con los
sacerdotes de Baal, el segundo por su prolongada residencia en la montaña santa. Con la caída
del Reino de Israel, los Hijos de los Profetas desaparecieron de la historia. En el siglo III o IV
de la Era Cristiana el Carmelo era un lugar de peregrinación, como lo demuestran numerosas
inscripciones en Griego en los muros de la Escuela de los Profetas: “Recuerda a Juliano,
“recuerda a Germánico”, etc., Algunos de los Padres, especialmente Juan Crisóstomo, Basilio,
Gregorio Nacianceno y Jerónimo, siguieron a Elías y Elíseo como modelos de perfección
religiosa y patronos de eremitas y monjes. Estos innegables hechos han abiertos camino a las
suposiciones. Como San Juan Bautista estuvo casi toda su vida en el desierto, en donde reunió
en torno a él numerosos discípulos y como Cristo había afirmado de él que estaba poseído del
espíritu y poder de Elías, algunos autores afirman que reavivó la institución de los Hijos de
los Profetas.
Las entusiastas descripciones dejadas por Plinio, Josefo y Filón del tipo de vida de los
Esenios y Terapeutas, convencieron a otros que esas sectas pertenecían a la misma
corporación, desgraciadamente sus opiniones presentan serias dudas. Tácito menciona un
santuario en el Carmelo, consistente no en un templo, ni ídolo, sino simplemente un altar para
el culto divino; tal pudo ser su origen, con seguridad en tiempo de Vespasiano estaba en
manos de un sacerdote pagano, Basilides Pythagaras (500 B.C.) es presentado por Jambilicus
dedicando mucho tiempo a la plegaria silenciosa en un santuario similar al Carmelo, un
testimonio de mayor fuerza para el tiempo de Jámblico más que para el de Pitágoras. Nicéforo
Calixto (A.D.1300) refiere que la emperatriz Helena mandó construir una iglesia en honor de
San Elías en las laderas de cierta montaña. Esta evidencia es inadmisible, ya que Eusebio es
testigo del hecho de que ella sólo mandó edificar dos iglesias en Tierra Santa, en Belén y en
Jerusalén, no veinte como Nicéforo afirma; además las palabras de este autor muestran
claramente que había visto el monasterio griego de Mar Elías, sobresaliendo sobre el valle del
Jordán y no el Carmelo como algunos autores piensan; Mar Elías, sin embargo, data del S.VI.
Estos y otros malentendidos presupuestos no han invalido sino que han fortalecido la
tradición de la Orden, que tiene su punto de partida en los días de los grandes profetas, sino
ininterrumpidamente, sí en la referencia ultima moral de los eremitas del Carmelo,
primeramente bajo el Antiguo Testamento, después con la divulgación del Cristianismo, hasta
el tiempo de las Cruzadas, estos eremitas llegaron a organizarse según el modelo de las
órdenes de Occidente. Esta tradición está recogida especialmente en las Constituciones de la
Orden, es mencionados en bulas papales, así como en la liturgia de la Iglesia y es aún seguida
por muchos miembros de la Orden. El silencio de los peregrinos de Palestina, anterior al año
del Señor 1150, de los cronistas, de los más recientes documentos, en una palabra la negativa
evidencia de la historia ha inducido a los modernos historiadores a omitir la reclamación de la
Orden y fechan su fundación en 1155, cuando por primera vez se habla en documentos de
autenticidad incuestionable. Incluso la evidencia de la Orden sobre sí mismo no ha sido
siempre muy clara. Una noticia escrita entre 1247 y 1274 (Mon.Hist. Carmelit., 1, 20, 267)
declara de forma general que “desde los días de Elías y Elíseo los santos padres del Antiguo y
Nuevo Testamento moraron en el Monte Carmelo y sus sucesores después de la Encarnación
del Verbo edificaron allí una capilla en honor de Nuestra Señora, por la cual razón fueron
llamados en la bula papal “Hermanos de Santa María del Monte Carmelo”. El Capítulo
General de 1287 (inédito) habla de la Orden como de una nueva implantación.(plantatio
novella). Más definitivos son algunos escritos de la misma época. Una carta” Sobre esta
orden” atribuida a San Cirilo de Constantinopla, pero escrita en latín (probablemente en
Francia) por un autor de 1230, y el libro “Sobre la Institución de los primeros monjes”
conecta la Orden con los Profetas de la Antigua Ley. Este último trabajo, mencionado por
primera vez en 1342, fue publicado en 1370 y llegó a ser conocido en Inglaterra medio siglo
más tarde. Supuestamente está escrito Por Juan, Obispo de Jerusalén (A.D.400). Sin embargo,
como Gennadius y otros antiguos escritores no hacen mención de ella entre los escritos de
Juan, y como el autor era claramente latino, puesto que sus argumentos están basados sobre
ciertos textos de la Vulgata, difiriendo extensamente de los correspondientes de la de los
Setenta y como en muchos momentos manifiesta entera ignorancia de la lengua griega y
especialmente aluda a escritores del S. XII no puede haber vivido antes de la mitad del S.XIII.
