Está en la página 1de 9

Joan Carles Mélich Joan Carles Mélich

El filósofo catalán publica en Fragmenta “La lectura como plegaria”

Joan Carles Mèlich: “Deberíamos reivindicar la palabra compasión”

“Lo importante del buen samaritano es que actúa siendo sensible al grito de la persona herida”

Jesús Bastante, 14 de marzo de 2015 a las 15:47

Alguien que, en nombre de un absoluto -cada uno el que quiera-, legitima -de las Cruzadas al
Estado Islámico- determinadas prácticas crueles. El horror. Lo peor es cuando se mata en nombre
de ese absoluto

Novedades de Fragmenta/>

Novedades de Fragmenta

Joan Carles Mèlich, con Jesús Bastante Novedades de Fragmenta

(Jesús Bastante).- "La lectura como plegaria", es el título del nuevo libro del filósofo Joan Carles
Mèlich, que publica en castellano Fragmenta. "La compasión es una palabra que deberíamos
reivindicar", afirma en esta entrevista, donde incide en que "las verdades inmutables son
peligrosas", que "sólo con moral, el ser humano puede ser un fanático", y que "lo realmente santo
es ocuparse del otro".

Hoy no estamos en nuestro estudio. Estamos con Joan Carles Mèlich, filósofo catalán. Buenos días,
Joan. ¿Qué tal te trata Madrid?

Estoy siempre encantado de venir por aquí.

Vienes a hablarnos de tu último libro, que has publicado con Fragmenta. ¿Es la primera parte de
un proyecto más amplio?

Sí, se subtitula Fragmentos filosóficos I porque habrá una segunda parte. Me he comprometido al
segundo y me gustaría, quizás, hacer incluso un tercero, porque las trilogías son buenas.
No hemos hablado todavía del título del libro: La lectura como plegaria. ¿Ignasi Moreta es buen
editor?

Cuida mucho la forma: cubierta, tipografía... Me parece que como él quedan ya pocos. Es un editor
artesano.

En un mundo, además, agobiado por las prisas a todos los niveles, una editorial como Fragmenta
es espiritual en la forma y en los temas. Ahora que necesitamos pildoritas para cualquier cosa, tú
nos presentas un libro de casi trescientos fragmentos filosóficos. Cortos, pero no para consumir
cada seis horas.

No. No son twits. Yo, en Internet, tengo lo mínimo. Hasta ahora había escrito ensayos, que salían
en Herder Editorial: Filosofía de la finitud, Ética de la compasión, Lógica de la crueldad. Pero,
hablando con Ignasi Moreta, me sugirió publicar algunos de los fragmentos de mis cuadernos de
notas, que llevo diez o quince años escribiendo. Estos son fragmentos, me gusta la palabra.

Son esas ideas que uno no sabe si van a encajar en algún sitio...

Algunos de esos fragmentos, sí que podrían ser aforismos, aunque no me gusta la palabra, porque
me da mucho respeto, que se pueden encontrar en algunos de mis libros. Pero, claro, en un libro
de trescientas páginas, hay frases que pierden parte de su fuerza. En esta ocasión, me interesa
mostrarle al lector el texto tal como se gestó. Porque, de hecho, yo me considero, personalmente,
un escritor de fragmentos. Yo leo y, mientras voy leyendo, voy con un lápiz subrayando el libro, y
luego tengo siempre un cuaderno a mano, y una pluma. Siempre escribo con pluma y tinta de
color violeta.

Muy republicano.

Sí. Nunca nadie me lo había dicho, pero podría ser esa la razón. Me gusta mucho el color violeta, y
el olor de la tinta. Aunque luego lo tengo que pasar a ordenador.

A mí me sucede que, si escribo en papel, al trasladarlo al ordenador estoy haciendo una segunda
lectura que enriquece el texto.
Por supuesto. Y los libros que leo son siempre en formato papel, no quiero perder tampoco ese
olor.

El sabor de un libro. El hacerte daño incluso con el papel.

Sí. Abrirlo y mantener una relación corpórea con el objeto. Creo que un texto no dice lo mismo,
aunque diga lo mismo, en papel o en formato Ebook.

