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LA CLÍNICA

CAPÍTULO I. ILUSIONES.

Maca se movía nerviosa por su despacho, ¡por fin iba a ver cumplido su sueño! había
llegado el día, el gran día. Su mente volaba de un detalle a otro, repasándolo todo con
minuciosidad, debía salir perfecto. Unos golpes en la puerta interrumpieron su repaso.

- ¿Se puede? – dijo Claudia asomando la cabeza por la puerta con una enorme
sonrisa.
- ¡Claro! pasa, pasa – respondió igualmente sonriente - ¿qué? Me vas a dar una
alegría o tendré que suplicarte un poquito más.
- Bueno… si piensas seguir sobornándome con cenitas, viajecitos y regalitos
quizás tarde en darte una respuesta un par de semanitas más.
- ¡Claudia! – protestó – no juegues conmigo que hoy estoy muy, pero que muy
nerviosa.
- Pero ¿por qué! si está todo a punto. Mónica está haciendo un trabajo excelente,
la verdad es que acertaste en proponerle ser tu socia, yo nunca hubiera creído
que… - se interrumpió al escuchar que abrían la puerta, Mónica entró como una
exhalación.
- Maca, Maca esto no puede seguir así – dijo con nerviosismo – esta tarde
inauguramos y mañana el servicio debería estar activo y seguimos sin enfermera
para el segundo equipo, nos falta personal en neurología, en pediatría también
hace falta alguien al menos hasta que tu… – dudó un instante y cambió el
discurso- me prometiste que hoy estaría todo solucionado y…
- Por lo de neurología no te preocupes que acabo de aceptar vuestra oferta – dijo
mirado a Maca y guiñándole un ojo.
- ¡Menos mal! – exclamó Mónica aliviada - ¿qué vamos a hacer con la enfermera!
no todo el mundo está dispuesto a participar en algo así y, o estamos dos equipos
al completo, o no vamos a poder desarrollar el proyecto y sabes que si no lo
hacemos…
- Si, si, lo sé, Mónica, nos quedamos sin subvención – la interrumpió preocupada
– déjame un poco más de tiempo, estoy en ello, estoy en ello.
- Bueno, yo os dejo que tenéis mucho trabajo – interrumpió Claudia levantándose-
¿te recojo para comer o ya tienes plan?
- Si, recógeme, por favor – dijo sonriendo – tenemos que hablar de tu contrato.
- De acuerdo, ¿a las dos está bien?
- Si, perfecto.
- Bueno Maca ¿qué hacemos? – preguntó tras ver como Claudia cerraba la puerta.
- En primer lugar, tranquilízate, que te va a dar algo, y en segundo lugar, deja que
me encargue yo de la enfermera y de la plaza de pediatría.
- Pero Maca… no tenemos tiempo.
- Lo se, lo se – dijo mirando impotente hacia abajo – en esta mañana lo de
pediatría puede quedarse resuelto, lo de la enfermera es más problemático.
- Pero es que lo de la enfermera es lo que más prisa corre – protestó – Fernando
dice que no puede organizar el departamento solo conmigo, y Laura aún no ha
llegado.
- Bueno, tranquila – respondió – Laura llega en una hora y me aseguró que estaría
aquí esta tarde y…
- Teníamos que haber retrasado la inauguración una semana al menos – suspiró
cansada.
- Ya… - dijo pensativa – pero Mónica ya sabes que yo…
- No me hagas caso – la interrumpió – se que lo arreglarás y que saldrá todo
perfecto – añadió sonriendo, se levantó y se acercó a darle un beso – voy para
abajo que quedan cosas por organizar.
- Gracias, Mónica – le devolvió la sonrisa – mándame a Fernando, por favor, y si
ves a Cruz dile que la estoy esperando.

Mónica salió del despacho y Maca cogió el teléfono, Adela había quedado en
pasarse a las diez y eran las once y aún no había aparecido. Adela había sido su
mejor amiga en la Facultad, su compañera inseparable en aquellas largas tardes de
estudio. Incluso hicieron la residencia juntas en Sevilla. Había sido Fernando el que
propuso su nombre para ocupar la plaza de Maca en pediatría; al principio Maca no
se mostró muy convencida, no tenía ganas de remover viejas historias, pero lo cierto
es que Adela tenía un currículum intachable y que se había hecho un nombre entre
los pediatras más afamados de España gracias a sus estudios sobre la epilepsia
infantil. Trabajaba en la Clínica Universitaria de Navarra y colaboraba con la
Facultad de Medicina. Cuando Maca la llamó para que se sumase a su proyecto, se
alegró de saber de ella pero declinó la oferta con cortesía. Sin embargo, días después
Maca recibía la llamada de Adela en la que le pedía que le mandase todos los
detalles del proyecto, y si le convencía, quizás se lo pensase. Había quedado en ir a
Madrid en esa misma mañana y darle una respuesta definitiva, además, decidiese lo
que decidiese Maca la había invitado a la inauguración. Su retraso empezaba a
preocupar a Maca, que volvió a marcar el número de su móvil, daba señal pero al
otro lado nadie respondía.

La puerta volvió a abrirse, apareció Cruz y, al verla al teléfono, hizo una seña de
volver luego, pero Maca negó con la cabeza y le dijo que entrase. Cruz se sentó
frente a la pediatra con una sonrisa en los labios. Maca colgó preocupada.

- Adela, - explicó- que no responde y hace una hora que debería haber llegado.
- No te preocupes mujer, estará en un atasco. ¡Ya sabes como está el tráfico! –
dijo quitándole importancia – bueno, querías verme ¿no?
- Si – le devolvió la sonrisa – ha llegado esto – dijo tendiéndole un fax.
- ¿Nos lo conceden? – preguntó incrédula, ante la sonrisa y movimiento
afirmativo de Maca – pero… ¿se puede saber qué has hecho para lograrlo?
- Desplegar mis encantos – bromeó.
- ¿Sabes? Todo esto – dijo haciendo un ademán que abarcaba mucho más que el
despacho en el que se encontraban – me parece increíble, Maca. Hace
muchísimo tiempo que no veía a tanta gente ilusionada por algo. Yo misma en
Londres, estaba bien pero … me faltaba algo.
- Ya… te entiendo perfectamente- dijo con cierta melancolía y tristeza en los ojos.
Cruz notó la sombra que había pasado por ellos y se apresuró a cambiar de tema.
- Pues si señora, no puedo creer que hayas conseguido esto – señaló de nuevo el
fax - ¡vamos a tener el mejor equipo de cardiología de todo el país!
- Y a la mejor directora de departamento – puntualizó sonriendo de nuevo.
- Muchas gracias, doctora – dijo levantándose – voy a cambiar un poco mi
discurso de esta tarde – añadió con un guiño señalando al fax.
* * *

En el aeropuerto el avión procedente de Nairobi tomaba tierra sin problemas. Una Laura
nerviosa se disponía a bajar cuando se sorprendió ver a su lado un rostro conocido.

- ¿Esther? ¿eres tu? – dijo con sorpresa – ¡dios mío que alegría!
- ¡Laura! – exclamó – ¡cuanto tiempo!
- Pero … ¿de donde vienes? – preguntó con curiosidad aún abrazada a ella.
- De Uganda de la zona de Jinja., llevo cinco años allí –respondió con una sonrisa.
- ¿No me digas que con Médicos sin Fronteras? – preguntó y ante el gesto
afirmativo de Esther añadió - ¡Pero si estábamos muy cerca! Yo he estado en
Kisumu casi todo el tiempo, aunque hemos hecho incursiones más al sur.

Una azafata se acercó y les indicó que debían bajar. Lo hicieron apresuradamente,
mientras charlaban sobre los detalles de su estancia en África. No podían creer que
hubiesen estado tan cerca sin saberlo. Claro que allí las distancias se hacían enormes y
que estaban en países distintos con muchos problemas fronterizos. Pero aunque Esther
había desarrollado su trabajo en Uganda y Laura en Kenia, ambas habían vivido el
mismo tipo de situaciones. Mientras esperaban recoger el equipaje continuaron con su
charla.

- Y, si tanto vas a echar de menos aquello… ¿qué es lo que te ha hecho volver? –


preguntó Laura.
- Mi madre, está mayor, llevo sin verla tres años - explicó dejando en Laura la
sensación de que había algo más.
- Pues a mi me han convencido para que participe en un proyecto – dijo sin
especificar nada más – la verdad es que al principio no estaba muy por la labor,
África tira mucho, pero luego, cuando Maca me explicó los detalles, comprendí
que aquí también hay mucho que hacer… - se interrumpió al ver la cara de
sorpresa de Esther.
- ¿Maca! te refieres a …
- Si, si, me refiero a ella – guardó silencio esperando que Esther dijera algo más
pero la enfermera cogió su maleta sin hacer el menor comentario. Laura tuvo
que correr para alcanzar la suya y cuando lo consiguió se volvió hacia una
Esther que la estaba esperando.
- Pues como te decía, que al final me he decidido a volver y aceptar el puesto,
siempre está la posibilidad de irme de nuevo.
- Claro – respondió distraídamente, con la mente puesta en años atrás cuando
Maca y ella habían sido tan felices.
- Además suena bien, Médico Jefe de la Unidad y Coordinadora de Traslados
Internacionales.
- Si, suena bien. Pero yo creía que todo eso se hacía a través de…
- Pero es que esto es algo completamente diferente – la interrumpió – Maca y
Mónica se han asociado y han conseguido todos los permisos para desarrollar un
proyecto que será pionero en Europa ¿tu conociste a Mónica?
- No me suena.
- Si, es verdad, creo que llegó al Central después de que te marcharas. Se casó con
Javier, ¿lo sabías?
- ¡No! ¿En serio?
- Pues si, ya ves, - dijo riendo ante el asombro que había mostrado Esther - y con
el divorcio se ha hecho bastante rica.
- Veo que has seguido en contacto con todo el mundo.
- No creas, solo con Eva, pero se fue al Reina Sofía de Córdoba y,
esporádicamente con Javier – puntualizó – ya sabes como son allí las
comunicaciones.
- Y con Maca, ¿no?
- No, ¡qué va! – exclamó – un día recibí su llamada y me hizo la propuesta, desde
entonces hemos hablado unas cuantas de veces más, pero en todo este tiempo no
he sabido nada de ella, ni de ella, ni de nadie. ¿Y tu! porque al menos durante el
año y medio que yo seguí en el Central, no supimos nada de ti.
- No, yo tampoco he tenido contacto con nadie – afirmó – bueno, miento, con
Teresa, pero como bien dices, las comunicaciones allí no dan para mucho.
- Pues si – dijo pensativa - ¿Teresa? Vaya, vaya y luego ¡tenía fama de cotilla!
- ¿Porqué dices eso? – preguntó interesada.
- Porque cuando te marchaste sin dar explicaciones Maca se volvió loca
intentando localizarte, pero nadie le dijo nada, de tu madre se lo esperaba, pero
de Teresa….
- Siempre fue mi amiga – dijo excusándola
- Y la suya – saltó Laura aunque intentó suavizar el tono – si creo que hasta le ha
dado trabajo en la Clínica.

Esther guardó silencio un poco avergonzada, quizás le había exigido demasiado a


Teresa obligándola a mentir, pero ya estaba hecho, y además, ¿qué más daba? ¡había
pasado tanto tiempo! Seguro que Maca ya ni se acordaba de su existencia, aunque
ella si que recordaba perfectamente aquellos días en los que decidió no volver al
Central, tras su viaje a Paris. Maca y ella habían roto, y nada le apetecía menos que
verla todos los días; aunque ella si que seguía acordándose de Maca. Habían llegado
a la salida y Esther miró de un lado a otro como si esperase a alguien.

- ¿Vienen a recogerte? – preguntó Laura.


- No.
- ¿Compartimos taxi?
- De acuerdo.

Se dispusieron a esperar la cola pacientemente, Laura observaba a Esther, estaba


mucho más delgada que como la recordaba y en su rostro se reflejaban las señales
del duro trabajo que había estado haciendo. Imaginó que a ella le pasaría lo mismo.
Le gustaba Esther, siempre le había caído bien, así es que decidió prolongar la
charla con ella.

- ¿Comemos juntas! - le preguntó- yo no tengo nada que hacer hasta que vaya esta
tarde a la Clínica.
- No puedo. He quedado con mi madre – se excusó – pero podemos quedar esta
noche u otro día. La verdad es que aquí ahora todo será muy diferente.
- Esta noche no puedo – respondió acordándose de la inauguración, de pronto se
le ocurrió una idea - Oye ¿te apetece venir a la inauguración de la Clínica! es
algo oficial, con rueda de prensa y todo, y creo que luego habrá hasta una copa.
- ¿Es una Clínica?
- Si, la Clínica materno-infantil PEDRO WILSON.
- No se… creo que… - dudó - mejor no.
- ¡Eh, que Maca me envió dos invitaciones! Así es que, si la quieres, una es tuya.
- Es que… no creo que sea buena idea.
- ¿Van a coger el taxi o no? – las interrumpió un señor mal encarado que estaba
tras ellas. La cola había ido avanzando y con la charla no se habían dado cuenta
de los gestos del taxista que les indicaba que fuesen hacia él. Se apresuraron a
montar e indicaron la dirección de la casa de Esther. Luego Laura continuó con
la conversación que les habían interrumpido.
- Lo que te decía, que como quieras, pero que si es por Maca, no creo que le
importe, es más, con lo liada que estará no creo que repare ni en los que están
allí.
- No es por Maca, es que estoy cansada del viaje y también está mi madre, no me
parece bien…
- Bueno, bueno, que no tienes que darme explicaciones mujer – la interrumpió
sonriendo y cambió de tema – y tu ¿qué tal? ¿vuelves al Central?
- No. En realidad no tengo trabajo.
- ¿Y eso? Pero si a todos los que deciden volver los recolocan, ¿te ha pasado
algo? – preguntó con preocupación recordando algún caso en el que no había
sido así – si puedo ayu….
- No, no – la interrumpió con tanta brusquedad que Laura se sorprendió – ¿qué va
a pasarme! no me ha pasado nada, nada de nada.

Laura la miró extrañada de su reacción y con el convencimiento de que si que le


había ocurrido algo. Guardaron silencio durante un rato y cuando Laura ya estaba
dispuesta a insistir en el tema, se quedó con las ganas de saberlo, porque el taxi
llegó a la dirección indicada y Esther, tras pagar se apresuró a bajar.

- Bueno, nos llamamos – le dijo mientras el taxista sacaba su maleta – me


encantaría seguir en contacto.
- Claro, claro, ¡me alegro de haberte visto, Esther! ah! Y ¡piénsate lo de esta
noche! – casi le gritó.

El taxista volvió a su asiento y Laura le indicó la dirección que le había dado Maca, que
amablemente se había ofrecido a alojarla hasta que encontrase algo de su agrado.

* * *

En la Clínica Maca estaba terminando de ultimar los detalles con Adela, que por fin
había aparecido y con la mejor de las noticias, ¡se embarcaba en el proyecto! Maca
estaba exultante de alegría, además de aliviada ¡un problema menos! tanto se había
alegrado que no tuvo inconveniente en concederle a Adela el par de semanas que le
había pedido antes de su incorporación definitiva a La Clínica, para poder dejar en
orden todos sus asuntos en Pamplona. Ya verían como se organizaban esas dos
semanas, si hacía falta ella misma bajaría a pediatría. Miró el reloj, aún era temprano
para que Laura hubiese llegado. Cogió el teléfono y marcó la extensión de recepción:

- ¿Teresa?
- Dime, Maca.
- ¿Has visto por ahí a Fernando! quedó en subir hace un rato y aún no lo ha hecho.
- Pues si, ¡claro que lo he visto! – exclamó – si el hombre anda todo atareado
corriendo de un lado a otro.
- Bueno… - hizo una pausa y con apremio continuó – si lo ves le dices que
cuando saque un rato no se le olvide pasar por aquí ¿de acuerdo?
- Tranquila, que yo se lo digo – captando la alteración de su interlocutora añadió-
Maca, ¿qué pasa? ¿nerviosa?
- Pues… la verdad es que si.
- ¿Quieres que suba y me tome un café contigo?
- No, Teresa, que aún me queda mucho que hacer. Gracias.
- Pero mujer si ya está casi todo, a ver, ¿qué te queda?
- Tengo que llamar a la subinspectora, a Laura cuando llegue, a administración
para que vayan preparando los contratos de Adela y Claudia, y lo peor de todo,
me quedan menos de cinco horas para encontrar una enfermera y a eso súmale
que…
- Bueno, bueno, bueno… - la interrumpió – te dejo entonces, pero tu tranquila
¿eh?
- Si Teresa, hasta luego.

No habían transcurrido ni diez minutos cuando llamaron a la puerta del despacho.

- Pasa Fernando – dijo Maca sin levantar la vista de los papeles que estaba
ojeando.
- ¿Se puede? – preguntó Teresa entrando sin esperar respuesta. Maca la recibió
con un gesto de resignación y una sonrisa, llevaba dos vasos de café – Me he
parado un momento a tomarme uno y te traigo otro a ti que seguro que llevas
toda la mañana ahí.
- Pues la verdad es que si – respondió alargando la mano para coger su vaso.
- Verás como todo sale estupendamente.
- Eso espero… - dijo con un suspiro – hay tantas ilusiones pendientes de ello…
- Lo se. Pero todos los que estamos aquí, lo estamos siendo muy conscientes de
ello.
- No me gustaría defraudar a nadie, Teresa - confesó.
- No lo harás – sonrió y poniéndose seria continuó – yo quería darte las gracias
Maca – se interrumpió antes el gesto de impaciencia de ella – no me interrumpas
por favor.
- Pero vamos a ver Teresa, ¿se puede saber cuantas veces me las vas a dar? – saltó
haciendo caso omiso a su petición.
- Es que significa mucho lo que has hecho por mí.
- No he hecho nada que no te merecieras – respondió sonriente.
- ¡Ay, mi niña! – exclamó levantándose y yendo hasta ella le cogió la cabeza con
ambas manos, la besó en la frente y la atrajo contra ella, abrazándola con fuerza .
Maca respondió agarrándose a la cintura de Teresa, dándole unas palmaditas -
¡no sabes lo que me alegra verte así, hija!
- Vamos, vamos – rió – anda Teresa, deja, deja, que me vas a estrujar
- Ay, qué hurón que eres – exclamó también bromeando - es tocarte y echarme del
despacho. Bueno te dejo que no quiero que luego me eches la culpa de distraerte.
- Una cosa Teresa, dile a Fernando que suba por favor.
- Que si, pesada.
- Teresaaa… - le dijo en tono de recriminación ladeando la cabeza – otra cosa.
- Dime.
- Gracias – añadió con ternura – de verdad, gracias por todo.
- Boba – respondió con cariño mientras cerraba la puerta tras ella. No podía
evitarlo, para ella Maca era como la hija que nunca tuvo y así se lo había dicho a
Rosario la última vez que hablaron, prometiéndole que cuidaría de ella.

* * *

Esther se paró delante de la puerta de su madre sin llamar, tomó aire y, nerviosa, se
dispuso a hacerlo. Hacía demasiado tiempo que no la veía, temía el encuentro, temía los
reproches por una ausencia tan prolongada pero, sobre todo, temía que descubriera en
sus ojos el horror del que venía huyendo.

Encarna abrió la puerta con aceleración antes de que Esther tuviera opción de llamar.
Llevaba toda la mañana de la cocina al balcón, en una espera que se le había hecho
eterna para, finalmente, haberse apostado en la ventana, espiando la llegada de su hija.
Así es que, cuando la vio bajar de aquel bendito taxi, corrió a la puerta y permaneció allí
detrás, esperando escucharla, esperando que llamase, pero su hija, con esa pachorra que,
por lo que veía, ni África le había quitado, parecía que no iba a hacerlo nunca, y ella, se
moría de ganas de abrazarla y besarla …, no lo pensó más y abrió de golpe.

- ¡Esther! – dijo corriendo hacia ella y fundiéndose en un sentido abrazo.


- ¡Mama! – susurró con lágrimas en los ojos.
- Ven hija, pasa – dijo separándose de ella, cogiéndola de la mano y agachándose
para asir la maleta.
- No, mama, deja eso – protestó – ya la llevo yo.
- ¡Pero qué llevas aquí! – rió dejando hacer a su hija ante el peso del bulto.

Ambas entraron en el piso, Esther se quedó parada en medio del salón, observándolo
todo como si fuera la primera vez que lo veía cuando, en realidad, casi todo permanecía
donde lo recordaba.

- Pero pasa, hija, pasa ¡qué haces ahí como un pasmarote!


- No se mama – dijo como distraída y, con una medio sonrisa, se giró hacia su
madre y volvió a abrazarla- ¡estoy tan contenta de estar aquí!
- Te he preparado un cocidito que da la hora – exclamó - ¿tienes hambre? No me
digas que no, que me das un disgusto – dijo sin dar opción a Esther para
responder – ¡Ay, hija mía pero que delgadita me has vuelto! aunque eso lo
arreglo yo en unos días.
- ¡Mama! – protestó sin mucha energía. ¡Delgadita! ¡si ella supiera!
- Ni mama, ni nada – se impuso - ¿quieres darte una ducha antes de comer? Te he
puesto a enfriar unas cervecitas que se que te gustan, así nos tomamos un
aperitivo antes y charlamos un poco. ¡Tendrás tantas aventuras que contar!
- No creas, mama – respondió con un tono de melancolía.

Encarna se volvió a observarla, la emoción del encuentro había hecho que estuviese tan
alterada que no había reparado en algo que para ella resultaba más que evidente ¡por
algo la había parido!

- ¿Qué te pasa, hija? – preguntó de sopetón clavando sus ojos en los de la


enfermera y tornando la sonrisa de su rostro en una mueca de preocupación.
- ¿A mi? A mi nada, mama. ¿Qué me va a pasar? – se apresuró a responder –
estoy cansada del viaje, eso es todo.
- Bueno – dijo volviendo a sonreír – lleva tus cosas al cuarto y date una ducha si
te apetece, mientras, voy a preparar el aperitivo y después de comer te echas una
buena siesta, cariño – dijo con una seña de aceptar momentáneamente su
respuesta. Su hija acababa de llegar y no entraba en sus planes atosigarla, pero si
de algo estaba segura es de que había algo que le preocupaba.
- Si, eso voy a hacer – se acercó a besarla y se marchó camino de su dormitorio.

* * *

El taxi de Laura paró delante del número indicado de aquella urbanización. Maca le
había dado instrucciones precisas de todo lo que debía hacer y decir para no tener
problemas en la garita de acceso. Laura se sorprendió de aquellas medidas estrictas de
seguridad, no recordaba que Maca fuese ese tipo de persona, más bien siempre había
querido vivir algo al margen de los lujos excesivos, al menos, aparentemente y,
tampoco le cuadraba con la esencia del proyecto que le había vendido y que tanto la
había impresionado, pero allí estaba, en la puerta de aquel inmenso chalet, rodeado de
casas impresionantes y en un lugar que a ella le pareció paradisíaco, ¡que injusticia
había en el mundo! unos tanto y otros...

Sin pensarlo más, llamó al interfono de aquella verja, notando como de inmediato una
cámara giraba controlando quien era la intrusa. Una voz al otro lado le preguntó quien
era. Tras identificarse escuchó como unas teclas eran marcadas y como la verja se abría
lentamente. Un camino serpenteante que atravesaba un jardín perfectamente cuidado la
condujo a la puerta de la casa, en la que no faltaba detalle, sencillamente impresionante.
La puerta se abrió y Laura vio a una joven bien parecida que con una sonrisa se dirigió a
ella amablemente.

- Señorita Llanos, pase usted – indicó e inmediatamente se lanzó sobre ella y le


quitó la maleta – pero deje, deje, ya la llevo yo. Permítame que me presente, soy
Evelyn y…
- Encantada Evelyn, pero por favor, llámame Laura –pidió abrumada.
- Bien, como desee la señorita – consintió - permítame que le indique su
habitación. La señora lamenta no encontrarse en casa para recibirla pero hoy es
un día especial para ella y le ha sido imposible venir. Me ha pedido que la
disculpe.
- Si, claro, claro, Evelyn, si ya he hablado yo con Maca –admitió con naturalidad
– y, por favor, no me hables de usted.
- Como desee – volvió a repetir, avanzando delante de Laura por un inmenso
pasillo que parecía no tener fin. Se sorprendió al ver la amplitud de todas las
habitaciones por las que había pasado, y más aún se sorprendió al ver la
habitación ante la que Evelyn se había detenido y a la que le instaba a entrar, era
preciosa.
- Suu.. tu cuarto, Laura – se corrigió.
- Gracias – dijo paseando la mirada por aquella estancia de la que intentaba
calibrar el tamaño, parecía más grande que todo el hospital de campaña en el que
había pasado los últimos meses.
- Imagino que querrá cambiarse antes de que le sirva el almuerzo – dijo volviendo
a usar el usted sin que esta vez Laura se molestase en impedirlo - La señora me
ha indicado una serie de platos que podrían ser de su agrado. Cuando desee
cualquier cosa pulse este timbre.
- Entiendo.
- Querrá almorzar aquí, en el comedor o prefiere que monte una mesa en el
jardín? -preguntó.
- Donde prefieras Evelyn – dijo pero ante el gesto de ella añadió – donde sea
menos molesto.
- No es molestia en ningún sitio – puntualizó – pero si me permite el consejo
quizás esté más cómoda aquí en su habitación.
- Bien, me parece bien – dijo con ligera impaciencia, todo aquello estaba
empezando a cargarle, era un cambio demasiado brusco en tan pocas horas.

Evelyn se despidió y Laura se dispuso a deshacer su maleta y meterse en la ducha, no


sin tener una ligera sensación de incomodidad, todo aquel lujo la abrumaba y al mismo
tiempo la asqueaba, no sabía como Maca podía vivir así.

* * *

En su despacho Maca estaba repasando su agenda cuando entró Claudia sonriente.

- Bueno, ¿qué? ¿nos vamos ya a comer o todavía te queda algo? – preguntó con
retintín conociendo lo que Maca iba a responderle.
- Un segundo – pidió juntando índice y pulgar y haciendo un gracioso gesto con la
cara.
- ¡Maca! – protestó – pero si he llegado tarde a posta. Además, ya se han ido
todos a comer, estamos más solas que …
- Un momento, Claudia – dijo – que en cinco minutos me pasan tu contrato, así
nos lo llevamos y dejamos todo listo.
- Pero mujer si es por eso déjalo, ya lo firmo mañana.
- Tendrás que leerlo, ¿no?
- No – rió – me fío de ti. Aunque no debería – bromeó.
- ¿Cómo que no? ¡ya te guardarás tu! – sonrió también.
- ¿Qué? ¿Tenemos ya enfermera?
- ¡Qué va, Claudia! Y empiezo a estar desesperada. Además, Fernando no ha
pasado por aquí y necesito comentar el tema con él.
- Haberlo llamado al móvil.
- ¿Y qué crees que he hecho! pero no me lo coge.
- Bueno, lleva todo el día de un lado a otro ultimando todos los detalles.
- Ya lo se, me lo ha dicho Teresa – comentó – si es un encanto, intenta quitarme
trabajo, pero lo de esa enfermera…

Unos golpecitos suaves en la puerta interrumpió la charla. Una joven rubia y sonriente
se asomó:

- ¡Sorpresa! -
- ¡Vero! – exclamó Maca.
- Pero ¿tu qué haces aquí? – preguntó Claudia también con una sonrisa – ¿no
dijiste que hoy te era imposible venir?
- Ya veis – rió – ¿que creíais? ¿Qué os iba a dejar solas en un día como hoy?
¡Mujeres de poca fe!
- ¿Pero y la grabación? – preguntó Maca preocupada.
- Me he pedido la tarde libre – explicó.
- A ver si eso os va a retrasar que ya sabes que luego… - insistió Maca.
- Chéé – la cortó – tu preocúpate de tener todo esto listo y organizado, que ya me
encargo yo de mi grabación, ¡desconfiada!
- ¡Vaya dos! – las cortó Claudia, ambas la miraron sonriendo.
- Al tema, que yo venía para llevarte a comer, y calmarte esos nervios, que te
conozco.
- Pues ahora mismo nos íbamos Claudia y yo.
- Estupendo, pues vamos ¿no?
- Ay, esperad un segundo que haga una llamada.
- ¡Maca! – exclamaron al unísono mirándose con complicidad.
- Una llamada, solo una- dijo – quiero ver si Laura ha llegado bien a casa –
explicó cogiendo el teléfono y marcando.
- Esperamos fuera – dijo Claudia con un suspiro posando su mano sobre la cadera
de Vero instándola a salir – avísanos cuando termines.

Salieron dejando a Maca esperando en el auricular.

- ¿Evelyn?
- Si, Maca, dime.
- Ha llegado Laura.
- Si, ya está instalada.
- Estupendo ¿todo bien, verdad?
- Si, si, todo bien.
- Puede ponerse o está comiendo.
- No, acaba de terminar, ahora mismo le paso la llamada.

Laura estaba contemplando el jardín mientras saboreaba una taza de café. Y empezaba a
entrar en una cálida modorra cuando el timbre de un teléfono la alertó. Se levantó a
buscarlo y cuando lo localizó dudó si cogerlo. ¡No podía creer que aquello fuese un
teléfono! con razón no lo veía. No quería parecer una entrometida, así es que como no
estaba en su casa. Optó por dejarlo sonar, ya lo cogería Evelyn.

- ¿Maca?
- Dime
- No lo coge, espera que le subo el inalámbrico
- De acuerdo – respondió.

Evelyn golpeó con suavidad la puerta.

- ¿Se puede, señorita Llanos? – dijo con una medio sonrisa ante la resignación de
Laura.
- Si,
- La señora, al teléfono, quiere hablar con usted – explicó tendiéndoselo y
abandonando con discreción la estancia.
- ¿Maca?
- ¡Laura! hola.
- Dime ¿ocurre algo?
- No, nada, solo quería saber si habías llegado bien y si estabas cómoda allí.
- Si, si, muchas gracias.
- Perdona que no haya podido ir a recogerte pero es que ya sabes como son estas
cosas, en el último momento siempre sale algo mal.
- Claro, tranquila, que yo estoy aquí estupendamente – mintió – si puedo ayudar
en algo salgo ahora mismo para allá.
- No, tranquila, con que estés aquí a las seis como quedamos está de sobra,
aunque…
- Dime.
- Tu no sabrás … - se interrumpió dudando, estaba tan desesperada que pensó…,
pero no, que tonta era, como iba a conocer Laura a ninguna enfermera que
estuviese buscando trabajo si acababa de aterrizar en España.
- No sabré ¿qué? – preguntó ante el silencio de Maca.
- Nada, nada, una tontería – respondió pensativa pero ante la insistencia de Laura
continuó – verás, que se me había pasado por la cabeza si no conocerías a una
enfermera que estuviese interesada en participar en el proyecto, es que, aunque
no te lo creas, no hemos encontrado a nadie con el perfil adecuado y que,
además, quiera el trabajo.
- Pues la verdad es que si – dijo – que conozco a una enfermera en paro.
- ¡Si! – exclamó con un grito al tiempo que vio como Vero asomaba la cabeza y le
hacía un gesto recriminatorio.
- Si pero…
- Pero nada, si tu crees que da el perfil no se hable más.
- Maca espera que … - intentaba meter baza pero Maca con la excitación de poder
tener el equipo completo antes de la inauguración y el apremio de Vero y
Claudia, no estaba dispuesta a dejarse interrumpir.
- Intenta localizarla y si puede que se venga esta tarde contigo, que se traiga su
currículum ¿vale? ¡ah! Pregunta abajo por mi despacho, os espero allí.
- Maca, un momento…
- Perdona Laura, tengo mucha prisa, de verdad no te preocupes, sea quien sea, si
tu dices que es la adecuada, perfecto – volvió a insistir – quedamos en lo dicho,
¡hasta la seis! Y ¡gracias! no imaginas el favor que me has hecho – dijo llena de
alegría colgando el teléfono.

Laura se quedó mirándolo ¡le había colgado! Sonrió pensando en lo diferente que era
todo en África. Cuando viese a Maca pensaba recomendarle que se tomase las cosas con
más tranquilidad, y que le diese importancia a lo que de verdad la tenía. Suspiró con
nostalgia y buscó en su bolso el número que le había dado Esther, con la esperanza de
que a la enfermera le interesase la oferta.

* * *

En casa de Encarna madre e hija estaban enfrascadas en una amena conversación


mientras almorzaban. Encarna la había estado poniendo al día de las novedades
familiares contándole algunos cotilleos.

- ¿De verdad que no quieres más? – preguntó Encarna solícita.


- De verdad, mamá, ¡estoy llena! – respondió con un gesto de rechazo.
- ¡Pero si no has comido casi nada! – exclamó preocupada.
- ¿Cómo qué no? – respondió con una sonrisa – ¿tú sabes lo que comía allí! había
veces que tardaban en llegar las provisiones y teníamos que arreglarnos con
algo de arroz hervido y poco más durante varios días.
- ¡Ay, mi niña! – exclamó – nunca entenderé porqué tuviste que irte allí a pasar
calamidades.
- ¡Mama! – protestó.
- Si, si, ya se, perdona hija – se disculpó e intentó cambiar de tema – bueno,
cuéntame, ¿había médicos guapos allí? – dijo en tono más bajo invitando a la
confidencia.
- Pues… imagino que si.
- Como que imagino – saltó de nuevo con impaciencia – ay, hija, que sosa, o los
había o no los había ¿no has conocido a nadie en este tiempo?
- Claro que he conocido, he conocido a mucha gente – respondió en el mismo
tono de impaciencia y siguió con ironía – médicos guapos, enfermeras guapas,
médicas más guapas y enfermeros guapísimos, mama.
- Que tonta que eres hija – dijo riendo – sabes a lo que me refiero.
- Claro que lo se, pero no, no he conocido a nadie, al menos, no he conocido a
nadie en el sentido al que te refieres – le respondió esbozando una sonrisa.
- Y, ¡yo que pensaba que no venías porque te habías enamorado y estabas allí,
feliz, con tus negritos!
- ¡Mama! No hables así – le pidió molesta – la vida allí es dura pero es muy
gratificante, son gentes extraordinarias y cariñosas que a poco que les des te lo
devuelven con creces.
- Hija, perdona, no me malinterpretes – se disculpó pero siguió con su tema -
¿Acaso no podías haberte echado allí un buen novio! digo yo que eso tampoco
sería tan raro ¿no? – preguntó retóricamente - Y, si no es por un mal de amores y
tanto te gusta aquello, ¿porqué has vuelto?
- Parece que te moleste – protestó mohína.
- No me molesta, me preocupa, te conozco y te pasa algo.
- ¿Otra vez con eso? – saltó, ahora sí, visiblemente molesta, pero suavizó el tono y
dijo - ¿Sabes a quien me encontré en el avión? – intentando cambiar de tema
porque no tenía ninguna intención de acabar discutiendo con su madre – a Laura,
¿te acuerdas de ella?
- Pues, no, ¿quién es?
- Laura, mama, la del Central.
- Ah, calla hija, claro que sé quien es. Una chica muy maja y muy simpática.
- Resulta que estaba en la frontera de Kenia a pocos kilómetros de donde estaba
yo y…

El timbre del teléfono las interrumpió. Encarna se levantó a cogerlo y cual fue su
sorpresa que era la misma Laura de la que estaban hablando.

- ¡Que coincidencia, hija! Ahora mismo estaba contándome Esther que habéis
estado juntas allí – dijo tergiversando la conversación – si, si, ahora mismo se
pone.
- Dime, Laura – dijo Esther extrañada por la llamada, Laura le pidió que la
escuchara y Esther se dispuso a hacerlo pacientemente, interrumpiéndola de vez
en cuando con ligeras protestas que sonaban poco convencidas – pero, no se
Laura, yo… no se si es buena idea… si, si claro, necesito un trabajo pero…
¿Maca te ha dicho que si? – terminó preguntando entre sorprendida y
preocupada.
- Me ha dicho que lo dejaba a mi criterio, que le hacía un gran favor.
- ¿Pero, tú le has dicho que esa enfermera soy yo? – insistió.
- No me ha dado tiempo – explicó – si está alteradísima.
- Uf, no se, tendría que pensármelo ¿cuando me has dicho que es? – preguntó
indecisa.
- Esta tarde, a las seis hay que estar allí. Y tienes que traer tu currículum, pero
vamos que no creo que haga falta… - dijo intentando quitarle un escollo para
que se decidiera – vamos Esther, no lo dudes, es un proyecto magnífico y
prácticamente vas a hacer lo mismo que hacías en Uganda.

Esther guardó silencio un instante, no podía negar que la idea le seducía, pero ver de
nuevo a Maca… eso la frenaba un poco. ¿Cómo reaccionaría después de tanto tiempo!
¿qué pensaría de ella al verla allí y encima a pedir trabajo?

- ¿Esther? ¿Sigues ahí? – preguntó.


- Si, si perdona – dijo dubitativa – no se Laura, necesito tiempo para pensarlo.
- Pero no hay tiempo – impelió - Si es por Maca te digo que está tan contenta e
ilusionada y necesita tanto una enfermera que no creo que ponga ninguna pega.
- Bueno, puedo ir y, si no me convence, o si… bueno quiero decir que… que
siempre puedo decir que no.
- Pues claro, mujer – exclamó – entonces qué, ¿paso a recogerte?
- Pues… venga, vale, pero dame un rato que me arregle. Me dijiste que había
después una copa ¿no?
- De acuerdo, en una hora estoy allí. Hasta luego – dijo con una sonrisa de
satisfacción colgando el teléfono.

Esther se mantuvo pensativa, tenía que contárselo a su madre, que se había marchado a
la cocina en un rasgo de discreción tan poco habitual en ella. Barajaba la posibilidad de
mentir, de decirle que iba a darse una vuelta con Laura y, solo si aceptaba finalmente el
trabajo, decirle la verdad. Pero luego recordó que Laura le había dicho que era un acto
oficial, con rueda de prensa y todo, no podía arriesgarse a salir en alguna foto, y que su
madre la viese, porque entonces a ver quien era la guapa que la convencía de que no
había ido al encuentro de Maca. En esas disquisiciones estaba, cuando su madre entró
de nuevo en el comedor.

- ¿Quieres algo de postre? –preguntó como si tal cosa.


- No – respondió – mama, tengo que decirte algo.
- Uy, uy, qué seria te has puesto, ¿Qué pasa?
- Verás… a ver como te explico… Laura me ha ofrecido un trabajo – intentó
suavizar.
- ¿Un trabajo? ¿Pero no venias con un permiso a descansar?
- Si, mama, si esto ha sido de rebote, mi idea era descansar un tiempo y luego
decidir si buscaba algo aquí o volvía a África. Pero, aquí nunca voy a encontrar
un trabajo como el que me dice Laura, es algo experimental, que no se ha hecho
nunca antes y que..
- Bueno, bueno, a quien intentas convencer ¿a mi o a ti! si es lo que quieres ¿qué
problema hay? – preguntó consciente de las vueltas que estaba dando su hija.
- Es que el trabajo es … es en una Clínica nueva. Esta noche es la inauguración
y…
- ¡No me digas más! – la interrumpió con gesto de enfado – no será la Clínica de
la impresentable esa. Lleva semanas saliendo en las noticias.
- ¿La de quién? – preguntó realmente sorprendida por el comentario de su madre.
- ¡Quién va a ser! sabes perfectamente a quien me refiero, y no, hija, no. No me
gusta un pelo. ¡Esa impresentable! ¡después de lo que te hizo! si ya decía yo que
esta vuelta tan precipitada tenía gato encerrado – terminó la frase enfatizando y
moviendo la cabeza de un lado a otro en ademán de reproche.
- Mama – dijo con enfado y voz ronca – en primer lugar, Maca no me hizo nada,
fui yo la que rompió con ella, en segundo lugar, nunca ha sido una
impresentable y en tercer lugar, aunque tu siempre te has negado a hablar del
tema, y siempre le has echado la culpa de que me marchase eso no es así, me fui
porque quise y mi vuelta no tiene nada que ver con ella.
- Bueno hija, bueno – dijo con suavidad, la conocía y sabía que no debía
enfrentarse a ella porque se encabezonaría más en el tema – lo que tu digas.
- Pues eso.
- Pues nada, coge ese trabajo si es lo que quieres - aconsejó.
- Yo no he dicho que vaya a cogerlo, solo que voy a ir a hacer una entrevista.
- ¿Con ella?
- Pues si, bueno, no se – dijo con el mismo tono molesto de toda la conversación –
voy a arreglarme – añadió marchándose hacia su cuarto.

Encarna levantó los brazos y exclamó:

- ¡Esta hija mía no va a aprender nunca! y diga lo que diga, esa tipeja es una
impresentable, ¡si lo sabré yo! – susurró para sí, ¡claro que lo sabía! Puede que
hubiese tenido embaucado a su hija, o puede que antes no lo fuera, pero…
¿ahora! ahora era una impresentable total, y ya se encargaría ella de quitarle a su
hija tantas tonterías de la cabeza.

* * *

En el despacho de Maca, Vero y Claudia bromeaban con ella sobre el acto de


inauguración. La habían acompañado hasta el despacho para tomarse un café con ella
mientras esperaban la llegada de Laura y la nueva enfermera.

- En serio va a decir eso – preguntaba Claudia sin parar de reír.


- Que si, que ya conoces a Gimeno – reía también Maca.
- Pero ese tío ¿qué es? ¿un geta o un genio? – dijo Vero igualmente riendo.
- Pues… yo creo que las dos cosas – respondió Maca – imaginad las caras que se
les pueden quedar a la gente. Solo de pensarlo…
- Y, a todo esto, ¿tu que vas a decir? – preguntó Claudia.
- ¿Yo? Yo nada, no pienso subirme allí – respondió Maca negando con la cabeza.
- ¿Cómo que no! muy bonito, nos obligas a estar allí arriba a todos los Jefes de
Servicio y ¿tu te escaqueas! de eso nada guapa, tu allí arriba con nosotros.
- Que te digo que no, Claudia, os lo dejo a vosotros, yo no pinto nada allí arriba.
- Pero Maca, cómo les vas a hacer eso – interrumpió Vero – debes subir con ellos,
además eso de que tu no pintas nada… a qué viene.
- Que no me subo y punto – dijo borrando la sonrisa de la cara al tiempo que
Claudia miraba a Vero sorprendida por la reacción de Maca.
- Pero, vamos a ver Maca …

La puerta se abrió de golpe y entró Mónica completamente presa de los nervios.

- ¡Maca! – exclamó - ¡qué no puedo! ¡qué no puedo!


- Tranquila, ¿qué es lo que no puedes? – le preguntó.
- Que no puedo decir esto, que no sirvo yo para estas cosas, que no, que es mejor
que lo hagas tu.
- Buenooo …. – susurró Claudia al oído de Vero
- Vamos a ver Mónica, esto ya lo habíamos hablado – empezó Maca intentando
convencerla – si solo son cuatro palabras de introducción, luego dejas a Cruz y
Fernando que expliquen el proyecto, y después cada uno de los Jefes de Sección
dicen dos tonterías, y ya está, cierras tu agradeciendo la presencia e invitando a
la copa.
- Pero Maca, tu lo harías mucho mejor, que yo…
- Por favor, Mónica, ya hablamos de esto ¿no? Y estabas de acuerdo.
- Vaaalee… - dijo con resignación – pero luego no digas que la he cagado, porque
cagarla la voy a cagar..
- Que no mujer, ¡ya verás! – le dijo con una sonrisa de ánimo.
- Ya veré, ya veré – dijo saliendo por la puerta mascullando aún una ligera
protesta. Maca miró el reloj, impaciente, Laura se estaba retrasando y ya mismo
deberían ir bajando.
- ¿Se puede saber que te pasa? – le preguntó Vero en tono serio – Maca, por ahí
no vamos bien, ¿eh! hemos hablado muchas veces de esto.
- Laura se retrasa – dijo Maca ignorando las palabras de Vero.
- No me cambies de tema – insistió Vero.
- Bueno, yo os dejo, que… - empezó a decir Claudia pero Maca la interrumpió.
- No, tú, te quedas – pidió con autoridad – y tú, Vero, no empieces, que te veo
venir, y no van por ahí los tiros. Si no quiero subirme allí, no es por lo que tu
crees, es porque se lo que va a pasar. Mañana en la prensa solo habría un titular
y no estoy dispuesta a que eso ocurra. El protagonismo tiene que ser para este
Proyecto y para todos los que habéis apostado por él – dijo mirando a Claudia
directamente y dirigiéndose a Vero continuó – quiero que mañana en la prensa
se hable de esta Clínica y del proyecto que vamos a desarrollar, no quiero que se
hable de mi - sentenció.
- Bueno así visto – dijo Vero – quizás tengas razón.
- Sabéis que la tengo.
- Pero Maca, es injusto, tú eres el alma de este Proyecto, los demás nos hemos
embarcado gracias a ti – protestó Claudia.
- No, eso no es así, esto no sería una realidad sin vuestra ayuda y la ilusión que
habéis puesto, sin el apoyo de Mónica, ni su inversión, lo que no sería justo es
que nada de eso se reconociese, y lo sabes Claudia.

Claudia le hizo un gesto de comprensión con la cara y le apretó el brazo en señal de


apoyo.
* * *

Mientras, en el Central, Héctor entró precipitadamente en el despacho de Javier.


- ¿Me llamabas?
- Si, pasa.
- ¿Qué ocurre?
- ¿Has visto esto? – preguntó indicándole una hoja del periódico.
- Si, si, lo vi.
- ¿Y que opinas?
- ¿Qué voy a opinar? – preguntó a su vez – me alegro por ellas, era una idea
cojonuda, inviable, pero cojonuda, no se como han conseguido que se lleve a
cabo.
- ¿Te lo digo yo? – preguntó enfadado – con mi dinero, Héctor, con mi dinero.
- No seas boludo, Javier.
- ¿Boludo? – dijo molesto – por lo menos me podían haber invitado, soy el
director de este Hospital y han invitado a todo dios.
- A todo dios menos a ti ¿no? – dijo con una sonrisa.
- Exactamente.
- ¿Qué querías? – continuó – has hecho todo lo posible para que no lo
consiguiesen. ¿Crees que Maca no iba a enterarse?
- Solo hice lo que creía justo. Ese proyecto es un descalabro. Si voté en contra es
porque no creo que se pueda llevar a cabo y…
- Pues parece que si va a poder llevarse – le interrumpió.
- No es nada personal, aunque Mónica y Maca no lo crean, yo solo di mi opinión.
- Es normal que ellas no lo vean así.
- Ellas no ven nada. No quieren ver el peligro que van a correr sus gentes. Van al
matadero.
- Pero ¿por qué dices eso? – preguntó sorprendido.
- Lo se, eso es todo. No estamos en un país subdesarrollado, no somos Médicos
sin fronteras, ni aquí las cosas se pueden hacer de esta manera.
- Tú sabes algo que no me cuentas.
- ¿Yo! no, yo no se nada. Pero hay mucho interés en que ese proyecto no llegue a
ponerse en marcha. Y te digo yo que va a ser un fracaso.
- Pues, no serán tantos los que están en contra, o serán menos fuertes que los que
han luchado por lo contrario.
- No lo creo. Y, esto no me gusta nada – dijo ralentizando la frase. ¿Tu vas a ir?
- Si – respondió – de hecho ya voy tarde.
- Bien – dijo pensativo – habla con Maca, a ti te escuchará y mañana me cuentas.
- Eres un pelotudo, que lo sepas – dijo saliendo del despacho algo molesto. No
sabía que quería decir Javier, ¿qué es lo que debía hablar él con Maca! no
entendía la inquina que tenía contra el proyecto. Podía pensar que era por
Mónica, pero en el fondo sabía que no era eso. Y si Javier sabía algo, porqué no
hablaba él directamente con ellas. Este Javier cada día estaba más raro, y él
estaba empezando a hartarse de que siempre lo utilizase como correo.

A varias manzanas de allí, en otro despacho del centro de Madrid, dos hombres
mantenían una seria conversación. El mayor de ellos estaba visiblemente molesto, el
más joven intentaba tranquilizarlo.

- Entonces, ¿es definitivo? – insistió el mayor.


- Eso parece.
- ¿No ha habido forma de frenar esto? – preguntó de nuevo - ¡no puedo creerlo!
- Se lo aseguro, señor, lo hemos intentado todo.
- ¿Seguro! ¿todo, todo?
- Si, señor.
- No lo creo – respondió levantando la voz – permíteme que lo dude. Al final
tendré que ser yo el que me encargue personalmente de esto y, créeme, que no
me apetece en absoluto.
- Lo entiendo señor, le aseguro que hicimos todo lo posible, pero tiene muy
buenos contactos, y ha estado muy bien asesorada.
- ¿Mejores contactos que yo? Y… ¿mejor asesorada que yo? – preguntó enfadado
– ¡aún no me explico cómo no fui el primero en enterarme!
- Señor… supo hacerlo, jugó sus cartas y ganó. Además, una vez llegados a este
punto, frenarla habría sido un escándalo.
- ¡Me da igual si es un escándalo o no! – volvió a gritar – Esto tiene que terminar
– insistió con genio - ¡Ya!
- Pero señor … - protestó sin convicción.
- No quiero más excusas – dijo cogiendo el teléfono y hablando con su secretaria
– hazle pasar - ordenó.

Un joven alto y bien parecido entró en el despacho, con una sonrisa forzada.

- ¿Me necesitaba? – preguntó el recién llegado.


- Evidentemente, sino no te habría mandado llamar – respondió malhumorado.
Estaba harto de tanto joven incompetente, las cosas ya no eran como antes, por
suerte le quedaba muy poco para jubilarse - ¿Y tu padre?
- Mejor, señor. Gracias.
- Quiero que él se encargue de esto. Necesito al mejor.
- Señor, sigue convaleciente. Pero…
- Toma – le interrumpió alargándole un dossier – estudiadlo y presentadme
opciones. Ni que decir tiene que quiero la máxima discreción, y por descontado,
que jamás se me pueda relacionar con ello.
- Si señor, por eso no se preocupe. Y ¿cuál es el objetivo? – preguntó.
- Ahí está todo lo que necesitáis saber.

El joven abrió el informe y lo ojeó con rapidez, una expresión de sorpresa se reflejó en
su rostro, levantó la vista y la clavó en su interlocutor,

- ¿Está seguro? – preguntó con cierto temor – quiero decir que…


- Aquí, el que pregunta y da las órdenes soy yo – lo interrumpió – vamos, ¡fuera
de aquí! ¡a trabajar!

El joven se despidió con un leve movimiento de cabeza y salió del despacho.

- Sigo pensando que a estas alturas eso no va a servir de nada, señor – insistió de
nuevo intentado disuadirle – hay otras formas.
- Sí, las hay – admitió – pero todas más lentas, y necesito el camino libre ¡ya! Si
no hubierais sido tan incompetentes… ahora yo no tendría que tomar la decisión
más difícil de mi vida.
- Señor, ni usted mismo se enteró a tiempo – le recordó defendiéndose – ni usted
mismo ha sido capaz de frenarla…
- No me repliques – amenazó – ahora lo importante es que el ratón salga de la
ratonera y eso te lo dejo a ti. Veremos qué es lo que se le ocurre a estos, espero
que no me fallen.
- No lo harán, sabe de sobra que es su especialidad – comentó con un deje de
tristeza que no pasó desapercibido a su superior – señor, permítame que insista,
hay formas más efectivas, se que son más lentas, pero darían resultado y no nos
mancharíamos…
- Perderíamos demasiado tiempo – dijo pensativo – y.. dinero, y yo ya estoy de
mierda hasta el cuello.
- Como usted quiera, pero si me permite un consejo – dijo con cierto arrojo -
¡piénseselo! Si algo sale mal no habrá marcha atrás, y es mucho lo que está en
juego.
- Lo sé. La decisión está tomada aunque me duela a mi más que a nadie.
- Bien, entonces me pongo en marcha – dijo levantándose y ya en la puerta se
volvió - ¿va a ir usted a la inauguración?
- Por supuesto, no me la perdería por nada del mundo – sonrió
maquiavélicamente.

* * *

En el despacho de Maca, Vero y Claudia intentaban tranquilizarla, Laura llegaba con


más de media hora de retraso y ella debería estar ya abajo atendiendo a algunos de los
invitados y autoridades.

La puerta se abrió y Maca miró esperanzada, sin embargo, no se trataba de Laura, la


expresión de desencanto de Maca hizo sonreír a Cruz.

- ¿Interrumpo algo? – preguntó irónicamente – siento que no te alegres de verme


– continuó bromeando – pero me envían a por ti, deberías ir bajando ya, Maca.
- Lo se, Cruz, lo se – dijo con un suspiro de resignación – pero estaba esperando a
Laura, quedó en estar aquí a las seis y se está retrasando.
- Entiendo – dijo – pero ya ha llegado el ministro, Maca, y debes ser tu quien lo
atienda. Fernando está con él pero…
- ¿Y que hago con Laura? – preguntó mirando a las tres con gesto de
preocupación – sería bueno presentar el equipo al completo.
- Laura lo entenderá – dijo Cruz – mañana quedas con ella y tranquilamente veis
el contrato, porque … imagino que es por eso, ¿no?
- Si – afirmo – si el problema no es Laura. Podría hablar con ella más tarde o
mañana. El problema es la nueva enfermera, que viene con ella.
- ¿Qué dices! ¿en serio! - dijo con alegría – si te digo la verdad ya creía que no lo
conseguirías.
- Ya ves… - rió – pero, en realidad, yo no he hecho nada.
- Ya – dijo sin creerla esbozando una sonrisa – bueno, chicas, me voy para abajo,
que Fernando debe estar que trina. Por cierto ¿sabe ya lo de la enfermera?
- ¡Qué va! si no he podido hablar con él en todo el día.
- Y vosotras dos – dijo Cruz dirigiéndose a Vero y Claudia , que habían
permanecido en silencio, siguiendo la conversación - ¿bajáis o esperáis a Maca?
- Yo me quedo – dijo Claudia – baja tú, Vero, si quieres sentarte en un buen sitio.
- Hombre… querer, claro que quiero – rió – ¡qué pienso haceros una fotitos!
- ¡Ni lo sueñes! – saltaron al mismo tiempo Maca y Claudia.
- ¡Qué ariscas que sois! – bromeó - con lo que me voy a reír.
- Bueno, ¿bajas o no? – insistió Cruz, mirando a Vero.
- Me quedo un rato, que como bajemos a esta le da algo aquí esperando – volvió a
sonreír mirando a Maca.
- Pues no lo digo más , me voy a buscar a Fernando – respondió - ¡Verás que
alegría se lleva cuando le diga que ya tiene su enfermera!
- Por cierto Cruz, ¿sabes si ha llegado la inspectora Martínez? – preguntó Maca
con interés.
- Yo no la he visto, pero ¡No sabes como esta eso! – dijo saliendo del despacho.
Maca se quedó un segundo mirando esa puerta, pensativa, se volvió hacia sus
acompañantes.
- No hace falta que os quedéis.
- Tranquila, claro que nos quedamos – dijo Vero hablando por las dos – ¿para qué
me he pedido yo la tarde libre si no! ya me buscaré un huequecillo donde sea.
- Como queráis - dijo con otro suspiro.

* * *

Abajo en la entrada una Laura emocionada y una Esther presa de los nervios se
disponían a atravesar la puerta y, por ende, la barrera de seguridad que habían
establecido. Un guarda jurado les impidió el paso y les solicitó los D.N.I, ¡había hasta
un detector de metales! Esther estaba sorprendida por tantas precauciones, se preguntó
si tendría algo que ver con lo que le había comentado Laura sobre el lugar donde vivía
Maca. Una vez en el interior, ambas buscaron en el mostrador de recepción a Teresa,
pero no había ni rastro de ella. Quizás Laura no se había enterado bien y Teresa, aunque
trabajase allí, estaba en otro puesto. Se acercaron al joven que estaba tras el mostrador y
Laura preguntó por el despacho de Maca. Tuvo que identificarse de nuevo y tras hacerlo
les permitieron subir, con amabilidad el joven les indicó el ascensor y la planta en la que
se encontraba el despacho de la directora.

En el ascensor, Esther estaba ya en tal estado de confusión que se echó atrás en su


decisión. No le apetecía ver a Maca, bueno un poco si, pero no de esta forma; no
presentándose en su despacho, por sorpresa, con la intención de conseguir un trabajo. Le
daba la sensación de que volvía arrastrándose, de que Maca iba a pensar eso, y nada más
lejos de la realidad. Debería haber escuchado a su madre, haberse quedado en casa,
descansar unos meses y luego ya se vería. Pero a pesar de todos esos pensamientos, su
cuerpo no solo experimentaba la sensación de la excitación por el reencuentro, si no el
deseo de verla, de ver como estaba, cómo reaccionaba, cómo le había ido la vida en esos
años, aunque eso ya lo veía, mucho mejor que a ella, eso estaba clarísimo.

- Esther, ¡vamos! ¿qué haces ahí parada? – la instó Laura a salir del ascensor -
¡que ya llegamos tardísimo!
- Laura – dijo con cara de circunstancias saliendo del ascensor – creo que no voy
a entrar. No puedo presentarme así, no … no me parece bien.
- Vamos a ver Esther – dijo con impaciencia – ha pasado mucho tiempo, y seguro
que muchas cosas a las dos. Si tu lo has superado, ¿porqué crees que ella no? –
continuó retóricamente – Maca necesita una enfermera con urgencia, tu
necesitas un trabajo, ¿qué problema puede haber? – se interrumpió viendo la
expresión de agobio de Esther y suavizó el tono – vale que, al principio, puede
ser un poco embarazoso, pero seguro que nada más.
- ¿Y si no le hace nada de gracia verme? – preguntó preocupada.
- Pues te dirá que no eres lo que está buscando, nos tomamos dos copas, nos
divertimos y a otra cosa mariposa – respondió un poco harta de las dudas de
Esther, aunque las comprendía perfectamente, pero estaba consiguiendo que
llegasen realmente tarde y si ella recordaba algo de Maca, de cuando hizo su
rotación en pediatría, era lo que le gustaba la puntualidad - mira vamos a hacer
una cosa, yo entro primero y le digo que estás fuera ¿te parece bien?
- Si, mucho mejor – respiró aliviada.
- Pues venga, ¡vamos! – dijo aligerando pasillo adelante.

Esther la seguía unos pasos por detrás, cuando vio que Laura llamaba a la puerta se
detuvo a un lado del pasillo dispuesta a permanecer allí hasta que le dijese que podía
pasar. Sus nervios se habían acrecentado hasta el punto de sentir náuseas. Sentía como
le temblaban y sudaban las manos, ¿tendría que dársela a Maca, como si fuesen dos
desconocidas o se levantaría a darle dos besos! se preguntó. Hacía cinco años que no la
veía, que no sabía nada de ella, ni siquiera aquella vez que Teresa intentó contarle algo
ella la dejó hacerlo, cortando la conversación tajantemente y no volviendo a contactar
con su amiga en varios meses. Y sin embargo, llevaba cinco años sin conseguir
quitársela de la cabeza, sobre todo en aquellos anocheceres, cuando agotada del trabajo
diario se refugiaba en su cabaña, aislada de todo y de todos, sin otra pretensión que no
olvidar su rostro, no olvidar su voz, no olvidar sus manos acariciándola. ¡Era increíble
como la distancia y el tiempo borraban lo malo y la hacían recordar solo los buenos
momentos! tanto, que a veces se preguntaba porqué se marchó, porqué la dejó sin
ninguna explicación, porqué se negaba a saber de ella, cuando en el fondo si había algo
que anhelaba cada noche es que estuviese bien y que la hubiese perdonado.

* * *

En el interior del despacho Maca recibió como música celestial aquellos golpes en la
puerta, segura de que debía ser Laura. Y, efectivamente, la joven abrió y asomó la
cabeza.

- ¿Se puede?
- Si, si pasa – dijo Maca con apremio.
- Maca, perdona por el retraso pero… - empezó a decir sin que Maca la dejara
terminar la frase.
- Pero… ¿no me digas que vienes sola? – preguntó con preocupación.
- No, no, pero primero quería comentarte… - se detuvo haciendo una pausa al
tiempo que miraba hacia las acompañantes de Maca, solo conocía a una -
¡Claudia! – exclamó acercándose a besarla.
- Primero nada, Laura – cortó Maca tajante y mirando el reloj añadió – tengo
mucha prisa, ya debería estar atendiendo a los invitados, por favor dile que pase.
- Pero Maca …
- Claudia dile que pase – pidió Maca sin escuchar la protesta de Laura – a ver
Laura donde tengo esto – empezó a decir buscando entre los papeles que tenía en
la mesa.

La neuróloga volvió a abrir la puerta que había cerrado Laura y se asomó al pasillo, allí
enfrente vio a una joven extremadamente delgada, le pareció que estaba nerviosa por la
forma de frotarse las manos, le lanzó una sonrisa tranquilizadora y le indicó que pasase.
Cuando Esther entró en el despacho, Laura permanecía aún de pie, junto a uno de los
sillones que había frente a la mesa de Maca, que con la vista en unos papeles, pasaba
hoja tras hoja. A Esther le pareció que estaba guapísima, quizás con más serenidad en el
rostro, entonces reparó en otra joven alta y rubia que permanecía a la derecha de Maca,
observándola.

- Hola – dijo Esther con cierta timidez temiendo el encuentro con aquellos ojos.

Maca recibió aquel hola como un mazazo, con la mirada fija en aquel documento, no
daba crédito a que esa voz fuera la de ella. Como si ese saludo hubiese tocado algún
resorte interno, todo su cuerpo se puso en revolución; el bolígrafo que sostenía en una
de sus manos se le escapó entre los dedos, cayendo al suelo sin que hiciera ninguna
intención de recogerlo, fue Vero la que se agachó para dárselo, pero la pediatra ni se dio
cuenta, su corazón se aceleró, soltó el papel notando como empezaban a temblarle las
manos y levantó la cabeza con brusquedad, buscando lo que tanto temía y, sí,
efectivamente, era ella, sus ojos se abrieron de par en par en un gesto de sorpresa tal,
que no pasó desapercibido a Vero, posiblemente la persona que mejor y más
íntimamente la conocía desde hacía un par de años; así, notó que los ojos de Maca se
oscurecían, en décimas de segundo pasó una sombra por ellos, en la que Vero supo
reconocer como la sorpresa inicial dejaba paso al dolor y al pánico para, finalmente,
volver a ser dueña de sí misma.

- Hola – respondió Maca completamente serena – pasa – continuó y señalando


con la mano los sillones situados frente a ella les indicó – sentaos.

Laura y Esther tomaron asiento, ambas estaban sorprendidas de la actitud de Maca que
ni siquiera se había molestado en levantarse a saludarlas. Laura lo achacó a los nervios
por la hora, habían llegado demasiado tarde y Maca tenía prisa, no podía perder tiempo
en saludos y presentaciones. Esther, sin embargo, estaba segura de que su presencia no
le había agradado lo más mínimo a Maca, la conocía y sabía que se había sorprendido,
no esperaba que hubiese saltado de alegría, ni lanzado cohetes, pero un par de besos,
aunque fuera por educación, sí que podía haberle dado. Esther notó una opresión en el
pecho, se había equivocado, nunca debió entrar en ese despacho. Maca no le iba a dar el
trabajo, seguro que la humillaba delante de aquellas desconocidas.

- Nosotras esperamos fuera – dijo Claudia, con educación, rompiendo el silencio


que se había creado mientras Maca ganaba tiempo removiendo papeles con la
vista clavada en ellos.
- Si, gracias, Claudia – respondió Maca con una leve sonrisa y levantando la vista,
miró a Vero – ahora nos vemos.
- Maca, avísanos cuando termines – insistió Claudia.
- Si, tranquila, serán solo cinco minutos.

Claudia y Vero salieron y cerraron la puerta tras ellas.

- ¿Qué? – preguntó Claudia observando a Vero que parecía entre molesta y


pensativa.
- ¿Has visto la cara de Maca? – preguntó a su vez, haciendo un gesto de
preocupación.
- Si – sonrió Claudia – esta Maca… - dijo arrastrando el nombre de su amiga
esbozando otra sonrisa - parece que la nueva le ha impresionado, ¿no crees?
- No se – dudó – no me gusta esa tía.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó – ¡si no la conoces!
- No se, no se como explicarlo – dijo – ha sido una sensación.
- ¡No me digas que te has puesto celosa! – sonrió Claudia bromeando.
- ¿Celosa? – repitió molesta sin reparar en su tono jocoso - ¿porqué iba a tener
que ponerme yo celosa? ¡ni lo más mínimo! - exclamó.
- Bueno, bueno, que era broma mujer – rió – Mira, por ahí viene Cruz.
- ¿Y Maca? – preguntó la recién llegada con impaciencia.
- Dentro con Laura y la nueva – explicó Claudia, mirando de reojo a Vero que
parecía molesta por algo.
- No podemos esperar más – dijo Cruz – debe bajar ya.
- Dale cinco minutos – dijo Claudia.
- Cinco minutos, Claudia. Si en cinco minutos no ha terminado te la bajas aunque
sea de los pelos – pidió alejándose de nuevo.
- De acuerdo, Cruz – rió Claudia imaginando la escena.
- ¡Espera Cruz! – gritó Vero – me bajo contigo.
- Pero Vero… - dijo Claudia sorprendida.
- No quiero quedarme sin sitio – se excusó la rubia.

Claudia se encogió de hombros e hizo un gracioso mohín con la cara, indicándole que
no entendía que pasaba, pero Vero corrió pasillo adelante para alcanzar a Cruz. Claudia
miró el reloj, en cinco minutos entraría a por Maca, se quedó apoyada en la pared
pensativa, pensando en qué mosca le habría picado a Vero.

* * *
Al salir Vero y Claudia, en el interior del despacho, el silencio había sido absoluto.
Maca pasaba una y otra vez aquellas hojas sin decir nada, Laura y Esther la observaban
esperando que les dirigiese la palabra. Finalmente, Maca levantó la vista y la paseó por
el cuarto, parecía estar buscando algo y, efectivamente, así era.

- Laura, por favor, - dijo con tranquilidad – ¿puedes alargarme la carpeta que hay
encima de aquel archivador?
- Si, claro – respondió levantándose con rapidez y tendiéndosela a Maca.
- Aquí está – dijo sacando de la carpeta unos papeles – toma Laura, éste es tu
contrato, léetelo, creo que está correcto, pero comprueba que es todo lo que
hablamos.
- No hace falta Maca… - empezó a decir sonriendo ojeando el contrato – estoy
segura de ello...

Esther permanecía en silencio, observando y escuchando la conversación, con la


sensación de que Maca evitaba que sus miradas se cruzaran. La pediatra comentaba con
Laura un par de detalles y le decía que ya tendrían tiempo de hablar al día siguiente.
Esther, tras unos minutos en su presencia, se había tranquilizado un poco, la serenidad
que aparentaba Maca le había dado seguridad, en realidad no sabía porque se había
puesto tan nerviosa, no sabía que era lo que había esperado, o lo que había temido, pero
ahora se sentía mejor y esperaba pacientemente a que Maca se dirigiese a ella, porque
antes o después tendría que decirle algo. La observaba y se decía así misma “mírala, tan
tranquila, controlando como siempre las situaciones, claro que esa era una de las cosas
que me gustaba de ella, y ¿tú qué! ¿le vas a dar el gusto de que te vea hecha un flan! no,
no señor, después de estos años, de lo que has vivido, ¿te va a impresionar estar sentada
en un despacho con una ex! no, claro que no”.

- Bien, Esther, vamos contigo – dijo de pronto Maca lo que provocó un pequeño
vote de Esther en su asiento, olvidando por completo el propósito de aparentar
tranquilidad.
- Si – dijo con un hilo de voz mirándola con lo que a Maca le pareció algo de
temor.
- Imagino que Laura ya te ha comentado de qué va esto – empezó mirando a
Laura para darle pie en la conversación.
- Si, algo le he contado, claro.
- Si, si, - interrumpió Esther intentando que su voz no temblase – pero me gustaría
que me dieses más detalles porque …
- Ahora es imposible – respondió tajante – pero ¿a ti te interesa el trabajo?
- En principio, parece interesante pero…
- Esther – volvió a interrumpirla con autoridad – Laura te habrá explicado la
urgencia que tenemos y sino, te lo digo yo. Es muy importante, de cara a la
imagen y todo eso – dijo haciendo una seña de que no podía pararse en detalles
– que presentemos esta noche el equipo al completo y…
- Si ya me ha comentado Laura – saltó Esther con brusquedad - pero Maca, no
pretenderás que yo firme un contrato sin…
- Perdona que te interrumpa de nuevo pero, que yo sepa, aquí nadie ha hablado de
un contrato - respondió con lo que a ambas le pareció cierta dureza, Laura se
removió en su asiento ligeramente incómoda y Maca se percató de ello,
suavizando el tono continuó – Mira Esther, yo te agradezco que estés aquí, no
sabes el favor que nos haces, pero también soy consciente de que no vas a firmar
nada sin saber donde te metes. No tengo tiempo de explicarte las condiciones del
trabajo, pero podemos hacer una cosa, si a ti te parece bien, claro.
- A ver … dime – consintió de mala gana molesta por el tono en el que Maca le
había hablado.
- Yo creo… insisto, siempre que te parezca bien – por primera vez pareció dudar
escogiendo las palabras – que puedes estar un tiempo de prueba, digamos,
quince días. Ahora puedes bajar y enterarte, en la presentación, de que va el
proyecto, pero insisto en que estas cosas como mejor se conocen es en la
práctica. Si después de ese periodo no nos interesa a alguna de las partes, no hay
problema y, si estamos de acuerdo, ya hacemos un contrato como el de los
demás. Tendrías que traerme el currículum y el informe del último trabajo en el
que hayas estado, con los partes de alta y baja, pero no creo …
- O sea que en quince días me echas – interpretó Esther. Laura le dio una patada
por debajo de la mesa, no entendía a qué venía aquel comentario, para ella Maca
estaba siendo bastante profesional dadas las circunstancias. Maca la miró con tal
expresión que Esther se temió lo peor, pero no dijo nada.
- Bueno, interpreto que no tengo enfermera para esta noche – dijo sin más,
empezando a recoger los papeles.
- No es eso – se apresuró a corregirse – es que …

Unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación, Claudia asomó la cabeza con


cara de angustia.
- Maca, no podemos esperar más.
- Tienes razón, Claudia, vamos – dijo apoyando su mano derecha sobre la mesa y
girando un poco el sillón.

El gesto de Maca fue interpretado por Laura y Esther como que iba a levantarse y ambas
lo hicieron a un tiempo, sin embargo Maca permaneció sentada.

- Nos vemos abajo, a ver si puedo sacar un rato y hablar más tranquilamente –
sugirió y mirando a Esther añadió - ¿entonces?

Pero a esa altura Esther se había quedado sin palabras, Claudia había entrado en el
despacho y se había colocado a la altura del sillón de Maca, llevaba una silla de ruedas,
fijó los seguros, bajó el brazo del lateral que daba a ella y se inclinó. Maca levantó su
brazo izquierdo y lo apoyó sobre los hombros de Claudia que ya la sujetaba por la
cintura con su mano derecha mientras que con la izquierda agarraba sus piernas, en una
maniobra que parecía perfectamente ensayada, la pediatra hizo fuerza con el brazo
derecho apoyado en la mesa con un ligero gesto de dolor.

- ¿Os ayudo? – se apresuró a acercarse Laura al verlo, mientras Esther permanecía


con los ojos y la boca abiertos en tal expresión de asombro que se ganó un
codazo de Laura, y un gesto reprobatorio.
- No, gracias – dijo Maca ya sentada en su silla - ¿bajamos?
- Que si, que acepto tu propuesta – dijo Esther de sopetón, aún impresionada y
con una voz que descubría el nudo que tenía en la garganta, ganándose así la
primera sonrisa de Maca desde que entrase en aquel despacho.
- Bien – dijo Maca aún sonriendo – adelantaos vosotras que os quedáis sin sitio.
Ya nos vemos en la copa.

Cuando desaparecieron de su vista Claudia se agachó y besó a Maca en la mejilla.

- Bueno Maca ¡por fin llegó! ¡tu gran día!


- Si, mi gran día – repitió algo pensativa.
- ¡Al fin se van a cumplir todas tus ilusiones! – exclamó Claudia contenta
empujándola pasillo adelante, sin poder ver que la expresión de su amiga no
manifestaba, ni por asomo, que ese fuera un gran día.
Capítulo II.
LA INAUGURACIÓN.
Maca permanecía en silencio, no dejaba de darle vueltas a la escena vivida en el
despacho. Esther había vuelto, y no sabía muy bien como tomarse eso. Habían pasado
cinco años, pero cuando echaba su vista atrás parecía media vida. Al principio se volvió
loca buscando a Esther, recordaba con vergüenza el espectáculo que dio en el pueblo de
la enfermera, prefería no pensar en ello, pero ahora cuando creía que su vida volvía a
estar casi en orden, de repente, en un instante, sin esperarlo, aparecía ella. Estaba tan
distinta, ya no era aquella niña, su niña, que reía como una adolescente las bobadas que
le decía, algo había cambiado en su mirada, más dura, más triste, pero en el fondo y a
pesar de todo, sintió que podía seguir siendo su princesa, la de sus cuentos de hadas.

Había pasado todo el día en una mezcla entre alegría por haber conseguido aquello por
lo que tanto había luchado y nerviosismo por el momento; pero ahora su mente solo
podía pensar en porqué la vida era así, porqué te devolvía aquello que tanto habías
deseado y pedido justo, cuando ya no lo necesitabas. Recordó aquellos días de angustia,
esperando alguna noticia, alguna señal de que estaba bien, recordó las tardes de llanto
lamentándose por lo que le hizo, sintiéndose culpable por las palabras que no le dijo,
por los besos que no se habían dado. Recordó aquellos sueños en los que Esther volvía y
la cogía de la mano, sacándola de aquella angustia, de aquél abismo, y se perdía con ella
y por fin le contaba por qué a veces las mujeres lloraban como niñas.

Claudia no dejaba de observarla y ver sus diferentes expresiones conforme su mente iba
de un lado a otro, la neuróloga interpretó que ese silencio y esas cavilaciones se debían
a la responsabilidad y los nervios y decidió distender un poco el ambiente hasta que
llegasen al salón de actos.

- ¿Sabes qué? – preguntó sin esperar respuesta – a Vero no le ha gustado nada la


nueva.
- Y ¿se puede saber porqué? – preguntó Maca interesada, volviendo a la realidad,
no sabía como lo hacía pero Claudia siempre había tenido la habilidad de llamar
su atención con dos palabras y eso desde el primer día que la conoció.
- No se, no me lo ha querido decir – explicó – pero yo creo que se ha puesto un
poco celosa.
- Bueno, creo que Vero me conoce demasiado bien – comentó pensativa.
- ¡Y eso? – preguntó Claudia siendo Maca la que ahora había despertado su
interés.
- ¿Sabes quien es la nueva?
- Ah! pero... ¿la conocías?
- ¿Qué si la conozco? – preguntó Maca con sorna – es Esther.
- Esther – repitió - ¿qué Esther?
- Esther, Claudia, Esther – dijo mirando a los ojos de la neuróloga que le hizo una
mueca con la boca de no saber a quien se refería - ¡mi Esther! – dijo Maca con
énfasis.
- ¡La leche! – exclamó cayendo de quien le hablaba al tiempo que se abrían las
puertas del ascensor.

Cruz salió al encuentro de Maca en cuanto las vio llegar. Pensó recriminarle su tardanza
pero al verle la cara se guardó sus palabras.
- Maca, ¿estás bien? – preguntó con un deje de preocupación.
- Si, nerviosa, pero bien – sonrió – espero que no haya ningún problema.
- Tranquila que Fernando ya ha repartido entre la prensa autorizada el
comunicado que redactamos.
- ¿Y los demás?
- Aquí están como tu dijiste.
- Se lo habéis dado también a ellos.
- Si, pero ya sabes que publicarán lo que quieran.
- Vamos, vamos – llegó Mónica completamente alterada, y tras ella apareció
Fernando
- ¡Dichosos los ojos! – le dijo Maca con retintín.
- Macarena, Macarena no me hagas hablar – sonrió cogiéndola de una mano – qué
me han dicho que hay enfermera nueva, ¡si lo que no consigas tu!
- No me hagas la pelota que no voy a subirme a hablar.
- Yo no digo nada pero… deberías decir algo.
- Fernando ¿tu también? – preguntó mirando a todos los que la rodeaban – ni se os
ocurra que os conozco. ¿Adela ha llegado ya?
- Si estamos todos.
- Bien pues vamos – dijo con tono nervioso – entrad vosotros que ya me voy yo…
- De eso nada – dijo Claudia – que a Teresa le da algo como no te lleve a su lado,
ven por aquí – dijo cogiendo la silla y entrando por una puerta lateral al salón de
actos.
- Y ¿tu como sabes donde…? – empezó a preguntarle Maca pero Claudia la
interrumpió.
- Tengo mis contactos – dijo bromeando – Vero me ha mandado un mensaje
diciendo dónde estaban sentadas – explicó. Y tras apretarle la mano en un gesto
de complicidad y dejarla junto a ellas, subió corriendo la escalinata del escenario
para sentarse junto a sus compañeros.

* * *

Laura y Esther llegaron al salón de actos cuando ya no cabía un alfiler, intentaron


meterse por uno de los laterales pero era imposible y optaron por permanecer de pie al
final de la sala. Laura miraba de reojo a Esther, que no había vuelto a abrir la boca
desde que salieran del despacho.

- Laura ¿tu sabías lo de Maca? – dijo de pronto rompiendo el silencio.


- No tenía ni idea – confesó – qué impresión me ha dado verla así. Por tu cara tu
tampoco lo sabías, ¿verdad?
- No – dijo pensando en cómo nadie la había dicho nada, ni siquiera Teresa.
- Pues, no se, yo la veo muy bien.
- Si, ¿Cuánto tiempo hará que está así?
- Pues… - dijo pensativa – imagino que bastante, porque hace todo con mucha
soltura, quiero decir que…
- Si, si, te entiendo - respondió pensando en la respuesta, “bastante”, ¿Cuánto
sería bastante?

De pronto una joven tomó la palabra desde el micrófono y pidió un poco de silencio.
Arriba en el escenario había montada una larga mesa en la que aparecían sentadas varias
personas, entre ellas, Esther reconoció a Cruz y a esa Claudia del despacho, no estaba
segura, porque se encontraba demasiado lejos pero juraría que otra de las doctoras la
había visto en algunas de las fotos que Maca le enseñaba. Se sorprendió de no ver allí
arriba a la rubia del despacho y fue entonces cuando se le ocurrió la idea de que quizás
no era médico. La buscó con la vista pero no conseguía localizarla, seguro que estaba
sentada en los primeros asientos. Se empinó para otear mejor, pero seguía sin ver dónde
estaba.

- ¿A quién buscas? – preguntó con curiosidad Laura.


- A… Teresa – mintió – pero no la veo.
- Yo creo que está allí delante – dijo – ¿la ves! en la primera fila, a la derecha.
- No – dijo Esther moviéndose de un lado a otro para intentar localizarla.
- Mira, ¿ves a Maca? Allí en el pasillo, al lado de la rubia, pues Teresa está allí, al
lado de ella.
- Déjalo, no veo desde aquí. – dijo susurrando. Ya sabía todo lo que necesitaba.
Maca al lado de la rubia y de Teresa. Estaba claro que aquella chica, si no era
médico debía ser, como mínimo, una muy buena amiga de Maca.
- Ven ponte aquí – le dijo Laura.
- No, de verdad, déjalo. Ya la buscamos luego en la copa. ¡Tengo ganas de verla!
– dijo con ilusión levantando ligeramente la voz.
- Oye, y aquél que está allí, en la cuarta fila ¿no es Héctor?
- ¡Si! si, si creo que es él. Pero… está mucho más gordo, ¿no?
- ¡No como nosotras! – rió Laura siendo correspondida por Esther.
- Chiiisssst – chistaron delante de ellas, lo que hizo que ambas guardaran silencio.

Esther permaneció unos minutos atendiendo a la presentación, pero debía reconocer que
le costaba trabajo y no porque no le interesase, si no porque no podía dejar de ver esa
silla de ruedas. Se esforzó por escuchar a Cruz, que tenía en esos momentos la palabra.
La doctora estaba explicando la importancia del Proyecto y recordando algunas de las
dificultades que habían tenido que sortear para poder estar donde estaban hoy, finalizó
agradeciendo el apoyo a algunos compañeros de profesión que no se encontraban
presentes y dándole la palabra a un tal doctor Gimeno, que al parecer, iba a ser el
Director de Urgencias. Esther empezó a escuchar con más interés, Laura tenía razón, se
trataba de una idea novedosa, pero mientras más escuchaba, más incomprensible le
resultaba que el proyecto hubiese sido apoyado desde la administración y, por lo que
parecía, incluso financiado en parte con fondos públicos. No llegaba a entender muy
bien, cómo habían permitido que se construyese una Clínica, centrada en atender a
aquellos que, no solo no tienen medios, si no que están al margen de la sociedad.
Gimeno estaba hablando de un hospital de campaña, una especie de campamento base
en medio de un poblado chabolista. En ese momento, Laura le dio un codazo y le lanzó
una sonrisa, que Esther devolvió con connivencia, ¡aquél tipo era todo un personaje!
estaba diciendo que iba a conseguir que fuera la clínica de los milagros…

“La clínica de los milagros”, esa frase hizo que Esther dejara de nuevo de escuchar y
volara con su mente a Jinja; se vio en sus primeros días de trabajo, desubicada,
desbordada, agobiada no solo por el calor sofocante y, sobre todo, con unas ganas locas
de volverse a España, ganas que no podía confesar a nadie. A lo largo de esos cinco
años, en muchas ocasiones, se vio en la misma situación, desbordada por la llegada
masiva de hombres, mujeres y niños, que desnutridos, exhaustos, algunos de ellos
moribundos se agolpaban en el campamento en busca de un sorbo de agua, pero nunca
fue como aquella primera vez. Recordó el lamento de los niños, aquellos ojos inmensos
que se clavaban en los suyos, sin pedir nada, sin esperar nada, las carreras de un lado a
otro, sin dar abasto, desesperada por atender a todos los que pudiese, por ayudar a
detectar los casos más graves, aquellos que estaban infectados con el ébola, el cólera, la
malaria…, las prisas por separarlos de los demás, recordaba el cansancio extremo, los
intentos de consolar a los más pequeños, sin saber como, sin conocer una sola palabra
de los dialectos que se hablaban allí, aunque a veces bastaba con un simple abrazo;
recordó a Germán, su jefe y compañero, con el que trabajó, codo con codo, desde el
primer día, fue él el que le dijo tras una jornada agotadora, ya sentados en el porche de
su cabaña, mientras saboreaban un café malo de solemnidad pero que les sabía a gloria,
que ella tenía una habilidad especial para tranquilizar a los demás, que la había estado
observando, “¿sabes”, le dijo, “eres mi enfermera milagro”; cinco años después, esa
misma mañana, cuando la había despedido en el aeropuerto había vuelto a decirle
aquello de los primeros días: “no dejes de ser como eres, a pesar de todo y de todos,
quiero que sigas siendo mi enfermera milagro”.

- “Milagro” – dijo en voz alta.


- ¿Qué dices? – susurró Laura.
- Nada, nada – respondió volviendo a la realidad.
- Y lo que si es un milagro, es que no nos hayan cerrado la Clínica antes de abrirla
– terminó Gimeno dejando a todos sin saber si aplaudir o no.

Mónica volvió a tomar la palabra, parecía que el acto tocaba a su fin. Esther había
estado esperando que Maca dijese algunas palabras pero parecía que no iba a ser así.

- Todo lo que han estado escuchando no hubiera sido posible sin el esfuerzo y
tesón de una mujer que es un ejemplo para todos los que estamos aquí arriba…

Vero sonrió y se acercó al oído de Maca

- Parece que no te van a hacer mucho caso.


- ¿Tú sabías esto? – preguntó nerviosa sin quitar los ojos de Mónica que seguía
alabando el trabajo de la pediatra.
- Si – confesó con una leve sonrisa de culpabilidad.

Mónica hizo una pausa clavando su mirada en Maca y dirigiéndose a ella continuó.

- De parte de todos nosotros, muchas gracias Maca – concluyó iniciando un


aplauso que fue secundado por todos sus compañeros puestos en pie y que poco
a poco se extendió a la sala entera. Teresa pasó su brazo por delante de Vero y le
apretó una mano con lágrimas en los ojos lo que provocó que Maca se
emocionase también.

Esther sintió un nudo en la garganta, no sabía muy bien porqué, si por el contagio de la
emoción del momento, si por los recuerdos que le traía a la mente o por la sensación de
haberse perdido tantas cosas, no pudo evitar pensar que si no se hubiese marchado todo
sería diferente. Sintió ganas de saber más sobre ese proyecto, más sobre los esfuerzos de
todos los que había tomado la palabra, pero sobre todo, más sobre Maca, sobre esos
cinco años de su vida, que quizás no hubiese sido tan fácil como antes había pensado.
Los aplausos cesaron y Cruz volvió a dirigirse a la sala para abrir un turno de preguntas.
Laura la miró haciendo un gesto muy expresivo “¡estaba harta!”, Esther sonrió y asintió
manifestando también sus ganas de salir de allí. Mientras algunos de los doctores
respondían a los periodistas, todo discurría con normalidad, hasta que le cedieron el
turno a un joven que se identificó como perteneciente a un programa televisivo.

- Mi pregunta es para la doctora Wilson – indicó.


- Nos va a disculpar pero la doctora Wilson no va a responder ninguna pregunta –
le interrumpió Cruz sin dejarlo formularla.
- Doctora Wilson – continuó el joven haciendo caso omiso a la puntualización de
Cruz - ¿qué tiene que decir sobre las pintadas que siguen apareciendo en la
fachada de su casa?

Maca recibió la pregunta con aplomo, se esperaba algo así por mucho que hubiesen
intentado evitarlo, el invitar a todos los medios conllevaba esos riesgos y era conciente
de ello. El chico encargado de llevar el micrófono entre los asistentes situados en el
patio de butacas se acercó al lugar donde se encontraba Maca con la intención de
cederle la palabra, pero se detuvo ante la indicación de Vero, negándole con el dedo,
mientras que con la otra mano asía la de Maca y se la apretaba en señal de apoyo.

- Ya le han indicado a la entrada, que esta noche, no se van a hacer declaraciones


que no tengan que ver con este Proyecto o esta Clínica – interrumpió Fernando
con autoridad quitándole el micrófono a Cruz y continuó- si no hay más
preguntas les invito a todos a la copa que se servirá en la cafetería y el patio
aledaño. Muchas gracias a todos por su presencia y por su paciencia.
- ¿Qué pintadas son esas? – preguntó Esther con curiosidad a Laura
presuponiendo que ella las habría visto.
- No tengo ni idea, yo no he visto ninguna pintada, además no creo que pueda
entrar allí nadie, ¡si eso es un fortín! – bromeó.

Tras el momento de tensión, hubo otro aplauso y los asistentes comenzaron a salir con
cierta precipitación. Esther observó como algunos periodistas se acercaban con rapidez
a Maca, formando un círculo entorno a ella, que le impedía verla, a quien si percibió fue
a la rubia, más alta que la mayoría de ellos que con agilidad tomó el mando de la
situación ayudada por Teresa, observó como a ella también le acosaba la prensa. Sintió
como Laura tiraba de ella un poco para apartarla del camino de los que salían pero,
finalmente, tuvieron que optar también por abandonar la sala.

- Espera – pidió Esther cuando Laura la cogió de la mano para salir junto a ella -
¿no vemos si viene Teresa?
- Pero Esther ¡si esto está imposible! – protestó – mejor vamos a la cafetería y
luego allí ya la buscamos.
- De acuerdo – consintió a regañadientes, consciente de que allí parada en la
puerta solo estaba estorbando.

Sin embargo, se detuvo un momento para volver de nuevo la vista atrás, estaba
deseando ver a su amiga y charlar un buen rato con ella ¡tenía tantas cosas que
preguntarle! Sabía que le iba a dar una sorpresa y que quizás se molestase un poco por
no haberla avisado de su vuelta, pero seguro que se le pasaba pronto. Laura tenía razón,
era imposible localizar a nadie, miró hacia el fondo donde los grupos de periodistas
seguían arremolinados, su mente repitió aquella pregunta, ¿qué pintadas serían esas?
Una mano tiró de ella.

- Vamos Esther – la apremió.

Ambas entraron en la cafetería que estaba prácticamente desierta, el lugar había sido
decorado con elegancia, distribuyendo aquí y allá algunas mesas en las que había varias
botellas de vino blanco y copas vacías, Esther se fijó en que el vino era de las bodegas
Wilson, los camareros estaban preparados para atender a los invitados, dos de ellos se
les acercaron ofreciéndoles una bandeja con refrescos y agua y la otra con cervezas y
copas de tinto. Ambas optaron por la cerveza.

- ¿Dónde se habrán metido todos? – preguntó Laura sorprendida de los pocos que
estaban allí.
- No se, pero muchos se han quedado en la puerta del salón de actos – apreció
Esther viendo que entraban algunos más y buscando con la mirada a ver si
reconocía a alguien.
- Mejor, así hemos pillado un buen sitio – rió – vente aquí que nos pongamos
estratégicamente en la ruta de todas las bandejas – dijo guiñándole un ojo.
- Eres un caso – respondió soltando una carcajada.
- Y tu no bebas mucho que se te va a subir a la cabeza – dijo viendo como la
enfermera cogía su segunda copa de cerveza.
- Si es que estoy sequita – explicó – ¡qué calor hacía allí dentro!
- Pues si, no será por la falta de costumbre… - bromeó pensando en el calor y
bochorno de Kisumu, sobre todo, aquellas noches de lluvias torrenciales. El
comentario provocó que ambas comenzaran de nuevo a recordar sus días en
África con nostalgia.

Mientras, las autoridades, los periodistas y parte del equipo médico se habían dirigido al
exterior para proceder al acto de inauguración oficial de la apertura de la Clínica
protagonizado por el ministro, consistente en el descubrimiento de la placa donde
rezaba el nombre de la misma. El ministro estrechó la mano de Mónica y de Maca
sucesivamente, manteniendo la de esta última unos segundos entre las suyas, momento
que fue captado por todos los flashes de la prensa.

Laura y Esther llevaban ya casi media hora de charla, la cafetería se había ido llenando
poco a poco pero, por mucho que lo había intentado, Esther no conseguía localizar ni a
Teresa, ni a Maca, ni a Cruz, ni a nadie conocido. De pronto, a su espalda, una voz
familiar la sobresaltó.

- ¡Laura! – oyó Esther - ¡qué alegría! – dijo Cruz lanzándose sobre la joven.
- ¡Hola, Cruz! – correspondió con un beso, sin que la recién llegada se hubiese
percatado de quien era su acompañante, cosa que hizo al girarse quedando
reflejada en su rostro la sorpresa que experimentó.
- Hola Cruz – dijo la enfermera con una tímida sonrisa.
- ¡Esther! – exclamó – no sabía que…
- Ha venido conmigo – interrumpió Laura – Nos encontramos por casualidad y …
- … y al final me voy a sumar a vuestro proyecto – terminó la frase en tal tono
que parecía estar pidiéndole permiso.
- ¿Tú? – preguntó abriendo los ojos y al instante se dio cuenta del énfasis que
había puesto e intentó corregirse, no era su intención molestar a Esther o dar la
sensación de que no se alegraba de verla – quiero decir que me sorprende, que…
vamos que … no me lo esperaba. Maca no me dijo…
- Ha sido todo muy rápido – la excusó Esther sin perder la sonrisa y aparentando
naturalidad aunque con la sensación de que a Cruz no le había hecho ninguna
gracia la idea de que fuese a trabajar allí - ¡Teresa! – se interrumpió la enfermera
al ver a su amiga.
- ¡Esther! – respondió - ¡no puedo creerlo! Pero… ¿qué haces aquí? ¿cómo no me
has dicho que venías? – dijo abrazándose a ella con alegría. La enfermera rió,
por fin parecía que alguien se alegraba de veras de verla.

Cruz se volvió buscando a alguien y tomando a Adela de la mano se giró de nuevo


hacia el grupo

- Perdonad que os interrumpa – se disculpó – pero os voy a presentar a Adela,


será la Jefa de Servicio en Pediatría – añadió procediendo a la presentación de su
acompañante que hasta ese momento había permanecido en un discreto segundo
plano, mientras las cuatro habían cruzado besos y abrazos. Una vez hechas las
presentaciones se generó un embarazoso silencio entre las cinco, Teresa lazó una
sonrisa a Laura, que la tenía en frente y, cosa extraña en ella, permaneció
callada, Adela fijó sus ojos en Esther recorriéndola de arriba abajo con un gesto
que la enfermera interpretó de reprobación, quizás no se había vestido
adecuadamente para la ocasión, fue la idea que le cruzó por la mente, y Cruz
miraba de una a otra sin decir nada. Finalmente, fue Teresa la que rompió el
hielo.
- Y bien… tendréis muchas cosas que contarnos – dijo mirándolas - ¿habéis
estado trabajando juntas? – preguntó directamente con una mirada de censura a
Esther por no haberle comentado nada.
- Que va… - empezó a contar Laura.

A varios metros de allí la subinspectora Martínez se acercó al grupo en el que se


encontraban Maca y el ministro, le lanzó a la pediatra una mirada burlona y le hizo un
guiño de complicidad, se detuvo en frente de ella y llamó la atención a uno de sus
interlocutores, mediante un discreto golpecito en el hombro. El hombre se giró y se la
quedó mirando fijamente.

- Comisario Principal… – dijo la detective.


- ¡Subinspectora Martínez! – respondió con solemnidad recibiéndola con una
sonrisa, al tiempo que la besaba en ambas mejillas, apartándose ligeramente del
grupo.
- ¿Estás ya más convencido? – le preguntó devolviéndole la sonrisa.
- Bueno… - dijo – sigue pareciéndome una locura, pero he de reconocer que la
chica ésta, a pesar de cómo está, los tiene bien puestos.
- ¡Papá! – le recriminó, no le gustaba oír hablar así de Maca.
- ¿qué quieres que te diga? ¿qué me gusta la idea! ¿qué os voy a apoyar? – se
interrumpió mirándola – pues no voy a hacerlo.
- Pero… no entiendo porqué – respondió con resignación haciendo un gesto de
negación con la cabeza.
- Isabel, hija, ¡qué ya no eres una novata! – le dijo reprendiéndola.
- Precisamente por eso, papá.
- Le prometí a tu madre que te apoyaría y …
- … y acabas de decirme que no vas a hacerlo – lo interrumpió.
- … y aquí estoy ¿no?– continuó endureciendo el tono – pero no me pidas que
esté de acuerdo porque no puedo estarlo.
- No puedes o no te interesa – le espetó.
- ¿qué quieres decir? – preguntó poniéndose a la defensiva temiendo que su hija
sospechase algo, definitivamente estaba rodeado de inútiles que no habían
sabido frenarlas a tiempo.
- Quiero decir que si estás aquí es porque te interesa a ti – le dijo molesta – ¿hasta
donde quieres llegar papá! tienes ya el cargo más alto en la policía…, o ¿es que
estás pensando en política? – continuó ligeramente alterada.
- No levantes el tono, hija.
- Si es que no lo entiendo. Eres policía – le respondió – deberías alegrarte de que
por fin podamos hacer frente a determinados clanes. Sabes que nuestra presencia
constante allí puede evitar y dificultar muchas transacciones, y podemos llegar
hasta controlar ciertas mafias de la droga.
- Precisamente por eso es una locura – le respondió con tranquilidad - ¿eres tu
consciente de que esas mismas mafias no os quieren allí? Ni a nosotros ni a esos
médicos. Y no me refiero solo a los que mueven las drogas – le dijo con
preocupación bajando la voz en tono de confidencialidad – hija, te lo digo en
serio, todavía estás a tiempo de convencer a esa amiga tuya y que posponga esta
locura.
- No voy a convencer a Maca de nada - respondió sosteniéndole la mirada – mi
tarea es protegerla a ella y a su gente y que puedan desarrollar su trabajo sin
problemas.
- Esto va a afectar a tu carrera – cambió el discurso intentando convencerla –
querías ascender a Inspectora ¿no?
- Para, no vayas por ahí, por favor – pidió – que llegue a ser Inspectora es más
deseo tuyo que mío. Yo disfruto con mi trabajo.
- Isabel, te lo pido por favor, y por última vez – dijo preocupado – dejadlo.
- No vamos a dejarlo papá.
- Entonces… - suspiró con resignación – ándate con ojo, con mucho ojo.
- Dicho así, papá, me suena a amenaza.
- ¡Por dios, hija! – respondió aparentando molestarse – es solo un consejo. Un
consejo de un superior. Y de un superior que, además, es tu padre – añadió
suavizando el tono- Hay muchos intereses en contra de este proyecto.
- ¿Sabes algo que no me dices? – preguntó empezando a preocuparse.
- No – mintió con descaro – pero ten cuidado, tú y esa amiga tuya.
- Lo tendré papá – le dijo cansada de la discusión – no te preocupes – añadió
alejándose de allí, mirando de reojo a Maca que seguía acaparada por el
ministro. La charla con su padre la había puesto aún más alerta de lo que ya
estaba, no era una loca, desde que Maca la llamó hacía ya más de dos años, supo
que iban a tener problemas, pero ahora además de los problemas empezaba a
sospechar que se estaba cociendo algo, algo que no le olía nada bien. Tenía que
hablar con Maca.

Su padre se quedó observándola pensativo. Estaba convencido de que era imposible


evitar lo inevitable, no podía hacer nada por ayudarla y si que podía hacer mucho para
que el proyecto fuese un rotundo fracaso. Como ya le había dicho a su subalterno en el
despacho, estaba siendo la decisión más difícil de su vida, pero había cosas, que por
mucho que no le gustasen, no dependían de él. ¡La vida no era tan fácil como su hija
creía!

* * *
Esther permanecía como mera espectadora de la charla entre Cruz, Adela y Laura,
mientras que Teresa intervenía de vez en cuando, pero sobre todo, observaba a la
enfermera. La conversación había derivado a la aplicación de las nuevas tecnologías en
la cirugía cardiaca infantil. No es que Esther no estuviese interesada en el tema, era
simplemente que entre las cuatro cervezas o quizás cinco, ya había perdido la cuenta,
que llevaba y las ganas de quedarse a solas con Teresa, no era capaz de prestar la
atención debida. Su vista se desviaba de vez en cuando al grupo en el que se encontraba
Maca. Había observado como se habían acercado al mismo, primero Claudia y, después,
aquella rubia, de la que por cierto, se dijo, tenía que preguntar por su nombre, para
comentar algo con la pediatra. Esther sintió ganas de poder hacer lo mismo, quería verla
cara a cara, sin tanto protocolo como en el despacho, pero antes quizás fuese mejor que
se enterase de algunas cosas. Estaba convencida de que Claudia era una muy buena
amiga de Maca, había observado que no le quitaba ojo, que parecía siempre pendiente
de ella, cuidándola e incluso protegiéndola. Sin embargo, la actitud de la rubia era
diferente, le daba la sensación que era Maca la que la buscaba por la sala cuando no
estaba a su lado, le pareció ver incluso un gesto de contrariedad que tan bien recordaba
en ella cuando la prensa acosaba a aquella chica, “por cierto” pensó, otra cosa que debía
preguntar a Teresa era porqué la prensa parecía tan interesada en la joven; pero, sobre
todo, le había molestado ver la cara de boba que había puesto Maca cuando la otra la
cogió por ambas manos en lo que parecía una felicitación ¡lo que daría por estar más
cerca y poder enterarse de algo de lo que hablaban! y esa cara de Maca, la conocía
perfectamente, ¡se la había puesto a ella tantas veces! pensó, dejando escapar un leve
suspiro que no pasó desapercibido.

- Deja de mirar tanto para ella – le susurró Teresa al oído, lo que provocó que
Esther se pusiera aún más roja de lo que ya estaba por el alcohol.
- ¿Yo? No digas tonterías Teresa – respondió azorada también en un susurro,
intentado centrarse en la charla de sus compañeras.
- Lo dicho, cuando vuelva dentro de dos semanas tenemos que hacer una puesta
en común. En Pamplona estamos aplicando una de las últimas técnicas con muy
buenos resultados.
- Yo encantada – dijo Laura – había leído algo sobre el tema, pero allí todo es
muy diferente. La mitad de las veces tenemos que dar gracias si nos queda
anestesia.
- Aquí no va a ocurrir nada de eso, ya veréis – prometió Cruz – aunque el medio
sea muy similar, las condiciones de trabajo serán mucho mejores, y no me
refiero solo aquí en la Clínica sino también en el “campamento base”, como le
llamamos nosotros – explicó.
- Bueno os dejo que mañana salgo temprano – dijo Adela – ha sido un placer –
añadió despidiéndose de todas de manera generalizada.
- Te acompaño – dijo Cruz – creo que Maca aún está con el ministro – puntualizó
buscándola con la mirada.
- Si, gracias, quiero despedirme de ella.
- Ahora nos vemos – dijo Cruz dirigiéndose a las demás y alejándose con Adela.
- Mira, Esther, allí está Héctor – exclamó Laura – ¿vamos a saludarlo?
- Ve tú – respondió Esther – que yo voy a por otra cerveza. ¿Me acompañas
Teresa? – preguntó.
- De acuerdo, pero ten cuidado y no bebas más – le dijo preocupada viendo como
ya empezaba a estar algo espesita.
- Tranquila, si son cañas, es solo que he perdido la costumbre – se explicó con una
sonrisa.

Teresa la siguió unos pasos por detrás, era la misma Esther de siempre, más delgada,
quizás más seria y menos habladora pero, por lo demás, la misma de siempre. La veía
nerviosa y eso le preocupaba. No entendía porque no le había dicho que volvía a
España, no hacía tanto que habían hablado; y, no solo que volvía, si no que lo hacía para
trabajar en la Clínica. Esa idea no le gustaba nada. Y tampoco le gusta no saber con que
intenciones volvía. No tenía sentido que en cinco años no hubiese consentido que le
dijera ni una sola palabra de Maca, ni siquiera aquella vez, en la que casi le suplicó que
la escuchase, quiso hacerlo. Y ahora, no solo estaba allí, dispuesta a trabajar con ella y,
lo que podía ser peor, para ella, si no que encima, de los últimos veinte minutos, no
había sido capaz de pasar ni cinco sin buscarla disimuladamente. Estaba decidida, ¡tenía
que hacerle un interrogatorio en toda regla!

* * *
Maca buscó a Vero por la sala, no la veía desde hacía rato y temía que los periodistas
siguieran molestándola. Finalmente, desistió. Era imposible desentenderse de tanto
compromiso y si no era con uno era con otro, pero no la dejaban tranquila, así es que se
decidió a hablar con ella al día siguiente. De pronto sintió un susurro junto a su oído.

- ¿Qué haces aquí parada tan solita?


- ¡Vero! Te estaba buscando.
- ¿Y eso? – dijo poniéndole su mejor sonrisa.
- Quiero hablar contigo.
- Dime, ¿qué pasa? – preguntó ligeramente preocupada al verla tan seria.
- Ven – indicó girando la silla – mejor nos sentamos en aquella mesa.
- ¡Uy! ¡qué seriedad! – respondió bromeando - ¿pasa algo?

Maca guardó silencio, mientras Vero buscaba una silla para tomar asiento junto a ella,
observó como Esther y Teresa mantenían una amena conversación en la barra, y no
pudo evitar sentir un pellizco de miedo, no sabía el porqué, solo esperaba que Teresa
fuese discreta y no se dedicase a contarle su vida, al menos los meses posteriores a que
Esther la dejara. Últimamente, Teresa había sido como una madre para ella y confiaba
en que no la defraudaría, pero “Teresa es Teresa, y no se le puede pedir peras al olmo”,
pensó. Cuando Vero consiguió encontrar una silla libre se sentó frente a ella, Maca la
miró fijamente, sin cambiar el aire circunspecto y como si le costase trabajo lo que iba a
decirle tragó saliva.

* * *

A lo lejos Esther tampoco quitaba ojo de aquella conversación y, sin poder evitarlo,
lanzó la pregunta.

- Teresa, la chica esa rubia, ¿quién es?


- ¿Te refieres a aquella que está hablando con Maca?
- Sí, sí, a esa, es que… – empezó a justificar su interés al verse descubierta – que
he visto a la prensa tras ella y…
- Es Verónica Solé, es psiquiatra – explicó – es famosa porque tiene un programa
en televisión.
- Ya decía yo – dijo – y ¿trabajará aquí en la Clínica?
- No creo, pero nunca se sabe – dijo mirándola fijamente – mira tú, quién me iba a
decir que serias la enfermera que necesitábamos.
- ¿Necesitábamos? Hablas como si la Clínica fuera también tuya.
- Maca ha conseguido que todos lo sintamos así – dijo con cariño.
- Teresa ¿por qué no me dijiste nada de… de lo de Maca? – preguntó entrecortada
no sabiendo muy bien como decirlo pero aprovechando que ella había
mencionado a la pediatra.
- ¿Qué no te dije nada? – preguntó a su vez molesta - ¡Esther! – exclamó en tono
recriminatorio – te llamé, casi te supliqué que me escucharas ¿ya no te acuerdas?
- ¿Me llamaste…? – preguntó pensativa sabiendo ya a qué conversación se
refería- ¿fue aquella vez que…?
- Si, aquella vez – respondió endureciendo el tono – me gritaste “ni aunque esté
muerta Teresa, ni aunque esté muerta” me lo dejaste muy claro, esas fueron tus
palabras, ¿no?
- Si – dijo con un hilo de voz bajando la vista avergonzada.

Estuvo tanto tiempo tan enfadada que llegó a odiarse así misma y a odiarla a ella por lo
que la hacía sentir, fue con el paso de los meses, con el trabajo duro, y con la vida que
allí llevó, cuando empezó a darle un justo valor a las cosas, cuando empezó a echar de
menos todos esos buenos momentos, cuando comprobó que su corazón aún suspiraba
por ella, y fue a partir de entonces cuando ya no le hubiese importado saber de ella, y no
solo no le hubiese importado, sino que a veces sentía unas ganas terribles de saber, pero
nunca se atrevió a preguntar a Teresa abiertamente, dejó caer alguna indirecta pero
Teresa nunca la recogió y ella no insistió. La culpabilidad se reflejó en su rostro.

- Bueno, bueno, lo pasado, pasado está, mujer – dijo intentando que cambiase de
cara – además lo de Maca, como tu lo llamas, fue hace tiempo, y ella ya lo ha
asumido.
- Si, ya veo que sigue como siempre, controlándolo todo - dijo.
- No creas que no lo ha pasado mal – la defendió entendiendo en la enfermera un
ligero reproche.
- Ya imagino – dijo suavizando el tono y añadió – no debí irme así, Teresa. Me
arrepiento de eso.
- Ella nunca te culpó.
- ¿No?
- Ya sabes como es – respondió – nunca me contó nada de lo que os pasó. Pero
siempre te defendió. Hasta en los peores momentos.
- ¿Qué momentos? – preguntó interesada.
- Lo pasó muy mal – dijo eludiendo el tema consciente de que a Maca no le haría
ninguna gracia que contase determinadas cosas – muy mal, Esther, y sé que es
meterme donde no me llaman, pero no voy a consentir que vuelva a sufrir.
- ¿No lo vas a consentir? – preguntó burlona.
- No – respondió desafiante – Maca ya ha sufrido bastante, y ahora que parece que
por fin ha rehecho su vida…
- ¡Ya! con la rubia esa que la sigue a todos lados ¿no?
- ¿Con Verónica? ¡qué va! – exclamó – Verónica fue su psiquiatra y ahora es su
amiga. Es la persona que le devolvió la confianza en sí misma después del
accidente, nada más.
- ¿Seguro? – preguntó extrañada, conocía a Maca, sus caras, sus gestos y si
tuviese que apostar, apostaría a que estaba enamorada de la rubia – pues me
había dado otra impresión.
- No inventes, Esther – la recriminó dándole unos golpecitos en el antebrazo –
Maca está casada.
- ¿Casada? – dijo casi para sí misma.
- Si, pero no me preguntes porque no se nada de ella – se apresuró a contestar –
solo se que se llama Ana y que vive en Sevilla. Maca va allí todos los fines de
semana, nada más.

Esther no pudo disimular su asombro ni evitar un pinchazo de celos en el estómago.

* * *
Mientras, Vero se había sentado frente a Maca esperando, pacientemente, a que se
decidiese a decirle aquello que parecía costarle tanto.

- Vero ¿tú te acuerdas de nuestra primera sesión?


- ¿La primera? – preguntó sorprendida por esa pregunta – si, claro, claro que me
acuerdo.
- ¿Te acuerdas de todo, todo? – insistió.
- Creo que sí – respondió – pero Maca ¿a qué viene esto?
- Viene a que te mentí – dijo bajando la vista – te he mentido todo este tiempo –
continuó viendo la cara de perplejidad que estaba poniendo la psiquiatra.
- Maca…
- Te lo digo, porque… - se interrumpió calibrando la reacción que podía provocar
en ella – porque quiero que empecemos de nuevo, ahora de verdad.
- No entiendo nada – negó con la cabeza y con unos ojos que echaban chispas,
pero mantuvo el aplomo y guardó silencio esperando que la pediatra se
explicase.
- Quiero que me ayudes a levantarme de esta silla – pidió con decisión.
- Pero…

La inspectora Martínez las interrumpió.

- Maca, disculpa, puedo hablar contigo un minuto – preguntó posando la mano en


su hombro. Había intentado acercarse a ella en varias ocasiones pero había sido
imposible.
- Si, claro – respondió – Vero ¿te importa?
- No – dijo levantándose distraída.

Se alejó de ellas pensativa. A su mente regresaron las imágenes del primer encuentro,
las imágenes de aquel día en que Maca entró en su consulta. Recordó como la mañana
anterior había recibido la llamada de una de sus mejores amigas, Victoria, y le había
pedido que le hiciera un hueco a una tal Macarena Wilson. Ella se había negado, tenía
todo completo hasta, al menos, dentro de cuatro meses. Pero su amiga insistió, le dijo
que era un caso especial, que le iba a interesar. Se trataba de la hija de unos adinerados
bodegueros de Jerez, que tras un accidente no admitía su nueva situación, eso no era
nada extraño, pero su amiga le explicó algo más, al parecer los médicos de la chica no
encontraban motivos para su estado; hubo de reconocer que el caso despertaba su
curiosidad profesional pero, aún así, había seguido negándose, era imposible, no tenía ni
un hueco.

Finalmente, y ante la insistencia de su amiga, consintió en verla al día siguiente, tras las
horas de consulta. A su mente volvió la imagen de Maca entrando en su despacho, iba
acompañada por una señora que, rápidamente, se presentó como su madre y que se
sintió ofendida cuando Vero le indicó que esperase fuera. Sonrió al recordar como
frunció el ceño y el tono en el que le dijo que luego quería hablar con ella. Recordó
como aquella joven le había impresionado desde el primer momento, parecía
completamente diferente a su madre, respondió afablemente a todas sus preguntas,
aparentaba tranquilidad y parecía una persona completamente equilibrada. Tras la
primera batería de preguntas hizo una pausa, que Maca aprovechó.

- ¿Y bien? … - le preguntó.
- Y bien ¿qué? – le contestó a posta.
- ¿Cuál es mi diagnóstico? – especificó - ¿estoy como una cabra?
- Está mejor que yo – respondió sonriendo ante el sarcasmo de su nueva paciente
porque, en ese rato de charla, había decidido que quería seguir viendo a Maca.
- Luego, se equivocan – sentenció Maca con cierta satisfacción – son ellos los que
se equivocan.
- Yo diría que no, Macarena – le respondió – pero aún es pronto. Debemos seguir
hablando y mucho.
- Pero… ¿entonces?
- Esto no es tan simple – dijo – nadie es tan simple.
- ¿Quiere decir que tengo que venir aquí más veces?
- Quiero decir lo que le he dicho – puntualizó – sus médicos no se equivocan, y si
no lo hacen, tiene usted un problema, y ese problema puede tener solución. De
usted depende que la tenga o no la tenga. Yo no voy a obligarle a nada.
- Ya, pero ella sí – respondió mirando hacia la puerta.
- O sea, que se trata de su madre.
- ¡No! – exclamó – no se confunda. Mis padres hacen todo lo que creen que es
mejor. Soy yo la que no estoy convencida de que esto, lo sea.
- No pierde nada por intentarlo, ¿no cree?
- Si, quizás no pierda nada.
- ¿Continuamos?
- Pero ¿no habíamos terminado? – respondió con cansancio.
- No, aún no – dijo haciendo caso omiso a su tono – a ver dígame ¿está asustada
por algo?
- No.
- ¿Seguro? – insistió - ¿no siente miedo a nada?
- Ya le he dicho que no – saltó en tono molesto mientras veía como Verónica
apuntaba algo en su cuaderno “a la defensiva ante el miedo”.
- ¿Ha sufrido alguna experiencia traumática en los últimos tiempos?
- ¿A parte de estar en esta silla? – preguntó a su vez recurriendo de nuevo al
sarcasmo.
- Efectivamente, a parte del accidente que la ha llevado a estar ahí sentada.
- No. Nada.
- Haga memoria – pidió y haciéndole algunas sugerencias continuó - un golpe con
el coche, un desengaño amoroso, la pérdida de un ser querido…
- No, ya le he dicho que no.
- ¿Ha hecho últimamente algún viaje?
- ¿Y a usted qué le importa? – respondió airada – no creo que si viajo o no tenga
importancia.
- ¿Lo ha hecho? – insistió ignorando de nuevo su tono y volviendo a apuntar
“batería 2: molesta desde la primera pregunta”.
- Solo viajo de Madrid a Sevilla, y alguna vez a Jerez – se resignó a contestar.
- ¡Sevilla! me encantaría ir alguna vez – dijo sonriéndole en tono confidencial -
¿le gusta la ciudad?
- La conozco desde pequeña.
- Eso no responde a mi pregunta ¿le gusta ir allí?
- Si – dijo secamente.
- ¿Y que hace cuando va allí?
- Nada – respondió, Verónica notó como sus ojos se entristecían – mis padres
viven allí.
- ¿Tiene pesadillas o algún sueño que se repita? – preguntó cambiando
radicalmente el tono afable y volviendo al profesional mientras apuntaba
“Sevilla”.
- No.

Verónica levantó la vista y la clavó en ella. Se levantó y le tendió la mano.

- Bien. Ahora sí que hemos terminado.


- ¿No me va a recetar nada? – preguntó con ironía acostumbrada a que siempre le
hiciesen tomar pastillas que no le servían de nada.
- No.
- ¿Eso es todo? – preguntó sorprendida clavando sus ojos castaños con tal
intensidad en la psiquiatra que consiguió incomodarla.
- Si, eso es todo – dijo dirigiéndose hacia la puerta. Maca no se movió
acostumbrada a que todos fueran a ayudarla solícitos, sin embargo, Verónica no
lo hizo, se limitó a esperarla con la mano sobre el picaporte para abrirle la
puerta.
- Espere – pidió antes de que Verónica la abriese – que día tengo que volver.
- Usted no tiene ningún interés en estar aquí. Y yo tengo mucho trabajo y muy
poco tiempo. El día que de verdad quiera que la ayude y decida dejar de
mentirme. Llámeme. Hasta ese día, no tiene que volver.

Recordaba como Maca puso un gesto de contrariedad pero sabía que en el fondo le
agradó su actitud. Tiempo después Maca le había confesado que ese primer día pensó
que quizás Cruz tenía razón al decirle que era la mejor; hasta ese momento todo el
mundo la había tratado con condescendencia, con lástima y, si había algo que la
exasperaba era eso, despertar pena; intentaba que no fuera así, luchaba por hacer una
vida todo lo parecida que podía a la de antes, aunque le estaba constando tanto…
Recordaba como interpretó los gestos de la pediatra favorablemente y como sonrió para
sus adentros, había conseguido lo que pretendía.

A lo largo de los meses había rememorado cada palabra de aquella primera cita, cada
detalle, había perdido la cuenta de las veces que había repasado el expediente de Maca,
desesperada por no hacer progresos con ella. Y ahora, casi tres años después, cuando se
había convencido de que Maca además de su paciente era su amiga, le decía que le
había mentido, hasta ahí no había nada sorprendente, ya lo sabía desde el primer día, de
hecho había ido descubriendo algunas de esas mentiras, como su estado civil, los
motivos de aquellas visitas a Sevilla… el problema estaba en que cuando creía que
estaban haciendo algunos avances que podían llevarla a lograr su objetivo, se daba
cuenta que había estado trabajando sobre una base falsa. Se sintió molesta, enfadada y
porqué no decirlo muy defraudada.

Miró hacia ella, necesitaba seguir con aquella conversación, Maca seguía hablando con
la subinspectora, parecía que había algún problema. Buscó a Claudia pero la vio
también ocupada. Decidió acercarse a Cruz que charlaba con Teresa y aquella nueva
enfermera.

* * *

Esther seguía conmocionada por la noticia que le había dado Teresa. Maca estaba
casada. “Está casada, casada”, se repetía una y otra vez, mientras Teresa charlaba con
Cruz y Claudia que se habían unido a ellas interrumpiendo su conversación. “Casada…,
¿desde cuando?”, necesitaba saber más, pero estaba claro que Teresa no le iba a contar
mucho, al menos de momento. Tenía que reconocer que entraba dentro de la lógica que
se hubiese casado, pero nunca se lo habría imaginado, quizás porque en todo ese tiempo
ella había sido incapaz de entablar con nadie una relación que no fuese de amistad, ni
con Germán, ni con aquel joven portugués con el que tanto se reía, ni con Margarette,
claro que Margarette estaba en otro caso, fue pensar en ella y las lágrimas afloraron a
sus ojos.

- ¿Te pasa algo? – interrumpió Cruz sus pensamientos.


- No, nada – se apresuró a responder viendo como las tres la observaban entre
preocupadas y curiosas y sonriendo se excusó - un trago demasiado largo.
- Me ha estado comentando Cruz que trabajabas en el Central – dijo Claudia
intentando integrar a la enfermera en la charla.
- Si, trabajé allí.
- Y me ha dicho Maca que te apuntas a esta aventura – continuó ante la parquedad
de Esther.
- Si, me ha parecido muy interesante. Lo que no me entero muy bien es donde voy
a trabajar, si aquí...
- No, tú estarás en el campamento con Laura, Mónica y Fernando – explicó Cruz
– Fermín y Lola, también estarán allí con dos ambulancias, ya los conocer por si
es necesario algún traslado, ya los conocerás el lunes. ¿Te han presentado ya a
Fernando? Será tu jefe.
- No, aún no.
- Voy a ver si lo busco y me lo traigo para acá – intervino Claudia solícita
marchándose.

Esther aprovechó que se había quedado con Teresa y Cruz para lanzar una de las
preguntas que estaba deseando hacer.

- Cruz, quizás no deba preguntar esto, vamos y si no quieres contestar …


- Dime.
- Tú trataste a Maca cuando…
- ¿Cuándo su accidente? – intervino – si, yo la traté. En realidad, Vilches,
Claudia y yo.
- Y, ¿no se pudo hacer nada?
- Hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano – respondió endureciendo el tono.
- Claro, perdona, no quería decir que …
- No, perdona tú. Es que es algo de lo que prefiero no hablar. Entiéndelo.
- Si, lo entiendo.
- No es por nada Esther – dijo Teresa abriendo la boca por primera vez – pero
entiéndenos, es a Maca a la que deberías preguntar lo que quieras saber.
- Si, si, disculpad – contestó azorándose un poco, estaba claro que no se lo iban a
poner nada fácil – imagino que lo pasaríais mal.
- ¡Hola! – dijo Vero llegando al grupo.
- ¡Vero! ¿Te han presentado ya a Esther? – preguntó Cruz.
- No – dijo con una sonrisa besando a la enfermera – hola, soy Verónica Solé.
- Hola – respondió haciéndose el silencio en el grupo.
- ¡Uy! o ha pasado un ángel o he interrumpido algo – preguntó con una sonrisa
franca.
- No, que va – dijo Teresa – Esther nos preguntaba por el accidente de Maca –
explicó con lo que la enfermera se avergonzó aún más de haberlo hecho.
- Uy yu yuy! ¡Qué hoy es un día para celebraciones no para hablar de los malos
momentos! – dijo Verónica aún sonriendo cambiando de tema, no le apetecía
nada hablar de Maca delante de una desconocida – ¡venga! vamos a brindar
porque os vaya todo muy bien – añadió levantando su copa siendo secundada
rápidamente por Cruz y Teresa – chin, chin. Tu también Esther – insistió Vero –
qué ya me han dicho que serás la nueva enfermera.

Esther levantó su cerveza y brindó con ellas, no sin mirar de reojo aquella chica que
parecía simpática pero, que no sabía porqué, a ella no le había gustado ni un pelo.

* * *

- Dime, Isabel ¿qué pasa? - preguntó Maca al tiempo que la subinspectora se


sentaba en la silla que Vero había dejado libre.
- Pues, la verdad es que no lo se – empezó dubitativa – pero mi padre lleva
insistiendo en que dejes este proyecto desde hace tiempo, eso ya lo sabes y
también sabes que no nos va a apoyar, que no va a mandar efectivos al margen
de los que estrictamente están aprobados.
- Si, Isabel, eso ya lo sabemos – ratificó – pero.., porque hay un pero ¿no?
- Si, lo hay – dijo guardando silencio.
- ¿Cuál es? – preguntó empezando a preocuparse - ¿te has arrepentido tu también?
- ¡Eso nunca, Maca! – exclamó molesta por el mero hecho de que se le hubiese
pasado por la cabeza – estoy contigo en esto, te di mi palabra.
- Entonces – dijo sonriendo - ¿cuál es el problema?
- El problema es que – volvió a detenerse – que mi padre, a su manera, creo que
me ha hecho una advertencia. Bueno, en realidad, que nos la ha hecho, porque a
ti también te ha mencionado.
- Una advertencia… – repitió pensativa - ¿qué tipo de advertencia?
- No me ha dicho nada, pero lo conozco y… - no sabía como decirle aquello sin
alarmarla más de lo que ya debía estarlo – y creo que me oculta algo.
- Algo de qué – dijo impaciente – Isabel, ve al grano, a estas alturas no me voy a
sorprender por nada que puedas decirme.
- Creo que teme que quienes están en contra del proyecto tomen medidas más…
más drásticas para frenarte, bueno para frenar todo esto.
- Ya – dijo pensativa entendiendo a qué se refería – bueno… tendremos que hacer
las cosas bien para que eso no ocurra – hizo una pausa y confesó- Yo también
tengo que contarte algo.
- ¿Te ha dejado otro? – preguntó adivinando, por la expresión de su interlocutora,
de qué podía tratarse.
- Si – dijo angustiada.
- ¿Cuando?
- No tengo idea de cómo lo ha hecho – empezó a contarle - pero me lo he
encontrado en el bolsillo de la bata.
- ¡Maca! – exclamó preocupada
- Lo sé, lo sé – respondió sin disimular ya el agobio que sentía – tenías razón, no
quería creerte, pero tenías razón.
- ¿Estás segura de que no estaba ahí ayer?
- Si, lo estoy, es imposible que estuviera ayer, lo habría visto.
- Bien – respondió - Maca, ¿porqué no pones una denuncia! te lo digo en serio.
- Ya te he dicho que no voy a hacerlo.
- Pero Maca, ¿cuantas veces vamos a estar discutiendo del tema?
- Las que haga falta, ya lo sabes.
- Es que no te entiendo. Si no denuncias yo no puedo hacer nada. Sabes que ya
estoy cometiendo una irregularidad haciendo lo que hago.
- Lo se – confesó – lo siento, no quiero ponerte en un compromiso y si crees que
es mejor me vuelvo a casa y acabamos con todo, que sea como tenga que ser –
dijo cansada.
- ¡No digas tonterías! – exclamó- dame más tiempo.
- ¿Crees que tiene que ver con que hayan vuelto a hacer pintadas en mi casa?
- Si que lo creo.
- ¿Y con este proyecto?
- No, creo que no, ya te lo he dicho muchas veces, es cierto que comenzaron casi
al tiempo que empezaste a mover papeles, pero no son sus métodos – dijo con
autoridad – descartado con seguridad.
- Es desesperante – confesó casi con lágrimas en los ojos.
- Lo se. No te preocupes. Yo me encargo de todo – dijo cogiéndola de una mano
comprendiendo por lo que estaba pasando e intentando darle una tranquilidad
que ella misma no sentía – ¿lo tienes ahí?
- Si.
- Dámelo.

Maca le tendió un papel doblado. Isabel lo abrió y leyó su contenido. Levantó la vista y
clavó los ojos en ella.

- No me gusta nada. Va subiendo de tono – comentó – comprobaré que se trata de


la misma persona. De momento sigue haciendo lo de siempre.
- De acuerdo.
- Maca, otra cosa – dijo a sabiendas de que no le iba a gustar nada – quiero que
esa chica, Laura, se vaya cuanto antes de la casa.
- ¡Isabel! – protestó – le dije que se podía quedar cuanto quisiese.
- Lo siento, pero no quiero que haya nadie allí. Tienes que entenderlo, Maca. No
es seguro, ni para ti ni para ella.
- Y ¿qué quieres que le diga?
- Lo que quieras, pero que se vaya.

Maca, la miró, apoyó un codo en la mesa y se pasó la mano por la frente, deteniéndola
en la sien. La cabeza le iba a estallar, pero Isabel no cedió, ante su señal de cansancio.

- Otra cosa Maca – continuó implacable – quiero que me hagas una lista con todas
las personas que se han acercado hoy a ti a menos de un metro, hasta el
momento en que lo encontraste, y cuando digo todas me refiero a todas.
- Esto es una locura, si solo he salido del despacho para comer, y he estado todo el
tiempo con Claudia y Vero.
- Pues tú me dirás… - le respondió intentando que comprendiese.
- Que quieres que te diga – dijo manifestando cierto enfado – confío en las dos, y
tampoco creo que Cruz o Teresa… - continuó irónicamente.
- ¿Nadie más? – preguntó – ¿estás segura?
- Si… bueno Evelyn esta mañana – respondió con sorna - pero lo tenía en la bata
no en la chaqueta.
- No, Evelyn está descartada. Tú hazme la lista y ya decidiré yo en quien puedes o
no confiar.
- De acuerdo – musitó – pero no vas a conseguir nada, pongo mi mano en el fuego
por cualquiera de ellas.
- No confíes en nadie y ten cuidado Maca – pidió con seriedad.
- Lo tendré.

La subinspectora se levantó dejando sola a Maca, en su rostro se reflejaba la


preocupación. Cogió el móvil y realizó una llamada.

- ¿Si? - escuchó al otro lado.


- Evelyn, soy yo – dijo – ha vuelto a dar señales de vida.
- ¿Y Maca? – preguntó preocupada - ¿está bien?
- Si. Tranquila. Llama a Josema y pídele de mi parte que lo prepare todo. Estad
alertas y tener cuidado.
- Bien. ¿Crees que..?
- Si – la interrumpió sabiendo lo que iba a preguntarle – creo que no tardará en dar
el paso. Cada vez parece más alterado.
- No te preocupes. Nosotros nos encargamos. ¿Vendrás con ella?
- Si. La acompañaré a casa.
- Hasta luego, entonces.
- Hasta luego.

* * *

Maca permanecía sola junto a aquella mesa pensando en lo que Isabel acababa de
decirle, no sabía porqué, después de casi tres años ya debería estar acostumbrada pero,
en esta ocasión, sentía una aprensión terrible, como si algo malo fuese a ocurrir. Se dijo
que era tonta, Isabel no le había dicho nada que ella no se hubiese imaginado ya, así es
que esa sensación sería por la excitación de toda la noche.
- ¿Puedo? – preguntó Esther viendo que Maca por primera vez en la noche se
había quedado sola. Maca levantó la vista, la miró entre sorprendida y asustada,
o eso le pareció a Esther.
- Te he traído esto – dijo alargándole su copa preferida.
- Ya no bebo alcohol, Esther – respondió rechazándola.
- ¡Ah! – exclamó sorprendida – pero… ¿puedo? –pidió.
- Si – respondió en tono cansado – siéntate. Se dice que lo prometido es deuda
¿no?
- Eso se dice – dijo sentándose y clavando sus ojos en ella le preguntó - ¿pasa
algo?
- ¿A qué te refieres?
- Te he visto con la Inspectora esa, porque es ella ¿no?
- ¡Vaya memoria tienes! – exclamó – si, es ella. Y no, no pasa nada. Cosas de
trabajo.
- Bueno, me dijiste que me ibas a explicar de qué va todo esto – dijo cambiando
de tema e intentando buscar una excusa para iniciar una conversación.
- Si... – respondió pensativa arrastrando la sílaba con un deje de hastío.
- Si estás cansada…
- No, no, estoy bien. Pero…. ¿De verdad tienes ganas de hablar de todo esto
ahora? – dijo mirando su reloj.
- Estás cansada – afirmó y levantándose añadió - ya me lo cuentas mañana o el
lunes – añadió sin saber realmente aún que día empezaría a trabajar – o mejor ya
pregunto yo por aquí, si de todas formas creo que entre la presentación y lo que
ya me han ido diciendo no creo que tenga muchas dudas.
- Bien… - respondió y volvió a clavar la vista en su vaso pasando el dedo índice
por el borde, como solía hacer siempre que necesitaba pensar en algo.

Esther la observó, estuvo tentada a pensar que le molestaba que la hubiese interrumpido,
aunque en realidad lo que parecía es que Maca ni siquiera reparaba en su presencia.
Respiró hondo y se decidió a decirle lo que en realidad había ido a decirle.

- Maca – dijo volviendo a sentarse – si vamos a trabajar juntas, tendremos que


hablar ¿no crees?
- Ah! ¿ya no crees que vaya a echarte en quince días? – preguntó con sorna,
levantando la vista.
- Ya me encargaré yo de que eso no ocurra – respondió con altanería y una
seguridad que en el fondo no sentía.
- Vaya … - fue lo único que se le ocurrió a Maca, que pensó en lo mucho que
había cambiado Esther – pues a ver… déjame que recuerde –dijo con un suspiro
- debes traerme un informe de tu superior, algo simple que explique en qué ha
consistido tu trabajo y también tienes que darme…
- Maca – la interrumpió – no me refería a eso.
- ¿No? ¡Ah! pues… entonces, ¿de qué debemos hablar?
- De nosotras, de lo que pasó – dijo temerosa mirándola con tal intensidad que
Maca se sintió incómoda y volvió a bajar la vista, cuando la levantó a la
enfermera le pareció distinguir en ellos una tristeza que nunca había visto antes
y que la sobrecogió.
- Mira Esther – empezó hablando con aplomo y girando su silla en disposición de
salir de allí – cometí muchos errores contigo, pero aprendí la lección y hoy
intento no repetirlos.
- Maca… yo
- Esther – la interrumpió no quería que dijese nada de lo que luego tuviese que
arrepentirse - tu te fuiste, yo me quedé, mejor que no busquemos el porqué de
las cosas que no hicimos ¿de acuerdo?
- Pero Maca… - protestó ligeramente.
- Necesito ir al baño – dijo marchándose todo la rápido que pudo.

Esther se quedó allí sentada, viendo como se alejaba y pensando en esas palabras.
Estaba claro que Maca había pasado página pero ¿y ella! ella tenía la necesidad de
pedirle perdón por haberse marchado de aquella forma, tenía necesidad de hablarle de
todo lo que había sentido en África, de hablarle de esa alma que nunca le entregó y de
esas palabras que nunca supo decirle, quería que Maca supiese que sentía haberse
marchado cuando más la necesitaba. Pero sobre todo, necesitaba hablar con ella,
escuchar de su boca que no le guardaba rencor, al igual que ella tampoco lo hacía. Tomó
de un sorbo lo que le quedaba en su copa y cogió la que Maca había rechazado, se
levantó para buscar a Laura y despedirse, ya era hora de marcharse de allí.

- ¿Qué ha pasado? – le preguntó Teresa llegando a su altura y sorprendiéndola.


- Nada.
- Esther… - le dijo en tono amenazante – no me digas que nada que he visto como
se ha marchado.
- Te digo que no ha pasado nada.
- Pues entonces qué le has dicho.
- Nada, Teresa – dijo dando un sorbo a la copa que le había llevado a Maca.
- Te lo advertí y te lo repito – dijo fulminándola con la mirada – no le hagas daño.
- No voy a hacerle nada – dijo mirando hacia abajo pensativa, le dolía que su
amiga le hablase con esa dureza, cuando levantó la vista sus ojos se habían
humedecido – me voy a marchar ya, creo que me he pasado bebiendo.
- Tu no te vas a ningún lado – respondió autoritariamente y, viendo el estado de la
enfermera añadió en tono cariñoso – ¡ay! ¡qué tonta que eres! ven conmigo,
vamos a tomar un rato el aire, que todavía no me has contado porqué has vuelto
así, sin avisar, y quiero que me lo cuentes todo, todo, ¡no sabes la alegría que me
has dado! – le dijo sonriéndole como solía hacerle agarrándose a su brazo.
Esther le devolvió la sonrisa agradecida, y más tranquila se marchó con ella.

Cruz había estado observándolas de lejos, al ver que Maca se marchaba fue tras ella,
cruzándose con Teresa, que le hizo una seña de que salía con Esther. Sin embargo,
Héctor y Laura las interceptaron. El argentino se había enterado que Esther había vuelto
y deseaba saludarla.

Cruz se detuvo un momento y apartó a Teresa del grupo.

- ¿Qué pasa?
- No tengo ni idea – dijo – eso intentaba averiguar.
- Voy a ver a Maca.
- Si, luego hablo yo con ella. No me gusta nada esto – le comentó a Cruz – tengo
miedo de que…
- No te preocupes. Ya ha pasado mucho tiempo – respondió.
- No se yo – suspiró – ¡dios te oiga!
- ¡No seas dramática! – exclamó con una sonrisa – luego hablamos – dijo
marchándose por donde había salido Maca. En el fondo ella también estaba
preocupada, no podía olvidar aquellos meses en los que, por mucho que lo
intentaron Vilches y ella, no conseguían que Maca superase la marcha de Esther,
la vieron hundirse más y más, con la angustia de no poder hacer nada por
evitarlo. Sabía que las cosas habían cambiado, que Maca había cambiado, pero
en el fondo no las tenía todas consigo, tenía que hablar con ella para asegurarse
de que todo estaba como debía estar.

La pediatra se dirigía al baño con una idea en la cabeza, el peso de los silencios, del
silencio de cinco años, del silencio en esa batalla que la hirió más que si le hubiesen
clavado una espada y pensó en los puentes que nunca se atrevió a cruzar por miedo a
caer en el abismo, en el mismo abismo al que luego se lanzó voluntariamente. Cruz la
encontró mirándose en el espejo, parecía enfadada, la vio golpear con fuerza uno de los
lavabos en un gesto de rabia y permanecer cabizbaja.

- Maca ¿te pasa algo? – preguntó preocupada.


- No, nada – dijo girándose rápidamente – no te había escuchado.
- Te he visto hablar con Esther.
- Si – fue su escueta respuesta.
- No me dijiste que ella fuera la nueva enfermera.
- Ya – dijo admitiéndolo – yo tampoco lo sabía.

Cruz no pudo evitar un gesto de sorpresa.

- Maca ¿estás segura de esto?


- Sí, sí, - se apresuró a responder y algo pensativa preguntó - ¿acaso tu crees que
no es buena para el puesto?
- No, claro que no, para mí siempre fue un placer trabajar con ella. Sabes que no
me refiero a eso. Yo… estoy pensando en ti.
- Por mi no te preocupes.
- ¿Seguro?
- Si, Cruz, seguro – insistió con una leve sonrisa y añadió – si su currículum es la
mitad de lo que me ha dicho Laura, no puedo imaginar a nadie más adecuado.
- En eso puedo estar de acuerdo, pero…
- Pero nada, si es la mejor….
- Maca, sabes que no me refiero a eso y, además, podemos empezar sin enfermera
- propuso.
- Pero no es lo ideal, ni da buena imagen.
- Puede que no, pero no creo que debas hacerlo por eso. No a toda costa.
- Cruz, de verdad, que yo no tengo problema. Esther es pasado desde hace mucho
tiempo, tengo otra vida y otras personas en ella y lo sabes – dijo, pero su amiga
hizo tal gesto de duda, que la obligó a preguntar - ¿se puede saber porqué no me
crees?
- Pues… porque te miro a la cara y…
- Y qué.
- Pues que no es la misma de esta mañana, que hay algo diferente, y que ese algo
me da miedo.
- Tranquila que no voy a perder la cabeza, ni nada de eso. Se muy bien donde
estoy y lo que puedo o no esperar de la vida.
- Maca… - insistió dándole a entender que la conocía y que no quería que
sufriera.
- Cruz… - respondió Maca en el mismo tono, diciéndole que ya estaba bien de
que la protegieran todos de aquél modo.
- Vale, vale, me callo, pero si necesitas algo, cualquier cosa, te lo digo en serio,
Maca.
- Que no te preocupes Cruz, de verdad, tengo demasiadas cosas en la cabeza como
para preocuparme por algo así - explicó en lo que a Cruz le pareció una
justificación, Maca captó su expresión de incredulidad - además si prácticamente
no la voy a ver, si su trabajo es en el campamento.
- Bueno, como quieras, pero, cuenta con mi apoyo para lo que sea.
- Que si, pesada.

Cruz se acercó y le dio un beso manifestándole su apoyo. Maca se quedó allí mirando su
reflejo en el espejo, esbozó una ligera sonrisa, parecía boba solo de pensar en ello. Tenía
que reconocer que cuando escuchó la voz de Esther su mente se disparó, dejándole el
corazón en un puño, como si cien jinetes al galope hubiesen robado como bandidos
todos los latidos de su corazón; tenía que reconocerlo y lo reconocía, pero también era
cierto que Vero le había enseñado a controlar esas reacciones corporales fruto de
estímulos externos. Ella sabía que hacía tiempo que dejó de estar enamorada de Esther,
que dejó de esperar su vuelta, ahora tenía que centrarse en que esa Clínica saliese
adelante y en seguir intentando resolver sus problemas personales. Respiró hondo y se
dispuso a salir de allí. ¡Necesitaba tomar el aire!

* * *

- Entonces ¿tú sigues en el Central? preguntó Esther a Héctor sin ningún interés.
- Si, no podía dejar solo a Javier – dijo justificándose – es mi amigo y lo ha
pasado mal con el divorcio.
- Si, ya me ha comentado algo Laura.
- Y tu ¿qué que tal estos años? Ya me ha dicho Laura que has estado en África
¡cualquiera te encontraba!
- ¿qué quieres decir? – preguntó riendo.
- Nada – se apresuró a responder pensando en la que lió Maca cuando la
enfermera desapareció – es una forma de hablar.
- ¿Y Javier no ha podido venir?
- No. Tiene mucho trabajo. Además Maca y él no se llevan muy bien últimamente
– explicó y cambió rápidamente de tema -. Me han dicho ¿qué vas a trabajar
para Maca?
- Para ella no, para esta Clínica – especificó.
- Bueno, bueno, ché, no se me moleste – sonrió.
- Es que no es lo mismo.
- Claro, claro ¿y qué tal el regreso? verás todo muy cambiado, ¿no?
- La verdad es que no me hago a la idea, esta mañana estaba allí y ahora aquí, es
todo tan… tan irreal.
- A mi me pasa igual cuando voy a ver a mis padres, y eso que solo son unas
semanas.
- Oye Héctor, ¿te importa? – hizo una señal de querer marcharse cogiendo a
Teresa cada vez se encontraba peor no sabía si por el alcohol o por el calor
sofocante – es que íbamos al baño ¿verdad Teresa?
- Si, si, vamos – respondió la aludida mirándola con preocupación.
- No, claro que no me importa, luego charlamos – sonrió y acercándose a ella le
confesó al oído- Me alegra de que por fin hayas vuelto, quizás tu consigas con
Maca lo que ninguno ha logrado.
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó sorprendida, no sabía si le había oído bien,
entre el ruido, el susurro y su cabeza, porque cada vez estaba más mareada.
- Luego hablamos – respondió viendo como Teresa tiraba de ella.
- Héctor…
- Venga Esther, vamos – la apremió Teresa, viendo que la enfermera cada vez
estaba más tambaleante.

* * *
Maca, por fin había conseguido escapar de la cafetería. En su camino al exterior la
habían parado tres veces, una para felicitarla y, las otras dos, para hacerle algunas
sugerencias. Necesitaba tomar el aire. Le dolía la cabeza, le dolía la espalda, no había
cambiado de postura en varias horas cuando debía hacerlo casi cada quince minutos
pero, sobre todo, le dolía el cuello de tanto mirar hacia arriba. Aunque lo que de verdad
necesitaba era un cigarrillo. Se sentía culpable cada vez que se encendía uno, pero no
podía evitarlo. Lo hacía siempre a escondidas, consciente de que si para cualquiera era
perjudicial, para ella aún más, una de las consecuencias de estar en esa silla eran los
problemas pulmonares y cardiovasculares. Recordaba la bronca que Cruz le echó el día
que la pilló encendiendo uno. Solo lo hacía de vez en cuando, muy de vez en cuando,
pero esa noche lo necesitaba.

Dos guardas jurados flanqueaban ambos lados de la puerta principal en el interior del
vestíbulo. Maca se acercó a ellos dispuesta a salir.

- Buenas noches, doctora Wilson.


- Buenas noches Alberto – dijo, respondiendo al joven y, girando la cabeza, se
dirigió al otro chico que debía ser nuevo porque no lo conocía – buenas noches.
- Buenas noches, señora.
- ¿La ayudo a bajar? – preguntó Alberto acercándose a ella solícito.
- No, gracias, puedo sola – respondió bruscamente, saliendo a toda prisa. Ya en la
rampa se rió de si misma, la había incomodado que Alberto se le acercase tanto,
la conversación con Isabel la había puesto nerviosa.

En el jardín el fresco de la noche la hizo inspirar con fuerza. Miró hacia atrás, estaba
sola, encendió su cigarrillo y aspiró una profunda bocanada. Sabía que no debía
permanecer demasiado rato allí fuera pero, estaba tan a gusto en ese silencio nocturno,
solo interrumpido por el eco de alguna palabra pronunciada por los agentes que
rodeaban los coches oficiales en el aparcamiento, que permaneció unos minutos más
disfrutando del momento.

- Maca – dijo una voz a su espalda provocando su sobresalto – perdona ¿te he


asustado?
- ¡Claudia! ¿qué haces aquí?
- Te he visto salir y… como tardabas… ¿estas bien?
- Si, solo necesitaba tomar un poco el aire.
- Bien – sonrió agachándose a su lado y mirando al cielo comentó – bonita noche.
- Si – dijo con un suspiro.
- Ha salido todo muy bien ¿verdad?
- Si – volvió a ser su escueta respuesta.
- Maca ¿te preocupa algo? – preguntó al verla tan poco comunicativa.
- No, no – se apresuró a responder.
- Si es por lo del periodista ese, no le eches cuentas – dijo intentando adivinar – ya
se cansarán.
- No, si no es por eso.
- Entonces ¿es por algo? – volvió a preguntar clavando sus ojos en ella, pero
Maca permaneció en silencio – ¿me lo vas a contar o tengo que adivinarlo yo?
- Si es una tontería.
- Si te preocupa no será una tontería.
- Es por algo que he hablado con Vero sin recordar lo que me dijiste antes.
- ¿Yo! ¿el qué? – preguntó – me he perdido.
- Lo de que Vero parecía celosa.
- ¿Eso! pues si que es una tontería – dijo sonriendo – no me hagas caso porque lo
mismo me equivoqué y fue una apreciación errónea.
- ¿En serio crees que Vero…? – empezó a preguntar pero se interrumpió, no solo
le daba miedo la idea si no decirla en voz alta.
- Que Vero, ¿qué?
- Pues que siente algo por… por mi – dijo bajando la voz como si alguien pudiera
oírlas.
- No lo sé – respondió y ante la mirada de angustia de la pediatra puntualizó –
vamos, no creo.
- Pues… espero que no – murmuró más para sí que para Claudia - ¿volvemos?
- Maca, no vayas a sacar las cosas de quicio que te conozco – le dijo señalándola
amenazadoramente con el dedo.
- ¿Yo? – preguntó con una media sonrisa y su mejor cara de inocencia.
- Si, tú – sonrió Claudia cogiendo la silla y empujándola – anda vamos que ¡vaya
anfitriona! no quieres dirigirles unas palabras a tus invitados, no los atiendes en
la copa, ahora te escondes en el jardín…
- ¡Oye! Si no he parado en toda la noche – protestó riendo entrando ya en el
vestíbulo y cruzándose con Teresa y Esther. Maca frunció el ceño al verlas
juntas y Teresa reparó en la mirada recriminatoria de la pediatra a la que
respondió con una ligera inclinación de cabeza con la que le decía que no se
preocupase.
- Vamos a tomar el aire – explicó Teresa sujetando a Esther por el brazo – dentro
hace calor.
- Si que lo hace – dijo Claudia.
- ¿Estás bien, Esther? – le preguntó Maca viendo la palidez de la enfermera que
empezaba a pasarle factura la copa que se había bebido de un sorbo.

Esther asintió sin pronunciar palabra y Teresa tiró de ella hacia fuera. Claudia se agachó
para decir burlona en el oído de Maca.

- ¿Y esa preocupación por ella?


- ¿Preocupación? No te equivoques – dijo desafiante – simple cortesía.

Claudia sonrió y no volvió a decir nada más, entrando de nuevo ambas en la cafetería.
Maca se quedó pensativa, quizás antes había sido un poco brusca con Esther, imaginaba
que en esos años habría cambiado, pero su expresión le decía que estaba afectada por
algo, y no era su intención que pensase que le había molestado su vuelta. Se propuso
hablar con ella para dejárselo claro.

* * *

Teresa caminaba junto a Esther en silencio. La enfermera notaba que el paseo le estaba
sentando muy bien, observaba aquellos jardines sorprendida de su amplitud, había una
zona casi boscosa en ellos. ¿Cuánto dinero habrían dado solo por ese terreno! no
recordaba que Maca fuese tan rica. Le gustaba el lugar que habían elegido, le gustaba el
diseño de la construcción y le gustaban aquellos jardines mezcla de naturaleza salvaje y
exquisitos cuidados. No le importaría trabajar allí, pero sabía que no podía hacerlo, al
menos, durante mucho tiempo. Suspiró.

- Esto es precioso.
- Si, y de día más. Ya verás el lunes.
- Entonces ¿es seguro que mañana no empezamos a funcionar?
- Por lo que yo sé hasta el lunes no se empieza, por eso ha sido hoy la
inauguración. Aunque…
- Aunque qué.
- Que quizás vosotros…, no sé, será mejor que le preguntes a Fernando, lo mismo
el quiere que quedéis antes.
- Si, le preguntaré, a ver si me lo presenta alguien.
- Bueno – empezó sentándose en uno de los bancos – ahora que estamos solas
¿me vas a decir porqué no me has avisado que volvías?
- No sé, Teresa, pensaba llamarte cuando hubiesen pasado unos días.
- Pero…
- Pero nada. Pensé en pasar primero unos días con mi madre, tranquila, pasear por
Madrid, ver lo que ha cambiado estos años y, luego, llamar a los amigos.
- ¿Tu estás bien?
- Claro.
- No se Esther, no entiendo que no des casi señales de vida en cinco años y de
pronto…
- A ti si te he llamado – se defendió sonriendo.
- Si – le devolvió la sonrisa.

Se hizo el silencio entre ambas. Esther adivinaba que Teresa deseaba saber más allá de
lo que ella estaba dispuesta a contar. Y Teresa, no era ajena a esa reticencia de la
enfermera, aunque llevaba años sin verla, conocía a Esther, y sabía que le pasaba algo,
pero también sabía que nunca lo reconocería. El móvil de Teresa empezó a sonar pero
no hizo ademán de cogerlo.

- Cógelo – pidió – será Manolo - le dijo sonriendo. Teresa miró la pantalla y se


levantó a toda prisa, alejándose de allí.

El silencio de la noche permitió a Esther escuchar parte de la conversación.

- ¿Si? ¡Hola! Rosario. No, no… si, tu hija está bien. Claro, claro, yo se lo digo. Si,
ha ido todo bien. Si, no te preocupes. Claro mujer, si ella ya lo sabe. Imagino
que si pero ahora se lo pregunto y le digo que te llame. Si, tranquila que yo se lo
digo. Yo creo que si, porque hoy han mandado el billete. Muy bien. Besos
también para Pedro. A dios, a dios.

Teresa volvió al banco y se sentó. Esther sabía que no había hablado con su marido pero
se hizo la tonta.

- ¿Qué tal Manolo? – preguntó con inocencia.


- ¿Manolo? Bien, bueno como siempre.
- ¿Echa de menos a su mujercita? -bromeó.
- No era él, era Rosario – confesó.
- ¿La madre de Maca? – preguntó Esther y con sorna continuó – ¿y eso, Teresa?
¿te codeas ahora con los Wilson?
- ¿Qué pasa? ¿te extraña?
- Pues de la madre de Maca, la verdad es que sí – dijo recordando los malos
momentos que le habían hecho pasar a veces.
- Pues ya ves. Las cosas han cambiado – dijo y bajando la voz añadió en tono
confidencial – nos hicimos íntimas a raíz del accidente de Maca, ¡lo pasaron tan
mal los pobres!
- Peor lo pasaría Maca ¿no? – preguntó viendo una posibilidad de enterarse de lo
que tanto deseaba.
- Bueno… claro… al principio si, pero luego no creas… parecía como… como
resignada… como si se lo mereciera - dijo como si le costase trabajo enfrentarse
al recuerdo de aquellos días.
- ¡Nadie se merece algo así! – exclamó sin poder evitarlo - ¿porqué crees que
Maca pensaba eso? – preguntó angustiada con la esperanza de que ella no
tuviese nada que ver con esa actitud de Maca.
- Mujer, es una forma de hablar, me refiero a que se lo tomó con tranquilidad,
fueron sus padres los que se desesperaron, aunque ya sabes como es Maca… ¡la
procesión siempre por dentro! - de pronto guardó silencio, le dolía pensar en la
incertidumbre en la que vivieron esos días, y no continuó - ¿de qué estábamos
hablando tu y yo?
- Querías saber porqué me he presentado aquí – le recordó dándose por vencida,
estaba claro que de Teresa no iba a averiguar mucho, y la entendía. Optó por
cambiar de tema - ¿por qué no han venido?
- ¿Quiénes, los padres de Maca? – preguntó y ante el asentimiento de Esther
explicó – a Pedro le dio un infarto no hace mucho y aún está convaleciente.
- ¿Y su mujer?
- Rosario está bien, pero no quiere dejarlo solo.
- ¡No! – exclamó – la mujer de Maca. ¿Por qué no está aquí! se supone que hoy es
un día importante para Maca ¿no?
- Si. Pero no sé, Esther. Ya te he dicho que yo no sé nada de ella.
- Pero ¡cómo no vas a saber nada! – dijo incrédula - ¿nunca la has visto?
- Alguna foto, es muy guapa, eso sí – dijo – creo que a Maca le sentó mal que
ninguno fuéramos a la boda.
- ¿Por qué no fuisteis?
- Yo, porque no pude.
- Pero, Teresa… - la recriminó.
- Era en Sevilla – se excusó – además, fue un Martes y me era imposible ir,
porque entre semana tengo a mi nieto en casa.
- ¿Y los demás?
- Tampoco creas que invitó a mucha gente ¿eh? – dijo – si no recuerdo mal creo
que solo a Cruz y Vilches y, quizás a Héctor.
- Pero… y ¿Claudia? y ¿Verónica! parecen muy amigas suyas.
- Si – dijo sonriendo consciente de lo que pretendía Esther – pero Maca se casó
poco antes de que Claudia llegase al hospital y a Vero la conoció bastante
después.
- Pero… ¿cuánto tiempo lleva casada?
- Yo creo que… hará ya casi cuatro años.
- ¡Cuatro! – murmuró entre sorprendida y pensativa. Si ella llevaba cinco fuera.
Se veía que, a pesar de que ele habían hecho creer lo contrario, la había olvidado
pronto, pensó con un pellizco de dolor - Y ¿nunca ha venido a Madrid?
- No sé… imagino que si… - respondió con evasivas incómoda por el
interrogatorio - ¿de qué hablábamos?
- De mi vuelta, Teresa.
- Si, eso, cuéntame – dijo y de nuevo se hizo el silencio entre ellas. Teresa
esperaba que Esther respondiese pero la enfermera parecía que no estaba muy
por la labor, finalmente se decidió.
- Te juro que no era mi intención – dijo rompiéndolo – me refiero a presentarme
aquí, así.
- Pero lo has hecho – afirmó viendo como la enfermera asentía.
- Si – dijo con un hilo de voz.
- Eso es lo que no entiendo. Y más después de lo que me has estado pidiendo
todos estos años. ¿Tú sabes la de veces que he tenido que mentirle a Maca! ¿Tú
sabes como me sentía cuando me miraba sin creerme?
- Ya lo sé. He sido injusta. Nunca imaginé que te estaba poniendo en un aprieto.
- ¿Por qué has vuelto? – preguntó sin más rodeos.
- Ya te lo he dicho. Solo he vuelto a descansar, ver a mi madre y volverme. Te lo
aseguro.
- ¿No has vuelto por ella?
- Te juro que no.
- Pero…
- Pero me encontré a Laura y lo demás ya lo sabes.
- Pero has podido decir que no.
- Si.
- ¿Y porqué no lo has hecho?
- No se.
- Esther…
- No sé, Teresa, en serio, no lo sé – le respondió con tal convencimiento que
Teresa la creyó - de pronto pensé en verla de nuevo y no sé, me dije que quizás
era el momento, que quizás ya había pasado suficiente tiempo…
- Suficiente tiempo ¿para qué?
- Para que va a ser… - respondió con un deje de tristeza que no pasó inadvertido a
su amiga.
- No la has olvidado ¿verdad?
- ¿Importa?
- ¡Ya lo creo que importa!
- Yo no lo creo. Ella tiene su vida y, como bien dices, no tengo derecho a venir
aquí y ponérsela patas arriba. Y no voy a hacerlo, podéis estar tranquilas, Cruz y
tú – dijo y ante la mirada de sorpresa de Teresa continuó – si, Cruz, ¿crees que
no me he dado cuenta de lo poco que le ha gustado la idea de que trabaje aquí?
- No te confundas con Cruz, ella solo quiere mucho a Maca, solo eso – la
defendió.
- No, si es normal. Yo me fui… - murmuró ensimismada.
- Si, te fuiste. Ese no fue el problema, el problema fue cómo lo hiciste.
- Ya… - bajó la vista ligeramente avergonzada, no pensaba dar explicaciones de
porqué se fue así, lo hizo y punto, y Maca sabía muy bien quien tenía la culpa de
ello, aunque en este tiempo todo el mundo se hubiese hecho una imagen
equivocada de lo que pasó, no entraba en sus pensamientos perder su tiempo en
explicaciones absurdas ni en desdecir lo que ya se hubiese dicho. Ya no.
- Bueno dime – dijo Teresa interrumpiendo sus pensamientos - ¿Y tú! ¿tienes otra
vida, tú?
- ¿Yo? – dijo pensativa – yo no tengo nada.
- ¡ay! – exclamó abrazándola enternecida por ese aire de nostalgia que desprendía
la enfermera – me alegro de que estés aquí.
- ¿De verdad?
- ¡Claro!
- Teresa… - empezó como si fuera a confesarle algo pero guardó silencio.
- Dime.
- No voy a quedarme.
- ¿Qué quieres decir?
- Que estaré los quince días de prueba y me marcharé.
- Pero ¡no puedes hacerle eso!
- Tranquila, se lo voy a decir a Maca, para que tenga tiempo de encontrar a
alguien y todo eso.
- Porqué no te esperas – aconsejó – aunque sea una semana, para que veas como
es todo, si te gusta, si os lleváis bien…
- No, si no es por eso, es que… no puedo – dijo con voz temblorosa.
- Esther, ¿qué pasa?

La enfermera negó con la cabeza incapaz de articular palabra, a lo largo de la noche


había sentido muchas veces que se le hacía un nudo en la garganta, y en ese momento
entre el alcohol, los recuerdos y el abrazo de Teresa no pudo evitarlo y comenzó a
sollozar.

- ¡Eh! Vamos, vamos – intentó consolarla Teresa – ¿pero qué pasa! ¿qué he
dicho? – preguntó preocupada - tranquila mujer. Tú haz lo que tengas que hacer
– le decía apoyándola en su hombro - pero ¿qué te pasa? – volvió a preguntar
viendo que sus palabras no hacían ningún efecto.
- Nada – balbuceó – me ha dado llorona – intentó sonreír incorporándose.
- Si, claro. Anda, anda, desahógate – dijo volviendo abrazarla dándole palmaditas
en la espalda. Cuando estaba más tranquila. Teresa insistió.
- A ver ¿me vas a decir qué pasa?
- Si no es nada, de verdad, me he puesto triste, me acuerdo de aquello, de la vida
que he dejado allí, de lo diferente que es todo aquí. Tonterías mías.
- Bueno, bueno – dijo a sabiendas de que Esther no se iba a sincerar – anda vamos
a que te arregles esa cara y volvamos dentro que cuando acordemos estamos
aquí solas.

Y no se equivocaba, cuando entraron de nuevo en la cafetería apenas quedaba nadie. Y


los compañeros habían decidido celebrar su éxito yéndose a bailar a un local del centro
que Vero conocía, , incluida Maca, que al principio se había negado pero luego, al ver la
cara de Laura había consentido en ir un rato. Teresa se apuntó encantada, y Esther no
tuvo más remedio que aceptar ante la insistencia de Fernando y Gimeno, que le puso el
brazo por los hombros y le ofreció llevarla en su coche, siempre que no le diesen asco
los pelos de perro, porque Greta estaba mudando el pelo. Cuando ya la conducía hacia
el coche, hablándole de su hija y de Greta, Esther volvió la cabeza y miró hacia Teresa y
Maca con una expresión entre burlona y desesperada que ambas conocían tan bien. No
pudieron evitar soltar una carcajada.

* * *

Las primeras en llegar fueron Vero y Maca, las acompañaba Teresa en el coche. De los
demás vehículos se fueron bajando todos. Gimeno insistía a Esther para que entrase
pero la enfermera se disculpó diciendo que estaba esperando a Teresa, que ayudaba a
Maca a acomodarse en su silla, y que le apetecía fumar un cigarro antes de entrar.
Esther permanecía en la puerta mientras entraban todos, Vero empujaba la silla de Maca
y Teresa caminaba a su lado.

- ¡Maca! – dijo Teresa de pronto – ¡que se me olvidaba!


- ¿Qué pasa, Teresa? – respondió sobresaltada.
- Me ha llamado tu madre – explicó – está preocupada porque no le has
confirmado si mañana vas o no a Sevilla, yo ya le he dicho que si, pero quiere
que la llames.
- ¡Se me ha pasado completamente! ¡uf! qué tarde es para llamar…. – dijo
mirando su reloj preocupada, parada en la puerta del local, donde Esther
esperaba sonriente.
- Pero mujer llámala, que seguro que está esperando.
- Que si Teresa, que voy a llamarla – respondió – id entrando vosotras.
- ¿Vamos Esther? – dijo Teresa cogiéndola del brazo.
- Espera – respondió la enfermera con una sonrisa enseñándole el cigarro.
- Esther, espera, ¿puedes pararte un segundo? – pidió Maca ya con el móvil en la
mano.
- Claro - respondió haciéndole una seña a Teresa de que iba en un momento -
dime.
- ¿Desde cuando fumas? – le preguntó sorprendida recordando lo poco amiga del
tabaco que era.
- Ya hace tiempo – respondió evasiva – dime, Maca.
- Pues verás… yo es que quería decirte que antes…
- ¡Maca! – casi gritó Isabel saliendo del local a toda prisa - ¿qué haces aquí!
¿estás loca?
- ¡Isabel! ¡qué susto me has dado! – exclamó haciéndole una discreta seña de que
se contuviese – tengo que llamar a mi madre.
- ¿Qué pasa? – preguntó Esther perpleja.
- Le importa dejarnos, por favor – pidió Isabel a Esther que sorprendida miró
hacia Maca, pero ante la señal de afirmación de ésta indicándole que entrase
Esther se encogió de hombros.
- Ya me dices lo que sea dentro – le dijo
- Si, Esther, ahora hablamos – dijo viendo como entraba - ¡joder Isabel! –
protestó ya a solas con ella.
- Maca, ya se que son tres años de amenazas, y que a todo se acostumbra uno, y sé
que estás superada y todo lo que quieras decirme, pero o te lo tomas en serio o
cualquier día …
- Vale, vale – admitió – tú también sabes que soy prudente, que intento no estar
sola, pero tenía que llamar y, se me ha olvidado.
- Pues llama rápido - dijo poniéndose delante de ella.

Maca cogió el teléfono y la subinspectora se separó de ella unos metros para dejarle
algo de intimidad, mientras buscaba con la vista el coche de sus chicos. Satisfecha de
verlos allí, respiró más tranquila y esperó a que Maca terminase para entrar con ella.

- Mamá.
- Macarena, ¡hija! ¿cómo ha ido todo? – preguntó con interés.
- Bien mamá – respondió – perdona pero no me han dejado un segundo libre…
- ¿Vendrás mañana, no?
- Claro que si, mamá.
- Entonces te espero en el aeropuerto.
- No hace falta, voy con Evelyn.
- Me apetece ver a Ana y a sus padres.
- Mama…
- Macarena no empieces.
- Haz lo que quieras, mamá – dijo con resignación.
- Sabes que es lo mejor…
- Que si mamá, oye, que me están esperando, mañana nos vemos.
- Pero ¿no me dices nada! cuéntame quien ha ido, y si el ministro…
- Mamá mañana te cuento, de verdad que tengo prisa – la interrumpió viendo las
señas que le hacía Isabel de que fuese entrando.
- Macarena, no me vayas a dejar con la palabra en la boca – la reprendió con
autoridad – ¿encontraste enfermera? – y ante el silencio de su hija insistió –
Macarena ¿estás ahí! ¡Macarena!
- Si, mamá la encontré – respondió molesta, ya tendría tiempo de pensar cómo le
decía que era Esther – ¡hasta mañana!
- Pero ¡hija! – protestó mientras escucha el clip indicándole que Maca había
colgado – Pedro, tenemos que hacer algo con tu hija. Le pasa algo, lo sé.
- No empieces otra vez con eso. Déjala tranquila que ya es mayorcita. Además,
cada vez que hemos hecho algo…
- Qué quieres decir con ese tono.
- Sabes a lo que me refiero – dijo molesto – nos equivocamos y todavía está
pagando por ello.
- No digas tonterías, Pedro. Hicimos lo mejor para ella.
- No discutamos porque nunca nos vamos a poner de acuerdo – sentenció
apagando la luz de la mesilla y dándose media vuelta.

Rosario permaneció con los ojos abiertos. En el fondo, ella también creía que quizás
todo era culpa del afán que habían tenido de protegerla, pero ya no había marcha atrás.
Lo contrario sería un escándalo, para Maca y para toda la familia. Puede que su marido
tuviese razón y lo mejor para u hija fuese conocer toda la verdad, pero ya era tarde, muy
tarde para eso.

* * *
Esther entró en el recinto pensando en la escena que acababa de vivir, no sabía muy
bien lo que significaba, pero siempre había sido buena atando cabos y si tuviese que
apostar por algo apostaría porque esas pintadas por las que preguntó el periodista iban
más allá, quizás Maca estuviese amenazada por alguien, estaba claro que el
comportamiento de la subinspectora había sido más que raro. Sintió un pellizco de
preocupación y al mismo tiempo tuvo la sensación de estar completamente fuera de
lugar.

- Esther, ven, estamos allí – escuchó a su lado.

Vero se había acercado a ella cuando la vio entrar. En ese local siempre le buscaban una
buena mesa en la zona vip, bien situada pero alejada de miradas indiscretas. Esther le
sonrió y se dejó conducir.

- ¿Dónde está Maca? – le preguntó.


- Está fuera, hablando con su madre.
- Pero ¿está sola? – volvió a preguntar con preocupación.
- No, la subinspectora está con ella.
- Gracias, voy a buscarla – se explicó – mira están allí ¿los ves?
- Si, si gracias – respondió viendo como la joven se encaminaba hacia la salida.
Teresa podía decir lo que quisiese, y Maca estaría casada, pero ella estaba segura
de que había algo más que amistad entre ellas.

Llegó a la mesa donde solo estaban sentadas Cruz y Teresa. Los demás permanecían en
pie, decidiendo si iban a bailar o no. Miró hacia atrás y observó que Maca, Vero e Isabel
llegaban hasta ellos. Héctor se acercó para despedirse.

- Pero ¡cómo que te vas ya! – exclamó la enfermera decepcionada tirando de él


para hacer un aparte.
- Lo siento, no me había dado cuenta de lo tarde que es y mañana tengo guardia –
se justificó.
- ¡Vaya! – dijo – me gustaría hablar contigo.
- Ya tendremos tiempo – le dijo – pásate un día por el Central, o si lo prefieres me
llamas y nos tomamos un café, ¿si?
- De acuerdo. Pero, ¿puedo hacerte una pregunta? – dijo con cierta timidez.
- Si no es muy indiscreta – bromeó pero ante la seriedad de Esther dijo – a ver,
dime.
- ¿Qué querías decirme antes con eso de que a lo mejor yo conseguía lo que
ninguno de vosotros?
- No sé. Se me ocurrió de pronto – dijo un poco esquivo dando por hecho que
Esther estaba al día de todo – por lo de Maca, que si nadie ha logrado progresos
con ella en tres años, pues… quizás tu, una paranoia mía, pero ¿porqué no? ¿no
crees?
- Pero Héctor ¿de qué me estás hablando? – preguntó desconcertada. El argentino
miró el reloj de nuevo e hizo un ademán de no poder pararse más.
- Pues del bloqueo de Maca – explicó – bueno del bloqueo o de lo que sea. Pero,
lo siento Esther, de verdad, me tengo que ir – continuó – lo dicho, pásate y
charlamos.
- Me pasaré – dijo dándole un beso – gracias.
La enfermera permaneció unos segundos allí de pie pensando en lo que Héctor le había
dicho. Se acercó a la mesa donde Vero le insistía a Maca para sacarla a bailar, la
pediatra parecía no estar muy predispuesta, escapándosele una mirada furtiva hacia
Esther, que no pasó desapercibida a Vero.

- ¿De qué tienes miedo? – le preguntó susurrándole al oído.


- ¿Yo? De nada ¿por qué iba a tener miedo?
- No temas hacer el ridículo, Maca. Ya has bailado en más ocasiones y lo haces
muy bien.
- Una cosa es hacerlo tu y yo a solas, y otra muy diferente…
- Precisamente en público es donde debes hacerlo.
- Te recuerdo que no estamos en terapia – le respondió molesta por su insistencia.
- Y yo te recuerdo a ti que conmigo siempre estás en terapia – le dijo sonriendo.
- En ese caso, tendremos que dejar la terapia – contestó clavando sus ojos en ella
con furia y, acto seguido, se giró dándole la espalda.

Entonces Vero hizo algo inesperado que provocó la risa en sus compañeros, se levantó,
se puso a la altura de la pediatra y le pidió disculpas, al tiempo que se arrodillaba frente
a ella y tendiéndole la mano le dijo entre solemne y burlona.

- Me concede este baile, señora directora.

Todos rieron la broma y Maca se sintió en la obligación de aceptar. Ya en la pista la


psiquiatra la tomó de la mano y giró en torno a ella contoneándose, Maca no pudo evitar
sonreír a pesar de que estaba molesta con ella, no le gustaba que siempre quisiese salirse
con la suya y menos públicamente. Esther las miraba sorprendida de la habilidad de
Maca con la silla, vio como Vero se agachaba de nuevo a para decirle algo y como
Maca reía a carcajadas, de nuevo la invadió esa sensación de tristeza, se sentía
descolocada, Laura adivinó por su expresión lo que pensaba y se acercó a ella.

- Aunque no lo creas, a mi también me pasa.


- ¿El qué?
- Todo esto es tan… diferente. Me pregunto qué hago aquí cuando…
- Si – murmuró pensativa – voy al baño – se excusó y salió disparada de allí, no
tenía ganas de explicar qué era lo que pensaba ella.

En la pista Vero aprovechó uno de sus giros para gritarle a Maca.

- Recuerda que tenemos una conversación pendiente.


- No es el momento, Vero.
- Tienes razón – sonrió – pero tenía que intentarlo.
- Ya hablaremos – prometió – ¿Nos sentamos? Tengo sed.
- Ya te vale – le dijo – anda vamos.

Cuando volvió del baño, Esther observó como seguían en la pista casi todos, aunque
Maca y Vero se habían sentado con Cruz y Teresa. Esther se quedó allí en pie,
observando como bailaban y se divertían, no sabía qué hacer, si sentarse o ir a la pista.
Laura fue a por ella un par de veces, pero no le apetecía bailar. Se dirigió a la barra
mientras veía como Fernando volvía a por Verónica y se la llevaba a la pista de nuevo.
En realidad, lo que quería era acercarse a Maca, hablar con ella, pero nunca estaba sola.
Siempre había alguien a su lado, bromeando, riendo con ella, incluso sacándola a bailar
como había hecho Verónica hacía unos minutos, algo que la había dejado sorprendida.
Maca, que había estado buscando a Esther con la vista en varias ocasiones hasta
localizarla, se percató de la indecisión de la enfermera, apoyada en la barra, sola, y se
acercó a Teresa.

- ¿Sabes ya qué le pasa? – dijo señalando hacia ella.


- ¿Qué le va a pasar? – respondió – lo normal, está desubicada, esta mañana en
Nairobi y horas después en una discoteca de Madrid…
- Teresa, Teresa – sonrió – que llevas toda la noche charlando con ella, no me
creo que no le hayas sacado ya porqué ha vuelto.
- Hija, Macaaaa – protestó.
- A no ser que te hayas dedicado a ponerla al día de mi vida – dijo poniéndose
seria pero con un baile en los ojos revelador de que bromeaba.
- ¡Maca!
- Teresita, Teresita – soltó una carcajada – que es broma mujer.
- Pues a mi no me hace ninguna gracia, lo que quieras que sepa se lo cuentas tu,
porque yo no he abierto la boca.
- Ni que fuera un secreto, Teresa, es más que evidente – dijo señalándose así
misma, como solía hacer desde hacía años, mofándose de su situación como
arma de defensa - es normal que quiera saber qué pasó. No es un secreto –
repitió.
- Bueno - dijo algo molesta - ¿y qué quieres que le cuente, lo que piensas tú o lo
que dicen tus médicos?
- Eso si que no tiene gracia Teresa – dijo poniéndose seria, ante la dureza de sus
palabras.
- No, no la tiene. … - admitió - a mi me dejáis de vuestros líos.
- No te enfades – le pidió.
- Sabes lo que pienso y que sepas que a Cruz tampoco le hace gracia – se
defendió.
- ¿He oído Cruz? – intervino la aludida – qué estáis hablando de mi – sonrió.
- Maca, que se ríe de que estemos preocupadas por la vuelta de Esther – dijo
Teresa haciéndose la ofendida.
- Anda, por qué no vas y le dices que se siente aquí, con nosotras – pidió Maca en
tono conciliador, se lo estaba pasando bien y no tenía ninguna gana de volver a
la discusión de siempre.

Teresa se levantó y fue a buscar a Esther.

- ¿Dónde te habías metido? – le preguntó Maca rompiendo el hielo cuando ambas


tomaron asiento.
- Estaba en el baño y dando una vuelta – explicó – es todo tan… , el ambiente, la
música, y hace tanto que no entro en un sitio así.
- Mujer yo tampoco – respondió Teresa - pero un día es un día.

Vero llegó a la mesa y se sentó, en el único sitio libre, junto a Esther.


- ¿Si? – sonrió la enfermera continuando su conversación con Teresa – si yo creía
que Manolo y tu… Por cierto, ¿no bailáis más? - preguntó dirigiéndose a Vero y
Maca, que estaba sentada en frente de ellas.
- Los pies me matan – confesó Vero – por hoy me rindo. Voy al baño y me
marcho a casa, que mañana tengo grabación.
- ¿Mañana? – preguntó Maca extrañada.
- ¡Claro! A ver porque crees que me han dado la tarde libre.
- ¿Entonces?
- Entonces te vas solita al aeropuerto – rió levantándose para ir al baño, se volvió
y la señaló con el dedo – que te conozco.
- Pues yo también debería marcharme – dijo Maca devolviéndole la sonrisa – mi
avión sale a las nueve menos cuarto y, la verdad es que ya estoy un poco
cansada.
- ¿Dónde está Isabel? – preguntó Cruz.
- Allí con Gimeno – rió Maca – ya me contará, porque este hombre es un caso.
- Voy a rescatarla – rió también Cruz – que querrá acompañarte.
- ¡Déjala! Me voy con Vero, pero dile a Laura que venga un momento, tengo que
hablar con ella – le pidió a Cruz recordando la advertencia de Isabel.

Esther se levantó al mismo tiempo que Cruz se marchaba en busca de Laura. De pronto
una idea había cruzado por su mente.

- Teresa, ¿bailas conmigo? – preguntó a sabiendas de que iba a negarse.


- ¿Yo! deja, deja que bastante tengo con mi Manolo.
- ¿Y tú? – dijo de pronto Esther girándose hacia Maca.
- ¿Yo qué? – dijo Maca que estaba distraída mirando hacia el baño por donde se
había marchado Vero.
- ¿Bailarías conmigo? – preguntó con descaro sin temer una negativa.

Cruz, que ya había vuelto sin lograr su objetivo, y Teresa se miraron, Esther parecía
dispuesta a demostrar que todo podía ir con normalidad entre ellas, pero Maca la miró
perpleja, dudando un instante su respuesta.

- ¿Por qué no? – sonrió Maca – vamos. Pero solo un baile que ya es muy tarde.

Esther cogió la silla de Maca y se dirigió hacia la pista sin evitar sentir cosquillas en el
estómago al hacerlo. Se sintió rarísima empujándola y muy nerviosa, tanto que se
tropezó al bajar el minúsculo escalón que separaba la pista de la zona de mesas.

- ¡Cuidado! ¡qué me matas! – rió Maca recordando lo torpe que podía resultar
Esther.

Cruz y Teresa estaban sorprendidas de la naturalidad con que se trataban. Y ambas


hubieron de reconocer que quizás habían exagerado.

- Parece que no va a haber problemas.


- Eso parece – respondió Teresa sin mucho convencimiento.
- Yo las veo muy bien. Reconócelo.
- Sí, si lo reconozco.
- ¿Qué pasa Teresa?
- Nada, que soy perro viejo y te digo yo que no.
- Que no ¿qué?
- Pues que no, que no me lo trago. Que cinco años es mucho tiempo, no lo niego.
Pero que no, que diga Esther lo que diga, sigue dolida, por lo que pasó entre
ellas. Eso se ve. Y Maca…
- Pues yo no creo que sea así. Maca me ha dicho claramente que no tiene
problema y creo que es verdad, las dos la conocemos y si no fuera así no estaría
tan tranquila en la pista
- Bueno, esperemos que no lo sea. Son muchos años, si, pero…

Vero volvió del baño, y ambas guardaron silencio. Al preguntar por Maca quedó
sorprendida de que estuviese en la pista con la nueva ¡con el trabajo que le había
costado convencerla para que bailara con ella! pero no hizo comentario alguno y se
dispuso a esperar pacientemente a que terminase el baile.

- He visto antes, que lo haces muy bien – rompió el hielo Esther, que después de
su atrevimiento estaba un poco nerviosa – no sé si podré estar a tu altura.
- Si has aprendido a bailar agachada, seguro que lo estás – le dijo volviendo la
cara con una sonrisa, haciendo gala del humor negro que siempre le había
gustado.
- Maca, - le respondió Esther acercándose a oreja para hacerse oír - me alegra ver
que… - iba a decir a pesar de todo, pero se corrigió a tiempo - eres feliz, -.
- La felicidad completa no existe, Esther – musitó segura de lo que decía.
- ¿Qué? – dijo agachándose de nuevo.
- Nada – gritó – que sigues siendo un pato.
- Y, ¡sin patines! – rió recordando las tardes en las que Maca se empeñaba en
llevarla al retiro – a lo mejor con ellos conseguía seguir tu ritmo – bromeó
halagándola.
- Ni por esas ¡patosa! – respondió desafiante, moviendo la silla de tal forma que
Esther, entre el mareo que tenía de por si, su torpeza para esas cosas y el golpe
que le dio Maca acabó tambaleándose y cayendo sobre su rodillas. Ambas
soltaron una carcajada, divertidas por la situación.
- ¿Te acuerdas del batacazo que me di aquella vez? – dijo Esther riendo aún.
- ¡Cómo olvidarlo! – respondió ayudándola a incorporarse riendo también - ¡me
alegro de que hayas vuelto! – le dijo con sinceridad mirándola a los ojos.
- Yo también de haberlo hecho – fue su única respuesta, sosteniéndole la mirada.

La música cesó unos segundos.

- Tengo…tengo que irme – balbuceó nerviosa ante la intensidad de la mirada de la


enfermera.
- La última – pidió Esther – por los viejos tiempos.
- Pero la última ¿eh? – amenazó con una sonrisa.
- Palabra – dijo moviéndose delante de ella, al son de la nueva canción, con tal
soltura y agilidad que Maca abrió la boca de par en par - ¡sorpresa! – gritó y
agachándose le dijo - ¿qué te crees! ¿qué me voy a pasar cinco años en la cuna
del ritmo y voy a volver sin saber bailar?

Maca sonrió burlona, Gimeno, Fernando, Mónica, Laura, Isabel y Claudia, rodearon y
jalearon a la enfermera, riendo todos divertidos.
Empezó una nueva canción y Maca no volvía a la mesa. Vero que las estaba
observando, miró su reloj y se volvió a Cruz.

- Me voy ya. Voy a por Maca que ya es tarde para ella.


- Déjala – pidió Cruz – hace tiempo que no la veía reír de ese modo.
- Porque siempre os veis en el trabajo – respondió en tal tono que a Cruz le
pareció que estaba molesta - si salieses con ella…
- ¿Sales tú mucho con ella? – intervino Teresa recordando las palabras de Esther,
¡A ver si la enfermera iba atener razón y … se le había pasado a ella ese detalle!
Rápidamente desechó la idea, Maca quería a su mujer, y lo dejaba claro siempre
que podía.
- ¿Yo? No, no, alguna vez con Claudia – se apresuró a contestar y decidió cambiar
de tema - Parece que la nueva es bastante …
- ¿Bastante qué? – preguntó Cruz
- Pues no sé, acaba de llegar, y parece que conozca a la gente de toda la vida – se
explicó sin quitar ojo a las evoluciones de Esther en la pista – bastante abierta.
- Pero Vero ¿nadie te ha dicho quién es Esther? – preguntó divertida, no daba
crédito a que nadie le hubiese explicado nada.
- No. ¿Quién es? – preguntó interesada clavando sus ojos en aquella chica que no
paraba de bailar, ¡y cómo bailaba!

En la pista, Maca se estaba divirtiendo de verás, por un momento había olvidado todos
los problemas de la Clínica, todo lo que le había contado Isabel y, lo más importante
que debía coger un vuelo dentro de… ¡cinco horas! ¡qué tarde se le había hecho! esperó
a que terminase la canción para despedirse, Claudia le puso una mano en el hombro, le
dio un beso y le hizo una seña de que al día siguiente la llamaba. Esther observó la
escena, no sabía porqué pero le gustaba aquella chica. Maca se volvió y se dirigió a ella.

- Esther, tengo que irme, se me ha hecho muy tarde.


- ¿Ya?
- Si. Nos vemos el lunes, ¿de acuerdo? – le dijo.
- Vale – dijo decepcionada agachándose por primera vez a besarla – hasta el lunes
– le susurró en la oreja.
- Deberíamos irnos todos – intervino Fernando, acercándose a Maca y rompiendo
el cruce de miradas que se había establecido entre ella y la enfermera.
- ¡No! – dijo la pediatra – vosotros quedaos. Está todo pagado.
- No seas muermo – lo cogió Gimeno por los hombros – vamos, ¡qué la noche es
joven!
- La noche si, pero yo ¡no! – rió dejándose arrastrar.
- ¡venga hombre! – rió Mónica que en esos meses había estrechado su relación
con el médico en su tarea de organizar el departamento.

En la mesa Cruz acababa de decirle a Vero quién era Esther y cuando Maca llegó hasta
ellas la cara de la psiquiatra era todo un poema.

- Ya estoy aquí – dijo Maca llegando con Isabel a la mesa e interrumpiendo la


conversación y captando rápidamente que Vero estaba molesta – perdona Vero
por el retraso – pensando que ese era el motivo de su gesto - Isabel dice que
prefiere acompañarnos, ¿nos vamos?
- No hace falta que nos acompañes. Yo la dejo en casa – dijo Vero secamente,
quería hablar con Maca.
- Prefiero ir con vosotras.
- ¿Qué pasa? ¿No será por lo de las pintadas, esas? – preguntó Vero preocupada
- Si, por eso – intervino la detective – quiero asegurarme de que no es nada serio.
- Vamos entonces – dijo levantándose Vero – y la chica esta, Laura, ¿no viene?
- Si, ya viene – dijo Isabel – está despidiéndose.

Esther permaneció bailando en la pista con Claudia, Fernando y Gimeno, pero su mente
ya no estaba allí, miró a Maca alejarse con las demás. Era increíble como después de lo
que pasó entre ellas, como después de cinco años sin verse, sin hablarse, sin saber nada
de ella, habían bastado dos bailes y una risa franca para hacerla sentir en calma, para
hacerla olvidar, aunque hubiese sido por un instante, el horror que no la dejaba ser ella
misma. Si, era increíble que ni el regreso a Madrid, ni su madre, ni estar de nuevo en su
habitación echada en su cama, la hubiesen hecho sentir que estaba en casa, que había
vuelto y, sin embargo, cuando cayó en brazos de Maca sí que se sintió, por fin, en casa.
Margarette tenía razón cuando le decía “Esther, querida, a veces, nuestro hogar no está
en un sitio, sino en una persona. El mío está en Dios, pero ¿y el tuyo! debes meditar
dónde está el tuyo”. Si, definitivamente, Margarette tenía razón, había bastado un baile
para convencerse de que en Maca estaba su hogar.

* * *
Isabel se había apartado para hablar con la patrulla que estaba fuera. Les había dado
indicaciones para que se colocasen tras el coche de Maca y les había avisado de que
salían ya. Sabía que quizás estaba exagerando, pero no podía evitar aquella sensación de
aprensión que sintió tras la charla con su padre. Cuando llegaron a los coches Vero
ayudó a Maca a acomodarse en el asiento del copiloto. Laura se sentó detrás y la
psiquiatra se pudo al volante, ante la atenta mirada de la subinspectora que montó en su
coche e inició la marcha.

El camino a la casa lo hicieron en silencio. Maca miraba de reojo a Vero, que conducía
sin quitar la vista de la carretera y sin abrir la boca. Laura se sentía incómoda. No tenía
idea de lo que ocurría pero notaba que algo pasaba entre ellas. Pensó en decir cualquier
cosa sobre la inauguración, sobre la clínica, pero optó por callar. Isabel detuvo su
vehículo unos metros antes de llegar a la verja del chalet de Maca, Vero la rebasó y la
verja se abrió introduciendo el coche en el interior. Cuando llegaron a la puerta Laura se
bajó y abrió la puerta de Maca.

- Espera, Laura, no bajo aún – le pidió – entra tú que ahora voy yo. Tengo que
hablar con Vero.
- ¿conmigo? – preguntó la aludida.
- Si, contigo – dijo cerrando la puerta.

Evelyn que había salido a recibirlas esperó en el porche y le indicó a Laura que entrase,
ya se encargaba ella de Maca. Isabel permanecía esperando fuera a que saliera Vero, le
sorprendía su tardanza pero no hizo nada de momento. Le indicó a la patrulla que las
había seguido que podían marcharse, tras comprobar que ya estaba allí en frente el
relevo.

- Dime - dijo Vero.


- ¿Qué pasa? – preguntó Maca – y no me vayas a decir que nada.
- Pues si que pasa algo, pero ni es hora ni lugar de hablar de ello.
- Pero se puede saber qué te ocurre. – preguntó de nuevo, exasperada – se nos ha
hecho tarde, vale, y por mi culpa, vale también, pero no creo que sea para que te
comportes así.
- No es por eso Maca.
- Entonces ¿por qué es? – preguntó desconcertada.
- Ya te he dicho que no voy a hablar de eso ahora, es tarde y tengo que madrugar
y tú también.
- Bueno, pero dime por lo menos porqué es – dijo – por favor.
- Maca…
- Vero, por favor – pidió de nuevo – sabes como soy, si no me lo dices no voy a
poder dormir ni las dos horas que me quedan.
- Mira que eres cabezota y burra – le dijo con genio. Maca sonrió.
- Es por la chica esa con la que bailabas.
- ¿Por Esther? – preguntó sin poder evitar que volviese a su mente la conversación
con Claudia - ¿no querías que bailase en público! pues lo he hecho – se
defendió.
- No es por eso Maca – dijo con seriedad mirándola a los ojos – tu puedes bailar
con quien quieras. Ya es hora – dijo abriendo su puerta y cambiando por otro
más conciliador – de que te vayas a la cama que mañana vas a estar reventada.
- Vero… - protestó y esperó a que abriese su puerta – por favor, no me dejes con
esta incertidumbre ¿qué es lo que te molesta?
- Maca, insisto en que es mejor que hablemos el lunes.
- ¡Joder! – exclamó airada - ¿qué trabajo te cuesta? O es que quieres hacerme
sufrir.
- Sabes que no.
- ¿Entonces? – preguntó y viendo que Evelyn se acercaba a ellas creyendo que
habían terminado su charla dijo – Evelyn, espera dentro, yo te llamo.

A la joven le extrañó el tono autoritario de Maca pero no rechistó y entró en la casa,


colocándose junto a la ventana, vigilante, decidiendo llamar a Isabel para comunicarle
que Vero tardaría en salir.

- ¿Te voy a tener que estar rogando toda la noche?


- No es eso, Maca – dijo cansada – pero ya que insistes te lo voy a decir.
- ¿A qué esperas? – volvió a preguntar viendo que no se arrancaba.
- ¿Te haces una idea de cómo me siento?
- No entiendo.
- Llevo tres años intentado hacer avances contigo, tres años consultando a colegas
que a veces me miran con cara de decirme que algo habrá que hago mal aunque
no lo digan, tres años probando todo tipo de terapias y alternativas para sacarte
de esta silla. ¿Cuántas veces me has asegurado que no había nada más? Y hoy
primero vas y me sueltas que me has mentido desde el primer día y luego me
entero de que esa enfermera tuya ha sido algo más que una compañera de trabajo
en el Central.
- Vero yo… - dijo avergonzada – lo sé, debí hablarte de ella pero…
- No me digas nada – pidió enfadada – hoy no.
- Vero…
- No Maca. Ahora mismo estoy tan cabreada que no puedo verte como una
paciente que me ha mentido por algún motivo que debo escuchar y analizar. Te
veo como una amiga que me ha defraudado y que me ha dejado hacer el ridículo
todos estos años.
- Vero, de verdad que yo no…
- Maca, por favor… - insistió con tal expresión de rabia que Maca guardó silencio
y consintió en bajar del coche.
- Será mejor que dejemos esto ¿no? – preguntó cabizbaja.
- Sí, hoy sí, será lo mejor.
- No me refiero a hoy – aclaró – digo a siempre, será mejor que dejemos la
terapia.
- Bueno, mejor hablamos el lunes ¿de acuerdo?

Maca asintió con seriedad, ya sentada en su silla, Vero se giró y le hizo una seña a
Evelyn que salió con prontitud de la casa,

- Como quieras – suspiró – buenas noches, Vero.


- Buenas noches, Maca – dijo con genio consciente de que no iba a ser una buena
noche para la pediatra.

* * *

Esther llegó a su casa intentado no hacer ruido, Cruz y Teresa la habían alargado a casa.
Entró con sigilo, pero no sabía como su madre siempre se las ingeniaba para ponerle
alguna trampa en la que tropezase, desde adolescente le había pasado lo mismo. ¿Qué
había sido esta vez? ¡Un perchero! “¿de dónde ha salido?” pensó, intentando recordar,
estaba segura de que esa mañana no estaba allí. Lo colocó de nuevo en su sitio y entró
en el salón con la esperanza de no haber despertado a su madre, sin embargo, Encarna
estaba esperándola levantada.

- Ya veo que ha estado bien esa celebración – empezó en tono recriminatorio.


- Sí, ha estado muy bien – sonrió mareada.
- ¿Te han dado el trabajo? – preguntó temerosa con la esperanza de que no fuera
así.
- Sí – rió satisfecha.
- ¿Y esa cara de boba? – preguntó entre enfadada y preocupada.
- ¿qué cara mama? – dijo molesta.
- Esa que tienes puesta – insistió – te conozco, Esther, y no será por esa…
- Maca, mamá, se llama Maca – dijo riendo.
- ¿Te ríes encima?
- ¡Ay! mama, mama – suspiró acercándose y dándole un beso en la mejilla – no te
preocupes tanto, que no hay motivo.
- Si tú lo dices…
- Lo digo – dijo sonriendo aún.
- Pues yo solo te digo que tengas cuidado hija.
- ¿Cuidado? ¿cuidado de qué?
- Cuidado con ella, no es trigo limpio, te lo digo yo.
- ¡Mama! – exclamó – ¿no te vas a cansar nunca?
- No – afirmó – soy tu madre.
- Pero de qué tengo que tener cuidado – dijo – a ver, que solo voy a trabajar en su
clínica, solo eso. Además, tiene su vida. ¡Si está hasta casada!
- ¿Casada? – preguntó sorprendida.
- Si, casada – afirmó con un tono que alertó a su madre.
- ¿Te molesta?
- ¿Por qué había de molestarme?
- Pues me ha dado esa sensación.
- No digas tonterías, mama. Ha pasado mucho tiempo. Ella tiene su vida y yo la
mía. Solo me alegro de poder hablar con ella sin rencor.
- ¿No se ha sorprendido de verte?
- Si, claro… al principio ha sido embarazoso… pero luego… yo creo que ha ido
bien.
- ¡Ay! hija, ¡en que berenjenal te vas a meter!
- Por cierto, mama ¿tú sabías que Maca está en silla de ruedas?
- Claro, salió en las revistas – dijo – eso y lo de las pintadas. Aunque hace tiempo
que no dicen nada – añadió pensativa haciendo memoria.
- Y porqué nunca me has dicho nada – preguntó intrigada.
- ¿Yo! no hija, no, ¿después de lo que te hizo? – respondió
- Y dale – dijo empezando a molestarse.
- Bueno, pues eso que no voy a decir que me alegrase, pero como se dice en el
pueblo “a todo cerdo le llega su San Martín”.
- ¡Mamá! – protestó sin dar crédito a que su madre pudiese pensar así, notó que se
le humedecían los ojos – como puedes…
- No me gusta – la cortó – ya lo sabes, y no me vas a hacer cambiar de idea…
- Me voy a la cama – la cortó sin mirarla para que no notase la congoja que le
había entrado.
- Bueno, hija, tampoco te pongas así – dijo suavizando el tono – sí, es mejor que
te metas en la cama. Ya me cuentas mañana.

Esther se perdió por el pasillo y su madre se quedó observándola por segunda vez desde
que llegase la mañana anterior. No es que quisiese ser dura con ella, es que no estaba
dispuesta a verla sufrir de nuevo, y esa cara de embobada con la que había llegado le
indicaba que iba a sufrir y mucho, ¡encima casada! ¡esta hija suya no iba a aprender
nunca!

Esther se metió en la cama llorando, la verdad es que no sabía muy bien porqué, quizás
porque se había pasado con las copas, o porque en el fondo le molestaba toda la
información que había conseguido saber sobre la vida de Maca, o porque temía que su
madre tuviese razón, o porque sabía lo que había sentido al verla, al hablar con ella, al
bailar con ella y se temía que no fuera recíproco, en realidad no lo temía, lo sabía, sabía
que no lo era, ¡no podía serlo! de eso si que podía estar segura. Se acurrucó, tenía frío,
un frío interior que prefería achacar al bajón del alcohol. Pensó en Maca, ¡con lo
decidida que había vuelto a no verla nunca! Y ahora esto. Prefería no analizar sus
sentimientos. Lo mejor sería cumplir con lo que le había dicho a Teresa y marcharse
dentro de quince días. El lunes hablaría con Maca. Maca…, se durmió pensando en ella
y en las consecuencias de sus decisiones.

* * *
Isabel subió la escalera con cansancio, llevaba casi veinticuatro horas en pie y encima el
ascensor estaba estropeado. Metió la llave en la cerradura y desde ese momento supo
que había alguien dentro. Sonrió. No esperaba menos.

- ¿Dónde te habías metido? - preguntó el joven que la esperaba - estaba


preocupado.
- Se alargó la cosa – respondió soltando las llaves y quitándose el abrigo.
- ¿Cómo ha ido?
- No sé – dijo pensativa – la inauguración bien, pero hay algo que no me gusta.
- ¿Y tu padre?
- En su línea.
- ¿Te ha dicho algo más?
- Me ha prevenido – confesó - a mí y a Maca.
- ¿En serio! creí que no lo haría – respondió pensando en lo cínico que podía ser
aquél hombre.
- ¿Por qué? A fin de cuentas es mi padre – dijo adivinando sus pensamientos –
digo yo que algún cariño me tendrá.
- No lo digo por eso – se apresuró a corregirse – es que esta tarde, en el despacho,
creí que estaba a punto de derrumbarse y contarme qué es lo que hay detrás de
todo esto, pero… en el último momento se arrepintió.
- ¿Tu crees que él…? – preguntó con miedo de la respuesta.
- Yo creo que la situación le ha superado. Creo que ha recibido presiones de arriba
y que o no ha podido, o no a querido o no a sabido decir que no.
- Me preocupa todo esto, y… me preocupa Maca – confesó – quizás debería
contarle todo lo que hemos averiguado hasta ahora.
- No es necesario – le aconsejó – Evelyn está con ella y sabrá como protegerla.
Además tienes una patrulla siguiéndola todo el día.
- Bueno, en realidad la tienes tu – sonrió.
- Si – dijo acercándose a ella, cogiéndola por la cintura y atrayéndola hacia él – y
si tu padre se entera me corta los… - guardó silencio ante el beso de Isabel.
- ¡Qué ni se le ocurra! eres mío en cuerpo y alma, Inspector – bromeó volviendo a
besarlo, pero una idea cruzó por su mente – Josema – dijo separándose – ¿crees
que mi padre sería capaz de mandar qué…?
- No lo sé – respondió sin dar opción a que formulase la pregunta entera – a veces,
lo veo tan acorralado que creo que sí, pero es un hombre muy inteligente y, en el
fondo sabe que, a estás alturas, eso no serviría de nada.
- ¿Estás seguro?
- Si. Maca ha sabido hacerlo muy bien – rió – la verdad es que cuando me
contaste lo que planeaba nunca creí que lo conseguiría. Pero al Cesar lo que es
del Cesar. Ha sabido jugar con todos.
- Si. Pero eso la ha puesto en el disparadero.
- Bueno, pero también le ha dado una forma de protección ¿no crees?
- Yo sigo sin tenerlas todas conmigo.
- Isabel. No te preocupes. Ya no tiene sentido ir contra ella. Si le ocurriese algo, la
convertirían en una mártir de su causa y no acabarían con el problema, todo lo
contrarío.
- Visto así, creo que tienes razón.
- Así es como hay que verlo – dijo con seguridad – Fallaron en su momento.
Bueno más que fallar les salió mal la jugada – añadió – y sabes que si hubiesen
querido, por mucho que te hayas esforzado, ya lo habrían conseguido. Ahora
serán más sutiles. Han buscado a tu padre para ello.
- ¿Cómo que fallaron en su momento? ¿a qué te refieres con eso! y ¿para qué han
buscado a mi padre! ¿qué es lo que va a hacer mi padre? – lo acribilló a
preguntas - ¡Dime qué es lo que sabes!
- No puedo contarte nada de momento, aún estoy investigando el caso, y además
no tengo pruebas. Pero tu confía en mi, ¿de acuerdo! creo que… - se detuvo de
pronto y se dirigió a la ventana.
- ¿Qué pasa?
- Nada, nada –dijo- de pronto se me ha ocurrido pensar en… una tontería. Este
trabajo nos vuelve paranoicos – rió.
- ¿Este trabajo? – bromeó – eres tu que ves demasiadas películas y yo...
- Isabel – la interrumpió poniéndose serio – quiero que tengas cuidado.
- Sabes que siempre lo tengo – respondió y cambió de tema – A Maca han vuelto
a mandarle un anónimo – contó preocupada por ello.
- ¿Sigues pensando que no tiene nada que ver con la clínica?
- Si. No tendría sentido, empezó antes de que se hiciese público todo esto.
Además la mayoría de las pintadas y las notas… la acusan de asesinato. No tiene
sentido.
- ¿Y si pretendían desacreditarla desde el principio?
- No. Para eso necesitan pruebas de que fuera cierto y si las hubiera ya las habrían
usado. ¿No crees?
- Bueno ¿y si alguien se encargó de que desaparecieran?
- ¿Son suposiciones o sabes algo?
- Son suposiciones – le mintió – pero hay algo que tu padre repite constantemente,
y a mi me da la sensación de que tiene que ver con ella, con ella y con su
familia.
- He hablado con Maca muchas veces de este tema, y te digo que no miente
cuando dice que no hay nada. No solo está tranquila, si no que no tiene miedo de
lo que pueda pasar.
- ¿Estás segura? – preguntó dudando.
- Si.
- Entonces ¿por qué no quiere denunciar! ¿no te parece extraño?
- Eso si es algo que no entiendo – respondió – pero siempre se excusa diciendo
que una denuncia acabaría filtrándose a la prensa y que no quiere volver a ser
noticia.
- En eso tiene razón. Los periodistas meten las narices en todos sitios. ¡Y más en
los juzgados! – admitió – pero no sé, yo creo que oculta algo.
- Yo creo que no, Josema, tu no la conoces – la defendió – ¿qué podría ocultar?
- Oculta la identidad de su acosador, eso es lo que creo – le dijo dejándola
sorprendida – creo que sabe muy bien quien puede estar detrás de esas pintadas
y de esas notas.
- Suponiendo y solo suponiendo, que quede claro que yo no lo creo, que eso fuera
cierto, tendría que ser…
- Efectivamente, tendría que ser alguien tan cercano a ella que no quiere
reconocerlo o alguien que tiene razón en sus acusaciones y ella lo sabe.
- Exacto – estuvo de acuerdo – pero, como ya te he dicho, si conocieras a Maca
como yo, y si vieras por lo que está pasando, no harías esas suposiciones.
- A veces, cariño, cuando nos implicamos demasiado con un caso, tenemos la
solución delante de nuestras narices y no la vemos.
- ¿Qué estás insinuando? – dijo molesta – ¿que no llevo como debería este caso?
- No. Solo que ya son casi tres años de notas y amenazas, y no has avanzado
mucho que digamos.
- Ha parado durante temporadas. Solo que sin pauta alguna y ni mi padre ni tu me
habéis permitido poner una patrulla noche y día vigilando su casa – empezó a
explicar.
- Bueno, bueno, yo hago más de lo que debería – la interrumpió, pero viendo por
la expresión de Isabel la que se le avecinaba, sonrió y le dijo – es tarde ¿por qué
no nos vamos a la cama?
- ¿A la cama? – preguntó sonriéndole también, ¡siempre le hacía lo mismo cuando
se olía que podía empezar una discusión! – te advierto que yo no tengo ni pizca
de sueño – amenazó con picardía.

* * *
Laura estaba esperando en el inmenso salón para darle las buenas noches a Maca,
imaginaba que había pasado algo que se le escapaba, se despidió y se fue a su
habitación, cerró la puerta y se quedó allí parada un segundo, ni tenía sueño, ni le
apetecía meterse en la cama. Pensó en dar un paseo por el jardín, aunque hacía fresco, la
noche era clara. Le gustaba la paz que se respiraba en aquella casa. Se puso algo más
cómodo y cogió ropa de abrigo. Salió al pasillo dispuesta a encontrar el ventanal por el
que esa misma tarde había salido al exterior, si no recordaba mal, estaba al final del
pasillo, en una sala de estar, a la derecha. Se encaminó hacia allí decidida sin sospechar
la sorpresa que le esperaba.

Mientras, Maca se metió en la cama sin ayuda de nadie, en esos años había conseguido
alcanzar un grado de autosuficiencia que nunca esperó, y en eso Vero había tenido
mucho que ver. Sonrió pensando en ella y en el primer día que la invitó a bailar,
esperaba que el enfado no le durase demasiado, lo mejor era que dejase la terapia con
ella, tenía que hablarle de Esther y lo haría. Esther, pensó. Rió para sus adentros
recordando la cara que había puesto la enfermera esa noche, le había gustado bailar con
ella. De pronto su risa se borró. No quería pensar en Esther. No podía. Pero tampoco
podía evitarlo. ¡Como contarle a Vero todo aquello! Como contarle que había sido la
persona más miserable y mezquina que podía imaginar, que hubo un tiempo en que la
Maca que ella conocía no solo no existió si no que era una “impresentable”, como le
gritó Encarna a la cara aquél día que se presentó en el pueblo buscando a Esther.

Dos lágrimas rodaron por sus mejillas recordando los meses que pasó esperando una
segunda oportunidad, un perdón que nunca llegó, y acostándose todos los días
sintiéndose tan mal por lo que le hizo, por lo que le dijo y por lo que no le dijo, poco a
poco fue cayendo en un pozo del que no era capaz de salir, fue hundiéndose más y más,
sintiendo cada vez más el peso de esa profundidad y al mismo tiempo sintiendo una
necesidad apremiante de encontrar una ilusión, una esperanza, algo que la ayudase a
agarrarse de nuevo a la vida. Pero no llegaba, y ella, desesperada, solo encontraba
consuelo cuando entraba en casa y abría una botella de vino, entre copa y copa, le
parecía que aún sentía la ternura de sus abrazos, le parecía que el olor de su cuerpo aún
la impregnaba, incluso, a veces, conseguía oír con claridad su voz. Y, luego, cuando
agotada de llorar conseguía llegar hasta la cama, o caía rendida en el sofá, la amaba en
sueños, la deseaba, se entregaba a ella… Pero amanecía y la frialdad de la soledad y la
resaca, la hacía extrañarla de nuevo, llorarla de nuevo y ansiaba que de nuevo llegara la
noche, para volver a tenerla pero, sin embargo, debía enfrentarse a la desesperada
realidad, en la que esperaba su regreso, un regreso que ya estaba convencida que no se
produciría, y así, sabiendo que la amaría hasta el final y deseando que ese final llegase
cuanto antes, se fue hundiendo más y más, el vozka sustituyó al vino y la noche cubrió
todos los días…. hasta… hasta que llegó Ana, su Ana, como siempre, su último
pensamiento antes de dormir fue para ella, para Ana.

Ana, qué sola se sentía sin ella…


Capítulo III. LA RUTA DEL MISERABLE.
Esther llegó a la clínica a las siete y media de la mañana. El taxi la dejó en la puerta y
subió la escalinata de entrada tarareando. Estaba contenta.

- ¡Esther! ¡Esther, espera! – escuchó a su espalda.

Se volvió con una sonrisa.

- ¡Teresa! – no se sorprendió de verla tan temprano, recordaba que siempre era la


primera en llegar – veo que sigues con las buenas costumbres.
- Pues yo veo que tú has cambiado a mejor – bromeó jadeando por la carrera.
- Respira, mujer, qué te vas a ahogar – le dijo – es mi primer día, no quiero quedar
mal.
- Ya, ya – respondió incrédula – muy contenta te veo yo a ti.

Esther se encogió de hombros con una sonrisa pero no dijo nada.

- ¿Te tomas un café?


- No sé – dudó la enfermera – debería presentarme primero a Fernando o Mónica
¿no crees?
- Yo lo que creo es que, si han llegado, cosa que dudo, estarán en la cafetería.
- En ese caso… - consintió – ¡vamos!
- ¿Qué tal el primer fin de semana en la civilización? – preguntó con la intención
de averiguar que motivaba esa cara de felicidad de su amiga.
- Mejor de lo que esperaba – sonrió.
- ¿Y eso?
- Héctor me invitó a cenar el sábado.
- Mira tu que bien – sonrió – y te habrá estado lloriqueando de Javier ¿me
equivoco?
- Pues si, no hablamos de Javier.
- ¡Vaya! – exclamó extrañada, últimamente el argentino solo sabía quejarse de la
cantidad de trabajo que tenía - ¿y qué es lo que te contaba?
- Además, ¡He encontrado un piso para alquilar que es un chollo y en pleno
centro! – dijo ignorando la pregunta.
- Pero ¿no me dijiste que te ibas en quince días? – preguntó con una media sonrisa
maliciosamente.
- Esto… si, claro – la miró fijamente – me voy del trabajo, pero me quedaré en
Madrid algún tiempo más.
- Pues… no te entiendo – dijo – para que te has presentado aquí a por el trabajo.
- Ya te lo dije, Teresa.
- ¡Tú y tus líos! – exclamó mientras llegaban a la cafetería - ¡ahí está Cruz!
- ¿Te vas a sentar con ella? – preguntó la enfermera
- Si, ¿no quieres?
- No, claro, quiero decir que sí que nos sentamos con ella.
- ¿Algún problema? – preguntó Teresa que se había puesto sobre aviso.
- No, ninguno – sonrió – es que estoy un poco nerviosa… por ser el primer día y
todo eso.
- Qué tonta que eres – le devolvió la sonría – si lo vas a hacer muy bien…
- ¡Buenos días! – las saludó Cruz que ya estaba terminando su desayuno – y esas
sonrisitas – preguntó burlona.
- Esther, que está nerviosa.
- Hace bien, Fernando es un ogro – le dijo bajando la voz y poniendo tono
confidencial – no te fíes de lo que viste el viernes.
- Cruz, hija… - protestó Teresa viendo la cara de agobio que empezó a poner
Esther – si Fernando es un encanto.

Cruz soltó una carcajada, viendo como Esther suspiraba aliviada.

- Esther me estaba contando que salió el sábado a cenar con Héctor – cambió de
tema Teresa con la intención de que la enfermera le contase algo de aquella cita.
- Si – afirmó – me reí mucho con él.
- ¿Con Héctor? – preguntó Cruz incrédula – pero si últimamente era un alma en
pena.
- Por cierto, que me contó lo de Maca.
- ¿El qué de Maca? – volvió a preguntar Cruz poniéndose seria.
- Lo de su diagnóstico – dijo y arriesgándose a una respuesta airada de Cruz
añadió - ¿tú estás segura de que no es físico?
- ¡Buenos días! ¿puedo? – preguntó Claudia haciendo ademán de sentarse en la
mesa.
- Claro, siéntate – respondió Cruz, mirando de reojo a Esther.
- ¡Qué madrugadoras! – dijo Claudia – necesito inyectarme un café en vena.
Todavía estoy pagando las copas del viernes.
- ¡Qué exagerada! – dijo Teresa – mírame a mi ¡cómo una rosa!
- Si, pero tu te fuiste antes, graciosa – protestó – que no había forma de recoger a
Gimeno, ¡qué hombre! – rió, y viendo como el silencio se hacía entre las
presentes - he interrumpido algo, ¿verdad?
- No, no – se apresuró a intervenir Esther, no estaba dispuesta a quedarse como
siempre sin su respuesta, a pesar de que se hubiese sumado al la reunión, una
desconocida para ella, necesitaba saber, porque si era cierto lo que le había
contado Héctor, quizás Maca tenía una oportunidad, aunque fuese muy remota –
estaba preguntándole a Cruz que si es seguro que lo de Maca es físico.

Claudia miró a Cruz y la cardióloga se apresuró a justificarse, no quería que pensara que
iba hablando por ahí de ella.

- No me mires así que yo no le he dicho nada - dijo.


- No, si he sido yo – la defendió Esther – que no me hago a la idea de verla así y
le pregunté a… a mi madre… que dice que salió en la prensa – mintió, no quería
descubrir a Héctor delante de aquella recién llegada, ganándose una mirada de
perplejidad por parte de Teresa y Cruz.
- Si, se armó algo de revuelo – recordó Claudia con seriedad.
- Entonces, Maca estará en tratamiento ¿no? – preguntó interesada la enfermera.
- Claro – dijo Teresa, ligeramente incómoda ante las expresiones de Claudia Y
Cruz.
- Y… ¿no consiguen nada? – insistió en el tema.
- No, no mucho, la verdad – respondió de nuevo la recepcionista.
- Pero le han hecho hipnosis, no sé, lo que sea.
- Esther – la recriminó Cruz – está en las mejores manos, si se pudiese hacer algo
te aseguro que se habría hecho ya y…
- No estará en las mejores manos cuando no han conseguido nada – respondió con
brusquedad.
- Esther … - empezó a replicar Claudia sin dar crédito a los derroteros que estaba
tomando la conversación – es mejor que cambiemos…
- Mira Cruz – dijo, sin escuchar a Claudia y con ligera rabia en el tono dejando
sorprendidas a las tres - ¿sabes las cosas que he visto allí! ¿las barbaridades a las
que nos hemos tenido que enfrentar! para superar un bloqueo Maca tiene que
reconocer que lo tiene y enfrentarse a él, enfrentarse al miedo.
- Y tú, ¿cómo sabes todo de eso? – preguntó Vero, que se había sentado en la
mesa de al lado, sin que ninguna se apercibiese de ello debido la tensión que se
había creado.
- Lo sé – respondió Esther de mala gana, girándose, sorprendida del descaro que
tenía interviniendo en la conversación de aquella manera, no le gustaba aquella
tía y continuó - ¿y se puede saber quién es el lumbrera que la trata? Lo digo para
no ir a su consulta – terminó con ironía, sabía muy bien quien la trataba, o al
menos, lo imaginaba.
- La trato yo – respondió Vero – soy su psiquiatra y su amiga. ¿Algún problema?
– preguntó desafiante.
- Bueno, bueno – intervino Cruz con tranquilidad- será mejor que nos pongamos
en marcha – aconsejó con autoridad levantándose de la mesa secundada por
Claudia que no dejaba de mirar perpleja a la enfermera, no entendía aquel
comportamiento – Esther, si quieres saber algo de Maca mejor le preguntas a
ella – continuó Cruz provocando que la enfermera bajase la vista sonrojada – por
cierto Vero ¿qué haces aquí?
- Buenos días, que no os he dicho nada – dijo cambiando el semblante serio por
una sonrisa que a Esther le pareció completamente fingida – tenía que hablar con
Maca, y quería hacerlo antes de irme a la grabación que hoy terminaré tarde – se
explicó.
- Pues creo que no ha llegado aún – dijo Claudia – si quieres, vamos mientras al
despacho que quiero consultarte una cosita. Si has terminado, claro.
- Si, si – dijo dejando su café entero – vamos.

Las dos se alejaron de allí, ya en la puerta, Vero miró ligeramente hacia a tras y
preguntó.

- ¿De qué va esta chica?


- No sé, pero no lo tengas en cuenta – dijo Claudia quitándole hierro al asunto –
está nerviosa, es el primer día.
- Si, va a ser eso – respondió ladeando la cabeza en señal de incredulidad.
- Vamos – rió Claudia cogiéndola del brazo, Vero le devolvió la sonrisa – no te
preocupes, tonta.
- No, si yo, preocuparme, no me preocupo. ¿Has hablado tu con Maca este fin de
semana?- preguntó cambiando de tema.
- Si, ¿por qué? ¿pasa algo?
- No, no, por nada – respondió pensativa y, ahora sí, preocupada, ella lo había
intentado en varias ocasiones sin éxito. Estaría Maca enfadada. La verdad es que
el viernes se había comportado de la manera más poco profesional posible.
Quería disculparse con ella.
En la mesa Cruz había vuelto a sentarse.

- ¿Se pude saber qué te pasa? – preguntó Teresa aún sorprendida de la salida que
había tenido Esther.
- Lo siento, no quería parecer …
- No puedes llegar aquí después de tanto tiempo y cuestionar todo y a todos –
empezó a recriminarle Teresa.
- Lo sé, lo sé – la interrumpió también – de verdad que lo siento, no sé que me ha
pasado.
- Serán los nervios – le sonrió ligeramente Cruz interviniendo por primera vez –
pero ten cuidado que con esas formas te vas a ganar más de un enemigo por
aquí.
- Voy a ir a pedirle disculpas – dijo levantándose – no quiero que piense que yo...
- No te preocupes, ya tendrás tiempo de decírselo. Mira por ahí llega Laura – dijo
Cruz abandonando la mesa – voy a buscar a Fernando antes de que os vayáis.
- Teresa, ¿tú crees que me he pasado mucho? – preguntó preocupada ya a solas
con ella.
- Pues si – dijo – si que te has pasado. ¿Cómo puedes dudar de Cruz? Y encima
decir eso de Vero, porque a mi no me engañas, tu lo has dicho a posta.
- ¿Yo! que no Teresa, que yo ni sabía que estaba ahí – respondió con inocencia -
¿tu crees que le irá con el cuento a Maca?
- Hombre… - dijo pensativa – amigas si qué son…
- Pero tu lo crees …
- Yo no creo nada – respondió – buenos días Maca.
- ¡Hola! buenos días. Teresa, te estaba buscando. Voy para el despacho que tengo
un montó de cosas que hacer. Estamos esperando el porte de las vacunas.
Avísame en cuanto llegue.
- Si, no te preocupes. Por cierto, Vero te espera arriba, en el despecho de Claudia
– le dijo Teresa.
- Pensándolo mejor, me voy a tomar un café rapidito y luego me voy al centro.
Quiero pasar por el banco y...
- Yo te lo traigo – se levantó solícita Esther - ¿doble de café con un chorrito de
leche fría y sin azúcar? – preguntó con una media sonrisa de timidez.
- ¡vaya! – exclamó Maca sorprendida de que aún se acordase – si, gracias.

Esther se fue a la barra y Maca la siguió con la vista.

- ¿Qué tal el fin de semana? – preguntó Teresa – pareces cansada.


- Lo estoy – dijo con aire pensativo suspirando.
- Y ¿por qué no te has quedado en casa? Tienes mala cara.
- ¡Quedarme en casa! – sonrió – eso quisiera yo, pero no sabes la de cosas que hay
que hacer hoy.
- Pues que las hagan Mónica y Cruz.
- ¿Quieres que me maten? Bastante tienen con lo suyo.
- Tienes mala cara, que lo sepas.
- Que estoy bien, Teresa. Esta noche me acuesto temprano y, mañana, ¡nueva!
- Tu café – dijo Esther poniéndole el vaso delante – bueno… me voy que me ha
dicho Laura que salimos en diez minutos.
- Gracias – respondió Maca clavando sus ojos en ella, ¿eran imaginaciones suyas
o Esther tenía esa cara que solía poner cuando acudía a ella a pedirle perdón por
algo?
- ¡Suerte! – le dijo Teresa y ante el gesto interrogatorio de Maca añadió – está
nerviosa, como es el primer día.
- No lo estés. No vas a hacer nada que no hayas hecho ya cientos de veces – se
dirigió Maca a la enfermera en tono tranquilizador.
- Bueno, me voy… esto … Maca …
- ¿Si?
- No, nada – dijo – hasta… hasta luego.
- Hasta luego – respondieron las dos al unísono.
- Si que está nerviosa – apreció Maca.
- No lo sabes tú bien – murmuró Teresa.
- Bueno, te dejo que me voy ya.
- Pero ¿no vas a ver a Vero! mujer que ha venido hasta aquí antes de irse al
programa, parecía preocupada.
- No, dile que… que me he tenido que parar en el centro.
- ¡Maca! – exclamó disconforme.
- Dile lo que quieras, Teresa – respondió molesta – hasta luego. Y no te olvides de
avisarme.
- Pero si vas a estar fuera.
- Aún así.
- Como quieras – respondió moviendo la cabeza de un lado a otro y murmurando
para sí – aquí va a haber títeres, si ya lo decía yo.
* * *

El jeep avanzaba lentamente por un camino de tierra. Fernando, había abandonado la


carretera hacía ya unos minutos. Durante el trayecto les había ido explicando que los
primeros días serían de contacto, que no se preocupasen por el trabajo que iban a hacer
que lo importante era superar las barreras que las separarían de aquellas gentes.

Ambas se habían sorprendido del vehículo empleado, era similar a los camiones-
ambulancia usados por la Cruz Roja y en los que ellas tantas veces se habían subido en
su estancia africana. Laura recordó las palabras de Maca cuando la llamó, diciéndole
que encontraría pocas diferencias entre el trabajo que hacía en África y el que le
proponía. Había dudado de aquellas palabras desde que entró en esa Clínica llena de
todo tipo de lujo y últimas tecnologías, pero ahora, subida en aquel jeep y escuchando a
Fernando, tuvo que reconocer que Maca no le había mentido. Miró a Esther, que
permanecía junto a ella en el asiento trasero, mientras Mónica ocupaba el del
acompañante. La enfermera le devolvió la mirada, una mirada de complicidad, ambas
estaban experimentando los mismos sentimientos. En África, cuando la miseria, el
hambre, la violencia y la muerte las rodeaban, sentían que hacían algo útil, estaban
empezando a comprender que quizás a la vuelta de la esquina de sus propias casas se
pudiese sentir lo mismo.

- Estamos llegando – anunció Fernando cuando empezaron a verse a lo lejos las


primeras chabolas.
- Al principio se hace duro – intervino Mónica – claro que, ¡qué os voy a contar a
vosotras que no hayáis visto! ¿no?
- Lo que cuesta más trabajo es acostumbrarse al olor – dijo Fernando bajando una
de las ventanillas – y a las ratas.
- Ya imagino – dijo Laura.
- Si – asintió también Esther, empezando a notar aquel “aroma” nauseabundo.
- Aquí vais a ver de todo – continuó Fernando introduciendo ya el vehículo en la
primera fila de chabolas – Esto es el mundo de los sin techo, son sudamericanos,
magrebíes, del Este de Europa, madrileños, otros vienen de otras zonas de
España, hay africanos y algún que otro chino aunque eso son casos especiales.
- ¿Por qué son casos especiales? – preguntó Laura curiosa.
- Ya lo iréis viendo – dijo Mónica – pero hay muchos chinos que vienen aquí a
través de mafias a las que les deben pagar regularmente, algunos, cuando no
pueden o no quieren seguir pagando, se esconden aquí para salvar su vida o la de
su familia. Pero como dice Fernando son casos muy raros y especiales.
- Y porqué dices que son sin techo – preguntó Esther – yo creía que se llamaba así
a los que vivían en la calle.
- Bueno… si. Se puede decir así pero…
- En general – siguió Fernando interrumpiendo a Mónica - la mala fortuna se ha
cebado en ellos, sobre todo el paro, pero muchos ya han nacido aquí. Otros
primero dieron con sus huesos en la calle y luego emprendieron lo que algunos
ya llaman la “ruta de los miserables”.
- ¿Qué es eso? – preguntó Esther.
- Ya lo comprobaréis – respondió – pero básicamente es la ruta del frío, del
hambre y de la soledad.
- ¿Y eso? – preguntaron Laura y Esther casi al unísono cuando el jeep de
Fernando giró por una de las calles. Ante ellos se levantaba una casa que
parecía hasta de lujo, una especie de ofensa a las chabolas que las circundaban.
Mónica y Fernando rieron.
- Aquí vais a ver grandes contrastes – explicó Fernando - os sorprenderéis lo que
tienen algunos dentro de las chabolas, otros en cambio pasan días sin poder
llevarse nada a la boca. Todos los años hay varios muertos por frío mientras que
al lado hay algunos que les sobran los calefactores. Aquí se encuentra de todo,
televisiones, arcones frigoríficos, ordenadores….
- Pero de donde sacan …
- ¿La luz? – intervino Mónica - Ya veréis como cogen la electricidad de los
tendidos que pasan por encima.

Esther miró hacia arriba y efectivamente se sorprendió de ver que las chabolas y algunas
casas estaban dispuestas en línea con el tendido eléctrico de ellas salían cables que
llegaban hasta él, sustrayendo así la electricidad.

* * *

Mientras, en la Clínica, Teresa estaba ordenando los ficheros. Aún no había demasiado
papeleo, pero quería que estuviese todo perfecto para cuando empezase el trabajo en
serio, como ella decía. Miró hacia la entrada. Todo estaba muy tranquilo. Los dos
guardas de seguridad permanecían flanqueándola. Esperaba que llegase pronto el
cargamento de vacunas porque de lo contrario a Maca le iba a dar algo.

- ¿Y esa cara? – escuchó a Cruz - ¿ocurre algo?


- No, nada – respondió – estaba pensando en esas vacunas, que aún no han
llegado.
- Es temprano, mujer. Ya llegarán. – puntualizó – por cierto Teresa, te ha dejado
Maca algo para mí.
- No. ¿Tenía que hacerlo?
- No. Pero quedamos en que esta mañana empezaría con el papeleo de los niños
que llegan mañana en el vuelo de Zambia y como se ha marchado creí que te lo
habría dejado. Yo ya he repasado los historiales, pero íbamos a organizar los
ingresos y decidir cuadrar los turnos para las intervenciones. Y planificar el
código de emergencia…
- ¿Código de emergencia? ¿por qué?
- ¡Teresa! Pero ¿no ves las noticias?- sonrió – en Zambia hay una epidemia de
cólera y aunque estos niños vienen del hospital de campaña, siempre hay que
ejecutar el protocolo antes de intervenir – explicó.
- ¡Ah! Ya entiendo.
- ¿Sabes si tardará mucho?
- No lo sé. Iba al banco – dijo – y ¡ya sabes lo que eso significa! ¿Porqué no la
llamas?
- Lo he hecho pero no responde.

La subinspectora Martínez entró con rapidez en recepción. Y se acercó a ellas


acalorada, a pesar del fresco que hacía ya en esa época del año.

- ¡Buenos días! – saludó - ¿está Maca en su despacho?


- No, ha salido – explicó Teresa.
- ¿Cómo que ha salido? – preguntó sorprendida sus hombres no le habían dicho
nada, es más estaban allí fuera apostados- ¿sola?
- Si – dijo Teresa sin comprender qué quería - ¿había quedado con ella?
- Si – dijo – bueno, no exactamente. Es muy urgente que hable con ella.
- Si quiere puedo llamarla – se ofreció Teresa.
- Ya lo he hecho yo pero no responde – puntualizó la subinspectora secamente,
¿qué creía aquella mujer que no era capaz de hacer una llamada! si estaba allí es
porque no la localizaba. Buena bronca le esperaba a sus hombres, aún no
entendía cómo se les había pasado que Maca había salido de la Clínica.
- Está en el banco… - la justificó – creo que tenía una reunión.
- ¿Me puede decir en qué banco? – pidió Isabel.
- Pero ¿qué ocurre? – intervino Cruz empezando a preocuparse.
- Nada, nada – dijo Isabel intentando no alarmarlas – es solo que tengo que… que
había quedado con ella y… me han encargado un caso… y quiero verla antes de
ponerme con ello.
- Pero… yo creía que ibas a estar en el campamento – dijo Cruz.
- Si, esa era la idea – confirmo – pero son órdenes de arriba, no puedo hacer otra
cosa – se justificó.
- Tenga – le tendió Teresa un papel – ahí está la dirección del banco. Pero lo
mismo ya no la encuentra – casi gritó viendo como la subinspectora corría hacia
la puerta.
- ¡Gracias! – gritó a lo lejos Isabel blandiendo el papel. Cruz y Teresa se quedaron
mirándola.
- ¡Qué seca que es esta mujer! – dijo Teresa.
- Parece preocupada por algo – observó Cruz pensativa – me subo, si llega Maca
dile que quiero hablar con ella.
- De acuerdo – respondió volviendo a sus papeles.

* * *
La marcha del coche continuó camino del campamento, que se situaba al otro extremo,
a las afueras del mismo. Los cuatro permanecían en silencio. Laura y Esther miraban
por las ventanillas, nunca se habían molestado en ver un asentamiento chabolista por
dentro, se sorprendieron de lo desierto que parecía estar.

- ¿Por qué no hay nadie? – preguntó Esther.


- Es temprano - dijo Mónica – a estas horas solo verás algún crío correteando y
algunas mujeres que van al arroyo a por agua o a lavar la ropa. Los hombres no
suelen levantarse hasta el mediodía.
- Siempre hay excepciones, claro – señaló Fernando, aminorando la marcha y
sacando la mano para saludar a un joven que arreglaba el tejado de una de las
viviendas – Es Sacha, es un buen chico, ya lo conoceréis.

El jeep continuó y de nuevo guardaron silencio durante unos minutos.

- Fernando ¿por qué aquí? – preguntó Laura de pronto - quiero decir porqué en
este poblado y no en otro.
- Maca se lo pensó mucho, pero creyó que aquí sería mucho más efectiva nuestra
actuación. Este es el único asentamiento que, por mucho que prometa el
ayuntamiento, no es tan fácil eliminarlo.
- ¿Qué quieres decir?
- Los demás poblados chabolistas primero son más pequeños, segundo están
integrado solo por chabolas, pero este no.
- ¿No? – dijo Esther.
- No, ya veréis que hay gente que después de perder el trabajo, que después de
perder el paro sin encontrar un nuevo puesto de trabajo, cargados de hijos
optaron por venir aquí y levantar una vivienda con sus propias manos, son
españoles de cuna, gente que se busca la vida vendiendo chatarra, pidiendo en la
calle, vendiendo de contrabando, por no hablar de la droga que se mueve por
aquí, con esos debéis tener cuidado. Ya los iréis conociendo – repitió por
enésima vez esa mañana - En fin, lo que os estaba diciendo, que no es fácil que
un juez permita echar abajo determinadas viviendas. Las chabolas son otra cosa.
- El ayuntamiento se ha comprometido a terminar con los poblados para el 2011
pero eso va a ser difícil – intervino Mónica - ha empezado a desmantelar los
pablados más pequeños y reubicar a algunas de las familias, pero las que no
cumplen los requisitos para que les den una vivienda tienen que marcharse a otro
poblado y aquí se están sumando muchas de ellas.
- La idea es educar, prevenir y ayudar en lo que se pueda – siguió Fernando – al
principio el proyecto era más pequeño, consistía en una asistencia médica básica
pero cuando Maca vio todo esto, empezó a madurar la idea de hacer algo a lo
grande.
- ¿Maca ha estado aquí? – preguntó de pronto Esther sin dar crédito.
- Si. Veníamos todos los días a seguir las obras en el campamento. Se paseó por
algunos sitios pero le era difícil – dijo Mónica – al final yo me encargué de venir
todos los días y ella del papeleo.
- Claro – dijo Laura comprendiendo lo difícil que le habría resultado a Maca
moverse por allí, aunque seguía sin entender porqué la pediatra no hacía uso de
todos los artilugios que tenía en su casa, algunos de ellos sabía que no estaban ni
comercializados.
- Hay algunos que todavía preguntan por ella – sonrió Fernando recordando como
algunas señoras mayores se sorprendían de verla – Cuando quiere sabe hacerse
querer.

Los cuatro rieron. Sabían a lo que se refería Fernando. Maca podía ser la persona más
seca y cortante, pero con quienes apreciaba se podía revelar como todo lo contrario.

- Y ¿cómo es que a Maca le ha dado por esto? – volvió a preguntar Esther –


quiero decir qué…
- Cuando la inhabilitaron pasó un tiempo en Sevilla y volvió a contactar conmigo.
- ¿La inhabilitaron? – saltaron las dos al mismo tiempo.
- Si – respondió sin dar más explicaciones – allí, un día, la llevé conmigo a una de
las rondas que hacíamos un grupo de compañeros y yo en las tres mil viviendas.
Otro me pidió repetir la experiencia y se fue enganchando, hasta que se le
ocurrió poner en marcha este proyecto aquí en Madrid.
- No me la imagino… - murmuró Esther
- Yo tampoco creí que fuera capaz de aguantar el olor, la incomodidad, el calor,
fíjate que empezamos en pleno mes de agosto… - contó Fernando orgulloso de
ella, no podía evitar sentir satisfacción de ser él el que la había formado - pero
cuando algo se le mete en la cabeza…

Esther sonrió, resultaba que Maca y ella, aunque fuera por unos meses, habían estado
haciendo lo mismo ¿estaría ella también intentando sentirse mejor! y, ¿qué era eso de
que la habían inhabilitado! Teresa no le había contado nada, quizás se refería a eso
cuando le dijo que Maca lo había pasado mal. De nuevo sintió la necesidad de saber, de
descubrir qué había hecho Maca en esos cinco años.

* * *

Maca llegó a la central del banco y metió su coche en el parking. Solo algunos clientes
tenían tarjeta para hacerlo y ella era uno de ellos. Situó su vehículo en una de las plazas
para minusválidos. Suerte que quedaba una libre. Siempre había desaprensivos que las
ocupaban para estar más cerca de las puertas de entrada, sin reparar en que esas plazas
estaban situadas en lugar “privilegiado” y tenían un ancho especial por algo. Su
vehículo, un Chrysler de último modelo que su padre le regaló hacía ya más de dos
años, estaba perfectamente adaptado a sus necesidades. Al principio, se negó a
conducirlo, no se sentía capaz, recordó como Vero se había ofrecido voluntaria a
montarse con ella, hasta que cedió a la insistencia de la psiquiatra y se decidió. Ahora se
alegraba de haberlo hecho. Le daba una independencia con la que nunca había contado.
Pulsó el botón del salpicadero y desenganchó su silla del anclaje dispuesto en el piso
para sujetarla. Accionó el sistema eléctrico de la puerta y la rampa, se situó en ella y le
dio al sistema de bajada de suspensión, de forma que el desnivel fuese mínimo. Cuando
ya estaba en el suelo y cerrando el coche escuchó que la llamaban.

- ¡Macarena!
- ¡Aurelio! venía a buscarte a ti – le dijo con una sonrisa que fue correspondida
con otra.
- Me alegro de verte – dijo ligeramente nervioso mientras se dirigían a la puerta
que daba acceso al interior del edificio – pensaba llamarte ahora mismo. Pero
primero déjame que te invite a un café – continuó subiendo con ella en el
ascensor y marcando la planta de la salida.

Aurelio Solís era el director de la Central e íntimo amigo de su padre. De hecho Maca
había recurrido a esa entidad por consejo de Pedro, y la verdad es que se alegraba, le
había ido todo muy bien con ellos aunque, no sabía porqué, pero desde que lo viera esa
mañana, tenía la sensación de que algo iba mal.

- Quedaste en hacerme el ingreso el viernes y esta mañana aún no estaba –


comentó Maca directamente. No quería ni imaginarse que hubiese algún
problema con el crédito.
- Si, si, de eso quería hablarte – repitió – pero, primero, dime ¿cómo está tu
padre?
- Está mejor, va todo muy bien – respondió – ya mismo lo tienes por aquí dándote
guerra.
- ¡Por dios! – exclamó – un Wilson nunca da guerra, sois siempre bienvenidos
aquí.

Maca esbozó una sonrisa forzada y guardó silencio. Conocía a aquel hombre desde
pequeña y siempre le había molestado ese aire servil que podía adoptar en ocasiones.
Nunca se acostumbraría a ese tipo de cosas, por más que su madre desde pequeña le
hubiese regañado una y otra vez, ella se negaba a admitir en los demás esa actitud, sin
embargo, con los años había aprendido a tolerarla, aunque seguía sin comprenderla, se
podía ser servicial sin necesidad de ser servil.

Salieron a la calle y él le indicó que se dirigieran a una cafetería cercana, al parecer


tenía el mejor café de la zona. Con habilidad giró la silla y se dirigieron al semáforo
para cruzar a la acera de enfrente. Allí apostado, permanecía el vehículo que había ido
siguiéndola desde la Clínica, su ocupante no daba crédito a la suerte que había tenido.
Por primera vez en meses, su objetivo no estaba custodiado por la policía. Esperaba que
saliera por la puerta del parking, y seguirla hasta la carretera de las afueras, allí tendría
su ocasión. Pero, al observar que lo hacía por la puerta principal y acompañada, se bajo
del coche y se dirigió hacia ellos cruzándoselos en el paso de peatones. Clavó su vista
en la pediatra, con tal intensidad que Maca se sintió incómoda y eso que en esos tres
años ya se había acostumbrado a esas miradas penetrantes de la gente en la lejanía y
cuando llegaban a su altura cambiaban la vista, sin embargo aquél hombre era… era
como si intentase penetrarla, ver más allá, sintió la necesidad de apartarse de su camino,
pero no pudo y él pasó rozándole el hombro con la mano, Maca sintió que se le erizaba
el bello. De buena gana se hubiese girado para ver como se alejaba de ella pero tampoco
podía, terminó de cruzar y se dispuso a entrar en la cafetería, Aurelio le sujetó la puerta.

- Macarena, ¿estás bien? – preguntó observándola preocupado.


- Si – dijo débilmente - ¿por qué?
- Por nada, te has puesto muy pálida de pronto – comentó y pensando que podía
ser por el tema que debían tratar añadió – tú tranquila, ¿de acuerdo? Mira allí
hay una mesa libre, yo voy a la barra a saludar a un amigo y ahora mismo estoy
contigo.

Maca asintió sin pronunciar palabra y se dirigió hacia la mesa. Un camarero retiró una
de las sillas y le preguntó que deseaba. Estaba bastante nerviosa no sabía si por lo que
había sentido al ver a aquel joven o si porque la actitud de Aurelio no presagiaba nada
bueno. No pudo evitarlo y buscó su paquete necesitaba fumarse, al menos, uno.

Mientras, en la acera de enfrente el joven tenía sus ojos puestos en la puerta de aquella
cafetería. Decidió esperar en las cercanías del banco. Miró hacia las cámaras de
seguridad y se aseguró de situarse en un ángulo dónde no pudiesen recogerlo. Cuando
regresasen sería el momento perfecto. Se encendió un cigarrillo y esperó pacientemente.

* * *

Mientras, en el campamento, Fernando les explicaba que estaban llegando al centro del
asentamiento, Laura miraba asombrada el parecido que había con algunos poblados
chabolistas que había visto en su viaje a la capital, Nairobi. Miró a Esther, que asintió
comprendiendo lo que le estaba pasando por la cabeza. Fernando giró en una de las
calles y se dirigió a las afueras del mismo.

- Veis esta chabola – preguntó Fernando parando el coche y bajando – aquí vive
María José – dijo acercándose y gritando ¡Maria José! somos Fernando y
Mónica.

Mónica se bajó con uno de los termos que llevaba y llenó una taza de café. María José
salió del interior. Era una señora mayor, enjuta, tremendamente elegante, se movía con
aire señorial, se acercó a él y le dio los buenos días con educación.

- Buenos días, doctor – dijo con una voz melodiosa – gracias Mónica – añadió
cogiendo su vaso.
- ¿Cómo está hoy? - preguntó la joven.
- Mejor, con lo que usted me dio – respondió ella dirigiéndose a Fernando en tono
agradecido.
- Tiene que cuidarse o ese reuma irá a peor – le dijo él.

La señora le sonrió con dulzura y cierto aire melancólico.

- Maria José – intervino de nuevo Fernando cuando vio que la anciana se volvía al
interior – voy a presentarle a dos compañeras nuestras, Laura, que es médico y
Esther, su enfermera – explicó señalando a cada una de ellas – habrá días que se
pasarán por aquí.

María José volvió a asentir en señal de entendimiento pero no pareció interesada en las
dos jóvenes.

- ¿No viene ella? – preguntó sin embargo.


- No. Será difícil que vuelva - le respondió con cariño - A partir de ahora, cuando
necesite algo, vaya al barracón grande que hemos construido allí – dijo
señalando hacia la derecha – detrás de la casa del “Colorao”, ¿sabe donde es?
- Si.
- Para cualquier cosa, ¿de acuerdo?

Volvió a asentir. Esther pensó que era mujer de pocas palabras y le entraron ganas de
conocer algo más de ella. Ya en el coche le pudo la curiosidad.

- Esta señora…
- Si – dijo Mónica – ¿a qué no parece que deba estar aquí?
- La verdad es que parece una señora… – se detuvo sin saber muy bien qué
calificativo darle – como diría… una señora con clase.
- María José es alguien muy especial – puntualizó Fernando – cuando os conozca
bien y os coja confianza pedidle que os cuente su historia.
- Imagino que será muy triste.
- Bueno… - dijo Mónica – como la de casi todos por aquí. Pero sí, ella… ella es
especial.
- ¿A quién se refería cuando ha preguntado por ella? – preguntó Esther.
- A Maca. Siempre que venía se paraba un rato a charlarle.

Esther miró pensativa por la ventana. No se imaginaba a Maca en aquél ambiente. Y


mucho menos dedicando horas a charlar con gente desconocida. Estaba descubriendo
una faceta suya que desconocía y le agradaba. Y empezaba a pensar que Maca debía de
haber cambiado mucho en esos cinco años. Tenía ganas de hablar con ella, con
tranquilidad, como hacían hace años. Pero eso iba a resultar bastante complicado,
porque si Maca no pensaba aparecer por el campamento ella no iba a tener muchas
oportunidades de verla. ¡Cómo echaba de menos aquél tiempo en el que llegaban a casa
juntas y hablaban de todos los temas! Y ¡cómo envidiaba a Laura! deseaba quedarse a
solas con ella para preguntarle por el fin de semana en la casa de Maca, quizás a la hora
de la comida tuviese ocasión.

- Y, ¿cómo ha terminado aquí? – preguntó a su vez Laura también con curiosidad


interrumpiendo los pensamientos de Esther.
- Es una larga historia – dijo Fernando – y gana mucho si es ella quien la cuenta.
Ya tendréis tiempo de conocerla. Ahora será mejor que vayamos al campamento
que deben estar ya esperándonos.
- ¿Y nunca ha vuelto a verla? – preguntó Esther volviendo a pensar en María José.
- ¿A qué te refieres? – preguntó Mónica.
- A Maca. Nunca ha vuelto a ver a María José.
- No – dijo Fernando y justificándola añadió- los últimos meses han sido de locos.
Maca tiene demasiado trabajo. De hecho no se como saca fuerzas para poder con
todo.
- No hace bien – comentó Esther – no debería infundir esperanzas a la gente y
después olvidarse de ella como si no existiese.

Nadie respondió ante ese comentario, puede que Esther tuviese razón pero a los tres les
quedó la sensación de que más que de María José, Esther estaba hablando de ella
misma.

* * *
Maca bebía con sorbos pequeños el café. No entendía cómo Aurelio podía ponerle
problemas a esas alturas, pero estaba segura de que iba a hacerlo. Su mente daba vueltas
una y otra vez al asunto; estaba toda la operación planteada y aprobada. Solo faltaba la
firma ante el notario, pero Aurelio le había garantizado que le adelantaría el dinero antes
de la misma, con el compromiso de que en aquella misma mañana quedasen
cumplimentados todos los trámites oficiales. En un principio Maca había pensado ir a
última hora al notario pero, por suerte, al final se había decidido por acudir temprano, y
eso se lo tenía que agradecer a Vero y a las pocas ganas que tenía de enfrentarse a ella.

Miró el reloj, casi las nueve y media y todavía estaba allí esperando a que Aurelio
terminase de hablar con aquél hombre. Nerviosa, pidió otro café y cogió su móvil, le
había quitado la voz para que nadie la molestase. ¡Dios! ¡si ya tenía nueve llamadas
perdidas! sorprendida y pensando que ya había otro problema se dispuso a ver de
quienes eran. Tres de Vero, suspiró, estaba claro que no se iba a rendir tan fácilmente,
sería mejor que hablase con ella. Marcó el número y esperó, pero le saltó el buzón de
voz, optó por no dejar mensaje, debía estar ya en la grabación, y no pudo evitar sentir
una pizca de culpabilidad por haberle dado esquinazo esa mañana. Siguió mirando las
llamadas, una de Cruz, otra de Teresa y ¡cuatro de Isabel! ¿qué ocurriría ahora? Se
dispuso a devolverle la llamada, un toque, dos… Isabel no contestaba.

- Ya estoy aquí Maca – dijo Aurelio sentándose – disculpa, pero tenía que hablar
con él.
- No pasa nada – respondió con cierto nerviosismo interrumpiendo la llamada -
¿vamos a lo nuestro?
- Si, claro – dijo- ¿quieres otro café? – preguntó levantando la mano para que lo
viese el camarero.
- No, gracias – respondió – a ver, ¿me vas a decir que ocurre? – continuó yendo al
grano.
- Maca, lamento mucho tener que decirte esto – empezó a decirle con seriedad y
cierto aire paternalista que crispó a la pediatra que ya se temía lo peor - pero no
vamos a concederte el crédito.

El teléfono comenzó a vibrar. Isabel le estaba devolviendo la llamada. Pero Maca lo


ignoró, más preocupada por lo que Aurelio acababa de comunicarle.

- Pero … - intentó protestar casi sin palabras – Aurelio, no puedes hacerme esto.
- Lo siento. Si de mi dependiese sabes que te lo daría sin problemas.
- No lo entiendo – le dijo clavando sus ojos en los de él – si … me dijiste que
estaba todo aprobado, - y con voz casi temblorosa continuó - … me dijiste que
hoy mismo lo dejábamos listo ante notario…
- Sé lo que te dije.
- Haz algo, por favor – pidió con tono de desesperación.
- Lo siento. No puedo hacer nada – fue su rotunda respuesta.
- No… no me lo puedo creer – dijo molesta empezando a sentir que la angustia
por la situación comenzaba a convertirse en rabia – esto no es serio, Aurelio.
- Lo siento, de verdad.
- No me digas más que lo sientes – respondió frunciendo el ceño y endureciendo
el tono, no entraba en sus cálculos perder los nervios pero tampoco iba a
comportarse como si nada – no voy a quedarme quieta, espero que lo entiendas –
le amenazó.
- Macarena, por favor, creo que es mejor que desistas. Aún estás a tiempo.
- ¿Qué desista? – casi gritó desconcertada, de qué quería que desistiese, pensó, de
suplicarle el crédito o quizás se estaba refiriendo a que renunciase a lo que había
consistido en los últimos años en su único sueño.
- No debes seguir removiendo el tema.
- Necesito el dinero, y lo necesito ¡ya! – exclamó.
- Lo sé – dijo recordando todas las conversaciones con la pediatra y todas las
promesas que le hizo de parte de la entidad.
- Entonces ¿cómo puedes decirme que lo deje? – preguntó malhumorada - Si no
me lo da tu banco ya encontraré quien me lo de.
- Habla con tu padre, quizás él pueda ayudarte – le aconsejó con condescendencia
consiguiendo que Maca se alterase más de lo que ya estaba.
- Nunca se me ocurriría molestar a mi padre – respondió molesta mostrándole lo
poco que le agradaba que se inmiscuyese en sus asuntos y con tono de reproche
añadió – y menos ahora que está convaleciente.
- Macarena, sabes que soy su amigo desde hace años – le dijo justificándose – por
eso te digo que hables con él.
- No – respondió de nuevo y con más suavidad puntualizó – no quiero que se
preocupe por nada y menos por mí.
- Esa actitud te honra – la alabó – pero abre los ojos. Ningún banco te va conceder
ese crédito.
- Y ¿me lo dices ahora! ¿por qué no me hablaste claro hace meses cuando
empezamos con esto?
- Hace meses la operación no presentaba ningún problema.
- Y ¿qué problema hay ahora? - preguntó desconcertada – cuando todo estaba en
el aire no había problema y ahora que el proyecto está aprobado en la Unión
Europea, con subvención concedida y que tenemos el visto bueno del Ministerio,
¿me dices que hay un problema? Solo necesito el crédito para empezar a
funcionar. No corréis ningún riesgo.
- El problema no es económico – confesó – solo cumplo órdenes. Ya sabes,
política del banco.
- Muy bien, me parece muy bien – musitó cabeceando – no voy a insistir, no
serviría de nada ¿no es cierto?
- Efectivamente.

Maca bajó la vista. Sentía ganas de echarse a llorar, pero no pensaba darle ese gusto a
Aurelio. ¿Cómo iba a contárselo a Mónica! ¿cómo decirle a los demás que tendrían que
rendirse después de haber renunciado a sus trabajos, de haber apostado por ella y de
llevar meses embarcados en esa aventura? No quería creerlo. No podía. Necesitaba
encontrar una solución, un banco que a pesar de lo que le había dicho Aurelio le diese el
dinero. Y lo necesitaba ya.

Se armó de valor y levantó la cabeza.

- Tengo que dejarte Aurelio – dijo llamando por señas al camarero y sacando su
monedero.
- De ninguna manera – saltó con energía Aurelio – te dije que te invitaba yo.
- No, gracias – esbozó una sonrisa, negándose con rotundidad – en otra ocasión.
- Insisto – dijo él apoyando su mano sobre la de ella y empujándola hacia atrás
para que no depositase el billete.
- ¡He dicho que no! – lo cortó con genio, clavando en él unos ojos que echaban
chispas. Necesitaría el dinero de su banco pero a él no lo necesitaba para nada.
- Macarena – respondió Aurelio con aplomo consciente de lo molesta que estaba –
no quiero que tú y yo vallamos a enfadarnos por esto. Mi relación con tu familia
va más allá de este banco y te aseguro que, si estuviera en mi mano, te ayudaría.
- Si, si, claro – le dijo irónicamente y más suavemente continuó – mira Aurelio,
déjalo, por favor. Tengo prisa. Hasta otro día.

Maca giró su silla dispuesta a salir de allí. En ocasiones como esa le entraban unas
ganas inmensas de poder levantarse y salir corriendo, pero no podía.

- Espera, te acompaño – dijo levantándose solícito retirando una silla que


estorbaba su paso y abriendo la puerta.

En ella Maca notó que su móvil volvía a vibrar. Miró la pantalla, era Isabel. Tenía la
excusa perfecta para deshacerse de él.

- Disculpa Aurelio, pero debo atender esta llamada.


- Claro, claro, mujer – dijo alejándose unos pasos interpretando que Maca le había
pedido intimidad – te espero ahí.
- No hace falta, de verdad – respondió.
- De ninguna manera – insistió alejándose.

Maca asintió resignada y pulsó la tecla para aceptar la llamada.

- Dime Isabel – dijo Maca.


- ¡Maca! ¡Por fin te encuentro! – exclamó aliviada - ¿dónde estás? ¿Aún en el
banco?
- Si – dijo – bueno, no exactamente, en la cafetería de enfrente. Pero ya me voy –
explicó buscando con la vista a uno y otro lado el coche que siempre la
acompañaba.
- No te muevas de ahí. Espera a que yo llegue – ordenó.
- Isabel… ¿qué pasa?
- ¿Me preguntas qué pasa? – respondió airada - ¿Cómo se te ocurre marcharte sola
y dándole esquinazo a mis chicos? – la reprendió mientras conducía a toda
velocidad.
- Pero ¡qué dices? – dijo sorprendida – si han venido siguiéndome todo el camino.
- ¿Siguiéndote? – repitió pensativa, ¡eso era imposible! quien quiera que la
siguiese no lo hacía cumpliendo sus órdenes. Intentó no alarmarla – Maca ¿estás
en la calle? – preguntó empezando a sentir una enorme angustia al escuchar el
ruido de fondo de los vehículos pasar.
- Si, en la puerta de la cafetería.
- ¿Ves el coche que te ha seguido? – preguntó con normalidad.
- Espera – dijo girando la silla hacia la carretera y volviendo a mirar a los coches
estacionados. En esos años se había acostumbrado a distinguir los modelos que
usaba siempre la policía. No distinguió ninguno. Es más, en la acera del banco
estaba prohibido pararse y no había ningún coche – no, no lo veo.
- Maca, por favor, entra de nuevo en la cafetería y espera a que yo llegue.
- No puedo, estoy con el director del banco – susurró como si Aurelio pudiese
escucharla.
- Llego en diez minutos – dijo – invéntate cualquier excusa y entra de nuevo.
¡Hazme caso! – ordenó con autoridad.
- De acuerdo – respondió empezando a alarmarse – No tardes – le dijo colgando.

Maca miró a Aurelio, que la esperaba, hablando también por el móvil. La pediatra le
indicó con una seña que entraba en la cafetería y él asintió cortando la llamada.

- ¿Qué ocurre? – le preguntó yendo hacia ella al ver que entraba de nuevo.
- Creo que me he dejado una carpeta – mintió.
- Yo no recuerdo haberte visto con ninguna – comentó sujetándole la puerta.

A lo lejos, aquél joven no pudo evitar un gesto de decepción. ¡Volvía a entrar! Tendría
que seguir esperando.

Maca se dirigió hacia la mesa que habían ocupado minutos antes he hizo como la que
buscaba. Aurelio se acercó a la barra y preguntó.

- Fernando, se ha dejado la señora aquí una carpeta.


- No señor, no se ha dejado nada.
- ¿Ves? – le dijo a Maca – dice que no han visto nada.
- Si… la tendré en el coche – volvió a mentir.
- Seguro que sí, ¡vamos! Te acompaño.

Maca miró el reloj preocupada. No habían transcurrido ni cinco minutos. Isabel siempre
conseguía meterle más miedo en el cuerpo del que ella ya tenía de por sí. Debía estar a
punto de llegar, pero no podía esperarla allí. No sin que Aurelio sospechase algo y lo
último que quería es que fuese con el cuento a sus padres. Decidió salir con él. Seguro
que mientras cruzaban la calle llegaba Isabel.

En la acera de enfrente, el joven que la esperaba clavó sus ojos en ella. Por fin salía,
pensó. Miró al cielo y dio gracias por la ocasión que se le brindaba. Tiró con dos dedos
la colilla, con la misma parsimonia que lo había hecho ya, en varias ocasiones, durante
la tediosa espera. Metió una mano en el bolsillo, sin apartar la vista de la pediatra. Notó
como su cuerpo se tensaba, sus músculos alerta y preparados, la excitación provocó que
el sudor recorriese todo su cuerpo. Reconocía esas señales. Estaba preparado.

* * *
Mientras, en el asentamiento, Fernando se dirigió al lugar donde había dicho que estaba
el Campamento, consistía en un espacio cercado por una valla de más de dos metros de
altura con un enorme portón de entrada, al interior un inmenso espacio terrizo, al fondo
un edificio de una sola planta y a la derecha lo que a Esther le pareció un enorme
barracón. Cuando descendieron una joven se acercó a ellos, Fernando se la presentó.

- Laura, Esther, esta es Sonia Alba, la socióloga del equipo – dijo - Sonia, se
encargará de ir con vosotras los primeros días. Luego, dará algunos talleres a los
niños. Pero eso tendrá que ser más adelante.
- Si – sonrió la aludida tendiéndoles la mano – aún está en estudio y pendiente de
aprobación. Aunque Maca está haciendo todo lo posible para conseguir un
permiso especial que nos permita empezar experimentalmente y aportar los
resultados en el Proyecto definitivo – explicó y ante la cara de desconcierto de
sus interlocutoras añadió – no os preocupéis, ya os iréis haciendo con todos los
detalles. Si os parece bien, seremos hoy nosotras las que salgamos a hacer la
ronda. Así os vais conociendo a la gente y os vais acostumbrando a todo esto.
- Por mi perfecto – dijo Laura mirando a Fernando en espera de su aprobación.
- Si. Mónica y yo nos quedamos aquí. Tenemos que organizar todo el papeleo y
estar pendientes por si llega alguien. Además tenemos que esperar a Isabel. Y a
los chicos de las ambulancias, que en realidad ya deberían estar aquí.
- ¿Isabel? – preguntó Esther – te refieres a la subinspectora Martínez.
- Si, a ella ¿por..?
- Por nada, no sabía que iba a estar aquí.
- Si, aparte de las dotaciones policiales que nos concedieron ella será la
responsable de la seguridad, al ser un proyecto oficial y en la zona en que está…
- continuó explicando – este es uno de los puntos que más de cabeza está
trayendo a Maca.
- ¡Si supierais la de presiones que hemos recibido! – intervino Mónica recordando
algunas amenazas veladas.
- ¿Por eso hay tanta seguridad en la Clínica? – preguntó Esther.
- ¿En la Clínica? ¡Pues ya quisiera que vierais la de la casa de Maca! – intervino
Laura ganándose una mirada reprobatoria de Fernando.
- Si – respondió Mónica – ahora parece que se van acostumbrando pero al
principio de llegar aquí …
- Bueno, basta de cháchara – dijo Fernando – que hay que trabajar.
- Si queréis primero un café… - propuso Mónica ante el fresco que hacía aquella
mañana.
- No, gracias – dijo Esther – estoy deseando empezar.
- Yo tampoco, gracias – secundó Laura.
- Pues, entonces, ¡vamos! – dijo Sonia con energía.

Las tres volvieron a salir por el portón. Sonia se dirigió hacia un grupo de viviendas
situadas más a las afueras y comenzó a explicarles en qué consistía básicamente su
trabajo.

- Mi tarea es la sensibilización, pero en caminada a facilitar la prevención. Esto es


algo muy importante.
- Claro, claro – dijo Laura comprendiendo – allí hacíamos algo similar. En mi
campamento había un equipo que también lo coordinaba un sociólogo.
- Si, Maca se ha encargado de que podamos atender todos los campos. Aunque no
le está resultando nada fácil. Yo ya he contactado con las personas más
influyentes de cada grupo y también me encaré de organizar reuniones
periódicas con cada uno de ellos.
- Pero entonces aquí…
- Aquí es todo muy similar a lo que habéis visto allí. Hay racismo, machismo, hay
luchas por la propiedad, por el terreno, por los circuitos de compra–venta, en fin
ya iréis viendo lo que es esto.
- Y cómo pensáis informar, porque allí poníamos algunos carteles pero servían de
poco – intervino Esther.
- También recurriremos a los carteles, incluso, si hace falta, nos pasearemos por
todo el asentamiento.
- Por lo que veo hay mucho trabajo por hacer… - observó Laura.
- ¡Muchísimo! – exclamó con una sonrisa - ¡Por fin podemos ponernos en
marcha!
- Lleváis mucho tiempo con esto, ¿no? – preguntó Laura.
- Yo llevo menos. Pero al parecer la idea surgió hace ya más de tres años, lo que
ocurre es que han tenido muchas dificultades. Cuando yo llegué estaba todo más
o menos en marcha.
- Habréis tenido que trabajar duro – comentó Laura.
- Sobre todo Maca ¡es la persona más increíble que he conocido en mi vida! –
exclamó con absoluta devoción provocando un pinchazo de celos en Esther que
se quedó contemplando como la joven se ruborizaba solo al hablar de ella.
- Eso es decir demasiado de alguien – intervino de nuevo Esther en tal tono que
Laura temió que dijese algo más de lo que luego se arrepintiese pero a enfermera
guardó silencio.

Sonia la miró entre intrigada y molesta. Quién se creía aquella chica para juzgar a Maca
y su trabajo sin conocerla.

- Cuando la conozcas mejor lo mismo te das cuenta que no exagero – le


respondió.
- Ya la conocemos – dijo Laura con rapidez mirando a Esther haciéndole una seña
de que fuese más prudente – trabajamos con ella hace años.
- Entonces sabéis a lo que refiero – dijo con una sonrisa pensando que había
malinterpretado el tono de Esther.
- Si – ratificó Esther – claro que lo sabemos. Y tienes razón, Maca sabe ser muy
especial – intentó rectificar devolviéndole la sonrisa.
- Vamos quiero que conozcáis a alguien – dijo con la misma amabilidad que al
principio y olvidando el tema.

Las tres se encaminaron a una de las chabolas, pero Esther no podía dejar de pensar en
lo que le estaba ocurriendo. Laura tenía razón, no debía hacer esos comentarios. No
pretendía ofender a nadie, ni siquiera sabía porqué lo hacía. Pero sentía algo que no
podía explicar. Desde que el viernes viera a Maca, su cabeza era un hervidero de
pensamientos que intentaban explicar la lucha de su corazón, pero no lo lograba y cada
vez estaba más confusa. Sentía una mezcla de vergüenza por como se estaba
comportando, pero algo la impelía a hacerlo, y cuando intentaba analizar qué era, sentía
aún más vergüenza de sí misma, por no ser capaz de disimular su ira, por no ser capaz
de colocar un disfraz de sobriedad a su infelicidad, por no ser capaz de arrancar de raíz
un sufrimiento que le nacía de dentro, de tan adentro que ya ni siquiera sabía si siempre
había estado ahí, había aprendido a ser hipócrita, a manifestarse en un tono conciliador,
a ocultarle a los demás sus sentimientos. Y ahora ¿qué! delante de ella no podía
disimular, durante meses había sido el objeto de su rencor, sin olvido y sin perdón, y
cuando creyó que todo eso había pasado, cuando al ver a Laura en aquél avión, creyó
que estaba preparada, que lo había superado, se encontraba luchando consigo misma de
nuevo. Y lo peor de todo es que tenía que ser sincera y reconocerse que la seguía
queriendo y que la ira y la rabia que sentía no era tanto por lo que sucedió entre ellas,
como por ver que Maca había continuado con su vida, una vida en la que no creía tener
cabida. Simplemente, no lo soportaba.

Estaba decidida, esa misma tarde, cuando volviesen a la Clínica, le diría a Maca que se
buscase otra enfermera.
* * *
Maca miraba nerviosa de un lado a otro esperando la llegada de Isabel. Aurelio
permanecía junto a ella sin ser ajeno a la inquietud de la joven, inquietud que él achacó
a la noticia que le había dado. La miró de reojo, se sentía mal por lo que acababa de
hacerle, sabía lo que eso podía significar y lo sentía, pero él no podía hacer otra cosa.
Parecía que no se había tomado demasiado mal la noticia. La conocía y conocía a su
padre, sabía que si se parecía a él aunque fuese una mínima parte, no pararía hasta
conseguir lo que quería. Sintió lástima por ella, había intentado prevenirla, nadie iba a
ayudarla y él lo sabía. Solo esperaba que Pedro lo entendiese.

Maca percibió que Aurelio la observaba y se sintió molesta, estaba empezando a sentir
aborrecimiento por él, en menudo lío la acababa de meter. Todos confiaban en ella y
estaba claro que ella no podía confiar en nadie, ni siquiera en sus padre que le había
insistido en acudir a aquél amigo suyo que ahora tenía al lado. “No confíes en nadie”, la
frase que le dijera Isabel le vino de pronto a la mente, ¡no había hecho la lista! seguro
que Isabel se la pedía en cuanto la viese, pero ¿cómo podía estar pensando ahora en esa
maldita lista con el problema que se le había venido encima! se censuró así misma, no
era momento de pensar en ella, si no en la clínica y en todos los demás. Tenía que
encontrar una solución como fuera.

Al otro lado de la calle, el joven permanecía pendiente del semáforo, con sus ojos
clavados en ella. Había llegado el momento. Por fin se iba a hacer justicia, se dijo. En
todo ese tiempo solo una vez se sintió triunfante, esbozó una sonrisa pensando en
aquello y en como disfrutó viendo lo mal que lo pasó ella, nadie la creyó, y él sintió una
excitación especial al saber que jamás volvería a andar. Nadie excepto Isabel, que
parecía un perro de presa. Volvió a sonreír, había sabido ser paciente y estaba a punto
de recoger sus frutos. Semáforo verde, se acercaba el momento. Vio como Maca y
Aurelio comenzaron a cruzar la calle. Su cuerpo volvió a tensarse. Sacó la mano del
bolsillo sujetando un móvil, y se la llevó a la oreja. Les dio la espalda y caminó unos
pasos hacia delante, simulando que hablaba, controlando siempre el ángulo de la cámara
de seguridad del banco. Se dio la vuelta y volvió a enfilarlos con los ojos, ya estaban a
mitad de la calle, pronto llegarían a la acera. En esos años había desarrollado una
habilidad especial para calcular los tiempos, a fin de cuentas estaba entrenado para ello.
Un par de recorridos más y la tendría a su alcance. Era una suerte que fuese
acompañada, la jugada le iba a salir redonda, no podía fallar. Media vuelta de nuevo,
cuatro pasos y nuevo giro, ya estaban en la acera. Sintió de nuevo el sudor recorrer su
cuerpo, la respiración se le agitó, se acercaba el momento tan deseado, pero antes un
nuevo giro y cuando volviese a darse la vuelta, los tendría encima. Media vuelta, uno,
dos, tres… ¡dios! No podía tener tan mala suerte, aquél que venía a toda prisa era el
coche de Isabel. Su cabeza volvió a hacer los cálculos. Si, podía darle tiempo. Y si no,
siempre le quedaba una segunda opción. Con el móvil aún en la mano, sacó un papel del
bolsillo y lo puso en su mano derecha. Calculó que ya debía tenerlos a dos metros, sí,
podía notar el perfume de su colonia, el sonido de su silla al rodar, allí estaba… Se giró
con tal rapidez y agilidad que Aurelio no pudo esquivarlo, “perfecto”, pensó el joven
tropezando con el anciano y cayendo con toda su furia sobre Maca.

- Pero… ¡por el amor de dios! – exclamó Aurelio – ¡mire usted por donde va! –
dijo intentando frenar a aquél individuo sin demasiado éxito.
El joven escuchó como frenaban los coches, como se abrían las puertas y como corrían
hacia él, “tarde, subinspectora, muy tarde”, pensó con una sonrisa aún echado sobre
Maca que desprevenida no pudo hacer nada, una mano contra el estómago de la pediatra
y otra por encima del corazón. En décimas de segundo estarían sobre él, ya no podía ni
debía huir. Comenzaba el plan B.

Se maldijo así mismo por tener que recurrir a él, pero era la única solución para salir de
allí sin consecuencias. Tanto tiempo de espera y para qué, ¡había fallado! por culpa del
tirón de aquel maldito viejo, y de sus nervios al ver a Isabel. Su mente trabajó con
rapidez, sabía que ellos llegarían en décimas de segundo y no quería que ella saliese de
allí triunfante, otra vez no. No lo iba a consentir. Se levantó, clavando con fuerza sus
dedos en la clavícula de la pediatra, siendo consciente del daño que había hecho. Pudo
notar como emitía un ligero gemido de dolor, lo poco que le permitía la respiración que
él sabía que había cortado. Maca a pesar de su estado notó como el joven le rozaba la
espalda, cómo subía y bajaba su mano, musitándole una disculpa “lo siento”. Nunca
había tenido una sensación tan acentuada del miedo, salvo en sus sueños, en sus
pesadillas, pero en ellos esa mano la acariciaba de otra forma. Un fogonazo en forma de
recuerdo la dejó helada, esa voz, esa voz… No podía respirar.

El joven, sintió que dos detectives se abalanzaron sobre él y lo echaron contra el suelo,
sonrió para sus adentros, los conocía tan bien, si alguien era capaz de quitárselos de
encima era él. Sabia lo que decirles y cómo decírselo, solo esperaba tener un poco de
suerte y que Isabel no lo reconociera.

- Tranquilos chicos, tranquilos – pidió con calma el joven sin oponer resistencia.

Maca, se dobló por el dolor que sentía. Se ahogaba. Escuchó como alguien se
disculpaba. Escuchó la voz de Isabel, no entendía qué decía, la escuchaba lejana… cada
vez más lejana… ¿se estaba marchando! “no puedo respirar”, “no puedo respirar”, creía
estar diciéndole, pero sus labios no pronunciaban palabra.

Isabel corrió hacia ella. La pediatra tenía los ojos cerrados en un gesto de dolor a punto
de caer de la silla. Aurelio se había levantado y se inclinaba también sobre ella,
intentando enderezarla, sin saber qué hacer.

- Déjeme a mí – lo apartó Isabel de un empujón - Ayúdeme a tumbarla – pidió


tirando de Maca para colocarla sobre el suelo - y ¡llame a una ambulancia! –
ordenó, examinándola con rapidez en busca de alguna herida, pero no conseguía
ver ninguna – Maca, ¿me oyes? ¡Maca!

Maca no respondía, a Isabel le pareció que estaba semiinconsciente y que tenía


dificultades para respirar, preocupada, escuchó lo que decía el joven que había caído
sobre ella y que permanecía retenido por sus hombres.

- Soy compañero, si me dejáis me identifico en un momento.

Los dos detectives miraron hacia Isabel desconcertados ella solo asintió con la cabeza
más preocupada por atender a Maca, que parecía cada vez más congestionada.

* * *
Mientras en el asentamiento chabolista Sonia, Laura y Esther llegaron a su destino.
Sonia les dijo que esperasen fuera mientras ella entró en una de las viviendas. Quería
presentarles a un joven argelino y a su mujer. Laura aprovechó el momento de intimidad
para hablar con Esther.

- Se puede saber qué te pasa – le preguntó de pronto.


- ¿A mí! nada – le respondió poniendo cara de sorpresa – no me pasa nada ¿por
qué lo dices?
- No sé – empezó a decir – pero el otro día me dio la sensación que entre Maca y
tu todo iba bien, incluso que os divertíais.
- Si – asintió manteniendo la cara de sorpresa – y así era, al menos yo me lo pasé
bien.
- Entonces, ¿a qué vienen todos esos comentarios?
- No sé a que te refieres – le dijo haciéndose la ingenua.
- ¡Venga ya Esther! – le respondió molesta – no pretendo meterme en tu vida,
pero tampoco me tomes por tonta. No sé que es lo que habrá pasado entre Maca
y tú, ni lo que pasó en su día, ni pretendo que me lo cuentes, pero está claro que
nadie por aquí piensa que Maca sea el ogro que tu pareces ver en ella.
- Maca no es ningún ogro – dijo con suavidad y bajando la voz a pesar de que no
se veía un alma en los alrededores – y yo no pienso eso.
- Más a mi favor, entonces ¿por qué te comportas de ese modo? – preguntó con
sincera preocupación.
- Si te refieres a lo de antes con Sonia me parece un exageración hablar así de
alguien, solo eso, estaba hablando en general.
- Ya, y ¿también lo estabas cuando la censuraste por no ver más a esa anciana?
- ¿Acaso tu crees que hace bien? – se defendió.
- No es cuestión de lo que creamos nosotras. No podemos juzgarla y tú no
deberías hacerlo. Al menos no así.
- Tienes razón. No te preocupes intentaré guardarme mis opiniones, si tanto te
molestan – respondió a la defensiva.
- No te pongas así Esther – le pidió Laura y más suave dijo – no te enfades
conmigo, solo creo que deberías cortarte un poco. Te lo digo por ti, como
amiga…
- Si, Laura, ya lo sé, perdóname – dijo pensando en que era la segunda vez en el
día que le recriminaban su actitud sobre Maca.
- No tengo nada que perdonarte – sonrió.
- ¿Puedo hacerte una pregunta?
- Si, claro – respondió aliviada al ver que la enfermera a pesar de lo que pareciera
inicialmente no se había tomado a mal su consejo.
- ¿A qué te referías antes cuando has hablado de la seguridad que hay en la casa
de Maca? – preguntó con curiosidad, cambiando de tema. Desde que oyó a
Laura mencionarlo estaba deseando saber si ocurría algo, estaba empezando a
sospechar que así era después de ver la seguridad de la clínica y del
comportamiento de la subinspectora Martínez en la puerta de la discoteca.
- ¡Ya estamos aquí! – exclamó Sonia saliendo de la chabola acompañada por un
atractivo joven con unos inmensos ojos oscuros, cortando la conversación de
ambas – este es Ismail..
- ¡Hola! – dijeron ambas al unísono.
* * *

El joven se levantó del suelo, metió su mano en el bolsillo superior de la chaqueta y


sacó una placa. ¡Suerte que aún la guardaba!

- Solo me he tropezado – se explicó haciéndose el sorprendido - estaba distraído,


hablando por el móvil y me he tropezado – repitió.
- ¡Perdona tío! – dijo uno de los detectives que lo sujetaban viendo su placa y
devolviéndosela.
- No pasa nada – sonrió - Carlos Rubio – dijo tendiéndoles la mano a los dos - ¿A
que viene tanto jaleo por un simple tropezón? – preguntó con inocencia, tras
presentarse y viendo que Isabel seguía inclinada sobre Maca, se acercó a ella con
frialdad - Creo que debería comprimirle el pecho – aconsejó interesado.

Isabel ya había empezado la maniobra, sabía que los golpes secos en el estómago o el
hígado podían hacer que se contrajeran los pulmones, en los cursos de la policía les
enseñaban a practicar esos primeros auxilios, se apoyó sobre ella comprimiéndole el
pecho, para posteriormente liberarlo y así hasta tres veces, intentando que el diafragma
volviera a su sitio y los pulmones pudieran expandirse, comprobando que ya podía
respirar con mayor facilidad. Sabía, por su profesión, cuales eran los tres golpes
mortales para reducir a una persona y el dado en la boca del estómago era uno de ellos,
siempre que se diese con la suficiente fuerza. También sabía que no debía intentar que
se recuperase con rapidez porque podía haber alguna lesión. Maca se había dejado
hacer, le costaba trabajo respirar, pero poco a poco iba recuperando el aliento y la
consciencia.

- Maca, Maca… - la llamó Isabel de nuevo.


- Estoy bien – balbuceó notando aún los efectos del golpe – ayúdame a
levantarme.
- De eso nada, quédate quieta hasta que llegue la ambulancia.
- ¡No! no llames… tengo que… - empezó a protestar pero no pudo seguir, viendo
como aquél chico que se acercaba a ella era el mismo que se cruzó en el paso de
peatones.
- Se ha debido llevar un buen golpe. ¿Se encuentra bien? – le preguntó el joven
con una mezcla de inocencia y temor, y cuando se aseguró que solo la pediatra
podía verle la cara sonrió – lo siento mucho, señora, no me di cuenta – se
disculpó.

Maca lo observó y palideció, pero no dijo nada. Isabel levantó la cabeza y cruzó la
mirada con la de él. Un grupo de personas se habían arremolinado en torno a ellos.
Isabel dio la orden a sus hombres de que despejasen la zona y circulase la gente.

- ¿Nos conocemos? – le preguntó la subinspectora segura de que le sonaba su


cara, al tiempo que se quitaba la chaqueta y cubría a Maca con ella, al ver que la
pediatra empezaba a tiritar.
- No creo, señora – respondió – me acordaría de usted – dijo esbozando una
bonita sonrisa - ¿se ha hecho daño? – volvió a preguntar con un deje de
preocupación - Yo… tengo el coche allí mismo – se ofreció - ¿quiere que la
lleve a algún sitio?
- No gracias, ya me encargo yo – dijo Isabel secamente.
- Subinspectora – intervino uno de sus hombres – le recuerdo que tiene que tomar
una declaración en Toledo – añadió dándole a entender que ellos y aquél joven
podían encargarse de la pediatra.
- No, he dicho que ya me encargo yo – repitió, no sabía porqué pero había algo
que no le gustaba, miró el reloj y dijo – aún tengo tiempo Miguel.
- Pero subinspectora…
- Puede marcharse – le indicó Isabel al joven que había caído sobre Maca
ignorando la protesta de Miguel.

Él asintió con una sonrisa y se alejó, cuando creyó estar a una distancia prudencial, se
volvió a mirar, Isabel seguía inclinada sobre Maca, a lo lejos se escuchaba sirenas, debía
ser la ambulancia. “Muy mal subinspectora Martínez, muy mal. ¡Un buen poli nunca
olvida una cara!”, pensó soltado una carcajada. No había salido del todo mal, al menos
había conseguido deslizar con habilidad el papel en el bolsillo de su chaqueta. Había
merecido la pena solo por ver la cara de pánico de aquella “puta asesina”, ¡ya tendría
otra ocasión! aunque a partir de ahora debía ser más prudente.

En la acera Maca seguía tumbada. Se encontraba algo mejor,

- ¿Era él? – musitó inquieta.


- No, Maca, no era él – intentó tranquilizarla Isabel “¿donde coño está esa
ambulancia?” pensó impaciente escuchando como el sonido de las sirenas se
alejaba.
- Creo que... creo que… le conozco.
- Calla, no hables – le dijo Isabel comprobando el trabajo que le costaba.
* * *

En el asentamiento, Laura y Esther estaban impresionadas con los conocimientos de


Sonia. Por lo que habían podido observar dominaba varios idiomas, y en aquél
momento, estaba dirigiéndose en árabe a Ismail, el joven que quería presentarles,
entendieron que les explicaba quienes eran ellas, cuando el chico las miró con una
enorme sonrisa y inclinó su cabeza en señal de saludo.

- Le he dicho que vosotras os encargaréis de pasar por aquí regularmente. Su


mujer está en el octavo mes de embarazo y está preocupado.
- ¿No habla español? – preguntó Laura.
- Entiendo – intervino Ismail – hablar “difícil”, pronto.
- Ismail se vino de Argelia en busca de trabajo pero, sin papeles, todo es más
difícil, trabaja de vez en cuando en la construcción – les explicaba Sonia que
miró de reojo a Esther, desde hacía un rato la enfermera había sacado un
pequeño cuaderno en el que iba tomando anotaciones – ya sabéis lo que ocurre
con estas cosas. Se lesionó y lo echaron, sin papeles y sin contrato no tenía
derecho a nada.
- Y ¿no se puede hacer nada? – preguntó Laura – no sé, denunciar o algo.
- Está complicado – respondió la joven y mirando a Ismail le dijo unas palabras
en árabe que ellas no entendieron – le digo que si necesita algo, el campamento
ya está abierto.
- Dar – dijo el chico mirando a Esther tendiéndole la mano. Esther que estaba
distraída con sus anotaciones no reparó en ello e Ismail se acercó más a ella y
repitió más alto – dar.
Esther dio un respingo, sobresaltada, y se separó bruscamente de él.

- No asustar – dijo Ismail – no daño.


- Esther, creo que Ismail quiere que le dejes el cuaderno – le indicó Sonia
divertida ante el miedo que parecía manifestar la enfermera.
- Claro – respondió con un ligero temblor en las manos que no pasó inadvertido a
Laura – toma.

Ismail tomó la libreta y el bolígrafo y escribió unos caracteres, luego se lo tendió a la


enfermera con una enorme sonrisa, que lo cogió sin pronunciar palabra, aún con el
miedo reflejado en el rostro. El chico volvió a inclinar la cabeza ante las dos. Le dijo
algo Sonia y se giró de nuevo hacia ella, despidiéndose.

- Gustar conocer – dijo con otra inclinación.


- Hasta luego Ismail – sonrió Laura.
- A dios – dijo Esther y viendo como el joven desaparecía en su chabola preguntó
a Sonia con tono de normalidad aunque su corazón seguía disparado debido al
susto – ¿en qué idioma habla! por un momento me pareció francés pero…
- Hablan un árabe dialectal, se llama darija. Se parece al árabe clásico pero tiene
muchas palabras y estructuras bereberes y también tiene numerosos préstamos
del francés, por eso te ha confundido.
- ¡Pero tú cuantos idiomas hablas! – dijo Laura con admiración.
- Unos pocos, - rió – una vez aprendido uno los demás son más fáciles.
- ¿Qué me ha escrito en el cuaderno? – preguntó de nuevo la enfermera.
- Trae – dijo cogiéndolo – y, vamos, que tenemos aún algunas familias que visitar
– añadió comenzando a andar hacia el interior del asentamiento.
- ¿Entiendes lo que dice? – insistió Laura también con curiosidad.
- Si – dijo - ha puesto “Dios es grande”, os lo da para agradeceros vuestra ayuda.
Para ellos contar con alguien que simplemente los escucha ya es mucho, y
encima pensar que su mujer y su hijo van a estar atendidos en el parto, es
demasiado.
- Y cómo ha llegado hasta aquí, hasta el poblado – preguntó Laura.
- Ismail, vivió en Madrid un tiempo, mientras tuvo trabajo, cuando lo perdió, se
refugiaba por la noche en un cajero hasta que consiguió hacerse un “chambao”,
como lo llaman por aquí, en un parque del centro, pero la policía lo echó un día
y decidió probar suerte y venir hacia aquí. Luego, conoció a Rafi y se
enamoraron.
- ¿Su mujer es española? – preguntó Esther sorprendida.
- Si, Rafi también vivía en la calle, pero esa es otra historia – les contó y pensativa
miró el reloj – estoy pensando que sería mejor volver al campamento, creo que
debéis conocer primero todas las instalaciones, y nos queda una media hora de
camino hasta allí. Después de comer seguiremos con la ronda por el otro
extremo.
- ¡Media hora! No parecía que nos hubiésemos alejado tanto – comentó Laura
sorprendida. Mirando también el reloj comprobó que eran ya casi las doce. Las
tres marcharon a buen paso hacia el campamento.

* * *
Cuando la ambulancia llegó, Maca había logrado, gracias a su insistencia, que Isabel y
Aurelio la sentasen en la silla. No soportaba estar allí tumbada en medio de la calle con
todo el mundo mirándola. Le molestaba mucho el hombro y se quejaba de ello. Isabel
permanecía a su lado, vigilante. Aurelio, sospechando que ocurría algo que se le
escapaba, había propuesto entrar en el banco mientras esperaban, pero Maca se había
negado con tal rotundidad y nerviosismo que Isabel temió por ella y consintió en
permanecer allí fuera. No dejaba de pensar en lo sucedido y buscar con la mirada algún
coche sospechoso, recordando que Maca le había dicho que la seguían, pero no era
capaz de ver nada.

Tras examinarla los sanitarios decidieron trasladarla al Hospital para hacerle una
exploración a fondo. Maca se negó argumentando que estaba bien. Insistía en que
necesitaba quedarse en el centro para hacer unas gestiones.

- Maca, por favor – pidió Isabel – es mejor que les hagas caso. Yo me encargo de
tus cosas y voy tras vosotros.

Maca volvió a negarse con tanta vehemencia que solo consiguió que le inyectaran un
tranquilizante. Finalmente, no tuvo más opción que rendirse, volvía a notar dificultad al
respirar y no era tan inconsciente, sabía lo que eso podía significar. En realidad, lo que
peor llevaba era que la trasladaban al Central. La cabeza no dejaba de darle vueltas
pensando en todos los problemas que se le avecinaban si no conseguía ese crédito, pero
por encima de todo, no se le pasaba esa sensación de pánico que experimentó cuando
vio a ese joven caer sobre ella, su voz, su olor, su cara…, tenía la sensación de que todo
le recordaba a algo, pero era incapaz de saber a qué. Se sentía aturdida y algo mareada
¿qué mierda le habían puesto? Tenía que hablar con Isabel, tenía que hacer varias
llamadas, intentó incorporarse pero no la dejaron, notando como la ambulancia iniciaba
la marcha con la sirena puesta, “no hace falta, estoy bien…”, pensó.

Aurelio permaneció en la acera observando cómo desaparecía la ambulancia, cuando lo


hizo, se dirigió al banco y realizó una llamada.

- ¿Pedro! soy yo, tengo que hablar contigo. Si, es muy importante. Se trata de tu
hija.

Mientras, Isabel recogió todo con la ayuda de sus hombres y salió disparada tras la
ambulancia, con la sensación de que se le escapaba algo, de que había asistido a un
espectáculo perfectamente montado y en el que ella había sido una actriz invitada e
involuntaria. Debía repasar con cuidado todos los hechos. Cogió el móvil y llamó a
Josema.

- Cariño, ¿puedes hacerme un favor? – preguntó con tal apremio que él se


preocupó.
- Si, claro ¿ocurre algo?
- No, solo quiero que me busques en qué comisaría trabaja Carlos Rubio.
- Espera que apunte – dijo – por cierto, ¿cómo está Maca?
- ¿Cómo te has enterado?
- Trabajo con tu padre ¿recuerdas? – le dijo burlón – me entero de todo lo que le
sucede a la doctora Wilson, ¿por qué crees que te han mandado hoy a Toledo?
- Date prisa en buscarme eso por favor – pidió sin ganas de charlar – esta noche
hablamos.
- Ten cuidado, chiqui – le dijo cariñoso.
- Tranquilo, lo tendré.

Isabel volvió a marcar. Esta vez contactó con la clínica, tenía que conseguir que alguien
acudiese en busca de Maca porque ella tenía que salir para Toledo o se buscaría un gran
problema, si no llegaba a tiempo a esa declaración.

En la ambulancia la cabeza de Maca no dejaba de dar vueltas. Estaba segura de conocer


a aquél chico, pero no se acordaba. Por muchos esfuerzos que hacía era incapaz de
acordarse, ¿qué iba a hacer ahora! estaba perdiendo un tiempo precioso, necesitaba salir
cuanto antes del hospital, necesitaba conseguir ese dinero, ¿y si no lo conseguía! ¿y si
tenía que rendirse! tenía la sensación de que había pasado los últimos años así,
rindiéndose, perdiendo todo lo que más quería, se rindió con Jaime, fue más fácil creer
que el niño intentaba llamar la atención de sus padres que buscar la causa de sus dolores
de cabeza; se rindió con Esther, fue más fácil tratarla mal, apartarla de ella, con malos
modos, insultos y…, prefería no acordarse, que sincerarse con ella, que reconocerle el
pánico que sentía cada vez que pensaba que la podía perder, ¡la necesitaba tanto!
Esther… Esther, ¿cómo le estaría yendo el primer día! el primero y, a lo mejor, el
último, ¡qué irónico! “¡dios! tengo que hablar con Fernando y decirle que Isabel se
retrasará”, “y… ¡tampoco he firmado los permisos para que Fermín y Lola lleven las
ambulancias al campamento!”, tenía que buscar su móvil, ¿dónde estaba su chaqueta!
pensó, intentando incorporarse para buscarla.

- Estése quieta doctora – le pidió la enfermera – enseguida llegamos.


- Mis cosas, ¿dónde están mis cosas? – preguntó.
- Las tiene la policía – le dijo – no se preocupe, vienen detrás.

Maca se tumbó de nuevo, ¿en qué estaba pensando? Ah, si, en que se había rendido a
todo, si, debió luchar más por encontrar a Esther, por pedirle perdón, pero ¡no! fue más
fácil rendirse al alcohol, con él se sentía mejor. “Me he rendido ante todo y ante todos,
no puedo fallar ahora, otra vez no, otra vez no”, le daba vueltas la cabeza; “me refugié
en el alcohol, en Ana, en Vero…”, las lágrimas acudieron a sus ojos y los cerró para que
no pudieran ver lo que le ocurría. Recordó aquella conversación con Claudia, ¿hacía
cuanto tiempo ya! Claudia siempre la había ayudado, siempre a su lado…

- Te estás refugiando en la terapia y eso no es bueno Maca. Ya es hora de que


vuelvas a tu vida, a tu trabajo.
- Javier me dijo que no hay sitio para mí en urgencias.
- Pero eres pediatra, puedes pasar consulta.
- Ni siquiera puedo acercarme a una camilla.
- Maca… ¿y algún puesto administrativo?
- No – dijo con rotundidad – eso no me va – en realidad estaba segura de que con
su historial no tenía ninguna posibilidad.
- ¿Y aquél proyecto que tenías en mente antes del accidente? ¿por qué no lo
retomas?”.
Recordó como se le abrió una esperanza, como pensó que aquello podía ser una
posibilidad. Y ahora, todo perdido de nuevo, si no encontraba ese dinero, de nuevo
estaría sin nada por lo que luchar.

* * *

Camino del campamento las tres guardaban silencio. Laura iba pensativa, le había
llamado la atención Ismail, pero sobre todo, le había sorprendido el comportamiento de
Esther. Tenía la sensación de que la enfermera estaba permanentemente incómoda y
alerta, como si temiese que algo pudiera ocurrir. Era cierto que moverse en ese ambiente
impresionaba, pero también lo era que todo aparentaba una tranquilidad que nunca
hubiese imaginado y que ir por allí con Sonia era toda una garantía. Todos parecían, no
solo conocer a la joven, si no confiar en ella.

Por su parte Esther no dejaba de pensar en María José, la señora que conocieran a
primera hora de la mañana. Le había impresionado su elegancia y educación, pero sobre
todo tenía una curiosidad desmedida por saber qué tipo de relación había establecido
Maca con ella, le resultaba tan extraña esa idea….

- Sonia – dijo rompiendo el silencio - ¿por qué está María José aquí! me refiero a
la señora…
- Sí – la interrumpió – sé quién es María José. Pues verás… está aquí por amor.
- ¿Por amor? – preguntó abriendo mucho los ojos en señal de sorpresa.
- Si, aunque a veces la gente nunca se plantee que puede acabar en la calle, lo
cierto es que resulta mucho más fácil de lo que parece.
- Da miedo – murmuró Laura.
- Si – afirmó Sonia – hoy estás allí, en las casas, como ellos dicen y mañana,
puedes estar aquí.
- Por amor… - repitió Esther pensativa, jamás se le hubiese ocurrido que alguien
pudiese acabar así por ese motivo, ¿sería ese el punto que le hizo intimar con
Maca?
- Si, pero yo preferiría que ella os contase su historia – dijo – aunque la verdad es
que entera no se la ha contado a nadie. Solo a Maca, ella es la que nos la contó a
nosotros.
- ¿A Maca? – preguntó Laura.
- Si, Maca y ella… digamos que se entendieron bien, pero no me preguntéis
porqué. Maca tampoco habla mucho de ello.
- Si, Fernando nos comentó algo esta mañana – asintió Laura.
- María José vivía en Madrid – continuó Sonia - se lavaba en las fuentes y tendía
su ropa entre dos bancos, cuando el frío era insoportable dormía en algún cajero.
Iba de un lado a otro con una maleta de marca, y sus cuatro pertenencias, hasta
que se cansó de que a diario pasaran a su lado “miles de almas” como ella dice,
“almas que pasan de largo”, que la miran sin verla, no porque no la vean si no
porque no quieren verla. María José tiene sus propias teorías, es una señora con
estudios como ella repite. Dice que es muy fácil pasar la vista por la historia y
“echarse las manos a la cabeza con las atrocidades que se han cometido” y muy
difícil luchar por evitar las que se cometen a diario en la sociedad en la que
vivimos.
- Tiene mucha razón – dijo Laura.
- Si, la tiene. María José, tiene una… una sabiduría especial. Ya lo iréis
comprobando.
- ¿Seremos nosotras las que vayamos a verla todas las mañanas? – preguntó
Esther interesada.
- Si queréis… si – respondió Sonia.
- Si – afirmó Laura – ¿no recuerdas que Fernando ya nos lo ha dicho? - preguntó a
Esther que asintió distraída.
- Lo había olvidado.
- ¡Wilson! – dijo Sonia de pronto saludando a un señor que se acercaba a ellas –
¿de nuevo por aquí?
- Ya terminó el trabajo – se explicó.
- ¿Te has enterado ya de que el campamento empieza a funcionar hoy?
- Si señora – dijo – me verán por allí.
- ¡Eso espero!

Él, sonrió agradecido y clavó sus ojos en aquellas desconocidas, Esther se sintió
incómoda, no podía evitar estar un poco nerviosa, tenía la sensación de que era
observada, de que cada paso que daban estaba siendo seguido por cientos de ojos
ocultos, y empezaba a sentir una angustia cada vez más grande. Miró el reloj y Sonia
también lo hizo, les dijo que era hora de volver, si querían ver todas las instalaciones
antes de comer, porque la comida se servía a las dos.

- ¿Comemos en el campamento? – preguntó Laura.


- Si, todos los días, salvo que se produzca algún imprevisto. Maca lo tiene todo
estudiado, ha contratado una cocinera y un pinche, hay una buena despensa para
aguantar varios días.
- ¿Y eso porqué? – intervino Esther, no le sonaba nada bien aquel comentario,
parecía como si esperasen que ocurriese cualquier cosa que los obligase a
quedarse allí encerrados, la simple idea la puso más nerviosa de lo que ya estaba.
- Nunca se sabe lo que puede pasar, ni lo que podemos llegar a necesitar –
comentó – estamos aquí buscando la prevención en muchos campos ¿no?
- Si – dijo Laura.
- Pues por eso ¡más vale prevenir! – rió su propio chiste.
- ¿Repartiremos comida? – preguntó Esther, sin prestar atención a la broma,
recordando los días que la Cruz Roja llegaba con los paquetes y el alboroto que
se generaba en los repartos.
- Solo a las personas mayores o a los enfermos. Hay que evitar la picaresca y la
costumbre, el objetivo es conseguir que tengan otras miras, que salgan de aquí –
explicó Sonia – bueno, pues hemos llegado, dijo tocando un timbre que había a
la izquierda del enorme portón.

* * *

En el hospital, tras una exhaustiva exploración en el box, habían pasado a Maca a


cortinas. Héctor, desesperado, no paraba de discutir con ella.

- Soy médico y sé que estoy bien, dame el alta Héctor, ¡tengo mucho que hacer!
- Maca, ya está bien, no me seas voluda, espera a que estén los resultados y,
mientras, descansa, que te vendrá bien – dijo observándola – por si no lo sabes
sigues palidísima.
- Eso será del susto que me he llevado – confesó intentando bromear - ¡un susto
de muerte!

Héctor se quedó mirándola, de pronto recordó la advertencia que le hizo Javier el día de
la inauguración, no sabía por qué se le había venido a la cabeza, pero sintió la necesidad
de contárselo.

- Maca – dijo cambiando el tono de broma por uno más serio – tienes que
cuidarte.
- ¿Has visto algo? – preguntó preocupada.
- ¡No! – se corrigió con rapidez – me refiero a que debes tener más cuidado.
Javier cree que te estás metiendo en un terreno muy peligroso.
- ¿Javier? – preguntó retóricamente – y quien coño es Javier para opinar sobre lo
que hago o dejo de hacer. Ya se encargó de echarme de este hospital y de
ponerme todas las trabas posibles para que no pudiera abrir la Clínica – continuó
molesta.
- Ya me dijo Javier que tú no lo entenderías – continuó con suavidad – por eso el
otro día, en la inauguración, no quise hablarte del tema.
- ¿De qué tema? – respondió en un tono que manifestaba ya que su enfado iba en
aumento.
- Javier me dijo que te pusiese sobre aviso – le explicó – que aunque no lo creas,
él solo hizo lo que creía mejor y… y que tengas cuidado.
- Y eso ¿qué era! una amenaza, una advertencia o qué – levantó el tono – porque
viniendo de él me espero cualquier cosa – terminó bajando la voz como si le
costase trabajo hablar.
- No te alteres Maca – le recomendó – tienes razón. Dejemos el tema. A ver,
respira hondo.
- ¿Está Isabel fuera? – preguntó con dificultad, sintiendo de nuevo aquella
opresión.
- Si, lo está. Ha preguntado ya varias veces cuanto te falta – le sonrió – te has
hecho muy amiga de ella, ¿no?
- Héctor, me sigue molestando el hombro – dijo sin responder a su pregunta – y
noto como si no tuviera fuerza en el brazo.
- Las placas no muestran ningún daño – observó – si me dejaras hacerte un a
resonancia, estaríamos más seguros de que no hay fisura en la clavícula.
- Una resonancia tardaría demasiado – respondió recordando las colas que
siempre había.
- Puedo intentar que sean rápidos.
- La verdad es que no me duele tanto – mintió – me gusta quejarme, ya sabes lo
que se dice de los médicos.
- Si – le sonrió – de todas formas no te pongas nerviosa – le sugirió preocupado
recordando el día de su accidente – si en las placas no se ve nada lo normal es
que sea solo el golpe y que se te pase en unos días.
- No estoy nerviosa – respondió imaginando lo que pensaba, empezaba a estar
cansada que siempre la tratasen como si estuviese loca, pero no tenía ganas de
discutir - ¿Puedes decirle a Isabel que pase! necesito hablar con ella. Así,
aprovecho el tiempo mientras esperamos los resultados.
- No, no puedo – le respondió con autoridad - y como no me hagas caso, voy a
tener que llamar al director del hospital a ver si a él si le obedeces – continuó
señalándola con un dedo amenazante, conocedor de lo porco que le gustaría a
Maca ver a Javier.
- ¿Y mi móvil? – preguntó poniendo su mejor cara - ¿me dejarías mi móvil? Solo
una llamada, te lo prometo, es muy urgente.
- Aquí lo único urgente es tu salud. Ni Isabel, ni móvil, ni nada.
- ¡Héctor! – protestó sin mucha fuerza.
- Maca… - dijo él sacando de nuevo el tono amenazante – voy a meter prisa en el
laboratorio. Es lo único que pienso hacer por ti.

Maca suspiró, ya sabía que no podía hablar por el móvil pero no entendía porqué Isabel
no podía pasar a cortinas, eso sí que era una práctica común, salvo que Javier, en uno de
sus alardes de reorganización, lo hubiese prohibido, cosa que no le extrañaría nada. La
verdad es que siempre había sido una pésima paciente. Sería mejor que se tranquilizase
porque estaba claro que Héctor no iba a ceder y, de todas formas, a esas alturas, todos
estarían ya preguntándose dónde se había metido.

* * *
En el campamento las tres jóvenes cruzaron la pequeña puerta que se abría en una de las
hojas del portón y se encontraron con Fernando y Mónica que las estaban esperando.
La cara de ambos le hizo saber a Sonia que algo ocurría.

- ¿Qué pasa? – preguntó - ¿hay algún problema?


- La verdad es que no tenemos ni idea – dijo Mónica – Maca tiene el móvil
desconectado, y por aquí ni ha aparecido Isabel, ni la policía, ni han llegado las
ambulancias…
- Y ¿habéis llamado a la Clínica? – intervino Laura.
- ¡Claro que hemos llamado! – respondió Mónica airada, dándole la sensación a
Laura de que no le había sentado bien su pregunta.
- ¿Qué te han dicho? – volvió a preguntar Sonia.
- Nada, Cruz dice que Maca se fue al banco y que ni ha vuelto ni ha llamado.
Gimeno y ella se han tenido que hacer cargo de la partida de vacunas.
- Nos dijo que cuando Maca volviese nos llamarían, pero mira que horas son… –
explicó Fernando – lo que me extraña es que no hayan llegado las ambulancias,
a Maca no se le pasaría algo así.
- Si que es raro – comentó Sonia con un deje de preocupación.
- Espero que no haya problemas con el crédito – murmuró Mónica – creí que era
mejor venirme aquí y darle a ella el poder para firmar en el notario, pero ahora…
- No te preocupes – le dijo Fernando – si hubiera algún problema ya te hubiese
llamado, ya sabes como son los papeleos, se estarán retrasando.
- Lo mejor es que sigamos con lo nuestro – propuso Sonia – aún queda una hora y
media para la comida ¿qué tal si mientras vemos todo esto? – dijo dirigiéndose a
Esther y Laura que habían permanecido expectantes.
- Si, es buena idea – dijo Fernando – venid por aquí. Estos son los barracones –
empezó a señalar a su izquierda. La idea es que… - se interrumpió al ver que su
móvil empezaba a sonar – seguid vosotras – indicó alejándose.

Sonia y Mónica hicieron de cicerones, les mostraron los barracones dotados de camas
suficientes para unas treinta personas, con varios aseos e incluso una sala de ocio-
comedor. No faltaba un detalle. Seguidamente les mostraron un pequeño edificio
destinado a los aislamientos. Ambas se sorprendieron del parecido que guardaba con los
que ellas habían usado en sus respectivos campamentos. Igualmente, estaba equipado
con todo tipo de aparatos, algunos de ellos Esther no los había visto nunca en directo
aunque si en algunas revistas médicas. Estaba claro que hasta para hacer el mismo
trabajo había diferencias.

- ¿Creéis que será necesario todo esto? – preguntó Laura un poco superada por
tanto “lujo”.
- Ojala no haya que usarlo nunca – dijo Mónica - Pero no sería la primera vez que
se detectan posibles casos de enfermedades infectocontagiosas. Solo que ahora
los riesgos se minimizarán desde el principio.
- La verdad es que está bien pensado – señaló Laura.
- Venid, vamos a ver el pabellón principal, allí está la cocina, la sala de curas, un
recibidor, un pequeño quirófano por si surge alguna urgencia, el almacén.. –
explicaba Mónica.
- ¡Fernando! – gritó Sonia al ver que el médico se dirigía hacia el extremo opuesto
al que se encontraban – estamos aquí.

Fernando se acercó a ellas corriendo, visiblemente preocupado.

- ¿Qué ocurre? – preguntó Mónica al ver a Fernando corriendo de aquél modo.


- Era Cruz – explicó casi sin resuello por la carrera – Maca… Maca ha tendido un
accidente.
- ¿Qué? – dijeron todas excepto Esther, que se quedó sin habla, completamente
bloqueada, e impactada por la noticia, sintió que le temblaban las piernas y las
manos, presa de una mezcla de nervios y miedo. A su cabeza llegaron imágenes
de muerte y terror. No podía ser. Ni siquiera había tenido tiempo de hablar con
ella.
- Pero… ¿está bien? – saltó Sonia igualmente nerviosa.
- Tranquilidad – pidió ante el ímpetu de las chicas – creo que Claudia ha ido para
el Central, pero aún no saben nada.
- Si te vas, voy contigo – dijo Esther de pronto y dándose cuenta de la cara de
sorpresa de los demás añadió – quiero decir que vamos todos ¿no?
- No – dijo Mónica escudriñándola sin entender a que venía esa preocupación
cuando llevaba todo el día lanzando pullitas sobre la pediatra – debemos
permanecer aquí, además no sabemos si llegará Isabel o las ambulancias o ...
- No creo que Isabel venga - dijo Fernando – es ella la que ha llamado. Pero sí es
mejor que permanezcamos aquí, si hace falta ya iré yo a gestionar lo de las
ambulancias.
- ¿Ha llamado Isabel? – preguntó Esther recordando la escena de la discoteca –
Pero ha sido con el coche o qué … - insistió con una alteración que iba en
aumento y que no era capaz de disimular.
- ¿No te han dicho nada más? – preguntó a su vez Sonia
- No, tranquilas, que ya nos llaman cuando sepan algo - dijo manifestando
también su agobio.
- Pero cómo es posible qué no sepan nada – dijo Sonia empezando a pasearse de
un lado a otro frotándose las manos.
- Qué quieres que te diga – respondió un poco alterado – yo no estoy allí.
- Bueno, bueno, vamos a calmarnos un poco – pidió Mónica.
- Lo siento – dijo Fernando mirando a Sonia – Mónica…
- Sí. No te preocupes – le dijo entendiendo lo que quería pedirle - si hace falta yo
me encargo de todo – continuó aparentando una serenidad que tampoco sentía,
le preocupaba Maca y mucho – ¿queréis tomar algo mientras! creo que podemos
dejar la visita hasta que sepamos algo.
- Buena idea – dijeron Fernando y Laura al mismo tiempo lo que provocó un
esbozo de sonrisa en ambos.
- Si – dijo Sonia – vamos dentro a tomar algo.
- Yo no, gracias – respondió Esther – prefiero quedarme aquí. Voy a hacer una
llamada – se explicó para no despertar sospechas.
- Esther ¿por qué no entras? – le preguntó Laura con dulzura sujetándola con
suavidad por el brazo viendo como los otros tres se dirigían al pabellón
principal. No sabía los demás pero ella no se había tragado lo de la llamada –
nos sentará bien tomar algo.
- No, de verdad, prefiero que me de un poco el aire.
- Entonces me quedo contigo – se ofreció solícita.
- No hace falta – dijo – voy a llamar a Teresa, ella sabrá algo.
- No creo que sepa nada, Esther – opinó con sinceridad – es más, creo que
deberías entrar.

Esther la miró fijamente, se le vinieron a la cabeza muchos motivos por los que no le
apetecía entrar, pero no dijo nada de ello, si no todo lo contrario.

- Creo que tienes razón. Vamos.


- La tengo – dijo Laura caminando junto a ella hacia el interior – y disimula un
poco – sonrió – No eres la única que está preocupada.
- Lo se. Es que, no se que me pasa, llevo nerviosa todo el día.
- Yo también – confesó – es el primer día y a veces tengo la sensación de que esto
me superará – siguió y observando la cara de ensimismamiento de la enfermera
le dijo - no te preocupes, verás como no es nada.
- No me preocupo – dijo – es solo que…
- Ya – rió Laura poniéndole un brazo sobre los hombros y dándole un abrazo – te
he dicho que disimules pero conmigo no hace falta que lo hagas.

* * *
Claudia entró en urgencias corriendo, la chica que había en recepción la reconoció y
levantó su mano en señal de saludo. La neuróloga se dirigía hacia ella cuando vio que
Rai salía de la zona de boxer.

- ¡Hola, Claudia! – la saludó - ¿cómo tu por aquí?


- Han ingresado a Maca – respondió nerviosa - ¿sabes dónde está?
- ¡Ah! Pero… ¿es cierto? – le dijo sorprendido – algo había oído pero, estaba con
un paciente y, ya sabes como es el hospital, creí que era un bulo más.
- ¿Y Héctor?
- Creo que está en cortinas – dijo.
- Claudia – los interrumpió la chica del mostrador - ¡Mira! En la sala de espera
está aquella detective, vino con la doctora Wilson.
- Gracias Rosa – sonrió.
- ¡ya está aquí el tráfico! – dijo Rai corriendo hacia la entrada.
- Nos vemos – le dijo Claudia dirigiéndose a la sala de espera.
Isabel estaba sentada con los antebrazos apoyados sobre sus muslos, las manos casi
entre las rodillas jugueteando, compulsivamente, con el bolígrafo que sostenían. Claudia
no pudo evitar que se lo cogiera un pellizco en el estómago cuando junto a la detective
observó la silla de Maca y en el asiendo de al lado la chaqueta y el bolso de la pediatra.
Se acercó, pero Isabel no se percató, su mente no dejaba de darle vueltas a las palabras
de Maca, “¿era él?”, la había tranquilizado diciéndole que no, pero en realidad no lo
sabía, ¿Y si fuera él! tendría que haberlo dejado ir de la misma forma, no tenía ningún
motivo para retenerlo; había caído sobre ella, sí, le había hecho daño, también, pero no
había nada que indicase que era un ataque intencionado. El joven había permanecido
allí, se había identificado, se había ofrecido a ayudar, además, era compañero.

Por más vueltas que le daba todo parecía indicar que había sido cuestión de mala suerte.
La narración de Aurelio también lo confirmaba. Pero ella seguía con esa sensación de
que algo no cuadraba y, en todos sus años de experiencia, cuando se sentía así nunca
había fallado. “Vamos a ver, recapitulemos de nuevo”, se dijo. Estaba claro que a Maca
la había seguido alguien desde la Clínica, no dudaba de la palabra de la pediatra porque
después de tanto tiempo estaba más que acostumbrada a comprobar si sus hombres la
acompañaban, pero sus hombres no habían sido, y los de Josema tampoco, ya se había
encargado ella de comprobarlo, entonces… ¿quién siguió a Maca! y ¿para qué! solo
cabían dos opciones, que el que la siguiera decidiera no hacer nada ante el incidente que
se había producido o bien que fuera el mismo chico que cayó sobre ella. Pero ¡no! había
algo que no encajaba. Necesitaba repasar de nuevo todos los hechos, desde el momento
mismo en que ella llegaba con el coche y veía como aquel chico se giraba y chocaba
contra Aurelio, y el caso es que tenía la sensación de irrealidad, de que el chico se había
protegido antes del choque, como si supiese que se iba a producir pero entonces…

- Isabel – la llamó Claudia viendo que la detective no se inmutaba ante su


presencia.
- ¡Claudia! – exclamó levantándose – gracias por venir.
- ¿Cómo está? – preguntó con preocupación.
- No lo sé, no me han dicho nada – dijo – a mi me parecía que bien, dentro de lo
que cabe pero…
- Pero ¿qué?
- Nada, tonterías, me dio la impresión de que se hacía la fuerte – dijo – Tú ¿no
podrías intentar? – insinuó.
- Si, vamos – respondió tirando de ella – a ver si nos dicen algo.

* * *
Antes de llegar a la entrada de boxer vieron salir al argentino.

- ¡Héctor! – lo llamó Claudia acercándose a él – ¡Hola! ¿sabes quien está con


Maca? – preguntó con precipitación.
- ¡Hola! para mi desgracia yo – dijo con una sonrisa que tranquilizó de inmediato
a ambas – Maca está bien, a ver si os la lleváis pronto que me va a volver loco.
- ¿Seguro que está bien? – insistió Isabel lo que despertó la alarma de Claudia.
- Si. Le he hecho una ecografía, una analítica completa y una radiografía del
hombro. Yo lo veo todo normal. Por cierto, Isabel, quiere hablar contigo –
añadió – venid por aquí, está en la cortina cinco.
Los tres se dirigieron al interior. Héctor le señaló a Isabel la cortina y la subinspectora
se dirigió hacia allí, seguida de Claudia, sin embargo Héctor retuvo a la neuróloga.

- ¿Puedo hablar contigo un momento? – le preguntó.


- Sí, claro, ¿qué pasa?
- Estoy un poco preocupado por una cosa – dijo bajando la voz.
- ¿De Maca? – preguntó Claudia interesada y sorprendida a un tiempo, no podía
imaginar que Héctor fuera a hacerle a ella una confesión de otro tipo.
- Si – asintió despertando la preocupación en la neuróloga – verás… se queja
bastante del hombro. Y en la radiografía, como te he dicho, no se aprecia nada
en absoluto.
- No estarás pensando … - dijo con seriedad – crees qué…
- No lo sé – dijo cabizbajo – pero no me negarás que no es lo mismo que la otra
vez.
- ¿Y le has hecho una resonancia o un TAC?
- No me ha dejado – se justificó – se ha negado en redondo
- Mira qué es cabezona – comentó imaginando la escena - Y ¿desde cuando se te
suben a ti los pacientes a la chepa? – le recriminó en broma – sabes como es. Si
por ella fuera seguro que ni habría venido aquí.
- Pues ese es el tema – dijo ignorando el tono de Claudia – que la he visto tan
alterada y nerviosa que…
- Yo no creo que sea lo mismo, Maca ha mejorado mucho con Vero – dijo
pensativa.
- Pero sigue en esa silla.
- Si. Eso es cierto – respondió pensativa – gracias Héctor. Esperemos que sea solo
el golpe y se le pase ¿le has recetado algo para el dolor?
- No quiere nada. Insiste en que está bien – dijo con un suspiro – en fin, mientras
se viste voy a por el alta. Vigílala ¿de acuerdo! y si te es posible procura que se
vaya a descansar.
- Lo intentaré – prometió viendo como Héctor se marchaba y siendo consciente de
que no podría cumplir su promesa.

Permaneció allí en la zona de cortinas sin decidir qué hacer, quizás sería mejor que,
antes de ver a Maca, saliese un momento para llamar a Vero, no creía que Héctor
estuviese en lo cierto, pero la verdad es que la pediatra seguía bloqueada y que la causa
de ese bloqueo debía seguir estando ahí, no quería ni imaginar que tuvieran que volver a
pasar por lo mismo. Aunque, si se estaban equivocando, se iba a ganar una buena
bronca de Maca y con razón. Finalmente decidió que lo mejor sería hablar con ella
primero y luego calibrar hasta que punto Héctor no se equivocaba.

* * *
A varias manzanas de allí, en su despacho, el Comisario Principal se levantó de su sillón
con parsimonia y se colocó en el centro de la habitación. Giró sobre sí mismo,
observando con detenimiento aquellas cuatro paredes con una mezcla de melancolía y
desgana. ¿Cuánto tiempo había pasado en aquel despacho en los últimos treinta y cinco
años! prefería no calcularlo, y ahora, si todo iba bien, apenas le quedaban unos cuantos
días para salir de allí y dejar toda aquella basura atrás. Si es que eso era posible, porque
estaba seguro de que con él se irían todos los recuerdos, todos los remordimientos,
todos los errores y lo que era peor, aquella deuda que nunca conseguía saldar.
Miró al corcho repleto de fotografías y recortes de periódico. Miró aquél fichero lleno
de informes, de notas, de reconstrucciones, algunas de ellas, las más antiguas, incluso
hechas a mano. Había intentado dirigir a sus hombres con una mezcla de inflexibilidad
y paternalismo. Recordó cada una de las bajas sufridas en la comisaría, y sintió un
ligero temblor al pensar en Isabel, ¡cómo odiaba la idea de que ella pudiera engrosar esa
lista! pero había cosas que no estaban en su mano.

En los últimos meses se había esforzado por dejar todo en orden, a sabiendas de que era
tarea imposible, ¡dejaba tanto sin hacer! Había propuesto a Josema como su sucesor,
pero también sabía que no lo aceptarían, era un joven con entusiasmo y preparación,
pero no se había molestado en ascender de del grado de Inspector, no le interesaban los
puestos que le alejasen de la calle, y lo cierto es que lo envidiaba. Le gustaría haber
sabido decir no en tantas ocasiones, pero no lo hizo y terminó inmerso en un mundo de
formalismos y normas, donde el protocolo lo era todo y la verdad no importaba. Aunque
quizás ahora, antes de marcharse, pudiese redimirse en su último caso. Estaba cansado
de farsas. Había hecho muchas a lo largo de los años, se había vendido y había
sucumbido a presiones y amenazas, para favorecer como siempre a quienes menos lo
merecían.

En esos años habían sido muchas las ocasiones en las que se había enfrentado a la
maldad humana, al principio le repugnaba, y cuando llegaba a casa era incapaz de
conciliar el sueño, pero poco a poco, la experiencia y el hastío le hizo codearse con ella,
fue entonces cuando sintió que estaba preparado para aquél trabajo. Se vanagloriaba de
saber, con solo mirar a los ojos, cuando alguien le mentía, nunca había fallado en un
interrogatorio. Por eso sabía que Josema le ocultaba algo y que debía averiguar qué era
antes de marcharse de allí. Todos ocultaban cosas, él el primero, pero también podía
sentir orgullo de unas decenas de casos resueltos, casos que otros habían dado por
perdidos. Recordó con una sonrisa cuando siendo un joven Inspector le llamaban “el de
las causas perdidas”, en aquél tiempo se sentía tan identificado con algunos criminales
que muchas veces temió acabar siendo uno de ellos, ya no tenía que temer por eso.
Estaba seguro de serlo, sí, se había convertido en uno de esos monstruos sin escrúpulos,
sin sentimiento alguno de empatía, había ido separándose de todo y de todos, dejó a un
lado el cariño por su familia, por su mujer e hija, incluso por aquellos jóvenes que
dependían de sus órdenes.

Alguien llamó a la puerta y casi sin esperar respuesta Josema apareció tras ella.

- Señor, no se olvide de la reunión de esta tarde – le recordó al verlo tan apático, y


pensativo; el Comisario miró a Josema como a un extraño, viéndolo sonreír
ufano, ajeno a sus preocupaciones.

El joven llevaba una carpeta en su mano izquierda. El Comisario la observó y de pronto


su mirada se iluminó. Se acercó a él y alargando la mano la cogió.

- ¿Qué es esto? – preguntó retóricamente – ¿no será el expediente que estaba


esperando?

Josema lo miró nervioso, había olvidado que la llevaba, y a regañadientes admitió que sí
lo era.
- Si señor, es el expediente que nos han mandado de Sevilla, de la Comisaría
Central – dijo lamentándose por su torpeza.

- Déjame solo – pidió.

Josema abandonó el despacho, el Comisario Martínez, se quedó observando aquella


carpeta, se aferró a ella como el que se aferra a una tabla en medio de un mar inmenso,
quizás todavía quedaba tiempo suficiente para un último caso, para el caso que lo
redimiría de todas las injusticias que había cometido, de todos los delitos que había
dejado pasar por alto, no necesitaba un reconocimiento público, ese ya lo tenía y en el
futuro lo tendría aún más, necesitaba perdonarse así mismo. Y, si aquella carpeta
contenía lo que él esperaba, los días de Macarena Wilson Fernández en libertad estaban
contados. Y él se habría retirado haciendo lo que debía.