Un tercer autor es a veces mencionado, José, un diácono de Antioquia, a quien Possevin sitúa
alrededor del A.D. 130. Su trabajo se perdió pero su título “Speculum perfectae militiae
ecclesiae” muestra que no perteneció a los Padres Apostólicos, además es totalmente
desconocido en la literatura patrística. Su nombre no es mencionado antes del S.XIV y con
toda probabilidad no vivió mucho antes.
La tradición de la Orden aunque fue admitida por muchos Escolásticos medievales, fue
contestada por no pocos autores. De aquí que los historiadores Carmelitas descuidasen casi
completamente la historia de su misma época, gastando todas su energías en controversias
escritas, como es evidente en los trabajos de John Baconthorpe, John de Hildesheim, Bernard
Olerius y muchos otros. En 1374 una disputación mantenida en la universidad de Cambridge
entre el dominico John Stokes y el carmelita John de Norney; el último, cuyos argumentos
principalmente estaban tomados del derecho canónico, no de la historia, fue declarado
victorioso y los miembros de la universidad prohibieron la cuestión de la antigüedad de la
Orden Carmelitana. Al final del S.XV ésta era de nueva hábilmente defendida por Trithemius
(o alguien que escribía con este nombre), Bostius, Palaeonydorus y muchos otros quienes con
gran exposición de erudición refuerzan su tesis, profundizando en los huecos de la historia de
la historia de la Orden y proclamando sus numerosos santos antiguos. Santos Eliseo y Cirilo
de Alejandría (1399), Basil (1411), Hilarión (1490) y Elías ( en algunos lugares desde 1480),
en toda la Orden desde 1511 se había puesto en el Calendario Carmelita, el capítulo de 1562
añadió algunos de los cuales fueron eliminados 20 años después con motivo de la revisión
litúrgica. Sin embargo volvieron a ser introducidos en 1609 cuando el Cardenal Belarmino
actuó como revisor de las tradiciones Carmelitas. También aprobó con ciertas reservas la
tradición de la fiesta de Nuestra Señora del Monte Carmelo, 16 de julio, que había sido
instituida entre 1376 y 1386 en conmemoración de la aprobación de la Regla por Honorio III;
en 1609 llegó la fiesta del Escapulario, declarada la principal fiesta de la Orden, que se
extendió a toda la Iglesia en 1726. La tendencia por reclamar los santos de la Orden y otras
renombradas personas del Cristianismo e incluso su antigüedad clásica llegaron a su punto
culminante en el “Paradisus Carmelitici Decoris” escrito por M.A. Alegre de Casanate,
publicado en 1639, condenado por la Sorbona en 1642 y colocado en el Index Romano en
1649. Tampoco se puede encontrar mucho sentido en los anales de la Orden de J.B. de Lezana
(1645-56) y en “Decor Carmeli” de Felipe de la Santísima Trinidad (1665). En la publicación,
en 1668, del tercer volumen de marzo de los Bolandistas, en el cual Daniel Papebroch
afirmaba que lo Orden del Carmen fue fundada en 1155 por San Bertoldo, planteó una guerra
literaria, que duró 30 años y de inusitada violencia. La Santa Sede, citó a ambas partes,
rechazó situar a los bolandistas en el Index Romano, pero se impuso el silencio a ambas
partes (1698). Se permitió levantar una estatua a San Elías en la basílica de El Vaticano, entre
los fundadores de órdenes religiosas (1725), su coste aproximado fue $3942 cada sección de
la Orden contribuyó con una cuarta parta. En la actualidad las cuestión sobre la antigüedad de
la Orden Carmelitana sólo tiene interés académico.