Totalmente de acuerdo. Decías que eras, de hecho, de los que "manchan" los libros...

Lo hacía mucho cuando era más joven. Ahora, sin obsesionarme, me puede el respeto: siempre
con lápiz, nada de rotulador como hace años. Sobre todo si son ediciones bonitas. Porque yo
reivindico el libro-objeto y una relación sensual con él. Les digo a mis alumnos que lo subrayen, lo
huelan incluso. Sobre todo las grandes obras. ¿Por qué, por ejemplo, estamos en un mundo en el
que todo el mundo entiende que una buena botella de vino no sabe igual en un vaso de papel que
en una copa de cristal, pero no que un buen libro tampoco se puede "tomar" de cualquier
manera? Nos han enseñado una lentitud para beber: que tome aire, etc, se recomienda en todos
los programas de cocina. Pues un buen libro también necesita su tiempo.

Y estos fragmentos filosóficos, ¿también necesitan su tiempo? Y, si son retazos de reflexiones


diferentes tuyas, ¿se pueden leer como un todo? ¿Esa unidad se da?

Sí. De hecho, cuando los seleccionaba, me di cuenta de que, en el fondo, salen los grandes temas
de siempre. Los que desde hace muchos años me han preocupado.

¿Cuáles son?

Primero, la lectura. El enfrentamiento con los clásicos. La plegaria, que hace fundamentalmente
referencia a ese respeto, a esa devoción por la palabra. La palabra que se dice desde hace tanto
tiempo... Antes de empezar a hablar, uno la escucha devotamente. Luego habrá tiempo para
críticas.

Imponen respeto, sobre todo los que tienen tres mil años, los que llevan dos mil en la Historia...
Que han sido leídos por infinidad de personas, en todos los lugares del mundo, en distintas
circunstancias... Son textos vivos, en realidad.
Claro. Yo siempre le digo a mis alumnos de Filosofía de la Educación, en la Facultad de Barcelona
(la de Educación: mis alumnos son futuros maestros o pedagogos; no son filósofos), que una obra
de Platón, un texto de Aristóteles...que ha sido escrito hace dos mil quinientos años, merece un
respeto porque, si lo seguimos leyendo en la actualidad, es que todavía nos está diciendo algo. Por
supuesto que se debe criticar, pero tiempo habrá. Vivimos en un mundo de mucha opinión pero
poca crítica, que implica reflexión.

Otro tema que me preocupa es la distinción entre ética y moral. Ha sido una de mis constantes en
los últimos años. Dentro de la propia moral, la noción de compasión. La Ética de la compasión, que
publiqué en 2010, la fui gestando durante diez años. La compasión es una palabra que deberíamos
reivindicar. Es fundamental, aunque es verdad que se critica. Que hoy en día sigue teniendo mala
prensa. Que si la gente no quiere compasión: quiere justicia... Tiene mala prensa.

Pero la etimología...

Exacto. Compasión quiere decir acompañar al otro en su sufrimiento.

Es un modo de entender la vida más fuerte, más apasionado. En ese sentido, el Papa Francisco
utiliza con mucha frecuencia esa palabra. Él hace mucho hincapié en estas expresiones que
implican compartir algo. Compasión, compartir, convivencia. Son un grupo de palabras que
acarrean una cierta responsabilidad. Un compromiso abierto al diálogo. La pasión es una cosa,
pero la compasión otra, tal vez más sutil.

Sí. Yo creo que, entre sus porqués, la filosofía moderna ha rechazado la palabra compasión.
Spinoza, Nietzsche, incluso Kant. Las éticas de la justicia, que todavía están vigentes hoy en día,
son éticas kantianas, poco amigas de la compasión. En cambio, uno de los pocos autores que sí
que la reivindica es Schopenhauer. De él se tiene la idea de que fue un filósofo pesimista... Bueno,
¡reivindicó el budismo! De los pocos que lo hizo. Y, en nuestra tradición cultural, el gran texto de la
compasión, ahora que nombrabas al Papa Francisco, es la parábola del buen samaritano. En uno
de los fragmentos, hago una reivindicación de la figura de samaritano. Hay que explicar lo que es
eso: alguien que, sin esperar nada a cambio, ayuda al hombre herido. No en función de un deber
moral, sino siendo sensible a ese "grito" de la persona herida.

