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HACER UNA RESEÑA DE LA VIDA DE LO PRIMEROS CRISTIANOS

Proponemos durante este mes de noviembre -dedicado a los fieles difuntos- releer y
meditar los párrafos que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a las realidades
últimas (la muerte, el juicio, el cielo, el infierno, el purgatorio...). De ahí sacaremos
motivos de esperanza y de optimismo, y un impulso nuevo para la pelea de cada
jornada.

Con la muerte concluye el tiempo de realizar buenas obras y de merecer ante Dios. Para
resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para
ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida" (Flp 1,23) que es la muerte, el
alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los
muertos (cf. Credo del Pueblo de Dios, 28).

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1010.
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es
Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con
él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana
está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo",
para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma
este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor:

Para mí es mejor morir en (es) Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra.
Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por
nosotros. Mi partida se aproxima ...Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí,
seré un hombre (San Ignacio de Antioquía, ROM. 6, 1-2).

1011
En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar
hacia la muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo"
(Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor
hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):

Mi deseo terreno ha desaparecido; ... hay en mí un agua viva que murmura y que dice
desde dentro de mí "Ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía, ROM. 7, 2).
Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir (Santa Teresa de Jesús, vida 1).

Yo no muero, entro en la vida (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).

1012
La visión cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en
la liturgia de la Iglesia:

La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse


nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. (MR, Prefacio de
difuntos).

1013
La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de
misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y
para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra vida
terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los
hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la
muerte.

1014
La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte
repentina e imprevista, líbranos Señor": antiguas Letanías de los santos), a pedir a la
Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte" (Ave María),
y a confiarnos a San José, Patrono de la buena muerte:

Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena
conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la
muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana? (Imitación de Cristo 1,
23, 1).

Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!


Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
CLASE DE MTERIALES UTILIZADOS OR LOS ESCRITORES INSPIRADO POR LAS
ESCRITURAS
Con la expresión «libro sagrado» o «sagrada escritura», en singular o plural, se hace
referencia tanto a la forma de escritura (entendible como una particular técnica
de escribir ―especialmente la jeroglífica, que etimológicamente significa eso, ya que
proviene del griego hierós (‘sagrado’) y galipos (‘escrito‘)― o bien como un particular género
literario como a cada uno de los libros sagrados. En la mayor parte de la bibliografía se utiliza
esa expresión particularmente para designar a la Biblia (el conjunto de libros o textos
sagrados del cristianismo).
Los libros sagrados tienen diferentes formas de presentación (rollo, códice, un único libro,
varios tomos, recopilación), antigüedad y grado de santidad atribuido por los creyentes de
sus religiones. Muchas de tales escrituras existieron originalmente como mitos de tradición
oral memorizados y transmitidos de generación en generación antes de ser escritas y pasar
a ser escritura, lo que aumentó significativamente su prestigio. En casi todas las religiones
persisten distintas formas de recitado o de cantar todo o parte de los libros sagrados, en voz
alta o mentalmente, como forma de oración o en distintos rituales.
En las religiones monoteístas (denominadas también religiones abrahámicas o religiones del
libro), la Biblia hebrea es el texto sagrado del judaísmo; la Biblia (compuesta por el Antiguo
Testamento ―idéntico a la Biblia hebrea con la adición de los textos Deuterocanónicos― y
el Nuevo Testamento) es el del cristianismo; y el Corán es el del islamismo. Entre
las religiones orientales, las escrituras sagradas del hinduismo son los cuatro Vedas y
los Apaisad, entre otros.
Entendidos como libros «revelados» por la divinidad, son considerados fuentes
teológicas para cada una de esas religiones.
Los libros sagrados fueron escritos por seres humanos con el espíritu desarrollado, también
conocido como "inspiración divina".
Aunque las civilizaciones antiguas copiaban textos a mano desde sus inicios (Libro de los
Muertos del antiguo Egipto, por ejemplo), la primera escritura impresa para distribución
masiva fue el Sutra del diamante en el año 868 (Cánones del budismo); mientras que la Biblia
de Gutenberg lo fue en 1455. los materiales de categoría bibliográfica pertenecen y
provienen de los tipos de material de escritura.

Para crear un escrito en cualquier épotu pea os de materiales de escritura

lámina o superficie sobre la que se escribe.

plumas o estiletes, con los que se trazan los signos y figuras.

tintas o colores que se aplican a la superficie.

la piedra, que ha servido de forma regular desde que se inventó la escritura;

el barro cocido, que fue la principal y clásica materia de escritura de las


civilizaciones caldea y asiria;
láminas metálicas de plomo y de bronce y especialmente las de este último que tuvieron gran
relieve en la civilización romana;

hojas y cortezas de árboles, que varios pueblos de la antigüedad aprovecharon, a falta de otros
elementos manuales

tablitas de madera encerada o blanqueada (álbum) que estuvieron muy en boga


entre griegos y latinos y continuaron usándose durante toda la Edad Media;

 el papiro, formado por tiras (llamadas piltra por los romanos) de la médula fibrosa (biblias) del
arbusto palustre pegadas en sentido longitudinal y transversal , luego prensadas y encoladas
con engrudo que desde unos 3000 años a.C. constituyó el obligado material de los volúmenes
egipcios y cuyo uso se extendió a Europa desde el siglo VI a. C. continuando más o menos hasta
el siglo XI de la era cristiana;

el lienzo, usado a menudo por los egipcios, sobre todo, en inscripciones sobre momias;

las pieles y, sobre todo, el pergamino que es una piel adelgazada, material de que se sirvieron
griegos y romanos y que fue la preferida en los códices medievales;

la vitela, especie de pergamino más delicado, hecho de piel de ternera (en latín, botella);

el papel, fabricado con pasta de algodón, lino o cáñamo e incluso de madera (ésta desde
mediados del siglo XIX) de procedencia oriental, conocido en Europa desde el siglo XIII de
nuestra era y generalizado en su uso desde mediados del siglo XIII.
Cualquiera que fuera el material de las láminas destinadas a la escritura, no solía utilizarse en la
antigüedad sino una de las caras y si alguna vez se aprovechaban las dos, se llamaba la hoja o
lámina epistológrafa.

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