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Carrera: Abogacía
Programa
Unidades Temáticas
Unidad I
Objetivo específico: comprender la ubicuidad práctica del derecho e introducir los debates en
torno a qué es el derecho
Contenidos: *el contexto del derecho; *la pregunta qué es el derecho; *el iusnaturalismo; *el
positivismo jurídico; *autoridad y coacción
Unidad II:
La ley, los hechos y la justicia ¿Qué hacen los jueces cuando juzgan?: El caso de los exploradores
de cavernas
Objetivo específico: utilizar el relato de Fuller para sumergir a los estudiantes en las complejidades
del razonamiento jurídico ante un caso puntual que coloca en tensión la letra de la ley, los hechos
y la pregunta en torno a la justicia
Contenidos: *lectura y reflexión en torno a un caso; *la ley y la justicia; *el razonamiento práctico;
*el planteo del realismo jurídico
Unidad III:
Consecuencias prácticas de las distintas concepciones acerca del derecho: Júpiter, Hércules y
Hermes, tres modelos de juez. Validez, legitimidad y eficacia.
Objetivo específico: colocar en relación el debate teórico (concepto de derecho) con el debate
práctico (cómo y con qué fin opera el derecho)
Contenidos: *El derecho como legalidad (formalismo jurídico); *el derecho como lo que deciden
los jueces (activismo jurídico); *el derecho como campo de circulación de sentido
(hermenéutica/experimentalismo jurídico/el derecho como red)
Unidad IV:
Objetivo específico: recoger el camino recorrido y flexionar en torno a la relación entre el derecho
y el cambio social.
Contenidos: *derecho y cambio social; *la dificultad de la implementación de las promesas legales
cuando los problemas son estructuralmente complejos.
CRONOGRAMA
Clases 5 y 6: Unidad III (Lectura: Júpiter, Hércules y Hermes: tres modelos de juez de Ost)
Clase 9: Examen
METODOLOGÍA
La metodología consistirá en una exposición conceptual y del problema a tratarse durante la clase
a cargo del docente y luego la reconstrucción colectiva de los ejes del debate. Cada clase exigirá
una lectura previa, una discusión en la que deberán participar todos los alumnos y una aplicación
práctica.
EVALUACIÓN
BIBLIOGRAFÍA
Obligatoria:
Nino, Carlos Santiago, Introducción al análisis del derecho, 2da. Edición ampliada y revisada,
Editorial ASTREA, Buenos Aires. Introducción: El contexto del derecho y Capítulo Primero: La
definición de derecho (páginas. 1/61)
Fuller, Lon: El caso de los exploradores de cavernas, Segunda Edición, Lexis Nexis Abeledo-Perrot,
Buenos Aires.
Complementaria:
Advertencia VII
INTRODUCCIÓN
EL CONTEXTO DEL DERECHO
CAPÍTULO PRIMERO
LA DEFINICIÓN DE DERECHO
CAPÍTULO II
EL CONCEPTO DE NORMA JURÍDICA
1. El lenguaje prescriptivo 63
2. Las normas en la teoría de von Wright 67
XII ÍNDICE GENERAL
a) Caracterización general 67
1) Las reglas definitorias o determinativas 67
2) Las directivas o reglas técnicas 68
3) Prescripciones 68
1) Normas ideales 69
2) Costumbres 69
3) Normas morales 70
b) Las normas prescriptivas y sus elementos 70
1) Carácter 72
2) Contenido 73
3) La condición de aplicación 76
ú) Autoridad 76
5) Sujeto normativo 77
6) La ocasión 77
7) La promulgación 77
8) La sanción 78
3. La teoría de Kelsen respecto de las normas jurídicas . . . 78
a) Las normas jurídicas como juicios de "deber ser" . . 79
b) La estructura de las normas jurídicas 81
c) Clases de normas jurídicas 82
d) El caso de las normas que no disponen sanciones . . . 85
e) Norma jurídica y proposición normativa 87
4. Críticas a la concepción de Kelsen sobre la estructura de
las normas jurídicas 88
1) Reglas primarias 91
2) Reglas secundarias 91
a) Reglas de reconocimiento 91
b) Reglas de cambio 92
c) Reglas de adjudicación 92
5. Sobre la existencia de las normas jurídicas 93
Preguntas y ejercicios -II 97
CAPÍTULO III
EL SISTEMA JURÍDICO
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
1. Introducción 245
2. Algunos aspectos del lenguaje que hablamos 248
a) Las palabras y su relación con la realidad 248
b) El significado de las palabras 251
c) Las oraciones y las proposiciones 256
3. Los problemas de interpretación del lenguaje jurídico . . 259
a) Ambigüedades 260
ÍNDICE GENERAL XV
6) Imprecisiones 264
c) La carga emotiva del lenguaje 269
d) La fuerza de las oraciones , 270
e) Dificultades en la promulgación de las normas 271
4. Los defectos lógicos de los sistemas jurídicos 272
a) Las contradicciones entre normas jurídicas 272
b) La redundancia normativa 279
c) Las lagunas del derecho 281
d) La inoperancia de ciertas normas jurídicas 289
5. La interpretación del derecho jurisprudencial 292
6. La interpretación de las normas jurídicas y la adminis-
tración de justicia 295
7. Derecho, administración de justicia y cambios sociales . 299
Preguntas y ejercicios - V 307
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
LA VALORACIÓN MORAL DEL DERECHO
1. Introducción 353
2. Teorías acerca del significado de los conceptos y juicios
morales (meta-ética) 355
a) Las teorías descriptivistas 355
1) Ei naturalismo 356
2) El no-naturalismo 359
b) Las teorías no-descriptivistas 363
1) El emotivismo 363
2) El prescriptivismo 367
XVI ÍNDICE GENERAL
1. NIÑO. Introducción
2 INTRODUCCIÓN AL ANÁLISIS DEL DERECHO
viables y una base con la que se puede contar para obtener cier-
tos efectos deseados.
Es materia de discusión cuál es la perspectiva frente al de-
recho que corresponde a los juristas teóricos, y si ellos cuentan
con un punto de vista peculiar o si reciben, de segunda mano, la
visión del derecho que tienen los jueces, o los legisladores,
o los abogados, o los sociólogos, o el "hombre malo" movido sólo
por razones prudenciales. Hay aspectos del derecho que se po-
nen más de relieve desde cada una de estas perspectivas, que pa-
recen ser de interés para el jurista académico. Por ejemplo, él
no puede desentenderse de determinar cuál es el derecho en ac-
ción de cierta comunidad, qué factores sociales han incidido en
su conformación, cuál es su eficacia como instrumento para
obtener los efectos perseguidos, cuál es la justificación moral de
sus disposiciones y qué alternativas serían más satisfactorias des-
de el punto de vista valorativo, qué estructuras de relaciones ju-
rídicas y de decisiones judiciales posibles permite el derecho
vigente frente a distintas circunstancias, etcétera.
Es obvio que la adopción de cada uno de estos puntos de
vista diferentes frente al derecho incide en los alcances del con-
cepto de derecho que se emplea, en el significado y función del
lenguaje que se utiliza para formular los enunciados caracterís-
ticos del punto de vista en cuestión, en la percepción de las difi-
cultades y posibilidades que ofrece la manipulación del derecho,
en la determinación de qué forma asume el conocimiento del de-
recho, etcétera
En la elaboración que sigue trataremos de mantener, en la
medida de lo posible, cierta distancia respecto de los diferentes
puntos de vista que se acaba de mencionar, planteándonos una se-
rie de preguntas que son fundamentales para la comprensión y el
manejo de la realidad jurídica desde cualquiera de esas perspec-
tivas: ¿Cómo se emplea y cómo es conveniente que se emplee la
expresión "derecho"? ¿A qué tipo de fenómenos hace referen-
cia? ¿Cómo son las "unidades" elementales que constituyen un
sistema jurídico? ¿Cómo se identifica un sistema jurídico exis-
tente, distinguiéndolo de sistemas normativos no jurídicos, de
otros sistemas jurídicos y de sistemas jurídicos no existentes?
¿Cuál es el alcance de los conceptos fundamentales con que se
hace referencia a la realidad jurídica? ¿Qué dificultades apare-
cen en la aplicación de normas jurídicas generales a casos parti
culares? ¿Hay una "ciencia" específica para conocer y controlar
EL CONTEXTO DEL DERECHO 9
LA DEFINICIÓN DE DERECHO
»• N I Ñ O . Introducción
18 INTRODUCCIÓN AL ANÁLISIS DEL DERECHO
a) El escepticismo ético
b) El positivismo ideológico
3. NIÑO. Introducción
34 INTRODUCCIÓN AL ANÁLISIS DEL DERECHO
c) El formalismo jurídico
na, sino que son malos como cuchillo o como profesor. Si el mero
hecho de ser malos los excluyera de la clase de los cuchillos o
de los profesores, ya no podríamos criticarlos por ser un cuchillo
o un profesor que no satisfacen las condiciones para ser un buen
exponente de su clase. Lo mismo ocurre con el concepto de
derecho, si decidiéramos que éste sólo es aplicable a sistemas que
son buenos o justos. No podríamos hacer comparaciones entre
un sistema jurídico bueno y otro malo, porque este último sistema
no sería un sistema jurídico. De este modo, obscurecemos los
rasgos fácticos comunes que tienen tanto el uno como el otro
sistema y dejamos de percibir con claridad cuál es el peculiar
disvalor que puede presentar un sistema con esas propiedades fác-
ticas. Así como hay ciertas deficiencias específicas que hacen
que una persona, que satisface las condiciones fácticas que nos
permiten llamarlo "profesor", sea un mal profesor (y no, por
ejemplo, un mal hombre, o un mal marido), hay también ciertas
deficiencias específicas que hacen que un sistema normativo que
reúne las condiciones fácticas que nos permiten calificarlo de
"derecho", sea un derecho injusto. El sistema normativo im-
puesto en la Alemania nazi nos choca como tan radicalmente
injusto, precisamente por haber sido un sistema jurídico, o sea
un sistema que compartía ciertas propiedades fácticas comunes
con otros sistemas jurídicos, como el argentino o el norteameri-
cano. Si lo viéramos, en cambio, no como un sistema jurídico
sino como el orden normativo de una organización delictiva —co-
mo la mafia— lo seguiríamos considerando aberrante pero deja-
ríamos de percibir claramente la horrenda iniquidad involucrada
en la implantación de un sistema respaldado por el monopolio de
la fuerza en un cierto territorio, constituido por leyes y aplicado
por jueces y funcionarios, pero que, a diferencia de otros sistemas
que reúnen estas mismas propiedades, no estaba dirigido a garan-
tizar a toda la población condiciones de vida razonablemente se-
guras y equitativas, sino a asegurar el dominio de cierta raza
eliminando a los "seres inferiores" y a los disidentes.
Por otra parte, los sistemas normativos que suelen denomi
narse "derecho" en contextos descriptivos, presentan rasgos co-
munes de índole fáctka que son de tal relevancia para todo aná-
lisis social, como el que realizan sociólogos, antropólogos, histo-
riadores, etc., que se hace necesario agruparlos conceptualmente
en una misma clase, distinguiéndolos de otros fenómenos socia-
les. Si no pudiéramos utilizar la palabra "derecho" para deno-
LA DEFINICIÓN DE DEHECHO 43
realista que éste, del célebre juez Holmes (en La senda del de-
recho) :
"Si queréis conocer el derecho y nada más, mirad el problema con
los ojos del mal hombre, a quien sólo le importan las consecuencias
materiales que gracias a ese conocimiento puede predecir; no con los
del buen hombre que encuentra razones para su conducta dentro o
fuera del derecho en los mandamientos de su conciencia. Tomad por
ejemplo la pregunta fundamental ¿qué es el derecho? Encontraréis
que ciertos autores os dicen que es algo distinto de lo que deciden los
tribunales de Massachusetts o de Inglaterra, que es un sistema de la
razón, que es deducción a partir de principios de ética o axiomas um-
versalmente aceptados, o cosa parecida, que puede o no coincidir con
las sentencias judiciales. Pero si aceptamos el punto de vista de nues-
tro amigo el mal hombre, veremos que a éste le importan un bledo los
axiomas o deducciones, pero en cambio le interesa saber qué es lo que
en efecto han de resolver probablemente los tribunales de Massachu-
setts o de Inglaterra. Yo opino de manera bastante parecida. En-
tiendo por 'derecho' las profecías acerca de lo que los tribunales harán
en concreto, nada más ni nada menos."
4. NIÑO. Introducción
50 INTRODUCCIÓN AL ANÁLISIS DEL DERECHO
2.— Señale con un mismo signo las frases en que la palabra "derecho" esté
usada con el mismo sentido:
a) La Constitución garantiza el derecho de peticionar ante las autoridades.
b) El derecho español estipulaba la pena de muerte por garrote para
algunos delitos.
c) El Presidente de la Nación tiene derecho a vetar una ley del Congreso.
d) El derecho penal argentino se ajusta a ciertos principios liberales.
e) El derecho requiere de sus cultores una aguda capacidad analítica
para percibir las consecuencias de las normas generales en situaciones
particulares.
/ ) "Derecho" se traduce en alemán por Recht.
g) Diferentes circunstancias socioeconómicas pueden influir en la evolu-
ción del derecho de un país.
h) La carrera de derecho es más larga en la Argentina que en los Es-
tados Unidos.
3.— Imagine una discusión verbal provocada por la vaguedad de la palabra
"derecho".
4.— Explique las diferencias que hay entre las siguientes tesis acerca de la
relación entre derecho y moral:
a) Las normas de todo sistema jurídico reflejan de hecho los valores y
aspiraciones morales de la comunidad en la cual rigen o de los grupos
52 INTRODUCCIÓN AL ANÁLISIS DEL DERECHO
@
LEXISNEXIS
Abeledo-Perrot
F~iler,Lon L.
El caso de los exploradores de cavemas.- 2' 4.-
Buenos Aires : Abeiedo Perrot. 2002.
80 p. ; 16x12 cm.
Título s n ingl5s
"THE CASE OF ?HE SPELUYCEAN EXPLCJRERS"
0by Hnrvard Liiw Revie:v Xssoci~iion
C~~nyr!%!~t
Tnducción de
Ccniiro R. Ccirrió y Leopoido J. Kiiius
NOTA PRELI31INAR
1
Revue de l’Ecole nationale de la magistrature, n.º 3, junio, 1990, págs. 14-15.
2
A.-J. Arnaud, «Le Medium et le savant. Signification politique de l’interpretation juridique»,
en Archives de philosophie du droit, 1972, págs. 172 y ss.; y también F. Ost, «Juge pacificateur, juge
arbitre, juge entraîneur. Trois modèles de justice, en Fonction de juger et pouvoir judiciare.
Transformations et déplacements, bajo la dirección de Ph. Gérard, F. Ost y M. van Kerchove,
Bruselas, 1983, págs. 1-70.
170 François Ost
Sería fácil concluir a continuación que nuestra actualidad jurídica se caracteriza por una
combinación, variable según las ramas del Derecho, de las dos racionalidades jurídicas que
acabamos de distinguir sumariamente. De la primera habríamos heredado, junto a los
códigos y las constituciones, los principios y los conceptos que estructuran nuestra
disciplina; mientras que la segunda nos proporcionaría esos jueces que, desde la justicia
constitucional hasta la justicia de los procedimientos de urgencia, parecen ejercer ahora el
monopolio de la jurisdictio.
Sin embargo, esto supondría salir del paso sin demasiado esfuerzo, dejando de lado
lo esencial. Todo lleva a creer, en efecto, que la complejidad que se nos presenta es todavía
mucho más grande que la sugerida por la superposición de estos dos modelos. Además del
hecho de que uno y otro han entrado hoy en crisis, ellos sólo ofrecen representaciones
empobrecidas de la situación que pretendían describir en su época. La sociedad y el
Derecho postmodemo merecen algo mejor que ese artificio teórico. Nos encontramos
entonces ante la configuración de un nuevo modelo en el que conviene fijarse.
Proponemos representar este modelo bajo los rasgos de Hermes, el mensajero de los
dioses3. Siempre en movimiento, Hermes está a la vez en el cielo, sobre la tierra y en los
infiernos. Ocupa resueltamente el vacío entre las cosas, asegura el tránsito de unas a otras.
Dios de los mercaderes, preside los intercambios; psicopompo, conecta los vivos y los
muertos; dios de los navegantes, supera travesías desconocidas. Hermes es el mediador
universal, el gran comunicador. No conoce otra ley que la circulación de los discursos, con
la que arbitra los juegos siempre recomenzados.
3
La figura de Hermes no es desconocida en el pensamiento jurídico. Algunos autores la
evocan, aunque con sentidos muy diferentes de los que nos ocuparemos. L. Sala-Molins (La Loi, de
quel droit? París, 1977, págs. 29 y ss., y págs. 103 y ss.) lo presenta como el heraldo de la ley
universal del deseo, que se aprovecha de la ley política. El autor le atribuye la filosofía de Ramón
Llull, con la que está de acuerdo, y que podría expresarse en estas palabras: «Yo me basto, al diablo
la ley». Esta aproximación a Hermes nos parece totalmente restrictiva; lejos de ser la expresión de una
voz solipsista, Hermes es al contrario el intérprete, el mediador, el portavoz. Según Sala Molins,
ningún lugar es reservado al diálogo y a la mediación; ya que la palabra no era más que monólogo,
afirmación del yo, la ley no será más que violencia, y el juicio, inquisición. Otro autor contemporáneo
evoca igualmente a Hermes: R. Dworkin (Law’s empire, London, 1986, págs. 317 y ss.), quien lo traza
esta vez bajo los rasgos del juez que interpreta la ley en función de la voluntad del legislador, método
que critica el autor, particularmente por la imposibilidad de identificar tal voluntad. Varios rasgos
diferencian nuestro Hermes del de Dworkin: 1.-Para Dworkin, se trata exclusivamente de un juez,
mientras que, para nosotros, Hermes representa todo actor jurídico, todo locutor que se expresa en el
discurso jurídico, aunque sea un simple particular, a condición de que adopte la actitud «hermenéutica»
172 François Ost
Rousseau, gran teórico de la religión civil, bosqueja el retrato de ese codificador fuera de
lo común: «Para descubrir las mejores reglas de la sociedad que convienen a las naciones
-escribe en el Contrato Social- haría falta una inteligencia superior que viera todas las
pasiones de los hombres, que no tuviera ninguna relación con nuestra naturaleza y la
conociera a fondo, cuya suerte fuera independiente de nosotros y, por tanto, quisiera
ocuparse bien de lo nuestro, que en el progreso de los tiempos se procurara una gloria lejana,
pudiera trabajar en un siglo y gozar en otro. Harían falta dioses para dar leyes a los
hombres»4.
Tal Derecho codificado, reducido a la simplicidad de una obra única, se articula en
forma jerárquica y piramidal. Los teóricos modernos y positivistas del Derecho, como Merkl
y Kelsen, que se creían libres de toda mitología, proponen la teoría bajo la forma de
«construcción del Derecho por gradas» (Stufenbau). Según Kelsen, un sistema jurídico «no
es un complejo de normas en vigor, unas junto a otras, sino una pirámide o jerarquía de
normas que son superpuestas o subordinadas las unas a las otras, superiores o inferiores»5.
A una cascada de poderes, rigurosamente subordinados los unos a los otros, responde un
escalonamiento de reglas jerárquicamente derivadas. El movimiento que anima esta
construcción es siempre lineal y unidireccional: si se trata de apreciar el fundamento de
validez de las normas, se ascenderá de la norma inferior a la norma superior para llegar a la
norma fundamental que habilita a la autoridad suprema a crear Derecho válido; si se trata,
en cambio, de prever la creación de una nueva norma jurídica, se tomará el camino inverso,
partiendo de esta primera habilitación para recorrer seguidamente los siguientes escalones
de la jerarquía normativa. Cada norma se analiza a la vez como aplicación o
individualización de la norma superior y habilitación para el órgano creador de la norma
inferior.
La ordenación lógica de esta construcción enmascara bastante mal, en nuestra
opinión, la teología política implícita que la inspira. En este punto, W. Krawietz ha podido
mostrar que la soberanía del legislador (princeps legibes solutus) no sería más que la
laicización de la suprema potestas divina, mientras que la articulación de las normas
jurídicas positivas transpondría la cascada normativa que, especialmente, santo Tomás
establece entre lex divina, lex aeterna,
4
J.-J. Rousseau, Du contrat social. Des principes du droit politique. París, 1972, pág. 107.
5
H. Kelsen, Théorie pure du droit, 2.ª ed., trad. por Ch. Eisenmann, París, 1962. pág.255.
174 François Ost
lex naturalis y lex positiva6. Por lo demás, el mismo Kelsen, que jamás ha cesado de
reconsiderar el estatus de la norma fundamental, terminará por admitir que una norma debe
necesariamente expresar el significado de un acto de voluntad y no sólo de una hipótesis
intelectual. Suponer la norma fundamental significa suponer igualmente la existencia de una
«autoridad imaginaria» que «quiere» esa norma. Esto es, sin duda, una ficción, pero una
ficción necesaria para la validación positivista de los órdenes jurídicos en vigor7. Si se
quiere asegurar la unidad y la validez de un sistema jurídico, se hará «como si» algún ser
imaginario le hubiera dado el impulso inicial. Júpiter ya no está, decididamente, muy lejano.
La racionalización última de este modelo jurídico (fenómeno que -como ha
recordado Max Weber- se extiende durante siglos) llega a las constituciones modernas. Se
impone la idea de reunir todo el material jurídico en un Codex unitario que presente las
cualidades de coherencia, completitud, claridad, no redundancia, simplicidad y
manejabilidad. No sólo simple yuxtaposición o compilación de soluciones casuísticas, sino
también verdadera transubstanciación de las reglas por el efecto de la sistematización de sus
conceptos y de sus principios estrictamente derivados de algunos axiomas iniciales.
El logro de las codificaciones no pasa sólo por cierta racionalización formal; implica
también una simplificación radical del material jurídico concomitante para una nivelación
del propio sistema social. Haciendo tabla rasa del pasado, inspirado en una nueva
concepción de lo social, el codificador reescribe el Derecho restableciendo algunas
categorías esenciales. Una coincidencia destacable se observa así entre las codificaciones
conseguidas y el reforzamiento del poder político; se trata del triunfo de una forma de
despotismo ilustrado, de un fenómeno de liberación nacional o del resultado de un proceso
revolucionario.
En nuestra opinión, el modelo del código conlleva, en definitiva, cuatro corolarios.
El primero es el del monismo jurídico. Por oposición a la dispersión de los focos
del Derecho, el material jurídico adopta en lo sucesivo
6
W. Krawietz, «Die Lehre vom Stufenbau des Rechts. Eine säkularisierte politische
Theologie? en Rechstheorie, vol. 5, Berlín, págs. 257-261.
7
H. Kelsen, «Die Funktion der Verfassung» en Die Wiener Rechtsheoretische Schule
Schriften von Hans Kelsen, Adolf Merkl, Alfred Verdross, ed. H. Klecatsky, R. Marcie y H.
Schambeck, t. I, Viena, 1968, pág. 1977. Sobre esta cuestión, cf. F. Ost y M. van de Kerchove, «La
Référence à Dieu dans la théorie pure du droit de Hans Kelsen», en Qu’est-ce que Dieu? Hommage
à l’abbé Daniel Coppieters de Gibson, Bruselas, 1985, págs. 285-324.
Júpiter, Hércules, Hermes: Tres modelos de juez 175
8
Sobre esto cf. F. Ost, «Codifier en 1987?», en Journal des Procés, n.º 116, noviembre 1987,
págs. 16 y ss.
9
Bourdieu, «Habitus, code et codification», en Actes de la recherche en sciences sociales,
n.º 64, septiembre 1986, pág. 42.
176 François Ost
10
Sobre este punto, cf. F. Ost y M. van de Kerchove, «De la ‘bipolarité des erreurs’, ou de
quelques paradigmes de la science du droit», en Archives de philosophie du droit, París, Sirey, t. 33,
1988, págs. 177 y ss.
11
Trib. civ. Bruxelles (réf.), 15 de agosto de 1987, inédito; acerca de toda la cuestión cf. F.
Ost, «Rapport général de synthèse», en Les conflits collectifs en droit du travail. Solutions négociées
ou interventions judiciaires?, bajo la dirección de J. Guillardin y P. Van Der Vorst, Bruxelles, 1989,
págs. 109-131.
12
Trib. comm. Bruxelles (réf.), en Journal des Procés, 1988.
Júpiter, Hércules, Hermes: Tres modelos de juez 177
13
O. W. Holmes, The path of the law (1987), reproducido en The Bobbs-Merril law reprint
series, pág. 461.
14
J. Frank, Mr Justice Holmes and non-euclidean legal thinking (1932), reproducido en
Readings in jurisprudence, Indianápolis, 1938, pág. 368.
178 François Ost
de vista del bad man, que se preocupa exclusivamente de las eventuales consecuencias
desagradables de sus actos. La cuestión no es ya: «¿cuál es mi deber?», sino «¿qué
probabilidad hay de que una jurisdicción sancione mi comportamiento?»15. Se entiende que,
a partir del momento en el que la regla no constituye más que una justificación de la decisión
(en la medida en que ella no se impone a priori al decisor), aquélla sólo representará una
predicción de la futura decisión. No es tanto la decisión la que deriva de la regla, sino ésta
de aquélla.
Sin duda, tal modelo es muy diferente del anterior; se puede pensar sin embargo que
reproduce, por un efecto de espejo, la imagen inversa. Se trata, por una parte, de la
incapacidad de los dos paradigmas para articular, de manera satisfactoria, el hecho y el
Derecho y, por otra parte, -y esto no es ajeno a aquello- de una forma de obliteración de la
vida jurídica real; el Derecho se disuelve, en última instancia, en los lugares imaginarios de
los que se considera procedente: vértice de la pirámide o extremidad del embudo.
Tomemos el Derecho herculeano. Aquí la efectividad (la irrecusabilidad del hecho)
es condición necesaria y suficiente para la validez; la legalidad de la regla y, a fortiori, su
legitimidad no se toman en consideración. El Derecho se reduce al hecho, a la indiscutible
materialidad de la decisión. Pero entonces es la idea misma de validez y, con ella, la de
normatividad la que pierde pertinencia. ¿No reconocen los mismos realistas que sus real
rules se conjugan en indicativo? Se asiste aquí no solamente a una atomización de lo
jurídico, disperso en una multitud de decisiones, sino también, y fundamentalmente, a una
disolución de lo normativo que se agota en una colección dispersa de manifestaciones
esporádicas de voluntad. La decisión, en estas condiciones, ya no recoge nada de lo
normativo de la regla (por definición ausente) y se analiza desde ahora como «el hecho del
juez» que ninguna regularidad normativa quiere validar. Como bien lo ha entendido un
representante de esta corriente, J. Brawn, el Derecho, en definitiva, no existe en ninguna
parte: no está ni en la ley ni en las decisiones judiciales, pasadas o incluso presentes (salvo,
en lo que concierne a estas últimas, para las partes en litigio). No es nunca otra cosa que
devenir; su único lugar de emergencia es la decisión singular, pero en cuanto aparece,
expira16.
Tomemos el Derecho jupiternino. Aquí es la legalidad la que es condición necesaria
y suficiente para la validez de la regla. Es suficiente, para una norma, haber sido dictada por
la autoridad competente
15
O.W. Holmes, op. cit., pág. 459.
16
J. Brown, «Law and evolution», en Yale law Journal, 1929, pág. 394.
Júpiter, Hércules, Hermes: Tres modelos de juez 179
17
Sobre esta cuestión, cf. F. Ost, Entre droit et non-droit, l’intérêt. Essai sur les fonctions
qu’exerce l’intérêt en droit civil, vol. II, de Droit et intérêt, bajo la dirección de Ph. Gérard, F. Ost
y M. van de Kerchove, Bruselas, 1990.
180 François Ost
más correcta de la ley. No es la lógica la que servirá de auxiliar al jurista, sino la economía,
la contabilidad, la balística, la medicina y la psiquiatría.
Por último, habíamos asociado a la codificación una temporalidad voluntarista y
continuista marcada por la pretensión de dominar el futuro de la ley, de asegurar el progreso
del orden normativo. El dossier, en cambio, implica un tiempo discontinuo, hecho de
irrupciones jurídicas esporádicas y desechables después del uso.
Quizá se puede observar que, con todo, Hércules y Júpiter no son más que dos
imágenes del Derecho, dos modelos, dos tipos ideales bastante alejados de la realidad
jurídica. Sin duda. Se admitirá, sin embargo, que ellos representan, uno y otro, dos figuras
típicas de la imaginería jurídica y es sabido que sería un grave error subestimar la eficacia
de este tipo de representaciones.
Sin embargo, advertidos del carácter restrictivo de estas teorías extremas, algunas
de ellas intentarán siempre moderar, relativizar, combinar sus tesis respectivas. La mayoría
de las teorías generales del Derecho (esas que sostienen en particular los manuales de las
facultades) participan de este propósito. Se concebirá, por ejemplo, un legislador a la
escucha de lo social, receloso de integrar las sugerencias de una doctrina atenta y de una
jurisprudencia razonablemente creadora, capaz de modificar su texto en cada ocasión para
ajustarlo a las necesidades del momento. En efecto, no está prohibido pensar que desde lo
alto de su Olimpo Júpiter, dialogando con su pueblo, le propone cualquier nueva alianza.
Si Júpiter se humaniza, Hércules podría también, a la inversa, alejarse -al menos
parcialmente- de su humana condición y elevarse a cualquier forma de racionalidad superior.
Es exactamente por esta vía por la que camina el Hércules de Dworkin, este juez racional
que «toma los derechos fundamentales en serio», que domina el «imperio del Derecho», que
se consagra en toda ocasión, y particularmente en los «casos difíciles», a encontrar la
«respuesta correcta» que se impone. Su religión, en efecto, es la unidad del Derecho, que
él debe fortalecer en cada uno de sus juicios: unidad en el doble sentido de la coherencia
narrativa que mejor se adapta al estado pasado y presente del Derecho, y de la jerarquía más
satisfactoria de los principios de moral política compartidos por la comunidad en cada
momento de su historia. Se está entonces muy lejos del decisionismo y del pragmatismo.
¿Hay un desprendimiento por lo tanto de los modelos clásicos? Puede dudarse. ¿No
se apunta siempre a reconstruir la unidad ideal del Derecho en un foco único y supremo,
garante de toda racionalidad? El juez jupiterino razonaría postulando la racionalidad del
legislador; el Hércules de Dworkin postula la unidad del Derecho,
Júpiter, Hércules, Hermes: Tres modelos de juez 181
18
En este sentido, cf. A-J. Arnaud, «Repenser un droit pour l’époque postmoderne», en Le
courrier du CNRS. Les sciences du droit, abril 1990, pág. 81: «Filósofos, teóricos y sociólogos se
esfuerzan actualmente por sustituir el Derecho rígido, fundado sobre la todopoderosa ley, por un
Derecho flexible que toma en cuenta el relativismo, el pluralismo y el pragmatismo característicos de
la época postmoderna».
182 François Ost
habla del «juego» de las olas o del «juego» de las luces; hay una especie de movimiento
endógeno del Derecho, de producción interna, no como deseo de no se sabe qué orden
jurídico hipostático, sino como proceso colectivo, ininterrumpido y multidireccional de
circulación del logos jurídico19.
Es a Hermes, dios de la comunicación y de la circulación, dios de la intermediación,
personaje modesto en el oficio de representante y portavoz que es olvidado en beneficio de
la prosecución del juego mismo, a quien confiamos la tarea de simbolizar esta teoría lúdica
del Derecho.