Ese es el debate que planteabas antes: ética contra moral.


Mi amigo, el monje de Montserrat Lluis Duch, que también ha estado en esta casa, escribió
conmigo un par de libros, que publicamos en Trota: Escenarios de la corporeidad y Ambigüedades
del amor, teniendo la oportunidad de discutir con él el tema del samaritano.

¿Qué se entiende por moral? Moral tiene todo el mundo: normas, valores, hábitos propios de una
cultura concreta en un momento determinado de su Historia. No hay ser humano fuera de la
cultura: si hay ser humano, hay cultura. Siempre lo digo. Nacemos en una cultura que tiene
dentro, además, la transmisión de un universo moral. ¿Qué hace un padre a su hijo? Le transmite
valores, porque es natural. Los tres hombres que pasan delante del hombre herido en el texto de
Lucas, tienen moral. Pero solamente uno da una respuesta ética. Compasiva. Lo interesante del
asunto es que justamente el buen samaritano da la respuesta compasiva en contra de su moral. Si
el samaritano hubiera sido fiel a los valores, a las normas, no hubiera sido compasivo. Hay una
tensión en lo humano, entre la educación de a quién hay que ayudar y a quién no (lo moral) y lo
ético. Ahora vivimos en tiempos de mucha moral y de muy poca ética. Nunca se habían hecho
tantos códigos deontológicos como hasta ahora. Cuando yo era pequeño, creo que sólo lo tenían
los médicos. Su juramento hipocrático. Hoy en día todo el mundo se ha rasgado las vestiduras: los
futbolistas tienen código deontológico. Psicólogos, policías...

¿No es que estamos intentando tener asideros para no dejarnos sorprender por nuestras
reacciones y por la propia vida?

Claro: es que la moral da seguridad, porque nos dice lo que debemos hacer. Que no se me
interprete mal, porque en ningún caso quiero decir que tengamos que vivir sin moral: no hay ser
humano que pueda prescindir de ella. Ahora bien, tampoco existe ser humano únicamente con
moral. Entonces, sería un fanático. Alguien que, en nombre de un absoluto -cada uno el que
quiera-, legitima -de las Cruzadas al Estado Islámico- determinadas prácticas crueles. El horror. Lo
peor es cuando se mata en nombre de ese absoluto.

...Cuando el horror tiene una categoría moral.

Exactamente. Se habla mucho, por ejemplo, de los peligros del relativismo. Es posible que tenga
sus peligros, pero debería hablarse también de lo peligroso de esos absolutismos: de la
legitimación de los actos en un principio absoluto; sagrado, incontestable, inamovible.

Hay un filósofo judío que o sigo muy de cerca: Lévinas. Él distingue entre lo sagrado y lo santo y
dice que cuidado con lo sagrado, porque es un principio legitimador. En cambio, la santidad es
ocuparse del otro. Rompiendo, muchas veces, marcos morales. Dicho de otra manera, en una
novela maravillosa, Vida y destino, donde también se cita a Lévinas, hay una frase que dice "yo no
creo en el bien: creo en la bondad". Dice el autor, Grossman, que en el nombre del bien se han
construido campos de concentración. Cuidado con los que creen que han alcanzado el bien y nos
quieren llevar por el buen camino.

Retrocedamos un segundo: hablabas del peligro del relativismo, pero a la vez estás alertando
sobre el grave peligro de lo absoluto en lo ideológico. ¿En qué punto hay que conjugar, entonces?
¿Se puede ser relativamente moral?

Sí... Yo lo que defiendo es lo que llamaría el perspectivismo. Ser perspectivista no es ser ni lo uno
ni lo otro. ¿Qué significa? Pues que el ser humano siempre habla desde un tiempo, un espacio, una
circunstancia, como diría Ortega. Desde un cuerpo, una biografía. Son condiciones ineludibles para
el ser humano.