Fundación en Palestina
El monje griego John Pocas, que visitó Tierra Santa en 1185 relata que encontró en el
Carmelo, un Calabrian ( es decir un occidental) monje quien en un momento con la fuerza de
una aparición del Profeta Elías, había congregado en torno a él a 10 eremitas con los que
había iniciado vida religiosa en un pequeño monasterio cerca de la gruta del profeta. Rabí
Benjamín de Tudela ya en 1163 escribía que los cristianos habían construido una capilla en
honor del profeta Elías. Jacques de Vitry y otros escritores del final del S.XII y principios del
XIII dan noticias de semejantes acontecimientos. La fecha exacta de la fundación de una
ermita puede ser deducida de la vida de Aymeric, Patriarca de Antioquia, un pariente del
“Calabrian” el monje, Bertoldo, con ocasión de una viaje a Jerusalén en 1154 o el año
siguiente parece haber visitado al segundo y asistirlo en la fundación de una pequeña
comunidad; Más aún cuenta que en su vuelta a Antioquia (1160) trajo consigo algunos
eremitas, fundó un convento en aquella ciudad y otro junto a una montaña próxima: ambos
fueron destruidos en (1268). Bajo el sucesor de Bertoldo, Brocardo, surgen algunas dudas
serias sobre el género de vida de los eremitas Carmelitas. El Patriarca de Jerusalén, Alberto de
Vercelli, entonces residente en Tiro, se decidió con dificultad escribir una pequeña regla,
parte de la cual está tomada de la de San Agustín (1210). Los eremitas elegían superior a
quien prometían obediencia, vivían en celdas separadas, recitaban el Oficio Divino según le
rito de la Iglesia del Santa Sepulcro, si no eran capaces de leer, otras plegarias, dedicaban el
tiempo a meditaciones pías, combinadas con el trabajo manual. Cada mañana debía reunirse
en la capilla para la Santa Misa y los Domingos también para el capítulo. No tendrían
propiedades, las comidas serían servidas en sus celdas; se abstendrían de carne, excepto en
casos de necesidad o enfermedad, desde septiembre hasta el verano. El silencio no se
quebrantaría desde las Vísperas hasta la hora Tercia del día siguiente, desde Tercia hasta
Vísperas deberían abstenerse de conversaciones inútiles; el superior sería ejemplo de
humildad y los hermanos debían honrarlo como a representante de Cristo.
Emigración a Europa
Como se puede deducir de este breve resumen no hubo ninguna disposición para organizar
después la comunidad del Carmelo, de lo que se puede deducir que hasta 1210 no se había
fundado ninguna comunidad excepto una cerca de Antioquia, que estaba sujeta al patriarca de
la ciudad. Después de este dato nuevas comunidades aparecieron en San Juan de Arce, Tiro,
Trípoli, Jerusalén, en el Quarantena, en algún lugar de Galilea (monasterium Valini) y en
otras localidades que son desconocidas, en total hasta 15. Algunas fueron destruidas tan
pronto como fueron levantadas y algunos hermanos fueron asesinados por los sarracenos.