19
Sobre este sentido medio del juego, cf. II. G. Gadamer, Vérité et méthode, trad. por E.
Sacré, París, 1968, pág. 30.
20
G. Delcuze y F. Guattari, Mille plateaux. Capitalisme et schizophrénie, París, 1980, pág.
32: «Sistema sin centro, no jerárquico y no insignificante, sin dirección y sin memoria organizadora
o autómata central, únicamente definido por una circulación de estados».
21
D. Hofstadter, Gödel, Escher, Bach. Les brinds d’une guirlande éternelle, París, 1985:
programa desprovisto de monitores y consistente exclusivamente en redes de transiciones
entremezcladas.
22
J.-L. Vullierme, «Les anastomoses du droit. Spéculations sur les sources du droit», en
Archives de philosophie du droit, París, Sirey, t. 27, pág. 11.
23
En este sentido, cf. B. de Sousa Santos, «La Transition postmodeme: droit et politique», en
Revue interdisciplinaire d’études juridiques, 1990, 24, pág. 32.
Júpiter, Hércules, Hermes: Tres modelos de juez 183
imprevisible, porque siempre hay textos a interpretar; se verá igualmente que las relaciones
de fuerza que ahí se desarrollan no son totalmente aleatorias, porque también permanecen
jerarquías, especialmente institucionales. Esta interpretación puede ser inventiva, del mismo
modo que estas jerarquías pueden ser enmarañadas24.
Esta situación combinatoria -se podría decir, en un lenguaje más antropológico,
«intersubjetiva»- reenvía a la ontología del Derecho, a eso que Paul Amselek llamaba
recientemente «la peculiaridad ontológica del Derecho»25. Signo lingüístico, el Derecho pide
en efecto ser interpretado por sus destinatarios; manifestación de voluntad, el Derecho pide
ser interiorizado y aceptado. A partir del momento en que los «sujetos de Derecho» -que no
son sujetos del Derecho, sino mejor sujetos de Derecho, es decir, todo a la vez, seres
susceptibles de derechos y coautores del Derecho- reconstruyen mentalmente el mensaje que
se les dirige y mediatizan su puesta en práctica con una operación de voluntad (que es
también una manifestación de libertad), el Derecho se configura como algo necesariamente
inacabado, siempre en suspenso y siempre relanzado, indefinidamente retomado en la
mediación del cambio.
Esta aproximación ontológica podría, a su vez, ser desarrollada y perseguida bajo
el plano de la descripción de las formas inéditas que toman los sistemas jurídicos
postmodernos.
Si es verdad que somos al mismo tiempo los herederos del Derecho liberal generado
por el Estado de Derecho y del Derecho social producido por el Estado asistencial, si es
verdad también que estas dos formas de Estado han entrado ellas mismas en crisis, sin por
ello haber desaparecido, si es verdad, en fin, que de estos trastornos surge un Derecho
postmoderno cuyos contornos no se delinean nítidamente, se comprobará entonces el grado
de complejidad de la situación presente.
Primer indicio: la multiplicidad de los actores jurídicos. Se habla mucho, y con
razón, del juez. Pero no habría que minimizar la intervención del legislador quien, más que
nunca, «se despliega en normas». Incluso la técnica tradicional de la codificación, que se
creía abandonada, está de nuevo de moda. ¿Hay que acordarse en este punto de que Francia
ha empezado con mucha determinación, parece, la reforma de su Código penal? En la
circular «Rocard» del
24
Sobre este punto, J. F. Ost y M. van de Kerchove, «Creation et application du droit.
Structure circulaire du système juridique?», en Jalons pour une théorie critique du droit, Bruselas,
1987, págs. 183-253.
25
P. Amselek, «L’Etrangeté ontologique du dron», en Droits. Revue française de théorie du
droit, 1990, págs. 88-92.
184 François Ost
26
En este sentido, cf. C.-A. Morand, «Le Droit de l’Etat providence», en Revue de droit
suisse, Bâle, 1988, pág. 534: «Por razón de los problemas que debe resolver el Estado asistencial y
de la acción en red que desarrolla, la administración es el centro de la producción y de la puesta en
práctica de las normas».
27
Sobre este punto, cf. P. Lascoumes, «Normes juridiques et mise en oeuvre des politiques
publiques», en L’année sociologique, 1990, 40, págs. 50 y ss.
Júpiter, Hércules, Hermes: Tres modelos de juez 185
28
«Cf. B. Oppetit, «L’eurocratie ou le mythe du législateaur suprême», en Dalloz, 1990,
Chron., XIII, págs. 73-76.
186 François Ost
más fuerte, mientras que, a la inversa, las leyes votadas por el Parlamento dejan
generalmente a la administración un confortable margen de maniobra para permitirle
prevenirse contra toda eventualidad. Y si, casualmente, se considera que la intervención
directa se revela ineficaz, el Estado se hará «reflexivo», como se dice en la teoría general
del Derecho alemán: se contentará con instalar un marco procedimental para canalizar la
autonomía de los subsistemas suficientemente diferenciados, y capaces de autorregularse29.
Todas las estrategias, tanto simbólicas como instrumentales, parecen desde entonces ser
utilizadas simultáneamente. Se desreglamenta, pero a menudo esto no es más que una
manera de reglamentar de otro modo30; se despenaliza, pero con frecuencia es en provecho
del redesarrollo de otras medidas coercitivas, tales como la medicalización o la fiscalización
para los comportamientos indeseables31; se desjudicializa, pero es para colocar
inmediatamente mecanismos de peritaje, de conciliación, de mediación o de arbitraje32.
¿Quién se extrañará de que, en esas condiciones, el Derecho sea a la vez estable y
efímero o experimental, duro y blando (hard y soft), coyuntural y principial (jamás se ha
hablado tanto como hoy de los principios generales del Derecho, gracias especialmente al
trabajo creativo de las altas jurisdicciones nacionales y europeas)? ¿Quién no se percata de
que el Derecho proviene a la vez del centro del orden normativo mismo y de la periferia, del
desorden (o de órdenes distintos) que prevé en el exterior? ¿Quién no se percata de que las
fronteras entre interior y exterior se han convertido en porosas, incluso en reversibles, como
si la juridicidad adoptara hoy el recorrido paradójico de la banda de Möbius que la dirige
vuelta a vuelta, y sin transición, del centro a la periferia y del exterior al
29
Cf. G. Teubner, «Reflexives Recht», en ARSP, LXVIII, 1982, págs. 13 y ss.; H. Willke,
Systemtheorie entwickelter Gesellschaften, Weinheim, 1989.
30
En este sentido, cf. Chevallier, «Les enjeux de la dérèglementation», en Revue du droit
public et de la science politique en France et à l’étranger, vol. 103, n.º 2, 1987, pág. 286 y ss.
31
En este sentido, M. van de Kerchove, «Les différentes formes de baisse de la pression
juridique et leurs principaux enjeux», en Cahiers de recherche sociologique, n.º 13, otoño 1989, págs.
11 y ss.
32
Como bien muestra J. Commaille, una observación atenta del Derecho en vigor en las
sociedades modernas complejas revela un flujo y reflujo alternativo de la regulación jurídica y de la
regulación social, consideradas como las dos caras de una misma moneda. Todo movimiento de
regulación o desregulación jurídica es entonces extensamente ambivalente; intenta, a partir de ahora,
inscribirse en una regulación social más global («Familles, interventions et politiques. Nouvelles
régulations sociales?», en n.º especial de los Annales de Vaucresson, Vaucresson (CRIV), 27-1987/2,
págs. 101 y ss.
Júpiter, Hércules, Hermes: Tres modelos de juez 187
interior? No es suficiente hablar de Derecho «flexible», como lo hacía no hace mucho Jean
Carbonier; o incluso de Derecho «blando», como se dice hoy. Es a un Derecho «líquido»,
intersticial e informal al que estamos confrontados ahora. Un Derecho que, sin cesar de ser
él mismo, se presenta en ciertas ocasiones en el estado fluido que le permite colocarse en
las situaciones más diversas y ocupar así suavemente todo el espacio disponible, soportando
-llegado el caso- fuertes compresiones. El Derecho, asociado a la idea de rigidez -el
Derecho, regla de acero- ¿podría entonces ser líquido? Se conocía ya, tolerada en los
márgenes del sistema, la equidad, comparada a menudo con la regla de plomo, metal flexible,
utilizado en Lesbos en la construcción para amoldarse a las sinuosidades de la piedra. ¿Pero
una regla líquida? ¿Y por qué no, si incluso ciertos metales como el mercurio presentan esta
particularidad? 33 ¿Es realmente una casualidad que los alquimistas de la edad media dieran
el nombre de «mercurio», equivalente latino del Hermes griego, a un metal tan particular?
Aunque todavía muy incompleto, este cuadro ya es algo complejo. ¿No presenta el
riesgo de desorientar al observador en los circuitos de la red, o de asfixiarlo bajo la
proliferación de las informaciones? ¿Cuál es, pues, el hilo de Ariadna de este laberinto, el
código de este banco de datos? No se encontrará en ninguna causalidad exterior (como la
infraestructura económica en la vulgata marxista), ni en un mecanismo de mando central.
Sólo la ley misma de circulación del discurso jurídico puede aclarar su génesis y su
desarrollo. Es aquí donde nos encontramos con Hermes y la teoría lúdica que él simboliza.
Antes de ser regla e institución, el Derecho es logos, discurso, significado en
suspenso. Se articula entre las cosas: entre la regla (que no es nunca enteramente normativa)
y el hecho (que no es nunca enteramente fáctico), entre el orden y el desorden, entre la letra
y el espíritu, entre la fuerza y la justicia. Dialéctico, es el uno por el otro; paradójico, es el
uno y el otro. Sólo una teoría lúdica del Derecho está en condiciones, en nuestra opinión, de
dar cuenta de las vueltas y rodeos de tal racionalidad paradójica.
Retengamos, por ahora, cinco rasgos de esta idea de juego.
En primer lugar recordaremos que el juego tiene en sí mismo su propio movimiento;
como una figura de danza o un efecto de estilo, dibuja su propio espacio en cuyo seno se
despliega su creatividad endógena. Es el sentido neutro o medio del juego el que hace que
no entre impunemente en el círculo mágico que traza; se asumen
33
En este sentido, cf. P. Amselek, op. cit., pág. 89.
188 François Ost
validación a las cuales se dedican cotidianamente los juristas. Si Júpiter insiste en el polo
«convención» y Hércules en el polo «invención», Hermes, en cambio, respeta el carácter
hermenéutico o «reflectante» del juicio jurídico que no se reduce ni a la improvisación ni
a la simple determinación de una regla superior.
Mencionaremos todavía, para no olvidarlos, otros dos rasgos de la idea de juego,
aunque sin desarrollarnos aquí34 . Se dirá, de una parte, que la idea de juego permite articular
la distinción y concebir las relaciones entre un polo simbólico, el del juego como
representación, y un polo utilitarista, el del juego como estrategia. Estas lógicas, tan pronto
distintas, incluso opuestas, como luego combinadas, caracterizan con certeza a los juegos
sociales y encuentran, en el campo jurídico, innumerables ilustraciones. Por fin, se revelará
el último rasgo inherente al concepto de juego, que es situar la distinción del interior y del
exterior, el límite del juego y del «fuera de juego», la frontera que separa el sistema y su
medio ambiente. Pero, como se ha visto, tales fronteras no dejan de ser móviles y
paradójicas: todo esto transcurre como si los límites del Derecho y del no-Derecho fueran
reversibles. Todo esto transcurre como si las fronteras del sistema jurídico fueran tanto
externas como internas: aparece Derecho en el corazón del no-Derecho, mientras que se
desarrolla no-Derecho en lo más profundo del Derecho. Un juego, como el Derecho, es
siempre, al mismo tiempo, algo más que él mismo, a pesar de los esfuerzos desarrollados
por uniformizar su funcionamiento y homogeneizar sus datos. En él todavía subsiste, a veces
en el estado de simples potencialidades, el «no-juego», el «otro juego» o el «doble juego».
He aquí entonces, muy sucintamente evocadas, algunas líneas de fuerza de una
teoría del juego que podrían servir de base a una teoría general del Derecho adecuada al
Derecho en red o al Derecho de Hermes. Nos queda, sin embargo, abordar una última
cuestión que no nos es permitido eludir. Se trata de la cuestión ética. En efecto, quizá se
piense que el modelo del juego, que evoca algo de la burla y del frívolo postmoderno, ha
despejado, desde hace muchísimo tiempo, la preocupación por la legitimidad, guardada
(como muchos otros discursos «modernos») en el armario de los recuerdos históricos. Y
nuestros atentos oyentes se acordarán quizá de que en el panteón antiguo, Hermes, mensajero
de los dioses y
34
Para más detalles, cf. F. Ost y M. van de Kerchove, «Les rôles du judiciaire et le jeu du
droit», en Acteur social et délinquance. Une grille de lecture du systeme de justice pénale. En
hommage au professeur Christian Debuyst, Lieja-Bruselas, 1990, págs. 271-293.
190 François Ost
su «buen derecho». Haciendo esto, están ahí, frente a frente, constreñidas a tomar los
caminos de la discusión racional. Hermes ha desempeñado su oficio que, mediatizando las
pasiones, les libra de la violencia pura y simple. La Comisión y la Corte Europea de
Derechos del Hombre no se equivocan al privilegiar sistemáticamente, de entre todos los
derechos fundamentales del Tratado de los cuales tienen la custodia, el sexto, que se ocupa
precisamente de las garantías del proceso equitativo. «Jurisdiccionalizando» también los
conflictos periféricos, tales como los disciplinarios y administrativos, los órganos de la
Convención de Derechos del Hombre aseguran, al mismo tiempo, la penetración de los
derechos fundamentales en los espacios cada vez más amplios de la sociedad. Esta
consideración asegurará la transición a nuestra segunda observación.
Algunos, en efecto, sostienen hoy con entusiasmo que esta mediación procedimental
constituye toda la legitimidad del Derecho que, por lo demás, puede presentar no importa
qué contenido. Tal es, posiblemente, la debilidad intrínseca del liberalismo político
auténtico: al profesar tolerancia hacia todas las opiniones por igual, no puede garantizar
absolutamente ninguna, ni siquiera la suya propia; sabemos que algunas de nuestras
democracias occidentales han tenido, a lo largo de siglo XIX, la experiencia dolorosa de este
tipo de liberalismo. La Convención Europea de los Derechos del Hombre ha aprendido la
lección recordando, en su artículo 17, que no ha de haber libertad para los enemigos de la
libertad -la Corte vela, en lo que le concierne, por aquél que no haya abusado de este
artículo-. Nuestra segunda observación tiende entonces a mostrar el lazo necesario que se
establece entre el respeto a los procedimientos y los derechos fundamentales. Si se dirige,
en efecto, a favorecer a la minoría, así como a dar sistemáticamente la palabra a la defensa,
está bien que se reconozca a cada uno el derecho de expresión, incluyendo al más débil y
al más extraño. Al encuentro de la dialéctica identidad («nosotros»)/exclusión («ellos»), los
procedimientos jurídicos tienen este efecto de universalizar y, por lo tanto, de igualar, al
menos parcial o potencialmente, el derecho a la palabra. Al mismo tiempo, estos son los
principales derechos que son reconocidos: libertad de opinión y de expresión, integridad
física y seguridad (no podría haber debate equitativo bajo apremio de la coerción física). Las
diferentes formas que toman estas libertades de opinión y de expresión -libertad de sufragio
político, derecho de asociarse y de sindicarse, libertad de prensa y de enseñanza...- serán
cuestión de inventiva de las comunidades políticas, al igual que los nuevos derechos que
serán reivindicados en la dinámica misma del derecho a la palabra, del derecho «a tener
derechos» que ha sido reconocido. No es entonces exacto sostener que el Derecho y
192 François Ost
la democracia conducen a una regla de juego puramente formal, compatible con no importa
qué contenido material. Esta regla del juego implica, al contrario, el respeto al jugador y le
garantiza, si no un handicap que le iguala con los participantes más experimentados o más
poderosos, al menos el derecho a hacer valer su punto de vista.
Estas dos primeras observaciones se dirigen a preservar, en el modelo de Hermes,
los logros de la cuestión de la legitimidad tal y como el pensamiento y la lucha de las
generaciones que nos han precedido los han configurado. Las dos observaciones que siguen
insistirán sobre nuevas cuestiones que estaría bien tomar en cuenta en protección de las
generaciones que nos sucederán: ¿Hermes, encargado de la comunicación entre los vivos y
los muertos, no podría igualmente, en una civilización seguramente volcada más hacia el
futuro que hacia el pasado, preocuparse de los futuros huéspedes del planeta?
El primer punto se dirige a acreditar la idea de que el hombre no es solamente sujeto
de Derecho, sino igualmente titular de responsabilidades. Al encuentro de una cierta retórica
de los derechos del hombre, que, en ciertos casos, desvían esta categoría prestigiosa para
cubrir las reivindicaciones inmediatas de los deseos más individualistas, hay que recordar
que una comunidad descansa igualmente sobre las responsabilidades asumidas
colectivamente. Esta idea, muy atacada desde la revolución de 1789, sólo se manifestará
mu y pro gresi vamente. La primera generaci ó n de derecho s, l a de l as
«libertades-inmunidades», aparece como el escudo que protege al individuo contra las
usurpaciones del poder público. En este caso todos los derechos están del lado de la
persona, todos los deberes del lado del Estado. La segunda generación de derechos, la de
los «derechos económicos y sociales», tiende a asegurar un igualación de las condiciones
materiales y espirituales de existencia. Una cierta solidaridad se manifiesta aquí, pero sólo
bajo la forma de retenciones fiscales y parafiscales destinadas a subsidiar los servicios
públicos encargados de asegurar el buen fin de estas prestaciones, aunque esta solidaridad
pasa a un segundo plano detrás de la reivindicación misma, de modo que no se sale, por
tanto, del solipsismo. En cambio, la tercera generación de derechos -categoría que, a decir
verdad, está todavía en los limbos jurídicos- se ocupa de dar contenido a la idea de
solidaridad o, por seguir la progresión marcada por la divisa revolucionaria francesa, a la
idea de fraternidad, que sucedería así a la libertad, característica de las
«libertades-inmunidades», y a la igualdad, característica de los «derechos económicos y
sociales». Estos derechos de solidaridad, como el derecho al respeto del medio ambiente,
el derecho al reparto de los recursos comunes de la humanidad o el derecho a la paz, se
analizan
Júpiter, Hércules, Hermes: Tres modelos de juez 193
más como intereses legítimos que como derechos subjetivos y libertades. Puede que,
incluso, aquí la idea de obligación prevalezca sobre la del derecho. Se trata seguramente de
responsabilidades colectivas más que de prerrogativas individuales. Sin duda, todo derecho
subjetivo conlleva un deber correspondiente en la persona de otro; no se negará sin embargo
que la imaginería jurídica, como el discurso político, han ocultado por mucho tiempo esta
realidad, de modo que la insistencia sobre la idea de responsabilidad -¿para cuándo una
«Declaración de las responsabilidades universales»?- conllevaría un profundo trastorno de
las mentalidades.
Esto nos lleva a formular nuestra siguiente observación, que se ocupa esta vez de
insistir sobre el cambio de escala al cual el jurista, como los demás contemporáneos, está
hoy constreñido. Mientras que en el antiguo régimen sólo se concebía y practicaba la norma
a escala familiar y local, el progreso de la modernidad tuvo que adaptarse a la escala
nacional, la época actual nos obliga a razonar -realmente y no sólo verbalmente- a escala
universal, eso que K. O. Apel califica de «macroesfera» que exige normas
intersubjetivamente válidas de responsabilidad universal. Los nuevos peligros de nuestro
tiempo, desde el más público, como la nube de Chernobyl, hasta el más íntimo, como el
virus mortífero del SIDA, implican una reacción concertada a escala planetaria. Tal
regulación no tiene la menor posibilidad de imponerse si no puede tener apoyo sobre una
conciencia ética ampliada a las dimensiones de la comunidad universal. Elevar la
democracia a la talla de una ciudad mundial, cuidando de la suerte de las generaciones
futuras, constituye la apuesta más considerable del Derecho postmoderno.
Podríamos, sin duda, dejarlo ahí; tan vasto es el programa del cual se encarga
nuestro Hermes. Sin embargo, le esperan todavía otros retos que se verá obligado a superar.
Pensemos esta vez en las cuestiones ético-jurídicas radicalmente nuevas que suscita la
acción combinada de los progresos científicos y de los deseos más delirantes: ingeniería
genética y manipulaciones biológicas al servicio de la eugenesia, de la reproducción de
clónicos, de la determinación del sexo de los hijos y otros comercios genéticos. Tal
articulación de realización técnica y de autoridad volitiva muestra claramente déficits de
sentido profundamente desestabilizadores. ¿Cuál podría ser aquí el mensaje de Hermes?
Ante todo, un mensaje muy antiguo, tan viejo sin duda como el Derecho mismo. Es
la restauración de la vieja regla de prudencia de la que cierto Derecho extrae su nombre:
prudentia, jurisprudentia, jurisprudencia. «En la duda, absténte», dice Hermes, el jurista.
Y recordemos que el procedimiento es precisamente la institucionalización de la prudencia,
la instauración de una tregua, el tiempo de
194 François Ost
35
G. Vedel, «Indéfinissable, mais présent», en Droits, revue française de théorie juridique,
n.º 11, 1990, pág. 71.
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
Índice
1. Introducción. La necesidad de un giro hermenéutico. 2. Una tendencia en casos estructurales. 3. Los
hechos y las preguntas. 4. Giro Conceptual: Un mapa teórico para buscar respuestas. 5. De por qué no hay
culpables en los casos estructurales. 6. Del problema de explicar cuál es el problema. 7. De los desafíos de
la Corte. 8. Giro Político: El rol de la Corte frente a los costos marginales de una Republica Democrática.
8. a. La periodicidad de los mandatos ejecutivos y el largo plazo. 8. b. Coordinación política de
instituciones técnicas y problemas complejos. 8. c. Formalismo burocrático y censuras cognitivas. 9. Giro
Retórico: La falacia legalista como metáfora de cierre –de alternativas-. 10. Aclaraciones sobre el
experimentalismo como propuesta de expansión –de alternativas-
∗
Este trabajo se realizó en el marco de la Beca-Estimulo 2007 para docentes de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Palermo, y del primer informe de avances del Programa de beca 2007-8 “Actualidad del Pensamiento
Critico Latinoamericano” del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Aprovecho para agradecer a todos aquellos que generosamente colaboraron conmigo discutiendo argumentos, haciendo
comentarios de enorme utilidad a los primeros borradores de este trabajo, y proporcionándome valiosa información. En
especial, a Máximo Lanusse, Joaquín Millón, Silvina Ramírez, Paola Bergallo, Romina Faerman, Christian Courtis,
Sofía Bordenave, Marisa Fassi y Lucas Carranza, por sus incisivos comentarios y el animo de moverme a reflexionar; y
a Ernesto Blanck, Andrés Nápoli, Diego Morales, Sofía Bordenave, Raquel Asensio, y Jimena Saénz, por la
información privilegiada que me proporcionaron en relación a los casos. Corresponde también menciona que dado que
la Clínica Jurídica Córdoba de la que formo parte es miembro de la ‘mesa de diálogo’ en la causa Verbistky, tuve
acceso a información de primera mano sobre su evolución, y gracias al apoyo de la Fundación Ford puede invitar a
algunos de los protagonistas de ambos casos a mis clases en la Universidad de Palermo y discutir en profundidad varios
aspectos de este trabajo.
1
La paradoja Latinoamericana de democracias incipientes y creciente exclusión social es señalada en un trabajo
reciente de Martín Abregú, 2007: 30-31. Mi intención aquí es resaltar las particularidades de esta paradoja en el
contexto Argentino, en donde sobresale un creciente reconocimiento institucional de los derechos humanos, frente a la
persistente exclusión social y vulneración de derechos básicos de los mas desposeídos.
2
La reforma Constitucional de 1994 dio jerarquía constitucional a una importante cantidad de tratados de derechos
humanos ratificados por Argentina (Art. 75. inc. 22). El reconocimiento jurisprudencial de la exigibilidad interna de las
normas e instrumentos internacionales con jerarquía superior a las leyes es incluso anterior a la reforma de 1994. Ver
los casos de la CSJN de 1992 “Ekmekdjian Miguel Angel c/ Sofovich Gerardo y otros s/ Derecho a réplica”, de 1993
"Fibraca Constructora S.C.A. c/ Comisión Técnica Mixta de Salto Grande" y de 1994 "Cafés La Virginia S.A. s/
Apelación."
1
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
Sin embargo, la paradojal distancia entre los hechos3 y las normas – incluidas las sentencias
judiciales-, irradia en la práctica jurídica la imagen de dos mundos escindidos. Alberto Binder lo
describe de la siguiente manera:
3
Al solo efecto ejemplificativo verificar los altísimos índices de pobreza de la Argentina (se habla de entre 9 y 12
millones de personas censadas. Recientemente se denuncia el aumento de la “brecha de la pobreza”, es decir que los
hogares pobres están peor que hace seis años, en razón de la inflación y el congelamiento de los planes sociales. Ver los
datos en “Los planes sociales en el museo de hielo,” Sección Política, Diario Critica Digital,
http://www.criticadigital.com.ar/index.php?secc=nota&nid=3314, 04-05-07), el informe de UNICEF sobre los altos
índices de mortalidad infantil refiriendo a la desigualdad geográfica en el acceso a la salud que se publicara en clarín
(http://www.clarin.com/diario/2008/01/29/opinion/o-02001.htm), los informes sobre la persistencia de la maternidad
como principal causa de muerte de mujeres (http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/elpais/1-15658-2003-01-
21.html), los múltiples informes sobre el empeoramiento de la situación en las cárceles argentinas (Ver un Documento
no tan actual, pero detallado del Grupo de trabajo de Naciones Unidas, ONU.E/CN.4/2004 /3/Addd3, 23 de diciembre
2003 y mas recientemente (07-05-08) la denuncia de Gaston Chillier, Director Ejecutivo del Centro de Estudios
Legales y Sociales (CELS) acerca de que la actual administración nacional ha abandonado “por completo”…temas
como la situación de las cárceles, la represión policial o la pobreza” http://www.clarin.com/diario/2008/05/08/elpais/p-
01403.htm), y el ostensible crecimiento de la inseguridad y violencia urbana, para mencionar solo lo visible y accesible
al debate publico.
Es vasta la discusión académica sobre las violaciones masivas invisibles, aquellas abarcadas por estrategias de
invisibilizacion estatal de la desnutrición infantil, el trabajo en negro e insalubre (advertir el exponencial crecimiento de
call centres gerenciados por empresas extranjeras, crucial para la disminución de la tasa de desempleo, y la connivencia
del estado para la disuasión de la actividad sindical en estos ámbitos), la explotación de extranjeros e indocumentados,
la desaparición por contaminación o desertificación de una gran cantidad de pueblos del interior, la persecución
campesina (en general también indocumentados), la contaminación de las cuencas hídricas, entre muchas otras.
4
Estoy en deuda con Máximo Lanusse por esta cita que tomé de uno de sus trabajos prácticos de la Maestría de la
Universidad de Palermo, además de por sus generosos aportes en relación a este trabajo.
5
Sobre la actitud cínica de la corporación legal y su vinculación con la dogmática formalista ver la última parte del
trabajo de Martín Böhmer en el que refiere a profesores y profesionales del derecho. (Böhmer, Martín, 1998). Böhmer
destaca que ellos sostienen una doble narrativa acerca de lo que se trata el derecho; una referida a la guerra tribunalicia
donde se ganan los casos al margen de las normas escritas, y otra, la exposición dogmática del derecho como las
normas que se repiten en los exámenes y que los jueces dicen aplicar. En un trabajo anterior, Víctor Abromovich trató
el mismo asunto, como una cuestión de menosprecio de la práctica judicial desde el estudio y la enseñanza del
Derecho, haciendo hincapié en la escisión entre teoría y práctica legal. (Abramovich: 1991). La versión más extendida
y sistémica de esta crítica, referida no solo a la enseñanza del derecho sino también a la práctica judicial, proviene del
movimiento del realismo jurídico norteamericano de la década del 30´ y de sus seguidores del movimiento de Critical
Legal Studies en los Estados Unidos de las décadas de los 70´ y 80´, entre los que destacan Duncan Kennedy, Robert
Gordon y Mark Tushnet.
2
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
pseudo-cinismo – o instrumentalismo ingenuo, como tal vez lo llamaría García Villegas (2003) -
a algunos segmentos del movimiento de los derechos humanos que, en un primer momento, un
T1, tienden a celebrar ‘triunfos de papel’6 o la captación del lenguaje oficial, para luego, en un
segundo momento, un T2, inculpar a los destinatarios de las normas por la anomia generalizada
o la imperturbabilidad del status quo injusto. Se aísla así el problema de la eficacia en un T2,
como un episodio ad-hoc, un asunto para otras disciplinas o discursos, independiente de la
operación hermenéutica y de la retórica de los derechos.
Los casos estructurales -en los que la causa de la violación de derechos refiere a prácticas o
políticas sistémicas- resultan amplificadores naturales de estos dos momentos y reflejos
sobredimensionados de la escisión de los dos mundos. En ellos se observa con nitidez cómo un
dogmatismo pseudo-neutral frente a problemas complejos conduce a profundizar el quiebre entre
el sentido de la norma y su efectividad.7
El propósito general de éste trabajo es explorar formas de incluir la discusión de la efectividad
práctica de los derechos en la operación hermenéutica de cierto tipo de casos estructurales; es
decir, formas de incluir los desafíos del T2 en el T1. La apuesta es a que un eventual giro
hermenéutico (conceptual, político y retórico), impacte en la práctica y la fuerza normativa de los
derechos.
La búsqueda se hará a través del examen en concreto de dos casos paradigmáticos en los que
interviene actualmente la Corte Suprema de Justicia de la Nación, los que entiendo, reflejarían
una tendencia importante. Se trata de las causas Verbitsky 8 y Mendoza9, las que envuelven
problemas de difícil solución y de larga data: las terribles condiciones de detención en las
comisarías y cárceles de Buenos Aires, por un lado, y la grave contaminación del Riachuelo, por
el otro. Se examinará cómo aquí la Corte abre la disputa del sentido normativo de los derechos a
las exigencias contextuales de su goce efectivo.
Un presupuesto de esta aproximación es que en contextos de extendida ineficacia legal como el
nuestro, la efectividad práctica de la intervención judicial es un objetivo a privilegiar.10 Sin
menospreciar otras metas estratégicas, tales como la visibilidad de ciertos problemas o su
En la Argentina, una crítica dirigida a la dogmática legal del derecho continental y a su racionalidad deductiva
divorciada de las consecuencias políticas y sociales puede verse en Carlos Nino: 1989. Entre quienes en cambio
defienden a la dogmática legal como una práctica que podría escapar de esta especie de cinismo esencial están
Christian Courtis y Alberto Bobino (2001).
6
Tomo prestada la frase del título del trabajo de Joaquín Millón en relación a los problemas de ejecución de sentencia
del afamado caso Viceconte, en el que destaca que los problemas de ejecutabilidad de las sentencias en casos de
derechos económicos sociales han sido descuidados, y que demandan “una evaluación pragmática de [las] sus -
aparentes-“conquistas”. (Millón, Joaquín, 2007).
7
Yendo más allá de “casos” estructurales, Alberto Binder saca conclusiones de lo que llama impunidad estructural.