* * *

En cortinas del Central su hija Isabel, le había explicado a Maca que no podría
incorporarse al campamento hasta el día siguiente y que la dotación policial tampoco lo
haría. Tras aguantar las protestas de la pediatra, le pidió que le contase con todo detalle
lo que había ocurrido. Isabel comprobó que Maca seguía bastante alterada, estaba
empeñada en que aquél chico le resultaba familiar. Le contó a Isabel la aprensión que le
entró cuando se cruzó con él en el paso de peatones. Insistía en que le parecía mucha
coincidencia que luego volviese a “tropezarse” con ella, pero Isabel parecía no darle
demasiada importancia al asunto.

- Maca, tranquilízate, que yo me encargo de todo.


- Pero entonces ¿seguro que no era él?
- Yo no he dicho eso – respondió pausadamente – pero estamos en ello. De
momento no hay motivo para alarmarse.
- De acuerdo – dijo resignada y con un suspiro – seguro que lo conozco. No
consigo acordarme, pero creo que lo conozco.
- Tengo su nombre, así es que vamos a hacer una cosa – propuso con la intención
de que la pediatra recuperara la calma – voy a investigarlo, voy a seguir sus
pasos desde que tomó su primera papilla hasta hoy – bromeó para quitarle hierro
al tema – y si encuentro que en algún momento de su vida ha coincidido contigo,
entonces voy a por él. ¿Te quedas así más tranquila?
- Si – musitó – gracias.

Claudia entró interrumpiendo la conversación. Al verla Isabel cogió su chaqueta y se


dispuso a marcharse.

- Bueno, yo me voy que debo tomar una declaración en Toledo – se excusó –


Maca, lo dicho, dile a Fernando que mañana sin falta lo veo en el asentamiento.
Y… cuídate, por favor.
- Sí – respondió con tal tono que Claudia en seguida adivinó que no se encontraba
tan bien como pretendía aparentar – yo se lo digo a Fernando.

Isabel se marchó y la neuróloga se plantó ante ella mirándola tan fijamente que Maca se
sintió incómoda.
- No me mires así – pidió con cansancio y adivinando las intenciones de su amiga
añadió - y no vayas a echarme una bronca que yo no he tenido la culpa de nada.
- ¿Cómo estás? – le preguntó cariñosamente cambiando de cara, ya tendría tiempo
de hablar con ella.
- Mejor, ¿me ayudas a vestirme?
- Dice Héctor que te molestaba el hombro – comentó mientras cogía las ropas que
Isabel había dejado a los pies de la cama - ¿por qué no quieres que te haga una
resonancia?
- No hace falta, en serio, la radiografía ha salido bien, me molesta el golpe, eso es
todo.
- ¿Y si tuvieses una fisura en la clavícula? - apuntó como posibilidad.
- Claudia… sentía un poco de hormigueo y el brazo como sin fuerza pero ya te he
dicho que no se ve nada en las placas. Ahí las tienes si quieres comprobarlo.
- Maca, sabes lo que significaría si tienes daño en un hombro…
- Claro que lo sé – respondió molesta.
- Si lo tuvieses … - trató de insistir.
- Pero no lo tengo – la interrumpió impacientándose – dame la chaqueta y
vámonos de aquí.
- Espera, y no corras tanto, que Héctor tiene que traer el alta – le dijo ayudando a
Maca con una mano a incorporarse, y con la otra cogiendo la chaqueta,
doblándola por el centro, lo que provocó que cayese un papel al suelo – toma se
ha caído esto – le dijo agachándose a cogerlo.

Maca alargó la mano con el ceño fruncido. ¡Jamás guardaba papeles en los bolsillos de
los trajes! Si había algo que odiaba era que se le quedasen bocones los bolsillos. Lo
abrió y lo leyó “La próxima vez no tendrás tanta suerte, puta”.

- ¿Qué ocurre? – le preguntó Claudia al ver su cara.


- Nada – dijo Maca doblando el papel y guardándolo con rapidez. Se asió a
Claudia para girarse y que la neuróloga la ayudase a sentarse en la silla.
- ¿Te mareas? – le preguntó Claudia de nuevo preocupada.
- No, estoy bien – respondió distraída, tenía que hablar con Isabel, estaba
segurísima de que tenía que haberle metido ese papel aquél chico, no había otra
posibilidad.
- Estás muy pálida – observó, pensando que quizás el motivo de su aturdimiento
se debía a lo que acababa de leer.
- No te preocupes tanto por mí – protestó enérgica, cansada de ver que todos la
trataban con condescendencia, imaginaba lo que pensaban pero estaban muy
equivocados.

Claudia no respondió y la ayudó a ponerse la chaqueta, Maca percibió su cambio de


gesto, algo molesta, y decidió adoptar una actitud menos huraña y defensiva por otra
más cariñosa.

- Gracias, Claudia, no me hagas caso – le dijo esbozando una tímida sonrisa en un


intento de pedirle disculpas por sus modos – anda, vamos, que hay un montón de
cosas que hacer.
- Hoy deberías tomártelo con calma, Maca. Una insuficiencia respiratoria no es
ninguna tontería. Y para ti menos – empezó Claudia de nuevo.
- No hace falta que me lo recuerdes, lo sé muy bien – suspiró - Pero, lo primero
no exageres porque tampoco ha sido eso y lo segundo, necesito que me lleves al
banco. Es muy importante.
- ¿Vas al banco de nuevo? – preguntó sorprendida – por lo que Isabel me ha
contado creía que habías terminado allí. ¿Hay algún problema?
- El alta, os la dejo aquí – las interrumpió Héctor soltándola en la cama – trae que
te ayude – dijo el argentino viendo que Claudia se disponía a bajar a Maca a la
silla.
- Gracias – respondieron ambas.
- Bueno. Espero no verte por aquí en mucho tiempo – se agachó a besarla – me
voy que tengo mucho lío. Por cierto, sé que es tontería insistirte pero hoy
procura no hacer muchos esfuerzos.
- Muy bien – respondió sumisa viéndolo alejarse.
- No me has contestado, Maca, ¿hay problemas con el banco?
- No. Tengo allí mi coche – sonrió intentado bromear.
- ¡Eres un caso! – rió empujando la silla al exterior – Lo que te voy a llevar es a
comer, y además me vas a invitar tú.
- Tendrás que esperar, porque en realidad si que hay un problema – se sinceró –
pero mejor te lo cuento por el camino. Necesito hacer primero unas llamadas.

* * *
En el campamento acababan de servirles la comida, manteniendo conversaciones
intrascendentes sobre el tiempo tan bueno que hacía para aquella época del año, sobre el
frío que haría en invierno o sobre como hacía cada uno tal o cual plato, intentaban
mantener un ambiente de cordialidad, pero era más que palpable que casi todos estaban
incómodos. Aún no había la suficiente confianza entre todos como para no sentir la
necesidad de romper un silencio que, en el fondo, todos deseaban.

- Y, ¿siempre tenemos que comer aquí? – preguntó de pronto Esther harta de tanto
parloteo.
- Obligatorio no es – dijo Mónica con cierto deje de molestia – tienes dos horas
para comer, si prefieres ir y volver….
- Creímos que sería más cómodo hacerlo aquí – intervino Fernando – pero como
bien dice Mónica, no vamos a obligar a nadie.
- No, si por mi encantada – respondió Esther sintiéndose atacada y no queriendo
parecer desagradecida – pero no sé, tendremos que pagar algo o …

Fernando sonrió y miró a Mónica.

- Por el dinero no te preocupes. Lo tenemos todo calculado.

Esther se encogió de hombros, imaginaba que en ese “tenemos” estaba incluida Maca.
No pudo evitar pensar que, como siempre que ella estaba de por medio, el dinero no era
problema. Maca…, si no era por una cosa era por otra, pero en la última hora, su mente
siempre terminaba volviendo a ella.

- Y ¿qué planes tenemos para esta tarde? – preguntó Laura.


- Saldremos por el centro del asentamiento y luego nos acercaremos a las
viviendas que están en la ribera del arroyo – explicó Sonia – creo que las
derribarán en unos días.
- ¿Derribarlas?
- Si – dijo Mónica – hay una lista de chabolas por derribar y aquellas están entre
las primeras.
- Pero creí entender esta mañana que la actuación era en este poblado porque no
era tan fácil acabar con él como con otros.
- Y entendiste bien – intervino Fernando – pero eso no quiere decir que no haya
zonas y chabolas que – se interrumpió, su móvil había comenzado a sonar.

Las cuatro lo miraron expectantes.

- ¡Maca! – exclamó el médico, el silencio se hizo en la habitación pendientes de la


conversación - ¿estás bien? ¡Menos mal! Entonces… ¿todo bien? – volvió a
preguntar mirando a sus acompañantes asintiendo con un gesto para indicarles
que no había sido nada - Si, si, tranquila que ya me he encargado yo de eso.
¿Mónica! si claro, de acuerdo, luego nos vemos – dijo tendiéndole el teléfono a
la aludida.
- ¡Maca, tía, que tienes aquí a la peña toda preocupada! – exclamó provocando
que Laura bajase la vista hacia su plato con una media sonrisa entre sorprendida
y burlona. No se imaginaba a Javier casado con aquella chica y mucho menos a
la madre de Javier tratando con ella. Algo similar se le había ocurrido a Esther
pero, en su caso, pensando en Maca como socia de Mónica que continuaba con
su charla – ya veo que no ha sido para tanto – dijo aliviada – pues nos tenías
aquí que no nos pasaba ni el pollo – bromeó - vale, pero tú vete a casa que eso
puede esperar. No seas pesada, que aquí está todo controlado. Bueno, pero no te
preocupes ahora por eso, mañana intentamos arreglarlo. Vaaale. Cómo quieras…
¡claro que me fío de ti! vale, vale, que sí, que nos vemos luego en el despacho.

Mónica colgó con una sonrisa y le devolvió el teléfono a Fernando, haciéndole una seña
de que quería hablar con él, se levantaron y se marcharon al pequeño despacho que
había al fondo. Sonia empezó a recoger la mesa, negándose a recibir ayuda. Esther y
Laura, salieron al exterior, y se sentaron en el escalón de entrada al edificio. Esther
pensó que era el momento ideal para desarrollar su sutiliza e interrogarla sobre Maca, a
fin de cuentas estaba viviendo en su casa.

- Te habrás quedado ya tranquila ¿no? – preguntó Laura para iniciar la charla.


Esther asintió pensativa intentando perfilar su estrategia – no me imagino a
Mónica casada con Javier.
- La verdad es que yo tampoco – rió.
- Me ha invitado a cenar.
- ¿Quién Javier?
- Si.
- ¿Y vas a ir?
- Si, me gustaría... pero no se si podré
- ¿Por qué! no creo que terminemos muy tarde aquí.
- No es por eso – dijo – es que ¡no sabes la seguridad que hay en casa de Maca! Y
como estoy en su casa….
- ¡Mujer! hablas que parece que sea una cárcel – quizás le iba a resultar más fácil
de lo que había pensado que Laura se fuese de la lengua.
- Poco le falta – sonrió – la otra noche intenté salir a dar un paseo y al abrir la
puerta del jardín saltaron todas las alarmas y un tío como un carro se me echó
encima. ¡No me dio un infarto de milagro! – comentó en tono confidencial, y
con una mueca de burla que hizo reír a Esther imaginando la escena, Laura
aprovechó para exagerar un poco – allí están todos de los nervios, si hasta Maca
se levantó corriendo.
- Ojala pudiera hacer eso – suspiró, seguía impresionada por verla en silla de
ruedas.
- Entiéndeme, quiero decir que se defiende bastante bien – le comentó - ¿sabes
que tiene un exoesqueleto! y se maneja muy bien con él. Lo que no entiendo es
porqué no lo usa.
- ¿En serio? Creía que aún no estaban comercializados – respondió sorprendida –
claro que para su familia eso no ha debido ser un problema.
- Ya imagino, quisiera que vieras el gimnasio tan impresionante que tiene en una
de las habitaciones – siguió – con decirte que yo he pagado por ir a algunos más
pequeños.
- ¡Vaya! – dijo de nuevo pensativa - ¿Tu crees que Maca está … en peligro? –
preguntó de pronto cambiando un poco de tema.
- No lo había pensado – reflexionó – ¿tu crees que si?
- No sé, pero eso de la seguridad, lo que dijo el periodista ese, y luego está la
subinspectora Martínez que parece que la sigue a todas partes.
- No me había fijado en eso – respondió – pero ahora que lo dices… Quizás no
deba volver tarde esta noche ¿y si le creo un problema?
- Pregúntale. Si se lo creas Maca no tendrá problema en decírtelo.
- No me quedaré mucho en su casa – dijo de pronto Laura - he estado buscando
este fin de semana, pero no he tenido mucha suerte.
- Pues yo si que la he tenido – le dijo ufana – si quieres puedes venirte a mi piso
unos días hasta que encuentres algo. Está en el centro y te aseguro que podrás
llegar a la hora que quieras.
- ¿En serio?
- Claro, ya eres mayorcita para ponerte horas.
- No, digo que si en serio quieres compartir piso conmigo.
- ¿por qué no?
- Bueno chicas, ¿estáis listas? – dijo Sonia saliendo del interior seguida de Mónica
y Fernando.
- Si, vamos – dijo Esther levantándose.
- Gracias – le susurró Laura al oído, mientras se dirigían tras ellos a la salida.

* * *

Claudia conducía despacio, escuchando las conversaciones de Maca. Primero con Cruz,
después con Fernando y Mónica, luego con un tal Jesús, que por lo que pudo deducir
era el director de un banco, al que había terminado por invitar a comer, con lo cual ella
se quedaba sin invitación y, por último, con Vero, a la que había llamado de mala gana,
molesta por la insistencia de las llamadas que la psiquiatra le había hecho a lo largo de
la mañana. Le dijo que tenía prisa, que estaba bien y que ya hablarían si conseguía sacar
un rato. Claudia sospechaba que a Maca le pasaba algo con ella e intentó sonsacarla.

- No debías tratarla así, después del plantón que le has dado esta mañana – le dijo.
- ¿Plantón! yo no le he dado ningún plantón. ¿A quién se le ocurre presentarse sin
avisar, a primera hora y el primer día? – respondió acusando de inoportuna a la
psiquiatra.
- Hasta hace dos días, te encantaban esas apariciones suyas.
- Hace dos días era hace dos días y hoy es hoy – dijo con mal humor.
- No te enfades – pidió calibrando las diferencias que había hace dos días con hoy
– solo era un comentario.

Guardaron silencio unos minutos y, finalmente, Claudia se decidió a preguntarle algo


que le rondaba la cabeza desde que viera la cara de la pediatra en cortinas.

- ¿Me vas a decir qué ponía el papel que se te cayó de la chaqueta?

Maca la miró sorprendida, no era propio de Claudia ser indiscreta, estuvo tentada a
mandarla a paseo y decirle que a ella no le importaba, pero luego pensó que debía
controlar su mal humor y no hacer pagar a los demás por los problemas de los que no
tenían culpa.

- Nada. Unas notas que tomé hace tiempo. Las dejaría olvidadas.
- ¿No será otro anónimo amenazándote? - preguntó preocupada arrepintiéndose
en el mismo momento de haberlo hecho, ¡la había cagado!

Ahora si que Maca, no solo se sorprendió, si no que se alarmó. La miró con los ojos
como platos. Lo de los anónimos jamás se lo había contado a nadie. Solo lo sabían
Isabel y ella. No era posible que Claudia estuviese al tanto del tema. Sintió un
escalofrío. Escuchó la voz de Isabel diciéndole “no confíes en nadie”, “es alguien que te
conoce y que sabe tus costumbres”, “es alguien de tu alrededor”, “posiblemente sea
alguien que conozcas, incluso en quien confíes”, su mente repasó rápidamente las
últimas notas recibidas y siempre había estado previamente con ella. En su rostro la
sorpresa dejó paso al pánico. Tenía que pensar con rapidez, tenía que llamar a Isabel,
tenía que bajarse de ese coche. Se frotó las manos con nerviosismo.

- Si no quieres decirme lo que pone no tienes porqué hacerlo – dijo Claudia con
tranquilidad mirando de reojo lo nerviosa que se había puesto – pero, si era una
nota de esas, deberías decírselo a Isabel.
- ¿Cómo sabes tu eso? – preguntó con un hilo de voz - ¿cómo sabes lo de las
notas?
- No sé, me lo dirías tú ¿no? – mintió.
- No. Yo no te lo he dicho – afirmó con rotundidad clavando sus ojos en ella,
notando como Claudia se incomodaba.
- ¿Qué más da como lo sepa? – dijo defendiéndose – el caso es, que si lo es, debes
tener mucho cuidado.
- ¿De quién? ¿de ti? – preguntó de sopetón.
- ¿Qué dices? – respondió sorprendida – Maca, ¿estás hablando en serio! ¿crees
que yo tengo algo que ver? – preguntó parando el coche en doble fila y
mirándola fijamente insistió - ¿lo crees?

Maca también clavó sus ojos en los de la neuróloga, no sabía qué pensar, no sabía qué
hacer, no sabía qué decir. Le parecía que Claudia esperaba algo, que su mirada era
franca, como siempre que le daba algún consejo, pero estaba tan cansada de que su
mente fuera un torbellino de ideas y sospechas, de que todos le dieran consejos que no
le servían de nada. Se estaba volviendo paranoica.
- No – reconoció por fin bajando la vista ¿cómo iba a ser Claudia? No podía ser
ella, era su amiga – en realidad no lo creo, esto… esto me está desbordando.
- ¡Eh! ¡eh! tranquila – dijo abrazándola al ver que se le quebraba la voz- no
puedes estar así, sospechando de todos.
- ¿Y qué quieres que haga? – preguntó con aire de derrota.
- Confiar, Maca. Confía en las personas que te queremos – le dijo volviendo a
arrancar el coche posando su mano sobre la de la pediatra y apretándosela
ligeramente – confía en mí, Maca.

¡Qué fácil era decir eso! Pero qué difícil era hacerlo, pensó. La voz de Isabel volvió a
resonar en su cabeza “no confíes en nadie”, “en nadie, ¿me oyes?”. El resto del trayecto
lo hicieron en silencio. Claudia se dio cuenta de que Maca la miraba como a una
extraña. No entendía que dudase de ella pero, sí que imaginaba por lo que estaba
pasando. Quizás debería decirle cómo sabía lo de las notas, eso la tranquilizaría. La dejó
en la puerta del banco y se despidió de ella tras asegurarse de que los policías que las
venían siguiendo, la esperaban a la salida del parking y marchaban tras la pediatra. Se
había quedado sin almuerzo, aunque la verdad es que no tenía hambre, decidió volver a
la Clínica.

* * *
Los cinco caminaban entre las chabolas, se detenían delante de ellas o entraban en
alguna informando de las actividades del campamento. Fernando llevaba su maletín y
realizó algunas curas. Estaba claro que, aunque no oficialmente, el trabajo había
empezado mucho antes de aquél día.

Esther caminaba junto a ellos prestando atención a todas las indicaciones de Fernando,
le estaba empezando a caer bien aquél hombre. No se lo imaginaba como adjunto de
Maca, aunque, en realidad lo que no se imaginaba era a Maca como residente de nadie.
Maca, Maca… en la hora escasa que llevaban de recorrido, Sonia la había mencionado
¿cuántas veces! ¿unas diez o doce? Esther empezó a sospechar que la chica estaba
obsesionada con la pediatra, y sintió curiosidad por conocer los detalles de esa relación.
A veces, tenía la sensación de que era admiración lo que sentía Sonia por Maca, pero
otras, creía ver algo más. Aunque quizás estuviese equivocada, y solo fuera fruto de los
celos que le entraban cada vez que la escuchaba mencionar su nombre. No entendía por
qué le pasaba con ella, en concreto, y no con Mónica o Fernando, que también hablaban
de la pediatra a menudo. Sí, estaba celosa, lo reconocía, celosa de todo lo que rodeaba a
Maca, de todos aquellos que habían compartido con ella ilusiones, miedos,
preocupaciones, le gustaría saber todo de su vida, quería conocer a aquella afortunada
que la tenía en su vida, que había conseguido casarse con ella.

- Esther…, ¿Esther? – repitió Fernando viendo lo distraída que se encontraba.


- Si – dijo volviendo a la realidad.
- Este es Iván – le presentó a un hombre de tez morena que sonriente le tendía la
mano.
- Perdona – dijo estrechándosela – encantada de conocerte.
- No te entiende bien – le dijo Sonia dirigiéndose a él en su idioma – chapurrea el
español pero aún no lo domina.
- Claro, claro – dijo Esther un poco azorada, se había dado cuenta de que los
demás la miraban con curiosidad y tenía la sensación de que adivinaban sus
pensamientos. Del interior de la chabola salió una señora que parecía mucho
mayor que él. Esther interpretó que era su mujer por la forma en que se
agarraron por la cintura y por como se miraban.

No pudo evitar que una imagen de ella abrazada a Maca acudiese a su mente y sonrió
recordando los días felices con la pediatra. ¡Qué mala suerte habían tenido! aquellos
momentos crueles nunca debieron entrar en sus vidas, se preguntó porqué había
personas que a pesar de las penalidades seguían profesándose su amor y otras como
ellas… no habían sido capaces de superarlo. Quizás ahora… No, no tenía ninguna
posibilidad, además, le había prometido a Teresa que no se inmiscuiría en la vida de
Maca y debía cumplir su promesa. Pero la mente era libre, y podía imaginar un día en el
que Maca regresara a ella, en el que ella se habría despojado de la losa que portaba, y
libre de rencor, de deseos de venganza, de dolor, la aceptase de nuevo.

- Esther – dijo Laura en su oído – se puede saber en qué piensas.


- En Ivan y en su mujer – respondió distraída - ¿nunca te ha sorprendido cómo
puede amarse la gente por encima de la miseria, del dolor, de la barbarie…?
- Si – dijo con melancolía – yo también he visto esa clase de amor.

Un estruendo los hizo girarse a todos, tres jóvenes montados en una motocicleta, que
llevaban unos minutos pavoneándose de arriba abajo, acababan de empotrarse en una de
las chabolas. Corrieron hacia allí, prestos a ayudar.

* * *

Claudia había sacado un sandwich de la máquina y una botella de agua, se había sentado
delante de los informes que acababan de llegar esa mañana. Cruz le había dejado en el
despacho los de tres chicos y una chica que tenían una serie de complicaciones, no
estaba claro que fueran problemas neurológicos, pero para eso estaba ella. Se dispuso a
estudiar los casos, con la intención de que cuando se produjeran el viernes los ingresos,
supiera, más o menos, a que atenerse. De pronto la puerta del despacho se abrió y una
Vero alteradísima se plantó ante ella.

- ¿Se puede saber qué es lo que le has dicho a Maca de mi? – le preguntó
enfadada.
- ¿Yo? Nada – respondió sin saber a qué se refería.
- No me vengas con esas, Claudia, ¡coño!
- Pero ¿qué pasa!
- Que ¿qué pasa? – le devolvió la pregunta – Maca no quiere que siga viéndola.
- No entiendo. ¿Quieres decir que no quiere volver a verte?
- No quiere seguir con la terapia – le explicó.
- Vamos a ver - dijo cayendo en la cuenta de la conversación que tuvo con la
pediatra el viernes anterior - que yo solo le hice un simple comentario, sin
ninguna intención.
- Pues la has cagado, Claudia, - le dijo con furia – ¿quién eres tu para ir con
cuentos por ahí? ¡y encima a Maca!
- Perdona, no quería molestarte, fue una tontería – trató de explicarse-
- ¿Molestarme! mira Claudia, mi interés por Maca es estrictamente profesional, y
no, no me molestas, pero ahora ella no confía en mí.
- Pero ¿porqué no? – preguntó sorprendida – ya hablé con Maca del tema,
además, ¿no dices que es solo profesional! ¿qué problema hay entonces?
- Pues porque piensa, gracias a ti, que estoy enamorada de ella.
- Pero porqué, yo solo dije que parecías celosa – confesó - de una amiga también
se pueden sentir celos.
- ¡Venga ya! Sabes muy bien por donde se lo ha tomado Maca.
- Pero… vamos a ver, tranquilízate un momento, si tu no estás enamorada de
ella… – empezó a decir pero los ojos de la psiquiatra le desvelaban lo contrario-
porque, no lo estas ¿verdad, Vero? – preguntó con temor.
- Si lo estoy o no, no es problema de nadie, solo mío. Pero Maca me necesita,
necesita que la ayude y ya no creo que pueda hacerlo.
- No te pongas así – pidió – de hecho…
- ¿Cómo quieres que me ponga? – la interrumpió con genio sin querer escucharla.
Si alguien sabe como está Maca soy yo, y más ahora. Maca sigue bloqueada,
parece que está bien pero no lo está, no lo está – casi gritó y con voz ronca
añadió - Y me temo lo peor.
- Si pretendes asustarme lo estás consiguiendo, ¿qué quieres decir con lo peor? –
le preguntó pero Vero no respondió - ¿quieres que hable con ella?
- No, no hables con ella, que ya has hablado bastante – le recriminó - déjame a mí.
Intentaré arreglarlo.
- Pero ¿qué pasa! ¿te ha llamado! ¿te ha dicho algo? – preguntó desconcertada, la
psiquiatra negó con la cabeza.
- No me coge el teléfono, lleva todo el día dándome largas.
- ¿De verdad que no puedo hacer nada? – preguntó agobiada por lo que podía
haber provocado.
- Sabes mejor que nadie como es Maca y ahora que parecía que hacíamos
progresos… - dijo casi con lágrimas en los ojos – no puedo contarte nada pero...
- Vero, por favor, no te pongas así. Seguro que si hablo con ella y le digo que son
cosas mías…
- Ya conoces a Maca, no la vas a convencer con eso.
- Deja que hable con ella – pidió levantándose y acercándose a la psiquiatra le
apretó el antebrazo en señal de disculpa.
- Vero, no te preocupes, voy a intentar hablar con Maca, pero … - dudó un
instante porque sabía que lo que le iba a decir cuestionaba su profesionalidad y
no quería ofenderla – hay algo que quiero decirte.
- ¿El qué?
- ¿Sabes que soy tu amiga? Y.. que también lo soy de Maca….
- Si, lo sé – dijo asintiendo y por el tono de seriedad y la expresión de la
neuróloga Vero bajó la vista – no hace falta que digas más, Claudia.
- Vero, déjame decírtelo, yo creo que… si las cosas son como creo.
- Si – la interrumpió mucho más suave, en el fondo sabía lo que debía hacer –
creo que Maca tiene razón. Mañana mismo voy a recomendarle un colega mío,
yo no debo seguir tratándola – admitió.
- Haces bien – la animó – si de verdad sientes por ella algo más.
- He sido una egoísta – confesó – me engañaba diciéndome que era por su bien,
por ayudarla y… y en el fondo estaba asustada de no volver a verla.
- Eso no va a pasar. Confía en mí. Maca te necesita, aunque sea como amiga – le
dijo Claudia dándole un consolador abrazo.
- Gracias Claudia – dijo saliendo de su despacho – voy a hablar con ella.
- No está – dijo – lleva todo el día en el centro. Hay problemas con uno de los
créditos.
- No lo sabía – dijo pensativa, mal día había escogido entonces, pensó, mejor lo
intentaría más tarde.

Vero se despidió, disculpándose por la forma en que había irrumpido en su despacho y


se marchó decidida a ver a Maca ese día, costase lo que costase.

* * *

En su despacho, el Comisario Martínez ojeaba una y otra vez aquél informe. Se frotaba
las manos pensando en la cara de la Doctora Wilson cuando se viese descubierta. Debía
tener mucho cuidado, porque si hasta entonces todo aquello había sido tapado, ¿quién le
decía a él que no siguiesen intentando que no saliera a la luz? Con ese informe mataría
dos pájaros de un tiro, cumpliría su promesa de quitarse de en medio a aquella chica y
resolvería un caso que había quedado en suspenso. Pero antes de encarar a la doctora
quería tener atados todos los cabos. Tenía que asegurarse que no se trataba de otra falsa
pista, pensó. Además, tenía que esperar a tener en sus manos los informes médicos.

Josema asomó de nuevo la cabeza por la puerta.

- Señor. La reunión es dentro de media hora.


- Gracias. No lo he olvidado.
- Señor, ese expediente… ¿es importante?

El Comisario lo miró fijamente. Josema parecía especialmente interesado en todo lo que


tenía que ver con la doctora y eso empezaba a levantar sus sospechas. Decidió ponerle a
prueba y confiar en él, solo en él. Así vería hasta qué punto le escondía determinadas
informaciones, porque estaba seguro de que el joven, contrario a su forma de proceder,
estaba contraviniendo algunas de sus órdenes.

- Si. Muy importante. Pasa y siéntate un momento.


- Si, señor.
- Inspector, dentro de unos días quiero que me concierte una cita con la Doctora
Wilson.
- ¿Una cita! ¿quiere interrogarla? – preguntó - ¿Ocurre algo que deba saber?
- No. Solo quiero que me corrobore una información que me ha llegado. No se
trata de ningún interrogatorio.
- Señor… - no sabía si decirle o no que Isabel llevaba años trabajando en un
caso vinculado a la doctora y que si tenía alguna información su hija debería
conocerla se decidió a hacerlo - ¿Usted sabe que la doctora está siendo
amenazada desde hace años! el caso lo llevan en la Comisaría del Este y más
concretamente la subinspectora Martínez.
- ¿Isabel?
- Si, señor.
- ¿Qué tipo de amenazas?
- Pintadas en su casa, anónimos…
- ¿Algún sospechoso?
- Ninguno, señor.
- ¿Por qué no me lo has dicho antes? – le preguntó con familiaridad como solía
hacer cuando se encontraban a solas y cierto tono de reproche - Imagino que
Isabel la tendrá vigilada ¿no?
- Si. Pero es mucho tiempo… tiene pocos efectivos. Isabel teme que su vida
corra peligro.

El Comisario sonrió. Josema le había dado una información preciosa. Todo iba a
resultar mucho más fácil de lo que esperaba.

- Otra cosa Inspector.


- Dígame, señor.
- Apúnteme la dirección de la doctora Wilson.
- ¿Cuál?
- La de la casa donde hacen las pintadas ¿cuál va a ser?
- Ahora vive en otra casa.
- Bien, pero quiero la antigua.
- ¿Quiere que me encargue de algo, señor? – dijo esperanzado en enterarse de lo
que tramaba el Comisario.
- No, gracias, ya me encargo yo. Puedes marcharte.
- Señor, ¿podría ver ese informe? – pidió – creo que si la doctora está metida en
algo, la subinspectora Martínez debería saberlo. Su investigación podría
depender de ello.
- Tranquilo Inspector – sonrió – tiempo al tiempo. Ya decidiré yo cuando es el
momento de que Isabel se entere de quién es su doctora. Y ahora puedes
marcharte.

Josema se levantó y salió del despacho con la firme intención de conseguir aquel
informe como fuese. Llamaría a Sevilla, allí habían destinado a una amiga suya y quizás
pudiese averiguar algo. Isabel necesitaba aquella información. Y él estaba empezando a
sospechar que Macarena Wilson había estado jugando con todo el mundo. Había hecho
bien al investigarla al margen de Isabel y del Comisario, aunque lo cierto es que parecía
estar limpia, pero tenía que haber algo. La actitud del Comisario así se lo indicaba.

El Comisario vio salir a Josema y cogió el teléfono.

- Soy yo – se identificó cuando escuchó la voz al otro lado del aparato –


¿Habéis estudiado ya el informe que os pasé? Estupendo. Tengo una
información que podría resultarnos de gran ayuda – dijo poniendo en
antecedentes a su interlocutor de todo lo que le había dicho Josema - De
momento no hagáis nada hasta que no os lo diga. Si, prioridad absoluta, quiero
vigilancia noche y día en esa casa, con discreción, cuando tengáis al autor de
esas pintadas, avisadme. ¡Ah! conseguidme todos los informes médicos de
Wilson, si esos y, los psiquiátricos también.

* * *
Maca llegó a la Clínica cansada de tanto imbécil con el que tenía que tratar. Nada de lo
que había intentado le había salido bien. Le había faltado suplicar, pero eso nunca lo
haría. Se quedó parada al inicio de la rampa de acceso pensando en lo que Aurelio le
había recomendado, pero no quería recurrir a su padre, aunque empezaba a pensar que
iba a ser la única opción.

Alberto la vio subir con dificultad la rampa y bajó solícito a ayudarla, Maca se lo
agradeció, estaba cansada y dolorida, pero aún le quedaba un buen rato de trabajo. Entró
esperando ver a Teresa y tomarse un café con ella, pero no estaba en recepción.
Decepcionada se dirigió al ascensor. Cuando llegó al despacho cogió el teléfono
dispuesta a hacer unas llamadas.

- Hola, Cruz.
- ¡Maca! ¿ya estás aquí?
- Acabo de llegar. Cuando quieras puedes pasarte por el despacho.
- Busco a Gimeno y estamos ahí en un momento
- Gracias – respondió.

Marcó de nuevo y esperó, llevaba toda la tarde intentando hablar con Isabel, necesitaba
contarle lo de la nota y, sobre todo, necesitaba conseguir que la creyera cuando le decía
que aquél chico tenía que ser su acosador. Nada, de nuevo daba señal pero Isabel no
respondía.

- Isabel, soy Maca, por favor, llámame cuando puedas – se decidió a dejar el
mensaje en el buzón de voz, con la esperanza de que la detective le contestase
cuanto antes.

Al cabo de un minuto su móvil comenzó a sonar. Lo cogió con rapidez pensando que
sería Isabel, pero no, ¡Vero! no tenía ganas de hablar con ella. Lo dejó dar todas las
llamadas. La psiquiatra volvió a insistir, y Maca optó por apagar el teléfono.

* * *

En el campamento, mientras corrían los cinco hacia la chabola, Fernando les gritó.

- Ya sabéis lo que hay que hacer. Esther, tú conmigo. Mónica, Laura, vosotras
juntas. Sonia, coge la radio y llama a Fermín, que esté preparado por si es
necesario que vengan – organizó con rapidez.

Al llegar se dividieron, los tres chicos se quejaban en el suelo, dentro de la chabola


también se oían lamentos, una señora mayor salió pegando gritos, con las manos en la
cabeza, lamentándose de lo ocurrido y amenazando a los accidentados. Fernando sabía
que podía liarse una buena e intentó calmarla sin éxito, mientras se arrodillaba junto a
uno de los chicos.

- Sonia encárgate de ella – ordenó. La joven sujetó a la mujer, intentando


tranquilizarla. – Laura encargaos de aquellos dos, este no parece que tenga nada
serio – dijo tras examinar a uno de los chicos y ver que solo tenía lesiones en
codos y rodillas - Esther ven conmigo – indicó entrando en la chabola en busca
de algún herido más.

Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad reinante comprobaron que el caos reinaba
en el interior, Esther vio chapas caídas por el suelo, mesas tiradas y un par de ratas
corriendo a buscar un escondrijo, descubrieron bajo las chapas a una anciana y junto a
ella un niño que no dejaba de llorar, la mujer intentaba incorporarse y Fernando la
ayudó.
- Fernando, ven - pidió Esther que se había arrodillado junto al pequeño – creo
que tiene un traumatismo abdominal abierto – dijo taponándole la herida - no
vamos a poder estabilizarlo.

Fernando acudió con rapidez y examinó al chico.

- Tienes razón – afirmó sorprendido de la rapidez y exactitud con la que la


enfermera había actuado – debemos trasladarlo cuanto antes. Sigue presionando
- dijo saliendo en busca de ayuda.

Sonia ya había avisado a Fermín y esperaban que apareciera de un momento a otro con
la ambulancia. Laura y Mónica tenían la situación controlada, desinfectando y vendando
las heridas de los chicos. Fernando les administró unos analgésicos, consciente de que
no conseguiría que fueran al campamento. De pronto dos de las chapas que
conformaban el techo de la chabola cayeron con gran estruendo.

- ¡Esther! – gritó Fernando entrando de nuevo preocupado.

Encontró a la enfermera acurrucada, cubriendo con su cuerpo el del niño.

- ¡Vamos! ¡salgamos de aquí! – apremió cogiendo al chico en brazos y corriendo


hacia el exterior seguido de la enfermera.
- ¿Estás bien? – se levantó Laura preocupada ayudándola a sacudirse el polvo que
la cubría.
- Si – dijo tosiendo.

Fernando continuó presionando la herida del niño, varios chabolistas se habían acercado
y recriminaban a los jóvenes con voces y gestos de amenaza. La señora seguía llorando
abrazada a su madre que a pesar del susto, no tenía más que algunos arañazos. Esther
sintió que se le cogía un pellizco de temor en el estómago al verse rodeada cada vez de
más gente. Los demás parecían tomárselo con normalidad pero ella empezaba a
incomodarse.

- Esther – dijo Mónica – ¿te importa terminar con este vendaje?


- No – respondió acercándose al joven y continuando con la tarea. Esther lo
observó, parecía extranjero - ¿cómo te llamas? – le preguntó.
- Igor, Ay – gimió el chico – hacerme daño.
- Perdona – se disculpó con una sonrisa.
- Quieta – dijo el chico sujetando el brazo de la enfermera con fuerza, provocando
que Esther le diera una manotada.
- ¡No vuelvas a tocarme! – gritó.

Los demás la miraron sorprendidos de su reacción. Sonia se acercó a ellos y se agachó a


su lado.

- Tranquila – le aconsejó – yo te ayudo.

Esther la miró avergonzada. Las manos le temblaban, e intentó controlar el pánico que
empezaba a sentir, quería salir de allí, necesitaba salir de allí ¡ya! Notó como alguien se
le acercaba por detrás, sus ojos se clavaron en unas zapatillas viejas, agujereadas y unos
pantalones mugrientos, era uno de ellos, no había dejado ni unos centímetros de
distancia, ¿para qué se acercaba tanto! su corazón se aceleró, sus manos terminaron de
poner el último esparadrapo sobre la venda, cuando notó que la sujetaban por el
hombro. No se lo pensó dos veces, saltó como movida por un resorte, un codazo al
hígado de su agresor, que lo dobló por el dolor, con rapidez lo cogió por el brazo metió
sus piernas entre las del chico y lo lanzó con habilidad al suelo. Oyó como la gente la
increpaba y como Sonia y Fernando intentaban tranquilizarlos. “Que coño haces”
escuchó gritarle a Laura al tiempo que ayudaba al chico a levantarse.

- Lo siento – dijo ayudándolo también a incorporarse.


- No pasar nada – dijo el joven a los demás – no pasar nada – repitió con una
sonrisa que calmó los ánimos de todos, y tendiéndoles la mano - Sacha.
- Hola, Sacha – saludó Laura cautivada por aquella sonrisa.
- Igor, mi hermano – explicó el chico mirando a Esther.

La ambulancia llegó por fin y Fernando indicó a Esther y Laura que subiesen con él.
Mónica y Sonia se quedaron allí, dando explicaciones y calmando los ánimos. El
médico miró a Esther con dureza. Llevaban meses intentando ganarse la confianza de
aquellas gentes y en unos segundos todos los logros habían estado a punto de perderse.
Meditó la bronca que quería echarle, pero viendo lo alterada que aún parecía estar
calibró que quizás sería mejor esperar un rato. Tras dejar al chico en la Clínica,
volvieron al campamento. Sonia y Mónica habían vuelto, decidieron permanecer allí lo
que quedaba de tarde, preparándolo todo para la campaña de vacunaciones. Fernando se
metió en su despacho sin decir palabra, debía hacer un informe de las actividades del
día, y pasárselo a Maca. Esther se quedó esperando un rapapolvo que no llegó.

* * *
Cruz y Gimeno llevaban casi una hora en el despacho de Maca. Habían dejado todo
organizado para los nuevos ingresos. Habían revisado los informes médicos de los niños
que ingresarían en las próximas horas y se habían puesto de acuerdo en el protocolo de
actuación en caso de que se detectase alguna enfermedad infectocontagiosa.

La pediatra estaba satisfecha de cómo habían ido las cosas esa mañana. A pesar de los
problemas económicos, lo demás había funcionado como esperaban. Las vacunas
habían llegado sin problemas. Tenían que hablar con Fernando para, en ausencia de
Adela, organizar la campaña de vacunaciones o esperar a que la pediatra se incorporase
y, por último debían decidir quienes del equipo viajarían a África con los chicos en el
regreso. Fernando ya les había puesto en antecedentes del altercado en el asentamiento y
había prometido enviarles un informe detallado por fax. Gimeno había quitado hierro al
asunto pero Maca y Cruz temían que pudiera tener alguna consecuencia inesperada.

Cuando, finalmente, ambos salieron del despacho, Maca se recostó hacia atrás y cerró
un momento los ojos. El ajetreo del fin de semana sumado a la mala noche que había
pasado y al día que llevaba, empezaban a pasarle factura. “Solo necesito descansar diez
minutos”, se dijo, e inmediatamente se pondría a revisar el informe que le había dejado
Gimeno, a falta de que llegas el fax de Fernando, para anexarlo y dar por terminada la
jornada. Al cabo de unos minutos de permanecer recostada sintió un ligero alivio, tuvo
la sensación de que le dolía menos la cabeza y le descansaban los hombros de la tensión
acumulada. Una consoladora modorra la hizo relajarse un poco, se distrajo pensando en
las ganas que tenía de un buen masaje y una cerveza bien fría. Tenía hambre…
- Maca, Maca cariño – le susurraba Teresa dándole golpecitos suaves en el brazo.
- ¿Teresa? – abrió los ojos desorientada - ¿me he dormido?
- Eso parece – dijo con una sonrisa – ¿porqué no te marchas? – le aconsejó con
ternura - no deberías haber vuelto. Sabes que Cruz y Gimeno lo tienen todo
controlado y que no hay mucho qué hacer hasta que no lleguen los niños.
- Teresa, Teresa, siempre hay cosas que hacer – respondió incorporándose – antes
de que estén aquí tenemos que tener todo organizado. ¿Han llegado todos los
pedidos que faltaban?
- Si, ha llegado todo.
- ¡Dios qué tarde es! – exclamó mirando su reloj – y el fax de Fernando ¿ha
llegado?
- Eso venía a traerte – le dijo tendiéndoselo – quería habértelo subido antes, pero
se ha presentado el del oxigeno y he tenido que ir con él. Le dije a Alberto que te
lo subiera.
- ¿Y porqué no lo ha hecho? Me corría prisa.
- Lo ha hecho, pero ha llamado y no respondías – lo justificó – el chico ha bajado
sin atreverse a abrir.
- Ya.
- Me tenías preocupada, tu madre me ha llamado diciendo que tampoco
respondías al teléfono.
- Pues ya me ves – rió y con tono burlón añadió – estoy bien, mamá.

Teresa le devolvió la sonrisa, sin estar muy segura de que eso fuera cierto, pero
conociéndola nunca lo reconocería. Llevaba muchos años a su lado y sabía lo que
significaban aquellas ojeras, de nuevo le costaba trabajo dormir por las noches. Quizás
debería comentarlo con Rosario, aunque la última vez que lo hizo, Maca estuvo más de
una semana sin dirigirle la palabra. Decidió esperar unos días, a fin de cuentas, los
nervios de la inauguración podían ser la causa de su insomnio. Aunque esperaba y
rezaba para que el motivo no tuviese nada que ver con el regreso de Esther, porque por
mucho que intentase disimular, a ella no la engañaba y, estaba segura de que, a Maca, le
había importado más de lo que quería aparentar.

- Maca, ¿puedo pedirte un favor?


- Claro, dime.
- Me gustaría salir hoy antes.
- Sin problema – respondió mirando distraída el móvil que estaba vibrando en
silencio ¡Vero de nuevo! había que ver lo perseverante que era capaz de ser
cuando quería – tu misma me has dicho que ya hay poco que hacer.
- Pero mujer… estáis todos aquí y no me parece bien que yo…
- Anda, anda déjate de tonterías y vete – sonrió.
- Es que verás – continuó con la necesidad de justificarse – Manolo se ha
emperrado en hacerme una cena especial de primer día. Y no se le ocurre otra
cosa que preparar sus famosos callos.
- ¡Callos! – exclamó notando que se le hacía la boca agua, no sabía por qué tenía
tanta hambre – me encantan y a Manolo le salen exquisitos – comentó
recordando las veces que la habían invitado.
- ¿Verdad que sí? – respondió con complicidad – pero a ver si no se lo dices más
que luego se pone con unos humos…
- ¡Que suerte que tienes! – reconoció – daría lo que fuera por que me tuvieran una
cenita preparada y una cervecita fresquita.
- Te invitaría a venir … - dijo adivinando los deseos de la pediatra.
- Mujer, no te preocupes, que ya se que es una cenita íntima – bromeó – vete y no
hagas esperar a Manolo.
- Si quieres te guardo unos poquitos y te los traigo mañana – le dijo sintiéndose
culpable.
- Gracias – rió – me encantaría.
- Entonces me voy, hasta mañana y no trabajes mucho – le dijo dándole un beso –
necesitas descansar.

Maca asintió. Teresa tenía razón, pero con suerte aún le quedarían un par de horas de
estar allí. Cogió el informe que le había dado la recepcionista y empezó a ojearlo.
Frunció el ceño. No esperaba tener problemas de ese tipo el primer día y, menos, con
Esther. Miró el reloj, pasaban de las ocho. Se retrasaban. Se sentía muy cansada, había
sido un día duro y encima Vero no paraba de llamarla al móvil, sabía lo que quería, pero
no pensaba ceder. El teléfono sonó y Maca lo cogió.

- ¿Sí?
- Maca,
- ¡Teresa! Pero ¿qué haces aún aquí? – preguntó sorprendida.
- Tienes una llamada de la doctora Solé ¿te la paso? – respondió sin atender a la
pregunta de la pediatra.
- Si, pásamela – dijo resignada, no podía seguir ignorándola todo el día.
- Maca…
- Dime, Vero.
- ¿Qué pasa! ¿por qué no me coges el móvil?
- Tengo mucho lío, Vero – se excusó con algo de mal humor y con ironía
continuó - ¿recuerdas? Hoy es el primer día y…
- Perdona, no quería molestarte – la interrumpió disculpándose ante su tono
impaciente, recordando lo que le había contado Claudia del crédito.
- Quería saber a qué hora paso a recogerte.
- Vero, ya te dije el viernes y te lo he repetido esta mañana, que no quiero seguir
con la terapia – le dijo recalcando la última frase.
- Pero ¿hablabas en serio? – preguntó olvidando su promesa a Claudia.
- Muy en serio.
- ¿Cenamos juntas, entonces?
- No, Vero, hoy no puedo, acabaré tarde.
- Maca ¿te pasa algo conmigo? – preguntó en un tono entre agobiado y
preocupado.
- No me pasa nada. Tengo trabajo.
- Ya… Si no recuerdo mal yo soy la que debería estar enfadada.
- No tengo tiempo de tonterías, Vero – le respondió airada y algo más suave
añadió – tengo que leerme un informe, ha habido problemas con Esther en el
campamento y quiero verlo antes de hablar con ella.
- De acuerdo, pero tendrás que cenar ¿no?
- Si, pero estoy cansada, y Laura está aún en casa. Le dije que cenaría con ella.
- Como quieras – respondió decepcionada y algo molesta.
- No te enfades, Vero, por favor – dijo con cansancio.
- No me enfado – mintió y Maca se dio cuenta – llámame cuando quieras verme.
- Vero…
- A dios, Maca – se despidió - no te molesto más – añadió colgando el teléfono.
- ¡Joder! – exclamó – lo que me faltaba, ¡vaya mierda de día! – murmuró para sí.

Continuó con la lectura del informe, mientras más vueltas le daba más segura estaba de
que se corrió de ligera al darle a Adela quince días para incorporarse, porque su
ausencia iba a suponer un problema tanto en la Clínica como en el campamento, si es
que no lo había supuesto ya. Estaba claro que tenía que hacer algo al respecto. Apoyó
un codo sobre la mesa y se pasó la mano por la frente, pensativa. Quizás ella pudiese
echar una mano en el campamento, pero la desechó con rapidez, en esa silla no le iba a
ser fácil ayudar, ya tuvo que desistir de controlar el desarrollo de las obras. Por segunda
vez en el día recordó con dolor las palabras de Javier: “Lo siento mucho, Maca. Pero no
hay sitio para ti en urgencias”, “No. No me protestes, porque sabes que no puedes entrar
en quirófano. ¡Si no llegas a una camilla!”. “De verdad, que te admiro por tu fuerza de
voluntad. Pero sé realista. ¿Qué crees que pasaría si tienes que dar un masaje cardiaco o
auscultar a un paciente?” “Te lo digo por tu bien. No te engañes, Maca”. Unos golpes en
la puerta la devolvieron a la realidad.

- ¿Si?
- Maca – dijo Claudia asomando la cabeza - ¿puedo hablar contigo un minuto?
- ¿Es muy urgente? – preguntó mirando lo que le quedaba de informe.
- Pues… eso me lo tienes que decir tú.
- A ver, ¿qué pasa?
- Me ha llamado Vero y está…
- Mira Claudia – la interrumpió con genio – no tengo tiempo ahora para eso.
Estoy esperando a Fernando, tenemos que ver qué hacemos con Esther.
- Pero Maca…
- Ya le he dicho que hablaré con ella cuando tenga un rato.
- Vale. Como quieras – le dijo suavemente – tranquila, ¿eh?
- Si, perdona – suspiró – lo siento, ¿vale?
- Vale. ¿Has hablado con Isabel?
- No – dijo con impaciencia.
- Maca… tienes que decirle lo de la nota - la recriminó.
- ¿Qué quieres que haga si no me coge el teléfono? – casi le gritó impaciente y
molesta, sin entender a qué venía ese interés repentino por las notas cuando las
recibía desde hacía años y nunca le había dicho nada, salvo que se hubiese
sentido descubierta e intentaba disimular.
- Bueno, no te enfades, mejor me llego luego y hablamos. ¿Te parece bien?
- Si – respondió volviendo a bajar la cabeza.
- Maca…
- Siii – dijo exasperada.
- Tómatelo con calma ¿de acuerdo? – pidió preocupada.

Maca asintió sin responder y volvió a la lectura. Claudia salió cerrando la puerta, tenía
la sensación de que Maca empezaba a estar desbordada. Debía hablar seriamente con
ella. En el pasillo se encontró con Fernando.

- ¡Fernando! – le saludó - ¿qué tal ha ido todo?


- Más tranquilo de lo que esperábamos, la verdad, algún problemilla pero
solucionable. Pero me temo que ahora que han llegado las vacunas la cosa
cambiará.
- ¿Tienes para mucho con Maca? – preguntó – Me gustaría sacarla de aquí, que
por hoy ya está bien.
- Pues… - dudó mirando el reloj – si que es tarde, si nos damos prisa… creo que
en media hora podemos terminar.
- ¡Perfecto! voy a dejarle estos informes a Teresa.
- ¿Ya tienes informes? – sonrió sorprendido.
- Son de los niños que llegan el viernes, dos de ellos parecen tener problemas
neurológicos, pero ya veremos.
- Voy para dentro – comentó - ¿de humor?
- ¡Muerde! – rió.
- No me extraña, con el día que lleva.

Claudia asintió y se dirigió al ascensor. Fernando llamó a la puerta y entró sin esperar
respuesta.

- Hola, Maca – la saludó. La pediatra levantó la vista del informe y se quitó las
gafas, las usaba poco, pero había días en los que a última hora, con el cansancio,
se le mezclaban las letras. Fernando frunció el ceño – tienes mala cara, ¿por qué
no te vas a casa? Esto puede esperar.
- No, no puede esperar – se negó – mañana tengo el día completo. Además, quiero
que me cuentes lo que ha pasado. Perdona un momento – le dijo viendo que le
sonaba el móvil – Mamá, ahora no puedo hablar…. Mamá… que no, que no
pasa nada…. Mamá… que luego te llamo. Que sí, que te llamo, que no se me
olvida – dijo colgando – disculpa ¿qué me decías?
- Insistía en que deberías irte ya – repitió acercándose a ella y sentándose en el
borde de la mesa y poniéndole una mano en el hombro le dijo – jefa, en serio,
vete a casa, ya hablamos mañana del tema.
- No tengo ganas de ir a casa – confesó sonriendo – me muero por una cerveza
bien grande y bien fría.
- ¿Y quien te impide que te la tomes? – preguntó riendo pensando en Claudia y su
comentario – Macarena, Macarena, ¡no seas tan dura con tus empleados en el
primer día que nos quedamos solos! – bromeó- así es que, no hagas esperar a
Claudia y vete con ella a por esa cerveza. Eso sí, sin alcohol.
- ¿A Claudia? – repitió perpleja ignorando el comentario del alcohol y sin saber a
qué se refería – si yo no… ¡ah! es cierto, me ha dicho que ahora se pasaba, pero
es ella la que quiere hablar conmigo, yo no le he dicho que se espere, qué no soy
tan tirana – explicó interpretando que la neuróloga se había quejado de tener que
esperarse y mirando el reloj – es tarde, cuando terminemos te haré caso y me iré
a casa.
- A casa… - dijo negando con la cabeza – pues yo creo que te van a proponer un
plan.

Maca lo miró sorprendida. ¿Un plan! ¿quién…? ¿no sería Esther…! porque no se le
ocurría nadie más. Fernando se levantó y se sentó en frente de Maca.

- Creo que Claudia quiere sacarte a cenar - dijo.


- ¡Vaya! hoy no puedo – dijo cogiendo el teléfono de nuevo y marcando, se
sorprendió a sí misma al notarse ligeramente decepcionada, por un segundo le
había agradado la idea de tomarse algo con la enfermera – disculpa un momento
que voy a decirle que no espere.
- Pero no decías que te morías por una cerveza…
- Una cosa es lo que quiero y otra muy distinta lo que tengo que hacer – comentó
cansada - ¿Esther no ha venido contigo? – preguntó mientras esperaba.
- Está abajo con Teresa y Laura.
- ¿Aún está Teresa aquí? – preguntó sorprendida de nuevo, creía recordar que
tenía prisa por ir a casa – ¿Te importa mientras decirle a Esther que suba! quiero
hablar del tema con ella delante.
- Yo le he dicho que espere, prefiero comentarte una cosa a solas – dijo
provocando el interés de la pediatra.
- ¡Vaya! Claudia no está en su despacho.
- No, claro que no, me ha dicho que le bajaba unos informes a Teresa – recordó.

Maca colgó y marcó el número de la recepción.

- ¿Teresa! ¿está Claudia ahí contigo? – preguntó.


- Si, aquí está – respondió y tapando el micrófono le susurró - Maca.
- Dile que se ponga un momento, por favor. Y si está Esther dile que vaya
subiendo al despacho.
- Esther está en la cafetería, ahora te la busco.
- ¿Si? – dijo Claudia poniéndose al aparato que le pasó la recepcionista – dime
Maca.
- Claudia, que… - no sabía como decirle aquello sin que la neuróloga sospechase
nada, sobre todo, después de la conversación del coche pero no le apetecía salir
con ella – cuando termine me iré directa a casa, estoy cansada, si te parece ya
hablamos mañana.
- ¿No quieres que te alargue yo? - le preguntó – lo digo porque si te sigue
doliendo el hombro… para la silla y…
- No, ya estoy mejor – mintió, le seguía molestando y más después de no haber
parado hasta media tarde pero prefería volverse sola a casa – mañana charlamos
¿de acuerdo?
- Como quieras. Hasta mañana.

Maca colgó y Fernando se quedó mirándola. Iba a insistirle en que se marchase a casa,
la notaba apagada y cansada, pero conociéndola lo mejor era terminar cuanto antes.
Sacó unos papeles y se los tendió.

- Tienes que firmar esto, Mónica ya lo ha hecho.


- Sí, trae – dijo cogiendo los documentos - ¿y Mónica! me dijo que se pasaría.
- La ha llamado su hermana y ha tenido que irse, me ha dicho que mañana te ve.
- Bueno, dime ¿qué ha pasado? – le preguntó clavando sus ojos en él.
- Vamos a ver, antes de nada, quiero que sepas que, a mí, Esther me ha parecido
una excelente profesional.
- Pero… - lo interrumpió - ¿qué es lo que no te gusta de ella?
- Hay un pero, aunque no en ese sentido.
- ¿Entonces?
- Creo que le ocurre algo.
- ¿A qué te refieres?
- No sé. Parece permanentemente alterada. Salta por todo. Está a la defensiva –
explicó ante la sorpresa de Maca que no recordaba en absoluto que Esther fuese
así – creo que no será capaz de aguantar mucho en este trabajo.
- He leído tu informe – comenzó Maca con tranquilidad – y … estoy de acuerdo
en que se ha excedido un poco.
- ¿Un poco, Maca?
- Bueno, bastante, pero… es su primer día, estará nerviosa – la defendió - Yo me
acuerdo del primer día que me llevaste a un sitio así, ¡me moría de miedo!
- ¿Solo de miedo? – bromeó recordando los saltos que daba cada vez que veía una
rata y volviendo al tema comentó - A eso me refiero precisamente. No estoy tan
seguro de que sean solo nervios. Tengo la sensación de que hay algo más.
- ¿Le has preguntado?
- No – dijo empezando a sonreír – eso te lo dejo a ti.
- Muy gracioso – cabeceó devolviéndole la sonrisa – poli bueno y poli malo ¿no?
- Exacto – rió él abiertamente – entiéndelo Maca, tengo que trabajar con ella todos
los días.
- Ya te vale a ti.

Llamaron a la puerta y Laura asomó la cabeza.

- Perdonad que os interrumpa – dijo juntando los dedos índice y pulgar en


petición de tiempo – es un segundo.
- Dime, Laura.
- ¿Hay problema en que esta noche llegue tarde? – preguntó – es que me han
invitado a cenar y… lo digo por … la alarma y todo eso.
- Si, tranquila – respondió dándose cuenta que a Laura se le había olvidado que
quedaron en cenar juntas – llega cuando quieras. ¿Has visto a Esther?
- Sí, está aquí fuera, esperando.
- Pero… ¿qué hace ahí! dile que pase.

Laura salió y Esther entró en el despacho. Aparentaba una tranquilidad que no sentía,
aunque Maca notó que estaba ligeramente incómoda. Primero miró a Fernando y luego
a la pediatra. Imaginaba lo que le iban a decir.

- Siéntate – le indicó Maca. Fernando se levantó y dijo.


- Bueno, yo me voy.
- Prefiero que te quedes – le pidió Maca. Fernando volvió a tomar asiento –
Esther, Fernando me ha estado comentando el incidente de esta tarde, ¿qué te ha
pasado? – preguntó directamente.
- Nada – dijo – me asusté. No me esperaba que nadie me tocase y me sorprendí.
- Ya… - respondió midiendo lo que iba a decirle – vamos a ver Esther, no sé si te
has dado cuenta, pero una parte muy importante de tu trabajo, va a consistir en
que ellos confíen en ti y, no me refiero solo a tus compañeros, si no a la gente
del poblado.
- Ya lo sé Maca, … y … lo siento – dijo arrepentida – intentaré que no vuelva a
pasar.
- Intentaré no me basta – le respondió con autoridad – no puede volver a pasar ¿de
acuerdo?
Esther asintió, sumisa, mirándola fijamente a los ojos y sin articular palabra. Maca tuvo
la sensación de que le suplicaba que la dejase marchar ya, pero haciendo caso omiso a
su impresión continuó.

- Quiero que te tomes esto como una reprimenda oficial y…


- Bueno, Maca – intervino Fernando que había permanecido en silencio hasta ese
momento – no creo que tampoco haga falta llegar a esos extremos.
- Fernando… - empezó a decir en señal de desacuerdo, pero se calló y continuó
más suave, aparentando pensárselo, pasando la vista de uno a otro – Bien, de
acuerdo, pero si vuelve a ocurrir tendré que anotarlo en tu expediente – dijo
mostrando un enfado que no sentía - Por cierto, que no se te olvide traerme tus
papeles cuanto antes.

Fernando se levantó y apoyó ambas manos en la mesa.

- Es tarde, Maca, así es que si no te importa prefiero que dejemos lo que queda
para mañana, mi nieto me espera – le dijo guiñándole un ojo con complicidad
agradeciéndole que se encargara ella de esos temas – y tú deberías irte a
descansar.

Esther lo imitó y se levantó también.

- Si no quieres nada más de mí, yo también me voy – dijo la enfermera.


- No, no quiero nada – le respondió – puedes irte. Hasta mañana.

Esther se dirigió a la puerta con una sensación desagradable, Maca se había mostrado
con ella tan fría y profesional que había conseguido que olvidara la preocupación que
sintió cuando creyó que le había ocurrido algo. Ambos salieron, pero antes de cerrar la
puerta, Esther volvió a asomar la cabeza, no estaba segura de si sería un buen momento,
es más le parecía que no lo era, pero necesitaba hablar con ella y cuanto antes mejor. No
la entretendría mucho.

- Maca, ¿puedo hablar contigo un minuto? – preguntó cerrando la puerta y


permaneciendo de pie tras el sillón en el que antes había estado sentada.
- Si, claro – dijo sorprendida, mirándola atentamente, sabía que había sido un
poco dura con ella, pero debía hacerlo – dime.
- Maca, yo… quería avisarte con tiempo – empezó con cierto nerviosismo, pero
más decidida, después de las palabras que había escuchado de ella.
- Avisarme… ¿de qué? – preguntó con una expresión tan extraña que Esther no
supo adivinar que era lo que pasaba por su mente. Le parecía una mezcla de
curiosidad y temor.
- De que… no me voy a quedar aquí – dijo atropelladamente – cuando pasen los
quince días me iré.
- Pero, Esther… - comenzó a protestar, se detuvo sin saber qué decirle, ¿era
posible que saliese algo bien ese día? – si es por lo que te he dicho antes …
- No intentes convencerme – dijo – no es por lo que me habéis dicho. Tenéis
razón. No he hecho bien, sé que me he pasado. Y... tampoco creas que es por el
trabajo. Me parece un proyecto precioso Maca, en serio, y yo hubiese estado
encantada de participar en él pero… pero no puedo.
- ¿Por qué? – preguntó casi con desesperación, no quería ni imaginar que tuviese
que ponerse, otra vez, a buscar una enfermera.
- Porque no puedo – repitió.
- No sé si en quince días voy a encontrar a alguien – murmuró cansada, bajando la
vista. Esther sintió una pizca de culpabilidad pero no dijo nada – si… si tardase
algo más, ¿podrías quedarte?
- Me quedaré hasta que tengas a alguien – prometió con una ligera sonrisa de
ánimo, viendo lo angustiada que parecía estar la pediatra – pero ni un día más,
luego me marcharé.
- Gracias – le dijo y tras una pausa en la que parecía estar meditando algo añadió
– Esther, ¿puedes sentarte un momento?

La enfermera la miró con sorpresa por la petición ¿qué querría decirle! pero obedeció y
tomó asiento.

- ¿Me vas a decir qué te pasa? - dijo Maca sin rodeos, pensando en lo que
Fernando le había contado, si tenía algún problema quería saberlo.
- No me pasa nada – respondió con aplomo, no esperaba que Maca la interrogase
así, tan directa – simplemente, me vuelvo a África.
- De acuerdo – dijo tras unos segundos de silencio aceptando su respuesta, “no me
cuentes nada si no quieres, pero a mi no me engañas” - ¿has pedido el informe a
tu superior? – preguntó.
- Si no me voy a quedar ¿para qué lo quieres? – respondió tan molesta que Maca
sintió que había dado en el clavo y que estaba entrando en terreno resbaladizo,
recordaba aquellos ojos echando chispas y aquel tono, como si no hubiera
pasado el tiempo.
- Lo necesito… porque… verás… es que no puedes estar sin contrato y… hay
unos requisitos y… se los hemos pedido a todos – intentó justificarse no quería
que Esther pensase que solo lo hacía con ella – por eso… por eso lo necesito.
- No lo voy a pedir – respondió con tranquilidad – es absurdo que lo haga, me
habré ido antes de que llegue nada desde Jinja. Allí las cosas no son como aquí.

Maca cogió sus gafas y se las puso, anotando “Jinja” en un papel, sin decir nada más, a
Esther se le escapó una sonrisilla, “qué mona está con gafas”, pensó, nunca se las había
visto. Sintió de nuevo aquél pinchazo de celos. No quería irse, quería quedarse allí,
trabajar a su lado, decirle que podía contar con ella, que no la había olvidado, que la
necesitaba, que le daba igual que se hubiese casado, que le daba igual todo. Maca
levantó la vista y se quitó de nuevo las gafas, mirándola fijamente, entreabrió los labios,
Esther esperó sus palabras pero no llegaron, solo la miró como solía hacerlo, ¡aquella
mirada! Esther tuvo la sensación de que intentaba leer en ella, que intentaba decirle
algo, como hacían antes, cuando no necesitaban palabras, solo mirarse, pero había
pasado el tiempo y había algo diferente, algo que la separaba de ella y la hacía una
extraña. Le pareció cansada, triste, delante de Fernando no había querido preguntarle,
pero ahora no pudo evitar el impulso.

- Maca ¿seguro que lo de esta mañana no fue nada? – dijo de pronto.


- Si, si – respondió gratamente sorprendida por aquel interés.
- Tienes muy mala cara.
- Estoy un poco cansada, pero bien – respondió y sin poder evitarlo añadió – por
cierto gracias.
- ¿Gracias porqué?
- Es una manera muy educada de decirme que estoy hecha un asco.
- Maca… - protestó sonrojándose de que se lo hubiese tomado por ahí – tú nunca
estas así – intentó arreglarlo con un halago – quiero decir hecha un asco.

Maca sonrió agradecida y burlona, le gustaba recuperar esos juegos verbales con la
enfermera. Los había echado de menos. Miró el reloj, era muy tarde y quería hacer unas
llamadas, esperaba que la enfermera se levantase y se marchase, pero no lo hizo.

- Menudo susto se habrá llevado tu mujer – comentó de pronto buscando una


reacción en la pediatra. Maca oscureció su mirada y frunció el ceño sin
contestar, “¿qué pretendía? ¿que le hablase de Ana?”, no pensaba hacerlo, su
gesto asustó a Esther, estaba claro que le molestaba que tratase el tema “¿porqué
no le gustaba hablar de su mujer?”, temiendo un exabrupto se apresuró a
intervenir e interesarse de nuevo por ella - ¿Un día duro? – le preguntó poniendo
su tono más dulce intentando que la tensión creada anteriormente desapareciera.
Quería demostrarle que podían hablar al margen del trabajo.

Maca asintió con una sonrisa distraída, no esperaba esa preocupación por parte de la
enfermera después del tono de la conversación anterior. Estaba empezando a
impacientarse, si quería decirle algo que se lo dijera ya o la dejase sola. Estuvo a punto
de decírselo pero, de pronto, una idea cruzó por su mente. No le apetecía irse a casa, no
tenía cuerpo para machacarse dos horas en el gimnasio como hacía diariamente, tenía
ganas de reírse un rato, de charlar, de desconectar de todo lo que tuviese que ver con la
Clínica y con su vida… y parecía que ella tenía ganas de charla…

- Esther, ¿te apetece cenar conmigo? – preguntó de pronto.

La enfermera abrió los ojos de par en par, lo último que se hubiera esperado era aquella
invitación. ¡Sí! ¡claro que le apetecía!

- No – contestó en contra de sus deseos – no puedo, ya he quedado.


- ¡Ah! – exclamó con un deje de decepción – otro día, entonces.
- Si, otro día – dijo levantándose, “mañana mismo si quieres”, pensó – es que ya
he quedado – volvió a repetir.
- Claro, no pasa nada – dijo y esbozó una sonrisa con naturalidad – es normal,
acabas de volver, tendrás un montón de gente a la que ver.
- No, no es eso, si es que… ceno con Teresa.
- ¿Con Teresa? – preguntó entre sorprendida y molesta, ¿por qué Teresa no le
había dicho nada! ¿porqué le había mentido diciéndole que era una cena íntima?
- Si – sonrió – nada que Manolo ha hecho sus famosos callos y… pues eso.
- Claro – dijo bajando la vista con un nudo en la garganta, de pronto la había
invadido un sentimiento de soledad profunda, estaba tan cansada que se le
saltaron las lágrimas.
- ¿Seguro que estás bien? – le preguntó preocupada al ver la reacción de la
pediatra, tenía la sensación de que estaba a punto de echarse a llorar.
- Si, si, voy a hacer una llamada y me marcho a casa – dijo señalándole la puerta,
indicándole que saliera – no hagas esperar a Teresa, es tarde.
Esther se levantó y se dirigió a la puerta, pero antes de que la cerrase del todo escuchó a
Maca llamándola.

- Esther, perdona, ¿puedo pedirte un favor?


- Claro – dijo volviéndose.
- ¿Te importa ayudarme? – pidió con un aire de timidez que Esther desconocía en
ella – le he dicho a Claudia que se marcharse y… se me ha olvidado... que... no
puedo sola – se explicó señalando la silla, notando que se ponía colorada-
¿puedes acercármela?
- Maca, ¡por dios! no te justifiques – respondió entrando de nuevo - ¿Qué
necesitas que haga?
- Solo acercármela aquí, a mi lado… - pidió casi avergonzada – y ya me apaño yo.

Esther obedeció y le llevó la silla, recordaba lo que había visto hacer a Claudia el primer
día, y bajó el lateral que pegaba al sillón de Maca.

- ¿Te sujeto? – preguntó solícita sintiendo un nerviosismo especial al notarla tan


cerca.
- No, gracias, ya te he entretenido bastante – respondió con una sonrisa – puedo
sola.
- ¿Seguro? – preguntó pensando en cómo iba a hacerlo y que en todo caso le iba a
resultar bastante difícil.
- Si, seguro, he aprendido a hacer algunos equilibrios – bromeó trayendo a la
memoria de Esther las frases de Laura sobre lo bien que se manejaba Maca.

La enfermera le devolvió la sonrisa y se quedó observando un instante como Maca


apoyaba su mano derecha en la mesa, giraba ligeramente el sillón poniéndolo paralelo a
la silla, como cogía su pierna izquierda con ambas manos hasta situarla en el reposapiés,
luego extendió su brazo izquierdo y sujetó el borde de la silla. Esther se dio media
vuelta y se dirigió a la puerta, se sentía incómoda viendo a Maca, no soportaba verla así.
La pediatra continuó con su maniobra tirando de la silla hacia el sillón pero al hacer
fuerza se resintió del golpe en el hombro, notó un tirón y el brazo se le aflojó.

- ¡Ahrrg! – gimió - ¡mierda! – exclamó notando que el dolor hacía que se le


saltaran las lágrimas.
- ¡Maca! – se volvió Esther que estaba ya de cara a la puerta evitando verla en
esas condiciones, era incapaz de hacerlo y eso que lo intentaba, intentaba tratarla
con normalidad, pero cada vez que la veía, sentía que algo se rompía en su
interior. Sin pensarlo corrió hacia ella - ¿qué te pasa? – preguntó al encontrarla
inclinada sobre la silla – ven, deja que te incorpore.
- El brazo – se quejó – me molesta desde esta mañana – explicó y girando la
cabeza para mirarla añadió – lo siento, no tienes por qué… - empezó a
disculparse al ver que la enfermera la cogía de las axilas y con habilidad la
sentaba en la silla.
- No digas tonterías Maca – la interrumpió - ¿estás bien así?
- Si, si, gracias – dijo ruborizándose. No entendía lo que le ocurría con Esther,
pero no le gustaba que la viera así. Tenía la misma sensación que el viernes
cuando Vero quería sacarla a bailar delante de la enfermera. No quería que
Esther se avergonzara de ella.
- Toma – dijo agachándose de nuevo – este papel estaba en el suelo – se lo tendió
y la pediatra lo cogió con temor, ¿cómo se le había caído? Se metió la mano en
el bolsillo para comprobar que era el mismo pero no, allí estaba, ¡le habían
dejado otro anónimo! Sintió que la angustia le provocaba un ligero dolor en el
pecho y que de nuevo le costaba respirar pero disimuló ante la enfermera.
- Gracias, Esther.
- Bueno… ya está – comentó la enfermera terminando de subir el lateral de la
silla, se quedó observándola, sintió el deseo de besarla, de demostrarle que la
quería, la veía tan vulnerable y abatida que no pudo evitarlo y entonces hizo algo
inesperado, se agachó y la besó en la mejilla, acariciándole la cabeza con ternura
– vete a casa y descansa, tienes mala cara – le dijo con sincera preocupación y
ya en la puerta añadió - ¿seguro que no necesitas nada más?

Maca asintió con la cabeza incapaz de articular palabra. Se había quedado paralizada
ante la manifestación de afecto de la enfermera. Había notado acelerarse su corazón.
Había sentido una oleada de calor subirle a la cara y por un instante tuvo la sensación de
que se había arreglado el día.

Esther salió del despacho, cerró la puerta y se apoyó en la pared aún alterada por lo que
se había atrevido a hacer. La cara de sorpresa de la pediatra se lo decía todo. No se lo
esperaba. Esther sonrió, le agradaba la idea de pillarla desprevenida y observar sus
reacciones, “sé que algún día regresarás a mí” murmuró, a su mente acudieron un
torbellino de ideas fruto de las sensaciones que estaba experimentando “desde que te he
vuelto a ver no puedo dejar de pensar en ti”, “lo intento pero no puedo”, se dijo, “y, el
caso es que lo sabía, sabía que este día tenía que llegar”, “el día en el que desapareciera
el rencor y solo deseara volver a tras”, “se que es tarde, que estás lejos de mi y que nos
separa un abismo, pero mientras espero viviré teniendo presentes los recuerdos de tu
amor por mí” “sí, voy a dejar que el tiempo decida por nosotras”, abstraída volvió a
murmurar “voy a recuperar el tiempo perdido, te voy a recuperar y te voy a amar
eternamente”, murmuró de nuevo.

- Me alegra ver que no soy el único loco que hay por aquí – se le echó
materialmente encima Gimeno, pasando su brazo por encima del hombro de la
enfermera que se puso completamente roja – no le hagas mucho caso, perro
ladrador… si en el fondo Maca se parece mucho a mi Greta, impone mucho pero
luego, le menea el rabo a cualquiera que le hace una carantoña – le dijo de un
tirón imaginando que las murmuraciones y la rabia de la enfermera se debían a
la bronca que se había llevado por el incidente. Esther rió la similitud y él se
envalentonó al ver que era bien recibido - ¿te vas ya! porque puedo invitarte a
un relajante paseito con mi Greta…

Esther siguió escuchándolo y bajó con él en el ascensor intentando explicarle que había
quedado con Teresa.

En el interior del despacho, Maca, había permanecido unos segundos como en una nube
desde que Esther saliera, finalmente, levantó el auricular y buscó un número en su
agenda, ¡allí estaba! Casi las nueve de la noche, no eran horas pero, aún así, iba a
intentarlo, necesitaba saber y quizás ese fuera un buen camino.

- ¿Luís? – dijo cuando escuchó que descolgaban – soy Macarena Wilson.


- Macarena, me alegro de oírte ¿cómo estás?
- Bien, gracias – dijo con rapidez deseosa de terminar con el protocolo – te
llamaba porque necesito un favor y me preguntaba si tú podrías hacérmelo.
- Si está en mi mano, cuenta con ello.
- Necesito que me mandes el expediente completo de una enfermera que ha estado
trabajando con vosotros en Jinja, se llama Esther García…
- Sí, si, sé quién es – la cortó sorprendido por la petición, pero Macarena, ese
expediente…
- Ya lo sé Luís – lo interrumpió – es confidencial, pero lo necesito. No te lo
pediría si no fuera importante. Va a trabajar para mí y…
- ¿Va a trabajar para ti? – preguntó con un deje que a Maca le pareció de sorpresa
– en ese caso – pareció pensárselo – veré lo que puedo hacer. Pero no te prometo
nada.
- Gracias, de verdad Luís, muchas gracias.
- Gracias a ti. No sabes lo que significa para nosotros que hayas puesto tu Clínica
a nuestra disposición… - empezó a decir pero Maca lo interrumpió de nuevo.
- No tiene importancia, para eso ponemos en marcha el proyecto. No te molesto
más. Buenas noches Luís.
- Buenas noches Macarena – respondió y se quedó pensativo. Esther García, vaya,
vaya. Si, quizás lo mejor sería que le mandase ese informe.

* * *

En recepción, Teresa esperaba impaciente a la enfermera. Fernando se había marchado


hacía un buen rato y no sabía qué era lo que estaba haciendo allí arriba con Maca,
empezó a ponerse nerviosa, imaginando todo tipo de escenas y ninguna buena. De
pronto vio como Claudia, que también se había marchado volvía a entrar.

- ¿Se puede saber qué haces aquí de nuevo? – preguntó con curiosidad.
- Me he dejado unos papeles que quería revisar esta noche – mintió con descaro,
en realidad había vuelto porque no estaba tranquila de dejar a Maca sola y
menos después de saber que Isabel no había dado señales de vida en toda la
tarde.
- Desde luego que Maca no se podrá quejar, ¡echáis más horas que un reloj!
- ¡Mira la que fue a hablar! ¿Qué haces aquí todavía?
- Espero a Esther.
- ¿Aún está con Maca?
- Si, y va casi media hora – dijo bajando el tono.
- ¿Quieres que te la mande para abajo? – preguntó burlona dirigiéndose al
ascensor.
- No, no hace falta – dijo saliendo de detrás del mostrador para acompañarla hasta
el ascensor y no perder ni un segundo de charla. Estaba harta y aburrida de
esperar. Además empezaba a estar preocupada pensando en que Maca bajase con
Esther y descubriese que había invitado a cenar a la enfermera y a ella no. Sabía
que a Esther le pasaba algo y quería averiguar qué era pero estaba segura que
con Maca delante la enfermera nunca se sinceraría.

En ese momento Gimeno y Esther salieron del otro ascensor. El médico llevaba el brazo
colocado encima de los hombros de la enfermera y ambos parecían muy divertidos. Al
verlas a las dos observarlos con detenimiento retiró el brazo.
- Venía diciéndole aquí a Esther que se prepare una buena dosis de antiácido, si va
a comerse tus callos – sonrió y poniendo aire de despistado, haciendo como que
acababa de caer en la cuenta de que eso sonaba fatal continuó – bueno, tus callos
no, mujer, que no quiero decir que tengas callos, con esos pies, ni que Esther se
los vaya a comer, digo los callos de Manolo… bueno, los de Manolo tampoco,
que pobre Manolo que no se yo si tiene o no tiene callos… lo dicho el antiácido
– recomendó alejándose meditabundo y rezongando con cara de asco.
- Pero ¡habrase visto este hombre! – exclamó Teresa sin saber si molestarse o
echarse a reír.

Claudia y Esther soltaron una sonora carcajada.

- Se puede saber qué ha querido decir – insistió Teresa.


- Creo que Gimeno se ha imaginado comiéndose otros callos – explicó Claudia
riendo aún.
- Dios mío qué cabeza tiene este hombre – respondió Teresa y ante la mueca de
las otras dos se echó a reír con ellas.

* * *

Maca salió del despacho y bajó en el ascensor, su cabeza no dejaba de dar vueltas a la
nueva nota, ya no sentía miedo, era algo peor, era pánico a la convicción de que se
trataba de alguien capaz de entrar en su despacho sin despertar sospechas, alguien con
quien ella trataba todos los días, y en ese caso no podía tratarse del chico de esa
mañana, tenía que ser alguien que… se abrió la puerta y allí estaban las tres tan
divertidas que Maca se sintió desplazada, habían bastado unas horas desde su regreso
para que Teresa se olvidase de ella y solo pensase en Esther. Esther… Esther… ¿por
qué la habría besado? Maca salió del ascensor con un gesto de dolor al girar la rueda de
la silla. Al verla Esther tuvo la tentación de ir a ayudarla pero antes de que le diese
tiempo a moverse Claudia se le adelantó.

- Mira qué eses burra Maca – le dijo airada aún con la sonrisa en los labios –
ahora me dirás que no te duele, ¿verdad?
- No me duele – afirmó mintiendo de nuevo – solo me molesta un poco – aclaró
mirándola mohína harta de que estuviese siempre reprendiéndola y, encima,
delante de Esther - ¿qué me he perdido? – preguntó cambiando de cara y de
tema viendo que aún reían.
- Nada, cosas de Gimeno – le explicó Claudia ignorando el gesto que le había
hecho.
Teresa permaneció en silencio y miró a Maca un poco avergonzada e incómoda, la
pediatra se dio cuenta de ello y decidió ser un poco sarcástica.

- Me marcho que por hoy he tenido bastante – dijo mirando fijamente a Teresa y a
Esther - ¡ah! ¡qué disfrutéis de esos callos!
- Nosotras también nos vamos ¿verdad Teresa? – respondió la enfermera ajena a
la situación - ¿te vienes Claudia?
- No, yo subo – dijo la neuróloga, entrando en el ascensor con la esperanza de
bajar antes de que Maca se hubiese marchado, tenía que disimular después de
haberle mentido a Teresa.
Maca se giró a mirarla con el ceño fruncido. Estaba empezando a sospechar seriamente
de ella y la verdad es que no entendía por qué. Claudia siempre había sido su apoyo,
pensó en los primeros meses de invalidez y vio a Claudia a su lado, dándole ánimos,
soportando su mal humor… llevaba todo el día tratándola mal, a ella y a Vero, estaba
siendo injusta y lo sabía pero… no podía evitarlo, necesitaba hablar con Isabel.
Llegaron las tres al aparcamiento y antes de despedirse Teresa se sintió obligada a
invitar a Maca.

- Maca – le dijo Teresa – que si quieres puedes venirte con nosotras.


- ¡Claro! – dijo Esther ilusionada.
- No, gracias Teresa – recalcó Maca para hacerla sentir culpable, en el fondo se
estaba divirtiendo y decidió seguir metiéndole el dedo en la yaga – si eso, ya me
traes las sobras.
- Maca, mujer… - protestó cada vez más abochornada.
- Que es broma Teresa – confesó – no seas tonta, estoy cansada, necesito una
ducha y un buen masaje – sonrió en tono conciliador – pasadlo bien, mañana nos
vemos, que me queda un ratito hasta casa.
- ¿Te llevamos? – preguntó Esther.
- No, gracias, me he traído el coche.
- ¡Ah! – dijo sorprendida – ¿tienes coche?
- ¿No me digas que no sabes que hay coches para gente “como yo”? – soltó
haciendo hincapié en las dos últimas palabras y Teresa suspiró aliviada
pensando en que ahora le tocaba el turno a Esther.
- ¡Claro que lo sé! – dijo poniéndose colorada.
- Si quieres mañana te doy una vuelta y te lo enseño – le dijo con su mejor cara,
Teresa le hizo un gesto recriminatorio a espaldas de la enfermera, ¿a qué jugaba
Maca! la pediatra lo recogió y decidió parar – bueno… hasta mañana.
- Vale. Te tomo la palabra ¿eh? – le respondió Esther alzando la voz mientras veía
como se alejaba.

* * *

Claudia subió al despacho todo lo rápido que pudo, cogió un expediente cualquiera y
salió disparada con la esperanza de encontrar a Maca aún en el aparcamiento. Sus
esfuerzos se vieron recompensados y la pediatra aún se encontraba allí, a punto de
montar en su coche. Por lo que veía, se había entretenido despidiéndose de Esther y
Teresa. Claudia se acercó a Maca corriendo.

- ¡Maca! – la llamó casi sin resuello. La pediatra se giró y torció el gesto al verla -
¡espera!
- ¿Qué quieres, Claudia? – preguntó con malos modos.
- Maca ¿qué te pasa?
- Estoy cansada.
- No. ¿Qué te pasa, de verdad! ¿qué te pasa a ti! ¿qué pasa en esa cabecita? –
preguntó cariñosamente, demostrándole que la conocía y provocando en la
pediatra que bajara la guardia con ella, como tantas veces en los últimos años.
- ¿Tú has entrado en mi despacho esta tarde?
- Claro, ¿ya no te acuerdas?
- Me refiero a cuando yo no estaba o cuando… me quedé dormida – dijo
intentando adivinar la reacción de la neuróloga.
- ¿Te quedaste dormida? – preguntó con naturalidad.
- Si. Contéstame – la apremió nerviosa - ¿entraste?
- No, ¿por qué?
- ¿Por qué has ido tú al hospital a recogerme? – preguntó Maca sin responder.
- Porque tenía que ir alguien – respondió adivinando parte de las preocupaciones
de su amiga empezando a impacientarse - ¿preferirías que hubiese ido otra
persona? – preguntó maliciosamente – Esther… por ejemplo.
- No digas tonterías.
- La que no deja de decir tonterías desde esta mañana eres tú.
- Claudia yo – estaba tan cansada de todo, tenía tantas ganas de sincerarse con
alguien que no pudo evitarlo – yo estoy confundida, no sé ya en quien confiar,
mi cabeza no para de darle vueltas a lo de esta mañana y… no sé. Isabel no cree
que sea él pero yo…
- ¿Tú que crees?
- Yo ya no sé qué creer – bajó la vista – Estaba esto en el suelo de mi despacho –
dijo tendiéndole un papel, Claudia lo leyó (“vigilo tus sueños”) y abrió
desmesuradamente los ojos.
- Maca…
- Isabel no me coge el teléfono. Quiero darle las notas, saber qué opina.
- ¿Qué opinas tú? – volvió a preguntarle - A parte de creer que sea yo, claro –
bromeó intentando disimular la preocupación que sentía.
- No te rías de mí – dijo con seriedad.
- Perdona, sé que no estas para bromas pero… si no eres fuerte, si no tienes claro
quienes estamos contigo…
- Ya lo sé Claudia… pero… a veces, no es tan fácil.
- Mira. No tenía que decírtelo pero, voy a hacerlo, porque estoy viendo que te vas
a volver loca.
- ¿El qué? – dijo separándose de ella - ¿qué es lo que tienes que decirme?
- Me lo contó Vero. Lo de las notas, me lo contó Vero.
- ¡Vero! Pero… - no daba crédito, ¿Vero! era imposible, si a ella tampoco le había
dicho nada.
- Isabel está preocupada y frustrada por no conseguir pillar al que sea. Cada día le
resulta más difícil protegerte. Sabe que te expones continuamente y que ella no
cuenta con los medios suficientes para evitarlo – contó – pero sabe hacer muy
bien su trabajo, a pesar de las trabas que le ponen.
- No entiendo nada.
- Vero se enteró por alguien de su programa. Y… a parte de decidir que seríamos
tus sombras, fuimos a hablar con Isabel. Por supuesto ya lo sabía. Solo tomó
nota del asunto, como si nada. Eso sí, nos dijo a las dos que estuviésemos alerta
si veíamos rondarte a alguien.
- La prensa lo sabe… - murmuró pensativa - ¿por qué no lo han usado?
- Eso si que yo no puedo contestarlo. Pero creo que Vero tuvo algo que ver y lleva
todo el día intentando hablarte de ello. La llamé para decírselo, para decirle
cómo estabas.
- Me va a estallar la cabeza – dijo masajeándose la sien, ¿por qué Isabel no le
había dicho que Claudia y Vero no eran sospechosas? ¿por qué le dijo que
metiese a todos en la lista! Claudia notó que sus ojeras habían ido aumentando a
lo largo del día.
- ¿Estoy ya libre de sospecha? – preguntó sonriendo – o mi “amiga”, no está aún
segura – dijo recalcando la palabra “amiga” y dándole unas palmaditas en la
espalda originando un sentimiento de vergüenza en Maca que hizo un mohín de
niña enfadada – Anda, vamos, que me debes una invitación… pero en fin, seré
buena y te invitaré yo a una cerveza bien fría, de esas que te gustan a ti, grandes
y con la espumita…
- Calla, calla… - sonrió aceptando esa invitación con un suspiro – Claudia…
- ¿Qué?
- Gracias.

El coche de Teresa pasó junto a ellas, en el interior Esther las observó con envidia. Le
gustaría ser capaz de nuevo de arrancar en Maca esa risa que estaba viendo. Había
perdido la ocasión de cenar con ella, pero a pesar de ello no pudo evitar que se le
escapara una sonrisa de triunfo. Estaba segura de que Maca había buscado la excusa de
enseñarle el coche, para poder verla a solas. Quizás Maca estaba sintiendo lo mismo que
ella… La ruta del miserable, pensó, curioso nombre; así se sentía, siguiendo una ruta,
pero no la del miserable, si no la de los elefantes.

- ¿Y esa cara?- preguntó Teresa al ver que la sonrisa de la enfermera mutaba en


una mueca de tristeza.
- Estaba pensando – admitió.
- Maca, ¿verdad?

La enfermera asintió, pero no pronunció palabra. Teresa no pudo evitar pensar en todo
lo que decían los silencios de ambas, y pensó con temor en cómo habían cambiado las
dos, temor a que siguieran ancladas en el recuerdo de lo que fueron y no llegarán a ver
que la vida ya no era la misma, que ninguna de las dos eran las mismas. Y se propuso
evitar que volvieran a hacerse daño.

* * *
Isabel llegó a casa como en los últimos meses, completamente agotada. Pero esta vez
estaba además muy enfadada, la habían hecho ir a Toledo para nada. Cuando Josema la
llamó para decirle que se volviese no daba crédito. Encima se había quedado sin batería
en el móvil. Entró en el salón y, allí estaba él, dormido en el sofá, esperándola. Esa era
una de las pocas cosas que merecían la pena. Se acercó suavemente y lo besó en los
labios, el joven abrió los ojos, somnoliento, y sonrió.

- ¿Ya estás aquí? – preguntó aún aturdido – me he quedado frito.


- ¿No me digas? – bromeó – ¡qué bien vivimos! ¿has hecho la cena! tengo un
hambre que me muero.

Él la miró con cara de culpabilidad.

- Lo siento, ¿pedimos una pizza? – propuso – si no estás muy cansada me visto y


bajamos a tomar algo.
- Prefiero la pizza – confesó y mirándolo a los ojos dijo – a ver ¿qué pasa?
- ¿No prefieres esperar a después de cenar! pareces cansada, dúchate y voy
abriendo una botella de vino.
- Josema…
- Como quieras – dijo ante su tono de impaciencia - Tengo dos noticias.
- No me iras a decir que una buena y otra mala porque no tengo ganas de chistes.
- ¡Ojala! tengo una mala y otra peor.
- Muy gracioso, te he dicho que no estoy para bromas.
- No es una broma… - suspiró - Carlos Rubio no trabaja en ninguna Comisaría de
Madrid – dijo – ni de Madrid ni de España.
- ¡Mierda! La cagué.
- Me temo que sí. Lo dejaste escapar.
- ¿Y qué quieres que hiciera?
- Nada, no podías hacer nada. Salvo llamar a la central… comprobar que sus
credenciales eran ciertas…
- No me jodas.
- Yo no pero… - levantó el dedo pulgar hacia arriba indicando que sus superiores
si que podían sancionarla.
- ¡Vaya día! – exclamó – y esta cual es la mala o la peor.
- Tu padre tiene algo contra Wilson – reveló - no me preguntes el qué.
- Pero ¿a qué te refieres?
- No sé lo que es pero que es algo gordo eso te lo aseguro, lo he visto frotarse las
manos.
- Pero… ¿estás seguro que es de Maca?
- Si. Pidió un expediente a Sevilla, he intentado enterarme allí de qué se trabajaba
pero me ha sido imposible.
- No creo que sea de ella.
- Pues lo es. Me ha dicho que quiere concertar una cita “amistosa” con ella – le
dijo ante el asombro de Isabel.
- Una cita amistosa… - murmuró - Miedo me da. Mi padre no suele…
- ¿Estas segura que no te oculta nada? – preguntó preocupado.
- Si, Maca no me mentiría.
- ¿Segura?
- Sí. Es sincera – la defendió – es una de las personas más sinceras que conozco.
- Hablas como una amiga y te recuerdo que Wilson es un caso – la censuró - ¿La
has investigado a fondo?
- No lo he creído necesario – confesó – comprobé sus declaraciones cuando el
accidente, y no mentía. Todo lo que dijo era cierto. Sé hacer mi trabajo. Tengo
sus informes médicos, comprobé todos los casos que llevó, tengo su partida de
matrimonio… No miente en nada. He hablado con sus amigos, con su
psiquiatra…
- Pues hay algo contra ella y temo que te salpique la interrumpió
- ¿A mí?
- A cualquiera que esté con ella cuando salte el tema.
- Ya estas con la paranoia – se quejó.
- ¿Por qué no hablas con ella? – la desafió – pregúntale, tiene que haber algo que
oculte.

Isabel miró el reloj, aún era hora de llamarla. Lo hizo pero tenía el móvil desconectado.
Lo intentó en su casa pero Evelyn le dijo que aún no había vuelto. Isabel comprobó que
tenía varias llamadas perdidas de Maca y Claudia. Se preocupó, y volvió a llamar a
Evelyn, quería que le informase de la vuelta de la pediatra necesitaba hablar con ella.

- Mañana hablaré con ella – le dijo a Josema cansada tras intentarlo por última vez
- Le diré que vaya al campamento.
- Haces bien. Y no te confíes. Tu padre parece muy seguro de tener algo y yo, no
lo he visto fallar nunca.
- Tranquilo te haré caso – dijo pensativa recostándose sobre él.

* * *
Maca llegó a casa después de las doce. Evelyn salió a su encuentro y le comunicó los
deseos de Isabel. Consideró que era demasiado tarde para llamarla y decidió verla al día
siguiente en el campamento. Tenía tiempo de sobra de ir allí y volver a la clínica antes
de que se produjeran los primeros ingresos. Laura aún no había regresado y se ofreció a
esperarla, indicándole a Evelyn que se fuera a dormir. La detective se negó y,
finalmente, Maca cedió marchándose a la cama. Estaba realmente cansada. Se tumbó
con una sonrisa. Claudia la había hecho reír de verdad. Ahora le parecía mentira haber
dudado de ella, y es que había veces que se sentía tan presionada por todo que la pagaba
con quien menos debía.

De pronto a su mete acudió el beso que le había dado Esther y las sensación que le
produjo y sintió cierto temor, temor de que la enfermera pretendiese de ella algo que no
podía darle. Aunque quizás Esther solo sintiese el deseo de poder hablar con
normalidad, de recordar como dos viejas amigas lo buenos momentos, sabía que todo
era muy diferente, pero a ratos tenía la sensación de que podía volver a enamorarse de
ella, pero no podía, no iba a permitírselo, no caería de nuevo en el mismo error.
Además, estaba Ana, Ana… cerró los ojos esperando un sueño que dudaba que llegara,
pensando en ella.

* * *

Esther llegó a casa de su madre contenta, al día siguiente, tenía pensado mudarse a su
apartamento. Encarna la estaba esperando y la enfermera se imaginó que quería
interrogarla sobre la cena. Pero Encarna parecía triste y Esther se enterneció.

- ¿Qué haces levantada?


- Te esperaba. Hoy es tu último día aquí y quería darte las buenas noches.
- Buenas noches, mamá – dijo abrazándola.
- ¿Qué tal el primer día? – preguntó con interés – ni siquiera me has llamado para
contarme.
- Lo siento. Tienes razón – admitió- Me ha ido bien. Es un proyecto muy
interesante y muy bien montado. Es un lujo, la verdad.
- ¿Has salido con ella? – le preguntó de sopetón.
- ¿Con quién? – sonrió maliciosamente, su madre no tenía remedio.
- Con esa…
- No, mamá. No he salido con Maca. He cenado en casa de Teresa. ¿La recuerdas?
- ¡Sí! – asintió aliviada – una señora muy agradable, por lo menos conmigo.
- Mama, no te preocupes tanto por mí. Ya te he dicho que apenas voy a coincidir
con Maca. Además… ya te he dicho que está casada.
- Ay, ay, no son horas hija pero… tú a mi no me engañas, te lo veo en la cara.
- ¿El qué me ves? – sonrió incrédula.
- Vas a salir escaldada. Recuerda lo que te digo – sentenció señalándola con el
dedo y marchándose a la cama – buenas noches, hija.

Encarna se marchó a la cama, dejándola allí pensando en lo que le había dicho.


Finalmente, decidió meterse en la cama, aunque estaba completamente desvelada, entre
las palabras de su madre y esos callos que no paraban de saltar en su estómago. Entró en
el baño, se miró en el espejo y pensó que no reconocía aquella imagen, que no sabía que
quería decirle ese rostro, bajó la vista ¿qué estaba haciendo! ¿a quién quería engañar! se
repitió como tantos días, como tantas noches… Maca, pensó, Maca, suspiró, había
momentos en los que le parecía que no se había roto nada entre ellas y, sin embargo,
otros en los que el abismo que las separaba se hacía infinito. Margarette, cómo echaba
de menos charlar con ella, pensó en qué le diría y sonrió diciéndose a sí misma “Esther
no renuncies a tus ilusiones”, “piensa en los que siempre te han apoyado, deja de pensar
en los que te abandonan y piensa en los que tienes a tu lado”. Escuchó su voz diciéndole
“puedes deprimirte, te doy permiso”, “no hay nada que te pueda enseñar, ni hay ningún
invento contra el mal de amores”, “deja ya de buscarte y ve a buscarla a ella, solo
entonces te encontrarás”.
CAPÍTULO IV. EL ATRAPASUEÑOS.
La mañana había amanecido nublada. Esther se preguntaba como sería un día de lluvia
en el campamento. Estaría todo hecho un barrizal, de hecho imaginó que sería muy
similar a las noches de fuerte tormenta en la selva. Tenía que buscarse un coche, o se
iba a arruinar con tanto taxi. Cuando bajó de él en la puerta de la clínica, tuvo la
sensación de que llegaba muy tarde. La tranquilidad del día anterior había desaparecido
y veía gentes desconocidas ir de aquí para allá. Buscó con la vista en el aparcamiento
reservado a los coches de los médicos y comprobó que el hueco donde Maca había
dejado el suyo la noche anterior estaba vacío. Aún no ha llegado, pensó. Se dirigió a la
cafetería, con suerte aún le daba tiempo de tomarse una manzanilla. Y a pesar de que
amenazaba lluvia, tenía la impresión de que aquél podía ser un gran día.

Laura y Maca llegaron minutos después, entraron charlando animadamente. Claudia y


Cruz ocupaban una de las mesas, junto a ellas, en la de al lado, Esther y Teresa,
acababan de tomar asiento. La enfermera observó que Claudia llamaba la atención de
Maca para que se sentase junto a ellas, casi al mismo momento en que Teresa hizo lo
propio, debía decirle que llamase a su madre.

- Vaya ¡qué solicitada estás! – le dijo Laura bromeando, al ver que la pediatra no
sabía dónde dirigirse.
- ¿Qué quieres tomar? – le preguntó sonriendo.
- Deja que ya voy yo, tú a escoger mesa.
- ¡Problemas de ser Jefa! – rió bromeando también. Saludó con la mano a Cruz y
Claudia y les hizo una indicación de que ahora hablaba con ellas – buenos días –
dijo colocándose al lado de la recepcionista y viendo sus caras y la manzanilla
de Esther añadió – ya veo que para unas mejor que para otras ¿qué tal esos
callos?
- Una noche de perros, ¡de perros! – respondió la enfermera – estaban exquisitos
pero…
- ¡Qué exagerada que eres hija! tampoco es para tanto.
- Tú que estás acostumbrada Teresa, pero yo hace años que no comía algo tan…
contundente – se justificó – no he pegado ojo en toda la noche.
- ¿Puedo? – preguntó Claudia sentándose con ellas, Cruz había subido a su
despacho.
- Claro, siéntate – la invitó Maca – Esther que no ha pegado ojo en toda la noche
por los callos de Teresa.
- Dejadme hueco – dijo a su vez Laura llegando con los cafés - ¿qué tal la cena? –
preguntó dirigiéndose a Teresa y Esther que empezaron a contarle.
- Maca – llamó su atención Claudia haciendo un aparte – tenemos que ver lo de
los chicos que ingresan hoy y Cruz quiere que le subas al despacho el fax que te
quedaste ayer.
- Es cierto, se me pasó – confesó – pero tendrá que esperar porque ahora voy al
campamento.
- ¿Si? – intervino Esther ilusionada que estaba pendiente más de la conversación
de ellas que de la que mantenía con Laura. Sus ojos cobraron brillo, no esperaba
trabajar junto a ella.
- Si, tengo que ver a Isabel, - explicó - pero estaré poco rato – se dirigió a Claudia
– quiero estar aquí antes de las diez, porque luego voy al centro.
Fernando y Mónica llegaron hasta ellas. El médico estaba nervioso porque ya llegaba
tarde a su reunión con Isabel.

- Tranquilo - le dijo Mónica – nos vamos en un minuto. Maca tenemos que vernos
para que te firme lo que me dijiste ayer.
- Si, tranquila que voy ahora al campamento.
- ¿Vienes con nosotros?
- Si - dijo pero al ver la cara de angustia de Fernando añadió - pero adelantaos
vosotros que primero tengo que ver a Cruz.
- Voy a cambiarme – se levantó Esther con rapidez seguida de Laura.
- Esperad – pidió Maca – Laura deberías quedarte aquí. Quiero que estés presente
en los ingresos, eres la coordinadora y de aquí en adelante te encargaras tú de
organizar todos los viajes.
- Por mí perfecto – dijo mirando a Fernando.
- ¿Nos vamos entonces? – preguntó el médico mirando a Mónica y Esther. Ambas
asintieron.
- Espera Fernando - pidió de nuevo Maca – Esther se viene conmigo en el coche –
dijo ante la sorpresa de la enfermera – tengo que… comentarle unas cosillas de
su contrato – la sorpresa de Esther fue en aumento “¿contrato? Pero si habían
quedado en..” – si no te importa – le dijo Maca a ella.
- Yo lo que me digáis – aceptó con una sonrisa, no se esperaba aquello.
- Bueno pues… de nuevo solos – sonrió Fernando a Mónica – Nos vemos allí,
Maca.
- Si, si, hasta ahora – respondió viéndolos alejarse.
- Yo voy a cambiarme – intervino Laura rompiendo el silencio que se había
creado tras la marcha de los dos.
- Voy contigo – dijo Esther.

Una vez solas Teresa y Maca miraron a Maca con reprobación cada una por motivos
diferentes.

- ¿Qué pasa? – preguntó viendo sus caras.


- No has dormido nada en toda la noche ¿verdad? – empezó Claudia y Teresa la
apoyó asintiendo con la cabeza.

Maca suspiró, cansada de escuchar siempre lo mismo.

- Lo intenté, pero estoy nerviosa, no puedo evitarlo, y no soy capaz de pegar ojo.
Ya me gustaría verte a ti en mi situación, a ver lo que dormías – le dijo
ligeramente molesta.
- Deberías hablar con Vero.
- Hago todo lo que me dijo contra el insomnio, pero no sirve de nada.
- Digo para que te mande algo.
- Claudia tiene razón.
- Ya veremos – dijo Maca cansada y decidida a cambiar de tema se dirigió a la
recepcionista – Teresa, necesito que me hagas una reserva en este hotel – le
pidió tendiéndole un papel - y que me busques un vuelo para esta noche.
- ¿Para esta noche? Pero…
- Tú inténtalo - dijo y mirando a Claudia que se levantaba añadió – algo bueno
tiene no dormir, creo que he solucionado nuestros problemas con el crédito.
- Ahí te quedas – le respondió la neuróloga sin hacer más comentario - Búscame
cuando vuelvas del campamento que veamos eso.
- Vale. Claudia… no te enfades.

La miró y meneó la cabeza haciéndole un gesto con los ojos, no se enfadaba, pero no
podía evitar preocuparse.

- ¿Qué te traes con Esther? – le preguntó Teresa sin tapujos una vez solas.
- ¿Con Esther! nada ¿qué voy a traerme! es necesario que conozca los detalles de
su contrato.
- Claro, y yo me chupo el dedo – saltó irónica – Maca, por favor, a mi no me
engañas. Esther ya me ha contado que se va en quince días, que te lo ha dicho y
que no le vas a hacer contrato como a los demás.
- Primero, no creo que se vaya en quince días, me dijo que se quedaría hasta que
le encontrase sustituta – sonrió con cierta malicia – y, segundo, tengo que
hacerle un contrato, quiera ella o no quiera, aunque sea para quince días,
¿imaginas lo que pasaría si le ocurriese cualquier cosa allí? – preguntó
retóricamente – ya me imagino los titulares si se entera la prensa.
- ¿Qué le va a pasar?
- Aunque sea que una torcedura de tobillo – explicó – que esté dada de alta no es
suficiente.
- Maca…, Esther se va a ir, te guste o no, y no debes hacer nada por evitarlo – le
dijo adivinando sus intenciones. La pediatra la miró con el ceño fruncido. No le
gustaba que Teresa pretendiese siempre adivinar sus pensamientos.
- Si tardo en buscar a alguien es por falta de tiempo, no por lo que tu imaginas – le
respondió enfadada – además creo que se precipita, y creo que le gusta este
trabajo.
- ¿El trabajo? – volvió a usar ese tonillo irónico que exasperaba a Maca – ¿Crees
que Esther está aquí por el trabajo? Esther no te ha olvidado, y no estoy segura
de que tu lo hayas hecho – le dijo con sinceridad y preocupación.
- Teresa, ¡por favor! a veces consigues ofenderme – respondió airada – mientras
Ana esté en mi vida jamás intentaré nada con nadie.
- Bueno, bueno no te alteres, yo solo digo que tengas cuidado, creo que ella no lo
tiene tan claro.
- ¿Te ha dicho algo? – le preguntó con demasiado interés para el gusto de la
recepcionista.
- A mi nada – respondió – pero… Maca… hay algo en ella que… no sé. No sé si
tu lo has notado pero…
- Pero ¿qué?
- Tengo la sensación de que no ha vuelto por lo que dice, creo que le pasa algo.
He intentado que me lo cuente pero no lo he conseguido.
- Pero tu ¿qué crees que...? – empezó a preguntar con una mezcla de curiosidad y
preocupación.
- A veces creo que quiere arreglar las cosas que dejó pendientes – la interrumpió
conocedora de lo que iba a preguntarle - parece que intenta despedirse, como si
nunca fuera a volver.
- Si hace como la última vez y tarda cinco años, no me extraña nada – comentó
con aire despectivo y cierto resentimiento.
- Hija, hablas como si te diera igual.
- Es que me da igual, Teresa - sentenció - ya os lo dije a Cruz y a ti, aunque veo
que no me crees.
- Le dije que no iba a dejarla que te hiciera daño – confesó – y a ti te digo lo
mismo.

Maca se quedó mirándola fijamente, Teresa comprobó que su mirada se oscurecía, hasta
tal punto que temió una respuesta airada de la pediatra, sin embargo cuando habló lo
hizo con tal abatimiento que la recepcionista se arrepintió de lo que le había contado.

- Yo ya le hice todo el daño que pude. Por eso me dejó – confesó bajando la vista
para que no le leyera lo que pasaba por su mente – y… tranquila… que no voy a
dejar que se repita.
- Yo sé lo que ví el viernes, Maca. Y me da igual lo que me digas. Ví tu cara.
- Teresa – suspiró cansada – creo que te confundes. Yo también vi tu cara. ¿Acaso
no te sorprendiste tú? – le dijo - Es cierto que me impresionó su vuelta. Y,
también lo es que no puedo evitar que los recuerdos vuelvan a mi mente, incluso
es cierto que me gusta charlar con ella, siempre me gustó. Pero, te lo pido por
favor, no te montes películas. Las dos somos mayorcitas y sabemos donde
estamos.
- Maca, ten cuidado y no juegues con ella. Creo que no está en un buen momento
– le aconsejó.

Maca volvió a mirarla con atención. Le dolía que Teresa pensase así de ella pero se lo
tenía merecido. La recepcionista descubrió la preocupación en sus ojos, y se despertaron
sus señales de alerta. Conocía muy bien a la pediatra y sabía que esa falta de sueño se
debía a algo más que los problemas con la clínica.

- No voy a jugar con nadie – le dijo al cabo de un segundo - tengo que


marcharme. Hazme esa reserva por favor.

Maca giró su silla y salió de allí a toda prisa. Nerviosa por la conversación mantenida y
pensativa. Tras las palabras de Teresa, se arrepentía de haberle pedido a Esther que
fuese en su coche, no porque no lo desease, si no porque temía lo que pudiera decirle.
Nunca lo reconocería públicamente, pero la vuelta de Esther le estaba trayendo más de
un quebradero de cabeza.

* * *

Esther salió del vestuario con la ropa de trabajo. Miró a un lado y otro por si a Maca se
le había ocurrido ir a esperarla, pero no estaba. Fue a la cafetería que estaba
prácticamente vacía y ni rastro de ella. Miró el reloj, temerosa de haber tardado
demasiado, conocedora de que había charlado con Laura unos minutos antes de
cambiarse, y que la pediatra se hubiese marchado sin esperarla, pero solo había
transcurrido algo más de un cuarto de hora. Fue a recepción, si Teresa estaba allí quizás
le dijese dónde estaba Maca.

- Teresa, ¿sabes dónde está Maca?


- En el despacho de Cruz. Acaba de llamarme, dice que la esperes aquí.
- ¡Ah! ¡qué susto! – dijo aliviada – creí que se había marchado sin mi.
- Nunca haría eso.
Esther sonrió, iba a preguntarle sobre ese comentario cuando la pediatra salió del
ascensor.

- ¿Nos vamos? - dijo dirigiéndose a la enfermera.


- Cuando tú digas.
- Teresa, ¿has conseguido…?
- Estoy en ello Maca, en cuanto sepa algo te llamo.
- Gracias. Si me llama alguien vuelvo en un par de horas.
- Maca – empezó Esther saliendo ya ambas por la puerta – ¿qué es eso de mi
contrato?
- Nada, una excusa para enseñarte el coche – le confesó con una sonrisa – me
gusta cumplir mis promesas.

“Será ahora”, pensó la enfermera pero guardó silencio. Maca la miró y le dio la
sensación de que estaba incómoda.

- Esther, en realidad, si quiero hablarte del contrato – le dijo con la intención de


que no creyese que pretendía quedarse a solas con ella - Ya se lo que me dijiste
anoche. Pero, entiéndeme, no puedo correr riesgos.
- Si te entiendo, pero yo no voy a pedir ningún informe y, según tú, sin él no
puedes contratarme.
- Bueno, de momento, firmarás sin esa documentación. Ya lo justificaré yo. Pero
si te quedas más tiempo…
- Ya te he dicho que eso es imposible.
- Vale, pero ¿firmarás si no te hago pedir el informe a tu superior?
- Si.
- Entonces todo arreglado. Y si se da el caso ya veremos lo que hacemos.

Esther la observó. Tenía la sensación de que Maca estaba empeñada en que se quedase a
trabajar en la Clínica y eso era imposible. Llegaron al coche, Esther se quedó
sorprendida de lo que veía.

- ¡Vaya coche! – exclamó – costará un pastón.


- En realidad, me lo regaló mi padre hace un par de años – le confesó con algo de
vergüenza, recordaba lo que Esther pensaba de ese tipo de regalos – creo que
hoy puede costar entre 80 y 100.000 euros.
- ¡Joder! – no pudo evitar la exclamación ni el pensamiento de lo que podría
hacerse en Jinja con ese dineral – Si, Margarette hubiese sabido que hay gente
capaz de pagar eso por un coche… - dijo casi para sí - ¿sabes que allí los …
los…? - iba a decir impedidos que era como los llamaban allí pero se cortó -
vamos que allí cuando alguien no puede moverse tiene suerte de tener una tabla
y cuadro cojinetes.
- Esther, no te sientas incómoda cada vez que tengas que hablar de mi invalidez.
Lo tengo asumido – la enfermera asintió un poco azorada y entró en el coche,
“¿quién será Margarette?”, no pudo evitar pensar la pediatra – mira es todo
eléctrico – le explicó con normalidad intentando que la tensión creada
desapareciera.
- ¡Qué pasada! Y eso ¿qué es! si parece lo de las consolas…
Maca rió ante ese aire entre inocente e infantil de Esther. Siempre le había gustado esa
capacidad suya de sorprenderse, como la de un niño al que le vas descubriendo el
mundo.

- Casi – es un sistema de conducción mediante un joystick automático para que


pueda acelerar o frenar usando solo los dedos – explicó arrancando el coche.
Notó que Esther se agarraba al borde del asiento e interpretó que estaba asustada
– Mira tiene un cambio táctil digital, por eso da la sensación de que la ruedas
delanteras estén el aire en posición de parada, no se necesita nada de fuerza para
moverla – continuó dirigiéndose a la salida.
- Maca, ¿dónde puedo echar este asiento hacia delante? – preguntó mirando a uno
y otro lado sin encontrar una palanca para poder accionar.
- Espera – le dijo dándole a un pequeño botón situado junto a ella – es que a Vero
le gusta así – continuó justificando la posición tan retirada del asiento.
- ¿Vero? – preguntó haciéndose la despistada - ¿te refieres a Verónica Solé, la
psiquiatra de la tele?
- Si – respondió Maca torciendo la boca en una mueca picarona. ¿Qué pretendía
Esther disimulando! ¿intentar sonsacarla! decidió contraatacar - ¿no la
recuerdas! ya la conoces.
- Si, si – confirmó, sonrojándose, al verse descubierta y pensando “claro que la
conozco, en la inauguración, ayer buscándote … la montas en tu coche…y luego
me dirá Teresa que solo es tu psiquiatra” – Mi madre me ha hablado de ella – le
dijo, si Maca no había cambiado picaría su curiosidad.
- Y, ¿qué te ha dicho? – no pudo evitar preguntar.
- Que tiene un programa de psiquiatría y que lo ve bastante gente – contó – dice
que sale en las revistas.
- Si que tiene éxito – dijo en un tono que Esther interpretó como que le molestaba.
- ¿Desde cuando te codeas con famosos?
- ¿Yo? Desde siempre – bromeó y tras un instante confesó – la prensa es un
coñazo, fui yo la que convencí a Vero para que aceptara ese programa,
profesionalmente está contenta, pero no la dejan en paz. Los inconvenientes de
ser tan guapa – río.
- ¿Te parece guapa? – le preguntó disimulando lo ligeramente molesta que se
había sentido con el comentario.
- Si. ¿A ti no?
- Creía recordar que no te gustaban exuberantes – le dijo con ironía haciéndola
recordar un comentario que hizo hace años y provocándole una sonrisa, - a mi
como tu decías, me gustan más normalitas – siguió con retintín.
- ¡Vaya! Gracias otra vez – le respondió en el mismo todo de la enfermera – ya
van dos días y dos veces que me dices fea.
- ¿Es difícil conducir esto? – preguntó ignorando su comentario, no tenía ninguna
intención de seguir con ese juego – En Jinja usábamos unos trastos que ya
quisiera yo que los vieras…
- Es muy fácil – comentó, pensando “¡cobarde!”. Tras un instante de silencio entre
ambas siguió - La verdad es que al principio no quería ni oír hablar de subirme a
un coche, fue Vero la que lo consiguió, si no hubiera sido por ella… - lo contó
con un tono tan triste que enterneció a Esther, la enfermera tuvo la tentación de
posar su mano sobre la de ella en señal de comprensión pero se detuvo en el aire,
Maca debía haberlo pasado muy mal y conociéndola el que lo confesase así
debía de costarle trabajo - ¿qué trastos? – preguntó la pediatra con curiosidad
rompiendo el silencio que se había establecido entre las dos tras su comentario.
- Pues trastos, unos camiones y unos jeep tan viejos y destartalados que llegabas
antes andando que en ellos. Margarette siempre se reía de mí – sonrió
nostálgicamente recordando algunas de las carreras que había echado con ella y
en las que siempre había perdido.
- ¿Quién es Margarette? – preguntó sin poder evitar la curiosidad “mucho hablas
de ella”, pensó.
- Una amiga – explicó en tal tono que Maca la miró de reojo, le pareció descubrir
una expresión de tristeza en su rostro.
- ¿La echas de menos?
- Si. Muchísimo – suspiró.
- ¿Por eso quieres volver? – ahora si que Maca había cambiado a un tono mucho
menos distante y más interesado por ella, tanto que Esther lo recibió con agrado,
sorprendida, no contestó pero bajó la guardia permitiendo que el dolor se
reflejase en su cara.

Maca guardó silencio, un silencio de respeto a los sentimientos de la enfermera fuesen


los que fuesen, esperando que ella dijese algo, notó que Esther la miraba de reojo, y ella
hizo lo propio, conocía aquella expresión mezcla de tristeza y dolor.

- Debe ser duro vivir aquí y que tu mujer viva en otro sitio – preguntó de pronto
dejando a Maca completamente descolocada. Tras unos segundos que a Esther
se le hicieron interminables, pensando que había metido la pata, Maca
respondió.
- Siempre es duro vivir separada de la persona a la que quieres – “Si supieras lo
que he pasado intentando olvidarte”, pensó Maca.

Su voz susurrante y su tono intenso provocaron un nudo en la garganta de la enfermera.


Le había quedado claro, Maca quería a su mujer, quizás no hablase de ella, pero
conociéndola sería para que los demás no descubriesen lo difícil que se le hacía estar
separadas.

- Si – dijo Esther finalmente pensando en esos cinco años, en sus esfuerzos por
olvidarla, por no saber de ella, por rehacer su vida.
- No te pongas triste – respondió Maca interpretando que añoraba a Margarette –
quince días pasan volando y pronto estarás otra vez allí.
- ¿Sabes una cosa? – le preguntó con dulzura – me alegra que podamos hablar así
tu y yo.

Maca asintió con cierto aire nostálgico. No sabía si hacerlo, pero finalmente se decidió.

- Esther, ¿puedo hacerte una pregunta personal? – dijo con cierto reparo. La
enfermera se encogió de hombros haciendo una graciosa mueca. “Dispara”,
pensó - ¿Tú… estás bien! quiero decir que…, ¿no has vuelto porque estés
enferma ni nada de eso?
- No, ¡claro qué no! – sonrió contenta del interés de Maca - ¿de dónde has sacado
esa idea! solo necesito descansar un tiempo – le contó aún con la sonrisa en los
labios. “Mato a Teresa, menudo ridículo me ha hecho hacer, si la culpa es mía
por escucharla”, pensó casi sin escuchar el resto de la explicación – han sido
cinco años muy duros, sobre todo al principio, y de mucho trabajo…
- Ya imagino…
- No lo creo, no creo que nadie que esté aquí pueda ni imaginar lo que es aquello
– su mirada se endureció al mismo tiempo que su voz – aquí no sabéis ni la
mitad.

Maca no supo que responder, solo hizo un ligero gesto de asentimiento y esperó que
Esther le contara algo más, pero la enfermera miró al frente y calló durante unos
minutos.

- ¿Puedo yo preguntarte algo? – dijo al fin Esther.


- ¿Más? – bromeó Maca – creía que ya te habían puesto al día de todo.
- No creas – sonrió – no sé como lo has conseguido pero hasta Teresa se ha vuelto
prudente – continuó intentando mantener el tono bromista de la pediatra – en
serio Maca, me alegra ver que estás rodeada de buenos amigos que te respetan y
te quieren – confesó “si vieras cómo han saltado cuando han creído que
pretendía saber demasiado”, pensó.
- Si – respondió con aire reflexivo – la verdad es que tienes razón, aunque a veces
no se valorar lo que tengo – comentó pensando en sus absurdas dudas sobre
Claudia de la noche anterior – siempre lo hago tarde, cuando lo pierdo – casi
murmuró para sí, perdiendo la vista en la carretera. Esther la miró intentado
adivinar sus pensamientos, tenía la sensación de que Maca se había referido a
ella al decirle aquello.
- ¡Cuidado, Maca! – gritó - ¡no te distraigas! – le pidió ligeramente asustada.
- Tranquila que no lo hago – “¿Cómo no voy a distraerme?” pensó - ¿qué querías
preguntarme?
- Por eso que dijo aquél periodista… en la inauguración – empezó titubeante -
¿recuerdas?
- Dijeron muchas cosas ¿a qué te refieres?
- Al que habló de las pintadas en … en casa – se explicó con cierto temor al ver el
gesto hosco que le ponía la pediatra, estaba claro que le incomodaba hablar del
tema – pasé el fin de semana por allí y … y las vi.
- Ya… - arrastró la palabra con el ceño fruncido, Esther la conocía lo suficiente
como para saber que no quería hablar del tema pero ella necesitaba enterarse de
lo que pasaba.
- ¿Por qué te amenazan?
- No me amenazan – mintió – será algún pirado que me vio en las noticias.
- Ya… - fue ahora la enfermera la que arrastró la palabra indicándole que no la
creía.
- No lo sé – reconoció Maca al cabo de un instante – te juro que no lo sé – repitió.
Esther notó su tono sincero y preocupado.
- ¿Pero has pensado quién pude ser! no sé un familiar de algún paciente, en algún
compañero resentido… - propuso intentando ayudar.
- Esther, hace más de tres años de esto, hemos pensado en todo – dijo con
cansancio – Isabel no encuentra ninguna relación – explicó y sonriendo añadió
sarcásticamente - será un de mis múltiples fans, últimamente tengo bastantes -
Esther se dio cuenta de que esa pose de indiferencia y de humor negro escondía
lo mal que lo estaba pasando, la angustia que sentía y que ella aún sabía leer en
el tono sus palabras.
- Estás asustada ¿verdad? – le dijo con dulzura.
- No – fue su primera respuesta – ya estoy acostumbrada – añadió con aparente
calma.
- Hay cosas a las que nunca se acostumbra uno – le reconoció la enfermera con
nostalgia, “como a vivir sin ti”, pensó.
- Bueno… - comenzó con intención de llevarle la contraria pero guardó silencio,
“me acostumbré a tu ausencia, me acostumbré a estar en esta silla, me puedo
acostumbrar a cualquier cosa…” reflexionó.
- Maca… cuando deje la Clínica… me quedaré en Madrid un tiempo – le confesó
inesperadamente, sentía la necesidad de serle sincera.
- No entiendo… entonces… ¿por qué quieres dejar la Clínica? – preguntó
sorprendida de aquella revelación.
- Ya te lo he dicho. Vine para descansar – insistió.
- Y… si querías descansar… ¿por qué te presentaste al trabajo? – volvió a
preguntar desconcertada por las contradicciones de la enfermera.
- ¿La verdad! no lo sé – reconoció – me pilló de improviso la propuesta de Laura
y cuando me dijo que era en una clínica tuya… no sé… sentí que quería verte…
quería ver si podía verte sin… sin…
- ¿Odiarme? – la interrumpió.
- ¡No! nunca te odié – mintió pero esa necesidad inexplicable de serle sincera le
pudo de nuevo – bueno... un poco sí que lo hice, sobre todo al principio, pero
quería decir, verte sin rencores, verte… como amiga.
- Claro – dijo la pediatra con la voz quebrada, “¿amigas?”, pensó. Esther no
entendía a qué se debía aquella emoción repentina.
- Maca, si necesitas algo… ya sé que no te hace falta… pero… si lo necesitas,
pues eso que… ya que estoy aquí y…
- Gracias Esther – la interrumpió de nuevo intentando evitarle que siguiera
ofreciéndose cuando en realidad notaba que le estaba resultando difícil y
embarazoso – no te preocupes que no necesito nada.

Esther permaneció callada unos minutos, pensando en lo imbécil que era, tenía que
ponerse nerviosa justo en el peor momento. La pediatra se mantenía atenta a la
conducción y tampoco hacía ningún comentario. “¡Seguro! ha pensado que me ofrecí
por compromiso, por quedar bien y aparentar naturalidad”, cruzó por su mente la idea,
haciéndola sentir aún más estúpida. Tenía el presentimiento de que la distancia entre
ellas sería siempre abismal, que ese amor que sentía por ella, el amor que intentó ahogar
poniendo tierra de por medio, marchándose a miles de kilómetros, había crecido en su
interior a pesar de todos sus esfuerzos y que, a pesar de que ese amor era su tormento,
también empezaba a estar convencida de que era lo único que podía devolverla a la
vida, lo único que podía despertar su interior de la muerte que la embargaba.

- ¿Qué piensas? – rompió Maca el silencio.


- Nada, una tontería – dijo mintiendo – en que no te había dicho lo bien que me lo
pasé el viernes y en que me gustó la inauguración.
- ¡Vaya! gracias – respondió con tonillo irónico que molestó a Esther “no se lo ha
tragado” – por tu cara quién lo diría – le comentó la pediatra torciendo la boca
en una mueca de incredulidad.
- Me has pillado – dijo poniendo su mejor tono de sinceridad aunque continuó
mintiendo, ¡cómo iba a decirle lo que estaba pensando! – en realidad pensaba en
lo que me has dicho de Isabel.
- No te preocupes por eso, Esther.
- No me preocupo – volvió a mentir “¡claro que me preocupa! un loco te está
acosando y ¿no voy a preocuparme?” – solo pensaba en que Isabel parecía muy
eficiente cuando la conocimos, seguro que termina encontrando quién es.
- Sí… - admitió – lo sé.
- No tengas miedo – le dijo cariñosa.
- No tengo miedo solo… - fue ahora ella la que sintió la necesidad de sincerarse –
solo que, a veces, creo que lo hará demasiado tarde.

Ambas guardaron silencio.

- Resulta curioso – dijo Esther al cabo de un instante.


- ¿El qué?
- Los diferentes valores que tiene la vida humana.
- ¿A qué te refieres?
- Tú, aquí, con escolta todo el día, con una subinspectora investigando desde hace
tres años, y… por lo que me dice Laura, en tu casa la seguridad es aún mayor –
enumeró pensativa – y allí, lo fácil que es morir y la poca importancia que tiene
la vida o la muerte.
- Sí – suspiró admitiéndolo – sería mucho más barato y cómodo para todos que
ese loco consiguiera su objetivo cuanto antes ¿no crees? – respondió recurriendo
de nuevo al sarcasmo.
- ¡No he querido decir eso! – exclamó molesta.
- No, si tienes razón – suavizó el tono – Con el dinero de todos esos sueldos y con
el dinero que me gasto mensualmente en seguridad se podrían salvar muchas
vidas – reconoció pensativa – pero… ya ves… aquí sigo derrochando. Tu pija ha
cambiado poco.
- ¿Por qué estás siempre a la defensiva? – preguntó enfadada cortándola – yo
solo…
- Y tú por qué no dejas de preguntar de mi vida – le espetó en el mismo tono, pero
bajando la voz y más suave añadió – y me cuentas algo de la tuya. Laura me ha
dicho que aquello es precioso y que a pesar de los malos ratos se lo ha pasado en
grande.
- Sí, Laura tiene razón – dijo con melancolía.
- ¿Cómo es aquello?
- Como te ha dicho Laura.
- Y en cinco años ¿nunca has vuelto? – preguntó con interés.
- Vine hace tres años, pero… - confesó.
- Tres años – murmuró pensativa interrumpiéndola, qué coincidencia, hace tres
años que ella… quizás Teresa le contó y volvió para verla aunque luego se
arrepintiera.
- Sí – dijo – mi madre se puso tan pasada que estuve aquí unos días, creo que no
llegó ni a cinco – explicó – pero no podía pasar sin aquello. ¿Conoces esa
sensación de estar haciendo lo que debes, de que tu vida tiene un sentido? Nunca
había dormido tan bien hasta que llegué allí.
- “No, no sé lo que es eso”. Esther… - empezó Maca decidida a preguntarle por
algo que deseaba saber desde que se marchó – ¿alguna vez tu has pensado…?
- ¡Mira! Allí está Sonia – la cortó con rapidez distinguiendo a lo lejos la silueta de
la socióloga. No quería escuchar aquella pregunta, no quería responderla y, por
encima de todo, no quería mentirle y, si le preguntaba lo que temía, tendría que
ser sincera y eso era algo que no se podía permitir, al menos no por el momento.

Maca se quedó callada, estaba dispuesta a preguntarle si alguna vez pensó en volver por
ella, si alguna vez en esos cinco años se había acordado de ella, si sentía la necesidad de
repasar cada uno de los buenos momentos que vivieron juntas, si pensaba en ellas como
la pareja que fueron, pero se percató del quite que le hizo la enfermera y optó por no
forzar la situación. No iba a obligarla a decir nada que no quisiese, en el fondo ella
tampoco quería reconocerle ni contarle nada de aquél tiempo en el que se volvió loca,
en el que renunció a todo para llorar su ausencia. No quería reconocerle que hubo un
tiempo en que creció amándola, en el que creyó que la amaría lo que le restara de vida,
aunque no la tuviera, aunque ella la despreciara, pero luego sufrió el lado más cruel del
amor, y aún así, no flaqueó, y sintió que la esperaría toda la vida. Había guardado
mucho tiempo esos sentimientos en el fondo de su corazón, tan en el fondo, que ahora
que la tenía allí, junto a su lado, sentía que ya no podía llegar hasta ellos, que no podía
hacerlos surgir de nuevo, que en el correr de los años ese amor se había ido perdiendo,
que lo había ido viendo cada vez más lejos, que cada día de ausencia había sentido que
perdía parte de su corazón, para acabar dándose cuenta que el amor que un día existió
entre ambas, había sido algo maravilloso, algo irrepetible y algo que merecía guardar
para siempre. Se juró que nunca amaría a nadie como la amó a ella, que la pureza de
aquél amor solo era posible con una persona y que esa persona jamás regresaría. Pero
ahora estaba ahí, junto a ella y se preguntaba si Esther habría guardado ese amor en el
fondo de su corazón, como ella hizo aquél lejano día, en el que decidió seguir adelante
con su vida.

Estaban entrando en la primera fila de chabolas y Maca, tras la indicación de la


enfermera distinguió a la socióloga junto a la de María José. Con cuidado detuvo el
coche delante de ella, Esther se apresuró a descender y dirigirse a la puerta del
conductor con la intención de ayudar a la pediatra que con habilidad ya había salido del
vehículo y estaba descendiendo la plataforma para llegar al suelo. Esther la observó con
cierto orgullo, Maca parecía no haber perdido ese aire de seguridad que le permitía
siempre dominar todas las situaciones. La pediatra cerró el coche y, con cierta
dificultad, se dirigió hacia la entrada de la chabola en el mismo momento en que la
anciana, alertada por el motor del coche, salía de la misma. La cara de la señora,
siempre triste y ensimismada, cobró vida al verla, una enorme sonrisa, que dejó al
descubierto la ausencia de un par de dientes, iluminó su rostro.

- ¡Niña! – exclamó abriendo sus brazos e intentando correr hacia ella – no, no
¡quédate ahí que te vas a hacer daño! – le indicó para que Maca no intentase
subir el pequeño escalón de acceso a la vivienda y que evitaba que se filtrase, los
días de lluvia, más agua al interior de la que ya lo hacía por las innumerables
goteras del techo - ¡niña! ¡qué alegría! – volvió a decir emocionada.

En los pocos minutos que llevaban allí Esther había escuchado de boca de María José
muchas más palabras que en la media hora larga que había estado con ella el día
anterior. No se sorprendió al ver a Maca también abrazarse emocionada a la anciana, y
su deseo de conocer más sobre ella y sobre la relación que habían establecido, aumentó.

- Te he traído algo – dijo Maca con una sonrisa separándose de ella.


- ¿Pasas entonces? – preguntó ilusionada – Me dijeron que sería difícil que
volvieras, pero no les creí – contó cogiéndola de manos con los ojos tan
humedecidos como los de Maca.
- ¿Sigue viniendo a verte María? – le preguntó la pediatra con interés intentando
controlar sus emociones.
- Casi todas las tardes, siempre que su abuela se lo permite – le explicó.
- Espera un momento – le pidió la pediatra dirigiéndose de nuevo al coche, frente
a la atenta mirada de Esther y Sonia que se habían convertido en espectadoras
del emotivo reencuentro. Maca abrió la parte trasera del vehículo y sacó, con
dificultad, dos paquetes, regresando después junto a María José – toma, esto es
para ti.
- ¿Es lo que imagino? – preguntó con una mezcla de emoción y satisfacción que la
hizo parecer mucho más joven. Maca asintió.
- Sí, espero que te guste – esbozó una sonrisa con algo de timidez.
- Si te gustó a ti, seguro que me encantará – dijo abrazándose a él sin abrirlo.
- Y… esto para María – Maca le tendió el otro paquete – dáselo cuando la veas.
- ¿Por qué no la buscas y se lo das tú? – preguntó la anciana con dulzura – le hará
más ilusión.
- Tengo poco tiempo y… necesito hablar contigo – respondió haciendo el
movimiento para iniciar la subida del escalón de acceso a la chabola, pero se
detuvo en el intento con un gesto de dolor reflejado en su cara.
- Espera que te ayude – corrió Esther hacia ella preocupada, debía seguir
doliéndole el hombro.
- ¡No! – dijo Sonia - ¡déjame a mí! - casi la empujó.

La enfermera la miró con cierto enfado pero se retiró y la dejó hacer. Desde que se
había encontrado con ella la socióloga se comportaba de una forma diferente a la del día
anterior, había perdido la tranquilidad y aplomo que las sorprendieran a Laura y ella y
se movía nerviosa entorno a Maca, que parecía no darse cuenta de la situación.

- Gracias, Sonia – dijo Maca tirando de ella de la mano para que se agachase y
poder besarla en la mejilla – me alegro de verte – la saludó, hasta entonces solo
había tenido ojos para María José.

Sonia sonrió agradecida por aquél momento de atención y se quedó mirándola sin decir
nada. Esther no pudo evitar sentir celos de aquella joven que parecía embelesada por
Maca.

- Salgo en un momento – dijo la pediatra dirigiéndose a las dos, indicándoles que


su conversación con María José era privada.

Ambas aguardaron en la entrada sin dirigirse la palabra. Fue Esther la que, al cabo de
unos minutos, se decidió a preguntar.

- Sonia, ¿con qué estás! ¿con el censo?


- Si, he empezado por aquí, y me queda toda aquella fila de este sector.
- Sigue si quieres – le dijo solícita – ya me encargo yo de Maca… digo por si
necesita ayuda.
- No. Tranquila. Hay tiempo – se explicó negándose a marcharse – Fernando ya
me ha dicho que no cree que empecemos con las vacunaciones hasta que no se
incorpore la jefa de Pediatría.
- Y eso ¿por qué?
- No sé…. Pero creo que es porque Laura va a tener que hacer algunos viajes para
acompañar a los niños en su vuelta y quizás Mónica también vaya… pero no me
hagas mucho caso que aún creo que no está claro. Lo que si me ha dicho
Fernando es que es mucho trabajo para ti y para él si os quedáis solos.
- Por mí no habría problema – comentó – ¡en peores puertos he hecho guardia! –
exclamó recordando aquellas duras jornadas junto a Germán en las que los dos
solos tenían que encargarse de cientos de refugiados.
- Bueno… aquí no hace falta llegar a esos extremos.
- Y ¿por qué no se viene Maca? – propuso – recuerdo que en el central era capaz
de vacunar a doscientos niños en una mañana.

Sonia la miró con una sonrisa condescendiente y no respondió. A Esther le molestó


aquella expresión de suficiencia y aquél silencio que decía más que cualquier respuesta.
Sonia consideraba descabellada su idea. Parecía querer decirle que Maca tenía
cometidos mucho más importantes que ella ni siquiera era capaz de imaginar.

- ¿Sabes Sonia? – empezó molesta – creo que os equivocáis en tratar a Maca así.
- En tratarla ¿cómo! ¿qué quieres decir? – respondió también con un ligero
enfado.
- Que la protegéis demasiado. Lo que Maca necesita es…
- ¿Tú quién crees que eres para decir lo que Maca necesita? – la cortó tajante -
¿quién crees que eres para cuestionarla a ella o a cualquiera de nosotros? –
repitió alterada.

Maca salió en ese mismo momento y Esther que ya tenía la respuesta en la punta de la
lengua guardó silencio. La pediatra las observó con cierto aire interrogador notando que
allí pasaba algo pero ninguna de las dos hizo intención de darse por aludida.

- ¿Ocurre algo? – terminó por preguntar la pediatra.


- No – se apresuraron a responder ambas.
- Bueno… pues, vamos – dijo mirando a Esther – Isabel me está esperando.
- Si vámonos – dijo la enfermera.
- Sonia, ¿te vienes con nosotras? – se volvió Maca hacia ella.
- Sí, voy con vosotras – decidió en el mismo momento que Maca se lo proponía.
- Pero… ¿no decías que te quedaba toda aquella fila? – intervino Esther, deseosa
de volver a quedarse a solas con Maca.
- No… quiero decir que sí… que me queda eso… pero… luego vuelvo… acabo
de acordarme… tengo que comentarle una cosa a Fernando y… - balbuceó
buscando una excusa para montar en aquél coche y no dejar a Maca sola con
Esther. No entendía que le pasaba con la enfermera, ni siquiera le caía mal, más
bien al contrario, siempre le había gustado la gente sincera, pero tenía una
sensación desagradable cuando se trataba de Maca y ella.
- Mujer, si es por eso, dime a mí lo que sea y ya se lo comento yo o… mejor…
coge mi móvil y llámalo – dijo metiendo la mano en el bolso y ofreciéndole el
aparato.
- No te preocupes – le sonrió abiertamente – prefiero ir al campamento y coger
más hojas para rellenar, creo que me he traído pocas – mintió – además, así
aprovecho y paso un rato contigo, no me importa volver luego andando. ¡Te
prodigas tan poco por aquí, que da gusto verte recuperara las viejas costumbres!
– le dijo con lo que a Esther le pareció demasiado descaro.

Maca le devolvió la sonrisa agradecida y divertida por el comentario.

- Has cambiado de peinado – observó la pediatra – estás muy guapa así.


- Gracias – respondió Sonia mirándola con cara de boba, según creyó ver Esther.

“Lo que faltaba”, pensó, “¿qué hace Maca?”, ¿eran imaginaciones suyas, o la pediatra
estaba tonteando con aquella chica! ¡si por lo menos era diez años menor que ella!
además, Maca estaba casada, cómo se atrevía a... no sabía como calificarlo, porque
tampoco es que hubiese hecho o dicho nada fuera de lo normal, pero no podía evitar esa
sensación de que entre ellas había algo más que una relación laboral, como ya le pasara
el viernes con la tal Verónica.

Estaba inmersa en sus pensamientos y, cuando acordó a subirse al coche, Sonia se le


había adelantado y ya ocupaba el asiento del acompañante. Montó detrás, con disgusto
disimulado, y Maca inició la marcha, estableciéndose un tenso silencio entre ellas.
Esther, que se sentía incómoda por la situación, decidió entablar una conversación.

- Maca ¿quién es María? – preguntó con interés.


- Una niña de unos ocho años, ¿aún no la has conocido?
- Creo que no … - respondió intentando hacer memoria, el día anterior había sido
muy intenso y lo cierto es que no estaba segura de si la habría visto.
- No, no la conoces – intervino Sonia - No hemos tenido tiempo de recorrer todo
esto – explicó dirigiéndose a Maca y volviendo su cara al asiento trasero añadió
– si quieres, esta tarde nos acercamos por la chabola de su abuela – se ofreció a
la enfermera con amabilidad.
- Sí, me encantaría – respondió en el mismo tono de amabilidad, “no voy a ser
menos”, se dijo. – Maca, ¿qué era el paquete que le has traído? – volvió a
preguntar curiosa.
- Un libro, a María José le encanta leer.
- ¡Vaya! – exclamó Esther, había imaginado muchas cosas, casi todas de ropa o
comida, pero nunca se lo ocurrió aquello - ¿quién lo diría! es una señora curiosa.
- No – dijo Maca – es una gran señora – sentenció sin añadir nada más dejando a
ambas deseando saber.
- Se ve que te tiene apreció – comentó Esther intentando que Maca terminase por
contar la historia de María José.
- Y yo a ella – respondió con parquedad.

Esther volvió a esperar que Maca contase algo más pero estaba claro que no entraba en
sus cálculos desvelar los secretos de la anciana.

- Y ¿qué le has traído a la niña?


- Muy curiosa estás tu hoy ¿no? – bromeó Maca.
- Yo siempre – respondió Esther aceptando su comentario como una broma con
una sonrisa que molestó a Sonia, Esther se percató observándola a través del
espejo – ya me conoces – añadió en tono picarón dejando arrastrar las palabras a
sabiendas de que la socióloga se molestaría más aún.
- Una tontería – respondió Maca a su pregunta – un “atrapador” de sueños.
- ¿Un qué? – intervino Sonia interesada - ¿qué es eso?
- Sí, ¿qué es? – preguntó a su vez Esther

Maca soltó una carcajada, parecían dos niñas perores que la propia María.

- Es una larga historia – explicó – y hemos llegado – añadió situando el coche


frente al portón haciendo sonar el claxon para que le abriesen. Dos agentes de la
policía nacional entornaron la puerta pequeña y al reconocerlas abrieron el
portón.
- Pero resúmela o dinos al menos qué es eso – pidió Sonia.
- Otro día os la cuento entera – prometió – resumiendo María quiere que se
cumplan sus sueños y entre María José y yo la convencimos de que para eso
hacía falta un “atrapa sueños”, un día me pidió uno y se me ha ocurrido traerle
un caza mariposas.

Sonia la miró con devoción, admirada de que, con todo lo que tenía encima, se acordase
siempre de cada detalle y cada charla con cada una de aquellas gentes. Simplemente, le
parecía precioso que se acordase de ellos de esa forma. Esther, sin embargo, torció el
gesto con reprobación, una vez que las tres estaban dentro y abajo del coche la
enfermera no pudo evitar dar su opinión.

- ¿A ti te parece bien jugar así con una niña? Mira donde vive, mira la mierda que
le rodea ¿crees que alguna vez saldrá de aquí con un cazamariposas? – dijo
incapaz de contener la rabia que sentía.

Maca la miró extrañada por aquella impetuosa reacción, empezaba a entender a qué se
refería Fernando cuando habló con ella la tarde anterior, Esther se dio cuenta en el
mismo momento de que se había excedido, esperó que Maca le respondiese pero la
pediatra no lo hizo, se giró y cerró el coche sin darle mayor importancia. Sin embargo,
Sonia tras cerciorarse de que Maca no la ponía en su sitio, no pudo contenerse por más
tiempo.

- ¿Tienes que estar siempre diciéndole a los demás lo que deben o no hacer? –
saltó molesta con un ramalazo protector hacia Maca, no pensaba tolerar que la
juzgase de aquél modo – te has creído que…
- ¡Sonia! – intervino Maca con rapidez - ¡déjalo! – le pidió interrumpiéndola, se
había dado cuenta de la animadversión entre ambas y no estaba dispuesta a
permitirlo – mira allí tienes a Fernando – señaló con la mano indicándole que se
marchase y la dejara a solas con Esther.

Sonia le devolvió una mirada decepcionada y llena de reproches.

- Ahora nos vemos Maca – le dijo marchándose contrariada.

Cuando estaba lo suficientemente lejos como para no escucharlas, Maca giró su silla
hacia la enfermera.
- Esther – empezó – quiero que sepas que no es mi intención ni jugar ni reírme de
nadie – le dijo completamente seria – quiero a esa niña y si por mi fuera ya no
estaría aquí – confesó con un halo de tristeza que sorprendió a la enfermera –
pero no se pueden hacer así las cosas – hizo una pausa - Te agradecería que no
vuelvas a hablarme en ese tono y menos delante de mis empleados – volvió a
detenerse unos segundos calibrando la reacción de ella y continuó – Quizás
tengas razón y María nunca sea capaz de salir del ambiente en el que le ha
tocado nacer y crecer, pero… por experiencia te digo que con ilusión y con
esperanza, se pueden lograr muchas cosas. Quizás no tus sueños, sobre todo los
que no dependen de ti – suspiró pensativa – pero como nunca lo logrará es si no
cree que puede hacerlo.
- Maca… - dijo casi con lágrimas en los ojos por lo que entendía como una
reprimenda – yo… lo siento – susurró.
- No pasa nada – le dijo con tranquilidad, quizás tenía razón Teresa y a Esther le
ocurría algo – y… no hace falta que te pongas así, pero deberías relajarte un
poco – le aconsejó – antes me has echado en cara que siempre estoy a la
defensiva, no lo estés tu tampoco.

Esther movió la cabeza en gesto afirmativo aceptando sus palabras con una ligera
actitud avergonzada.

- No quería cuestionarte delante de nadie – se disculpó.


- Y… otra cosa – continuó – Sonia no es “nadie”, es alguien muy importante para
mí y… me gustaría que hicieras un esfuerzo por llevarte bien con ella.
- Pero… si nos llevamos bien – protestó “si no estás delante, claro”. ¿Por qué le
decía aquello! primero le dice que es una empleada y que no le hable en ese tono
delante de ella y luego que es importante en su vida, ¿a qué jugaba Maca!
pues… si quería juego lo iba a tener...
- Bueno… pues eso – le insistió sin convencimiento de que fuera cierta su
respuesta – tranquilízate un poco.
- Lo siento Maca, es que… - iba a decirle que no se encontraba bien, que no era
capaz de controlar esos arranques de mal humor que no mentía cuando decía que
necesitaba descanso.
- Mira aquí están Mónica y Fernando – la interrumpió sin escucharla y la
enfermera se sintió desesperada, quería hablar con ella. Maca saludó a los recién
llegados y acto seguido se despidió – Os dejo con vuestra tarea que me voy a ver
a Isabel, ¿está en su despacho? – preguntó.
- Sí, pero ten cuidado que está de un humor de perros – rió Mónica.
- Está discutiendo con alguien por teléfono – le explicó Fernando.
- Mónica, si todo va bien quizás no vuelva hasta el viernes, encárgate tu de todo
en la Clínica – le pidió la pediatra.
- Si, tranquila, que ya me he leído tu mail, con todas las indicaciones – sonrió –
por cierto me parece una solución excelente.
- Gracias – le devolvió la sonrisa marchándose hacia los barracones.
- ¡Maca! – dijo Esther de pronto – esto… si no nos vemos más hoy… quiero decir
aquí… ¿sigue en pie tu invitación a cenar? – preguntó consciente de lo que hacía
ante la sorpresa de todos los presentes, incluida la propia Maca, pero sobre todo
de Sonia que giró la cabeza fulminando con la mirada a la pediatra, ésta se
percató de ello.
- No, Esther – dijo con rotundidad y cierto nerviosismo – salgo… salgo para
Zurich esta noche. No vuelvo hasta el viernes – explicó atropelladamente “¿qué
pretendía Esther poniéndola en ese compromiso?”.
- Buen viaje entonces – respondió la enfermera con naturalidad, como si no le
importase la negativa, mirándola con una sonrisa. No sabía si tragarse lo del
viaje, pero estaba claro que, una cosa era lo que Maca le decía en privado y otra
lo que quería que los demás supiesen de su relación con ella. Y en cierto modo
la entendía. En ausencia de Laura nadie en el campamento parecía saber que
habían sido pareja. Decidió ser más prudente de ahí en adelante. No quería que
Maca se enfadase con ella, aunque lo cierto era que la pediatra había cambiado,
parecía más paciente y menos borde, y Esther tenía la sensación de que ya no era
tan fácil exasperarla.

Sonia se mantuvo allí plantada con gesto contrariado. Esther la miró de reojo, empezaba
a sospechar que entre ella y Maca o había algo o, más bien, por la actitud de Maca, lo
había habido y que la joven no lo tenía superado.

* * *

En el centro de Madrid, el Comisario Martínez acababa de llegar a su despacho cuando


recibió una llamada a su móvil personal.

- ¿Señor? Soy yo – escuchó al otro extremo la voz de un hombre joven – ya


hemos estudiado el informe que nos pasó.
- Bien – dijo haciendo una pausa que aprovechó para accionar la tecla de
grabación, a esas alturas de su vida no se fiaba absolutamente de nadie - ¿tu
padre qué opina?
- Ve factibles varias opciones.
- Pero… ¿con todas las garantías?
- Si señor, con todas, jamás podría relacionársele a usted.
- Bien, bien – volvió a usar aquella muletilla que le daba unos segundos para
pensar – pasadme un informe detallado con todas las posibilidades, quiero
estudiarlo y sopesar los pros y las contras – volvió a hacer una pausa – de todas
formas…
- Hay algo más, señor – lo interrumpió creyendo que ya no iba a decir nada y
arrepintiéndose en el mismo momento de haberlo hecho.
- ¿El qué? – preguntó en un tono que detonaba la molestia que había sentido ante
la insolencia de aquel jovenzuelo que no le llegaba ni a la suela del zapato a su
padre.
- Hace un momento, desde la Clínica han reservado un billete para Zurich, para
esta misma noche, a nombre de la doctora.
- Interesante.
- Si señor. Puede ser el momento idóneo. Si usted da su permiso.
- Eso iba a decirte cuando me has interrumpido – le espetó, aunque estaba seguro
de que no serviría de nada, volvería a hacer lo mismo la próxima vez – No
quiero que hagáis nada de momento.
- Pero señor, ocasiones como esta no se nos van a brindar fácilmente. Va a ir sola.
- De momento dejadlo – repitió empezando a impacientarse, ¿dónde había
aprendido aquel chaval! ¿es que no era capaz de aceptar una orden sin
cuestionarla?
- Señor, disculpe que insista, pero es la ocasión ideal – intentó convencerlo – en el
extranjero, impedida, se verá como una víctima fácil, una turista más, puedo
hacer que parezca consecuencia de un robo.
- No – repitió con más paciencia de la que sentía “¿un robo?” si no era capaz de
explicarse en condiciones, tenía que hablar con su padre, estaba empezando a
estar realmente harto de aquél mentecato – no, de momento.
- No lo entiendo… entonces… ¿qué quiere que hagamos? – preguntó
desconcertado sin comprender como podía dejar escapar aquella ocasión de lujo
para deshacerse de esa… no se le ocurría ningún calificativo.
- Ya te lo dije ayer, quiero a ese chico de las pintadas.
- En ello estamos, señor. Pero esta ocasión…
- ¿Es usted imbécil, sordo o las dos cosas? – vociferó de tal forma que su
secretaria llamó a la puerta preocupada.
- ¿Necesita alguna cosa Comisario? – preguntó la joven. El le indicó que no con la
mano y le dijo que no le molestase nadie. La joven salió del despacho. Estaba
deseando que le concediesen el traslado que había pedido, no soportaba a aquél
viejo gruñón, nunca sabía a que atenerse con él.
- Lo que te estaba diciendo – volvió al tuteo - No quiero que hagas nada, ¿me
oyes? No necesitamos una mártir, ahora ya no. Si todo sale como espero, la
hundiremos en su propia mierda y no podrá sacar la cabeza ni para respirar. Es
mucho más valiosa desprestigiada que muerta.
- A sus órdenes señor.
- Eso espero – dijo sin tenerlas todas consigo, no se fiaba de aquél inepto – ni se
te ocurra hacer nada sin mi permiso.
- No señor, por eso puede estar tranquilo.
- Otra cosa – dijo dando por zanjado ese asunto – en el informe hay un nombre:
Ana Ávila Amo, quiero saber todo sobre ella. Todo es todo ¿entendido?
- ¡Ah! ya comprendo, atacamos a Wilson por todos los frentes.
- ¿No me has oído? – bramó harto de aquel chico – solo quiero saber sus
movimientos, desde que se levanta hasta que se acuesta.
- Si señor.
- Y lo quiero cuanto antes – ordenó.
- Si señor. Me pongo con ello ahora mismo. Si no quiere nada más…
- No. Buenos días.
- Buenos días, señor.

El joven colgó el teléfono y se giró hacia su padre.

- Papá, no quiere que hagamos nada.


- Eso puede ser un problema – dijo pensativo.
- ¿Porqué? Hay gente por encima de él.
- Sí, eso ya lo sé, pero necesitan un chivo expiatorio si algo sale mal. Además
Martínez no es imbécil, es perro viejo, y no se fía de nadie.
- ¿Qué quieres decir?
- Que habrá grabado vuestra conversación y que no dudará en usarla si lo
acorralan, si intentan cargarle la muerte de la doctora.
- Entonces vamos a…
- Claro hijo, tú lo has dicho, hay gente por encima de él. No durará mucho en
esto. Hazme caso.
- Y ¿qué hacemos?
- Lo primero, encontrar un billete para ese vuelo y luego, haz que me sienta
orgulloso de ti.
- Lo estarás papá – sonrió. “Aquella doctora era pan comido”, sintió el
nerviosismo de la cacería y no pudo evitar frotarse las manos excitado.

Maca se dirigió a los barracones y subió con dificultad por la empinada y estrecha
rampa, maldiciendo al contratista con el que había discutido en varias ocasiones por ese
motivo, estaba claro que al final había hecho lo que le dio la gana sin atenerse al
proyecto de obra. Entró en el pequeño cuarto que Isabel había acondicionado como
despacho y base de operaciones para sus hombres. Maca llamó con los nudillos y
permaneció en el umbral de la puerta esperando que Isabel le diera permiso para entrar.
Encontró a la subinspectora ligeramente alterada tras la discusión telefónica que había
mantenido.

- Buenos días – dijo Maca con una tímida sonrisa - ¿ocurre algo? – preguntó al
ver la cara de pocos amigos de la subinspectora.
- Buenos días – respondió seria – nada, no te preocupes. Maca, quería verte
porque necesito que me respondas a unas preguntas.
- De acuerdo – la miró sorprendida - Isabel, yo también necesito hablar contigo.
- Bien, tú primero.

Maca se sintió incómoda ante aquella mirada penetrante. ¿Qué le ocurría a Isabel con
ella! quizás solo tenía un mal día, recordó sus dificultades para localizarla la tarde
anterior y su viaje a Toledo, seguro que había tenido problemas con sus superiores y
quizás ella fuese la razón.

- ¿Me vas a decir qué pasa? – la instó Isabel al ver que la pediatra no arrancaba.
- Verás, anoche, estuve cenando con Claudia y… - hizo una pausa pensando cómo
decirle aquello – y… me contó todo.
- ¿Todo? ¿a qué te refieres con todo?
- Que ella y Vero están al tanto de las amenazas, que hablaste con ellas, los
problemas que te crea la protección que me has puesto…, no sabía que no te
habían autorizado… y… no quiero que te metas en líos por mi culpa. Isabel
quiero que Evelyn se vaya de casa y que dejes de asignarme escolta – terminó
pensando en las palabras de Esther, la enfermera tenía razón, no era justo que se
invirtieran tantos medios en una sola persona y menos que Isabel tuviese alguna
represalia por ello.
- Vaya – suspiró pensando en que Claudia debería haber seguido callada – no creo
que sea buena idea, Maca.
- Pero… es lo que quiero – dijo con tranquilidad.
- No te precipites y espera a escuchar lo que tengo que decirte – le aconsejó ante
la cara de perplejidad de Maca – Carlos Rubio, el chico con el que “tropezaste”
ayer, no existe – confesó observando como Maca abría los ojos
desmesuradamente – creo que tenías razón y que ese chico iba a por ti y que
pretendía algo más que asustarte.
- Toma – dijo Maca tendiéndole las dos notas que se encontró el día anterior y que
la subinspectora aún no conocía – me dejó una en el bolsillo superior de la
chaqueta y la otra en mi despacho, te llamé para decírtelo pero … ¿cómo
interpretas esto?
Isabel cogió las notas y las leyó con detenimiento, recordaba cada rasgo de cada letra de
aquella escritura, no cabía duda, eran del mismo autor que las anteriores, frunció el
ceño, ligeramente desconcertada. Maca la observaba expectante, deseando una respuesta
tranquilizadora.

- No cuadra – dijo al fin.


- ¿El qué? – preguntó impaciente.
- Que te ataque en plena calle corriendo tantos riesgos, que lleve una nota encima
para dejártela, que se arriesgue, de nuevo, el mismo día entrando en tu despacho,
no sé no me cuadra nada. Hasta ahora ha sido, cuidadoso, meticuloso, y ayer,
¿por qué se le fue todo de las manos?
- Quizás solo pretendía dejarme la nota y demostrarme que si quisiera…
- No, Maca, ayer intentó matarte pero falló.
- Pero… si no llevaba armas – respondió con un hilo de voz que demostraba el
miedo que empezaba a sentir – me dijiste que no las llevaba – la miró con temor
de que le ocultara la verdad.
- No le hacían falta. Es un crimen casi perfecto, si no fuera por que falló.
- ¿Qué quieres decir?
- En la academia nos enseñan tres golpes mortales sin necesidad de llevar arma, y
ayer te dio un golpe mortal en el estómago y me temo que el del hombro iba
dirigido a la base del cuello, creo que ayer lo intentó con esos dos golpes, pero
tuvo que haber algo que le hizo fallar – dijo pensativa volviendo analizar
mentalmente todos los datos.
- No lo creo, si esa era su intención… ¿por qué llevaba la nota?
- Maca, te repito – insistió recalcando las palabras con la intención de que la
pediatra asimilase lo que le decía – que ayer recibiste dos golpes mortales… Hay
que tener mucha sangre fría para darlos, es un profesional, estoy segura. Lo que
no entiendo es, por qué falló, quizás Aurelio te salvó la vida al desequilibrarlo.
- ¿Quieres decir que alguien ha pagado para …? – le costaba trabajo decirlo.
- Eso no lo sé, aquél chico tenía una identificación, pero su nombre no coincide
con la de ningún policía.
- Sería falsa.
- No lo era.
- Creía que en la identificación estaba el nombre del agente.
- Y lo está.
- Entonces…
- No la comprobaron, le bastó la palabra del chico… vio la placa y… es difícil
desconfiar de un compañero.
- Ya – Maca bajó la vista Isabel intentaba justificar a sus hombres pero estaba
claro que habían cometido un error de principiantes, o más de uno porque
tampoco la habían seguido desde la clínica.
- Maca, lo siento, se lo que piensas, pero… están recién salidos de la academia…
están en período de prácticas, no puedo hacer otra cosa, son ya tres años y…
- Lo sé. No te preocupes. Tú haces lo que puedes y te lo agradezco. ¿Me entiendes
ahora? No quiero que tengas problemas por mí.
- Maca creo que ese chico no hace todo esto solo – continuó sin escucharla - Creo
que tiene que trabajar con alguien muy próximo a ti. Tanto que no sospeches de
verlo en tu despacho o cercano físicamente.
- ¡Qué dices! Eso es imposible.
- Sé que es duro asimilarlo, pero quién te deja las notas es alguien en quien
confías. Empiezo a estar casi segura de ello. No es una sola persona.

Maca suspiró cansada. No quería seguir hablando del tema. Llevaban tres años de
charlas, barajando posibilidades y nombres, y habían estado tan cerca de que todo
acabase que… se sentía tan impotente y tan agotada… siempre igual, siempre
especulando. Isabel la observó adivinando lo que pensaba, quizás se equivocaba y no
eran dos personas, pero por mucho que a la pediatra le costase aceptarlo ¿cómo le
dejaba las notas en lugares tan personales sin que ella lo notase, es más, Maca aseguraba
conocer al chico pero no lo recordaba. Salvo que Josema tuviese razón y la pediatra le
llevase mintiendo todo ese tiempo. Recordó la conversación de la noche anterior,
necesitaba saber si Maca le había contado toda la verdad, las palabras de Josema
acudieron a su mente: “tiene que estar mintiéndote”, “debe conocer quién es”.

- Maca, no quiero que te tomes a mal lo que voy a decirte – empezó provocando
en la pediatra una mala sensación, siempre le pasaba cuando alguien comenzaba
disculpándose – te repito que sé lo duro que es por lo que estás pasando pero…
tengo que preguntártelo.
- Dime – dijo con cierto temor.
- No estarás escondiéndome algo ¿verdad?
- Esta noche me voy a Zurich – dijo sin responder, estaba más que harta de
aquella pregunta, ya no sabía cómo decirle que no escondía nada.
- ¿Cómo que te vas? – respondió en un tono que mostraba su enfado – te tengo
dicho que me avises con tiempo de estas cosas. ¿Quién te acompaña? Claudia,
Cruz, … ¿quién?
- Nadie, voy sola.
- No puedes ir sola, Maca, ¡por favor! – protestó también cansada - ¿Cuándo te
vas a tomar esto en serio?
- Mira, por un lado no creo que ese loco vaya a viajar detrás de mi, ¿sabes lo que
cuesta un billete en primera y lo difícil que es lograr uno en el último momento?
No está al alcance de cualquiera.
- De ti, sí, ¿no?

Maca sonrió y se encogió de hombros. Era cierto que la idea de recurrir a ese banco
suizo se le ocurrió en sus horas de insomnio y también lo era que no lo había
planificado pero algo bueno tenía que tener ser una Wilson.

- … y no tengo más opciones Isabel, llevo dándole vueltas toda la noche. Tengo
que ir, el futuro de este proyecto puede depender de este viaje.
- ¿Quién sabe que vas? – preguntó vencida, sabía que era imposible disuadirla de
que lo hiciera, al menos intentaría que fuese acompañada.
- Pues Claudia, Teresa y claro… tu también y… espera, acabo de decírselo a
Mónica, Fernando, Sonia y Esther.
- También podías haberlo publicado – casi gritó con sarcasmo enfadada por las
pocas precauciones de la pediatra a pesar de todos sus consejos – ya no sé qué
decirte o cómo decírtelo, Maca.
- Lo siento, Isabel, de verdad – se disculpó.
- ¡Joder, Maca! Así no vamos a acabar nunca, hay cosas que no puedes contar a
nadie – le dijo levantando progresivamente el tono.
- Si, - respondió empezando a molestarse – como lo de las notas ¿no? – dijo con
ironía - ¿sabes lo ridícula que me sentí con Claudia ayer? Has conseguido que
dude y sospeche de las personas que más me han apoyado y ayudado en los
últimos años…

Isabel la miró comprensiva, conocedora de la tensión y el calvario que vivían todas las
personas amenazadas. De hecho siempre se sorprendía de lo entera que parecía la
pediatra, en esos tres años jamás la había visto derrumbarse.

- Tienes razón Maca – dijo, finalmente, sin rastro del enfado anterior – hay
personas en las que debes seguir apoyándote. No creo que tengan nada que ver
en todo esto.
- ¡Menos mal! –saltó aún con ironía – y… ¿me puedes decir cuáles? Más que
nada para no seguir haciendo el tonto.
- Maca, ya vale – le pidió muy seria y con calma – solo hago mi trabajo, y entre
otras cosas se basa en sospechar de todo y de todos, tú incluida. Además,
deberías tener cuidado y no hacerme las cosas más difíciles.
- ¿De mí? – preguntó sorprendida – a estas alturas… ¿no te fías de mí?
- Es mi trabajo – se justificó sin responder a sus preguntas.

Maca ladeo la cabeza y bajó la vista, era conciente de que Isabel tenía razón, y que
debía dejarla hacer su trabajo y no ponerle obstáculos, pero era tan difícil intentar llevar
una vida medio normal, sabiendo que todo el día había alguien siguiéndola,
observándola… Tenía miedo, no lo podía evitar, necesitaba que Isabel le diera garantías
de que no le ocurriría nada, pero no podía hacerlo y lo sabía.

- Maca, no vayas sola – le pidió – si no me quieres escuchar como profesional te


lo pido como amiga. No debes correr ese riesgo… y no estoy pensando ya en
quien te amenaza y te deja las notas.
- Entonces…
- Maca, te lo he dicho ya muchas veces, creo que hay alguien detrás de frenar este
proyecto, y que ese alguien es capaz de cualquier cosa –dijo con brusquedad.
- Vamos a ver, no seas tú ahora más paranoica que yo. Una cosa es que me
pongan trabas, que usen influencias para dejarme sin financiación y otra muy
diferente que insinúes que … - fue incapaz de pronunciarlo en voz alta.
- No quería contártelo, pero después de lo que me has pedido voy a hacerlo –
comenzó manteniendo tal tono de seriedad y preocupación que la pediatra se
asustó de verdad – no sé que me ocultas, pero sé que hay algo que no me has
contado – dijo deteniéndose en cada palabra observando como Maca bajaba de
nuevo la vista, “mala señal”, pensó Isabel – no sé si ese algo es el que impide
que consiga detener a tu acosador, o si ese algo es el que provoca que este
proyecto tenga tantos enemigos, pero de lo que sí estoy segura es de que ese
algo, antes o después te va a suponer un problema y muy serio, y quizás cuando
te decidas a contármelo ya sea demasiado tarde y no pueda ayudarte.

Maca mantuvo la vista baja, calibraba el significado real de cada una de aquellas
palabras. Isabel siempre había sido muy sincera con ella, se estaba jugando hasta su
puesto y, de pronto, dudaba de ella, ¿qué es lo que había cambiado para que, así, fuera?
- ¿Por qué no me lo cuentas, Maca? – pidió con autoridad y paternalismo a la vez,
la pediatra reconoció ese tono, Isabel la estaba interrogando, como en los
primeros días de su accidente.
- No te oculto nada – respondió con desgana. “Miente”, pensó Isabel, “no lo
hagas, Maca, no me mientas”, pidió mentalmente – al menos nada que sea
importante para mi caso como tú lo llamas.
- O sea que, ¿es cierto! me ocultas algo – insistió, Maca no respondía e Isabel
optó por cambiar de táctica – No te enfades, ni pongas esa cara. Sabes que con el
tiempo no eres para mí un caso sin más, no estaría aquí en tu proyecto si no
fuera así – continuó viendo que la pediatra reaccionaba favorablemente a
aquellas palabras y que dulcificaba su rostro – te lo voy a pedir por última vez,
confía en mi y no me mientas, ¿qué es lo que no me cuentas?

Maca la miró, se sentía acorralada, quizás debería sincerarse con ella, en el fondo lo
necesitaba tanto… pero no lo había hecho con nadie, ni con Claudia, ni con Teresa, ni
siquiera con Vero, con lo que ello implicaba.

- Lo sé, se que no me tratas como si solo fuera un caso, perdóname – le pidió por
segunda vez en la mañana, hizo una pausa y siguió – Isabel, es cierto que no te
he contado cosas, ni a ti, ni a nadie… pero… te aseguro que no tienen nada que
ver con todo esto. Te lo juro – le dio su palabra con tal ímpetu y tal brillo en los
ojos que Isabel no pudo evitar pensar “ahora dice la verdad” – te juro que no hay
nada en mi vida que puedan usar contra mí. Nada que no sepas.
- De acuerdo – aceptó – tranquilízate – añadió viendo su angustia.

Maca suspiró y miró su reloj, se le estaba haciendo muy tarde.

- Isabel, tengo prisa, ¿quieres algo más? Es que llego tarde para los ingresos.
- Maca, hay un problema con la dotación.
- ¿Qué problema? – preguntó extrañada, “¡lo que le faltaba!”, reconocía que al
entrar no había visto los diez hombres que deberán estar pero pensó que estarían
en sus cometidos.
- Cuando has llegado estaba hablando con mi padre – confesó mirándola
preocupada, Maca frunció el ceño, si el padre de Isabel estaba por medio el
problema sería peor de lo que podía imaginar – me ha dicho que ha presentado
una queja oficial, argumentando que tiene un déficit de efectivos y que le resulta
imposible enviar aquí diez agentes experimentados. Solicita que nos manden
solo cinco y que los demás se completen con agentes de la academia en
prácticas.
- Pero… entonces… ¿me estás diciendo que vais a trabajar aquí sin ningún tipo de
protección?
- No, estoy yo, y seguirán estando las dos patrullas que me concedieron desde el
inicio, hasta que resuelvan a su favor o al tuyo.
- A mi no me han comunicado nada.
- Ya lo harán.
- ¡Qué hi…! – iba a decir qué hijo de puta pero se contuvo a tiempo, a fin de
cuentas era su padre - ¿… imagen vamos a dar ahora! la prensa va a estar detrás,
al menos ahora y durante un tiempo. No podemos cometer errores ni que
aparezca como un proyecto que pone en peligro a sus integrantes o que es
imposible de ejecutar. Y sabes que hay grupos y clanes que no nos quieren aquí,
la presencia policial es clave para disuadir cualquier intento…
- Lo sé Maca, lo sé.
- Además, el proyecto está aprobado, incluso contempla una ampliación de la
dotación, no puede hacer esto… no puede…
- Ya lo sé, a mí no tienes que convencerme.
- Bueno… - dijo pensativa calibrando con rapidez cuales eran sus opciones –
déjame que haga unas llamadas que quizás consiga frenar esta locura.
- Maca, tómate todo esto con calma y no te hagas notar mucho – pidió temerosa
de su respuesta, estaba segura de que las palabras de Josema, sin ser claras,
pretendían prevenirla contra algo gordo y temía que Maca acabara pagando por
ello - ¿te puedo pedir un favor! no has nada, no llames a nadie y déjame a mi
que me encargue de la dotación policial, ¿de acuerdo?
- De acuerdo – consintió percibiendo que Isabel le confería más gravedad al
asunto y temiendo que le ocultase algo – pero quiero estar informada en todo
momento y… si ves que hay algún peligro, o que hace falta que paremos un
tiempo… no quiero que mi equipo corra riesgos.
- Por eso no te preocupes. Yo me encargo de todo. No voy a dejar que pase nada.
- Gracias.
- Otra cosa… he estado pensando en este rato y… no te voy a hacer caso… vas a
seguir teniendo protección.
- Isabel…
- Laura sigue en tu casa, ¿verdad? – preguntó ignorando su tono de protesta – te
dije que se marchara.
- No es tan fácil.
- Pero sí que lo es ponerla en peligro ¿no! dejarla vivir contigo sabiendo como
están las cosas, por que… no le has contado nada, ¿me equivoco? – le recriminó
– y… ¿qué me vas a decir luego? ¿Que no creías que fuera para tanto! ¿que no
esperabas que le pasara nada!… o ¿qué te vas a decir a ti misma! ¿qué no tienes
la culpa?
- ¡Joder! ¿siempre tienes que salirte con la tuya? – protestó cayendo en la cuenta
que la ausencia de vigilancia en su casa no solo la afectaría a ella si no también a
Laura y a quienes trabajaban en su casa.
- En estos temas, sí – zanjó su protesta con autoridad – intentaré que Evelyn te
acompañe a Zurich.
- Gracias – musitó en el fondo aliviada.
- Anda, vete ya y déjame trabajar – sonrió, Maca le devolvió la sonrisa y se
dirigió a la puerta – por cierto, ¿me permites un consejo? – preguntó y ante el
asentimiento de Maca añadió - duerme más y piensa menos.

La pediatra volvió a sonreír, desde el principio le había caído bien Isabel, recordó los
celos de Esther al respecto, y en su cara se reflejó una expresión de nostalgia que Isabel
no consiguió interpretar, “¡qué tiempos aquellos”, pensó Maca, sonriendo esta vez para
sus adentros.

Salió del despacho más preocupada de lo que había entrado. Miró a ambos lados
esperando ver a alguien pero nadie se encontraba en la enorme explanada, tan solo
distinguió a lo lejos dos de los agentes de Isabel. Volvió a mirar el reloj, iría al baño
antes de regresar a la Clínica. Al entrar vio a Esther, se encontraba apoyada con una
mano en el lavabo y con la otra se refrescaba el cuello, la frente y la cara. Le dio la
sensación de que estaba mareada. La enfermera parecía no darse cuenta de su presencia.

- ¿Estás bien? – le preguntó notando que le ocurría algo.


- Si – dijo sonriendo – no te he escuchado entrar… uf… los callos de Teresa que
me sentaron como un tiro – confesó volviendo a echarse agua.
- ¿Seguro que es eso? – insistió recordando las palabras de la recepcionista.
- Si, seguro – repitió cerrando el grifo e incorporándose sorprendida por tanto
interés – a ver, ¿qué te ha dicho Teresa! porque solo ha podido ser ella, ¿verdad?

Maca se sonrojó al verse descubierta, ¡vaya día llevaba! No paraba de meter la pata.

- No me ha dicho nada – la encubrió.


- Ya… - volvió a sonreír burlonamente – no me pasa nada, no estoy enferma, ni
he vuelto por nada relativo a mi salud. Bueno… salvo el cansancio de cinco años
de trabajar sin vacaciones ¿os queda claro?
- Muy claro… perdona – se disculpó pasando a su lado en dirección al aseo – no
volveré a molestarte con el tema.
- No…, si… me gusta que te preocupes por mí – confesó lanzándole una enorme
sonrisa y saliendo con rapidez sin esperar su respuesta. Sintió de nuevo la
excitación de la noche anterior cuando la besó.

Maca se quedó allí parada en medio del baño durante un instante, pensando en la frase
de Esther y en las palabras de Teresa “no juegues con ella”, pero… ¿quién estaba
jugando! giró la silla con una media sonrisa y entró en el aseo.

En el exterior, Fernando y Mónica atendían a un chico que había llegado con una fea
herida en la palma de la mano y que no consentía entrar en el pabellón donde estaba la
sala de curas. De hecho Sacha había tenido que llevarlo casi a rastras. Sonia y Esther
estaban preparadas para ir a hacer una pequeña ronda antes de la hora de comer. El
joven charlaba con ellas y a ambas le dio la impresión de que se decepcionaba de no ver
a Laura, por la que había preguntado intentando parecer educado.

- Me marcho – dijo Maca llegando hasta el grupo al que se habían unido Fernando
y Mónica tras despedir al joven – Mónica llámame si hay algún problema. Creo
que llegaré para los ingresos del viernes, pero si no es así, deberías estar tú allí.
- Tranquila que nosotros nos encargamos de todo. Vete ya que a los que no vas a
llegar es a los de hoy – bromeó.
- Uf, tienes razón – dijo mirando de nuevo la hora – hasta el viernes – se despidió
de todos. Avanzó hacia su coche y a medio camino se detuvo, giró la silla y gritó
– Esther, ¿puedes venir un momento?

La enfermera acudió sorprendida y satisfecha del gesto de contrariedad de Sonia.

- Dime, Maca – dijo cuando llegó a su altura - ¿necesitas que te ayude?


- No. Solo quiero decirte algo antes de irme – respondió mirándola fijamente y
con un tono que Esther se preparó para escuchar una bordería – quiero que te
quede claro que, mi interés por ti es solo profesional. No quiero empleados
enfermos que no sean capaces de hacer su trabajo. Cuando sales ahí fuera debes
estar alerta y preparada para cualquier cosa, ¿entendido? – preguntó – te lo digo,
porque… no quiero que haya confusiones entre tú y yo.
- Tranquila que me queda muy claro – respondió con voz queda, en la que Maca
creyó reconocer un deje de tristeza – no te preocupes que estoy bien.
- Pero… si no lo estás… vete a casa… no… no quisiera que te pasase nada – dijo
clavando sus ojos en ella preocupada y girando su silla la dejó allí desconcertada
pensando “¿una de cal y otra de arena?”. Cuando le dio la espalda Maca cambió
su rostro serio por una sonrisa picarona, ya dentro del coche escuchó a Esther
gritarle:
- No olvides que te quedan menos de quince días – Maca soltó una carcajada, ¡qué
poco había cambiado Esther! y ¡cómo seguía divirtiéndose provocándola!

La pediatra arrancó y salió de allí saludando con una mano, no pudo evitar ir todo el
camino pensando en una frase que le dijo María José en una de aquellas tardes en las
que las dos se sentaban en el porche de la chabola, con un café en vaso de plástico.
Escuchó su voz diciéndole “Niña, solo cuando dejes de esperar aquello que anhelas,
serás capaz de sentir el verdadero valor de su llegada”. ¡Qué razón tenía! sintió que las
lágrimas acudían a sus ojos, deseaba sacar un rato para poder hablar con ella como
hacían antes, lo necesitaba tanto...

En la Clínica todo estaba preparado para los ingresos. Entre Cruz y Gimeno habían
establecido el orden de prioridades y analizado todos los casos que requerían una
intervención inmediata. Laura se había estrenado en su cargo de coordinadora y había
contactado con los hospitales de campaña que debían de mandar los próximos ingresos
para establecer un orden en las admisiones, en función de las urgencias y organizar los
viajes. Maca subió a rampa de acceso con mucha más dificultad que otros días, estaba
cansada y le seguía doliendo el hombro, Alberto se dio cuenta de ella y bajó solícito a
ayudarla.

- Déjeme que la ayude, doctora – pidió con educación colocándose tras ella y
empujando la silla sin esfuerzo.
- No es necesario… - empezó a protestar.
- No es molestia – le dijo con una sonrisa – parece cansada – comentó ante la
extrañeza de Maca, no le caía mal aquel chico pero había algo en él que no
terminaba de gustarle y se sentía incómoda cada vez que se aproximaba
demasiado – bueno, pues ya estamos arriba, que tenga un buen día.
- Gracias Alberto, igualmente – respondió.

Entró en recepción con la satisfacción de comprobar que todo funcionaba según las
previsiones, ahora solo faltaba que su viaje a Zurich concluyese con éxito, de lo cual
estaba casi segura, después de las gestiones que hizo de madrugada, era una suerte que
ese tipo de bancos funcionasen las veinticuatro horas del día durante todos los días del
año. Al verla, Teresa se acercó a ella con un sobre.

- Ha dejado esto un mensajero para ti – le dijo tendiéndoselo – y tu madre no para


de llamarme, haz el favor de hablar ya con ella que me va a volver loca.
- Ay Teresa, se me olvidó llamarla anoche. – exclamó cogiendo el sobre y
mirándolo con extrañeza. Distraída preguntó - Pero… ¿no te ha dicho que
quiere?
- No. Solo dice que es muy urgente.
- ¿Qué le has contado ya?
- Nada. Te lo juro.
- Teresa…
- De verdad Maca que no le he contado nada.
- ¿Quién dices que ha traído esto? – cambió de tema más interesada en aquél
sobre que en la riña que le esperaba de su madre.
- Un mensajero – repitió - ¿qué es! ¿pasa algo? – preguntó a su vez viendo la cara
de Maca.
- No, nada – dijo distraída marchándose – voy a ver a Cruz, si quieres algo estaré
en su despacho.
- Muy bien.

En el ascensor rasgó aquel sobre y leyó con atención, ¿qué significaba aquello? Al
llegar a la planta marcada se lo pensó mejor y volvió a pulsar, vería primero a Claudia.

La neuróloga se encontraba enfrascada en uno de los expedientes y dio un brinco


cuando Maca irrumpió en el despacho sin llamar.

- ¿Tú sabías algo de esto? – preguntó la pediatra llegando hasta la mesa y


blandiendo el papel que llevaba encima de las piernas.
- ¿De qué? – preguntó a su vez tendiendo la mano y cogiendo el papel para leerlo,
tras hacerlo dijo - ¡ah! Si.
- Si qué
- Vamos a ver Maca, primero, no te alteres – aconsejó con calma – Vero lleva
intentando hablar contigo dos días y no dejas de darle largas.
- Yo no le doy largas – mintió ligeramente avergonzada.
- Bueno, lo que sea – respondió incrédula – el caso es que ella cree que debes
seguir en tratamiento y tú no quieres continuar yendo a su consulta.
- ¿Y! eso es solo decisión mía, ¿no crees?
- No, no lo creo – la contradijo – es más, creo que deberías hacerle caso a tú
psiquiatra, y llamar a este colega suyo – aconsejó devolviéndole el papel en el
que Verónica le recomendaba acudir a otro especialista y los motivos por lo que
creía que sería el más adecuado.
- No pienso hacerlo. No voy a contarle nada a nadie.
- Maca…
- No insistas, por favor.
- Maca, yo creo que ya es hora de que te tomes en serio lo que te pasa y que
pongas algo de tu parte.
- Sí, en eso tienes razón – respondió con sorna harta de que le dijeran por tercera
vez en el día que no se tomaba las cosas en serio- se ve que siempre ando
metiendo la pata y que creéis que me dedico a jugar sin tomarme nada en serio.
- ¿A qué te refieres? que ya me he perdido.
- A nada – dijo molesta.
- No te enfades.
- No lo hago, pero no entiendo esto – volvió a señalar el papel pensativa –
Claudia, estos días que voy a estar fuera, ¿puedes hacerme un favor?
- Claro, dime, ¿de qué se trata?
- ¿Puedes hablar con Vero y averiguar quién le dijo lo de las notas?
- Maca, deja de darle vueltas a eso y… habla con Vero. Pregúntale a ella lo que
quieras saber y… hazle caso, no dejes la terapia, por favor. Ese compañero suyo
es bueno, me he estado informando.
- No quiero ver a nadie, Claudia – respondió con desgana casi suplicante – mira…
si decido seguir en tratamiento, solo lo haré con Vero, pero por ahora no puedo.
- Pero… ¿por qué no? – insistió – dame un motivo que tenga sentido.
- Porque no puedo, no hay más motivos.
- De verdad que no hay quien os entienda, ni a ti, ni a ella.

Maca sonrió esquiva, no tenía ninguna intención de entrar en ese tema.

- Bueno, ¿qué tal vas con esos expedientes?


- Tú cámbiame de tema – recalcó las palabras y puso cara de decirle “no tienes
remedio” – voy bien, estoy segura de que podremos sacar a la niña a delante,
está grave y hasta que no la vea no podré asegurarlo pero no parece que esté tan
mal como pensábamos, aunque necesito que me….

El móvil de Maca comenzó a sonar y la pediatra lo sacó del bolso,

- ¡Mi madre! ¿qué querrá ahora? – dijo descolgando – dime, mamá.


- ¡Hija! ¡Por fin!
- ¿Qué pasa mamá? Estoy muy liada.
- Lo sé... pero… Macarena, tengo que hablar contigo – dijo calibrando cómo
contarle las cosas a su hija para que no se alterase más de lo que ya la notaba,
pero lo hizo con tal tono de seriedad que rápidamente Maca pensó en Teresa y
su bocaza, seguro que ya había ido con el cuento a su madre, o quizás Aurelio
había hablado con su padre, suspiró y se dispuso a escuchar una bronca – tengo
que decirte una cosa de parte de tu padre pero antes…
- ¿Qué quiere mi padre?
- Ahora te lo digo, antes debes saber que …
- Mama ¡por favor! ¿qué pasa con papá? – preguntó preocupada mirando a
Claudia que le hizo un ademán interrogador y le preguntó por señas si prefería
que saliera del despacho. Maca negó con rotundidad con la cabeza.
- Nada, no te preocupes – comenzó notando el apremio de su hija – verás tu padre
estuvo hablando con Aurelio – “lo sabía” pensó Maca, que cada vez estaba más
impaciente – y ¡no sabes como se ha puesto! Creí que le iba a repetir el infarto.
- Pero mamá – protestó – aún está convaleciente, ¿para que lo dejas! sabes que no
puede alterarse.
- Macarena, hija, ya sabes como es – respondió Rosario molesta con el reproche
de su hija, que por otra parte era igual que su padre – no hay quien pueda con él
cuando se le mete algo en la cabeza.
- Tú si – le dijo con cariño.
- Macarena, tu padre quiere darte el dinero que necesitas, ya se lo devolverás
cuando puedas.
- ¡De eso nada! – dijo con tal genio que Claudia preguntó en un susurro “¿qué
pasa?”, Maca volvió los ojos hacia arriba moviendo la cabeza de un lado a otro
indicándole que nada, ¡cosas de su madre!
- Pero… hija… no le vas a hacer ese feo a tu padre – protestó.
- He dicho que no – casi le gritó autoritaria y más suave añadió – se lo agradezco
de verdad, pero no. Entiéndeme, mamá – dijo esperando el apoyo de su madre
pero ésta permaneció en silencio – además ya lo tengo prácticamente resuelto,
mañana tengo una reunión en Zurich para ultimar unos detalles, pero es seguro
que me darán el dinero.
- ¿Mañana?
- Sí, mañana, salgo esta misma noche.
- Pero… estarás aquí el fin de semana, ¿verdad?
- Claro que sí, vuelvo el viernes.
- Macarena… hay otra cosa… - se detuvo, no sabía como decirle aquello a su hija,
quizás sería mejor ocultárselo hasta que llegase a Sevilla, y que no alterase sus
planes, pero por otro lado tenía derecho a saberlo y que ella decidiese.
- Mamá – la interrumpió – tengo que dejarte, están a punto de llegar los primeros
ingresos – mintió ante la sonrisa de Claudia, y deseando cortar cuanto antes – a
dios mamá.
- Pero hija… - empezó a protestar, no le dio tiempo a escuchar nada más, Maca
había cortado la comunicación.

Claudia la miró esperando que le explicase lo que le ocurría, la pediatra tenía un gesto
de hastío que hizo sonreír a su amiga.

- Eres un caso, Maca. Deberías tener más paciencia con ella, es tu madre y … - se
interrumpió al escuchar de nuevo el móvil de la pediatra.
- ¿Paciencia? – dijo levantándolo – ¡Y así todo el santo día! y ahora me echará la
bronca por haberla dejado con la palabra en la boca – dijo dejándolo sonar.
- Y tiene razón – rió - ¡vamos! ¡cógelo!
- Dime, mamá – descolgó y arrastró el dime para indicarle que su paciencia estaba
al límite.
- ¡Macarena! no vuelvas a colgarme así – le regañó airada, Maca la escuchó con
una sonrisa, arqueando los ojos para hacerle ver a Claudia que había acertado –
tengo que decirte algo muy importante.
- A ver… ¿qué es eso tan importante? – preguntó armándose de paciencia,
haciendo caso del consejo de la neuróloga.
- No te vayas a asustar pero… - hizo una pausa pensando en cómo decírselo pero
se decidió por ir al grano – esta madrugada han ingresado a Ana.
- ¿Cómo que la han ingresado? – preguntó alterada, cambiando completamente el
tono y el gesto. Claudia prestó atención notando la preocupación de su amiga –
pero… ¿cómo no me has dicho nada antes! ¿por qué no me habéis llamado! ¿qué
ha pasado! ¿cómo está? – preguntó atropelladamente.
- Tranquila, tranquila, hija – le pidió – todo está bien.
- Mamá, ¿no me mientes? – preguntó de nuevo – Ana... ¿no estará…?
- No, hija, ya te he dicho que estés tranquila. Estará unos días en el hospital
pero…
- Voy a cambiar el vuelo – dijo pensativa - puedo estar ahí mañana por la noche o
el jueves de madrugada, volviendo directamente desde Zurich.
- En serio que no hace falta. ¿No decías que tenías mucho trabajo? Tú haz lo que
tengas que hacer y no te vayas a dar ese palizón. Aquí no puedes hacer nada –
insistió preocupada por ella. A veces a su hija se le olvidaba que no debía estar
todo el día de aquí para allá - Te vuelves el viernes como tenías pensado,
descansas en tu casa, que ya me ha estado contando Teresa que ni duermes ni
paras de trabajar, y el sábado te vienes aquí – le organizó todos los días con
autoridad – Te dejo que tu padre me está llamando.
- Pero mamá…. – protestó, tocándole ahora a ella quedarse con la palabra en la
boca y el ceño fruncido. “Teresa, Teresa, ¿Cuándo iba a aprender a tener la
boquita cerrada?”.
- ¿Qué pasa, Maca? – preguntó aunque por lo que había escuchado se hacía una
idea de la respuesta. Maca la miró pero guardó silencio pensativa – no irás a
quedarte ahí parada, vete a Sevilla.
- No puedo. Tengo que ir a Zurich – respondió bajando la vista – además… mi
madre dice que …
- Coño, Maca, ¡qué es tu mujer! – saltó con genio – deja ya de pensar en el
trabajo.
- Ya se que es mi mujer – dijo con voz queda manifestando que la noticia le había
afectado más de lo que pudiera parecer, Claudia se percató y suavizó el tono.
- Bueno, tranquila, verás como no es nada.
- Claro si … - Claudia notó que se le quebraba la voz y movía nerviosa el móvil
entre los dedos, la pediatra seguía con la vista baja, puesta en sus manos, notó
que respiraba hondo y rehecha levantó la cabeza – luego hablamos, tengo que
hacer una llamada.
- De acuerdo.

Maca se dirigió a la puerta, Claudia se levantó para abrírsela y facilitarle la salida.

- Claudia ¿puedo pedirte un favor?


- Claro, lo que quieras.
- No se lo cuentes a nadie.
- Tranquila, no lo haré – prometió sin entender muy bien por qué Maca se
empeñaba en mantener siempre ese mutismo en todo lo que se refería a su
mujer.

En el campamento, Sonia y Esther caminaban en silencio. A ninguna le apetecía


entablar una charla intrascendente, y aunque a Esther se le ocurrían a cada paso algunas
preguntas sobre el trabajo y las gentes, no creía que si las hacía fuesen bien recibidas
por la socióloga, que desde que salieran por indicación de Fernando para hacer el censo
juntas, mantenía un tono seco y distante con ella. Habían entrado ya en unas diez
chabolas y recogido los datos de sus ocupantes. Esther seguía admirando la
profesionalidad y habilidad de Sonia para moverse allí, pero nunca se lo reconocería, ya
no. Echaba de menos a Laura y deseaba que llegase la hora de comer para que la joven
volviese de la Clínica. Al salir de la última chabola Sonia se tropezó y estuvo a punto de
caer al suelo, pero la agilidad de Esther, que la sujetó con presteza por un brazo, le evitó
la caída.

- ¡Qué poquito ha faltado! – exclamó haciendo un gesto de dolor y alivio al


mismo tiempo.
- ¿Te has hecho daño? – preguntó Esther con interés.
- No, gracias – respondió sonriendo por primera vez desde que salieran – si es que
soy una patosa - bromeó.

Esther recibió con agrado ese cambio de actitud, le resultaba muy incómodo trabajar
con ella sintiendo que siempre estaba a punto de decirle algo, en realidad, las dos
querían preguntarse mutuamente una serie de cosas, pero ninguna daba el paso.
- Esther – aprovechó la socióloga que el ambiente se había distendido entre ambas
- ¿qué quería Maca cuando te ha llamado? – preguntó con descaro.

La enfermera detuvo sus pasos y la miró, barajando la posibilidad de decirle que a ella
no le importaba, pero se lo pensó mejor, quizás si era amable con Sonia conseguiría
enterarse de algunas cosas, sobre todo del tipo de relación que mantenía con Maca.

- Quería decirme que me marchara a casa si no me encontraba bien.


- Y, eso, ¿por qué! ¿te ocurre algo? – preguntó cayendo en la cuenta que la
enfermera tenía mala cara desde que llegó aquella mañana. A Esther le pareció
realmente preocupada y agradeció su gesto.
- No, - sonrió – estoy bien.
- Entonces…
- Coincidimos antes en el baño y… - comenzó a explicarse – debió sentarme mal
la cena.
- Maca tiene razón, deberías irte a casa. Este no es el mejor sitio para estar así…
¡a cualquiera se le levantaría el estómago! aún estando bien.
- ¿Esto? – dijo con cierto aire despectivo señalando a los montones de basura que
se acumulaban por doquier – no te preocupes, que no es tan fácil que todo esto
afecte a mi estómago – continuó haciendo una clara alusión al lugar en el que
había pasado los últimos años.

Sonia asintió comprensiva y le apretó ligeramente el brazo. A pesar de que a veces le


exasperaba el tono que empleaba contra Maca le gustaba aquella nueva enfermera y
estaba deseando saber cosas de su vida. No estaría mal trabajar junto a ella, era
eficiente, era intuitiva, era rápida y tenía carácter, lo cierto es que Maca había sabido
hacer un buen fichaje para el equipo, tenía que decírselo cuan la viese.

- Mira – dijo Sonia – aquí viene Leonor, tiene ocho hijos y está esperando el
noveno.
- ¡Por dios! – no pudo evitar la exclamación – pero… ¿cómo se apañan?
- Mal – respondió – muy mal, reciben ayuda de algunos vecinos y claro, nuestra
también pero… - su móvil empezó a sonar y extrañada miró a Esther - ¡es Maca!
– la informó retirándose para tener algo de intimidad dejando a Esther con
Leonor.
- Buenos días, señora – dijo la enfermera tendiéndole la mano.

La mujer soltó una enorme carcajada, y le dio la mano.

- “Ande va tan fisna” – le dijo arrastrando la última palabra – soy la Leo, ¿ta por
aquí mi chiquillo? – le preguntó mirando de un lado a otro – anda que ses la
nueva – exclamó haciendo un ostentoso gesto de que ella que iba a saber.
- He visto muchos niños, señora, si me dice como es el suyo – empezó a
responder recordando que Sonia le había dicho que tenía ocho y extrañada de
que le hablase de uno como si fuera el único.
- Mis chiquillos son tos panochos – rió de nuevo.
- ¿Panochos? – preguntó sin entender “¡que buen humor tiene esta mujer!”, pensó.

Sonia se acercó y Esther suspiró aliviada de que lo hiciera, era la primera vez que se
alegraba de verdad de tenerla al lado. Le pareció que estaba seria y pensativa y no pudo
evitar sentir algo de preocupación, esperaba que Maca no tuviese que ver en ese cambio
de humor. La socióloga se despidió de Leonor y quedó con ella en que al día siguiente
se pasaría por el campamento para que Fernando le hiciera una revisión.

- ¿Qué es panocho? – preguntó Esther una vez solas.


- Pelirrojo – le dijo riendo – voy a tener que darte unas clases de vocabulario,
hasta ahora no te has encontrado con nadie realmente “castizo” – bromeó.
- ¿Hay algún problema? – volvió a preguntar con interés – has vuelto muy seria –
dijo afable.
- No, es solo… - Sonia la miró no creía que debiera decir nada de Maca ni de su
vida – nada… Maca necesitaba un favor.
- Perdona, no quería…
- No pasa nada, ¿seguimos?
- Si, claro.

Esther se quedó con las ganas de saber más pero se había propuesto cambiar su actitud
con Sonia, le había quedado muy claro que podía sacar más información de ella por el
camino de la amabilidad que provocando su recelo. ¿Qué favor necesitaría Maca! sintió
de nuevo celos de ella, celos de ver que Maca tenía, como ya había sospechado, una
relación especial con aquella chica y deseó estar en su lugar, deseó que Maca contase
con ella para cualquier problema.

* * *

Continuaron con el trabajo en silencio. Esther no se atrevía a preguntarle de nuevo a


Sonia y ésta se mostraba seria y distraída, de hecho la enfermera había tenido que
corregir en varias ocasiones los datos que apuntaba la joven, que se disculpaba, tras
cada error, avergonzada. Censaron los ocupantes de diez chabolas más y terminaron con
esa manzana, fue el momento en que la enfermera se decidió.

- ¿Prefieres que lo dejemos por esta mañana?– preguntó comprensiva con su falta
de concentración – Podemos seguir después de comer – propuso – se que es
temprano aún, pero si vamos dando un paseo lento…
- No – respondió mirándola con lo que intentaba ser una sonrisa, sin poder evitar
ese aire de seriedad que la había invadido desde que Maca hablase con ella.
- Sonia – empezó decidida – se que no tengo experiencia en esto y que acabo de
llegar y a lo mejor te parezco una … una engreída, pero … creo que puedo
encargarme de esto y seguir yo sola… te lo digo porque si necesitas irte o si…
- No, no – la interrumpió con rapidez – perdona, se que estoy un poco distraída,
pero te prometo que me voy a centrar, que no me voy a equivocar más –
continúo, con humildad, creyendo que la enfermera le estaba reprochando, con
delicadeza, que sus errores retrasaban el ritmo.
- ¡No quería decir eso! – protestó haciéndose la ofendida – es solo que te veo
preocupada y…, si ocurre algo…, si a Maca le ocurre algo…, deberías… - se
interrumpió temiendo una reacción negativa por permitirse el consejo - deberías
irte…, deberías hacerle ese favor que te ha pedido – terminó en un intento de
provocar una confesión de la socióloga y enterarse de lo que había pasado.
- No te preocupes por nada… ni por… - dijo frunciendo ligeramente el ceño, iba a
decirle ni por Maca, le molestaba ese interés por la pediatra, pero se contuvo e
hizo un intento de sonrisa que pretendía mostrar agradecimiento, sin embargo, a
la enfermera no se le escapó que se había puesto tensa cuando mencionó a Maca.
- Como quieras – la interrumpió - ¿a dónde vamos ahora?
- Pues … - miró a su alrededor pensativa – en realidad, lo lógico es seguir por ahí
– dijo indicando una calle de chabolas - pero… no se si es prudente que sigamos
solas.
- ¿Y eso?
- ¿Recuerdas cuando ayer Fernando pasó por la casa que os impresionó?
- Si.
- Está al final de esa calle y… nunca seremos bien recibidas allí, ni en ella, ni en
aquellas dos que se quedan a la derecha.
- ¿Por qué?
- Bueno… digamos que sus fuentes de ingresos son de todo menos legales.
- No creo que las de los que acabamos de visitar lo sean – dijo con sinceridad.
- Sabes a lo que me refiero – respondió - allí es donde se mueven todos los
negocios de droga y dios sabe qué más. Desde el principio, han estado en contra
de que estemos aquí…
- Entonces, ¿qué! ¿vamos! o nos esperamos a ir cuando nos acompañen los
agentes.
- Bueno… podemos empezar por estas primeras y…, después de comer, ya vemos
qué le parece a Fernando. Además en aquella de allí vive Socorro.
- ¿Quién es?
- La abuela de María, ¿no querías conocerla?
- Si, tengo curiosidad – confesó con interés.
- Es una niña muy tímida. Aunque esté, no se si querrá salir, suele esconderse.
- Y… Maca… ¿cómo ha conseguido…?
- A Maca se le dan muy bien los niños – dijo con cierto aire melancólico que
sorprendió a Esther – además, la conquistó paseándola en su silla – rió
recordando algunas escenas.
- Le costaría trabajo – comentó viendo el piso irregular y pensando en el peso
extra.
- En la que le has visto no, en la silla especial para el campo – respondió
descubriéndole por primera vez un detalle de la vida de Maca.
- ¿especial?
- Si, Maca tiene una silla de motor y cuando venía aquí es la que solía traerse, le
acoplaba un electrolomo para poder moverse por este terreno.
- No sé que es – sonrió confesando su ignorancia del tema y pensando en todo lo
que desconocía de la vida de Maca – estos años allí me tienen un poco…
anticuada.
- Verás… es una especie de tercera rueda con manillar plegable de quita y pon –
intentó explicarle – se acopla a la silla.
- Parece que Maca pasaba mucho tiempo aquí – dijo pensativa intentando
imaginarla.
- Si, mucho – respondió recordando, “mucho te interesa a ti Maca”, pensó de
nuevo y decidió picarla, consciente de que acababa de darle a la enfermera una
información que quizás debería haberse callado, sabía que a Maca le molestaba
que hablasen de ella – ¡si vieras la cara de ilusión que puso el primer día que
pudimos dar un paseo por el campo!
Sonia provocó lo que deseaba y Esther cambió de cara, sintió de nuevo unos celos que
cada vez eran más intensos, no tenía ningún derecho a sentirse así, pero no podía
evitarlo. Desde que se reconociera así misma que seguía enamorada de Maca, que no
había logrado olvidarla, se había removido algo en su interior con tal intensidad que a
veces le costaba hasta respirar cuando estaba a su lado, una intensidad que no recordaba
haber sentido ni siquiera en los primeros momentos de su relación con ella.

- ¿Seguimos o no? - preguntó enfadada.


- ¿Te ocurre algo? – preguntó a su vez la socióloga mostrándose sorprendida y
sonriendo para sus adentros triunfante, definitivamente, esa enfermera pretendía
algo de Maca y eso, no solo le molestaba, si no que le preocupaba, se propuso
mantener los ojos bien abiertos de ahí en adelante, hasta que descubriese qué era
lo que ocurría con ella.
- ¿A mi! no, ¿qué va a ocurrirme?
- Bueno… - dijo incrédula - vamos.

* * *

Esther caminaba con desgana dos pasos por detrás de Sonia, que parecía acelerar el
ritmo cada vez más. De pronto, la socióloga se paró en seco provocando que la
enfermera casi chocase con ella.

- Perdona.
- Esta es – dijo señalando la chabola – espera aquí, que voy a avisar a Socorro de
que entramos. No quiero que se asuste.
- De acuerdo.

Sonia se acercó a la puerta de la chabola, asomó la cabeza por la puerta y gritó el


nombre de la anciana. Esther se quedó allí fuera observando el exterior de la vivienda,
parecía similar a las demás chabolas, hecha a base de tablas, madera, alguna chapa y
Uralita, sin embargo notaba algo diferente en aquella disposición y no era capaz de ver
el qué. Le pareció escuchar unos pasos por el lateral y vio a una niña que se escabullía
calle abajo, ¿por dónde había salido! se asomó a la esquina y pudo comprobar que había
un pequeño hueco, sonrió pensando en lo que le habían contado de ella, estaba claro que
se iba a quedar sin conocer a la pequeña.

- Vamos, podemos pasar – dijo Sonia llamándola con la mano.

Esther entró tras ella. Le costó acostumbrarse a la oscuridad del interior, cuando lo hizo
pudo apreciar a una señora mayor, sentada en una cómoda butaca, junto a la mesa
camilla. Sorprendentemente, y a diferencia del resto de chabolas que llevaban visitadas
en aquella no se notaba un ambiente frío, y todo parecía estar ordenado hasta la
perfección. Un ligero olor a guisado le provocó una ligera sensación de hambre, parecía
que su estómago estaba empezando a recuperarse.
- Socorro – comenzó Sonia – esta es Esther, es enfermera y se pasará por aquí de
vez en cuando.
- Muy bien hija – respondió la señora – pasa y “sentate” un ratito – les dijo
indicándoles una sola silla, - ¡María! María! – gritó sin obtener respuesta - ¿a
onde sa’habrá metío esta niña? – preguntó.
- Socorro, estamos aquí porque tenemos que rellenar unos papeles para que
podamos ponerles unas vacunas a usted y a su nieta - explicó.
- ¿Qué disi que me pone? – preguntó como si no oyese bien.
- Una vacuna.
- Ay, no, niña, le dices a la tullía que yo le doy las gracias pero aquí vacunos no,
si casi no cogemos ¡como nus va a meter aquí una vaca! si es mester que me
traiga una poquita leche, pero vacas no – protestó sin percatarse de que Esther
bajaba la vista y sonreía, sorprendida al mismo tiempo de la templanza y
paciencia que Sonia demostraba en cada una de las visitas, tendría ella que
acostumbrarse y desarrollar esas habilidades – no, no, no vacas no, ¡María! –
volvió a gritar.
- Que no Socorro – empezó a explicar Sonia con dulzura – que no es una vaca, es
una inyección para que no se ponga usted malita en el invierno.
- Ah, no, no, no ¿una inyerción! ¿eso es pinchame?
- Si, eso es. No duele, ni hace daño – siguió intentando convencerla.
- Un se hija… no sé.
- Pero Socorro, mire vamos a hacer una cosa …

De repente, las alertas de Esther se despertaron, notó que algo se movía a su espalda, su
corazón se aceleró, y se giró asustada con tal rapidez que la intrusa se quedó allí
parada, sin esperar que aquella intrusa pudiese haberla escuchado y sin saber si correr a
esconderse. Sonia continuaba hablando con su abuela. María miró hacia ellas, barajando
la posibilidad de correr a refugiarse junto a su abuela, pero tenía que pasar al lado de
Esther, volvió la vista hacia la enfermera que sonrió al verla tan desconcertada.

- Hola – le dijo acercándose un poco – yo soy Esther y tú debes ser María


¿verdad?

La niña clavó sus ojos en ella pero no respondió, muy al contrario corrió hacia el
interior permaneciendo en el umbral de un estrecho pasillo, agazapada y temerosa.

- No tengas miedo – le dijo la enfermera – solo queremos hablar con tu abuela un


ratito.

María la miraba sin responder y en actitud de salir corriendo a la menor señal de


peligro.

- ¿Sabes! me ha dicho un pajarito que hoy te han dejado un regalo en casa de


María José – confesó Esther sonriendo y agachándose para quedar a la altura de
la pequeña, que a pesar de la edad que le habían dicho que tenía aparentaba un
par de años menos. Sonia, al escuchar aquello giró la cabeza y la miró con el
ceño fruncido, “¿qué hacía Esther?”, pero siguió con su charla, necesitaba
convencer a Socorro, al menos de vacunar a la niña. María abrió sus ojos de par
en par, manifestando cierto interés en lo que acababa de escuchar pero no se
movió de su escondrijo.
- ¿No quieres saber quien te ha traído el regalo? – insistió. María negó con la
cabeza.
- Pues es muy bonito y la persona que te lo ha traído te quiere mucho.

María la miraba fijamente pero la enfermera no conseguía que le dijese ni una palabra.
- ¿A qué tú no sabes quien te ha dejado el regalo? – preguntó Esther. María
asintió y por primera vez esbozó una sonrisa picarona.
- Yo creo que no lo sabes – la picó.
- ¡Maca! – fue la primera palabra que escuchó de ella. Esther le sonrió y le tendió
la mano, sin moverse del sitio en el que estaba arrodillada.
- ¿Sabes? Yo soy su amiga, desde hace muchos, muchos, años – le confesó
bajando la voz, como para que fuese un secreto entre ambas – pero no se lo
digas a nadie. ¿A qué adivino una cosa?

María se encogió de hombros.

- A que Maca te paseaba encima de sus rodillas en su silla – le dijo susurrando y


poniendo una mano cubriéndose la boca, en señal de confidencia, haciendo uso
de la información que momentos antes le había dado Sonia – me dijo que os lo
pasabais muy bien juntas.

La niña volvió a sonreír, sin decir palabra, se acercó a Esther muy despacio y le dio la
mano, tirando de la enfermera hacia el interior de la chabola. Esther se levanto y cogida
a su mano la siguió, ante la sorpresa de Sonia que no acababa de comprender como
había logrado aquél acercamiento. Definitivamente, aunque no sabía qué pretendía de
Maca, era un buen fichaje.

* * *

María condujo a Esther a un pequeño cuarto del interior de la chabola. La enfermera


distinguió dos pequeñas camas. La niña se agachó y sacó de debajo de una de ellas una
especie de bolsa de tela, de cuyo interior extrajo una cajita. Se sentó, con ella en el
regazo, en el borde de la cama. Esther hizo lo propio en la de enfrente y esperó con
paciencia a que la niña le enseñase el contenido. La pequeña acariciaba
sistemáticamente la cajita. Esther la observaba expectante, era una caja de madera
preciosa con un hada grabada en la tapa.

- ¿Qué tienes ahí? – le preguntó curiosa.


- Un tesoro – respondió con inocencia.
- ¿Me lo enseñas?
- Es de Maca.
- ¿Creía que era tuyo?
- No, yo solo lo guardo – explicó – soy la guardiana del tesoro.
- ¡La guardiana! – exclamó haciéndose la impresionada – eso es muy importante.
- Si. Es un secreto.
- Claro. Pero a mi puedes contármelo. Soy su amiga – dijo sintiéndose algo
culpable por engañarla de aquél modo.

Por fin, María se decidió y abrió la tapa, en su interior había un librito, la niña lo tomó
con sus manos y se lo tendió a la enfermera, que lo cogió sorprendida.

- ¿Me lo lees, por favor? – preguntó con tal cara de ilusión que no pudo negarse.
Ahora entendía Esther lo que Maca le había querido decir con que era una niña
educada y encantadora. Aquellos enormes ojos castaños, estaban puestos en ella,
con tanta esperanza, aguardando que iniciase la lectura, que se sintió invadida
por una ternura enorme – aún no se bien. Y Maca siempre lo hace.
- Claro – dijo con voz entrecortada abriendo la tapa dura del cuento, sintió un
nudo en la garganta imaginando a Maca leyéndole aquél cuento – “Había una
vez un país muy, muy lejano, donde vivía una niña llamada María. Era el país de
los sueños…” - comenzó Esther a leer, su mente ataba cabos con rapidez, aquél
cuento estaba hecho a medida para aquella niña, sabía que Maca debía haberlo
encargado, ex profeso, para ella y volvió a sentirse una afortunada por estar allí
junto a ella.
- ¡Esther! – se escuchó a lo lejos la voz de Sonia llamándola.
- Ya voy – respondió alzando la voz interrumpiendo la lectura – lo siento, tengo
que trabajar, pero te prometo que volveré pronto y seguiremos leyendo.
- Vale – dijo, con decepción, cogiendo de nuevo el cuento para guardarlo.
- Cuídalo bien que…
- … quien tiene un libro tiene un tesoro – dijo la pequeña repitiendo las palabras
que Maca le decía continuamente.
- Eso – mintió Esther con una sonrisa, “¿no era quien tiene un amigo?”, pensó
para sí, ¡esta Maca! Salió del cuarto y se dirigió a la salida.
- ¿Dónde te metes? – preguntó Sonia ligeramente molesta al verla entrar.
- Perdona, María… - no podía decir lo que había echo con ella era un secreto – me
enseñaba la chabola.
- Ya… ¿te importa apuntar! Socorro está dispuesta a darnos los datos y dejarnos
ponerles las vacunas.
- Claro, ahora mismo – dijo presta a sacar toda la documentación de la carpeta.
- Bueno, pues… esto ya está Socorro – le dijo Sonia cogiendo de manos de Esther
el papel que le tendía – ahora solo queda que lo firme usted.
- Ay, niña, ¿qué firme?
- Si, pero no se preocupe – dijo cayendo en la cuenta que lo más normal es que no
supiese escribir - que es suficiente con que deje su huella – explicó sacando del
bolsillo un pequeño tampón de tita.
- ¿Mi qué? – preguntó.
- Mójese el dedo aquí y apóyelo en este lugar – le indicó con amabilidad.
- Pero eso que es ¿Cómo si pongo mi nombre?
- Exactamente, eso es – sonrió.
- Ay, niña pero si yo se poner mi nombre – dijo casi ofendida y con dificultad se
levantó de la butaca y se dirigió arrastrando los pies a una cómoda que había tras
ella – aquí está - dijo tras rebuscar en uno de los cajones. Volvió a la mesa y se
sentó de nuevo – si os esperaseis, cuando llegue mi hija, ella podría…
- No hace falta Socorro, basta con que usted lo haga.
- Dame niña… esto – le pidió a Esther el bolígrafo y se dispuso a copiar el
nombre – ¿aquí tengo que ponerlo?
- Ahí está bien – dijo Sonia mirando a Esther con una sonrisa.
- Entones… - comenzó la enfermera – corrijo esto ¿no? – preguntó a Sonia al ver
que la socióloga había rellenado las casillas de dos miembros en la chabola y
que no sabían leer y escribir. La anciana acababa de decir que tenía una hija y
estaba claro que sabía leer y escribir. Sonia seguía bastante despistada.
- No – le respondió con discreción – ahora te explico.
A la salida de la chabola, tras despedirse de la señora, Esther estaba llena de preguntas.
Sonia, que en un primer momento se había sentido molesta por la ausencia de la
enfermera, terminó sonriendo ante su interés.

- Calma, calma que ahora te cuento, pero primero me tienes que contar tú – dijo
mientras se dirigían al campamento, se les había echado el tiempo encima y ya
era casi la hora de comer - ¿qué le has dicho a María para lograr ese milagro?
- ¿Yo! nada, se me dan bien los niños – respondió riendo, volviendo a recordar su
apodo en Jinja “enfermera milagro”.
- Claro… y este es el país de los sueños y tu eres un hada – rió irónicamente
poniéndole la trampa para saber si lo había visto.
- ¿A ti también te lo ha enseñado? – preguntó picando.
- No. Me lo contó Maca – respondió triunfante – de hecho, la ayude a escribir el
texto del cuento.
- ¿A escribirlo?
- Si, ya ves. No eres la única que guarda secretos.
- ¿Secretos yo?
- ¿Tú! ¡no! qué va! ¡si eres un libro abierto! – bromeó pasándole el brazo por
encima de los hombros con camaradería y notando como Esther se envaraba –
perdona, no quería tomarme la confianza – añadió retirando el brazo.
- No, no, tranquila, no me importa – se apresuró a disculparse – es que no me lo
esperaba.
- Anda, ¡vamos! aligera que tengo un hambre que me muero – dijo apretando el
paso, obligando a Esther a dar una pequeña carrera para ponerse a su altura y
continuar juntas el camino.

* * *

En la Clínica Maca se había encerrado en su despacho, tras comprobar que, de los


ingresos que se acababan de producir, solo una niña necesitaba operación urgente, la
pediatra se había excusado ante la prensa y había subido para dejar todo organizado de
forma que sus compañeros no tuvieran que cubrir su ausencia cargándose con parte de
su trabajo.

Una vez sola, cogió el teléfono y marcó el número de sus padres, estaba inquieta por
Ana, sabía que su madre tenía razón, pero no podía evitar sentir algo de culpabilidad por
no acudir a su lado. Rosario había vuelto a tranquilizarla, pero había algo en su tono que
no convencía a Maca. Se sentía agotada, tanto, que barajó, seriamente, hacer caso a
Claudia y llamar a Vero para que le recetase algo y poder dormir aunque fuera una
noche.

Pero lo primero era lo primero, se puso sus gafas y se dispuso para trabajar. Terminó de
ultimar los documentos que debía de firmar Mónica y se comenzó a preparar la reunión
de Zurich, necesitaba que no se le quedase ninguna documentación atrás. Sacó el listado
que había apuntado la madrugada anterior, llamó a la asesoría para que le preparasen
todo lo necesario y empezó a hacer la memoria que le habían pedido. Enfrascada en el
trabajo, no reparó en la hora que era. Claudia llamó a la puerta y abrió sin esperar
respuesta.

- ¿Qué! ¿nos vamos a comer? – preguntó con una sonrisa.


- ¿Ya? – dijo mirando el reloj sorprendida.
- Maca, si son las dos y media.
- Uf… pues… no puedo … - suspiró cansada y dubitativa.
- Venga mujer, algo rapidito, aquí mismo, en la cafetería.
- Imposible. No me da tiempo a terminar esto antes de coger el avión.
- Maca…
- De verdad que no puedo, ¡qué más quisiera yo! – dijo sincera – pero estoy
tardando más de lo que creía.
- Claro que estás tardando más – le regañó – tienes la cabeza en otra cosa, ¿por
qué no te vas a Sevilla! seguro que ese viaje puede esperar.
- Que no puedo, Claudia.
- Vaaaale, ¿quieres que te ayude?
- ¿Lo harías? – preguntó esperanzada - ¿en serio tienes ganas?

Claudia negó con la cabeza con una medio sonrisa y cogiendo una silla se sentó a su
lado.

- No, pero a ver que hago contigo – dijo con ironía – venga, dime, ¿qué puedo
hacer?
- Uf, - suspiró – mira no, mejor no.
- Eres un caso, ¿no te fías de mi?
- Que no es eso – protestó – es que voy a tardar más en explicarte que en seguir
yo con esto, además … - se interrumpió viendo que sonaba su móvil - ¡mi
suegra! – exclamó notando como se le aceleraba el pulso.
- Espero fuera – le dijo con un movimiento de labios. Maca asintió.
- Hola, Natalia – la escuchó, ya en la puerta - ¿cómo está Ana? … si, si, yo bien.

Claudia cerró la puerta, y permaneció apoyada en la pared, esperando. Escuchaba la voz


de Maca pero no entendía qué decía. En todo ese tiempo era la primera vez que Maca
recibía una llamada de su suegra, al menos, delante de ella, y no pudo evitar sentirse
preocupada y nerviosa.

- ¿Qué haces aquí? – escuchó a Cruz riendo – tienes cara de estar esperando en la
puerta del director a que te echen una bronca – bromeó, pero al ver que Claudia
no seguía la broma, cambió a un tono más serio - ¿ocurre algo?
- Espero que no – dijo – voy a comer con Maca - intentó desviar el tema - ¿y tú!
¿sales de quirófano?
- ¡Si! acabamos de terminar – explicó – yo también iba a comer, ¿os importa que
me sume?
- Eh … - dudó, ni siquiera sabía si conseguiría sacar a Maca del despacho, ni si
pasaba algo con Ana y, además, le había prometido a la pediatra no contar nada
de su mujer – no, claro, vente.
- Uf, ¡qué tarde es! - exclamó disimulando, había notado las dudas de Claudia y
no quería molestar - mejor busco a Teresa, a ver si aún no ha comido.
- No, de verdad, Cruz, vente.
- ¿No molesto?
- No, en absoluto – sonrió – es que no sé lo que tardará Maca.
- ¡Ah! eso lo arreglo yo rápidamente, déjame – dijo aparatándola de la puerta -
que voy a entrar. Soy su médico y sé lo que le conviene – continuó abriendo la
puerta sin llamar y entrando en el despacho – Maca, deja lo que estés haciendo
que nos vamos a comer – le ordenó con autoridad sin dejar resquicio a una
negativa. La pediatra, que acababa de despedirse de su suegra, la miró con aire
de desconcierto, Cruz rápidamente notó que le pasaba algo – ¿todo bien?
- Si – respondió sin mucho convencimiento.
- Pues vamos, deja que te empuje – pidió esperando una negativa, pero Maca no
ofreció resistencia – por cierto, tengo que hablar contigo.
- ¿Qué pasa ahora? – preguntó con cansancio, mirando a Claudia que se colocó a
su lado, preguntándole con la mirada. Maca hizo un gesto indicándole que no
pasaba nada y la neuróloga respiró tranquila.
- Nada, es un cotilleo – rió - ¿sabes que Gimeno, conoce al ex de Adela?
- Pero si Adela no está separada – dijo perpleja.
- ¡No! A su primer novio.
- ¿A Germán?
- ¡Ah! ¿tú también lo conoces?
- Yo estuve a punto de partirle la cara – sonrió recordando la época de la
universidad – y.., no fue el primero, pero esa es una larga historia.
- Esa no me la has contado – intervino Claudia riendo.
- Y, ¿también sabes que ha sido el jefe de Esther en Jinja?

Maca giró la cabeza interesada.

- No, eso no lo sabía. Y… ¿tú cómo te has enterado?


- Tengo mis contactos.
- En serio, ¿cómo lo sabes?
- Te han llamado esta mañana de Médicos sin Fronteras y Teresa me pasó a mí la
llamada.
- ¿Y…?
- Y nada. Era el tal Germán éste, al parecer buscaba a Adela, ya le he dicho que
se incorpora en unos días. Adela le ha prometido que podrá traer aquí a un par
de niñas que necesitan una operación y quería enterarse de los trámites. Una
cosa llevó a la otra y le dije que teníamos una enfermera que también había
estado en Jinja, le pregunté si la conocía y…, eso es todo.
- Y.. ¿no te comentó nada más?
- Nada más ¿de qué?
- No sé, de las niñas, de lo que tienen, tendremos que planificar – su cabeza
empezó a buscar excusas quería saber si le había comentado algo de Esther -
¡esta Adela! no cambiará nunca …
- Ya… - sonrió Cruz mirando a Claudia – no, dijo que ya te llamaría cuando
volvieras de Zurich.
- ¿A mi! Laura es la que lleva esos temas – maldita la gracia que le hacía hablar
con él. Había pasado mucho tiempo, pero no podía evitar sentir cierto desagrado,
a fin de cuentas Adela la había dejado por él. Además era un engreído,
larguirucho, que se creía que lo sabía todo.
- Eso sí, me hizo un comentario de Esther.
- ¿De Esther?
- Si, me dijo, cuidadme a mi enfermera milagro, no encontrareis a otra como ella.
- ¡Vaya! – se le escapó a Maca, “enfermera milagro”, ¡ella sí que necesitaba un
milagro en su vida! Esther y Germán, jamás se le habría ocurrido ¿alguna vez
habrían hablado de ella! no se hacía a la idea, eran tan diferentes… no se los
imaginaba congeniando, ¿tendría algo que ver con él la vuelta de Esther?
- ¿Te molesta? – preguntó Cruz viéndola tan ensimismada y creyendo que aquella
exclamación reflejaba cierta envidia del éxito de la enfermera en su trabajo.
- ¿A mí? No, que va a molestarme. Me… me sorprende la coincidencia –
respondió pensativa, estaba deseando que llegase el expediente de Esther,
cuando lo tuviese en sus manos hablaría con Germán.
- ¡Ahí está Teresa! – dijo Claudia acercándose a la mesa - ¿qué haces aquí sola?
- ¿Qué voy a hacer! me moría de hambre y como nadie parecía acordarse de mi…
- dijo quejumbrosa
- Anda, anda Teresa – rió Cruz – haznos sitio.

Las cuatro ocuparon la mesa y la recepcionista miró a Maca, había hablado con Rosario,
que le había insistido en que notaba a su hija muy extraña. Teresa la había tranquilizado
explicándole que tenía mucho trabajo, que eran los primeros días y que todo eran
problemas. Pero ni ella misma se lo creía, estaba segura de que a Maca le pasaba algo
más y se dispuso a averiguarlo antes de que montase en aquél avión. Luego subiría con
la excusa de darle el billete y charlaría con ella.

* * *

Sonia y Esther llegaron al campamento cuando Laura salía del despacho de Isabel. La
enfermera se alegró de verla allí.

- ¡Eh! ¡ya estás aquí! – exclamó manifestando su alegría - ¿qué tal te ha ido todo?
- La verdad que muy bien – dijo con una sonrisa – por cierto, quería hablar
contigo.
- Bueno, yo os dejo que voy a ver a Fernando – intervino - quiero preguntarle por
lo de esta tarde – añadió dirigiéndose a Esther.
- De acuerdo – respondió la enfermera a Sonia.
- No tardéis que comeremos en menos de diez minutos – avisó Sonia a las dos.
- Tranquila que ya vamos, es un momento – respondió Laura, viéndola alejarse -
¿qué? ¿te cae ya mejor?
- Mira que eres mala – sonrió – a mi no me cae mal.
- No, a ti lo que te cae mal es que se lleve bien con Maca.
- ¿Maca! a mi Maca me da igual, ya te lo dije ayer.
- ¡Ah! entonces no te interesará saber lo que me contó anoche Javier – le soltó
picaronamente.

Esther sonrió y negó con la cabeza, ¡la había pillado! Se moría de ganas de saber lo que
le había dicho.

- ¿De eso es de lo que querías hablarme? – preguntó en tono de desinterés.


- No, quería proponerte una cosa.
- ¿A mi! ¿el qué?
- En dos semanas tengo que ir a Kenya, a acompañar a los niños que han
ingresado hoy, y aprovechando el viaje tengo que organizar otro de vuelta en el
que nos traigamos más niños. ¿Te apetece ayudarme a planificarlo y venirte
conmigo? – le preguntó ilusionada – no se tú, pero yo me muero de ganas de
volver allí.
- ¡Si! Acepto – dijo con rapidez – aunque, espera un momento, en dos semanas
quizás no pueda… - continuó pensando en que en esos momentos, si Maca le
había encontrado sustituta, ya no estaría allí .
- ¿Por qué! no te preocupes por el trabajo aquí, Maca me ha dicho que tengo
libertad para organizar y escoger acompañante, dice que esos ingresos son
prioritarios.
- Bueno… en principio… cuenta conmigo – sonrió de nuevo pensando que en dos
semanas podían pasar muchas cosas – me apetece mucho volver a África, y no
es que esto no esté bien...
- Ya…, te entiendo – la interrumpió nostálgica – por cierto, acabo de hablar con
Isabel y quiere verte.
- ¿Para qué?
- Imagino que para decirte lo mismo que a mi. Es la jefa de seguridad, te dará
unas normas que debemos cumplir – explicó sacando un papel doblado que
llevaba en el bolso - Bueno… también me ha hecho un interrogatorio de mi vida
pero será porque estoy en casa de Maca.
- Claro, eso será por lo de las pintadas – asintió pensando en su charla matutina
con la pediatra.
- Vamos, que quiero ir al baño antes de comer – dijo cambiando de tema,
dirigiéndose al pabellón central.
- ¡Oye! – corrió tras ella - ¿no me vas a contar qué tal tu cena con Javier?
- ¿No decías que no te interesaba?
- No he dicho eso. He dicho que Maca no me interesa, no tu cena.
- Ya… - rió incrédula – luego te cuento.
- Vale – admitió resignada e impaciente por enterarse de todo, aunque estaba claro
que Laura se iba a divertir a su costa haciéndose de rogar. Al principio le había
molestado resultar tan transparente, pero reconocía que era un alivio poder
hablar con alguien que no solo la entendía, si no que parecía dispuesta a
ayudarla.

* * *

En la cafetería, acababan de servirles el primer plato, todas charlaban animadamente,


todas excepto Maca que repasaba mentalmente los detalles de la reunión, y lo que le
quedaba por hacer de la memoria. Miró disimuladamente el reloj en un par de
ocasiones, sabía que si decía de marcharse demasiado rápido y sin apenas probar
bocado, despertaría las sospechas de sus amigas y empezarían a calentarle la cabeza. Sin
ganas, terminó con rapidez su plato y se bebió el agua de casi un sorbo.

- ¡Menos mal que no tenías hambre! – bromeó Claudia observando su plato vacío.
- Ya ves… - sonrió.
- No se como no te sienta mal comer tan rápido, hija – intervino Teresa.
- Siempre tuve buen estómago – rió, no sabía porqué se le había venido a la
cabeza lo que Esther siempre se reía de ella “¡que no te lo voy a quitar! ¡que
pareces un estornino!”.

La única que la observó preocupada fue Cruz. Maca no debía hacer esas cosas, tenía que
cuidarse y en los últimos días, prestaba atención a todo menos a ella misma. Estaba a
punto de recriminarle su forma de comer, cuando la pediatra se adelantó.
- Bueno... Aquí os quedáis – dijo girando la silla dispuesta a marcharse – tengo
que terminar unas cosas y coger un avión.
- ¿Quieres que te acompañe al aeropuerto? – le preguntó Claudia.
- No hace falta, gracias. ¿Tenías guardia hoy, no?
- Si, con Gimeno – rió – ¡menuda noche me espera!
- Maca ¿no te tomas un café?
- No, Cruz, tengo prisa. Luego nos vemos, quiero comentarte algo antes de
marcharme.
- ¿En serio no quieres que te ayude con la memoria? – se ofreció de nuevo
Claudia haciendo ademán de ir a levantarse.
- En serio, come tranquila – sonrió – ahí os quedáis – dijo a las demás dándose la
vuelta, ya de espaldas dijo - ¡ah! esperad a que esté en la puerta para
despellejarme que tengo muy buen oído - rió marchándose con presteza.
- Esta Maca es incorregible – comentó Teresa ofendida – mira que decirnos…
- Lo que te molesta es que tiene razón – rió Claudia – o es que nos íbamos a
quedar calladas.
- Mujer, pero es por su bien, no es sano comer como los pavos.
- No, no lo es – intervino Cruz – pero a mi me preocupa más que no sea capaz de
estar tranquila ni cinco minutos. Menos mal que se toma los fines de semana
libres y descansa.

Claudia miró hacia abajo ¿descansar en el fin de semana! por lo que ella sabía, que no
era mucho, al menos el próximo, no creía que fuera así.

- Deberías hablar con ella, Cruz – dijo Teresa – a ti te hace más caso.
- ¿Maca! Maca no hace caso a nadie – rió.
- Su madre está preocupada, hasta amenaza con presentarse aquí y yo tengo la
sensación de que le ocurre algo que nos esconde – continuó la recepcionista –
¿tú sabes algo? – preguntó directamente a Claudia.
- ¿Yo! no, nada – mintió a punto de atragantarse – pero deberías dejar de meterte
en su vida.

Teresa la miró ofendida, no se metía en su vida, se preocupaba por ella que era muy
diferente. Cruz se dio cuenta de lo que pasaba por la mente de la recepcionista y antes
de que la cosa fuese a mayores decidió intervenir.

- Claudia tiene razón, Teresa, Maca sabrá lo que hace – dijo sin mucho
convencimiento
- Decid lo que queráis, pero yo creo que alguna deberíais de hablar con ella. Yo
no la veo bien.
- Teresa, es normal que esté alterada estos días – la justificó Cruz – deja que pase
un tiempo y que se calmen las cosas y no la agobies más de lo que ya está. No es
fácil poner todo esto en funcionamiento. Además… - añadió mirando a Claudia
– ¿no se iba a ir unos días de viaje con Verónica?
- Si – admitió Claudia – pero no se si sigue en pie. Eso era antes de que surgieran
tantos inconvenientes con el crédito.
- Pues debería irse y descansar unos días.
- Bueno, ya esta bien de hablar de Maca – dijo Claudia cansada - ¿queréis un café!
yo me tomo uno rapidito y me voy que esta noche entro de nuevo.
- Sí, uno rápido que voy a darle una vuelta a la niña del tumor – aceptó Cruz con
una sonrisa.
- Pues yo me voy ya – dijo Teresa.
- Pero mujer… un cafetito.
- No, me voy que quiero subirle a Maca su billete antes de que se me olvide.
- Teresa, deja a Maca tranquila – le aconsejó Claudia – tiene que terminar la
memoria antes de irse y no está de muy buen humor.

Teresa la miró desafiante y no contestó, girándose airada dispuesta a marcharse. Salió


de la cafetería y se dirigió a la máquina del exterior, sacó un par de cafés y montó en el
ascensor, aquellas dos cobardes no eran capaces de decir lo que opinaban pero ella
hablaría seriamente con Maca.

* * *
En el campamento la comida había terminado. Fernando y Mónica habían decidido salir
con ellas esa tarde y seguir enseñándoles el campamento a las recién incorporadas,
dejando para la mañana siguiente la recogida de datos. Pero aún les quedaba una media
hora de descanso antes de la salida y Esther, que durante el almuerzo, se había sentado
lejos de Laura, vio la oportunidad de asaltarla y preguntarle lo que tanto deseaba saber.
Además, como Laura le había dejado claro que se había dado cuenta de lo que sentía, ya
no era ni siquiera necesario que disimulase. Le hizo una seña y las dos salieron juntas
del pabellón, sentándose en las escaleras, al igual que hicieran el día anterior. Fernando
salió tras ellas y al verlas de nuevo allí, bromeó.

- Voy a tener que compraros un par de hamacas o de mecedoras, para que estéis
más a gusto.
- No estaría mal – respondió Laura con una sonrisa - ¿nos vamos ya?
- No. Llegan un par de motos nuevas y voy a avisar a los agentes de la puerta. Son
capaces de no dejarlos pasar – comentó riendo, haciendo alusión a lo novatos
que eran.
- ¿Motos? – preguntó Esther.
- Si. Por aquí es mejor, a veces, ir en moto, se llega más rápido. Además hay sitios
en los que cuesta llegar en coche o ambulancia, por eso tenemos ese par de
camiones.
- Si, ya nos lo explicaste ayer – dijo Esther.
- Bueno… son tantas cosas… que ya no sé lo que os he contado y lo que no – se
excusó – aquí os quedáis, por cierto están haciendo café, si os apetece… ya
sabéis – dijo marchándose hacia el portón.
- ¿Quieres café? – preguntó Laura.
- No, gracias – respondió deseando que ella tampoco, estaba impaciente por saber.
- ¡Esther! – la llamó Isabel saliendo del comedor - ¿tienes un momento! me
gustaría hablar contigo.
- ¿Ahora? – preguntó en tono molesto harta de que no las dejasen tranquilas.
Laura le dio un golpe por debajo.
- Bueno… si prefieres cuando termines el turno – empezó Isabel sorprendida por
aquel tono.
- No, no, ahora está bien – respondió levantándose con rapidez - ¿aquí?
- No, vamos a mi despacho – le indicó para que la siguiera.
Esther caminó junto a ella en silencio. La subinspectora se mostraba siempre seria y con
un aire entre preocupado y autoritario que le hacía pensar en una persona eficiente y
distante. En la comida había sido la que menos participara en la charla y Esther no pudo
evitar sentir cierto nerviosismo. Laura ya le había explicado lo que quería, pero aún así
tenía la sensación de que a aquella mujer no le caía bien, o quizás era al revés y, era a
ella, a la que no le agradaba volver a tratar con la detective, en el fondo se sentía
ridícula, cada vez que recordaba los celos que sintió, cuando Maca trabajó con ella en
aquél caso.

- Pasa – le dijo abriendo el despacho – siéntate.

Esther tomó asiento y la miró esperando que empezase a preguntar.

- Bueno… Esther García… - inició la subinspectora abriendo una pequeña carpeta


donde ya estaba puesto su nombre.
- Si.
- Tengo aquí que… trabajaste en el Central.
- Si.
- Bien… llevas cinco años en Jinja.
- Si – volvió a repetir frotándose ligeramente las manos, de pronto se le pasó por
la cabeza la idea absurda de que aquella mujer la hubiese investigado y que a
esas alturas todo el mundo supiese la verdad.
- En todo este tiempo, ¿cuántas veces volviste? – le preguntó al parecer sin reparar
en el nerviosismo de la enfermera.
- Solo una, hará unos tres años.
- ¿Tres años? – la miró con un interés que a Esther le pareció excesivo - ¿No
recuerdas la fecha exacta?
- Si, entre el cinco y el nueve de marzo del 2006.
- ¿Por algún motivo especial?
- Si, mi abuela estaba agonizando y hacía tiempo que no veía a la familia.
- Lo siento – dijo Isabel tomando notas, a Esther le pareció que suspiraba aliviada,
pero no hizo comentario alguno- ¿En ninguna otra ocasión?
- Si. Ahora – respondió con una leve sonrisa intentando bromear. Pero la mirada
de la subinspectora le hizo borrar la sonrisa de la cara, esa mujer parecía que se
había tragado un sable.
- Bueno, Esther, y ahora ¿por qué has vuelto?
- ¿Puedo preguntarte algo? – Isabel levantó la vista sorprendida y asintió - ¿a qué
vienen todas estas preguntas? Es la primera vez que me interroga la policía para
darme un trabajo.
- Solo cumplo con mi obligación… y… no es un interrogatorio, es una charla
amistosa – se explicó. “¿Una charla amistosa?”, pensó Esther, ¡no quería
imaginarla en un interrogatorio!
- Pues, perdona, pero… no lo entiendo.
- No tienes que entenderlo, solo responder.
- Y… ¿si no quiero? – preguntó desafiante.
- Si no quieres, tardaré más en averiguarlo, pero te aseguro que lo averiguaré –
respondió en tono de velada amenaza.
- Es que no entiendo qué importancia tienen los motivos de mi vuelta – dijo más
suave temerosa de que Isabel cumpliese lo que decía, “pareces imbécil” se dijo,
“respóndele y te dejará en paz”.
- No tienen importancia, es solo rutina.
- Volví porque estaba cansada, mi madre está mayor y quería verla y pasar un
tiempo aquí – repitió con hastío.
- Esa es la … digamos… “versión oficial”, ¿me equivoco? – preguntó tirándose
un farol, aunque estando segura de que la enfermera escondía algo que no
deseaba que los demás supiesen, la veía nerviosa y a la defensiva.
- Esa es la verdad – dijo con una seguridad que sorprendió a Isabel convencida de
lo contrario, “sabe mentir”, pensó la detective.
- Esther… a mi me dan igual los motivos de tu vuelta y… a pesar de lo que te he
dicho antes, no pienso investigar cuales son – le dijo en un tono mucho más
afable que el empleado hasta entonces, consiguiendo que la enfermera se sintiese
aliviada - Se lo he dicho a Laura y, te lo digo a ti también, mi tarea aquí es
procurar que no os ocurra nada a ninguno de vosotros y vigilar por la seguridad
de este recinto – explicó con rapidez – si te he hecho algunas preguntas es para
asegurarme de otro tema, ya he estado investigando vuestras estancias en Kenya
y Uganda, y ambas estáis libres de sospecha…
- ¿Sospecha de qué?
- Conmigo no te hagas la tonta, Esther, tengo muchos tiros pegados – soltó con
tranquilidad viendo como la enfermera bajaba la vista ligeramente avergonzada -
Las dos sabéis que Maca está amenazada, que la seguridad y la vigilancia que la
rodea se deben a esas amenazas y que, como podéis suponer, todo el que se
acerque a ella tengo obligación de investigarlo.
- ¿Tan seria es la cosa? – preguntó demostrándole que estaba preocupada,
clavando la vista en los ojos de la subinspectora, que rápidamente captó aquellos
sentimientos.
- Me temo que sí – se sinceró - ¿puedo yo preguntarte otra cosa al margen de todo
esto?

Esther asintió aunque temía esa pregunta, presentía que sería algo que no iba a querer
responder.

- Tú, si no me equivoco, eres la chica que salía con Maca hace años, cuando
trabajabas en el Central, ¿verdad?
- Si.
- Bien, creía que eras tú, no suelo olvidar una cara, pero… no estaba segura.
- ¿Por…?
- Por nada – mintió calibrando si debía decirle lo que pensaba o callarse de
momento.
- ¿Has terminado?
- No. Espera un momento – le pidió sonriéndole por primera vez – Esther,
corrígeme si me equivoco pero… me ha dado la sensación de que… de que te
sigues preocupando por ella, ¿acierto?

Esther la miró perpleja por aquella pregunta y por la forma tan abierta y directa que
tenía Isabel de afrontar los temas, estaba tentada a mentirle y decirle que se equivocaba,
pero no encontraba ningún motivo de peso para hacerlo y, además, tenía la sensación de
que Isabel quería pedirle o decirle algo.

- Si. Me… me preocupa que le pase algo – confesó en voz alta por primera vez
desde que llegara.
- ¿Puedo pedirte una cosa?
- Si. Dime.
- Lo que te voy a pedir, no lo hago como detective – dijo estableciendo un vínculo
de confidencialidad que agradó a Esther, la enfermera hubo de reconocer que
aquella mujer, cuando se quitaba la máscara de frialdad, tenía cierto atractivo, y
quizás no se equivocase tanto cuando, hace años, saltaron sus alertas y se
sintiera celosa de ella – lo hago como… como amiga de Maca.
- ¿Qué es? – preguntó impaciente.
- Me interesaría que intentaras pasar tiempo con ella, que… - se detuvo un
momento al ver la cara de perplejidad de la enfermera “¡valiente encargo le
estaban haciendo! ¡eso es lo que ella quisiera! a ver si se creía Isabel que eso era
tan fácil. La subinspectora le adivinó los pensamientos – Se que no parece fácil
pero, si aceptas…
- Si, acepto – la cortó con tal rapidez que Isabel disimuló una sonrisa.
- En ese caso, déjalo de mi cuenta. Ya procuraré yo, que Maca pase más tiempo
en el campamento.
- Lo que no entiendo es ¿por qué? Y… ¿porque yo?
- Por que, tú, creo que está claro. A Laura le he pedido lo mismo. Y por lo demás,
es largo de explicar, pero aquí, aunque parezca increíble, la tengo más
controlada. Mis superiores me han obligado a retirarle la vigilancia, solo he
podido mantener una patrulla y me temo que esa vulnerabilidad, permita que,
quien quiera que sea, de un paso definitivo – confesó angustiada – tengo que
hacer mi trabajo y no puedo estar todo el día pendiente de ella, y al mismo
tiempo no me fío de casi nadie.
- Entiendo…
- No tienes que hacer nada, nada en absoluto, solo llamarme si…, cualquier día
o… en cualquier momento, ves algo a su alrededor que te llame la atención,
cualquier cosa.
- ¿Cómo qué? – preguntó sorprendida aún de la petición.
- Como… - el teléfono empezó a sonar e Isabel lo cogió – dime Evelyn – dijo la
subinspectora - ¡no me jodas! – exclamó sin reparar en la presencia de Esther,
nerviosa por lo que acababa de decirle su subordinada – perdona un momento
Evelyn – pidió y tapando el auricular se dirigió a la enfermera – gracias, Esther,
eso es todo. Ya hablamos en otra ocasión.

La despidió con una sonrisa y la enfermera se levantó para marcharse. Antes de cerrar la
puerta la escuchó hablar airada “¡como que no encuentras billete! y ahora ¿quién la
convence para que no coja ese avión?”. Esther cerró la puerta y no pudo escuchar nada
más, pero estaba segura de que Isabel hablaba de Maca y parecía realmente preocupada.
Preocupación que empezó a sentir ella misma. A la salida del despacho se encontró con
Laura y los demás que la estaban esperando, dispuestos ya para la salida.

* * *

Los cinco emprendieron el camino, juntos. Esther escuchaba las explicaciones de


Fernando con una sola idea en la cabeza, en cuanto pudiese, cogería a Laura y le
preguntaría por la cena.

- Vamos a ir hacia el sur del poblado – explicó el médico – allí no vamos a ser
nunca muy bien recibidos, pero a Sonia y a mi ya nos conocen. Les hemos hecho
un par de “favores” – continuó recalcando la palabra – y aunque la mayoría
preferiría no vernos por allí, no creo que nos den problemas.
- ¡Hola! – dijo Sacha acercándose a ellos e interrumpiendo las explicaciones.

Todos lo saludaron. El joven comenzó a contar algo a Fernando y Sonia, parecía


preocupado, pero ni Laura ni Esther entendían lo que estaba diciendo, chapurreando una
mezcla de español y su lengua. Mónica permanecía escuchando pero no intervenía en la
conversación. Laura se volvió hacia Esther y se acercó a su oído.

- ¿Qué te ha dicho? – le preguntó Laura apartándola hacia atrás.


- Lo mismo que a ti, imagino.
- ¿Te ha pedido que vigiles a Maca?
- Si.
- Y… ¿qué tengas cuidado! que es peligroso estar a su lado – insistió viendo
como los demás iniciaban de nuevo la marcha y a Sacha, que la miraba de reojo,
acompañándolos.
- Eso no me lo ha dicho - respondió extrañada.
- Eso será por que ya lo sabes ¿no? – bromeó pasándole el brazo por los hombros.
- Muy graciosa – exclamó sintiéndose objeto de burla - ¿te ha dicho eso o te estás
riendo de mi?
- Que no, tonta, que también me lo ha pedido, vivo con ella ¿no? ¡Vamos! aligera
un poco que nos quedamos atrás – dijo apretando el paso.
- Espera. ¿No me vas a contar como fue tu cena?
- Ya te dije que aburrida – respondió haciéndose de rogar.
- ¡Laura! – protestó con impaciencia.
- En serio, Javier ha cambiado mucho. Yo creo que está obsesionado con Maca.
- ¿Por qué piensas eso? – se sorprendió del comentario.
- Se pasó toda la noche hablándome de ella, de la clínica, y justificándose por no
ayudarla. Si casi ni me preguntó por mi trabajo en Kisumu.
- Yo creía que quería cenar contigo para… no sé, aunque fuera como amigos.
- Y yo creía que me usaba para saber de su ex – bromeó señalando con los ojos
hacia Mónica – pero no, más parecía que quería sacarme información de la
clínica y del campamento, ¡no veas que interrogatorio me hizo!
- Y ¿qué le has contado?
- Nada, le di largas, y le dije que no me apetecía hablar de trabajo – rió – me
estuvo contando sus dificultades como director, que está cansado y quiere
dejarlo, me previno por trabajar con Maca...
- ¿Te previno! ¿porqué?
- Me dijo que es peligroso, que este trabajo es peligroso.
- ¡Qué listo! – rió burlándose de él.
- Me ofreció volver al Central.
- Y, ¿vas a aceptar?
- ¿Estás loca? Si acepté la propuesta de Maca era por las características de este
proyecto – respondió enérgica – antes de trabajar en el Central me volvería a
Kisumu.
- Si. Te entiendo. A mi me pasa lo mismo.
- Bueno, ¿no me preguntas lo que quieres saber? – sonrió malévola y sin esperar
respuesta dijo – ya sé por qué inhabilitaron a Maca.
- ¿Por qué? – preguntó con interés.
- Al parecer se presentó como una cuba en quirófano, tuvieron que sacarla entre
Cruz y Héctor.
- ¿Maca? – dijo sorprendida en tono tan alto que Sonia y Fernando giraron la
cabeza.
- ¡Calla! – le pidió bajando la voz – si, Maca. Por lo visto, no fue la única vez,
pero en esa ocasión la vieron los familiares que esperaban en la puerta, Dávila
los convenció para que no la denunciaran, pero Javier lo hizo.
- ¿Qué hizo?
- La denunció al comité.
- ¡Qué hijo de puta! – exclamó dolida, consciente de lo que eso significaba.
- Dice que lo hizo por su bien, que Maca llevaba meses sin levantar cabeza y que
nadie conseguía ayudarla.
- Y… ¿no te ha dicho por qué estaba así? – preguntó temiendo ser ella la culpable
de aquello.
- Mujer… antes de irme del Central… Maca ya no estaba muy bien que digamos
– confesó ante la sorpresa de Esther, Laura nunca le había hecho un comentario
al respecto – y ya sabes como era aquello, la gente comentaba…
- ¿El que?
- Que desapareciste en el peor momento – le dijo - que Maca estaba hundida por
la muerte de aquel niño…
- Jaime – puntualizó, jamás olvidaría ese caso.
- Eso, Jaime… y que tu marcha la terminó de hundir – le contó – pero que conste
que yo no pienso eso.
- ¿No?
- No, por experiencia sé que, una pareja, cuando se rompe, no es por culpa de
nadie. Solo ocurre.
- Bueno… a veces, si hay culpables – respondió pensativa, Laura la miró
esperando que le dijese algo más, pero la enfermera permaneció en silencio.
- Pues… yo no creo que tu tengas culpa de nada – le sonrió dándole un rápido
beso en la mejilla, que Esther agradeció - ¡Vamos!
- ¿No te dijo nada más? – volvió a preguntar. Necesitaba saber hasta el último
detalle. Y, no es que no se imaginase a Maca bebida, de hecho la había visto así
un par de veces antes de marcharse, lo que no se la podía imaginar era siendo
negligente en su trabajo.
- Eso, que le abrieron expediente y la inhabilitaron por un año – respondió – corre
Esther que nos quedamos atrás.

La enfermera la siguió, pero no era capaz de apretar el paso. No podía dejar de sentir
que ella era la culpable de todo lo que le había pasado a Maca. Sabía que la dejó en un
mal momento, que no fue capaz de ayudarla y mirando al vacío, rememoró la noche en
que su vida se partió en mil pedazos, cuando rechazó a la única mujer que fue capaz de
ver en el fondo de su corazón.

* * *

En la Clínica, Teresa se detuvo un instante en la puerta de la pediatra. Las palabras de


Claudia resonaban en su cabeza, “deja tranquila a Maca”. Se notó ligeramente nerviosa,
no quería que se enfadara con ella, ni quería molestarla, pero tampoco podía dejarla
hacer las cosas como las hacía, sin más, sin decirle lo que opinaba, sin darle un toque de
atención. En esos años se había establecido un vínculo especial entre ambas, y sabía que
Maca lo notaba, lo mismo que lo notaba ella. Intentaba ser la madre que le faltaba a
diario y, la pediatra, así se lo había reconocido, en múltiples ocasiones. Quizás no era el
mejor momento, pero debía intentarlo, alguien tenía que decirle que frenara un poco.
Finalmente, se decidió y llamó a la puerta.

- Adelante – escuchó decir a la pediatra que levantó la vista del papel en el que
estaba tomando unas notas y bajó la tapa del portátil.
- Hola, Maca, venía a traerte el billete y de paso…
- No tengo tiempo, Teresa – la cortó al observar que llevaba dos cafés.
- ¿Ni cinco minutos?
- No, de verdad – repitió ligeramente angustiada, quitándose las gafas con gesto
de cansancio.
- Bueno… - dudó acercándose a la mesa – entonces toma – le tendió el billete – lo
he cerrado para el viernes a las siete – le explicó - ¿te parece bien?
- Si, si – le mintió, en realidad ya había llamado ella para cambiarlo y poder
volver al día siguiente.

Teresa rodeó la mesa y se acercó a ella, apoyó su mano en el hombro y le dio un ligero
beso en la mejilla.

- Te dejo aquí esto – soltó el café delante de ella – como a ti te gusta.


- Venga – suspiró con resignación y arrastrando las palabras esbozó una leve
sonrisa recostándose hacia atrás – cinco minutos.
- ¡Ay, mi niña! – exclamó satisfecha de su triunfo, dándole un rápido abrazo,
conocedora de que, si había algo que desarmaba a Maca, eran las señales de
afecto.
- ¿Qué pasa, Teresa?
- Eso digo yo, ¿qué te pasa?
- ¿Cuántas veces vas a subir a preguntarme lo mismo? – sonrió tomando su café,
“la verdad es que necesitaba uno”, pensó – ya te dije que tengo mucho lío.
- Si, ya me lo dijiste, pero… eso no es excusa para no descansar un poco.
- Ya lo haré. Te prometo que cuando vuelva de Zurich, si todo va bien, me tomaré
las cosas con más calma.
- A ver si es verdad – sonrió también – este sábado podías venirte a cenar a casa y
así te compenso …
- Teresa, ¿el sábado! imposible, ya sabes que el fin de semana lo paso en Sevilla.
- ¿Éste también? – preguntó picándola en un intento de que Maca se sincerara con
ella – pero si …
- Este también.
- Digo yo que alguna vez podía venir ella, ¿no? – le dijo acusando a Ana,
continuando con su intento. Maca le lanzó tal mirada que rápidamente se
retractó – bueno… quiero decir que llegarás tan cansada que… vamos que
vosotras veréis que…, yo no soy nadie para meterme en vuestro matrimonio.
- Exactamente, Teresa.
- Maca, yo solo te digo que… aunque es normal que quieras demostrar que
puedes con todo… hay veces que no se puede y… que… no es malo pedir
ayuda.
- Gracias, Teresa, lo tendré en cuenta – le respondió ligeramente impaciente,
volviendo a colocarse las gafas y a abrir el ordenador – si te necesito, ya te lo
diré.
- Maca… - no sabía como decirle aquello pero tomó aire y se decidió – he estado
hablado con tu madre y…
- Teresa…, por favor… no tengo tiempo para escuchar las quejas de mi madre.
- No se ha quejado – respondió – me… me ha contado lo de Ana.
- ¿Qué de Ana? – su voz sonó tan ronca que Teresa la miró sorprendida, viendo en
ella cierto temor.
- ¡Qué va a ser! que está en el hospital – le dijo.
- ¡Joder con mi madre! – exclamó con lo que Teresa le pareció cierto alivio – y,
ahora, me vas a decir que ya lo sabe todo el mundo, ¿no?
- No, yo no se lo he dicho a nadie – protestó ante el tono de reproche de la
pediatra – sé que no te gusta ni hablar, ni que hablemos de tu vida, y menos de
tu mujer, no lo entiendo, pero te respeto, y creo que no puedes echarme en cara
que yo lo haga.
- Perdona, tienes razón, estoy… estoy nerviosa – se justificó.
- Maca… aquí todos entenderíamos que te marchases con tu mujer – le dijo
cariñosamente – aunque eso signifique un problema económico para la clínica.
- Gracias, Teresa, pero… no puedo… hay que ir… no tenemos tiempo… si
queremos funcionar necesitamos ese dinero y lo necesitamos ya.
- Deberías irte con ella – le dijo con seriedad – los problemas de dinero ya se
solucionaran, pero… hay cosas que, yo no digo que vayan a pasar, pero si pasan,
luego no te va a ser suficiente con lamentarte. Deberías estar allí.
- ¿Se puede saber qué es lo que te ha contado mi madre? – preguntó asustada ante
aquellas palabras.
- Nada. Lo que te he dicho.
- Ana está mejor. He hablado con mi suegra – dijo molesta por la insinuación de
que no se ocupaba de su mujer.
- Maca, no vayas a Zurich, no… - se interrumpió al escuchar el teléfono de la
pediatra.
- Dime, Isabel – dijo descolgando – bueno… no te preocupes… - respondió
cansada ante las explicaciones de la subinspectora - no, no, eso es imposible,
tengo que ir. No insistas, Isabel, voy a coger ese avión – continuó con firmeza –
no es cabezonería, Isabel… es que no puedo dejar de ir…. Si, de acuerdo. … que
sí, que tendré cuidado. Hasta luego.
- ¿Qué pasa? – preguntó la recepcionista. No le gustaba el tono de aquella
conversación.
- Nada – respondió pensativa, Isabel parecía tan angustiada, por el hecho de que
fuera sola, que empezaba a sospechar que sabía algo que no le contaba y no
pudo evitar sentir cierto temor – Teresa, tengo que terminar esta memoria – le
dijo indicándole que le permitiera seguir con su trabajo. Teresa se levantó
moviendo la cabeza en señal de negación. Maca leyó en ella la disconformidad
con su decisión y sintió la necesidad de justificarse ante ella – Teresa, no puedo
hacer otra cosa, no se lo que va a pasar, quizás me esté equivocando, pero es mi
decisión. Tengo que conseguir ese crédito y tengo que evitar que cierren la
clínica. Esto no es tan simple como os pensáis y….
- A mi todo eso me parece muy bien – la interrumpió - sé que tienes que dirigir tu
clínica, que te ha costado mucho llegar hasta aquí, que te cuesta mucho
demostrar todos los días que puedes salir adelante, ¿no lo voy a saber? si te he
visto no bajar los brazos al primer escollo, si te he visto luchar sin detenerte –
continuó provocando que a Maca se le saltaran las lágrimas – pero no a toda
costa Maca, no a costa de tu salud y… ya se lo que me vas a decir … pero… yo
no te veo bien – terminó preocupada.
- Te agradezco que te preocupes por mi… - respondió entrecortada apretándole la
mano – pero ahora tengo que terminar esto.
- ¡Ay! – suspiró derrotada - ¿qué voy a hacer contigo? – le dijo cogiéndole la cara
con ambas manos besándola en la frente, en un gesto que repetía con cierta
frecuencia.

Maca le sonrió sin responder y se abrazó a ella.

- Anda, déjame terminar esto – le pidió.

Teresa salió del despacho, igual que entrara. Tenía una mala sensación con todo aquello.
No podía evitarlo. Maca, se quedó unos segundos con la vista fija en la puerta, tras los
cuales continuó con su tarea, con suerte si no volvían a interrumpirla en media hora
tendría lista la memoria y podría imprimirla. Incluso le sobraría un rato para invitar a
Teresa a un café, con más tranquilidad, y convencerla de que todo estaba bien, que tenía
todo controlado. No se fiaba de ella y era capaz de llamar a su madre y lo último que le
faltaba es volver a recibir las insistentes llamadas de Rosario. Aún así, sentía cierto
desasosiego, quizás le ocultaban la verdad y Ana no estaba tan bien como le había dicho
Elena. Una posibilidad empezó a rondar en su cabeza, miró la hora, era demasiado tarde
y, para ello, tendría que hablar con Cruz.

* * *
En el campamento, Isabel se paseaba nerviosa por su despacho. Había llamado a Josema
en tres ocasiones y en las tres había sido imposible contactar con él. Necesitaba que le
hiciera un enorme favor y cada vez era más tarde. Le habían dicho que el joven estaba
reunido con el Comisario Martínez y eso la puso aún más alterada, cada vez le gustaba
menos la idea de que Josema fuera su hombre de confianza. Isabel, volvió a mirar el
reloj, Maca cogería el vuelo en pocas horas y ella necesitaba asegurarse de que todo
estaba bien. Cogió el móvil y volvió a marcar. Uno, dos, tres, cuatro toques…

- “Venga, Maca”, “cógemelo”, “¡venga!”.

En el despacho Maca estaba a punto de terminar la memoria cuando le sonó el teléfono,


lo miró con un suspiro, Isabel de nuevo, ¿qué querría ahora! conociéndola insistir para
que no viajara, lo silenció y continuó trabajando.

La subinspectora esperó a que diera todas las llamadas. Nada, Maca no respondía.
Estuvo tentada a llamar a la Clínica, pero sabía que siempre que lo hacía despertaba el
recelo en aquella recepcionista y luego Maca, la tomaba con ella. Valoró la importancia
de lo que quería y decidió que aún podía esperar unos minutos más. Salió al exterior y
comprobó que sus hombres estaban en sus puestos. Todo permanecía muy tranquilo, a
veces tenía la sensación de que esa calma era ficticia, que algo se cocía a su alrededor y
que no era capaz de percatarse de ello.

* * *
A varios kilómetros de allí, en el despacho del Comisario Martínez, Josema permanecía
sentado escuchando lo que su superior le estaba contando. Si lo que le decía era cierto y
demostrable, Wilson lo tendría difícil para librarse de la cárcel. Lo que no entendía era
porqué le contaba eso a él y, sobre todo, porqué no empezaba ya los trámites y mandaba
los resultados de su investigación al juez. En cambio, el Comisario parecía interesado en
tener previamente una charla con Macarena Wilson, como si en el fondo no estuviese
convencido de todo aquello que le contaba.

- ¿Entiendes? – le dijo de nuevo.


- No sé señor, si es como usted dice, creo que lo más sensato es ponerlo cuanto
antes en manos de un juez.
- Muchacho, a veces, y a pesar de todo lo inteligente que eres y de tu intachable
expediente, perdona que sea así de franco, ¡pareces tonto!
- ¡Señor! – protestó Josema molesto.
- El día que lleve este caso ante el juez, será el día en que Wilson no pueda
encontrar un resquicio para escapar de donde se ha metido.
- Y ¿ese día no ha llegado?
- No. Ya te he dicho que primero quiero ver su cara cuando le presente las pruebas
que hay contra ella. Y segundo, quiero estar seguro de que en ese momento, no
habrá nadie a su alrededor que pueda ayudarla.
- Sigo sin entenderlo, si esas pruebas son tan contundentes…
- ¿Tu que pensarías si te digo que alguien, quiere quitarse de en medio a otra
persona, que tiene una información preciosa para hundirla y en vez de hacer uso
de ella prefiere, cortar por lo sano?
- Con cortar por lo sano se refiere a…
- Exactamente.
- Pues… una de dos, o esa información no es tan preciosa o corre prisa quitársela
de en medio.
- ¿Y si te dijera que “cortar por lo sano”, crearía más problemas que beneficios?
- Pues… no entendería porqué no se hace uso de esa información.
- Ahí le has dado, muchacho, ahí le has dado – exclamó señalándolo con el dedo
satisfecho.
- Señor, ¿me permite hablarle con claridad?
- Adelante.
- Por lo que yo veo. Wilson resulta molesta para alguien, las razones las
desconocemos, al menos yo – le dijo arriesgándose demasiado al acusarlo a él
veladamente – hay posibilidades muy serias de que con un poco de tiempo, ese
alguien pudiese hundirla con esa información, y sin embargo, prefiere hacer,
digamos “un encarguito fino”.
- Exacto.
- Y usted cree, que hay gato encerrado ¿no es así?
- Efectivamente.
- ¿Cree que la información es falsa?
- No hay posibilidad de que lo sea. Sin embargo, algo hay que no cuadra en ella y
es lo que me dispongo a averiguar antes de mandarla al juez.
- Es decir, que el molesto, ahora, es usted.
- Inspector, veo que no es usted tan tonto como le he dicho, ¡mis disculpas! –
respondió orgulloso del muchacho que había logrado formar – Tengo un
encargo, me he negado a cumplirlo en tiempo y forma, considerando que puede
dar mejores resultados el hacer uso de dicha información, una vez comprobada,
claro está. Pero me temo que sea tarde.
- Tarde… ¿para qué?
- Tarde para frenar lo que ya está en marcha.
- ¿Por qué me cuenta todo esto a mí?
- Pues… porque eres mi hombre de confianza … y te aseguro que a estas alturas
no me fío de nadie,… porque necesito que me ayudes y… porque antes o
después mi hija se va a ver involucrada en todo esto y… - escogió muy bien las
palabras mirándolo atentamente - … y, ni tu ni yo queremos que eso ocurra ¿no?
- No entiendo señor.
- No se haga el tonto conmigo. Sé, desde hace tiempo, que mi hija y usted… ya
sabe – Josema abrió unos ojos como platos, ambos llevaban su relación en
secreto y no entendía como…. – no ponga esa cara, investigando a Wilson he
investigado a todo el que la rodea, mi hija incluida.
- Ha dicho que necesita que le ayude – cambió de tema incómodo - ¿en qué podría
yo ayudarle? – preguntó temiendo que quisiera aprovecharse de su relación con
Isabel para acercarse a Maca.
- Necesito que compruebes una cosa – le dijo – quiero que averigües qué billetes
se han reservado para el vuelo en el que esta tarde marcha a Zurich la doctora
Wilson
- ¿Todos los billetes?
- Todos los billetes que se hayan reservado después de la reserva de ella.
- ¿Qué ocurre?
- Creo que yo tengo los días contados en este despacho, y no por los motivos que
a mi me gustaría – dijo melancólico y resignado – y creo que la doctora no
volverá de ese viaje.
- Señor, eso es muy serio y… si está tan seguro… porqué no denuncia el caso …
porqué no trata de evitarlo.
- No, muchacho, esos honores te los dejo a ti – le dijo con tristeza – yo…. Ponte a
la tarea, cuando tengas esa lista me la traes, y haz lo que debas hacer, pero, si es
lo que me temo, quiero que vayas al aeropuerto y evites que Wilson coja ese
avión.
- Y usted…
- Yo voy a retirarme con el honor de haber hecho lo que debo, salvarle la vida
aunque sea para que la viva en la cárcel. Y ahora márchate.

Josema abandonó el despacho, desconcertado, nervioso, abrumado y preocupado, muy


preocupado. Lo primero que pensó fue en llamar a Isabel, necesitaba hablar con ella,
contarle todo y decidir, él no tenía la mente fresca. Cuando se dispuso a hacerlo,
comprobó que ella ya lo había llamado en varias ocasiones. Se metió en su despacho y
marcó su número.

- Isabel – dijo al escucharla descolgar.


- ¡Josema! – exclamó aliviada – necesito hablar contigo, es muy importante.
- Yo también quiero hablar contigo, y… también lo es.
- Yo primero, por favor, no queda casi tiempo.
- ¿Tiempo para qué?
- Para que me hagas un gran favor – pidió con angustia – ya sabes que Maca se va
esta tarde a Zurich, necesito que me busques los nombres de las reservas que se
hayan hecho después que la suya.

El joven guardó silencio. Isabel sospechaba lo mismo que su padre, pero estaba seguro
que ambos sospechaban de personas diferentes, incluso de motivos diferentes.
- ¿Josema! ¿estás ahí?
- Si. Perdona es… que… tu padre acaba de hacerme el mismo encargo.
- ¿Cómo?
- Ahora te llamo – dijo pensativo - Voy a ponerme con ello. Por cierto, convence
a Wilson para que no viaje. No te lo puedo explicar, pero que no coja ese avión.
- Lo veo difícil.
- ¡Hazlo! – dijo interrumpiendo la comunicación.

Isabel se quedó sorprendida. Estaba cada vez más segura de que su padre no era trigo
limpio y no podía dejar de imaginar cosas horribles sobre él. Esa obsesión por no abrir
la clínica, esas trabas que les ponía desde el primer día, la orden expresa de retirarle la
vigilancia a Maca y, ahora esto, ¿qué significaba? No podía pensar con claridad. Pero
había una prioridad, hablar con Maca.

* * *
En el poblado, todo estaba en calma, habían pasado por las viviendas de los chicos
accidentados el día anterior para echarles un vistazo y caminaban hacia la zona más
peligrosa para que Esther y Laura supiesen exactamente dónde no debían meterse sin
protección. La enfermera pilló un par de veces a Laura mirando de reojo a Sacha, y
sonrió para sus adentros, “estos dos se han gustado”, pensó. Estaba a punto de
comentarle algo a su amiga cuando Fernando le llamó la atención.

- Esther.
- ¿Qué?
- ¿Sabes donde estamos? – le preguntó al verla distraída.

La enfermera echó un rápido vistazo a su alrededor.

- Estamos a dos calles de la esquina de la chabola de Socorro y María, a tres de la


de Leonor, creo que era la manzana D, del croquis de Sonia. A unos veinte
minutos del campamento si tomamos la perpendicular por aquella calle y a unos
cuarenta y cinco si, volteamos por el norte.
- ¡Vaya! – exclamó Fernando sorprendido por tanta precisión ante las risitas
disimuladas de las demás – buena orientación, si, señor.
- Señora, si no te importa, claro – bromeó.
- Señora – se corrigió.
- No me perdía en la selva – se explicó – aquí, con tanta referencia, es
prácticamente imposible hacerlo.

Un grito los alertó, ¡fuego! ¡fuego! Los cinco miraron en todas direcciones buscando el
lugar del incendio.

- Es en la calle de Socorro – gritó Mónica señalando con la mano.

Todos corrieron hacia allí. Al llegar las llamas aún no se veían, pero el humo era ya
muy denso.

- ¡Sonia! Llama a Isabel, ¡corre! Mónica avisa a Lola, que vengan con las
ambulancias – ordenó con decisión – Sacha ¡vamos! – dijo corriendo hacia el
interior – vosotras apartaos y que no se acerque nadie, esto va a ser un infierno.
- ¡Estáis locos!

Sacha y Fernando se apresuraron a entrar y en menos escasos segundos salieron con


Socorro, por suerte ambos sabían donde solía sentarse la anciana. Fernando, abrió el
maletín que siempre llevaba encima y se dispuso a atenderla.

- ¿Y María? – preguntó Sonia.


- ¡Eso! ¿dónde está Maria? – secundó Esther.
- Ahí no más gente – dijo Sacha tosiendo mientras Laura se había acercado a él
presta a ayudarle.

María llegó corriendo hasta ellas, se paró en seco al ver su vivienda, miró hacia su
abuela, volvió a mirar a la chabola y corrió hacia ella. No sabía como pero Esther había
presentido lo que iba a hacer y sin pensárselo salió detrás deteniéndola casi en la
entrada.
- ¡No! – la frenó – no puedes entrar – dijo tirando de ella hacia atrás, las llamas
empezaban a buscar una salida.
- El cuento – sollozó – el cuento de Maca – luchaba por zafarse de la enfermera –
su regalo – la niña lloraba y pataleaba.

Sonia se acercó para ayudar a Esther que casi no podía sujetarla. La enfermera se
agachó intentando razonar con la pequeña, y entonces, entendió a Maca, en aquella
chabola se iban a quemar las pocas ilusiones de aquella niña, de la niña que Maca quería
y protegía. Entonces Esther, sin siquiera pensárselo, hizo algo inesperado para todos.

- Yo te lo traigo – le prometió a maría y corrió hacia el interior.


- ¡Esther! – escuchó los gritos desesperados de sus compañeros - ¡Esther!

* * *

Maca llegó a recepción en busca de Teresa. Por fin había terminado la memoria.
Recogió todo lo necesario y se dispuso para marcharse. Pero no estaba tranquila,
necesitaba asegurarse de que Teresa se convencía de que su falta de sueño y sus nervios
solo se debían al estrés de los primeros días, a los escollos inesperados y no a lo que
imaginaba, porque estaba segura de que Teresa imaginaba lo que no era, imaginaba que
la culpa de todo la tenía la vuelta de Esther, que la había desestabilizado y necesitaba
convencerla de que eso no era así, que tenía muy claros sus sentimientos pero, sobre
todo, de que no le contase nada a su madre. No quería que Rosario supiese que la
enfermera había vuelto y mucho menos que trabajaba para ella.

- Teresa – la llamó llegando hasta ella.


- ¡Maca! ¿ya has terminado?
- Si – sonrió y mirando su reloj – ¿me invitas a un café?
- ¿Qué te invite yo? De eso nada, me invitas tú a mí saltó airada y con algo de
retintín añadió - ¿Seguro que tienes tiempo?
- Si, seguro. Aún me sobra un rato antes de coger el avión.
- Pero… ¿no ibas a pasar por casa?
- ¿Quieres ese café, sí o no! porque si no lo quieres no hace falta que me des
largas.
- Claro que lo quiero, no seas tonta. Además, creo que Claudia y Cruz están allí.
- ¿Todavía?
- Todavía, no, Maca, Cruz ha estado haciendo su ronda y vuelto a bajar y Claudia,
tiene la tarde libre, pero se está haciendo la remolona con mil excusas.
- Excusas ¿para qué?
- Pareces boba, para acompañarte al aeropuerto. No se que le das pero la tienes
todo el día detrás como un perrito faldero, a ver si va a resultar que… - hizo una
seña juntando por las yemas los dos dedos índices de las manos, que provocó la
risa de la pediatra.
- ¡Qué cosas tienes Teresa! tu lo que quieres es que te cuente con quien está y no
voy a hacerlo, se lo prometí.
- O sea, que está con alguien – dijo triunfante, ante el ceño de Maca que había
caído en la encerrona.
- Eres un caso, te aprovechas que tengo la cabeza en otras cosas… yo no te he
dicho nada, ¿me oyes?
- Soy una tumba – dijo entrando ya en la cafetería.
- Teresa quiero hablar contigo no vayas a… - iba a decirle que no se sentara con
Claudia y Cruz pero no le dio tiempo a hacerlo.
- Mirad a quien os traigo, mujeres de poca fe – bromeó la recepcionista, haciendo
alusión a la conversación anterior con Cruz y la neuróloga y colgándose la
medalla de haber sacado a Maca del despacho.
- ¡Pero que ven mis ojos! ¿te vas a dignar a perder el tiempo un rato con nosotras?
– dijo Claudia abriéndole hueco en la mesa.
- Ya está bien de cachondeo, que si lo sé me quedo arriba – protestó Maca
acercándose con cierta desgana, al final se iría sin pedirle lo que quería a Teresa.
Su teléfono empezó a sonar de nuevo.
- ¡Hija! Es que no te van a dejar tomarte un café tranquila.
- Pues… está claro que no – respondió alejándose un poco de la mesa para poder
hablar sin molestar a las demás – dime Isabel - dijo cansada.
- ¡Maca! menos mal que te encuentro – exclamó la subinspectora – tengo que
hablar contigo, es muy importante.
- Ya sé, que no coja ese avión, ¿no es eso?
- Si, eso es.
- Pues… no insistas porque… voy a cogerlo.
- Maca, esto es serio, por favor, tienes que escucharme.
- Isabel… la que tienes que escuchar eres tú. Voy a ir y no voy a discutirlo
contigo.
- Maca, ¿qué quieres! ¿qué me presente en el aeropuerto y te detenga! porque te
juro que estoy contemplando la posibilidad.
- Pero vamos a ver. Si sabes algo, dímelo, y si solo son tus famosas corazonadas,
déjame en paz – le dijo con genio y levantando tanto la voz que Cruz y Claudia,
de espaldas a ella se giraron, con gesto de preocupación, sin entender aquellos
modos con la detective, Maca podía ser algo brusca pero nunca perdía las formas
de aquella manera .
- Maca, ¡por favor! – pidió también alterada la detective - no puedo decirte nada
más, pero mi padre tampoco quiere que cojas ese avión.
- ¿Tu padre? ¡acabáramos! – exclamó atando cabos – claro que no quiere ¿cómo
va a querer? – preguntó retóricamente – Te voy a decir una cosa, esta mañana
me lo callé, pero tu padre esta de mierda hasta las cejas, que lo sepas, yo no se
que interés tiene en que esto no vaya adelante pero, que lo tiene, está claro –
soltó desahogándose – y… si con eso es con lo que pretendías convencerme… te
voy a decir otra, que me has convencido, pero de todo lo contrario. Ahora sí que
no va a haber nada que me impida cogerlo. Y… tú mejor que nadie, deberías
entenderme.
- Maca, ¡por dios! Que le ha dicho claramente a Josema que no vas a volver, a no
ser con los pies por delante – soltó con brusquedad cansada también de la actitud
de la pediatra, arrepintiéndose inmediatamente de haberlo hecho - ¿Maca! Maca,
¿me oyes? – preguntó viendo que el silencio se había hecho al otro lado -
¿Maca?
- Si, - dijo con un hilo de voz, no se esperaba escuchar aquello de forma tan clara
y ahora sí que estaba asustada – bueno… pues… no se Isabel, pero… es que…
tengo que ir – insistió sin mucha convicción con la esperanza de que la detective
tuviese alguna solución.
- ¡Joder, Maca!
- Dime tú ¿qué hago?
- Manda a alguien en tu lugar.
- Claro, - dijo irónica - en cuatro horas sale el avión ¿crees que es tan fácil
encasquetar ese marrón? Además… ¿Quién crees que soy! para que a mí no me
pase nada, pongo en peligro a otra persona, no lo pienso hacer, Isabel.
- Vamos a ver Maca, quien vaya en tu lugar no tiene por qué correr ningún
peligro.
- ¿Cómo que no?
- Te esperan a ti.
- Pero ¿quien me espera? – preguntó exasperada.
- Si tú anuncias que no vas, y quien vaya en tu lugar lo hace sin vincularse a ti, no
tendría por qué pasar nada.
- Pero ¿qué me estas diciendo! ¿Cómo que lo anuncie! ¿dónde? Y ¿qué quieres
decir con “tendría”! ¿Qué si puede pasar? – habló precipitadamente, presa del
nerviosismo que empezaba a sentir, las palabras de Teresa “todo el mundo
entendería que te vayas con tu mujer”, las de Claudia “Maca vete a Sevilla”,
acudían a su mente como excusa.
- Maca, quien vaya en tu lugar, estará a salvo, te lo aseguro. Te quieren a ti. No
me preguntes el porqué, pero es a ti.
- Mira, Isabel… - dijo ya más tranquila – déjalo, que sea lo que tenga que ser.
Sinceramente, no creo que vaya a pasar nada… no lo veo… no puedo creer que
nadie pretenda frenar el proyecto de esta forma, no tiene sentido.
- Maca, te lo pido por favor – insistió consciente de su fracaso.
- Vamos a ver, no tengo tiempo de seguir con esto. Me voy a tomar un café, voy a
pasar por casa y voy a coger ese avión. Y… si tan segura estás de que en él va
alguien que pretende lo que tu crees, haz tu trabajo, pero a mí déjame tranquila –
le pidió serena - de verdad que esto es un sin vivir, que… no puedo más… te lo
digo en serio, no puedo.
- Maca…
- A dios, Isabel, hablamos cuando vuelva – se despidió y se acercó a la mesa.
- ¿Algún problema?
- No sé, la verdad – dijo pensativa.
- Pero… era Isabel, ¿no? – preguntó Claudia, la pediatra asintió - ¿Qué pasa,
Maca?
- Está obsesionada con que me va a pasar algo en ese viaje. Primero insistió para
que no fuera sola, y ahora, directamente, quiere que no vaya.
- Pues no vayas – intervino Cruz – Isabel no es ninguna histérica. Quizás sepa
algo del tipo ese de las pintadas y en un aeropuerto con tanta gente…
- Cruz tiene razón, Maca – dijo Claudia preocupada – además deberías… - la miró
y guardó silencio, mejor no decía nada de Ana – deberías frenar un poco, estás
demasiado alterada y…
- ¿Vosotras también? – preguntó quejosa sin poder evitar pensar lo “despistadas”
que estaban. Se interrumpió al ver que de nuevo la llamaba Isabel – esto es
increíble, ¿se puede ser más cabezona que yo? – dijo con tal muestra de
cansancio que Cruz se preocupó, ni siquiera descolgó el teléfono.
- A ver Maca, ¿quieres que vaya yo? – se ofreció solícita, la veía agotada – sabes
que el inglés no es problema para mí, los llamas, les dices que voy yo, me pones
al día y me das esa memoria que en el avión me lo miro.
- No, gracias. Debo ir yo – se negó aunque en el fondo acarició la idea de aceptar
su propuesta.

El teléfono de Claudia, comenzó a dar una llamada, la neuróloga lo miró y sonrió.

- Es para ti – dijo tendiéndoselo a Maca.


- ¿Para mí? – preguntó sorprendida.
- Si, ¡Isabel! – rió al ver la mueca de la pediatra, que hizo un gesto negativo. No
pensaba cogerlo.
- ¡Hola, Isabel! – respondió Claudia con simpatía escuchando lo que la detective
tenía que decirle - ¿un incendio en el poblado! sí, aquí está, ¿te la paso! ¿no!
vale, dime, dime.

Las otras tres se quedaron expectantes mientras escuchaban lo que respondía Claudia y
sacaban sus propias conclusiones.

* * *
En el campamento, Esther había entrado por la puerta que lo hiciera horas antes, su
mente registraba todos los datos a velocidad de vértigo. El humo cada vez era más
denso, sus ojos, llorosos, se dirigieron al lugar donde había visto una botella de
camping-gas con la que se calentaba la anciana, si las llamas la habían alcanzado,
saldría sin lograr su objetivo, se estaba arriesgando, pero no era una inconsciente, no era
el primer incendio en el que se metía, comprobó aliviada que las llamas aún no llegaban
a aquél cuarto, el incendio parecía originarse en la parte trasera, quizás en la cocina.
Pasó con rapidez por ella, temiendo que hubiese más botellas, aunque no recordaba
haber visto ninguna en el rápido recorrido que le hizo María por la vivienda. Tenía que
entrar y salir en pocos segundos. Sabía a donde ir, y casi sin ver corrió hacia el interior,
se agachó bajo la cama y cogió la caja; un fogonazo, y un estruendo a su espalda le
indicó que las llamas se habían abierto paso con más rapidez de la que esperaba, los
cartones y plásticos que formaban parte de la construcción habían ayudado a ello, solo
tenía una opción, salir por donde había visto hacerlo a María en esa misma mañana, su
propósito de no tomar aire en el interior, se rompió con aquel contratiempo, ¡mierda!
pensó, sintiendo que aquella bocanada le afectaba no solo en lo pulmones, comenzando
a toser, si no también en su cabeza. Tenía que encontrar aquél hueco.
En el exterior Fernando gritaba nervioso a Sonia.

- ¿Dónde están esos bomberos?


- Isabel no para de comunicar, pero ya los he llamado yo – se explicó igualmente
alterada.
- Sigue intentándolo – le pidió, era necesario que llegase la policía y acordonase la
zona – y avisa a Maca, que esté todo listo en la clínica.
- ¡Mierda! ¡Mierda! – repetía Laura, viendo como las llamas comenzaban a salir
por la techumbre - ¡Esther! – gritó acercándose a la vivienda - ¡Esther! sal ya.
- ¡Laura! – la llamó a su vez Mónica corriendo hacia ella.
- ¡Retiraos! – ordenó Fernando - se va a derrumbar.

En el interior, una Esther al borde de la desesperación retiraba objetos y muebles de la


zona donde esperaba ver aparecer la “puerta de su salvación”, cada vez le costaba más
trabajo respirar, “¡Aquí está!”, se alegró de ver aquél agujero, “¡es demasiado
pequeño!”, pensó con angustia. No había tiempo, soltó la caja y con todas sus fuerzas
tiró de una de las chapas, “¡no puedo! ¡no puedo!”, pero sin saber como, la adrenalina
generada en su organismo por la situación, le dio fuerzas para retirarla, cogió de nuevo
la caja y salió precipitadamente, justo en el momento que una pequeña explosión hacía
volar por los aires chapas y uralitas.

El estallido provocó un revuelo considerable. Sus compañeros vieron con estupor como
la vivienda se hundía pasto de las llamas y cómo estas se extendían a las chabolas
colindantes.

* * *
En la clínica todas seguían con interés las palabras de Claudia. Maca estaba cada vez
más nerviosa. Por lo que escuchaba parecía que el incendio se había extendido y lo que
era peor, que la prensa había llegado antes que los hombres de Isabel. Tenía que hablar
seriamente con ella, “¿qué hacía pensando en eso ahora?”, “¿cómo se le ocurría pensar
en la prensa antes que en la gente?”, se reprendió así misma, ya habría tiempo de
declaraciones, lo importante es que todos estuviesen bien. Su móvil empezó a vibrar y
antes de que diera la primera llamada ya lo había cogido.

- ¡Sonia! – exclamó - ¿qué ha pasado?


- ¡Maca! Hay un incendio… la chabola de Socorro… Esther está dentro –
explicaba entrecortada al tiempo que miraba hacia las llamas y veía a sus
compañeros correr hacia la chabola - la explosión…, no la vemos...
- ¿Cómo que está dentro? – dijo con voz ronca - ¡Sonia! ¡tranquilízate! – dijo en
tono casi de súplica - dime qué está pasando.
- Tenedlo todo preparado – gritó como si Maca no pudiese oírla – ¡dios! –
exclamó asustada al ver que Sacha y Fernando levantaban unas chapas bajo las
cuales apareció tumbada la enfermera.
- ¡Luego te llamo! – volvió a gritarle, y salió disparada hacia ellos.
- ¡Sonia! ¡Sonia! - llamó Maca con desesperación, mirando el teléfono que había
perdido la conexión. Levantó la vista, Claudia seguía hablando con Isabel, miró
a Cruz y Teresa, ambas vieron el pánico reflejado en su rostro.
- ¿Qué pasa? – preguntó Teresa.
- Un incendio – dijo con rapidez – no me he enterado bien – continuó - ¡Claudia!
– exclamó al verla colgar - ¿qué pasa?
- Isabel acaba de llegar al incendio, te llamará cuando sepa algo.
- Pero ¿qué te ha dicho de Esther? – preguntó sin disimular su angustia.
- ¿De Esther! nada – dijo con tranquilidad – me ha dicho que no te preocupes que
ya estaban allí los bomberos y las ambulancias, que sus hombres habían
acordonado la zona y que ella acababa de llegar, que te llamaría con la versión
oficial para la prensa porque habían llegado antes que nadie.
- Pero Sonia dice que Esther… - empezó a hablar y se le quebró la voz, tenía que
dominarse, notaba que el nudo que sentía en la garganta empezaba a provocarle
un intenso dolor en el pecho, “respira”, “respira”, se dijo. Vio que Cruz se
levantaba y se acercaba a ella – estoy bien Cruz – dijo con más aplomo – al
parecer Esther estaba dentro de la chabola y ha habido una explosión – contó
con agitación.
- ¡Ay, mi Esther! – exclamó Teresa, llevándose las manos a la cara.
- ¡Teresa! – le llamó la atención Cruz indicándole con los ojos que se controlase -
Maca… - empezó Cruz preocupada por ella, se estaba poniendo pálida y la
respiración empezaba a alterársele – tranquila.
- Si, si – dijo – estoy tranquila – tomó aire – estoy tranquila – volvió a inspirar
con profundidad.
- Maca, no te preocupes – intervino Claudia, miró el reloj – vete a casa, que tienes
que coger el avión.
- ¿Qué avión? – preguntó distraída.
- ¡Maca! – se extrañó Claudia.
- ¡Zurich! – cayó en la cuenta – no puedo ir, no puedo, la prensa se nos va a echar
encima – respondió evasiva, necesitaba quedarse, no podía marcharse sin saber
como estaba Esther, no podía – Cruz – miró a la cardióloga suplicante – ¿sigue
en pie tu ofrecimiento?
- Eh… claro… - dijo sin mucho convencimiento – pero…
- Ven a mi despacho – casi le ordenó – te pongo al día en unos minutos.
- Espera Maca – le pidió – primero debo hablar con mi hermana, tendría que
quedarse con María.
- Por la niña no te preocupes – saltó Teresa, que la puedes dejar en mi casa sin
problema.
- Gracias, Teresa, pero prefiero hablar con mi hermana – respondió con
tranquilidad – ve subiendo Maca, que ahora te pillo yo.

La pediatra giró la silla sin despedirse pero Claudia la interceptó.

- ¿Qué significa esto Maca? – le preguntó ligeramente molesta.


- ¡Déjame en paz, Claudia! – le espetó con malos modos. Sabía lo que quería
decirle y no estaba dispuesta a escucharlo. Ya hablaría con ella y le explicaría
que las cosas no eran como ella creía.
- Muy bien… , muy bien – dijo apartándose.

Maca se marchó camino de su despacho, la cabeza no paraba de darle vueltas “no se


hacen así las cosas”, “¿cómo metes a Cruz en este marrón! tengo que ir yo, tengo que ir,
pero… no puedo, no puedo irme sin ver como está”, “¿cómo coño se le ocurre meterse
en un chabola en llamas?”, “si ya me lo dijo Fernando”…

- ¡Maca! – la llamó Cruz – espera que subo contigo.


- ¿Has hablado con tu hermana?
- Si, no te preocupes que ya está todo organizado – le dijo observándola - ¿estás
mejor?
- ¿Yo? Si, estoy bien – mintió.
- Pues antes creía que estaba a punto de darte algo.

Maca le sonrió pero no dijo nada más. Cruz la conocía demasiado bien como para
mentirle. Ambas entraron en el despacho. Tenían pocos minutos para que Maca le
explicase antes de que Cruz cogiese ese avión.

* * *
En el campamento, Esther presentaba todos los síntomas de intoxicación por inhalación
de humo.

- Rápido - gritó Fernando, subiéndola a la cuchara y llevándola a la ambulancia


que había llegado antes de que consiguieran quitarle todas aquellas chapas de
encima – Mónica, oxígeno al 100 %, mascarilla con reservorio y 5 gramos de
hidroxicobalamina.
- No llevamos en la ambulancia – dijo Mónica preocupada – aún no han llegado
los kits.
- ¡Mierda! corre, pregunta a los bomberos, suelen llevar ellos.
- Pero … ¿estás seguro? – preguntó Laura – ¿no es mejor esperar a la analítica?
- No. Estamos dentro del protocolo.
- ¿Cómo está? – preguntó Sonia asustada.
- Es pronto para decirlo – le explicó Laura con el miedo reflejado en el rostro – la
intoxicación por humo es muy peligrosa.
- ¡No tienen! – llegó Mónica corriendo.
- Cógele una vía y ponle suero – ordenó el médico, Mónica se movía con
habilidad y se adelantaba a casi todas sus peticiones.
- ¿Está inconsciente? – preguntó de nuevo Sonia.
- No – dijo Fernando administrándole y poniéndole el oxígeno. Mientras Mónica
la enchufaba a los monitores.
- Entonces porque… -
- La ves como obnubilada por la intoxicación – respondió Laura observando el
proceder de su compañero – provoca confusión mental y…
- Pero estáis seguros que…
- Por dios Sonia – protestó Laura – Fernando mira la presión arterial 95/50, y el
ritmo cardiaco es de 101 pulsaciones.
- Venga, arriba – gritó el médico – nos vamos de aquí cagando leches. Sonia
llama a Maca, dile lo que hay, ¡que tengan todo preparado! – repitió a gritos –
necesitamos la hidroxicobalamina.
- Ya la he llamado – respondió casi en un murmullo - ¿la qué?
- Ya llamo yo – respondió Fernando.

Laura dio un ágil salto y subió a la ambulancia, Sonia se quedó allí parada y finalmente
corrió hacia la otra ambulancia. Iría con la abuela de María y con la niña, que estaba
muy asustada.

* * *
En la clínica, Cruz se despidió de Maca con la promesa de tenerla informada de todo. La
pediatra se quedó unos instantes en el despacho, necesitaba llamar a su madre. Rosario,
insistió de nuevo en que no hacía falta que fuese y empezó a sospechar de la insistencia
de su hija. Era lógico que estuviese preocupada, pero notaba en su voz que algo no
estaba bien, le daba la sensación de que quería hablar con ella y que no acababa de
decidirse. Tras hablar con su madre, Maca tuvo la convicción de que Rosario no le decía
la verdad, pero no podía pararse a pensar en ello, tenía que bajar a urgencias.

En la puerta del despacho, Cruz se había detenido con Claudia que llegaba en busca de
Maca.

- ¿Te vas ya? – le preguntó la neuróloga.


- Si – dijo preocupada – deséame suerte porque menuda papeleta me espera.
- Lo harás muy bien – le sonrió transmitiéndole seguridad – si prácticamente eres
la directora de esta clínica.
- Mujer, no seas exagerada.
- No lo soy… es lo que Maca dice.
- ¿Qué es lo que digo? – preguntó la pediatra saliendo de su despacho.
- Nada, ¿bajas? – le preguntó Claudia mirándola con detenimiento, parecía algo
más tranquila pero el ligero temblor de sus manos le descubrió que no era así.
- Si.
- Maca, me voy en cinco minutos, ¿seguro que me has dado todo?
- Que sí, Cruz. No se te olvide llamar a Isabel, quiere hablar contigo.
- Vale – respondió ligeramente nerviosa.
- Suerte Cruz – le dijo Claudia viéndola alejarse - ¡Maca! ¡espera! – gritó al verla
alejarse con rapidez pasillo adelante.
- ¡Están a punto de llegar! – le gritó.
- Lo sé, eso venía a decirte, llegan en diez minutos, ¿te parece bien que nos
encarguemos de Esther Gimeno y yo?
- Si … muy bien – dijo distraída.
- Bien, bajo por el otro ascensor, voy al box y luego salgo.
- Claudia …
- ¿Qué? – se volvió.
- Nada… Ahora nos vemos.
- ¡Venga, Maca! No te preocupes – le dijo apretándole con suavidad en el hombro
- Ahora voy yo.

Maca asintió, notaba la tirantez de la neuróloga con ella y sabía a qué se debía. La
estaba juzgando, y sentía la necesidad de explicarle, de justificar su decisión. Pero no
había tiempo de charlas.

En la ambulancia, Esther se removía inquieta, intentando quitarse la mascarilla y


repitiendo sin cesar el nombre de Maca, Laura estaba preocupada por ella, Fernando no
quería sedarla pero Laura no estaba de acuerdo, parecía cada vez más alterada y el ritmo
cardiaco se le estaba disparando.

- Esther, tranquila, no te quites eso, tranquila – insistía Laura con calma


intentando transmitírsela a la enfermera y sujetándole la mano para que no se
quitase la mascarilla.
- Maca… - parecía decir casi ininteligiblemente – Maca… cuento…
- Aquí tengo el cuento – le decía Laura – tranquila.
- Esther, si no te estás quieta, te voy a dormir y no vas a poder decirle nada a
Maca – la amenazó con tal genio Fernando que la enfermera se estuvo quieta
unos segundos, pero aturdida y nerviosa no tardó nada en volver a la carga.
- … el cuento… Maca… mariposas – dijo con más claridad pero inmediatamente
comenzó a toser.

Laura miró a Fernando desesperada, Esther parecía delirar.

- Creo que es mejor que la sedemos – volvió a insistir.


- No. Sabes que con ese golpe en la cabeza es mejor que permanezca consciente.
Cuando Claudia la examine ya decidirá ella.
- Pero se va a ahogar y mira el ritmo cardiaco.
- Ponle dos miligramos de diazepan eso la calmará un poco – consintió Fernando -
¿estás bien? – le preguntó a Laura, acababa de caer en la cuenta que la joven
tenía un corte en la frente.
- Si – sonrió – no es nada. Solo un arañazo.
- Tendrás puesto el tétanos.
- ¡Fernando! – exclamó burlona – de donde vengo tengo puesto de todo.
- Perdona… - dijo, volviendo a sujetarle la mano a Esther.
- Maca… - balbuceaba la enfermera.
- Le ha dado fuerte con Macarena – comentó - ¿sabes tu que le pasa con ella?
- ¿Yo? No, no tengo ni idea –mintió, ¡ya lo creo que lo sé! rió para sí – creo que
entró a por un cuento pero pregúntale a Sonia, creo que se lo regaló Maca a la
niña.
- Eso será – respondió convencido - ¡por fin! ya estamos entrando – dijo aliviado.
- Maca… - dijo de nuevo Esther agarrando la mascarilla y volviendo a toser.
- ¡ya vale Esther! – protestó Laura – como no te estés quieta te voy a tener que
atar.

Maca y Teresa aguardaban nerviosas la llegada de los heridos en la puerta de urgencias.


Junto a ellas acudieron Claudia y Gimeno, que se encargarían de Esther. La neuróloga
miró a Maca preocupada por lo que pudiera estar pasando por su cabeza. La notaba muy
extraña, y no sabía si es que estaba asustada por lo de Ana, preocupada por el incendio y
las consecuencias de la noticia que, seguro saldría en la prensa al día siguiente, o por el
estado de Esther. Fernando había llamado desde la ambulancia y había pedido
expresamente que la pediatra estuviese allí. No sabían qué ocurría realmente pero todos
temían que la gravedad de Esther fuese mayor de lo que les dijeron en un principio. Las
heridas del resto de afectados no tenían relevancia. Por suerte, tan solo habían tenido
que atender algunos golpes que se resolvieron con un par de puntos y, Socorro, la
abuela de María, que tenía una leve quemadura en una pierna, por suerte, entre Sacha y
Fernando habían conseguido sacar a tiempo a la anciana. María estaba ilesa gracias a
Esther, que como todos sabían ya, había tenido peor suerte. Isabel se había quedado allí
organizando a los afectados dentro del campamento e investigando las causas del
incendio.

Teresa miró de nuevo hacia la pediatra y se asió a su mano, los nervios de Maca eran
patentes, y la recepcionista la observaba con preocupación. Hacía mucho tiempo que no
la veía tan fuera de sí. No solo estaba acelerada, si no que parecía desconcertada, sin
capacidad casi de decisión. Su móvil volvió a sonar, era la llamada que esperaba,
¡Isabel! por fin le contaría los hechos, necesitaba conocerlos para enfrentarse a la prensa
a la que ya no sabía cómo darle largas, y que hacía rato que estaba apostada frente a la
Clínica. Isabel, notó a Maca tan despistada que, prácticamente, le dictó lo que debía
decir: el suceso había ocurrido sobre las cinco de la tarde, en una de las infraviviendas
de manzana D, la de Socorro, que se encontraba allí junto a su nieta. Al parecer, el
origen del siniestro había sido un cortocircuito. Varias dotaciones de bomberos del
Ayuntamiento de Madrid y de la Comunidad de Madrid habían acudido al lugar
consiguiendo extinguir las llamas antes de que se extendiesen a más chabolas, siendo
tan solo ocho las afectadas. Había habido suerte a pesar de todo. Gracias a la presencia
de la policía y los médicos en la zona, la intervención había sido inmediata.

La ambulancia paró delante de la puerta y con rapidez descendieron todos. Maca


literalmente le colgó el teléfono a la detective, reflejando en su rostro el miedo que
tenía. Fernando llegaba con el expediente en la mano y se lo tendió a Gimeno.

- Desorientación, disnea con trabajo respiratorio, satura al 98 % y lleva perfusión


de salino y dos de diazepan.
- ¿Diazepan? – preguntó Claudia.
- No hemos tenido más remedio – dijo Laura separándose de la camilla.
- Maca, Maca… - murmuraba Esther.
- Ya hablarás con ella – dijo Claudia empujando la camilla.
- No… - Esther volvió a quitarse la mascarilla – Maca… - repitió intentando
incorporarse, pero la tos no la dejaba hablar.
- ¡Espera! – pidió la pediatra acercándose a la camilla todo lo que pudo. Esther
giró la cabeza al escuchar su voz y pareció tranquilizarse. Intentó decirle algo
levantándose de nuevo la mascarilla.
- Maca…
- No hables, Esther – le pidió inclinándose hacia delante todo lo que le permitía su
posición para poder rozar su mano – no te esfuerces. Todo va a ir bien.
- He cumplido… - murmuró la enfermera con un hilo de voz apenas perceptible,
tosiendo de nuevo - … he cumplido….
- No hables, por favor – le ordenó Maca nerviosa de verla así - ¡vamos! Llevadla
dentro.
- No – insistió la enfermera sin parar de toser – Maca yo… - no pudo terminar,
cerró los ojos perdiendo la consciencia.
- Vamos, vamos – gritó Gimeno – perdiéndose camino del box.

Claudia entró con él mirando de reojo a su amiga que se quedaba allí con cara de
espanto. Maca había visto a Esther peor de lo que se esperaba. La cara y los brazos
ennegrecidos por el hollín, le indicaban que había estado demasiado tiempo dentro.
Habría que esperar a la gasometría pero no le gustaban nada aquellos sonidos que había
podido escuchar cuando se esforzaba por hablar, y encima había perdido la consciencia,
no quería ni pensar que entrase en una insuficiencia respiratoria irreversible. El pánico
se apoderó de ella. Tenía que controlarse, pensó que algo bueno había y es que, aunque
Claudia tendría que valorar el deterioro neurológico, ella no la había visto tan confusa
como esperaba.

- Toma – le dijo Laura tendiéndole la caja que había sacado la enfermera – entró a
por esto.
Maca la miró desconcertada, cogiendo lo que le tendía, inmediatamente reconoció la
caja, abrió la tapa y junto al cuento vio el caza mariposas y cayó en la cuenta de lo que
había ocurrido, un sentimiento de culpabilidad se apoderó de ella. Miró la caja y volvió
a mirar a Laura.

- Maca ¿estás bien? – le preguntó la joven.

Pero no tuvo tiempo de responder. Sonia acababa de llegar en la otra ambulancia, con
Socorro y María. Laura se llevó a la anciana a la sala de curas y María corrió a
abrazarse a la pediatra llorando. Maca intentó controlar sus sentimientos y tranquilizar a
la pequeña que, finalmente, consintió en marcharse con Mónica. De pronto se vio allí
sola, sin saber qué hacer, permaneció en la entrada de boxer completamente parada, la
vista puesta en aquellas puertas, con el corazón en un puño, esperando ver salir en
cualquier momento a alguien que le explicase qué ocurría.

- Maca ¿qué haces ahí parada? – le preguntó Teresa.


- Voy a entrar – decidió.
- Ni se te ocurra. Tú te esperas aquí, conmigo – dijo sujetándole la silla.
- Teresa, necesito entrar – le gritó mirándola con furia - ¡suelta!
- Ahí dentro lo único que vas a hacer es estorbar – le gritó enfadada y nerviosa
también.

La pediatra escuchó aquella frase como un mazazo. Ya sabía que no podía hacer mucho,
en realidad, nada, pero escucharlo así, y de boca de una de las personas en las que más
confiaba y en las que más se había apoyado en esos años, provocó que perdiese el poco
control que le quedaba y se echase a llorar.

- Maca… cariño… no te pongas así – dijo Teresa asustada, agachándose a


abrazarla. La pediatra hizo un ademán de zafarse de ella, dolida por sus palabras,
pero Teresa no se lo permitió y fue Maca la que se abrazó sollozando.
- Teresa… es culpa mía… es culpa mía – repetía entrecortadamente.
- Pero criatura, ¿tú qué culpa vas a tener? – dijo besándola – es Esther que no está
bien, si te lo avisé, le pasa algo.
- ¡No! Soy yo. La he provocado – confesó - te prometí no jugar con ella, pero…
me divierte picarla, siempre lo hice y… no medí mis palabras.
- Tranquila, Maca, que te va a dar algo. Verás como no es nada.
- Teresa… - dijo negando con la cabeza – soy… un desastre,… mi… mi vida es
un desastre – sollozó de nuevo.
- ¡Chist! ¡no digas tonterías! – la consoló – ¿qué va a ser un desastre! estás
asustada y estás cansada.
- No es eso… no lo entiendes…
- Ay, ¡entiendo más de lo que tú te crees! si lo veía venir – respondió abrazándola
de nuevo comprobando que estaba empezando a calmarse - Anda, ven conmigo,
vamos a llamar a Encarna.
- ¿Encarna? – preguntó temerosa, ahora si que estaba asustada – no, yo no voy –
dijo – yo voy a dentro, necesito saber cómo está.
- Maca, lo que debes hacer es irte a casa a descansar – le aconsejo viendo su
aspecto.
- No puedo – respondió dueña de sí de nuevo – hazme un favor, llama tú a
Encarna ¿quieres? – dijo mientras se frotaba los ojos para disimular los efectos
del llanto - yo… voy a ver si me entero de algo.
- Tienes que salir a hablar con la prensa.
- Lo sé, pero… en unos minutos ¿de acuerdo! tendré que decirles el estado de los
heridos.
- Pasa por el baño y ¡arréglate esa cara!
- ¡Teresa! - protestó camino del box, esbozando una triste sonrisa.

* * *
El joven entregó su tarjeta de embarque con cierto nerviosismo. Al hacerlo la azafata lo
miró extrañada pero no le dijo nada. Era la primera vez que viajaba en primera clase y
estaba deseando ver las diferencias con la clase turista. No sabía como, pero aquellos
que les habían encargado el trabajo, lograron un billete sin problema y, por lo que tenía
entendido su padre, al lado mismo de la doctora Wilson.

Llevaba casi una hora en el aeropuerto esperando verla aparecer pero no fue capaz de
localizarla. Seguro que embarcaba por otro lado debido a su estado. Esa idea lo
tranquilizó, lo último que deseaba era fallarle a su padre en aquel encargo.

Escuchó la última llamada para su vuelo y notó la excitación del encuentro. En unos
minutos estaría sentado junto a ella. Tenía todo pensado. Se comportaría como solo él
sabía hacerlo, seguro de que su educación y caballerosidad lograrían despertar la
confianza en la doctora. Así, cuando descubriese que se alojarían en el mismo hotel, lo
tendría todo más fácil.

Cruz llegó al parking con el tiempo justo. Casi no le había dado tiempo de meter en la
maleta cuatro cosas y dejar a María en casa de su hermana. Maca le había explicado
todo el procedimiento de primera clase, no tendría que esperar colas, ni facturar, ni nada
de nada, la recogerían en el mismo aparcamiento. La pediatra había hecho las llamadas
pertinentes para informar del cambio de usuario en el billete y ya habían dispuesto una
tarjeta de embarque a su nombre. ¡Primera clase! pero no una primera clase cualquiera,
como la única vez que había hecho uso de ella cuando Vilches la invitó a aquél fin de
semana en Lisboa, sino una primera clase de lujo.

El trato preferente con el cliente empezó en el parking, donde un servicio específico la


recibió, encargado de aparcar el coche y llevar su equipaje. La acompañaron a la entrada
y allí un asistente personal la recibió y la guió haciéndose cargo de la facturación y del
control de seguridad, “más rápido y discreto que el del resto de pasajeros” pensó,.
Conociendo a Maca no le extrañaba que viajase así, sonrió al pensar que en el día a día,
no se le notaba lo pija que podía llegar a ser ... La condujeron a una sala vip a pesar de
que faltaban pocos minutos para el despegue, aunque también le informaron que, si era
su deseo, podía descansar en una habitación independiente. Finalmente, para llegar al
avión, un Porsche Cayenne la trasladó directamente hasta las escalerillas. Una vez arriba
la condujeron a una inmensa cabina, donde solo había cabida para doce pasajeros,
dispuestos de dos en dos, en cómodos y amplios sofás. Se recostó en el que le indicaron,
sin poder evitar pensar “¡vaya diferencia!”.

Observó con agrado que el servicio era impecable pero no pudo evitar sentirse algo
incómoda, por las miradas que le lanzaba su compañero de asiento, y eso que estaba a
más de un metro de distancia. La observaba con descaro, rayando la falta de educación,
“mucho traje y poco seso”, pensó Cruz, “si lo que pretende es entablar charla lo lleva
claro”, sacó el dossier que le había entregado Maca y se dispuso a estudiarlo con
detenimiento. ¡Menudo marrón! y, ¡menuda responsabilidad”, pero quizás fuese lo
mejor, Maca empezaba a tenerla preocupada, a su vuelta hablaría con ella y le insistiría
en que se marchase unos días de vacaciones, últimamente no tenía buen aspecto y lo que
era peor, la veía perder los nervios con demasiada frecuencia. “Pero… ¿qué coño me
mira este tío?”, volvió a pensar.

- Disculpe señora – se decidió el joven dirigiéndose a ella.


- ¿Si?
- Creo que se ha equivocado usted de asiento – Cruz lo miró de arriba abajo con
un gesto despectivo, estaba claro que no se había equivocado en su primera
impresión.
- No lo creo – sonrió continuando con su lectura.
- Ese asiento es para minusválidos – se aventuró el joven en un torpe intento de
averiguar por qué no estaba allí sentada quien él esperaba.
- ¿No me diga! creo que ese lo ocupa usted – respondió irónica consciente de que
jamás captaría lo que le había querido decir.

El joven guardó silencio, ya se levantaría cuando llegase la Wilson. Cinco minutos


después, los motores empezaron a rugir. Cruz observó que el chico se frotaba las manos,
nervioso. “¡Lo que me faltaba! este es capaz de mearse en los pantalones o lo que es
peor, dar un salto, sentarse a mi lado y darme un pellizco de órdago”, pensó
interpretando que aquellos gestos del chico indicaban su miedo a volar.

El avión despegó sin problemas. Cruz se enfrascó en la lectura de la memoria que había
hecho Maca, la verdad es que tenía una capacidad de síntesis y una claridad en sus
exposiciones que la dejaba sorprendida.

El joven no entendía qué ocurría. Estaba claro que la doctora no se encontraba en aquel
vuelo. Empezó a pensar con temor que se había equivocado de avión.

- Discúlpeme señora.
- ¿Si? – dijo Cruz con un ligero deje de impaciencia que el chico no fue capaz de
captar.
- Este avión… va a Zurich, ¿verdad?

Cruz lo miró sin dar crédito a lo que escuchaba, o era imbécil, o se reía de ella o tenía la
forma de ligar más ridícula que había visto en su vida.

- No sé – respondió con sorna – yo es que solo me concentro en los aviones y me


paso el día subiendo y bajando de ellos.
- Disculpe si la molesto – dijo. “¡Vaya hombre! ¡qué avispado!” – permita que me
presente – continuó tendiéndole la mano – Eduardo Canales, Director General de
Marketing y Recursos Humanos de Assistance Global.
- Encantada, Cruz Gándara – estrechó su mano “como siempre mucho cargo para
poca cabeza, seguro que es un niño de papa enchufado”, pensó volviendo a la
lectura.
- ¿A que se dedica usted? – preguntó el joven. “¡Nada! que no hay manera”, pensó
Cruz.
- Soy médico.
- ¡Ah! ¡qué interesante! – dijo mirándola fijamente.
- Si, mucho.
- Yo tengo una amiga médico – siguió con su estrategia, pero Cruz no hizo
comentario alguno – quizá la conozca.
- No creo, somos muchos.
- Se llama Macarena Wilson.

Cruz levantó la vista, ahora sí, interesada. Recordó las palabras de Isabel justo antes de
salir para el aeropuerto, la detective le había prevenido sobre cualquier persona, hombre
o mujer, que se le acercase en busca de Maca. Su mente ató cabos con rapidez.
Imposible que aquél mamarracho fuera amigo de Maca. Se la imaginaba dándole un
bufido a la primera frase. Sonrió solo de pensarlo y el joven interpretó que sabía a quién
se refería.

- ¿La conoce?
- No – respondió – no me suena – “a ver si así me dejas tranquila ¡pelmazo!”.
- Pues… es famosa.
- Si me permite, tengo una conferencia y necesito repasar unas notas – mintió con
descaro.
- Si, claro, disculpe.

El joven guardó silencio, “¡mierda! ¡mierda! ¡mierda! ¿qué pasa aquí?”, pensó
preocupado. Quizás la Wilson no iba en primera, aunque… eso era imposible, a su
padre le habían asegurado que su billete era el del asiendo de al lado. Claro que ahí en
esos sofás, lo mismo estaba en otro. Se levantó y repasó con la vista a todos los
ocupantes. No estaba. Tenía que hablar con su padre, el sabría qué hacer. Por el
momento, recorrería el avión en su busca.

* * *

En la Clínica, Maca salió del box con cara de preocupación, tan nerviosa estaba que no
reparó en la señora situada a la derecha de Teresa y ligeramente tapada por esta. Maca
vio a todos acercarse a ella, desde un lateral del pasillo Sonia, Mónica y Fernando,
desde el otro Teresa, Laura y ¡Encarna! Las miradas de Maca y Encarna se cruzaron.
Los nervios de la pediatra aumentaron y todos notaron que palidecía, achacándolo a la
posible gravedad de Esther. Maca bajó la vista incapaz de sostenerle esa mirada,
Encarna se dirigió a ella manifestándole toda su rabia.

- ¿Cómo está mi hija? – preguntó sin rodeos ni saludos.


- Hola, Encarna – dijo con un hilo de voz - Siguen examinándola. Aún faltan los
resultados de un par de pruebas pero – tragó saliva intentando disimular el
miedo que sentía, no quería ni imaginar que le ocurriese algo – ha estado
demasiado tiempo dentro y… ha inhalado mucho humo y… y sigue inconsciente
– explicó con los ojos clavados en Encarna, unos ojos que le estaban pidiendo
perdón y clemencia.
- ¿Qué tipo de sitio es este? – gritó encarándose con ella – lleva mucho ahí dentro,
faltan pruebas, no sabes nada, ¡me llevo a mi hija de aquí!
- Encarna no puedes… - empezó a decir Maca pero rápidamente se arrepintió al
ver la cara que le estaba poniendo la madre de Esther.
- ¿Tú! ¿tú me vas a decir a mi lo que puedo o no puedo hacer…? – le gritó con
furia.
- Vamos a tranquilizarnos un poco señora – intervino Fernando cogiéndola de un
brazo con cariño pero cortándola con autoridad. Miró a Maca con aire
interrogador, no entendía qué estaba pasando allí, pero la pediatra bajó la vista a
punto de echarse a llorar.
- ¿Qué me tranquilice! ¿Qué me tranquilice? – se volvió hacia él con furia.
- Si, señora, así no arreglamos nada.
- Encarna… - dijo Maca recuperando la compostura y dominando sus nervios –
Esther está en buenas manos.
- ¡No serán las tuyas! – le gritó – ¡que tú a mi no me engañas!
- Señora, por favor – pidió ahora Sonia – la doctora Wilson no tiene la culpa de …
- ¿Qué no tiene la culpa? – la interrumpió - ¡ya lo creo que la tiene! – volvió a
elevar el tono – preparad ahora mismo a mi niña que me la llevo de aquí.
- Encarna, piensa un poco, sé razonable – intervino Teresa, sorprendida de aquella
rabia. Conocía a Encarna, es verdad que llevaba años sin verla, pero siempre le
había hecho gracia y se entendía bien con ella.
- He dicho que me la llevo, y me la llevo – insistió zafándose de la recepcionista
que la había cogido por el brazo.
- Esther no debe ser trasladada en su estado – puntualizó Maca en tono
profesional, mirando fijamente a Encarna – sería muy peligroso para ella,
primero hay que estabilizarla.
- No quiero que permanezca ni un segundo más bajo el mismo techo que tú, ¡me
das asco! Si mi hija es imbécil, yo no voy a dejar que te rías de ella – respondió
con tanta rabia que nadie supo qué decir, conscientes todos de que allí pasaba
algo que se les escapaba. Teresa y Laura cruzaron las miradas, preocupadas.
- Encarna, por favor… - pidió Maca cogiéndole una mano – sé como te sientes,
pero lo mejor para Esther ahora…
- ¡No vuelvas a ponerme la mano encima! – gritó retirando con brusquedad la
suya golpeando sin querer a la pediatra que ni siquiera notó el dolor que sintió,
de nuevo, en el hombro – y ni se te ocurra insinuar ni lo más mínimo, que una
persona normal como yo, puede sentir lo mismo que tú, lo mismo que una…
una… asesina.
- ¡Ya está bien! – dijo Fernando con autoridad, elevando también el tono – Maca,
creo que es mejor que salgamos de aquí – continuó haciéndole una seña a la
pediatra para que diese su brazo a torcer, permaneciendo ahí lo único que iba a
conseguir era caldear más los ánimos, y aquella señora, fuera por los motivos
que fuese, estaba tan alterada que era imposible razonar con ella.
- Encarna, Esther tiene que quedarse – insistió Maca obviando las palabras de
Fernando y de la propia Encarna y solo preocupada por las consecuencias que
podía acarrearle a la enfermera un traslado – si el problema soy yo, no te
preocupes que me marcho ahora mismo. Mónica es mi socia - dijo señalando a
la joven que se acercó – ella se encargará de que no os falte nada – giró su silla
para marcharse, pero antes de seguir pasillo adelante se volvió – aunque… no
me creas, me alegra que sigas bien.
- A mí también me alegra… - empezó con furia, quería gritarle que se alegraba de
ver como estaba, de que la vida hubiese sido justa y la hiciese pagar por todo el
daño que hacía, pero algo en su interior se lo impidió, ella no era así, podía
odiarla, podía querer defender a su hija, pero nunca había sido cruel con nadie,
nunca hasta el extremo de desear un daño como aquél - ¡vah! – soltó dándole la
espalda despectivamente como si no mereciese la pena dirigirle la palabra.