Algunas veces los eremitas fueron sacados del Carmelo, pero siempre volvían; incluso
edificaron un nuevo monasterio en 1263, en conformidad con la regla revisada y una
aceptable gran iglesia, aún visible hacía el final del S.XV. Sin embargo la situación de los
cristianos había llegado a ser tan precaria que la emigración se hizo obligatoria. Así, colonias
de ermitaños se asentaron en Chipre, Sicilis, Marsella y Valenciennes (1238). Algunos
hermanos de nacionalidad inglesa acompañaron al Baron de Vescy y Grey en su viaje de
retorno de la expedición de Ricardo, Eral de Cornwall (1241) y fundaron en Hulne cerca de
Alnwick en Northumberland, Bradmer (Norfolk), Aylesford y Newenden (Kent). San Luis,
Rey de Francia, visitó el Monte Carmelo en 1254 y trajo seis eremitas franceses a Chareenton
cerca de París en donde les dio un convento. El Monte Carmelo fue tomado por los sarracenos
en 1291, los hermanos, mientras cantaban la Salve Regina fueron degollados y el convento
quemado.
Carisma y nombre
Con la llegada de los Carmelitas a Europa, comienza un nuevo período en la historia de la
Orden. Poco más que los simples nombres de los superiores del primer período han llegado a
nosotros. San Bertoldo, San Brocardo, San Cirilo, Bertoldo (o Bartolomeo) y Alan (1155-
1247) En el primer capítulo celebrado en Aylesfrod fue elegido general San Simón Stock
(1247-65). Como la noticia biográfica que le concierne data de 1430 y no es muy fiable,
debemos juzgar al hombre por sus obras. Se encontró en situación comprometida. Aunque la
regla había sido redactada en 1210, había recibido la aprobación papal en 1226, muchos
prelados rehusaron reconocer la Orden, creyeron que estaba fundada en contradicción con los
decretos del concilio de Letrán (1215), que prohibía la fundación de nuevas órdenes
religiosas. De hecho la Orden Carmelitana tal como estaba solamente fue aprobada en el II
concilio de Lyón (1274), pero San Simón obtuvo de Inocencio IV la aprobación provisional
con ciertas modificaciones de la regla (1247). De ahora en adelante no se fundaría en
desiertos, sino que se haría en ciudades o en suburbios de las ciudades; la vida solitaria
cedería su lugar a la comunitaria; la comida se celebraría en comunidad; la abstinencia
aunque no se dispensase, sería restringida; el silencio estaba restringido al tiempo entre
Completas y Prima del día siguiente; asnos y mulos podrían ser utilizados para viajar y
transportar los productos y aves de corral para las necesidades de la cocina. Así la orden dejó
de ser ermitaña y llegó a ser una de las órdenes mendicantes. Su primer nombre , Fratres
eremitae de Monte Carmeli y después de edificar una capilla en el Carmelo en honor de
Nuestra Señora (1220), se pasó de Eremitas de Santa Maria del Monte Carmelo a Fratres
Ordinis Beatissimae Virginis Mariae de Monte Carmeli . Por odenanza de la Apostólica
Chancillería de 1477 fue aún más ampliado, Fratres Ordinis Betatissimae Dei Genitricis
semperque Virginis Mariae de Monte Carmeli, el cual título fue declarado obligatorio por el
Capítulo General de 1680.
Obtenida la mitigación de la Regla, San Simón Stock que era totalmente partidario de la vida
activa, abrió casas en Cambridge (1249) Oxford (1253) Londres ( por el mismo tiempo) York
(1255) París (1259) Bolonia (1260), Nápoles ( fecha incierta). Se esforzó especialmente por
implantar la Orden entre los universitarios, parte para asegurar a los religiosos una alta
educación, parte para incrementar el número de vocaciones entre los posgraduados. Aun que
ya había pasado el momento de esplendor de las órdenes mendicantes, triunfó en ambas
direcciones. El rápido incremento de los conventos y noviciados se manifestó peligroso, la
regla que era más estricta que la de San Francisco y Santo Domingo desalentó y sembró el
descontento entre bastantes hermanos, mientras los obispos y el clero parroquial continuaban
ofreciendo resistencia al desarrollo de la Orden. Murió centenario, antes de que fuera
restablecida en paz. Con la elección de Nicolás Gallicus (1265-71) comienza una reacción, el
nuevo general siendo totalmente opuesto al ejercicio del sagrado ministerio, favoreció
exclusivamente la vida contemplativa. Con este fin escribió un extensa carta titulada “Ignea
sagitta” (inédita) en la que condenaba con dureza lo que llamaba las peligrosas ocupaciones
de la predicación y confesión. Sus palabras permanecieron sin ser tenidas en cuenta, renunció
al cargo, lo mismo hizo su sucesor, Rudolfo Alemannus (1271-74) quien pertenecía a la
misma escuela de pensamiento.