Miramos las consecuencias de nuestros actos y hacia el futuro desde la perspectiva de nuestro
presente.

La cuestión es si podemos no mirar, sino hablar de lo que está en otro tiempo y espacio. Podemos,
sí. Pero con la condición de hacerlo desde nuestro espacio y nuestro tiempo, que es otro. Con la
lectura pasa lo mismo: hay un texto, y luego está su infinita interpretación. El texto es el mismo
para todos, pero hay infinitos lectores. Uno mismo realiza, a lo largo de la vida, también infinitas
lecturas de un mismo texto.

¿Y dónde queda la verdad?

Ese es un gran problema. La verdad, si se entiende por verdad lo que Descartes, en su Discurso del
método, donde formula su famoso Cognito, ergo sum, dice a continuación -esa frase en la que ya
no tanta gente se para: "y observando esta verdad [pienso, luego existo], era tan firme y segura,
que ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran capaces de conmover, pensé que
podía tomarla como primer principio de la Filosofía que andaba buscando"-, se está entendiendo
como algo inmutable. Algo tan "firme y seguro" que no se puede, en un momento dado, poner en
duda, así que, yo creo, que es peligroso. Nos guste o no, el ser humano es un ser finito, y por tanto
la duda, el interrogante, son algo propio de la condición humana. Lo que no nos pone en peligro.

Poner límite a esas legitimaciones implica que tú aceptes que llegas a donde llegas. Que necesitas
asideros...

¡Pero no asideros absolutos! No estoy hablando de que el ser humano tenga que prescindir de
puntos de apoyo. Es finito, o sea que está claro que los necesita: normas, valores, religiones. El
problema viene cuando presenta determinados principios de forma absoluta. Si eso existe,
supondría superar la condición finita del ser humano, su espacio-tiempo, su contestable
circunstancia. La condición adverbial, diría Lluis Duch. Pero eso es insuperable.

¿Se puede ser absolutista contra el absolutismo?

¿Convertir el perspectivismo en un nuevo absolutismo? Esa es la crítica que nos suelen hacer los
absolutistas: como con los relativistas se nos puede confundir, lo fácil es decir que todo es lo
mismo. Pero yo creo que no. Lo primero, habría que ver si de verdad existen absolutos relativistas.
¿Hay gente para la que de veras todas las opiniones valen igual? El relativismo es como el hombre
del saco: tú a un niño le dices que vendrá si no se porta bien, pero el hombre del saco no existe.
Los absolutistas, a los que yo en mis libros he llamado metafísicos, advierten que si no se está de
acuerdo con ellos, llega un hombre del saco que es el peligro relativista. Y como nadie quiere ser
ese hombre, o estás con los metafísicos o estás contra ellos. No hay alternativas.

Yo no digo que no crea en el absoluto: digo que, si existe, de ese absoluto sólo puede afirmarse
algo desde este momento: tu cuerpo, tu biografía. El perspectivismo no dice que todo vale igual,
que todas las opiniones son posibles... Hay opiniones y principios mejores que otros. Pero toda
respuesta es aquí y ahora. La condición adverbial del ser humano es un aspecto antropológico de
primera magnitud.

Los textos son los que ofrecen respuestas absolutas: la Biblia, los Evangelios, cualquier libro
sagrado ofrece lo absoluto frente al momento concreto en el que nos hallamos. Pero surge el
debate.

Porque, antes lo he dicho, el texto sagrado es el mismo -La Biblia, el Corán, la Torá...-, pero
necesita luego de la lectura. Y cada lectura es cada una. Toda interpretación es una interpretación.
Quiero decir, que siempre hay más de una. Si sólo existiera "la" interpretación, ya no habría
interpretación. Siempre es plural. Infinita en el sentido de que siempre es posible dar nuevas
interpretaciones, en función del presente. Un texto clásico es un texto del pasado que me está
interpelando en el presente. Entonces, hay que leerlo. Los judíos hablarán de la tensión entre el
texto y su interpretación. Es ineludible esa tesitura. Y ahí es donde yo hablaría del perspectivismo.