Maca recibió ese gesto con más dolor que cualquier palabra que pusiera haberle dicho y
no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas, entendía perfectamente lo que había
querido decirle, aunque no lo hubiese llegado a hacer, y se le hizo un nudo en la
garganta. Encarna la odiaba, sentía un rencor tan profundo que no dudó un segundo en
comprender que Esther debía haberle contado todo lo que ocurrió entre ellas aquella
noche.

Cuando estaba a punto de coger el ascensor escuchó como se abrían las puertas del box,
y se volvió permaneciendo en la distancia. Había prometido marcharse pero…
necesitaba saber como estaba Esther. Vio como todos se arremolinaban en torno a
Claudia y Gimeno. Intentó escuchar lo que decían pero desde allí era imposible. Respiró
hondo, dominando el nerviosismo que sentía y se dispuso a esperar.

- Está bien – dijo la neuróloga dirigiéndose al grupo que tenía a su alrededor


ignorando quien era Encarna – tranquilos que saldrá de esta – bromeó sin dar
más explicaciones - ¿Y Maca? – preguntó apartando a Sonia al ver que la
pediatra estaba al final del pasillo, junto al ascensor - ¡Maca! – salió tras ella.
- Pero… bueno… ¡niña! – saltó Encarna con una mezcla de desconcierto y enfado
por el trato de Claudia - ¿me vas a decir que le pasa a mi hija? ¿o en este
hospital nadie sabe nada?

Claudia se paró en seco y se volvió sorprendida.

- Discúlpeme señora, no sabía que… no la había visto.


- ¿Cómo está? – insistió Encarna.
- Está estable y descansando. El TAC no muestra daño cerebral alguno y va
recuperando la normalidad respiratoria – le dijo con sencillez para no perderla en
tecnicismos –
- ¿Y la gasometría? – preguntó Laura, preocupada.
- Mejor de lo que esperábamos – sonrió y volviéndose a Encarna continuó - Ahora
la llevaremos a la UCI, la mantendremos en observación 24 horas y si todo va
bien, luego la subiremos a planta. De todas formas, hay que ser prudentes. Le
repetiremos el TAC dentro de unas horas. Mientras ¿por qué no se va a casa a
descansar! yo la llamo si hay alguna novedad – le dijo con tanta dulzura, que
Encarna rápidamente pensó que le caía bien aquella chica, “qué profesional y
qué amable” – y vosotros – dijo dirigiéndose a los demás – deberíais hacer lo
mismo.
- Yo prefiero quedarme aquí con mi hija – dijo convencida.
- Encarna, en la UCI no puedes estar, ¿porqué no te acompaño a casa! mañana
tendrás tiempo de estar aquí cuando ya esté en la habitación – le propuso Teresa.
- ¿No puedo verla? – insistió Encarna.
- No, hoy no – intervino Gimeno – pero no se preocupe que yo me quedo con ella
toda la noche. Su hija es amiga mía ¿sabe? – sonrió pasando su brazo por los
hombros de Encarna conduciéndola, con disimulo, hacia el ascensor.
- ¿Si? - dijo con agrado, ya más tranquila, le gustaba ese médico para su hija,
parecía agradable, un poco mayor para ella, pero ¡bueno!
- Claro, yo la llamo, anda vaya… vaya con Teresa – dijo haciéndole con la mano
una seña a la recepcionista.
- Muchas gracias, doctor – dijo con una sonrisa, que borró al cruzarse con Maca
que volvía al grupo. La pediatra la miró de reojo, bajó la vista, y no dijo nada.

Claudia, la vio acercarse a ellos, le sonrió de lejos y le hizo una seña de que todo estaba
bien. Cuando estuvo a su altura repitió lo que había dicho anteriormente, Maca respiró
más tranquila, no eran malas noticias y, Encarna se marchaba.

- ¿De qué conoces a esa mujer? – preguntó Sonia, de pronto. La pediatra la miró y
comprobó que parecía molesta.
- Es la madre de Esther – respondió.
- Eso ya lo sabemos, pero ella parece conocerte a ti – insistió.
- Me habrá visto en la prensa – dijo esquiva, hizo una pausa y se lo pensó mejor –
salí con Esther hace años - confesó.

Sonia no pudo evitar un gesto de sorpresa, ahora entendía algunos comportamientos de


la enfermera. Clavó sus ojos en Maca con reproche.

- No me mires así Sonia. Entre Esther y yo terminó todo hace mucho tiempo. No
he vuelto a verla en años, desde que se fue… - sintió la necesidad de justificarse,
aunque en realidad, no sabía por qué, ni tenía porque hacerlo – y… que esté
aquí, es una coincidencia que ninguna de las dos hemos buscado – explicó con
sinceridad, hizo otra pausa que Claudia aprovechó para intervenir.
- Yo creo que ya es hora de que os marchéis a casa, parecéis cansados, además,
Maca, vas a perder el avión – le hizo un gesto de complicidad, se había dado
cuenta de lo incómoda que estaba la pediatra con aquella situación, bastante
tenía ya encima como para tener que aguantar reproches que no venían a cuento,
Claudia se preocupó por ella.
- Si, es cierto – confirmó Maca mirando el reloj - ¡mirad que caras tenéis! –
intentó bromear - Claudia tiene razón marchaos a descansar.
- Si – intervino Gimeno – daos una ducha que … vamos no quiero decir que oláis
ni nada de eso pero… un asquito si que estáis hechos… todos chamuscadillos…
- Vale, vale, te hemos entendido – rió Fernando.
- Menos mal – rió Gimeno - tienen razón es mejor que marchéis a casa. Ya nos
quedamos nosotros aquí.

Los tres se marcharon y Gimeno entró en el pasillo hacia el interior de boxer para desde
allí ir a la UCI, donde ya había sido trasladada Esther. Una vez solas Claudia miró a
Maca, y esta vez era ella la que tiñó su mirada de reproches.

- ¿Me vas a contar qué pasa entre Esther y tú?


- ¡Nada! – se apresuró a responder con demasiado énfasis para el gusto de Claudia
- ¿qué quieres que pase?
- No sé. Eso me lo debes decir tú, si es que lo sabes, claro.
- No te entiendo Claudia y te aseguro que no estoy para acertijos.
- Esta tarde, no querías ni oír hablar de no ir a Zurich, ni siquiera por tu mujer, y
horas después, resulta que ese viaje ya no es tan importante y que tú puedes ser
sustituida. Y yo me pregunto, ¿qué es lo que ha cambiado! ¡ah! que la enfermera
nueva ha tenido un accidente, pero mira tu por donde que la enfermera nueva…
- Claudia… - hizo un gesto de estar harta – por favor.
- De acuerdo, pero no me digas qué es normal.
- No. No te lo digo. Pero… - dudó un instante, y finalmente se decidió a
sincerarse – Esther está ahí dentro por mi culpa.
- Maca … - fue ella ahora la que le puso tono de estar cansada de que siempre se
sintiese culpable o responsable de todo lo que le ocurría a quienes la rodeaban -
no empieces.
- En serio, antes de venirme esta mañana, la llamé para decirle que no quería
empleados enfermos, que quería que hiciera bien su trabajo y si no era capaz… -
se le quebró un poco la voz - ¿sabes lo que me dijo antes de perder el
conocimiento?
- A ver ¿qué te dijo? – preguntó con el mismo tono anterior, Maca le estaba dando
demasiada importancia a una tontería, cualquier jefe le echa una bronca a un
empleado, eso no significa que sea responsable de las locuras que se le ocurran
hacer.
- Me dijo, “he cumplido”, “he cumplido” – confesó – le gasté una broma de mal
gusto, ni siquiera pensaba lo que le dije y creo que ha intentado demostrar algo.
- A ti no tiene que demostrarte nada. Ya la conoces trabajando. En todo caso, se lo
estará demostrando así misma – le respondió con genio.

Maca la observó pensativa, estaba tan agobiada y preocupada por lo sucedido que no se
le había ocurrido pensar en esa posibilidad, y eso que Teresa ya le había insinuado lo
mismo. Desechó la idea, Esther intentaba demostrarle que podía ser la persona que
necesitaban, aunque fuera para después marcharse.

- No. Intentaba demostrarme algo a mi – sentenció – por eso se metió en esa


chabola, por eso está ahí dentro.
- Ya se lo preguntarás cuando la veas – la cortó cansada del asunto.
- Su madre tiene razón – continuó, sin escucharla, murmurando más para sí que
para Claudia – no hago más que hacerle daño a su hija.
- Y…, todo esto, ¿crees que justifica que anules el vieja a Zurich y que no vayas a
ver a tu mujer?

Maca la miró, molesta, metió la mano en el bolso y sacó el móvil, buscó un mensaje y
se lo enseñó.

- ¡Me voy en cuatro horas! ¡bocazas! – dijo enfadada y cansada también de que
siempre la estuviese cuestionando, le mostró el localizador, y sin decirle nada
más giró su silla. Ni Claudia parecía comprenderla, a veces no sabía para qué
hablaba con ella, en el fondo sí lo sabía, siempre le había gustado su sinceridad,
aunque le dolieran las cosas que le decía.
- ¡Maca! – la llamó - ¡espera! perdona… perdóname, no tengo derecho a decirte lo
que tienes que hacer – la miró esbozando un sonrisa - ¿quieres entrar a verla?

La pediatra, volvió a girar la silla y sonrió.

- No – dijo negando al mismo tiempo con la cabeza - Me fío de ti. Pero… tenme
informada, por favor.
- Tranquila, que te voy a estar llamando a cada momento y no solo para tenerte
informada. También quiero que me tengas tú. ¿De acuerdo?
Maca asintió y sonrió agradecida, Claudia se agachó a besarla, despidiéndose de ella,
diciéndole al oído un cariñoso, “¡cuídate!”.

La pediatra se marchó con un pellizco en el estómago, ¡claro que quería entrar a verla!
Necesitaba estar junto a ella cuando despertase, necesitaba decirle que la perdonase, que
no necesitaba que le demostrase nada. Y, sobre todo, necesitaba comprobar por sí
misma que estaba bien. Sí, hubiera dado cualquier cosa por entrar y quedarse allí
mirándola, intentando que Esther escuchase sus silencios como hacía antes, pero no
estaba segura de que ya fuese capaz de oírla. Llevaba tanto tiempo sin hablarle, sin
hablarle de verdad, que quizá se le habían olvidado las palabras, que quizá ya no había
nada qué decirle.

* * *
En el vuelo a Zurich Cruz había terminado de leerse por segunda vez la Memoria que
había redactado Maca. Creía tener todo claro, pero aún así la llamaría al aterrizar para
hacerle un par de preguntas y preguntar que tal estaba Esther. Miró de reojo al joven
que por fin se había sentado, le pareció que estaba cansado y que sus nervios iban en
aumento. Estaba segura de que tenía pánico a volar. El joven llamó a la azafata y le
preguntó si podía usar su móvil, la respuesta afirmativa de la chica pareció aliviarlo.
Cruz, prestó a tención a la conversación, total no tenía otra cosa que hacer y además,
desde que el chico le preguntara por Maca, no le había quitado ojo, sabía lo que debía
hacer porque Isabel había sido muy clara al respecto.

- Papa soy yo – dijo el joven disparando rápidamente la mente de Cruz “¿Papa! lo


que yo decía, este se mea en los pantalones”.
- ¿Qué ocurre?
- Nada – dijo en tal tono que su padre adivinó que si que pasaba algo.
- ¿No puedes hablar?
- No.
- Pero… ¿ocurre algo?
- Si.
- Deja que adivine, ¿Has hablado con ella y has metido la pata?
- No.
- ¿Va en compañía?
- No.
- Va sola entonces.
- No – dijo con deje de impaciencia.
- Vamos a ver hijo o va sola o va acompañada.
- No va.
- ¿Cómo que no va?
- Eso.
- ¿Alguien está en su asiento?
- Si.
- ¿Has averiguado su nombre?
- Si.
- ¿Es médico?
- Si – “pues vaya pensó Cruz” y yo que pensaba entretenerme escuchando a este,
¡vaya don de palabra! ¿director de marketing! ¡un enchufado!”.
- ¿La conoce?
- No.
- ¿No! lo dudo. Espera que te doy nombres.
- Vale.
- David Gimeno
- No.
- Fernando Mora.
- No.
- Cruz Gándara.
- ¡Si! – “hombre que alegrón se ha llevado el muchacho seguro que papaíto le ha
comprado un juguetito nuevo”.
- ¿Qué hago?
- Sigue con lo previsto. Esto ha sido cosa de Martínez. Esta claro que tendremos
que encargarnos de eso también.
- Entonces…
- Salvo que te diga lo contrario. Actúa según el plan.
- Bien. Hasta luego, papá.
- No me falles hijo.
- No papá – dijo con un suspiro cortando la conversación y mirando directamente
a Cruz, que sintió un escalofrío ante aquella mirada.

* * *

Tras pasar por su despacho y recoger algunos documentos, Maca llegó a recepción, giró
su silla para despedirse con la mano de Teresa, que conociéndola, pasaría toda la noche
allí, esperando que Esther se despertase. Sabía que al final entre Mónica y Gimeno
habían convencido a Encarna que, finalmente, se había negado a marcharse, para que
durmiese en una de las habitaciones vacías. Solo deseaba que la madre de Esther se
sintiese cómoda y permitiese que su hija permaneciese ingresada. En el mostrador, aún
estaba Sonia, una idea cruzó por la mente de Maca.

- Sonia – llamó a la joven que se giró al momento, comprobando que Maca se


acercaba a ella.
- ¿Qué? – respondió huraña.
- Salgo para Sevilla en el último AVE de esta noche – le dijo mirándola fijamente
a los ojos - ¿te quieres venir?
- Pero… ¿y Zurich?
- Cruz ha ido en mi lugar – dijo provocando una expresión de sorpresa que dio
paso a otra de angustia.
- ¿Ana está peor? – preguntó preocupada – Natalia me dijo….
- No – la interrumpió – bueno, espero que no…, mi madre dice que… no.
- Maca… pero ¿y el trabajo?
- Te lo está diciendo tu Jefa.
- Ya… pero… mañana… Esther no estará y…
- ¿Te quieres venir, sí o no?
- No tengo billete.
- Yo tengo dos. Evelyn me acompañaba pero si quieres es tuyo.
- No puedes ir sin seguridad.
- Voy contigo.
- Pero yo no… no sabría protegerte.
Maca le sonrió con ternura.

- Anda vete a casa, dúchate y prepárate, te recojo a las nueve.


- Gracias – respondió casi con lágrimas en los ojos y agachándose a abrazarla le
susurró al oído - ¡te quiero!
- Yo también a ti – dijo manteniendo un segundo la mano de la joven entre las
suyas. Teresa que las observaba desde el mostrador sonrió satisfecha.

A pesar de aquella “reconciliación” Maca se dirigió a su coche abatida, tras hacer unas
breves declaraciones a la prensa, que estaba apostada en la puerta de la Clínica, intentó
acceder al parking, pero a duras penas consiguió llegar al vehículo, lo consiguió gracias
a la ayuda de Alberto, que solícito se había prestado a facilitarle el camino. Sus
pensamientos volaban de una cosa a otra, quedaba un rato hasta que saliese el tren pero
antes pasaría por casa a hablar con Evelyn y recoger algunas cosas, además tendría que
hablar con Isabel y ya sabía que le iba a echar la bronca. Esperaba que le fuese bien a
Cruz. Sentada al volante, y tras comprobar que tras ella iniciaba su marcha la patrulla de
agentes, volvió a darle vueltas al accidente y a las consecuencias del incendio, sin
percibir que Teresa había salido corriendo tras ella, llevaba un sobre en la mano, ¡muy
urgente! un mensajero lo acababa de llevar, Maca se había cruzado con él en la puerta,
sin saber que el informe sobre Esther de Médicos sin fronteras que tanto deseaba leer
había estado a menos de medio metro de ella.

* * *

El comandante anunció que el vuelo tomaría tierra en media hora. Cruz guardó en una
carpeta la Memoria y apuró el café que tenía entre las manos. Su compañero de asiento,
la miró de arriba abajo y finalmente se decidió.

- Cruz – dijo - ¿puedo llamarla así! si me permite una indiscreción, ¿en qué hotel
se aloja usted?

Lo miró sin sorprenderse por la pregunta, de hecho le extrañaba que aún no se la


hubiese formulado, estaba claro que Isabel no se equivocaba, y estaba claro lo que debía
contestar.

- Alden Spluegen – dijo con una sonrisa - ¿y usted?


- ¡Por dios! ¡qué coincidencia! En el mismo que usted – exclamó haciéndose el
sorprendido cuando sabía que tenían el mismo hotel. “Y ahora me dirá que
podemos compartir el taxi”, pensó Cruz.
- Se me está ocurriendo, que… ya que vamos al mismo hotel… podíamos
compartir el taxi.
- Muchas gracias, una idea excelente – sonrió al joven que se mostró satisfecho
por su éxito – si no fuera porque vienen a recogerme.
- ¡Ah! – exclamó decepcionado - y… ¿sería abusar de su amabilidad… pedirle…
acompañarla?
- No, claro que no, en absoluto – le respondió sonriendo abiertamente, no daba
crédito a que Isabel conociese tan bien lo que iba a ocurrir – me encantaría
llevarlo al hotel.
- ¡Muchas gracias! – dijo haciendo un leve inclinación – es usted un encanto –
sonrió de nuevo mostrando todo su atractivo, “¿un encanto! pero de donde han
sacado a este tío?”.
- Si no fuera, porque quien me recoge es mi marido – mintió - y como usted
comprenderá… - hizo una pausa poniendo una sonrisa burlona.
- Claro, claro – la interrumpió el joven entre azorado y decepcionado.
- Si me disculpa – dijo Cruz levantándose – voy al baño.

La cardióloga se alejo de allí, tenía pocos minutos para hacer lo que ya había planeado
con Isabel. Se acercó a la azafata y habló con ella. Luego volvió a su asiento. En todo
ese tiempo el joven no apartó la vista de ella. Tomaron tierra sin problema. El chico se
levantó dispuesto a descender y la miró de reojo, Cruz permaneció en su asiento.

- Bueno pues… ya hemos llegado – dijo el joven intentando provocar que se


levantase y saliese al menos junto a él.
- Si – dijo y tendiéndole la mano añadió – encantada de haberle conocido
¿Canales! ¿no?
- Si, si, igualmente.
- Ya nos veremos por el hotel.
- Claro, claro, en el hotel – respondió distraído “¿a qué esperaba allí sentada?” -
¿no baja usted?
- Señora – llegó la azafata – ya puede pasar a la cabina.
- ¡Muchas gracias! – exclamó Cruz mostrándose ilusionada “¡Lo que había que
hacer por salvar el pellejo! ahora que esta… ¡Maca se la pagaba! sonrió para sí”
– no se imagina lo feliz que me hace – dijo poniendo voz de tonta,
desapareciendo de la vista del joven que se quedó allí parado sin saber qué
hacer.
- ¿Está usted bien, señor? – le preguntó la azafata.
- Si, si.
- Por aquí – le indicó la salida y sin otra opción tuvo que descender dejando a su
presa allí arriba. Montó en el minibús en dirección a la Terminal.

Minutos después Cruz descendía del avión, y como había solicitado un vehículo de lujo
la esperaba al pie de la escalerilla con su maleta ya en el interior. Satisfecha le dio al
joven la dirección de su hotel

- Park Inn Zurich Airport – dijo ante la sorpresa del joven, ¿una señora que
viajaba en primera y reservaba el hotel del aeropuerto! ¡dios como estaba el
mundo! todo apariencias.

Cruz respiró aliviada, gracias a las indicaciones de Isabel le habían dado esquinazo a
aquel chico, ahora solo faltaba esperar y cambiar el lugar de la reunión. Pero como ya
tenían pensado eso no sería hasta el día siguiente.

* * *

En el coche Maca seguía dándole vueltas a la cabeza. Se ponían mal las cosas, sobre
todo teniendo en cuenta que a la semana siguiente comenzarían los primeros desalojos y
derribos de chabolas. Suspiró, pensando en Esther, había estado a punto de perder la
vida, Claudia tenía razón, una cosa era preocuparse por Esther y otra era que, quien la
conocía sospechase que su mujer no era importante para ella, ¡si supieran que a Ana le
debía todo! todo lo que ahora era.

Pero no podía obviar el hecho de que Esther había vuelto, el hecho de que su regreso la
había afectado y más de lo que le gustaría… “Supongo que todo se reduce a que, a pesar
de todo, no he conseguido olvidarte, pero ya te dije una vez que no quería que llorases
por mí y ¡mira que bien lo hice! así es que ahora voy a hacerle caso a Teresa y voy a
dejar que te vayas, con tranquilidad, sin dolor, no voy a volver a hacerte daño”,
murmuró como si la enfermera estuviese allí delante, junto a ella.

Esther, Esther, ¡menuda bronca pensaba echarle cuando estuviese en condiciones de


escucharla! Imaginó que, de verdad, pudiese hablar con ella, y sonrió, ¿qué le diría!
hacía mucho que no pensaba en ello, que no imaginaba conversaciones con ella. Desde
luego sabía lo que nunca le diría, esbozó una nostálgica sonrisa, nunca le confesaría,
que durante meses fue un alma en pena, que la buscó hasta la extenuación, que llegaba
todos los días con agujetas en las piernas de tanto correr detrás de mujeres en las que
creía reconocerla, que durante meses llevó un pañuelo en el bolsillo por si lloraba, que
lo hacía continua y constantemente, sin motivo alguno, y que aún lo llevaba, pero que
hacía mucho que no lo usaba y, si alguna vez lo había hecho, ya no era por ella; que a
medida que pasaba más minutos a su lado, se daba cuenta que ya no se entendían como
antes, y aun así sería capaz de contarle que había noches que se despertaba asustada,
con la sensación de seguir teniendo el corazón roto, que aprendió a vivir con esa
sensación, que cuando la vio el viernes creyó que todo estaba bien, pero que no podía
dejar de pensar que ahora, que por fin había vuelto, era su alma la que estaba rota y que
por ese agujero se escapaba su memoria, y que no estaba dispuesta a hacer nada por
cerrarlo, ¿para qué! ¿para volver a lo de antes! ¿para hacerle daño de nuevo! ¿para
acabar siendo igual que los demás! “Tú y yo sabemos que jamás quisimos eso”, pensó,
“quizás ese fue nuestro gran error, al menos el mío”, “escogí un camino, un camino que
cada día se me hacía más difícil, y cuando deseé agarrarme a tu mano, fracasé”.

¿Y ahora! ahora seguía otro camino, si no fuera por eso, por el camino que había
dibujado en los últimos años, si no fuera porque le debía tanto a tanta gente… la cogería
de la mano y se la llevaría lejos. Muy lejos. Sin saber si ese nuevo camino tendría fin,
pero sentía que le resultaría más corto si ella aceptaba tomar su mano. Sonrió pensando
en los paseos juntas por el retiro, esos paseos que jamás volvería a dar, ni con ella ni
con nadie, esos paseos en los que la enfermera siempre luchaba por salirse del camino,
por meter las manos en el estanque, por tocar los árboles, por esperar paciente a que
bajase alguna ardilla, por dejar una firma en el barro. “Sólo sé que hace días, desde que
llegaste, que tengo ganas de llorar”. Suspiró. Recordó las palabras que se dijeron aquella
misma mañana, hablando de María, y que ahora le parecían tan lejanas. Esther había
arriesgado su vida por un caza mariposas y un cuento de hadas. Sonrió pensativa, ¡un
atrapa sueños! lo que daría por tener uno de verdad, uno que le permitiese alcanzar esos
sueños que sabía que jamás se cumplirían.

* * *
Horas después, en la clínica, Esther había recobrado el conocimiento, seguía teniendo
muchas dificultades para respirar y le dolía el pecho. Sabía que estaba en la UCI, notaba
el parloteo de las enfermeras que la vigilaban a ella y a los dos pequeños que habían
operado esa mañana. Aturdida, y sin abrir aún los ojos, no dejaba de pensar qué estaría
haciendo Maca, ¿estaría preocupada por ella! tenía un vago recuerdo de haberle cogido
la mano, pero no sabía si había sido un sueño.

- ¿Esther? – escuchó que la llamaban - ¿Esther? – volvió a oír, sí, ahora distinguía
mejor, era la voz de Claudia, se esforzó por abrir los ojos – Esther, estás bien, no
te preocupes que te vas a poner bien, aunque te duela al respirar, ya te has
estabilizado, pero intenta no hablar – le explicó al ver que la enfermera no solo
abría los ojos si no que la enfocaba – en dos horas te voy a repetir el TAC, y si
todo sigue igual, mañana, te subiremos a planta.
- Ma… - intentó decir a pesar de la recomendación de Claudia.
- No hables – le insistió – tienes los pulmones congestionados, pero ha sido una
intoxicación leve.
- Ma… - volvió a intentarlo.
- ¡Esther, por favor! – le pidió de nuevo – ¿preguntas por tu madre! sabes que no
puede entrar aquí, al menos hasta mañana, le hemos dicho que se marche a casa
pero ha preferido quedarse en una de las habitaciones – le contó con rapidez –
tranquila que está todo bien.
- Maca… - dijo por fin. Claudia la miró fijamente y dudó un instante antes de
responder.
- En Sevilla, con su mujer – le dijo con seriedad. A la neuróloga le pareció que
aquellos ojos desconocidos para ella se entristecían. Laura entró en ese momento
y viendo a Esther consciente, se acercó, la cogió de la mano y le dio un beso,
pidiéndole lo mismo que Claudia, que no hablase y descansase.

Claudia, se retiró un poco, sentándose en una de las sillas, las observaba en la distancia
y no pudo evitar preocuparse ante aquella expresión que había visto en los ojos de la
enfermera, se parecía bastante a la angustia que ya viera en los de Maca esa misma tarde
cuando recibieron la noticia del incendio. Maca podía decir lo que quisiera, pero su
interés por Esther iba más allá que el tenido por una vieja amiga. Miró de nuevo hacia
Esther que escuchaba atenta el relato de Laura. Era buena señal que fuese capaz de
prestar atención y no caer en el sopor de la semiinconsciencia. Pero también era
necesario que descansase y así se lo indicó a Laura.

- Laura, será mejor que la dejemos un rato.


- Sí, perdona, tienes razón – dijo con una sonrisa – hasta mañana guapa. Y no te
preocupes por nada, que ya hablo yo con tu “abusador” – bromeó haciendo
alusión al casero de la enfermera con el que había quedado para iniciar la
mudanza. Esther esbozó una sonrisa y asintió sin pronunciar palabra, le dolía el
pecho solo de intentarlo.

La enfermera cerró los ojos cansada. Suspiró resignada a pasar allí las próximas horas.
En la puerta Claudia miró hacia atrás y volvió sobre sus pasos. Se acercó al oído de
Esther.

- Estaba muy preocupada por ti – le dijo sobresaltándola – no se fue hasta que no


se aseguró que estabas bien.

La enfermera abrió los ojos sorprendida y sin entender muy bien qué quería decirle.
Claudia captó aquella mirada de desconcierto.
- Maca no se fue hasta que se aseguró que estabas bien – le repitió. Esther esbozó
una sonrisa de agradecimiento y Claudia notó un suspiro de alivio – ahora
descansa – dijo apretándole el brazo y marchándose.

No sabía porqué había sentido la necesidad de darle aquella información. Quizás por la
tristeza de aquella mirada que le recordó tanto a la mirada de la Maca de hacía años.
Tampoco sabía si eso influiría en la futura relación con la pediatra, ni si Maca se
molestaría con ella por haberlo hecho, pero ya no había marcha atrás. Salió de la UCI,
dejándola allí tumbada, pensando en el cazamariposas, y en lo bien que le vendría a ella
un atrapasueños.
Capítulo V. NO CREO EN CUENTOS DE HADAS.
Maca llegó a la Clínica muy temprano había vuelto de Sevilla solo por dos motivos,
dejar todo el papeleo listo para que Mónica no tuviese problemas durante la semana
siguiente y para recoger aquel paquete. Teresa la había llamado para preguntar por Ana,
durante la conversación le confesó que un paquete urgente de Médicos sin Fronteras
llegó el mismo día que ella se fue. Maca, tras asegurarse que Ana se encontraba estable,
decidió volver a Madrid, aunque fuera por unas horas, necesita conocer su contenido y
necesitaba ver a Esther, había intentado hablar con ella en varias ocasiones pero
Encarna no le había dejado, cada vez que llamó a la habitación o colgaba directamente o
le decía que su hija descansaba. Claudia le había ido poniendo al día de la evolución de
la enfermera, le había contado al detalle todo el proceso, Esther estaba ya en planta, y
tenía tal capacidad de recuperación que ya estaba queriendo pedir el alta voluntaria, sin
embargo, Claudia se había negado a dársela, y le había dicho a Maca que no la veía en
condiciones de volver al trabajo. La pediatra fue entonces cuando decidió ir a Madrid,
necesitaba estar en Sevilla al menos una semana, pero no podía permitir que Esther
trabajase si no estaba en condiciones, deseaba verla aunque creía que sería imposible,
no podía romper la promesa hecha a Encarna de ser ella la que se marchaba, pero tenía
que hablar con Claudia y, sobre todo, con Fernando y Mónica porque ella no iba a poder
encargarse de seleccionar otra enfermera.

Y allí estaba, subiendo en el ascensor camino de su despacho, con un montón de


papeleo atrasado tras su ausencia y la necesidad de dejarlo todo a punto para Mónica.
Aún no eran ni las seis y media de la mañana, el silencio era casi absoluto. ¡Qué
diferencia con el hospital! de pronto una idea cruzó por su mente. A esas horas Encarna
estaría aún dormida, sintió la tentación de acercarse a ver a Esther, solo verla, sin entrar
en la habitación, tan solo se asomaría. Se puso en marcha y llegó a la puerta de la
habitación que permanecía entreabierta, solo tenía que empujarla un poquito más y
podría ver a la enfermera, cuando estaba a punto de hacerlo escuchó una voz susurrante
a su espalda.

- ¿Qué haces aquí? – le dijo con tal genio que Maca se quedó paralizada sin saber
qué responder - No pienses que vas a entrar – dijo dando un tirón de la puerta
cerrándola en sus narices.
- Encarna, yo… solo quería… - “ver a su hija”, no, no podía decirle eso porque
sabía cual sería su reacción - hablar con usted.
- Ya veo que además no tienes palabra – la fulminó con la mirada.
- Lo siento. Sé lo que le prometí. Pero necesito…
- ¿Necesitas? Y… ¿qué pasa con lo que necesitan los demás? Anda, márchate que
no quiero que la niña me oiga discutir.
- Mire.. - bajó la vista - … se que no tengo disculpa y no pretendo que me
perdone.
- Mira tú, mejor dejas de intentarlo, porque nunca voy a entenderte ni a
perdonarte.
- ¿Ni siquiera por Esther? – se aventuró sabiendo que su hija era su punto débil.
- ¿Qué me estás queriendo decir? ¿qué mi hija y tú… otra vez…? – puso tal cara
de asco que Maca notó como se le encendía el rostro.
- ¡No! no, no – se apresuró a sacarla de su error - pero se que Esther, se sentiría
mejor si supiera que… que la he llamado.
- ¡Tú que vas a saber!
- Encarna, escúcheme un momento, por favor, no he venido a discutir.
- No mereces que te escuche ¿Qué yo recuerde perdiste ese derecho el día que…?
- Lo sé, lo sé – la interrumpió con voz baja no quería escucharlo de su boca, solo
el pensarlo le provocaba un sentimiento de culpa y vergüenza que no la dejaba
respirar, levantó la vista de nuevo – pero …, aún así, quiero que sepa que desde
ese día no hay noche que no me arrepienta de ello, que… el dolor, que me
produce lo que hice, nunca se ha calmado… que aunque nunca lo demuestre, y
me esconda detrás de la máscara que usted ve en la prensa, jamás he vuelto a ser
la misma,… que si le doy asco, más asco me doy yo.
- Mira niña, ¡déjalo!
- No, por favor, escúcheme. Encarna yo sé que quizás nunca me vio llorar porque
mi orgullo me impedía mostrar lo que sentía, pero que no he dejado de llorar
desde entonces. Sé que no debí ir al pueblo, ni hacer lo que hice allí, pero quiero
que sepa que llevo todos estos años con la sensación de que mi vida se mueve
entre dos colores el rojo de mi pasado y el negro de mi futuro, que cuando creo
que voy a superarlo siempre vuelve. Y que si a usted le parece que he triunfado,
no es así. Y también sé que usted no es así, sé que es incapaz de odiar. Y que yo
estoy acostumbrada a vivir entre disfraces, a vivir con el asco, con el odio de la
gente, y, sobre todo, con el miedo. Y que por mucho que usted me diga, yo ya
me lo he dicho antes. Yo también estoy convencida de que me merezco todo lo
que me pasa y que su hija se merece mucho, muchísimo más que alguien como
yo. Solo quería decirle eso, que no se preocupe, que no voy a… – había hablado
atropelladamente, nerviosa y finalmente se le quebró la voz.
- Bien, pues ya lo has dicho. Vete antes de que se despierte.
- Encarna…
- Vete o, si lo prefieres, me voy yo y me la llevo conmigo.
- No. Ya me voy yo – dijo girándose - ¿le dirá que he pasado a verla?
- Sabes que no.
- De acuerdo, pues… gracias… gracias por escucharme.

Encarna se quedó allí con el ceño fruncido y la mirada puesta en aquella silla y no pudo
evitar sentir algo de vergüenza. Estaba segura de que ese aspecto digno que había
adoptado la pediatra no era más que uno de esos disfraces de los que había hablado.
Pero por otro lado, le había dado la sensación de que no mentía, salvo que se estuviese
mintiendo así misma que era lo que se temía.

Maca desapareció en el interior del ascensor y marcó la planta de su despacho. Tenía un


informe que leer.

* * *
Encarna entró en la habitación sin hacer ruido, se dispuso a sentarse en el sillón en
espera de que su hija se despertase y tomarse el café que acababa de sacar de la
máquina. Pero no tuvo tiempo ni de sentarse cuando Esther se incorporó y encendió la
luz.

- Mama ¿con quien hablabas?


- Con nadie hija.
- Mama… - dijo en tono de protesta – que te he oído. ¿Era Maca?
- ¿Esa? Pero no te han dicho ya que está con su mujer.
- Sí – respondió mohína – me pareció su voz.
- No hija, era la enfermera – mintió – qué sois todas iguales.
- ¿Iguales? ¿qué quieres decir?
- Que no dejáis dormir a nadie.
- Solo hace su trabajo.
- ¿Y no se puede hacer sin molestar! porque vamos hija, no me dirás a mi que se
puede descansar así – protestó ante la sonrisa de Esther – que cada vez que vas a
conciliar el sueño aparecen, o con el zumito, o con la pastillita o con el
termómetro, ¡leñe! no pueden traerlo todo al mismo tiempo y dejarnos dormir.
- Mama.. ya te dije que te fueras a casa, que yo ya estoy bien y no necesito que
estés aquí por las noches.
- Ya lo sé hija, pero no me fío
- ¿De que no te fías? – preguntó arrastrando las palabras indicándole la paciencia
que tenía que tener con ella.
- De este sitio.
- Mama… ¿acaso te han tratado mal? Mírame, como nueva – sonrió.
- Ya… ya.
- Mamá, trabajo aquí, son mis compañeros y hasta que me vuelva a Jinja, me
gustaría seguir haciéndolo.
- Ya lo sé hija, pero… es que es ver a esa… y me hierve la sangre.
- ¿Cuándo me vas a contar qué es lo que tanto te molesta de ella?
- Todo, me molesta todo. Pero lo que no soporto es cada vez que me acuerdo de la
que montó en el pueblo.
- Buenos días – dijo la enfermera golpeando con los nudillos en la puerta y
entrando sonriente sin esperar respuesta - ¿cómo estamos hoy?
- Mejor. Gracias, Rosa – dijo mirando a su madre y haciéndole una seña para que
ni se ocurriese contarlo delante de la enfermera.

En ese mismo momento Maca entraba en su despacho, rápidamente localizó sobre su


mesa el paquete que buscaba. Se acercó y sin pararse siquiera a cambiar de asiento
retiró el sillón y se situó tras su mesa. Observó el sobre, era Luís quien se lo enviaba,
había cumplido con su palabra y con gran prontitud. Ahora que lo tenía entre las manos,
dudó si abrirlo. Tenía una sensación desagradable, y no llegaba a comprender si era
porque no estaba ella en su mejor momento anímico o porque esperaba leer algo que no
le iba a gustar lo más mínimo. Estaba casi segura de ello. El misterio que parecía rodear
la vuelta de Esther, le indicaba que algo había ocurrido allí que la enfermera no quería
que se supiera.

Buscó el abre cartas y rasgó el papel externo, del interior salió otro sobre acolchado al
abrirlo cayó una nota. La cogió y leyó su contenido.

“Macarena, espero que con esto te sea suficiente. Te mando el expediente completo.
Faltan las transcripciones de la vista, pero me las mandarán en unos días, cuando las
tenga, si aún te interesan, te las haré llegar. Un abrazo, Luís”.

“¿La vista?”, “¿qué vista?”, Maca se quedó pensativa, intentó recordar alguna noticia
publicada acerca de problemas en la zona donde había estado Esther y no caía en
ninguna. Miró dentro del sobre, en su interior había una carpeta de cartón, la sacó y ojeó
su contenido. Había copias de todo, revisiones médicas, contratos, nóminas “¡caramba!
¡qué sueldo!”, pensó Maca, ella no había contemplado pagarle tanto, permisos ¡vaya, la
abuela de Esther había muerto! y hacía tres años, Esther había estado en Madrid justo
cuando ella tuvo el accidente, Esther no le mintió el otro día cuando le dijo que solo
había vuelto una vez.

No pudo evitar que su mente volara a aquellos días en los que su mundo se hundió de
tal forma que hasta su madre suplicó a Teresa que buscara a Esther. Y había de
reconocer que, a pesar de lo que siempre se había dicho de ella, la recepcionista se
mostró firme y no rompió la palabra dada a la enfermera. Aunque al principio Rosario la
menospreció por ello, incapaz de comprender que no hiciera nada por ayudar a su hija,
Maca le hizo ver era digna de respeto. Y Rosario, finalmente, valoró el apoyo que
Teresa le daba siempre a su hija y terminó por entablar una relación cordial con ella,
casi de amistad diría Maca si no fuera porque estaba segura que su madre no era capaz
de ser amiga de nadie.

Esther en Madrid justo en aquel momento… ¿qué habría hecho si se hubiese enterado!
nunca lo sabrían. Volvió a la realidad de aquellos papeles y siguió pasando los
documentos, no le aportaban nada que Esther no le hubiese contado ya. Sin embargo,
las últimas copias la sorprendieron, ¿qué era aquello? ¡Un expediente disciplinario!
sonrió, Esther metiéndose en líos, no se la imaginaba y no porque no tuviese carácter, si
no porque siempre sabía ser firme en sus decisiones sin saltarse las normas y, además,
tenía la habilidad de convencer a cualquiera para que viera las cosas como ella creía que
debían hacerse. Finalmente, estaba un documento de baja temporal indefinida pendiente
de evaluación psicológica. ¿Qué significaba aquello?

Maca frunció el ceño, pensativa. “Está de baja”, pensó, entonces… no había vuelto de
forma voluntaria y, encima, no podía regresar cuando quisiese, como amenazaba
continuamente. ¿Por qué decía que había vuelto por su madre y a descansar! ¿qué
ocultaba Esther? Volvió a repasar todas y cada una de las copias, pero allí no había nada
más que le indicase, el porqué de dicha baja.

La pediatra bailó los dedos sobre aquella documentación, ¿por qué no estaba allí el
informe del superior de Esther! volvió a repasar las hojas, era imposible que, de estar,
no lo hubiese visto, y efectivamente, no lo encontró entre ellas. Si Esther tenía una baja
de ese tipo, debía ir acompañada por un historial y un informe técnico, ¿Dónde estaban?
Recordó las palabras de Luís, “haré lo que pueda”, sabía que aquello era confidencial y
que no podía hacer uso de esa información, pero necesitaba leer aquél historial. De
pronto, se le ocurrió lo más simple, cogió de nuevo el sobre acolchado y miró en el
interior. ¡Allí estaba! era lo lógico, el informe por un lado y las copias administrativas
por otro. Sacó los papeles, eran varios folios escritos a máquina, buscó la firma, Germán
Petidier Rojo. ¡Germán! no se lo imaginaba de Jefe de Esther, claro que tampoco se lo
imaginó nunca como marido de Adela.

Nada más comenzar a leer, reconoció aquél estilo de su compañero de Facultad, y no


pudo evitar un esbozo de sonrisa nostálgica. El inicio del Informe no le sorprendió lo
más mínimo, de sobra conocía que Esther era una excelente enfermera.

Poco a poco su gesto se fue endureciendo, su ceño se frunció, para acabar con el
corazón en un puño y los ojos anegados en lágrimas, ¡no podía ser! A Esther no… no
podía ser cierto. No podía seguir leyendo aquello. Soltó las hojas y comenzó a llorar
cada vez con más fuerza. No podía dejar de sentir que ella y solo ella tenía la culpa de la
marcha de Esther y si no se hubiera marchado, aquello nunca le hubiera ocurrido.

Cuando consiguió serenarse, terminó de leer el informe completo. No entendía como


nunca se había oído hablar de aquél horror en España. No entendía como había noticias
que no trascendían. Sintió la necesidad de subir a verla, de hablar con ella, a pesar de su
promesa, a pesar de Encarna, tenía que decirle que lo sentía, que… “No, Maca, no. No
puedes. ¿Qué vas a decirle! ¿qué has usado tus influencias para saltarte todas las normas
y enterarte de su vida? No puedes.” Se sentía acongojada, abrumada, indignada, por lo
sucedido y por las consecuencias. Tenía que haber algo que pudiera hacer por ella.
Ahora entendía esas reacciones de Esther, su comportamiento agresivo y nervioso.

Releyó de nuevo el informe, las lágrimas volvieron a rodar por sus mejillas, no podía
dejar de pensar en ella, en lo que había pasado, no podía ni imaginar lo que debía
haber… Tenía que tranquilizarse, en una hora empezarían a llegar los demás. Un
sentimiento de culpa volvió a invadirla, como tantas veces en los últimos días, y no por
Esther, si no por Ana. Las lágrimas que no había derramado por su mujer, las estaba
derramando ahora por la enfermera. No podía dejar de llorar. Respiró hondo intentando
calmarse. Esther… siempre Esther.

* * *
Cruz entró en la Clínica satisfecha y contenta. Pasaría por el despacho antes de ir a casa
a recoger unos informes, y luego ¡día libre! Estaba deseando que Maca volviese de
Sevilla para contarle con todo detalle la reunión. La noche anterior la había llamado
para informarle de que todo había ido bien y de que no había problema con el crédito.
Maca se había mostrado algo fría y poco entusiasta y ella lo había achacado a la
preocupación que debía tener por su mujer. Además, estaba deseando contarle lo del
chico del avión y cómo lo habían resuelto. Pasó por delante del despacho de la pediatra
y se sorprendió al ver que había luz bajo la puerta. ¿Quién estaba allí! decidió entrar sin
llamar.

Maca dio un respingo al notar que se habría la puerta, era demasiado temprano aún y se
asustó. Cruz se dio cuenta de ello, la vio triste y con una mirada extraña, le dio la
sensación de que había llorado, no entendía porque había vuelto, era viernes y, los fines
de semana los pasaba en Sevilla, debía haberse quedado allí.

- ¡Cruz! – exclamó cerrando el informe con rapidez – ¡qué susto me has dado!
¿qué haces aquí a estas horas?
- Eso mismo te iba a preguntar yo - sonrió sentándose frente a ella - ¿Qué tienes
ahí? - preguntó con curiosidad al ver que los sellos eran de Médicos sin
Fronteras.
- Nada, un curriculum.
- Ya… - dijo incrédula - mujer ya sé que los jóvenes de hoy no son como éramos
nosotras – bromeó – pero ¿tan malo es como para que tengas esa cara?
- No – sonrió – de hecho es muy bueno.
- Es de Esther, ¿verdad?
- Si – dijo guardándolo en un cajón – se lo pedí para formalizar el contrato.
- Me habían dicho que se marchaba en unos días – comentó con inocencia – por
cierto ¿cómo está?
- Bien, está bien – dijo pensativa y casi imperceptiblemente.
- ¿Y tú! ¿estas bien tú? – preguntó preocupada, Maca parecía abatida y pensativa.
- Sí, sí – respondió en tono cansado - ¿qué querías? – preguntó con desgana. Cruz
se sorprendió ¿qué iba a querer! acababa de volver de Zurich, ni siquiera había
pasado por casa de su hermana para ver a la niña, no se la esperaba allí, pero ya
que estaba, quería contarle todo, hablar con ella, alegrarse juntas del triunfo…
- Una tontería – dijo observándola con detenimiento - me paso luego, ¿de
acuerdo?

Maca asintió sin pronunciar palabra. No podía dejar de pensar en lo que acababa de leer
y en lo que eso significaba. No podía dejar de pensar en aquél horror, en que si ella no
hubiera…

- ¿Seguro que no pasa nada? – insistió, ya de pie, al ver la cara de funeral que
tenía cuando debería estar “dando saltos” de alegría - ¿Ana está bien?
- Sí.
- Deberías haberte quedado allí, total por un día más – intentó sacarle
conversación, tenía la sensación de que la pediatra estaba afectada por algo y, si
así era, quería ayudarla.
- Gracias Cruz por… por ir a Zurich – dijo de pronto cayendo en la cuenta de que
ni siquiera le había hablado del tema.
- No seas tonta. Aquí estamos todos en el mismo barco, además, no tuve que
hacer nada, ya lo habías dejado tú todo dispuesto – volvió a sonreírle - ¡vamos!
Alegra esa cara, por fin todo esto es una realidad – dijo haciendo un gesto con el
brazo señalando a su alrededor – y… ¡lo has conseguido a pesar de todo!

Maca sonrió con ese halo de tristeza que seguía preocupando a Cruz. “¿Qué es lo que
había conseguido?”. De pronto la pediatra bajó la vista y apoyó un codo en la mesa, ante
la sorpresa de Cruz comenzó a sollozar.

- ¡Maca! por dios que me estas preocupando ¿Qué pasa?

Maca negó con la cabeza y Cruz se levantó acudiendo a su lado, abrazándola.

- Tranquila, sea lo que sea se arreglará, ya verás.


- No…– sollozó con más fuerza, pensando que aquello no tenía arreglo posible -
Se fue por mi culpa – balbuceó.
- ¿Cómo que se fue! ¿quien se fue?
- Esther – murmuró.
- ¿Esther? – repitió en tono interrogador, “¿qué hace esta ahora pensando en
Esther y llorando como una magdalena?”, pensó sorprendida, si había algo que
no se esperaba era eso, “no si al final Teresa tenía razón y Maca mentía cuando
decía que todo estaba bien” - Perdona pero… cuando Esther se fue ya era
mayorcita, se iría porque quiso irse. Deja ya de pensar que influyes en todas las
actuaciones de todo el mundo – le dijo con ligero tono de enfado, que Maca no
fue capaz de captar, perdida aún en aquel informe.
- Perdóname – se repuso un poco – no se que me pasa, tengo el día tonto, ¿te
importa dejarme sola, por favor?
- Si me importa y no voy a hacerlo, lo que te voy es a dar un par de tortas a ver si
así espabilas ¿con que te daba igual que Esther volviese y todas esas milongas?
Y ahora mismo me vas a contar qué pasa aquí – dijo dándole golpecitos suaves
en la cabeza.
- No pasa nada, en serio – la miró con franqueza – estoy cansada, llevo unos días
un poco…
- ¿Duros?
- Si, eso. Me voy en unas horas a Sevilla – explicó – y… no se cuando volveré.
- Pero no decías que Ana estaba bien.
- Sí – arrastró la respuesta.
- Pues… por tu cara, ¡quién lo diría! – intentó bromear – anda vamos que
necesitas un chute de cafeína en vena.
- No, de verdad, necesito estar sola – repitió.
- Maca… son las siete y cuarto de la mañana, tienes cara de muerto, te echas a
llorar, según tú, porque tienes un día tonto – imitó el tono de la pediatra –
deberías estar alegre porque, según tú, Ana está bien y porque todo ha ido
estupendamente y, en cambio, estás aquí encerrada en tu despacho, llorando,
¿crees que me voy a marchar dejándote aquí? Pues no, no señora, o te vienes
conmigo o me apalanco en esa silla hasta que me digas qué pasa.

Maca escuchó la perorata estoicamente, intentó disimular poniendo su mejor sonrisa y


haciendo de tripas corazón, decidió bajar a la cafetería.

- De acuerdo, un café – consintió – pero luego me subo que no me va a dar tiempo


a hacer todo lo que debo antes de marcharme de nuevo. Y Mónica me va a matar
dejándole todo el papeleo a ella. Además, Fernando me llamó, quiere hablar
conmigo.
- ¡Ay! – suspiró - ¡qué cabezota que puedes llegar a ser!

* * *
Esther estaba desayunando cuando llamaron a la puerta. Una Laura sonriente entró
corriendo.

- ¡Buenos días, guapa! – la saludó dándole un beso - ¿estás solita? – preguntó al


no encontrar allí a Encarna.
- Si – sonrió.
- Me voy corriendo, que tengo que cambiarme luego subo y te cuento como ha ido
el día.
- Vale, aunque Claudia me dijo que me daría hoy el alta. Lo mismo…
- ¡Ah! ¡Estupendo! ¿vuelves al trabajo el lunes! o solo es el alta hospitalaria.
- Buf, espero que sea definitiva porque en casa con mi madre… ¡me da algo!
- ¿Y tú madre! ¿Dónde está?
- Ha bajado a la cafetería.
- ¿A la cafetería? Pues… - empezó y guardó silencio.
- Pues ¿qué?
- Nada, que Maca está allí, y después de la que se montó….
- ¿Maca? Pero… no estaba en Sevilla.
- Si, de hecho no ha pasado por casa. Habrá vuelto esta mañana. No he hablado
con ella, la he visto con Cruz en una mesa y no las he querido molestar.
- ¿Qué es lo que se montó! ¿Cuándo?

Laura miró hacia la puerta fue hacia allí y la cerró.


- El día del incendio, tu madre, que le montó un pollo a Maca …. – dijo
arrastrando la “a” final y moviendo la mano arriba y abajo – vamos que yo creo
que se fue a Sevilla porque le prometió a tu madre que no estaríais bajo el
mismo techo - continuó bajando la voz como si Encarna pudiese entrar de pronto
y descubrirla.
- ¿Qué me dices? – preguntó ruborizándose solo de imaginar la escena.
- No sabía yo que tu madre se tomó tan mal lo vuestro – hizo un gesto con las
manos aludiendo al hecho de que hubiesen estado juntas.
- No se lo tomó mal – respondió pensativa – de hecho se lo tomó bastante bien.
- Pues ¡quién lo diría! – rió – porque el otro día…
- ¿Qué pasó? – preguntó entre curiosa y agobiada, ahora entendía porqué Maca ni
siquiera se había molestado en llamar para ver como estaba.
- Te lo cuento luego, que voy tardísimo – le dijo.
- Llámame a la hora de comer, que luego estará mi madre – le pidió ansiosa por
saber.
- Vale. Pero no pongas esa cara mujer, que tampoco es que pasara nada a lo que
Maca no esté acostumbrada con los familiares de los pacientes. Tu madre estaba
nerviosa y la pagó con ella, eso fue todo.

Esther se quedó sola en la habitación. Empezó a darle vueltas a lo que le había contado
Laura. Llevaba tanto tiempo escuchándose así misma, que no había reparado en el daño
que hacía a quienes la rodeaban. Su madre no tendría estudios, pero siempre había
tenido educación. No entendía porqué había montado un escándalo a Maca. Sabía que
Maca le cayó bien desde el principio y sabía que todo cambió desde que ella se marchó.
Siempre pensó que su madre proyectó en Maca la frustración que sentía al verla a ella
tan lejos. Y ella ¿había hecho algo por explicarle! ¿había hecho algo por no hacerla
sufrir! no, no había hecho nada, nada en absoluto, más bien al contrario, había
permanecido en silencio y había dejado que su madre extrajese sus propias conclusiones
sin sacarla nunca de su error.

Su mente voló a la noche en la que Maca y ella rompieron, las dos se equivocaron, las
dos. Y si ella hubiese sido sincera con su madre, si le hubiese contado todo como
ocurrió realmente, quizás nunca hubiese albergado ese odio hacia Maca y quizás las
cosas fueran ahora diferentes.

Sí, ella tenía bastante culpa del comportamiento de su madre. Recordó el día que por fin
habló con Margarette del tema y lo que ella le dijo “todo llega a su fin, aunque uno no
quiera”, “Esther, si no te gusta tu vida, cámbiala”, nunca le hizo caso, le gustaba su vida
aunque su amiga creyese que no, pero, últimamente, pensaba mucho en aquella frase.
¿Le gustaba su vida! la respuesta era sí, aunque había un pero, le faltaba algo. Y sí,
había sido al llegar a Madrid y al verla de nuevo, cuando se había dado cuenta que ese
algo era Maca. Ahora estaba segura, se había propuesto cambiar su vida, aunque debía
comenzar por cambiar otras cosas primero. Tenía que hablar con su madre. Tenía que
dejar de pensar en el pasado, de mortificarse con él.

Lo cierto es que la vuelta a España le había sentado bien, se sentía mejor, le gustaba el
trabajo que hacía en el campamento y, sobre todo, tenía la sensación de ver las cosas
desde más lejos, tenía la sensación de poder olvidar aquello que tanto daño le hacía,
aquello que llevaba tan dentro y tan escondido, que nunca nadie podría saber de ella,
aquello que se quedó, definitivamente, enterrado en aquel orfanato, si no fuera porque la
voz de Margarette no la dejaba descansar y le recordaba continuamente “Esther, no te
escondas, no intentes olvidar, porque aquello que deseamos olvidar con todas nuestras
fuerzas es precisamente lo que más recordamos, y es que amiga mía, el olvido, como el
amor, es caprichoso y nunca se han llevado bien”.

Sí, estaba decidida a dejar de soñar, a dejar de pensar en que necesitaba un atrapasueños
¡qué tontería! Lo que tenía que hacer en vez de soñar era vivir. Estaba decidida a
soportar los recuerdos y no intentar olvidar. Estaba decidida a dejar de esperar que
sucedieran las cosas, a partir del lunes las provocaría ella, no iba a perder el tiempo
planificando estrategias, simplemente se dejaría llevar por sus sentimientos. Estaba
decidida a arriesgarse y quizás detrás de ese riesgo, encontrase su recompensa.

* * *

En la cafetería Maca y Cruz charlaban en una mesa cuando Claudia se acercó a ellas
sorprendida de verlas allí tan temprano.

- Pero… ¿qué hacéis aquí? – las saludo con una sonrisa – uy, ¡qué caras! ¿qué
pasa! ¿ha ido mal lo del crédito? – preguntó mirando a Cruz.
- ¿Mal! perdona, pero la duda ofende – bromeó – ha ido estupendamente.
- ¡Enhorabuena! – le dijo chocando la mano con ella – bueno, Maca, estarás
tranquila entonces ¿no?
- Claro – esbozó una sonrisa – todo será más fácil ahora.
- ¿Y esa cara? Anoche me dijiste que Ana estaba mejor.
- Si, aún estará ingresada unos días, pero la semana que viene la mandan a casa –
dijo mientras su vista se dirigía a Fernando que se acercaba hasta ellas.
- ¡Macarena! ¿ya estás aquí! buenos días – saludó dirigiéndose a todas y
volviéndose hacia Maca añadió – tengo que hablar contigo.
- ¿Vamos al despacho? – le ofreció. Intuía lo que iba a decirle y no quería hablar
delante de ellas dos.
- ¿No puedes esta tarde? – preguntó – es que ahora vamos pillados de tiempo.
- Si estáis aquí sobre las seis, sí, si no, mejor ahora.
- Es sobre Esther – dijo de sopetón - no creo que esté preparada para trabajar el
lunes.
- Perdona, Fernando, pero eso debería decidirlo yo – intervino Claudia – de
hecho, pensaba darle el alta hoy mismo.
- No me refiero a eso, Claudia – respondió tranquilo mirando a la pediatra –
creo… que deberías hablar con ella Maca.
- Bueno, esta tarde hablamos con más tranquilidad – le dijo mirando el reloj, ¿qué
hablase con ella! ¿cómo! Encarna no la dejaba ni a sol ni a sombra, no le pasaba
el teléfono y no le permitía entrar en la habitación.
- Yo también creo que deberías decirle algo, Maca – intervino Cruz – no puede
arriesgarse de esa forma y hacer que los demás se arriesguen por ella.
- Ya lo sé – respondió la pediatra. Claudia la observó y le pareció agobiada.
- Si quieres, me espero unos días para darle el alta – propuso – no tenemos
problemas de camas. Y así no tienes que decidirte hoy.
- No. Tú haz lo que consideres oportuno – le respondió – pero no creo que pueda
hablar con ella, al menos hoy.
- Bueno, me tengo que ir – dijo Fernando – pero, Macarena, haz todo lo que
puedas por hablar con ella y esta tarde nos vemos, porque, que conste, que el
lunes no la quiero en el campamento.
- Fernando… - protestó Maca, lo que le faltaba es que la presionase con el tema –
por favor – le pidió cansada – me voy en el último AVE y tengo muchas cosas
que dejarle preparadas a Mónica.
- Vale, vale, hablamos luego – consintió alejándose.

Maca le siguió con la mirada, pensativa, tenían razón, era necesario hablar con Esther,
pero no sabía como.

- ¿Me perdonáis un momento? – dijo la pediatra, observando la barra donde


acababa de llegar Encarna, movió la silla para dirigirse hacia allí.
- Maca – intervino Cruz – no sé si es buena idea – le dijo viendo sus intenciones.
Maca la miró sin decir nada y se marchó.
- ¿Qué pasa? – preguntó Claudia.
- No sé. Pero me da que la vamos a tener. Espero equivocarme.

Maca se acercó a Encarna y sin rodeos se dirigió a ella.

- Encarna, ¿puedo hablar contigo un momento?


- ¿Otra vez? Creo que ya has dicho todo lo que tenías que decirme.
- No. No le he dicho todo.
- Bueno, pues no quiero escucharte más.
- Va a tener que hacerlo – insistió decidida.
- ¿Qué tengo qué hacerlo? – empezó a levantar el tono molesta. Maca vio como el
camarero las miraba de reojo y cómo un par de enfermeras sentadas en una mesa
cercana se giraban a mirar. Entonces no pudo evitarlo y cambió su actitud.
- Encarna, ni se le ocurra hablarme aquí como lo ha hecho en el pasillo – le dijo
en voz baja y ronca, fulminándola con la mirada. Encarna se sintió ligeramente
intimidada y no supo qué responderle. – quiero decirle que esta tarde a última
hora, voy a subir a ver Esther. Le guste a usted o no le guste, voy a hablar con
ella y… preferiría que no estuviese allí, pero si lo está, espero que no me monte
ningún numerito.
- Pero bueno… - comenzó a protestar débilmente.
- No tenemos nada más que hablar. Buenos días – le soltó secamente y girando la
silla volvió a su mesa, dejando a Encarna con la boca abierta ¡pero que se había
creído la muy…! No se le ocurrió ningún calificativo lo suficientemente fuerte
para la ira que le habían provocado sus palabras.

* * *
Maca volvió a la mesa satisfecha por haberle dejado las cosas claras a Encarna. Esther
era su empleada y había cosas que debía hablar con ella.

- ¿Qué! ¿como ha ido? – preguntó Claudia con una medio sonrisa burlona.
- Bien – respondió secamente – Cruz, antes se me ha olvidado decirte que hablé
anoche con Isabel y quiere que nos reunamos cuanto antes.
- Pero Maca… ¿tiene que ser hoy? - comenzó a protestarle. La pediatra se encogió
de hombros – es que hasta esta noche no tengo guardia y acabo de llegar y….
- Si prefieres esperar a que yo vuelva, no tengo problema – propuso comprensiva
- De todas formas he quedado con ella después de comer.
- ¿Y eso? ¿ocurre algo? – preguntó Claudia extrañada. Maca negó con la cabeza.
- Bueno, yo me voy – dijo Cruz levantándose – Maca, no trabajes demasiado –
sonrió y pasando a su lado le acarició el hombro – no te preocupes, verás como
todo va bien.
- ¿Por qué te ha dicho eso? – preguntó Claudia una vez que se quedaron solas.
- Por nada, ¿terminas el café! yo también debo subirme.
- Maca, a mi no me engañas, ¿por qué viene Isabel! ¿hay alguna novedad?
- Si – suspiró cansada del tema – el otro día, cuando íbamos en el tren, encontré
un papel en mi bolsillo.
- ¿Otra nota?
- Pues… era un número de teléfono.
- Pero… ¿de él! ¿llamaste?
- Al principio pensé que era de alguien que me lo había dado y no me acordaba.
Me extrañaba porque no estaba apuntado ningún nombre pero no pensé nada
más.
- ¿Y?
- Ayer por la tarde volví a acordarme y llamé.
- ¿Y qué?
- Era una funeraria.
- Joder, y… entones… ¿crees que te lo dejó él?
- Si, por eso quiero que lo vea Isabel.
- Fue el día del incendio ¿no?
- Si – suspiró – ya me ha dicho Isabel que recuerde a quien me acerqué ese día,
pero es imposible, ¿sabes la que había montada en la puerta? – preguntó
retóricamente – solo para llegar al coche me tuvo que ayudar Alberto. Pudo ser
cualquiera.
- Ya me contaron… y al día siguiente estuvimos igual.
- Lo que no logro entender es porqué no hace algo ya – dijo cansada.
- Y en Sevilla ¿nada! ¿no has notado nada raro?
- No. Pero… - bajó la vista ligeramente avergonzada – me asusté con lo de la
nota, y… he contratado un guarda de seguridad. Me acompañó a todos lados.
- Hiciste bien. No debiste ir sin Evelyn.
- Lo sé, pero Sonia… estaba preocupada.
- Ya… ¿se ha quedado allí?
- Si, ella vendrá el lunes.
- Maca… ¿te pasa algo? – le preguntó de pronto con la vista clavada en ella.
- Si – sonrió – ¡que tengo un montón de cosas que hacer y ninguna gana de
hacerlas! – bromeó, le incomodaba que Claudia la conociese tan bien, sobre
todo, cuando no estaba dispuesta a contarle nada.
- Anda, quejita, que llevas escaqueada dos días… vamos para arriba que yo
también tengo trabajo – le dijo sonriente - ¿te recojo para comer?
- Claro – le devolvió la sonrisa.

* * *
En su habitación Esther llevaba horas escuchando el parloteo de su madre. Desde que
subiera de la cafetería solo tenía un monotema: Maca. Estaba indignadísima por como le
había hablado en la cafetería. Esther no entendía porqué Maca había ido al encuentro de
su madre, que estaba segurísima que buscaba provocarla. Encarna no le había dicho
nada a Esther de la intención de Maca de visitarla esa tarde y, la buena señora, se había
obcecado con que Claudia les diera el alta cuanto antes. No quería que su hija hablase
con ella, no quería que volviese a ese trabajo y menos aún que permaneciese ingresada
en la Clínica. Pero la enfermera se había mostrado firme, y había discutido con ella. No
pensaba marcharse voluntariamente, esperaría a tener el alta. Al final, Encarna había
cedido y había bajado a por un café.

Esther cerró los ojos un momento, ¡qué descanso! le encantaban esos momentos de
silencio. Había pasado todo el día con la esperanza de que Maca apareciera por la
puerta, pero pasaban los minutos y no aparecía. En el fondo se sentía molesta. Conocía
a Maca, y cuando de verdad quería algo, no había quien la arredrara. Por eso, la excusa
de que Encarna no la quería ver por la habitación no terminaba de convencerla. Más
bien estaba segura de que la pediatra tenía otras muchas ocupaciones y preocupaciones
como para dedicarle unos minutos a ella, aunque fueran de cortesía. Esa idea la
entristeció y le hizo dudar de sus propósitos matutinos. Maca tenía su vida y, quizás ella
no tuviera ya cabida, ni siquiera como amiga.

* * *

Maca pasó toda la mañana en el despacho adelantando papeleo y llamando a


proveedores para dejar casi todo el trabajo organizado de forma que Mónica pudiese
pasar la mayor parte del tiempo en el campamento. Había tardado más de lo esperado en
casi todo porque no era capaz de concentrarse, no hacía más que darle vueltas al
informe de Esther y cómo enfrentarse a ella, quizás debía ser sincera y decirle que lo
sabía todo, pero por otra parte, eso quizás solo la hiciese enfadar y cerrarse en banda, y
conociéndola era lo más probable, con lo cual no podría hacer nada por ella. Y sentía la
necesidad de ayudarla.

Le dolía la cabeza y decidió buscar a Claudia para tomar algo, pero la neuróloga estaba
aún en quirófano. Bajó a recepción en busca de Teresa.

- Maca – exclamó la recepcionista – te iba a subir esto ahora mismo, acaba de


llegar.
- ¿Qué es?
- No sé, pero el remitente es del banco ese de Zurich.
- ¿Ya están aquí los papeles? – se sorprendió de la rapidez y abriendo el sobre
comprobó que así era, consultó la hora – Teresa, me voy al centro, si me doy
prisa dejo esto también listo.
- Pero… ¿no es muy tarde?
- No. En la notaría no cierran hasta las cuatro, además sé donde encontrar a Don
Carlos – le explicó pensando en el notario, que siempre comía en el mismo
restaurante, de hecho la había invitado en alguna ocasión – apúntate que Mónica
tiene que ir el lunes a firmar y luego a llevarlo al banco.
- Y no es mejor que te lleves los poderes de Mónica – le aconsejó Teresa – te lo
digo porque ella…
- Pues… quizás si… pero al banco va a tener que ir de todas formas. Hoy no me
va a dar tiempo.
- Como tu veas – le dijo observándola marchar. De pronto se volvió y le gritó –
Teresa, si ves a Claudia dile que no me espere para comer.
- Si, vete tranquila – le respondió “¡cualquier día le da algo!”, pensó preocupada.
Tres horas después Maca regresaba a la Clínica, estaba cansada y tenía hambre, pero al
menos había conseguido su objetivo, en cuanto Mónica firmase el lunes, les harían el
ingreso. La sonrisa de satisfacción con la que entró en recepción se le borró cuando vio
la cara que le ponía Isabel, que llevaba esperándola un buen rato. Se le había olvidado
su cita.

- Hola, Maca – la saludó la detective - ¿vemos eso! tengo prisa.


- Si, claro, perdona el retraso – se disculpó - ¿subimos al despacho! si quieres te
invito a un café – propuso esperanzada en tomar algo.
- No, gracias, prefiero que acabemos cuanto antes.
- Como quieras – respondió dirigiéndose con ella hacia el ascensor.

Ya en el despacho le tendió la nota con el número telefónico. La subinspectora se la


guardó con la promesa de enviarla a grafología y comprobar los trazos con las demás.
Maca la miró esperando que le dijese algo más pero Isabel permanecía en silencio.

- Bueno, ¿qué era eso de lo que querías hablarme? – preguntó la pediatra viendo
que no se decidía.
- Pues… de lo de siempre – respondió molesta.
- Ya sé que no debí marcharme sin Evelyn – reconoció – pero nada más llegar
contraté una empresa de seguridad y he tenido escolta día y noche.
- Ya… No es solo eso, Maca – le dijo con seriedad, parecía harta del tema y la
pediatra se sobresaltó pensando que Isabel barajase la posibilidad de renunciar a
“su caso”.
- ¿Entonces que es? – preguntó y sin esperar respuesta continuó - Te prometo que
a partir de ahora mismo voy a hacerte caso en todo lo que me digas.
- Me parece lo más sensato – esbozó una ligera sonrisa que tranquilizó a la
pediatra – Maca, quiero pedirte una cosa.
- Dime.
- Quiero que, cuando vuelvas de Sevilla, pases más tiempo en el campamento.
- Buf – resopló – eso… va a ser bastante difícil. Estaré unos días fuera y a la
vuelta tendré que hacer mucho papeleo. ¡No imaginas lo que es esto!
- Me da igual lo que sea. Coges los papeles y te los llevas allí. Necesito
comprobar una cosa y solo puedo hacerlo si tú no estás aquí y… ¿qué mejor
lugar que venirte al campamento?
- Pero Isabel…
- Maca… ¿no decías que me ibas a hacer caso? – le reprochó.
- Si – admitió – pero no puedo pasarme allí los días. Tengo reuniones, cosas que
organizar, Adela se incorpora la semana que viene. Mira – se detuvo y cogió su
agenda, la abrió y se la mostró – son las citas que he tenido que aplazar y no
puedo recibir a la gente en el campamento. Entiéndelo Isabel.
- Serán solo unos días.
- Pero es que hay cosas que no pueden esperar más. Ya las he aplazado por Ana –
confesó, por primera vez, hablando abiertamente del tema – y ¿no podría ser
después? Mira – volvió a mostrarle la agenda – dentro de dos semanas estoy
mucho más libre.
- En dos semanas pueden pasar muchas cosas, Maca. ¿Te ha contado Cruz lo de
“tu amigo”?
- ¿Qué amigo?
- El del avión.
- Si, algo me comentó.
- Cruz lo ha identificado – le comunicó – no hay pruebas contra él, pero…
sabemos que ha hecho más de un “encarguito”, ya me entiendes.
- Pretendes asustarme, ¿verdad?
- No, Maca, pretendo que seas prudente y dejes de creer que son exageraciones
mías – dijo levantándose – me marcho ya. Y… no me discutas, la semana que
viene te quiero en el campamento.
- Bueno… ya veremos… quizás a ratos…

Isabel se paró en la puerta y volvió a repetirle,

- En el campamento.

Maca suspiró, todo el mundo veía las cosas muy fáciles. ¿Qué hacía ella con el alcalde!
tenía cita con él desde hacía más de dos meses, y era muy importante que le expusiese
los motivos por lo que consideraba que debían aplazarse los derribos de chabolas que
empezarían de forma inminente. Y… ¿qué hacía con la comisión europea! venían a
revisar que la subvención se había invertido según proyecto. Aunque los llevase al
campamento, no podía tenerlos todo el día allí metidos. Y ¿qué hacía con los nuevos
ingresos! había quedado con los representantes de varias organizaciones… “Ingresos”,
pensó, desde que ingresara Socorro no había ido a verla, y sabía que seguía allí,
precisamente por decisión suya. Estaban mejor en la Clínica de momento, mientras le
levantaban otra chabola, porque las gentes allí eran así, tardarían pocos días en tenerle
una nueva lista. Pensó en que se quedaran en los barracones del campamento, pero era
preferible tenerla vigilada con esas quemaduras por muy leves que fuesen. Pensando en
ellas decidió subir a verlas. Le apetecía desconectar un rato, cogería algo de la máquina
y vería a María y su abuela. Cuando estaba a punto de salir llamaron a la puerta.

- Adelante – dijo soltando de nuevo las llaves. Fernando entró con cara de pocos
amigos. Maca se sorprendió al verlo, creía que era más temprano - ¿ya estás
aquí?
- Quedamos a las seis ¿no? – preguntó él - ¿te marchabas?
- No… no… pasa.

Fernando entró y se sentó frente a ella. Iba decidido a no ceder lo más mínimo, la miró
con el ceño fruncido, Maca conocía muy bien aquella mirada desde sus tiempos de
residencia con él y, sonrió.

- Fernando, sé lo que vas a decirme pero antes deberías escucharme.


- Maca, no me pongas esa cara que yo también te conozco y no voy a escucharte,
quiero que me escuches tú a mí.
- A ver, dime – cedió con paciencia, sabía que era la mejor táctica si quería
obtener algo de él.
- Te lo he dicho ya, no la quiero en el campamento.
- Bueno… - empezó con calma – no seas tan duro, dale tiempo.
- El otro día, estabas bastante de acuerdo conmigo en que hay actitudes que no
podemos permitir.
- Y lo sigo estando – admitió con un suspiro, “¡si él supiera! ahora todo había
cambiado, desde que leyera ese informe… se sentía tan culpable…” – pero…
- En este tipo de cosas no caben peros, Maca – continuó firme – tenemos que
tener claras nuestras líneas de actuación. Y, me prometiste, que si me encargaba
de la dirección de este departamento, solo yo, decidiría sobre el equipo. Pero si
no va a ser así, creo que lo mejor es que te busques…
- No sigas – lo interrumpió - Ya lo sé, Fernando, sé lo que te prometí, y quiero
que sea así, pero en este caso… - se detuvo agobiada por su presión, no podía
revelarle sus motivos, tampoco podía contarle nada de la enfermera, pero sabía
que Esther necesitaba el trabajo, lo necesitaba para superar aquello, y no sería
ella la que se lo impidiese, no podía, pero tampoco quería faltar a su palabra con
el médico.
- ¿En este caso qué? – preguntó molesto, no entendía porqué Maca se
encabezonaba con el tema cuando era la primera en reconocer que Esther se
había puesto en peligro y había puesto a los demás.
- Fernando, sabes que nunca discutiría una decisión tuya en ese sentido y que
confío en ti, pero… ¡por favor! es importante para mí.
- Macarena, no niego que es la mejor enfermera que he visto en acción. Ya te lo
dije el otro día y te lo repito. Pero… no está bien de la cabeza. Y no estamos
trabajando en cualquier lugar.
- Tú también entraste en la chabola – le dijo intentando justificar el
comportamiento impulsivo de Esther.
- Macarena, no vayas por ahí – le respondió enfadado - ¿me vas a reprochar que
entrásemos a por Socorro? Sabes que lo hicimos minutos antes, cuando aún las
llamas no se había extendido y no me digas que es lo mismo, porque sabes que
no es lo mismo.
- Ya lo sé – reconoció arrepentida de haberlo dicho, su mente buscaba con rapidez
opciones pero ninguna le parecía adecuada – Esther necesita el trabajo, hasta que
vuelva a África…
- Y yo necesito más personal, necesito más días de vacaciones, necesito… -
respondió irónico pero Maca lo cortó.
- Vale, vale, ¿no vas a dar tu brazo a torcer?
- No, lo siento Maca. Es por su bien. No está preparada para trabajar.
- Bueno… si, en el fondo… sé que tienes razón. – dijo pensativa – Fernando y…
¿si solo fueran dos días? Con suerte el miércoles yo estoy de vuelta.
- Y que tú vuelvas, ¿que cambia? – preguntó sin entender por donde iba la
pediatra.
- Isabel me ha pedido que pase más tiempo en el campamento. Puedo ir con ella,
quiero decir con Esther. Si empezamos con las vacunaciones podría ser mi
enfermera. Yo…, sabría como frenarla y….
- Vamos a ver, Macarena – fue ahora él quien la interrumpió, perplejo por su
insistencia, estaba seguro que ocurría algo que ella le ocultaba - todo esto.. ¿por
qué es! ¿por lo que te dijo su madre el otro día?
- Todo esto es porque se lo debo – bajó la vista y la levantó, al médico le pareció
que sus ojos se habían humedecido, con un hilo de voz le dijo – se lo debo,
Fernando, se lo debo.
- Bueno – pareció dudar de su postura, pocas veces veía a Maca casi suplicar por
algo, y menos por alguien, pero por aquella chica parecía estar haciéndolo – si tú
estas pendiente, acepto – cedió - Pero no se incorpora hasta que tú no vuelvas.
- Trato hecho – se apresuró a responder aliviada.
- Y se lo dices tú.
- De acuerdo – sonrió agradecida.
- Macarena, Macarena – movió la cabeza levantándose – contigo no hay forma.

Maca sonrió, siempre había sabido llevarlo a su terreno. Ahora tendría que hablar con
Esther, a ver como se tomaba todo el asunto.

* * *

Maca llegó a la habitación de Esther y llamó con los nudillos a la puerta que permanecía
entre abierta. Esperó a que le dieran permiso para entrar. Escuchó la voz de Encarna.

- Pasa Laura – dijo la madre de Esther creyendo que era la joven.


- Buenas tardes - dijo Maca entrando.
- ¡Maca! – exclamó Esther agradablemente sorprendida de verla allí, “¡había ido a
verla!”, no pudo evitar recibirla con una enorme sonrisa que molestó a su madre.

Encarna se giró hacia la pediatra y con el ceño fruncido la miró con descaro. Pero, esta
vez, Maca le aguantó la mirada y con seriedad se dirigió a ella.

- Encarna, le importa dejarnos solas unos minutos.


- Sí que mi importa – respondió airada.
- ¡Mamá, por favor! – protestó Esther. Encarna miró a su hija y luego a Maca,
finalmente, salió de la habitación no sin ver como Maca se acercaba a la cama y
alargando la mano cogía la de la enfermera y en un tono muy diferente al que
había hablado segundos antes la escuchó decir.
- Lo primero, dime, ¿cómo estas? – Encarna cerró la puerta y las dejó en la
intimidad que habían solicitado. Estaba molesta por la actitud de la pediatra y
enfadada con su hija. Muy enfadada.
- Estoy bien, muy bien – enfatizó el muy con una alegría que llamó la atención de
Maca, que clavó sus ojos en ella con una expresión tan extraña, mezcla de
tristeza, preocupación, miedo, que la enfermera se vio obligada a preguntarle.
- ¿Qué te ocurre?
- ¿A mí! nada – se apresuró a responder.
- Tienes muy mala cara, ¡peor que la mía! – le dijo intentando bromear,
consciente de que lo más seguro es que Maca estuviese allí para recriminarle su
comportamiento del día del incendio. La pediatra ladeó la cabeza en su gesto
característico de ¡es lo que hay! pero no le dijo nada al respecto, “¿qué cara
quería que tuviese?”, había salido de Sevilla en el primer AVE, se había pasado
el día o discutiendo o trabajando, y encima no había tenido tiempo ni de comer,
sin olvidar que llevaba más de una semana sin pegar ojo y que el informe de
Médicos sin fronteras, la había dejado tan acongojada que estaba allí frente a ella
sin saber muy bien, ni qué decirle ni cómo decírselo – Maca ¿qué pasa? dime lo
que sea ya.
- Esther… yo… quería hablar contigo… porqué – se detuvo, no sabía como
enfocarle el tema y eso que llevaba toda la tarde imaginando esa conversación.
- ¿Qué pasa? – le sonrió - ¿qué no sabes cómo echarme la bronca?
- No es eso – le dijo con suavidad – sí que debería echártela pero…
- No hace falta que me digas nada. Ya sé que la he cagado otra vez. Nunca debí
entrar allí, pero… vi a María y… no sé. No pensé.
- Ya… - dijo con aire ausente.
- ¿Estás bien? – insistió Esther ante las dudas y el abatimiento que mostraba la
pediatra.
- Si… - hizo otra breve pasusa y clavó sus ojos en ella, Esther sintió que aquella
mirada seguía teniendo el poder de desarmarla - verás, he estado hablando con
Fernando y… y no creemos que debas volver al trabajo… tan pronto.
- ¿Pronto? Pero si Claudia me da el alta…
- Aún así… nos gustaría, a los dos, que te tomases unos días de descanso.
- ¿Me estás sancionando?
- No, no – se apresuró a aclararlo – solo unos días, no has pasado por una tontería
Esther y allí,… hay mucho polvo y tus pulmones…
- ¡Venga ya Maca! no me mientas ¿qué pasa! ¿qué Fernando se ha quejado?
- No, no. No pasa nada. Que prefiero que descanses unos días. Y luego ya se verá.
- Luego tendré que irme, ¿recuerdas? quince días.
- De eso también quería hablarte – le dijo poniéndose muy seria – sé lo que me
has contado y sé lo que te he prometido pero… necesito que me hagas un favor
– le pidió, quizás esa era la mejor táctica. Sabía que Esther no podía volver a
África y quería que siguiera allí, ahora era consciente de que Esther necesitaba el
trabajo, al menos hasta que estuviese recuperada y lista para volver.
- ¿Qué favor?
- Mira… yo la semana que viene tengo que estar en Sevilla. No sé si entera o si
podré volver antes pero…
- Es verdad, perdona, no te he preguntado por tu mujer – cayó en la cuenta y
pensó que esa cara demacrada y ese aire cansado y triste sería por eso.
- Está mejor, pero tengo que estar allí – le dijo. “¿Tengo?”, pensó la enfermera,
parece una obligación - Y… me gustaría que te quedaras unos días más. Hasta
que yo pueda volver y buscar a alguien, serían unos quince días, no creo que
tarde más en encontrar una sustituta, a lo sumo un mes, ¿podrías? – le preguntó
angustiada.
- No sé, Maca. Un mes… es mucho tiempo… y yo…
- Lo sé, pero… si pudieras… al menos… piénsatelo, ¿vale? – la interrumpió.
- Vale – consintió.
- Me harías un gran favor – insistió sonriéndole tímidamente. Esther asintió con la
cabeza, no tenía nada que pensarse pero eso no se lo iba a reconocer a Maca -
Bueno…, pues… tengo que irme. Descansa, ¿de acuerdo? – dudó si decirle algo
más, no quería que Fernando cumpliera su amenaza y tampoco podía dejarla en
la estacada, por mucho que la enfermera se empeñase en afirmar una cosa que
ella y solo ella sabía que no podía ser. Esa angustia y esa culpa que sentía por la
situación de Esther se reflejó en su cara y la enfermera, que la conocía bien, se
dio cuenta de ello. Se sentó en la cama, se inclinó hacia ella y la besó en la
mejilla ante la sorpresa de Maca.
- Todo va ir bien Maca, veras como Ana se pone bien – le dijo viéndola tan
apagada, pensando que ese aspecto de la pediatra se debía a la preocupación por
su mujer.
- Gracias – le dijo casi con las lágrimas saltadas, miró hacia abajo confundida por
la manifestación de cariño y cuando levantó la vista esbozó una sonrisa -
piénsate eso, por favor.

Esther asintió y no dijo nada más. Maca salió de la habitación. Encarna la recibió con un
gesto despectivo, pero, por una vez, no le hizo comentario alguno. Se quedó
observándola mientras se alejaba y, finalmente, entró en la habitación.
- ¿Qué? ¿Era tan importante lo que tenía que decirte? – preguntó molesta.
- No, solo quería que me tome unos días libres más.
- Vaya – no supo que decir, ella misma le había insistido a su hija para que no se
incorporase el lunes y ahora resultaba que “esa”, también opinaba como ella –
aunque me molesta decirlo, estoy de acuerdo con ella.
- Si en el fondo no sois tan diferentes – bromeó – no dicen que los hijos buscan en
sus parejas reflejos de sus padres.
- ¡Ni en broma! ¡no me digas eso ni en broma! – protestó airada – parecerme yo a
semejante… - se calló ante la mirada de reprobación de Esther y terminó –
¡fresca!

Esther sonrió, “¿fresca?”, curioso calificativo para Maca y más viniendo de su madre,
solo podía significar una cosa y seguro que tenía algo que ver con aquello que Maca
hizo en el pueblo y que su madre siempre mencionaba pero nunca le contaba. Se
propuso conseguir, que en esos días de descanso, se lo contase, porque debió ser muy
gordo para que todavía estuviese echándoselo en cara a la pediatra.

* * *

Maca se dirigía a su despacho con la mente puesta en la conversación mantenida con


Esther. Tenía la sensación de que había ido mejor de lo que hubiese esperado en un
primer momento. Pero no las tenía todas consigo. Estaba segura de que Esther mostraba
una alegría ficticia. Tan ensimismada iba en sus pensamientos que no reparó en aquellos
ojos que la observaban desde el final del pasillo y que esperaban ansiosos a que la
pediatra llegase a su altura. Cuando Maca sobrepasó el lugar del escondrijo, con un ágil
salto se colocó a su espalda y se colgó de su cuello. Maca sintió que el pánico se
apoderaba de ella, pero de pronto aquella voz la tranquilizó.

- ¡Maca! ¡Maca! ¿me paseas? – le dijo dándole un beso y con la misma agilidad
de antes sentándose en sus rodillas.
- ¡María! – exclamó respirando aliviada y notando cómo su corazón permanecía
desbocado - ¿sabes el susto que me has dado? ¡No vuelvas a hacerme esto! – le
regañó sin quitar la sonrisa de la cara. María se quedó mirándola fijamente, con
una sonrisa franca. Clavó sus ojos en la pediatra, Maca siempre tenía la
sensación de que sabía leer en ella como nadie.
- No has venido a vernos – le reprochó acurrucándose, melosa, en sus brazos
como solía hacer siempre que se le sentaba encima.
- Ahora iba a ir. Quería coger una cosa que me dejé en el despacho.
- ¿Un regalo?
- Pues claro – sonrió olvidando todos sus problemas – pero… no sé si dártelo.
Que me han dicho que andas por aquí asustando a los médicos y las enfermeras.
- Es que esto es muy aburrido. Yo quiero volver a mi casa.
- ¿No quieres estar aquí? – preguntó riendo – Tu abuela está mejor aquí. Estarás
cuidando de ella, ¿verdad?
- Aquí no – reconoció con cara de pilla – aquí la cuidan las enfermeras.
- Con que no, ¿eh? – le dijo empezando a hacerle cosquillas.
- ¡Arre, caballo! ¡vamos, vamos! – rió a carcajadas.
- ¿Caballo! ¿yo que te tengo dicho? – bromeó con ella.
- ¡Burro!
- Serás… - siguió haciéndole cosquillas.
- Yeguaaaaa – reía sin parar – porfi, porfi, ¡vamos!
- ¡Venga! ¡Agárrate! – rió también moviendo la silla - ¡estás más gorda! –
exclamó notando que le costaba trabajo moverse – ya casi no puedo contigo.
- Aquí como mucho. Y la abuela también – confesó con inocencia - ¿Sabes una
cosa?
- ¿El qué?
- Me gusta tu casa.
- Esta no es mi casa – rió – aquí solo trabajo. ¿Y no decías que te aburres?
- Si… es aburrido pero me gusta… porque… estas tú – le dijo volviendo a
abrazarse a ella. Maca sintió que se le saltaban las lágrimas de nuevo. Estaba
claro que tenía un día de lo más tonto.

Claudia y Gimeno se acercaron por el pasillo. Sonrientes al ver la escena.

- ¿Qué escándalo es este? – preguntó Gimeno – se os escucha hasta en la cafetería


– bromeó.
- Hola – dijo Maca aún con la sonrisa en la cara.
- Veníamos a buscarte – intervino Claudia – tenemos que hablar contigo.
- Vamos al despacho – dijo Maca cansada – A ver María, toma – le dijo dándole
unas monedas – baja y te compras algo para merendar y ahora subes para que te
de eso – le dijo casi en un susurro como si fuese un secreto a sabiendas de lo que
le divertía a la niña aquel juego. Cuando se alejó se dirigió a ellos.
- ¿Qué pasa?
- Se trata de la niña que acabamos de operar – empezó Gimeno – estaba peor de lo
que parecía y hemos tenido problemas.
- ¿Qué problemas? – suspiró apoyando la cabeza en la mano y masajeándose la
sien. Empezaba a dolerle la cabeza cada vez con mayor intensidad.
- Ninguno importante. Gimeno ha estado estupendo – dijo Claudia frunciendo el
ceño al ver el gesto de Maca – pero no podrá marcharse con los demás como
estaba previsto.
- Eso – dijo Gimeno – pero…
- Y.. ¿no podéis resolver esto con Laura? – lo interrumpió preguntando en tal tono
de cansancio que los dos se apresuraron a responder.
- ¡Claro!
- Lo que tú digas Jefa – continuó Gimeno – bueno… me voy que ya se sabe…
Claudia ¿te espero?
- Si – sonrió – pero adelántate que quiero comentarle una cosilla a Maca.

Cuando desapareció en el ascensor, Claudia se volvió hacia ella. Era la primera vez que
Maca rehusaba tratar un tema de la clínica y delegaba en alguien tan abiertamente.

- ¿Te vas ya? – le preguntó.


- No. Aún me quedan unas horas. Creí que iba a tardar más y cerré la vuelta para
el último AVE – le explicó y poniendo cara picarona continuó – y tú ¿qué! ¿no
pasas últimamente mucho tiempo con Gimeno?
- ¿Yo! no – sonrió – lo normal.
- Y ¿para qué habéis quedado? – preguntó con retintín - ¿repasando la operación?
- No. Vamos a pasear a Greta – confesó ante la carcajada de Maca – no seas mal
pensada, es rarito pero me hace reír. Y la verdad es que, últimamente, tal y como
están las cosas por aquí se agradece.
- Si va por mí, siento ser tan mala compañía – continuó con tono irónico. Claudia
la miró sin saber si bromeaba o estaba hablándole en serio.
- Perdona, no me refería a ti, ya se que no estás en el mejor momento con lo de
Ana y todo lo demás.
- La verdad es que no – suspiró.

María llegó corriendo por el pasillo, traía el atrapasueños.

- Toma – las interrumpió alargándoselo a Maca – para ti.


- ¿Cómo que para mí! ¿No te gusta?
- Si – respondió insistiendo con la mano extendida sin decir nada más. Maca lo
cogió.
- ¡Qué bonito! ¿qué es? – preguntó Claudia, María la miró.
- Es mágico – le dijo.
- ¡Ah! ¿y qué hace?
- Hace que no le pase nada a los cuentos de hadas.
- Vaya, si qué es mágico – comentó Claudia – aunque Esther también ayudó un
poquito ¿no?
- Si – dijo la niña – por eso no le paso nada porque es mágico.
- Guárdalo tú, María – se lo tendió de nuevo la pediatra.
- No. Para ti – se mostró tajante y acercándose a ella le dio un beso y le susurró al
oído – no quiero que estés triste.

María salió corriendo y la dejó allí con el caza mariposas en la mano y a Claudia con
una expresión entre burlona y pensativa.

- ¿Sabes? – dijo de pronto – no te rías pero yo a veces todavía tengo la sensación


de que se va cumplir ese sueño que tenía de pequeña.
- ¿Qué sueño? – preguntó Maca.
- El típico, Maca. Ya sabes, príncipe azul, guapo, alto, moreno, traje de novia,
casa en el campo, felices, en fin todos los tópicos. ¿Tú nunca lo pensaste?
- ¿Yo! yo no creo en cuentos de hadas – respondió con tal aire de melancolía que
a Claudia le dio pena – creo que nunca lo hice – esbozó una sonrisa nostálgica
sin poder evitar que su mente volviese al informe que hablaba de Esther y a las
palabras de María “no quiero que estés triste”.
- ¡Maca! ¡cómo dices eso! Todas hemos creído en cuentos de hadas. ¿Tú no
imaginabas con tu madre cómo sería el día de tú boda? ¿O con tus amigas?
Estoy segura de que sí.
- Si conocieras a mi madre no estarías tan segura – bromeó.
- Ya la conozco.
- Digo conocerla de verdad – puntualizó - ¡cuentos de hadas! – rió.
- ¿Qué vas a hacer? – cambió de tema la neuróloga mirando el reloj, no quería
hacer esperar a Gimeno – si me hubieras dicho que te ibas tan tarde….
- No lo sé. Pero no te preocupes. Tu vete con Gimeno.
- Vente con nosotros. Nos tomamos algo y te dejamos en la estación.
- No, gracias. Me quedaré un rato en el despacho y… no sé, me daré un paseo
tengo ganas de tomar el aire.
- Descansa ¿vale? – le pidió agachándose a besarla - buen viaje, y llámame si hay
alguna novedad.
- Claro – le sonrió viéndola alejarse. Era la primera vez en mucho tiempo que
Claudia hacía planes al margen de ella y, no sabía porqué, pero el hecho de que
fuera así, la hizo sentirse sola. Permaneció en el pasillo unos segundos más, sin
saber muy bien qué hacer en esas horas.

* * *
Maca se detuvo unos segundos en la puerta de la consulta. Ahora que estaba allí no le
parecía tan buena idea, pero necesitaba hablar con ella, lo necesitaba como nunca lo
había necesitado. Era pronto para ir a la estación, la idea de esperar sola cerca de tres
horas hasta la salida de su tren la había decidido ir a verla y ahora…, le asaltaron las
dudas. Respiró hondo y pulsó el timbre. La joven recepcionista, que tan bien conocía, le
abrió la puerta, le sonrió y le dio las buenas noches. Maca entró en el despacho de Vero
sin llamar. La secretaria no hizo intención de detenerla. Tras tres años de aparecer por
allí, sabía que no mantenían una relación médico – paciente, sabía que eran amigas, y a
veces la señora Wilson llegaba tras las horas de consulta para rescatar a la doctora Solé
del trabajo.

La pediatra estaba segura de que encontraría a Vero repasando sus expedientes y


preparando las sesiones del día siguiente.

- Hola – dijo entrando.


- ¡Hola! – respondió Vero levantando la vista y quitándose las gafas con
expresión de sorpresa – no esperaba verte por aquí.
- Pues… ya ves – dijo con una medio sonrisa mezcla de timidez y petición de
disculpas. Vero se quedó mirándola esperando que le contase el motivo de su
visita, pero Maca guardó silencio.
- Dime, ¿te pasa algo? – preguntó a sabiendas de que era así, solo bastaba verla.
- No. Venía … para… para… invitarte a cenar – le dijo sonriendo – algo rapidito,
en el bar de abajo si quieres….
- Gracias, pero hoy no puedo. Tengo mucho trabajo – le respondió secamente, tal
y como Maca la había tratado días atrás.
- Vero, por favor, necesito hablar contigo – le pidió con tanta angustia que
provocó la alerta en la psiquiatra.
- ¿No decías que no pasaba nada?
- Mentí.
- Se está convirtiendo en una costumbre – le dijo irónica.
- Si – le respondió con seriedad – lo siento.

Vero se quedó observándola, parecía demacrada y cansada, pero, sobre todo, le parecía
angustiada. La joven empezó a recoger los papeles que tenía delante y se levantó para
archivarlos. Maca permanecía en silencio, con la vista puesta en el suelo. Vero terminó
y volvió a tomar asiento frente a ella, sacó un cuaderno y lo puso sobre la mesa.

- Bien, empieza – dijo - ¿qué te preocupa?


- ¿Por qué habría de preocuparme algo? – preguntó a su vez poniéndose a la
defensiva.
- ¿Porque tienes unas ojeras que no sabes como disimular? – dijo con ironía –
¿porque te tiembla la voz desde que has entrado! ¿Por qué te has presentado aquí
sin haberlo planificado! ¿Por qué…?
- Vale, vale, vale… - la interrumpió con genio – esto no significa que haya
cambiado de opinión, ni nada de eso.
- Entonces ¿qué significa? – preguntó pacientemente.
- Significa que necesito hablar con alguien – le suplicó con la mirada – con
alguien que pueda entenderme, con alguien que… que pueda decirme qué me
pasa.
- Ya no soy tu psiquiatra, madre ya tienes una, y… creo recordar, que Claudia es
tu mejor amiga, eso me dijiste ¿no? – le reprochó dolida por el trato que Maca le
había dado en los últimos días desde la inauguración - Además, Ana la tienes a
un tiro de piedra – le recordó sin saber que acababa de volver de allí.
- Vero… ¡por favor! – exclamó mordiéndose el labio inferior en un intento de
disimular un puchero.
- De acuerdo – consintió – perdóname. A ver, ¿qué te preocupa?
- Prefiero que vayamos a algún sitio – dijo poniendo su mejor cara de ruego –
necesito tomar algo, no he tenido tiempo de comer y…
- Ya te he dicho que no puedo – respondió con dureza, Maca bajó de nuevo la
vista, se tenía merecido ese trato y lo sabía, hacía días que debería haberla
llamado como ya le aconsejara Claudia, suspiró y ese suspiro ablandó a la
psiquiatra que más suave, aunque firme en su decisión, le dijo – pero… puedo
traerte algo de la máquina ¿qué te apetece! la verdad es que pareces cansada.
- No gracias – rehusó la oferta.
- Maca… no voy a cenar contigo.
- Por favor, Vero – volvió a levantar los ojos y clavarlos en ella.
- Lo siento Maca – dijo con seriedad – si quieres hablar, dime qué te ocurre, pero
no voy a salir contigo – continuó interpretando que era uno de esos días en los
que Maca, agobiada por el trabajo, la buscaba para desconectar y salir a cenar y
bailar.

Maca guardó silencio, vencida. No sabía por donde empezar, ni siquiera sabía hasta
dónde debía remontarse en su relato. Decidió empezar por lo más cercano.

- Llevo varios días sin pegar ojo – confesó – no puedo dormir.


- ¿Cuántos son varios días?
- Desde la noche de la inauguración.
- ¿Sin dormir nada o durmiendo mal?
- Durmiendo muy mal – respondió enfatizando el “muy”.
- ¿Y?
- Y no sé por qué, todo va bien en la clínica… hemos tenido algunos problemas
pero… eso es normal.
- Maca… ¿qué es lo que pasa? Y no me vengas ni con evasivas, ni con mentiras –
dijo con autoridad.
- ¿Recuerdas que te dije que te había mentido desde el principio? – preguntó
retóricamente – cuando entré aquí por primera vez también dormía mal, tenía
unas pesadillas horribles en las que me veía andando, operando, pasando
consulta...
- Si, eso ya me lo dijiste hace tiempo.
- Pero no te dije que había un sueño que se repetía una y otra vez, una y otra vez,
hasta casi volverme loca – confesó bajando la voz como si le diese vergüenza
hablar de ello.
- ¿Y? – la incitó a seguir al ver que permanecía callada.
- Y ha vuelto – dijo viendo como Vero abría el cuaderno y apuntaba algo
“angustia”.
- No quiero volver a la terapia – le dijo molesta al ver que tomaba notas.
- Entonces ¿qué buscas aquí?
- Hablar contigo, con una amiga.
- No Maca, no buscas eso y lo sabes. ¿Por qué no has ido a la consulta de mi
colega?
- Porque no quiero, estoy harta de hacer lo que todos quieren que haga. No quiero
más terapias.
- Bueno, pues… en ese caso… tengo trabajo, Maca – le dijo levantándose a coger
más expedientes.
- Vero, por favor, ¿qué quieres? ¿qué te suplique?
- No – se volvió hacia ella – quiero que te dejes de tonterías, que dejes de
comportarte como una niña mimada y caprichosa y que reconozcas que si me
necesitas como psiquiatra me tendrás como psiquiatra pero, si lo que quieres es
una amiga, hoy no tengo tiempo.
- Pues... gracias... amiga – le dijo con decepción.
- De nada – se mantuvo firme, esta vez no iba a ceder a su chantaje quería que
reconociera que tenía un problema y que necesitaba ayuda profesional y no se
escudase más tras esa máscara de “no me pasa nada”.
- Bien... pues... ya nos veremos – dijo dándose la vuelta y dirigiéndose a la puerta
– me voy a Sevilla y… no sé cuando voy a volver pero…
- ¿Por qué! ¿qué pasa?
- ¿Psiquiatra o amiga? – preguntó irónica.
- Amiga – dijo acercándose a ella impidiéndole la salida - ¿qué pasa? – preguntó
con preocupación.
- ¿Ahora si tienes tiempo?
- De verdad, Maca, que no puedo contigo – le sonrió entre molesta y divertida.
- Ana está mal y... y... – le costaba trabajo decirlo.
- Y tienes miedo de que le ocurra algo.
- Eso.
- ¿Y tanto trabajo te cuesta reconocer que quieres a tu mujer? – le dijo con genio.
- No es eso – protestó cansada.
- Entonces ¿qué es?
- No lo sé, Vero, no se que me pasa aquí dentro – dijo golpeándose en la cabeza –
hay días que te juro que lo mandaba todo a la mierda – continuó con las lágrimas
saltadas – estoy cansada, estoy muy cansada… - reconoció.
- Maca, vale, tranquila – le dijo al ver que su respiración se agitaba – mírame,
mírame Maca – la cogió por la barbilla levantándole la cara - tranquila, respira
hondo, toma, bebe un poco de agua – se puso tras ella giró la silla y la colocó
frente a su mesa sirviéndole un vaso. Cogió su sillón lo sacó de detrás de la mesa
y lo situó al lado de la pediatra, la cogió de las manos y le preguntó.
- A ver, ese sueño que tanto te preocupa ¿lo tenías antes del accidente? – le
cambió de tema, por su experiencia tras muchas sesiones con ella, cuando estaba
especialmente nerviosa, no era recomendable hablarle de su mujer porque se
cerraba en banda, así es que decidió continuar con lo que Maca parecía
interesada en contarle; ya habría tiempo de girar de nuevo al tema “Ana”.
- Si – murmuró más tranquila.
- Y…, dices que ha vuelto, ¿es exactamente el mismo! ¿no ha cambiado en nada?
- No, en nada.
- Bien – dijo en tono profesional – en primer lugar no te agobies. Es normal que a
lo largo de la vida se tengan sueños repetitivos.
- Sí, pero este… es… es tan… tan real que… no sé – le dijo angustiada mirándola
directamente a los ojos con la esperanza de que Vero tuviera el remedio que la
hiciera sentirse mejor.
- Maca, ¿alguna vez has tenido la sensación de que no era un sueño?
- ¿Qué quieres decir?
- Que si alguna vez, has creído que, en verdad, era real y has actuado como si lo
fuera.
- Si – dijo casi con temor, en un hilo de voz - ¿por qué? ¿significa algo?
- Dime en qué consiste tu sueño – dijo obviando sus preguntas.
- ¿Es necesario?
- Si, lo es.

Maca la miró fijamente. Vero adivinaba su nerviosismo, pero permaneció impasible


esperando su narración. La pediatra respiró hondo y empezó a hablar.

- Estoy sola, tirada en el suelo, es un sitio oscuro y muy frío, y… y siento miedo,
mucho miedo – dijo bajando la vista – no sé donde estoy, ni porqué estoy allí.
Intento levantarme pero no puedo. Mi cuerpo no me responde. Me duele todo.
No puedo ni abrir los ojos, por eso está tan oscuro – hizo una pausa y la miró
preocupada – no quiero que pienses que estoy loca, pero creo que… que era
como una premonición de lo que me iba a pasar.
- No creo nada, sigue – fue su firme respuesta.
- De pronto noto una luz, sigo sin poder abrir los ojos, pero la luz es cada vez más
intensa. Lucho por abrirlos y cuando lo consigo la veo a ella.
- ¿A quién?
- No sé. Solo sé que es una figura de mujer. La luz me ciega. No puedo verle la
cara. Solo veo su silueta, me tiende la mano y yo quiero cogerla, quiero cogerla
con todas mis fuerzas, quiero salir de allí y cogerla, pero no puedo, no puedo
moverme, me desespero, me desespero tanto que siempre me despierto.
- Bien y cuando despiertas, ¿has llorado?
- ¿Cómo lo sabes?
- Maca…
- Si, siempre.
- Y… ¿recuerdas el primer día que tuviste este sueño?
- Si… - volvió a agachar la cabeza y casi en un murmullo dijo - Como si fuera
ayer.
- ¿Y eso? ¿era un día especial?
- Yo no lo sabía, pero… sí, acabó siéndolo.
- ¿Por qué?
- Fue el día que… que… Esther se marchó.
- Y desde ese día, ¿el sueño se repetía con mucha frecuencia?
- Todas las noches.
- Y ¿Cuándo desapareció?
- Cuando empecé a salir con Ana.
- ¿No cuando la conociste?
- No – sonrió – cuando conocí a Ana no tenía ese sueño. A Ana la conozco desde
niñas. De hecho, es la prima de mi ex.
- ¿De cuál de ellas?
- De ninguna de ellas. De él. De Fernando, ¿recuerdas que te hablé de él?
- Si, me acuerdo – afirmó – Y… ¿dices que ha vuelto el día de la inauguración?
- Si.
- Ese día ¿discutiste con Ana?
- No – dijo torciendo la boca y poniendo tal expresión que Vero interpretó como
“un ojala fuera eso”.
- Y, ¿qué tal llevas la vuelta de Esther?
- Bien.
- Bueno pues… hemos terminado la charla.
- ¿Cómo que hemos terminado?
- Mira Maca, como psiquiatra hemos terminado porque vuelves a mentir, y como
amiga, esta claro que no te convenzo para contarme tus problemas. Así es que…
hemos terminado. No hay nada que pueda hacer para ayudarte.
- Pero.. ¿por qué! ¿porque te digo que llevo bien la vuelta de Esther! es que la
llevo bien – dijo sin mucho convencimiento, Vero la observó, Maca estaba peor
de lo que ella creía, y necesitaba ayuda, en ese mismo instante decidió que
intentaría prestársela, aunque sabía que saldría escaldada en el intento.
- De acuerdo, te creo – mintió - Volvamos al origen del sueño. ¿Qué pasó ese día?
- Ya te lo he dicho, que Esther se marchó y… luego resultó que era para siempre.
Bueno… para siempre no, porque ha vuelto, pero….
- Maca… ¿qué pasó ese día?

La pediatra bajó la vista, a Vero le pareció que se avergonzaba, notó como su piel
enrojecía y su respiración volvía a alterarse, sus hombros se movieron
acompasadamente y Vero adivinó que lloraba. Se tomó unos segundos, que la psiquiatra
respetó sin interrupciones, finalmente, con un hilo de voz teñido de culpabilidad, Maca
respondió, sin levantar la cabeza.

- Que le pegué.
Capítulo VI ADELA.
Maca llegó a la Clínica muy temprano. Hacía dos horas que su avión aterrizó y decidió
acudir directamente al trabajo. Esos días en Sevilla le habían permitido ver las cosas con
distancia y otra perspectiva. Ana ya tenía el alta y descansaba en su casa. Además,
desde su charla con Vero se sentía más tranquila, seguía sin dormir bien, pero al menos
dormía algo.

Subió la rampa con más energía que los últimos días. Estaba nerviosa por volver al
trabajo, y sintió que echaría de menos los papeleos y las reuniones, pero tenía que
cumplir la palabra dada a Fernando y pasar la mayor parte del tiempo en el
campamento, junto a Esther. Ese no era el motivo de su nerviosismo, el motivo era el
miedo que le daba volver a ejercer. La noche anterior había estado tan angustiada por el
tema que llamó a Vero para desahogarse. La psiquiatra se había ofrecido a invitarla a
desayunar para darle ánimos y ella había aceptado sin dudarlo.

Entró en la cafetería creyendo que no iba a encontrar a nadie y cual fue su sorpresa que
ya estaban allí casi todos. Su mente rápidamente pensó en que se había producido algún
problema que no habían querido decirle y eso que había hablado a diario con Claudia y
Teresa. Pero la desechó con rapidez, tenía que hacerle caso a Vero y tomarse la vida de
otra forma. Buscó con la vista a la psiquiatra pero parecía que era la única que no había
llegado.

Entró con una sonrisa y se acercó a la mesa en la que ya estaban desayunando Cruz,
Teresa, Claudia, Gimeno y Esther. A Maca le extrañó ver a Gimeno allí sentado tan
temprano, cuando casi siempre llegaba con la hora justa y más después del fin de
semana.

- ¡Buenos días! – dijo sonriente – y este madrugón ¿a qué se debe? – bromeó.


- ¡Maca! – exclamó Teresa levantándose a besarla - ¡qué buena cara te veo! – le
dijo, la pediatra asintió y miró hacia Esther que también parecía estar de buen
humor.
- Aquí que nos estábamos peleando todos por recibirte – respondió burlona
Claudia, separándose de la mesa para dejarle sitio.
- Ya… va a ser eso – la miró torciendo el gesto socarronamente, mirando de reojo
a David y Claudia le hizo una indicación de cabeza para que no dijese nada –
Esther, te veo muy bien ¿te incorporas hoy? – preguntó sabiendo la respuesta.
- No, lo hice el viernes – sonrió dejándola sorprendida “¿el viernes! pero… y lo
que habían quedado Fernando y ella…?” – me llamó Fernando, Mónica está con
gripe y hacía falta una enfermera en el campamento y… yo estaba deseando
empezar.
- Ya… - dijo pensativa. Estaba claro que, en su ausencia habían hecho lo que les
daba la gana y que no la necesitaban para nada.
- Espero que no te moleste, ya sé lo que me dijiste pero ha sido solo un día… -
continuó al ver la expresión de la pediatra.
- No, tranquila, aunque hoy se cumplen los quince días y… tenemos que hablar.
- Mejor, luego, ¿no? – hizo una seña indicando que no era el momento ni el lugar.
- Si, claro, luego – admitió – bueno ¿me vais a decir qué pasa! ¿porqué estáis
todos aquí tan temprano?
- Mujer – intervino Cruz – hoy se incorpora Adela y como creímos que llegarías
tarde… pues… estábamos aquí para…
- Hacerle los honores – saltó Teresa.
- ¿Los honores? – sonrió - ¡vaya panda de cotillas! – rió abiertamente – que sepáis
que se lo voy a contar – amenazó bromeando.
- ¡Cómo tengas valor! – la señaló Claudia con el dedo y la mirada burlona, que
con rapidez dirigió hacia la puerta – chist ¡ahí está!

Adela entró en la cafetería con paso seguro. Era ese tipo de mujer que llamaba la
atención allá por donde iba, y no por que fuera especialmente atractiva, que lo era, si no
porque su personalidad arrolladora no pasaba desapercibida a nadie. Vestida a la última
y con unos enormes tacones, llegó a la mesa con un aire de diva que inmediatamente
provocó el desagrado en Esther y que se le cayese la baba a Gimeno, que se ganó un
codazo de Claudia. Y eso que todos la conocían ya desde el día de la inauguración.

- ¡Macarena! ¡cariño! – exclamó deteniéndose en cada una de las palabras y


acercándose a ella para besarla – ¡qué bien te veo! Buenos días – saludó a los
demás permaneciendo de pie, esperando que alguien le acercase una silla. Maca
sonrió sabiendo lo que esperaba y es que Adela siempre había sido la más
“señorita” de la pandilla.
- Espera que ahora te traigo una silla – dijo Maca a sabiendas de lo que iba a
provocar, retirándose y dejando su hueco a la recién llegada - ¿qué quieres
tomar?
- Lo de siempre, cariño, ¿ya no te acuerdas? – le dijo sentándose en la silla que
Gimeno se había apresurado a cederle.
- Claro que me acuerdo – respondió dirigiéndose a la barra. Los demás
permanecieron en silencio. Esther no daba crédito, sabía quien era, porque ya se
habían encargado de ponerla al día, ¡la ex de Germán! y si a Maca le pegaba
poco, a Germán menos. No pudo evitar lanzarle una mirada hosca que no pasó
desapercibida a Adela.
- ¿Y bien! ¿quién me va a enseñar todo esto? – dijo con una sonrisa – porque me
imagino que Macarena estará muy ocupada.
- Si que lo está – respondió también seca, Teresa. Adela la miró sin borrar la
sonrisa, consiguiendo que la recepcionista se incomodase. No le gustaba nada
aquella mujer. Debería ser muy buena en su trabajo, para que Maca la hubiese
contratado.
- Yo mismo – intervino Gimeno – será un placer.
- Tú no puedes porque entramos en quirófano en una hora – le recordó Claudia.
- No te preocupes, Adela, que yo te enseño todo esto en un momento. Tu
despacho está junto al mío.
- Muchas gracias, Cruz, ¿por cierto! ya me contó Macarena que solucionaste los
problemas económicos.
- Si. Ya podemos estar tranquilos en ese aspecto. Pero yo no hice nada, fue ella,
me limité a hacer lo que me dijo.
- Me imagino que lo celebraríais por todo lo alto – sonrió conciliadora – lástima
haberme incorporado tarde…
- La verdad es que no – intervino Maca que acababa de llegar a la mesa seguida
del camarero que dejó el pedido – no hemos tenido tiempo de celebraciones.
- ¡Ah! Pues eso hay que solucionarlo – replicó poniendo una mueca graciosa que
hizo sonreír a la pediatra.
- Miedo me das – le respondió.
- Ya quisiera yo darte miedo – bromeó manifestando que entre ambas existía una
relación desconocida para los demás.
- Bueno, yo voy a cambiarme – dijo Esther levantándose incómoda, no soportaba
a aquella mujer – que ya están ahí Laura y Fernando.
- ¡Qué chica más triste! ¿no? – comentó Adela siguiendo a la enfermera con la
vista – hija Maca, menudo fichaje ¡qué parece que se haya tragado un sable!
- Adela… - la reprendió molesta.
- Pero si yo no digo nada, que cada uno es como es – se corrigió – bueno, ¿con
quien voy a trabajar?
- Pues con ella – le dijo riendo ante la cara de Adela, que acababa de comprender
que había metido la pata hasta el fondo. Maca parecía divertida con la situación
y es que, Adela, había cambiado muy poco desde la Universidad – aunque esta
semana no. Esta semana estarás aquí. Yo seré la que esté en el campamento.

Fernando se acercó a ellas y tras los saludos pertinentes se dirigió a Maca.

- ¿Te vienes con nosotros? – le pregunto directamente.


- ¿No te tomas un café? – le preguntó la pediatra sorprendida por el tono cortante
del médico.
- No. Queremos estar allí antes de las ocho. Isabel quería hablar con nosotros.
- ¿Por qué! ¿ocurre algo? – preguntó frunciendo el ceño. ¿Acababa de llegar y ya
empezaban los problemas?
- Que yo sepa no. Creo que tiene que ver con la campaña de vacunación – explicó
- Entonces qué, ¿te vienes?
- No. Tengo que recoger antes una cosa en administración. Llegaré un poco tarde.
- Maca…
- Fernando, serán veinte minutos, no más, te lo prometo – el médico aceptó de
mala gana y se marchó con prisa. Maca se quedó pensativa “¿qué le ocurría! era
él, el primero en haber llamado a Esther en contra de lo que quedaron la semana
anterior, no entendía porqué parecía molesto con ella”.
- ¡Uy, uy! ¡qué jefa más blandengue! – exclamó Adela sin poderse contener -
¡cariño! ¡quien te ha visto y quien te ve! – rió - ¿qué le habéis hecho? – preguntó
dirigiéndose a sus compañeros de mesa. Y sin dar tiempo a respuesta alguna
continuó – Maca, me ha encantado el piso, ¡encantado! – enfatizó.
- Me alegro. En la agencia me dijeron que estaba muy bien.
- Sí, sí, nena, ideal, ideal – le dijo haciendo un ostentoso gesto con la mano.
- ¿Ya has encontrado piso? – preguntó Cruz interesada – yo llevo meses buscando
algo más pequeño que el mío pero no hay manera de encontrar nada aceptable.
- ¡Uy! yo soy incapaz de dedicarme a eso, ¡qué aburrimiento! – confesó – por eso
le dije a Macarena que lo dejaba en sus manos, y ¡qué manos! un ático
fantástico, ¡con unas vistas! y ¡una terraza! – describió ante la mirada de
perplejidad de Claudia.
- Vaya, ¿y dónde? – preguntó Teresa sin poder evitar la tentación de conocer
cosas sobre aquella cursi.
- En pleno barrio de Salamanca.
- ¡Costará un pastón el alquiler! – exclamó Gimeno solo de imaginarlo.
- ¿Alquiler? – preguntó sorprendida con un gesto entre despectivo e irónico que
provocó una sonrisa en Maca – ay, no, no, querido. Lo compré al instante. Ya os
digo, es ideal. Macarena me conoce tan bien – recalcó las dos últimas palabras
con un suspiro mirándola sonriente y dándole unos suavecitos golpes en la
mano.
- Bueno… yo creo que ya es hora de ponernos en marcha – dijo Maca retirando la
mano – qué se me está haciendo tarde.
- Maca, luego me gustaría hablar contigo – le dijo Cruz.
- Y a mí – intervino Claudia.
- Hoy voy a estar todo el día en el campamento, si queréis esperar a que vuelva…
- ¡Ah! No, no – dijo Adela – lo siento mucho pero hoy os la secuestro. Nena, hoy
no te me escapas, esta noche ¡juerga! para recordar viejos tiempos – le dijo
cogiéndola del brazo.
- No sé Adela… esta noche – intentó protestar sin mucho convencimiento.
- No me digas que te has vuelto una rancia como… - Maca puso tal cara que
Adela se refrenó, la pediatra estaba segura que iba a decir “como éstas” – mujer,
¡qué es broma! – dijo levantándose – Aquí donde la veis, no había quien la
metiera en la cama – reveló con una sonrisa picarona mientras le daba golpecitos
en el hombro.
- Adela… - volvió a repetir Maca, temiendo que empezara a contar batallitas de
adolescentes.
- Os voy a hacer una propuesta – la interrumpió sin escuchar su advertencia - ¿qué
tal si organizo una fiesterita en mi casa! así os enseño el “pisito” y hacemos cola
para hablar con “doña solicitudes” – río – estáis todos invitados y no admito
negativas. ¿Vamos Cruz?
- Si, claro – respondió soltando su café. ¡Cualquiera se negaba! Cuando ya
estaban en la puerta Claudia, Gimeno y Teresa miraron a Maca.
- Nada, no me digáis nada – dijo la pediatra girando su silla – ni una palabra –
soltó una carcajada.
- Muy sevillana ella, sí señor – fue el único comentario de Gimeno. Maca lo miró
y sonrió – yo, soy más de costa.
- Bueno … todo es acostumbrarse… el interior también tiene sus ventajas – rió
Maca. Le gustaba ese hombre y su forma de decir las cosas – Os dejo que me
esperan en el campamento.
- Entonces qué ¿hay fiesta o no hay fiesta? – preguntó Teresa. Maca soltó una
carcajada.
- Pregúntale a ella, Teresa, pregúntale a ella – casi le gritó llegando a la puerta.

* * *

Vero entró en la Clínica corriendo y se acercó al mostrador.

- Teresa – dijo casi sin resuello – ¿Maca está arriba?


- Creo que si, en administración, ¿qué te pasa? – le preguntó al verla llevarse la
mano al pecho y doblarse un poco - mujer respira.
- Quedé con ella para desayunar pero… - se interrumpió sin aire – llego tarde.
- Me temo que sí – respondió sorprendida de esa revelación, ¿Maca había
quedado con Verónica! estaba claro que esos días en Sevilla le habían sentado
muy bien, parecía que volvía a ser la de antes - Además tiene prisa, se va al
campamento.
- Lo sé, me lo dijo ayer – se explicó – es que no he podido llegar antes. ¡No
imaginas lo que me ha pasado!
- ¿Qué te ha pasado? – preguntó saliendo de detrás del mostrador y acercándose a
ella – ¡Mira! ahí tienes a Maca – le dijo viendo acercarse a la pediatra que iba
acompañada por Claudia.
- Vero – sonrió la neuróloga que no la esperaba por allí y miró de reojo a Maca,
en busca de su reacción - ¡qué sorpresa!
- ¡Hola! – las saludó – Maca, lo siento, no he podido llegar antes.
- Tranquila, no importa, pero…. Ya no me da tiempo a un café.
- Lo siento, de verdad, es que me llamó la policía, ¡han robado en el despacho!
- ¿Qué! ¿Cuándo? – preguntaron al unísono.
- Esta madrugada, llevo desde las cinco allí intentando adivinar que falta – se
justificó – menudo caos, está todo manga por hombro, he tenido que anular las
citas de hoy y… - se le saltaron las lágrimas.
- Tranquilízate – le pidió Maca que miró el reloj, debería quedarse un arto con ella
pero era tardísimo – Claudia…
- Yo no puedo – dijo mirándolas a ambas adivinando sus intenciones – entro en
quirófano ya – dijo mirando el reloj – voy a por agua y me marcho a prepararme
que Gimeno estará esperándome.
- Vero, lo siento, pero no puedo pararme contigo – dijo agobiada – Fernando me
va a matar como llegue más tarde.
- No pasa nada. Si estoy bien. ¿Nos vemos esta noche?
- Claro. Esta noche cenamos juntas y si quieres, hasta te ayudo a organizar
papeles, ya sabes que es lo mío.
- Pero… ¿esta noche no había fiesta? – preguntó Teresa.
- No sé, Teresa, ya te he dicho que le preguntes a Adela – pero conociéndola…
- ¿Qué? Dime Maca – dijo impaciente la recepcionista.
- Muy interesada te veo en el tema – rió Maca– lo más seguro es que sí. Que con
un par de llamadas monte una cena qué ya veréis.
- Entonces ¿quedamos o no quedamos? – preguntó Vero.
- Tu y yo quedamos aunque se hunda el mundo – le sonrió.
- Buenoooo, ¿así hemos vuelto? – preguntó Teresa sarcástica mirando a Claudia
con complicidad.
- Así, Teresa, así. Me voy que me matan cuando llegue – dijo haciéndoles un
guiño.
- Me voy contigo. Ya que no hay café… - se quejó la psiquiatra en tono burlón.
- Mujer yo si quieres uno… - respondió Teresa.
- No, gracias, Teresa, otro día - se apresuró Vero corriendo hacia la puerta tras
Maca.
- ¿Y estás? – preguntó la recepcionista a Claudia cuando desaparecieron de su
vista.
- A mi no me preguntes que yo creía que aún no se hablaban.
- ¿Qué no se hablaban! ¿por qué no se hablaban?
- ¡No llego a la operación! hasta luego Teresa – se apresuró a excusarse, no quería
meter la mata más de lo que ya lo había hecho. Corrió hacia el ascensor con una
sonrisa de satisfacción. Maca parecía estar mucho mejor y, sobre todo, había
recuperado a Vero. Eso podía serle de mucha ayuda, porque si de algo estaba
segura es de que Maca necesitaba ayuda profesional por mucho que la pediatra
se negase a recibirla.

* * *
La pediatra llegó al campamento con media hora de retraso. Todos estaban esperándola
para organizar la jornada. Tras disculparse por la tardanza e interesarse por Mónica, se
dirigió a Fernando, quería hablar con él a solas.

- Bueno Jefe tú dirás ¿qué hago? – le sonrió.


- ¡Vaya! te veo de muy buen humor.
- La verdad es que sí pero… ¿a ti qué te pasa?
- Nada. Siento haber sido un poco brusco antes, mi nieto que me ha dado una
noche toledana …
- ¿Seguro que solo es eso?
- Seguro. Yo también quería decirte algo – le dijo clavando sus ojos en ella y
adoptando una actitud seria – el jueves tuve que llamar a Esther para que se
incorporara al día siguiente.
- Lo sé – dijo – y… no te preocupes. Te entiendo. – le sonrió - aunque … después
de la que me hiciste pasar…
- Disculpa, me pasé, lo reconozco. Pero quería decirte que sigo pensando que le
ocurre algo y que debería tener cuidado.
- ¿Pasó algo el viernes?
- No, tuvimos un día muy tranquilo.
- Bueno… dale una oportunidad ¿vale?
- De acuerdo – suspiró. Maca se quedó mirándolo con el convencimiento de que
ocurría algo que no quería decirle.
- Fernando, yo… quería hablar contigo un momento.
- Claro – dijo observándola con detenimiento, de pronto parecía nerviosa - ¿qué
pasa? No me irás a decir que tienes que marcharte en un rato o que no puedes
cumplir lo que prometiste.
- No, no es eso – respondió borrando la sonrisa de su cara – se trata de la campaña
de vacunación.
- No me digas que ya hay algún problema. ¿No estaban todos los permisos?
- No, el problema no es ni con las vacunas, ni con el proyecto.
- ¿Entonces? – preguntó, pero Maca permaneció en silencio, con los ojos clavados
en los suyos. Fernando, que la conocía bien supo que escogía las palabras - a ver
¿qué problema hay?
- Soy yo – reconoció bajando la vista – no creo que sea capaz de hacerlo –
confesó – Fernando, no me pongas esa cara. Entiéndeme. Hace mucho que no
ejerzo y Javier…
- ¿Javier? ¿Qué pinta Javier en todo esto? – la interrumpió con genio como solía
hacer cuando Maca era su residente.
- Creo que tenía razón. Imagina que a alguien le ocurre algo, no sé una reacción
alérgica, un desmayo… lo que sea ¿qué hago yo? – le preguntó angustiada.
- Maca, ¡por favor! qué vas a estar con Esther, bien aquí o bien yendo a las
chabolas, pero en este caso a un tiro de piedra del campamento. No busques
excusas, que tú puedes hacerlo.
- ¿Lo crees de verdad?
- Claro que lo creo. Es más, por lo que veo, necesitas hacerlo. Ya está bien de
refugiarte detrás de tu mesa y en esa silla, doctora. Eres médico y muy buena,
por cierto – le dijo dándole un rápido beso en la mejilla – sal ahí y trabaja, es
una orden.
Maca le sonrió agradecida. Necesitaba que él le dijera aquello. No le habían bastado las
palabras de Vero, ni lo que ella misma se repetía día tras día. Necesitaba escuchar de
alguien que ella no solo respetaba si no que admiraba aquellas palabras que le dieran la
confianza que había perdido.

* * *
Mónica, Laura y Esther, aguardaban en explanada de acceso. Sonia había ido a ver a
Isabel, puesto que le tocaba hacer el censo en una de las manzanas conflictivas y la
detective había insistido en que no podía ir sola. Además, por fin había llegado la
dotación de radios y quería que llevase una, la socióloga había aceptado pero para ello
tenían que explicarle su funcionamiento.

Maca y Fernando salieron del despacho y bajaron a la explanada. Fernando llegó


sonriente algo que extrañó a sus compañeras que lo habían visto mohíno toda la
mañana. Esther no pudo evitar pensar que en ese cambio de actitud seguro que Maca
tenía mucho que ver.

- Cambio de planes – comunicó el médico al llegar junto a ellas – Mónica, tú y


Laura os encargaréis de ir vacunando a los ancianos que no van a venir hasta
aquí y que ya están censados. Sonia seguirá con el censo y tú, Esther te quedas
aquí.
- ¿Aquí? Pero… ¿sin hacer nada? – preguntó en tono ligeramente molesto,
mirando con el ceño fruncido hacia Maca. Seguro que ella no quería que saliera
después de los dos incidentes que había protagonizado. Porque estaba claro que
Fernando no era el que tenía problemas con ella, si no nunca la hubiese llamado
para que se incorporarse antes de tiempo.
- Sí, aquí, estarás con Maca, vacunando a todos aquellos que se presenten.
- Como querías – aceptó sumisa. Maca la miró con una sonrisa pero la enfermera
esquivó la mirada, no quería sonrisitas, quería trabajar como los demás y el
“castigarla” dejándola allí le indicaba que Maca no confiaba en ella por mucho
que se hubiese presentado en su habitación con buenas palabras. ¡Si ya le había
extrañado que no le echase la bronca!
- Bien, pues ¡a trabajar!

Laura, Esther y Mónica salieron del recinto. Al final de la calle dos jóvenes esperaban
apoyados en sus motos. Las tres los miraron pero los chicos siguieron a lo suyo. El
mayor sacó un papel y lo desdobló sin darse cuenta que del bolsillo caía una fotografía
pequeña.

- ¿Es alguna de ellas? – preguntó el otro.


- No. Ya te he dicho que es una “tullía”.
- Y ¿qué hacemos entonces?
- Esperar.
- ¿Cuánto me dijiste que nos iban a dar?
- Hoy, dos mil y, cuando terminemos el trabajo, tres mil más.
- Se podían estirar y darnos tres mil a cada uno – apuntó esperanzado.
- Ya veremos.
- Pero… ¿tú se lo has dicho?
- Si.
- Y… ¿cómo sabes que está ahí?
- Me mandaron una nota y hoy me han llamado y me lo han dicho.
- Pero qué te han dicho.
- Toma lee.
- Sabes que no sé. ¿Qué pone?
- Lunes, campamento, irá con otra mujer.
- Y… ¿a la otra también hay que cargársela? Porque en ese caso que nos paguen
doble.
- No. A la otra no.
- Y ¿si hace falta?
- Pues se le da papela y ya veremos luego. Y calla la boca que se van a enterar
todos.
- Y… ¿Cuánto tiempo estaremos aquí?
- El que haga falta.

Los jóvenes guardaron silencio y permanecieron allí fumando y bebiendo unas litronas.
María pasó un par de veces junto a ellos corriendo y jugando. Los miró extrañada, no
los conocía y ella conocía a todos los de las calles de alrededor. Pensó en acercarse para
escuchar de qué hablaban y así entretenerse un rato, pero no hablaban casi nada, solo
miraban hacia el campamento de los médicos. A lo mejor esperaban a Maca como ella
hacía todos los días, aunque casi nunca aparecía. Seguro que era eso. Seguro que eran
amigos de Maca y estaban allí para verla salir.

- ¡Hola! – se acercó a ellos sonriendo y saltando de un pie a otro. Los chicos la


miraron con desagrado y no respondieron - ¿a quien estáis esperando?
- A nadie – respondió el más joven.
- Yo, ¡sí! – exclamó – espero a una amiga.
- Mira que bien. Anda largo – le dijo el mayor con genio.

María dio un respingo asustada. Al hacerlo su vista reparó en la fotografía.

- Se te ha caído esto – dijo agachándose con agilidad, cogió la foto y se quedó


mirándola sorprendida - ¡es Maca! – sonrió al chico – eres amigo de Maca. Me
has engañado – rió. El joven oscureció la mirada y se volvió hacia su
compañero, preguntándole qué hacían.
- Si, soy su amigo. Queríamos darle una sorpresa.
- Yo también quiero, yo también quiero – saltó ilusionada con la idea.
- No puede ser. Tenemos que hacerlo nosotros. Pero… te doy esto si nos haces un
favor – dijo sacando una moneda de cincuenta céntimos – si la ves no se lo
digas, será nuestro secreto.
- ¡Vale! Pero Maca nunca está aquí, esta en otro trabajo.
- Hoy sí es…– dijo el más joven y calló ante el codazo del otro.

Un perro vagabundo se acercó en ese momento hasta ellos meneando el rabo temeroso.
Conocía a María que de vez en cuando compartía con él algo de comer. El más joven de
los chicos al verlo acercarse le dio una patada.

- ¡Fuera de aquí chucho! – gritó. El animal huyó chillando con el rabo entre las
patas.
- ¡Es mi amigo! – gritó María con lágrimas en los ojos y con furia le dio una
patada en la espinilla al joven – mira como duele ¡no vuelvas a….! – no pudo
seguir ante el bofetón que le propinó el joven estrellándola contra el suelo.
- Largo de aquí… - vociferó viendo que la niña salía corriendo por donde antes lo
había hecho el perrillo.
- ¡Espera! – le gritó el otro joven – ya has asustado a la cría, ahora irá con el
cuento a la “tullía”.
- Vah ¿qué va a decirle?

La niña se detuvo, de pronto, en su carrera y volvió junto a ellos. Metió la mano en su


bolsillo y les tiró la moneda.

- No la quiero – les dijo con las lágrimas rodando por sus mejillas - ¡Sois malos!
¡ya no tenemos ningún secreto! – les gritó y salió corriendo.
- ¡Largo de aquí enana! ¡si no quieres que te meta otra ostia! – le gritó.

Su amigo lo miró con el odio reflejado en el rostro lo cogió por la cazadora y lo acercó a
él.
- Ahora tendremos que arreglar esto – le dijo con voz ronca.
- ¿Arreglar qué? Yo no pienso cargarme una cría del poblado – respondió
asustado – ¿sabes lo que nos harán?
- ¿Quién habla de cargarse a la cría? – le dijo enfadado – búscala y si hace falta le
lames el culo al puto perro, pero que se trague que somos sus amigos. Si de
verdad conoce a la “tullía”, puede sernos de gran ayuda. ¡Corre! – le dijo
dándole tal empujón que lo hizo dar con la rodilla en el suelo - ¡venga! – le
gritó.

María seguía corriendo, sabía muy bien donde refugiarse. Rápidamente llegó a su
destino, escondiéndose en la esquina entre dos chabolas, situadas calle adelante, desde
donde oteaba perfectamente la puerta de entrada al campamento. Tenía miedo y le dolía
la cara, no podía dejar de llorar, se sentó en el suelo y sacó de su bolsillo un trozo de
pan duro. Le dio un bocado, enfurruñada. Quería ver a Maca y decirle que tenía unos
amigos muy, pero que muy malos. Esperaría hasta que la viera. De pronto sintió un
lametón en la mejilla dolorida y se volvió asustada, aunque sabía que era él.

- Hola, bonito – le dijo abrazándolo – toma – le tendió el trozo de pan que le


quedaba.

Se quedó allí agazapada, abrazada al perrillo, al cabo de un par de minutos vio pasar a
uno de aquellos dos “hombres malos”, iba buscando algo porque miraba con
detenimiento para todos los rincones. Se arrebujó al fondo de su escondrijo y notó como
se le aceleraba el corazón, pero allí estaba segura, allí no la encontraría.

* * *
En el interior del campamento la mañana transcurrió sin problemas. Fernando estuvo
todo el tiempo en su despacho, salvo un momento en que atendió a un joven que llegó
con un corte, Esther le asistió, y tras terminar se marchó al almacén a hacer inventario
del material y preparar todo lo necesario para las vacunaciones. Maca se ofreció a
ayudarla, pero la enfermera se negó, y la pediatra se quedó en la sala de curas, sola,
esperando que llegase alguien y atendiendo varios asuntos por el móvil. Debido al
silencio reinante, Esther podía escuchar perfectamente sus conversaciones desde el
almacén, lo cual contribuyó a que el malhumor de la enfermera aumentase. Maca había
hablado con Vero en tres ocasiones y en todas ellas terminaba bajando tanto la voz que
no conseguía entender lo que decía. Estaba claro que no se había equivocado en su
primera impresión y que, entre Maca y esa psiquiatra, había algo más que amistad.

A Maca, después de dos horas de espera, le quedó claro que debían cambiar la táctica
porque las gentes del poblado, por mucho que Sonia les fuese diciendo en la visita para
censarlos, no pensaban aparecer por el campamento y menos para una vacuna. Esther
llevaba todo ese tiempo en el almacén y Maca no entendía que era lo que estaba
haciendo porque ni había tanto material ni estaba sin desembalar. Finalmente, decidió ir
a invitarla a un café. Se estaba muriendo de aburrimiento, acostumbrada a no parar en
todo el día, no soportaba esa inactividad.

- Hola – le dijo asomando la cabeza por la puerta – ¿aún no has terminado?


- No – respondió secamente - ¿ha llegado alguien?
- No. Nadie – la miró dudando si decírselo, esperando ver en ella alguna señal que
le diese pie a ello, pero la enfermera seguía cogiendo cajas de un estante y
poniéndolas en otro - ¿Te apetece un café? – le preguntó esbozando una sonrisa.
- No. Quiero acabar con esto – dijo con rotundidad volviendo la cabeza para
mirarla, descubriendo un gesto de decepción - ¿Por qué no le preguntas a
Fernando?
- Es igual – dijo permaneciendo unos segundos más en la puerta, la enfermera
continuó con lo suyo como si no estuviera - Bueno… si quieres algo o… si viene
alguien… estoy con Isabel.
- Vale – le respondió sin mirarla.

Maca se marchó con la desagradable sensación de que Esther estaba enfadada con ella.
Lo que no entendía era porqué. Lo único que se le ocurría era que le molestase que
estuviese allí y no entendía ese cambio de actitud porque las veces que había insinuado
que pasaría tiempo en el campamento Esther parecía haberse alegrado. Aunque quizás
se debía a que Fernando la había dejado sin salir al exterior y quizás pensaba que era
ella la que se lo había pedido. No dejaba de darle vueltas a la cabeza y decidió hablar
luego con ella y preguntarle qué le pasaba.

Esther salió del almacén cuando aun quedaba más de una hora para comer. Estaba harta
de mover cajas de acá para allá, inventando todo tipo de organizaciones cuando la
realidad es que Mónica lo tenía todo bien dispuesto. Salió del edificio y se sentó en los
escalones de acceso como solía hacer con Laura. Ni rastro de Maca, debía seguir con
Isabel. ¿Qué tendría tanto que hablar con la detective? De pronto recordó lo que Isabel
le pidió y recordó que Maca podía estar en peligro y empezó a impacientarse. Quizás el
hecho de que Maca estuviese en el campamento no tenía que ver con lo que había
imaginado, Isabel ya le había dicho que intentaría que la pediatra pasara más tiempo
allí. No sabía como había olvidado todo aquello. Estaba claro que cada vez estaba peor
de la memoria. Finalmente, apareció la pediatra y Esther se levantó y corrió hacia ella.

- ¿Qué haces tanto tiempo ahí dentro? – le preguntó directamente.


- ¿Por qué? ¿ha venido alguien? – preguntó a su vez sorprendida de su ímpetu.
- No… pero… no sé ¿pasa algo?
- No – respondió sin intención de contarle su conversación con la detective.
- ¿Seguro? - insistió.
- Cosas del trabajo – dijo evasiva. Esther frunció el ceño incrédula - La semana
que viene comienzan los derribos planificados por el ayuntamiento. De eso
estaba hablando con Isabel ¿contenta? – preguntó con sorna mirándola fijamente
a los ojos. Esther leyó en aquella mira “a ti que te importa lo que yo hable con
ella” y se apresuró a disculparse.
- Perdona, Maca…, no quería… vamos que no quiero que creas que yo… quiero
decir que me da igual lo que hables con ella… que…
- Esther – la cortó sonriendo ante su nerviosismo, Fernando tenía razón y la
enfermera parecía tener unos cambios de humor y de actitud extraños – he
estado pensando que vamos a tener que cambiar de estrategia, a ver que te
parece a ti.
- ¿El qué?
- Está claro que aquí no va a venir nadie y, si viene alguien, Fernando puede
apañarse solo.
- Hombre gracias – respondió molesta – estás diciendo que el trabajo de las
enfermeras es completamente prescindible.
- ¡Joder! no es eso – protestó – quiero decir que yo no sirvo para estar aquí todo el
día con los brazos cruzados, creo que deberíamos salir como Laura y Mónica y
pasar por las viviendas.
- Ya sé lo que quieres decir – soltó una carcajada, ¡qué poco había cambiado
Maca! siempre picaba cuando ella se mostraba decepcionada – estaba
bromeando.
- Vaya… pues… me has engañado – reconoció devolviéndole la sonrisa – por un
momento creí que… te habías ofendido. De hecho llevo toda la mañana
pensando que estás molesta conmigo.
- ¿Molesta yo? No – se apresuró a cambiar de actitud, la verdad es que no sabía
qué le pasaba, llevaba deseando pasar tiempo con ella desde que llegó y, cuando
tenía la ocasión, se encerraba en el almacén y se mostraba distante - Me gusta
que estés aquí y… me gusta ser tu enfermera – sonrió acariciándole el hombro.
Maca, la miró boquiabierta, no se esperaba aquella caricia y mucho menos
aquellas palabras. Sintió una extraña sensación, no podía evitar que cada roce o
beso con ella le erizase el bello.

El timbre del portón las sobresaltó y rompió el momento que había creado Esther. Las
dos miraron hacia allí. Una mujer llegó con sus cuatro hijos para que los vacunasen.

- ¿Qué decías de cambiar la estrategia? – preguntó burlona – dales tiempo Maca,


tienen que acostumbrarse.
- Ya veo, si, ya veo.

Entraron en el edificio y se dirigieron a la sala de curas. Cuando la madre de los chicos


no dejaba de mirar hacia la puerta. Esther se dio cuenta del detalle mientras preparaba
las vacunas para dárselas a Maca.

- ¿Necesita usted algo? – le preguntó a la señora.


- No. Pero… - miró hacia Maca que estaba empezando a auscultar al primer niño
– señora ¿usted va a pinchar a mis críos?
- Si – le sonrió.
- Ay, pero, ¿don Fernando no está?
- Si está – intervino Esther – pero será la doctora Wilson la que se encargue de
hacerlo.
- Podemos venir otro día – propuso – cuando él pueda.
- Señora, no se preocupe, ella lo ha hecho muchas veces.
- No sé yo… una tullía… - murmuró entre dientes sin convencerse demasiado.
Esther miró de reojo a Maca, esperaba que no la hubiese oído, la pediatra seguía
explorando al chico sin pronunciar palabra. Aunque le dio la sensación de que se
sentía incómoda. Un estruendo en la sala de espera alertó a la señora que salió
dando voces regañando a sus otros tres hijos.
- Bueno que lo haga pero que no tarde que tengo que hacer la comida.
- No tardará, ahora le aviso para que vayan pasando – le informó Esther que la
había seguido.

Esther entró de nuevo en la sala de curas justo en el momento en que Maca se disponía a
pinchar al chico, la enfermera observó que le temblaba el pulso, la vio respirar hondo y
continuar. No pudo evitar un sentimiento de ternura y notó que se le hacía un nudo en la
garganta, pero no dijo nada. Cuando terminaron con todos, Esther los acompañó al
exterior y volvió junto a la pediatra, que había salido al porche y jugueteaba con sus
manos pensativa, levantó la vista al escucharla llegar. La enfermera se sentó a su lado y
le sonrió.

- ¿Sabes? – le dijo Maca en tono confidencial - desde el accidente… es la primera


vez que estoy así…
- ¿Así cómo?
- Como antes – casi susurró – atendiendo pacientes.
- Pues… ¡quien lo diría! no lo he notado – mintió – vamos que parecía que no
había pasado el tiempo.
- Ya… - sonrió agradecida consciente de que mentía – oye Esther, ¿me puedes
hacer un favor?
- ¿El qué?
- Estaba pensando que esta tarde me gustaría ir a ver a María José. Tengo que
hablar con ella y me preguntaba si… ¿tú querrías acompañarme?
- ¡Claro! eso no tienes ni que pedírmelo, Maca – le dijo con énfasis – aunque…
¿sería después del trabajo? – preguntó de pronto.
- No. Yo había pensado en hablar con Fernando y organizarnos para ir a vacunar
por aquella zona. ¿Por qué?
- Porque… esta tarde había quedado con mi madre para hacer unas compras y
había pensado invitarla a cenar.
- ¿Con tu madre? – preguntó con una expresión que a Esther le pareció de
decepción - ¿no vienes a la fiesta de Adela?
- ¿Qué fiesta? A mí nadie me ha dicho nada de una fiesta.
- Pues… no sé – dijo pensativa. Adela hacía rato que la había llamado para
confirmárselo y le había dicho que estaba llamando a todos los médicos y
enfermeras y le había pedido que ella le diera el nombre de a quienes quería que
invitase.
- No me conoce de nada. Es normal que no me invite – comentó.
- No, si la fiesta es para celebrar que la Clínica está en marcha. Va a invitar a
todos.
- En ese caso… ya me llamará ¿no?
- Claro – dijo distraída, conociendo a Adela no las tenía todos consigo y más
sabiendo que Esther era quien era, porque estaba segura que Adela se acordaba
con pelos y señales de todo lo que le había contado.

* * *
En vista de lo ocurrido por la mañana decidieron que por la tarde irían todas a trabajar
en la misma zona. Mónica y Laura se encargarían de seguir vacunando a las personas
mayores, Maca y Esther a los niños y Sonia seguiría haciendo el censo que faltaba.
Isabel se había negado a que Maca y Esther se movieran solas por el poblado, sobre
todo, después de que Laura hubiese entrado en su despacho a decirle que había un par
de chicos apostados al final de la calle. La subinspectora le había agradecido la
colaboración, estaba claro que no se había equivocado con ella, y esperaba que con
Esther tampoco, ya que la enfermera sería la que pasaría más tiempo junto a Maca.
Isabel había salido personalmente y había hablado con ellos, consiguiendo que se
marchasen de allí. Uno de los chicos vivía en una de las casas del sector norte el otro era
amigo suyo. Eso tranquilizó a Isabel. Así, sería más fácil tenerlos controlados, era cierto
que no estaban haciendo nada pero no quería a nadie merodeando por allí, aunque sabía
que esa actitud iba a crear recelos entre las gentes del poblado. Necesitaba más efectivos
pero por ahora eso era imposible.

Después de comer se pusieron en marcha. Al salir, María que seguía refugiada en su


escondrijo, esbozó una sonrisa al distinguir a Maca en el grupo, cuando pasaron a su
altura, la niña salió y las siguió sin ser vista, ya tendría ocasión de acercarse a ella, la
observó y vio como charlaba con Mónica.

Laura sujetó a Esther por el brazo y la retuvo.

- ¿Qué! ¿cómo ha ido la mañana? – le preguntó a la enfermera con complicidad.


- Bien.
- ¿Solo bien?
- Si. ¿Y a ti con Mónica! porque no me negarás que es un poco embarazoso.
- No. Es simpática y trabaja bien. Me río mucho con ella. Además sabe tratar muy
bien a la gente.
- Ya… - sonrió Esther.
- ¿Entonces bien? - insistió Laura.
- Si. Si, prácticamente no hemos hablado.
- Pero… ¿nada de nada? – preguntó extrañada - la verdad es que no te entiendo –
le dijo moviendo la cabeza de un lado a otro – te pasas el día suspirando por si la
ves y ahora que tienes la ocasión de trabajar codo con codo ¿vas y no le hablas?
- No es tan fácil, Laura, qué quieres que me ponga delante de ella y le diga ¿qué!
¿que ahora que he vuelto me he dado cuenta que no la he olvidado! ¿que la
quiero? – dijo con velocidad y bajando la vista, sintiéndose extraña al reconocer
en voz alta, delante de ella, sus sentimientos.
- Pues sí.
- Claro, como si eso fuera tan fácil – protestó.
- Sé que no es fácil – confesó – pero es mejor que te arrepientas de algo que has
hecho, que pasarte el día dándole vueltas a lo que no haces.
- Y eso me lo dices tú., que no dejas de revolotear con el Sacha éste que, por
cierto, ya lo tenemos pegado a los talones, por si no te habías fijado.
- Sí que me había fijado – protestó poniéndose roja – y no es lo mismo. El chico
me cae bien pero nada más. Y estos días que ni Sonia ni ti estabais nos ha
acompañado ¿sabes que hizo varios años de medicina en su país?
- Ya… va a ser por eso - bromeó
- Lo tuyo es distinto – esquivó a la enfermera volviendo a reconducir el tema.
- Claro que es distinto, por si no lo recuerdas, las dos tenemos otras vidas,
además… yo no estoy tan segura de que ella …
- ¿Sienta lo mismo? – preguntó adivinando sus palabras. Esther asintió – hay
formas de averiguarlo.
- ¿Cómo?
- No sé. No me dijiste que teníais una cena pendiente. Invítala tú.
- No creo que sea buena idea. Era ella la que me quería invitar a mí.
- Adelántate.
- No. Eso fue antes del incendio y de que su mujer enfermase. Pero ahora… ya
han pasado dos semanas y… tengo la sensación de que todo es diferente.
- No te entiendo.
- No sé, el día de la inauguración, cuando bailé con ella noté que... que no había
pasado el tiempo y, luego, el día que me trajo en su coche y en su despacho,
hubo momentos en los que creí que ella sentía como yo. Pero… hoy la he visto
diferente. Creo que le hacía falta pasar días con su mujer.
- Si tú lo dices – se encogió de hombros.
- Es lo que creo.
- O sea que no piensas hacer, ni decirle nada.
- Yo no he dicho eso – sonrió maliciosamente – solo que prefiero asegurarme. No
quiero dar ningún paso en falso.
- ¡Lo que tú eres es un bicho! – exclamó.

Las dos rieron tan alto que Mónica y Maca volvieron la vista y se detuvieron. Cuando
llegaron a su altura aún reían.

- ¡Qué bien lo pasáis! – dijo Mónica – siento deciros que os separáis aquí. Maca a
vosotros os toca este lado de la calle. Hay niños en todas las chavolas así es que
no tenéis que saltaros ninguna.
- De acuerdo – respondió la pediatra - ¿vamos Esther?
- Si, vamos – dijo poniéndose a su lado y guiñándole un ojo a Laura, se alejó con
la pediatra.

Ninguna se había dado cuenta de que el grupo era observado por los dos jóvenes, que
comprobaron con satisfacción como se separaban. La charla con Isabel los había
prevenido, pero allí era muy fácil encontrar colaboradores que por dos monedas les
avisaran de cuando el objetivo estaba fuera del nido. Permanecieron allí viendo como
entraban en la primera chabola, se dieron la vuelta para cerciorarse de que nadie más las
seguía, sabían que aquella “tullía” tenía siempre a la pasma encima, cuando se
aseguraron de que no era así, volvieron sobre sus pasos y se dirigieron al final de la
calle, allí sería fácil sacarlas del poblado.

* * *

Maca y Esther habían entrado ya en seis chabolas y vacunado a unos treinta niños.
María las observaba en la distancia. Esperaba que Maca se quedase sola, pero Esther
nunca la dejaba, la niña pensó que la enfermera no le mintió cuando le dijo que eran
muy amigas. Estuvo tentada a acercarse en un par de ocasiones pero le daba vergüenza,
se propuso esperar, no sin dejar de echar una ojeada a aquellos “amigos malos”, que ya
estaban allí otra vez, por suerte, se habían situado tan lejos, que se sentía segura.
Cuando las vio salir de nuevo, no pudo evitar esbozar otra sonrisa. La pediatra tuvo
dificultades para pasar de la chabola a la calle e hizo un gesto que Esther interpretó de
cansancio.

- ¿Estas bien! pareces cansada.


- Si, es… la falta de costumbre – sonrió.
- Es temprano, pero… podemos dejarlo para mañana – propuso la enfermera.
- No sé, ¿tú crees? – suspiró – no quiero que piensen que…
- Maca, nadie va a pensar nada.
- La verdad es que, si quiero ver a María José, quizás deberíamos darnos la vuelta,
porque hasta allí hay unos minutos.
- Pues vamos – dijo cogiendo la silla y girándola.
- ¿Qué haces! puedo sola – protestó molesta. No soportaba que Esther la
protegiese y mira que estaba acostumbrada a que lo hicieran todos los demás.
- Eh… perdona… lo… lo he hecho sin pensar… de verdad que no…
- Tranquila – rió – perdona tú, he sido muy brusca.
- Pero si tienes razón – admitió soltando la silla y emprendiendo el camino,
mientras en la lejanía los dos chicos, conocedores de los horarios de trabajo, se
entretenían en un juego de chinos con el que matar la espera y no se dieron
cuenta de la maniobra – me paso todo el día discutiendo con mi madre por lo
mismo, porque se empeña en tratarme como a una niña y, ahora voy yo, y me
comporto contigo así.
- Ya… no pasa nada… soy yo que… me pongo… susceptible – confesó.
- Hablando de mi madre.., - dijo mirándola de reojo mientras iban calle arriba –
Maca, yo… quería disculparme contigo.
- Conmigo, ¿porqué?
- Por el comportamiento de mi madre. Ya me contaron la escena del pasillo –
reconoció azorándose un poco solo de imaginarlo de nuevo – y… lo siento
Maca, nunca debió decirte aquellas cosas.
- No te preocupes. Tú no tienes porqué disculparte, ni ella tampoco – respondió –
estaba nerviosa, y es normal que…
- No es normal, Maca, no la justifiques, porque no hizo bien.
- Olvídalo, Esther – sonrió – yo no me acuerdo ya de nada.

La enfermera la miró abiertamente, le gustaría poder adivinar qué pensaba cada vez que
ponía esa cara, le parecía que estaba triste.

- ¿Sabes? A Claudia también se la montó un día – le contó para hacerle ver que no
fue por ser ella, que su madre era así.
- A Claudia porqué – sonrió – no me ha contado nada.
- Pues porque vio que la bolsa de la orina estaba muy oscura y se emperró en que
me pasaba algo, que tenía una hemorragia interna o yo qué sé.
- Sería por la hidroxicobalamina, ¿no?…
- Claro, era por eso, pero no sabes como se puso y es que a veces, en serio, Maca,
no puedo con ella.
- Pero ¿no te has mudado aún?
- No ha consentido, decía que mientras estuviese de baja, tenía que estar en su
casa.
- Entiéndela, lleva mucho tiempo sin ti. Es lógico que quiera estar tiempo contigo
– le dijo.
- Ya lo sé – reconoció con un deje de culpabilidad en la voz – hemos llegado, ahí
está la chabola de María José. ¿Te espero aquí?
- No. Entra conmigo.
- ¿Seguro? – preguntó extrañada – no me importa esperar fuera.
- Esther, que solo voy a proponerle algo y… conociendo tus dotes de
persuasión… quizás puedas ayudarme.
- Ya veo… - la miró burlona – que me has traído por simple interés, y yo que
creía que era porque te agradaba mi compañía.

Maca la miró y no dijo nada, solo se encogió de hombros, pero Esther notó que había
estado a punto de responder. Cuando ya creía que no iba a decir nada y justo antes de
entrar, le dijo.

- A ver si es cierto eso de la “enfermera milagro”.

Ahora fue a Esther a la que le tocó el turno de abrir la boca sorprendida sin saber, cómo
Maca, conocía aquél apelativo.

* * *

- ¿Se puede? – preguntó Maca, desde la puerta, asomando cabeza.


- ¡Niña! pero… ¡qué sorpresa! – se levantó la anciana de su silla soltando el libro
que tenía en las manos y quitándose las gafas. Corrió hacia ella abrazándola –
nadie me dijo que venías.
- Nadie lo sabía – sonrió separándose de ella, comprobando que leía el libro que le
regaló. La anciana reparó en que Esther estaba detrás y la miró sin decir nada -
¿podemos pasar? – preguntó Maca haciéndole ver que Esther también formaba
parte de la visita.
- Sabes que esta es tu casa y que siempre eres bien recibida, esté yo, o no – le dijo
aún con una de sus manos cogidas – pasad – añadió retirándose para dejar sitio a
la pediatra – hola Esther – le tendió la mano, sorprendiendo a la enfermera que
no esperaba que se acordase de su nombre.
- Hola – dijo con timidez, no entendía que le pasaba con aquella mujer pero
cuando cruzaba la vista con ella le daba la misma sensación de cuando era
pequeña, y tras alguna trastada, la llamaban al despacho del director.
- ¿Y esa cara tan seria? – le preguntó María José a Maca clavando sus ojos en ella
– dime lo que tengas que decirme y vamos a tomarnos un café tranquilas.
- Espera – pidió Maca – esta vez, es algo importante.
- Tú dirás.
- Sabes que el lunes que viene empiezan los derribos en el poblado ¿verdad?
- Algo había oído.
- Van a empezar por aquí.
- Bueno… es lógico – comentó pensativa, Maca adivinó un deje de hastío en su
respuesta por fin había encontrado un sitio en el que pasar sus últimos años y
descansar y ahora esto – estamos a las afueras.
- No quiero que estés aquí ese día. Tenemos una semana para recoger todo lo que
quieras. Y… puedes venirte a casa – le ofreció conocedora de su respuesta
mirando a Esther para que dijese algo en su apoyo pero la enfermera estaba
inmersa en sus pensamientos, intentando saber cómo Maca conocía que Germán
la llamaba así y solo se le ocurría que la pediatra hubiese llamado al médico, lo
cual la llenaba de ira.
- No, Maca, gracias – respondió la anciana.
- ¡Por favor! – insistió - serán solo unos días, hasta que se calmen las cosas y
luego, ya vemos.
- No. Sabes que te lo agradezco de corazón, pero no.
- ¿Por qué? – preguntó preocupada – sabes que no vas a poder hacer nada aunque
te quedes aquí.
- No te preocupes – le pidió con calma – no voy a oponerme, es justo, pero no voy
a ir a tú casa. No te ofendas, niña, - continuó viendo la cara que le estaba
poniendo la pediatra – y…, escúchame.
- María José – la interrumpió Esther que, finalmente, había decidido intervenir –
Maca tiene razón, debería recoger todo aquello que desee y aceptar su
ofrecimiento.

La anciana clavó la vista en aquella joven. Valoraba su intento pero ella tenía sus
razones. No le respondió y miró de nuevo a la pediatra.

- Van a derribar más chabolas ¿le has pedido a todos que vayan a tu casa? – la
miró con franqueza.
- No – respondió – pero en el campamento hay sitio para realojar temporalmente a
algunas personas. Y… sabes como es esto… nadie va a dejar a nadie en la calle.
- Lo sé. Pero no.
- Y ¿al campamento sí irías?
- No, niña. Estaré bien aquí.
- ¡Cómo vas a estar bien! ¿me obligarás a venirme contigo?
- No. No vas a venir y yo no voy a ir a tú casa y… ahora, acéptame ese café.

Maca asintió derrotada, pero no pensaba dejar de insistir. No soportaba la idea de que
estuviese allí, sola y sin nadie a quien recurrir. María José se levantó y se marchó hacia
el interior, miró de reojo a la pediatra y sintió ternura hacia ella, no le gustaba hacerle
daño y sabía que se lo estaba haciendo, pero era mejor así.

Esther miró a Maca, la verdad es que le había servido de poca ayuda. La pediatra estaba
pensativa y a Esther le pareció que incluso triste. La anciana volvió con el café, y les
sirvió unas tazas. Esther se sorprendió, estaba exquisito, solo había tomado café como
ese en casa de Maca, y de pronto, lo comprendió. Maca hacía por aquella señora mucho
más que una visita esporádica o regalarle un libro, pero nunca lo reconocería ni
permitiría que nadie se enterase. Pasaron un rato hablando del libro que leía María José,
Esther guardaba silencio, no había leído aquél libro, luego la anciana le comentó
algunas novedades de gentes del poblado que ella aún no conocía y tampoco pudo
participar. Finalmente, Maca miró su reloj y anunció que se marchaban. Esther se
levantó y se despidió. Cuando ya estaban en la puerta María José sujetó a la pediatra.

- Maca, perdona, puedo hablar contigo en privado – le pidió. Maca asintió – ¿me
disculpas Esther?
- Claro – dijo la enfermera – te espero fuera Maca.

María José aguardó hasta ver que Esther abandonaba la chabola.

- Es ella ¿verdad? – le preguntó sin reparos. Maca asintió sin decir nada - Ten
cuidado niña.
- Lo tengo – respondió sincera.
- No. No te engañes. Leo el dolor en tus ojos – le replicó con dulzura.
- No es por ella – confesó Maca mostrándole una expresión de tristeza que la
anciana pocas veces le había visto.
- Peor me lo pones – le dijo.

Ambas guardaron silencio. Maca bajó la vista incapaz de aguantar más aquella mirada
que tan bien la conocía. María José se quedó observándola unos segundos más, la quería
de verdad y le dolía ver su sufrimiento, “pobre niña rica”, pensó para sí, ¡se parecía
tanto a ella!

- Dile que entre – le pidió rompiendo el silencio.


- ¡No! – respondió asustada - no vayas a decirle nada, ¡por favor!
- ¿Confías en mí?
- Sabes que sí.
- Entonces… dile que pase y… espera fuera.

Maca salió cabizbaja. Esther se percató de ello y se preocupó por ella.

- ¿Qué te pasa? ¿te encuentras mal? – Maca negó con la cabeza.


- María José quiere hablar contigo – le dijo.
- ¿Conmigo? – pregunta extrañada.
- Eso me ha dicho. Si tú quieres, claro.
- Si, ¿por qué no iba a querer? – preguntó al tiempo que entraba en la chabola.

Maca se quedó fuera observando cómo la enfermera desaparecía de su vista. Sintió


pánico de lo que pudiera decirle María José, sabía que su intención era ayudarla, pero a
esas alturas nadie podía ayudarla. Las cosas eran como tenían que ser y aunque Vero, se
empeñaba en que había cosas que era necesario hablar y aclarar, ella sabía que eso no
serviría para nada. Pensó en su madre, y en lo que le decía desde que era pequeña, lo
que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Su móvil empezó a sonar, era
Adela.

Maria, que esperaba su ocasión agazapada, al verla sola y hablando por teléfono, salió
corriendo de su escondrijo, y cuando la pediatra terminó la conversación, saltó sobre
ella.

- ¡María! – exclamó sobresaltada - ¿cuántas veces voy a tener que decirte que no
me hagas esto? – la regañó sin mucha fuerza, sonriendo.
- Me gusta la cara que pones – sonrió abrazándose a ella.
- Ya lo sé pero cualquier día me va…
- No me gusta que estés triste, ¿por qué estás triste?
- No estoy triste – le mintió, era increíble como era capaz de captar sus estados de
ánimo.
- Si lo estás. ¿Es por los hombres malos?
- ¿Qué hombres?
- Tus amigos.
- Mis amigos no son malos – sonrió pensando en que la niña se había ganado
alguna riña de Fernando o Mónica – a ver ¿qué les has hecho?
- ¡Nada!
- Mari… que yo se que eres un bichito… - le dijo haciéndole cosquillas en la
barriga, riendo - ¿qué le has hecho a Fernando?
- ¡No! tus amigos médicos no, los otros – respondió.
- ¿Qué otros? – preguntó extrañada.
- Los de las motos. Los que te esperan para darte una sorpresa.
- ¿A mí? – preguntó intentando aparentar normalidad pero empezó a sospechar de
qué se trataba y sintió miedo. Disimulando paseó la vista por los alrededores
pero no fue capaz de ver nada fuera de lo común. Instintivamente miró hacia la
chabola y deseó ver salir a Esther.
- Si – sonrió maliciosa y bajando la voz le dijo casi al oído – yo sé cual es.
- ¿El qué? – preguntó observando a la pequeña – A ver, déjame ver, ¿qué tienes
aquí?
- ¡La sorpresa! – respondió la niña ignorando la pregunta de la pediatra.
- Vale – dijo sin prestarle atención más preocupada por lo que acababa de
descubrir - ¿Qué es esto cariño? – le preguntó, de nuevo, viendo la señal del
bofetón en la parte baja de su mejilla - ¿quién te ha hecho esto?
- Tus amigos – bajó de nuevo la voz como si pudiesen estar por allí escuchándola.
- María, esos no son amigos míos, un amigo mío nunca te haría daño – le explicó
con un deje de temor en el tono que María no fue capaz de interpretar.
- Y ¿no te van a dar la foto?
- ¿Qué foto?
- Tu sorpresa – repitió desconcertada – te estaban esperando para darte una foto.
- ¿Una foto?
- Si – dijo – era un secreto, pero… son malos… le pegaron a pancho… - confesó
con las lágrimas saltadas – por eso ya no tengo secretos… - la miró a los ojos -
sé que los secretos no se cuentan pero…
- No pasa nada – la abrazó enternecida – esos hombres no son amigos míos si los
ves no te acerques a ellos.
- Están en las casas de la manti…
- ¿Allí? – preguntó asustada, era donde habían estado ellas casi toda la tarde -
¿cómo sabes que están allí! ¿estás segura?
- Si – sonrió – he ido detrás de ti toda la tarde – le contó con los ojos bailándole
por lo que entendía que era una travesura - y ellos estaban allí esperándote, pero
no te han dado la foto.
- Se les habrá olvidado – le dijo intentando no asustar a la pequeña – ya me la
darán. Tú no te acerques a ellos ¿de acuerdo? – insistió. María asintió.
- No quiero que veas a los hombres malos. Dan miedo.
- Es tarde – dijo Maca mirando su reloj y sonriéndole - ¿por qué no te vas a ver a
tu abuela? La has dejado sola mucho tiempo. – le dijo preocupada, tenía que ver
a Isabel y contarle aquello.
- Bueno… pero yo quería estar contigo… ¿jugamos al burro? – le preguntó
esperanzada.
- Otro día cariño – la besó - hoy tengo trabajo, estoy esperando a Esther y … – se
justificó. En realidad quería que María se marchara de allí, esos chicos podían
pretender lo que no quería ni imaginarse y en ese caso no querría que la niña
estuviese delante cuando sucediese - …y tenemos que marcharnos pronto. Pero
mañana, vienes al campamento y jugamos un ratito al burro.
- Vaaaale – consintió bajándose de ella, le lanzó una sonrisa - ¡eres buena! – soltó
de pronto y se dio la vuelta corriendo hacia su vivienda.

Maca la miró con una sonrisa nostálgica, se sintió impotente, le gustaría hacer tanto y
podía hacer tan poco, notó que se le saltaban las lágrimas.

Mientras Maca permanecía en el exterior de la chabola, Esther entró en ella,


preguntándose qué querría María José. La anciana, al verla aparecer, dibujó una sonrisa
que la sorprendió, acostumbrada a verla siempre seria y poco efusiva.

- Siéntate – le pidió.

La enfermera obedeció, sintiéndose incómoda ante aquella misteriosa mujer que clavaba
sus ojos en ella. María José permaneció observándola, en silencio, unos segundos que a
Esther se le hicieron eternos. De pronto comenzó a hablar.

- Desde el primer día que te vi, supe que sufrías – comenzó la anciana ante la
perplejidad de Esther, tras una pausa en la que no dejó de clavar sus ojos en ella
continuó - ya me he enterado que saliste de España huyendo… pero no hay que
salir de España, para ver la esclavitud… para sentir que estás viva porque haces
algo por los demás ya que no te atreves a hacerlo por ti misma.
- No la entiendo – le dijo ligeramente molesta por sus palabras.
- Me entiendes perfectamente. Cuídate, o la próxima serás tú.
- No entiendo qué quiere decirme – confesó. A María José le pareció sincera, pero
en el fondo sabía que sí que la entendía, solo que no quería escuchar con los
oídos del corazón.
- Ella nunca va a traicionar a su mujer. Nunca caerá en el error en que cayó
contigo. Prefiere traicionarse así misma – le dijo ante la sorpresa de Esther – la
he visto sufrir mucho. Demasiado.
- ¿Por qué me cuenta eso a mí?
- Porque tú también sufres. Pero… - dijo observando su reacción - quieres dejar
de hacerlo.

Esther abrió ligeramente la boca, estaba desconcertada, tenía la tentación de salir de allí
inmediatamente pero en el fondo sentía mucha curiosidad, no solo por aquella mujer si
no por todo lo que parecía conocer de Maca, y por lo que veía también de ella. Tras un
par de segundos preguntó.

- ¿Y acaso ella no?


- No. Ella lo acepta como parte de un castigo que se merece. Está expiando sus
culpas.
- ¿Qué culpas?
- Yo también fui esclava de un amor. Como ella – respondió, dándole a Esther la
sensación de que esquivaba su pregunta - Quizás no supo demostrártelo. Y…,
como yo, tomó su decisión.
- ¿Que decisión?
- No volver a ser esclava de nadie. Una mujer como ella no volverá a mostrar esa
debilidad.
- Hace bien.
- No, no lo hace. Se equivoca – sentenció – para mi ya es tarde, pero para ella no.
- No se porqué me dice a mi todo esto – insistió.
- Cosas de vieja – respondió mirándola fijamente, Esther vio como cambiaba de
tono - Querías saber mi historia ¿no es cierto?
- Si – reconoció poniéndose roja, ¿quién le habría contado todo aquello a María
José? Estaba claro que debía ser alguien que tenía mucha confianza con ella y la
única persona que se le ocurría era, ¡Maca! frunció el ceño molesta con ella.
- Vuelve por aquí otro día y… te la contaré.
- De acuerdo – dijo levantándose, creyendo que eso era todo.
- Espera, ¿puedo pedirte un favor?
- Bueno… depende – respondió temiendo lo que pudiera ser.
- Nada. Vete entonces – le dijo con un tono de decepción en su voz que obligó a
la enfermera a desdecirse.
- Pídame lo que quiera – cambió de opinión. María José volvió a clavar sus ojos
en los de la enfermera. Esther tuvo la sensación de que leía en su alma, de que
hurgaba en sus sentimientos más profundos. Se sintió incómoda ante aquella
mirada.
- ¡Ayúdala!
- ¿Yo?
- Si, tú. Ayúdala a que deje de ser esclava.
- Pero, no decía que su decisión era no ser esclava de nadie.
- Si, y lo es. Pero… no puede dejar de serlo.
- Y ¿qué puedo hacer yo! si quiere ser esclava de su mujer o de quien sea yo no
soy nadie para impedírselo – le espetó dejándose llevar por los celos que le
producía la simple idea de que Maca estuviese casada o de que mantuviese
relaciones con otras personas, como la psiquiatra.
- Te confundes. Una mujer como ella solo es esclava una vez, y esa vez lo fue
contigo.
- ¿Me está diciendo que sigue enamorada de mi?
- No. Te estoy diciendo que Maca es esclava de sí misma. Y que solo tú puedes
darle la libertad – la miró fijamente – la libertad para que escoja su felicidad.
- Se equivoca conmigo, señora. Yo no puedo ayudar a nadie – confesó convencida
de ello. Se removió en su asiento entre incómoda y enfadada.
- No me equivoco – le dijo María José levantando ligeramente la voz - piensa en
lo que te he dicho y…, ahora, vete. No la hagas esperar. Empieza a hacer frío
para ella.

Esther, obedeció y salió de la chabola con una extraña sensación. Con la sensación de
estar desnuda, de ser transparente para aquella señora. ¿Qué ayudase a Maca! ¿cómo?
y… ¿en qué? No dejaba de darle vueltas a aquellas palabras, “solo una vez”, “solo
contigo”, ¡si eso fuera cierto! quizás ella tuviese una oportunidad.

Una vez fuera, vio a Maca de espaldas a la chabola, sintió el deseo de encararse a ella y
preguntarle por qué tenía que contar cosas de su vida a nadie, estaba segura de que
había sido ella la que había hablado con María José. Estaba enfadada, Maca podía ser
amiga de aquella señora, pero no tenía derecho a hacer lo que había hecho, y ¿quién era
María José para hablarle así a ella! ¿para meterse en su vida? Sintió el deseo de pedirle
explicaciones por todo aquello y, también, deseaba saber quién le había dicho su apodo
en Jinja. Se acercó a la pediatra por detrás decidida a reclamar todas esas respuestas.
Pero cuando llegó a su altura y la miró, le pareció que lloraba. La imagen la paralizó y
se olvidó de sus pretensiones, desde que había vuelto de Jinja, nunca la había visto así,
ni siquiera se había percatado de su presencia.

- Maca – la llamó con suavidad - ¿qué te pasa? – preguntó posando su mano sobre
el hombro de la pediatra.
- Nada – respondió con rapidez, esquivando su mirada y girando la cabeza hacia
el lado contrario, avergonzada, estaba tan preocupada por María y por el hecho
de que la hubiesen golpeado por su culpa que no la había escuchado acercarse -
¿habéis… terminado? – preguntó con la voz ligeramente nasal, indicándole a la
enfermera que no se había equivocado en su apreciación.
- Si – le respondió mirándola de reojo, tentada a insistir y averiguar qué le ocurría,
pero decidió no hacerlo, la conocía lo suficiente para saber que con su actitud
esquiva le pedía que la dejase tranquila. Las palabras de María José resonaban
aún en su cerebro, “ayúdala”, lo cierto es que le gustaría poder hacerlo, pero ni
sabía como ni se sentía capaz.
- Vamos, entonces – dijo la pediatra comenzando a cruzar la calle – se nos va a
hacer tarde, y aún tengo que ver a Isabel, además, Claudia y Cruz me esperan en
la clínica y… y tú y yo debemos firmar un contrato – continuó precipitadamente
sin dejarla intervenir, recuperando la compostura.
- Maca… - intentó protestar sin que la escuchase, quería dejar claro que no
pensaba firmar ningún contrato, al menos, ninguno como sus compañeros,
parecía que a Maca se le olvidaba continuamente aquel hecho, pero decidió
callarse y hablar con ella tranquilamente en el despacho, estaba claro que la
pediatra se encontraba alterada por algo y calibró que no era el momento más
adecuado para tratar el tema. Además, parecía tan distraída que estaba cogiendo
el camino contrario – Maca…. ¡espera! – le pidió corriendo tras ella - ¿no es
mejor que vayamos por allí! creo que por este lado es más largo.
- Sí, lo es – afirmó – pero… quiero comprobar una cosa – respondió esquiva,
mintiendo, en realidad lo que pretendía era rodear la calle en la que María le
había dicho que esperaban aquellos dos chicos.
- Pero… habíamos quedado con Laura y Mónica allí – le recordó en tono de
protesta.
- Si, tienes razón, verás es que… – dijo deteniendo la marcha, la miró a los ojos y
entreabrió la boca para decir algo, estaba a punto de confesarle la verdad,
necesitaba desahogarse, pero en el último segundo se arrepintió, no tenía
derecho a mezclar a Esther en sus problemas. La enfermera la observaba
esperando una respuesta, sorprendida ante la indecisión que mostraba – que
creo… que… lo mejor es que vayas tú con ellas. Yo… me iré por allí, ¿te parece
bien? - le propuso esperanzada en que la enfermera aceptase, no quería
encontrarse con aquellos chicos y que Esther estuviese en medio, y menos
después de lo que había leído en aquel informe y tampoco tenía ganas de charlar
con ella por el camino, no se sentía con fuerzas de mantener una conversación
intrascendente, además, temía que María José hubiese dicho algo que no debiera,
en su afán por ayudarla, y que Esther estuviese molesta por ello. En realidad
estaba hecha un lío, tenía miedo a quedarse sola y al mismo tiempo, veía con
alivio esa posibilidad.
- No – respondió tranquilamente recordando la petición de Isabel intentando
descubrir qué estaba pasando por la cabeza de la pediatra, que estaba rarísima –
si quieres ir por allí, iremos por allí. Somos un equipo ¿no? – le sonrió. Maca no
se esperaba aquella respuesta y se sorprendió tanto que de nuevo se le saltaron
las lágrimas, Esther se percató de ello, cada vez estaba más segura de que le
ocurría algo. Había estado bien toda la tarde y ahora… ¿qué era lo que había
cambiado?
- Gracias – murmuró continuando la marcha sin mirarla.

Cruzaron la calle principal y Maca tomó una de las calles perpendiculares, Esther la
seguía en silencio. Tras unos minutos lo rompió.

- ¿Quieres? – le ofreció un cigarro acercándole el paquete, pensando en distender


aquella tensión que notaba entre ellas, además tenía la impresión de que
necesitaba uno.
- No, gracias – respondió clavando sus ojos con deseo en el paquete. ¡Claro que le
encantaría fumárselo! pero era conciente de que no debía hacerlo, de hecho
nunca llevaba encima tabaco para no caer en la tentación y solo lo cogía
esporádicamente. Además, estaba segura de que esa noche, en la fiesta, no
podría evitar fumarse alguno. Esa idea le hizo recordar la conversación con su
amiga – me ha llamado Adela, la fiesta sigue en pié – le comentó – y… estás
invitada.
- A mí no me ha dicho nada.
- No tiene tu número – la justificó avanzando por una de las calles comprobando
que el suelo era mucho más irregular que en las otras. Estaba llena de chiquillos
correteando y tirados por el suelo, la basura se acumulaba en algunas zonas, y
los surcos de motos y coches horadaban todo el piso.
- Maca, ¿no sería mejor que diésemos la vuelta? – propuso al ver las dificultades
que tenía para manejarse en aquel terreno.
- No – la cortó tajante.
- ¿Te ayudo? – se ofreció al ver que se paraba a cada instante debido a las
hondonadas y obstáculos que encontraba.
- No, puedo sola – respondió con seriedad, dándole a Esther la sensación de que
estaba molesta – lo que te decía, que Adela no tiene tu número, me lo ha pedido
pero…
- No me gusta que le des mi número a nadie – saltó con rapidez denotando su
enfado
- Déjame… terminar – pidió, entrecortadamente, mostrando en su voz el esfuerzo
que estaba haciendo – tranquila que no le puedo dar tu número porque yo no lo
tengo – dijo con retintín, recalcando el “no lo tengo”, parándose un momento
para tomar aire. Esther hizo lo propio y cruzaron sus miradas, Maca la observó
con tal intensidad que Esther se pudo nerviosa, interpretó que la pediatra le
estaba reprochando que no le hubiese dado su número particular y sintió cierta
inquietud ante la idea de que lo tuviese, pero se vio obligada a justificarse.
- Eh… claro, yo no… no te lo he dado… es que… - balbuceó sin saber qué le
ocurría, ni porqué aquello la alteraba tanto - ¿lo quieres?
- Solo si tú quieres que lo tenga – le dijo tranquila y con una mueca burlona al ver
su nerviosismo. No quería obligarla a nada y tenía la sensación de que no le
había hecho ninguna gracia la insinuación que le había hecho.
- Claro, ¿por qué no iba a querer? – mintió sacando su cuaderno y apuntándoselo
en una de las hojas se lo tendió – toma.
- Gracias – dijo escuetamente metiéndolo en el bolsillo - Esther … - comenzó
pensando en preguntarle lo que había hablado con María José, estaba segura que
ese nerviosismo de la enfermera podía deberse a esa conversación y no a la
absurda idea que se le había pasado por la mente, no tenía sentido que se debiese
a un simple intercambio de teléfonos. Le preocupaba lo que hubiera podido
decirle.
- ¿Qué? – levantó la vista, que había clavado en el cuaderno pensativa, al ver que
no continuaba.
- Nada – dijo arrepintiéndose, no tenía derecho a preguntarle, era una
conversación privada.
- No, dime – insistió.
- Una tontería – confesó, decidiendo guardar silencio – vamos, que aún nos queda
un buen trecho.

Avanzaron unos metros más por aquella calle, Esther no entendía el empeño de la
pediatra en ir por allí, se estaban retrasando y, Maca, a pesar de lo que le había dicho, no
parecía que estuviese comprobando nada. Solo saludaba de vez en cuando a algunas
mujeres que se acercaban a ella con peticiones varias. Estaba claro que allí todo el
mundo sabía quien era la pediatra. Otros las saludaban de lejos con la mano levantada y
la mayoría, murmuraba a su paso, Esther escuchó claramente a unos chicos decir “¿qué
hace aquí la tullía?” y bromear y apostar a ver cuánto tardaba en caer de la silla, pero
Maca parecía no darse cuenta de aquellos comentarios. La enfermera empezó a sentirse
incómoda como ya le sucediera los primeros días de trabajo en el campamento. No le
gustaba sentirse observada. Volvió a mirar hacia Maca, y esbozó una sonrisa, seguía tan
cabezota como siempre, sería mucho mejor que ella la ayudase empujando la silla,
llegarían antes, pero no se atrevía a proponérselo de nuevo. No le gustaba nada la calle
por donde iban, no sabía porqué pero sintió una aprensión desmedida e,
inconscientemente, comenzó a apretar el paso deseosa de salir de allí.

Maca la observó alejarse, parecía alterada, se frotaba las manos con nerviosismo y
miraba hacia ella constantemente, empezaba a comprender las palabras de Fernando, en
un minuto Esther había pasado de aparentar tranquilidad a sobresaltarse por el más
mínimo detalle. Le daba la sensación de que de un momento a otro iba a salir corriendo.
Decidió llamarla y sacarle algún tema de conversación que la tranquilizase, se sentía
responsable y no podía dejar de imaginar lo que le pasaba por la mente de la enfermera.

- Esther… - gritó para que la oyese – ¡Esther! espérame.


- Maca – murmuró para sí, parándose y mirando hacia atrás, había conseguido
sacarle más de cincuenta metros.
- ¿Qué prisa llevas? – bromeó sin resuello llegando a su altura.
- Lo siento – se disculpó – no había pasado antes por aquí y… no me gusta –
reconoció.
- Ya veo… - sonrió aún con la respiración entrecortada – no te preocupes que sin
ser de las mejores calles tampoco es de las peores. Ya has visto que me
conocen.
- Si – murmuró mirándola con angustia - ¿vamos?
- Si, vamos – dijo comenzando de nuevo a girar las ruedas de la silla con
dificultad – Esther… ¿te ha dicho Maria José algo que… te haya molestado? – le
preguntó tan repentinamente que la enfermera no supo qué responder.
- ¿Por qué? – preguntó a su vez sorteando la pregunta de la pediatra.
- Te veo nerviosa desde que saliste de su chabola y… me preguntaba si tendría
algo que ver… No hagas caso de todo lo que te diga. María José es algo…
especial.

A Esther se le olvidó la aprensión que había sentido momentos antes y se detuvo,


colocándose frente a la pediatra. En contra de su primer impulso, ahora no estaba
dispuesta a contarle nada de aquella conversación, no iba a renunciar a las respuestas
que deseaba conocer, pero hacía rato que se había percatado de que ni era el momento
ni el lugar para interrogar a Maca, además estaba segura de que ésta no estaba con
ánimo de responder a lo que ella deseaba preguntarle, quizás en la fiesta pudiese hablar
con ella más tranquilamente. Decidió dejarle clara su postura.

- Bueno…no te voy a negar que esa mujer me impone - le dijo con un esbozo de
sonrisa - pero no estoy nerviosa por ella.
- ¿Seguro que no te ha dicho nada que te haya importunado? – insistió con una
mezcla de preocupación y curiosidad que no pasó desapercibida a la enfermera.
- Maca… - empezó con un ligero tono de reproche - … primero, quiero que te
quede claro que no pienso contarte lo que hemos hablado y… lo segundo… es
que… si me ves nerviosa es… es por lo que me has dicho de la fiestecita ésta, no
por lo que crees.
- ¿Por la fiesta? – preguntó incrédula – pero… ¿por qué?
- Pues… porque no sé que ponerme – confesó con una sonrisa de timidez. Maca
no pudo evitar soltar una carcajada. Aquello era muy propio de Esther, sus ojos
bailaron divertidos y la enfermera le sonrió y se encogió de hombros, satisfecha.
Era la primera vez que conseguía provocar en ella aquella expresión divertida
que tanto le gustaba.
- ¿No sabes qué ponerte? – repitió aún sonriendo – no seas tonta, ponte cualquier
cosa, si… es algo informal.
- ¿Con Adela! no creo que con ella haya nada informal – comentó en tono de
crítica recordando la entrada triunfal que había protagonizado a la hora del
desayuno.
- No es como aparenta – la defendió volviendo a ponerse seria – es más dulce,
comprensiva y cariñosa de lo que pueda parecer. Y… siempre está ahí cuando la
necesitas.
- No como yo – saltó endureciendo la mirada tomándose el comentario de Maca
como una crítica a su persona - ¿no es eso?
- ¡No! claro que no – se apresuró a responder frunciendo el ceño – no te lo tomes
por ahí Esther, porque no pretendía insinuar eso. Ni por un momento – dijo de
nuevo con lágrimas en los ojos y con tal énfasis que Esther no tuvo más remedio
que creerla.
- Vale… perdona – respondió con suavidad.
- Esther sé que no tengo derecho a pedirte esto pero… si… si vamos a trabajar
juntas… me gustaría que… que no estuvieses siempre a la defensiva conmigo –
le pidió casi balbuceando y con tal abatimiento que Esther confirmó que le
ocurría algo.
- Tienes razón, perdona – le dijo ya calmada - ¿seguro que no te pasa nada?
Maca asintió y continuó la marcha, de nuevo en silencio. Esta vez Esther hizo un
esfuerzo por no adelantarse y continuar a su ritmo. Volvieron a interrumpirlas un par de
veces, con saludos y preguntas acerca del campamento. A Esther le agradaba ver que la
respetaban a pesar de que siempre había quienes las miraban con cierto recelo, pero en
general, parecía que todos estaban acostumbrados a su presencia. Debía ser cierto lo que
le habían contado el primer día sobre que Maca pasó muchas horas en el poblado.

De pronto, Maca se percató que unas motos rugían en la distancia, si no estaba


equivocada parecía que recorrían las calles y que cada vez se acercaban más. Esther, no
prestó la más mínima atención, acostumbrada, desde el primer día, a aquellas
exhibiciones en moto de los adolescentes del poblado y de algunos no tan adolescentes.
Sin embargo Maca, sintió que su pulso se aceleraba y que los nervios se apoderaban de
ella. Cuando le pareció que esas motos estaban a punto de enfilar la calle en la que se
encontraban, asustada, giró con brusquedad la silla para verlos llegar, pero al hacerlo
golpeó, sin querer, a Esther, que estuvo a punto de caer.

- ¡Ay! ¿qué haces? – exclamó con un gesto de dolor frotándose la espinilla.


- Nada… lo… lo siento – dijo mirándola preocupada - ¿te he hecho daño?
- ¿Tú qué crees? – protestó enfurruñada.
- Perdona, oí las mostos y creí que… que venían por aquí y… - se excusó mirando
hacia atrás pero las motos no aparecían.
- ¡Joder! si está media calle vacía – protestó – podías avisar, ¡vaya cardenal que
me va a salir! – continuó mirando el lugar del golpe y como comenzaba a
hincharse.
- Lo siento – repitió aceptando la bronca sin rechistar, mucho más tranquila al
comprobar que se había equivocado y que los motores ya no se escuchaban –
mira ahí detrás, en la bolsa, creo que tengo Arnidol, casi siempre lo llevo
encima, si te pones un poco y te aprietas con un pañuelo seguro que te frena la
hinchazón y con un poco de suerte quizás evite el moratón.

Esther la miró cambiando el gesto de mal humor por una sonrisa.

- ¡Vaya! ¡qué previsora! – le dijo rebuscando en su bolsa – imagino que son las
ventajas de ir con un médico – bromeó cogiendo la caja y observando la
etiqueta.
- Ya ves… - dijo pensando en que no se trataba de previsión, si no de necesidad,
si supiera la cantidad de veces que había caído de la silla intentando valerse por
sí misma, sobre todo al principio, cuando se negó a aceptar su nueva situación.
- ¿Arnidol? – preguntó leyendo el prospecto – ¿desde cuando te ha dado por los
productos naturales?
- Hace tiempo – dijo oscureciendo la mirada – a mi mu… a Ana, le gustaban – se
corrigió de pronto, detalle del que se percató la enfermera, que cada vez sentía
más curiosidad por esa actitud de Maca entre triste, melancólica y reservada
siempre que se veía obligada a mencionar a su mujer.
- Si no es mucha indiscreción… ¿se puede saber qué tienes contra las motos? –
preguntó, cambiando de tema, entre molesta y burlona mientras se untaba el gel
– que yo recuerde te encantaban.
- No tengo nada en contra – respondió mecánicamente mirando de nuevo hacia
atrás angustiada – de hecho me siguen gustando – confesó con un suspiro
bajando la vista – aunque ya no pueda…
- Perdona, Maca, lo siento – se disculpó arrepentida de ser tan bocazas – no… no
he querido.
- No pasa nada, Esther – dijo esbozando una sonrisa – no te disculpes
continuamente, ya te acostumbrarás.
- ¿Sigues teniendo la moto? – preguntó curiosa.
- Si – musitó – se que es absurdo, pero… aún la tengo.
- No es absurdo, ¿por qué iba a serlo? – le respondió con una sonrisa, de pronto
una idea cruzó por su mente - ¿te gustaría montar?
- ¡Ya lo creo! – exclamó con otro suspiro - ¿sabes? Daría cualquier cosa por
volver a sentir la sensación de cortar el aire frío, las cosquillas en el estómago, la
velocidad…
- Un día de estos, antes de que me vaya, si quieres… - se interrumpió
repentinamente, observando la cara que le estaba poniendo la pediatra y que no
sabía como interpretarla.
- ¿El qué? – la apremió, al ver que guardaba silencio.
- Iba a proponerte que podíamos dar un paseo - le dijo sonriendo - pero … quizás
no me acuerde, en Jinja solo montábamos en motos pequeñas y la tuya…
además, qué es una tontería. Olvídalo – se arrepintió creyendo que a Maca no le
había hecho gracia la idea.
- Eso nunca se olvida.
- Uf, no sé yo, no era una alumna muy aventajada ¿no?
- No, no lo eras – rió recordando cómo se divertían aquellos días en los que le
enseñaba a llevar la moto.
- Y aún así ¿te atreverías a subir conmigo?
- ¿Te atreves tú a cargar conmigo?

Esther se agachó y poniendo una pícara sonrisa le susurró al oído.

- Maca, hay paquetes y paquetes. Eso me lo enseñaste tú.

La pediatra sintió un cosquilleo especial ante aquella proximidad y aceleró la marcha


con una carcajada, dando la vuelta a la esquina. Al hacerlo, los dos jóvenes que estaban
allí apostados, arrancaron sus motos con tal rapidez que Esther se asustó creyendo que
iban hacia Maca y se puso en medio.

- ¡Esther! – gritó la pediatra temiendo por la enfermera.


- ¡Eh! Tened cuidado – les gritó saltando con agilidad para que no la atropellaran.
Salió tras ellos, enfurecida - ¡estáis locos!

Maca notó que el corazón se le desbocaba, ¡eran ellos! los habían esquivado pero estaba
segura de que volverían, Esther se había alejado situándose en el centro de la calle y
Maca, al verse sola, sintió que el pánico se apoderaba de ella, intentó, con rapidez,
situarse junto a la chabola más cercana, pero la irregularidad del terreno le provocó un
desequilibrio y la silla se volcó sin remedio, dando con la pediatra en el suelo. Intentó
frenar el golpe con las manos pero lo único que consiguió fue clavarse en las costillas el
brazo de la silla y caer de lado, golpeándose en el hombro. Esther de espaldas a ella, aún
siguiendo con la vista a aquellos chicos, no se percató de lo ocurrido.

- ¿Tú has visto? – dijo girándose enfadada. Al hacerlo, se quedó paralizada, Maca
estaba tumbada de costado, vio como unas cuatro o cinco mujeres se acercaban a
ella, haciendo grandes aspavientos, su mente voló a Jinja, ¿qué pensaban
hacerle! “¡no!”, pensó, “otra vez no”, quería correr hacia allí pero sus piernas no
le respondían. Un sudor frío comenzó a brotar de su cuerpo, no iba a ser capaz
de ayudarla, pensó en llamar por teléfono pero no podía moverse. La mujeres
rodearon a Maca, entonces la enfermera respiró hondo, “si puedes, si puedes”, se
dijo, “contrólate, puedes hacerlo”, “ayúdala”, escuchó la voz de María José
“ayúdala”, y sin moverse de su sitio lanzó un grito - ¡Ehhh! ¡fuera! ¡fuera de ahí!
No la toquéis.

Las mujeres se volvieron hacia ella sorprendidas de aquellas voces. Todas se apartaron
sin marcharse, la miraban con recelo y algunas manifestaron su hostilidad.

- ¡Vaya mina! – exclamó una de ellas. Esther no prestaba atención a las protestas,
necesitaba controlarse y llegar hasta Maca – y mira la tía que no se “muve”.
- ¡Vos! ¡al laboro! – le gritó otra.

Esther las miró y volvió a mirar a la pediatra, vio como intentaba incorporarse pero en
la caída se había pillado el brazo y tenía dificultades para hacerlo. Finalmente,
reaccionó y corrió hacia ella, sin quitar la vista de aquellas mujeres. Al pasar a su lado
murmuró unas palabras de disculpa que aceptaron a regañadientes permaneciendo allí,
como espectadoras. Se agachó intentando comprobar como se encontraba. Le dio la
sensación de que estaba aturdida, quizás se había golpeado la cabeza en la caída.

- Maca, deja que te ayude – le pidió – dame la mano.

La pediatra miró hacia ella, a Esther le dio la sensación de que la traspasaba con la
mirada, que no la veía. Y estaba en lo cierto, el sol, poniéndose, la cegó, pero sobre todo
fueron las palabras de Esther las que habían hecho saltar en su memoria un resorte, no
estaba segura pero tenía la sensación de haberlas escuchado antes, apartó la vista de
aquella figura que le tendía la mano, la figura de Esther. Como un fogonazo recordó
algo, escuchando aquellas frases “Maca, deja que te ayude”, “dame la mano”, volvió a
mirar hacia ella, hacia aquella figura, ¿era un sueño, su sueño, o era un recuerdo!
“¿estoy despierta?”, se preguntó aturdida. Esther se agachó.

- ¿Qué te pasa! ¿estás bien? – le preguntó preocupada al ver que permanecía


inmóvil, pero Maca no respondía, mirando hacia arriba, por encima de la
enfermera, como si aún se mantuviese en pié. Sintió un pinchazo en la nuca, le
dolían los ojos, y su mente la transportó a otro lugar, ¿dónde estaba! no sabía
donde estaba, oyó de nuevo la voz, “dame la mano” – Maca, ¿te has hecho daño!
¿te duele algo! ¿te has golpeado la cabeza? – insistió Esther, al ver su gesto
intentando tocarse la frente sin coordinación.
- ¿Qué… que pasa? – balbuceó al fin.
- Ven deja que te levante – dijo intentando incorporarla respirando aliviada al
escucharla hablar. Pero Maca no la escuchaba a ella, solo oía aquella voz, “dame
la mano”, “has bebido”.
- ¡No!
- Pero Maca…
- No he bebido – murmuró – no he bebido.
- ¿Qué dices? – le preguntó Esther preocupada volviendo a agacharse - ¿quieres
agua?
- ¡No me toques! – gritó. De pronto parecía enfadada - ¡puedo sola!
- Maca… - intentó moverla pero la pediatra la apartó de un manotazo intentando
incorporarse – pero Maca… - protestó de nuevo al ver que era incapaz de
hacerlo.
- ¡Déjame! – insistió – te he dicho que puedo sola – le dijo bajando el tono con
voz ronca.
- ¡Por favor, Maca! ¿no ves que no puedes? – le dijo con suavidad. Maca clavó
sus ojos en ella, Esther percibió que echaban chispas, furiosos. El rostro
encendido, no sabía si por la rabia que la veía sentir o por el esfuerzo – Maca,
vamos, todos te están mirando, deja que te ayudemos.

Tras un último intento, Maca se dio por vencida y bajó la cabeza, con un nudo en la
garganta. Hacía mucho tiempo que no experimentaba aquellos sentimientos de
impotencia, de pronto fue consciente de nuevo, escuchó los murmullos de la gente,
escuchó a Esther a su lado, pidiéndole con suavidad que se apoyase en ella, y así lo
hizo. Un par de mujeres, a pesar de los gritos de Esther se habían acercado a ayudarla, la
enfermera se lo agradeció y sentaron de nuevo a Maca en la silla. Se sentía
avergonzada.

- Gracias – murmuró cabizbaja intentando sonreírles, como si no ocurriese nada.


- ¿Te has hecho daño? – volvió a preguntarle Esther. Maca negó con la cabeza,
mientras la enfermera le sacudía la bata llena de tierra, y la miraba de soslayo,
preocupada, viendo cómo había pasado de estar roja de rabia a ponerse pálida –
pero… ¿estás bien?
- Si… – musitó intentando sacudirse ella también.
- ¡Dios, cómo te has puesto! – comentó - ¡si te has llenado de tierra hasta el pelo!
¿Seguro qué no te has hecho daño? ¿Me dejas que te eche un vistazo rápido?
- No. Estoy bien. No ha sido nada – levantó el tono enfadada.
- Vale, vale, tranquila.
- Esther… perdóname… yo… ¿no sé qué me ha pasado? – intentó excusarse –
hace tiempo que yo no… - iba a decirle que hacía mucho tiempo que aceptaba su
situación y que no se enfadaba ni con ella ni con el mundo, que estaba
acostumbrada a caerse y a necesitar que la ayudasen a levantarse, pero con ella
era todo diferente, con ella le gustaría poder ser la que le tendiese la mano, la
que la ayudase, sobre todo después de saber por lo que había pasado en África,
pero… ¡la realidad era tan distinta! ni siquiera había sido capaz de evitar que
aquellos chicos… si Esther no hubiese saltado… - que no… que no me caía.
- No pasa nada, yo también me he asustado – le confesó – esos chicos están locos.
Venga, vamos al campamento, yo te empujo.
- No, por favor – pidió con intensidad.
- Maca… ¿seguro que puedes?
- Si – dijo mirándola de nuevo con tristeza. Una moto se acercó a ellas, las dos
miraron sobresaltadas de nuevo.
- Sentir mucho, señora – dijo el chico ralentizando el motor sin descender. Maca
lo reconoció al instante y comprendió que todo su miedo había sido fruto de su
sugestión por lo que le había contado María.
- ¡Igor! – exclamó Esther casi gritando - ¡estás loco! ¿tú otra vez? ¡No
escarmientas!
- Esther – la frenó Maca con autoridad – Igor, tranquilo, no ha pasado nada.
Estamos bien.
- ¿Cómo que no pasa nada? – dijo enfadada la enfermera – claro que pasa –
continuó volviéndose hacia el joven – tú estás loco tío. Ni quince días hace que
por poco no te matas y ahora te lanzas contra nosotras…
- Esther – la interrumpió Maca – tranquila – le pidió sujetándola de la mano al ver
que se dirigía a encararse al joven que ya la miraba desafiante – no pasa nada –
recalcó las palabras con lentitud tirando de ella – Igor, gracias por disculparte,
saluda a tu hermano de mi parte.
- Encima le das las graci…-
- ¡Esther! – casi gritó Maca, veía a la enfermera muy alterada, casi agresiva y eso
podía acabar siendo un problema – ya vale.
- Tener cuidado señora – dijo el joven mirando a Maca, dispuesto a marcharse –
esto no buen suelo – terminó mirando a Esther y pronunciando unas palabras en
su idioma que no entendieron, pero que la enfermera interpretó como un insulto.

Cuando se alejó Maca se volvió hacia ella.

- Esther, ¿qué te pasa con Igor?


- Con él, nada – respondió mirándola – no soporto los niñatos que no respetan
nada, ni nadie.
- Es joven y… ha tenido una vida dura – le explicó.
- La juventud no es excusa para todo.
- No, no lo es, estoy de acuerdo – admitió con seriedad – pero el que haya vuelto
para disculparse es todo un logro y no debes recibirlo así.
- No estoy de acuerdo – protestó – En Jinja….
- Pues… aunque no lo estés… aquí vas a tener que controlarte… - le dijo con
calma, pensando en que a ver cuando Esther dejaba de creer que seguía a
kilómetros de allí, no estaban en Jinja y en el poblado todo debía ser diferente –
queremos que confíen en nosotros ¿no?
- Si – reconoció en tono bajo.
- Tendrás que ganarte esa confianza ¿de acuerdo?

Esther asintió, aceptando sus palabras. Había tenido una forma muy sutil de decirle que
ese no era el camino que querían en el proyecto. Ni siquiera podía pensar en una
reprimenda, porque Maca le había hablado con tranquilidad, más parecía que le daba un
consejo que otra cosa, y entonces ¿por qué tenía la desagradable sensación de que la
estaba mirando con reprobación! quizás eran imaginaciones suyas, no le gustaba perder
el control delante de ella y ya lo había hecho en un par de ocasiones desde que volvió.
Una de las mujeres se acercó a Maca.

- Señora – le dijo solícita - ¿quiere pasar a casa? Le sangra la mano.


- No, gracias – respondió devolviéndole la sonrisa mirando su palma. Ni siquiera
se había dado cuenta de ello. Notó que también le dolía el costado y volvía a
sentir aquel pinchazo en el hombro.
- ¿Quiere que la acompañemos? – se ofreció.
- No hace falta, gracias – repitió – nosotras ya nos vamos.
- Si – confirmó Esther viendo como Maca hacía un gesto de dolor al intentar girar
su silla – y digas lo que digas yo te llevo – dijo colocándose tras ella.
- Estos “romanos” no nos han traído más que “poblemas” desde que llegaron. Su
hermano es otra cosa pero éste – dijo la mujer despectivamente refiriéndose a
Igor – es un mal bicho, se lo digo yo, señora. Ándese con mil ojos por aquí –
terminó apartándose

Maca la miró y no dijo nada, asintió y volvió a darle las gracias, pronunciando un “lo
haré”, sintiendo un escalofrío, tenía la sensación de que esa mujer la estaba avisando.

Cuando parecía que Esther iba a iniciar la marcha camino del campamento, se colocó
delante de la pediatra y le cogió la mano.

- A ver Maca, déjame que te mire esto – al levantarle el brazo para ver la herida
Maca sintió un intenso dolor en el costado y hombro derecho y lo retiró con
rapidez.
- Esther, que no es nada – dijo frunciendo el ceño, disimulando el dolor.
- No es nada, no es nada – repitió en tono maternal - ¿tu has visto esto! aquí se
puede pillar cualquier cosa, hay que desinfectarla.
- Ya lo haré en el campamento – respondió – anda, vamos, que ya nos estarán
esperando.

Esther suspiró, ¡qué poco le gustaba a Maca que se preocuparan públicamente por ella!
sonrió pensando en los días en los que reclamaba mimos en la intimidad y comenzó la
marcha, empujando la silla, pensando en lo que daría por recuperar aquel tiempo, por
recuperarla a ella.

Maca permanecía en silencio, pensativa. No dejaba de darle vueltas a lo que había


experimentado cuando estaba en el suelo, sintió miedo de aquellas imágenes borrosas
que se agolpaban en su mente, ¿estaría recordando algo! ¿era posible después de tanto
tiempo? Necesitaba ver a Vero.

- Maca yo… quería decirte que… – comenzó Esther sacándola de su


ensimismamiento – lo siento.
- ¿Qué sientes? – preguntó distraída.
- Pues… haber perdido los nervios, no debí gritarles así a esas mujeres.
- ¿Les gritaste? – preguntó, no recordaba que lo hubiese hecho – no me di cuenta.

Estaban a unos cincuenta metros del portón de entrada al campamento y Esther dejó de
empujar la silla y se sitúo frente a ella, extrañada por sus respuestas.

- ¿Me vas a decir qué te pasa?


- Nada – respondió bajando la vista. Ese gesto de abatimiento, que Esther
recordaba en ella como una señal de “si insistes te lo cuento”, le dio pie a
preguntarle algo que quería saber desde hacía rato.
- Maca… ¿por qué llorabas antes?
- No lloraba – respondió en voz baja – vamos que es tarde.
- Me da igual que sea tarde – le dijo suavemente poniéndose en cuclillas a su
altura, apoyando sus manos en los brazos de la silla – Maca, desde que salí de la
chabola de María José, noté que te pasaba algo. Dime qué es.
- Nada – insistió mirándola a los ojos. Esther leyó en ellos la mentira.
- Por favor – le pidió de nuevo. Maca negó con la cabeza – vale, dime que no
quieres hablar conmigo y lo aceptaré, pero no me tomes por imbécil.
- Esther… - bajó la vista incapaz de mirarla a los ojos conciente de que la
enfermera no había perdido la habilidad de hacerla bajar la guardia – no pasa
nada.
- Si tú lo dices – se levantó pronunciando aquellas palabras con resignación.
Estaba claro que Maca no iba a confiar en ella tan fácilmente y mucho menos
contarle sus preocupaciones. La pediatra percibió ese aire de derrota y sintió que
de nuevo se levantaba una barrera entre ellas. No quería que su relación con la
enfermera fuese así, deseaba confiar en ella, deseaba abrirle su corazón, pero no
podía, no podía hacerla partícipe del desastre de vida que llevaba, no tenía
ningún derecho. Aún así, si quería que Esther firmase el contrato y si quería
ayudarla, debía cambiar su actitud con ella, así es que decidió ser sincera, al
menos, en una parte.
- No soporto que me trates como… como una inválida – reconoció en un susurro,
en un intento de que aquella revelación le fuese suficiente.
- ¿Yo? – preguntó extrañada, ¡lo que le faltaba por escuchar! si eran los demás los
que se pasaban el día tras ella protegiéndola – yo no hago eso.
- ¿Vas a venir a la fiesta? – preguntó sin ganas de seguir con aquella
conversación. No sabía para que le había dicho aquello, aunque fuese cierto.
- No cambies de tema, Maca. Y, sé sincera, ¿qué te pasa?
- Vale – asintió – tu lo has dicho antes, no voy a contarte algunas cosas ¿contenta?
– saltó molesta.

Esther la miró, estaba segura de que Maca mentía, había momentos en que la Maca
segura que ella conocía parecía no existir, le pareció tan desvalida que le dio lástima por
primera vez en su vida y se sintió culpable por experimentar ese sentimiento. Recordó
las palabras de la propia Maca cuando le decía que la lástima es el peor sentimiento que
se puede tener por alguien y si, además era por alguien a quien querías, mucho peor.
Ella nunca había sabido comprender a qué se refería exactamente, nunca hasta ese
momento.

- Como quieras – aceptó iniciando la marcha sin empujarla, molesta por lo que le
había dicho, cuando ya estaba un par de metros por delante, giró la cabeza y
mirándola por encima de su hombro continuó – pero… si alguna vez quieres
hablar…
- Esther, no es eso – dijo levantando la voz al ver que se marchaba. No soportaba
aquella mirada en sus ojos. Esther había sentido pena por ella, no soportaba esa
idea, ni en Esther, ni en nadie.
- Entonces ¿qué es? – preguntó volviendo junto a ella.
- Me siguen dos chicos – confesó mirándola desafiante decidida a darle lo que le
pedía – van en moto y… lo sé… porque… porque me lo contó María mientras
hablabas con María José.
- Entiendo – fue su única respuesta.
- ¿No te sorprende?
- No. Sigue.
- Le han pegado, Esther – continuó notando que se le saltaban las lágrimas - No
soporto la idea de que le hagan daño por mi culpa. Por eso lloraba.
- Ya…
- Y… no quiero que te mezcles en esto – le dijo – tampoco soportaría que te
pasara algo a ti – terminó bajando la voz y los ojos como si se avergonzara de
reconocerlo, perdiéndose una sonrisilla de satisfacción que, Esther, no fue capaz
de disimular. Cuando levantó la cara la enfermera había vuelto a su gesto adusto
y serio, permaneciendo sin decir nada – creo que lo mejor va a ser que hable con
Isabel y… con Fernando y que cambiemos todos los planes a partir de mañana.
- ¡No! – exclamó Esther con rapidez, no sabía a que cambios se refería pero
quería y necesitaba seguir trabajando junto a ella. Tenía que evitar que Maca
decidiese algo en contra, así es que decidió romper su promesa y sincerarse
también – Isabel me contó los riesgos que corro a tu lado.
- ¿Isabel habló contigo? – preguntó sorprendida.
- Sí, lo hizo. Y soy consciente del riesgo que corro y lo asumo – le sonrió.
- No, Esther, no voy a permitirlo. Ni a ti, ni a nadie – repitió, volvía a parecer
molesta.
- Maca, hay que hacer algo para detener esto, no puedes estar siempre encerrada.

“¿Encerrada?”, pensó la pediatra torciendo la boca en una mueca irónica que también
mostraba su impotencia. Esther creyó leer lo que pasaba por su mente, Maca se había
rendido.

- Ya estoy encerrada, Esther – reconoció continuando la marcha hacia el


campamento, conforme se estaba enfriando notaba cada vez más dolor, pero
pasó delante de la enfermera que permanecía parada, disimulando.
- Maca… espera – le pidió llegando junto a ella – María puede equivocarse. No
hables con Fernando. Todavía no, espérate un poco. Mira…, si quieres… dile a
Isabel que nos mande un par de agentes que nos acompañen, pero…
- Pero ¿qué?
- Pero... creo que… no debes dejar de trabajar ahora, creo que te viene bien
trabajar como hoy, de médico.
- ¿Tú que sabes? – negó con la cabeza, juzgándose con dureza así misma. ¡Ni
siquiera había sido capaz de terminar una calle! le había temblado el pulso, le
había dolido la espalda, la gente no había confiado en su capacidad y para colmo
había vuelto a caerse de la silla, y encima ¡delante de Esther! y esa mirada de
ella… habría dado cualquier cosa por no haberla visto jamás reflejada en sus
ojos. Estaba claro que ya solo servía para estar en su despacho y hablar por
teléfono. Había sido una ingenua imaginándose trabajando de nuevo junto a la
enfermera.
- Sé lo que he visto – le respondió dulcemente agachándose de nuevo y clavando
sus ojos en los de ella – y… hoy te he visto cansada, pero satisfecha. Te he visto
reír y coger confianza vacuna tras vacuna ¿acaso crees que no me di cuenta esta
mañana, de cómo te temblaba el pulso! pero fuiste capaz de ponérsela y, como
siempre habías hecho, el chiquillo ni se dio cuenta. Te he visto hablar con
naturalidad, sin máscaras – se detuvo un instante intentando adivinar qué
pensaba - ¿sabes! hoy, por primera vez, te he visto como te recordaba.

Maca se quedó mirándola, en el fondo le estaba agradecida, pero sabía que no era
sincera, no podía olvidar aquella mirada de lástima de hacía unos minutos. Eso es lo que
podía esperar de ella y tenía que demostrarle que se equivocaba. Le esbozó una sonrisa,
que a Esther se le antojó extraña y la apartó con suavidad para que la dejase continuar.
En silencio, llamó a la puerta y abrieron desde dentro tras comprobar de quienes se
trataba, antes de entrar se volvió hacia ella.
- No entiendes nada, Esther – le dijo con seriedad entrando en el campamento-
¡nada!
- ¡Explícamelo! Maca – murmuró – quiero volver a entenderte – le dijo, pero la
pediatra ya no la escuchaba y se dirigía al despacho de Isabel.

* * *

Maca entró en el despacho de Isabel casi sin respiración por el esfuerzo de subir aquella
empinada rampa, estaba empezando a sospechar que la caída le había producido más
daño del que calibró en un principio, el solo hecho de respirar profundo le provocó un
dolor tan intenso que se asustó pensando en alguna lesión en las costillas y lo que ello
implicaría. Pero antes de preocuparse por eso debía hablar con la detective. Llamó a la
puerta y tras escucharla decir “adelante”, entró.

- Isabel, tengo que hablar contigo.


- Pero… ¿qué te ha pasado? – le preguntó mostrando preocupación levantándose
del sillón - ¿estás bien?
- Si, solo ha sido una caída tonta.
- ¿Qué pasa? – preguntó sentándose de nuevo con el ceño fruncido, sin
convencerse de las palabras de la pediatra, que tenía bastante mala cara.
- Se trata de María y de algo que me ha contado y… de Esther.
- ¿Qué pasa con Esther?
- ¿Por qué le has tenido que contar nada? – reprochó con tono cansado – yo no
quiero que …
- No quieres que sepa nada de tu vida ¿no?
- No. No es eso – respondió resignada – a estas alturas posiblemente lo sepa todo
– suspiró – lo que no quiero es que… que corra peligro… que esté tensa
pensando que puede ocurrirle algo.
- Espera, espera, que no me estoy enterando de nada. ¿Tú no quieres que ella
corra peligro?
- Si.
- No te entiendo.
- Pues… está bien claro.
- Vamos a ver Maca, te pedí que pasaras unos días aquí, y cuando te dije aquí, me
refería dentro del campamento, no dando vueltas por el poblado. Pero claro, aquí
te aburres, pareces una fiera enjaulada y tenías que ingeniártelas para pasarte la
tarde por ahí – le reprochó airada – Y, ahora vienes y me dices que no quieres
que Esther corra peligro, pero eres tú la que la pones en peligro, tú la que has
decidido trabajar con ella esta semana, y la que has decidido salir de este recinto.
- Ya sé que parece contradictorio pero…
- No es que lo parezca, es que lo es.
- Tengo mis razones – le dijo con cierto genio molesta con el tono de Isabel, no
quería que pensara que era una inconsciente, si había hecho lo que había hecho
era solo por Esther – necesitaba salir ahí fuera con ella, necesitaba comprobar
una cosa y lo que no sabía es que también aquí iban a … a seguirme. Y tampoco
sabía que habías hablado con ella. Ahora estará siempre alerta, nerviosa.
- Pero Maca ¿en serio ves normal todo esto?
- Yo ya no se lo que es normal y lo que no – murmuró bajando la vista, Isabel se
enterneció. Suspiró de nuevo – bueno ¿qué hacemos mañana! porque ahí fuera
hay dos chicos que van a por mí, me lo ha dicho María y que me quede aquí
dentro con Esther no sirve de nada. Para eso me quedo en la Clínica.
- Vamos a ver que yo me entere ¿qué pasa con Esther?
- Nada – respondió pensando en su charla con Fernando, no quería hablarle a
Isabel de ello y menos contarle lo que le había ocurrido en África, pero estaba
claro que, dentro del recinto, Esther se sentiría segura, solo allí fuera, podía
llegar a peder los nervios y ese era el momento en el que ella debía estar
presente, si pretendía ayudarla y conseguir que siguiera en la clínica – solo que
debemos calibrar si es válida para el trabajo.
- Ya… - dijo mostrando su incredulidad – a mi me parece que es más que válida.
- No es a ti a quien debe parecérselo – respondió molesta y cansada.
- Es un simple comentario, no te enfades – se apresuró a disculparse. Le parecía
que Maca estaba demasiado puntillosa, y que el estado de ánimo que mostró por
la mañana había desaparecido, volvía a estar ojerosa y a parecer triste y abatida.
- Perdona – suavizó el tono – perdona, estoy cansada y aún tengo que hacer un par
de cosas. ¿Qué hacemos mañana, entonces? Esther me ha propuesto salir y que
un par de tus agentes nos acompañen pero… no sé, si vamos escoltadas solo se
va a producir más recelo entre la gente, no era la idea que teníamos.
- Tal y como yo lo veo, Maca, no tienes opción. O sales a la calle y compruebas
eso que quieres comprobar con Esther, pero te arriesgas a que os pase algo o te
quedas aquí, estáis seguras, pero te quedas sin comprobar eso tan importante –
dijo con retintín.
- Ya… vamos que me prefieres aquí dentro.
- Evidentemente. Ya te lo dije el otro día. Pero, por mí, ya puedes quedarte en la
clínica, ya no necesito que estés aquí, he comprobé lo que pretendía.
- Pues… creo que vamos a seguir ahí fuera – decidió de pronto, mirándola con
interés - ¿qué es eso que has comprobado?
- No puedo hablarte de ello – respondió, sintiendo tener que hacerlo, pero tenía
claro que, quien fuese, estaba tan cerca de Maca que siempre conocía la
información con antelación y la única forma de evitarlo era mantener a la
pediatra al margen de todo, aunque ello pudiese implicar exponerla aún más de
lo que ya estaba.
- ¿Vuelves a desconfiar de mí?
- De ti y de todos, sí. A partir de ahora, se acabó la amistad en lo que a tu caso se
refiere. Llevaré la investigación como considere oportuno y espero que
colabores haciendo lo que yo te pida – la informó con cierta dureza en el tono.
- Bueno… pues – se detuvo, las palabras de Isabel la dejaron pensativa y
preocupada, no se las esperaba, hasta entonces siempre se había sentido segura
confiando en ella y recurriendo a su consejo con cualquier problema - ¿no me lo
vas a contar?
- No. Ya te he dicho que solo sabrás aquello que sea imprescindible para que yo
pueda trabajar – respondió con cierta dureza.
- Vale… - dijo mostrando su disconformidad en la mirada pero aceptando la
decisión de la detective - ¿nos pondrás mañana dos agentes?
- Si es lo que quieres, no hay inconveniente. Para eso está aquí la dotación. Para
velar por la seguridad vuestra y del campamento, pero una cosa si que te digo,
ya sabes que la mitad son agentes en prácticas, no esperes grandes cosas.
- Ya… Isabel – iba a decirle que tenía miedo, que no entendía cómo habían
averiguado que ella estaría allí hoy y, menos, después de haber pasado unos días
es Sevilla pero después de sus palabras decidió no insistir – ¿nos vemos esta
noche en casa de Adela?
- No, no voy a ir.
- ¿Por qué?
- No me apetece. Tengo mucho trabajo, pero… no te preocupes que he
conseguido que sigas teniendo un par de agentes contigo.
- Gracias – murmuró girando la silla – me voy, tengo que pasar por la clínica
primero.
- Nos vemos mañana.
- Si, hasta mañana – respondió parándose un instante en la puerta y mirando de
nuevo hacia la detective.
- ¿Estás bien? – le preguntó al verle la cara.
- Si.
- ¿Seguro! ¿quieres que te ayude? – se levantó acercándose a ella.
- No, gracias, puedo sola – dijo mohína saliendo del despacho.

La enfermera, que momentos antes había seguido a la pediatra, entrando en el patio a


tiempo de verla subir con dificultad la rampa de acceso a la zona de los barracones
donde Isabel tenía su despacho, teniendo el impulso de correr a ayudarla pero
conteniéndose, con la decisión de proponerse, en adelante, no estar pendiente de ella. Si
Maca necesitaba algo, tendría que pedírselo. Observó como sus compañeros cruzaban la
puerta del pabellón central, era evidente que habían estado esperándolas. Mónica y
Sonia se dirigieron al aparcamiento, mientras Laura y Fernando salieron a su encuentro.
El médico llegó hasta ella con cara de preocupación.

- ¿Dónde está Maca? – le preguntó con el ceño fruncido.


- Con Isabel – explicó pensando qué ocurría algo.
- ¡Ah! – suspiró aliviado.
- ¿Por qué habéis tardado tanto? – preguntó Laura.
- Hemos tenido un problemilla – reconoció Esther sin saber si hacía bien en
contarlo.
- ¿Qué problemilla? – se interesó Laura preocupada pensando en los chicos que
vieron por la mañana.
- Nada, una tontería – respondió esquiva - Fernando, ¿puedo hablar contigo un
momento?
- Si, claro – respondió sorprendido.
- Laura, ahora nos vemos ¿vale? – le hizo un gesto de complicidad diciéndole
luego te cuento, y la joven asintió con una sonrisa marchándose también hacia
el coche.
- ¿Qué pasa? – le preguntó una vez que se habían alejado de Laura.
- Maca, se ha caído de la silla y me preguntaba si… ¿tú podrías echarle un
vistazo?
- ¿Cómo! pero ¿qué ha pasado?
- No sé, cuando la miré ya estaba en el suelo. Dice que está bien pero… yo la vi
muy rara.
- ¿Cómo rara?
- No sé. Parecía como ida, como desorientada. Fueron solo unos instantes pero…
no sé. Quizás fue solo la impresión o el susto pero…, creo que se golpeó en la
cabeza, porque estuvo unos segundos… ¿puedes hablar con ella?
- Lo intentaré. No te prometo nada, imagino que ya sabes como es. Y más cuando
se trata de un tema como éste.
- ¡Ya lo creo que lo sé! – exclamó pensando en lo que le había confesado Maca –
por eso quería pedirte un favor.
- Dime.
- No le digas que te lo he dicho yo.
- Y ¿cómo se supone, entonces, que voy a convencerla para que me deje
comprobar si está bien?
- Cuando la veas, lo sabrás – sonrió – tiene una herida, sin importancia, en la
palma de la mano, y tiene la bata hecha un asco.
- Bueno… de acuerdo, no le diré nada – prometió haciendo ademán de marcharse
pero Esther permaneció allí parada - ¿Algo más?
- Si, la he estado observando, creo que le molesta el hombro, el mismo que le
golpeó aquel chico y…, el costado derecho.
- Vaya – sonrió – no solo eres rápida evaluando si no también muy observadora.
Toda una joyita.

Esther se encogió de hombros sin saber si Fernando se burlaba o la estaba piropeando.


No creía que fuera lo primero porque no le cuadraba con su seriedad tener esa cara dura,
pero aún no lo conocía bien. El médico pareció darse cuenta de sus dudas.

- No me malinterpretes, Esther. Es bueno contar en el equipo con gente con tus


cualidades. Y eso que te reconozco que tenía mis reservas después de ver lo… lo
impulsiva que podías ser.
- Gracias.
- No te preocupes que yo me encargo de ella. Por cierto, creo que eres la única a
la que no se lo he dicho, esta noche Adela da una fiesta en su casa, dice que es
algo informal, y que nos espera a todos allí. Laura tiene la dirección.
- Gracias – repitió con una sonrisa – ¿nos vemos esta noche?
- No. Yo no podré ir.
- ¿Por qué? – le preguntó en tal tono de decepción que le hizo sonreír.
- Mi nieto. No he encontrado canguro. Además, mañana no habría quien me
levantase. Yo ya no estoy para fiestecitas entre semana.
- Para eso yo creo que no estamos ninguno – rió alejándose – verás mañana como
vamos a estar – bromeó.
- Vete tranquila que ya espero yo a Maca – le dijo al ver que Mónica se acercaba
conduciendo uno de los vehículos de la Clínica, acompañada por Laura y Sonia.
- Gracias, Fernando – dijo la enfermera montándose con ellas – hasta mañana.

Maca salió del despacho de Isabel justo en el momento de verlas marcharse. Fernando
se acercó a ella, mostrando su contrariedad.

- ¿Esther se ha marchado? – le preguntó mirando al coche que salía ya por el


portón.
- Si, ¿querías algo de ella?
- No… no, - respondió pensativa - le dije que firmaríamos hoy el contrato y creí
que… que me esperaría – intentó explicarse. Había albergado la vaga esperanza
de que la enfermera se interesase por ella y poder volver juntas en el coche.
Quería disculparse por lo brusca que había sido. Esther no tenía la culpa de sus
miedos e inseguridades y lo había pagado con ella.
- ¿Para qué iba a esperarte? Ahora os veréis en la clínica, ¿no?
- Si, claro…. – dijo y tras una breve pausa - Fernando…
- Maca… - la interrumpió al mismo tiempo. Los dos se miraron y sonrieron.
- Dime…, tú primero – dijo Maca.
- No. Dime tú.
- Yo quería pedirte un favor – empezó – verás, esta tarde me… me he caído de la
silla – reconoció desviando la vista. A pesar de que tenía sumida su situación
siempre se avergonzaba cuando le sucedía algo así, era a una de las pocas cosas
a las que no se había terminado de acostumbrar – y… me molesta un montón el
costado – terminó mirándose la palma de la mano – si puedes … y no tienes
mucha prisa…
- ¿Quieres que te eche un vistazo? – preguntó preocupado, si Maca se lo estaba
pidiendo estaba seguro que de debía tener algo más que una molestia, mucho
debía dolerle para que de ella saliese que la examinase.
- Y.., ¿me desinfectas esto también? – pidió con suavidad levantando los ojos
hacia él.
- Mira que eres burra, pero ¿cómo se te ocurre llevar la silla con esa herida? – la
regañó, colocándose tras ella – anda vamos.
- ¿Qué querías decirme? – le preguntó mientras el médico la empujaba en
dirección al pabellón principal.
- Eso precisamente, me había parecido… por tu bata que… te había pasado algo.
- Mira que mientes mal – rió - ¿te lo ha dicho Esther, no?
- Si. Está preocupada por ti – le explicó – pero no le digas que te lo he contado
que me ha pedido expresamente que no lo hiciera.
- ¿Por qué? – preguntó extrañada.
- Tú sabrás lo que le has dicho hoy, pero a mi me ha dado la sensación de que …
te tenía miedo - rió.
- La verdad es que he estado un poco…
- No me digas más, has desplegado todos tus encantos – bromeó entrando en la
sala de curas - ¿qué tal con ella! ¿bien?
- Si. Bien.
- Me alegro – reconoció – no me gustaría que se marchara.
- Y ¿ese cambio?
- Me gusta – dijo asintiendo y agachándose para que la pediatra se apoyase en su
hombro y poder subirla a la camilla
- Por este lado no, Fernando, que me duele horrores cuando levanto el brazo.
- ¿Te molesta al respirar? – preguntó situándose en el lado contrario y
levantándola casi sin esfuerzo.
- Ay, si - se quejo mientras se tumbaba - bastante si lo respiro hondo.
- A ver – dijo, tras unos momentos, examinándola – te has dado un buen golpe –
comentó observando la contusión que tenía.
- Creo que ha sido con el brazo de la silla – respondió denotando en la voz el
dolor que le estaba provocando el médico.
- Pues… creo que va a ser mejor que te haga unas placas.
- Uff . ¿en serio? ¡No me fastidies!
- No parece que te hayas roto ninguna costilla – comentó terminando el examen –
pero así nos quedamos más tranquilos y descartamos cualquier fisura. Voy a
prepararlo todo.
- Mejor en la Clínica, Fernando. Quedé con Cruz y Claudia y si llego muy tarde se
van a ir.
- ¿Es muy urgente lo que tienes que ver con ellas?
- No sé. Si te digo la verdad, no me acuerdo ni para qué es – suspiró cansada -
¿nos vamos ya?

Fernando la miró sorprendido. Era la primera vez que la veía despistada hasta ese
extremo y recordó lo que le había comentado Esther.

- Bueno, primero, deja que te desinfecte esta mano y ya nos vamos – consintió, si
era lo que pensaba iba a necesitar una enfermera y allí se habían marchado todos
- Pero el coche lo dejas aquí.
- De eso nada. Lo necesito.
- Maca, no seas cabezota. Sabes que aunque solo sea daño muscular debes hacer
reposo, un par de días no te los va a quitar nadie.
- Fernando que conducir mi coche es como jugar a las maquinitas – puntualizó –
te aseguro que no hago ninguna tontería.
- Cuando se te enfríe del todo te va a doler solo con que sonrías.
- Lo sé. Por eso quiero que nos vayamos ya. Esta noche no voy a poder ni
moverme.
- Me parece que te has quedado sin fiesta. ¿Pensabas ir?
- ¿La fiesta? – preguntó, ya ni se acordaba – pues… la verdad es que debería ir,
pero… no me apetece nada y…, además, quedé con Vero.
- Si te sirve de consuelo yo no voy a ir.
- Adela me mata como no me presente, pero bueno me esperaré a ver las placas.
¿Y si me haces un vendaje neuromuscular?
- Si no tienes lesión en las costillas lo que tienes es que por un lado guardar
reposo y por el otro secuestrar a tu fisioterapeuta para que te haga un tratamiento
con estiramientos y masaje que te relaje la zona.
- Pero con el vendaje podría hacer mi vida normal.
- Si, podrías – suspiró resignado – eso del reposo a ti como que…
- ¿Te parece poco reposo el que hago siempre? – preguntó irónica.

Fernando la miró y negó con la cabeza. Convencido de que no podía decirle nada que la
hiera cambiar de opinión.

- Vas a hacer lo que quieras, ya lo sé – comentó empezando a desvestirla de


cintura par abajo.
- Se nos va a hacer tarde,
- Bueno, espera un poco, vamos a ver si tienes algún golpe más – respondió
examinándole las piernas – esta rodilla también te las has hecho polvo.
- ¡No me digas! – exclamó intentando incorporarse para ver la herida, que ni
siquiera sentía, pero el movimiento le provocó tal dolor que rápidamente se
recostó de nuevo, cerrando los ojos con el ceño fruncido.

Fernando la observó, tentado a preguntarle qué le ocurría, estaba seguro de que aparte
del dolor físico a Maca le pasaba algo que la pediatra intentaba disimular recurriendo
como siempre a la ironía y el sarcasmo. Algo le había ocurrido en el poblado que le
había bajado la moral, la conocía lo suficiente para notarle esa actitud derrotista por
mucho que luchase por demostrar lo contrario.
- Fernando ¿te importa alargarme el móvil? Tengo que hablar con Vero – le pidió
con un gesto de dolor al levantar el brazo para cogerlo.
- Ya sé que no quieres, pero me temo que te vas a tener que tomar algún relajante
muscular.
- Ni hablar. Me sientan fatal.
- Ya lo sé. Pero en este caso deberías tomarte algo, aunque solo sea esta noche, si
quieres descansar – le aconsejó. Maca asintió con la intención de zanjar el tema,
pero sin convencimiento alguno de hacerlo.
- Joder, sin batería - protestó, pensando en que ya la llamaría en el coche, quería
que la esperase en la clínica - ¿Qué haces?
- Quiero ver si te golpeaste en la cabeza.
- No. Paré el golpe con las manos ¿acaso no se nota? – bromeó mostrándoselas.
- Entonces, ya está – le sonrió – Macarena, Macarena, ¿se puede saber como te
apañaste?
- De la forma más tonta – dijo poniendo cara de circunstancias.
- Tienes que ir con más cuidado, que estás hecha una patosa.
- En todo caso será una manosa – respondió haciendo una mueca burlona.
- Sabes que a mi tu sarcasmo no me impresiona.
- Y tú sabes que nunca lo he intentado.
- Ah, ¿no? – bromeó mientras terminaba de curarle la rodilla – y yo que pensaba
que te matabas a estudiar para ser mi mejor alumna solo por llamar mi atención.
- Muy engreído estás tú hoy – rió y poniendo voz susurrante confesó – un poco si
que intentaba impresionante, pero solo un poco.
- Bueno, esto ya está – dijo clavando sus ojos en ella con una sonrisa – deja que te
ayude – dijo bajándole el jersey – y vamos a la Clínica que veamos esas placas.
- Cuidado – le pidió casi sin respiración – creo que vas a tener que empujarme.
- Y… ¿qué has hecho! ¿venir tú sola todo el camino?
- No – respondió – Esther me ha empujado casi todo el rato.
- ¿Casi?
- Si. Hasta que yo le dije que no quería su ayuda.
- Ay, Macarena, ¿Cuándo vas a cambiar y dejar de ser tan tozuda?
- Ya estoy yo muy mayor para eso – rió y al momento el dolor se acrecentó – buf,
esto va a peor – comentó inclinándose ligeramente hacia ese lado.
- No hagas eso – le recomendó llegando al coche – a ver, que yo vea que puedes.

Maca abrió el coche, accionó la plataforma, subió y arrancó. Bajó la ventanilla y


burlona le dijo

- ¿Contento?
- Te sigo – respondió – si ves que no puedes, párate que ya recogeremos el coche
mañana, ¿de acuerdo?
- Vaaale.

* * *

Esther y Laura bajaron del taxi en la dirección que les habían indicado. Ambas habían
ido juntas a arreglarse a casa de Esther, hartas de esperar a Maca en la Clínica, la habían
llamado pero tenía el móvil apagado. Cruz y Claudia también se habían marchado sin
poder hablar con ella. La neuróloga se había puesto algo nerviosa pensando en que
podía haberle ocurrido alguna cosa pero Esther la tranquilizó, informándoles que Maca
tenía que hablar con Isabel, que cuando ellas salieron aún estaba con ella y que
Fernando también se había quedado allí esperándola. Al final, todas habían decidido
marcharse, porque Adela las había convocado a las ocho y media y, aunque sabían que
era algo informal, querían arreglarse.

- ¿Subimos? – preguntó Esther mirando la hora.


- Es un poco pronto, pero no creo que le importe ¿no?

Esther se encogió de hombros indicándole que no tenía ni idea. Se acercaron al portal y


antes de que pudieran llamar al timbre un portero se acercó a ellas, indicándoles lo que
debían hacer para acceder al ático, cuando estaban a punto de entrar, Teresa las alcanzó.

- ¡Esperadme! – corrió tras ellas – ¿llegamos tarde! ay, pero… ¿qué habéis traído!
si a mi me ha dicho Adela que no trajésemos nada que ella se encargaba de todo.
- No sé, pero mujer, un detalle ¿no? – dijo Laura. Teresa apretó los labios y ladeó
la cabeza.
- Yo creo que esto va a ser por todo lo alto, porque la he escuchado hablar por
teléfono en un par de ocasiones y…. no digo nada, pero yo creo que ha
encargado de todo. ¡Hasta camareros va a haber!
- ¿Pero no era algo informal?
- Hija – dijo con retintín – estas pijas llaman informal a otra cosa. Por lo visto
quiere sorprender a Maca, le he escuchado decirle algo de eso a Cruz.
- ¿Sorprenderla con qué? – preguntó Esther entre molesta y curiosa, empezaba a
cargarle esa forma de Adela de querer estar encima de Maca todo el día.
- Ay, no sé, es una sorpresa, mujer – dijo mientras salían del ascensor, y llamaban
al timbre.

Adela les abrió la puerta con una enorme sonrisa.

- Adelante – les dijo franqueándoles la entrada – estáis en vuestra casa - continuó


con cortesía.
- ¿Somos las primeras? – preguntó Teresa un poco avergonzada de que fuera así.
- Me temo que sí – les dijo – pero pasad al salón, por aquí – les indicó – No os
enseño el ático porque siempre me ha parecido absurdo ir diciéndole a todo el
mundo lo que ya ve. Entrad vosotras por donde querías e ir viéndolo que yo voy
a darle unas indicaciones a estos chicos. Los abrigos podéis dejarlos allí – les
indicó con la mano un pequeño armario en la entrada – y ahora mismo vienen a
traeros unas copas.
- Mujer, pero sin ti… - dijo Teresa con pudor.
- Sin mi, sin mi – insistió - Allí está el pasillo que va a los dormitorios y los
baños, y aquí tenéis el acceso a las dos terrazas, por si a lo largo de la noche
tenías que tomar el aire, que espero que sí – soltó una carcajada marchándose a
la cocina – por cierto – gritó a lo lejos, si llaman ¿os importa abrir?
- Esta fiesta promete – rió Laura – viendo la enorme mesa corrida en la que ya
estaban preparados todo tipo de entrantes fríos.
- ¡Y qué lo digas! – respondió Teresa - estoy deseando que llegue Maca y ver cual
es esa famosa sorpresa.
- ¿Habéis visto esto! ¡qué pedazo de ático! – exclamó Laura – no quiero ni pensar
lo que costará el alquiler.
- Por lo visto se lo ha buscado Maca – comentó Teresa en tono confidencial –
venid, venid a la terraza. Quiero ver las vistas, ¡dicen que son impresionantes!

Una hora y media después todos los asistentes charlaban animadamente, Claudia se
había acercado a Esther en un intento de saber qué tal le había ido a Maca en el día, los
demás, se habían distribuido en pequeños grupos, algunos en pie y, otros, acomodados
en los sofás y sillas desperdigados por el amplio salón. Un par de camareros se
preocupaban de que no faltase bebida, ni aperitivos, que iban colocando encima de la
mesa corrida. Habían dispuesto una torre de platos y cada cual se servía en el suyo lo
que le apetecía. Era cierto que resultaba una fiesta informal, en la que todos aparentaban
estar divirtiéndose. La suave música de fondo no entorpecía la charla. Adela miró el
reloj en un par de ocasiones, mientras cambiaba impresiones con Cruz y Jimeno, que no
se le despegaba ni un instante, sobre las mejoras en uno de los respiradores que habían
llegado esa misma mañana. Llamó a uno de los camareros y en un susurro le indicó que
comenzase a preparar los platos calientes, ya eran las diez y, aunque había estado
esperando por Maca, finalmente, optó por no demorar más la decisión. Ya se las vería
con ella ¡cómo había sido capaz de hacerle esto!

- Se puede saber por qué tienes esa cara de funeral – le preguntó Laura a Esther,
en cuanto vio que Claudia la dejaba sola.
- ¿Yo! por nada.
- ¿Qué te ha dicho que te ha molestado?
- Nada, si Claudia siempre es muy agradable conmigo. Solo hemos hablado del
trabajo.
- Y de Maca.
- Bueno, sí, también de Maca, pero solo del trabajo.
- Entonces, ¿qué te pasa?
- Nada. Estoy cansada. ¿No te aburre todo esto?
- No, la verdad es que me estoy divirtiendo. Y tú también te lo pasarías bien si
dejases de mirar para la puerta cada diez segundos.
- Es que no entiendo por qué no ha venido Maca. Me dijo que iba a venir. Y me
preguntaba si…
- Si qué.
- Pues que quizás se hizo más daño del que parecía en la caída.
- Mujer, no creo que sea eso. Nos habríamos enterado.
- Tienes razón – suspiró – vámonos con Teresa que la has dejado sola.
- No te preocupes por Teresa que se las apaña muy bien – dijo riendo – si es ella
la que me ha echado a mí.
- ¿Y eso? – preguntó sorprendida.
- Dice que una buena anfitriona nunca deja a un invitado solo y que, Adela, en
cuanto la vea sola, se le acercará y ¡zas! – bromeó – mañana sabremos hasta la
talla de sus bragas.
- No hables así de Teresa – le dijo entre molesta y divertida.
- Esther, que Teresa es un encanto, pero cotilla no me negarás que es.
- Bueno, los demás tampoco es que nos quedemos atrás – sonrió.
- Tú ves, ahí tienes razón, ¿quieres otra cerveza?
- No. Me voy a pasar al vino, ¿has visto? debe costar un pastón.
- Me ha dicho Teresa que es el favorito de Maca, bueno era, porque por lo visto ya
no lo prueba.
- Y ¿por qué no?
- Imagino que por sus problemas con el alcohol.
- Pero… ¿hasta ese punto…tuvo? - preguntó impresionada de que fuera así.
- Yo creo que sí. Javi ya me dijo algo de eso.
- La verdad es que recuerdo que el día de la inauguración me dijo que no bebía,
pero yo creí que era porque tomaría alguna medicación…. Por eso de estar
siempre sentada…
- Claro eso también debe ser.

En ese mismo instante llamaron al timbre y Adela que, efectivamente, se había acercado
a Teresa, se apresuró a abrir esperanzada en que fuese la pediatra. Instantes después
entraba en el salón llamando la atención de todos.

- Bueno, se ha hecho esperar, como marcan los cánones de la buena educación de


una señorita de cuna…, – dijo con una sonrisa burlona abriendo la puerta para
dejarla pasar - pero ya tenemos aquí a nuestra Jefa.
- No empieces – murmuró Maca sonriendo y entrando. Adela siempre se burlaba
de ella, le encantaba picarla y sabía perfectamente como hacerlo.
- ¡Ya era hora! – exclamaron algunas voces en tono de broma.

Esther se quedó mirándola sorprendida, no pudo evitar preocuparse al ver que había
cambiado de silla y que llevaba la eléctrica, el brazo derecho lo llevaba en posición de
cabestrillo con la mano metida entre dos botones de la chaqueta, el brazo izquierdo lo
dejaba caer sobre el reposadero, accionando el sistema, e inclinaba ligeramente el
cuerpo hacia el lado derecho, era el lado sobre el que cayó en el poblado. Estaba segura
de que se había hecho daño al caer, solo cabía esa explicación porque Maca ya le había
confesado que no le gustaba esa silla. Pero la preocupación se le olvidó cuando tras ella
entró una sonriente Verónica. Sintió una oleada de celos que la hizo enrojecer, resultaba
que su tardanza se debía a que había estado con su psiquiatra, y recordó molesta todas
las llamadas matutinas en las que la pediatra bajaba la voz para despedirse.

Adela cogió a Maca y se la llevó con ella. Al pasar cerca de la enfermera, Maca la buscó
con la mirada y le lanzó una sonrisa pero Esther hizo como que no la había visto,
molesta aún por verla llegar con Vero. Al pasar junto a ella Esther oyó a Adela regañar
a Maca.

- Nena ¡qué sea la última vez que me haces esto! – se quejó con razón – al menos
podías haberme llamado.
- Lo siento, se nos ha hecho algo tarde, pero no me eches la bronca que ya estoy
aquí.
- ¿Qué quieres tomar? Mira que vino te he traído. ¿Recuerdas la “pea” que
pillamos con este vino en…! ¿dónde fue! será posible que no me acuerde.
- ¿Cómo te vas a acordar? – rió – si tuve que llevarte a rastras, fue en el
cumpleaños de Lita.
- ¡Es verdad! ¡qué tiempos! por cierto recuérdame que luego te enseñe una cosa –
le dijo mientras se dirigían hacia el fondo de la habitación donde se encontraba
Cruz, que seguía charlando con Jimeno.

Vero se acercó hacia la zona donde estaba Esther, en busca de Claudia. La enfermera
cogió un plato, y disimulando, se alejó de Laura y se aproximó a ellas, aún más,
aparentando buscar algo de picar. Necesitaba escuchar aquella conversación.
- ¿Dónde os habíais metido? – preguntó la neuróloga.
- Maca, que está fatal - le contó moviendo la cabeza de un lado a otro despertando
el interés de Esther, que se había colocado detrás de Claudia - Me ha costado la
misma vida traerla, ya no sabía qué hacer.
- Pero ¿por qué? – preguntó extrañada – esta tarde hablé con ella y estaba
ilusionada con la fiesta.
- Y lo estaba, si yo también he hablado con ella varias veces – dijo bajando la voz
al comprobar que la enfermera estaba en las inmediaciones - no sé que le pasa.
No sé si es porque se ha caído de la silla …
- ¿Se ha caído! pero… ¿está bien? – preguntó preocupada, Esther agudizó el oído
pero entre la música y lo bajo que hablaba la psiquiatra solo conseguía escuchar
alguna palabra suelta, sin embargo a Claudia la oía perfectamente.
- Si, la muy burra se ha hecho polvo un costado, Fernando la hecho unas
radiografías y no tiene nada roto, – le explicó – lo que te decía que no sé si es
por eso o porque le ha pasado algo en el campamento, pero está rarísima… yo la
veo hecha polvo.
- No exageres – dijo dándose la vuelta para mirar hacia ella, provocando que
Esther tuviese que alejarse, disimulando - yo la veo un poco decaída pero… ya
verás como Adela sabe animarla.
- No exagero, me tiene preocupada, en serio te lo digo, Claudia, primero intenté
convencerla de que se quedase en casa, descansando, y en sus trece que no, que
no le podía hacer eso a Adela, que la fiesta era por la Clínica, que ella no podía
faltar… y luego, ya que estábamos en el coche, se le metió en la cabeza que no
venía, que yo tenía razón, que no hacía falta que estuviese ella, …. Total, que
hemos estado dando vueltas a la manzana hasta que se ha decidido a subir. En
fin, que está con la moral por los suelos, pero no he conseguido que me diga por
qué, y a mi me da que le ha pasado algo en el trabajo.
- Pues Esther me ha dicho que el día ha ido muy bien.
- ¡Ah! entonces será otra cosa … - dijo pensativa – pero, insisto en que creo que
es por algo del trabajo.
- ¿No será porque se ha caído? Recuerda como se ponía.
- Si, pero Maca ya tiene asumidas todas esas cosas. No creo que sea por eso.
- Si tú lo dices. ¿Y qué tiene? ¿alguna contractura?
- Según ella, “carne despegada” – sonrió viendo la cara que le ponía Claudia de
dolor.
- Uf, ¡con lo que duele eso! Ya me había extrañado que trajese esa silla, se ha
debido de dar un buen golpe.
- Por lo visto sí, no quería tomar nada pero al final, el vendaje de Fernando no le
ha bastado y se ha tomado un miolastán, con eso te digo todo.
- ¿Maca! pues… Vero… si se lo ha tomado, tenía ella razón y no debía haber
venido.
- Deja, que la conozco. Te digo que es mejor que haya venido, si me conoceré yo
sus dudas, necesita distraerse.
- ¿Le has contado lo tuyo?
- No.
- Deberías decírselo.
- Iba a hacerlo pero… cuando he visto como estaba… no he querido
preocuparla…

Laura se acercó a Esther asustándola.


- Deja de espiar que se te nota un montón – le susurró.
- Ay, Laura, qué susto me has dado – protestó enfadada por la interrupción.
- Yo no digo nada, pero te están mirando desde el fondo del salón y…
- ¿Quién? – preguntó molesta.
- Quien va a ser, la que no te quita ojo desde que llegaste.
- Si es que yo no sé a esa mujer que le ha dado, ¿por qué me mira tanto?
- Ni idea, acércate y se lo preguntas - bromeó
- Si, claro, le digo, Adela, ¿se puede saber que es lo que tanto te interesa de mí? –
Laura soltó una carcajada y Esther la secundó – y, por supuesto, delante de
Maca.
- No estaría mal – dijo aún riendo - ¿imaginas sus caras? Ven vamos a sentarnos
allí – le dijo tirando de ella.

La enfermera se dejó arrastrar mirando hacia el fondo del salón donde Maca y Adela
estaban situadas junto a la mesa de las bebidas. Adela parecía estar contándole algo
divertido a Maca por los gestos que hacía, aunque la pediatra, más comedida, no parecía
estar divirtiéndose tanto.

- Maca, ¿lo has visto! es un ático precioso – le repitió agachándose a besarla –


muchas, muchísimas gracias.
- No me las des más, por favor – sonrió cansada, no debía haberse tomado el
miolastán porque le estaba entrando un sueño atroz, qué irónico, todos los días
intentando dormir y, precisamente hoy, que estaba en la fiesta, tenía ganas de
meterse en la cama.
- ¿Me estás escuchando?
- Claro que si – mintió sin saber de qué le hablaba
- Pues dime cual prefieres.
- Eh.. – titubeó, no tenía ni idea de qué era aquello sobre lo que debía escoger.
- Siempre igual, Maquita – protestó – parece mentira, ¡si te viera tu padre! este es
más afrutado – le dijo cogiendo una copa – pero éste yo creo que te va más a ti –
continuó cogiendo otra - tiene ese sabor a barrica que tanto te gusta.
- No.. yo.. no – se negó a coger la copa pero Adela se la ofreció de nuevo – no, de
verdad, es que… me dolía la cabeza y no quiero que…
- Tú lo que necesitas es relajarte un poco y dejar de pensar tanto ¿no te va a doler
la cabeza? De hoy en adelante nada de quedarse a trabajar hasta las tantas, a las
seis nos vamos tú y yo que me tienes que enseñar todo, y cuando digo todo ya
sabes a lo que me refiero – bromeó.
- Adela… - protestó cabeceando en señal de reprobación – que ya no tenemos
veinte años.
- ¿Y? ¡mejor! tengo que aprovechar estos meses que los niños se quedan en
Pamplona con su padre, que luego… Anda, toma, huele – dijo acercándole la
copa a la cara para que comprobara el aroma del vino – ya que no te dignas a
probarlo con el dineral que me he gastado por ti – le dijo en tono de
recriminación y un esbozo de sonrisa.

Cruz que las tenía al lado al verlas se lanzó hacia ella y le quitó la copa con genio.

- ¡Ni se te ocurra! – dijo en tono tan alto, recriminando a Maca, que todos
guardaron silencio, sin saber qué pasaba y miraron hacia ellas. Maca le lanzó
una mirada tan furibunda que Cruz se arrepintió en el mismo instante de su
impulso.
- ¿Qué haces? – le dijo la pediatra en un murmullo con voz ronca.
- Ay, que cosas tiene esta Cruz – saltó Adela con una sonrisa, poniéndole el brazo
a la cardióloga por los hombros, dirigiéndose a todos – pues nada, mujer, que no
se me ocurre, será posible, que ni en su casa la dejan fumar a una. Ya sabéis el
que quiera fumar que se salga a la terraza – dijo en un intento de disimular que
pocos creyeron porque a esas alturas los fumadores ya habían optado por salir,
unos y, fumar dentro, otros – aprovecho este silencio para deciros que los platos
calientes están saliendo y los van a ir poniendo en la mesa.

La tensión generada pareció difuminarse con aquellas palabras y todos volvieron a sus
conversaciones no sin lanzar miradas furtivas a las tres protagonistas.

- Cruz… - empezó Maca frunciendo el ceño, al ver que ya nadie les prestaba
atención.
- Maca perdona – la interrumpió disculpándose – perdóname. No he debido…
- Pero ¿qué pasa? – preguntó Adela desconcertada.
- Voy al baño – dijo Maca, aún malhumorada – que te lo cuente ella, total, antes o
después te vas a enterar…. – terminó con gesto despectivo y tal mirada de
decepción que Cruz se sintió acongojada.
- Nada, deformación profesional – se excusó Cruz observando como se marchaba
enfadada – soy su médico y le dije que no debía beber y… me he pasado.
- Mujer una copita no le va a hacer daño, es vino y del bueno – sonrió – te voy a
pasar un artículo de un colega para que veas lo beneficioso que es beber una
copita de tinto al día.
- Si lo sé, yo misma lo hago – confesó pensando en Maca, “lo malo no es una, lo
malo es que detrás de una, vaya la botella entera”, pensó recordando aquellos
duros momentos. Maca había conseguido mantenerse firme más de tres años y
no estaba dispuesta a permitir que tirase todo ese esfuerzo por la borda.

La pediatra pasó cerca del grupo formado por Claudia, Laura, Teresa y Esther, sin
mirarlas, la enfermera la observó, parecía cabizbaja, vio como Vero se acercaba a ella
en un intento de decirle algo pero el gesto de Maca fue contundente, hasta en la
distancia había quedado claro que quería que la dejasen en paz y la psiquiatra se quedó
parada, sin decir nada, observando como Maca desaparecía por el pasillo hacia el
interior del piso. Vero, tras unos instantes de duda, la siguió. Pero segundos después
volvía a aparecer y se ponía a charlar con Sonia. Esther no quitaba ojo a todos aquellos
movimientos.

- ¿Qué es lo que habrá pasado? – susurró Teresa al oído de Esther, que se encogió
de hombros.
- Yo qué sé, Teresa – respondió con genio, aparentemente molesta.
- Ay, hija, que solo era un comentario, por dios ¡cómo está el patio! – exclamó
viendo como la enfermera se levantaba y se acercaba a la mesa para servirse
algo.

Esther cogió un plato y permaneció junto a la mesa, desde que Maca había llegado, no
dejaba de darle vueltas a la forma de buscar una ocasión para acercarse a ella pero no
había forma, siempre tenía alguien a su alrededor. Todo el mundo estaba pendiente de la
pediatra. Pensando en ello y, distraída mirando todas aquellas bandejas sin decidirse a
servirse de ninguna, no reparó en que alguien se acercaba por detrás.

- Hola – le dijo.
- ¡Hola! – se giró sorprendida.
- ¿Qué? ¿es todo tan fino que no te gusta nada? – le preguntó irónica – si quieres
le digo a Adela que te prepare algo sencillito….
- No hace falta y… me gusta todo – respondió seria, no le agradaba que Maca se
burlase de ella de esa forma, pero era mejor controlarse y no entrarle al trapo,
porque quizás ahí estuviese su ocasión de abordarla – quería hablar contigo – le
confesó – y… preguntarte algo.
- ¡Vaya! ¿qué pasa? – preguntó cambiando el gesto de burla por uno adusto,
estaba harta de recriminaciones, se había acercado a ella con la idea de divertirse
un rato, pero estaba claro que todos, excepto Adela, la buscaban para darle
consejos, recriminarle algo o… - ya sé que tengo mala cara, que no debo beber,
que os he hecho esperar y, que…
- Para, para, que yo solo quería preguntarte por tu moto.
- ¡Ah! – exclamó fuera de juego - ¿por mi moto?
- Pues… si… pero ya veo que no estás de muy buen humor y yo, para lo que
quiero decirte, necesito que lo estés – sonrió – así es que ya te pregunto en otro
momento – le dijo burlona terminando de llenar su plato – hasta luego – dijo
dándole la espalda. Si la conocía bien, no tardaría ni un segundo en llamarla.
- ¡Esther! espera – le pidió, perdiéndose la sonrisa de triunfo de la enfermera-
¿qué pasa con mi moto?
- Pues… que se me había ocurrido, que … como no la usas… que… si puedes
alquilármela – soltó de sopetón tras balbucear dudando cómo proponérselo –
solo para ir al trabajo, había pensado en un coche de segunda mano pero… - se
interrumpió al ver la cara de Maca.
- No – respondió la pediatra – no te la alquilo.
- Eh... si ya sé que… perdona, ha sido una idea absurda – dijo enrojeciendo ante
lo directo de su respuesta, no sabía como se le había pasado por la cabeza
proponerle aquello, conociendo cómo había sido siempre Maca para su moto.
- No… - sonrió al ver lo cortada que se había quedado y como comenzaba a
servirse mecánicamente y nerviosa de todos los platos. Le encantaba ver como
Esther mantenía ese halo de inocencia, no podía evitar volver a sentirse atraída
por ella – Esther que no te….
- Vale, vale, no he dicho nada. Olvídalo – la cortó sin mirarla.
- Que no Esther, que no te la alquilo – le sonrió – te la regalo.
- ¿Cómo? – preguntó volviéndose hacia ella.
- Sí, que te la regalo, total, tenía que haberme deshecho de ella hace tiempo,
pero… me daba … no sé… pena … y también pues – se calló pensando en que
si Cruz tenía razón y alguna vez conseguía levantarse de esa silla le encantaría
poder montar de nuevo.
- No, Maca, no puedo aceptarla – volvió a interrumpirla.
- Claro que puedes – le dijo – eso sí, con una condición.
- ¿Cuál?
- Que… un día… cumplas tu promesa y… me lleves de paquete.
- ¿Solo uno?
- Bueno… si sobrevivo y… no te importa cargar conmigo… alguno que otro más.
- Trato hecho – le dijo tendiéndole la mano. Maca hizo un esfuerzo para
estrechársela, disimulando el dolor que le provocó el movimiento. Esther no
reparó en el leve gesto de su cara, eufórica por lo que le había dicho - ¿quieres
comer algo?
- Pues la verdad es que no tengo hambre – confesó la pediatra.
- ¿Qué raro! ¡con lo tragona que eras! – le recordó – este mediodía apenas
comiste, anda, prueba esto – le dijo ofreciéndole un poco de su plano,
acercándole el tenedor a la boca, sin dejar de mirarla a los ojos – está riquísimo.
- Si, si que está bueno – admitió, devolviéndole la mirada y sintiendo un
cosquilleo especial solo por el hecho de que le hubiese dado de comer, de pronto
notó que se le abría el apetito - ¿puedes ayudarme?
- Claro, ¿qué quieres?
- ¿Me alcanzas un plato? – le pidió con una sonrisa sin dejar de mirarla. Sintiendo
que todas las barreras que las separaban acababan de desaparecer. Esther, le
sonrió también, Laura que las observaba de lejos, pensó que debía disimular
mejor la cara de boba que estaba poniendo – a ver recomiéndame… ¿qué es….?
- Maca – llegó hasta ellas Sonia interrumpiéndolas, las había estado observando
de lejos y no pudo contenerse por más tiempo – ¿puedo hablar contigo un
momento?
- Claro, dime. Gracias, Esther – se dirigió a la enfermera que consciente de que
estorbaba se alejó de ellas, volviendo junto a sus amigas. Antes de llegar,
Teresa, que tampoco se había perdido detalle, se acercó al oído de Laura.
- ¡Veremos a ver estas dos por donde nos salen!
- ¿Qué dices, Teresa? – disimuló la joven.
- Nada. Cosas mías – respondió mirando a Esther con el ceño fruncido. La
enfermera llegaba con una sonrisa que denotaba lo bien que había ido la
conversación con la pediatra.

Sonia permanecía callada viendo como Esther se alejaba de ellas. Cuando consideró que
estaba lo suficientemente apartada miró a Maca con recriminación.

- ¿Y bien? – preguntó Maca conocedora de por dónde iban a ir los tiros.


- ¿Qué haces? – le espetó de malos modos.
- Sonia… - le dijo con calma intentando que no siguiera con su protesta, pero la
socióloga no estaba dispuesta a arredrarse.
- ¿Por qué la dejas que te dé de comer?
- Sonia…, ya hemos hablado de esto.
- Si, y no me trago que solo seáis amigas. Yo nunca he visto que Claudia te
acerque nada con el tenedor.
- Eso es porque nunca has venido a cenar con nosotras – dijo en tono conciliador.
- No me gusta que hagas esas cosas delante de todos.
- Bueno, tranquila, no se volverá a repetir, ¿contenta?
- Humm – gruñó mohína, frunciendo el ceño.
- ¿Qué quieres que hiciera! no puedo estar cortándole la cara a cada instante.
- Pues es lo que deberías hacer. Está todo el día pendiente de ti y no me gusta.
- No digas tonterías Sonia. Solo intenta ser amable.
- No es eso.
- Mira…, Esther y yo, no… no acabamos bien – le confesó – yo… le hice mucho
daño y ella… sin pretenderlo, a mi también. Y ahora…
- ¿Ahora qué! ¿queréis recuperar el tiempo perdido? Te recuerdo que estás casada
y que Ana…
- No tienes que recordarme nada – la cortó con genio elevando la voz y
provocando que, los más cercanos a ellas, las mirasen. Maca se percató y bajó el
tono – no he hecho nada malo, solo estaba charlando con ella y sé perfectamente
que estoy casada, haz el favor de dejar de desconfiar de mi, ¿alguna vez te he
dado motivo? – preguntó, la joven negó con la cabeza – entonces ¿porqué crees
que ahora es diferente? Ya te lo dije el otro día, entre Esther y yo no hay nada –
dijo con énfasis y cambiando el tono y casi en un susurro continuó - y nunca lo
va a haber.
- Vale – aceptó mirándola sin mucho convencimiento, no podía evitar pensar que
la expresión de tristeza de aquellos ojos cada vez que afirmaba que no había un
futuro con la enfermera, desmentía todas las palabras que pudiera pronunciar.
Sonia estaba convencida de que Maca solo intentaba convencerse así misma.
- No seas tonta – le pidió cogiéndola de la mano. Sonia asintió – Para nosotras es
difícil, entiéndenos – dijo suplicante – intentamos comportarnos con normalidad.
- Vale – suspiró – perdona.
- No te preocupes, por favor – insistió. Sonia la miró fijamente a los ojos y tras un
par de segundos asintió.
- Me voy ya.
- ¿Por qué? Si aún queda lo mejor.
- Me están esperando.
- ¿Cómo que te están esperando! ¿quién te está esperando?
- Si – sonrió por primera vez desde que se acercara a ella - Quería contártelo
pero.. bueno… conocí a un chico y… llevamos unas semanas saliendo.
- ¡Vaya! ¿cómo no me habías dicho nada! ¡será posible! – la miró pensativa – la
que no tenía tiempo para los hombres – bromeó - tienes que presentármelo.
- Claro, aún es pronto, pero… te lo presentaré.
- Eso espero. Tenemos que hablar tú y yo, ¿eh? – le dijo señalándola con el dedo.
Sonia sonrió pícaramente.
- ¡A dios! – se despidió agachándose a besarla.
- Hasta mañana, cariño – le respondió Maca cogiéndola de la mano – y ten
cuidado.
- Siii, mamáaa – protestó burlona – despídeme de Adela – le pidió señalando
hacia ella con los ojos. Maca asintió sin decir nada, viéndola dirigirse a la
puerta. Finalmente, dio media vuelta a la silla y permaneció un instante parada,
mirando hacia abajo, pensativa.

Esther, que no le quitaba ojo se percató del cambio de humor de Maca, parecía de nuevo
cabizbaja. La vio soltar el plato, que ella le había servido, en la mesa, sin probar bocado.
Cuando estaba a punto de acercarse de nuevo a ella, Maca accionó la silla y se dirigió en
busca de Adela, pero antes de llegar a su destino, Claudia la interceptó.

* * *

Mientras, en la calle, un joven miraba hacia arriba y observaba las luces encendidas de
aquél ático. Le gustaría estar allí, pero sabía que no podía, que solo le quedaba esperar,
y es lo que estaba haciendo desde hacía más de media hora, paseando calle arriba y calle
abajo, fumando un cigarrillo tras otro. Estaba nervioso y la espera lo estaba poniendo
aún más. ¡Deseaba tanto que todo saliese bien!
Cerca de él, en el interior de su vehículo, Isabel observaba cada movimiento que se
producía en la calle. Aquél joven que paseaba arriba y abajo, la había puesto alerta. Era
evidente que estaba nervioso y que esperaba a alguien. En un primer momento creyó
que podía ser Carlos Rubio, tenía su misma complexión pero, luego, se percató de que
este chico era más moreno, y el caso es que su cara le resultaba vagamente familiar,
pero no sabía de qué podía conocerlo.

Carlos Rubio, se repitió, necesitaba dar con él. Necesitaba saber si se había equivocado
y era el acosador de Maca, el acosador y algo más. Josema había estado hablando con
ella. La vigilancia de la casa de Maca no había producido resultado alguno, tras una
semana de turnos durante veinticuatro horas, nadie se había acercado a la vivienda. Eso
la tenía más que mosqueada. Solo ella y Josema sabían que su padre había dado esa
orden, o eso creía, porque aunque pondría la mano en el fuego por Josema, de su padre
no estaba tan segura, ¿y se lo había dicho a alguien?…. pero lo único cierto es que no
habían intentado hacer ninguna pintada más, y que su padre ya estaba barajando
abandonar ese camino para dar con él. Y estaban aquellos chicos del poblado, era
evidente que quien quiera que fuese les pagaba para hacer lo que hacían, pero ¿quién!
¿tenía algo que ver con el autor de las notas y las pintadas o con quienes luchaban por
cerrar el proyecto de la Clínica? Sintió un escalofrío, no quería enfrentarse a él, pero no
iba a tener más remedio. Cada vez estaba más segura de que las respuestas a la mayoría
de sus interrogantes las tenía su padre…. La luz del portal se encendió y una chica salió
a la calle, Isabel la reconoció al instante, era Sonia.

La joven cruzó con una carrera la carretera y se acercó a aquel joven, besándolo en los
labios. Isabel no dejó de observarlos, sorprendida. No recordaba que Sonia tuviese
pareja, ni que Maca le hubiese contado nada al respecto, estaba empezando a cansarse
de las trabas que continuamente le ponía la pediatra, le tenía dicho que debía informarla
de todo ese tipo de novedades. Isabel, los observó pensativa, ¿de qué le sonaría aquel
chico! ¿sería alguien de la Clínica?

Sonia se separó del joven y este le preguntó preocupado

- ¿Has hablado con ella?


- Lo he intentado pero no he podido.
- Entonces, ¿no le has dicho nada?
- Solo que me esperaba alguien.
- ¿Y?
- Y se ha burlado un poco, y… me ha dicho que quiere conocerte para darte el
visto bueno.
- ¿Te ha dicho eso? ¡Uy, qué mal me suena!
- Exactamente no así, pero, tranquilo, que te lo dará. Ya me encargaré yo de ello.

Se cogieron de la mano y se marcharon, calle abajo. Isabel los miró pensativa. Estaba
claro que se le escapaban muchas posibilidades. A este paso no iba a ser capaz de frenar
lo que se avecinaba, porque su instinto le decía que algo iba a pasar y muy pronto.
Sintió miedo de no poder evitarlo.

* * *
En el ático, Maca iba en busca de Adela, cuando en su camino se cruzó Claudia que
deseaba hablar con ella.

- Maca – la llamó antes de que pudiera dar con Adela. La pediatra giró la cabeza y
el simple movimiento le provocó otro tirón en el costado - ¿estás bien? – le
preguntó llegando hasta ella al ver el gesto de dolor.
- Si – dijo intentado no respirar.
- Debes tener cuidado, no veas como duele eso – le dijo compresiva – a mi una
vez...
- ¿Qué querías? – le preguntó interrumpiéndola de mala gana esperando cualquier
otra reprimenda.
- Pues… quería preguntarte una cosa – le dijo bajando la voz en tono confidencial
sin hacer caso a los modos que había tenido con ella - pero… que si no quieres
responder…
- ¿Qué es? – preguntó con cierta curiosidad.
- Verás… tu que conoces mejor a Adela – empezó mientras se agachaba a su lado
y susurrando – a ver como te pregunto esto… tú…
- Claudiaaa – dijo impaciente – qué pasa con Adela.
- Venga, va – se lanzó - ¿tú crees que Jimeno es… su tipo?

Maca lanzó tal carcajada, que se le saltaron las lágrimas del dolor que experimentó
conteniéndose inmediatamente.

- ¡Ay! – exclamó – por favor, Claudia, no me hagas reír que no puedo. ¿Jimeno y
Adela?
- Tampoco es tan raro… - protestó ligeramente molesta.
- No, si para raro Jimeno – bromeó – no, te digo yo que no. Si conocieras a sus ex,
no me harías esas preguntas.
- Te conozco a ti.
- Y ¿qué me quieres decir? ¿Qué yo me parezco a Jimeno?
- No, eso no, claro… pero…
- No te estarás pillando por él.
- ¿Yo? ¿por Jimeno? ¡qué dices!
- Ya…
- Que no, que no – insistió ante la sonrisa burlona de la pediatra - Bueno pues…
gracias.
- ¿Solo querías saber eso?
- Si, solo eso.
- Gracias a ti.
- A mi ¿por qué?
- Por alegrarme la noche – dijo aún riendo – pero no me vengas con muchas de
estas que voy a tener que estar de baja un mes.
- ¿De baja tú? – dijo irónica – eso si que me hace reír a mi. Oye, ya que estamos,
¿qué se trae Adela con Esther?
- ¿Cómo?
- Míralas llevan de charla un rato.
- No sé – dijo, pensativa, mirando hacia ellas – pero me entero en un segundo –
afirmó enarcando las cejas y dirigiéndose hacia allí.
Momentos antes, cuando mejor se lo estaba pasando Esther, aún eufórica por su
conversación con Maca, la anfitriona se había acercado a la enfermera con la excusa de
preguntarle si se divertía. Lo cierto era que desde que la viera hablar con Maca, sus
alarmas habían saltado y quería comprobar en primera persona, cómo era aquella chica
y si se equivocaba.

- Hola… – le entró con una sonrisa, haciéndose la despistada - Esther, ¿no?


- Si – respondió extrañada de que se dignase a hablar con ella y preguntándose
qué querría, porque estaba claro, que Adela era de las personas que siempre
querían algo, ¡si ya le había contado Germán!
- Estás muy seria, mujer, ¿no te diviertes? – le preguntó aparentando
preocupación, dejándola perpleja, “¿seria! pero si llevaba un rato sin parar de
bromear con Laura y Teresa, definitivamente, esta mujer está fatal de la cabeza”,
pensó.
- Sí me divierto, solo… estoy un poco cansada – se justificó extrañada pero
dándole pie a que le dijese lo que quería.
- ¿Es muy duro el trabajo en el poblado?
- No mucho, en comparación con… – se detuvo pensando en que iba a meter la
pata, si había algo que no le apetecía en absoluto era hablar con ella de Jinja y
mucho menos de Germán, pero se dio cuenta de que ya era tarde – otros
trabajos.
- Si, ya me ha contado Germán que eras su “enfermera milagro” – le sonrió
afable.

Esther la miró sorprendida ¿Germán había hablado con Adela! pero si creía que no se
podían ni ver, y encima le había contado lo de su apodo ¡ahora entendía por qué Maca
lo conocía! se sintió culpable por haber pensado mal de la pediatra y creer que había
estado usando sus contactos para conocer su vida en Jinja. Todo era mucho más simple.

- ¿Germán? – preguntó disimulando.


- Si, mujer, ¿no lo sabías! soy Adela, la ex de tu Jefe – comentó con cierto tono de
ironía que molestó a la enfermera. Adela esperó un instante a ver qué contestaba
pero Esther no dijo nada - te caigo mal ¿no es cierto?
- No te conozco.
- Pero has oído hablar de mi.
- La verdad es que poca cosa – mintió con aire despectivo.
- No creas todo lo que Germán cuenta de mi – le dijo de sopetón poniéndose seria,
con un gesto que le recordó mucho a Maca – todas las historias siempre tienen
dos versiones. Pero eso tú ya lo sabes ¿no?
- No te equivoques, Germán nunca habla nada malo de ti – lo defendió con
énfasis, descubriéndose, molesta y mosqueada al mismo tiempo por ese
comentario, ¿estaba haciendo alusión a su relación con Maca? – solo se queja de
no poder ver a su hija todo lo que quisiera.

Adela recibió esa revelación frunciendo el ceño, visiblemente molesta, pero no dijo
nada. Esther se percató de que era un tema que no le gustaba tratar y por un instante le
pareció que aquella mujer engreída bajaba la guardia, dolida por su comentario.

- Adela… ¿qué quieres de mí? – le preguntó directa cansada de aquella charla que
aparentemente no llevaba a ninguna parte.
- Nada. Maca habló de ti y…
- Espero que bien.
- Maca siempre habla bien – sonrió – y de quien le gusta… más – aventuró con la
intención de observar la reacción de la enfermera que se puso como un tomate y
bajó la vista, Adela, satisfecha por saber lo que pretendía, continuó - me dijo que
trabajaríamos juntas y pensé en empezar a conocernos tú y yo, desde cero, sin
prejuicios previos.
- No creo que eso sea posible – dijo con sinceridad.
- Podemos intentarlo – propuso. Esther se encogió de hombros sin responder. No
le gustaba, era algo visceral y por mucho que se acercase a ella con ese aire de
cordialidad, no podía evitar sentir que era un lobo con piel de cordero, y que ella
era su presa.
- Voy al baño – dijo la enfermera con la intención de cortar aquella conversación.
- Esther… - la frenó con la mano sujetándola del brazo – yo nunca le he puesto
una traba a Germán para ver a su hija.
- No es asunto mío – dijo secamente.
- No. No lo es, pero… - la miró y la enfermera tuvo la sensación de que aquellos
ojos intentaban decirle algo que no comprendía – quiero que lo sepas.
- ¿Yo!
- Sí… Germán puede venir siempre que quiera o pueda, pero la niña no va a ir
allí, como él pretende, no mientras yo tenga la custodia. Si, hablas con él, díselo.

Esther no respondió, no pensaba hablar con Germán del tema pero tampoco pensaba
hacérselo saber a Adela.

- Bueno, solo espero, que algún día, seamos amigas – le dijo aparentando
sinceridad.
- Claro… - dijo encogiéndose de hombros incrédula “¿amiga de esta pija?”, pensó
la enfermera.
- Mi Maca siempre tuvo mucho ojo para eso, … si tú eres su amiga, también lo
serás mía – sonrió leyendo la desconfianza de la enfermera y con tal seguridad
en sus palabras que provocó aún más desagrado en ella. Adela se alejó,
sonriendo, dejándola boquiabierta.

“¿Mi Maca?”, pensó celosa y cabreada, “ni en sueños, seré amiga tuya” murmuró
dirigiéndose al baño. Maca las había estado observando desde que Claudia se lo dijera
pero su primera intención de acercarse a ella se había esfumado cuando Teresa le salió
al encuentro.

- ¡Maca!
- ¡Hola, Teresa! – saludó alegre de verla – no me hagas estas cosas que cualquier
día te llevo por delante.
- Perdona hija, pero es que quería hablar contigo y no hay manera.
- ¿Por qué! ¿pasa algo? – preguntó preocupada.
- No. ¿Qué va a pasar! nada mujer. Que como has estado todo el día en el
campamento y no nos hemos visto… pues… eso, que quería saber cómo te había
ido.
- Ya… que has hablado con mi madre y quiere que le des el parte ¿no?
- Hija, dicho así… Está preocupada porque no los has llamado en todo el día y
dice que no es normal.
- Se me ha pasado, pero mañana te prometo que la llamo. Y si tardo, le dices que
me ha ido muy bien – respondió molesta, accionando la silla para marcharse.
- ¡Maca! espera.
- Dime, Teresa – dijo arrastrando las palabras.
- Entonces, ¿no es cierto eso que se dice por ahí?
- ¿Qué se dice?
- Que… te has caído de la silla.
- Sí, es verdad, me he caído – reconoció bajando la vista y pensando “Joder con
Esther, no es que sea un secreto pero tampoco hace falta ir pregonándolo” –
pero… ya estoy acostumbrada. Esther le ha dado demasiada importancia.
- ¿Esther! no, si Esther no me ha contado nada.
- ¿No? – preguntó burlona creyendo que la encubría.
- No, Fernando llamó a Cruz, preocupado por tu medicación y eso, y Cruz me lo
ha contado.
- Ya… no hacía falta llamar a nadie, también soy médico y sé lo que puedo y no
tomar.
- Claro mujer, pero es normal que se preocupen.
- Pues… estoy bien Teresa, estoy acostumbrada a caerme, y no me ha pasado
nada.
- Ya… por eso llevas toda la noche con la sonrisa en la boca y los ojos más tristes
que te he visto en semanas.
- ¡Ya está bien! ¿qué pasa! ¿qué os habéis propuesto entre todos fastidiarme la
noche o qué? Estoy harta de que estéis todo el santo día detrás mía. Dejadme
respirar un poco – respondió airada – solo un poco, por favor, ¡dejadme en paz!
- Bueno, no te enfades, mujer, mira que tienes mal genio.
- Perdona, ya sé que la he pagado contigo pero es que…
- No pasa nada, no tenía que haberte preguntado y ya está. Perdóname tú – le
pidió poniendo cara de ruego y Maca se ablandó lanzándole una sonrisa que
Teresa aprovechó para seguir con el interrogatorio – por cierto y ¿con Esther que
tal?
- ¿Qué pasa ahora con Esther? – volvió a molestarse.
- Nada, que la he visto muy contenta y quería saber si os ha ido bien.
- Ya te he dicho antes que si.
- Y si os ha ido tan bien, y Esther está tan contenta, ¿tú por qué no lo estás!
porque a mi no me engañas, a ti te pasa algo.
- No me pasa nada, Teresa.
- Ya te dije que no era buena idea que trabajases con ella…
- Teresa… por favor – pidió angustiada, no tenía bastante con Sonia que ahora
también Teresa – si has terminado me voy que Adela ya me está haciendo señas.
- Si, claro, vete, vete, no la hagas esperar – dijo con retintín que molestó aún más
a Maca.

Teresa permaneció allí observándola con la sensación de que la pediatra estaba a punto
de derrumbarse, la burbuja que había construido a su alrededor, ya no la aislaba, ya no
la protegía porque empezaba a atener una fisura y esa fisura tenía un nombre, Esther.

Su charla con Teresa la había dejado de peor humor que antes, estaba harta, ¡más que
harta! si se le acercaba alguien más a cuestionar cualquier cosa de su vida iba a estallar.
Además, al dolor del costado se le estaba sumando un incipiente dolor de cabeza. No
soportaba por más tiempo aquella situación y, cansada, decidió buscar a Adela para
decirle que se marchaba a casa.

- ¡Uy! pero ¡qué carita de Macarena me traes! – exclamó al verla llegar.


- Menos cachondeo, Adela – protestó mohína, esbozando una leve sonrisa al
recordar que esa frase era de Germán, que siempre se metía con ella llamándola
“carita de Macarena”, cada vez que se enfadaba con él, que, por otra parte, era
casi todos los días.
- A ver, ¿con qué problema te han ido ya? – preguntó y sin dejarla responder
continuó – menos mal que ya me tienes aquí, de ahora en adelante se acabó eso
de estar buscándote todo el día con historias. Verás como me ponga yo en jarras
que pronto te enderezo yo a todos estos. ¿Te acuerdas cuando te quitaba los
moscones de encima! pues igual – bromeó.
- Oye, que yo siempre me he bastado solita para quitarme los moscones – rió
recordando algunas escenas - No te preocupes – sonrió – no es eso, es que estoy
cansada y…
- Ah! no, no, de eso nada, que te veo venir, a casa no te vas todavía.
- Adela… - regruñó sin convicción.
- Que te he dicho que no – insistió con autoridad – ven que te voy a enseñar una
cosa – le dijo haciéndole una mueca de complicidad y llevándosela al interior
del piso.

Cuando regresaron Maca hacía esfuerzos por no reír. Esther que las había observado
sintió crecer su animadversión hacia aquella mujer. Impotente ante el ascendiente que
parecía ejercer sobre Maca, impotente ante ese mundo que la rodeaba y del que ella no
sentía formar parte, viendo cómo la alejaban de ella, cómo se movían en dos mundos,
cada una con su vida, sintiendo que no era nadie y deseando volver a ser alguien para
ella.

Unos metros más allá, Claudia permanecía sentada en un sofá junto a Laura, la verdad
es que se estaba divirtiendo, Jimeno se había acercado a ellas en un par de ocasiones,
remoloneando con cualquier excusa, pero ella, aunque no sabía muy bien el porqué, le
había dejado claro que no quería cuentas con él, y en el fondo empezó a sospechar que
le molestaba verlo tan pendiente de Adela. Vero se acercó al grupo.

- Claudia, ¿puedo hablar contigo un segundo?


- Si – dijo levantándose - ¿qué pasa?
- Estoy preocupada por Maca – le confesó en un aparte.
- Quieres dejar ya de preocuparte por ella.
- No puedo.
- ¿Qué pasa ahora?
- Es una sensación pero… me parece que va a tocar fondo y me da miedo.
- ¿A tocar fondo! ¿cuantas copas llevas?
- No estoy bebida – protestó – te hablo en serio.
- Yo la veo divirtiéndose ¿no será que le está prestando demasiada atención a
Adela?
- No te equivoques. Me preocupa ella. ¿Tú no la ves como… acelerada?
- Pues no, antes parecía que se iba a dormir de un momento a otro pero ahora yo
la veo más bien a gusto.
- ¿Por qué no hablas con ella! yo lo he intentado pero… me ha mandado a
- Paseo, a lo mismo que me va a mandar a mí, como vaya a calentarle la cabeza.
- O sea que…
- Q sea que mejor la dejamos en paz, déjala divertirse, aunque sea por una noche.
- Pues yo sigo teniendo una mala sensación. No sé. A lo mejor debería hablar con
Esther, quizás ella sepa lo que le ha pasado hoy, porque esta mañana estaba muy
bien, y durante toda esta semana hemos hablado a diario y a pesar de lo de Ana,
y de empezar hoy de nuevo a trabajar con pacientes, estaba bien.
- Vero, por favor, deja de darle vueltas.
- Es que no puedo, de pronto… he visto la reacción de Cruz, y he atado cabos.
- ¿Qué quieres decir?
- No sé. Maca lleva tiempo mucho más reservada que antes. Tu misma lo has
notado – Claudia asintió dándole la razón – se ha negado a seguir con la
terapia….
- Pero si yo creía que tú y ella…
- No. Me busca para charlar pero... no. Ya no soy su psiquiatra. Está irritable,
tiene problemas de sueño y la veo triste, y hoy, aunque tú digas que no, hasta
hundida y… Adela vuelve a su vida, recordándole los años de juventud, las
juergas, los buenos tiempos… y no sé… será deformación profesional, pero si
tuviera que hacer un diagnóstico diría que tiene todas las papeletas para recaer.
- ¿Quieres decir lo que creo? – Vero asintió – No, no estoy de acuerdo, Maca sabe
muy bien dónde está el límite.
- Pero es que… lo que ha hecho Cruz…
- Se ha pasado, vale, pero ya está.
- No es solo eso. He visto la cara de Maca cuando iba al baño. Cruz no solo se ha
pasado, si no que le ha manifestado que no confía en ella, y tú sabes, tan bien
como yo, lo que Maca valora la opinión de Cruz, y lo que ha hecho es lo peor
que se le puede hacer a una persona con este tipo de problema. Puede significar
el detonante.
- No lo creo, en serio Vero, Maca no es tonta.
- No lo es, pero es débil, aunque se empeñe en no reconocerlo. Y… necesita sentir
que confiamos en ella, necesita apoyarse en nosotras, aquí está sola y….
- No le des más vueltas.
- De acuerdo, de acuerdo, ojala me equivoque. ¿No quieres intentarlo?
- ¿El qué?
- Hablar con ella.
- Mira que puedes llegar a ser pesada, muy bien lo intentaré. Pero seguro que en
un minuto me tienes aquí con el rabo entre las piernas – bromeó pensando en el
bufido que le iba a dar Maca.
- ¡Gracias!

La neuróloga se marchó haciendo un ademán con la cabeza. Estaba segura de que Maca
se iba a molestar. Vero, se quedó sola y se volvió hacia Esther que estaba a su lado.
Barajó la posibilidad de preguntarle sobre el día en el poblado y también necesitaba
saber otra cosa, pero quizás no fuese el momento oportuno. Desde que Maca le confesó
que pegó a Esther, había intentado que le contase con detalle lo ocurrido pero la pediatra
esquivaba el tema de tal forma que aún no había conseguido hacerse una idea clara de lo
ocurrido. Deseaba preguntarle a la enfermera por su versión de lo sucedido aquella
noche, pero no encontraba la forma de hacerlo y empezaba a sospechar que aquella
versión era fundamental para lograr que Maca saliese adelante.
Claudia se dirigió hacia el ángulo del salón en el que la pediatra, Jimeno y Adela
estaban sentados. Se acercó a ella y a pesar de que la vio sonreír y bromear con Adela y
Jimeno, tuvo la sensación de que no se estaba divirtiendo, en contra de lo que parecía en
la distancia.

- Maca – le llamó la atención – ¿podemos hablar un minuto?


- Si – suspiró frunciendo el ceño, estaba empezando a cansarse de que todos
quisieran hablar con ella para acabar recriminándole algo, y estaba segura de que
Claudia no iba a ser menos, a pesar de que antes la hubiese hecho reír, porque la
había visto hacía un momento charlando con Vero y sabía lo que eso podía
implicar – dime.
- Ah, no, no – saltó Adela – ahora no te la llevas que mira lo que tengo preparado
– dijo sacando un álbum de detrás de uno de los cojines del sofá.
- Pero…. – empezó a protestar Maca reconociéndolo al instante – Adela, por
favor, no se te irá a ocurrir…
- ¡Claro que sí! – rió y cogiendo su copa tintineó en ella con el tenedor
reclamando silencio – un momento por favor – pidió provocando que todos
cortasen sus conversaciones - ¿a qué todos queréis ver a vuestra Jefa hace unos
añitos? – preguntó y mirando a Maca le guiñó el ojo – pocos ¿eh?
- Por favor Adela – volvió a pedir Maca casi un susurro abochornada por lo que
sabía que había en aquel álbum. Adela se levantó y se acercó a uno de los
camareros.
- Id sacando la tarta y el champang – le dijo en voz baja – venid, venid aquí, les
indicó a los invitados – Maca no pongas esa cara, si estábamos guapísimas las
dos.
- Si, guapísimas – se quejó.

Adela comenzó a sacar viejas fotos algunas de las cuales provocaron la hilaridad entre
los presentes. Esther hubo de reconocer que cuando se ponía a hacer comentarios
jocosos riéndose de ella misma podía llegar a tener su gracia, pero seguía sin
convencerle su comportamiento afectado. Los camareros retiraron todas las bandejas de
la mesa y comenzaron a servir un buffet de postres que hicieron las delicias entre los
presentes. Por primera vez en la noche, la enfermera se sintió agradablemente
sorprendida por aquellos dulces. Entre foto y foto, Adela miraba de reojo hacia la mesa
y en un momento dado, interrumpió las bromas y se dirigió a Maca.

- Ha llegado la hora de que tengas tu primera sorpresa – le dijo sonriente.


- Miedo me das – bromeó ligeramente nerviosa, con Adela se podía esperar
cualquier cosa. Sabía que intentaba agasajarla, pero ella ya no era la de antes, ya
no era esa joven que aparecía en aquellas fotografías, ni montaba a caballo, ni
pertenecía al grupo de teatro, ni colgaba en su cuarto medallas de natación, ni…
- Mira ¿qué es esto? – dijo volviéndose y cogiendo un plato que le traía uno de los
chicos, interrumpiendo sus pensamientos.
- ¡Adela! pero como… ¡espuma del mar! – exclamó Maca.
- Solo para ti – se la ofreció.
- ¿Sabes cuantos años hace que no la pruebo?
- Me lo imagino – rió.
- Pero ¿dónde la has conseguido? – preguntó hundiendo la cuchara en aquel
postre y saboreándolo con los ojos cerrados.
- La duda ofende, casera, casera, ¡te la he hecho yo! – sonrió satisfecha al ver la
cara de placer de la pediatra.
- ¿Tú? – preguntó extrañada.
- La maternidad hija… - dijo con un guiño – además, que no has comido nada y
necesitas tener algo en el estómago para hacer los honores a esto – dijo haciendo
una seña a los camareros que llegaron con un carrito de bebidas lleno de copas
vacías y otro con cubiteras - ¿qué me dices? – preguntó sonriendo sacando una
de las botellas – tu champang preferido, y ahora no me valen excusas, hay que
brindar por tu proyecto, que ya es una realidad – dijo levantándose y repartiendo
ella las copas a todos los invitados.
- Adela yo… - intentó protestar cuando le tendió la suya.
- Tu vas a brindar conmigo y no se hable más – dijo mirándola desafiante.

Jimeno se acercó al oído de Claudia y le dijo.

- ¡Perrier-Jounet! y cosecha Belle Epoque, ¡el mejor champang del mundo! –


exclamó.
- ¿Tú como sabes eso? – le susurró.
- Yo soy un diamantito en bruto – bromeó haciéndole una mueca con la cara.
- ¿Un diamantito? Un carboncillo, más bien – se burló de él.
- Mil euros la botella – le dijo riendo..
- ¡Mil euros! – casi gritó Teresa que tenía la oreja puesta, estaba segura que entre
aquellos dos había tomate, provocando que todos las mirasen. Adela se volvió
hacia ellos incómoda por el comentario.
- No es el precio lo que importa – dijo llenando la copa de Maca haciéndole un
guiño de complicidad, ese champang tenía una historia para ellas dos y ambas lo
sabían, con él brindaron la primera noche que pasaron juntas.
- Adela, no puedo…
- ¿Me lo vas a rechazar? – preguntó con tal decepción que Maca no supo qué
decir. Sabía lo que debía haberle costado, y allí había al menos doce botellas. Y
también sabía que todo aquello lo hacía solo por ella, pero…
- No es eso, es que no puedo.
- ¡Claro que puedes! ¿verdad Cruz que una copita no le va a hacer daño? –
preguntó dirigiéndose a la cardióloga, que las observaba inquieta, recordando la
conversación que habían mantenido antes – díselo tú – pidió y sin esperar que lo
hiciera. Adela levantó su copa, y comprobando que ya tenían todos la suya
servida, brindó por la Clínica, por Maca y por todos los presentes - Chin-chin –
le dijo con una sonrisa a la pediatra chocando su copa – venga Maca, de un
sorbo. Pero no me vayas a tirar la copa – bromeó.

La pediatra miró la copa, y la miró a ella, en décimas de segundo, vio como Teresa se
acercaba a decirle algo a Claudia al oído, vio la cara de Cruz mirándola enfadada y
diciéndole “no lo hagas”, aunque esta vez no pronunció palabra, ni siquiera había
respondido a la pregunta de Adela. Vero también la observaba sin hacer aspaviento
alguno, pero creyó leer en sus ojos la reprobación. Los demás murmuraban entre sí,
estaba segura que de ella. Buscó a Esther con la mirada pero la enfermera parecía
divertida charlando con Laura y Mónica.

- No, Maca – saltó Cruz sin poderse contener – no debes. Trae, dame la copa.
- Tiene razón, Maca – intervino Teresa.
- ¡Qué estamos de celebración! – exclamó Adela molesta por la forma que tenían
de controlar a su amiga – dejadla que ya es mayorcita.

Maca las miró, se sentía presionada por todos lados, notó como una oleada de ira la
embargaba, ¿cómo se atrevían a dejarla en ridículo de aquella manera! Adela tenía
razón, ella y solo ella era la dueña de sus actos. Deseó poder gritarles que la dejaran en
paz, pero no podía, estaba delante de la mayoría de sus empleados, y aún así, quienes la
conocían, no habían tenido escrúpulos en tratarla como lo que era, como lo que la
consideraban, porque dijeran lo que dijeran, el estar sentada en aquella silla, provocaba
que todos se consideran en el derecho de decidir por ella, de protegerla, y ella no podía
evitar sentirse frustrada, por no poder gritarle a todos que ya estaba bien.

- Maca… no - insistió Cruz leyendo la duda en sus ojos.

Fueron aquellas palabras las que la decidieron. ¡Estaba harta! ¡muy harta de todos!
Cerró los ojos y se bebió la copa de un sorbo.

- Bueno cual era esa sorpresa que tenías para mi – preguntó disfrutando aún de la
sensación de aquellas burbujas recorriendo su garganta, sonriendo, clavando sus
ojos en Adela, que solícita le rellenó la copa.
- Así me gusta, que te tienen “amuermá”, ¿Dónde está mi Maquita que me la han
cambiao? – bromeó haciéndole una leve caricia en el pómulo – Tu sorpresa
tendrá que esperar – le dijo sentándose a su lado y volviendo a pasar las hojas
del album – quiero que veas esta foto – dijo riendo y provocando la risa también
en la pediatra.

Cruz no dejaba de mirarlas, Maca cada vez estaba más alegre. La cardióloga miró a
Vero, angustiada, pero la psiquiatra negó con la cabeza. Cualquier cosa que le dijeran
ahora sería contraproducente. Maca volvió a apurar su copa y esta vez fue ella la que se
la ofreció a Adela para que volviera a llenársela.

- Habla con Adela – se acercó Vero al oído de Cruz. Ésta asintió, quizás fuese la
única forma de parar aquello.

Cruz se inclinó hacia Adela y le indicó que quería hablar con ella. Maca se quedó sola,
con su copa en la mano, y una sonrisa extraña, Teresa la observaba, decepcionada, Vero
se dio la vuelta y se marchó al baño. Cruz se había puesto a hablar con Adela, después
de que ésta atenuase las luces y cambiara el tipo de música incitando al baile. Los
demás, ajenos a lo que sucedía, habían vuelto a hacer corrillos, unos charlaban, otros
seguían probando los postres y ella se sentía flotando, tanto tiempo de abstinencia y la
mezcla con la medicación estaba pasándole factura y, por muy bueno que fuese,
aquellas copas se le habían subido a la cabeza con una rapidez extraordinaria. Volvió a
sonreír pensando en ello.

- Maca ¿me das un cigarro? – le pidió Claudia, tras unos segundos de pensar en
una excusa para acercarse a ella y pedirle que dejara de beber.
- Claro – dijo buscando en sus bolsillos sin conseguir encontrar el paquete –
pues… no sé… donde lo he puesto – dijo mirándola ligeramente mareada.
Claudia se agachó e intentó quitarle la copa pero Maca la cogió con rapidez -
¡No! – dijo desafiante.
- Vale, vale, ¿me das ese cigarro o no? – insistió.
- Pero ¿tú fumas? – le preguntó confusa, no recordaba que lo hiciera.
- ¿No sabes si fumo o no? – le preguntó con intención - ¿cuántas copas llevas?

“¿Cuántas copas! ¿copas?”, se repitió. Maca miró sus manos, desconcertada, miró la
copa y levantó la vista hacia Claudia que permanecía frente a ella, expectante, sin
decirle nada. Aquel silencio abatió a la pediatra más que cualquier palabra que pudiera
haberle dicho su amiga. La neuróloga se preocupó al ver que una sombra oscurecía sus
ojos, y recordó las palabras de Vero. De pronto, Maca fue consciente de lo que acababa
de hacer, volvió a mirar a su alrededor. La música, el murmullo de las voces, las risas, el
calor que hacía allí dentro y aquellas miradas que la juzgaban… Empezó a encontrarse
mal, estaba mareada, Claudia se percató de lo que le ocurría.

- ¿Estás bien? – preguntó mirándola a los ojos.


- Voy a tomar el aire – le dijo, colocando la copa en su mano derecha y
accionando la silla con la izquierda. La neuróloga asintió, sin hacer comentario
alguno, solo se retiró para dejarla pasar.

Maca se acercó a la enorme cristalera, necesitaba salir, se estaba asfixiando allí dentro.
Su mente no dejaba de darle vueltas a lo que había hecho, ¿cómo había sido capaz! en
un momento había tirado por la borda el esfuerzo de tanto tiempo, había roto la promesa
que le hiciera a su mujer, le había fallado a ella y se había fallado así misma, le costaba
trabajo respirar, todo era una mierda. Esther la observaba en la distancia, mientras
continuaba su charla con Laura.

- Ve tras ella – le susurró al oído.


- No – respondió con rapidez..
- Venga, no seas tonta – la empujó ligeramente instándola a moverse - ¡que esta
vida es de los valientes! – exclamó en un intento de convencerla.
- No, Laura – la miró con tristeza ante aquel comentario – te equivocas, la vida es
de los cobardes, es la muerte la que es de los valientes – dijo sin poder evitar que
los recuerdos de Jinja acudieran a su mente.
- Joder, que frasecita, deja de beber que con esos ánimos vas a conseguir
deprimirla más de lo que ya parece.
- ¿Tú también te has fijado? – le preguntó creyendo que lo que veía en Maca eran
solo imaginaciones suyas.
- Yo creo que todos. Si lleva toda la noche sin ganas de fiesta, si no es por el
champang no se anima.
- Yo creo que hoy, en el campamento, he metido la pata.
- No seas paranoica y sal, habla con ella y alégrale la noche. Mañana solo se
acordará de eso.
- Claro y ¿se puede saber como lo consigo?
- Seguro que tú sabes como, venga – volvió a empujarla – corre que se te van a
adelantar – insistió echando un ojo hacia Adela y Verónica que mantenían una
seria conversación, en la que ambas de soslayo miraban hacia la puerta de la
terraza.

Esther sonrió y salió al exterior. Hacía frío y dio un tiritón, cruzando los brazos para
darse calor. Maca estaba allí con la vista perdida en la copa que sostenía en sus manos
sin parecer notar la baja temperatura. La enfermera cogió una de las sillas y se sentó
junto a ella, la pediatra la miró de soslayo y volvió a clavar los ojos en aquella copa.
Esther percibió su lucha, con suavidad le acarició la mano y despacio le quitó la copa,
sin que Maca opusiera resistencia.

- ¿Quieres uno? – le dijo ofreciéndole un cigarrillo.

Maca la miró con una mueca que pretendía ser una sonrisa, pero que denotaba su
abatimiento, y tomó el cigarro, Esther se lo encendió y Maca aspiró hondo.

- Peor no lo puedo hacer hoy – comentó.

Esther no contestó y fumó tranquila a su lado.

- Bueno, no eres perfecta, eso ya deberías saberlo – dijo al cabo de un instante.


- Gracias – respondió sarcástica – si también has venido a darme caña, déjalo, que
me basto solita.
- ¿Darte caña! no, solo me apetecía un cigarro, y… - se interrumpió, iba a decirle
y estar contigo pero en el último segundo se corrigió – y… mirar a las estrellas.

Maca se volvió hacia ella sorprendida, le agradaba aquella forma de ser Esther, había
algo en ella que era diferente y le gustaba.

- ¿Sabes! cuando bebía… quiero decir cuando…


- Sé lo que quieres decir, ya me han contado.
- Ah! Claro… ¡seré imbécil! – se cortó y guardó silencio. “A saber lo que le
habrán contado”, pensó con tristeza, seguro que ya se habría hecho su propia
idea de todo, sin importar lo que ella pudiera explicarle.
- ¿Qué pasaba cuando bebías?
- Nada, una tontería.
- Cuéntamela, no creo que sea peor que todas las que llevo escuchadas esta noche
– sonrió conciliadora.
- Vaya, pues… por tu comportamiento, creía que te lo estabas pasando en grande.
- Psiss, capacidad de adaptación pura y dura – comentó irónica – prefiero estar
aquí contigo, que ahí dentro – se lanzó enrojeciendo por el mero hecho de
haberse atrevido y con la esperanza de que la oscuridad de la noche no revelase
lo difícil que le resultaba ocultar sus sentimientos hacia ella.

Maca volvió a mirarla perpleja y no dijo nada, al cabo de unos instantes de silencio y
tras coger un segundo cigarrillo la pediatra se decidió a hablar.

- ¿Alguna vez has tenido la sensación de ser como una botella vacía, que estás ahí,
nadie te tira, por si les sirves para algo, pero nadie te usa?
- Pues… no, la verdad… ¡qué cosas más raras piensas!
- Ya ves… eso es lo que soy… rara.
- Rara no, eres… una botella vacía.
- Pero… bueno – protestó sin dar crédito a lo que acababa de decirle, su estado de
ánimo no le permitió entender la broma de la enfermera.
- Lo has dicho tú – le sonrió.
- Yo no he dicho eso – respondió molesta. Esther se percató de que Maca estaba a
la defensiva y decidió cambiar de táctica y de tono.
- Prácticamente, sí. Aunque… yo no te veo así.
- Ah, ¿no?
- No.
- Y… ¿cómo me ves?
- Yo te veo más bien como…, como el león que se separa de la manada, que vaga
por la selva buscando donde quedarse, buscando un grupo salvador, agotado,
escuálido, receloso, como un animal herido, que ha perdido su liderazgo, su
entereza, la seguridad que sentía sabiéndose poderoso, que su rugido ya no tiene
fuerza, que va deambulando, esperando ser atacado, sabiendo que ha perdido su
trono, sin defenderse, sin garras ni orgullo.
- Vaya… - la había dejado sin palabras, le molestaba darle aquella imagen, pero la
enfermera no podía haber descrito más gráficamente todo lo que sentía – te ha
faltado decir que ese león va por ahí llorando por todo lo perdido y sin saber lo
que quiere – le confesó siendo con ella más sincera de lo que había sido con
nadie, ni siquiera con Vero, en las últimas semanas.
- Bueno… pero a fin de cuentas, siempre será el rey de la selva. Ha nacido
siéndolo y morirá siéndolo. Solo necesita creérselo.
- ¿Tú crees?
- No, no lo creo, estoy segura – dijo levantándose, acariciándola en el hombro
suavemente y besándola en la mejilla – hace frío, deberías entrar.
- Si, ve tú, yo… me quedaré aún un rato. Necesito despejarme.
- No tardes, no es bueno para tu costado.
- ¿También te has dado cuenta de eso?

Esther sonrió pícaramente y asintió sin decirle nada más, rozando la mejilla de la
pediatra con su dedo índice. Entró satisfecha, sabía que había logrado hacer pensar a
Maca, lo que no estaba tan segura es de si aquello la ayudaría en algo o si por el
contrario, la haría sentirse peor.

Maca se quedó allí, viendo caer la noche, empezando a sentir un frío penetrante que le
provocaba mayor dolor en el costado, tal y como había vaticinado la enfermera, pero no
más que la idea de sentirse vacía, como aquella botella, de fracasar en todo, no sabía por
qué pero pensó en Pancho, se sentía como aquel perro abandonado, vagabundo, que
mira y no mira, que se esconde y no se encuentra, o más bien, tiene miedo de
encontrarse, de ver en lo que realmente se ha convertido. Había tantas cosas que las
separaban, y sin embargo, cuando hablaba con ella la sentía tan cerca… Había salido a
la terraza sintiendo asco y pena de sí misma y habían bastado unas palabras de ella, una
suave caricia llena de cariño y aquél beso para transmitirle una sensación de calor y
esperanza, se sintió agradecida por poder encontrar calma en el mar de sus palabras y
sonrió pensando en que todo podía ser diferente, fantaseando, ¡el rey de la selva! ojala
fuera capaz de creérselo.

- ¿De qué te ríes? – le preguntó Vero sentándose junto a ella – ¡uy, qué frío hace
aquí! Maca deberías entrar.
- Si, tienes razón – siguió sonriendo – vamos dentro.
- Te veo… más… contenta.
- Si… la verdad… es que me ha sentado bien el aire fresco.
- Ya… - dijo incrédula – de ahora en adelante tendremos que charlar en un banco
del parque.
- No seas mala.
- Y tú no mientas.
- Vale – admitió - Estoy contenta por algo que me ha dicho Esther.
- Me alegro – le dijo con una sonrisa franca, Maca sintió alivio al ver que no la
juzgaba y que no le hacía el más mínimo comentario sobre su actuación estelar -
Anda vamos que te va a dar un pasmo.

La pediatra la siguió con la vista fija en su espalda, qué distinta era a Esther y que
sentimientos tan diferentes experimentaba junto a una y otra. Esther la ponía nerviosa,
la inquietaba y aunque tenía la habilidad de sacar de ella sus sentimientos más ocultos,
de transmitirle una paz y una seguridad que creía olvidadas, era como una montaña rusa,
ahora estaba arriba y en unos segundos abajo, en cambio Vero, era como un tranquilo
paseo en barca, que servía para despejarse, para descansar y olvidarse de todo.

- Nena, se puede saber en qué piensas – le preguntó Adela burlona al verla entrar
con aquella expresión distraída.
- Pues, no te lo vas a creer, en un paseo en barca.
- Estás como una cabra, que lo sepas – bromeó – aunque bien pensado… ¡es una
idea excelente! mañana sin falta nos vamos al retiro.
- ¿Se han marchado casi todos? – preguntó Maca sorprendida de ver tan poca
gente allí, ignorando la propuesta de Adela y mirando la hora ¡había estado más
de una hora en la terraza!
- Claro mañana hay que trabajar Jefa – le dijo Claudia observándola burlona –
salvo que nos des el día libre…
- ¿Y Cruz? – volvió a preguntar Maca sin escuchar a Claudia..
- Se ha ido ya – le dijo Vero.
- ¿Ya? quería… hablar con ella – murmuró para sí, bajando la vista de nuevo
abatida, tenía la necesidad de explicarle lo que había pasado y pedirle que no se
preocupase.
- Ya lo harás mañana – respondió Vero mirándola con cierta preocupación, sabía
lo que estaba pasando por su mente.
- ¿Hace mucho que se ha ido? Quizás podamos alcanzarla – le respondió clavando
sus suplicantes ojos en ella con esperanza de que la psiquiatra la apoyase.
- Unos diez minutos y no creo que podamos, Maca…, es tarde, deberíamos irnos
todos.
- Si tienes razón… - admitió pensativa - ¿Esther también se ha ido?
- No, creo que está en el baño, pero ya se iba – le respondió Claudia – y nosotras
también.
- Si, vamos – consintió la pediatra.
- Ah, no, tú no te vas de aquí. – dijo Adela – tú te quedas esta noche que tenemos
que ponernos al día.
- Adela… yo…
- Has bebido y no voy a dejar que lleves el coche – le dijo señalándola
amenazadoramente con el dedo.
- Todos han bebido – respondió enronqueciendo la voz y volviendo a bajar la
vista molesta.
- Si, pero tú te quedas que tengo una sorpresa para ti – le dijo con suavidad
intentando devolver el buen humor a la pediatra.
- ¿Más sorpresas? Creo que por hoy tengo el cupo, además tengo que dejar a Vero
en casa – intentó excusarse.
- Por mi no te preocupes que me acerca Claudia, ¿verdad?
- Claro, y nos vamos ya que mañana no hay quien me levante.
- Pero en serio me vais a dejar sola con ésta…. – se calló mirándola burlona.
- Serás… desagradecida – le dijo con una mueca que intentaba simular un enfado
que no sentía.
- Esperadme, que debo ir al baño – dijo Maca mirando su reloj.
- No. Maca, quédate aquí, y descansa – intervino Claudia cansada de esperar.
- Maca, no hagas tonterías y quédate mañana en casa – la secundó la psiquiatra.

Maca la miró sorprendida. Vero no parecía ni enfadada, ni decepcionada, ni siquiera


preocupada, más bien parecía contenta de que ella se quedase allí, ¿desearía librarse de
ella! quizás estaba cansada de escuchar sus continuos comederos de cabeza.

- Nos vemos mañana – le dijo con un suspiro, admitiendo su consejo y


marchándose al baño. No quería ser una carga para nadie.

Claudia fue a por los abrigos y Vero se despidió de Adela, dándole las gracias.

- Es muy importante que tengas cuidado, Adela.


- Lo tendré. No te preocupes.
- Si ves que…
- Tranquila, no voy a dejarla sola.
- Si necesitas ayuda, lo que sea…
- Tranquila, Vero, que tengo tu número.
- En serio, que cualquier cosa…
- ¡Vero! – la interrumpió agarrándola por el brazo – no te preocupes que tengo
experiencia en el tema – confesó en voz baja dejando boquiabierta a la
psiquiatra, “¿experiencia?”, pensó, estuvo tentada a preguntarle si con Maca o
con otra persona, si era con Maca todo cambiaba y Maca le había ocultado algo
muy importante de su pasado. Decidió no preguntar nada y esperar al día
siguiente.
- De acuerdo – suspiró sin mucho convencimiento – mañana hablamos.

La psiquiatra se alejó con un gesto de ligera preocupación, delante de Maca no quería


manifestar su inquietud, sabía que eso podía tener el efecto contrario a lo que todos
querían de ella, pero también sabía que era muy importante medir lo que se le decía en
esos momentos y no estaba segura de que Adela estuviese preparada para afrontar esa
situación. Llegó a la puerta y vio allí a Esther esperando de espaldas a ella, mirando
hacia el pasillo en el que acababa de encontrarse con Maca, permanecía pensativa
intentando descifrar la mirada que había cruzado con ella, le había dado la sensación de
que Maca le pedía algo, pero no sabía qué, y cuando ella le había preguntado
“¿necesitas algo?”, Maca ni siquiera había respondido, solo había negado con la cabeza
y había seguido adelante.

Esther se había quedado allí viéndola alejarse, sin poder evitar recordar a Margarette,
cuando le decía “Esther tú y yo somos dos cuerpos flotando en mundos paralelos”, esa
es la sensación que le había dado el encontronazo con Maca, que estaban en mundos
paralelos, era consciente de donde venían las dos pero no cuál sería su destino. Sonrió
pensando en lo que Maca siempre se reía de ella cuando le preguntaba por el destino de
ambas “Esther el destino no existe, existe el azar, hay que estar en el lugar y en el
momento, solo eso”. Y ella estaba allí, en aquel lugar, con la absurda idea de que era el
momento equivocado. Maca no era aquella mujer segura que la enamoró, aunque
intentaba aparentarlo no podía evitar la sensación de que la pediatra había perdido esa
confianza, “Ayúdala”, escuchó la voz de María José, ¿Qué la ayudase! viéndola nadie
diría que necesitase ayuda, siempre rodeada y protegida por todos, dueña de una
mansión y con una Cínica que era la envidia de muchos, sin embargo, hacía unos
instantes, en aquella terraza había sentido su soledad, había notado hasta qué punto se
sentía incomprendida, y había experimentado el deseo de decirle que a ella le ocurría lo
mismo. Sí, ambas estaban ávidas de respuestas, pero eran tan cobardes que no se
atrevían a preguntar.

Vero se le acercó por detrás, interrumpiendo aquel desorden de pensamientos e ideas y


le susurró casi al oído.

- Gracias.
- ¿Gracias, por qué? – preguntó volviéndose sobresaltada y sorprendida.
- No sé lo que le has dicho, pero has conseguido devolverle la alegría a sus ojos.

Esther se encogió de hombros, perpleja ante aquella reacción de la psiquiatra, no creía


que tuviese razón, pero se sintió culpable por pretender de Maca lo que estaba claro que
aquella mujer deseaba y sobre todo le sorprendió aquella generosidad, estaba claro que
para Vero la felicidad de Maca estaba por encima de la suya propia, aquello decía
mucho de ella, la había juzgado mal, debía amarla mucho.

- Bueno… pues… hasta otro día – dijo la psiquiatra viendo que Claudia llegaba
hasta ella – nosotras nos vamos ya, ¿no?
- Sí, vámonos – le respondió la neuróloga.
- ¿Maca no va con vosotras?
- No. Se queda a dormir con Adela – dijo Vero con una sonrisa – ¿quieres venirte
tú! podemos acercarte.
- No gracias, espero a Laura y Teresa… siguen en el baño – respondió sintiendo
que se moría de celos ¿Maca se quedaba a pasar la noche con Adela?
- Hasta mañana entonces – se despidieron de ella.

La enfermera permaneció allí pensando en aquellas palabras. Tenía la sensación de que


Adela no era buena influencia para Maca. No le gustaba la idea de que fuera aquella
mujer la que estuviese junto a ella esa noche, apoyándola, pero lo cierto es que era a ella
a quien Maca había escogido, ni siquiera a Vero. Se sintió decepcionada y furiosa, por
eso cuando la pediatra se acercó por el pasillo la recibió con el ceño fruncido y
mostrando su enfado.

- Maca, ¿están en el baño Teresa y Laura?


- Si, me han dejado pasar primero. Ya sabes…
- No deberías consentirlo – la interrumpió airada manifestando su desagrado, la
pediatra la miró e hizo una mueca con la boca, ¡había tantas cosas que no debía
consentir! Esther no se enteraba de que su vida había cambiado.
- ¿Te vas ya? – le preguntó evitando discutir con ella.
- Sí, y ¿tú? – dijo con intención de que confesase lo que Vero le había revelado.
- Yo… no, me quedaré un rato aún – contestó dudando si decirle que pasaría allí
la noche, no le apetecía que Esther se enterase, le daba la sensación de que
Adela y ella no se habían caído bien, en realidad lo que le apetecía era charlar
con ella como antes, como en la terraza.
- Pero… ¿te has traído el coche?
- Si, ¿quieres que te lleve? – preguntó esperanzada.
- No – dijo molesta pensando que Maca le mentía – voy con Teresa, Manolo nos
dejará en casa.
- Vale… - se interrumpió al ver que llegaban Laura y la recepcionista – Teresa –
se dirigió a ella con una sonrisa conciliadora, pensó ofrecerse a ser ella quien las
llevase a casa, pero desistió, temía que era demasiado tarde. Necesitaba hablar
con la recepcionista tras la mirada de reproche con la que la había obsequiado en
el baño, sin dignarse siquiera a dirigirle la palabra.
- ¿Qué Maca? – la interrumpió con mal genio.
- Eh… - titubeó - nada, buenas noches, qué descanséis.
- Buenas noches – respondió airada abriendo la puerta. Maca notó un nudo en la
garganta, no soportaba que Teresa la tratase así, pero era mejor esperar al día
siguiente, estaba claro que en aquellos momentos no iba a conseguir otra cosa de
ella; quizás Esther si la escuchase.
- Esther – la llamó Maca, esperanzada. La enfermera se volvió haciéndole un
gesto con los ojos, llevaba prisa.
- ¿Hablamos mañana? – le peguntó intimidada ante aquel gesto. En realidad,
deseaba irse con ella, necesitaba hablar con alguien y Vero no le contestaba su
mensaje, y con Adela… ¿cómo iba a contarle a Adela todo aquello! sin
embargo, Esther parecía saberlo y no importarle, le era fácil hablarle a ella.
- Eh.. claro – dijo sorprendida sin saber a qué se refería.
- Esther – la llamó Teresa asomando la cabeza por la puerta – ¡venga!
- Tengo prisa, Maca – se excusó.
- Si, si, perdona. Hasta mañana – dijo viendo cómo se disponía a cerrar la puerta –
¡espera! – le pidió saliendo al rellano.
- ¿Qué? – preguntó en voz baja mirando hacia la puerta del ascensor que Laura
mantenía abierta.
- ¿Estás enfadada por algo? – inquirió temiendo la respuesta.
- No – mintió molesta de seguir resultándole tan transparente.
- ¿Quieres cenar mañana conmigo? – propuso con expresión de timidez.
- ¿Mañana?… no… mañana no puedo. Maca, tengo prisa – repitió.
- Vale, buenas noches, Esther – le deseó esbozando lo que pretendía ser una
sonrisa. Esther se la devolvió con desgana y corrió hacia sus compañeras.

Maca permaneció en el umbral de la puerta hasta que desaparecieron de su vista, sintió


un escalofrío. Era curioso pero al verla marcharse y al ser conciente de que ella volvería
a aquel salón, notó su ausencia y deseo que no se hubiera marchado, necesitaba
escuchar su risa, esa risa que tanto recordaba y que tanto echaba de menos, “Esther ya
no ríe”, cayó en la cuenta. Su mirada se oscureció recordando los datos del informe de
médicos sin fronteras, y deseo poder provocar en ella aquellas carcajadas que llenaban
de alegría sus días.

- ¡Maca! – escuchó la voz de Adela.


- ¡Voy! – respondió, tras unos segundos, cerrando la puerta y entrando en el vacío
salón. ¿Dónde se había metido Adela? Cogió el móvil y mandó otro mensaje a
Vero, necesitaba hablar con ella.
En la calle, Vero y Claudia se habían detenido a charlar con Isabel que al verlas
aparecer sin la compañía de Maca salió del coche y se acercó a ellas para preguntarles
por la pediatra. Cuando bajaron Laura, Teresa y Esther, la detective se estaba
despidiendo de ellas y se marchaba, no sin antes haberle dado indicaciones al par de
jóvenes encargados de vigilar todos los pasos de Maca y que permanecían apostados
frente al portal.

- ¿Era Isabel? – preguntó Esther extrañada de verla allí cuando no había estado en
la fiesta.
- Si – respondió Vero.
- ¿Pasa algo con Maca? – preguntó Esther, esa era la única explicación de que la
detective estuviese allí a esas horas
- ¡Ahí está Manolo! – exclamó Teresa.
- Nosotras nos vamos, que ya está bien por hoy – dijo la neuróloga tirando de
Vero que parecía interesada en hablar con Esther - buenas noches.
- ¡Hasta mañana! – respondieron casi al unísono las tres montando en el vehículo.
- Tengo el coche en la calle de atrás – explicó Claudia mirando de reojo a Vero
que caminaba a su lado en silencio, parecía preocupada – creo que os estáis
pasando.
- ¿Qué? – preguntó distraída.
- Que solo se ha tomado una copa. No hay que sacar las cosas de quicio.
- Tres.
- Bueno… teniendo en cuenta la cantidad que le ha echado y que la tercera no se
la ha bebido…
- ¡Ah! con que tu también has estado pendiente.
- Sí, pero no por lo que crees. Es normal que se tome una copa.
- Lo sé. Si lo anormal es que nunca lo hubiese hecho.
- Pues eso, que no es el fin del mundo, para que vayas con esa cara.
- Ya… si no me preocupa tanto el hecho de que haya bebido como el motivo y …
como se lo va a tomar ella. Ya conoces lo dura que es consigo misma.
- ¿Cuál crees que es el motivo?
- Creo que se le está hundiendo su mundo, el que había creado para sentirse a
gusto.
- ¿Por qué no hablas con ella?
- No. Es mejor esperar a que ella quiera hablar. Ya la conoces. No es aconsejable
forzarla y menos yo, no quiero que piense que pretendo que vuelva a la terapia.
Está muy susceptible con el tema.