“Esta impunidad, a la que ya nos hemos acostumbrado, es la contracara de la República, porque encubre al poder
concentrado y su distribución de privilegios; es la contracara de la democracia, porque torna inútiles los pactos políticos
y actividades parlamentarias y es la burla más hiriente del Estado de Derecho porque lo convierte en una fachada o una
máscara que oculta el abuso del poder” (Binder, Alberto. 2004:1)
8
La causa ‘Verbitsky, Horacio s/ habeas corpus’ tubo sentencia el 3 de Mayo del 2005. Se originó por la demanda del
Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) sobre las ilegales condiciones de detención de los alojados en los
establecimientos policiales superpoblados y/o comisarías de la Provincia de Buenos Aires. Se denuncio también la
ilegal detención de menores, enfermos y mujeres en esos lugares.
9
En la causa “Mendoza, Beatriz Silvia y otros c/ Estado Nacional y otros s/daños y perjuicios (daños derivados de la
contaminación ambiental del Río Matanza – Riachuelo) la primer resolución fue dictada el 20 de Junio del 2006. En
esta causa aún no se dicta sentencia, sin embargo, la Corte ha tomado una larga y detallada lista de medidas
ordenatorias e instructurias que involucran múltiples pedidos de informes, plan integrales de saneamiento, periciales y
varias audiencias públicas.
10
Entiendo que Carlos Rosenkrantz (1999) en un sentido general tiene razón en que la autoridad del derecho es
denostada con la existencia de normas que no se cumplen o de sentencias ineficaces.
3
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
inclusión en la agenda pública (CELS: 2008), la llamada de alerta aquí, es por dar cuenta de
ciertos costos. Me refiero a que el uso institucional meramente simbólico del discurso de los
derechos arriesga, en contextos paradójicos, debilitar el mismo poder simbólico al que apela. Es
decir, arriesga afectar el valor social del derecho y su capacidad para motivar conductas. Tal
peligro se acrecienta cuando los resultados prácticos se apartan de manera axiomática del
esquema hermenéutico, como si fueran dos etapas diferentes (la exigibilidad en un T1, y los
problemas de ejecución de sentencia en un T2).
Por ello la propuesta especifica de este trabajo es un mapa hermenéutico desde el que leer el
esquema remedial11de la Corte en Verbitsky y Mendoza, en el que se incluya la dimensión
práctica de los derechos tanto en la operación de hermenéutica conceptual (epígrafe 4 a 7),
como en la hermenéutica política de la intervención de la corte (epígrafe 8), y finalmente, en la
aproximación retórica al contenido de los derechos (epígrafe 9 y 10).
Advertirá pronto el lector que este marco teórico es también una propuesta dogmática, pero en
este caso, dirigida a reducir el cinismo de la práctica legal y a construir autoridad judicial en
escenarios paradójicos como el argentino.
Hacia el final (epígrafe 10), se deslizan algunas propuestas concretas sobre el sendero a seguir en
pos de alcanzar la realización efectiva de los derechos en los casos analizados. Este sendero ya es
un proyecto remedial más completo, en un sentido cercano a lo que se viene instalando en el
debate jurídico como experimentalismo (Bergallo: 2005).
Se inicia este proyecto contextualizando los casos en análisis y las preguntas inmediatas que ellos
imponen sobre la Corte y los juristas (epígrafe 2 y 3).
Tanto la causa Verbitsky como la causa Mendoza se inscriben en lo que calificaré de una
tendencia reciente de la jurisprudencia argentina –y aun más incipiente de la Corte Suprema-, la
que podría definirse por dos rasgos sobresalientes. El primero se manifiesta desde hace más
tiempo y algunos suelen calificarlo con el mote de activismo jurídico en casos estructurales.
Consiste en que los tribunales intervienen en causas de derecho público en las que se reivindican
intereses colectivos o derechos subjetivos contra políticas o prácticas institucionales injustas. En
general son casos que en otros tiempos hubieran sido rechazados de plano bajo el calificativo de
‘cuestiones políticas no justiciables,’ o por ‘falta de afectación directa o individualizable.’13 Tales
11
Por similares razones a las mencionadas por Paola Bergallo (2005: 3-5) utilizaré el término remedio en un sentido
cercano al del derecho anglosajón, como aquellas instrucciones que ordena un tribunal una vez persuadido de los
méritos de un planteo del demandante. Tiendo a usarlo en un sentido aún más amplio, como representación de todas
aquellas órdenes de la Corte (no solo en la sentencia) tendientes a enmendar, rectificar, remediar de manera directa o
indirecta la situación de violación de derechos.
12
Se me señalo que dos casos en la Corte y una docena de casos esparcidos en el país no hacen una tendencia
jurisprudencial. Sin embargo, me permito hacer uso del concepto desde un punto de vista diferente al sistémico, desde
la semántica de lo a-normal o lo a-lineal. Charles Sabel me señaló hace algún tiempo, que “A crazy idea that recurs is a
tendency.” Es decir que hablo aquí de tendencia con el fin retórico de marcar el inicio de lo contra-sistémico.
13
Entre los casos más renombrados de la Corte Suprema de Justicia se encuentran la causa “Asociación Benghalensis y
otros vs. Estado Nacional” (C.S.J.N., 01/06/2000, Fallo 323:1323), el afamado caso del Colegio Monserrat (causa
González Delgado, Fallos 323:2659), más recientemente los casos “Badaro, Adolfo Valentín c/ ANSES s/ reajustes
Varios” (la última resolución en este caso es del 26/11/2007) y las medidas en el caso de la Comunidad Toba del Chaco
(“Defensor del Pueblo de la Nación c/ Estado Nacional y otra (Provincia del Chaco) s/ proceso de conocimiento,
18/09/2007).
4
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
Los tribunales inferiores también han venido recorriendo este camino. Vale resaltar el caso del Tribunal Criminal Nro.
3 de Mar del Plata en el que se condena, entre otras cosas, a la Provincia de Buenos Aires a descentralizar Hospitales
Públicos (“Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires distrito IX- Mar del Plata s/ amparo” 04/06/2002); el
tristemente célebre caso “Paynemil” en el que una comunidad mapuche del Neuquén demandó a la Provincia y la
empresa YPF por contaminación y daño a la salud de los niños (“Menores de la Comunidad Paynemil s/ acción de
amparo” Juzg. de Primera Instancia en lo Civil Nro. 3, 11/04/1997); el caso ‘Tejeda’ de Córdoba, en el que se demanda
entre varias cosas un “plan de seguridad contra el tráfico de drogas en un barrio de la ciudad” (“Tejeda Elsa Cecilia y
otros c/ Estado Nacional – Amparo” Juzgado Federal Nro. 2, en proceso de audiencias), y en el que el juez llama a
audiencia al Ministerio del Interior interpelando por políticas publicas; el caso “TBA” en que se ordena la
reestructuración del servicio de trenes de Buenos Aires por discriminatorios (“Unión de Usuarios y Consumidores c/ en
Mro. V E INF- Sec Transporte- Dto 104/01 s/ Amp. Proc. Sumarisimo -Art. 321 inc. 2 CPCYC-. Juzg. Federal en lo
Contencioso Administrativo Nro. 1, Buenos Aires, Noviembre de 2005); y los más recientes, “García Méndez, Emilio y
Musa, Laura Cristina s/recurso de casación” de la Sala tercera de la Cámara Nacional de Casación Penal en la que se
ordena la libertad progresiva de los menores de 16 años detenidos en comisarías de la Ciudad de Buenos Aires y la
constitución de una mesa de diálogo con los jueces de menores y actores involucrados, entre muchos otos –actualmente
el caso esta a consideración de la Corte Suprema-, y el mas reciente aun del Juez Federal Nro. 2 de Tucumán, en una
causa de amparo por la contaminación del ingenio de La Trinidad, en la que el denunciante es un vecino, Miguel
Ibrahim, y en la que se llamo a una audiencia al Estado Nacional y Provincial, al Defensor del Pueblo y a peritos de la
Universidad Nacional del Tucumán. Ver nota periodística en
http://www.primerafuente.com.ar/nota.asp?id_seccion=2&seccion=&id_nota=41267. Para ahondar en jurisprudencia
un poco mas antigua de este tipo, en materia de derecho a la salud, ver en particular los algunos de los citados en el
trabajo de Paola Bergallo (2005), en materia de derechos del consumidor y medio ambiente, ver algunos de los citados
en mi trabajo “Acción de Amparo en la Jurisdicción Federal” (Programa de Derecho de Interés Público, Centro de
Estudios de Postgrado, Facultad de Derecho, Universidad de Palermo, [2002] . — 54).
14
Este es el perfil de los casos en análisis (Vebitsky y Mendoza) y de los siguientes casos citados en la nota 13: el de la
Comunidad Toba del Chaco, el de la Descentralización de los Hospitales Públicos de Mar del Plata, el caso Tejeda de
Córdoba, TBA de Buenos Aires, Gracia Mendez de Buenos Aires, y el caso de Tucumán.
15
Entiendo por medidas de ejecución tradicionales, aquellas órdenes judiciales que consisten en reglas prácticas, a
veces directamente dirigidas a responsables culpables, otras veces a responsables institucionales no-culpables, con el
fin de restablecer el contenido ‘obvio u ampliamente consensuado’ del derecho vulnerado, el que puede ser
especificado por la Corte o referido de manera axiomática. A veces ello incluye plazos de cumplimiento y otras veces
también amenaza específica de sanción.
5
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
políticas o reforma, requerir reportes periciales, pedir rendición de cuentas, instar mesas
de diálogo, etc.
Son órdenes que parecen más bien aproximativas al problema, o indagatorias de las
lógicas de la violación, de su extensión y causalidades. Presuponen, por tanto, que tales
cuestiones no están lo suficientemente claras o no son lo suficientemente obvias.
En la causa Verbitsky la Corte establece que las “Reglas Mínimas de Naciones Unidas para el
tratamiento de los reclusos” son los estándares que el sistema penitenciario bonaerense debe
alcanzar, pero no le ha dicho al Poder Ejecutivo de la Provincia de Buenos Aires ni qué tipo, ni
qué cantidad o estilo de infraestructura, reforma legislativa, política o presupuestaria es necesaria
para alcanzar estos estándares. 17
Tampoco amenazó con sanciones al Estado Provincial en caso de que continúe la frustración de
tales estándares, ni fijó plazos para alcanzarlos. Sólo deslizó en los considerandos del fallo que,
dado el reconocimiento del demandado sobre la situación –el cuál ponderó positivamente-18 el
16
Me refiero a la inculpación institucionalmente sancionada, a la que Jaime Malamud Goti trata como fuente de
victimización en el segundo sentido. Esto es, cuando la víctima de un daño lo es por el acto intencional de aquel a quien
prima facie se culpa por lo que le ocurrió. Ello presupone una noción de agencia activa como causa suficiente del
daño. (Malamud Goti, Jaime, 2005).
17
Adoptadas por el primer Congreso de Naciones Unidas sobre prevención del delito y tratamiento de delincuentes
celebrado en Ginebra en 1955 y aprobadas por el Consejo Económico y Social en sus Resoluciones 663C (XXIV) del
31 de Julio de 1957 y, 2076 (LXII) del 13 de Mayo de 1977. Christián Courtis cuestiona la adopción de éste estándar
por ser el instrumento más antiguo del soft law en la materia. Varios de los documentos posteriores como el “Conjunto
de Principios para la protección de todas las personas sometidas a cualquier forma de detención o prisión” las han
complementado y actualizado, y constituyen estándares más modernos para interpretar las cláusulas de los tratados de
derechos humanos que tienen jerarquía constitucional y supralegal en nuestro país. (Courtis, Christián, 2006:23)
18
El Poder Ejecutivo provincial había reconocido esta situación al declarar la emergencia físico-funcional del Sistema
Penitenciario de la Provincia de Buenos Aires mediante el decreto 1132/01. También lo había reconocido en Audiencia
6
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
status quo, como situación genérica, colectiva y estructural, violaría ciertos derechos. Dictó
algunas medidas directas que parecen atender a lo grave, urgente, o lo que constituirían las
violaciones mas claras – que no se detenga más a los enfermos y menores en comisarías, que se
impidan los tratos que puedan considerarse torturas, y que se reformen algunas leyes que, de
alguna manera que no se precisa, serían inconstitucionales y afectarían la situación de
hacinamiento-.19
Las otras órdenes son interpelaciones indirectas, generales y vagas, como encargos de formar
espacios de diálogo, pedidos de informes periódicos de medidas –indeterminadas-, envío de
información a jueces de primera instancia, programación de una supervisión periódica -también
general- en términos y con objeto imprecisos.
En la causa Mendoza tampoco se ha detallado a los Ejecutivos de la Nación, Ciudad, o Provincia
de Buenos Aires, ni a las empresas demandadas, qué es lo que deben hacer para sanear el área
contaminada de la Cuenca Matanza-Riachuelo ni para asistir a la población afectada. De hecho ni
siquiera se declaró de manera expresa todavía el deber de hacerlo - no hay ni sentencia, ni
medidas cautelares-. No obstante, las medidas indirectas abundaron. La Corte ya interpeló por un
plan para atender el problema y por la producción de información relevante, la que requirió tanto
de los ejecutivos como de las empresas, e incluso del mismo demandante, y se llamo a audiencias
para discutir lo presentado. Ello en el marco formal de las llamadas medidas ordenatorias e
instructorias del proceso reguladas en la Ley General de Ambiente. Luego requirió un reporte a
expertos de la Universidad de Buenos Aires (UBA) acerca del plan presentado por la demandada.
Este reporte también fue discutido en sucesivas audiencias públicas con la participación de
distintos representantes de la Sociedad Civil. De manera que sólo con órdenes indirectas, la Corte
ha movilizado sustantivamente la deliberación interna y publica del asunto.
La cuestión que se plantea de ahora en más en ambos casos es ¿hacia donde va la Corte con estas
órdenes?, ¿se trata acaso de un procedimiento preliminar para sentar las bases de futuras órdenes
más tradicionales, directas, completas y detalladas, o para encontrar un culpable? o, ¿acaso es
sólo un gesto simbólico que traza la línea entre los mundos de la exigibilidad discursiva y la
exigibilidad en concreto de los derechos, entre la lucha por su sentido simbólico y la lucha por su
fuerza normativa en el caso concreto, asumiendo su jurisdicción para decidir sobre lo primero, y
la de los poderes públicos - gubernamentales y no gubernamentales-, para lo segundo?
ante la Corte en el 2005. La Corte afirma en su fallo que “El Poder Ejecutivo provincial expuso una serie de esfuerzos
que demuestran su empeño, pero que no resuelven la situación” (considerando 31) del fallo Verbistky), aún más,
destaca en el considerando 23) Que sin embargo, existen hechos no controvertidos en las actuaciones que…fueron
admitidos por el gobierno provincial con encomiable sinceridad” (la negrita es nuestra)”.
19
En el resolutorio número 7) de la sentencia, la Corte exhorta al Ejecutivo y a la Legislatura Provincial a adecuar la
legislación procesal penal en materia de prisión preventiva y excarcelación, y la legislación de ejecución penal y
penitenciaria. Sagües advierte, en tono crítico, que “la Corte Suprema federal no indica claramente qué reglas precisas
de la Provincia de Buenos Aires padecen el defecto que les atribuye, y dónde, especifica y puntualmente, está la
colisión entre las normas del caso con la Constitución nacional o el derecho internacional.” A esa orden imprecisa
llama, siguiendo doctrina europea sobre tribunales constitucionales, una exhortación por constitucionalidad precaria, y
la critica por su falta de precisión. (Sagües, Néstor Pedro, 2006). Por su parte, Gargarella y otros comentaristas refutan
interesantemente las críticas de Sagües y defienden este estilo de intervención judicial por establecer un dialogo entre
los poderes. Ver el Blog de Gargarella: Seminario de Teoría Constitucional y Filosofía Política. Una mirada igualitaria
sobre el constitucionalismo, del 21 de Septiembre de 2007.
Sólo cabe agregar, la inocuidad de la distinción de Sagües en los términos que interesan en este trabajo. Nótese que
prima facie, y pese a sus conclusiones dogmáticas, la exhortación de la Corte fue exitosa y no presentó dificultades
para que la legislatura reformará las leyes mencionadas (La nueva ley es la 13.449 (B.O. 17/3/2006). Mientras que en
otro caso, en Badaro específicamente, en el que la Corte fue mucho más precisa y, en términos de Sagües dictó una
‘sentencia exhortativa de constitucionalidad simple,’ el Congreso Nacional nunca obedeció tal exhortación.
7
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
En otras palabras, mientras la Corte parece recorrer de una manera oblicua el camino de la
realización de los derechos que se demandan – si es hacia allí hacia donde va-, la pregunta latente
es si ¿tiene algún camino en mente para conseguir el goce de los derechos que se están violando?
o, al menos, si ¿hay un camino u horizonte posible para casos tan complejos?.
El caso Verbitsky puede definirse, en términos de derechos subjetivos, como un caso de derechos
civiles o de primera generación – derecho al trato digno, a verse libre de torturas originadas en las
condiciones de hacinamiento, a la integridad física y hasta a la vida-.20 Por su parte, la causa
Mendoza podría tenerse como un caso de derecho a la salud y a un ambiente sano, es decir, de
violación de derechos de segunda y tercera generación.21 Aún para la dogmática más progresista
esta distinción de origen histórico es importante en términos de justiciabilidad, desde que se
consiente que derechos civiles y sociales aunque exigibles todos, habilitarían funciones judiciales
diferentes. Aquellos que en cambio centran el análisis en la distinción entre derechos positivos y
negativos, se ven obligados a asumir posiciones dogmáticas rígidas para decidir si Verbitsky exige
un deber de abstención del estado (cesar el trato indigno) o una actividad (mejorar las condiciones
de detención), pero lo que si parece mas claro es que Mendoza seria un caso centralmente de
derechos positivos. Sin embargo, ninguna de las dos distinciones parece decisiva a la hora de
determinar el sentido práctico de los derechos en estos particulares casos estructurales.
Verbisky, con sentencia dictada, y Mendoza, aún en proceso de sustanciación, tienen en común
dos extremos particularmente relevantes.22 El primero es que la exigibilidad normativa o
discursiva de los derechos está presupuesta, dado que la Corte ha intervenido dejando clara su
jurisdicción para juzgar y tomar medidas en ambas causas sin establecer inculpaciones -ni a
individuos, ni a grupos- por el sufrimiento de las víctimas. La jurisdicción manifestada a través de
órdenes concretas de hacer, tiene un valor simbólico innegable tanto para la construcción de la
posición de ‘víctimas’ de los demandantes, como para la argumentación sobre la justiciabilidad
de los derechos en juego. El segundo extremo común es que la los términos prácticos de su
vigencia son aún imprecisos. Como ya se dijo, la intervención judicial en ambos casos ha sido
ciertamente oblicua, con un carácter aparentemente preliminar, o bien, incompleto, en relación a
la satisfacción de los derechos de las víctimas.
La similitud del tratamiento –pese a las diferentes instancias de los procesos judiciales- incentiva
a identificar otros puntos análogos entre estos dos casos. Por ejemplo, que las víctimas son
“personas agrupables a partir del sufrimiento físico y psíquico causado por vivir en un entorno
20
Aunque las condiciones de atención médica y alimentaria de los internos también fueron objeto de denuncia, lo cierto
es que ellas se han enmarcado bajo la definición de derecho a un trato digno del interno y no, como usualmente
sucedería con otros ciudadanos libres, como derecho a la salud o a la alimentación. Así también, mientras que el hecho
del hacinamiento y las condiciones de falta de higiene podrían tenerse como condiciones ambientales degradantes, la
condición de ‘interno’ se impone, y la calificación legal de la violación es de trato inhumano o tortura.
21
La deconstrucción de estos derechos siempre puede dar como resultado derechos de primera generación. Tanto el
derecho a la salud como el derecho a un medio ambiente sano pueden verse como la versión sofisticada del derecho a la
integridad física y/o a la vida desde perspectivas colectivas. La diferencia, a veces, parece más bien de grado.
22
Tengo en claro que el hecho de que en un caso haya sentencia y en el otro no sería, para algunos, suficiente razón
para descartar de plano el análisis de paralelismos entre estos casos que propongo. Sin embargo, no parece razonable
confinar la exploración teórica a los estamentos formales del proceso, cuando la semántica de la autoridad judicial se
expresa de una manera ostensiblemente más rica. La Corte ha tomado una larga y detallada lista de medidas
ordenatorias e instructurias en la causa Mendoza, las que pueden sintonizarse tanto en la práctica como en la teoría con
varias de las órdenes de Verbitsky.
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hostil, arbitrariamente impuesto, y el que no pueden evadir, ya sea por razones de encierro23o por
su condición socioeconómica.24 Tal situación vulneraría la dignidad de aquellos así
colectivizados, en un punto tal que se tiene como violación de derechos. Subsiste, sin embargo,
cierta vaguedad en relación a la medida y extensión de las violaciones individuales -caso por
caso-, y las condiciones necesarias -políticas, económicas, sociales, y/o culturales- que
permitirían el cese de esos sufrimientos.25
No todos los casos estructurales recibieron el mismo tratamiento judicial. Las causas
Benghalensis y Badaro, por ejemplo, citadas en la nota 13, implicaron órdenes sencillas,
axiomáticas y directas al Estado. De manera que la sola estructuralidad o sistematicidad causal
no parece ser la fuente exclusiva de las similitudes en el tratamiento judicial que aquí interesa.
En Mendoza y Verbitsky, la hostilidad del entorno de vida, además de tener carácter genérico y
largo tiempo de ocurrencia está determinada por procesos causales diversos y afincados –no todos
ellos ostensibles-, los que se presentan como prácticas arraigadas y/o compartidas por varias
generaciones de víctimas y causantes -en adelante, causalidad compleja arraigada.26
A los fines hermenéuticos, éste es el rasgo de la analogía que nos interesa: La causalidad
compleja en cuanto practica arraigada. Ella funciona como un sistema de valores y sentidos
interconectados, de reglas prácticas institucionales o jurisdiccionales –en adelante locales- que
interaccionan entre si, y a su vez lo hacen con las reglas del ordenamiento jurídico mas abstractas
y generales.
Ahora bien, ¿qué debería tenerse en cuenta para incluir en la pretensión contenida en un derecho
a X, los desafíos prácticos para su realización efectiva en casos estructurales complejos?.
En primer lugar asumir que lo que se busca no es el reemplazo total de una práctica por otra. Es
decir, que lo sensato en estos casos es propender a una transformación sistémica que de lugar a
una practica justa, manteniendo aquellos valores, sentidos y reglas de la vieja práctica que no
determinan la violación de derechos o condicionan alternativas de cese de violación. La necesidad
de transformar no funcionaría entonces como una ‘carta de triunfo’ de contenido económico o
político, positivo o negativo contra la totalidad de una practica o política impuesta por la mayoría,
23
Para Lucas Grosman el deber de evitar los agravios sufridos en la cárcel tiene un carácter particular, es una
“Precondición Conceptual del Estado” ya que el agravio no existiría si no existiera el Estado. Sostiene que no puede
ponerse al individuo en una situación de absoluta dependencia material y luego alegarse que no hay recursos para
solventar su subsistencia en condiciones mínimamente decentes (Grosman, Lucas, 2007). Lo relevante de su análisis es
que para este caso, así conceptualizado, la administración no puede alegar escasez de recursos. Si Grosman entendiera
que las Agencias de Ambiente involucradas, o ahora el Comité de Cuenca creado durante la sustanciación de la causa
Mendoza, son estructuras protectorias que generan el deber del Estado de asistir, entonces el Estado tampoco aquí
podría alegar escasez y el reclamo en este caso, estaría limitado a los beneficios previstos por la regulación de esas
agencias.
24
La gran mayoría de afectados por la contaminación de la cuenca Matanza-Riachuelo son personas de escasos
recursos socio-económicos para quienes mudarse resulta económicamente inviable. La desvalorización de los terrenos
circundantes a la cuenca por la situación ambiental muestra alguna bidireccionalidad causal entre ser pobres y recibir
las consecuencias ambientales de la producción y el crecimiento urbano, la que se internaliza en las dinámicas de las
políticas públicas. Los ambientalistas la refieren como “injusticia ambiental” (Bullard, Robert. D., 1996).
25
En general los problemas estructurales suelen verse como disparadores de cuestiones teóricas relativas,
preponderantemente, a la redistribución económica, o al desafió de la escasez. El enfoque aquí tiende a englobar los
asuntos de redistribución y escasez dentro de las diversas complejidades involucradas en lo estructural.
26
La complejidad se reconoció como eje de la aproximación judicial en Verbitsky. La Corte Nacional habló de
problema “cíclico”, “complejo”, mientras que la Corte Suprema de la Provincia de Buenos Aires sostuvo que “evitar
todo trato indigno a los detenidos refiere a un vastísimo universo de situaciones en continua fluctuación. A la vez,
apunta a un problema crónico y de gran complejidad…” (Considerando 2) P. 83.909, Corte Suprema de la Provincia de
Buenos Aires 19/12/2007)
9
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sino más bien, como una demanda de transformación estructural de esas practicas o políticas en
un sentido determinado, y con un carácter advesarial limitado a ese sentido transformador.27
Así las cosas, el contenido del derecho a X no resultaría de la reformulación de finalidades
económico-sociales en objetivos formales de no-daño, ni de la reformulación de derechos
negativos en el sentido de derechos positivos, o viceversa. Se trataría, en cambio, de una
redescripción del contenido de los derechos que tienen una faz positiva y negativa en conceptos
reflexivos o referenciales, como el de ‘transformación de una práctica.’
Tal transformación, no es una meta auto-satisfactiva -como cierto estado económico y social que
se alcanza, y así se cierra el caso- sino un efecto abierto al que acceder. El elemento referencial o
reflexivo de esta idea, es la imposición de la necesidad de determinar primero las causas y las
estrategias para acceder a un estado de transformación que se abre hacia el futuro.
Charles Sabel y William Simon (2004) han tenido gran suceso caracterizando como
´desestabilizador` al efecto transformativo específico que tiende a desatrincherar y desarraigar
instituciones o prácticas injustas a través del litigio público. Para los autores, los derechos que
consiguen este tipo de efecto a través del litigio público son “derechos desestabilizadores.”28 La
idea de desestabilización de una práctica carga a la operación hermenéutica con más preguntas
que respuestas, y por ello mueve a una racionalidad legal menos formal o finalista, y más
reflexiva. En lugar de imponer desde arriba un deber que cumplir – no torturar, no contaminar – o
un objetivo material a alcanzar – tantas camas, tanta comida, cierta forma de trato, tanto oxigeno
en el agua –, carga la demanda jurídica de un criterio de evaluación de fines referencial y
sistémico, un criterio que nos exige primero, reflexionar y acordar cierta idea acerca de cual es la
estabilidad injusta que se pretende desestabilizar, para después, evaluar las alternativas de su
desestabilización.
Parte de las dificultades de ‘transformar’ o ‘desestabilizar’ es que esto no es algo que ocurra en
un solo momento y de una única manera, sino que implica procesos complejos a largo plazo. En
estos procesos deben interpelarse dinámicas de relación en las que están comprometidos más
actores que aquellos que son partes del procedimiento judicial. Según se detalla en relación a la
causa Verbitsky, se “apunta a un problema crónico y de gran complejidad que trasciende, de un
lado, a las concretas personas por las que originariamente se promovió la pretensión,
proyectándose a todos quienes estén alojados en cárceles y comisarías de la Provincia de Buenos
Aires, y, del otro, a los órganos del sistema judicial, pues comprende actividades privativas de los
restantes poderes públicos” (CSJBA: 2007, cons. 2)
La tecnología de interpelación e intervención social compleja y reflexiva requerida en estos casos
puede tener metas y contenido diversos y mixtos, de orden económico, social, cultural y/o
político - independientes del contenido explícito del derecho que habilita el litigio-. Tal
27
Tiendo a coincidir con algunas apreciaciones del polémico artículo del chileno Fernando Atria respecto al carácter
individualista de la concepción liberal de los derechos, especialmente de concepciones como la difundida por Ronald
Dworkin de los ‘derechos como cartas de triunfo’ contra las mayorías (Atria, Fernando, 2004). Como no creo que esa
sea la única concepción posible de derechos y del rol del discurso de los derechos en la resolución de conflictos, me
ocupo de hacer esta distinción conceptual que acerca, como se verá en los próximos párrafos, la racionalidad legal
detrás de estos derechos a lo que Gunther Teubner (2000) llama la racionalidad reflexiva.
28
La frase es acuñada originalmente por Roberto Mangabeira Unger en su libro False Necesity. Los derechos
desestabilizadores “protegen el interés de los ciudadanos en penetrar las organizaciones de gran escala o practicas
sociales largamente extendidas que permanecen cerradas a los efectos desestabilizadores de los conflictos ordinarios y
así sostienen ventajas y jerarquías de poder aisladas” (Mangaberia Unger, 2004). Los efectos desestabilizadores que
resaltan y describen Sabel y Simon son el efecto del velo, que impide a las partes saber con anticipación cuál será el
resultado, el de la deslegitimación del status quo que mueve a otros efectos, como la deliberación, el empoderamiento
del interés demandante y la posibilidad de la aparición de otras partes relevantes, y la ramificación de los efectos a
otras instituciones que monitorean el caso -a lo que llaman el efecto de red. (Sabel y Simon: 2004: 1073-1082)
10
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tecnología no sólo no está disponible en los tribunales, sino que lo arraigado de la práctica injusta
demuestra que tampoco es evidente para la administración pública o las legislaturas involucradas.
Más aún, la producción de esta tecnología puede demandar una previa reestructuración
burocrática que desestabilice las idiosincrasias en las que se recuesta la práctica injusta, o que
invisibilizan las opciones de transformación.
En algún sentido esto vuelve insustancial la objeción tradicional de que los jueces no tienen la
‘capacidad técnica’ que si tienen los otros poderes para intervenir en este tipo de problemas.29
Ello en tanto la ‘incapacidad técnica,’ en el sentido del expertice apropiado para dar un remedio
transformativo completo a un caso de violación estructural compleja es un presupuesto del
problema, es decir, es parte de lo que define - o mantiene indefinido- al problema.
Por otro lado, la estabilidad de prácticas injustas y arraigadas descansa, en parte, en
intervenciones episódicas y aisladas, generalmente absorbidas por las lógicas de prácticas densas
y con nudos invisibles de resistencia. Así, la atención a lo urgente y lo vergonzante de las
injusticias, incluso a través de la reforma legal, funciona a veces como ‘parches institucionales’
de corta duración que impiden la crisis y desmovilizan las demandas. En otras palabras, un T1,
que bien podría ser una sentencia que aparentando conquistas parciales, asegura la permanencia
del status quo en un T2.
Desde esta óptica, las medidas judiciales que califiqué de indirectas o preliminares –
especialmente las que piden información y reflexionar y diseñar planes de acción específicos- son
las que en lugar de parches o intentos aislados podrían estar dirigidas a jugar un rol diferente, a
desatrincherar las instituciones y políticas revelando sus lógicas de producción del daño y la
dimensión de la violación.
Pero es necesario insistir en que la práctica justa que desplazaría a aquella injusta es aún
desconocida: no está en los informes premonitorios de ningún técnico o en los cajones de ningún
funcionario. Necesita crearse, y el proceso judicial podría constituir el campo epistémico desde
el que se haga posible iniciar esa postergada creación. No insinúo que sea la mano de los jueces la
que vaya a crear una nueva práctica, sólo afirmo que el rumbo de este proceso y sus obstáculos
deben ser parte de la conciencia judicial práctica, de la operación exegética, y así, de una
estrategia remedial eficiente.