El hábito
La aprobación de la Orden en el segundo concilio de Lyón aseguró su permanencia entre las
órdenes mendicantes; sancionó el ejercicio de la vida activa y apartado todos los obstáculos
para su desarrollo, desde entonces se produjo con avances y retrocesos. Bajo el mando de
Peter Millaud (1279-94) se produce un cambio en el hábito. Hasta entonces consistía en una
túnica, cinturón, escapulario y capa, ambos negros, marrón o gris (el color fue cambiando de
acuerdo a las correspondientes subdivisiones y reformas de la Orden) y de un manto de cuatro
franjas blancas verticales y tres negras, por lo los frailes fueron popularmente llamados fratres
barrati , o virgulati o de pica (urracas). En 1287 su variada capa fue cambiada por una de puro
color blanco que motivó que se les llamara los frailes blancos.
El siglo trece. Bajo los generales ya mencionados, el siglo XIII ofreció dos santos a la Orden,
Ángel y Alberto de Sicilia. Muy poco se conoce del primero, su biografía se pretendió escrita
por su hermano, Enoch, Patriarca de Jerusalén, es un trabajo del S.XV; en aquellas partes que
se pueden verificar con el rigor contemporáneo aparecen sin fundamento, por ejemplo,
cuando se establece toda la jerarquía griega de Jerusalén, durante el período de las Cruzadas;
o cuando dio los autos de un apócrifo Concilio de Alejandría, junto con los nombres de 17
obispos que supuestamente habrían tomado parte en él, éstos y otros particulares más
concretos son ahistóricos es difícil precisar cuánta credibilidad merece en otras materias para
las cuales no hay evidencia independiente. Es, no obstante, digno de crédito lo de las lecturas
del Breviario de 1458, cuando aparece por primera vez la fiesta de San Ángel, hasta 1579 se
le presenta simplemente como un siciliano por su nacimiento y nada se dice de su
descendencia judía, su nacimiento y su conversión en Jerusalén, etc.. No existe evidencia
posterior del tiempo que vivió o del año y causa de su martirio. Según algunas fuentes fue
asesinado por herejes (probablemente maniqueos) pero según otros autores más tardíos por un
hombre a quien había públicamente reprendido por un grave escándalo. Además, las más
antiguas leyendas de San Francisco y Santo Domingo nada dicen del encuentro de los tres en
Roma o de sus mutuas profecías relacionadas con los estigmas, el rosario o el martirio. La
vida de San Alberto, así mismo, fue escrita bastante después de su muerte por alguien que no
tuvo recuerdo personal de él y más preocupado por edificar al lector, contando numerosos
milagros (frecuentemente con exageración) que establecer hechos sobrios. Todo lo que con
certeza se puede afirmar es que San Alberto nació en Sicilia, ingresó en la orden siendo muy
joven, debido a una promesa de sus padres; fue durante algún tiempo provincial y murió en
olor de santidad el 7 de agosto de 1306. Aunque no fue formalmente canonizado, su fiesta fue
introducida en 1411
La historia de las provincias de Irlanda y Gales nunca ha sido estudiada de forma exhaustiva,
debido a la pérdida de muchos documentos. El total de conventos irlandeses varía entre 25 y
28, pero con toda la probabilidad algunos de ellos tuvieron breve existencia. El hecho de que
los capítulos generales consideran a Inglaterra como provincia de Irlanda, parece indicar que
la provincia estaba frecuentemente perturbada por la desunión y las contiendas. En época
reciente la casa de Dublín fue designada como studium generale, pero como nunca fue
mencionado como tal en las listas oficiales esto sirvió solamente para los estudiantes
irlandeses, las provincias extrajeras no fueron requeridas para enviar a sus estudiantes. Para la
búsqueda de estudiantes superiores se dieron especiales facultades a Irlanda, Escocia y
Londres en las universidades inglesas. Los conventos de Irlanda sufrieron bajo la mano de
hierro de Enrique VIII.