En el móvil de la psiquiatra sonó un mensaje, lo abrió y lo leyó, era de Maca:


“¿cenamos mañana? Necesito verte”. Vero sonrió.

- Bueno, quizás si que le he dado demasiada importancia. Lo importante es que


ella se de cuenta de lo que puede significar lo que ha hecho. De todas formas,
debemos estar pendientes y si notamos cualquier síntoma de recaída … habrá
que hablar del tema. Hay que tener claro lo que hacer porque comportamientos
como el de Cruz no la ayudan en nada.
- De acuerdo, si se diese el caso, que estoy segura de que no, ya hablaríamos.
- Confías mucho en ella.
- Sí, siempre me ha demostrado que puedo hacerlo y un día de bajón lo tiene
cualquiera.
- Lo sé.
- Son muchas cosas Vero, si no entiendo como no ha explotado antes – comentó
distraída.
- ¡Que te pasas!
- ¡Mierda! Lo siento.
- Tranquila, déjame aquí mismo – sonrió – gracias, Claudia. Buenas noches.
- Hasta mañana.

* * *

En el ático, una vez solas, Adela se sentó junto a la pediatra, que jugueteaba con el
móvil entre las manos, mirándolo fijamente como si esperase una llamada que no
llegaba. Adela la observó y tomó aire, puso dos copas en la mesa y una botella de coñac.

- ¡Ay! Maquita, Maquita – suspiró - ¿Una copa? – le preguntó muy seria. Maca,
que permanecía con la vista baja, levantó los ojos extrañada ¿era posible que no
le hubiesen contado nada! la miró y negó con la cabeza - ¿En serio! es la que te
gustaba.
- No. Gracias.
- ¿Seguro?
- Si… seguro – respondió con desgana, mirando fijamente la pantalla del móvil.
- Suelta eso, a estas horas no creo que vaya a llamarte nadie o ¿es que esperas
alguna llamada?
- No, no espero nada – dijo con tal tristeza que Adela creyó que no solo estaba
respondiendo a su pregunta.
- Maca… ¿cuánto hace que nos conocemos?
- No sé, unos… treinta años ¿no?
- Si… - dijo pensativa – y yo creía que éramos amigas.
- Y lo somos – dijo mirándola preocupada, sin saber a qué venía aquello.
- Ah ¿Si? – preguntó sarcástica.
- Si, ¿qué pasa, Ade? – preguntó con temor, mostrando por primera vez interés en
la conversación.
- Pasa que siempre te he tenido por mi mejor amiga, pero creo que tú a mi no.
- Eso no es cierto – la miró cansada sin ganas de discusión e intentó hacérselo ver
– Ade…
- ¿No! entonces por qué no me habías contado nada, por qué no me has dicho
delante de todos que no y punto, como ahora – dijo señalando las copas - Si lo
hubiera sabido Maca, nunca te habría insistido. ¡Nunca! – reconoció entre
preocupada y molesta. Maca cabeceó dándole la razón, ¡sí que se lo habían
contado! se sintió traicionada y decepcionada, pero sobre todo hastiada.
- Tú lo has dicho esta noche, soy mayorcita, lo que he hecho no tiene nada que ver
contigo – respondió molesta frunciendo el ceño. Adela se percató del gesto, la
conocía y sabía que el paso siguiente era cerrarse en banda, pero tenía una
opción y fue a por ella.
- No sé si lo tendrá o no, pero has conseguido que me sienta fatal- confesó
bajando la voz y lanzando un suspiro.
- No te preocupes que ya les diré yo a todos que tú no sabías nada – dijo abatida
creyendo que las quejas de su amiga se debían a la imagen que había dado
delante de sus nuevos compañeros.
- No es eso, Maca, me da exactamente igual lo que piense toda la clínica de mí –
respondió con énfasis - pero tú, Maca, tú, no.
- Adela…
- Maca – dijo cogiéndola de una mano – yo creí que estaba claro que siempre he
seguido estando ahí para lo que fuera, aún en Pamplona, aún con los niños, aún
con el trabajo, ¿no he venido cuando me has llamado?
- Si, siempre – reconoció.
- No quiero que vuelvas a dejarme al margen de algo así, ¿me oyes? – Maca
asintió, mirándola con tal desolación que Adela se asustó y pensó en las
recomendaciones de Vero.
- Me daba vergüenza – terminó reconociendo la pediatra – pensé en tu padre y…
- Eso nunca, cariño, nunca – le dijo besándola en la mejilla - sigo estando aquí
para lo que sea ¿me oyes? – preguntó retóricamente – jamás he olvidado nuestra
promesa, siempre he intentado ser fiel a ella.
- Lo sé – respondió aliviada, había tenido siempre tanto miedo de cómo pudiera
reaccionar, que había olvidado aquella promesa. El hecho de que Adela aún la
tuviera presente y hubiera intentado cumplirla, pese a todo la hizo sonreír y la
miró agradecida, recordando aquella tarde en la que siendo apenas dos
adolescentes se escondieron en las bodegas de su padre y sellaron un pacto de
amistad que había durado toda la vida, en contra de los esfuerzos de sus dos
familias, enfrentadas desde antaño, por separarlas - ¡amistad eterna! – sonrió
nostálgica.
- Exacto – rió también tendiéndole una mano como solían hacer de niñas – nada
ni nadie, Maca, nada ni nadie iba a separarnos, ¿recuerdas?
- Lo hizo Germán.
- Si – suspiró – por suerte, poco tiempo.
- ¡Qué ilusas éramos!
- Si – respondió Adela pensativa – y tú que valiente. Aún recuerdo el día que te
plantaste frente a mi padre con los brazos en jarras…
- ¡Si me hubiera visto mi madre! – rió – una señorita con esa pose de verdulera…
- remedó la voz de su madre, provocando una carcajada de Adela.
- Nunca me perdonaré la bofetada que te dio… era para mí.
- Tú ya tenías tu ración todos los días.
- Si – murmuró aún con el dolor reflejado en el rostro – lo odiaba. Lo odiaba con
todas mis fuerzas, lo odiaba cuando bebía, lo odiaba cuando no lo hacía…
- Entiendes por qué nunca te quise contar lo de…
- Alcoholismo, Maca, dilo.

Maca bajó la vista un instante no soportaba aquella palabra. Y menos aplicársela así
misma. Tampoco fue tanto tiempo, solo una mala racha que quizás duró demasiado.
Muchas veces tenía la sensación de que todo había sido una exageración y que se había
dejado llevar por la psicosis de los demás.

- Bueno… una cosa es haber tenido un problemilla con el alcohol durante un


tiempo y otra… ser como – iba a decirle como tu padre, pero de pronto le vino a
la mente la escena de la noche en que Esther se marchó y no pudo evitar que se
le saltaran las lágrimas.
- Mi padre. No te preocupes. Lo tengo más que superado – respondió mirándola
con el ceño fruncido y cierta preocupación. La negación del problema era una de
las pautas de comportamiento del enfermo, y estaba claro que Maca luchaba
entre negarlo y reconocerlo en su fuero interno.
- Adela, en serio, se lo que piensas y no es eso. Te lo aseguro. No quiero volver a
pasar por aquello. Ni quiero volver a hacérselo pasar a nadie. Solo qué…
- ¿Qué?

Maca negó con la cabeza y guardó silencio. Era demasiado complicado de explicar.

- Maca, en tu boda… - empezó desviando el tema viendo que Maca le costaba


trabajo sincerarse y presionarla podía ser contraproducente.
- ¿Mi boda? – preguntó perpleja.
- Si. Muchas veces he estado tentada a preguntarte qué pasaba ese día, pero nunca
me atrevía. No tenías jaqueca, ¿verdad?
- No. Lo había dejado solo hacía un par de meses y… mi madre insistió en que…
había que disimular, ¿cómo no iba ni siquiera a brindar en mi boda! a todo el
mundo le extrañaría, tenía miedo de los comentarios – rió irónica – me caso con
una mujer y teme que comenten si brindo o no - suspiró.
- Ahora entiendo todo. Hasta discutí con Ana….
- ¿En serio? Nunca me lo dijo – la miró esperando alguna confesión más pero
Adela guardó silencio – hablando de Ana, tengo que pedirte un favor. Es muy
importante para mí.
- A ver, dime.
- Verás, aquí… nadie la conoce, ni nadie sabe…
- ¡No me lo puedo creer! – la interrumpió – pero Maca.
- Quiero que las cosas sigan como están, por favor – le suplicó.
- No te entiendo, la verdad es que no te entiendo, ¿porqué te empeñas siempre en
hacer todo tan difícil! desde niña…
- ¿Vas a cerrar la boca o no? – se alteró temiendo una negativa.
- Si, tranquila, es tu vida y yo nunca me he metido en ella.
- Bueno… hace un momento es lo que estabas intentando hacer.
- Eso es otro tema. Será tu vida, pero eres mi amiga. Respeto que no quieras que
se enteren de lo que tu no quieras pero no pienso dejarte tranquila como te vea
hacer el tonto con la bebida, eso si que no me lo puedes pedir, a mí no.
- No iba a hacerlo. De hecho creo que nunca te lo conté por eso, y luego, cuando
ya conseguí dejarlo… no tenía sentido irte con el cuento, por eso en la boda…
- ¡Las famosas formas!
- Mis padres estaban tan avergonzados de mí que se negaron a ir… - suspiró –
Ana los convenció.
- Pero yo creía que ellos habían estado a tu lado cuando pasó todo.
- Cuando el accidente sí, estuvieron para todo, no puedo quejarme… - dijo con un
ligero tono de reproche que Adela captó rápidamente.
- Pero te quejas…
- Ya conoces a mi madre – suspiró – y yo no he sabido frenarla, me comió el
terreno y… ¡así estoy!
- ¿Sigues yendo a Sevilla todos los fines de semana?
- Si.
- ¿Por ellos?
- No. Por Ana. Y no voy a dejar de hacerlo – saltó ligeramente a la defensiva.
- Tranquila, no pensaba inmiscuirme, era simple curiosidad – le sonrió y
volviendo a la seriedad le preguntó - ¿Por qué lo has hecho! ¿por qué has bebido
precisamente esta noche?

Maca guardó silencio con la vista puesta en el suelo. No conocía la respuesta a aquella
pregunta. ¡Eran tantas cosas! Adela se aventuró.

- No será por… Ana y… la enfermera esa, Esther ¿no?


- ¡No! claro que no – dijo con tal rapidez que Adela no pudo evitar pensar que sí
que había dado en el clavo - Bueno… no sé – reconoció - supongo que.., no sé,
Ade, no lo sé… no sé – reconoció notando como las lágrimas afloraban de
nuevo a sus ojos – mi vida es…
- ¿Un desastre! ¿sabes cuantas veces te he escuchado decir eso?
- Muchas – suspiró – pero… ahora es verdad.
- Bueno, pues… si lo es… tendremos que empezar a arreglar ese desastre –
esbozó una sonrisa de ánimo y le acarició el antebrazo.
- ¿Qué voy a hacer ahora? – le preguntó con voz temblorosa y tocándose la frente
con la mano en señal de cansancio.
- Lo que has hecho hace un minuto – le dijo con una sonrisa señalando a las copas
vacías en la mesa - Volver a empezar, Maca.
- No voy a ser capaz de… - bajó la vista.
- Ya lo creo que lo vas a ser, y yo contigo – se ofreció.
- ¿Cómo voy a trabajar mañana! ¿cómo… cómo miro a Cruz a la cara y…? ¿cómo
van a respetarme si…? – preguntó angustiada, Adela se levantó y le acarició con
suavidad la cabeza – ¿a dónde vas?
- A hacer café – le sonrió con dulzura – esta va a ser una laaarga noche. Y… si
quieres que te ayude, vas a tener que contármelo todo.
CAPÍTULO VII. ASALTO Y DERRIVO.
El día siguiente amaneció gris, el cielo amenazaba lluvia y la presión atmosférica se
había instalado en la cabeza de Cruz que entró en la Clínica completamente desganada.
Se había levantado temprano y se había tomado un par de cafés con un paracetamol
antes de meterse en la ducha, pero no había sido suficiente. Tenía la sensación de que,
ni unos ni el otro, habían servido para nada, no le habían hecho ningún efecto, lo que
contribuía a aumentar el mal humor con el que había salido de la cama. Su paso cansino
alertó a Teresa que ya estaba en la recepción poniéndose la bata.

- ¡Vaya gana traemos! – bromeó cuando se acercó al mostrador y firmó en la hoja


de llegada. La cardióloga la miró y lanzó un gruñido que pretendía ser un saludo
de buenos días.
- Cruz ¿estás bien? – le preguntó y sin dejarla responder le preguntó - ¿sabes lo
que se dice en mi pueblo?
- ¿El qué, Teresa? – contestó con desgana.
- Nochecitas alegres, mañanitas tristes.
- No creo que sea el caso – regruñó frunciendo el ceño – no creo que la de ayer
tuviera nada de alegre.
- ¡Mujer! ¿tan mal lo pasaste?

Cruz la miró molesta.

- Si te digo la verdad, ¡maldita la hora en que fuimos a esa fiesta! – exclamó


mostrando un ligero enfado.
- ¿Lo dices por lo de Maca?
- No – respondió con retintín arrastrando la palabra - ¡claro, Teresa! ¿por qué lo
voy a decir?
- ¡Vaya humos que traes!
- Sí, no estoy en mi mejor día, perdona – suspiró – voy a ver si me tomo un café,
¿quieres?
- No, voy a ordenar este correo que ayer Maca me pidió que se lo subiese a hoy
primera hora y no me dio tiempo a hacerlo por la tarde.
- No te des prisa que no creo que venga hoy a trabajar – comentó con ligero tono
despectivo.

Teresa la miró con una sonrisa burlona.

- Te equivocas. Ya está en su despacho – la informó ante la cara de perplejidad de


Cruz, eso si que no se lo esperaba – y… te está esperando, quiere hablar contigo
antes de irse a la reunión con el alcalde.
- ¿Ya está aquí? – preguntó más para sí que para la recepcionista.
- Si, cuando he llegado me he encontrado esto – dijo mostrándole el planning del
día, Maca solía dejárselo a Teresa para que siempre supiera dónde localizarla en
el caso de que fuese necesario. Cruz lo leyó y se lo devolvió a la recepcionista.
- Y, ¿sabes qué es lo que quiere! porque no es la única que tiene mucho trabajo…
y… si no es importante…
- No, no me ha dicho nada.
- Pregúntale y me dices. Hoy no quiero perder el tiempo – comentó manifestando
estar molesta. Teresa adivinó lo que le ocurría y se decidió.
- Cruz ¿me permites un consejo?
- Dime… - volvió a arrastrar la palabra cansada de la charla.
- No la castigues y habla con ella. Vero nos dijo que eso es lo peor que podemos
hacer y a pesar de eso, yo caí en ese error anoche y, ahora, me arrepiento.

Cruz la miró y torció la boca en un gesto que mostraba su desagrado. No respondió y se


marchó camino de la cafetería. Teresa percibió que con sus palabras solo había
conseguido aumentar el enfado de la cardióloga, por mucho que intentase disimularlo,
Cruz estaba tan dolida y decepcionada con Maca que no podía evitar que se le notase.

La cardióloga entró en la cafetería comprobando que estaba desierta, tan solo Adela
estaba sentada en una de las mesas, mareando mecánicamente el café, sin para de darle
vueltas a la cucharilla con la vista clavada en la mesa, pensativa. Cruz se acercó a ella.

- Buenos días, Adela.


- Buenos días – respondió levantando los ojos hacia ella. Cruz observó que bajo el
maquillaje se apreciaban unas profundas ojeras.
- ¿Terminasteis muy tarde? – preguntó sentándose en frente.
- No, que va, casi todos se marcharon al poco de irte tú.
- Vas a hacerle un agujero a la taza como sigas moviendo así la cucharilla
bromeó.
- Si – esbozó una sonrisa, se encogió de hombros con un gesto que le recordó a
Maca y dejó de moverla. Cruz se dio cuenta que le ocurría algo pero no tenía
confianza con ella para preguntarle.
- Adela, hoy me gustaría que le echaras un vistazo a una de las niñas que
ingresaron la semana pasada, me gustaría saber tu opinión…
- Si, sí – la interrumpió – lo que tú me digas – aceptó distraída demostrándole a
Cruz que casi no la escuchaba y que su mente estaba en otras cosas.
- ¿Pasa algo? – preguntó finalmente Cruz, extrañada de su comportamiento tan
alejado de lo que conocía de ella.
- No… estaba pensando – dijo como si calibrase si confiarse a ella o no,
finalmente, se decidió – Cruz, ¿has hablado con Maca?
- No, aún no, ¿por qué? – preguntó empezando a preocuparse, quizás lo que Maca
quería tratar con ella no tenía nada que ver con lo que imaginaba y existía algún
problema que debían resolver.
- Cuando lo hagas no seas muy dura con ella – le pidió con preocupación, Cruz
frunció el ceño, consciente de que si que era lo que creía y no le apetecía en
absoluto mantener esa conversación con Maca. Adela se sintió en terreno
resbaladizo, no se conocían y no quería meter la pata, decidió ser sincera – tiene
miedo de lo que puedas pensar y… yo creo que… - se detuvo ante la cara que le
estaba poniendo Cruz, deseó no haber sacado el tema porque estaba segura de
que en vez de ayudar a Maca había conseguido todo lo contrario.
- Adela, ya sé que os conocéis desde hace tiempo, pero … en los últimos años… -
empezó con genio, dispuesta a echarle en cara que no había estado al lado de
Maca en los momentos más duros de la pediatra y a decirle que no era nadie para
darle consejos a ella, pero en el último instante se arrepintió, lo que tuviera que
hablar ya lo hablaría con Maca – eh… ya veré lo que le digo – cambió de actitud
– me voy al despacho que tengo trabajo – terminó levantándose.
- ¿Y el café? – preguntó deseando continuar con la charla.
- Ya llevo dos y la verdad es que no sé para que me he pedido otro, no me apetece
– respondió airada dándole a Adela la sensación de que lo que no le apetecía era
tomárselo con ella. Aún así no cejó en su intento.
- Por favor – le pidió – escúchala.
- Lo haré – aceptó – pero no me pidáis que le diga lo que no pienso porque no
seré capaz – avisó disgustada por la conversación – me ha decepcionado y aún
estoy molesta por cómo me trató.
- No estaba bien – la justificó – quiere disculparse – dijo revelándole parte de la
conversación que podía esperarle con la pediatra – necesita tu apoyo.
- Ya…
- En serio, Cruz. Está echa un lío. Tienes que ayudarla – le pidió con tal aire de
desesperación que Cruz se ablandó y tomó asiento de nuevo.
- De acuerdo, de acuerdo – sonrió por primera vez en la mañana, sin poder evitar
pensar lo diferente que parecía esa Adela suplicante de la mujer arrolladora del
día anterior – intentaré no ser demasiado dura con ella – prometió - ¿por qué
crees que lo hizo? – se atrevió a preguntarle.
- Eso… mejor se lo preguntas a ella – respondió bajando la vista, una cosa era
pedirle que ayudara a Maca aunque para ello hubiese tenido que desvelar parte
de cómo se sentía la pediatra y otra muy diferente era traicionar su confianza.
- ¿Tú no lo has hecho?
- Sí, pero no voy a contártelo – respondió con firmeza.
- No hace falta – sonrió comprensiva – tu respuesta me lo dice todo – confesó
mirándola fijamente y notando lo incómoda que se había puesto. Cruz se
aventuró – Esther ¿no? – dijo levantándose segura de no fallar en su vaticinio.

Adela la miró sin responder, debía a ser fiel a su promesa y no desvelar las confesiones
de su amiga. Se había propuesto ayudar a Maca pero no a toda costa. Si había sacado el
tema con Cruz era solo porque conocía la necesidad que tenía la pediatra de obtener su
“perdón”, y lo importante que eso podía ser para que se mantuviese firme en su decisión
de no volver a beber, pero no estaba dispuesta a nada más. Cruz supo que no iba a
obtener respuesta a sus preguntas. Empezaba a gustarle esa faceta de Adela.

- No olvides pasar por mi despacho, quiero que veamos ese historial.


- De acuerdo – respondió Adela aliviada de verla marchar.

Cuando Cruz salía en dirección al despacho de Maca, Vero entró en la cafetería y se


dirigió, directamente a Adela. La noche anterior había quedado en llamarla por la
mañana para verse a lo largo del día pero le pudo su impaciencia y decidió buscarla en
la Clínica antes de acudir a su consulta.

- Buenos días – le dijo sentándose junto a ella.


- Buenos días – respondió extrañada de verla allí – ¿un café?
- No gracias, ya he tomado.
- Creí que quedaríamos para comer.
- No puedo, entro a grabar a las dos – se explicó - ¿qué tal anoche? – le preguntó
sin más rodeos.
- Bien, de hecho mejor de lo que esperaba.
- Necesito que me cuentes todo – pidió con cierto nerviosismo que no pasó
desapercibido a su interlocutora y reparando rápidamente en que a Adela no le
había hecho demasiada gracia intentó justificarse – es… es importante que sepa
como está para… plantear un acercamiento adecuado y …
- Verónica, ya te dije anoche que tengo experiencia en el tema. No he cometido
ninguna locura.
- Y… ¿no puedes darme detalles?
- No puedo contarte lo que hablamos – suspiró cansada – pero, no te preocupes,
porque Maca necesita hablar contigo, quiere verte hoy.
- Sí, hemos quedado para cenar – reconoció.
- Lo sé – le sonrió – te necesita más de lo que ni ella misma es capaz de imaginar.
Ya te contará todo, dale tiempo.
- De acuerdo, esperaré – admitió satisfecha por aquella confidencia – pero ¿ni
siquiera me vas a contar la táctica?
- ¿La táctica? – repitió con otra sonrisa, tenía claro que la psiquiatra no la iba a
dejar tranquilla hasta que no le dijese cómo veía ella a Maca – pues… la misma
que recomendáis vosotros. Empecé fuerte, provocándola e incitándola a beber de
nuevo, recreando una situación de riesgo, pero no cayó, se mantuvo firme.
Luego le saqué un par de temas espinosos, buscando la tensión y siguió sin mirar
la botella, finalmente, la lleve a donde recomendáis, intentando que reconociese
el problema, y cuando tenía baja la guardia y parecía dudar, le hice ver que
aunque se sienta frustrada e indefensa la autocompasión y la culpa no eran el
camino. Básicamente, esa ha sido nuestra noche. Ahora te toca a ti.
- Gracias – le dijo con sinceridad y sorprendida de sus conocimientos - ¿cómo se
ha levantado! hoy será un día difícil para ella.
- No se ha acostado, hemos estado charlando toda la noche, ¡si hemos llegado
aquí a las seis de la mañana!
- Debería haber dormido.
- Dice que tiene problemas con el sueño, pero eso tú ya lo sabes ¿no?
- Sí – respondió sin dar más explicaciones percatándose de que Maca le había
contado más cosas de las que parecía – gracias, Adela.
- Yo no he hecho nada. Es ella la que está decidida a no caer de nuevo, sabes que,
sin eso, daría igual lo que pudiéramos decirle.
- Sí, pero si tienes tanta experiencia, también sabrás que cualquier cosa que se le
diga en estos momentos pueda hacerle cambiar de opinión. Sobre todo, el día
después, y más, si está cansada.

Adela la miró y frunció el ceño. No sabía si Vero le estaba recriminando algo o


simplemente estaba preocupada por la reacción de Maca. Ella misma lo estaba. La
psiquiatra rompió el silencio que se había creado entre ambas.

- ¿Puedo preguntarte algo? – se atrevió a decirle manifestando cierta timidez.


Adela dudó un segundo.
- Dime – aceptó.
- Tu experiencia con este tema… es… ¿con Maca? – titubeó temiendo la
respuesta.
- ¿Con Maca? – sonrió melancólicamente - ¡no! ¡por dios, claro que no! ¿Crees
que si fuera así yo habría consentido que…?
- Perdona… – la interrumpió cortada, ni siquiera había pensado en eso y se sintió
estúpida por haberle preguntado aquello, pero, últimamente, tenía la sensación
de que todo lo que Maca le había contado de su vida era inexacto, por no decir
falso.
- No pasa nada. Me alegro de que Maca tenga a alguien que se preocupe por ella –
reconoció bajando la vista, Vero rápidamente captó que se sentía culpable,
Adela hizo una pausa y clavando sus ojos en los de Vero confesó – fue Maca la
que me ayudó a mí en aquel tiempo.
- ¿Tú…? – empezó a preguntar pero Adela la interrumpió con prontitud.
- Yo no – la sacó de su error – yo jamás he tenido un problema con el alcohol, al
menos, no en el sentido que piensas, de hecho, no probé una gota hasta los
veintitantos y, por cierto, fue por culpa de Maca – sonrió recordando la escena –
¡se gastó todo el dinero que tenía en una botella!
- Deja que adivine… ¿el champang de anoche…?
- Sí – bajó la voz y los ojos. Vero se percató de que se le habían humedecido y se
sentía incómoda por revelarse sensible ante una desconocida.
- No te preocupes por lo de anoche – Vero posó su mano sobre la de Adela en
señal de comprensión y apoyo – no lo sabías.
- No es excusa – levantó la vista retirando la mano, Vero no pudo evitar sonreír
para sus adentros, aquella mujer tenía detalles que le recordaban a Maca –
siempre he tenido ese problema… me cuesta trabajo escuchar más allá de las
palabras – admitió pensativa – tenía que haberme dado cuenta que le pasaba
algo, pero no supe verlo - suspiró.
- Maca saldrá adelante de nuevo, ya verás – intentó animarla – solo tenemos que
confiar en ella y hacérselo saber.
- Eso espero – dijo con tan poco convencimiento que Vero se alertó pensando que
había algo que le ocultaba, pero decidió no insistir y esperar hasta la cena para
calibrar por sí misma cómo estaba la pediatra.
- Seguro que sí, la conozco, solo necesita darse cuenta de que es ella la que tiene
que tomar las riendas de su vida – comentó, Adela asintió sin decir nada pero
seguía con ese aire de duda.
- Claro … - dijo finalmente – Vero… tengo que subirme …
- Si, sí – dijo mirando el reloj – a mi también se me ha hecho tarde, perdona – se
disculpó, al tiempo que ambas se levantaban y se dirigían a la salida – Adela, ¿te
importa si seguimos en contacto?
- No, claro que no. Llámame cuando quieras – respondió subiendo en el ascensor.

Vero se quedó mirándola, preocupada. En la distancia Teresa había estado pendiente de


la conversación e hizo una seña a la psiquiatra para que se acercase, pero Vero no estaba
dispuesta a hablar con ella y con un “tengo prisa Teresa, ya nos vemos”, corrió hacia la
salida dejando a la recepcionista con unas enormes ganas de saber qué se traían aquellas
dos.

* * *

Cruz, llamó con los nudillos a la puerta y sin esperar respuesta, como era su costumbre,
entró.

- ¿Querías verme? – preguntó secamente.

Maca levantó la vista de los documentos que estaba ordenando y guardando en una
carpeta y asintió.
- Sí, pasa – dijo indicándole con la mano que tomase asiento intentando controlar
su nerviosismo, se sentía insegura y avergonzada. Su mente no dejaba de
repetirse que debía hacer caso a Adela y aparentar normalidad, aunque le estaba
costando mucho más de lo que había imaginado.
- Creí que no vendrías hoy – reconoció Cruz sentándose frente a ella.
- ¿Por qué no iba a venir? – preguntó con rapidez – no bebí tanto – saltó molesta
creyendo que Cruz empezaba con sus recriminaciones.
- No lo decía por eso – respondió con tranquilidad - ¿qué tal tu costado?
- Eh… - la miró más avergonzada aún pero aliviada por la sonrisa que le estaba
poniendo la cardióloga que había decidido, al verla tan nerviosa, ceder un poco
mientras no le hablase del tema – bien, bueno, mejor, casi no me duele con el
vendaje – habló con precipitación sin ocultar ya su nerviosismo – lo que sí me
molesta es el hombro – reconoció, comenzando a toser.
- ¿El hombro? ¿el mismo que… la otra vez? – preguntó interesada, Maca asintió –
vamos a tener que echarle un vistazo a ese hombro y… a esa tos también, no me
gusta como suena.
- No hace falta, estoy bien. Debí coger frío anoche,… en la terraza.
- ¿Sigues fumando? – preguntó conocedora de que a pesar de su prohibición la
pediatra seguía haciéndolo a escondidas.
- Alguno de vez en cuando – reconoció bajando la vista y temiendo que Cruz
comenzase con una de sus broncas.
- Maca… - comenzó, ahora sí, con tono recriminatorio.
- Por favor, Cruz – la interrumpió – ya sé lo que me vas a decir y… precisamente
hoy…
- Pues si lo sabes, hazlo – la interrumpió molesta de que continuamente le costase
tanto trabajo que le hiciese caso.
- ¿Quería pedirte un favor? – cambió de tema sin ganas de entrar en la discusión
de siempre – me gustaría que me acompañases a la reunión con el alcalde.
Quiero presentártelo.
- ¿Yo? – preguntó extrañada de la petición – sinceramente, no tengo ningunas
ganas de conocerlo, ni se molestó en venir a la inauguración, además, hoy tengo
mucho trabajo.
- Por favor, Cruz – le pidió.
- No, Maca – se negó con rotundidad – hoy tengo programadas dos operaciones y
una de las niñas que operamos ayer no evoluciona como esperábamos…
- Dile a Adela que le eche un vistazo – le aconsejó.
- Ya lo he hecho – respondió molesta.
- Perdona… - se disculpó. Cruz sabía hacer muy bien su trabajo. La observó en
silencio, entre las dos pesaba la escena de la noche pasada y aunque ambas
notaban la tensión, ninguna rompía el hielo y se enfrentaba al tema.
- ¿Qué es lo que querías a parte de lo del alcalde? – preguntó - ¿o solo era eso?
- No… no… yo… - tragó saliva – quería disculparme por… por el espectáculo de
anoche. No sé que me pasó por la cabeza – dijo atropelladamente bajando la
vista, “sí que lo sabes”, pensó Cruz cambiando de gesto, ya enfadada,
provocando que Maca decidiese no seguir por ahí y recordase el consejo de
Adela – y… bueno, que lo hecho, hecho está, no estoy orgullosa y espero que no
vuelva a ocurrir y…
- ¿Espero? – repitió elevando la voz – sabes que no es cuestión de esperanza, es
cuestión de decisión y fuerza de voluntad.
- Lo sé – respondió con un hilo de voz bajando los ojos ante aquella mirada entre
recriminatoria y despectiva de Cruz – lo sé.
- Bien – dijo levantándose – tú misma, Maca.
- Cruz, por favor, escúchame – le pidió casi en tono de súplica, era consciente de
su enfado y necesitaba saber que todo estaba bien.
- Ya me sé toda la cantinela, Maca, ¿ya no te acuerdas! fueron muchos meses
escuchándola…
- Cruz… por favor… esta vez no va a ser como antes… esta vez será como la
última.
- Ya… o sea, ¿que debo creer que pasarán un par de años a lo sumo tres hasta que
vuelvas a lo mismo?

Maca apretó los labios, dolida por lo que acababa de escuchar, estaba claro que Cruz no
confiaba en su palabra y que solo el tiempo podía darle la razón. Se sintió tan impotente
que notó como enrojecía y, con orgullo, controló las ganas de llorar.

- No quería nada más. Puedes marcharte – dijo secamente.

Cruz se levantó dispuesta a marcharse, pero en el último momento, cuando ya estaba


con la puerta abierta se volvió y la cerró.

- Mira Maca, si lo que quieres es que te diga que no pasa nada, no te lo voy a
decir, porque sí que pasa. No soy ni psicóloga, ni psiquiatra, ni a mí me va toda
esa jerga psicológica. Tú, me prometiste algo que no has cumplido y a mí eso sí
que me importa – habló con rapidez pero con más suavidad de la que lo había
hecho hasta entonces, Maca escuchaba estoicamente, aún con los labios
apretados y asintiendo de vez en cuando - Me cuesta trabajo confiar en alguien y
en ti lo hice. Dejé mi trabajo por embarcarme en este proyecto y ahora…
- Un momento, un momento ¿qué me estás queriendo decir? ¿qué por lo de
anoche…?
- No sé, Maca, ahora no puedo pensar fríamente. Estoy enfadada y estoy
decepcionada y…
- No confías en mí, ni en lo que te he dicho, es eso ¿no?
- Si quieres decirlo así – respondió más tranquila después de haberse sincerado.
- Cruz… en realidad, yo quería que me acompañaras a ver al alcalde…
- Maca – la interrumpió – no insistas porque no te voy a acompañar. Vas tú sola.
- Pero escúchame un momento…
- Qué no, Maca – volvió a interrumpirla airada -Tú, haz tu trabajo y yo haré el
mío.
- Luego… soy yo la cabezona – se quejó moviendo la cabeza de un lado a otro.
- Está bien – cedió – ¿para qué quieres que te acompañe?
- Mira, llevo toda la noche dándole vueltas, ya sé que no confías en mí y que no
crees que ahora sea capaz de dirigir todo esto, por eso, quería que me
acompañases, quiero que en unos días seas tú la que dirijas la Clínica.

Cruz la miró perpleja. Aquello sí que no se lo esperaba. Maca le sostuvo la mirada.


Como le había dicho a la cardióloga, había pasado la noche imaginando esa
conversación y discutiendo con Adela del tema. Sabía que Cruz iba a ser dura con ella e
intransigente con lo que había hecho, pero no había esperado que fuera implacable. Aún
así, estaba decidida a demostrarle que era capaz de renunciar a todo, al que había sido su
sueño, porque el proyecto siguiera adelante.

- ¿No dices nada? – preguntó Maca – necesito saber si aceptas. He hablado con
Mónica y está de acuerdo en que seas tú.
- ¿Mónica está de acuerdo en que dejes esto? – le preguntó extrañada. Maca no
respondió, en realidad ni Adela ni Mónica estaban de acuerdo, pero eso no
importaba - No… no creo que sea buena idea – le dijo con el ceño ligeramente
fruncido al ver que Maca guardaba silencio y arrepintiéndose de la dureza con
que la había tratado, tenía la sensación de que Maca estaba tirando la toalla.
- Es lo único que se me ocurre para…
- Maca – la interrumpió mucho más afable – haces bien en descansar porque hace
tiempo que estás algo acelerada. Como tu médico sabes que te lo vengo diciendo
y creo que es la mejor decisión que puedes tomar. Pero una cosa es que te
marches unos días, que te vayas a Sevilla o hagas ese viaje que tienes pendiente
con Vero – le sonrió – y otra muy diferente que dejes la dirección de la Clínica.
Vete unos días, descansa y luego…
- No, Cruz, he tomado una decisión y no van a ser unos días. Será algo más.
Estaba pensando en… una larga temporada. Y… quiero que me recetes Zurex,
quiero decir, que estudies como puedo combinarlo con el resto de la medicación.
- Pero Maca… - comenzó a protestar – no creo que sea necesario llegar a esos
extremos.
- Tú me los has dicho antes, no se puede confiar en mi palabra y esta vez no
quiero fracasar. Voy a hacerlo así, Cruz. Si tú no quieres encargarte de la
dirección buscaré a alguien que lo haga, pero me gustaría que fueras tú…
- Te repito que estás sacando las cosas de quicio, por qué no dejas que pasen unos
días y luego hablamos – propuso.
- Voy a hacerlo, Cruz. Me quedaré hasta que se produzcan los derribos en el
poblado – dijo, pensativa, mostrando la preocupación que le producía ese tema –
intentaré evitarlo pero me temo que será imposible. Después, si aceptas, te
pondré al día de todo, bancos, suministros, administración… tendremos que
hacer un par de viajes y que conozcas a algunas personas, y… no te preocupes
por los ingresos y las relaciones con el exterior porque entre Fernando y Laura
se organizarán bien.
- Maca… todo esto… ¿no será por Esther? – le preguntó de pronto revelando sus
temores.
- ¿Esther! no, Esther no tiene nada que ver – le dijo entre dientes bajando los ojos
– todo esto es porque… porque no puedo más.
- No lo entiendo, Maca. Si me hubieras dicho esto hace un par de meses, cuando
estábamos con todo el lío encima, me lo creería, pero ahora… ahora no me lo
creo – le reconoció – ¿qué problemas hay! los económicos están resueltos, en el
campamento todo el mundo empieza a acostumbrase a nuestra presencia, aquí
funciona todo mejor de lo que podíamos esperar….

Maca volvió a bajar la vista, cuando levantó la cabeza, Cruz se asustó ante la oscuridad
de su mirada.

- Cruz, sé que estás enfadada conmigo y… lo siento, siento haber bebido, pero no
puedo volver atrás. Créeme cuando te digo que no es por Esther – le pidió, pero
la cardióloga movió la cabeza mostrando su incredulidad - Ni siquiera puedo
convencerte de que no se va a volver a repetir más pero…
- Maca… perdóname – dijo cediendo con temor, por primera vez en la
conversación, conocedora de la importancia que tenía para Maca su proyecto –
no debí hablarte así.
- Tienes derecho a hacerlo. Sé por lo que pasasteis la otra vez y soy consciente de
lo que arriesgaste por defenderme. Pero… no te preocupes porque eso no va a
volver a pasar – afirmó rotunda – No voy a darte explicaciones de mi decisión.
Quiero alejarme un tiempo de todo esto y… no es por la Clínica, en eso tienes
razón, este trabajo es lo único en mi vida que va bien – reconoció con sinceridad
– pero tampoco es por Esther, como crees. Soy yo, necesito aclararme,
necesito…
- Maca, te conozco muy bien – la interrumpió – y… me da igual lo que me digas.
¿Recuerdas la noche de la inauguración? ¿recuerdas nuestra charla en el baño? –
la pediatra asintió – vi tu cara y… hasta que no reconozcas que la vuelta de
Esther te está afectando más de lo que te gustaría, no conseguirás aclarar nada.

La pediatra clavó sus ojos en ella, Cruz, por primera vez en mucho tiempo, no supo
interpretar aquella mirada, cuando habló lo hizo en voz baja y ronca.

- Esto es precisamente lo que me pasa Cruz – comenzó – estoy muy cansada, pero
que muy cansada de que todos, no solo os creáis en el derecho de decirme lo que
debo hacer, si no que ahora también sabéis lo que pienso y lo que siento.
- Maca… - la interrumpió con la idea de disculparse.
- No, Cruz, escúchame – pidió con autoridad – os estoy diciendo que Esther pasó
a la historia y que en ella va a seguir. Estoy casada, parece que se os olvida
continuamente, pero te aseguro que a mí, no.
- Perdona, Maca, yo… - la interrumpió de nuevo. La pediatra tenía razón, a veces
la trataban como si no fuera capaz de tomar sus propias decisiones.
- Quiero que te quede claro que mi única intención con Esther es recuperarla
como amiga. Te pido, por favor, que dejéis de insinuar otra cosa y que no os
cofundáis.
- Vale – aceptó azorada, se merecía aquellas palabras, era cierto que Teresa y ella,
en muchas ocasiones, obviaban a Maca y actuaban creyendo que sabían lo que
era mejor para ella – no he dicho nada. ¿Me disculpas?
- ¿Qué me dices entonces de la dirección? – volvió al tema que le interesaba sin
responderle.
- Que en unos días, cuando pasen los derribos, ya hablaremos – le sonrió.
- ¿No aceptas?
- Maca… creo que… con unos quince días de vacaciones ya vas a estar
subiéndote por las paredes. No sabes estar sin hacer nada, además, esta clínica
no puede permitirse tu ausencia por mucho tiempo. Esto no funcionaría sin ti –
le dijo en un intento de hacerla desistir.
- No digas tonterías. Entre Mónica y tú podéis encargaros de todo sin problemas,
ya lo hicisteis la semana pasada.
- No, Maca, una cosa es unos días y otra muy diferente una larga temporada. Hay
cosas que solo puedes conseguir tú y gente que solo quiere tratar contigo y lo
sabes.

Maca sonrió, le gustaba escuchar aquello. No podía evitar sentirse halagada.


- Bueno… ya hablaremos más tranquilamente – pareció ceder mirando la hora y
comenzando a recoger los papeles que tenía sobre el escritorio – se me está
haciendo tarde para ir al ayuntamiento.
- Maca… - empezó a punto de decirle que podía acompañarla si retrasaban una de
las operaciones, la pediatra levantó la vista y Cruz comprobó que tenía de nuevo
aquella expresión de seguridad, habitual en ella - ¡suerte! – le deseó sin más.
- No hay nada que hacer – reconoció frunciendo lo labios – pero si me hago notar
un poco quizás consiga que se frenen algo para los siguientes derribos. El del
viernes es inminente, y no va a servir de nada lo que le diga para retrasarlo, eso
lo sé. Ni siquiera creo que me escuche – sonrió – ya sabes cual es su plan de
actuación e intentará cumplirlo. Solo pretendo molestar un poco.
- Ten cuidado, Maca – le recomendó preocupada – no sé si es buena idea que te
hagas notar.
- Lo tendré – sonrió.
- Y… ¿no puedes esgrimir la ayuda del ministerio?
- Para ciertas cosas, creo que es hasta contraproducente… ya sabes… - rió.
- ¡Políticos!
- Sí – suspiró – y lo peor es que no son capaces de comprender las dimensiones
del problema que se les viene encima.
- Que tenemos encima, querrás decir.
- Efectivamente. Derribar unas cuantas chabolas no sirve de nada, y menos si no
son capaces de realojar a la gente – comentó pensativa – si nos dieran un poco
de tiempo… pero solo piensan en su imagen.
- Bueno, tú ahora lo que debes es concentrarte en lo inmediato. Los demás
problemas ya los iremos afrontando conforme lleguen – le pidió preocupada
porque el stress del trabajo le provocase tal grado de ansiedad que le hiciese
desear evadirse bebiendo – y, el lunes, si sigues con la misma idea…
- ¿Aceptas? – preguntó con una sonrisa, satisfecha.
- Solo por unos días y porque es cierto que pareces cansada – dijo mirando sus
profundas ojeras – pero no porque crea que no eres capaz de dirigir esto –
continuó levantándose y saliendo junto a ella. En la puerta se giró antes de
despedirse y vio como Maca seguía sonriendo – No sé cómo lo haces –
reconoció – pero cuando llevo un rato en frente tuya se me olvida lo enfadada
que me tenías.
- Ese es mi atractivo – bromeó la pediatra – no hay mujer que se me resista.
- No me provoques que aún quedan dos meses para que pueda ver a Vilches –
respondió a la broma – y una está muy necesitadita…

Maca soltó una carcajada y giró la silla.

- Anda, vamos – le dijo contenta, al final todo estaba resultando más fácil de lo
que esperaba – si te parece el jueves por la tarde nos vemos y empezamos a
organizarnos.
- De acuerdo – aceptó - ¿vuelves esta tarde?
- Sí, pero ya he quedado con Mónica y, luego, ceno con Vero.
- ¡Ah! ¡vaya agenda! – exclamó - ¿tú eres la que pretendes tomarte todo con más
calma! en dos días has cambiado de opinión.
- No, no lo haré – sonrió.
- Ya veremos – le devolvió la sonrisa – luego, si tienes un rato me paso y te
cuento como van las niñas.
- Estupendo, y… muchas gracias, Cruz – le dijo apretándole la mano.
- No tienes por qué dármelas. Al revés, soy yo la que debe dártelas por confiar en
mí y por no mandarme a paseo. Me he pasado.
- Vamos a dejarlo que al final no llego – dijo dirigiéndose al ascensor – hasta la
tarde – se despidió de ella.

* * *

Fernando conducía despacio, habían salido tarde de la Clínica porque Laura y Esther,
que habían pasado la noche juntas en casa de Encarna, llegaron con retraso debido a un
atasco. El silencio reinaba en el vehículo desde que emprendieran la marcha. Esther no
dejaba de darle vueltas a la cabeza, recordando la conversación del día anterior con
Maca, había sido imbécil al decirle que no podía cenar con ella, y todo porque se enfadó
al saber que se quedaba con Adela. Había intentado ver si Maca estaba en la Clínica
pero Fernando les había metido tanta prisa que ni siquiera se había fijado si su coche
estaba en el parking. No habían podido ni cambiarse.

- La fiesta debió ser de campeonato – rompió Fernando el silencio - ¡vaya caras y


vaya ánimo! – bromeó.
- No estuvo mal – sonrió Mónica – demasiado pija para mi gusto.
- ¿Qué esperabais? – rió - ¿Maca fue al final? – preguntó interesado.
- Sí – afirmó Mónica.
- Y ¿qué tal? Porque tenía un buen golpe.
- ¿Un golpe? Yo no le noté nada – dijo Mónica – bueno llevaba la silla eléctrica,
eso sí. Pero… por lo que yo sé, fue de las últimas en irse – comentó.
- Durmió allí – aclaró Laura.
- Y ¿qué hiciste tú? – le preguntó Mónica curiosa.
- Me quedé con Esther – respondió mirando a la enfermera que parecía ajena a la
conversación mirando por la ventanilla con aire ausente – era tan tarde que no
quise molestar a Evelyn.
- Pues espero que Maca la avisase, porque esa es capaz de haber estado toda la
noche en vela esperando que llegaseis – se burló Mónica.
- ¡No me digas eso! – exclamó Laura preocupada.
- Pero… ¿qué pasa aquí? – dijo Fernando llegando hasta el portón comprobando
que estaba abierto de par en par.
- Parece que descargan algo – observó Mónica al entrar en el campamento -
¡joder! ¡qué pasada de moto!

Esther prestó atención por primera vez, y se giró a mirar mientras Fernando terminaba
de aparcar. Descendieron y se acercaron al lugar donde se encontraban, Isabel, que
despedía a los transportistas y Sonia, que permanecía con los brazos cruzados pendiente
de la operación. A Esther le dio la sensación de que estaba enfadada.

- ¿Y esta moto? – preguntó Fernando sorprendido también – deben estar


confundidos – comenzó dirigiéndose a Isabel.
- No – dijo la detective – Esther viene a tu nombre. ¿Tú…?

La enfermera sonrió impresionada. ¿Cómo había conseguido Maca que la moto


estuviese allí a las ocho de la mañana? ¡Esta Maca no dejaba de sorprenderla!
- Sí, es para mí – afirmó de pronto con excelente humor.
- ¿Es la moto de Maca? – preguntó de pronto Sonia dejando a los demás
boquiabiertos.
- Sí – sonrió la enfermera acercándose a su nuevo medio de trasporte, pasando la
mano por ella, la satisfacción que sentía no pasó desapercibida a ninguno –
Maca me la ha… prestado – mintió y viendo la cara de Sonia se puso
ligeramente nerviosa pensando en cómo las interrumpió la noche anterior. No
quería decir nada que la molestase y luego repercutiese en la pediatra – bueno,
en realidad, me acordé de preguntarle por ella y… le pedí que me… me la
alquilase.
- ¡Joder! Llego a saberlo y se la pido yo – exclamó Mónica bromeando – ¡qué
calladito se lo tenía! ¡Verás cuando la pille!

Esther se encogió de hombros, empezaba a comprobar que hasta las personas más
cercanas a Maca conocían pocos detalles de la vida de la pediatra y sintió cierta alegría.
No era la única que desconocía detalles de su vida.

- ¡Tendrás que pillarla en la comida porque mirad qué horas son!


- Debemos salir ya es cierto – apuntó Laura – Esther, vamos a cambiarnos y no
babees más – la cogió de la mano tirando de ella.
- Os esperamos aquí – gritó Mónica mientras se alejaban camino de los
vestuarios.

Mientras, Fernando e Isabel se marchaban al despacho de la detective. Mónica y Sonia


continuaron admirando la moto. Laura, cuando se vio sola con Esther se lanzó.

- ¡Cuéntame! – pidió en voz baja riendo – ¡no puedo creerme que no me hayas
dicho nada de esto!
- Pero si no hay nada que contar.
- ¡Venga ya! está claro que anoche no perdiste el tiempo – intentó sonsacarla.
- ¿Sigue en pie lo de la mudanza de esta tarde? – preguntó esquiva desvistiéndose
con rapidez.
- No me cambies de tema, cobarde, ¿qué! ¿qué tal con ella?
- ¿Sigue en pie o no?
- Que sí pesada, que te ayudo esta tarde con la mudanza - respondió con deje de
impaciencia – pero dime, ¿muy bien, no?
- Si – sonrió – bastante bien.
- ¡Te lo dije! – se alegró – la tienes en el bote.
- No digas tonterías. Solo pretende ser amable.
- ¿Amable? – dijo irónica – la Maca que yo recuerdo era capaz de morderle al
primero que le rozase su moto.

Esther rió con ganas, recordando los cabreos que pillaba cuando alguien se tomaba la
libertad de subirse en ella.

- Entonces tendré que tener cuidado - bromeó.


- Bueno… eso depende de si quieres que te muerda – rió irónica, saliendo del
vestuario - ¡vamos! que estás en Babia.
Esther la siguió con prisas, riendo aún. De pronto, el mal humor con el que se levantó y
sus cavilaciones en el coche se había esfumado. Tenía la sensación de que iba a ser un
gran día. Además seguro que Maca, mientras se cambiaban, había llegado ya. Tenía que
agradecerle la velocidad con que había cumplido su parte, ahora le tocaba a ella, pagar
su alquiler. Con esa idea, se acercó al grupo, más que alegre, sin poder disimular la
felicidad que sentía.

* * *

Minutos después, Sonia, Laura y Mónica abandonaban el campamento para comenzar


su jornada. En el exterior Sacha conversaba alterado con su hermano Igor. Al verlas
salir se acercó a ellas. Y las saludó, momento que aprovechó Igor para arrancar su moto
y salir de allí a toda velocidad, bajo la atenta mirada de su hermano que ladeo la cabeza
en señal de descontento. Estaba preocupado por él y por las compañías con las que
andaba y así se lo hizo saber a Laura con la que ya charlaba amistosamente.

Igor recorrió a toda velocidad un par de calles giró a la derecha y se encaminó a las
casas de la manti. Al final de la calle, y al pasar por la penúltima chabola, se detuvo.

- ¿Ya está? – preguntó.


- Aun no – respondió el hombre que sentado en su puerta se afanaba en tallar un
palo.
- Luego pasar.

El hombre cabeceó y siguió con su tarea. Igor continuó su marcha, en las afueras dos
jóvenes lo esperaban.

- ¿Has hablado con él? – preguntó el mayor. Igor asintió.


- ¿Y qué?
- Siguen por ayer.
- ¿Siguen por ayer? – repitió el más joven – ¿eso qué es?
- Calla, Salva – le ordenó el mayor – o sea que vendrán aquí.
- Si.
- ¿Cuándo?

Igor se encogió de hombros indicando que no tenía idea.

- ¡Pues vaya mierda! – exclamó Salva y dirigiéndose al otro - ¿y este es el que nos
va a decir donde está la tullía?
- He dicho que te calles – volvió a ordenar golpeándole en la cabeza - ¿sigue en el
campamento o han salido ya?
- No llega.

Salva estuvo a punto de intervenir de nuevo pero aún le dolía la colleja que le había
propinado su compañero y decidió cumplir sus órdenes.

- Vuelve allí y cuando llegue avísanos.

Igor asintió, pero antes de marcharse se volvió hacia Salva.


- Di padre tuyo, que prisa.
- ¿Qué dice éste? – le preguntó al otro – no me entero de “na” de lo que habla el
“romano” éste.
- Vete – le indicó a Igor – y si quieres tu parte haz bien tu trabajo, ¿me entiendes?
- Si – respondió secamente y salió disparado con la moto.
- Y tú hazle caso a Igor, ve y métele prisa a tu padre. Tiene que terminarlos cuanto
antes.
- Pero yo creía que lo haríamos ya.
- Haremos lo que yo te diga. Quien nos paga dice que esperemos al día de los
derribos. Habrá tanto revuelo que será mucho más fácil.
- Entonces ¿para qué la seguimos?
- Porque lo digo yo. No voy a esperar si puedo hacerlo antes.
- Entiendo… -sonrió – el que paga no manda.
- El que paga, solo paga si el trabajo se hace y, cuanto antes lo hagamos, antes
cobramos.
- Me gusta. Estoy deseando darle el trancazo, odio a esa tía.
- Eso no es bueno. Si quieres ser el puto amo en este trabajo no puedes odiar ni
amar, solo disfrutar y yo estoy deseando escuchar el sonido de su cabeza
partiéndose en dos, como un coco, crahs. ¡Ya verás que subidón! lástima que sea
una tullía, cuando se resisten pone más.
- ¿Me dejarás probar?
- Ya veremos – dijo – ahora ve a ver que tal va tu padre con el encargo. Te espero
aquí - le dijo. Permaneció observando como Salva se alejaba camino de su
chabola y pensando en el placer que le provocaba la idea de volver a matar.

* * *

Esther permanecía en el campamento moviéndose, nerviosa e impaciente, de un lado a


otro, eran ya las doce del medio día y Maca aún no había hecho acto de presencia.
Cuando Fernando le comunicó que la pediatra estaría fuera casi toda la mañana y que
debía quedarse con él por si llegaba alguien para vacunarse, la enfermera se decepcionó,
estaba deseando verla y salir con ella por el poblado. Así tendrían oportunidad de
hablar. Por eso, cuando oyó que se abría el portón, salió disparada al exterior sin
preocuparse de la imagen que le dio a Fernando, que la miró perplejo por aquellas prisas
y se ratificó en su idea de que aquella chica estaba desquiciada.

Maca entró con su coche y saludó con la mano a Isabel. Estaba nerviosa por cómo la
recibirían ella y Fernando, imaginaba que ya les habrían contado los detalles de la fiesta.
Por suerte, a esas horas Sonia no estaría allí, porque a ella sí que le daba miedo
enfrentarse. Isabel se acercó al vehículo y esperó a que descendiera. Maca ya le había
dicho por teléfono que debía hablar con ella y comunicarle las novedades. Estaba
preocupada por su reunión con el alcalde, no tenía buenas noticias y estaba segura de
que la detective se iba a enfadar y con razón.

- ¡Maca! - llegó Esther corriendo hacia ella con una enorme sonrisa que consiguió
provocar en la pediatra una mueca socarrona y olvidar la tensión que le creaba la
idea de que todos pudiesen recriminarle el haber bebido - ¡ya estás aquí!
- Hola, Esther – respondió – sí, ya estoy, ¿qué pasa? – le preguntó divertida
imaginando el motivo de aquella alegría.
- Maca debemos ver eso cuanto antes – las interrumpió Isabel.
- Tienes razón – admitió – Esther nos vemos en un rato.
- Pero… ¿no vamos a salir? – preguntó decepcionada. Maca consultó la hora.
- Maca… - protestó Isabel impaciente por enterarse de lo que ocurría.
- Es tarde, Esther, y tengo que ver unas cosas con Isabel. Después de comer
salimos.
- Vale – aceptó alejándose cabizbaja y preocupada.

Esther volvió al pabellón central, dándole vueltas a una idea. Maca parecía cansada y
angustiada por algo, aunque había conseguido que, aunque fuera un instante, le bailaran
los ojos. ¿Qué es lo que pasaría! estaba segura de que tenía algún problema grave
porque conocía su gesto con los labios apretados, algo no iba bien. Solo esperaba que
tuviese que ver con el trabajo y no con el autor de las amenazas. Fuera lo que fuese ella
sabría cómo alegrar a la pediatra. Tenía una idea que pensaba poner en práctica.

* * *

Igor había permanecido parado en frente del campamento. Fumando tranquilamente un


cigarrillo sin que a nadie le extrañase su presencia allí, la chabola donde vivía se
encontraba a unos escasos cincuenta metros. Cuando había visto acercarse el coche de la
“tullía” sonrió satisfecho, levantó la mano y la saludó, ella le devolvió la sonrisa. Rió
para sus adentros, lástima que no dominase el idioma aún, si no ese trabajo sería ya
suyo, solo suyo, y su hermanito tendría que tragarse sus palabras. Sacha era un vendido,
todo el día babeando detrás de aquellas tías que seguro lo despreciaban. ¡A él si que
iban a respetarlo! Cogió la moto y volvió al punto de encuentro. Se sorprendió de ver
que no estaba Salva, y sintió un poco de miedo. No le gustaba aquél gitano, el
estudiante, como le llamaban. Era frío, tenía una mirada que helaba la sangre. No vivía
en el poblado. Pero había vuelto por unos días a casa de su padre y todos lo trataban
como si fuera un dios. Pero a él le daba miedo.

- Ya llegar.
- Bien – le respondió metiéndose una mano en el bolsillo. Igor sintió que
empezaban a temblarle las piernas, una idea cruzó por su cabeza, ya no le servía
para nada. A ese tío le gustaba matar. Se tranquilizó al ver que sacaba un móvil
– toma, es tuyo.
- ¿Uros? – preguntó con cierto temor.
- El dinero te lo daré cuando esté el trabajo terminado. Ni antes ni después. Coge
esto. Lámame con todos sus movimientos, pero no me busques más. No quiero
que nos vean juntos. Deben confiar en ti.

Igor cabeceó en señal de asentimiento.

- Y pégate al culo de tu hermano. Quiero saber hasta lo que comen.


- Si.
- ¡Fuera! – le gritó.

Igor corrió hacia su moto y salió disparado. Elías lo miró y soltó una sonora carcajada.
Era hora de comer. Su madre lo estaría esperando.

* * *
Maca llevaba hablando con Isabel más de una hora, Esther salió del pabellón y se paseo
por el patio, acercándose al barracón donde se encontraban, vio que Isabel gesticulaba
airada, parecía enfadada. No conseguía ver a Maca. Estaba claro que tendría que esperar
hasta la hora de comer. Eso de estar allí sin hacer nada la sacaba de quicio. Volvió a
mirar hacia la ventana. Isabel continuaba hablando, y, convencida de que iba para largo,
decidió entrar de nuevo y ver si Fernando necesitaba alguna cosa.

En el despacho, la detective no daba crédito a lo que acababa de contarle la pediatra. Era


increíble como trataban de presionarla para que abandonara el proyecto.

- Te han engañado, Maca. Has confiado en ellos y te han engañado.


- Ya lo sé. No me lo repitas más, porque ya estoy yo suficientemente cabreada.
- Pero ¡qué hijos de puta! ¿sabes lo que va a pasar ahora?
- No, pero me hago una idea.
- Se te va a echar encima todo el poblado.
- Yo creo que si consigo explicarles la situación comprenderán que no tenemos
nada que ver.
- Maca, no te van a creer.
- Pero es la verdad.
- Ellos solo verán que llegaste aquí, levantaste tu campamento al lado de ellos, les
hablaste de mejoras, de que tendrían asistencia médica, les prometiste que no
habría derribos, …
- Eso es lo que me dijo el alcalde.
- Ya lo sé, a mi no tienes que convencerme. Pero te digo, que esta gente va a
pensar que eres como los demás, y que los has engañado.
- Pero no lo he hecho.
- Vamos a ver Maca, eso da igual. Aquí lo único que verán es que les prometiste
que no los habría, luego que serían pocos y dentro de muchos meses, después
que serían más de los esperados y en unas semanas, luego que este viernes y
ahora me dices que son pasado mañana….
- Dicho así…
- Es que es así. Te lo dije. No te fíes de los políticos.
- Ya sé que me lo dijiste – bajó la vista agobiada – está claro que no doy una.
- No es eso. Haces lo que puedes y además, no te quedaba otra.
- Ya… - dijo pensando con rapidez posibles soluciones pero no se le ocurría nada.
Estaba cansada y empezaba a dolerle la cabeza.
- Deberías pedirle a Sonia que te acompañe a ver a Elías.
- Uf, no, no creo que sea la mejor opción, la última vez…
- Sé lo que pasó la última vez, pero no es que sea la mejor opción, es que es la
única opción.
- Algo tendrá que poder hacerse… - murmuró casi para sí.
- Maca habla con Elías.
- Que no Isabel.
- Deja a un lado tu orgullo y hazlo – le recomendó, y ante el profundo suspiro de
la pediatra continuó - esta vez vas a ir allí, te vas a mostrar sumisa como
corresponde a una mujer, recuerda que estás en su casa y vas a pedirle el favor
de que te crea y que hable con los demás cabeza de familia. Del resto del
poblado ya se encargará Sonia.
- Pasado mañana – repitió pensativa, tenían que prepararlo todo para alojar en el
campamento a todos los que pudiesen, y estaba María José….
- Voy a pedir refuerzos ahora mismo, esto será una batalla campal – le comentó la
detective también pensando en sus competencias.
- Le dije a María José que serían el viernes…. – murmuró Maca preocupada por
ella.
- Tendrás que avisar a todos. Esos hijos de puta han anunciado hasta en la prensa
que serían la semana que viene.
- Si… pero la orden judicial está desde hoy, me la han enseñado, y a partir de hoy,
podrían ejecutarla cuando mejor les venga.
- ¿No te habrán vuelto a engañar y serán mañana?

Maca la miró con tal cara de desesperación que Isabel se apresuró a tranquilizarla.

- No te preocupes que yo me encargo de enterarme, antes de que veas a Elías. No


puedes permitirte hablar con él sin saber el día y la hora.
- ¿Me harías ese favor?

Isabel sonrió asintiendo, había veces que Maca parecía tan inocente que le daba lástima.

- Maca, cambiando de tema…


- ¿Qué? – saltó con tal rapidez que Isabel se quedó sorprendida. La pediatra temía
que le sacara el tema de la bebida.
- Nada, que ya tengo preparados dos chicos que os acompañen por el poblado. He
pedido que no fueran en prácticas pero…
- Ha sido imposible.
- Efectivamente. Por cierto que no quiero ni imaginarme pasado mañana lo que
pueden liar. Espero que no me denieguen los refuerzos.
- Para estas cosas siempre mandan efectivos – comentó distraída. Isabel se
preguntó qué estaría pensando.
- Si, para proteger las máquinas y los maquinistas pero… ¿y el campamento?
Saben muy bien lo que han hecho.
- ¿Crees que es mejor que le diga a todos que se queden en la clínica? – preguntó
preocupada.
- Quizás – respondió calibrando esa posibilidad – pero no volverían a confiar en
ti.
- Lo sé. Les prometo que tendrán asistencia médica y el primer día que pueden
necesitarla, que puede haber heridos, ordeno que el equipo no venga a trabajar
suspiró.
- La que deberías quedarte allí eres tú.
- ¿Yo! no. Yo estaré aquí que es donde debo estar. Tengo que dar la cara.
- Te entiendo, pero, puede que si la cosa se pone fea, sea peligroso.
- Esperemos que no se ponga y esperemos que convenza a Elías de que me ayude
– suspiró de nuevo.
- Casi es la hora de comer – dijo mirando el reloj y a la pediatra que se mostraba
abatida – no vamos a arreglar nada dándole vueltas al tema. Ve y descansa un
rato, pareces agotada. Yo me quedaré haciendo unas llamadas.
- Antes… quiero que veas esto – le tendió un papel.
- ¿Otra? – preguntó y la pediatra asintió - ¿Dónde estaba?
- Dentro del coche. La encontré esta mañana.
- ¿Dentro? – repitió leyendo el contenido, levantó los ojos y los clavó en ella - ...
Maca… esto está subiendo de tono.
- Lo sé – respondió asustada – crees que será dentro de poco ¿verdad?
- No creo nada – le sonrió tranquilizadoramente – tú no te preocupes que tengo
todo controlado.
- ¿Seguro?
- Seguro. Pero si sacas un rato dime quien se acercó a tu coche ayer.
- Solo nos montamos Vero y yo. Nadie más.
- Vero… - dijo pensativa.
- Isabel, por favor, no empieces – le pidió temiendo que ahora le dijese que debía
sospechar de ella.
- Tranquila Maca, ya te dije que Vero está libre de sospecha. Anda, vete y
descansa un rato antes de salir. Me quedo la nota.
- De acuerdo. ¿Me paso antes de salir?
- Claro. Tengo que asignarte a los dos agentes.
- Pues… hasta luego.
- Hasta ahora, Maca – respondió.

Cuando Maca cerró la puerta. Isabel cogió el teléfono y marcó.

- ¿Josema?
- Hola, cariño, ¡qué sorpresa!
- Sorpresa la que te voy a dar yo.
- A ver, dime.
- Necesito más efectivos para pasado mañana.
- Imposible, Isa.
- Tendrá que ser posible. Los derribos serán el jueves.
- Pero no eran el viernes.
- Cambio de planes. Confírmamelo, por favor.
- No te preocupes que yo me entero del día y la hora. Luego te llamo.
- Otra cosa.
- ¿Sorpresa también?
- No, esto era más previsible.
- ¿Ha vuelto a dar señales de vida?
- Si.
- Se está poniendo nervioso.
- Eso creo.
- ¿Qué pone?
- “Puedo matarte cuando desee. Pero hoy, no”.
- Vaya, vaya – dijo pensativo – y a mí que me suena esa frase.
- Quiere demostrar que tiene el poder y controla la situación.
- Lo que quiere es desquiciar a tu amiga. Que esté tan histérica que cuando se
presente delante de ella el miedo la paralice.
- Josema… - protestó.
- Mujer, no me refería a eso – se disculpó - ¿cómo está?
- Asustada, aunque disimula.
- Empiezo a tener ganas de conocerla.
- Ya lo harás, cualquier día de estos, si te pasas por aquí…
- Cariño, lo siento, me llama tu padre.
- Vale, averíguame eso.
- Tranquila que te llamo. Una cosa rápida.
- ¿Qué?
- ¿Pizza esta noche?
- ¿Otra vez! deja, deja, que ya prepararé yo algo.
- Pero… ¿llegarás temprano? – río incrédulo. Conociéndola se pegaría a Maca
hasta que la viese meterse en la cama.
- Hoy sí – afirmó captando su recriminación.
- Luego te llamo, ¡guapa!
- A dios, cariño.

Maca salió del despacho preocupada por el giro que habían tomado las cosas, nerviosa
por tener que entrevistarse con Elías, asustada por la cara que había puesto Isabel al leer
la última nota y, sobre todo, muy cansada. Esther que había estado apostada en la
ventana del pabellón, esperándola, corrió hacia ella al verla salir.

- ¡Maca! – la llamó cuando vio que se dirigía al coche sin percatarse de su


presencia - ¿te marchas?
- No – se volvió hacia ella con aire distraído – solo…
- ¿Qué? – le preguntó sonriendo al ver que no respondía.
- No te lo vas a creer, pero no tengo idea de lo que iba a hacer.
- Uy, uy , ¡qué mal te han sentado estos cinco años! – intentó bromear pero la cara
de Maca fue todo un poema. “¡Serás imbécil! se ha ofendido, ¡arréglalo!” se dijo
Esther – quiero decir que el cumplir años… pues que… la memoria…
- Déjalo Esther – rió – nunca fuiste buena con el sarcasmo y menos intentando
arreglarlo.
- Si, mejor te digo lo que venía a decirte.
- Y ¿qué es? – preguntó con curiosidad.
- Primero, muchísimas gracias por la moto – saltó sobre ella y la besó en la
mejilla con tal euforia que Maca se tambaleó en la silla.
- Tranquila, que me matas, mujer – rió satisfecha de haber acertado – me alegro
que te haya gustado – le dijo clavando sus ojos en ella con tal intensidad que
Esther olvidó lo que le estaba diciendo y se perdió en aquella mirada - ¿Y lo
segundo? – preguntó divertida por la cara que le estaba poniendo la enfermera.
- Eh… esto…, si, ¿tienes hambre? – le preguntó mirando la hora.
- La verdad es que no – reconoció.
- ¡Perfecto! – sonrió misteriosa.
- ¿Se puede saber qué te pasa?
- ¿Me esperas un segundo?
- Esther… antes de comer deberíamos ver… - le iba a decir tu contrato pero la
enfermera no la dejó terminar.
- ¿Antes de comer! ¿no dices que no tienes hambre?
- Ya… pero…
- Un segundo, Maca, espérame un segundo – le pidió juntando los dedos índice y
pulgar, con tal cara de ilusión que Maca no pudo evitar sonreír viendo como
corría hacia el interior y como, en menos de un minuto, salía de nuevo del
pabellón, corriendo, con una bolsa en las manos.
- Había pedido en la cocina que nos hicieran un par de sandwich – le explicó
nerviosa - ¿te sigue gustando el de atún con cebolla?
- Esther… ¿cebolla? – puso la cara burlona que la enfermera tan bien recordaba,
pensando en el aliento que iba a tener para ir de chabola en chabola vacunando.
La enfermera cayó de pronto en el detalle y enrojeció – con cebolla estará
perfecto – se corrigió al vela azorada – pero hoy hablas tú – bromeó - y… todo
esto… ¿a qué viene?
- Viene a que a mí también me gusta cumplir mis promesas – sonrió – voy a
pagarte mi primer alquiler.
- No hace falta – rió divertida olvidando todos los problemas.
- ¿Cómo que no? – preguntó – ¡serás cobarde! Espera que te demuestro que te
puedes fiar de mí – le dijo haciendo ademán de marcharse.
- En serio, Esther, no es por cobardía – la frenó cogiéndola de la mano – y… no
hace falta que me demuestres nada, me fío de ti.
- Entonces ¿qué pasa? – preguntó con cierto aire de desilusión - ¿no te apetece
volver a montar?
- ¡Me encantaría! – exclamó con un suspiro – ya te lo dije.
- Pues ¡vamos! – la instó – ¿qué te lo impide? ¡Tenemos tiempo de sobra! –
sonrió mirando el reloj - Espera que voy a por la moto - le soltó encima de las
piernas la bolsa con los sadwiches y salió en busca de la moto.
- Esther … - intentó protestar sin fuerza, en el fondo lo estaba deseando. No se le
ocurría una idea mejor que volver a sentir aquella sensación de libertad.

Fernando colgó el teléfono satisfecho. Debía decirle a Laura que todo estaba dispuesto
para el vuelo a Nairobi. Solo faltaba ultimar los detalles con los hospitales de campaña
y con el campamento de Jinja pero eso, le correspondía a ella. Buscó a Esther, la
enfermera parecía haberse evaporado y decidió ver si Maca había terminado con Isabel
para darle la buena noticia. Al salir, comprobó que la pediatra permanecía sola, en
medio del inmenso patio y se extrañó de verla allí, con la cabeza apoyada en la mano
derecha, parecía esperar algo. Ligeramente preocupado, sobre todo, desde que Cruz le
había dado detalles de la fiesta, acudió junto a la pediatra con la intención de interesarse
por ella.

- Maca – le llamó la atención – te estaba buscando.


- Hola – le dijo con evidente desgana.
- ¿Qué haces ahí parada? – le preguntó - ¿algún problema?
- ¿Problemas! no, todo va estupendamente – torció la boca en una mueca irónica –
espero a Esther, vamos a dar una vuelta en la moto – Fernando ladeo la cabeza
poco convencido pero no le dijo nada.
- ¡Maca! – gritó de lejos Isabel, que se acercaba a ellos desde los barracones, en el
mismo momento en el que Laura, Sonia y Mónica entraban en el campamento.
- ¡Ya estamos todos! – rió Fernando al ver aparecer a Esther en la moto que antes
de acercarse al grupo dio un par de giros que los demás admiraron. Sonia la
observaba con el ceño fruncido sin ocultar su desagrado. La enfermera llegó
hasta ellos y sin desmontar ralentizó el motor.
- ¿Qué! ¿preparada? – le preguntó a Maca mirándola a los ojos con una sonrisa.
- ¿Preparada para qué? – no pudo evitar preguntar Sonia con el ceño fruncido.
- Vamos a dar un paseo – le contestó Esther descendiendo, y mirando a Laura con
una sonrisa de triunfo que se le borró inmediatamente.
- ¡De eso nada! Ni lo sueñes, en la moto no te vas – saltó Sonia indignada con la
idea - ¿estás loca? – se encaró con Maca. Esther la miró sin dar crédito al tono
que estaba empleando y a la prohibición tajante.
- Sonia… - le recriminó Maca en tono bajo, indicándole con los ojos que no
empezase. Lo último que deseaba era una escena con ella y, encima, delante de
Esther.
- Ni Sonia, ni leches – le espetó airada - ¿Se puede saber que coño te pasa? – casi
le gritó ante la perplejidad de todos que no estaban acostumbrados a que la
socióloga perdiera los nervios – primero te dedicas a beber – Maca, ante aquellas
palabras, oscureció la mirada hasta tal punto que Esther temió que estallase en
uno de sus arranques de furia pero se contuvo, enrojeciendo – sí, no me mires
así, ya me he enterado – se interrumpió - y ¿ahora a dar paseítos con…? – volvió
a interrumpirse sin saber como calificar a Esther, que la miraba boquiabierta sin
entender cómo Maca permitía aquel tono casi déspota con ella.
- Sonia, por favor – le pidió Maca con más genio, mirando a Laura y Mónica con
recriminación, ¡les había faltado tiempo para contárselo! volvió a sentir una
fuerte presión en el pecho y la falta de aire. Respiró hondo.
- Díselo tú, Fernando – se giró hacia él la socióloga – dile que es una locura –
insistió cambiando el tono de enfado por el de preocupación.
- Bueno, bueno, vamos a calmarnos un poco – pidió – Maca creo que Sonia tiene
razón, cualquier movimiento brusco puede provocarte un tirón en el costado que
te haga caer… no creo que estés en condiciones…
- Yo opino como ellos – intervino Isabel – no debes salir de aquí, Maca – le
aconsejó pidiéndole con la vista que recordase su situación. Si salía en la moto
ninguno de sus hombres podría seguirla y protegerla - ¿estás bien? – le preguntó
observando su respiración agitada.

Maca bajó los ojos un instante, luego los miró a todos, y se volvió hacia Esther.

- Esther, lo siento, creo que no ha sido buena idea. Mejor lo dejamos – dijo ya con
tranquilidad. Esther asintió, respetando su decisión. Estaba claro que los demás
no lo hacían, pero ella estaba dispuesta a tratarla de forma diferente. No entraba
en sus planes contribuir a su evidente malestar.
- Si es lo que quieres – le respondió devolviéndole la mirada, Maca creyó adivinar
la decepción en sus ojos, la enfermera podía no decirle nada pero aquella mirada
le provocaba más sensación de presión que cualquier palabra que le pudieran
decir, o quizás era ella la que no soportaba la idea de que la enfermera la mirase
con desprecio.
- Sí, es lo que quiero – respondió desafiante, intentado no desvelar sus temores.
- Bueno, no sé vosotros pero yo me muero de hambre – dijo Laura en tono jovial.
- Y yo – admitió Fernando – vamos – impelió a los demás que avanzaron tras
ellos.

Maca se quedó allí parada y Esther, tras volverse hacia ella, lanzándole otra mirada
entre desilusionada y decepcionada, corrió junto a Laura.

- Esther – la llamó Maca, pero la enfermera no se volvió.


- Te está llamando – le susurró Laura.
- Déjala que llame – respondió molesta.
- ¡Esther! – gritó Maca - ¡espera!
- No seas mala – le volvió a decir Laura – se le han puesto todos en contra, ¿qué
quieres que hiciera! ¡entiéndela!

Esther la miró, le sonrió y se giró. Maca levantó el brazo haciéndole una seña de que se
acercase e inmediatamente tuvo que bajarlo sintiendo un pinchazo en el costado. Otra
vez había olvidado que no podía hacer ciertos movimientos.
- Esther espera un momento – se acercó a ella con un gesto de dolor que la
enfermera obvió.
- ¿Qué quieres, Maca? – le preguntó mostrándose molesta.
- ¿Qué tal si nos tomamos esos sawndwiches aquí? – le sonrió conciliadora.
- Pide permiso primero – le espetó sarcástica – no sea que nos caiga otra bronca.
- Esther… - pronunció su nombre con un deje de súplica, pidiéndole en silencio
que no la castigara ella también.
- ¿En serio te apetece? – le preguntó suavizando el tono.

Maca asintió con una tímida sonrisa.

- Dile a los demás que no nos esperen para comer – pidió – yo te espero allí – le
señaló los escalones del barracón, donde daba la sombra.
- Un sitio muy adecuado – comentó sarcástica.
- Si no quieres… - dijo cortada por el comentario, pensado en otro lugar pero no
se le ocurría ninguno.
- Si que quiero – respondió secamente – ahora vuelvo – le dijo mirándola
fijamente, Maca no supo interpretar qué pensaba aunque podía imaginar que no
la entendía. Era normal, la enfermera recordaba a una persona que ya no existía
- Gracias – le dijo de pronto antes de marcharse. Maca no comprendió porqué se
las daba y enarcó las cejas ladeando la cabeza en actitud interrogadora - Por
aceptar el almuerzo conmigo.
- Gracias a ti, me hubiera encantado montar – le reconoció en voz baja, Esther
percibió que estaba avergonzada.
- Lo haremos. Te prometo que lo haremos – le dijo con énfasis apretándole la
mano y marchándose hacia el interior.

A los pocos minutos volvió.

- ¿Qué tal? – preguntó Maca - ¿se lo han tomado muy mal?


- No me han linchado por secuestrarte que ya es algo – dijo sentándose a su lado.
Durante unos momentos ambas permanecieron en silencio. Finalmente, Maca lo
rompió.
- No te enfades, Esther, por favor – le pidió temiendo que su seriedad se debiese a
que estaba molesta con ella.
- No me enfado, Maca, pero… no te entiendo – reconoció mirándola
detenidamente, dándole el último bocado a su sandwich.
- No debo montar, tienen razón.
- Y… ¿desde cuando tú haces lo que te dicen los demás?

Ahora fue Maca la que la miró y calló, ¿qué iba a decirle! Esther tenía razón, quizás
debía imponerse más. Pero en esos años las cosas habían cambiado y cada vez se sentía
con menos autoridad para todo. Suspiró y Esther sintió deseos de abrazarla, de decirle
que la quería e iba a hacer todo lo que estuviese en su mano por volver a ver en su rostro
una sonrisa eterna, aquella sonrisa que tanto añoraba. La observó y se percató de que
apenas había comido.

- ¿No comes? – le preguntó.


- No tengo hambre – esbozó una sonrisa. Y volvió a mirarla a los ojos, quería
pedirle perdón por no haber montado con ella, por ser tan cobarde.
- Esta noche… al final… estoy libre – comenzó dubitativa – si sigue en pie tu
invitación… podíamos cenar juntas.
- Lo siento – le dijo con cara de circunstancias – pero… ya he quedado.
- No pierdes el tiempo ¿eh? – comentó con una sonrisa intentando distender el
ambiente.
- Bueno… hay veces que lo pierdo menos que otras – le susurró insinuante,
aceptando la broma.
- ¿Y ahora? – preguntó con intención.
- No puedo imaginar un momento en el día en que lo haya empleado mejor – se
inclinó hacia ella bajando la voz. Esther sintió un escalofrío y un deseo
desmedido de besarla, hasta le pareció que se lo pedía con su actitud. Ambas
mantuvieron las miradas unos segundos y guardaron silencio. Maca permanecía
inclinada hacia ella y Esther no podía soportarlo, si se quedaba un segundo más
mirándola así, iba a hacer una locura, debía tener cuidado con sus impulsos, se
levantó tan bruscamente que Maca se asustó.
- ¿Qué pasa?
- ¿Quieres una manzana?
- No, gracias – respondió volviendo a incorporarse.
- Deberías comer algo, Maca.
- Créeme, con lo que como tengo más que suficiente.

Esther se encogió de hombros y se marchó. Maca la observó mientras caminaba, no


pudo evitar sonreír, le encantaba su forma de andar, le gustaba charlar con ella y, sobre
todo, le gustaba la forma en que la miraba, hacía mucho tiempo que no se sentía así. Se
sorprendió así misma, imaginando aquel paseo en moto, no entendía porqué Sonia se
ponía de aquella forma, solo estaba disfrutando de una vieja amiga. Debía hablar
seriamente con ella. No podía permitir que delante de todos la tratase así, aprovecharía
para decírselo cuando le pidiese que la acompañase a ver a Elías.

- En qué piensas que ya estás otra vez enfurruñada – le preguntó Esther volviendo
a sentarse de nuevo junto a ella, observando que tenía el ceño fruncido.
- Tonterías mías – respondió esquiva - ¿dos manzanas! te he dicho que yo no…
- Te he oído – respondió burlona – no soy como estos – añadió tajante, Maca
enrojeció ligeramente ante el reproche.

La enfermera cogió una de las manzanas y con un ritual que Maca ya casi ni recordaba,
comenzó a pelarla, con parsimonia y delicadeza, intentando sacar toda la piel de un
tirón, como a ella le gustaba. La pediatra no quitaba ojo a aquella maniobra, recordando
viejos tiempos, cuando subían a la casa de la sierra y Esther se empeñaba en salir de
picnic, ¡con lo que odiaba ella los picnic! qué ironía, ahora daría cualquier cosa por
poder disfrutar de uno. Esther cortó un trozo y se lo llevó a la boca clavando sus ojos en
los de Maca, divertida por la cara que tenía puesta la pediatra, “¿en qué estará
pensando?”, se preguntó, paladeando con fruición, tomándose su tiempo.

- Estás hecha toda una gourmet – le dijo Maca burlona viéndola recrearse. Esther
interpretó que iba con segunda intención.
- Hay que ser buena catadora para saber si la mercancía merece la pena.
- ¿Y la merece? – preguntó interesada.
- Es excelente – sonrió. Maca correspondió con una amplia sonrisa, dándose por
aludida.
- Entonces… quizás deba probarla - susurró.

Esther cortó otro trozo y se lo acercó a la boca. Maca dio un pequeño mordico y, al
igual que había hecho la enfermera segundos antes, se recreó en el paladeo.

- ¿Qué te parece a ti? – le preguntó Esther.


- No sé, no es para tanto – dijo burlona, pero viendo que Esther se ponía seria se
corrigió – déjame probar de nuevo – pidió volviendo a morder el trozo que le
ofrecía – estaba equivocada, no estoy ya acostumbrada a estos placeres.
- Todo es ponerse de nuevo – le respondió insinuante. De pronto una idea cruzó
por su mente - ¿sigues teniendo la casa de la sierra?

Maca la miró sorprendida, parecía que Esther le había leído el pensamiento.

- Si, pero hace años que no voy – respondió melancólica.


- Pues… ya sé donde iremos en nuestro primer paseo en moto – le dijo ilusionada.
- No, no, a la sierra no – respondió alarmada cambiando el tono insinuante por
otro de auténtico pánico.
- ¿Por qué! ¿qué pasa?
- Nada, no pasa nada – respondió.
- Claro, y yo me lo creo – respondió sarcástica – Maca, ¡por favor! si te ha
cambiado hasta la cara.
- Nada, que aquello estará hecho un asco y… - la miró y vencida ante la cara de
incredulidad de la enfermera reconoció la verdad - la carretera es muy mala, y la
moto…
- Ya... vamos, que digas lo que digas no te fías de mi.
- Que si me fío – insistió – pero….
- Tranquila, no iremos hasta que no creas que estoy preparada para subir –
propuso con una sonrisa que le desveló a Maca que ya tramaba algo – claro que
para eso tendrás que darme unas clases…. Porque… ¿no querrás que me mate
por ahí?
- ¿Clases?
- Si – dijo – si quieres claro, bueno, mejor dicho, si te dan permiso.
- Yo no necesito permiso de nadie – respondió molesta de que insistiese en el
tema.
- Eso quería escuchar yo – rió.
- ¿Todavía estáis así? – preguntó Sonia llegando hasta ellas seguida de Laura y
Mónica – nosotras nos vamos ya.
- ¿Ya? – preguntó Maca mirando el reloj, ¡dios! se le había pasado el tiempo sin
darse cuenta, y lo peor era que ¡ni siquiera había ido al baño! – nosotras también
– dijo con rapidez – pero primero tengo que ir al baño – añadió accionando la
silla.

Esther se levantó dispuesta a recoger y entrar a por todo lo necesario para comenzar la
ronda de vacunas. Sonia comenzó a ayudarla, mientras las demás esperaban charlando.

- Gracias Sonia – le dijo extrañada de tanta amabilidad después de cómo se había


puesto - no hace falta que nos esperéis, en cuanto salga Maca vamos nosotras –
le dijo Esther pero Sonia negó con la cabeza y estuvo presta a seguir ayudándola
– deja, deja, que ya lo entro yo.
- No, si no me importa, te acompaño – insistió y cuando ya estaban a unos pasos
del grupo le dijo bajando la voz – Esther, te agradecería que dejaras de meterle
pajaritos en la cabeza a Maca.
- ¿Perdona? – la miró perpleja.
- Si, no te hagas la sorprendida – insistió – Maca tiene una vida, y le ha costado
mucho aceptar su situación. Deja de recordarle continuamente las cosas que
hacía. No va a volver a hacerlas.
- Eso tendrá que decirlo ella.
- Si la quieres, que yo creo que sí, sabes que lo mejor para ella es lo que te digo.
- Lo mejor para ella tendrá que decidirlo ella ¿no crees? – preguntó retóricamente
– ah, calla – dijo irónica – se me olvidaba que todos la tratáis como si fuera
imbécil.
- Déjala en paz – ordenó levantando el dedo amenazadoramente.
- No soy Maca, no me des órdenes – respondió con brusquedad.
- Perdona, no quiero que pienses que yo…. – dudó un instante y Esther la miró sin
entender lo que pretendía con aquella conversación - Mira, Maca ya pasó página
y siguió adelante. No le remuevas viejos fantasmas.
- Yo no hago eso – respondió bajando la vista, quizás sí que lo hacía, pero si era
Maca la que no quería, no necesitaba mensajeros, bastaba con que se lo dijera
ella directamente.
- Por favor, déjala en paz – repitió mucho más suave, casi suplicante - Ella tiene
su vida y… su mujer. Solo vas a lograr hacerle daño – le espetó – y… ¿para qué!
¿para luego marcharte de nuevo! porque me ha dicho que te marchas.
- Te equivocas – le dijo molesta y Sonia frunció el ceño, ¿Maca le había mentido?
– yo no quiero hacerle daño.
- No lo parece – le dijo con seriedad, respirando aliviada. Esther la miró extrañada
por el comentario - Tú no la has visto cuidar su moto como si fuera a montar al
día siguiente y llorar cuando creía que nadie la observaba – le contó logrando
que a la enfermera se le saltaran las lágrimas solo de imaginarlo – con tus
tonterías, le estás haciendo más daño del que imaginas…
- No son tonterías – murmuró con genio, fulminándola con la mirada - Además,
en último extremo eso sería algo entre ella y yo.
- Y entre su mujer ¿no crees?

Esther guardó silencio cabizbaja, preguntándose que relación tendría Maca con aquella
chica para que se arrogase de aquella manera la defensa de su vida familiar. Empezaba a
barajar la idea de que Sonia pudiera tener razón. La conversación la estaba
incomodando de tal manera que no se percató de que Maca salía del baño y se dirigía al
exterior no sin antes dirigirles una mirada de extrañeza.

- Maca solo quiere recuperar tu amistad, no se porqué extraña razón piensa que
está en deuda contigo – le confesó revelando que Maca le había hablado de ella,
hecho que molestó a la enfermera – pero creo que tu pretendes algo más. Y,
aunque no lo creas, me caes bien – le dijo afable – no quiero que te engañes,
Maca no va a dártelo.
- No te engañes tú.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿No eres tan lista! ¿no crees saberlo todo de ella? – preguntó irónica -
¡adivínalo! – le dijo, consciente de que sus palabras podían poner en un aprieto a
Maca, sobre todo, como Sonia fuese con el cuento a su mujer, pero no había
podido resistirse y, ya no tenía remedio, se giró y se marchó, dejándola con la
palabra en la boca.

Sonia se quedó observándola, convencida de que sus apreciaciones eran ciertas, aquella
chica estaba enamorada de Maca. Y… estaba empezando a barajar la posibilidad de que
Maca no fuera indiferente, aunque se empeñase en negarlo y en pedirle que confiara en
ella. Volvió sobre sus pasos decidida a hablar seriamente con la pediatra y comprobó
que ya se había sumado al grupo. Esther llegó corriendo, pocos minutos después. Sonia
la miró de soslayo y Esther bajó la vista, Maca desde su posición, se percató de todo y
tuvo la sensación de que entre ellas había habido algo más que palabras. Todas se
dirigieron a la salida. Isabel las esperaba en la puerta, y se despidió de ellas, sujetando a
Esther del brazo reteniéndola un segundo.

- Ten cuidado – le pidió – estate alerta y al más mínimo indicio llámalos – le dijo
señalando a los dos chicos que estaban preparados para salir tras ellas.
- ¿Ha pasado algo?
- Aún no.
- Pero - enarcó las cejas con temor.
- ¡Cuídala! – le pidió con la preocupación reflejada en su rostro – ellos no entrarán
en las chabolas, cuando lo hagáis no te separes de ella, ni un instante, ¿de
acuerdo?
- Así lo haré – asintió, con la sensación de que Isabel se guardaba algo para no
alarmarlas.

Mientras, Maca se volvió hacia la socióloga.

- Sonia ¿tienes algo que hacer al salir del trabajo? – le preguntó con seriedad.
- Sí, había quedado, ¿por qué?
- Me gustaría que te pasaras por el despacho, quiero que hablemos.
- De acuerdo, puedo pasarme un rato, yo también quiero que hablemos, pero… -
se interrumpió observando su rostro intentando calibrar su estado de ánimo – si
es por lo de antes… yo… me he pasado, lo siento.
- No es por lo de antes – le dijo – bueno, si, también quería hablarte de eso pero,
lo que quiero que veamos es una estrategia.
- Maca… ten cuidado con ella – le dijo bajando la voz y señalando con la cabeza
hacia Esther que continuaba su charla con Isabel.
- ¿Cuidado! ¿a qué te refieres?
- Sabes a lo que me refiero, y… si no piensas corresponderle… no le des juego.
Vas a hacerle daño y ella a …
- Ya estoy aquí – interrumpió Esther con una sonrisa - ¿vamos?
- ¿Qué quería Isabel? – le preguntó Maca, preocupada.
- Nada, que tuviéramos cuidado. Y que avisemos a estos chicos si vemos algo raro
– confesó sin darle más importancia, aquella actitud, tranquilizó a Maca que
estaba ligeramente nerviosa de tener que salir de allí, después de la nota que le
habían dejado. Tenía la sensación de que constantemente alguien la observaba y
a veces no sabía como no se salía de sus casillas.
- Maca ¿una estrategia para qué? – retomó Sonia su conversación indicándole a
Esther con la mirada que le había molestado su interrupción.
- Luego te cuento, pero quizás necesitemos estar un buen rato viendo el tema.
- ¿No me puedes adelantar nada?
- Mañana debo ver a Elías y… quiero que me acompañes.
- ¿A Elías? – preguntó entre nerviosa y asustada, detalle que Maca captó con
rapidez.
- Sí – ratificó sus palabras - ¿te ha pasado algo con él?
- No, nada – respondió con tal rapidez que hasta Esther se percató de que mentía.
- Sonia… - le dijo enarcando las cejas indicándole que confiara en ella, pero la
joven no respondió – no me gusta que vayas sola a aquellas casas. Voy a decirle
ahora mismo a Isabel que te acompañe alguien.
- Que no Maca, que no es necesario.
- ¿Seguro que no te ha pasado nada?
- Seguro – dijo bajando los ojos.
- De acuerdo, - aceptó pensativa sin mucho convencimiento – ¿llevas tu radio?
- Que sí. No te preocupes que estoy harta de moverme por aquí y nunca me ha
pasado nada – le dijo ya con la tranquilidad que siempre la caracterizaba – luego
hablamos, ¿vale?
- Si – respondió viéndola alejarse.
- No te preocupes por ella – intervino Esther – sabe cuidarse muy bien sola.
- Lo sé – respondió accionando la silla y mirando de reojo a Esther, por el tono
que había empleado estaba segura de que tenía algo más que animadversión
contra la socióloga, pero no le hizo ningún comentario y emprendieron el
camino.

Laura y Mónica les habían sacado bastante ventaja y se adivinaban a lo lejos, camino de
la manzana que les correspondía. Esther caminaba junto a la pediatra en silencio. No
dejaba de darle vueltas a dos cosas que le había dicho Sonia, ¿Maca se creía en deuda
con ella! no entendía el porqué, estaba tentada a preguntárselo, pero lo que la había
dejado desanimada era la rotunda afirmación de que Maca nunca le daría su amor. Sonia
había sido muy clara y se había mostrado muy convencida, quizás Maca le había
confiado sus sentimientos. La miró de reojo, parecía preocupada y ya volvía a tener
aquel rictus de seriedad, que casi nunca la abandonaba, en esta ocasión estaba segura de
que era por Sonia.

En la distancia los dos jóvenes agentes las seguían, con órdenes expresas de no perder
de vista a Maca, salvo cuando entrase en las chabolas y de no intervenir y pasar
completamente desapercibidos cosa bastante complicada en el poblado, salvo en el caso
de que fuese estrictamente necesario.

De pronto Maca se detuvo y Esther se volvió hacia ella. La vio con la cabeza baja
mirando a los mandos de la silla.

- ¿Ocurre algo? – le preguntó en un tono que a Maca le pareció de ligero enfado.


- Esto que… no va – levantó los ojos hacia ella, a Esther le pareció que volvía a
estar triste y angustiada.
- No te preocupes se habrá terminado la batería ¿no?
- Es imposible. Siempre estoy pendiente de… ¡mierda! – exclamó haciendo un
último intento, golpeando los mandos con genio. Esther la observó sin decirle
nada, conocía suficientemente esos arranques y era mejor dejarla desahogarse,
cuando volvió a levantar la vista le habló casi con desesperación – y ahora ¿qué
hago! con estas ruedas no puedo moverla yo.
- No pasa nada, yo te empujo – le respondió con calma, pero Maca pareció
angustiarse solo con la idea.
- Espera que voy a ver si puedo… – dijo girándose y al hacerlo volvió a sentir un
pinchazo en el costado que la hizo doblarse ligeramente.
- No seas burra y déjame que te ayude – se prestó solícita – te vas a hacer daño.
- Gracias – la miró con resignación – lo siento, Esther, al final, si no es por una
cosa es por otra, siempre estás teniendo que cargar conmigo - suspiró.
- No seas tonta, no me importa – respondió secamente.

La enfermera se situó a su espalda y comenzó a empujar la silla, lo hacía más despacio


que la tarde anterior y con más dificultades. Maca se sintió impotente pensando en que
aquella silla era mucho menos ligera que la otra. Esther no pronunciaba palabra y la
pediatra estaba cada vez más incómoda, no soportaba esa situación, no sabía si Esther
estaba molesta por tener que empujarla o si Sonia la había importunado con algún
comentario, pero lo que estaba claro es que no era la Esther del almuerzo. Y estaba en lo
cierto entre su charla con Sonia y las palabras de Isabel, la enfermera estaba nerviosa e
inquieta, tenía la sensación de que de un momento a otro alguien iba a asaltarlas, y
aunque se mostró muy valiente y segura cuando Isabel le ofreció ayudar y proteger a
Maca, ahora estaba asustada. Cualquier ruido la hacía sobresaltarse y hacía esfuerzos
porque Maca no se diese cuenta de que cada vez controlaba menos esa sensación de
pavor que empezaba a atenazarla. Tenía la sensación de que era incapaz de empujar
aquella silla que cada vez parecía más pesada y para colmo, estaba empezando a
imaginar toda sarta de barbaridades, y estaba segura de que si se producía cualquier
ataque, saldría huyendo y dejaría allí a Maca, sin ser capaz de ayudarla. Debía calmarse
y dejar de pensar tonterías, porque tras ella iban aquellos dos agentes y ellos no dejarían
que les ocurriese nada, ¿y dentro de las chabolas! ¿y si todos estaban confabulados
contra Maca y esperaban en el interior de alguna? Movió la cabeza de un lado a otro
como si ese gesto le fuese a permitir sacudir las ideas que se agolpaban en su mente.
Recordó los últimos días en Jinja y se propuso serenarse, respirando hondo, no podía
dejarse llevar de nuevo por el terror, bastante tenía ya con las pesadillas que la asaltaban
todas las noches.

- Maca – dijo de pronto pensando en distraerse charlando con ella - ¿seguimos por
las casas de la manti?
- Si, vamos a terminar esa manzana. Si no me equivoco nos quedan unas tres
chabolas ¿verdad?
- Creo que sí – admitió girando en la esquina.
- Esther esta calle tiene el piso peor, ¿por qué no sigues por donde íbamos?
- Tardaremos más, este camino es más corto. Y mientras antes terminemos mejor.
- Pero te costará menos trabajo – le indicó intentando levantar la cabeza para verle
la cara, le daba la sensación de que Esther estaba nerviosa y enfadada por el deje
de su voz, pero no era capaz de percibirlo desde esa posición.
- Es igual – dijo cortante y Maca se ratificó en que parecía molesta.
- Esther… ¿te pasa algo?
- No. Nada, ¿por qué?
- Estás… seria.
- No… estaba pensando… en… todo esto – mintió – en el proyecto, en toda esta
gente.
- Ya… - dijo incrédula - Sonia… ¿te ha dicho algo?
- ¿Algo de qué? – preguntó esbozando una sonrisa que Maca no podía ver, era
increíble como aún después de cinco años sin tratarse era capaz de adivinar lo
que podía ocurrirle, “claro que no todo”, pensó “hay cosas que no sabes y nunca
sabrás”.
- Algo… que te haya molestado.
- No. Nada – respondió y girando la esquina añadió – bueno pues ya estamos en la
calle. ¡A trabajar, doctora! – bromeó intentando que Maca no siguiese con el
tema y no le notase lo nerviosa que estaba.

Al final de la calle, en la puerta de la última chabola, un hombre observaba su aspecto


desaliñado en la afilada navaja con la que estaba sacando punta a un palo largo y
grueso. El hombre lo miró con orgullo, esperando el momento de ser útil para su amo,
sí, no era lo que le hubiese gustado hacer, nunca lo fue, pero la vida daba muchas
vueltas, aquél palo era como un hijo que debía entregar, sí, esa forma de tallar tenía su
sello y en el poblado todos lo conocían, estaba orgulloso de su mote “el carpintero”. Le
gustaba tallar y siempre se dedicaba a la tarea con mimo y minuciosidad. Hacía tiempo
que no ganaba un euro por hacer lo que le gustaba, pero eso había cambiado. Miró el
arma, “es perfecto” pensó, pero esa arma no era para él, era para aquél que sólo pensaba
en su venganza, aquél que se dejaba dominar por un odio cegador al recordar cómo le
arrebataron todo cuanto tenía… y ahora, con su traje impoluto se pavoneaba por los
alrededores buscando alguien que le ayudase a cumplir su deseo. Miró hacia ellas y las
vio acercarse. Sabía a lo que venían. Se levantó y se marchó, volvería cuando ya se
hubiesen marchado. Le daba vergüenza enfrentarse cara a cara con la lisiada, y más
después de saber lo que le iba a ocurrir. Sí, le daba vergüenza, mucha vergüenza, pero
tenía que dar de comer a sus doce hijos y aquél dinero le vendría muy bien.

Maca y Esther se situaron en la puerta de la primera chabola, al hacerlo un olor


nauseabundo llegó hasta ellas. La pediatra no pudo evitar hacer un gesto de desagrado.
¿A qué olía allí! no quería ni imaginarlo.

- ¡Buenas tardes! – gritó Esther asomando la cabeza - ¿podemos pasar? –


preguntó.

Una mujer bajita y regordeta salió a su encuentro. Al ver a Maca sonrió afable y empezó
a limpiarse las manos ennegrecidas en una especie de delantal que llevaba puesto.

- Ay, señora – dijo tendiéndole una mano que Maca estrechó reticente – la Sonia
me dijo que vendrían hoy y estaba aljofifando todo.
- No hacía falta – dijo Maca devolviéndole la sonrisa y con una tentación enorme
de taparse la nariz – solo venimos para vacunar a los niños.
- Un momento que voy a tirar las cubas – dijo y cogiendo dos cubos llenos de
excrementos salió corriendo de la vivienda.
- ¿Eso es…? – le preguntó Maca a Esther levantando las cejas sin dar crédito.
- Sí, Maca, es eso – le susurró.

Esther sonrió, al ver la cara de espanto de la pediatra, con complicidad le hizo una
graciosa seña con los ojos sin pronunciar palabra, para que no las escuchasen desde el
interior, pero Maca estaba ya concentrada en contener su estómago y tratando de
centrarse en disimular con el objeto de no ofender a aquella mujer cuando volviese. Y lo
cierto es que le estaba costando mucho trabajo. La enfermera puso un gesto burlón,
estaba claro que por mucho que Maca hubiese intentado cambiar, que por mucho que se
hubiese movido por el poblado, había cosas a las que nunca se acostumbraría. La idea
de Maca en Jinja cruzó por su mente y no pudo evitar sonreír imaginándola allí.

- ¿Se puede saber de qué te ríes? – le preguntó en un susurro.


- De ti y de la cara que tienes puesta – se sinceró.
- No lo soporto – confesó angustiada - Vamos a terminar pronto porque si no…
- Voy a ir preparando las cosas y así terminaremos antes – le dijo colocando la
mochila encima de la mesa y preparándolo todo - ¿Vas a examinarlos?
- ¡Qué remedio! – exclamó suspirando – aunque… te juro que estoy tentada a no
hacerlo.
- Maca… - la recriminó burlona.
- ¡Dios! Esther, no aguanto esto – reconoció - ¿tú no…?
- ¿Yo? si supieras lo que he aguantado yo en Jinja, no preguntarías – bromeó -
¿quieres que te saque un rato mientras vuelve? – le preguntó al verla cada vez
más pálida.
- No, yo también puedo aguantar – se negó pensando en que ella no iba a ser
menos. Esther que le captó el gesto, torció la boca en una mueca burlona y,
conociéndola, se decidió a comenzar con uno de aquellos juegos que tanto
añoraba.
- Hay un truco para no notar tanto el olor – le susurró al oído con la intención de
que nadie pudiese escuchar lo que le decía, estaba claro que en el interior había
más gente que permanecía escondida.
- ¿Si! ¿cuál? – preguntó esperanzada.
- Respira por la boca – rió – claro que así te la vas a tragar toda, por que esto se
masca – le sonrió moviendo la mano de arriba abajo, indicándole que “vaya
tela”.

Maca solo con imaginarlo no pudo contener una arcada y la miró furiosa. La enfermera
sonreía burlona lo que molestó aún más.

- Esther… - protestó – si lo que pretendes es hacerme vomitar lo vas a conseguir.


- Era broma – sonrió - ¿en serio no quieres tomar un poco el aire? – se ofreció de
nuevo.
- No, pero deja el temita – le pidió enfadada, reconociendo que en esas situaciones
no tenía nada que hacer frente a la enfermera.

Un par de chiquillos asomaron la nariz por el pasillo que se perdía hacia en interior,
Esther los llamó y los niños huyeron. Al cabo de un par de minutos la mujer regresó.

- Ya estoy aquí – asomó la mujer por la puerta con los cubos vacíos pero con el
mismo olor que antes – suelto esto y preparo un café.
- No, no – se apresuró a decir Maca, temerosa. La sola idea de tener que tomar
algo de aquella mujer le revolvía aún más el estómago – muchas gracias Rafi,
pero tenemos mucha prisa… y…
- Si – intervino Esther para echarle un cable admirada de cómo Maca conocía el
nombre de casi todos los habitantes del poblado – tenemos que terminar esta
tarde toda la calle.
- Pero… si preparé un bizcocho – dijo quejosa, sabía que la tarde de antes habían
estado con la vecina mucho tiempo y que les había obsequiado con un café, ella
no quería ser menos, nunca se sabía lo que podían llegar a necesitar de aquella
lisiada que todos empezaban a reconocer como una benefactora a pesar de los
recelos iniciales - me dio la receta la “Josepine” ¿Sabe quien es? – le preguntó a
Maca.
- Si, se quien es – dijo – la chica que vive justo en la calle de atrás, ¿no?
- La misma, “la camesa” – indicó – voy a por los críos y ahora le doy el bizcocho
– se marchó hacia el interior y Maca miró a Esther con desesperación.
- ¿Qué es camesa? – le preguntó la enfermera ignorando aquella mirada.
- Camerunesa, la chica es de Camerún – le explicó – Esther…
- Ya están aquí – regresó la mujer con tres niños que parecían de la misma edad –
aquí quietos que sos pinche la doctora.

Los niños contrariados obedecieron. Esther que llevaba unos caramelos se los repartió
consiguiendo que se distrajeran. Maca comenzó su trabajo, mucho más decidida que el
día anterior. Puso las vacunas con presteza y examinó a los niños. Al terminar un gesto
de preocupación se reflejaba en su rostro. Esther la miró interrogadora, pero la pediatra
le negó con la cabeza indicando que no pasaba nada.

- Bueno Rafi, hemos terminado – le dijo – los niños están bien pero debería llevar
al menor al campamento. Sería bueno que
- ¿A mi niño! ¿al Joselín! no, no, mi niño no va a ningún sitio.
- No se preocupe, es solo para hacerle una revisión más completa.
- Que no, que mi niño no va allí sin estar malo – se negó en redondo – tome – le
tendió a Maca un trozo de bizcocho con las manos completamente negras.
Esther al ver el tipo de bizcocho recordó uno muy parecido que se hacía en Jinja
y no pudo evitar preguntar.
- Rafi, este bizcocho ¿se amasa con los pies? – la mujer la miró sonriente y la cara
de Maca palideció aún más solo de pensarlo.
- Eso me dijo la camesa, pero donde se pongan unas buenas manos – dijo
despectiva por la costumbre africana, mostrando sus manos, completamente
negras, lo que no contribuyó a que Maca se sintiese aliviada - Tenga – le tendió
de nuevo el trozo a Maca, que aún no lo había cogido.
- La doctora no puede tomar azúcar – saltó Esther con prontitud – por su
enfermedad – dijo colocando su mano sobre el hombro de Maca en ademán
protector - porqué lleva azúcar ¿verdad?
- Si – respondió contrariada – claro es un bizcocho.
- Yo lo probaré – dijo Esther llevándoselo a la boca y haciendo un gesto de placer
dijo - ¡está buenísimo, Rafi! Tiene que escribirme la receta.
- No se escribir pero yo te la digo, niña, cuando quieras – respondió con una
sonrisa de agrado. “Vaya feo que le había hecho la lisiada”
- Tenemos que irnos – dijo Esther apurando su trozo y recogiéndolo todo – un día
de estos me paso por aquí para que me la de. Y si quiere vamos las dos con el
niño al campamento para que Don Fernando le eche un vistazo.
- Lo de mi Joselín ya veremos, pero “pasate” cuando quieras, guapa – se despidió
satisfecha por el halago, mirando a Maca con una mueca de desagrado, dijeran
lo que dijeran algunos esa lisiada era una estirada.

Esther empujó la silla y salieron de allí, en el exterior Maca respiró hondo y se pasó la
mano por la frente, mientras Esther se paraba un momento en el centro de la calle para
sacar un cigarrillo. Le ofreció con un gesto a Maca que negó con la cabeza. La
enfermera lo encendió y aspiró hondo clavando sus ojos en ella.

- Gracias – rompió el silencio Maca – pero eso de la enfermedad…


- Lo primero que se me ha ocurrido – se disculpó con una sonrisa encogiéndose
de hombros.
- Gracias, de verdad que no hubiera sido capaz de probarlo.
- Ya lo sé – rió – en eso no has cambiado nada.
- Uf – exclamó volviendo a tomar aire.
- ¿Estás bien? – le preguntó viendo su palidez.
- Si, un poco mareada, pero es que no soportaba más ese olor – admitió – ¿sabes!
te admiro, no se como has podido….
- Bueno, se puede decir que en estos cinco años no he tomado muchas copas de
mil euros la botella – respondió sarcástica, recordando los excesos de la noche
anterior.
- Yo tampoco, Esther, no vayas a creer que yo sí, porque te equivocas – respondió
con énfasis dándole a Esther la sensación de que temía que pensara mal de ella.
- Maca, ¿te puedo hacer una pregunta? – dijo Esther de pronto – si no quieres no
me respondas.

Maca la miró con cierto temor, pero como muy bien decía la enfermera nadie podía
obligarla a responder.

- Dime.
- ¿Por qué con Ana y no conmigo? – Maca frunció el ceño sin entender a qué se
refería y mostró su contrariedad, ya sí que estaba convencida de que Sonia le
había dicho algo a Esther, si no a ver porque ahora le hablaba de su mujer sin
venir a cuento – quiero decir que ¿por qué te casaste con ella y nunca pensaste
en hacerlo conmigo?

Maca la miró y guardó silencio. Esther terminó su cigarro, bajó la vista entendiendo que
había metido la pata y que Maca no pensaba responder, se situó tras ella, dispuesta a
empujar la silla hacia la siguiente chabola. Siete niños las aguardaban en el interior, dos
de ellos, ya adolescentes, se mostraron muy reacios y les resultó complicado
convencerlos, finalmente, vacunaron a todos y salieron. La pediatra hizo un gesto de
cansancio que no pasó inadvertido a Esther, que se quedó observándola, parecía más
ojerosa que antes.

- ¿Quieres que regresemos ya? – le preguntó al verla meter la mano en el bolsillo,


coger su botella de agua de la bolsa lateral y tomarse una pastilla – a estas horas
casi es mejor volver, en la última hay doce niños, según nos tiene apuntado
Sonia – comentó mirando la lista - y… pareces cansada.
- No, no te preocupes, estoy bien, vamos a terminar – dijo mirando el reloj.
- ¿Qué te has tomado?
- Nada… - respondió pero Esther enarcó las cejas indicándole que no le valía la
respuesta y que pensaba seguir insistiendo - un relajante, me duele un poco el
costado – respondió quitándole importancia - ¿te molesta si nos esperamos cinco
minutos aquí?
- No, claro que no, pero ¿seguro que no quieres volver? – Maca negó con la
cabeza y la miró fijamente a los ojos mientras Esther aprovechaba para fumarse
otro cigarrillo, no dejaba de darle vueltas a la pregunta que le había formulado la
enfermera momentos antes de entrar en la chabola. Tras unos instantes en los
que la enfermera no dejaba de mirar de un lado a otro distraída y expectante ante
cualquiera que se les aproximaba demasiado, Maca, rompió el silencio.
- ¿Por qué crees que contigo no quería casarme? – fue a hora la pediatra la que
sorprendió a Esther con aquella repentina pregunta.
- ¿Querías? – inquirió a su vez perpleja – nunca me dijiste nada.

Maca se encogió de hombros, ¿qué mas daba ya, qué importaba lo que hubiese querido
que fuera de sus vidas, lo que hubiese deseado? Todo lo estropeó aquella noche, y eso si
que no había forma de arreglarlo, por mucho que las dos hicieran esfuerzos por
aparentar cordialidad y normalidad, por mucho que ella pretendiese recuperar su
amistad y por mucho que todas le dijeran que Esther parecía sentir algo por ella, lo
único cierto es que aquella noche pesaba sobre ambas más de lo que ninguna estaba
dispuesta a reconocer.

- ¿Por qué no me lo dijiste? – insistió la enfermera.


- ¿Qué más da ya, Esther? – murmuró con tristeza.
- A mí si me da, yo… -
- Ana me aceptó como era – la interrumpió con rapidez clavando sus ojos en los
de la enfermera – me apoyó en uno de los peores momentos de mi vida y, te lo
aseguro, que no se lo puse nada fácil – confesó con voz ronca perdiendo ahora la
vista en el infinito – aún así, no salió huyendo – continuó, transmitiéndole a
Esther la sensación de que acababa de hacerle un reproche – me ayudó a crecer,
a salir de donde me había metido, se preocupó por mí, porque recuperase mi
autoestima, me…
- ¡Vaya! – exclamó la enfermera incapaz de seguir escuchándola, no quería saber
más de aquella mujer, no quería oír más a Maca hablarle de ella y de sus
virtudes – debe ser una chica excepcional – comentó situándose tras la silla, con
la intención de proseguir la marcha y que Maca no notase el nudo que tenía en la
garganta. Eso le pasaba por preguntar.
- Si – susurró Maca, sin hacer más comentarios – lo es.

La pediatra se mantuvo taciturna, no debía haberle hablado de Ana, nunca lo había


hecho con nadie, ni siquiera con Vero o Claudia. No entendía como había sentido de
pronto ese impulso de hacerlo con ella, y más viendo la cara que había puesto. Recordó
las palabras de Sonia y se sintió culpable de nuevo, estaba claro que siempre iba a
terminar haciéndole daño y eso era algo que estaba dispuesta a evitar a toda costa. “¿Por
qué le has tenido que contar nada?”, se dijo enfadada, pero en el fondo sí que entendía
el porqué. Con ella seguía teniendo la sensación de poder abrirle su corazón. A veces, a
su lado, parecía que el tiempo no había pasado y seguía sintiéndose segura y confiada.
Tenía que reconocer que estos días, trabajando junto a ella habían conseguido lo que no
lograba desde hacía algún tiempo y era confiar en alguien plenamente, como antes de
las amenazas, con tranquilidad, sin miedo, sin sospechar continuamente de todo y todos,
temiendo un ataque que nunca llegaba.

En todo ese tiempo había tenido que aprender a establecer un nuevo equilibrio entre el
dar y el recibir, había tenido que aprender a quererse así misma, a aceptar su nueva
situación, había aprendido a responsabilizarse de sus decisiones, a cultivar la amistad
como nunca lo había hecho hasta entonces, como un tesoro incalculable, a
comprometerse con su trabajo, y todo ello la había convertido en lo que ahora era. Pero
¿qué era! según Vero, alguien quien tenía mucho para dar. Ella no estaba tan segura,
pero de lo que sí lo estaba era de haber aprendido a disfrutar de la vida sin esperar nada
a cambio y, sobre todo, sin esperarla a ella. Y ahora, a su lado, todo eso había cambiado.
Se sentía de nuevo insegura, se sentía débil y culpable, culpable porque Esther había
despertado en ella sentimientos olvidados. Suspiró, quizás no debía dejar la terapia,
necesitaba a Vero y hablar con ella. Necesitaba que Vero la ayudase, otra vez, a volver a
la paz interior que había perdido. ¡Qué irónico! Esther tenía la habilidad de
desestabilizarla cuando la tenía lejos y al mismo tiempo de hacerla sentir segura,
protegida, confiada y en paz cuando la tenía a su lado. Pero por encima de todo aquello
estaba Ana, Sonia tenía razón, y debía tener cuidado de no hacerle daño a Esther,
porque había cosas que nunca podrían ser.

La enfermera, que empujaba lentamente la silla hasta la última chabola, caminaba en


silencio, con una sola idea en la cabeza, pensando en las palabras de Maca, se había
percatado de que la pediatra en ningún momento había dicho que amase a su mujer, es
más, aunque no lo dijera podría habérsele notado pero Esther tenía la sensación de que
no era así. Su mente no dejaba de repasar toda la información que había obtenido desde
su vuelta. Por lo que sabía, Maca se había casado con Ana casi al año de que ella se
marchase, no podía creer que en tan poco tiempo la pediatra se hubiese enamorado
perdidamente de alguien hasta el punto de contraer matrimonio, no podía ni quería
creerlo, ¿dónde quedaba ella! ¿tan fácil le había sido olvidarla! quería pensar que no, y
era lo que creía tras su pregunta. Le parecía que Maca había sido sincera en su
respuesta, pero por lo que le había contado, tenía la sensación de que necesitaba a Ana
más que amarla, y luego, estaba esa expresión de profunda tristeza cada vez que hablaba
de ella. Quizás no le iban tan bien las cosas como suponía, quizás el vivir separadas les
estaba pasando factura, y si así era, ella podía tener su oportunidad.

- Esther – dijo Maca de pronto, interrumpiendo sus pensamientos - ¿puedo


preguntarte yo algo?
- Claro…
- Verás, no sé como decirte esto… - comenzó dubitativa, dispuesta a dejarle las
cosas claras a la enfermera, pero para ello necesitaba saber si era verdad lo que
todos le decían y Esther sentía algo por ella, pero ¿cómo preguntárselo
directamente! Esther se paró y se situó frente a ella, reconoció al instante aquel
tono y no le gustó lo más mínimo, nunca había presagiado nada bueno – pero yo
creo que … que sé lo que sientes – Esther abrió los ojos de par en par, aquello sí
que no se lo esperaba – y… no creas que no me pasó a mí también, ¿eh! porque
me pasó. Cuando te fuiste yo no podía dejar de imaginarte, por ahí, feliz, sin
acordarte de mí y… me sentía tan culpable… - confesó bajando la vista para que
la enfermera no percibiese la emoción que aún la embargaba con solo
recordarlo.
- Sí me acordaba – murmuró casi para sí, interrumpiéndola. Maca levantó la vista,
ya rehecha y siguió, como si no hubiese escuchado el comentario, aunque no
pudo evitar sentirse satisfecha “se acordaba”, se dijo.
- Pero… ya ha pasado mucho tiempo y… muchas cosas.
- ¿Qué es lo que quieres decirme Maca? – preguntó con temor, segura de que no
le gustaría nada aquella respuesta.
- Quiero decirte que me gustaría que… aunque recuerdes con nostalgia nuestros
buenos momentos, también recuerdes los malos y no pretendas… - se
interrumpió sin saber muy bien cómo decirle que las cosas tenían que
permanecer como estaban que no quería volver a hacerle daño – bueno que, si
alguna vez has pensado… vamos que… que te mereces a alguien mucho mejor
que yo…
- Maca… - protestó.
- Quizás me esté equivocando y te parezca una presuntuosa – se corrigió con
rapidez entendiendo que la protesta de Esther iba en ese sentido - pero…
- Claro que te equivocas – saltó mintiendo herida en su orgullo, “para qué se me
habrá ocurrido preguntarle nada de su mujer”, se recriminó, “ya está a la
defensiva” – Maca, yo te tengo cariño y me gusta charlar contigo…. Como
amigas…. Solo eso.
- Es un alivio – le sonrió, “¿Te tengo cariño! ¿solo cariño?”, pensó con decepción.
- Bueno, pues aclarado todo ¿seguimos con el trabajo? – preguntó – ¡qué nos van
a dar las uvas! ¡nada menos que doce!
- Espera – pidió – quería decirte otra cosa.
- ¿El qué?
- Quería... darte las gracias – dijo con sinceridad.
- ¿Gracias?
- Sí, Esther, gracias por no guardarme rencor – insistió enrojeciendo solo de
recordar los motivos por los que sí podía tenérselo – tenía que habértelo dicho
antes pero….
- Chist – la silenció sonriéndole y acariciándole la mejilla con el exterior del dedo
índice.

Maca sintió un escalofrío ante aquel contacto y Esther se dio cuenta de ello, sonriendo
para sus adentros, se colocó tras ella. ¡Qué equivocada estaba Maca! lástima que quizás
no tuviese tiempo para hacérselo ver.

- Anda vamos que terminemos pronto.


- Si – suspiró Maca – vamos.

Cuando llegaron a la altura de la chabola pudieron comprobar que las estaban


esperando. Rosario, “la manti”, apodo que se ganó en su juventud trabajando una
fábrica de mantequillas, estaba en la puerta y pareció alegrarse de veras, al verlas llegar.

- Ay, señora – exclamó acercándose a Maca - ¡qué buena es usted! – la halagó –


tengo a los niños preparados como me dijo la señorita Sonia. Ay señora ¡qué
alegría! verla otra vez aquí – siguió con su parloteo mientras entraban.

Esther se sorprendió de ver que aquella chabola, en contraposición a la que acababan de


dejar atrás, estaba completamente ordenada, y limpia, incluso podría jurar que olía bien.

- Ea, pues aquí están – le dijo mientras retiraba un par de sillas para facilitar la
entrada a Maca.
- ¿Dónde están los demás? – preguntó extrañada la pediatra al contar con rapidez
solo nueve de los doce.
- Mi Salva estará por ahí, ay señora, que se me va a “escarriar”. Que se me junta
con malas compañías y su padre, ¿qué cree que hace! ¡nada! no hace nada.
- ¿Cómo está Salvador? – le preguntó mientras empezaba a vacunar al primero de
los niños.
- No levanta cabeza, señora. Si hace un rato estaba ahí sentado, en la puerta. Dice
que le han hecho un encargo pero…
- Rosario, sabes que yo lo intenté pero con su problema…
- Lo sé, señora, no le estoy pidiendo nada – la interrumpió.

Esther escuchaba la conversación y miraba a una y otra, mientras asistía a Maca con las
vacunas. La pediatra parecía cada vez más cansada y Esther se dio cuneta que le costaba
trabajo poner las inyecciones

- Rosario – dijo la enfermera – ¿le importa si pongo una silla aquí delante? –
preguntó – a la doctora le será más fácil pincharles si los mayores se sientan
aquí.
- Ay, no niña, tu aquí como en tu casa, coge lo que quieras.
- Gracias, Esther – le dijo Maca con una sonrisa – Rosario, veré si puedo hacer
algo por Salvador pero me temo que hasta que no deje de beber…
- Está cada vez peor y…
- Puedes ir al campamento cuando quieras, y llevarte a los niños – le dijo
terminando con el último de ellos.
- Maca… - la recriminó Esther, no le parecía bien que hablasen así delante de
ellos. Maca la miró sin entender qué ocurría.
- ¿Esto qué es? – entró Salvador dando voces seguido de su hijo mayor – Rosario
te dije que cuando volviese no quería ver aquí a la lisiá.
- Tranquilo que ya nos vamos – le dijo Maca haciéndole una seña a Esther para
que recogiese.
- Tú, puta, fuera de aquí – le gritó a Maca amenazadoramente, empujándole en la
silla. La pediatra hizo ademán de coger las ruedas para obedecer sin recordar,
que tenía la otra silla, miró hacia Esther impotente, que paralizada había dejado
de recoger las cosas y en su cara reflejaba el pánico que sentía. Los niños que se
habían mantenido pululando en torno a ellas mientras Maca los vacunaba,
corrieron a esconderse en el interior de la chabola - ¡Fuera! - vociferó.
- ¡Manuel! – gritó Rosario poniéndose en jarras delante de él dejando a Maca tras
ella en señal de protección - ¡sal! – le indicó levantando el brazo y señalándole
la puerta - ¡vamos! – los ojos del hombre echaron chispas, levantó igualmente su
brazo y le cruzó la cara con una sonora bofetada.
- ¡Aquí mando yo! – gritó. Esther se agachó refugiándose junto a Maca
atemorizada, la pediatra la miró preocupada y pasó su brazo sobre ella
susurrándole “tranquila”.

Rosario, le devolvió el golpe y le propinó tal empujón que lo tiró al suelo ayudada por
los efectos del alcohol. Su hijo se acercó a ayudarlo y Rosario lo cogió por una oreja y
lo separó de su padre.

- Salva, venga “pa” dentro – le gritó al joven que entró furibundo mientras su
padre casi a rastras salía de la chabola, humillado. Rosario sabía que cuando
regresase le esperaba una paliza pero a eso ya estaba acostumbrada.

El joven lanzó una mirada de odio a Maca, por culpa de esa lisiá su padre… pero eso se
iba a terminar, y él lo sabía muy bien. Y con un poco de suerte, si el estudiante lo
dejaba, sería él quien lo lograse.
Esther permanecía agazapada junto a Maca, con ambos brazos protegiéndose la cabeza
como si temiese algún golpe. Su mente empezó barajando opciones, salir corriendo,
llamar a lo agentes, sacar a Maca… pero su cuerpo optó por la de siempre, la
inmovilidad. No podía hacer nada, no podía. Las imágenes del horror volvían a su
mente y la paralizaban.

- Esther – le susurró Maca al oído con cariño – levántate.

Pero la enfermera que parecía no escucharla, mantenía los ojos perdidos en el infinito.
Maca tiró un poco de ella y Esther se encogió aún más.

- Pues no es exagerá ni na la niña – exclamó Rosario mirándola despectivamente


– mujer levanta que no pasa na.
- Esther – insistió Maca, con tranquilidad, en tono más alto, dándole un beso en la
mejilla – recoge que nos vamos.

Esta vez la enfermera, al sentir el beso parecía reaccionar y sí la miró. Tras unos
instantes, asintió sin decir nada y aún temblorosa comenzó a guardar las cosas en la
mochila.

- Rosario me gustaría que cogieras a los niños y…


- Señora, esta es mi casa y va a seguir siéndolo – la interrumpió sabiendo lo que
iba a proponerle. No era la primera vez que Maca le insistía para que se
marchase de allí - No voy a dejar a mi marío. Si cuando no bebe es más bueno
que el pan.
- ¿Y cuando es eso, Rosario? – preguntó Maca cansada, conocedora también, de
la respuesta – cualquier día…
- No llegará ese día, mi Manuel no, lo que pasa es que no tenemos na pa comé y
me se desespera.
- Toma – dijo Maca buscando unos billetes en su bolso.
- Ay, señora, muchas gracias, pero si mi Manuel se entera… no quiere que le coja
nada. ¡Es tan orgulloso!
- Con el orgullo no se come – respondió Maca tendiéndoselos – y los niños tienen
que comer.

En ese momento Salva volvió a salir del interior de la chabola, la pediatra cruzó la vista
con el joven y notó aquella mirada de resentimiento. Tenía que ayudarles pero no se le
ocurría nada. El chico cogió de la mano de Maca el dinero con un gesto violento y se lo
tiró a la cara.

- Mi padre no quiere – dijo mirando desafiante a su madre, que le propinó otro


golpe.
- Coge eso y da las gracias – le ordenó con genio.
- Rosario no pasa nada – intervino la pediatra, viendo el odio reflejado en la cara
del chico y mirando de reojo a Esther que de nuevo se había quedado parada –
Esther, ¿terminas de recoger?
- Eh, si, si – dijo distraída observaba a aquel chico, no se fiaba de él ni de sus
reacciones.
Maca volvió la cara hacia el joven que seguía con la vista puesta en ella, pensativo,
calibrando sus posibilidades, sería presa fácil. Se sentía humillado y en su propia casa.
¿Quién se creía que era esa tía que era, para llegar a su casa humillándolos a su padre y
a él? La odiaba, y eso odio se reflejó en su expresión. La pediatra se percató de ello, “es
aún muy joven, y el ejemplo de su padre y la vida que lleva van a terminar por
conseguir que se convierta en un delincuente”, pensó. Rosario no se merecía aquella
vida, había hablado con ella tantas veces para que dejase todo aquello, pero quería a su
Manuel, a pesar de todo, y lo justificaba continuamente, creía que todo era culpa de la
falta de trabajo, pero Maca sabía que se engañaba, aquel círculo vicioso no tenía fácil
solución.

- Salva – se dirigió a él Maca, una idea había cruzado por su mente, su padre no
tenía remedio pero aquel chico, con un poco de ayuda, quizás sí – me dijo tu
madre que se te da muy bien arreglar aparatos y motos, ¿no es cierto? – le
preguntó, obteniendo como única respuesta una hosca mirada.
- Contesta a la señora – le golpeó en la cabeza.
- Si – gruñó con desgana.
- Yo estoy buscando a alguien para trabajar en el campamento – le dijo con un
esbozo de sonrisa – puedes pasarte por allí, solo tendrías que arreglar lo que se
rompa, poner alguna bombilla, barrer el patio, sería un trabajo de
mantenimiento.
- Ay señora, señora – exclamó Rosario abalanzándose sobre ella - ¡como podría
darle las gracias!
- No tiene importancia – le sonrió - Si te pasas por allí mañana mismo, te doy un
adelanto y puedes empezar a trabajar.
- ¿Limpiando su mierda! no, no - respondió con desprecio haciendo que Maca
enrojeciese.
- Calla la boca – le golpeó de nuevo – mañana mismo estará allí, señora. Y tú ve a
buscar a tu padre. Ya hablaremos luego – le empujó para que saliera – Señora –
se volvió hacia Maca – es mejor que se marche ya.
- Si, ya nos vamos – afirmó mirando el reloj – pero, ¿puedo pasar antes al baño? –
preguntó. Era lo último que deseaba, pero se les había hecho demasiado tarde y
no iba a poder esperar a llegar al campamento. Esther la miró extrañada. ¿Maca
entrando en un baño de una chabola! ¡sí que había cambiado!
- Claro, señora – respondió Rosario orgullosa de que aquella mujer con su clase
reconociese que su casa estaba tan limpia, como para usar su baño.

Rosario abrió camino empujando la silla de Maca, que se perdió en las profundidades de
la chabola. Esther, permaneció allí, en pie, con su mochila colgada y mirando temerosa
hacia la puerta, esperando ver aparecer de un momento a otro a Manuel y su hijo. ¿Por
qué tardaba tanto, Maca? Estaba empezando a impacientarse cuando, repentinamente,
recordó las palabras de Isabel, “en las chabolas no entrarán, no te separes de ella ni un
instante”, sintió que la invadía un nerviosismo especial, aquella chabola impoluta, aquel
hombre y su hijo, y aquella mujer que parecía demasiado servil, demasiado sumisa con
Maca. ¿A dónde se la había llevado?

- Maca – gritó sin moverse de donde estaba.

Prestó atención esperando una respuesta. Escuchaba a los niños pelearse, escuchaba
ruidos que no era capaz de identificar y algún que otro golpe que no sabía si provenía
del interior de la chabola o del exterior, pero no distinguía la voz de Maca. El pánico
volvía a atenazarla, sentía el deseo de correr hacia el interior, en su busca, pero no
podía, no podía moverse. Su mente le repetía “huye, huye”. Recordó a Germán, “respira
Esther, respira hondo”, y así lo hizo, intentado recuperar la calma.

- Maca, Maca – logró correr hacia el interior de la chabola, desesperada, gritando


– ¡Maca!
- ¿Qué pasa? – salió empujada por Rosario, de una especie de patio lleno de cajas
bombonas de butano, sillas de plástico, y todo tipo de objetos - ¿qué pasa,
Esther? – repitió asustada viendo el miedo en sus ojos.
- ¿Estas bien! tardabas tanto – respondió temblando.
- Si, tranquila – le pidió viendo su nerviosismo – Rosario, muchas gracias, nos
marchamos ya.
- Gracias a usted, señora – se despidió mirando a Esther y moviendo la cabeza de
un lado a otro, “¡qué chica más rara!”.

Ya en la calle y cuando Esther había tomado dirección al campamento Maca levantó la


cabeza girándose todo lo que le permitía el dolor del costado.

- Esther ¿qué te pasa? – le preguntó al ver que se mantenía muy silenciosa.

La enfermera se detuvo un momento, molesta por la pregunta, aunque llevaba unos


minutos esperándola. No podía contarle lo que pasaba por su cabeza, hacerlo implicaría
hablarle de Jinja y no podía, no estaba preparada para contárselo a nadie y mucho
menos a Maca, si había alguien en el mundo que quisiera que desconociese ese horror,
esa era Maca.

- Nada – mintió – me he puesto algo nerviosa. No me esperaba que le pegara y …


- Si – dijo Maca – debí hablarte de ellos antes de entrar, pero… estaba segura de
que Manuel no estaría. Antes, siempre se marchaba cuando sabía que iba a venir.
- ¿Por qué te odia?
- No me odia.
- Por su mirada, yo diría que sí, y mucho. Y su hijo también.
- No es odio, Esther, es desesperación, como dice Rosario. Y Salva… es muy
joven. Imita a su padre.
- Pero tú… ¿qué culpa tienes?

Maca la miró un instante, a Esther le pareció que sí que se sentía culpable por algo y no
acababa de entenderlo. Finalmente, Maca se decidió

- Le busqué un trabajo. Y… hablé con el dueño, yo… le dije que él tenía


problemas con el alcohol y… le pedí que si aparecía borracho… lo despidiese –
confesó.
- Ya… ¿y se puede saber porqué haces siempre las cosas así?
- ¿Así como?
- Pues, no entiendo que te molestes en buscarle trabajo para luego pedir que lo
despidan.
- Solo quería ayudarle, hacerle ver que beber no es la solución, que es el
problema, que cuando bebe se le va la cabeza…. Que…
- ¿Y eso lo dices tú? – preguntó de sopetón dejando a Maca tan cortada que bajó
la vista avergonzada y llena de culpa, ¿le estaba reprochando Esther lo que
ocurrió hacía cinco años o le estaba echando encara el par de copas que se tomó
la noche anterior? – podías ser un poco más comprensiva y entender que no es
tan fácil.
- Ya sé que no es fácil – dijo con voz ronca, “¡ya lo creo que lo sé!”, pensó.

Esther la miró y le pareció tan abatida y derrotada que volvió a sentir una oleada de
ternura hacia ella, el deseo de protegerla, de ayudarla…

- Perdona Maca, no tengo derecho a cuestionarte, ni a juzgarte. No he debido


decir eso.
- No, si, tienes razón – respondió con ese aire de resignación que tanto molestaba
a Esther - Mi obsesión era evitar que pegara a Rosario y demostrarle a ella que el
problema no era el que ella creía. Y fracasé.
- Bueno, no te preocupes – le dijo pasando con suavidad su mano por la cabeza de
la pediatra, acariciándola, y provocándole otro escalofrío, al no esperar aquel
contacto - No puedes ayudar a todo el mundo – sentenció sonriendo de nuevo
para sus adentros.
- Ya lo sé – suspiró cabizbaja.

Esther la observó y decidió cambiar el tono de la conversación.

- Maca y este hombre… ¿en realidad como se llama! porque al entrar, cuando
preguntaste por él creí entender que….
- Salvador Manuel – sonrió por primera vez desde que salieran de la chabola –
también debí decírtelo. ¡Nombre de telenovela! – bromeó.
- ¿Estás muy cansada? – le preguntó de pronto cambiando de tema.
- Un poco, ¿por qué?
- Por nada, por nada… - dijo pensativa
- No, dime, por qué – insistió curiosa.
- Porque … como se nos ha hecho tarde, y me dijiste que tenías trabajo, pues he
pensado que… si te acerco en la moto a la clínica… llegarías antes y…
- No vas a parar hasta que monte en esa moto ¿no? – preguntó con una sonrisa de
satisfacción.
- Si, y ya sabes que puedo ser muy persuasiva – sonrió insinuante.
- Lo recuerdo – la miró con tal intensidad que Esther tuvo que retirar la vista
nerviosa -… pero hoy necesito el coche. No puedo dejármelo aquí.
- Ya… has quedado esta noche – dijo haciendo como que recordaba con un gesto
que hizo gracia Maca. ¡Esther seguía siendo tan transparente para ella!
- Exacto, he quedado – sonrió con la sensación de que la enfermera intentaba
sonsacarle con quien.
- Pues, deberías descansar, después de la fiesta, de la noche en vela y del día que
llevas hoy…
- Ya descansaré mañana. Hoy quiero salir a cenar y divertirme un rato – mintió, lo
que le apetecía era una cena tranquila en casa, pero cociéndola sabía que con
aquella frase la provocaría – me apetece tomarme unas cervezas y…
- Maca… - la recriminó.
- Sin alcohol, Esther, que no soy imbécil – frunció ligeramente el ceño.
- ¿Y bailar? – le sonrió conciliadora, no quería que pensara que ella era igual que
los demás - ¿también vas a ir a bailar?
- Mira, no es mala idea – le devolvió la sonrisa con picardía – te podías apuntar.
No se nos dio mal la otra noche…
- No creo que a Verónica le haga gracia – respondió en un tono que Maca recordó
como aquel que empleaba cuando se ponía celosa.
- Y… ¿a ti quien te ha dicho que voy a salir con Vero? – le espetó burlona.
- No… claro… yo… - balbuceó cortada.

Maca soltó una carcajada, que alivió a la enfermera.

- No tienes remedio, Esther, por mucho tiempo que pase, no cambiarás nunca.
- Porque tú lo digas – se molestó.
- Y me encanta – susurró con aquella mirada burlona que derretía a Esther.
- ¿En serio me estás invitando a salir con vosotras?
- ¿Tú qué crees? – preguntó cruzando sus miradas y sosteniéndolas un instante.
- No puedo, Maca – suspiró – he quedado con Laura para hacer la mudanza.
- Retrásala – le pidió bajando el tono, insistente.
- No puedo, de verdad. Ya la retrasé la última vez, y… me va a hacer un favor.
- Que te lo haga mañana, yo hablo con ella. O mejor, mañana os ayudo yo con el
coche.
- No puedo – repitió – tiene que ser hoy, además, sin falta.
- Como quieras, no insisto – dijo ligeramente decepcionada – anda vamos, que ya
nos estarán esperando y aún nos queda un rato hasta allí.
- Si, vamos.

Emprendieron la marcha seguidas en la distancia por los dos jóvenes agentes y tras
ellos, María, no les quitaba ojo. La niña estaba deseando saltar sobre Maca y corrió
dando la vuelta y tomando un atajo, las interceptaría antes de que llegaran al
campamento.

- Habrás visto que te he hecho caso – dijo Esther rompiendo el silencio.


- ¿A qué te refieres? – preguntó desconcertada.
- A lo que me dijiste ayer.
- ¿Ayer? – repitió haciendo memoria – ayer hablamos de muchas cosas.
- A lo de que bajase la guardia contigo.
- ¿Yo te dije eso?
- Exactamente así, no. Pero… se entendía.

Maca sonrió sin que la enfermera pudiese percibirlo.

- Y… a cambio, quiero pedirte yo a ti algo.


- A ver lo que me vas a pedir que no estoy para muchos trotes… - bromeó.
- Quiero que, conmigo, no te avergüences de tus limitaciones.
- No me avergüenzo, ¿por qué me dices eso? – preguntó sabiendo que en el
fondo, aunque no se avergonzara sí que se sentía muy incómoda con ella. Y
estaba claro que Esther se había dado cuenta.
- ¿Por qué no me has pedido que te llevara yo al baño en la chabola? - le
respondió con otra pregunta.
Maca enrojeció, Esther acababa de darle donde más le dolía, debía reconocer que la
enfermera tenía razón, aunque ella intentase disimular, no soportaba la idea de que la
viese así, no podía evitarlo, no podía mandar sobre sus sentimientos.

- Eh… no sé – intentó salirse por la tangente – no se me ocurrió.


- Ya… pues de aquí en adelante, espero que se te ocurra, ¿de acuerdo? - le dijo
en tono cariñoso.

Maca no respondió. No quería mentir y sabía que si se comprometía a ello estaría


mintiéndole.

- Maca… ¿de acuerdo? – insistió.


- Lo intentaré – respondió sin convencimiento – si… intentas tú salir esta noche
con nosotras – sonrió, desviando el tema con la intención de distender las
conversación.
- Ya te he dicho que no puedo – rió – pero te tomo la palabra, ¿qué te parece si el
jueves nos vamos a cenar?
- ¿El jueves? – pensó que era el día de los derribos y que sería un día complicado
en el campamento – vale, me parece bien, siempre que no tengamos que pasar
la noche aquí.
- ¿Quedarnos aquí por qué?
- Por los derribos, tendremos que realojar a algunas familias, no todas tienen
derecho a los pisos del ayuntamiento. Ya sabes la demagogia que hay con estos
temas.
- La imagino. ¿Y mañana! podíamos quedar mañana.
- No, mañana también tengo planes.
- Pero… ¿no decías que mañana ibas a descansar! podíamos salir temprano y
tomarnos algo rapidito.
- No, lo siento, mañana… - se detuvo un instante y la miró – estaré… ocupada.

Esther enarcó las cejas con gesto interrogador pero no le preguntó nada. Fuera lo que
fuese que Maca iba a hacer al día siguiente estaba claro que no quería que se supiese, o
al menos que lo supiese ella y conociéndola era mejor no insistirle. Pero la enfermera no
pudo evitar que Maca leyera la desilusión en sus ojos.

- Bueno, pues… si todo va bien… el jueves te invito a cenar y a bailar – sonrió


Maca y Esther asintió emprendiendo de nuevo el camino.

Esther no dejaba de darle vueltas a aquella invitación imaginando todo tipo de


situaciones con la pediatra. Maca se giró de nuevo intentando ver su cara, pero no lo
consiguió. De pronto la enfermera volvió a romper el silencio.

- Maca… ¿te conté alguna vez que tuve un novio parapléjico?


- Pues… - intentó recordar – creo que me hablaste de que te había ido mal con los
hombres, que el que no había tenido problemas con las drogas quería que fueras
su madre, pero no recuerdo…
- Pues si… - la interrumpió – y estos días me he estado acordando de él y de… -
se calló de pronto no sabía como preguntarle aquello, la verdad es que no sabía
ni porqué se le había ocurrido, bueno eso si que lo sabía, imaginando una cena
con ella, una cosa había llevado a la otra, lo que no sabía era como se atrevía a
sacarle el tema, estaba segura de que Maca la iba a mandar a paseo.
- ¿De qué? – preguntó al ver que Esther no seguía - ¿de qué te has estado
acordando? – preguntó divertida.
- De nuestra relación, de la de él y yo, quiero decir – respondió.
- ¡Ah! – exclamó sin entender a donde quería ir a parar la enfermera.
- Quiero decir que tengo experiencia en el tema y… - volvió a callarse.
- Esther, dime ya lo que me quieras decir que me estás poniendo nerviosa – le dijo
con impaciencia.
- Nada. Perdona. Es algo que… nada, nada, una tontería – se apresuró a responder
pero tras un segundo se lanzó - que me acuerdo de cuando él y yo estábamos…
juntos – hizo un gracioso gesto con la cara – ya me entiendes… y… me
preguntaba si sería muy diferente a… - de nuevo se detuvo dubitativa - Nada.
No he dicho nada. Olvídalo
- A ver ¿Qué quieres saber? – dijo con condescendencia empezando a imaginar
por dónde iban los tiros – ¿si Ana y yo…? Vamos que, ¿si puedo tener
relaciones sexuales? – le soltó con una sonrisilla que Esther no pudo ver al ir
empujando su silla – ya sabes que…
- ¡Maca! por dios – respondió interrumpiéndola con rapidez poniéndose tan
colorada como el jersey que llevaba puesto – yo no he dicho nada de eso.
- Ya… pero es lo que estás pensando – adivinó – la respuesta es sí, claro que
puedo tenerlas – respondió abiertamente y adoptando el tono profesional que
usaba con los pacientes continuó – técnicamente, no tengo conciencia orgásmica
genital, pero siempre quedan los pseudorgasmos, si de verdad has tenido un
novio parapléjico deberías saberlo – respondió pensando en que aunque sabía
que no mentía en su respuesta, jamás había vuelto a estar con nadie desde el
accidente, no podía.
- Ya lo sabía – dijo aún azorada - ¿tienes que ser siempre tan explícita? – protestó
– yo no te estaba preguntando eso. No te preguntaba por tu vida íntima.
- Ya… - musitó más para sí y volviendo a poner aquella sonrisa, que tanto le
gustaba a la enfermera y que no podía ver se lanzó susurrando - aunque ya no
podría hacerte eso que tanto te gustaba, pero… hay muchas otras cosas –
terminó con una mueca burlona, arrepintiéndose en el mismo momento de
haberlo dicho, no debía entrar en esos juegos con ella, pero no podía evitarlo,
intentaba no hacerlo pero cuando Esther se lo servía en bandeja, ella no era
capaz de contenerse.

Esther no respondió, se había quedado sin palabras, “ya no podría hacerte, ya no podría
hacerte”, lo decía como si pudiera pasar en un futuro, como si se lo hubiese planteado,
“Esther no te montes películas, que ya sabes lo que te pasa cuando lo haces”, se dijo,
intentando convencerse de que eran imaginaciones suyas.

De pronto, al pasar entre dos chabolas, María saltó con tal agilidad sobre Maca que
ninguna de las dos pudo hacer nada por evitarlo. Los dos agentes corrieron hacia ellas
pero se detuvieron, ante una seña de Esther, y comprobar que se trataba de una niña.

- ¡Maca! – gritó María subiendo encima de la pediatra.


- ¡María! – intentó frenarla Esther demasiado tarde.
- No pasa nada – dijo Maca mostrando en su rostro y en su tono que sí que
pasaba, inclinándose ligeramente por el dolor.
- ¿Te ha hecho daño? – le preguntó la enfermera preocupada.
- No, no, estoy bien – intentó disimular.
- ¿Qué te pasa? – preguntó María extrañada por que Maca no la cogiese, ni la
abrazase, ni le hiciese cosquillas - ¿te he asustado mucho?
- No, cariño – respondió – me encanta que…
- Bájate de ahí - le ordenó Esther enfadada por el susto que se había llevado -
Maca está malita y no puedes subirte así encima de ella que le haces daño – la
reprendió con autoridad. María se puso seria y miró a la pediatra con un
puchero, bajándose inmediatamente.
- ¡Esther, no seas exagerada! – le protestó aún con el gesto de dolor en la cara –
no pasa nada cariño.
- ¿Te he hecho daño? – balbuceo llorosa.
- Claro que no – respondió – anda ve aquí – le dijo colocándola, con dificultad,
sobre sus rodillas y haciéndole cosquillas.
- Maca… - intentó reconvenirla Esther pero la pediatra le lanzó tal mirada que
decidió guardar silencio, “allá ella”, pensó la enfermera.

Estaba claro que aquella niña era su debilidad, siempre había visto que a Maca le
encantaban los niños, por algo era pediatra, pero ese instinto maternal que desarrollaba
con ella era diferente y Esther lo percibió. Maca se aferraba a aquella niña, quizás
porque temía que nunca sería madre.

- ¿Y esas ojeras? – le preguntó Maca a la niña - ¿tu abuela está bien? – intentó
adivinar si se debían a falta de sueño por atenderla, como ya había sucedido en
otras ocasiones.
- Sí.
- A ver – dijo tocándole la frente y palpándole el cuello – ¿te duele algo?
- No – rió.
- ¿Y porqué no has dormido, bichito! sabes que no me gusta que estés dando
paseos por las noches.
- No los doy – dijo poniéndose seria.
- ¿Seguro? – le preguntó arrastrando la “o”, con una sonrisa – mira que te
conozco… no me estarás engañando, ¿eh?
- Que no – rió otra vez, mirando de reojo a Esther que permanecía junto a ellas
con gesto de contrariedad.
- Entonces ¿por qué no has dormido? – insistió preocupada. La niña miró hacia
Esther y abrazándose a Maca se acercó a su oído.
- ¿Qué es un barrio?
- ¿Un barrio? – repitió esbozando una sonrisa – Esther, explícale a María qué es
un barrio – metió a la enfermera en la conversación haciéndole una seña burlona
con los ojos.
- Un barrio… pues… es un sitio donde vive mucha gente.
- ¿Cómo aquí?
- Bueno, como aquí exactamente no, un barrio…
- Sí, cariño, como aquí – saltó Maca interrumpiendo a Esther que arrugó la frente
en señal de contrariedad, ¿para qué le decía que lo explicase si pensaba cortarla
a las primeras de cambio?
- Y ¿por qué no te gusta este barrio? – le preguntó la niña a Maca.
- Claro que me gusta – sonrió extrañada por aquellas preguntas.
- Pero… cuando te vayas, ¿puedo irme contigo? – le dijo. Maca abrió la boca
sorprendida, ¿cómo conocía María su decisión de marcharse! ni siquiera se la
había comunicado a sus compañeros, era imposible que se hubiese extendido por
el poblado.
- Cariño, ¿quién te ha dicho a ti que yo me vaya a ir? – preguntó con interés.
- Nadie. Lo he oído.
- ¿Cómo que lo has oído! ¿a quien se lo has oído?
- A ellos.
- María…

La niña bajó los ojos con culpabilidad, Maca se dio cuenta.

- A ver, cariño, ¿qué pasa?


- Esos…, los que no son tus amigos… – empezó a decirle con miedo en los ojos –
dicen que te vas a ir a otro barrio. Yo no quiero que te vayas – empezó a hacer
pucheros de nuevo.

Esther apoyó su mano en el hombro de Maca y lo apretó con suavidad, en señal de


apoyo, estaba claro lo que pasaba allí, aunque la niña en su inocencia lo había
interpretado todo literalmente.

- No me voy a ir a ningún sitio – respondió abrazándola pensativa y levantando la


vista hacia Esther, era ahora ella la que mostraba el miedo en su mirada – te dije
que te alejaras de ellos.
- Pero… es que van por las casas – protestó – y me da miedo.
- ¿Cómo que van por las casas? – preguntó en un tono de impaciencia que
sobresaltó a la niña.
- Buscan gente – dijo con inocencia.
- Gente ¿para qué? – inquirió secamente, sujetándola por ambos brazos, nerviosa.
- Maca… - la recriminó Esther. Estaba asustando a la niña.
- No sé – confesó con las lágrimas saltadas. No estaba acostumbrada a que Maca
le hablase así.
- No llores, cariño – volvió a abrazarla – no pasa nada.
- Pero te vas a ir…
- Ya te he dicho que no me voy a ir – afirmó aunque luego recordó que sí que
estaría fuera una larga temporada – pero si algún día me voy, te prometo que
vendré a verte mucho, mucho en cuanto pueda – le sonrió. María suspiró.
- ¿Me lo prometes de verdad?
- De verdad – le dijo dándole un beso – anda, cariño, vete a casa, que se está
haciendo tarde.
- No puedo, tengo que ir a donde María José.
- ¿A estas horas?
- Si, es un secreto.
- ¿Un secreto!
- Si – sonrió – pero mañana te lo va a decir.
- Bueno, pero luego, a casa de la abuela ¿entendido?

La niña asintió obediente y se bajó de sus rodillas. Miró a Esther y luego otra vez a
Maca.
- A dios – sonrió y salió corriendo.

Maca se quedó observándola hasta que desapareció al final de la calle. ¡María José! Con
ella sí que tenía un problema pero hasta el día siguiente no podría hacer nada.

- Esther, ¿seguimos! estoy deseando llegar al campamento, aún me quedan


muchas cosas que hacer y es tardísimo – le dijo mirando el reloj con cierto
nerviosismo.
- Espera, Maca.
- ¿Qué pasa?
- Lo que te ha contado María…. ¿significa lo que creo? – le preguntó alterada.
- Sabes que sí – respondió con un suspiro.
- Pues… creo que te debes tomar en serio todo lo que ha dicho.
- Te aseguro que me lo tomo muy en serio. Anda… vamos – le pidió de nuevo
impaciente.
- No lo parece – le recriminó sin moverse - ¿por qué no te quedas en la Clínica!
no entiendo qué haces por aquí, exponiéndote, sabiendo lo que sabes.
- No te preocupes, porque Isabel lo tiene todo controlado – intentó tranquilizarla,
cuando ella misma no lo estaba. “Y tú no sabes ni la mitad”, pensó.
- ¿Controlado! no será con estos dos que nos siguen – dijo sarcástica, “ni
conmigo”, pensó a su vez “¡valiente equipo de protección estamos hechos! a mi
me puede el miedo y a estos… mejor dejarlo”, pensó, decidida a hablar con
Isabel en cuanto llegase al campamento.
- Esther, están en prácticas y, además, no ha pasado nada. Ha sido un día
tranquilo, ¿no?
- Bueno…
- Lo de Salvador es algo más común de lo que crees y no tiene nada que ver con el
tema – saltó conocedora de lo que pasaba por la mente de la enfermera.
- Si tú lo dices… A mi no me gusta ese hombre ni cómo te mira.
- Anda, vamos – le pidió de nuevo, con suavidad, bajando la vista. Se sentía
impotente al no tener ni siquiera la posibilidad de moverse si Esther no la
empujaba.
- Te he dicho que esperes – respondió con brusquedad. Maca levantó la vista sin
comprender qué pasaba – no vas a hacer nada ¿verdad?
- Vamos a ver, Esther, María habrá escuchado cualquier conversación. Es normal
no caerle bien a todo el mundo…, y desde que estamos aquí, la presencia de la
policía es perenne y eso molesta a unos cuantos. Pero… eso ya lo sabíamos,
cuando pusimos en marcha el proyecto.
- No ha pasado nada porque era María, pero… ¿y si hubiera sido cualquier loco?
No habrían evitado que te atacase y yo tampoco – elevó la voz ligeramente
alterada.
- Tranquila que no ha pasado nada – repitió – además, ¿qué quieres que haga?
- No deberías venir al campamento es peligroso – insistió.
- ¿Ya te has hartado de aguantarme? – le preguntó irónica. ¡Si supiera, que si
estaba en el campamento era por su trato con Fernando! y que al final iba a tener
que darle a él la razón sobre los cambios de humor y las reacciones de la
enfermera.
- No digas tonterías, Maca. Solo pienso en tu seguridad.
- Mira, Esther, el día que quieran hacerlo, lo harán – reconoció con tal resignación
que a Esther le dio miedo – tenga a mi lado al agente más experimentado o esté
completamente sola. Es algo que tengo asumido – reconoció con la voz
quebrada.
- Maca… - se le saltaron las lágrimas también a ella pero disimuló situándose
detrás e iniciando la marcha – deberías contarle todo a Isabel en cuanto
lleguemos.
- Te aseguro que Isabel está al día de todo. Además, en cuanto lleguemos lo que
tienes es que firmar tu contrato – respondió con autoridad mostrándose
ligeramente molesta y cambiando de tema – no puedes darme más largas. Lo he
mandado redactar como tú querías en contra de toda la normativa de la Clínica y
en contra de la Asesoría de Administración…
- Vale… lo firmaré – consintió con una sonrisa de satisfacción que Maca no pudo
ver. La pediatra había hecho todo lo posible porque se quedara y esa idea la
llenaba de alegría.
- ¿En serio?
- En cuanto lleguemos, y luego, hablas con Isabel, y mañana te quedas en la
Clínica. No debes estar aquí.
- ¿Tú también?
- Yo también ¿qué?
- Organizándome la vida – murmuró cansada.
- ¿Qué? No te he oído – dijo agachándose un poco.
- Nada – suspiró resignada y decepcionada, había tenido la sensación de que con
ella todo era diferente pero estaba claro que no era así.
- Maca… yo… lo único que quiero es que… no te pase nada – confesó
imaginando lo que le había dicho entre dientes - y aquí… puede pasar cualquier
cosa.
- Aquí, en mi despacho, en la calle… donde sea Esther – dijo con tono de hastío –
¡si hasta me dejan notas en el coche! – confesó arrepintiéndose al instante.
- ¿Te han dejado una nota en el coche? Maca…
- Estoy tan harta… que… hay días… que desearía que todo terminase de una vez
– dijo con sinceridad – total….
- No quiero que pienses eso. No debes pensarlo y menos desearlo.
- Se vaya a cumplir ¿no? – preguntó con ironía.
- ¿Conoces la leyenda del pájaro dziú?
- ¡No lo he oído en mi vida!
- Es una leyenda africana – le contó – pero hemos llegado y es muy larga. Ya te la
contaré otro día.
- ¿Y me dejas así! dime al menos de qué va.
- Otro día, Maca. Mira, ahí tienes a Isabel. ¿Vas a hablar con ella o lo hago yo?
- ¡Si supieras el coraje que me daba cada vez que me hacías esto! – protestó
enfadada, recordando su vida en común y la cantidad de veces que la enfermera
le empezaba a decir algo para luego no terminar de contárselo.

Esther lanzó una carcajada.

- Siempre lo he sabido – dijo y agachándose le susurró al oído - ¿por qué te crees


que lo hago? Anda, vamos – dijo sonriendo para sus adentros.

Maca se quedó boquiabierta, ¿Y luego le decían a ella que no jugase con Esther! ¿Quién
jugaba con quien?
La enfermera la condujo hacia donde Sonia e Isabel discutían visiblemente alteradas. Al
verlas acercarse ambas guardaron silencio.

- ¿Ocurre algo? – preguntó Maca.


- No, nada – se apresuró a responder la socióloga – Maca, ¿vas ya para la Clínica?
- Si, en unos minutos primero me gustaría comentarte una cosa, Isabel – se dirigió
a la detective.
- De acuerdo, espérame un segundo en mi despacho que ahora mismo voy –
aceptó acercándose a los dos jóvenes que habían entrado tras ellas.
- Te espero allí, Maca – le dijo Sonia – y… por favor… no tardes.
- Ya se que tienes prisa, tranquila, que no tardo – la miró preocupada - ¿seguro
que no me ocultáis nada?
- Seguro, Maca.
- De acuerdo – aceptó su palabra sin convencimiento – Sonia, dile a Mónica que
me espere, quiero que se venga conmigo en el coche.
- Vale – respondió arrastrando la palabra y alejándose hacia el pabellón central
donde se encontraban los demás.
- ¿Te llevo al despacho de Isabel? – le preguntó Esther una vez solas.
- Sí, por favor.

La enfermera la subió por la rampa, abrió la puerta y la introdujo en el despacho,


acomodándola frente al sillón vacío de la detective.

- Si no quieres nada más, me voy, Maca, Laura me está esperando para hacer la
mudanza.
- Claro, vete… - le sonrió – ¡ah! espera, pásate por el pabellón y firma el contrato,
por favor.

Esther suspiró.

- Maca… tengo prisa – protestó – ¿no te da igual mañana a primera hora antes de
salir?
- No, quiero dejarlo esta misma tarde en administración – respondió frunciendo el
ceño.
- Bueno… - aceptó – no te enfades, ahora voy a firmarlo.
- Gracias… - esbozó una leve sonrisa de alivio y la miró fijamente a los ojos, la
enfermera le sostuvo la mirada un instante –… por todo.
- De nada – respondió dudando si marcharse o permanecer con ella hasta que
llegase Isabel. Cuando Maca la miraba de aquella forma se sentía tan aturdida
que no era capaz de articular palabra.
- ¿No tenías prisa? – le dijo Maca burlona – anda ve a firmar y corre a hacer tu
mudanza – continuó con un retintín que Esther interpretó como reproche por no
salir con ellas – hasta mañana.
- Hasta mañana, Maca.

Esther se dirigió hacia la puerta y cuando ya estaba a punto de cerrarla dejándola dentro
asomó la cabeza.

- Eres como ese pájaro.


- ¿Qué?
- El Dziú, eres como él.
- ¿Ayer un león y hoy un pájaro? – sonrió burlona – muy salvaje has vuelto tú.
- ¿Salvaje? – la miró con picardía – no sabes tu lo salvaje que me he vuelto… -
bajó el tono insinuante. Maca enrojeció levemente y poniéndose seria cambió de
tema.
- Ya quisiera yo poder salir volando como el pájaro ese – suspiró.
- Todo se “andará” – respondió haciendo hincapié en la palabra. Salió y la dejó
allí, sola y pensativa. ¿Qué le había querido decir con eso? Esta vez sí que la
había dejado tan fuera de juego que ni siquiera recordaba qué hacía en el
despacho de Isabel ni lo que quería ver con ella.

Cuando Esther salía del barracón, Isabel estaba a punto de entrar en él.

- Isabel, ¿puedo hablar contigo un segundo? – le dijo sujetándola por el brazo.


- Maca me está esperando – respondió intentando excusarse.
- Un segundo, por favor – le pidió tan angustiada que la detective se detuvo
alertada.
- ¿Qué pasa?
- No puedo hacer lo que me pediste.
- No te entiendo.
- No puedo estar pendiente de Maca. No puedo hacerlo.
- Vale – asintió pensativa, pensando qué habría ocurrido – no te preocupes,
hablaré con Fernando y le diré a Mónica que vaya con ella – dijo girándose para
subir a su despacho.
- ¡No! – la frenó – no me entiendes.
- Pues… explícate.
- Hoy, he visto… no sé como calificarlo…. He visto que a Maca… no la quieren
por aquí.
- Eso ya lo sabemos, Esther – respondió clavando sus ojos en los de la enfermera
estaba segura de que había algo más – a ver… habéis estado en las casas de la
manti, ¿no? – la enfermera asintió - Imagino que te has encontrado con
Salvador, y que te ha dado miedo, su mirada, sus formas, su agresividad….
- Si – murmuró bajando la vista avergonzada.
- No te preocupes que Maca siempre ha sabido mantenerlo a raya. Es un hombre
que da repelucos. Pero… no se atreverá a hacer nada contra ella. Le debe
demasiado. No es él quien me preocupa.
- ¿Su hijo? – levantó la vista creyendo dar en el clavo – porque el chico es
evidente que la odia.
- No, su hijo tampoco – sonrió – no tiene lo que hay que tener.
- ¿Cómo puedes estar tan segura! ¿cómo puedes dejarla moverse por el
campamento de esa manera? ¡hasta María salta sobre ella sin que esos dos
inútiles hayan reaccionado!
- Tranquilízate, Esther – pidió molesta por el comentario sobre sus hombres –
Maca está aquí porque es su deseo y porque yo le aconsejé que lo estuviera.
- ¡Vaya consejo! ahí fuera no está segura.
- Ahí fuera, puede que sea uno de los pocos sitios en los que más segura esté –
confesó dejando a Esther perpleja – mira Esther, en este poblado se mueven
muchos, vamos a llamarlos “negocios” al margen de la ley. Y no me refiero solo
a la droga. Este campamento y la presencia continua de la policía es un estorbo y
un inconveniente, pero nunca harían nada drástico para evitarlo. Ellos no. A
pesar de lo que has visto y de lo que crees, a Maca aquí la respeta y la quiere
mucha gente, y esa misma gente no dejará que le pase nada. Un ataque fortuito
es inevitable en cualquier lugar. Maca lo sabe y lo asume. Todos lo asumimos.
- Pero tiene miedo.
- Claro que tiene miedo, todos lo tenemos. Pero no puede dejar que esto afecte a
su vida.
- Pero es que le afecta – saltó preocupada – mucho más de lo que podáis imaginar
– reveló alterada – mucho más de lo que os dice.
- Y tú ¿cómo sabes lo que nos dice? – preguntó con calma intentando adivinar qué
era lo que le ocurría a la enfermera, tenía la sensación de que su estado de
alteración no se debía tanto al peligro que rodeaba a Maca como a algo que
rondaba en su cabeza.
- Tienes que ayudarla, tienes que encontrar ya a quien….
- Esther, nadie te obliga a nada – le dijo con calma molesta por aquellas palabras,
¡qué más quisiera ella que detener al acosador de Maca! tres años llevaba tras él
pero las cosas no eran tan fáciles – Maca me espera y tiene prisa. Si no quieres
salir con ella ahí fuera, estás en tu derecho. Ahora se lo digo yo, lo entenderá.
- No le digas nada. No… no es eso… es – dudó, no podía decirle que se quedaba
paralizada cada vez que veía peligro cerca, pero era así, y si Maca alguna vez la
necesitaba no iba a estar a su lado para ayudarla y era conciente de ello. No
podía dejar que pensaran que Maca iba acompañada cuando su compañía no le
valía para nada.
- Entonces ¿qué es lo que quieres?
- No sé, me dijiste que te contase cualquier cosa rara que viese y es lo que he
hecho. No me gusta ese hombre y no me gusta su hijo. Y… yo… yo no podré
evitar que le pase algo.
- Tú no tienes que evitar nada. Ese es mi trabajo. Tú solo tienes que mantener los
ojos bien abiertos y usar la radio que te he dado cuando sea necesario. Pero si no
te ves capaz…
- De acuerdo – suspiró – pero hay más… María le ha contado algo … sobre unos
hombres que van buscando gente por las casas…
- María tiene mucha imaginación, es una niña y Maca la escucha demasiado.
Quiere llamar su atención.
- Yo creo que no es eso, yo creo que tiene miedo de verdad.
- ¿María? – Isabel rió – María es un bicho, y sabe cuidarse sola. Aunque te resulte
difícil creerlo. Todos los chicos de por aquí lo saben.
- No lo dudo, pero creo que no miente. Creo que va a pasar algo, lo noto en las
miradas de la gente, va a pasar algo y hay muchos que lo saben.
- Bueno… tu no te preocupes – le dijo con tranquilidad pensando en su
conversación con Sonia, la socióloga le había dicho algo parecido, de hecho le
había pedido que consiguiese como fuese aumentar la protección a Maca y que
evitase su visita a la casa de Elías.
- ¿Y la nota del coche! ¿qué me dices de eso? ¿tampoco debemos preocuparnos? –
intentó Esther conseguir algo de la detective recurriendo a todas sus
posibilidades.
- ¿Te ha hablado Maca de eso? – preguntó a su vez sorprendida y extrañada.
- Si.
- No debía haberlo hecho y… no voy a darte explicaciones.
- Encuentra al que sea y hazlo pronto – le dijo bajando la voz y mirando hacia la
ventana de su despacho – Maca no va a aguantar mucho más esta situación.
- Maca aguantará… - afirmó con seguridad - aunque la veas así, es más fuerte de
lo que crees. Hace mucho que no la ves. Y no es la persona que recuerdas – le
dijo provocando una sensación de inseguridad en la enfermera – además, ya te
he dicho que no voy a darte explicaciones, Esther.
- Si, tú lo dices…. Pero creo que os equivocáis todos con ella.
- Entonces ¿qué! ¿lo harás o le digo a Maca…? – dijo mirando el reloj
- ¡No! No le digas nada. Iré con ella – cambió de opinión.
- Gracias, Esther – le dijo apretándole el brazo – muchas gracias, por todo.

Esther no entendió aquel efusivo agradecimiento. Isabel parecía querer decirle mucho
más con aquellas palabras que con toda la conversación que habían mantenido pero ella
no era capaz de comprender el que.

Isabel entró en su despacho con prisa y disculpándose.

- Perdona Maca por hacerte esperar – le dijo sentándose frente a ella - ¿qué es eso
que querías decirme?
- ¿Eh? – la miró despistada enarcando las cejas sin comprender su pregunta.
- Maca… ¿qué querías decirme? – repitió con una medio sonrisa, pocas veces veía
a Maca tan desconcentrada.
- ¿Yo! nada… - respondió distraída aún con la mente puesta en las palabras de
Esther.
- Maca… ¿estás bien? – preguntó ahora preocupada.
- Si, si – dijo esbozando una sonrisa en respuesta a la de Isabel.

La detective esperó a que Maca le dijese alguna cosa pero permanecía en silencio.
Finalmente, la pediatra pareció volver a la realidad.

- Isabel ¿te importa acercarme al coche? – le pidió – no sé que le ha pasado al


motor de la silla….
- Claro – se levantó perpleja, estaba claro que Maca se había arrepentido y había
decidido no contarle aquello que le preocupaba.

Isabel empezaba a pensar que quizás Esther no estuviese tan descaminada y Maca,
estuviese llegando a su límite, la idea le preocupó y la llenó de angustia. Se situó tras
ella y la condujo al exterior esperando que Maca le contase algo de lo que ya le había
avanzado la enfermera pero no lo hacía y eso no dejaba de inquietarla. ¿Cuántas cosas
guardaría Maca! ¿tendría Josema razón y la pediatra estaba engañándola o al menos
ocultándole cosas que podían ser claves para resolver el caso?

- Entonces… ¿no querías nada? – volvió a la carga buscando que la pediatra se


sincerase.
- No – respondió mecánicamente, no podía dejar de pensar en Esther y en todo lo
que habían hablado a lo largo del día.
- Bueno, pues… yo sí – necesitaba saber el motivo por el cual Esther se mostraba
tan alterada - ¿ha pasado algo hoy que debas contarme?
- No, nada, ha sido un día tranquilo.
- Esther no dice lo mismo.
- ¿Esther? – preguntó frunciendo el ceño prestándole atención por primera vez -
¿has hablado con ella? Te dije que quiero que la dejéis al margen de todo esto –
dijo enfadada, Esther tenía un problema y no iba a poder superarlo si le llenaban
la cabeza de historias.
- ¿Y tú! ¿por qué no la dejas tú?
- ¿Qué quieres decir?
- ¿Por qué le has contado lo de la nota del coche? Te parece que es esa una forma
de mantenerla al margen.
- Tienes razón… - asintió pensativa - no volveré a hacerlo – giró la cabeza y clavó
sus ojos en ella “¡Vaya con Esther!”, no esperaba que le contase a Isabel todas
sus conversaciones, – estábamos hablando y…. se me escapó.
- Pues has conseguido meterle el miedo en el cuerpo – dijo en tono de reproche –
No solo está asustada, está acojonada.
- Hablaré con ella – respondió reflejando en sus ojos la preocupación que sentía,
no debía haber involucrado a Esther en nada, no estaba preparada y ella no
estaba contribuyendo a ayudarla – Isabel, crees que hay gente en el poblado
que…
- Vaya, creí que no tenías nada que decirme.
- Bueno… siempre me dices que exagero y que le doy demasiado crédito a María,
y lo único que podía contarte me lo ha dicho ella – confesó – y… ni siquiera eso,
lo he deducido de sus palabras.
- Bueno… quizás esta vez sí que debamos hacerle caso – reconoció - Maca…
Sonia cree que no debéis ir mañana a casa de Elías, cree que puede ser peligroso
para ti.
- ¿Y tú que crees? – le preguntó conocedora de que opinaría lo contrario. Ya
imaginaba por qué las había visto discutiendo.
- Creo que puede que sea peligroso pero … que sí debes ir – aconsejó midiendo
sus palabras – eso… siempre que quieras que el proyecto salga adelante. Sabes
que sin la confianza del patriarca del poblado, más del setenta por ciento de la
gente no te apoyaría, y sabes que la mayoría son gitanos y que harán lo que él
diga. Del resto, no tienes que preocuparte, o al menos, no en ese sentido.
- Entonces… está decidido, iremos. El proyecto es lo primero – respondió
decidida.
- Yo iré con vosotras – le dijo poniéndole una mano en el hombro – no voy a dejar
que te pase nada ¿me oyes?– le dijo recordando las palabras de Esther - No
quiero que tengas miedo.

Maca la miró con las lágrimas saltadas. No se esperaba aquella muestra de afecto por
parte de la detective que siempre se solía mostrar inflexible y profesional.

- Gracias Isabel – sonrió con un nudo en la garganta y mirando hacia Mónica que
charlaba con Laura levantó el brazo y la llamó – ¡Mónica!
- Tú tranquila que yo me encargo de todo ¡sí hasta he conseguido más efectivos
para el jueves! – le sonrió intentando animarla.
- ¿En serio! ¿cómo no me lo has dicho antes? – suspiró aliviada – todo no iban a
ser problemas ¿no?
- Claro que no. Verás como todo sale bien. Elías entenderá tus razones. Es un
hombre cabal.
- Ya estoy aquí – dijo Mónica - ¿nos vamos?
- Si, vamos – dijo abriendo el coche – hasta mañana Isabel, y… gracias.
- Hasta mañana.

La detective se mantuvo allí viéndola maniobrar y desaparecer. Sus hombres iban tras
ella. Miró el reloj, era tarde y le había prometido a Josema encargarse de la cena. Pero
antes tenía que terminar los cuadrantes de los turnos de sus hombres. Los próximos días
iban a ser moviditos y no quería cometer errores en la asignación de los puestos.

* * *
En el pabellón, Esther estaba ojeando su contrato. Sonreía comprobando que Maca
había señalado en cada cláusula todas las salvedades que ella le indicó. Cuando estaba
terminando de firmarlo, entró Laura.

- ¿Dónde te metes? – preguntó con una sonrisa burlona – le estáis cogiendo


gustillo al trabajo, ¡vaya horas de llegar! ¿o es que no encontráis el momento de
separaros? - bromeó.
- Chist, que está Fernando dentro – protestó haciéndole señas de que bajase la voz
– se nos ha hecho un poco tarde.
- Ya… - dijo maliciosa – ¿qué tal el día?
- ¡Muy bien! – sonrió satisfecha – creo que tenías razón, ¿sabes que me ha
invitado a salir esta noche?
- Y tú te habrás hecho de rogar un poquito ¿no?– rió – entonces ¿dejamos la
mudanza para mañana?
- No. Le he dicho que no podía.
- ¡Tú estás tonta! – le dio un golpe en el brazo – ahora mismo la llamas y le dices
que te has arrepentido.
- Que no, Laura, tú déjame, qué se lo que hago – sonrió con tal brillo en los ojos
que Laura no pudo evitar soltar una carcajada.
- ¿Tienes un plan? Pues date prisa porque no te queda mucho tiempo para ponerlo
en práctica – respondió, dejando a Esther pensando en ello, mientras recogía los
papeles y los dejaba encima de la mesa para que el médico se los entregara a
Maca - ¿qué es eso?
- Mi contrato – respondió empujándola suavemente hacia la salida – vamos que es
tardísimo.
- Pero… ¿lo has firmado! creí que no lo harías. Y menos después del bombazo.
- ¿Qué bombazo? – preguntó mostrando su interés.
- ¿Maca no te ha dicho nada?
- ¿De qué?
- Deja la Clínica.

Esther abrió los ojos de par en par, mostrando su enorme sorpresa.

- Por lo visto quiere que sea Cruz la directora.


- ¿Quién te ha dicho eso? – preguntó molesta, era imposible que Maca se
marchase y no le hubiese dicho nada.
- Mónica, esta tarde tienen que reunirse para ultimar lo detalles – le contó
comprendiendo que Esther, por su cara no conocía nada al respecto. La
enfermera no entendía nada, ¿por eso quería Maca que firmara el contrato, para
marcharse después! y ella que creía que el interés de Maca consistía en que
trabajarían juntas.
- Pero… ¿por qué se marcha? No… entiendo…
- Nadie lo sabe – le dijo y bajando la voz – se rumorea que quiere irse con su
mujer, desaparecer una temporada, pero creo que no le ha dicho nada a nadie.
¿A ti no te ha contado nada?

Esther permaneció cabizbaja, sin responderle, tenía que hablar con Maca, tenía que
pedirle explicaciones, tenía que pedirle que se quedara, no podía irse, no podía dejarla
así.

- Laura, espérame un momento, tengo que ver a… Isabel – mintió con


precipitación y salió corriendo en dirección al despacho de la detective.

Laura corrió tras ella y cuando estaba a punto de subir los escalones de entrada al
barracón la detuvo.

- ¿A Isabel? – dijo sin resuello - ¿Se puede saber qué haces?


- Tengo que hablar con Maca - reconoció.
- No le vas a decir nada – la sujetó con fuerza por el brazo.
- ¡Suéltame!
- No, Esther, no te suelto. Escúchame un momento.
- Necesito que me explique… que me…
- Esther, Mónica me ha pedido que no se lo cuente a nadie. No puedes decírselo.

Esther la miró y cedió. No podía traicionar a Laura.

- Además, ¿qué ibas a decirle?


- Me ha engañado.
- A ver, ¿en qué te ha engañado? – preguntó condescendiente.
- ¿Para qué quería que firmara? – respondió con otra pregunta, mostrándole a su
amiga los motivos de su enfado.
- Esther, ¿por qué trabajas aquí? – preguntó sarcástica – ahí fuera se corren
riesgos y si te pasa algo sin contrato a Maca se le cae el pelo, ¿será por eso?
- Le dije que no quería, le dije que lo hacía por ella, hasta que encontrase a
alguien y yo creí que – reveló alterada y enfadada, hablando con precipitación.
- Creíste que si no encontraba a nadie era porque te quería a ti.
- Si – reconoció más calmada.
- ¿Y por qué crees ahora que no es así?
- Porque se va.
- Eso no significa que no te quiera a ti, aquí, como enfermera – le respondió
intentando hacerla razonar - Mira, Maca no se lo ha dicho a nadie, quizás se lo
está pensando. Podía habértelo dicho y no lo ha hecho, ¿eso no te dice nada?
- Sí – saltó molesta – me dice que no le importa mi opinión.
- A mí me dice todo lo contrario – sonrió – me dice que tiene miedo a tu reacción
y que te lo ocultará hasta que esté segura.
- Mañana hablaré con ella.
- No hagas nada precipitado. Piénsatelo – le aconsejó.
- Está bien – consintió.

Isabel salió en ese momento.


- ¿Aún aquí? – les preguntó esbozando una sonrisa - ¿queríais algo? – preguntó al
verlas subidas en el primer escalón.
- No, olvidé decirle a Maca una cosa – se excusó la enfermera buscando con
rapidez alguna explicación para estar en la entrada discutiendo con Laura.
- Se marchó hace un rato – les informó.
- Gracias, Isabel – dijo Laura tirando de Esther – nosotras… nos vamos ya.
- Hasta mañana – dijo la detective mirándolas, pensativa.

* * *

En la Clínica, Maca se recostó hacia atrás en su sillón y cerró un momento los ojos.
Sonia acaba de salir por la puerta y se sentía agotada. Miró el reloj. ¡Era tardísimo!
cogió el teléfono pensando en llamar a Vero, cuando la puerta del despacho se abrió.

- Maca…
- ¡Vero! Ahora mismo iba a llamarte.
- He visto salir a Sonia y pensé que habrías terminado, porque ¿has terminado,
verdad?
- Aquí nunca se termina – suspiró cansada.
- Maca, ¡qué son las diez! y llevo esperándote desde las ocho y media.
- Lo sé, perdona – sonrió girando el sillón – tienes razón, ya está bien por hoy.

Llamaron a la puerta y asomó Claudia.

- Maca… ¿aún aquí?


- Si, pero ya nos vamos – le sonrió – y tú qué, no eches horas extras que no pienso
pagártelas – bromeó.
- Tengo guardia – sonrió – pero gracias por la información, te lo recordaré cuando
me pidas que me quede – le devolvió la broma - ¿vais a salir?
- Si – afirmó Vero – si tienes guardia… no te digo que te vengas aunque sea a
cenar…
- Ojala, pero no puedo, os dejo que Gimeno me espera en la UCI.
- Muchas guardias te estas tú poniendo con Gimeno ¿no? – preguntó Maca
irónica. Claudia la miró sonriente, sin responder – recuérdame que me tome un
café contigo que tenemos que hablar – le dijo con retintín.
- ¡A ti te voy a contar yo nada! – exclamó haciéndole un gracioso gesto con los
ojos – hasta mañana y largo de aquí ¡ya! – le sonrió señalándola con el dedo
amenazadoramente y cerrando la puerta tras ella.
- Vero… lo siento pero…
- Maca… - protestó sabiendo lo que iba a decirle.
- Estoy muerta, lo siento, no tengo ganas de salir – le dijo con sinceridad
recostándose de nuevo en el sillón. La psiquiatra la miró con una media sonrisa
de comprensión y se sentó frente a ella.
- Vale, pero me debes una cena.
- De acuerdo – aceptó.
- ¿Qué tal el día?
- Bien. Tranquilo. – respondió empezando a meter las cosas dentro de su bolso.
- No me refiero al trabajo, Maca.
La pediatra la miró y cambió de expresión. Bajó la vista durante unos instantes, no se
sentía con fuerzas de entablar una de aquellas charlas con ella, solo deseaba salir de allí
y olvidarse de todo por un rato.

- ¿Por qué no te vienes a casa? Podemos preparar algo rapidito, ver una película y
abro una botella del vino que te gusta – propuso esperanzada.
- Tentador – respondió insinuante – pero… si estás cansada. Es mejor que te
metas en la cama, ¿no crees?
- Anda, no te hagas de rogar – suspiró poniéndole su mejor cara de súplica – no
me apetece cenar sola.
- ¿Y Laura?
- Con Esther, le está ayudando a mudarse. Venga, dime que sí.
- Eres imposible, Maca – sonrió. Cuando estaba frente a ella era incapaz de
negarse - solo acepto con una condición.
- A ver, ¿cuál? – volvió a suspirar.
- Dime cómo has pasado el día.
- Ya te he dicho que bien – respondió ligeramente molesta clavando sus ojos en
ella, Vero ladeó la cabeza con incredulidad, Maca apretó los labios en una
mueca de hastío, y se rindió, Vero la conocía demasiado bien – ha sido una
tortura de principio a fin – confesó.

La psiquiatra guardó silencio, Maca entrelazó, nerviosa, los dedos y bajó la vista, la
levantó esperando que Vero le hiciese algún comentario pero la joven esperó
pacientemente a que ella continuase.

- No he parado de pensar en lo de anoche – dijo en voz baja – no se me va de la


cabeza…, me he pasado todo el día deseando… deseando repetir – confesó
avergonzada. Mantuvo la vista baja unos instantes, finalmente, la levantó -
Vero… tienes que ayudarme, no voy a poder sola.
- Primero, no estás sola, Maca, y, segundo, sí vas a poder.
- Te digo que no, no he dejado de repetirme que por una copa no pasa nada, que
puedo controlarlo, que ya ha pasado mucho tiempo… si hasta le he pedido a
Mónica que se viniera en el coche para evitar pararme en el primer bar que
viese.
- Eso es normal – le dijo con tranquilidad sin dar muestras de sorpresa ni de
alarma como Maca esperaba.
- ¿Normal?
- Sí, Maca, el día después es el peor.
- Ni siquiera me atrevía a comer con los demás… - reconoció abatida – no quería
ni imaginarlos observándome y… juzgándome.
- ¿Y qué has hecho?
- Bueno… ya me conoces, me las ingenié - sonrió con tristeza – tomé algo en el
patio.
- ¿Sola?
- No, le pedí a Esther que comiera conmigo. Ella me había invitado a dar un paseo
en moto y como me negué…. – intentó justificarse. Vero captó el cambio de
tono al mencionar a la enfermera y decidió abordarla más tarde, de improviso.
- ¿Por qué lo hiciste?
- Porque no debo montar.
- No me refiero a eso. ¿Por qué bebiste anoche?
- No lo sé… algo me hizo clip aquí dentro – dijo señalándose la cabeza – estaba
enfadada, estaba cansada, tenía la sensación de que todos me observaban, me
controlaban y me sentí… no sé….
- Si lo sabes, Maca – le dijo usando su tono profesional.
- Vero… - protestó cansada en un intento de que frenase en su interrogatorio,
habría dejado de ser su psiquiatra pero seguía comportándose como si lo fuera.
- Maca… no voy a decirte lo que tienes que hacer, tú lo sabes de sobra, y también
sabes que me tienes aquí para lo que necesites… pero…
- ¿Pero…?
- Pero no voy a dejar que te engañes. Busca el motivo, el motivo real.
- No sé cuál es.
- ¿Por qué estabas enfadada?
- ¿Por qué? – murmuró pensando – supongo que por todo y… por nada en
concreto.
- Mientes fatal, Maca.
- No te miento – la miró molesta.
- No, a mí no, a ti misma.
- ¡Joder! Vero – protestó no quería seguir con esa conversación – vámonos, por
favor.
- Maca, tengo la sensación de que sigues enfadada.
- Vero, por favor… - le pidió con ojos suplicantes, no era capaz de seguir con el
tema.
- Maca, ¿por qué estabas enfadada? – repitió con más autoridad.
- No lo sé – respondió con genio elevando la voz y comenzando a alterarse.
- Sí lo sabes – le dijo inflexible, bajando el tono, con la intención de ella hiciese lo
mismo.
- Me da vergüenza – respondió con voz ronca bajando la vista – me da vergüenza
que me vean así.

Vero no dijo nada. Maca esperaba una respuesta pero, de nuevo, la psiquiatra guardó
silencio indicándole que era ella la que debía hablar. De pronto llamaron a la puerta.
Cruz asomó la cabeza.

- ¿Interrumpo? – preguntó consciente de que así era por sus caras – perdona,
Maca, solo… venía a traerte esto – dijo entrando y dejándole en la mesa un par
de medicamentos observando preocupada su aspecto demacrado – aquí tienes lo
que me pediste esta mañana y… este jarabe, tómatelo, no me gusta nada esa tos
que tienes.
- Gracias, Cruz – le sonrió.
- Bueno… os dejo – dijo viendo que ninguna de las dos hacía más comentarios –
vete a casa Maca, pareces agotada.
- Sí, ya nos vamos – le respondió Vero por ella.

Cruz salió y ambas guardaron silencio. Maca cogió los medicamentos y comenzó a
ojearlos, distraída. Vero sabía que tras la interrupción iba a ser casi imposible conseguir
que Maca siguiese con la conversación y se sincerase, cuando estaba a punto de
levantarse para proponerle que se marcharan, la pediatra soltó la caja que tenía en las
manos y la miró.
- Vero… sé que no me entiendes cuando te digo que siento vergüenza – comenzó
con suavidad - Y sé lo que me vas a decir. Pero yo necesito que, al menos tú, me
comprendas… - le pidió casi con desesperación.
- Explícamelo.
- No soporto hacer el ridículo delante de…, delante de… de… personas que no
saben lo que es ahora mi vida.
- Ya… ¿qué personas?
- Todos, todos lo que estaban allí.
- La mayoría de los que estábamos allí no nos ajustamos a lo que dices – le refutó
con seriedad intentando que Maca reconociese sus miedos - Maca, dilo, delante
de… ¿quién? – la instó.
- Delante de Esther – reconoció con un hilo de voz.
- Tú no haces el ridículo. Y, por lo poco que la conozco, no creo que Esther
piense eso de ti.

Maca la miró con el ceño fruncido. Sabía que Vero acababa de colocarla donde
pretendía. Aunque no se lo dijera, lo sabía, estaba enfadada sí, pero lo estaba consigo
misma más que con nadie. No podía perdonarse fallar, tenía que ser perfecta, siempre
había luchado por serlo. No soportaba mostrar sus debilidades y menos delante de
nadie.

- A veces, conseguís que me sienta, ridícula – le reprochó en voz baja.


- ¿Y por qué te callas? – le espetó con dureza, Maca se encogió de hombros,
resignada - Ay, Maca, Maca… ¿Estamos como al principio? Porque si es así, es
cierto que no lo entiendo, y… no solo me lo vas a tener que explicar a mí, si no
que vas a tener que ser sincera contigo misma.
- Tengo miedo – le dijo en lo que le pareció a la psiquiatra que era un cambio de
tema.
- ¿Hablaste con Isabel? – le preguntó pensando en que iban por ahí los tiros. Y
dudando si contarle lo que había pasado en su despacho.
- Sí – afirmó asintiendo al mismo tiempo con la cabeza – Pero… no me refiero
miedo a los anónimos, ni siquiera a que me pase algo, me refiero miedo a…
- Miedo a… - repitió al ver que no continuaba.
- No aguanto más todo esto. No lo aguanto. Estoy pensando en dejarlo todo y
marcharme.
- ¿Qué tal con Esther? – le preguntó de sopetón.
- Con Esther… - repitió descolocada, no se esperaba aquel giro - muy bien.
- ¿Seguro?
- Sí, seguro, de hecho es la única que ha conseguido que me distraiga – respondió
con franqueza – es la única que me trata como… antes.
- Maca, las cosas no son como antes – le recordó paciente. Estaba claro que la
vuelta de aquella chica la había afectado mucho más de lo que se podía
imaginar. La miró esperando respuesta pero la pediatra guardó silencio - Y esa
decisión, ¿no tiene nada que ver con ella?
- Pero ¿por qué os empañáis todos en echarle la culpa a Esther? – levantó de
nuevo la voz, alterada.
- No me empeño en nada, solo pregunto – respondió pausadamente, con la certeza
de que sí que tenía que ver y que le iba a resultar muy difícil que Maca se lo
reconociese.
- Y yo te respondo que no tiene nada que ver.
- Vale – aceptó con calma - ¿por qué quieres dejar la Clínica?
- Estoy cansada de todo.
- ¿Y de todos? – preguntó con intención. Maca la miró fijamente, se sintió
incómoda. Vero sabía donde darle - ¿también estás cansada de todos?
- De todos no.
- ¿Estás segura?
- Si – respondió sosteniéndole la mirada.
- Bien. Entonces… ¿por qué te quieres marchar?
- Ya te lo he dicho.
- Sí, y te he oído y te repito la pregunta, ¿por qué te quieres marchar?
- No lo sé – reconoció – solo sé que aquí siento que me asfixio, que no puedo
respirar, cada vez me cuesta más trabajo dormir por las noches y… necesito
pensar con tranquilidad, necesito… serenarme y encima, ayer, no debí beber y
hoy… - se le saltaron las lágrimas y su respiración se agitó.

Vero decidió que ya estaba bien por el momento. No iba a conseguir nada de ella en ese
estado.

- Tranquila, Maca – le dijo cariñosa levantándose – venga, respira hondo – cedió


acariciándola en el hombro – estás cansada y no ves las cosas con claridad. No
hagas una tragedia por tomarte unas copas. Lo importante es que nadie ha tenido
que decirte que no repitas, tú misma te lo has dicho y tú misma has evitado las
situaciones de peligro. ¡Estoy orgullosa de ti!
- ¿En serio?
- ¡Muy en serio! – exclamó con énfasis y una enorme sonrisa – Y, sobre todo, no
tomes decisiones drásticas en estos momentos. Date un tiempo.

Maca asintió cabizbaja. Vero se agachó y la besó en la mejilla.

- ¿Por qué no te vas unos días y descansas? Podías ir a Sevilla y…


- ¿Tienes planes este fin de semana? – la cortó.
- ¿Me estás proponiendo que nos vayamos el fin de semana?
- No. Te propongo que me acompañes a Sevilla – le dijo ante la enorme sorpresa
de Vero. Maca debía estar más angustiada de lo que había supuesto. Llevaba
años intentando que le contase su vida allí, que le hablase de su matrimonio, de
su relación con sus padres y Maca siempre se había mostrado hermética. Y de
pronto, parecía que se desesperaba por que entendiese esa parte de su mundo que
había mantenido oculta - ¿puedes venir! necesito que… necesito que lo
entiendas todo. Necesito que me ayudes.
- Tranquila, Maca – le pidió con suavidad – si es lo que quieres iré, pero no
necesitas llevarme allí para contármelo todo. De momento, esta noche, te guste o
no, te vas a tomar lo que yo te de para dormir, y sin rechistar, y después, ya
veremos lo que hacemos en el fin de semana.

La pediatra apoyó la frente en la mano y se masajeó la sien. Vero conocía aquel gesto de
cansancio.

- Anda, vámonos, te llevo a casa.


- ¿Te vas a quedar?
- Es tarde Maca, es mejor que descanses.
- ¡Por favor! no quiero estar sola.
- Está bien – dijo colocándose tras ella saliendo del despacho.
- Puedes quedarte a dormir. No me gusta que salgas tan tarde de mi casa.
- Ya veremos, que eres una lianta – le sonrió con dulzura dirigiéndose al coche.

Maca suspiró tranquila al ver que, finalmente, la psiquiatra aceptaba su invitación y,


accedía a dejar su coche en la Clínica.

Vero se situó junto a la pediatra, ocupando el asiento del acompañante. Maca, de


camino a casa, comenzó a explicarle las dificultades que tendrían en los próximos días
con motivo de los derribos. Vero escuchaba y, ocasionalmente, introducía algún
comentario. Pero su mente estaba puesta en ella. No dejaba de darle vueltas a las
reacciones de Maca. Le preocupaba y mucho la conversación que habían mantenido.
Necesitaba tomar algunas notas pero no podía hacerlo delante de ella, corría el riesgo de
que la pediatra descubriese lo que hacía y se negase a confiarle sus preocupaciones,
como ya ocurriera hacían unas semanas. Necesitaba repasar su expediente, pero eso era
imposible, era el único que había desaparecido. Al menos, había una cosa buena y era
que esos años de terapia le habían proporcionado a la pediatra las herramientas para
reconocer en sí misma los momentos críticos de su bloqueo, pero aún así, era incapaz de
recordar el trauma que lo causaba.

Vero, la observó, hablaba con tanta seguridad y autoridad de lo que haría al día
siguiente en casa de Elías y de lo que había planeado con Sonia que nadie diría la lucha
interna que mantenía. Estaba convencida de que la pediatra estaba llegando a su límite
de angustia. No aguantaría mucho más tiempo esa tensión y la propia Maca era
consciente de ello, quizás por eso sentía la necesidad de huir. Pero Vero estaba segura
de que esa huída no le serviría de nada. Había llegado la hora de que Maca se enfrentase
a sus miedos más ocultos, de que se despojase de esa coraza y reconociese todas sus
debilidades. Iba a necesitar mucha ayuda porque Maca estaba inmersa en un círculo
vicioso

Vero suspiró y Maca la miró de reojo.

- ¿Te aburro? - le preguntó.


- ¡No! claro que no – sonrió – sigue, Salvador le pegó a Rosario y Esther se
asustó…
- Si – dijo y continuó con el relato.

Vero, volvió a sus pensamientos. “Esther”, se dijo, si algo le había quedado claro es
que, para la pediatra, Esther era mucho más importante de lo que le había reconocido, el
hecho de que nunca le hubiese hablado de ella, se lo ratificaba. Tenía que hacer algo al
respecto, necesitaba conocer mejor a aquella chica, necesitaba saber su versión de los
hechos del pasado, quizás el bloqueo de Maca se debiese a ellos, llevaba dándole
vueltas a esa posibilidad desde que la pediatra le confesara lo ocurrido aquella noche.
Tenía que hablar con la enfermera y comprobar que Maca no se engañaba y por ende, la
engañaba a ella. Pero debía hacerlo con cuidado, era muy importante para Maca, ¡había
tanto en juego! quizás de ello dependiese que Maca se levantase de esa silla.

* * *
Sentada ante los restos de su cena, con la vista en el plato vacío colocado frente al suyo,
Isabel apuró los restos de su copa de vino y se levantó dispuesta a recogerlo todo. El
ceño fruncido indicaba la preocupación que sentía.

Isabel, fiel a su promesa, había llegado temprano a casa y, tras una rápida ducha, se
metió en la cocina, con el firme objetivo de tenerle preparado su plato preferido cuando
él llegara. Pero al filo de la media noche, aún no había aparecido. Tras varias llamadas
infructuosas decidió cenar sola.

De pronto, el teléfono comenzó a sonar y la detective corrió a atender la llamada.

- Diga – preguntó con énfasis.


- ¿Isabel? – escuchó al otro extremo.
- ¿Evelyn! ¿ocurre algo? – preguntó extrañada de que la llamase a aquellas horas.
- No estoy segura, pero… hay algo que… creo que deberías saber.
- Dime.
- Maca ha recibido una llamada de… tu padre.
- ¿De mi padre?
- Si.
- ¿Estás segura?
- Si, segura, lo he comprobado.
- Has podido enterarte de lo que han hablado.
- No han hablado. Maca estaba en la ducha. Y yo… lo he dejado sonar. Me
resultaba familiar el número.
- Has hecho bien, mi padre no sabe que estás ahí.
- Por eso. Pero…. ¿no te parece extraño! ¿qué querrá tu padre de ella?
- ¿Cuándo ha sido eso? – preguntó sin responder, pensando en la llamada que
había hecho a su madre creyendo que la tardanza de Josema se debía a que
estaría con su padre liado en algún asunto. Sin embargo, su madre le había dicho
que, por una vez había llegado temprano a casa. Eso sí, se había encerrado en su
despacho.
- Hará una hora. He tenido que esperarme a que se metan en la cama.
- Laura debería estar ya fuera de ahí.
- No me refiero a Laura. La psiquiatra también está aquí.
- ¿Está bien Maca? – preguntó interesada.
- Creo que sí. Yo la he visto de buen humor.
- Evelyn, ten cuidado, y… ten los ojos y los oídos bien abiertos. Aquí está
pasando algo que se nos escapa.
- ¿Qué te ha contado Josema?
- Nada, aún no ha llegado.
- Pero... si…
- Si, ¿qué?
- Hablé con él sobre las siete y me dijo que hoy terminaría pronto. Quería darte
una sorpresa – le contó - ¿Isabel? – la llamó al ver que en el otro lado reinaba el
silencio.
- Si, te escucho.
- No te preocupes, ya sabes como es el comisario, le habrá encargado algo a
última hora.
- Si, seguro que es eso – dijo sin convencimiento.
- Tengo que dejarte, creo que he despertado a Maca.
- Bien, mañana hablamos – se despidió de ella justo en el momento que escuchó
abrir la puerta.
- ¡Josema! – exclamó entre aliviada y enfadada.
- Hola, cariño – la saludó cansado – perdona… - añadió al ver su plato en la mesa
– lo siento.
- ¿Qué ha pasado! ¡por qué no me has llamado?
- Tu padre – respondió. Isabel lo miró y frunció el ceño “¿mi padre?”, pensó, “no
me mientas, tú no, por favor”.
- ¿Qué ha hecho ahora? –le siguió la corriente, cogiéndolo de la mano y
conduciéndolo al sofá - ¿tienes hambre! ¿te caliento la cena?
- No, gracias – le sonrió – una cervecita si que me tomaba.

Isabel se levantó y fue a la cocina. Josema se sentó en el borde del sofá y se frotó las
manos, nervioso. Al verla llegar se decidió.

- Isabel, ven, siéntate aquí, conmigo – le pidió circunspecto.


- Uy, ¿qué pasa? – preguntó temerosa de lo que pudiera escuchar, no le gustaba
nada aquel tono.
- Ven – le tendió la mano y la sentó a su lado - ¿recuerdas que te dije que tu padre
había mandado vigilar la casa de Wilson?
- Si, pero… me dijiste que pensaba retirar esa vigilancia.
- Y lo ha cumplido. Hoy mismo la ha retirado.
- ¿Y?
- Y a mi se me ocurrió pensar que era muy extraño todo esto. Que no tiene sentido
que un tipo lleve tres años amenazando, mandando notas y haciendo pintadas y
que justo cuando vigilamos la casa deje de hacer las pintadas pero no de dejarle
notas a tu doctora.
- ¿Y? – repitió.
- Y, en cuanto di la orden de retirar la vigilancia, me marché a la casa de Wilson,
dispuesto a estar allí hasta que apareciese el que fuese. Estaba seguro de que es
alguien que tiene contactos con la policía. Tiene que serlo. Lleva tres años un
paso por delante de ti y ahora, cuando tu padre se interesa en el tema…
- Y… ¿ha aparecido?
- Si – confesó con seriedad.
- ¡Pero eso es estupendo! ¡Josema! – exclamó abrazándose a él y besándolo -
¡tengo que contárselo a Maca!
- Espera, espera – la frenó sin ninguna muestra de alegría.
- ¿Quién es? – preguntó con miedo, tenía que ser alguien conocido de ahí que él
no se alegrase.
- Un “colgao”, ¿recuerdas al “pelao”?
- No – dijo haciendo el intento.
- Si, mujer, el que fue confidente en el caso del juez Rosales.
- ¡Ah! si, ya caigo… pero ¿él? – Josema asintió - … eso es imposible, no puede
ser él ¿qué relación hay entre Maca y ese tío?
- La única que encuentro es que va a pillar la droga al poblado.
- Pero hace tres años que empezó, Josema, ¡tres años! Investigué a Maca y si
hubiera alguna relación habría salido a la luz.
- Lo sé.
- ¿Lo has interrogado! ¿qué te ha dicho?
- Nada que pueda servirnos.
- ¡Joder! algo habrá.
- Te digo que nada. Al parecer un tío contactó con él hace un mes,
aproximadamente, y le pagó para que hiciese las pintadas.
- ¿Un mes? – dijo pensativa intentando recordar si ese momento coincidía con en
el inicio de la vigilancia en casa de Maca - bueno, pues… esperemos a que
vuelva a contactar con él. Así lo pillaremos.
- No. Dice que la de hoy era la última. Literalmente ha dicho que “ya no harán
falta más”.

Isabel abrió la boca y el miedo se reflejó en sus ojos.

- ¿Eso significa lo que creo?


- Supongo que sí.
- Voy a llamar a Evelyn – se levantó con rapidez – me voy para allá.
- Tranquilízate. Ya me he encargado de todo.
- ¿Si?
- Si, he mandado otra patrulla a la urbanización – le sonrió – no se despegarán de
allí.
- Gracias, aún así… creo que debo ir.
- Lo que debes es descansar. Hasta que dé el paso, nos esperan días duros.
- Si le pasa algo a Maca no me lo voy a perdonar.
- No le va a pasar nada. Me da igual lo que diga tu padre. Vamos a protegerla con
todos los efectivos posibles.
- Sabes que eso no puede ser. No quiero que te metas en ningún lío por mi culpa.
Yo estaré con ella. No me despegaré ni un momento – afirmó con rotundidad –
Josema ¿porqué ahora! ¿porqué se habrá decidido en este preciso momento
después de más de tres años! tiene que haber algo que haya cambiado.
- Se ha cansado de jugar con ella. Ya no le divierte amenazarla y asustarla, o
ahora, ya no le es suficiente. Tiene que haber algo, Isabel, algún detonante.
Quizás el que haya salido en prensa con la Clínica….
- Pero… ¿por qué?
- La culpa de algo y la odia por ello. Mientras jugaba con ella, se sentía satisfecho,
pero…
- ¡Espera! – lo interrumpió de pronto – también paró hace tiempo, ¿recuerdas que
te lo conté?
- No, no lo recuerdo, ¿Cuándo fue?
- Cuando Maca tuvo el accidente, cuando se quedó paralítica estuvo meses sin
dejarle notas, sin hacer pintadas… Y volvió a empezar…, espera un momento –
dijo levantándose y cogiendo una carpeta, buscó en sus anotaciones – si, aquí
está… justo… cuando Maca empezó a salir de nuevo, cuando reactivó el
proyecto de la Clínica.
- O sea que cuando cree que Wilson sufre, para, y cuando, la ve recuperarse o
triunfar….
- Su odio vuelve de nuevo. Quiere que sufra como sufre él.
- Si. Pero ya no le es suficiente. Piensa, Isabel, ¿qué es lo que ha cambiado en la
vida de Wilson?
- Solo el Proyecto de la Clínica. Es lo único que se me ocurre, que el proyecto ha
dejado de serlo, para ser una realidad.
- ¿Nada más?
- Nada.
Josema la miró preocupado. Estaba convencido de que tenía que haber algo más. Algo
que Maca escondía.

- Está claro que es paciente, minucioso y cruel – dijo pensativo – ha rumiado su


venganza y ha llegado el momento de ejecutarla, no le valdrá un ataque rápido.
Y… debe tener un motivo, eso es lo que no entiendo. Tu doctora no puede estar
limpia, tiene que haber algo, tiene que haberlo.
- ¿Otra vez con eso?
- Perdona, pero… no lo entiendo.
- Lo sé. Sé que no lo entiendes. Pero no creo que Maca mienta, hemos hablado de
esto cientos de veces.
- No te enfades es que es difícil de comprender un odio así sin un motivo. Nadie
espera tanto tiempo. Es alguien que la conoce. Que sabe todo de ella.
- ¿Crees que debo contárselo a Maca?
- No sé. Por un lado, es bueno que esté prevenida, pero por otro…
- Bueno, ya veré lo que hago – suspiró dubitativa - Últimamente está más tensa
que antes. No quiero agobiarla más.
- A ver si me la presentas pronto, tengo curiosidad, por… conocerla.
- Te gustará – le sonrió extrañada de aquella pausa, ¿qué es lo que en realidad
despertaba la curiosidad de Josema?
- ¿Vamos a la cama? Es tarde y mañana tienes que levantarte antes.
- Pero… ¿no comes nada?
- No, no tengo hambre – sonrió dándole y beso y levantándose – anda, vamos.

* * *

Esther detuvo su moto en la puerta principal de entrada al campamento, era muy


temprano y sabía que no encontraría a nadie allí, salvo los agentes de guardia. Sin
embargo se sorprendió al ver que había un par de coches de policía situados en la puerta
de entrada.

Estaba deseando ver a Maca y pedirle explicaciones, imaginaba que llegaría con retraso
después de salir a cenar con Vero pero sentía la necesidad de estar allí cuanto antes y no
perder ni una oportunidad para hablar con ella. Por más vueltas que le había dado toda
la noche seguía molesta y enfadada, porque no le hubiese dicho nada de su marcha.
Cuando se disponía a llamar para que le abriesen, alguien se acercó a ella por detrás.

- ¡Vaya bicho! – exclamó provocando que la enfermera diera un ágil salto,


encarándolo – eh, quieta, quieta, que no voy a hacer “na”.
- Salva – reconoció al joven - ¿qué quieres?
- Mi madre ma mandao “pacá”.
- ¡Ah! es cierto – recordó la propuesta de Maca de la tarde anterior – es temprano,
aún no habrá llegado nadie – explicó llamando a la puerta – pero… pasa – le
indicó. Entrando tras él.

El joven se quedó mirándola y mirando la moto. Esther se sintió incómoda.

- Mucha moto pa poca mujé – comentó entre dientes manifestando la envidia que
sentía.
- Espera ahí – le dijo bruscamente sin responderle a su comentario.
La enfermera se dirigió al aparcamiento y dejó la moto. Le extrañó ver el coche de
Sonia en el aparcamiento y recordó que Maca quedó la tarde de antes con ella, quizás se
fueron juntas. Después se encaminó hacia donde Salva esperaba, dando pequeñas
pataditas en el suelo y fumándose un cigarro. Esther no pudo evitar una sensación de
desagrado. Tendría que entretener al joven hasta que llegase alguien. Pero, para su
sorpresa, del barracón salió Isabel que la había escuchado llegar.

- ¡Buenos días! muy madrugadora – sonrió, enarcando las cejas y haciendo un


gesto interrogador señalando con la cabeza hacia el chico.
- Maca le ofreció trabajo – explicó - y… estaba en la puerta esperando. Le he
dicho que pase.
- Maca, Maca – suspiró cansada – está visto que es incapaz de tenerme al tanto de
todas sus ideas.
- Tú también has llegado muy temprano.
- He quedado aquí con Maca.
- No creo que llegue pronto, anoche salió a cenar – le comentó, arrepintiéndose al
instante al ver la cara de condescendencia que le ponía la detective.
- Maca está ya en el poblado – le explicó con aire de suficiencia.
- ¿Ya?
- Hemos llegado a las seis de la mañana. María José ha cambiado de idea y acepta
venirse al campamento. Sonia y Maca la están ayudando a recoger algunas
cosas. Mientras he venido a organizar a mis hombres.
- Puedo ir a ayudarlas – se ofreció esperanzada.
- No tardarán mucho. Ya vienen hacia aquí.

Esther la miró perpleja. Sabía que Isabel estaba pendiente de la seguridad de Maca pero
no creía que supiese en cada instante donde estaba la pediatra. La idea de que Maca
llegase en unos minutos la hizo ponerse nerviosa. Tenía ganas de verla y al mismo
tiempo tenía ganas de enfrentarse a ella.

- ¿Pasa algo? – se atrevió a preguntar.


- ¿Por qué?
- Pues, porque hay dos coches en la puerta, porque me estás dando explicaciones,
porque pareces nerviosa…
- No, no pasa nada. Mañana son los derribos. Hay que estar preparados para lo
que pueda pasar.
- Y.. ¿qué puede pasar? – preguntó entre preocupada y asustada.
- Nada, no te preocupes. Aquí estaréis seguros.

Escucharon el claxon de un coche y vieron como se abría el portón. El coche de Maca


entró y se detuvo junto a ellas. Maca le indicó a María José que bajase y Sonia hizo lo
propio. La pediatra maniobró y avanzó unos metros dejando el coche junto a las
escalinatas del barracón para que fuese más cómodo descargar el vehículo.

Esther dio unos pasos dispuesta a hablar con Maca, pero en ese mismo instante, volvió a
abrirse el portón y, tuvo que echarse a un lado para dejar pasar al vehículo ocupado por
Fernando, Mónica y Laura. Esther saludó con la mano y Laura le hizo una seña de que
se acercara, la enfermera dudó, dispuesta a no perder un segundo, pero Laura insistió y,
finalmente, miró hacia Maca, que ya había descendido de su coche y charlaba con María
José e Isabel, y se dirigió hacia el aparcamiento en busca de su amiga. Cuando Fernando
y Mónica se alejaron, en dirección al pabellón central. Laura la cogió de la mano y
bajando la voz le preguntó:

- ¿Qué pasa aquí que habéis llegado todos tan temprano y hay más policías?
- Que yo sepa nada. ¿Qué es lo que quieres?
- ¿Has hablado ya con Maca?
- Acaba de llegar. No me ha dado tiempo.
- Tenías que haber aceptado esa invitación a cenar - le dijo apretando los labios y
enarcando las cejas.
- Ya te dije que sé lo que hago. Conozco a Maca – respondió impaciente mirando
hacia la pediatra que ahora le daba indicaciones a Salva.
- Yo solo te digo que como te lo pienses mucho… - arrastró la última letra y
guardó silencio.
- Vamos a ver, Maca está casada. Y será por algo, digo yo. No puedo llegar y
hacer como que el tiempo no ha pasado.
- Pero yo te digo que hay gente a la que eso no le importa y que si no te
espabilas…
- A ver ¿me estás queriendo contar algo? – preguntó directamente cansada de
aquellos rodeos.
- Anoche, cuando llegué, la psiquiatra estaba allí.
- ¿Tan temprano! pero si iban a salir y a bailar.
- Pues se ve que se las ingenió para ir a su casa en plan cenita tranquila, peliculita
y…
- ¿Y qué? – preguntó enfadada, sintiendo que los celos la asaltaban de nuevo.
- Maca estaba recostada sobre ella en el sofá y Verónica le acariciaba la cabeza, ni
me escucharon entrar, ¡con eso te digo todo!
- Maca estaba muy cansada, es normal que… no tuviera ganas de salir.
- Si tú lo dices. Yo te digo que a mi me dio la sensación de que entre ellas hay
algo más que una buena amistad.
- No lo creo. Vero es su psiquiatra y Maca… necesita su ayuda. Está agobiada por
lo de las amenazas – intentaba buscar explicaciones a la situación, más para
convencerse así misma, que para convencer a Laura.
- ¿Y desde cuando los psiquiatras pasan la noche en casa de sus pacientes? –
preguntó con ironía – porque esta mañana, cuando me levanté Vero estaba allí
desayunando.
- ¿Y Maca?
- Maca ni duerme, ni come, ni… - sonrió burlona.
- ¡Laura! – la reprendió.
- Maca se levantó muy temprano, se metió en el gimnasio y luego se marchó. Eso
sí, Vero salió a despedirla.
- Y tú te lo llevaste todo por delante – le dijo en tono de reproche, no quería saber
más, no podía escuchar aquello, una cosa era imaginarse que Maca tenía una
vida en la que ella sobraba y otra muy diferente era saberlo a ciencia cierta.
- Bueno… lo hago por ti – le respondió molesta – a mi me da igual con quien se
acuesta o con quien se levanta Maca.
- Maca nunca traicionaría a su mujer. Lo dice todo el mundo.
- Yo no digo que lo haga. Yo solo digo que se la ve muy a gusto con Verónica. Y
que se las escuchaba reír, y eso no me dirás que es fácil conseguirlo, porque si
antes Maca era seria ahora…
- Maca es ahora como era antes… - la defendió – solo que está atravesando un
momento de mucha tensión con todos los problemas y Maca nunca ha sabido
frenar, siempre se ha centrado en el trabajo.
- Bueno, bueno, no la tomes conmigo, que yo no tengo culpa de nada.
- Perdona, Laura. Tienes razón – suavizó su tono, a fin de cuentas Laura solo
pretendía tenerla al día y ayudarla.
- Anda, anda, vamos al pabellón a ver que nos toca hacer hoy.
- Pues… lo mismo de siempre ¿no? – preguntó creyendo que Laura sabía algo que
ella desconocía.
- Me da que no, pero… no me hagas mucho caso – le sonrió pasándole el brazo
por los hombros.

* * *

Maca dejó a Sonia terminando de instalar a María Losé y tras cruzar unas palabras con
Isabel y Fernando, se encaminó al pabellón central. Esther, que conversaba con Mónica
y Laura, en espera de las órdenes de Fernando, que permanecía departiendo con la
detective, la siguió con la vista. Cuando comprobó que desaparecía en el interior del
edificio se excusó y corrió tras ella. Estaba más enfadada que cuando traspasó la puerta
hacía casi una hora, le parecía que Maca había llegado esa mañana contenta y llena de
energía, la veía hablar con unos y otros, organizándolo todo y encima no se le borraba
de la cara esa sonrisa de tonta. No sabía porqué pero eso la molestaba sobremanera y su
conversación con Laura solo había servido para encontrarse aún peor, no podía
controlar aquellos celos que iban en aumento, a pesar de que no tenía ni derecho ni en
realidad motivos, era su mente la que no dejaba de imaginársela en aquel sofá con la
psiquiatra. Y aunque se lo repetía continuamente, y se decía que tenía que
tranquilizarse, entró como una exhalación y cerró la puerta con un gran estruendo.

Maca que se encontraba firmando unos documentos que Fernando le había dejado
preparados, se giró sobresaltada. Al verla sonrió ampliamente.

- Buenos día Esther, ¡qué susto me has dado! – la saludó alegre y tras una ligera
pausa en la que esperó una respuesta le preguntó - ¿qué tal la mudanza?
- Buenos días – respondió hoscamente, dudó si echarle en cara todo lo que daba
vueltas en su cabeza, pero al verla allí, con aquella sonrisa de sincera alegría
dirigida a ella, se arrepintió y se giró para marcharse, sería mejor calmarse un
poco, antes de meter la pata.
- Esther… - la llamó de nuevo, extrañada por su actitud - ¿y la mudanza? –
repitió.
- Una mudanza Maca – dijo de mala gana de espaldas a ella - ¿cómo quieres que
sea una mudanza?
- Perdona. No quería molestarte – se encogió de hombros y siguió firmando los
documentos.
- No me molestas – se volvió hacia ella – perdona tú, estoy nerviosa.
- ¿Nerviosa porqué? – la miró interesada.
- No se, me he levantado así – mintió – será el tiempo.
- Bueno… pues... habrá que templar esos nervios – le sonrió de nuevo haciéndole
una seña de complicidad, estaba claro que se había levantado con el pie
izquierdo, recordó aquellos días en los que la enfermera se mostraba molesta por
todo y ella tenía que estar detrás intentando hacerse perdonar, ¿se habría peleado
con Laura! decidió charlar con ella y averiguar qué le ocurría - ¿qué tal la moto!
¿va bien?
- Muy bien.
- Me alegro – le dijo ladeando la cabeza con un esbozo de sonrisa y aquella
mirada que Esther no era capaz de soportar.
- Es una pasada, Maca – añadió y tras una leve pausa se decidió - Yo venía a
decirte que… si… ¿nos vamos, ya?
- No. Hoy no puedo salir contigo. Tengo cosas que hacer en el campamento. Te
quedarás aquí con Fernando.
- Maca… - protestó – me prometiste que...
- Lo siento – la interrumpió – es muy importante.
- ¿Y lo que hacemos nosotras no? – preguntó con sorna.
- Claro, también –respondió mirándola sin entender a que venía aquel tono de
reproche.
- ¿Puedo acompañarte? – preguntó de pronto.
- No – respondió con tal rapidez y contundencia que la enfermera frunció el ceño
con desagrado – eh… mejor, no. Voy con Sonia y… prefiero que tú te quedes
aquí.

Esther permaneció con el ceño fruncido y los labios apretados, acatando la orden,
mohína.

- Esther, es mejor así – se justificó comprendiendo que la enfermera estaba


molesta.
- No tienes que justificarte, tú mandas – le dijo con cierto tono de sorna que Maca
captó rápidamente.
- Podías echarle una mano a María José. Me gustaría que se sintiera cómoda aquí
– propuso con la intención de que viese que confiaba en ella.
- Mi contrato es de enfermera no de acompañante – le espetó molesta – ¿o es que
lo he hecho tan mal estos días que ya me has degradado?
- ¿Se puede saber qué te pasa? – le preguntó directa, la idea de que se había
levantado con el pie izquierdo se esfumó dejando paso a la convicción de que
estaba enfadada con ella por alguna razón que no alcanzaba a comprender.
- A mi nada – respondió enrojeciendo ligeramente lo que le indicó a la pediatra
que no solo le ocurría algo si no que tenía que ver con ella. Maca apretó los
labios y asintió en un gesto característico que Esther conocía bien. Maca no la
creía.
- No te degrado, en todo caso te considero una amiga a la que puedo pedirle un
favor que para mi es importante – respondió con suavidad sin entrar en la
discusión que estaba segura que buscaba la enfermera - Pero si lo que quieres es
que te trate como a una empleada, tomo nota – giró su silla y se dirigió hacia la
salida.

Esther se arrepintió al instante, Maca solo intentaba ser agradable con ella, y la recibía
con malos modos, a este paso iba a cancelar la cena del día siguiente. Como si le
hubiera leído el pensamiento Maca se volvió y le dijo.

- Por cierto, la cena de mañana…


- Maca estaba bromeando – se apresuró a rectificar sin dejarla terminar, no quería
que cancelase la cita.
- ¿De veras? – preguntó irónica – pues… se ve que he perdido práctica captando
tus bromas, porque estaba empezando a pensar que estás enfadada conmigo.

Esther le sonrió conciliadora, negando con la cabeza. Y Maca le devolvió la sonrisa,


olvidando lo que iba a decirle sobre la cena.

- Maca… - quería preguntarle por su marcha pero no quería que le notara el


enfado. Era mejor no echarle nada en cara.
- ¿Que?
- ¿Vas a estar aquí mucho más tiempo! quiero decir en el campamento.
- Claro, estaré todo el día. Luego nos vemos.
- No me refiero a hoy, me refiero a mañana a…
- Mañana son los derribos, también tengo que estar aquí – saltó con rapidez
temiendo la pregunta que se avecinaba, no sabía como había llegado a oídos de
Esther, pero podía imaginarlo y empezaba a caer en cuales podían ser los
motivos de aquella actitud de la enfermera.
- ¡No! me refiero a la semana que viene, o a la otra.
- Pues… no sé – esquivó la pregunta, no tenía ganas de darle explicaciones y
tampoco quería mentirle – depende de cómo vayan las cosas.
- Entonces, los rumores ¿no son ciertos?
- ¿Qué rumores?
- Que… que te vas, que dejas la clínica.

Maca la miró perpleja y no dijo nada. Esther también bajó la vista. Al final no había
podido contenerse, estaba segura de que Maca sabría por donde le había llegado la
información, ¡Laura la iba a matar!

- Y... si así fuera – rompió Maca el silencio – tú … ¿qué pensarías?


- ¿Importa lo que yo piense? – respondió despectivamente pero satisfecha de que
Maca le hiciera aquella pregunta.
- A mí si – confesó bajando la voz y mirándola de tal forma que Esther desvió la
vista incapaz de soportar aquellos ojos que parecían descifrar todos sus
pensamientos.
- Yo… no sé que motivos tienes, así es que… no puedo opinar. Si tu crees que
debes hacerlo, …
- Ya… - aceptó sin dejar de clavar sus ojos en ella - pero tú, sin conocer nada…
sin…
- ¿Me preguntas si yo quiero que te vayas?

Maca se encogió de hombros asintiendo.

- Si quieres decirlo así – puntualizó con un aire de timidez que desarmó a la


enfermera.
- Estos días, me ha gustado salir ahí fuera contigo y, si te vas, echaré de menos
nuestras charlas, pero…
- Pero puedes trabajar con cualquiera – la interrumpió adivinando su respuesta
decepcionada, se lo tenía merecido por preguntar - ya lo sé Esther. Siempre has
sido una excelente profesional.
- No iba a decir eso.
- Ah, ¿no? – fue ahora ella la que notó que enrojecía.
- No – negó con la cabeza sonriendo burlona.
- Y… ¿qué ibas a decir? – preguntó mostrando su interés.
- Nada, ahora te quedas con las ganas, por lista – bromeó. Y se dirigió a la puerta
– por cierto, Sonia te está llamando. Ya ha debido terminar con María José.
- Bueno pues… esta tarde nos vemos – le dijo casi en un susurro, torciendo la
boca en una mueca, dirigiéndose a la puerta con rapidez y cierto nerviosismo,
era muy importante no fallar con Elías.
- Te echaré de menos – murmuró, sonriendo insinuante, cuando la pediatra ya no
podía verla.

Maca giró la cabeza con gesto entre burlón y sorprendido.

- Y yo a ti – reconoció.

Esther la observó hasta que salió del campamento, sin poder evitar una sensación de
desasosiego. No sabía por qué pero el ver que Isabel las acompañaba y que no iba solo
con el par de agentes de la tarde anterior si no que eran cuatro los que salían con ellas,
contribuyó a ponerla nerviosa. ¿La habría dejado Maca atrás por que era consciente de
que iban a correr peligro! si era así, solo cabían dos opciones o Maca la estaba
“castigando” por su reacción de la tarde anterior o estaba intentando protegerla. Sintió
un pellizco en el estómago y notó que sus nervios se acrecentaban. Decidió buscar a
Fernando para que le encargase alguna tarea que hacer e intentar así borrar esa
aprensión que había experimentado al verla desaparecer por la puerta.

* * *

Todos salieron del campamento. Maca llevaba la silla manual, no había conseguido
arreglar la otra y no podía evitar que le molestase el costado con el traqueteo que
provocaba aquel piso irregular. Sonia a un lado e Isabel al otro parecían escoltarla.
Detrás, dos de los agentes las seguían, esta vez a corta distancia, por indicación de
Isabel, mientras los otros dos se habían adelantado abriendo camino.

- Maca ¿quieres que te empuje? – le preguntó Sonia, al cabo de unos minutos,


comprobando sus dificultades.
- No, voy bien – se negó frunciendo el ceño haciéndole una seña para que no la
tratase así delante de nadie.
- La que la voy a empujar soy yo – intervino Isabel con decisión colocándose tras
ella, quería llegar cuanto antes a casa de Elías y regresar al campamento, allí
Maca estaría segura, además, no dejaba de darle vueltas a la cabeza sobre como
plantearle que no volviese a salir por el campamento – y no vayas a negarte
porque solo hago mi trabajo, cubrirte la espalda.
- En ese caso… no me negaré – sonrió agradecida.
- Maca será mejor que me adelante, ¿no crees? – propuso la socióloga.
- No creo que sea necesario. Ya lo avisaste ayer ¿no?
- Sí, pero… ya conoces a Elías… deja que entre yo primero – le pidió preocupada.
- Como tú veas – aceptó el consejo de la joven, a fin de cuentas ella era el nexo de
unión entre las gentes del poblado y el trabajo del campamento.
- Bien… pues cuando lleguéis, esperadme fuera – recomendó al tiempo que
apretaba el paso alejándose de ellas.
- Isabel… - levantó la cabeza para mirarla.
- Dime.
- ¿Me vas a decir qué es lo que ocurre?
- ¿Te has dado cuenta?
- Puedo parecer despistada pero te aseguro que hace años que estoy siempre
pendiente de todo lo que me rodea. Y hoy, desde que he salido de casa, todo es
diferente.
- Diferente en qué – le preguntó con la intención de comprobar si era cierto lo que
le decía.
- Que sepas que he estado tentada de hacer una… digamos comprobación…, pero
has conseguido meterme tanto el miedo en el cuerpo, que me he estado quieta.
- ¿A que te refieres?
- Cuando he salido de casa un coche me ha sobrepasado y se me ha colocado
delante todo el camino. Los chicos de siempre iban detrás y no han hecho nada,
así que interpreté que ese coche también era de tus hombres, pero ha faltado esto
– indicó juntando índice y pulgar – para pararme o cambiar de camino.
- Bien, y ¿qué te tengo dicho que hagas cuando veas algo así? – preguntó
enfadada – Maca, esto no es un juego y hay veces que parece que te lo tomas a
broma.
- Sabes que no es eso – respondió.

La detective dejó de empujarla y se situó frente a ella con ambas manos apoyadas en los
brazos de la silla, se inclinó hasta dejar su rostro a escasos centímetros del de la
pediatra, en una táctica que empleaban en los interrogatorios y que jamás había
practicado con ella. Maca tuvo la reacción de echarse hacia atrás, intimidada.

- Entonces ¿qué es! ¿quieres que te maten! porque si es lo que quieres, me lo dices
y nos ahorramos todos tiempo y trabajo.
- Isabel… - intentó protestar ante sus duras palabras.
- Ni Isabel, ni leches, Maca. Si no hubieran sido policías ¿qué? – casi gritó
señalando con uno de los brazos a los jóvenes que se habían detenido a unos
cuarenta metros de ellas - ¿Sabes lo fácil que es frenarte en las narices y
acribillarte a balazos? – le dijo tan duramente que Maca se sobrecogió e intentó
disimular – la próxima vez que te pase algo así haz el favor de seguir mis
instrucciones.
- Lo haré – dijo con voz apagada y bajando la vista.
- Y tienes razón, hay algo que ha cambiado – le dijo algo más suave irguiéndose -
La nota que te dejó en el coche lo indica – comentó sin revelarle la detención de
Josema.
- Vamos, que crees que esta vez pretende algo más que asustarme – levantó los
ojos hacia ella.
- Si – respondió sin más explicaciones.
- Vale – respondió asintiendo y respirando hondo – bueno, alguna ventaja tengo

- ¿Si! ¿cual? – preguntó sin saber a que se refería, colocándose de nuevo tras ella
e iniciando la marcha.
- Pues que no puedo notar que me tiemblen las piernas – respondió irónica ante
aquella bronca, diciéndole a su modo que estaba más que asustada.
- Maca… - la recriminó con dulzura deteniéndose y posando la mano en su
hombro – tienes más ventajas. Nos tienes a nosotros y además estamos
alertados. No tengas miedo – suavizó el tono. Era consciente de que se había
excedido y si alguien debía mantener la calma en una situación como aquella era
precisamente ella.
- Eso es fácil decirlo – suspiró.
- Ya está, hemos llegado – dijo colocándose frente a ella, le pareció que estaba
ligeramente más pálida que al salir – no te pongas nerviosa, irá todo bien.
- Eso espero – volvió a suspirar más impresionada y nerviosa por lo que Isabel le
había contado que por su entrevista con Elías.

Al cabo de un par de minutos Sonia salió de la vivienda, la leve sonrisa que traía en el
rostro se contradecía con la expresión de preocupación de sus ojos y el nerviosismo que
mostraban sus manos ligeramente temblorosas. Maca se percató de que había algún
problema y aguardó impaciente a que la joven hablase.

- Bueno, pues… Elías accede a verte…


- Eso ya lo sabíamos – saltó Isabel incómoda por tener que estar allí fuera
esperando, expuestas a cualquier cosa – vamos para adentro.

Sonia la miró sin decir nada y sin moverse. Maca que la conocía bien intervino.

- ¿Pero…? - dijo la pediatra.


- Pero hay una condición.
- ¿Una condición? – preguntó Maca frunciendo el ceño.
- Si, quiere que te disculpes.
- ¿Qué me disculpe? – preguntó alzando la voz - ¿yo?
- Es lo que quiere.
- ¡Lo que me faltaba! – exclamó – no pienso hacerlo.
- ¡Maca! ¡por favor! tienes que hacerlo – le pidió Isabel – su apoyo es
fundamental para que mañana…
- No voy a hacerlo – se negó tajante - ¿qué me disculpe yo! ¡no!
- Maca, reconoce que te pasaste, estabas en su casa y lo ofendiste – dijo Sonia en
un intento de hacerla razonar.
- ¿Qué yo lo ofendí! o sea que es normal que me diga que por ser una mujer no
tengo criterio, que mejor estaba partiendo queso y que encima “tullía” – recalcó
la palabra – no servía ni para eso. Lo veis perfectamente normal y encima soy yo
la que se tiene que disculpar.
- Maca, que lo llamaste unineuronal, cromagnon de mierda, y en su casa, y
delante de su mujer.
- ¿Y! seguro que solo se enteró del “de mierda” – respondió sarcástica, sacando el
aire de suficiencia ligeramente despectivo propio de su madre y que ella tanto
denostaba, pero que en ocasiones no podía evitar.
- Maca, ¡por favor! se razonable – pidió ahora Sonia comenzando a impacientarse
al ver que asomaba Chelo, la mujer de Elías – demuestra lo que te importa este
proyecto.
- Buenos días, doctora – dijo la señora bajando el par de escalones de acceso a su
vivienda, una de las más lujosas de la zona, construida de obra, muy lejos de las
chabolas que la circundaban – mi “marío” la está esperando – indicó haciéndose
a un lado y mostrándole con la mano la entrada.
- Buenos días Chelo – respondió Maca con seriedad, aún recordaba los gritos de
aquella mujer que tampoco se quedó corta en insultos hacia ella.
Isabel la empujó y se giró para subir los escalones de espaldas.

- ¿La ayudo? – preguntó Chelo.


- No gracias, puedo sola – respondió la detective, que ya en el rellano se agachó y
susurró al oído de Maca - ¡por favor, se prudente!

La pediatra suspiró y tomó aire, no tenía ningunas ganas de disculparse, enrojeció solo
de pensar en hacerlo pero, estaba claro que necesitaban el apoyo de aquel hombre y que
si para ello tenía que dar su brazo a torcer, lo daría.

* * *

Maca entró en la vivienda recordándose, así misma, la importancia de aquella


conversación y repitiéndose que no podía permitirse el lujo de perder los papeles. Elías
Castillo era el patriarca de la comunidad, un hombre reputado entre los suyos, al que
nadie osaría discutirle ninguna de sus decisiones y un hombre cabal como le decía
siempre la socióloga. Casado con Chelo desde los veinte años y comprometido con ella
desde que contaban seis y nueve años respectivamente, tenían diez hijos de los que
Maca conocía a casi todos los más jóvenes.

La pediatra esperaba poder mantener la entrevista en privado aunque era conocedora de


que sería bastante difícil puesto que en la vivienda habitaban, al menos, veinte
miembros de la familia, entre hijos, hijas, nueras y nietos.

Maca era capaz de reconocer que el simple hecho de que aceptase mantener una
conversación, de igual a igual, con ella era un gran logro, sobre todo después de la
discusión que tuvieron, y era un logro de Sonia, que son su saber hacer había logrado un
respeto entre aquellas gentes que ella perdió el día que se enfrentó a él. Quizás hoy era
el día de volver a recuperarlo. Sonia le había dado todo tipo de indicaciones sobre como
debía ser su comportamiento, dejándole muy claro que no cometiera los errores de la
última vez y que en ningún momento podía, si es que estaba presente, incluir en la
conversación a Chelo, ni pedir su opinión, ni siquiera dirigirle la palabra mientras él
estuviese presente. Maca sabía que no debía dejarse llevar por sus ideas, que debía tener
siempre presente su objetivo y plegarse a sus normas si deseaba contar con su apoyo.
Las palabras de Sonia resonaban en su cabeza “te acompaño con una condición, que lo
respetes, que respetes su ley y su cultura, y te guardes tus opiniones sobre ellas”. Había
llegado dispuesta a cumplir todo lo que le había prometido a la joven y a poner su mejor
cara, pero eso de tener que disculparse… en todo caso debían hacerlo los dos, porque
ella también se había sentido ofendida.

Elías la recibió sentado en el mismo sillón de cuero negro de la última vez, con las
piernas ligeramente abiertas, entre las que mantenía un bastón de empuñadura dorada,
sobre el que apoyaba ambas manos, cubierto con una mascota y una sonrisa que dejaba
entrever cuatro dientes de oro.

- Buenos días, señorita – la saludó sin moverse de su asiento haciendo una leve
inclinación con la cabeza.

Maca avanzó hacia él con la intención de estrecharle la mano pero la detuvo con una
indicación levantando la suya con la palma abierta, instándola a detenerse.
- Buenos días, señor Castillo – le devolvió el saludo cortada por el gesto.
- Nosotras esperamos fuera, ¿de acuerdo, Elías? – intervino Sonia, ladeando la
cabeza y haciéndole a Maca una seña con los ojos para que se situase frente a él,
al otro lado de la mesa camilla.
- Ella sí – dijo refiriéndose a Isabel que estuvo tentada a decir que donde estuviese
Maca allí estaría ella, pero guardó silencio – pero tú te quedas aquí.

Isabel miró a Maca, que asintió, y la detective salió poco convencida de lo que estaba
haciendo. Conocía a Elías y a la mayoría de los miembros de su familia, eran personas
trabajadoras que se ganaban la vida con la chatarra y el cobre, pero no sabía porqué,
desde que entrara en la vivienda se había sentido intranquila, y es que la sensación de
que algo iba a ocurrir inminentemente, no la había abandonado desde la noche anterior.

En la habitación reinó el silencio hasta que Isabel salió. Chelo permanecía en pie detrás
de su marido, por si se le ofrecía alguna cosa, siempre discreta, siempre en la sombra y
siempre con él. Del interior de la vivienda llegaban algunas voces y lloriqueos de niños.
Sonia miró de nuevo a Maca, que permanecía expectante, y se sentó a su lado. Era él, el
que debía iniciar la conversación, pero lo único que hacía era mirar a la pediatra de
arriba abajo, con descaro y detenimiento, permaneció observándola durante un par de
minutos que a Maca se le hicieron eternos y contribuyeron a aumentar su nerviosismo.

- Tenía usted algo que decirme ¿no es así? – rompió por fin el silencio clavando
sus pequeños ojos verdes en los de la pediatra.
- Así es. Tenía que comunicarle una… noticia – empezó dubitativa, por más que
se había preparado aquellas primeras palabras no fue capaz de acordarse de todo
lo que había planificado – pero… antes quería disculparme con usted. Siento
mucho haber perdido los nervios en …
- Propio de una mujer – la interrumpió con tranquilidad.

Maca notó que enrojecía de nuevo, pero se mordió la lengua y se contuvo.

- Eh.. si… - dijo arrastrando el “si”, bajando la vista – espero que acepte mis
disculpas, le aseguro que no volveré a perderlos.
- ¿Qué es lo que tenía que comunicarme? – preguntó directamente tal y como
Sonia ya le había explicado que haría en caso de que las aceptase.
- No he podido evitar que los derribos se produzcan ya. Comienzan mañana… En
las chabolas que dan al arroyo – explicó con calma, yendo al grano como Sonia
le indicara el día anterior y sosteniéndole la vista a Elías que la escuchaba
atentamente.
- Estamos enterados.
- Me consta, pero yo quería pedirle que hablase con su gente y les explique que no
hemos podido hacer nada para evitarlo a pesar de…
- Usted lo prometió.
- No exactamente – lo corrigió e inmediatamente, miró de reojo a Sonia, quizás
había metido la pata al contradecirle pero la socióloga no le hizo ninguna seña e
interpretó que no había problema - dije que haría todo lo que estuviese en mi
mano, y… le aseguro que lo he hecho.

Elías no respondió y dirigió la vista hacia Sonia con un gesto interrogador, enarcando
las cejas, que transmitía la sensación de que en caso de dudar de las palabras de la
doctora su única interlocutora válida era la joven. Maca se sintió molesta, pero mantuvo
la compostura. Sonia asintió.

- La doctora Wilson lo ha intentado, ha puesto a sus abogados en el tema y


consiguió reducir el número de chabolas derribadas en este primer plazo, pero
no ha podido evitar que se derriben algunas.
- ¿Qué saca mi gente apoyándola a usted y no enfrentándose a ese derribo? – se
volvió de nuevo hacia Maca satisfecho con la puntualización de Sonia - Y quiero
que me explique absolutamente todos los detalles – pidió con seriedad.

Maca dudó un instante, ¿debía contarle de nuevo, todos los entresijos y problemas del
proyecto! ya lo hizo en su día. No entendía qué es lo que quería que le explicase.

- Elías, ya conoce usted las ventajas que la presencia del campamento proporciona
al poblado…
- Padre, me marcho ya – dijo un joven apuesto que entró en la habitación con
rapidez y besó a Chelo en la mejilla.

Al comprobar que Sonia y Maca estaban allí el joven abrió los ojos desmesuradamente
en un gesto que controló al instante y que nadie percibió. Tenía un aire de suficiencia y
un aspecto impoluto y atildado que desagradó a Maca, aún sin comprender el porqué. La
pediatra notó que Sonia bajaba la vista cuando el joven la miró y le sonrió.

- ¿Conoce a mi hijo mayor? – preguntó Elías directamente a Maca que negó con
la cabeza, la pediatra se sorprendió de que se dirigiese solo a ella pero quizás
Sonia ya lo conocía – es Elías, pero aquí todos le conocen como el estudiante –
explicó con rapidez, Maca pensó que se había puesto nervioso y no alcanzó a
comprender el motivo – vive en la ciudad.
- Encantado señora – saludó, acercándose a ella y tomándola de la mano se la
besó sin dejar de mirarla a los ojos. Maca sintió que, ante aquella mirada fría y
penetrante y aquel contacto, se le paralizaba la respiración y que un escalofrío
recorría su espalda, era la misma sensación que tuvo semanas antes cuando al
cruzar un semáforo la rozó aquel hombre.
- Igualmente – respondió con voz apagada.
- Es un placer haberla conocido por fin, he oído hablar mucho de usted – le sonrió
incorporándose - Tengo que irme – comentó mirando a sus padres.

Maca no pudo dejar de observarlo y ver con perplejidad que el joven rozaba suavemente
el brazo de Sonia cuando se marchaba.

- Si me disculpan – intervino Sonia nerviosa – debo salir un momento.

Elías asintió. Maca la miró intentando decirle con los ojos que no la dejase allí sola.
Pero la socióloga pareció no percatarse del detalle y se perdió camino de la puerta de la
vivienda con prisa. Elías, se quedó observando de nuevo a la pediatra y fue directamente
al grano.

- Dígame usted, ¿qué me ofrece a cambio de mi apoyo y el de mi gente?


- ¿Qué es lo que quiere? – fue también directa.
* * *

Sonia salió corriendo a la calle. Isabel que esperaba junto a sus hombres frente a la casa
se sobresaltó al verla tan alterada y corrió hacia ella.

- ¿Y Maca?
- Con Elías. Tranquila que va todo bien – le dijo con rapidez mirando hacia ambos
lados - ¿has visto salir a unos de los hijos de Elías?
- Si, ha tirado para las casas de la Manti, si te das prisa aún lo alcanzas.
- ¡Gracias!
- ¡Sonia! – la llamó alzando la voz - ¿ocurre algo?
- No, nada, quiero proponerle una cosa.

Isabel se quedó pensativa y de pronto cayó en la cuenta, aquel joven que acababa de
salir era el mismo con el que la había visto la noche de la fiesta y que la esperaba en la
calle. ¡Ahora comprendía porque le resultó familiar! No es que lo conociera a él, es que
se parecía a alguno de sus hermanos y a su padre. Sonrió pensando en lo que diría Maca
de esa relación, con razón la joven no le había contado nada aún.

Sonia giró en la esquina y se topó de bruces con Elías que la esperaba sonriente.

- ¿Qué haces aquí escondido? – protestó molesta por el susto que acababa de
darse.
- ¿Por qué no me dijiste que estarías en mi casa? – preguntó dándole un beso y
agarrándola por la cintura – me gusta saber todo lo que hace mi niña.
- No podía – le sonrió abrazada a él.
- Y ¿sé puede saber por qué? – le preguntó interesado.
- No. Cosas del trabajo – le dijo esquiva, Isabel le tenía prohibido decirle a nadie
los horarios de Maca y eso era algo que cumplía a rajatabla, por mucho que lo
quisiese, por mucho que confiase en él, la seguridad de Maca era lo primero –
sabías que hablaríamos con tu padre.
- Ya… - se separó molesto – no me gusta que me dejes al margen, creí que
formábamos un equipo para cambiar las cosas …
- No te enfades, mi amor – le pidió melosa – claro que lo formamos, pero… antes
tengo que hablar con Maca… y convencerla de…
- Podías habérmela presentado tú – le reprochó manifestando aún que estaba
molesto – estoy harto de que andemos a escondidas, o… ¿es que te avergüenzas
de mi?
- ¡Claro que no!
- Pues no lo entiendo.
- ¡Eh! ¡venga! – intentó hacerse entender – esto es importante, tu padre tiene que
ayudarnos y tu podías… añadir tu granito de arena.
- Quiero que me la presentes. No voy a decirle nada a mi padre de alguien a quien
no conozco.
- Pero los derribos son mañana, no hay tiempo.
- Nos queda hoy – le sonrió – podías invitarla a cenar y presentarme oficialmente.
- ¿Es lo que quieres?
- Si. Si hablo con ella… podré interceder con mi padre.
- Hoy Maca no va a poder. Tiene el día al completo, quizás pase la noche aquí.
Pero mañana la invito y te la presento.
- ¿Pasará aquí la noche! ¿por qué?
- Por lo de los derribos y… - de pronto guardó silencio y lo miró con el ceño
fruncido - ¿tú por qué estás tan interesado en Maca?
- No me intereso en ella, si no en su trabajo en este poblado. Me importa mi gente
– se apresuró a responder, lo último que deseaba era que Sonia sospechase de él.
Estaba en juego demasiado.
- Pues… hay veces que me parece que te importa ella más que yo.
- ¡Pero qué tonterías dices, mi niña! – la besó de nuevo - ¡yo solo tengo ojos “pa
mi payita”!
- Tengo que irme – le dijo sonriendo abrazada a él – Maca me va a matar…
- Confírmame lo de la cena. Si no puede hoy, intenta que de mañana no pase.
- Bueno… pero tendrás que hablar con tu padre antes.
- De acuerdo – suspiró sonriente volviendo a besarla – corre – le dio una
palmadita en el culo riendo.

Sonia se giró y volvió a la vivienda, entró precipitadamente y al hacerlo captó


rápidamente que algo había pasado. Chelo estaba ausente, Elías en pie daba pequeños
golpes con su bastón en el suelo en actitud de impaciencia y Maca, seria y muy pálida
permanecía en el mismo sitio donde la dejara.

- Perdonad la tardanza – dijo la socióloga mirando a Elías que cabeceo asintiendo


- ¿ocurre algo Elías?
- No. Hemos llegado a un acuerdo – dijo secamente – voy a reunir al consejo y
comunicarles la situación. Si no les importa, me esperan aquí – añadió
dirigiéndose a la parte de atrás de la vivienda. Sonia sabía que allí tenían una
amplia habitación y comprendió que los cabeza de familia estarían esperándolo.

Cuando Elías desapareció, Maca le lanzó una mirada de recriminación a la socióloga.


Sonia se percató de que le había molestado que la dejara sola en la reunión y se sintió
ligeramente avergonzada. Chelo llegó con un vaso de agua y fue directamente hacia
Maca.

- Tenga usted señora, beba un poco – le dijo mirándola con preocupación ante los
atónitos ojos de Sonia que no era capaz de imaginar que podía haber pasado.

Maca tomó el vaso y obedeció. Sonia percibió que le templaban ligeramente las manos.

- Voy a la cocina – les dijo una vez solas – si quieren algo estoy allí, Choni, eh,
perdón… Sonia – se corrigió, el trato familiar que tenía con la joven solo lo
manifestaba en privado, por suerte la doctora parecía tan aturdida que no se
había dado cuenta – sabes donde está, ¿verdad?
- Si, Chelo gracias – respondió con una leve sonrisa de comprensión, viéndola
desaparecer por el mismo pasillo que lo había hecho su marido un instante antes
- ¿Qué ha pasado? – le preguntó a Maca sentándose junto a ella.
- Nada, todo ha ido bien – respondió volviendo a beber un poco.
- Me refiero a ti, Maca, ¿qué te pasa?
- Nada – dijo con voz débil.
- Pero… tienes mala cara y estás muy pálida.
- Serán los nervios – le sonrió - ¿dónde has ido?
- Necesitaba salir un momento, me acordé de pronto que debía hacer una llamada
sin falta.

Maca la miró incrédula pero no le dijo nada.

- ¿Seguro que no te pasa nada? – insistió Sonia - .


- La verdad es que estoy mareada – reconoció – de pronto me ha empezado a dar
vueltas todo y… ¡este hombre consigue sacarme de mis casillas! - reconoció.
- Pero ¿no dices que ha ido bien?
- Si – suspiró – en el fondo es razonable, pero no soporto sus formas.
- ¿Quieres que nos marchemos? Podemos volver luego…
- ¡No! quiero terminar con esto hoy.
- ¿Hoy! dirás ahora.
- No, quiere invitarme a almorzar.
- ¿Invitarte a comer en su casa! pero ¡Maca! no ha ido bien, ¡ha ido muy bien! –
bromeó - ¿qué le has dicho para conseguir eso?
- Nada. Tengo la sensación de que quiere algo de mí y aún no se ha atrevido a
pedírmelo.
- ¿Qué puede querer?
- No sé. Hemos quedado en que a cambio de su apoyo, nosotros no interferiremos
en la vida y costumbres del poblado. Y... que intentaré interceder en la violencia
racista que están ejerciendo algunos grupos de rumanos contra los gitanos –
explicó – tendré que hablar con Isabel… ¿tú tenías idea del tema?
- Si – reconoció - Pero Maca… ¿cómo te comprometes a eso! sabes lo que
significa ¿no?
- Es lo que hay, tendremos que ingeniárnoslas para conseguir lo que pretendemos,
especialmente tú…- calló y miró hacia abajo respirando hondo – uf, ¡qué calor
hace aquí! – volvió a inspirar como si le faltara el aire, no dejaba de molestarle
el costado.
- Bueno… tranquila. Tú déjame a mí que al final conseguiremos el permiso para
el colegio y ya verás como, poco a poco, todo funcionará como proyectamos -
le respondió dándole ánimos intuyendo que Maca estaba agobiada por no poder
cumplir sus promesas.
- Si – murmuró pensativa – Sonia… - se interrumpió – tu… ¿conoces al hijo de
Elías?
- ¿Por qué? – preguntó a su vez sin responder enrojeciendo ligeramente.
- Creo que tiene que ver con su hijo – le explicó bajando la voz – con éste que me
ha presentado antes.
- No te entiendo.
- Lo que quiere de mí, creo que va a pedirme algo para su hijo – confesó
pasándose la mano por la frente y volviendo a beber del vaso – quizás tengas
razón y sea mejor que salgamos un poco a tomar el aire.
- Voy a decírselo a Chelo – dijo levantándose con rapidez – vuelvo en un segundo
– añadió, preocupada, perdiéndose hacia el interior.

Maca clavó la vista en el suelo y apoyó la cabeza en la mano. No dejaba de darle vueltas
a la conversación que acababa de mantener con Elías. Estaba dispuesto a convencer a su
gente de que no arremetiesen contra las instalaciones del campamento como forma de
protesta por los derribos, y hacerles entender que ella no tenía la culpa de los mismos y
que éstos no se habían acelerado por el inicio de la actividad en el campamento. Pero a
cambio le había hecho prometer algo que jamás se hubiese imaginado y que no podía
desvelar a nadie. Algo que la había dejado tan impresionada que no había sabido
reaccionar.

* * *

En el campamento Esther no había parado de dar vueltas de un lado a otro sin nada que
hacer. Fernando se había encerrado en su despacho para adelantar papeleo, el viaje a
Nairobi estaba cerca y tenía que conseguir todos los permisos, estudiar los casos
clínicos más graves para establecer las prioridades y pasarle un informe a Cruz. Por su
parte, María José estaba ordenando sus pertenencias, y había declinado la oferta de
ayuda de la enfermera., cosa que Esther agradeció interiormente porque no deseaba
charlar con ella. Esa mujer la ponía nerviosa, parecía adivinar no ya sus pensamientos,
si no sus sentimientos más profundos. Había ido un par de veces a ver donde andaba
Salva, al que habían puesto a probar y revisar las motos para tenerlas a punto en caso de
cualquier urgencia.

Miró el reloj por enésima vez, aún eran las doce, temprano para que volviesen Laura y
Mónica y tarde para que aún estuviesen fuera Maca y Sonia. Quizás la famosa reunión
estaba resultando más complicada de lo que habían esperado. Estaba deseando ver
aparecer a la pediatra, quedaban dos horas para la comida y albergaba la esperanza de
repetir esa comida a solas del día anterior.

No podía dejar de pensar en la conversación que habían tenido. ¿Sería cierto que Maca
pensaba en ella solo como una amiga! aquel “ y yo a ti” lo había dicho de tal forma que
le hacía barajar la posibilidad de que hubiese algo más. Estaba hecha un lío, ¿estaría
confundiendo la amistad con el amor! tenía miedo de que fuera así y estuviera
malinterpretando a Maca, pero había tantas señales, tantos detalles que le indicaban que
pudiera estar en lo cierto. A veces la sentía tan cerca que no podía pensar con claridad,
había vuelto a Madrid sin ilusiones, sin esperanza, consciente de que había cosas que no
podría borrar de su mente, que jamás volvería a ser la de antes, pero había vuelto a
verla, y todo había cambiado. Se sentía más fuerte, sentía que ella podía llenar ese vacío
que había en su interior, sentía que la comprendía sin palabras, que podría escucharla
cuando estuviese preparada para hablar, era la única capaz de hacerla sonreír cuando no
encontraba motivos para hacerlo…. Sí, estaba segura de que eso era amor, pero no tanto
de que fuese correspondido. Sintió un escalofrío e intentó sacarse ese pensamiento de su
cabeza, recordó su promesa a Teresa y pensó que era imposible cumplirla, no podía
luchar contra lo inevitable…

Salió al patio y comenzó a pasear de un lado a otro, María José la observó por la
ventana del barracón y no pudo evitar ver en ella la imagen de una fiera enjaulada.
Estaba segura de que aquella chica era una bomba de relojería que estallaría de un
momento a otro, y cuando lo hiera, ¡pobre del que pillara cerca!

“No te montes películas”, se repitió Esther, como tantas otras veces, “es imposible, te lo
ha dicho claramente, solo amigas”, pero era tan difícil aceptarlo, era tan difícil aceptar
que Maca había pasado la noche con Vero, ¿por qué habría tenido que decirle nada
Laura! desde ese momento sentía una rabia interior, se sentía celosa, fuera de lugar y
engañada, sin derecho alguno, era consciente, pero engañada. Suspiró cansada,
empezaba a dolerle la cabeza, debía tranquilizarse y reconocer que solo podía esperar
amistad por parte de Maca, pero solo sabía que cada vez el deseo de besarla era mayor,
que había momentos en los que creía que no iba a poder contenerse, que deseaba
encontrarse con sus labios aunque fuera de casualidad, que deseaba acariciarla,
tumbarse a su lado y observarla durante un largo rato pero, sobre todos esos deseos,
había uno que cada vez era más fuerte, el deseo de admitir sus sentimientos, de ser
valiente y confesárselos, aunque con ello se arriesgarse a perderla para siempre.

* * *

A unas calles del campamento, Elías Jr. Había reunido a unos cuantos jóvenes del
poblado, con la ayuda de Salva y de Igor. Aquellos jóvenes necesitan un líder, alguien
que canalizase sus frustraciones en una dirección. Frente a ellos se sintió superior, ¡qué
ilusos! les diría lo que esperaban escuchar, los usaría para sus fines y, después… ¿habría
un después! quizás si, quizás había en ese poblado más posibilidades de las que nunca
hubiese imaginado.

Alzó la voz y comenzó su discurso, burlándose internamente de aquellas caras. Sacha,


escuchaba al joven, su hermano le había insistido para que estuviese presente, al
principio se había negado, prefería acompañar a la joven doctora en su recorrido por el
poblado, pero luego cedió. Era preferible conocer en que ambiente se movía su
hermano, estaba empezando a comprender que Igor podía meterse en serios líos si no le
prestaba más atención. Elías Jr., les hablaba de que las cosas debían cambiar, que debían
adaptarse a los nuevos tiempos y no podían estar rigiéndose por leyes que no conducían
a nada. Tenían que enfrentarse a los que pretendían pisotearlos. Finalmente, consiguió
que la mayoría comprometiesen a iniciar al día siguiente los enfrentamientos con la
policía. Lo demás vendría rodado. Solo hacían falta unos cuantos cabecillas.

Sacha escuchaba con atención, no llegaba a entender todo lo que decía pero le quedó
clara una cosa, que aquel joven pretendía mucho más que un enfrentamiento a las
máquinas que derribarían las chabolas. Pretendía arremeter contra el campamento, y eso
no podía permitirlo, no estaba de acuerdo con aquellas intenciones. Levantó la mano y
se hizo oír con dificultades. La mayoría estaban ya exaltados con la arenga de Elías,
pero en contra de lo que Sacha esperaba, el joven gitano le dio la razón. El campamento
era un logro y una mejora, algo muy positivo para el poblado. Parecía desdecirse de sus
palabras anteriores. Satisfecho decidió marcharse y no perder más el tiempo, aún así
prevendría a Laura sobre lo que había estado escuchando.

Elías no le había quitado ojo desde que se marchara. Le preocupaba que aquel imbécil
pudiera dar al traste con sus planes, aunque eso le iba a ser bastante difícil. Lo tenía
todo más que estudiado. Ni siquiera necesitaría contar con la suerte, ya había tenido
bastante el día anterior cuando se enteró que Wilson visitaría a su padre. Esperaba que
éste, hubiese hecho por él parte del trabajo. Miró a todos los que tenía delante, hizo una
seña a Igor pidiéndole que se acercara.

- Pégate al culo de tu hermano – le dijo al oído – que no respire sin que yo me


entere. Y… si hace falta…
- Yo encargar… - asintió y salió en busca de Sacha. Sabía donde encontrarlo.

Elías levantó la mano de nuevo, acallando todas las voces, tras darle la razón a Sacha,
debía arremeter con otro argumento. Insistió en que el campamento era algo bueno, que
era importante para todos que estuviese ahí, pero no a toda costa, no para hacerles ver
que eran escoria, esas vallas, esa alambrada y esa vigilancia policial así lo indicaba. Los
habían engañado. Al principio nada era así, los médicos se paseaban sin escolta y no
había policía, todo había cambiado cuando llegó ella, la dueña, la tullía. Tenían que
luchar porque ese campamento tuviese sus puertas abiertas y sin policía, el problema no
eran los médicos si no los agentes, y la policía no se iría mientras estuviese allí aquella
mujer, era a ella a la que seguían a todos lados, era a ella a la que acompañaban los
agentes, y era a ella a la que había que “echar del poblado”.

Todos lo secundaron vociferando. El joven los acalló de nuevo levantando la mano.


Tenía un plan, había que hacerlo con cuidado, para que todo pareciese fruto de la
casualidad y de los altercados que se producirían durante el derribo. Escogió a unos
cuantos hombres, que se sintieron afortunados por contarse entre los elegidos y les dio
las instrucciones pertinentes para que todo resultase según sus cálculos.

Sonrió satisfecho, ahora solo faltaba una cosa, conseguir que Sonia no fuese a trabajar al
día siguiente. Miró el reloj, se acercaba la hora de comer, con suerte ya se habrían
marchado de su casa, estaba impaciente por saber si su padre había caído en su trampa y
le había comunicado a la tullía lo que él le dijera la noche anterior. Si era así, al día
siguiente, todo saldría rodado. ¡No había presa más fácil que la que no confiaba en
nadie! Estaba deseando sentir la adrenalina corriendo por sus venas, estaba deseando
escucharla suplicar, y sobre todo, notar como se le escapaba la vida entre sus manos.

* * *

En la puerta de la vivienda, Isabel y Sonia charlaban tranquilamente. La detective no


quitaba ojo a Maca que llevaba más de media hora al teléfono. Se había apartado un
poco y cuando ella se acercó para colocarse a su espalda, la pediatra, molesta, le indicó
que la dejase sola. La detective estaba preocupada y extrañada por su comportamiento.
Al verla salir le dio la impresión de que Maca no se encontraba bien y Sonia se lo había
confirmado, pero además la pediatra le había lanzado una mirada que no supo
interpretar, aunque si tuviera que decantarse por algo diría que expresaba una mezcla de
temor y desconfianza, y eso la llevaba a creer que la reunión con Elías no había ido tan
bien como le estaba contando Sonia.

Por su parte, la socióloga, que parecía entusiasmada con el resultado de la misma,


tampoco dejaba de observar a Maca, también preocupada por ella, a pesar de que el
color había vuelto a su rostro y que llevaba un rato encargándose de los problemas de la
Clínica con total normalidad. Miró el reloj y calculó que ya deberían ir entrando, no
quería dar lugar a que Elías regresase y las encontrase en la calle, había detalles que
tenían que cuidar. Se acercó a Maca y le indicó por señas que terminase su charla, la
pediatra asintió.

- Cruz, tengo que dejarte, no te preocupes que esta tarde en cuanto llegue a la
Clínica me encargo del tema – le dijo a su interlocutora – ¡ah! y dile a Adela que
luego la llamo, pero que esté tranquila, nadie espera que hagamos milagros.
Claro… claro. De verdad tengo que colgar – insistió ante los ostentos gestos de
Sonia - Hasta luego, Cruz, esta tarde nos vemos.
- Vamos, Maca.
- Si, vamos – dijo accionando su silla y marchando tras la socióloga que la ayudó
a subir a la vivienda.

Una vez en el interior comprobaron que Elías no había vuelto. Un agradable olor a
comida se había extendido por la casa. Sonia desapareció camino de la cocina para
comunicarle a Chelo que estaban allí de nuevo y Maca se situó en el mismo lugar de la
mesa donde ya lo hiciera durante la entrevista. Sonia regresó al cabo de unos minutos.

- ¿Estás mejor? – le preguntó sentándose junto a Maca.


- Sí, solo ha sido una bajada de tensión – le sonrió.
- Deberías descansar más…
- Estoy bien, Sonia, no te preocupes. Ha sido por los nervios.
- Maca… ¿sigues queriendo conocer a mi…?
- ¿Tu qué? – sonrió burlona.
- Al chico con el que salgo.
- ¡Claro!
- Pues… te invito a cenar esta noche y te lo presento – propuso ilusionada.
- Esta noche no puedo, Sonia, cuando termine en la clínica volveré aquí, quiero
comprobar que María José está bien y …
- De eso nada, ¡Maca! no vas a volver aquí de noche – protestó – María José
estará bien.
- Además, he quedado con Adela – continuó sin escuchar su recomendación,
estaba harta de todos, haría lo que creyese oportuno - desde la fiesta no he tenido
un segundo para ella y… le he prometido que saldríamos a cenar.
- Bueno… - dijo pensativa – pues mañana, mañana no te admito una negativa.
- ¿Mañana? – hizo memoria – lo siento, mañana… - pensó con rapidez, no quería
decirle que había quedado con Esther para cenar, porque si de algo no tenía
ganas, era de que Sonia le montase una escena a las que últimamente era tan
aficionada - … mañana son los derribos, no sé como irán las cosas y….
- Es para cenar Maca, pase lo que pase, tendrás que cenar ¿no?
- Si.. pero… ya tenía planes.
- Y.. ¿no puedes cambiarlos! ¡por favor! es importante para mí.
- Bueno… veré lo que puedo hacer – le sonrió – te ha pillado bien ¿eh?
- ¡Te quiero! – exclamó besándola efusivamente en la mejilla, esquivando el
cometario.

Elías entró en la habitación. Sonia se puso en pie en señal de respeto y él tomó asiento
en su sillón, haciéndole una seña a la joven para que hiciese lo propio.

- El consejo acepta su propuesta – comunicó con solemnidad – le apoyarán a


usted. Ya están corriendo la voz.

Maca sonrió satisfecha. Sonia se levantó y se situó tras ella.

- Muchas gracias – dijo la pediatra.


- Elías, no le molestamos más – intervino Sonia – nosotras nos marchamos ya.
- No. Espera – le pidió – la señora comerá aquí hoy – le dijo autoritariamente
señalando a Maca – tú, si quieres, puedes quedarte.
- No, muchas gracias – declinó la oferta ante la inmensa sorpresa de Maca que
quedó reflejada en su cara – les dejo solos – anunció.
- Gracias, Sonia – respondió el gitano.

La joven conocía al dedillo sus costumbres. Invitar a Maca a comer, significaba que
quería algo de ella. Es más, la comida sería solo de dos, y el quedarse allí molestaría al
patriarca aunque nunca se lo hubiera dicho por educación. Pero para eso estaba ella allí.
Para indicarle en cada momento como debían comportarse.

- Maca – dijo la joven poniendo una mano sobre su hombro – estaremos fuera.
- Espera – le pidió Maca con cierto temor en la mirada – necesito ir al baño – casi
murmuró.
- Claro – le sonrió la joven – vamos – cogió la silla y la giró – con su permiso – se
dirigió a Elías que asintió sin hacer comentario alguno.

Maca se extrañó de que Sonia conociese toda la disposición de la vivienda, aunque


pensándolo bien era casi normal. Había pasado muchas horas allí en el desarrollo de su
trabajo cuando, en los momentos previos a la obra del campamento, empezó a tener
contacto con él, para informarle de todos los planes y solicitar su colaboración.

- Sonia… - comenzó Maca temerosa - ¿por qué no te quedas aquí? No quiero


comer sola con él.
- Tendrás que hacerlo.
- Pero…
- No hay peros, Maca y… calla… aquí las paredes oyen – le aconsejó entrando en
el baño.
- Por favor, me … me.. tengo miedo – reconoció bajando la vista.
- ¿Miedo? – preguntó perpleja – Maca, no me seas estirada. Son buena gente.
- ¡No es por eso! – protestó ofendida.
- ¿Entonces por qué es? Isabel está fuera, sus hombres también y… si necesitas
algo yo también estaré ahí.

Maca suspiró derrotada. Sabía que Sonia confiaba en ella, más que confiar la admiraba
y lo último que desearía era defraudarla. ¿Cómo decirle que desde el día anterior tenía la
fuerte convicción de que iba a pasarle algo? “Es aprensión”, se dijo, pensativa, “Sonia
tiene razón, no va a pasarte nada”.

Ya debía estar acostumbrada a las notas, a las amenazas y a las broncas de Isabel, pero
hoy le parecía que todo era diferente. Tenía el impulso de sospechar de todos, y lo que
le había pedido Elías había contribuido a que desconfiase también de quien nunca
hubiese imaginado. Y ahora Sonia se negaba a quedarse allí con ella y no podía dejar de
sentir que todos estaban compinchados, que estaba completamente sola, que no podía…

- ¿Se puede saber qué te ocurre? – le preguntó la joven directamente, nunca había
visto esa faceta de Maca. Admiraba a la pediatra por su fuerza, su decisión, su
capacidad de control y superación pero ahí, en aquel baño y con aquella cara que
le estaba poniendo…, se sintió decepcionada.
- Nada, no me hagas caso – le sonrió dándose cuenta de lo que estaba pensando la
joven – tengo el día tonto y estoy cansada.
- Es muy importante que te lleves bien con él – le explicó.
- Ya lo sé, Sonia.
- No vayas a meter la pata ahora, ten cuidado.
- ¿Por qué no te quedas? – volvió a pedirle.
- No puedo Maca. El no quiere.
- Pero… ¡si te ha invitado!
- Ya… pero hazme caso, no quiere – le sonrió – los conozco, sea lo que sea que
quiere tratar, solo quiere hacerlo contigo.
- Y… ¿te parece normal! tú has sido siempre la que has iniciado los contactos con
él.
- Maca, habla más bajo – susurró – ya te he..
- Ya, ya, las paredes oyen – susurró a su vez.
- Sí, me parece normal, yo siempre les he dejado claro que tú tienes la última
palabra, y que yo solo soy una mensajera.
- Pero todo el mundo sabe que eso no es así. Nunca te he dejado con el culo al aire
en ninguna de tus decisiones, aunque a veces no haya estado de acuerdo.
- ¿No lo estabas? – preguntó sorprendida.
- Alguna vez, no – reconoció.
- Maca…
- Sonia, no soy imbécil, hay veces que creía que te equivocabas, pero también
sabía que tú eres la que estás a pie de campo todos los días. Y me fío de tu
criterio.
- ¿Te fías de mí?
- Sabes que si.
- Entonces… hazme caso. Ten mucho cuidado en la comida, escúchalo. No te
comprometas a nada que no puedas cumplir y, sobre todo, no discutas con él.
Ten mano izquierda, Maca.
- Lo intentaré.
- Venga, vamos, van a empezar a sospechar.
- Sí, vamos – aceptó - ¿alguna recomendación más?
- Si. No ofendas a Chelo tampoco.
- ¿A Chelo?
- Si. Alaba sus recetas y, sobre todo, no te dejes nada en el plato.
- ¡Sonia!
- Ya se que comes poco, pero hoy… tendrás que hacer un esfuerzo.
- ¡Qué habré hecho yo para merecer esta tortura! – exclamó casi con
desesperación.
- ¡No me seas exagerada! – rió – Chelo es una excelente cocinera
- ¿Tú como lo sabes?
- Ahora hablaré yo con ella para que te sirva poca cantidad – continuó sin
responder - pero… indícaselo tú también en la mesa y dale alguna excusa que
convenza a Elías, porqué él insistirá.
- Gracias – respondió - ¡qué haría yo sin ti!

Llegaron a la mesa y Sonia se despidió del patriarca, no sin antes comunicarle que
entraba a ver a Chelo antes de marcharse. Maca se quedó frente a él, expectante y
nerviosa, tenía una extraña sensación. No era capaz de explicarse el porqué pero le
parecía que todo aquello era irreal, que estaba preparado y que ella no podía hacer nada
por evitar lo que quiera que fuese a pasar. Le gustaría poder hablar con Vero, explicarle
sus miedos y que ella, como siempre hacía, la ayudase a sobreponerse a ellos.

* * *
En el campamento, Esther había optado por sentarse en el mismo escalón en el que ya lo
hiciera el día anterior cuando compartió con Maca el almuerzo, y leer el libro que había
comprado la tarde de antes. Tan concentrada estaba en la lectura que no escuchó el
regreso de Mónica y Laura. Ambas se plantaron ante ella sonrientes, pero la enfermera
seguía sin inmutarse.

- Yo me voy para adentro – dijo Mónica con una sonrisa burlona de oreja a oreja.

Esther levantó la cabeza sobresaltada ante aquella voz.

- ¡Ya estáis aquí! – exclamó mirando el reloj.


- ¿Se puede saber qué lees? – le preguntó Laura también burlona intentando mirar
el título del libro que Esther escondió con rapidez - ¡serás…! – rió divertida -
¿con que “Sexualidad y discapacidad”! ¿¡en qué estarás tú pensando!? –
continuó burlándose.
- En nada – respondió molesta enrojeciendo levemente, guardando el libro con
rapidez en la mochila.
- ¿Han vuelto ya? – preguntó cambiando de tema, percatándose de que Esther se
había enfadado.
- No.
- Mónica ha llamado a Maca para ver como iban las cosas pero ha desconectado el
teléfono – comentó pensativa.
- Ahora nos enteraremos – respondió la enfermera – y … ¿a ti qué te pasa? – le
preguntó extrañada de ver a Laura con ese aire de preocupación.
- No sé, Mónica parecía preocupada y me ha hecho ponerme nerviosa a mi
también.
- Es normal que lo esté. Mañana será un día duro y ella es la socia de Maca…
- No creo que a Mónica le importe mucho el dinero.
- No me refería al dinero – protestó – si no al éxito de todo esto.
- Bueno… no creo que debamos sacar las cosas de quicio.
- Pero a ti te pasa algo más ¿verdad?
- Pues… si – reconoció – Sacha me ha buscado y me ha dicho que hable con
Isabel.
- ¿Sacha! y ¿qué quiere que le digas?
- Dice que hay un gitano revolucionando a los más jóvenes.
- ¿Y te fías de él? – le preguntó con seriedad.
- ¿Por qué no iba a hacerlo? – respondió molesta.
- Por nada – se apresuró a contestar - No te preocupes. Si Maca consigue el
compromiso del Patriarca todos harán lo que él diga.
- Sacha dice que…
- Sacha es extranjero, no debe saber como funcionan las cosas por aquí.
- ¿Y tú?
- Yo he leído algo sobre el tema… me aburría la semana que estuve ingresada –
añadió justificándose.
- ¡Ojala tengas razón! – exclamó.

Fernando llegó hasta ellas sonriendo.

- ¿Vamos a comer? – preguntó afable.


- ¿No esperamos a los demás? – preguntó Esther pensando en Maca.
- No. Ha llamado Isabel, dice que no las esperemos. Llegará en un rato. Maca y
Sonia no comen aquí.
- ¿Por qué? – no pudo evitar saltar con un deje de decepción, que provocó una
mirada extrañada del médico.
- No sé. No me ha dicho nada más.
- Vamos entonces – dijo Laura tirando de la enfermera que había fruncido el ceño,
mohína. Llevaba toda la mañana deseando que llegase la hora de comer para
verla, para hablar con ella y ahora… se quedaba comiendo por ahí con la
socióloga, seguro que la invitaba para agradecerle su ayuda con el patriarca,
claro que para eso tendrían que haber regresado a por los coches. Sintió de
nuevo la aprensión que notara cuando la vio salir del campamento, quizás las
cosas no fuesen bien y Maca estuviese teniendo problemas. Suspiró entre
defraudada y preocupada, entrando junto a los demás.

* * *

Sonia se paseaba de un lado a otro de la calle con cierto nerviosismo. Isabel y dos de sus
hombres se habían marchado a comer. Los otros dos permanecían allí apostados. Maca
había salido a pedirle que se marcharan todos, pero Isabel se había negado a dejarla allí
completamente sola y la socióloga no había consentido en irse con la detective. Si Maca
la necesitaba quería estar cerca. Era muy importante que Elías las apoyase y aunque ya
había dado su palabra y el consejo la había aceptado, Sonia no estaba segura de que
Maca no terminase por hacer o decir algo que los hiciese cambiar de opinión.

- Hola, ¡guapa! – escuchó a Elías a su espalda.


- Hola – sonrió.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó interesado.
- Maca está dentro.
- ¿Y te ha dejado aquí? – preguntó molesto – vaya, vaya con tu doctora, voy a
tener que cantarle las cuarenta.
- No digas tonterías. Es tu padre quien quiere hablar con ella a solas.
- ¿Por qué? – preguntó haciéndose el sorprendido.
- No lo sé – respondió sincera - ¿tú no tienes idea?
- No. Ninguna – mintió descaradamente.
- ¿Por qué no entras y te enteras? – le propuso – no comprendo que pretende tu
padre.
- Tranquila que mi padre no se va a comer a tu doctora – le respondió despectivo,
molestándola.
- Ya lo sé – dijo extrañada de su comentario - te ha caído mal Maca, ¿verdad?
- No, ni bien ni mal, ¿por qué?
- No sé, por ese aire con el que te has referido a ella.
- Me molesta que una paya que no tiene nada que ver contigo parezca que deba
darte su permiso para…
- Maca es muy importante para mí – saltó comenzando a enfadarse – ya hemos
hablado de eso y si no entiendes….
- Ya lo sé – la interrumpió con suavidad cogiéndola por la cintura no quería que
se enfadase justo cuando la necesitaba para que su plan funcionase – no te me
enfades, que esta noche voy a ser el mejor de los novios, ¡verás como le gusto!
- No creo que cenemos con ella esta noche.
- ¿Aún no has hablado con ella! si quieres que convenza a mi padre … - intentó
presionarla.
- Tu padre ya nos ha dado su palabra. Y Maca tiene hoy otros planes – la justificó
– quizás mañana….
- Tienes razón, ya tendré tiempo de conocerla – dijo con una extraña sonrisa que
Sonia no supo interpretar, conocedor de que ese día no llegaría – payita, quiero
pedirte un favor.
- Dime.
- No quiero que mañana estés por aquí cuando empiecen los derribos.
- ¿Ya estás otra vez con eso? Es mi trabajo, soy la mediadora y tengo que estar,
quiero que lo entiendas.
- Eres una mujer, y esto no es sitio para….
- No, Elías, por ahí no. ¿Cómo quieres que cambien las cosas si hasta tú piensas
así?
- Tienes razón – reconoció suspirando ya se encargaría él de que no estuviese allí
al día siguiente, lo tenía todo más que planeado – pero… ¿me dejarás que esté
contigo?
- ¿No me dijiste que tenías trabajo?
- Si, es cierto, pero mi reunión no es hasta las once. Puedo traerte a primera hora,
ver como están las cosas y luego …
- De acuerdo – sonrió besándolo – pero al campamento no vas a entrar. No, hasta
que no te presente a Maca.
- Como quieras – consintió – voy para dentro que mi madre me espera para
comer.
- Pórtate bien, no vayas a estropear nada con Maca.
- No te preocupes. Cuando tu Maca me tenga delante se quedará con la boca
abierta – contestó con doble intención que Sonia no captó – no le va a dar
tiempo a decirme ni hola – sonrió.
- ¿Vendrás esta noche a casa? – le preguntó sin entender su comentario, pero
había tantas cosas que aún no entendía de sus costumbres y formas de
expresarse, y eso que Elías, al haber estudiado fuera no era como los demás.
- Claro – sonrió desapareciendo hacia el interior de la chabola.

Sonia permaneció allí fuera sonriendo. Maca tendría un gran apoyo en él siempre que su
padre lo dejase entrar en la conversación. Confiaba en su palabra y estaba segura de que
no la decepcionaría. ¡Estaba deseando contarle a Maca quien era! Isabel llegó y le
tendió una bolsa con un par de bocadillos, como Sonia le había pedido, la detective
tampoco se había parado a comer con los demás. No se atrevía a dejar a Maca sola por
mucho que la pediatra se lo ordenase.

* * *

En el interior de la chabola, Maca charlaba con Chelo que estaba poniendo la mesa,
mientras el Patriarca, que hacía unos minutos había salido de la habitación, permanecía
ausente. Elías Jr., entró y, apenas saludó, sin mirarla a los ojos, desapareció hacia el
interior. Maca no pudo evitar fijarse en el porte de aquel chico, tenía algo que le
desagradaba, y la hacía sentirse incómoda.

Chelo empezó a contarle lo orgullosos que estaban de él. Desde pequeño había sido
diferente a los demás. Su madre lo describía como un niño tranquilo, que nunca se
inmutaba por nada, capaz de controlar sus sentimientos y muy inteligente. Maca no
pudo evitar pensar que aquella mirada solo transmitía frialdad. Parecía la típica persona
que no gusta tener como enemigo.

El Patriarca regresó y Chelo desapareció camino de la cocina.

- Almorzaremos ya – le comunicó el hombre sentándose frente a ella.

Maca asintió con cierto nerviosismo. Estaba deseando que le dijese lo que quería de
ella, sintió la tentación de preguntarle directamente pero Sonia le había dejado muy
claro que era él quien debía llevar la voz cantante.

- Mi hijo mayor es un hombre de ley – dijo de pronto, mirándola fijamente.

Maca no entendía a que venía aquello salvo que estuviese tan orgulloso de su hijo como
lo estaba su mujer y solo pretendiese hablarle de él, pero su instinto le decía que no. No
sabía si debía responder a aquello o si era mejor guardar silencio y esperar a que dijese
algo más. El patriarca no quitaba la vista de ella y Maca se vio obligada a decir algo.

- No lo dudo – fue lo único que se le ocurrió.


- Cuando un hombre de ley da su palabra, no miente - sentenció.

Maca volvió a asentir sin entender absolutamente nada. Por suerte para ella Chelo llegó
con una especie de olla inmensa y comenzó a servir. Maca miró su plato temerosa de lo
que pudieran echar en él.

- Verá usted señora como le gusta – comentó la mujer, interpretando rápidamente


la cara de la pediatra que sonrió cortada mientras, Chelo, servía a su marido en
primer lugar – esto es una comida en condiciones y no esos potajes de payos sin
fundamento ni color.
- Gracias – dijo Maca cuando le había echado un par de cucharadas de una especie
de cocido. Sabía por Sonia que los garbanzos y el azafrán eran dos elementos
básicos en la cocina gitana y ya se esperaba algo así.
- Ponle más, mujer – indicó el Patriarca con tal tono que Maca se sobresaltó.
- Deja a la chica – se le escapó a Chelo, en cuestiones de cocina ellas mandaban –
disculpe señora – dijo tras la mirada furibunda de su marido.
- Trae el vino – respondió él sin más comentarios acerca de la cantidad servida a
Maca con lo que esta suspiró aliviada. Estaba claro que Sonia había hablado con
Chelo al respecto.

Chelo volvió con una botella de vino abierta y sin etiqueta y se la tendió a Elías que
cogiendo un vaso escanció un poco, dejándolo frente a él. Tomó otro vaso y lo llenó
hasta el borde, alargándoselo a Maca.

- Beba – ordenó - es un vino especial que nos traen nuestros parientes del norte –
explicó – lo hacen ellos mismos.
- Yo… no bebo – dijo Maca con timidez, “lo que me faltaba” pensó “¿Cómo me
niego sin ofenderlo?”.
- Beba. Un trato siempre hay que cerrarlo como hay que cerrarlo.
- No puedo beber – respondió firme – por la medicación…
- ¡Pamplinas! – exclamó – beba o no hay trato.

Maca cogió el vaso. Las palabras de Sonia acudieron a su mente. No podía estropearlo
todo ahora, no podía fallarles a todos y menos cuando parecía que estaba decidido a
apoyarlas.

- Elías, le hablo en serio, no puedo beber alcohol, me va a sentar mal – insistió


angustiada.
- Usted, viene aquí comportándose como un hombre, pidiendo que la trate como
un hombre, pidiendo nuestra ayuda – le dijo con seriedad – y, en contra de
nuestras costumbres, hablo con usted de igual a igual.
- Y yo se lo agradezco…
- Beba como un hombre o… no hay trato – se levantó airado bebiéndose su vaso
de un sorbo y sirviéndose más – y coma, verá como así no le sienta mal –
sentenció sentándose y comenzando a comer.

Maca miró el vaso y el plato. La cabeza le daba vueltas. El día anterior se lo había
pasado deseando tomarse otra copa y ahora que la tenía delante todo le decía que no
debía hacerlo. Aquel hombre no podía ofenderse porque ella no bebiese. No podía
obligarla a hacerlo.

- Coma – dijo dando una palmada de impaciencia en la mesa que asustó a la


pediatra – y beba – indicó levantando su vaso para que ella hiciese lo mismo.
Maca cedió e imitó su gesto – tiene mi palabra de que mañana su campamento
estará a salvo.
- Gracias – respondió Maca mojándose los labios en el vino.
- De un sorbo – casi le gritó, Maca obedeció cerrando los ojos y pensando “¡qué
sea lo que tenga que ser!” y apuró el vaso – bien, así me gusta – sonrió por
primera vez, Maca jamás lo había visto sonreír – ahora vamos a hacer negocios
usted y yo.

* * *

En el campamento Esther ya no sabía en que emplear el tiempo. Fernando seguía


encerrado en su despacho y no llegaba nadie con intención de que los vacunasen.
Cuando le preguntó al médico si podía salir con Laura y Mónica se negó en redondo,
argumentando que la necesitaría en el caso de que alguien llegase por allí. Se sentó en la
sala de espera y se dispuso a seguir leyendo, pero no era capaz de concentrarse. Cada
vez estaba más enfadada, primero por la sensación de estar perdiendo el tiempo desde
que llegara esa mañana, segundo porque su charla con Laura la había dejado de mal
humor, no podía dejar de pensar en Maca y Vero juntas, y para colmo, no había visto a
la pediatra prácticamente en todo el día, el que se quedase a comer con Sonia había
terminado por ponerla aún peor. Miró el reloj deseando que llegasen las seis y pudiese
hablar con ella unos minutos, ahora sí que estaba dispuesta a echarle en cara lo de su
contrato.

- Esther – dijo Fernando que había entrado sin que la enfermera lo escuchara – no
te asustes mujer – sonrió al ver el salto que había dado.
- Dime – se levantó solícita.
- Iba a preguntarte…. Me dijo Laura que serías tu la que la acompañarías en el
vuelo de la próxima semana.
- ¿A Nairobi? Sí, eso me dijo.
- Vamos a tener que hacer un cambio de planes y quería ver qué opinabas tú.
- ¿Cambio de planes?
- Si, verás, he estado hablando con el coordinador de médicos sin Fronteras aquí
en Madrid y me ha comentado que hay un caso prioritario, al parecer se trata de
una adolescente que está en el campamento de Jinja y…. como en tu currículo
pones que tú….
- ¿En Jinja! ¿no será Clarise?
- Pues… - dijo mirando sus anotaciones – efectivamente, así se llama la joven.
- Clarise estaba bastante mal cuando yo me vine, pero el viaje a Jinja es largo y de
allí a Nairobi… no sé si solo para ella...
- Eso es lo que quería ver contigo… para organizar más traslados en la zona y …
- Hacer rentable el viaje.
- Exacto. Laura se encarga de ir a los campamentos del sur de Kisumu, pero no
entraba en nuestros planes desviarnos al norte y mucho menos pasar a Uganda.
- Bueno… ¿y dos viajes?
- No. Maca prefiere que los traigamos todos a la vez. El problema está en que…
¿tú serias capaz de coordinar el traslado de Jinja! conoces a la chica y al equipo
médico… Laura y tú podíais separaros en Nairobi y luego volver a salir desde
allí.
- Si, quizás eso sea lo mejor, Laura tendrá más trayecto que yo aunque no salga
del país pero…
- El tuyo será más peligroso aunque más corto – le comentó demostrándole que
estaba al tanto de los problemas fronterizos entre ambos países. ¿Podrías
organizarlo?
- Claro, no te preocupes ahora mismo llamo a Germán y hablo con él.
- Gracias Esther – sonrió satisfecho – puedes llamar desde mi despacho – propuso
marchando con ella hacia el interior del edificio – el vuelo será el próximo
viernes. Si todo sale bien.
- Saldrá – dijo de buen humor, la idea de volver a ver a sus antiguos compañeros
la llenó de ilusión.

* * *

En la puerta de la vivienda del Patriarca, Isabel permanecía apostada junto a dos de sus
hombres mientras los otros dos los había enviado a la parte posterior de la misma a
cubrir la puerta trasera. Sonia se paseaba nerviosa, mirando al suelo, de un lado a otro
de la calle. Isabel la observaba preguntándose a qué vendrían esos nervios. Era cierto
que la conversación de Maca y Elías podía ser importante, incluso decisiva, pero
tampoco era para estar así, Maca era muy capaz de salir victoriosa de aquella casa.

Elías Jr., apareció por una esquina de la parte posterior de la casa y le hizo una seña a
Sonia que corrió hacia él, ante la atenta mirada de Isabel. El joven portaba una pequeña
maleta e iba perfectamente trajeado.

- Me marcho ya – le comunicó a Sonia cuando estuvo a su altura.


- No se que perra has cogido con pasar por casa antes que yo ¿por qué no te
esperas! vamos los dos juntos y me paro a hacerte una copia de las llaves – le
pidió la joven ligeramente mosqueada por la prisa que le había dado por ir a su
piso a soltar la maleta a aquella hora. Era cierto que ella le había insistido en
pasar unos días viviendo juntos, pero no entendía porqué tenía que ser ese
preciso día y con aquella prisa.
- No puedo cariño. He quedado esta tarde en el centro.
- Como quieras, toma las llaves - le dijo rebuscando en su bolso – hoy llegaré
temprano. No me vayas a tener esperando en la calle.
- Gracias – sonrió acariciándole la mano al cogerlas – confía en mi payita – le dijo
cogiéndola del antebrazo - pero, ¿cuántas llaves tienes aquí? Toma la del coche
que luego…
- ¡No! si esa no es del mío, por eso la llevo ahí.
- ¡Ah! – fue su único comentario mirándola con curiosidad.
- Maca me dio una del suyo… por si se le pierde alguna vez – se explicó con una
sonrisa.
- ¡Que previsora! – comentó burlón, ¡no daba crédito a la suerte que estaba
teniendo! - Esto… Sonia…. tengo que decirte una cosa… creo que… - dudó
tendiéndole las llaves.
- ¿Qué pasa? – levantó la vista preocupada por su tono inseguro - ¿no te apetece
venir a casa! si te has arrepentido….
- Creo que es mejor que te espere en la puerta – se las puso en la mano
disimulando, sabía lo que le produciría aquel gesto – no quiero que tengas
problemas con tu casero y creo que no te ha hecho mucha gracia.
- No seas tonto – protestó – tómalas.

Él negó con la cabeza, parecía preocupado y Sonia se percató de ello.

- Dime que pasa. ¿seguro que quieres venirte a casa! conozco vuestras
costumbres, si te va a dar problemas…
- No es eso – sonrió atrayéndola hacia él y colocándola en la esquina lejos de la
mirada de Isabel, la besó con rapidez para no ser vistos – claro que duermo con
mi payita, ¿para qué crees que llevo la maleta! le he dicho a mi madre que no
vendré por el poblado en unos días. Creo que se lo imagina… - confesó en voz
baja mirando hacia su casa.
- Mejor, no quiero que estés aquí mañana.
- El que no quiere que estés aquí mañana soy yo – respondió con rapidez pero al
ver el rostro de enfado que comenzaba a poner la socióloga se apresuró a besarla
y corregirse – ya… ya se que eso es imposible. Yo… lo que quería decirte es
otra cosa.
- Dime, ¿qué pasa?
- Creo que deberías entrar… y… echarle una mano a tu doctora.
- ¿Por qué? – se sobresaltó - ¿qué has oído! ¿están discutiendo? – preguntó
precipitadamente volviendo al nerviosismo de hacía unos minutos.
- No. No es eso. Todo lo contrario – respondió bajando la vista para disimular la
sonrisa que no pudo evitar, todo estaba saliendo según sus planes y eso le
encantaba.
- ¿Entonces?
- Tu… me comentaste que ella… tuvo problemas con el alcohol, ¿no?
- Si… pero… no te entiendo.
- Mi padre… ha querido sellar el pacto a la vieja usanza. Y… bueno, que creo que
es mejor que entres, porque va a terminar por emborracharla.
- ¿Qué dices! ¿Maca está bebiendo?

El asintió enarcando las cejas y encogiéndose de hombros, poniendo su mejor cara de


niño bueno.

- Por eso te aviso. He intentado impedirlo – mintió descaradamente – pero ya


sabes como es mi padre. …Creo que deberías sacarla de mi casa cuanto antes.
- Gracias cariño – le dijo apretándole la mano – anda vete. Y… no llegues tarde.
- Tranquila que hoy tengo poca cosa que hacer – sonrió alejándose de ella.

Elías le dio la espalda con una enorme sonrisa de satisfacción. Ya estaba todo el mundo
donde él quería que estuvieran. Ahora solo faltaba sacar una copia de aquella llave lo
antes posible y contactar con Salva para dársela.

Sonia se detuvo un par de segundos hasta verlo desaparecer y luego se dirigió hacia la
puerta de la vivienda. La detective hizo ademán de ir a hablar con ella pero Sonia la
ignoró y entró rápidamente, ¡no daba crédito a lo que Elías acababa de contarle! ¿cómo
se le ocurría a Maca beber en una reunión tan importante?

Sonia entró nerviosa, no sabía qué era lo que se iba a encontrar pero muy mal tenía que
estar Maca para que Elías la hubiese avisado. Antes de llegar al comedor escuchó la voz
de Elías, “entonces… ¿va a hacerme usted ese favor?”, y la de Maca respondiendo “haré
lo que esté en mi mano, pero no puedo comprometerme a nada, no depende de mí”,
hablaba con seguridad y pausa, a Sonia no le dio la impresión de que estuviese bebida y
respiró aliviada. Llegó hasta ellos buscando, mentalmente, una excusa para justificar su
presencia.

- Buenas tardes – saludó sorprendiendo a ambos.


- ¡Sonia! – exclamó la pediatra con tal alegría y brillo en los ojos que la socióloga
percibió que si había bebido – ahora mismo iba a llamarte. Necesito entrar al
baño – le sonrió.
- Aún no hemos terminado – dijo el gitano dejando constancia en su tono que no
se esperaba aquella interrupción y lo mucho que le molestaba la misma.
- Lo sé, discúlpeme – se dirigió a él con humildad – pero… hay un problema que
la doctora debe atender. Debes volver, Maca – se giró hacia ella.
- Pero ¿qué pasa? – preguntó Maca comenzando a asustarse.
- Me gustaría terminar con esta conversación – casi bramó Elías. Jamás lo habían
dejado plantado y menos dos mujeres.
- No se preocupe que hago una llamada y ahora vuelvo – cedió Maca mirando a
Sonia desconcertada e indicándole que entrasen al baño.

Elías asintió e indicó con la mano que podían pasar. Sonia empujó la silla y Maca la
miró preocupada, sabía la bronca que le esperaba pero no había podido hacer otra cosa.
Tenía que hablar con ella.

- ¿Qué problema? – preguntó Maca impaciente por enterarse, una vez que
estuvieron dentro del baño. Algo muy gordo debía ser para que Sonia los
interrumpiese de aquella forma.
- Ninguno – susurró.
- ¿Cómo que ninguno? – abrió los ojos perpleja sin entender qué ocurría - ¿sabes
el susto que me has dado?
- Maca… se puede saber que coño haces bebiendo y encima… - se interrumpió al
ver la cara de la pediatra - ¿estás bien?
- No – respondió frunciendo el ceño – ya te explicaré, ¿tienes papel y un
bolígrafo?
- Si – contestó sorprendida – pero se puede saber que …
- Dámelo – pidió – rápido.

Sonia rebuscó en su bolso y sacó la libreta que siempre llevaba. Maca la cogió y con
mano temblorosa garabateó unas palabras.

- Ve al campamento. Pídele esto a Fernando y tráemelo cuanto antes.


- Pero…
- Corre Sonia – dijo desesperada.
- ¿Qué te pasa? Estás sudando y… Maca…. – se asustó al ver el gesto que hacía
llevándose la mano al lado izquierdo a la altura del corazón.
- No te preocupes. Estoy bien – respondió con un ligero jadeo - Haz lo que te
digo.
- Pero... ¿qué te pasa?
- He tenido que tomarme un par de copas y sé que no debía haberlo hecho – le
explicó con precipitación – pero no he podido… - se interrumpió - ve Sonia,
¡por favor! Necesito eso cuanto antes – dijo indicándole el papel.
- Se lo voy a decir a Isabel, sus hombres correrán más.
- ¡No! – casi gritó – a Isabel no le digas nada, ¿me oyes? – preguntó bajando la
voz - ¡nada!
- Chist, Maca, tranquila, por favor, vamonos de aquí – le dijo cada vez más
asustada por el aspecto y la actitud de la pediatra.
- No puedo. Ahora no.
- Claro que puedes – insistió nerviosa – ahora mismo te saco de aquí.
- Sonia – la paró sujetándola por el antebrazo – tranquilízate tú, ve a por eso. Yo
saldré en un segundo.
- Maca…
- Venga, corre – la instó casi suplicando.

Sonia la miró un instante y obedeció. Maca permaneció en el baño, el corazón cada vez
le latía a mayor velocidad, y empezaba a sentirse mareada pero necesitaba terminar su
conversación con aquel hombre. Si lo que le había contado era cierto, tenía más
problemas de los que se pudiera llegar a haber imaginado y lo peor de todo es que no
podía contar con la ayuda de nadie. Estaba sola, completamente sola. Se pasó una mano
por la frente, cada vez se encontraba peor. Se echó un poco de agua, respiró hondo en
varias ocasiones en un intento de controlar y disminuir el ritmo cardiaco y salió
dispuesta a saber cuál era la fuente de aquella información que la había dejado helada.

* * *

Esther colgó el teléfono con una sonrisa nostálgica, Germán siempre le había gustado.
Fernando la observó esperando que la enfermera le hiciera algún comentario pero no fue
así, vio reflejada en sus ojos una expresión mezcla de la alegría que había sentido al
hablar con él, y la tristeza, que el médico no era capaz de comprender.

- Echas de menos aquello, ¿no es cierto? – le preguntó finalmente.


- Si – afirmó esbozando una sonrisa. Era la primera vez que Fernando le hablaba
en aquel tono familiar que tantas veces le escuchaba con Maca. Con ella siempre
era serio y profesional, pero en aquella ocasión parecía cordial – por cierto
Germán se encargará de todo.
- Gracias, Esther – respondió con sinceridad - En una semana estarás allí –
comentó ojeando unos papeles y levantando la vista le preguntó.
- ¡Estoy deseándolo! –exclamó sin poder evitarlo.
- ¿Tan mal te tratamos aquí? – preguntó intentando bromear.
- No, claro que no – sonrió – me gusta esto. La verdad que más de lo que imaginé.
Pero aquello es… especial.
- ¿Por qué has vuelto! quiero decir que… por tus palabras – señaló el teléfono -
deduzco que deseas marcharte de nuevo.
- Si, me iré lo antes que pueda.
- Y… ¿qué te lo impide?
- Pues… - dudó en su respuesta, no pensaba contarle la verdad a él cuando no se
lo había contado a nadie y tampoco quería decirle que le estaba haciendo un
favor a Maca - …en realidad… nada.
- Si necesitas algo o puedo ayudarte en algo… - se ofreció de pronto sin saber
muy bien ni porqué lo hacía, pero tenía la sensación de que si estaba en Madrid
era en contra de su voluntad.
- Gracias, Fernando, pero no decesito nada.

De pronto escucharon que la puerta de la entrada se abría con gran estruendo, el médico
se levantó y Esther lo secundó pero antes de que pudieran salir del despacho, una
alteradísima Sonia apareció en la puerta.

- Fernando… - dijo sin resuello tendiéndole un papel que el médico cogió


enarcando las cejas sin comprender – Maca… Maca… - se inclinó apoyando las
manos sobre las rodillas intentando recuperar el aliento tras la carrera.
- Respira, respira – intervino Esther acercándose a ella y posando su mano sobre
la espalda de la socióloga.
- Maca… necesita eso… cuanto antes – dijo al fin más repuesta.

Fernando leyó el papel y cogiendo una llave de su escritorio abrió un pequeño armario
que había tras su mesa. Buscó un instante y le tendió la caja.

- Toma. Pero dile que le de solo media. Elías hace dos años que está en
tratamiento.
- ¡No es para él! – se explicó – es para ella.
- ¿Para Maca? – casi gritó el médico.
- Si.
- ¿Cuánto hace que te lo pidió? – preguntó preocupado.
- Un cuarto de hora – respondió mirando el reloj.
- ¿Qué pasa? – preguntó Esther.
- Pasa que esta mujer cualquier día nos da un disgusto – se volvió con
precipitación y cogió un par de cajas más – Esther, quédate aquí por si viene
alguien. Voy contigo Sonia.
- ¡No! Maca no quiere que se entere nadie. Ni siquiera Isabel.
- ¡Vamos! – ordenó sin escucharla.
- Fernando, confía en ella. Sabe lo que hace. Dame – tendió la mano para coger
las otras cajas – ya se lo doy yo.
- Esto no sirve de nada si no se lo inyecta alguien – le explicó sin dárselas.
- ¿Te acerco en la moto? – propuso Esther, nerviosa, olvidando su enfado con la
pediatra ante la posibilidad de que se encontrase mal - llegarás antes. Además, si
hace falta una enfermera…
- ¡No! tú quédate aquí. Vamos Sonia. Cogemos el coche – volvió a decir saliendo
a toda prisa.

La enfermera no puedo rechistar y salió tras ellos. Estaba harta de que la dejasen al
margen de todo. Deseaba con todas sus fuerzas ir con ellos, necesitaba saber qué pasaba
y, sobre todo, qué le ocurría a Maca.

* * *

Fernando paró el coche en la puerta de la casa de Elías y ambos descendieron. Isabel,


desconociendo lo que ocurría se acercó hasta ellos. Sonia cogió el teléfono y marcó.

- ¿Qué haces? – le preguntó Fernando impaciente.


- Espera que la avise – le pidió – Elías es un poco… ¿Maca! soy yo. Estamos en
la puerta. ¿Entro? – dijo con rapidez – vale, vale, te esperamos – respondió a las
palabras del otro lado de la línea – sale ella – dijo mirando a Fernando.

La joven subió el par de escalones y aguardó a que apareciese Maca. Fernando estaba a
su lado, más tranquilo después de escuchar que la pediatra parecía estar bien e Isabel
permaneció abajo, expectante, sin entender nada de lo que ocurría. Al cabo de un
minuto, Maca asomó por el rellano. Su aspecto volvió a alertar a Fernando.

- Maca… - dijo Sonia alargándole las pastillas – toma.


- ¿Qué haces aquí? – le preguntó la pediatra frunciendo el ceño y cogiendo la
pastilla mirando al médico de malhumor. El que Fernando estuviese allí le
indicaba que Sonia le había contado todo sin hacerle el menor caso.
- ¿Qué hago! ¿me pides apocard y me preguntas qué hago? ¡estaba preocupado!
- Tranquilo que estoy bien. Hace un rato que estoy mejor.
- Pues por tu aspecto nadie lo diría.
- Solo ha sido una taquicardia.
- ¿Otra vez! Maca… - la recriminó y ella ladeó la cabeza cansada - ¿muy fuerte? –
preguntó dejando ver a las demás que sabía de qué iba el tema.
- Un poco …
- Déjame que te ausculte. ¿Te has mareado! ¿has tenido naúseas?
- Fernando… - protestó mirando hacia Isabel que no perdía detalle.
- Maca sabes de sobra que…
- Fernando, no es el momento de broncas – lo cortó con voz ronca y una mirada
suplicante.
- No pensaba echártela – suavizó el tono acariciándole la mejilla – ¿seguro que
estás bien! deja que te ayude y te quitas la chaqueta, pareces agobiada…
- Tengo que entrar de nuevo – se giró - luego hablamos, pero vete tranquilo.
- Despídete de él y sal, me gustaría que vinieras a la clínica – le pidió con
suavidad.
- No puedo. Luego nos vemos. En serio, estoy bien – le hizo un gesto con los ojos
que él conocía sobradamente y sin oponerse más la dejó entrar.
- ¿Qué pasa? – preguntó Isabel.
- Nada – respondió Fernando, esquivo. Se había percatado que Maca, por el
motivo que fuese, deseaba mantener a Isabel al margen – me voy al
campamento. Si me necesitáis para algo…
- Pero… ¿tú la has visto bien? – preguntó Sonia aún nerviosa.
- Ya has visto. Si ella no le da más importancia tampoco debemos dársela
nosotros. Hasta luego – dijo dirigiéndose a su vehículo y dejando a Sonia
perpleja con aquella respuesta. No sabía si Fernando realmente no consideraba
que ocurriese nada o que estaba tan enfadado con la pediatra que se mostraba
indolente.
- Hasta luego – respondieron las dos.

El médico montó en el coche y arrancó. Isabel miró a Sonia que permanecía muy seria
con cara de preocupación.

- ¿Qué le ha pasado a Maca? – le preguntó directamente.


- Ya lo has oído.
- Pero… ¿le ocurre a menudo! no tenía idea de que…
- Yo tampoco – la cortó secamente y se dio la vuelta andando calle arriba como
había estado haciendo anteriormente.

La detective no entendía lo que le ocurría a todo el mundo, serían los nervios por los
derribos del día siguiente. Volvió junto a sus hombres, proponiéndose pedirle
explicaciones a Maca en cuanto la viese aparecer.

* * *

Dos calles más allá el coche de Elías Jr. paró su motor. Ya había dejado la maleta en la
casa de Sonia. Esperó pacientemente a ver aparecer a Igor y poco después lo hizo Salva,
el joven no tenía tanta facilidad como antes para andar de arriba abajo, debía cumplir
con su trabajo en el campamento, algo que alegró a Elías, nunca imaginó que tendría la
suerte de contar con alguien allí dentro. Cuando los tuvo a su altura bajó del vehículo.

- Toma – le tendió la llave a Salva junto a un billete – ve y haz una copia.


Quédatela tú, y… mañana… cuando yo te de la orden, la llevas donde te diga.
- ¿Por qué no me lo dices ya?
- Las cosas se hacen como yo digo que se hagan – lanzó un bramido con tal
oscuridad en sus fríos ojos que Salva tuvo el reflejo de echarse hacia atrás.
- Tú – se dirigió a Igor – mañana encárgate de tu hermano. Y procura colarte
como sea en el campamento, necesito que estés dentro cuando llame a éste –
señaló despectivamente a Salva.
- Yo no problema – sonrió.
- Bien. Me voy. Espero que esa hija de puta se haya largado ya de mi casa –
masculló entre dientes - ¿Tenéis los móviles?

Ambos asintieron con cierto temor. El gitano recibió con satisfacción ese gesto.
Disfrutaba viendo como la gente se apartaba a su paso con solo lanzar una mirada. Se
dio la vuelta y dejó allí el coche. Conociendo a su padre quizás todavía estuviese
hablando con ella y lo último que necesitaba es que Sonia lo descubriese. Avanzó con
precaución, saludando a un par de colegas y se paró justo en la esquina, su casa estaba
al otro lado, si los agentes seguían allí era señal de que la reunión no había terminado.
No parecía que hubiese nadie. Se decidió y salió al borde de la calle.

- ¡Elías! – exclamó Sonia sorprendida.


- ¡Payita mía! – sonrió sin inmutarse, “mierda, mierda”, se dijo pensando con
rapidez – me he olvidado el pijama y me he dicho voy a por él y sorprendo a mi
payita.
- ¡Te quiero! – susurró tirando de él hacia el recodo de la calle y cuando estuvo
libre de miradas lo besó.
- Vaya, vaya, voy a tener que darte mas sorpresas. ¿Todavía están dentro?
- Si, no entiendo que es lo que pasa…
- Ya sabes como es mi padre, no le des importancia.
- ¿Has dejado la maleta en casa?
- Claro – respondió e inmediatamente se arrepintió “me va a pedir las llaves,
piensa, piensa, no está la del coche”.
- ¿Me devuelves las llaves! así puedes llegar sin prisas – se excusó.
- Claro – volvió a decir rebuscando en el bolsillo – mierda me las he dejado en el
coche – le dijo poniendo cara de fastidio – espera que voy a por ellas – añadió
con la esperanza de que ella se negara.
- Te acompaño – le dijo sonriente – así paso un ratito contigo.
- ¿Y si sale tu doctora? – dijo con retintín.
- Que espere, que bastante llevo esperado ya hoy yo.
- Así me gusta – dijo besándola de nuevo – ya está bien de andar siempre tras ella
pidiendo permiso para todo.

Sonia lo miró encogiéndose de hombros y le pasó un brazo por la cintura.

- Aquí no payita – se lo retiró – mi reputación.


- Pero… - empezó a protestar sorprendida.
- ¿A que escuece! para que veas lo que aguanto yo con tu doctora.
- De acuerdo, de acuerdo, lo he pillado, anda dame las llaves – dijo llegando hasta
el coche.

Elías lo abrió y se sentó en él haciendo como que rebuscaba en el interior. Metió la


mano en el bolsillo y las cogió.

- Espero que no te moleste pero… he sacado la llave del coche de tu doctora.

Sonia abrió los ojos de par en par sin comprender sus motivos para hacer aquello.
- Ya me conoces. No entiendo como puedes llevar encima una llave que te han
dado para que la guardes ¿y si pierdes las tuyas! la he dejado en un cajón de la
mesilla.
- Ah! esto… claro… no se me había ocurrido… - dijo asimilando su explicación,
sin saber porqué le sonaba forzado todo aquello – has hecho bien – sonrió
finalmente.
- Anda vamos, no vaya a salir la jefa, chasque los dedos y no estés.
- No hables así de ella – protestó molesta – no se que te ha dado, si no la conoces
y ya te cae mal.
- Ya te he dicho que no me cae mal. Me gusta cuando te enfadas, payita. Y ya me
he dado cuenta que ella es tu punto débil.
- Mi punto débil eres tú.
- Así es como tiene que ser. Tu hombre siempre delante.
- ¿Costumbre gitana?
- Efectivamente – sonrió mientras llegaban de nuevo a la esquina – allí la tienes –
le dio una disimulada palmada en el culo Sonia corrió hacia donde estaban
Maca e Isabel.

Llegó hasta ellas casi sin respiración. Isabel parecía molesta por algo y Maca
permanecía cabizbaja junto a la detective.

- Ahí viene Sonia – dijo Isabel provocando que Maca levantase la cabeza y mirase
hacia la joven.
- ¿Dónde te habías metido? – le preguntó la pediatra, sonriente, al verla llegar tan
azorada.
- ¿Tengo que darte explicaciones de todo? – le espetó con malos modos.
- Eh… no… claro que no – respondió Maca sin comprender aquella airada
reacción, pero intentando no darle más importancia, todas estaban nerviosas y
Sonia era aún muy joven, quizás la estaba cargando con demasiada
responsabilidad – le estaba contando a Isabel que todo ha ido muy bien y que …
- Maca – la interrumpió la detective – deberíamos volver, se está haciendo tarde,
aún tenemos que ultimar algunas cosas para mañana y además … - se
interrumpió un segundo sin saber si recordarle la conversación matutina pero
finalmente se decidió – no quiero que estés expuesta más tiempo del
estrictamente necesario o ya te has olvidado de…
- No me olvido de nada, Isabel – la cortó tajante – tienes razón vamos – admitió
accionando su silla, con dificultad. Estaba cansada.
- ¿Te ayudo? – le preguntó la detective, que tenía la sensación de que la reunión
no había ido tan bien como Maca contaba. Su instinto le decía que allí dentro
había pasado algo que la pediatra ocultaba y estaba empezando a cansarse de esa
situación.
- No, puedo sola – respondió orgullosa, mirando de reojo a Sonia, que comenzó la
marcha unos pasos por delante con un gesto de contrariedad que sumado a su
falta de interés por la conversación con Elías tenía perpleja a Maca – Sonia – la
llamó. La joven ladeó la cabeza y miró un instante hacia ella pero no detuvo el
paso. Aún así, Maca continuó alzando la voz e intentado acelerar la marcha –
estábamos hablando de que mañana deberíamos venirnos un poco antes, sobre
las siete, así evitamos cualquier contratiempo. No creo que los derribos
comiencen antes de las nueve, pero…
- Haz lo que quieras – la interrumpió mirando hacia atrás sin detenerse.
- Pero… ¿a ti que te parece? – le consultó obviando su tono.
- ¿Importa lo que me parezca? – se volvió parándose frente a ella, mostrando en
sus ojos que estaba enfadada.
- Isabel, ¿puedes dejarnos un momento solas? – pidió Maca a la detective que
caminaba junto a su silla.
- Maca… es tarde… nos estarán esperando y ya te he dicho que no estoy tranquila
mientras estemos …
- Solo un minuto – insistió cortándola.

Isabel asintió en silencio y se retiró unos metros situándose tras ella y cogiendo su radio
para avisar a los dos agentes que iban delate que se detuviesen y permaneciesen atentos.
Maca miró a Sonia y enarcó las cejas en señal interrogadora.

- ¿Se puede saber qué te pasa?


- No me pasa nada – respondió enfurruñada pero al mismo tiempo avergonzada
por su comportamiento. No soportaba que Maca la mirase de aquella forma.
- Vale, no te pasa nada, pero ¿estás enfadada conmigo o lo estás con el mundo? –
preguntó sonriéndole comprensiva.
- Llevo todo el día detrás tuya. Toda la tarde esperándote. He ido corriendo al
campamento a por tus pastillas, y… y porque me voy un momento y tardo cinco
minutos me lo hechas en cara – se quejó molesta.
- Pero… yo no te he echado nada en cara, Sonia. Solo te he preguntado de dónde
veías.
- Estoy harta de cómo me tratas – respondió manifestando lo molesta que estaba.
- No. No es eso, y lo sabes. Estás enfadada y me vas a decir el porqué.
- Ya te he dicho lo que me pasa – respondió haciendo ademán de girarse para
seguir el camino, pero Maca le cogió la mano y la miró con tal intensidad que
Sonia se sintió incómoda.
- ¿Es porque he bebido? – se aventuró intentando adivinar los motivos de su
actitud. Sonia le devolvió una mirada fulminante, ya ni se acordaba de ese
detalle pero era cierto que eso también la había hecho enfadarse con ella – te
aseguro que no he podido evitarlo…. Lo intenté pero, recordé lo que me dijiste y
Elías…
- No te busques excusas. Cuando quieres sabes muy bien decir que no – saltó con
tanto reproche en su tono que Maca creyó adivinar lo que le ocurría.
- Ya… ¿es porque te dije que no podía cenar contigo esta noche?
- No es por eso – respondió más suave bajando la vista – puedes cenar con quien
te de la gana y Adela es amiga tuya desde hace mucho… – respondió mirándola
con lo que a Maca le pareció un aire de tristeza.
- La he llamado y he anulado la cena – le confesó – si quieres, cuando termine en
la clínica, me paso por tu casa y me tomo algo con vosotros. Así me lo presentas
– propuso con cierto tono de hastío que Sonia no captó.
- ¿Porqué la has anulado! ¿para cenar conmigo? – sonrió por primera vez
satisfecha e ilusionada con la idea de importarle a Maca hasta ese punto.
- En realidad… no … - admitió incapaz de mentirle – la he anulado porque estoy
cansada y… después del susto de esta tarde no estoy del todo bien y… prefería
marcharme a casa y estar tranquila, pero … - la miró sonriendo – una cena en
familia tampoco es que me vaya a sentar mal…
- ¿No te encuentras bien? – la interrumpió preocupada, por primera vez cayó en la
cuenta de lo ojerosa que estaba y de lo agotada que parecía – perdóname, Maca.
No sé que me ha pasado – dijo agachándose y besándola en la mejilla – es mejor
que descanses esta noche y mañana deberías quedarte en casa también. No creo
que sea buena idea que vengas, ya has hecho todo lo que podías y aquí lo único
que vas a conseguir es estar en peligro.
- Lo mismo que cualquiera de vosotros y… no voy a dejar que estéis aquí y yo no.
Eso es indiscutible – la avisó con la mirada de que no admitiría ningún consejo
al respecto.
- Isabel tiene razón, debes tener cuidado. Y… en cuanto a esta noche… ya tendrás
tiempo de cenar en casa – la miró con ternura – y… de que te presente a mi
novio.
- No me gusta que te enfades conmigo – reconoció conciliadora.
- No lo hago, Maca. Solo que… a veces… me molesta que me trates como a una
niña, pero sabes que te respeto y que te quiero - susurró junto a su oído
situándose tras ella.
- ¿Qué haces? – preguntó al ver que empezaba a empujar la silla.
- Anda déjame que te empuje y mientras me cuentas como ha ido todo – le pidió
cariñosa.

Maca asintió y miró hacia a tras, buscando a Isabel con la vista. La detective, al ver el
gesto de la pediatra, inició la marcha tras ellas.

- Luego te cuento – susurró en un tono confidencial que alertó a Sonia.


- ¿Ocurre algo? – preguntó con extrañeza.
- Espero que no – respondió Maca pensativa.
- ¿Has discutido con Isabel? – intentó adivinar recordando lo serias que estaban
hacía unos minutos cuando llegó junto a ellas.
- No.
- Maca… ¿qué pasa? – preguntó comenzando a impacientarse.
- Sonia… tú ¿por qué crees que mañana debo quedarme en casa? – le preguntó de
pronto dejándola desconcertada.
- Pues… porque tú misma dices que no te encuentras bien, porque mañana las
cosas se pueden poner feas por mucho que tengas el compromiso de Elías y...
porque no quiero que te pase nada…
- Esther me dijo lo mismo… - musitó entre dientes.
- Maca… ¿A qué viene todo esto?
- ¿Dónde está Isabel? – le preguntó sin responder. Sonia se giró un momento.
- A unos veinte metros – respondió - ¿qué pasa Maca?
- Tú ¿te fías de Isabel?
- ¡Claro que me fío! – exclamó con seguridad.
- ¿No te parece raro que ella me pidiera que pasara más tiempo en el campamento
y que no me insista para que mañana no esté aquí? – le preguntó abiertamente,
pensando en la conversación que había mantenido con el patriarca.

La detective cuando vio que Sonia se volvía, interpretó que la necesitaban para algo y
aceleró el paso llegando junto a ellas justo en el momento que la socióloga respondía a
la pregunta de Maca.

- No. No creo que sea raro. Isabel te respeta, intenta hacer su trabajo sin
obstaculizar el tuyo y ajustándose siempre a tus decisiones. Y… si quieres mi
opinión, eres tú la que se lo pones siempre muy difícil.
- ¿Habláis de mí? – las interrumpió sobresaltándolas.
- Sí – reconoció Maca – Sonia cree que mañana debería quedarme en casa y yo
me preguntaba porqué tú no opinas igual – le dijo con sinceridad, temiendo que
la detective hubiese escuchado todo.
- Yo opino igual, eres tú la que insistes en venir – protestó molesta, pensando que
Maca dudaba de su profesionalidad – Maca… ¿he hecho algo para que
desconfíes de mí?
- Eh… no… - respondió dubitativa quizás debía contarle todo lo que le había
dicho Elías pero no sabía qué hacer, no sabía en quien confiar… – pero… me
gustaría hablar contigo – se decidió – se trata de algo que me ha pedido Elías.
- Déjame adivinar – respondió molesta – quiere que la policía desaparezca del
campamento y… en concreto yo, ¿no es eso?