Por lo tanto, la disputa o desafió hermenéutico abierto en los casos Verbistsky y Mendoza consiste
en la recreación o creación de una práctica más justa. En estos términos, la pretensión de los
internos de comisarías bonaerenses y de los afectados por la contaminación del Riachuelo implica
una búsqueda onto-epistémico abierta, no la conquista de simples parches o símbolos de papel
que legitiman luchas aisladas o futuras, pero que incidentalmente podrían también legitimar las
lógicas de arraigo del status quo. Las ordenes indirectas, empero, invitan a un proceso de
investigación, un intento –todavía tímido- de desentrañar las resistencias de las prácticas injustas
y arraigadas, protagonizadas y compartidas por actores diversos y con intereses diversos –
algunos que no están presentes en la litis y que en general actúan de manera, prima facie,
legítima.
Hasta aquí mi argumentación trata de caracterizar a su mejor luz la teleología de las órdenes
indirectas de la Corte. La propuesta, insisto, es asumir qué sus ordenes se dirigen a
desatrincherar instituciones o desnudar prácticas para promover procesos reflexivos que luego
las transformen, desestabilicen, y las recreen.
29
Esta es una objeción ampliamente difundida. Una interesante caracterización es la que brinda Carlos Rosenkrantz,
que además cita a Ackerman en relación a la falta de una ‘tecnología perfecta’ para la justicia distributiva.
(Rosenkrantz, Carlos, 1999: 4-5).
11
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Como los resultados finales de estas intervenciones judiciales son todavía una mera expectativa,
mis afirmaciones son, en cierto sentido, una mera especulación teórica – tal vez hasta una
esperanza o una incitación- sobre los fines o posibilidades de la estrategia remedial de la Corte.
Es útil detenerse en esta eventualidad para comprender mejor la estrategia remedial en casos de
este tipo. Jaime Malamud Goti (2005) ha señalado que la inculpación que usualmente realizan las
Cortes tiene la función de resignificar nuestra percepción de los hechos del pasado. Lo bueno de
esto es que al hacerlo en cierto sentido se dignifica a las víctimas de un sufrimiento injusto,
contribuyendo a que ellas se incluyan en la comunidad política, y dando razones para que los
actos inculpados que condenamos no se repitan. Lo malo de inculpar, señala el autor, es que se
simplifican los hechos sociales singularizando la causa moral relevante del daño. “La inculpación
institucionalizada no está concebida ni tampoco dirigida como apta para proveer una rica y
compresiva narrativa del pasado…”. (Malamud Gotti, 2005:11)
Me interesa extender éste último argumento en, al menos, dos sentidos. Primero, para resaltar de
qué manera singularizar la causa relevante del daño restringe críticamente las alternativas
cognitivas y epistémicas para la generación de remedios eficientes.
Aunque ello resulte útil a otros fines del derecho –o para otros fines estratégicos -, no puede
ignorarse cuan poco se esclarece sobre la producción del daño y sus posibles soluciones,
inculpando por el hacinamiento en una cárcel –el que sabemos generalizado y arraigado en casi
todas las cárceles de Buenos Aires - a, por ejemplo,
1. sus guardias, imputándoles incumplimiento de su deber de funcionario público.
2. el juez que no los libera, por prevaricato.
3. el régimen del Gobierno de Duhalde (es decir a todas las personas que participaron del
servicio penitenciario y penal durante esa administración, y establecieron algunas de las
reglas que hoy construyen el complejo causal), por abandono de persona.
No estoy haciendo ninguna revelación epistémica al señalar que para alcanzar remedios eficientes
en casos con causalidades complejas es necesaria una explicación del daño que no deje fuera a
hechos objetivamente relevantes, aunque moral o legalmente pudieran ser minúsculos.30 La
inculpación pone evidentes obstáculos al diseño remedial, como práctica institucional que realiza
recortes explicativos monocausales.
En las causas Verbitsky y Mendoza la exigibilidad normativa de los derechos - es decir la
juridización del conflicto entre una víctima y ciertas instituciones a través de la intervención de la
Corte- no atribuyó culpa por la perpetración del daño ni a individuos, ni a grupos o regimenes -no
hubo inculpación fina ni gruesa, según la clasificación de Malamud Gotti-. Así, el esquema
remedial de la Corte evita –hasta ahora- las censuras onto-epistémicas que la práctica de inculpar
suele imponer, dejando abierta la posibilidad a narrativas del daño mas completas y conducentes.
30
No se insinúa que la Corte deba coartar, prohibir o transformar en ilícitas actividades o reglas locales lícitas. Sólo que
todas ellas deben formar parte de una explicación causal útil y, eventualmente, ser objeto de la reflexión necesaria para
alcanzar un remedio adecuado.
12
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En segundo lugar, me permito afirmar que la autoridad jurisdiccional que no inculpa facilita, en
ciertas circunstancias, la adhesión participativa de las partes al esquema remedial. En efecto, la
juridización de un conflicto que ‘responsabiliza’ por las consecuencias en lugar de ‘inculpar’ por
las causas, a quien esta dispuesto a asumir esa responsabilidad disminuye la resistencia de los
destinatarios del remedio. Es lógico que así sea, ya que aquellos que disputan el significado y la
moralidad de sus conductas en un escenario multicausal, tienden a ver la inculpación como una
manera de convertirlos en chivos expiatorios, y perciben los remedios como sanciones injustas, a
las que resisten.31
Las narrativas más amplias que, pese a poner en el centro del análisis el sufrimiento de la víctima,
incluyen la complejidad de la producción del daño, son sensibles a los condicionamientos
contextuales de los responsables y sufragan a una conciencia del daño compartido que da razones
e incentivos para la responsabilidad solidaria y activa del Estado.32
Abregú y Espinoza (2004) han destacado cómo en un sistema jurídico sin herramientas de
coacción directa, como es el Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH), es posible
conseguir mayor eficacia en la realización de derechos a través de procesos de solución amistosas
entre las partes –acuerdos-, antes que a través de sentencias condenatorias de los Estados
Aunque tiendo a coincidir con los autores en que ‘la igualdad de armas’ en procesos
contradictorios contribuye a que los acuerdos de parte sean mas justos,33 ella resulta insuficiente
para explica por qué un Estado se sometería a la autoridad del SIDH para celebrar y cumplir
acuerdos con partes enfrentadas a sus intereses. Si bien pueden postularse varias respuestas
generales a ello, con los lentes de Malamud Goti se podrían articular respuestas bastante
persuasivas a casos particulares. El Estados podría verse inclinado a someterse a un proceso ante
el SIDH porque este conciente mas espacio para el juzgamiento no inculpatorio que los
escenarios locales. De esta manera se permite que el Estado resuelva conflictos que no se pueden
resolver en el marco de una narrativa judicial inculpatoria local demasiado rígida y formalista. No
se trata de que los tribunales locales no puedan ser tan imparciales como los de Washington –
como parecen sostener Abregú y Espinoza-, sino de que los procesos contradictorios que solo
pueden plantearse como inculpatorios - como a veces se plantean los procesos penales locales, y
en cierta forma los juicios de reparación civil demasiado formalistas o individualistas- no
alcanzan para construir una narrativa lo suficientemente rica, que cierre conflictos con ribetes
políticos y multicausales.34
31
Las especiales circunstancias a las que refiero pueden advertirse en algunas administraciones políticas actuales,
consustanciadas con el discurso de los derechos humanos al punto de reconocer, pública y judicialmente la injusticia de
las situaciones denunciadas. Aunque están dispuestos a asumir la responsabilidad institucional, estos funcionarios no se
ven a si mismos como los culpables de tal situación.
32
La construcción de narrativas públicas de estos daños que realizan los activistas de derechos humanos, con sus
mecanismos de contar ‘casos’ y divulgarlos a través de la metodología de la movilización de la vergüenza (shaming) y
denuncias detalladas de situaciones de daño, es muchas veces crucial en estos casos. El poder performativo de la
opinión pública motivada por estas narrativas juega un rol significativo para la asunción de responsabilidad
institucional de manera pública por parte de los funcionarios, la que es vital primero para mover al acuerdo y luego
para garantizar la colaboración y el cumplimiento.
33
Abrevo de los argumentos de Owen Fiss en contra de los acuerdos extrajudiciales para hacer, contrario sensu, esta
afirmación. (Fiss, Owen, 1998)
34
En otro de sus trabajos ya clásicos, Malamud Goti defiende la necesidad de que haya juicios ‘desde adentro’ -de
tribunales locales- en lugar de juicios ‘desde afuera’ -tribunales internacionales- para aquellos casos que él llama
‘juicios políticos’, en tanto ellos involucran el establecer una narrativa histórica legítima sobre ciertos hechos históricos
que dividieron y dividen profundamente a una comunidad (Malamud Goti, Jaime, 2000). Aunque esta tesis parece
contradecir lo sostenido arriba, ello no es necesariamente así. Los casos que Malamud Gotti llama juicios políticos y
aquellos que para mi son estructurales y complejos, tienen en principio en los tribunales locales su mejor escenario. Allí
los jueces tienen menos espacio para ser cínicos respecto a las consecuencias de su intervención, y tienden a no
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simplificar la realidad política que les da ocasión y condición. Sin embargo, creo que cualquier autoridad jurisdiccional
que encuentre incentivos para redimensionarse en este sentido, es decir que se vuelva más flexible, que evite la mera
inculpación, y permita esquemas remediales mas sensibles a las complejidades sociales y políticas, sin duda puede ser
un mejor escenario para construir autoridad judicial y voluntad política en este tipo de casos.
Ahora bien, la necesidad del SIDH de fundar autoridad y obediencia sin tener herramientas de coacción ha venido
funcionado, alentadoramente, como un fuerte incentivo para redimensionar sus mecanismos en esta dirección. De
hecho hay quienes de manera indirecta están promoviendo este tipo de intervención menos axiomática y más sensible a
las complejidades de cierto tipo de casos, entendiendo que las normas del SIDH deben ser vistas como “estándares” de
referencia a alcanzar, antes que reglas axiomáticas. Ver Víctor Abramovich, 2004. En una propuesta reciente sobre la
necesidad de reforma del SIDH, Ariel Dulitzky, parece plantear funciones de este tipo para la Comisión, como una
instancia de cooperación técnica y de gestión de alianzas estratégicas para facilitar acuerdos sensibles a complejidades.
(Dulitzky, Ariel: 2008).
35
El caso del conflicto mapuche descrito en mi trabajo “Intervención judicial y nuevos espacios públicos” muestra
como los acuerdos políticos sucesivos fracasaron por años, hasta que la intervención judicial facilito un proceso de
negociación y acuerdo de singular éxito. Ver en
http://www.ceppas.org/gajat/index.php?option=com_docman&task=cat_view&gid=22.
36
El caso paradigmático es el del régimen del presidente peruano Alberto Fujimori. Cientos de casos presentados ante
el SIDH fueron totalmente ignorados mientras lo que significaban tales casos eran una inculpación directa al régimen
que encarnaba al Estado. No fue sino hasta que cambio la administración del país, que esos casos empezaron a
encaminarse mediante una política de solución amistosa de los casos heredados de Fujimori. Ver Abregù y Espinoza:
2004.
14
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Ahora bien, la existencia de una oportunidad como ésta es particularmente relevante cuando hay
problemas que no podemos explicar…
37
“De acuerdo con la presentante, la nota distintiva de las 340 comisarías que funcionan en la provincia de Buenos
Aires es la superpoblación y el consecuente hacinamiento que deben padecer las personas privadas de su libertad. Pese
a tener una capacidad para 3178 detenidos, alojan 6364, según información del mes de octubre de 2001 –según la
posterior actualización, la situación empeoró. En el conurbano bonaerense, 5080 detenidos ocupaban 2068 plazas. Los
calabozos se encuentran en un estado deplorable de conservación e higiene; carecen de ventilación y luz natural. La
humedad y, en verano, el calor, son agobiantes. No cuentan con ningún tipo de mobiliario, por lo que toda la actividad
(comer, dormir) que desarrollan los internos debe llevarse a cabo en el piso. Los sanitarios no son suficientes para todos
y no se garantiza la alimentación adecuada de los reclusos. Existe un gran riesgo de propagación de enfermedades
infecto-contagiosas y la incidencia de casos de violencia física y sexual entre los propios internos es alta.” (Courtis, C.,
2006:2). Además, el asunto que para una perspectiva legalista es crucial, es que los detenidos en las comisarías no están
condenados.
38
Señala la Corte en el 2005 que “el proceso ya lleva más de cuatro años de trámite sin que las medidas que se han
adoptado para remediarlo hayan tenido eficacia[…] Se está jugando una carrera entre la Administración, que amplía el
número de celdas disponibles, y el número de detenidos en aumento, sin que haya perspectivas cercanas de que las
curvas se crucen..” (considerando 31)
15
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39
La Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, dictó una resolución en el 2007 en la cual, en atención
a las acusaciones sobre el tipo de interpretación reinante en material de prisión preventiva, adelantó la elaboración de
un proyecto de nomás prácticas que coadyuven a una interpretación y aplicación del artículo 168 bis del Código
Procesal Penal -ya reformado por la ley que había exhortado la Corte Suprema de la Nación-. Ver el Resolutorio 5), P.
83.909, La Plata 19-12-2007.
40
“El principal problema que tiene la Provincia de Buenos Aires es la Policía” dijo Eugenio Zafaroni, juez de la Corte,
en entrevista publicada el 16 de Febrero 2008, en la Revista DEBATE. www.revistadebate.com.
41
Ver el extracto del Consideredo 2, de la Corte de Buenos Aires (2007), citado en el párrafo 10 del epígrafe 4 de este
trabajo.
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sin una evaluación de su rol sistémico y sus interdependencias con otras dinámicas causales,
tienden a ser episodios de no-ruptura, absorbidos por las lógicas generales de la práctica
arraigada, o que externaliza sus costos en los mas vulnerables.42
Muchos creen que si se extendieran las garantías procesales para una efectiva defensa de los
procesados – reforma radical del sistema procesal penal, sumada a una gran variedad y cantidad
de medidas alternativas a la prisión-, y se asumieran reformas más profundas en la política
criminal –criterios de selectividad en la persecución penal menos orientado a los pobres- la curva
lograría detenerse, y así el problema sería aislable y tratable-.
Otros consideran que tales propuestas en conjunto son inviables en el marco de la inseguridad
social que existe hoy en la Provincia de Buenos Aires y de las demandas ciudadanas por una
justicia más represiva.43 Perspectivas radicalmente enfrentadas a la ideología que inspira a estos
reformistas coalicionarían con los propósitos de las reformas procesales y administrativas que se
piden. De tener éxito, entonces, serán más ‘triunfos de papel,’ los que en un T2 jamás se
implementarían sin peligro de estallido social o mártir político de por medio. Y aún así, no
sabemos si tendrían los resultados exitosos esperados.
Más aún, aunque se bajara la curva del número de detenidos, se controlara el cupo de alojamiento
de los internos en cárceles y comisarías, y se invirtiera aún más en infraestructura y servicios,
todavía queda el problema de la idiosincrasia carcelaria y de las fuerzas de seguridad civil.
Durante generaciones se forjó una práctica que encubre, favorece y mantiene una administración
de recursos penitenciarios y policiales gobernada para la custodia y disciplinamiento de los
internos, recurriendo frecuentemente al maltrato, en lugar de para su resocialización. Tal
idiosincrasia mantiene estrecha dependencia con las lógicas castrenses en las que fueron
entrenados guardias y policías,44 cuyos abusos a veces hasta parecen legitimados por el clamor
popular y la coordinación política.45 A su vez, ellos mismos son víctimas de un sistema jerárquico
internamente represivo y arbitrario, con condiciones laborales pésimas, y segregados de la
posibilidad de realizar reclamos colectivos o formar sindicatos.
42
El problema del sistema de justicia de menores, y en especial el del uso discrecional de las medidas tutelares como
medio de privación ilegitima de la libertad de la infancia y juventud argentina ha sido ampliamente denunciado por
varias organizaciones especializadas, como la Fundación Sur. Ver detalles sobre la situación normativa especifica de la
Provincia de Buenos Aires en el artículo de Ernesto Blanck, 2007. Es fácil anticipar que el desborde no sólo se da en
las cárceles, sino también en los institutos de menores y de allí decanta en las comisarías. Sin embargo, la Corte de la
Provincia de Buenos Aires (2007, Resuelvo 1) dio por concluido el tramite respecto a esta orden de la Corte Nacional,
entendiendo que ya no hay ni menores ni enfermos en comisarías. El problema estaría solucionado para la Corte
Provincial dado que un informe de la Comisión Provincial de la Memoria así lo confirmaría, y que tales detenciones
están prohibidas por su propia orden. Desde tribunales algunos funcionarios afirman sin embargo que todavía hay, y
dejaron trascender que algunos están en lo que se llama Centros Transitorios, que técnicamente -a los fines del caso-
son comisarías, y que no es la primera vez que la Corte de Buenos Aires trata el tema, lo que haría pensar en un círculo
conocido. Ya en el 2001 habían manifestado su preocupación al respecto por una acordada y hasta el 2005, y aun
después, las denuncias en diarios locales sobre menores en comisarías se repitieron.
43
La escasez e inseguridad articulan dialécticas funestas, estimulando posiciones reaccionarias. La propuesta ecléctica
del recientemente electo gobernador tiende a incluir procedimientos penales abreviados (juicios express), lo que
probablemente reduciría el número de encausados en las cárceles, pero seguramente mantendría los números brutos de
internos, o tal vez hasta los aumente, en detrimento de algún logro cuantitativo que pudieran haberse alcanzado con las
reformas a las leyes de excarcelación y prisión preventiva.
44
“…a mediados de los 50’, el plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado) puso a la policía y al Servicio
Penitenciario a cargo de las fuerzas armadas…Años después, muchos políticos –herederos de éstas instituciones-
supieron aprovechar las ventajas de tener a su disposición un ‘brazo armado’ incondicional …”(Calero, V. 2007)
45
Algunos hablan, simplemente, de la corrupción en la policía, y que ella nunca permitiría que los recursos económicos
mejoren el trato de los reclusos, abultando los bolsillos de comisarios y penitenciarios.
17
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En síntesis, esta melange causal,46 con fuentes que tienen cierta autonomía pero que con el paso
del tiempo han generado relaciones de interdependencias sistémicas entre ellas, involucra en
mayor o meno medida a todos los actores del sistema - desde los abogados defensores y sus
estrategias de defensa que legitiman un sin número de supuestos de la cadena causal, hasta el
titular de la cartera de Justicia y su diseño de política criminal y de seguridad, pasando incluso
por profesores universitarios que enseñan sobre las funciones profesionales en tales contextos -
defensa penal, trabajo social, medicina, psicología, etc.-
Ello, en un sentido objetivamente causal y no necesariamente conspirativo, convierte a todos los
participantes y a las ideologías que ellos representan, en cómplices del sistema que viola
derechos. Así las cosas, se hace difícil identificar al/los primer/os instigador/es conciente/s del
todo problemático.
También es importante notar que las divergencias en las explicaciones y soluciones en danza,
discrepancias por si es primero ‘el huevo o la gallina,’ si bien son ontológicas y epistémicas –es
decir, que refieren al carácter del problema y a cómo entenderlo,- casi siempre tienden
centralmente a expresa diferencias ideológicas respecto a cuál es el paradigma de Sistema
Penitenciario Legítimo. Esto resulta ostensible cuando el problema se describe a través de una
propuesta de solución, y/o cuando el diagnóstico es un relato construido de manera unidireccional
hacia la inculpación o acusación de algún/os agente/s del sistema.
Desnudar este asunto no es un mero clishe intelectual, sino la antesala ineludible para atender a
estos complejos problemáticos de manera pragmática y eficiente. Es necesario estar alerta, ya
que muchas de las explicaciones-propuestas para el problema del hacinamiento en las cárceles
podrían ser “estrategias ideológicas disfrazadas de tomas de posición epistemológicas”
(Bourdieu, P., 1999:109) que sitúan cualquier conversación en el marco de los desacuerdos
inconmensurables que han dominado la discusión del problema por generaciones. Mientras los
‘garantistas’ ven cierto problema fuente, y reclaman cierto remedio urgente, los ‘abolicionistas’
ven otro par de fuente-remedio, los criminólogos de ésta y aquella concepción ven muchos otros
pares, los defensores de la línea tradicional de derechos humanos otros, los promotores de mano
dura, o de diversas teorías de seguridad ciudadana otros muy diferentes, y así.
A través de cada una de las distintas propuestas se promueve una narrativa que explica las fuentes
de los problemas y sus remedios, sólo en cuanto expresión de un modelo o paradigma de cárcel
alternativo al existente, aunque no necesariamente un modelo de ruptura de las lógicas que
generan las violaciones, sino a un modelo que intenta imponerse por sobre el que es objeto de
crítica. Contrariamente a lo que suele creerse, esta lucha ideológica enturbia las bases epistémicas
sobre la que se desarrolla la práctica hermenéutica de los derechos, y genera resistencias barrocas
a la implementación de medidas.47
Si el proceso judicial en causas estructurales fuera visto como un episodio de democratización de
las políticas públicas, empoderando a voces que no han sido oídas, sería entonces legítimamente
capturado por ésta lógica del debate ideológico. Los jueces deberían verse satisfechos con haber
promovido una discusión en éstos términos acerca de las políticas públicas relacionadas con el
hacinamiento al margen del hecho empírico de que las víctimas dejen o no de sufrir. Pero éste no
46
La imputación de causas hechas hasta aquí es totalmente imprecisa, por cierto, dado que no existe una producción de
datos globales, confiables, útiles y diseccionados para alcanzar un diagnóstico de base operativo. El análisis más
completo, que esta muy lejos del necesario, puede verse en el trabajo citado del CELS, 2005. Si existiese algo más o
mejor en los registros oficiales, no se ha transparentado hasta ahora.
47
Estas luchas ideológicas son el producto de una “esfera pública burguesa” en términos Habermasianos, con todos los
problemas de accesibilidad y de publicidad que cuestionan entre otros Nancy Faser (1997, Cap.II), los que se tornan
particularmente relevantes en términos cognitivos o epistémicos –términos que aquí se usan indistintamente-, y en un
marco de pretensiones pragmáticas de búsqueda de soluciones.
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es el rol institucional que en este trabajo se atribuye a la intervención hermenéutica de las Cortes
en estos casos, por ello resulta relevante la alerta epistémica.
Las adversarialidades inmovilizantes dentro del debate judicial tienden a plantear
confrontaciones más eufemísticas que racionalizables e implementables a nivel práctico,
volviendo el diálogo entre adversarios un juego de suma cero, que sin herramientas de coacción
parece no llevar a ningún lado. Como asevera Bourdieu respecto a las luchas en epistemología
social en general, “A pesar de su oposición sobre el valor del ‘paradigma’[…] conservadores y
‘radicales,’ adversarios cómplices, acuerdan de hecho en lo esencial: por el punto de vista
unilateral que toman necesariamente sobre el campo científico, eligiendo, al menos
inconscientemente, uno u otro de los campos antagonistas, no pueden percibir que el control o la
censura no es ejercido por tal o cual de las instancias sino por la relación objetiva entre
adversarios cómplices que, por su antagonismo mismo, delimitan el campo de la discusión
legítima, excluyendo como absurdo o ecléctico, o simplemente impensable, toda tentativa de
tomar una posición no prevista…” (el énfasis es propio. Boudieu, P., 1999: 108). 48
Sirve la descripción de éste autor para leer, por un lado, los términos en que se discute el
problema de las cárceles y comisarías entre, por ejemplo, los defensores tradicionales de los
derechos humanos y los promotores de políticas de mano dura o del derecho a la seguridad
ciudadana.49 Por otro lado, sirve también como criterio de observación del proceso de
identificación de los rasgos que definen el problema y su juridicidad a partir de esta
confrontación. Vale reflexionar, por ejemplo, sobre ¿por qué el hacinamiento de las cárceles, sus
condiciones de higiene y alimentación, se juridiza cómo una cuestión de “derechos de los
internos’ y no, en cambio, o además, como una cuestión de ‘derecho laborales de los empleados
del servicio del sistema penitenciario’ que conviven la mayor parte de su día allí, comiendo la
misma comida en una infraestructura paupérrima y sometidos a un verticalismo opresivo mientras
prestan servicios sin las garantías de cualquier otro trabajador?50 ¿Cuánto encubren y cuánto
censuran las maneras unilaterales de plantear los problemas? ¿Cómo influyen estas censuras en
sus determinaciones ontológicas y epistémicas y en las posibilidades de una solución práctica y
plausible?
Para el defensor de un punto de vista unilateral no importa aseverar que en éste modelo de
sistema NO hay solución para las condiciones de detención, porque la lucha es por imponer el
punto de vista, el modelo, aún más allá de alcanzar una solución.51 Sólo desnudando las
complicidades implícitas entre supuestos ‘adversarios,’concientes o inconcientes de tal
48
No creo que Bourdie pretenda que las tentativas no previstas no respondan a su vez a alguna otra ideología; su
pretensión, entiendo, no es desideologizar sino desmantelar los puntos de disputa establecidos por las relaciones
objetivas a los fines de que la discusión epistémica se enriquezca estructuralmente, y se superen conflictos.
49
“La derecha le da todo el poder a la policía. Pero cuando el progresismo dice “todos los problemas son sociales”,
también está tirando la pelota afuera. Y cuando dicen “yo no estoy dispuesto a conducir este aparato represivo, abusivo,
corrupto e irrecuperable” es un modo de dejar que ese sistema se reproduzca y autogobierne” Marcelo Sain, en relacion
a los problemas de seguridad y policia en la Provincia de Buenos Aires, en entrevista “La caja, la cana y la mafia”
Seccion Politica. Diario Critica Argentina. 06-05-08
http://www.criticadigital.com.ar/impresa/index.php?secc=nota&nid=3950
50
Ver algunas referencias generales al tema de la situación de los empleados penitenciarios en mi artículo de La Voz
del Interior “La “Docta” otra vez escenario de reformas progresistas. Conflicto penitenciario en contexto. Nota de
Opinión en La Voz del Interior, Córdoba, Viernes 22 de Febrero de 2008.
http://www2.lavoz.com.ar/08/02/22/secciones/opinion/nota.asp?nota_id=164584
51
En contraste, “Un punto de vista que se percibe como tal, es decir como vista tomada a partir de un punto, de una
posición en un campo, está en condiciones de superar su particularidad; especialmente entrando en una confrontación
de las diferencias de visión fundadas sobre la conciencia de los determinantes sociales de estas diferencias” Bourdieu,
P.,1999: 108)
19
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
complicidad, tal vez, se pueda andar el camino de la realización de derechos por senderos más
eficientes.
Igual relato podría contarse respecto al ‘problema’ en la causa Mendoza. Más allá de los 60
demandados formales, hay otros muchos actores que contaminaron y contaminan de diferentes
maneras la cuenca del Riachuelo. Otros tantísimos actores participan de dinámicas que están
comprometidas con los miles de diversos hechos contaminantes, y otras miles de personas
indeterminadas sufren la contaminación de cientos de maneras que no son ostensibles, o
legalmente relevantes. Ello por supuesto sin contar las pasadas generaciones de participantes de
las prácticas arraigadas que ya no viven para testimoniar.
Cuando las disputas epistémicas se dirimen sólo en un juego adversarial entre las partes formales
del proceso judicial, se está lejos de encontrar la mejor solución para problemas estructurales que
involucran prácticas como esta, enraizadas de manera compleja en núcleos comunales y
transcomunales. El futuro, por las mismas razones que vengo enunciando, es sin duda un T2 en el
que se busca inculpar con alguna explicación arbitraria a aquellos destinatarios más visibles, que
se defienden y resisten.
Concretamente, el juego adversarial en Mendoza involucra por un lado a las distintas
administraciones políticas demandadas –Nacional, Provincial y Municipales o departamentales-
que, aceptando la ilegitimidad de la situación y la responsabilidad institucional, sin embargo
depositan gran parte de sus energías en evitar la inculpación defendiendo aquel punto de vista
según el cual resultan ‘inocentes.’ Lo hacen incluso usando la estrategia de inculpar a la
institución específicamente – inculpación a regímenes anteriores-, o de inculpar a empresas
aisladas, como artilugio ad-hoc para simplificar el problema proponiendo una resignificación
unilateral, una ‘explicación monocausal,’ en la cuál se exculpa a los actuales funcionarios, y se
deposita el resentimiento social contra algún régimen anterior, o contra las empresas y su
desprecio capitalista por el medio ambiente.52
Esta estrategia concentrada en última instancia en evitar la inculpación, elige puntos de disputa
convenientes a sus intereses y censura así puntos de vista que expliquen el problema de una
manera que podría ser más eficiente y conducente a encontrar una solución. Así, las controversias
se multiplicaran ad infinitud: ¿Quién es víctima y quién no? ¿Qué causa y que no causa?
¿Cuántos? ¿Cómo?, todo será objeto de interpretación signada por la posición paradigmática
defendida. En tanto, sin un mínimo de estas definiciones no hay posibilidades de dimensionar el
problema y así administrar una transformación.
Participan de esta disputa distintos actores no públicos, pero también inculpados de manera
genérica, y que hacen lo propio, defienden puntos de vista estratégicos del problema oscureciendo
el escenario explicativo y proyectivo para huir de la inculpación.53
52
En una de las primeras audiencias en la que la Secretaria de Medio Ambiente estuvo ante los jueces de la Corte
Suprema de la Nación, el juez Fayt después de observar una presentación del Power Point, recriminó: “En esta pantalla
esta en negro lo social.” (“Los jueces quedaron con dudas y ya preparan las nuevas exigencias”. Pagina 12, Sección
Sociedad, 21-02-2007). El centro de la exposición de la funcionaria pasaba por un plan de relocalizacion de las
empresas contaminantes, sin mencionar siquiera el destino de los trabajadores. Pareciera que el empeño por centrar la
atención en ciertos inculpados, llevo a ignorar en un comienzo los problemas de desocupación que ello podría traer a
los habitantes del lugar.
53
“Tres de las empresas acusadas de contaminar el Riachuelo mostraron los dientes en la audiencia pública convocada
por la Corte Suprema. El eje de su estrategia consistió en apoyarse en las críticas contenidas en un informe de la UBA
para descalificar globalmente el plan de Saneamiento[…]Romina Picolotti […]elogió a su equipo…[señalando que]
recibieron capacitación psicológica porque “no estaban acostumbrados a las situaciones de violencia que se producen
con los empresarios (“Un día de explicaciones en la Corte ”Pagina 12, Secc. Sociedad, 05-07-07). Parece bastante claro
cómo en las audiencias se plantean las adversarialidades que determinan los puntos de disputa.
20
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
Todos ellos se enfrentan a distintos acusadores, quienes a su turno, eligen los puntos de vista que
contribuyen al juego de relaciones objetivas adversariales que conviene a sus fines. Las víctimas
se ven tentadas a simplificar las narrativas causales para generar la obligación de reparar de
alguien, y las organizaciones de la sociedad civil, por su parte, a reivindicar narrativas
paradigmáticas del problema que ellos defienden. El peligro es la sobre-simplificación de las
explicaciones a los fines de las calificaciones jurídicas disponibles y de condenas que les
permitan ejecutar una eventual sentencia. De ésta manera, algo espuria, se delimitan el campo de
discusión sobre los porqués del problema, censurando tentativas de explicación y solución no
previstas en esas relaciones objetivas.
En este punto del relato intentaré redefinir los desafíos que causas como Verbistky y Mendoza
traen a los estrados de la Corte Suprema Argentina.