Constituciones
Las más antiguas constituciones que han llegado hasta nosotros datan de 1324, pero existe
una evidencia de una primera colección comenzada cerca de 1256 para completar la regla que
exponía solamente principios fundamentales. En 1324 la Orden estaba dividida en 15
provincias, correspondientes a los países en los que estaba establecida. A la cabeza de la
Orden estaba el General, elegido por escrutinio (ballot) por el capítulo general, en cada
capítulo debía rendir cuenta de su administración y si no se alegaban serios reparos era
confirmado en su cargo hasta que fuera removido a un obispado, muriera o renunciara por
decisión propia. Elegía su propia residencia, que desde 1472 era habitualmente Roma. Se le
daban dos compañeros, generalmente de su propia elección que lo acompañaban en sus viajes
y le asistían con sus consejos. Toda la Orden contribuía anualmente con una renta fija al
mantenimiento del general y los costes de la administración. En teoría, por último, el poder
del general era casi ilimitado, pero en la práctica no podía permitirse pasar por alto los deseos
de las provincias y de los provinciales. El capítulo general se reunía regularmente cada tres
años desde 1247 hasta le final del Siglo XIV; pero desde el fin de ese período en adelante los
intervalos llegaron a ser más largos, seis, diez o incluso 16 años. Los capítulos habían llegado
a ser una carga dura, no solamente para la Orden, sino también para las ciudades que decidían
acogerlos. Cada provincia, sus miembros aumentaban continuamente, era representadas por el
provincial y dos compañeros. A esto hay que sumar una reunión de maestros sagrados y
estudiantes profesos que mantenían disputas teológicas, mientras los definidores analizaban la
problemática de la Orden; como la Santa Sede garantizaba indulgencias con ocasión de los
capítulos, los púlpitos de las catedrales y de las parroquias y las iglesias comunes eran
ocupados con frecuencia por elocuentes predicadores. Viajaban a caballo, cada provincia
enviaba un número de hermanos legos, para cuidado de los caballos. De esta manera los
capítulos generales ocupaban un gran número de frailes desde 50 a 100 o más. Para sufragar
los gastos cada provincial se veía obligado a pedir a su soberano un subsidio; la Corona
Inglesa, como norma, contribuía con 10 libras, mientras la mesa y el alojamiento para los
miembros del capítulo era provisto por otras casas religiosas o por los ciudadanos. Como
devolución la Orden acostumbraba a conceder a la ciudad cartas de fraternidad y colocar a su
santo patrón en el Calendario Carmelitano. Para la elección de General todos los provinciales
y sus acompañantes se reunían, pero los asuntos importantes eran confiados a los definidores,
uno por cada provincia; éstos eran elegidos en el capítulo provincial, no podían actuar en dos
capítulos sucesivos. Las obligaciones de los definidores eran recibir información sobre la
administración de las provincias; confirmar o destituir a los provinciales y elegir la
recaudación anual; nombrar a los que enseñarían Sagradas Escrituras y Sentencias en las
universidades, especialmente en París; Conceder autorización para la recepción de honores
académicos en representación de la orden; Revisar e interpretar las leyes existentes y añadir
otras nuevas y finalmente conceder privilegios a los miembros destacados, castigar a los
culpables de serias ofensas, imponiendo las penas adecuadas o si fuera necesario mostrar
indulgencia, disminuyendo o condonando las sentencias previas. Hecho esto, todo el capítulo
era de nuevo reunido, las decisiones de los definidores eran publicadas y enviadas por escrita
a cada provincial. De los registros de los primeros capítulos, solamente se han encontrado
fragmentos, pero desde 1318 las actas están completas y han sido impresas parcialmente.