Maca abrió los ojos de par en par, ¿cómo lo había adivinado! o ¿es que no lo había
adivinado y lo sabía a ciencia cierta! porque si era así, quizás ese hombre no solo no le
había mentido si no que la estaba previniendo contra ella. Maca no supo qué responder.

- ¿Es eso o no es eso? – insistió Isabel segura de no equivocarse – no me lo puedo


creer, Maca – continuó moviendo la cabeza de un lado a otro – ¿cuánto tiempo
llevamos trabajando juntas! ¿cuánto tiempo llevamos planificando la puesta en
práctica de este proyecto! porque te recuerdo que fuiste tú la que insistió en que
era fundamental que estuviésemos aquí, y te recuerdo que llevo dos años
jugándome mi carrera por evitar que te pase algo – terminó comenzando a
enfadarse - ¿y ahora me vienes con esto! ¿no te fías de mí! a ver, dime qué
quieres que haga y cómo quieres que lo haga.
- Isabel, tranquilízate – le pidió pausadamente, lo que le faltaba para terminar el
día era que la detective se enfrentase a ella.
- Maca, ¿te importa que yo me adelante? – preguntó Sonia sin ganas de asistir a
una discusión entre ambas – me gustaría llegar temprano a casa.
- No, claro, vete – le sonrió aunque por dentro deseaba que se quedara con ellas,
aquella reacción de Isabel en vez de convencerla le había transmitido la
sensación de que se defendía y le producía más desconfianza aún – por cierto,
recuerda que mañana aquí a las siete.
- Tranquila que no me olvido – respondió y aceleró el paso hasta perderse de
vista.
- Bueno, Maca – dijo Isabel una vez sola y empujando su silla sin que la pediatra
se negase – ahora vamos a hablar seriamente tú y yo, ¿qué es eso que te ha dicho
Elías?

* * *

Elías Jr. Entró por la parte trasera en casa de sus padres. Su madre se sorprendió de
verlo de nuevo, y se alegró de ello. Tras cruzar unas breves palabras con ella fue en
busca de su padre, necesitaba saber si todo había salido como tenía planeado.

- Padre – se dirigió a él en tono respetuoso - ¿puedo hablar con usted un


momento?

El patriarca lo miró con aire interrogador, pero no preguntó nada, le indicó con la mano
que tomase asiento frente a él. El joven obedeció.
- Se extrañará usted de que haya vuelto, pero necesito contarle una cosa – bajó la
voz para evitar que nadie más los escuchase – padre ¿le ha dado usted su palabra
a la doctora de apoyarla mañana?
- Si.
- Imagino que el consejo estará de acuerdo – continuó el joven. Su padre cabeceó
en señal de asentimiento – padre… no sé como decirle esto pero…
- ¿Qué ocurre Elías?
- Qué quizás no pueda usted cumplir con su palabra.
- La ley es la ley. Y la decisión está tomada.
- Pero, padre, hay jóvenes en el poblado que… - se interrumpió con la idea de
transmitirle que le costaba trabajo decirle lo que tenía que decirle pero que era su
obligación como hijo – creo que no van a obedecerle.
- Eso es imposible.
- Estoy seguro, padre. No se lo diría si no fuera así.
- ¿Sabes quienes?
- No padre. Pero… podría llegar a enterarme. Aunque llevo tanto tiempo fuera
que… no sé si confiaran en mi – respondió cabizbajo poniendo su mejor cara de
frustración y preocupación por su progenitor.
- Gracias, hijo. Yo me encargaré de avisar al consejo – le comunicó – le hemos
dado nuestra palabra de que no habría ataque contra su campamento y la
cumpliremos, cueste lo que cueste.
- Lo sé. Solo intentaba prevenirle. ¿Ella estará aquí mañana?
- Si, me ha dado su palabra que el campamento estará activo. Si hay heridos los
atenderán allí – respondió observando una mirada de satisfacción en su hijo – ¿la
niña estará también?
- Intentaré que no.
- No me gusta que andes con ella así. No es de hombres.
- Padre, es una paya, no puedo obligarla.
- No me gusta – insistió.
- Padre, otra cosa – dijo adoptando un tono de seriedad cambiando de tema, sabía
que a su padre le gustaba Sonia y sabía que no le importaba demasiado que él se
comportara de manera diferente con ella siempre y cuando lo hiciera fuera del
poblado, pero cuando se trataba de estar allí dentro el tema cambiaba – ¿ha
conseguido usted que la doctora se comprometa sobre el otro asunto?
- Ha prometido usar sus influencias para comprobar si es cierta la información que
le he dado y si lo es promete actuar en consecuencia.
- Parece sensata – comentó sonriendo para sí. Estaba seguro de que Maca por
mucho que lo intentase no descubriría nada sobre Isabel, pero la duda estaba
sembrada y no tendría tiempo de comprobar nada antes del día siguiente. Si
Maca no confiaba en Isabel, no la obedecería o al menos dudaría si hacerlo y eso
le daría a él toda la ventaja.
- Si – admitió – se puede hablar con ella.
- Me marcho, padre – dijo levantándose sin poder evitar una sonrisa de
satisfacción – tenga cuidado mañana.
- ¿Tú no estarás?
- No, padre. Tengo trabajo. Y usted debería tener cuidado.
- No me digas lo que tengo que hacer – gruñó.
- Lo siento, padre – se disculpó – Me marcho. ¡Qué todo vaya bien! – le deseó
saliendo por la puerta principal.
Ya en la calle se dirigió hacia su coche con una sonrisa en su rostro. Nada iría bien al
día siguiente, al menos, no para su padre, pero él ya se había cubierto las espaldas
avisándolo. Nada saldría como el Patriarca había prometido, ya se encargaría él de ello.
Cuando montó en su coche arrancó a toda velocidad, quería llegar temprano como le
había prometido a Sonia, ahora solo le quedaba convencerla a ella para que no trabajase
al día siguiente, y esa tarea le gustaba, pero conociendo la devoción que tenía por la
pediatra quizás fracasase en cuyo caso tendía un plan B. Soltó una sonora carcajada
pensando en él. Sonia no estaría al día siguiente en el campamento y sin ella la hija de
puta aquella no tendría a nadie en quien confiar cuando llegase el momento.

* * *

Esther permanecía en la ventana de la sala de espera, mirando atenta hacia la portón de


entrada. Fernando hacía unos minutos que se había encaminado hacia allí y tras despedir
a Salva, había permanecido charlando con Mónica y Laura que acababa de llegar, pero a
quien ella esperaba, a quien ella estaba deseando ver, no aparecía, y los límites de su
paciencia estaban empezando a romperse. Finalmente, y cuando ya estaba a punto de
unirse al grupo que esperaba en el patio, se abrió la puerta y Maca hizo acto de
presencia. Isabel empujaba su silla. Las vio detenerse junto a los demás. Maca
permaneció en el grupo pero Isabel se alejó, inmediatamente, camino de su despacho.

Esther los observa desde lejos, lleva todo el día deseando verla y la decepción que se
llevó a la hora de comer aún le perduraba, mezclada con el cabreo que le provocaba el
que la hubiesen dejado en el campamento sin saber qué ocurría con la pediatra.
Finalmente, y tras comprobar que pasaban los minutos y nadie se dirigía al pabellón,
decidió ser ella la que se acercarse al grupo.

- Voy a cambiarme – dijo Mónica alejándose del grupo justo en el momento en


que llegaba la enfermera.
- Hola – dijo Esther, situándose entre Fernando y Laura, frente a Maca que le
lanzó una abierta sonrisa - ¿qué tal ha ido todo? – preguntó desviando la vista de
ella sin corresponderle.
- Muy bien – le respondió Fernando con rapidez muy sonriente - ¡si lo que no
consiga ella! – bromeó dándole unos golpecitos en el hombro a la pediatra que
también sonrió satisfecha, mirando a Esther aliviada por verla aparecer.
- Me alegro – dijo en tal tono que todos los presentes dudaron de aquellas
palabras - si no queréis que haga nada más… yo me marcho - anunció.
- ¿No me esperas? – preguntó Laura – vamos a terminar con la mudanza ¿no?
- Sí, te espero en el aparcamiento, no tardes – se giró y se marchó sin esperar
respuesta de nadie.

Isabel salió de su barracón y alzó la voz llamando a la pediatra.

- ¡Maca! ¿vamos a ver eso o no? – preguntó con brusquedad.


- Sí, si, ahora mismo voy – respondió girándose – un momento que vaya al baño –
se explicó mirando a Esther que se despedía de Mónica y Fernando.
- Esther – la llamó Maca – espera mujer… si ya nos vamos todos.
- Tengo prisa, Maca – respondió lanzándole una furibunda mirada que provocó un
cambio de gesto en la pediatra – si no quieres ningún encarguito más… me voy.
- No, no quiero nada, puedes irte – respondió secamente viendo como se
marchaba – bueno… una cosa. Mañana aquí a las siete – le dijo en tal tono que
la enfermera lo interpretó como una orden y abrió la boca para responder pero
optó por guardar silencio y asentir. Alejándose acto seguido.
- Ves, a eso me refería yo con los cambios de humor – le indicó Fernando a Maca
bajando la voz temeroso de que la enfermera pudiese oírlo aún en la distancia.
- ¿Qué cambios de humor? – preguntó Maca molesta girando la silla – yo no he
visto ningún cambio de humor – continuó dirigiéndose hacia el pabellón
dejándolos solos. Necesitaba ir al baño antes de encerrarse con Isabel en el
despacho.
- ¿Se puede saber que he dicho? – Fernando miró a Laura desconcertado.
- Nada – le respondió la joven con una sonrisa.
- Bueno pues… ¿se puede saber qué pasa?
- Nada – rió más abiertamente – ese es el problema, Fernando, que no pasa nada –
añadió dándole un golpecito en el brazo y marchándose en dirección al
aparcamiento donde la esperaba Esther.
- ¿Nos vamos? – escuchó el médico a su espalda.
- Si – suspiró – vámonos, Mónica.
- ¿Se puede saber que te pasa para que suspires de ese modo?
- ¿Qué me pasa? – preguntó retóricamente cogiéndola suavemente por un brazo -
¡que no pillo el ritmo ni con un tambor! eso es lo que me pasa - sonrió.

Laura llegó apretando el paso a la altura de Esther que la esperaba junto a la moto con el
casco en la mano.

- Toma – le tendió el suyo a la médico, y se preparó para montar.


- Espera – le dijo cogiéndolo.
- ¿Qué pasa?
- Eso digo yo, Esther, ¿se puede saber qué te pasa?
- No me pasa nada, quiero irme ya.
- Esther, sé que no te gusta que me meta en tu relación con Maca pero… ¿no crees
que te has pasado un poco?
- ¿Pasarme? No, no lo creo.
- Pues… yo creo que no deberías hablarle a Maca en ese tono y menos delante de
Fernando.
- ¿Ha dicho algo?
- No es lo que haya dicho, es lo que deja de decir. Creo que piensa que no estás
bien y creo que lo ha comentado con Maca.
- Si que ha dicho algo – respondió inquisidora – dime qué ha dicho.
- Yo solo te digo que deberías entrar ahí y hablar con ella – le aconsejó – ya sé
que me vas a decir que tienes tu plan pero no creo que tratarla de esa forma te
vaya a dar ningún resultado y …
- Pero si lo único que le he dicho es que me iba – respondió comenzando a
ponerse nerviosa por la recriminación y notando que se le hacía un nudo en la
garganta, no soportaba la idea de que alguien le hablase a Maca mal de ella, ni
que la pediatra pudiera hacerse una idea equivocada de los motivos de su
malhumor.
- ¿Y el tono? ¿y lo de encarguito? – le recordó – yo sé lo que sientes pero deberías
disimular mejor, aquí es tu jefa y cualquier día te va a responder y te lo tendrás
merecido. Deberías buscarla y pedirle disculpas o, al menos….
- Creo que tienes razón – la cortó – soy una imbécil.
- Tampoco es eso – le sonrió.
- Sí, lo soy – dijo – ¿me esperas un momento?
- Claro, pero corre que no la pillas. Ha ido al baño y luego va al despacho de
Isabel.
- ¡Gracias! – respondió y salió disparada hacia el baño.

Esther entró precipitadamente en el pabellón. Sabía que Maca debía estar aún en el baño
porque en caso contrario se la hubiese tropezado camino de los barracones. Se paró en
la puerta del mismo que permanecía entornada, y escuchó la voz de la pediatra que
hablaba pausadamente y casi susurrando

- Entonces ¿me esperas en la clínica? – dijo Maca y tras obtener respuesta


contestó – muchísimas gracias Vero, la verdad es que no sé que haría sin ti.
Necesito hablar con alguien. Si, si, estoy tranquila. Luego nos vemos.

Esther sintió que de nuevo la invadía una oleada de celos. Estaba claro que Maca no
perdía el tiempo, ¿es que acaso quedaba todas las noches con la psiquiatra? Sus buenas
intenciones se esfumaron de repente, y volvió a sentirse defraudada, enfadada y fuera de
lugar. Pero había ido allí con un objetivo: hablar con Maca y eso sí que podía hacerlo,
aunque su discurso fuese diferente al que había imaginado hacía solo un instante.

Abrió la puerta con suavidad y vio a la pediatra que había colgado el teléfono y se
mantenía apoyada con ambas manos en el lavabo con la cabeza baja, sin dar muestras de
haberla oído entrar. Esther se sorprendió de verla en esa actitud triste y abatida cuando
en el patio parecía satisfecha y orgullosa de los resultados de la reunión y hablando por
teléfono parecía contenta de su cita. Estaba tan abstraída que no aparentaba darse cuenta
de su presencia y de nuevo, sintió que su humor cambiaba, los celos y el enfado dejaban
paso a una enorme ternura, a un deseo de protegerla y consolarla, ¿en qué estaría
pensando! la vio lanzar un profundo suspiro y no pudo contenerse más.

- ¿Eh? – se acercó a ella con suavidad y posó su mano en el hombro de Maca -


¿todo bien? – le preguntó con cariño.

Maca se giró sobresaltada, el corazón se le disparó de nuevo, notando como las


palpitaciones volvían con más intensidad y velocidad que en la casa de Elías. No se
esperaba a nadie allí, y la bronca matutina de Isabel sumada a las palabras de Elías y a
la nota que le dejaron la noche anterior la tenían completamente en estado de alerta.

- ¡Esther! ¡qué susto me has dado! – exclamó, palideciendo, dando un ligero


respingo y cerrando los ojos alterada - pero… ¿tú no te habías marchado? ¿qué
haces aquí? – preguntó en un tono en el que el miedo inicial dejó paso al enfado
que le había provocado el susto recibido.

La enfermera le sonrió abiertamente.

- Lo siento, no era mi intención asustarte – se disculpó pasando las yemas de sus


dedos por el antebrazo de Maca y clavando sus suplicantes ojos en los de ella
consiguiendo que Maca olvidase su enfado – perdona.
- No esperaba a nadie… y… perdóname tú – le sonrió agradecida por aquel gesto
cariñoso - ¿querías algo! creía que tenías prisa por marcharte.
- ¿Cómo iba a marcharme así? – le dijo sentándose en el borde del lavabo,
quedando frente a ella, cruzando sus brazos sobre el pecho.
- ¿Así como? – preguntó desconcertada, haciendo un gesto de dolor, buscando sus
pastillas en el bolsillo de la chaqueta.
- Sin darte la enhorabuena por la reunión y… sin preguntarte como estás, me
tenías preocupada por lo de esta tarde – le dijo mirándola con atención,
inclinándose para acariciarle suavemente la mejilla.

Maca le devolvió la mirada perpleja y sintió que el día volvía a arreglarse, se le olvidó
el motivo de su abatimiento, se le olvidó el miedo y la aprensión que la había
acompañado todo el día y se le olvidaron sus dudas sobre Isabel, solo podía pensar en
aquella sonrisa que le estaba regalando la enfermera.

- ¿Estás bien? – insistió Esther al verla con aquella expresión distraída. Maca
asintió sin pronunciar palabra y Esther le quitó de la mano la caja de las pastillas
comprobando que eran las mismas que Fernando le había llevado esa misma
tarde.
- Maca… ¿otra? – la recriminó – sabes que de estas solo se pueden tomar dos al
día.
- Lo sé, Esther, lo sé – dijo alargando la mano para recuperarlas – pero hoy ha
sido un día especial y… las necesito.
- ¿Especial porqué? – le preguntó con interés. Maca se encogió de hombros, y
ladeo la cabeza en un ademán que Esther conocía perfectamente, no pensaba
tratar el tema, ¡eran tantas cosas!
- Es largo de explicar y… tenías prisa… ¿no? - dijo esquiva y sin ganas de hablar.
- Para ti nunca tengo prisa – respondió con rapidez – si es que quieres contármelo,
claro.
- Mejor otro día – le devolvió la sonrisa cansada – Isabel me está esperando.
- Pues… que espere – insistió pensando en la frase que le había escuchado al
teléfono, “¿no decías que necesitabas hablar con alguien! ¿por qué no
conmigo?”, pensó – si necesitas tomarte otra… también necesitas un respiro.
Pareces cansada.
- Sí, creo que tienes razón – admitió intentando controlar su respiración para
recuperar su ritmo cardiaco – ¿me das un poco de agua? – le pidió señalando el
vaso.
- Claro – sonrió llenándolo y tendiéndoselo.

Maca al cogerlo rozó su mano con suavidad y clavó sus ojos en la enfermera
entreabriendo sus labios.

- Gracias – susurró, bebiendo sin dejar de mirarla fijamente. Esther sintió de


nuevo aquellas ganas enormes de besarla y si seguía mirándola así no iba a
poder soportarlas más, Maca debió notar el peligro porque desvió la mirada y se
giró para soltar el vaso.
- ¿Mejor? – le preguntó al cabo de un instante la enfermera.
- Si – respondió clavando de nuevo su mirada en ella - Esther … - comenzó tras
unos segundos en los que sus ojos no dejaban de explorarse sin pronunciar
palabra, Maca agradecida por el interés de la enfermera y Esther deseando que
leyera en ellos que lo sentía y que podía contar con ella – quería disculparme
por… haberte tenido abandonada todo el día. No he podido venir, se complicó la
reunión – se excusó con una mirada penetrante de disculpa.
- ¿Sabes una cosa! cuando me miras así… tengo la sensación de que no ha pasado
el tiempo y… – le confesó acercando su rostro al de Maca e insinuante bajó la
voz y continuó – y.. que estamos en la cafetería del hospital y me dices “pues…
que nos echen… pero que nos echen ya”.

Maca le lanzó una fugaz mirada llena de nostalgia y rápidamente cambió el gesto
retirando la silla hacia atrás.

- Pero… el tiempo si ha pasado – respondió más seca – y… ni tú ni yo, somos las


de antes.
- Ahora eres tú la que tienes razón – le sonrió bajando los ojos, tenía la sensación
de haber metido la pata – no pretendía incomodarte.
- No lo haces – le cogió inesperadamente la mano – al revés, me gusta que me lo
digas porque, a veces, a mi también me ocurre.

Esther levantó los ojos sorprendida y la observó sin saber muy bien qué estaba pasando,
¿le daba Maca pista libre o la estaba malinterpretando?

- ¿Sabes tú otra cosa? – preguntó la pediatra – llevo todo el día deseando que
llegue mañana, que pasen los derribos y que sea la hora de la cena, que estemos
tú y yo tranquilas y… podamos charlar… sin prisas – reconoció mirando el reloj
– debo marcharme, Isabel estará ya de los nervios.
- Eh… claro – se retiró para dejarle paso, aquella confesión la había dejado casi
sin palabras. Ella llevaba todo el día maldiciéndola por dejarla en el
campamento, por prácticamente haberla obligado a firmar un contrato para luego
enterarse de que Maca no estaría, por no decirle que quizás dejaba la clínica, por
haber pasado la noche con la psiquiatra…. y ahora llegaba y le confesaba que
todo ese tiempo solo deseaba que llegara el momento de su cena juntas. La
culpabilidad se reflejó en su rostro y Maca lo percibió.
- Sé que te has enfadado por dejarte aquí, pero… no he podido hacer otra cosa. Te
lo aseguro.
- No me he enfadado – mintió – en todo caso me he sentido un poco al margen
pero… es normal… he sido la última en llegar.
- No es por eso Esther – reconoció arrepintiéndose al instante, ahora iba a tener
que darle una explicación que no tenía salvo decirle que Fernando no la veía
preparada para según que circunstancias y que ella, conociendo lo ocurrido en
Jinja, tampoco consideraba que estuviese en condiciones para salir ahí fuera en
plenas facultades. A veces deseaba serle sincera y contarle que lo sabía todo.
- Entonces ¿por qué es?
- Porque… porque esta reunión era muy importante y… a Sonia la conocen y…
- Llámalo como quieras pero es lo que yo te había dicho.
- No exactamente pero un poco sí – suspiró contrariada, al final le había mentido,
pero no podía decirle que sabía lo de Jinja porque temía la reacción que pudiera
despertar en ella – bueno… ya sí me voy…
- ¿Se te ha pasado la taquicardia?
- Si, ya estoy bien – sonrió agradecida.
- Deja que yo te lleve, no debes hacer esfuerzos.
- Esther… intentó protestar mientras la enfermara salía del baño empujándola -
¡qué no es para tanto!
- Chist, que me has tenido todo el día sola y aburrida, aquí no ha aparecido ni un
alma, y me he tenido que pasar media tarde espantando a Salva de tu coche – rió
colocándose tras ella.
- ¿Salva! ¿en mi coche? – preguntó comenzando de nuevo a ponerse nerviosa,
recordando la nota del día anterior.

Esther se extrañó de aquel tono impaciente y casi asustado, empezaba a creer que la
tensión que soportaba Maca le estaba pasando factura por mucho que la pediatra se
empeñase en decirle a todo el mundo que estaba bien y que estaba acostumbrada.

- Pues sí, no sé que le ha dado, dice que nunca había visto uno igual y que si
patatín y patatán, no sé que historia me ha contado de motores y… no sé que
más…
- Vamos que no lo has escuchado – rió también más tranquila después de ese
comentario, por un momento su cabeza se había dedicado a imaginar cosas
absurdas.
- Ni lo más mínimo – reconoció - ¡ya sabes como son los críos de esa edad con los
coches!
- ¿De esa edad nada más! ¿quieres que te recuerde el chiste del plátano? – bromeó
siendo ella ahora la que aludió al pasado.
- Y luego me dices que no eres la misma – rió abiertamente – eres un caso Maca,
y siempre lo serás.
- No soy la misma, Esther – insistió, “ya te darás cuenta”, penó con melancolía,
aunque había de reconocer que junto a ella hasta se le olvidaba que estaba en esa
silla.
- Si tú lo dices – respondió incrédula.
- Gracias por traerme – le dijo en la puerta del barracón – y … gracias por …
todo.
- Gracias a ti – se agachó con rapidez y la besó en la mejilla – hasta mañana – la
saludó con la mano.
- ¡Espera! ¿puedo preguntarte una cosa? – dijo de pronto. La enfermera le
transmitía tanta confianza que se decidió.
- ¡Claro!
- Esther… si tú.. tuvieras que confiar en alguien y tu vida dependiese de ello y …
ocurriese algo que te hace pensar que te equivocas con esa persona y…
- A ver Maca, ¿qué me estas contando! porque no me entero de adonde quieres ir
a parar.
- Hoy, me han dicho algo que… - bajó la voz y miró hacia la ventana del
despacho de Isabel – que no sé que pensar y… no sé qué hacer.
- ¿Algo de qué? o … ¿quizás deba preguntar de quién?
- De Isabel.
- Mira, yo no sé qué te habrán dicho ni quien te lo habrá dicho pero desde que yo
he llegado aquí, si hay alguien preocupado por ti es ella.
- Si yo también lo creo pero… - suspiró pensando que la enfermera tenía razón.
Isabel era de las pocas personas que la habían creído y escuchado cuando todos
en un principio estaban convencidos de que eran imaginaciones suyas, fue Isabel
la que luchó porque tuviera escolta, la que la aconsejaba y acompañaba, ¿cómo
podía dudar de ella? – déjalo, estoy nerviosa por lo de mañana y le saco punta a
todo.
- No te preocupes, Maca, y … procura descansar.
- Vete, que se te va a hacer tarde – le sonrió - y… gra…
- No me des más las gracias, ¡por favor! – la cortó de nuevo esbozando otra
sonrisa y ladeando la cara con gesto pícaro – hasta mañana, jefa – dijo
alejándose.
- ¡A las siete! – le recordó alzando la voz.
- Como un clavo – se giró sonriendo y volviendo a saludar con la mano.

Maca entró en el barracón en busca de Isabel, con una sonrisa en el rostro y la sensación
de que todo iría bien, hasta le parecían absurdas sus dudas sobre Isabel. Esther corrió
junto a Laura que la esperaba con una sonrisa burlona.

- ¿Qué tal? – preguntó interesada.


- Muy bien – sonrió abrazándola - ¡gracias!
- Anda vamos que a este paso me veo mañana otra vez de mudanza – dijo
cogiendo su casco.
- De eso nada que mañana tengo una cita – respondió misteriosa.
- ¿Una cita? – arrastró las palabras esperando la respuesta.
- Sí, cenaremos juntas – confesó dirigiendo los ojos hacia el barracón de la
detective donde se encontraba Maca.
- ¡Joder! para qué te diré yo nada, y… ¿me vas a dejar sola en mi primer día de
compañera de piso?
- ¡Uy, Laura! ¡se me ha olvidado por completo! – saltó entre cortada y agobiada –
lo siento, mañana hablo con Maca y le digo que lo dejemos para la semana que
viene.

La joven soltó una carcajada ante aquella cara de decepción y movió la cabeza de un
lado a otro.

- Anda ponte el casco y tira – le dijo burlona – ni se te ocurra decirle que no, ya
me compensarás.
- ¡Te lo prometo! – saltó a la moto ilusionada con la idea de esa cena con Maca.
Al final había sido un día mucho más productivo de lo que esperaba.

Arrancó y salieron disparadas para Madrid.

* * *

Cuando Maca llegó a la clínica eran más de la ocho. Se encontraba realmente agotada
pero aún tenía que ver a Cruz y Adela. Alberto, siempre tan solícito, corrió escaleras
abajo y se ofreció a ayudarla a subir. Pero Maca se negó como casi siempre. Teresa,
Gimeno y Claudia charlaban en el mostrador de recepción. Maca buscó con la mirada a
Vero pero no la vio por ninguna parte y le extrañó, la psiquiatra le había prometido que
la estaría esperando allí.

- Hola – saludó dirigiéndose al grupo.


- Hombre la señora directora – bromeó Gimeno – dichosos los ojos.
- No te quejes Gimeno que cuando el gato no está… - le respondió también en
tono de broma.
- No me hables de gatos que soy como mi Greta le gustan bien lejos. Prefiero
bailar con mis ratoncitas – dijo pasándole el brazo a Claudia por encima del
hombro ante la mirada burlona de Maca.
- Déjate de bailes – sonrió la neuróloga quitándole con delicadeza el brazo y
mirando hacia Maca que le tenía puesta una mueca irónica con los ojos
completamente bailones – que ya tuve suficiente con el día de la inauguración.
- Maca, Adela y Cruz te esperan en el gabinete. Por cierto que ya nos ha contado
Mónica que todo ha ido muy bien – intervino una sonriente Teresa.
- Si – respondió cabeceando al mismo tiempo – ha ido bastante bien. Teresa diles
a Adela y Cruz que voy en un momento –le pidió y se giró hacia la neuróloga -
Claudia, ¿Vero no ha llegado?
- Yo no la he visto – respondió – pero hemos estado casi toda la tarde en
quirófano – se excusó señalando a Gimeno.
- Entonces… ¿os vais ya? – preguntó Maca viendo que el médico cogía su
maletín.
- Si – respondió Gimeno – voy a recoger a mi Lucy, que los miércoles me toca a
mi.
- ¿Y tú? – se dirigió de nuevo a Claudia.
- Yo también me iba pero… ¿quieres algo? – le preguntó con intención. La
conocía y sabía que tanto rodeo tenía un motivo.
- ¿Tienes un minuto?
- Claro – respondió – Gimeno ya nos vemos mañana – le aclaró al ver que se
rezagaba esperándola – dime Maca.
- ¿Te tomas un café conmigo? – le preguntó.
- ¿Un café a estas horas! lo que me tomaba sería…
- Es una forma de hablar – se quejó interrumpiéndola - ¿vamos? – la impelió ante
la tranquilidad de su amiga. Teresa miró a Claudia con gesto interrogador pero
no dijo nada, ya tendría tiempo de enterarse que le pasaba a la pediatra.

Una vez sentadas en la cafetería Claudia la miró enarcando las cejas, esperando que
Maca le dijese algo, pero no lo hizo

- ¿Qué pasa! ¿a qué vienen estas prisas y esa cara? – preguntó finalmente la
neuróloga.
- Claudia… me han dejado otra nota – le confesó con el miedo reflejado en sus
ojos.
- Lo sé, me lo ha dicho Vero. No te preocupes que Isabel lo tiene todo controlado
– le dijo para tranquilizarla aunque no sabía si era cierto.
- Pero... eso es imposible. Vero no lo sabe.
- ¿De qué nota me hablas! de la del coche ¿no?
- De ésta – dijo tendiéndosela – me la acabo de encontrar.
- ¡Por díos, Maca! ¿otra? – la leyó y ahora fue ella la que sintió miedo ante
aquellas frases que cada vez eran más contundentes. Entendía perfectamente
cómo podía sentirse Maca, hasta ella notaba el nerviosismo y el miedo al leerla,
pero decidió que debía calmarla – bueno… no te preocupes – se la devolvió – es
lo de siempre.
- Ya… pero… no sé qué hacer.
- ¿Qué te ha dicho Isabel?
- Nada. No he hablado con ella.
- ¿Y a qué esperas?
- No sé si decírselo – confesó bajando la vista – hoy ha ocurrido algo que… no sé.
- ¿Qué ha pasado?
- Esther me ha dicho que no debo darle importancia y que confíe en ella –
continuó con precipitación sin escucharla, parecía hablar más para sí que con
Claudia - y cuando hemos estado hablando en el despacho… todo ha sido como
siempre… pero luego al venir para aquí… he empezado a darle vueltas otra vez
y no sé Claudia – volvió a levantar los ojos y clavarlos en ella – no sé qué pensar
– repitió – y no sé qué hacer.
- ¿Has terminado?
- Si.
- Lo primero, cálmate, porque no me he enterado de nada. Y lo segundo, vamos a
llamar a Cruz y Adela, para que no te esperen…
- No puedo, le prometí a Adela que la vería esta tarde aunque fuera un momento.
- Ya hemos hablado nosotras con ella, y el problema está resuelto y tú no tienes la
cabeza para darle consejos a nadie – le replicó con autoridad - ¿quieres verla!
muy bien, pero que sea para tomarte algo y relajarte no para hablar de trabajo.

Maca le sonrió por primera vez. Le gustaba cuando Claudia sacaba su genio y se ponía
autoritaria.

- De acuerdo – aceptó la pediatra.


- ¿Y ahora me vas a contar qué es lo que ha pasado hoy o no?
- Elías, el Patriarca, me ha pedido que solicite la destitución de Isabel de su puesto
– le contó manifestando lo que le angustiaba el tema – dice que sabe por fuente
muy fiable que es hija y novia de dos policías corruptos y que bastante mala
fama tienen ya las gentes del poblado y bastante tienen que luchar con la
competencia de inmigrantes extranjeros como para tener que aguantar la
extorsión de la policía.
- Pero… - Claudia la interrumpió con los ojos muy abiertos mostrando lo perpleja
que la dejaba la noticia – te ha dicho claramente que Isabel los extorsiona.
- No. Pero me ha dicho que no la quieren allí, y que eso era condición
indispensable para que el consejo me apoyase.
- ¿Y tú que le has dicho?
- Que intentaría usar mis contactos y que si era cierto actuaría en consecuencia.
- ¡Vaya papeleta! Y ¡qué fuerte! – exclamó bajando la voz – el padre es el
comisario principal ¿no? - Maca asintió consciente de lo que implicaba, nada se
movía en la policía sin su permiso.
- ¿Le crees! digo al gitano.
- No sé qué creer – confeso – aunque me cuesta mucho imaginarme a Isabel…
- ¿Qué contactos tienes tú en la policía?
- Ninguno. Bueno mi padre es íntimo del comisario de Sevilla pero… no sé…
quizás le pregunte a él – dijo pensativa - Además creo que Isabel empezó su
carrera allí.
- Imagino que por eso no quieres hablarle de la nota…
- ¿Tú qué harías! porque si eso es así la primera interesada que el proyecto no
saliese adelante sería ella – reconoció con temor, pensando que quizás por eso
tenían siempre tantas trabas - Elías me ha dicho que sabe que recibo amenazas y
no solo lo que sale en la prensa, conoce detalles que no debería saber y me ha
dicho que piense seriamente porqué no está ya detenido el culpable o los
culpables y que piense porque le es tan fácil dejarme notas y …
- Pero ¿cómo sabe él todo eso! y ¿qué le importa a él ese tema! esto es muy
extraño Maca.
- ¡Dímelo a mí! Y tú no puedes imaginar lo que es escuchar algo así en su casa,
con aquella penumbra, la voz de ese hombre que me da escalofríos, sentado
siempre en ese sillón, que parece un ataúd, la mujer siempre en la sombra por si
quiere algo, el hijo que parece un fantasma entrando y saliendo sin que se le oiga
y que además me pone unas caras de psicópata que… – se interrumpió y soltó
una carcajada ante la cara de cachondeo que le estaba poniendo Claudia que
también soltó otra.
- Con ese panorama no sé como no te ha dado un yuyu – bromeó la neuróloga.
- Esto ha faltado – sonrió juntando los dedos y poniéndose seria de nuevo - ¿qué
hago, Claudia?
- Yo no me lo creo, Maca – le dijo con rotundidad – y tú tampoco deberías
hacerlo. ¿Te ha dicho cuál era esa fuente?

Maca negó con la cabeza.

- Esther opina como tú – comentó ante la sonrisa de Claudia que se había


percatado que era la segunda vez que se la mencionaba, demasiado para no
haber estado en todo el día con ella.
- Es chica lista – le dijo burlona, sin que Maca lo captase y levantándose saludó a
Vero que acababa de entrar.
- Vero… - Maca esbozó una sonrisa.
- Perdona el retraso pero he tenido que pasar otra vez por la comisaría… por lo
del robo y todo eso.
- Al final no te pregunté – dijo Maca cayendo en la cuenta – ¿se llevaron mucho?

Vero y Claudia se miraron y luego la miraron a ella.

- ¿Qué pasa? – preguntó sorprendida por aquella reacción de ambas.


- Solo tu expediente, Maca – reconoció la psiquiatra sentándose – nada más. Ni
siquiera el dinero.
- ¿Mi expediente! para qué va a querer nadie… - se calló asustada – ¿no serán
periodistas? – preguntó temiendo ver publicadas las notas y las cintas que Vero
había grabado.
- Isabel dice que no debemos alarmarnos y que…
- ¿Isabel…?
- Si, fue a la primera que llamé con el robo y… bueno que al final ella ha pedido
llevar el caso… piensa que puede tener que ver con tu acosador.

Maca empezó a respirar con dificultad, la cabeza le daba vueltas, no era capaz de pensar
en todo, ni con claridad. Apoyó el codo en la silla y se masajeó la sien en un gesto muy
característico en ella. No podía más.

- Maca, tranquila que no pasa nada – le pidió Vero posando su mano en el hombro
de la pediatra – tengo contactos en la prensa y nadie va a publicar nada, confía
en mí.
- Vale – respondió con un nudo en la garganta.
- Anda, llévatela a dar una vuelta y luego a casa a descansar – le dijo Claudia a
Vero – yo voy a buscar a Cruz y decirle que mañana la ves, ¿te parece bien?

La pediatra asintió y las tres salieron de la cafetería. Tenían razón, pensó Maca, lo mejor
era tranquilizarse y no darle más vueltas, sobre todo porque no dependía de ella. El día
siguiente era demasiado importante como para complicarlo aún más con sus paranoias.

* * *

Sonia entró en el dormitorio con el móvil en la mano y un aire entre ensimismado y


preocupado que alertó a Elías.

- ¿Quién te ha llamado a estás horas? – le preguntó con interés pero la joven ni


siquiera lo miró – Sonia… ¿ocurre algo?
- Eh… no… no pasa nada, vuelve a dormirte – le dijo levantando los ojos y
clavándolos en él distraída.
- ¡Payita! ¡qué me estás preocupando! – exclamó dispuesto a insistir, con la
esperanza de que no fuese nada que tuviese que ver con el día siguiente, porque
llevaba toda la noche intentando urdir una estrategia para que Sonia no fuese a
trabajar y, ya que la tenía lista y a ella convencida, no quería ni imaginar que
cualquier inconveniente diera al traste con todo su plan - ¿me vas a decir quién
te ha llamado?
- Era Maca – confesó manteniendo ese aire de preocupación, se sentó en la cama
y se tumbó junto a él.
- ¿Y qué coño quiere a estas horas? – protestó molesto – tendrá mucho dinero
pero muy poquita educación, te podría dejar…
- Te dije que no me gusta que hables así de ella – se incorporó mirándolo con
genio – Maca puede llamarme cuando le de la gana y tú aquí no eres nadie
para…
- Payita, payita – le dijo sonriendo para aplacarla – frena, frena – le pidió
intentando besarla pero ella se apartó - ¿qué pasa? – le preguntó ante su gesto -
vale, no digo nada, perdóname, me ha despertado y me ha puesto de mal humor
– se explicó poniendo cara de circunstancias – perdóname – le suplicó juntando
las manos consiguiendo que Sonia esbozase una sonrisa – te prometo que no
vuelvo a quejarme de nadie y menos de ella. Y si hace falta me presento en su
casa y le pido perdón de rodillas – bromeó.
- ¡La cara que pondría! – rió por fin divertida imaginando la escena.
- Entonces ¿me perdonas?
- Siii – arrastró la sílaba.
- Y… ¿me cuentas lo que te pasa! no me gusta verte preocupada.
- No estoy preocupada. Solo pensaba.
- ¿Me cuentas lo que le pasa a ella! quizás… si tiene que ver con lo de mañana…
yo pueda ayudaros.

Sonia lo miró y sonrió cariñosa. Volvió a echarse junto a él, recostándose en su pecho y
lo abrazó.

- Quiere que nos veamos más temprano en la clínica. Tiene que decirme algo.
- ¿Algo de qué? – preguntó con interés. Eso trastocaba todos sus planes.
- No lo sé. Por eso estaba pensando. Es mejor que mañana no me lleves tu.
Cogeré el coche.
- Pero payita… - protestó mostrándole decepción - ¡para un día que podemos
desayunar juntos y que puedo acompañarte aunque sea un rato!
- Estaba rara – le comentó con inocencia sin atender a su protesta. Elías se puso
nervioso, tratándose de Maca Sonia era imprevisible y el necesitaba tener
controlados todos los aspectos y se temía que aquel encuentro lo estropease todo
– quiere que la acompañe en el coche al campamento.
- ¿Tú! ¿en su coche! no me parece buena idea – saltó con rapidez, pensando en lo
que le había encargado a Salva. Necesitaba que la pediatra viajase sola en el
coche, de los agentes que la seguían ya se encargarían ellos pero no había
contado con que la acompañase nadie y menos ella.

Sonia volvió a incorporarse, sorprendida por su reacción y su tono.

- Y ¿se puede saber por qué?


- No es lógico – le dijo con una sonrisa de suficiencia.
- Ah, ¿no? – respondió burlona – y para ti ¿qué es lo lógico?
- Haz lo que quieras pero te vas a equivocar – respondió con calma, aparentando
una indiferencia que no sentía.
- Pero ¿porqué le das siempre tanta importancia a cosas insignificantes! ¿qué
importa si vamos al campamento juntas o separadas? Hemos quedado a las seis
y media en la clínica, quiere enseñarme algo y quiere que lleguemos juntas al
campamento, explícame qué es lo que hay de ilógico ahí.
- Pues.. te lo explico rápidamente – fue a hora él el que se sentó en la cama y
clavó sus ojos en los de ella – Mañana, lo queráis o no, va a haber movida. La
gente no se va a estar quieta viendo como derriban sus viviendas y se van a
enfrentar a la policía. Mi padre ha prometido que no atacarán el campamento y
nuestra gente le hará caso, pero ¿y los demás? – lanzó la pregunta con una media
sonrisa - ¿habéis pensado en los demás?
- ¡Claro que hemos pensado! Isabel no es imbécil y Maca menos. Han solicitado
refuerzos y los tendrán – reveló lo que él deseaba saber.
- Habrá heridos y tu doctora se ha comprometido a que sean atendidos en el
campamento… - continuó sin hacer comentario sobre la información obtenida
pero satisfecho. Mientras más jaleo hubiese más fácil le sería cumplir con su
objetivo.
- Si ¿y qué?
- Pues que si yo fuera cualquiera de vosotros, me llevaría mi coche nunca se sabe
lo que puede pasar y mientras más medios tengáis más seguros estaréis y más
posibilidades tendréis de salir de allí.
- Tú sabes algo – dijo segura de que era así.
- Yo no sé nada, pero tengo veintiséis años y he pasado muchas veces por derribos
de este tipo y sé la que se lía. ¿Por qué crees que no me hace gracias que estés
allí mañana?
- Son más de las doce y no voy a discutir otra vez del tema,
- No quiero discutir, solo tengo miedo de que te pase algo. Sé que no puedo
impedir que cumplas con tu trabajo pero… ¿me prometes una cosa?
- Depende.
- Prométeme que te llevarás tu coche, aunque sea para ir delante o detrás de tu
doctora.
- Bueno, si solo es eso… te lo prometo – sonrió - ¿has puesto el despertador?
- Sí tranquila que lo he puesto.
- Pues adelántalo, no quiero llegarle tarde a Maca.
- Maca, Maca, Maca - repitió con retintín – a ver que día te preocupas tanto por
mí.
- ¿Estás celoso? – rió divertida – pareces un crío.
- ¿Un crió? – preguntó - ¡verás lo crío que soy! – la amenazó metiéndose bajo las
sábanas.
- Elías que es tarde y… - intentó protestar levemente

El joven sacó la mano y apagó la luz, a pesar de todo, sus planes seguían en marcha y la
excitación que sentía por lo que iba a suceder al día siguiente la tradujo en una pasión
que sorprendió a Sonia agradablemente.

* * *

Al día siguiente todos esperaban en el campamento a la pediatra con impaciencia. Isabel


paseaba nerviosa de un lado a otro. Habían quedado temprano, mucho antes de la hora
fijada para la llegada de las máquinas, con la intención de tener todo preparado y estar
organizados por si se producía algún problema más allá de los que presuponían.

La detective había llamado a Maca en varias ocasiones pero, aunque daba llamada, no le
cogía el teléfono. Fernando había hecho lo propio con la mima suerte, Maca no
respondía. Laura y Esther permanecían expectantes. Sonia, había llamado, se encontraba
mal y no iría a trabajar. Fernando, que había hablado con ella tenía la sensación de que
mentía, pero no podía creer que fuera así, Sonia sabía lo que se jugaban ese día y nunca
le fallaría a Maca. No entendía cómo podía faltar ese día, pero la socióloga se había
mostrado esquiva ante su recriminación y había prometido llegar en cuanto se
encontrase mejor.

Isabel intentaba una y otra vez contactar con sus hombres, pero la radio parecía no
funcionar. Finalmente, llamó a Josema y le pidió que contactara con ellos. El joven tuvo
mejor suerte y pudieron enterarse que iban de camino. Maca se había detenido en la
Clínica, de ahí que llegara unos minutos tarde.

Al cabo de un cuarto de hora la pediatra hacía acto de presencia y todos respiraban


aliviados. Isabel corrió hacia ella con la intención de pedirle explicaciones, había
llegado con más de media hora de retraso y sin que hubiese llamado para comunicarlo,
pero el móvil de Maca comenzó a sonar y se detuvo, en espera que contestase a la
llamada, manteniéndose en una discreta distancia. Los demás que habían salido a
recibirla hicieron lo propio y entraron en el pabellón.

Maca colgó el teléfono con cara de preocupación. Se quedó unos segundos con la vista
puesta en él, pensativa. Y finalmente, entró en busca de sus compañeros. Fernando, que
no había quitado ojo de la pediatra, preocupado por su gesto se acercó a ella.

- Buenos días, ¿algún problema?


- No… no – respondió distraída – buenos días.
- Si… necesitas marcharte, por mí no hay inconveniente – le dijo exonerándola de
su promesa de estar allí toda la semana junto a Esther – podemos encargarnos de
todo nosotros – propuso creyendo que era eso lo que la frenaba.
- ¿Sabes si Isabel está en su despacho? – preguntó sin escuchar lo que le decía el
médico, mirando hacia donde se encontraba la detective la última vez que la
viera.
- Creo que antes la vi pasar hacia la parte de atrás – intervino Laura – hoy han
llegado los nuevos “novatos”, como ella los llama y antes ha dicho que debía
recolocarlos. Que por cierto, ¡vaya día para mandarlos!
- Desde luego, que a quien se le ocurre mandar aquí policías en prácticas –
intervino Mónica.
- Voy a buscarla – interrumpió Maca, sin participar en la conversación que se
generó hablando de la policía. La pediatra se dirigió a la puerta con aire ausente.
Fernando no dejaba de observarla, la conocía bien y sabía que le ocurría algo.
- ¡Maca! – la llamó Esther, que vio como ella se giraba de nuevo – ten cuidado –
le pidió con voz entrecortada y dando muestras de agobio. Los demás la miraron
con asombro, la enfermera aparentaba estar muy asustada y la situación no
parecía que fuera para tanto. Maca asintió y salió al exterior.
- ¿Qué ocurrirá? – preguntó Laura – porque está claro que ocurre algo ¿habéis
visto la cara de Maca?
- Si, yo también creo que pasa algo.
- ¡Esther! cambia esa cara mujer – le dijo Laura llegando hasta ella y dándole un
rápido abrazo - ¡qué no va a pasar nada!
- No estoy tan segura, la gente está muy alterada y tú misma has visto la cara de
Maca. Creo que la han informado de algo serio.
- Bueno, no nos pongamos nerviosos – pidió Fernando – ya veremos cómo se
desarrolla la mañana. Nosotros aquí no corremos peligro.

La pediatra se dirigió a la parte posterior del aparcamiento. Encontró a la detective


dándole órdenes a sus hombres, a los diez agentes habituales se le habían sumado
algunos efectivos más, en previsión de los enfrentamientos que se producirían con toda
seguridad, para evitar el derribo. Eso sin contar con los alumnos de la academia que
Isabel no sabía donde colocarlos en un día tan complicado. No se fiaba en absoluto de
ellos.

- Isabel – la llamó cuando comprobó que se quedaba un momento a solas


- ¿puedo hablar contigo?
- Sí, dime, ¿qué pasa?
- Me ha llamado tu padre – le dijo sin rodeos.
- ¿Mi padre? – preguntó haciéndose la sorprendida. Hacía tiempo que esperaba
algún movimiento en ese sentido, sobre todo, desde que Josema se lo confirmara
- ¿qué quería?
- Dice que necesita hablar conmigo. Una charla amistosa, me ha dicho – repitió
textualmente las palabras del comisario escudriñando con la mirada la reacción
de la detective – tú… ¿no sabrás de qué se trata?
- No, no tengo ni idea – se apresuró a responder.
- Quiere verme hoy mismo – continuó con la sensación de que Isabel sí que sabía
algo, aunque no le decía el qué – le he dicho que hoy iba a ser difícil, que estaba
lo de los derribos y que no podía salir de aquí fácilmente.
- Y… ¿qué te ha dicho?
- Algo que no entiendo, por eso quería que me dijeras tú qué opinas – le explicó –
me ha dicho que quizás mañana fuera tarde.
- ¿Tarde para qué? – preguntó sin comprender tampoco a qué podía referirse su
padre.
- No me ha querido decir nada más – la miró con detenimiento e insistió - ¿seguro
que no sabes de que va esto?
- Seguro Maca – afirmó decidida a no mentirle – yo sabía que quería hablar
contigo pero no sé para qué.
- Isabel… - le dijo con tono de recriminación, creyendo que sí lo sabía. Las
palabras de Elías acudieron a su mente, no podía dejar de pensar en ellas y en la
posibilidad de que la detective estuviese jugando con ella.
- No lo sé, Maca, de verdad. He intentado enterarme pero no ha habido forma.
- Todo esto no tendrá nada que ver con la obsesión que tienes de que te oculto
algo, ¿verdad? – le preguntó recordando las últimas conversaciones con ella.

Isabel guardó silencio y la miró. Siempre había tenido a la pediatra por persona
inteligente, pero que se fuese directa al clavo con tanta facilidad y que fuese capaz de
unir cabos de aquella manera siempre la hacía sospechar de que Maca ocultaba cosas
que ella debería conocer.

- Maca… saber no sé nada… pero… aunque lo supiera… no estaría autorizada a


decírtelo.
- Vale – dijo asintiendo con la cabeza y apretando los labios, entendiendo que iba
a estar sola en el tema – al final te pones de su parte – le dijo mostrando la
decepción que sentía y ratificando que Elías tenía razón – o… es que siempre lo
has estado, ¿no es eso?
- No sé porque me dices esto, sabes que siempre he estado de la tuya.
- Buena jugada, Isabel – le reconoció – era más fácil tenerme controlada de esta
forma ¿no? ¡Seré imbécil!
- Maca, te estás equivocando, y.. no sé porqué crees eso de mí. Solo te he dicho
que por cuestiones de trabajo hay cosas que, aún sabiéndolas, no podría contarte.
Pero eso siempre ha sido así.
- ¿Qué por qué lo creo? – preguntó retóricamente – pues porque tu padre ha
escogido el día de hoy para exigirme que vaya a su despacho, con mucha
amabilidad, eso hay que reconocérselo, y quitarme de en medio, porque no me
manda efectivos, porque me ha puesto trabas y me ha recortado la dotación
incluso en contra de lo aprobado.
- Nos – la corrigió molesta y alzando ligeramente la voz – nos ha puesto trabas,
recuerda que soy yo la que tiene que salir ahí fuera todos los días y con la mitad
de mis hombres sin experiencia.
- Creo que sí sabes lo que quiere tu padre y creo que me estás vendiendo – le dijo
con franqueza y algo alterada.
- No estás siendo justa, te estás equivocando, ¿qué te he hecho para que pienses
así de mí?
- ¿Por qué no me dices lo que sabes?
- Porque no sé nada Maca – respondió comenzando a exasperarse – solo sé lo que
te he dicho, que mi padre quería hablar contigo, solo eso. Y que tiene sus
motivos.
- Ya… y luego me dices que no estás de su parte – volvió a repetir con el mismo
tono de decepción.
- No es eso Maca.
- Entonces tú me dirás qué es – hizo una pausa, bajó la vista y cuando la alzó la
detective vio aquella mirada decidida que le conocía en los momentos de mayor
tensión – voy a acabar con esto ahora mismo. Me voy a hablar con él, y de paso
que me explique que coño hace extorsionando a la gente del poblado.
- Maca… ahora… ahora… no debes salir – balbuceó desconcertada por las
palabras que había dicho. ¿Su padre extorsionando a gente del poblado! no, no le
cuadraba, nunca se mancharía las manos con una insignificancia así. Y ¿por qué
Maca creía eso? El ruido de las máquinas se acercaba, no era el momento pero
tenía que hablar seriamente con ella, ¿a qué venían esas dudas y esos reproches?
- Ya… ¿tienes otra excusa mejor! ¿quizás que no quieres que le diga que os he
descubierto?
- No es ninguna excusa, ¿acaso no oyes? – le preguntó molesta por su tono y sus
palabras – las máquinas se acercan, en un par de minutos estarán aquí y
empezarán los problemas. ¿Por qué no lo llamas y le dices que vas mañana?
- Según tu padre sería tarde.
- No le hagas caso – le aconsejo con un esbozo de sonrisa, no era el momento de
discutir con ella, no había tiempo y menos de demostrarle que se equivocaba –
déjalo y mañana, cuando aquí esté todo más tranquilo yo te acompaño.
- ¿En serio? – le preguntó sin tenerlas aún todas consigo - ¿me acompañarás a ver
a tu padre?
- Claro que sí. Estamos juntas en esto ¿no? – volvió a sonreírle – sé que te han
contado algo y no me lo dices, y sé que desconfías de mí, pero te aseguro Maca
que te han mentido. Busca lo que quieras, no tengo nada que ocultar – le dijo
con tranquilidad.
- ¿Y tu padre? – preguntó más suave comenzando a pensar que había metido la
pata hasta el fondo.
- No me fío de él. Lo conozco y no me gustan sus métodos, pero no creo que se
dedique a perder su tiempo por aquí, sus miras siempre han estado más altas.
- ¿Estás segura?
- No. No lo estoy, y menos desde que se mueven por la zona otras mafias y…. –
se interrumpió ante el griterío que estalló de pronto - Anda, éntrate que esto
puede ponerse feo y no estás segura en el patio.
- Isabel… - le dijo al ver que se volvía hacia los chicos y les daba más
indicaciones, algo alterada.
- Maca, hazme caso, éntrate y encárgate de que no salga nadie al patio sin mi
permiso.
- De acuerdo – aceptó – pero… tenemos que hablar.
- Si, ya lo creo que tenemos – respondió frunciendo el ceño – por favor, éntrate,
ya me encargo yo de hablar con mi padre.
- Gracias – dijo comenzando a subir la rampa del pabellón.

Isabel se volvió hacia los dos jóvenes agentes que la esperaban con cara de miedo, era la
primera vez que salían a la calle y no sabían qué debían hacer ni como hacerlo. La
detective cruzó unas rápidas palabras con ellos y corrió hacia el pabellón, Maca aún
estaba en la puerta, le había costado subir la rampa más trabajo del habitual.

- ¡Maca! – le llamó la atención Isabel. La pediatra se giró - ¡espera!


- Dime.
- Tú… ¿has hablado con Sonia? – le preguntó con un aire que a Maca le pareció
de ligera preocupación.
- ¿Por qué?
- ¿Has hablado?
- Hablado de qué – preguntó a su vez.
- ¿Te ha llamado para decirte que está enferma?
- Si – mintió – me dijo que también os llamaría a vosotros.
- Sí, lo ha hecho, ha hablado con Fernando.
- Bien, ¿y? – le preguntó extrañada por aquel interés de la detective – ¿no puede
ponerse enferma?
- Si puede, pero… ¿precisamente hoy! ¿no te parece raro?
- No, no me lo parece – dijo tajante, iba a tener que creerse eso que siempre le
decía Isabel de su instinto.
- Maca… Sonia… ¿te ha hablado de su novio? – le preguntó mirando hacia el
portón, las voces comenzaban a recrudecerse – tengo que irme, luego hablamos.
- ¡Espera! – le pidió siendo ahora ella la preocupada - ¿lo conoces?
- Creo que es el hijo de Elías – confesó – luego hablamos.
- Pero… ¿qué quieres decirme con tanto rodeo?
- Luego, Maca… – corrió hacia la puerta.
- Luego puede ser tarde – murmuró cogiendo el teléfono y llamando a Sonia, pero
la joven no respondía y Maca entró en el pabellón con la sensación de que se
había equivocado por completo, cuando le confió a Sonia esa mañana sus
sospechas sobre Isabel y le pidió que le hiciera dos favores.

* * *

Mientras, Sonia entraba en el poblado por el camino de la vieja fábrica, nunca usaban
ese porque era necesario dar un rodeo y la carretera estaba llena de baches y socavones,
pero Maca le había pedido expresamente que fuera por allí y ella era incapaz de llevarle
la contraria. Aún no había terminado de asimilar la conversación de esa mañana. Maca
estaba más serena de lo que la había visto en las últimas semanas y esa serenidad le dio
miedo. No dejaba de pensar en los dos favores que le había pedido, “quiero que hables
con Sacha y te enteres de lo que están tramando, Laura me contó anoche que hay un
gitano alentando a los jóvenes” “y quiero que hables con los cabecillas de las familias
que mueven la droga en el poblado y te enteres de si Isabel los está extorsionando”, “sé
que tú puedes hacerlo, te conocen y confían en ti”. La última petición la tenía
desconcertada, no solo por lo peligrosa si no porque implicaba que Isabel llevaba
engañando a Maca mucho tiempo. Estaba segura de que Maca se equivocaba con Isabel.

Al dar la última curva, enfrascada en sus pensamientos un perrillo se cruzó delante del
coche e instintivamente dio un volantazo saliéndose del camino. Asustada se bajó del
vehículo para comprobar si había atropellado al animal, respiró aliviada al ver que no
había sido así, ni el coche tenía daño alguno. Por suerte iba despacio. Cuando estaba a
punto de montar de nuevo vio que, más adelante, parado entre los árboles, había otro
vehículo. No podía ser. ¡Era el coche de Elías!

* * *

Elías Jr, observaba satisfecho el gentío que se amontonaba a las puertas del
campamento. Él, en un discreto segundo plano, se mantenía al margen de las protestas.
Le bastaba hacer una leve seña para que dos o tres jóvenes acudiesen a su lado y
recibiesen las órdenes pertinentes. Disfrutaba moviendo a aquellos “borregos” de un
lado a otro. Repentinamente, Salva apareció doblando la esquina. El gitano frunció el
ceño, ese chico era estúpido. Le había ordenado tajantemente que permaneciese en el
interior del campamento hasta que él le ordenase lo contrario.

- ¿Se puede saber qué haces aquí? – le gritó para hacerse oír.
- No me coges el teléfono y sé algo.
- Vuelve dentro y cuando yo te diga sales.
- No va a poder ser. La poli esa, ha prohibido la entrada y salida del campamento.
- ¿Y para qué coño has salido? – lo cogió de la camiseta levantándole los talones
del suelo ante la cara de pavor del chico – no sirves para nada – le empujó
despectivamente – largo de aquí.
- La Choni está mala.
- ¿Qué dices?
- La Choni, no va a venir, ha llamao diciendo que está mala. De eso me he enterao
– intentó justificar su presencia allí. Elías le había dado orden expresa de que le
informase a cada momento de los pasos que diese Sonia y el joven había estado
en el campamento desde las siete sin que ella hiciese acto de presencia, había
intentado informarle por el móvil que le dio pero el gitano no le cogía el
teléfono.
- ¿Qué gilipoyez es esa? – bramó ya de mal humor. Él mismo la había visto
levantarse, habían desayunado juntos y la había acompañado hasta su coche – la
¿tullía ha llegao?
- Sí, llegó tarde pero llegó.

Elías se quedó pensativo. ¿Era posible tener tanta suerte! la extrañeza inicial se
convirtió en satisfacción, al final no había tenido que hacer nada para evitar que Sonia
estuviese en el campamento. No la quería allí dentro cuando diese la orden de asalto.
Rió para sí mismo, todo estaba saliendo a las mil maravillas. Solo le faltaba hacer salir a
la tullía de allí dentro, para poder ejecutar su plan inicial, eso sería tener un día redondo,
y ahí si que tenía sus dudas, no creía que fuera a tener tanta suerte, por eso había
planeado al detalle el asalto al campamento, como alternativa.

- Espera – le ordenó a Salva más suave – tráete aquí tu moto y la mía. Búscame a
Igor y dile que venga. Y ve a buscar lo que nos hizo tu padre, ¿no querías
estrenarte! pues prepárate, esa hija de puta no puede salir de aquí hoy,
¿entendido?

El chico asintió y salió corriendo a cumplir sus encargos. Si todo iba bien, ganaría un
montón de pasta sin tener que andar limpiando la mierda de aquellos médicos y su
madre no volvería a mirarlo con aquella cara.

Elías permaneció absorto en el espectáculo, y cada vez más excitado por lo que se
avecinada. Los chabolistas de la zona de los derribos se habían rebelado contra los
agentes de Policía al ver que las grúas de demolición se disponían a echar abajo sus
casas. En eso él no tenía nada que ver, era de esperar que ocurriese. Sonrió viendo como
decenas de personas comenzaban a lanzar piedras, palos, bombonas de butano y todo
tipo de objetos contundentes, a la vez que quemaban neumáticos, para provocar una
humareda que les permitiese camuflarse y conseguir ventaja en los ataques. La Policía,
a su vez, respondía disparando bolas de goma para frenar los disturbios. Tan
ensimismado estaba disfrutando del panorama que no se percató de que alguien llegaba
por detrás.

- ¿Qué haces aquí?


- ¡Sonia! – exclamó perplejo intentado disimular la sorpresa inicial - ¿qué haces tú
aquí fuera? – contraatacó haciéndose el enfadado y preocupado por ella.
- ¿Y tu entrevista de trabajo?
- Te dije que era más tarde y que quería acompañarte ¿no lo recuerdas?
- Pero… al quedar con Maca… creí que no vendrías… ¿por qué no me has
llamado?
- ¿Para qué! yo creía que estarías dentro, esto no es seguro – le dijo cogiéndola de
un brazo y apartándola más atrás - ¿por qué no estás en el campamento?
- Tengo que hacer una cosa.
- Payita, ¡por favor! – le pidió.
- Tampoco es seguro para ti.
- Quería ver como iba todo – le dijo mostrándose interesado – sé que crees que no
me importa esto, pero me importa y mucho, y.. también por mi padre.
- No te preocupes, tu no puedes hacer nada. Es mejor que te vayas.
- Tienes razón, voy a llegar tarde – le dijo sonriendo.
- Pero antes te acompaño al campamento – dijo comenzando a buscar una
alternativa a aquel asalto, con ella dentro no podía ordenar aquello, salvo que él
no participase pero para eso necesitaba confiarle a alguien el trabajo de acabar
con la tullía y no se fiaba de nadie.
- ¡No! no voy allí.
- ¡Payita! – le protestó – no voy a consentir que estés aquí.
- Tengo que hablar con alguien, luego iré al campamento.
- ¿Hablar! ya hablarás mañana. ¿Crees que vas a encontrar a alguien aquí hoy! ¿tú
has visto! mucha suerte tendrías que tener para encontrar...
- Confío en ella – respondió sonriendo mirando por encima de su hombro, él se
sorprendió y se giró. Igor se acercaba a ellos. ¡Lo que le faltaba! solo esperaba
que el rumano fuese discreto y se mantuviese al margen.
- Igor – lo llamó Sonia - ¿has visto a tu hermano! estoy buscándolo – le preguntó
al chico que miró de reojo al gitano esperando su permiso para hablar.
- ¿No has oído a la señorita! contéstale – le indicó de malos modos.
- Tranquilo, Elías – le dijo Sonia y tirándole del brazo para que se agachara
murmuró – no necesito tu ayuda, sé moverme aquí.
- Disculpa, payita – le susurró él.
- Sacha en esquina, atrás policía.
- ¡Gracias! – respondió la socióloga – y tú vete ya que llegas tarde a la entrevista –
le dijo iniciando la marcha.

Elías la observó y apretó los labios. Lo sentía, pero las cosas serían como tenían que ser
nadie iba a estropear sus planes.

- Igor, tu hermano, encárgate de él – le dijo clavando sus fríos ojos azules en los
del joven – que no hable.
- ¿Y… ella? – preguntó el chico señalando a Sonia que se perdía calle arriba en
dirección al campamento.
- De ella me encargo yo. ¡Vamos!
* * *

En el campamento todos tenían la impresión de que la situación cada vez era más
complicada. Isabel daba órdenes a sus hombres que se distribuían estratégicamente por
todo el recinto. Fuera seguían escuchándose gritos, golpes y, de vez en cuando, algún
disparo, que mantenía sobrecogidos a todos. Repetidamente tocaban en el timbre
exterior, se oían niños llorando, y Fernando se desesperaba por acudir a abrir, seguro de
que podían ser heridos pidiendo ayuda, pero Isabel se lo impidió tantas veces como el
médico abandonaba el edificio para dirigirse a al portón de entrada.

- Fernando, ¡por favor! – casi le gritó – déjame hacer mi trabajo – pedía nerviosa
– no puedo protegeros si tengo que estar pendiente de ti cada dos por tres.

Maca los observaba desde el interior del pabellón, sabía lo que sentía Fernando, porque
a ella le ocurría lo mismo, pero entendía que Isabel se desesperase. Laura también
permanecía expectante, en un par de ocasiones corrió junto a Fernando hacia el exterior,
no podía evitar estar preocupada por Sacha, aquél chico cada día le caía mejor, sabía
que no era él el que llamaba porque en esas semanas de trabajo habían establecido un
código de emergencia para el día que se produjese aquello que tanto temían y que
estaban viviendo en esos momentos, Sacha había acordado que, en caso de necesitarlo,
llamaría con dos timbrazos cortos y uno largo. Pero la idea de que el joven pudiese estar
en peligro le hizo salir al exterior de nuevo.

- ¡Laura! – gritó Maca - ¡por favor! Dejadlos hacer su trabajo – ordenó con
autoridad. Laura obedeció y volvió dentro, manteniendo la puerta del edificio
abierta.

Los gritos eran ensordecedores, las máquinas no paraban, las sirenas casi quedaban
apagadas por la algarabía, los intentos de la policía de comunicarse con los megáfonos
eran inútiles. Estaban asistiendo a una auténtica batalla campal. Dos timbrazos cortos y
uno largo los sobresaltaron a los cuatro. Esther se marchó hacia las habitaciones del
fondo, Laura saltó inmediatamente y corrió a la puerta sin que Maca pudiese impedirlo.

- Lo siento Maca, ¡es él! – dijo con desesperación.


- ¿Quién? – preguntó igualmente agobiada.
- ¡Sacha! – gritó ya desde la puerta saltando al patio.
- ¡Te acompaño! – gritó Fernando saliendo tras ella sin escuchar los consejos de
Maca que no pudo evitar que ambos se precipitasen hacia el portón.
- ¡Voy con vosotros! – corrió también Mónica al cabo de un instante dejando a
Maca sola en la sala de espera.

Isabel los vio salir e intentó detenerlos ante el nerviosismo de Maca, que en esos días se
sintió impotente por enésima vez. Laura parecía tan decidida que Isabel no pudo evitar
que llegase hasta el portón, seguida de Fernando que tampoco se dejó detener. Abrieron
precipitadamente la puerta pequeña, Sacha estaba allí apoyado en su hermano Igor, con
una enorme brecha en la cabeza, Laura sintió que el corazón le daba un vuelco, pero no
tuvo tiempo para pensarlo, un grupo de chabolistas arremetieron contra ellos intentando
colarse. Isabel dio órdenes a sus hombres, cuatro agentes se acercaron para ayudarles y
que lograran con éxito conducir a Sacha al interior, pero les era imposible contener los
empujes. Maca observaba desde el porche, sintiendo que los nervios se estaban
convirtiendo en auténtico miedo, algunas de las voces iban dirigidas contra ella.
Escuchó a Isabel gritar al resto de agentes para que abandonasen sus posiciones y
acudiesen al portón y vio como la propia subinspectora corría hacia allí a contener aquel
intento de asalto.

Maca no sabía que hacer, ni en que podía ayudar, era consciente de que solo estorbaría
si se acercaba al portón, y volvió a tener esa sensación de rabia que había
experimentado en los momentos posteriores a su accidente, mezclada con el miedo que
sentía, estaba indefensa y lo sabía. No entendía porqué estaba pasando aquello, Elías le
había dado su palabra de que el campamento no sería objeto de la ira pero parecía que
no lo había cumplido, quizás solo se había reído de ella, o quizás pretendía obtener lo
que casi había estado a punto de conseguir que echase a Isabel de allí. Recordó el
encargo que le hizo a Sonia y miró el reloj, extrañada que aún no la hubiese llamado.
Cogió el móvil y marcó, tras varios tonos escuchó que descolgaban.

- ¿Sonia? – preguntó sin escuchar la voz de la joven - ¿Sonia? – repitió de nuevo.


Solo se oían los gritos de la gente, la socióloga debía estar metida en plena
revuelta. Sintió miedo por ella - ¿Sonia? – insistió. Finalmente escuchó como
colgaban.

Permaneció mirando el teléfono pensativa. De pronto reparó en que hacía minutos que
no veía a Esther. Volvió a entrar, la enfermera no estaba en el vestíbulo ni en la sala de
curas, ¿dónde se habría metido! se preguntó, iniciando su búsqueda.

- ¡Esther! – gritó, pero solo obtuvo el silencio por respuesta - ¡Esther! – repitió
con todas sus fuerzas intentando hacerse oír por encima de la algarabía que
llegaba del exterior y que ahogaba su llamada - ¿dónde estas! ¡Esther!

Maca se dirigió hacia los dos cuartos del fondo, quizás estuviese allí, lo más seguro es
que hubiese ido al almacén en busca de vendas, gasas y demás en previsión de lo que se
les avecinaba, sin embargo, la enfermera tampoco estaba allí. Solo le quedaba por mirar
en el pequeño cuarto que Fernando empleaba como despacho. Y, efectivamente, allí la
encontró. Esther estaba apoyada con el hombro en el quicio de la ventana, mirando
hacia el exterior. Maca se acercó a ella, tras ver que la enfermera no respondía. En su
camino tropezó con una de las sillas, no había espacio suficiente para llegar hasta donde
estaba la enfermera, pero Esther no se inmutaba, parecía no darse cuenta de su
presencia.

La pediatra supo inmediatamente lo que le ocurría. Angustiada consiguió apartar la silla


levantándola por encima de su cabeza y dejándola caer con estruendo detrás de ella,
haciéndose daño en la espalda y el costado, pero Esther seguía impávida, cuando
consiguió llegar a su altura observó como la enfermera permanecía con la vista clavada
en el exterior, pero la oscuridad de sus ojos reflejaba que estaba viendo mucho más allá,
perdidos en un mar profundo. Su mente había volado muy lejos, a aquél orfanato, a
aquél horror, no podía dejar de ver aquellas niñas, aquellas hermanas, a su amiga la
hermana Margarette. Sintió de nuevo la impotencia de no poder hacer nada, aquellas
imágenes la atormentaban y paralizaban. No sabía el tiempo que llevaba así, solo sabía
que no podía moverse, que su corazón se había disparado como ya le ocurrió en Jinja,
que, con él, su respiración se había vuelto agitada, que un temblor incontrolable recorría
todo su cuerpo, y un sudor frío la cubría por entero. Había oído a Maca gritar su
nombre, quizás necesitaba ayuda, pero había buscado en mal sitio, ella no podía dársela,
no podía moverse, no podía ayudar a nadie. De pronto sintió que una mano cogía la
suya y la apretaba. No soportaba el contacto, no quería que la tocase nadie, pero no era
capaz de moverse, no era capaz de evitarlo.

- Tranquila, no temas – le dijo con voz susurrante – no voy a dejar que te pase
nada.

Esther permaneció inmóvil. Maca notó la frialdad de su mano y el sudor que la cubría,
se sintió impotente, le gustaría poder levantarse y abrazarla, pero no podía, optó por
tirar de ella hasta que consiguió sentarla en sus rodillas.

- Ven, ven aquí – pidió – Tranquila, Esther, tranquila - repitió rodeándola con sus
brazos y meciéndola suavemente – no va a pasar nada, tranquila.

La enfermera pareció reaccionar poco a poco, gracias a ese abrazo reconfortante su


corazón había ido recuperando el ritmo normal y su respiración se volvió más pausada.
Los ruidos que llegaban del exterior también indicaban que las cosas se estaban
calmando. Habían llegado refuerzos y, aunque con dificultades, conseguían disuadir a
los asaltantes.

Maca continuaba abrazada a Esther, susurrándole palabras tranquilizadoras.

- Respira, así, así, tranquila – repetía – todo está bien, Esther, todo está bien. No
va a pasar nada.

Cuando ya parecía que la enfermera empezaba a calmarse, que su respiración agitada


dejaba paso a un ritmo más pausado, se escucharon de nuevo unos gritos
ensordecedores, algunos disparos y el ruido de las máquinas que arremetían otra vez
contra las chabolas.

- Esther tranquila – volvió a pedir viendo la cara desencajada de la enfermera –


mírame – ordenó – mímame, Esther, ¡mírame! – casi le gritó en un intento de
que no cayese en una crisis de ansiedad más aguda.
- No, no… - murmuró con la vista perdida.
- No, ¿qué? – preguntó – Esther …
- Otra vez no – dijo en un murmullo inaudible.
- No te entiendo, Esther – dijo preocupada, no sabía qué hacer, pensaba en Vero,
en qué haría ella, recordaba casos que le había contado e intentaba repetir
algunas frases, pero estaba empezando a sentir miedo, miedo de no poder
ayudarla - ¿qué dices! no te entiendo.

Continuó meciéndola y abrazándola, no se le ocurría otra cosa que transmitirle una


protección que sabía que no era capaz de darle, de vez en cuando seguía susurrándole
“tranquila”, “tranquila”. Al cabo de unos minutos de estar allí sentada, sobre ella,
sintiendo ese abrazo protector y cuando en el exterior se iba recuperando la normalidad,
Esther se levantó con brusquedad.

- Perdona Maca – fueron sus primeras palabras – no sé… no sé qué me ha pasado


– dijo excusándose.
- Si lo sabes, Esther – le respondió pausadamente, en el tono que tantas veces
había usado Vero con ella.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó entre sorprendida y molesta.
- Nada – dijo a sabiendas de que no debía forzarla a hablar.
- No me digas que nada, estoy harta de que siempre me digas que nada – pidió
alterada – dime qué quieres decir.
- Esther – empezó con tranquilidad – sé lo que pasó en aquel orfanato y… y sé lo
que te está pasando – continuó decidiéndose por fin a confesárselo, mientras
esbozaba una tímida sonrisa de comprensión – creo que sería bueno que
hablases de ello.

Esther se quedó mirándola, no daba crédito a lo que acababa de escuchar, sus ojos
abiertos como platos mostraban la enorme sorpresa que se había llevado ¿Maca lo
sabía! ¡no tenía ningún derecho! ¡ningún derecho! ¿cómo había sido capaz de invadir
así su intimidad! ¿cómo había sido capaz de usar sus influencias…! ¿cómo había sido
capaz de hacerle eso! enrojeció por la ira y la rabia que le provocaba la idea, ¡la odiaba!

- No me mires así, Esther – pidió – no puedo ni imaginar lo que debió ser aquello,
pero insisto en que deberías hablar de ello – se detuvo ante la mirada fulminante
de la enfermera que había pasado de la sorpresa a la furia, parecía que iba a
estallar de un momento a otro – no quiero decir que me lo cuentes a mí, ni
mucho menos, pero si creo que deberías buscar ayuda profesional.
- ¿Ayuda profesional? – preguntó con sorna alzando la voz - ¿cómo tú?
- Sí, como yo – dijo ignorando el tono en el que le había respondido – Se que
cuesta trabajo, sobre todo, al principio, pero deberías hacer un esfuerzo por …
por superarlo.
- ¿El mismo esfuerzo que has hecho tú por levantarte de esa silla? – casi le gritó
con ira – ¿de qué te sirve a ti la “ayuda profesional? - dijo recalcando las dos
últimas palabras – claro que, lo que tu buscas en esa psiquiatra es otro tipo de
ayuda, ¿no?
- ¿Qué…? - empezó a protestar pero Esther no le dio opción.
- ¡Ah! ya, claro, que ahora la señorita juega a ser “Santa Maca”, salvadora del
mundo, – continuó elevando aún más la voz y con tanta rabia que Maca no supo
como reaccionar – a ver si te enteras que la gente no necesita que la salven ¿no
los escuchas! ¡te odian! te quieren fuera de su poblado – le gritó con una mirada
que echaba chispas – y en cuanto a mí, vete a buscar a otro lado, yo no necesito
que me salven – gritó – no te necesito, ni a ti, ni a nadie y no pienso formar parte
de tu circo.
- ¿Circo? – repitió con un nudo en la garganta.
- Sí – gritó - no soy parte de ese mundo que baila a tu alrededor porque la “niña
rica” tiene un bloqueo emocional y, cada vez que algo no sale como quiere, va
por ahí llamando la atención – continuó con el tono cada vez más alto sin dar
muestras de notar cómo el rostro de la pediatra iba cambiando a medida que ella
hablaba - un día me tomo unas copas, otro dejo la Clínica para …
- ¡Vete a la mierda, Esther! – respondió con lágrimas en los ojos, giró con
habilidad su silla y, dejándola con la palabra en la boca, salió de allí todo lo
rápido que pudo. No quería escuchar más, no podía. De ella, no.
- ¡Maca! – dijo casi imperceptiblemente - ¡Maca! – repitió más alto, pero la
pediatra ya se había marchado camino del cuarto de curas - ¡Joder! – exclamó
golpeando primero la mesa y apoyándose después en ella con ambas manos. No
debía haberle hablado así. Había sido cruel con ella y lo sabía, pero no podía
evitarlo. No soportaba la idea de que Maca hubiese indagado en su vida, no
soportaba la vergüenza que sentía de que ella supiese…, no soportaba la idea de
que hubiese rehecho su vida, de que no hiciese nada por salir de su situación y,
sobre todo, de que no contase con ella para nada.

La pediatra llegó a la altura de Laura y Fernando que estaban poniéndole unos puntos a
Sacha. Ambos levantaron la vista a su paso, Igor también estaba en la entrada
observándolos, Maca abrió la puerta exterior con genio, ni siquiera notó el agudo dolor
de su costado y salió dando un portazo. Fernando se levantó, le indicó a Mónica que
siguiera con los puntos y salió tras ella, pero Laura corrió para retenerlo.

- ¡Déjala!
- Pero… ¿iba llorando? – preguntó preocupado.
- Sí.
- No puedo dejarla así.
- Hazme caso. Espera a que salga Esther.
- ¿Esther?
- ¡Hombres! ¡No os enteráis de nada! – exclamó – saldrá en su busca.
- Pero… ¿cómo puedes saberlo?
- Lo sé – dijo segura – deja que arreglen sus asuntos, o nos volverán locos a todos
– sonrió.

Fernando entró obediente pero no las tenía todas consigo. No entendía a Laura ni lo que
quería decir. Miraba insistentemente hacia fuera esperando ver a la enfermera, pero
Esther no pasaba.

Maca bajó la rampa con tal velocidad que la silla se tambaleó y apunto estuvo de caer si
no llega a ser porque uno de los agentes que Isabel había puesto a la entrada del
pabellón corrió a sujetarla. María José, sentada en la puerta de los barracones la observó
en silencio y se levantó todo lo rápido que le permitieron sus piernas, llegando hasta ella
preocupada. Isabel, que hablaba por teléfono y había presenciado la escena desde el
portón de entrada, también corrió hacia allí.

- ¡Niña! – le dijo la anciana observando su cara desencajada - ¿qué te pasa?

Maca miró a la anciana y luego a Isabel que llegaba casi sin aliento.

- ¡Maca! – gritó la detective – te he dicho que… - se interrumpió al ver su


expresión - entra de nuevo – le ordenó mucho más suave – María José,
acompáñela.
- No – dijo Maca alterada, negando con la cabeza. Parecía a punto de echarse a
llorar.
- Cariño, Isabel tiene razón, debes entrar – María José se dirigió a ella con calma,
acariciándole la mejilla intentando transmitirle serenidad.

Maca volvió a negar con la cabeza e hizo intención de mover la silla para dirigirse al
aparcamiento, pero Isabel la frenó.
- ¿A dónde crees que vas? – le preguntó airada no solo por sus intenciones de salir
si no por la conversación que acababa de mantener con Claudia. La neuróloga le
había contado que Maca había recibido otra nota y el contenido de la misma.
Estaba tentada a echarle en cara que se lo hubiese ocultado pero aquella mirada
de la pediatra le indicaba que no era el momento – entra, Maca.

La pediatra la miro con desconcierto. Necesitaba salir de allí. Su mente solo le repetía
una idea, “tengo que irme, tengo que irme”. María José, viendo su estado, le hizo una
seña a Isabel para que las dejase solas y la detective asintió indicándole al agente que la
acompañase.

- Dime, niña, ¿qué te pasa? – le preguntó en el mismo tono cariñoso.

Maca levantó la vista hacia ella y no respondió. María José aguardó a que se decidiera,
la conocía lo suficiente para saber que estaba en lucha entre callar o desahogarse,
finalmente, bajó los ojos y casi en un murmullo se lanzó.

- Esther me odia… - confesó comenzando a sollozar.


- ¿Odiarte! no, no te odia, ¿por qué crees eso?
- Sí, si que me odia, y… me lo tengo merecido… por lo que le hice y… por lo que
he vuelto a hacerle… - confesó entre lágrimas.
- No te odia, cariño, esa chica te quiere.
- No, tú no has visto su mirada, me lo ha dejado muy claro y yo… yo – bajó de
nuevo los ojos avergonzada – yo solo sirvo para hacerle daño… pero… eso se
va a terminar – dijo decidida – déjame pasar… me… me voy.
- No puedes salir. Ya has oído a Isabel.
- Si que puedo – se enfrentó a ella enfadada. Era la primera vez que Maca la
miraba así y María José supo ver en aquella mirada una desolación mucho
mayor que la que jamás le había visto mostrarle hasta entonces y sintió miedo
por ella. Ahí fuera había peligro, pero el peligro auténtico estaba en su interior y
de ese, nadie ni nada podía librarla.
- ¡Niña! – intentó impedir su marcha pero Maca no estaba dispuesta a escuchar a
nadie, ni siquiera aquella anciana a la que tanto respetaba y quería.

Ya había escuchado bastante y de quien menos hubiera querido. Y lo peor de todo es


que Esther tenía razón. Las lágrimas corrían por sus mejillas a pesar de sus esfuerzos
por controlarse. Llegó al coche y subió a él, respiró hondo un par de veces y se enjugó
las lágrimas. Buscó su móvil y marcó.

- ¿Teresa!
- ¡Maca! ¿cómo va todo?
- Teresa, sácame un billete para Sevilla,
- ¿Sevilla! pero… ¿qué ocurre? – preguntó sobresaltada, Rosario no la había
llamado pero Maca parecía estar muy afectada por algo - ¿Ana está bien?
- Sí, no ocurre nada, Teresa, sácamelo – ordenó tajante.
- Pero… para cuándo.
- Para ayer Teresa – casi le gritó enfadada.
- Bueno tranquila, no pagues conmigo lo que te pasa, porque ¿a ti te pasa algo? y
creo que no me equivoco si te digo que no tiene nada que ver con los derribos.
- Teresa por favor, búscamelo, quiero irme de aquí cuanto antes.
- ¡Acabáramos! ¿Y se puede saber porqué?
- ¡No! no se puede – volvió a gritar – haz lo que te digo de una vez – le habló en
un tono que jamás había empleado con ella, ni siquiera cuando bebía, ni siquiera
en los peores días tras el accidente, y Teresa supo rápidamente de qué se trataba.
- ¿Es por Esther! ¿verdad? – se aventuró pero el silencio del otro extremo le dio la
confirmación - ¿Te lo avisé o no te lo avisé? Si es que no me escuchas y luego
pasa lo que pasa, porque ahora no me dirás que… - se interrumpió - ¿Maca!
¿Maca? ¡será posible! qué me ha colgado dijo volviéndose hacia Claudia que en
esos momentos había bajado a darle unos historiales.
- ¿Quién te ha colgado?
- Maca.
- Mujer estarán desbordados con los derribos – le dijo en un intento de justificar a
su amiga.
- ¿Los derribos! otra que no se entera de nada.
- A ver, de qué no me entero.
- De nada, pero por mi no te vas a enterar que luego todo se sabe – dijo cogiendo
le teléfono para buscar ese billete. ¡Maca no escarmentaría nunca!

En el campamento Igor, había estado observando desde la ventana de la sala de espera,


todos los pasos de la pediatra cuando comprobó que Maca se dirigía al aparcamiento, se
excusó y salió al exterior, cogió el teléfono que le diera Elías e hizo una llamada.

- Sale – silo cuando Elías respondió.


- Bien, sal tú también te esperamos en la esquina del colorao.
- ¿Y la chica?
- Ya está resuelto. No nos molestará.

En la sala de curas, cuando Fernando ya estaba a punto de ir en busca de Maca, la


enfermera asomó la cabeza.

- ¿Habéis visto a Maca? – preguntó.


- Está fuera – respondió Laura, mirando al médico con una sonrisa que hablaba
por sí misma “¿lo ves?”.

La enfermera salió a toda prisa, llegó a tiempo de ver como Isabel hablaba con la
pediatra en tono airado, Maca estaba sentada ya en su coche y por los gestos parecía que
Isabel, se oponía a que se marchase. Aún no estaban las cosas en calma.

¡Maca se marchaba! tenía que evitarlo, tenía que hablar con ella. Corrió hacia allí y la
pillo arrancando el motor. Isabel se cruzó con ella y le susurró “convéncela, que no
salga”.

- ¡Maca! – gritó haciendo señas colocándose delante del coche - ¡espera!


- Aparta Esther – gritó Maca enfadada haciéndole una ostensible seña con la mano
para que se quitara de en medio.
- ¡No! – gritó a su vez - ¡Por favor!

Maca bajó la ventanilla sin parar el motor del coche y cada vez más enfadada vociferó
para hacerse oír por encima del ruido exterior.
- ¿Quieres quitarte de en medio? ¡Tengo prisa!
- ¡Maca! ¡Por favor! – volvió a pedir la enfermera, apartándose de delante del
coche y acudiendo a la ventanilla – escúchame, por favor – volvió a decir ahora
casi en un susurro de súplica.

La pediatra la miró fijamente, con el ceño fruncido y aquel gesto de ira que Esther tan
bien conocía. Se le notaba que había estado llorando y la enfermera se sintió culpable de
aquellas lágrimas.

- Maca, lo que te he dicho antes – empezó nerviosa – no… no lo pienso, yo…


- Déjalo Esther – dijo con genio – no merece la pena.
- Sí, si la merece – la contradijo con energía – perdóname, por favor, perdona por
lo que te he dicho, estaba enfadada – se justificó pero Maca ni cambiaba de
gesto ni decía nada, lo que provocaba un mayor nerviosismo en Esther – no
pienso eso, ni por un momento. Tienes que creerme – pidió sin obtener respuesta
– es solo… que no soporto ver que no haces nada.
- ¿Qué no hago nada? – fueron sus primeras palabras, tras unos segundos de
silencio en los que ambas no dejaron de mirarse a los ojos desafiantes, con las
que seguía demostrando lo dolida que estaba - ¿qué quieres decir con eso?
- Yo también sé que tú no tienes nada físico – confesó – me lo dijeron casi al
llegar y no soporto que no hagas nada por salir de esto. Sé que si pusieras de tu
parte, si lo intentaras…
- ¡Tú que coño vas a saber! – exclamó siendo ahora ella la que se sintió ofendida e
invadida en su intimidad.
- Lo sé – afirmó con suavidad – la Maca que yo conocía nunca se hubiera
resignado a estar ahí sentada. No, sin luchar.

Maca la miró con una expresión extraña que Esther jamás había visto en ella. Notó
como sus ojos pasaron de la ira al dolor y, con voz ronca, le espetó:

- ¿Cuándo te vas a enterar de que “la Maca” que tu conocías no existe! ¿eh?
¿cuándo? Esa Maca murió el día que te fuiste, murió el día que tuvo que
aprender de nuevo a no mearse ni cagarse encima – dijo con tal crudeza que
Esther se sobrecogió – murió el día que tuvo que aprender a medir lo que bebía,
y controlar el tiempo que tardaba en necesitar ir al baño si no quería llevar una
puta bolsa colgada, murió el día que se tragó su orgullo y aprendió a depender
de los demás, el día que tuvo que renunciar a su trabajo, que tuvo que pedir
ayuda para todo, murió el día que aprendió a que aquí sentada el mundo se ve y
te ve de otra manera, Esther … , el día que notas que las personas que quieres y
te quieren dejan de respetar tu opinión como la de un igual y te tratan como a
una niña, el día que te miran y te vuelven la cara, el día que se ríen de ti unos
chicos, el día que te dicen “aparta tullida de mierda”… - su voz se quebró, miró
hacia abajo, tragó saliva y levantó de nuevo la vista – y, ahora, apártate, Esther.
Yo tampoco te necesito.

Esther se retiró, incapaz de responder a aquellas palabras, a aquella mujer que


desconocía pero que amaba por encima de cualquier cosa. Sintió la desesperación de no
poder consolarla, de no poder ayudarla. Le vino a la mente Germán y su “enfermera
milagro”. ¿Enfermera milagro! lo que sería un milagro es que Maca volviese a dirigirle
la palabra. La vio acercarse al portón. Isabel, la detuvo y le dijo unas palabras, Esther
adivinó que intentaba convencerla de que permaneciese en el interior, pero fracasó, vio
como la detective daba unas órdenes a un par de jóvenes que salieron tras ella en otro
coche, y sintió que se le rompía el alma. Lo que había empezado siendo una semana
maravillosa, había terminado en un auténtico desastre.

En la calle Sonia luchaba por abrirse camino entre la marea humana de mujeres y
hombres que vociferaban, corrían y lanzaban objetos. Necesitaba llegar al campamento
y pedir ayuda. En un par de ocasiones tubo que detenerse y cubrir a María que iba con
ella, su abuela no se encontraba bien y necesitaba un médico cuanto antes. La policía
intentaba frenar a unos cuantos asaltantes, que cuando parecían calmados habían vuelto
al ataque.

Al final había sido una suerte que Elías corriera en su busca y le pidiese que lo
acompañase a su coche para darle suerte por su entrevista. Si no lo hubiera hecho ella
nunca habría pasado por la chabola de María y su abuela podría haber muerto, suerte
que tenía idea de primeros auxilios aunque ahora necesitaba ese médico ¡ya!

Dos calles más allá, Elías aguardaba la salida del coche de Maca. Aún no podía creer en
su suerte. Su plan estaba saliendo a la perfección y los pequeños contratiempos se
habían solventado casi sin esfuerzo, y en cuanto a Sonia, todo había salido aún mejor,
no solo consiguió alcanzarla antes de que hablase con Sacha sino que al final no había
tenido que hacer nada para deshacerse de ella. Sonrió pensando en María, al final
aquella cría le había ayudado sin saberlo. Había tirado de Sonia para que viese a su
abuela y él se había marchado a su “entrevista de trabajo”, soltó una carcajada y Salva
lo miró asustado, cada vez estaba más seguro de que el estudiante estaba loco y le daba
miedo, pero le iba a pagar muy bien, aunque ahora que se acercaba el momento no
estaba seguro de querer hacer aquello, a fin de cuentas la puta esa se había molestado en
buscarle un trabajo, ¡pero qué decía! si parecía su madre ¿limpiar la mierda de aquellos
era un trabajo! no, claro que no, un trabajo era lo que estaba haciendo junto a él,
prepararse, planificar, aguardar y en pocos minutos, atacar y luego estaría “forrao de
pasta”. ¡Eso si que era un buen trabajo!

Elías seguía sonriendo, divisó a su payita a lo lejos intentando llegar al campamento, ya


le deba igual que lo hiciera, siempre que la doctora saliese de allí ¡ya! comenzaba a
impacientarse deseoso de que comenzase el espectáculo.

Maca salió del recinto sin escuchar las recomendaciones de Isabel. La detective le había
gritado algo de una nota pero ella ni siquiera la había prestado atención vio como,
Isabel, impotente, dio la orden a una patrulla para que la siguiera. Los dos agentes
montaron en el coche patrulla y esperaron a que saliera para colocarse tras ella.

En el exterior sus ojos apenaras repararon en el espectáculo dantesco que tenían delante.
Le gustaría haber salido de allí a toda velocidad pero era imposible. Había objetos
tirados por doquier, el humo casi no la dejaba ver, mujeres, hombres y niños corrían de
un lado a otro, algunos golpearon su coche, Maca no reparó en María que al verla
comenzó a hacerle señas para que se detuviese, sin ningún éxito. La niña corrió tras el
coche e intentó ponerse delante para que la viese, Maca estuvo a punto de atropellarla,
si no llega a ser porque Sonia tiró hacia atrás de la pequeña, la pediatra frenó la marcha
y la miró pero no se detuvo, Sonia estaba junto a ella y también le hizo señas
indicándole que parase, Maca negó con la cabeza y continuó calle abajo. Sonia cogió el
teléfono, la mirada de Maca le había producido un escalofrío, la conocía lo suficiente
para saber que algo no iba bien. Al cabo de un segundo, el móvil de la pediatra comenzó
a sonar, pero no lo cogió.

Dos de los chabolistas se miraron al paso de su vehículo, sonrieron y cabecearon, era el


momento. ¡Qué fácil iba a ponérselo! Cuando pasó el coche de Maca los dos jóvenes
ejecutaron a la perfección las órdenes de Elías, se acercaron al vehículo de los agentes
impidiéndole el paso mientras hacían una seña a otros dos hombres que montaban en su
vehículo con velocidad y salían disparados hacia las afueras, solo les quedaba
interceptar el vehículo que siempre la esperaba fuera del poblado.

Tan absorta iba en sus pensamientos que no reparó en que los agentes ya no la seguían.
Otros dos hombres se situaron frente al coche de la pediatra y le indicaron que debía
tirar por otra calle, aquella debía estar cortada, pensó, y obedeció sin darle más
importancia, saldría por el camino viejo. Ni siquiera tuvo en cuenta que por allí no
habría nadie esperándola a la salida.

Su cabeza era un hervidero. No dejaba de preguntarse cómo Esther podía pensar así de
ella, ¿era cierto que todos la odiaban! ¿qué nadie la quería allí! todas esas preguntas se
agolpaban en su mente y morían entre sus sollozos. Apenas pendiente de la carretera no
se percató de que un par de motos la rebasaban y se colocaban delante. Elías sintió una
excitación especial al hacer aquel adelantamiento, miró hacia atrás, Salva le seguía a un
paso y se situó paralelo a él como ya le había indicado, cuando los dos estaban delante
de ella, frenaron el paso, instintivamente Maca redujo la marcha pero sin prestar
atención a la maniobra. Su mente solo podía pensar en Esther, y en las palabras que le
había dicho, “un circo”, “llamar la atención”, las lágrimas volvieron a rodar por sus
mejillas, “no haces nada por levantarte de esa silla…”, ¡si ella supiera! ¿cómo podía
pensar de ella que pasaba por ese calvario a diario solo por llamar la atención? Aunque,
quizás había algo en lo que Esther tenía razón y la gente la odiaba, volvió a la misma
idea, pensó en los derribos, en la batalla campal que había presenciado a la salida, a
pesar de las promesas del Patriarca, pensó en aquellos niños semidesnudos corriendo y
llorando, en María que le había hecho señas que ella había ignorado, en su cara de
decepción, en Sonia… ¿qué hacía allí? Estaba claro que la vida seguía, pero ¿y la suya!
tenía la sensación de que la suya había vuelto a pararse de sopetón como ya lo hiera
años antes, pero con una enorme diferencia ya ni tenía fuerzas ni ganas de seguir
adelante, ya no. “Esther, … solo hay un tú y un yo, pero nunca habrá un nosotras”,
pensó, le había quedado tan claro, que si alguna vez, en contra de todo lo que le decía su
cabeza había albergado una mínima esperanza de que las cosas fuesen distintas, acababa
de esfumarse con aquellas palabras, “nunca formaré parte de tu circo”. Volvió a
sollozar.

De pronto las motos se detuvieron en medio del camino, obligando a la pediatra a dar un
fuerte frenazo. Los jóvenes bajaron empuñando lo que a Maca le parecían enormes
estacas. Intentó dar marcha atrás pero por el espejo retrovisor divisó otra moto que le
cortaba el paso. Los nervios la atenazaron. No sabía qué hacer. Isabel le había dicho
muchas veces que nunca se detuviese, ni siquiera aunque se le echasen al suelo en mitad
del camino, pero eso era muy fácil decirlo, no podía, no podía atropellar a nadie a
sangre fría.
En décimas de segundo sus pensamientos volaban de una cosa a otra. Cogió el móvil,
¿dónde estaban los agentes de Isabel! tenía que llamarla, necesitaba su ayuda, pero las
palabras de Elías acudieron a su mente “No se fíe de ella”, “cuando menos lo espere la
dejará sola”, ¿debía creerlo! ¿llamar a Isabel era la mejor opción! los consejos de Sonia,
Claudia y Esther también acudieron a ella “Isabel se preocupa por ti”, “eres tú la que se
lo pones difícil”, confiaba en ellas, seguro que tenían razón, marcó el número de la
detective sin dejar de repetirse el contenido de la última nota, de la nota que no le había
enseñado a la detective, de la que estaba segura que sí podía ser cierto lo que le decía y
no una más para amedrentarla: “disfruta de esta noche, será la última”. Echó todos los
seguros como siempre le indicaba la detective. “Venga, Isabel, contesta, ¡contesta!”,
pensó desesperada.

Los jóvenes, cubiertos con las capuchas de las cazadoras y una bufanda tapándole la
cara, se acercaron al vehículo en actitud amenazante. Uno de ellos sacó algo del bolsillo
y lo accionó, Maca escuchó que los seguros del coche se abrían de nuevo, ¿tenían sus
llaves! ¿cómo podían tener sus llaves! el miedo no la dejaba pensar. Se acercaron unos
pasos más, no podía verles las caras pero su imaginación le hacía creer que sonreían.
Con rapidez accionó los seguros de nuevo y otra vez los abrieron, pero no contaban con
que su vehículo podía bloquearse desde dentro y recurrió a ello. Al ver que no les
funcionaba la llave los jóvenes volvieron a hacerle señas, Maca interpretó que le
impelían a bajar. Su corazón se aceleró, “vamos, Isabel, ¡vamos! ¡contesta!”,
murmuraba con el teléfono en la mano.

- Baja de ahí, ¡puta! – dijo más alto uno de los jóvenes al tiempo que golpeaba la
parte delantera del coche - ¡que bajes te digo!
- Tranquilo – susurró Elías al oído de Salva – mientras menos hables mejor.
- Si con esto no sabrá quienes somos – protestó refiriéndose al distorsionador de
voz que el gitano les había hecho ponerse sobre la nuez.
- Haz lo que yo te he dicho y cierra el pico – ordenó con tal furia que Salva se
asustó. El gitano dio un ágil salto y subió a la parte al capó del coche, pegando
su cara al cristal y sonriendo, aunque Maca no podía ver aquella sonrisa, solo
sus ojos, aquellos ojos que reconoció al instante, aunque no quería creer que
fueran ellos, lo ojos más fríos que había visto en mucho tiempo.

“Vamos, vamos”, seguía murmurando Maca, desesperada, estaba claro que la detective
no la escuchaba con el griterío de la gente. Finalmente, respondió.

- ¿Si! ¿Maca?
- Isabel, tienes que venir, necesito ayuda – habló con precipitación y nerviosismo.
- Pero… ¿dónde estás? – preguntó perpleja “¿ayuda! ¿Dónde estaban sus
hombres?”, pensó con rapidez.

Maca no respondió, Salva intentaba abrir la puerta sin éxito, Elías alzó la tranca y
golpeó con fuerza sobre el parabrisas del coche. ¡Esa puta no se iba a reír de ellos! Un
golpe, dos, tres… y el cristal cedió.

- ¡Maca! – gritó Isabel escuchando los golpes.


- ¡Me están rompiendo el cristal! – gritó asustada - ¡Ayúdame!
- ¿Dónde estás, Maca? – preguntó haciendo señas a dos de sus hombres para que
abriesen el portón y preparasen el coche sin dejar de escuchar el paradero de la
pediatra y sin preguntar nada más – tranquila que vamos para allá – intentó
calmarla. No había tiempo que perder.

La detective colgó ante la atenta mirada la Laura, que había acompañado a Sacha a la
salida, y Esther que rápidamente comprendió lo que sucedía. La detective subió al
vehículo dispuesta a salir cuando la puerta se abrió y Sonia entró con María, tras ella
llegaban los dos agentes que Isabel había mandado seguir a Maca, cruzó unas palabras
con ellos y salió al exterior. María, no paraba de lloriquear asustada por lo que veía. La
socióloga se sorprendió de encontrar en el portón a Esther e Isabel.

- Laura tenéis que ir a casa de María su abuela no está bien – explicó Sonia de
espaldas a la entrada.
- ¡Sonia! ¿Pero tú no….? – comenzó a preguntar Laura aunque se detuvo al ver
volver a Isabel.
- ¡No podemos salir! – informó Isabel.
- ¿Qué pasa? - preguntó Sonia nerviosa.
- ¡Maca! ¡necesita ayuda! – explicó la detective corriendo hacia la puerta de atrás.
- ¡Las motos! – gritó Esther viendo como Fernando y Mónica llegaban también
hasta ellos – id con Sonia y María, les ordenó a los recién llegados saltándose
toda la jerarquía, solo podía pensar en Maca y en que estaba en peligro. ¡Tenía
que ir a buscarla!

Fernando abrió la boca para protestar pero no le dio tiempo y, perplejo sin saber que
estaba ocurriendo, se quedó mirando como las tres corrían hacia el aparcamiento. Isabel
cogió la radio y alertó a sus hombres, necesitaba que algunos efectivos acudieran al
camino viejo.

- ¡Vamos Esther! – gritó Laura – en la tuya llegaremos antes. ¿Dónde está Maca?
– se volvió hacia Isabel que corría junto a ellas para coger una de las motos de
los médicos.
- En el camino viejo – gritó – salimos por detrás – les ordenó a ambas – no quiero
tonterías, haced lo que yo os diga, Esther voy contigo, ¡vamos!

Esther saltó a la moto e Isabel subió tras ella. Laura iría en una de las pequeñas. Se
dirigieron a la parte trasera y uno de los agentes le abrió la pequeña puerta.

* * *

En el camino viejo Maca intentó arrancar pero Salva se había encargado de rajarle los
cuatro neumáticos, comprobó con pavor que no podía hacer nada, solo esperar que
Isabel llegase cuanto antes. El cristal había cedido, en un par de segundos los dos
asaltantes estaban sobre el capó, intentó accionar de nuevo el vehículo y arrancar pero
uno de ellos metió medio cuerpo por el parabrisas y le arrancó los mandos. Maca echó
hacia atrás el asiento en un gesto instintivo de alejarse de ellos. Uno soltó una carcajada
ante sus esfuerzos por no ser alcanzada.

- Vamos, puta, sal de ahí – le gritó uno. Maca intentaba reconocer sus voces pero
no podía.
- ¡Cógela! – escuchó decir al otro. Salva recibió la orden de Elías que tiraba de
Maca por un brazo. El chico obedeció e hizo lo propio del otro. Maca intentó
zafarse sin éxito – tira de ella imbécil – gruñó aquel idiota le estaba haciendo
hablar más de lo que quisiera.

Metieron casi todo el cuerpo en el coche y tiraron de Maca pero el cinturón de seguridad
les impedía sacarla. Maca se quejó cuando notó que se le clavaba en el estómago. Elías
sacó una navaja y la pediatra al verla cerró los ojos temiendo lo que le esperaba, pero
con un hábil tajo el gitano la soltó del cinturón y tiraron de nuevo dejándola tumbada
boca a bajo sobre el capó del coche con las piernas colgando por encima del
salpicadero. Solo podía ver los zapatos, aquellos zapatos, ¿cómo se le ocurría pensar
ahora en esos zapatos! ¿quién se pondría unos castellanos impolutos para hacer algo así!
sí, era él, no era su voz, pero era él, eran sus ojos y era un hortera.

- Y ahora, puta, vamos a divertirnos – escuchó decir a Elías, estaba segura de que
era él aquellos ojos.
- ¿Por qué haces esto Elías? – preguntó intentando aparentar tranquilidad.

Isabel le había recomendado en muchas ocasiones que si se producía el caso debía


mostrarse tranquila, obedecer pero no mostrar miedo ni sumisión, eso los desconcertaría
y le daría tiempo a ella. Pero los nervios la habían hecho cagarla, Isabel siempre le dijo
“si llega el día y estás a solas con él y lo reconoces, no se lo hagas saber, si lo
descubres, solo le dejas una opción”. Inmediatamente Maca fue consciente de que la
había fastidiado y de lo que le esperaba.

Salva miró a Elías impresionado de que lo hubiese reconocido y con el miedo reflejado
en los ojos, si también lo reconocía a él e iba con el cuento a su madre… ¡no quería ni
pensarlo! no solo lo iba a echar del trabajo, si no que le esperaba una buena. La sola
idea de enfrentarse a una Rosario enfurecida lo hacía cagarse en los pantalones. El
gitano leyó ese miedo en los ojos de su ayudante y decidió demostrarle cómo se trataba
a una puta.

- Calla – dijo propinándole una patada en el costado – aquí solo se habla cuando
yo lo diga – gritó con voz ronca.
- Eso puta ¡cállate! – lo imitó dándole un ligero puntapié en el otro costado.

Maca se quejó sin fuerzas, sentía la opresión en la boca del estómago, en esa postura no
podía respirar, le faltaba el aire. Intentó apoyar las manos para incorporarse.

- No puedo respirar – murmuró.


- No puedo respirar, no puedo respirar – la remedó soltando una carcajada al
tiempo que golpeaba sus antebrazos haciéndola caer de nuevo de bruces sobre el
capó.

Maca tenía la sensación de que hacía más de media hora que había hablado con Isabel
“¿dónde coño se ha metido! ¿dónde están sus hombres?”, pensó desesperada e
impotente, tenía que hacer algo, tenía que defenderse. Intentó incorporarse de nuevo,
esta vez fue Salva el que le pisó una mano con tal fuerza que la pediatra no pudo evitar
gritar de dolor a pesar de los consejos de Isabel.

- Así me gusta puta – lo escuchó decir – buenos pulmones, ¿no decías que no
podías respirar? O ¿es que me estabas mintiendo? ¿eh? – se agachó y la cogió
del pelo levantándole la cabeza para verle la cara – ¿me estabas mintiendo? –
gritó a escasos centímetros de ella.
- No – respondió escuetamente.

Elías la soltó provocando que se golpease de nuevo contra el capó. Le extendieron los
brazos en forma de cruz y Salva volvió a pisarle la mano manteniendo el pie sobre ella,
así no intentaría levantarse de nuevo. Maca hizo esfuerzos por librarse sin ningún éxito.
Elías golpeó con la tranca sobre el capó del coche con tal fuerza que Salva se sobresaltó
y dejó de pisar la mano de la pediatra. Maca aprovechó para cerrar de nuevo los brazos
e intentar levantarse y coger algo de aire, pero Elías le propinó otra patada haciéndola
caer de nuevo, exhalando un quejido sordo.

- No puedo… respirar… por favor – pidió clemencia, sabía que no debía hacerlo,
pero no podía más, parecían no darse cuenta que se estaba asfixiando.

Escondido entre los matorrales del camino la escena era observada por un joven que
disfrutaba de lo que veía. Había hecho bien en hacerle el encargo a aquél gitano. Tenía
buenas ideas y sabía cómo llevarlas a la práctica.

- Calla puta – repitió Elías golpeándola de nuevo y mirando a Salva le dijo - ¿no
querías estrenarte! ¡toda tuya! – le indicó con el brazo que hiciese su trabajo.

Maca escuchó aquellas palabras aterrorizada, ya no era capaz ni de recordar las


recomendaciones de Isabel, sintió que comenzaba a temblar sin ser capaz de controlarse.
No podía verles las caras. No sabía que ocurría pero el silencio se había hecho entre
ellos. Esperaba que volvieran a golpearla de un momento a otro, y la espera se le estaba
haciendo eterna. ¿Cuántos minutos llevaba ya allí?

Salva miraba a Elías indeciso, una cosa era haber estado días maquinando lo que le
harían y otra muy diferente tenerla allí tumbada, indefensa, casi sin protestar. La había
imaginado defendiéndose, gritándoles, insultándolos… pero estaba en silencio,
esperando su destino. La recordó en su chabola “si te pasas por el campamento el
trabajo es tuyo”, creía odiarla, pero viéndola allí, no podía, no podía hacerlo.

- ¡Vamos! acaba con ella – le impelió el gitano con su mirada más furibunda.

Salva se asustó de aquellos ojos y levantó su tranca dispuesto a descargarla con toda su
fuerza sobre ella, le daba más miedo el gitano y sus represalias, que las consecuencias
de lo que estaba a punto de hacer.

- ¡Quietos! – escucharon una voz entre los matorrales del borde del camino - Yo
le ayudo doctora – escuchó sin poder ver quien era, le tenían la cara pegada al
capó y no le dejaban levantarla – dame la mano Maca, levántate – dijo el hombre
en la distancia enronqueciendo la voz.

La pediatra escuchó aquella voz y aquellas palabras, no era Isabel, ¿quién era! esa
voz… la conocía… si… estaba segura de conocerla. De pronto una especie de fogonazo
la hizo sentir un escalofrío, todo le parecía negro, estaba muy oscuro, no estaba allí, la
voz le repetía que se levantase pero no podía, no podía moverse, no podía coger aquella
mano que le tendían. No podía respirar.
- No puedo respirar –murmuró.
- Y crees que eso nos importa – lanzó una carcajada – ¿aún no ha captado que ese
es el objetivo?

* * *
Por el camino Esther no era capaz de controlar ni sus nervios ni la moto. Intentaba ir
todo lo rápido que podía pero la cantidad de auténticos agujeros que había en el mismo
le impedía ir más rápido. Aún así la guiaba con una pericia que sorprendió
agradablemente a Isabel. Aquella chica era toda una caja de sorpresas. Hacía tres
minutos que habían salido pero tenía la sensación de que hacía una eternidad.

La enfermera no dejaba de pensar en Maca, en todo lo que le había dicho, en el deseo


que sentía de pedirle perdón, de contarle todo, absolutamente todo, no solo lo que ponía
aquel informe, si no lo que de verdad pasó, lo que le había ocultado a todos y se había
negado así misma. Maca tenía razón, necesitaba ayuda, pero era tan difícil.

Y ahora subida en aquella moto, intentado luchar contra el tiempo para llegar junto a
ella solo podía pensar que si no lo lograba, nunca podría confesarle que la quería, que
todas sus palabras solo eran fruto de la impotencia que sentía por no poder tenerla junto
a ella, por saber que en su vida no tenía cabida y por ser incapaz de confesarle sus
sentimientos.

- ¡Cuidado! – gritó Isabel al ver que la enfermera se enfilaba derecha hacia un


inmenso agujero en el camino. Esther reaccionó a tiempo y logró esquivarlo no
sin dificultades y sin que Isabel le clavase las uñas en un intento de no perder el
equilibrio, la moto zigzagueó pero logró recuperarla y continuar.

Debía de centrarse y dejar de pensar o tendrían un accidente. La sola idea la hizo


concentrarse en la conducción. En un par de minutos como mucho deberían avistar el
coche de Maca, no podía haberse alejado mucho más. El corazón le latía a una
velocidad vertiginosa, solo de pensar que no llegase a tiempo. Se recriminó así misma
por volver a darle vueltas a la cabeza e hizo esfuerzos por serenarse. Le parecía que en
aquella zona el camino estaba algo mejor y aceleró. Laura que las seguía como podía
acabó por perderlas de vista.

* * *
Cientos de metros más adelante, en mitad del camino, ante la orden de aquel recién
llegado, Elías se detuvo y detuvo también a Salva. El hombre que permanecía oculto al
bode del camino se hizo visible y se acercó a ellos. Elías bajó del capó, cogió del pelo a
Maca y le levantó la cara para que viese al recién llegado. La pediatra lo reconoció al
instante, ¡era el chico que la atacó en la calle! Sin cubrirse en absoluto, manifestando
que no tenía ningún problema en que le vise la cara, se acercó a ella con una sonrisa que
helaba la sangre. Maca sentía un fuerte dolor en el cuello e intentó apaciguarlo
apoyándose sobre sus manos pero Elías le dio un golpe volviendo a separarle los brazos.

- Buenos días doctora – sonrió el recién llegado – ¿no me dice nada? – preguntó
ante el silencio de la pediatra.
- Habla, puta – Elías le tiró más fuerte del pelo.
- ¿Qué… quieres que diga? – preguntó Maca casi sin respiración.
- ¿Qué quiero? – rió - ¿qué quiero! ¿qué tal una disculpa?

Maca lo miró sin comprender. Le sonaba su cara como el primer día pero no sabía quien
era, no era capaz de reconocerlo. “¿Disculparse! ¿de qué debería disculparse?”

- Disculpa… - dijo en un susurro sin saber ni siquiera porqué lo hacía.


- ¿Eso es una disculpa! ¡qué poca memoria tenemos doctora!

Elías tiró aún más del pelo y sonrió al ver su gesto de dolor, pero no consiguió que de
ella saliera el más mínimo quejido, eso exasperaba al gitano que deseaba verla suplicar
y arrastrarse ante él. Pero tenía claro que cumplía órdenes y hasta que él no le diera
permiso no podía hacer lo que estaba deseando.

- ¿Crees que hoy es el día? – le preguntó con voz baja y ronca, acariciándole la
mano con la yema de los dedos mirándola fijamente a los ojos. Maca no
respondió y se ganó un nuevo puntapié, esta vez de Salva que había subido de
nuevo al capó, pero la pediatra ni se inmutó.
- Imbécil, no le des en las piernas – gruñó Elías. Salva se corrigió y la golpeó en
el costado, esta vez si escapó un quejido de sus labios.
- Responde – impelió Elías volviendo a levantarla aún más fuerte del pelo, ante la
satisfacción de aquel hombre al ver el dolor y el pánico en los ojos de Maca.
- Sí, respóndeme – acercó su rostro al de la pediatra.
- Si - dijo Maca.
- ¿Si qué? – saltó Salva golpeándola de nuevo sin que nadie le diese permiso,
empezando a cogerle el gustillo a la situación. Esta vez el dolor fue tan agudo
que cerró los ojos y notó cómo se le saltaban las lágrimas.
- ¡quieto potrillo! – ordenó Elías al ver la cara de desagrado de aquel hombre –
baja de ahí – y tú contesta de una puta vez – gritó golpeando su cabeza contra el
capó y volviendo a levantársela del pelo.
- Sí, creo que lo es – murmuró aturdida y asustada al ver que aquel hombre sacaba
una navaja y la abría acercándosela a la cara, le zumbaban los oídos por el golpe
que acababa de recibir, “¿Dónde esta Isabel?”, pensó desesperada, ¡hacía tanto
que la había llamado! no iba a llegar a tiempo. ¿Escuchaba el motor de su moto
o eran sus malditos oídos que no dejaban de zumbar?
- Tch, tch, tch – negó con la cabeza al tiempo que chascaba la lengua contra los
dientes en señal de negación – como siempre, se equivoca doctora – respondió
arañando levemente su antebrazo con el filo de la navaja y sonriendo al ver
brotar la sangre - no lo es, hoy no, antes habrá un día en que nos divertiremos…
tú y yo – hizo una pausa y se acercó tanto a ella que podía sentir su aliento - Nos
vemos, doctora – terminó dándose la vuelta y perdiéndose por el mismo lugar
por el que había aparecido.
- ¿Quien es este? – preguntó Salva atónito.
- ¡Calla! – contestó de mal humor, ¿qué significaba aquello! ¿qué no podía
disfrutar con su presa! ¡de eso nada! ¡no estaba dispuesto! ¡él también tenía
derecho a divertirse! Dio un salto y subió de nuevo al capó.
- Bien puta, ya has oído, hoy no te toca… pero… antes… seremos nosotros los
que nos divirtamos.

A lo lejos los dos percibieron el ruido de un motor. Alguien se acercaba. Elías levantó la
vista y oteó. No se veía nada. Igor también estaba de espaldas sin dar muestras de
preocupación. Casi nadie cogía aquel camino. Maca lo escuchaba cada vez mejor ¡sí! lo
distinguiría entre un millón, ¡era su moto! y eso solo podía significar una cosa ¡Esther
venía en su busca! la sola idea le provocó una sonrisa que no pasó desapercibida a Elías.

- ¿De qué coño te ríes? – le gritó golpeándola de nuevo – a ver si ahora te ríes
tanto – dijo saltando sobre el capó de nuevo.

Salva lo imitó de nuevo subiendo junto a él.

- ¡Vamos! – volvió a ordenarle el gitano con apremio mirando hacia el camino –


¡ten huevos!

Salva levantó su tranca para estrellarla sobre la pediatra, pero Maca al verse libre de
sujeción y alentada por la idea de que Esther llegaría en segundos, se incorporó sobre el
antebrazo derecho y con su mano izquierda cogió a Salva por un tobillo haciéndolo caer
desde lo alto del coche y consiguiendo que fallara en su intento. La reacción de Elías
fue inmediata, levantó la tranca y la estrelló contra la espalda de Maca, que quedó
inmóvil sobre el capó.

- Vamos sube – ordenó Elías a Salva que se había levantado con dificultad y
miraba hacia el final del camino donde ya se adivinaba un punto. Alguien se
acercaba a toda velocidad.

Igor montó en su moto y llegó junto a ellos, echó un rápido vistazo hacia la pediatra que
aturdida por el golpe, con la mente puesta en aquél motor que cada vez sonaba más
cercano, en Esther y el miedo a ser golpeada de nuevo, luchaba sin éxito por volver a
incorporarse. Elías la miró y en su cara se dibujó un sonrisa que no era visible pero que
transmitió tal expresión a sus ojos que dejó paralizados a los dos chicos, incapaces de
imaginar lo que estaba pasando por su mente. El gitano se agachó y volvió a levantar a
Maca del pelo, los ojos de la pediatra se cegaron por el sol al intentar mirarlo, en
décimas de segundo comprendió que, ante aquel hombre de musculatura formidable y
armado, no tenía nada que hacer. Instintivamente cerró los ojos, provocando la ira de
Elías.

- Abre los ojos puta – le ordenó - ¡ábrelos te digo! Y.. ¡mírame!

Maca obedeció con lentitud, sin pronunciar sonido alguno, lo vio en cuclillas junto a
ella, apoyado en el palo con la mano que le quedaba libre. Sin dejar de mirarla, volvió a
gritar.

- Sube aquí.
- No – se atrevió a responder Salva asustado ante la idea de que llegase alguien -
“¡Vamos!”, “nos va a pillar!”, es la enfermera, es su moto, la conozco.

Maca observó como Elías miraba hacia la voz, pero su cara decía que no estaba
dispuesto a marcharse, la pediatra intuía lo que pretendía, a pesar de lo que había
ordenado aquél desconocido estaba segura de que no lo obedecería, y todo por su culpa,
por ser una bocazas y por lo que acababa de decir aquél chico. La iba a matar. Su
corazón se aceleró de nuevo.
* * *
Esther conducía a toda la velocidad que le permitía aquel camino. Laura la seguía a
unos cientos de metros.

- Allí está – escuchó a Isabel gritarle al oído – Esther levantó la vista hacia la
lejanía un instante pero rápidamente volvió a fijarla en el camino.

El coche de Maca era un punto distante, pero cuando dejó de serlo, Isabel le gritó.

- Acelera.

Esther levantó la vista . La separaban unos trescientos metros del coche y percibió a
alguien subido en la parte delantera del vehículo, de pronto lo vio enarbolar un palo y
descargar un golpe. Su corazón se heló. Su cuerpo reaccionó como venía haciéndolo en
los últimos meses, el miedo volvió a atenazarla, un rápido fogonazo y no estaba allí, de
nuevo se vio en el orfanato, cerró los ojos y paró la moto.

- ¡Qué haces! – gritó Isabel desesperada - ¡por dios! ¡sigue!

* * *

En el coche Elías se levantó un segundo enfurecido.

- Fuera de aquí – le gritó a los dos chicos – ¡fuera! Pero antes coged su bolso,
inútiles, ¡vamos!

Maca escuchó abrir su coche y luego, arrancar una moto y a los pocos segundos la otra.
Elías quitó la vista de ella y los observó un instante. Eso le dio una idea. Golpeó como
pudo la tranca en la que estaba apoyado y Elías se tambaleó un segundo, pero la falta de
fuerzas de la pediatra impidió que el joven cayera. Elías clavó su vista en ella sonriendo
irónico.

- Chapó doctora – le reconoció quitándose la bufanda que tapaba su rostro –


lástima que sea una tullía, hubiera sido una digna presa – acercó su rostro al de
ella sin dejar de sujetarla del pelo – me gusta la cacería igualada.
- Ya lo veo – murmuró despectiva sin poder evitar enfrentarse a él, estaba tan
segura de lo que iba a hacer que solo quería que lo hiciera cuanto antes. Él le
acarició la mejilla con un dedo y Maca intentó moverse pero le dolía todo el
cuerpo - Sonia me creerá – murmuró de pronto, casi sin respiración, recordando
las palabras de Isabel, desconcertándolo hasta el punto de retirarse.
- No, error, seré yo quien la esté consolando esta noche – soltó una carcajada -
¿ve? no cuesta ser amable con quien va a morir – le dijo levantándose y
soltándola.

Permaneció mirando a lo lejos del camino, sintiendo la excitación del peligro, aquella
moto cada vez se escuchaba más cercana, ya no era un punto en la lejanía. Maca intentó
incorporarse, así tumbada no podía respirar. Elías la miró, sonrió, y volvió a descargar
un golpe, esta vez sobre su hombro. Un dolor intenso se extendió por todo el brazo y el
costado, ahora sí que no podía respirar, ya ni siquiera era capaz de moverse. Elías se
agachó de nuevo junto a ella, le levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos, ambos
parecían estar evaluándose, él deseaba ver el miedo en ellos pero ya no era capaz de
verlo, desde que escuchó aquella moto la pediatra parecía otra. Maca leyó en aquella
mirada la satisfacción y el disfrute con lo que estaba haciendo y lo que era peor con lo
que pensaba hacer.

Llegarían en un instante y él no iba a dejar que lo pillaran. Volvió a levantarse. Maca se


preparó para recibir más golpes, recogió los brazos sintiendo un agudo dolor en el
hombro que le impedía casi moverse, pero la descarga de adrenalina por lo que se
avecinaba la hizo cubrirse la cabeza con ambas manos. Elías esta vez no lo evitó,
limitándose a sonreír. Maca notaba el sudor recorriendo su espalda, temblaba sin poder
evitarlo, le faltaba el aire y decidió incorporarse para poder respirar pero su cuerpo ya
no le respondía, se sentía agarrotada, su corazón latía frenéticamente, a punto de
colapsarse por el esfuerzo, aún así mantenía la esperanza puesta en aquel motor que se
acercaba, pero… ¿por qué se paraba! “no te pares, sigue… sigue… no te pares”.
“Esther”, murmuró, “Esther…. ¿dónde estás?”, Elías volvió a darle una patada en el
costado, “Calla”, le gritó. Levantó la tranca y se dispuso a descargar el golpe mortal.
Maca percibió el gesto por la sombra que se reflejaba sobre ella, sobre el coche y en el
suelo. Cerró los ojos y dos lágrimas rodaron por sus mejillas. Su último pensamiento
fue para Esther, ya no tendría tiempo de volver abrir los ojos, de volver a sentir sus
caricias, de escuchar su risa…. “Esther”, murmuró intentando concentrándose en aquel
motor que, ahora sí, estaba tan cerca que la ensordecía.

* * *

Esther no era capaz de escuchar a Isabel, cientos de puntos negros se cernían sobre ella.
No podía moverse, sus ojos se clavaron en aquel hombre que volvía a descargar un
golpe y ella sabía que tras ese vendrían muchos más, siempre igual, siempre impotente.

Isabel descendió de la moto, intuía lo que le ocurría a la enfermera pero no podía


permitirse detenerse con ella, le lanzó una fugaz mirada y corrió todo lo rápido que
pudo. En la distancia pudo percatarse que aquel hombre levantaba la cabeza mirando
hacia ella. Al menos ya no parecía golpear a Maca. La detective dudó un instante si
detenerse y apuntar o seguir corriendo, sabía que estaba demasiado lejos para el arma
que llevaba y optó por seguir adelante. Elías calibró con rapidez la distancia, unos
trescientos metros, eso le daba más de medio minuto de tiempo por muy rápida que
fuese, ¡más que suficiente! Isabel, que no dejaba de correr con la vista puesta en él,
comprobó que saltaba del coche y se alarmó, podía hacer cualquier cosa antes de que
ella llegara. Escuchó la moto de Laura ¡por fin! solo esperaba que no se detuviese con
Esther y siguiese hacia ellas. Sacó su pistola y disparó al aire, en un intento de
amedrentarlo y hacerlo huir.

Elías una vez abajo, sonrió al escuchar los disparos, cogió a Maca del pelo y le levantó
la cara mirándola muy fijamente.

- Y tú, puta, no vas a abrir la boca – le susurró muy cerca – ¿verdad? – le preguntó
sonriendo - o me cargo a “to” dios, empezando por Sonia, la cría esa que anda
todo el día revoloteándote y la enfermera que tanto llamas y… - se detuvo
acercándose tanto que Maca sintió asco de su aliento - tú la última... ¿entendido?
– preguntó, Maca no era capaz de responder, le faltaba el aire y le dolía tanto el
cuello que solo podía pensar en que se lo iba a partir - ¿entendido? – repitió con
apremio, ante la falta de contestación de Maca.
- Si – dijo con un hilo de voz.
- Estaré muy cerca – le susurró de nuevo junto a su oído – tirando de ella hacia
atrás con fuerza – chist, ni una palabra ¿eh, puta! ¿entendido?

Maca abrió la boca para responder y evitar alguna represalia más por su silencio, pero
no tuvo tiempo. Elías la soltó golpeándola de nuevo con genio contra el capó y saltó
sobre su moto huyendo campo a través, perdiéndose entre la vegetación, justo a tiempo
para que Isabel no pudiera alcanzarlo. La detective lo vio huir, indecisa entre seguirlo,
algo estúpido a pie y sola, o atender a Maca. Pero sabía muy bien que un buen policía
primero socorre a las víctimas. Se paró un instante junto a ella. La pediatra que
permanecía de bruces sobre el capó, inmóvil, notó como le buscaban el pulso.

- Esther – murmuró sin fuerzas y aturdida por el golpe – ayúdame a levantarme -


dijo intentando incorporarse, creyendo que era la enfermera.
- Maca…, tranquila, no te muevas – respondió Isabel intentando calmarla al ver
que temblaba.
- ¿Isabel? – dijo sorprendida abriendo los ojos – es…estoy bien – murmuró con
dificultad – ayúdame a bajar.
- Espera – le pidió viendo llegar a Laura que saltó corriendo de la moto – ocúpate
de ella - le pidió alejándose un instante y cogiendo su radio dio la alerta a sus
hombres.
- ¡Maca… no te muevas! voy a ponerte un collarín.
- No… puedo… respirar – intentó explicarse, comenzando de nuevo a temblar,
¿es que nadie se daba cuenta que en aquella posición le faltaba el aire! ¿Dónde
estaba Esther! estaba segura de haber escuchado su moto.
- Tranquila, ahora te bajamos – respondió Laura con calma mirando hacia Isabel y
haciéndole señas de que necesitaba ayuda. Sola no podía y Esther estaba claro
que no iba a llegar.

La enfermera observaba todo el cuadro desde lejos, incapaz de moverse, le aterraba la


idea de que Maca estuviese muerta. Vio los problemas que tenían para bajarla del coche,
debería estar allí, ayudándolas, pero no podía moverse, no podía. Le pareció que Maca
levantaba un brazo, ¡estaba viva! esa idea hizo que su cuerpo reaccionase poco a poco,
se sentía mejor, pero aún no conseguía despegar los pies del suelo.

Junto al coche, Laura exploraba a Maca. Isabel permanecía en pie junto a ellas, alerta.
Tras unos momentos de concentración, en los que le cortó la ropa y el vendaje que
llevaba y en los que tan solo se le escapó alguna exclamación de desagrado o una orden
a Maca que intentaba incorporarse, levantó la vista hacia le detective.

- Isabel, llama a una ambulancia – le pidió.


- La moto… - dijo Maca mirando a Laura – oí la moto.
- Tranquila – le dijo distraída terminando de explorarla – no parece que tengas
ningún hueso roto, ¿te duele algo? – le preguntó pero la pediatra no le respondió
permanecía con los ojos abiertos, mirándola, pero parecía estar en otro mundo –
Maca – llamó su atención - Maca, escúchame. Escúchame Maca – le dijo en
tono más alto, Isabel se giró hacia ellas preocupada - dime lo que te duele.
Maca esbozó una sonrisa ante la pregunta, “¿qué me duele! ¿te digo lo que no me duele!
acabaremos antes”, pero no pronunció palabra alguna.

- A ver, ¿te duele aquí? – le preguntó pero Maca no pudo responder, se mordió el
labio inferior y asintió lentamente - ¿Te han dicho cuanto tardarán?
- No – dijo la detective – no pueden salir del campamento. Vienen de la clínica.
- ¡Joder!
- ¿Qué pasa? – preguntó agachándose junto a ellas. Maca la miró, continuaba
temblando.
- No me mires, no quiero que me mires – dijo con nerviosismo.
- Tranquila, Maca, que nadie te mira – le dijo Laura cubriéndola con su ropa – ven
que te voy a desinfectar esto – dijo cambiando de posición y cogiéndole el brazo
para curarle el corte que le habían hecho - a ver Maca dime dónde estamos,
¿Maca?
- Estoy bien – tardó un par de segundos en responder, sabiendo que pretendía
medir su nivel de consciencia.
- Bueno pues levanta aquél brazo - la pediatra suspiró y obedeció.
- Muy bien.
- Te… lo… estoy diciendo ¡joder cómo escuece! ¿qué haces? – Laura sonrió, a
pesar de los evidentes golpes en la cabeza no parecía que fuese, de momento,
nada serio.

Laura respiró ligeramente aliviada. Maca tenía tendencia a cerrar los ojos pero los abría
cada vez que se lo pedía y por lo demás, parecía orientada y su respuesta motora era
buena. No le gustaban nada aquellos golpes en el costado, era necesario trasladarla
cuanto antes, pero con un poco de suerte todo quedaría en un susto.

- Laura... tienes que ir y… - Maca se detuvo para tomar aire – los alojáis en …
barracones y…
- Quieres dejar de pensar en el trabajo – la recriminó.
- Fernando sabe y Sonia… - volvió a guardar silencio y se le saltaron las lágrimas
pensando en la joven.
- Maca, ¡por favor!
- Quiero que Sonia... se quede en el campamento – continuó sin hacerle caso –
ella… ella tiene que quedarse… tiene que…
- Tranquila que yo se lo digo.
- ¡No! Llámala, quiero… quiero – otro ataque de tos la silenció. Le dolía todo el
cuerpo cada vez que tosía pero tenía que conseguir que Sonia estuviese a salvo –
dile a Esther que se quede contigo… quiero que os ocupéis de… - cada vez
respiraba peor.
- Maca, por favor… - le exigió enfadada – ¿te duele mucho al respirar?
- Si – murmuró en voz baja – pero estoy bien… ya me dolía antes…solo… me
duele un poco la cabeza.
- No hables más, no te preocupes por nada que nos encargamos de todo. Sonia ya
está en el campamento y está organizando los realojos, pero por favor, no hables.

Esta vez la pediatra obedeció y cerró los ojos cansada.

- ¿Has terminado, Laura? – le preguntó Isabel al cabo de un instante.


- Sí, yo no puedo hacer nada más. Debería cogerle una vía pero… - miró hacia el
camino buscando a Esther que seguía allí parada - ¿porqué no vas a buscarla?
- Sí, ahora voy – respondió pensativa - ¿por qué tiembla?
- Busca en su coche a ver si lleva una manta.
- No… - dijo Maca – no tengo. Quiero mi silla… quiero sentarme…
- Es mejor que esperes aquí y lo sabes – le dijo Laura con autoridad.
- Maca, se que no es el momento pero… necesito que me digas todo lo que
recuerdes – aprovechó la detective al comprobar que Maca era consciente de lo
que se hablaba.
- ¡Isabel! – protestó Laura, volviendo a mirar hacia Esther, entre sorprendida
porque no acudiese y preocupada por ella. Levantó una mano llamándola pero la
enfermera hizo caso omiso.
- ¿Cogiste tú mi… moto? – preguntó Maca mirando a la detective sin responderle.
- ¿Tu moto! no, claro que no – le sonrió distraída más preocupada por descubrir
algún detalle que pudiese ayudarla a dar con el agresor – ¿no recuerdas nada! sé
que es difícil, pero cualquier detalle, seguro que lo conoces, tiene que ser del
poblado.
- La oí.
- ¿Qué oíste?
- La moto… a Esther…. – dijo interrumpiéndose con un ataque de tos.
- No hables, Maca – le pidió Laura mirando a Isabel y recriminándole con la
cabeza aquel interrogatorio, había conseguido volver a alterarla.
- Búscala… sola… y están allí – balbuceó Maca cerrando los ojos – están allí.
- ¿Están? ¿Quiénes, Maca, cuántos eran? – le preguntó - ¡Maca!
- ¡Isabel! – volvió a recriminarla Laura.
- ¿Qué le pasa?
- Le he puesto un calmante.
- Esther… - murmuró de nuevo.

La detective se levantó y miró hacia la enfermera. Laura levantó la vista y asintió. Isabel
fue en su busca. Al llegar junto a ella comprobó que seguía exactamente en la misma
posición en la que la dejara.

- ¿Cómo estás? – le preguntó pausadamente apretándole el antebrazo.

Esther la miró sorprendida, desde que la viera ir hacia ella se estaba preparando para
recibir una airada bronca, pero no había sido así y la desarmó.

- Bien… no sé que…
- No tienes que darme explicaciones – la cortó tajante.
- ¿Cómo está Maca? – preguntó con temor.
- Le han dado una buena paliza… - se detuvo al ver que la enfermera parecía
demasiado afectada solo por escucharlo - No te preocupes, parece que solo ha
sido un susto, aunque tiene varios golpes feos y… está asustada y nerviosa.
Deberías acercarte.
- Lo sé – dijo bajando la vista – pero… no puedo… no puedo verla… así.
- Ya he llamado a la ambulancia, llegará en cualquier momento. ¿Por qué no
vienes conmigo? – le preguntó tirando ligeramente del brazo de la enfermera
pero Esther se zafó y negó con la cabeza – Esther, reconozco un bloqueo cuando
lo veo, ya te he dicho que no tienes que darme explicaciones pero… si me
permites un consejo… no creo que vayas a poder con esto sola ¿has buscado
ayuda? – le preguntó directamente – yo podría darte un par de números… en la
policía…
- Gracias, ya te los pediré cuando los necesite – respondió secamente mirando
hacia la ambulancia que ya llegaba.
- Maca ha preguntado por ti – le confesó.

La enfermera la miró con tristeza, “¿Maca quiere verme! seguro que no, después de lo
que le he dicho”, Isabel sintió simpatía por ella e intentó darle conversación, distraerla y
conseguir que fuese con ella.

- Maca quiere que Laura y tú os quedéis en el campamento organizándolo todo.


- Pero… - empezó perpleja, convencida de que Maca estaba malherida.
- Sí, ya la conoces, el trabajo es lo primero.

Esther cabeceó asintiendo casi sin escucharla, no podía dejar de pensar en que no había
hecho nada por ella, en que como siempre se había quedado paralizada. Podían haberla
matado y… estaba convencida de que Maca no querría ni verla. Isabel creía que sí pero
se equivocaba, ella estaba segura de que no, era imposible que la quisiera cerca.
Aunque… quizás si se lo contase todo, si le explicase… volvió a mirar hacia la lejanía.
Tenía que ir con ella, tenía que reunir fuerzas.

- Perdona Isabel – dijo comenzando a andar al ver que la ambulancia se paraba -


tengo que ir con ella. Tengo que acompañarla.
- ¡No! Voy yo – corrió tras ella y la paró – en la ambulancia voy yo, Maca
necesita protección. Entiéndelo.

Esther asintió sin protestar, lo entendía, es más deseaba que Maca tuviese protección
algo que ella nunca podría darle. Llegaron a tiempo de ver como introducían la camilla
de Maca en la ambulancia.

- ¡Maca! – gritó la enfermera pero parecía que la pediatra no la había escuchado –


esperen un momento, ¡por favor! – pidió intentando subir.
- Tienen que irse, Esther – la sujetó Laura tirando de ella hacia atrás.
- Pero…. – protestó observando como atendían a Maca y como Isabel subía con
ella.

La pediatra permanecía con los ojos cerrados. Su mente reproducía una y otra vez la
discusión con Esther y las palabras de Elías, tenía miedo y tenía frío, mucho frío. A
Isabel le pareció que estaba más pálida que antes.

- ¡Maca! – gritó de nuevo Esther cuando cerraban las puertas de la ambulancia en


sus narices. La pediatra abrió los ojos, parecía desorientada.
- Esther… - murmuró.
- Tranquila, en seguida llegamos – le dijo el médico de la unidad - no se canse.

Maca volvió a cerrarlos, estaba convencida de haber escuchado a la enfermera, pero


también lo había estado de escuchar el motor de su moto y no había sido así. Debían ser
imaginaciones suyas. Esther no había ido en su busca. Isabel observó que una lágrima
caía de su ojo izquierdo e hizo ademán de enjugársela.
- Es normal que le lloren los ojos – le dijo el médico mirando a la detective – no
se preocupe.

* * *

En mitad del camino viejo, Laura permanecía apoyada en el coche de Maca y Esther
unos metros más allá, en pié parecía pensativa. Ambas guardaban silencio. Un coche de
policía se acercó a ellas. Tenían orden de Isabel de encargarse del vehículo de Maca y
de custodiarlas hasta el campamento. Esther permanecía con la vista fija en el horizonte
por donde había desaparecido la ambulancia. Laura le había contado con todo detalle
cual era su estado pero le había insistido tanto en que le decía una valoración superficial
con lo poco que había podido evaluar a Maca, que estaba intranquila, tenía la sensación
de que le estaba mintiendo y que en realidad sí que había visto algo que le ocultaba.

Laura, tras hablar con los agentes, llegó a su lado.

- ¿Vamos? – le preguntó tirando de ella – ya he hablado con el campamento, nos


esperan y… ¿Esther?
- Laura… no voy a ir. Me voy a la Clínica.
- ¿Ahora! Maca me ha dicho expresamente que quiere que tú, Sonia y yo nos
encarguemos de …
- Me da igual lo que te haya dicho – la interrumpió decidida – tengo que verla,
tengo que hablar con ella – dijo moviéndose nerviosa.
- Te quieres calmar un poco – le pidió.
- No puedo Laura, no puedo calmarme, necesito…. – se interrumpió angustiada le
faltaban palabras para explicar lo mal que se sentía.
- ¿Se puede saber qué coño te ha pasado? – le preguntó con dureza. Desde que
llegaron a la clínica, Esther solo había sabido hablarle de Maca, le había dejado
muy claro que la quería por encima de cualquier cosa y que iba a luchar por ella
aunque estuviese casada y, de pronto, en una situación como aquella, no había
movido un dedo en su defensa.
- Nada – murmuró bajando la vista.
- ¡Joder, Esther! – exclamó ante aquella evidente mentira – desde que bajamos del
avión supe que te pasaba algo, ¿recuerdas que te lo pregunté? Aquél día me callé
pero hoy no puedo. Así es que no me digas que nada, porque te hemos visto las
dos.
- Lo siento pero… no es asunto tuyo – le dijo, mostrándose ligeramente
avergonzada por hablarle así.
- Muy bien, no es asunto mío – respondió molesta – y… ¿se puede saber entonces
que cosas son asunto mío! creía que éramos amigas – la cogió por los hombros y
la giró hacia ella – Esther mírame – pero la enfermera permaneció con la vista
en el suelo - ¡coño, Esther, que casi la matan! ¿no se supone que la amas! ¿en
qué estabas pensando? – le preguntó levantando el tono y soltándola exclamó -
¡joder! – volvió a repetir impotente ante la indolencia de la enfermera, y
enfadada por haber tenido que atenderla sola – que ni siquiera has sido capaz de
venir a ayudarme.
- Lo siento, Laura, lo siento – dijo con la vista aún en el suelo.
- No lo sientas y ponle remedio – casi le gritó - ¿tú sabes la paliza que le han
dado! ¿tú sabes como estaba?
- Sí, ya me lo has contado – respondió comenzando a sollozar.
- ¡Joder! que ha preguntado por ti varias veces y no sabíamos ni qué decirle – le
espetó haciendo ostensibles gestos con los brazos sin aflojar en sus
recriminaciones.

Esther comenzó a llorar abiertamente y Laura sintió que todo su enfado se esfumaba. La
cogió y la abrazó con fuerza.

- No sé que es lo que pasa, pero si tú quieres yo te ayudo – le propuso con cariño


– no llores, perdóname Esther, me he pasado.
- Lo siento, lo siento – repetía sin para de llorar.
- Tranquila, ¿vale! venga, vamonos de aquí. Vamos al campamento que te voy a
preparar una tila. Nos quedamos aquí esta noche, como quiere Maca, y cuando
estés mejor, si quieres buscamos una solución para lo que sea que te pase.
- No – respondió comenzando a serenarse – no voy a ir al campamento. Me voy a
la clínica.
- Pero… Esther… - protestó.
- No vas a detenerme. Tengo que hacerlo. Se lo debo – dijo convencida – cuando
sepa algo te llamo.
- Ten cuidado. Y no llores, y no corras, y si…
- Valeeee – consiguió sacarle una sonrisa – gracias Laura.
- Venga, boba – dijo besándola – ¡ponte el casco!
- ¡Que sí! - respondió corriendo hacia su moto.

Esther llegó a la Clínica corriendo, no había nadie en recepción e imaginó que estarían
aún en la zona de boxer, al entrar, vio esperando fuera a Teresa que se enjugaba las
lágrimas con un pañuelo y a Vero abrazándola, también afectada. Isabel paseaba de un
lado a otro impaciente y cabizbaja. El alma se le cayó a los pies, Maca…

No podía ser, no podía. Maca no. Corrió hacia ellas, desesperada, dándole igual lo que
pudieran pensar.

- ¿Como está? – preguntó muerta de miedo.

Teresa negó con la cabeza, incapaz de responder y Esther, imaginando lo peor, comenzó
a llorar desconsolada. Si no hubiera detenido la moto, si no fuera tan cobarde.

- Tranquila – le dijo Vero con calma, apretándole el hombro, Esther no entendía


como podía controlarse de aquella manera, sabía lo que sentía por Maca – la
están examinando, pero Cruz es optimista.
- Pero si parecía no tener nada…. Laura me dijo que…
- El TAC muestra un pequeño hematoma, Claudia y Cruz están valorando la
importancia.
- Pero… ¿está consciente? – preguntó esperanzada.
- Sí – respondió Vero.

Adela llegó hasta ellas. Venía del box y su cara de preocupación no presagió nada
bueno.

- ¿Maca lo sabe? – preguntó Esther a Vero, ignorando a la recién llegada.


- Creo que no.
- Adela… - se dirigió a ella desesperada, en un intento de obtener más
información – ¿le han dicho a Maca lo del TAC?
- No, no lo sabe. Cruz está esperando a tener todas las pruebas para hablar con
ella – le explicó – pero… su respuesta neurológica ha empeorado desde la
evaluación de Laura, Claudia dice que está en un Glasgow once.

Isabel se acercó al grupo al escuchar aquellas palabras. Estaba deseando hablar con
Maca, lo había intentado en la ambulancia pero había tenido que desistir ante la
insistencia del médico en que no la molestase.

- ¿Once? – repitió Esther pensativa - Y tú… ¿cómo la has visto?


- Está asustada – dijo bajando la vista mostrando la angustia que sentía – Claudia
está con ella.
- ¿Crees que puedo hablar con ella? – intervino la detective – necesito hacerle un
par de preguntas.
- No es lo más conveniente… - respondió Adela – además, no creo que te sirva de
mucho… está… confusa.
- Voy a entrar - dijo decidida Esther.
- Espera - pidió Teresa - Esther…
- Tengo que entrar… tengo que… que decirle algo.
- Esther, por favor – le suplicó Teresa – no empeores las cosas.
- ¿Yo? – preguntó con lágrimas en los ojos.
- Sí, tú - le reprochó – déjala en paz. No la hagas sufrir más.
- ¿Qué dices Teresa?
- No entres Esther, déjala – repitió la recepcionista recordando las últimas
palabras que había cruzado con la pediatra aquella misma mañana cuando le
confeso que se marchaba dejándolo todo.
- Teresa no me lo vas a impedir. Ni tú ni nadie – dijo mirando a Vero y Adela,
desafiante.
- Creo que deberíamos tranquilizarnos todos, dejar a Maca descansar y que sean
sus médicos los que nos digan qué es lo mejor para ella – propuso Vero
adoptando un aire de calma que no sentía.
- Yo… soy… soy enfermera y voy a entrar – la desafió buscando una excusa para
hacerlo – os guste o no – sentenció.
- Yo también creo que es mejor que entres un momento – la apoyó Adela ante su
sorpresa – Maca ha preguntado por ti varias veces, pero…. no la canses, ¿de
acuerdo?

Esther asintió y salió corriendo hacia el interior dejándolas solas. Isabel corrió tras ella y
la detuvo en la puerta.

- Esther – le dijo sujetándola por un brazo – escúchame un momento.


- Isabel, quiero entrar y… voy a entrar – la desafió creyendo que la detective
pretendía interponerse en su camino.
- Lo sé, yo también necesito entrar – le confesó – necesito preguntarle una cosa y
necesito que me hagas un favor – le pidió mirándola casi con desesperación.
- ¿Yo? – preguntó incrédula.
- Sí, necesito que me dejes entrar a mí primero.
- ¡Isabel! – protestó – ya has escuchado a Adela.
- Por eso mismo… si Maca empeora, si… necesito que recuerde todo lo que
pueda necesito que me diga algo de aquel tipo. En la ambulancia lo intenté
pero…
- De acuerdo – suspiró interrumpiéndola – entra.

En el box, Claudia permanecía con Maca que estaba aturdida por los golpes. La
neuróloga no había podido separarse de su cama, porque Maca cada vez que lo hacía se
alteraba, no dejaba de mirar hacia la puerta, con una expresión de pánico que enternecía
a su amiga. Claudia, mantenía cogida su mano y la miraba con cariño, eso parecía
tranquilizarla.

- Teresa ha llamado a tu madre - le contó – vendrá en cuanto pueda.


- No la llames… no puede venir… y… - se detuvo sin saber qué iba a decir.
- Tranquila, si te cuesta trabajo no hables – le dijo observando sus constantes que
se alteraban continuamente.
- Claudia… - la llamó mirando hacia ella - ¿Esther…?
- Maca, ya te he dicho que Esther está en el campamento, ¿no lo recuerdas?
- Si – musitó cerrando los ojos.
- Está haciendo lo que les has encargado.
- Si… - dijo sin abrirlos. Claudia sospechaba que estaba peor y decidió
comprobarlo.
- Maca, mírame – le pidió y la pediatra abrió los ojos de nuevo - ¿qué les has
encargado?
- Los realojos – dijo tras un par de segundos – pero… ¿Esther… está bien?
- Sí, muy bien – respondió viendo cómo la pediatra lanzaba un suspiro que
interpretó de alivio.
- Sonia…
- Sonia también está bien y también está en el campamento. Tranquila, Maca, que
todo está bien.

Maca clavó la vista en la puerta de nuevo, Isabel entró en ese momento y aquél
movimiento pareció sobresaltarla.

- Tranquila Maca – le apretó la mano Claudia – es Isabel.


- Maca… - dijo la detective llegando a su lado.
- Isabel, es mejor que salgas – le dijo Claudia.
- No – le pidió Maca - ¿el campamento? – dijo mirando a la detective.
- Todo controlado – le respondió – no te preocupes.
- ¿Esther…? – murmuró pareciendo aliviarse por aquella respuesta - ¿está bien?
- Tranquila, está bien.
- La moto… - repitió – oí…
- Isabel, sal por favor – le pidió Claudia viendo que la tensión de Maca subía.
- Solo una pregunta – la miró suplicante – Maca, ¿conoces a tu agresor? – le
preguntó clavando sus ojos en ella, la pediatra no contestó - respóndeme ¿lo
conoces?
- No la dejes sola – murmuró – Esther… no la dejes….
- Maca por favor, que Esther está bien, escúchame, ¿me escuchas? – preguntó al
ver que cerraba los ojos.
- No la canses – le dijo Claudia – no debe hablar mucho.
- Necesito que me responda – la fulminó con la mirada, desesperada. Tenía que
encontrara a aquel animal, tenía que detenerlo y tenía que evitar que algo así
volviese a repetirse.
- No puede – le explicó - Sal, por favor.

Isabel miró a Maca que permanecía con los ojos cerrados, se acercó a ella.

- Maca – la llamó, la pediatra volvió a abrir los ojos – tranquila, yo me encargo de


todo.

Maca asintió y clavó la vista en ella viendo como se dirigía a la puerta. Al cabo de un
instante volvió a preguntarle a Claudia.

- Claudia… ¿has pedido…? – se detuvo de nuevo sin saber qué era lo que quería
decirle pero la neuróloga respondió adivinándolo.
- Sí, Maca, he pedido de todo, eco, placa de columna, AP Cervical… y ya te
hemos hecho todas las pruebas. Estamos esperando los resultados.
- ¿Ya?
- Sí, ¿no lo recuerdas?
- Si – murmuró intentando recordarlo – si – repitió – me acuerdo.

Cruz, que se había detenido un instante en la puerta para informar a todos, entró en ese
momento y se dirigió a ella.

- Maca, ya tenemos el resultado de todas las pruebas, has tenido bastante suerte,
aunque en el TAC se aprecia que tienes un hematoma en el frontal izquierdo – le
explicó con la calma y el tono profesional que solía emplear con sus pacientes,
asegurándose de que la pediatra le estaba prestando atención. Maca al escuchar
esas palabras revivió el último golpe que le dio Elías levantándola del pelo y
estrellándola sobre el capó y movió inquieta los ojos haciendo un ligero gesto
que Cruz interpretó de miedo por lo que acababa de decirle – tranquila, no es
grave, vamos a tenerte vigilada 24 h y ver como evoluciona. ¿Como estás?
- Me duele el hombro y… me duele un poco la cabeza.
- ¿Has tenido nauseas o ganas de vomitar?
- Si – murmuró tras un segundo en que parecía pensar en la pregunta, aturdida -
Un poco.
- Pero… ¿lo has hecho? – preguntó preocupada mirando hacia Claudia que negó
con la cabeza, nadie le había dicho nada.
- No.
- Bueno… tranquila – le repitió apretándole la mano y bajando la voz se dirigió a
la neuróloga – Claudia, ¿puedes venir un momento?
- Si – respondió y mirando a Maca – ahora vienen a prepararte, ¿de acuerdo? – le
acarició el antebrazo y soltó con dificultad la mano que le tenía asida la pediatra
que asintió sin pronunciar palabra, cada vez le dolía más la cabeza. Y empezaba
a sentir una pesadez en los ojos que no le indicaba nada bueno.
- En unas horas te repetiremos el scanner, de momento, la focalidad está bien – le
informó Claudia acariciándola en la mejilla – no te preocupes.
- Vale – respondió con voz apagada - ¿Estáis seguras! yo creo que…
- Tú descansa… y no hables tanto. Ahora te van a subir a la UCI, nos vemos allí
¿de acuerdo? – le dijo Cruz. Maca asintió sin pronunciar palabra, obedeciéndola.
En la puerta Cruz se dirigió a Claudia.

- Quiero que veas el TAC.


- ¿Por qué? ¿pasa algo? – preguntó empezando a preocuparse.
- No sé. El hematoma es superficial. No se aprecia nada más, pero creo que hay
algo que no va bien y quiero tu opinión. Maca está en el grupo de riesgo y…
quizás fuese conveniente drenar… no sé.
- Bien, vamos a verlo.

Maca notó que se marchaban pero cada vez le costaba más trabajo mantener los ojos
abiertos. Escuchó que entraba alguien, tenía miedo, pero se calmó pensando en la
enfermera que debía prepararla para subirla a la UCI, estaba segura de que no le decían
la verdad. Estaba cansada, muy cansada y mareada. No podía pensar con claridad. No
dejaba de darle vueltas a lo que le había dicho Esther. ¿Cómo podía creer que estaba así
por gusto, por llamar la atención! ¡si supiera lo que le habían dolido sus palabras! pero
nunca lo sabría. Sintió que la cogían de la mano e hizo un esfuerzo por abrir los ojos y
mirar hacia ese lado.

- Claudia…- murmuró con los ojos cerrados.


- No… soy yo.
- ¡Esther…! - balbuceo casi imperceptiblemente haciendo un esfuerzo por mirarla.
- Maca… - le pasó la mano por la frente con suavidad y se la besó.
- ¿Has… venido? – preguntó sin estar segura de que fuera real o producto de su
imaginación – ¿estás… estás aquí?
- Claro – le sonrió y Maca intentó devolverle la sonrisa olvidando toda su
decepción y todos sus reproches, solo podía pensar en que había ido a verla.
- Esther… yo… - se alteró al ver que no era capaz de articular bien las palabras. Y
Esther volviendo sus ojos al monitor se dio cuenta de ello y la silenció.
- Chist… no hables y escúchame – le pidió, casi en un susurro sin quitar la vista
de los monitores, nerviosa por lo que veía y por lo que necesitaba contarle, habló
con precipitación - tienes razón. Tengo un problema y por culpa de él estás aquí.
- No…. no te culpes – susurró olvidando todos sus pensamientos, estaba allí, a su
lado, se repetía constantemente en un intento de convencerse de que era verdad -
Soy yo que… - casi no podía hilar las palabras – que… no….
- Calla, no te canses. Solo quiero que me escuches, quiero contártelo – le pidió de
nuevo y apretando su mano comenzó a relatar - Estaba amaneciendo, llevábamos
varios días sin salir del campamento porque nos habían avisado que el ejercito y
las guerrillas habían recrudecido sus enfrentamientos. Entonces oímos que
llamaban insistentemente en el portón. Escuché a la voz de mi amiga Margarette,
creo que ya te he hablado de ella, una hermana de un hospicio cercano, con el
que colaborábamos asiduamente. Nos pedía que abriésemos, habían atacado el
hospicio. Germán no lo dudó, y contradiciendo las órdenes de los militares,
permitió la entrada a los de fuera, pero Margarette no venía sola, la traían a
rastras, la habían golpeado y sangraba abundantemente. Entraron e intentamos
atender a todos los heridos. Margarette estaba mejor de lo que aparentaba, me
pidió que la acompañase al hospicio, antes del ataque habían escondido a
algunas de las niñas en una especie de zulo excavado bajo el suelo, no se si lo
sabes, pero allí es una práctica común llevárselas para violarlas, para… - sus
ojos se anegaron de lágrimas recordando las imágenes que había visto y que no
conseguía borrar de su mente.
- No… no tienes… por qué seguir – le dijo con dificultad también afectada –
puedo hacerme…
- Quiero hacerlo – clavó sus ojos en ella – necesito hacerlo.

Maca asintió con una sonrisa triste y cansada, Esther prosiguió con su relato, sin
percatarse de que Maca casi no podía escucharla.

- Al alba del día siguiente, cuando aún todos dormían, Margarette y yo salimos
por la parte de atrás. Seguras de que no nos había visto nadie recorrimos los tres
kilómetros que nos separaban del hospicio. Cuando llegamos, temimos que fuera
demasiado tarde. Pero no lo era. Las niñas permanecían allí, agazapadas y en
silencio, ya casi sin provisiones. El olor era nauseabundo, habían hecho sus
necesidades en un rincón y se habían hacinado en el otro. Esperaban pacientes
una muerte segura y rezaban, como les habían enseñado las hermanas, porque no
fuera así.

Mientras la escuchaba, Maca hacía esfuerzos por no llorar. No quería oírlo, no


soportaba la idea de que Esther, su Esther, hubiese sufrido de aquella manera y siguiera
haciéndolo en la distancia, sin que ella pudiera hacer nada por aliviar aquel sufrimiento.
Le parecía que la enfermera cada vez hablaba más bajo ¿o es que se estaba alejando de
ella! intentó abrir de nuevo los ojos pero no podía. Se sentía cada vez peor, las náuseas
iban en aumento e intentaba controlarse. Su ritmo cardiaco era cada vez más lento y su
tensión se había disparado. Esther mantenía la vista fija en el rostro de la pediatra, pero
parecía no darse cuenta del empeoramiento de su estado, sus ojos veían mucho más allá.

- Me duele la cabeza – musitó Maca, incapaz de aguantar el dolor – me… me


duele mucho. Es...ther… Esther lla… - intentó que la ayudase, intentó que
llamase a Claudia, pero no pudo seguir hablando, intentó levantar la mano para
que le prestase atención pero su cuerpo ya no le respondía.

Esther no la escuchó. Perdida en sus recuerdos, solo veía sangre y horror.

* * *
Esther bajó del taxi cabizbaja, Teresa no la había dejado marcharse en la moto y había
de reconocer que la recepcionista tenía razón, estaba tan distraída que se había
equivocado de dirección y allí estaba, ante la puerta de la casa de su madre. Pensó en
dar media vuelta y marcharse, si había algo que le apeteciese menos en aquellos
momentos era escuchar una reprimenda de su madre, pero se imaginó entrando en su
piso de alquiler, sola, y no se sintió con fuerzas de volver. Además, tenía ganas de
hablar con alguien, alguien que pudiese entenderla y consolarla, y su madre, a pesar de
sus defectos y de que no conectaba muy bien con ella, no dejaba de ser su madre. Miró
el reloj, a esas horas debería haber estado cenando con Maca, ¡qué diferente había
resultado todo a como había imaginado!

Finalmente, se decidió a entrar, cogió las llaves que aún conservaba, Encarna se había
negado en redondo a que se las devolviese, y abrió la puerta. Entró con tal abatimiento
que Encarna, dejó a un lado la sorpresa inicial de verla allí, temiendo que le ocurriese
algo.
- ¡Esther! ¡qué sorpresa! – se levantó y fue hacia ella con los brazos abiertos
dispuesta a besarla y abrazarla - ¿pasa algo?
- No – respondió en voz baja prolongando aquel abrazo.
- ¿Qué haces aquí hija?
- Mama – musitó notando que le temblaba el labio inferior – yo… no me apetecía
estar sola.
- Pero… ¿no ibas a compartir piso con Laura? – preguntó aparentando no darse
cuenta del estado anímico de su hija.
- Si, pero esta noche no dormirá en casa. Se ha quedado en el campamento.
- ¿Por qué?- preguntó con toda la intención - ¡no me digas que también vais a
trabajar por las noches!
- ¿No ves las noticias? Creo que hemos salido en todas – respondió molesta
porque su madre no fuera capaz de percibir que estaba a punto de derrumbarse
¡era su madre! debía notar esas cosas.
- Si las he visto, han echado abajo unas cuantas chabolas y muy bien que hacen
esas gentes son parásitos, nos roban la luz, se quedan en unos terrenos que no
son suyos, y los demás aquí…
- Mama.. - protestó casi sin fuerzas, no tenía ganas de discutir.
- Bueno imagino que al trabajar allí le habrás cogido cariño a alguien, como si lo
viera.

Esther suspiró.

- ¿Te importa que haya venido?


- Por dios hija, no digas tonterías, esta es tu casa – respondió manifestando su
molestia por el cometario y viendo como la enfermera tenía tal cara que parecía
a punto de echarse a llorar.
- ¿Te importa que me vaya a mi cuarto?
- Pero, ¿no cenas nada! yo ya he cenado pero te preparo algo en un momento – se
ofreció dirigiéndose hacia la cocina..
- ¡No! Mama, Gracias – la frenó - Tengo el estómago revuelto. Ha sido un día
duro y… no sería capaz de comer nada.
- ¿Tú no habrás estado en peligro? He oído que ha habido varios heridos.
- No mama, estoy bien – lo dijo con tal tristeza que su madre se asustó. Sabía que
Maca estaba entre los heridos porque lo habían dicho en todas las noticias pero
no pensaba preguntarle por ella. La dejó marcharse y se sentó en el salón a ver la
televisión. A la media hora ya estaba dormida.

Esther entró en su cuarto y paseo de un lado a otro, inquieta, había sido un error subir,
su madre no iba a entenderla, ni siquiera se había molestado en preguntarle por ella. No
podía dejar de pensar en lo que había sucedido en el box. Había vuelto a cagarla, ¿cómo
era posible que no se hubiese dado cuenta de lo que le estaba sucediendo a Maca! no
podía olvidar las caras de Cruz y Claudia cuando entraron alertadas por el avisador. Las
lágrimas pugnaban por brotar de nuevo. Mecánicamente se subió en una silla y del
altillo del armario sacó una caja. En ella guardaba viejas fotografías y algunas cartas.
Bajó y se sentó en la cama, contemplando aquellas imágenes de las dos juntas,
evocando viejos tiempos. Releyó algunas de las notas que Maca solía dejarle, se tumbó
en la cama llorando, entre las lágrimas y los recuerdos se quedó adormilada, imaginó
que Maca entraba en su habitación, que la veía allí un instante, sonriendo, frente a ella,
y se sentó sobresaltada, abriendo desmesuradamente los ojos, tenía la sensación de
sentir su presencia pero la realidad era muy diferente, y sintió un miedo atroz,
recordando las leyendas africanas, en las que los espíritus de los muertos acudían a
despedirse … esa sensación de tenerla allí junto a ella…, no quería ni pensarlo, no
podía. Se tranquilizó pensando en que si hubiese pasado algo la habrían llamado. Se
levantó, estaba mareada y decidió tomar un poco de aire. Su madre dormitaba en el sofá.
Salió a la terraza, y se apoyó en la baranda, mirando hacia abajo, pensativa, si le pasaba
algo a Maca… no se lo iba a perdonar nunca, nunca.

- ¿Estás bien hija? – le preguntó sobresaltándola.


- Si, mama, solo quería tomar un poco el aire, éntrate que hace frío.
- Y ella ¿como está? – le preguntó por fin dando su brazo a torcer, conocía a su
hija y sabía cual era el motivo de su estado, y sabía que necesitaba hablar, en eso
había salido a ella, tenía que echarlo todo fuera.
- ¿Quién mama? – preguntó distraída.
- ¿Quién va a ser! Maca.

Esther se volvió agradablemente sorprendida.

- ¿Ya no es, esa? – le preguntó con un cansado tono irónico.

Su madre suspiró, encima de que le preguntaba empezaba con los reproches.

- ¿Cómo está! porque imagino que a ti lo que te pasa es eso ¿no? – Esther asintió
cabizbaja.
- Está fatal mama y es culpa mía.
- ¿Qué es fatal? – preguntó armándose de paciencia, conociendo lo tremendista
que era su hija.
- Está en coma, mama – reveló con voz entrecortada – en coma – repitió
echándose a llorar de nuevo.
- ¡Caramba! – no pudo evitar exclamar - ¿en coma?– preguntó sorprendida y, al
mismo tiempo impresionada, sin saber qué decirle - en la televisión no dijeron
que fuera tan grave – confesó descubriéndose, pero Esther estaba tan abatida que
no reparó en el detalle.
- Isabel cree que es mejor que, de momento, no se sepa y su familia está de
acuerdo.
- ¿Han venido?
- Aún no, llegan mañana.
- Pues ya han tenido tiempo desde esta mañana, digo yo – empezó a criticar,
nunca le había gustado aquella gente tan estirada.

Esther se encogió de hombros. La familia de Maca nunca se había caracterizado por su


expresividad, no es que no quisiesen a su hija, es que los compromisos sociales y las
apariencias siempre iban a estar por encima de cualquier sentimiento, y muy a su pesar,
Maca, aunque lo intentaba, no conseguía quitarse tampoco ese poso de educación.

- Pero…. ¿se va a recuperar? – le preguntó a su hija.


- No lo sé. Hay que esperar.
- Pero algo te habrán dicho.
- Sí, eso, que hay que esperar. La operación ha ido bien pero…
- Pero ¿qué! no seas agorera hija. Ya sabes el dicho….
- ¿Qué dicho? – preguntó de mal humor esperando cualquier exabrupto de su
madre contra Maca.
- Ninguno, ninguno, hija – le dijo calmándola al verse descubierta – anda, anda,
ven aquí – la atrajo de nuevo abrazándola.
- Mama… - le dijo con los ojos bañados en lágrimas, separándose.
- ¿Qué! hija – preguntó al cabo de unos segundos al ver que no continuaba.
- Le dije cosas horribles… le… le dije – comenzó a llorar y su madre se acercó de
nuevo a ella abrazándola.
- Ya está, cariño, ya está.
- Mamá…
- Ya está, mi niña. No te preocupes qué se pondrá bien.
- Pero le dije que…
- Hija, ¿tú que cosas horribles vas a decirle! no le des más vueltas.
- Las dije.
- No las creería.
- ¡Claro que las creyó! por eso se marchó, por eso la atacaron… y yo… no … no
hice nada… no… no pude. Y luego… en el box…
- Tranquila hija, qué te va a dar algo.
- No me va a hablar en su vida – murmuró abatida.
- Eso es imposible, y aunque sería lo que yo quisiera, no se va a dar el caso – le
reconoció intentando tranquilizarla – no hay que ver más que como te mira.
- ¿A mí? – preguntó incrédula.
- Si, a ti – dijo con seguridad – ¿recuerdas cuando te ingresaron por lo del
incendio? – Esther asintió – te llamó casi todos los días y se presentó a verte
pero no la dejé entrar.
- ¿Qué? – preguntó volviendo a sollozar solo con esa idea.
- No quería contártelo. Es una mujer casada. Y mira que yo estas cosas… pero el
caso es que lo es. Y lo único que vas a conseguir es sufrir.
- Mama, ya es tarde para eso, ¿no crees? – preguntó con tristeza – no puedo
evitarlo, y no creas que no lo he intentado, pero... siempre voy a sufrir por ella –
le confesó llorando de nuevo. Encarna la abrazó con fuerza y la dejó
desahogarse. Al cabo de unos minutos cuando Esther comenzaba a calmarse
Encarna rompió el silencio.
- Por eso te lo cuento. No me preguntes por qué, pero le vi la misma cara de
desesperación el día de tu accidente que el día que se presentó en el pueblo a
buscarte.
- ¿Me vas a contar alguna vez qué es lo que pasó ese día? – hipó enjugándose las
lágrimas.
- Sí, pero hoy no. Que no estás tu para más emociones. Ahora te voy a preparar
una tila, te la vas a tomar y te vas a meter en la cama. Mañana yo te acompaño a
esa clínica.
- Mañana tengo que trabajar, mama.
- Bueno… pues después de trabajar. Y… no te preocupes, hija, que… se pondrá
bien, ¡ya verás! Tendrás todo el tiempo del mundo para hablar con ella

Esther se quedó algo preocupada con aquellas palabras, ¿qué sería aquello que pasó en
el pueblo! pero no tenía ganas de luchar contra su madre para enterarse. Solo tenía
ganas de estar allí junto a ella, sintiendo su abrazo y dejándose mimar como cuando de
pequeña, se caía y su madre la colocaba en sus rodillas y la abrazaba hasta que se le
pasaba el dolor. Sabía que el dolor que sentía ahora no se pasaría con un abrazo y unas
palabras de consuelo, pero sonaban tan bien ese “se pondrá bien ¡ya verás!”, y
¡necesitaba tanto escucharlo! que se dejó hacer y se acurrucó junto a ella.

* * *
Sonia, se despidió de Mónica y bajó del coche pasada la media noche. La tristeza que
sentía se reflejaba en su rostro. Era conciente de que sería incapaz de pegar ojo, pero
Fernando y Laura habían insistido en que se marchase del campamento a pesar de las
instrucciones de Maca.

La socióloga se había negado en un primer momento, deseaba por encima de todo no


fallarle y una de las últimas indicaciones de la pediatra había sido que ella permaneciese
allí, en el campamento. Pero, finalmente, se había dejado convencer y Mónica, la había
acompañado. Primero a la clínica, donde encontraron a Claudia y Adela que se habían
negado a marcharse a casa, dispuestas a pasar la noche con Maca a pesar de que era
Gimeno quien estaba de guardia. Ellas fueron quienes las habían puesto al corriente del
estado y evolución de la pediatra. Luego, la había acompañado hasta su casa. La
socióloga se detuvo un momento en el portal, viendo como Mónica desaparecía camino
de nuevo del campamento y subió por las escaleras pensativa.

Al entrar y encender la luz dio un salto sobresaltada.

- ¡Dios mío! ¡Elías! ¡qué susto me has dado! – exclamó, con la mano puesta a la
altura del corazón - ¿qué haces ahí sentado a oscuras?
- Te esperaba – le dijo apretando los labios en un gesto de disculpa.
- Te dije que no vendría.
- Pero… has venido – sonrió – quería saber como había ido todo y… si al final
hubo mucho jaleo.

Sonia lo miró extrañada. Él se dio cuenta de su expresión y se apresuró a corregirse.

- En realidad… sé como ha ido, lo que a mi me interesa es cómo le ha ido a mi


payita.
- Bien… me ha ido bien… - respondió con desgana - hemos realojado a todos
los que no tienen derecho a vivienda… y… no ha habido más problemas –
terminó de contarle escuetamente, no tenía ganas de hablar de aquello, solo
podía pensar en Maca.
- ¡Esa es mi niña! – exclamó besándola – ¿estás muy cansada? – le preguntó al
verla tan distante, “si sabré yo lo que te pasa”, no pudo evitar pensar - te he
preparado algo de cenar. Ya sabes que no soy muy buen cocinero pero…
- Gracias, cariño, pero… no tengo hambre.
- Uy… uy… y… esa carita ¿a que viene?
- ¿En serio no te has enterado?
- ¿No me he enterado de qué? – preguntó con fingida inocencia cogiéndola de
las manos y flexionando las rodillas dejó su cara a la altura de ella con una
sonrisa.
- Han asaltado a Maca – dijo bajando los ojos, no quería que le viera las
lágrimas que luego se enfadaba con ella por preocuparse siempre tanto por la
pediatra.
- ¿Cómo que la han asaltado? – preguntó mostrando sorpresa y preocupación –
pero… ¿está bien?

Sonia negó con la cabeza sin pronunciar palabra.

- Y.. ¿tú como estás? – le preguntó levantándole la barbilla.


- Muerta de miedo por ella, no quiero ni imaginar que…
- No pienses en eso, mi niña – la abrazó – y… no tengas miedo, ¿por qué tienes tú
miedo, eh? – le preguntó impostando un tono meloso.
- Le han dado una paliza que… - se le quebró la voz solo de pensar lo que le
habían hecho.
- Pero, ¡qué me dices! ¿tan serio ha sido! te entendí que la habían asaltado…
quiero decir… un robo… sin más – se explicó mostrando interés y
preocupación.
- No – negó sin poder continuar.
- Pero… ¿se sabe quien ha sido el animal?
- No – repitió – y… yo tengo tanto miedo – sollozó abrazándose a él.
- Tranquila, mi niña, escúchame – volvió a levantarle la barbilla y a mirarla a los
ojos - Todo va a ir bien ¿me oyes? – le dijo mientras pensaba “¿ve doctora!
cumplo mis promesas, todas mis promesas… aquí estoy consolándola”, sonrió.
- ¿De que coño te ríes? – se separó de él bruscamente, sabía que él no soportaba
que Maca fuese tan importante para ella y a veces manifestaba lo celoso que se
ponía del tiempo que le dedicaba a la pediatra… pero que disfrutase con
aquello… - ¿te hace gracia o qué?
- ¡Claro que no! ¿cómo puedes pensar eso? – protestó mostrándose molesto –
solo intentaba darte ánimos – se explicó con abatimiento - Anda, vamos, date
una ducha que te caliento la cena.
- Te he dicho que no quiero cenar – respondió airada retirándose de él.

Elías oscureció la mirada, clavándola en su espalda y se mordió el labio inferior


intentando controlar la oleada de ira que acababa de sentir, no soportaba que una mujer
le hablase en aquel tono.

- ¿Qué te pasa conmigo? – le preguntó cogiéndola de un brazo, con brusquedad y


girándola para encararla.
- Nada – respondió secamente mirando hacia la mano que la sujetaba – tengo
ganas de estar sola. Creo… que es mejor que te marches.
- No – se negó aflojando – no voy a irme y dejarte así – le acarició la mejilla
poniendo cara de pena - ¡payita! venga… que soy yo – le dijo meloso – sé lo
que estás pensando y… te equivocas. Reconozco que tu doctora me saca de
quicio cada vez que estropea nuestros planes pero seguro que cuando la conozca
me cae estupendamente y nos llevamos bien – continuó intentando congraciarse
con ella – y… seguro que a estas horas ya le ha contado todo a la policía y cogen
al que haya hecho esto. Verás como todo se arregla y pronto estamos los tres,
aquí, cenando.
- No te enteras de nada. Maca está en coma. Han tenido que operarla…. – volvió a
quebrársele la voz angustiada y él la abrazó de nuevo. Esta vez Sonia no lo
rechazó – y…
- Bueno… bueno… verás como se pone bien.
Elías la condujo al sofá y la hizo sentarse. Se marchó y volvió con un vaso de agua,
cuando Sonia se serenó él volvió al ataque. Necesitaba enterarse de todo para saber
cómo actuar.

- Entonces… ¿la policía no tiene ni idea de quién…? – le preguntó.


- No – dijo con la vista puesta en sus manos, negando con la cabeza - Isabel ha
estado en el campamento interrogando a algunos hombres pero… no está segura
de que sea alguien de allí.
- Y… ¿por qué piensa que sí podía serlo! ya… porque somos el culo del mundo y
siempre…
- No empieces – lo cortó secamente - No tengo ganas de escuchar tu discurso
victimista. Lo piensa porque se dejó allí el palo con el que la golpeó y, al parecer
tiene una talla con sello propio. Isabel lo ha reconocido.

Elías cambió la mirada sin que ella lo percibiese. ¿Serían imbéciles! ¿cómo habían
cometido ese fallo? Suspiró negando con la cabeza, tenía más trabajo del que pensaba.
Y quizás tuviese que comenzar esa misma noche. Se levantó y cogió su teléfono.

- ¿Qué pasa? – le preguntó Sonia al ver su cara.


- Nada. Pensaba… que …. eso no es suficiente para encerrar a nadie – disimuló -
¿Tu doctora no se acuerda de nada? No ha dicho como eran, sus voces… algo.
- Te he dicho que está en coma – respondió distraída, mirándolo extrañada y él se
dio cuenta de aquella mirada.
- Si, pero no sé a lo mejor pudo decirle algo a Isabel antes de…
- ¿Por qué has hablado en plural? – le preguntó directamente.
- ¿Qué?
- Has dicho eran, ¿por qué? Isabel solo vio alejarse a un hombre, a nadie más,
¿por qué crees que era más de uno?
- Pues… no sé… por lógica, supongo – respondió esquivo, incómodo ante su
gesto interrogador “Choni, Choni, no sigas por ahí”, pensó – no sé… si Isabel lo
vio marcharse en moto de allí, está claro que una sola moto no hace que se
detenga un coche… por eso pensé que sería más de uno.
- Yo no te he dicho que se marchara en moto – dijo Sonia que mantenía aquel
gesto de desconfianza y frunció el ceño. Elías sabía que había metido la pata y
tenía que arreglarlo cuanto antes.
- No. Pero… en ese camino un coche no puede adelantar y …. Salvo que saliese
de improviso…
- Tú sabes algo – le espetó sin dejarlo terminar.
- Pero… ¿yo qué voy a saber? – se defendió – solo especulaba… por dar
opciones. ¿Por qué piensas eso? – preguntó acercándose de nuevo a ella, sin
sentarse a su lado.
- Porque llevas razón en lo que dices pero… - levantó la vista hacia él, no supo si
fue su gesto, su mirada o la posición intimidante en pie frente a ella, pero la
socióloga se tragó sus pensamientos “¿cómo sabe que Maca estaba en el camino
viejo! nunca va por ahí y … por la carretera de siempre sí se pueden hacer
adelantamientos. Además, ni siquiera Isabel sabe porqué Maca cogió ese
camino. Cree que la hicieron desviarse intencionadamente”.
- Pero ¿qué? – preguntó hoscamente al ver que permanecía callada.
- Pero nada…. – respondió – la cabeza me va a estallar, no puedo imaginar como
alguien… y no dejo de darle vueltas a todo… y…
- Tranquila – le dijo sentándose junto a ella – lo entiendo, sé que la quieres
mucho.
- Sí – afirmó de nuevo con las lágrimas saltadas, estaba convencida de que él
sabía algo y no le extrañaba si los rumores que corrían por el poblado eran
ciertos.
- Entonces ¿en serio crees que pudo ser más de una persona! porque tendría
sentido….
- ¿Ves! lo que yo te he dicho, más de uno, es pura lógica payita.

Sonia lo miró y guardó silencio, él intuyó que no lo creía y decidió defenderse.

- ¿Desconfías de mí? – le preguntó con seriedad. Sonia permaneció callada pero


lo desafió con la mirada.
- Pero, ¡payita! – protestó sin obtener respuesta, no estaba acostumbrado a verla
así, le estaba resultando más difícil de lo que esperaba conseguir de ella lo que
pretendía, si no fuera porque era su llave para llegar hasta aquella puta y que
mantuviese la boca cerrada… ya hubiese acabado con esa situación, a él no lo
habían educado para suplicarle a una mujer, suspiró y cambió de actitud – pero,
chiquilla, recuerda que yo estaba allí y que me marché a mi entrevista… que por
cierto, no has sido ni para preguntarme como me ha ido – le reprochó, mirándola
con decepción.
- Lo siento, cariño, perdóname… - dijo al fin provocando alivio en el chico - no
me he acordado… - se apresuró a responder con cara de culpabilidad.
- Lo entiendo - repitió con una sonrisa – te juro que yo no sé nada.
- Pero… si lo supieses… - dijo sospechando aún - tienes que contárselo a Isabel.
Si quieres… yo te acompaño.
- Te he dicho que no sé nada – se levantó bruscamente no estaba dispuesto a
seguir aguantando – además no pienso hablar con la policía.
- ¡Elías!
- No insistas – masculló entre dientes, apretando los puños, “lo siento, pero…
hasta aquí hemos llegado”, pensó.
- ¿A dónde vas?
- A la cocina – respondió con voz ronca.
- Es tu hermano ¿verdad? Lo estás encubriendo.
- ¿Mi hermano? – se giró interesado en aquel comentario, quizás no estaba todo
perdido y en ese caso aún no tenía que terminar con ese “juego” – no sé de que
me hablas.
- De tu hermano, de Tomás… hay rumores de que era un gitano el que alentó la
revuelta y que era hijo de tu padre.
- ¿Rumores?
- Bueno… en realidad Sacha, ¿sabes quién es? – él mintió negando con la cabeza
“maldito hijo de puta, ya me encargaré yo de que cierres la boca”, pensó – nos
avisó de que habría problemas.
- ¿Tomás? – repitió “¡gracias payita!”, pensó, acababa de darle una idea
extraordinaria.
- Lo siento, no quería decírtelo, pero tarde o temprano, tu padre se va a enterar y
tu mejor que nadie sabe lo que eso significa.
- Sí… - murmuró pensativo – tengo que irme payita – le dijo.
- Pero… ¿a estás horas?
- Si lo que dices es cierto…. no puedo dejar que mi padre se entere por alguien
que no sea yo. Mi hermano es un “colgao”, pero… es mi hermano y…

Sonia se levantó y se acercó a él.

- Me gustaría que te quedaras, ya tendrás tiempo mañana, quiero tumbarme


contigo y que me abraces fuerte.
- ¿Ahora quieres que me quede?
- Sí.

Elías le cogió la cara y la besó.

- No puedo, payita. Mi padre ha tolerado que mi hermano trapichee con droga,


que se le revele alguna vez, incluso que alce la voz en su presencia pero…
esto… Después de dar su palabra a la doctora, después de asegurarle que nadie
le desobedecería…lo ha hecho faltar a su palabra y a la del consejo, ¡su propio
hijo!… va a hacer que el peso de la ley caiga sobre él. Lo conozco y que sea su
hijo no va a impedir que caiga sobre él Y… tengo que evitarlo.
- Tú no puedes hacer nada.
- Tengo que intentarlo. Entiéndeme, ahora, tú a mi – le pidió, pero Sonia no
respondió – vamos a hacer una cosa. En cuanto termine, vuelvo, y se acabó el
escondernos, mañana te acompaño a ver a tu doctora y pasado y al otro, y al otro
también. ¿De acuerdo?
- Vale – dijo con tristeza y sin convencimiento.
- Ya sé que no es la idea que teníamos para que me conociera, y… que me voy a
morir de nervios pero… yo por mi payita hago cualquier cosa. No quiero que
pases por esto sola. Quiero estar a tu lado y quiero que ella sepa que lo estoy –
volvió a agacharse para quedar a su altura “¡ya lo creo que lo quiero!”– va a
despertar ya verás, y cuando lo haga, tú y yo vamos a estar allí con ella – sonrió,
“menuda sorpresita se va a llevar”, pensó manteniendo aquella sonrisa.
- Anda ve y vuelve pronto – le dijo ahora sí también ella sonriendo.
- Buenas noches, niña.
- No tardes y… ten cuidado.

Lo despidió en la puerta y permaneció unos segundos apoyada en ella tras cerrarla. Elías
estaba muy raro y había dicho cosas que… tenía que pensar pero ahora no podía hacerlo
con claridad. Necesitaba descansar, quizás todo fuesen imaginaciones suyas. Seguro que
mañana vería todo de otra forma. ¡Maca! pensó de nuevo con las lágrimas saltadas,
necesitaba tanto hablar con ella.

* * *
La mañana siguiente Esther llegó al campamento antes de las ocho. Había sido incapaz
de pegar ojo, esperando temerosa una llamada que no se produjo, eso era buena señal, se
decía continuamente, para convencerse de que Maca no había ido a peor, hasta que al
fin, harta de dar vueltas en la cama, se decidió a levantarse y marcharse a trabajar, al
menos allí estaría con los demás. Y quizás ellos supieran algo más. Aquella ausencia de
noticias y aquella espera la estaba matando.
Esperaba encontrar mucho movimiento de gente en el campamento teniendo en cuenta
que los barracones estaban llenos pero se sorprendió al ver que todo permanecía en
silencio, hasta tal punto que se sintió culpable por el ruido del motor de su moto.

Laura la vio llegar y salió a su encuentro corriendo.

- ¡Esther! – exclamó besándola - ¿ya estás aquí?


- Si – esbozó una sonrisa – veo que tu tampoco has dormido mucho – comentó
observando las ojeras de su amiga.
- La verdad es que no – reconoció – esto ha estado muy tranquilo, pero hemos
pasado toda la noche charlando y esperando noticias… ¿Cómo está! ¿has pasado
por la clínica?
- No.
- Creía que lo harías… - dijo sorprendida.
- Sí, lo he pensado pero… luego me he arrepentido.
- Y ¿se puede saber por qué?
- ¿Qué hago si me encuentro con su madre! no nos llevábamos muy bien que
digamos y… ni siquiera sé, si sabe que yo… estoy aquí – confesó con tristeza –
no creo que le haga mucha gracia verme.
- Mujer, trabajas aquí, tienes todo el derecho a ir y ver como sigue.
- ¿Vosotros no sabéis nada? – preguntó casi con desesperación.
- Anda, vamos para dentro, me he dejado a Fernando hablando con Claudia, a ver
que nos dice él – intentó animarla aunque sabía que Esther tenía razón y quizás
no fuese muy buena idea que apareciese por allí estando la madre de Maca en la
clínica. Bastaba recordar como se había comportado la madre de Esther con
Maca y cabía suponer que al revés las aguas estarían igual de revueltas.

En el pabellón Fernando acababa de colgar el teléfono y Mónica lo miraba expectante.

- ¿Qué dice? – le apremió a contar las novedades. Fernando sonrió y aquella


sonrisa alivió a las tres.
- De momento, está estable hemodinámicamente. Le mantienen la ventilación
mecánica mediante sedación, dice Claudia que le va a repetir en un rato la
tomografía y quiere hacerle también una resonancia, nos llamará cuando tenga
los resultados, pero parece que todo va bien.
- ¡Joder! menos mal – exclamó Mónica – vaya nochecita hemos pasado todos.
- Entonces, ¿ha recuperado conciencia? – preguntó Laura.
- Dice Claudia que sí, pero que la van a mantener en coma barbitúrico. Aún es
pronto – explicó – Esther, me han dicho que estabas con ella cuando entró en
coma ¿no?
- Si – dijo con un hilo de voz temiendo algún reproche por su actuación.
- ¿Cómo estaba! ¿te dijo algo?
- No. Bueno… creo que le dolía la cabeza y parecía que le costaba trabajo hablar
y mantener los ojos abiertos pero… creí que era una conmoción, me dijeron que
no era grave y… no entiendo como pudo pasar sin que…
- No te preocupes – esbozó una sonrisa de comprensión – tú no podías saberlo.
Cruz se temía algo así. El hematoma era pequeño y en cualquier otra persona se
podía haber reabsorbido sin más contratiempo, pero Maca toma anticoagulantes,
y desde hace bastante ya – le explicó – eso en estos casos es un problema y un
factor de riesgo. Por eso Claudia decidió intervenir inmediatamente y sellar el
punto de sangrado antes de que fuera a más, por lo que parece ha acertado.
- Bueno... lo importante es que vaya recuperando consciencia ¿te ha dicho Claudia
si le van a retirar la sedación pronto? – preguntó Laura.
- Dice que le va a ir haciendo pruebas periódicas. De momento solo las pupilas
reaccionan a la luz, esperemos que siga avanzando, pero según la vea
evolucionar… - se interrumpió pensativo – bueno, basta ya de hablar de
Macarena. Si estuviera aquí ya nos estaría diciendo que a trabajar. Así es que en
marcha. Yo os llamo si hay algún cambio y si no, a la hora de comer nos vemos
aquí, ¿de acuerdo?
- ¿Y Sonia? – preguntó Laura.
- Llegará más tarde, iba a pasar antes por la clínica. Además hoy no saldrá. Tiene
que recoger a la familia de Maca en la estación – les contó - Mónica, quédate
conmigo. Laura y Esther saldréis juntas y seguiréis con las vacunaciones tal y
como estaba previsto.
- ¿Cuándo llegan sus padres? – preguntó Esther.
- Creo que esta tarde, pero.. no me hagas mucho caso – sonrió – ¡venga! ¡a
trabajar!

* * *
Elías cogió sus llaves y entró con sigilo en el piso de Sonia. Lo más seguro es que ya no
estuviese en casa pero no se fiaba de que fuera así, quizás había decidido no ir a
trabajar. Entró en el dormitorio y comprobó que la socióloga no se encontraba allí.
Sonrió. ¡Qué gran aliada estaba resultando ser!

Fue a la cocina y comenzó a prepararse un buen desayuno. Estaba hambriento. La noche


había sido larga pero fructífera. Tenía que haber sido actor, estaba claro que tenía
madera. Soltó una carcajada solo de recordar lo enfurecido que se había puesto su padre
cuando él, completamente compungido, se había presentado de madrugada en la
chabola y le había revelado el nombre del cabecilla de la revuelta. Volvió a soltar otra
carcajada, “un poco más y al viejo le da un ataque”, pensó. Luego se había ofrecido a
reunir al consejo y a ayudar en todo lo posible para encontrar a su hermano. ¡Qué
imbéciles eran todos! Todos menos aquel rumano, con ese debía tener cuidado, sobre
todo, porque se pasaba el día entero revoloteando en el campamento. Pera ya tendría
tiempo de encargarse de él. Conocía su punto débil.

¿Y su hermano! ese sí que se había alegrado de verlo, tanto, que le costó algo de trabajo
invitarlo a aquel viaje. Al menos, no podrían decir de él que no era un hermano
generoso. Soltó otra carcajada por la ironía que se le acababa de venir a la mente. ¡Pobre
infeliz! su mejor viaje. Era cuestión de horas que diesen con él y entonces…. “muerto el
perro se acabó la rabia”, masculló.

Terminó de desayunar con tranquilidad. Iría a arreglarse. Tenía que estar impecable para
pasar el día junto a su payita. Se excitaba solo de que le contase con detalle el estado de
la puta esa, esperaba que no la palmase porque entonces no vería un duro, aquél tipo
había sido muy claro, la quería para él. “Doctora, doctora”, pensó en ella y volvió a
sentir el nerviosismo previo al ataque, disfrutó imaginándose el momento de verla.
Deseaba de forma ya imperiosa volver a mirar directamente a sus ojos castaños, leer de
nuevo el pánico en ellos, buscar el momento de quedarse con ella, recrearse en su terror,
beber de él, a veces, le parecía incluso olerlo. Entró en el baño y se apoyó en el lavabo.
El espejo le devolvió la mirada. Volvió a sonreír ante aquellos ojos, esos ojos que
causaban asombro e infundían temor. Sí, estaba satisfecho de aquella mirada que había
ensayado en tantas ocasiones. Pero, ahora, libre de espectadores, en soledad, podía ser el
mismo y recrearse en ella, era la fría mirada de un hombre sin corazón, de un asesino.

Sonrió, pensativo, sí, iba a ser un gran día.

* * *

Isabel paseaba nerviosa de un lado a otro en su despacho. Había llamado a la clínica en


tres ocasiones desde que Maca sufrió el asalto y en las tres le habían dicho lo mismo,
aún tendría que esperar, en el caso de que todo fuese bien, más de dos días para que la
pediatra pudiera decirle algo, si es que era capaz de hacerlo. Estaba claro que tenía
pocas posibilidades de coger a su agresor, y menos después de comprobar que en el
poblado todos guardaban un hermético mutismo. Nadie iba a delatar a nadie, lo que
tuviesen que resolver lo resolverían entre ellos y eso era precisamente lo que debía
evitar. Tenía una posibilidad y era hablar directamente con Sacha, pero no había podido
localizarlo en su chabola y eso que había llegado allí antes de las seis de la mañana.

El interrogatorio de Salvador tampoco le había proporcionado ningún dato de interés. El


hombre reconocía haber tallado aquel “arma”, pero tallaba muchas por encargo casi
todo el mundo en el poblado tenía alguna hecha por él. Isabel insistió y le pidió que si se
enteraba de algo se lo hiciese saber, pero estaba segura de que no iba a conseguir nada.
Solo cabía esperar que en el laboratorio encontrasen algo. Y allí estaba esperando
aquella llamada que pudiera darle un poco de luz.

Su móvil comenzó a sonar y lo miró sorprendida.

- ¿Papa? – preguntó interesada en lo que pudiera querer de ella.


- Subinspectora – respondió en tono grave haciéndole ver inmediatamente que se
trataba de una llamada de trabajo.
- ¿Qué ocurre, Comisario? – preguntó ahora preocupada. No era normal que la
llamase él, el Comisario Principal, y no su propio Jefe.
- He visto en las noticias la batalla campal de ayer y que… Wilson está entre los
heridos, ¿es cierto?
- Claro que es cierto – respondió extrañada.
- Tengo que hablar con ella. ¿En qué hospital está?
- Está en su clínica pero, va a ser imposible que hables con ella, al menos de
momento – le comunicó.
- Es muy urgente, ya se lo dije ayer, y no me valen excusas, esta misma tarde me
paso a verla. Quiero que se lo comuniques.
- Comisario, no puede ser, no puede recibir visitas, está…
- Yo no soy una visita – la interrumpió con genio – además, esto le interesa a ella
más que a mí – rugió de mal humor – no voy a consentir que me de largas, por
mucho apellido Wilson que tenga.
- Está en coma, papa – le comunicó afectada, haciendo caso omiso a la jerarquía.
- ¿Le he dicho yo que me tutee, subinspectora? – casi gritó sin mostrar la más
mínima impresión por la noticia.
- No señor, le pido disculpas señor – respondió con desgana nunca había
entendido esas tonterías. En público medio que podía hacerlo pero por
teléfono…
- Bien, no tenía idea de que fuera tan serio – dijo pensativo – avísame en cuanto
pueda hablar con ella, le repito que es muy urgente.
- Puede decirme de qué se trata.
- No. No puedo. Pero, sería conveniente que se fuese buscando un buen abogado.
- ¿Un abogado! pero… ¿un abogado para qué?
- No voy a decir nada más. Ante de pasar al juez el expediente completo quiero
verla a ella.
- ¿Quieres decir interrogarla.?
- Quiero decir lo que he dicho. Buenos días subinspectora – dijo y colgó dejando a
Isabel boquiabierta.

* * *
A Esther la mañana se le hacía interminable. No podía dejar de pensar en Maca. Laura
intentaba sacarle conversaciones comentando los sucesos del día anterior. Contándole
todos los rumores que corrían por el poblado, pero a Esther le daba exactamente igual
que el culpable de la revuelta fuera un gitano o un payo, le daba igual que el Patriarca
hubiera montado en cólera al enterarse que uno de sus hijos le había traicionado y le
daba igual que todos anduviesen revolucionados buscando a los culpables. La primera
de ellos Isabel, con la que se habían cruzado en un par de ocasiones y que corría de un
lado a otro por el poblado, además las había obligado a salir con dos agentes que no se
separaban de ellas.

- Esther ¿me estás escuchando? – le preguntó Laura al cabo de un minuto de


monólogo mientras de dirigían de nuevo al campamento.
- La verdad es que no – reconoció mostrando cierto azoramiento.
- Ya… - sonrió levemente – la verdad es que te importa una mierda lo que te
estoy contando ¿no?
- Pues sí – reconoció con sinceridad – ahora mismo lo único que me importa es…
- Maca – la interrumpió. La enfermera la miró circunspecta y asintió.
- ¿Tú crees que … se pondrá bien?
- Esther… eres enfermera y… has visto casos como el suyo cientos de veces ¿me
equivoco?
- No – musitó mirando hacia abajo.
- Entonces qué es lo que quieres que te diga… - suspiró – ¿qué si! ¿qué se saldrá
adelante y se pondrá bien! pues… espero que sí, que salga bien de esta y que no
tenga ninguna secuela, pero… ya conoces como va el tema.
- Si – caminaba con la vista puesta en el suelo, pensativa.
- Es buena señal que reaccione a la luz – intentó darle ánimos, comprensiva,
suavizando el tono – vamos a ver que tal ha pasado la mañana…
- Pero… yo he visto casos en los que parecía que todo iba bien y a las setenta y
dos horas…
- Es que el tercer día es el peor – ratificó – eso siempre que llegue a las cuarenta y
ocho horas y – miró el reloj – se van a cumplir las treinta horas,
aproximadamente, si no me equivoco.
- ¿Qué me estás diciendo Laura? – la detuvo con el pánico reflejado en sus ojos.
- Nada, no te asustes – le sonrió – hablaba en general. Estás de los nervios ¿eh?
- ¿Cómo quieres que esté? – volvió a bajar la vista e iniciar la marcha de nuevo –
discutí con ella.
- Bueno… sinceramente no creo que se acuerde… - dijo distraída viendo como
Isabel llegaba hasta ellas corriendo.
- Laura – dijo la detective casi sin resuello - ¿has visto a Sacha por aquí?
- No. Hoy no – respondió y al ver el gesto de contrariedad de Isabel se preocupó -
¿ocurre algo?
- No. Creo que no. Quiero que me cuente personalmente lo que os dijo a vosotras.
- Pero ¿por qué?
- Elías ha dado orden de que busquen a Tomás pero… por lo que me contasteis…
no estoy segura de que fuese él quien instigo la revuelta, es más, estoy segura de
que su padre no da crédito a esos comentarios…. Y me preocupa. Me temo que
se va a liar gorda.
- ¿Quién es Tomás? – preguntó Esther.
- Uno de los hijos de Elías – dijo Isabel – perdonad di por hecho que lo conocíais.
- Pues… no – sonrió Laura.
- Es absurdo que le acusen a él. Ese chico cuando no está con el mono está
colocado y no me lo veo levantando a nadie por ninguna causa.
- Entonces… quien crees que…
- Necesito que Sacha me describa al chico que alentó a los demás - dijo sin
responder, claro que sospechaba de alguien pero se guardaba sus sospechas hasta
que no tuviese pruebas - ¿a Igor tampoco lo habéis visto?
- No.
- ¿Vais a comer ya?
- Sí vamos ya para el campamento – respondió Laura.
- Pues… os acompaño – dijo la detective iniciando la marcha - ¿sabéis algo nuevo
de Maca?
- No, nada.
- No voy a parar hasta que encuentre a ese cabrón, sea quien sea y cuando lo
haga… - guardó silencio y Esther la miró de reojo, tenía el ceño fruncido y los
labios apretados. Nunca había visto a la detective así de alterada.

Las tres caminaron en silencio. Esther la comprendía. No podía imaginar lo que debía
ser no solo estar preocupada por Maca sino sentir que, siendo ella la encargada de su
seguridad, había fallado. Y además, tener la responsabilidad de atrapar a su agresor.

- Isabel – le dijo de pronto – si… yo puedo ayudarte en algo…


- No, gracias, Esther – la miró sorprendida por su ofrecimiento – estas cosas
tienen su proceso y no podéis hacer nada – les sonrió – salvo mantener los ojos
y los oídos bien abiertos y si os enteráis de algo…. A mi no me van a contar
nada pero… quizás a vosotras sí. He visto como se os acercaban la gente.
- Si, pero era para preguntar por Maca – dijo Laura – se ha corrido la voz…
- Hasta nos han dado algún que otro regalo para ella – sonrió Esther con tristeza.
- ¿Regalos! ¿qué tipos de regalos? – preguntó Isabel alerta.
- Pues… cuatro tonterías – respondió Laura extrañada por su reacción – un par de
estampitas de vírgenes y santos, unas magdalenas….
- Ah, claro…. Entiendo… perdonad… es que… ya sospecho de todo…
- Por cierto ¿y Sonia? – dijo de pronto Esther –quizás ella si pueda ayudarte.
- He intentado hablar con ella pero no consigo localizarla y Fernando me ha dicho
que no vendrá en todo el día y… - se interrumpió al ver que unos metros más
allá de la puerta de entrada al campamento dos chicos estaban discutiendo y uno
de sus hombres intentaba mediar con la intención de que no fuese a más la
disputa – disculpad, entrad sin mi que no me fío de estos novatos – les dijo.
- Bueno… - suspiró Laura viéndola alejarse. Le pasó a Esther el brazo por los
hombros – vamos a ver qué tal sigue Maca.

Ambas entraron en el campamento y se dirigieron a toda prisa al comedor esperando


que ya estuviesen allí sus compañeros. María, al verlas, corrió hacia ellas con una
sonrisa. Su abuela estaba mejor y pronto se marcharían de nuevo a la chabola pero,
mientras, ella estaba allí y era feliz. Podía pasar todo el día con María José, que le
estaba enseñando a leer y escribir, sin necesidad de mentir a su abuela.

- ¡Hola! – las paró la niña.


- Hola María – le sonrió Laura, acariciándole el pelo y entrando.
- ¿Jugáis conmigo? – gritó la niña a sus espaldas.
- Ahora no podemos – le dijo Esther girándose hacia ella, deseosa de entrar y
conocer noticias de la pediatra, pero la niña, con agilidad, se le coloco delante
impidiéndole el paso y desesperándola al ver que Laura le hacía una mueca
burlona y se perdía en el interior.
- Maca me dijo que me pasearía pero no ha venido – le explicó con aire triste - ¿tú
no quieres jugar? – le insistió a la enfermera.
- No puedo, cariño – Esther se agachó y quedó a su altura – pero te prometo que
en cuanto tenga un rato jugamos juntas.
- Bueeeeeno – aceptó - ¿y… cuando viene Maca?
- Maca está malita – le dijo con un nudo en la garganta – pero cuando esté buena
vendrá.
- ¿Y que le pasa?
- Pues… - la enfermera dudó, no sabía como explicarle aquello, ni siquiera sabía
si le estaba mintiendo y la pediatra nunca más volvería por allí – se dio un golpe
y tiene que descansar hasta que se ponga buena.
- ¿Y le duele mucho?
- Cuando está despierta si, por eso tiene que dormir.
- ¿Entonces no le pegaron con un palo? – preguntó con inocencia. Esther abrió los
ojos sorprendida.
- ¿Quién te ha dicho eso? – le preguntó con interés.
- Lo he oído.
- ¿Dónde lo has oído?
- Atrás, cuando estaba jugando – sonrió - ¿sabes que hay un escondite aquí en el
que nadie te ve?
- ¿En serio! me tienes que enseñar cual es – le dijo sentándose en el escalón de
entrada, ahora sí, interesada en la charla con la pequeña- ¿Y que más has oído?
- Que la puta chillaba como un cerdo – dijo con una sonrisa contenta de que la
enfermera le prestara tanta atención, Esther sintió un nudo en la garganta solo de
imaginar por lo que había pasado Maca - ¿qué es puta?
- Puta… - a ver como le explicaba eso a la niña y más conociendo que su madre lo
había sido y que antes o después se iba a enterar, de hecho aún no sabía como
esa niña, viviendo donde vivía, se mantenía tan ajena a todo lo que le rodeaba –
puta es una mujer.
- ¡Ah! ¿cómo gachí?
- Claro, como gachí – sonrió aliviada por haber salido del paso – María ¿a quién
le escuchaste decir eso?
- A ese – dijo señalando con el dedo hacia Salva que barría de hojarasca la zona
más alejada del patio – es malo.
- No es malo – le sonrió.
- Si es malo, y Maca me dijo que no era su amigo pero sí lo es, porque está aquí.
Pero yo no me he acercado ¿eh?
- ¿A qué no te has acercado? – preguntó sin entender qué quería decirle
- A ese. Maca me dijo que no me acercara.
- Pero si lo has hecho … ¿verdad bichito? – le dijo imitando el tono que había
visto que Maca solía ponerle.
- Si – respondió bajando los ojos – pero no se lo digas a Maca – le pidió
preocupada – no quiero que se enfade.
- No se lo digo – le sonrió – será nuestro secreto. Pero tienes que hacerle caso a
Maca, ¿de acuerdo?
- Si – sonrió melosa.
- María ¿qué mas oíste?
- Nada. ¿Jugamos ahora?
- Ahora no puedo pero…. luego te doy un paseo rápido en la moto ¿quieres?
- ¡Sí! – gritó ilusionada - ¡gracias! – saltó y le dio un beso en la mejilla – eres
buena como Maca.

Esther sonrió enternecida y se le saltaron las lágrimas. Empezaba a comprender


perfectamente los sentimientos de la pediatra hacia esa niña. María se alejó corriendo y
gritando, “María José, María José…. Voy a montarme en la moto grande”, Esther se
levantó y entró en el comedor ansiosa por saber si había alguna novedad sobre la
pediatra y pensando en que debía contarle a Isabel lo que acababa de decirle María.

Encontró a sus compañeros aún sin sentarse a la mesa. Laura y Mónica charlaban en un
rincón y Fernando estaba ausente.

- Esther – la llamó Laura – ven. Estamos esperando que Fernando vuelva ha ido a
llamar a Cruz.
- Pero… ¿no os han llamado para deciros nada?
- No – respondió Mónica – debe seguir igual.
- Claro… - murmuró la enfermera pensativa basculando de un pie al otro
mostrando su nerviosismo.
- Tranquila, mujer – le dijo Mónica.
- Si, eso es muy fácil decirlo - suspiró.
- Bueno… aquí todos estamos igual, no creas que eres a la única que le afecta esto
– le respondió y Esther bajó la vista.
- Bueno, bueno, no vayáis a discutir vosotras ¿eh? que estamos todos un poco
nerviosos – intervino Laura temiendo alguna reacción de Esther ante el tono de
Mónica.
- No voy a discutir con nadie – dijo Esther con desgana girándose y dándoles la
espalda – me voy – anunció - tengo que recoger una cosa en casa de mi madre.
- ¡Oye! no te enfades – saltó Mónica más suave – perdóname, que… me he
pasado, yo también estoy nerviosa.
- No es por eso – se volvió – tengo que irme.
- Pero… ¿no esperas a ver que dice Fernando? – le preguntó Laura extrañada,
sabía que llevaba toda la mañana deseando saber algo – mira aquí llega.

Esther se detuvo y aguardó las noticias. Las tres lo miraron y el médico llegó hasta
ellas.

- No he podido hablar con ninguna – se explicó – por lo visto la están volviendo a


examinar. Y Teresa no sabe nada más. Tendremos que seguir esperando.
- Bueno… pues… yo me voy ya – dijo Esther decepcionada.
- Pero… ¿a dónde vas! ¿no comes aquí? – preguntó Fernando.
- No – respondió - tengo que ir a casa, estaré de vuelta a las cuatro en punto –
añadió creyendo que le reprochaba que abandonase el puesto de trabajo. Corrió
hacia la puerta mirando el reloj, le iba a resultar algo complicado cumplir su
palabra. Fernando la miró perplejo y se encogió de hombros, sentándose a la
mesa con Mónica.

Laura corrió tras ella y la alcanzó en la escalinata.

- ¡Espera! ¿Vas a la clínica?- le preguntó directamente sujetándola por el brazo.


- Si – asintió Esther bajando la mirada al verse descubierta – pero… no se lo digas
a los demás.
- Esther…, se van a enterar de todas formas, esta tarde vamos a ir todos.
- Lo sé.
- Y ¿por qué no te esperas, comes con nosotros y luego vamos?
- No puedo. No puedo estar aquí y…
- Pero ¿no comes?
- No tengo hambre.
- Pero… deberías comer algo.
- Tengo que verla, Laura – confesó angustiada - ¿me entiendes?
- Sí, te entiendo, pero ten cuidado con la moto.
- Lo tendré. Tranquila – le dijo con una sonrisa y corrió hacia el aparcamiento.

María José la observó en la distancia y respondió con la mano al saludo de la enfermera.


Esther pensó que parecía diez años mayor que el día anterior. La veía más encorvada y
lenta, quizás estaba abatida por lo de Maca o no era capaz de acostumbrarse a estar allí.
De pronto, los deseos de conocer la historia de aquella mujer volvieron a ella con
fuerza. Arrancó y se dirigió a la puerta, pero antes sintió el impulso de detenerse frente a
la anciana.

- Maca sigue igual – le informó conocedora de que se alegraría de tener noticias


de ella.
- Gracias, Esther.
- Si.. si hay algún cambio, yo se lo digo – se ofreció casi con timidez.

María José asintió apretando los labios en lo que intentaba ser un esbozo de sonrisa
agradecida. Esther se puso el casco y salió, ante la atenta mirada de la anciana, que no
pudo evitar recordar las palabras de Maca “Esther me odia”, sonrió levemente, con
tristeza “¡qué equivocada estás, querida!”, pensó, sentándose de nuevo en una de las
sillas que habían colocado en la puerta del barracón.
* * *
Esther entró corriendo en la clínica, Teresa levantó la vista y le hizo una seña de que
esperase un momento, estaba hablando por teléfono. Cuando colgó salió del mostrador
y se fundió con ella en un abrazo.

- ¡Esther! ¿Cómo estás? – le preguntó al ver su intento de controlar las lágrimas


ante aquella muestra de apoyo mutuo. Esther apretó los labios y encogió un
hombro.
- ¿Cómo quieres que esté?
- Tú tampoco has podido dormir en toda la noche ¿verdad?
- No…
- ¿Subimos? Yo iba ahora para arriba – le dijo.
- ¿Antes de comer? – le preguntó con una media sonrisa de burla mientras
esperaban el ascensor.
- Ay, hija, ¿quién piensa en comer con este panorama? – protestó molesta –
aunque no lo creas yo quiero a Maca como si fuera uno de mis hijos – confesó
afectada.
- Eh… tonta…. – le apretó el brazo – ya lo sé.
- Es que a veces parece que… como soy la tonta de Teresa… y que…
- ¡Eh! Vamos… - la abrazó de nuevo arrepentida de haber intentado bromear con
ella, no le gustaba ver a la recepcionista así, Teresa siempre la animaba y le
hacía ver que todo podía salir bien, pero si Teresa se hundía… - ¿no sabes nada?
- No, de verdad, ya se lo he dicho a Fernando. Si Cruz y Claudia no sueltan
prenda y yo no sé si es porque no hay nada que decir o porque no quieren decir
lo que me temo – lloriqueó.
- Vamos, Teresa, no pienses eso. Ellas nunca nos engañarían, mientras no haya
noticias es que no ha empeorado y eso es bueno – intentó consolarla y
convencerse así misma.
- Ay, pero es que yo tengo un “yoquesé” aquí cogido – le dijo apoyando la mano
en el estómago mientras salían del ascensor.
- ¿Sabías que estaba aquí? – le preguntó Esther al ver a lo lejos a Vero sentada en
una de las sillas, frente a la UCI, con los codos apoyados en las rodillas y las
manos en ambas mejillas sujetándose la cabeza, pensativa.
- ¡No! ¡pobre! lo debe estar pasando fatal. Quiere mucho a Maca – bajó la voz en
tono confidencial.
- Como todos, Teresa – saltó molesta, encaminándose hacia la psiquiatra.
- Hola – las saludó levantándose.
- ¿Siguen dentro? – preguntó Teresa.
- Si, no creo que tarden ya – respondió la psiquiatra justo en el momento en que se
abrían las puertas y Claudia y Cruz salían hablando entre ellas en voz baja.

Al verlas allí esperando, se acercaron.

- ¿Cómo está! ¿cómo está? – inquirió Teresa nerviosa agarrándose al brazo de


Cruz.
- Vamos a ver – comenzó Claudia y las tres la miraron atentas, la neuróloga
acostumbrada a dar aquellas noticias habló con calma – esta mañana Cruz y yo,
tras comprobar que las pupilas reaccionaban a la luz, decidimos disminuir la
dosis de medicación.
- ¿Y qué? – la interrumpió Vero, desesperada, sin poderse contener.
- Tranquila – dijo Claudia - presenta signos de leve mejoría, ha logrado abrir los
ojos y mover espontáneamente los brazos.
- Pero… - dijo Esther con temor abriendo la boca por primera vez ante el tono en
el que lo había dicho la neuróloga.
- Pero…, aunque evoluciona favorablemente, es muy pronto para lanzar las
campanas al vuelo.
- Y, además – intervino Cruz – desde hace una hora, tiene unas décimas de fiebre.
- ¿Se sabe la causa? – preguntó Esther preocupada.
- De momento no – contestó - estamos repitiendo la analítica.

Teresa se echó a llorar entendiendo que Maca no estaba mejor.

- Vamos, vamos Teresa – la consoló Cruz mirando las caras circunspectas de las
otras dos – tenemos que ser optimistas. Estos contratiempos son normales y
sabemos como controlarlos.
- Sí, Cruz tiene razón – intervino Claudia - de momento todo va bien. Esto va a
ser muy lento. Tenéis que haceros a la idea. Lo importante es que no ha ido a
peor.
- Entonces… ¿no va a despertar? – preguntó Teresa.
- Esto no es estar dormido y despertar, Teresa. Si todo va bien irá recobrando la
consciencia poco a poco.
- ¡Ay! el disgusto que se va a llevar Rosario – exclamó pensando en la madre de
Maca – ¡ella que pensaba que ya estaría despierta!
- Llega esta tarde ¿no? – preguntó Vero.
- Sí, hija, sí – respondió Teresa con cierto tono de reproche, enjugándose una
lágrima, no entendía como no había hecho por llegar la noche pasada y eso que
Rosario se había desmedido en justificaciones, pero que quería, ella no lo
entendía.
- Bueno... pues… yo tengo que irme – dijo Vero – en dos horas entro a grabar se
justificó. Esta noche me llego.
- ¿No quieres pasar a verla? – le preguntó Claudia con una sonrisa.
- ¡Claro que quiero! – exclamó – no sabía que podía.
- Tú si – le sonrió – Maca se alegraría de verte – comentó ante la cara de
circunstancias de Esther que se sintió completamente fuera de lugar. Allí estaban
las cuatro personas que habían estado junto a Maca en sus peores momentos,
Cruz abrazada a Teresa y Vero junto a Claudia.
- Gracias – respondió iniciando la marcha, de pronto se volvió mirando a Esther
que se había quedado al margen - ¿vienes? – le preguntó afable – seguro que a
Maca también le gustaría que estuvieses ahí – le sonrió con tristeza. Esther se
quedó tan perpleja que no respondió, jamás se hubiese esperado aquella
invitación por parte de Vero, y menos después de lo mal que empezaron.
- Uy, perdona Esther, – se disculpó Claudia - claro entra tu también, pero solo un
momento, ¿de acuerdo?
- Yo también quiero entrar – protestó Teresa.
- Tú… no… tú me acompañas a tomarme un café que estoy muerta, y así comes
algo – le dijo Cruz con autoridad, preocupada por ella - luego entramos nosotras
– le sonrió tirando de ella hacia el ascensor conocedora del mal rato que estaba
pasando la recepcionista y de la impresión que se iba a llevar al ver a Maca, a la
que ya se le iban notando todos los golpes que le habían dado. Tenía el tiempo
de un café para prepararle el cuerpo.
Claudia abrió la marcha, se detuvo ante el policía que Isabel tenía apostado en la misma
y dio los nombres de las dos, luego, traspasó la doble puerta. Tras ella, Esther penetró
en la pequeña sala que daba acceso a los pasillos que conducían a la sala principal y a
las habitaciones individuales. La enfermera, acostumbrada a todo aquello cogió
mecánicamente una bata, unos patucos, una mascarilla y unos guantes. Vero permaneció
parada, hasta que Claudia le dijo que hiciera lo propio. Toda aquella parafernalia la
impresionó. Nunca había estado en una UCI y así se lo hizo saber a su amiga que le
apretó el brazo en señal de comprensión.

- Vamos – les dijo cuando estaban ataviadas – es por aquí.

Las guió a través de una sala diáfana donde pudieron ver dos filas de camas enfrentadas
y separadas por biombos, al fondo, junto a las ventanas un sofá, una mesa y varias
sillas. Por la habitación pululaban varias enfermeras y Gimeno charlaba con una de
ellas. Claudia levantó la mano y saludó indicando que iba para el fondo. Al final del
pasillo y después de pasar por varios cuartos que permanecían con la puerta cerrada,
llegaron hasta una de las habitaciones individuales.

- ¡Vaya lujo! – comentó Esther sin poderlo evitar.


- No te quejes. Maca exigió que tú también estuvieras en una de éstas – le
comentó Claudia con una sonrisa, era evidente que la enfermera no se acordaba
– Maca quería que hubiese este tipo de habitaciones porque muchos pequeños se
ponen muy nerviosos si están muchas horas sin ver a sus padres y era algo que
siempre quiso cambiar, además… - se giró al escuchar unos pasos tras ellas.
- Cruz me ha dicho que estabais aquí – dijo Sonia bajando la voz, las había
alcanzado antes de que entraran en la habitación.
- Hola – dijo Claudia abriéndoles la puerta – entrad – les franqueó la entrada.

Las tres avanzaron unos pasos y se quedaron paradas casi en la puerta, tanto que a
Claudia le costó trabajo pasar y cerrarla. Una enfermera, sentada en los pies de la cama
de Maca, apuntaba algo en una tablilla.

- Toñi, ¿a ti te toca esta tarde? – le preguntó Claudia.


- Sí doctora – respondió – Lola ya me ha pasado todos los datos y han llamado del
laboratorio, la analítica estará en media hora.
- Gracias – le sonrió – pero pasad, pasad – les indicó a las tres que no podían dejar
de clavar sus ojos en la pediatra, sin atreverse a acercarse a la cama, impactadas
por lo que veían.

Esther estaba muy acostumbrada a aquella imagen del paciente intubado, desnudo,
cubierto con una sábana, los talones vendados, pero aún así sintió la misma impresión
que Vero y Sonia. La joven no pudo evitar agarrar la mano de Esther que sorprendida la
miró de reojo, le pareció más joven que en el campamento, observó sus enormes ojeras,
la ligera hinchazón de sus párpados y como se mordía el labio inferior, afectada por
aquella visión.

- ¡Dios! – exclamó la psiquiatra - está llena de moratones… - comentó mirando


los brazos y los hombros desnudos de Maca
- Sí, los que ves no son nada – les explicó Claudia levantando ligeramente la
sábana por el costado izquierdo – estos son los que nos preocupan – les señaló.
- ¿Qué tipo de animal puede hacer esto? – murmuró Sonia con lágrimas en los
ojos.

Ninguna respondió, todas tenían muy claro lo que pensaban al respecto. Esther no podía
dejar de mirar a Maca, no podía quitar la vista de sus ojos cerrados y mentalmente no
podía dejar de repetir “ábrelos, vamos Maca, ábrelos, quiero verlos antes de irme,
¡ábrelos!”.

- Teresa me dijo que la habías despertado ¿has vuelto a dormirla? – preguntó la


socióloga tras unos segundos de silencio.
- No exactamente. Como ya os he dicho le hemos bajado la medicación, pero
permanece sedada, y cada dos o tres horas le retiraré la sedación para comprobar
su evolución.
- Pero ¿sigue en coma…? – volvió a preguntar Sonia.
- Su nivel de consciencia, ahora mismo es muy bajo. Ya os digo que ha abierto los
ojos, pero aún no responde a ningún estímulo sonoro, a ninguna orden, su
sensibilidad al dolor es muy baja, no tiene consciencia ni de quien es ni de
donde está.
- No soporto verla así – reconoció la joven convirtiendo en palabras lo que
pensaban tanto Vero como Esther – y… ¿no tiene nada más?
- Le hemos hecho todo tipo de pruebas y salvo las múltiples contusiones y una
levísima lesión cervical que se curará sola, y que no dejará secuelas, no tiene
nada que nos preocupe. Lo cierto es que ha tenido suerte, con la paliza que le
han dado podía haber sido mucho peor.
- ¿Te parece poco? – saltó Esther compungida.
- No os preocupéis – respondió Claudia con calma, acostumbrada a las reacciones
de los familiares y amigos, sabía que la impotencia y la desesperación llevaba en
ocasiones a respuestas airadas – anda, salgamos, aquí no podéis hacer nada.
- Tiene calor – dijo Vero hablando por primera vez, se había acercado a la cama y
rozaba con sus dedos la mejilla de Maca – está sudando.
- Es la fiebre – explicó Claudia tomando la tablilla de la enfermera leyendo las
últimas anotaciones – le tomamos la temperatura cada quince minutos – dijo
frunciendo el ceño y apuntando algo – Toñi … cambia ya a estos – le tendió la
tabla y la enfermera se levantó dispuesta – vamos a salir – les indicó a las demás
que, una a una, traspasaron la puerta, en sus caras se leía la preocupación, Esther
sabía que algo no iba bien solo al ver los labios apretados de la neuróloga y su
reacción al leer las anotaciones. A fin de cuentas era la única de las tres que,
realmente, había entendido todo lo que había visto allí dentro.
- ¿Le ha subido la fiebre? – le preguntó directamente a Claudia.
- Sí, un poco – respondió.
- ¿Y eso qué quiere decir? – preguntó Sonia.
- De momento nada preocupante. Le he cambiado los antibióticos y cuando
tengamos los resultados de la analítica sabremos a qué atenernos.
- Pero… qué pasa si le sigue subiendo – insistió la socióloga que ajena a todo
aquel mundillo estaba abrumada, y se sentía desconcertada y asustada no solo
por ver a Maca en aquel estado si no por todo lo que escuchaba.
- Tranquilízate Sonia, ya te he dicho que no hay porqué preocuparse. Son solo
unas décimas – mintió y Esther supo darse cuenta de ello, pero guardó silencio,
respetando esa decisión de Claudia, era cierto que no servía de nada perder los
nervios y la joven debía coger el coche para ir al aeropuerto – y es muy normal
que ocurra esto.
- ¿Cuándo despertará? – preguntó Vero – bueno… quiero decir que cuando…
- Sí, eso, ¿despertará hoy?
- Eso no podemos saberlo, pero… si le retirásemos la sedación posiblemente sí,
tal y como ha ido avanzando a lo largo del día, pudiera ser que a última hora su
nivel de consciencia haya mejorado – respondió – pero… no vamos a hacerlo.
Solo se la retiraré para comprobar su estado y volveré a sedarla.
- ¿Por qué? – preguntó Sonia de nuevo.
- No es conveniente que se altere ni se ponga nerviosa.
- Pero... entonces ¡se va a poner bien! – dijo esperanzada e ilusionada la socióloga
– ¿está fuera de peligro?
- No, Sonia, no lo está. Estamos hablando de una ligera mejoría pero en unas
horas podríamos estar hablando de todo lo contrario.

La respuesta dejó a las tres completamente chafadas. Esther estaba tan acostumbrada a
todo aquello que no entendía de que se sorprendía pero lo cierto es que estaba
desesperada, esa incertidumbre la estaba matando, y por mucho que todos los días se
hubiese enfrentado a situaciones similares y por mucho que supiese que había que hacer
y decir las cosas como Claudia había hecho, ella no podía evitar sentir lo diferente que
era todo cuando se sufría en carne propia, cuando era la persona a la que amaba la que
estaba allí postrada sin que se pudiese hacer más por ella, solo esperar a que los
medicamentos hiciesen efecto, respondiese bien al tratamiento y su naturaleza le
permitiese salir adelante. Enfermera milagro, pensó de nuevo, su mente voló a Jinja y al
día en que salvaron a aquel niño de unos nueve años que llegó casi desahuciado, “has
tenido que ser tú”, le dijo Germán, “no podíamos hacer nada por él pero tú has estado a
su lado hasta que has conseguido que reaccione”, recordaba aún su respuesta, “no te
equivoques yo solo quería que muriese en paz”, “pues te has debido de equivocar de
hechizo, brujilla, ya no tiene fiebre y está mejorando”.

- Gracias Claudia por todo – dijo Vero abrazándose a ella, la neuróloga le acarició
la mejilla. Esther volvió a la realidad con aquellas palabras de la psiquiatra,
quería volver a entrar, quería tocar a Maca y susurrarle al oído, pero… no podía,
¿como iba a justificar entrar de nuevo?
- Tranquila, Vero, de acuerdo, yo te llamo con cualquier cambio. Anda guapa, que
vas a llegar tarde – le dijo cariñosa.
- ¿Cuándo puedo entrar de nuevo? – preguntó Esther alterada por sus
pensamientos - ¡Necesito volver a… ¡ - bajó los ojos “¿qué estaba haciendo! no
tenía ninguna excusa y lo que era peor, ningún derecho. Claudia la miró
perpleja.
- Tengo entendido que esta tarde ibais a venir de nuevo, me refiero a Fernando,
Mónica…
- Sí, si – la interrumpió Esther – pero yo… es que… - volvió a balbucear, ¿qué iba
a decirle? ¿Que no quería coincidir con la familia de Maca! no podía decir
aquello y menos delante de Sonia – es que esta tarde… tengo cosas que hacer
y… - intentó buscar una excusa que le hiciese a Claudia invitarla a volver a
pasar pero todo le sonaba absurdo.
- Bueno mujer… pues… si todo sigue igual…. ya la verás mañana – le respondió
la neuróloga.
- Os dejo que tengo prisa – interrumpió Vero la conversación.
- Yo también me voy – dijo Esther mirando el reloj vencida, no se le ocurría nada
convincente para entrar y no podía llegar tarde al campamento – gracias Claudia.
- De nada. Tened cuidado con la carretera – sonrió mirando a la enfermera,
parecía nerviosa y distraída – Sonia, puedes venir un momento.
- También debería irme – le respondió – Rosario llega a las cuatro y … no
quiero…
- Es un minuto. Ven por favor.

La socióloga le hizo un gesto a Vero y Esther que se dirigieron al ascensor juntas. Ya en


el interior ambas guardaban silencio, la enfermera permaneció con la sensación de que
ocurría algo que no les había contado, eso sumado al hecho de que llamase a solas a
Sonia la hizo preocuparse aún más. Miró a su acompañante que permanecía con la vista
baja, contrastaba esa imagen con la de la chica jovial y casi alocada que conoció el día
de la inauguración, definitivamente, estaba segura de que amaba a Maca.

- Gracias – le dijo Esther de pronto. Vero levantó la vista y la miró.


- Gracias, porqué.
- Por acordarte de mí para entrar.
- No tiene importancia – apretó los labios y negó con la cabeza – solo pensaba en
Maca y en que para ella es importante que tú estés aquí.
- ¿Cómo sabes eso?
- Lo sé. Eso debería bastarte. No tendría que habértelo dicho, pero... – se detuvo
un instante – solo pienso en ella y en que se recupere.
- Pues… gracias de nuevo – le sonrió cortada, no entendía a aquella chica, pero
estaba claro que para ella la felicidad de Maca estaba por encima de la suya
propia y eso era algo que nunca hubiese dicho el día que la conoció. Aunque en
la fiesta de Adela ya le había quedado claro.

Se despidieron y Esther montó en su moto con la cabeza puesta en Maca y en la idea de


que era importante para ella, si eso fuera cierto, si Maca la necesitaba de verdad, sería
capaz de dejar atrás toda su cobardía y estar a su lado le pesase a quien le pesase,
pero… y si la psiquiatra se equivocaba y su apreciación era solo fruto de los celos que
sentía por Maca, porque estaba claro que la amaba y, por mucho que quisiese su
felicidad, era inevitable sentir celos y sentir que ella era un intrusa. Suspiró y aceleró, a
ese paso nunca llegaría al campamento.

En el pasillo de la UCI, Claudia sujetó por el brazo a Sonia y se dirigió a ella con
franqueza.

- Sonia, tengo que hablar contigo.


- Sí, dime.
- No sé lo que significa y ni siquiera sé si lo que voy a decirte tiene algún sentido
pero…
- ¿Qué pasa?
- Ayer… estuve con Maca antes de que perdiera la consciencia, verás estaba
aturdida y confusa, le pregunté en varias ocasiones si se acordaba de lo que le
había ocurrido pero no me respondía y…
- Claudia yo creo que eso debes hablarlo con Isabel, no conmigo – la interrumpió
mirando el reloj nerviosa, conocía a Rosario y sabía que se iba a enfadar si
llegaba tarde.
- Espera, es que no sé como decirte esto… - hizo una pausa pensativa – Maca
insistía en preguntar por ti, parecía obsesionada con saber si estabas bien, quería
que te dijese que tuvieses cuidado, no quería que te dejáramos sola y repetía
continuamente “era él”, “era él”.
- ¿Quién?
- No lo sé, ya te digo que estaba confusa, hablaba a ratos y parecía tener la idea
fija de que Esther y tú podíais estar en peligro.
- ¿Esther y yo! ¿los demás no?
- No. Solo repetía tu nombre y el de Esther, pero…. No sé si fueron apreciaciones
mías pero… cada vez que te mencionaba a ti parecía asustada, muy asustada.
- ¿Y con Esther no? - repitió.
- No, con Esther parecía... – se interrumpió – bueno no sé diferente – dijo sin
revelar lo que creía, estaba segura de que Maca estaba preocupada más porque
Esther no estaba a su lado que por su integridad pero eso no podía decírselo a la
socióloga si traicionar a su amiga – en fin que no sé si para ti todo esto significa
algo, pero Maca me hizo prometerle que hablaría contigo y que te diría que
tuvieses cuidado.
- Pues si eso es todo… no tengo idea de lo que quería decir. Bueno, salvo que
ayer por la mañana, ella y yo quedamos temprano y establecimos un plan de
actuación para averiguar unas cosas sobre el Patriarca, quedé en hablar con un
par de personas y estaba preocupada por si me pasaba algo con todo el jaleo de
los derribos.
- Si… quizás fuera por eso – respondió pensativa – pero.. también repetía “díselo,
las llaves”.
- ¿Las llaves! ¿qué llaves?
- No lo sé. No dijo nada más.
- Gracias Claudia – le respondió – ya me lo has dicho, quédate tranquila. De
verdad que tengo que irme. Si se me ocurre algo ya te lo digo.
- Claro… - dijo cortada por la indiferencia de Sonia - os esperamos aquí – se
despidió de ella y volvió a la UCI, ya debían estar los resultados de la analítica y
cuanto antes supieran qué provocaba esa fiebre, más posibilidades tendría Maca
de salir adelante.

* * *

Esther llegó al campamento cerca de las cuatro, dejó la moto en el aparcamiento y


viendo que aún no estaban en el patio dispuestos para la salida, decidió buscar a Isabel
en su despacho, conociéndola habría comido a toda prisa y ya estaría allí, necesitaba
contarle su conversación con María. Se dirigió a los barracones y saludó a María José
que seguía sentada donde la dejara. La anciana al verla se levantó y le llamó la atención.
Esther se acercó a ella.

- ¿Cómo está? – preguntó sin más preámbulos, mostrando su preocupación por la


pediatra.
- Prácticamente igual – respondió – disculpe, María José, pero tengo prisa,
necesito hablar con Isabel antes de volver al trabajo.
- ¿Seguro que sigue igual?
- Si, seguro.
- Me estás engañando – dijo sin más.
- No, no la engaño. Hay que esperar.
- Entones, si no está peor, ¿qué es lo te pasa? – le preguntó directamente, sin
miedo a que Esther considerase que no era asunto suyo. La enfermera bajó la
vista, ¿cómo era posible que aquella mujer sin conocerla pudiese leer tan bien en
ella? Dudó un instante si sincerarse, pero no la conocía, pudiera ser que Maca
confiase en ella, en sus consejos pero…
- Sigo preocupada, eso es todo – se decidió a responder.
- No, no es eso, es algo más. ¿No está peor? – insistió convencida de que la
mirada de tristeza y abatimiento de la enfermera debía ser por eso.
- Ya le he dicho que no – repitió ligeramente molesta - ha mejorado algo, pero
ahora tiene fiebre y no saben el motivo, eso puede ser peligroso, pero de
momento, no está peor.
- ¿Y tú! ¿cómo estás tú? – se interesó cada vez más segura de que Esther ocultaba
algo que la inquietaba.
- Imagino que como usted, y como todos los que la … apreciamos – respondió
esquiva.
- ¿Apreciar? – esbozó una leve sonrisa – ve con ella.
- ¿Qué? – preguntó sin comprender qué quería decirle.
- Que te olvides del trabajo y de todos y vayas a su lado – especificó - es lo que
deseas hacer, ¿me equivoco?
- Aunque fuera así, que no lo es- mintió cansada de que la anciana creyese que lo
sabía todo sobre ella – no podría hacerlo.
- Allá tú, pero… ya te sientes culpable por no estar a su lado y si…, dios no lo
quiera, le ocurre algo y no estás allí, te sentirás aún peor.
- ¿Y… si lo que hago, lo hago por ella? – saltó al fin, alterada por las palabras de
María José - ¿porqué cree que ella quiere que yo esté allí! ¿sabe lo que me dijo
ahí mismo, en el aparcamiento? – preguntó, hablando con precipitación y
señalando hacia el lugar donde discutió con Maca - ¿lo sabe! me dijo que me
quitase de su camino, que no me necesita – reveló parte de sus temores, la
anciana sonrió para sus adentros, ¡qué tiempo precioso perdían los jóvenes en
disquisiciones que no llevaban a nada, creyendo que tendrían ocasión de hacerlo
todo y qué equivocados estaban!
- ¿Y la creíste? – sonrió con calma sin prestar atención a su tono airado de
reproche – me consta que no, tenía entendido que después de eso fuiste a
buscarla y hablaste con ella – continuó – escucha a tu corazón y lucha porque
ella escuche al suyo. Solo tú podrás lograrlo – le dijo dándose la vuelta y
entrando en el barracón. Esther permaneció un instante allí parada sin saber qué
hacer, ni qué pensar, era la segunda vez que María José hacía referencia a lo
mismo.
- ¡Ya estás aquí! – escuchó a Laura a su espalda - ¿nos vamos? – le preguntó
enarcando las cejas en gesto de interrogación al ver la cara de desconcierto de la
enfermera.
- Si – dijo bajando los escalones sin recordar su intención de hablar con Isabel.
Siempre que charlaba con la anciana se quedaba con la misma sensación de que
sabía cosas de Maca que no le decía abiertamente y ella estaba harta de
insinuaciones y consejos.
- ¿Cómo la has visto? – le preguntó Laura cogiéndola del brazo.
- Está preocupada por Maca – respondió con aire ausente.
- María José ¡no! eso ya lo sé – sonrió – digo que cómo has visto a Maca. Esther
negó con la cabeza y se le saltaron las lágrimas incapaz de responder - ¡venga
tonta! – le dijo dándole un beso – vamos rápido que Fernando nos ha dicho que
podemos irnos antes para que vayamos a la Clínica un rato, por cierto, que esta
noche te toca pasarla aquí, me ha dicho que te lo diga.
- ¡No me jodas! ¿aquí? – repitió – Laura… yo…
- Ya sé, pero es lo que hay. Además, es con él. He intentado que sea conmigo
pero… - se encogió de hombros en señal de que no había podido hacer más - No
te preocupes que terminamos un par de chabolas cogemos la moto y nos vamos
a verla.
- No es por eso, no quiero ir a la Clínica.
- Pero... yo creía que… ¿por qué no quieres? – le preguntó extrañada.
- No creo que Rosario quiera verme allí y… a mi tampoco me apetece verla.
- ¿Ni por Maca! no me lo creo.
- Tú no sabes como es su madre y de su padre mejor ni te hablo.
- Me da igual como sea, la tuya tampoco fue muy agradable que digamos con
Maca, pero ella estuvo allí aguantando el chaparrón, por lo menos hasta que
supo como estabas.
- Ya lo sé, mi madre me lo ha contado. Pero es que yo…
- Tu vas a verla esta tarde y yo contigo y si no le gusta a su madre, que se aguante,
eres compañera de trabajo ¿no! es normal que te intereses por ella.
- Sabes que eso no es así y que… son más cosas.
- Esther… no seas imbécil. Fernando ha hablado con Cruz y están preocupadas, tú
misma has estado allí. ¿En serio no quieres ir?
- Sí, quiero – reconoció - ¡claro que quiero!
- Pues no se hable más. Si estoy yo delante no creo que te diga nada y si lo hace
pues…
- ¿Pues qué? ¿me vas a defender? – sonrió bromeando agradeciéndole su apoyo.
- Pues no “tía”, agua y ajo, es lo que toca – le sonrió maliciosa.

* * *

Rosario bajó del taxi y permaneció junto a él esperando a que descendiera su


acompañante. Miró hacia el edificio de la Clínica y no pudo evitar un gesto de agrado,
estaba ligeramente impresionada. La Clínica era preciosa y su aspecto exterior y el lugar
donde se encontraba ubicada, hacían pensar más en un lugar de recreo y paz, que en un
hospital. Se giró y apremió a su joven acompañante.

- Vamos querida – le dijo frunciendo el ceño ante su tardanza.


- Esto es muchísimo más impresionante de lo que imaginabas ¿verdad? – le
preguntó la joven mostrando sus satisfacción plantada frente aquel edificio – las
fotografías no le hacen justicia.
- Sí, he de reconocer que mi hija me ha hecho sentirme…
- ¿Orgullosa? – se adelantó.
- Yo no diría tanto – respondió con cierto desdén – más bien satisfecha de que al
fin haya hecho digno el apellido que lleva – sentenció.

La chica la miró sin responder acostumbrada a aquellas salidas de Rosario, nunca


entendería porqué era siempre tan exigente y le costaba tanto halagar a su hija. Si
supiera lo que Maca sufría, aunque nunca lo reconociese, por tener que estar
continuamente demostrando que era digna del cariño de sus padres.

- ¿Entramos? – le preguntó con timidez – me gustaría saber…


- Claro, hija, vamos.
- Deberíamos haber esperado a Sonia – le dijo ya en la puerta de entrada.
- ¿Otra vez con eso? – protestó airada – la tienes muy consentida y Maca más.
Hay que tener mano dura con los jóvenes. Si dice que está a una hora, que esté,
y si no, que se atenga a las consecuencias.

La chica guardó silencio, no estaba de acuerdo, y se sentía fatal por haberla hecho ir
hasta el aeropuerto para nada. Había intentado avisarla pero tenía el móvil apagado.
¡Tenía tantas ganas de verla! Entraron en recepción y Teresa, siempre pendiente de la
puerta, salió a su encuentro.

- ¡Rosario! – exclamó besándola, con las lágrimas saltadas de pensar en Maca.


- ¡Teresa! me alegro de verte – la saludó sonriendo y manteniendo como siempre
las formas.
- Ay, Rosario… - se le quebró la voz y la madre de Maca se apresuró a cortarla.
- Tranquila, Teresa, estoy bien – dijo enarcando las cejas indicándole que no
quería escenitas - si no te importa me gustaría subir a ver a mi hija – continuó
ignorando completamente a la joven que la acompañaba.
- Claro, claro, ven por aquí – respondió recuperando la compostura y mirando de
reojo a la chica “¿sería la mujer de Maca?”, recordaba haber visto una foto hacía
años pero estaba segura de que, de ser ella, no la reconocería. Sin poder
contenerse se volvió hacia la joven y le preguntó – disculpa, ¿vienes con ella?
- Sí, Teresa, viene conmigo – saltó Rosario sin presentársela y sin dejarla
responder – por favor, ¿me dices donde está mi hija?
- Vamos, que os acompaño – se ofreció pulsando la planta en el ascensor – Cruz
te está esperando y Claudia está con Maca.
- Sí, quiero hablar con Cruz – dijo con decisión - ¿quién es Claudia?
- La neuróloga, ¿Maca nunca te ha hablado de ella! son muy amigas - dijo con
intención mirando de soslayo a la joven para comprobar si hacía algún gesto
ante el comentario, pero permaneció impertérrita. Estaba claro que no iba a sacar
nada de ellas.
- Sí, puede ser que me la haya mencionado… la verdad es que no lo sé… pero
esta niña como es como es…. Tiene tantas “amigas” – se quejó – así le va la
vida, siempre confiando en quien no debe – suspiró con fingida resignación, al
tiempo que las puertas del ascensor se abrían, Teresa inició la marcha viendo
como la joven había enrojecido ante el comentario de Rosario.
- ¿Veis! aquella es la entrada a la UCI, os esperáis en esas sillas que ahora aviso a
Cruz para que salga a buscaros.
- ¿Esperar! no nos tendrá aquí…
- Rosario… vamos – le dijo la joven cogiéndola del brazo y cortando su protesta –
gracias Teresa, esperaremos aquí.
- De nada… - se interrumpió haciéndole ver que no se había presentado, pero
ninguna de las dos pareció darse cuenta – … hija.

La recepcionista tubo que volver al ascensor sin lograr su objetivo.


* * *

Dos horas después, Laura y Esther entraron con prisa en la Clínica, ambas tuvieron el
reflejo de mirar hacia la recepción en busca de Teresa, pero no estaba en su puesto. Se
miraron y sin decir nada se dirigieron al ascensor. Esther estaba impaciente por llegar,
después de discutir con Laura para no hacerlo en el fondo lo estaba deseando y le
agradecía que la hubiese “obligado” a estar allí. Albergaba la secreta esperanza de que a
esa altura de la tarde, casi con seguridad, Maca ya estaría despierta. Aunque entendía
perfectamente lo que había escuchado a la hora de comer y era consciente de que la
probabilidad era más bien nula, algo en su interior le decía que iba a ser así, tenía que
ser así. Llegaron a la puerta de la habitación sin problemas, a pesar de la seguridad que
Isabel había puesto en la puerta de acceso. Esther se detuvo un instante, sujetando a
Laura por el brazo. La enfermera estaba nerviosa, sabía que Rosario debía estar ya allí
dentro. Teresa le contó que llegarían a primera hora de la tarde. La sola idea de volver a
verla la hacía sentirse enferma.

- ¿Por qué no pasas tú primero? – le pidió a Laura con cara de circunstancias.


- Bueno – le sonrió dándole ánimos, era normal que estuviese incómoda con la
situación. Laura llamó a la puerta y la abrió ligeramente, asomando la cabeza -
¿se puede? – preguntó a la señora que estaba en pie junto a la cama con los
brazos cruzados.
- Si – dijo secamente – pasa.

Laura entró seguida de Esther, al abrir la puerta por completo, las dos pudieron ver que
Rosario no estaba sola, al otro lado de la cama, una joven alta, morena, con unos ojos
verdes que manifestaban tristeza, tenía cogida la mano de Maca y con la otra le
acariciaba la mejilla. La joven levantó la vista y les sonrió.

- Hola – dijo con voz queda, como si temiera despertar a la pediatra. Esther sintió
que se le hundía el mundo, debía ser ella, era preciosa y tenía una voz
aterciopelada que…
- Buenas tardes – respondió Laura - ¿aún no ha despertado?
- No – respondió Rosario secamente, mirando de arriba abajo a Esther. ¡No podía
creer lo que veían sus ojos! ¿cómo no le había dicho nada Maca! ¿Y Teresa!
tenía que hablar con ella seriamente. Ahora comprendía algunas cosas de su hija,
de sus silencios cuando le preguntaba por la nueva enfermera, de lo rara que
había estado últimamente, de las insinuaciones sobre que quizás algún fin de
semana se quedaría en Madrid sin ir a ver a Ana, si, ahora lo entendía todo y no
le gustaba nada de nada. Miró hacia su acompañante y volvió a mirar a Esther.
Pero eso no iba a quedar así, ya se encargaría ella de que esa chica se marchase
por donde quiera que hubiese venido.

Laura captó la tensión que se había creado y decidió terminar cuanto antes con aquella
situación.

- Le han retirado la sedación, Cruz y Claudia vuelven en un momento – explicó la


joven en tono afable, intentando esbozar una sonrisa que no ocultaba la
inquietud de su rostro – quieren evaluarla otra vez.
- Bueno – respondió Laura – nosotras solo veníamos a ver como estaba. Mañana,
cuando esté despierta, nos pasamos. Somos Laura y Esther – le dijo dirigiéndose
a la joven - ¿le dices que nos hemos llegado a verla? – le dijo por educación
consciente de que ni Claudia mantendría a Maca despierta, ni aunque lo hiciese,
la pediatra sería capaz de entablar una conversación.
- Si, claro, gracias por venir – dijo la joven que no soltaba la mano de Maca.
Rosario no respondió y ambas salieron de la habitación.
- ¡Por dios! Qué mujer más seca – comentó Laura una vez fuera, sonriendo – no
me extraña que estuvieses nerviosa. ¡De menuda suegra te has librado! – bromeó
intentando animarla viendo lo abatida que se había quedado.
- Si – dijo distraída, pensando en que daría cualquier cosa por ser ella la que
estuviese junto a aquella cama - ¿crees que era…? – le preguntó.
- ¡Seguro! es más joven de lo que me imaginaba y ¡es guapísima! – exclamó sin
poder evitarlo e inmediatamente se arrepintió al ver la cara de Esther.
- Si – suspiró sintiendo que no tenía nada que hacer frente a aquella mujer – lo es.
- Bueno, no te preocupes – le sonrió – por muy guapa que sea, tu vales más.
- Ya… gracias… se nota que eres mi amiga – le devolvió la sonrisa.
- No lo digo porque sea tu amiga – respondió – lo digo en serio.
- ¡Venga ya, Laura! – exclamó - ¿pero tú la has visto?

La joven se paró y detuvo a la enfermera, la miró a la cara y le dijo.

- No te engañes, tú tienes algo que ella no tiene.


- ¿Si! ¿el qué? – preguntó con sorna, incrédula.
- ¿Aparte de una sonrisa preciosa? – le respondió sonriente intentando animarla.
- No tengo ganas de bromas.
- Esther, despierta de una vez – le dijo con claridad – tienes su corazón. No hay
más que ver como te mira. Lleva toda la semana detrás tuya. ¿Desde cuando
Maca ha pasado tanto tiempo en el campamento! ¿tú sabes lo que le dolía el
costado cuando se cayó de la silla? ¡pero si hasta rabiando se ha negado a
quedarse en casa! ¿a quién ha reclamado como su enfermera! ¿a quién buscaba
con la mirada continuamente en la fiesta de Adela! ¿quién ha conseguido que se
piense lo de marcharse de la clínica?
- ¿Se lo ha pensado? – preguntó sorprendida agradablemente.
- Eso me dijo la antes de anoche, y me dijo otra cosa – sonrió levemente con aire
misterioso.
- ¿Qué te dijo? – preguntó interesada - ¡Laura! – protestó al ver que mantenía la
sonrisa sin responder.
- Que estaba deseando que llegase la noche para cenar contigo.

A Esther se le saltaron de nuevo las lágrimas solo de pensar en la cena que no había
podido ser.

- Además algo muy importante y creo que no te has dado ni cuenta – continuó
Laura dispuesta a animar a su amiga.
- ¿El qué? – preguntó, aún con la mente puesta en la idea de que Maca deseaba
que llegase la hora de esa cena.
- ¿Te has fijado en la cara de sorpresa de su madre? Está claro que Maca no ha
contado nada y eso, a mi entender, solo puede tener una explicación.
- ¿Cuál?
- Pues que no quiere despertar la alarma en nadie. Está claro que si hubiese
pasado página, diría sin problemas que estás aquí. Tiene su vida ¿no! pues eso.
Para mí está claro que Maca te esconde porque no está segura de nada.
- ¿Me estás hablando en serio?
- Muy en serio. Quizás nunca lo reconozca, o quizás nunca se permita
reconocerlo, pero Maca, como se dice en mi tierra, bebe los vientos por una
persona y esa persona no es la que le tiene cogida de la mano, esa persona eres
tú.

La enfermera sonrió, las palabras de Laura le acababan de alegrar el día. Y no es que


ella creyese lo mismo, pero sí que era cierto que Maca la buscaba, que le gustaba charlar
con ella y que cuando estaban juntas, a pesar de que pudieran discutir, había algo que
seguía estando ahí, y que la pediatra debía notarlo lo mismo que lo notaba ella.

La sonrisa que aún dibujaban sus labios se borró de un plumazo cuando Cruz y Claudia
llegaron hasta ellas con gesto de preocupación.

- ¿Habéis entrado a verla? – preguntó Claudia con interés.


- Si – respondió Laura – su familia está con ella.
- ¿Qué pasa? – preguntó Esther asustada.
- ¿Cómo la habéis visto? – insistió Claudia sin responderle.
- Si no hemos estado ni un minuto – dijo Esther – pero ¿qué pasa?
- Laura, ¿tú como las has visto? – repitió la neuróloga interesada en su opinión
profesional sin escuchar a Esther.
- No me ha dado tiempo a ver nada pero me ha parecido ver que no satura bien –
respondió extrañada por ese interés.
- Precisamente de eso veníamos hablando – afirmó Cruz mirando hacia atrás,
Teresa acababa de sumarse a ellas.
- ¿Entonces? – dijo Esther de nuevo angustiada, había lago que no querían
decirles, eso era evidente.
- Vamos a ver que tal reacciona ahora – dijo Claudia. Esther exhaló un suspiro de
desesperación, cuando no era una cosa era otra, y ella sabía que eso era así, pero
no podía evitar sentir lo que sentía – ¿nos acompañáis?

Laura miró a Esther y esta dudó, no creía que fuera buena idea que entrase de nuevo, no
se podía decir que la madre de Maca se hubiese alegrado mucho de verla.

- Yo debo ir al campamento esta noche – se excusó – pero ¿me vais a decir qué es
lo que pasa?
- No pasa nada Esther, todo sigue igual que antes – le dijo Cruz apretándole el
brazo – Si quieres entrar serán solo unos minutos – le informó transmitiéndole la
sensación de que estaba interesada en que estuviese presente.
- Sí, vamos con vosotras – aceptó Laura por ella, cogiendo a Esther del brazo –
vamos – le dijo y acercándose a ella le susurró – tienes que estar ahí cuando abra
los ojos. ¿No te das cuenta que Cruz te lo está diciendo? – la enfermera asintió
cabizbaja, se le revolvía el estómago solo de pensar en ver de nuevo a Rosario,
esa mujer conseguía que se sintiese insignificante, no podía olvidar la mirada
que le había echado.
- Yo… prefiero esperar aquí – dijo Teresa sentándose en una de las sillas, aún no
se había recuperado de la impresión que se llevó por la tarde cuando entró con
Cruz a verla.
- Claro Teresa – le sonrió Cruz comprensiva.

Cuando ellas estaban a punto de entrar, Rosario salió corriendo de la UCI. Todas se
temieron que le pasaba algo a Maca.

- A ti venía a buscarte – le dijo secamente a Cruz, moviendo las manos nerviosa y


lanzando una furibunda mirada a Esther.
- Tranquila, Rosario, ¿qué ocurre? – preguntó Cruz con calma, conocía sus
reacciones y rápidamente comprendió que nada tenía que ver con el estado de su
hija.
- Hemos estado hablando y hemos decidido que nos llevamos a Maca a Sevilla –
le comunicó en tono de orden mirando de arriba abajo a Esther que permanecía
en un segundo plano - Quiero que organicéis el traslado inmediatamente.
- Bueno, bueno, primero tenemos que asegurarnos de que es posible trasladarla –
le sonrió sin poder evitar pensar que aquello era una locura – pero no se
preocupe que, en cuanto pueda ser, se hará – la tomó del brazo con autoridad y
la condujo hacia el interior – primero vamos a ver que tal reacciona ahora,
después ya tendremos tiempo de decidir.
- Ese es el problema que no tenemos tiempo – bajó la voz mirando de reojo hacia
atrás – tengo que irme esta misma noche y me la quiero llevar conmigo.
- Ahora lo vemos Rosario – la cortó Cruz llegando a la habitación de Maca que
seguía con su mano entre las de la joven.

Esther se detuvo en la puerta dudando si entrar, Claudia se paró junto a ella, la


enfermera nunca había visto aquel gesto de contrariedad en la neuróloga, se le notaba
molesta y preocupada. Laura bajó la voz rompió el silencio.

- Pero… ¿por qué quiere trasladarla? – preguntó entre sorprendida y extrañada –


no es mejor que…
- Sí, Laura, sabemos lo que es mejor – respondió Claudia.
- No le hagáis caso – saltó Esther alterada – esa mujer… esa mujer – se le quebró
la voz – no piensa en Maca, no piensa….
- Tranquila que sabemos lo que tenemos que hacer – dijo la neuróloga – vamos
dentro, no quiero tener a Maca mucho rato sin sedación.

Al entrar comprobaron que Cruz y Rosario seguían discutiendo, la cardióloga había


apartado a la madre de Maca y la había llevado a un rincón al fondo de la habitación. La
joven seguía junto a la cabecera de la cama. Claudia se acercó a ella y pellizcó a Maca
sin ningún resultado.

- Debemos esperar unos minutos – le dijo a la chica.


- Querida ven un momento – la llamó Rosario y la chica obedeció al instante
seguida de Claudia.

Las cuatro formaron un círculo y hablaban con voz baja. Laura empujó ligeramente a
Esther y le indicó que se acercara a la cama. La enfermera negó con la cabeza y enarcó
las cejas. ¿Cómo iba a hacer eso? Laura insistió y Esther comprobando que Rosario
estaba de espaldas a la cama se atrevió a hacerlo.

Maca permanecía con los ojos cerrados. Esther sabía que si todo seguía igual quizás
abriría los ojos en unos momentos, aunque también sabía que eso no tenía por qué
significar nada. La observó y notó que se le saltaban las lágrimas, deseaba decirle tantas
cosas, no soportaba la idea de no tener ocasión de hacerlo, de que… “deja de pensar
tonterías”, se dijo. Miró de reojo al grupo que comenzaba a mantener una discusión
acalorada. Estaba claro que Rosario no era fácil de convencer. Creyendo que no era
vista se decidió a hacer lo que tanto había deseado, acarició disimuladamente el brazo
de la pediatra que permanecía inmóvil, el monitor mostraba la estabilidad de sus
constantes, volvió a mirar hacia atrás, Laura se había sumado al grupo, entonces se
decidió, se acercó al oído de la pediatra y musitó unas palabras, “despierta, vamos,
Maca, abre los ojos”. Maca seguía sin manifestar ninguna señal de actividad. Esther
volvió a susurrarle al oído, “venga, cariño, ábrelos”. Al cabo de unos instantes, como si
la pediatra necesitase unos segundos para procesar aquello, el avisador comenzó a pitar
y las cinco se volvieron sobresaltadas, Esther también se retiró asustada sin comprender
qué pasaba. Claudia corrió hacia Maca.

- Vamos debéis salir – ordenó Cruz con autoridad – vamos, vamos – casi las
empujó.
- ¿Qué pasa? – preguntó la chica visiblemente afectada - ¿qué está pasando?
- ¡Laura, por favor! - le pidió Cruz que corrió junto a Claudia – ¡Salid!
- Esther dile a Toñi que entre – dijo Claudia. La enfermera salió corriendo en
busca de su compañera.
- Vamos querida – cogió Rosario a la chica que se había quedado paralizada a los
pies de la cama.
- Vamos a salir – les indicó Laura posando su mano sobre la espalda de ambas
empujándolas hacia el exterior ante la mirada agradecida de Cruz.

Las cuatro abandonaron la UCI, Rosario aparentaba tranquilidad sin embargo, Esther
sabía que no era así, reconoció aquel gesto de nerviosismo y sintió cierta lástima por
ella, ni siquiera en una situación como esa era capaz de mostrar sus emociones. La
madre de Maca se agarró al brazo de la joven y suspiró. Laura y Esther se miraron,
ambas sabían lo que significaba aquel pitido. Teresa se levantó al verlas llegar.

- ¿Qué! ¿cómo está? – preguntó la recepcionista llevándose las manos a la boca al


ver la cara de Rosario y las lágrimas en los ojos de la joven.
- Tranquila, Teresa – le dijo Laura – ahora nos dirá algo Cruz, pero parece que
Maca está … mejor – fueron sus palabras dejándolas atónitas a todas menos a
Esther – parece que intenta respirar por sí misma.

Rosario respiró aliviada y la chica se sentó en una de las sillas, el susto que se había
llevado dentro, seguido de las palabras de Laura habían provocado que le temblaran las
piernas.

- ¿Estás bien? – le preguntó Laura viendo lo pálida que se había puesto.


- Si – respondió con timidez.

Cruz salió y todas dirigieron sus ojos a ellas expectantes.


- Vamos a ver – comenzó con seriedad – Claudia está haciendo la valoración
neurológica, va a repetirle un par de pruebas, cuando termine y tenga los
resultados os dirá como sigue.
- ¿Y qué es lo que ha pasado? – preguntó Rosario con tranquilidad.
- Nada que deba alarmarla, Rosario – le respondió Cruz directamente – Maca está
reaccionando poco a poco, ha comenzado a respirar de manera espontánea, pero
aún presenta ciertos problemas respiratorios y la vamos a mantener conectada al
respirador – le explicó con sencillez sin entrar en más detalles - eso sí, olvide su
idea de trasladarla esta noche porque eso es imposible.
- Antes me has dicho que mi hija está estable.
- Sí lo he dicho, y lo mantengo, pero está estable dentro de la gravedad y no voy a
permitir un traslado, me dan igual todas las condiciones de la clínica a la que
pretende trasladarla e incluso que el helicóptero salga de aquí y aterrice allí,
simplemente no lo voy a consentir – sentenció en tono ligeramente más alto.
- Perdona pero… tú no eres nadie para consentir o dejar de consentir – respondió
con altanería, la chica se levantó de la silla y se situó a su lado.
- Rosario… - dijo la joven en un intento de frenarla.
- No pienso discutir – dijo la madre de Maca – se hará lo que yo diga.
- Pero... vamos a ver… ¿es que no se da cuenta de que Maca aún no está fuera de
peligro?
- Entiendo perfectamente todo lo que me dices – le respondió airada – no estás
hablando con ninguno de los palurdos que acostumbráis a tratar aquí – dijo
despectivamente manifestando el desagrado que le producía que su hija hubiese
decidido dedicar su tiempo a aquellas gentes – la que no pareces entender que
todo eso no es problema, eres tú. Tenemos el mejor equipo de médicos
dispuestos para hacer el traslado, solo necesito que lo firmes.
- No voy a hacerlo – Cruz se negó con rotundidad – bajo mi responsabilidad Maca
no va a salir de aquí.
- En ese caso habrá que librarte de esa responsabilidad, ¿dónde está la chica esa!
la socia de mi hija.
- Rosario… - repitió la joven.
- Querida, déjame a mí – se zafó con firmeza.
- Rosario yo creo que deberías escuchar a Cruz – intervino Teresa por primera vez
haciendo uso de la relación que había establecido con ella en los últimos años –
tú sabes que aquí lo único que queremos todos es que Maca se ponga bien.
- Eso no lo dudo – dijo con cierto retintín lanzando una rápida mirada hacia
Esther.
- Entonces, ¿qué es lo que pasa, Rosario? – preguntó Cruz mucho más afable
recuperando su habitual serenidad.
- Nosotras tenemos que marcharnos esta misma noche, yo no puedo dejar a Pedro
más tiempo solo, está delicado – se justificó ante la cara de asombro que había
visto en sus interlocutoras - … y… no quiero dejar a mi hija aquí … sola.
- Pero eso no es motivo para mover a Maca – intervino Laura – Maca no va a
estar sola.
- Claro Rosario, yo misma me puedo quedar con ella cuando ya esté mejor – se
ofreció Teresa conociendo que aquello la agradaría.
- Si – dijo Cruz – cualquiera de nosotras puede acompañarla.
- ¡No! eso es precisamente lo que yo no quiero – saltó casi gritando – mi hija tiene
que estar con su familia.
- Por favor – dijo Cruz en tono de súplica, quizás así consiguiese algo – no os la
llevéis – miró a la chica que primero bajó la vista y luego miró a la madre de
Maca.
- Rosario… quizás… si ellas creen que es lo mejor… - se interrumpió al ver como
la miraba pero terminó lo que iba a decir – no querrás que le ocurra nada a
Maca.
- Por supuesto que no va a ocurrir nada – casi gritó ofendida – de eso ya me
encargo yo.
- Pero se puede saber qué voces son éstas – una airada Adela salió de la zona
quirúrgica con cara de pocos amigos. Se había pasado toda la noche en vela
junto a Maca, toda la mañana trabajando y para colmo había tenido que
intervenir de urgencia a una de las niñas operadas la semana anterior – que
estamos en un hospital – silenció a todas. Su expresión se dulcificó al ver a
Rosario - ¡Rosario! – exclamó abrazándose a ella.
- ¡Adela! pero… hija…. – se interrumpió sin saber qué decir, desconocía que
trabajase con Maca.
- ¡Hola! – saludó Adela a la joven abrazándose también a ella - ¡me alegro de
verte! ¿cómo estás? – le preguntó manteniendo su mano en la mejilla de la chica
prolongando una caricia.
- Bien… - hizo una mueca con los labios y ladeo la cabeza indicando que era “un
bien”, dadas las circunstancia. Adela la cogió de la mano y se la apretó, en un
gesto reconfortante que todas vieron y que les indicó que mantenía con ella una
relación cercana.
- ¿Qué es lo que pasa? – preguntó Adela volviéndose a Rosario.
- Ay, hija ¡qué alegría que trabajes aquí! No lo sabía – dijo Rosario que parecía
aliviada segura de encontrar en ella una aliada para sus propósitos – verás,
quiero llevarme a Maca a Sevilla, y parece que aquí nadie es capaz de
entenderlo.
- No es que no lo entendamos – saltó Cruz molesta – lo entendemos
perfectamente – recalcó con el mismo tono que Rosario le había hablado a ella
minutos antes – lo que sí que no entiendo es como una madre puede no entender
que su hija todavía está en un estado muy, pero que muy delicado y que…
- Cruz tranquilízate – le pidió Adela con calma – no es necesario que hables en
ese tono – le hizo una indicación con los ojos y la cardióloga comprendió que
pensaba apoyarla pero que pusiera de su parte - ¿Me disculpas un momento? –
dijo dirigiéndose a Rosario y llevándose a Cruz a un lado. Cuando volvieron
Cruz parecía mucho más tranquila.
- Rosario, perdone mi tono anterior, estamos todas un poco nerviosas y… -
intentó disculparse.
- Precisamente por eso quiero que a mi hija la traten médicos que no estén
implicados y que…
- Rosario – la interrumpió Adela – Maca no está recuperándose como
esperábamos – le habló con franqueza y crudeza, sabía que no era exactamente
así, pero no quería dejarle ningún resquicio al que agarrarse y siguiera
insistiendo en el traslado, la conocía desde niña y creía saber cómo conseguir
que cediese – sus niveles de consciencia son muy bajos, y su estado se ha
complicado con los problemas respiratorios que ella viene arrastrando.
Trasladarla ahora, sea en las condiciones que sean, es muy peligroso. Solo lo
haríamos con una orden judicial, y te aseguro que, aún así, buscaríamos otra que
la contrarrestara – terminó con firmeza.
- Pero…
- Pero no te preocupes por nada que yo estoy aquí – se ofreció ahora mucho más
suave mirando hacia Esther cuando decía “nada” y volviendo los ojos
rápidamente a su interlocutora comprendiendo con rapidez que era lo que había
molestado tanto a Rosario como para cerrarse en banda de esa forma – Maca es
como una hermana para mí, lo sabes, no la voy a dejar sola y en cuanto pueda
ser trasladada, si es lo que queréis - dijo mirando hacia la chica - y ella está de
acuerdo, personalmente me encargaré del traslado e incluso de acompañarla.
- Gracias – musitó Rosario contrariada pero indicando con aquel agradecimiento
que cedía en su intento.
- Ahora lo mejor es que vayamos a la cafetería y nos tomemos todos algo, y nos
tranquilicemos un poco. Cruz os va a explicar con detalle como está la situación.
Y dentro de un rato, cuando Claudia haya terminado, subimos a ver que tal
sigue.
- Si no hay más remedio – protestó Rosario pero se dejó arrastrar hacia la
cafetería.
- Es lo mejor Rosario – le dijo con seguridad haciéndole una indicación a Teresa y
Cruz para que la acompañasen – ahora mismo os alcanzo – terminó rezagándose.

Se quedó con la vista en el grupo y se volvió hacia Esther que permaneció en pie, junto
a Laura.

- ¿Nos disculpas un momento, Laura? – le dijo cogiendo a Esther del brazo, la


enfermera se sorprendió. Adela parecía enfadada con ella, la apartó al otro lado
del pasillo y bajó la voz - Ya te vale – le soltó – ¿qué pasa? ¿qué tantos años al
lado de Germán te han vuelto tan imbécil como él o ya eras así de antes? – dijo
sarcástica sin dejar meter baza a la enfermera que abrió la boca para protestar
pero Adela la silenció con un gesto - ¿a quién se le ocurre presentarse delante de
Rosario?
- Quería…
- Ya sé lo que querías, y puedo llegar a entenderlo, pero parece mentira que no la
conozcas. Y menos después de lo que pasó cuando el accidente de Maca – le
echó en cara, Esther bajó la vista avergonzada, estaba claro que Adela conocía
todos los detalles – no va a dejar que pases un segundo junto a ella y aquí lo
único importante es Maca. Ten un poco de cabeza – le pidió aflojando la mano –
hazme caso – le susurró dejándola perpleja – Laura – alzó la voz – vamos para la
cafetería.
- Pero y… ¿Esther?
- Esther bajará luego – le respondió con firmeza mirando a la enfermera y
haciéndole una seña para que entrase en la UCI.

Laura, no entendía de qué iba aquello pero ya tendría tiempo de interrogar


convenientemente a su amiga. Antes de desaparecer pasillo adelante, se volvió y le
indicó por señas que entrase en la UCI. Esther permaneció parada, parecía que las dos
se habían puesto de acuerdo para decirle lo mismo, pero algo en su interior le decía que
no era el momento. Claudia estaba dentro con Fernando, que había llegado en plena
discusión y había entrado sin pararse, y ella lo que necesitaba era sentirse a solas con
Maca. Decidió esperar unos minutos y ver si el médico salía, entonces entraría ella y, si
hacía falta, le pediría a Claudia ese momento de intimidad que tanto deseaba.
Se sentó en una de las sillas y cerró los ojos recostada hacia atrás. Estaba cansada pero
no dejaba de darle vueltas a las palabras de María José y de Laura, y sobre todo, no
podía dejar de imaginar la vida de Maca junto a aquella chica, ¿cómo se habrían
conocido! parecía más joven que Maca, y era muy tímida. De pronto notó que alguien
se sentaba a su lado, pero no abrió los ojos. No tenía ganas de charla.

- Hola – le dijo – ¿te molesta que me siente aquí?


- Hola – respondió incómoda abriendo los ojos, ¿qué hacía ahora! estuvo tentada a
levantarse y marcharse sin más, pero algo la impelió a permanecer sentada junto
a ella – no, claro que no.
- No me apetece tomar nada… - dijo en lo que Esther entendió que era una forma
de justificar su regreso. Esther esbozó una sonrisa de circunstancias y cierta
comprensión - ¿Eres muy amiga de Maca? - le preguntó suavemente. Esther la
miró y no pudo evitar pensar “a ti que te importa”, pero la tristeza de aquellos
ojos y el tono en el que le había hablado sumado a aquel aire de timidez que
desprendía la obligó a ser correcta con ella.
- ¡Eh! Bueno… trabajamos juntas – respondió dubitativa.
- Te he visto como la miras y como le acariciabas la mano… - reconoció.
- Sí, somos bastante amigas – dijo para excusarse sintiendo que enrojecía, también
debía haberla visto susurrarle – desde hace muchos años.
- Me suena tu cara, quizás… te he visto en alguna foto.
- Sí, quizás – respondió secamente. ¿Maca le había enseñado fotos de ella a su
mujer! la sola idea le hizo perder todas las esperanzas que Laura le había dado,
porque eso solo significaba una cosa, Maca lo había superado y no metía cuando
le decía que su única intención era recuperar su amistad.

La chica se recostó igual que Esther y lanzó un profundo suspiro.

- Gracias a dios que ha aparecido Adela – dijo de pronto – yo tampoco creo que
Maca deba ser trasladada.
- ¿Y porqué no lo dices? – le espetó molesta arrepintiéndose al instante al ver la
cara de desconcierto de la joven. Se encogió de hombros y respondió con
suavidad.
- Es su madre – susurró – y….
- ¿Y qué! tu también tienes derecho a opinar – le dijo fulminándola con la mirada.
La joven se movió incómoda en la silla y bajó la vista. Esther no entendía como
Maca consentía todo aquello, y menos conociendo como era Maca. Quizás fuera
cierto lo que le dijo el día de antes y la Maca que ella conocía ya no existía.
- Bueno… hay que saber llevar a Rosario y… no es fácil que escuche cuando está
obcecada por algo – comentó – en eso es clavadita a Maca – sonrió nostálgica y
Esther sintió que se moría de celos y que al mismo tiempo la compadecía y le
caía bien, ¿cómo podía caerle bien! no lo sabía, pero lo cierto era que aunque
quería odiarla no podía, aquella chica era muy dulce.
- Maca se va a poner bien, ya verás, no te preocupes – le dijo de pronto la
enfermera sintiendo la necesidad de reconfortarla, seguro que Maca agradecería
que alguien apoyase a su mujer.
- Eso espero – suspiró de nuevo.
- ¿Por qué no te quedas esta noche con ella? – preguntó casi reprochándoselo – no
entiendo como os podéis marchar sin…
- Rosario no quiere dejar solo a Pedro y Maca está bien cuidada… - se apresuró a
justificar enrojeciendo levemente - además en la UCI no se puede quedar nadie.
Jerónimo iba a venir… pero al final ha habido un problema en las bodegas y se
ha tenido que quedar – habló precipitadamente, con nerviosismo como si se
avergonzara de toda aquella situación.
- Pero… ¿y tú? – insistió – y sé que no soy nadie para meterme donde no me
llaman pero… no lo entiendo.
- No te preocupes, no me importa – le sonrió comprensiva desarmando a Esther -
Yo no puedo quedarme. Además mi hermana está aquí, si Maca la necesita
estará a su lado. Yo… no quiero dejar a las niñas solas.
- ¿Niñas?
- Si – sonrió – tenemos dos niñas.

Esther abrió la boca con una cara de sorpresa tal que la joven la miró extrañada.

- Eh, no tenía ni idea, Maca nunca … - no sabía que decir, porque era cierto que
Maca jamás hablaba ni de ella ni de “¿sus hijas?”, no daba crédito a que eso
fuera cierto, pero decírselo no podía decírselo, a nadie le sentaría bien saber que
su mujer jamás hablaba de ella ni de sus hijas y..
- Es normal, a Maca no le gusta hablar ni de ella ni de su vida – reconoció sin
parecer importarle – Además ¿por qué iba a tener que contar nada de la familia?
- Si… claro – respondió pensando “¿por qué! porqué va a ser, porque eres su
mujer y son sus hijas, es normal mencionaros alguna vez”.
- A nosotros tampoco nos cuenta casi nada de todo esto. Maca es así.
- ¿Cuántos años tienen? – le preguntó intentando aparentar normalidad – digo las
niñas.
- La mayor tres años y medio y la pequeña cumple tres meses la semana que
viene, aún le doy el pecho – le dijo en lo que le pareció entender que era una
forma de justificar su marcha. Ahora entendía porqué era Maca la que siempre
iba a Sevilla los fines de semana, pero lo que no entendía era porqué no se
venían a vivir a Madrid.
- Maca dice que por culpa de tu trabajo no puedes venirte a Madrid – le dijo
lanzando un farol en un intento de sonsacarla.
- ¿Maca ha dicho eso? – preguntó extrañada haciendo un gracioso gesto con la
boca y las cejas – pues… no lo entiendo…. – guardó silencio pensativa - En
todo caso no es solo por el trabajo, yo jamás he querido vivir en Madrid, ni
jamás nos lo hemos planteado. Nos gusta Jerez y trabajar en las bodegas es lo
mejor que me ha pasado en la vida.
- Creí que vivíais en Sevilla.
- No – dijo mirándola, ¿por qué le interesaría aquella chica tanto su vida? – soy
química en el laboratorio de las bodegas y Jero… - se interrumpió de pronto,
acababa de recordar de que le sonaba y abrió la boca exclamando - ¡ya sé de que
te conozco! – Esther se sonrojó temiendo que supiese, en realidad, quien era - Tú
eras la enfermera amiga de Maca ¿no? – dijo haciendo memoria – hará… ¿unos
seis años puede ser! en Navidad ¿te acuerdas! bajasteis a Jerez.
- Pues… - dudó, claro que se acordaba de haber estado con Maca aquellas
navidades en Jerez, pero no recordaba en absoluto haberla visto a ella.
- Si, mujer, ¿te acuerdas de nochevieja! quedamos en las bodegas, ¿Recuerdas que
Jerónimo apareció con un grupo de amigos y que Maca se enfadó con él por no
avisarla a tiempo de comprar más cosas?
- Si – murmuró pensativa.
- Pues soy Ana, la amiga de Jerónimo, ¿recuerdas que me ofrecí para ir a comprar
y que Maca se negó y al final fuimos las dos? Tu te quedaste allí y cuando
volvimos te habías agarrado una buena con el vino, ¡lo que nos hiciste reír! –
exclamó nostálgica - recuerdas que Maca tuvo que acostarte… - hizo una pausa
y pensativa exclamó - ¡que bien me lo pasé aquél día!
- Si, ya me acuerdo – dijo Esther sintiendo que se moría de celos, ¿qué significaba
aquello! que Maca y Ana… no, eso no podía ser, no podía ser que aquel día... –
tú… salías con el hermano de Maca ¿no?
- No, entonces aún no – respondió y guardó silencio cuando volvió a hablar su
voz estaba quebrada por la emoción - desde ese día supe que Maca sería
alguien… alguien especial para mí, lo sentí aquí – dijo señalándose el corazón -
¡y vaya si lo ha sido! – suspiró con lágrimas en los ojos – no puedo imaginar que
llegue un día y… y no esté. Y su hermano menos, ¡la quiere tanto!
- No va a pasar eso – se sintió obligada a consolarla – ya verás, se pondrá bien.
- Sí, tienes razón – le sonrió cogiéndola de la mano – hay que ser optimistas ¿no?
– preguntó retóricamente, la enfermera asintió devolviéndole una sonrisa triste -
gracias Esther.

Claudia salió en ese momento de la UCI y las dos se levantaron. Fernando iba con ella y
no parecía especialmente preocupado, claro que el médico siempre tenía aquella
expresión de seriedad que Esther aún no había aprendido a descifrar.

- ¿Y los demás? – preguntó Claudia.


- En la cafetería ¿porqué? ¿ocurre algo? – preguntó Esther con el miedo metido en
el cuerpo.
- No – sonrió – bueno sí… la fiebre ha comenzado a bajar. Está respondiendo bien
a los antibióticos y…
- ¿Y qué? – preguntó asustada Esther. Seguro que había un pero y seguro que no
era nada bueno. Ana la miró de reojo sorprendida por su grado de nerviosismo.
- Y en la última exploración no solo ha abierto los ojos sino que responde a su
nombre. En un par de horas volveré a bajarle la sedación. Si queréis estar
presentes…, es bueno que comience a entrar en contacto con el mundo que la
rodea.
- Claro que estaremos – dijo Esther - ¿verdad? – se giró preguntándole a la chica
que con timidez asintió.
- Si, si, claro – no estaba segura de poder estarlo, dependía de lo que Rosario
decidiera hacer esa noche.
- Fernando… - dijo la enfermera mirando al médico con ojos de súplica.
- No llegues después de las diez – le dijo comprensivo – no es seguro.
- ¡Gracias! – exclamó – de verdad que…
- Luego me cuentas - la interrumpió – yo me marcho ya. Voy a pasar por casa
antes de volver al campamento.
- Hasta mañana Fernando – lo despidió la neuróloga - ¿quieres verla? – le dijo
Claudia mirando a la chica – Esther ¿te importa bajar a darles la noticia?
- Pero ¿qué les digo! ¿qué suban? – preguntó indecisa, no quería ir a dar ninguna
noticia, quería entrar a ver a Maca.
- Diles que ya no está en coma farmacológico y que en un par de horas la
despertaré de nuevo. ¿Vamos? – se dirigió a la joven.
- Sí, si, vamos – respondió nerviosa
La enfermera corrió al ascensor mirando hacia atrás a tiempo de ver cómo desaparecían
por la puerta de la UCI. Sintió una profunda envidia y unos celos desmedidos. De
pronto una idea cruzó por su mente. El ascensor llegó y se abrió pero Esther no subió a
él. Cogió el teléfono y llamó a Laura. Necesitaba unos minutos. Solo unos minutos.

En la habitación Claudia y Ana observaban la reacción de Maca.

- Entonces… ¿no me va a conocer?


- Su cerebro tarda en procesar la información, pero si todo está bien, sí te va a
conocer. Eso es lo que queríamos deciros, unas veces parece ir evolucionando
bien pero otras… - se interrumpió pensando en que sería más prudente esperar -
antes ha respondido mejor a todos los estímulos. Verás – dijo acercándose a la
pediatra y pellizcándola con fuerza. Maca arrugó la cara en un gesto evidente de
dolor - ¿has visto! llámala – le indicó.
- Maca – dijo la joven con timidez. La pediatra permaneció con los ojos cerrados
sin dar muestra alguna de reacción.
- Háblale más alto – le dijo Claudia.
- ¡Maca! – levantó ligeramente la voz – cariño ¿me oyes?
- No te entiende bien, tienes que hablar más alto – le aconsejó - ¡Maca! – casi
gritó golpeándole al mismo tiempo en el brazo – la pediatra abrió los ojos pero
fue incapaz de enfocar ni dirigir la vista hacia el lugar donde estaba Claudia – es
mejor que la dejemos y en un par de horas o tres volvemos a bajarle la sedación.
No te preocupes que… - se interrumpió al ver entrar a Esther.
- Hola – susurró la enfermera.
- ¡Ha abierto los ojos! – exclamó Ana mirándola con una sonrisa esperanzada –
ven – la llamó para que se pusiera a su lado dejándole el sitio junto a la cabecera
– llámala tú a ver si los abre de nuevo – le pidió con ilusión, Esther la miró y sin
saber por qué de pronto se sintió tremendamente culpable.
- Pero solo un momento, ¿de acuerdo? – aconsejo Claudia – voy a subirle de
nuevo la sedación.
- Vale – asintió Esther que cogió la mano de Maca y se la apretó con fuerza y
alzando la voz como ella sabía que debía hacer, la llamó – ¡Maca! – la pediatra
abrió inmediatamente los ojos y la enfermera sonrió mirando a Claudia. Maca
pareció agitarse, emitió un leve sonido, manteniendo los ojos fijos en Esther. A
las tres le dio la sensación de que pretendía hablar.
- Esther – le indicó Claudia con la mano que se retirase e inmediatamente le subió
la sedación; Maca parpadeo varias veces y finalmente cerró de nuevo los ojos -
Vamos a dejarla descansar – dijo la neuróloga con la satisfacción dibujada en su
rostro – si todo va bien esta misma noche o mañana le quitaremos el tubo. En las
pruebas aún presenta problemas de saturación – les dijo, Esther asintió pero Ana
arrugó las cejas sin entender muy bien que quería decir con aquello – no se lo
quitaremos hasta asegurarnos de que respira sin ningún tipo de problema por sí
misma – le explicó a Ana sin entrar en detalles – pero es mejor no precipitarse.
- Claro, claro.
- Vamos a ver a los demás – les dijo Claudia que le apretó el brazo a Esther y le
guiño un ojo, la enfermera sonrió, era evidente que Claudia no solo estaba
satisfecha con esta última exploración, si no realmente contenta.
Esther salió de la UCI como en una nube, le daba exactamente igual la cara que le
estaba poniendo Rosario que acudió con rapidez a escuchar las explicaciones de
Claudia. Esther miró a Laura con una sonrisa y las dos se abrazaron aliviadas. Teresa se
unió a ellas.

- Ay, ¡que alegría! – dijo la recepcionista.


- Bueno, bueno – intervino Cruz – esta mejor pero eso no quiere decir que esté
fuera de peligro.
- Ya Cruz pero… - Teresa se interrumpió ante el gesto de la cardióloga.
- Vamos a ser prudentes, ¿de acuerdo? Como dice Claudia en dos o tres horas
volveremos a evaluarla.
- Me muero de hambre – dijo la enfermera que de pronto reparó en que no había
comido nada en todo el día – ¿me acompañáis a la cafetería? – le preguntó a
Laura y Teresa – me gustaría tomar algo antes de subir a verla y marcharme al
campamento.
- Claro, vamos.

Las tres se marcharon dejando en el pasillo a las demás. Adela clavó la vista en la
enfermera, estaba claro que aquella chica iba por libre. Había ignorado completamente
sus sugerencias, ahora entendía lo que Maca había visto en ella y no pudo evitar sonreír,
volviéndose hacia Rosario.

- Os invito a cenar – les dijo – conozco un restaurante aquí cerca, no es nada del
otro mundo, pero esta bien. Así descansáis un poco.
- Muchas gracias hija – aceptó la proposición - ¿vamos? – le preguntó a Ana.
- No, yo… prefiero quedarme aquí – respondió con timidez.
- Pero mujer, aquí hasta dentro de unas horas no puedes hacer nada.
- Ya lo sé, pero… prefiero esperar… gracias.
- ¡Cómo quieras! – respondió Rosario ligeramente molesta por su negativa – no
vayas a entrar otra vez sin mí.

Ana asintió sentándose en una de las sillas, le apetecía quedarse sola además quería
hacer un par de llamadas.

* * *

Cuando Rosario y Adela volvieron se encontraron con que ya estaban todas en la


habitación. Esther, Teresa, Ana y Laura observaban la escena situadas al fondo, Claudia
y Cruz atendían a Maca.

- Maca no te vamos a quitar el tubo hasta que no estemos seguras, ¿de acuerdo? –
le dijo Cruz por segunda vez, la pediatra asintió lentamente. Sabía lo que
significaba aquella frase, la había dicho muchas veces. Claudia se acercó a ella y
la miró fijamente a los ojos.
- No intentes hablar, solo mueve la cabeza ¿de acuerdo? – la pediatra volvió a
asentir – ¿recuerdas lo que te ha pasado? – Maca permaneció inmóvil y al cabo
de un par de segundos cerró los ojos – Maca – la llamó – Maca – alzó la voz y la
pediatra abrió los ojos de nuevo - ¿me oyes? – la pediatra emitió un leve gemido
y Claudia se apresuró a repetirle – Maca no hables, estás intubada, mueve la
cabeza para responder, ¿recuerdas lo que te pasó? – todos permanecían atentos a
aquella respuesta aunque Cruz estaba segura de que sería negativa y
efectivamente la pediatra negó con la cabeza.
- ¿Qué pasa! ¿porqué no se acuerda! no me irás a decir que ya estamos otra vez…
- saltó Rosario, que se había acercado a la posición de Cruz y miraba a su hija,
mostrando su angustia
- No se preocupe Rosario, es normal – se volvió Cruz hacia ella - en un porcentaje
muy elevado tras un episodio de coma el paciente no recuerda los momentos
anteriores ni posteriores, es más, en un rato no recordará nada de esto.
- Ya me acuerdo de la última vez… ya….esta niña… - negó con la cabeza en
señal de disgusto.

Claudia seguía con su exploración.

- A ver, Maca, intenta seguir mi dedo con los ojos – le dijo moviéndolo delante de
ella – bien, muy bien. Ahora, las manos, te las voy a coger y cuando yo te diga
las aprietas – la pediatra volvió a asentir lentamente – bien, aprieta Maca – le
indicó cogiéndole ambas manos – venga aprieta – repitió al ver que no
reaccionaba mirando de reojo a Cruz preocupada, al cabo de unos segundos que
a todas se les hicieron eternos Maca reaccionó- muy bien. Vamos con los brazos
– dijo mientras Cruz le hizo una seña de que continuase por las piernas, una idea
había cruzado por su cabeza, Claudia negó sin convencimiento pero Cruz volvió
a asentir y Claudia puso cara de circunstancias indicándole que probaría – a ver
Maca, intenta levantar el brazo derecho – la pediatra hizo el intento de levantar
ligeramente el izquierdo sin éxito y ambas se miraron preocupadas, el golpe
había sido en el lado izquierdo y temían alguna consecuencia motora - El
derecho Maca - la pediatra lo levantó finalmente y ambas sonrieron satisfechas -
Estupendo. Ahora el izquierdo, vale, ya vale – le impidió seguir y se lo bajó
lentamente al ver el gesto de dolor que hizo, aquel costado y el hombro lo tenía
muy magullado y con un fuerte golpe en el omoplato. Tranquila, que está todo
bien – le dijo con una sonrisa. La pediatra volvió a emitir un ligero gemido y
pareció alterarse de pronto.
- Deberíais salir – dijo Cruz – no quiero tanta gente aquí. No es conveniente que
se ponga nerviosa. Tú si quieres, puedes quedarte – se dirigió a la joven que
negó con la cabeza saliendo tras Rosario.
- A ver Maca, ahora las piernas – le dijo Claudia en el mismo tono anterior – pero
esta vez la pediatra, hizo un gesto de incomprensión con los ojos y pensó “¿qué
coño creéis que estoy loca?”, gruñó con el tubo y Claudia se apresuró a
excusarse – perdona Maca, la costumbre - se disculpó volviendo la cabeza hacia
Cruz con una furibunda mirada..

En el exterior Rosario tenía cara de pocos amigos, no le gustaba nada que la hubiesen
echado de la habitación y menos aún que la enfermerucha aquella todavía estuviese
rondando por ahí. ¿Qué pintaba en la habitación de Maca? Cuando Cruz y Claudia
salieron la madre de Maca las recibió con cara de pocos amigos. Cruzaron unas breves
palabras con ellas y volvieron a entrar. Esther estaba nerviosa y se había situado en una
esquina con Laura, deseaba preguntarles qué tal había ido la exploración pero la mirada
de Rosario y la posterior de Adela la obligaron a permanecer a parte. Sin embargo
Teresa, no estaba dispuesta a aguantar tanta tontería. Le daba igual lo que hubiese
pasado, quería a Maca y no quería que sufriera, pero tampoco soportaba ver a la
enfermera con aquella cara de “cordero degollado” vagando por el pasillo.
- Esther acércate – le pidió la recepcionista ganándose una hosca mirada de
Rosario que sin embargo no dijo nada.
- ¿Qué tal está? – preguntó con timidez llegando hasta ellas.
- Parece que la respuesta motora es buena – respondió con seriedad Adela.
- ¿Por qué no le quitan el tubo? - preguntó Rosario, preocupada y molesta por la
presencia de Esther – no me convence lo que me han dicho, si estuviera bien se
lo habrían quitado.
- Es mejor así – le respondió Laura – tienen que asegurarse de que satura bien. Lo
harán en unos minutos, es cuestión de tiempo.
- Esta niña… no hace más que darnos disgustos y su padre… - comenzó a decir
moviendo la cabeza de un lado a otro.
- No se preocupe, Rosario, se va a poner bien – intervino Esther, intentando
congraciarse con ella, ganándose un gesto de desagrado por su atrevimiento.
- Eso no me lo creeré hasta que no me lo diga un médico – respondió secamente -
Me tengo que marchar ya – dijo Rosario.
- Pero entonces ¿no os vais a quedar con ella? – preguntó Teresa – ya se ha hecho
muy tarde y a estas horas….
- No. Nos vamos esta misma noche. No puedo dejar a Pedro más tiempo solo.
- Pero Maca va a necesitar que alguien…. – continuó la recepcionista en un
intento de ablandarla, pensando en que por mucho que Maca estuviese
acostumbrada a la forma de ser de su madre, le gustaría sentir que se había
preocupado por ella y que estaba allí. Recordaba lo mal que lo había pasado la
última vez y cómo al final Rosario cedió y pasó unos días en Madrid alojada en
su casa – podéis quedaros en casa, como la última vez y…
- No gracias, Teresa. Las cosas han cambiado desde entonces – dijo mirando a
Ana – además, no hay problema, Teresa, ya te lo he dicho, Sonia está aquí, y ya
he contratado a una chica que se quede con ella en cuanto haga falta, y…,
mañana o… cuando se pueda, nos la llevamos a Sevilla.
- ¿Y tú! ¿no te quedas tú? – preguntó la recepcionista dirigiéndose a la joven que
la acompañaba.
- ¿Ana! no querida, Ana tiene mucho trabajo – respondió Rosario por ella -
demasiado hace la criatura con haberme acompañado.

Teresa abrió los ojos y la boca con intención de responder “¿demasiado hace?”, pero no
se le ocurrió nada que decir. Los demás tuvieron la misma sensación. Entonces Esther
se decidió.

- No hace falta que contrate a nadie. Yo misma me quedaré con ella esta noche –
se ofreció solícita olvidando que debía pasar la noche en el campamento. Adela
la miró sin dar crédito a lo que acababa de hacer, esa chica era idiota.
- De eso nada – respondió con rapidez sin ni siquiera dignarse a mirarla - para mi
hija quiero los mejores cuidados – añadió con tal desprecio que Esther enrojeció
de nuevo.
- Cualquiera de nosotros se puede quedar con ella – intervino Teresa – pero a ella
le encantaría que vosotras….
- Teresa, ya hemos hablado de esto, ¡por favor! – le indicó que no estaba
dispuesta a escuchar ni un reproche más. Y que estaba abusando de su
confianza.
- Gracias a todas pero ya os he dicho antes que seremos Sonia y yo las que nos
quedaremos con ella – intervino Adela apoyando su mano en el brazo de
Rosario, sonriéndole, o frenaba aquello o la madre de Maca era capaz de coger a
su hija y llevársela aquella misma noche, que era lo que se temía que dijera
después de ver que reaccionaba favorablemente – no te preocupes que Maca
estará bien. Yo me encargo.
- De todas formas – dijo Laura – hasta que Maca no salga de la UCI…

Se interrumpió al ver llegar corriendo a Sonia. La joven había pasado más de una hora
en el aeropuerto esperándolas y cuando decidió llamarlas comprobó que había perdido
el móvil, no lo tenía en el bolso. Había intentado llegar a la clínica pero un accidente la
tubo retenida en al camino. Después de saludar a su hermana y a Rosario y tras
preguntar por Maca. Sonia se volvió a Laura y Esther con cara de preocupación.

- ¿Habéis escuchado las noticias?


- No, ¿qué ocurre?
- La prensa está cargando contra el proyecto y contra Maca. Hablan de
inseguridad, de obstaculización a la justicia, hasta de posibles denuncias…
- Joder, no teníamos ni idea.
- Lo he venido escuchando en la radio – les confesó – ¿Fernando y Mónica saben
algo?
- Yo creo que no – dijo Esther – Fernando se ha marchado hace un momento y no
ha comentado nada, pero ya sabéis como es.
- ¿Y Mónica! deberíamos llamarla y a Isabel, por lo visto la policía ya ha dicho
que no están de acuerdo con la ejecución del proyecto, y con la inseguridad de
sus hombres, son declaraciones del Comisario Principal.
- ¿Estás hablando en serio? – se acercó Adela sin poder evitarlo.
- Pero ¿qué ocurre? – preguntó Ana al ver a su hermana tan alterada.
- Nada, problemas del trabajo – le respondió con una sonrisa tranquilizadora.
- A mi hija no le vayáis ahora con problemas – las acusó Rosario
amenazadoramente.
- ¡Por dios Rosario! tranquila, que nadie va a decirle nada a Maca – exclamó
Adela manifestando por primera vez impaciencia con ella – será mejor que se lo
digamos a Cruz. Maca quería que ella dirigiese la clínica en su ausencia –
reconoció.
- Pero ¿y tu? – le preguntó Rosario – no entiendo a mi hija… ¿no será mejor que
lo hagas tu?
- Yo no sirvo para estás cosas – le dijo mintiendo descaradamente, Rosario la
miró con un gesto de incredulidad, sabía que en Pamplona dirigía un
departamento y un equipo de investigación, aunque quizás si lo había dejado
para rebajarse a trabajar con su hija era por algo.
- Voy a buscar a Cruz – dijo Adela intentando evitar dar más explicaciones.
- Espera que te acompaño – le pidió Sonia – quiero ver a Maca.

Ambas entraron en la UCI, Rosario cogió a Teresa por el brazo y comenzó a explicarle
sus intenciones de volver a por Maca, quería que la recepcionista la tuviese al corriente
de cualquier detalle, ella ya la entendía, aunque hablase con Cruz todos los días quería
estar al tanto de todo lo demás. Esther cruzó la mirada con Teresa que por primera vez
en años se sintió incómoda de su relación con Rosario. Laura cogió a Esther y le susurró
al oído.
- ¿Quién coño se cree que es esta tía! ¿has visto la cara de Adela?
- Rosario es así – le respondió – siempre controlando todo y a todos.
Especialmente a Maca.
- Mejor que se largue y no se quede aquí – le sonrió indicándole que le quedaba el
campo abierto.
- Bueno… Adela y Sonia….
- Por Adela no creo que debas preocuparte y… me ha dicho un pajarito que Sonia
tiene otras cosas a las que atender.
- ¿El qué? – preguntó con curiosidad, interesada en el tema.
- Creo que tiene novio.
- ¿Quién te ha dicho eso?
- ¡Ah!
- Perdonad – las interrumpió Ana - Nosotras nos iremos en un momento, os
importa despediros de Sonia por mí.
- Mujer espérala, no creo que esté mucho rato dentro – le dijo Laura.
- Rosario tiene prisa – se excuso – decidle que la llamo luego a casa.
- Claro – le dijo Esther – encantada de haberte conocido – la besó.
- Gracias – respondió con timidez – igualmente.

* * *
Elías estaba desesperado, llevaba todo el día intentando localizar a Sonia y no lo había
conseguido. Había estado en el campamento asegurándose de que sus planes estaban
saliendo como él esperaba. Había llamado a la clínica preguntando por la joven y
aquella imbécil de recepcionista no había sido capaz de decirle nada. En el campamento
tampoco había estado y él la necesitaba para que todo saliese como esperaba.
Necesitaba saber como seguía aquella puta y necesitaba saber todo acerca de la
seguridad que la rodeaba. Las noticias de la prensa eran estupendas, en eso aquél tipo no
fallaba. Estaba claro que tenía buenos contactos.

Lo intentó por última vez. Nada. Seguía con el móvil apagado. Barajó la posibilidad de
ir a la Clínica, pero no estaba seguro de que fuera buena idea. Necesitaba estar con ella
cuando encontrasen a su hermano y empezaba a estar impaciente. Necesitaba tener una
buena coartada y hablar con ella antes de que nadie le contase nada por otro lado. Sabía
muy bien como convencerla de que las cosas eran como él se las decía.

Paseaba por el salón arriba y abajo, era la primera vez que Sonia se le escapaba de las
manos, ¿por qué coño no había aparecido en todo el día? El le dijo que la acompañaría a
la Clínica, le dijo que quería estar con ella…. Sintió que el color rojo se adueñaba de
aquella habitación, miró al sofá y la vio allí sentada agonizando, ¡sí! cuando eso fuera
realidad sería feliz, habría cumplido su deseo, pero antes… antes tenía que encontrarla,
¿dónde estaba?

Cogió las llaves de su moto y bajó los escalones de tres en tres, no soportaba el
ascensor, le daba claustrofobia. Salió a la calle y la volvió a ver, riéndose de él. Eres
mío, parecía decirle, te tengo en mis manos. “Nunca, puta” masculló entre dientes,
provocando que un vecino lo mirase con recelo, “el que de tiene soy yo y harás lo que
yo te diga”. Saltó a la moto alterado, tenía que ir a aquella clínica, seguro que estaba
allí.
Sonrió recordando los quejidos de Maca, su dolor y su agonía. Había obedecido, pero
cada vez el deseo de romper con aquel trato y quedarse a la pediatra para él era más
fuerte. Si no lo había hecho ya era por la pasta. Aunque si ese deseo seguía creciendo
tendría que saciarlo de alguna manera. “No la dejare ir, por más que me suplique”, se
dijo. Sin darse cuenta, había llegado a la Clínica. Y aquel deseo de ver sus ojos llenos
de pánico, de escuchar sus lamentos y de oler su miedo era ya incontrolable. Ni todo el
dinero del mundo compensaba aquella sensación de poseer la vida de una puta como
aquella.

Mientras, en la Clínica, Sonia y Adela entraban en la habitación de Maca, Cruz les


sonrió y les dijo que se acercaran a la cama.

- No, Cruz, ven un momento – le dijo Adela con cara de preocupación.


- ¿Qué ocurre? – susurró e intentando adivinar se adelanto - ¿Rosario de nuevo!
convéncela como sea porque Maca no está para hacer ningún viaje.
- No es eso. Se trata de la prensa – habló tan bajo que Cruz casi ni la oyó –
salgamos fuera – le pidió – no quiero que me oiga.
- Tranquila que no te oye – le dijo – pero sí vamos fuera. ¡Claudia! – la llamó –
estoy en la puerta – la neuróloga asintió y continuó con su exploración.

Sonia la observaba en silencio y sobrecogida, a pesar de saber ya lo que se iba a


encontrar, después de la visita anterior y a pesar de lo que le habían contado antes de
entrar, seguía sin soportar ver a Maca así.

- Me tengo que ir al campamento – dijo de pronto Sonia tras permanecer unos


minutos allí con la vista fija en la cama – mañana vendré a primera hora.
- Espera, ven – le dijo Claudia – vamos a ver si te reconoce.
- ¿Cómo que si me conoce! pero… yo creía que ya… ¿no estaba bien! quiero
decir que….
- Mujer – sonrió – para que me entiendas, ya no está en coma pero… necesita
tiempo para recuperarse.
- Pero yo creía que conocía y que …
- Tranquila, hasta que no le quitemos el respirador, no vamos a quitarle
completamente la sedación, no quiero que se ponga nerviosa, pero su respuesta
al dolor y al calor es buena – le explicó acercándose a ella - ¡Maca! – la pediatra
abrió los ojos – mira quien ha venido a verte – casi le gritó.

Sonia se acercó a la cabecera, saliendo de detrás de Claudia y la cogió de la mano. Maca


clavó sus ojos en ella, sin que nada pareciera indicar que la reconocía. Luego volvió a
cerrarlos.

- ¿Crees que me ha conocido? – le preguntó con interés - ¿es posible que no se


acuerde?
- Puede ser, pero no sería lo normal. El hematoma era muy pequeño, de hecho si
Maca hubiera sido un adulto sin ningún tipo de riesgo, ni siquiera hubiésemos
intervenido. Habríamos esperado a que reabsorbiese solo.
- Pero ¿puede tener alguna secuela?
- Estas cosas nunca pueden asegurarse pero de momento todo está bien. Se mueve
sin problemas, reacciona cuando la llamas y cuando le quitemos el respirador
comprobaremos lo demás.
- Pero ¿tú que crees?
- A veces las personas con un traumatismo grave de la cabeza desarrollan amnesia
y no pueden recordar lo que sucedió inmediatamente antes y después del
episodio de pérdida de consciencia. Pero los que recuperan el conocimiento
dentro de la primera semana, como Maca, son los que más probabilidad tienen
de recuperar su memoria. Yo creo que Maca no va a tener ningún problema en
su recuperación, pero ya te digo que en medicina nunca se puede dar nada por
seguro y en neurología menos. Yo he visto auténticos milagros.

La puerta se abrió y Esther entró acercándose a ellas.

- Sonia – dijo en voz baja sin dejar de mirar a Maca – me voy ya al campamento
¿tu te querías venir? – le preguntó con interés, aunque en realidad lo único que
había hecho era buscarse otra excusa para volver a ver a Maca.
- Si, quiero hablar con Isabel.
- Yo también – confesó la enfermera - ¿cómo sigue?
- Igual Esther – sonrió Claudia – no hace ni media hora que hemos hablado.
- Ya… pero… - agachó los ojos avergonzada ante la ligera burla de la neuróloga.
- ¿Cuándo le vas a quitar el respirador? – le preguntó Sonia.
- Si todo sigue igual, mañana por la mañana.
- Ha abierto los ojos – le dijo Sonia a Esther.
- Sí, antes también – le respondió - ¿sigue sedada?
- Sí, pero cada vez se la estoy bajando más. ¿Quieres decirle algo? – le preguntó
Claudia a sabiendas de que diría que sí. Además ella también quería ver una
cosa y es que tenía la sensación de que Maca solo se alteraba cuando la
enfermera se ponía ante ella.
- Lo que tu veas.
- ¡Maca! – fue la respuesta de Claudia - ¡Maca! – repitió pellizcándole el brazo.
La pediatra abrió los ojos y frunció el ceño arrugando ligeramente el rostro por
el dolor – mira quién tienes aquí – le dijo empujando a Esther. Maca hizo lo
mismo que segundos antes con Sonia, clavó sus ojos en ella.
- ¡Maca! – dijo Esther sonriendo acercando su rostro al de la pediatra que
permanecía con los ojos fijos en ella, pero esta vez al cabo de un par de
segundos su ritmo cardiaco se aceleró y de nuevo emitió un leve quejido
intentando mover la cabeza – tranquila, todo está bien – continuó Esther notando
que se le hacía un nudo en la garganta, enternecida. La pediatra hizo un nuevo
intento de moverse, sin éxito, y una lágrima rodó por su mejilla, Claudia cogió
una gasa y se la enjugó. Después, Maca cerró los ojos.
- Bueno… Esther… vamos – dijo tirando de la enfermera que se había quedado
reclinada sobre ella – Esther…. vamos a dejarla descansar – volvió a tirar de la
enfermera - Esta noche la pasará aquí. Mañana, cuando vengáis, casi con
seguridad podréis hablar con ella – les dijo dando por hecho que a pesar de ser
sábado y no trabajar las dos aparecerían por allí.
- A ti parece que te ha reconocido – le dijo Sonia a Esther con cierto aire de
tristeza.
- No creo, ¿verdad? – preguntó Esther a Claudia, en un intento de reconfortar a la
socióloga aunque a ella le había dado esa misma sensación.
- Posiblemente a las dos – les sonrió – anda, si vais al campamento marchaos ya –
les sonrió y las despidió en la puerta dispuesta a pasar su segunda noche con
Maca.

* * *

Elías entró en el aparcamiento de la clínica a toda velocidad, rápidamente se dio cuenta


de que un coche situado en la entrada tenía dos ocupantes, los olía a la legua, no se
extrañó, Sonia le había contado que la tullía siempre tenía escolta. Soltó una carcajada,
pensando en decirles que se largaran, con la paliza que le había dado no se iba a mover
en un tiempecito, “si es que lo que hace esa puta se le puede llamar moverse”, rió de
nuevo recordando como Maca intentaba incorporarse sin éxito, como luchaba por
escapar de allí.

Había recuperado el dominio de sí mismo y controlado aquel deseo que lo invadía


repentinamente. Se dirigió a la zona donde los empleados dejaban los coches y se situó
junto al de Sonia, estaba claro que había pasado todo el día junto a aquella puta y
encima había quitado el teléfono para que él no la molestase. Ya tendría tiempo de
enseñarle cómo debía comportarse con él, pero antes, la necesitaba para sus planes.
Aguardaría pacientemente a que saliera. Tenía que jugar bien sus cartas. Y si lo
conseguía su triunfo sería completo.

Bajó de la moto, miró al coche de los policías y sonrió, ¡Vaya par de pardillos!
Comenzó a pasear arriba y abajo, arriba y abajo, procurando que aquellos dos imbéciles
lo vieran bien, mirando de vez en cuando a la puerta principal y en otras ocasiones
directamente hacia ellos. Tras cinco minutos se dirigió al coche y tocó en la ventanilla.

- ¿Tiene fuego? – le preguntó mostrándole un cigarrillo. El joven detective cogió


un encendedor y se lo tendió – gracias.
- ¿Esperando? – preguntó el policía mientras Elías encendía el cigarrillo.
- ¡Sí! – exclamó con una enorme sonrisa – mi novia trabaja aquí – explicó
devolviéndole el mechero, “quédate bien con mi cara si quisiera serías la última
que vieras”, pensó manteniendo la sonrisa – la estoy esperando, voy a llevarla a
cenar – dijo con ilusión inocente quería que se fijaran en él, que les resultase
familiar - bueno… gracias – le dijo moviendo el cigarro entre sus dedos. Pensó
en preguntarles si estaban ahí por Wilson pero decidió que no era prudente en el
primer encuentro. Bastaba con eso y con que vieran quien era la chica de las que
le había hablado - ¡vaya aquí está! – les dijo al verla bajar las escaleras “joder,
¿qué pinta la enfermera esta aquí?”, “lo siento cariño, pero nuestra relación se va
a hacer pública ¡ya!” – buenas noches – se despidió de ellos y corrió hacia Sonia
consciente de que estaba siendo observado.

Sonia abrió los ojos de par en par, al verlo llegar, Esther bajaba los escalones a su lado y
se sorprendió también de la escena. Elías cogió a Sonia y la besó efusivamente.

- Hola – se giró sonriente hacia Esther – Soy Elías - le dijo tendiéndole la mano –
el novio de Sonia.
- Hola – respondió la enfermera perpleja, Laura llevaba razón y Sonia tenía novio.
- ¡Elías! – fue lo único capaz de decir Sonia que se había quedado sin palabras.
- ¿Te he sorprendido? – preguntó poniendo su mejor cara – llevo todo el día
llamándote, ¿cómo está? – preguntó con un fingido interés.
- Algo mejor – respondió Sonia que parecía estar cortada - ¿verdad, Esther?
- Sí, está mejor – le sonrió al chico, “es guapo”, “alto, educado, bien parecido
pero tiene los ojos más fríos que he visto en mi vida” pensó.
- Venía a invitarte a cenar y que me cuentes con detalle – le dijo sonriendo.
- No puedo, tengo que ir al campamento.
- ¿A estás horas? – protestó frunciendo el ceño incrédulo.
- Sí – intervino Esther echándole una mano – esta noche nos toca a nosotras.
- Pero… ¡payita! llevo todo el día… - se interrumpió mirando hacia Esther y
cambió el tono de reproche por uno más animado – se me ocurre algo, os invito
a las dos, una cosa rapidita, ¿tendréis que cenar no! ¡venga! – miró a Esther que
ya estaba negando con la cabeza - ¡no admito una negativa!
- ¿Te importa, Esther? – le preguntó casi con temor.
- Bueno… pero algo muy rápido.
- Estupendo – dijo situándose entre ellas y colocando sus brazos en los hombros
de ambas – me llevo la moto y me seguís así no perdéis tiempo en traerme de
vuelta aquí.
- Esther, déjate la moto y te vienes en mi coche – le prepuso Sonia.
- No, gracias, prefiero llevármela, yo os sigo.
- Pero mujer… es mejor que vayas en coche… a estas horas y en el
campamento… es peligroso – apoyó a su novia - ¡ni te imaginas lo que te puedes
encontrar por ahí! – le dijo mostrando preocupación y riendo para sus adentros.
- No, de verdad, prefiero llevármela – se negó de nuevo. Si pensaban que se iba a
ir allí sin posibilidad de venir a la clínica en cuanto quisiese estaban locos. Ella
necesitaba saber que podía estar junto a Maca en cualquier momento, y para eso
nada mejor que su moto.
- Como queráis, preciosas, ¡seguidme! – les dijo guiñándole un ojo a Sonia.

Ambas obedecieron y se dirigieron a sus respectivos vehículos. Sonia no dejaba de


pensar en que debía disculparse con Esther por todo aquello y hablar seriamente con
Elías, ¿cómo se le ocurría presentarse así! si no lo había mandado a la mierda era por no
montar una escena delante de la enfermera, y ahora, no le quedaría más remedio que
presentárselo a Maca cuanto antes. No quería que Esther le comentase nada y la pediatra
pensase que la había dejado al margen. Y lo peor de todo es que llevada un día entero
con la sensación de que se había equivocado en todo. Solo deseaba que Maca estuviese
bien y poder hablar con ella, la necesitaba y necesitaba su consejo.

Esther se montó en al moto con una sensación de irrealidad, de estar haciendo lo


contrario de la que deseaba hacer y con una aprensión extraña, no le había gustado nada
aquel chico, no sabría decir el porqué, quizás por esa forma de mirar pero el caso es que
había algo en él que le repelía. Suspiró, no debía haber aceptado esa invitación.

* * *

No eran ni las ocho de la mañana del sábado cuando Isabel entró en la clínica. La
recepción estaba vacía. Y por los pasillos tampoco había movimiento. Es lo que tenía
una clínica privada, se trabajaba de lunes a viernes y se descansaba el fin de semana
excepto alguna urgencia y la atención a los pacientes ingresados. Subió camino de la
UCI. En la puerta estaba de guardia unos de sus hombres, lo despidió y se quedó ella
allí. Al cabo de unos instantes Cruz apareció por uno de los pasillos, había estado de
guardia toda la noche.

- ¿Qué haces aquí? – le preguntó a la detective.


- Tenemos problemas con la vigilancia.
- ¿También?
- Me temo que sí – respondió preocupada – necesito hablar con vosotras. Necesito
vuestra ayuda.
- No entiendo ¿para qué?
- Cruz – la llamó Claudia – vamos a retirarle el respirador ¿vienes?
- Sí – ya voy – luego hablamos Isabel.
- Espera ¿cómo está Maca! ¿cuándo crees que podré hablar con ella?
- Aún está adormilada, no conseguirás que te diga nada coherente, es mejor
esperar unas horas.
- De acuerdo – dijo cabizbaja – toma – le tendió un papel – te he hecho una lista
con las personas que me gustaría que llamaras. Si podéis quisiera hablar con
todas esta misma mañana.
- Bien... – respondió extrañada

Cruz entró en la UCI pensativa, Isabel era seria y siempre se tomaba todo con
tranquilidad pero ese día parecía especialmente preocupada. Ojeó rápidamente el papel,
¿qué querría decirles! todas eran personas muy cercanas a Maca, pero a su entender
faltaban un par de nombres importantes, ¿por qué los habría excluido Isabel! se guardó
la lista en el bolsillo y entró en la habitación

Vero estaba allí dentro. La neuróloga le había pedido que estuviera presente cuando le
quitasen el respirador. Cruz la saludó con dos besos y se acercó a Maca.

- Maca te voy a sacar el tubo ¿de acuerdo? – la pediatra sintió - ya sabes lo que
tienes que hacer, cundo llegue a tres coge aire ¿entendido? – le dijo Claudia que
sonrió al ver los ojos de Maca volverse hacia arriba en un gesto suyo
característico de impaciencia.

Claudia inició la cuenta y sacó el tubo, Maca tras dar un par de arcadas y toser,
respiraba con normalidad. Isabel entró en ese momento. Y llamó a Cruz.

- Me voy al campamento, llámame si consigues localizármelas – le pidió.


- Sí, tranquila, ahora me pongo a ello – le respondió – espérate un minuto, y así
ves como está Maca – le susurró.

La detective asintió y permaneció en un segundo plano.

- Maca – la llamó Claudia al ver que cerraba los ojos – Maca mírame – la pediatra
los abrió y arrugó la frente molesta - ¿sabes donde estás? – le preguntó con una
sonrisa a sabiendas de que era así.
- Si – asintió lentamente.
- ¿Cómo estás?
- Tengo la boca seca – dijo con un hilo de voz volviendo a cerrar los ojos – me
duele la cabeza - musitó.
- Es normal Maca ahora te ponemos algo – le respondió - ¡Maca! – la llamó de
nuevo golpeándole suavemente el brazo – no te duermas, tienes que estar
despierta. La pediatra asintió pero permaneció con los ojos cerrados – venga,
abre los ojos, mira quien está aquí – le dijo sonsacándola - ¡Maca!
- Maca – la llamó Vero con una sonrisa.
- Hola – le respondió abriendo los ojos.
- ¿Te acuerdas de lo que ha pasado? – le preguntó.
- Si – dijo e Isabel se acercó a la cama esperanzada.
- ¿Qué te pasó? – insistió obligándola a recordar.
- Los derribos – dijo al cabo de un momento con dificultad, mostrando que le
costaba trabajo tanto recordar como hablar - … Esther…
- Esther está bien – le comunicó Claudia recordando la obsesión que tenía con la
enfermera antes de perder la conciencia.
- No… - musitó sin fuerzas, “¿por qué está aquí?”, pensó – campamento y los
derribos… - repitió convencida de que era inútil preguntar lo que quería saber.
- Si, los derribos, no te preocupes ahora de eso. Todo está controlado – le
respondió - pero ¿te acuerdas de lo qué te pasó a ti? – le preguntó Vero
insistiendo.
- ¿Un accidente? – preguntó desorientada – no… sé... ¿qué? – levantó sus ojos
interrogadores hacia la psiquiatra, necesitaba saber porqué estaba allí – yo… -
inspiró profundamente de forma instintiva, le faltaba el aire.
- Tranquila, ya te acordarás – le dijo Vero posando su mano en el antebrazo de la
pediatra.
- Si – murmuró – ¿Cuánto tiempo…? – preguntó.
- Llevas aquí un par de días, Maca – le dijo adivinando lo que saber.
- Mi madre… - empezó a decir pero volvió a faltarle el aire.
- A ver Maca – se acercó Cruz a la cama – voy a ponerte la mascarilla y vas a
descansar un rato. Es normal que no te acuerdes – la tranquilizó - Te hemos
drenado un hematoma – le explicó con calma comprobando que Maca se
enteraba de todo y mantenía los ojos fijos en ella. Al escuchar aquello frunció el
ceño e intentó llevarse la mano a la cabeza, sus ojos expresaban temor –
tranquila que aquí tu amiga no me hizo caso – bromeó la cardióloga viendo
como Maca dirigía sus ojos hacia el lugar que le había señalado Cruz, donde
estaba Claudia – no consintió en raparte entera, ¡con lo guapa que te iba a dejar
yo! Solo te ha rasurado una pequeña zona pero no se te nota casi nada – sonrió al
ver la cara de alivio de la pediatra, era incorregible. Maca permaneció mirando a
Claudia y sonrió. La neuróloga se acercó a ella y le cogió la mano.
- Descansa un rato, Maca – le dijo - luego te subimos a planta.