La puja por el sentido práctico de los derechos en juego suscita desacuerdos acerca de la las
causalidades que los vulneran e indeterminación en cuanto a las posibles soluciones. El juego
político –definido por disputas ideológicas- por largo tiempo monopolizó los términos de las
disputas, amparando la consolidación del sufrimiento de las víctimas, y oscureciendo cualquier
horizonte de solución. Como campo epistémico previo a la confrontación judicial, el juego
político ha fracasado de forma sistémica en la neutralización de los problemas en cuestión y es
parte de la lógica desde la que no se pueden generar soluciones sistémicas. Los demandantes
simplificaran reclamando igualdad de armas –entre ellos y victimarios sin voluntad política a
quienes se debe coaccionar-, mientras que los demandados inculparan a terceros –a empresas,
gobierno, regimenes anteriores-.
Por ello le toca a los jueces, y este es su desafío, facilitar la creación de un nuevo campo
epistémico frente a la crisis del anterior, un campo en el que se evite la censura y el control
impuesto por relaciones de ‘adversarios cómplices’, y en el que se habiliten explicaciones y
propuestas remédiales alternativas o complementarias. El marco de tal tarea no puede estar
suscripto al fin procedimental de democratizar las políticas públicas –porque el juego
democrático por largo tiempo ha sido su condición y ocasión-, sino por la meta hermenéutico-
pragmática de encontrar una solución al problema de que las víctimas estén sufriendo.54 La Corte
no puede reemplazar la decisión política con su propia decisión sin desnaturalizar la racionalidad
jurídica, al abandonar su especificidad e invadir esferas prohibidas, pero sí puede impulsar que se
recreen las estructuras de toma de decisiones para que incluyan perspectivas de cómo evitar la
vulneración de derechos que vienen siendo censuradas.55
54
Pese al planteo excluyente, no creo que haya una contradicción radical entre estas dos metas. Es decir, no creo que
una visión pragmática sea anti-democrática, ni que una visión democrática sea anti-pragmática. Lo que el planteo trata
de apartar de manera retórica, es la perspectiva de democratización dominante en nuestro medio, la que se resume en
un procesalismo formal que se conforma con que todas las partes interesadas-afectadas cuenten su historia y deliberen,
desentendiéndose de las denuncias procedimentales u operacionales implícitas en la semántica de los resultados de esa
deliberación.
55
Paradigmática es la actitud de búsqueda suspicaz de la Corte en este sentido en las audiencias del caso Mendoza, en
las que permanentemente obliga a replantear los esquemas de justificación de las explicaciones-remedios
simplificadores. En una de esas audiencia se planteó que “Sobre esta cuestión [los aspectos negativos del plan en
materia de salud señalados por los expertos de la UBA] y ante preguntas del tribunal, la directora Nacional de Salud
Materno Infantil Ana María Speranza dijo que "hay cambios" en la atención médica y sanitaria, ya que existe una
"demanda oculta impresionante". (Clarín, Secc. La Ciudad. Ultimo Momento, 05-07-2007). Las audiencias se van
transformando en el escenario en el que la Corte desmantela las censuras ocultas detrás de los aparentes puntos de
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Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
Esta es, entonces, la respuesta a la pregunta formulada en el parágrafo 3 acerca de hacia donde
iría la Corte con este tipo de intervención. El horizonte de la Corte debe ser la búsqueda de un
nuevo campo epistémico en el que se logre determinar cuáles son los extremos del problema y las
alternativas remediales. Y como se viene repitiendo, aunque no es la Corte quien decidirá cuál es
ese problema y su remedio, ella deberá facilitar el acceso de nuevas formas de buscarlo.
Este rol descrito en términos prácticos no es otro, en términos políticos, que el de apuntalar a la
república. Como se adivinará no me refiero al rol republicano de resguardar el ‘principio de
división de poderes’, o de distinguir ‘cuestiones políticas’ de ‘violaciones de derechos.’ (asunto
que me resulta inaccesible). Me refiero a que éste peculiar rol práctico de facilitar nuevas formas
de buscar, es la manera que tiene la Corte de ocuparse de los costos marginales que genera el
funcionamiento de una sociedad republicana y democrática, es decir, de las afecciones que vienen
con el paquete ‘republica.’
8 – Giro político: El rol de la Corte frente a los costos marginales de una República
Democrática
Ninguna opción hermenéutica en relación a un caso estaría completa si no contabiliza una
justificación política que ampare cierto rol de la Corte, en relación a cierto tipo de conflictos y,
frente a los otros poderes del Estado. En éste epígrafe se trata este asunto.
Los problemas públicos de la envergadura del hacinamiento sistémico en las cárceles y
comisarías de Buenos Aires y de la contaminación de la cuenca Matanza-Riachuelo pueden
pensarse como costos marginales, o afecciones secundarias si se quiere, de la saludable práctica
republicana. Si bien es cierto que ambos problemas tienen orígenes anteriores a la democracia,
no es menos cierto que han permanecido y se han ensanchado durante el último cuarto de siglo.
En tanto problemas cíclicos, inmunes a los procesos políticos de varias generaciones de la
administración pública, y hasta a intervenciones judiciales episódicas, deben su inmunidad, en
buena medida, a las condiciones creadas por las prácticas republicanas de: a) periodicidad de los
mandatos ejecutivos, b) coordinación política de instituciones técnicas, y c) legalismo burocrático
(o formalismo institucional). A continuación intentaré explicar la relación entre estas reglas de la
práctica democrática republicana, y la inmunidad de los problemas estructurales en cuestión.
disputa que intenta imponer la coordinación política. Ver al respecto en el próximo epígrafe, el apartado 8.b.
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para mejorar la situación del hacinamiento en la causa Verbistky –ver el considerando 6) del fallo-
, tiende a legitimar la lógica del ‘parche’, desligando a la administración de compromisos
sistémicos que generen responsabilidad a largo plazo –a menos, por supuesto, que esta sea sólo la
antesala para permitir el monitoreo y critica desde una perspectiva sistémica de esas medidas-.
Si un juez pide un plan remedial, es fácil para la Administración Pública en danza comprometerse
a largo plazo con una planificación ideal e imposible, ya que no tendrá que hacerse cargo de los
costos de incumplir ese plan en el futuro. Si a la Corte sólo la motivara el éxito simbólico o
coyuntural de dictar una orden exhortativa, ella quedaría satisfecha con una promesa de este tipo.
Igual satisfacción abarcaría a demandantes motivados, por ejemplo, por concretar algún proyecto
específico sobre temas parciales contemplado en el plan. Esta es la versión más hipócrita del
activismo judicial y del litigio público, la que tiende a denostar, como bien suele resaltarse, la
autoridad del derecho (Rosenkrantz, C. 1999: 6), y con ello, la autoridad de las Cortes. Pero esta
versión abiertamente cínica del uso de la jurisdicción -sin compromiso con los resultados
prácticos-, está lejos del comportamiento de los tribunales argentinos en los casos complejos que
venimos analizando.
Nuestros tribunales no han caído en el vano lugar común de dictar declaraciones generales u
ordenes axiomáticas de cese de violaciones.56 Tampoco tuvieron la pretensión de diseñar ellos
mismos planes de políticas públicas, ni el cinismo de aceptar cualquier plan de manera a-crítica.
Más aún, las intervenciones complejas que se observan en estos casos, y especialmente en la
jurisprudencia de varios tribunales inferiores argentinos, tiende a desnudar y reflexionar sobre las
modalidades que adoptan los administradores de la cosa pública incentivados por su conciencia
de finitud. Los jueces argentinos están obligando a los otros poderes a mirar a largo plazo,
interpelando por disciplinas estatales que no existen y que es imprescindible crear para hacer
posible las transformaciones. En la creación de esta disciplina estatal específica –que constituye
nuevas formas de búsqueda de soluciones- es donde una Corte a la que le importan los resultados
sociales de su acción encuentra su rol republicano, la razón del derecho, y su autoridad.
En una de las últimas audiencias de la causa Mendoza, la pregunta insistente del Juez Lorenzetti a
la Secretaria de Medio Ambiente de la Nación fue acerca de la estabilidad del plan que se
proponía ante sus estrados. El juez interpelaba a la funcionaria de manera incisiva acerca de
cuáles eran los mecanismos que garantizarían el largo plazo -los 10 o 14 años que se requerirán
para sanear el Riachuelo - de acuerdo a las estimaciones de la misma Secretaria-. Aún sin
conseguir que la funcionaria pudiera apropiarse del planteo, la Corte insistió y solicitó detalles
sobre el presupuesto y la planificación del uso del presupuesto, sobre la estructura jurídica en los
lapsos del plan, sin amoldarse a las barreras del mandato del ejecutivo, ni mucho menos situarse
en una conformidad cínica ante cualquier respuesta de ocasión.57 Este puede ser un elemento
56
Tal vez la excepción en el caso de la Corte Suprema son las causas Badaro y Benghalensis las que ya se dijo, pese a
ser casos estructurales, en principio no tuvieron el mismo tratamiento que Mendoza y Verbitsky. En ellas sí se dictó este
tipo de órdenes a la legislatura y a la Administración. En Badaro no se cumplió, y en Benghalensis sólo parcialmente
(luego de un tiempo proliferaron un sin número de causas individuales por medicamentos de HIV, en jurisdicciones
inferiores, en las que se trata de ejecutar para algunos -cuál litigio por el ‘corralito’-, una política con muchos
problemas todavía).
El célebre caso norteamericano “Brown v. Board of Education” de los 60’s, fue también una orden axiomática de éste
tipo y corrió similar suerte. La segregación en la educación siguió siendo objeto de demanda en distintos tribunales de
diversas jurisdicciones por varios años, y casi medio siglo después, es aun un asunto sin resolver para los
norteamericanos. Ver estrategias de implementación en Liebman, James (1990).
57
“Lorenzetti tuvo casi siempre la iniciativa y realizó la mayor cantidad de preguntas. ‘Si el plan de saneamiento durara
15 años, la estructura institucional que reúne a los municipios y a los tres gobiernos (el Nacional, el bonaerense y el
porteño) debería durar ese período. ¿Qué grado de fortaleza tienen los convenios?’, lanzó al principio de la Audiencia.
Picolotti contestó: ‘Hay convenios marco y específicos que lo garantizan.’ El juez volvió a preguntar: ‘Insisto: el
problema es jurídico. ¿Hay estructura para sostener el sistema 15 años?’. ‘Yo creo que sí. Estoy convencida. El marco
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clave para diferenciar ésta intervención de la Corte de otros intentos episódicos y frustrados de
saneamiento del Riachuelo.
institucional es lo suficientemente sólido’, respondió. Pero el presidente de la Corte parecía lejos de estar convencido y,
en lo que duró el resto de la audiencia, volvió a interrogarla cuatro veces más sobre el mismo tema. Las preguntas se
dirigieron luego al presupuesto del plan. Picolotti explicó que la Autoridad de Cuenca -el ente que reunirá a los
gobiernos de la ciudad, la provincia de Buenos Aires y la Nación- no tendrá fondos propios y serán los distintos
miembros del ente los que brinden el dinero. La pregunta de Lorenzetti no se hizo esperar: ‘¿Cómo se sostendría, por
ejemplo, si una de las partes decide un año no pasar presupuesto?’. ‘Si la Acumar manejara el dinero, ese problema
tampoco se podría solucionar’, evadió Picolotti. Lorenzetti seguía sin estar conforme y se lo hizo saber. ‘El problema es
que en el plan no está previsto el desacuerdo político a mediano plazo’, sentenció. A este cuestionamiento por la falta
de un marco jurídico adecuado del plan, le siguieron otros por la falta de previsión en distintos aspectos del proyecto
oficial” Agustín Cronenbold, Redadacción de la Nación Síntesis Digital Noticias en
http://www.scba.gov.ar/prensa/Noticias/06-07-07/Cuestiono.htm
58
Durante la investigación de un caso que involucraba a una comunidad mapuche de Neuquén, Joaquín Millón y yo
tuvimos la oportunidad de entrevistar a varios expertos de una oficina de control ambiental municipal que habían
trabajado en una comisión formada a instancias de un proceso judicial junto con los Mapuche afectados. Los expertos,
sorpresivamente, manifestaban su beneplácito por la supervisión periódica de la jueza (que en los hechos solo era una
audiencia formal sin interpelación ni conversación), como manera de asegurar que sus perspectivas fueran las que
dirigieran el plan de acción ambiental, como nunca había sucedido antes hasta ese momento. Esta comisión formada
por expertos y miembros de la comunidad mapuche tuvo más éxito en su cometido y en la pacificación de un difícil
conflicto, que el que haya alcanzado nunca ninguno de los acuerdos políticos previos entre dirigentes. Ver detalles del
caso en
http://www.ceppas.org/gajat/index.php?option=com_docman&task=cat_view&gid=22&limit=10&limitstart=20&order
=date&dir=ASC.
Sabel y Simon refieren a este tipo de reacción de los actores en procesos experimentales. Ellos dicen que el inicio de un
proceso experimental usualmente envuelve una descentralización dramática dentro de las instituciones, en tanto los
trabajadores de rango inferior consiguen una creciente discreción para lidiar con las contingencias con las que están
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En una cultura democrática los que deciden son los representantes elegidos por el pueblo, y no los
expertos o profesionales de la técnica. Sin embargo, como práctica objetiva, esta forma de
gobierno sobre asuntos de alta complejidad técnica tiene sus costos. Aquellas cuestiones que
están desde el principio excluidas de la agenda política - entre ellas las que exigen largo plazo,
como vimos en el punto a) de este epígrafe, y las que responden a fallas de los procesos políticos
por distintas causas59- imponen una segregación taxonómica de temas y estrategias que da el
marco desde el que se censura a aquellos actores públicos en condiciones de advertirlas y
atenderlas: los expertos de la administración.60 No es demasiado temerario pensar que la
subyugación epsitémica de los expertos al ‘olfato’ político – y también de otros operadores
críticos del sistema-, tan intestina a los organismos técnicos del Estado, es el caldo de cultivo de
problemas estructurales, o al menos la ocasión para su consolidación.
Visto de esta manera, el requerimiento judicial de un reporte de expertos de la UBA sobre el plan
de gobierno vino a subvertir la jerarquía hacia adentro de la Secretaría, obligando a la
coordinación a revisar y justificar su aproximación al problema frente a los argumentos de sus
propios expertos. Además, las audiencias públicas descentralizaron, en cierta forma, la función
de planificación, al exponer el esquema de justificación del gobierno no sólo a la crítica
académica sino además a las críticas de las Organizaciones No Gubernamentales.
Esta es una aserción relevante para varias otras discusiones usuales en la teoría política y jurídica,
como ya se adelantó antes. Mientras los teóricos remarcan la superioridad técnica y tecnológica
de la administración frente a los jueces para resolver este tipo problemas estructurales y
complejos - y así justifican pragmáticamente la deferencia debida a los poderes políticos61-, la
realidad reclama una respuesta más aguda a estas cuestiones. Es plausible sostener que frente las
exigencias de cierto tipo de daños graves y arraigados, amparados por la censura epistémica que
impone el campo político, y que se vierten de arriba hacia abajo, la necesidad no es de ‘deferencia
política’, sino al menos de cautela epistémico en relación a ese campo de decisión, y de ser
necesario, de reversión de las jerarquías o descentralización en la toma de decisiones
específicas.62
más familiarizados (Sabel y Simon, 2004: 1078, 1079). Luhman, desde otra óptica, explica algo de esto señalando que
“En el sistema político, por ejemplo, hay una tensión inherente entre función social (la formulación y la ejecución de
decisiones vinculantes) y operación (la conservación de los recursos de poder y la promoción de la legitimación) que
puede reconciliarse internamente sólo mediante procesos de reflexividad política (centrándose en qué trata la política e
imponiendo límites a lo que puede hacerse en nombre de la toma de decisiones y la conservación del poder).” (1982:
229).
59
Para Sabel y Simon hay instituciones públicas cuyas fallas usualmente se sustraen al control de los procesos políticos
en tres tipos de casos: 1) cuando se trata de intereses vulnerables o estigmatizados de minorías con escasa participación
en la decisión pública, 2) cuando las fallas del mercado favorecen la ‘captura’ o explotación de grandes grupos (por
ejemplo, consumidores, trabajadores) por pequeños grupos, y 3) cuando problemas de coordinación o de dirección
política de la institución bloquea por largo tiempo el ejercicio de derechos.(2004: 1062-1067).
60
Estos expertos, por supuesto, están originalmente subyugados por un esquema taxonómico de problemas impuesto
por la disciplina y la academia, el que resulta censurado por la preeminencia del esquema político.
61
Este argumento usualmente se sostiene junto a otro que señala que se trata de ‘casos políticos’ en los cuáles la
competencia exclusiva corresponde a los poderes mayoritarios, a los órganos políticos. Ello sin advertir un punto de
inflexión en el que surgiría una contradicción si se sostuvieran los dos argumentos a la vez. O decide la administración
porque los que deciden son los ‘políticos,’ o decide la administración porque tienen mejores expertos, y entonces son
los ‘expertos’ quienes debería tener cierta preeminencia en las llamadas “cuestiones políticas” que por ello no son
justiciables.
62
Este tipo de intervención judicial es bastante más usual que lo puede parecer aquí. Está prevista tanto en los casos de
concursos y quiebras como en materia de leyes antimonopólicas. Sabel y Simon explican que, cuando ciertos actores
privados consiguen ser inmunes a la competencia del mercado es cuando deben intervenir las leyes antitrust o
antimonopolio. En contraste, las instituciones del estado tienden a ser monopolios, cuyo principal mecanismo de
responsabilidad son los procesos electorales y políticos. Cuando hay instituciones que se han sustraído a esos procesos,
las normas de derecho público juegan un rol análogo a las leyes antitrust al penetrar esas instituciones. Similar analogía
25
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se hace con la intervención judicial en los procesos de Quiebras y Concursos. Los jueces obligan a transparentar la
información de la empresa concursada, y crean organismos que controlan y monitorean (síndicos), y en los que se
descentralizan las decisiones empresariales. (2004: 1059-1062)
63
“La víspera de la audiencia, el presidente Néstor Kirchner había firmado el decreto para designar representantes del
Poder Ejecutivo Nacional ante la Autoridad de Cuenca Matanza-Riachuelo, que se sumarán a los dos representantes de
la Ciudad de Buenos Aires y los dos bonaerenses. El organismo, presidido por la Secretaria de Ambiente, Romina
Picolotti, se reunirá por primera vez el 17 de julio [2007]. La demora en esa convocatoria le bajó el tono a la embestida
del gobierno porteño, que había pedido informar aparte ante la Corte y hasta exigió que se declare inconstitucional la
conformación del Comité de Cuenca” (Un día de explicaciones a la Corte. Página 12, Sociedad, 05/07/07.
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-87624-2007-07-05.html)."En la Corte no causó una buena impresión el
modo en que quedó conformada la Autoridad de Cuenca, creada por ley, debido a que quedó integrada por autoridades
gubernamentales, pero los 14 municipios que integran la cuenca hídrica tienen una representación secundaria, lo que
obliga a formular convenios para implementar cada medida. Esto explica porque Carmen Argibay pidió precisiones
sobre cómo harán para que los municipios cumplan los compromisos. Los jueces supremos observan con ojo crítico
‘que todo el plan quede centralizado y dependa de la voluntad de una persona’. Sería deseable, advierten, que si la
limpieza del Riachuelo demanda unos 15 años –como prevén en la secretaría ambiental– haya un control permanente
sobre su desarrollo independiente del gobierno de turno. ‘No vemos mecanismos claros de control social, alguien debe
controlar a los gobernantes’, dijo un ministro del tribunal”(Falta pasar mucho agua bajo el puente, Pagina 12. Sociedad.
21/02/2007 http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-80694-2007-02-21.html).
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mismo como forma necesaria para tomar parte del juego (Bourdieu, Pierre, 2000). Este
reconocimiento tácito de los valores que se encuentran en disputa en el juego, y el dominio de sus
reglas, es también parte de la conciencia práctica de los guardianes de las formas burocráticas,
de los grandes censores epistémicos. Se trata de una conciencia práctica que presupone la
necesariedad de cierto esquema de formas en el cuál se ha consolidado la situación problemática.
Veamos un ejemplo. Cuando el demandante en la causa Verbistsky se sentó en la mesa de diálogo
tal cuál lo ordenó la Corte, junto al responsable del Ministerio de Justicia de la Provincia de
Buenos Aires y las organizaciones que presentaron amicus curiae, las conversaciones fueron
llevando a invitar a más organismos –ministerios, agencias y secretarías- del estado provincial a
la mesa.64 El entramado burocrático que de manera relevante puede atender algún extremo del
problema penitenciario y policial es tan vasto, que el demandante previó la posibilidad de excusas
inmovilizantes del tipo: ‘eso no me toca a mí, sino a la Secretaria X”, y por eso abonó que
vinieran a la mesa todos los jefes de todos los organismos posibles. De ésta manera el diálogo se
entabló entre más representantes del Estado que de la Sociedad Civil sin que ello ayudara a que
avancen substancialmente las acciones.
En principio siempre faltaban piezas en el rompecabezas burocrático del sistema penitenciario
para excluir efectivamente a la temida excusa de “eso no me toca a mí” de la mesa; luego, la
rigidez, o la vaguedad de las competencias de estos funcionarios –producto de las definiciones de
lo atendible-, nunca fue cuestionada. La aceptación tácita de las razones que distribuyen las
competencias son, en parte, la aceptación de los muros de una conversación censurada.
Insisto. Si bien el demandante intentaba dialogar con los representantes de gran parte del ‘poder’
de decisión del Estado sobre el tema, también participaba de una reunión de los grandes censores
–o representantes de la conciencia práctica de la censura-. El juego adversarial entre los
‘representanes de una versión (censora de otras) de los intereses de las víctimas,’ y los
‘representantes de las formas burocráticas-censoras’ que no los atienden, remedó las lógicas de
fuera de los tribunales, con algo más de energía preformativa en la voz de una de las partes, dada
por la intervención jurisdiccional.
En este marco, el intento de alejarse de terrenos inculpatorios de una parte, y el de no consentir
fáciles escapatorias del adversario de la otra, limitó las confianzas mutuas y resumió los
proyectos en aspiraciones a ‘triunfos de papel,’ disparadores de eventuales T2 en los que se
inculparían a quienes no estaban en la mesa.65
Otro ejemplo ya se mencionó indirectamente más arriba. La inquisición de Lorenzetti en la causa
Mendoza por garantías de estabilidad del plan, y la respuesta acerca de la infranqueabilidad de la
ley de presupuesto y su formulación anual, sitúa el punto de disputa aparente en las formas. Por
alguna razón –del juego- nunca ha resultado un problema la afectación del presupuesto del 2028
con bonos de la deuda pública, o del presupuesto de las próximas generaciones con empréstitos
64
El CELS llegó a proponer un reglamento según el cuál la mesa estaría integrada formalmente por “representantes del
Ministerio de Justicia de la Provincia de Buenos Aires (en adelante PBA), el Ministerio de Seguridad de la PBA, de la
Secretaría de Derechos Humanos de la PBA, de la Procuración General ante la SCBA, el CELS y las organizaciones
que presentaron Amicus”. (Lineamientos para el funcionamiento de la mesa de diálogo. Documento-propuesta
presentado por el CELS a miembros de la mesa en el 2007. Inédito). De los amicus, solo dos o a veces tres acudían
regularmente.
65
No sólo se barajó acordar sobre una ley de cupos, y se trato casos particulares y especificidades aisladas, sino que
hasta se llegó a conversar sobre la posibilidad de presentar habeas corpus con la anuencia de defensores públicos para
sacar a las mujeres embarazadas detenidas, a quienes la Corte -que tampoco escapa a las inculpaciones- había olvidado
en sus órdenes directas. Los protagonistas de este T2 serían los jueces a quienes se dirigirían los habeas corpus. En
tanto, jamás se accedió a información sistémica suficiente, pese a la insistencia de la demandante. La excusa
impenetrable de la administración, fue el supuesto peligro para la ‘gobernabilidad.’
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para obra pública, mientras que sí es una cuestión infranqueable para la conciencia práctica de la
burocracia, la afectación mínima del presupuesto por 10 o 14 años para reparar o frenar un
problema estructural como la contaminación del Riachuelo.
Sin abogar por lo contrario, sólo señalo como punto a considerar, él que sean las formas y la
razón práctica que las ampara, una parte importante del problema. Mantener la discusión entre
esos muros, a veces, puede ser otra forma de cinismo legal.
Hasta aquí se definieron los derechos en juego en casos complejos como derechos a la
transformación, pero no a cualquier transformación, sino a una transformación que desestabilice
prácticas injustas, una transformación sistémica. El debate hermenéutico acerca del sentido de los
derechos será entonces acerca de cómo alcanzar esta transformación. Cómo no hay una receta
escondida en algún cajón o laboratorio para alcanzarla, es necesario apelar a aquellas alternativas
de búsqueda cercenadas por las lógica preconstituida alrededor de cajones y laboratorios -
muchas de ellas, como se vio, bajo el amparo de prácticas legítimas y vitales para las democracias
republicanas - las formas burocráticas, la periodicidad de mandatos, la coordinación política de
agencias-.
Por ello la hermenéutica de éstos casos debe además cambiar la metáfora que domina la idea de
búsqueda de sentido o contenido del derecho y, como propone Richard Rorty (2000) al pensar en
la idea de progreso, en lugar de pensar en un acercamiento a algo distinto a nosotros mismos, en
un descubrimiento de lo verdadero y lo correcto que es preexistente y está en algún lado -
metáfora de cierre, de cajones y laboratorios-, deberíamos pensar en términos de auto creación,
de hacernos mayores y mejores -metáfora de expansión. En lugar de oponer lo ilusorio a lo real,
sería mejor oponer el pasado al futuro.
Charles Sabel & William Simon, siguiendo en parte al brasileño Mangabeira Unger, Rorty, y
Dewey, entre otros, proponen mecanismos específicos dentro del litigio público para tomar
decisiones que opongan el pasado al futuro, que muevan a la auto creación y a la expansión de la
imaginación institucional. A ello llaman experimentalismo, o disciplinas de toma de decisiones
experimentalistas, las que funcionan como criterios prácticos capaces de hacer posible la
desestabilización de prácticas, y la transformación sistémica en ciertas condiciones.
Permítaseme unir los dos universos teóricos de la siguiente manera. Si como se viene
sosteniendo, la Corte tiene que superar censuras epistémicas para desestabilizar prácticas injustas
y arraigadas - como alternativa crucial para cumplir su rol republicano sin cinismo-, lo que los
experimentalistas sugieren es que se promueva un sistema de decisiones construido por las partes
relevantes, el cual discipline el accionar estatal para tratar el asunto volviéndolo reflexivo
respecto a sus resultados, concentrado en expandir su idoneidad cognitiva, y sin más restricción
que las que surjan de la comparación del pasado con el futuro.
Pero las intuiciones de la conciencia jurídica dominante mueven en la dirección opuesta, en esa
que nos deja sin más horizontes que discutir sobre “cuestiones políticas justiciables y no
justiciables,” y sin más explicación que la “falta de voluntad política.”
“La idea de que la obediencia a unas restricciones previas explícitas es superior a crear
las propias restricciones a medida que uno avanza es, por supuesto, la que prevalece en
la filosofía moral y en la filosofía de la ciencia. A los rigorismos kantianos de la ética
les encanta señalar horrores morales e inferir de ellos la necesidad de unos criterios
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absolutos e incuestionables acerca de lo que está bien y de lo que está mal [inculpar,
según la terminología de este trabajo]. Sus oponentes - los utilitaristas como Mill y los
pragmatistas como Dewey- dicen que el progreso moral no es una cuestión de
obediencia mayor a criterios previos sino más bien de redescribir la situación a la
que se aplican los criterios.” (El énfasis es propio. Rorty, R., 2000: 13).
El argumento que intento articular es que frente a las violaciones complejas de derechos hay
buenas razones para que la Corte se oponga al instinto dominante de aferrarse a las formas
previas y ser, al menos, suspicaz respecto a ellas en pos de expandir las posibilidades de eficacia
de los derechos. La tesis consiste en que debemos aprehender el derecho de los presos y de los
pobres contaminados, NO como un título para torcer la mano violadora de las mayorías en el
sentido ‘debido’, ni para fortalecerlos frente al ejecutivo y así obligarlo a hacer ‘lo correcto’ lo
que “no tienen voluntad de hacer”, sino para penetrar las instituciones, hacerlas internamente
reflexivas y sensibles a los resultados, y así reformular políticas y lógicas que causan daños
graves y masivos, amparados por los procesos de la democracia republicana.
Concretamente, algunos tribunales al intervenir en casos estructurales han incurrido en lo que me
interesa calificar aquí como ‘falacia legalista’,66 ejemplo paradigmático de cómo las metáforas
de cierre guían la búsqueda del contenido de los derechos. Se trata de encontrar alguna norma
incumplida, ordenar que se cumpla, y hallar en ello, sólo en ello, el rol jurisdiccional en casos
complejos. El presupuesto es que todo lo malo viene de violar la ley. La esperanza latente es que
las razones del derecho –encarnadas en la norma- se impongan y cambien las lógicas de la
práctica violatoria de derechos.
Claro que eso no pasa, como no pasó que la adecuación de las leyes de excarcelación y prisión
preventiva a la normativa constitucional en el Caso Verbistky modificara substancialmente la
situación de los detenidos ante los jueces locales, como parece no haber pasado que los menores
abandonaran para siempre las comisarías67 –pese a la orden de que se cumpla con la normativa
que indicaba que no deberían estar detenidos ahí-, como no pasará que con la creación del Comité
de la Cuenca Matanza-Riachuelo conforme a la normativa legal, se modifique automáticamente la
forma de administrar el problema y sus recurrencias.68
La ley tiene sus razones, pero la realidad también tiene las suyas y no siempre conversan entre
ellas. “El sistema legal desarrolla algunas “construcciones sociales de la realidad” (Berger y
Luhmann, 1966) con el objeto de decidir conflictos sociales bajo el control de normas legales. Al
crear su propia realidad desde la perspectiva que impone la resolución de conflictos, el sistema
legal crea de manera abstracta modelos de mundo altamente selectivos descuidando de esa forma
muchos elementos que son relevantes política, económica y socialmente” (Teubner, G. 2000:
141). Este descuido se reproduce con el paso del tiempo y su relevancia se acrecienta con el
aumento de las complejidades sociales. Los juristas y jueces que no advierten esto en su práctica
hermenéutica devienen, a los ojos del observador externo, en los cínicos del derecho.
66
Esto no coincide exactamente con lo que Binder (2004) llama ‘fetichismo normativo’ o Botero Bernal (2004)
‘síndrome normativo’, pero tiene obvios parentescos con ambos conceptos que refieren a la reforma legal como
respuesta a problemas y la excesiva confianza en su auto operatividad.
67
Según una presentación ante la prensa, el ultimo informe del CELS sobre la situación de los derechos
humanos en Argentina, estaría denunciando el aumento durante el 2007 de los detenidos en comisarías.
68
Tal vez el caso más interesante que conozco en este sentido es el del fallo de los Hospitales de Mar del Plata citado
más arriba (nota 12). Después de que los jueces de la Cámara tuvieron una extraordinaria actuación a través de órdenes
indirectas en la formación de un nuevo campo epistémico, de descentralización del debate, de restructuración de
sistemas de decisión gubernamental y no gubernamental, decidieron cerrar el proceso, y así poner punto final a lo que
habían iniciado, dictando una orden general y axiomática de que se cumpla con la norma provincial de
descentralización de los Hospitales Públicos. Y así cerraron las alternativas y el problema continúo y continuara. Ver
en particular el comentario al hecho por Jimena Saénz, 2006.