Los capítulos provinciales se celebraban como norma una vez al año, pero algunos
provinciales reclamaban que solamente cada dos o tres años. Cada convento estaba
representado por el prior o vicario y por un compañero elegido por el capítulo conventual para
llevar las quejas contra el prior. Contemplaba el número de capitulares cuatro definidores que
eran elegidos junto con el provincial.(.......) Entre otras competencias tenían plena autoridad
para deponer a los priores y elegir a otros nuevos; también seleccionaban a los que eran
enviados a los diversos srtudia generalia y particularia y a las universidades, y procuraban la
adecuada provisión para sus gastos. Decidían,. Asunto que dependía del general y de la Santa
Sede, sobre las de nuevos conventos. Trataba con los delincuentes. Se hicieron intentos con
frecuencia para limitar la duración del cargo de provincial, pero durante mucho tiempo la
legislación general de la Iglesia permitió una indefinida permanencia en el oficio, estos
esfuerzos fueron prácticamente inútiles. El superior del convento era el prior o en su ausencia
y durante una vacante el vicario. El prior era controlado en su administración por tres
guardianes, quienes guardaban las llaves del arca común y certificaban las facturas y los
contratos. Las quejas contra el superior eran enviadas al provincial o el capítulo provincial.
No había límites en la permanencia del cargo, podía ser confirmado año tras año durante 20
años o más. En el caso de los conventos en ciudades universitarias, especialmente París y la
Curia de Roma (Aviñón, después de Roma) la nominación pertenecía al general o al capítulo
general y por ley no escrita que Cambrigde, Lovaina, y otras ciudades universitarias, debería
ser elegido para superior a un bachiller que en el plazo de un año adquiriría el grado de
Maestro en Ciencias Divinas. Desde aproximadamente la mitas del S. XIV llegó a ser
costumbre elegir los oficios de general y provincial exclusivamente entre aquellos que
hubieran que hubiesen obtenidos grados. La única excepción sistemática a esta regla ha sido
encontrada en la provincia de la Baja Alemania.
Fuentes de Reclutamiento
Cuando San Simón Stock estableció conventos en las ciudades universitarias, obviamente
tenía en cuenta que los graduados podrían ser reclutados para la Orden, no se había engañado
en sus expectativas. En verdad, el tiempo había pasado cuando un día seis o más estudiantes
con sus profesores acudieron al convento dominico de París para recibir el hábito de manos
del beato Jordan. Pero había aún estudiantes, a pesar de las severas leyes de las universidades
que regulaban la recepción de estudiantes en las órdenes mendicantes. Esto se daba quizá
principalmente entre los pobres escolares quienes ingresaban en aquellas órdenes para
asegurarse la vida así como medio de recibir una educación. No solamente en tiempos de San
Simón, sino también después muchos de los problemas era causados por estos jóvenes que
habían cambiado por la libertad y la vida fácil de estudiantes la disciplina del coro. En
muchos conventos se encontraban ejemplos de las familias de los fundadores y benefactores
que llegaron a ser conventuales; en algunos casos las relaciones tío sobrino pueden seguirse
durante siglos; las prebendas de catedrales y colegiatas eran a menudo el regalo del fundador
y de su familia y fueron transmitidos de generación en generación; la celdas de los conventos
del Carmen permanecían frecuentemente en posesión de uno o algunos de la misma familia,
que consideraban un derecho irrenunciable siempre representado por el último miembro de la
familia. Otras veces sucedía que un padre deseoso de establecer a su hijo en la vida compraba
o dotaba una celda para él en el convento. Esto podía deberse a la ardiente piedad de los
primeros tiempos y la cuidadosa prevención de las sociedades peligrosas de modo que si se
daba una posible llamada pudiera madurar en una sólida vocación. Los lugares en donde los
Carmelitas tenían públicas o semipúblicas escuelas encontraban pequeña dificultades para
elegir muchachos adecuados. Pero había conventos en pequeños lugares en donde el
reclutamiento era evidentemente no tan fácil y donde con un número decreciente de internos
una peligrosa relajación de la observancia religiosa fue acentuando la disminución. Durante la
Edad Media un fraile pertenecía al convento en el cual había tomado hábito, aunque debido a
la fuerza de las circunstancias se podía ausentar durante gran parte de su vida. De aquí que el
capítulo general repetidamente recomendara a los priores recibir cada año a uno o dos
postulantes aunque no trajeran donación, con lo que gradualmente aumentaría el número de
religiosos. En otros casos en donde las provincias eran bastantes numerosas, pero carecían de
medios de subsistencia los novicios podrían ser parados durante años.