Maca asintió y cerró los ojos. La cabeza le daba vueltas. No tenía ni idea de lo que le
había pasado pero tampoco le importaba, solo deseaba que se le pasase ese dolor y saber
una cosa, ¿Esther había vuelto! podría jurar que una de las veces que la despertaron la
vio junto a su cama.

* * *
Esther entró en la clínica con precipitación, estaba nerviosa y excitada. Las noticias del
campamento la habían dejado helada, Tomas uno de los hijos del patriarca había
aparecido muerto en un descampado, al parecer de una sobredosis, pero eso no había
sido lo peor. Cruz la había llamado muy misteriosa y la había citado a las doce en punto
en su despacho. Cuando llegó a allí se encontró con Laura, Vero, Claudia y la propia
Cruz. Isabel apareció minutos después excusándose por la tardanza. Y esa reunión si
que la había tenido pensativa todo el día.

Isabel les explicó que había intentado por todos los medios descubrir al asaltante de
Maca pero tras dos días de investigación y toma de declaraciones no había sacado nada
en claro. Eso, sumado a la presión de los medios de comunicación, había provocado una
reacción en cadena, que había culminado en la supresión de cualquier tipo de seguridad
para Maca, tan solo le habían permitido continuar con la investigación de las amenazas
que sufría la pediatra. La detective había exprimido todos los recursos para que no
retirasen la dotación policial del campamento y había conseguido que les dejasen el
reten inicial y en cuanto a la seguridad de Maca no le había ido mucho mejor, tan solo
había conseguido seguir en el caso con su compañera. Ninguna de las presentes en la
reunión comprendió aquella decisión ni entendían qué estaba pasando pero, la
comprendieran o no, Isabel tenía que cumplir sus órdenes y desde el día siguiente, a
pesar de lo sucedido, si Maca quería protección tendría que pagarla de su bolsillo.

La detective les juró que no podía hacer nada, y en su desesperación les había pedido a
ellas colaboración para que Maca no estuviese sola ni un solo instante, hasta que
consiguiese enterarse de dónde partían esas órdenes e intentar que dieran marcha atrás.
Ninguna se había sorprendido de estar en aquel despacho ni de la petición de Isabel. De
hecho, la detective ya le había pedido eso mismo a todas por separado, la única
variación es que ahora estaban allí, en el mismo cuarto, reconociéndose mutuamente
como colaboradoras de la detective. Lo que las dejó perplejas a todas fue la petición
expresa de que nada de lo que ahí se dijese podía contarse fuera y mucho menos a dos
personas: Sonia y Teresa. La detective se negó a darles más explicaciones y se excusó
en que era por el bien de la investigación. Estaba claro que allí se cocía mucho más que
un simple ataque y que Isabel, sabía mucho más de lo que les había contado.

Esther estaba convencida de que hacía muy bien en mantenerle la seguridad a Maca y
en desconfiar de todo el mundo pero ¿Teresa! Esther ni lo entendía ni podía imaginar
que su amiga pudiese tener algo que ver con todo aquello, pero no podía ir a pedirle
explicaciones sin descubrirse; y, en cuanto a la socióloga, Esther lo tenía mucho más
claro, la cena de la pasada noche le reveló una faceta de Sonia que desconocía, aquel
novio suyo se había pasado la noche sonsacándolas veladamente sobre Maca y su vida,
y ella no solo parecía no darse cuenta de aquello, sino que le contestaba embobada. Y
así se lo había hecho saber a la detective al término de la reunión. Todavía le dolía el
brazo del agarrón de Isabel, que tras exigirle que le contase con pelos y señales todas las
preguntas que les había hecho Elías, la sujetó con fuerza y le reveló que estaba segura
de que ese chico escondía algo y que podía resultar muy peligroso, bajo ningún
concepto debía acercarse a Maca; algo bastante difícil de conseguir teniendo en cuenta
que era el novio de Sonia y la joven parecía dispuesta a presentárselo.

Durante el día, había intentado ver a Maca a solas pero había sido imposible y las dos
veces que logró llegar a su cuarto la pediatra dormía. Esa noche Adela la pasaría con
Maca y ella estaba ya en una terraza con Laura y Héctor tomando unas cañas cuando
Adela la llamó para pedirle un favor. Su hija había llegado de Pamplona sin avisar y no
podía quedarse con Maca, había intentado localizar a Sonia pero había sido incapaz de
dar con ella. Sin pensárselo dos veces la enfermera aceptó encantada y salió disparada
hacia la clínica dejando plantados a sus amigos.
Pero cuando llegó a la puerta de la habitación y comprobó que allí no había nadie su
pulso se aceleró, abrió la puerta de un golpe rápido y allí vio a una joven inclinada sobre
el cuerpo de Maca, no la conocía. Su primera reacción fue quedarse parada, atenazada
por el miedo, pero la joven se incorporó y fue hacia ella.

- Hola, debes ser Esther ¿no? – le dijo en un susurro.


- Sí… y tu ¿quien coño eres! ¿qué le estabas haciendo? – preguntó con rapidez
corriendo junto a Maca para comprobar si estaba bien, la pediatra parecía dormir
- ¿donde está el policía de fuera?
- Tranquila mujer – se acercó a ella tendiéndole la mano – soy Evelyn, la
compañera de Isabel y la policía de la puerta – le sonrió burlona - y la que se ha
quedado estos minutos con ella hasta que llegases.
- Eh, perdona es que…
- Tranquila, no pasa nada, ya me ha contado Isabel – le dijo afable -.. bueno, me
voy a mi puesto. Toda tuya y si.., necesitáis algo… me llamas.
- Gracias – le respondió enrojeciendo ligeramente. Tenía que controlar esos
arrebatos, no tenía término medio, o se quedaba parada sin ser capaz de moverse
o era capaz de saltar sobre quien fuera sin pensárselo dos veces. Quizás Isabel
tenía razón y debía ir pensando en pedir ayuda, porque el tiempo pasaba y ella
era incapaz de controlar sus reacciones.

* * *

Maca despertó aturdida, la oscuridad exterior le indicaba que ya era de noche, un


escalofrío la hizo buscar con la vista alguna manta sobre sus piernas pero no había nada.
Con lentitud pasó los ojos por la habitación con la esperanza de que alguien estuviese
junto a ella. Pero estaba sola. No le gustaba estar sola, sentía aprensión cada vez que se
encontraba sola y no acababa de comprender el porqué. Le costaba trabajo mantener los
ojos abiertos y volvió a cerrarlos. Tenía frío, mucho frío y la extraña sensación de que
aquella oscuridad iba cernirse sobre ella de un momento a otro. No era capaz de pensar
con claridad, no sabía cuanto tiempo llevaba allí, tumbada en la misma postura, sin
fuerzas para cambiar de posición. Le dolía la cabeza y no era capaz de recordar qué le
había pasado, vagamente su mente reproducía alguna escena que no acababa de
comprender. Deseaba que Claudia o Vero entrasen y le explicasen porqué estaba allí,
pero nadie entraba en la habitación. Y el caso es que empezaba a estar segura de que ya
se lo habían contado.

Un ruido la sobresaltó y volvió a abrir los ojos, seguía estando sola, tenía miedo y
tampoco entendía porqué, pero sobre todo, había algo que la tenía desconcertada y es
que juraría que recordaba la voz de Esther susurrándole algo al oído, pero ni siquiera
recordaba el qué, ¿era posible que Esther hubiese vuelto o se trataría de otro de esos
sueños que la perseguían desde hacía años! sí, debía ser un sueño porque juraría que la
vio vestida de enfermera. Cerró un instante los ojos, la cabeza le daba vueltas si los
mantenía abiertos, con el propósito de abrirlos cuanto antes, tenía que saber qué había
pasado, pero una imperiosa necesidad de dormir le hacía cerrarlos continuamente.

Y, de pronto, al volver a abrir los ojos, la vio. Era ella, vestida impecablemente, debía
haber ido a casa a cambiarse, porque estaba vestida de calle, ni pijama de enfermera ni
nada que le indicase que estaba allí trabajando, le pareció más bella y hermosa que
nunca. La vio sonreírle. Ante aquella sonrisa solo pudo pensar una cosa “¿eres mía! sí,
debe ser eso, aunque no sea capaz de acordarme pero sino… no estarías aquí”, ¡qué más
podía pedir a ese momento! Era perfecto, ¡lo había esperado y deseado tanto tiempo!
Vio como despacio se sentaba en el borde de la cama, y la tomó de la mano con dulzura,
clavando sus ojos en ella. Maca rogó que nunca se rompiese ese hechizo de tenerla junto
a ella. Entonces, ocurrió algo inesperado, la enfermera se inclinó y, sobre sus cansados
labios, con suavidad, depositó el beso ansiado por meses, por años…

Un sonido brusco la hizo abrir los ojos.

- ¡Esther! – exclamó aún alterada por aquel beso.


- Lo siento, ¿te he despertado? – dijo la enfermera entrando en la habitación,
había bajado un momento a la cafetería creyendo que Maca seguiría durmiendo
– Se me ha escapado la puerta – se justificó - Me voy a quedar contigo esta
noche. Adela no puede. Su hija ha venido de Pamplona y… - habló con
nerviosismo y se calló de pronto, Maca tenía los ojos cerrados y ella seguía allí
calentándole la cabeza.
- Gracias – respondió abriendo los ojos y mirándola de tal forma que la enfermera
creyó que le ocurría algo.
- ¿Estás bien?
- Si – dijo sin quitar aquella expresión.
- ¿Seguro! ¿quieres que llame a Gimeno! está de guardia.
- No. Estoy… bien… tranquila – balbuceó no tanto por su confusión mental como
por los nervios que sentía ante ella. Esther estaba allí, y estaba claro que conocía
a todo el mundo, ¿por qué no era capaz de recordar su vuelta?
- Voy a ponerte la inyección – la avisó interrumpiendo sus pensamientos, Maca la
miraba como embobada – le he dicho a Maite que yo me encargaba de todo.
- ¡No! – se negó con rapidez, “no, no, no”, “no puedes”, pensaba alterada -
¡llámala… y…. que me la ponga ella!
- Pero… Maca… - sonrió – no seas así, soy enfermera deja que la chica se libre de
un paciente.
- ¡No! – repitió alterándose de tal forma que Esther observó como aumentaban sus
latidos.
- Tranquila, Maca, tranquila, no te pongas nerviosa que ahora la llamo – aceptó
desilusionada, Maca no quería que se ocupase de ella y no lo entendía. Deseaba
cuidarla, mimarla, que sintiera que estaba allí con ella, a su lado, que..
- ¡Gracias! – exclamó aliviada, le dolía la cabeza y estaba desorientada pero no
tanto como para permitir que Esther la viese… así. No soportaba la idea de que
la enfermera le viese las piernas, por mucho que intentaba mantener el tono
muscular y que diariamente se había machacado en el gimnasio, la inmovilidad
había ido ganándole la partida – permanece fuera mientras lo hace.
- Muy bien, como quieras – dijo pulsando el botón, decepcionada – pero no
entiendo…
- No quiero… que… me veas… - murmuró, casi sin darse cuenta, había hecho
palabras sus pensamientos.
- ¿Es por eso? – preguntó incrédula comprendiendo el motivo de su negativa - ¡no
me lo puedo creer! – exclamó - ¡pero Maca! - rió.
- ¿Me llamabais? – preguntó Maite asomando la cabeza por la puerta entreabierta
- No, gracias Maite, disculpa creí que… no estaba aquí la inyección – se justificó
despidiéndola.
- ¡Esther! – protestó – no quiero….
- Maca, no seas cría. ¡No vayas a hacer un circo de esta tontería! – exclamó
risueña y comprensiva. “Un circo”, pensó Maca y de pronto vio a la enfermera
gritándole “no voy a formar parte de tu circo”, “te odian”, “no te necesito”,
“escúchame, Maca” - ¿Qué te pasa! Maca, ¿qué te pasa? – se acercó preocupada
al ver que respiraba con dificultad y se llevaba una mano a la cabeza, emitiendo
un ligero gemido – voy a llamar a Gimeno..
- ¿Discutimos? – le preguntó pensando en aquella imagen y haciendo que la
enfermera se detuviese.
- ¿Qué dices? – volvió junto a ella.
- ¿Me acuerdo…? Tú y yo, ¿discutimos? – preguntó de nuevo pareciendo mucho
más tranquila.
- No, no vamos a discutir, boba – le acarició la mejilla durante unos segundos en
los que se miraron fijamente y se mantuvieron en silencio – déjame que te la
ponga. No me voy a asustar de lo que vea ¡soy enfermera! Y he visto de todo –
le dijo con autoridad y ternura al mismo tiempo dando un tirón de la sábana y
cogiendo la inyección – a ver, así… ya está – la miró con una sonrisa pero la
pediatra tenía los ojos cerrados y el ceño ligeramente fruncido “habrás visto de
todo pero no a mi”, pensó enfurruñada. “Definitivamente está mejor”, pensó, a
su vez, la enfermera al ver su gesto de contrariedad - ¿ves! no ha pasado nada,
quedamos en que no te ibas a avergonzar delante mía, ¿lo recuerdas?
- Si – murmuró con un hilo de voz, mirándola, en el fondo, agradecida, “sí, me
acuerdo, discutimos, ¡me acuerdo!”, “sí, has vuelto, y trabajas aquí, ¡me
acuerdo! me acuerdo, me acuerdo” se repitió esbozando una cansada sonrisa.
Esther tenía razón, últimamente siempre la tenía. La verdad es que era estúpido
sentirse así con ella, aunque a veces no podía evitarlo, y sí, se acordaba de
habérselo prometido. Suspiró rememorando su sueño, si quería que algún día
fuese realidad tendría que superar todos sus miedos.
- Duérmete de nuevo – le sonrió pasando las yemas de sus dedos por el antebrazo,
contenta de verla sonreír, habría dado cualquier cosa porque nunca se borrase
esa sonrisa de su cara.

Esther buscó una revista en su bolso, le apagó la luz dejando encendida solo la de
emergencia y se dispuso a sentarse en el sillón que había junto a la cama de la pediatra.
Maca no dejaba de seguirla con los ojos mientras se movía por la habitación y, Esther
sabiéndose observada, la miró de soslayo, aquella mirada desconcertaba a la enfermera.

- Vale – dijo cerrando de nuevo los ojos y sobresaltando a Esther que comprendió
que había respondido con minutos de diferencia a su anterior recomendación –
tengo frío.

Esther fue al armario y sacó una manta extendiéndosela sobre la cama.

- ¿Mejor? – preguntó.
- Si, gracias.
- Descansa – le dijo acariciándola en la mejilla.
- ¿No hay beso de buenas noches? – murmuró la pediatra.
- No – sonrió burlona pero Maca no abrió los ojos - Ya no eres una niña – bromeó
intentando provocarla, pero Maca aún no estaba para juegos.

La pediatra permaneció con los ojos cerrados, “no importa”, pensó, esbozando una leve
sonrisa, “yo si te besé, aunque tú nunca lo sepas”. Esther la observó pensativa, ¿qué
estaría pasando por su mente! estaba claro, que fuese lo que fuese era un pensamiento
agradable y deseó con todas sus fuerzas que Maca estuviese pensado en ella.

* * *
A la mañana siguiente, Esther se marchó a casa de su madre, había quedado en comer
con ella, desde que regresara era una cita ineludible en domingo. Su sustituta, Verónica,
llegó con media hora de antelación. Y tras informarse de cómo había pasado Maca la
noche se sentó en el mismo sillón que antes ocupara Esther. En la puerta, Isabel
charlaba con Evelyn que tras pasar toda la noche de guardia también se marchaba.

Maca dormía y Vero se asomó a la puerta para ver a la detective.

- ¿Alguna novedad? – le preguntó con una sonrisa.


- Por desgracia, ninguna buena.
- O sea que hay alguna mala, ¿no?
- El comunicado de prensa no ha surtido ningún efecto.
- ¿Qué comunicado?
- Ayer por la tarde hice un comunicado oficial, me lo exigieron desde arriba,
querían que revelase algunos detalles del caso.
- ¿Para qué?
- Es lo habitual, se hace para que si alguien que ha visto u oído algo se de cuenta y
se ponga en contacto con nosotros y podamos conseguir alguna pista. Pero es
absurdo hacerlo en este caso – suspiró pensativa – yo diría que hasta
contraproducente y eso es lo que me escama.
- Quizás... Maca hoy recuerde algo más… que te pueda ayudar – intentó animarla
- ¿Tú crees? – le preguntó sin esperanza de que fuera sí.
- Bueno… cada día que pasa debería ir centrándose más - dijo asomándose a la
habitación, le había parecido que Maca se removía y murmuraba algo.
- Esperemos que sea así – respondió cabizbaja.
- Se está despertando, si quieres entra en unos minutos, yo te aviso, a ver si entre
las dos conseguimos sacarle algo en claro.
- Gracias, Verónica.
- De nada – le sonrió – no eres la única que quieres que el hijo de puta que haya
hecho esto lo pague – reconoció con una expresión de rabia y unos ojos que
revelaban lo que había sufrido por Maca, aunque siempre intentase disimularlo.

Isabel permaneció fuera, dándole vueltas a una idea, quizás era un poco exagerado, pero
consultaría con Cruz y quizás también con Vero, si ellas daban su autorización, tendría
el campo libre para lanzar sus redes. Lo tenía ya todo pensado, era algo complicado
pero podía resultar bien, aunque para ello necesitaría la ayuda de una persona y quizás
eso no fuese tan fácil de conseguir. Se pasó la mano por la barbilla, pensativa y miró el
reloj. Hacía más de una hora que Verónica había entrado en la habitación y desde
entonces nadie más había llegado, Cruz había hecho muy bien en restringir las visitas.
¿Se le había olvidado a la psiquiatra que había quedado en avisarla cuando Maca
estuviese despierta? O quizás era que aún estándolo, su confusión seguía siendo grande
y Verónica no quería alterarla, esperaría un poco más y luego entraría, a fin de cuentas,
no solo necesitaba saber si recordaba algo, también quería saber cómo estaba.

* * *
Horas después, cansada de esperar, Isabel entraba en la habitación. Vero estaba sentada
en el borde de la cama y mantenía cogida la mano de Maca, acariciándosela con mimo.
La psiquiatra se levantó con precipitación.

- ¡Isabel!
- Hola – dijo la detective – buenos días Maca, te veo con mejor cara – mintió en
un intento de animarla.
- Si – musitó, en voz baja. A Isabel le pareció cansada y triste.
- Le estaba diciendo a Maca que no debe preocuparse ni angustiarse por no
recordar, que ya lo hará poco a poco – le dijo a la detective para que
comprendiese que Maca aún no estaba preparada para interrogatorios.
- Ya… - comprendió la indirecta – no te preocupes Maca que daré con el que haya
sido. Aunque si recuerdas algo, cuando sea y lo que sea, me lo dices – la
pediatra la miró asintiendo e Isabel sintió una mezcla de desesperación y pena
por ella, era la mirada más vacía que le había visto a Maca jamás.
- Intento… - murmuró – lo intento, pero no… no lo recuerdo.
- No tiene porque ser una cara, ¿vale! cualquier cosa, una sensación, un olor, un
sonido, lo que sea.
- Me duele la cabeza – miró a Vero suplicante – cuando intento pensar y recordar
me duele la cabeza y no puedo...
- Tranquila, no te preocupes – le respondió la psiquiatra haciéndole una seña a
Isabel para que lo dejase, pero la detective no estaba dispuesta a darse por
vencida. En su experiencia con casos similares había conseguido que la víctima
terminase recordando algún detalle. Solo necesitaba que le dejasen un poco de
tiempo con ella.
- ¿Has dormido bien? – le preguntó de pronto la detective.
- Bueno…
- ¿Y te acuerdas de lo que has soñado?
- Vagamente – respondió con un hilo de voz - pero… ¿eso qué…. tiene…?
- ¿Te importa contármelo?
- Isabel, espera un momento ¿podemos hablar fuera? – la interrumpió Vero
preocupada por el gesto de Maca
- Si, claro, vamos – aceptó la detective.

Las dos salieron a la puerta y Vero la miró fijamente.

- Isabel, no sé como decirte esto, pero.. verás, ya sé que estás agobiada por ella y
por detener a su agresor pero… aquí la psiquiatra soy yo. Y no quiero parecer
brusca, pero que la presiones así no te va a servir de nada, no debes obligarla a
recordar.
- No la estaba obligando. Solo quiero que me cuente qué ha soñado, si se acuerda,
y sino, pues nada.
- Maca no es una víctima cualquiera – bajó los ojos un momento – ya sabes que
tiene un problema importante y hay que tener cuidado. Ahora mismo está hecha
un lío con muchas cosas.
- De acuerdo, pues pregúntale tú, me dijiste que me ayudarías a conseguir que se
acuerde de algo.
- Bueno… creo que es pronto y que puede ser peligroso para ella.
- ¡Por favor! cada minuto que pasa es un minuto a favor de ese hijo de puta.
- ¿Crees qué no lo sé! a mi también me desespera, pero… Maca no está bien y… -
dudó si explicarle los motivos y decidió no hacerlo – mi opinión profesional es
que no podemos forzarla. Cruz insiste en que no debe alterarse y yo opino lo
mismo.
- Déjame hacerle solo una pregunta, solo una – le suplicó con vehemencia y
Verónica tras dudarlo un instante, consintió.
- De acuerdo. Una. ¡Vamos!

Ambas entraron en la habitación. Maca permanecía con los ojos cerrados pero al
escucharlas los abrió sobresaltada y con el miedo reflejado en ellos.

- Tranquila, somos nosotras – le sonrió Vero consciente de lo que le ocurría -


¿recuerdas! hay policía en al puerta, ya te lo he explicado. No te va a pasar nada
– le dijo en un tono tan pausado y calmado que Isabel la miró comprendiendo lo
que había querido decirle instantes antes. Maca no se acordaba de nada pero su
subconsciente le hacía revivir todas las señales de alarma.
- Si – murmuró aliviada.
- Maca, ya sé que no te acuerdas de nada pero ¿puedes responderme a una
pregunta? – se acercó Isabel hasta ella.
- Lo intentaré – respondió asintiendo, dispuesta a colaborar en lo que pudiese.
- Te voy a enseñar una fotografía, solo tienes que decirme si te dice algo, ¿de
acuerdo?

La pediatra asintió buscando con la vista a Verónica, cuando ella estaba allí, a su lado,
se sentía tranquila y el miedo y la aprensión desaparecían. La necesitaba para estar en
calma. La psiquiatra la miró y le sonrió cabeceando en señal de aprobación y Maca
levantó una mano temblorosa para coger la fotografía que le tendía la detective. La miró
un instante, al principio no era capaz de reconocer qué era aquello, luego lo supo y su
corazón se aceleró, un fogonazo y vio aquellos ojos clavados en ella, acercándose a su
cara, le dolía la cabeza, le tiraban del pelo y luego un fuerte dolor en el pecho que le
subía hasta la garganta, y no la dejaba respirar, no podía respirar, no podía respirar, se
estaba ahogando y después, nada, oscuridad solo oscuridad.

- ¡Maca! ¡Maca! tranquila, tranquila – le pedía Vero llamando al botón – respira,


así muy bien, respira.
- ¿Los reconoces? – preguntó la detective - ¡Maca! ¿los reconoces? – insistió
presionándola ganándose una mirada recriminatoria de la psiquiatra.
- No… sé – murmuró cuando por fin recuperó el aliento – no... no me… acuerdo.
- ¿Entonces… qué te ha pasado? – insistió obviando a Vero.
- Tengo… miedo – miró a la psiquiatra buscando su ayuda – Vero…
- Chist, tranquila, no pasa nada, cariño, no pasa nada – le dijo con calma
indicándole a la detective con los ojos que saliera. Esta vez Isabel obedeció, ya
tenía lo que necesitaba.

* * *

Laura entró en la habitación pasadas las tres de la tarde. Se disculpó con Vero por el
retraso y se dispuso a quedarse con Maca, que permanecía dormida.

- Puedes irte, Vero, no hace falta que te esperes a que despierte. Ya le digo yo que
te has marchado – propuso Laura al ver que la psiquiatra no se decidía a
marcharse.
- No sé. Está agitada y… antes… – se interrumpió mirando hacia la pediatra –
estaba tan asustada que… creo que es mejor esperarme.
- Como quieras, pero al menos baja a la cafetería, debes estar muerta de hambre.
- No creas – respondió arrugando la nariz - Luego tomaré algo.
- ¿Y qué es lo que ha pasado para que se asuste?
- Isabel le enseñó una fotografía.
- ¿De su asaltante?
- No. Por lo visto Isabel tiene sospechas de alguien, pero no nos quiere decir de
quien. Le enseñó una foto de detalle de un rostro y Maca, no se acordaba de
nada pero reaccionó alterándose. Luego, era incapaz de contarnos qué era lo que
había recordado. Estaba tan nerviosa que Cruz la ha sedado y le echó una bronca
a Isabel. Maca duerme desde entonces.
- Joder, entonces, Isabel… ¿sabe quién fue?
- No tiene pruebas y según ella sin la declaración de Maca, no hay nada que hacer.
- ¿Del coche no sacaron nada en claro! mientras Esther y yo permanecimos allí, lo
estuvieron procesando.
- No lo sé. Isabel no suelta prenda – respondió mirando hacia Maca que acababa
de abrir los ojos – hola dormilona.
- ¡Eh, Maca! – la saludó Laura - ¿cómo estás?
- Cansada – respondió suspirando y arrastrando las palabras – muy cansada – dijo
clavando la vista en el techo - ¿Y las pruebas?
- ¿Qué pruebas? – le preguntó Vero extrañada por esa pregunta. Maca no
respondió, estaba segura de que Vero estaba hablando con Laura de sus pruebas
y quería saber como habían salido, pero empezaba a tener claro que nadie le iba
a contar nada..
- Isabel… - dijo de pronto - ¿dónde está?
- Esta fuera, pero tranquila que no va a volver a …
- Quiero verla – la interrumpió.
- Maca…, Cruz ha dicho que debes descansar.
- Quiero verla – repitió removiéndose incómoda, comenzando a dar muestras de
alteración.
- ¿Te subo la cama? – le preguntó Laura.
- Sí, por favor – le sonrió agradecida – Vero, llama a Isabel, tengo que hablar con
ella.
- Bueno, pero… tranquila y primero llamo a Cruz. Ella decidirá si puedes verla.
- No hace falta, estoy bien – le dijo mirándola fijamente – me… me he acordado
de algo – confesó nerviosa – tengo que contárselo.
Vero suspiró y salió en busca de Isabel, Cruz estaba con ella y las tres entraron en la
habitación. Maca frunció el ceño al ver a la cardióloga, Vero parecía imbécil, ¿por qué
nadie le hacía caso! no necesitaba a Cruz, solo quería hablar con Isabel.

- Hola Maca – dijo Cruz acercándose a la cama – a ver como estamos.


- Bien – respondió malhumorada, Cruz sonrió ante ese gesto.
- Si, parece que esto esta bien. ¿Te sigue doliendo el pecho?
- No, ya te he dicho que estoy bien.
- Dice Vero que has recordado algo y quieres hablar con Isabel.
- Si.
- Muy bien, pues…. aquí la tienes. Pero, te guste o no, me voy a quedar con
vosotras. No quiero más sustos como el de antes – le dijo con autoridad.
- Vale – aceptó con desgana.
- ¿De qué te has acordado? – preguntó Isabel esperanzada.
- Me daba la mano, y… tiraba de mi, y… no me podía mover… y – se
interrumpió un momento, Isabel la escuchaba con atención y Vero frunció el
ceño, ¿qué es lo que estaba contando Maca? – había mucha luz y no podía ver…
- ¿Recuerdas algún detalle?
- No, solo eso y… creo que era él.
- ¿Era una sola persona?
- Si – respondió tras un instante – me daba la mano – suspiró y cerró los ojos
echándose hacia atrás.
- ¿Estás segura? – preguntó incrédula.
- Si – repitió – me.. me daba la mano.
- ¿Cuántas personas eran? – preguntó la detective.
- Eh… no sé – respondió desconcertada buscando a Vero con la vista – la luz…
no podía ver y… - comenzó a respirar con dificultad – y… me daba la mano -
repitió.
- Bueno ya está bien – intervino Cruz mirando a Isabel que asintió – descansa,
Maca, en un rato vuelvo.

La pediatra estaba alterada de nuevo, con nerviosismo miró hacia Isabel con la
esperanza de que le dijese algo, pero guardaba silencio mirándola fijamente. Cruz les
indicó a Vero e Isabel que salieran. Laura se acercó a la cama y se quedó con Maca,
tranquilizándola. La detective parecía pensativa y Vero preocupada.

- Algo es algo, ¿no? – dijo Cruz mirando a Isabel con la esperanza de que aquello
le hubiese servido. No quería que volviese a hablar con ella hasta que no
estuviese mejor.
- Claro – respondió la detective sin convencimiento.
- No creo que Maca recuerde todo eso – intervino Vero.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Cruz.
- Pues.. que Maca ha estado muy agitada desde que le enseñaste esa fotografía –
se dirigió a Isabel - No ha parado de moverse y creo que ha soñado todo lo que
ha contado, no creo que lo recuerde, no creo que pasara en realidad.
- Si, eso puede ser – intervino Cruz – es muy normal que tras un episodio como el
suyo el grado de confusión aumente tras dormir. De hecho, Claudia está
convencida de que Maca tiene un síndrome de posconcusión.
- ¿Un qué? – preguntó Isabel.
- Mejor os lo explica ella pero, va a tardar en recuperarse, estará confusa y
desorientada, alternando con momentos de completa normalidad.
- Creo que no deberías darle crédito a lo que ha contado – le dijo Vero recordando
el sueño repetitivo de Maca, aquella narración cuadraba con ese sueño y estaba
segura que la pediatra había mezclado sueño y realidad. No podía hablarles de él
porque rompería su secreto profesional, pero tampoco podía dejar que la
detective tomase en consideración detalles que podían pertenecer solo a la
imaginación de la pediatra.
- De todas formas, no pensaba dárselo. Sabemos que no fue una sola persona.
- ¿Lo sabéis? – preguntó Cruz.
- Si – respondió mirando a las dos con una sonrisa – en el coche hay huellas de
dos calzados diferentes, rodadas de hasta cuatro motos contando con la de
Esther. Ha desaparecido su bolso con todo, pero nadie ha hecho uso de sus
tarjetas en el tiempo en que tardamos en anularlas, ni de su móvil. Esta claro que
el motivo del asalto no fue el robo, aunque intentaron simularlo. Pero sí que creo
que Maca está en lo cierto cuando dice que era él, creo que se trata de su
acosador, pero… hay una serie de cosas que no me cuadran.
- Esto es de locos – dijo Vero – ¿y que robaran solo su expediente en mi consulta
tiene que ver con todo esto?. – preguntó agobiada. Cruz la miró sorprendida no
tenía ni idea de aquel detalle.
- Tiene su explicación, solo que … debo dar con ella - respondió misteriosa –
Maca se fijó en una sola persona, suele suceder en estos casos, por eso está
convencida de que solo era una, pero cuando me llamó, me dijo claramente “me
están rompiendo el cristal”.
- ¿Qué vas a hacer?
- No puedo hacer nada, de momento. Si ahora doy un paso en falso, los pondré
sobre aviso. Y, quiero que cuando los coja, sea para que no salgan por la puerta
de atrás.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿Qué quiero decir? – repitió irónica – quiero decir que si detengo a alguien por
agresión, prácticamente sin pruebas, solo con indicios, y sin que Maca lo
reconozca, en cuarenta y ocho horas estará en la calle. Prefiero que se confíe,
que crea que todo ha ido bien y… si su mente funciona como creo, volverá a
intentarlo, pero esta vez, estaré esperándolo.
- ¿Quieres decir que va a venir aquí?
- Posiblemente. Pero aquí no intentará nada, si lo hace será solo para disfrutar del
daño que ha hecho. Esperará a que Maca salga. La quiere para él.
- Pero… no dices que es más de una persona.
- Sí, el acosador es una sola persona. Eso es lo que no me cuadra. Sin embargo, no
descarto otras opciones, como que trabajen para él.
- Me estas dando miedo – confesó Cruz - ¿cómo sabes todo eso?
- ¿Recuerdas tu viaje a Zurich! ¿fallé en algo de lo que te dije?
- No – reconoció.
- Confiad en mi. Cogeré a ese hijo de puta. Y.. a los demás… ya veremos –
respondió adoptando de nuevo un aire misterioso – no debemos dejar a Maca
sola. Aquí estará segura. Necesito que le mantengas la restricción de visitas – le
pidió a Cruz.
- Pues… ya no sé qué hacer con su madre. Insiste en llevársela a Sevilla, y la
pobre Adela ya no sabe que más excusas darle.
- Necesito que Maca lo reconozca y declare contra él.
- Eso será imposible en bastante tiempo – le dijo Cruz.
- Pues, esperaremos, e intentaremos que mientras a Maca no le ocurra nada. No
quiero que entre ahí nadie sin mi permiso.

Las tres guardaron silencio, del ascensor acababa de salir Sonia, la joven venía con paso
rápido y junto a ella un joven que solo Isabel conocía. La detective cambio el gesto. No
podía creerse lo estúpida que estaba siendo esa chica. Cuando esa mañana aceptó que
viniese a ver a Maca esperaba que lo hiciese sola.

Sonia llegó hasta ellas sonriente, estaba deseando ver a Maca y la llamada de Isabel la
llenó de alegría.

- Buenas tardes – las saludó - ¿Cómo está?

Ninguna respondió y las tres miraron al joven. Sonia percibió el gesto de desagrado de
Isabel y se apresuró a justificarse.

- Uy, perdonad, no os he presentado – dijo con rapidez – Elías, mi novio, y ellas


son Isabel, que ya la conoces…
- Si – dijo tendiéndole la mano con una sonrisa clavando sus fríos ojos en ella -
¿qué tal detective?
- Hola – fue la escueta respuesta de Isabel que no pudo evitar una sensación de
desasosiego.
- Y ellas son Cruz y Verónica.
- Encantado – las saludó efusivamente - ¿usted… es la famosa psiquiatra de la
tele? – preguntó adoptando un aire de timidez - es mucho más guapa en persona
- le dijo adulador, vero le respondió con una sonrisa.
- Bueno.. no tan famosa – intervino Cruz en tono de broma, estrechándole la
mano y preparando el terreno para lo que iba a decir – Sonia…
- ¿Cómo está Maca? – la interrumpió.
- Eso iba a comentarte, hoy está bastante nerviosa y no quiero que se altere más.
- ¿Por qué! ¿ha recordado algo? – preguntó con interés.
- No – saltó Isabel antes de que Cruz dijese nada delante de Elías.
- Cruz no necesitaba aquella sutil indicación, desde el día que Isabel le dio la nota
y Sonia no figuraba en ella ya imaginó que había algo que inducía a la detective
a mantener las reservas con la socióloga.
- No ha recordado nada y tardará en hacerlo si es que recuerda alguna vez. Pero…
hoy le duele bastante la cabeza y no debemos molestarla.
- ¿No puedo pasar? – preguntó desilusionada – venimos del velatorio de su
hermano solo para verla – explicó suplicante ante la mirada sorprendida de
Vero, que permanecía expectante y Cruz, aquel chico mostraba una actitud que
en absoluto indicaba que viniese de un velatorio y menos del de su hermano –
como me llamó Isabel creí que...
- Ha preguntado por ti pero él no debe pasar – saltó Isabel con prontitud. Y Sonia
lo miró mohína pero lo entendió rápidamente.
- Tienen razón cariño, ¿por qué no me esperas aquí? - se dirigió al chico - ya
tendrás tiempo de conocerla cuando esté mejor.
- Aquí tampoco puede esperar – dijo Isabel secamente – será mejor que lo haga en
la cafetería.
- Pero… - intentó protestar.
- Lo siento Sonia, no quiero a nadie en este pasillo. Si le hago cumplir las normas
al personal de la Clínica con más motivo a todos los de fuera – se justificó la
detective.
- No pasa nada – sonrió el chico manifestando un aire de tristeza – espero abajo.
Un placer, señoras – se inclinó levemente, con una media sonrisa, “pronto nos
veremos y ya te quitaré yo ese aire de suficiencia”, pensó mirando hacia Isabel.
- Gracias – le dijo mirándolo con ternura – bajo en un momento – aseguró con una
sonrisa.

Elías se marchó y Sonia entró en la habitación. Maca se alegró de verla, ya la estaba


echando de menos, cruzaron unas breves palabras y Cruz le pidió que saliera. Maca
debía descansar. La joven se acercó a la cama y se despidió con un beso, la miró
fijamente y le prometió volver al día siguiente, con más calma. En la puerta Isabel la
miró con recelo pero la socióloga no estaba para tonterías, debían volver al velatorio
cuanto antes y corrió en busca de Elías. Lo encontró ojeando un periódico y tomando
café.

- Ya estoy aquí – dijo llegando junto a él.


- Hola, payita ¡qué poco has tardado! ¿quieres un café antes de irnos? – le dijo con
una sonrisa.
- No, mejor nos vamos, que tu padre parecía molesto cuando nos vinimos.
- Tu deja a mi padre, que ya me encargo yo de él.
- Un día te vas a meter en un lío por no obedecerle en su casa.
- Ya veremos – dijo misterioso - ¿qué tal tu doctora?
- Está… despistada.
- ¿Despistada? – preguntó con una sonrisa burlona - ¿no se acuerda de nada?
- Por lo que se ve no.
- Quizás sea el momento de que me la presentes – dijo con segundas y Sonia
frunció el ceño molesta.
- Yo no la veo bien, parece… parece otra – confesó manifestando su
preocupación, “y más que lo va a parecer cuando acabe con ella”, pensó con una
sonrisa.
- No te preocupes cariño – la besó – mañana venimos a verla, seguro que está
mejor.
- Mañana es el entierro de tu hermano.
- Si, pero vendremos después, ¿quieres?
- ¡Claro que quiero! ¿tu crees que se alegrará de… lo nuestro?
- Seguro, ya te lo dije, desplegaré con ella todos mis encantos – volvió a sonreír,
“me aceptará, ya lo creo que lo hará”, pensó - y si mañana le dices que estoy por
aquí seguro que le pica la curiosidad y pide que entre - le propuso mostrando
ilusión - seguro que la pobre la tienen aburrida siempre viendo las mismas caras,
tú déjamela a mí unos minutitos y ya mismo la tienes en órbita - continuó
mostrándose preocupado e interesado por la mejoría de la pediatra.
- Te quiero – le dijo tirando de él – anda vamos.
- Y yo a ti, payita – se levantó pasando su brazo por los hombros de ella - ¿lo
harás?
- ¿El qué?
- Decirle que espero fuera, ¡me haría tanta ilusión conocerla y que me acepte! - le
dijo clavando sus ojos en ella. Sonia comprobó que tenían un brillo especial y se
abrazó a él agradecida por que intentara ser aceptado en su familia, porque para
ella Maca era su única familia en Madrid. Elías sonrió para sus adentros, aquella
situación le producía una excitación que nunca hubiese imaginado.
- Sí, se lo diré. Y ... si está mejor... mañana podrás conocerla.

Él la detuvo en la puerta, excitado la atrajo y la besó apasionadamente.

- Creo que haremos una parada antes de volver al velatorio – le dijo mirándola
con deseo.
- ¡Elías! - protestó al comprender sus intenciones.
- Mi hermano - volvió a besarla - no irá a ninguna parte - la besó de nuevo - y
yo... no puedo esperar - un nuevo beso y Sonia consintió - te amo, payita - le
dijo sonriendo, ¡ya la tenía donde él quería! Lo demás sería pan comido. Ya se
encargaría él de que esa puta no recordase nada y si lo hacía, cerrase el pico por
la cuenta que iba a traerle.
* * *

Tres días después de recuperar la consciencia, Maca había experimentado una mejoría
considerable, estaba más espabilada y aunque seguía sin recordar bien el momento de su
asalto ya iba recordando algunas cosas de las ocurridas ese día, aunque con bastantes
lagunas, que la hacían desesperarse.

Esos días Esther los pasó centrada en su trabajo en el campamento y con Laura
organizando el viaje a Jinja, que se efectuaría ese mismo viernes. No tubo mucha
ocasión de ver a Maca y no porque no lo desease si no porque en los turnos que habían
establecido para estar con ella, siempre le tocaba cuando dormía o bien la había visitado
en compañía de alguien.

Tenían mucho trabajo y Fernando y Cruz se habían encargado de lidiar con la prensa a
la que habían mandado un par de comunicados, consiguiendo a duras penas que las
aguas volvieran a su cauce. Mónica estaba de papeleo hasta arriba y no dejaba de
protestar, echaba de menos a Maca, estaba harta de lidiar con proveedores, de ir a los
bancos, de recibir peticiones de todo tipo, de firmar papeles para la más leve tontería, de
estudiar presupuestos… ninguno se daba cuenta de todas las cosas que sacaba adelante
diariamente la pediatra hasta que tuvieron que repartirse las mismas y funcionar sin ella.
Por su parte, Sonia había pasado unos días dedicada en exclusiva a su trabajo intentando
apaciguar los ánimos entre los distintos grupos del poblado, que permanecían alterados
desde el día de los derribos y se habían acrecentado con la muerte de Tomas, a las que
muchos no consideraban accidental, por todo ello la joven ni siquiera había tenido
tiempo de aparecer por el campamento. Ante ese panorama, Adela había tenido que
dejar la clínica y trasladarse hasta allí para organizar el trabajo y encargarse de atender y
vacunar a los niños y ancianos. Esther tenía que efectuar las salidas con ella y cada vez
entendía menos como Maca podía ser amiga de aquella mujer.
La enfermera estaba impaciente por hablar con Maca y repetir la noche del sábado pero
parecía misión imposible, siempre se interponía alguien, por eso, ese día, Esther decidió
pedirse la tarde libre con la excusa de comprar algunas cosas que necesitaba para volver
a África, y así se lo solicitó a Adela que, a regañadientes, le concedió el permiso.
Deseaba llegar a la clínica antes que Maca durmiese y pasar buena parte de la tarde con
ella, ya había hablado con Laura, para que le cediera su turno.

Maca permanecía en la cama con los ojos cerrados, estaba mucho mejor, se aburría de
estar ahí tumbada tantos días, escuchó que abrían la puerta pero no miró, le gustaba
adivinar quien era solo por los pasos, ¡había tan poco en que entretenerse! si al menos
pudiera leer pero cuando lo intentaba aquel maldito dolor de cabeza no la dejaba vivir.
Era Esther. Sonrió para sus adentros. La enfermera entró sigilosa, en un intento de no
despertarla. Le gustaban aquellas visitas que la enfermera repetía a diario aunque nunca
tenía ocasión de quedarse a solas con ella.

Se situó a su lado. Maca sintió como le acariciaba con suavidad la mano y como casi
inmediatamente se retiraba con un suspiro. Notó que se alejaba y creyendo que salía de
la habitación abrió los ojos, dispuesta a llamar su atención, pero la enfermera no se
marchaba, estaba de espaldas a ella, mirando hacia el exterior por la ventana. Maca tuvo
la sensación de que lloraba, ¿qué le pasaría! ¿habría tenido algún problema en el
trabajo? Estaba a punto de preguntarle, cuando escuchó entrar a alguien más, esos pasos
eran inconfundibles, ¡Adela! La doctora entró en el cuarto y se acercó a la enfermera.

- Puedes marcharte – dijo en un susurro que Maca escuchó perfectamente - ya me


quedo yo con ella.
- Pero… ¿qué haces aquí? – le preguntó en voz baja, sorprendida de su presencia.
- Eso mismo te iba a preguntar yo – le dijo acusadora y con una mirada burlona
que Esther no supo captar – creía que necesitabas la tarde libre para preparar tu
marcha – continuó con retintín, “¿su marcha?”, “¿Esther se marchaba?”,
“¿cuándo! ¿a dónde?”, pensó la pediatra que no quitaba el oído de la
conversación.
- Terminé pronto y… quería ver si Maca estaba despierta para… para despedirme
de ella – se justificó en un susurro mirando hacia Maca que se había movido
inquieta por lo que escuchaba.
- En fin – dijo con aire altivo, incrédula – puedes marcharte. Yo me quedo esta
noche – repitió.
- ¿No estas cansada? Te estas quedando todas las noches. Esta puedo quedarme
yo – se ofreció esperanzada.
- Nunca me canso de estar con Maca – sonrió maliciosa con toda la intención –
además, se lo prometí a su madre, y Sonia está pendiente de lo que haces, llegará
en un rato, deberías irte, es tarde y mañana hay mucho trabajo en el
campamento.
- Para ti también – intentó protestar.
- Bueno…, yo puedo con todo – dijo altanera - A dios Esther – soltó con una
sonrisa de suficiencia, empujándola con suavidad hacia la salida al ver que la
enfermera no se movía – mañana nos vemos y alegra esa cara mujer, que ya
mismo estás otra vez allí.
- Hasta mañana – dijo mohína, saliendo de la habitación sin haber podido cruzar
ni una palabra con Maca.
Ya solas, Maca abrió los ojos y miró a Adela con desaprobación.

- ¿Se puede saber porqué la tratas así? – le preguntó mostrando su desagrado.


- ¿Estabas despierta?
- Si. Contéstame – la impelió de malhumor.
- Le gusta – respondió burlona.
- No creo que le guste.
- Sí que le gusta – rió – así tiene contra quien dirigir la rabia que siente y a ti
llegarte suavita - bromeó.
- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó cansada y completamente fuera de
juego.
- Cosas mías – volvió a sonreír comprendiendo que Maca aún tenía episodios de
desorientación y que no era conveniente cansarla – ¡ay! Maca, ¡qué susto nos
has dado!
- A unos más que a otros…. – murmuró melancólica.
- A todos, tonta.
- No quiero que trates así a Esther – volvió al tema.
- ¿Yo no te prometí que te ayudaría a enderezar tu vida?
- Si – dijo recordando la noche de la fiesta en su casa.
- Pues eso hago.
- Ah, ¿y tratar despóticamente a Esther forma parte de esa ayuda?
- Si – respondió burlona – así, cuando le diga lo que tengo que decirle, no dudará
de mis palabras. Uno tiene tendencia a creer antes lo que te dice un enemigo que
un amigo.

Maca la miró perpleja, Adela siempre había sido manipuladora y siempre le había
gustado jugar con los demás, recordó su frase favorita como ella decía “la vida es como
un inmenso tablero de ajedrez, querida, y a mi me encanta jugar”.

- Eres mala – sonrió Maca adivinando sus intenciones – que digo mala,
maquiavélica.
- Por eso te gustaba ¿no? – se insinuó sin cambiar el aire de burla.
- Por eso y… por más cosas – susurró la pediatra entrándole al trapo.
- Es que a ti siempre te gustaron las malas de las películas – rió – y no me pongas
esa voz qué…
- ¿Que qué? – rió – yo creía que tenías muy claro…
- Contigo nunca se puede tener nada claro – bromeó halagándola, y dándole la
sensación a Maca de que se ponía algo nerviosa – ¿quieres que te suba algo de la
cafetería, ya me han dicho que no has comido casi nada?
- No tengo hambre.
- Maca… tienes que comer.
- Buf, no me entra nada, me da asco todo – confesó arrugando la nariz con
desagrado - Parece que como espinas.
- Espinas, espinas… tú lo que eres es demasiado pija.
- ¡Mira la que fue a hablar! … menuda fiesta montaste.
- Eso fue por ti – reconoció – bueno… ¿quieres algo o no? Voy a bajar antes de
que llegue la avalancha de la cena.
- No, de verdad.
- No te escapes, que vengo en un minuto - bromeó.
- ¿A donde quieres que vaya? – suspiró – y no tardes.
- Tranquila que Evelyn está en la puerta.
- Ya… y la ventana ¿qué?
- ¡Por dios, Maca! No seas paranoica. ¡Qué estamos en un tercer piso!
- Bueno… tú no tardes, por favor.
- Que no taaaardo.

Adela se marchó y Maca se quedó pensando en la conversación que había escuchado.


No quería que Esther se marchase, pero no podía pedirle que se quedara, recordaba
perfectamente que la enfermera le había prometido quedarse hasta que encontrase una
sustituta y quizás al estar ella allí, Fernando, Cruz o Mónica se había encargado de
hacerlo. La sola idea la decepcionó. Le pareció que le aumentaba el dolor de cabeza. De
pronto escucho que la puerta se abría, “¡qué rapidez la de Adela!”, pensó. Pero
inmediatamente se dio cuenta que no era ella, no escuchaba paso alguno y sintió miedo,
quien fuera se había detenido en la puerta. Abrió los ojos asustada y al hacerlo respiró
aliviada, ¡Esther! había vuelto.

- Hola – le dijo con alegría.


- ¡Hola! - la saludó la enfermera – ¿ya estás despierta?

Maca asintió con una sonrisa.

- Te había comprado esto y se me había olvidado dejártelo – le tendió un trozo de


empanada – se que no te gusta la comida de hospital, por mucho que sea del
tuyo – le dijo bajando la voz en tono confidencial y burlón.
- Muchas gracias – sonrió – ponla ahí ¿quieres?
- ¿No te la comes?
- No tengo hambre Esther. Además, no sé si… - iba a decirle que aún Cruz la
tenía con dieta blanda y que eso era demasiado fuerte pero no quería que pensara
que no valoraba el detalle.
- Tienes que comer Maca- la interrumpió.
- Ya lo sé, no me lo digáis más, pero…
- ¿Me vas a hacer ese feo! todavía está calentita, además, he ido a buscarla a
Luigi, te encantaba la de allí ¿recuerdas?
- Si – sonrió abiertamente – anda, dame que la pruebe.

Esther se la acercó y le dio una servilleta.

- No sabía que estuviese abierto todavía, ha pasado tanto tiempo – comentó Maca
dándole un bocado – ¡uhmm, está buenísima!
- Me alegro de que te guste. Yo tampoco sabía que lo estuviese, de hecho creí que
estaría cerrado. pero no. ¿Tú… no has ido por allí en este tiempo?
- No. Desde… desde que te fuiste no volví a ir – reconoció dándosela de nuevo.
- ¿No quieres más? Tienes que hacer un esfuerzo, Maca, tienes que recuperarte
cuanto antes.
- ¿Y eso? – preguntó extrañada.
- No soporto a Adela – susurró mirando hacia la puerta – ya se que es tu amiga y
todo eso pero ¡te echo de menos en el campamento!
- O sea que es solo por el interés – sonrió burlona y Esther se encogió de hombros
poniendo la cara de picardía que tanto le gustaba a la pediatra - ¿En serio! ¿me
echas de menos?
- Muchísimo – confesó con tal intensidad en la mirada que Maca deseó que lo que
había escuchado no fuese cierto, y la enfermera permaneciese allí, junto a ella.
- Bueno, la tienes que aguantar poco, porque tú te vas pronto, ¿no?
- Sí, este viernes.
- ¡Este viernes! – exclamó sorprendida y alterada - ¿tan pronto?
- Claro, ¿no te acuerdas del viaje?
- ¿De qué viaje? – preguntó desconcertada, ella estaba pensando en otra cosa.
- Del que hacemos este viernes, a Nairobi…. Laura y yo… ¿recuerdas?
- Ah, pero..¿no es que…?…vas por los.. por los..
- Si Maca, por los niños de Jinja y Kisumu, Laura irá a su campamento y yo al
mío. Te referías a eso, ¿no?
- Sí, sí, claro – mintió con una sonrisa enorme que desconcertó a Esther.
- ¿Te duele mucho la cabeza? – le preguntó preocupada por la desorientación que
mostraba tener. Claudia ya les había dicho que era normal y no debían
preocuparse, que evolucionaba bien, pero ella no podía evitarlo.
- Hoy menos – respondió aún con la sonrisa en los labios sin dejar de mirar a la
enfermera - ¿Te puedo preguntar una cosa?
- Claro.
- ¿Cómo me echas de menos si casi siempre acabábamos discutiendo?
- Me divierte discutir contigo – respondió burlona y luego poniéndose seria
continuó - si lo dices por lo del último día … ya te dije en el box que lo sentía y
que…
- No, no lo digo por eso, de hecho casi no recuerdo esa conversación y mucho
menos nada del box – dijo con seriedad, le molestaba no recordar nada del box y
tener la sensación de que había cosas importantes que había olvidado.
- Bueno… dice Cruz que en unos días te acordarás de todo, quizás del asalto no,
pero sí de lo demás. No te preocupes, tienes que tener paciencia.
- La tengo. Te aseguro que si algo he aprendido en estos años es a tenerla – le
respondió resignada - Del asalto ya me acuerdo de algo - confesó.
- ¿Sí! ¿se lo has dicho a Isabel?
- Claro que se lo he dicho y a Vero también, pero tengo la sensación de que no va
a servir de nada – suspiró.
- No digas eso, ¡claro que servirá! – le dijo intentando animarla – además, es
estupendo que recuerdes algo, no me habían dicho nada.
- Esther… yo… - Maca clavó los ojos en ella quería preguntarle por la charla del
box, por lo que entró a decirle, quería saber si las imágenes de ella acudiendo a
rescatarla eran o no producto de su mente que le jugaba malas pasadas,
necesitaba discernir entre lo que había imaginado y lo que había sucedido en
realidad pero, finalmente, no se atrevió a decirle nada – ¿estuvo aquí mi madre?
– le preguntó cambiando de tono dejando a la enfermera con la sensación de que
iba a haberle dicho otra cosa pero que se había arrepentido en el último
momento.
- Si, tu madre y… Ana también. Y el domingo vino tu hermano, yo no lo vi, pero
me dijo Claudia que estuvo aquí.
- Si, me acuerdo de Jero.
- Por cierto, que tu mujer es muy guapa – le comentó sonriendo, sin ninguna
intención de sonsacarla, pero Maca frunció el ceño y cerró los ojos, parecía
molesta por el comentario “¿de qué hablaba Esther! esperaba que su madre no se
hubiese dedicado a enseñarle fotos de ella y de Ana, dudaba que fuera así,
conociendo a su madre lo normal es que, como poco, hubiese ignorado a Esther
- ¿te encuentras mal?
- No – murmuró manteniendo los ojos cerrados – Esther tu… ¿viste a mi madre?
- Si, la vi.
- ¿Y… que tal con ella?
- Bien, no te preocupes Maca – le dijo, no estaba dispuesta a contarle nada que la
alterase y menos después de haberse enterado de las arritmias que había tenido
el día anterior.
- No me lo creo, Esther, si vas a mentirme… mejor no me respondas.
- Se sorprendió un poco de verme, pero fue muy correcta.
- Menos mal – suspiró, quizás su madre había optado por mantener las formas y
no cumplir sus amenazas. Recordaba que cada vez que salía el tema “Esther”,
Rosario encendía en furia, por eso no le había hablado de su vuelta, ni de que
trabajaba en la clínica.
- ¿Estás cansada? – le preguntó al ver que permanecía con los ojos cerrados y en
silencio.
- Si, un poco.
- Bueno, pues… yo me voy a ir que no quiero que Adela la tome conmigo –
bromeó – descansa, Maca – le dijo besándola en la frente y pasando su mano
por el pelo fijándose en la zona de la operación – ¡no te quejarás! se han
esmerado contigo, ¡quién diría que te han hecho un drenaje! no se te nota nada
de nada.
- De algo me tenía que servir los sueldazos que les pago – bromeó.
- Serás… ya le diré yo a Claudia y Cruz lo que vas diciendo de ellas – la cogió de
la mano y se la apretó, Maca abrió los ojos y le sonrió – a dios, Maca.
- A dios – respondió y cuando la enfermera ya estaba en la puerta la llamó –
Esther…
- ¿Sí? – se volvió a mirarla.
- Eh… te echaré de menos – se atrevió a decirle. Esther sonrió abiertamente –
¿volverás a verme antes de irte?
- Vendré a verte por la mañana – le prometió – pero no me seas marmota y estate
despierta – le amenazó burlona con el dedo.
- ¡Prometido! – respondió cerrando los ojos y deseando dormir para que el tiempo
pasase lo más rápidamente posible.

Pero sus propósitos se vieron truncados porque, en la puerta, Esther se encontró con
Sonia que llegaba con prisa. Había estado todo el día con Elías, y se le había hecho
tarde para ver a Maca. Saludó a la enfermera y entró preocupada.

- Maca – la llamó casi en un susurro al verla con los ojos cerrados.


- Estoy despierta, Sonia – le sonrió.
- No he podido venir antes – se disculpó – ya se que te dije que llegaría por la
mañana pero… - guardó silencio recordando que Cruz les había prohibido que le
hablaran del trabajo.
- ¿Un día duro?
- Bueno… nada que no pueda controlar – le sonrió esquiva – y tú… ¿que tal?
Antes llamé y Claudia me dijo que estas mejor.
- Sí – respondió con desgana.
- Tienes mejor cara, al final te va a venir hasta bien estos días de descanso.
- ¿Bien! estoy harta de estar aquí sin hacer nada – le dijo mohína – me aburro.
- Esa es buena señal – sonrió contenta.
- Tenía ganas de verte – dijo la pediatra – necesito preguntarte algo….
- ¿A mí?
- Si…hoy… me he acordado de… una conversación contigo y… no sé si … si es
real.
- ¿Una conversación de qué?
- De… Isabel y de Elías… ¿hablaste con Sacha?
- Maca… - la recriminó – tengo prohibido hablarte del trabajo.
- Ya… pero ¿es cierto! ¿Isabel…?
- No he hablado con Sacha – respondió – no soy capaz de encontrarlo. Pero… no
creo que – bajó la voz temiendo ser escuchada por Evelyn – no creo que tenga
nada que ver, aunque…
- ¿Qué? – preguntó dando muestras de nerviosismo.
- Nada. No te preocupes que todo está bien – le sonrió dándole un ligero golpecito
en el antebrazo.
- No te creo – dijo con cansancio – vienes muy poco a verme… eso es que… hay
problemas.
- No hay problemas – mintió – solo que… he estado ocupada…
- ¿Tanto como para no interesarte por mí? – le preguntó con un aire de tristeza
que conmovió a Sonia.
- Sí me he preocupado, he llamado todos los días varias veces pero Cruz es muy
estricta con las visitas y las llamadas – le explicó - han sido Cruz e Isabel que no
me dejaron entrar antes, si ayer tuve que dejar a mi novio en la cafetería –
continuó molesta de que Maca creyese que no se preocupaba por ella.
- ¿Por qué? – preguntó extrañada.
- Isabel ha hecho una lista y hay personas que no estamos en ella.
- ¿Me estás hablando en serio?
- Sí – respondió – a mi no me lo han dicho pero es evidente, desde que saliste de
la UCI aquí solo pueden entrar las personas que Isabel deja.
- Trae a tu novio – le dijo con el ceño fruncido sin comprender cómo podían dejar
a Sonia fuera de esa supuesta lista – quiero... conocerlo.

La socióloga sonrió satisfecha, solo de pensar la alegría que iba a darle a Elías.

- No creo que lo dejen pasar.


- No te preocupes – respondió cerrando los ojos cansada – ya … me encargo yo…
tú… vuelve con él.
- ¿Te duele la cabeza?
- Sí, vuelve a dolerme… es … - guardó silencio manteniendo el ceño fruncido, si
cerraba los ojos le parecía aguantar mejor el dolor. Sonia se alarmó.
- ¿Llamo a alguien? – le preguntó – Maca, ¿llamo?
- No – murmuró con un hilo de voz.
- ¿Me voy! ¿quieres que me vaya! ¿quieres dormir?
- No, quédate y… cuéntame algo de ese novio tuyo.
- Prefiero esperar a que lo conozcas – respondió con nerviosismo preocupada por
ella.
- Pero… ¿es alto, guapo…? ¿a qué se dedica?
- Tiene una empresa con un socio, y… en realidad… ya lo conoces – le confesó
misteriosa.
- ¿Sí? – preguntó abriendo los ojos interesada – no me acuerdo – murmuró – claro
que… últimamente… no me acuerdo de mucho – se lamentó.
- ¿No recuerdas nada de ese día?
- No, cosas sueltas… vagamente recuerdo que había mucha luz y que me
molestaba, recuerdo unos ojos y poco más – suspiró.
- Nunca debiste salir del coche Maca, fue una locura.
- ¿Salí del coche! nadie me ha dicho que lo hiciera.
- Bueno, no lo sé, imagino que fue así, pero… lo que no entiendo es como no
echaste los pestillos de seguridad.

Maca la miró extrañada, mientras escuchaba sus reproches su mente repetía sus palabras
“¿no eché los pestillos?”, pensó, de pronto un fogonazo y los pestillos se abrieron solos,
se llevó las manos a la cabeza aturdida y cansada.

- Los eché – murmuró – pero se abrieron.


- ¿Cómo que se abrieron! ¡cómo van a abrirse! – exclamó sonriendo.
- Se abrieron – repitió – solos.
- ¿Solos? – le preguntó sorprendida de sus palabras, Maca estaba peor de lo que le
habían dicho, parecía ida.
- Las llaves – musitó – tenía las llaves.
- Eso es imposible Maca nadie tiene tus… - se calló mirándola fijamente, Maca le
devolvió una mirada llena de perplejidad y desconcierto y de pronto fue la
socióloga la que recordó algo, Elías había tenido aquellas llaves, recordó su
interés por Maca, sus justificaciones para estar en el campamento, su insistencia
en conseguir aquellas llaves, sintió un escalofrío al recordar la aprensión que
tenía la noche del asalto y cómo él se marchó dejándola sola. Habían culpado a
su hermano pero… estaba muerto y… - no te preocupes Maca, descansa – le dijo
con cariño - se acercó a ella y la beso efusivamente.
- ¿Te marchas? – le preguntó aún aturdida – no te vayas, no quiero estar sola –
pidió con temor.
- Tranquila, Evelyn está en la puerta – le dijo pensativa.
- ¿Qué te … pasa? – preguntó cansada, la cabeza cada vez le dolía más.
- Nada, he recordado que debo hacer algo, y debo hacerlo ya.
- Espera a que llegue Adela – insistió – por favor.
- De acuerdo – accedió – pero… antes debo hacer una llamada. Me salgo un
momento a la puerta.
- No… hace falta…. aquí puedes… - cerró de nuevo los ojos y Sonia salió
mirándola con tristeza, rezando para estar equivocada, pero ¿y… si no lo estaba?

En la puerta miró a Evelyn y se alejó un poco de ella. Cruz se acercaba por el pasillo
con Adela, la saludaron con la mano y entraron en la habitación. Sonia marcó un
número y esperó.
- Soy yo – dijo al escuchar que descolgaban – necesito hablar contigo. Es …
importante. Maca… Maca ha recordado algo.

En la habitación Maca luchaba por discernir si aquellas imágenes eran reales o fruto de
su caos mental. Necesitaba despejarse, centrar la mente pero para eso el estar allí
encerrada no era lo mejor. En casa estaría más cómoda, al menos podría salir al jardín,
hacer algo de ejercicio en el gimnasio y comer lo que le diese la gana sin imposiciones.
Por eso cuando vio llegar a Adela junto a Cruz se decidió a pedirle el alta.

- Hola Maca – la saludó Cruz con alegría - ¿cómo estamos hoy?


- Bien – mintió sintiendo que le estallaba la cabeza - Llevo esperándote todo el día
– le reprochó malhumorada.
- Lo siento, pero no sabes la de papeleo que hemos…
- ¿Qué no lo sé? – preguntó irónica.
- Vale, no he dicho nada, lo sabes – sonrió lanzando una mirada cómplice a Adela
– ¿para qué querías verme?
- Quiero el alta – dijo sin rodeos.
- Maca… - la reprendió Adela.
- De eso nada, ni siquiera Claudia ha terminado de hacerte las últimas pruebas.
- Pero me las hace mañana y las de hoy han ido bien.
- Bueno… vamos a ver que tenemos aquí – dijo mirando la carpeta que llevaba en
la mano con las anotaciones de sus compañeros. Arrugó el ceño y dijo – me
temo que no va a poder ser. Hoy has vuelto a tener fiebre.
- Venga ya Cruz, sabes que eso no tiene importancia, no te digo que me vaya a
poner a trabajar, además con este dolor de cabeza ni siquiera podría, solo te digo
que quiero irme a casa. Te prometo ser buena chica y cumplir con todo lo que
me digas – esbozó una sonrisa de súplica.
- No Maca, te conozco, y se que no vas a aguantarte, aquí te tengo vigilada – se
negó decidida a no dar su brazo a torcer.
- Reconoce que si fuera cualquier otra persona ya estarías pensando en darle el
alta hospitalaria para dejar libre la cama – intervino Adela dirigiéndose a Cruz
ganándose un guiño de Maca que entendía que la estaba apoyando – y tú –
señaló a Maca – haz el favor de hacer caso a tu médico. Si Cruz cree que debes
seguir aquí unos días, te quedas y sin protestas.
- Adela tiene razón – respondió Cruz más suave – si mañana no tienes fiebre en
todo el día y todas las pruebas salen bien, y cuando digo todas me refiero a todas
– recalcó con énfasis conocedora de que eso era imposible – podría pensarme
darte el alta esta semana – le sonrió – pero nada de llevarte trabajo a casa ni irte
a Sevilla, te quiero aquí bien controladita y descansando.

Maca suspiró resignada y vencida, tendría que permanecer allí un par de días más. Cruz
la observó satisfecha, había evolucionado bien aunque seguía habiendo un par de
detalles que la tenían en alerta, aquella tos que arrastraba desde el día de la fiesta y las
molestias en el costado.

- Voy a dar la orden de que mañana por la mañana te sienten un rato. Si no te


mareas, ni te aumenta el dolor de cabeza, podrás dar un paseo por los jardines –
aceptó con una mirada burlona ante la cara de ilusión que había ido poniendo
Maca mientras ella iba hablando - ¿quién estará contigo por la mañana?
- ¡Esther! – sonrió alegre.
- No, Maca, Esther estará conmigo en el campamento.
- Pero… si me ha prometido que vendría por la mañana.
- Será a darte los buenos días – respondió con retintín – porque ya he quedado con
ella allí. Tiene trabajo conmigo, además… ¿verdad Cruz que no le conviene
alterarse? – preguntó con una sonrisa burlona.
- Claro no debes alterarte – respondió perpleja por aquel tono de Adela y con la
sensación de haberse perdido algo - bueno, venga quien venga ya hablaré yo con
quien sea para que no te deje hacer tonterías.
- ¿Tonterías! no creo que pueda hacer nada más tonto que esa lista que has hecho
para no dejar entrar a nadie – le reprochó de pronto - ¿por eso no ha venido a
verme Teresa! ¿es por eso? Ya estaba empezando a pensar….
- Maca… no sé como te has enterado pero… yo no tengo nada que ver… es cosa
de Isabel… cree que es necesario para tu seguridad.
- Ya… no veo qué relación…
- Bueno… si queréis mi opinión… - intervino Adela poniendo tono de burla – yo
creo que Isabel se acojonó con tu madre – bajó la voz como su pudiesen
escucharla fuera – por eso se inventó lo de la lista, para no dejarla pasar a ella.

Maca soltó una carcajada solo de imaginarse la escena e inmediatamente comenzó a


toser. Cruz frunció el ceño no le gustaba nada ese sonido.

- Bueno, Maca, os dejo. Mañana voy a pedir que te repitan la placa de torax. Y
descansa.
- No hago otra cosa Cruz.
- Es lo que tienes que hacer.

La cardióloga salió y Maca miró fijamente a Adela.

- Y ahora tú me vas a contar con pelos y señales que es lo que te traes entre
manos.
- ¿Yo! - sonrió – duérmete y no imagines…. – le dijo con un brillo especial en los
ojos.
- Adela… que nos conocemos.
- Pues si nos conocemos sabrás que no voy a contarte nada, que luego me
estropeas mis planes. Tú déjame a mi.

Maca sonrió pero desistió de su intento. Estaba demasiado cansada para porfiar con ella.
Cerró los ojos con una idea fija, que amaneciese cuanto antes para volver a ver a Esther,
cuando estaba con ella tenía la sensación de sentirse mucho mejor.

* * *

El día siguiente amaneció lluvioso y desde que abrió los ojos la pediatra supo que se
quedaba sin paseo, la frustración que le produjo la mantuvo de mal humor. Por eso
cuando la enfermera la visitó Maca tenía un ánimo muy diferente al de los demás
encuentros, pero Esther lo achacó a los cambios de humor que provocaba la lesión
cerebral y no le dio más importancia, prometiéndole volver por la tarde.

La pediatra no tuvo tiempo de aburrirse en toda la mañana porque Claudia llegó y se la


llevó a hacerle pruebas dejándola en la habitación a la hora de comer, y fue en ese
momento cuando Sonia se presentó a visitarla. Isabel estaba en la puerta, la joven no
llegaba sola y la detective a pesar de mostrar su desagrado mirando a Elías, no puso
impedimento para que entrase. El joven no se extrañó porque Sonia ya le había contado
que Maca tenía ganas de conocerlo.

La socióloga cruzó una rápida mirada con Isabel y entró cogida de la mano del chico,
Maca parecía adormilada y es que tanto ajetreo la había dejado agotada, Cruz iba a tener
razón y aún no estaba en condiciones para marcharse a casa.

- Maca – susurró Sonia con la intención de comprobar si dormía.


- Hola – respondió abriendo los ojos con un esbozo de sonrisa, clavando sus ojos
en el chico.
- ¿Querías conocer a Elías no? – le devolvió la sonrisa nerviosa de lo que pudiese
decir Maca, pero la pediatra se había quedado sin palabras, ¿el novio de Sonia
era el hijo del patriarca! algo en su interior se removió, no podía entender qué le
ocurría pero de pronto notó que le faltaba la respiración y que un sudor frío se
apoderaba de ella. Intentó disimular, no quería alertar a Sonia y menos en el día
en que se había decidido a presentarle a su novio.
- Encantado señora – dijo desde la distancia sin acercarse a la cama de momento
no quería que ella lo reconociese, dentro de un rato, si las cosas salían como
esperaba ya habría tiempo de volver a meterle el miedo en el cuerpo a esa puta –
siento que nos hayamos vuelto a ver en esta situación. Espero que la próxima sea
en casa con una buena cena como le prometimos.
- Seguro que lo será – respondió, “habla demasiado, lo siento Sonia pero… no me
gusta nada, tiene algo que… no me fío”, pensó.
- Elías quería decirte una cosa, Maca.
- Pues… que me la diga, no me como a nadie – respondió mirando al joven.
- Es un encargo de mi padre – intervino adoptando un aire de timidez – le pide
disculpas por lo que sucedió el otro día y desea venir a visitarla con su consejo.

Maca miró desconcertada a Sonia, no sabía bien a qué se refería, no le habían contado
casi nada del campamento.

- Cariño, Maca no se acuerda de ese día.


- ¿En serio! ¿no recuerda nada? – preguntó con demasiado interés para el gusto de
la pediatra.
- No, alguna cosa suelta. Dile a tu padre que ya hablaremos cuando me recupere.
- Se lo diré – respondió con una sonrisa que escondía un pensamiento muy
diferente aquellas palabras “¿crees puta que vas a vivir para hablar con él?”,
pensó clavando sus ojos en ella. Maca se removió en la cama inquieta, el pulso
se le había acelerado y sintió un escalofrío ante aquella mirada, pero ella sin
recordar nada, lo achacó a lo mal que le había sentado estar toda la mañana con
las pruebas.
- ¿Te encuentras bien! ¿quieres que te suba un poco la cama? – le preguntó Sonia
al ver el gesto de angustia de la pediatra.
- Sí, por favor.
- Maca, estás sudando, ¿tienes fiebre?
- Espero que no.
- Voy a buscar a Claudia o a Cruz.
- No hace falta – se apresuró a responder no quería quedarse sola con aquel chico,
no podía explicar porqué pero no quería y la idea de que se fuese a producir ese
hecho la alteraba.
- No te preocupes, vuelvo en un minuto – dijo sin escucharla saliendo y dejándola
sola con Elías.

El chico la miró, y sonrió acercándose con lentitud a la cama. Con sus ojos clavados en
ella. Maca sintió una oleada de pánico y el corazón se le desbocó. Él miró de reojo al
monitor, viendo como aumentaba el ritmo cardiaco. Exageró la sonrisa.

¡Lastima no tener allí un buen cuchillo con el que degollar a esa puta! “Mira que cara, si
será hasta cierto que no recuerda nada, pero a mi no me engañas puta, te acuerdas de
todo y seré yo el que te cierre esa boca”.

- Maca – entró Sonia de nuevo corriendo y la pediatra experimentó un alivio


indescriptible – Me han dicho que Cruz y Claudia están comiendo. Bajo a la
cafetería y subo en cinco minutos.
- Sonia, no hace falta de verdad – le pidió – quédate aquí.
- No – se negó – y no insistas que tienes muy mala cara, estás palidísima ¿verdad
Elías que está muy pálida?
- Si, debe hacerle caso a Sonia, no tiene buena cara. Deje que baje. Ya me quedo
yo con usted – le dijo aparentando amabilidad con aquella sonrisa que
desquiciaba a Maca. “Cinco minutos, puta, ¿recuerdas lo que soy capaz de
hacerte en cinco minutos?”, “claro que lo recuerdas aunque digas que no, puedo
ver tu miedo, puedo olerlo” – o… si lo prefieres bajo yo y te quedas tu con ella –
sonrió de nuevo.
- No, no, voy yo que tu eres capaz de perderte – le respondió aludiendo a lo
despistado que aparentaba ser – Maca vuelvo en un momento. Cinco minutos –
repitió.
- Vale – asintió derrotada. “Soy imbécil, tranquilízate”, se dijo intentando respirar
pero tenía la sensación de que había dejado de salir oxígeno por las gafas y con
una mano temblorosa se las quitó para comprobar que sí seguía saliendo, “no sé
que me pasa pero no soporto quedarme sola”, “cálmate y charla con él, además
Isabel está en la puerta”, se dijo en un intento de controlar aquellas sensaciones.

Sonia salió y Elías la siguió hasta la puerta, cerrándola tras ella. Se detuvo un instante
con la vista clavada en el picaporte, se volvió y permaneció en el mismo sitio sin
moverse durante unos segundos, dirigiendo de nuevo su mirada hacia ella. “Sabes que
eres mi presa, lo presientes”, sonrió excitado por la idea. Sin poder controlarse se acercó
de nuevo hasta la cama, necesitaba ver el pánico reflejado en aquellos ojos vacíos,
necesitaba sentir su inquietud, ver como se disparaban sus constantes, disfrutaba con
todo aquello, disfrutaba y mucho.
Maca intentó apoyar las manos en la cama e incorporarse un poco pero no lo logró, le
faltaba el aire, no podía permanecer allí tumbada tan cerca de él, tenía la sensación de
que invadía su espacio, de que su proximidad le robaba el oxígeno que estaba destinado
para ella. Elías estaba ya tan cerca que rozaba el borde de la cama con sus piernas, Maca
miró hacia arriba y vio aquellos ojos clavados en los suyos, aquella sonrisa que se le
antojó maligna, no podía soportar aquella mirada fija en ella y cambió la vista, “no si
será verdad que no lo recuerdas, mírame puta, eso, así, muy bien, mírame, ¿no lo
recuerdas! ¿qué tal si te refresco la memoria?”

- ¿Se encuentra bien? – preguntó con una voz muy diferente a la que había
impostado hasta entonces. Rozando levemente su antebrazo. “Qué piel más
pálida y que fría está”, pensó retirando la mano con asco.
- Si – respondió con un hilo de voz – le importa abrir la ventana un poco – le
pidió con la intención de conseguir que se alejase de ella. El joven estaba a la
altura de la cabecera, con la mano apoyada en la repisa, cerca de la válvula del
oxigeno, la miró, aquella puta todavía necesitaba las gafas y en aquel momento
las tenía puestas. Una idea cruzó por su mente, con un rápido movimiento de
dedos y sin que ella lo percibiese bajó el oxígeno.
- No creo que sea bueno para usted, no vaya a coger frío. ¿Aún le duelen los
golpes? – preguntó interesado viendo algunos de su moratones.
- Por favor, ábrela – le pidió casi en una súplica.
- ¿Le duelen? – insistió con voz ronca, “vamos puta contesta cuando te pregunto,
seguro que no duermes de dolor, mírate en un espejo, vaya ojeras”.
- Un poco – respondió - por favor, necesito… aire.
- Como usted quiera – respondió alejándose, Maca respiró aliviada - ¿cómo se
abre esto? – preguntó desde la ventana fingiendo no conocer el mecanismo.
- No sé – murmuró sintiendo que se asfixiaba, “cálmate, cálmate,”.

Elías se giró hacia ella. Volvió a mirarla y a sonreír de aquella forma. De pronto unas
ganas enormes de saltar sobre su presa se apoderaron de él. Debía controlarse. No era el
día ni el lugar que tenía pensado para lo que estaba imaginando. Además, Isabel estaba
en la puerta, y estaba seguro de que lo miraba con recelo, no pensaba darle ningún
motivo para que sospechase de él, ya tendría tiempo de poner a aquella poli en su sitio.
Todo rojo, el rojo de la ira que sentía, el rojo de la sangre de aquella puta que brotaría a
borbotones cuando hundiese el cuchillo en ella. Casi sin darse cuenta se iba acercando a
Maca, deseaba tanto verla llena de sangre, las sábanas manchadas, el pijama chorreando
y hasta él manchado de aquel líquido caliente y viscoso que amaba cuando salpicaba su
cara. Sí, ese corte era el perfecto, el que provocaba un estallido que todo lo teñía de
rojo, el que le permitiría verla ahogándose en su propia sangre, ¿había placer mayor que
ese! estaba seguro de que no, al menos, él no lo conocía.

Ya estaba de nuevo junto a la pediatra, Maca lo observaba, entonces él sonrió fríamente


regodeándose en el asesinato que acababa de cometer en su mente y que esperaba hacer
realidad muy pronto, pero esa sonrisa sí que tocó un resorte en la memoria de la
pediatra, un fogonazo y vio aquellos ojos fríos, aquellos dientes perfectamente alineados
y aquellas tez morena tan cerca de ella que podía sentir su aliento “puta”, “puta”, Maca
gimió levemente ante ese recuerdo y lo miró aterrorizada, dándole lo que él deseaba ver
desde que entrara en aquella habitación. “Ahora sí que te acuerdas ¿verdad puta?”.

- Chist, ni una palabra – le susurró acercándose a su cara.


Maca cerró los ojos, apretándolos fuertemente, aquello no estaba pasando, estaba
soñando de nuevo y cuando despertase, estaría en su habitación, “no está pasando, no
está pasando”. Se encontraba mal, le faltaba la respiración, el corazón saltaba en su
pecho produciéndole un dolor desmedido. Elías miró el monitor que empezó a pitar y
volvió a sonreír, no podía creer en su suerte, se dirigió a la puerta y puso su mejor cara
de alarma

- Por favor, por favor – gritó asustado - ¡qué venga un médico!

Antes de que llegase a la puerta Isabel ya estaba dentro. Él comprobó la puerta estaba
entornada, estaba seguro de haberla cerrado tras Sonia y una duda cruzó su mente, la
detective la había abierto sin que él lo percibiese, sí debía ser eso, porque su payita
estaba donde él quería y nunca dudaría de él. Sonrió para sus adentros, “muy mal
detective, muy mal, ¿con que no te fías de mí, eh! ¿quién te habrá hecho desconfiar!
¿Salva! ¿Igor! esos dos son capaces de haberse cagado en los pantalones, ¿en serio crees
que voy a cometer un error de principiante! no, no detective, no te va a resultar nada
fácil y el día que me pilles, desearás no haberlo hecho”.

Se quedó en el fondo de la habitación observando el revuelo que se había creado, Sonia


llegó y él la abrazó, consolándola, sin apartar la vista de aquella cama. “Vamos puta,
vamos, no vayas a palmarla ahora, tenemos que divertirnos tú y yo”.

- Fuera de aquí – les gritó Cruz.

Sonia tiró de él y salieron. Isabel salió tras ellos. Las dos volvieron a cruzar sus miradas
pero permanecieron en silencio.
- No podéis permanecer en el pasillo – fueron las primeras palabras de la
detective.
- Pero… Isabel… - intentó protestar Sonia, desesperada.
- Lo siento.
- Vámonos – le dijo a Elías tomándolo de la mano. El chico miró a la detective y
se dejó llevar.
- Sonia – la llamó Isabel cuando estaban suficientemente lejos.

La socióloga se giró y anduvo unos pasos hasta ella. Elías observaba pensativo,
intercambiaron unas palabras en un murmullo que no distinguió. Cuando Sonia regresó
junto a él, estaba seguro de que ocurría algo.

- ¿Qué quería?
- Nada – respondió.
- Payita… - se detuvo en mitad del pasillo encarándola - ¿qué quería?
- Que… una tontería. Es policía, ve fantasmas en todos los rincones.
- ¿Qué quería? – repitió con voz ronca, comenzando a alterarse, sujetándola con
fuerza por ambos antebrazos. Isabel mantenía la vista fija en ellos y él levantó
los ojos un instante por encima de Sonia, sintiéndose observado – perdona, no
me gusta esa poli, me estuvo haciendo preguntas extrañas sobre Tomás y… me
pone nervioso. Creo que la ha tomado conmigo.
- No te preocupes, cariño. Está cabreada porque no consigue avanzar en sus
investigaciones – le explicó con calma – quería…, que tenga cuidado en el
campamento. Cree que los asaltantes eran de allí – terminó caminando hacia el
ascensor.

* * *
En el campamento todos estaban sentados en la mesa del comedor. Todos, excepto
Esther, que había ido a la cocina en busca de unos bocadillos, quería comer algo rápido
e ir a la clínica un rato. Tenía una sorpresa para la pediatra. De pronto, Fernando recibió
una llamada, la cara del médico cambió conforme escuchaba.

- Pero… ¿está bien? – preguntó mostrando su preocupación.

Las demás prestaban atención a sus palabras sin adivinar qué podía haber ocurrido.
Cuando colgó fue Adela la primera en preguntar.

- ¿Qué ha pasado?
- Maca… ha tenido una recaída.
- ¿Cómo una recaída? – saltó de la silla alterada – eso.. no puede ser, no puede ser
si esta mañana estaba….
- Vamos a calmarnos, Cruz no sabe qué ha pasado, pero cree que algo la ha
alterado, hasta el punto de provocarle un fallo cardíaco.
- Pero… ¿cómo está? – preguntó Laura.
- Bien… le están haciendo pruebas – respondió pensativo – al parecer Sonia
estaba allí, Maca estaba durmiendo y de pronto…
- ¡Qué raro! – exclamó Laura.
- Sí, si que lo es – dijo el médico.

Esther llegó al comedor con una sonrisa y su bolsa de bocadillos.

- Me voy, estaré aquí a las cuatro – les comunicó alegre estaba deseando ver la
cara que ponía Maca cuando la viera aparecer.
- Esther, ¿ibas a ver a Maca? – le preguntó Laura que sabía que era así.
- Eh, si – respondió haciendo un gesto de incomprensión, ¿cómo se le ocurría
descubrirla delante de todos?
- Maca ha tenido una recaída. No vas a poder verla – le explicó Fernando – no te
preocupes porque parece que todo ha quedado en un susto pero están haciéndole
pruebas.
- Una recaída – repitió sentándose, la impresión la había hecho palidecer y sentir
que las piernas no la sostenían, Adela la miró de reojo, estaba claro que aquella
chica estaba enamorada de Maca solo bastaba ver la cara que se le había
quedado – pero…
- Ha sido el corazón, nada que ver con el hematoma – continuó Fernando – pero
está todo controlado, no os preocupéis.

Esther se levantó, necesitaba tomar el aire y sin mediar palabra salió de allí. En el patio
María estaba sentada en el suelo frente a la silla de María José que le estaba leyendo
algo a la pequeña. Esther llegó hasta ellas.
- ¿Nos vamos ya? – preguntó María dando un salto.
- No, cariño, no vamos a poder ir.
- ¿por qué…? – preguntó desilusionada – me dijiste que hoy me llevabas con
Maca, lo prometiste.
- María – intervino María José con calma – Esther te llevará a verla en cuanto
pueda, pero hoy hay mucho trabajo y no puede irse de aquí. Tiene que cuidar a
tu abuelita – le explicó echándole un cable a la enfermera que parecía mareada y
casi ausente.

La niña cruzó los brazos enfurruñada. Había pasado toda la noche sin dormir solo de la
excitación que le provocaba aquella visita. Esther le prometió que comerían juntas, que
le llevarían a Maca un regalito y que podría estar un rato con la pediatra.

- No te enfades bichito, te he traído los bocadillos, podemos comérnoslos aquí – le


propuso con tan poca convicción que la niña siguió en sus trece.
- Pero podíamos ir… en vez de comer aquí… - propuso esperanzada.
- No puede ser – respondió Esther con un hilo de voz.
- Yo quiero ver a Maca – se encabezonó mohína.
- Anda María, tráeme un vasito de agua, y coge un par de vasos y te los traes
también que vamos a hacer un picnic.
- ¿Eso qué es?
- Eso es una merienda entre amigas, para contarnos secretos, pero no se lo puedes
decir a nadie, ¿de acuerdo? – la niña asintió – y cuando Maca esté buena, le
decimos que se venga con nostras de picnic – le dijo atrayéndola hasta ella y
besándola en la mejilla – corre.
- ¡Vale! – dijo ilusionada con aquella idea y salió disparada hacia el interior.
- ¿Qué le ha pasado a Maca? – preguntó en cuanto la niña se perdió en el interior,
reflejando temor en su tono.
- Un pequeño problema cardiaco, pero está bien – le explicó bajando los ojos – le
están haciendo pruebas.
- No te preocupes, esa criatura es fuerte, saldrá de esta – le dijo apretándole el
brazo comprensiva con la angustia que manifestaba la enfermera - ¿vas a ir a su
lado?
- Sí, esta tarde iré.
- Digo ahora.
- No. No creo que Adela me deje marcharme antes ….
- Inténtalo, Maca se alegrará de verte.
- Esta mañana no pareció alegrarse mucho.
- Te necesita a su lado – le insistió.
- ¿Cómo lo sabes! ¿cómo estás siempre tan segura de …?
- Esa niña… - iba a desvelarle algo pero se lo guardó para ella – lo sé.
- Bueno.. – dijo levantándose – lo intentaré.
- ¿No te quedas a comer con nosotras?
- No. Se me ha quitado el hambre – respondió dándose la vuelta.
- Esther … - la llamó y la enfermera se giró – no te rindas, ella…
- ¿Ella qué? – preguntó interesada y curiosa.
- Ella … nada. Ayúdala, te necesita.
Esther suspiró y la miró. Sabía que no conseguiría que le dijera nada más, y ella estaba
empezando a impacientarse ante tanto misterio. Si Maca necesitaba su ayuda, la tendría,
pero también tendría que pedírsela. Porque ella no tenía ni idea en qué podía ayudarla.

* * *

A primera hora de esa tarde Esther llegó preocupada a la Clínica, todos sabían ya que
Maca estaba bien, pero no podía evitar seguir teniendo esa sensación de angustia que
experimentó cuando Fernando les contó lo sucedido. En contra de lo que ella había
presupuesto, Adela no solo no le había puesto ningún impedimento, si no que fue ella
misma la que le pidió que se marchara con antelación para ir a ver a la pediatra. Aquella
mujer tenía cosas que no era capaz de comprender.

Entró en su habitación temiendo lo que fuera a encontrarse pero Maca charlaba


tranquilamente con Vero, planificando la primera salida de la pediatra. La psiquiatra le
prometía invitarla en el restaurante que tanto le gustaba para celebrarlo y Esther se puso
celosa, solo de escuchar aquello. Al entrar, Vero se levantó del sillón y la saludó. Tenía
que ir a los estudios había pasado la grabación a la tarde y tras despedirse, las dejó
solas. Esther se sentó en aquel mismo sillón, Maca no dejaba de mirarla embelesada.

- Ya me han contado lo de esta mañana, ¿cómo estás?


- Vaya… las noticias vuelan.
- Pero… ¿qué te ha pasado?
- No sé – la miró con tal expresión de desamparo que Esther sintió un nudo en la
garganta – yo creo que… recordé algo… pero… dicen que no, que dormía – le
contó agobiada – Esther tú …
- ¿Yo qué?
- ¿Crees que yo… invento cosas?… quiero decir que – la miró y movió la cabeza
de un lado a otro, siempre lo mismo, estaba tan acostumbrada a que nadie
creyese lo que decía que suspiró cansada – es igual, seguro que … lo soñé y ….
- No creo que inventes nada – le sonrió acariciando su antebrazo – creo que aún
estás confusa y que puede haber veces que…
- Ya… - dijo con decepción – Cruz dice que no le de más vueltas y que descanse.
- Deberías tomarte en serio lo que te dice Cruz.
- Me lo tomo, pero… no puedo evitar esos ataques de pánico que me dan. Vero
dicen que son normales, además…
- Además ¿qué?
- Nada – respondió cerrando los ojos, iba a decirle que nadie mejor que ella podía
comprender que esos ataques no se podían evitar aunque sí controlar pero se
contuvo – el novio de Sonia estaba conmigo, imaginé que me llamaba puta – le
confesó clavando unos ojos desesperados en ella, esperando que la enfermera le
dijese algo que la calmase.
- ¿Qué? – casi gritó sin poder evitarlo, levantándose repentinamente, recordando
las palabras de María.
- ¿Qué pasa? – preguntó desconcertada por su reacción.
- Nada, nada – le sonrió controlándose - Creí que no podías recibir visitas salvo…
- intentó disimular.
- Insistí yo en verlo, ella quería presentármelo – dijo arrastrando las palabras.
- ¿Te ha caído bien?
- ¿Entre tú y yo! no me ha gustado un pelo – reconoció sintiendo de nuevo un
escalofrío.
- A mi tampoco me gustó – le dijo con una sonrisa de complicidad.
- ¿Lo conoces?
- Sí, cené con ellos la otra noche.
- ¡Vaya! – exclamó cerrando los ojos.
- ¿Qué pasa! ¿te molesta?
- No – dijo mirándola – pero… me extraña, no sabía que Sonia y tú… creí que no
os llevabais bien.
- Ni bien ni mal, Maca – dijo con sinceridad – en realidad, fue él el que insistió.
- Ese chico me da repelucos – confesó estremeciéndose de nuevo.
- Debes descansar Maca – le dijo preocupada – duérmete un rato.
- ¿Dormir! no me atrevo, por lo visto es cerrar los ojos y soñar que quien tengo al
lado es un peligroso asesino – dijo con ironía.
- ¿A qué te refieres? – le preguntó perpleja ¿qué quería decir Maca?
- Nada – suspiró – a veces creo que me voy a volver loca aquí encerrada, estoy
deseando que Cruz me de el alta.
- No creo que te la de tan pronto.
- Bueno… - respondió misteriosa – ya me encargaré yo de que no sea así – dijo
cerrando de nuevo los ojos.

Esther no respondió y esperó a que Maca dijese algo más pero estaba cansada y al cabo
de un instante parecía dormir y Esther, que estaba deseando charlar con ella no tuvo más
remedio que respetar su descanso.

Más de media hora estuvo Esther contemplándola dormir. Su mente voló al viaje que
debía hacer. Después de tanto desear volver, de tanto ansiar reencontrarse con sus
compañeros y de haber tenido que abandonar todo aquello por obligación con la
promesa de regresar cuanto antes, sintió que no quería ir. Necesitaba permanecer allí,
junto a Maca, seguir paso a paso su recuperación.

- ¿En qué piensas? – preguntó de pronto Maca que hacía un par de minutos que
había abierto los ojos y observaba burlona la cara de la enfermera, enfrascada en
sus recuerdos. Esther no respondió y Maca dirigió la vista al techo, creyendo que
no le respondería.
- Eh… - iba a decirle que pensaba en lo difícil que se le haría marcharse pero de
pronto una idea cruzó por su mente recordando las palabras de María José -
Maca desde el otro día quiero preguntarte una cosa – le dijo rompiendo el
silencio y haciendo que la pediatra volviese los ojos hacia ella.
- ¿Desde qué día? – preguntó a su vez confusa.
- Desde el día que discutimos, ¿te acuerdas? – la pediatra frunció el ceño
pensativa y ladeo ligeramente la cabeza.
- Creo que si – musitó sin mucha seguridad, de lo último que se acordaba con
total claridad era la charla que tubo con ella en el baño y en la entrada del
despacho de Isabel, luego los recuerdos con respecto a la enfermera eran todos
borrosos – dime ¿qué quieres preguntarme?
- ¿Tan mal lo pasaste cuando me fui?
Esther la miraba expectante deseosa de conocer la respuesta y Maca le devolvió una
mirada cansada, ¡valiente pregunta! le dolía la cabeza y no tenía ganas de hablar del
tema. En su rostro se reflejaron esos pensamientos y Esther reparó en ello.

- Perdona, Maca – se disculpó – tú ahí echa polvo y yo… en vez de distraerte …


- Esther… yo… te quería… te quería muchísimo, ¿cómo quieres que lo pasase?
- ¿Me querías!
- Sí, te quería, ya se que metí la pata, que te traté fatal y te di de lado con lo de
Jaime y que…
- ¡No! no me refiero a eso, nunca dudé de que me quisieras, me fiero a que… lo
dices, ¿en pasado? – preguntó - ¿ya no me quieres? – se atrevió a preguntarle
notando que Maca se ponía nerviosa.
- No me líes, Esther – respondió suspirando y esbozando una sonrisa - que estoy
en baja forma.
- ¿Sabes lo que vamos a hacer en cuanto te den el alta? – propuso de pronto
dispuesta a distraerla.
- ¿El qué? – sonrió ante aquella cara de ilusión que tanto le gustaba de ella.
- Vamos a dar ese paseo en moto que te prometí.
- Uf, creo que no va a poder ser – se negó.
- ¿Por qué? – preguntó desilusionada.
- Porque estoy cansada y, aunque me den el alta, tardaré en estar en condiciones.
- ¿No será que no te fías? – le preguntó provocándola.
- Ya te dije que si que me fío, además si no llega a ser por ti…
- ¿Por mi qué? – preguntó sin saber de qué le hablaba.
- Ya me han contado lo que pasó, no me acuerdo pero… ya me han dicho lo que
hiciste.
- Pues… o te han mentido o, si te han dicho la verdad, te habrán dicho que yo no
hice nada – reconoció – fueron Laura e Isabel. Yo… yo me quedé paralizada,
Maca, no fui capaz de… - se le quebró la voz y se le saltaron las lágrimas.
- Tu guiabas la moto y… fuiste a buscarme… para mi eso es suficiente – sonrió –
se asustó del motor – dijo sin pensar exhalando un suspiro y haciendo un gesto
de dolor.
- ¿Te acuerdas? – preguntó ilusionada.
- Eh… no, no sé porqué lo he dicho – respondió esquiva, frunciendo el ceño, un
ligero fogonazo y unos ojos aparecieron en su mente, los ojos más fríos que
recordaba, esos ojos de nuevo, se removió y emitió un leve quejido.
- ¿Qué te pasa? ¿te duele algo! ¿te subo la almohada? ¿te…?
- No me pasa nada – respondió – cálmate que estoy bien. A veces… me vienen
imágenes pero… Claudia dice que es normal.
- Bueno… pues entonces… no me cambies de tema que te conozco – le sonrió
con cierta tristeza, por un momento creyó que Maca estaba recordando pero
parecía seguir sin recordar nada.

Maca sonrió al verse descubierta.

- Reconoce que no te fías - insistió.


- Que no es eso – protestó arrastrando las palabras.
- Entonces qué ¿no me digas que una experta en motos tiene miedo de caerse?
- No, no me da miedo caerme – le dijo con una sonrisa entre burlona y temerosa
que Esther no comprendía – lo que me da miedo es… lanzarme – sonrió
abiertamente – y como no puedo moverme y dejarte con la boca abierta, como
hiciste tú conmigo – le dijo recordando aquella conversación de hace tantos años
- hazme el favor de no decir nada.
- ¿Siempre vas a estar burlándote de mí? – le preguntó con un brillo especial en
los ojos, estaba claro que Maca estaba repasando su vida juntas.
- No me burlo – rió sincera – pero sí, me gustaría estar siempre burlándome de ti.
- Maca yo…. Quería decirte que… - se interrumpió al ver que la puerta se abría.

Claudia entró sonriente, venía con un sobre en la mano y la señaló satisfecha.

- Las pruebas han salido muy bien – le comunicó.


- Menos mal – suspiró.
- Tu madre ha llamado pero Cruz no ha querido pasarte la llamada.
- ¿Por qué! Cruz se está equivocando, debería dejarme hablar con ella.
- Tu madre está empeñada en llevarte a Sevilla y Cruz no cree que debas viajar
allí.
- En eso Cruz tiene razón – respondió cansada – mi madre tendrá muy buenas
intenciones pero me pone de los nervios.
- Ya lo sabemos – dijo esbozando una sonrisa – debes estar tranquila y no
alterarte, Maca. Esta mañana nos has dado un buen susto.
- Si no queréis que me altere a quien no tenéis que dejar pasar es a esta – señaló a
Esther burlona.
- Serás… – protestó – no sabes la tarde que me ha dado – se quejó a Claudia – y
no sabes la nochecita que te espera – sonrió recogiendo sus cosas para marcharse
– la estáis mimando demasiado y así está.
- Pues se le acabaron los mimos que ya estoy yo aquí. ¿Has estado haciendo lo
que te dije?
- A ratos – respondió.
- ¿Cómo que a ratos?
- Me duele la cabeza, Claudia – protestó.
- Aunque te duela no te quiero ver durmiendo el día entero – la amenazó con el
dedo – o me vas a tener aquí despertándote continuamente.
- Vale – aceptó cansada – mañana intentaré no dormir tanto.
- Intentaré no – le dijo y mirando a Esther continuó – dadle charla, ponedle la tele
y no dejadla dormir continuamente.
- Si son órdenes del médico… – bromeó – mañana no la dejo dormir – la miró
haciéndole un gesto de complicidad, sonriendo al ver la cara de desesperación de
Maca.
- ¿Y esto que te han puesto aquí qué es? – dijo burlona la neuróloga cogiendo un
papelito situado encima de la repisa de la cama.
- ¿El qué? – preguntó.
- Pues esto… - rió tendiendo la mano para cogerlo - no me digas que has pedido
que te traigan fotitos y… - se interrumpió cambiado el gesto burlón por otro
completamente serio.
- Yo no he pedido nada – respondió extrañada y desconcertada, ¿de qué estaba
hablando?
- ¿Qué es? – preguntó Esther que aún estaba allí haciéndose la remolona y que
también vio rara la actitud de Claudia.
- Nada un… prospecto – dijo sin convicción y ninguna la creyó – salgo un
momento, ahora vuelvo. ¿Te importa quedarte un rato más? – le preguntó a
Esther.
- No, claro que no.

La neuróloga salió con tal cara que Esther no pudo evitar interrogarla con los ojos, pero
Claudia no se paró a darle explicaciones, tan solo movió los labios “luego te cuento”.
Esther asintió y se volvió hacia Maca.

- ¿Con qué yo soy la que te altero? – le preguntó en tono burlón intentando


distraerla, no tenía idea de lo que ocurría pero estaba claro que no era nada
bueno.
- Esther, ¿qué pasa?
- No lo sé, Maca – respondió con sinceridad – pero no te preocupes, no será nada.
- Ya… - murmuró incrédula cerrando los ojos.
- Claudia te ha dicho que no debes dormir tanto. Abre los ojos y háblame.
- Ya pero… Claudia no está y yo … estoy cansada.
- Aunque lo estés, Maca. A ver, cuéntame, quién ha venido a verte hoy.
- ¿Hoy?
- Si, hoy.
- Tú – dijo con una sonrisa que a Esther le pareció burlona.
- Y ¿quién más?
- Jero – respondió con desgana.
- Jero vino el domingo.
- ¿Qué día es hoy? – preguntó desorientada.
- Martes.
- Hoy… Sonia y… Claudia – le dijo al cabo de unos segundos, intentando hacer
memoria. Esther sonrió.
- Muy bien. Y Cruz, ¿ha venido a verte hoy?
- No.

En ese instante la cardióloga entró con precipitación acompañada por Claudia e Isabel.

- Maca, debemos hablar contigo.

La cara de Maca fue todo un poema. Estaba segura de que habían encontrado algo en las
pruebas por eso aquellas caras que traían. Esther se levantó del borde de la cama y las
miró expectantes, temiendo lo que estaba a punto de escuchar.

- Maca, hemos dudado si decirte esto pero creemos que tienes derecho a saberlo y
creemos que debes ser tú la que decidas qué es lo que quieres hacer – le dijo
Cruz con calma.
- ¿Qué pasa? – preguntó con un hilo de voz, aquello sonaba a muy grave seguro
que le habían descubierto un tumor o algo mucho peor o…
- No te asustes – le pidió Claudia.
- El papel que había encima de tu cabecero – intervino Isabel cortando a la
neuróloga, por experiencia sabía que debía ser directa, los rodeos solo servían
para poner más nerviosa a la víctima – era una nueva nota – le comunicó con
seriedad viendo como la pediatra palidecía – está claro que, se trate de quien se
trate, es un persona muy cercana a ti, tanto que ha entrado aquí sin levantar
sospechas – continuó diciéndole muy despacio aquello, quizás así Maca atase
cabos y su mente reprodujese el momento recordando algo del asalto. Pero la
pediatra, aparte de asustada, no parecía dar muestra de recordar nada.
- Pero… yo creía que… no tenía nada de ver – comentó pasándose una mano por
la frente - ¿qué pone la nota?
- Eso es lo de menos Maca – intervino Claudia – lo importante es que decidamos
o que decidas si quieres permanecer ingresada o…
- Dime lo que pone la nota – repitió dando muestras de alteración.
- Maca, tranquilízate – le pidió Cruz – si quieres saberlo, te lo diremos, pero no
creo que sea necesario.
- Quiero saberlo – respondió con un hilo de voz mostrando el miedo que le daba
conocer aquel mensaje.
- Dice que no saldrás viva de esta cama – le dijo directamente Isabel – pero eso no
va a ocurrir. Está todo controlado.
- ¡Pero cómo va a estar todo controlado! – saltó Esther casi más asustada que la
propia Maca – si ha sido capaz de…
- Está todo controlado, Esther – la recriminó Cruz con tal mirada que la enfermera
guardó silencio.
- Ya estoy aquí – entró Adela con una sonrisa acercándose a la cama de Maca y
poniéndose en el lado de enfrente de Esther – por tu cara veo que ya te han
contado el nuevo regalito.
- Si – asintió con el miedo metido en el cuerpo – y por lo que veo todas lo sabéis.
- Si pero tú no te preocupes – le recomendó Adela sonriendo cogiéndola de la
mano – mira que tacones me he puesto – dijo cruzando una pierna por delante de
la otra y mostrando unos zapatos de tacón altísimo y finísimo, Esther la miró con
desagrado ¿cómo se le ocurría en ese momento hablar de zapatos? – como
vuelva a entrar aquí se lo clavo entre ceja y ceja – amenazó – y ya sabes como
me las gasto yo con los tacones – la miró con una sonrisa cómplice y Maca rió
recordando algo que solo ellas dos entendían – así me gusta, nena, que te rías y
no me tengas esa cara de muerto – terminó pellizcándole la mejilla. Esther ya no
la miró con desagrado la miró molesta y celosa, aquella mujer era capaz de
arrancarle a Maca una sonrisa hasta en el peor momento.
- Bromas a parte – continuó Isabel ligeramente molesta por aquella entrada – mi
opinión profesional Maca, es que, hasta que recuerdes quien te hizo esto, no
podré tener nada firme contra él a pesar de que tenga mis más que fundadas
sospechas y hasta ese momento no estarás segura en ninguna parte. Tú decides.
- No sé… - murmuró mirando abrumada a todas - ¿qué hago! ¿qué pensáis
vosotras?
- Yo creo que lo mejor es que vayas a casa como querías y descanses – le
aconsejó Cruz – allí, con vigilancia, no puede pasarte nada.

Todas guardaron silencio y Adela, le hizo una seña a Esther que la enfermera no
entendió, finalmente Adela se vio obligada a intervenir.
- Yo creo que debemos dejarte descansar un rato y te lo piensas – le apretó la
mano - ¿Vamos fuera? – preguntó a todas con tal expresión que decidieron salir
tras ella.

Ya en el pasillo Adela las miró a todas una por una y luego clavó sus ojos en Isabel.

- ¿Tú crees que lo mejor es que salga de aquí?


- Yo creo que lo mejor es que salga de España. Si las cosas son como me temo, el
asalto y las notas pueden llegar a estar relacionadas, pero lo que sucedió en
aquel avión – dijo mirando a Cruz – no tendría nada que ver y en ese caso Maca
hace tiempo que corre un doble peligro, pero ahora no tengo gente para
protegerla y si Evelyn y yo tenemos que estar aquí o en cualquier otro lugar con
ella, no podemos avanzar en la investigación. Yo querría que Maca saliese de
aquí y que esa salida fuese solo conocida por nosotras. Por las que estamos aquí.
Para los demás, Maca permanecería ingresada o en su casa. Esa es mi idea.
- Maca no está en condiciones de viajar y menos al extranjero. Creo que debemos
pensar en otra cosa – intervino Cruz con seriedad.

Adela miró de nuevo a Esther y le dio un pequeño golpe en el antebrazo ladeando


ligeramente la cabeza. La enfermera no sabía que quería, ¿quizás que diera su opinión!
no podía, estaba tan asustada como Maca solo de pensar el riesgo que corría. La idea le
resultaba insoportable

- Esther me estaba comentando – dijo de pronto Adela dejando perpleja a la


enfermera – que quizás una buena opción fuera que Maca las acompañase al
viaje que está planeado para pasado mañana a los campamentos de África –
terminó mirándola con unos ojos que le decían, “apóyame”.
- Sí – saltó Laura – no es lo mismo que un vuelo comercial y allí Maca estaría
segura.
- No, me niego – intervino Cruz – es una auténtica locura.
- Pero Cruz, yo creo que es lo mejor, nadie sabría que va en el avión y además es
un vuelo médico. No corre riesgos.
- Yo creo que es muy precipitado, para viajar necesitaría haberse puesto las
vacunas con tiempo, no me convence.
- Quizás Maca tenga algo que decir – intervino Adela, dejándolas a todos en
silencio.

* * *

En la habitación Maca estaba encantada con la visita de Teresa que por fin la habían
dejado pasar a verla. La recepcionista se había quejado de esa situación sin entender
porqué ella se había quedado fuera de aquella lista que en teoría era secreta pero que
todos parecían conocer.

- Y que sepas que Fernando también está molesto. Le gustaría venir a verte.
- Pues que venga, Teresa, que venga.
- Yo no entiendo nada de nada y tu madre no veas cómo está.
- Me lo imagino – respondió ligeramente preocupada.
- Y yo no te veo tan mal como para que ni siquiera puedas responder al teléfono.
- Y no lo estoy Teresa. A veces me duele la cabeza pero estoy mucho mejor.
- Si quieres mi opinión – dijo haciendo una pausa esperando que Maca dijese que
sí pero la pediatra solo la miró esperando a su vez que continuase porque la
quisiese o no, estaba segura de que Teresa se la iba a dar – aquí hay demasiados
jefecillos y tú debías estar más atenta que cuando acuerdes…
- Cuando acuerde qué Teresa – preguntó burlona.
- Yo no digo nada pero aquí todos creen saber más que nadie y al final, la que vas
a pagar serás tú, ¡dónde se ha visto que una madre ni siquiera pueda hablar con
su hija!
- Teresa, conoces a Cruz, sabes que si quiere algo es que me ponga bien. Y luego
está Isabel, tiene miedo de que se repita el asalto, aquí en la clínica.
- ¿Aquí? – preguntó abriendo unos ojos desmesurados mostrando la enorme
sorpresa que le producía esa revelación.
- ¿Tú porqué crees que no han dejado entrar a nadie?
- Pero… tu madre, Fernando, yo… no me estarás queriendo decir que esa estirada
creo que cualquiera de nosotros.
- Isabel no es estirada, solo es seria en su trabajo, que por cierto consiste en
sospechar de todo el mundo.
- Pues no me irás a decir ahora que el gitano ese, es más de fiar que tus amigos de
siempre y tu familia.
- ¡Teresa! – la recriminó por el comentario.
- Ay, hija, es una forma de hablar, no quiero decir yo que el muchacho sea malo
solo que no te conoce de nada y te ha visto antes que yo.
- Pero eso es porque yo le pedía a Sonia que lo trajese. Estaba molesta porque no
lo dejaban pasar y no quería que se enfadara, es su novio – suspiró cansada.
- Pero tu madre… y yo….
- Mi madre es mi madre y al final una madre nunca deja de serlo y entenderá los
motivos y tú, cuántas veces voy a tener que decirte que eres como una madre
para mí.
- ¡Ay, mi niña! – exclamó levantándose del sillón y corriendo a darle un beso – no
sabes lo mal que lo pasé cuando te vi allí tumbada toda llena de tubos y
moratones, me entró una llorera que me tuve que no pude trabajar en toda la
tarde – confesó enternecida, de nuevo con las lágrimas saltadas solo de
recordarlo. Maca sonrió.
- ¡Tonta! tranquila, que ya estoy bien. Si no podéis venir a verme o Isabel no
quiere que reciba llamadas es por motivos de seguridad.
- ¡Vamos! no me irás a decir que esto es como una película y van a pincharte el
teléfono o va a entrar aquí alguien a…
- Pudiera ser Teresa, pudiera ser.
- Bueno, pues mi móvil no va a estar pinchado, y quiero hablar contigo todos los
días y quiero que ahora mismo hables con tu madre. No sabes lo mal que lo está
pasando, que tendrá sus defectos pero luego…
- Teresa – protestó – ahora no, por favor.
- Ahora sí. Antes de que llegue alguna de tus cancerberas y me manden de nuevo
abajo.
- Anda trae – le pidió el teléfono.
- No, espera que hablo yo primero. Pero antes… te tengo que contar las últimas
novedades – le dijo bajando la voz e inclinándose hacia ella confidencialmente.
- ¿Qué novedades?
- Claudia y Jimenoooo – reveló levantando las cejas y uniendo los dedos – te digo
yo que hay tomate.
- ¿Qué me estas contando, Teresa? – preguntó interesada con un esbozo de sonrisa
– si Claudia no me ha dicho nada.
- Lo llevan en secreto – ladeó la cabeza.
- Y tú, ¿cómo lo sabes? – bajó también la voz.
- Cuando estabas en la UCI, Claudia no se separó de ti ni un momento – le contó
notando que Maca apretaba los labios enternecida – tres días sin marcharse a
casa – continuó – y … Jimeno no se separó de ella, solo salía para pasear a su
perro. Cambió todas las guardias…
- Eso no quiere decir que…
- ¡Anda que no! en qué mundo vives hija, ¡sí lo sabré yo! – respondió airada –
bueno vamos a llamar a tu madre.
- Teresa… ¿todavía con eso?…
- Sí, y no vayas a decir que no te pones porque te vas a poner.
- Vaaale – se resignó – venga llama ya, antes de que me arrepienta.

* * *

Cuando Esther entró en la habitación de Maca lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja,
pero la pediatra estaba de mal humor. Parecía enfadada.

- Uy – dijo la enfermera al verle la cara – yo que venía a proponerte una cosita y


creo que no es buen momento.
- ¿Qué quieres? – le preguntó con desgana y el ceño fruncido.
- Lo primero que me cuentes que te pasa.
- Nada – respondió cerrando los ojos.

La enfermera la observó y se decidió, se acercó a la cama y se sentó en el borde, algo


que no había hecho hasta entonces. Le cogió la mano y le acarició la mejilla.

- Anda, dime que te ha pasado en este rato para que estés así – le pidió con
suavidad, sonriendo - ¿estás agobiada por lo de la nota? – le preguntó intentando
adivinar. Maca negó con la cabeza y abrió los ojos mirándola fijamente.
- A eso estoy acostumbrada. Es… mi madre – suspiró – no la soporto, no… no
puedo con ...
- Pero… creí que Cruz… te había prohibido..
- Sí, pero Teresa se ha empeñado en que hable con ella y… ha sido peor. Dice que
mañana mismo me lleva a Sevilla.
- ¿Qué? – casi gritó – no… no – se calló, no podía decirle que no debía viajar si
pensaba proponerle que se fuera con ellas –no es extraño, Maca, es tu madre,
pero si tú no quieres ir….
- No le he dicho que sí, pero vamos… dice que mañana se presenta aquí si es que
Ana puede acompañarla.
- Claro… si Ana … es normal que quiera que estés allí – reconoció desilusionada.
- Si – volvió a suspirar y cerrar los ojos.
- ¿Vuelve a dolerte la cabeza? – le preguntó en voz baja.
- Si – admitió – pero no es eso… es todo – la miró fijamente parecía estar
pidiéndole algo, Esther imaginó que le pedía que la sacara de allí que se la
llevara lejos – estoy tan cansada – reconoció manteniendo esa mirada de súplica.
- ¿Sabes lo que necesitas? – le dijo y sin esperar respuesta continuó – necesitas
alejarte de todo esto.
- Eso es, precisamente, lo que dice mi madre.
- No me refiero a Sevilla, digo alejarte de verdad, irte donde nadie te conozca,
donde nadie te presione, donde puedas descansar y recuperarte con tranquilidad,
sin miedo.
- ¡Uf! ¡cómo suena eso! – exclamó con una sonrisa.
- Pues eso es posible.
- ¡Claro! Y que los elefantes vuelen también. Lo malo es que como tu bien me
dijiste, ya no soy una niña y sé que Dumbo no existe – respondió sarcástica.
- ¿Por qué piensas que me llamaban la enfermera milagro? – preguntó misteriosa
consiguiendo que Maca cambiase ligeramente el gesto adusto – te digo que hay
un sitio donde puedes tener todo eso ¿me crees o no? – le preguntó con una
sonrisa picarona y Maca asintió respondiendo con otra sonrisa y enarcando las
cejas en gesto interrogador, “¿qué sitio?”, pensó.
- ¿Ves! esa es la cara que yo quiero verte – le dijo con cariño – ¿si te digo algo me
prometes pensarlo?
- Eh… algo… ¿de qué?
- Hemos estado hablando, Isabel cree que no deberías permanecer aquí y… se nos
ha ocurrido, siempre que tu quieras, que te podías venir con Laura y conmigo a
África.

Maca la miró perpleja. Esther sonrió al ver aquella expresión entre sorpresa e ilusión. La
había dejado sin palabras pero sabía que ya estaba dándole vueltas al tema. Cuando
Maca parecía a punto de responder guardó silencio. Esther esperó a que se decidiese
pero la pediatra no dijo nada. Al cabo de un minuto, la puerta se abrió y Héctor asomó
la cabeza.

- ¿Se puede? – preguntó con una sonrisa.


- ¡Héctor! – exclamó Maca alegre de verlo al tiempo que la enfermera se
levantaba besarlo – pero… ¿qué haces aquí?
- Quise venir antes pero Cruz no me ha dejado – sonrió – he tenido que sobornarla
para que me deje pasar cinco minutos. Te he traído esto – le tendió una caja de
bombones – imagino que como no soy nada original tendrás para poner una
bombonería.
- Pues… mira tu que nadie me ha traído – dijo burlona mirando a Esther.
- ¿Cómo estás?
- Bastante mejor – sonrió.
- Javier te manda besos - le dijo bajando la voz temeroso de alguna reacción
airada por su parte.
- ¿Javier? – preguntó cansada.
- Sí, quería venir pero… no sabía como te lo ibas a tomar.
- A estas alturas el único que sigue con estás tonterías es él – respondió con
seriedad.
- Me ha repetido que tengas cuidado, que hay muchos intereses en contra de tu
Clínica.
- Le dices que lo que tenga que decirme me lo diga a la cara y que se deje de
mensajeros - respondió airada comenzando a alterarse.
- Héctor, Maca debe estar tranquila, ¿por qué no cambias de tema? – intervino
Esther por primera vez.
- Claro, claro, “disculpáme”, no eches cuentas a Javier, ya lo conoces, a veces es
un pelotudo…
- ¿Solo a veces? – preguntó Maca sarcástica.
- Bueno, vendré a verte otro día, cuando estés mejor – le sonrió de nuevo – te dejo
descansar – dijo dirigiéndose hacia la puerta y ya en ella se volvió y guiñándole
un ojo añadió burlón – está muy bella con esas ojeras.

Maca ladeó la cabeza condescendiente y Héctor desapareció. Esther volvió a sentarse


junto a ella.

- Y bien, ¿qué me dices?


- Qué quieres que te diga… este Héctor siempre igual.
- No hablo de Héctor. Hablo del viaje a África ¿qué te parece la idea?

Maca la miró fijamente, y de nuevo se mantuvo en silencio.

- Si te decides a venirte con nosotras no te vas a arrepentir – le dijo con ilusión.


- No sé Esther, yo, sigo estando muy cansada y… vais a trabajar – dijo buscando
excusas cuando en realidad le encantaría, pero también era cierto que no creía
estar aún preparada para un viaje como aquel.
- Eso no es obstáculo.
- Y si… me decidiese ¿qué es lo que me esperaría allí? – preguntó con cierta
picardía en la mirada.
- Te esperaría una cabaña para ti sola lejos de todo y todos, frutas tropicales,
paseos, Uganda es un país precioso, Maca, ¡ya verás! Hace calor, eso si que no
te va a gustar pero tiene unos paisajes espectaculares y la gente es muy, muy
amable.
- ¿Cuánto te pagan?
- ¿Quién? ¿en médicos sin fronteras?
- No, por hacerles propaganda – rió burlona, de pronto se le había pasado el mal
humor.
- No es propaganda, es cierto. Aquello es otro mundo. Y Jinja también, es uno de
los distritos más bonitos. El día que llegué al aeropuerto de Entebbe, estaba tan
nerviosa… - le contó – me estaban esperando y desde que aterrice supe que
aquello… en fin.
- Ya… - dijo al verla con aquella ilusión – desde el primer día decidiste quedarte.
- ¡Qué va! – sonrió – las pasé putas – soltó una carcajada – el paisaje muy bonito
pero era todo tan diferente y allí hay tan pocos blancos que te sientes extraña
hasta que te acostumbras, y no por ellos que son encantadores, te lo digo en
serio. Lo malo es el swahili, que deberías aprender algo, pero bueno, en inglés y
francés puedes defenderte.
- Ya… - repitió Maca cansada.
- Deberías venirte, allí estarás segura y te va a encantar.
- Pero… lo mismo con esta cabeza que tengo no lo recuerdo bien – comenzó a
decir – yo creía que el avión lo fleté con destino Nairobi, y tu me hablas de
Uganda.
- Bueno… Laura se queda en Kenia, por eso volamos a Nairobi.
- Ya… y tu das por hecho que yo iré a Jinja contigo, ¿no? – le preguntó burlona
pero la enfermera no lo captó temerosa de que Maca decidiese quedarse en
Kenia.
- No, claro que no. Eso lo decides tu – respondió orgullosa – yo solo soy la
encargada de proponerte el viaje.
- Cruz no cree que deba viajar, si ni siquiera quiere que vaya a Sevilla y … yo
estoy de acuerdo, Esther.
- Maca… ¿no decías que te aburrías de estar sin hacer nada! esto podría ser como
unos días de descanso y fuera de aquí.
- Ya… pero… África…
- El viaje en camión es lo único que te puede cansar, porque allí carreteras de
asfalto hay muy pocas pero ya le encontrarás su atractivo a esas pistas rojizas
que atraviesan el verde de la selva o de las plantaciones, luego podrás descansar
todo lo que quieras y necesites.
- Si, parece interesante – murmuró cerrando los ojos.
- ¿Te estoy cansando?
- No, no – se apresuró a responderle, le encantaría hacer ese viaje con ella pero no
creía que estuviese en condiciones – solo que, no creo que sea una buena idea.
- ¡Claro que lo es! salvo Cruz todas creen que sería lo mejor, Isabel, Adela… -
empezó a relatarle. “Adela, ya la pillaré yo, esto de arreglarme la vida se lo está
tomando demasiado en serio” – hasta Vero está dispuesta a renunciar a ti – se
calló enrojeciendo.
- ¿Qué quieres decir?
- Nada que… tenía planes para el día que te dieran el alta.
- Ah, si, el restaurante – recordó con un esbozo de sonrisa que molestó a Esther -
pero tampoco creo que yo pudiese.
- Maca, venga, decídete, si vas con un médico y una enfermera y luego vas a estar
en un hospital de campaña, el único inconveniente es el viaje por carretera desde
el aeropuerto hasta el campamento.
- ¿Cuantos kilómetros son?
- Bueno… nos llevará un tiempo, si aterrizásemos en Entebbe serían poco más de
cien kilómetros pero, vamos a Nairobi, y allí las carreteras.. pero tu no te
preocupes que nos esperará un convoy del ejército.
- No sé, Esther… - continuó dudando – no te voy a negar que me gustaría pero…
- se detuvo mirándola con tanta intensidad que Esther solo podía pensar en una
idea “tiene que venir, tiene que venir como sea”. Pero Maca no lo tenía tan claro,
se sentía muy cansada y lo último que deseaba era ser una carga para nadie y en
sus condiciones estaba segura que iba a necesitar más ayuda de la que solía
requerir.

La puerta se abrió y entró Cruz con aire de enfado.

- Maca… quiero que sepas que estoy en total desacuerdo con ese viaje, porque
imagino que ya habrán venido a proponerte la idea.
- Si, ahora mismo se lo estaba comentando – reconoció Esther levantándose del
borde de la cama.
- Maca, solo te pido que no hagas tonterías, por favor. Que ya tenemos suficientes
con las que se te ocurre hacer de vez en cuando – le recriminó enfadada.
Aquellas palabras molestaron profundamente a Maca, creyendo que Cruz le
volvía a echar en cara las copas que se tomó en casa de Adela y su expresión se
volvió hosca.
- Me estáis dando dolor de cabeza – protestó elevando ligeramente el tono –
Isabel, no quiere que me quede aquí, tú no quieres que me vaya, mi madre no
deja de llamarme para que me marche a Sevilla, mi hermano y Ana insisten en
que vaya a Jerez.
- ¿Y tú? ¿qué quieres tú? – le preguntó Vero que acababa de entrar y la estaba
escuchando.
- Yo… yo solo quiero poder cerrar los ojos sin miedo, dormir tranquila sin temer
que entre alguien a dejarme una nota o a…, quiero…
- En Jinja puedes tener todo eso, además estarás en el campamento… - la cortó
Esther – y … allí no vas a tener a nadie que te diga lo que debes o no hacer – le
dijo con toda la intención, la conocía tanto que rápidamente leyó lo que había
cruzado por su mente cuando Cruz la acusó de hacer tonterías. Maca la miró
agradecida pero guardó silencio.
- Yo no es que pretenda asustarte pero no puedes hacer este viaje, ayer tuviste
fiebre, mira la tos que tienes y todavía no hemos descubierto el porqué, las
defensas están bajísimas y no se trata de ir a la vuelta de la esquina… tendrías
que vacunarte y en tus condiciones…. No creo que sea prudente… una cosa es
que te fuera a dar el alta hospitalaria y…
- ¿Me la ibas a dar? – preguntó sorprendida.
- Lo estaba pensando pero con condiciones y por supuesto nada de darte el alta
médica – le contestó con decisión, Maca sonrió satisfecha estaba harta de estar
allí.
- ¿Qué? ¿te has decidido ya? – entró Adela como una exhalación – dímelo pronto
porque de tu madre me tengo que encargar yo y si no quieres que aparezca por
aquí y te coja de la oreja como cuando eras peque… - se detuvo al ver la cara
que le estaba poniendo Maca – bueno lo dicho que si te vas con ellas dímelo
cuanto antes que ya me inventaré alguna historia, para frenar a Rosario.
- Yo creo que es mejor que dejemos a Maca descansar – intervino Vero
contemplando la cara de desconcierto de la pediatra – te lo piensas, sopesas lo
que te hemos dicho y decides, ¿de acuerdo?

Maca la miró agradecida y asintió. Estaba cansada y tanto parloteo le había devuelto el
dolor de cabeza. Salieron dejándola tranquila.

* * *
Laura y Esther entraron al despacho de Cruz sorprendidas de que las hubiese llamado.
Les indicó que se sentasen y las miró con aire circunspecto.

- Vamos a ver – comenzó – no sé lo que va a decidir Maca. Aunque espero que


tenga la suficiente… - se interrumpió al escuchar unos golpes en la puerta –
adelante…
- Disculpad el retraso – entró Claudia con precipitación.
- Estaba diciéndoles que espero que Maca no cometa la locura de querer
marcharse…
- Pues creo que es lo que va a hacer – intervino Claudia – no sé si a Sevilla o a
dónde, pero Isabel ha conseguido asustarla de tal manera que Maca no se va a
quedar aquí. Además, Vero está de acuerdo en que no debe soportar más presión
y le ha recomendado que cambie de aires y se relaje.
- A eso mismo iba yo. Estoy de acuerdo con Vero en que debe estar tranquila,
pero no creo que la solución sea meterse en un viaje como el que habéis
propuesto. Es demasiado largo y Maca no está bien.
- Creo que lo importante es que, se marche a donde se marche, todos sepamos
cómo está el tema – volvió a hablar Claudia.
- Efectivamente – confirmó Cruz resignada a que Maca no la escuchase - así es
que os toca a vosotras escucharnos. Isabel será la única que sepa con antelación
la decisión de Maca. Los demás nos enteraremos momentos antes. Por eso
quiero hablar con vosotras y también le enviaré un informe a los padres de Maca
en caso de que sea necesario.
- Estoy convencida de que Maca tiene un síndrome posconcusión – dijo Claudia
comenzando con la explicación.
- ¿Qué es? Nunca lo había oído – preguntó Esther extrañada.
- Es una situación poco conocida y que aún está poco estudiada, porque no
sabemos a que se debe. Se trata de un conjunto de, vamos a llamarlos problemas,
que se producen tras un traumatismo craneal leve.
- ¿Qué problemas? – insistió Esther preocupada.
- Los que veis en ella, fuertes dolores de cabeza, confundir sueño y realidad,
amnesia parcial, desorientación. En realidad aún no hay unos estudios que
aclaren si esos síntomas se deben a lesiones microscópicas o a factores
psicológicos. Y el tratamiento farmacológico y psiquiátrico puede ser eficaz en
unas personas, pero no en todas.
- ¿Y en Maca? – preguntó Esther empezando a angustiarse, no le parecía que
Maca estuviese tan mal.
- En Maca parece que el tratamiento no va a ser necesario. No encontramos
ninguna lesión más grave, las pruebas han salido muy bien, pero en estos casos
hay que estar siempre alertas. Se han dado casos que después de bastantes días
de sufrir la lesión original e incluso de tener el paciente el alta, se experimenta
un empeoramiento de los dolores de cabeza y de la confusión, con una creciente
somnolencia. En ese caso sería necesaria una atención médica urgente.
- ¿Entendéis por qué creemos que Maca no debe hacer ese viaje?
- Si – respondieron los dos a un tiempo – pero eso es un caso extremo, las pruebas
de Maca han dado bien, y no es un viaje cualquiera, voy yo – dijo Laura – va
Esther y el traslado es en ambulancia, avión medicalizado y camiones del
ejército preparados para el transporte de enfermos. No estamos hablando de un
viaje a secas. No olvidéis que algunos de los niños también han sido operados
recientemente.
- Si, Laura, pero se trata de Maca, que además sus antecedentes clínicos en este
mismo sentido, tiene otros problemas – protestó Cruz - De todas formas yo os
voy a dejar escrito absolutamente todo y os voy a preparar un maletín con todos
los medicamentos necesarios.
- De acuerdo – respondió Laura.
- Y… esperemos que Maca decida quedarse aquí a pesar de los riesgos – dijo la
cardióloga recostándose en su sillón.

Esther asintió, pero en el fondo deseaba que Maca decidiera hacer el viaje. La sola idea
de que permaneciese en Madrid o se trasladase a algún lugar en el que pudieran
asaltarla, la traía de cabeza. Isabel parecía muy preocupada y había que escucharla. El
viaje a África podía entrañar algunos riesgos pero no tantos como el estar expuesta a un
loco que ya había dado muestras de ser capaz de cualquier cosa.

* * *

Maca miraba al techo tumbada en su cama, no dejaba de darle vueltas a la propuesta que
le habían hecho. Por un lado, estaba deseando alejarse de todo unos días, y el viaje a
África le llamaba la atención poderosamente, sobre todo, el hecho de hacerlo con
Esther, en esos días ingresada había experimentado un acercamiento con la enfermera
que la tenía confundida. Pero, por otro lado, le pesaba mucho la opinión de Cruz, quizás
debía hacerle caso. Claro que también estaba Vero, ella creía que le vendría bien ese
viaje, pero lo que no sabía es que tenía miedo de hacerlo, miedo de ir con Esther, miedo
de alejarse de ella, de sus consejos.

- Maquita, Maquita, ¿qué haces ahí tan pensativa? – le dijo Adela entrando en la
habitación sonriente.
- Estoy hecha un lío con lo del viaje – suspiró - ¿tú que harías?
- ¿Cómo que qué haría! ¡parece que no me conozcas! llevo dos divorcios y …
- ¿Qué pasa? – le preguntó al ver que se ponía seria.
- Nada – sonrió.
- ¿Os habéis peleado otra vez? – le preguntó consciente de que su tercer
matrimonio tampoco iba bien.
- Ya no son ni peleas, Maca – respondió – pero…. Tu y yo estábamos hablando de
algo más interesante – volvió a sonreír – yo me iba con los ojos cerrados a ese
viaje – sonrió – y qué sea lo que Dios quiera.
- Deja, deja a Dios que… ya tengo bastante conmigo misma.
- ¡Venga ya, Maca! no me digas que no te apetece.
- Si que me apetece, pero… tu sabes que yo no estoy bien – le dijo, “y Esther no
está mucho mejor que yo”, pensó recordando el informe que aún tenía en su
mesa – y… no quiero ser una carga para ellas, ni obstaculizar su trabajo.
- Claro, claro… - dijo con retintín – yo se de una enfermera que estará encantada
de cuidarte.
- Pues… ese es otro motivo para no ir – respondió – no quiero darle pie a que
piense lo que no es. No quiero jugar con ella, que Teresa ya me avisó.
- ¿Y se puede saber desde cuando le haces tu caso a Teresa? – bromeó – Además,
no entiendo por qué eres tan cabezona, ¿eh?
- No soy cabezona, Ade, me conoces y sabes que hay cosas que no puedo hacer –
le respondió pensando en Ana.
- Te conozco y hay cosas que podemos hacer todos, tú la primera – la acusó con el
dedo – o es que ya no recuerdas al pobre Fernando …
- Joder, Adela, eso no tiene nada que ver – protestó siendo consciente de que lo
dejó plantado días antes de la boda – me refiero a que no voy a permitirme hacer
nada.
- Yo solo te digo, que dejes de hacer caso a tu madre, que te está jodiendo la vida.
- Mis padres solo quieren que yo…
- ¿Seas feliz! ya… - la interrumpió sarcástica – Maca, que estás hablando
conmigo. Puede que cualquiera de estos se trague la abnegación de tus padres,
yo no. Los conozco demasiado.
- Han cambiado, desde... desde que estoy así… han cambiado – dijo casi con
lágrimas en los ojos.
- Bueno, bueno, no seas tonta – le acarició con suavidad el antebrazo dispuesta a
no seguir con ese tema, sabía lo que le hacía sufrir a Maca el sentir que sus
padres no la querían y que hiciera lo que hiciese siempre estaba sujeta a críticas -
a lo que íbamos. Tú te marchas y vives la “experiencia africana” y, cuando
vuelvas, ya decidirás lo que hacer.
- ¿Experiencia africana? – rió – estás como una cabra.
- Por cierto, quiero un informe completo del cantamañanas de mi ex – bromeó.
- ¿Ves! sabía yo que había otro motivo que me echaba para atrás – respondió.
- Pero si Germán es un alma cándida, ese no te guarda rencor – le dijo con un
gesto condescendiente – ni tiene memoria, ni tiene nada… - arrugó la nariz
provocando de nuevo la risa en la pediatra.
- Ha pasado mucho tiempo pero… - volvió a ponerse seria pensando en el
encuentro con su antiguo amigo.
- Por Germán no te preocupes, si está igual que en la facultad, más viejo pero
igual de inmaduro – rió y Maca la secundó – además a veces me pregunta por tí.
- Pues eso es lo que temo, que empecemos como siempre y me conoces, no voy a
ser capaz de aguantarme y … es amigo de Esther.
- Por la enfermera tampoco te preocupes que ya se encargará ella de que os llevéis
bien – dijo - ¡no es viva ni nada!
- ¿Por qué dices eso? – preguntó molesta.
- Por nada – se apresuró a corregirse – que sabe la chica desenvolverse muy
bien…
- No, dime a qué te refieres…

La puerta se abrió y entraron Claudia y Vero.

- ¿Cómo está la enfermita? – preguntó Vero con una sonrisa.


- ¿Interrumpimos? – preguntó Claudia percibiendo rápidamente que la
conversación que mantenían no era intrascendente.
- Bueno, Maca, yo te dejo que veo que ya estás en buena compañía y yo tengo que
terminar mi ronda – le dijo dándole un beso en la mejilla – hazme caso y no te lo
pienses más. No todos tenemos dos oportunidades en la vida.
- Vale – aceptó con un brillo especial en los ojos viendo como salía de la
habitación con su característico gesto de diva – y vosotras… ¿qué hacéis aquí a
estas horas?
- Venimos a darte un paseito – le dijo Claudia – ya está bien de estar todo el día
aquí encerrada.
- ¿En serio? – preguntó al ver la cara burlona de Vero.
- Pues claro que es en serio. Ya estás mejor y quiero ver como te sienta el dar una
vuelta y Vero se ha ofrecido voluntaria para el paseo – le respondió Claudia.
- Estupendamente, me va a sentar estupendamente y… - miró hacia la psiquiatra –
si es Vero la que me la da mucho mejor.
- Anda, no me seas pelotas – le dijo Vero – vamos a vestirnos y a tomar el aire.

Maca las miró feliz. Por primera vez en muchos días se sentía mucho mejor y además,
contenta. Quizás Adela tenía razón y lo que necesitaba era aquella “experiencia
africana”, como la había llamado y, además, junto a Esther, sintió un cosquilleo especial
solo de pensarlo. Miró a Vero que la estaba ayudando a vestirse con tal expresión que la
psiquiatra sonrió.

- Llego a saber que un paseo te produce ese efecto y te invito antes a salir – le dijo
picarona, observando su cara.
- Eh… sí – sonrió distraída pensando en la posibilidad de aquel viaje y en
compañía de quien iba a hacerlo.

* * *

Esther llegó a la cafetería corriendo, Laura la estaba esperando para marcharse a casa.
Cuando ya estaban a punto de salir Teresa llamó a la enfermera y le dijo que subiese a la
habitación de Maca. La pediatra necesitaba verla.

- Laura ¡no te lo vas a creer! – dijo con un brillo especial en los ojos – Maca se
viene con nosotras – continuó bajando la voz para que nadie la escuchase, en
realidad no debía ni habérselo dicho a su amiga - estoy nerviosísima.
- ¿Por qué tonta? ¿no es lo que querías?
- Sí, claro que si, además no me esperaba que Maca dijese que se venía, creí que
decidiría irse a Sevilla, con sus padres o a Jerez con su mujer.
- Bueno habrás de reconocer que en eso ha tenido mucho que ver Adela, por muy
mal que te caiga.
- ¿Adela! ¿no habrá sido mi poder de persuasión? – bromeó, hacía mucho tiempo
que Laura no la veía tan feliz.
- Eso también – rió – pero Teresa me ha contado que Adela ha sido la que la ha
terminado de convencer.
- Solo de pensar que pasado mañana me montaré en ese avión con ella… y que
tendré cinco días para mí sola, a su lado… y… -suspiró imaginando lo que
podían ser aquellos días en el campamento enseñándole todo y obviando el
comentario sobre Adela.
- Bueno… y… ¿si decide venirse conmigo? – le dijo maliciosa - ¿qué pasaría?
- Te mato y… a ella detrás – rió contenta – voy a prepararlo todo – salió
corriendo.
- ¡Eh! – la llamó – ¡espera! espera! ¿dónde vas con tanta prisa?
- Quiero que esté todo perfecto, que se alegre de venir y que…
- Tu no te marchas de aquí sin que me cuentes tus planes – sonrió curiosa –
además, ¿no nos íbamos ya a casa?
- ¿Planes! no tengo ningún plan – confesó - lo voy a dejar todo a la
improvisación. Pero puedo ir ahora al apartamento necesito hacer un par de
cosas y despedirme de mi madre que mañana no me dará tiempo.
- Ya… si te conoceré yo a ti lo que improvisas – ladeó la cabeza incrédula –
venga… dime que has pensado hacer.
- En serio, no he pensado nada – esbozó una sonrisa misteriosa – uff, Laura, estoy
deseando dormir con ella, abrazarla y…
- Chée, no vayas tan rápido y no me cuentes más – soltó una carcajada – que eso
no es lo que quiero saber – bromeó – tú, ¿la ves predispuesta?
- Yo solo sé que ha escogido esta opción, quiere este viaje y eso que Cruz ha
luchado para que no lo hiciera, pero a pesar de sus consejos, lo hace. Y no sé… -
suspiró - anoche hablando con ella tuve la sensación de que no me ha olvidado,
de que estoy en su memoria más a menudo de lo que ella quisiera y…
- Yo no es por chafarte el tema pero ¿te has parado a pensar si no lo hará por
demostrarse a sí misma que ya no hay nada! ¿qué puede pasar unos días contigo,
a solas sin que pase nada?
- ¡Joder! Laura. Pues no, no lo he pensado.
- Yo solo te lo digo, para que estés preparada a todo y...
- Pero si fuiste tú la que me hiciste ver que Maca …
- Lo sé, pero también te dije que no se lo quería reconocer y que posiblemente
nunca lo hiciera – le dijo con cierta preocupación, no quería que Esther se
hiciera unas ilusiones para que luego se llevase un batacazo.
- Bueno… ahí entro yo… en cinco días soy capaz de… ¿sabes! voy a hacer que
esos cinco días sean especiales, quiero mirarla a los ojos y que sienta que el
tiempo pasa sin que nos demos cuenta, quiero que cada una de esas noches se
convierta en una sorpresa, que disfrute de todo lo que hasta ahora no ha podido,
quiero que vuelva a sentir que para mí es especial, única, imprescindible… que.
- Vale, vale, me hago una idea de lo que quieres de esos cinco días
- Buff me voy que tengo mucho que hacer – repitió riendo con tal brillo y tal
ilusión que Laura temió por ella, y por lo que podía no ser.
- Recuerda que no puedes decirle nada a Germán – le recordó las indicaciones de
Isabel – ni a nadie.
- Tranquila, lo recuerdo. ¿Nos vemos en el aeropuerto?
- ¡De eso nada! no cuela – sonrió - nos vemos mañana aquí, ya he hablado con
Adela para que no tengas que ir al poblado, que tenemos que preparar a los
niños para el traslado y pasado nos vemos también aquí para trasladar a los
niños.
- Vaaale – rió – hasta mañana.

* * *

María corría de un lado a otro del campamento, llevaba más de dos horas buscando a
Pancho y no lo encontraba por ningún lado. Se estaba haciendo de noche y sabía que
debía regresar junto a su abuela, si no quería llevarse una buena bronca. En una de esas
idas, pasó al lado de una chabola que sabía deshabitada. Se detuvo un instante. Había
luz en su interior y le extrañó. Había entrado tantas veces en ella que no tuvo problema
para rodearla y mirar quienes estaban dentro, quizás fueran nuevos vecinos. Se
decepcionó al ver que se trataba de Igor y el tonto de Salva, que no la dejaba jugar en el
patio cuando estaba barriendo. ¿Qué harían allí? Se empinó para otear mejor y
comprobó que estaban cavando un hoyo en el suelo. ¡Qué juegos más raros! Y ¡qué
aburridos! Dio un salto y salió corriendo. Estaba preocupada y no sabía qué hacer. Era
muy tarde y la oscuridad de la noche se hacia notar demasiado.

Elías observaba el trabajo de aquellos dos imbéciles. ¡No podían ser más lentos! Salió
de la chabola y vio correr a María, de pronto ató cabos. La niña estaba espiándolos, los
ruidos que habían escuchado no eran ratas, era esa maldita niña. Estaba harto de ella,
muy harto. Entró en la chabola, les dio unas indicaciones a los dos chicos y salió en
busca de la mocosa, esa sería la última vez que se inmiscuía en sus planes.

No había luna en el cielo y esa oscuridad asustaba a María, pero aún así decidió salir del
poblado y bajar hasta el río, a veces Pancho se paseaba por allí. Silbó y lo llamó pero el
perro no aparecía, decidió alejarse un poco más y de pronto, en la oscuridad de la noche
su finísimo oído la alertó y se mantuvo quieta, entonces escuchó con claridad unos
pasos. ¡Pancho! pensó, pero su instinto le hizo no gritar su nombre, muy al contrario se
refugió entre unos arbustos. Lo vio pasar. Buscaba algo. ¿Estaría buscando también a
Pancho! y ¿por qué no lo llamaba? No se movió de su escondrijo, ese gitano le daba
miedo.

Elías se movía despacio, la noche era más oscura de lo había supuesto, y es que unos
nubarrones se acercaban amenazando lluvia. Masculló algo que la niña no pudo oír,
parecía enfadado y le pegaba patadas a las piedras. Se detuvo casi a la altura de su
escondrijo, parecía un animal olfateando el aire. De pronto, se giró hacia donde se
encontraba María, un escalofrió le había recorrido la espalda, le había dado la sensación
de que unos ojos estaban clavados en él. “Seré imbécil”, se dijo, “no soy yo el que debe
temer”.

María respiró tranquila al ver que se alejaba de ella. ¿Qué haría por el campo a esas
horas? Se arrepintió de haber salido del campamento tan tarde y decidió volver. Salió de
su escondrijo y, repentinamente, no supo donde estaba, ¿cómo había llegado hasta allí
buscando a Pancho! debía prestar atención al lugar en el que se encontraba porque le
parecía que jamás había estado allí. En un intento por buscar una pronta solución a su
problema comenzó a observar detenidamente el lugar. Ni siquiera veía la luz de las
chabolas, ni una sola hoguera. Todo lo que la rodeaba era bosque y soledad. Estaba tan
asustada que no se atrevía a andar, ya no escuchaba los pasos del gitano, y tampoco
escuchaba nada que le indicase que Pancho estaba por allí. Sin saber porqué pensó en
Maca, “¿bichito me prometes que no vas a salir de noche?”, ella siempre le decía que sí,
y casi siempre lo cumplía, aunque alguna vez había correteado por las chabolas, pero
hoy era distinto, todo era diferente. Le habían dicho que Maca no iría en unos días por
el poblado, aunque ya estaba mejor y ella estaba muy enfadada, sí, mucho, con Esther
por no llevarla a verla y con Maca por estar ya buena y no acordarse de ella. Por eso
había salido en busca de su único amigo, en busca de Pancho.

Súbitamente sus pensamientos fueron interrumpidos por las primeras gotas de lluvia
que, tras cinco segundos, se transformaron en un chaparrón que la dejó calada hasta los
huesos. Tenía que pensar rápido y lo primero que se le ocurrió fue volver a agazaparse
entre los arbustos para que la protegieran un poco de la lluvia.

De pronto se percató de que a lo lejos se oían ladridos y gemidos. Decidió salir de su


guarida y dirigirse hacia el lugar del que provenían.

- Pancho, Pancho...pss…pss…pss…pss…pss. Ven perrito lindo… ven Pancho…


pss…pss…pss…pss – repetía incesantemente, pero los ladridos no se acercaban,
al contrario, se apartaban cada vez más.

María comenzaba a estar cansada de tanta caminata y tenía la sensación de haberse


perdido. No sabía cuanto rato llevaba buscando a Pancho, se sentó en una piedra y
comenzó a planear su vuelta al poblado. Miró hacia la salida de aquel bosque y se dio
cuenta de que todavía llovía bastante… pero… afuera… ¿solo afuera! “un bosque
encantado”, pensó ilusionada y se levantó con tal agilidad que golpeó algo caliente que
estaba situado tras ella.

- Hola María – le dijo Elías cubriéndola con el paraguas.


- Hola – respondió con timidez asustada mirando hacia arriba.
- No deberías andar sola a estas horas – le dijo con calma - ¿sabes lo que les
puede pasar a las niñas desobedientes por salir solas de noche?
- No.
- Cosas muy malas – sonrió pero Maria solo podía fijarse en sus ojos rojos
fulminantes, como dos bolas de fuego incesantes – vamos, te acompaño a casa.
- No – respondió – estoy buscando a Pancho.

Elías se agachó a su altura, en cuclillas y la cogió de la mano, con fuerza.

- A estas horas no vas a encontrarlo, estará escondido para no mojarse – le explicó


– mañana, venimos tu y yo, y lo buscamos.
- ¿De verdad?
- Claro – dijo levantándose de nuevo – vamos – tiró de ella y sin soltarla de la
mano emprendieron el camino.
- Puedo andar sola – le dijo la niña mirándolo con recelo.
- Está muy oscuro y puedes caerte.
- Pero… me haces daño – protestó ligeramente.
- Lo siento… - respondió aflojando la mano sin soltarla.

María no volvió a abrir la boca y caminaba junto a él. El corazón le latía muy deprisa,
tenía miedo de él, era malo, Maca se lo había dicho y el día anterior, la misma Sonia la
cogió y le hizo prometerle que no se acercaría a él, y ella no se había acercado, era él
quien la había cogido y no quería soltarla. Elías la miró de reojo y sonrió, tenía grandes
planes para esa niña, y esa noche se lo había puesto en bandeja.

Tres horas después, Elías entraba en casa de Sonia, sonriendo. La joven lo esperaba con
la mesa puesta. Estaba hablando con alguien por teléfono e inmediatamente cortó la
llamada.

- ¡Hola! cariño, has tardado.


- ¿Con quien hablabas? – preguntó secamente.
- Con Ana. Está preocupada por Maca.
- ¿Cómo está? – preguntó interesado.
- Muy mal – respondió bajando la vista e intentando que las lágrimas afloraran a
sus ojos – nadie se esperaba esta recaída.
- No te preocupes, saldrá de esto.
- Ojalá – respondió y lo miró con una tristeza que lo sobrecogió hasta a él - ¿cómo
te ha ido el día?
- Regular, aunque a última hora se ha arreglado – sonrió misteriosamente.
- ¿Tienes hambre?
- ¡Sí! – exclamó “ya lo creo que la tengo” – sería capaz de comerme… - se acercó
a ella y la estrechó entre sus brazos besándola apasionadamente, necesitaba
hacerlo y canalizar toda esa energía, lo necesitaba.
- Elías… no me apetece – le empujó ligeramente apartándolo de ella.
- ¡Venga, payita! ¿no será por lo de tu doctora?
- Pues... sí… no estoy de humor – le mintió – cena tu que me voy a la cama. Me
duele la cabeza. Solo te estaba esperando.
- ¡Venga ya! ¿estás de broma? – dijo intentando otro acercamiento.
- Te he dicho que no quiero – lo empujó con más fuerza y él sintió que veía todo
rojo de nuevo, apretó los labios y los puños.
- No me esperes despierta – le pidió con voz ronca, aceptando su negativa y
sintiendo una rabia interior que no podía dominar, cogió las llaves y salió.

Tendría que buscar una puta que le diera lo que aquella le negaba. ¡Qué harto estaba de
aguantar! en cuanto estuviese el trabajo hecho, se iba a dedicar a darse un gran
homenaje, un homenaje que no olvidaría.

* * *

Isabel entró en casa cabizbaja, no estaba segura de que su plan funcionase y solo tenía
cinco días para ejecutarlo. Josefa la esperaba con la cena preparada. Lo miró con cariño.
¡Si no fuera por él! Sentía tener que mentirle, pero si le preguntaba tendría que hacerlo y
más después de la llamada que había recibido esa misma tarde de su padre, insistiendo
en interrogar a Maca. Ella le había dicho que era imposible, Maca había vuelto a la UCI.
Le gustaría poder consultar con él sus planes pero no podía hacerlo, tenía que
mantenerlo al margen, no podía arriesgarse más. Aquel caso la traía de cabeza y
comenzaba a sospechar de todos. Cada vez tenía más claro que Elías había asaltado a
Maca, que no había intentado matarla y que no lo había hecho solo. Josefa la besó, y le
preparó una copa, le preguntó por el trabajo y ella se mostró esquiva. Él percatándose de
ello comenzó a contarle cotilleos de algunos agentes que ella conocía, intentando
distraerla. La conocía y sabía que ese ensimismamiento solo podía responder a una
cosa, estaba a punto de pillar a alguien, estaba maquinando un plan y no quería ni fallos
ni distracciones. Desearía que le contase de que iba y comentarlo con ella, pero estaba
claro que en esta ocasión tenía la intención de mantenerlo al margen. Terminaron de
cenar y se sentaron en el sofá, Isabel se acurrucó en él y se dispusieron a ver una
película. A los pocos minutos, Josefa se había dormido. Ella sonrió, era incapaz de ver
una película entera. Sin embargo ella no era capaz de pegar ojo, solo podía pensar en
coger a aquel gitano, y conseguir de él que le confesase quien era el auténtico acosador.
Capítulo VIII. JINJA.
El avión aterrizó sin problemas. Tal y como estaba previsto, las esperaban en el
aeropuerto. Laura se despidió de ambas, debía emprender el viaje hacia Kisumu.
Durante el vuelo, finalmente, Maca había decidido ir con ella, pero Laura se negó en
redondo, en parte, porque sabía que Esther deseaba por encima de todo pasar esos días
con Maca y, en parte, porque aunque el viaje a Kisumu era más corto desde Nairobi,
ella debía pararse en el hospital de la capital y luego trasladar a dos de los niños hasta
Nakuru, antes de continuar con los demás a Kisumu; y Maca, aún convaleciente, no
estaba para muchos trotes. Y no es que el viaje a Jinja fuese más seguro o más cómodo,
pero lo harían directamente y el camino era mejor, y como todas sabían, si había algo
que necesitaba la pediatra era descansar.

Esther se mostraba algo molesta porque Maca no hubiese escogido la opción de ir con
ella, pero en el fondo la entendía, era normal que se sintiese violenta de volver a ver a
Germán, sobre todo, después de que nadie le hubiese puesto sobre aviso, por orden
expresa de Isabel. Y allí estaba Maca, decidiendo una cosa y obligada a hacer otra,
¿para que se le habría ocurrido decir que entre las tres tomarían la decisión! se habían
puesto dos contra una y, al final, a Jinja que se iba.

- Bueno pues… nos llamamos esta noche – dijo Laura besando a Esther –
¡cuídala! – le dijo guiñándole un ojo y señalando a la pediatra.
- Cuídate tu también – se abrazó a ella agradecida por todo.
- Maca – dijo Laura agachándose – ya me contarás qué te parece todo esto – la
besó cariñosa - ¡suerte! – les dijo a ambas saludándolas con la mano.

Las dos respondieron al saludo levantando también su mano. Maca se quedó pensativa,
“suerte”, se dijo. No sabía porqué pero no le gustaba nada que hubiera dicho eso y sintió
que la aprensión se apoderaba de ella. Miró hacia la enfermera que, tras la despedida, ya
estaba cogiendo las maletas de ambas.

- Te recuerdo que tienes que ponerle al reloj tres horas más – se giró mirando por
encima del hombro - ¡Vamos! Maca – le dijo nerviosa – ¿puedes sola? – le
preguntó al ver en ella un gesto que le pareció de dolor – si no puedes quédate
aquí que saco las maletas y vuelvo.
- No, no, puedo yo, tranquila – le respondió, aunque lo cierto es que era la primera
vez desde el asalto que accionaba su silla y le estaba costando más trabajo del
que le gustaría reconocer.

Maca la siguió como y mientras pudo, ya que la enfermera parecía llevar tanta prisa
que, a los pocos segundos, la había perdido de vista. Se paró un momento sin saber
hacia donde ir, notó que todo el mundo la observaba y se sintió tremendamente
incómoda. Miró a uno y otro lado, ni rastro de Esther, consultó la hora, debía ir al baño
antes de emprender la marcha hacia Jinja, pero no era capaz de localizar a la enfermera
y debía decírselo. Supuso que habría ido directamente a la salida y se decidió a hacer lo
mismo. Con dificultad consiguió llegar a ella, fue cruzar la puerta y un bofetón de calor
la dejó parada, era sofocante, la gente entraba y salía a velocidad de vértigo, y las voces
la atronaban. Varios hombres se acercaron a ella, “taxi, “taxi”, repetían, Maca
pronunció “no” en varias ocasiones hasta que la dejaron tranquila. Sintió una punzada
en la sien y frunció el ceño contrariada, esperaba que no comenzase el dolor de cabeza
que la acompañaba casi a diario desde el ataque. Un par de jóvenes se acercaron a ella a
pedirle dinero, Maca agarró el bolso temiendo que le dieran un tirón, ya le habían
avisado que debía tener mucho cuidado. Desorientada y nerviosa, intentó localizar a la
enfermera, pero allí sentada y con el gentío era misión casi imposible.

- ¡Maca! – escuchó pronunciar su nombre y sintió un alivio enorme, estaba


asustada - ¿Dónde te habías metido? – preguntó la enfermera con un ligero tono
de reproche llegando junto a ella – no te despistes que esto no es España.
- Lo siento – se disculpó – no podía seguirte, vas demasiado rápido.
- Te dije que te trajeras la otra silla – le recordó – no sé porqué te has empeñado
en traer ésta cuando sabes que aún no puedes hacer muchos esfuerzos.
- Esther, porque si la otra se estropea…, ¿qué hago! ¿molestar continuamente a
todo el mundo? – respondió un poco molesta.
- Pues haberte traído las dos – respondió airada.
- Ya… ¿no fuiste tú la que también me dijiste que equipaje el justo?
- Venga vamos – aceptó su explicación, sin ganas de perder más tiempo,
colocándose tras ella y comenzando a empujarla.
- ¡Espera!… quería ir al baño antes de marcharnos y… no he sido capaz de
encontrarlo.
- ¿No puedes aguantar? – preguntó impaciente – con suerte en poco más de un par
de horas estaremos en la frontera.
- Esther… no es eso, es que yo…
- ¡Perdona! tienes razón – dijo, cayendo en la cuenta. Se dio la vuelta e hizo una
seña con los dedos. Dos soldados se acercaron a ellas – Maca, ellos son André y
Blaise – le dijo señalando a uno y otro – te acompañarán al baño, salimos en
diez minutos – explicó controlando la situación – no tardes.
- Esther, yo… preferiría que me acompañases tú – le dijo haciendo una seña con
los ojos – creo que voy a necesitar… algo de ayuda.
- Yo tengo que pasar por la aduana y visar nuestros permisos, ya he sacado el
número y si lo pierdo tardaremos más. Además, tengo que pasar por las oficinas
de Médicos sin Fronteras y recoger los petos – se explicó con soltura – no te
preocupes que ellos… - conforme hablaba leyó la desesperación en los ojos de la
pediatra, iba a decirle que ellos estaban acostumbrados a todo, pero de pronto, la
vio tan desvalida y tan necesitada de ella que se ablandó – venga, ¡vamos! pero
rápido, me acaban de informar que el trayecto no va a ser fácil, la guerrilla está
desplazándose hacia el sur y no queremos encontrarnos con ninguna sorpresa,
además, la frontera siempre es peligrosa – explicó.
- Deberíamos haber continuado en el avión hasta Kampala.
- Maca, no te enteras de nada – le recriminó cansada de aquella conversación - la
guerrilla está en el norte y, en ocasiones, hacen incursiones hacia el Sur, pero
nunca bajan más de Jinja, si aterrizamos en Entebbe o Kampala tenemos más
posibilidades de cruzarnos con ella. Por aquí es más seguro, aunque sea más
largo y aunque debamos cruzar la frontera.

Se dio la vuelta y se dirigió a los dos hombres y les dijo unas palabras que Maca no
entendió, aquello no era ni inglés ni francés, y eso que Esther le había contado que casi
todo el mundo hablaba una u otra lengua o las dos, debía ser Swahili. Los soldados
volvieron sobre sus pasos y se quedaron, arma en mano, junto al camión.
- No debía haber venido – comentó, se sentía desubicada y completamente
agotada, y aunque no pensaba decírselo a Esther, esperaba que la enfermera
comprendiera que sus condiciones físicas no le permitían hacer algunas cosas.
No hacía ni doce horas que había salido de Madrid y ya se estaba dando cuenta
de que Cruz tenía razón, no estaba en condiciones para el viaje – os dije que no
era buena idea.
- Ya no hay remedio – respondió con cierta dureza, no era momento de
lamentaciones ni arrepentimientos, dándole a entender que, ahora, pensaba igual
que ella. Maca se sintió molesta por el tono de la enfermera pero no dijo nada
más. Solo había consentido en hacer el viaje, por la insistencia de Esther y ahora
la trataba como si fuera una carga para ella – intentaremos que no lo pases
demasiado mal.
- Gracias – respondió con cierto retintín. No entendía porque Esther la estaba
tratando con tanta indiferencia cuando en el avión insistía en que viajara a Jinja
y no a Kisumu, y en Madrid había sido ella la que, prácticamente, había
convencido a todos de que era una buena idea el que hiciese este viaje. Aunque
podía imaginárselo, le había molestado que a la hora de escoger en el avión
optase por Laura y no por ella. ¡Si supiera que, en realidad, era eso lo que más
deseaba! que estaba allí solo porque ella lo propuso y que se moría de miedo,
que se temía así misma, a no ser capaz de, lejos de todo y todos, controlar sus
sentimientos.

Entraron en el baño y Maca se percató, al instante, de que era demasiado pequeño para
que ella pudiese manejarse.

- Esther, creo que vamos a tener que dejar la puerta abierta, es imposible que me
mueva aquí, además – pasó la vista con rapidez por toda la instalación – no hay
nada a mano donde pueda apoyarme – dijo calibrando sus posibilidades.
- Como tú veas, pero ¡venga! date prisa, es muy importante que salgamos cuanto
antes de aquí.
- Ya me lo has dicho, pero no puedo hacer más de lo que hago – la miró
angustiada, con la esperanza de que la comprendiese, pero Esther parecía no
darse cuenta de lo mal que se lo estaba haciendo pasar, hacía tiempo que no
experimentaba esos sentimientos.
- Te aseguro, que si nos encontramos con la guerrilla, no solo no te va a gustar, si
no que éste será el menor de tus problemas – comentó nerviosa.
- Vale, lo he entendido. ¿Me alargas mi bolsa! por favor – pidió molesta y
resignada, la bolsa que siempre llevaba colgada a la espalda de la silla.
- ¿Qué quieres ahora? – preguntó impaciente tendiéndosela.
- Por lo que veo, debo empezar a adaptarme a todo esto, y… sola – reprochó
viendo el poco interés que ponía la enfermera en echarle una mano – así es que,
voy a empezar a hacerlo. Sal, por favor.

Esther, rápidamente, se percató de lo que pretendía. Maca estaba dispuesta a usar sus
pañales y dejar de molestarla. La miró con ternura y su actitud cambió.

- Tampoco es eso, Maca – dijo enrojeciendo ligeramente – ven aquí – la sujetó


con firmeza – yo te ayudo. Perdona, pero es oír hablar de la guerrilla y todos nos
ponemos nerviosos. Lo siento.
- No te disculpes, si… tienes razón – le sonrió asustada, pensando en donde se iba
a meter – creo que no ha sido buena idea todo esto – volvió a repetir.
- Eso me lo dices a la vuelta, ¿de acuerdo? – le dijo más amable - Ahora ¡vamos!
el viaje es largo y pesado.
- Gracias por darme ánimos.
- De nada – respondió cansada de que le repitiese siempre lo mismo – solo quiero
que estés preparada. Cuando lleguemos al campamento todo será diferente.
Verás como te gusta aquello.
- Estoy segura – suspiró mientras salían al exterior.

Esther la acompañó junto a los soldados y se marchó, había perdido su turno y tuvo que
esperar, al cabo de más de media hora de lucha con las autoridades, salió de las oficinas,
triunfante. Al verla, Maca sintió tal alegría que empezó a comprender la necesidad que
tenía de notarla cerca. Le daba seguridad ver con qué soltura trataba a todo el mundo y
como todos la obedecían sin rechistar.

La enfermera llegó hasta ellos sonriente y aliviada por poder emprender la marcha
cuanto antes. Miró hacia Maca con preocupación, tenía mala cara, antes ni siquiera se
había fijado en ello y llevaba más de media hora esperándola al sol, cuando Cruz la
avisó de que debía tener cuidado.

- Todo listo – le dijo a ella – toma, ponte esto – le lanzó una especie de peto
blanco sin mangas en el que se leía en letras rojas “Médicos sin fronteras” – no
es que te vaya a salvar de una bala pero algo sí que lo respetan – le explicó y
dirigiéndose a los soldados les dio unas indicaciones, que Maca no entendió,
aunque pudo comprender lo que les decía por la reacción de ellos.

Dos de los hombres soltaron sus fusiles, abrieron la puerta del asiento trasero y la
izaron, sin esfuerzo, soltándola en el asiento con brusquedad junto a la ventanilla, Esther
les gritó algo y ellos se giraron hacia la pediatra en actitud de disculpa.

- ¿Qué les has dicho? – preguntó Maca abrumada por tanta novedad.
- Que tengan cuidado, que no eres un fardo – respondió con rapidez,
desapareciendo de su vista de nuevo, Maca estaba superada, Esther parecía
hacerlo todo con una velocidad vertiginosa y ella no era capaz de calibrar si
debía a que estaba nerviosa o a que allí las cosas funcionaban así.

La pediatra permaneció sentada sin moverse, había dos asientos corridos y a ella la
habían colocado en el que miraba en el sentido de la marcha, el de enfrente permanecía
vacío, Esther había entrado por la otra puerta y se situó junto a la ventanilla del lado
opuesto, dejando un gran espacio entre ambas.

- ¿Tienes sed? – le preguntó mostrándole una de las botellas que acababa de


comprar junto a un par de sandwicht.

Maca miró el reloj y negó con la cabeza. Esther le había contado que tardarían un par de
horas en llegar a la frontera, y aunque aquél calor la estaba matando y deseaba más que
nada beber un poco, no quería tener que dar lugar a pararse por el camino. Los dos
soldados subieron a la parte delantera del camión, junto al conductor. Maca cogió una
de sus piernas con ambas manos y la subió al asiento de enfrente, cuando se disponía a
hacer lo mismo con la otra, Esther se lo impidió.

- No te acomodes – le ordenó tajante – ahora subirán más.


- ¿Más soldados?
- Si. Ya te he dicho que el trayecto es peligroso y lo más incómodo de todo el
viaje.
- Esther, ¿por qué no te sientas a mi lado? – le pidió casi con temor de su
respuesta.
- Prefiero la ventanilla – se justificó.

Maca suspiró, ¿estaba Esther intentando castigarla por algo, o era ella que estaba tan
cansada y fuera de lugar que no soportaba tenerla lejos? Decidió ser la que se acercara.
Apoyó las manos en el asiento y haciendo un gran esfuerzo fue arrastrándose hasta la
enfermera.

- Aquí vas a estar más incómoda – le dijo.


- Es igual, lo prefiero – respondió molesta por el trato que le estaba dando.

Esther se encogió de hombros mirando por la ventanilla con inquietud. Le daba pánico
la idea de topar con la guerrilla, quizás no estaba preparada para la vuelta. Y… estaba
Maca, nunca debió convencerla para hacer el viaje, la pediatra tenía razón, sentía que
era una carga para ella, y se sentía culpable por ello. Maca no tenía culpa alguna, era
ella, la que había insistido, era ella la que se había ofrecido a Isabel y a Cruz, y era ella
y solo ella la que debía estar pendiente para que no le ocurriese nada, pero no podía.
Ahora que estaban allí se había dado cuenta, no podía protegerla, no podía aconsejarla,
no podía cuidar de ella. Su mente no dejaba de darle vueltas a lo de siempre, a su
incapacidad para ayudar a nadie. Notó que la observaban y giró la cabeza, Maca la
estaba mirando con tal aire de indefensión, que sintió lástima por ella, la pediatra esbozó
una leve sonrisa, estaba asustada y Esther era consciente de ello, pero no podía
ayudarla. Si llegaba el caso, ocurriría lo que ya había ocurrido en otras ocasiones, se
quedaría paralizada, no haría nada por ella, por defenderla. “No debía haberla traído
aquí”, se reprochó.

La puerta del camión se abrió de nuevo y subieron cuatro soldados más, tres se sentaron
frente a ellas, fusil en mano y el último se situó junto a Maca, permaneciendo de pie y
agachado a su lado.

- Maca, pégate a mí y déjale sitio – le pidió la enfermera.


- Pero… aquí hay un palo – se justificó tocando con la mano uno de los
separadores del asiento.
- Ya te dije que allí estarías mejor – fue su única respuesta.

Maca volvió a apoyarse y a tirar de sus piernas para quedar justo al lado de Esther,
notaba su calor, ella misma se notaba arder. No sentía el palo bajo su cuerpo, pero sí los
efectos de la inclinación que le obligaba a adoptar. ¡Cuatro horas! pensó, esto va a ser
un infierno y una sauna. El soldado de enfrente abrió sus piernas dejando entre ellas las
de la pediatra, al hacerlo, le lanzó una tímida sonrisa con la que Maca interpretó que le
decía que no tenía más opciones. Maca se la devolvió temerosa. A su lado, se sentó
finalmente el que faltaba, invadiendo todo el espacio y rozándola con su cuerpo. Por
primera vez desde el accidente Maca se alegro de no sentir aquel contacto, el joven
estaba tan sudoroso que Maca no pudo evitar sentirse agradecida por no poder notar ese
roce. El camión comenzó su marcha, salió de la ciudad por una carretera llena de baches
y agujeros, el conductor iba todo lo rápido que le permitía aquel trasto, como ya lo
definiera Esther en una ocasión. Maca botaba en el asiento con cada uno de ellos, e
intentaba sujetarse al borde del asiento. Observó como Esther se agarraba con una mano
en el enganche de la puerta y entendió porqué le dijo que permaneciese en el lugar
donde la habían colocado al principio. Todos guardaban silencio, solo interrumpido de
vez en cuando por alguna palabra del conductor, que Maca entendía como quejas por el
tono. La pediatra miraba, a lo lejos, por la ventanilla, se sentía sobrecogida por aquella
inmensidad de chabolas, gentes corriendo, gentes saliendo al paso del convoy,
pidiéndoles con las manos extendidas que les echasen algo.

- ¡Eh! – gritó Maca de pronto sobresaltando a Esther.


- ¿Qué haces? ¿qué te pasa?
- Dile algo al conductor ¡qué los va a pillar! – exclamó angustiada – se va
saliendo todo el rato.
- Primero no se va saliendo, aquí se conduce por la izquierda y segundo, si es
necesario hacerlo, lo hará.
- ¿Cómo?
- Lo que te he dicho, que lo hará.
- Y lo dices así, tan tranquila.
- Maca… aquí no es seguro pararse, está la guerrilla, están las emboscadas y no se
parará por nada ni nadie.

Esther, guardó silencio y abrió su botella, bebiendo un trago largo, Maca la miró con tal
deseo que la enfermera se giró sintiéndose observada.

- ¿Quieres? – volvió a ofrecerle.


- No, gracias – se negó otra vez, volviendo a mirar la hora, tan solo llevaban
veinte minutos de camino.
- Deberías beber un poco – insistió mirando con preocupación su aspecto cansado,
ojeroso y ligeramente sudorosa – hace demasiado calor.
- ¿No me digas? – dijo irónica. Esther no respondió y volvió a mirar al exterior –
Esther, no es que no quiera hacerte caso, es que… bueno… ya sabes.
- Como tú veas, pídeme cuando quieras – respondió distraída volviendo a sus
pensamientos.
- Vale, pero… - se interrumpió ante un nuevo bote que casi la hace caer encima de
ella, Esther consiguió frenarla con su brazo golpeándola con el codo en el
costado.
- Agárrate fuerte al asiento y no te sueltes – le dijo con genio- ¿te has hecho daño?
- No. Estoy bien – respondió palideciendo por el dolor y asustada. Sí que se había
hecho daño, se había llevado un golpe en las costillas que casi la había dejado
sin respiración, pero cerró la boca, estaba claro que el horno no estaba para
bollos, e hizo una mueca que pretendía ser un esbozo de sonrisa pensando en el
doble sentido de la frase.
- ¡Mira! ¿ves aquellos grupos de allí? – le preguntó la enfermera cambiando el
tono.
- Si, ¿por qué? ¿Quiénes son?
- Refugiados. Espero que no lleguemos en un mal día al Hospital.
- ¡Ah! pero… ¿aquí hay días buenos? – preguntó espantada de todo lo que veía.
- Deberías guardarte esa ironía – le dijo con genio, molesta – aquí no te va a ser de
mucha ayuda.

Maca aceptó la crítica en silencio y no volvió a abrir la boca. Todo estaba resultando
muy diferente de cómo había imaginado y seguía sin entender el empeño de la
enfermera en que fuera con ella, ¿para qué! ¿para demostrarle que su vida no había sido
fácil allí! eso ya se lo había imaginado antes de leer aquel informe y después de hacerlo
lo había ratificado, ¿o era para hacerle ver que, a pesar de todo, por muchos problemas
que tuviese en Madrid, tenía suerte en la vida! eso era muy discutible.

De pronto el camión aminoró la marcha, los soldados comenzaron a decirse cosas entre
ellos y cogieron los fusiles, preparándolos para el disparo. Maca, se asustó e hizo un
esfuerzo por mirar a través de la ventanilla pero no parecía que ocurriese nada diferente
a lo que llevaban visto.

- ¿Qué ocurre? – le preguntó a Esther, desconcertada, comprobando que la


enfermera permanecía impasible ante aquella maniobra, como si nada hubiese
cambiado.
- Mira allí – le dijo con tranquilidad señalando con el dedo hacia la lejanía - ¿ves
aquellos árboles? Los de la derecha, Maca – le especificó con un deje de
impaciencia al ver que la pediatra miraba al lado contrario…
- Si.
- ¿Ves las gentes acampadas entre ellos?
- No, no los veo – dijo cegada por la intensa luminosidad entornando los ojos y
colocando la mano a modo de visera para escudriñar mejor, pero aún así siguió
sin ver nada - ¿tú si? – preguntó inocentemente.
- Si – sonrió por primera vez en el viaje, mirándola a la cara – pues están allí.
Entonces… imagino que tampoco verás las señas que están haciendo al convoy,
¿no?
- No.
- Bueno… pues… a ver Maca, acaban de indicarnos que el camino puede estar
minado.
- ¿Minado! ¿te refieres a minas antipersona?
- Claro.
- ¿Y… lo dices como si nada? – preguntó cada vez más asustada.
- Maca, esto es así, o te acostumbras o te vuelves a España, y yo me acostumbré.
- ¿Y… si yo me quiero volver? – preguntó molesta por el tono con que le hablaba.
- Tendrás que esperar – rió y más amable le dijo – no te asustes.
- Eso se dice muy pronto. Se suponía que hacía este viaje por motivos de
seguridad…
- Y así es. Te repito que no te asustes, una cosa es que avisen y otra muy diferente
es que sea cierto.
- ¿Qué quieres decir?
- Pretenden que nos paremos, quieren las provisiones y todo lo que llevamos ¿por
qué crees que viajamos con el ejército?
- ¿Y nos vamos a parar?
- Nooo – le dijo impaciente alargando la “o”.
- ¿Aunque haya minas? – continuó con su interrogatorio a pesar de que era
consciente de que Esther estaba empezando a cansarse.
- Ni aunque las haya. Estate tranquila, Maca, si vamos en un Ratel.
- ¡Ah! ¡un ratel! – exclamó marcando las palabras con sorna – claro, claro y eso
¿se supone que debe tranquilizarme?
- ¿Sabes lo que es un ratel?
- Evidentemente, no – respondió haciendo, de pronto, un ostentoso gesto de dolor
y con voz que también lo denotaba le preguntó – entonces… a este paso,
¿tardaremos más en llegar?
- Evidentemente, sí – le devolvió el comentario, pero al ver su expresión se
preocupó - ¿qué te pasa?
- Me duele mucho la espalda… y… me estoy mareando.
- Ya te dije que estarías…
- Ya se lo que me dijiste – la cortó molesta – contéstame ¿tardaremos mucho
más?
- Espera, voy a cambiarte el sitio, aquí estarás más cómoda – dijo hablando con
los soldados y levantándose, le tendió la mano a uno de ellos que la ayudó a
pasar al otro lado de la pediatra sin perder el equilibrio, mientras el joven
sentado en frente de Maca soltaba su fusil, y cogiéndola por la axilas la sentó en
el lugar que momentos antes ocupaba Esther.
- ¿Mejor ahí? – le preguntó la enfermera sentándose a su lado.
- Si, gracias.
- No me extraña que te doliese la espalda, con este palo aquí…
- El palo, no lo notaba – sonrió como diciendo alguna ventaja tenía que tener -
¿qué es un ratel?
- Eres de ideas fijas ¿eh? – volvió a sonreírle – un ratel es un pequeño mamífero,
le llaman así a estos camiones en su honor, por lo duros que son.
- Ya… - dijo pensativa – pero una mina…
- Maca, vamos en el centro del convoy. Si hay una mina, nunca nos tocará a
nosotras.
- Pero… ¡a ellos sí! – exclamó perpleja de que Esther no pensase en aquellos
hombres.
- Es su trabajo – respondió secamente. Maca la miró sin dar crédito a su
comentario.
- ¿Cuándo te has vuelto tan…?
- ¿Tan qué?
- Tan fría.

Esther se encogió de hombros y no respondió. Sacó su botella y dio otro sorbo.

- ¿Quieres agua?
- No.
- Maca… en un rato va a empezar a darte el sol, deberías beber agua.
- Luego te pido.
- Como quieras – repitió con desgana.

Volvieron a guardar silencio. Maca observaba todo entre abrumada, sorprendida y


espantada.

- ¿Veremos animales? – preguntó de pronto, intentando sacarle algún tema de


conversación. Cuando hablaba notaba menos esa sensación de mareo que estaba
empezando a ser permanente y que poco a poco estaba segura de que se
convertiría en dolor de cabeza. Se había acostumbrado desde el golpe a que
fuera así. Esther no respondió y Maca miró hacia ella e insistió – digo…
animales salvajes.
- Esto no es un safari – dijo secamente.
- ¡Ya lo sé! – respondió molesta. ¿Qué le pasaba a Esther? Parecía que no le
gustaba nada de lo que le decía. Decidió no volver a hablar hasta que ella le
dijese algo, la dejaría tranquila, la miró de reojo y la vio abstraída en sus
pensamientos, quizás eso era lo que le ocurría, que estaba perdida en sus
recuerdos. Maca comprendió que a Esther le estaba resultando dura la vuelta,
aunque en Madrid pareciera desearlo. Suspiró, colocó el codo en el borde de la
ventanilla y apoyó la frente en la mano mirando hacia el exterior. Esther al verla
así, pensó que estaba más mareada.
- ¿Estás bien? – le preguntó acariciándola levemente en el antebrazo y lanzándole
una sonrisa.
- Si – dijo sorprendida por la pregunta, y viendo campo abierto volvió al ataque –
oye, y… los mamíferos esos… ¿cómo has dicho que se llaman?
- ¿Los ratel?
- ¡Esos!… ¿porqué son tan duros? – preguntó de nuevo.

Esther la miró moviendo la cabeza de un lado a otro y sonrió vencida, estaba claro que
no pensaba callarse.

- Son el único ser vivo de aquí que ha conseguido desarrollar la capacidad de


aguantar la picadura de la víbora – le explicó.
- ¿Víboras? … pero… ¿hay muchas?
- Hay las que hay – respondió de mala gana encogiéndose de hombros.
- Digo a donde vamos, en el campamento.
- Alguna vez se ha colado una serpiente pero víboras es raro.
- Pero… habrá antídoto, ¿no?
- Claro que lo hay, el problema no es ese, es el tiempo. Si te pica una víbora la
muerte es casi segura. Aquí la distancia más corta es enorme.

Maca la escuchó con cara de terror, no soportaba las serpientes, no le daban asco como
solía decir la gente, simplemente, le daban pánico. La sola idea de ver una le provocaba
repelucos.

- ¿Qué ocurre allí? – preguntó señalando a un grupo de gente que gesticulaba,


gritaba y tiraban cosas.
- No mires Maca – le dijo, por primera vez preocupada por ella – ven – le cogió la
barbilla y le volvió la cara hacia ella – no mires.
- ¿Por qué? ¿qué es?
- Lapidan a una mujer.
- ¡¿Qué?! – exclamó con estupor – Y… ¿no hacemos nada? ¿no nos paramos?
- No – respondió escuetamente.
- Pero… ¡son el ejército! ¿porqué no nos paramos?
- Lo primero porque son hombres, y… lo segundo, porque ya te he dicho que no
nos pararemos por nada.
- Pero… - dijo con lágrimas en los ojos notando que se le revolvía el estómago -
¿por qué! ¿por qué la lapidan? – preguntó casi en un susurro como si temiese
que alguien de fuera la oyese, intimidada por aquella violencia.
Esther percibió su abatimiento y se encogió de hombros sin responderle. Pero tras un
segundo en el que Maca mantuvo la vista clavada en ella expectante, la enfermera se
decidió y con voz ronca habló con precipitación.

- Los hombres tienen autoridad sobre la mujer, sobre sus hijos, sobre sus bienes,
las venden por un rebaño de cabras, por un trozo de tierra, las golpean si no les
dan hijos, ellas trabajan como burras, cuidan de los hijos, de los animales,
cultivan el campo y obedecen, siempre obedecen, y cuando alguna no lo hace, si
alguna huye, se niega a la ablación, o es violada por otro hombre, es juzgada y
sentenciada, en sus vidas no suele haber un momento que no esté ligado al dolor
– le explicó con la vista perdida a lo lejos. Maca miró hacia el exterior y
rápidamente quitó la vista, no lo soportaba.
- Entonces… ¿No nos vamos a parar? – volvió a preguntar casi resignada.
- No. Esto es así.
- Vale - dijo abatida, intentó tragar saliva en un gesto instintivo de controlar su
estómago, pero tenía la boca tan seca que no pudo – no entiendo como te has
acostumbrado a esto.

Esther no le respondió, solo pensó en que con un poco de tiempo lograría que la
entendiese. Estaba viendo lo peor de África, la cara más dura y amarga. Sabía lo que
estaba sintiendo porque cinco años atrás a ella le había pasado lo mismo. Pero, con
suerte, Maca descubriría en esa tierra otra forma de entender y ver las cosas, si había
sido capaz de luchar contra viento y marea, arriesgando su vida, por un proyecto como
el de la Clínica, no podría evitar sentir el gusanillo de comprender la vida en esa tierra y
cuando eso ocurriese, allí estaría ella, para enseñarle la otra cara, la cara de la grandeza
de África.

Al cabo de unos minutos el convoy aminoró la marcha para, finalmente, detenerse.


Maca se giró hacia Esther con el pánico reflejado en sus ojos. Le había dicho en tantas
ocasiones que no se pararían por nada que aquella detención la hizo sobresaltarse.

- ¿Qué pasa ahora? ¿por qué nos paramos?


- Hemos llegado a Uganda. Hay que pasar la frontera – le explicó Esther – tú no te
preocupes que yo hablo por ti. Normalmente, no hay problema.
- ¿Y cuando lo hay…? – preguntó con temor.
- Tranquila que no lo… - se interrumpió al ver que no era uno de los guardias
fronterizos quien abría la puerta del camión si no un soldado del ejército keniata
y les indicaba que bajasen con el fusil – habrá – terminó mirándola y ahora
también ella parecía nerviosa – tú no te preocupes y no les digas nada, ¿de
acuerdo? Ya les explico yo por qué no bajas. Y, luego, si lo necesitas, vamos al
baño.
- Vale, pero… no te vayas lejos – le pidió con un hilo de voz.
- Tranquila – le dijo levantándose para bajar.

Los soldados comenzaron a descender tras cruzar unas palabras con el compañero del
país vecino. La enfermera bajó tras ellos, rozando a Maca en el brazo al salir y
volviendo a susurrarle “tranquila”, al ver la cara casi desencajada de la pediatra y se
detuvo un instante haciéndole una seña al guardia fronterizo que estaba tras los
soldados. Maca supo que hablaban de ella. André se acercó a Esther y le susurró algo al
oído y Maca vio como la enfermera se ponía nerviosa intentando explicarle algo al
guardia que Maca no era capaz de comprender, pero parecía que aquel hombre no
terminaba de convencerse de lo que fuera. Luego, el guardia habló con los solados.
Maca observaba todo desde su asiento, permaneciendo en silencio como le había
aconsejado la enfermera pero con la sensación de que su permanencia allí arriba estaba
causando algún contratiempo. Buscó a Esther con la mirada pero ella continuaba
afanada en dar explicaciones al soldado. Finalmente, uno de ellos subió al camión y se
puso frente a Maca, la pediatra sintió que su corazón se aceleraba, asustada. Cuatro
soldados más se acercaron a la puerta del camión y con sus fusiles impidieron que nadie
se aproximase hasta ellos mientras escuchaba como se abrían y cerraban las lonas de la
parte trasera. Estaban procediendo a un registro. “Menos mal que no solía haber
problemas”, pensó nerviosa. Esther permanecía abajo observando la escena y Maca
miraba hacia ella desconcertada y deseando que la enfermera la tranquilizase aunque
fuese con una seña o un gesto, pero su cara le decía todo lo contrario, parecía
preocupada. En ese momento el soldado que había subido al camión soltó el fusil y
colocando ambas manos bajo los brazos de Maca la izó hasta colocarla en pie.

- ¡Eh! ¿Qué coño haces? – gritó la pediatra intentando sujetarse a sus sudorosos
brazos. El soldado sonrió divertido ante aquella reacción, acercó su cara a la de
la pediatra y masculló unas palabras inteligibles para ella, a pesar del agobiante
calor sintió un escalofrío, no entendía lo que decía pero aquel tono le recordaba
a algo, de pronto el soldado retiró sus manos con brusquedad y Maca cayó
contra el asiento con un gran estruendo. Esther intentó zafarse de la barrera que
habían creado los soldados para correr hacia ella.
- ¡Maca! ¡Maca! ¿Te has hecho daño? – gritó intentando subir a ayudarla pero el
fusil de uno de ellos se lo impidió, intentó apartarlo sin pensar en lo que hacía,
mirando a Maca que permanecía tumbada de costado sobre el asiento.

La pediatra se quedó casi sin respiración por el golpe, aquel tono, aquel olor a sudor y
aquella postura le produjeron un nuevo escalofrío y un fogonazo la llevó a otro lugar,
estaba encima del capó de su coche, tampoco podía respirar, se vio así misma diciendo
“no puedo respirar” y una voz que le respondía, “de eso se trata puta”. Aquellas
sensaciones, aquella respuesta, tenía que incorporarse, “¡Esther!”, murmuró buscando
su ayuda desorientada, “Esther”.

El joven bajó del camión con una sonrisa y dijo unas palabras que la enfermera entendió
perfectamente “no mienten”, entonces, enfada por el trato que habían recibido, se volvió
al guardia fronterizo y se encaró con él, los conocían y no era la primera vez que hacían
ese recorrido “¿por qué los trataban así?”, Blaise la frenó y le dijo con una seña que
subiese, ya se encargaría él de protestar. La enfermera intentó apartar a los soldados que
le impedían el paso y uno se situó frente a ella amenazadoramente, Blaise volvió a
frenarla cogiéndola del brazo, el soldado pidió explicaciones por aquel incidente de
forma airada y tras unos minutos de discusión y tensión, consiguió que dejasen pasar a
Esther.

Maca había conseguido sentarse por sus propios medios, permanecía pálida y aturdida,
no entendía muy bien aquel recuerdo, nada tenía que ver con aquellos ojos que su mente
repetía, era otra voz y otros ojos. Esther subió junto a ella con precipitación.
- ¿Te ha hecho daño? – le preguntó a Maca cuando por fin pudo sentarse junto a
ella.
- No – respondió con un hilo de voz asustada – Esther yo... me he acordado de
que… vamos que se me había olvidado…
- ¿Qué cosa se te ha olvidado ahora? – la interrumpió impaciente y nerviosa, sin
escucharla, mirando hacia fuera donde Blaise continuaba discutiendo.
- ¿Olvidárseme! nada – respondió desconcertada – me refería a …
- Perdona… creí que… ¿qué has recordado? – le dijo más suave cayendo en la
cuenta de lo que se refería – Blaise – llamó al soldado y haciéndole una seña le
indicó que lo dejara., era mejor continuar la marcha, finalmente, todos subieron
y les permitieron continuar su camino - ¿qué me decías? – le preguntó mirándola
de nuevo.
- Una tontería, ya… te lo contaré luego – esbozó una sonrisa, estaba claro que
Esther no estaba predispuesta a escucharla, más pendiente de que todo saliera
bien en el viaje - ¿por qué han registrado el camión?
- Están buscando una joven que ha huido de su casa tras acostarse con otro
hombre. Por eso nos han registrado – le explicó la enfermera moviéndose con
nerviosismo en el asiento, intentando justificarle aquel acto no habitual.
- ¿No decías que no ayudáis a nadie? – preguntó Maca resignada - ¿por qué
piensan que podía ir con nosotros?
- Bueno… a veces…. Nos hemos parado pero… solo cuando vamos solos, sin el
ejército.
- Pero… a la mujer esa… para qué la buscan.
- Para castigarla, Maca.
- Castigarla ¿cómo?
- La lapidarán o con suerte la repudiarán.
- ¿Quién? ¿su marido?
- Toda la aldea, Maca – le sonrió pensando en su pregunta “¿su marido?”, tenía
tantas cosas que explicarle, pero… ya habría tiempo – esto… es diferente.
- Ya… entiendo.
- No creo que lo entiendas – dijo mirando el puesto fronterizo en el que debían
pararse, ya en terreno ugandés – es largo de explicar, ¿has oído hablar de la
guerra del norte de Uganda?
- La verdad es que no.
- Pues ha provocado ya más de doscientos mil muertos y dos millones de
desplazados, como ellos los llaman.
- ¿Te refieres a refugiados?
- Sí – asintió, levantándose un poco para ver por la ventanilla el camión se detenía
de nuevo – estamos en Uganda. Ahora si quieres podemos bajar y vas al baño.
- Si, gracias – respiró aliviada de bajar un momento.
- Pues vamos – le dijo apretándole el brazo al tiempo que ella saltaba tras los
soldados.

Sacaron su silla y la sentaron en ella. Esther la acompañó aliviada de comprobar que no


le había ocurrido nada.

- Primero debería mostrar nuestros visados en aquella oficina – le dijo señalándole


hacia un edificio situado a la derecha, empujando la silla – ¿me acompañas?
- Prefiero ir al baño – reconoció.
- Bueno… si no puedes esperar – accedió cambiando de dirección.
- No te preocupes déjame en el baño y haz lo que tengas que hacer.
- ¿No necesitas ayuda? – se extrañó la enfermera – pensaba… entrar contigo – le
dijo con amabilidad consciente de que había sido brusca con ella casi todo el
viaje.
- No, gracias – le respondió levantando el mentón en un gesto altanero que
molestó a la enfermera - Luego te llamo si veo que no puedo sola – le dijo
intentando demostrarle que no pensaba ser una carga para ella, quizás eso era lo
que tenía a Esther tan nerviosa, que además de ocuparse de todo tenía que estar
pendiente de ella. Pero le salió con un tono tan altivo que Esther frunció el ceño
y Maca se percató de ello, “otra vez se ha molestado, está claro que no doy una”,
pensó llegando a una especie de caseta con un escalón de entrada tan alto que
echó al traste sus intenciones de no molestar a la enfermera – luego… ¿puedes
esperarme fuera! por favor – le pidió casi suplicante, intentando congraciarse
con ella, no quería que pensase que con su tono de antes lo que pretendía era
reprocharle algo.
- Como tu quieras – respondió extrañada de que no quisiese su ayuda allí dentro y
viendo su palidez se preocupó - ¿estas bien?
- Sí, algo mareada pero… estoy bien.
- ¿Tienes ganas de vomitar? – intentó adivinar los motivos que tenía para evitar
que entrase, sin dejar de mirar hacia atrás por encima del hombro, los soldados
le hacían señas de que se diesen prisa y la enferma se inquietó pensando en que
había novedades sobre el avance de la guerrilla..
- Te están llamando – le dijo mirando también hacia los soldados - No te
preocupes por mi - le sonrió sin responder a su pregunta – aguantaré – le dijo
con una sonrisa.

Cuando Esther estaba a punto de subir el escalón uno de los guardias llegó y cruzó unas
palabras con ella, marchándose después.

- Nos recomienda que no lo usemos – le dijo a Maca levantando las cejas


imaginando lo que podía encontrarse dentro.
- Necesito entrar – insistió.
- ¿Estás segura? Mira que cuando ellos mismos nos avisan…
- Tengo que entrar – repitió.
- Como quieras – dijo tirando de la silla y subiendo el escalón – cuando termine te
espero aquí y si sales antes me esperas tú, pero no te vayas a despistar como …
- Tranquila que aprendí la lección en el aeropuerto – la corto conocedora de lo que
iba a recordarle, entrando en el lugar que Esther le había indicado.

¿Eso era lo que Esther llamaba el baño! se detuvo un instante en la puerta donde la
recibió un olor tan nauseabundo que el mareo que tenía del viaje no fue nada ante ese
panorama visual y olfativo, que le provocó arcadas sin poder contenerse. Recordó la
frase de Esther no respires por la nariz cuando entraron en aquella chabola. Seguro que
había sido en sitios como ese donde la enfermera había desarrollado esos recursos.
¡Dios! aquello era insoportable, pero no tenía otra opción. Minutos después, salió de allí
mucho peor de lo que había entrado y encima debía volver a subirse a aquel camión y
quedaban al menos dos horas más de viaje. Estaba tan agotada y se encontraba tan mal
que deseó con todas sus fuerzas estar soñando, no estar allí y despertar en su casa. Pero
todo era real, los saltos de su estómago eran reales, el dolor de cabeza era real, y aquella
Esther desconocida que unas veces le sonreía y otras la trataba con desdén, como en ese
preciso momento en el que ya le estaba indicando que aligerase, también, lo era.

- Lo siento, he… he… tardado demasiado.


- ¿Qué hacías? No puedes pararte tanto rato, cada vez que nos detengamos, Maca.
- Lo siento – repitió en voz baja. Esther comprobó que había perdido el poco color
que tenía al entrar y que sus ojeras estaban más marcadas.
- ¿Seguro que no necesitas entrar de nuevo? – le preguntó olvidando lo que
acababa de decirle y su preocupación por la guerrilla, de pronto le parecía que la
pediatra tenía muy mala cara y recordó las recomendaciones que les hicieron
antes de salir – no volveremos a parar en todo el camino.
- Seguro, no vuelvo a poner los pies en una zahúrda como esa ni a cañonazos – le
dijo molesta.
- Eres una remilgosa increíble – le respondió despectiva, ya entendía a qué venía
aquella cara y no era porque estuviese enferma, como se había temido
recordando las palabras de Cruz, si no porque todo aquello la asqueaba.
Empezaba a dudar seriamente de que hubiera sido buena idea llevarla allí,
conociendo las comodidades a las que estaba acostumbrada – espero que
cambies de actitud y no te pases todo el día exigiendo gilipolleces.
- No creo que exigir unas mínimas condiciones en un baño sea…
- No crees, no crees – la interrumpió con genio - que aquí la gente se muere de
hambre ¡joder! – le espetó con tanto desprecio que Maca bajó la vista
avergonzada.
- Ya lo sé – respondió entre molesta y abrumada por la bronca y el tono que no se
esperaba y que no entendía a cuento de qué venía.
- Ahora entiendo porqué eres amiga de la estirada de Adela – le dijo despectiva
sin que Maca tampoco comprendiese a qué venia aquello en ese momento –
Venga, vamos – le dijo la enfermera subiendo al camión y esperando que izaran
a la pediatra.

Maca se quedó abajo mirándola subir, estuvo tentada a gritarle que siguiera sin ella, que
ya encontraría el modo de volverse, pero sabía que no lo iba a encontrar y que por muy
mal que lo estuviese pasando peor sería estar sin ella. Le empezaba a resultar
insoportable que Esther la tratase así. De pronto, un soldado la izó sin esfuerzo
sobresaltándola, y subiéndola al camión. Maca miró a Esther y decidió probar de otra
forma.

- No te enfades conmigo – le pidió Maca melosa colocando su mano sobre la de la


enfermera, una vez sentada a su lado, intentando que cediese un poco, no
entendía que le pasaba con ella – para mi todo esto es… nuevo y… diferente – le
explicó – pero … me acostumbraré.
- No me enfado – respondió secamente, arrepintiéndose de haberle hablado así y
retirando la mano. Delante de aquellos soldados no quería muestras de afecto.
- Vale… ¿pasa algo que no me cuentas? – se aventuró – puedes decírmelo.
- No pasa nada.
- Entonces ¿por qué estás tan nerviosa?
- No estoy nerviosa – la miró fijamente a los ojos, mintiéndole descaradamente,
no era el momento de explicarle lo que le ocurría – es solo que… parece que no
te das cuenta que aquí no se pueden hacer las cosas como estás acostumbrada.
Aquí todo es diferente y hay que tener muchas precauciones.
- De acuerdo, si tú lo dices – aceptó incrédula.
- No lo digo yo, esto es así.
- Vale - la miró suplicante, Esther cambió la vista, no soportaba aquella mirada.
Tras una pausa continuó - Sigue contándome lo del ejército - dijo en otro intento
de interesarse por todo aquello y que la enfermera viese que no era como le
había insinuado. Además, así se distraería un poco con la charla. No podía
olvidar aquel olor, que parecía habérsele quedado incrustado en la nariz y su
estómago ya no estaba algo alterado si no que pugnaba fuertemente por saltar
través de su garganta.
- El Ejército de Resistencia del Señor que es el LRA, se dedica a capturar niñas a
las que convierten en esclavas. Todas son jóvenes que han sufrido el horror de la
esclavitud, de la violación, y que muchas veces, cuando regresan a las aldeas tras
años de cautiverio, son repudiadas por sus comunidades – le contó la enfermera
sin perder el gesto de seriedad.
- ¡Qué horror! – exclamó Maca.
- Sí - murmuró rebuscando en una bolsa - Toma ¿quieres un poco de agua?
- No, gracias – respondió – ya te pediré yo.
- ¿Y un bocadillo? – le preguntó mostrándole uno.
- No, no quiero comer nada – respondió arrugando la nariz sintiendo que el asco
volvía con más fuerza.
- Maca deberías comer algo. Aún tardaremos en llegar unas tres horas.
- No, gracias. Ya cenaré esta noche – le respondió.
- Maca…
- Esther no puedo, de verdad. Tengo el estómago…, no sabes lo que era ese baño
– comentó poniéndose la mano en la boca.
- Como quieras – le dijo despectiva – la verdad es que te recordaba….
- ¿Cómo?
- No sé… menos… menos pija.

Maca la miró y guardó silencio. Estaba tan cansada que no tenía ganas de enfrentarse a
ella en una discusión, no se trataba de ser o no pija.

Media hora después el sol daba de pleno en la pediatra, que permanecía callada, con la
cabeza apoyada en la mano, mirando al exterior, pensando en todo lo que le había visto
y en todo lo que le había contado Esther. Estaba dolida con Esther por pensar de ella de
esa manera, iba a tener que demostrarle que se equivocaba con ella. Cada vez le dolía
más la cabeza y cada vez estaba más mareada, barajó la posibilidad de preguntarle si
tenía a mano algún analgésico, pero ¡cualquiera le decía nada! Esperaría hasta llegar al
campamento. Por lo menos había algo bueno y es que tenía la sensación de que había
bajado la temperatura o al menos ella tenía menos calor, desde hacía un rato ni siquiera
sudaba.

Esther también miraba por la ventanilla, perdida en sus recuerdos. De pronto, un bache
más pronunciado que los demás, rompió el traqueteo al que ya se habían acostumbrado,
todos se agarraron como pudieron, pero Maca osciló primero hacia los lados para acabar
cayendo hacia delante y por suerte el joven que tenía en frente la frenó antes de que
diera con su cabeza en las rodillas de él. Esther asustada le gritó.

- Te he dicho que te sujetes bien – le gritó.


- Y eso hago – se giró hacia ella sin poder evitar un gesto de genio, enfadada,
luego, más suave, pero con voz ronca le pidió – no hace falta que me des voces.
- Perdona – se disculpó – pero si no te sujetas bien, te puedes hacer daño –
continuó más tranquila.
- ¿Tú cómo te agarras? – le preguntó de sopetón.
- Pues como tú, con las manos en el asiento o si estoy en la ventanilla en el
tirador.
- No, no te pregunto eso ¿cómo consigues no caer cuando hay baches?
- Pues agarrándome, Maca - le dijo impaciente sin saber a dónde quería ir a parar.
- ¿Con qué?
- ¿Otra vez? Con las manos.
- No señora, y ¿no haces nada con las piernas! ¿no apoyas los pies para guardar el
equilibrio? – le preguntó molesta – ¡pues yo no puedo! - le espetó con una
mirada fulminante en la que intentaba decirle “ya vale”.

Esther la miró y notó que se le hacía un nudo en la garganta, quizás estaba siendo un
poco dura con ella. Maca tenía razón, y ella olvidaba continuamente que había cosas
que tenía que hacer de manera diferente.

- Vale, perdona. No había tenido en cuenta eso – reconoció, pensando en cómo


había cambiado todo desde el primer día en que volvió a verla, ese día solo veía
la silla y hasta soñó con ella y ahora, casi dos meses después, se le olvidaba
constantemente que Maca había cosas que no podía hacer.
- Bien, no me vuelvas a gritar, por favor.
- De acuerdo - asintió.

El calor era sofocante y la enfermera sacó de nuevo la botella, bebiendo un trago “arg.
está asquerosamente caliente”, pensó.

- ¿Me das un poco? – le pidió Maca viéndola beber, incapaz de aguantar más.
- Claro toma – le tendió la botella.
- Umh, ¿cómo haces para que se mantenga fresca? – le preguntó con curiosidad.
- ¿Estas de broma?
- No, te lo pregunto en serio.
- ¿Estás bien? – le preguntó preocupada, “¿fresquita?”, la única posibilidad de que
le pareciera fresca el agua es que ella tuviese una temperatura muy superior.
- Si – respondió.
- ¿Cambiamos de sitio?
- Claro, te molesta el palo, ¿verdad?
- No es por eso. Es que creo que te está dando demasiado el sol. Y sabes que
debes tener cuidado
- No te preocupes, si es por eso no hace falta, estoy bien – mintió, pero ya la
habían cambiado una vez, y no estaba dispuesta a que considerasen que era una
blandengue que no era capaz de soportar lo mismo que los demás. No era tan
pija como Esther le echaba en cara.
- Aún queda un rato para llegar. ¿Sigues mareada?
- Nada que no pueda controlar, ya sabes que determinados medios de transporte y
yo.. no somos muy amigos- intentó bromear mofándose de sí misma.
- Ya… ya me acuerdo – rió – bueno, no creo que tardemos más de una hora.
- ¿Una hora? – casi gritó sobresaltando a los soldados – pero si eso mismo me
dijiste hace media.
- Esto es así, ya te dije que a veces se llega antes andando – bromeó – y no des
esos gritos, que los sobresaltas. No seas quejica.
- Buf – resopló impaciente, estaba empezando a hartarse de la famosa frasecita
“esto es así”. Esther la miró y de pronto cayó en la cuenta que Maca siempre que
se ponía nerviosa, movía las piernas de un lado a otro, pero ahora… intentó ver
si tenía algún otro tic con el que exteriorizase ese nerviosismo, pero no encontró
ninguno.
- Mira, mira allí – le señaló a lo lejos – entre aquellos árboles - ¿ves el agua?
- Si, si la veo.
- Es el Nilo. Cerca del campamento tiene unos saltos preciosos. Si nos da tiempo,
te llevaré a verlos.
- ¿En serio? No sabía que el Nilo…
- Claro está muy cerca y el lago Victoria también. Si esto es precioso, Maca – le
dijo por primera vez con ilusión en los ojos - ¡Ya verás!
- Seguro que lo es – le sonrió.
- Y si nos da tiempo, te llevaré a que bebas agua del Nilo.
- ¿Agua del Nilo! ¿qué pretendes que me de el cólera?
- ¡Qué pija que eres! beberás agua del Nilo como la bebí yo, como la beben todos
los que llegan hasta aquí – dijo con una misteriosa sonrisa y una mirada
soñadora que Maca no le había visto hasta entonces.

La pediatra le sonrió. Le gustaba verla animada. Y si tenía que beber agua del Nilo,
pues… la bebería. Seguro que ya estaban cerca, de ahí el cambio de humor de Esther.
Maca se alegró por ella y empezó a notar el nerviosismo del encuentro. No se le quitaba
de la cabeza que Germán no tenía ni idea de que Esther llegaba acompañada y encima,
no con cualquier compañía.

Media hora después, no es que estuviese nerviosa es que estaba desesperada por llegar,
por descansar y tomarse algo que le quitase ese dolor de cabeza y, sobre todo, por bajar
de esa cafetera y que se asentase su estómago.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó Esther al ver que se frotaba las manos nerviosa.
- Pensaba en lo que dirá Germán. Hace años que no nos vemos y…
- Pues… nada… os saludáis y ya está – la tranquilizó, a sabiendas de que Germán
alguna vez le había hablado de una tal Macarena compañera de facultad que ella
jamás asoció a Maca, y la verdad es que siempre para contar alguna anécdota en
la que no salía demasiado bien parada, aunque había de reconocer que siempre
se había reído con ellas. Y ahora que lo pensaba no sabía como no había caído
en que podría haber sido Maca.
- Pero… no creo que le haga mucha gracia verme así sin…
- Maca, no sé que idea tienes de él, pero Germán es encantador.
- ¿Encantador? – no pudo evitar soltar una carcajada que molestó a Esther –
mucho ha debido cambiar, si.
- ¡Ya llegamos! – la interrumpió Esther - mira allí, aquello es el campamento.
- ¡Ya era hora! ¡qué ganas de una ducha y meterme en la cama! – suspiró cansada.
Esther la miró con tal cara que Maca se temió lo peor.
- ¿No hay ducha? – preguntó temiendo la respuesta.
- Claro que hay duchas, mujer – sonrió divertida por la cara que acababa de poner
la pediatra.
- Entonces qué ¿no hay camas! ¿sacos en el suelo? – apuntó con tal expresión que
Esther soltó otra carcajada.
- Que no tonta – le dijo con la familiaridad con que solían tratarse hacía años –
claro que hay camas, y muy cómodas además. Aunque quizás para ti lo mismo
no lo son tanto, que ya me ha contado Laura como son tus colchones. Eso aquí
no lo vas a tener.
- Me da igual, solo estoy deseando tumbarme y cerrar los ojos.
- Pues… me temo que no va a poder ser. Aunque quizás me equivoque. Ya nos
contará Germán los planes que hay – dijo preparándose a bajar tras el último
soldado que ya había descendido. Pero antes de que pudiese hacerlo asomó el
médico por la puerta con una enorme sonrisa.
- ¿Dónde está mi enfermerita preferida? – gritó riendo y cogiéndola en volandas la
bajó abrazándose a ella – pero ¡qué guapísima me has vuelto! – exclamó
separándose de ella, al hacerlo percibió que quedaba alguien más arriba.

Germán miró hacia el interior y abrió la boca de tal forma que hasta Maca sonrió.

- Hola Germán – lo saludó la pediatra con cierto aire de timidez.


- ¡Que me aspen! ¡Macarena Wilson! Pero… - miró a Esther y volvió a mirar a
Maca – no me vengas con esta Esthercita – dijo con una sonrisa también tras la
primera impresión – no me digas que tu Maca, era mi Macarena – dijo abriendo
los brazos y señalándola con el dedo, “¿tu Maca?”, pensó la pediatra, luego…
Esther había hablado con él de ella. La enfermera asintió con una sonrisa –
joder, joder.
- Lo siento, Germán – dijo Esther – ya te explicaré, pero no podíamos avisarte.
- Bueno, bueno – se acercó a la puerta del camión – Wilson, Wilson, ¡Cuánto
tiempo! ¿qué haces tú aquí? – le preguntó apoyado en el asiento. Esther se
volvió y le indicó a André que sacara las cosas.
- ¿Qué voy a hacer? Que me enteré que estabas tú y… aquí me tienes – dijo
irónicamente.
- ¿Y qué tal el viaje? ¿has pasado calorcito? – rió con sorna viendo su cara – te
veo un poquito… demacrada, ¿qué pasa! que no estás acostumbrada a estas
comodidades ¿no? - bromeó.
- Yo estoy acostumbrada a todo – le respondió sin quitar la sonrisa burlona que
puso desde que le vio la cara de sorpresa.
- Y ¿qué, señorita! se va a dignar usted a bajar o está esperando que le extienda
una alfombra que haga juego con el color de su cara – continuó con el tono
burlón tendiéndole la mano para que Maca se sujetase en él, se levantase y
facilitarle que bajase del camión. Pero lo que se ganó fue un codazo de Esther –
Au, - se quejó mirando hacia ella que se apartó un poco y le indicó con los ojos
la silla de ruedas - ¡Coño! – volvió a poner aquella expresión de sorpresa y miró
a Maca ahora tan rojo como ella y volvió a mirar a la silla – perdona Wilson, en
serio, ¡joder! que no tenía ni idea de… pero… ¡Ostia! Perdóname – balbuceó
nervioso. Maca rió.
- Anda, deja de tartamudear y ayúdame a bajar – le dijo sin darle más importancia.
- Claro, claro – subió tan precipitadamente que se golpeó en la cabeza con el
techo – Au – volvió a quejarse.
- Germán ¡déjalo! Que ya lo hacen ellos – intervino Esther viendo que Blaise y
André se estaban ya riendo del médico con el que les unía una buena amistad.
- Sí mejor, porque yo soy capaz de matarte – le dijo a Maca todavía abochornado
por su improcedencia – y… ¿cómo no me ha dicho nada tu amiga? – le preguntó
aludiendo a Adela.
- Pregúntaselo a ella, porque no es ningún secreto – le respondió esbozando una
sonrisa.
- Lo siento Wilson, en serio que no tenía ni idea – repitió aún azorado.
- No te preocupes Germán – intervino Esther - ¿dónde están todos?
- Estamos en cuadro – respondió girándose hacia ella mientras Blaise sentaba a
Maca en su silla – hay un brote de Ébola en el distrito de Bundibugyo y ya
hemos tenido aquí dos casos, ya sabes lo que significa, pero… ya te contaré – le
dijo haciendo una seña hacia Maca – Ahora será mejor que… - se interrumpió al
ver llegar a su compañera Sara corriendo.
- ¡Esther! – gritó abrazándola con alegría, separándose y volviendo a abrazarla
para terminar dándole un pico.

Maca que observaba aquel encuentro con atención, abrió la boca sin poder evitarlo, en
una mueca de desagrado, “¿quién será esta niñata?”, pensó. Germán la miró de reojo y
esbozó una leve sonrisa al ver su gesto, “¡Cuánto tiempo! pero sigue igual”, pensó aún
impresionado de verla en silla de ruedas.

- ¿Qué, Wilson? – le dijo distrayéndola colocándole la mano sobre el hombro –


estarás deseando darte una ducha y beber algo ¿no?
- Si – reconoció levantando sus ojos hacia él y volviendo a bajar la vista
deslumbrada por el sol, lo que le provocó que la cabeza le doliese con más
intensidad.
- Deberías usar gafas – le recomendó al ver cómo encogía los ojos – aquí el sol
molesta mucho.
- Lo haré – respondió mirando de nuevo hacia Esther que se giró hacia ella
manteniendo cogida de la mano aquella chica que debía de tener veintipocos
años, “¿no será la famosa Margarette?”, se preguntó molesta por aquel efusivo
recibimiento.
- Maca – le dijo sonriéndole, por primera vez en el día contenta de verdad – te
presento a Sara, la pediatra del equipo.
- Hola – dijo Maca secamente levantando una mano para estrechársela, “¡encima
pediatra!”, pensó cansada, al menos no era Margarette y de esta Sara no
recordaba que le hubiese contado nada – ¿así es que pediatra?
- Sí – sonrió con dulzura - encantada doctora Wilson – la saludó ignorando su
mano y agachándose a besarla – es todo un honor conocerla, Esther nunca me
dijo que… - se interrumpió pareciendo de pronto avergonzada – quiero decir que
no sabía que la conocía a usted. He leído todos sus artículos sobre el aneurisma
congénito en niños que publicó hace unos años, me impresionó su trabajo y…
me decanté por la pediatría, ya me contará porqué dejó la investigación – le dijo
halagándola y despertando el interés en Esther que no tenía ni idea de que Maca
hubiese publicado nada, “aneurísma congénito”, pensó la enfermera, estaba claro
que el caso de Jaime afectó a Maca mucho más de lo que ella pudo comprobar
en su día - y me encantaría comentarle algunas cosas.
- Bueno, bueno, ya habrá tiempo para eso – intervino Germán - primero será
mejor que os instaléis. Imagino que tendréis ganas de refrescaros y descansar un
poco antes de la fi… cena.
- ¡Margot! – exclamó Esther dejándolo con la palabra en la boca y salió corriendo
en busca de una joven que había aparecido tras una esquina seguida de varias
personas más. La chica corrió también al encuentro de la enfermera que se
abrazó a ella llorando de alegría.

Maca permaneció allí sin saber si ir tras Esther o quedarse junto a Germán y aquella tal
Sara que no le quitaba ojo, y con el miedo metido en el cuerpo ¿había escuchado fiesta o
cena! sonrió mentalmente pensando lo poco que había cambiado Germán, tan bocazas
como siempre. Esperaba estar equivocada, porque si de algo no tenía ganas era de fiesta.
Los tres guardaron silencio, hasta que el médico se vio obligado a romperlo, a fin de
cuentas podía considerarse que estaban en su campamento y Maca era su invitada.

- Es Margot – le dijo Germán finalmente, mirando a Maca que no quitaba ojo a la


enfermera – se puede decir que Esther casi la ha criado. La recogimos con doce
años y está a punto de cumplir los dieciocho.
- ¡Ah! – fue el único comentario de la pediatra, Germán la observó, parecía muy
cansada y tenía mala cara.
- Wilson, ¿estás muy cansada! porque si no es así puedo enseñarte todo esto – se
ofreció, intentando distender la situación – Esther querrá saludar a todo el
mundo y….
- Como queráis – dijo intentando no molestar ni hacer de menos a los amigos de
Esther – pero.. antes, necesitaría ir al baño y…
- Claro, claro discúlpanos – la interrumpió a su vez el médico – es que no te
esperábamos y… - se interrumpió enrojeciendo de nuevo, “ya la he cagado otra
vez, ahora pensará que está demás” - pero ahora te acompañamos a la cabaña de
Esther, tendréis que compartirla, estamos a tope. Si nos hubiera dicho que
venías… mira aquí vuelve Esther – dijo aliviado de verla regresar, no sabía
porqué era tan bocazas y menos porqué estaba nervioso de tener allí a su antigua
amiga.
- ¿Qué os pasa que estáis tan serios? – llegó sonriendo tras indicarle a André que
le llevase las cosas a su cabaña.
- Le estaba diciendo a Wilson que no hay ni un sitio libre, tendrá que dormir en tu
cabaña eres la única con cama de matrimonio. Tenías que haberme dicho que
erais dos y hubiéramos apañado algo.
- Lo sé, Germán pero… no podía hacerlo – dijo sin borrar la sonrisa - ya te
contaré – le susurró acercándose a él.

Maca miró hacia Esther, ¡lo que le faltaba! compartir cama y encima con Esther.
Esperaba que la enfermera entendiese que ella no podía ni quería compartir cama.
Estaba acostumbrada a su cama de dos metros en la que podía moverse con libertad,
dejar su ropa de forma que pudiera vestirse y colocar su silla para poder subir y bajar de
ella sin problemas, siempre que lo desease y, lo más importante, sin depender de nadie.
Además, necesitaba cambiar de postura continuamente y recordaba lo que le molestaba
a Esther que se moviese mucho mientras dormían. Esperaba que la enfermera se negase
y ejerciera sus influencias para conseguir que tuviese su propia habitación, pero Esther
le devolvió la mirada y se apresuró a responder.
- No es problema, nos adaptaremos a lo que sea – dijo mirándola fijamente y con
cierto retintín en el que le indicaba “no vayas a dar la nota”, continuó - ¿verdad,
Maca?
- Si – asintió con un hilo de voz “¡cómo para negarse! después de viaje que me
has dado!”, empezaba a sentirse realmente mal y no solo físicamente sino
personalmente, allí nadie contaba con su presencia, como ya sabía, pero le daba
la sensación de que iba a ser una molestia para todos. “¿Por qué será Esther la
única que tiene cama de matrimonio?”, no pudo evitar pensar frunciendo el
ceño.
- ¿Vamos? – preguntó Sara – yo le indico doctora – le guiñó un ojo a Esther que
le dijo “gracias” con un movimiento de labios. La joven se dirigió a Maca y se
puso a su lado, comenzando a andar.

Maca miró hacia Esther, con la esperanza de que se pusiese tras ella y la ayudase. El
calor era muy intenso o al menos se lo parecía y estaba tan cansada que casi no tenía
fuerzas para mover su silla pero la enfermera reía con Germán que la había cogido del
brazo y la había apartado de ellas.

- ¿Vamos, doctora? – le preguntó Sara.


- Si, vamos – aceptó Maca.

Resignada, siguió a la joven con dificultad, creía que al bajar del camión se le pasaría el
mareo pero no había sido así, todo lo contrario, eso unido al calor intenso que notaba y
al dolor de cabeza, la tenían completamente agotada y cada vez con más nauseas.

Sara la condujo hacia la derecha donde se elevaba un edificio de una sola planta,
construido en madera que se asemejaba a la chozas de los indígenas, pudo comprobar
que se trataba de una especie de cabañas situadas unas junto a las otras y que según le
contaba la joven eran las habitaciones de personal médico. Los cooperantes se alojaban
en otro edificio situado en el otro extremo del campamento y al fondo, alejado de todo,
estaba el que llamaban hospital pero Maca no veía la diferencia constructiva con los
otros dos.

- Además de estos tres edificios principales detrás están las duchas y los baños –
le explicó la joven con rapidez – y un pequeño almacén, aquella esquina de allí,
es donde está el comedor y las cocinas, y el pequeño anexo al edificio del
hospital es un área de aislamiento, pero ya le enseñaran todo esto con más
detalle.
- No me hables de usted – le pidió – puedes tutearme.
- ¡Gracias! – exclamó dando la impresión de que le hacía ilusión – bueno pues
esta es la cabaña de Esther – le señaló la que tenían justo enfrente.

Maca suspiró, cuatro escalones para subir. Estaba claro que allí nada le iba a resulta
fácil.

- En la parte de atrás hay otra puerta y solo tiene un escalón – le dijo la joven
adivinando sus pensamientos – le diré a Kimau que le haga una rampa para que
pueda entrar y salir con libertad.
- ¿Kimau? – preguntó por cortesía, cada vez le dolía más la cabeza y el parloteo
de la joven le estaba dando la puntilla.
- Es un chico que trabaja en el campamento, es sordomudo, imagine…
- Tutéame, por favor – la interrumpió.
- Perdón, se me olvida – sonrió – lo que le… te decía, que a pesar de sus
dificultades ha conseguido salir adelante. Se le dan muy bien todos los trabajos
manuales. Se sorprendería de las cosas que inventa para solventar cualquier
problema. En cuanto le digamos lo que necesitamos para usted… para ti – se
corrigió con rapidez – lo hará en pocas horas.
- Es una suerte contar con alguien así – comentó con desgana, mirando hacia atrás
y comprobando que Germán y Esther se acercaban hacia ellas muy despacio. El
médico le tenía un brazo pasado por los hombros a la enfermera y ella a él por la
cintura. Maca volvió a fruncir el ceño. Estaba deseando quedarse con ella a solas
y pedirle que la ayudara en el baño y la ducha y meterse en la cama, no
soportaba más el dolor de cabeza. Y tenía una sed que se moría.
- ¿Quiere que demos la vuelta y entremos por detrás? – le preguntó Sara.
- Eh... – dudó mirando de nuevo a Esther.
- No se preocupe por Esther, ya vendrá ella. André ha dejado sus cosas en la
cabaña.
- De acuerdo, vamos – le dijo con una sonrisa y con la sensación de que allí iba a
estar más sola de lo que pensaba.

Germán y Esther se detuvieron en la puerta de la cabaña. Venían sonrientes y era


evidente que a ambos les alegraba el encuentro. El médico se había disculpado por no
poder ofrecerle a Maca otra cabaña pero estaban todas ocupadas.

- Por cierto, hablando de Wilson… - hizo una pausa sin saber si metería la pata -
¿está bien?
- ¿A qué te refieres?
- Son muchos años aquí, y han ido y venido muchos cooperantes y mucho
personal médico pero la cara que trae Wilson, no es de cansancio ni de mareo,
parece enferma – le dijo con seriedad.
- Ya la conoces – enarcó las cejas en gesto burlón - ¿no es así? – preguntó en tono
confidencial pareciendo decirle “qué te puedo contar yo, que tú no sepas” - se
empeñó en entrar en el baño del puesto fronterizo y… - se interrumpió con una
sonrisa.
- ¡No me digas más! – rió – su amiga Adela tenía que haber entrado con ella –
bromeó sarcástico – ahora en serio, ¿Wilson está bien?
- No, no lo está del todo. Pero… ya te contaré, ahora quiero enseñarle todo esto –
sonrió pensativa – si no te importa claro.
- Yo encantado, trabajo que me ahorras – le devolvió la sonrisa – pero… quizás
sea mejor que antes descanséis un poco.
- Si… quizás tengas razón – admitió pensativa, ¡tenía tantas ganas de que Maca
conociese todo aquello y a todos sus amigos y compañeros! - ¿Dónde están
estas? – preguntó Esther sorprendida de no verlas en la puerta.
- Imagino que Sara la habrá llevado por detrás – supuso – por cierto… ¿cómo?.
- ¿Cómo qué?
- ¿Qué le paso a Wilson?
- Se cayó por unas escaleras – le dijo sin darle más detalles, sería mejor que Maca
le contase lo que quisiese.
- ¡Joder! ¡qué mala suerte! – exclamó pareciendo realmente entristecido.
- ¿Te importa que la haya traído? Sé que ella y tú…
- No me importa. Me alegra verla aunque… creo que no será mutuo – respondió
apretando los labios en una mueca nostálgica – pero deberías haberme avisado,
aquí no hay nada en condiciones para alguien… en su situación.
- No podía, ya te contaré – le dijo – vamos con ellas. Maca necesitará ir al baño.
- Sí, eso me ha dicho antes – recordó – por cierto ¿qué hace! ¿usa pañales o
controla sus tiempos?
- Controla sus tiempos.
- Pues ha debido pasarlo mal en un viaje como éste.
- Ha sido tranquilo – respondió.
- No me refería a eso.
- Ya… - cabeceó sintiéndose ligeramente culpable por no haberle prestado
demasiada atención. Subió los escalones de su cabaña y se detuvo en el último
¡cuántos recuerdos se le agolpaban en la mente!
- Está todo como lo dejaste.
- ¿Nadie la ha ocupado?
- No. Tienes todo en su sitio, para cuando quieras volver.
- Será cuando me dejen – respondió con rapidez y cierto retintín.
- Bueno, será cuando estés preparada – le sonrió haciéndole una carantoña en la
cara.
- ¿Y la nueva enfermera?
- Gema, una chica agradable, esta noche la conocerás. Está en el campo con Jesús.
- ¿Qué tenéis preparado? – le preguntó sabiendo que algo habrían hecho, el sonrió
misterioso.
- Una fiesta por todo lo alto. Están tan encantados de tenerte de vuelta que no han
escatimado en nada. Música, danza, Mburu y Ambuga llevan cocinando toda la
mañana. Ayer me hicieron ir hasta Kampala a por algunos ingredientes.
- ¡Cómo os he echado de menos! – exclamó abrazándose a él de nuevo – esto le
va a encantar a Maca – suspiró soñadora.
- Ya que la mencionas… te estará esperando, ¿entramos?
- Si – sonrió abriendo la puerta.

La pediatra estaba en medio de la cabaña, sola, con la cabeza reclinada y la mano


derecha apretándose los ojos a la altura de la nariz.

- ¿Cansada? – preguntó Germán sobresaltándola, ni siquiera los había escuchado


entrar.
- Un poco – sonrió al verlos, aliviada de tener allí a la enfermera. Esther la miró
con el ceño fruncido, conocía ese gesto suyo y esperaba que no le doliese la
cabeza.
- ¿Ya te duele la cabeza? – le preguntó preocupada pero con un tono que Maca
interpretó que se lo estaba echando en cara y se apresuró a negarlo.
- No – mintió buscando una excusa – es… el sol que… me ha molestado un poco
en los ojos.
- Deberías haberte puesto las gafas.
- Las llevabas tú – la miró inclinando ligeramente la cabeza y enarcando las cejas
en un aviso de que no siguiera y menos delante de Germán – me gustaría ir al
baño.
- Wilson, ¿estás bien? – le preguntó el médico acercándose a ella y levantando la
mano para tocarla pero, pero Maca echó la silla hacia atrás en un gesto
instintivo, sin saber porqué lo hacía. Una imagen vino a su mente, el sol la
cegaba y solo podía distinguir una sombra que levantaba algo para golpearla -
¿Wilson?
- Si – dijo mirándolo con cara de desconcierto – estoy bien.
- ¿Y Sara? – le preguntó Esther aliviada con su respuesta.
- Ha ido a buscar… - se detuvo sin recordar lo que le había dicho.
- ¿El qué, Wilson? – rió Germán al verla tan despistada.
- No lo recuerdo – respondió Maca con un deje de angustia.
- ¡Vaya memoria! – se burló de nuevo – te recordaba más espabilada – le dijo
pero Esther le lanzó una mirada que lo hizo callar - Bueno… yo os dejo. Voy a
buscar a Kimau, para que apañe algo en la ducha – dijo mirando a Maca – por
que, querrás ducharte, ¿no?
- Sí, me gustaría… pero antes quisiera ir al baño – pidió por tercera vez.
- ¿Os importa que os deje solas un momento? – preguntó sonriente.
- Claro que no – dijo Esther divertida por su actitud solícita, seguro que pretendía
quedar bien delante de Maca. “¿Solo un momento?”, pensó la pediatra
desesperada ya porque le indicaran donde estaba el baño y por tomar algo para el
dolor de cabeza
- Ya sabes Esther cualquier cosa que necesites… Por cierto, ¿queréis beber algo!
te veo muy acalorada, Wilson – le dijo burlón.

Maca lo miró y suspiró, recordando las discusiones que solían mantener y que
exasperaban a Adela. Estuvo tentada a responderle pero finalmente no lo hizo, no quería
que Esther le echase otra bronca, solo quería que la dejasen sola, cerrar los ojos y
descansar.

- Agua, a por eso ha ido Sara, a por agua – recordó de pronto tocándose la sien y
cerrando los ojos.

Germán miró a Esther ladeando la cabeza hacia la pediatra y enarcando las cejas
interrogadoramente, pero la enfermera negó con la cabeza y le dijo con un movimiento
de labios “luego”. El médico salió de la cabaña en busca de Kimau y Esther se volvió
hacia la pediatra.

- Bueno… ¿qué te parece la cabaña? – le preguntó sonriente – no es muy grande


para dos personas pero solo estaremos cinco días.
- Bien – respondió cansada levantando la vista hacia ella - ¿me llevas al baño! por
favor.
- ¿Solo bien? – dijo decepcionada sin escucharla – si no quieres compartir cabaña
puedo hablar con Germán y quizás haya algún colchón por ahí que pueda usar.
La cabaña de Sara es más grande que esta, pero su cama es pequeña, puedo
echarlo en el suelo y dormir con ella – le propuso con la intención de probar a
Maca, quería saber si le gustaría dormir con ella.
- No me importa compartir – le dijo mirándola fijamente – siempre que a ti no te
moleste.
- ¿Por qué iba a molestarme? – volvió a sonreír satisfecha de su respuesta – pero
te lo digo en serio que si prefieres estar sola yo puedo dormir con Sara a ella no
le importará.
- No, no – se apresuró a responder, “ya lo creo que no le importará, ¡he visto
cómo te recibía!” – esta es tu cabaña, si alguien tiene que irse soy yo.
- No digas tonterías, Maca – se acercó y le apretó el brazo - ¿estás muy cansada!
estoy deseando enseñarte todo esto y presentarte a los demás.
- No – mintió al verla tan ilusionada – pero primero quisiera ir al baño – repitió
mirando el reloj.
- Claro, vamos – dijo dirigiéndose a la puerta trasera justo en el momento en que
entraba Sara con dos botellas de agua que parecía fresca.
- Aquí está el agua – dijo tendiéndosela a Esther – me voy que yo soy la que está
de guardia esta tarde.
- Tranquila, no os preocupéis por nosotras – le sonrió la enfermera - ¿nos veremos
esta noche?
- ¡No lo dudes! para un día que hay diversión – dijo desapareciendo camino del
hospital.
- Toma – le tendió el agua que la pediatra cogió y bebió con fruición.
- No te la bebas toda que está…. – se interrumpió al ver que era tarde, Maca se la
había tomado de un sorbo y sin respirar – muy fría…. No has cambiado nada –
sonrió – ahora dirás que te ha sentado mal.

Maca se encogió de hombros y ladeo la cabeza en un gracioso gesto que la enfermera


recordaba a la perfección.

- No lo puedo evitar – sonrió – estaba muerta de sed.


- Anda vamos – dijo saliendo delante de ella y cuando estaba fuera se volvió con
rapidez – uy, perdona, se me había olvidado que con el escalón…

Entró y se colocó a su espalda sacándola de la cabaña. Luego, se retiró y avanzó unos


pasos.

- Ven – le dijo sin empujar su silla recordando lo poco que le gustaba a Maca que
lo hiciera - es aquí mismo, un poco más adelante. Los baños están en la parte
trasera de las cabañas para que no haya que recorrer demasiado espacio.
- Ya veo – respondió siguiéndola con lentitud.
- Ahora, mientras te preparan la ducha si quieres te enseño un poco todo esto.
- Vale – le respondió con una desgana que Esther no notó, mirando distraída hacia
un grupo de mujeres que tendían la ropa a lo lejos.
- ¿Ves aquellas mujeres de allí? – le dijo señalando un lugar al fondo de la línea
de edificios.
- Sí, ¿por qué?
- La de la derecha es una especie de comadrona – sonrió – si quieres te la
presento, te gustará hablar con ella. No puedes ni imaginar la cantidad de trucos
que conoce.
- Claro… me… ¿me presentarás también a Margarette?
- ¿Margarette? – murmuró Esther mirando hacia ella cambiando su semblante sin
que Maca pudiese verlo – ya veremos – le dijo con voz ronca, en el box le habló
de ella pero estaba claro que Maca no recordaba nada de aquello, y ahora que
estaban allí, no tenía tan claro querer contárselo - ¡Edith! – gritó la enfermera a
una mujer de unos cincuenta años que al verla corrió a saludarla. Permanecieron
unos minutos charlando, Maca no entendía nada y se le estaban haciendo
eternos. Y encima la enfermera tenía razón el agua le había sentado como un
tiro. De pronto, aquella mujer miró hacia ella y le dijo algo que no entendió.
Esther hizo las presentaciones y Maca saludó con un cabeceo respondiendo a la
especie de reverencia que le había hecho la señora.
- Dice que eres muy guapa – le tradujo Esther.
- ¡Ah! – Maca miró a la mujer y esbozó una sonrisa de agradecimiento – dile que
gracias y que… - repasó a la mujer de arriba abajo – que… ella también.
- Eres un caso Maca – la recriminó Esther imaginando lo que pensaba por el tono
en que había respondido, y poniendo su mejor cara a Edith, continuó la
conversación con ella.
- Esther – la llamó Maca al cabo de un par de minutos, al ver que no dejaba la
charla – ¿te importa solo indicarme donde está el baño? y ya voy yo – le pidió
con una mirada de súplica que provocó la risa en la enfermera.
- Si, un segundo – le indicó con los dedos, se volvió hacia su interlocutora y tal y
como había prometido se despidió – vamos es por aquí – le dijo colocándose a
su lado.
- ¿Te importa empujarme? – le preguntó ligeramente avergonzada por pedírselo.
- Claro que no – respondió mirándola frunciendo el ceño - ¿estás bien?
- Tenías razón, el agua me ha sentado fatal.
- Maca… - la recriminó apretando el paso – ya estamos, estos son los baños – le
dijo abriéndole la puerta – ¿necesitas ayuda?
- No, no, gracias.
- Te espero fuera – le sonrió cerrando la puerta y saliendo al exterior.

La enfermera permaneció fuera observándolo todo. Nada parecía haber cambiado desde
que se marchara dos meses antes. Sonrió viendo a Germán gesticular airado con André,
que en ese tiempo lo habían ascendido a jefe del destacamento del ejército que se
encargaba de velar por la seguridad de la zona, aunque por lo que la enfermera había
podido comprobar seguía haciendo lo mismo que antes de que ella se fuera. Germán
alzó tanto la voz que Esther pudo escuchar un “ni lo sueñes” y volvió a sonreír, siempre
le habían divertido las discusiones de los dos. Vio como Sara salía corriendo hacia las
cocinas y regresaba con un vaso en la mano. Un grupo de mujeres lavaban y
esterilizaban sábanas en barreños; algunos de los hombres que ayudaban en el trabajo
diario correteaban, de aquí para allá, portando tablas y bidones. Supo rápidamente lo
que hacían, estaban preparando todo para montar unas mesas. Más allá, un par de niños
jugaban en el patio bajo la atenta mirada de sus madres y de Maika, la otra enfermera
del equipo. Miró el reloj, Maca tardaba demasiado. Se giró para buscarla, quizás se
encontraba mal, cuando la dejó parecía algo acalorada. Entró en el baño y encontró a la
pediatra echándose agua en la cara, con algo de dificultad para llegar al grifo.

- ¡Maca! Pero ¿por qué no me has llamado?


- Esther ¡qué susto me has dado! – le dijo girando la silla para encararla – no te
preocupes que llego bien.
- ¿Por qué has tardado tanto? – le preguntó mostrando interés por ella.
- Me ha costado un poco de trabajo, pero al final he podido moverme sola.
- Podías haberme dejado ayudarte – le dijo con suavidad.
- Sí… podía – respondió, bajando los ojos y avanzando hacia ella, en un tono que
a Esther le pareció decepcionado. La miró extrañada sin entender porqué le
hablaba con ese desencanto.
- ¿Te ha sentado muy mal el agua? – preguntó con suavidad y cierto tono de
broma.
- No he vomitado, si es lo que preguntas – respondió con seriedad, mintiendo – no
te preocupes que estoy bien.
- ¿Sabes! nos han preparado una fiesta, es secreto pero….
- Germán se ha ido de la lengua – puntualizó imaginando su fuente de
información.
- Pues si – sonrió.
- Nunca supo guardar un secreto – le devolvió la sonrisa, recordando los días de
facultad.
- ¿Te cae muy mal! el dice que se alegra de verte – le reconoció deseosa de que se
llevaran bien – solo vamos a estar unos días y espero que por muy mal que os
llevéis, te portes bien con él.
- Vale – aceptó con desgana. “¿Llevarme bien con Germán! sí, tendré que
intentarlo por ella. Siempre qué él no me busque, porque si me busca me va a
encontrar”, pensó.
- ¡Ya verás que bien lo pasamos! – le dijo con tal cara de ilusión cogiéndola de la
mano que Maca no fue capaz de decirle que no tenía ninguna gana de fiesta, que
se encontraba muy cansada y que solo deseaba tumbarse un rato y cerrar los
ojos.
- ¡Seguro! – respondió intentando mostrar alegría - hace calor ¿no?
- Aquí siempre, en un rato podremos ducharnos – le dijo sonriente y alegre de ver
que la pediatra pareciese contenta de estar allí – he visto a Kimau pasar a la
ducha con algunas maderas. Verás que pronto te tiene montado algún artilugio
para que puedas ducharte sola.
- Si quieres dúchate tú ya, no hace falta que esperes a que yo pueda – le dijo
devolviéndole la sonrisa.
- Prefiero esperarte, ¿quieres que mientras te enseñe el campamento?
- Prefiero ir a la cabaña un momento, si no te importa – le dijo temiendo alguna
respuesta a las que le había acostumbrado la enfermera a lo largo del viaje –
me... – iba a reconocerle que le dolía la cabeza pero no se atrevió – creo que me
tengo que tomar el jarabe de la tos – fue lo primero que se le ocurrió.
- Bueno… como quieras – respondió con un deje de decepción.
- Puedes enseñarme algo de camino ¿no? – aceptó al ver su gesto.
- Claro o mejor mañana, cuando volvamos de recoger a los niños.
- Sí, me parece bien – le respondió mientras emprendía la marcha camino de la
cabaña.

Esther permaneció en silencio mientras regresaban y Maca lo agradeció. Entraron en la


cabaña y la pediatra fue derecha a su bolso. Esther la observaba curiosa sentándose en
un pequeño sofá que había junto al armario.

- ¿Qué haces con el móvil? – le preguntó al ver a Maca intentando usarlo.


- Le prometí a Vero que la llamaría cuando llegásemos.
- Deberías haberlo hecho en el aeropuerto. Aquí no hay cobertura.
- Pero me dijiste que Uganda era de los pocos países en que funcionaban los
móviles.
- Si, y es cierto, pero en las ciudades, no aquí, en mitad de la selva, Maca.
- ¿Entonces! no podré llamar.
- Claro, pero tendrás que ir a la habitación de la radio. Greco te pondrá en
contacto con quien tú quieras. Está junto al comedor.
- ¿Greco? – preguntó con curiosidad.
- Francesco Greco, es italiano pero habla el español perfectamente, bueno, el
español y varios idiomas más. ¿Quieres que vayamos? Puedes llamar a tu mujer
y…
- ¿Y… soy yo la de la mala memoria? Nadie sabe que estamos aquí.
- Es cierto – sonrió – bueno pues… llamas a Vero y luego te llevo a ver la cocina,
¡vas a alucinar!
- No. Prefiero descansar un rato – confesó al fin, temerosa del tour que le
proponía – me duele algo la cabeza.
- ¿Te duele la cabeza! pero si me habías dicho que…
- Si, ya se lo que te he dicho pero lo cierto es que quisiera echarme un rato.
- Pero ¡Maca! no irás a decirme que no vas a la cena.
- No, no, tranquila que iré – le prometió con una sonrisa - solo necesito un
analgésico y descansar unos minutos.
- ¿En serio! la verdad es que a pesar de que pareces acalorada estás un poco pálida
– le dijo observándola por primera vez con atención, preocupada.
- En serio, iré – le dijo obviando el comentario acerca de su aspecto - Por cierto,
¿cuándo será esa cena?
- Creo que en una hora.
- ¿Una hora? – casi gritó, tenía que ducharse, cambiarse y rezar para que el
analgésico le hiciera efecto.
- Bueno… quizás dos. Aquí se cena al anochecer, pero hoy puede que lo retrasen
para que les de tiempo a llegar a los del campo.
- ¿Qué campo! ¿tenéis agricultores?
- Campo de refugiados, Maca – rió divertida – esto es un campamento médico, no
una granja.
- ¿Dónde pusiste las medicinas? – le preguntó pasando la vista por su alrededor
sin localizar la bolsa y ignorando el tono en el que le había respondido.
- Aquí - se levantó y buscó dentro de su bolso – las llevaba a mano por si las
necesitabas.

Le tendió la bolsa y Maca buscó sus analgésicos y se tomó un par, dándole la espalda a
Esther, no quería que viera que los tomaba de dos en dos. Pero la enfermera había
empezado a deshacer las maletas y ni se inmutó. La puerta se abrió y Germán asomó la
cabeza.

- Chicas, ya está la ducha lista – sonrió – cuando querías podéis usarla.


- ¡Qué rapidez! – exclamó Esther.
- Gracias – murmuró Maca.
- Wilson, no sé si será suficiente con lo que ha hecho Kimau, ahora nos dices si
necesitas algo más ¿de acuerdo?
- Si, gracias – repitió.
- Estará bien con lo que sea – intervino Esther – no os molestéis más.

Maca la miró y no dijo nada, “ya sé que estoy molestando pero con lo que sea no me
vale”, pensó. Esther no se dio cuenta de esa mirada y cruzó otra con ella que Maca
entendió con rapidez “ya sé, mejor cierro el pico”, pensó viendo como la enfermera
rebuscaba en el armario hasta sacar unas toallas.
- Me voy – les dijo Germán - que aún tengo que hacer una ronda antes de la cena.
Luego nos vemos, pareja – sonrió y salió dejando a Maca con la boca abierta
“¿pareja?”.
- ¿Por qué nos ha llamado pareja? – preguntó Maca extrañada.
- No sé, es… su forma de hablar – respondió Esther sin mirarla enrojeciendo
levemente “Germán, no te vuelvo a contar nada”, pensó.
- Pero… es extraño ¿no?
- ¿Por qué va a ser extraño! somos dos ¿no! pues… pareja – respondió airada
lazándole una toalla – coge eso y dime qué ropa quieres ponerte.
- Me da igual, lo que sea – dijo con desgana.
- No tienes ganas de fiesta – la miró sentándose en el borde de la cama frente a
ella - reconócelo.
- Claro que tengo – le sonrió, si de algo tenía menos ganas que de fiesta era de
discutir – anda vamos a ducharnos – no quería que la enfermera se enfadara de
nuevo o que le echase en cara que era una pija.
- Lo vamos a pasar estupendamente y verás que platos preparan – le dijo con una
mirada misteriosa e ilusionada que desarmó a la pediatra, tentada a hacer lo que
le había pedido y reconocerle que prefería quedarse en la cabaña – te gustará – le
repitió levantándose y sacando algunas prendas de la maleta – toma, puedes
ponerte esto. Me gusta mucho como te queda este traje.
- ¿Cuánto durará? – preguntó con cierto temor sin prestar atención al piropo, más
preocupada por la noche que le esperaba, estaba segura de que no iba a ser capaz
de aguantar – digo la cena.
- A ti no te apetece nada, ¿verdad? – le preguntó volviendo a sentarse frente a ella.
- Que sí, que me apetece.
- Maca… - protestó mirándola decepcionada consciente de que mentía – si no
tienes ganas dímelo con sinceridad.
- Que si tengo ganas, solo que… no me gusta conocer gente – mintió.
- Pero Maca… - protestó sin dar crédito a lo que acababa de escuchar - no puedes
ser así, llevan dos días preparando todo y… aunque sea un rato deberías ir.
- Ya te he dicho que voy a ir – le sonrió – solo estoy algo cansada. Pero dame una
ducha y unos minutos de descanso y estaré como nueva. ¡Seré el alma de la
fiesta!
- ¿Ves? Ese es el espíritu que te quiero ver aquí – le sonrió levantándose, sin
percatarse a qué podían deberse las contradicciones de la pediatra – anda vamos
a la ducha a ver que te han preparado.

Se colocó tras ella y se echó su toalla al hombro, saliendo de la cabaña. Maca comprobó
que la llevaba al mismo edificio en que se encontraban los baños pero en esta ocasión la
enfermera entró por la otra puerta.

- Cinco duchas – le explicó, abriendo sucesivamente todas las puertas – vamos a


ver cual es la que te han preparado.
- Quizás no debería haber venido, estoy molestando demasiado – comentó
pensando en las palabras de Esther a Germán y viendo lo que habían tenido que
montar en la ultima ducha de la fila. Rápidamente percibió que con aquello no
era suficiente para que pudiera ducharse sola, pero ¿cómo lo decía?
- ¿A qué viene eso ahora? – le preguntó mohína – deja de decir tonterías y de
compadecerte. Aquí, nadie molesta a nadie.
- ¿No hay bañera? – preguntó, pensando “no es lo que has dicho antes”.
- ¡Sí, claro! y sales y espumita y… - empezó sarcástica.
- No es por eso – la cortó molesta – es que…
- ¿Qué pasa? ¿no te parece suficiente? – le preguntó mirándola con el ceño
fruncido.
- A ver, que yo no quiero molestar pero... la barra y el asiento están muy bien…
pero ¿qué hago con la silla?
- No te entiendo.
- ¿Tú no me dijiste que tenías un novio parapléjico? – le preguntó retóricamente –
pues recuerda cómo se metía en la bañera, porque ¿a qué no se metía en una
ducha! al menos no en una como esta, si hubiese mampara….
- No – reconoció - perdona, tienes razón… pero… hoy…puedo ayudarte yo – se
ofreció mucho más suave – y luego le decimos a Germán que necesitas una
forma de alejar y atraer la silla. Aquí no hay bañeras y si esperas a que te
busquen algo vamos a tardar más.
- Quiero ducharme sola – dijo secamente bajando la vista.
- ¿Otra vez con eso? – le preguntó dulcificando la voz al verle la misma expresión
que el día que se negó a que le pinchara – Maca… ¡qué te he visto desnuda un
montón de veces! – exclamó sonriéndole.
- Ya lo sé – murmuró avergonzada, “pero no quiero que me veas ahora”, pensó.
- Venga – le acarició la mejilla – no seas tonta, deja que te ayude. Si quieres me
tapo los ojos o… los cierro – sonrió burlona empujándola hacia dentro.
- Quiero probar sola – le dijo con firmeza.
- De acuerdo – aceptó soltando la silla y permaneciendo allí junto a la puerta –
pero me quedo aquí, estás duchas son muy resbaladizas y...
- Te aseguro que si algo no puedo es resbalarme – sonrió al tiempo que la
enfermera enrojecía.
- Quiero decir que… bueno... que me quedo por si necesitas ayuda – frunció el
ceño molesta consigo misma por su torpeza y con Maca por ser siempre tan
sarcástica.
- Pero no mires – la amenazó con el dedo.

La enfermera no respondió solo esbozó una leve sonrisa, ¡claro que pensaba mirar!
¿cómo pretendía que viese si la necesitaba y acudiese a prestarle su ayuda?

Eran unas duchas muy amplias, de tres metros de largo por dos de ancho. Kimau había
clavado a la pared un listón para que Maca pudiese agarrarse a él y luego había situado
una especie de banco en forma de ele, sujeto al suelo, justo en el lugar donde caía el
agua y suficientemente cerca para que Maca pudiese accionar el grifo. La pediatra se
acercó hasta allí, echó el seguro de su silla poniéndola paralela al banco. Se desabrochó
los pantalones y apoyándose en los dos brazos levantó el cuerpo de la silla
balanceándose hasta que la prenda cayó un poco, cansada se dejó caer de nuevo en la
silla situándose de lado y tirando con una mano del pantalón mientras con la otra, sujeta
al lateral del banco, tiraba de su cuerpo, cuando consiguió bajarlos, cogió la pierna
izquierda y la cruzó sobre la otra quitándose un zapato y repitiendo la operación con la
derecha. Luego se sacó los pantalones. Esther la observaba disimuladamente de reojo, si
la hubiese dejado ayudarla ya estaría desvestida y duchándose, no entendía porqué era
tan cabezona, cuando se veía a las claras que aún estaba débil y que le estaba costando
mucho trabajo todo aquel esfuerzo.
- No mires – la recriminó Maca alzando la voz y provocando que la enfermera,
descubierta, se girase hacia la puerta.
- Maca esto es absurdo, ¿por qué no me dejas ayudarte! ¿no ves que casi no
puedes moverte bien? Estás cansada – le dijo de espaldas a ella tras haber visto
sus dificultades – y recuerda que estas convaleciente.
- Si puedo ir a una fiesta, puedo ducharme sola – respondió entre orgullosa y
molesta, dejando a Esther sin palabras.

Maca bajó el brazo lateral. Cogió su pierna izquierda y la bajó del reposa pies,
acerándola al banco, luego hizo lo mismo con la derecha, apoyó una mano en el listón y
otra en el extremo más alejado del banco y con esfuerzo se levantó sentándose en él. Se
quitó la camiseta y el sujetador y los colocó junto a lo demás en la silla. Cogió de la
bolsa trasera el gel y el champú.

- Te mando la silla – la avisó para que no la golpeara – ten cuidado.


- Vale – respondió girándose levemente para verla venir, divertida por aquella
situación esperpéntica. Maca la empujó con fuerza hacia la enfermera. Abrió el
grifo y exclamó – ¡mierda!
- ¿Qué pasa? – preguntó sin girarse.
- Me he quemado – se quejó - ¿Y el agua fría! no veo el grifo del agua fría.

Su respuesta fue una carcajada de Esther.

- ¿Qué pasa? – le tocó el turno a ella de preguntarle a la enfermera.


- Esa es el agua fría. Sale así de caliente – siguió riendo.
- Pero…
- Es lo que hay Maca. Al depósito lleva dándole el sol todo el día. Luego verás
como el contraste es mejor, si te duchases con agua fría al salir tendrías más
calor – le explicó sin volverse escuchando como la pediatra suspiraba, harta de
tanta novedad.

Se duchó sin volver a decirle nada. Esther se giró disimuladamente un par de veces, le
gustaba observar cómo se manejaba sola, sentía una gran admiración por ella y no
dejaba de pensar en lo duro que le habría resultado acostumbrarse a hacer todo de forma
diferente. Al verla, se sentía orgullosa de ella y estaba deseando que todo el mundo la
conociera.

- Ya estoy – dijo al terminar – pon la toalla y la ropa en la silla, por favor – le


pidió.

La enfermera obedeció con presteza.

- ¿Qué hago ahora? – preguntó en un tono burlón que molestó a la pediatra - ¿te la
mando para allá con el riesgo de que se caiga la ropa y se ponga chorreando o
cierro los ojos, me lanzo y me arriesgo a llevarte por delante? – continuó con su
burla.
- Lánzamela – le dijo seria.
- Esto es patético Maca – dijo con ternura, volviéndose, cogiendo las cosas y
llegando hasta ella – ya has visto que puedes sola – continuó colocándole la
toalla sobre los hombros con autoridad y comenzando a secarla suavemente.
- Gracias pero te he dicho que puedo sola – insistió con el ceño fruncido,
retirándole las manos, harta de que al final la enfermera siempre tuviese que
salirse con la suya, “patético, eso es lo que piensa, sí, patética, eso es lo que soy
ahora, patética, antes jamás me hubiera tratado así, como a una cría”, pensó
abatida pero sin fuerzas para oponerse, ¿para qué! ¿para luego tener que pedirle
que hiciera algo por ella?
- Muy bien – sonrió – no te enfades, ya se que puedes sola. Solo quiero que no
tardes para que puedas descansar un poco – le dijo volviendo a coger la toalla
ayudándola a secarse en contra de la voluntad inicial de la pediatra – además…
me gusta cuidarte – le sonrió pero Maca no cambió el semblante.
- Ya… - respondió sin convencimiento “me resulta difícil creerlo después del día
que llevo”, suspiró dejándose hacer, notando que aunque sentía ganas de llorar
ni siquiera se le humedecían los ojos, lo cierto es que estaba tan cansada y tenía
tanto calor, que después de la ducha ya si que no le quedaban fuerzas para
repetir toda la operación anterior.
- ¿Ves cómo no es para tanto! ¡si será la primera vez que ayudo a alguien a
vestirse! – le sonrió abiertamente terminando de ponerle la ropa – ni siquiera a
ti, ¿recuerdas?
- Si – murmuró entre dientes ¡claro que se acordaba! pero aquello era muy
diferente.
- Vamos, voy a llevarte a la cabaña – dijo saliendo al exterior.
- ¿Tú no te duchas? – le preguntó extrañada.
- Cuando te deje descansando – le respondió.
- ¿Has… has vestido a mucha gente aquí? – le preguntó con picardía que la
enfermera no captó, más preocupada por que ambas estuviesen listas a tiempo
para la cena.
- Buf ¡imagina! – respondió sin interés de contar nada, y viendo a Sara salir de
nuevo de las cocinas - ¡Sara! – la llamó, deteniéndose.
- Hola de nuevo – llegó la joven sonriente - ¿ya os habéis duchado! yo acabo de
terminar mi turno, voy a beber algo que estoy sequita y a arreglarme un poco
que no llego a la cena.
- Eso quería preguntarte ¿cuándo es exactamente? – le preguntó la enfermera.
- Quedamos en que a las nueve, pero Jesús y Gema todavía no han vuelto y, tal y
como vamos todos de retrasados, quizás no sea hasta las nueve y media o las
diez – dijo mirando el reloj – aún queda un buen rato – comentó y mirando a
Maca le dijo - si le apetece doctora yo puedo estar lista en unos veinte minutos y
pasar a recogerla para enseñarle un poco todo esto.
- No, gracias Sara – respondió Esther por ella – no te preocupes por nosotras,
luego nos vemos en la cena.
- Bueno… si cambia de idea – miró de nuevo a Maca con una sonrisa.
- Gracias – dijo Maca devolviéndosela, “¡la que me espera con esta pesada!”,
pensó.
- Hasta luego, entonces – se despidió de ellas camino del hospital y Esther sonrió
recordando como era siempre, nunca conseguía acabar el turno a su hora,
siempre encontraba alguna excusa para volver y seguir trabajando hasta que
Germán, enfadado, la mandaba a la cama.
- La chica esta… es un poco… plasta ¿no? – preguntó Maca directamente,
manifestando su animadversión hacia ella, que experimentara desde el mismo
momento en que la vio besar a Esther.
- Sara, se llama Sara – le recordó - y no es nada plasta, solo intenta ser amable
contigo – le respondió enfadada – ¿no irás a estar quejándote de todo y de todos?
- Perdona… no quería ofenderte… imagino que…
- ¿Qué imaginas? – la cortó secamente.
- Nada, nada – se apresuró a responder – se ve que os lleváis bien.
- ¿Con Sara! muy bien, congeniamos al instante – respondió más suave,
sonriendo, al ver el interés de Maca en ella. ¿Eran imaginaciones suyas o se
había puerto celosa?
- Es muy atractiva – comentó Maca intentado descubrir qué pensaba la enfermera
al respecto, pero Esther, que ya se había dado cuenta de por dónde iba, le
respondió en tono burlón.
- Es pediatra – “ahora piensa lo que quieras”, sonrió, entrando en la cabaña.
- Eh… - Maca no supo qué decir ante aquella extraña respuesta “¿qué quiere decir
con que es pediatra?” - ¿Compartís cabaña?
- Sabes que no. Alguna vez hemos tenido que dormir juntas, pero… luego… cada
una a su cabaña – volvió a sonreír sin que Maca pudiera verlo. “¿Habéis tenido!
vamos, lo dice como si fuera una obligación”, no dejaba de darle vueltas, no le
gustaba esa chica.
- Entonces… - se interrumpió con un ataque de tos y la enfermera buscó su jarabe
con rapidez.
- A ver tómate esto que esta mañana se nos pasó.
- No, ahora no – se negó, aún tenía el estómago revuelto, y sabía lo que le
ocurriría si lo tomaba.
- Venga, Maca, que pareces una cría todo el día quejándote – la recriminó – sabes
que debes tomarlo.
- No soy ninguna cría – respondió molesta – y te he dicho que no quiero.
- Y yo te he dicho que te lo tienes que tomar – insistió con autoridad, pero luego
mucho más suave le sonrió y le preguntó bromeando – venga, ¿qué quieres!
¿qué te haga el avioncito? – bromeó agachándose junto a ella, con la cuchara
llena y aquella cara que embobaba a la pediatra y ante la que no supo negarse.
- Anda, dame – aceptó tomándolo con un suspiro.

Esther se levantó satisfecha de su triunfo, no solo por haberlo logrado sino porque sabía
lo que significaba, aún poseía el poder de hacerla ceder cuando quería algo. Y ese arma
podía serle muy útil para sus propósitos.

- Entonces… pediatra…. – dijo Maca pensativa – es muy joven ¿no?


- Joven ¿para qué? – preguntó burlona.
- Para… para estar aquí – respondió sintiendo que la enfermera la había
descubierto.
- Aparenta menos años de los que tiene, pero sí, no hace mucho que terminó la
carrera. Y no te confundas con ella, es una obsesa del trabajo y un coquito, todo
matrículas, pudo haber hecho lo que quisiera, pero decidió venirse aquí, según
ella, es absurdo estudiar medicina para otra cosa que no sea ejercer de verdad,
como ella dice. Aquí llevará año y medio, pero nada más licenciarse se vino con
un equipo al norte del país, luego estuvo en el centro de Awere y cuando lo
cerraron, ya se había hecho con tal prestigio que la organización la mandó a
poner en marcha la sala pediátrica del hospital de Kaabong , pero dice que eso
no es lo suyo, que quiere estar en el campo, tratar directamente con la gente y
solicitó un traslado al campo de desplazados de Awoo, pero no se lo
concedieron, prefieren tenerla en puestos de más responsabilidad.
- ¿Y por qué? …si ella no quiere… – preguntó impresionada por todo lo que le
había contado – la gente no debería estar siempre diciéndole a los demás cómo
deben vivir su vida – dijo de pronto suspirado, Esther la miró sin entender que
quería decirle.
- No estoy segura, no habla de ello. Solo sé que llamó a Germán cuando se quedó
aquí una plaza libre y le pidió el favor de que la reclamase.
- ¿Y eso funciona?
- Suele funcionar, si el director de un campamento te reclama y hay plaza, suelen
mandarte a ese sitio.
- Entiendo – respondió apoyando el codo en el brazo de la silla y dejando caer la
cabeza en su mano con mirada atenta esperando que la enfermera siguiera
hablando. Pero Esther cayó en la cuenta de que Maca quería descansar un rato y
ahora sí que le parecía que estaba realmente agotada, tanto que ni siquiera se
había movido del sitio en el que se puso al entrar.
- ¿Quieres echarte en la cama! yo me voy a la ducha – le dijo mirando el reloj.
- Sí, por favor – suspiró aliviada.
- Tienes casi media hora para descansar. Luego paso a buscarte.
- ¿Solo media hora?
- Y no vayas a dormirte – la amenazó con el dedo – que ya sabes lo que te dijo
Claudia, nada de estar todo el día durmiendo.
- Esther.. que salimos de Madrid a las dos de la mañana y son casi las nueve de la
noche. No creo que puedas echarme en cara…
- Vale, vale, ya sé que no has dormido en todo el viaje pero aún así no vayas a
dormirte ¡Qué ganas tengo de que veas la que han montado, ya me lo estoy
imaginando!
- Sí, yo también tengo ganas – mintió al verla de nuevo tan contenta.
- Además, tienes que cenar.
- Bueno… eso ya veremos… porqué no tengo mucha…. – se interrumpió al ver la
cara que le estaba poniendo la enfermera y en previsión de que volviese a
echarle una broca se adelantó - ¿qué se come por aquí? – preguntó casi asustada.
- Ya lo verás – le dijo misteriosa y con una sonrisa.
- Miedo me das.
- Te recuerdo que no has comido nada en todo el día y que me prometiste que
cenarías esta noche – volvió a amenazarla con el dedo – pero no te preocupes
que, conociéndolos, habrán preparado sus mejores platos.

Maca sonrió con cara de circunstancias. No quería ni imaginar qué serían esos famosos
platos, solo de pensar en lo que había visto en algunos documentales de la televisión,
aumentaban sus nauseas. La enfermera casi le leyó sus pensamientos y sonrió divertida,
recordando su primer día en el campamento.

- Anda, métete en la cama un rato – le dijo cogiendo sus cosas para la ducha –
hasta luego ¡quejica! – se rió ya en la puerta.
- ¿Quejica? – murmuró Maca sin que la enfermera la escuchara. No creía que se
estuviese quejando mucho, y no por falta de ganas. Tenía la sensación de que
nada era como había imaginado ni siquiera Esther.
Maca permaneció unos segundos sentada en su silla, dudando si tomarse algún
analgésico más, pero no tenía el estómago para muchas bromas, así es que optó por
tumbarse un rato. Preparó las almohadas para estar algo incorporada. Sin desvestirse y
con bastante esfuerzo logró pasarse de la silla a la cama. Le pareció mentira cuando
pudo recostarse y cerrar los ojos, le dolía la espalda y sintió alivio al poder coger la
horizontalidad. Esther tenía razón, no debía dormirse, solo tenía media hora y luego le
sentaría peor despertar. Con el firme propósito de no dormir empezó a repasar
mentalmente las cosas de debía hacer cuando regresasen a Madrid, al mismo tiempo
prestó atención a los ruidos que le llegaban del exterior intentando identificarlos. Pero
una cosa era su propósito y otra muy diferente su cuerpo que parecía ir por libre. En
menos de un minuto estaba dormida.

* * *
Esther salió de las duchas camino de la cabaña. Esperaba que Maca estuviese despierta,
había hablado con Francesco y si querían hablar con España debían hacerlo ya porque
estaba teniendo algunos problemas con la radio y cuando se ponía así ya sabían lo que
ocurría, tendrían que esperar hasta el día siguiente o con suerte unas horas, hasta que
volviesen a poder establecer contacto con la central.

Cuando Esther entró en la cabaña pudo comprobar que la pediatra dormía


profundamente. Estuvo tentada a despertarla pero en el último momento se contuvo, le
acarició con suavidad la mejilla, sería mejor que descansase un rato y salió en busca del
italiano, ya le diría ella a Teresa que todo estaba bien para que la recepcionista hablase
con las demás. Sonrió pensando en Vero, tendría que esperar hasta el día siguiente para
saber de primera mano algo de Maca. La psiquiatra siempre se había portado bien con
ella pero no podía evitar sentir celos cada vez que Maca le hablaba de ella.

A kilómetros de allí, en la clínica, Cruz y Claudia salieron del ascensor y se dirigieron


con rapidez hacia el mostrador de recepción donde Teresa miraba expectante a Adela
que paseaba de arriba abajo con el móvil en la oreja.

- ¿Qué? – preguntó Claudia - ¿alguna novedad?


- Nada – negó Teresa con la cabeza y apretando los labios.
- Ya deberían estar allí – murmuró Cruz pensativa.
- Sí – ratificó Claudia – hace un par de horas que deberían haber llamado.
- ¿Y Adela? – preguntó Cruz - ¿ha logrado contactar con su ex?
- Aún no – respondió Teresa – dice que le pasan la llamada pero que nadie
recepciona.
- Ha pasado algo – afirmó Cruz – estoy segura de que ha pasado algo. Por eso no
tenemos noticias.
- No tiene porqué haber pasado nada – intervino Adela que llegaba junto a ellas –
a veces, he llegado a tardar hasta un par de días en contactar con él.
- Pero eso es normal… es tu ex – dijo Cruz secamente arrepintiéndose al
momento al ver la cara de Adela.
- Ya sé que lo es, pero Germán siempre que lo llamó hace todo lo que está en su
mano por contactar conmigo – respondió molesta – aunque sea por su hija.
- Disculpa – dijo Cruz más suave – estoy… nerviosa, os dije que Maca no estaba
bien, que no debía hacer este viaje y… me temo que le haya podido pasar algo.
- ¿Algo como qué? – dijo Teresa comenzando a asustarse.
- Una recaída Teresa, ¿qué va a ser? – respondió Cruz airada.
- No tiene porqué haberle pasado nada a Maca – dijo Adela – allí las
comunicaciones no son tan fáciles. Es suficiente una simple tormenta para que
estén varios días aislados.
- Pero tú estás hablando del campamento – dijo Claudia comenzando a ponerse
nerviosa también - ¿qué pasa con Nairobi! y ¿qué pasa con Laura! tampoco ha
llamado.

Teresa dirigió la vista hacia la puerta, Vero entraba en ese momento y se acercó hasta
ellas.

- ¿Te ha llamado Maca? – le preguntó Claudia cuando estaba lo suficientemente


cerca.
- A mi no – respondió mudando la sonrisa por un gesto de preocupación - ¿qué
pasa! ¿a vosotras tampoco?
- No. Y ya deberían estar allí.
- Quedó en llamarme al llegar al aeropuerto pero no lo ha hecho.
- Accidentes no ha habido, he visto las noticias – dijo Teresa.
- Eso no quiere decir nada – intervino Adela – hace un par de años se estrelló un
avión que iba precisamente a Nairobi y no nos enteramos hasta un par de días
después.
- ¡Venga ya!
- Lo digo en serio, iba en él un… amigo mío – cambió el tono y la expresión pero
se repuso rápidamente - ¿no lo recordáis! un vuelo desde Sevilla.
- Creo que sí – respondió Vero – hubo supervivientes ¿verdad?
- Si – fue la escueta respuesta de Adela que se giró hacia Teresa, el teléfono
estaba sonando.

Todas la miraron esperando que respondiese.

* * *

En el campamento estaban preparando los últimos detalles para la cena. Poco a poco
habían ido apareciendo todos en el patio central, unos habían tomado ya asiento y otros
permanecían en pequeños grupos charlando, los menos se movían de aquí allá,
colocando terminando de colocar platos y vasos. Todos estaban ya allí, todos excepto
Maca. Esther, ocupada en saludar a unos y otros, no encontraba la oportunidad para ir a
buscarla. Germán se acercó a ella y tras cruzar unas palabras desapareció camino de las
cabañas.

- ¡Wilson! – gritó Germán abriendo la puerta con ímpetu y entrando en la


estancia.

Maca despertó sobresaltada con la sensación de que acababa de cerrar los ojos. Se
incorporó casi sin saber donde estaba y un fuerte dolor le recorrió la cabeza desde la
base de la nuca hasta el ojo izquierdo alojándose definitivamente en forma de intensas
punzadas en ambas sienes.

- ¿Te he despertado? – le preguntó divertido al ver su cara de perplejidad.


- Eh… si – admitió aún desconcertada sintiendo que el fuerte dolor de cabeza le
levantaba de nuevo el estómago. ¿Es que allí nadie sabía llamar a la puerta!
primero Sara con el agua y luego Germán que entraba y salía como si tal cosa -
¿Y Esther? – preguntó extrañada.
- Te vio dormida y no quiso despertarte. Esta ayudando a poner las mesas.
- Ya – respondió mirándolo distraída.
- Ya estamos todos, solo falta la invitada de honor – le dijo sonriente señalándola
a ella – Esther dice que … - se interrumpió, iba a decirle que la enfermera quería
que fuese ya, pero le vio la cara y estuvo tentado a decirle que se metiese en la
cama de verdad, no tenía buen aspecto.
- Dile que ya voy – le sonrió sentándose en el borde y cogiendo la silla.
- Si estás muy cansada… - empezó con la idea de decirle que no estaba obligada a
ir pero se calló temeroso de que la pediatra lo malinterpretase y creyese que no
quería tenerla allí.
- No, no…, voy ahora mismo – repitió - perdona pero me he quedado…
- ¿Traspuesta! ¡Estás ya vieja Wilson! – se mofó de ella.
- Tanto como tú – respondió con rapidez – recuerda que somos de la misma
quinta.
- Al menos yo no dormito como las abuelas.
- Bueno… eso habría que verlo, y al menos - le dijo con el mismo tono que había
empleado él levantando los ojos y clavándolos en su cabeza – yo estoy menos
calva.
- Veo que a pesar de los años la paleta la sigues teniendo en forma – bromeó
provocando una sonrisa en Maca, que recordó como siempre que discutían y ella
conseguía dejarlo sin argumentos, él se enfadaba y le gritaba “Wilson tú en vez
de lengua tienes una paleta y que sepas que duelen los golpes que das con ella”.
- ¿Vamos? – le preguntó sentada ya en la silla.
- Si – le dijo sin perder la sonrisa, en el fondo le gustaba volver a verla, le había
preguntado con regularidad a Adela por ella pero su ex, nunca le respondía, solo
le decía que Maca seguía teniendo el mismo número, y que la llamase. Y ahora,
al verla allí, al hablar con ella y entablar las mismas discusiones absurdas se
arrepentía de no haberle hecho caso. La miró de reojo y sonrió.
- Tendrás que ayudarme a salir de aquí – le pidió enrojeciendo esperando que le
devolviese la de antes con creces.
- Claro – le dijo sin más, situándose a su espalda y bajando el escalón con
delicadeza. Maca le agradeció mentalmente el detalle que había tenido y se
propuso no entrarle más al trapo – ven, es por aquí – le indicó dando la vuelta a
la esquina y llegando al patio central.

Maca abrió la boca al ver todo lo que habían montado. Aquello prometía ser una fiesta
por todo lo alto y lo que era peor, duraría de seguro, varias horas. Suspiró y tomando
aire siguió al médico dispuesta a pasar por aquel suplicio.

* * *
Minutos después estaban ya casi todos, sentados entorno a aquella enorme mesa,
improvisada en la explanada frente al edificio, en pleno aire libre. Maca observaba
como disponían todo tipo de alimentos que no acababa de identificar, Esther se movía
de un lado a otro junto a aquellas gentes que no solo parecían conocerla muy bien, sino
tenerla integrada en sus costumbres y vidas. Germán se había situado a su lado, pero
conversaba con otra joven que no le habían presentado aún, a su izquierda permanecían
vacíos un par de asientos. En secreto, albergaba la esperanza de que Esther, si se estaba
quieta alguna vez, ocupase el hueco de al lado, aunque se temía que se sentaría junto a
Sara con la que ya se había detenido en un par de ocasiones a susurrarle algo al oído.
Claro que a ella también se lo había hecho. Se había agachado a su lado y le había dicho
en voz baja “me alegro de verte, me tenías preocupada”. Sara estaba sentada al otro
extremo de la mesa, junto a un chico que tampoco conocía. Estaba tan cansada y le dolía
tanto la cabeza que solo podía pensar en que empezase cuanto antes para que terminase
pronto.

Germán le había contado que era una cena de bienvenida. Todos se habían alegrado del
regreso de la “enfermera milagro” y la agasajaban con lo mejor que tenían. La mayoría
eran personas que trabajaban de una u otra forma en el campamento o colaboraban con
él. Maca se sorprendió de ver tanto movimiento, no se esperaba que aquello fuese así.
Aunque lo peor es que Germán le había comunicado que sería la invitada de honor, y le
había prevenido sobre la costumbre al respecto, hasta que Maca no probase del plato
nadie podría hacerlo. Por eso sus ojos no dejaban de pasar de uno a otro, intentando
adivinar qué eran aquellas cosas, algunas de las cuales, solo la sospecha, le provocaban
arcadas. Y es que desde el viaje, su estómago no había terminado de asentarse.

Empezaba a barajar seriamente la opción de excusarse, diciendo que estaba muy


cansada del viaje, pero la furibunda mirada de la enfermera y la rotundidad al decirle “ni
se te ocurra”, en el momento en que se lo insinuó, cuando se agachó por segunda vez
junto a ella para susurrarle “¿qué te parece?”, la hicieron desistir de su idea. Y allí
estaba, sentada a aquella mesa, con el deseo cada vez más acuciante de que se hiciera el
silencio, de cerrar los ojos y descansar y con la certeza de que, con suerte aún le
quedaban dos o tres horas, como mínimo, de estar allí.

- Bueno, bueno, ¡Macarena Wilson! – le llamó la atención Germán volviéndose


hacia ella - ¡quien me lo iba a decir!
- Pues… ya ves.
- ¿Qué? ¿te diviertes? – le preguntó haciendo de anfitrión.
- ¡Mucho! – dijo con cierto aire socarrón.
- No te lo vas a creer, pero… todos estos años he echado de menos tu ironía –
confesó con una sonrisa afable haciendo ver a Maca que no mentía - ¿me sigues
guardando rencor?
- Claro – sonrió también, mirando de reojo el plato que le habían puesto delante
¿qué era aquello! parecían… ¿tripas! prefería no pensarlo.
- Míralo por el lado bueno…
- ¡Ah! Pero… ¿tenía un lado bueno?
- Todo tiene un lado bueno, doctora – afirmó irónico también – no me creo que a
estas alturas de la vida aún no te hayas dado cuenta.
- Y… según tú… ¿cual fue ese lado bueno?
- ¿Cuál va a ser? – preguntó retóricamente – te dejé sin novia, pero gracias a eso,
conociste a “mi enfermera milagro”.
- Eso fue mucho después – sonrió – y… no es “tu” enfermera – respondió
recalcando el tu, lo que provocó que él soltara una enorme carcajada. Esther los
miró de lejos y se preguntó de qué estarían hablando, no parecía que se llevasen
demasiado mal, a pesar de lo que había escuchado de ambos.
- Además, consuélate pensando que a mi también me dejó – rió – por otro más
listo, más rico, más alto….
- ¿Más alto? – preguntó Maca irónicamente, torciendo la boca en un gracioso
gesto de burla.
- O sea, que más rico y más listo sí puede ser, pero te sorprende más alto – rió él
iniciando una de aquellas disputas verbales a las que eran tan aficionados en el
bar de la facultad.

Maca se encogió de hombros enarcando las cejas.

- Me alegra volver a verte, Germán – le dijo de pronto.


- A mi también, doctora. A estas alturas ya puedo decírtelo – dijo en tono
confidencial, acercándose a su oído.
- ¿El qué?
- En el fondo la que me gustabas eras tú. Me tenías loco.
- Ya…
- En serio, ya sabes… el viejo truco de acercarse a la mejor amiga.
- Claro, lo que pasa es que no era mi mejor amiga, y que te acercaste demasiado.
- Riesgos que se corren en el arte del amor… - rió poniendo gesto de suficiencia.

De pronto, el tam-tam de los tambores se recrudeció y, todos los que pululaban de un


lado a otro, terminaron por ocupar sus puestos en torno a la mesa, incluida Esther que,
por suerte, se sentó junto a ella con una sonrisa, parecía que el mal humor que había
mostrado durante el camino se había esfumado. “Está preciosa”, no pudo evitar pensar
la pediatra, “y aquí es feliz”.

- ¿Preparada? – le preguntó Esther apretándole ligeramente la mano, en un gesto


reconfortante que Maca recibió con alivio de verla junto a ella.
- No… - dijo con temor la pediatra, recibiendo con agrado ese roce de su mano
que permaneció un instante acariciándola bajo la mesa – pero… - se encogió de
hombros indicándole que no le quedaba otra.
- Bueno… tú… déjate llevar y haz lo que yo te diga – le sonrió clavando en ella
sus ojos, lanzándole una intensa mirada.

Maca asintió nerviosa e incómoda sin poder quitar la vista de aquel plato de bolitas
redondas, que su cuerpo ya estaba rechazando aún cuando no sabía lo que eran. Esther
que adivinó sus pensamientos sonrió para si, satisfecha y divertida, y decidió reírse de
ella, un poco más.

- Son lo que crees – le susurro de nuevo – y ni se te ocurra rechazarlos, son el


plato estrella.

Una mueca entre terror y asco se reflejó en la cara de la pediatra.

- Y quita esa cara que vas a ofenderlos – le aconsejo.


- No puedo, Esther… - casi suplicó - no voy a poder …
- Maca… tendrás que poder.
- No me encuentro bien… creo que… - intentó zafarse.
- Ya… - sonrió burlona – a mi no me la das.
- Te lo digo en serio, me duele la cabeza y…
- ¡Chist! ¡Calla que empieza! – le chistó con autoridad – no me seas pija.

Maca permaneció expectante esperando lo que tanto temía. Un par de jóvenes se


introdujeron en el espacio creado por el círculo que formaban las mesas y comenzaron a
danzar al ritmo de los tambores. Se acercaban y se alejaban de ellas, haciéndoles gestos
y rozándolas con los adornos de sus trajes. Maca reconoció que le agradaba el
espectáculo si no fuera porque estaba tan cansada que lo único en que pensaba era en
echarse un rato y cerrar los ojos.

- Nos dan la bienvenida – le susurró Esther al oído, poniéndose en pie, haciendo


una reverencia – tu deberías haber hecho lo mismo – le dijo al sentarse de nuevo.
- No sé como – respondió sonriéndole a los jóvenes, que se acercaron a ella.
- Esta es una danza que usaban para competir los hombres jóvenes – se acercó al
oído de nuevo, al ver que cambiaban el ritmo – te la ofrecen como exhibición.
- ¿Qué es ese cacharro? – preguntó despectivamente al ver que además de los
tambores introducían un nuevo instrumento.
- Es el kenkeni, nos están agasajando por todo lo alto.
- Será a ti. A mí no me esperaban – le dijo maldiciendo mentalmente aquel
instrumento cuyo sonido retumbaba en su cabeza.
- Prepárate ahora – la previno – coge lo que te ofrezcan y no pienses, ¡trágatelo!

La pediatra vio con estupor que uno de los jóvenes se acercaba portando el plato de
aquellas bolillas, y se lo situaba frente a ellas con una enorme sonrisa. Se sintió incapaz
de comerse aquello y permaneció sin moverse, Esther tendió la mano y cogió uno, se lo
metió en la boca y se lo tragó. Maca notó que se le revolvía el estómago solo al verla,
no iba a ser capaz de comerse aquello, no podía.

- ¡Cógelo! – le ordenó la enfermera. Maca permaneció paralizada - ¡qué lo cojas!


– le repitió con autoridad.

Maca alargó el brazo y con una tímida sonrisa tomó uno del plato, con mano tan
temblorosa que se le cayó al suelo, Esther soltó una carcajada mirando a Germán y la
pediatra entre molesta por ser objeto de las burlas y abochornada, sonrió con timidez y
tomó otro, sintiendo el tacto de aquello, viscoso y peguntoso. El asco que sentía se
acrecentó.

- ¡Vamos! – la impelió Esther – no lo muerdas ¡trágatelo!

La pediatra respiró hondo e hizo lo que le indicaba. Esther le sirvió un líquido denso en
el cuenco que tenía delante e hizo lo propio con el suyo.

- Bebe un poco, es vino de palmera – le dijo con una sonrisa – ¿sabes que se
usaba el vino de palma y a veces el de palmera para lavar los cadáveres? – le
dijo con una sonrisa al fijarse en la cara que le estaba poniendo – anda bebe, no
pienses solo disfruta.

“¿Disfrutar?”, “¿vino?”, “¿cómo se le ocurre darme vino!” “para lavar cadáveres”,


pensó cada vez más angustiada. Imaginaba aquel ojo en su estómago, como si fuera una
canica que acababa de caer al suelo, pero al revés de lo que establecían las reglas de la
gravedad, en su caso los botes cada vez eran mayores, empezó a sentir que una oleada
de calor le subía con fuerza y que se le aceleraba el pulso. Se sentía mareada, casi ni
escuchaba lo que ocurría a su alrededor. Aquél ojo saltaba cada vez con más fuerza,
estaba segura de que en el siguiente bote le llegaría a la garganta, estaba segura de que
iba a vomitar.

- Esther – le llamó la atención mirándola con desesperación, pero la enfermera no


la escuchó – Esther – repitió tocándola en el brazo.
- Dime – se giró sonriente - ¿qué ocurre? – preguntó al ver su cara.
- Necesito ir al baño.
- ¿Ya? – preguntó mirando el reloj – pero si no has bebido casi nada.
- No es por eso – respondió tragando saliva.
- Entiendo – dijo con una sonrisa - ¿sabes llegar o te acompaño?
- ¡Por favor! - suplicó.
- Venga, ¡vamos! – dijo levantándose y cogiendo su silla le hizo una indicación a
Germán que soltó una carcajada, recordando el primer día de Esther entre ellos,
estaba claro que la enfermera había encontrado en quien vengarse.
- ¡Corre! – le pidió.

Maca intentaba controlarse, pero cada vez se encontraba peor. Esther reía para sus
adentros imaginando la cara de la pediatra cuando supiera que, aquello que se había
tragado, no eran más que bolitas de maní a imitación de los ojos de cordero asados que
se comían en las antiguas ceremonias. Había asistido a uno de los rituales de agasaja a
reyes más antiguos de la zona. A ella le habían hecho esa misma novatada, Germán la
hizo creer que comía ojos, gusanos y varias delicatessen más, pero a su favor había que
decir que aguantó estoicamente toda la noche. Llegaron a la puerta del baño y se la
sujetó a la pediatra que entró con precipitación.

- Te espero en la mesa – le gritó, escuchándola vomitar.

La enfermera regresó a la cena y cogió su silla situándola al lado de Germán ocupando


el hueco de Maca. El médico la miró sonriente.

- No me digas que has sido capaz …


- Si – soltó una carcajada – todos hemos tenido novatada.
- Se va a enfadar. Te has pasado – la recriminó de palabra, aunque sus ojos
bailaban divertidos.
- Ya lo sé – volvió a reír – pero… merece la pena – dijo poniendo su mejor cara
de niña inocente que está gastando una broma – quiero que se acostumbre a todo
esto.
- ¿Por qué? – preguntó entre curioso y extrañado – os vais en unos días.
- Cosas mías – sonrió misteriosa.
- Ya… entiendo … - le devolvió la sonrisa pensativo – pues… no sé yo si esta
será la mejor manera…
- Quizás me he excedido – respondió frunciendo el ceño con un gesto de ligera
preocupación.
- ¿Y te la has dejado allí?
- Si – dijo bebiendo un sorbo de su vaso – por la cara que tenía tardará un rato en
volver.
- Creo que deberías ir a ver como está. No tenía buen aspecto.
- Es demasiado sibarita, pero la conozco y se acostumbrará – le dijo con un brillo
especial en los ojos y una pícara sonrisa.
- No lo dudo, pero ten paciencia, todo esto es nuevo para ella y… puede resultarle
muy duro.
- Lo sé – fue su escueta respuesta. Germán la miró de reojo no entendía muy bien
cuales eran sus intenciones pero estaba seguro que la enfermera tenía planes,
solo esperaba que no se estuviese equivocando con la pediatra.
- No la presiones, a la Wilson que yo conocía no le gustaba – le aconsejó.
- Ese es uno de sus problemas todo el mundo está demasiado pendiente de ella y
se ha acostumbrado a eso. Pero en la vida las cosas no son tan fáciles.
- Tu sabrás – le respondió sin darle su opinión, había pasado mucho tiempo desde
que él compartiera amistad con Maca y no se creía con derecho a opinar, aunque
estaba seguro de que Maca sí que sabía que la vida no era fácil - Bueno,
bueno… - se interrumpió al ver que los jóvenes se colocaban de nuevo en el
centro para iniciar otro de sus bailes – me alegra que estés de vuelta – le dijo al
oído - esto no ha sido lo mismo sin ti.
- Yo también me alegro de estar aquí – reconoció posando su mano sobre la de él
– y pronto… lo estaré para siempre.
- No tengas prisa – le dijo mirándola con seriedad – lo importante es que te
encuentres bien.

Esther asintió. Los jóvenes terminaron su danza y les siguieron las chicas que acudieron
a por la enfermera y la sacaron al centro, la enfermera bailó con ellas echando un ojo de
vez en cuando a la mesa, en busca de la pediatra, pero Maca no aparecía, y la enfermera
comenzó a ponerse nerviosa. Cuando terminó el baile, se sentó de nuevo junto a
Germán, que la felicitó.

- ¡Qué diferencia! – exclamó, divertido – te has convertido en toda una experta.


Por cierto, ¿no te parece que Maca tarda mucho?
- Si. Voy a tener que ir a buscarla - sonrió.
- ¿Tener? Ya…
- Ya ¿qué? – preguntó torciendo la boca en una mueca y levantando las cejas en
señal de interrogación.
- Nada, nada, que ya me contarás.
- No hay nada que contar – dijo levantándose y marchándose en busca de Maca.
- Ya lo creo que lo hay – musitó observando como se alejaba camino de los
baños.

La encontró en la puerta del baño, su palidez le indicó que aún se encontraba mareada.

- ¿Qué haces ahí? – le preguntó con una sonrisa burlona - ¿no vienes?
- No me encuentro bien, Esther… creo… creo que me voy a ir a la cama.
- ¿A la cama? – preguntó – de eso nada, eres la invitada de honor, tienes que
volver a la mesa.
- Hablo en serio – insistió viendo como la enfermera se colocaba en jarras delante
de ella – me encuentro fatal – dijo poniendo una mano en el estómago.
- No me seas quejica, Maca – rió – ¡qué era broma! – confesó finalmente
ablandada por su aspecto indefenso y abatido.
- ¿Qué dices de bromas? – preguntó con desgana, “¡para bromas estoy yo!”,
pensó.
- Los ojos no son ojos – le dijo observando como a la simple mención de la
palabra Maca controlaba otra arcada – son bolas de maní machacado, envueltas
y bañadas en zumo de frutas, porqué crees que...
- ¡Calla! No mencio... – no pudo terminar, giró la silla y se metió de nuevo en el
baño, ante la carcajada de Esther, que permaneció esperándola en la puerta.
- ¿Qué! ¿mejor? – le preguntó burlona al verla salir.
- No – respondió con la respiración agitada aún y más demacrada que antes.
- Vamos, no seas pija, qué al final vas a conseguir que se ofendan – le dijo con
condescendencia, girándose con la intención de colocarse tras ella y empujar la
silla. Pero Maca la frenó levantando la mano en una seña de que se detuviese.
- Esther, por favor, no… no sé que me pasa….
- ¡Qué te va a pasar! ¡qué eres una pija! – la acusó, sin escucharla, moviéndose
para colocarse a su espalda - ¿ya no recuerdas la que liaste en la chabola?
- No puedo… de verdad – le suplicó cogiéndola de la mano – te juro que no
intento llamar la atención – le dijo recordando las palabras con que la acusó la
enfermera en el despacho de Fernando. Estaba comenzando a desesperarse de
que Esther no quisiera escucharla.
- ¡Maca! – exclamó al notar el contacto de su piel – pero… ¡sí estás ardiendo! –
dijo frunciendo el ceño y tocándole la frente, ahora sí preocupada.
- Estoy fatal – repitió – ya te lo he dicho.
- Vamos, te acompaño a la cabaña – se ofreció sintiendo que se le aceleraba el
pulso por el nerviosismo, Cruz ya la había avisado antes de salir que Maca no
estaba bien y ella no le había prestado atención en todo el día, habían sido
muchas horas de vuelo, el viaje en camión y luego conocer el campamento, no la
había dejado descansar ni media hora.
- ¡No! prefiero quedarme aquí – le pidió angustiada – sigo teniendo nauseas.
- Voy a buscar a Germán – dijo dándose la vuelta.

No hizo falta que se marchara porque al girarse lo vio aparecer.

- ¿Se puede saber qué hacéis? - preguntó con una sonrisa.


- Germán, ¿puedes echarle un vistazo? – le pidió la enfermera arrepentida de
haberse tomado a broma las quejas de Maca – creo que tiene bastante fiebre.
- ¿Qué pasa Wilson! tú dando la nota como siempre ¿no?
- Ya ves – respondió casi sin fuerza – genio y figura – intentó bromear con un
deje de dolor en la voz.
- Esperemos que no hasta la sepultura – bromeó agachándose a su lado - A ver,
¿qué te pasa? – preguntó examinándola.
- Me duele mucho el estómago y la cabeza, y… y no puedo dejar de temblar –
explicó levantando una mano para que lo notaran.
- ¿Has comido o bebido algo en el avión, o en el aeropuerto?
- No, solo lo que yo le he dado – intervino la enfermera.
- Le he preguntado a ella – dijo con seriedad, olvidando el tono burlón con el que
llegó.
- No, nada – dijo Maca.
- ¿No se te habrá ocurrido beber agua en la ducha?
- ¡Claro que no! no soy imbécil.
- Bien… ¿has vomitado! ¿diarrea? – continuó con su interrogatorio.

Maca miró hacia Esther con desesperación y luego miró hacia sus piernas.
- He vomitado pero… diarrea… creo que no…
- Tranquila que yo también creo que no – le dijo con dulzura el médico
comprendiendo rápidamente cuál era el motivo de su angustia - ¿cuántas veces
has vomitado?
- Dos – saltó Esther rápidamente, ganándose una mirada recriminatoria del
médico.
- Le pregunto a ella, Esther – le repitió.
- Cuatro – reconoció Maca bajando la vista.
- ¡Cuatro! – exclamó la enfermera – pero Maca…. – protestó casi sin fuerza
mirándola con reproche, ¿por qué no le había dicho nada?
- ¿Desde cuando llevas así?
- Mareada, con dolor de cabeza y con nauseas desde hace unas seis horas -
reconoció.
- ¡Maca! ¿cómo no me lo has dicho antes? – protestó Esther, sin poder aguantarse.

Maca apretó los labios y levantó las cejas sin responder “¡cualquiera te lo decía si a la
más mínima insinuación me has tachado de estirada, pija, quejica y dios sabe que más
lindezas”, pensó, pero solo se encogió de hombros.

- No quería estropearte tu fiesta – reconoció cabizbaja. La enfermera enrojeció


percibiendo un ligero tono de reproche, había estado tan preocupada por que
todo saliera bien, tan preocupada porque Maca se divirtiese y viese lo que había
sido su mundo que se había olvidado de lo más importante, de que era Maca la
que no estaba bien, de que aún estaba convaleciente.
- ¿Cuándo te has puesto las vacunas? – preguntó de nuevo Germán - porque… ¿te
las habrás puesto! ¿no?
- Claro que me las he puesto – respondió molesta – ¡ay! – exclamó ante el pellizco
que el médico acababa de darle en el dorso de la mano comprobando que el
pliegue de piel persistía - ¿qué haces?
- Wilson, Wilson esa clínica de lujo ha hecho que se te olvide lo más simple –
bromeó - ¿Cuándo te pusiste las vacunas?
- Se las puso antes de ayer – informó Esther.
- ¿Antes de ayer? – casi gritó – pero si….
- Ya lo sabemos Germán, ya te contaré… - dijo Esther impaciente.
- Llévala a la cabaña – dijo Germán levantándose, con el ceño fruncido y voz
grave – ahora voy yo.
- Prefiero quedarme aquí – dijo Maca – creo que… - hizo una seña con la mano –
otra vez… voy a... – intentó decir, pero hubo de interrumpirse entrando de nuevo
en el baño.
- Germán – lo llamó Esther - ¿qué pasa?
- Espero que nada – respondió preocupado – voy a por mi maletín.
- ¿No será mejor llevarla al hospital? – preguntó viendo la cara del médico. Lo
conocía y sabía que esa expresión y ese tono solo indicaba una cosa, había visto
algo que no le gustaba nada.
- No, de momento, no, ya sabes cómo es el hospital, estará más cómoda en la
cabaña, ayer ingresaron cuatro niños y ya puedes imaginar lo que hay
montado… – le dijo - no te pongas nerviosa – le sonrió – solo quiero asegurarme
de que… todo está bien.
- ¿No me mientes?
- Claro que no. Lo más seguro es que no sea nada. Voy a decirle a Sara que no
nos esperen y os veo en la cabaña.
- Pero… tú estás preocupado, a mi no me engañas.

Germán la miró fijamente a los ojos, Esther lo conocía y sabía lo que significaba aquella
mirada, el médico abrió la boca para responder pero, en ese mismo momento, la
pediatra salió del baño. Esther no pudo evitar sentirse asustada al ver su aspecto, cada
vez tenía peor cara y parecía más decaída.

- Ahora hablamos – le dijo Germán con un gesto de confidencialidad – haz lo que


te he dicho - le ordenó dejando a la enfermera sin respuesta. No quería decir
nada delante de Maca aunque si la pediatra no estaba tan mal debía estar
dándose cuenta de lo que le ocurría.
- Vamos, Maca – le dijo colocándose tras ella.
- Esther… - intentó oponerse sin fuerza para ello – prefiero seguir aquí.
- Órdenes del médico – respondió con autoridad.

Esther cogió la silla y la empujó hasta la puerta trasera de la cabaña, para evitar pasar
por delante de todos. Por el camino se detuvo un momento y entró en un pequeño
cuarto.

- Es el almacén – le explicó con rapidez – toma, si necesitas vomitar hazlo aquí –


dijo tendiéndole un bacín.
- Lo siento – se disculpó, Maca, abatida- ¡vaya compañera de viaje te has
buscado!
- No tienes que disculparte. Nos puede pasar a cualquiera – respondió tirando de
la silla, con esfuerzo, para subir el pequeño escalón trasero. Entró en la cabaña y
encendió la luz.
- ¡Uf! – se quejó Maca al notar la calidez del interior – ¿aquí no refresca nunca?
- Esto es así, pero no creas que hoy hace tanto calor – le comentó poniendo su
mano sobre el lateral de cuello de la pediatra – lo que te pasa es que tienes
bastante fiebre. Ven que te voy a meter en la cama.
- No. Prefiero estar así. En la cama me voy a asfixiar. Además… tumbada…
- Maca… no protestes. Es mejor que te eches un rato.
- Lo siento, os he estropeado la noche – volvió a pedir perdón, la enfermera, esta
vez, no respondió y Maca interpretó que estaba molesta - ¿Por qué no te vas tú a
la cena? No los dejes sin su invitada de honor.
- La invitada de honor eres tú – sonrió.
- De verdad, vete – insistió - Yo ya estoy mejor.
- ¿Estás mejor? – preguntó, incrédula, con cara de burla.
- Si.
- Ya… - sonrió con dulzura - Mi jefe me ha dicho que te vigile hasta que él
llegue.
- Tu Jefa soy yo. Y te digo que estoy bien.
- Aquí no lo eres. Así es que no me rechistes y vamos – dijo cogiéndola por
debajo de los brazos.
- Aquí también – protestó casi entre dientes.
- ¡Agárrate Maca! – le pidió con autoridad al ver que la pediatra no hacía fuerza.
- Eso hago – dijo débilmente, intentándolo de nuevo.
- Bueno… espera un momento – se había dado cuenta de que la falta de fuerzas
de la pediatra iba a impedirle moverla desde donde se encontraba sin hacerle
daño – vamos a hacer otra cosa – propuso cambiando de postura, colocándose en
el lateral, bajó el brazo de la silla, la situó paralela a la cama y la izó desde atrás
– mejor así – dijo sentándola, no sin esfuerzo, en el borde de la cama –
estupendo, ya está, ahora échate y…
- Prefiero no estar tumbada – dijo intentado colocar la almohada hacia arriba.
- Espera, no seas bruta. Ya te lo hago yo.

Esther le colocó la almohada de forma que quedase recostada. Le puso el bacín a su


lado y volvió a pasarle la mano por la frente. Maca seguía ardiendo. “¿Dónde se ha
metido Germán?”, pensó Esther nerviosa por saber que pasaba.

- En serio – empezó Maca – estoy mejor, vete con ellos.


- Maca, no insistas, que no me voy a ir a ninguna parte – le dijo malhumorada.
- ¿Qué he hecho? – le preguntó directamente. Llevaba horas queriendo saber qué
le pasaba con ella y no se había atrevido. Esther la miró fijamente, le pareció que
estaba triste.
- ¿Cómo que qué has hecho? – preguntó a su vez sin saber a qué se refería.
- No sé. Algo he debido hacer o decir que te ha molestado. En Madrid te las
ingeniaste para convencernos a todas de que venir aquí era la mejor opción y...
estos días, cuando estaba ingresada me has tratado tan… - se interrumpió sin
saber muy bien cómo definir lo que le había hecho sentir la enfermera, sin saber
realmente el porqué se había decidido a volar hasta allí con ella – bueno…
que… llevas todo el día que…. no sé….ahora me tratas…, diferente.
- No has hecho nada, Maca – le sonrió con tristeza, bajando la vista con
culpabilidad y acariciándole el antebrazo suavemente – Soy yo – levantó los
ojos y los clavó en ella con una mirada extraña que Maca no supo interpretar –
y, es… todo esto. Perdona, sé que no he estado muy… agradable.
- Vale… - volvió a tragar saliva aguantando otra punzada en el estómago – anda
vete y disfruta. Yo estoy bien.
- No lo estás – le dijo preocupada por ella.
- Pero si ya llevo un rato sin… - mientras antes lo dijo, antes tuvo que frenar una
nueva arcada – uhh…, de verdad, Esther, ¿no ves que ya no tengo nada que…! -
otra arcada en seco hizo que se le saltaran las lágrimas - ay… - suspiró haciendo
un gesto de dolor y cerrando los ojos, el estómago la estaba matando.
- Si, ya veo, lo mejor que estás – respondió sentándose a su lado en el borde de la
cama, clavando sus ojos en ella y sin poder evitar el gesto de colocarle un
mechón de pelo tras la oreja. Maca se sorprendió tras el trato distante y casi frío
que había tenido con ella desde que salieran de Madrid - ¿dónde se habrá metido
éste? – preguntó más para sí que para ella, estaba empezando a impacientarse.

Tras unos golpecitos en la puerta escucharon la voz de Germán.

- Wilson… ¿estás visible? – bromeó abriendo la puerta, pero sin aparecer.


- ¡Germán! deja de hacer el payaso – le reprendió Esther nerviosa. El joven entró
en la cabaña, maletín en mano y con una sonrisa, que a Esther le pareció
completamente ficticia.
- Niña – dijo dirigiéndose a Esther – ven un momento – le pidió.
La enfermera se levantó, le acarició la mejilla a Maca y le dijo en un susurro “tranquila,
ahora vuelvo”, dejándola allí con la sensación de que la conocía demasiado bien y había
sabido ver que la necesitaba a su lado, que no soportaba que la dejase sola, que estaba
asustada. Esther llegó junto a Germán y Maca intentó escuchar lo que hablaban pero
ambos bajaron la voz, lo que no contribuyó a que se sintiera mejor. “¿Niña?”, “¿la ha
llamado niña? o ¿es la fiebre que me hace delirar?” pensó, “¿por qué la ha llamado niña!
¿de qué coño están hablando?”.

- Bueno, bueno, Wilson, a ver que tenemos aquí – dijo entrando mientras Esther
salía de la cabaña - ¿Quién me iba a decir a mí que al final íbamos a acabar así,
juntitos en la cama? – bromeó sentándose a su lado y colocándole un
termómetro bajo el brazo.
- No me toques las narices que…
- Tranquila – sonrió – ven aquí - dijo cogiéndole una mano y tomándole el pulso.
- ¿Qué le has dicho a Esther? – le preguntó observándolo detenidamente.
- Naaada.
- ¡Joder! ¡qué no soy imbécil! – exclamó malhumorada - ¿Qué crees que me pasa?
- ¿Te quieres callar? – regruñó – ahora tengo que empezar otra vez.
- Lo siento – dijo más suave – perdóname – se disculpó guardando silencio
durante unos instantes. Germán le quitó el termómetro, lo miró y frunció el
ceño, volviendo a colocárselo.
- ¿Es muy alta? – le preguntó temerosa.
- ¿Tú que crees? – respondió burlón.
- Que sí.
- Premio para la señorita, ¿qué quieres chupón o piruleta? – sonrió recordando una
de las bromas que siempre le gastaba n la facultad, intentando mostrarse
despreocupado para no alarmarla.
- Estos termómetros están prohibidos – murmuró cansada, sin ganas de juegos.
- ¿No me digas? – sonrió burlón – ya te irás enterando de que aquí no hay nada
prohibido, todo está permitido, ¡hasta palmarla de un resfriado! – bromeó, pero
Maca se puso seria sin responder a la broma y Germán recordó esa expresión de
la pediatra, era la misma que tenía antes de los exámenes, interpretó que estaba
nerviosa y algo asustada – voy a auscultarte – le dijo levantándole la camiseta
con una delicadeza que Maca no recordaba en él - ¡dios! Wilson, ¿se puede
saber que coño te ha pasado? – exclamó al ver los moratones que aún tenía por
todo el cuerpo.
- Nada… un… accidente – respondió distraída sin ganas de dar explicaciones –
eso que has dicho antes…
- ¿El qué? – la interrumpió con esa sonrisa burlona que tanto exasperaba a Maca –
¿que no hay nada prohibido o qué la vas a palmar? – le dijo intuyendo lo que le
preocupaba y dispuesto a seguir provocándola, tenía la fiebre bastante alta y se
temía que de un momento a otro comenzase a dar muestras de desorientación, y
quería conseguir que se mantuviese espabilada un rato más, necesitaba
preguntarle algunas cosas.
- ¿Te digo dónde tienes la gracia! porque estás empezando a…
- Vale, vale… doctora, ¿qué quieres saber! ¿si la vas a palmar! pues… - sonrió –
para mi desgracia tendré que aguantar tu buen humor unos días más.
- Vete a la mierda – le espetó cansada.
- ¿Te quieres callar ya? No hay forma de escuchar nada – le dijo incorporándola
un poco y poniéndole el fonendoscopio en la espalda – a ver toma aire y
suéltalo. Otra vez.

Maca obedeció y no volvió a pronunciar palabra mientras la auscultaba.

- A ver, tose un poco – le dijo y Maca al hacerlo se provocó uno de sus ataques de
tos.
- ¡Exagerada! No tanto.
- Ya lo sé – dijo casi sin respiración, intentando controlarse para no vomitar de
nuevo – me ocurre… a... veces.
- ¿Desde cuando tienes esta tos? – le preguntó preocupado.
- No me acuerdo – emitió un ligero quejido al recostase que no pasó
desapercibido al médico, que tiró de ella y volvió a sentarla.
- Uf – se quejó.
- ¿No te acuerdas! ¿así estamos ya? ¿con fallos de memoria? – se rió pero esta vez
Maca ya no le respondió y suspiró cansada, él la miró preocupado y la recostó
de nuevo, comenzando a palparla.
- Ay, ¿qué haces? - se quejó.
- ¿Te duele aquí? – preguntó enarcando las cejas.
- ¡Cómo para que no me duela! “tu niña” me ha pegado un codazo en el camión
que casi me rompe una costilla – se quejó de nuevo sarcástica.
- En serio, Wilson, ¿te duele? – volvió a preguntarle mucho más suave e
interesado.
- Un poco – confesó mientras él seguía explorándola, volvió a apretarle cuando no
se lo esperaba.
- ¡Auh! – exclamó otra vez palideciendo – buff, ¡no me vuelvas a hacer eso!
- ¡Quejica! – rió para disimular su preocupación - Bueno, parece que está todo
medio en orden – mintió, no le gustaba nada aquel ritmo cardiaco ni aquellos
ronquidos de sus pulmones por no hablar de la tensión demasiado alta - En
Madrid, tienes tu médico, ¿verdad?
- Si, ¿por qué? – preguntó con temor.
- Y ¿le dijiste que ibas a hacer este viaje?
- Si – respondió mirándolo fijamente en espera de que le dijese a qué venían
aquellas preguntas.
- Ya… - murmuró pensativo.
- ¿Me puedes decir qué pasa? – preguntó con un deje de temor.
- Y ¿estaba de acuerdo? – le preguntó frunciendo el ceño.
- ¿De qué me hablas? – dijo a su vez cerrando los ojos sin entender qué le estaba
preguntando.
- Wilson – gritó provocando que Maca los abriese asustada – te pregunto por tu
médico… ¿qué si estaba de acuerdo en que viajaras hasta aquí?
- No – suspiró – de hecho fue la única persona que se opuso. Pero ¿qué pasa?
- Nada importante – la tranquilizó – solo... que… esto no es tierra para damiselas.
- Muy gracioso…. No te rías de mi – pidió cansada, entornó los ojos y balbuceó –
además eso… creo que ya… me lo has dicho… ¿no?
- ¿Cómo se llama tu médico?
- ¿Qué médico? – preguntó aturdida sin saber de que le hablaba ahora.
- ¡Wilson! ¡céntrate! que estás en las nubes – alzó la voz sobresaltándola y
comprobando que cada vez resultaba más difícil conseguir que prestara atención
– tu médico de Madrid, ¿cómo se llama? – le repitió.
- Eh... ¿mi médico?. – dijo pensativa, deseando que se callase y la dejase
descansar - … Cruz – musitó.
- Muy bien Cruz, ¿Cruz qué más? – insistió.
- Gándara – respondió con un suspiro cerrando los ojos, cada vez sentía más
pesadez en los párpados.
- Wilson – la zarandeó consiguiendo que lo mirase - ¡qué te duermes!
- Eso… quisiera yo – masculló enfadada - ¿dónde está Esther? …. ¿nos vamos?
… – preguntó empezando a dar muestras de desorientación.
- ¡Wilson! – volvió a zarandearla - ¿quieres saber dónde está Esther?
- Si – murmuró volviendo a la realidad.
- La he mandado a hacerte un bebedizo… - se interrumpió al ver la cara de asco
que estaba poniendo y soltó una carcajada – te lo vas a tomar quieras o no.
- Yo… - se interrumpió al ver entrar a la enfermera que llegaba con una taza en la
mano – no puedo…. No... no quiero nada.
- ¿Qué? ¿Cómo está? – preguntó Esther llegando hasta ellos y tendiéndosela a
Maca le dijo – bébete esto – Maca la miró sin moverse – toma Maca – insistió y
finalmente la pediatra cogió la taza con el firme propósito de no probar su
contenido.

Le temblaban tanto las manos que Germán se la quitó y la puso en la mesilla, Maca se
quedó con la vista puesta en ella unos segundos y luego cerró los ojos. El médico la
observo pensativo, si no se le hablaba empezaba a dar muestras de una preocupante falta
de atención.

- Bueno… lo primero… vamos a bajarle esta fiebre – dijo mirando el termómetro


de nuevo – Esther quédate con ella y que se lo tome todo.
- Estos termómetros están fuera de servicio – dijo Maca con desgana mirando a
Germán - ¿Dónde están los otros? – preguntó recostando la cabeza y cerrando
los ojos de nuevo.
- ¿Otra vez con eso, doctora! ¿no tienes ninguna queja más? – se burló y la miró
sonriente.
- ¡Germán! – lo recriminó Esther en voz baja.
- ¿Qué Wilson? ¿nos damos una duchita juntos? – le preguntó el médico sin
prestar atención a la protesta de su amiga.
- ¿Qué? – preguntó Maca aturdida volviendo a abrir los ojos.
- Voy a ir preparando la ducha – dijo preocupado mirando a Esther, mala señal
que Maca no fuese ya capaz de responderle a sus bromas.
- ¿Tan alta la tiene?
- Cuarenta y uno y medio – respondió bajando la voz mirando de reojo a la
pediatra – pero no tenemos ningún antitérmico, aunque si es lo que creo
tampoco serviría de nada tenerlo.
- ¿Hielo! podemos usar hielo. Ya sé que no es lo más…
- No hay, Esther, ni hielo ni nada, solo agua y … ya sabes como sale aquí después
de estar dándole el sol todo el día al depósito, con suerte que a estas horas esté
tibia, pero me temo que, o hacemos algo o con este calor le va a seguir subiendo,
así es que ¡a la ducha! – dijo levantándose de la cama.
- ¿Así estamos? – le preguntó al médico acercándose a la cama y mirando a Maca
con preocupación.
- El cargamento tenía que haber llegado hoy pero ya sabes como es esto. Estamos
bajo mínimos – la informó de la situación procurando que Maca no lo escuchase
- pero, ¡qué te voy a contar que no sepas!
- Nosotras podíamos haber traído de Nairobi algunas cosas.
- ¿Y en la frontera qué? – le preguntó retóricamente – además ya sabes que no es
el cauce normal..
- ¿Y en el Hospital de Jinja! puedo coger el jeep e ir yo. En dos o tres horas puedo
estar de vuelta.
- ¡Ni lo sueñes! Hasta mañana, nada. Ya lo sabes.
- Toma – le dijo la enfermera entregándole un papel.
- ¿Qué es esto? – le preguntó extrañado.
- Tenía que habértelo dado antes – reconoció bajando la vista – es… es un
informe médico… de… de Maca.
- Bien – dijo con seriedad clavando sus ojos en él y después en ella sin
comprender que estaba pasando - Haz lo que te he dicho – ordenó secamente
saliendo de la cabaña.

Esther sabía que se había enfadado con ella y le agradeció que no le echara una bronca.
Se acercó a la cama y ocupó el lugar que antes tenía el médico junto a Maca que seguía
con la cabeza ladeada, mirando a la taza ahora con los ojos abiertos.

- Ven, Maca, voy a sacarte sangre – le dijo preparando todo para hacerlo.
- ¿Por qué? – la miró desconcertada.
- Germán me lo ha pedido.
- Pero… ¿para qué? – preguntó mirándola aturdida.
- No te preocupes – le sonrió – es simple rutina. Tu mejor que nadie sabes cómo
sois los médicos – bromeó intentando no alarmarla, pero la pediatra casi ni la
escuchaba, sumida de nuevo en la somnolencia que le provocaba la fiebre.

Esther guardó silencio mientras tomaba las muestras. Maca ni siquiera pareció notarlo y
eso tenía muy preocupada a la enfermera, que la observaba acongojada.

- ¿Qué haces? – le preguntó abriendo los ojos y observándola recoger todo.


- Nada – respondió con calma - a ver, Maca, tienes que beberte esto, venga, un
sorbito – le pidió tomando la taza de la mesilla e incorporándola un poco para
que le fuese más fácil tragar – vamos, Maca, bebe un poco – le pidió de nuevo
al ver que no la obedecía.

Maca tardó unos segundos en comprender lo que le pedía y se dejó hacer sin protestar,
lo que preocupó aún más a Esther. “Bebe un poco”, repitió su mente, “un sorbito, venga
Maca, bebe”, escuchó de nuevo y de pronto se vio en otro lugar otra voz repetía aquellas
mismas palabras, escuchaba llorar a un niño, la voz insistía “bebe Maca, bebe, puta”,
“no puedo”, pensó, el niño no dejaba de llorar.

- No puedo – murmuró.
- Claro que puedes – le dijo con dulzura consiguiendo con su voz que Maca
saliese de su ensoñación y clavase sus ojos en ella.
- ¿Esther? – preguntó desconcertada.
- Si – sonrió – venga, un poco más.
- ¿Qué es? – preguntó con desgana.
- Una infusión.
- No me gustan las infusiones… - murmuró sin fuerza - quiero café… - dijo al
mismo tiempo que otro fogonazo la llevaba a un lugar oscuro, Ana le tendía la
mano “levántate, Maca, vamos levántate”, “no puedo” pensó, pero de sus labios
solo se escapó un nombre - …Ana… - mecánicamente cerró los ojos, ¿qué era
aquél olor! aturdida su mente la llevó años atrás cuando en su luna de miel Ana
se empeñó en hacerla beber algo a lo que llamaba café.
- ¿Quieres café? – sonrió por la inesperada respuesta pero empezó a preocuparse
ante el grado de aturdimiento de la pediatra, “¿Ana?”, pensó Esther – esto es
café – mintió haciéndola beber.
- ¿Sí?. – dijo bebiendo un sorbo - … cariño… sabe… raro… - murmuró ante la
sorpresa de Esther “¿cariño?” - te ha salido aguado – dijo dándole otro pequeño
sorbo a aquello que le acercaban a los labios – uff – se quejó.
- Mañana lo haré mejor – le siguió la corriente, cada vez más angustiada por su
estado – pero hoy te tienes que beber éste.
- Uff – volvió a quejarse poniendo cara de asco – Ana… - murmuró entre dientes
con los ojos cerrados - … me duele…

“Ana”, repitió Esther mentalmente, “se acuerda de ella”, pensó notando que se ponía
celosa y cayendo en la cuenta de que aún no había hablado con Madrid, a esas alturas
debían estar muy preocupadas, aunque Laura ya habría contactado con ellas.

- ¿Qué te duele? – preguntó sin obtener respuesta - ¿qué te duele, Maca? - repitió.

Al cabo de unos segundos, como si tardara en procesar la información dijo

- El estómago.
- Bebe más… - le habló con dulzura - un poco más, Maca, con esto se te pasará el
dolor.

Esther logró que se bebiese casi todo el contenido, así conseguiría aplacar su estómago,
era una infusión de aloe y juncia que hacían los nativos y que no solo calmaba el dolor
si no que paliaba los efectos de la acidez, frenando en la mayoría de los casos los
vómitos, hubiera sido mejor usar jengibre pero tampoco había. Al parecer a Maca le
había hecho efecto, y no había vuelto a tener nauseas, pero la fiebre no parecía bajar y el
temblor de las manos se le estaba extendiendo al resto del cuerpo. La enfermera la
desnudó como le había pedido Germán y la cubrió con la sábana. Maca permanecía en
silencio, de vez en cuando abría los ojos y la miraba fijamente, pero parecía no verla.

- Nunca aprendiste a hacer un buen café – dijo al cabo de unos minutos abriendo
los ojos, la enfermera le sonrió, aunque estaba segura que la confundía, en su
delirio, con su mujer – Esther…
- ¿Qué? – preguntó con paciencia, sorprendida de que ahora sí parecía
reconocerla.
- ¿Nos vamos?
- ¿A donde quieres irte? – le sonrió cogiéndola de la mano.
- A casa. Estoy cansada – respondió con voz débil.
- Si, ahora vamos – le dijo mirando hacia la puerta, que acababa de abrirse.
Germán entró sonriente.
- ¿Qué! ¿cómo va?
- Le ha subido la fiebre. Pero se ha tomado casi todo ¿crees que le servirá? – le
contó con un nudo en la garganta.
- Espero que ayude. Debería bajársela un poco.
- Germán, ¿qué le pasa? – preguntó con temor.
- ¿Germán? – musitó abriendo los ojos – ¡Germán!… - exclamó sorprendida de
verlo - ¿qué haces aquí! y… ¿y Adela? – le preguntó perpleja sin consciencia de
donde estaba.
- Wilson, Wilson… tu Adelita te está esperando en el jacuzzi – le sonrió – Vamos
a darnos un bañito – se agachó y la levantó en sus brazos, casi sin esfuerzo, en
esos años la pediatra había adelgazado mucho.
- ¡Suéltame!. ¿qué haces? – protestó sin fuerzas para resistirse.
- Esther, cuando terminemos quiero que le cojas una vía.
- ¿Me vas a decir qué pasa? – le preguntó la enfermera.
- No lo sé – mintió, estaba casi seguro de que era una insolación, pero tenía que
comprobar un par de cosas primero para descartar otras opciones, aunque rezaba
para que no fuera una mezcla de cosas porque en ese caso iban a tener muchos
problemas - Espero que nada.

Esther lo siguió, Germán había preparado el barreño grande de la ropa, y lo había


llenado de agua. Ahora entendía porqué había tardado tanto. Maca estaría más cómoda
ahí, que en la ducha. Sara los esperaba junto al barreño. El médico la introdujo en él, y
permanecieron a su lado unos instantes. Luego Esther tiró del brazo de Germán y se
retiraron un poco.

- Vale que no lo sepas – le dijo Esther en un susurro – pero qué crees que…
- Espero que sea solo agotamiento y deshidratación. Me dijiste que se negó a
tomar nada en el viaje ¿no?
- Si. No quería.
- No debiste consentírselo – le reprochó.
- Lo sé – reconoció al tiempo que le invadía un sentimiento de culpabilidad.
Había estado más preocupada pensando en la guerrilla, inmersa en sus recuerdos
que prestando atención a Maca. Por muy cabezona que se ponía ella siempre
había sabido hacerla dar su brazo a torcer y a poco que le hubiese presionado
Maca hubiese cedido.
- ¿Le ha dado mucho el sol? – preguntó preocupado.
- Bueno… me esperó más de media hora junto a los soldados y luego sí, le fue
dando en el camión, pero… ella prefería la ventanilla y, … luego aquí... – se
detuvo - ¿no creerás que..? no puede ser… no ha estado tanto tiempo al sol…
- No hace falta estarlo y lo sabes, ¿en qué coño estabas pensando? – le preguntó
abiertamente interrumpiéndola. Esther bajó la vista avergonzada – he estado
hablando con Adela y con Gándara. ¡Joder, Esther! ¡qué hace diez días estaba en
coma! – exclamó sin dar crédito – te juro que no te entiendo.