29
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
“En lugar de un régimen de reglas rígidas dictadas de arriba hacia abajo [o verticalista], la
aproximación experimentalista acentúa la negociación progresiva de las partes, medidas [o
reglas] de funcionamiento que son revisadas continuamente, y la transparencia” (Sabel y
Simon:2004, 1016)
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Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
largo plazo y a reflexionar sobre sus garantías de continuidad. La administración debió deliberar
sobre sus presupuestos cognitivos al plantearse planes operacionales, para luego exponerlos a las
críticas de la sociedad civil y de los expertos de la UBA –algunos de ellos, sus propios expertos-.
Instó además, a que se desplazaran las formas existentes y el problema se administrara por un
Comité de Cuenca al que además se sigue interpelando para que se descentralice. Las audiencias
públicas dieron transparencia al proceso, lo que fertilizó la responsabilidad pública de los
compromisos institucionales.
Para algunos esto es suficiente, en cuanto democratizó la discusión de la política pública y ayudó
a poner en marcha a la administración. Para otros, es hora de que la Corte tome el toro por las
astas y le diga a la Administración Pública qué tiene que hacer – y de ser posible cuando y cómo-.
Para la perspectiva que se desarrolló en este trabajo, en cambio, se han sentado algunas bases para
iniciar el cambio en la forma de buscar soluciones, para buscar desde donde buscar el nuevo
esquema de regulación para la transformación. En este mismo orden de ideas, para un
experimentalista, tal regulación sólo desestabilizará las prácticas injustas si genera elementos
para la evaluación periódica y se consensúa una disciplina remedial reflexiva.
En otras palabras, la Corte debe apuntar a la generación de un campo epistémico en el que se
discuta y acuerde una regulación del problema con elementos reflexivos -de re-evaluación
periódica-. Sería un error, alentar a que los términos de un proceso, hasta aquí exclusivamente
contradictorio entre partes procesales, defina la disputa epistémica por mucho más tiempo, error
que pronto tendría que pagar con su propia autoridad - o viéndose obligada a dictar ordenes
directas que pueden ser fuertemente resistida, o permitiendo que el efecto desmovilizador de su
intervención funcione como otro parche episódico que desaparecerá en la próxima
administración-.
En esta línea de preocupación entiendo que está el reclamo del abogado de la Fundación
Ambiente y Recursos Naturales, quien en una de las audiencias públicas demandó “una línea de
base de la situación actual…con indicadores de monitoreo que permitan realizar un
seguimiento de los avances y medir resultados alcanzados.”70 Andrés Nápoli exigió, a
diferencia de las demandas axiomáticas que acostumbramos los abogados - abanderados de las
narrativas inculpatorias-, condiciones mínimas para la creación de un campo epistémico del
problema, para hacer posible la definición del problema, y para que así pueda monitorearse la
evolución, y evaluarse las medidas que se apliquen. En otras palabras, un campo que permita que
la descripción del presente sirva de base de comparación con la descripción del futuro. Acordar
esa línea de base entre las partes relevantes será el desafío más importante de éste caso, la forma
en que será posible una tracción sistémica autorregulada.
• Partes
Si bien para muchos es obvio que un mecanismo experimental que incluya mecanismos de re-
examen necesita contar con información sistémica, para algunos de ellos todavía no resulta claro
quienes son las ‘partes relevantes,’ los que actuarán como destinatarias de esta información y
operarán en su producción y en la negociación del régimen experimental.
Los stakeholders, como los definen Sabel y Simon, no son sólo las partes en el proceso, o los que
intervienen como amicus curiae o terceros interesados, sino también todos aquellos que reclaman
intereses significativos no procesales, e incluso aquellos que pueden considerarse importantes
para el éxito de la reforma que se busca - expertos estatales y no estatales, víctimas, operadores
inferiores claves, participes causales, etc-.
70
Ver presentación de Andres Napoli del 4 de julio del 2007 en:
http://www.farn.org.ar/participacion/riachuelo/documentos.html
31
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
En suma, lo que insinúo es que hay cierta transitividad en la idea de ‘portadores de interés,’ la que
incluye no sólo a los que tienen un interés –fundamentalmente las víctimas - sino a los que son de
interés –fundamentalmente los expertos y diferentes afectados-. Más aún, desde mi perspectiva la
propuesta experimentalista tiende a concentrar las negociaciones entre estos dos actores en
desmedro de las partes procesales – las que usualmente al describir el interés detrás de los
derechos lo hacen desde perspectivas limitadas, sugiriendo soluciones desde paradigmas políticos
abstractos o de censura-.
La interacción entre los portadores de interés puede generar una redescripción del problema que
supere el conflicto motorizando la acción colaborativa. Ellos podrían entrar en el proceso de
negociación por su propia voluntad o ser llamados por otros stakeholders o por la Corte. Quién
tiene interés y quién es de interés es también una cuestión que se va resolviendo en las
negociaciones. El problema es que además, en tercer lugar, todavía hay un malentendido
rondando respecto al carácter de tales negociaciones.
• ´Negotiation´
Y éste es el último tema del que me ocupo antes de cerrar este escrito. La traducción literal como
‘negociación’ del término en inglés negotiation que utilizan los autores, tiene un sentido más
cercano a la semántica del término inglés bargaining, que al tipo de interacción que, entiendo,
tienden a significar Sabel y Simon.
Con sus buenas razones, filósofos como Owen Fiss (1998) se rasgan las vestiduras en reacción a
la posibilidad de negociar el contenido de los derechos. Ellos temen que el resultado de esa
negociación sea la medida de las mezquindades y debilidades de las partes, de su capacidad,
posición y poder previo para negociar. Todo ello en detrimento de la justicia y la vigencia plena
de los derechos. De una mesa de diálogo como la del caso Verbistky en la que se ‘negocie’ los
avances que se informan a la Corte, no podríamos esperar, sospecharía Fiss, más que acuerdos
parciales –gangas- obtenidas gracias al empoderamiento eventual de los demandantes.
Pero la negociation a la que refieren los experimentalistas no tiene en mente ese escenario, sino el
de un diálogo con agenda, dirigido a un acuerdo provisional acerca de cómo seguir dialogando
para alcanzar más acuerdos, en un marco en el que el status quo está deslegitimado por la
juridización del conflicto. La palabra que en español para mí se acerca mejor a la semántica
referida por los autores es ‘conversación’. Rorty interesantemente señala que la distinción entre
conversación e investigación es una cuestión de grados, “del grado de acuerdo previo acerca de lo
que se persigue. Lo llamaremos ‘investigación’ si de antemano ya existe un acuerdo importante
acerca de lo que se considera un resultado satisfactorio. Lo llamaremos ‘conversación’ si
consideramos como objeto de conversación los criterios mismos para juzgar si un resultado es
satisfactorio” (Rorty, R. 2000:12)
Creo que las negociation de los experimentalistas son conversaciones que tienden a establecer
ejes de investigaciones conjuntas y colaborativas. En ellas en principio no hay acuerdo acerca de
lo que se persigue –el único presupuesto es la ilegitimidad del status quo-. Sin embargo, por
distintas razones –tal vez porque los jueces lo incitan-, les conviene a las partes alcanzar un
acuerdo acerca de lo que consideraran o consideraran un resultado satisfactorio.
Estas conversaciones gozan en Argentina de todo el descrédito público posible, el que abreva
tanto del simbolismo de la frase de Perón acerca de que “si se quiere que algo no funcione hay
que crear una comisión,” como del simbolismo recurrente en la sociedad civil de no caer en el
denostado “abrazo del oso”: esa inmovilidad o desmovilización que genera el diálogo
comprometido con un gobierno escurridizo.
32
Borrador 5 de Mayo. No citar ni divulgar sin autorización
Tales simbolismos, en ocasiones, encubren el prejuicio de que los intereses de la sociedad civil y
de los políticos en el gobierno siempre están enfrentados, y tal prejuicio puede verse, a veces,
como la encarnación de las falsas adversarialidades que se vienen denunciando.
Más allá de los ejemplos concretos que contradicen este prejuicio, hay una razón importante para
dudar de su pertinencia en estos casos en particular. Me refiero a que el esquema remedial de la
Corte podría estar dirigido, o dirigirse, tarde o temprano, a instaurar un interés común y legítimo
en alcanzar cierto tipo de acuerdos, en plantear un esquema que de incentivos para conversar. En
efecto, sin inculpación por las causas, sin herramientas de coacción, sin disenso acerca de lo
injusto de la situación, con atribución y admisión jurídica y pública de la responsabilidad
institucional por las consecuencias, y con exigencias de tratamiento sistémico y no meramente
episódico, no parece haber razones legítimas para confrontar –salvo que se confronte en contra de
esos mismos presupuestos-, y en cambio sí, buenas incentivos para conversar sobre acuerdos.71
Siempre teniendo en mente que la conversación buscada no es posible entre falsos adversarios,
ella sólo sería posible (en términos de un esquema de incentivos factible) ente los “portadores de
interés.”
La intervención de la Corte en tal contexto debería instar la autorregulación en la toma de
decisiones –un compromiso disciplinar- que en lugar de un control intervencionista externo - el
judicial o político-, adquiera una estructura de control interno, reflexivo y sensible a los efectos
exteriores de su disciplina regulativa.
Ahora bien. No se puede desconocer que la mesa de diálogo en la causa Verbistky es, sin
embargo, el gran fracaso del esquema remedial de la Corte. Ello parece confirmar no sólo los
prejuicios mencionados, sino además los extendidos argumentos de corte jurídico-político que
rechazan este tipo de articulaciones como solución plausible, y centran el asunto en la falta
(endémica) de voluntad política de los funcionarios.
No obstante, desde el marco teórico que se viene proponiendo, hay algunas razones explicativas
del fracaso que vale la pena destacar. En principio, en la mesa no hubo más stakeholders que las
partes procesales o sus símiles. Ellos, como ya se dijo, representaron el esquema de censura del
sistema penitenciario o de las posiciones ideológicas que denuncian monocausalidades, o
diagnósticos paradigmáticos unilaterales. No hubo en la orden judicial incentivos para la
conversación o gestión colaborativa que descentralizara o que venciera las censuras epistémicas.
Así, el diálogo devino en negociaciones –bargaining- sobre proyectos parciales, cuya
significación inculpatoria tendió a salvaguardar a los participantes de la mesa. Estas restricciones
impidieron que se disponga o transparente información sistémica relevante bajo la prevención (¿)
de arriesgar la ‘gobernabilidad.’
En cualquier caso, parece pertinente preguntarse qué hubiera sucedido si el cometido de las partes
procesales en lugar de sólo dialogar e informar sobre avances hubiera sido la determinación de
quiénes deberían conversar sobre cómo avanzar, y en que condiciones mínimas. Es decir, si su
cometido fuera llegar a un acuerdo sobre las formas concretas de alcanzar avance sistémico en el
que se comprometieran ambas partes.
Esta pregunta es pertinente en un marco en el que el problema no parece ser el torcer la mano de
un Estado reticente que defiende su derecho a causar daño. Por el contrario, los demandados han
consentido los términos relevantes de las demandas en todo momento, y no parecen indolentes o
71
Claro que los acuerdos imponen exigencias de trabajo y tiempo para un cuasi co-gobierno del problema que la
mayoría de los `portadores de interés`, que no son parte del gobierno, no tienen recursos económicos para afrontar. Las
organizaciones de base en general responden a trabajo voluntario y no tienen recursos, los expertos no-gubernamentales
no suelen tener demasiado tiempo para donar, etc. Este es un tema crucial que deberá tenerse en cuenta para hacer
posible que estos acuerdos funcionen.
33
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reticentes al respecto (los múltiples funcionarios de la Provincia de Buenos Aires han convocado
y acudido con diligencia a la mesa de dialogo en Verbitsky y la Secretaria de Medio Ambiente de
la Nación a acudido a cada Audiencia a la que se la convoco y cumplido con cada requerimiento
formal de la Corte). Insistir en coaccionarlos para que ‘dejen de dañar’ presupone visualizar el
conflicto como una mera cuestión de doblegar la dejadez o apatía de los funcionarios. Si tanto
sufrimiento para las victimas fuera causado por la mera pereza administrativa, ¿como es que
generación tras generación, sólo los perezosos coinciden en las mismas oficinas de la
administración?. Esta visualización del conflicto parece algo maniquea y sin más horizontes que
la coacción, en la que se pone a duelo bizantino a jueces y funcionarios.
Por el contrario, el desafío en ambos casos es determinar ¿qué y cómo?, es decir, sortear lo que en
el epígrafe 5 se llamó el problema de explicar cuál es el problema, dejando de lado
visualizaciones del escenario signadas por la ansiedad inculpatoria. Éste debería ser el cometido
con el que la Corte interpele a la mesa de diálogo, por ejemplo: organizar el proceso remedial
para incentivar a que la administración del conflicto se descentralice en los ‘portadores de
interés’, quienes movilicen cooperativamente el proceso de autorregulación sistémica,
trascendiendo las falsas adversarialidades y expandiendo las alternativas de solución.
A modo de Conclusión
Si con algo esta comprometido este trabajo es con la idea de que el derecho puede contribuir a la
construcción de relaciones sociales más justas y a la emancipación de los oprimidos, y que los
tribunales de justicia tienen un papel crítico en esta tarea. Pero para que eso suceda es necesario
cuidar al derecho, su poder simbólico, y el de la autoridad de las Cortes.
Fiel a ese compromiso, la propuesta aquí es sacarle las comillas a las sentencias judiciales -para
que no sirvan a la desmovilización, el cinismo y la censura cognitiva-, y visualizar la intervención
judicial, en toda su dimensión semántica, como la oportunidad de crear un nuevo campo
epistémico desde el que se revisen y busquen soluciones a problemas complejos.
Ello requiere de un giro hermenéutico que nos despegue de conceptos formalistas o finalistas de
los derechos, para apoyar la operación de interpelación en conceptos más bien reflexivos, como el
de transformación o desestabilización. Esta será una versión menos adversarial de la retórica de
los derechos, que no requiere de la inculpación.
Además, insta a un giro político que resignifique como central la función republicana de los
jueces de hacerse cargo de ciertos costos marginales del funcionamiento de una República
Democrática, como lo son las violaciones complejas a derechos básicos que son inmunes a los
procesos democráticos, ayudando a recrear los sistemas de decisión para alcanzar conversaciones
pragmáticas. Finalmente, el giro retórico supone un cambio de metáfora en la conciencia práctica
de los juristas, necesario para prosperar en el marco de una nueva hermenéutica. Se trata de verse
como artesanos de la expansión –en general a través del camino de la descentralización-, en lugar
de cazadores de cierres.
Si ello fuera posible, si la intervención de la Corte Suprema en estos casos estuviera
reemplazando narrativas simplistas por disciplinas más reflexivas, cómo podrían serlo las
regulaciones experimientalistas, estaría sin dudas, robusteciendo su propia legitimidad
institucional y contribuyendo al cambio social sistémico.
34
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38
POR UNA DOGMÁTICA CONCIENTEMENTE POLÍTICA
Introducción
La dogmática jurídica constituye la actividad central de los juristas o doctrinarios —se trata,
desde el punto de vista cuantitativo, de la producción teórica y bibliográfica más importante
generada en el campo disciplinario del derecho, excediendo notoriamente el volumen de
publicaciones de otras disciplinas jurídicas como la filosofía del derecho, la sociología del
derecho o la historia de derecho—. Sin embargo, pese a esa ostensible preeminencia, la
filosofía del derecho se ha dedicado poco al conocimiento producido por la dogmática, tal vez
por considerarlo contingente y poco riguroso. La paradoja que produce esta situación es doble:
la filosofía del derecho desatiende la producción dogmática —producto principal de la
actividad de los juristas— y la dogmática tiene poco interés por los temas de investigación de
la filosofía del derecho. La intención de este trabajo es la de discutir críticamente algunas
consideraciones demasiado apresuradas acerca de los presupuestos y del papel jugado por la
dogmática jurídica, provenientes de la filosofía del derecho. A partir de esta discusión,
formulamos las bases de una reconstrucción teórica posible de la labor dogmática, que refleja
algunas tendencias que pueden efectivamente constatarse en la obra de doctrinarios de
distintas ramas del derecho.
Uno de los teóricos que dedicó mayor atención al análisis y crítica de la dogmática en nuestra
medio fue Carlos Santiago Nino. Esa preocupación no sólo surge del hecho de que Nino le
dedicara dos trabajos específicos al tema[1], sino que también se detecta en otros trabajos
producidos a lo largo de su vida, desde los más tempranos[2] hasta los más últimos[3]. Dada la
lucidez y la jerarquía de la obra de Nino, su opinión sobre la materia resulta un punto de
partida interesante para discutir la forma en que la filosofía del derecho aborda el estudio de
la dogmática. A continuación expondremos sintéticamente algunas de las ideas desarrolladas
por Nino.
Nino sostiene que la denominación “dogmática jurídica” es preferible a otras pues ella “pone
de manifiesto el lugar central que ocupa en esta actividad la aceptación dogmática de
determinados presupuestos”[4]. La palabra “dogma” se utiliza, en este contexto, en relación a
prescripciones o normas que no pueden ser calificadas como verdaderas o falsas. Así, se dirá
que se acepta “racionalmente” una norma cuando se la sostiene luego de haberla confrontado
con determinados criterios de justicia, conveniencia, oportunidad, etc., y que se la acepta
“dogmáticamente” cuando se la sostiene sin esa confrontación[5].
Definido el objeto de la ciencia jurídica como un conjunto de normas, es necesario saber si: a)
la inclusión de cierta norma en el sistema implica algún tipo de reconocimiento; y b) si ese
reconocimiento es “racional” o “dogmático”. En este sentido el autor destaca que el apego de
los iusnaturalistas racionalistas a la legislación de la codificación no era dogmático sino
racional, pues la legislación establecía el programa jurídico propio del racionalismo[6]. Esa
nueva actitud, que sustentó la escuela de la exégesis y, en general, la jurisprudencia de
conceptos, si bien tuvo ciertas resistencias (escuelas científica y del derecho libre,
jurisprudencia de intereses), trascendió su tiempo y determinó la adhesión de los juristas
posteriores al principio de la preeminencia otorgada a la ley como fuente del derecho[7].
Desde que esa actitud logró su consolidación, ningún hecho, crítica o circunstancia logró una
modificación sustancial en ella. Por esta razón, se sostiene que esa actitud de adhesión se da
actualmente entre los juristas[8], y que ella consiste en el acto de avalar lo que otro (el
legislador) ha prescripto, es decir, en el acto de recomendar a los jueces la aplicación del
derecho positivo[9], pues “el legado permanente del racionalismo y de la exégesis no consistió,
principalmente, en sus criterios valorativos, sino en la actitud de adhesión hacia el derecho
legislado”[10].
Así, “la aceptación por parte del jurista es dogmática y basada en criterios puramente
formales”[11]. El autor destaca la utilidad de la teoría de Kelsen para fundar esta actitud que
representa un iusnaturalismo encubierto denominado “positivismo ideológico”, que considera
valiosa toda norma positiva por el hecho de pertenecer a un orden coactivo, con lo cual el
criterio de aceptación coincide con el criterio para afirmar su validez[12].
Nino destaca que la reformulación del sistema legislado es una de las funciones más
importantes de la dogmática jurídica, y que esta función no resulta incompatible con la
adhesión al derecho positivo pues la utilización de ciertas técnicas oculta esta función
creadora[13]. Esta función creadora de derecho es ocultada por las técnicas de interpretación
utilizadas por los dogmáticos[14] y por el desarrollo de elaboraciones conceptuales
denominadas “teorías jurídicas”[15]. La operación de los mecanismos y técnicas que
reformulan el derecho legislado presupone un bagaje de construcciones teóricas generales
caracterizadas por su elevado nivel de abstracción, por la multiplicidad de categorías
conceptuales y por su amplio grado de generalidad[16].
Si analizamos las teorías que ocupan un lugar central en la labor dogmática advertiremos que
ella tiene consecuencias normativas bajo un ropaje descriptivo. El método utilizado es
coherente con la ideología dogmática, pues sirve para mantener no en los hechos sino en el
plano simbólico un elemento esencial de esa ideología: la adhesión acrítica al derecho
legislado[17]. De allí que se deba distinguir dos funciones de la teoría dogmática:
De este modo, las teorías permiten reconstruir el sistema legislado, explicando las reglas y los
principios que derivan del texto legal, como también estableciendo reglas que completan
lagunas, estipulan criterios para resolver conflictos entre normas o restringen o amplían el
alcance de las normas. Finalmente, debe aclararse que esa “doble vinculación con las normas
legisladas y las reglas originadas en la misma dogmática permite presentar a estas últimas
como derivadas de los mismos presupuestos que aceptó el legislador al formular su sistema. A
esos presupuestos se los hace figurar como formando parte del sistema del legislador, por lo
cual también se presentan como integrando ese sistema las normas generales que es posible
inferir de ellos”[19].
Finalmente, Nino destaca la importancia que tiene la ficción del “legislador racional”. Ello
porque de las propiedades ficticias de ese legislador racional (singular, imperecedero, único,
conciente, coherente, etc.[20]) se desprenden principios de interpretación[21] que justifican
un conjunto muy amplio de soluciones jurídicas originales: “La ficción que comentamos
permite atribuir esas soluciones efectivamente originales a la voluntad de la cual derivan las
soluciones jurídicas positivas”[22]. A pesar de que el legislador no es como lo describe la
ficción utilizada —su racionalidad es una cuasihipótesis aceptada dogmáticamente y no
sometida a verificación empírica—, las pautas normativas derivadas de esa ficción prescriben
que los juristas deben interpretar el derecho como si el legislador se asemejara a la ficción[23].
1.3. Conclusiones
Sin embargo, la teoría ha dejado de lado el estudio de la actividad dogmática tal cual ella se
desarrolla efectivamente y de las funciones que ella desempeña. Los elementos principales de
la ideología dogmática que determinan sus funciones son: a) el dogma de que los jueces deben
aplicar el derecho tal como ha sido sancionado por el legislador; b) el ideal de que los jueces
adecuen sus decisiones a los estándares valorativos vigentes; y c) la concepción del
ordenamiento positivo como sistema coherente y unívoco de reglas jurídicas. El dogma de la
adhesión al derecho positivo es incompatible, aparentemente, con la función creadora de
nuevas soluciones, y para mantener la operatividad de ambos ideales se recurre a un
complicado desarrollo conceptual que presenta la reformulación del derecho como un
conjunto de soluciones ya contenidas en el derecho positivo[25].
Entre las técnicas utilizadas por la dogmática se halla el uso de ficciones que, en general,
responden a concepciones sinceras de los juristas propias del racionalismo acerca de su objeto
de estudio[26] y, a la vez, “constituyen pautas de casi tanto valor vinculante como los textos
legales”[27].
El análisis que sigue pretende constituir, en cierta medida, un alegato defensivo de un modelo
dogmático que, sin repetir vicios de concepciones dogmáticas del pasado, cumpla una función
útil para la creación y aplicación del derecho. Previamente, sin embargo, es importante señalar
algunos puntos en los que la caracterización de Nino acerca de lo que realmente hace la
dogmática es incompleta, excesivamente estereotipada o sencillamente errónea. De todos
modos, es justo reconocer que subsisten elaboraciones teóricas que presentan todos los vicios
señalados por Nino[33] —v.gr., conclusiones manifiestamente contrarias al derecho
positivo[34]— y otros vicios adicionales —la complejidad y abstracción crecientes de los
desarrollos teóricos[35]—.
Una de las afirmaciones que Nino realiza con mayor firmeza se refiere a la actitud de adhesión
formal al derecho positivo propia del positivismo ideológico que “se da entre los juristas”[36].
No obstante, luego relativiza esa afirmación cuando reconoce que esta adhesión resultaría
contradictoria con la función creadora de la dogmática, razón por la cual aclara que la
adhesión acrítica al derecho legislado no es real y sólo es un mecanismo que se utiliza
simbólicamente para ocultar la función creadora de la labor de los juristas[37].
Sin embargo, este señalamiento corre el serio riesgo de decir bastante poco. En primer lugar,
la cuestión del contenido del “derecho positivo” dista de ser una cuestión simple. La
confluencia de una serie de factores que sumariamente ejemplificaremos complejiza de modo
notable la determinación del “contenido real” del derecho positivo:
a) los problemas de indeterminación lingüística de las normas, tal como han sido formulados
por el enfoque analítico característico de Hart y Carrió, que en este punto resulta compatible
con las ideas de Kelsen. Por un lado, el hecho de que las proposiciones jurídicas hagan uso de
los lenguajes naturales, con un muy escaso nivel de redefinición técnica, hace que aquellas
arrastren todas las imperfecciones de los lenguajes naturales: vaguedad, ambigüedad, carga
emotiva, etc. Por otro lado, el hecho de que la legislación emplea expresamente conceptos
regulativos o normativos —entre los que se incluyen los llamados “conceptos jurídicos
indeterminados”— cuyo alcance sólo puede ser concretado a partir de valoraciones sociales.
Son ejemplos de ello las nociones de “moral pública y buenas costumbres”, “buen padre de
familia”, “buena fe”, “reglas del arte o de la profesión”, etc.
Todos estos factores, además, se potencian mutuamente. Por ejemplo, los términos
empleados por las constituciones y por los tratados de derechos humanos están afectados por
problemas de indeterminación lingüística, o de contradicciones lógicas, y contienen conceptos
jurídicos indeterminados, de modo que cuando se compara una norma inferior con una norma
constitucional o de un pacto de derechos humanos, los problemas de indeterminación o
contradicción pueden afectar a cualquiera de los dos términos de la comparación. Lo mismo
sucede con los principios, que pueden estar contenidos en la constitución o en pactos de
derechos humanos, o en la legislación inferior, y que evidentemente están atravesados por
problemas de indeterminación lingüística. Y lo mismo sucede con las sentencias judiciales. Las
combinaciones de estos problemas pueden multiplicarse interminablemente[44].
De modo que la determinación de cuál es el contenido del derecho positivo —requisito previo
a la “adhesión dogmática al derecho positivo”— constituye ya un problema complejo y
multiforme, abierto a múltiples posibilidades y a variables interpretativas y valorativas de
diverso signo. La “adhesión formal” de dos juristas dogmáticos distintos al mismo “objeto”
puede tener como resultado soluciones completamente divergentes, aunque en ambos casos
se diga que ellos “adhieren formalmente al derecho positivo”. De hecho, las discusiones
interpetativas sobre el derecho positivo, a la que gran parte de la dogmática se dedica con
fruición, se producen justamente a partir de la afirmación por parte de los contendientes de
que la solución que cada uno propone surge de la interpretación del derecho positivo[45].
b) una función cuya orientación pretende ser descriptiva, en el sentido de postular como
plausible una interpetación determinada del contenido del derecho positivo, pero también
tiene un componente prescriptivo, ya que señala razones para inducir al aplicador a preferir
esa interpretación por sobre otras[47]. Esta función —llamémosla de lege lata, para mantener
el término tradicional—, tal como lo venimos diciendo, no está exenta de problemas
discursivos y argumentativos, ya que se propone señalar soluciones que se pretenden
racionalmente derivables del derecho positivo. Si recordamos el complejo cuadro descrito en
el punto anterior, cabe señalar que los juristas dogmáticos más refinados despliegan una tarea
de reconstrucción posible del contenido del derecho positivo, señalando argumentos o
motivos que favorecen su reconstrucción particular frente a otras reconstrucciones rivales o
alternativas. Esta labor, lejos de consistir en una tarea de descripción mecánica, implica una
gran serie de problemas, que incluyen, entre otros: i) problemas de determinación semántica
del sentido de los términos de las normas o principios que se pretenden aplicables; ii)
problemas de determinación teleológica (por ejemplo, la discusión acerca de los “fines” de la
norma); iii) problemas de compatibilidad sistemática (por ejemplo, la determinación de los
alcances de la coexistencia de dos institutos que responden a justificaciones opuestas); iv)
problemas de compatibilidad histórica (por ejemplo, la interpretación de instituciones previas
a una reforma constitucional de acuerdo a los nuevos principios constitucionales), v)
problemas lógicos (por ejemplo, la solución de contradicciones normativas). Una de las tareas
más frecuentes desarrolladas por los dogmáticos se vincula con la necesidad de proponer
soluciones particulares para casos considerados problemáticos y, en este sentido, pretende
constituirse en guía intelectual para el eventual aplicador del derecho positivo —
paradigmáticamente, al juez— que se enfrente al caso en cuestión. Resulta obvio que para
hacer esto, el jurista deba asumir como punto de partida el derecho positivo vigente —lo que
pretende es ofrecer una guía de solución de casos particulares a partir del contenido del
derecho positivo—. El argumento de la “adhesión dogmática” al derecho positivo resulta
banal: es obvio que, dada la obligación del juez de fallar en todo caso, los juristas presenten su
solución como contenida —o virtualmente contenida, o potencialmente contenida— en el
derecho positivo, y esto no tiene nada de malo[48]. Y, por otro lado, tampoco significa que la
construcción de hipótesis dogmáticas resulte unívoca, mecánica o rutinaria: como se dijo, aún
partiendo de la premisa de la aceptación del derecho positivo vigente, las posibilidades de
construcción de soluciones diversas —teniendo en cuenta todos los problemas de
indeterminación del contenido del derecho positivo planteados en el punto anterior— son
muchas veces sumamente amplias.
La distinción de estas funciones depende también del punto de partida que se asuma como
premisa[49]. Ferrajoli, por ejemplo, considera que “la crítica al derecho, conforme a sus
propias fuentes de legitimación y de deslegitimación jurídica, es la principal tarea cívica de la
jurisprudencia y de la ciencia jurídica”.[50] De acuerdo a su propuesta, la tarea del jurista es
“explicitar la incoherencia y la falta de plenitud mediante juicios de invalidez sobre las
(normas) inferiores y correlativamente de inefectividad sobre las (normas) superiores”[51] Los
juristas cumplen este papel cuando, por ejemplo, denuncian la inconstitucionalidad de una
norma inferior: en este caso, “adhieren” a la norma superior, pero “no adhieren” a la norma
inferior que critican, sino que la rechazan por inválida.[52]
Otra de las actividades típicas de la dogmática jurídica consiste en la crítica de las soluciones
jurisprudenciales, crítica que de hecho supone una similar combinación de ambas funciones.
Por un lado, el jurista dogmático cumple una función de lege lata, pretendiendo derivar del
derecho positivo la solución que considera correcta. Pero por otro lado, frente a una decisión
judicial que considera no compatible —ya sea por motivos lógicos o por valoraciones de otro
tipo— con esa solución, el jurista no adhiere a la solución jurisprudencial, sino que la rechaza
—por inconsistente con la mejor intepretación posible del derecho positivo que él postula—,
sugierendo su modificación por los mismos jueces que la dictaron o por otros que la revisen.
En este sentido, el jurista “adhiere” al contenido de las normas aplicables —de acuerdo a lo
que considera su mejor intepretación— pero “no adhiere” a la forma en que ha sido aplicada
por el juez, sin que de hecho niegue que la pieza jurisprudencial que critica “forme parte” del
derecho positivo. La actitud del jurista frente a la sentencia que considera errónea es similar a
la que adopta frente a una norma que considera errónea: debe aceptar su existencia, pero
sugiere su modificación —es decir, “no adhiere” a ella—.