¿Qué tipo de lector debe leer tu libro? Hemos dicho que no son pildoritas. ¿Requiere, entonces, un
conocimiento previo?

No: un conocimiento filosófico básico, de instituto. Intento abrirlo a todos los públicos. Aparecen
algunas referencias a filósofos, pero también a escritores, a músicos (sus canciones, sus letras, sus
vivencias), a cineastas... Puede leerlo, en cualquier caso, una persona que no busque tanto una
respuesta sino que quiera formularse preguntas. Yo entiendo que la filosofía, fundamentalmente,
lo que hace es ayudarnos a problematizar aquello que, de alguna manera, dábamos por supuesto.
A mis alumnos les digo que el que venga a buscar aquí soluciones, está de más. Al terminar el
curso, sabremos algunas cuantas cosas, pero serán certezas sólo los títulos que escribieron Kant o
Platón... los datos objetivos, que hay que darlos, porque son conocimiento. Pero son Historia de la
Filosofía. La clase, sin embargo, es interesante no cuando se han dado respuestas, sino cuando,
por primera vez en su vida, me dice alguien que se ha planteado tal o cual pregunta. Cuando
nunca antes te habías preocupado de eso, y al terminar la clase te vas preocupado, tal vez
discutiendo con un compañero. Discusión para la que, desde luego, no obtendrán una respuesta
en la clase siguiente.

Los fragmentos de mi libro son preguntas, no respuestas. No son dudas metódicas, como la de
Descartes. Yo no lo tengo claro: la mía es una duda existencial. Sé que la realidad de la respuesta
que a veces doy es que es muy limitada. Por eso me gusta la palabra finitud: implica contingencia.
No me refiero a la muerte, sino a la vulnerabilidad del ser humano. En el libro hablo mucho,
también, de la muerte: es un aspecto fundamental de la finitud, pero antes de ella, somos seres
vulnerables.

La vulnerabilidad durante el camino, encontrándonos con dificultades, alegrías, necesidades y


tropezones...

Sí, pero no creo que exista el camino. Nietzsche lo decía. También Machado escribió que sólo se
hace camino al andar... En ese sentido, en el próximo volumen, seguramente vaya a hacer una
reivindicación de algunos de los filósofos españoles que tradicionalmente no pasan por filósofos.
Por ejemplo Machado. Un libro fundamental que había leído pero que ahora estoy estudiando en
serio es el Juan de Mairena. Para alguien que se dedique al mundo de la educación, tiene que ser
increíble que Juan de Mairena, esa filosofía machadiana, no se estudie en las facultades. Imagino
que se estudiará en Filología Hispánica... En bachiller, la poesía, que me parece excelente, pero
Juan de Mairena es imprescindible. Si los alemanes o los americano hubieran tenido alguien como
Machado, estaríamos escuchando su nombre a diario.

Salvo algunas excepciones, como Ortega, pues ya incluso María Zambrano está reconocida en
menor medida y Unamuno ya no es considerado filósofo... la filosofía española la encontramos en
un género difuso entre la filosofía y la literatura. El caso de María Zambrano es único: la razón
poética. Me encanta esa idea. Porque marca la diferencia frenta a esa razón germánica: la del
idealismo alemán es una razón descorporeizada. La Poesía devuelve el cuerpo a la Razón. Esto es
lo que explica María Zambrano. En Unamuno ocurre lo mismo, en El sentimiento trágico de la vida:
"Ni lo humano ni la Humanidad: el hombre de carne y hueso, que nace, sufre y muere. Sobre todo
muere". Ese es el sujeto de la Filosofía: el sufrimiento. No es un sujeto trascendental. Si hay
hombre, no existe "el" hombre. Existen hombres, sus tiempos y espacios, sus sufrimientos, sus
relaciones con los demás.

Joan Carles Mélich: La lectura como plegaria. Ha sido un auténtico placer, aunque haya sido sólo
un pedacito de la conversación que se podría haber tenido.

Cuando salga el segundo volumen -espero que sea dentro de un año o de dos-, cuyo título girará
en torno a la importancia de la noción, que ya he citado, de vulnerabilidad, no volvemos a
encontrar y hablamos.

También podría gustarte