Esther mantuvo la vista baja.

- ¿No dices nada! se supone que la quieres ¿no?


- ¡Claro que la quiero! – saltó desafiante – solo que…
- Solo que no has hecho nada ¿me equivoco? – le preguntó temiendo que así
fuera.
- Sí que he hecho – protestó clavando sus suplicantes ojos en él, no era el
momento de hablar de ella – pero ese no es el tema.
- Bien, cambiando de tema, ya te vale no haber insistido con Francesco – continuó
con unos ojos que echaban chispas – en vuestra clínica estaban histéricas, si no
llamo yo a mi ex….
- Pensaba llamar en un rato, cuando Maca estuviese mejor. Además, hablé con
Laura y ella quedó en decirles que estábamos bien – se justificó.
- Pero no es cierto – continuó con la bronca – Maca no lo está. ¿Cuándo tenías
pensado contármelo! ¿sabes lo que le podía haber pasado! ¿sabes lo que puede
provocarle una fiebre así de alta?
- Lo siento – murmuró con la vista en el suelo.
- ¿Lo sientes? – le preguntó en voz baja mirando hacia el barreño donde Sara
sujetaba a Maca y la refrescaba - ¿cómo se te ocurre traerla aquí en esas
condiciones? – le recriminó con dureza – tenías que habérmelo dicho nada más
llegar, tenía que haberse metido directamente en la cama – le dijo más suave al
ver la expresión de angustia que estaba poniendo la enfermera.
- Ya te he dicho que lo siento – repitió a punto de echarse a llorar.
- Esther no me lo trago, tú no has hecho nada en estos dos meses. Sigues igual ¿no
es cierto?

La enfermera no respondió y volvió a bajar los ojos al suelo.

- Maca está enferma. No está en condiciones para estar aquí, y porque mires a otro
lado o la obligues a estar de fiesta no va a desaparecer lo que tiene – le dijo
agarrándola por el brazo – tienes que poner de tu parte, tienes que reaccionar. Lo
que pasa, pasa, y la realidad no desaparece porque la ignores. ¿Has pedido
ayuda? – le preguntó en un susurro mirando hacia el barreño.
- No – reconoció – pero ya estoy bien. He estado trabajando y… todo ha ido bien.
- Bueno… ya hablaremos tú y yo – le dijo acariciándole la mejilla y mucho más
suave – no te preocupes – esbozó una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora.
Al cabo de unos segundos, cambió de tono y dijo, pensativo mirando hacia Maca
- Lo que me mosquea son los temblores.
- Entonces… ¿se pondrá bien?
- En un par de horas tendré el resultado del análisis. Está claro que no ha podido
pillar nada en estas horas. Nada que le de a la cara, eso lo sabemos, pero…
- Pero que… -dijo con miedo.
- Coño Esther, que parece mentira que hayas estado aquí cinco años. ¿A quien se
le ocurre ponerse cuarenta y ocho horas antes las vacunas?
- Ya… ya lo sé. Pero estamos en Uganda y aquí.
- Si, aquí solo se exigen un par el resto solo se recomiendan y también se que no
vais a estar más de una semana, pero mínimo diez días antes, lo sabes ¡Ostias!
- Es largo de explicar.
- Bueno… solo espero que no sea una reacción a ninguna – contó preocupado –
porque… ya lo estoy viendo, le pondríais el pack de las fiebres, la rabia y
pastillitas para la malaria, ¿me equivoco?
Esther asintió y permaneció cabizbaja ante el rapapolvo. Germán tenía razón. En su afán
por proteger la vida de Maca la habían arriesgado. Laura y ella tenían todas las vacunas
puestas pero Maca…

- ¿Se pondrá bien? – repitió.


- Eso seguro – afirmó - Una cosa te digo, aquí, en mi hospital no la palma la
Wilson. Bastante mal me llevo ya con mi ex como para devolverle a su amiga
con los pies por delante.
- No seas animal – le reprendió con una media sonrisa de alivio. Si Germán
bromeaba es que no veía la cosa tan seria.

Al cabo de unos minutos, Maca tiritaba pero habían conseguido el objetivo, la fiebre
remitía y la pediatra empezaba a ser consciente de nuevo de dónde estaba. Al verla
mejor una sonriente Sara se acercó a la enfermera y le dio un beso acariciándole la
mejilla.

- Me voy con ellos que se van a extrañar – le dijo – vente cuando puedas guapa.
- Sí en un rato estoy allí – le respondió devolviéndole la sonrisa. Maca que no se
había perdido detalle volvió a sentir los celos que ya experimentara esa misma
tarde, “mucha confianza tienes tú con esta niñata, y encima pediatra…”, pensó
arrugando el ceño en su característico gesto de malhumor.

Sara volvió a la fiesta y Germán, tras unos minutos insistió en que se marchara Esther
también, a fin de cuentas era la homenajeada y todos querían pasar un rato con ella, pero
la enfermera se negó, no quería separarse de Maca.

- ¿Cuándo me vais a sacar de aquí? – preguntó con resignación – o es otra


novatada como la del ojo.
- Cuando te baje la fiebre – le dijo Germán.
- Ya no tengo fiebre, te lo aseguro – respondió malhumorada – ¡vais a conseguir
que pille un pasmazo! – dijo castañeteando los dientes y comenzando a toser.
- No seas exagerada. A ver, abre la boca – dijo Esther con la intención de ponerle
el termómetro – y no protestes más.
- Claro, graciosa, eso lo dices tu ahí fuera tan calentita. Además, esos
termómetros …
- Calla – le dijo la enfermera metiéndoselo de golpe sin que Maca lo esperase.
- Wilson, Wilson, …
- Joder deja de llamarme así – masculló mordiendo el termómetro que le habían
colocado bajo la lengua.
- Si no recuerdo mal, la última vez que te vi me dijiste que ni se me ocurriese
pronunciar tu nombre – rió – y no me lo muerdas que si te lo cargas te voy a
hacer que me mandes una caja de esos que según tú no están prohibidos.
- Según yo, no – protestó – lo están.
- ¿Queréis parar ya? – intervino Esther – ¡vaya días que me vais a dar!
- Es la última vez que te hago caso, Esther – anunció la pediatra molesta por su
comentario - ¿me sacáis o me salgo yo? – dijo apoyando las manos en el borde
haciendo fuerza para levantar el cuerpo, sin ningún éxito.
- Quieta que te vas a hacer daño – la paró Esther – a ver que fiebre tienes – dijo
cogiendo el termómetro – treinta y siete, ocho. Uhm todavía tienes unas décimas
– dijo al tiempo que miraba hacia el médico.
- Anda vamos – dijo Germán.

La sacó del barreño, mientras Esther la cubría con una toalla y con ella en brazos se
dirigieron a la cabaña.

- Ahora te vas a meter en la cama – le dijo llevándola hasta ella y recostándola


con delicadeza.
- ¿Le cojo la vía?
- ¿Una vía! pero… ¿para qué? – se sorprendió Maca – estoy bien.
- Sí, cógesela – ordenó Germán y dirigiéndose a Maca le explicó la situación –
Maca – le dijo en tono cariñoso y serio al mismo tiempo, llamándola por su
nombre por primera vez – eres médico, y sabes lo que te ha pasado ¿verdad? No
solo te has deshidratado por el camino si no que tienes todos los síntomas de una
insolación, de momento, parece que leve.
- Pero los temblores no te cuadran … - continuó ella, haciendo su propio cuadro
clínico.
- Tú lo has dicho – afirmó – cosa distinta serian convulsiones o calambres, pero
esos temblores…
- Y crees qué…
- Creo que puede haberte hecho reacción alguna de las vacunas.
- En ese caso sabes que la fiebre no me hubiese bajado con un simple baño, ni… -
se interrumpió tosiendo de nuevo, inclinándose con un gesto de dolor.
- Sí, lo sé – dijo pensativo, aquella tos no le gustaba ni un pelo, ni el dolor del
costado tampoco y la fiebre no había desaparecido del todo, ni con la infusión ni
con el baño – pero prefiero estar preparado. Quiero ponerte una unidad de suero
y ver si todo queda en eso, ¿de acuerdo?
- Vale… - aceptó sin rechistar, ligeramente asustada, dejando que Esther hiciera
su trabajo. Sabía lo que implicaba todo lo que le había dicho Germán y aunque
pareciese más grave la posibilidad de una reacción a las vacunas era mucho peor
la insolación, y tal y como se sentía, estaba segura de que iban por ahí los tiros –
Esther ¿has terminado? – le preguntó mirándola fijamente.
- Sí, ya está. Ya tienes el gotero puesto.
- Bueno… pues, ahora quiero que os vayáis los dos a la cena. Es tontería que
estéis aquí. En serio, estoy mejor.
- Eso ya lo vemos – dijo Germán - ¿vienes, Esther? – preguntó y sin esperar
respuesta se dirigió a Maca – y tú, descansa, ¡qué vaya cara tienes!
- Prefiero quedarme aquí – intervino Esther.
- Por favor, Esther, que estoy bien – protestó – no me hagas sentirme más
culpable de lo que ya me siento.
- No insistas, Maca, voy a quedarme, al menos, hasta que te duermas.
- Esther – le dijo Germán – si puedes, deberías pasarte un rato.
- Lo sé – asintió – iré luego.
- Entonces, aquí os quedáis – sonrió dirigiéndose a la puerta – y tú, Wilson, hazle
caso en todo lo que te diga.
- Estoy aquí por hacerle caso – respondió ladeando la cabeza, poniendo una
graciosa mueca que provocó la risa en el médico – ya ves si le hago caso…

El médico se marchó con una sensación de alivio, parecía que la pediatra volvía a ser la
misma de siempre.
Una vez solas, Esther mullió y colocó la almohada de Maca, que la observaba en
silencio.

- Esther… ¿Laura ha llegado bien? – preguntó cayendo por primera vez en que no
sabía nada de ella.
- Sí, antes estuvimos charlando un rato. Han tenido un viaje tranquilo, pero han
tardado en llegar.
- Menos mal – suspiró cansada – parece mentira que esta madrugada
estuviésemos en Madrid ¿verdad?
- Sí – esbozó una sonrisa de comprensión, sabía a qué se refería – mañana
deberías hablar con la clínica. Están preocupadas por ti. Sobre todo Cruz y…
Vero – mintió, Germán le había dicho que eran Adela y Cruz las que se
quedarían toda la noche esperando noticias de Maca, pero ella necesitaba saber
porqué Maca solo pensaba en llamar a Vero desde que llegaron.
- Vale – aceptó cansada y Esther la miró extrañada de que no le preguntase nada
al respecto – mañana llamaré.
- Maca… - empezó sin saber como decirle aquello.
- ¿Qué?
- Si… si te ha hecho reacción la vacuna o si… te pones peor, no podremos seguir
con el plan previsto.
- Lo sé – dijo, consciente de lo que implicaba – pero… vosotras sí podéis. Si… se
diese el caso, os iréis sin mí.
- ¡No! – exclamó con fuerza – ya he hablado con Laura y está de acuerdo
conmigo.
- ¿Se lo has contado ya? – preguntó disimulando un gesto de dolor, de nuevo
volvía a molestarle el estómago – aún así haréis lo que yo os diga, ¿entendido?
No podemos cambiar todos los planes por una tontería – suspiró y torció la boca
ante el dolor que volvía a sentir – y no me pongas esa cara, sigo siendo la
directora del proyecto y se ejecutará según lo previsto.
- Que sí – dijo arrastrando el sí.
- No me des la razón como a los tontos – protestó enfadada inclinándose por el
dolor del costado – haréis lo que estaba panificado, hay mucho en juego, ¿me
oyes?
- Sí, te oigo, pero ya hablaremos de esto mañana – respondió con autoridad
viendo su cara – ahora debes descansar. ¿Te duele mucho?
- Un poco – reconoció - ¿Qué era eso que me diste antes?
- ¿La infusión? – preguntó sabiendo perfectamente a qué se refería - ¿o el café? –
le preguntó burlona.
- ¿Qué café? – preguntó a su vez desconcertada.
- Que sepas que nunca me salió mal el café – le dijo riendo, ante la perplejidad de
Maca que no tenía ni idea de que hablaba – siempre te gustó mi café.
- Sí, me gustaba, pero… no te entiendo – respondió - ¿por qué me hablas ahora de
tu café?
- Me acordé de pronto – se justificó.
- Ya… - suspiró de nuevo, se sentía agotada, miró a Esther y esbozó una sonrisa,
si que estaba bueno el café que le hacía por las mañanas, suspiró recordando lo
diferente que podría haber sido todo – ¿sabes! la que nunca le cogió el punto era
Ana – le comentó pensando en las veces que añoró el café de Esther.
- Lo sé – se le escapó distraída cayendo en la cuenta de que Maca había usado el
pasado para hablar de Ana, ¿por qué lo habría hecho! ¿quizás porque ya nunca le
hacía café?
- ¿Lo sabes? ¡cómo vas a saberlo!
- Me lo has dicho antes – respondió.
- ¿Yo? – preguntó incrédula, ¿qué pretendía Esther! ¿aprovecharse de que estaba
de bajón para sacarle información de su vida con Ana? – yo no te he dicho nada
de eso.
- Bueno… reconozco que ha sido la fiebre la que hablaba – sonrió mientras salía
un momento para entrar una de las hamacas de fuera, la colocó al lado de la
cama con la intención de sentarse en ella. Maca la miró extrañada y siguió con
su tema.
- ¿Te hablé de Ana?
- No me hablaste de ella, ¡me confundiste con ella! – rió.

Pero a Maca parecía no haberle hecho la más mínima gracia, puso gesto adusto y guardó
silencio. Cerró los ojos y volvió a suspirar.

- Entonces… no te he dicho nada, ¿no?


- Nooo – le respondió burlona – tranquila que hasta delirando no sueltas prenda –
bromeó y viendo que a la pediatra empezaba a costarle trabajo mantener los ojos
abiertos continuó – Maca, antes de que te duermas, ¿me dejas que te ponga un
pañal? – pidió con cierto temor de la respuesta, conocedora de lo poco que le
gustaba esa situación.
- Sí – murmuró con cansancio, ante la sorpresa de Esther, que se levantó y se
acercó a ella, poniéndole de nuevo el termómetro. No se fiaba del todo. Luego,
buscó la bolsa de Maca y sacó lo necesario. Cuando terminó tuvo la sensación
de que la pediatra ya dormía. Cogió el termómetro y comprobó que aún tenía
unas décimas.
- Maca – la despertó con suavidad – perdona, pero… necesito moverte para
ponerte…
- Si, si, claro, me he quedado transpuesta – dijo colocándose de forma que a
Esther le costase menos trabajo moverla – Esther… tengo que ponerme la
heparina, ¿me la traes! por favor – le pidió.
- Ya te la pongo yo – se ofreció buscándola en su bolsa de las medicinas – por
cierto, el jarabe este que te estabas tomando, también es ahora ¿no?
- No.
- ¿Cómo que no? Has vomitado el que te tomaste y recuerdo perfectamente que
Cruz me dijo que era dos veces al día mínimo y que... – se interrumpió – espera
que busque el papel donde tengo todo apuntado.
- Que si, que es ahora – admitió – pero no pienso tomar nada – dijo – la sola idea
de tomar algo me revuelve el estómago, y te aseguro que lo voy a vomitar como
me obligues a tomarlo.
- Cruz dijo que debías tomarlo, no le gusta nada esa tos.
- Lo sé, Esther… pero no puedo.
- Maca…
- Por favor… - le suplicó casi sin fuerza - mañana.
- De acuerdo – consintió - estás agotada, pero tienes mejor cara – le dijo mientras
la colocaba de lado en la cama, extendía el pañal, y la situaba de nuevo en
horizontal – bueno, pues… ya está. Te dejo aquí el bacín – le informó
poniéndoselo a su lado, no creo que tengas que usarlo, pero… - la miró parecía
tan aturdida que creyó que casi ni la escuchaba – te voy a apagar la luz y te dejo
descansar.
- ¿Y tú? ¿no ibas a dormir aquí? – preguntó somnolienta.
- Hoy no. Hoy te dejo la cama solo para ti – sonrió.
- Gracias por… - no fue capaz de terminar.

Germán le había puesto además del suero un calmante que la hiciera descansar. El
médico, tras hablar con Cruz se había informado rápidamente de todo su historial.
Esther sabía lo que ocurría, pero a Maca no le habían dicho nada, sonrió al verla dormir.
Se levantó, se acercó a ella, y con suavidad le acarició la mejilla con el dedo índice, se
agachó y la besó en la frente. Después salió de la cabaña en dirección a la fiesta. La
pediatra tardaría un rato en despertar.

* * *

De camino a la fiesta, recordó las palabras de Germán, miró el reloj, en España serían
las siete y media, aún podían estar en la clínica. Cambió de dirección y se marchó en
busca de Francesco. Como ya suponía no estaba allí. Dudó en ir a por él a la fiesta pero,
finalmente, se decidió a no hacerlo. En esos años lo había observado tantas veces que
sabía perfectamente lo que hacer para establecer contacto. Se sentó frente al aparato y
marcó el número de la central, cuando respondieron les dio el número de la clínica. Al
rato escuchó la señal de llamada y, por fin, la voz de Teresa.

- Dígame – la oyó con apremio, sin decir su famosa retahíla “Clínica Materno
Infantil Pedro Wilson” y Esther sonrió, era cierto que estaban nerviosas a pesar
de que él ya había hablado con ellas.
- ¡Teresa! – la llamó impostando una voz alegre, alegría que no sentía.
- Ay, Esther – exclamó con alivio - ¡es Esther! – gritó.
- Teresa que me dejas sorda – protestó riendo.
- ¿Por qué no habéis llamado antes! ¿tú sabes lo preocupadas que estábamos?
- Lo siento – respondió aceptando la reprimenda – estamos bien no os preocupéis.
¿No os lo ha dicho Laura?
- Si, si. ¿Y Maca! ¿cómo está Maca?
- Está bien. Está descansando. Mañana podréis hablar con ella – mintió con tan
poco convencimiento que hasta la recepcionista se dio cuenta.
- No me estarás mintiendo – la recriminó intuyendo sus dudas.
- No, Teresa – insistió. “Pásamela”, escuchó la voz de Cruz.
- Esther, que Cruz quiere hablar contigo, que tengáis mucho cuidado y que me
cuides a Maca, no nos vayáis a dar ningún disgusto.
- Tranquila, Teresa – respondió mecánicamente temiendo esa conversación con
Cruz.
- ¿Esther! hola – escuchó la voz de Cruz y le pareció más seria que nunca - ¿qué
tal el viaje?
- Muy bien, muy tranquilo.
- ¿Y Maca? – preguntó directamente.
- Bien, ya le he dicho a Teresa que está descansando.
- No puede estar bien cuando ha llamado el chico este…
- Germán.
- Eso, Germán, para pedirme todo su historial – respondió elevando ligeramente el
tono.
- Bueno… tiene algo de fiebre pero… aquí hace mucho calor y ella…
- Ella ya tenía fiebre antes de irse, te lo avisé, y solo se le quitaba con los
antibióticos pero las pruebas daban siempre negativas, no sabemos qué era lo
que se la producía. Ya os lo dije y te lo apunté.
- Pero ayer ya no tuvo en todo el día – protestó ligeramente con voz entrecortada.
- Perdona Esther – se apresuró a disculparse al notar la angustia de la enfermera -
estábamos tan nerviosas que… entonces ¿todo bien? – preguntó aún sin
convencerse.
- Si…bueno…está cansada…
- ¿Le sigue doliendo el costado?
- Si.
- Os dije que no debía hacer este viaje – soltó enfadada – pero te empeñaste en
convencerla de lo contrario.
- No solo yo – saltó harta de tanta recriminación. Era cierto que ella había
insistido, pero allí a todos le pareció una buena idea que Maca se quitara de en
medio unos días, sobre todo a Isabel y a Adela.
- Tienes razón – admitió y luego más suave – bueno… ya no tiene remedio… yo
le he dicho a Germán lo que hay y espero que tú me tengas informada. ¿De
acuerdo?
- Si.
- Prométemelo, Esther, no quiero pasar otro día como el de hoy.
- Te lo prometo, llamaré todos los días, pero quizás haya veces que no pueda, esto
no es España.
- Lo sé, ya nos ha contado Adela. Aún así, inténtalo.
- Lo haré – dijo con tono de hastía - Y por allí ¿cómo va todo?
- Igual – respondió secamente – todo va igual.
- Maca quiere saber si Isabel…
- Isabel está haciendo su trabajo, eso es lo único que debe saber Maca. Por favor,
procura que descanse y no se preocupe por nada. Aquí todo está bien.
- También quiere saber si Sonia está bien.
- Si, si, está bien.
- ¿Y en el campamento? – preguntó sin obtener respuesta - ¿Cruz! ¿Cruz, me
oyes? – repitió creyendo que se había cortado la comunicación.
- Si, te oigo – respondió – bien… todo bien.
- Si no quieres que le cuente a Maca lo que pasa, no se lo cuento, pero dímelo
porque sé que pasa algo ¿o me equivoco?
- Bueno… ha habido un poco de revuelo, pero nada que no se pueda controlar.
- ¿La prensa?
- Si, la prensa y el comisario Martínez que está hecho una furia.
- ¿Por qué?
- Al parecer quería interrogar a Maca, o hablar con ella. Y se presentó aquí esta
mañana exigiendo verla en la UCI.
- ¿Y qué habéis hecho?
- Adela intervino. Habló con él en privado y no ha vuelto a insistir. Esa mujer es
una caja de sorpresas. Y no sabemos que es lo que han hablado porque no nos ha
querido decir nada, solo que no nos preocupemos que ella se encarga.
- Bueno entonces no es tan grave – respiró aliviada, por un momento se había
imaginado algo mucho peor.
- Hay otra cosa que no debes decirle a Maca.
- ¿El qué?
- Socorro la abuela de María ya está mejor y Sonia la llevó a su chabola…
- ¡Pero eso es una buenísima noticia! ¿por qué no iba a decírselo? Maca se
alegrará.
- No es eso. No saben donde está María. Anoche no durmió en el campamento y
no ha ido por allí en todo el día.
- No le diré nada a Maca – dijo bajando la voz preocupada también – es una niña,
quizás… - no supo qué decir, no se le ocurría ninguna buena razón para que no
apareciese en tanto tiempo por el campamento y todas las que se le ocurrían
prefería no pensarlas y menos decirlas en voz alta.
- Bueno.. no os preocupéis, Isabel y Evelyn, están intentando dar con ella. Lo
importante es que Maca se recupere, no le cuentes nada, por favor.
- Tranquila que no lo haré. Cruz, tengo que cortar, me están esperando.
- Claro, claro, cuídate Esther y…
- Que sí, que la cuidaré – la cortó en tono condescendiente – a dios, Cruz.
- Hasta mañana – se despidió la cardióloga.

Esther llegó junto a Germán y se sentó a su lado. La cena había terminado, pero el baile
y la fiesta continuaban. La enfermera sonrió, agradecida, al ver su plato, que continuaba
en su sitio y al que habían ido añadiéndole los mejores bocados.

- ¿Duerme? – le preguntó Germán al verla llegar.


- Si – respondió clavando su vista en los ojos del joven – Germán yo…
- No me lo digas. Estás preocupada.
- Pues.. si. Me da miedo que no sea solo una insolación.
- Bueno… debería darte miedo solo el hecho de que lo sea.
- ¿Qué quieres decir?
- Maca no está bien, no debía haber hecho este viaje, con sus antecedentes
clínicos es una locura y encima esto… si es que solo se queda en esto, claro.
- ¿Y si es algo más?
- En un rato lo sabremos. Ahora, intenta disfrutar de la fiesta y luego a la cama.
Tú también pareces cansada. Sara estará pendiente de ella.
- Si – intervino la joven – puedes dormir en mi cabaña, yo me iré con Maca.
- ¡No! lo haré yo… si no os importa – puntualizó consciente de que ya no formaba
parte del equipo aunque desde que había llegado tuviera la sensación de que
nunca se marchó. Miró a Sara con gesto de súplica – Maca… Maca es …
especial…. Y aquí … - intentaba buscar una justificación que avalase su petición
más allá del mero hecho de que quería ser ella la que la cuidase – bueno… que
quiero ser yo la que esté con ella, al menos, esta noche.
- Deberías descansar. Mañana será un día largo – apuntó Sara – porque imagino
que sigue en pie lo de recoger a los niños del orfanato.
- ¡Claro que sigue en pie! – dijo Esther – Maca… quería ir… pero… – empezó a
decir consciente de que era imposible.
- Maca no puede ir. Sara irá contigo – ordenó Germán – y… no te preocupes que
te la voy a cuidar muy bien.
- Eso no lo dudo – sonrió comiendo de su plato - ¡qué hambre tenía! No me había
dado cuenta.
- Germán – le llamó la atención Sara – yo creo que podíamos acercarnos a la
capital y recoger lo que falta. Si nos esperamos a que lleguen los suministros….
- Sí, quizás no lleguen mañana – dijo pensativo sin querer manifestar en voz alta
sus temores para no preocupar aún más a la enfermera.
- En eso estaba pensando yo – afirmó Sara – lo que ocurre es que nos pondríamos
en dos horas más de viaje, como mínimo.
- ¿Qué pasa? – preguntó Esther mirándolos con el ceño fruncido, sabía que le
estaban ocultando algo - ¿Maca va a necesitar mas suero? – aventuró aunque
conocía la respuesta.
- Me temo que sí – admitió el joven – aunque ojala me equivoque.
- Saldremos al amanecer, ¿te parece bien, Esther? – le preguntó Sara.
- Por mi, perfecto – dijo viendo como todos empezaban a recoger. Se sintió
culpable por no haber correspondido como debiera y así se lo hizo saber a
Dorika, una joven de diecisiete años que vivía en el orfanato, la habían recogido
tras encontrarla brutalmente apaleada y violada tras vivir un año en la calle
después de que sus padres la abandonaran y que ayudaba en el campamento
siempre que podía, Esther le había cogido mucho cariño en los cinco años que
había pasado allí la conoció con doce años y ya era toda una mujer. La joven se
acercó a ella con un plato repleto de frutas. Y Esther permaneció un rato
charlando con ella, hasta que la joven se despidió para marcharse con los demás.
- Me voy a la cama – dijo Sara – Esther, si te arrepientes y prefieres echarte un
rato, llámame.
- Gracias, Sara.
- Bueno… - empezó Germán una vez solos - ¿te apetece una taza de café? - le
propuso con una enorme sonrisa. Esther hizo un gesto de duda. Claro que le
apetecía pero no quería dejar más rato sola a Maca – podemos tomarlo en el
porche de la cabaña, como solíamos hacer – le dijo adivinando sus pensamientos
– así vemos que tal está la damisela.
- Me encantaría – le respondió levantándose – pero tú lo preparas.
- De acuerdo. Anda ve a ver como sigue - sonrió desapareciendo camino de la
cocina.

Esther entró en la cabaña sin hacer ruido. La unidad de suero había terminado de pasar,
se sorprendió de que Germán se la hubiese puesto tan rápida, antes no había reparado en
el detalle, más preocupada por comprobar que Maca no tuviese fiebre. La retiró y se
acercó a ella, permanecía dormida. Ni siquiera se había movido lo más mínimo, debía
estar agotada. Era evidente que el calmante estaba haciendo su efecto, lo miró y
comprobó que aún tardaría una media hora en pasar. Allí dentro hacía calor y Esther se
acercó a ver si estaba sudando, pero no percibió ninguna señal de que así fuera y frunció
el ceño, preocupada, eso era mal síntoma. Le tocó la frente seguía teniendo unas
décimas, pero no parecía que hubiese vuelto a subir, suspiró con la esperanza de que
pronto su cuerpo recuperase su función térmica. Se acercó y abrió ligeramente la
ventana, que chirrió un poco, la pediatra se removió y murmuró algo, que Esther no
entendió, se acercó a ella y le apretó la mano, con la intención de que se calmara, Maca
se agarró a la mano y al cabo de un instante continuó con la respiración pausada que
indicaba que dormía. La enfermera se levantó y se asomó a la ventana, vio venir a
Germán que llegaba con dos tazas y salió dejando la puerta ligeramente entornada. Así
escucharía a Maca si la necesitaba.

- Toma – dijo el joven tendiéndole una de las tazas y sentándose en el escalón


superior de la cabaña.
- Gracias – respondió Esther sentándose a su lado – sigue con fiebre, pero no le ha
subido más, es buena señal ¿no?
- Claro – dijo pensativo – y… ¿tú cómo estás?
- Bien – sonrió – tengo que reconocer que me he asustado un poco.
- Tú y tus ocurrencias – rió observándola con cariño - ¡mira la que le has liado a
tu nueva jefa! – bromeó con ella para que se relajase un poco.
- No si ahora voy a tener yo la culpa – se defendió en el mismo tono de broma,
aunque en el fondo sí que se sentía culpable. Germán la miró fijamente sin
borrar la sonrisa de la cara. Sabía lo que estaba pensando.
- No te culpes que ella es mayorcita y sabe muy bien lo que debe o no hacer.
Salvo que se esté quitando años, está a punto de cumplir los cuarenta…
- ¡Qué exagerado! – lo interrumpió divertida.
- ¿Qué le faltan! ¿un par de años?
- Tú dile eso – rió imaginando la reacción de Maca.
- Lo que te decía que tiene casi cuarenta, es médico y si no ha bebido es porque no
ha querido y sabía a lo que se arriesgaba – hizo una pausa sonriéndole
abiertamente contento de tenerla allí - Antes… me pasé un poco – se disculpó.
- Lo sé, pero… prometí cuidarla. Y… no he estado pendiente de ella.
- No le des más vueltas, con Wilson no hay quien pueda. Toda su vida ha hecho lo
que le ha dado la gana.
- Que curioso.
- ¿El qué?
- Yo opino todo lo contrario. Siempre he tenido la sensación de que nunca hace lo
que quiere sino lo que debe.
- Y ahora me dirás que “pobre niña rica” ¿no?
- No – respondió pensativa - ¿Tan mal os lleváis?
- Nunca nos llevamos mal... de hecho éramos inseparables… hasta que… la
cagué… – dijo con aire nostálgico – pero bueno ya está bien de hablar del
pasado – sonrió – brindemos por tu vuelta – chocó su taza con la de la enfermera
- Y ahora… ¿me vas a decir de verdad qué hace Wilson aquí? – Esther sonrió
consciente de que a él no podía engañarlo.
- Ya te lo he dicho.
- Esther… - dijo en tono recriminatorio.

La enfermera asintió, y comenzó su relato.

En el interior de la cabaña, Maca abrió los ojos somnolienta. No sabía donde se


encontraba y tardó unos segundos en caer en la cuenta. Le seguía doliendo el estómago,
pero ya no tenía náuseas, el dolor de cabeza también había desaparecido casi por
completo, aunque notaba una presión muy fuerte en las sienes que le provocaba una
leve sensación de mareo. Pero, sobre todo, seguía teniendo mucho calor y un fuerte
dolor en el costado, este Germán la había hecho polvo con su exploración. Se miró la
mano y vio que tenía cogida la vía, ya había terminado de pasar todo, tanto el suero
como el calmante. Se quitó todas las gomas y puso los tapones que Esther había dejado
encima de la mesilla. Le extrañó que no le hubiesen puesto más suero, tal y como se
sentía estaba segura de que iba a necesitar más, pero esperaría a que el médico lo
ordenase, no quería que pensase que pretendía hacerle de menos en su trabajo y en su
hospital.
Un murmullo de voces la había despertado. Ya no se escuchaban los tambores ni los
cánticos, la fiesta debía haber terminado. Miró hacia su derecha y comprobó que la
hamaca que había entrado la enfermera permanecía vacía. Prestó atención y reconoció
la voz de Esther en el exterior, hablaba tan bajo que no entendía lo que decía, sin
embargo, la voz de Germán llegaba a ella con total nitidez. Sonrió recordando las
broncas que se llevaba en clase, nunca había sido capaz de susurrar, el creía que lo
hacía, pero su vozarrón siempre era perceptible, estaba claro que le seguía ocurriendo lo
mismo. Era él quien la había despertado.

- Entonces… conoces a mi ex ¿no? – preguntó el médico.


- Si – respondió Esther torciendo la boca en una graciosa mueca.
- Y… ¿qué te ha parecido?
- Es guapa.
- Ya… pero no me refiero a eso… - insistió mirándola fijamente parecía muy
interesado en su respuesta. Esther sonrió - ¿qué te parece?
- Ya te lo he dicho, es guapa.

Germán se la quedó mirando y ahora fue él quien torció la boca, captando lo que quería
decirle, siempre le había gustado esa sutiliza de la enfermera. Los dos guardaron
silencio unos instantes.

- ¿Le has hablado de Margarette? – preguntó Germán y Maca, ante aquella


pregunta se sentó en la cama pero no era capaz de escuchar la voz de Esther, se
arrastró para acercarse al otro lado de la cama, el que pegaba a la ventana, quizás
allí oyese mejor. “¡Mierda! ¡con las ganas que tenía de conocer a la famosa
Margarette!”, pensó, sin recordar nada de lo que la enfermera le contara en el
box, momentos antes de perder la consciencia.
- Se puede decir que sí, aunque creo que no me escuchó – reconoció Esther en un
tono tan bajo que Maca no oyó su respuesta.
- ¿No te escuchó? – preguntó sorprendido – la Wilson que yo conocía, podía tener
montones de defectos, pero te aseguro que, el no saber escuchar, no era uno de
ellos – “¡vaya hombre! ¡muchas gracias!”, pensó Maca, ¿qué sería aquello que
no le había escuchado a Esther?
- Pero estás con ella ¿no? – escuchó de nuevo la voz del médico.

Maca se volcó como pudo intentando oír la respuesta de Esther, pero la enfermera
hablaba tan bajo que no lograba escucharla, “¡Mierda! ¡mierda! ¡quiero saber si Esther
tiene una relación con la tal Margarette!”, seguro que seguían hablando de ella, si Esther
no hablase tan bajito… Sin embrago, en esta ocasión fue diferente. Maca comprendió
que la pregunta le había sorprendido y, tras el silencio inicial, que ella había
interpretado como otra respuesta no oída, escuchó a Esther responder en un tono más
alto

- ¡No! claro que no – exclamó, provocando una sonrisa en la pediatra, que sin
saber porqué se había sentido aliviada.
- Entonces… ¿para qué te ha acompañado! porque no creerás que, conociéndola,
me he tragado todo el rollo que me has contado antes – le dijo en tono
confidencial – además, te recuerdo que he hablado con Gándara, y me ha dejado
claro que, en su estado, no debería haber hecho este viaje.
- Lo sé. Pero había otros motivos, ya te los he dicho, aunque no los creas – le
repitió Esther. Maca abrió los ojos de par en par ¡No hablaban de Margarette!
¡hablaban de ella!
- Dirás lo que quieras pero a mí no me engañas.
- No pretendo hacerlo, Germán. Es solo la verdad. No estoy con Maca. Ella está
felizmente casada – respondió. “¿Felizmente?”, pensó Maca, “¿Quién le había
dicho eso?”.
- ¡¿Casada?! – exclamó el médico soltando una carcajada.
- Chist, ¡qué la vas a despertar! – protestó Esther.
- “Tranquila que ya me ha despertado”, pensó la pediatra.
- ¿Casada? – repitió Germán en voz algo más baja sin parar de reír, provocando
que Maca frunciese el ceño y pensase “y éste ¿de que coño se ríe?” – o sea
que… ¿casada?
- ¡Sí! Casada ¿qué te hace tanta gracia? – preguntó molesta.
- Y… ¿conoces al santo varón que consigue aguantarla? – preguntó riendo aún.
- No es un santo varón… - empezó a explicar pero él la cortó.
- ¡Ah! Entonces ¿qué! ¿le va la marcha al tío! ¡quién me lo iba a decir! ¡Wilson,
Casada!
- ¿Por qué hablas así de ella? – le preguntó cambiando el tono molesto por el de
auténtico enfado – no me gusta que estés todo el tiempo provocándola, Maca es
una persona increíble, y… - se calló ante la cara burlona que le estaba poniendo
él, había caído en su trampa y allí estaba defendiendo a Maca – además, está
casada con una mujer, a cualquier hombre se le quedaría grande una mujer como
ella – le soltó con la intención de devolverle sus burlas.
- Y… ¿Rosario la ha dejado casarse con una mujer? – preguntó extrañado y
recuperando la seriedad.
- ¿Conoces a Rosario?
- Claro que la conozco – dijo divertido de nuevo – de hecho, por lo que veo, seré
de los pocos “novios” que Maca presentó en su casa.
- ¿Novio? – preguntó Esther sorprendida, jamás había escuchado hablar de ello.
“Germán, ¡cierra esa bocaza!”, murmuró la pediatra.
- Sí – rió – es una larga historia, dile que te la cuente.
- Y te equivocas, no eres el único. Maca estuvo a punto de casarse y dejó plantado
a su novio en el altar.
- ¡Jodéerr! – exclamó arrastrando la palabra – y… ¿cómo fue eso? – preguntó
interesado. “Cierra ahora tú la boca, Esther”, “¿no tenéis nada mejor que
contaros que tenéis que estar hablando de mí?”, pensó Maca nerviosa.
- No sé, Maca no hablaba mucho del tema, creo que se lió una buena y que desde
entonces vienen los problemas con sus padres.
- ¿Eso te ha contado? – le preguntó misterioso.

“¿Queréis cerrar esas bocazas?”, pensó alterada e incomoda por la postura que mantenía
para intentar escuchar mejor. Se movió para buscar una postura más cómoda, con tan
mala suerte que golpeó el bacín y éste cayó con gran estruendo al suelo.

Maca supo lo que iba a ocurrir inmediatamente, así es que intentó tumbarse en la
posición que tenía porque no le daba tiempo a volver al sitio inicial. Efectivamente, en
un par de segundos entraron los dos, precipitadamente, Germán encendió la luz y Maca
pudo comprobar la cara de susto que traía la enfermera.
- ¡Maca! – corrió hacia ella recogiendo con rapidez el bacín y acercándoselo -
¿estás bien! ¿tienes ganas de vomitar?
- No – respondió, disimulando, y haciéndose la adormilada manteniendo los ojos
entreabiertos.
- A ver, Wilson, que te vas a matar – dijo Germán sujetándola y colocándola de
nuevo en el centro de la cama - ¿cómo te has apañado para ponerte así?
- Me dio calor – se explicó – me cambié de postura. No podré mover la piernas
pero…
- Ya veo – sonrió cortándola – parece que no te ha subido más la fiebre – comentó
poniéndole una mano en la frente.
- Y tú parece que sigues tan agudo como siempre – soltó molesta por los
comentarios anteriores.
- Maca… - protestó Esther en tono recriminatorio – será mejor que vuelvas a
dormirte.
- Sí – dijo Germán – todos debemos dormir un poco. Es tarde.
- Tienes razón – admitió la enfermera mirando su reloj.
- Mañana os veo. Buenas noches – se despidió el médico dirigiéndose hacia la
puerta.
- Buenas noches – respondieron al unísono.

Ya en la puerta Germán se volvió hacia ellas.

- Esther, si… necesitas algo… ya sabes donde estoy – le recordó volviendo a


adoptar esa actitud entre preocupado y solícito.
- Si, tranquilo, yo te aviso.

Germán salió y Maca se quedó con la vista puesta en la puerta, a su mente acudió la
frase de Esther “Maca es una persona increíble”, solo por escuchar aquello de su boca
había merecido la pena el día que llevaba.

- ¿En qué piensas? – le preguntó Esther.


- En nada – respondió con rapidez.
- Pues por tu cara mirando a Germán… yo diría que recordabas “cositas de tu
novio” – le dijo recalcando las palabras en tono burlón.
- ¿Qué tonterías dices? – respondió molesta – a ver si la que tiene fiebre ahora vas
a ser tú – regruñó arrastrando el tú de nuevo con un deje de dolor.
- No te mosquees, que era broma, y no te alteres que te va a subir la fiebre, ¿qué
es lo que te duele ahora? – le preguntó viendo su gesto.
- Nada – respondió mohína.
- Maca, no seas niña, ¿qué te pasa?
- Te he dicho que nada – insistió - Anda, apaga la luz y métete en la cama.
- No, esta noche prefiero dormir en la hamaca.
- No seas tonta, que estoy bien y debes estar reventada.
- ¿En serio! ¿no prefieres la cama para ti sola? Sigues teniendo mala cara.
- ¿Qué cara quieres que tenga después de echar hasta la primera papilla? –
regruñó. Esther sonrió y Maca le devolvió la sonrisa – vente aquí conmigo- dijo
dando golpecitos en el lado vacío de la cama – prometo no darte ninguna patada
– río irónica.
- ¡Qué tonta que te pones! – protestó – no me gusta que bromees con esas cosas.
- Pues es lo que hay – suspiró cerrando los ojos cansada – después del día que
llevo solo puedo hacer dos cosas, echarme a llorar o reírme de mí misma y…
prefiero reírme.
- Eres un caso – respondió - ¿te has quitado esto?
- No. Ha venido una enfermera a quitármelo – dijo sarcástica - ¡claro que me lo he
quitado! ya había terminado de pasar y, por lo que veo, no tenéis intención de
ponerme más.
- Eso lo decide Germán – le dijo ante el gesto de contrariedad de Maca.
- Pues… yo creo que se equivoca y deberías ponerme otra unidad.
- Ya te he dicho que depende de él – le repitió - ¿Cuánto tiempo llevas despierta?
- El suficiente para escuchar tonterías – respondió de mal humor.
- Maca… - protestó comenzando a impacientarse.
- Anda… acuéstate – le pidió conciliadora ante el tono exasperado de la
enfermera.
- ¿Tienes calor? – le preguntó metiéndose en la cama a oscuras.
- Si – reconoció la pediatra.
- Pues tienes los pies fríos – le mintió recordando lo poco que le gustaba que le
dijera aquello.
- Vaya, hombre, ¡qué suerte! lo único que no siento – volvió a hacer uso de la
ironía provocando de nuevo un gesto de desagrado en Esther.
- Buenas noches, Maca – le deseó molesta, situándose de espaldas a ella en el
borde de la cama todo lo lejos que le permitía el poco espacio.
- Buenas noches.

Al cabo de unos minutos, Maca empezó a impacientarse incapaz de coger de nuevo el


sueño. Intentó incorporarse un poco y colocar doble el borde de su almohada para
quedar más recta. Esther notaba todos sus movimientos pero no dijo nada, esperando
que se estuviese quieta y poder conciliar el sueño, tenía que levantarse en pocas horas y
el día siguiente iba a ser muy duro. Maca se removió de nuevo como pudo, estaba
acostumbrada a su cama, a su colchón, mucho más firme que le permitía moverse
mejor. Le parecía que comenzaba otra vez a aumentarle el dolor de cabeza y que volvía
a tener ligeras ganas de vomitar.

- Esther… ¿duermes? - susurró.


- ¡Cómo voy a dormir! Si no paras de moverte – dijo, cansada, en tono impaciente
- ¿qué quieres?
- Nada, perdona – suspiró sintiendo haberla molestado debía estar muy cansada y
sabía todo lo que tenía que hacer al día siguiente - Buenas noches.

Esther se dio la vuelta, sintiendo haberle respondido tan bruscamente, quizás necesitaba
algo, y se sentó en la cama. A tientas buscó la frente de la pediatra.

- Estoy bien, Esther.


- Sigues con un poco de fiebre pero parece que no te ha subido más. ¿Qué tal el
estómago? – le preguntó mucho más suave.
- Me sigue doliendo un poco y la cabeza también, pero… es normal en una
insolación. No te preocupes.
- ¿Quieres un poco de agua? – le preguntó segura de que le ocurría algo pero su
brusquedad había hecho que se arrepintiera de decírselo. Tenía que aprender a
controlar esos arranques porque Maca ya no era la de antes y estaba siempre
muy susceptible ante la idea de que molestaba.
- No. No quiero tomar nada, con el suero tengo bastante. Duérmete que estoy bien
– respondió, volviendo a toser.
- No te has tomado el jarabe ¿quieres que te de! Cruz me dijo…
- Esther… que ya te he dicho que no quiero tomar nada, no insistas – respondió
irritada por su insistencia.
- Eres imposible – protestó – y… ¿qué querías decirme antes?
- Quería… darte las gracias por... por preocuparte por mí.
- De nada – sonrió para sus adentros - Buenas noches – dijo buscándola casi a
tientas y dándole un beso en la frente - descansa.
- ¿Hoy si hay beso de buenas noches! creí que era solo para las niñas pequeñas.
- Bueno… - dijo cortada – hoy te has portado como una niña pequeña y además
mimada, y ya ves lo que has conseguido – continuó en tono de regaño.
- Ya… - aceptó con un suspiro, cansada, ella tenía otra idea del día y no
consideraba que hubiera sido así, pero no tenía ganas de discutir.
- ¡Qué no tonta! – exclamó al ver que no respondía – qué te lo has ganado por
estar malita – bromeó buscándola y acariciándole la mano con una ternura que
supo transmitirle a la pediatra – y ahora a dormir, buenas noches.
- Buenas noches – respondió con una sonrisa de satisfacción que Esther no pudo
ver - entonces tendré que seguir malita - musitó.
- Chist, a dormir, Maca – ordenó sin entender lo que había dicho.

Maca permaneció despierta. No era capaz de dormir, todo lo contrario que la enfermera
que en menos de un minuto cayó rendida. Miró hacia la ventana, la luna comenzaba a
filtrar una ligera luminosidad en el cuarto, algo que recibió con alivio, no soportaba la
oscuridad, le daba pánico, no alcanzaba a comprender porqué, de un tiempo a esta parte,
le ocurría aquello, antes jamás le había ocurrido, pero llevaba un par de semanas que no
soportaba dormir a oscuras. Todo aquello era tan diferente a lo que estaba acostumbrada
que se sentía extraña y fuera de lugar, ¡qué larga se le iba a hacer la noche!

Clavó sus ojos en Esther, ¿qué haría sin ella! solo el hecho de tenerla al lado le daba
tranquilidad y eso que hacía rato que había perdido la calma, desde que estaba segura
que tenía una insolación, por mucho que Germán le asegurase que era leve. De nuevo se
encontraba fatal y sabía que iba a ir a peor. Volvía a estar mareada y las tentaciones de
despertar a la enfermera cada vez eran más grandes, al cabo de unos minutos había
perdido la noción del tiempo, ¿cuánto rato llevaría ya así! intentó coger el reloj pero no
llegaba y al moverse, Esther se agitó también dándose la vuelta y encarándola. Maca se
quedó absorta observando su cara, la enfermera murmuró algo inteligible y volvió a
moverse, mantenía el ceño fruncido y un rictus de inquietud un su rostro. ¿Qué estaría
soñando! nada agradable seguro. Maca se incorporó y colocó las almohadas de forma
aún más vertical, no podía seguir tumbada, le dolía la espalda y volvía a sentir nauseas,
amén de un calor sofocante. Si seguía así, aunque no quería, iba a tener que despertarla.
Pero no hizo falta, la puerta de la cabaña se abrió con sigilo, Maca sintió que el corazón
se le aceleraba presa del pánico, comenzó a imaginar aquellos ojos fríos que no
recordaba a quien pertenecían pero que conocía con seguridad, temiendo que fuese él
quien entraba. ¡Germán! que susto le había dado.

El médico se acercó a la cama sin hacer ruido y se agachó junto a ella, creyendo que
dormía posó con suavidad la mano en la frente y arrugó el ceño.
- ¿Qué haces? - susurró Maca para no despertar a Esther sobresaltándolo-
¡valiente médico estás hecho! ¿Así piensas ver si…?
- ¿Cómo estás? – le preguntó en un intento de bajar la voz, sin éxito.
- Chist – lo silenció Maca – la vas a despertar.
- Te ha subido la fiebre.
- Ya lo sé.
- Eres tú, la que debías haberla despertado, esto es serio Wilson – le recriminó -
¿te duele la cabeza?
- Si – respondió - mucho.
- Vuelvo en un momento – le dijo dejándola más asustada de lo que ya estaba.
- ¡Espera! No quiero más calmantes.
- Pero... ¿No dices que te duele mucho?
- Si, cada vez más.
- Entonces voy a subirte la dosis.
- No, por favor, me adormecen y me atontan y…
- Wilson, ¡qué son las dos de la mañana! no tienes otra cosa que hacer que
descansar.
- Tengo que trabajar – le dijo dejándolo sorprendido.
- Wilson… - la miró preocupado - ¿de qué me estás hablando?
- Tengo que repasar todos los fallos que hay en el proyecto. Y pensar en cómo
llevarlo a cabo con menos dotación policial y… tengo que pensar lo que vamos
a decirle a la prensa y en lo que vamos a hacer tú y yo para convencer a ésta –
dijo señalando a Esther - de que se marche con Laura, en el caso de que yo….
- Aquí no tienes que trabajar y puedes permitirte estar adormilada, solo debes
reponerte y descansar – la cortó – órdenes de tu médico que ahora soy yo – le
dijo tajante incorporándose y saliendo de la cabaña.

La pediatra se quedó pensativa y preocupada. Esther volvió a moverse en la cama


acercándose a ella pero, instintivamente, al notar el calor que desprendía, se retiró
murmurando algo que Maca siguió sin entender. Germán regresó con una nueva unidad
de suero y un calmante, encendió la pequeña lamparita de la mesilla y le puso el
termómetro.

- Intenta descansar – le dijo una vez que se los había puesto y miró la temperatura.
Maca asintió sin convencimiento.
- ¿Ha subido mucho? – le preguntó consciente de que así era.
- Sí, un poco – le dijo sonriendo para no alarmarla.
- Germán ¿por qué no me llevas al hospital?
- ¿Tan mal te ves? – le sonrió en tono de broma.
- ¿Tú no? – le respondió enarcando las cejas.
- Ya no estamos en la facultad doctora – respondió socarrón – y no me vas a hacer
dudar de mi diagnóstico.
- Yo creo que deberías llevarme allí - insistió – cada vez me duele más todo este
lado – se señaló el costado izquierdo, y sus ojos reflejaban el miedo que
comenzaba a sentir.
- ¿Desde el hombro hasta aquí abajo? – le preguntó apretándole por encima de la
cadera.
- Sí… y… eso no es normal, ¿no crees?
- Yo lo que creo es que te escuchas demasiado, deja de darle vueltas a la cabeza y
descansa.
- Pero…sería mejor que estuviese en el hospital, esto no puede tener nada que ver
con la insolación y además… me noto… una presión y… - se interrumpió ante
la sonrisa burlona del médico.
- No te preocupes por tu corazoncito que aguantará – sonrió conocedor de lo que
iba a decirle, había hablado con Gándara, la había auscultado y sabía
perfectamente lo que se notaba, el también se había percatado, pero si podía
evitarlo no la llevaría allí – salvo que lo que no aguante sea estar ahí tumbado al
lado de… - señaló a Esther.
- ¡Deja de decir tonterías! – saltó alzando la voz, enfadada, ¿por qué nadie le hacía
caso? Germán sonrió, ¡cómo estaban los ánimos! cuando Maca se ponía a la
defensiva es que había dado en el clavo, o mucho había cambiado la pediatra.
- Uhmm – se quejó Esther - ¿qué te pasa? – masculló somnolienta sin ser capaz de
abrir los ojos.
- Nada – susurró Maca – sigue durmiendo – le acarició la mejilla ante la mirada
burlona de Germán que se ganó otra recriminación - ¿ves lo que has conseguido!
mañana tiene un día muy duro y….
- Vale, vale, ya me callo. Y tú no te preocupes tanto.
- ¿Tienes ya los resultados?
- No, falta un rato todavía. ¿Has notado calambres?
- Aún no.
- ¿Ves? No es tan grave como crees. Todo va bien. Ahora me voy – sonrió
cogiéndole la mano con suavidad y clavando sus ojos en ella – en un rato vuelvo
– le dijo apretándole la mano y levantándose – de todas formas, no hagas
tonterías, y si te sientes peor, ¡despiértala! – le ordenó alejándose hacia la puerta.
- Germán… - lo llamó con un susurro, él se giró de nuevo – gracias.

El médico abandonó la cabaña cerrando al puerta con suavidad. Maca se recostó con los
ojos puestos en el gotero y el miedo metido en el cuerpo, no le quedaba otra que confiar
en él. Suspiró resignada. Esther volvió a hablar esta vez más claro “no, no, no… no por
favor”, y a hipar como si estuviese llorando. Maca le cogió la mano y la enfermera se
aferró a ella con fuerza, casi haciéndole daño. “Tranquila”, susurró Maca que intentó
acariciarle le cabeza con la otra mano sin mucho éxito porque la vía que tenía cogida no
le permitía llegar bien hasta ella, se giró un poco y consiguió acariciar levemente su
frente, “tranquila”, volvió a susurrarle. La enfermera, exhaló un suspiro y volvió a la
respiración pausada indicando que se había calmado, pero sin soltar la mano de la
pediatra que permaneció con sus ojos clavados en aquel rostro deseando que todo fuera
diferente.

* * *
Dos horas después, la enfermera abrió los ojos sobresaltada. Se sentó con rapidez en la
cama y miró hacia Maca. Había notado que alguien la zarandeaba.

- Chist, soy yo – escuchó la voz de Germán a su lado.


- ¿Me he quedado dormida? – preguntó desconcertada en un susurro - ¿ya es la
hora?
- No exactamente – dijo el médico – pero… es conveniente que salgáis ya.
- ¿Qué pasa?
- Nada. No te preocupes – le respondió con tranquilidad – si salís ya podéis estar
de vuelta a la hora de comer y ganaremos un par de horas – le explicó mientras
la enfermera se ponía en pie y cogía su bolsa.
- Claro – dijo aún somnolienta, mirando de nuevo a Maca - ¿le has puesto más
suero?
- Si… - admitió – solo por precaución.

Esther frunció el ceño. Lo conocía. Nunca hacía nada por “precaución”, las existencias
siempre eran escasas y solo se usaban en caso estrictamente necesario. Germán era muy
rígido en eso y nunca, en cinco años, lo había visto derrochar nada por precaución, y
mucho menos unidades de suero, sobre todo, cuando la noche anterior le había
confesado que, por culpa en el retraso de los suministros, solo quedaban dos. Maca
murmuró algo ininteligible, ahora era ella la que parecía agitada. Esther se acercó y la
tocó, su piel volvía a estar seca y ardiente.

- ¡Otra vez tiene fiebre! – se giró hacia Germán con la preocupación escrita en el
rostro.
- Si. Le ha subido un poco…
- ¡¿Un poco?! ¡Germán…! – exclamó en un susurro.
- Vete tranquila que yo me encargo – dijo todo lo bajo de lo que era capaz.

Maca volvió a moverse, levantó un brazo y se llevó la mano a la cabeza diciendo algo
entre dientes, a Esther le pareció que murmuraba “no puedo”, intentó ver si estaba
despierta pero permanecía adormilada, sumergida en ese sueño repetitivo donde una
figura femenina le tendía la mano “vamos Maca, vamos levántate, tenemos que salir de
aquí, vamos levántate, dame la mano, dámela”.

- No puedo – musitó la pediatra, intentaba moverse, intentaba alcanzar aquella


mano, deseaba salir de allí aferrada a ella, hacía esfuerzos por levantar el brazo
pero le dolía todo el cuerpo, le dolía muchísimo el hombro y el costado, casi no
podía respirar, intentó levantar de nuevo el brazo – no puedo – volvió a musitar
inquieta.

Germán la miró también preocupado.

- Sara ha hecho café – le dijo a Esther sin apartar sus ojos de Maca – en cuanto
desayunéis, os marcháis, ya está todo listo.
- Voy – respondió la enfermera sin perder más tiempo – Germán… - clavó una
suplicante mirada en él.
- No te preocupes, haré todo lo que esté en mi mano…

Esther sabía lo que significaba aquella frase y se sintió impotente. Se acercó a la cama y
no pudo refrenar el deseo de besar a Maca, se agachó y rozo sus labios, susurrándole al
oído, consciente de que la pediatra no podía escucharla “volveré cuanto antes, mi
amor”. Maca abrió los ojos un instante y volvió a cerrarlos.

Esther se levantó y mantuvo su mano acariciándole la mejilla. Estaba ardiendo y se


agitó de nuevo al contacto de su mano, la pediatra volvió a abrir los ojos, sin
reconocerla, y los entorno seguidamente, deliraba, en su lugar aquella figura se alejaba,
no quería quedarse allí, tenía que coger su mano e irse con ella, “vuelve”, pensó,
“ayúdame”...

- No te vayas – musitó Maca sin abrir los ojos, perdida en su delirio repetitivo de
nuevo aquella figura le tendía la mano sin que ella pudiera cogerla, por más que
intentaba levantar el brazo, por más que le pedía que no se marchara, por más
que intentaba aferrarse a ella, no podía - No puedo - musitó de nuevo – no te
vayas – repitió ahora con un tono desesperado que enterneció a la enfermera.
- No tardaré – le respondió Esther creyendo que le hablaba a ella, cogiéndola de la
mano, ahora fue Maca la que se la apretó con tal fuerza que le hizo daño. La
debilidad que mostraba despierta parecía haberse esfumado con el delirio.
- Esther… - la apremió Germán viendo que no se movía y seguía con la vista fija
en ella.
- Voy – dijo entrecortada, zafándose como pudo de la mano de la pediatra y
besándola de nuevo.

Corrió hacia la puerta con una mezcla de excitación por lo que acababa de hacer y
desesperación por pensar que, si no había suerte, esa sería la última palabra que había
cruzado con ella.

Germán permaneció en la cabaña. Le bajó la mano a la pediatra que había vuelto


levantarla hasta la cabeza y le quitó las almohadas dejándola completamente tumbada.
Cerró todas las ventanas. Cogió un par de cojines de las sillas, dobló la almohada y la
colocó encima de los cojines, situándolos a los pies de la cama, levantó las piernas de
Maca y las puso encima de ellos. Destapó a la pediatra, la desvistió y comenzó a
refrescarla con el agua de la palangana. Mientras, su mente no dejaba de calcular el
tiempo que tardarían en regresar, si había suerte estarían de vuelta sobre la una de la
tarde, “¡casi nueve horas!”, pensó intranquilo, era demasiado tiempo, los antitérmicos
eran inútiles en estos casos, no quedaba más suero y no creía que Maca fuese capaz de
tolerar líquidos por vía oral, aunque no iba a tener más remedio que hacerlo. Había algo
bueno, los análisis eran negativos. No presentaba ninguna reacción a las vacunas y
ninguna alteración hepática. Pero los temblores persistían y no conseguía saber a qué
podían deberse, esos temblores le estaban trayendo un auténtico quebradero de cabeza y
esa fiebre no debería ser tan alta. Solo esperaba que aguantase hasta esa hora. No había
querido intranquilizar a Esther, aunque por su expresión, la enfermera sabía
perfectamente lo que estaba ocurriendo. Sara si estaba al tanto de la situación y al
mando del convoy, si las cosas se ponían muy negras ya había quedado con ella en que
las avisarían por radio para que volviesen sin pasar por el orfanato. Esperaba que no
fuese así porque trastocaría los planes de todos.

* * *
Esther entró corriendo en el comedor, Sara estaba terminando su desayuno y la miró
sonriente.

- Buenos días – le dijo la joven.


- Buenos días – respondió - ¿nos vamos?
- Tómate un café.
- No, vámonos, no podemos perder tiempo.
- Esther… desayuna que no vas a conseguir nada poniéndote enferma tú también.
- ¡Vamos! - la impelió nerviosa - por favor – le suplicó angustiada y más suave.
- Venga, vamos – se levantó cogiendo un par de bollos de la mesa – toma, aunque
sea para luego.
- Gracias – respondió al tiempo que salían con precipitación hacia los camiones.

André ya estaba allí con todo listo para la partida. Como siempre que hacían un traslado
el ejército los custodiaba. Las dos subieron al camión y se sentaron en la parte de atrás.
Esta vez iban solo en compañía de un par de hombres y el espacio era mucho mayor.

Esther miraba hacia delante con la vista perdida en la lona que las separaba del
conductor. Sara la observaba de reojo, la enfermera parecía cansada y cada vez más
alterada.

- No te preocupes, Esther, verás como se pone bien – le dijo intentando animarla.

La enfermera cabeceó en señal de asentimiento pero su expresión indicaba que en


absoluto pensaba que eso fuera a ser cierto.

- Si… te pregunto algo… ¿serás sincera? – le dijo clavando unos suplicantes ojos
en la joven.
- Claro, sabes que siempre lo soy – le dijo Sara abiertamente.
- ¿Qué piensa Germán que le pasa a Maca? – le espetó, segura de que el médico le
ocultaba algo.
- A mi solo me ha dicho que es una leve insolación que ni siquiera llega a
moderada y que todas las pruebas han salido bien.
- ¿Y no te ha dicho nada más?
- No, solo que ha hablado con España, creo que con su ex por el tono, pero no me
hagas mucho caso.
- Pues… yo tengo la sensación de que hay algo que no me dice y te aseguro que lo
conozco bien y sé cuando hay algo que le preocupa.
- Quizás le preocupa que es su amiga, ¿no! por eso lo ves más afectado – aventuró
intentando que se tranquilizase.
- Si, a lo mejor es eso – suspiró.
- No le des más vueltas y confía en él, como siempre – le dijo cogiéndola de la
mano – tú siempre te fías de su criterio, ¿no! pues en este caso con más motivo.
Además, nos llamará si empeora para que volvamos antes, así es que si no llama,
es buena señal.
- Pero tengo miedo, Sara – le reconoció – tengo miedo de que se equivoque,
miedo de que le pase algo a Maca por mi culpa y que….
- ¿Por qué por tu culpa! no digas tonterías – la interrumpió – si le pasa algo a
Maca, que no creo que le pase, no sería por tu culpa.
- Fui yo la que insistió en que Maca viniera, fui yo la que la convencí cuando ella
me decía que no estaba bien para hacer un viaje como éste, fui yo la que le
prometí que aquí estaría estupendamente, que descansaría, que la cuidaría.
- Y no has mentido – le dijo con paciencia – la has cuidado ¿no?
- No. No debía haberla traído aquí. No estuve pendiente de ella en el viaje, me
dediqué a… a… - se interrumpió pensando en que se había dedicado más a
recrearse en sus miedos que en darse cuenta de sus necesidades.
- Tranquila… que se va a poner bien… ya verás – volvió a apretarle la mano.
- No la escuché, en el viaje no… no quise escucharla y… ahora...
- Ahora vamos a recoger todos los suministros y vamos a llegar antes de que se
ponga peor.
- ¿Se va a poner peor?
- Bueno… sin suero y si no es capaz de tomar líquidos, sí, se pondrá peor, pero…
- se interrumpió al ver la cara de terror de la enfermera – pero, Germán está con
ella y sabe lo que tiene que hacer para que aguante y no empeore. ¡Vamos,
Esther! que tu no eres así, ¡anímate!
- Tienes razón, hay que ser optimista. Vamos a recoger todo y Maca se pondrá
bien.
- Así me gusta. De nuevo en equipo – le sonrió guiñándole un ojo y tendiéndole la
mano.

Esther se la estrechó y le devolvió la sonrisa. Sí, de vuelta al equipo, eso es lo que de


verdad ansiaba, regresar y formar de nuevo parte de todo aquello. Aunque ahora su
principal anhelo era que Maca se recuperase y dependía de ellas el regresar cuanto
antes.

* * *

En la cabaña Germán seguía afanado en conseguir bajarle la fiebre a la pediatra, de


hecho, ya no deliraba y su sueño era más tranquilo. La mantenía adormilada pero
necesitaba que tomase líquidos por eso cuando la fiebre bajó a treinta y ocho, optó por
despertarla. Le suprimió el calmante consciente de que el dolor de cabeza terminaría por
lograr su objetivo.

Al cabo de unos minutos, Maca abrió los ojos lentamente, notaba que le pesaban los
parpados. Germán, al verla emitir un ligero gemido se levantó de la hamaca con
presteza, acercándose a ella, sonrió al ver su cara de desconcierto y se sentó en el borde
de la cama cogiéndola de la mano.

- ¡Hombre! ¡ya era hora dormilona! – exclamó en tono de broma.


- ¿Germán? – preguntó con un hilo de voz desorientada.
- Sí, Germán, el mismo que viste y calza – respondió burlón – lo siento pero te
toca aguantarme – le dijo levantándose - ¿cómo te sientes?
- Hecha una mierda – murmuró con un deje de dolor.
- Bueno, no seas melindres – respondió provocando un esbozo de sonrisa en ella
¡cuánto tiempo hacía que no escuchaba aquello! – no te preocupes y descansa.
Pronto estarás mejor.

Maca ladeó con lentitud la cabeza hacia su derecha y comprobó que no tenía puesto el
suero, se sentía fatal y tenía muchísima sed, intentó pasar la vista por toda la habitación
pero al girar los ojos la cabeza le martilleaba aún más que cuando los mantenía
cerrados. ¿Dónde estaba Esther! de pronto recordó todo el día anterior y suspiró, ya
había amanecido, quizás la enfermera se había marchado en busca de los niños que
debían trasladar. Abrió los ojos y buscó al médico con la vista. Permanecía en pie
mezclando algo en un vaso.

- Germán – lo llamó.
- ¿Sí?
- El suero se ha terminado – le dijo con la intención de que le pusiese más.
- Ya lo sé – respondió con una medio sonrisa mientras removía el contenido de
aquél vaso, “esta Wilson no puede evitar ser educada hasta el final”, pensó
observándola de reojo, estaba muy apagada y parecía aturdida. Se acercó al
gotero y volvió a pasarle el calmante, no quería que el fuerte dolor de cabeza le
levantase el estómago más de lo que ya debía tenerlo.

Maca lo miró y sintió nauseas, ¿qué potingue iría a tomarse ahora! estaba claro que en
eso no había cambiado nada, recordó sus famosos cócteles que no había quien se los
bebiera, salvo él, claro estaba.

- ¿No crees que deberías llamar a… Esther que me ponga más suero? – preguntó
deseando ver aparecer a la enfermera, cuando ella estaba a su lado tenía la
sensación de sentirse mejor.
- Esther se ha marchado al orfanato y a Kampala.
- ¿Se ha ido? – masculló entre dientes y él se volvió sin entender lo que había
dicho.
- ¿Decías algo? – le preguntó, pero Maca negó con la cabeza, Esther se había ido,
la invadió una sensación de tristeza, la sola idea de tenerla lejos la hizo sentirse
aún peor.
- ¿A dónde se ha ido? – preguntó aturdida.
- Te lo he dicho Wilson, a hacer los recaditos de su jefa, ¿o no recuerdas que le
ordenaste que siguiese con vuestro plan de trabajo?
- Su jefe eres tú – murmuró.
- ¿A qué viene eso? – le preguntó sorprendido.
- Es lo que ella dice – respondió cansada - Germán, necesito levantarme – le dijo
con dificultad, intentando incorporarse sobre sus brazos pero las fuerzas le
fallaron, no podía casi moverse y comprobó que el médico la tenía
completamente tumbada con los pies en alto.
- No puedes Wilson, debes permanecer así, ¿te duele mucho la espalda? – le
preguntó conocedor de que debía ser así, y eso que la había cambiado de postura
en varias ocasiones.
- Sí – reconoció apagada – ayúdame a levantarme – repitió aturdida.
- Es mejor que permanezcas echada – volvió a decirle con paciencia - ¿tienes sed?
- ¡Sí! mucha… pero… tengo ganas de vomitar, ¡ayúdame a levantarme! – le pidió
angustiada.
- Espera – le dijo con calma incorporándola, poniéndola de costado y tendiéndole
el bacín – no te pongas nerviosa – le recomendó sujetándole la cabeza, seguía
teniendo la fiebre alta y apenas le quedaban fuerzas – intenta aguantar Maca – le
pidió en tono cariñoso llamándola por su nombre.
- ¡Joder! … ¡ponme suero! – le ordenó sin poder evitarlo, olvidando sus
propósitos de no meterse en su trabajo – ¿no ves que estoy deshidratada? –
protestó aún con la respiración agitada por el esfuerzo del vómito.
- Maca… no hay suero – le confesó – pero no te pongas nerviosa que ya mismo
estarán de vuelta con todo lo necesario.
- Pero… tienes que ponerme algo… si tardan… no voy a aguantar – lo miró con
el miedo reflejado en sus ojos.
- Tranquila que aguantarás. No me seas melindres que ni siquiera tienes
calambres.
- Si… que tengo – admitió y él enarcó las cejas, ahora sí intranquilo.
- Bueno… espera que vamos a hacer una cosa – le dijo asomándose a la puerta y
dándole unas indicaciones a Margot que esperaba fuera. Luego, volvió junto a la
pediatra – a ver Wilson, que por fin vas a tener lo que tú querías – sonrió
malicioso - mis habilidosas manos sobre tu cuerpo – le dijo, comenzando a
masajearle brazos y piernas.
- Deberías llevarme al hospital – musitó sin entrarle al trapo.
- Wilson… este hospital no es lo que tú crees.
- Pero deberías monitorizarme y deberías ver si… - se interrumpió – no me
acuerdo – dijo angustiada - no me acuerdo de lo que hay que hacer para...
- Mientras me acuerde yo no tienes de qué preocuparte – sonrió bromeando –
vamos Wilson, que no es para tanto. No pongas esa cara que no hará falta
monitorizarte. Tengo mis recursos – le dijo misterioso terminando el masaje - Te
he preparado esto. Tendrás que bebértelo.
- No... no puedo… Germán – se negó con cara de asco mirándolo asustada, sabía
lo que significaba que no hubiese suero y sabía lo que le esperaba – por favor –
le suplicó al ver que la incorporaba de nuevo y le colocaba las almohadas de
forma que permaneciese sentada. La cabeza le daba vueltas y con ella el
estómago – no puedo – repitió recostándose y cerrando los ojos.
- No seas cabezota. Es agua con sal y azúcar. ¡Suero casero! – le sonrió - ¿te
acuerdas?

Maca asintió cansada recordando los días de facultad.

- Te suspendieron – le dijo con lo que intentaba ser una sonrisa de suficiencia –


por culpa del potasio…. nunca lo tenías en cuenta.
- ¿Por qué crees que nunca se me ha olvidado? – respondió tendiéndole el vaso –
anda bebe.
- Sabes que lo voy a vomitar.
- Lo sé. Y tú sabes que tienes que tomarlo.
- Trae – dijo resignada, cogiéndolo con ambas manos, para controlar el temblor
que tenía en ellas - ¿Cuándo vuelven?
- Aún tardarán un ratito – respondió poniendo cara de circunstancias ante el gesto
desesperado de ella – pero tú vas a ser, por una vez, una chica obediente y te vas
a tomar todo lo que yo te dé.

Maca suspiró y comenzó a beber, las nauseas aumentaban a cada sorbo y Germán se dio
cuenta del mal rato que estaba pasando. Margot entró de nuevo y la mandó a la cocina
en busca de la infusión de hierbas que le había preparado.

- Despacio – le dijo con paciencia no corras que va a ser peor.


- Esto no va a servir de nada – respondió la pediatra angustiada tendiéndole el
vaso e intentando controlar una nueva arcada.
- No hables, piensa en otra cosa e intenta controlarte – le recomendó a sabiendas
de que tenía razón, de hecho no le daba ni diez minutos antes de que volviese a
vomitar.
- ¿Qué crees que ha…go? – dijo tragando saliva y cerrando los ojos.
- ¿Sabes? Esta noche me he estado acordando de la fiesta que montaste en tu casa
de campo el verano de cuarto, cuando tus padres se fueron a Suiza, ¿te acuerdas?
- Humm – asintió sin abrir los ojos.
- Adela se cayó a la piscina con todas sus galas y…
- La tiraste –murmuró interrumpiéndolo.
- Bueno… la empujé ligeramente solo que estaba como una cuba y…. – se
interrumpió al ver que Maca hacía el intento de incorporarse iba a vomitar de
nuevo, todos sus intentos de distraerla fueron en balde. La pediatra vomitó todo
y terminó agotada – tranquila, tranquila… ¿te duele mucho?
- Si – asintió aún alterada por el esfuerzo.
- Pues, lo siento, pero vas a tener que tomar más – dijo haciendo una seña a
Margot, que había regresado con todo lo que el médico le había pedido y
permanecía discretamente al fondo de la cabaña por si necesitaba su ayuda, para
que le echase una mano.
- Germán... por favor… no puedo.
- Tienes que tomarlo, no hay otra.
- Espera un poco – suplicó consciente de que tenía razón.
- No seas cabezona sabes que es la única opción que tienes de aguantar hasta que
lleguen.
- ¡Joder! – masculló pensando en que hubiera sido mejor permanecer en Madrid a
pesar del riesgo, total aquello también estaba resultando una tortura.
- No protestes, sabes que si pudiera hacer otra cosa no te haría pasar por esto.
- Me duele muchísimo – reconoció por primera vez con un hilo de voz – no quiero
vomitar más ¡por favor! – le suplicó con lágrimas en los ojos.
- ¿Eh! ¡Wilson! ¡vamos! – la animó afectado, jamás la había visto así – no
llores…
- No puedo más – murmuró.
- ¡Claro qué puedes!
- No,… no puedo – exhaló un suspiro arrastrando las palabras.
- Piensa en Esther – le dijo recurriendo a lo único que intuía que podía hacerla
reaccionar - ¿cómo crees que se sentirá cuando piense que ha llegado tarde! se
echará la culpa de tu muerte – le dijo con brusquedad y cierta crueldad
consciente de que eso la asustaría, Maca lo miró y el leyó el temor y la
desesperación en sus ojos – y todo ¿por qué! porque no tienes lo que hay que
tener para aguantar hasta que vuelva, ¿y tu eres la que siempre te has estado
riendo de mí! a ver que recuerde… ¿qué me decías? – se llevó un dedo a la sien
hablando con retintín comprobando que sus palabras estaban haciendo efecto y
Maca, a pesar de su estado torcía la boca en un gesto de rabia – inmaduro,
gallina, blandengue, que pienso con la punta de ...
- Eres un cabrón – lo insultó enfadada y él sonrió tendiéndole otro vaso.
- Venga, bebe, pero esta vez a sorbos más pequeños – le dijo – y… no soy un
cabrón, solo que no me gusta ver sufrir a mi enfermera milagro.
- Enfermera milagro… - repitió cerrando los ojos.
- Sí, ¿quieres que te cuente porqué la llamo así?
- Si.
- Porque es un milagro que después de salir contigo esté bien de la cabeza – le
dijo soltando una carcajada.
- Ya… estás disfrutando con todo esto, ¿verdad?
- Como un enano – sonrió – y cuando eches todo este vaso multiplicado por diez
me voy a descojonar – le dijo intentando seguir provocándola, pero Maca no le
respondió solo asintió, cada vez se encontraba peor, tenía la fiebre más alta y los
calambres más fuertes – vamos bebe. Que te voy a contar ahora en serio, porqué
la llamamos así.
- Lárgate y déjame en paz – le devolvió el vaso casi sin tocarlo – me da igual
porqué la llamáis así.
- No seas burra, Wilson, piensa en Esther.
- Le dices a tu enfermera que… como siempre… ha tardado demasiado en volver
– respondió entrecortada, echándose hacia atrás y cerrando los ojos en un gesto
de dolor, rendida.
- Uy, uy, noto un ligero tono de reproche y un posito de rencor – respondió
irónico pero temeroso al comprobar que la pediatra se estaba rindiendo -
¡Wilson! Arriba que te tienes que tomarte esto.
- Déjame Germán – murmuró.
- ¡Vamos! – tiró de ella intentando sentarla – vamos, Maca – insistió sentándose a
su lado y sujetándola con su brazo para que no volviese a tumbarse, al hacerlo
Maca emitió un pitido al respirar - ¿te cuesta respirar?
- Sabes… que si – respondió entrecortada.
- O te lo tomas o te sondo – la amenazó.
- No… puedo… - musitó ya sin abrir los ojos y con la respiración cada vez más
acelerada – da… dame - pidió con apremio, señalando el bacín y vomitó de
nuevo.
- ¡Joder! Wilson no tenía yo bastante trabajo que…
- Por favor… ponme algo ya… lo que sea – suplicó sin fuerza con las lágrimas
saltadas por el dolor, el corazón se le había disparado con el vómito y no se le
serenaba si no que al contrario los golpes cada vez eran más fuertes y secos, de
pronto su cuerpo se tensó, convulsionó y terminó desplomándose.
- ¡Maca! ¡Maca! – intentó reanimarla sin éxito - ¡joder, ¡joder! – exclamó al
tiempo que hacía señas a Margot, la joven se acercó presta con los dos maletines
que le había pedido, luego salió corriendo de la cabaña en busca de ayuda.

* * *

Diez horas y media después de que se marcharan, Germán escuchó llegar a los
camiones y salió a su encuentro. Habían tardado más de lo que esperaba, pero estaba
dentro de lo normal. Esther se bajó del camión y corrió hacia él.

- ¿Cómo está? – inquirió con temor.


- ¿Habéis traído todo? – preguntó a su vez sin contestarle.
- Si – intervino Sara – toma – añadió tendiéndole, con rapidez, una nevera en la
que había seleccionado lo que su compañero le pidió antes de que salieran. Sus
miradas se cruzaron y supo que algo no iba bien.
- Pero… ¿cómo está? – volvió a preguntar Esther dirigiéndose hacia la cabaña.
- ¡Esther! – la frenó Germán - ¿qué coño crees que haces? Ni se te ocurra entrar
ahí sin pasar por la ducha y desinfectarte – la reprendió con autoridad.

La enfermera se frenó. Estaba tan angustiada que no había reparado en el protocolo.

- Perdón, perdón – se disculpó deteniéndose – tienes razón.


- Vete a la ducha, come algo y duerme un poco, luego podrás hacer de enfermerita
– le sonrió más amable.
- Vamos, guapa - la cogió Sara de la mano tirando de ella comprendiendo la
premura del médico – Germán tiene razón, en mi cuarto hay sitio de sobra para
que descanses.
- Luego nos vemos – dijo el médico y salió corriendo hacia la cabaña.

A Esther le dio la impresión de que, aunque aparentaba tranquilidad, estaba nervioso y


esa carrera que le había visto dar no contribuyó a serenarla.

La enfermera se duchó a la velocidad del rayo, rehusó comer y corrió a la cabaña. Por el
camino se cruzó con Margot que la detuvo un segundo y sin mediar palabra la abrazó,
cuando se separó de ella la joven tenía los ojos anegados de lágrimas y la enfermera
sintió pánico, ¡Maca! emprendiendo una alocada carrera hasta su cabaña, con el corazón
desbocado más por el miedo que sentía que por el esfuerzo.

Cuando abrió la puerta vio a Germán sujetando el brazo de Maca entre sus manos
inyectándole algo. Esther observó como la mano de la pediatra colgaba inerte, la vio con
los pies elevados encima de aquella torre de cojines y almohada que había improvisado
el médico, la cabeza la tenía ligeramente ladeada a la izquierda y el pelo se lo habían
recogido, en la frente le habían dejado un paño húmedo, y la sábana que la cubría
también parecía mojada, pero lo que más la asustó fue ver que Germán había trasladado
la unidad portátil y la tenía monitorizada, su ritmo era muy alto, tenía el oxígeno puesto
y estaba palidísima. Al ver ese cuadro su corazón se disparó.

- Está peor – afirmó asustada – me dijiste que estaba bien.


- Yo no te he dicho eso, Esther – le dijo con seriedad.
- Pero dijiste que llamarías si estaba peor y no has llamado – le reprochó.
- Sí, no he llamado – admitió esquivando la mirada interrogadora de la enfermera
con un aire que Esther no supo interpretar y que contribuyó a asustarla más de
lo que ya estaba.
- ¿Qué pasa? ¿se va a morir? – le preguntó con voz temblorosa.
- Si te vas a quedar ahí parada con la puerta abierta, mejor te vas - le dijo con
dureza, sin responder a su pregunta, pero ante la expresión de desconcierto de la
enfermera suavizó el tono – anda pasa y cierra esa puerta, tenemos que
conseguir que sude. Y no te asustes que… se pondrá bien – intentó tranquilizarla
sin convencimiento.
- Si eso es cierto… ¿por qué tienes esa cara?
- ¿Qué cara?
- La cara que pones cuando algo va mal, cuando hay problemas, cuando ya no
puedes hacer nada – fue enumerando cada vez con más debilidad en la voz hasta
que esta se le quebró solo de imaginar que se cumplía lo que estaba diciendo.
- No es eso, es solo que… - el médico se calló y la miró fijamente.
- Solo que ¿qué? – preguntó paralizada, con el miedo reflejado en los ojos,
incapaz de entrar en la cabaña - Germán… ¿qué pasa? y… no me engañes más,
¡por favor! – le suplicó.
- Pasa que siempre falta lo más simple, pasa que hubiera sido preferible que
tuviese la fiebre amarilla que una deshidratación de cojones y pasa, que la
próxima vez que esta cabezona se niegue a beber agua espero que la obligues a
tragarse la botella con plástico incluido – respondió enfadado más consigo
mismo que con ella, sin revelarle la causa de sus cavilaciones.
- Lo siento – aceptó la bronca con abatimiento, reconociendo su parte de culpa en
el estado de la pediatra.
- No lo sientas – dijo más calmado – perdóname – se disculpó – me puse
nervioso, y… debí llamaros a tiempo para que no pasaseis por el orfanato –
reconoció cabizbajo.
- ¿A tiempo! ¿qué quieres decir con a tiempo? – Germán leyó el pánico en su
mirada y se apresuró a corregirse.
- Nada. Ya nada. Antes… creí que… que se me iba – admitió – calibré mal, y...
me ha costado un huevo estabilizarla – le contó y a medida que lo hacía la
enfermera se iba poniendo cada vez más pálida, hasta que tuvo que sentarse en
la hamaca – Esther… - se acercó a ella - ¿estás bien?
- Sí – respondió con voz débil.
- Si estás mareada es mejor que salgas – le recomendó en tono cariñoso.
- No, no. Estoy bien – respondió levantándose y acercándose a la cama para
demostrarle que así era – solo… me ha impresionado verla tan…, - se detuvo
con un nudo en la garganta y levantó la vista hacia él - ¿cómo no has llamado
para que volviésemos? – le reprochó con lágrimas en los ojos.
- Pensé en esos niños, en lo que suponía retrasarlo a mañana, pensé en el avión
fletado, en la gravedad de Clarise, necesita que la operéis cuanto antes y…
- … y eran muchas cosas frente a una vida… - terminó la enfermera acostumbrada
a ese tipo de decisiones.
- Exacto - admitió.
- Aunque esa vida fuera la de la persona que posibilita que esos niños vayan a
España, la que fleta ese avión, y… - bajó la vista murmurando entre dientes y
acariciando con suavidad la mejilla de la pediatra - la persona que yo amo.
- ¡Aja! Luego… yo tenía razón – sonrió triunfante – te ha vuelto a enganchar.
- Si – reconoció tan abatida que a Germán le pareció que se avergonzaba de ello.
- Tranquila que vamos a conseguir que se ponga bien. Habéis llegado a tiempo.
Con el suero y unos días de reposo absoluto, estará como nueva – también
acarició la mejilla de la pediatra y Esther lo miró extrañada por aquel gesto de
cariño pero no le dijo nada al respecto.
- ¿Bastará solo con eso? – le preguntó.
- Con eso y algún que otro truquillo más – bromeó mirando también a Maca.
- Parece que le cuesta respirar.
- Sí – admitió pensativo, pero no añadió nada más – y ahora, vete a dormir.
- ¡No! yo me quedo aquí.
- Es una orden y soy tu jefe.
- Mi jefa es ella.
- Aquí no.
- Aquí también.
- Yo creía que le habías dicho que tu jefe era yo – confesó burlón.
- ¿Has hablado con ella? – preguntó sorprendida - ¿se despertó?
- Si – sonrió - Conseguí bajarle la fiebre durante un rato, intenté que tomara algo
pero lo vomitó todo, y luego… bueno… tuve que dormirla. ¡No sabes lo mala
paciente que es!
- ¿Qué no lo sé? – rió irónica y aliviada con la idea de que se recuperaría – ¡ya lo
creo que lo sé!
- Bueno.. en este caso tenía razón, las ha pasado putas. He estado a punto de
sondarla – le reconoció – iba a hacerlo cuando os he oído llegar.
- ¿Despertará pronto?
- Si, debería hacerlo dentro de unas horas.
- ¿Qué hago! ¿intento que beba algo?
- No. Cuando despierte llámame, quiero examinarla de nuevo. Le vamos a poner
un litro de suero cada seis horas, hasta que le desaparezcan los calambres ¿de
acuerdo?
- Vale. Tenía calambres – murmuró mirando hacia ella con ternura, imaginando
cómo debía haberlo pasado.
- Voy a echarme un poco y tú deberías hacer lo mismo. Mañana tenéis que ir al
campo de refugiados – cambió de tema sin responder, aún había detalles que no
entendía del cuadro de la pediatra.
- Lo sé. Anda, vete a echarte un rato. Yo prefiero quedarme.
- Si estás muy cansada y ves que te vas a dormir… mejor llamamos a Gema – le
dijo mirándola con atención, parecía agotada – hay que estar pendiente del
suero, en cuanto termine de pasar esta unidad hay que ponerle otra, y vigilarle la
fiebre, que no suba a más de treinta y nueve.
- No me voy a dormir, quiero estar con ella.
- ¿Segura?
- Sí, segura.
- De acuerdo. Ya sabes, lo que tienes que hacer, al más mínimo cambio, me
llamas, si se despierta, me llamas, si le sube la fiebre, me llamas, si….
- ¡Germán! – sonrió – tranquilo que sé hacer mi trabajo. Vete y descansa un rato.

Germán se marchó y Esther se sentó en el borde de la cama. Se quedó mirando a la


pediatra, pensativa. Estaba claro que, sí seguía así, no podría regresar a España, el avión
partía en tres días y Maca no estaría lo suficientemente fuerte para subir a él, aunque eso
sería Germán quien lo decidiese. Le acarició la cara, “Si tienes que quedarte, me
quedaré contigo”, pensó. Tenía que llamar a Laura, para contarle lo que ocurría y tenía
que llamar a la Clínica, pero ya lo haría más tarde, cuando Germán le dijese algo más
seguro, porque ya estaba temiendo la reacción de Cruz y más si no sabía informarla con
exactitud.

Al cabo de unos minutos, Sara entró con un plato de frutas troceadas y una botella de
agua.

- Toma, te he traído esto, debes estas hambrienta.


- ¡Gracias! pero… la verdad es que no. No me apetece tomar nada – reconoció
aún con el nudo en el estómago.
- Pues sin hambre vas a comer – le ordenó su amiga - ¿cómo está?
- Parece que se pondrá bien.
- ¿Ves! no tenías que estar tan nerviosa y alterada.
- No puedo evitarlo – esbozó una sonrisa encogiéndose de hombros y, mirando de
nuevo hacia la pediatra, lanzó un suspiro. Sara asintió comprensiva.
- Te dejo, cómete eso y si prefieres otra cosa dímelo y te la traigo.
- No, esto está bien. Muchas gracias, Sara, de verdad.
- Serás tontona, a mi no tienes que darme las gracias – le acarició la cabeza con
ternura – luego me paso – le dijo caminando hacia la puerta, pero antes de salir
se volvió – ¿estás segura de que quieres quedarte sola con ella? – le preguntó
pensando en la mala cara que tenía, Maca necesitaba que estuviesen pendiente
de ella y Esther aparentaba estar agotada.
- Si, segura – respondió - ¿Qué pasa! ¿no confiáis en que pueda hacerlo? –
preguntó recordando los problemas que originaron su salida de la organización –
os recuerdo que he estado trabajando para ella en la clínica y que no me ha
vuelto a pasar… bueno ya sabes….
- No es eso, Esther, es que… si estás muy cansada, deberías dormir un rato – le
dijo con suavidad, acababa de discutir con Germán por permitirle quedarse con
Maca, si Maca tenía una crisis y Esther se quedaba bloqueada, no quería ni
pensar en las consecuencias.
- Estoy cansada, pero no voy a dormirme, tranquila – dijo, ligeramente molesta.
- Vale, no te mosquees. Sabes que Germán está corriendo un riesgo al dejarte a su
cargo. Sé que él no te lo va a decir pero… si a Maca le pasa algo… y… no te ves
capaz… no hace falta que hagas nada… solo… avísanos – le pidió con seriedad.
Había estado dándole vueltas, sin saber si decirle aquello o no pero, finalmente,
se había decidido.
- A Maca no le va a pasar nada – respondió alterada – Germán dice que…
- Sé lo que te ha dicho Germán, pero tú eres enfermera y también sabes como
está, y sabes el riesgo que corréis los dos si ocurriese algo.
- No le va a pasar nada – insistió con las lágrimas saltadas. Sara se arrepintió de
su franqueza, volvió sobre sus pasos y la abrazó.
- Eh! ¡vamos! claro que no le va a pasar nada a Maca – la consoló - ¿quieres que
me quede contigo? – le preguntó cariñosa – no pretendía asustarte, ni molestarte,
Esther – continuó al ver que la enfermera permanecía abrazada a ella sin
responder - solo quería que no corráis riesgos. Estoy deseando que vuelvas a
trabajar con nosotros, oficialmente, me refiero.
- Volveré – le sonrió separándose de ella consciente de que lo único que pretendía
su amiga era ayudarla – gracias, Sara.
- Entonces… ¿quieres que me quede?
- No hace falta, en serio. Esta noche tienes guardia, me dijiste eso, ¿no?
- Sí. Pero si estás más tranquila…
- Prefiero que mañana me acompañes a Jinja – le pidió.
- Claro. Lo haré.
- ¡Gracias!
- De nada, bueno… pues… voy a dormir un rato, luego nos vemos – le dijo
dirigiéndose hacia la puerta.
- Hasta luego – respondió viéndola salir.

No pudo evitar sonreír pensando en lo mal que le caía a Maca cuando era una chica muy
agradable. Cuando estuviese mejor le preguntaría por esa animadversión, por eso y por
más cosas que ya tenía en cartera. Se sentó en la hamaca y dio buena cuenta de lo que le
había llevado la joven, sin dejar de observarla. Luego, se levantó y miró el gotero. Aún
quedaba una media hora para que terminase de pasar la primera unidad. Cogió su reloj y
puso la alarma, no creía que los nervios que sentía le permitiesen dormirse pero era
cierto que estaba muy cansada y en lo fondo Sara tenía razón, si ella cometía un fallo,
Germán lo pagaría también. Y si había algo que no quería era perjudicar a su amigo.
Volvió a sentarse y clavó sus ojos en el pálido rostro de la pediatra, suspiró entristecida
por ver como se encontraba y se dispuso a esperar, pacientemente, a que despertase.

Hora y media después, Maca abría los ojos, desconcertada. Miró al techo sin saber
donde se encontraba, intentó girar la cabeza y una punzada en la nuca y las sienes le
hizo cerrarlos de nuevo. Hacía un rato que escuchaba el sonido familiar del monitor y el
ritmo acompasado del respirador ¿estaba en la clínica! ¿qué había ocurrido? Intentó
recordar pero no era capaz. ¿Tenía puesto el oxigeno! levantó el brazo intentando
llevarse la mano a la cara para comprobar si tenía la mascarilla, el simple movimiento le
hizo notar que le dolía todo el cuerpo. Intentó abrir de nuevo los ojos, no estaba en la
clínica, ¿dónde estaba! ladeo la cabeza y vio a Esther sentada en la hamaca con la
barbilla clavada en el pecho, profundamente dormida. La enfermera, a pesar de su
promesa, no había podido evitar sucumbir al cansancio, y más después de comer y haber
cambiado la unidad de suero. ¿Qué hora sería! se preguntó la pediatra, se quitó la
mascarilla e intentó llamar a la enfermera pero no le salía la voz del cuerpo. Tenía la
boca completamente seca y una sensación acuciante de sed.

- Esther – consiguió pronunciar por fin pero tan bajito que la enfermera ni se
inmutó – Esther – repitió algo más alto, pero sin obtener reacción alguna por su
parte, suspiró y cerró de nuevo los ojos, le dolía mucho la cabeza. Al cabo, de lo
que ella creyó unos instantes, volvió a la carga – Esther – dijo más alto notando
un fuerte dolor en el pecho ¿qué es lo que le ocurría? De pronto recordó donde
estaba, y recordó su charla con Germán, “tranquila, tómate esto, cuando regresen
te pondrás bien”, “tengo mis recursos Wilson, no hará falta monitorizarte”, ¿no
hará! ¡pues estaba claro que lo había sido! Esther estaba allí luego debían haber
traído todo, claro que lo mismo no lo habían conseguido y por eso se encontraba
tan mal - Esther – repitió elevando la voz con miedo de lo que pudiera estar
pasándole.
- Maca… - la enfermera saltó de la hamaca con los ojos hinchados por el sueño y
maldiciéndose por no haber sido capaz de permanecer despierta.
- Esther – murmuró aliviada – has vuelto.
- Claro que he vuelto – sonrió – no te quites la mascarilla – le dijo volviendo a
ponérsela - Voy a avisar a Germán.
- ¡No! espera – le pidió quitándosela de nuevo.
- ¿Qué quieres? – le preguntó aliviada de verla consciente, se sentó en el borde de
la cama y la cogió de la mano, acariciándosela y mirándola a los ojos – dime.
- Tengo sed – murmuró.
- Deja que llame a Germán, él dirá si puedes tomar algo.
- No – suspiró, necesitaba saber qué pasaba, aquello no era normal, ¿porqué se
empeñaban en mantenerla allí y no trasladarla al hospital! salvo que no se
pudiese hacer nada por ella – quiero que me digas… que me… - cerró los ojos
cansada y Esther sintió que se le hacía un nudo en la garganta y que el miedo
volvía a atenazarla.
- Maca… - la llamó con temor.
- ¿Qué? – murmuró.
- ¿Qué quieres saber? – le preguntó.
- Nada – suspiró, la enfermera intentó levantarse para avisar al médico pero Maca
tiró de su mano y al cabo de un instante volvió a llamarla – Esther…
- ¿Qué?
- Germán... no quiere… – calló de nuevo.
- ¿Qué es lo que no quiere?
- Decirme qué me pasa – terminó manifestando el trabajo que le costaba respirar.
- Ya lo sabes, Maca.
- No... es... algo más – le dijo alarmándola – lo sé… no es solo una insolación.
- Sí lo es, Maca, y además muy leve, solo que estás débil y no teníamos lo
necesario, por eso te fue a más, pero verás como ahora, en unas horas estás
mucho mejor – la animó, le parecía que Maca, además de achantada, estaba
asustada.
- Vale… - aceptó y clavando sus ojos en ella le preguntó – tú… ¿confías en mi?
- Claro ¿a qué viene eso?
- Escúchame – musitó – no me equivoco… hazme caso – le pidió – y… haz que él
te escuche… a mi... – se interrumpió intentando tomar aire.
- Maca no hables más, ponte esto.
- ¡No! a mi no me escucha – la miró con las lágrimas saltadas.
- No digas tonterías, Maca. Cállate y descansa – le sonrió con tristeza – voy a
buscarlo, ¿de acuerdo?
- Espera – la sujetó de la mano – me… ¿me estoy muriendo?
- ¡Claro que no! pero ¿qué tontería es esa?
- Necesito saberlo – le suplicó creyendo que le mentía.
- Ya te he dicho que no.
- Me duele todo – le dijo – y… no puedo… respirar.
- Claro que te duele todo. Pero te vas a poner bien.
- ¿No me mientes?
- No. No podría … - dijo acariciándola y sintiendo que todo su cuerpo se
revolucionaba al estar así, tan cerca de ella “estoy enferma”, se dijo, “no es
normal que sienta esto viendo como está” - … voy… voy a buscar a Germán.
- Vale – susurró como si le costara trabajo hablar – pero no le pongas esa cara.
- ¿Qué cara?
- La que me acabas de poner a mi… – murmuró cerrando los ojos y esbozando
una sonrisa – hace un momento y….
- ¿Qué te pasa! Maca, ¿qué te pasa? – le preguntó con nerviosismo al ver que
aflojaba la mano que le tenía cogida y que la cabeza le caía hacia un lado.
- Me duele mucho el pecho, no puedo res…pirar – dijo volviendo a abrir los ojos.
Esther miró al monitor con preocupación.
- No te quites más la mascarilla y no hables más. Voy a buscar a Germán y él dirá
si te subimos el oxígeno.
- No quiero… estar sola – musitó desobedeciendo de nuevo.
- Tranquila, que ahora vuelvo – le dijo soltándole la mano y poniéndole la
mascarilla.
- Esther…
- ¿Qué?
- Tengo frío – murmuró.
- ¿Frío? Espera que te voy a buscar una manta – le dijo dirigiéndose al armario,
no tenía ni idea de dónde podía encontrar una, recordaba que un invierno
necesitó una pero no sabía donde la tendría metida y quería buscar a Germán
cuanto antes, finalmente, cogió una jarapa – a ver si con esto… - se la colocó
sobre las piernas – estás mejor.
- Gracias – respondió abriendo los ojos - No tardes – le pidió. Esther sonrió y
negó con la cabeza
- No y por favor, no vuelvas a quitártela – la reprendió ya con genio, poniéndole
la mascarilla otra vez y saliendo como una exhalación de la cabaña.

Minutos después regresó con el médico que se acercó a la cama risueño.

- Buenas tardes, Wilson – entró animoso en la cabaña - ¿cómo estamos?

Maca abrió los ojos e intentó sonreír, ¿cómo quería que estuviese?
- Vamos a ver que tal está la dama de la media almendra – le dijo comenzando a
examinarla sonriendo ante la mirada de enfado de la pediatra - ¿Te sigue
molestando al respirar?
- Sí, bastante – reconoció.
- ¿Y el hombro?
- También me sigue molestando.
- Imagino que el costado igual ¿no?
- Si – respondió – la cabeza… me duele mucho.
- ¿No se te ha pasado?
- Un poco, pero cada vez que me muevo…
- ¡Pues no te muevas, Wilson! – alzó la voz y Maca encogió los ojos molesta por
aquel bocinazo sintiendo que le estallaban las sienes – te voy a subir un poco el
calmante pero te va a seguir doliendo – le dijo al comprobar por su reacción que,
efectivamente, no exageraba - Lo siento pero tendrás que aguantar – le dijo
haciendo una mueca – luego me paso a verte otra vez. Por cierto – sonrió -
¿quieres un vasito de…?
- Germán… - lo interrumpió posando su mano sobre el antebrazo de él sin darse
cuenta que bromeaba – por … favor… no…
- ¿Qué pasa? – preguntó Esther extrañada ante aquél giro en la conversación.
- Nada, cuéntale Wilson las cosas que me has estado diciendo antes – le pidió
irónico para comprobar el estado de desorientación de la pediatra - ¿cómo decías
que era mi enfermera! ah, sí, una tardona, ¿no es eso?
- Germán no… - intentó impedir que le contase a Esther lo que había dicho pero
un ataque de tos le imposibilitó continuar y el médico la incorporó, Esther corrió
a ponerle más almohadas y la mascarilla de oxígeno.
- Tranquila, tranquila, no te pongas nerviosa que soy una tumba – se apresuró a
decirle comprendiendo que su alteración era culpa de sus bromas.
- ¿Una tumba de qué? – preguntó Esther.
- Nada, una tontería, ya te lo contará ella, pero ahora a descansar y no hables, ¿de
acuerdo? – le dijo levantándose y dirigiéndose a la puerta, ya en ella se volvió y
guiñó un ojo – una tumba, Wilson.

Esther lo siguió y Maca viéndola alejarse tras él creyó que se marchaba.

- Esther… - la llamó quitándose la mascarilla.


- Maca, no te quites más esto, por favor – le dijo la enfermera llegando junto a ella
y volviéndosela a poner.
- No te vayas – le pidió levantándosela un poco.
- No me voy, Maca, ahora mismo vuelvo, es solo un minuto. Tranquila ¿vale? – le
acarició con suavidad y la pediatra asintió cerrando los ojos.

La enfermera corrió tras él, quería que le dijese lo que estaba ocurriendo, al igual que
Maca, ella sospechaba que algo no iba como debería ir. Antes de que el médico se
metiese en su cabaña, Esther consiguió darle alcance.

- ¡Germán! – lo frenó sujetándolo de un brazo.


- ¿Qué haces aquí? – le preguntó frunciendo el ceño – no quiero que la dejes sola.
- Germán, por favor, dime que es lo que no te gusta – le dijo plantándose ante él –
a mi no me engañas.
- Bien… - suspiró clavando sus ojos en ella, era cierto, nunca había podido
disimular ni ocultarle nada a la enfermera - ¿sinceridad?
- Si – dijo temerosa.
- No me gusta esa tensión, ni ese dolor en el costado, no se le pasa y me tiene
preocupado. No me gusta esa tos, ni cómo suenan sus pulmones.

La enfermera guardó silencio, soltó el brazo del médico y exhaló un profundo suspiro,
bajando los hombros con abatimiento, esperando que le dijese algo más pero el médico,
apretó los labios, le lanzó una mirada triste y le acarició la mejilla. Esther ante aquel
gesto que intentaba ser de consuelo experimentó todo lo contrario, una desesperación
que no la dejaba respirar. Conocía esa expresión, Germán no sabía qué hacer.

- Germán… - murmuró alarmada - pero… ¿y la insolación! no decías hace unas


horas que todo iba bien.
- Tranquila porque vamos a hacer todo lo que podamos. La insolación es leve y, si
sigue así, está controlada. No es eso lo que me preocupa…, - se detuvo y la
enfermera pensó que le iba a decir qué ocurría, no fue así - pero ya verás como
todo sale bien. De momento basta con lo que estamos haciendo.
- ¿Y si no es suficiente? – le preguntó frunciendo el ceño, ¿qué quería decir con
“de momento”?
- Lo será.
- Yo la veo muy mal. Y está empeñada en que le pasa algo más y que no quieres
escucharla.
- Tú estás enamorada y estás muerta de miedo, piensa si no fuera ella y fuera
cualquier otro paciente ¿qué creerías?
- Vale – sonrió – tienes razón. Estoy asustada pero… ¿y ella?
- Ella tiene más miedo que tú y yo la escucho más de lo que se cree – apretó los
labios en una mueca de condescendencia.
- ¿No me estás engañando?
- Nooo – sonrió impaciente.
- De acuerdo – dijo bajando los ojos al suelo y levantando la vista - gracias
Germán.
- Anda, vete con ella – le posó la mano en la mejilla acariciándola.
- Sí, mejor… me voy con ella.
- Pero no le des palique, que te conozco. Déjala que descanse – le pidió.

El médico entró en su cabaña. Sara estaba esperándolo.

- He traído todo lo que me has pedido.


- Gracias, Sara. ¿Empezamos?
- Si, pero antes dime cómo estás.

El negó con la cabeza.

- Cansado… y… preocupado.
- ¿Tan grave es?
- Creía que no… pero… ahora…. Me temo que sí.
- Pero ¿qué le pasa?
- No lo sé. No sé que le pasa y no sé como va a terminar todo esto.
- Yo… tengo miedo por Esther. Después de todo lo que pasó y ahora… esto.
- Yo también estaba pensando en ella – suspiró meditabundo – no creo que esté
preparada para asumir…
- Bueno… no nos pongamos en lo peor – le dijo en tono animoso levantándose y
dándole un beso en la mejilla – vamos Germán, vamos a repasar de nuevo todo
su historial. Tiene que haber algo.
- ¿Ha llegado ya? – preguntó incrédulo.
- ¿Lo dudas! tu mujer…
- Mi ex mujer – la corrigió.
- Bueno, tu ex mujer no sé que habrá hecho pero ya lo tenemos aquí.
- Tratándose de Maca sería capaz de venir en persona a traerlo – bromeó – y
además volando.
- ¿La quiere mucho?
- Yo creo que jamás dejó de quererla y que fue un error interponerme entre ellas
pero – se interrumpió – vamos a dejarnos de tonterías que no creo que tengamos
mucho tiempo.
- Confiemos en que es joven…
- Si.
- Y fuerte.
- De eso no estoy tan seguro – apostilló repasando de nuevo todos los datos que
les habían mandado.

No llevaban ni veinte minutos trabajando cuando sonó la alarma del campamento.


Todos salieron al exterior. Sabían lo que significaba. Llegaban enfermos. Germán
suspiró al ver la cantidad de mujeres y niños que venían en el grupo. Les llevaría unas
horas atenderlos a todos. Y él necesitaba tiempo para estudiar el caso de Maca.

- Maika, busca a Esther y que nos eche una mano, dile a Edith que se quede con
Maca y que me llame si necesita algo - la chica obedeció y fue a por ellas.
- Pero… Germán… - protestó Sara – está inhabilitada.
- Ya lo sé ¿crees que no lo recuerdo? – le dijo de mal humor – pero si queremos
terminar antes y seguir con lo que estábamos haciendo, necesitamos toda la
ayuda posible.
- Si alguien se va de la lengua…
- Me sancionarán, eso es lo que pasará, tranquila que sabré defenderme – dijo
agachándose junto al primer enfermo comenzando la tarea se ir separándolos en
función de la gravedad de cada uno.

Esther llegó junto a él con una enorme sonrisa.

- Tú dirás.
- Bienvenida – le guiñó un ojo con complicidad - ¿qué te parece un poco de
acción?
- ¿Vuelvo a ser tu enfermera?
- Nunca has dejado de serlo – le sonrió con un guiño, Esther le devolvió la sonrisa
y ambos se pusieron a trabajar.

* * *

Esther entró en la cabaña pasada la media noche, estaba muy cansada. El grupo había
sido de los más numerosos y les llevó más de cuatro horas controlar la situación. Sentía
una felicidad y una satisfacción indescriptibles. El trabajo en Madrid le había devuelto
cierta confianza en sí misma pero el estar allí, junto a su compañero de los últimos años,
y sentir que el tiempo no había pasado y que la compenetración era la misma de
siempre, la colmó completamente y lo más importante, no se había bloqueado. Le
apetecía tomarse un café con él, como hacían habitualmente después de una jornada
maratoniana, pero el deseo de ver a la pediatra la hizo excusarse. Germán, que seguía
intranquilo, la acompañó y le echó un nuevo vistazo a Maca comprobando que
evolucionaba satisfactoriamente de la insolación. Aunque volvió a repetir aquel gesto de
impotencia que inquietaba a la enfermera, pero estaba tan agotada, que no tuvo fuerzas
para volver a preguntarle, además, el médico también parecía muy cansado.

Cuando Germán abandonó la cabaña. Esther se aproximó a la cama. La pediatra dormía.


Se quedó observándola. Su respiración era algo más pausada y tranquila, por primera
vez en las últimas horas, pero seguía teniendo la saturación baja y la fiebre alta. Le
pareció que estaba más delgada y demacrada que cuando salieron de Madrid, si es que
eso era posible. Pensó en meterse en la cama con ella, pero en el último instante se
arrepintió, ni siquiera tenía sueño, se sentó en el borde junto a ella, viéndola dormir,
estaba cansada, pero no podía conciliar el sueño. Había pasado tanto miedo por ella,
¡tanto!

Encendió la lámpara que había junto a la cama y unos tenues haces de luz cayeron sobre
su pelo, no pudo evitar el impulso de acariciar su rostro, la pediatra se agitó ligeramente,
y Esther retiró la mano, no dormía tan profundamente como había creído. Se levantó y
se sentó en la hamaca, sin dejar de observarla. “Despierta”, pensó “despierta, quiero ver
tus ojos. Recordó lo que le había dicho Margot hacía solo unos instantes, mientras
instalaban al último niño en una de las camas del hospital: “tu amiga, es brava”, le dijo
con su mezcla de español e italiano, “tiene ojos salvajes e inocentes, mirada limpia, me
gusta”, “cuídala”, Esther se había quedado pensativa con aquellas palabras, sabía lo que
significaban para ellos, se había cundido quien era Maca, y la pediatra, sin dirigirles la
palabra, los había conquistado.

Se sentó en la hamaca sin dejar de observarla, de nuevo deseó que despertara, deseó
verla bostezar con ese aire somnoliento que la enamoraba, con su expresión aturdida e
indefensa sin saber donde estaba, fantaseo imaginando que Maca salía de la cama, muy
despacio y se acercaba a ella, la abrazaba, sin que pudiese evitar la tentación de perder
las manos entre la maraña de su pelo, sí, estaba condenada a desear aquél pelo, aquellos
ojos castaños que…

- Esther…
- Maca - corrió junto a ella - ¿te he despertado?
- No – suspiró – tú no. La cabeza… me duele.
- Ya sabes que te va a doler durante un tiempo – le sonrió colocándole el pelo tras
la oreja.
- Vale – murmuró cerrando los ojos –…me… cuesta respirar.
- ¿Te duele mucho! ¿quieres que llame a Germán? – le preguntó mirando la hora,
¡ya eran las tres de la mañana! estaba claro que ella también se había dormido.
Miró al suero y comprobó que quedaba poco por pasar, Germán le había dicho
que estaba mejor y que pronto se lo quitaría. Pero a ella le parecía que Maca
seguía igual de pálida y apagada, estaba aturdida, desorientada y no hacía más
que quejarse de que le costaba respirar. Aunque Germán insistía en que no se
preocupase, que era normal.
- Un poco… - mintió consciente de que le estaba dando el viaje a la enfermera -
¿qué hora es?
- La tres de la mañana – respondió con una sonrisa.
- Lo siento – se disculpó – no tienes que… Esther… - se detuvo y volvió a clavar
sus ojos en ella – no sé que iba a decir. La enfermera le cogió la mano y dibujó
una caricia sobre su dorso.
- No te preocupes. No debes cansarte. ¿Quieres agua?
- No – musitó - ¿qué día es?
- Domingo – le dijo.
- Domingo – repitió – entonces…
- Si, llevas casi dos días aquí – le ratificó con una mueca de burla ante el gesto de
desconcierto de la pediatra que no recordaba casi nada – pero pronto estarás
bien.
- Tengo que llamar por teléfono – le dijo con la vista perdida en el fondo de la
habitación - ¿no puedo ver a Ana? – le preguntó enfocándola.
- ¿A tu mujer? – dijo sabiendo perfectamente a quien se refería y sintiendo de
nuevo aquella punzada de celos – ya la verás cuando volvamos.
- Es domingo… - murmuró.
- Si, es domingo, Maca – le repitió comprendiendo que se refería a sus fines de
semana en Sevilla – pero estamos en Jinja, ¿lo recuerdas? – le preguntó y Maca
la miró de nuevo con una expresión tan vacía que Esther se asustó.
- Tengo que llamar y… - cerró los ojos con el ceño fruncido, Esther supo que le
dolía algo pero la pediatra no se quejó - ¿llamamos a mi madre? – le preguntó de
nuevo.
- Maca, estas no son horas. Ya llamarás mañana – le dijo con paciencia.
- Vale – aceptó al fin - ¿has… hablado… con Claudia? – preguntó entrecortada
volviendo a mostrar el gesto de dolor. Esther se dio cuenta que le costaba hablar.
- No. Solo hablé con Teresa y Cruz – le dijo con sinceridad - ¿Seguro que no
quieres agua?
- No. No quiero vomitar – respondió mirándola, ahora parecía más centrada.
- Pero tienes que beber, Maca – protestó – no seas burra que mira como estás por
tu cabezonería.
- No me regañes – le pidió con un hilo de voz – por favor.
- Vale, no te regaño. Pero Germán quiere que empieces a beber cuanto antes, no
quiere ponerte más suero, si no es necesario.
- Creo que es mejor… que me ponga… hasta mañana – respondió comenzando a
agitarse - y… te prometo que mañana empiezo…. Me duele mucho el costado…
- inhaló profundamente - y cuando vomito…, me duele más.
- Maca…
- ¿Por qué no lo llamas? – le preguntó frunciendo el ceño – creo… creo que me…
- ¿Qué te pasa? – se levantó alterada pero la pediatra no le respondió, solo se
quedó mirándola fijamente – voy a por él – le dijo dándose la vuelta.
- ¡Déjalo! – le pidió intentando incorporarse alterada al ver que se marchaba – no
te vayas, no… te vayas – repitió más alto - ya se me pasa.
- Maca…
- ¿No te acuestas? – preguntó cerrando los ojos de nuevo, al ver que regresaba a
su lado, e ignorando su protesta.
- No. Me quedo aquí.
- Humm – intentó decir algo pero no fue capaz, cayendo, de nuevo, en el sopor.

Esther volvió a sentarse, sus constantes estaban bien y no le había aumentado la fiebre
aunque seguía teniéndola en treinta y ocho grados. Se dispuso a pasar el resto de la
noche en vela, viéndola dormir. Pero al cabo de unos minutos, Germán abrió la puerta y
se acercó a ella.

- Sal un momento – le pidió echándole un vistazo a Maca.

Esther lo siguió notando que se le desbocaba el corazón. La cara de Germán lo decía


todo. Pasaba algo y no era bueno.

- Esther…, no te asustes pero… nos la llevamos al hospital.


- ¿Qué pasa?
- He estado estudiando todo su historial y viendo con Sara el cuadro que presenta,
me traían de cabeza un par de cosas que no encajan y quiero hacerle unas
pruebas.
- Pero…
- No te asustes, ¿de acuerdo? Si es lo que me temo, mañana deberías llamar a la
Clínica y avisar que Maca, con suerte, no volverá antes de unas dos o tres
semanas.
- ¿Tanto! pero… ¿qué le pasa? – preguntó comenzando a dar muestras de
nerviosismo, eran las tres de la mañana, algo muy serio debía ocurrir para que no
pudiese esperar, y para que los dos hubiesen estado estudiando el caso de Maca
después del día que llevaban.
- Sí, tanto. Luego hablamos ¿de acuerdo? – le dijo cariñoso.
- Dime que le pasa.
- Luego, Esther, cuando tenga los resultados – le dijo viendo la súplica en sus ojos
– no quiero decirte algo para después estar equivocado.

El médico entró de nuevo en la cabaña seguido de Esther, ambos vieron como Sara y
Maika, que habían llegado con él, preparaban a Maca y como dos jóvenes ayudantes del
campamento, la acomodaban en una camilla de mano. La pediatra se dejaba hacer pero
su gesto lo decía todo.

- ¿Qué… ocurre? – les preguntó Maca asustada, cuando los vio entrar –
Germán… - lo miró inquisitiva.
- ¿En qué quedamos, Wilson? – le preguntó Germán burlón - ¿tú no querías ir al
hospital?
- Si – murmuró mirando a Esther, necesitaba que ella la tranquilizase, que le
dijese qué estaba pasando y la enfermera se dio cuenta.
- No te preocupes – la cogió de la mano cuando pasaban a su lado – allí estarás
más cómoda, le mintió intentando tranquilizarla. Solo va a hacerte unas pruebas.
- ¿A …las tres de …. la mañana? – preguntó incrédula y entrecortada por el dolor
que sentía en el costado, clavando sus ojos en la enfermera y ésta, desarmada por
aquella súplica y sin saber ni poder responder, desvió esa mirada hacia el
médico.
- Cada vez te cuesta más respirar, ¿no es cierto? – habló Germán con calma, la
pediatra asintió – vamos a buscar cuál es el motivo. Sigues teniendo la fiebre
alta y ya debería estar bajando. Una cosa es que estés un par de semanas con
desajustes de temperatura y otra que la fiebre no desaparezca ni baje.
- Pero…
- Solo vamos a hacerte unas placas, Wilson, no me seas miedica.
- No… saldrá nada – murmuró cansada, pensando en que siempre era igual,
después le diría como los demás, que estaba cansada, que su bloqueo emocional
le provocaba dolores físicos pero que no tenía nada, que descansase y se tomase
unas vacaciones, se alejase de todo, ¡cómo si eso fuera tan fácil! ¡Cómo si
pudiese olvidar que tras cualquier esquina le esperaba la muerte! no tenían ni
idea de lo que era vivir así, siempre temiendo, siempre con miedo.

Los dos chicos salieron de la cabaña seguidos de Sara y Maika. Germán retuvo a Esther.

- Maca me comentó que le molestaba un hombro – le dijo.


- Si – respondió distraída mirando hacia el grupo que se alejaba.
- ¿Cuánto hace de eso?
- No sé, algunas semanas, ¿por qué?
- ¿Cómo fue?
- ¿Lo del hombro! le dieron un golpe y después se cayó de la silla golpeándoselo
de nuevo.
- ¿Se quejó mucho de ese golpe?
- Pues… la verdad es que sí, que le molestó bastante, de hecho creo que no ha
dejado de molestarle, pero claro luego, cuando la atacaron… no sé… le dieron
tal paliza que quizás también la golpearon en ese costado y creo que si, que
también en ese hombro.
- ¿No se golpeó ninguna costilla?
- ¡Claro que se golpeó las costillas! le dieron una paliza ya te lo he contado – saltó
nerviosa, deseando correr tras Maca.
- Necesito saber de lo que ella se quejaba.
- Ya te lo he dicho, del hombro y luego, también del costado.
- Bien – dijo pensativo saliendo tras la camilla, Esther corrió junto a él.
- Germán, me he perdido, ¿qué tiene que ver ese dolor, con la fiebre y…?
- Adela nos ha mandado su historial completo. Las pruebas no muestran ningún
daño en el hombro. Nada como para que le esté molestando durante tanto
tiempo.
- ¿Y! no entiendo…
- Creo que Maca tiene algo de pulmón, tengo que comprobarlo, pero desde que la
ausculté la primera vez no me gustó nada ese ronquido. Y esa fiebre tan alta…
Y… me temo que la cagamos al meterla en el barreño.
- ¿Qué es algo de pulmón?
- De momento, nada, esperemos a los resultados de las pruebas, ¿de acuerdo?
- Neumonía, ¿te refieres a eso! - dijo recordando las complicaciones tras la paliza
- en la UCI tuvo fiebre y con los antibióticos Cruz se la controló pero, hasta el
día anterior de venirnos, la seguía teniendo. Cruz decía que no salía nada en las
pruebas.
- Vamos con ellos – le dijo tirando de ella – y.. no… no me refiero a eso. He
hablado con Gándara de nuevo. Voy a repetirle las pruebas que le hizo ella y voy
a comprobar una cosa.
- ¿Has vuelto a hablar con Cruz?- musitó imaginando cómo debía estar.
- Sí y… por cierto… está muy molesta contigo, al parecer quedaste en llamarla
hoy y…
- No he tenido tiempo – se justificó.
- Ya le he dicho yo que no te despegas de tu pediatra – bromeó poniendo cara de
pillo – pero aún así te espera una buena bronca.
- Germán …
- Que sí, que en cuanto sepa algo seguro te lo digo – la cortó con una sonrisa –
porque no duermes un poco, llevas casi veinticuatro horas en blanco y te
recuerdo que, dentro de cinco, sales para recoger a Clarise.
- Ya dormiré en el camión o… cuando vuelva.
- Ay, que voy a hacer yo contigo – exclamó condescendiente, pasándole el brazo
por los hombros – anda, vamos a ver si conseguimos que esta Wilson no nos de
más sustos.

* * *

Esther esperaba paseando de un lado a otro impaciente, fumando un cigarrillo. Germán


había salido hacía unos minutos, ya tenía todos los resultados y le había explicado lo
que pasaba, Maca tenía líquido en la pleura, bastaría con un pequeño drenaje y en poco
tiempo estaría mejor. Se había sentido aliviada. Había estado imaginando todo tipo de
enfermedades y de posibilidades, hasta el punto de ponerse histérica, por eso Germán la
mando fuera, si no quería dormir, al menos le pedía que no alterase más a la pediatra. Y
allí estaba intentando calmarse cuando Gema salió en su busca.

- Dice Sara que van a empezar ya, que puedes esperar dentro si quieres – la
informó.
- Gracias – la miró con recelo, “mi sustituta”, pensó, “debería ser yo la que
estuviese ahí dentro con Maca”.

La enfermera entró en la antesala del quirófano, Sara y Maika, ya estaban del mismo,
preparadas para intervenir y le sonrieron al verla llegar y asomarse por el cristal de la
puerta. La enfermera escuchó pasos a su espalda y se giró, el médico llegó hasta ella.

- Germán déjame entrar con vosotros – le pidió.


- De eso nada. Una cosa es que te deje cuidarla y otra muy diferente que entres en
quirófano.
- Por favor, quiero estar dentro… con ella.
- Esther, es mejor que esperes aquí.
- Por favor…
- No me hagas perder más tiempo. No vas a entrar.
- Pero ¿no dices que es muy sencillo, que será solo anestesia local? – preguntó
retóricamente pues conocía perfectamente lo que iban a hacerle.
- Si, ya lo sabes, lo hemos hecho miles de veces.
- Entonces…
- Esther, ¿en serio crees que estas en condiciones?
- ¿Cuántas veces estamos aquí en plenas condiciones? Dime, ¿Cuántas? – le
preguntó alterada - por favor, necesito estar con ella, aunque solo sea para…
- Está bien – suspiró resignado entendiendo lo que quería – pero solo para
acompañarla, no vas a hacer nada.
- Gracias – saltó a besarlo y corrió a prepararse.
- ¡Mierda Esther! – protestó corriendo tras ella – a ver si refrenas esos ataques de
cariño que ahora tengo que volver a cambiarme. Así es que aparta que voy yo
primero.

Al cabo de unos minutos, Esther entró en el quirófano perfectamente ataviada, Germán


ya había comenzado y Sara estaba junto a él, observándolo. Esther se acercó a Maca y
se colocó a la altura de su cabeza enfrente de Germán. Le cogió la mano y la miró con
una sonrisa “todo va a ir bien”, le susurró, la pediatra asintió, tranquila, Germán ya le
había explicado lo que le ocurría y sabía que aquello era muy fácil, una pequeña
incisión, colocarle el tubo, extraerle el líquido y podría respirar mucho mejor. Ahora
todos tendrían que darle la razón cuando se quejaba del hombro, no eran imaginaciones
suyas, como estaba segura que pensaron. ¡Lo sabía! ¡sabía que no eran imaginaciones
suyas! sonrió y Esther le devolvió la sonrisa, pero Maca no estaba pensando en ella,
pensaba en las palabras del médico. No era lo más frecuente pero, en muchas ocasiones,
la inflamación de la pleura, irritada por un golpe, no solo era inapreciable en las placas,
si no que podía provocar un dolor reflejo en el hombro. Si la hubiesen escuchado no
habrían dado lugar a estar como estaba. Claro, que si ella hubiese hecho caso de Cruz y
se hubiese quedado en casa, descansando, cuando le comenzó la tos y la fiebre, tampoco
estaría en aquella camilla. Maca suspiró y Esther le apretó la mano y le guiñó un ojo. La
pediatra asintió en señal de agradecimiento. La enfermera no se separaba de su lado y
ella se sentía reconfortada cada vez que la veía llegar.

- Al final Wilson, voy a tener que darte la razón – bromeó Germán mirándola – y
voy a tener que reconocer que mi enfermera es una tardona.

Maca lo miró con ojos fulminantes e hizo ademán de quitarse la mascarilla para
responderle. Él soltó una carcajada.

- No te muevas Maca – le dijo Esther observando que el monitor marcaba un


ritmo cardiaco más alto y mirando a Germán le recriminó – y ¿tú no puedes
dejar de pinchar un poco?
- Esto es un quirófano, no un patio de colegio – les recombino a ambos Sara, que
nunca se acostumbraría a esas charlas intrascendentes. Siempre seria y atenta en
el trabajo, admiraba a Germán pero no entendía como podía estar siempre
bromeando, había veces que la sacaba de quicio y esas veces él volvía a sonreír
y le susurraba “demasiado seria para ser tan joven” – Germán se está… .
- Si, ya lo veo, pero ya he terminado – la tranquilizó mirando también él las
constantes - Bueno… Wilson, pues esto ya está – dijo en un tono más alto -
verás como ahora respiras mucho mejor y desaparece ese dolor en el costado.

Le dijo guiñándole un ojo. Maca miró a Esther y está leyó en sus ojos que algo no iba
bien.

- Germán – lo alertó la enfermera. El médico miró al monitor preocupado.


- ¿Qué coño…? – masculló Germán.
- Taquicardia ventricular – le dijo Sara. Esther notó que Maca le apretaba la
mano.
- Joder Wilson, estás empeñada en ponérmelo difícil – exclamó - Vamos a
dormirla a ver si conseguimos que recupere el ritmo normal – ordenó al
anestesista. En unos segundos la situación se había estabilizado y todos
respiraron tranquilos – Quiero analítica completa – le dijo el médico a Maika,
dirigiéndose hacia la puerta, se volvió quitándose los guantes y le hizo una seña
a Sara para que salieran.
- Vamos Esther – Sara tiró de ella – Maika se encargará de vigilarla hasta que
despierte.
- No, yo quiero quedarme con ella.
- Vamos, sal conmigo – le ordenó en tal tono que la enfermera la miró extrañada y
la siguió.

Llegaron junto a Germán que ya se había despojado de las ropas de quirófano.

- Ahora, en un rato, la llevaremos a una cama, cámbiate y la esperas allí – le


ordenó Germán a Esther.
- ¿Me vas a explicar que le ha pasado? – preguntó la enfermera.
- Ya lo has visto – le respondió sin comprender qué era lo que quería saber, ella
conocía perfectamente lo que había sucedido.
- No me refiero a la taquicardia, me refiero a la operación.
- Maca no está bien, te lo llevo diciendo desde que llegasteis – le dijo Germán
saliendo con ellas de quirófano – Gándara ya sospechaba que ocurría algo pero
no aparecía nada en las placas.
- ¿Y eso como es posible?
- Es posible, hay un porcentaje bastante alto de casos de este tipo en el que no se
llega a saber las causas. Cuando vuelva a Madrid deberían hacerle más pruebas,
yo aquí no puedo.
- Sigo sin entender como a Cruz…
- Esther, la radiografía de tórax no mostraba nada anormal. La tomografía no
indicaba signos ni de neumonía ni de ningún tipo de afección, ni abscesos ni
tumores. La ecografía tampoco mostraba la presencia de líquido. Te aseguro que
Gándara le hizo todas las pruebas y en ninguna se aprecia nada.
- Y… ¿entonces?.
- Puede ser que en el primer golpe que se dio la pleura se irritase, pero sin llegar a
mostrar una inflamación apreciable ni producirse derramamiento del líquido
pleural. En esos casos es frecuente que el dolor se refleje en el hombro, sobre
todo en una persona que está en su situación. Maca se quejaba de ello, pero al no
verse nada en las placas y al no presentar ningún otro indicio todos pensaron que
se debía al golpe recibido y cuando empezó a quejarse del costado no le hicieron
caso – le explicó ante la atenta mirada de la enfermera que sintió lástima por la
pediatra, siempre intentando aparentar fortaleza y mira para lo que le había
servido – al no atajarlo el dolor fue en aumento, con él, algunos problemas
respiratorios, la tos y la fiebre, que siguió tratándose de forma independiente. Al
principio hubiera bastado con unos antibióticos y unos días de reposo. Por eso,
mientras estuvo ingresada, mejoró.
- Pero… no entiendo como Cruz… no vio…
- Era prácticamente imposible pensar en esa opción, nadie lo hubiera hecho y
menos con una paliza como la que le habían dado. Ya te he dicho que he visto
todas las pruebas, en ninguna se apreciaba nada. El problema surgió cuando se
golpeó en el camión, ahí si que se le produjo un derrame, el fuerte dolor en el
costado, los ronquidos de sus pulmones, la fiebre tan alta que no se correspondía
con la insolación leve, me hicieron sospechar que había algo más. Pero ahora sí
que ha salido en las placas.
- Y ¿porqué quieres que se quede dos semanas! ¿no te parece mucho?
- Sí, pero se va a quedar, le he hecho una toracocentesis y voy a mandar el líquido
a Kampala, hasta que no sepamos las causas del derrame, no quisiera que se
marchara de aquí.
- Pero tú crees que puede deberse a algo... algo… – se interrumpió, sin ánimos
para decir lo que pensaba.
- El análisis del líquido nos mostrará si hay o no células cancerígenas, hongos o
bacterias. Pero si te sirve de algo mi opinión, yo creo que se debe al golpe.
- Total que al final ha sido una suerte que le diera un codazo – bromeó la
enfermera aliviada, ¡claro que le servía su opinión! en muy pocas ocasiones lo
había visto fallar un diagnóstico.
- Se puede decir que sí, enfermera milagro – sonrió satisfecho – de todas formas,
tengo que hablar seriamente con ella. Parece mentira que siendo médico, no
escuche nada a su cuerpo.
- ¿De qué vas a hablarle! ¿de la medicina yoruba? – le sonrió burlona, pensando
en lo que diría Maca si supiera que su amigo era un fanático de la medicina
tradicional africana.
- Debería – sonrió – si no llega a ser por el preparado de hierbas que le di, creo
que no hubiese aguantado hasta vuestra vuelta.
- ¿Y por qué quieres que se escuche más! ¿no te parece que ya se presta
demasiada atención?
- No sé, me da a mi que ha aprendido a no hacerse caso y plegarse a lo que le
dicen los demás, y esa no era mi Wilson.
- ¿Tú Wilson? – torció Esther la boca en una mueca burlona.
- Quiero decir que ha cambiado – respondió mostrando cierto nerviosismo que
llamó la atención a la enfermera, “no si al final estos acaban siendo de nuevo
amigos”, pensó con una sonrisa, “me encantará ver la cara de Adela si se entera”
- ¿de qué te ríes! lo digo en serio, debería imponerse más.
- Creo que en ese sentido no vas a conseguir nada. Maca está cansada de que todo
el mundo le diga lo que le pasa y nadie la escuche, pero creo que se ha resignado
a esa situación.
- Nunca tuvo problemas para hacerse oír – le dijo él, Esther lo miró agradecida y
volvió a sonreír, esta vez, sí al médico – bueno ahora tendremos que encargarnos
de que se recupere. ¿Por qué no aprovechas y hablas con tu Clínica! Maca no va
a volver en unos días.
- ¿Cuántos?
- Ya te lo dije, mínimo dos semanas y luego, ya veremos.
- Germán…
- ¿Qué! ¿prefieres que lo haga yo?
- ¿No te importa! quiero estar con ella cuando despierte.
- Muy bien. Llamaré yo. Anda cámbiate y ve con ella.
- ¡Gracias! recuérdame que te compense.
- Tranquila que te lo recordaré – le señaló con el dedo en señal de amenaza y con
unos ojos que mostraban la alegría que sentía – por cierto, esa Gándara… ¿cómo
es! ¿está casada?
- ¡Germán! – lo recriminó con una sonrisa.
- Me gusta como habla – le dijo con los ojos bailones – es educada, amable,
irónica y sabe lo que se hace, ¡creo que me he enamorado! – suspiró mirando
hacia arriba y poniéndose la mano en el corazón.
- Tiene pareja – le dijo Esther – además, no se parece a ti en nada.
- ¡Ya me extrañaba a mi! ¿Y la tal Teresa?
- ¿También te has enamorado? – preguntó burlona.
- Bueno… parece que se alegra cada vez que llamo.
- Eso no es por ti – rió – es por saber de Maca – le dijo – pero ¿tu ves! con ella si
que tendrías posibilidades – bromeó y soltó una carcajada imaginando el cuadro.
- O sea que en tu clínica, nada de nada, ¿no?
- Nada de nada. Salvo que quieras repetir con tu ex – le dijo misteriosa y se giró
saliendo en dirección a los baños, quería darse una ducha antes de volver junto a
Maca y de marcharse a Jinja.
- Esther… ¿qué quieres decir? – lo escuchó preguntarle elevando la voz – ¡eh!
¡Esther!

Ella se giró ligeramente levantó la mano, negando con el dedo índice y lo dejó allí con
las dudas y una expresión extraña. A Esther le pareció aliviado y es que el médico
también había estado muy preocupado por la pediatra.

* * *

"Maca ...", le pareció escuchar a aquella voz de nuevo, “Maca, despierta, ayúdame”,
“Maca, despierta”, su mente la llevaba a aquél lugar oscuro, frío, quería salir de allí pero
no podía, “Maca, vamos, por favor, abre los ojos, vamos”, “Maca ¡ayúdame!”, era ella
sí era aquella voz, pero luego la voz se tornaba oscura, como todo a su alrededor,
sombras en las sombras y ya no era ella, era otra voz la que la llamaba “Maca, bebe un
poco”, aquella voz “hoy no”, “se equivoca como siempre doctora”….

- Uhm, uhm – gimió abriendo los ojos asustada sin saber donde estaba y con el
corazón desbocado.
- ¿Maca? – la llamó Esther suavemente al verla inquieta – Maca, tranquila – le
dijo intentando frenar sus esfuerzos por incorporarse.
- Estoy despierta, estoy despierta – se repitió con debilidad como si temiese que
ese pensamiento no hubiese tomado forma en su boca, mirando con desconcierto
a la enfermera que vio otra vez en aquellos ojos una expresión vacía, perdida.
- Sí, tranquila, estabas soñando – le respondió Esther acariciándole la mejilla y
cogiéndola de la mano – descansa que yo estoy aquí contigo – le dijo sentándose
en el borde de la cama para que la sintiese cerca. Maca suspiró, y cerró de nuevo
los ojos, recuperando poco a poco la calma.

Al cabo de unos minutos, Maca volvía a dar muestras de un sueño agitado. Esta vez sus
labios se movían intentando pronunciar palabras que no llegaban a cobrar forma.
Finalmente, abrió de nuevo los ojos asustada, Esther se movió hasta quedar frente a la
pediatra, pensando en que, probablemente, había vuelto a tener otra de sus habituales
pesadillas y la había despertado en busca de consuelo. En estos días siempre lo hacía, y
Esther estaba encantada de poder dárselo. Con suavidad le apartó un mechón de pelo de
la frente, que por fin volvía a estar sudorosa, Maca entornó los ojos intentando
enfocarla, pero aún le pesaban los párpados. Luego, la enfermera, con el dorso de la
mano, dibujó una leve caricia a lo largo de su mejilla. Maca no dejaba de mirarla pero
no era capaz de articular palabra, aún estaba adormilada. Esther se preguntaba cuáles
serían sus pensamientos. Se mantuvieron así unos minutos, Esther con la mano de Maca
entre las suyas y acariciándola suavemente, Maca con la vista clavada en la enfermera,
recuperando la consciencia y la calma tras la agitación de sus sueños. Cuando Esther
percibió que estaba más tranquila le habló con ternura.

- ¿Recuerdas el salto que di la primera vez que me besaste? – le preguntó con la


vista clavada en sus ojos y la mente perdida en el pasado. Maca a pesar de su
cansancio y su falta de lucidez sonrió levemente.
- Si – dijo casi con un suspiro – como un calambrazo... – recordó con un deje de
dolor que no evitó que esbozara una leve sonrisa.
- Nadie me había acariciado nunca de ese modo, no así – le dijo con tal intensidad
en la mirada que Maca apartó la vista.
- ¿Cómo así? – le preguntó al cabo de unos segundos. Su mente estaba más rápida
que su capacidad para hablar.
- Sin esperar nada a cambio – reconoció la enfermera.
- Te equivocas – respondió casi sin aliento – lo esperaba todo – murmuró más
bajo como si cada vez que alzaba la voz el dolor la hiciese bajarla.
- Chist – le puso un dedo en los labios – Germán me va a matar, dice que debes
descansar. No me respondas. Solo quería que me escucharas.

Maca asintió cansada y cerró los ojos. Los de Esther se anegaron de lágrimas sin poder
evitar un leve sollozo, no soportaba verla así. La pediatra, lo escuchó, abrió de nuevo
los suyos e hizo un gesto como si fuera a decir algo pero las fuerzas le fallaron. Esther
esperó que sus lágrimas pasaran inadvertidas. No podía evitar sentir congoja al recordar
el pasado y ver el presente en el que se encontraban, al pensar la clase de gente con la
que Maca tenía que enfrentarse todos los días y que la habían hecho encerrarse aún más
en sí misma, y cada día que pasaba, ella dudaba más en sus posibilidades de ayudarla
como ya le pidiera María José, era tan difícil llegar a ella y lograr que se abriera.

- ¿Por qué lloras? - preguntó Maca con un hilo de voz al observar que dos
lágrimas escapaban de los ojos de la enfermera.
- Porque me alegro muchísimo de que te vayas a poner bien, de que estés aquí
conmigo y porque... – Esther guardó silencio temerosa de desvelarle todos sus
sentimientos.
- ¿Por qué? - inquirió nuevamente ávida de conocer la respuesta.
- Porque quiero que te pongas bien para enseñarte todo esto – respondió con una
media verdad, en realidad quería decirle que la quería más que a nada en este
mundo, y que no soportaba la idea de perderla, de verla sufrir, de no poder estar
junto a ella...
- Yo también tengo ganas de que me lo enseñes – dijo con trabajo y mostrando las
dificultades que tenía al hablar cerró de nuevo los ojos con el ceño fruncido. Al
cabo de unos instantes Esther creyó que dormía de nuevo.
- En realidad, lloraba porque te quiero tanto, tanto… - murmuró creyendo que la
pediatra no la escuchaba, pero se equivocaba y, aunque con lentitud, su mente
estaba procesando aquella confesión, ahora si que estaba sin habla pero no
porque físicamente le doliese todo cuando lo hacía, si no porque no sabía qué
decirle a Esther – y… si… pudieses perdonarme….
- Vaya - soltó por fin, gratamente sorprendida, levantó una mano buscando la de
la enfermera, y Esther se la estrechó, intentando perderse en sus pensamientos,
intentando descifrar aquel silencio.

“Háblame”, pensó Maca, “háblame, no recuerdo tu voz”, “necesito que me hables”,


pedía mentalmente, sus ojos volvieron a cerrarse, se sentía flotar en un espacio oscuro y
al mismo tiempo lleno de luz, la luz que había provocado en su interior aquella
confesión de la enfermera.

Esther, mantuvo la mano de Maca entre las suyas, el ceño fruncido con preocupación.
Germán aseguraba que todo iba bien, pero ella no podía evitar aquella sensación de
angustia, de pánico, sentía una aprensión tremenda, le parecía que la pediatra no
terminaba de despertar y que constantemente se sumía en una somnolencia que no le
presagiaba nada bueno. Maca se agitó de nuevo y abrió los ojos, enfocándola con
dificultad.

- Esther… -murmuró.
- Hola – le sonrió - ¿Cómo estás?
- Mejor - musitó. Su mirada era más limpia y Esther respiró aliviada.
- ¿Tienes frió?
- No. ¿Te vas ya? – preguntó desconcertada sin saber donde estaba y creyendo
que seguía en la clínica y se turnaban apara acompañarla.
- No – sonrió – me quedo contigo.
- No quiero estar sola.
- Tranquila, estoy aquí – la cogió de la mano – no me voy a ninguna parte.
- Gracias – murmuró, esbozando una sonrisa y durmiéndose de nuevo.

Cuando volvió a la realidad lo hizo con la sensación de que algo había cambiado entre
ellas, pero no era capaz de recordar el qué, Esther seguía con la vista puesta en su rostro,
y su mano cogida, por primera vez en dos días Maca fue, realmente consciente, de la
precaria situación en la que se encontraba.

- Gracias, Esther…
- ¿Otra vez? – sonrió
- ¿Otra vez? – murmuró intentando recordar cuando se lo había dicho, pero no lo
conseguía – si… gracias por seguir aquí y cogerme la mano.

Germán entró y Esther se giró hacia él.

- Bueno, bueno – dijo al ver a Maca con los ojos abiertos – vamos a ver como
sigue la damisela. ¿Cómo estás?
- Bien – respondió en voz baja. Germán sonrió comenzando a examinarla.
- No me mientas doctora, ¿cómo estás?
- ¿Cómo quieres que esté? – protestó y Germán la miró satisfecho, volvía a ser la
de siempre, más apagada, pero con el mismo mal genio.
- ¿Te sigue doliendo el costado?
- Casi nada.
- Eso si que está bien – bromeó – vas a empezar a tomar líquidos. Y no me pongas
esa cara. Te quiero fuera de mi hospital ¡ya! Necesito la cama.
- ¡Germán! – intervino Esther dispuesta a protestar su decisión, era demasiado
pronto para darle nada a Maca, pero se calló al ver la cara burlona del médico.
Siempre olvidaba que Maca y él mantenían ese tipo de relación.
- ¿No me respondes Wilson?
- Déjame en paz – dijo cerrando los ojos.
- Luego te veo – soltó una carcajada satisfecho de su exploración – y tú no la
canses, que te conozco – le susurró a la enfermera en el oído.

Esther salió tras él.

- ¡Germán! – lo llamó deteniéndolo en la salida – ¿en serio la ves mejor?


- Sí – le sonrió – en unos días la tendrás por aquí correteando y gruñendo.
- ¿Más? – le preguntó burlona y con un brillo en los ojos que reflejaba la alegría
que sentía – gracias, gracias – saltó abrazándose a su cuello.
- Esther… hay una cosa que… me sigue preocupando.
- ¿El qué? – preguntó con temor, no podía ser ¿qué es lo que pasaba ahora?
- Esos temblores, ¿te has dado cuenta que no deja de temblar?
- Si, pero son mucho menos fuertes que antes de la operación.
- Aún así, no les encuentro explicación. Tiene que haber algo que se me escapa y
quiero verlo contigo.
- ¿Conmigo?
- Sí, Esther, ya sé que quieres estar junto a ella todo el tiempo hasta que te
marches pasado mañana, pero necesito que hablemos. Sara se quedará de
guardia esta noche y tú y yo cenaremos juntos, y repasaremos todo, hasta el más
mínimo detalle, tiene que haber algo que no me has contado y que no aparece en
su historial.
- Pero entonces…
- Entonces nada. No me pongas esa cara de susto, niña – sonrió – ya la has visto.
La operación ha ido bien y está estable y mejorando, no tienes porqué
preocuparte por ella – le dijo colocando su mano en la mejilla de la enfermera y
acariciándola con el dedo pulgar – anda, éntrate, que ya te estará echando de
menos.
- No le gusta estar sola.
- Pues… tendrá que acostumbrarse, cuando te vayas no tendrá a nadie que esté
todo el día pendiente de ella.
- Ya lo sé – dijo con tristeza.
- Bueno, esta noche nos vemos. ¡Ah! Hazme una lista con todo lo que Maca se
haya traído.
- ¿A qué te refieres?
- A todos los medicamentos, y todo es todo, desde la heparina a los laxantes – dijo
conocedor de que debería tomar ambas cosas – todo ¿entendido?
- Sí, pero… ¿por qué?
- Por nada. Necesito comprobar una cosa. Luego hablamos – la dejó en la puerta y
se dirigió al pabellón de aislamiento.

Esther lo observó con cariño, en esos años había aprendido a quererlo, a aguantar sus
chistes malos, a reírse con él y a apoyarse mutuamente. Lo cierto es que en Madrid lo
había echado mucho de menos, a su lado se sentía segura y capaz de salir adelante de
cualquier situación como tantas veces les había ocurrido. Suspiró y volvió junto a la
pediatra que de nuevo dormía.
* * *

Una hora después, Esther y Sara montaban en el camión dispuestas para el viaje. La
enfermera había estado hasta el final remoloneando, sin encontrar el momento adecuado
para dejar a Maca, cuando no era que le parecía que tenía fiebre, era que se había
despertado y no quería dejarla sola, o que estaba preocupada porque no terminaba de
recuperar la consciencia, y así estuvo hasta que Sara llegó a buscarla y, literalmente, tiró
de ella hasta subirla al camión. Era preciso recoger a Clarise y la única persona que
podía firmar como receptora y responsable del traslado era la enfermera, quien había
sido autorizada desde Madrid.

Mientras, en el hospital la pediatra abrió los ojos. Llevaba un rato escuchando voces,
lloros y una especie de cánticos que en un primer momento interpretó como rezos. Vio
pasar a un médico corriendo hacia una de las camas de enfrente, y tras unos momentos
de atención al paciente, junto a una joven que interpretó sería enfermera, cubrieron al
individuo con una sábana. Maca, a pesar de estar acostumbrada a todo aquello, sintió un
escalofrío y una aprensión terrible. Buscó a Esther con la vista pero no era capaz de
localizarla en ningún punto de la inmensa estancia. Habría salido en busca de alguna
cosa o quizás a comer algo.

Aquel lugar se le antojó espantoso, ¡qué sensación de frío transmitía! se fijó en el suelo
con baldosa marrón claro, en el zócalo de azulejos verde agua y el resto de la pared
blanca, no podía ser una decoración más deprimente. A su alrededor pudo comprobar
que había decenas de camas puestas en dos hileras unas frente a las otras, entre ellas
apenas metro y medio de separación, los colchones delgadísimos, no le extrañaba que le
doliese tanto la espalda. Sus vecinos de ambos lados sonrieron al verla abrir los ojos y
ella intentó corresponder, pero le dolía demasiado todo el cuerpo como para prestar
atención a las mínimas normas de educación.

A la derecha, tenía un pequeño que no debía contar con más de siete años, una mujer
estaba junto a él, y le estaba dando de comer, Maca sintió asco de aquel emplasto que
no era capaz de identificar y se juró así misma no quejarse nunca más de la comida de
un hospital. Interpretó que aquella mujer era la madre del pequeño, aunque aparentaba
ser también muy joven. A la izquierda, una chica que no estaba acompañada, llena de
vendas y moratones, intentaba comer con un gesto de dolor cada vez que se llevaba un
bocado a la boca.

Levantó la vista al techo, le seguía doliendo la cabeza y el ruido que allí había no
contribuía a su mejora. “¡Joder! ¡qué esto es un hospital!”, pensó enfadada y molesta, en
cuanto apareciese Germán se quejaría de aquel desbarajuste, debía imponerse y hacer
cumplir unas mínimas normas. Era evidente que los medios eran escasos, pero si no se
establecía una mínima disciplina ocurría lo que estaba viendo, el caos.

¿Dónde estaba Esther! necesitaba verla, necesitaba hablar con ella, preguntarle tantas
cosas, quería salir de allí ya, no soportaba más todo aquello. “Esther, vuelve”, pensó
comenzando a angustiarse. De pronto su mente reprodujo la confesión de la enfermera y
su corazón se disparó “Sí, me ha dicho que me quiere, no lo he soñado, ¡me lo ha dicho!
¿Qué le he respondido! no lo recuerdo, ¡dios! ¿qué le habré dicho! y ¿por qué no está
aquí? Esther ¿dónde estás? Esther… ¡Esther!”, pensó girando la cabeza hacia donde
creía que estaba la puerta, “Venga, vuelve, ¡Esther! ¡vuelve!”. Un médico se acercó a
ella corriendo, ¿qué pasaba! junto a él llegó aquella chica que debía ser enfermera pero
que no iba vestida como tal, “otro error”, pensó, ¿Quiénes eran? no conocía a ninguno
de los dos.

- ¿Qué le ocurre, doctora? – le preguntó el médico dejándola sorprendida, “nada”,


pensó responder pero fue incapaz de articular palabra.

Vio que le daba una orden a la enfermera y está, con prisas preparaba algo y se lo
inyectaba. Esther… Esther… ¿por qué no viene Esther! intentó preguntar, pero los
párpados le pesaban, tenía mucho sueño…los ojos se le cerraron y de nuevo se dejó
vencer por él.

Lo siguiente de lo que fue consciente era de que alguien la estaba tocando. Con
delicadeza, casi sin que se diera cuenta, pero no eran imaginaciones suyas, alguien había
entrado en su habitación, ¿cómo no había saltado la alarma? Abrió los ojos asustada y
vio la cara burlona de Germán, dejándola completamente descolocada.

- ¿Qué pasa Wilson! ¿te he asustado?


- No – mintió orgullosa, recuperando el aliento y volviendo a la realidad de donde
se encontraba.
- Tenía que revisar este drenaje – le explicó con suavidad, viendo su cara de
desconcierto, fruto del tranquilizante que le habían inyectado hacía un par de
horas - siento haberte despertado.
- ¿Dónde… está Esther? – le preguntó al comprobar que la enfermera seguía sin
estar a su lado.
- Ha ido a Jinja, tiene que recoger a Clarise, estará fuera casi todo el día – sonrió.
- Fuera… - murmuró abatida, Germán se percató de ello y recordó las palabras de
la enfermera, “no le gusta estar sola”.
- Sí, fuera – le repitió - y no pongas esa cara de pena mujer, que en un rato la
tienes aquí – bromeó al verla tan compungida – si necesitas algo… puedes
decírmelo a mi – se ofreció mostrando algo de timidez, esperando una respuesta
negativa o airada de la pediatra, pero Maca aún no estaba para bromas, y lo miró
sin entender muy bien qué hacía allí.
- Necesito… hablar… por teléfono – le pidió entrecortada.
- ¿Hablar por teléfono? – soltó una carcajada – pero… ¿tú te has visto, Wilson! si
te cuesta trabajo hilar dos palabras seguidas.
- Lo… necesito – le dijo con ojos suplicantes.
- Vamos a ver Wilson, aún no puedes hablar con nadie – le respondió con
seriedad – en un par de días quizás te deje, pero de momento, no hay ni
llamadas, ni preocupaciones, ni nada de nada, solo descanso.
- Necesito… saber... – se detuvo demostrando el trabajo que le costaba hacer
efectivos sus pensamientos.
- Y yo necesito un ventilador, y unas vacaciones y si me apuras… - bromeó
cortándola para que no se esforzase
- ¡Escúchame! – intentó elevar la voz notando que le retumbaba la cabeza y volvía
a notar una presión en el pecho.
- Vale, vale, no te alteres que si lo haces vuelvo a dormirte un ratito – la amenazó
viendo que se aceleraba su ritmo.
- ¡No! … por… favor – le pidió.
- De acuerdo, pero no te pongas nerviosa ni te esfuerces – le dijo con seriedad –
dime qué es eso que necesitas.
- Necesito… saber… como está Ana – masculló mirándolo fijamente como si él
supiera de quien le hablaba - y... si... nota… si nota – se detuvo mostrando la
dificultad que tenía para articular las palabras - que no he ido a verla.
- ¿Quién es Ana? – le preguntó con cara burlona por aquella revelación tan
curiosa.
- Mi mujer – respondió sin percatarse de que él se burlaba.
- ¡Joder Wilson! ¿cómo que si nota! muy tonta tiene que ser para no notar si estás
o no en casa, o es que… ¿acaso dudas que te eche de menos? – soltó una
carcajada por aquella ocurrencia y repitió – ¡sí, señor! muy tonta debe ser si no
nota que le falta al lado una mujer como tú – sonrió intentando halagarla.

Pero Maca arrugó el ceño, a pesar su estado Germán pudo comprobar que sus ojos se
oscurecían ante su burla y la pediatra ensombreció su rostro, mostrando una expresión
dura ante aquel comentario. Germán se arrepintió de haberlo hecho al instante y esperó
un merecido exabrupto por su parte, sin embargo, la pediatra no respondió.

- Claro que debe echarte de menos – le dijo mucho más suave y serio – perdona,
no quería ofenderla a ella, ni… a ti tampoco.
- Eres un bocazas – masculló casi con lágrimas en los ojos.
- ¡Vamos! Wilson, que te he pedido disculpas. Lo siento – repitió cogiéndola de la
mano – ya sabes que la diplomacia nunca fue mi fuerte – le sonrió afable -
siempre que hablaba subía el pan – enarcó las cejas con cara de circunstancias
intentando ganarse su perdón.
- No vuelvas… a… hablar así de ella.
- Prometido – le sonrió poniéndose la mano en el pecho sin poder evitar pensar en
Esther, estaba claro que Maca quería a su mujer, a pesar de que la enfermera le
había transmitido la idea de que podía tener posibilidades con ella. Y sintió
miedo de que solo fueran imaginaciones de su amiga y que Maca, fuese ajena a
esas intenciones.
- Quiero… hablar con mi madre. Necesito…
- Ya te he dicho que no vas a hablar con nadie, de momento – le repitió con
autoridad.
- Germán… - intentó protestar.
- Y como te pongas cabezona no dejo que entre ni siquiera mi enfermera milagro
– la amenazó, recalcando el mi, pero Maca no se percató de ello.
- Vale – aceptó sumisa, con un suspiro, volviendo a notar que se le humedecían
los ojos. Ante el miedo que le producía la idea de que no la dejara ver a la
enfermera.

Germán aflojó comprendiendo que aún no estaba para bromas, y que debía de sentirse
sola, desubicada y agotada.

- Pronto podrás hablar con tu mujer. ¿de acuerdo?

Maca asintió cansada y cerró los ojos otra vez. Le dolía la cabeza y no era capaz de
seguir con aquella conversación. El médico la observó con una sonrisa, ¡no cambiaría
nunca! siempre tan orgullosa, cabezona y aparentemente dura. Aunque tenía que
reconocer que la pediatra había cambiado un poco, pero él seguía reconociendo en ella
la amiga que fue.

* * *
Esther y Sara regresaron casi al anochecer, el viaje había sido tranquilo y Clarise lo
había aguantado muy bien. Sara se encargó de ingresar a la niña mientras Esther iba en
busca de Germán, estaba cansada y no le apetecía en absoluto ponerse a repasar el
historial de Maca, pero sabía que era necesario. Antes de marcharse le había dejado a
Germán lo que le pidió y, conociéndolo, albergaba la secreta esperanza de que el
médico hubiese empezado sin ella y hubiese descubierto aquello que buscaba. Su
esperanza se convirtió en certeza. Germán la espera con una sonrisa de triunfo.

- Aquí, está – le dijo golpeando un prospecto – aquí está el culpable de esos


temblores.
- ¿El qué? – preguntó la enfermera cogiendo el papel que le tendía y mirándolo -
¿el jarabe de la tos?
- ¡Exacto! Por eso están remitiendo desde que no lo toma.
- Pero…
- No es lo más frecuente pero se da en algunos casos y además, le codeína que
lleva, le empeoró su estado. ¡Suerte que le empezaran los vómitos!
- ¡Vaya suerte! – exclamó con una sonrisa de satisfacción y alivio – díselo a ella,
¡odia vomitar!
- Ah, pero… ¿hay alguien a quien le guste? – le preguntó socarrón.
- Gracias Germán, de verdad – se abrazó a él, parecía que todo volvía a la
normalidad y que la mala racha había terminado.
- De gracias, nada. Me debes una cena que, desde que has llegado, solo tienes ojos
para tu pediatra.
- Y cenaremos… pero… como ya lo has hecho tú todo, me voy con ella – se negó.
- No, Esther, cenas conmigo y descansas un rato.
- No puedo.
- Ya sé que no puedes – sonrió – pero debes, para eso estoy yo aquí, para
recordártelo – le dijo poniéndose serio – además, ahora no vas a hacer nada allí,
Maca está dormida.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque ha tenido un par de taquicardias - le contó con tranquilidad - ¿tú sabes si
padece de ansiedad?
- Pues… sé que en los últimos días estaba alterada y nerviosa – recordó – pero ya
te conté lo que le ocurrió y lo de las amenazas… la verdad es que no lo sé. Un
día, estábamos en el baño y se puso fatal, toma unas pastillas que…
- Ya sé lo que toma, me las trajiste antes – le sonrió - El caso, es que hoy se ha
alterado tanto que Jesús ha optado por dormirla un rato.
- Pero… ¿por qué se ha alterado! ¿qué ha pasado? – preguntó nerviosa pensando
en que todo había ido demasiado bien en el día y eso era bastante raro
últimamente.
- No lo sabemos, estaba sola las dos veces.
- ¿Sola? – casi gritó.
- Bueno… sola no. Gema y Jesús están de turno.
- Pero eso no es estar con ella, Germán.
- ¿Qué me estás queriendo decir, Esther? – enarcó las cejas y mostró en la voz su
enfado.
- Nada, perdona, tienes razón – bajó la vista avergonzada. Sus compañeros hacían
lo que podían y allí Maca era una más – es que… no le gusta estar sola.
- Me parece muy bien, pero tendrá que acostumbrarse, además no está sola.
- Me voy con ella – le dijo azorada pensando en que quizás Maca lo que estaba
era asustada, por eso se alteraba cuando nadie la acompañaba – no te enfades,
por favor.
- No te vas con ella – le sonrió – te vienes conmigo, que te hemos preparado tu
plato preferido. Te duchas y te espero en el comedor. Luego vamos los dos a
verla – le puso el brazo sobre los hombros – y no me rechistes porque llevas sin
descansar más de veinticuatro horas y…
- Vale – sonrió sin fuerzas para negarse – lo cierto es que estoy cansada y
hambrienta y si dices que está dormida.
- Claro que lo está y tardará un rato todavía en despertar – le ratificó
encaminándose con ella hacia su cabaña.

Esther se alegró de haberle hecho caso al médico, disfrutó con la cena y la charla con
sus compañeros, por un momento se olvidó de todo y tuvo la sensación de que no había
pasado el tiempo, que nunca se había marchado de allí. Cuando le dio el último sorbo al
café, Germán la miró sonriente.

- Bueno… ¿qué?. ¿vamos a ver a tu pediatra o ya te has olvidado de ella?


- ¡Maca! – exclamó mirando el reloj y saltando de la silla – Germán… ¡es
tardísimo!
- No seas exagerada – rió al ver su alteración – anda, vamos.

Cuando llegaron a la enorme sala de ingresos y se dirigieron a la cama de Maca,


comprobaron que ya estaba despierta y se encontraba mirando al techo, pensativa.

- Wilson, ¿qué haces ahí como un mochuelo! ¡tienes que dormir y descansar! –
bromeó el médico a modo de saludo.
- ¿Dormir? Claudia no quiere que duerma – respondió con aire ausente - ¿Dónde
está Claudia? – preguntó mirando a Esther - ¿Y Vero! ¿no viene hoy?
- Maca – Esther se aproximó a ella temiendo que estuviese atravesando una de
esas crisis de las que ya la avisó la neuróloga – estamos en Jinja ¿te acuerdas?
- Eh… ¿Jinja? …. Si… - mintió mirando desconcertada a la enfermera que
rápidamente captó que no era cierto - ¿Esther? – preguntó angustiada sin
entender qué hacían allí las dos.
- Si – le dijo sonriendo, cogiéndole la mano con la intención de transmitirle la
sensación de que todo estaba bien, pero los ojos de Maca se humedecieron.
- Vamos Wilson que no es para tanto, ¿otra vez vas a lloriquear? – se burló de ella
- si no llegas a venir aquí y mi enfermera milagro no te da en el costado todavía
estarías con ese dolor. Te he dejado como nueva.
- ¿Qué?. – preguntó sin comprender de qué le hablaba y alterándose hasta el punto
de que ambos miraron al monitor.
- Te hemos operado, un pequeño drenaje y ¿a que respiras mejor? – le explicó
Germán, Maca lo miró con ese aire ausente que tanto angustiaba a Esther e hizo
un intento de incorporarse – ¡Eh! Wilson, tranquila, no te levantes - le ordenó y
con suavidad le preguntó.
- Tengo que irme… - dijo haciendo un nuevo intento.
- Maca… - la frenó Esther con dulzura – tranquila, no te muevas.
- ¡Joder, Wilson! ¿qué parte de te hemos operado no entiendes! ¿qué te pasa!
¿estás nerviosa por algo?
- ¿Operado? – volvió a preguntar mirándolo fijamente, incrédula y sin responder a
sus preguntas.
- Sí, operado – le respondió con paciencia – tienes que estar ahí quietecita. Vamos
a ver cómo va esto – le dijo levantando la sábana y examinándola - ¿Respiras
mejor o no? – le preguntó sin quitar la vista del monitor.
- Si – dijo desconcertada – Esther yo… no sé…
- ¿El qué? – le sonrió con calma ante el gesto de Germán, haciéndole con la palma
hacia abajo que no la alterase.
- ¿Por qué estoy aquí?
- Bueno, bueno, lo primero, tranquilízate y lo segundo, antes de que te refresquen
la memoria, vamos a terminar con esto, ¿te han hecho ya la cura?

Maca lo observaba con una mirada perdida, Esther se preguntó qué estaría pasando por
su mente en ese momento, preocupada por el grado de confusión que mostraba. Germán
revisó el drenaje, comprobando que todo evolucionaba correctamente.

- Esto está muy bien – le dijo con una sonrisa esperando una respuesta por su
parte - ¿qué? ¿no me dices nada! ¿te han hecho la cura o no?
- Necesito… necesito hablar por teléfono – le pidió sin prestar atención a lo que
contaba.
- ¿Otra vez tienes ganas de palique? – bromeó frunciendo el ceño – he hablado
con Adela y con Gándara. Ya saben que todo ha salido bien y que te quedarás
aquí unos días más de los que pensabas.
- No puedo – murmuró – tengo que… - miró hacia Esther con ojos desesperados –
tenemos que irnos. Tengo que…
- Tú lo único que tienes es que descansar – la cortó con autoridad el médico – de
aquí no sales hasta que yo lo permita – la avisó amenazante - Vas a guardar
reposo absoluto, al menos cinco días – continuó – y si lo que quieres es hablar
con tu mujercita me das el teléfono que ya la pone Esther al día o la pongo yo.
- No, no… es eso – se negó con rapidez – Germán… tengo que llamar a…
Madrid, tengo que… que hablar con Vero.
- Muy bien, ya llamarás a Vero. Ahora no quiero que hables tanto, quiero que
descanses.
- Esther, por favor – lo intentó con ella – Vero…
- Maca – la interrumpió viendo que cada vez se alteraba más – no pienses ahora
en Vero, seguro que ya la han informado en la clínica.
- Le prometí… que la llamaría – musitó cerrando los ojos con el ceño fruncido,
harta de tanta charla y de que siempre le dijesen lo que debía hacer.
- Vamos a dejarte descansar – anunció Germán, cogiéndola de la mano y dándole
un par de palmaditas en el dorso – te robo a tu Esther un minuto y ahora mismo
vuelve, ¿de acuerdo?
- Vale – suspiró cansada.

Germán tiró de la enfermera apartándose hasta la mitad del pasillo.


– Ponle dos miligramos de diazepan - le dijo agachándose a la altura de su oído -
y… ya sé que es abusar de ti pero… ¿te importa encargarte tú de hacerle las
curas?
- ¡Claro que no! – le sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro, ¡eso ni se
pregunta!
- Esther… ¿se puede saber porqué está tan nerviosa?
- No tengo ni idea – le respondió con sinceridad – ya te lo he dicho.
- Esther… - la reprendió creyendo que no quería decírselo.
- En serio, no lo sé, solo se me ocurre que tenga miedo por lo que le pasó. Claudia
nos dijo que estaría desorientada y Vero, que tendría episodios de pánico.
- Y… ¿quién es esa Vero?
- Su psiquiatra – respondió la enfermera con el ceño fruncido molesta por el
empeño de Maca en contactar con ella.
- ¿Su psiquiatra? y algo más ¿no?
- No – saltó Esther mostrando un ligero enfado - ¿por qué dices eso?
- A ver si te crees que me he caído de un guindo – le dijo poniéndose serio
pensando en ella, quizás se estaba haciendo ilusiones con la pediatra y estaba
claro que Maca tenía otra vida, y no solo porque estuviese casada - ¿Quién pide
hablar con su psiquiatra estando en el culo del mundo y estando como está! ¿tú
con quien querrías hablar?
- Son amigas – la excusó.
- Ya… - asintió incrédulo – amigas – recalcó – si tu estuvieras en su situación ¿a
quién llamarías? – insistió enarcando las cejas - ¿a tu mujer o a tu psiquiatra? –
le preguntó enarcando las cejas con socarronería y sin esperar respuesta - claro
que… - se interrumpió pensativo, cogiéndose la barbilla con los dedos índice y
pulgar, enarcando las cejas en un gesto cómico – si soy yo el que se pone en su
lugar… seguro que llamaba a mi psiquiatra porque ¡mi mujer me volvía loco! –
soltó una carcajada.
- ¿Por qué te tienes que tomar siempre todo a broma? – le preguntó molesta, por
primera vez en cinco años con el tono jocoso del médico – me preocupa que esté
tan despistada y que cada dos por tres parezca que no se acuerda de nada.
- Ay – suspiró – esa clínica te ha hecho olvidar todo lo que aprendiste conmigo –
sonrió – a parte de las secuelas que pueda sufrir y de ese síndrome de
postconcusión que he leído en el informe de Gándara, está desorientada por lo
que le hemos puesto – le dijo con paciencia – en un par de días la tendrás
completamente centrada.
- Ya lo sé – protestó mohína y molesta por su tono jocoso – no me gusta que estés
todo el día riéndote de ella.
- Antes te gustaban mis bromas – le pasó el brazo por los hombros poniéndose
serio - ay, Esthercita, espabila porque lo tienes crudo – le recomendó dándole
una palmadita – me da que vas a tener que desplegar todas tus armas de
enfermera milagro.
- ¿Te estás riendo de mi o en serio crees que…?
- ¡Claro que me estoy riendo! – exclamó al ver su cara circunspecta – tú déjamela
unos días aquí, que se va a olvidar de esa Vero y hasta de su madre, y mira que,
que se olvide de Rosario, sí que es tarea ardua.
- Sí… ¡y que me voy a fiar yo de ti! – rió, observando a Maca que parecía haberse
calmado y mantenía los ojos cerrados, volvió la vista hacia él, agradecida, al
final Germán siempre conseguía devolverle el buen humor – a saber lo que le
cuentas, eres capaz de cualquier cosa, ¿qué vas a hacerle par que se olvide!
¿algún encantamiento?
- Eso te lo dejo a ti, para cuando os reencontréis en Madrid – sonrió – porque
antes de irte olvídate de hacer nada con ella que te conozco. Ni paseitos, ni
enseñarle todo esto, ni nada de nada.
- No pensaba hacer eso – protestó y volvió a ver que él se burlaba - No quiero
dejarla aquí sola – le reconoció – quiero quedarme con ella.
- Pues no vas a hacerlo. Primero porque tu trabajo es acompañar a esos niños y
segundo… ¿no dices que se queja siempre de que nadie le hace caso?
- Si – reconoció.
- A mi me dijo que tenía que convencerte de seguir con los planes previstos y que
quería que os marchaseis sin ella.
- Eso ya lo sé. También me lo dijo a mí.
- Pues aquí tienes la oportunidad de demostrarle que no eres como los demás. Que
la escuchas y que respetas sus decisiones.
- Ya… - suspiró – sí, quizás tengas razón, lo haré – dijo sin quitar la vista de su
cama, la pediatra dormía de nuevo - Me marcharé sin ella… - aceptó sin
convencimiento - ¿la cuidarás?
- No. En cuanto te pierda de vista me la voy a cargar – rió divertido pellizcándole
la mejilla - Os dejo. Cuando despierte, si tiene sed, que beba un poco. A ver que
tal lo tolera.
- De acuerdo – esbozó una sonrisa viéndolo alejarse - ¡Germán! ¡espera! ¿le
pongo el diazepan! parece que se ha calmado – le dijo esperando una negativa -
Por cierto, ¿de dónde lo has sacado?
- Tienes razón, mejor no se lo pongas, pero si vuelve a alterarse de esa forma me
llamas – sonrió – y… lo he sacado de ella, lo tenía entre las cosas que me diste.
- ¡Ya decía yo! – le sonrió apretándole el brazo. Él se agachó y la beso en la
mejilla.
- No te preocupes y descansa un poco – le recomendó con cariño.

Esther asintió y volvió junto a la pediatra, sentándose en los pies de la cama. Allí no
había otro lugar donde hacerlo. Germán salió de la sala satisfecho de cómo iba todo y
preocupado por la enfermera, tenía la ligera sensación de que quizás pretendía de Maca
algo que la pediatra no estaba preparada para darle, aunque estaba seguro que en el
fondo lo deseaba, al menos eso le pareció cuando mostró tanto abatimiento al enterarse
de que Esther se había marchado al orfanato.

Al cabo de un par de horas Maca volvió a despertarse. Esta vez se notó mucho más
despejada, ya no tenía esa sensación de mareo, y sabía perfectamente donde se
encontraba.

- Maca… - le sonrió la enfermera – ¡hola!


- ¡Hola! – respondió con una sonrisa franca que recompensó a Esther de todos los
malos ratos, ¡se alegraba tanto de verla de nuevo a su lado! - ¿Y Germán? –
preguntó dando muestras de saber donde estaba.
- ¿Te encuentras mal! ¿quieres que lo llame?
- No, estoy bien – dijo mirándola de una forma extraña, que la enfermera no supo
interpretar.
- Entonces ¿qué te pasa?
- Nada… nada – respondió mirando al techo, “parece que está normal conmigo”,
se dijo, “joder, ¿por qué no recordaré de una vez lo que le respondí! espero no
haber metido la pata”, suspiró.
- Maca… ¿te duele la cabeza?
- Un poco – la miró de nuevo esperando que la enfermera le hablase, ¿por qué
estaba tan callada? - Esther yo… he estado pensando… antes cuando estaba
sola – le dijo clavando sus ojos en ella, la enfermera esperó a que le revelara
esos pensamientos pero Maca guardó silencio y siguió mirándola.
- A ver, ¿qué es eso que estabas pensando? – la instó impaciente.
- Pues… - dudó un instante si preguntarle acerca de lo que recordaba vagamente,
de la confesión de la enfermera y de su posible respuesta, pero en el último
instante se arrepintió, quizás sería mejor esperar un poco y comprobar si aquello
no había sido producto de su imaginación, a fin de cuentas no era la primera vez
que soñaba con ella, optó por hablarle de otro tema que la tenía igualmente
angustiada - quiero pedirte perdón por… haberlo estropeado todo. No debía
haber venido. No estaba bien y, además de ocupar una cama de alguien que,
seguro la necesita más que yo – dijo mirando a su alrededor, por primera vez
conciente de todo aquello e impresionada por lo que veía - os estoy dando
trabajo y quitando un tiempo preciosos.
- Calla y deja de decir tonterías – le pidió sonriéndole con ternura - aquí la única
que tiene que pedir perdón soy yo, por haberme comportado como una imbécil
desde que llegamos – le dijo con aire de tristeza cogiéndola de la mano – todo
esto me… me…
- No tienes que pedirme nada. Ya me di cuenta que te costaba volver más trabajo
del que aparentabas.
- Sí, creí que lo tenía superado pero… fue pisar Nairobi y... me puse tan nerviosa
de… - guardó silencio y clavó sus ojos en ella pero Maca percibió que aquella
mirada la traspasaba y veía mucho más allá.
- ¿De qué? – le preguntó con interés.
- Nada – sonrió, negando con la cabeza como si con aquel movimiento pudiese
sacudirse los pensamientos que la atormentaban, y mostrando alegría continuó –
estoy aquí para distraerte y cuidar de ti, no para calentarte la cabeza. Ya te lo
contaré cuando estés bien y vuelvas a Madrid.
- ¿Cómo que vuelva! ¿yo sola! ¿y tú…? – preguntó con temor.
- Yo tengo que ir mañana al campamento de desplazados a por el resto de niños y
pasado salimos para Madrid. Ya he hablado con Laura – le contó mirándola
fijamente, le pareció que los ojos de la pediatra se ensombrecieron - Es lo que
querías ¿no? Que siguiéramos con el plan previsto.
- Claro – respondió sin poder disimular un gesto de decepción, había esperado que
la enfermera permaneciera allí, junto a ella – es lo que debes hacer y… lo que yo
quiero que hagas – le dijo, y a Esther le dio la impresión de que había recalcado
especialmente el “debes”, ¿estaría intentando decirle que no lo hiciera?
- No te preocupes que Germán sabrá cuidarte.
- Seguro… - murmuró apretando los labios en una mueca de incredulidad.
- Deberías darle una oportunidad. Es un tío muy majo.
- Me duele la cabeza – cambió de tema.
- Tienes puesto el calmante, tendrás que aguantar un poco. ¿Por qué no duermes!
Yo estoy aquí si necesitas algo.
- Pero, ¿te vas a quedar conmigo? – le preguntó temerosa de que no fuera así.
- ¿Cuándo? – preguntó esperanzada.
- Ahora - dijo enrojeciendo – me da miedo estar sola.
- Aquí no estás sola, Maca – sonrió – estamos al completo – le señaló las demás
camas llenas de enfermos y casi todos con la compañía de alguien.
- Ya… - suspiró con abatimiento.
- Maca… - la nombró en tono de recriminación, parecía una cría y la pediatra se
dio cuenta de lo que pensaba.
- Esther, no puedo evitarlo, tengo miedo - confesó recordando lo que le diría
Vero, necesitaba hablar con ella, pero estaba claro que no tenían intención de
dejarla. Se decidió a confiarse a ella - a veces… veo cosas.
- ¿Cómo que ves cosas? – preguntó comenzando a alarmarse de nuevo, había
estado tan preocupada por la fiebre y el dolor en el costado que se le habían
olvidado por completo las secuelas de la paliza.
- Cosas raras, que… no sé si son verdad.
- ¿Cómo qué? – le preguntó con interés.
- No sé, cuando despierto no me acuerdo.
- Ah, pero entonces… ¿te refieres a sueños?
- No sé, unas veces sí, pero otras… a veces… me vienen imágenes que no
comprendo, imágenes que… me dan miedo – bajó la voz abochornada – Vero
me dice que debo controlarlo y… - miró hacia otro lado, a Esther le parecía
avergonzada – y… cuando no puedo conseguirlo, la llamo – confesó apretando
los labios, mostrándole el trabajo que le costaba sincerarse - y ella...
- Vero tiene razón – le dijo con suavidad comprendiendo de pronto su interés en
llamar a la psiquiatra y evitándole el mal rato que estaba pasando al confesarle
aquello – pero en unos días no podrás hablar con ella – le acarició la mejilla – si
quieres me quedo a tu lado, y si quieres, hasta te cojo la mano – bromeó
esperando una negativa airada – cuando tengas miedo, dímelo a mi.
- Vale – aceptó clavando unos suplicantes ojos en ella, que incluso se
humedecieron. Esther no supo interpretar qué necesitaba. La veía tan vulnerable
y tan diferente a quien recordaba, que por un momento le pareció una extraña.
- ¿Quieres que te coja la mano ahora? – se aventuró.
- Sí, por favor – respondió con seriedad dejando perpleja a la enfermera. Nunca la
había visto tan indefensa ni tan asustada – ¿me ayudarás a… a llamarla! mañana
podrías llevarme … sin que Germán…
- No, Maca, no te voy a ayudar. Debes descansar y guardar reposo ¿lo recuerdas?
- Si – murmuró ladeando la cabeza.
- Ya hablarás con ella cuando Germán te lo permita, mientras… tendrás que
conformarte conmigo – le dijo en tono de broma, pero Maca no correspondió y a
Esther le pareció que incluso le temblaba la barbilla - Bueno… si Germán dice
que estás mejor, pasado mañana antes de irme a Madrid, intentaré convencerlo
para que te deje salir de aquí y la llamamos ¿de acuerdo? – le propuso incapaz
de negarle nada.
- ¿De verdad! ¿lo harás? – dijo con ilusión y un brillo especial en los ojos,
mutando inmediatamente el aire de tristeza y abatimiento por uno más alegre.
- Si, pero a cambio me tienes que prometer que vas a obedecer a Germán, él solo
quiere que te pongas bien – le dijo sin poder evitar sentirse incómoda con ella al
ver qué solo deseaba hablar con Vero.
- Te lo prometo – le sonrió – Y… ya lo sé, Esther, sé que Germán solo quiere eso.
Yo también quiero ponerme bien y volver cuanto antes a Madrid. ¡Este viaje ha
sido un infierno! – reconoció con un suspiro y la enfermera ensombreció su
rostro. Maca tenía razón, nada había salido como ella había esperado y deseado.
La alarma del campamento sonó y Maca se sobresaltó, asustada.

- ¿Qué es eso? – preguntó.


- La alarma. Llegan heridos – le explicó la enfermera sonriendo ante la cara de
pánico de la pediatra – tranquila, Maca, ya la habías oído antes ¿no lo recuerdas?
- No – reconoció, recuperando la calma – no me acuerdo – le dijo con un tono de
angustia.
- No te preocupes, eso es por los calmantes – le sonrió – pronto te acordarás de
todo.
- No creo… - murmuró, cansada siempre de la misma historia, ¡si la enfermera
supiera! no le diría eso.

Germán entró con precipitación.

- Lo siento Wilson pero, ahora va en serio, necesitamos la cama.


- ¡Germán! – protestó Esther.
- Vienen heridos, han asaltado un convoy del ejército en plena frontera, nos
mandan a nosotros los más graves, no puedo hacer otra cosa.
- ¿Soldados? – preguntó la enfermera.
- Y algunos guerrilleros – confesó el médico temiendo la reacción de Esther pero
solo bajó los ojos pensativa con un gesto de rabia que sorprendió a Maca – es
inexplicable – dijo el médico moviendo la cabeza de un lado a otro – cuando
parecía que todo iba a terminar, rompen la tregua.
- Maca todavía no está en condiciones de ser trasladada – lo cortó la enfermera
con voz ronca manifestando su oposición a que la pediatra tuviese que dejar su
cama “y menos para dársela a uno de esos hijos de puta”, pensó enrojeciendo
por la ira, sin ninguna intención de mantener con él una conversación sobre la
política del país..
- No pasa nada, yo estoy mucho mejor. Ya no me duele el costado y creo que ni
tengo fiebre – dijo con rapidez, si Germán la sacaba de allí tendría más
argumentos para pedirle que la dejara llamar por teléfono.
- Pero me acabas de decir que te duele la cabeza.
- Bueno… eso no se le va a pasar tan fácilmente – dijo Germán – lo sabes,
¿verdad Wilson?
- Sí, si, lo sé. Ya me avisó Claudia.
- No solo por eso – le dijo Germán.
- Ya… la insolación…
- Exacto – le sonrió y volviéndose a la enfermera - Esther – le dijo Germán
girándose y haciendo una seña a dos jóvenes que se acercaron para trasladar a
Maca a la cabaña – ¿podrás ayudarnos?
- ¡Germán! Maca me necesita y …
- No te preocupes por mi – le dijo la pediatra – ve y echa una mano. Yo estaré
bien.
- Al cuello se las debía echar – soltó la enfermera enfadada ante la sorpresa de
Maca.
- No seas burra, Esthercita. Me dijiste que querías volver ¿no! ¿qué mejor
momento para demostrarte a ti misma que lo has superado? ¿No te parece,
Wilson? – le dijo, buscando su apoyo, creyendo que ella estaba al día de lo que
le sucedía a la enfermera, pero Maca no entendía de qué hablaban.
- De acuerdo, echaré una mano – aceptó con lo que pretendía que fuera una
sonrisa – ¿de verdad que no te importa, Maca?
- Claro que no – mintió ya en la camilla – aunque… antes… ¿me gustaría que
vinieses un momento a verme! quiero decir… a la cabaña.
- ¡Claro! – le respondió contenta de que la pediatra la reclamase - vamos para allá.
Hasta que no te vea perfectamente instalada no me voy.
- Sí, vamos – dijo Germán – hoy te voy a mantener el suero. No quiero correr más
riesgos y mañana si todo va bien, empezarás a tomar líquidos.

Se dirigieron a la cabaña, cuando estaban a punto de entrar se escucharon los ruidos de


los motores, llegaban los heridos. Germán se marchó y Esther se quedó encargada de
poner el suero a Maca y acomodarla en la cama. Le dio un beso en la frente y Maca
sonrió.

- Con lo que le insistí a Germán para que me llevara al hospital y ahora lo que me
alegro de estar aquí de vuelta – le confesó esbozando una sonrisa.
- ¿Y eso? – le preguntó burlona, consciente de que la pediatra había pasado miedo
por lo que le estaba ocurriendo y ahora se sentía aliviada de verse mejor.
- ¡Aquello es deprimente! tanta gente y… ¡y ese olor…! – respondió manteniendo
la sonrisa pero Esther frunció el ceño, “¿cómo quería Maca que fuese! ¿cómo su
clínica de lujo?”, y Maca, viendo su gesto, se apresuró a explicarse – quiero
decir que … que te hace pensar en todo y… - se interrumpió cada vez más
azorada - lo siento no quería parecer – terminó diciendo, no quería que Esther le
echase en cara que era una pija o que no le gustaba todo aquello, o lo que era
peor que no valoraba el trabajo que se hacía allí.
- Descansa – le dijo la enfermera, sonriendo para sus adentros al verla tan
nerviosa, apagándole la luz.
- ¡No! por favor, déjala encendida.
- Pero Maca…
- Por favor.
- Aquí no tienes porqué temer nada. Esto, aunque no te lo parezca, es muy
tranquilo, nadie va a hacerte daño – le dijo imaginando el motivo de sus
temores.
- Lo sé pero… no puedo evitarlo, tengo miedo.
- De acuerdo, la dejo encendida – se levantó de la cama y sostuvo la mano de la
pediatra entre las suyas, mirándola a los ojos. ¡La quería tanto! Maca leyó aquel
amor y suspiró aliviada, creía que Esther estaba enfadada con ella por sus
comentarios, pero apartó la vista, incómoda. Recordaba la confesión de la
enfermera pero no su respuesta, aunque tenía muy claro lo que tenía que
responder si se repetía el caso.
- Gracia Esther por… todo.
- No seas tonta – volvió a besarla en la frente – me había hecho otros planes
pero… tampoco esta tan mal cuidarte, aunque me gustaría más haberte enseñado
todo esto – sonrió – por cierto… siento que haya sido un infierno – reconoció
bajando la vista.
- Algún día volveré y me lo enseñaras – dijo con ilusión – o cuando esté mejor lo
mismo convenzo a Germán para que me lo enseñe él.
- ¡Ni se te ocurra! – exclamó celosa por aquella oportunidad.
- ¿Por qué? – preguntó extrañada. “¿Por qué va a ser! porque quiero ser yo la que
te enseñe todo esto”, pensó la enfermera.
- Porque… es muy mal guía – rió y salió corriendo – duerme – la amenazó con el
dedo desde la puerta.

Maca sonrió sin responder. “Yo también te quiero, Esther”, pensó, viéndola marcharse.

* * *
La enfermera corrió al patio central donde siempre establecían el código de intervención
catalogando los pacientes según la importancia de sus heridas. Germán estaba
trabajando con Gema y Esther se quedó parada sin saber con quien ponerse. Se quedó
allí en medio, observando todo y sintiendo que el miedo se apoderaba de ella otra vez.
“No, no”, se dijo, “vamos, pregúntale a Germán qué quiere que hagas, ¡vamos!
vamos!”, pero el olor a sangre, los alaridos de algunos heridos, los ojos suplicantes
pidiendo ayuda… no lo soportaba, no podía y dio un par de pasos hacia atrás dispuesta a
darse media vuelta y salir corriendo de allí. El médico, que había levantado la vista un
par de veces, buscándola, se dio cuenta de sus dudas.

- ¡Esther! – le gritó - ¡aquel de allí! – le señaló con el dedo un joven tumbado en


una parihuelas – ve cogiéndole una vía y cuando termines, corre al hospital y
organiza todo, necesitamos mínimo diez camas más – le ordenó como si no
notase que la enfermera no podía moverse.
- ¡Vale! – le gritó también “venga, Esther, vamos, hazlo”, se dijo mentalmente.

Germán la miró preocupado, seguía sin moverse a pesar de haberle respondido. Le dio
una indicación a Gema y se incorporó dispuesto a acudir a su lado cuando la enfermera,
como movida por un resorte corrió hacia el grupo, arrodillándose junto al chico que le
había indicado Germán. No debía tener más de dieciséis años, estaba claro que no
pertenecía al ejército nacional, luego debía ser un guerrillero. ¡Este Germán! Pero en el
fondo se alegró. Sabía lo que pretendía y ella no estaba dispuesta a defraudarle.

Se dispuso a coger la vía, las manos le temblaban tanto que estaba segura de que no iba
a ser capaz. De pronto una mano se posó sobre las suyas, con delicadeza, aquellas
manos firmes que tan bien conocía.

- Muy bien, lo estás haciendo muy bien – escuchó a su lado la voz de Germán.
- ¿Tú crees? – lo miró agradecida.
- Por supuesto, siempre serás mi mejor enfermera – le sonrió, guiñándole un ojo,
comprobando que las manos de Esther dejaban de temblar y con habilidad
terminó de coger la vía.
- Ya está, ¡listo! – exclamó aliviada.
- Ahora con aquellos dos – le indicó el médico que se quedó examinando al chico.
- ¿También guerrilleros?
- Sí.
- ¡Joder, Germán!
- Si quieres volver, es lo que hay.

La enfermera obedeció sin rechistar, a medida que seguía con su trabajo más cómoda se
sentía. Cuando terminó con el segundo, Germán se acercó de nuevo a ella.

- Ya puedes ir a organizarme el hospital – le dijo afable.


- ¡Gracias! – repitió la enfermera aliviada de no tener que atender a más heridos.
- Deja de dármelas y a ver si eres capaz de hacer honor a tu sobrenombre y
consigues el milagro de multiplicar las camas – sonrió – no sé dónde coño
vamos a poder meter a todos – suspiró preocupado y cansado.
- No te agobies que ya me encargo yo – le sonrió y corrió hacia el edificio.

Germán se quedó observándola satisfecho, “algo es algo”, se dijo. Veía mejor a la


enfermera y eso lo llenaba de alegría. Estaba deseando que volviera a ser la de antes y
poder trabajar de nuevo codo con codo.

* * *

Maca despertó y paseó la vista por la habitación. Todo parecía en calma. Tardó unos
minutos en ser consciente de que seguía tumbada en la cama, la lamparilla permanecía
apagada, a pesar de que le pidiera a Esther que la dejase encendida. Sin embargo, un haz
de luz entraba por la ventana y le permitía distinguir algunos objetos con facilidad pero
otros se escondían en la penumbra, en sombras que parecían moverse de un lado a otro,
“está allí, agazapado en la oscuridad y cuando menos lo esperes saltará sobre ti”.
¿Estaría soñando de nuevo! no quería dormir más, no quería ver de nuevo aquellos ojos.
Sintió frío y el miedo se apoderó de ella, “Maca, tienes que controlarlo, solo tú puedes
hacerlo, contrólalo”, escuchó la voz de Vero, ¡cómo si eso fuera tan fácil! llegaba de
pronto y se hacía el dueño de su cuerpo y ella seguía sin saber porqué.

Miro hacia todos los lados inquieta, buscando algo que ni siquiera era capaz de
entender, Esther dormía junto a ella. Todo estaba tan tranquilo que le produjo una
sensación extraña, “descansa Maca”, escuchó la voz de la enfermera, ¿descansar! ¿cómo
podía descansar si todo le indicaba que debía permanecer alerta? No podía explicar el
motivo de su sobresalto, Esther respiraba pausadamente, el reloj marcaba los segundos,
fuera algún sonido esporádico, un crujido de la madera, pero nada que le hiciera pensar
que estaba en peligro, más bien todo lo contrario, aquel ambiente en calma invitaba al
sueño y al descanso, como ya le prometiera Esther, pero algo en todo aquello la
inquietaba y no la dejaba dormir.

Y no solo era aquella calma la que la incomodaba, también sentía que algo en su interior
no iba bien, se sentía incómoda, inquieta, le parecía escuchar los latidos de su corazón
cada vez con más fuerza. Necesitaba recordar, necesitaba saber porqué sentía tanto
miedo, porqué no soportaba aquel silencio, aquella calma. ¡Qué ironía! no recordaba
nada y lo único que acudía a su mente, aquellos ojos que la observaban, desearía
olvidarlos, desearía que se cerrasen y la dejaran dormir, la cabeza le estallaba y el latir
de su corazón era cada vez más rápido y sonoro. Necesitaba moverse pero algo la
mantenía inmóvil en la cama, eso la desesperaba, y la inquietaba aún más, ¿por qué no
podía moverse? El dolor de cabeza comenzó a hacerse insoportable, intentó
incorporarse en vano, no podía mover ni un músculo, el reloj, lo escuchaba cada vez con
más fuerza, pero no tanta como a su corazón que parecía a punto de salírsele por la
boca. Tenía que levantarse, tenía que moverse, pero no podía, nadie la iba a librar de
aquello que tenía dentro, nadie la iba a poder ayudar, ¡nadie! Como siempre, estaba
sola.

Esther se sentó en la cama y encendió la luz, Maca no paraba de moverse y mascullar


palabras inteligibles, gemía y estaba empapada en sudor. Volvía a tener fiebre, Germán
ya le había dicho que sería así, durante un tiempo persistirían los dolores de cabeza y la
fiebre.

- ¡Maca! ¡Maca! - sintió que la llamaban, sí, la estaban zarandeando – Maca,


despierta.
- Esther – murmuró con el miedo metido en el cuerpo.
- Tranquila, estabas soñando otra vez, no es nada.
- Esther… - repitió sintiendo un profundo alivio - ¿No puedo moverme? –
preguntó aturdida.
- Claro que puedes moverte, solo estabas soñando.
- Me duele la cabeza – musitó con un suspiro – me duele… mucho…
- Lo sé, te va a seguir doliendo un tiempo, ¿no lo recuerdas?
- Sí – se estremeció mirándola con ojos desencajados, la enfermera se percató de
que estaba asustada.
- Chist, tranquila – le susurró abrazándose a ella – tranquila, solo ha sido una
pesadilla, duérmete.
- No quiero dormir. Tengo… miedo.
- Aquí no te va a pasar nada. Yo estoy contigo – le dijo sentándose en la cama y
recostándose contra el cabecero - ¿ves? Me voy a quedar así, despierta, nadie
podrá hacerte nada - le acarició el pelo con suavidad y mantuvo la mano en su
cabeza, masajeándola con parsimonia – duérmete – le susurró apagando la luz.

Maca volvió a cerrar los ojos, su corazón fue apaciguándose, mantuvo su mano
enlazada con la de la enfermera, que continuaba con el masaje, aliviando su dolor,
espantando su miedo y haciéndola sentir segura, por primera vez en años.

Esther permaneció junto a ella el resto de la noche, sintiendo su latir acompasado, su


respiración tranquila, su mano, ahora aflojada sobre la suya, y sintió que la amaba más
que nunca, que no podría separase de ella al día siguiente. Maca la necesitaba y ella
quería permanecer así, abrazada a ella, por siempre.

* * *

Esther se levantó temprano. Maca seguía dormida. No había vuelto a despertar en toda
la noche. Cogió sus cosas para darse una ducha, desayunar y marcharse al campo de
desplazados. Antes de salir regresó a la cabaña, la pediatra seguía en la misma postura
en que la dejara, profundamente dormida. Y sintió deseos de quedarse allí con ella,
viéndola dormir, velando sus sueños, pero no podía. Suspiró, la besó en la frente sin que
Maca se percatara y se marchó en busca de Sara que ya estaba lista, esperándola. El
campo no estaba demasiado lejos, con suerte podían estar de vuelta a media mañana.

Sin embargo, sus planes se truncaron, a la ida tuvieron que parar casi dos horas debido a
un doble pinchazo, que no acabaron en asaltos gracias a que viajaban con el ejército. En
el campo, tuvieron que atender un par de urgencias y para colmo en el viaje de vuelta
tuvieron que detenerse varias veces, porque uno de los camiones se calentaba y una de
las normas del convoy era no separarse, salvo en caso de atentado. Al final, había
pasado todo el día fuera, y la enfermera había dejado atrás los nervios y el histerismo
que le producían el considerable retraso, para mostrar un aire resignado y un
abatimiento extremo que no pasó desapercibido a Sara. La joven intentó animarla sin
éxito. Esther no podía dejar de pensar en que era el último día que tenía para compartir
con Maca y la pediatra había estado completamente sola.

Llegaron al atardecer y la enfermera se dirigió directamente a la habitación de la radio.


Tenía que hablar con Laura y quedar con ella para el día siguiente. Además, le
comunicó que, definitivamente, Maca no podría viajar.

- Entonces, ¿tan grave ha sido? – le preguntó Laura con tono de sincera


preocupación.
- Más que grave es que se complicó un poco – intentó minimizar la importancia -
pero mañana te lo cuento con detalle.
- Y.. ¿la vas a dejar sola ahí?
- ¿Qué quieres que haga? Ella insiste en que sigamos con los planes previstos.
- Si, en eso tiene razón.
- ¿Tú… crees que debería… quedarme? – preguntó esperanzada en que le dijese
que sí.
- No, yo no creo nada. Pero… ¿por qué no le preguntas directamente qué quiere
ella! a fin de cuentas es tu jefa ¿no? Pues que decida ella – soltó una carcajada.
- La conozco y aunque quiera que me quede… no me lo va a pedir.
- Pues, ¡peor para ella! tú no le des más vueltas. Y no te preocupes que se queda
en buenas manos.
- Ya… - dijo con un tono de desilusión que Laura captó a pesar de los problemas
de comunicación.
- Esther, ya se que nada ha salido como pensabas – comenzó a decirle recordando
la ilusión de la enfermera antes del viaje el día que Maca aceptó la propuesta de
ir con ellas.
- Ha sido horrible pero… ya te contaré – bajó la voz viendo que Francesco no
dejaba de prestarle atención. Ese comportamiento del joven, era algo que
molestaba a todos, pero el italiano siempre se justificaba diciendo que ese era su
trabajo y que lo sentía pero no dejaba sola a su radio – ahora tengo que dejarte.
- Bueno… pues… hasta mañana ¡guapa!
- Hasta mañana. ¡Buen viaje, Laura!
- Igualmente, y… ¡suerte!
- Gracias – sonrió cortando la comunicación y saliendo de allí con rapidez.

Estaba deseando ver a Maca pero antes debía ducharse y desinfectarse. Cuando salía de
los baños Germán la estaba esperando.

- Hola, niña – se acercó a ella besándola con cariño - ¿cansada?


- Si, un poco.
- ¿Has visto ya a tu pediatra?
- No, ahora iba, ¿por qué! ¿pasa algo? – preguntó con temor, estaba serio, muy
serio para lo que él solía estar.
- No – dijo metiéndose las manos en los bolsillos y mirando hacia abajo.
- ¿Qué pasa? – le preguntó de nuevo, ante su actitud cabizbaja.
- Nada – le sonrió – te echaré de menos, ya me había acostumbrado a tenerte otra
vez por aquí.
- ¡Serás bobo! muy pronto te acostumbras tú – sonrió abrazándolo – ya me habías
asustado.
- Wilson no ha querido tomar nada en todo el día – le contó preocupado.
- ¿Y..? – levantó las cejas indicándole que continuase y le contase qué estaba
pensando – es normal que no le apetezca, si antes de venirnos todavía no comía
casi nada.
- Ya… - murmuró.
- ¿Qué es lo que te preocupa? – insistió al ver que guardaba silencio.
- Eso… que se niega a comer.
- ¿Lo has intentado?
- Sí.
- Pero… - continuó instándolo – vamos Germán, qué es lo que pasa.
- El agua la toleró bien. Le llevé una infusión y tampoco vomitó. Pero cuando
intenté que tomara algo sólido se negó. Ni siquiera se ha tomado el zumo. Y…
no la entiendo… necesita recuperar fuerzas.
- ¿Tú la ves bien? – le preguntó preocupada por lo que le había contado.
- Si, dentro de las circunstancias. Me gustaría… - la miró fijamente – que lo
intentases tú. Le he dicho a Edith que prepare uno de sus caldos. ¿Por qué no se
lo llevas?
- Claro, ahora mismo voy.
- ¿Sabes! creo que… se siente incómoda aquí… que… tengamos que cuidarla
unos desconocidos… no sé…
- Ya sabes como es de orgullosa – le dijo la enfermera convencida de que Germán
no se equivocaba.
- Sí, pero, tiene que ser muy duro para ella … estar .. así.. y que yo…
- Uy, uy, noto cierto grado de cariño – le sonrió burlona. Sabía lo que quería decir
el médico, a Maca ya le costaba trabajo aceptar que ella la cambiase, o la asease,
cuanto más le costaría que la atendiese Germán o cualquier otro miembro del
equipo. Empezaba a sospechar porqué se negaba a comer, y suspiró pensativa, a
veces parecía una cría.
- Simple interés profesional – respondió serio – ya te dije que no quiero mandarla
con los pies por delante.
- Que burro eres – movió la cabeza de un lado a otro – cuando le vas a reconocer
que te importa más de lo que dices.
- ¿A mí! ¡no digas tonterías! – sonrió al verse descubierto.
- Bueno… voy a por ese caldo. ¿Nos vemos en la cena?
- ¡Por supuesto! – exclamó - después de cenar… ¿Te tomarás un café conmigo!
uno rapidito, de despedida.
- ¿Café del tuyo! tendré que pensármelo – sonrió alejándose con aire altivo.
- ¿Y si prometo esmerarme y… hacerlo bueno? – le gritó viendo como ella se
volvía y negaba con el dedo - ¿y si lo aliño? – bromeó más alto escuchando
como la enfermera soltaba una carcajada.

Germán sonrió también y se metió en el hospital con el propósito de salir en un rato y


ver si la pediatra consentía en comer.

Esther llegó a la cabaña con una pequeña bandeja y una sonrisa de oreja a oreja. Estaba
deseando ver a Maca, contarle cómo había ido el día y ver cómo se encontraba. Abrió la
puerta con cuidado y entró sigilosa, tal y como esperaba la pediatra estaba dormida.
- Maca – la llamó con suavidad – Maca – repitió tocándola delicadamente en el
brazo y sentándose en el bode de la cama tras soltar la bandeja en la mesilla.

La pediatra abrió los ojos somnolienta y los cerró de nuevo emitiendo un gruñido de
protesta.

- Vamos, Maca, no te duermas – le dijo sonriendo.


- No duermo – murmuró sin abrir los ojos.
- Venga abre los ojos – le pidió con paciencia, la pediatra obedeció y clavó la
vista en ella pero tardó unos segundos en enfocarla correctamente.
- Has tardado – le dijo, finalmente.
- Sí, lo siento, hemos tenido algún problemilla – reconoció provocando que Maca
frunciese el ceño preocupada.
- Pero… ¿estás bien? – le preguntó intentando incorporarse.
- Sí, tranquila – respondió satisfecha al ver que se interesaba por ella – solo ha
sido un pinchazo y uno de los camiones que se ha estropeado.
- ¿Qué es eso? – preguntó girando la cabeza y mirando la bandeja que había
encima de la mesilla y de la cual no alcanzaba a ver su contenido – no pienso
comer nada.
- Maca… tienes que comer – le regañó incorporándola y colocándole un par de
almohadas más en la espalda.
- No puedo, Esther.
- Tienes que hacer un esfuerzo. Es solo un caldo.
- ¿Un caldo! ¿un caldo de qué? – preguntó arrugando la nariz y poniendo cara de
asco.
- Está muy bueno, ¡ya verás! – le respondió.
- Yo no te he preguntado eso – la miró fijamente enarcando las cejas.
- Un caldo Maca, pues… como todos los caldos.
- No pienso probarlo hasta no me digas de qué está hecho.
- ¿Qué mas te da de lo que esté hecho, si te lo tienes que tomar?
- Estoy harta de que os paséis todo el día dándome órdenes – murmuró cerrando
los ojos de nuevo y cruzando los brazos sobre el pecho – no soy una cría, y si
digo que no puedo, es que no puedo.
- Para no ser una cría te comportas como ellas – la recriminó.
- Ya te lo puedes estar llevando… ¡me da asco hasta el olor! – la miró con genio y
volvió a arrugar la nariz.
- Maca, por favor – le pidió mucho más suave, casi suplicando – si no comes, no
te vas a recuperar y… me tienes muy preocupada – le reconoció rozándole el
antebrazo de arriba abajo, clavando sus ojos en ella.
- ¿De qué está hecho? – repitió exhalando un leve suspiró, a punto de ceder – si
no me lo dices no lo pruebo.
- Mira que eres cabezota – exclamó exasperada – está hecho de corteza de cerdo
ahumada - suspiró negando con la cabeza – y ahora te lo vas a tomar.
- De eso nada – se negó con rotundidad - ¿corteza de cerdo! ¡ni lo sueñes!
- ¡Maca!

La puerta se abrió y Germán entró en la cabaña, sonriente.


- ¿Qué tal, Wilson! ¿te sigue doliendo la cabeza? – le preguntó y Esther miró a la
pediatra preocupada, antes no le había dicho nada de eso y Maca tampoco. Ese
podía ser uno de los motivos de su negación, sus famosas jaquecas siempre le
daban náuseas.
- Sí, aunque menos que antes.
- ¿Ya te has tomado el caldo?
- No, ni pienso hacerlo – le respondió negándose.
- Wilson… no te lo voy a repetir más veces, o comes o atente a las consecuencias.
- ¿Qué consecuencias? – preguntó desafiante, torciendo la boca en una mueca de
desagrado.
- Pienso mandarte a Edith para que te de de comer ella, y a ver si eres capaz de
decirle que su caldo te da asco.
- No serás capaz… - lo miró calibrando si bromeaba o hablaba en serio.
- ¿Qué no! Esther, ¡vamos! vente conmigo – rió viendo la cara de pánico que
ponía la pediatra.
- ¡Germán! – lo recriminó la enfermera al verla alterarse – deja ya de decir
tonterías. Nadie la va a obligar a nada que no quiera hacer – le dijo con genio y
Maca la miró tan agradecida que Esther esbozó una sonrisa.
- Haz un esfuerzo, Wilson, que a partir de mañana no tienes aquí a tu enfermera
para que te defienda – les guiñó un ojo y se dispuso a marcharse – luego vengo a
echarte un vistazo.

El médico salió de la cabaña y Esther se volvió hacia Maca que la miraba con una
expresión entre triste y temerosa.

- ¿Por qué no pruebas una cucharadita! si no te gusta, no insisto, ¿de acuerdo?


- Uf, Esther… es que…. Tengo el estómago revuelto.
- Una, solo una – le dijo poniendo cara de pena, llenado la cuchara y mirándola
compungida.
- Bueeeno… - aceptó abriendo la boca y ganándose una amplia sonrisa de la
enfermera.
- ¿Sabes! hoy en el campo me he acordado de ti – le dijo llenando otra cucharada
pero reteniéndola en el plato mientras seguía hablando – porque había una niña
que, por lo que me han dicho, llegó hace unos días con su madre y sus hermanos
que insiste en que ella de mayor quiere ser médica de niños – le contó y cuando
vio que la pediatra sonreía recordando su infancia y el momento en que le contó
a la enfermera aquella historia Esther le dio la cucharada que Maca se tomó sin
protestar – dice que quiere curar a sus hermanos y…
- Y seguro que lo consigue si se lo propone – murmuró escuchándola embelesada.
Desde que la había despertado y la había visto a su lado se había sentido
repentinamente mejor.

La enfermera continuó narrándole el día que había tenido. Lo bien que había hecho
Clarise el viaje a pesar de su gravedad y la importancia que tenía para todos ellos lo que
Maca hacía con la Clínica. Conforme hablaba le iba dando más cucharadas, hasta que
absorta en el relato, Maca se terminó todo el caldo.
- ¿Ves como no estaba tan malo? – le preguntó burlona, ante la cara que estaba
poniendo la pediatra que casi ni se había enterado de lo que había hecho - pues
así todos los días, que tienes que recuperarte.
- Ya lo sé – admitió con un gesto de hastío.
- No pongas esa cara Maca. Ya se que te cuesta trabajo, pero no quiero que hagas
tonterías.
- No son tonterías – protestó – no… me entiendes – le dijo exhalando un suspiro y
mirándola fijamente.
- Ya lo creo que te entiendo y… ¡parece mentira!
- Son solo unos días, hasta que Germán me deje salir sola de aquí. Me ha dicho
que en estos días Kimau va a preparar unas rampas para que luego no necesite
que nadie me saque y me entre.
- Pero Maca…
- Esther… entiéndeme – le suplicó – bastante vergüenza me da ya ser …
- Maca, por favor – la cortó – sé lo que pretendes y es absurdo.
- Tranquila que comeré en unos días.
- De eso nada. Tú mañana comes. Además, te aviso que Germán no te deja salir
de aquí hasta que no te vea con fuerzas.
- De Germán ya me encargo yo – dijo frunciendo el ceño y encogiendo el rostro.
- ¿Qué te pasa?
- Creo que no me ha sentado bien el caldo ese.
- No empieces Maca – protestó.
- No te enfades, ya te dije que tenía el estómago revuelto.
- ¿Se puede saber porqué no quieres comer?
- ¡Joder! no es que no quiera, es que no puedo – le dijo angustiada.
- Bueno… no te pongas nerviosa que es peor.
- Vale – suspiró cerrando los ojos.
- Maca, antes de que te duermas – le dijo con tono burlón soltando el plato vacío
en la mesilla y cogiéndola de la mano.
- Siento dormir tanto, pero… no puedo evitarlo.
- No tienes que evitarlo – la acarició con ternura dejando la mano en su mejilla -
me gustaría decirte que… - se interrumpió ante el gesto de la pediatra que abrió
los ojos desmesuradamente, en señal de temor, esperando que Esther le dijera
algo que no estaba preparada para responder, aquella caricia, aquella mirada y
ese tono le indicaban que así iba a ser – que… me despido ahora … porque
salimos temprano y … no quiero despertarte.
- Pero… ¿no duermes aquí?
- No, hoy dormiré con Sara – respondió con una sonrisa, sin embargo la pediatra
no pudo evitar mostrar su desagrado.
- Me da igual que me despiertes. Duerme aquí – le pidió siendo clara por primera
vez.
- No. De verdad. Es mejor así. Germán quiere que descanses y que no te alteres.
- Germán, Germán,… y lo que yo quiero ¿qué?
- No seas niña, Maca. Si es por tu bien.
- Vale – aceptó – que tengas buen viaje. Y… tened cuidado – le dijo con
cansancio - ¿no será peligroso! lo digo por la guerrilla y… todo eso.
- Tranquila. Estoy acostumbrada. Ya te dije que por eso viajamos con el ejército.
- Ya, ya lo vi – respondió haciendo mención al viaje de ida.
- Hazle caso a Germán, Maca.
- Que sí. Vete tranquila…. – le dijo apretando los labios y casi con un nudo en la
garganta continuó - Lo importante es que todo salga bien y podamos operar a
estos niños.
- Claro – estuvo de acuerdo la enfermera que prolongaba la despedida con el
deseo de que Maca le pidiese que se quedase con ella – por cierto, que, como
deberás quedarte un par de semanas, he pensado que a la vuelta, podíamos hacer
coincidir otro viaje y así no vuelves sola.
- Eso…, mejor lo hablas con Laura y con Cruz, porque dependerá de la evolución
de los niños, pero… por mí no te preocupes. Estaré bien.
- Claro, claro… solo era una idea – se encogió de hombros.
- Anda, vete, que al final no te va a dar tiempo ni a dormir – le dijo esbozando una
sonrisa, la enfermera se levantó de la cama y se dirigió a la puerta – Esther… - la
llamó y la enfermera la miró esperando que le pidiese que se quedase con ella –
me puedes dejar el bacín a mano.
- Pero… ¿en serio te ha sentado mal?
- Por si acaso – se encogió de hombros – no quiero…
- Tranquila, Maca, que no estás molestando a nadie – se adelantó a sus palabras
adivinando lo que pensaba.
- Bueno…
- Eso te lo aseguro, y menos a Germán, aunque no lo creas él… te aprecia.
- Ya… me aprecia – repitió pensativa - No te preocupes tanto, que estoy bien.
Vete a cenar y duerme ¡qué tienes unas ojeras…! - le dijo fijándose atentamente
en ella por primera vez – siento no haberte dejado dormir estas noches – se
disculpó cayendo en la cuenta de que quizás por eso la enfermera insistía en
dormir fuera de la cabaña, necesitaba descansar bien para el día próximo y con
ella no podría, claro que también estaba la otra opción y era que desease hacerlo
con la tal Sara, para despedirse de ella. Los celos que sintió ante la simple idea
se le reflejaron en la cara.
- He dormido muy bien a tu lado – le respondió con una amplia sonrisa
insinuante.
- Anda, y no me seas mentirosa – le devolvió la sonrisa – vete a cenar, que
mañana tienes que madrugar. Ya nos vemos en Madrid – la cortó con rapidez
temiendo alguna insinuación más.

La enfermera asintió y se levantó de la cama, permaneciendo con la mano de Maca


cogida y mirándola fijamente a los ojos, Maca le devolvió la mirada, a Esther le parecía
triste, y con la otra mano, Maca la posó sobre la de la enfermera, prolongando el
apretón, Esther tuvo la sensación de que le iba a decir algo pero, finalmente, Maca
aflojó y Esther la retiró con suavidad. No necesitaron palabras, les bastó aquella mirada
para comprender que a ambas les costaba separarse.

- No te vayas – murmuró Maca cuando la enfermera ya estaba en la puerta -


Esther, no te vayas – le pidió algo más alto.

Pero la enfermera no la oyó y salió de la cabaña cabizbaja, en su fuero interno había


esperado que Maca deseara que permaneciera junto a ella y aunque aquella mirada le
había confirmado que así era, Maca nunca daba su brazo a torcer y sus planes, sus
obligaciones y su clínica, siempre estarían por encima de sus sentimientos y deseos.
Esther suspiró y se dirigió a la cabaña de Sara, soltó su bolsa y se marchó al comedor.
Maca permaneció con la vista clavada en la puerta durante unos minutos, anhelando que
la enfermera entrase de nuevo y le dijese que se quedaba con ella, pero no sucedió.
Finalmente, se recostó y cerró los ojos, intentando dormir, pero volvía a dolerle la
cabeza y a sentir nauseas. El maldito caldo le había sentado como un tiro.

* * *

Tras la cena, Esther permaneció unos minutos sentada a la mesa con Germán y Sara.
Habían sido solo cinco días pero tenía la sensación de no haberse ido nunca y de que al
día siguiente tendría que separarse de ellos por primera vez. Sara la acompañaría en el
viaje hasta Nairobi, donde se encontraría con Laura, por eso la joven tras apurar su café,
se levantó.

- Esther, yo me voy ya a la cama. ¿Te vienes?


- No, Esther se queda conmigo un momento – intervino Germán - vamos a tomar
otro café ¿verdad?
- Si – confirmó la enfermera - ¿te apetece otro, Sara?
- No, yo estoy muerta, prefiero acostarme ya, que mañana nos espera un día
completito – les dijo con una sonrisa – tú también deberías descansar, Esther.
- Sí, voy en un momento.
- Bueno… pues… buenas noches.
- Buenas noches – respondieron al unísono.

Esther permaneció en silencio hasta que Sara salió del comedor, Germán hizo lo mismo,
a la enfermera le parecía pensativo e incluso preocupado y no alcanzaba a comprender
el porqué.

- ¿Quieres que tomemos el café en el porche de tu cabaña? – le preguntó el


médico seguro de que sería así.
- Sí, me gustaría pasar a ver a Maca – le sonrió, Germán la conocía perfectamente
y había adivinado sus deseos - no estoy tranquila sabiendo que va a estar toda la
noche sola.
- No va a estar sola - respondió el médico - pensaba quedarme con ella.

Esther lo miró agradecida, por mucho que Germán se pasase el día pinchándole a Maca
y riéndose de ella, en el fondo demostraba estar más preocupado de lo que aparentaba.
Ambos llenaron sus tazas y salieron del comedor camino de la cabaña. Entraron en ella
y comprobaron que la pediatra estaba dormida, seguía sin fiebre y parecía tranquila. Se
había quedado dormida recostada en las almohadas y el sueño la había hecho inclinar la
cabeza hacia un lado, Germán la sujetó con suavidad y le retiró una de las almohadas,
dejándola tumbada. La pediatra se removió un poco pero no despertó.

- Esta Wilson, mañana tendrá un dolor de cuello que le hará olvidar el de cabeza –
intentó susurrar saliendo de la cabaña.
- Deberías sacar más esta cara con ella y no estar todo el día picándola.
- De eso nada, ¿con Wilson! ¿qué quieres, qué luego mi ex no pare de
cachondearse de mi? – le preguntó retóricamente - ¡con Wilson mano dura! que
forma filas con el enemigo - bromeó.
Esther negó con la cabeza poniendo una expresión burlona, ¡este Germán no tenía
remedio!

- Estoy segura de que Maca fue una idiota al perderte como amigo – le dijo
sentándose a su lado en el escalón - se equivocó al escoger Adela.
- No te confundas, será mi ex, pero Adela quiere a Maca de verdad y me consta
que es capaz de cualquier cosa por ella.
- Seguro… - dijo pensativa y con cierto retintín.
- ¿Sabes que desde que está aquí me ha llamado todos los días?
- ¿En serio?
- Sí, todos los días sin falta, mañana y tarde, tengo que darle el parte de cómo
sigue su amiga – sonrió - por cierto que me ha dicho hoy, que te alegrará saber
que una tal María ha vuelto.
- ¡Joder! eso sí que es una buena noticia! – exclamó la enfermera alegre y
aliviada, había estado tan preocupada por Maca que se había olvidado
completamente de la niña - ¿cómo no me lo has dicho antes?
- Yo que sé, se me ha olvidado, estaba más preocupado con Wilson, por cierto
¿cómo has conseguido que se tome el caldo?
- ¡Ah! ya sabes…
- Ya, ya, enfermera milagro.
- Y no solo que se lo tome, si no que no vomite, que ya la conoces, empieza a
pensar y a pensar y al final…
- Lo recuerdo – rió el médico – los nervios siempre en el estómago. ¡La de veces
que salía corriendo justo antes de entrar a un examen!
- Nunca me lo había contado.

El médico se encogió de hombros recordando los años de facultad y los momentos


compartidos con la pediatra. Guardó silencio y Esther lo observó detenidamente, parecía
más cansado que de costumbre.

- Germán, ¿estás bien?


- Sí, ¿por qué?
- Pareces cansado y… preocupado.
- Bueno… un poco sí que lo estoy.
- Y… ¿se puede saber por qué?
- Me preocupan estos días… ya sabes como estamos de personal y… Maca…
necesita ayuda y… en fin, no me eches cuentas, que ya nos apañaremos – sonrió
haciendo un gesto con la mano de despreocupación.
- Yo esperaba que Maca me hubiese pedido que me quedase con ella pero … no
lo ha hecho.
- Maca es orgullosa y aunque ha cambiado algo, si se le pincha un poco sale la
Maca que yo recuerdo y esa Maca nunca te va a pedir que dejes de cumplir con
tu obligación y menos por su culpa.
- Tienes razón. Pero a veces, me parece tan diferente, tan… vulnerable…. Que
espero cosas que… - se detuvo mirándolo fijamente, él le sonrió cariñoso, la
abrazó y la atrajo hacia él pasándole un brazo por encima y recostándola en su
hombro. Esther continuó - a veces me parece una extraña y creo que quizás me
equivoco con ella.
- Puede ser, aunque yo creo que no. Yo creo que eres de las pocas personas con
las que la he visto ceder sin más – le dijo y la enfermera sonrió satisfecha con
aquel comentario – pero también creo que debes tener cuidado…
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó separándose de él y encarándolo con interés.
- Maca tiene su vida y… ya sé que la quieres y… que querrías recuperarla pero…
¿estás segura de que ella también lo quiere?
- No, no lo estoy ¿se puede estar seguro de algo así?
- Imagino que no – suspiró – solo te digo que… os podéis hacer mucho daño de
nuevo y… no me gustaría verte sufrir.
- Lo sé, no te preocupes que estaré bien. Ya sé que Maca tiene otra vida. Yo…
solo pretendo estar ahí… por si… por si ella …
- Tampoco me gustaría verla sufrir a ella.
- Lo último que yo deseo es que Maca sufra – le dijo con tanta intensidad que
Germán sintió una ternura inmensa por ella - lo único que quiero es verla feliz.
- Y si puede ser contigo mejor ¿no? – bromeó.
- ¡Claro! – sonrió la enfermera
- Pero eso.. no depende de ti, al menos, ahora no.
- Ya dependerá – sonrió misteriosa, levantándose y entrando de nuevo en la
cabaña.

Germán la siguió, observó como se acercaba a la pediatra, le acariciaba la cara y rozaba


sus labios. Maca masculló algo inteligible y siguió durmiendo. Esther se giró hacia él, le
dio un beso en la mejilla y salió dándole las buenas noches. El médico se sentó en la
hamaca dispuesto a permanecer allí toda la noche. No quería dejar a la pediatra sola,
aún debería estar en el hospital y no quería dar lugar a que volviera a darles un susto.

* * *
Maca percibió que la oscura mancha se escurría bajo la puerta avanzando lentamente
como una sombra que vagase libremente sin someterse a la esclavitud de seguir a su
dueño. Estaba segura de que no era un sueño, había hecho esfuerzos para no dormir
desde que Esther se marchó a cenar. No quería estar sola, y aunque se había adormilado
un par de veces, otras tantas había vuelto a abrir los ojos sobresaltada. Estaba segura de
no haberse dejado vencer por ese maldito demonio del sueño que la arrastraba a los
peores momentos del día. ¿Qué era aquello? No lograba adivinar a qué pertenecía, de
pronto lo supo ¡un gato! tiene que ser un gato, sus ojos brillantes en la oscuridad la
observaban atentamente. “Parecen casi humanos”, pensó comenzando a sentir pánico,
“y… ¿si no es un gato?”, se dijo asustada, mirando aquellos ojos profundos que
parecían esconder tras de si una verdad que ella desconocía.

Su pánico creció cuando aquella sombra, aquellos ojos comenzaron a deslizarse hacia
ella, emitiendo una especie de gruñido ensordecedor, un gruñido que parecía cobrar
sentido, ¿le estaba hablando! “no te dejaré morir”, le pareció escuchar, “aún no, deje
que la ayude”. Escuchó aquellas palabras con un alivio que disipó el miedo que sentía,
aunque aún sin dar fe a lo que acababa de escuchar. Sí, aquel ser desconocido,
escondido en las sombras, poseedor de unos ojos que parecían encarnar la maldad, le
estaba asegurando que la libraría de la muerte, ¿debía creerlo! no estaba segura, lo
notaba cada vez más cerca, aunque no era capaz de distinguirlo en la oscuridad, ni
siquiera lo oía moverse, el silencio la sacaba de quicio, necesitaba oír algo.
De pronto, de nuevo aquellos ojos clavando su inquietante mirada sobre ella. Su
corazón se aceleró. Sintió que la habitación era cada vez más pequeña y que se ahogaba
en ella, lo buscó con la mira y allí estaba, delante de ella, sentía su aliento, el calor de su
cuerpo, ¡es él! ¡es él! pero su rostro era otro, era el rostro de una mujer, no distinguía
sus facciones pero aquella silueta era una mujer que le tendía la mano, “vamos, Maca,
ayúdame”, le dijo en un susurro lleno de apremio, “no puedo”, pensó la pediatra, “no
puedo”, su cuerpo paralizado le impedía moverse, estaba a merced que aquella figura.
“¿No puedes?”, gruñó lleno de ira, ¡era él de nuevo! Sus ojos se tornaron más Macabros
que antes. En su mirada no había nada más que maldad y odio. “Es él, es él”, se repitió
desesperada. “Vamos a divertirnos, doctora”, gruñó.

Su mente no alcanzaba a vislumbrar lo que ese bestia quería de ella. Lo tenía encima, la
agarró de los brazos con una sola mano, su fuerza era descomunal, mientras con la otra,
apretó sus costillas con tanta fuerza que la dejó sin respiración. “¿Qué hace! ¿qué
hace?”, se repetía aterrorizada sintiendo que su mano penetraba en su cuerpo y de un
tirón arrancaba una de sus costillas, un dolor insoportable la hizo abrir los ojos con un
grito.

- ¡Wilson! – saltó Germán de la hamaca corriendo hacia ella.


- Es él, es él – murmuraba mirándolo con unos ojos muy abiertos, llenos de temor.
- ¿Qué dices, Wilson! ¿quién era? – le sonrió dándole un suave golpecito en el
brazo – vamos despierta, qué estas soñando.
- ¿Germán?
- Sí – volvió a sonreír - ¿se puede saber qué soñabas?
- El costado me…
- ¿Te duele? – le preguntó preocupado yendo hacia la mesa para coger su maletín.
- Si – murmuró de nuevo – la costilla.
- ¿Qué dices! ¡espabila, que sigues dormida! – le dijo intentando incorporarla - ¿te
duele mucho?
- ¿Qué? – preguntó desorientada.
- El costado ¿qué si te duele mucho?
- No…– dijo mirándolo extrañada.
- Aún así voy a buscar ayuda, vamos al hospital, si vuelves a tener líquido habrá
que intervenir de nuevo.
- No….
- Ya lo creo que si.
- Que no me duele – le dijo sin entender porqué insistía en ello.
- Pero no decías que… - se interrumpió comprendiendo lo que ocurría, Maca le
había respondido adormilada, sin saber el qué - ¡menudo susto me has dado!
Entonces… ¿no te duele? – repitió sin estar muy convencido.
- No – le respondió mirándolo fijamente aún asustada.
- ¿Tienes frío! estás temblando – le dijo cubriéndola con la sábana, y
comprobando su temperatura.
- No… y…
- Fiebre no tienes – la interrumpió – perdona ¿y qué?
- ¿Qué?
- ¿Qué me ibas a decir?
- ¿Y Esther? – preguntó extrañada de no verla allí.
- Duerme con Sara, creí que te lo había dicho.
- Si… si, lo hizo – respondió acordándose repentinamente - No hace falta que te
quedes aquí, estoy bien.
- Bueno… eso lo decido yo ¿de acuerdo? – volvió a sonreírle - ¿quieres agua?
- No – dijo suspirando y cerrando los ojos.
- Duérmete – le dijo acomodándose de nuevo en la hamaca, tranquilo al ver que
solo había sido una pesadilla.

¿Dormir! pensó la pediatra, no volvería a dormir, odiaba aquellos sueños, le dejaban una
sensación de desasosiego y malestar. Al cabo de un instante abrió lo ojos. Germán había
dejado encendida la luz de la mesilla, seguro que Esther ya se había ido de la lengua. El
médico parecía dormir y Maca se quedó observándolo, de pronto lanzó un ronquido que
la sobresaltó. “Joder”, pensó, “ahora sí que no voy a ser capaz de dormir”, se dijo, luego
volvió a mirarlo y sonrió, allí sentado tenía aquel gato que la observaba en la oscuridad
y que rugía, porque aquello era algo más que roncar. Suspiró y cerró de nuevo los ojos
¡vaya días que le esperaban! lo que daría porque Esther estuviera allí junto a ella.

* * *

Al amanecer, Germán salió sigiloso de la cabaña. Esther y Sara ya estaban terminando


el desayuno y la mayoría de los niños habían sido acomodados en los camiones,
dispuestos para el traslado. El médico se marchó con Sara para echar un último vistazo a
Clarise. Mientras, Esther que permanecía recogiendo algunas cosas de comer para el
camino, no pudo evitar dar una carrera e ir a despedirse otra vez de la pediatra. Entró sin
hacer ruido y se acercó a la cama, parecía dormir tranquilamente, la besó con cuidado y
Maca abrió los ojos.

- ¿Ya te vas? - le preguntó somnolienta, sobresaltando a la enfermera.


- Si, solo quería ver si estabas bien – le respondió en voz baja.
- Si – murmuró.
- ¿Te duele la cabeza? – aventuró al ver sus ojeras más marcadas que la noche
anterior.
- Sí – reconoció y frunció el ceño, “Germán no me ha dejado dormir en toda la
noche con sus ronquidos”, pensó malhumorada, pero no dijo nada más.
- ¿Quieres que le diga a Germán que venga y te ponga un calmante? – le preguntó
frunciendo el ceño, le parecía que estaba peor.
- No… no te preocupes – la miró y suspiró, sintió que se le saltaban las lágrimas,
quería que se quedase con ella, necesitaba tenerla a su lado, “no te vayas”,
pensó. Esther creyó entender aquella mirada.
- Maca quieres que…
- No quiero nada – la interrumpió esbozando una sonrisa, no quería que Esther
volviese a quejarse de ella o decirle que parecía una cría, como la noche anterior,
estaba dispuesta a demostrarle a todos que no era como creían - vete, te estarán
esperando.
- Sí, tienes razón – le devolvió la sonrisa con un rictus de decepción que Maca no
supo interpretar – a ver – le dijo acariciándole la mejilla, pensativa, y poniéndole
la mano en la frente, la acuosidad de sus ojos le hizo creer que la fiebre había
vuelto – no, no parece que tengas fiebre.
- Estoy bien.
- Pues… tienes mala cara.
- ¿Qué cara quieres que tenga? – preguntó con una mueca irónica – debo estar
espantosa.
- Tú nunca estás así – le sonrió – pero… anoche – se interrumpió al escuchar el
ruido de los motores, los camiones estaban arrancando.
- Anda, vete, y … ten cuidado – le pidió preocupada.
- Lo tendré – la besó en la mejilla con suavidad – descansa y duerme un poco – le
dijo mirándola con preocupación, la pediatra parecía más agotada que antes y
hablaba con más lentitud, y eso no le gustaba nada, debía dolerle mucho la
cabeza.
- No… - murmuró – no quiero dormir…
- Chist, calla – le dijo con una sonrisa, acariciándole el pelo – cierra los ojos.

Maca obedeció, “no te vayas”, pensó de nuevo, sintiendo una congoja enorme. Esther
permaneció unos instantes acariciándole la mejilla con suavidad, con su mano posada
sobre su cara y moviendo ligeramente sus dedos masajeándola como a ella le gustaba en
la base de la nuca, la pediatra dejó caer, poco a poco, la cabeza hacia ese lado,
reconfortada con aquel masaje, al cabo de unos instantes Maca respiraba pausadamente,
se había dormido. Esther salió de la cabaña, no sin echarle un último vistazo, “a dios, mi
amor”, pensó sintiendo que algo se desgarraba en su interior, quería permanecer allí y
estaba segura de que Maca lo deseaba también.

* * *

Un par de horas después Maca permanecía en la cama con los ojos abiertos, clavados en
la puerta de entrada, con la secreta esperanza de que Esther entrase a verla, pero nadie
había aparecido por la cabaña desde que oyó marcharse los camiones. La sensación de
soledad que tenía siempre, se había acrecentado de tal forma que empezaba a hacérsele
insoportable. Por eso, cuando Margot entró en la cabaña, a llevarle un zumo, la pediatra
la recibió con una sonrisa. La chica le insistió en que se lo tomase para llevarse el vaso
pero Maca se negó, sin ganas de tomar nada, y la convenció para que se lo dejase allí,
en contra de las indicaciones de Germán que le había ordenado que no se marchase sin
ver que Maca se lo bebía todo.

Margot la incorporó y le colocó las almohadas, luego se marchó dejándola de nuevo


sola. Pensó en hacer todo lo posible porque Germán la dejase llamar a Madrid, quería
volver como fuese. Costase lo que costase. La idea de permanecer allí un día más la
estaba volviendo loca. Se sentía cada vez peor, tenía la sensación de que le había subido
la fiebre de nuevo, pero recordó las palabras de Esther, “Germán no te va a dejar salir
hasta que no comas”, suspiró y cogió el vaso de zumo, era la única forma de no
empeorar, ni deshidratarse. Además, no tenía ninguna gana de escuchar una bronca de
Germán.

Haciendo un esfuerzo se tomó parte del zumo y cerró los ojos somnolienta, bajo los
efectos del sopor que le provoca la fiebre. De pronto sintió en su pelo una mano que la
acariciaba, y unos labios que rozaban su cuello con un dulce beso, lleno de ternura. Sin
poder evitarlo, a pesar de su malestar, sus labios dibujaron una sonrisa, “¡ha vuelto!”,
pensó, “Esther”, murmuró.
- No, soy yo – escuchó la voz de Germán y abrió los ojos sobresaltada, “¿Germán
la había besado?”, el médico le sonrió desde la ventana – te la he abierto, hace
calor.
- Gracias – respondió con un aire de decepción que captó el médico, y
comprobando que aquello que creyó un beso no era más que la ligera brisa que
había producido la corriente al abrir la ventana.
- Serán solo unos días. Volverá pronto – la consoló imaginando el porqué de
aquella expresión – la conozco, no dejará que vuelvas sola. Vendrá a por ti.
- ¿Por qué me dices eso?
- Porque veo tu cara y porque a ti también te conozco – sonrió – o te conocía, pero
esa cara de cordero degollado, esa cara no cambia. La echas de menos y solo
hace unas horas que se ha marchado – torció la boca en una mueca burlona - Te
dejo que tengo trabajo. Luego me paso a darte un poco de charla. Si te apetece
claro – le dijo con una sonrisa. Maca lo miró agradecida, tenía que reconocer
que se estaba portando con ella de una forma que no había esperado.
- Germán.
- ¿Qué?
- ¿Por qué nos peleamos tú y yo?
- Vete a saber – sonrió malicioso - ¿no te has terminado el zumo?
- No puedo con más – reconoció arrugando la nariz en señal de desagrado.
- Wilson… si no pones de tu parte… - intentó reprenderla cariñosamente.
- Pondré, te lo prometo, pero… poco a poco. No puedo con más, de verdad –
respondió con ojos de súplica.
- A ver – dijo acercándose a tocarla – vuelves a tener fiebre.
- Estoy cansada…
- Lo sé, he visto tu analítica – le sonrió en tono de broma – además, entre los
antibióticos y lo baja que estás de defensas….
- ¡No! yo también sé que es por eso… me refería a que… estoy cansada de estar
aquí encerrada, no he salido desde el día que llegamos – protestó preparando el
terreno para pedirle que la dejara salir a llamar.
- Y vas a seguir sin salir – la avisó señalándola con un dedo amenazante.
- Pero… tengo ganas de darme una ducha… y… que me de un rato el aire.
- Eso es buena señal – le sonrió – en un día o dos ya veremos. De momento, no te
voy a dejar salir.
- Pero… ¡Germán! aquí sola todo el día… ¡me aburro!
- Aquí, sola, aquí sola – la remedó – no te quejes que estamos todos pendientes de
la señorita. Que te tenía muy mimada tu Esther y te ha mal acostumbrado –
bromeó echándole en cara los cuidados de la enfermera. Maca suspiró con
nostalgia - ¿Te duele la cabeza?
- Menos que estos días.
- ¿Quieres que te traiga un libro o una revista! así por lo menos te entretendrás un
rato. Aunque te advierto que casi todo lo que tengo es de medicina.
- Sí, gracias, pero…. tendrás que hacerme un favor.
- Dime, ¿qué favor?
- Me tendrás que buscar las gafas, deben estar en la bolsa de… - se detuvo al ver
la cara burlona de él.
- ¿Gafas! ¡cómo hemos envejecido! – la provocó.
- Ya ves… y no solo eso… - respondió con desgana aceptando que él tenía razón,
estaba echa una auténtica pena.
- Yo te veo muy bien – intentó animarla desdiciéndose al ver aquella expresión.
- Claro… - dijo con retintín – no te esfuerces… sé muy bien que…
- Que sigues teniendo ese atractivo que nos traía de cabeza a todos y… a todas –
la interrumpió socarrón. Maca sonrió valorando su intención.
- No seas adulador – le respondió mostrando el agradecimiento en su mirada – no
te pega nada. Prefiero tu vena de sinceridad.
- Bueno… si es así – se detuvo sonriendo maliciosamente – Wilson, ¡estás hecha
una auténtica piltrafa! pero… ya me encargaré yo de recuperarte, para que
cuando vuelva “mi” enfermera milagro – le dijo recalcando el “mi” - me gane
algo más que un besito.
- A Esther ni me la toques – saltó molesta mostrando una energía que esos días
parecía haber perdido.
- Wilson, Wilson, no cambiarás nunca – soltó una carcajada dirigiéndose a la
puerta - ¿cómo vas a impedírmelo? – se burló – además… ¿tú no estás
felizmente casada?
- Ni tocarla, Germán – le gritó al ver que salía.
- Tarde doctora – le dijo ya casi en el porche, dejándola completamente
desconcertada y con unos celos que se moría.

Hacía horas que Esther se marchó y la echaba tanto de menos que no estaba dispuesta a
permanecer allí dos semanas, como mucho unos días y luego ya se las arreglaría para
volver como fuese, aunque tuviese que fletar un avión para ella sola.

* * *

Esther, permanecía mirando por la ventanilla del camión. Las primeras chabolas de la
entrada a Nairobi ya se distinguían a lo lejos. Habían tenido un buen viaje, sin
interrupciones ni demoras. Sara había intentado establecer varias veces una
conversación larga con ella pero al final había desistido. La enfermera no tenía ganas de
charla. No podía dejar de pensar en Maca y en que la dejaba allí, sola y enferma, no
olvidaba aquella última mirada de tristeza y, aunque sabía que la cuidarían, no podía
dejar de imaginarla discutiendo con Germán, negándose a comer, avergonzada por no
poder valerse sola, por necesitar ayuda hasta para lo más básico e íntimo, imaginaba,
conociéndola cómo se sentiría y eso la hacía desesperarse.

- No le des más vueltas – le dijo Sara dándole unos golpecitos en la rodilla viendo
la expresión que estaba poniendo la enfermera - ¡y anima esa cara, mujer!
- Sí – murmuró con un suspiro.
- Va a estar bien, ya lo verás. Germán no va a dejar que le pase nada.
- Ya lo sé, es solo que…
- A todos nos cuesta separarnos de las personas que queremos pero, a veces, no
hay más remedio.
- También lo sé – dijo mirando el reloj – Laura ya debe estar en el aeropuerto.
- Tengo ganas de conocer a esa Laura – le sonrió - ¿es muy amiga tuya?
- Pues… se puede decir que sí, en estos meses hemos vuelto a intimar – le confesó
pensando por primera vez en la relación que mantenía con ella.

Volvió a mirar el reloj y sacó el móvil, quizás ya tuviese cobertura. Lo abrió y buscó el
número, se quedó contemplándolo por un par de segundos con el dedo sobre la tecla
marcar..., pensó un par de excusas que la avisaran de sus intenciones, no quería que la
hiciera desistir de su decisión, pero en el último instante dudó de nuevo.

- ¿A quién vas a llamar? – le preguntó Sara sorprendida.


- A Laura, necesito… necesito decirle una cosa.
- ¡Pero si la vas a ver en veinte minutos! – rió – ¡qué impaciente eres!
- Eh…, tienes razón, mejor me espero.
- Claro, mujer, si ya estamos llegando.

Minutos después, los camiones entraban en el aeropuerto y tras detenerse en los


pertinentes controles, se encaminaron por la pista camino del avión. Laura las estaba ya
esperando y al parecer, los cuatro niños que ella transportaba habían sido ya
embarcados. Tras los saludos y presentaciones, Sara permaneció abajo del avión
organizándolo todo, había que tener mucho cuidado con Clarise, mientras, Esther y
Laura subían para instalar a cada uno en su sitio.

- ¿Cómo está Maca? – le preguntó Laura, aprovechando una pausa en la que


esperaban que subieran al siguiente.
- Algo mejor.
- Pues… por tu cara nadie lo diría.
- Todavía está muy débil y… no puedo evitar preocuparme.
- Pero está en buenas manos, me dijiste eso, ¿no?
- Ya lo sé, no me lo repitáis más – respondió molesta.
- Bueno, bueno, no te enfades conmigo – le sonrió conciliadora, Esther estaba
peor de lo que se había imaginado, y ya se la había imaginado mal, sobre todo,
conociendo todas las esperanzas que había puesto en aquel viaje.
- Pero…
- Pero nada. Maca quiere que las cosas se hagan como se están haciendo.
- ¿Y tú no?
- Yo tengo la sensación de que le estoy fallando de nuevo – reconoció bajando la
vista – de que nunca llego a entenderla de verdad, de que me voy a arrepentir de
haberme ido dejándola allí.
- Todavía no te has ido.
- ¿Ah, no?
- No – le sonrió enarcando las cejas.

Esther la miró perpleja y cuando estaba a punto de preguntarle qué quería decirle,
subieron al último de los niños. Sara llegaba con él. Lo instalaron y la joven se despidió
de ellas y bajó las escalerillas. Esther se quedó observándola solo podía pensar en una
cosa, esa noche, Sara estaría con Maca y ella… ella estaría volando rumbo a Madrid.
“es lo que debes hace”, escuchó la voz de Maca.

- Espera – gritó al miembro de la tripulación que estaba cerrando la escotilla de


entrada. El chico se detuvo sorprendido. La enfermera se volvió hacia Laura –
no puedo irme Laura, no puedo.
- Pero… ¡Esther!
- No puedo… no puedo dejarla aquí… está… está tan … tan… lo siento, los
siento – balbuceaba buscando una justificación para lo que iba a hacer pero solo
se le ocurría una, amaba a Maca y quería estar con ella, aunque eso significase
llevarle la contraria a la pediatra. Es lo que debía hacer.
- Joder – protestó – venga, vete – la besó con rapidez – ¡corre! ya me apañaré sola
– le dijo - ¡venga! que se te va a escapar Sara.
- ¡Gracias, Laura! – la abrazó y bajó corriendo las escalerillas.

Los camiones ya se alejaban del avión y la enfermera tuvo que emplearse a fondo para
conseguir situarse en una posición en que pudieran verla. Por suerte tenían que pararse
en el mismo control que antes y allí logró alcanzarlos.

* * *

En el campamento, Maca ojeaba la revista que le había llevado Germán. Le seguía


doliendo la cabeza y la lectura no ayudaba a que se sintiera mejor. Tenía sueño pero no
quería dejarse vencer por él, no quería dormir para volver a tener esas pesadillas
angustiosas que la atormentaban. Sin embargo, no pudo evitarlo por más tiempo, y al
cabo de unos minutos, los renglones se le juntaban y no se enteraba de nada de lo que
leía, con los ojos clavados en el mismo sitio del papel desde hacía un rato, la mente voló
a otro lado, imaginó a Esther y el viaje que estaba haciendo y deseó ir con ella en el
avión, porque ya debían haber despegado. Movió la cabeza y se frotó los ojos para
ahuyentar esa somnolencia pero unos segundos después daba la primera cabezada y
Esther volvía a aparecer frente a ella, sonriente y obligándola a beber un líquido que no
identificaba, “vamos Maca, bebe” y ella no podía negarse, rendida ante el poder de
aquella sonrisa. Reacia a caer en el sopor se obligó a abrir los ojos y a clavarlos de
nuevo en la página, con un suspiro, tenía que reconocer que la echaba mucho de menos.

Si Vero la viese luchar contra el sueño le echaría una buena bronca. Siempre le costaba
mucho conciliarlo, el miedo y el estrés se lo impedían, tenía verdadero pánico a
quedarse dormida y era el cansancio lo que terminaba por vencerla. Padecía de
insomnio desde hacía tanto tiempo que ya ni se acordaba de cuando empezó, descansaba
poco, pero llegaba un momento cada noche en que el cansancio podía con ella. Recordó
la palabras de Vero “Maca, debido a la falta de sueño y a la angustia que acumulas
durante el día, no puedes dormir”, “tienes que relajarte, tienes que dejar de evitar
dormir”, y había días que lo conseguía y el agotamiento la hacía cerrar los ojos, aunque
siempre volvía a despertarse al poco de hacerlo, siempre sobresaltada con horribles
pesadillas, acumulando más fatiga y temor.

Alargó el brazo y bebió un sorbo de agua intentando espabilarse, pero era en vano,
momentos después su cabeza caía, definitivamente, sobre el pecho, dormida. Pero esta
vez no eran esas oscuras figuras las que llegaban hasta ella tendiéndole la mano, no eran
esas voces que quería identificar pero que no lograba recordar, no eran esos ojos fríos y
llenos de odio que la acechaban en la oscuridad, esta vez, fue Esther la que volvía con
fuerza y se sentaba junto a ella, le sonreía y le hablaba con decisión “¿sabes Maca!
digas lo que digas, no me marcho, me quedo aquí contigo”.

En el exterior, los ruidos de los camiones que regresaban alertaron Germán que salió a
su encuentro. El médico estaba ya preocupado por ellos, habían tardado demasiado en
volver. Fue en busca de Sara deseoso de conocer el motivo del retraso cuando sus ojos
se abrieron de par en par, sorprendido al ver bajar a Esther del camión. La enfermera se
acercó a él con una tímida sonrisa esperando una reprimenda por su parte.
- Hola – lo saludó enarcando las cejas y apretando los labios en una mueca de
circunstancias – antes de que me digas nada…
- ¡Esther! – exclamó manifestando una alegría que la sorprendió, parecía aliviado
de tenerla allí, corrió hacia ella, abrazándola con fuerza.
- Muy bonito – dijo Sara llegando hasta ellos burlona – y para mi no hay
achuchón, ni besito, ni nada de nada, pues que sepas….
- Anda tonta, ven aquí – le sonrió estrujándola aún más fuerte y riendo ante las
protestas de la joven.
- ¡Suelta! que me ahogas – sonrió – ¡voy al baño que no aguanto más! – les dijo
dándose la vuelta.
- ¿Por qué habéis tardado tanto? – preguntó el médico – me teníais muy
preocupado.
- Luego te cuento – le gritó alejándose.

Germán miró a Esther con una sonrisa en la cara. Era evidente que le gustaba tenerla de
vuelta.

- ¡No sabes lo que me alegro de que estés aquí! – exclamó pasándole el brazo por
los hombros atrayéndola hacia él como solía hacer cuando esta contento.
- Vaya… - dijo separándose de él con suavidad – no sé porqué…pero, creí que me
echarías una bronca.
- Yo no soy nadie para hacer eso. Ahí tienes a tu jefa – le sonrió - ¡qué te la eche
ella!
- Yo también me alegro de haberme decidido – le dijo con sinceridad – aunque…
no sé cómo se lo va a tomar.
- Te regruñirá un poco, pero… no le hagas mucho caso. Se alegrará de verte.
- Eso espero.
- Hazme caso. Yo estaba preocupado, lleva todo el día con algo de fiebre y muy
apagada. Apenas ha tomado nada.
- ¿No estará peor?
- No, yo creo que está triste – le dijo en tono confidencial – te echa de menos.
Seguro que se anima al tenerte aquí.
- Voy a verla – dijo la enfermera iniciando la marcha con una enorme sonrisa de
satisfacción.
- ¡Espera! voy contigo – le dijo alcanzándola – no me pierdo la cara de Wilson
por nada del mundo – rió divertido.

Esther lo miró contenta, ella también estaba deseando ver la cara de Maca aunque fuera
para enfadarse con ella por desobedecerla. Ya se encargaría ella de que se le pasase el
enfado.

Esther abrió la puerta de la cabaña impaciente por encontrarse con Maca, pero la
pediatra dormía profundamente, tenía la cabeza inclinada hacia el lado izquierdo, las
gafas puestas y caídas hasta la punta de la nariz, las manos cruzadas sobre la revista que
le llevó Germán y los labios fruncidos en un esbozo de sonrisa.

- Mira que cara – le susurró Germán – viéndola así… ¡quién diría las malas
pulgas que tiene!
- No tiene malas pulgas – protestó la enfermera mirándolo enfadada y
comprobando que se burlaba de ella - ¡Germán! – lo recriminó dándole un golpe
en el brazo.
- ¿La vas a despertar?
- No – respondió mirándola con ternura y suspirando.
- ¿Qué estará soñando para tener esa cara de boba? – bromeó – recuérdame
cuando despierte que le diga…
- ¡Germán! – volvió a recriminarle - ¿quieres largarte ya?
- De eso nada, que me merezco una compensación por aguantarla todo el día.

Esther negó con la cabeza resignada a sus payasadas y se acercó sigilosa hasta ella, le
quitó la gafas con delicadeza y le retiró la revista con sumo cuidado para no despertarla.
Maca, sumida en un agradable sueño en el que la enfermera regresaba a su lado, sintió
aquellas maniobras y las introdujo en el mismo, Esther la cogía de las manos, luego le
acariciaba las mejillas y se quedaba allí observándola, Maca no pudo aguantar más su
mirada y levantó un brazo, atrayendo a la enfermera hacia ella y haciendo aquello que
deseaba hacer desde la tarde que la vio aparecer en su despacho, besarla.

Germán abrió los ojos sorprendido y divertido con el cuadro.

- Coño, Wilson, ¡qué recibimiento! – exclamó despertándola y haciendo que la


pediatra abriese los ojos, sobresaltada, sin saber qué ocurría y viendo a una
Esther que la miraba perpleja, de todas las reacciones que había imaginado en la
pediatra esa era la única que no había contemplado y no porque no quisiera, si
no porque le había parecido absolutamente imposible que se produjese – yo aquí
todo el día bailándote el agua y ni un triste besito y ahora…
- ¿Esther? – murmuró somnolienta la pediatra - ¡Esther! pero… ¿qué haces? –
preguntó Maca cuando fue consciente de lo que había ocurrido.
- ¿Yo? – preguntó la enfermera aún descolocada – pero… ¡si has sido tú! – se
defendió con una mueca burlona llena de alegría.
- Bueno, bueno… yo… ahora sí que me voy… - dijo Germán viendo como estaba
el patio - luego vengo a examinarte Wilson, que ahora eres capaz de romperme
el termómetro – bromeó al ver lo roja que se había puesto.

El médico cerró la puerta y las dejó solas. “Cobarde”, pensó la enfermera, mirando a
Maca que la observaba, con una expresión mezcla de alegría, de alivio, de vergüenza
por lo que acababa de hacer y de incredulidad, aún sin asimilar que Esther estuviese allí
sentada en la cama, junto a ella.

- Pero… - balbuceo la pediatra - ¿cómo?. ¿ha pasado algo! ¿os han asaltado?
- No ha pasado nada – sonrió cogiéndola de la mano – todo ha ido muy bien,
Laura se ha marchado con los niños y yo… me he vuelto para… estar contigo –
se decidió a decirle la verdad, Maca no dejaba de mirarla de una forma tan
penetrante que Esther cada vez se estaba poniendo más nerviosa, había esperado
una protesta, una bronca, un “no tenías que haberlo hecho”, pero no se esperaba
nada de lo que había sucedido y menos aquel silencio - ¿no me dices nada?
- Sí – respondió clavando sus ojos en ella – que... que… lo siento… estaba
dormida y… no sé… estaba soñando… y…
- No me refiero al beso Maca – le dijo con una sonrisa burlona “ya me contarás tú
qué estabas soñando”, pensó – me refiero a… a que si te molesta que haya
vuelto.
- No – sonrió – me alegro mucho de verte – reconoció estrechando la mano de la
enfermera entre la suyas y clavando sus ojos en ella - ¡mucho! – enfatizó y
Esther sonrió abiertamente.
- ¿Sabes? Tenía un poco de miedo – le confesó retirando la vista de aquellos ojos
que parecían adentrarse en su mente.
- ¿Miedo por qué? – preguntó con inocencia.
- Pues… - se detuvo, no quería que la malinterpretase y decidió bromear – porque
tengo una jefa, que… ¡es una siesa que no veas! y tengo miedo de que me eche
como poco una bronca, si es que no me echa del trabajo, porque me ordenó que
hiciese todo lo contrario.
- Tu jefa es imbécil – sonrió – y haces muy bien en no obedecerla. Tú siempre has
tenido muy buen criterio en el trabajo. Y debes seguir guiándote por él. ¿Sabes
lo que te digo? – le preguntó burlona.
- ¿El qué?
- No la escuches – le susurró de una forma que Esther no supo qué quería decirle.

La enfermera se quedó mirándola intentado adivinar lo que estaba pasando por su mente
y no respondió segura de que le estaba insinuando algo. Maca seguía mirándola de
aquella forma que la inquietaba y la ponía nerviosa.

- Voy a buscarte algo de comer – se levantó con rapidez librando su mano de las
de la pediatra – Germán me ha dicho que no has querido tomar nada y eso no
puede ser, Maca.
- Vale – aceptó sin protestar mirándola embelesada.
- ¿Vale? – repitió sin creerlo - ¿qué te apetece! ¿un caldo? – propuso irónica.
- Bueno – siguió con la vista fija en ella.
- ¿De corteza de cerdo? – volvió a preguntarle.
- Vale – repitió.
- ¡Maca! ¿me estás escuchando? – le preguntó preocupada creyendo que podía
tener una crisis de las que le habló Cruz.
- Si.
- Esta noche ¿quieres que duerma aquí o prefieres que lo haga Germán? – le
preguntó burlona para probar si era cierto que estaba atenta a sus palabras.
- ¿Germán? – repitió - ¿bromeas? ¡ronca como un cerdo! – exclamó de buen
humor y Esther soltó una carcajada.
- Ahora vuelvo – le dijo inclinándose y besándola ligeramente en la mejilla,
momento que la pediatra aprovechó para aferrarla y abrazarse a ella.
- ¡Gracias! – le susurró al oído y Esther sintió que se le erizaba todo el bello del
cuerpo.

* * *

Los dos días siguientes, Esther se dedicó en cuerpo y alma a cuidar de ella. Maca,
después de verla aparecer, se relajó de tal manera que pasaba casi todo el día durmiendo
y la enfermera estaba preocupada. Habló con Germán al respecto y le recordó las
recomendaciones de Claudia, Maca no debía dormir mucho, era necesario que su
cerebro tuviese actividad, pero el médico le insistía en que Maca necesitaba descanso,
que estaba muy débil y que debía recuperar fuerzas. Esther se resignó a que fuera así y
se acostumbró a verla dormir con la esperanza en que al día siguiente lo hiciera durante
menos horas.

Cuando despertaba, la pediatra se mostraba aturdida, cansada y desorientada y en raras


ocasiones conseguía mantener una conversación larga y coherente con ella. Esther se
esforzaba en entretenerla, le leía, le contaba las novedades del poblado y sus charlas con
Cruz, Teresa y Adela, pero la pediatra no parecía interesada en nada, solo en cerrar los
ojos y dormir. Esther se desesperaba y por mucho que Germán le dijese que era normal
a ella le parecía que Maca estaba especialmente confusa, que después de la operación no
lo había estado tanto y no dejaba de tener fiebre y la cabeza le seguía doliendo. Le contó
al médico que en Madrid Maca no paraba, hacía cientos de cosas al día y padecía de
insomnio. Tanto le insistió que la tarde anterior la hizo sentarse delante de él y le tendió
la analítica de la pediatra. Serio y en tono ligeramente molesto, le preguntó “¿tú que ves
ahí?”, Esther hubo de reconocer que Maca aún estaba muy débil, y que su organismo
reaccionaba descansando. Germán le dijo que de ahora en adelante tenía prohibidos
todos los excitantes, Maca se había estado manteniendo gracias a ellos, “¿Sabes lo que
necesita tu Maca! ¡una cura de descanso! se acabó el café, se acabó el estar todo el día
preocupada con el trabajo y se acabaron las llamadas de teléfono, aquí va a descansar y
solo descansar. Cuando se marche que vuelva a hacer lo que quiera, pero a mi no me da
más sustos. ¡Ah! y se terminaron las pastillas para la taquicardia”. Esther asintió y le
prometió que la ayudaría a recuperarse y lo ayudaría a él a que Maca consintiese. Pero a
pesar de sus propósitos, la enfermera esa noche volvió al ataque y Germán, cansado de
escucharla, le repitió todas las pruebas a Maca.

Al día siguiente, cuando Esther se dirigía al comedor en busca de su desayuno. El


médico estaba sentado ya en los escalones de su cabaña, fumando un cigarrillo,
contemplando el amanecer.

- ¡Esther! – le gritó Germán al verla salir de la cabaña. La enfermera se acercó


hasta él - ¿cómo ha amanecido? – le preguntó interesado.
- Parece que tiene menos ojeras, pero ¿no crees que sigue durmiendo demasiado?
- ¿Otra vez con eso?
- Es que es muy raro, ya debería estar saliendo un poco, y viendo todo esto – le
dijo con la ilusión reflejada en su cara solo de imaginarlo.
- Ven – le dijo – entra un momento – le pidió subiendo los escalones de su cabaña
- Siéntate – le indicó una vez dentro.
- ¿Qué ocurre?
- Nada, que… ayer ingresó un joven del campo de desplazados y… me acordé de
ti.
- ¿De mi por qué? – preguntó sintiendo de pronto un temor inexplicable, que
Germán captó al instante.
- Por nada, una tontería – se apresuró a decirle dándose cuenta que su comentario
la había hecho pensar en lo que no era – vi su analítica y me acordé de las tardes
que echábamos tu y yo analizando cuadros de pacientes. Aprendiste mucho – le
sonrió.
- ¿Tú crees? – le dijo devolviéndole la sonrisa halagada con sus palabras.
- Si, y me preguntaba si te seguirías acordando y si serías capaz de decirme, qué
ves aquí – le dijo poniéndole delante una analítica.
La enfermera la cogió y la miró detenidamente, tras unos minutos levantó la vista del
papel.

- ¿Y bien? – le preguntó él – ¿recuerdas algo o tengo que recetarte rabitos de


pasas? – bromeó.
- Yo creo que el chico lo que tiene es agotamiento puro y duro, algo de anemia,
las defensas bajitas, algo de deshidratación en esta primera pero en la siguiente
está mejor y el electro está bien y… lo demás también, bueno… ¿la fiebre a qué
se debe?
- ¿Qué harías entonces?
- Yo, le ordenaría descansar, mucho líquido, lo tendría en reposo unos días, hasta
que recuperase fuerzas e intentaría que comiese bien. Con estas defensas tan
bajas puede pillar cualquier cosa. Vigilaría esa fiebre. Nada de ir por ahí con las
vacas, ni de salir a pescar o a… - se calló mirando la cara burlona del médico
¿qué pasaba! ¿había metido la pata! cogió de nuevo los papeles creyendo que se
le había pasado algo importante cuando él se levantó, y dio una palmada en la
mesa.
- ¡Muy bien, futura doctora! – exclamó – pues… ya sabes lo que tienes que hacer
con tu pediatra – soltó una carcajada.
- ¿Qué…?
- Es su última analítica – le confesó – así es que deja de insistir en que quieres
darle paseitos. No saldrá de ahí hasta que yo no lo diga. Y no es raro que
duerma, ¡está agotada! aunque reconozco que sería conveniente que lo haga
menos, así es que a partir de hoy, te permito que no la dejes dormir tanto. Pero
seguirá en reposo hasta que suban esos índices ¿está claro?
- Si – murmuró enrojeciendo, Germán no solo la había pillado si no que se
burlaba de ella.
- Y no me pongas esa cara. Seguro que en un par de días, podrás empezar a
enseñarle algunas cosas – le dijo conciliador.

Esther pasó ese par de días intentando conseguir lo que le había dicho Germán pero fue
tarea inútil porque Maca cerraba los ojos y se dormía hasta con la palabra en la boca.
Por eso, al tercer día se levantó de la cama con la intención de pedirle al médico que
hiciese algo, que comprobase si no era que Maca estaba experimentando algún retroceso
en su recuperación, y si él no podía allí hacerle las pruebas que necesitaba, quería
trasladarla a Jinja o Kampala, porque estaba completamente segura de que le ocurría
algo. Sin embargo, cuando entró en la cabaña con el zumo, dispuesta a obligarla a abrir
los ojos y a que se lo tomara, su sorpresa fue mayúscula al verla despierta.

- Buenos días – le dijo alegre - ¿ya te has despertado?


- Si – sonrió intentando incorporarse.
- ¡Espera! – le pidió soltando el zumo en la mesilla – yo te ayudo, aún debes tener
cuidado y no hacer movimientos bruscos.
- Estoy cansada de estar aquí tumbada, ¿Cuándo me vais a dejar salir? – preguntó
en tono de hastío.
- ¿Lo dices en serio? – le preguntó sin dar crédito a aquellas palabras.
- ¡Claro! estoy mejor y me gustaría llamar por teléfono.
- Ya… - dijo con un tono de ligera decepción – quieres hablar con Vero ¿no?
- Pues sí, con ella y con los demás – respondió extrañada por aquel tono.
- Anda, desayuna y luego, si Germán me deja, te sacaré un rato a dar una vuelta.
- ¿De verdad! ¡gracias! – exclamó ilusionada.
- Hoy pareces mucho más… mucho mejor.
- Lo estoy, me siento mucho mejor – reconoció – Esther…
- ¿Qué?
- ¿Me he portado muy mal? – preguntó mostrando preocupación.
- ¿A qué te refieres?
- Pues.. si te he dado mucha guerra o si…
- ¿No te acuerdas?
- De algunas cosas pero... otras las tengo borrosas.
- Te has portado muy bien, aunque llevas cuatro días durmiendo como una
marmota.
- Lo dudo, porque aquí hay mucho ruido.
- ¿Mucho ruido? – sonrió - ¿qué quieres decir?
- Que para ser un hospital ¿por qué chilla tanto la gente? – preguntó extrañada –
me estallaba la cabeza.
- No chillan, Maca, aquí… esto es así – le dijo adoptando una actitud mohína que
no sentía, debía estar mejor porque ya estaba quejándose – y digas lo que digas
pareces una marmota.
- ¿Yo una marmota? – sonrió conciliadora, intentado hacer desaparecer ese gesto
de desagrado de la enfermera - ¡mira la que fue a hablar! que yo recuerde era a ti
a quien no había quien sacara de la cama – le dijo intentando bromear - ¿En
serio, cuatro días?
- Sí, cuatro - Esther sonrió, recordando los días compartidos. Maca siempre se
levantaba a hacerle el desayuno – y tienes razón, siempre he sido una dormilona
– la miró con cariño aceptando su protesta.
- Esther…
- ¿Qué?
- ¿Vendrás luego?
- ¿Hoy no quieres dormir?
- No, hoy no.
- Claro que vendré, termínate el zumo que me lo lleve – le dijo – y ahora viene
Germán, quiere volver a examinarte. Además, hoy tengo que sacarte sangre.
- Vale – dijo sin dejar de mirarla – Esther…
- ¿Qué?
- ¡Gracias!

La enfermera sonrió. Maca parecía más centrada y eso la había tranquilizado. Su mente
comenzó a hacer planes con una velocidad de vértigo. Deseaba enseñarle a Maca la vida
de allí, deseaba hacerla disfrutar, compensarla por los días que llevaba pasados y, sobre
todo, deseaba compartir con ella muchas más horas.

* * *

Esa noche Esther volvió a quedar con Germán para tomarse un café en la entrada de la
cabaña, el médico se retrasaba y la enfermera, que estaba contenta por la mejoría que le
había visto a Maca a lo largo de todo el día, saboreaba su taza, mirando nostálgica a la
luna, mientras lo esperaba.

Germán llegó minutos después y se situó delante de ella.


- Perdona, no creí que tardaría tanto.
- Ya no recordaba lo que me gustaba hacer esto – le confesó la enfermera con una
sonrisa.
- Me gusta verte disfrutar de nuevo de las cosas.
- Si – murmuró pensativa.
- Te han venido bien estos meses fuera de aquí.
- ¿Tú crees! porque yo pienso que lo que me ha venido bien es volver.
- ¿Volver aquí o volver con ella? – le preguntó burlón señalando con una
inclinación de cabeza el interior de la cabaña.
- Con ella no he vuelto – lo miró fijamente.
- Ya… - aceptó sin convencimiento - ¿qué, estás ya más tranquila? – le preguntó
sentándose en el escalón junto a ella y tendiéndole un cigarrillo.
- La verdad es que si. Hoy la he visto mucho mejor.
- Eres una impaciente. Necesita mucho descanso y será una recuperación lenta.
- Lo sé, pero no puedo evitarlo, no soporto verla así.
- Bueno, si mañana no tiene fiebre en toda la mañana te dejo que al caer la tarde,
cuando refresque, le des un paseo.
- ¿De verdad?
- Sí, pero con una condición.
- ¡Lo que quieras!
- Si ves que se marea, que le empieza el dolor de cabeza o la fiebre la quiero aquí
de vuelta al instante.
- Por supuesto – sonrió agradecida.
- Ni la más mínima tontería ¿entendido?
- Que sí – protestó esbozando una sonrisa.
- Y ahora… dime… ¿cuándo te vas a decidir?
- ¿A qué te refieres?
- ¡A qué va a ser! – exclamó tan alto que Esther un tuvo más remedio que
silenciarlo.
- Chist, qué la vas a despertar, y luego se queja de que aquí hay mucho ruido.
- ¿Se queja! pues ahora verá – dijo levantándose con rapidez haciendo como el
que iba a golpear con el puño en la puerta – que se va a quejar con razón.
- ¡Germán! – protestó la enfermera temiendo que fuera capaz de hacerlo. Pero el
médico se sentó con una sonrisa burlona - ¿porqué eres siempre tan payaso?
- Te tiene bien pillada, ¿eh? – bromeó pasándole el brazo por los hombros y
atrayéndola hacia él.
- ¡No lo sabes tú bien! – suspiró.
- ¿Y ese suspiro? – le preguntó interesado – ¿no te estará haciendo sufrir, la
Wilson! ¿eh?
- No – respondió con una sonrisa – al menos, no conscientemente.

En el interior de la cabaña, Maca abrió los ojos alertada por las voces que le llegaban
del exterior. Se mantuvo escuchando y rápidamente comprendió de quienes se trataba.
Esta vez, los escuchaba perfectamente. Parecía que ninguno de los dos ponía demasiado
empeño en no molestarla.

- Ya le diré yo mañana cuatro cosas a esa quejica – le dijo Germán en tono burlón.

“Quejica”, pensó la pediatra, “¿están hablando de mi?”, se incorporó un poco con la


intención de escucharlos mejor.
- ¡Ni se te ocurra! – pidió la enfermera temerosa, apresurándose a cambiar de
tema - ¿a qué te referías antes?
- Antes ¿cuándo?
- Cuando me has preguntado que si me iba a decidir.
- Ah, me refería a tu evaluación – respondió mirándola fijamente - ¿Cuándo has
pensado en solicitarla?
- En cuanto vuelva a Madrid – sonrió – estoy deseando pasarla y que me dejen
regresar – confesó ilusionada.
- ¡Eso es estupendo! – exclamó, alzando de nuevo la voz y abrazándose a ella – no
sabes lo feliz que me haces.
- Chist – volvió a chistarle - ¿no eres capaz de dejar de gritar? – le preguntó con
una sonrisa, contenta de su reacción.
- Vale, vale, hablo bajito – aceptó la reprimenda – mañana mismo empiezo a
mover los papeles para reclamarte.
- ¡Gracias! aunque primero habrá que esperar a que la supervisora me de la cita.
- Hay rumores de que la van a cambiar.
- ¿Y a Oscar también?
- No, a Oscar seguiremos aguantándolo.
- Es un niñato, enchufado, que no sabe lo que es estar en el campo.
- Ya… pero es nuestro inspector – le recordó el médico – y, por la cuenta que nos
trae, será mejor que no vuelvas a discutir con él – le recomendó con una sonrisa
de comprensión viendo que la enfermera sentía al tiempo que enarcaba las cejas
y apretaba los labios en señal de que si no lo hacía era precisamente por eso.

En el interior de la cabaña Maca escuchó las intenciones de la enfermera con


pesadumbre, era algo que ya sabía, Esther nunca le había ocultado su deseo de volver a
su antiguo trabajo, pero no pudo evitar sentir una profunda tristeza, un vacío interior y
un deseo cada vez más fuerte de que todo cambiase, de que nada fuera como era, de que
su vida fuese más simple, le gustaría despertarse y que todo aquello fuese un mal sueño,
como los que solía tener y que la enfermera y ella… “Deja de pensar tonterías, que ya
no puedes echarle la culpa a la fiebre”, se dijo esbozando una sonrisa nostálgica,
“¿quién será ese Oscar?”, no recordaba que Esther le hubiese hablado de él.

- ¿Y… qué vas a hacer con ella? – preguntó Germán volviendo a señalar hacia la
cabaña con la cabeza.

Maca volvió a prestar atención a la conversación. “¿Quién sería esa ella! ¿de quién
hablaban ahora! quizás la tal Margarette”, pensó, estaba deseando conocerla pero Esther
se mostraba reacia cada vez que le mencionaba algo al respecto y eso hacía que su
recelo aumentase y sus sospechas de que había, o había habido, algo entre ellas, eran
ciertas.

- No sé – la enfermera se encogió de hombros – imagino que… nada – respondió


y Maca sonrió para sus adentros, estaba claro que la enfermera había roto con
quien fuese y que no estaba muy convencida de intentar un acercamiento,
aquella idea la alegró, a pesar de saber que cuando Esther dejase la Clínica y
regresase, definitivamente, a Jinja no tendrían muchas ocasiones de volver a
verse.
- Puedes aprovechar estos días que estás aquí para hablar con ella y… decirle lo
que sientes – le aconsejó Germán apretándole el brazo con cariño. “Sí, hombre,
tú dale ideas”, pensó Maca molesta, “¿por qué no cierras la boca y la dejas en
paz?”.
- No sé – repitió – no creo que sea buena idea… ella…
- Ella te necesita, eso es evidente – le dijo seguro de sus palabras. “Joder, Germán,
¡cállate ya!”, murmuró la pediatra barajando la posibilidad de interrumpir
aquella conversación, segura de que el médico iba a hacerle alguna confidencia a
la enfermera de parte de quien quiera que fuese esa chica.
- ¿Tú crees? – le preguntó esperanzada – la verdad es que a veces tengo la
sensación de que… de que… todo puede volver a ser como antes.
- Estoy seguro – le dijo con complicidad.
- ¿Te ha dicho algo? – le preguntó con ilusión imaginando que aquella afirmación
significaba que había hablado al respecto con la pediatra.

Maca sintió que los celos hacían mella en ella y lo cierto es que no tenía ningún derecho
a sentirse así, pero no podía evitarlo. Por mucho años que pasasen siempre reconocería
ese tono de voz de Esther y cuando hablaba así.. cuando preguntaba con ese interés
lleno de ilusión…. solo quería decir una cosa, que estaba coladita hasta los huesos por la
chica de la que estaban hablando. Deseaba que la enfermera no siguiese aquel consejo y
no mantuviese aquella conversación, no quería que fuese en su busca y la dejase allí sin
acordarse de ella, era egoísta, lo sabía, pero no podía evitar sentirse así. Deseaba que
siguiese entrando en la cabaña con aquella sonrisa, que la despertase con un beso, que le
llevase la comida y le leyese o le contase aquellas historias de gentes que no conocía,
pero que ella escuchaba con avidez, con el deseo de saber más de ella, de su vida, de…

- ¿Sabes lo que te digo? – escuchó Maca la voz de Germán más alto que antes
sacándola de sus cavilaciones – que no lo pienses más y mañana mismo intentes
hablar con ella. ¿Qué puedes perder? – le preguntó retóricamente. “Este tío es
imbécil, ¿quién se cree qué es para darle consejos! ¡si su vida amorosa siempre
fue un desastre!”, pensó molesta no sólo por los consejos que le escuchaba si no
por el grado de amistad que indicaba aquella charla.
- Chist – le reprendió de nuevo – al final vas a despertarla – le dijo bajando
también ella la voz. “¿ahora te preocupas por si me despertáis! si lleváis dando
voces desde hace un buen rato”, pensó malhumorada.
- Y… ¿acaso no es lo que tú quieres! que duerma menos – bromeó mucho más
bajo, hasta el punto de que Maca ya no distinguió lo que decía - ¿qué? ¿vas a
hablar con ella o no?
- Bueno… ya veremos… no quiero meter la pata.

Maca intentó seguir escuchando, pero los dos habían bajado el tono y aunque los oía
hablar, no distinguía más que un murmullo ininteligible. Cerró los ojos, cansada y
desilusionada, Esther no solo se iba a quedar en África, si no que iba a intentar arreglar
lo que fuera que tuviese con aquella chica y Germán podía estarse calladito y dejarla
tranquila.

Se sintió culpable por escuchar, culpable por sentir lo que sentía, culpable por lo que
significaba. La cabeza comenzaba a dolerle y no dejaba de darle vueltas a todo lo que
había oído. En su fuero interno albergaba la esperanza de que la enfermera no escuchase
al médico, aunque en el fondo sabía que todos aquellos sentimientos eran absurdos y
que debía alegrarse porque Esther fuera feliz. Allí, tumbada en aquella cama, lejos de
Madrid, de todo lo que tenía, de su vida diaria, lejos de Ana, de Vero, de todos y
enfrentándose a sus miedos, a sus necesidades, a una vida que era tan diferente a todo lo
que ella había visto jamás, sintió que, como siempre, estaba sola, y que las absurdas
ilusiones que habían ido cobrando fuerza en su interior en esos días que la enfermera la
había estado cuidando, tenía que olvidarlas y seguir como siempre, sola. Había sido
bonito imaginar que podría tener otra vida, pero ahora, estaba segura de que no iba a ser
así, tendría que seguir dejando esa otra vida, para sus sueños.

Al cabo de unos instantes el dolor de cabeza y el cansancio volvió a vencerla.

* * *

Cuando Esther entró en la cabaña Maca ya estaba profundamente dormida. Se acostó a


su lado, apoyó el codo en la almohada y permaneció así unos minutos, observándola y
deseando que todo fuera diferente entre ellas. La pediatra se removió ligeramente pero
no despertó, parecía estar soñando algo que la inquietaba, Esther observó cómo sus ojos
se movían tras sus párpados a la velocidad del rayo, y un ligero quejido se escapó de sus
labios, una especie de lamento que la sobrecogió. La acarició con suavidad y se tumbó a
su lado abrazándola, instantes después Maca dormía tranquilamente y Esther se separó
de ella, sin poder evitar rozar sus labios, la pediatra volvió a moverse pero no despertó.

La enfermera se levantó incapaz de conciliar el sueño, dio un par de paseos por la


cabaña y, finalmente, salió de nuevo al exterior, sentándose en el escalón de entrada.
Miró al cielo, la luna estaba preciosa y no pudo evitar sentir nostalgia de la vida que
tuvieron juntas, sonrió pensando en aquel curso de cocina, en las tardes patinando, en
los desayunos compartidos tras la guardias, en las navidades en casa de los padres de
Maca, en los planes que tenían… dos lágrimas rodaron por sus mejillas, ¡la quería tanto!

Maca abrió los ojos con la sensación de que seguía sola, miró a su lado y extendiendo la
mano comprobó que no era una sensación. Escuchó y ya no oía la voz de Germán ni la
de Esther. Estaba claro que la enfermera había encontrado alguien con quien compartir
su tiempo y su noche. ¿Con quien estaría durmiendo Esther! sintió que la invadían unos
celos desmedidos y un deseo de llamarla a gritos y que corriera a su lado pero no hizo
nada. Cerró los ojos intentando conciliar, de nuevo, el sueño.

* * *

No sabía cuanto tiempo había pasado, pero Maca, aún con los ojos cerrados escuchó
entrar a la enfermera. Con pasos lentos, intentando no hacer ruido, se acercó a ella y
posó su mano en el antebrazo de la pediatra.

- Maca – la escuchó llamarla con aquella voz suave y cadenciosa que conseguía
que se le erizase el bello solo al pronunciar su nombre – Maca.
- ¿Qué? – respondió somnolienta.
- Levántate – le pidió sentándose junto a ella en el borde de la cama.
- ¿Qué pasa? – preguntó desconcertada incorporándose con su ayuda.
- Esto es lo que pasa – le dijo cogiendo su cara con ambas manos y besándola.

Maca sintió que su corazón se desbocaba, con unos latidos tan fuertes que los sentía
golpear en sus sienes. Su pálida piel enrojeció súbitamente por el calor repentino que
experimentó. Esther se retiró, manteniendo su mano derecha en la cara de de pediatra, a
Maca le parecía más cálida, pequeña y suave que nunca, una mano llena de ternura y
unos ojos que buscaban los suyos, sonrió y Maca, aturdida y asustada le devolvió la
sonrisa, sabía lo que implicaba aquella devolución pero no solo le daba igual, lo
deseaba. Entonces Esther acercó sus labios de nuevo a los de la pediatra y depositó el
beso más dulce que jamás le habían dado. Su boca se abrió y por instinto Maca
respondió, sintiendo su aliento, recordando la humedad de su lengua y eternizando
aquel beso que tanto había deseado.

Luego la enfermera se levantó despacio, se giró hacia ella y le dijo, “vístete, te espero
fuera”, Maca obedeció, con miedo, con nervios, sin explicarse por qué no podía negarse,
por qué no se echaba atrás y con el único deseo de ir tras ella a donde quiera que la
llevase.

Esther la esperaba en un jeep.

- Sube - le dijo.

Y Maca volvió a obedecer, siempre sumisa, siempre confiada.

- ¿A dónde me llevas? – le preguntó curiosa.


- Ya lo verás – respondió con una misteriosa sonrisa – es una sorpresa.

Maca no podía dejar de mirarla, de admirar su belleza que allí le parecía más realzada si
es que eso era posible. Esther conducía concentrada en el camino. La oscuridad se
cernía sobre ellas, una oscuridad que inquietaba y al mismo tiempo excitaba a la
pediatra. De pronto, la enfermera detuvo el motor del coche en mitad de la nada.

- ¿Hemos llegado? – preguntó Maca sorprendida.


- No – respondió con una sonrisa – pero no puedo esperar más – le dijo cogiendo
su cara, girándola hacia ella y volviendo a besarla.

Esta vez el beso fue rápido, travieso, se detuvo a morder un instante su labio superior, y
se separó de ella con un suspiro que manifestaba el trabajo que le costaba aquella
separación. Maca sintió que todo aquel juego la excitaba como nunca se había excitado.
La enfermera arrancó y continuó conduciendo en silencio. Pasados unos minutos, volvió
a detener el vehículo, Maca experimentó la misma sensación que antes, solo que ahora,
sí que se esperaba y deseaba el beso, pero no llegó. Esther tras mirarla con
detenimiento, tras rozar sus labios con el dedo índice, volvió a suspirar y bajó del coche.

- Ahora sí hemos llegado – le dijo.


- ¿Aquí! ¿en mitad de la selva?
- Sí, aquí, pero no es en mitad de la selva.
- Ah – exclamó extrañada, nada a su alrededor le hacía ver que estuviesen en un
lugar que no fuese salvaje.
- Baja – le pidió y Maca obediente como toda la noche descendió del jeep –
sígueme – le dijo tendiéndole la mano, pero sin esperarse a que ella pudiese
tomarla.

La enfermera se introdujo en la maleza, Maca comenzó a experimentar una sensación de


temor que se hacía más fuerte a medida que aquella naturaleza salvaje la envolvía, ya ni
siquiera veía a la enfermera pero escuchaba sus pasos delante de ella. De pronto, un
claro en mitad de aquella vegetación y en el centro una especie de choza. Esther la
esperaba en la puerta sonriendo y volviendo a tenderle la mano.

- Ven – le dijo – entra.

Maca acudió hasta ella temerosa, expectante, tímida…

- ¿A dónde vamos? – le preguntó perpleja ante todo aquello.


- Pasa – fue la única respuesta de la enfermera.

Maca entró y entonces Esther llamó al ascensor. Mientras esperaban Esther la miró de
arriba abajo y sin mediar palabra tomó su mano, comenzó a acariciarla con parsimonia y
la atrajo hacia ella, el deseo que Maca guardaba en su interior se hizo incontrolable y la
pediatra entreabrió los labios en una invitación descarada a que la besase de nuevo, ella
no podía hacerlo, en aquel juego que la estaba enloqueciendo era Esther quien debía
llevar la iniciativa, sin embargo, la enfermera no se movió, clavó la vista en aquellos
labios y se acercó tanto que Maca cerró los ojos dispuesta a disfrutar de lo que tanto
anhelaba, pero Esther no le dio ese capricho, a cambio la recompensó con un
acercamiento de todo su cuerpo, se pegó a ella como una lapa, la acarició, con suavidad,
conteniendo el deseo, Maca no soportaba más aquello deseaba dar rienda suelta a la
pasión que la estaba embargando, pero Esther la frenó retirándose de ella. Sonriéndole
de nuevo.

- Aquí no – le dijo insinuante – aguanta un poco.

Maca asintió viendo como llegaba el ascensor.

- Sube – le indicó la enfermera sujetando la puerta.


- ¿A dónde vamos? – preguntó de nuevo, subiendo y girándose para ver como la
enfermera hacía lo propio.

Esther no respondió y pulsó el último piso. La miró y ahora sí se lanzo sobre ella, se
enredaron en un torbellino de besos, abrazos y caricias, Maca notaba su excitación, la
velocidad de su corazón y sus jadeos contenidos. Sentía como sus manos la exploraban,
poco a poco, con pasión y deseo contenidos pero indicándole quien mandaba allí. Esther
se retiró un segundo, mirándola, Maca percibió que sus ojos centelleaban y siguieron
besándose, con pasión, como nunca soñaron hacerlo. La enfermera estaba logrando que
aflorasen en ella sentimientos que creyó muertos y enterrados y otros que ni siquiera
sabía que existían en su interior. Estaba a punto de explotar, quería más. Necesitaba
más.

- ¿Adonde me llevas? – repitió entrecortada, entre beso y beso.


- Al séptimo cielo, mi amor – le respondió introduciéndose en ella y logrando que
sintiera donde jamás creyó que volvería a sentir, la pediatra enarcó su cuerpo y
echó su cabeza hacia atrás, invadida por aquella corriente que la transportaba al
éxtasis.

* * *
Maca abrió los ojos sobresaltada y con la horrible sensación de que en aquel
maravilloso sueño no había nada de verdad. Ya había amanecido y la enfermera seguía
sin estar a su lado. ¿Habría dormido en otro lugar! sus dudas se disiparon al comprobar
que no era así, el lado de la cama de la enfermera estaba deshecho. Últimamente, Esther
se levantaba muy temprano. Estaba claro que allí había cambiado de costumbres, al
menos, en las que ella recordaba.

Sintió impotencia al pensar en lo que había soñado y deseó poder comentarlo con Vero,
de nuevo había vuelto a andar en un sueño, y estaba segura que eso era un paso atrás en
su recuperación, Vero siempre le decía que debía aceptar las cosas como eran y que con
paciencia conseguiría recordar aquello que la tenía allí postrada, aquello por lo que se
castigaba. Llevaba casi un año sin soñar nada así, nada en lo que ella fuese la de antes.
¿Por qué habrían vuelto esos sueños? No lo sabía, pero lo que estaba claro es que las
sensaciones de impotencia y desesperación habían vuelto con ellos. Suspiró y cerró los
ojos. Volvía a dolerle la cabeza. Esther pronto llegaría con su zumo. ¡Se moría por un
café! pero Germán se lo había prohibido tajantemente.

Una hora después, como cada día, desde que Maca volviera a la cabaña, Esther entró a
llevarle el desayuno. La enfermera estaba contenta, la pediatra se sentía mejor y eso era
evidente, además la charla de la noche anterior con Germán le había levantado el ánimo,
por un lado tenía posibilidades de volver a trabajar con sus compañeros y por otro,
Germán se sumaba a la lista de personas que creían que Maca seguía enamorada de ella.
No estaba muy segura de que fuera así, pero se había levantado con el firme propósito
de conseguir arrancarle a la pediatra esa confesión, no sabía cuánto tardaría en lograrlo,
pero estaba convencida de que lo lograría, sonrió pensando en cómo la llamaba Germán,
sí, iba a conseguir a toda costa ejercer de enfermera milagro con ella.

Levantó el estor y se acercó a la cama en una rutina que repetía a diario. Esa mañana sus
miradas se cruzaron como todos los días, pero la enfermera notó algo diferente, Maca le
dedicó una leve sonrisa con la mayor timidez que Esther le hubiera visto en mucho
tiempo y no entendió el porqué.

- Buenos días – pronunció Maca con una mirada huidiza, aún perturbada por el
sueño de esa noche.
- Buenos días – respondió Esther sonriendo abiertamente - ¿se puede saber qué te
ocurre? – le preguntó al ver aquella expresión en su rostro.
- A mí nada… - se apresuró a responder enrojeciendo solo de recordar aquellas
imágenes, “si superas lo que he soñado”, pensó, “esto no puede ser”, se dijo, “no
puede ser que…”.
- Maca, ¿estás bien? – le preguntó al verla en ese grado de confusión y temiendo
alguna recaída. Justo el día en el que Germán le había dado permiso para sacarla
de la cabaña. No podía creer en la mala suerte que estaban teniendo.
- Sí – murmuró volviendo a desviar la mirada – gracias… – “por la noche que me
has hecho pasar”, pensó esbozando una sonrisa distraída - por el desayuno.
- De nada – sonrió extrañada. “Tengo que hablar con Germán y que le eche un
vistazo porque está rara, muy rara” – tómate el zumo – le dijo al ver que Maca
permanecía con el vaso en la mano sin moverse solo mirándola con cara ausente
- ¡Maca!. el zumo – repitió señalándole el vaso.
- Si… ahora – respondió distraída.
- ¿Tengo algo? – dijo la enfermera mirándose la camiseta - ¿por qué me miras así?
- ¿Yo? … yo no te miro – respondió intentando disimular “¡claro que te miro! no
puedo dejar de hacerlo”.
- Maca… ¿seguro que estás bien? – insistió.
- Que sí, pesada.
- Anoche Germán me dijo que hoy, si no tenías fiebre en toda la mañana,
podíamos dar un paseo al caer la tarde – cambió de tema en un intento de
comprobar si se centraba.
- ¿Un paseo! ¿tú y yo! ¿solas? – saltó casi con temor.
- Bueno.. si… esa era mi idea pero… si no te apetece… - respondió cortada, no
esperaba que Maca mostrase tanto desagrado con aquella idea, es más, había
creído que se alegraría de poder salir de la cabaña.
- Si, si, ¡ya lo creo que me apetece! estoy harta de estar aquí encerrada. Tengo
ganas de darme una ducha como dios manda – reconoció ante la sonrisa burlona
de Esther, que pensó en echarle en cara si es que tenía queja de sus cuidados -
pero… ¿no será peligroso! digo… que vayamos solas – se justificó, tenía miedo
de aquel sueño, de lo que había sentido y de lo que se había despertado sintiendo
– vamos quiero decir… no por ti, si no… que… quiero decir… que … si pasa
algo.
- No te preocupes, no vamos a alejarnos. Además, aquí no hay peligro que yo no
conozca – bromeó – salvo que lo que quieras decir sea que te da miedo de mí.
- ¿De ti! ¿por qué iba a darme miedo de ti! no digas tonterías – protestó molesta.
- Bueno…bueno… no te enfades, que si te sube la fiebre te quedas aquí
encerradita.
- No me enfado – sonrió – y… ¿dónde piensas llevarme? – preguntó con ilusión.
- ¡Sorpresa! pero es algo que querías desde hace tiempo.

Maca sonrió intrigada y Esther le devolvió la sonrisa. Se acercó a ella y la besó en la


frente. Maca dio un respingo.

- ¿Qué pasa? – le preguntó extrañada, todos los días lo había estado haciendo al
despedirse de ella y parecía agradarle – seguro qué…
- Que sí, que estoy bien – la interrumpió antes de que volviese a preguntarle.
- Vale, vale no te enfades – le dijo conciliadora – es que… te veo un poco…
como… a calorada…
- Estoy bien, es que no me gusta que estés todo el día besuqueándome.
- ¡Perdona! No quería incomodarte – le respondió bajando los ojos ligeramente
molesta.
- No me incomodas – respondió seria pero en un tono muy suave – solo que… no
quiero que cojas tanta familiaridad, que luego … volvemos a Madrid y… -
buscó rápidamente algo que pudiera sonar medianamente convincente, no sabía
que decirle para evitar que Esther se le acercase de aquella manera y la tocase
con esa delicadeza.
- ¿De qué estás hablando, Maca? – le preguntó perpleja, pero la pediatra desvió la
vista y enrojeció levemente - ¿seguro que estas bien? – repitió tocándola de
nuevo – a ver si tienes fiebre.
- Esther… que estoy bien – se retiró para que no la tocase – ¡deja ya de sobarme!
- Maca… pero… ¿qué es lo que te pasa?
- ¡Nada! – dijo impaciente dando muestras de empezar a enfadarse - ¡ya te lo he
dicho!
- Tengo que ir a Jinja a ver unos amigos – se alejó hacia la puerta cambiando de
tono e informándola de sus planes – volveré esta tarde.
- ¿Tengo! irás porque quieres – respondió molesta, “¿a unos amigos! ya… y yo
me lo trago… tu vas a lo que vas”, pensó arrugando el ceño segura de que al
final el médico la había convencido para que hablase con Margarette, porque
también estaba segura de que Esther había tenido algo con esa chica, solo tenía
que recordar la cantidad de veces que le había hablado en Madrid de ella, la
cantidad de veces que recordaba las cosas que hacían juntas y las cosas de que
hablaban, y sobre todo, estaba segura porque cada vez que la recordaba la cara
de la enfermera cambiaba y adoptaba una expresión que ella era incapaz de
interpretar. “Seguro que se le hace tarde y me tiene aquí esperando para nada,
primero me ilusiona hablando de paseos y luego me deja sola todo el día”, pensó
molesta con la idea de no poder verla hasta caer la tarde.
- Claro que quiero – respondió seria sin entender a qué venía aquella reacción
airada – ¡estoy deseando verla!
- ¿A Margarette? – se aventuró notando que los celos volvían.
- No – dijo tan cortante que Maca se arrepintió de su interrogatorio.
- Ya… - murmuró sin creerla, interpretando que su tono seco se debía a que había
acertado.
- No… no es a Margarette – le repitió frunciendo el ceño y apretando lo labios.
- Vale – murmuró aceptado su respuesta con la convicción de que le estaba
mintiendo. “No quiere contarme la verdad, está preocupada y triste”, pensó – ya
me dirás quienes son esos amigos – dijo con retintín.
- Ahí te quedas – le dijo sin entrarle al trapo – si necesitas algo, Margot estará por
aquí y vendrá a verte de vez en cuando.

Esther se dirigió a la puerta pensativa, recordó las palabras de Cruz “es normal que
tenga cambios de humor, que la veáis aturdida o confusa”, sí, quizás era eso lo que le
ocurría, en veinte días Maca había pasado de estar en coma en Madrid a estar allí
tumbada en Jinja, además, pasando por lo que había pasado y recién despertada, era
normal estar un poco confusa. Aún así, decidió hablar con Germán.

La enfermera salió y Maca suspiró aliviada, tenía la sensación de que podía leer su
mente y no podía permitirse que ella supiese que era la dueña de sus noches, de sus
pensamientos, y que aquella mirada volvía a tener el poder de enloquecerla …

Cerró los ojos, estaba cansada y quería estar bien para el paseo de esa tarde si es que se
producía, porque algo le decía que Esther no iba a llegar a tiempo. En realidad no tenía
ningún motivo para creer eso, simplemente lo temía. Le había vuelto el dolor de cabeza
y situó su mano izquierda tapándose los ojos. Su mente volvió al sueño que la
perturbara toda la noche. No dejaba de preguntarse porqué. Porqué volvía a desear con
esa fuerza que todo fuera como antes. A esas alturas creía que ya tenía todo asumido,
pero estaba claro que no. Necesitaba hablar con Vero, necesitaba sus consejos y sus
explicaciones. El punto de vista de la psiquiatra siempre la había ayudado a seguir
adelante.

Estaba cansada de sentirse así, no sabía qué pensar, no tenía claros sus sentimientos, no
sabía qué hacer ni cómo arreglar su vida, y para colmo, últimamente, no era capaz de
distinguir claramente entre lo que eran sueños y lo que era realidad, odiaba esas
imágenes que se le agolpaban de pronto y que no comprendía.
Germán entró en la cabaña y la vio allí tumbada con la mano sobre los ojos y un rictus
extraño mezcla de tristeza y cansancio. Por su respiración no parecía dormir y pensó
que quizás Esther tenía razón y no se encontraba bien. Debía haber pasado antes a verla
y no haber dejado tanto rato desde que la enfermera le pidió que lo hiciera. Se acercó
sigiloso a la cama. Maca parecía no darse cuenta de su presencia.

- Wilson – la tocó suavemente en el brazo que tenía levantado - ¿Qué te pasa?

Maca se sobresaltó y bajó con rapidez la mano abriendo los ojos desmesuradamente y
parpadeando varias veces deslumbrada.

- Tranquila que soy yo – le dijo con una sonrisa al ver su cara de pánico y
desconcierto.
- Joder, Germán, ¡qué susto! ¿Cuándo vas a aprender a llamar a la puerta?
- ¿Qué pasa! ¿estamos de mal humor?
- No – dijo más suave – es que me has asustado.
- Ya…
- ¿Pasa algo? – le preguntó extrañada de que fuera a verla a esas horas e
intentando incorporarse.
- Eso me lo tienes que decir tú – le dijo, ayudándola y sentándose después en la
hamaca.
- No te entiendo.
- ¿Se puede saber qué le has hecho hoy a mi enfermera?
- ¿A Esther? – preguntó sabiendo de sobra a quien se refería, siempre la llamaba a
sí para picarla, y era cierto que no le agradaba que él le dijese “mi enfermera” –
no le he hecho nada, ¿por qué?
- Porque tiene la absurda idea de que te encuentras peor – le confesó – dice que
estás confusa, que la miras raro.
- ¡Joder! – exclamó malhumorada, ¿cómo decirle el motivo de su confusión! no
podía, ni a él, ni a ella - eso no es cierto. Estoy bien.
- ¿Seguro? No me mientas, Wilson – la amenazó.
- No te miento – respondió mirándolo directamente a los ojos.
- Sé las ganas que tienes de salir de aquí, pero no vas a hacerlo hasta que yo no te
vea con fuerzas.
- Te aseguro que estoy mejor – repitió – Germán, por favor, son cosas de Esther,
llega aquí hablándome de esto y de lo otro, cuando yo estoy medio dormida, y
hay veces que me lía – se excusó intentando justificarse.

Germán se quedó mirándola con el ceño fruncido, calibrando hasta qué punto le estaba
ocultando la realidad para evitar que le impidiese salir esa tarde. Se levantó y le puso el
termómetro, ante el enorme suspiro y la cara de resignación de la pediatra, que le
devolvió la mirada y enarcó las cejas.

- ¿Qué? – preguntó con gesto burlón – te recuerdo que hay que escuchar a los
pacientes.
- Y yo te recuerdo que hay que hacer caso a los médicos – respondió con rapidez
dejando por primera vez callada a la pediatra, triunfo que, en lugar de alegrarlo,
le produjo una sensación de inquietud. La agilidad mental de Maca no era la de
antes y eso podía ser una señal de que aún había que estar muy pendiente de ella
- Bueno…. – aceptó sin estar muy convencido - ¿Te duele la cabeza?
- Un poco pero… muy poco.
- He hablado con tu neuróloga.
- ¿Con Claudia? – preguntó con ilusión cambiando completamente el semblante
que había mantenido hasta ese momento.
- Vaya, deduzco que no solo es tu neuróloga.
- Es mi amiga, una… buena amiga.
- No lo dudo, está muy preocupada por esos dolores de cabeza.
- Son normales, ella me dijo que...
- Sí – la cortó tajante – sé lo que te dijo…pero… deberían estar ya remitiendo. Me
gustaría hacerte algunas pruebas más.
- ¡Germán! ¿otra vez! tienes que dejar de escuchar a Esther – protestó enfadada –
se preocupa demasiado.
- Es normal ¿no crees?
- Imagino que sí – suspiró.
- ¿Qué te pasa con ella?
- Nada, ¿qué va a pasarme?
- No le des mucha caña, lo ha pasado muy mal estos días – le confesó bajando la
voz como si la enfermera anduviese cerca y haciéndole un gesto de
confidencialidad.
- Vale – aceptó sintiendo una enorme alegría interior al saber que Esther estaba
preocupada por ella.
- Lo de las pruebas, no lo hago solo por Esther, Claudia cree que deberíamos
llevarte a Kampala y que volvieran a examinarte.
- Claudia también se preocupa demasiado. Espera unos días, verás como acaban
siendo más esporádicos.
- Si yo estoy de acuerdo contigo – le reconoció – creo que tu problema es que le
das demasiadas vueltas a la cabeza. Piensas demasiado y te preocupas por todo.
Deberías dejarte llevar más por…
- Germán, estoy cansada y no tengo ganas de discutir, pero no creo que sepas
mucho de mi, y menos ahora – lo interrumpió con rapidez, no tenía ninguna
intención de hablar con él sobre sus problemas y menos si era Esther quien lo
enviaba, si quería decirle algo que se lo dijera ella.
- Entendido, mejor no me meto ¿no es así?
- Exacto.
- Yo solo te digo que aquí deberías hacer un esfuerzo por olvidarte de todo, y
dedicarte solo a descansar y recuperarte.
- Tengo demasiadas horas para pensar… - torció la cabeza con cara de
circunstancias – no puedo evitarlo.
- Si no espantaras a mi enfermera cada dos por tres con tu mal humor, la tendrías
aquí entreteniéndote.
- ¿Yo! pero si lo primero que me ha dicho es que se iba a ver a sus amigos –
protestó frunciendo el ceño, sintiendo que se ponía celosa solo de pensar que ya
estaría con Margarette - ¿tú conoces a Margarette?
- ¿Esther te ha hablado de ella? – le preguntó sorprendido y cambiando su actitud
jovial por una mucho más seria.
- Algo.
Germán clavó la vista en ella. Maca notó como su mirada se volvía algo más dura y su
gesto mucho más serio. No debía haberle preguntado tan directamente, pero ya no había
marcha atrás. Además deseaba tanto saber qué es lo que se traía Esther con Margarette
que se decidió a seguir con el interrogatorio.

- Y… ¿cómo es? – preguntó con curiosidad.


- Mejor le preguntas a Esther – respondió lanzándole una mirada que alertó a
Maca, si no recordaba mal con aquella expresión intentaba prevenirla de que ese
tema era peligroso - Lo dicho – se levantó bruscamente – que te controles un
poco y seas menos borde con mi enfermera milagro, que no dirás que no te está
cuidando bien – cambió de tema.
- No tengo queja – sonrió conciliadora – es un encanto, pero no se lo digas.
- Ya…
- Deduzco que no me vas a contar nada… - trató de insistir porque toda aquella
maniobra del médico solo había servido para despertar aún más su curiosidad.
- No. Voy a seguir tu consejo y no meterme, ni en tu vida, ni en la suya. Pero… si
quieres un consejo, habla con ella y… pregúntale – le dijo misterioso.

Maca se quedó mirándolo intentando adivinar qué quería decirle, pero no imaginaba a
qué se refería.

- Antes de que te vayas, ¿puedo hacerte otra pregunta?


- Puedes hacerla – sonrió – aunque no sé si yo podré responderla.
- Yo creo que si puedes, cosa distinta es que no quieras.
- A ver, dime.
- ¿Por qué la llamas siempre enfermera milagro?
- Ya te lo conté – le mintió con el objeto de comprobar si eran ciertos los temores
de Esther, y ver si Maca se acordaba bien de aquella conversación.
- No. Me dijiste que me lo ibas a contar, pero no lo hiciste.
- Por muchas cosas, desde que llegó consiguió que todo cambiase para mejor, ¡no
sabes la capacidad que tiene para organizarlo todo en pocos minutos!
- Ya lo creo que lo sé – recordó nostálgica con un suspiro.
- Solo con estar una noche en vela al lado de algunos pacientes que dábamos por
desahuciados, conseguía sacarlos adelante. Te juro que hubo un caso increíble,
un niño de cinco años, llegó agonizando y sabíamos que solo podríamos paliar
su dolor. Esther estaba recién llegada y le costaba aceptar la realidad de aquí, se
negó a dormir y a separase de él. No sé como pasó, pero el chico al día siguiente,
cuando yo creí que ya estaría muerto, no solo no lo estaba, si no que parecía
estar mejor, y Esther estuvo junto a él, noche y día durante una semana y al final
se salvó.
- Pero… cómo…
- No tengo idea, los abraza, les canta, les habla cogida a su mano… - se detuvo al
ver la cara de Maca – coño Wilson, te has vuelto una llorica – se rió de ella al
verla emocionada.
- Todo esto tiene que ser muy duro…. – reconoció pensativa.
- ¡No lo sabes tú bien! pero ahí donde la ves, mi Esther es la mejor enfermera que
he conocido en años.
- Si – murmuró con una sonrisa de orgullo – ya me lo habías dicho.
- Y te lo repetiré todas las veces que haga falta. La quiero aquí.
- Ya – dijo mohína recordando la conversación que escuchó la noche anterior.
- Pero me da que al final se quedará en tu Clínica.
- No te preocupes que no lo creo. Volverá – le respondió esbozando una sonrisa,
con un nudo en la garganta. Germán se dio cuenta y decidió no molestarla más.
- Te dejo que tengo trabajo. Luego me paso e echarte un vistazo. Y no me hagas
tonterías – la amenazó con el dedo.
- Vale – respondió cansada y él la miró ligeramente preocupado.

Germán salió de la cabaña con el convencimiento de que Maca estaba mucho mejor, la
veía centrada, capaz de mantener una conversación, recordando cosas y no le parecía
especialmente confusa como le había sugerido Esther. Era cierto que estaba más abatida
y triste de lo deseable, pero se encontraba fuera de su ambiente y seguía estando muy
débil, aunque tenía la ligera sensación de que, en el fondo, esa tristeza estaba
relacionada con Esther. Ya tendría tiempo de averiguar qué era lo que la tenía tan
preocupada, ahora lo más importante era conseguir que empezase a comer, ya no tenía
excusas para no hacerlo, ya estaba bien de zumos y caldos. Sonrió burlón pensando en
una idea que se le acababa de ocurrir y en la cara de la pediatra cuando la pusiera en
práctica y se marchó directo a las cocinas.

Maca pasó el resto la mañana sola. Cada media hora aparecía Margot para ver si
necesitaba algo, la cambiaba de postura, le tomaba la temperatura, la tapaba o la
destapaba según le parecía a ella que la pediatra tenía calor o no, le habría la ventana o
se la cerraba, la obligaba a beberse zumos, caldos y brebajes que no identificaba.

La pediatra en un primer momento se dejó hacer sin protestas. Margot era una chica
agradable y muy tímida, que respondía casi con monosílabos a los intentos de Maca de
entablar una conversación, pero no podía evitar sentirse incómoda con ella. No
soportaba que tuviera que lavarla, trabajo en el que puso toda su delicadeza y
parsimonia. La recorrió con la esponja con sumo cuidado y cuando consideró que el
agua se había enfriado se marchó, para regresar, al cabo de unos minutos, con más agua
tibia. Luego la ayudó a cambiarse de ropa, ante la resistencia de Maca que insistió en
hacerlo sola pero la chica se negó en redondo, con aquel chapurreo de español que a
Maca le costaba trabajo entender. Posteriormente, comenzó el trabajo de cambiarle las
sábanas, lo hacían todos los días. La pediatra estaba a esas alturas desesperada, echando
de menos a Esther, que hasta ese día se había encargado de hacer ella todo aquello.
Germán había dado orden de que la sentaran en la silla un par de horas y la chica se
dispuso a hacerlo, Maca volvió a la carga y le insistió a Margot en que ya estaba mucho
mejor y que quería hacerlo ella sola, no soportaba depender tanto de los demás. Margot
la miró y sin decir nada salió de la cabaña.

Minutos después regresaba con la orden de Germán de que dejara de quejarse e hiciera
el favor no darle a Margot más trabajo del que ya tenía. Maca enrojeció avergonzada y
estuvo a punto de responder, cuando la chica le dijo literalmente “dice el doctor que
deje de ser una mosca cojonera y obedezca”, la pediatra no pudo evitar soltar una
carcajada. Era evidente que la joven no tenía ni idea de lo que significaba aquello y que
Germán la había mandado con ese mensaje para reírse un rato. Después de todo aquello
Margot desapareció y no volvió en el resto de la mañana. Maca comenzó a
impacientarse y a preocuparse, no había pretendido ofenderla ni molestar a nadie, y
sobre todo, empezó a temer que Esther se enterase y volviese a enfadarse con ella.
Cuando llegó la hora de comer esperó ver aparecer a la chica pero no lo hizo, en su
lugar entró un sonriente Germán con una bandeja, llena a rebosar. Maca se asustó de ver
aquella barbaridad de comida y temió que el médico estuviese allí con la intención de
obligarla a comer, eso le pasaba por no cerrar la boca y no haberse tomado el último
potingue que le llevó Margot.

- Buenas tardes, doctora – le dijo Germán sonriente, soltando la bandeja en la


mesilla.
- Hola.. – respondió mirándolo con temor – Germán, antes de que me insistas, te
digo, desde ya, que es imposible que me coma todo eso.
- ¿Todo esto? – preguntó burlón – pero ¡qué te crees Wilson! – se rió abiertamente
– esta es mi comida y no pienso darte ni un bocado, ¡estoy hambriento! ¡Vaya
día que hemos tenido!
- ¿Mucho trabajo?
- Muchísimo, hay una epidemia de sarampión – le explicó - ¿No ha venido
Margot a traerte tu caldo?
- No, no ha venido.
- ¿Qué le has hecho ya a la chica! no me la espantes que aquí no vas a poder estar
escogiendo un servicio a tu gusto.
- No le he hecho nada – protestó – y no será porque no te has pasado con los
mensajitos.
- Y yo que creí que te haría gracia, ¡cómo hemos cambiado! – dijo levantándose.
- ¿Ya te vas? – preguntó sorprendida y harta de estar sola.
- Voy a ver donde anda Margot, tienes que comer – le dijo cambiado su actitud
sonriente por otra más seria – voy a por el caldo.
- ¿Otro caldo? – refunfuñó – estoy harta de ellos. Siéntate y termina tu comida, ya
vendrá Margot cuando pueda.
- Lo siento, digo por lo del caldo, pero aquí no hay mucho donde escoger – se
disculpó empezando a comer de un plato lleno de unas cosas que Maca no era
capaz de identificar. “No será para ti porque menuda bandeja te has preparado”,
pensó sin quitar la vista de aquellos platos – hoy le he dicho que te eche un poco
de arroz hervido - le confesó sonriendo con la boca llena. Su plan parecía estar
funcionando.
- ¡Lo odio! – exclamó arrugando la nariz.
- Me acuerdo – la miró burlón – si quieres digo en la cocina que te hagan un puré
de verduras que…
- No gracias – lo interrumpió, no soportaba el puré, le provocaba arcadas esa
textura en la boca - Eso huele bien ¿qué es?
- ¿Esto? – le preguntó clavando sus bailones ojos en ella – lo mejor que se puede
comer en kilómetros a la redonda – bromeó, viendo como la pediatra enarcaba
las cejas en señal inquisitiva - esta mañana, al amanecer, mi enfermera ha cogido
el jeep y se ha marchado al mercado de Jinja, si llegas a primera hora encuentras
las mejores – le reveló con una sonrisa.

Maca abrió los ojos de par en par, sorprendida.

- ¿Esther? – preguntó casi sin dar crédito.


- Claro qué Esther, ¿quién se va a molestar en hacer ese viaje solo para traerlas? -
- soltó burlón.
- ¿Pero qué es? – volvió a preguntar impaciente, le podía la curiosidad.
- Gambas ahumadas – le dijo cogiendo una y saboreándola con parsimonia - ¡me
vuelven loco! Aquí no las encuentras de otra forma. Salvo que estés “forrao de
pasta”, claro está.
- Y… ¿cómo saben? – preguntó curiosa.
- A gambas ¿cómo quieres que sepan? – preguntó mirándola socarrón cogiendo
otra y deleitándose paladeando con fruición.
- ¿Me sentaría mal si pruebo una? – preguntó al fin, era lo que el médico esperaba
desde había un rato, conocedor de lo mucho que le gustaban.

Germán la miró sonriendo, se levantó, cogió una pequeña mesita auxiliar y la acercó a
la cama situándola de forma que Maca pudiese acceder a ella sin dificultad, cogió la
bandeja y la puso en la mesita.

- ¿Para quién crees que las ha traído? – sonrió, seguro de que eso no solo la
alegraría sino que la decidiría a probarlas, aunque para ello tuviese que decirle
una pequeña mentira.
- ¿Para mí! pero… - lo miró con una sonrisa de satisfacción, ella imaginando que
Esther había pasado la noche en otra cama y resulta que había sido capaz de
recorrer kilómetros solo para comprarle aquellas gambas - coge lo que quieras –
le señaló otro de los platos divertido ante la cara que se le había quedado a la
pediatra al enterarse de que Esther había hecho eso por ella – esto creo que
puede gustarte – le aconsejó mirándola de reojo, “Esther, Esther, me debes una,
que te la he puesto a punto de caramelo”.
- ¿Qué es?
- Pruébalo y me dices qué crees que es – le sugirió misterioso.
- No, mejor no – respondió sin dejar de mirar a los platos – Esther me dijo que
había ido a ver unos amigos – le comentó con naturalidad.
- Sí – respondió, alargándole un tenedor y colocándolo junto a ella.
- ¿Tú los conoces? – le preguntó mirándolo a los ojos.
- A mi no me ha dicho nada – le devolvió la mirada, encogiéndose de hombros.

Maca enarcó las cejas sin creerlo y distraídamente tomó el tenedor y comenzó a probar
de los platos. Germán sonrió para sus adentros, su plan había funcionado.

- ¿Te ha dicho donde iba?


- A Jinja – respondió clavando sus ojos en él – por cierto que vaya palizón ¿no? Ir
dos veces hasta allí en el mismo día…
- Esa es mi Esther – bromeó - Si ha ido a Jinja no hay mucho que pensar, porque
la mayoría de nuestros amigos están en Kampala o en Entebbe. Allí solo viven
dos de sus amigas.
- Ya…
- Hace mucho que no las ve… - comentó satisfecho viendo como la pediatra no
dejaba de comer, despacio y costándole trabajo pero la charla parecía distraerla y
poco a poco estaba probándolo todo.
- ¿Llegará para el paseo? – preguntó temiendo que no fuera así.
- ¿Bromeas! la tendrás aquí como un clavo, lleva días dándome el coñazo para
que te deje salir y para que llames por teléfono.
- Pero… si a mi me dice lo contrario.
- Ya la conoces – sonrió y Maca hizo lo propio sintiendo una oleada de calor solo
de pensar en ella – no quiere que te hagas ilusiones.
- ¡Qué boba es! se perfectamente como estoy, soy médico – sonrió pensando en
ella con ternura, Germán la miró divertido.
- Eso le digo yo…
- Uf..
- ¿Qué pasa?
- No voy a poder tomarme le caldo – dijo mirando preocupada hacia la puerta.
- Maca…
- Germán, me he pasado, te lo digo en serio – lo miró agobiada – cuando venga
Margot no voy a poder.
- Margot no va a venir – soltó una carcajada.
- Eh..?
- A ver si te crees que todo esto era para mí – sonrió desvelando su estrategia.
- Pero…
- Hoy te has portado muy bien – le sonrió levantándose – esta noche, si te apetece,
te dejo que cenes con nosotros en el comedor. Así te distraes un rato.
- No creo que esta noche pueda cenar – reconoció.
- Sin tonterías – la amenazó con el dedo – que no sales esta tarde.
- De acuerdo – aceptó.
- Me voy, que me toca guardia.
- Gracias por todo – le dijo con un suspiro.
- No tienes que dármelas – le sonrió dándole un golpecito en la mano – descansa.

Germán salió de la cabaña y Maca se dispuso a dormir un rato, deseando que los
minutos pasaran con rapidez y que Esther regresase cuanto antes. Estaba impaciente por
salir de allí aunque solo fuera media hora.

* * *

A media tarde el nerviosismo de la pediatra se había acrecentado. Llevaba esperando


que la enfermera volviese de Jinja desde hacía un buen rato. Cuando Margot apareció
para llevarle un zumo, la pediatra aprovecho para pedirle que le sacara del armario lo
que quería ponerse para el paseo, la chica insistió en vestirla, pero Maca se negó con la
excusa de que quería esperar a que la enfermera regresase. Mientras, prefería estar
tumbada en la cama, descansando.

Cada vez que escuchaba un motor, el corazón se le aceleraba pensando que ya estaba
allí, pero los minutos transcurrían y no hacía acto de presencia. Había pasado toda la
mañana rezando para no tener fiebre y deseando que llegase el momento del paseo. No
solo estaba deseosa de salir de la cabaña sino que estaba impaciente por verla, cuando
por fin Esther abrió la puerta de la cabaña, Maca le sonrió nerviosa, había llegado el
momento que tanto había esperado.

- Buenas tardes – entró la enfermera con decisión.


- ¡Hola!- la saludó Maca con tal efusión que Esther soltó una carcajada.
- Ya veo que estás deseando salir – le dijo burlona, observando que la pediatra se
había sentado en el borde de la cama y que ya estaba completamente vestida -
¿Ya se te ha pasado el mal humor? – sonrió condescendiente - ¿Quién te ha
ayudado a vestirte! ¿Margot?
- Nadie, aunque no lo creas sé vestirme solita – respondió sarcástica y molesta por
aquella recriminación, “no estaba de mal humor, no te enteras de nada”, pensó.
- Ya veo que estás más animada – dijo cogiendo su silla y acercándola a la cama –
venga vamos, ¡siéntate! tú solita – la remedó.

Germán ya le había dicho que la pediatra estaba mejorando y que había que empezar a
dejarla hacer algunas cosas por si misma, en unos días, si todo iba bien, le permitiría
salir de la cabaña sola para algo más que un paseo, ya le habían preparado un
entarimado en forma de rampa para que no necesitase la ayuda de nadie, aunque
primero debía recuperar fuerzas, en pocos días la pediatra se había quedado en los
huesos, y lo más importante debían ser prudentes con la fiebre, que aún no había
desaparecido del todo, y con los dolores de cabeza que tenían preocupado al médico, en
vez de disminuir en frecuencia e intensidad había momentos en que parecían ir a peor.

Maca atrajo su silla y aunque con dificultad consiguió sentarse en ella, sintió debilidad
en los brazos y una ligera sensación de mareo que le hizo detenerse un momento y
cerrar los ojos. Esther que la observaba satisfecha y contenta de estar así con ella, dio
unos pasos preocupada y estuvo a punto de correr a ayudarla, pero solo se quedó en un
impulso ante la mirada de Maca pidiéndole que la dejase. Podía hacerlo ella sin ayuda
de nadie. Estaba tan contenta de poder salir de allí y de pasear a solas con Esther que
nada iba a estropearle ese momento, y mucho menos iba a perder la ocasión
escuchándose, para eso ya tenía el resto del día.

Esther se puso tras ella dispuesta a empujarla.

- Quiero hacerlo yo – le pidió Maca.


- De eso nada. Germán me ha dicho que aún no puedes hacer esfuerzos y que no
debes cansarte. Una cosa es que empieces a hacer algo poco a poco y otra es que
te creas que ya estás bien.
- Pero si hago más esfuerzo al sentarme que al mover la silla…
- No seas cabezona – le dijo con dulzura – déjame a mi.
- Gracias – murmuró nerviosa al salir por la puerta.
- ¿Perdona! ¿puedes repetir? – le dijo empujándola con una sonrisa, la había oído
perfectamente pero le gustaba cuando la pediatra adoptaba ese aire derrotado y
agradecido.

Maca se giró para repetirle su agradecimiento y se encontró con la cara burlona de la


enfermera, allí estaba con su infinita hermosura y esa sonrisa picarona que tanto había
añorado, con sus ojos centelleantes y bailones que le hablaban sin necesidad de que
abriese la boca. Maca supo que se había burlado de ella, pero no podía dejar de mirarla
embobada. Aún así respondió con su mejor sonrisa.

- ¡Gracias! – repitió mucho más alto.


- Te había oído – reconoció - Me gusta que me des la gracias – le sonrió y Maca
deseó, que aquel instante se eternizase, rogó para que el tiempo se detuviera,
para que la dejara admirarla tal y como estaba en aquel momento.
Esther también se perdió en la mirada de la pediatra, en su profundidad, le parecía más
misteriosa que nunca y deseo desvelar todos los secretos que encerraba. Maca suspiró y
Esther hizo lo propio al mismo tiempo, provocando una carcajada en ambas. Entonces
la enfermera dijo algo que Maca estaba deseando escuchar desde hacía mucho tiempo.