Como tercera cuestión, la afirmación genérica de que los juristas dogmáticos adhieren o
aceptan dogmáticamente el contenido del orden jurídico parece un tanto arriesgada. En
muchos casos, las obras de los juristas dogmáticos contienen sus puntos de partida y sus
presupuestos justificatorios del ordenamiento jurídico. Por ejemplo, dos de los penalistas más
reconocidos en nuestro medio, Maier[53] y Zaffaroni[54], han explicitado en sus obras esos
presupuestos[55]. El propio Nino dedicó el último libro que publicara en vida al análisis de la
Constitución, en una brillante obra dogmática que explicita minuciosamente sus puntos de
partida epistemológicos, filosóficos y políticos[56]. Los ejemplos podrían extenderse
largamente[57]. En otros casos, los juristas explican sus puntos de partida al dedicarse al
análisis de algún tema concreto[58]. Finalmente, si bien existen autores cuyos trabajos no
dedican atención especial a esos aspectos, una lectura atenta de sus elaboraciones teóricas
permite descubrir sus presupuestos implícitos[59].
Un aspecto que debe tenerse en cuenta, en esta cuestión, consiste en la imposibilidad material
de la explicitación efectiva de todos los presupuestos valorativos en cada trabajo doctrinario —
y, por extensión, en cada decisión de la práctica jurídica—. Imaginemos qué sucedería en la
práctica judicial si cada resolución debiera contener todos sus presupuestos justificatorios. Así,
por ejemplo, el juez que autoriza fotocopiar el expediente debería explicar por qué razones la
Constitución Nacional es derecho positivo, por qué es válida su designación de juez, por qué es
competente para decidir el pedido, por qué es válida la norma que autoriza a conceder el
pedido, etcétera, etcétera, etcétera. Del mismo modo, cuando un autor dogmático abordara
una cuestión jurídica acotada —por ejemplo, la determinación de un plazo procesal aplicable,
la extensión de la responsabilidad extracontractual, el alcance de un término utilizado en el
derecho de familia— debería, de acuerdo a ese criterio, fundar su concepción acerca del
derecho y el poder, su posición sobre el sentido de la regulación constitucional, su teoría de la
intepretación jurídica, su concepción acerca de la justificabilidad de la regulación del área del
derecho que esté cultivando, etcétera, etcétera. En síntesis, no parece razonable exigir que los
juristas tornen explícitos todos sus presupuestos valorativos en cada pieza concreta de su
discurso teórico referida al análisis de alguna institución determinada del derecho positivo.
Esto convertiría a los dogmáticos en filósofos, y los alejaría de la resolución de cuestiones
prácticas. Para los juristas que no se dedican a las preocupaciones teóricas de Nino, la cuestión
puede ser importante pero, respecto a su objeto concreto de estudio, no deja de ser
secundaria. Quizás lo que Nino pierde de vista es que el derecho, además de ser un objeto de
interés teórico, es, antes y principalmente, un mecanismo que pretende ordenar
comportamientos sociales, y que por tanto la dogmática tiene una finalidad eminentemente
práctica: guiar la solución de casos problemáticos.[60].
Por estas razones, el hecho de que el objeto de estudio de los dogmáticos sean las normas
jurídicas no permite afirmar, sin más, que ello indica la actitud característica del positivismo
ideológico. Esta afirmación resulta de una sobresimplificación excesiva de la labor dogmática,
demasiado atada a la concepción téorica que los filósofos del derecho del Siglo XIX tenían
sobre la dogmática, más que a lo que realmente hacen los juristas dogmáticos.
Por otra parte, tampoco puede afirmarse tan sencillamente que la adhesión simbólica al
derecho positivo significa que el jurista modifica el sistema jurídico de modo inconsciente,
pues para ello deberíamos dejar de lado a quienes utilizan ese aspecto simbólico como
estrategia de persuasión o justificación[61]. Frente al hecho de que una irrupción discursiva
que no exprese cierto grado de aceptación del derecho positivo tendrá, casi con seguridad,
escasas posibilidades persuasivas, es necesario reconocer la utilización consciente y estratégica
de esa aceptación simbólica. Desde el punto de vista persuasivo —lo que pretende la
dogmática no es otra cosa que la aceptación de las soluciones que propone por parte de
quienes deciden casos[62]— resulta obvio que una de las condiciones de aceptabilidad de una
solución dogmática es que se presente como fundada en el derecho positivo vigente, y no en
el simple parecer de quien la postula, o en sentimientos subjetivos de justicia, o en
concepciones políticas o ideológicas personales. Este mecanismo no sólo es utilizado por los
juristas dogmáticos sino también por los jueces, pues —aunque se admita que ellos “crean”
derecho— desde el punto de vista discursivo éstos presentan sus soluciones jurisprudenciales
como “derivación” del derecho positivo, y no como simple invención. Esta ausencia de
consideración de los aspectos estratégicos de la argumentación jurídica nos conduce al
siguiente problema.
Quizá las consideraciones de Nino más esclarecedoras sean las que destacan la labor creativa
de los juristas. Sin embargo, sus afirmaciones permiten formular algunos interrogantes.
El primer problema surge del hecho de que para afirmar que los juristas agregan “algo” al
derecho positivo, es necesario, al mismo tiempo, afirmar que las normas contienen “algo”
unívoco y determinado antes de la tarea interpretativa. Sin necesidad de sostener que las
normas no contienen significado alguno, es indispensable aclarar que toda interpretación[63]
significa una actividad “creadora” en el sentido que Nino atribuye a esa expresión. Como
hemos afirmado antes, el “contenido” del derecho positivo, más que un conjunto unívoco y
estable de significados fijos, es el resultado de un proceso incesante de atribución de sentido a
normas y principios, selección de reglas o principios aplicables de acuerdo a esa atribución de
sentido, extensión y compresión de esos sentidos para ajustar la regla al caso, y una
multiplicidad de otras operaciones intelectuales en las que juegan factores ideológicos,
valorativos y extranormativos. El carácter de estas operaciones es fundamentalmente
polémico: ante cada “problema”, ante cada oportunidad en la que resulta necesario atribuir
sentido a una regla para aplicarla, pueden articularse varias soluciones alternativas, motivadas
por distintas directrices interpretativas. La tarea fundamental de la dogmática es la de
adelantar estos “problemas”, estas instancias en las que la atribución de sentido resulte
polémica, y ofrecer, a partir de una reconstrucción posible de las otras piezas del
rompecabezas —normas de distinto rango, principios, decisiones jurisprudenciales
anteriores—, una solución sostenible. El procedimiento argumentativo de la dogmática más
refinada acude, además, a la reconstrucción de otras alternativas, y a la discusión de los
motivos que aconsejan descartar esas alternativas y preferir la solución propuesta. Esta
afirmación contradice la posibilidad de delimitar estrictamente —como ya lo apuntáramos— la
oposición entre las funciones descriptivas y creadoras supuestas por Nino, en la medida en que
la propia noción de “problema” —que es la que articula en general la elaboración dogmática—
supone algún grado de indeterminación en el contenido de las normas, o bien el deseo de
desafiar el significado que ha impuesto una comunidad dogmática o una decisión de autoridad.
Las obras que se dedican simplemente a repetir las soluciones ya impuestas en la comunidad
dogmática o en la jurisprudencia son en general consideradas “manuales” u “obras de
divulgación”, pero raramente conciten alguna valoración intelectual en tanto trabajo
dogmático.
Un segundo problema vinculado con la función creadora surge de la afirmación de que los
criterios interpretativos de la dogmática son de invención exclusiva de los juristas, y que
derivan de la ficción del “legislador racional”. Esta afirmación parte de una correcta
apreciación crítica con respecto a la ficción del “legislador racional”, pero resulta totalmente
exagerada. En primer término, la formulación de propuestas dogmáticas no requiere en
absoluto la formulación de la ficción del legislador racional —de modo que la crítica es
acertada si se dirige a las formulaciones dogmáticas que parten de dicha ficción, pero no
invalida en absoluto otras articulaciones dogmáticas que no caigan en ese vicio—.
En segundo lugar, es posible reinterpretar la función que cumple la ficción del “legislador
racional” en términos aceptables, sin necesidad de afirmar esa ficción. En nuestro ámbito, la
codificación —y en general la articulación escalonada del orden jurídico— representa la
pretensión de lograr cuerpos legales completos, sistemáticos y coherentes que solucionen
todos los casos posibles, y los códigos pretenden expresar estas propiedades[64]. Aun cuando
los códigos no cumplan efectivamente esta pretensión —es decir, aun cuando existan
indeterminaciones, contradicciones y lagunas— el sistema jurídico ordena comportarse como
si ello ocurriera, a través de la orden dada a los jueces de resolver en todos los casos
sometidos a su consideración[65]. Esta “norma de clausura” obliga a articular —a partir del
resto del material legal dado— alguna respuesta que pueda considerarse razonablemente
derivable del sistema jurídico, solucionando la indeterminación, contradicción o laguna. Por
ello, ofrecer una solución dogmática a un “problema” jurídico no implica en absoluto
presuponer la existencia de un legislador que racionalmente y de una vez sanciona la totalidad
de las normas que forman un sistema jurídico —hipótesis obviamente ficticia—, sino
simplemente llevar a cabo la orden de “salvar las impurezas” del sistema, dando a todos los
casos planteados una solución que resulte compatible con el contenido del material que sí se
considera determinado. Más aún: en muchos casos, el derecho positivo establece
expresamente criterios para resolver casos problemáticos[66]. Estos principios presuponen las
imperfecciones e imprevisiones del sistema y, precisamente por ello, brindan pautas que
obligan a decidir “como si” el sistema fuera coherente, completo, sistemático.
En tercer lugar, afirmar que los criterios que utiliza la dogmática para postular soluciones
resultan exclusivamente de la imaginación de los juristas implica un serio error de juicio. Por
un lado, como hemos dicho, si los juristas pretenden que la solución que ellos proponen para
un caso deriva del “contenido del derecho positivo”, resulta evidente que deben ofrecer
alguna prueba de que el criterio o principio en el que fundan su solución tiene algún asidero
legal, ya sea por vía de deducción, inducción, analogía o algún otro procedimiento
argumentativo. Es cierto que los juristas acuden para fundar las soluciones que proponen a las
denominadas “teorías”, y que en muchos casos ahorran el paso de vincular la “teoría” a
principios o normas de derecho positivo. Pero en algún punto, para que una teoría logre
sostenerse como criterio aceptable para fundar soluciones, alguien debe haber establecido
una conexión entre su contenido y el que asigna a algunas normas o principios del derecho
positivo —de modo que es dudoso que una teoría que demuestre no tener conexión alguna
con el “contenido del derecho positivo”, o, peor aún, que demuestre ser incompatible con él,
tenga demasiado éxito argumentativo—. Y por otro lado, dado que existe una comunión
importante entre la comunidad dogmática y la comunidad legislativa, en muchos casos los
propios criterios o teorías desarrollados por la dogmática son adoptados legislativamente y
pasan expresamente a formar del derecho positivo[67].
De este modo, los criterios más importantes que la dogmática utiliza no son sólo “invención”
de los juristas sino en algunos casos principios a los que remite el propio derecho positivo, y en
otros construcciones teóricas que pretenden dar cuenta del contenido del derecho positivo. En
todo caso, aun cuando no se coincidiera con esta afirmación, debe reconocerse que los
mejores ejemplos de aplicación del método dogmático reflejan en general los aspectos
fundamentales que estructuran el derecho positivo, y que, por ello, puede afirmarse que la
dogmática suele generar teorías adecuadas al sistema jurídico sobre el cual opera[68].
Lo dicho hasta ahora nos permite reconstruir de algún modo el estatuto teórico de la
dogmática sin necesidad de hacerla depender de mitos y ficciones endebles. Intentaremos
ordenar algunas de las observaciones de los parágrafos anteriores, para señalar las notas
características de una dogmática autoconsciente del papel que pretende desempeñar.
a) Carácter práctico: en primer lugar, cabe recalcar que, en tanto construcción teórica, la
dogmática jurídica, aun cuando asuma ribetes especulativos, tiene una finalidad
eminentemente práctica, en el sentido de pretender constituirse como guía para la toma de
decisiones[73]. Si bien parte de la producción dogmática pretende describir y sistematizar el
contenido del “derecho positivo”[74], resulta claro que se reconoce mayor calidad intelectual
a las obras que intentan generar soluciones para cuestiones consideradas problemáticas[75], y
no a las que se limitan a repetir el contenido de las reglas cuyo significado es generalmente
aceptado por la comunidad jurídica. En este sentido, los mayores desafíos de la labor
dogmática consisten en reconstruir —a partir del material jurídico cuyo significado se entiende
relativamente convenido— soluciones para casos que presentan alguna dificultad
interpretativa. Una segunda tarea, reservada a las obras de mayor abstracción teórica, consiste
en la generación de “teorías jurídicas”, es decir, en la elaboración de categorías conceptuales
que intentan dar cuenta, justificar, explicar el sentido de una determinada regulación jurídica
—vigente, histórica o hipotética—. En estos supuestos, aunque no siempre se razone a partir
de casos problemáticos, de todos modos existe una finalidad práctica mediata, amén de la
pedagógico-expositiva: la creación de generalizaciones conceptuales que, eventualmente,
aporten criterios para la solución de casos problemáticos[76].
Una tarea distinta cumplida por la dogmática es la crítica del derecho positivo establecido, o
bien la proposición de criterios para la creación de nuevo derecho positivo, en el caso en el
que el contenido del vigente se considere desactualizado o insatisfactorio —es lo que antes
denominamos función de lege ferenda—. También en este caso el cometido del trabajo
dogmático es práctico: generar un cambio en el derecho vigente[77].
c) La dogmática como discurso polémico: hemos señalado ya que uno de los objetos
privilegiados de la dogmática es la sugerencia de soluciones para resolver casos problemáticos
—o bien problematizados por el propio autor—. Esta característica impone a la investigación
dogmática una cierta estructura. Un primer paso consiste en la determinación del problema:
poco interés reviste una investigación sobre un caso en el que no existan mayores alternativas,
o sobre cuya solución no exista mayor discusión. La dirección que asume la investigación es la
demostración de por qué la alternativa que se propone es mejor que cualquier otra
alternativa. En este sentido, el discurso dogmático es necesariamente un discurso polémico: se
construye contra otras alternativas posibles —formuladas realmente por otro polemista o
imaginadas por el mismo autor—. La tarea que encara el dogmático es la de ofrecer una
solución al problema tratado a partir de lo que cree la mejor reconstrucción posible permitida
por el material jurídico que tiene a disposición. Dada la variedad de “problemas” normativos
(indeterminación lingüística, laguna, contradicción normativa, ambigüedad axiológica), los
métodos a través de los cuales se lleva a cabo la tarea de reconstrucción son también variados.
Tal vez uno de los puntos de partida comunes sea la demostración de que la solución
propuesta no se opone al significado aceptado de las normas que se consideran relevantes, o
al menos a algunos de sus posibles significados. Ir un paso más allá implica dar razones que
funden la vinculación de la solución propuesta con el derecho positivo cuya vigencia se toma
como premisa —razones lógicas, lingüísticas, sistemáticas, históricas, teleológicas—. Avanzar
más aún supone dar razones que justifiquen la bondad de la solución que se propone en
comparación con la de otras soluciones rivales. En síntesis, demostrar que la solución
propuesta puede derivarse del derecho positivo que se adopta como premisa, y que es mejor
que otras soluciones.
d) La discusión sobre valores: es evidente que detrás de toda solución normativa existe una
opción valorativa. Sin embargo, no toda discusión dogmática debe resolverse
automáticamente en una discusión sobre valores —y menos aún sobre valores extra-
normativos, como demasiado apresuradamente parece sugerir Nino[82]—. Esto llevaría a
sobrecargar innecesariamente la finalidad práctica de la dogmática. La discusión se entabla en
el plano axiológico sólo cuando el autor dogmático considera que no es posible confinar el
tratamiento de un problema a una cuestión semántica, lógica o sistemática, porque —
abordada la cuestión desde estos puntos de vista— siguen siendo plausibles varias soluciones
alternativas. Si resulta posible descartar una solución por sugerir un uso absurdo de las
palabras a interpretar, o por ser claramente contradictoria con el significado aceptado de
alguna norma relevante, o incoherente con otras soluciones aceptadas, es poco probable que
un jurista pretenda fundar su rechazo acudiendo al análisis axiológico. Ahora bien, dada la
relativa plasticidad de los “problemas” jurídicos, no es raro que, mientras un autor cree
solucionar una cuestión en el plano lógico o lingüístico, otro vea en él un problema valorativo.
Los argumentos considerados relevantes en un plano son minimizados en otro, y esto da como
resultado una cierta sensación de inconmensurabilidad —la sensación de un diálogo de
sordos—. Como ya hemos dicho, esto se debe a los complejos problemas de indeterminación
del contenido del derecho positivo: según uno fije la construcción de su punto de partida,
según considere que una premisa está fija o es pasible de determinación, calificará la
naturaleza del problema y pretenderá su solución.
La discusión dogmática de mayor riqueza se produce, sin embargo, cuando las soluciones
contendientes confrontan conscientemente en el plano axiológico. Sin embargo, son
realmente excepcionales los casos en los que una discusión dogmática se resuelve en una
discusión filosófica o moral extra-normativa —por ejemplo, a partir de la propia concepción
filosófica o política del autor[83]—. Las discusiones axiológicas más comunes pretenden fundar
la bondad de una solución dogmática en su mayor consistencia con valores normativos, es
decir, por valores consagrados (o pretendidamente consagrados[84]) por el sistema jurídico.
De todos modos, dada la generalidad e indeterminación de los habituales “valores superiores”
del sistema jurídico —justicia, igualdad, dignidad, seguridad—, a medida que el plano de la
argumentación se hace más abstracto, la interpretación del sentido de esos valores se acerca
bastante a la expresión de la ideología política, moral o filosófica de quien la realiza. Nuestra
intención, sin embargo, es remarcar que existe un gran espacio de argumentación axiológica a
partir de valores normativos de menor abstracción —en general, de aquellos “principios” que
justifican la regulación de algún área del derecho—. Las construcciones dogmáticas más
refinadas son aquellas capaces de mostrar que la solución propuesta para resolver un caso
problemático resulta de la mejor reconstrucción del sistema jurídico fundada en la
interpretación de los valores consagrados por el sistema. El jurista dogmático sugiere
soluciones a partir de la generación de modelos teóricos compatibles con una interpretación
posible de los valores del sistema. Así, las confrontaciones dogmáticas más ricas son aquellas
conscientes de que, detrás de una discusión sobre soluciones alternativas para un caso
problemático, existe una discusión ideológico-política entre modos distintos de entender
cuáles son esos valores —y en las que, por ende, se argumenta en ese plano[85]—.
En otro trabajo hemos propuesto un análisis del derecho como cristalización del deseo de
regular las condiciones de la vida social. El texto legal puede ser leído como una obra de ficción
que crea un marco espacial y temporal, personajes, régimen de convivencia, organización y
ejercicio del poder, sistema de distribución de bienes, formas de solución de conflictos. El
texto legal —como obra de “ficción”— comparte la función prescriptiva de los textos utópicos,
pues ambos construyen la imagen del mundo plasmando el deseo a través de prescripciones
que lo configuran. La trama del texto destaca la función política del programa legal como
expresión del orden deseado y reconocimiento de escalas axiológicas. La función de la
dogmática jurídica, en este contexto, consiste en la reformulación del proyecto utópico
contenido en los textos legales. Así, la dogmática desempeña un papel similar al del texto, que
sólo difiere en el nivel de detalle y precisión, pues ambos contribuyen a estructurar el orden
deseado.[86] El dogmático, a partir de su propia lectura de la novela del derecho, escribe
capítulos que pretende se incorporen a ella[87].
Hasta aquí hemos intentado caracterizar el estatuto teórico de la dogmática, señalando cuáles
son las funciones que pretende desarrollar. Si una de las tareas privilegiadas de la dogmática
jurídica es la formulación de soluciones para la resolución de casos en la práctica, una de las
cuestiones principales para evaluar su utilidad real en tanto discurso es la de determinar en
qué medida guía efectivamente la decisión de casos prácticos —es decir, en qué medida
influye sobre la práctica judicial—. Evidentemente, se trata de una cuestión empírica, que varía
enormemente por países y por épocas, pero al menos es posible señalar una vez más la
dependencia contextual de la dogmática con respecto a actores que le son externos —en
especial el medio judicial—. La existencia de una enorme brecha que separe los temas y
soluciones propuestos por la dogmática y el sentido de las decisiones judiciales es una pésima
señal al respecto del “rendimiento” de sus formulaciones, y más bien indica el cultivo de una
suerte de actividad esquizofrénica. En última instancia, las únicas armas para que la dogmática
cumpla el papel que se propone serían la fuerza de convicción de sus razones y la socialización
de los jueces dentro de los parámetros de la cultura jurídica por ella modelada.
La falta de control de la propia dogmática sobre su empleo judicial permite abordar el
problema desde el ángulo inverso. Los órganos judiciales que producen el discurso jurídico
práctico justifican sus decisiones habitualmente en términos de aplicación del derecho positivo
reexpresado por la dogmática jurídica. Sin embargo, cabe preguntarse si no existen otros
elementos que determinan esas decisiones, variables externas y diferentes de esas
valoraciones que la dogmática oculta. Si así fuera, podría afirmarse que el discurso que
produce la práctica jurídica, a pesar de justificarse explícitamente en los términos de la
dogmática, se estructura a partir de una lógica diferente. Esta suposición contradice
abiertamente una idea presupuesta por los juristas: “el discurso jurídico producido por la
práctica judicial es la continuidad del discurso teórico en su aplicación a los hechos del
caso”[88].
Esta idea puede ser cuestionada. Si en lugar de concebir a la sentencia como el resultado de la
aplicación de criterios establecidos por la dogmática —una operación lógico-deductiva, o una
decisión política o moral entre opciones normativas—, “la entendemos como el resultado final
de un proceso de lucha en el cual intervienen elementos jurídicos y extra–jurídicos que operan
dentro y fuera del tribunal, dirigidos a la defensa estratégica de los intereses involucrados en el
conflicto, la atención teórica se desplazará de arriba (las normas y los conceptos dogmáticos)
hacia atrás (la práctica judicial)”[89].
El conflicto es el elemento que caracteriza la producción del discurso judicial. El proceso, como
subrogación de la guerra, define la posición de los litigantes retroactivamente y en virtud de la
actividad desplegada para obtener la decisión. No gana quien tiene razón, sino que quien gana,
tiene razón. Los litigantes utilizan con irreverencia el discurso dogmático, trastocando,
segmentando y aun utilizando piezas contradictorias, estratégicamente, atendiendo a la
actividad de la contraparte y la postura del juzgador. El resultado de este proceso, la sentencia,
se funda en los términos del discurso dogmático sin aludir a los múltiples elementos y variables
que la configuraron[92]. Así, el discurso judicial es un mecanismo que construye
estratégicamente sus soluciones. Por ello, estudiar un caso a partir de su sentencia implica
convertir esa sentencia en una pieza “aséptica” y suponer la existencia de una falsa
uniformidad semántica entre el discurso práctico y las elaboraciones de la dogmática[93].
A pesar de ello, la concepción del derecho mayoritaria que subyace a la dogmática excluye
completamente la consideración de la práctica jurídica o bien supone relaciones erróneas
entre el programa establecido en el texto legal —y reformulado por la dogmática— y la
instancia en donde tiene lugar la práctica jurídica como práctica social. En el primer caso, se
reduce todo el fenómeno jurídico a un conjunto de textos explicados por juristas teóricos que
se ocupan de sus aspectos formales a través de un reduccionismo que propone el ideal de
neutralidad y ahistoricidad del derecho y reduce las decisiones judiciales a un proceso de
aplicación de reglas generales al caso concreto[94]. En el segundo caso, se establece una
relación de continuidad entre el discurso dogmático y el discurso de la práctica jurídica, idea
que define al discurso teórico “por lo que excluye como objeto teórico: las características del
funcionamiento de la práctica judicial y el proceso de producción y transformación de su
propio discurso”[95].
Desde esta perspectiva, las instituciones que producen las prácticas jurídicas no son una mala
copia —distorsionada por la praxis— del sistema explicado por la teoría jurídica, sino un
modelo distinto a ese modelo teórico, un sistema independiente que tiene su propia lógica,
sus propias reglas que lo estructuran y dan sentido a cada uno de sus actos[96]. La relación
más estrecha entre práctica jurídica y discurso dogmático es la utilización irrespetuosa de sus
piezas realizadas por quienes revisten poder para racionalizar las solicitudes y decisiones que
toma el aparato de administración de justicia (y, al mismo tiempo, ocultar los criterios
efectivamente utilizados).
Así, se elaboran conceptos dogmáticos para una justicia que no existe y, al mismo tiempo se
elude la elaboración de un discurso que resulte aplicable para las instituciones existentes. Este
estado de cosas permite sospechar de la validez de toda esa producción teórica: “Como lo ha
puesto en evidencia la epistemología (Althusser, Bachelard, Moulines) las teorías incluyen sus
condiciones de aplicación en su aparato conceptual, por lo que la ignorancia o las falsas ideas
acerca del funcionamiento de la práctica jurídica afectan en su validez a toda la producción
teórica”[97].
Ello no significa, claro, que los textos legales y las teorías dogmáticas no tengan influencia
alguna sobre la práctica jurídica, sino simplemente que el empleo práctico de la teoría
generada por la dogmática no siempre coincide con el sentido para el que ésta fue
originariamente formulada. Siempre existe una tensión entre el programa legal formulado por
la dogmática y las decisiones de la práctica jurídica. Esa tensión no sólo se resuelve de modos
diferentes para las diversas promesas contenidas en el programa utópico[98]. Los múltiples
condicionamientos que resuelven esa tensión, por otra parte, además de variar en el tiempo,
influyen en distinta medida sobre diferentes tipos de conflictos sociales[99].
El reconocimiento de la lógica que informa el discurso jurídico práctico, ignorado por la teoría
jurídica tradicional, explica la propuesta de ampliar el objeto de estudio formulada por la
teoría crítica. Ello permite preguntarse: “¿Con qué categorías conceptuales hay que dar cuenta
de la presencia en el campo de producción semántico del derecho, de otros discursos que no
obstante ser distintos en su origen y función lo determinan y fijan las condiciones de su
aparición material?”[100].
Ello permite afirmar que la teoría jurídica tradicional no siempre resulta idónea para
Según hemos visto, una de las causas de la escasa efectividad del discurso teórico para
determinar el discurso jurídico práctico consiste en que aquél habitualmente no se interesa
por las efectivas condiciones de producción de éste. Parte de esta limitación es, desde luego,
estructural e irreducible. Sin embargo, existen excepciones que representan el reconocimiento
de esas condiciones de producción y dan soluciones que las tienen en cuenta e intentan
disminuir o neutralizar su influencia. El reconocimiento de esas condiciones supone al menos
la apertura de la dogmática a una orientación sociológica, capaz de relevar las propias
dificultades de concreción
El surgimiento del derecho laboral resulta un caso paradigmático del intento de realizar la
promesa incumplida del derecho civil de posibilitar las relaciones contractuales entre personas
libres e iguales. Sólo a partir del reconocimiento de ciertos condicionamientos materiales que
impedían esas relaciones en las condiciones garantizadas legalmente pudo desarrollarse una
rama jurídica fundada en principios que incorporaron las condiciones de aplicación del
derecho a las relaciones laborales para disminuir la desigualdad material de los contratantes.
El surgimiento de una dogmática crítica, orientada a señalar la inadecuación de las categorías
jurídicas del derecho civil para ajustarse a cierto ideal de justicia, llevó a la construcción de
técnicas y categorías téoricas —finalmente convertidas en derecho positivo— estructuradas
íntegramente a partir de la consideración de esos condicionamientos externos[102]. Por
carriles similares ha transcurrido la evolución del derecho del consumo, cuyos dogmáticos se
han dedicado a construir categorías para corregir los desequilibrios de poder entre profesional
y consumidor que son efecto de la tematización de los contratos de consumo a partir de la
teoría del derecho civil clásico[103]. Otra excepción que en cierto modo influye toda una rama
del derecho se vincula al derecho comercial. La fuerza normativa de los usos comerciales no
pudo sino ser reconocida, teniendo en cuenta las condiciones de aplicación del derecho
comercial, a pesar de que esa rama fuera codificada (piénsese en la tensión generada por la
idea de inmovilización del derecho que representa un código y el valor concedido a las
prácticas mercantiles para variar las reglas jurídicas).
En otras ramas del derecho pueden hallarse más excepciones, aunque no siempre como
principios estructuradores, sino como decisiones acotadas a algún problema determinado. El
derecho penal —afectado en cualquier país por la irracionalidad de los criterios prácticos de
selección de casos y por las arbitrariedades de sus operadores— brinda algunos ejemplos de
excepciones limitadas a ciertos problemas específicos. Tal vez un ejemplo de ello sea, en la
Argentina, la reforma del Código Procesal Penal federal anterior, que al incorporar la
prohibición de valorar la confesión “espontánea” prestada en la comisaría significó un intento
de reducir la brutalidad policial contra los imputados. La reforma se inspiró en la crítica
dogmática a la norma, orientada por la evaluación de sus condiciones de aplicación.
Un ejemplo muy ilustrativo en el derecho de los EE.UU. se vincula con varias decisiones de la
Corte Suprema declarando la invalidez del procedimiento de decisión sobre la imposición de la
pena de muerte a partir del reconocimiento de la discriminación racial —probada
estadísticamente— que orienta profundamente esa práctica. La Corte obligó a los estados a
adoptar procedimientos tendientes a reducir la influencia de los prejuicios raciales[104]. La
clausura del procedimiento en casos en los cuales el fiscal está autorizado legalmente a
perseguir pero el motivo concreto que impulsó su decisión se considera ilegítimo es otro
ejemplo[105]. En estos casos, la construcción de criterios jurídicos está inspirada en la
necesidad de incluir la evaluación de factores extranormativos como filtro de la toma de
decisiones legales.
Las excepciones también surgen como propuestas del discurso teórico de los penalistas. Una
propuesta reciente de Zaffaroni representa un esfuerzo teórico que dedica especial atención a
los condicionamientos externos y propone criterios para reducir su influencia en las decisiones
judiciales. La categoría de la “vulnerabilidad” es un ejemplo claro del sentido de su
propuesta[106].
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Notas:
[1] Nino, C. S., Consideraciones sobre la dogmática jurídica [Consideraciones], Ed. Universidad
Autónoma de México, 1974; Algunos modelos metodológicos de “ciencia” jurídica [Algunos
modelos...], Ed. Universidad de Carabobo, 1979.
[2] Ver, por ej., Bacqué, J. A. y Nino, C. S., “Lesiones y retórica. El problema de la ciencia del
derecho y la ideología jurídica a propósito de las lesiones simultáneamente calificadas y
atenuadas”, en La Ley, 1967, t. 126, ps. 966 y siguientes.
[3] Nino, Carlos S., “La huida frente a las penas”, en No Hay Derecho, s.ed., Buenos Aires, 1991,
Nº 4, ps. 7 y siguientes.
[6] Cf. Nino, Consideraciones, p. 23. Si bien Nino reconoce que la influencia de los juristas
sobre el derecho positivo se ha dado en otros momentos históricos, también señala la
excepcional trascendencia del racionalismo por tres razones: “nunca los ideales de los juristas
fueron tan explícitos e influyeron tanto en la reforma del derecho positivo como los del
racionalismo, nunca la legislación positiva tuvo un grado tan alto de sistematización como la
codificación de los siglos XVIII y XIX y nunca los juristas reflexionaron tanto sobre su papel y sus
nuevos presupuestos como después de esa codificación” (p. 25).