Desde la aprobación de la Orden por el concilio de Lyón hasta el estallido del Gran Cisma de
Occidente (1274-78) hubo un crecimiento firme de provincias y conventos, interrumpido sólo
temporalmente por la Peste Negra. Durante la época del Cisma, este afectó tanto a provincias
como a individuos, que tomaban partido según las políticas del país al que pertenecían. Un
censo elaborado en 1390 muestra las siguientes provincias por parte de los Urbanistas: Chipre
( con un número de conventos no contabilizados); Sicilia con 18 conventos; Inglaterra con 35,
Roma con 5: Baja Alemania con 12; Lombardía con 12 o 13; Toscana con 7; Bolinia con 8;
Gasconia con 6. Los clementistas con Escocia, Francia, España y la mayor parte de las casas
de Alemania eran bastantes más poderosos. El General, Bernadrdo Olerius, (1375-83) siendo
nativo de Calatonia se adhirió a Clemente VII y fue sucedidio primero por Raymond
Vaquerius y después por John Grossi (1389-1430), uno de los generales más activos, quien
durante el cisma fundó numerosos conventos y mantuvo excelente disciplina entre los
religiosos pertenecientes a su partido, de esta forma en la unión de 1411 fue elegido por
unanimidad general de toda la Orden. Los urbanistas tuvieron pero fortuna. Migue de
Anguaris, quien sucedió a Olerio (1379-86) habiendo caído bajo sospecha, fue desposeído
después de un largo proceso; la administración financiera dejó mucho que desear; la pérdida
de París después del reestablecimiento de la unión llegó a ser necesario un cambio radical de
la regla. Este, como hemos visto, fue originalmente llevado a cabo por un puñado de eremitas
que vivían en un singular apacible clima. A pesar, de los pocos cambios llevados a cabo por
Inocencio IV, la regla era vista como demasiado severa por aquellos que ocupaban la mitas de
su vida en el trabajo intelectual intenso de la universidad y la otra mitad en el ejercicio del
sagrado ministerio en el convento. En consecuencia Eugenio IV concedió en 1432 un
mitigación permitiendo el consumo de carne en tres o cuatro días a la semana y en la dispensa
de la obligación del silencio y del retiro. Pero aún así los principales abusos que se habían
extendido durante el S. XIV no hubo forma de eliminarlos.
Abusos e irregularidades
Es indispensable tener una idea clara de aquellos abusos para comprender las reformas de
vida que los contrarrestaban:
-El derecho a la propiedad privada. A pesar del voto de pobreza, muchos religiosos fueron
autorizados a usar de ciertas ingresos de propiedad hereditaria, o disponer de dinero adquirido
por su trabajo, enseñando, predicando, por copias de libros, etc.. Todo esta plenamente
regulado por las constituciones, requería especial autorización de los superiores. Era,
entonces, totalmente reconciliable con una buena conciencia, pero inevitablemente causaba
desigualdades entre frailes ricos y pobres.
-La aceptación de puestos de honor fuera de la Orden. Desde mediados del S.XIV los papas
se mostraron más generosos en la concesión de privilegios de capellanías papales, etc., a
aquellos que pagaban pequeños honorarios a la Chancillería Apostólica. Estos privilegios
prácticamente alejaban a los religiosos de los mandatos de sus superiores. Después de la Peste
negra (1348) cientos de beneficios quedaron vacantes, los cuales eran muy parcos para llenar
la vida a un titular (9 después por religiosos, entre otros los carmelitas, que por un
insignificante servicio, como era la ocasional celebración de la Misa, obtenía un pequeño pero
aceptable ingreso. La papal dispensa de compatibilidades (ab compatibilibus) y el necesario
permiso de los superiores se obtenía con facilidad. Otros además fueron autorizados a servir a
altos eclesiásticos o gente de ley “ en todas las ocupaciones que pertenecen a un religioso” o
actuar como capellanes en embarcaciones o desempeñar le puesto de organista en parroquias
e iglesias. Tales excepcion
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