[7] Cf. Nino, Consideraciones, ps. 26 y ss. Para la exégesis, la preeminencia de la ley también
implicaba el reconocimiento de un criterio exclusivo en el proceso de asignación de significado
al texto legal: la voluntad del legislador. Los embates de las otras corrientes fueron efectivos
para relativizar este segundo principio proponiendo nuevos criterios, pero no lograron alterar
la importancia del texto legal como fuente de derecho (p. 28).
[8] Cf. Nino, Consideraciones, p. 30. Lo mismo opina Genaro Carrió: “hay una línea de
pensamiento jurídico que exhibe una clara tendencia de justificar al Estado, el derecho puesto,
por el mero hecho de serlo... Quizá, buena parte del pensamiento jurídico dogmático —
nuestro pensamiento jurídico— está gravemente atacado por ese virus” (citado por Nino, p.
30, nota 15).
[9] Según Nino, al dogmático no le interesa “lo que los jueces van a decidir, sino cómo deben
decidir” (Nino, Consideraciones, p. 31).
[11] Cf. Nino, Consideraciones, p. 32. Nino destaca la importancia del concepto de validez en
Kelsen, uno de cuyos significados posibles se identifica con la fuerza obligatoria de la norma
jurídica, como parte de la ideología dogmática. Tanto Nino como Carrió sostienen que Kelsen
no fundó un nuevo modelo de ciencia jurídica, sino que fue el “gran teórico de la ciencia
dogmática del derecho” (ver p. 34, nota nº 20).
[14] Nino toma como ejemplo, en este sentido, al método de interpretación utilizado para
determinar la acción típica contenida en la ley penal, que agrega consecuencias normativas no
previstas en la ley (Consideraciones, ps. 41 y ss.).
[15] Nino toma como ejemplo, en este sentido, la teoría del bien jurídico elaborada por la
dogmática jurídico–penal (Consideraciones, ps. 55 y ss.).
[33] Respecto del carácter científico de la dogmática y de las consecuencias que la suposición
de ese carácter produce en el ámbito teórico, es ilustrativa la opinión de Schünemann:
“Ordenación y regulación del saber existente, averiguación de las contradicciones que se den y
disponibilidad permanente de dicho saber en forma orientada al problema prueban, por tanto,
el valor de la construcción sistemática, ineludible en cualquier ciencia desarrollada”
(“Introducción al razonamiento sistemático en Derecho pena”l, en AA.VV., El sistema moderno
del Derecho penal: cuestiones fundamentales, Ed. Tecnos, Madrid, 1991, p. 32).
[34] Si bien el concepto de “función creadora” de derecho que Nino atribuye a la actividad de
los juristas presenta problemas, como discutiremos más adelante, existen casos en los cuales
las conclusiones normativas propuestas no pueden conciliarse de ningún modo con el
contenido de las normas que intentan “explicar”. Cf., por ejemplo, las argumentaciones que
pretenden fundar jurídicamente el incumplimiento de la obligación de establecer el juicio por
jurados en materia penal. Sobre este tema, con abundantes citas bibliográfica de los
participantes en el debate, cf. Goransky, M. D., “Un juicio sin jurados”, en AA.VV., El nuevo
Código procesal penal de la Nación, Ed. Del Puerto, Buenos Aires, 1993, ps. 103 y ss.; Maier, J.
B. J., Derecho procesal penal, Ed. Del Puerto, Buenos Aires, 1995, 2ª ed., en prensa, t. I, § 7, C.
[35] En algunos casos, los modelos desarrollados llegan a tal grado de abstracción y
complejidad que pueden ser considerados un ejercicio de demostración de capacidad teórica
antes que la reexpresión coherente de un sistema de soluciones para decidir casos reales.
Estos desarrollos aumentan la complejidad del modelo innecesariamente, haciéndolo cada vez
más oscuro e incomprensible, generando una multiplicación geométrica de categorías,
sutilezas y distinciones que provocan en algunos casos una reificación de esas categorías
conceptuales sin base legal alguna que, al ser aplicadas pueden negar la solución expresa
contenida en la ley o, en ocasiones, impiden otras interpretaciones posibles del texto legal. Un
ejemplo de este último caso es el de las afirmaciones doctrinarias acerca de la
“indisponibilidad” de ciertos bienes jurídicos, sin sustento legal alguno, que impiden
interpretar los tipos penales que no hacen referencia al consentimiento en el sentido de que
ellos sólo prohíben aquellos comportamientos realizados contra la voluntad de la víctima.
Sobre el problema de la indisponibilidad del bien jurídico “vida”, cf. Rivacoba y Rivacoba, M.
de, “Cambio de sentido en la protección y el concepto penal de la vida humana”, en Doctrina
Penal, Ed. Depalma, Buenos Aires, 1989; sobre el valor del consentimiento en la teoría del
delito, cf. Bacigalupo, E., “Consentimiento del lesionado en el derecho y en la dogmática penal
españoles”, en Revista Derecho Penal, Ed. Juris, Rosario, 1992, nº 1; Bovino, A., “Sobre el
consentimiento del no ofendido”, en Revista Derecho Penal, Ed. Juris, Rosario, 1993, Nº 2;
Rusconi, M. A., “El problema del lugar sistemático del consentimiento del ofendido”, en
Justicia Penal y Sociedad, Guatemala, 1991, nº 1.
Esta circunstancia produce consecuencias negativas, pues, además de cumplir con la función
de reducir las posibilidades de comprensión del derecho por parte de las personas no
entrenadas para ello y de aumentar aún más la brecha entre esas personas y el sistema
jurídico, aumenta la necesidad de recurrir a los profesionales del derecho y el círculo de
problemas que exigen su participación y, por ende, brinda más poder a aquellos que detentan
ese tipo de saber.
[36] Cf. Nino, Consideraciones, p. 30, en donde agrega la opinión coincidente de Genaro
Carrió, a quien cita textualmente en la nota nº 15. Esta generalización que parece aludir a la
totalidad de los juristas dogmáticos es una simplificación extrema que coincide con la imagen
de “buen dogmático” (equivalente al “legislador racional”) que Nino utiliza recurrentemente a
lo largo de todo su análisis.
[38] Dworkin, R. Los derechos en serio, Ed. Ariel, Barcelona, 1984, pp. 72-83.
[39] Alexy, R, Teoria de los derechos fundamentales, CEC, Madrid, 1993, p.86.
[41] Ver, por todos, Ferrajoli, L., Derecho y razón, Ed. Trotta, Madrid, pp. 855-868; en este
mismo volumen, “La democracia constitucional”
[42] Ferrajoli, L., Derecho y razón, op. cit., p.876-880 ; “El derecho como sistema de garantías”,
en Derechos y garantías. La ley del más débil, Ed. Trotta, Madrid, 1999, pp. 28-31; “La
democracia constitucional”, op. cit.
[43] V., en general, Abregú, M. y Courtis, C. (comps.), La aplicación de los tratados sobre
derechos humanos por los tribunales locales, Ed. Del Puerto-CELS, Buenos Aires, 1997.
[45] Cfr. en este sentido la afirmación de Luhmann: “la función (de la dogmática) consiste... no
en el encadenamiento del espíritu, sino precisamente al revés, en el aumento de libertades en
el trato con experiencias y textos. La conceptualidad dogmática posibilita la toma de distancia
también y precisamente allí donde la sociedad espera vinculación”. (énfasis en el original).
Luhmann, N., Sistema jurídico y dogmática jurídica, CEC, Madrid, 1983, p. 29. En el mismo
sentido, Ferraz Jr., T. S., Função social da dogmática jurídica, Max Limonad, San Pablo, pp. 96-
97; Peña González, C., “Los desafíos actuales del paradigma del derecho civil”, en Estudios
Públicos, N°60, primavera 1995,CEP, Santiago, p. 331.
[46] En Algunos modelos..., Nino propone dos niveles en los que los juristas dogmáticos
“deben desarrollar” su labor teórica para cumplir “una función importante” al “encara(r) la
tarea de discutir problemas axiológicos para la actividad jurisdiccional” (p. 105). Estos dos
niveles se acercan a dos últimas funciones que describimos a continuación. Sin embargo,
nuestro análisis afirma que los juristas dogmáticos vienen de hecho desarrollando estas
funciones desde hace tiempo, sin necesidad de seguir los consejos de Nino.
[47] Cfr. Markku Helin, quien califica a las interpretaciones de la dogmática ante casos cuya
solución no ha sido aún establecida como recomendaciones, por oposición a aserciones. V.
Helin, M., “Sobre la semántica de las oraciones interpretativas en la dogmática jurídica”, en
Aarnio, A., Garzón Valdez, E. y Uusitalo, J. (comps.), La normatividad del derecho, Gedisa,
Barcelona, 1997, p. 208-209.
[48] El principal cargo de Nino, parece ser que los dogmáticos realizan una función prescriptiva
como si estuvieran simplemente describiendo (Nino, Consideraciones..., p. 107; Algunos
modelos..., p. 106; v. en el mismo sentido, Calsamiglia, A., Introducción a la ciencia jurídica,
Ariel, Barcelona, 1986, p. 132). El cargo confunde más de lo que aclara. De acuerdo a nuestra
observación, si el derecho positivo es pasible de múltiples reconstrucciones, los dogmáticos
pretenden describir una interpretación derivable del derecho positivo, pero es claro que
también prescriben su adopción. Un modelo de dogmática puramente descriptivo –tal como el
que Kelsen proponía: describir las alternativas semánticas de interpretación sin interceder por
ninguna- no ha existido en la historia, por la sola razón de que no puede cumplir el objetivo de
ofrecer una guía para solucionar casos. Cfr. V. Helin, M., “Sobre la semántica de las oraciones
interpretativas en la dogmática jurídica”, op. cit., p. 200.
[49] Luhmann señala la imposibilidad de distinguir con pleno sentido entre argumentos de lege
lata y de lege ferenda. V. Luhmann, N, Sistema jurídico y dogmática jurídica, op. cit., p. 35. De
todos modos, el uso de la distinción tradicional resulta útil para entender el punto de vista del
dogmático, es decir, para describir lo que él pretende estar haciendo.
[52] “Es así como la crítica del derecho positivo desde el punto de vista del derecho positivo
tiene una función descriptiva de sus antinomias y lagunas y al mismo tiempo prescriptiva de su
auto-reforma, mediante la invalidación de las primeras y las integración de las segundas”.
Ferrajoli, L., Derecho y razón, op. cit. p. 879.
[53] Cf. Maier, Derecho procesal penal, cit., § 1, dedicado íntegramente al desarrollo de la
teoría del derecho de la cual parte y a su justificación del ordenamiento jurídico.
[54] Cf., por ejemplo, En busca de las penas perdidas, Ed. Ediar, Buenos Aires, 1989, que
significa una revalorización y reformulación de la dogmática jurídico-penal con fundamentos
iusnaturalistas.
[55] Lo mismo se puede afirmar respecto a la obra de Welzel, en Alemania: cf. El nuevo
sistema del derecho penal. Una introducción a la doctrina de la acción finalista, Ed. Ariel,
Barcelona, 1964.
[56] Nino, Fundamentos de derecho constitucional, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1992, en especial
Caps. 1 y 2.
[57] Por mencionar dos trabajos que enmarcan explícitamente los puntos de partida de la
respectiva obra dogmática de sus autores, v. Baylos Grau, A., Derecho del trabajo: modelo para
armar, Ed. Trotta, Madrid, 1991; Lorenzetti, R. L., Las normas fundamentales de derecho
privado, Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1995.
[58] Resulta paradigmático, en este sentido, el trabajo de Zaffaroni, E. R., “La ley de obediencia
debida”, en Revista Lecciones y Ensayos, Ed. Astrea, Buenos Aires, 1988, nº 50, ps. 23 y
siguientes.
[59] Al menos como para estar seguros de que su adhesión al derecho no es la adhesión formal
que Nino critica.
[60] Ferraz la califica de “pensamiento tecnológico”. V. Ferraz Jr., T. S., Função social da
dogmática jurídica, op. cit., pp. 89-95. Ver, además, infra, 2.3.
[61] En este sentido, cabe preguntarse las posibilidades de influencia efectiva de un discurso
que no comparta ningún elemento en común con el discurso técnico-jurídico propio de cierto
medio o contexto académico —que actúa así como un condicionamiento preexistente del
medio—. Este fenómeno de exclusión de discursos extraños ha sido sufrido personalmente por
el mismo Nino. Él contó el impacto de su libro Los límites de la responsabilidad penal en la
comunidad académica de los penalistas: “dado que hago una crítica radical de las bases de la
teoría del delito vigente en sus distintas versiones, pensé que iba a ser objeto de las más
acerbas objeciones y críticas de otros autores, porque realmente trataba de cuestionar los
fundamentos mismos de ese desarrollo. Pero no pasó abolutamente nada. O sea que
básicamente no tuve ninguna reacción ni comentario dentro del país” (cf. Nino, C. S., “La
discusión crítica en nuestro medio académico [entrevista]”, en Lecciones y Ensayos, Ed. Astrea,
Buenos Aires, 1988, nº 50, ps. 278 y s.). Abordamos el tema en el punto 2.3.
[62] V. Ferraz Jr., T. S., Função social da dogmática jurídica, op. cit. pp. 176-182.
[63] Tanto la de los órganos que aplican el derecho como la de quienes formulan elaboraciones
teóricas.
[65] En el derecho argentino, el art. 15 del Código Civil, de aplicación general, dispone que los
jueces “no pueden dejar de juzgar bajo el pretexto de silencio, oscuridad o insuficiencia de las
leyes” y, de este modo, no sólo reconoce las posibles inconsistencias y lagunas del
ordenamiento jurídico, sino que estipula la irrelevancia de estas circunstancias frente a la
necesidad de dar solución al caso. En el ámbito del derecho penal, el principio de legalidad y la
prohibición de analogía cumplen una función similar.
[66] En el derecho argentino, es el art. 16 del Código Civil el que dice qué debe hacer el juez en
estas situaciones: “Si una cuestión civil no puede resolverse, ni por las palabras, ni por el
espíritu de la ley, se atenderá a los principios de leyes análogas; y si aún la cuestión fuere
dudosa, se resolverá por los principios generales del derecho, teniendo en consideración las
circunstancias del caso”. En primer lugar, se admite que las cuestiones deben ser resueltas
atendiendo a las palabras o al espíritu de la ley; ello indica que además de las palabras, existe
otro elemento reconocido por el derecho para tomar la decisión: el espíritu de la ley.
Independientemente de cuál pueda ser el contenido de esta expresión, lo cierto es que es un
principio del derecho positivo que se puede acudir a “algo más” que a las palabras de la ley
para su interpretación. Pero cuando la cuestión no se resuelve en las palabras o en ese “algo
más que las palabras”, debe acudirse a los principios de leyes análogas. De este modo, el
derecho positivo no sólo supone que la regulación de las distintas instituciones se funda en
ciertos principios, sino que, además, les otorga la calidad de criterio legal para la decisión de
ciertos casos. Ante esta afirmación, podría sostenerse que estos principios son los que están
contenidos textualmente en las mismas normas jurídicas de la institución a la que se remite y
no fuera de ella. Sin embargo, la disposición sigue adelante y agrega que, cuando el caso siga
sin respuesta, debe acudirse a los “principios generales del derecho”. Estos “principios
generales” no necesariamente coinciden con normas concretas –de otro modo sería
innecesario remitir a ellos-, de manera que al menos algunos de estos principios están fuera de
su texto y sólo pueden ser construidos por el intérprete. De este modo, el derecho positivo
ordena utilizar ciertos mecanismos utilizados por la dogmática. La búsqueda de la “naturaleza
jurídica” de alguna institución no reglada que realizan los dogmáticos, por ejemplo —y por
absurda que resulte la denominación de “naturaleza jurídica”—, no es más que la aplicación
del principio que ordena resolver el caso según las reglas de una institución análoga.
[67] Por ejemplo, la incorporación de la “teoría de los actos jurídicos” al Código Civil, o la
incorporación de las categorías de la “teoría del delito” al Código Penal alemán, o la
incorporación por vía legislativa de soluciones de lege ferenda desarrolladas previamente por
la dogmática, como la responsabilidad civil por riesgo creado, la teoría de la imprevisión, la
teoría del abuso de derecho, etc.
[68] Esta adecuación, por supuesto, no puede ser predicada de toda elaboración dogmática,
sino sólo de aquellas que respeten ciertos criterios mínimos de racionalidad, básicamente
análogos a los criterios de aceptabilidad de una teoría científica (v.gr., que no propongan
soluciones claramente contrarias a las normas jurídicas vigentes, que no signifiquen
desarrollos oscuros, complejos e incomprensibles de escaso valor práctico, que hagan
explícitos los presupuestos valorativos que fundan las decisiones, que tengan algún valor
explicativo sobre el material jurídico que pretenden integrar, etcétera). Sobre la necesidad de
adecuación de los criterios generados por la dogmática con el nivel de desarrollo y
complejidad del sistema jurídico, v. Luhmann, Sistema jurídico y dogmática jurídica, op. cit.,
pp. 39-40.
[69] Este ocultamiento parece ser el tema que más preocupa a Nino, pues él reconoce que la
adhesión acrítica al derecho positivo es meramente simbólica y, también, reconoce la
necesidad de una elaboración teórica que reexprese (es decir, que cumpla las funciones
descriptivas y creadoras de derecho) el sistema positivo.
[70] Esta orientación, sin embargo, no se logra por la simple vía de comparar en abstracto las
diversas soluciones posibles, sino de analizar detenidamente los efectos que tales decisiones
provocarán sobre el mundo. “Orientación a las consecuencias presupone que las
consecuencias de la legislación, de los Tribunales y de la ejecución de las penas son realmente
conocidas y valoradas como deseadas o no deseadas”, señala gráficamente Hassemer
(Fundamentos del derecho penal, Ed. Bosch, Barcelona, 1984, p. 35). De este modo, la
orientación actual tiende a hacer cada vez más explícitos los presupuestos valorativos, si bien
esta actitud difiere en intensidad en los distintos juristas.
[71] V., por ejemplo, López Olaciregui, J. M., “Esencia y fundamento de la responsabilidad
civil”, en Revista del Derecho Comercial y de las Obligaciones, Ed. Depalma, Buenos Aires,
1978, año 11, N°61/6, p.941. Peña considera que el análisis económico del derecho es un
ejemplo de dogmática orientada hacia las consecuencias, que, como se sabe, prefiere
soluciones a partir de considerar los efectos de las diversas alternativas sobre la riqueza. V.
Peña González, C., “Los desafíos actuales del paradigma del derecho civil”, op. cit., p. 334 y
sigs.
[72] V., por ejemplo, Gordillo, A., Tratado de derecho administrativo, T. II, Fundación de
Derecho Administrativo, Buenos Aires, pp. II-1/24.
[73] V. Roxin, C., “Sobre la significación de la sistemática y dogmática del derecho penal”, en
Política criminal y estructura del delito, PPU, Barcelona,1992, p.41. Carlos Peña la describe
como “una función de auxilio técnico a los operadores del derecho proporcionándoles un
conjunto de soluciones coherentes y precisas a ser aplicadas en los casos relevantes de la vida
social”. V. Peña González, C., “Qué hacen los civilistas”, en Cuadernos de Análisis Jurídico,
Facultad de Derecho, Universidad Diego Portales, Santiago, 1993, p. 26. En sentido similar,
Ferraz Jr., T. S., Função social da dogmática jurídica, op. cit., p. 83-85.
[74] Cumpliendo una función pedagógica, expositiva. V. Roxin, op. cit., p. 36 : “Una tal
sistematización del material jurídico facilita el estudio de los estudiantes...”. Peña la caracteriza
como “una función cognoscitiva de describir el derecho vigente, ordenándolo en términos más
económicos y sencillos que aquellos con que aparece en su presentación oroginal”. V. Peña
González, C., “Qué hacen los civilistas”, op. cit., p. 26.
[75] Cfr. la opinión de Viehweg: “la jurisprudencia ha de ser concebida como una permanente
discusión de problemas”. Viehweg, T., Tópica y jurisprudencia, Taurus, Madrid, 1964, p. 146.
[77] Como hemos dicho antes, la crítica de la jurisprudencia cumple un papel similar, aunque
partiendo de premisas distintas —aceptación de las normas positivas y rechazo de la solución
jruisprudencial adoptada partir de ellas—.
[78] Cfr. Helin, M., “Sobre la semántica de las oraciones interpretativas en la dogmática
jurídica”, op. cit., pp. 200-201 y 204-210.
[79] V. Esser, J., Principio y norma en la elaboración jurisprudencial del derecho privado, Bosch,
Barcelona, 1961, Cap. XII, especialmente pp. 316-326.
[80] Nunca está de más recordar la furibunda opinión de von Kirchmann: “tres palabras
rectificadoras del legislador convierten bibliotecas enteras en basura”, von Kirchmann, J., La
jurisprudencia no es una ciencia, IEP, Madrid, 1961, p. 54.
[81] En sentido similar, Calsamiglia, A, Introducción a la ciencia jurídica, op. cit., p. 77-79 y 83-
86. Sumamente interesante es señalar la posibilidad de dependencia contextual de los propios
criterios de argumentación dogmáticos, y por lo tanto, de los criterios de evaluación de calidad
de los trabajos dogmáticos. En este sentido, no es infrecuente que obras dogmáticas que —
evaluadas desde parámetros conceptuales ajenos al contexto— resulten de excelente calidad
pasen desapercibidas o resulten ignoradas. El problema, sin embargo, no es diferente del de la
evaluación de los descubrimientos científicos en general- V., por todos, Kuhn, T. S:, La
estructura de las revoluciones científicas, FCE, México, 1971, pp. 253-262, y “Objetividad,
juicios de valor y elección de teoría”, en La tensión esencial, FCE, 1982, pp. 344-364. Para una
discusión de la cuestión en el ámbito jurídico, v. Ruiz Manero, J., “Consenso y rendimiento
como criterios de evaluación en la dogmática jurídicas”, en Doxa, Alicante, 1985.
[83] Esta parece ser la sugerencia de Nino. V. Algunos modelos..., pp. 102-104.
[84] La construcción dogmática de “principios jurídicos” a partir de la inducción de
características o finalidades de la regulación jurídica cumple una función de “cristalización” de
valores no consagrados explícitamente por el sistema jurídico. Piénsese, por ejemplo, en el
principio de “lesividad” de la conducta punible en materia penal.
[85] V. Peña González, C., “Qué hacen los civilistas”, en Cuadernos de Análisis Jurídico, op. cit.,
p.23-25.
[86] V. Courtis, C., “Texto legal y función utópica. Acerca de la posibilidad de leer las
constituciones y los pactos de derechos humanos como textos utópicos”, en No Hay Derecho,
Buenos Aires, 1991, nº 5, ps. 12 y siguientes. De la misma opinión es nada menos que Georg
Henrik von Wright: “De quien dicta una orden o una prohibición –sea un agente individual o
una asamblea legislativa- puede decirse normalmente que desea o “quiere” que las cosas sean
como las ha prescrito”; “Puede decirse que un orden jurídico y, similarmente, todo código o
sistema de normas coherente tiene en mira lo que propongo llamar un estado de cosas ideal”,
“Creo que es una buena caracterización de la actividad llamada dogmática jurídica decir que su
tarea es exponer y aclarar la naturaleza exacta del estado de cosas ideal que el derecho tiene
en mira”; “a fin de que sea racional sustentarlo, el ideal tiene que ser una imagen de un
mundo posible...”, “lo que queda del “reino” (del deber ser) es un mundo alternativo, “ideal”,
constituido por los contendios normativos de un código o de un orden normativo dado”; “Las
normas prescriben algo y no describen nada. Pero el contenido de las normas, es decir, aquello
que las normas declaran obligatorio, permitido o prohibido, puede decirse que describe un
mundo ideal”. Von Wright, G. H., “Ser y deber ser”, en Aarnio, A., Garzón Valdez, E. y Uusitalo,
J. (comps.), La normatividad del derecho, op. cit., pp. 98-100, 105.
[87] Similar metáfora ha empleado Ronald Dworkin para describir la tarea del juez ante un
“caso difícil”- V. Dworkin, R, El imperio de la justicia, Gedisa, Barcelona, 1988, pp. 166-172.
[88] Cf. Abramovich, V., “El complejo de Rock Hudson”, en No Hay Derecho, s.ed., Buenos
Aires, 1991, nº 4, p. 10. El autor aclara que la suposición contradice la idea de que entre el
discurso práctico de los órganos que aplican el derecho y el discurso teórico existe
“uniformidad semántica, lo que permite a la teoría jurídica hablar de un solo objeto jurídico, o
campo semántico uniforme, y el consiguiente menosprecio de la práctica judicial en tanto se
imputa todo desajuste entre discursos a la inoperancia del aparato burocrático de
administración de justicia”.
[90] María, E., “Moi, Pierre Riviere... y el mito de la uniformidad semántica en las ciencias
jurídicas y sociales”, en AA.VV., El discurso jurídico, Ed. Hachette, Buenos Aires, p. 58.
[91] Ruiz, A., “La ilusión de lo jurídico. Una aproximación al tema del derecho como un lugar
del mito en las sociedades modernas”, en Crítica Jurídica, Ed. Universidad Autónoma de
Puebla, Puebla, 1986, nº 4, p. 165.
[92] En este proceso, el discurso de los abogados se entrecruza dentro y fuera del expediente
con múltiples discursos, acotando y redefiniendo la realidad por las marchas y contramarchas
de la actividad probatoria, que expresa la lucha por definir los hechos y la verdad jurídica
aplicable al caso. “La autonomía de la teoría jurídica, creada por la idea de que el derecho es
separable de las valoraciones políticas de los jueces, otorga legitimidad a las decisiones
tomadas en nombre de la ley. Los académicos dedicados al derecho dan legitimidad al sistema
y el principio del stare decisis es una 'justificación que legitima falsamente' decisiones que son
esencialmente sociales y políticas” (Russell, J. S., “The Critical Legal Studies challenge to
contemporary mainstream legal philosophy”, en Otawa Law Review, 1986, vol. 18, p. 15, la
traducciones es nuestra).
[93] Abramovich, V., “El complejo de Rock Hudson”, cit., p. 10. El mismo fenómeno ha sido
demostrado desde el enfoque sociológico a través de investigaciones empíricas de la
criminología de la reacción social sobre los procesos de criminalización secundaria. Estas
investigaciones han señalado la existencia de patrones uniformes de criterios extranormativos
que orientan la selección de los individuos a criminalizar. Factores como la raza, o la posición
social y económica tienen más influencia en la decisión que la gravedad del hecho.
Sobre la influencia de la raza en las decisiones de la justicia penal en los EE.UU., cf. Peller, G.,
“Criminal Law, Race, and the Ideology of Bias: Trascending the Critical Tools of the Sixties”, en
Tulane Law Review, 1993, vol. 67, p. 2231; Wright, B., Black Robes, White Justice, Ed. Carol
Publishing Group, Nueva York, 1993, 2ª ed.; Roberts, D. E., “Crime, Race and Reproduction”, en
Tulane Law Review, 1993, vol. 67, p. 1945; “Race and the Prosecutor's Charging Decision”, en
Harvard Law Review, 1988, vol. 101, p. 1472; Applegate, A. G., “Prosecutorial Discretion and
Discrimination in the Decision to Charge”, en Temp. Law Quarterly, 1982, vol. 55, p. 35; Dailey,
D., “Prison and Race in Minnesota”, en University of Colorado Law Review, 1993, vol. 64, p.
761.
[96] Courtis, C., “En ese orden de cosas”, en No Hay Derecho, s. ed., Buenos Aires, 1991, nº 3,
p. 8.
[97] Abramovich, V., “El complejo de Rock Hudson”, cit., p. 11. En el campo de la epistemología
de las ciencias, existen formulaciones similares. V., por ejemplo, Marí, E., poniendo énfasis en
la inclusión dentro de la ciencia de las condiciones de aplicación. V. Elementos de
epistemología comparada, Puntosur, Buenos Aires, pp. 30-37
[98] Pues los grados de realización de esos promesas en la práctica pueden ir desde una
realización completa hasta la no realización. Así, mientras es posible afirmar que el derecho de
propiedad garantizado constitucionalmente alcanza un efectivo grado de protección cuando se
trata de conflictos interindividuales que no involucran al Estado, también se puede constatar el
incumplimiento de otras promesas del texto constitucional (por ej., los derechos sociales del
art. 14 bis o la garantía del juicio por jurados).
[99] Así, por ej., la ausencia de independencia del poder judicial respecto del poder ejecutivo
puede tener mucho peso en casos de delitos cometidos por funcionarios y escasa influencia
para algunos delitos comunes.
[101] Es lo que Ferrajoli denomina “la irreducible ilegitimidad política del poder en el estado de
derecho”. V. Ferrajoli, L., Derecho y razón, cit., p. 886. Especialmente en el ámbito del derecho
penal, aun en países con un alto grado de influencia del discurso teórico, parece imposible
eliminar ciertos elementos ajenos al programa jurídico de constituciones y pactos de derechos
humanos.
[102] Es obvio que la transformación no fue producto de la mente de algunos dogmáticos, sino
reflejo del cambio de situación en las relaciones de poder entre patrones y empleados. Pero
una vez dadas las condiciones políticas para responder legalmente al problema, la teoría
jurídica tuvo que tener en cuenta los condicionamientos materiales (la desigualdad entre los
contratantes) para dar una solución efectiva. V., por todos, Ewald, F., L´Etat Providence,
Grasset, París, 1985.
[103] V. Bourgoignie, T., Elementos para una teoría del derecho del consumo, Ed.
Departamento de Consumo y Turismo. Vitoria-Gasteiz, 1994.
[104] Cf., entre otros, Furman v. Georgia, 408 US 238 (1972); Woodson v. North Carolina, 428
US 280 (1976); Roberts v. Louisiana, 428 US 325 (1976); Gardner v. Florida, 430 US 349 (1977);
Pulley v. Harris, 465 US 37 (1984); Turner v. Murray, 476 US 28 (1986).
A pesar del intento, la influencia de la raza continuó siendo significativa en perjuicio de las
minorías, circunstancia que motivo un voto en disidencia en un fallo reciente reconociendo la
imposibilidad de evitar la discriminación: “Aun con el más sofisticado marco legal que regule la
pena de muerte, la raza del acusado continúa desempeñando un papel principal en la decisión
acerca de quién debe morir y quién debe vivir” (Callins v. Collins, 114 S.Ct. 1127, 1135 [1994]
[disidencia del juez Blackmun]) (traducción nuestra). Lo más interesante del voto es que todas
las afirmaciones referidas a la arbitrariedad y al racismo con que se condena a muerte a
personas negras son aplicables a todo proceso penal, más allá de la pena que se aplique.
[105] La clausura de la persecución se aplica en dos tipos de casos. El primer caso se da cuando
el fiscal decide perseguir en respuesta al ejercicio legítimo de un derecho del imputado (por
ej., demandar al estado por maltrato policial durante la detención). Sobre este tipo de casos,
denominado persecución vindicativa (vindictive prosecution) y considerado como una
violación del debido proceso, cf. Blackledge v. Perry, 417 US 21 (1974); Bordenkircher v. Hayes,
434 US 357 (1978); US v. Goodwin, 102 S.CT. 2485 (1982). Sobre este desarrollo
jurisprudencial, cf. Garnick, M. G., “Two Models of Prosecutorial Vindictiviness”, en Georgia
Law Review, 1983, vol. 17, p. 467.
[106] Cf. Zaffaroni, En busca de las penas perdidas, cit., cap. VI, III, ps. 271 y siguientes.
[107] Así, por ejemplo, el caso estadounidense sobre la pena de muerte no sólo permite al
condenado resistir la decisión de imponer esa pena sino que, adicionalmente, abre un nuevo
espacio político en el escenario judicial para luchar contra el racismo.