- Vamos, no perdamos tiempo que hoy, por fin, tenemos nuestra primera cita.
- ¿Una cita? – preguntó haciéndose la sorprendida, le gustaba esa idea, “una cita”,
se repitió recordando la cena que nunca tuvieron por culpa del asalto.
- Si – sonrió sin que Maca pudiera verla – lo mires como lo mires hoy tenemos
una cita y prepárate porque – se agachó y le susurró al oído – me parece usted
muy atractiva y… - se incorporó dejando a Maca con un escalofrío que le
recorría todo el cuerpo, no solo por sentir su aliento en la base del cuello si no
porque tenía la sensación de que el sueño de la noche pasada había sido
premonitorio - … y quiero saberlo todo de usted. Me apetece conocerla –
bromeó juguetona.
- Le advierto que no soy una chica fácil – le continuó el juego.
- ¿Por qué cree que me fijé en usted? – le dijo en un susurro volviendo a producir
aquella sensación en Maca, consiguiendo que se le erizase el bello.
- ¿A dónde me lleva? – preguntó repitiendo la frase de su sueño.
- Ya lo verá. Es una sorpresa – sonrió, pensando en llevarla al río seguro que le
encantaría el Nilo. Ese paisaje era espectacular y tenía unas puesta de sol
preciosas, si se daba prisa llegarían a tiempo.

Maca sintió que un nerviosismo incontrolable se apoderaba de ella. Ese juego la hacía
sentirse insegura. Decidió no decir nada más y que fuera la enfermera la que tomara la
iniciativa. Esther la empujaba con delicadeza intentando sortear con habilidad los
obstáculos del camino, la sonrisa no se le había borrado de la cara, sabía que sus
palabras habían provocado un estado de alerta en la pediatra, que no dejaba de frotarse
las manos nerviosa y eso la divertía, estaba convencida de que Maca estaba tan nerviosa
por que temía algo y podía imaginarse el qué, después de haberse dejado arrastrar por su
juego se había echado atrás, ¡qué equivocada estaba la pediatra si creía que iba a ponerla
en un compromiso! si quería que sus planes saliesen bien tenía que dejar que fuera ella
la que diese el paso, se preguntó cuánto tiempo sería capaz de aguantar sin abrir la boca.
Tras unos minutos y ya que habían salido del campamento, Maca incapaz de soportar
más aquel silencio decidió romperlo.

- Esther …
- ¿Qué?
- Un día me dijiste que me parecía a un pájaro de aquí. ¿cómo se llamaba?
- Dziu.
- ¿Y en qué me parezco?
- Tendría que contarte la leyenda para que lo entendieras y es una leyenda muy
larga.
- ¿Por qué no me la cuentas? – le pidió melosa.
- Es algo… triste… y hoy es tu primer paseo, no querrás tener un mal recuerdo de
él.
- Vaya… ¿tan triste es?
- No – rió – ¿seguro que quieres escucharla? Es bastante larga… - insistió
conocedora de lo impaciente que era la pediatra y segura de que a la mitad de la
narración ya estaría cansada y metiéndole prisa para que abreviase.
- Sí quiero – se apresuró a responder. La enfermera sonrió, no había cambiado
nada.
- Cuenta la leyenda – comenzó impostando la voz consiguiendo que Maca riese
divertida - que una mañana el Señor de la Lluvia, sintió deseos de pasear y quiso
recorrer los campos. Salió muy contento, seguro de que encontraría los cultivos
fuertes y crecidos, pero apenas comenzó su paseo se llevó una gran sorpresa, las
plantas estaban débiles y la tierra seca y gastada. Al darse cuenta de que las
cosechas serían muy pobres, se preocupó mucho y tras pensar un rato, encontró
una solución: quemar todos los cultivos. Así la tierra recuperaría su riqueza y las
nuevas siembras serían buenas. Después de tomar esa decisión, el Señor de la
Lluvia le pidió a uno de sus sirvientes que llamara a todos los pájaros de la zona.
El primero en llegar fue el dziú, un pájaro con plumas de colores y ojos color
café, como los tuyos.
- ¿Por eso dices que me parezco a ese pájaro?
- No. No es solo por eso.
- Pero… ¿tú has visto un pájaro de esos?
- Pues claro – respondió en tal tono que Maca no supo si se burlaba de ella.
- Y… ¿en serio me parezco?
- En serio, tienes el mismo piquito – soltó una carcajada.
- ¿Y dónde tengo yo las plumas de colores?
- ¿Me vas a dejar terminar?
- Sí. Perdona.
- El dziu se acomodó en una rama y casi inmediatamente llegó a toda prisa el toh,
un pájaro negro cuyo mayor atractivo era su larga cola llena de hermosas
plumas. El toh se puso al frente, donde todos pudieran verlo. Poco a poco se
reunieron las demás aves, entonces el Señor de la Lluvia les dijo – hizo una
pausa y enronqueció la voz adoptando un tono grave – Los mandé llamar porque
necesito hacerles un encargo tan importante, que de él depende la existencia de
la vida. Muy pronto quemaré los campos y quiero que ustedes salven las
semillas de todas las plantas, ya que esa es la única manera de sembrarlas de
nuevo para que haya mejores cosechas en el futuro. Confío en ustedes; váyanse
pronto, porque el fuego está por comenzar.
- Sigo sin entender en qué me parezco yo a ese pájaro – la interrumpió de nuevo.
- ¡Ya te lo diré, impaciente! – protestó continuando con la narración - En cuanto
el señor de la Lluvia terminó de hablar, el pájaro dziú pensó: “Voy a buscar la
semilla del maíz; yo creo que es una de las más importantes para que haya vida”.
Y mientras, el pájaro toh se dijo: “Tengo que salvar la semilla del maíz, todos
me van a tener envidia si la encuentro yo primero”. Así, los dos pájaros iban a
salir casi al mismo tiempo, pero el toh vio al dziú y quiso adelantarse; entonces
se atravesó en su camino y lo empujó para irse él primero. Al dziú no le importó
y se fue con calma, pero muy decidido a lograr su objetivo. El toh voló tan
rápido, que en poco tiempo ya les llevaba mucha ventaja a sus compañeros. Ya
casi llegaba a los campos, pero se sintió muy cansado y se dijo: “Voy a
descansar un rato. Total ya voy a llegar y los demás todavía deben venir lejos”.
Entonces, el toh se acostó en una vereda. Según él, sólo iba a descansar un rato,
pero se durmió sin querer. Ni cuenta se dio de que empezaba a anochecer y
menos de que su cola había quedado atravesada en el camino. El toh ya estaba
bien dormido, cuando muchas aves que no podían volar pasaron por allí y como
el pájaro no se veía en la oscuridad, le pisaron la cola. Al sentir los pisotones, el
toh despertó, y cuál sería su sorpresa al ver que en su cola sólo quedaba una
pluma. Ni idea tenía de lo que había pasado, pero pensó en ir por la semilla del
maíz para que las aves vieran su valor y no se fijaran en su cola pelona. Mientras
tanto, los demás pájaros ya habían llegado a los cultivos. La mayoría tomó la
semilla que le quedaba más cerca, porque el incendio era muy intenso. Ya casi
las habían salvado todas, sólo faltaba la del maíz. El dziú volaba desesperado en
busca de los maizales, pero había tanto humo que no lograba verlos. En eso,
llegó el toh, mas cuando vio las enormes llamas, se olvidó del maíz y decidió
tomar una semilla que no ofreciera tanto peligro. Entonces, voló hasta la planta
del tomate verde, donde el fuego aún no era muy intenso y salvó las semillas. En
cambio, al dziú no le importó que el fuego le quemara las alas; por fin halló los
maizales, y con gran valentía, fue hasta ellos y tomó en su pico unos granos de
maíz. El toh no pudo menos que admirar la valentía del dziú y se acercó a
felicitarlo. Entonces, los dos pájaros se dieron cuenta que habían cambiado: los
ojos del toh ya no eran negros, sino verdes como el tomate que salvó, y al dziú le
quedaron las alas grises y los ojos rojos, pues se acercó demasiado al fuego.
- ¿Y ahora qué me vas a decir? ¿Qué tengo, los ojos rojos? – saltó de nuevo con
socarronería.
- Si te aburres me lo dices y hablamos de otra cosa – le respondió molesta por su
burla – has sido tu la que me has pedido que te la cuente.
- No me aburro – dijo con sinceridad – solo que por más que pienso no veo yo en
qué me parezco al pajarraco ese.
- Es un pájaro muy bonito, no un pajarraco.
- Eso sería antes de estar todo chamuscadito – rió burlona.
- No sé para que te cuento nada – protestó de nuevo, molesta. Hasta en baja forma
Maca siempre terminaba por burlarse de ella – ahora, por lista, te vas a quedar
sin saber el final.
- No seas mala – le dijo melosa – solo bromeaba.
- Ay, ¡qué voy a hacer yo contigo! – exclamó deteniéndose y acariciándole la
mejilla ante la sorpresa de Maca.
- Entonces… ¿sigues?
- Siii... siiiigo – aceptó resignada - El Señor de la Lluvia y las aves supieron
reconocer la hazaña del dziú, por lo que se reunieron para buscar la manera de
premiarlo. Y fue precisamente el toh, avergonzado por su conducta, quien
propuso que se le diera al dziú un derecho especial. Se dirigió a los demás y les
dijo: “Ya que el dziú hizo algo por nosotros, ahora debemos hacer algo por él.
Yo propongo que a partir de hoy, pueda poner sus huevos en el nido de
cualquier pájaro y que prometamos cuidarlos como si fueran nuestros”. Las aves
aceptaron y desde entonces, el dziú no se preocupa de hacer su hogar ni de
cuidar a sus crías. Sólo grita su nombre cuando elige un nido y los pájaros miran
si acaso fue el suyo el escogido, dispuestos a cumplir su promesa.
- ¿Eso es todo?
- Sí.
- ¡Ah! Pues…
- ¿Sigues sin saber en qué me recuerdas al dziu? – le dijo adivinando lo que iba a
decir.
- Hombre está claro que yo no voy poniendo huevos por ahí – bromeó de nuevo.
- No, no vas – ratificó sin decir nada más.
- Bueno… - dijo Maca al ver que continuaba el camino en silencio - ¿no me vas a
decir en qué me parezco al dziu?
- No. Es mejor que pienses en la leyenda y saques tus conclusiones, quizás eso te
ayude.
- ¿Me ayude! no te entiendo – le preguntó desconcertada - ¿a qué debe ayudarme?
- Cuando llegue el día, lo sabrás – respondió misteriosa volviendo a guardar
silencio.
- No tendrá todo esto nada que ver con ese apodo de enfermera milagro ¿no? – le
preguntó con cierto temor, de pronto, sin saber porqué sintió miedo de estar allí
sola con ella. Aquella abundante vegetación, el tono misterioso de Esther, la
incertidumbre que le producía el relato, le provocaron una sensación de temor, y
su cuerpo reaccionó alertándose.
- Puede ser – respondió dejándola aún más inquieta.
- ¿No me iras a decir que has aprendido hechicería o…? – se calló intentando
volver la cabeza para mirar su cara, pero hizo el gesto tan brusco, que la
enfermera se extrañó.
- Claro que no – le dijo notando su miedo. Se detuvo y se colocó ante ella - ¿qué
pasa?
- Nada – se apresuró a responder.
- ¿Quieres volver ya! hoy es el primer día y Germán me dijo que si te cansabas
o…
- No, no… quiero que sigamos, estoy bien – clavó sus ojos en ella – es solo que…
- ¿Qué?
- A veces… - la miró y sonrió – tonterías mías – dijo arrepentida de contarle nada.
- No serán tonterías cuando se te eriza el bello, te tiembla la voz y me miras con
recelo – esbozó una sonrisa demostrándole que estaba pendiente de ella, y
clavando sus ojos en los de la pediatra le habló con suavidad y convicción – no
voy a dejar que te pase nada, ¿me oyes?
- Si – dijo bajando la vista avergonzada por ser tan cobarde.
- Lo superarás – la besó con ternura en la mejilla, comprendiendo el motivo de su
miedo, y continuó el camino – ya verás como cuando menos acuerdes el miedo
desaparece – le dijo segura de lo que hablaba, aunque todo lo demás continuase
ahí, y aunque de vez en cuando volviese con toda su fuerza – y ahora, ¡vamos!
quiero… que conozcas algo – le dijo apretando el paso.

Era demasiado tarde para ir al río, así es que la enfermera, repentinamente, decidió
enseñarle a Maca otra cosa, así se le quitarían esas ideas absurdas que tenía.

Maca se preguntaba a dónde la llevaba. Había pasado media hora desde que salieran y
el tono juguetón y misterioso con el que llegó la enfermera a la cabaña se había tornado
en uno mucho más serio. Esther tras contarle la leyenda, había guardado silencio unos
minutos y Maca respetaba ese silencio, interrumpido esporádicamente para explicarle
algo, relativo a costumbres de la zona, o a detalles de la fauna y la flora que la pediatra
escuchaba con interés.

Tenía la sensación de que Esther estaba repentinamente nerviosa y triste, no entendía el


porqué, no creía que fuera algo que ella hubiese hecho o dicho porque se había limitado
a escuchar y hacer algún comentario o pregunta sobre las explicaciones de la enfermera,
y sus bromas, sabía que le molestaban un poco, pero siempre habían mantenido esa
relación de tira y afloja, con bromas y piques, y Esther nunca adoptaba un aire tan
distante. De pronto, en mitad del sendero que habían tomado, Esther se detuvo.

- Llevas tiempo queriendo que te hable de una persona, bueno…, mejor dicho,
quieres que te presente a una persona – le dijo rompiendo el silencio y
situándose ante ella – soltándome indirectas para que te hable de ella y… no
pensaba hacerlo, pero… creo que te mereces una explicación.
- ¿Una explicación yo! ¿por qué? – le preguntó extrañada tanto por las palabras de
la enfermera como por la oscuridad de su mirada. Sin saber porqué, notó que el
miedo volvía a apoderarse de ella.
- Por el comportamiento que tuve el día que llegamos, por mi incompetencia para
cuidarte como le prometí a todas y por haber sido contigo una borde y estúpida,
por no haberte escuchado, por…
- Esther… - la cortó – no me debes nada, ni explicaciones ni nada.
- Yo creo que sí, siento que sí te las debo. Aunque… si no quieres escucharme… -
añadió bajando la vista. A Maca le pareció decepcionada.
- Claro que quiero escucharte – sonrió – solo que no entiendo por qué me dices
eso. Llevas pendiente de mí un montón de días – le dijo con dulzura
sinceramente agradecida.
- Eso no compensa el viaje que te hice pasar, ni lo mal que has estado por mi
culpa.
- Por tu culpa no, Esther, que yo ya soy mayorcita y no debo ser tan inconsciente
– le reconoció esbozando una sonrisa en un intento de que la enfermera alegrase
su cara - ¿sabes lo que sí compensa todo?
- ¿El qué?
- ¡Las gambas! – bromeó en otro intento de que la enfermera borrase ese rictus de
seriedad - ¡estaban exquisitas! y yo sí que no te he dado las gracias como
mereces.
- ¿De qué hablas? ¿qué gambas? – preguntó perpleja.
- Anda, ¡vamos! llévame a conocer a esa persona que quieres presentarme – le
dijo sonriendo y titando de ella hacia abajo le dio un besó en la mejilla y le
susurró – me encanta cuando te haces la inocente.

Esther la miró fijamente, parecía estar pensando lo que Maca le había dicho, finalmente,
suspiró. No tenía idea de a qué se refería la pediatra pero le daba igual, la había llevado
hasta allí con una idea y ahora no se iba a echar atrás. Maca la observaba esperando que
la enfermera se decidiese a emprender de nuevo la marcha y la llevase en busca de esa
misteriosa persona. Sin embargo Esther permaneció inmóvil, con los ojos clavados en la
cara de la pediatra pero viendo mucho más allá, finalmente, se giró mirando al borde del
camino.

- Aquí la tienes – extendió el brazo mostrándole un montón de piedras, situadas al


borde del camino.
- Eh... ¿es un acertijo? – preguntó Maca, insinuante, continuando con el juego que
iniciaron en la cabaña, y el tono que mantuvieron mientras le contaba la leyenda.
- No – dijo con tal seriedad que Maca borró su sonrisa. De pronto, una idea cruzó
por su mente.
- ¿Margarette? – preguntó Maca intentando adivinar y notando que le subía una
oleada de calor solo de pensar lo imbécil que había sido y el ridículo que había
hecho. Esther asintió con lágrimas en los ojos.
- Margarette – murmuró – mi amiga, mi compañera, la persona que… - se le
quebró la voz – se volvió de cara al montón de piedras, dándole la espalda para
ocultarle su emoción y masculló algo que Maca no entendió, “¿reza?”, pensó la
pediatra extrañada de que fuera así; y, efectivamente la enfermera no lo hacia,
“aquí estoy como te prometí y con ella, ¡lo que daría porque pudieras
conocerla!”, estaba pensando Esther.

Maca entendió, por su gesto, que deseaba un momento de intimidad y movió su silla
intentando echarse hacia a tras para dejarla sola, pero aún estaba débil, y la irregularidad
del camino sumada a su falta de fuerzas, hicieron que le costara más trabajo del que
esperaba retirarse, el esfuerzo le provocó un pinchazo en la base de la nuca, una especie
de latigazo que se le extendió hacia el ojo izquierdo y que la hizo cerrar los dos,
apretándose la nariz a la altura de los ojos. Se le levantó el estómago, como siempre que
se mareaba, y tuvo que respirar hondo para controlarse y recuperar cierta normalidad.
Instantes después, la enfermera se giraba hacia ella. La acuosidad de sus ojos indicaba la
emoción que había sentido.

- Querías conocer a Margarette – le dijo con calma - Aquí la tienes – le repitió.

Maca no supo qué decirle, no se encontraba bien y le gustaría regresar, pero no podía
decirle eso en aquel momento. La enfermera parecía a punto de confesarle algo, y si
estaba en lo cierto, sería algo importante.

- Esther… perdóname por… por todas las veces que insinué que… - intentó
disculparse un poco azorada, recordando sus muchos comentarios acerca de su
amiga, como el de esa misma mañana, y recordando sus infundados celos cada
vez que la enfermera le hablaba de ella.
- Tú si que no tienes que disculparte por nada. Yo te hablé de ella pero… hasta el
día del box no te dejé claro que…
- No me acuerdo de nada de esa conversación – reconoció bajando los ojos
avergonzada.
- No te preocupes, Maca – le sonrió con tristeza - ¿estás bien? – le preguntó de
pronto. La pediatra asintió, mintiendo – pues… estás muy pálida, ¿quieres que
volvamos?
- Solo si tu quieres – le dijo esperanzada en que fuera así, había tenido tantas
ganas de salir y ahora que estaba fuera se encontraba fatal. Esther volvió a
sonreírle, pero no se movió y Maca interpretó que deseaba contarle algo de
Margarette. - ¿Es su tumba? – le preguntó extrañada señalando aquel mojón.
- No, es un cenotafio. En realidad… no sabemos donde… está. Nunca… nunca…
- se interrumpió con un nudo en la garganta y guardó silencio desviando la
mirada de los ojos de Maca que parecían intentar leer más allá de sus
pensamientos
- ¿Me lo contaste?
- Si.
- Lo siento – repitió – no… recuerdo... nada… si quieres…
- Me dijiste que tenías un informe que hablaba de mi – la cortó, clavando sus ojos
en ella, volviendo a ser dueña de sí y endureciendo la mirada – un informe de
Médicos sin Fronteras.
- Si – respondió Maca, desviando la vista, incapaz de soportar aquella mirada.
- ¿Qué ponía? – le preguntó, pero la pediatra la miró desconcertada sin saber
adónde quería ir a parar y no respondió – ¡Maca! ¿qué ponía? – insistió
enronqueciendo la voz y agachándose hasta apoyar sus manos en los brazos de
la silla, lanzándole una mirada fulminante - ¡contesta! – la impelió alzando la
voz.

La pediatra dio un respingo en la silla y se echó hacia atrás.

- Ponía… ponía que hubo un asalto a un orfanato… que… que tú estabas allí…
- ¿Qué mas? – insistió con apremio.
- Que… que fuiste la única superviviente y… que … que estuviste quince días
curándote de tus heridas – habló entrecortadamente, entre avergonzada por haber
solicitado y haber leído aquel informe y, asustada por aquella mirada que jamás
había visto en los ojos de Esther.
- ¿Qué más?
- Nada más.
- ¡No me mientas!- le pidió, alzando de nuevo el tono, con una voz aún más ronca
- ¿qué más?
- Nada más – repitió con un hilo de voz – solo había un papel diciendo que no
eras apta para el ejercicio de tu profesión y otro en el que se te inhabilitaba hasta
nueva orden, pendiente de una evolución psicológica.

Esther la escudriñó con la mirada, manteniendo el ceño fruncido, Maca supo que no la
creía pero le había dicho la verdad, ese era todo el contenido del expediente que le
mandó Luís.

- No te miento – le dijo Maca con suavidad sintiendo que el dolor de cabeza


volvía con toda su fuerza – tienes que creerme – le pidió con un deje de
desesperación - te digo la verdad – insistió.
- ¿La verdad? – sonrió con tristeza - ¿quieres saber la verdad? – le preguntó
suavizando el tono e incluso la mirada.
- ¿Quieres tú contármela? – le preguntó a su vez.
- ¿Querer? – murmuró con las lágrimas saltadas – no se trata de querer.

Maca la miró entendiendo lo que quería decirle, necesitaba contarlo y la había escogido
a ella. Esther le mantuvo la mirada durante unos segundos, se incorporó y, luego, sin
dejar de mirarla, comenzó a hablar.

- Atacaron el orfanato cuando estábamos intentando sacar a las niñas – le dijo


saltándose toda la narración que hizo en el box, Maca parecía cansada y ella, en
realidad, lo que deseaba era contarle eso que no le había contado a nadie, eso
que no aparecía en aquel informe, contarle todo. Lo necesitaba – eran un puñado
de guerrilleros, disfrutaban con lo que hacían y apestaban a alcohol. Irrumpieron
en el zulo, nos habían vigilado a Margarette y a mi, resueltos a llevárselas a
todas. Nos resistimos lo que nos permitieron nuestras fuerzas – dijo clavando en
ella la mirada más extraña que Maca jamás le hubiese visto, Maca no se enteraba
de que iba todo aquello pero recordó lo que ponía el informe que le envió Luís y
supo que la enfermera le estaba contando el asalto al orfanato – te juro que luché
todo lo que pude, te juro que me resistí – insistió como si le fuera la vida en que
Maca entendiese que no pudo evitarlo - y ellas… eran niñas Maca, niñas como
las del campamento, como tu María – le dijo y vio que Maca tragaba saliva
afectada - pero no pudimos hacer nada, eran tan fornidos y estaban tan borrachos
y fuera de sí… Margarette se puso nerviosa, me gritó que me marchase, que a mi
no me tocarían con este traje - se tiró del peto de médicos sin fronteras – pero
no le hice caso, me metí por medio, y me dieron tal patada aquí – se señaló el
vientre - que me quedé tirada en el suelo, sin respiración, observando como las
cazaban, como las golpeaban como… como – se interrumpió y perdió la mirada
a lo lejos – me arrastré hasta una esquina y allí me agazapé aterrada. Pasaban a
mi lado una y otra vez, me golpearon un par de veces más, pero no me tocaron,
le damos asco, Maca, los blancos olemos agrio, fuerte, a blanco.
- Esther… - musitó Maca olvidando su malestar y solo pensando en el de ella, en
consolarla, levantó su mano en un intento de alcanzarla y reconfortarla pero la
enfermera no se dio cuenta.
- Cogieron a Margarette – continuó con su relato – el cabecilla pidió que se la
inmovilizaran, y la sujetaron entre dos de sus hombres, entonces empuñó un
cuchillo y le dio un golpe seco y preciso, esa fue la primera vez que la hirieron.
Saben como hacerlo, para que no mueras al instante, para oler tu miedo, para
que les supliques por una vida que ya no es tuya…, es de ellos – dijo
enronqueciendo su voz de nuevo - Margarette ya no oponía resistencia, aquel…
- se le quebró la voz y se le saltaron las lágrimas, miró hacia abajo y Maca
intentó acariciarle la mano, pero la enfermera se retiró, con la vista clavada en el
suelo, Maca comprendió que intentaba controlarse. Al cabo de unos segundos,
continuó su relato - volvió a clavarle el cuchillo, y la tiraron en el suelo, como
ejemplo de lo que nos esperaría a las demás, yo intenté proteger con mi cuerpo a
Amelie, una niña de seis años que estaba aterrada, le tapé con la mano los ojos,
pero fue inútil, al instante me cogieron por los brazos y me separaron de ellas,
me tiraron cerca de Margarette, que con el cuchillo aún dentro se arrastraba
hacia el exterior, sin presentar batalla, en un intento de buscar ayuda. Me indicó
con los ojos la otra puerta, si nos dividíamos, los dividiríamos a ellos, y algunos
estaban tan borrachos que apenas se sostenían en pie, quizás así tuviéramos una
oportunidad, pero eran demasiados y se alentaban unos a otros. A algunos no era
capaz de entenderlos, pero Margarette sí, y vi el pánico en sus ojos, nunca se lo
había visto, nunca hasta ese día – volvió a detenerse y a mirar a la pediatra,
clavó sus ojos en ella con tal intensidad y tal dolor que Maca sintió miedo de lo
que se avecinada, no creía estar preparada para escuchar lo que estaba segura
que la enfermera iba a contarle.
- Esther… no tienes… por qué seguir… si no…
- Nos sacaron al exterior – continuó sin escucharla – se rieron a carcajadas de
nuestro intento. Pusieron a todas las niñas en fila, como espectadoras de lo que
se avecinaba. Estaban eufóricos, entusiasmados, entendí lo que iban a hacernos y
me paralicé, Maca, me… me – bajó los ojos de nuevo y no dijo aquello que
parecía que iba a decir – la ataron a un árbol, para entonces Margarette estaba
sin fuerzas, y aunque hizo un último intento de librarse de ellos, solo consiguió
ganarse unos golpes más y unos abucheos y carcajadas, me miró con aquellos
ojos vidriosos y supe que era su última mirada, y era para mí. Supe que iba a
morir y yo no podía hacer nada y, aunque hubiera podido, tampoco lo hubiera
hecho.
- Claro que lo hubieras hecho, no digas eso.
- No – la miro como quien mira a un fantasma – yo tampoco soy quien recuerdas
– le dijo – no hice nada, me quedé paralizada, viendo como le extendían los
brazos, viendo como volvían a golpearla, cuando la tuvieron atada entre dos
árboles, el cabecilla blandió un cuchillo mayor que el que había usado antes, me
miró, me enseñó su amarillenta dentadura, y comenzó a rajarle la garganta,
despacio, tan despacio que Margarette clavó sus ojos en los míos, me suplicaba
algo, pero yo ya no la entendía. Siempre me había dicho que moriría mirando a
Dios, pero me miró a mi y desde entonces no soy capaz de borrar esa mirada de
mi mente. No sé como hacerlo Maca, cierro los ojos y la veo, la veo allí y me
veo sin hacer nada, parada, si al menos lo hubiese intentado… - volvió a bajar la
vista, jugueteó con sus dedos y continuó - y entonces… entonces… - la miró y
enrojeció.
- No podías hacer nada – intentó consolarla – si lo hubieses intentado tú
también…
- ¡Calla! – casi gritó - por favor, calla – le suplicó mucho más suave, casi sin voz,
con un nudo en la garganta que le dolía tanto que le impedía articular bien – si
no te lo cuento a ti… - guardó silencio, si no se lo contaba a ella, no se lo iba a
contar a nadie y se estaba muriendo por dentro, la estaba carcomiendo y ya no lo
soportaba más, necesitaba compartir aquello que nunca reveló y que luchó por
olvidar, en un intento de engañarse así misma, si nadie lo sabía, sería como si no
hubiese pasado – calla, solo… escúchame.

Maca asintió sin abrir la boca, la cabeza le daba vueltas, aunque menos que el estómago.
Pero tenía que aguantar como fuera, aunque aquella narración no contribuía en nada.
Sabía que la fiebre había vuelto, y el dolor de cabeza comenzaba a ser insoportable,
pero haría lo que Esther le pedía, callar.

- Entonces…lentamente introdujo en su garganta el cuchillo, arrancándole un


grito que oigo todas las noches… - se detuvo cerrando los ojos y golpeándose
con ambas manos en los oídos.
- Esther… - intentó intervenir incumpliendo su propósito de permanecer en
silencio, escuchándola.
- Lo oigo, lo oigo – repitió sin prestar atención al gesto de la pediatra que
intentaba acercarse a ella, pero Esther volvió a retirarse y Maca se sintió más
inútil e impotente que nunca – cierro los ojos y vuelvo a oírlo, vuelvo a verla…

La enfermera se detuvo de nuevo traspasando a Maca con la mirada, no la veía a ella,


estaba lejos de allí, la pediatra no intentó hacer nada, solo esperar a que Esther se
decidiera a seguir con su relato y cuando lo hizo su voz sonó aún más ronca, aún más
quebrada.

- Margarette, comenzó a convulsionar, habían situado un balde junto a ella y allí


recogían su sangre, Maca – le dijo mirándola a los ojos, volviendo a la realidad
de dónde se encontraba - yo no sabía para qué, no podía imaginarlo. Uno de
ellos la removió con una especie de cucharón hasta enfriarla. No les gusta
caliente – le explicó y Maca se llevó la mano a la boca, ella también estaba
imaginando todo ese horror y, solo al hacerlo, le aumentaron las nauseas, pero
Esther no prestó atención a ese gesto – se la bebieron, pelaron y escaldaron su
cadáver, las niñas gritaban, me pedían ayuda, pero yo no era capaz de moverme.
Las cogieron una a una y repitieron el ritual, las destriparon a todas, niñas Maca,
niñas pequeñas … – sollozó, esta vez Maca dio una arcada, tenía el estómago
revuelto y la cabeza le iba a estallar, no podía seguir escuchándola, no soportaba
aquello, no soportaba imaginar que Esther había pasado por eso, pero la
enfermera ajena a su angustia continuó su narración – y… y… luego… se
comieron… se comieron… - la miró viéndola por primera vez, y se detuvo
asustada por su aspecto - ¿estas bien?
- Si – respondió, mintiendo con un hilo de voz.
- Se comieron los trozos, yo… no pude soportar aquello y corrí, de pronto, las
mismas piernas que parecían troncos anclados en el suelo se habían vuelto las
más ágiles del mundo, corrí, y corrí, con todas mis fuerzas, sin reparar en el
daño que me hacía la maleza, sin escuchar si me seguían o no, sin pensar, Maca,
no podía pensar, solo huir, huir, huir de aquel horror – la miró de nuevo,
esperando algún comentario, pero esta vez Maca no dijo nada, temiendo
interrumpirla – me seguían y… los sentía cada vez más cerca… y … - volvió a
detenerse, Maca esperaba y al mismo tiempo temía que siguiese como había
hecho hasta entonces, pero esta vez fue diferente, Esther permaneció en silencio,
con la vista puesta en el suelo, respirando agitadamente, parecía revivir aquella
huida como si estuviese sucediendo en ese mismo momento.
- Esther… - le cogió la mano olvidando el malestar que sentía, esta vez la
enfermera permitió el contacto sin rechazarlo - ¿te alcanzaron?
- Si – respondió tan bajito que a Maca le costó trabajo entenderla.
- ¿Te…? – preguntó sin ser capaz de pronunciar las palabras que se le venían a la
mente.

Los ojos de la enfermera volvieron a humedecerse, su rostro reflejaba la angustia que


experimentaba y apartó la vista avergonzada. Al cabo de unos instantes que Maca
respetó en silencio, Esther la miró y asintió lentamente, mirándola con desesperación,
suplicante, pidiéndole con mudos gritos que la consolara, comenzó a temblar y Maca
sintió que se desesperaba. Fueron los ojos de la pediatra lo que se llenaron de lágrimas
ante aquella revelación, impotente, apretó los labios para controlar el nudo de su
garganta, la rabia que sentía solo de imaginar lo que le habían hecho y levantó sus
brazos hacia ella.

- Ven – le dijo mostrando la inmensa ternura que sentía. La enfermera se arrodilló


frente a ella – así no – tiró de ella y la sentó en sus rodillas, se miraron un
segundo y se abrazaron con todas sus fuerzas.

Esther recibió aquel abrazo como la mejor de las terapias que hubiera tenido hasta
entonces, se sintió profundamente aliviada por haber reconocido lo que hasta ese
momento no se había atrevido a contar a nadie, se sintió reconfortada al sentir que su
dolor era compartido…

- Me daba tanta vergüenza… ¡tanta! – reconoció casi en un susurro junto a la


oreja de Maca que permanecía abrazada a ella.
- Cariño… - murmuró Maca sin poder evitarlo, conmovida por su relato.
Esther se separó de ella, aún sentada en sus rodillas y la miró sorprendida, la tristeza se
reflejaba en su rostro, pero Maca leyó algo más, leyó la esperanza en aquellos ojos que
parecían darle las gracias. La pediatra le devolvió la sonrisa y volvió abrazarla, Esther
comenzó a sollozar, desahogándose libremente por primera vez en meses, y Maca la
mantuvo allí sobre sus rodillas hasta que se calmó, abrazada a ella. Luego, se separó
ligeramente, la miró con ojos que le mostraban toda su ternura, enjugó sus lágrimas con
delicadeza, la besó en la mejilla y volvió a abrazarse a ella. Esther sintió la magia de ese
momento convencida de lo que le habían dicho tantas veces, Maca seguía amándola. Y
la sola idea de que era cierto la hizo sentir capaz de seguir adelante, capaz de
desprenderse del miedo, de la armadura emocional que se había creado y sentir que
podía volver a ser quien era, aunque solo fuera por y para ella.

* * *

Regresaron en silencio, la enfermera perdida en sus recuerdos y, por primera vez,


reconfortada por la reacción cariñosa de la pediatra. Maca, mareada por aquella
confesión, por aquel relato que la había impresionado tanto que no sabía qué hacer ni
qué decir, sintiéndose culpable por todo lo que ocurrió, por cómo se comportó con la
enfermera, convencida de que si no hubiera sido por lo que ella le hizo Esther nunca se
hubiera marchado y jamás hubiera tenido que vivir aquello, era la misma sensación que
tuvo el día que leyó el informe de Médicos sin Fronteras pero ahora esa sensación había
aumentado proporcionalmente al horror que había descubierto, y regresaba sintiéndose
de nuevo enferma y agotada.

Cuando llegaron al campamento Germán las estaba esperando, corrió hacia ellas y
Esther comprobó que su rostro mostraba enfado y preocupación, se les había hecho muy
tarde y había tenido a Maca fuera más de dos horas, sabía que le esperaba una buena
bronca. El médico rápidamente comprendió que había ocurrido algo entre ellas y se
temió que Esther hubiera seguido sus consejos de la noche anterior. Estaba claro que, si
lo había hecho, no le había ido bien, los ojos hinchados de la enfermera así se lo hacían
saber. Germán miró a Maca, estaba muy demacrada y sus ojos también revelaban
tristeza.

- ¿Dónde estabais? – preguntó saliendo a su encuentro - me teníais preocupado.


- Antes de que nos eches la bronca, necesito ir al baño – dijo Maca angustiada –
Esther, por favor, ¿te importa? – le pidió temiendo que se detuviese a darle las
explicaciones que el médico había reclamado. Su mareo había ido en aumento a
la par que el dolor de cabeza y ya no era capaz de aguantar más las nauseas.
- No pensaba echarte la bronca a ti – le dijo Germán, con suavidad escudriñándola
con detenimiento – si no a esta enfermera milagro – recalcó con retintín – que va
a conseguir que sea un milagro que salgas viva de aquí – reprochó
sarcásticamente por la tardanza.
- Déjala en paz – soltó Maca con genio – he sido yo la que ha insistido para no
volver – mintió defendiéndola – y ahora, por favor, Esther, te importa llevarme
al baño.
- Claro, vamos – dijo empujándola seguida por el médico – ¿Necesitas ayuda? –
le preguntó entrándola y dejándola en la puerta de uno de ellos.
- No – dijo tragando saliva - ya salgo yo - continuó intentando sonreír no quería
que pensaran que estaba peor y no la dejara salir al día siguiente - ¿me esperas
fuera?
- Tú lo que quieres es que la bronca me caiga a mi – bromeó guiñándole un ojo.

Pero Maca no estaba para bromas asintió y entró sin decir nada más. Esther la observó
ligeramente extrañada y salió al encuentro de Germán que, al escucharla llegar, se
volvió hacia ella, cruzó los brazos sobre el pecho y frunció el ceño.

- ¿Se puede saber qué os ha pasado? – preguntó y sin dejarla responder continuó –
te dije que máximo una hora.
- Ya lo sé – respondió desviando la mirada – pero…
- No hay “peros” que valgan – la cortó airado - No voy a dejarla salir más si no se
cumplen mis órdenes a rajatabla. Me da igual que quiera estar fuera más rato, si
ella no tiene cabeza tendrás que tenerla tú – continuó con el rapapolvo.
- Lo siento, ha sido culpa mía – reconoció cabizbaja.
- Pero… no dice que…
- No le hagas caso…
- A ver, ¿qué es lo que ha pasado? – le preguntó mucho más suave - ¿habéis
discutido?
- No – movió la cabeza de un lado a otro y esbozó una sonrisa - nada de eso.
- Entonces.. ¿a qué vienen esas caras de funeral? – preguntó con interés.
- Le he hablado de… Margarette – le confesó bajando la voz.
- ¿Le has contado todo? – le preguntó directamente, sorprendido de que fuera así.
- Si – respondió clavando sus ojos en él.
- ¿Todo, todo?
- Si. Todo.
- Y… ¿qué tal?
- ¡Ha sido tan dulce! – suspiró sintiendo que se le saltaban de nuevo las lágrimas.

Germán la abrazó enternecido, sorprendido y contento de que hubiese sido así. Era el
único que conocía toda la verdad. Él fue quien la encontró, quien la cuidó y examinó.
Esther jamás le había hablado de ello, ni a él ni a nadie, pero era consciente de que el
médico sabía todo y que había hecho todo lo que estaba en sus manos para paliar los
efectos, tanto los físicos como los psicológicos, además de haberla cubierto ante las
instancias superiores.

- No esperaba menos de mi Wilson – le sonrió cariñoso – puede parecer que tiene


un corazón de cemento armado, pero a poco que rascas se descubre lo fácil que
es resquebrajarlo.
- Lo sé – esbozó una sonrisa triste – yo lo hice – suspiró pensativa.
- Y… ¿cómo estas? – le preguntó manteniéndola abrazada a él.
- Me.. me siento mucho mejor – le reconoció devolviéndole la sonrisa – me ha
abrazado de una forma que…
- Maca te quiere, eso es evidente – posó su mano sobre la mejilla de la enfermera
– y… hablando de ella… ¿cómo se ha encontrado en el paseo?
- Creo que se ha mareado un poco, pero en general, ha estado bien.
- Hoy, al menos, ha comido – dijo pensativo - parece que tarda demasiado ¿no?
- Hablando de comida… me ha dicho no se qué de unas gambas.
- Luego te cuento – susurró viendo salir a la pediatra.
- ¡Espera, Maca! – saltó Esther corriendo a ayudarla – te he dicho que aún no
debes hacer esfuerzos – la recriminó al ver que intentaba manejar sola la silla, en
lugar de haberla llamado.
- Wilson, hazle caso a mi enfermera – le dijo mirándola preocupado, estaba más
pálida aún y las ojeras se le habían marcado mucho más, formando dos círculos
negros y profundos bajo sus ojos.

Esther cogió la silla y la giró con rapidez para poder sacarla del baño. Maca se llevó una
mano a la frente mareada.

- ¿Te mareas? – le preguntó Germán observándola con atención.


- No – respondió mintiendo.
- Wilson… - la recriminó incrédulo.
- Estoy bien, Germán – respondió tan apagada que Esther también la miro
alertada.
- ¿No habrás vomitado? – continuó con su interrogatorio el médico.
- No – volvió a mentir.
- Entonces, doctora…. ¿no tengo que regañar a mi enfermera? – bromeó
cambiando el tono.
- No – respondió con tal aire de cansancio que Germán se sobresaltó de nuevo.
- ¿Estás muy cansada?
- No. Estoy muy bien – dijo con retintín – ya te lo he dicho. Me ha encantado el
paseo.
- ¿Seguro?
- Que si – insistió - ¿queréis dejar de mirarme así! estoy bien.
- Perfecto, porque te vas a venir a cenar con nosotros – le sonrió con malicia,
intentando comprobar si mentía.
- Eh… no… gracias – se negó con tal cara de desagrado que Germán frunció el
ceño – no pongas esa cara, no puedo.
- Tienes que comer Wilson, ya me ha explicado Gándara lo que haces y no puede
ser. Aquí no te voy a dejar que te saltes ninguna comida.
- Mañana, hoy no me apetece comer nada. Aún estoy llena de lo que me has
obligado a tomar en el almuerzo.
- ¿Obligarte yo? – preguntó burlón – pero si has sido tú que… - se interrumpió
comprobando que Maca no lo escuchaba y volvía a pasarse la mano por la frente
- Wilson… - le dijo en tono recriminatorio, incitándola a contarle qué le ocurría.

Pero Maca no estaba dispuesta, sabía que con un poco de descanso se le pasaría y no iba
a permitir que Germán la obligase a permanecer encerrada en la cabaña más tiempo,
necesitaba salir y sobre todo, necesitaba conocer todo aquello, conocer cómo había sido
la vida de Esther. Desde que la enfermera le reveló todo ese horror solo deseaba
compartir horas con ella, cuidarla, abrazarla, deseaba hacerla sentir que la quería aunque
no pudiera decírselo, ni reconocérselo.

- Germán por favor, prefiero ir a la cabaña y… - se interrumpió no quería decir


que se moría por descansar porque no la dejaría salir al día siguiente – y leer un
rato. Más tarde… me tomo algo. Aunque antes, si os parece bien, me gustaría
hacer una llamada.
- Si no comes, no llamas, Wilson – la chantajeó creyendo que aceptaría.
- Joder – protestó sintiendo que las lágrimas afloraban por la impotencia –
necesito llamar y estoy harta de que no me dejéis.
- Lo siento, esto funciona así – le respondió mucho más suave – Esther
acompáñala y que se meta en la cama. Nada de leer. ¡A descansar! después, te
llevo algo de cena.
- ¡Esto es el colmo! – exclamó molesta - no puedo llamar y ¿ahora por qué no me
dejas leer?
- Haz lo que quieras – le dijo el médico – pero luego no me llames porque te duela
la cabeza porque no pienso inyectarte nada.

Maca lo miró y él le guiñó un ojo, sonriéndole. “A mi no me la pegas, Wilson, estás


reventada”, pensó y ella, sintiéndose descubierta, suspiró y le devolvió la sonrisa
agradecida, estaba claro que ya no podía engañarlo.

Esther miró a Maca e inclinó la cabeza indecisa, por un lado no entendía porqué
Germán no quería que hiciera la llamada que deseaba y por otro no quería contradecir al
médico. Fue Maca la que la liberó de tomar partido por uno de los dos.

- Bueno… llamaré mañana – aceptó resignada, porque si algo no estaba dispuesta


era a someterse al chantaje y comer algo. Ya hablaría con Vero al día siguiente.
Necesitaba hacerlo, necesitaba hablarle de muchas cosas, la echaba de menos.

Esther la llevó a la cabaña la entró con cuidado y la dejó al lado de la pequeña mesa
donde había algunas revistas y un par de libros, luego se dispuso a salir, pero en el
último momento se volvió hacia la pediatra.

- Pues… ya estás aquí… - dijo con una mezcla de timidez y embarazo, que a
Maca le transmitió la sensación por un lado de que se había arrepentido de
contarle todo aquello y por otro de que quería decirle algo más - ¿quieres leer
fuera? Puedo ponerte la mesita en el porche y…
- No creo Germán me deje – respondió interrumpiéndola. Solo tenía ganas de
meterse en la cama.
- Tienes razón – afirmó - ni siquiera me ha dejado quitar la doble mosquitera aún,
claro que después de dejarte salir… no creo que te impida leer en el porche –
sonrió – si no quieres nada… - hizo una pausa, Maca sabía que espera que le
dijese algo pero ella no tenía la cabeza para más charla y se limitó a hacer un
gesto de negación - aquí te quedas, que yo me muero de hambre – le dijo
apretando los labios con un aire decepcionado que enterneció a la pediatra.
- Esther… - la llamó – espera.
- Dime – se detuvo en la puerta girándose con una sonrisa ilusionada - ¿qué pasa?
– le preguntó al ver que enrojecía.
- ¿Puedes ayudarme? – le preguntó – me gustaría meterme en la cama.
- ¿Ya? – preguntó sorprendida – pero no decías que….
- Si, es que… me gusta leer ahí.
- Muy bien, vamos a ver… - le dijo mientras se acercaba - ¿quieres cambiarte?
- Sí, por favor.
- Por cierto, que no te he dicho nada, pero… estás muy guapa con este traje que
has escogido para el paseo – la miró con una sonrisa traviesa. Pero Maca casi ni
la había escuchado, perdida aún en la historia que acababa de conocer y que no
era capaz de asimilar. La enfermera la miró preocupada y sin mediar palabra la
ayudó a acostarse.
- Esther… - dijo cuando la enfermera la estaba metiendo en la cama – lo que…
me has contado esta tarde…
- ¿Si? – preguntó al ver que no seguía.
- No fue culpa tuya – le dijo clavando sus ojos en los de la enfermera que
volvieron a brillar con intensidad. Al cabo de unos segundos respondió.
- Lo sé Maca, lo sé – admitió con un gesto de hastío – pero… no hice nada y…
con esa culpa sí tendré que vivir… - suspiró.

Maca la miró y asintió comprendiendo lo que quería decir.

- Te entiendo. Yo… también me siento culpable de…


- ¿De qué? – le preguntó interesada y sorprendida, arrepintiéndose en el mismo
momento de haberla interrumpido al ver la expresión de la pediatra que la miró,
y esbozó una sonrisa echándose atrás, había estado a punto de confesarle todo.
Apretó los labios y negó con la cabeza.
- De nada – respondió frunciendo el ceño y adoptando un gesto circunspecto.

Esther por una vez no insistió, la expresión de Maca no invitaba a ello. Ya se lo contaría
cuando estuviese preparada. Se había propuesto romper el caparazón en el que la
pediatra se escondía cada vez que hablaban de sentimientos. Pero no era el momento,
Maca estaba agotada, sus enormes ojeras, su cara demacrada y la debilidad que
mostraba hasta al hablar la decidieron a dejarla descansar. Mañana sería otro día y
estaba segura de que antes o después tendría su oportunidad.

- Esther – volvió a llamarla cuando ya estaba otra vez en la puerta.


- ¿Qué? – rió – si no quieres que me vaya dímelo abiertamente – bromeó.
- No es eso – frunció el ceño – es que… se me ha olvidado que me tengo que
poner la inyección.
- ¿Ahora! es temprano, después de cenar mejor ¿no? – le preguntó pero viendo la
cara que le estaba poniendo decidió hacerle caso. Preparó todo lo necesario y se
acercó a la cama.
- Gracias – le dijo la pediatra mirándola con ternura.
- Gracias a ti, Maca – le dijo sonriendo tras ponerle la inyección – por escucharme
y… por aguantarme.
- No tenía nada que aguantar – respondió con sinceridad.
- Sé de lo que hablo, y sí que me has aguantado – la acarició con delicadeza,
pensativa, Maca estaba convencida desde que entraron que quería seguir
hablándole de aquel día y se dispuso a escucharla aunque mucho se temía que no
iba a serle de mucha ayuda, porque cada vez le dolía más la cabeza y le costaba
más trabajo prestarle atención - ¿sabes! desde ese día me da pánico encontrarme
con la guerrilla, me da pánico salir y … cuando volví al trabajo no veía heridos,
no veía enfermos solo veía … - se detuvo y la miró avergonzada – se que suena
fatal pero… solo veía esa piel negra y esos dientes amarillentos y ese olor y…
no podía hacer nada por ellos, no podía hacer mi trabajo… y… - volvió a
interrumpirse – por eso, en el viaje te hice pagar mis miedos.
- No me di cuenta – mintió esbozando una sonrisa, “¡cómo para no acordarse del
dichoso viajecito!”
- Lo siento tanto, seguro que te preguntabas porqué te insistí en venir para tratarte
como lo hice. Tenía tanto miedo de encontrarnos con ellos y que… se repitiera.
Que… no pudiera hacer nada, que… te pase algo por mi culpa…
- Eso no va a volver a pasar – le dijo – ¿Me oyes! no va a pasar. No se va a
repetir.
- Lo sé. Se que es injusto que después de estar aquí cinco años en los que he
hecho grandes amigos y estas gentes me han llenado de grandes satisfacciones,
pese más en una balanza la barbarie de unos cuantos que es la misma barbarie
que sufren día a día la gente de aquí pero…
- No puedes evitarlo, el miedo se apodera de ti y no razonas, solo sientes pánico.
- Eso – le dijo mirándola fijamente, era increíble como Maca conocía sus
sentimientos, lo mismo que pasaba antes, a veces, tenía la sensación de que el
tiempo no había transcurrido y que las dos estaban donde lo dejaron. La miró
con tanta complicidad, con tanta ternura que Maca se sintió incómoda.
- Margarette habría estado orgullosa de ti – le dijo desviando la mirada y
cogiéndola de la mano.
- Eso sí que no puedes saberlo – le respondió con rudeza – no la conoces.
- Conozco lo que tu me has contado de ella, y seguro que lo habría estado, era una
persona generosa y te quería de corazón – le habló con dulzura, mostrándole que
comprendía cómo se sentía.
- ¡Joder, Maca! – protestó con los ojos anegados y la barbilla temblorosa.
- Tonta, no llores, perdona no quería… – la cogió de la mano y se la acarició,
estaba segura de que la enfermera superaría aquello, la conocía y ya estaba en
buen camino.
- Gracias, Maca – se abrazó a ella y volvió a mirarla con tal intensidad que la
pediatra temió que la besara y reaccionó retirándose con un gesto que la
enfermera interpretó de dolor físico.
- ¡Perdona! ¿te he hecho daño? – le preguntó mirándola preocupada - ¿no te habrá
vuelto el dolor del costado? – aventuró temiendo que se tratase de nuevo de eso.
- No. Ya os he dicho que estoy bien – sonrió - Anda vete a cenar, que te van a
dejar sin nada.
- Descansa – se agachó con la intención de besarla en la frente, pero en el último
instante lo hizo en la mejilla, rozándole la comisura de sus labios – buenas
noches – le deseó casi con un susurro.
- Buenas noches – le sonrió temblando por aquel roce, sintiendo que su cuerpo se
estremecía.
- ¿Tienes frío? – le preguntó – creo que tienes unas décimas – dijo poniéndole la
mano en la frente. Maca negó con la cabeza, notaba que los párpados le pesaban.
- Estoy bien, Esther – le respondió arrastrando las palabras.
- ¿Qué te pasa?
- Nada - musitó cerrando los ojos, estaba realmente agotada.
- ¿Maca…? – la llamó pero la pediatra se había dormido.

Esther sonrió y le acarició suavemente el pelo, levantándose y marchándose a cenar.


Germán tenía razón había sido demasiado para ella, era su primer día y la había cansado
en exceso.

* * *
A la mañana siguiente Esther entró en la cabaña con la bandeja del desayuno, hacía un
par de horas que se había levantado y esperaba que Maca estuviese ya despierta. Sin
embargo, la pediatra seguía con los ojos cerrados. Esther tenía orden de Germán de
despertarla y procurar que tomase algo, por eso soltó la bandeja en la mesita y se dirigió
a abrir la ventana.

- No hace falta que seas tan sigilosa estoy despierta – se sobresaltó con la voz de
Maca que la observaba burlona.
- ¡Buenos días! – exclamó contenta de que así fuera - ¡el desayuno!
- ¿Todo esto? , no voy a poder con tanto.
- Germán dice que eso es lo que te espera cada vez que te saltes una comida.
- No te digo hasta donde estoy de Germán… - respondió malhumorada, harta de
tanta imposición.
- ¿Ya estás de mal humor? – le preguntó pacientemente, con una sonrisa – a ver –
suspiró adoptando un aire de resignación - ¿qué te pasa?
- Me tomo el zumo pero…, nada más – le dijo mirándola desafiante.
- Yo no lo haría, intenta tomar algo, aunque sea un poco de fruta.
- No tengo hambre, Esther – cambió el tono por uno suplicante intentando
despertar la comprensión de la enfermera – ¿no lo entiendes! Germán pretende
que de un día para otro coma de todo… y… no puedo… - le dijo poniéndole
cara de agobio.
- Maca… haz un esfuerzo, por favor. Si no comes… hoy te deja sin paseo.
- Pero podemos desobedecer, ¿no? – sonrió con complicidad.
- No. Yo haré lo que él me diga. Si Germán dice que no sales… no sales – la
reprendió moviendo ante sus ojos el dedo índice y haciéndole ver que ella, en
esa cuestión no pensaba ser connivente.
- De acuerdo – aceptó vencida – pero me va a pasar como ayer.
- ¿Qué te pasó ayer? – preguntó arrastrando las palabras con un tono de
resignación.
- Nada – le dijo secamente molesta por ese tono, le daba la sensación de que
creían que se quejaba por gusto - ¿cuándo me vas a traer un café? ¡Me muero
por uno!
- Pues… en eso sí que no lo vas a convencer. Totalmente prohibido.
- ¡Joder! ¡esto es peor que una cárcel! – se quejó - No puedo llamar, no puedo
leer, no me dejan salir, no puedo tomar café…
- No digas tonterías, es por tu bien, ¿ya no recuerdas las taquicardias! menudo
susto me diste en el quirófano – le dijo levantándose y yendo hasta el armario
comenzó a sacar algunas cosas.
- Pues yo estoy cansada de que no me dejéis hacer nada.
- No protestes más y desayuna.
- ¿Qué buscas?
- Espera – giró la cabeza hacia ella y Maca pudo comprobar que sus ojos bailaban
alegres, “¿qué estará maquinando?”, pensó con temor mientras la veía rebuscar
entre sus cosas - ¡aquí está! – exclamó sacando una pequeña cajita.
- ¿Qué es eso?
- Ahora verás, impaciente – le dijo sentándose en la hamaca y sacando de la cajita
lo que a Maca le pareció una pequeña pulsera – esto es para ti dijo anudándosela
en la muñeca.
- Pero… ¿qué..? – intentó protestar pero se interrumpió al ver que la enfermera
fruncía el ceño -¡Muchas gracias! – se apresuró a responder.
- Estas cintas son lembranças do Senhor do Bonfim do Bahia – le dijo con
rapidez.
- ¿Qué?
- Es portugués, me la trajo una amiga de Brasil.
- ¡Ah! – exclamó esperando que continuase – y… ¿desde cuando sabes tú
portugués?

Esther soltó una carcajada.

- Solo un poquito – le confesó – aquí hay tiempo para muchas cosas y hay gente
de muchos países, a mi me dio por aprender idiomas.
- Ya veo… Y esa amiga… ¿era muy amiga?
- Pues si… pero hace más de un año que volvió a Brasil. No hemos vuelto a
vernos.
- Y si te regaló la cinta esta ¿por qué me la das a mí?
- A decir verdad me regaló un montón. Cuando Naiala me la regló me la ató y me
dijo que pidiera un deseo. Tú haz lo mismo. Cierra los ojos y pide un deseo – le
dijo mientras le hacía un par de nudos más. La pediatra había adelgazado tanto
que se le quedaba grande.
- Vale – le dijo mirándola embelesada “Te deseo a ti”, pidió – ya está.
- ¿Ya lo has pedido? ¡Pero cierra los ojos, Maca! – rió.

La pediatra obedeció, cerró los ojos un instante y los abrió. Esther la estaba mirando tan
fijamente que Maca enrojeció y desvió la vista un segundo de aquellos ojos que la
estaban volviendo loca, pero no pudo evitar volver a perderse en aquella mirada, que a
diferencia de la tarde anterior parecía limpia, alegre y llena de amor.

- ¿Ya lo has pedido? – preguntó de nuevo.


- Si… ya – respondió sin dejar de mirarla - ¿Qué pediste tú?
- No puedo decírtelo, no se cumpliría, porque – levantó su tobillo y le enseño la
cinta anudada en él – hasta que no se te suelta sola, no se cumple y el mío, como
ves, aun no se ha cumplido – le explicó.
- Pero… porque me lo digas a mi no va a dejar de cumplirse.
- A nadie, no se le puede decir a nadie – rió la enfermera, conociéndola ya había
imaginado que saltaría con algo así.
- ¿No me vas a decir qué pediste? – insistió burlona.
- No – respondió escuetamente clavando sus ojos en ella, “pedí, que llegara el día
en que volviera a verte, el día en que volvieses a amarme, el día que te tuviera
para siempre, te pedí a ti”, pensó con una sonrisa ilusionada que sorprendió a
Maca y se la devolvió contenta de verla tan alegre.
- Estoy segura de que llegará el día en que se cumplirá tu deseo – le dijo Maca
con una profunda mirada llena sinceridad.
- Yo también espero que se cumpla el tuyo – le mantuvo la mirada.
- Bueno… creo que el mío es imposible que se cumpla pero… por algo es un
deseo.
- Claro – respondió pensando en que con seguridad había deseado volver a andar,
le sonrió con un aire de tristeza que Maca no entendió y le colocó el pelo tras la
oreja.

Las dos suspiraron al mismo tiempo y Esther clavó los ojos en los labios de Maca y se
levantó precipitadamente sintiendo que si seguía allí junto a ella iba a terminar por hacer
algo que no quería hacer, de momento. Le dio la espalda recogió la cajita y volvió a
guardarla. Maca no dejaba de observarla, no podía quitar la vista de ella y no podía
dejar de pensar en la tarde anterior, sentía una profunda admiración por ella, por su
fuerza, por sus ganas de seguir adelante, por su valentía de estar allí y querer volver al
lugar donde había vivido aquel infierno.

- Recuerda que hasta que no se te caiga no se cumplirá el deseo – se giró hacia la


pediatra sacándola de sus pensamientos.
- Y… ¿tengo que llevarla siempre, siempre?
- Si – sonrió - siempre.
- Pero… en la ducha también.
- También. Tranquila que yo la tengo desde hace más de un año y mira – volvió a
levantar el pie - ¡nueva!
- Pero… ¡ahí no se ve! – exclamó – qué hago yo cuando tenga una reunión o una
fiesta o quiera salir a cenar.
- ¡Serás pija! trae que te la quite ahora mismo, si no te gusta – fue hacia ella con
decisión.
- No, no, que si me gusta… solo quería saber si podía quitármela en ocasiones.
- No. No puedes – respondió haciéndose la molesta cuando en el fondo le divertía
ver que seguía siendo la misma pija de siempre – salvo que te de igual que no se
cumpla tu deseo.
- No me da igual. ¡Quiero que se cumpla! – exclamó con tal énfasis que Esther se
convenció de que no se equivocaba en lo que había supuesto.
- Se cumplirá – se agachó y la besó con tanta ternura que Maca se sorprendió – te
lo aseguro.

Maca la miró fijamente pero no dijo nada solo esbozó una sonrisa. La enfermera le
cogió la mano y miró la lembrança que acababa de anudarle.

- Seguro que será así – murmuró – se cumplirá – y levantando la vista y clavando


sus ojos en los de Maca sonrió y le preguntó - ¿quieres saber la historia que me
contó Naiala cuando me la regaló?
- Claro, cuéntame.
- Naiala me regaló esa cajita para que yo se las diese solo a personas importantes
en mi vida.
- ¿Y me la das a mí? – preguntó extrañada y satisfecha al mismo tiempo.
- No te hagas la sorprendida porque sabes que siempre te lo dije – le habló con
franqueza.
- Cuéntame esa historia – cambió de tema con rapidez temiendo que la enfermera
le dijese algo más.
- Me contó que un chico recibió la cinta de su mejor amiga. Él estaba enamorado
secretamente de ella pero la chica nunca se había fijado en él de ese modo. Por
supuesto, el chico la deseó a ella, aunque jamás se lo dijo. Su amiga le explicó
que debía conservar el listón hasta que se cayera solita y entonces su petición se
haría realidad. Pasaron los años, ella tuvo varios novios, hasta que se casó con
uno. Él seguía siendo su mejor amigo y la cinta seguía ahí en su muñeca,
convertida en un hilo e irrompible a pesar de sus tirones y el desgaste. Cuando
ella se divorció, un día fue en su busca y le pidió salir con él, tener otro tipo de
encuentros…
- No me digas más, la cinta se rompió – la interrumpió burlona.
- No te rías, estas cosas pasan.
- Claro que pasan – soltó una carcajada incrédula.
- Si es que no sé para qué te cuento nada siempre acabas por….
- No te enfades – le pidió con su mejor sonrisa y su mejor cara de pena – que si
que me lo creo.
- Ya… - suspiró ladeando la cabeza de una lado a otro – bueno pues eso que
entonces la cinta reventó como por arte de magia.
- Y fueron felices y comieron perdices.
- Pues no listilla – le respondió con retintín - él ya no la deseaba. Le dijo que lo
sentía, buscó entre sus recuerdos otra cinta y le pidió que se la atase en la
muñeca quería que su mejor amiga lo atara a aquel nuevo deseo.
- Pues vaya… - dijo con aire de decepción – vamos que si alguna vez se cumple
me estás diciendo que ya no…
- ¿Qué ya no qué? – le preguntó burlona.
- Nada, que si te lo digo no se cumple – rió.
- Anda termina de desayunar que me lleve todo esto – le dijo viendo que hacía un
rato que Maca no cogía nada.

La pediatra la miró resignada y comió despacio y Esther no dejaba de observarla


ligeramente preocupada.

- Ya no quiero más – dijo al cabo de unos minutos.


- Maca… que no has probado casi nada…. Tienes que esforzarte un poco.
- Ya lo sé – dijo en voz baja suspirando y cogiendo algo más arrugando la nariz –
ya me lo has dicho.

Esther decidió no presionarla porque conociéndola era capaz de vomitar.

- Bueno… no te agobies… poco a poco – le sonrió levantándose de la hamaca –


voy a llevarme esto antes de que Germán lo vea.
- ¡Gracias!
- Pero tienes que prometerme que vas a intentarlo.
- Te lo prometo – sonrió mostrándole agradecimiento – si ya estoy mejor.
- Ahora vengo a leerte un rato y si quieres te llevo a la ducha.
- ¡Si! – respondió con ilusión – gracias.

Esther la miró y Maca le devolvió la mirada. Desde la tarde anterior las dos sentían que
algo había cambiado. La enfermera no soportó la intensidad de aquella mirada que a ella
se le antojaba llena de amor.

- Ahora… ahora vuelvo – dijo aturdida. Maca no entendía a qué venía aquel
cambio de actitud pero no preguntó nada.
- Vale – respondió.

Pero cuando la enfermera regresó la pediatra volvía a dormir. Parecía cansada y su


aspecto era peor que el del día anterior. La enfermera salió con sigilo y en la puerta se
encontró con Germán.

- ¿Cómo está?
- Duerme. Iba a llevarla a la ducha y a leerle un rato pero…
- Déjala descansar, ayer tenía mal aspecto, prefiero que aún no la lleves a las
duchas, mejor mañana o pasado. ¿Te ha dicho si le duele la cabeza?
- No. No me ha dicho nada.
- Bueno… - pareció dudar - luego volveré a echarle un vistazo, pero… hoy creo
que es mejor que no salga.
- ¡Germán! – protestó – yo creo que le viene bien. Se distrae y se pone de mejor
humor. Y está deseando salir.
- Yo creo que no. Volvió muy cansada y debemos tener cuidado.
- Te prometo que será cortito. Solo hasta el Nilo. Está deseando ir.
- Y tu estás deseando enseñárselo – le sonrió comprensivo – pero anoche tenía
fiebre – le reveló mostrando su preocupación y alarmando a la enfermera.
- ¿Fiebre? Pero si yo la toqué y no me pareció… si acaso unas décimas.
- ¿Unas décimas? Nada de eso. Cuando te fuiste con Sara a por el café y vine
atraerle el vaso de leche, tenía casi treinta y ocho. Ni cuenta se dio de que le
tomaba la temperatura.
- Se va a decepcionar – suspiró aceptando la recomendación de Germán – pero…
tienes razón… es mejor que descanse.
- Así me gusta que me hagas caso – sonrió - ¿qué vas a hacer esta mañana?
¿tienes algún plan?
- Pues… pensaba quedarme con Maca pero…creo que me voy a llegar a la aldea.
Tengo ganas de ver a Yumbura.
- Me parece muy bien. Salúdala de mi parte.
- Dile a Maca que vendré antes de comer.
- Tranquila que estaré pendiente de ella.

* * *

Dos horas más tarde Germán entró en la cabaña. Margot lo había hecho con anterioridad
un par de veces para asearla y comprobar que no necesitaba nada, pero al pediatra
dormía tan profundamente que la chica no se atrevió a molestarla. El médico la miró
preocupado, y decidió despertarla para ver si todo iba bien.

- Wilson – la zarandeó con cuidado – Wilson despierta.


- Hummm- se removió intentando abrir los ojos.
- Wilson, ¡vamos! que no puedes estar durmiendo todo el día – le dijo con una
sonrisa burlona al ver su cara mezcla de desconcierto y enfado - ¡vamos! –
repitió.
- ¿Qué quieres? – preguntó intentando abrir los ojos.
- ¿Qué voy a querer! ya mismo es la hora de comer y tienes que espabilarte.
- ¿La hora de comer? – preguntó sorprendida – pero…
- Llevas durmiendo toda la mañana – le dijo – y en un rato tienes…
- No tengo hambre – lo cortó, no quería comer solo tenía ganas de dormir.
- Eso a mi me da igual, vas a hacerlo quieras o no. ¡Espabila!
- Déjame en paz – suspiró – tengo sueño.
- Se acabó el dormir – le dijo levantándola de los brazos - ¡arriba!
- Joder - protestó.
- De joder nada, despierta que ya sabes lo que dice tu Claudia – le dijo intentando
picarla y más suave – ¿tú te notas…?
- Estoy cansada – reconoció – y… aunque lo intento… se me cierran los ojos.
- No me extraña, si eres una burra – intentó quitarle importancia.
- Si has venido para..
- He venido para tomarte la temperatura, ver como sigues y preguntarte que te
apetecía para comer.
- Nada – respondió más suave – ya te he dicho que no tengo hambre ¿y Esther!
¿dónde está?
- Olvídate de Esther y respóndeme tengo que comunicarlo en la cocina.
- Me da igual, lo que tu quieras.
- Uy, uy Wilson, con lo animadita que estabas ayer… - sonrió malicioso – qué
pasa que tuviste arrancada de caballo y parada de burro viejo ¿no? – le preguntó
soltando una carcajada.

Maca lo miró sin responder pero no puedo evitar sonreír con los ojos, recordando esas
expresiones de Germán que ya tenía olvidadas pero que cada día le agradaba más
escuchar.

- Vete a la mierda – respondió mohína y divertida a la vez.


- ¿Quieres otro zumo o agua o…?
- Nada gracias – sonrió ya más despejada.
- ¿Quieres sentarte un rato en la silla?
- No, prefiero seguir aquí.
- ¿Prefieres la cama? Uy, uy que me da que hoy te quedas sin paseo.
- Solo estoy un poco cansada pero estoy bien y esta tarde, para el paseo ya estaré
perfectamente – le dijo en un intento de avisarle que no estaba dispuesta a
quedarse todo el día en la cabaña - Por cierto ¿dónde está Esther? – volvió a
preguntarle.
- Ha ido a ver a una amiga, pero llegará en un rato.
- Me dijo que vendría para… - se detuvo ante la cara socarrona del médico.
- Si no fueras un lirón la tendrías aquí – bromeó – Hablando de ella… me
comentó que te habló de Margarette.

Maca lo miró y frunció el ceño, “¿por qué me sacas este tema! si crees que voy a
traicionar la confianza de Esther estás listo”.

- Si – respondió secamente para demostrarle su poca disposición a hablar de ello


pero al mismo tiempo interesada en los motivos que pudiera tener en comentar
eso con ella.
- Me alegro de que lo haya hecho – sonrió posando su mano sobre la de Maca –
me tenía tan preocupado. Tienes que ayudarla – le pidió.
- ¿Yo! ¿cómo? – olvidando su propósito de no hablar con él del tema.
- Convéncela para que pida ayuda profesional.
- Ella ya sabe lo que debe hacer.
- Si, pero no lo hace. Y… si quiere pasar la evaluación psicológica para
regresar…
- Ya… - se le quebró la voz solo de pensar en ello – lo intentaré.
- Es un alivio que por fin haya hablado del tema con alguien – reconoció – yo
intenté que lo hiciera conmigo pero… se puso como una fiera.
- No puedo ni imaginar… ¿cómo logró salvarse?
- No quisieron matarla, si hubieran querido no estaría aquí – comentó con tal
naturalidad, como si eso fuera común para él, que Maca lo miró de pronto con
otros ojos, al tiempo que la sola idea de que Esther pudiera haber muerto le
produjo una angustia terrible que se le notó en la cara – por suerte no fue así –
sonrió tocándole la mano de nuevo, sabedor de que Maca compartía con el la
alegría de que así fuera. Maca solo pudo asentir – no pongas esa cara, los que
vivimos aquí sabemos los riesgos que se corren y los asumimos.
- Ya imagino – le dijo pensativa – a nuestra manera, todos lo hacemos.
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó sin comprender su cometario. Maca lo miró
tentada a contestar pero en el último instante se arrepintió y volvió al tema que
le preocupaba
- Pero… ¿por qué no lo hicieron! no lo entiendo, ella puede contarlo y…

Germán soltó una carcajada que la ofendió e hizo que frunciera el ceño molesta.

- Esto no es España Wilson. ¿Crees que les importa algo que lo cuente o no? –
preguntó burlón y continuó más serio - Uno de los motivos de la presencia aquí
es que estamos en un país con conflicto armado, Uganda es de los países mas
prósperos de África.
- ¿Y?.
- Cuando se trata de ayudar, nosotros no distinguimos entre soldados del ejército
nacional o guerrilleros. Solo salvamos vidas. Y ellos lo saben. Por eso la
dejaron.
- La dejaron… - murmuró pensando en cómo la dejaron.
- Si, la dejaron, ya se que no entiendes pero aquí la vida tiene un valor diferente,
el hecho de que solo le hicieran lo que le hicieron demuestra la utilidad que le
veían.
- ¡Qué hijos de puta! – exclamó casi con lágrimas en los ojos – yo creo que hay
veces en la vida que es mejor morir que seguir viviendo.
- ¿Por qué dices eso? – le preguntó extrañado – no lo dirás por…
- Por nada – lo cortó – era un simple comentario.
- Ya… - dijo incrédulo. “No me lo trago, Wilson”.
- Y Esther… ¿cómo…?
- Esther no era capaz de superarlo. Desde entonces no pudo… intenté que me lo
contara… intenté ayudarla… pero… necesitaba tiempo… y necesitaba alguien
en quien confiar – respondió creyendo que era eso lo que la pediatra quería
saber..
- En ti confía, eso te lo puedo asegurar y, además, mucho.
- Si, pero yo… no puedo entenderla como… como tú.
- ¿Por ser mujer?
- Entre otras cosas… - la miró serio y Maca recordó esa mirada franca que tanto le
gustaba de él. Allí sentados, hablando de Esther no entendía cómo pudieron
acabar como acabaron.
- No me ha contado como… como volvió.
- Ya te lo contará – le dijo con una sonrisa afable.
- Entendiendo… - le devolvió la sonrisa, él tampoco pesaba traicionar la
confianza de Esther.
- Bueno… basta de cháchara – dijo levantándose – voy a decirle a Margot que
estás despierta. Hoy será mejor que no tengas paseito, no me gusta la fiebre de
anoche.
- ¡Germán! no seas pesado, estoy bien, además ¿de qué fiebre hablas! no inventes
que te conozco.. – le amenazó con el dedo con ojos furiosos.
- Eres la persona más cabezona que he conocido en mi vida – exclamó vencido –
te dejo salir un rato esta tarde pero nada de estar por ahí tantas horas. Y con
condiciones – fue ahora él el que la amenazó con el dedo.
- De acuerdo, haré lo que me digas – aceptó con la alegría reflejada en los ojos y
aprovechando que él parecía estar predispuesto a ceder se lanzó - y… llamar
¿me dejarás llamar?
- ¡Ay! – exclamó con un suspiro - Si… te dejaré llamar. Pero recuerda que tienes
que descansar, nada de llamar al trabajo y preguntar por problemas que te
conozco.
- Prometido… - respondió aún más alegre.
- Voy a decirle a Margot que venga y así llamas antes de comer.
- ¡Espera! Y Esther… ¿tardará mucho?
- No creo, dijo que vendría para el almuerzo, aunque conociendo a Yumbura… -
dijo risueño enarcando las cejas.
- ¿Quién es Yumbura?
- Su amiga – respondió y viendo la cara que ponía la pediatra decidió bromear un
poco – una chica guapísima, con unas curvas – le hizo una ademán de
complicidad y la pediatra puso un gesto de desagrado que provocó una sonrisa
burlona en él – una mujer sensual que….
- Deja de decir tonterías – le dijo apretando los labios – no voy a picar.
- ¡Ya has picado, Wilson! – soltó una carcajada mientras llegaba hasta la puerta ya
allí se volvió hacia ella – una cremita para comer ¿está bien?
- Vete a…
- … la mierda – la interrumpió soltando otra carcajada - ¡cómo te he echado de
menos, Wilson! – le dijo saliendo de la cabaña dejándola con una sonrisa en la
cara.

* * *

Maca estaba impaciente porque llegara la hora del paseo. Llevaba toda la tarde
despierta, contrariada porque no había conseguido hablar con Vero y por la bronca de
Germán al ver que no había comido casi nada.
Después de conseguir que Germán la dejase salir a llamar, la psiquiatra no estaba en su
despacho y en la clínica tampoco había contactado ni con Teresa, ni con Claudia ni con
Cruz, tan solo había cruzado unas palabras con Jimeno. Eso la pudo de mal humor y le
quitó las pocas ganas de comer que tenía, para colmo Ester no había aparecido y eso la
contrarió aún más. Se había imaginado que la estancia allí sería diferente y que podría
estar con Esther a todas horas. Pero no era así, porque parecía que la enfermera siempre
tenía alguien mejor con quien estar, dejándola allí sola casi todo el día.

Estaba harta de estar encerrada y, a la hora de comer, cuando Germán llegó con un
vomitivo caldo de pescado, volvió a la carga para que le permitiese salir de allí, pero
Germán se había negado con rotundidad a que se moviese libremente por el
campamento, ya lo haría más adelante. Primero le había dicho que hasta que no pasasen
los diez días desde que se pusiera las vacunas no saldría y ahora, que ya habían
transcurrido, se escudaba en que tenía las defensas muy bajas y no se fiaba. Solo le
permitía dar ese pequeño paseo poco antes de anochecer, cuando el sol se ponía y la
temperatura descendía algo y, encima, la obligaba a llevar una mascarilla. Maca desistió
en su intento, estaba demasiado cansada para discutir con él a todas horas. Y lo cierto es
que el médico tenía razón, pues aunque deseaba ver aparecer a la enfermera para que le
dijera a dónde la llevaba, reconocía que el paseo de la tarde anterior la dejó agotada y
con un fuerte dolor de cabeza.

Esther apareció por fin con una sonrisa, llegó tres cuartos de hora más tarde que el día
anterior y Maca, que sin saber porqué, la esperaba a la misma hora, ya estaba de mal
humor.

- ¿Dónde te habías metido? – preguntó ligeramente molesta. “A ver si iba a ser


verdad eso que me ha contado Germán de la tal Yunyuna esa”, pensó celosa.
- ¿Yo! echando una mano en el hospital, ¿por qué! ¿te pasa algo?
- No, nada – se apresuró a cambiar el tono - creí que vendrías para comer y que
daríamos un paseo.
- Y vamos a darlo – le sonrió – pero más tarde, ayer salimos demasiado temprano.
Y ya te he dicho que había lío en el hospital, no he podido pasar antes.
- ¿Demasiado temprano?
- Si, Maca – le dijo poniéndose seria – no te hagas la tonta porque Germán ya me
ha contado todo – le espetó molesta con ella desde que se enteró que había
llamado a Vero no entendía la obsesión que tenía en hablar con ella.
- ¿A dónde vamos a ir? – cambió de tema con rapidez, parecía que Esther estaba
enfadada y lo último que deseaba era discutir.
- ¿Qué tal al Nilo! ¿te apetece verlo?
- ¡Claro! – exclamó con un brillo de ilusión en los ojos que hizo sonreír a Esther
“hasta con cara de muerto está guapa”, pensó la enfermera - pero tenía entendido
que quedaba un poco retirado.
- Tienes razón, quizás sea mejor dejarlo para otro día.
- Tampoco es tan tarde…
- Lo dejamos para mañana que ayer Germán me echó la bronca.
- ¿Por qué?
- Maca, ya lo sabes, porque volviste demasiado cansada, ¿crees que no nos dimos
cuenta? Y hoy sigues teniendo mala cara.
- Pero estoy bien – protestó temiendo quedarse sin salir - Tu déjame a Germán a
mi.
- Ni lo sueñes. Estoy harta de vuestras broncas, ¿no os cansáis nunca?
- Yo no, y creo que él menos – sonrió – siempre estábamos así.
- Os ponéis insoportables.
- Bueno, tú déjamelo que ya le diré yo que no vuelva a echarle una bronca a mi
niña – dijo sonriente y conforme lo decía se dio cuenta de lo que hacía, enrojeció
ligeramente.
- ¿Tu niña? – preguntó torciendo la boca en una mueca irónica pero llena de
satisfacción.
- Es lo que él dice ¿no? – se apresuró a responder intentando hacerla creer que se
reía de ella, y consiguiéndolo – al menos eso le he escuchado decirte alguna vez.
- No te metas con él – lo defendió chafada – Estoy cansada de que te rías de él. Es
mi amigo.
- Ya… y Adela la mía y ya te escuché lo que opinas de ella, y estás muy pero que
muy equivocada. Además…
- Germán tiene razón – la corto suavizando el tono “¿qué hago?”, se dijo “me
paso el día deseando que llegue el momento de salir con ella y justo antes me
pongo a discutir”, “así no vas a ninguna parte” - No quiere que estés mucho rato
fuera y reconoce que ayer se nos hizo tarde.
- Pues a mi se me hizo corto – le sonrió, intentando ser conciliadora “serás
imbécil, te pasas el día deseando que llegue y cuando lo hace empiezas con los
reproches y el mal humor, al final vas a conseguir que solo entre para dormir, si
es que no termina por dormir en otro sitio”, pensó.
- Siento que tengas que estar aquí todo el día aburrida, me gustaría venir más a
menudo pero…
- Ya sé… hay trabajo y… tienes que echar una mano – la remedó.
- Parece que te molesta.
- No me molesta, a mi también me gustaría poder hacer algo. Te aseguro que estar
aquí, sintiéndome una inútil, no es nada agradable.
- Tienes que descansar.
- ¿Más?
- Anda, vamos a que te un rato el aire – le dijo colocando la silla al lado de la
cama – ven.
- Quiero hacerlo sola.
- Aún no Maca, esta vez no vamos a hacer ninguna tontería – le ordenó con
firmeza – que ya tengo sustos para una larga temporada.
- ¿Te has asustado?
- Si – respondió dándose la vuelta para coger la botella de agua y la bolsa.
- ¿Mucho?
- No, mucho no – se giró poniendo cara picarona – solo lo justo.
- Y…
- Déjate ya de cháchara y vamos – le dijo sujetándola con fuerza – agárrate – la
sentó en la silla y situándose tras ella, emprendió la marcha.

Salieron del campamento por el camino que llevaba al Nilo, Esther sabía que Maca
deseaba mucho ir allí, quizás era un poco tarde pero si apretaba el paso, podía llegar a
darles tiempo. Tenía la sensación de que cada deseo de la pediatra debía cumplirlo, de
que debía hacerla sentir, a pesar de sus estudiadas ausencias, que ella estaba allí con ella
y que la quería por encima de todas las cosas. Pero no podía hacerlo a lo loco, si quería
conseguir que Maca se abriese a ella, que la necesitase, tenía que hacérselo sentir, por
eso la dejaba sola tantas horas, por eso aparecía esporádicamente, o la sorprendía con
alguna visita inesperada que la llenaba de alegría, ella veía su cara de sorpresa e ilusión
y cómo intentaba ocultarlo, pero llegaría el día en que no pudiese disimular más, y ese
día ella le daría el empujón que estaba convencida que necesitaba para reconocer sus
sentimientos hacia ella, porque ahora sí, estaba segura de que Maca no la había
olvidado.

La pediatra guardaba silencio extasiada con la naturaleza que tenía a su alrededor, el día
que llegaron, desde el camión, no se había fijado en nada de todo aquello, y le parecía
precioso, o quizás era que aquél día estaba ya tan mal y tan nerviosa que no fue capaz
de apreciar todo lo que la rodeaba. Pero a pesar de toda aquella apabullante belleza,
Maca se sentía un poco incómoda, asustada con la posibilidad de ver algún animal
salvaje y estaba a punto de preguntarle a la enfermera sobre esa posibilidad, cuando ésta
se detuvo en mitad del camino y se alejó de ella introduciéndose en la maleza.

- Espera aquí un momento – le dijo antes de desaparecer.

La pediatra notó que se le aceleraba el pulso y que el corazón le latía a velocidad


vertiginosa. Se sentía diminuta, y comenzó a verse como una presa fácil. De pronto lo
vio, él estaba allí escondido en el borde del camino, “no confíes en nadie”, escuchó la
voz de Isabel, “en nadie ¿me oyes! puede ser cualquiera”, el miedo la atenazó y su
mente le reprodujo una imagen que no entendía.

- ¡Esther! – gritó asustada – ¡Esther! ¡Esther! – repitió con apremio.

La enfermera apareció corriendo temiendo que le ocurría algo.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó casi sin aliento - ¿estás bien? – le preguntó al verla
pálida y sudorosa, se había quitado la mascarilla y respiraba agitada.
- Si – respondió con un hilo de voz – no me dejes sola, por favor.
- Perdona, se me olvidó que… - se interrumpió recordando lo que Vero le había
dicho antes de salir, Maca iría recordando la agresión y sentiría el miedo como si
lo estuviese viviendo en ese mismo momento - ¿has recordado algo?
- No estoy segura – confesó – una sombra, unos zapatos y alguien que me decía
que íbamos a divertirnos.
- Tranquila – le dijo enternecida acariciándole la mejilla - toma – sacó una flor de
la mano que mantenía tras la espalda y se la tendió.
- ¿Y… esto? – sonrió gratamente sorprendida, sintiendo que recuperaba la calma.
- Para ti – le hizo una mueca graciosa – podría decir una cursilada pero… no voy
a hacerlo.
- Puedes decir las cursiladas que quieras, ¿eh? – la provocó – aquí no te oye nadie.

Pero la enfermera la miró fijamente a los ojos, luego a los labios y vuelta a los ojos,
suspiró pensando “me oyes tú”. Finalmente, cambió de expresión.

- Maca, ponte la mascarilla – le dijo – no debes quitártela – le recordó, pensando


“así evito el peligro que tienen tus labios”.
- Me costaba respirar – se justificó obedeciendo y girando la flor en su mano.
- Es la flor del vino blanco y rojo – le explicó.
- ¡Es preciosa! – exclamó con un suspiro esperando que Esther le dijese el porqué
de ese nombre.
- Es difícil de encontrar – le sonrió sin más explicaciones, se miraron y ambas
retiraron con rapidez la vista temiendo que la fuerza de aquella mirada las
empujase hacia la otra - Maca… - se detuvo un instante dudando pero
finalmente se decidió - desde que llegué a Madrid y… te vi, tengo ganas de
preguntarte una cosa y no me he atrevido…
- Hasta ahora, ¿no? – respondió con rapidez viendo que el tono de su voz había
cambiado a uno mucho más serio, y temió aquello que quería preguntarle -
porque imagino que me la vas a preguntar…
- Si.
- Ya… y si no quiero… no tengo que responder ¿es eso? – dijo irónica.
- Si – sonrió, ¡qué bien la conocía! eso exactamente era lo que iba a decirle.
- Vamos, que… mejor me pongo seria, ¿no?
- Si – respondió escuetamente por tercera vez.
- Venga, dispara – se atrevió a darle permiso, aún cuando a ya estaba
completamente nerviosa, temiendo aquella pregunta - ¿qué es eso que quieres
preguntarme tan importante para que te pongas tan seria?
- ¿Qué te pasó?
- ¿Cuándo? – preguntó extrañada sin saber a qué se estaba refiriendo.
- Maca… para estar… así – le dijo impaciente, señalándola.
- Así cómo, Esther, ¿en silla de ruedas?– preguntó y sin esperar respuesta -
¿Nadie te lo ha contado! ¡no me lo puedo creer! – exclamó sarcástica – ahora
eres tú la que te haces la tonta.
- Quiero que me lo cuentes tú.
- Ya… - dijo bajando los ojos, adivinando por dónde podían ir los tiros y más,
después de la conversación del día anterior.

Empezó a juguetear con la flor que Esther le había dado momentos antes y guardó un
silencio, que prolongó durante más de un minuto y que la enfermera respetó consciente
del trabajo que le costaba siempre a Maca sincerarse y descubrir sus sentimientos, no
pensaba presionarla.

- Pues… me caí por las escaleras – dijo al fin con un hilo de voz como si le
costase trabajo recordar todo aquello.
- Eso ya lo sé.
- Entonces… ¿qué es lo que quieres saber? – levantó sus ojos hacia ella
desconcertada.
- Todo, desde antes de caerte hasta que fuiste consciente de lo que te ocurría.
- No eres mi psiquiatra, Esther – le dijo mostrando su poca intención de contarle
nada. Y recordando que aquellas habían sido las mismas palabras que le dijera
Vero en una de sus primeras sesiones con ella.
- No quiero serlo, pero...
- Mejor dejamos el tema ¿de acuerdo? – le pidió con ojos de súplica.
- No, Maca, no lo dejamos. Tú me has hecho hablar de mis traumas, enfrentarme a
mis miedos, me has hecho contarte lo que pasó en el orfanato.
- Yo no he hecho nada de eso, has sido tú la que me lo has querido contar. Y
enfrentarte a tus miedos lo haces tú solita – respondió frunciendo el ceño.
- A ti quizás también te vendría bien hablar del tema.
- Esther, tú y yo somos diferentes, yo… no necesito hablar.
- Quizás no, pero sí necesitas perdonarte y está claro, al menos para mí, que si tu
problema no es físico es que te estás castigando por algo.
- ¿Y tú qué sabes si es físico o no?
- También me lo contaron.
- Y si ya sabes todo para qué quieres que te cuente nada.
- Porque a mi, lo único que me importa es lo que piensas tú.

Maca la miró entre agradecida, sorprendida de que realmente fuera así y asustada. No
quería hablar del tema. Siempre le costaba mucho trabajo hacerlo. Y se había hecho una
idea diferente de lo que sería ese paseo.

- Maca… yo… yo solo sé que tú misma me dijiste que te sentías culpable de algo
y ese algo puede ser el que te tiene ahí sentada. ¿De qué te sientes culpable?
- Buenoooo, ¿te aburrías aquí y te has dedicado a leer libros de psicología? –
respondió recurriendo al sarcasmo, poniéndose a la defensiva, y molesta por el
tono de la conversación.
- No – respondió negando con la cabeza y enarcando las cejas indicándole que le
respondiese.
- Vamos a dejarlo, por favor – le pidió Maca, ahora mucho más seria y con un
gesto de cansancio que convenció a la enfermera.
- Como quieras – dijo girando la silla dispuesta a volver.
- ¿No seguimos?
- No, se me han quitado las ganas de pasear.
- No te enfades, es… que... no me gusta hablar de ello.
- Muy bien. No me enfado.
- Entonces ¿no vamos hasta el río! me gustaría ver aquello – sonrió melosa.
- Te he dicho que no. Tú no quieres hablar y yo no quiero pasear. Además, se nos
ha hecho tarde.
- Joder…, no es justo – protestó enfadada – me paso el día esperando esto y… -
masculló enfurruñada.
- Aquí nada es justo, pero es lo que hay – respondió secamente, sonriendo para
sus adentros “¿con que te pasas el día esperándome?”, pensó.
- ¡Para! – le pidió – ¡párate! – insistió levantando su mano intentando coger la de
la enfermera que continuaba empujando la silla - ven, ven aquí – le indicó que se
sentara delante de ella y comenzó en tono de ligero enfado - Me caí por las
escaleras, ¿vale! siempre he creído que no tropecé, que me empujaron, pero
Claudia estaba conmigo y dice que ella no vio nada raro, así es que… debí
imaginarlo – empezó hablando con tal rapidez que a Esther casi le costaba
trabajo seguirla - Me desperté y no recordaba nada del accidente, fue después
cuando empecé a recordar algo, cuando Cruz me dijo que no respondía a los
estímulos creí que era una broma, un mal sueño, pero no, no lo era y lo demás ya
lo sabes – le dijo intentando que la enfermera se conformase con aquella
explicación.

Pero Esther permaneció frente a ella, esperando que continuara. Maca se dio cuenta de
ello y bajó los ojos, su voz se enronqueció ligeramente y habló tan bajo que a Esther le
costaba trabajo entenderla.
- La realidad es que tardé mucho tiempo en comprender lo que me había pasado,
supongo que porque no quería saberlo – le dijo ladeando la cabeza y apretando
los labios - Al principio, fue muy duro asumirlo, yo estaba convencida de que
era algo físico, no podía creer lo que me decían, tenían que estar equivocadas,
¿cómo me iba a estar haciendo yo algo así! pero… las pruebas no muestran
ninguna lesión y, eso fue lo peor. Me hundí de tal forma que mis padres se
volvieron locos buscando alguien que fuera capaz de ayudarme – reconoció y
mirándola le dijo con unas expresión extraña - ¡hasta lo intentaron contigo! –
torció la boca en una mueca de circunstancias y Esther se sintió tremendamente
culpable por haberse negado a escuchar a Teresa aquel día que la llamó
pidiéndole que no colgara, que tenía que hablarle de Maca – luego … buscaron a
Vero para que me tratara. Desde entonces todo empezó a cambiar, Vero me
decía que era normal como me sentía, que a todas las personas en mi situación le
ocurría lo mismo… al principio no quería escucharla pero luego… fue la única
que me trató de igual a igual, no era condescendiente, y… empecé a hacerle
caso.
- Pero tu situación es diferente, Maca, tú puedes volver a andar, si no es físico…
- Esther no te equivoques conmigo, ya sé que crees que no hago nada y que me he
rendido, pero te equivocas, te equivocas y mucho – le dijo con genio.
- No creo que me equivoque, Maca – le dijo con suavidad, incómoda ante el
gesto de decepción que se reflejó en la cara de la pediatra.
- Yo estaba convencida de que volvería a andar – continuó sin responderle
desviando la mirada y clavándola en el suelo hablando con rabia - Cruz me lo
decía, Vero me lo decía, todos me lo decían y ¡lo había visto tantas veces en las
películas! que me lo creí – levantó los ojos y Esther comprobó que luchaba
porque las lágrimas no aflorasen, su voz se quebró ligeramente – “solo hace falta
un poco de tiempo”, me decían todos y yo también les quise creer, estaba
convencida de que un día me levantaría de la cama como si tal cosa, pero… la
realidad se acabó imponiendo, no puedo andar, Esther, por mucho que Vero lo
intenta y por mucho que yo me esfuerzo no hay nada, nada… - confesó con un
nudo en la garganta.
- Tiene que haber algo, Maca, algo que…
- ¡No hay nada! – le gritó alterada – nada – repitió mucho más bajo.
- Tranquila – le dijo acariciándole la mejilla y cuando la vio más calmada le
preguntó - ¿seguro que le has contado todo! porque Maca… sé como eres y …
- Reconozco que le he ocultado cosas a Vero y… que no debía haberlo hecho,
pero siempre he creído que lo que me callé nada tenía que ver con mi accidente
– la cortó siendo sincera - Y a lo demás, a lo que si le he contado, le hemos
dado mil vueltas, a todo, pero… nada – suspiró - así es que en estos años y con
la ayuda de Vero fui aprendiendo que ser parapléjica no es el fin del mundo y
que no me iba a hundir por eso, me empeñé en seguir en el hospital pero Javier
no me dejó – respiró hondo y continuó con una voz menos afectada - Claudia me
abrió los ojos y me recordó el proyecto de la clínica que yo había empezado
antes de la caída y decidí demostrarles a todos que se equivocaban, que mi vida
podía ser igual que la de cualquier persona. Y ahí es donde volviste y así es
como me has vuelto a ver.
- Todo eso es muy bonito pero…
- ¿Bonito! no tiene nada de bonito Esther – la cortó desafiante.
- Sigo pensando que te protegen demasiado, que tienes miedo de verdad a ser
independiente y que te has refugiado en todos – le dijo con sinceridad callándose
una cosa que le rondaba la cabeza “¿por qué no le había hablado de Ana en toda
la narración?”.
- ... ya… en mi circo, ¿no es eso?
- Maca ¿me lo vas a estar echando en cara siempre! ya te dije que no lo pensaba.
- Yo creo que sí, que lo piensas – reconoció endureciendo el gesto y clavando sus
ojos en ella. Esther leyó en ellos un dolor que nunca había visto, una sombra que
los oscurecía hasta el punto de serles completamente extraños. Su voz le sonó
abatida, y la desolación se reflejó en ellos a medida que hablaba - ¿Tú sabes lo
que es luchar con la sensación perenne de ser una carga! ¿Sentir el deseo de
estar con alguien y al mismo tiempo hacer todo lo necesario para que se aleje de
ti?
- ¿Es eso lo que hiciste con Ana?
- No – respondió secamente tras unos segundos de mirarla fijamente en los que
Esther supo que no la veía a ella, que estaba sumergida en su pasado – no me
hizo falta – murmuró – es lo que hice con mis amigos, es… es lo que hago
contigo.
- ¿Conmigo! ¿en serio! no me he dado cuenta – sonrió francamente, borrando la
primera impresión de Maca que creía que estaba siendo irónica.
- Pues… estás ciega.
- Será el… – iba a decir el amor pero no se atrevió – sol de estas tierras que afecta
a la vista.
- No creas que me compadezco de mi misma.
- No lo creo, Maca.
- A veces me lo parece, y te aseguro que no es así. Soy consciente de la suerte que
tengo.
- Tampoco te pases. Porque vaya panorama que tienes en Madrid – bromeó
intentando distender algo la tensión que se había creado entre ellas.
- No te rías – le dijo con tal seriedad que Esther se arrepintió de haber intentado
bromear – odio estar aquí sentada, lo odio y…
- ¿Y qué?
- Y nada – dijo secamente “y me odio a mi misma por hacerme esto y por
hacérselo sufrir a los demás”, pensó incapaz de repetirlo en voz alta “¿esto es lo
que quieres! no lo creo, Esther, de querer algo quieres lo que era, no lo que soy”,
pensó resentida.
- Maca… ¿y qué? – insistió imaginando el motivo de aquella expresión que tenía
entre tristeza, desesperación y rabia.
- ¿Sabes! durante un tiempo estuve yendo a una asociación a ayudar voluntaria,
como médico. Y… allí conocí a una chica parapléjica – la interrumpió sin
contestar a su pregunta.
- Sí, sentirte parte de algo y compartir con la gente que ha pasado por lo mismo
que tú…. – le dijo comprensiva sin entender muy bien aquel giro en la
conversación, pero aceptándolo, por experiencia sabía que no servía de nada
presionarla, porque muchas veces lo único que se conseguía era todo lo
contrario, que se cerrase en banda y no se desahogase.
- ¡No! – exclamó interrumpiéndola- yo todavía no había tenido el accidente, fue..
cuando… me inhabilitaron, aunque esa es otra historia – casi murmuró bajando
los ojos avergonzada - Fernando me llevaba con él en Sevilla y, en fin, que esa
chica, era víctima de malos tratos, y me he acordado de ella desde el primer día.
¿Sabes que su maltratador era su cuidador? – le preguntó y sin esperar respuesta
exhaló un suspiro - No puedo imaginarme lo que debe ser pedirle a alguien que
te maltrata que te ayude a ir al baño, que te ayude a bajar a la calle, ¿que haces
entonces! eso sí que es mucho peor que cualquier otro caso. Siempre me he
consolado pensando que podía estar peor, que tengo mucha suerte, que…
- Maca…, Ana y tú… ¿estáis bien? – le preguntó repentinamente. Maca no solo
no había mencionado ni una sola vez a su mujer cuando le había contado que se
hundió tras el accidente, le había hablado de Claudia, de Vero, de Cruz, de sus
padres… pero no de Ana, y ahora le hablaba de aquella chica a la que maltrataba
su pareja. Tenía la sensación de que Maca le había querido decir algo al contarle
la historia de esa chica y aunque no podía ni imaginar que la Ana, dulce y
tímida, que ella había conocido pudiese maltratar a Maca, quizás eso era solo
una pose externa y que después en la intimidad… ¿le estaría contando a su
manera que Ana no la trataba bien?
- Ana no tiene nada que ver con lo que te estaba contando – dijo molesta y guardó
silencio, pensativa.

Las manos comenzaron a temblarle y su mirada se endureció hasta tal punto que la
enfermera reculó asustada.

- Perdona, sigue con lo que me decías – propuso al verla en ese estado. Empezaba
a tener claro que, fuera por lo que fuese, el tema “Ana” era tabú.
- No…, es igual, ¿volvemos! empieza a dolerme la cabeza.
- A ver – dijo tocándola - ¡mierda! tienes fiebre otra vez, ¿porqué no me lo has
dicho?
- Esto va a ser así durante un tiempo, no voy a estar diciéndotelo cada dos por
tres. Está controlado – respondió de malhumor.
- Si, ya lo sé pero… - se interrumpió preocupada - anda vamos.
- Me quedé sin ir al río – murmuró.
- Pues si, otro día será.
- No estoy tan mal y… no es tan tarde… podíamos ir un momento y…
- ¡Ni lo sueñes! – dijo acelerando el paso camino del campamento – Germán me
mata si tienes fiebre y no volvemos.

Maca suspiró y no protestó, la enfermera tenía razón.

- Mañana, si estas bien, te traigo otra vez, ¡te lo prometo! – le dijo apoyando su
mano en el hombro y agachándose le susurró al oído - ¿ves como no es tan
difícil! seguro que ahora te sientes mejor.

Maca no respondió. Agradeció mentalmente a la enfermera lo que pretendía pero era


imposible sentirse mejor, no conocía ni la mitad de su vida, y aunque no era comparable
a lo que ella había pasado allí, ni a lo que le habían hecho, a ella le impedía ser feliz, le
impedía seguir adelante y por mucho que la enfermera lo intentase, nunca se abriría a
ella del todo, simplemente, no podía, ella no era así.

Además, empezaba a comprender lo que quería de ella pero no podía ceder y no por los
obstáculos que había en su vida, que los había, sino por los que había en su interior,
Esther había sufrido demasiado y ella no iba a contribuir a su sufrimiento. Estaba
dispuesta a hacerle ver que no tenía nada que darle y que por mucho que lo intentase lo
único que podía recibir de ella era una sincera amistad.

* * *
De vuelta al campamento, Esther intentó ir todo lo rápido que le permitía el estado del
camino. Procuraba establecer conversaciones intrascendentes con ella, pretendiendo
animarla, pero parecía inútil. Le habló de lo raro que era que aún no hubiera habido
ninguna tormenta, y que ya vería lo impresionantes que eran, Germán le había dicho que
se esperaba lluvia en los próximos días y quizás no pudieran salir, cambió de tema en
varias ocasiones intentando interesarla en algo pero Maca se mantuvo en un profundo
silencio que solo interrumpió con algún monosílabo o algún comentario arrancado casi
a la fuerza para demostrar que la escuchaba. Esther sentía un punto de inquietud y
nerviosismo, no sabía si estaba así de cabizbaja por la fiebre o por la conversación que
habían mantenido, pero en cualquier caso se sentía culpable.

Cuando llegaron al campamento Germán las estaba esperando. Esther, al verlo, se


detuvo y miró el reloj, preocupada, creyendo que le había ocurrido como la última vez, ,
temiendo que el médico no dejase salir más a Maca, pero comprobó no habían estado
más de una hora fuera y se tranquilizó.

- ¿Qué tal? – llegó hasta ellas sonriente - ¿ya estáis aquí? – preguntó sorprendido
de que, por una vez, le hubieran hecho caso - ¿a dónde te ha llevado hoy? – dijo
entre burlón e interesado.
- A ningún sitio – respondió Maca mohína, sin mentir.
- ¡Estamos buenas! anda que te ha sentado bien el paseo – exclamó socarrón.
- Nos hemos quedado en el camino… - le dijo Esther.
- ¿En el camino? Muy bonito el camino, es uno de los caminos más interesantes
de por aquí – dijo con ironía mirando a Maca – Wilson, ¿no respondes! que
pareces una… - se interrumpió mirándola con atención - tú tienes fiebre – le dijo
viendo el brillo de sus ojos.
- Sí que la tiene, por eso hemos vuelto tan pronto – intervino Esther lanzándole
una mirada de preocupación – ni siquiera hemos podido llegar al río.
- Ay, Wilson, Wilson, si ya te dije yo que esta no es tierra de damiselas – bromeó
– llévala a la cama que en cinco minutos estoy allí.
- No hace falta, Germán – dijo Maca – estoy bien, solo son unas décimas.
- Bueno… eso lo vamos a ver en un momento. Esperadme allí – insistió.
- Antes quiero llamar por teléfono – se opuso Maca con rapidez.
- De eso nada – se negó Germán – Esther… a la cama y, cuando se le baje la
fiebre, que cene algo ¿entendido?
- Si – respondió Esther.
- Y tú – dijo mirando a Maca - ya llamarás mañana.
- Esther, por favor, quiero llamar – lo ignoró mirando hacia la enfermera
suplicante, pero con decisión.
- ¿Otra vez! llamaste esta mañana y… ya has escuchado a Germán.
- Si pero.. lo necesito – insistió clavando sus ojos en ella, la enfermera no era
capaz de soportar aquella mirada, Maca parecía estar echándole en cara que era
como los demás, que mucho quería sacarle como se sentía para luego seguir
tratándola de aquella manera autoritaria y sin permitirle decidir – por la mañana
no conseguí encontrar a nadie y necesito hablar con.. con Vero.
- Wilson, lo que necesitas es descansar.
- Esther… por favor… - siguió con la vista puesta en ella sin escuchar al médico.
- No Maca, creo que te ha subido más la fiebre y te voy a meter directamente en la
cama - le dijo poco convincente en un intentó de hacerla comprender que era
por su bien.
- Esther – la frenó – te estoy diciendo que lo necesito, por favor – le dijo con tal
intensidad en el tono y en la mirada que la enfermera dudó. ¿Hasta qué punto
tenían derecho a oponerse de aquella forma?
- Vamos – cedió al fin, mirando a Germán y ladeando la cabeza, él frunció el ceño
contrariado, pero no se opuso más y las siguió.

Esther sabía que la principal preocupación de Germán era que no quería que Maca se
enterase de nada que pudiese alterarla, por eso era tan reacio a que hiciese llamadas
continuamente, pero tampoco podían evitarlo por más tiempo, y ella, en eso, no iba a
poder ayudarlo, porque lo último que quería era que Maca volviese a mirarla con
aquella expresión con que lo había hecho en el paseo. Esther leyó la decepción en sus
ojos, Maca estaba decepcionada con todo el mundo y en ese “todos” entraba ella, lo
había visto en su cara. Y se decidió a cambiar esa impresión, a demostrarle que la
valoraba como persona y como profesional, quizás así volviese a confiar en ella misma
y en los demás.

La enfermera llegó a la habitación de la radio y entró con una sonrisa. Francesco las
recibió solícito y se dispuso a marcar los números que le dijo la pediatra. Germán, tiró
de la enfermera, que a regañadientes, consintió en acompañarlo y ambos salieron para
esperarla fuera.

Maca se quedó con el chico que ya estaba intentando contactar con el primero de los
números, cuando escuchó a llamada le pasó los auriculares a la pediatra y se levantó,
quedándose junto a la puerta. Maca lo miró molesta, aquella misma mañana ya le había
hecho lo mismo pero no le dijo nada al ver que no podía hablar con nadie, pero ahora no
estaba dispuesta a tener testigos de su conversación. Estaba a punto de decirle que
hiciera el favor de salir cuando escuchó la voz de Ver.

- Diga.
- ¿Vero?
- ¿Maca!
- Si – rió al escuchar su tono de sorpresa.
- ¡Maca! ¿eres tú! ¿de verdad eres tú! ¡dios que alegría! – exclamó - Maca es
Maca – la escuchó gritar.
- ¿A quién llamas? – preguntó la pediatra, necesitaba hablar con ella y no quería
que nadie más las escuchase.
- A Claudia, está aquí.
- ¿En tú despacho! ¿por qué! ¿pasa algo?
- Nada, hemos quedado para cenar, ¡cómo me tienes abandonadita!
- Ya quisiera yo poder estar allí – le confesó con énfasis.
- Ya.. ya.. y yo me lo creo, si aquí hicimos apuestas sobre qué excusa te
inventarías para quedarte allí con la enfermera esa – le dijo en tono de broma.
- ¿Apuestas? – preguntó sorprendida, imaginando todo tipo de comentarios y
molesta por la cara que acababa de poner el italiano.
- Ya sabes como son estas…
- Estoy mal, es la verdad.
- Si, si, muy mal debes de estar – bromeó.
- Te lo juro, ahora mismo tengo fiebre y….
- Claro, claro, es lo que suele pasar cuando a alguien le da un calentón – soltó una
carcajada provocando que Maca se enfadase y al mismo tiempo se preocupase
por lo que pudiera estar comentándose en la clínica, no quería ni imaginar que
Sonia se enterase y sacara sus propia conclusiones.
- Te digo que sigo sin estar bien – saltó con genio y enronqueciendo tanto el tono
que Vero dejó de reír.
- Maca... no te lo tomes así, que estamos de broma. Ni hemos hecho apuestas, ni
nadie ha dudado de ti. Adela llama todos lo días y estamos al tanto de todo lo
que te pasa. Sabemos como estás. Solo bromeaba – se justificó con rapidez -
¿tan mal estás que no tienes granas de bromas?
- No, pero hay cosas que…
- Ya… - la cortó segura de que Maca sí que sentía algo por la enfermera aunque ni
ella misma quisiera reconocérselo – voy a llamar a Claudia le gustará saludarte.
- Espera un momento, Vero – le pidió - necesito… hablar contigo, es…
importante.
- ¿Qué pasa Maca? – le preguntó mudando el tono jocoso por uno mucho más
serio.
- Nada, quiero… pedirte consejo – le dijo intentando mostrar tranquilidad -
¿tienes un rato?
- Claro, lo que tú quieras.
- Perdona un momento – le dijo y volviéndose hacia Francesco lo miró haciéndole
una seña de que saliese. El chico negó con la cabeza y Maca frunció el ceño –
Francesco, es… una conversación privada.
- Lo siento señora son las normas.
- Necesito intimidad - le pidió con su mejor sonrisa.
- No puedo dejarla sola con la radio… hay veces que,…
- Ven – le dijo haciéndole una seña con la mano.

El chico se acercó y Maca manteniendo una sonrisa traviesa en su rostro lo miró


fijamente…

- Bonita radio pero… es antigua.


- Es de las mejores de la zona – la miró extrañado – las del ejército son mucho
peores.
- No me extraña que tengamos tantos problemas de comunicación, por lo que veo
tiene las utilidades básicas.
- Pero además…
- ¿Tú quieres una Amper PRG4 V3? – le preguntó clavando sus ojos en él y
dejándolo boquiabierto tanto por la pregunta como por aquella mirada.
- Esas son…
- El último modelo del ejército, ¿la quieres o no! tiene GPS, además podrías
trasmitir voz y datos encriptados en la banda de VHF, para un ataque como el
del orfanato os vendría muy bien, evitarías cualquier intromisión o
interceptación porque tiene un dispositivo para anularlas y, aunque quizás aquí
sería difícil usarlo tiene un IP para que…
- Sí la quiero – saltó de pronto.
- Pues… te mandaré una cuando llegue a España pero… hay una condición.

El chico la miró y frunció el ceño.

- Mis conversaciones son siempre privadas – enarcó los ojos y recalcó el siempre.
- Señora…
- Has visto que sé de lo que hablo, no voy a romperte tu preciosa radio y sabré
resolver cualquier problema que tenga, aunque si te quedas más tranquilo,
prometo llamarte si le pasa algo.
- No sé… - dudó un instante pero la radio que le prometía era de las mejores del
mercado, ya se imaginaba con ella allí aunque no entendía como aquella mujer
podría conseguir una pero algo le decía que no le mentía – de acuerdo – aceptó
al fin – espero fuera, llámeme cuando termine.
- ¡Gracias! – le dijo Maca con su mejor sonrisa viendo como el joven se dirigía al
exterior - ¿Vero! perdona por hacerte esperar, ya estoy contigo.
- Dime, ¿qué es eso tan importante?
- Pues… verás…

Mientras, en el exterior del puesto de radio, Esther seguía intentando explicarle a


Germán lo motivos por los que había decidido desobedecerle, pero él seguía
contrariado.

- Germán, yo solo te digo que Maca no puede seguir así, que todos los esfuerzos
que tú haces son para que se recupere físicamente, pero parece mentira que seas
médico y que la conozcas.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues que el ánimo del paciente es fundamental en cualquier recuperación. Y tú
mismo me has dicho que sus analíticas están mejor, Maca… - se interrumpió sin
querer revelarle lo que pensaba de ella, creía que tenía problemas serios pero no
precisamente físicos – Maca necesita hablar con Vero, pues que hable, si eso la
ayuda a sentirse más animada.
- Y tú pareces tonta, no se lo pongas tan fácil, que al final esa Vero te la levanta.
- No digas gilipolleces – protestó enfadada y ofendida – Maca está casada.
- Ya… y tú respetas mucho eso, ¿no?
- Germán, te estás pasando.
- Perdona, tienes razón, pero… es que te veo todo el día babeando tras ella y…
me hierve la sangre.
- Bueno, pues que deje de hervirte porque eso, de ser cierto, es solo y
exclusivamente, problema mío.
- Y de ella – le recordó – porque yo también la veo cada vez más desesperada
cuando no estás a su lado.
- ¿De verdad?
- Si, y me preocupa. No sé qué pretendes ni sé lo que quiere ella pero… hay
juegos que son peligrosos.
- Varias veces me han dicho ya eso con respecto a Maca y te aseguro que si hay
algo que yo no hago es jugar. Para mi esto es muy serio.
- Pues peor – le dijo.
- Bueno… dejémoslo así – le pido – volviendo al tema, tenemos que hacer algo
para que Maca se anime…
- Si quieres le montamos una fiestecita como la del primer día – respondió
socarrón.
- No me refiero a eso, me refiero a… no sé… por ejemplo, que tenga más
libertad… que no dependa tanto de que alguien vaya a la cabaña para poder
hacer cualquier cosa.
- Lo cierto es que creo que tienes razón – suspiró pensativo - Wilson siempre ha
sido muy orgullosa y quizás le vendría bien sentir que tiene la capacidad de
decidir.
- A eso me refiero.
- Ahora que… como decida pasar todo el día de arriba para abajo se las va a ver
conmigo.
- ¡Germán! – rió imaginando las broncas que se avecinaban – no vayas a estar
todo el día tras ella porque entonces no va a servir de nada.
- Me has convencido pero… no voy a permitirle ciertas cosas.
- Ni yo tampoco Germán, quiero que se recupere del todo.
- Pues cuando termine de hablar a la cama, y le tomas la temperatura, si hace falta
le das un antitérmico.
- De acuerdo – dijo mirando hacia la puerta – ahí viene Francesco.
- Vamos, Maca debe haber terminado – dijo el médico y Esther sonrió, siempre le
decía Wilson para molestarla, aunque la pediatra parecía ya resignada y
acostumbrada a ello, y cuando no estaba delante la llamaba por su nombre –
Francesco, ¿ha terminado?
- No – respondió el chico – voy a por algo de beber.
- ¿Y la has dejado sola? – preguntó asombrada Esther.
- Sí, no hay problema – respondió alejándose.
- ¡Pero bueno! – exclamó Germán – esto es inaudito, ¡Francesco! – lo llamó y el
joven se detuvo girándose
- ¿Si?
- ¿Se puede saber porqué le permites a ella lo que no nos permites a nadie?
- La doctora Wilson quiere intimidad – respondió con aire de inocencia.
- ¡Acabáramos! y los demás también – soltó alterándose, Esther apoyó su mano en
el antebrazo del médico conociendo la poca gracia que le hacía el italiano -
¿crees que nos gusta que estés detrás como un pasmarote! escuchándolo todo.
- Imagino que no – sonrió – pero… son las normas.
- Y para ella ¿qué! ¿no hay normas?
- Ella… - suspiró con aire enamorado – es… es diferente… es … ¡una gran
mujer! – volvió a suspirar.

Esther sonrió, se encogió de hombros y miró a Germán que permanecía con los brazos
cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido.

- Anda, largo de mi vista – le dijo finalmente señalándole con la mano que se


marchara, el chico obedeció y él se giró hacia Esther - ¡esto es el colmo! me
toman por el pito de un sereno.
- No es eso, Germán.
- ¡Será posible! – volvió exclamar sin dar crédito aún a lo que acababa de
escuchar poniéndose ahora los brazos en jarra, Esther supo que estaba más
molesto y enfadado de lo que aparentaba - ¡Joder con Wilson! está claro que no
ha perdido sus dotes de persuasión. Aunque… - se puso la mano en la barbilla y
los ojos comenzaron a bailarle, Esther sabía qué significaba aquella expresión,
ya se le había ocurrido algo.
- Germán que te veo venir – le dijo en tono recriminatorio, con un punto de temor.
- Pero… ¿tú has visto la cara de alelado que tenía puesta! éste se va a enterar - rió.
- Germán, no vayas a liarla que te conozco, deja a Maca en paz.
- Tú Maca se ha metido donde no debía eso es seguro, si no de qué éste va a
dejarla solita en su santuario.
- Germán, te lo pido por favor… - le dijo amenazadoramente con el dedo.
- ¿Por favor?
- Sí, no vayas a gastarle una de tus bromas a Maca, que te temo.
- ¿Tú crees que estoy para bromas? – le respondió poniéndose serio – coño que he
tenido que discutir con mi mujer hasta delante de él.
- Ya lo sé, todos hemos tenido que hablar delante de él.
- ¡Esta Wilson de los cojones…! – exclamó frunciendo el ceño.
- ¿Qué le habrá dicho para convencerlo? – comentó más para sí misma, pensativa.
- Pregúntaselo que ahí la tienes – respondió Germán aún malhumorado por el
agravio comparativo.

Esther corrió hacia ella ayudándola a bajar los dos escalones de acceso. Y sin poder
contenerse le preguntó directamente sobre el tema.

- ¿Se puede saber qué le has dicho a Francesco para que te deje sola con la radio?
- Nada – los miró cansada - solo me he sorprendido de que tenga una tan antigua,
le iría mejor una Amper último modelo, no me extraña que tengáis tantos
problemas de comunicación.
- ¿Y como coño sabes tú de radios? – le espetó Germán aún molesto.
- ¿Qué pasa? – le preguntó extrañada por su tono, pero el médico no le respondió
– Sé de radios porque mi padre siempre ha tenido una en las bodegas - lo miró
como si él supiese de qué hablaba - ¿ya no te acuerdas? – le preguntó.
- No, no recuerdo que tuvieses una.
- Pues sí, de niñas a Adela y a mí nos gustaba jugar allí y mi abuelo me enseñó a
usarla, es muy fácil, y luego… en las bodegas se ha seguido empleando y…
bueno que las conozco – dijo cansada de explicaciones masajeándose la sien, la
conversación con Vero le había provocado un dolor de cabeza que iba en
aumento por segundos.
- ¿Y por eso te ha dejado usarla?
- Por eso y porque le he prometido mandarle una nueva, con esa, de aquí a nada,
vais a tener muchos problemas.
- Tú y tu dinero, Wilson. Llevo meses solicitando una nueva y llegas tú y…
- Pero … - lo miró desconcertada - ¿he hecho algo mal? – miró a Esther con cierto
temor buscando su apoyo – solo quería mejorar las condiciones del chico y de
todos – se justificó.
- Aquí las cosas se hacen de otra forma, Wilson – le dijo con seriedad y Maca
comprobó que estaba enfadado de verdad con ella.
- Lo siento – dijo con un hilo de voz – no pretendía que…
- No pasa nada Maca – intervino Esther mirando a Germán con recriminación,
tampoco era para tanto y Maca parecía no encontrarse bien.
- No, si aquí nunca pasa nada – saltó Germán – llévala a la cabaña. Luego me
pasaré yo.
- Germán – lo llamó Maca preocupada – perdóname si… no pretendía
inmiscuirme en…
- Déjalo, Wilson - la cortó secamente – luego me paso a verte – le dijo alejándose
de ellas con grandes zancadas.
- Uf – levantó la cabeza hacia Esther que comprobó el brillo de sus ojos, sin saber
si se debía a la fiebre o a lo angustiada que parecía por la reacción de Germán -
¿por qué se ha puesto así?
- No le hagas caso – le sonrió – se le pasará pronto.
- En serio que no pretendía hacerle de menos.
- Lo sé. No le des más vueltas. Está cansado y… tú también – le dijo poniéndole
la mano en la frente – vamos, que parece que te ha subido más la fiebre.
- Sí – murmuró – creo que si.
- ¿Qué tal esa charla! ¿has conseguido hablar con ella? – preguntó intentado
parecer indiferente.
- Si – contestó escuetamente.
- ¿Y qué tal? – insistió – ¿alguna novedad?
- Bien – respondió – ninguna novedad.

Esther no preguntó nada más, sus respuestas le decían todo, no pensaba contarle nada
del tema, así es que optó por guardar silencio y meterla en la cama. Ya hablaría con ella
cuando la viese más predispuesta.

* * *

Al día siguiente, Maca seguía con algo de fiebre, estaba apagada y de malhumor. Había
pasado mala noche con pesadillas varias, no solo se habían repetido los sueños en los
que podía andar y en los que se veía inmóvil, en un lugar oscuro y frío, sin poder coger
la mano que le tendían, sino que además había vuelto a soñar con Esther, con que
besaba sus labios, con que sus manos la recorrían incesantemente hasta que le pedía que
la siguiera pero ella no podía moverse, entonces la enfermera se reía a carcajadas, y le
gritaba ¿entiendes el porqué te deje! porque no sirves para nada”, había despertado
angustiada y asustada. Ni siquiera podía recurrir a los consejos de Vero porque su
conversación con la psiquiatra no la había tranquilizado lo más mínimo, muy al
contrario la mantenía preocupada y, para colmo, cuando creía que ya estaba mucho
mejor otra vez había dado un paso atrás, otra vez con fiebre alta y otra vez sin poder
salir.

Esther era conciente de que estaba baja de ánimo, la había escuchado moverse y
mascullar en sueños toda la noche, incluso le pareció oírla sollozar en un par de
ocasiones pero cuando intentó ver si estaba despierta la pediatra no le respondió.

La enfermera se había levantado preocupada y había hablado con Germán sobre el tema,
además, el médico prometió pasar a verla en cuanto saliese de quirófano y le pidió que
estuviese pendiente de ella, por eso se dispuso a pasar todo el día en la cabaña, “si tú no
puedes salir yo tampoco”, bromeó cuando le llevó el desayuno, pero Maca no estaba
para bromas y solo le respondió con un seco “haz lo que quieras”. Minutos después, la
pediatra volvía a caer en el sopor y la enfermera se sentó en la hamaca junto a ella con
la intención de vigilar la fiebre y si hacía falta buscar a Sara que estaba libre esa
mañana. Pero no fue necesario y horas después Maca abrió los ojos.

- ¿Todavía estas ahí? – le dijo observando a Esther que permanecía leyendo una
revista.
- ¡Hola! – le sonrió soltándola en la mesilla - ¿Qué tal te encuentras?
- Bien – murmuró.
- Hace rato que ya no tienes fiebre – le dijo para animarla – y si sigues así quizás
podamos dar una vuelta rapidita esta tarde.
- Vale – le dijo cansada - ¿qué hora es?
- Casi la hora de comer.
- No debías dejarme dormir tanto.
- Hoy lo necesitas – le sonrió.
- Esa revista… te la debes saber ya de memoria – bromeó viendo que era la
misma de siempre.
- En realidad, no leía, estaba pensando.
- ¿En qué?
- Tonterías.
- Cuéntamelas – le pidió esbozando una sonrisa.
- Pues… pensaba en lo que hablamos ayer.
- Hablamos de muchas cosas.

Esther clavó los ojos en ella y sonrió pícaramente.

- ¿Te lo puedes creer? Toda la vida en un hospital y nunca se me había ocurrido


una cosa – le dijo poniendo cara de niña traviesa y dirigiéndose al fondo de la
habitación.
- ¿El qué? – preguntó Maca desconcertada con lo que entendió que era un cambio
de tema.
- ¿Es muy difícil manejar esto? – preguntó sentándose en su silla.
- No… solo hay que acostumbrarse – sonrió divertida.
- Hoy voy a ser tú. Así pruebo la rampa que te han preparado – anunció
revelándole la noticia.
- ¿Me han preparado una rampa? – le preguntó con la ilusión reflejada en el
rostro.
- Sí, estuve hablando con Germán y… bueno, que tienes razón, no puedes estar
aquí encerrada sin poder salir tú sola. Así es que te han preparado una rampa,
antes ha estado Kimau poniéndola ahí fuera.
- No he oído nada.
- Estabas dormida.
- ¡Gracias! – dijo cambiando de humor, repentinamente se encontraba mejor.
- Podrás salir pero con precauciones Maca. Todavía no puedes hacer esfuerzos.
- Esther… - empezó a protestar pensando en que alguna pega tenía que haber.
- Maca, es en serio, no puedes hacer tonterías que todavía estás convaleciente. Y
me ha costado mucho convencer a Germán, no vayas a dejarme en mal lugar.
- Ya lo sé – le dijo mirándola pensativa - ¿sabes? a veces tengo la sensación de
que me consideráis…
- ¿Cómo?
- Una… inconsciente – respondió, aunque en realidad pensaba que no la
respetaban, ella también era médico y sabía lo que no debía hacer.
- No es eso, es que estamos preocupados y tienes que reconocer que a veces, te
pones cabezona y no atiendes a razones.

Maca la miró frunciendo el ceño, dispuesta a llevarle la contraria pero se calló al ver su
intento de salir de la cabaña.

- ¡Te vas a caer! – la avisó.


- ¿Tan torpe me crees? – le preguntó mirando hacia atrás.
- No te creo torpe pero te vas a caer – le dijo con un deje de preocupación.

La enfermera intentó salir y, como había visto hacer a Maca en múltiples ocasiones, tiró
de las ruedas para intentar subir, pero antes de que pudiese evitarlo estaba en el suelo.
Maca no pudo refrenarse y se sentó rápidamente en la cama, como movida por un
resorte, sintiéndose impotente al no poder acudir junto a ella.

- ¡Esther! – gritó asustada.

Pero la enfermera se levantó con rapidez, la miró asombrada de la velocidad con que
Maca se había sentado, y le hizo una mueca graciosa.

- ¿Qué te dije? – rió la pediatra al ver que no parecía que se hubiese lastimado –
¿te has hecho daño?
- No… pero… creo que esta rampa… debería ser más suave, voy a decirle a
Kimau que la mejore – comentó pensativa – Maca, cuando íbamos por las
chabolas… ¿como conseguías moverte por el poblado…?
- Ya lo viste, cayéndome como tú – bromeó comprensiva.
- Eso fue una vez, pero el resto del día te manejabas…vamos que parece ¡tan
fácil! que… – le dijo con tal cara de admiración que Maca no pudo evitar
sonreír. - No puedo imaginar lo que debe ser esto. ¡Y tú lo llevas con tanta
naturalidad y tan bien!
- ¿Bien! no, Esther, te equivocas – le dijo poniéndose más seria - Todos los días
me desespero por algo.
- Bueno.. pero aquí no.
- Aquí más – confesó – en mi vida diaria, dentro de mis limitaciones, soy
autosuficiente, aunque tú te empeñes en no creerlo, pero aquí… - dijo
suspirando y poniendo cara de desprecio – ¡aquí soy peor que un bebé! –
exclamó y la miró apretando los labios - Odio los pañales, odio no poder
ducharme ni ir al baño, odio pedir permiso para todo, odio tener que obedecer
como una colegiala y odio…
- Maca… - dijo acercándose a ella, sentándose a su lado y abrazándola –
perdóname. No tenía idea de que…
- Tu no tienes la culpa, la tengo yo por ser tan imbécil.
- ¿Te arrepientes de haber venido?
- No me refiero a eso – volvió a mirarla con tanta intensidad que Esther estaba
segura de que iba a confesarle algo importante – me alegro de estar aquí…
contigo – le dijo esbozando una sonrisa – me refiero a… - se interrumpió
guardando silencio.
- Te odias a ti misma por tenerte ahí sentada ¿no es eso?

Maca no respondió y abrió los ojos de tal forma que Esther supo que sí, que eso era lo
que le ocurría.

- Es eso lo que el otro día no fuiste capaz de decirme ¿verdad? – dijo convencida.
- Si – murmuró bajando la vista avergonzada.
- Maca.. yo…
- Tú no puedes hacer nada… nadie puede hacer nada.
- No digas eso, nunca te des por vencida, tu no eres así, yo nunca te vi hacerlo.
- Porque no te quedaste lo suficiente – soltó y Esther notó por primera vez desde
que habían vuelto a encontrarse el rencor en su voz y en su mirada.
- Vale… tienes razón… pero… esta vez no va a ser igual.
- ¿Qué quieres decir con esta vez?
- Que haga lo que haga con mi vida, te quiero en ella, no voy a volver a perder el
contacto – le confesó pasándole la mano por el pelo con suavidad y
colocándoselo tras la oreja, comprobando que a la pediatra se le saltaban las
lágrimas por su muestra de cariño – no quiero volver a perderte. Y eso de que no
puedo hacer nada, ya se verá, ¿recuerdas? soy la enfermera milagro – le dijo en
tono de broma con una sonrisa.
- Ya... - la miró pensativa – yo necesito algo más que un milagro.
- Tu lo que necesitas es descansar, comer, y distraerte y lo demás ya llegará.
- Y… ¿si no llega? – le preguntó con temor.
- Pues no pasa nada, seguirás siendo esa persona maravillosa que eres, inteligente,
ingeniosa, generosa, cariñosa, guapa…
- ¿Guapa? – preguntó burlona, recuperando el ánimo solo de escuchar que Esther
pensaba así de ella.
- La más guapa del mundo – sonrió guiñándole un ojo y besándola en la mejilla,
con delicadeza y parsimonia, manteniendo un segundo sus labios posados en
ella, ambas notaron la tensión de aquel roce y Esther comprobó que a Maca se le
erizaba el vello – voy a buscar la comida – dijo levantándose de la cama con un
suspiro.

La enfermera se dirigió a la puerta y cuando ya estaba en ella Maca la detuvo.

- Esther, ¡espera! – le pidió y la enfermera se giró.


- ¿Qué quieres?
- Eh… - dudó un instante, ni siquiera sabía por qué había sentido la necesidad de
llamarla, de que siguiese allí sentada junto a ella - No le digas nada a Kimau,
tardará en arreglar la rampa, yo creo que puedo salir con ésta – le dijo de pronto.
- De eso nada, no puedes hacer esfuerzos y te digo yo que cuesta mucho trabajo
subirla. En un par de días la tendrás en condiciones – se negó abriendo la puerta.
- ¡Otra cosa! – la frenó de nuevo - ¿No decías que querías ser yo? – le preguntó
con unos ojos tan bailones que Esther ya se esperaba alguna de sus bromas -
Pues… te olvidas la silla.
- Maca… ¿cómo voy a…?
- Inténtalo, ya verás qué fácil es – le propuso divertida.
- No puedo – se negó - cómo me vea Germán se va a estar riendo de mí un año
entero.
- ¿O sea que se ríe de mí?
- No, claro que no, ¿cómo se va a reír de ti! yo no he dicho eso.
- ¡Qué es broma, boba! – se apresuró a explicarle al ver la cara de angustia de la
enfermera.
- ¿Broma?
- Si, ¿cómo puedes pensar que creo eso de él?
- No sé. Con vosotros dos nunca sé cuando estáis hablando en serio y… yo lo que
no quiero es que me metáis en vuestra disputas que os veo venir.
- Anda ve a buscar la comida, ¡tengo hambre!
- ¿En serio? – preguntó agradablemente sorprendida - ¿tienes hambre?
- Sí, creo que ya no tengo fiebre y además – la miró agradecida – has conseguido
ponerme de buen humor.
- Pues… me voy corriendo antes de que se te pase - le guiñó un ojo y salió
disparada de la cabaña.
- ¡La silla! – gritó Maca burlona. Pero Esther ya se había marchado.
- Tú lo que quieres es que me mate para no tener que aguantarme – respondió
asomándose por la ventana sobresaltando a Maca – pero te vas a quedar con las
ganas,
- La que me vas a matar eres tú a mi, pero de un susto – rió divertida al verla
hacer equilibrios para mantenerse allí asomada – no seas loca que te vas a caer –
le dijo preocupada.
- Ahora vengo – le sonrió marchándose definitivamente.

Maca se recostó de nuevo y clavó la vista en el techo, cada vez le resultaba más difícil
disimular sus sentimientos ante ella y tenía que reconocer que la enfermera no se
equivocaba, desde que le había contado ciertas cosas parecía que algo era diferente, no
podría explicar el qué pero la hacía sentirse más alegre, liberada de una pesada carga
que no era capaz de compartir con nadie.

* * *
Esther se levantó dispuesta a que Maca no olvidase fácilmente ese día. La tarde anterior
se había quedado sin paseo, Germán había ido a la cabaña y le mostró a Maca los
resultados de sus últimas pruebas. Le dijo que el creía que debía permanecer en la cama
hasta el día siguiente, pero que ella era muy libre de decidir. Si le apetecía salir él no iba
a oponerse. Esther comprobó que aquello fue suficiente para que la pediatra no solo no
refunfuñase si no que estuviese de acuerdo con él y decidiese permanecer en la cabaña
por precaución. Por eso, para animarla, le había prometido que la tarde próxima irían a
los saltos del Nilo y allí estaba, cumpliendo su promesa.

- Mira, Maca, ¿ves aquellas montañas?


- Si – respondió clavando sus ojos en ellas.
- Son las Montañas de la Luna, allí nacen los ríos que alimentan el Lago Victoria.
- ¿Allí es a dónde vamos? – preguntó ilusionada.
- No, ¿cómo pretendes que vayamos hasta allí? – sonrió - Están demasiado lejos.
Nos quedaremos antes. En el lago, pero… bueno… ya lo verás – le respondió
misteriosa. Tras unos minutos de silencio en los que la pediatra observaba todo
impresionada por lo que veía, Esther volvió a preguntar - ¿Ves allí a lo lejos? Es
el Nilo Blanco.
- ¿El Nilo Blanco? – repitió curiosa.
- Sí, es el desagüe natural del Lago Victoria, y se adentra en el corazón de
Uganda.
- ¿Has ido?
- Si.
- Pero… ¿tu has visto animales salvajes?
- ¿Otra vez con eso? – le sonrió – claro que los he visto, Maca, ¡esto es la selva! y
tú, hoy, con un poco de suerte, también los verás. El Nilo está lleno de
cocodrilos.
- Yo no quiero tener suerte.
- ¡Serás cobarde!
- De cobarde nada, puro y duro instinto de supervivencia. Que no estoy yo para
muchas carreras.
- Ya no sé como decirte que no me gusta que digas esas cosas.
- Pero si es que me las sirves en bandeja.
- Me gustaría que pudieras montar en kayaks, la sensación es impresionante, las
aguas bravas del nacimiento del Nilo, te da un subidón que no imaginas.
- Ya… pero… no puedo – le dijo melancólica – por lo que veo, también lo has
hecho – continuó en un tono que Esther no supo interpretar.
- Sí, también – sonrió - un día en Kampala, conocimos a un chico que se ofreció a
llevarnos a ver los gorilas, en lo alto de las montañas – le contó cambiando de
tema al ver la tristeza que se había reflejado en los ojos de la pediatra.
- Gorilas en la niebla – murmuró Maca mirando hacia las cimas cubiertas de
nubes.
- Pues si, eso exactamente.
- ¿Y fuisteis?
- No. Germán decía que no era seguro, que si lo hacíamos era en condiciones pero
para eso hace falta dinero y tiempo, y aquí aunque el dinero no es problema, no
tenemos ni un día tranquilo, si ni siquiera hemos cogido vacaciones.
- Germán siempre tan valiente…, y… tan aventurero – comentó en tono de crítica
que Esther prefirió obviar - por cierto ¿qué le pasaba hoy! parecía alterado y
nervioso. Ni siquiera me ha llevado la contraria.
- Hay una epidemia de meningitis A en el norte del país – le explicó divertida por
el interés que mostraba Maca por Germán.
- Pero… estamos en el sur – dijo sin comprender que aquello fuera motivo
suficiente para lo alterado que lo había visto.
- Si, pero aquí todo es diferente, sin tratamiento, ni campañas de vacunación, las
epidemias de meningitis bacteriana pueden propagarse rápidamente y provocar
cientos de muertes. Y eso que ahora las avenidas de refugiados han disminuido
desde que el gobierno está en negociaciones con el LRA, que si hubieras visto
esto hace un año….
- Entiendo… - dijo pensativa - habría que hacer esas campañas.
- Esto no es tu campamento Maca.
- Ya lo sé – respondió molesta, interpretando aquel comentario como una crítica -
¿Estáis muchos? – preguntó de pronto.
- No te entiendo.
- ¿Qué cuanto personal de médicos sin fronteras hay por aquí?
- En toda Uganda no llegamos a mil. En verano algunos más porque llegan
muchos cooperantes – respondió sorprendida de que Maca la considerase
personal de Médicos sin fronteras, aún seguía siendo enfermera de la Clínica.
- Entiendo – repitió manteniendo ese aire pensativo. Esther se preguntó a qué
vendría tanto interés por su parte. Y sonrió pensando que, poco a poco, todo
aquello iba conquistando a la pediatra.
- Bueno pues… hemos llegado – le dijo - ¿Ves! No me dirás que esto no es
precioso, Maca.
- Si, sí que lo es – admitió perdiendo la vista en aquella inmensidad que la hacía
sentirse diminuta. El silencio se hizo entre ellas, absortas en aquél espectáculo
natural.
- ¿Ves aquellas rocas de allí abajo? – le preguntó esbozando una sonrisa traviesa.
Maca se acercó aún más al borde e intentó otear. Esther le sujetó la silla con una
repentina sensación de aprensión.
- Si – musitó con un hilo de voz cerrando los ojos.
- No te acerques tanto – le recomendó - ¿Estas bien?
- Creo que… me he mareado.
- ¿Quieres que volvamos?
- No, ya se me pasa – le sonrió palideciendo – debe ser un poco de vértigo, juraría
que se movían las rocas esas.

Esther soltó una carcajada que dejó perpleja a Maca, que frunció el ceño, mohína, ¿por
qué se reía de que se encontrase mal?

- Pues claro que se movían, no es que te hayas mareado, son rinocerontes.


- ¡¿Qué?! – exclamó entre enfadada de que se hubiese burlado de ella y asustada
por lo que significaba.
- Rinocerontes, Maca, sabes lo que son ¿no? – preguntó burlona.
- Claro que lo sé – protestó molesta – pero esto… ¿no... será peligroso? Que
estemos aquí… y ¿no habrá leones y…?
- Yo que tu no me daría un paseíto por aquí sola – le recomendó divertida – no te
preocupes – le dijo cambiando el tono – los animales tienen sus rutas y sus
horarios, es cierto que te puedes llevar sorpresas, pero siendo prudente y
respetando y conociendo todo esto, no tenemos por qué llevarnos un susto – la
tranquilizó.
- Ya… - aceptó sin mucha convicción - es impresionante – comentó y volvieron a
guardar silencio.

Maca miró de reojo a la enfermera que permanecía en pie, a su lado, con la vista perdida
en el horizonte y un brillo especial en sus ojos. La pediatra tuvo la extraña sensación de
que era el complemento perfecto a ese paisaje, de que la enfermera pertenecía a ese
cuadro, de que nunca aquello le hubiera parecido tan maravilloso si lo hubiese
compartido con cualquier otra persona. Todos los pensamientos del día anterior en los
que se decidió a no darle pie a nada que no fuera recuperar su amistad, se esfumaron,
solo podía admirar el perfil de Esther, con su mirada perdida en aquella inmensidad, con
su sonrisa de satisfacción, “es preciosa y hoy lo está especialmente”, pensó con
nostalgia. De pronto, Esther rompió el silencio y comenzó a hablar con voz suave, casi
susurrando, temiendo alterar aquella paz.

- Los días en los que estás harta de todo, en los que nada ha salido bien, que se te
mueren a docenas porque falta suero o porque llegan a nosotros tan tarde que no
podemos hacer nada, los días que llevas más de 24 horas sin dormir y que a
pesar de eso eres incapaz de conciliar el sueño, esos días Maca, vienes aquí, y…
- la enfermera calló sin ser capaz de explicar con palabras lo que la naturaleza le
devolvía.
- Aquí has encontrado tu sitio…. – comentó, interrumpiéndola con un suspiro y
aire pensativo.

Esther la miró sin responder pero aquella mirada a Maca le decía todo.

- Aquí eres feliz – sentenció la pediatra con cierta tristeza que la enfermera no
notó sumergida en las sensaciones que le provocaba aquél paisaje y el hecho de
compartirlo con ella.
- Si – suspiró con satisfacción - ¡no me daba cuenta de cuánto! hasta que no llegué
a Madrid.
- ¿A pesar de todo? – preguntó recordando lo que la enfermera le había contado
un par de tardes antes.
- Si, a pesar de todo – respondió con vehemencia.
- No vas a volver. Te vas a quedar aquí, ¿verdad? – preguntó con un deje de temor
recordando la conversación que le escuchó con Germán.
- Si – se sinceró – lo voy a solicitar.

Maca asintió pensativa. A Esther le pareció ver un velo de tristeza en sus ojos.

- ¿A quién echas de menos? – le preguntó interpretando que aquella expresión


significaba que le gustaría compartir todo aquello con otras personas,
seguramente con su mujer y sus hijas.
- ¿Qué? – dijo distraída e inmediatamente procesó la pregunta y negó con la
cabeza – a nadie – se apresuró a responder una vez que comprendió lo que
quería preguntarle la enfermera.
- Puedes decírmelo. Yo también he venido aquí muchas veces a pensar… a
recordar y…
- ¿Y a quien echabas de menos tú?
- Yo a nadie – sonrió devolviéndole la respuesta, “si lo que quieres escuchar es
que te echaba de menos a ti, no lo vas a conseguir, aún no”.
- ¿De verdad quieres saber lo que echo de menos?
- ¡Claro!
- Lo que echo de menos muchas veces, es poder pasear con tranquilidad, sentir la
arena bajo los pies, notar la frialdad del agua… - respondió con melancolía y las
vista perdida en la corriente del Nilo. Esther la miró enternecida.
- Te entiendo perfectamente.
- Dudo que lo entiendas.
- Te equivocas. Estas semanas, en Madrid, echaba de menos cosas como el
ventilador de la cabaña, la madera bajo mis pies, el café malísimo de Germán, el
calor sofocante de la noche…
- ¿Echabas de menos todo eso? – preguntó con un deje de incredulidad burlona –
sí, lo creo, si alguien es capaz de echar de menos ese tipo de cosas, esa eres tú –
esbozó una leve sonrisa –definitivamente, aquí eres feliz – repitió aún con mayor
tristeza, empezaba a ser consciente de que la enfermera pertenecía ya a un
mundo tan diferente que nunca podría recuperarla. Porque a pesar de todos sus
propósitos de alejarse de ella, de mostrarle una barrera, cada noche que pasaba
en la cama compartida, soñaba con ella, soñaba con su risa, con sus caricias, y
soñaba que le pertenecía, como le perteneció hacía años y despertaba con la
tristeza de que no era así y que nunca podría serlo.

Esther leyó de nuevo esa tristeza en ella.

- Sí, lo soy, y, no te voy a mentir Maca, quiero quedarme aquí, pero… la semana
que viene, volveré contigo a Madrid – le sonrió conciliadora – primero tengo
que solicitarlo, que Germán me reclame y… pasar una evaluación psicológica –
le explicó esperando que Maca le hiciese algún comentario al respecto pero la
pediatra bajó la vista mirándose las manos y guardó silencio - Maca…
- Me alegro por ti, Esther – la interrumpió hablando con calma, resignada a
perderla de nuevo – de verdad.
- Lo sé – respondió agachándose a su lado – ¿te puedo hacer una pregunta? – dijo
y sin esperar respuesta se lanzó - tú… ¿eres feliz?
- ¿Yo? – repitió sin esperarse aquella pregunta, contrajo los labios en una mueca
de duda – yo… hace tiempo que no busco la felicidad, Esther – confesó
clavando sus ojos en ella – yo... – dudó un instante, aquél paraje, aquellos
olores, el tener a Esther a su lado, la envolvían de tal manera que estaba a punto
de confesarle todo aquello que callaba, pero en el último instante se arrepintió,
¿qué iba a decirle? ¿qué le gustaría que se quedara en Madrid, con ella! ¿para
qué! no podía ser egoísta, no tenía ningún derecho a pedirle nada porque ella no
podía darle nada, nada, sintió una congoja enorme y la sensación de que le
faltaba la respiración –… yo creo que la felicidad va y viene, es algo pasajero
que debemos disfrutar cuando la tenemos y cuando no, debemos darnos por
satisfechos si, al menos, sentimos tranquilidad.
- Maca… - la miró fijamente la cogió de las manos y se decidió – yo… conocí a
tu mujer y…
- Esther… - empezó a protestar frunciendo el ceño y cambiando el aire nostálgico
por un gesto de ligero enfado – no empieces otra vez.
- Déjame terminar, por favor – la interrumpió – me pareció un chica guapísima,
muy dulce y, quizás estés pasando una mala racha con ella pero, verás como se
arregla, quizás estos días separadas… - se interrumpió al ver que los ojos de la
pediatra se humedecían y bajaba la vista intentando ocultarlo – Maca… no
llores, por favor. Escúchame – dijo abrazándola – a veces creo que no te valoras
lo suficiente, tienes mucho qué ofrecer, ¡mucho! y mucha gente que te quiere.
- Esther… ¡por favor! - levantó los ojos controlándose intentando que la
enfermera dejara de hablar pero Esther estaba lanzada.
- No, Maca, no me gusta verte tan…, tan triste y… y resignada – continuó con
una mezcla de autoridad y decisión – si tu matrimonio no va bien, intenta
arreglarlo o… o termina con él. Ya sé que es difícil habiendo niños de por
medio.
- ¿De qué hablas? – murmuró, cortándola, sin entender nada.
- Creo que no te das cuenta pero hay personas... Hay personas que… - se detuvo
“¿qué iba a decirle? ¿que le encantaría que dejara a su mujer! ¿que daría
cualquier cosa por volver con ella? – que podrían hacerte muy feliz, si tú… si tú
se lo permitieras.
- No te entiendo, ¿estás dando vueltas para decirme que tú…? – se aventuró con la
esperanza de no equivocarse.
- ¡No! Yo no, Maca – se apresuró a corregirla. “¡Claro que yo! , ¿es que no te das
cuenta?”, pensó “sí, no se la da, la has cagado Esther, ella no siente lo mismo”.
- Perdona, te he malinterpretado, lo siento – reconoció, aparentando aliviarse.
Separó un poco la silla de donde Esther continuaba agachada frente a ella.
Transmitiendo a la enfermera que quería guardar la distancia - creo que te
equivocas. ¡Mírame! – dijo señalándose.
- ¿Qué quieres que te mire?
- Esther te agradezco mucho que cuando me miras no veas esta silla, te lo
agradezco de verdad, pero esa no es la realidad. Ya te dije una vez que la Maca
que tu conocías…
- Maca deja de decir tonterías – protestó ligeramente molesta incorporándose – la
Maca que yo conocía está ahí sentada, sí, y ¿qué? ¿De quién crees que se ha
enamorado Vero?
- ¿Vero! ¿qué pinta Vero aquí? – no podía dar crédito, por qué le decía aquello!
ella creía que eran cosas de Claudia pero ¿Esther también se había percatado!
entonces ¿podía ser verdad! ¿Vero la amaba?
- ¿Qué qué pinta? ¡venga ya Maca! literalmente, ¡bebe los vientos por ti! como
diría Laura.

La pediatra la miró perpleja, y sintió un escalofrió, se movió incómoda en la silla,


Esther se percató, Maca estaba convaleciente y no debía excederse en esas salidas. Miró
el reloj.

- Hora de volver – le comunicó con una sonrisa picarona emprendiendo la


marcha.

Ambas guardaron silencio, pero a medio camino Esther volvió a romperlo.

- Maca cambia de cara y… de vida… si no te gusta la tuya – se atrevió a decirle


continuando tras ella - Además… antes… no te equivocabas, ¿de quien crees
que sigo enamorada yo? – susurró junto a su oído, Maca intentó girarse para
verle la cara pero Esther se lo impidió – chist, no digas nada, ya se que no puede
ser, y que tu mujer… tu familia… es lo primero para ti. Solo quería que lo
supieras y… y que… que eres una persona que puedes darle mucho, muchísimo
a cualquiera.

Maca se quedó sin palabras, no se le ocurría ninguna respuesta a aquella confesión, que
por otra parte no sabía si era cierta o formaba parte de ese juego que se traía la
enfermera, en que tiraba la piedra y luego escondía la mano diciendo que ella no había
sido. Intentó de nuevo girarse hacia ella pero Esther volvió a impedírselo, ¿porqué no
quería que la mirara! solo así sabría si estaba diciéndole la verdad. Sintió una
impotencia enorme y se le saltaron las lágrimas, ¡lo que hubiese dado por escuchar esas
palabras hacía cinco años! pero ahora ni siquiera estaba segura de que fueran ciertas y
aunque lo fueran, por mucho que lo deseara, ella no podía corresponderle.
No sería justo para nadie, y menos para Esther. “Justicia”., pensó “¿había justicia?”, no,
estaba claro que si algo no se le podía pedir a la vida es que fuera justa, eso era
completamente absurdo, aunque ella sí que estaba obligada a serlo, siempre lo estaba,
siempre se había dejado llevar por su concepto de la justicia y siempre había intentado
comportarse siguiendo ese criterio, pero ahora ¿estaba siendo justa? “No, no lo eres”, se
dijo. “No es justo mantenerla engañada”, se repitió, porque estaba segura de que Esther
había confundido a su cuñada y sus sobrinas con su mujer y sus hijas, pero no había
sido capaz de sacarla de su error, hacerlo implicaría darle explicaciones, y no estaba
preparada para hacerlo, ¡tendría que contarle tantas cosas! en el fondo, muy en el fondo
estaba deseando hacerlo, deseando explicarle todo, quizás así Esther fuera capaz de
entenderla, de … “¿Qué haces! deja de pensar tonterías, te lo ha dicho claro, se va a
quedar aquí, ¿para qué quieres contarle nada! ella no puede ayudarte, nadie puede”,
“claro que si no le cuentas nada nunca sabrás si… si habla en serio, ¿será cierto que
sigue enamorada! ¿era cierto lo que me dijo cuando estaba en el hospital?”, no dejaba de
darle vueltas a la cabeza, “me quiere, me quiere”, “no puede ser, Maca, no puede ser”,
pasaba de una idea a otra, sintiendo un frío interno que la helaba y odiándose así misma
por ser como era.

Esther la observaba en silencio, veía como estrujaba sus manos, nerviosa y como su
respiración se entrecortaba de vez en cuando. La conocía bien, estaba dándole vueltas a
su confesión y eso la hizo sonreír. Que no hubiera sido capaz de responderle y que
mostrara tal grado de alteración, solo significaba una cosa, Maca no estaba segura de
algo, y eso le daba a ella una gran ventaja. Tenía que demostrarle que podía confiar en
ella, que podía abrirse a ella, pero tenía que conseguirlo sin que la pediatra se sintiera
presionada y estaba claro que ahora lo estaba.

Maca seguía inmersa en su lucha, entablando una batalla consigo misma que podía
llevarla a la aniquilación, y lo sabía. Sintió rabia de que fuera así y se sintió enfadada
con Esther, enfadada por hacerla sentir de aquel modo, por hacerla dudar, por obligarla
a cuestionarse ciertas cosas de su vida y de las personas que la rodeaban. Conforme
avanzaban hacia el campamento y le daba más vueltas a la cabeza, cada vez se iba
sintiendo más alterada, más enfadada consigo misma y con todos.

Esther miró al cielo, unos negros nubarrones se cernían sobre ellas, debía acelerar el
paso o acabarían empapadas y no quería ni imaginar lo que podía decirle Germán si
Maca llegaba como una sopa al campamento. Pero el ambiente no era el único que
amenazaba tormenta, la pediatra también se sentía a punto de estallar, le había vuelto el
dolor de cabeza, estaba mareada y volvía a tener ganas de vomitar.

- Esther… - dijo callándose inmediatamente luchando con las nauseas que sentía e
intentando que su corazón dejase de latir a aquella velocidad.
- ¿Qué pasa? – se detuvo situándose frente a ella, estaba más pálida que antes y se
quitó con rapidez la mascarilla.
- No… - tragó saliva - vayas tan rápido – estoy… - miró hacia abajo y cerró los
ojos respirando hondo.
- Maca… - se agachó junto a ella preocupada.
- Estoy, bastante mareada y… creo que… voy a… vomitar.
- Tranquila, respira hondo, vamos – le dijo comprendiendo lo que ocurría, era
increíble como Maca siempre se dejaba llevar por esos nervios, en apariencia era
una mujer tranquila y segura, pero los nervios se la comían por dentro – no te
pongas nerviosa, ¿de acuerdo! no pasa nada. Respira hondo vamos, así,
tranquila, Maca, tranquila – le repitió posando su mano en el pecho de la
pediatra comprobando que tenía una de sus taquicardias - lo que has comido no
te ha podido sentar mal – intentó razonar con ella y calmarla – Respira hondo,
así, despacio, respira despacio, muy bien, así – le indicó - ¿mejor? – le preguntó
al cabo de un par de minutos en los que permaneció con los ojos cerrados
controlando las nauseas y la respiración como le había indicado la enfermera.
- Si – murmuró levantando unos agradecidos ojos hacia ella – no sé qué me ha
pasado, de pronto…
- Es normal que te hayas mareado, parece que puede haber tormenta y he ido muy
rápido – le sonrió quitándole importancia – aún no estás recuperada, iré más
despacio ¿de acuerdo?
- Sí, gracias.

La enfermera se incorporó haciendo un gesto de cansancio que no pasó inadvertido a


Maca.

- ¿Qué te pasa! ¿estás bien? – le preguntó mirándola con atención.


- Sí – sonrió - creo que me he hecho un poco de daño cuando me caí de la silla. Y
estoy un poco cansada.
- Deberías hacer que te lo mirarán – le recomendó, aunque algo en su interior le
decía que no era aquello lo que le ocurría, parecía pensativa – cuando lleguemos
se lo decimos a Germán.
- Cuando lleguemos te metes en la cama – le llevó la contraria con decisión – no
quiero que te pongas peor que aún nos quedan muchas cosas que hacer – le dijo
con un suspiro, situándose tras ella y comenzando de nuevo a andar, ahora con
mucho más cuidado.
- ¿Seguro que es eso lo que te pasa?
- Si, seguro

Maca intentó girarse convencida de que la enfermera no era sincera pero Esther volvió a
impedírselo.

- ¡Maca! deja de moverte que te vas a marear más – protestó con impaciencia.
- Es que… Esther yo…. tengo que... decirte algo… - comenzó a hablar
entrecortada.
- No, Maca – la interrumpió – no tienes que decirme nada. Si me hablas de algo
que sea porque quieres, pero nunca porque te sientas obligada.
- Vale… - murmuró desconcertada y con un deje de decepción.
- Venga, dime… ¿qué es eso que quieres contarme? - la instó, desconcertándola
aún más.
- Creo que estás equivocada y que crees que mi mujer… - se interrumpió sin saber
muy bien como sacarla de su error, tenía que haberlo hecho antes pero no se
había sentido con fuerzas y ahora tenía una desagradable sensación que no podía
explicar. Sus manos comenzaron a temblar de nuevo presa del nerviosismo.
- Maca – la interrumpió viendo su estado - no tienes que hablarme de ella si no
quieres – la acarició con suavidad la mejilla mientras empujaba la silla con una
sola mano – he visto el trabajo que te cuesta hacerlo y… no quiero que pienses
que te obligo a hablar.
- No me obligas…
- Bueno pues no quiero que estás charlas te afecten hasta el punto de ponerte
enferma.
- No es por la charla… es que me he mareado.
- Maca… que nos conocemos… - le dijo con retintín – no quiero ponerte
nerviosa, solo quiero que descanses, y te distraigas. Perdóname por sacarte
temas que te afectan. Voy a intentar que eso no vuelva a ocurrir.
- No es eso, me gusta hablar contigo – reconoció - … es… que…
- Chist, calla que te vas a poner peor. Ya me lo contarás luego o cuando estés
preparada.
- ¡Joder! – protestó, harta de que no la dejase explicarse. Para una vez que se
decidía, la enfermera se mostraba reacia a escucharla.
- ¿Qué pasa?
- Nada que… tienes razón – le dijo ligeramente molesta por lo bien que la seguía
conociendo la enfermera, eso llegaba a sacarla de quicio.
- ¿Te has enfadado?
- No.
- Pues… por tu tono… nadie lo diría.
- No me he enfadado, al revés, te agradezco que seas tan… tan… comprensiva.
- No tienes que agradecerme nada. Aunque no lo creas, y a veces no lo parezca,
no me importa tu vida, solo me importas tú.

Maca guardó silencio y se quedó pensando en aquellas palabras. Sabía que no era cierto,
o al menos no del todo, pero si fueran ciertas sus palabras quizás sí que debía contarle
todo a Esther. Y eso la inquietaba aún más, ser completamente sincera con ella cuando
no lo había sido con nadie era algo que la alteraba y que al mismo tiempo, cada vez,
anhelaba con más fuerza. No sabía qué hacer, estaba cansada, confusa y nerviosa. Tenía
la horrible sensación de que cuando le hablase a Esther de Ana, la enfermera se iba a
enfadar y mucho. Sintió pánico solo con la idea y esa sensación de miedo atenazante la
hizo pensar en Vero. Necesitaba hablar con ella de nuevo.

* * *

Llegaron al campamento cuando ya casi había oscurecido. Germán, como siempre que
salían, pululaba por las cercanías del portón de entrada, esperándolas. Al verlas aparecer
se acercó a ellas jovial.

- ¡Hola! ya creí que iba a tener que ir en vuestra busca – bromeó – amenaza
tormenta.
- Sí – estuvo de acuerdo la enfermera – ya me he dado cuenta, pero hemos ido
hasta el Nilo y se nos ha hecho un poco tarde.
- ¿Qué tal, Wilson, te ha gustado aquello?
- Sí, mucho – respondió esbozando una sonrisa.
- Hoy no tienes excusa, cenas con nosotros en el comedor – la miró burlón
esperando una negativa.
- Vale – aceptó sin ninguna intención de hacerlo, pero con menos ganas aún de
discutir con él – pero antes quisiera pasar por la cabaña.
- Entonces os veo en el comedor – se despidió mirándola de reojo, volvía a tener
mala cara y no estaba muy convencido de que se encontrara bien. Pero pensaba
hacerle caso a Esther y dejar que Maca tuviese más libertad.
- Hasta ahora – se despidió la enfermera camino de la cabaña.

Maca permanecía cabizbaja y Esther empezó a preocuparse, quizás no debería haber


sido tan clara con ella, porque desde que lo había hecho, la pediatra había pasado de
ponerse histérica a sentirse enferma y ahora se mostraba mohína, incluso enfadada.

- Bueno pues ya estamos – rompió el hielo la enfermera - ¿qué quieres hacer?


- Pues… no sé – murmuró distraída.
- ¿Para qué querías venir! ¿no lo recuerdas? – le preguntó situándose frente a ella,
observándola con atención.
- Para… para nada…
- No tienes porqué cenar con nosotros si no te apetece – le dijo afable – puedo
traerte algo y…
- ¿Qué pasa! ¿qué prefieres que no lo haga? – respondió airada.
- No, claro que no – la miró sorprendida por aquella reacción – solo creía que
como antes... vamos que si sigues encontrándote mal pues… que creía que
preferías meterte en la cama y… luego yo… te trajese algo…
- Pues no…– dijo apoyando la cabeza en la mano.
- Vale… como quieras… ¿te sigue doliendo la cabeza?
- Un poco – frunció el ceño y a Esther le dio la sensación de que estaba de mal
humor – me gustaría llamar por teléfono.
- ¿A estás horas?
- Sí, quiero hablar con Vero.
- ¿Otra vez? – no pudo evitar preguntar con un deje de molestia.
- ¿Qué pasa! ¿te molesta?
- Pues ya que lo preguntas sí, me molesta
- ¿Y se puede saber por qué? – preguntó mostrándose aún más enfadada.
- Pues porque tengo la sensación de que cada vez que tú y yo hablamos de algo,
después vas a darle el parte a ella – se desahogó cansada de oír hablar todo el día
de la psiquiatra.

Maca la fulminó con la mirada, esa vena de sinceridad que estaba adoptando la
enfermera la incomodaba profundamente, además tenía la sensación de que se mostraba
celosa de Vero. Tenía que acabar como fuera con eso, porque no estaba dispuesta a que
Esther se hiciera ilusiones sobre algo que no podía ser.

- Primero eso no es verdad, nunca le he contado nada que me hayas dicho tú,
segundo hablo con ella porque es mi amiga y me apetece y tercero, necesito
preguntarle si es cierto lo que me has dicho esta tarde – respondió ofendida por
el reproche que acababa de escuchar.
- ¿El qué? – preguntó con temor, notando que le temblaba la barbilla “contrólate,
Esther, ahora es cuando tienes que demostrarle que no eres con ella como los
demás”, se dijo nerviosa por lo que iba a escuchar.
- Si está enamorada de mi, porque si lo es, quizás sea el momento de que yo
también reconozca que siento algo por ella – confesó y a medida que lo hacía el
nudo en su garganta se hacía más intenso, hasta el punto de que casi no podía
respirar.
- Vale… - dudó un instante - ¿No decías que no le contabas nada que yo te dijera?
– le espetó ya también enfadada.
Maca asintió incapaz de articular palabra. Lo había hecho, le había dicho aquello que
sabía que la alejaría de ella. Sus miradas se cruzaron, Esther leía dolor en sus ojos y no
entendía el porqué, quizás por su reproche. Maca leyó decepción y celos en los de
Esther, que cruzó los brazos sobre el pecho en un ademán que Maca recordaba muy
bien, se preparaba para un enfrentamiento, pero finalmente, movió la cabeza de un lado
a otro y se giró dispuesta a marcharse.

- ¿No me llevas? – le preguntó más suave, no quería discutir más con ella, solo
quería que no albergase unas esperanzas que no iba a ver realizarse, no quería
hacerla sufrir. Tenía que alejarla de ella, su vida estaba llena de problemas,
nunca podría corresponder como se merecía, no podía hacerla feliz, hacia bien
en quedarse en Jinja, allí sí lo era se lo acababa de confesar esa misma tarde y
seguiría siéndolo.
- No, estás cansada y mareada, necesitas descansar – le respondió agarrando el
pomo de la puerta.
- Por favor, ¡Esther! yo no puedo sola – le pidió, pero la enfermera salió de la
cabaña sin escucharla.
- ¡Joder! – murmuró la pediatra contrariada.

Esther parecía enfadada, pero hacerla creer que estaba interesada en otra era lo mejor.
Ya se le pasaría. El estar allí solas y compartir tantas horas la había confundido, pero ya
se encargaría ella de hacerle ver que no podía ser, que solo podía esperar recuperar la
amistad, pero nada más.

Esther salió de la cabaña muerta de celos. Se lo tenía merecido por imbécil, si desde que
llegó a Madrid ya se había dado cuenta de que entre ellas existía algo más que amistad.
Y encima había sido tan idiota de abrirle los ojos a Maca, porque conociéndola seguro
que estaba en la inopia. “Me lo merezco, sí, me lo merezco por escuchar a todos, por
creerme que Maca me ha seguido queriendo todo este tiempo”, se dijo caminando hacia
el comedor molesta consigo misma. Por el camino se encontró con Margot y la detuvo,
cruzando unas palabras con la joven. Luego, continuó la marcha y cuando estaba en la
puerta del comedor se paró y se dio la vuelta, estaba demasiado alterada para hablar con
nadie, se encendió un cigarrillo e intentó calmarse.

En la cabaña Maca hacía esfuerzos para subirse a la cama pero las fuerzas le fallaban y
no era capaz de conseguirlo. De pronto, la puerta se abrió y Margot entró con timidez.

- Buenas noches, doctora.


- Buenas noches – respondió mirando hacia ella.
- ¿Necesita algo? – le preguntó.
- No, gracias – respondió orgullosa, tenía que conseguir como fuera subirse a la
cama sin ayuda de nadie.
- ¿No necesita llamar por teléfono? – preguntó extrañada, Esther acababa de
decirle que quería ir a la habitación de la radio.
- No, Margot, gracias – respondió elevando ligeramente el tono impaciente
porque la dejara sola. No tenía ganas ni de hablar ni de ver a nadie, solo deseaba
meterse en la cama.
- ¿La “ayiuto”? – le preguntó en su mezcla de español e italiano, viendo sus
infructuosos esfuerzos.
- No, gracias – repitió.
- Déjeme que la ayude - insistió.
- ¡He dicho que no! – gritó enfadada. La chica abrió los ojos sorprendida y
asustada dio un par de pasos hacia atrás, Maca se apresuró a disculparse –
perdóname, Margot, no necesito nada, de verdad – le dijo mucho más suave - ¿te
importa dejarme sola? – le pidió.

La joven asintió y sin pronunciar palabra abandonó la cabaña. Maca cogió la almohada
y la tiró con genio, frustrada por su incapacidad y enfadada por comportarse como lo
hacía. Intentó de nuevo subirse y de nuevo fracasó. Las lágrimas comenzaron a rodar
por sus mejillas impotente, “ni siquiera soy capaz de subirme a una puta cama, ¿cómo
puede decir Esther que me ama?”, sollozó con amargura.

* * *

Mientras Esther entraba en el comedor mucho más tranquila. Germán había reservado
dos asientos junto a él y se sorprendió al ver que la pediatra no la acompañaba.

- ¿Y Wilson?
- No sé, en la cabaña supongo.
- ¿Cómo que no sabes?
- No sé, Germán – repitió molesta.
- Pero… ¿está bien! no he querido decirle nada pero no tenía buen aspecto.
- Creo que si.
- Ay, Esthercita, ¿qué ha pasado ya! ¿habéis discutido?
- No. Quería hablar por teléfono y Margot la ha llevado.
- Pero… ¿viene ahora?
- No sé – respondió.
- Y me tengo que creer que no habéis discutido – le dijo moviendo la cabeza con
un esbozo de sonrisa condescendiente.
- Cree lo que quieras.
- Vamos a ver ¿qué ha pasado? – se interesó de nuevo.
- No ha pasado nada – le dijo haciéndole una seña de que no era ni el momento ni
el lugar.
- De acuerdo – sonrió comprendiéndola - ¿hace un café después de cenar?
- No – se negó con rapidez pero al ver el ceño fruncido del médico intentó
justificarse - He estado hablando con Sara, y… me voy a quedar en el hospital,
me ha dicho que tenéis mucho lío.
- Si, hay nuevos ingresos – suspiró – y me toca estar de guardia toda la noche.
- Yo os hecho una mano.
- No hace falta, además…
- ¿Qué? ¿temes que nos pillen? – lo interrumpió molesta, no quería volver a la
cabaña con Maca y pasar la noche en el hospital era la mejor opción que se le
ocurría.
- Sabes que no es eso – respondió – no me gusta que Wilson se pase sola toda la
noche, aún no está bien y…
- Ya iremos a echarle un vistazo, no te preocupes que está mejor – saltó con
rapidez manifestando una indiferencia que no sentía.
- Entonces, ¿ni un café rapidito?
- Bueno, uno – sonrió, no sabía como pero cuando Germán la miraba de aquella
manera, al final, siempre terminaba convenciéndola.
- Hoy lo preparas tú que yo voy a llevarle algo de cena a esa cabezona.
- Tenía el estómago revuelto no creo que cene.
- Ya me encargaré yo de que no sea así – murmuró dando buena cuenta de su
plato.

Esther lo miró y sonrió para sus adentros, Germán cada día se mostraba más interesado
en Maca y no solo en su salud física. Le agradaba la idea de que recuperaran su amistad,
eso podría beneficiar sus planes, porque estaba segura de que Maca le había mentido,
después de pensar en sus palabras y en la expresión de sus ojos, tenía clara una cosa,
Maca acababa de hacer lo que ya le había dicho, intentar alejarla de ella, pero no lo iba a
conseguir tan fácilmente, aunque quizás no estaría mal que tomase un poco de su propia
medicina. De momento, estaba muy enfadada porque la hubiese tratado de ese modo,
¿quería tenerla lejos! pues iba a darle lo que deseaba, “ya me llamarás y me pedirás que
me quede a tu lado, hasta que no lo hagas, tendrás lo que quieres”, pensó terminando su
cena sin escuchar el parloteo de sus compañeros.

* * *
En la cabaña, tras casi dos horas sola, Maca no dejaba de darle vueltas a lo que había
hecho y dicho. La enfermera no había vuelto a aparecer por allí y ella estaba
comenzando a desesperarse. La puerta se abrió y Maca miró esperanzada en que fuese
Esther, pero era Germán.

- Buenas noches Wilson – sonrió y cambió rápidamente la expresión, frunciendo


el ceño - ¿se puede saber qué haces ahí sentada todavía?
- ¿Qué es eso? – inquirió obviando su pregunta.
- Tu cena – respondió – no me pongas esa cara que debes comer algo.
- Buf – resopló, ¡lo que le faltaba a la noche! discutir con Germán.
- Comes muy poco y como sigas así vas a tener una recaída.
- Ya como más - protestó.
- Sí, pero que yo te vea – le dijo colocándosela delante en la pequeña mesita
auxiliar.
- No tengo ganas – le dijo arrugando la nariz - ¿y Esther! ¿dónde está?
- En el hospital – respondió y viendo que Maca se sobresaltaba se apresuró a
explicarse – echándonos una mano, hoy ha sido un día complicado y hay varios
ingresados, Esther se ha ofrecido para quedarse con ellos por la noche.
- Ya…
- Hará un turno de cinco horas y luego la relevará Maika, la otra enfermera, ¿la
recuerdas?
- Si – murmuró.
- Anda come.
- ¿No va a dormir aquí?
- Ya te he dicho que va a estar en el hospital.
- Vale – aceptó cabizbaja.
- Como no te tomes esto, se acabaron los paseos – la amenazó al ver que seguía
sin probar bocado – empiezo a pensar que no te sientan nada bien.
- Si que me sientan – protestó – me abren el apetito.
- Ya lo veo – sonrió burlón.
- Déjame respirar un poco, por favor – le pidió cansada de sus insistencia – me
duele la cabeza y la leche no me gusta, si me obligas me va a sentar mal.
- ¿Otra vez te duele la cabeza?
- Si – suspiró.
- ¿Te has tomado algo?
- No.
- Bueno – dijo levantándose – métete en la cama que ahora te traigo un analgésico
- se dirigió hacia la puerta.
- Germán – lo llamó con timidez.
- ¿Qué pasa Wilson? – se volvió extrañado de aquel tono.
- No puedo sola – reconoció bajando los ojos avergonzada y enrojeciendo
levemente por tener que pedírselo a él.
- Eh… perdona – acudió con presteza a su lado y sin esfuerzo la levantó y la sentó
en la cama – ya está – le sonrió cariñoso – no pongas esa cara de angustia que no
pasa nada por pedir ayuda, ¿necesitas algo más?
- No, no, lo demás ya puedo yo, ¡gracias!
- De nada, mujer – respondió con ternura – ahora vuelvo.

Maca se quedó mirándolo, se sentía triste, muy triste. No tenía motivo porque era ella la
que había querido que las cosas fueran así, la que había movido sus piezas para que
Esther no siguiese por el camino que iba, y no hacía ni un par de horas que se había
alejado cuando ya sabía que no podía estar sin ella, que se desesperaba solo de pensar
que estaba enfadada o lo que era peor, que pensase que no la necesitaba, porque no era
así, la necesitaba a su lado y mucho. Las lágrimas pugnaban por salir de nuevo, pero
esta vez Maca intentó controlarse, Germán regresaría en unos minutos y no quería que
se burlase de ella.

* * *
Esther esperaba que Germán regresara de la cabaña, estaba deseando saber cómo se
encontraba Maca. Por eso, cuando lo vio llegar del lado opuesto procedente del hospital
y pasar de largo, se sorprendió y lo llamó extrañada.

- ¡Germán! ¡ya está el café! – gritó por encima del sonido que producía el viento
en la copa de los árboles y que cada vez era más fuerte. El médico volvió sobre
sus pasos.
- Ahora mismo vengo, voy a la farmacia a por unos analgésicos.
- ¿Para Maca? – preguntó preocupada.
- Si – respondió con seriedad siguiendo su camino.
- ¡Germán! – lo llamó alertada por la expresión de su rostro - ¿pasa algo?
- Ahora hablamos – respondió – le llevo los analgésicos y vuelvo en un minuto.
- ¡Germán! – lo retuvo – dile… dile que no… voy a dormir esta noche.
- De acuerdo – aceptó sonriendo “ya se lo he dicho”, pensó emprendiendo la
marcha.
- ¡Germán! – lo llamó de nuevo.
- ¿Qué? – se giró impaciente.
- Eh… dale las buenas noches de mi parte.
- Y… ¿por qué no se las das tú? – le preguntó con retintín.
- No. Hoy no – respondió mohína.
- ¿Se puede saber qué ha pasado?
- Nada – respondió secamente.
- La dejo salir un día más, si vuelve como hoy se queda aquí hasta que esté en
plenas condiciones – la amenazó con el dedo – os lo aviso para que no vuelva a
pasar “nada” – le dijo con retintín.
- Germán… - lo fulminó con la mirada.
- ¡Vaya dos! – exclamó resignado dándole la espalda y mirando al cielo,
comenzaban a caer gruesas gotas.

Aceleró el paso y entró en la cabaña a toda prisa. Maca estaba en la cama, recostada y
con los ojos como platos mirando hacia el exterior por la ventana.

- ¿Va a haber tormenta? – le preguntó con un deje de temor, al verlo llegar.


- No me digas que te asustan – le dijo burlón.
- No – murmuró mintiendo, le daba pánico la idea de estar allí sola y la idea de
que la tormenta los dejase sin luz.
- Bueno… vamos a ver qué tal tienes la tensión – le dijo sentándose a su lado
tendiéndole un vaso de agua con los analgésicos – tómate esto.
- ¿La tensión por qué?
- Ya me ha contado Esther lo que te ha pasado por el camino y quiero ver qué tal
está – le explicó.
- No hace falta que…
- Te quieres callar – le ordenó volviendo a empezar, Maca lo miró pensativa
mientras se la tomaba, parecía cansado - ¡joder, Wilson! la tienes altísima, no me
extraña que te duela la cabeza – le dijo barajando la posibilidad de preguntarle
qué le había pasado con Esther, seguro de que su estado se debía a aquella
discusión, pero finalmente decidió no alterarla más.
- Sí, a veces me sube un poco – le comentó sin darle importancia.
- Esto no es un poco – le dijo frunciendo el ceño – te vas a tomar esto también.
- Germán… - protestó – estoy harta de pastillas.
- Y yo de tonterías y no me quejo – soltó con rapidez esperando una respuesta
airada por su parte, pero Maca desvió la vista y apretó los labios, tomando de su
mano lo que le daba y tragándosela sin rechistar – Esther me ha dado la buenas
para ti – le confesó esbozando una sonrisa y con los ojos bailando divertidos.
- Vale – le dijo con aire de decepción.
- ¿Tú no quieres que le diga nada de tu parte?
- No – respondió secamente.
- Pues… si no quieres nada…. descansa – le dijo levantándose de la cama -
buenas noches – le deseó apagándole la luz y saliendo de la cabaña con un
portazo.
- ¡Germán! ¡no apagues la luz! – gritó pero el viento impidió que el médico la
escuchase.

Maca se quedó completamente a oscuras, sintiéndose más sola y vacía que nunca. Se
dispuso a conciliar el sueño pero sabía de antemano que le iba a resultar muy difícil, no
dejaba de darle vueltas a las palabras de Esther “¿de quién crees que sigo enamorada
yo?”, ¡si le hubiese visto la cara! sabría si lo había dicho de verdad o solo por animarla.
Cerró los ojos deseando quedarse dormida pero no había forma de lograrlo y para colmo
la cabeza le daba vueltas, mareada, hastiada, y con un dolor de cabeza que lejos de
disminuir parecía ir aumentando.

No sabía cuantas horas llevaba así, con los ojos cerrados, escuchando tronar a lo lejos,
con el miedo metido en el cuerpo y cada vez más cansada y nerviosa, cuando
súbitamente, escuchó abrir la puerta. Entornó los ojos con temor, y vislumbro una figura
conocida, Esther estaba entrando con sigilo, no pudo evitar sonreír, contenta y aliviada
de tenerla allí, seguro que venía a ver cómo estaba y seguro que ya sí que podría
conciliar el sueño.

La enfermera se detuvo un instante junto al armario escuchando, tentada a acercarse a


Maca, pero, incapaz de oír su respiración pausada, se cercioró de que no dormía, “con
que estás aún despierta”, pensó con una sonrisa, “es lo que querías, es lo que tienes”, se
repitió satisfecha de ver que no se había equivocado en sus apreciaciones, “venga
pídeme que me quede, vamos Maca, pídemelo, si ni siquiera puedes dormir con la
tormenta y encima Germán te ha apagado la luz, venga, no seas orgullosa, pídemelo”,
repetía mentalmente. Maca esperaba impaciente que la enfermera acudiese a su lado, sin
embargo, Esther cogió algo de ropa, y la pediatra comprobó con angustia como ni
siquiera se acercaba a la cama y después se marchaba. Maca no se atrevió a decirle nada
y volvió cerrar los ojos, decepcionada, asustada y con un nudo en la garganta. La
enfermera se detuvo en el exterior, empapándose con la lluvia y dudando un instante,
incómoda con la situación y calibrando si estaba obrando bien. Maca le había confesado
sus miedos y ella, al dejarla allí le estaba fallando pero "si es lo que quieres..." murmuró
para convencerse. Dio una carrera y, chorreando, entró en el hospital.

Un par de horas después, en plena madrugada Maca se removía inquieta, una figura
estaba frente a ella, sus profundos ojos negros le decían que se le había terminado el
tiempo, “ya no puedes esconderte más”, le dijo con voz ronca, “has sido tú, tú y solo tú
eres la culpable”, le dijo zarandeándola con fuerza por ambos brazos. Despertó
sobresaltada. Y sintió un profundo alivio, esa figura ya no la podía retener más, “es una
pesadilla”, respiró aliviada, había despertado.

Miró a su lado y una mujer yacía junto a ella, ¡Esther! estaba allí, había vuelto a dormir.
La tocó y su cuerpo inerte se giró hacia ella, ¡muerta! Sus ojos en blanco y el tajo, de
lado a lado de su garganta, le indicaban que así era. Intentó gritar, intentó levantarse y
salir corriendo de allí pero no podía, algo la retenía y la mantenía sujeta a la cama, junto
a aquella mujer que… ¿ya no era Esther! ¡era una desconocida! Miró sus piernas,
estaban libres de sujeción sin embargo no podía moverlas, ¿por qué no podía moverlas!
¿qué le estaba pasando! no podía huir de allí, estaba atada a aquella mujer. Aterrada
dirigió sus ojos de nuevo hacia aquel rostro desconocido, ¡nooo! era ella, era Esther, su
corazón se desbocó, trató de tranquilizarse, respiró hondo, intentó relajar su cuerpo,
pero con ella allí al lado, rozándola, notando su frialdad, era imposible. Sentía unos
escalofríos profundos por todo su cuerpo. Estaba paralizada, no podía pensar, sentía que
la sangre corría muy rápido, su corazón a punto de estallar…

Abrió los ojos, su respiración se relajo, miró a su izquierda, seguía sola en la cama. “Al
fin”, pensó, “necesito ir al baño, seguro que Evelyn está aquí al lado”, se dijo intentando
calmarse, pero al sentarse en la cama comprendió que todo era diferente, “¿dónde estoy
y que hago aquí?”, se preguntó aturdida. Rápidamente cayó en la cuenta, suspiró
agotada, echándose otra vez en la cama. Tenía que hablar con Vero, no era capaz de
recordar qué era lo que le decía sobre los sueños dentro de sueños, tenía que preguntarle
por aquella pesadilla.

* * *
A la mañana siguiente Maca despertó y comprobó que seguía sola, la enfermera no solo
no había vuelto si no que ni siquiera había ido a llevarle el desayuno. Alargó la mano y
miró el reloj, era demasiado tarde, ¿porqué la habían dejado dormir tanto? Se incorporó
y el leve dolor de cabeza que sentía se acrecentó hasta el punto de hacerla tumbarse otra
vez y cerrar los ojos llevándose la mano hasta ellos en un gesto instintivo de taparse la
luz que le molestaba.

De pronto, la puerta se abrió y Germán entró en la cabaña, dispuesto a averiguar que


había ocurrido entre ellas. ¡Vaya noche que le había dado la enfermera!

- ¡Wilson! ¿piensas quedarte en la cama todo el día? – dijo entrando con decisión
y comprobando que Maca aún permanecía allí tumbada, aunque ya debía hacer
rato que había despertado.
- ¿Nadie te ha dicho que es de mala educación entrar sin ser invitado?
- Vamos, vamos, Wilson, hace unos días no estabas tan remilgosa, anoche mismo
– le recordó y se arrepintió e hacerlo al ver la expresión de la pediatra - además,
ya casi somos como de la familia... te he visto… todo - se burló de ella y se
sentó en la hamaca que Esther mantenía junto a la cama - ¿Y ahora qué?
- ¿Qué de qué?
- Mujer, ya sabes..., ¿qué vamos a hacer ahora?
- ¿Vamos? – preguntó desconcertada y él asintió – mira Germán, hoy
especialmente, me duele mucho la cabeza y estoy de un humor de perros – lo
avisó exasperándose ante la sonrisa burlona de él.
- ¿No se te ha pasado en toda la noche? – le preguntó frunciendo el ceño,
empezaba a no parecerle normal que le durasen tantas horas aún tomando los
analgésicos.
- No – respondió mohína - ¿me vas a decir a que te refieres o no?
- Bueeeeno – dijo burlón - ¿qué piensas hacer tú?
- ¿Yo? ¿qué pienso hacer con respecto a qué?
- A Esther – le soltó dejando a Maca perpleja, rápidamente pensó que la
enfermera le había ido con el cuento y le había hablado de la discusión de la
noche anterior.
- Nada.
- ¿Nada! ¿cómo que nada?
- Esperar.
- ¿Esperar?
- Sí, esperar a que se le pase el mosqueo. No tengo porqué darle explicaciones de
a quien llamo o dejo de llamar – lo miró haciendo un gesto de hastío.
- ¿Eso es todo? Quizás se merezca una explicación o…
- No pienso hacer otra cosa – le respondió molesta, “¡hasta ahí podía llegar! no
pienso disculparme por desear hablar con Vero”, pensó - Además, no sé por qué
tengo la sensación de que ésta es una conversación estúpida... - dijo Maca,
haciendo un intento de incorporarse para levantarse de la cama sin importarle en
lo más mínimo su desnudez – ¿me alcanzas la ropa?
- Coño Wilson – protestó levantándose y dándose la vuelta con pudor.
- ¿No dices que somos de la familia?
- Si… pero… no me hagas estas cosas que uno no es de piedra y… - respondió
consiguiendo arrancarle una sonrisa.
- No seas payaso – le dijo comenzando a vestirse – y no te metas en mi vida, que
ya te metiste bastante hace años.
- No debías dormir desnuda, puedes coger frió y…
- No lo hago, esto… es… ha sido solo esta noche – respondió sin querer decirle la
verdad, Esther se fue sin sacarle su ropa y luego ella echó a Margot sin acordarse
de pedirle que lo hiciera, cuando apareció Germán tampoco se acordó de ello y
luego, no tuvo más remedio que meterse en la cama así, sin nada, no se atrevió a
bajar a la silla e intentar buscarla ella porque ya había comprobado que no tenía
fuerzas para izarse después.

Germán se giró para evitar mirarla y que ella notase cómo se había sonrojado, no quería
darle ningún arma para que Maca comenzase a burlase de él porque en sus años de
disputas con ella, tenía más que asumido que en esas lides siempre terminaba perdiendo
y como ella le decía “con el rabo entre las patas”.

- Tal vez sea porque no me dejas otra opción, Wilson. Vienes aquí y revolucionas
a mi enfermera milagro y ¿pretendes que me quede de brazos cruzados?
- Puede que sea eso, sí... – respondió sarcástica - ¡venga ya! que nos conocemos.
Tu enfermera ya te ha ido a llorarte.
- Esther no necesita contarme nada para que yo sepa cuando no se encuentra bien
– le dijo muy serio – y no me gusta, no me gusta verla así.
- ¿No se encuentra bien! ¿qué le pasa? – preguntó con rapidez y un deje de temor
en sus palabras malinterpretando lo que él quería decirle y borrando
inmediatamente aquel aire de indiferencia que había mantenido en toda la
conversación, el médico no pudo evitar sonreír para sus adentros - Germán…
ayer… parecía cansada y distraída y… va mucho a Jinja… y… - la preocupación
que sentía la hizo hablar con precipitación y sin sentido, balbuceando las ideas
que le pasaban por la mente.
- A ver, Wilson – volvió con el tono burlón – céntrate que no me entero de nada.
- Quiero decir que… ¿No habrá pillado algo?
- No se trata de eso, Wilson, y lo sabes, conmigo no te hagas la tonta.
- Germán, no voy a hablar contigo del tema – gruñó enfadada por la cara
socarrona que le tenía puesta el médico.
- Luego.. hay un tema – la pilló desprevenida – Mira…, Wilson…. ni quiero
meterme en tu vida, ni pretendo que me cuentes tus cosas, pero… hazlo con ella.
Habla con Esther.
- Me da la sensación de que estás tú muy interesado en esto y me pregunto ¿por
qué? – le respondió molesta y con cierta maldad que él captó rápidamente.
- Ya que hablamos de sensaciones, te voy a decir las mías – respondió mohíno.
- No tengo ningún interés en saberlas. Ya te he dicho que me duele la cabeza y
que…
- Wilson empiezo a hartarme de tus esquivas respuestas y mucho más de tus
desplantes... Yo lo único que te digo es que no seas tan burra con Esther. No se
lo merece.
- Ya… - bajó los ojos – y… yo si me merezco todo lo que me pasa, ¿no es eso?
- No. Yo no he dicho nada de eso.
- Pero lo has insinuado – espetó casi gritando, mostrando lo incómoda que le
resultaba aquella conversación – que ya nos conocemos… Germán.
- Yo no he insinuado nada – respondió poniéndose serio.
- No, tú nunca haces nada. Te limitas a joderle la vida a los demás y…
- No te entiendo Wilson, ¿se puede saber que coño te pasa hoy! ¿te ha sentado mal
el desayuno? – alzó la voz enfadado y Maca hizo un gesto de molestia, le
retumbaba la cabeza.
- No me grites – protestó – que me va a estallar la cabeza. Y… no me puede
sentar mal, algo que ni siquiera he tomado.
- Pues… primero, no digas tonterías – replicó más bajo – y segundo, tú has sido la
primera en gritar, que yo lo único que quiero es que dejes de hacer sufrir a
Esther – le dijo mostrándose igualmente molesto - ¿No has desayunado aún? – le
preguntó más afable, pensando en dónde tenía la cabeza la enfermera, no podía
dejar a Maca allí sola hasta esas horas, sin llevarle nada para desayunar, sin darle
la medicación, sin que ella pudiera salir y sin avisar de que debían ocuparse de
ella.
- ¿Yo la hago sufrir? – preguntó más para sí, apretando los labios y asintiendo,
decepcionada por aquel comentario – ya… y me tengo que tragar que no ha ido
a lloriquear a tu hombro.
- Cree lo que quieras. No ha abierto el pico en toda la noche.
- Eso sí que no me lo trago – respondió con ironía.
- Solo para insistirme en que la reclame - le confesó sabedor de que eso podía
despertar la alerta en la pediatra – quiere volver.
- Ya lo sé – respondió con abatimiento masajeándose la sien y entornando los
ojos.
- ¿Tanto te duele? – le preguntó preocupado y haciendo una pausa en la que Maca
mantuvo la mano apretándose la nariz a la altura de los ojos sin responderle –
Wilson, quiero repetirte los análisis y creo que deberíamos ir a Kampala …
- Déjame en paz – le soltó de peor humor, pensando aún en la revelación que
acababa de escuchar, “¿la hago sufrir! lo último que deseo es hacerla sufrir”,
pensó enfadada con Esther por haberle contado su discusión a Germán – y no
me vengas ahora con un aire de falsa preocupación. Vete a consolar a tu
enfermera.
- Eres insoportable, Wilson, no me extraña que Esther se largara dejándote con
dos…. – se interrumpió al ver la cara de Maca, acababa de darle un golpe bajo y
lo supo inmediatamente.
- Fuera – le dijo con voz ronca señalando la puerta – déjame tranquila.
- Este es mi campamento y ésta la cabaña de Esther y tú aquí no eres nadie, no
puedes echarme así como así – le dijo en voz baja acercándose a ella, Maca lo
miró desconcertada y apretó los labios – perdóname, Wilson, me he pasado – se
disculpó al verla con las lágrimas saltadas, hablándole mucho más suave - y…
ahora vamos a ver que es lo que te pasa.
- Es normal que me duela la cabeza. Ya me lo dijo Claudia – respondió con un
hilo de voz.
- Pero no lo es que solo sea esa la secuela que te queda, si es por los golpes,
deberías tener más síntomas, como lagunas mentales, desorientación, vértigos,
mareos...
- ¿Y quién te dice que no los tengo? – le respondió dejándolo perplejo – aunque
penséis lo contrario no es mi estilo estar todo el día quejándome. Y ahora.., ¿te
importa cerrar un poco la ventana y dejarme sola! por favor.
- Cierro la ventana pero no me voy – le amenazó con el dedo dirigiéndose a bajar
el estor – tu y yo tenemos que charlar muy seriamente.

Maca abrió la boca para responderle pero en ese instante entró Esther. Los dos
guardaron silencio conocedores de lo poco que le gustaba a la enfermera que
discutieran. Se dirigió directamente hacia la pediatra y le tendió un vaso, parecía no
darse cuenta que Germán estaba junto a la ventana. Solo tenía ojos para Maca, a la que
miraba con el ceño fruncido y un aire de enfado, que estuvo a punto de borrar cuando la
vio con aquel brillo en los ojos.

La pediatra se olvidó de lo que estaba hablando con Germán, se olvidó de su enfado al


creer que Esther le había contado sus penas y de todo lo que la hacía sentir cuando se
empeñaba en interrogarla, incluso se olvidó de su dolor de cabeza, solo podía pensar en
que Esther había vuelto, a pesar de estar enfadada, con la excusa de llevarle un zumo,
para preocuparse por ella, la hizo abandonar su rictus adusto y esbozar una sonrisa de
agradecimiento, no podía evitarlo, la volvía loca con ese gesto y esa altanería, orgullosa
y más guapa que nunca, “te amo”, pensó, “no quiero hacerte sufrir”, la miró intentando
que la entendiera, “te amo, te amo, pero no puede ser, no puede ser Esther, no puede”,
“perdóname”, le suplicó con los ojos.

- Toma, ¡cógelo! – le ordenó impaciente, mostrando que aún seguía enfadada, al


ver que Maca permanecía inmóvil con la vista puesta en ella.
- Gracias – respondió con timidez, cogiéndolo.

Ninguna podía dejar de mirar a la otra. “Dios, no me mires así que no voy a ser capaz de
mantener esta pose”, pensó la enfermera, que sintió un pellizco en el estómago al ver las
profundas ojeras que tenía y lo pálida que estaba. “Esther, por favor, no me castigues
más, prometo que hoy no llamo a Vero”, pensó la pediatra.

- ¿Vendrás a comer conmigo? – le preguntó Maca, melosa, obviando el gesto


burlón de Germán que permanecía en silencio divertido con la escena.
- No, comeré fuera – le dijo secamente - Si me da tiempo regresaré para el paseo.
- Vale – asintió apretando los labios intentando disimular la desilusión que sentía
ante la idea de quedarse sin paseo y de no verla en todo el día – te estaré
esperando – esbozó una sonrisa conciliadora y levantó el vaso - Gracias…. por
el zumo.
- De nada – respondió con frialdad sin responder a su gesto.

La enfermera se giró para marcharse y entonces vio a Germán allí plantado, que
observaba con detenimiento a ambas, frunció el ceño, y salió disparada. El médico abrió
la boca para decir algo pero Maca levantó un dedo amenazante.

- Ni una palabra – le dijo.

Germán sonrió.

- Lo siento pero reviento si no lo digo ¡vaya par de idiotas! – soltó una carcajada –
por favor Wilson, ¡si hubieras visto tu cara!
- Por favor, Germán, déjame en paz.
- Vale, vale ya me voy – rió de nuevo – pero tu… descansa.
- No hago otra cosa.
- Hazme caso, tienes mala cara. Y lo quieras o no, si en dos días no mejoras,
vamos a Kampala.
- Sabes que estás cosas son lentas.
- Lo sé, pero así nos quedamos más tranquilos, aquí no puedo hacerte todas las
pruebas que me gustaría.
Germán se dirigió a la puerta y salió, pero al cabo de un segundo asomó la cabeza.

- ¿Vendrás para comer! ¿vendrás para comer! te estaré esperando – la remedó


afectando la voz - ¡por dios Wilson! ¡contrólate, qué se te cae la baba!
- Vete a tomar… - la dejó con la palabra en la boca desapareciendo de su vista
pero escuchando sus carcajadas.

Maca tampoco pudo evitar sonreír. Luego lo buscaría para disculparse, se había pasado
con él. Y.. en cuanto a Esther… lo había estropeado todo, suspiró pensando en cómo
disculparse sin que pareciese que daba marcha atrás, no quería darle pie, pero tampoco
soportaba verla así, enfadada y distante. Suspiró y sin ganas, comenzó a tomarse el
zumo.

Germán, a pesar de sus bromas, abandonó la cabaña con una sensación desagradable,
algo no iba bien, estaba seguro de ello. Movió la cabeza de un lado a otro y se detuvo en
mitad del camino que llevaba al hospital, dudando si volver a ver a la pediatra. Vio salir
a Esther del comedor y dirigirse a los barracones de los soldados, una idea cruzó por su
mente, le iba a dar un día más a Maca, si en ese día no la veía mejorar de verdad,
pensaba llevársela a Kampala, pero antes tenía que dejarle las cosas claras a la
enfermera. Corrió tras ella llamándola. Esther se giró y se detuvo, no tenía ganas de
escucharlo porque imaginaba lo que iba a decirle, sabía que se había pasado dejando a
Maca sola toda la noche y parte de la mañana.

- Germán... Sé lo que quieres pero… no te metas – le dijo antes de que pudiese


abrir la boca sin ganas de discusiones.
- Eso haberlo pensado antes de estar toda la noche de mal humor y calentándome
la cabeza – le respondió con seriedad.
- Lo siento – se disculpó más suave - ¿he estado muy pesada? – preguntó sin
esperarse aquel reproche por su parte, era su amigo y siempre la había escuchado
con gusto.
- No, sabes que no es eso. Somos amigos ¿no? – le sonrió levemente – pero eso
no quita para que… te diga lo que pienso sobre Wilson.
- Yo sé como tratarla, Maca es orgullosa y… hay veces … que es mejor
demostrarle que no puede tener lo que quiere cuando quiere y no puede …
- Niña – la interrumpió - Me puede llegar a dar igual lo que os traigáis entre
manos. En eso no voy a meterme, pero sí me voy a meter en tú trabajo como
enfermera.
- No te entiendo – preguntó con temor repasando rápidamente todo lo que habían
hecho a lo largo de la noche.
- No te asustes que no me refiero en el hospital – la tranquilizó – me refiero a
Maca.

Ester suspiró y adoptó un aire defensivo.

- Antes de que digas nada…


- Mira Esther, anoche pensé en decírtelo pero te vi tan enfadada que creí que no
era el momento. Pero… después de lo de esta mañana…. Me lo he pensado
mejor.
- No hace falta que me digas nada… ya sé por donde vas.
- Aún así me vas a escuchar – respondió frunciendo el ceño - Hay cosas que no
pueden ser. Maca no está bien aún, anoche cuando la vi todavía estaba sentada
en la silla…
- Le mandé a Margot – lo interrumpió justificándose.
- El caso es que lo estaba, con la ventana abierta, sin la ropa de cama y… no
puede ser. No puede ser que duerma desnuda, no puede ser que tenga esa tensión
y ese dolor de cabeza y que la dejes allí sola dos horas... Sin decirme nada… sin
ayudarla - la miró adoptando un aire autoritario – si yo no llego a ir a verla…
¿qué pasa! ¿toda la noche sentada?

Esther bajó la vista, pensativa, sintiéndose culpable, solo quería que Maca reconociese
que sentía algo por ella y dejase de comportarse como una cría, pero lo último que
quería es que recayese o algo peor.

- Ni puede ser que la tengas sin desayunar hasta estas horas – continuó - Me
parece muy bien que estéis enfadadas pero que eso no afecte a tus obligaciones y
si te has arrepentido de cuidarla y no quieres hacerlo, me lo dices y ya me
encargo yo de ella.
- Tienes razón… no volverá a pasar.
- Eso espero.. porque cualquier día Maca nos da un susto y… no quiero que luego
vengan las lamentaciones… que ya nos conocemos.
- No exageres que está mucho mejor – protestó levantando los ojos hacia él con
miedo de que no fuera así.
- ¿Mejor? No te referirás a cuando vuelve de los famosos paseitos, porque no sé
que leches hacéis en ellos, pero procura quede aquí en adelante no se altere
tanto.
- No se altera, le gustan.
- Ya se que le gustan pero ¡joder, Esther! que tengo que estar recordándotelo cada
dos por tres, no hace ni tres semanas que salió de un coma, ya no sé cómo
decírtelo. Y no puede ser que vuelva de un paseo, que se supone que es para
relajarla y distraerla con la tensión por las nubes.
- Eso si es culpa mía – reconoció – pero tranquilo que no va a volver a pasar.
- ¿Me vas a contar por qué habéis discutido! porque no me puedo creer que sea
por una llamada de teléfono.
- ¿Eso te ha dicho?
- Algo así…
- Pues… no exactamente.
- No seas muy dura con ella… seguro que ha estado toda la noche sin pegar ojo,
no hay más que ver la cara que tiene.
- Ya… - murmuró pensativa, recordando el mal aspecto que tenía.
- Además, ¿no te ha dado penita con la cara que te ha mirado? – le dijo esbozando
una sonrisa burlona.
- No me seas liante... que yo sé lo que me hago – respondió molesta y divertida al
mismo tiempo.
- Vale, pero.. intenta volver para el paseo.
- Que sí, pesado.
- Es que… no quiero ni imaginarme el humor de perros que puede tener esta
tarde, como la dejes encerrada todo el día – sonrió.
- Serás… o sea que todo es por tu interés.
- Pues claro, a ver si crees que lo que a mi me importa es que tú seas feliz y que
esa cabezona deje de lloriquear por las esquinas. Yo lo único que quiero es estar
tranquilito – sonrió posando su mano en la mejilla de la enfermera.
- ¿Te he dicho que te quiero? – le preguntó abrazándose a él.
- Alguna vez – sonrió – pero deberías hacerlo más a menudo, que a uno también
le gustan los mimitos.
- Gracias – lo besó con cariño – me voy a Jinja, he hablado con André y estarán
de vuelta después de comer.
- Deberías llevarte el jeep y volver antes, ¿por qué no comes con ella! está
sensiblona y…
- No. Necesita estar sola – lo interrumpió sonriendo picarona y segura de lo que
hacía – y… necesita pensar….
- Pero… es que antes…creo que me he pasado un poco.
- ¿Cómo que te has pasado? ¿a qué te refieres?
- Pues… que ha conseguido sacarme de mis casillas y le he dicho un par de
verdades y… se ha puesto… vamos que parecía afectada y…
- Pero ¿qué le has dicho?
- Nada, una tontería.
- Germán…
- Pues que ella no puede darme órdenes, que no es nadie aquí y que…
- ¿Y tú por qué tienes que decirle nada? – le preguntó enfadada - ¿no dices que no
hay que alterarla?
- ¡Me vais a volver loco! – suspiró.
- Lo que tienes que hacer es ir a disculparte – le aconsejó sabedora de que no lo
haría.
- Y tú, en vez de ir a Jinja, deberías dormir un rato – le devolvió el consejo con un
gesto travieso indicándole que no pensaba seguirlo.
- Ya dormiré esta noche, pero tú sí deberías echarte, pareces cansado.
- Lo estoy. No tardes, por favor – le pidió señalándola con el dedo conocedor de
cómo acababan sus viajes a Jinja.
- Tranquilo que no he quedado con nadie, solo voy a comprar algunas cosas – le
dijo misteriosa.
- Ten cuidado, niña.

Esther asintió, suspiró y se fue con una sonrisa en los labios en busca de André, Germán
tenía razón quizás fuera mejor irse en el jeep. Así podría regresar cuando quisiese.

* * *

Esther se sentó en el borde de la cama, le había dicho que no volvería para comer pero
no había podido tener corazón y menos después de su charla con Germán, si ya tenía
dudas sobre si estaría siendo demasiado radical, el médico había terminado por minar su
seguridad en su plan y sembrarle el desasosiego. Y allí estaba dispuesta a almorzar en la
cabaña y hacerle compañía.

Sin embargo, la pediatra estaba acostada y dormida. Germán le había dicho que le dolía
mucho la cabeza, había insistido en hablar por teléfono, necesitaba hablar con Vero,
pero no lo había conseguido y al final había tenido que inyectarle un calmante, porque
los analgésicos no le hacían nada. Esther se preguntó si sería ella la culpable de que no
se le pasaran esos dolores. Quizás Germán no se equivocaba y lo único que estaba
consiguiendo en los paseos era ponerla nerviosa y alterada.

La observó con detenimiento y movió la cabeza de un lado a otro, no se le ocurría nada


más que pudiera hacer para que Maca se abriese a ella. Se dejó caer de espaldas sobre el
colchón, a su lado, y cerró los ojos intentando concentrarse, intentando mantener la
cabeza despejada para pensar, ¿qué podía inventarse ahora para conseguir que Maca
rompiese esa maldita coraza? “Nada”, se repitió de nuevo, “asúmelo, no hay nada que
puedas hacer, ya es hora que empieces a pensar en ti, en la vida que quieres llevar de
aquí en adelante y hazte a la idea de que será sin ella”.

Abrió los ojos un instante y la miró, la pediatra descansaba, últimamente dormía mucho,
eso era bueno, pero también le preocupaba ese cansancio que parecía arrastrar y ese
dolor de cabeza que la martilleaba continuamente. Cerró los ojos e hizo un nuevo
intento de concentrarse, pero como siempre, sólo una cosa se atrevía a asomarse al caos
de sus pensamientos, Maca, siempre Maca. Sus labios se unieron para articular su
nombre, quería despertarla, quería charlar con ella aunque fuera un rato, pero evitó
pronunciarlo. De pronto una idea iluminó su rostro, ¡sí! ¡eso podía ser perfecto!

Un intenso ataque de tos la sacó de sus pensamientos y la hizo girarse de costado, Maca
se intentaba incorporar, parecía no sentirse bien e, incluso, le costaba respirar.

- ¡Maca! – se sentó con agilidad y la incorporó, la pediatra no dejaba de toser –


vamos respira, respira.
- Eso es… lo… que… quisiera – jadeó cuando ya se encontraba mejor.
- No hables, no seas burra – la regañó.
- ¡Joder! – suspiró al fin – me has hecho daño – le recriminó con el ceño fruncido.
- Perdona – respondió molesta – si lo prefieres la próxima vez dejo que te
ahogues.

Maca la miró y, superado el susto inicial, le sonrió agradecida.

- Tienes razón, perdona. ¿Qué hora es? – le preguntó aturdida - ¿ya es la hora del
paseo! ¿tanto he dormido?
- No – le respondió mirándola fijamente – la verdad es que he regresado para
comer contigo pero… he preferido no despertarte, ya me ha dicho Germán que
no estabas bien, ¿te duele mucho? – se interesó, pidiéndole perdón con la
mirada.
- No – respondió observándola absorta, lo cierto es que estaba mucho mejor, “¡has
vuelto para comer!”, sonrió distraída.
- Pero… ¿estás bien? – le preguntó al verla con aquella expresión ausente.

Maca no respondió, solo asintió sin quitar los ojos de ella, no podía creer que hubiese
vuelto tan temprano, solo para estar allí sentada, haciéndole compañía mientras dormía.
“Ha vuelto para comer, ha vuelto para comer”, repetía su mente sin borrar la sonrisa de
sus labios.

- ¿Dónde te he hecho daño? – le preguntó más suave ante aquella sonrisa, lo cierto
es que le había dado tal tirón para sentarla que tenía que reconocer que sí que
podía haberla lastimado.
- Se me ha montado aquí un… - le señaló el hombro a la altura de la espalda.
Esther sonrió pensando en lo bien que le venía aquello para sus planes - ¿No me
crees? – le preguntó al ver su gesto burlón - Te lo digo en serio, se me ha
montado…
- Que sí, que te creo, es más, tengo el remedio perfecto.
- Ah, ¿si?
- Si, pero me tienes que dejar hacer sin protestas.
- Uy, Uy, eso no me suena nada bien… - contestó temerosa de lo que estuviese
planeando la enfermera.
- Tu escoges – le dijo burlona - o te quedas con ese nudo o te vienes conmigo.
- ¿Irme! ¿a dónde? – preguntó recordando el sueño que tuvo hacía días y sintiendo
un cosquilleo fruto de la inquietud que empezaba a experimentar – estoy muy
cansada y…
- Sin excusas y sin protestas.
- ¿Ya no estás enfadada? – inquirió temerosa.
- No estaba enfadada, Maca – respondió con tal mirada que la pediatra no se
atrevió a decir nada más sobre el tema.
- Pero… ¿a dónde quieres llevarme? – le preguntó con cierto interés no exento de
reservas, tras el paseo del día anterior y la revelación de la enfermera no quería
darle pie a más confesiones.
- Ahora verás. ¡Vamos!

Se levantó de un salto y corrió a por la silla de Maca.

- ¿Qué haces?. – preguntó al verla rebuscar en el armario - Esther yo….


- Busco tu ropa – respondió colocándosela encima de la cama - ¿te ayudo o
puedes sola? – le preguntó al ver la lentitud con que se movía.
- Puedo sola – la miró sin entender aquella prisa – pero… Esther… yo…
- ¿Tú qué? – le dijo con genio.
- ¿No hace demasiado calor aún? – preguntó intentando que la enfermera se diera
cuenta de que no le apetecía salir, estaba atontada por el calmante y aunque ya
no le dolía la cabeza seguía teniendo una sensación de mareo que le provocaba
ligeras náuseas.
- Vamos vístete – la instó.
- Pero…
- Pero nada – la cortó con autoridad ayudándola a vestirse y a sentarse en la silla.

Maca se dejó hacer sin rechistar, lo último que deseaba era que Esther volviera a
enfadarse con ella, había aprendido la lección, y Germán se lo había recordado aquella
misma mañana, “aquí no eres nadie”, cuando ya estaba lista la enfermera se situó tras
ella y salió de la cabaña a toda prisa.

- ¡Por favor, Esther! – exclamó Maca agarrándose instintivamente a los brazos de


la silla ante la velocidad de la enfermera – estás consiguiendo marearme más de
lo que ya estoy.
- Sin protestas, ¿recuerdas?
- No me está gustando, nada de nada, todo esto, ¿eh! es mejor que me lleves a la
cabaña y que… ¿se puede saber a dónde vamos? – insistió.
- No, no se puede saber – le dijo y se paró repentinamente, se situó frente a ella, se
agachó y la cogió de las manos – es el momento.
- ¿El momento de qué? – preguntó mostrándole en su mirada el miedo que sentía.
- De que te decidas – respondió levantándose y tendiéndole una mano le dijo -
vienes conmigo sin preguntas o te devuelvo a la cabaña, tú escoges.

Maca la miró en silencio, deseaba ir con ella, deseaba darle la mano y dejarse llevar a
donde quiera que fuese, le daba igual siempre que fuera junto a ella, como en aquel
sueño, dejarse arrastrar, olvidarse de todo y seguirla hasta el fin del mundo. Pero su
sentido común le decía que se estaba metiendo de nuevo en la boca del lobo, que era
una encerrona y que no iba a poder salir de ella. Dudó, sin saber qué hacer.

- ¿Y bien! ¿te decides o no? – le sonrió manifestándole que no habría represalias


en caso de que diese marcha atrás.

Maca levantó la mano y cogió la de la enfermera.

- Vamos – dijo devolviéndole la sonrisa – pero sin trampas.


- ¿Trampas yo? – preguntó misteriosa.

Maca la miró de soslayo y se le aceleró el corazón, estaba hecho, no sabía a donde la


llevaba pero estaba segura de que podría alegrarse o arrepentirse toda la vida de lo que
se avecinada porque esa cara de la enfermera se lo decía todo y de pronto sintió una
grado de excitación desmedida algo que creyó no poder volver a sentir nunca más, y
deseó con todas sus fuerzas llegar cuanto antes a donde quiera fuesen.

Esther desapareció camino de las cabañas de los cooperantes y colaboradores del


campamento, al rato volvió satisfecha.

- Vamos – le dijo – no se como apañaremos esto pero… tienes que ayudarme a


subirte al jeep.
- Ah, no, de eso nada – se negó asustada – si no sabes ni llevar la silla con calma
¿pretendes que me monte contigo en el jeep y que…?

Esther giró la silla sin mediar palabra y se encamino hacia la cabaña.

- ¿Qué es lo que se te ha olvidado? – le preguntó Maca extrañada de aquel viraje.


- ¿Olvidarme! nada, te quedas aquí - le comunicó – ya iré yo sola o … quizás…
le pida a Sara que me acompañe – sonrió para sus adentros.
- Pero… pero… ¡para un momento! ¡Esther!
- ¿Sin protestas?- repitió.
- De acuerdo, cierro el pico, pero… no corras – le indicó con el dedo.
- Prometido – sonrió – no corro.

Minutos después, Maca mantenía los ojos cerrados con una expresión de placer en su
rostro.

- Esther… - murmuró – esto es… ¡estupendo!. - dejó escapar un ligero ronroneo


de gusto - ¡más fuerte, Esther! – instó - dame más fuerte.

La enfermera continuó paseando sus manos por la espalda de la pediatra que aún no
entendía como aquello estaba siendo real. Esther la había llevado a una especie de
pequeña ensenada, con una arena finísima en la orilla de un pequeño riachuelo, afluente
del Nilo, que pasaba justo por detrás del campamento. Se trataba de un recoveco alejado
de todo, con el sonido de la cascada del lago Victoria al fondo y un agua templada que
era toda una gozada.

La había desnudado asegurándole que a ese lugar jamás iba nadie, la había tumbado en
el agua boca abajo, sobre una especie de colchoneta que ni flotaba ni dejaba de hacerlo
de forma que estaba metida en el agua unos centímetros y al mismo tiempo podía rozar
con sus manos la orilla. El vaivén del agua y aquél masaje la estaba dejando nueva. La
enfermera deslizaba sus manos con delicadeza por su cuerpo sin poder evitar una
sensación de ternura mezclada con angustia cuando comprobaba aún las señales de la
paliza que le habían dado.

- ¿No te duele? – le preguntó rozando ligeramente uno de los moratones más


visibles.
- Hummm – respondió sin ganas de hablar.
- Eso es que sí o que no – preguntó sonriendo.
- No – suspiró.
- No te vayas a dormir – la avisó – la primera vez que vine aquí yo estuve a punto.
- ¿A punto de qué? – preguntó interesada de pronto en la conversación.
- De dormirme.
- ¿Quién te enseñó este sitio? – se atrevió a preguntar con curiosidad.
- Germán – respondió pensativa – al principio me costó adaptarme a todo esto y…
bueno… un día que fue especialmente duro… Germán me montó en el jeep y
me trajo aquí, nos sentamos allí, en aquella roca – señaló con el dedo y la
pediatra se incorporó apoyándose en el codo para ver el lugar que le indicaba -
metimos los pies en el agua y… en fin – se cortó – que desde entonces he vuelto
con frecuencia.
- ¿Con Germán?
- No – sonrió – la verdad es que desde que llegó Sara ha sido con ella con la que
me he venido siempre, nos gusta nadar... desnudas – le contó dibujando una
maliciosa sonrisa, al ver el ceño de la pediatra que se había quedado seria de
pronto, sonriendo para sus adentros continuó – no imaginas el gusto que…
- Ya… ya… puedo imaginarlo – respondió cortándola con cierto malhumor que
divirtió a Esther “está celosa”, pensó satisfecha de su pequeña mentira.

Continuó con el masaje y guardaron silencio unos minutos, Esther disfrutando de


aquellos momentos de intimidad y Maca, al principio molesta por como se había sentido
ante aquella confesión y lo que le hacía pensar de ellas dos allí desnudas y nadando y
luego, dejándose llevar por aquellas manos que estaban logrando milagros en su
espalda, hacía mucho tiempo que no tenía la sensación de relajación y falta de dolor que
estaba experimentando.

- ¿Cuánto hace que no te daban un buen masaje! tienes esto fatal – le dijo
cambiando de tema.
- Ummm – gruño adormilada – mucho – musitó de nuevo sin ganas de charla solo
concentrada en el placer que le hacía sentir aquellas manos recorriendo su
cuerpo.

Esther continuaba frotándole la espalda, de pronto se detuvo.


- ¿Está bien así o la señoritinga prefiere que siga? - le dijo irónica al ver que era
capaz de quedarse dormida y de eso nada.
- Mmm.... sigue - contestó ignorando por completo su tono - está muy… pero que
muy bien... así…
- De acuerdo – dijo dedicándole unos minutos más al término de los cuales le
comunicó - mi turno...
- Eh? – preguntó creyendo no haber escuchado bien.
- Mi turno – repitió con una sonrisa de satisfacción al comprobar cómo estaba
disfrutando la pediatra.
- ¿Tu turno? - protestó Maca - ¿cómo que tu turno? ¡Yo soy la enfermita!
- Tu lo que eres es una caradura – rió – enfermita, ni enfermita. Mi turno – repitió.
- ¡Pero si no llevarás ni cinco minutos!
- ¿Cinco minutos? Pero si llevo más de cuarenta – rió – además te dije sin
protestas, ¿ya lo has olvidado?

Maca suspiró y se sentó con la ayuda de Esther.

- ¿Y como pretendes que pueda yo…?


- No me valen excusas – enarcó las cejas burlona, al tiempo que se tumbaba en la
orilla junto a ella – que ya he comprobado que te las apañas muy bien cuando
quieres. Tú verás como ingeniártelas pero… es mi turno.
- Tu turno, tu turno – rezongó sin ver la sonrisa burlona de la enfermera que
estaba disfrutando de lo lindo.

Esther se situó boca abajo recostando la cabeza sobre los brazos, cerrando los ojos y
ofreciendo su espalda desnuda a la pediatra. Suspiró y se relajó esperando el tan ansiado
contacto de sus manos. Pero no se produjo y Esther, impaciente la instó a ello.

- Ahora eres tú la que tienes que estar pendiente de los cocodrilos – le dijo como
si tal cosa.
- ¿Qué? – casi gritó asustada, mirando de un lado a otro, pero la carcajada que
soltó la enfermera la hizo enmudecer. De nuevo se había burlado de ella.
- Vamos, Maca, empieza de una vez... - dijo descubriendo el deseo en su tono.

Maca, apartó con suavidad el pelo húmedo que caía sobre su espalda y obedeció sin
rechistar. Comenzó a masajear los hombros de la enfermera con parsimonia y firmeza,
deslizando con suavidad las yemas de sus dedos, Esther no pudo evitar que un gemido
escapase de sus labios y Maca se detuvo un instante, aquello se estaba convirtiendo en
un juego peligroso y no estaba segura de querer seguir jugando. Esther abrió los ojos y
la miró.

- Debo admitir que tienes manos mágicas... - murmuró extasiada - ¡Sigue, por
dios...!

Maca obedeció intentando masajear sin acariciarla pero no podía, la tenía allí junto a
ella, desnuda, en aquel paraje paradisíaco y su mente se olvidada de todo. De todo
menos de una cosa, la deseaba y ese deseo se acrecentaba con cada caricia, con cada
gemido de ella provocado por sus manos. Tenía que romper aquel encanto, no podía
dejarse llevar por él, no podía, “no puede ser, no puede ser”, repetía su mente, mientras
sus manos y su cuerpo le decían todo lo contrario.

- Tienes aquí un buen nudo – le dijo en tono profesional en un intento de romper


aquel silencio embriagador - ¿no te dolía?
- No – susurró.
- Esto va a ser de esa maldita cama en la que me haces dormir todas las noches –
continuó al tiempo que se le escapaba un suspiro que sí respondía a los
pensamientos que estaba teniendo y que a Esther no le pasó desapercibido.
- Eres una pija… - murmuró con una lentitud que indicaba el grado de relajación y
gusto que estaba experimentando.
- ¿Ahora te das cuenta! siempre lo he sido, pero eso no quita para que a ti
tampoco te guste dormir en ese colchón, te conozco y mira como tienes la
espalda.
- Te reconozco que en ocasiones he echado de menos una buena cama y una
almohada blandita y esponjosa, como me gustan a mí – murmuró suspirando.
- Y yo te reconozco que, desde que estoy aquí, intento no pensar en ello... – le
confesó continuando con el masaje, distraída, bajó unos centímetros las yemas
de su dedos, justo debajo de los omóplatos – vaya diítas que he pasado sin poder
moverme de ahí. No sabía que era peor, si el dolor de cabeza, el del costado o el
de la espalda.
- ¡Pobrecita ella! – se burló la enfermera perdida en el placer que le provocaba ese
masaje - Mmmm... – emitió un sonido de gusto – dios Maca, ¡qué manos! ya no
las recordaba.
- ¿Sabes lo que más echo de menos? – preguntó la pediatra continuando con su
parloteo en un intento de desviar su atención - el olor a un buen suavizante.
- En serio te supone tanto problema dormir aquí – preguntó molesta sin ver la
sonrisa de triunfo de la pediatra que había logrado que la enfermera no se dejase
arrastrar por el masaje.
- No es eso, simplemente creo que deberíamos darle un respiro a nuestras
respectivas espaldas y permitir que descansaran en una buena cama.
- Ya… y... ¿qué propones! ¿qué en el próximo viaje vengamos con un cargamento
de colchones? – preguntó entre molesta y resignada.
- No – dijo con un esbozo de sonrisa que la enfermera no pudo ver - propongo que
dejemos este campamento y pasemos unos días en Jinja, en un buen hotel, yo
invito, estoy mucho mejor y estoy harta de …
- ..de todo esto, estás harta del hospital, de Germán, de mis amigos y de mí ¿no es
así? – saltó molesta sentándose de pronto y encarándola malhumorada – la niña
rica no soporta esta miseria.
- Que no mujer, no te pongas así, que no es eso – sonrió de nuevo y la empujó
levemente, recostándola con suavidad, Esther ante aquella sonrisa misteriosa se
dejó hacer “no es mala idea”, pensó, pero luego la desestimó, “no, no y no,
tienes que disfrutar de esto, conocerlo y valorarlo”.

Maca lanzó un suspiro de incomprensión, había logrado lo contrario de lo que pretendía,


solo deseaba corresponder a todas sus atenciones.

- Perdona si te he ofendido – le dijo sumisa, “no ves que si tengo que dormir en el
suelo…dormiré… con tal de hacerlo a tu lado”, pensó.
Esther también suspiró pero ahora divertida por su tono y rendida ante aquellas manos.

- Míralo por el lado bueno – dijo Esther usando la frase preferida de Germán, sin
rastro del enfado que había mostrado tener y entornando los ojos con otro
gemido, ante esas manos no tenía fuerza de voluntad alguna - Si tuvieras un
buen sitio para dormir sería mucho más difícil, aunque de por sí ya lo es, lograr
sacarte de la cama.

Maca sonrió, la enfermera tenía razón, sus problemas de insomnio se habían esfumado
y, aunque seguía costándole un poco conciliar el sueño, cuando lo hacía era capaz de
estar doce horas seguidas durmiendo, a pesar de la cama. Hacía años que no descansaba
tanto y tan bien. Aunque de vez en cuando, siempre que discutía con ella, volviesen las
pesadillas. Tenía que reconocer que la enfermera había acertado y el llevarla allí, le
estaba sentando muy bien.

Abstraída en esa idea sus dedos dejaron de recorrer los hombros de Esther y casi sin
darse cuenta comenzaron a deslizarse por toda su espalda, como solía hacer antes, los
mantuvo ejerciendo una ligera presión a la altura de la cintura de la enfermera. Esther
no rechistó, no sabía si era intencionado o no, pero lo cierto fue que Maca dejó de pasar
con suavidad las yemas de los dedos por su espalda y comenzó a recorrerla con sus
palmas, incluso a coger un poco de carne en la palma de su mano, Esther sonrió “esto es
un magreo en toda regla como dirían en el pueblo”, “salvo que sea un nuevo método de
masajear y yo, después de cinco años aquí, me haya quedado anticuada”, “no, no, nada
de masaje, ¡esto es un magreo!”, sonrió.

Maca continuó ahora con una suavidad y una ternura que ratificó en la enfermera que
aquello nada tenía que ver con un masaje, Maca la estaba acariciando, primero con
parsimonia, suavidad y ternura y luego acelerando un poco el ritmo, Esther recordaba lo
que venía detrás y sintió un grado de excitación extremo, sin poder evitarlo de sus
labios se escapó una leve gemido. De pronto Esther notó que el cuerpo de Maca se
estremecía, notó cómo se crispaban sus manos y cómo se erizaba toda su piel.

La pediatra se apartó con rapidez, volviendo a la realidad de lo que acababa de hacer,


algo avergonzada por ello. “Serás imbécil, ¿qué coño has hecho! a ver ahora como le
explicas…”, se dijo alterada, no entendía cómo se había dejado llevar así.

- Necesito salir del agua, empiezo a tener frío – le dijo súbitamente a la enfermera.

Esther la miró sonriendo.

- ¿Seguro que es frío? – preguntó burlona tumbándose boca arriba y clavando sus
ojos en ella, Maca no pudo evitar mirar su pecho y luego sus labios – yo te
noto… muy…
- Por favor, ayúdame a salir – le pidió alterada, comenzando a temblar.
- Maca... – intentó tranquilizarla – no pasa nada. Es normal que te hayas…
excitado.
- ¿Qué? – casi gritó – yo no me he excitado, no… no es eso… tengo frío – repitió
presa del nerviosismo.
- Si te has excitado – le dijo divertida por su azoramiento, incorporándose y
sentándose junto a ella – vamos Maca, que pareces una quinceañera, no va a
pasar nada que no quieras o no desees que pase.

Maca la miró con el ceño fruncido y apretó los labios en una mueca, cruzando los
brazos sobre el pecho y castañeteando los dientes.

- Esther, por favor, no te montes películas... – se defendió atacando – además yo


no….
- Vale, perdona, me he equivocado – se disculpó - anda venga, vamos a secarnos
que no quiero que cojas frío – le dijo admitiendo su justificación.

“¿Frío?”, pensó Maca sin recordar su excusa, “te aseguro que tengo de todo menos frío,
si tiemblo no es por eso”. Esther le sonrió mientras la ayudaba a secarse, “tu dirás lo que
quieras, pero lo he notado, te has excitado”, pensó la enfermera.

- ¿Qué dices? – preguntó Maca.


- No he dicho nada – respondió la enfermera temiendo haber expresado sus
pensamientos.

Maca negó con la cabeza incrédula, estaba segura de que Esther había dicho algo entre
dientes.

- No me gusta que me sigas la corriente y luego murmures por debajo.


- Que no he murmurado nada – protestó – ¿tanto te molesta reconocer que aún
puedes excitarte por… alguien… alguien que no es tu mujer?
- Si fuera así no tendría problema en reconocerlo – respondió malhumorada – pero
no lo es. Que te quede muy claro que no me he excitado. A lo mejor has sido tú
– la acusó.
- ¿Yo? – soltó una carcajada con gesto despectivo – ¡por favor, Maca! ¡excitarme
yo!

Entonces ocurrió algo que dejó a la enfermera descolocada, los ojos de la pediatra se
anegaron de lágrimas y con pudor bajó la vista para no descubrirle el daño que le había
hecho aquella risa, aquel gesto de desprecio y aquellas palabras, sintiendo que Esther se
burlaba de ella y de la idea de que pudiese sentirse atraía por alguien en su situación.

- ¿Qué pasa, Maca?


- Nada.
- Ya estamos con el nada. Primera regla de los paseos, se acabó responder nada.
¿qué pasa?
- Una tontería, no tenía que haberte dicho eso, es… absurdo.
- ¿El qué es absurdo, que yo me excite contigo? – le preguntó comprendiendo por
dónde podían ir los tiros.
- Si – reconoció con un hilo de voz y la esperanza en sus ojos de que la enfermera
la desdijese.
- ¿He hecho o dicho yo algo que te haya hecho sentir así? – preguntó molesta -
porque yo creo que no, más bien todo lo contrario.

Maca no levantó la vista y permaneció en silencio.


- Lo que es absurdo es que tú pienses eso, aunque sea por un instante. Siento
haberme reído – le sonrió levantándole la cara y clavando sus ojos en ella con
dulzura – pero hay veces, Maca, cuando no quieres reconocer las cosas, que me
exasperas.
- Te aseguro - dijo con aparente calma - que nada de lo que dices me ha pasado.
Solo tenía frío – mintió de nuevo.
- Y yo me lo hubiese creído si no fuera porque te has puesto roja como un tomate
y, además, a la defensiva.
- Eso es mentira.
- No lo es, Maca – sonrió – pero mejor lo dejamos y volvemos, que no quiero
recordar este paseo como un fiasco. He disfrutado mucho con tu masaje y espero
que quieras repetirlo.

Maca emitió un gruñido de protesta pero no replicó y Esther soltó otra carcajada. Miró a
Maca y le acarició la mejilla.

- No seas boba – le dijo – que te va a volver el dolor de cabeza.

Entonces Maca hizo algo inesperado, levantó su mano buscando la de la enfermera y


entrelazó los dedos con ella.

- Me encantaría repetirlo – le confesó con sinceridad.


- ¿Si? – preguntó con gesto pícaro.
- Si – afirmó con un aire de timidez inusual en ella – mucho – susurró clavando
sus ojos en los de la enfermera con una mirada tan profunda que Esther se
estremeció y sintió que la sangre le hervía, ¡cuánto había deseado volver a
escuchar aquél tono de voz insinuante mezcla de timidez y atrevimiento!

Tubo la sensación de que la pediatra estaba pidiendo que la besara pero no se atrevía a
dar el paso temiendo errar en su apreciación y estropearlo todo y más después de la
retirada que espantada que acababa de realizar la pediatra.

- Maca… si yo… un día… te besara, ¿tú qué harías?

Maca clavó los ojos en ella con desesperación “¿qué haría si me besas! huir Esther, si
pudiera me levantaría y echaría a correr lo más lejos de ti que fuera capaz ... pero, no
puedo”, pensó sin dejar de mirarla, “no lo hagas, no lo hagas porque si lo haces y yo
huyo… ¿qué harías tú?”, se preguntó a sabiendas de que si se producía todo aquello lo
que de verdad deseaba era que ella no se lo tuviera en cuenta, “si huyo no es por ti, es
por mí”, pensó angustiada. “No puedo, no estoy preparada para esto, no es que no te
quiera, ni que no te pueda querer... es que… hace mucho, mucho tiempo que…”, pensó
con el miedo metido en el cuerpo y el corazón desbocado solo de pensar en esa
posibilidad.

- Pero.. no lo vas a hacer ¿verdad? – le preguntó con temor y la voz temblona,


reflejando en sus ojos todas aquellas dudas y contradicciones que la
atormentaban.
- Claro que no – le sonrió burlona pasando el dedo índice por su antebrazo, “no,
hasta que no estés preparada”, pensó, “pronto serás tú la que me lo pidas”.
Maca la miró agradecida. No podía, se sentía incapaz de corresponder. Hacía tanto
tiempo que había cerrado su corazón que por mucho que lo intentaba no era capaz de
encontrar la forma de abrirlo. Lo cerró una noche de borrachera, una noche de locura,
entre gritos y llantos, entre miedos, inmersa en un laberinto de dolor y desesperación del
que no era capaz de salir. Lo cerró y escondió la llave, tan bien, que ahora no se veía
con fuerzas de buscarla y abrirlo de nuevo. Esperaba con anhelo que alguien encontrase
esa llave y la ayudase a salir, librándola de la confusión que sentía, dejando atrás todos
esos errores que había cometido, enterrándolos en el olvido y permitiéndole que la luz
de la felicidad volviese a inundarla. Pero la atenazaba el miedo a caer de nuevo en ese
laberinto de falsos espejos, con reflejos de falsas luces, que la hacían confundirse y
emprender caminos erróneos que la dejaban extenuada, desalentada y más perdida aún
que antes...

- Maca… ya te he dicho que no va a pasar nada que no quieras – le sonrió al verla


tan seria y pensativa – estaba bromeando.
- ¿Sabes lo que de verdad me encantaría! dar un paseo contigo – le dijo de pronto.
- Démoslo – sonrió aliviada al ver que no se había tomado a mal su pregunta.
- No me refiero a lo que hacemos estos días, me refiero de verdad, andar a tu lado,
darte la mano…
- Démoslo – repitió con una sonrisa picarona.
- Claro… - sonrió melancólica - no sé como.
- ¿No?
- No – suspiró.
- Ahora verás – le sonrió.

Recogió todo a la velocidad del rayo lo colocó en la bolsa trasera de la silla y se situó
detrás de ella empujándola hasta el camino. Llegó allí casi sin resuello, por lo empinado
del terreno. Pero una vez arriba la suave pendiente del mismo le permitió coger
carrerilla.

- ¿Qué haces? – exclamó Maca sobresaltada – Esther…

La enfermera soltó una carcajada y cogiendo velocidad saltó encima de la silla


sujetándose a la pediatra con un brazo apoyando su mano en el pecho de Maca.

- Venga, dame tu mano – le pidió riendo, Maca obedeció y la levantó, volviendo a


entrelazar sus dedos.
- ¡Estás loca! – gritó riendo con la excitación que le provocaba el comprobar que
la silla cada vez tomaba más velocidad.
- Sí - admitió la enfermera “estoy loca por ti”, pensó aún subida en el travesaño
trasero
- Nos vamos a matar – se asustó Maca, la silla cada vez corría más y el terreno no
se podía decir que fuese muy regular.
- ¿Nos? – le susurró al oído agachándose un poco – no señora que yo salto en
cuanto se ponga peligroso – soltó otra carcajada y saltó frenando la silla. La
pediatra estaba sonrojada - ¿qué? ¿te ha gustado el paseo?

Maca la miró risueña y con la respiración entrecortada.


- ¿ Te has asustado? – le preguntó riendo - ¡valiente cobardita estás hecha!
- ¿A esto lo llamas paseo! ¡eres peor que María! – le espetó entre asustada,
excitada y divertida.
- Serás desagradecida – rió de nuevo pero una sombra pasó por sus ojos, “María”,
pensó, a la vuelta llamaría a ver si ya sabían algo de la niña, Laura le había
contado que desde que apareció estaba esquiva y triste, Sonia estaba preocupada
por ella y aunque habían intentado averiguar el motivo de su fuga, no lo habían
conseguido.
- ¿Pasa algo? – preguntó Maca al ver que se quedaba pensativa y su rostro se
ensombrecía.
- No, nada.
- No decías que estaba prohibido…
- No pasa nada Maca – la cortó bruscamente a sabiendas de lo que iba a decirle.
- Vale – respondió sin creerla – si he dicho algo que te ha molestado…
- No seas pesada – le sonrió - no has dicho nada, solo pensaba en que debemos
llamar a Madrid – le respondió empujándola de vuelta al jeep.
- Sí, yo también quería…
- Hablar con Vero, ya lo sé – la cortó con tono de hastío.
- No te enfades, solo quería preguntarle por un sueño que he tenido esta noche,
pero nada más – le explicó haciendo una velada alusión a lo que le había dicho
la noche anterior.
- ¿Un sueño? – sonrió divertida por aquella aclaración, Maca daba marcha atrás y
aunque le estaba costando más trabajo del que ella imaginaba hacerla reaccionar,
poco a poco la estaba situando donde ella quería - ¿tan raro era que tienes que
llamar a tu psiquiatra?
- Bueno… más bien una pesadilla.
- Pues cuéntamela a mí. Ya sabes que si se cuentan no se cumplen.
- Claro… en eso estaba pensando yo… ¡a ti te lo voy a contar!
- ¡Oye! – exclamó haciéndose la ofendida - que yo soy muy buena interpretando
sueños – protestó divertida.
- No puedo, sales en él – confesó la pediatra aumentando el interés de Esther.
- Ahora sí que me lo tienes que contar – le pidió impostando la voz.
- No dices que sino no se cumple.
- ¿Y tú no dices que era una pesadilla! ¿cómo puedes querer que se cumpla una
pesadilla?
- No quiero… bueno… no es que no quiera es que no quiero que se cumpla tal
cual.. pero… si he aprendido algo de lo que me dice Vero en estos años…
quizás si que quiera que se cumpla.
- Tú y tus pajas mentales Maca, deberías dejar de darle tantas vueltas a la cabeza y
actuar más – respondió bruscamente molesta por sus continuas menciones a la
psiquiatra.

Maca borró la sonrisa de su cara y la observó detenidamente.

- ¿A qué te refieres? – preguntó extrañada por el tono y sin llegar a comprender


qué era lo que quería decirle, porque la conocía y siempre había un mensaje
oculto en sus palabras pero esta vez no alcanzaba a imaginar cuál..
- A nada.
- Joder, pues para estar prohibido responder “nada”, no paras de hacerlo – protestó
- ¿qué pasa! ¿que quien hizo la ley hizo la trampa! o es que solo me toca a mí
cumplir la norma.
- Va a ser que sí - sonrió.
- ¿Que sí qué?
- Que sí a todo – soltó una carcajada – es lo que hay, estás en mi terreno y te toca
cumplir mis normas, que en tu clínica mandas tú.
- Pues… ¡estamos buenas! – exhaló un suspiro – y… ¿me das permiso para
hacerte una pregunta o solo puedes preguntar tú?
- Claro, dime.
- ¿Por qué te has reído antes?
- Maca… ya te he dicho que siento haberlo hecho. No seas susceptible y no te lo
tomes por dónde no es.
- Vale… - respondió con un nudo en la garganta, ¿por qué tenía que ser todo tan
complicado! cuando lo único que ella quería era ponerse bien y disfrutar de todo
aquello junto a ella.
- ¿Te ha gustado este sitio? – le preguntó cambiando de tema.
- Si – respondió distraída – ¿puedo hacer otra pregunta?
- Si, dime.
- Tú… ¿sabes si Germán… sospecha que me pasa algo más de lo que yo creo?
- No te entiendo, Maca – rió – o te explicas mejor o…
- Quiere llevarme a Kampala y yo… creo que no es necesario pero… él insiste
y… no sé…
- Ah, es eso – se detuvo y se situó frente a ella – no tienes por qué preocuparte.
Germán es así. Siempre perfeccionista. Hasta que no te vea en plena forma
insistirá en hacerte pruebas.
- ¿Seguro?
- Si, tranquila… - le acarició la mejilla colocándose de nuevo tras ella y
empujando la silla – recuerdo una tarde que me dio un dolor de estómago
horrible, y… estuvo a punto de montarme en el jeep y llevarme a Kampala.
- Y… ¿qué te pasaba?
- Comí algo que me sentó mal, suele ocurrir cuando tu cuerpo se está
acostumbrando a todo esto.
- Ya…
- No te preocupes… ya te digo que Germán es así… hasta que no lleguen tus
resultados no se quedará tranquilo.
- Vale… - respondió sin mucho convencimiento.

De pronto, comenzaron a escucharse unos gritos y voces que se acercaban cada vez
más. Ester se detuvo.

- ¿Qué pasa? – preguntó Maca sintiendo que su corazón se aceleraba.

La enfermera no respondió. Las voces cada vez se oían más claras y próximas.
Repentinamente, del recodo del camino salieron dos jóvenes que se situaron frente a
ellas. Los chicos les gritaron algo que Maca no entendía. Se giró hacia la enfermera, que
se había quedado paralizada.

- Esther, ¿qué dicen? Esther… - intentó mirarla angustiada - ¡Esther!..


Pero la enfermera no respondía, su mente se repetía “son ellos, son ellos, tienes que huir
tienes que salir corriendo, vamos corre, corre”. Soltó la silla y dio un paso hacia atrás,
las manos le temblaban, un sudor frío la empapó y su mente solo repetía un
pensamiento “corre, corre”, escuchó la voz de Maca en la lejanía llamándola, no podía
mirarla, solo podía mirar a aquellos chicos que gesticulaban sin parar “no puedes
ayudarla, vamos vete sin ella, con ella no tendrás opciones, corre, corre”.

- Esther… - repitió Maca intentando que la escuchase - ¿qué dicen, Esther?

Los chicos se aproximaron a ellas y la pediatra levantó la mano y les gritó que no se
acercaran. Ellos la miraron y luego se miraron entre sí, parecían alterados y asustados,
Maca estaba segura de que estaban muy nerviosos y parecían muy jóvenes, portaban dos
grandes palos que usaban a modo de cayados, debían ser pastores de los que le había
hablado la enfermera en alguna ocasión. Uno de ellos se acercó peligrosamente, Maca
miró de nuevo hacia la enfermera, el joven pronunció una palabra que Maca no entendió
aunque creyó comprender por sus señas que preguntaban por el hospital. Maca se giró
de nuevo, Esther permanecía con la vista fija en ellos, inmóvil, “el jeep, tengo que llegar
al jeep”, pensaba sin mover un solo músculo.

- Esther… - la llamó Maca de nuevo intentando alcanzar una de sus manos,


apoyadas de nuevo en los asideros de la silla, pero no llegaba.

Entonces se decidió. Esther estaba paralizada y ella debía hacer algo, respiró hondo y
haciendo un esfuerzo, accionó la silla avanzando hacia los jóvenes, que no dejaban de
mirar a la enfermera, la conocían de vista aunque ella no era capaz de recordarlos. Maca
llegó junto a ellos, ambos echaron un paso atrás observándola con curiosidad y
comenzaron a gesticular con grandes aspavientos levantando los brazos y haciendo
señales que Maca no era capaz de comprender. Esther observaba la escena incapaz de
moverse, pero repentinamente, al ver levantar el brazo en el que portaba el palo a uno de
los chicos, creyó que iba a golpear a la pediatra y reaccionó.

- ¡Maca! – gritó corriendo hacia ellos y situándose delante de ella en señal de


protección.

Los jóvenes, sorprendidos, sonrieron y se inclinaron, luego continuaron con sus


exageradas gesticulaciones. Esther, ya dueña de sí, intercambió unas palabras con ellos,
los chicos inclinaron la cabeza varias veces en lo que a Maca le pareció una señal de
agradecimiento y tras lanzarles una sonrisa se marcharon corriendo en dirección
contraria de donde llegaron.

- ¿Qué querían? – preguntó Maca sin dejar de mirar a Esther con el ceño fruncido
y la preocupación escrita en el rostro. Había vuelto a bloquearse y eso no era
buena señal. Al final iba a tener que hablar con ella seriamente y aconsejarle que
buscara ayuda profesional como ya le pidiera Germán.
- Solo saber donde estaba el campamento. Necesitan agua.
- ¿Estás bien? – le preguntó cogiéndola de la mano, la tenía helada – Esther…
- Si… lo estoy… - se giró y la miró esbozando una forzada sonrisa.
- Deberías plantarte el buscar ayuda, no puedes estar...
- Maca... – la cortó secamente – no sigas.
- Pero… Esther…
- ¡Por favor! – le pidió con tal angustia que Maca asintió sin pronunciar ni una
sola palabra más, pero con la intención de intentar más adelante convencerla de
que sola le iba a costar más trabajo superar todo aquel horror – será mejor que
volvamos – le dijo empujando la silla en dirección al jeep – y… no vuelvas a
alejarte de mi, ni a acercarte a nadie hasta que yo no te diga que puedes hacerlo
¿está claro? – la regañó.
- Pero Esther yo solo….
- ¿Está claro o no? – la interrumpió enfadada,
- Muy claro – aceptó sumisa – no te enfades, creí que tú… vamos que pensé que
no podías y creí que yo podría… pero ya he visto que no soy capaz de….
- Maca, lo único que yo quiero es que no te pase nada – se agachó y la besó en la
mejilla - ¿me entiendes?
- Sí, perfectamente – sonrió girando la cabeza para mirarla a los ojos – Esther…
- ¿Qué? – preguntó con un brillo especial en la mirada al ver aquella expresión
misteriosa de la pediatra que de pronto había sentido un deseo desmedido de
protegerla, como ya le ocurriera en Madrid al leer aquel informe.
- Ven – le pidió alargando la mano para coger la suya – para y ven aquí.
- ¿Qué quieres? – sonrió complaciente situándose ante ella.
- Gracias – le dijo con un brillo de emoción en los ojos – gracias por no salir
corriendo y dejarme ahí sola.
- Maca… - bajó la vista avergonzada – he estado a punto de hacerlo – musitó –
me he asustado de dos chiquillos que encima conozco.
- Yo también me he asustado, han salido de pronto, es normal.
- No quiero que me des las gracias, me ha faltado esto – le dijo juntando índice y
pulgar – para...
- Pero no lo has hecho y… estoy orgullosa de ti – le sonrió con dulzura.
- Maca… - la miró y apretó los labios, ¡la quería tanto! no hubiera sido capaz de
perdonarse el haberla dejado allí. Maca leyó aquella culpa en sus ojos.
- Esther… - murmuró con un profundo suspiro – ven….

Tiró de ella y la abrazó, luego se separó despacio manteniendo la cara de la enfermera


sujeta por ambas manos mirándola a los ojos, la atrajo suavemente y el corazón de
Esther comenzó a latir desenfrenado “¡va a besarme!”, pensó sin poder creerlo “¡va a
besarme!”.

Maca sonrió adivinando sus pensamientos y lo hizo, pero con suavidad y en la mejilla,
manteniendo los labios posados en ella durante un segundo eterno y tan cerca de la
comisura que Esther se estremeció. “Te lo debía”, pensó la pediatra recordando el beso
que le dio la enfermera en la cabaña.

- Tú también lo superarás – susurró en su oído.

Esther se incorporó con un suspiro agradecido por lo que significaba y decepcionado


por lo que podía haber sido y parecía que no iba a lograr nunca. Sonrió con suficiencia
cada vez estaba más segura de que conseguiría su objetivo.

- Se me olvidaba.
- ¿El qué? – preguntó Maca perpleja.
- Fui a Jinja a comparte algo.
- ¿A mi?
- Si – dijo rebuscando en la bolsa.
- ¿Qué es? – se interesó tomando la pequeña bolsa de papel que le tendía la
enfermera, lanzándole una mirada de ilusión que Esther ya no recordaba.
- Una tontería – volvió a sonreír.

Maca la abrió y metió la mano, soltando una carcajada.

- Esther… - la miró enternecida y agradecida, ladeando la cabeza de un lado a


otro.
- Son de café – le dijo al verla sacar uno – así no lo echarás tanto de menos.
- ¡Gracias! – exclamó tomando uno de los caramelos.
- Son caseros, no se parecen en nada a los que conoces ¡ya verás!
- Ummmhhhh – lo saboreó entrecerrando los ojos - ¡dios, está buenísimo!
- Me alegro de que te gusten – rió al verla paladear con aquella fruición.
- No sabes lo que echo de menos… - suspiró – un buen café… ¿quieres uno? – le
preguntó tendiéndole la bolsa.
- No, son para ti – respondió empujándola hasta el jeep.
- ¿En serio has ido hasta Jinja solo a por esto? – le preguntó halagada de que fuera
así cuando la enfermera abría la puerta del coche.
- Si – respondió escuetamente dudando si contarle lo demás, su gesto se volvió
pícaro - a por esto y… a por otras cosillas.
- ¿Qué cosillas?
- Ya lo sabrás…. cuando llegue su momento – sonrió misteriosa guiñándole un
ojo.
- Esther… - protestó frunciendo el ceño - ¿no me lo vas a decir! dímelo – le pidió
poniendo cara de súplica.
- No, y no intentes convencerme con tus caritas de niña buena porque no te lo
puedo decir.
- Pero… ¿por qué?
- Porque es una sorpresa y… quizás llegue el día en que puedas disfrutarla.
- Ah, entonces…. ¿cabe la posibilidad de que no?
- Efectivamente – respondió pasando su brazo por debajo de los de la pediatra -
¡vamos! ¡agárrate!
- ¿Y de qué depende? – insistió agarrándose al coche para hacer fuerza y que a
Esther le costara menos trabajo levantarla.
- Solo… de ti – respondió entrecortada por el esfuerzo.
- ¡Joder! perdona, parezco un mueble – se quejó de ella misma, impotente al ver
que no tenía fuerzas para ayudarla – ni siquiera soy capaz de….
- Chist, todavía estás débil, pero pronto te subirás tú sola – la animó sentándola –
ya está – le sonrió pasándole con suavidad la mano por la cabeza.

Maca la miró con una sonrisa agradecida, eso era imposible, pero le gustaba cada vez
más esa forma que tenía de tratarla y obligarla a hacer las cosas, por un lado se sentía
protegida y segura con ella, pero por otro la enfermera confiaba tanto en sus
posibilidades que a veces lograba que se olvidase de sus limitaciones y creyese que era
capaz de todo y eso, tenía que reconocer, que nadie lo había logrado hasta entonces.

- ¿Qué me miras? – le preguntó Esther burlona.


- Nada.
- ¿En qué hemos quedado? – le preguntó en el mismo tono burlón.
- Vale – sonrió – pensaba en que me dices las cosas de una manera que hasta yo
me las creo.
- ¿Qué cosas?
- Pues.. eso… que algún día pueda yo subirme a este jeep sin que me ayudes.
- ¡Ah! eso es seguro – soltó una carcajada mientras guardaba la silla en el coche –
no creerás que voy a estar todo el tiempo revoloteando detrás tuya – le dijo
sentándose a su lado – en cuanto estés mejor se acabaron los mimos.
- Pues… a mi me gusta que revolotees.
- ¿Ves! eso es lo que te pasa, que te has acostumbrado a la buena vida.
- Si, será eso – suspiró intentando abrocharse el cinturón sin conseguir alcanzarlo.
- Pues vete haciendo a la idea de que conmigo se terminó – la miró burlona “daría
lo que fuera porque me dejaras cuidarte toda la vida”, pensó – de aquí en
adelante vas a empezar a moverte tú solita que ya estás mucho mejor.

Maca asintió sin responder. . La enfermera esperaba alguna respuesta pero Maca perdió
la vista en la lejanía del camino, pensativa. “Esther tiene razón, como siga así voy a
terminar por perder el poco tono muscular que me queda, tengo que volver a los
ejercicios y a los masajes, tenemos que irnos de aquí cuanto antes”. Esther la ayudó a
colocarse el cinturón, arrancó el jeep y regresaron sin volver a mencionar el incidente
con los dos chicos, ambas parecían haberlo olvidado, charlando sobre la cena y las
ganas que tenía la pediatra de que, por fin, Germán la dejase tomarse un café.

* * *
Cuando llegaron al campamento, Germán, a diferencia de otros días, no las estaba
esperando, era demasiado temprano y tenía turno de tarde en el hospital. Dejaron el Jeep
y se encaminaron hacia los edificios principales.

- ¿Estás muy cansada? – le preguntó la enfermera cuando atravesaban el patio


central - ¿Quieres que vayamos a la cabaña o prefieres que nos demos una vuelta
por aquí?
- No, estoy muy bien – respondió alegre – lo que me gustaría es ducharme, no sé
yo si el agua esa…
- Maca eres un caso, ese agua ya has visto que es más pura que mucha de la que te
bebes en tu casa.
- Tú si que eres un caso… por meterte conmigo ya no sabes lo qué inventar –
soltó una carcajada – más pura, ni más pura – protestó divertida.
- Anda… sí, vamos a ducharnos – dijo mirando el reloj – aún es temprano.
- ¡Estupendo! ¿Y luego qué hacemos?
- ¿Luego? – preguntó sorprendida de que estuviese tan animada – luego a la cama
y yo te llevo la cena.
- ¿Y no puedo cenar con vosotros en el comedor? – preguntó con una sonrisa –
estoy mucho mejor, no me ha dolido la cabeza en toda la tarde y… estoy harta
de estar todo el día encerrada en la cabaña.
- ¡Claro que puedes! pero… ¿no será mejor que te eches un rato! hoy es el primer
día que sales tan temprano y… yo creo que es mejor que vayas poco a poco.
- Que no, que estoy muy bien.
- Pero… Maca… yo creo que, por hoy, has tenido bastante, mañana salimos más
tarde y te quedas a cenar, ¿vale? – intentó convencerla.
- Por favor – suplicó melosa - Estoy bien, de verdad, no te preocupes… además,
¡tengo mucha hambre!
- ¿Mucha hambre? – sonrió contenta de que fuera así - Pero… ¡cómo no me lo has
dicho antes! – exclamó bromeando – ¡eso sí que hay que celebrarlo!
- Antes… no la tenía, me ha entrado ahora, has venido todo el camino habándome
de comida y claro….
- ¿Te apetece algo en concreto! no tienes que esperar a la hora de cenar, puedo ir a
la cocina y decir…
- No, no – se negó – me comeré lo mismo que vosotros y… me esperaré.
- ¿Seguro! mira que hay cosas que yo creo que…
- ¡Seguro! desde hoy se acabaron las condescendencias, Germán tiene razón,
quiero ser una más aquí – sonrió – no quiero que pienses que soy una pija y
una…
- Lo eres – se agachó y le susurró al oído – hagas lo que hagas, lo eres y… ¡me
encanta!
- ¡Ah! ¿si?
- Si.
- Esther…
- ¿Qué?
- Gracias por los caramelos.
- De nada – rió – es la tercera vez que me las das – le dijo burlona – ya vale ¿no?
- Es que… esta mañana…. Creí que seguías enfadada conmigo por… lo de Vero
y… saber que habías ido hasta allí solo por mí, pues… no sé – clavó sus ojos en
ella y Esther sintió que esa mirada era capaz de derretirla.
- Anda, vamos a la ducha… - se interrumpió con un profundo suspiro - ¡la
necesitamos!

Maca asintió con una mirada picarona, entendiendo el doble sentido de sus palabras.
Esther emprendió la marcha y Maca sonrió sin que pudiera verla, cada vez se sentía más
cómoda con ella, además, ese baño en el río le había devuelto una vitalidad que hacía
semanas que no sentía. Tenía ganas de cenar en compañía, hasta de ver a Germán, reír
sus bromas y discutir con él.

- ¿Crees que podremos tomarnos un café después de cenar en el porche, como


hacéis Germán y tú? – le preguntó animada solo con esa idea.
- Creo que no – sonrió ante su insistencia en el tema – Germán te lo ha prohibido
tajantemente y te aseguro que, cuando se cuadra, no hay quien le lleve la
contraria.
- ¡Me gustaría tanto! – suspiró melosa, girando la cabeza hacia ella con una
mirada soñadora que desarmó a la enfermera incapaz de negarse.
- Aunque… podemos intentarlo.
- ¡Intentémoslo! – propuso ilusionada.

Tras pasar por la cabaña y recoger todo lo necesario, se encaminaron hacia las duchas.
Esther se dirigió a la última donde Kimau había perfeccionado el sistema que montó el
primer día. Maca al verlo se sorprendió.

- ¿Y esto! no me habías dicho que…


- Era una sorpresa, para cuando pudieras venir.
- ¡Muchas gracias!
- A mí no me las des. Germán y Kimau son los que han estado montándolo – le
sonrió - ¿crees que será suficiente con esto?
- ¡Claro que sí! ¡podré ducharme sola!
- Bueno…. – dudó un instante - hoy es preferible que me quede contigo.
- No es necesario, Esther, de verdad.
- Sí lo es, Maca. Quiero ver si es cierto que puedes.
- Te digo yo que con esto si puedo.
- Si no lo digo por el montaje, lo digo por tus fuerzas – respondió con una tímida
sonrisa, no quería que la pediatra malinterpretase sus palabras consciente de lo
susceptible que se ponía con ese tema – ¿ya no recuerdas lo que ha pasado en el
jeep! si ni siquiera puedes …
- Si me acuerdo – la cortó con seriedad frunciendo el ceño.
- No te preocupes, ya mismo podrás sola – le acarició la mejilla – pero hoy es
mejor que me quede contigo, ¿de acuerdo?
- No. Quiero hacerlo sola.
- Maca… solo para ver…
- Sola, Esther.
- Maca… por favor…
- Esther – la miró con tal intensidad que la enfermera supo que iba a dar su brazo
a torcer le dijera lo que le dijese, esos ojos ya la tenían convencida – si te
necesito te prometo que te llamo, pero… déjame que lo intente, no sabes lo que
es tener que estar todo el día…
- Vale, vale, no me digas más – aceptó cortándola – te pongo las cosas aquí y me
espero fuera…
- ¡Gracias!
- Y… ¿si me quedo dentro como la otra vez! así…
- ¡Esther! – protestó impaciente.
- De acuerdo – exhaló un suspiro – pero llámame.
- Que sí, pesada.

La enfermera cerró la puerta de las duchas y permaneció apoyada en la pared junto a


ella prestando atención a todos los sonidos. La escuchó desvestirse, la escuchó hacer
esfuerzos para sentarse en la plataforma, la escuchó empujar la silla y luego, oyó correr
el agua. Una sonrisa se dibujó en su rostro, contenta de que estuviese mucho mejor. De
pronto, toda aquella tranquilidad se alteró con un chillido procedente del interior. Esther
dio un brinco sobresaltada y se precipitó hacia el interior.

- ¡Maca! – exclamó entrando despavorida imaginando lo peor.

La pediatra estaba sentada en la plataforma, chorreando y aún completamente desnuda.


Parecía petrificada y, horrorizada, señalaba hacia la puerta por donde había entrado la
enfermera.

- ¡Maca!., ¡Maca! ¿qué pasa? – preguntó asustada.


- ¡Un bicho! ¡un bicho repugnante! – dijo temblando con cara de espanto y asco.
- ¡Joder! ¡qué susto me has dado, Maca! – protestó aliviada mirando hacia donde
le señalaba con le dedo extendido – solo es una cucaracha – respondió como si
tal cosa.
- ¿Una cucaracha? – su cara cambió a peor - ¡no puede ser una cucaracha! – la
miró con estupor.
- Que sí Maca, que es una cucaracha – le dijo con tranquilidad y una mueca
burlona.
- Échala, mátala o lo que sea – casi gritó - ¡por favor! – dijo dando un retemblido.
- Pero Maca… - rió divertida volviéndose hacia la cucaracha y pasando la vista
por la ducha pensando en qué coger para echarla, nunca le había gustado matar
nada, no era capaz, ni siquiera las cucarachas, no podía evitar sentir lástima por
todos los animales, aunque fueran insectos repugnantes como decía Maca.
- Por favor Esther, por favor… - le pidió con apremio al ver que no se movía –
¡no las soporto!
- Ya me acuerdo – mantuvo la sonrisa en los labios – pero tranquilízate y sécate
que te vas a enfriar. Espera que voy a buscar…
- ¡No! no te vayas – le suplicó – no me dejes con… con eso – la señaló de nuevo y
Esther ya no pudo evitar soltar una carcajada - ¡es gigante!
- ¡Qué exagerada eres! Solo son un poco más grandes – dijo dando un golpe en la
pared y consiguiendo que el animal cayese al suelo corriendo en dirección hacia
la pediatra que soltó otro grito espantada. Esther no paraba de reír, tuvo la
sensación de que Maca se encogía y le pareció a punto de levantarse, pero en
realidad no se había movido. El animal pasó bajo la plataforma y se perdió por
el desagüe del suelo. Maca no podía dejar de temblar, asustada y helada - Ya
está – dijo la enfermera aún riendo – anda sécate, que estás temblando – se
acercó hacia ella con los ojos burlones intentando controlar la risa para evitar
que la pediatra terminara por enfadarse.
- ¿Un… un… poco? – preguntó castañeteando los dientes aún pensando en la
cucaracha y su tamaño – eso debe tener veinte centímetros.
- No llega ni a diez – sonrió – venga coge la toalla.
- ¡No! mira la toalla primero – le dijo con temor – mírala que no halla ninguna
ahí.
- A ver, Maca, que en la toalla no hay nada – respondió con paciencia.
- Mírala, ¡por favor! – insistió desesperada.
- Desde luego, eres un caso – se burló de ella – toma, ¿ves! ¡nada!
- ¿Estás segura?
- Que sí, que no tiene nada – se la tendió y la pediatra la cogió con prevención,
comenzando a secarse.
- Por favor, mira la ropa – le pidió sin dejar de observar el desagüe.
- La ropa no tiene nada, Maca – la miró, y observando que no dejaba de temblar,
cogió su toalla y se la puso por la cabeza y los hombros – anda, ven aquí que te
ayude – comenzando a secarla con fuerza intentando que entrase en calor – deja
de temblar que ya se ha ido.
- No puedo – respondió con un escalofrío – ¡me repugnan!
- ¡Ay, mi niña! que se la iba a comer un bicho inmundo – bromeó divertida – y
¡qué pijita que es ella! – exclamó frotándole los brazos con rapidez y clavando
sus ojos en los de la pediatra.

Maca le devolvió la mirada y la sonrisa, tremendamente agradecida y aliviada con su


ayuda, permanecieron así, en silencio y sin moverse unos segundos, ambas notaron la
magia del momento. Esther sintió un deseo desmedido de besarla y Maca lo notó al
instante. Cogió las manos de la enfermera y con delicadeza las separó de su cuerpo,
donde habían permanecido inmóviles.

- ¡Gracias! Ya puedo yo sola – rompió el momento temiendo que la enfermera se


lanzase.
- Tranquila – respondió Esther mirándola con ternura “no temas, aunque lo desee
no voy a hacerlo hasta que tú no lo desees también” – deja que te ayude – le
pidió sonriente transmitiéndole calma y haciéndole entender que podía confiar
en ella.
- Esther… - la llamó en un susurro que conmocionó el interior de la enfermera -
¡gracias! ¡qué haría yo sin ti!
- ¡Tonta! – respondió con unos ojos llenos de amor que Maca leyó al instante, le
acarició la mejilla con suavidad – venga, vamos a vestirte que todavía me tengo
que duchar yo.

Maca permaneció observándola mientras la ayudaba. No dijeron nada más. No hacía


falta. Cada vez se sentían más cómodas en aquellos silencios, llenos de palabras no
pronunciadas, pero que ambas comenzaban a escuchar llenas de esperanza e ilusión.

Hora y media después, Germán miraba satisfecho hacia la pediatra que mantenía una
conversación con Sara mientras cenaban. La joven había insistido en hacerle los
honores y sentarse junto a ella en el primer día que acudía al comedor, Maca no había
tenido más remedio que sonreír y aceptar, con educación, sentarse junto a ella, por eso
el médico la observaba divertido.

- Deja ya de cachondearte de ella que la vas a cabrear – le susurró Esther al oído.


- No puedo evitarlo – respondió burlón – conociéndola no quiero ni imaginar lo
que está pasando por su mente.
- Pues nada, Sara es muy simpática y las dos son pediatras y…
- Y Wilson está hasta los cojones de parloteo y daría cualquier cosa por estar aquí,
sentada a tu lado.
- A mi me tiene ya muy vista – sonrió contenta de que fuera así.
- Puede ser, pero hay cosas de las que no se cansa uno – bromeó con picardía –
además, no deja de mirarte – le dijo al oído.
- ¡Germán! No digas tonterías.
- No son tonterías son hechos – sonrió de nuevo – y tú a ella, podíais disimular un
poquito, ¿no?
- ¿No te parece que está un poco alicaída? – le preguntó cambiando de tema sin
intención de seguirle la burla - no debía haber venido a cenar, ya le dije que….
- Yo la veo mejor que ningún día…
- Sí, pero esta tarde estaba muy animada, ¡si la hubieras visto! ¡hasta se ha
duchado sola! – le contó orgullosa de ella - y ahora…. ¡parece tan cansada!
- ¿Se ha duchado sola?
- Sí – le dijo bajando la voz temiendo que no le pareciera bien – insistió y… no
supe negarme – se justificó.
- Has hecho bien, aunque con precauciones, es bueno que empiece a hacer sola las
cosas.
- Entonces, ¿no te parece cansada! no sé si soy yo pero… la veo… - se
interrumpió mirándolo dubitativa - ¿crees que es mejor que me la lleve ya a la
cabaña?
- Sí, pero espera a que termine de cenar y, luego os vais – le aconsejó – Y… no te
preocupes, es normal que esté cansada, es el primer día que sale tanto rato
seguido. Por cierto, tengo que felicitarte.
- ¿A mí, por qué? – preguntó con curiosidad.
- No sé lo que habrás hecho pero has conseguido que, en unas horas, parezca otra.
- No he hecho nada, me diste tú la idea cuando me echaste la bronca esta mañana.
- ¿Yo?
- Sí, tú – sonrió burlona – me dijiste que volvía alterada de nuestros paseos y me
puse a pensar en cosas que pudieran relajarla y… - enarcó los ojos misteriosa –
¡a ver si adivinas donde hemos pasado la tarde!
- No sé, conociéndote se te puede haber ocurrido cualquier cosa.
- La he llevado a la ensenada – le contó bajando la voz para que Maca no pudiera
oírla al otro lado de la mesa.
- ¿Y qué tal! ¿le ha gustado el sitio?
- ¡Le ha encantado! – exclamó aún eufórica de la tarde que habían compartido sin
acordarse lo más mínimo del bloqueo que había vuelto a repetirse – nos hemos
bañado y…
- ¿Qué! ¿bañarse en el río? – preguntó alzando la voz provocando que los demás
se girasen hacia ellos.

Maca también levantó la vista y las miradas de ambas se cruzaron, Maca frunció el ceño
y Esther le dio un puntapié por debajo de la mesa al médico.

- ¡Ya la has liado! – exclamó – después de la bronca que le eché por contarle a
Vero nuestros paseos…. ¡verás la que me espera!… y con razón – protestó
mirando a la pediatra con temor de que se molestase al darse cuenta que le
estaba contando a Germán lo que habían estado haciendo toda la tarde.
- Me da tres leches la tal Vero, los paseos y las tonterías que os traéis, ¡ostias! –
respondió enfadado - ¿dónde coño tenéis la cabeza las dos? ¡Joder!
- Pero Germán… tampoco es para ponerse así – protestó levemente comenzando a
asustarse de su exagerada reacción - ¿qué pasa! ¿no me estarás ocultando algo
de Maca que deba saber? – inquirió recordando repentinamente la pregunta que
le había hecho la pediatra hacía unas horas acerca de su salud.
- No te oculto nada, pero ya no sé como decirte que hay que tener mucho cuidado
con ella…
- No creí que fuera para tanto… hace calor y…, te juro que no ha pasado frío ni…
- ¡Estás loca! aún no sabemos a que se debe ese líquido en el pulmón. Ya sé que
quieres que disfrute pero piensa un poco, joder.
- Ya está mejor y… mira qué bien está cenando hoy.
- ¡Claro que está cenando! si te las has llevado por ahí sin comer – le reprochó
mostrándole su enfado.
- ¿Cómo que sin comer? – preguntó abriendo los ojos manifestando que
desconocía que fuera así.
- Ya te dije que le dolía mucho la cabeza, y ya sabes que cuando se pone así… no
hay manera de que tome algo.
- No me ha dicho nada... – comentó pensativa mirando hacia ella, Maca se sintió
observada y levantó la vista, sonriéndole desde lejos, Esther le devolvió la
sonrisa – creí que habría tomado algo…
- Pues no.
- Bueno… pero antes me has dicho que no me preocupe – lo miró enarcando las
cejas inquisitivamente - ¿tú la ves mejor o no! porque si lo que quieres es
preocuparme otra vez, lo estás consiguiendo.
- Sí – reconoció - Ya sé que está mucho mejor, y que come más, y hasta está más
animada…, cuando no discute contigo, claro – le dijo volviendo a su habitual
tono burlón consiguiendo que Esther se sintiera ligeramente aliviada - Pero no
puede excederse, Esther, te lo pido por favor. Hasta que no tengamos los
resultados no quiero que corra riesgos. Siguen dándole esos ataques de tos, la
tensión se le sube cada dos por tres, por no hablar de esos dolores de cabeza….
Y… no me gusta.
- Tienes razón – dijo cabizbaja – lo siento.
- Si no se trata de que lo sientas o te disculpes, solo de que tengáis más cuidado –
le recomendó enarcando las cejas – parece mentira que sea médico – comentó
mirando hacia la pediatra, frunciendo de nuevo el ceño - Mañana no sale.
- ¿Qué?
- Que mañana se queda aquí el día entero. Quiero hacerle más pruebas y controlar
esa tensión. Le ha subido demasiado.
- Pero Germán… no creo que sea necesario… puedes hacerle las pruebas por la
mañana y luego dejar que salgamos …
- ¿Me contestas a una pregunta? – la interrumpió con genio frunciendo el ceño
nuevamente.
- Si – murmuró mirando de reojo hacia Maca que otra vez había vuelto a levantar
la cabeza observándolos ante el tono del médico – pero no hables tan alto.
- ¿Tú quieres de verdad a Maca? – le dijo con gravedad.
- ¿A qué viene eso! ya sabes que sí – susurró molesta por su tono - ¿por qué me lo
preguntas?
- Porque empiezo a creer que lo que te pasa es que tienes un calentón de cojones y
que te importa un carajo lo que le pase.
- Germán no tienes derecho a… - dijo con voz ronca enfadada - ¡eso es mentira! -
fue ahora ella la que elevó el tono y se interrumpió al ver que todos la miraban.
- ¿Ocurre algo? – preguntó Jesús interrumpiendo su charla con Maika.
- No – sonrió el médico hablando para la mesa – ya sabes… a la señorita le ha
sentado mal una de mis bromas – la estrechó contra él.

Esther lo empujó levemente separándose de él, molesta, pero sonrió con cara de
circunstancias y Maca la miró segura de que no se trataba de eso, “¿Qué coño pasa?”, se
preguntó alertada. Sara se dio cuenta de su expresión e interpretó que le preocupaba que
estuviesen discutiendo.

- No se preocupe, siempre están igual – le explicó Sara a Maca bajando el tono


con complicidad – no hay que escucharlos, nunca llega la sangre al río - la
pediatra asintió, sin quitar ojo a la enfermera que había enrojecido
completamente.

El silencio se hizo en la mesa, hasta que Maika se levantó y preguntó cuántos querían
café. Maca miró hacia Esther y Germán con ojos suplicantes, ¡deseaba tanto tomarse
uno! estaba comenzado a convertirse en una auténtica obsesión, pero el médico negó
con la cabeza y la pediatra suspiró y decidió obedecer, aunque estaba segura de que era
lo que necesitaba, porque estaba empezando a notar que le pesaban los ojos, había
comido más de lo que debía y la voz monótona de Sara le estaban provocando una
somnolencia que pronto no iba a ser capaz de disimular. Cuando la chica se marchó
hacia la cocina Sara continuó con su parloteo y Maca intentó prestarle atención a lo que
le contaba. Los demás hicieron lo propio y continuaron con sus conversaciones.
- Entonces ¿queda claro que mañana no sale de aquí y que se acabaron las locuras
como la de hoy? - le preguntó Germán a Esther bajando la voz para que no le
reprendiera.
- De acuerdo, te prometo que no volverá a pasar. Pero me parece exagerado, hoy
mismo querías a toda costa que la sacase y ahora… - se interrumpió al ver la
cara del médico – vale, haré lo que tú digas.
- Bien – dijo enfadado.
- ¿Puedo pedirte un favor?
- Claro – respondió más suave - ¿qué pasa?
- No le digas nada a Maca. Está mucho más animada y no quiero que se preocupe.
Tiene miedo de lo que pueda tener. La has asustado al decirle que quieres
llevarla a Kampala.
- ¿Y qué le vas a decir entonces?
- Ya pensaré algo – sonrió – pero tú no le digas nada.
- De acuerdo – suspiró ladeando la cabeza, pensativo. Y clavó sus ojos en la
pediatra que continuaba escuchando a Sara, tenía la sensación de que cada vez
parecía más cansada.

Efectivamente, Germán no se equivocaba, al otro lado de la mesa, Sara no dejaba de


hacerle preguntas a Maca sobre su investigación del aneurisma congénito.

- No puede imaginarse la ilusión que me hace tenerla aquí – exclamó con


sinceridad.
- Sara ya te dije que me tuteases.
- Claro, perdón.
- Esther me comentó que estuviste trabajando en el norte del país – intentó
cambiar de tema harta de hablar de su trabajo.
- Sí, pero mi vida no es interesante, en cambio ¡la suya! – volvió a exclamar
volviendo al tratamiento de usted.
- La mía es como la de cualquiera.
- Pero ¡qué dice! antes de venirme aquí la vi en todas las revistas y en la prensa.
Su proyecto es interesantísimo y… a cualquiera le encantaría colaborar en algo
así. Imagino que no le quedará mucho tiempo para su vida privada.
- Sara, espero que no te moleste – la miró con seriedad – prefiero no hablar de mi
vida.
- Disculpe, no era una pregunta…. – se apresuró a decir enrojeciendo.
- ¡Por favor! tutéame – insistió molesta.
- La costumbre – sonrió enrojeciendo un poco.
- ¿Mucho trabajo hoy? – intentó probar con otro tema para distender la tensión
que se había creado y que dejara de interrogarla sobre su vida y sus
investigaciones.

Sara captó, finalmente, que Maca no estaba dispuesta a seguir con aquella conversación
y aceptó con gusto el giro de la charla.

- Sí, mucho – reconoció – si le apetece mañana puede venirse conmigo y le


explico como funciona todo esto.
- Claro, me encantaría – respondió cansada, la chica estaba consiguiendo
marearla, miró hacia Esther en un intento de que la enfermera reconociera en su
gesto que estaba deseando que la rescatase pero Esther seguía hablando con
Germán y no se percató de su súplica.
- Hoy ha entrado un joven que le habían dado una paliza tremenda, han debido
golpearlo con estacas, lo han pateado y…

Maca estaba con la vista fija en ella, su voz comenzó a resultarle monótona y se alejaba
cada vez más, recordó los chicos del camino e intentó prestar de nuevo atención de
nuevo. Quizás tuviera algo que ver con aquel ingreso.

- Debieron saltarle encima porque tenía un gran hematoma en el pecho,


imaginamos que cogerían y desde arriba…. Además estaba asustadísimo,
levanté los brazos así…

Aquellas palabras sumadas al gesto de la joven y a las imágenes que producía en su


cabeza, en un intento de recrear lo que le había sucedido al chico, le provocaron un
fogonazo y…, ya no estaba allí, sintió un escalofrío, una sucesión rápida y confusa de
imágenes se agolparon en su mente, los golpes, las patadas, la angustia de no poder
respirar, y aquellos ojos fríos como el hielo, los zapatos impolutos, el sol cegándola y
aquella voz “antes habrá un día en que nos divirtamos… tu y yo”, “nos vemos,
doctora”. Se llevó una mano a la cabeza que había empezado a dolerle intensamente, la
otra la dejó caer en el lateral de la silla, inclinó la cabeza cerrando los ojos y exhaló un
leve gemido…

- ¿Se encuentra bien? – le preguntó Sara poniéndole una mano en el hombro


intentando sujetarla, temiendo que cayese hacia adelante.
- ¡Maca! – saltó Esther con rapidez de su asiento seguida de Germán.
- Wilson ¿qué ocurre? – le preguntó el médico al ver que permanecía con los ojos
cerrados, respirando entrecortadamente – vamos a tumbarla – ordenó cogiéndola
y echándola en el suelo – Sara levántale las… - se interrumpió al ver que la
chica ya estaba en ello.
- Maca … - le dijo Esther cogiéndola de la mano
- Wilson, ¿me oyes! Wilson – repitió Germán intentando que reaccionara.

La pediatra abrió los ojos desconcertada, le dolía el pecho, estaba mareada,… ¿qué
había pasado? Esther le sonrió.

- Maca …
- La cabeza – murmuró – me duele mucho – levantó los ojos intentando
enfocarlos pero no podía – Esther… - la llamó asustada.
- Maca, tranquila – le dijo cogiéndola de la mano manteniendo la sonrisa en sus
labios, Maca consiguió fijar los ojos en ella y esa sonrisa disipó la sensación de
miedo profundo que sentía y que la hacía temblar – estoy aquí.
- A ver, Wilson, mírame – le ordenó el médico y Maca obedeció, girando la
cabeza hacia él con lentitud – sigue mi dedo con los ojos – le ordenó y Maca
frunció los labios en una leve sonrisa, obedeciendo.
- Estoy bien, Germán – dijo intentando incorporarse – estoy bien.
- ¡Joder! Espera un poco – exclamó el médico tumbándola de nuevo y tomándole
el pulso – espera un momento – respiró, aliviado, al verla consciente y orientada.
- Estoy bien – repitió mirando a la enfermera que estaba más pálida que ella
debido al susto que se había llevado.
- Vamos al hospital – ordenó Germán.
- ¡No! no hace falta – se opuso con rotundidad Maca – ya se me pasa, solo
necesito tumbarme un rato.
- Estás tumbada, Wilson.
- Quiero decir en la cabaña – se corrigió, “ya sé que estoy tumbada”, pensó –
ayúdame a levantarme. Estoy bien – repitió abochornada – vamos a terminar de
cenar.
- De eso nada, vamos al hospital – le dijo autoritario, cogió la silla, la incorporó
con delicadeza ayudado por Jesús y la sentaron en ella.
- Lo siento… - murmuró Maca mirando a todos, a la mayoría no los recordaba y
solo podía pensar en el ridículo que acababa de hacer. El primer día que acudía
al comedor y ya había tenido que dar la nota.
- Tranquila – le sonrió Esther al verla alterada – no pasa nada.

Germán salió con rapidez del comedor y tomó la dirección del hospital.

- Germán, ¿a dónde vamos! te digo que estoy bien - protestó.


- Me da igual lo que digas.
- Esther… por favor – pidió Maca con voz débil en un intentó de buscar la ayuda
de la enfermera.
- Germán, escúchala un momento – le suplicó Esther, cuando ya estaban en la
puerta del edificio.
- Muy bien, Wilson, te escucho – se detuvo situándose frente a ella con los brazos
cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido.
- No hace falta ir al hospital, solo me he acordado de algo y… me he puesto tan
nerviosa que… me ha empezado a doler la cabeza.
- Has perdido el conocimiento unos segundos y no me gusta nada.
- Te digo que no, no lo he perdido, solo… me he acordado de algo. Ha sido como
un flash.
- ¿Algo de qué? – le preguntó con seriedad, incrédulo.

Maca miró hacia Esther angustiada. No quería hablar de aquello. Solo de rememorar
esas imágenes el pánico se apoderaba de ella y la sensación de angustia crecía,
provocándole un dolor muy intenso en el pecho, hasta el punto de dejarla sin
respiración.

- Germán, yo creo que lo mejor es que Maca se vaya a descansar – le dijo


haciéndole una seña con los ojos, que él captó con rapidez – y se tranquilice.
- A ver, ¿qué te pasa, Wilson? – se agachó a su lado, la pediatra había recuperado
el color rápidamente y parecía segura de lo que decía, aunque seguía estando
alterada – si quieres ir a la cabaña vas a tener que convencerme con algo más
que eso de los recuerdos y el flash ese.
- Sé que estás pensando y te aseguro que te equivocas. No quiero ir otra vez ahí
dentro, me… me… no quiero – repitió sin ser capaz de expresar lo que sentía
dentro de aquella sala inmensa, rodeada de gente que la miraba sin cesar, de
pacientes que necesitaban la cama mucho más que ella, de aquel olor… - Me
asaltaron y he recordado algo… imágenes sueltas de ese día – le explicó,
finalmente, con voz temblorosa.
- Bien, no te angusties, vamos a hacer una cosa, te echas un rato y ahora voy a
verte – posó su mano en las de la pediatra que no dejaban de temblar - ¿Tienes
frío? – le preguntó preocupado.
- Sí, un poco.
- El dolor de cabeza, ¿ha disminuido?
- Si, solo ha sido como… un pinchazo intenso, pero ahora casi no me duele.
- Wilson… vamos al hospital… por favor – le pidió, por primera vez, intentando
no imponerse y desdiciéndose de sus palabras.
- Germán, soy médico y te digo que vas a perder el tiempo. Estoy bien – insistió
con tal seguridad que el médico terminó por ceder.
- Bueno… vamos a la cabaña… - aceptó con seriedad – Esther, métela en la cama
y tómale la temperatura. Creo que te va a subir la fiebre – dijo poniéndole una
mano en la frente - Yo voy en un momento, quiero tomarte la tensión y sacarte
sangre, y… te voy a monitorizar un rato, me da igual que quieras o no – le dijo
alejándose en dirección al hospital.

Esther permaneció en pie junto a ella, mirando hacia su amigo y con una expresión
extraña, Maca giró la cabeza y la observó, preguntándose en qué estaría pensando. La
pediatra notó lo pálida que estaba y sintió un pellizco de preocupación.

- Esther… ¿estás bien? - le preguntó con el ceño fruncido ante la sorpresa de la


enfermera.
- ¿Yo! si, si claro - respondió distraída – solo estaba pensando en... en Germán
y… en algo que me dijo antes.
- No te preocupes, en serio que estoy bien, Germán exagera – le comentó
imaginando lo que le ocurría.
- Puede ser, pero… tiene razón, es mejor no correr riesgos.
- Solo ha sido eso…., de verdad – dijo con voz apagada – me he asustado.
- Ya… - la miró apretando los labios, no quería discutir con ella - no lo creo
Maca, hacía rato que tenías mala cara – le confesó clavando sus ojos en los de
ella – si estabas mal… ¿por qué no le has dicho nada a Sara?
- Porque estaba bien – insistió – solo estaba un poco mareada.
- ¿Y por qué no lo dices? – le preguntó enfadada.
- ¡Claro! El primer día que salgo y le digo “chica cierra el pico que me estás
poniendo la cabeza como un bombo” – respondió molesta.
- Bueno no te alteres más – le pidió con una sonrisa - ¿sigues mareada?
- Un poco… - reconoció – pero ya se me está pasando.
- ¿De qué es de lo que te has acordado? – le preguntó con curiosidad
- Creo que… conozco su voz – le dijo abrazándose a sí misma, no podía dejar de
temblar.
- ¡Vamos! tienes frío, será del shock.
- ¿Qué shock, Esther? – preguntó con sorna - ¿por qué sois tan exagerados?
- Porque aún no estás bien. Y no es exageración, estás temblando y debemos estar
a unos treinta y cinco grados.
- Vale, pero… te repito que sé lo que digo, en todo caso solo ha sido una bajada
de tensión sumada a las alteraciones térmicas que me quedan de la insolación.
- Maca, aunque seas médico hay cosas que no puedes asegurar. Hace nada que
saliste del coma y las secuelas….
- Las secuelas de un golpe en la cabeza me las conozco al dedillo – respondió
cansada de la conversación - ¡es la tercera vez que me pasa! y te aseguro que no
es eso.
- ¿La tercera? – preguntó sorprendida parándose frente a la cabaña y situándose
delante de ella – yo creía que… ¿cuál es la tercera? – dijo mirándola interesada.
- No tengo ganas de hablar de ello – respondió mohína, desviando la vista y
provocando que la enfermera apretara los labios decepcionada.
- Perdona, no quería… anda, vamos a acostarte.
- Perdona tú – se disculpó por el tono anterior – mañana te lo cuento ¿vale? – le
sonrió conciliadora.

Esther asintió devolviéndole la sonrisa, no debía ni cansarla ni alterarla más de lo que ya


estaba pero no había podido evitar sentir curiosidad y desear saber qué le había
ocurrido, sobre todo, después de esa expresión hermética que había ensombrecido su
rostro.

- ¿Estas mejor?
- Esther ya os he dicho que estoy bien - suspiró vencida – créeme, por favor – le
pidió mostrándole su hastío, no podía con los dos. Si no querían escucharla que
no lo hicieran, ya comprobarían que ella tenía razón.

Esther volvió a asentir sin tenerlas todas consigo, sabía lo cabezona que era Maca y se
temía que lo único que pretendiera con esa insistencia, fuera no molestar más. Pero
decidió no perseverar y optó por cambiar de tema.

- Antes… me has dicho que te sonaba su voz, ¿lo has reconocido! ¿sabes quien
era? – le preguntó – porque si es así, tendrías que llamar a… - guardó silencio al
ver la cara que le estaba poniendo.

Maca había fijado unos espantados ojos en ella, había palidecido y, de nuevo, parecía
angustiada, sus manos comenzaron otra vez a temblar solo de pensar en aquellas
imágenes.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó inclinándose hacia ella. Maca negó con la cabeza –
Maca dime que te pasa - insistió.

Tras un par de segundos la pediatra, respondió.

- Eran… eran sensaciones, no sé… veo… cosas sueltas, sin sentido - se


interrumpió y su respiración se aceleró de nuevo – no estoy segura pero…
- Tranquila, Maca, ya te acordarás – la acarició con ternura al ver que se alteraba
de nuevo, arrepintiéndose de haberle preguntado.
- Creo que eran tres o…. dos… no sé, pero no era la misma voz… quería
ayudarme y luego… se rió de mí – exhaló un suspiro y miró hacia sus manos
que jugueteaban nerviosas con la cinta del pantalón.
- ¿Quería ayudarte? – se sorprendió y se preocupó a un tiempo, Maca parecía
decir incoherencias - ¿cómo iba a querer ayudarte?
- Si, me decía que le diera la mano pero luego… no sé, era como un sueño que…
no sé… - se detuvo mirándola con desesperación - ¿Esther, si… si lo conozco…,
lo intentará de nuevo, verdad?
- No te preocupes ahora por eso, aquí no puede hacerte daño – le sonrió – además,
Isabel ha hecho muchos avances.
- ¿Isabel? – preguntó como si no supiera de quien hablaba pero luego abrió los
ojos desmesuradamente - ¿qué avances! ¿has hablado con ella! ¿ha detenido a
alguien? – preguntó con precipitación – ¡dime! ¿qué avances?
- Maca, tranquilízate, por favor – le pidió llevándola hasta la cama y situándose
frente a ella.
- Pero ¿qué te ha dicho? – la apremió.
- No me ha dicho nada, porque no he hablado con ella – le dijo con lentitud
intentando transmitirle serenidad.
- No me mientas Esther – le pidió con la desesperación escrita en la mirada.
- Te quieres calmar – le ordenó, cogiéndola por debajo de los brazos y sentándola
en la cama – ahora te vas a echar y te vas a tomar esto.
- ¿Qué es eso? – preguntó sin hacerle el menor caso mirándola asustada.
- Tus pastillas – respondió con paciencia.
- ¡No! No quiero nada... no quiero nada… - repitió casi histérica.
- Pero Maca… - la miró extrañada - ¿me estás escuchando! son tus medicinas, las
que tomas siempre. A ver – dijo colocándole la almohada – así, primero, échate
- Pero no me tumbes, he comido demasiado y ahora…
- Ahora vas a respirar hondo un par de veces, vas a dejar de darle vueltas a la
cabeza y… vas a tranquilizarte – habló con autoridad y calma, sorprendida por
su reacción.
- Pero… ¡contéstame! – la instó - ¿qué sabes de Isabel?
- Maca.. no te voy a contestar hasta que no te calmes – la chantajeó – al final, con
los nervios, vas a acabar vomitando.
- Vale – respiró hondo sin apartar la vista de ella, imitándola e inspirando con
lentitud varias veces, hasta que se sintió mejor.
- Así, muy bien – le sonrió la enfermera levantándose de su lado – tienes que
aprender a controlar esos nervios, antes no eras así.
- Antes no tenía a nadie acosándome día y noche.
- Tienes razón debe ser desquiciante.
- ¡Ya me ves! – suspiró y en un tono más suave – ha habido temporadas en las que
me he acostumbrado tanto que ni me acordaba de guardar precauciones y
otras… que no soy capaz de pegar ojo.
- La verdad es que no puedo imaginar… - se giró hacia ella desde el armario –
bueno… quizás si… - murmuró pensando en que debía ser parecido a lo que ella
sintió cuando llegaron a Nairobi, la sensación perenne de que esos guerrilleros
estaban acechándola en cualquier recodo del camino. No se había parado a
pensar en ello, la miró con ternura y se acercó a la cama.
- Te vas a reír pero… no sé por qué, antes.. cuando… cuando dejé de recordar, lo
primero que se me ha venido a la cabeza es el novio de Sonia.

Esther que estaba poniéndole una manta encima levantó los ojos hacia ella mostrando su
sorpresa y su interés.

- ¿Qué quieres decir?


- No sé, que después de ver esas imágenes, cuando me tumbasteis en el suelo,
pensé en él. Es como si… - se detuvo sin encontrar las palabras que explicasen
lo que sentía - me da escalofríos ese chico – reconoció dando un retemblido.
- Lo que te da escalofríos es la fiebre, creo que te ha subido de nuevo – le sonrió
buscando el termómetro, distraída, sin dejar de darle vueltas a lo que acababa de
escuchar. Esa asociación de imágenes de la pediatra era más que significativa.
- ¿A ti no te pasa lo mismo con él?
- ¿Me estás diciendo que has recordado que fue él quién te atacó?
- No, no, yo… recuerdo otra voz y… creo que era rubio… no sé – dijo dejando
que la enfermera le pusiera el termómetro.
- Maca… estás helada… ¿no habrás cogido frío en el río? – preguntó con temor
recordando la conversación que mantuvieron.
- No, seguro que no – la miró y esbozó una sonrisa – tengo un poco de frío pero
estoy bien.
- Deja de decir que estás bien porque no lo estás – le dijo con genio harta de que
Maca no terminase de recuperarse y asustada por lo que pudiese significar – y
deja de ser tan cabezona y de hacer lo que te da la gana y hazle caso a Germán.
Estoy harta de que cada vez que parece que mejoras…

Maca desvió la vista con las lágrimas saltadas, ¿por qué le hablaba así! llevaba días
haciendo todo lo que le decían, y si esa tarde había consentido en salir tanto rato era
solo por agradarla, y lo cierto es que se lo había pasado tan bien que se olvidó de todo y
se sintió mucho mejor, pero no creía que se mereciera ese tono, alguna vez protestaba
por algo, pero les había obedecido siempre a los dos. Esther se arrepintió
inmediatamente de haberle hablado así al ver cómo le afectaban sus palabras.

- Perdóname, no quería ser tan brusca… Maca… - la llamó girándole la cara hacia
ella pero la pediatra la volvió de nuevo molesta y entristecida – Maca… mírame,
¿me perdonas?

Maca asintió sin ser capaz de pronunciar palabra, el nudo que tenía en la garganta se lo
impedía. Estaba nerviosa, estaba triste, se sentía sin fuerzas y tenía miedo, mucho
miedo.

- Solo estoy nerviosa porque me has dado un susto de muerte. Germán estaba
calentándome la cabeza con que debemos tener cuidado y justo en ese momento
vas y te desmayas – se explicó pasando su mano con delicadeza arriba y debajo
del lateral de su cuerpo, acariciándola e intentando darle calor – no tenía que
haberte hablado así, pero, no llores, por favor.
- No me he desmayado. Me daba cuenta de todo – protestó - Y… no lloro – dijo
con un hilo de voz.
- Entonces… ¿qué te pasa?
- No sé… que estoy muy cansada – respondió con tanta intensidad que Esther se
aproximó aún más a ella y la abrazó – muy cansada, Esther.
- Lo siento, la culpa es mía, por querer forzarte… - continuó abrazándola – si ya
te vi esta tarde que no tenías muchas ganas de salir tan temprano, pero creí que
te vendría bien y que te animarías... , pero… no teníamos que habernos bañado
en el río, deberíamos haber vuelto antes y no deberías haber ido a cenar al
comedor.
- No es eso… ¡me lo he pasado tan bien contigo! – suspiró y la miró con tal brillo
en los ojos, tanto énfasis en sus palabras y una expresión soñadora que la
enfermera no pudo evitar sentir un cosquilleo en el estómago.
- Entonces… ¿de qué estás cansada?
- De… de todo… de sentir miedo... de no recordar… de lo que me espera cuando
volvamos, de… de todo – murmuró separándose de ella – Esther… yo….
- Chist, vale, ya está. Ahora vas a dormir, y descansar, ¿de acuerdo? Y yo voy a
estar aquí, contigo, toda la noche. Aquí no tienes que tener miedo de nada.

Maca asintió y la miró agradecida, estaba más tranquila. Esther se dio cuenta de ello,
sonrió aliviada de que fuera así, miró el reloj, Germán estaba tardando demasiado y
decidió ir en su busca.

- Voy a ir un momento fuera, pero vuelvo enseguida – le dijo soltándole la mano.


- Lo siento, te he dejado sin tu café.
- No es eso, boba, me extraña que Germán tarde tanto – le explicó – conociéndolo
ya se habrá parado en el hospital a cualquier cosa.
- Déjalo, si tarda es porque estará ocupado – le sonrió afable – ya vendrá.
- No. Voy a buscarlo. Necesitas dormir y no quiero que llegue dentro de un rato,
despertándote.
- ¡Gracias!
- Sigues helada y tienes fiebre – le dijo mirando el termómetro – por eso tiemblas.
- Ya lo sé, no es nada, Esther, es una reacción física normal – respondió con
autoridad – verás como con la manta entro en calor en unos minutos y se me
pasa.
- Lo que vas a conseguir es que te suba más, sería mejor que te taparas solo con
las sábanas.
- Ahora me la quito – respondió arrastrando las palabras cansada de que nada le
pareciera bien.
- Bueno…, tú tranquila, vengo en un momento.
- Déjame el bacín a mano, por favor – le pidió y al ver la expresión enfadada que
le estaba poniendo la enfermera añadió – solo por si acaso.
- Maca…
- Lo siento, no puedo evitarlo.
- Intenta controlarte, Maca – la regañó – sabes que son los nervios.
- Vaaale… - respondió sin ganas de discutir, no eran solo los nervios, tenía el
cuerpo cortado y Esther debía saberlo – es normal sentir náuseas después de lo
que me ha pasado – murmuró para sus adentros cuando Esther ya se iba.
- Te he oído – le dijo casi en la puerta – y ya lo sé – sonrió – pero intenta
controlarte.

La enfermera abrió la puerta pero Maca lo último que deseaba era quedarse allí sola.

- Esther – la llamó.
- ¿Qué? – se detuvo ya con la mano en el picaporte.
- ¿Puedes venir un momento?
- Claro – llegó junto a la cama con rapidez - ¿qué te pasa! ¿quieres que te ponga
mejor la almohada?
- No. No me pasa nada… es solo que... – la miró y guardó silencio no sabía qué
decirle para que no saliera de allí.
- No tardo ni un minuto Maca – le dijo sentándose en el borde de la cama y
colocándole el pelo tras la oreja descubriendo lo que le ocurría – no tengas
miedo que aquí estás a salvo.
- Ya lo sé – respondió esbozando una tímida sonrisa que mostraba lo avergonzada
que le hacía sentirse el comportarse de aquella forma, pero no podía evitar esa
sensación de angustia y temor – pero… no tardes.

Esther se agachó y la besó en la mejilla, dedicándole una dulce caricia. "Te quiero", le
dijo mentalmente, reflejando ese sentimiento en su mirada y consiguiendo que la
pediatra se estremeciese al adivinarlo.

- Vengo en un segundo – intentó marcharse de nuevo, sin embargo Maca la cogió


de la mano y la retuvo.
- ¿Por qué discutías con Germán? – le preguntó repentinamente, buscando que la
enfermera no se marchara de su lado.
- No discutía – respondió molesta, mucho había tardado en echarle en cara que le
hubiese contado al médico su paseo.
- Pues él parecía enfadado y tú… - la miró en silencio, no quería que creyese que
le estaba reprochando nada y por su gesto adivinó que eso era precisamente lo
que estaba ocurriendo.
- ¿Yo qué? – la instó a que terminase.
- Avergonzada y… enfadada también.
- No te preocupes que Germán y yo siempre estamos discutiendo pero nos
queremos muchísimo – le dijo con tal intensidad en el “muchísimo” que Maca
sintió que se despertaban todas sus alertas. Notó una oleada de injustificados
celos y frunció el ceño, molesta, pensando en lo que significaba aquello, pero
optó por no decirle nada al respecto.
- Pero… ¿no era por mí?
- No entiendo… por ti ¿qué! ¿la discusión?
- Si – admitió – me daba la sensación de que me mirabais y… yo no quiero
molestar, Esther…, ya estoy mucho mejor… y… entiendo que Germán pierde
mucho tiempo conmigo - se detuvo y calibró como decírselo sin que pareciese
que no estaba a gusto allí – es normal que se impaciente.
- Maca… - intentó interrumpirla.
- No, Esther, espera. Sara me ha estado contando los problemas que tenéis en el
hospital. Y los pocos medios que hay, os faltan medicamentos, os faltan camas
y…
- Maca eso no tiene nada que ver contigo, Germán…
- Esther, por favor, escúchame – le pidió y la enfermera asintió dispuesta a
hacerlo - Mañana vamos a ver cuales son los próximos vuelos y… nos vamos
cuanto antes, ¿de acuerdo? En Madrid, Cruz puede hacerme todas las pruebas
que hagan falta – terminó enarcando las cejas esperando una respuesta
afirmativa de la enfermera que se había quedado escuchándola pacientemente
sorprendida de que Maca siempre le hablase como si no trabajase para ella y
siguiese perteneciendo a todo aquello.
- Maca, primero, aquí tú no molestas, segundo, mañana no vamos a buscar ningún
vuelo salvo que quieras estar escuchando a Germán el resto del día y, tercero, yo
ya he hablado con Laura, nos iremos en el próximo vuelo de la clínica.
- ¡Ah! – la observó sorprendida - no lo sabía… ¿cuándo será eso?
- En unos días.
- ¿Cuántos? – preguntó con un deje de impaciencia.
- ¿De verdad te quieres ir ya? – le preguntó con un aire de decepción y tristeza,
estaba claro que a pesar de todos sus intentos porque la pediatra conociese todo
aquello, Maca no lo estaba pasando nada bien.
- Si – mintió, solo de imaginar el viaje en camión se ponía enferma de nuevo, pero
empezaba a pensar que sería lo mejor para todos. Esther leyó en sus ojos la
angustia y la mentira y se sintió aliviada, quizás se equivocaba en sus
apreciaciones y lo que Maca buscaba era huir de lo que comenzaba a sentir allí.
- Ya… - se agachó y la besó con dulzura – vas a tener que aprender a mentir
mejor – sonrió - ¡te apetece muchísimo hacer un viajecito de cuatro horas en
camión!
- Esther… yo… - no encontraba las palabras para justificarse después de verse
descubierta y enrojeció levemente.
- ¿Sabes, Maca! tenías razón el día que me dijiste que no eras la misma, que
habías cambiado – le dijo clavando sus ojos en ella y manteniendo su mano
entre las suyas, la pediatra se temió escuchar algo que no quería – eres aún más
cabezona que antes, aún más reservada y sigues ocultándome lo que sientes y lo
que te ocurre.

Maca apretó los labios y oscureció la mirada. Estaba cansada de luchar contra todo y allí
en Jinja, estaba experimentando una sensación de libertad y tranquilidad que no sentía
desde hacía mucho tiempo, siempre encerrada, siempre mirando por encima del hombro
cuando salía, siempre temiendo. Esther tenía razón, mentía al decir que se quería ir, a
pesar de que no se encontraba bien físicamente, los últimos días junto a ella, habían sido
de los mejores que había pasado en años.

- Esther… yo… - decidió ser sincera con ella – no quiero que pienses que no…,
vamos que quiero…, que quisiera repetirlo – balbuceó nerviosa .
- ¿Repetir el qué! ¿de qué me hablas, Maca? – le preguntó divertida al verla tan
nerviosa y azorada.
- Del paseo de hoy… del baño en el río… de... del masaje – confesó enrojeciendo
ligeramente – podíamos volver mañana y…
- ¿Mañana? No. Mañana no creo que puedas, pero… ya habrá tiempo – le
respondió insinuante – ahora lo importante es que comprobemos que no te pasa
nada.
- No me pasa nada, te lo aseguro – le dijo sin dejar de mirarla embelesada y
pensativa, “nada que no sea este dolor en el pecho que me provocas cada vez
que me miras así, cada vez que te marchas y tardas en volver, cada vez que
pienso en Madrid”, suspiró profundamente – Esther yo… quisiera cambiar…
quisiera que… que todo cambiase… pero…
- No tienes que cambiar – le dijo esbozando una sonrisa e inclinándose junto a su
oído le susurró – ¡me encanta cómo eres! – sonrió levantándose – ahora vuelvo.

Maca abrió los ojos, sorprendida, sin saber qué responder, un escalofrío le recorrió la
espalda, pero esta vez no se debía ni a la fiebre, ni al miedo que le producían esos
recuerdos. Esther conseguía con solo unas palabras remover su interior de un modo que
ya no recordaba y que cada vez le gustaba más. La enfermera se quedó unos instantes
junto a la cama, con la sonrisa en los labios y una mirada de complicidad que Maca no
podía dejar de responder. “Vamos, ¡bésala! te lo está pidiendo a gritos”, se dijo la
enfermera.
Repentinamente, la puerta se abrió y Germán entró cargado de bultos. Ambas se
sobresaltaron y aterrizaron en la realidad de la cabaña como si bajaran de una nube que
solo ellas habían creado en un cielo de miradas llenas de amor.

- Ya estoy aquí – se detuvo en la puerta entrando todo lo que había dejado fuera y
mirándolas con un gesto bulón, “¡Vaya cara que tienen éstas!”, “ay, ay,
Esthercita, te tengo dicho que no me la alteres”, pensó divertido por la expresión
de ambas y preocupado por la pediatra – Esther, ¿te importa echarme una mano?
- Claro que no – dijo corriendo a ayudarle saliendo, al fin, de su ensimismamiento
que la había dejado observándolo contrariada por la interrupción y sin ser capaz
de mover un dedo en su auxilio – estaba apunto de ir a buscarte, ¿dónde te
habías metido?
- Ya te contaré – respondió sonriente - ¿cómo estamos Wilson?
- Bien, Germán, ya te lo dije – respondió mirando todo lo que llevaba - ¿para qué
es todo esto?
- ¿Tú para qué crees? – le dijo irónico – si la señorita no quiere ir al hospital, el
hospital tendrá que venirse aquí.
- Germán no es necesario… todas esas cosas os hacen mucha más falta allí.
- Mientras sea yo quien dirija este campamento, seré yo quien diga lo que es o no
necesario…
- Pero…
- Eres una cabezona y estás acostumbrada a hacer lo que te da la gana, pero a
estas alturas ya sabes que a mi eso me da exactamente igual. Te dije que te iba a
monitorizar y te voy a monitorizar – elevó el tono con autoridad - Esther
empieza a prepararla – le ordenó.

La enfermera miró a Maca y se encogió de hombros, indicándole que no podía hacer


otra cosa que obedecerle. Maca suspiró resignada y se dejó hacer sin protestar, segura
de que todo aquello era inútil. Cuando ya la tenían monitorizada. Germán frunció el
ceño y se volvió a ella con seriedad.

- Y ahora me dirás que esa tensión no es demasiado alta y que el ritmo es normal..
- No – musitó mirando la pantalla pensativa.
- Bien, porque de ahora en adelante aquí se hace lo que yo diga – las miró a ambas
y las señaló con el dedo – y esto va por las dos.
- Tiene treinta y ocho y medio – lo interrumpió la enfermera.
- Wilson, quiero que me digas exactamente qué síntomas te notas.
- Te digo que me encuentro bien, de hecho hoy me encontrado mucho mejor,
hacía días que no estaba así.
- ¿Te duele el pecho?
- No, Germán, no me duele nada que no sea la cabeza.
- ¿No has sentido molestias o presión?
- No, y no sigas… que ya sé por dónde vas.
- ¿Ni en la espalda, el costado, el hombro…? - pregunto sucesivamente a lo que
Maca iba negando con la cabeza - ¿estás segura?
- Vamos a ver, la espalda me duele muchas veces pero es normal, cuando me…
me altero demasiado también me duele el pecho pero eso también es normal
en… - se detuvo clavando sus ojos en él – Germán, sabes que tengo razón, no
me mires así y no saques las cosas de quicio. Habla con Cruz y ella te dirá…
- Ya sé lo que me dirá, he hablado con ella varias veces – le dijo mohíno – pero…
- Pero nada, Germán – lo cortó con rapidez mirando de reojo a Esther que estaba
recogiendo las cosas y qué se percató del visaje de la pediatra – sabrás entonces
que no es nada más que fruto de la ansiedad y el estrés. Pero estoy en
tratamiento y está controlado.
- Esther – se volvió el médico hacia ella - ¿te importa ir a la farmacia a por un
antitérmico y un calmante?
- Germán, no me duele la cabeza como para…
- Por favor, Esther – insistió cortándola.
- Ahora mismo voy – dijo saliendo de la cabaña, segura de que ocurría algo que
no querían que supiera.

Germán mantuvo la vista fija en ella hasta que la vio cerrar la puerta. Luego se volvió
hacia Maca y clavó sus ojos en los de ella, enarcando las cejas y cruzando los brazos
sobre el pecho.

- Bien… ya se ha ido, ¿me vas a decir ahora qué te pasa?


- No tenías que haber hecho eso, ahora va a creer que ocultamos algo.
- ¿Y no es así?
- No. Te he dicho la verdad.
- Wilson, ya sé que nunca he sido un lumbreras como tú pero…, por favor, no
ofendas mi inteligencia…
- Germán, por favor… no insistas… - le pidió con cansancio desviando la vista
incapaz de soportar aquellos ojos que la escudriñaban – no pasa nada.
- Wilson….
- ¿Qué quieres que te cuente! ¿eh! ¿no tienes mi historial? – le preguntó con sorna
– pues ahí lo pone todo bien clarito.
- Quiero que me cuentes lo que opinas tú.
- Yo no opino nada.
- ¡Ja! ¡eso si que no me lo creo! Macarena Wilson sin opinión sobre algo.
- Ya no soy la persona que recuerdas.
- Claro que lo eres, solo que a veces lo olvidas – le sonrió – y… ahora…
¡cuéntame! Soy todo oídos.

Maca se quedó observándolo un instante, el médico estaba seguro de que iba a hablar,
pero repentinamente su rostro se ensombreció y el tono derrotado que había usado con
anterioridad mudó por uno de impaciencia y hastío. Él se percató al instante y abrió la
boca para instarla a sincerarse, pero Maca fue más rápida.

- Germán, – intervino sin dejarlo hablar – está todo controlado, no le des más
vueltas, y no gastes esfuerzos y medios en mí. Cruz es mi médico y una de las
mejores del país, está harta de hacerme pruebas y, al final, siempre salen
negativas, solo es ansiedad, ya te lo he dicho.
- ¡Eres imposible!
- ¡Y tú un pesado! – se quejó cerrando los ojos con un suspiro - Estoy cansada de
esta conversación y me gustaría dormir un rato.
- Muy bien – se levantó conciente de que no conseguiría nada de ella – dejo la
conversación hasta que tengamos los resultados, luego, si no estoy equivocado
y, creo que no, tendrás que escucharme.
- De acuerdo – respondió arrastrando las palabras – hasta ese día, deja de insistir
y… otra cosa, no quiero que me pongas un calmante.
- No te lo iba a poner – sonrió ante la perplejidad de la pediatra – creí que si
Esther no estaba delante me dirías qué es lo que te pasa.
- Ya… - dijo mirando hacia la ventana que se había abierto de golpe,
provocándole tal sobresalto que se sentó en la cama.
- ¡Joder! – exclamó el médico que corrió a asegurarla – otra noche de tormenta –
comentó dándole la espalda – y ésta va a ser de las gordas.
- ¿Más que anoche?
- Eso parece – sonrió girándose y permaneciendo junto a la ventana – Wilson,
deberías… relajarte un poco, aquí… no corres ningún peligro. No puedes estar
así… saltando por cualquier cosa.
- Ya… - murmuró recostándose de nuevo, eso era muy fácil decirlo. Un trueno
ensordecedor y un relámpago, la hizo pensar en Esther.
- ¡La que va a caer! – exclamó el médico mirando al exterior.
- Germán… - lo llamó entre asustada por la tormenta que se avecinaba y
preocupada por la actitud seria del que fuera su amigo.
- ¿Qué?
- ¿Cuándo estarán los resultados del líquido?
- Deben estar al caer – le sonrió – pero no te preocupes que serás la primera en
conocerlos.
- Te digo la verdad, es solo ansiedad – insistió deseando que él se lo ratificase.
- ¿Y… desde cuándo estás así?
- ¡Ya ni me acuerdo! – esbozó una ligera sonrisa – no intentes hacer un cuadro
con todos los síntomas – le aconsejó condescendiente – se deben a… cosas
distintas.
- Bueno… tú descansa y no te preocupes – respondió con seriedad, Maca supo
que no estaba de acuerdo con ella.
- En serio crees que… - se interrumpió con el temor reflejado en los ojos.
- No creo nada, Wilson, tienes razón, es mejor esperar – admitió con tranquilidad
– mira el monitor, todo ha vuelto a la normalidad.
- Si – esbozó una sonrisa de alivio.
- De momento, vamos a controlar esa tensión. Y… si te notas cualquier cosa, haz
el favor de despertar a Esther.
- Que sí – respondió con genio arrastrando el sí, mostrándole lo harta que la tenía,
pero luego suavizó el tono - Gracias por todo – le dijo con amabilidad – yo…

La puerta se abrió y la enfermera entró corriendo.

- Aquí está todo – se lo tendió sin resuello al médico.


- No hacía falta que te dieses tanta prisa que no me voy a comer a tu Maca –
bromeó acercándose a la mesa de la cabaña, soltando lo que le acababa de dar.
- Mira que eres payaso – respondió entrecortada yendo junto a la cama – va a
llover.

Los dos asintieron ante su comentario, el médico se acercó a la pediatra le dio la


medicación, tomó unas notas en silencio y volvió hacia la mesa. Esther, que había
permanecido junto a él mientras examinaba a Maca, recuperando el aliento, miró a la
pediatra y le guiñó un ojo, sentándose en el borde junto a ella.
- Esther ven un momento – le pidió preparando una de las inyecciones, la
enfermera obedeció al instante – ponle esto – le susurró al oído cuando la tubo a
su lado.
- Pero… ¿es necesario! no le gusta que…
- Pónselo, la hará dormir un par de horas y lo necesita.
- ¿Qué cuchicheáis? – preguntó Maca, molesta de verlos hablar a sus espaldas.
- No cuchicheamos, Wilson – elevó la voz el médico con tono burlón – no me
digas que también tenemos problemas de oído – le dijo acercándose a la cama y
mirando el monitor.
- Ya… debe ser que cada día estoy más loca – protestó malhumorada.
- Ven, Maca, que voy a ponerte esto – intervino Esther al tiempo que Germán
volvía a tomarle la temperatura.
- Bueno… yo ya he terminado – le comunicó el médico a la pediatra que
permanecía en silencio observándolos - ¿te apetece un.. un .. tomar algo? – se
dirigió a la enfermera que sonrió viendo como evitaba mencionar el café para no
despertar el deseo en la pediatra.

Maca notó que el pulso se le aceleraba de nuevo y miró a Esther con tal desesperación,
solo con la idea de volver a pasar allí sola la tormenta, que la enfermera no pudo evitar
sonreír. Y Germán que no quitaba la vista del monitor frunció el ceño, preocupado.

- No, gracias, Germán, prefiero quedarme aquí con Maca – respondió sentándose
en la cama y acariciándola en el antebrazo.

La pediatra le lanzó una mirada agradecida, sintiendo un enorme alivio que se reflejó
rápidamente en su ritmo cardiaco.

- Bueno… si necesitáis algo estaré en mi cabaña – les dijo saliendo – y tú Wilson,


hazme caso – le ordenó amenazante.

Germán se marchó y Esther se volvió hacia Maca.

- ¿A qué tienes que hacerle caso?


- A lo de siempre Esther, a qué va a ser – suspiró - ¡qué pesado es!
- Solo se preocupa por ti – le dijo poniéndose seria – no seas gruñona.
- Si, se preocupa mucho – dijo con retintín.
- ¿Ya habéis discutido?
- No. No debo alterarme – respondió en el mismo tono irónico.
- Ya… - la miró incrédula - ¿qué es lo que te ha dicho que te ha molestado tanto?
- Nadaa – respondió hastiada, entrecerrando los ojos que cada vez le pesaban más
– Esther…
- ¿Qué? – le preguntó al ver que no continuaba.
- Gracias por quedarte aquí.
- De nada – le sonrió con ternura.
- Anoche pasé mucho miedo – le confesó cerrando los ojos.
- Anoche fui una imbécil. No debí dejarte sola, seguro que el dolor de cabeza que
tenías esta mañana fue por mi culpa.
- No – respondió abriéndolos de nuevo – fue por mi… por mi… - se detuvo sin
entender qué le ocurría y miró a Esther asustada de nuevo – no sé que me…
pasa, pero…
- Bueno… ahora a dormir – le dijo sin seguirle más la charla – ven échate.
- ¿Con… con esta tormenta! no creo que … pueda pegar ojo – murmuró
arrastrando las palabras.

Esther sonrió al verla ya adormilada. Y Maca, que no quitaba los ojos de ella,
comprendió que Germán le había mentido.

- ¿Qué… me habéis... puesto? – preguntó enfadada, no quería sedantes – le dije


que no….
- Maca, tienes que descansar y tranquilizarte – le dijo sentándose en la cama con
la espalda apoyada en el cabecero – venga, cierra los ojos y duérmete.
- Tengo mucho calor – musitó casi dormida – abre la… - no pudo seguir
hablando, y aunque luchaba por no cerrar los ojos y seguir mirando a la
enfermera, finalmente, tuvo que darse por vencida y entregarse al sueño.

Esther la observó durante unos instantes, pensativa, le retiró la manta y le colocó bien
las sábanas. Se levantó y apagó la luz manteniendo encendida la pequeña lamparita,
Maca tardaría en despertar pero no quería que lo hiciera y se encontrase a oscuras.
Luego se echó a su lado y cerró los ojos deseando que la pediatra se recuperase cuanto
antes.

Dos horas más tarde, la enfermera dormía profundamente, tanto que no percibió la
inquietud que mostraba Maca. La pediatra no dejaba de moverse, sumergida en un
agobiante sueño, producto de todo lo que había vivido a lo largo del día.

La fiebre no la dejaba descansar y como era habitual en sus sueños, se encontraba en un


lugar oscuro y frío, no podía moverse, no sabía como salir de allí y repentinamente,
aquellos ojos, que la atormentaban hasta en los momentos de vigilia, se acercaban a ella,
observándola con detenimiento. El pánico se apoderó de su cuerpo que no respondía a
ninguna de sus órdenes, unas manos firmes la sujetaban, haciéndole daño, luego la
soltaron para apoyarse con todas sus fuerzas sobre su pecho, la presión era tan fuerte
que no la dejaba respirar, el dolor se extendía hasta la base del cuello, asfixiándola, y
entonces lo escuchó, escuchó su risa, sus enormes carcajadas que la dejaban helada,
“¿creías que no iba a dar contigo?”, “no puedes esconderte de mi”, otra ráfaga de
carcajadas escalofriantes la paralizaron. Lo vio alejarse, pero ni así era capaz de tomar
aire, no podía respirar, no podía huir, solo podía esperar, esperar a que él cumpliese su
objetivo.

Esther se removió en la cama ajena a lo que pasaba por la mente de la pediatra, la


enfermera al girarse se aproximó a ella y pasó su brazo por el pecho, acurrucándose
junto a ella. Maca notó aquél contacto, ¡había vuelto! se acercaba cada vez más a ella,
un inmenso cuchillo reflejaba un hilo de luz que no sabía de donde provenía, “has
acertado, te voy a degollar, Margarette”, “¡no soy Margarette! ¡no soy Margarette!”,
intentó gritar, pero no podía, su garganta era incapaz de pronunciar sonido alguno, solo
podía sentir aquel dolor profundo, “huye, Maca, huye”, escuchó la voz de Esther,
¡Esther! ¿dónde estaba! la oía pero no podía verla, tenía que hacerle caso y huir, pero no
podía moverse, no podía gritar, no podía hacer nada “despierta, estás soñando, despierta
¡vamos!”, le repetía su mente, que no la dejaba descansar. Un gemido salió de sus
labios, pero Esther no se inmutó. Otra vez aquella risa “no es un sueño puta, es una
realidad”, “estoy aquí y vamos a divertirnos”, inmóvil vio como se aproximaba, como
su aliento nauseabundo la dejaba sin respiración y le revolvía el estómago, “por favor”
le pidió asustada, “por favor”, murmuró, y esta vez, sí consiguió que sus palabras
cobrasen forma, “no, por favor, no, no”, “¡Esther!”, gritó.

La enfermera abrió los ojos con la sensación de que había escuchado a Maca llamarla,
se sentó en la cama y la miró alertada por su voz y su respiración agitada, la lluvia
seguía golpeando en la ventana y el ambiente era cada vez más bochornoso. Maca
estaba muy alterada, el monitor así lo reflejaba. La tocó, seguía teniendo bastante fiebre.

- Maca – susurró – Maca - repitió, pero la pediatra sumida en su sueño no


respondió.

Esther se levantó, pensativa. Quizás debía buscar a Germán, no dejaba de llover, se iba
a calar hasta los huesos, pero era lo mejor, aunque pareciese una exagerada, no le
gustaba nada el grado de alteración de la pediatra y la fiebre no le había remitido. Se
acercó a Maca y le colocó el termómetro, así, cuando volviese con el médico, verían la
temperatura que tenía, que a ella se le antojaba altísima. Esther cogió una chaqueta del
armario y con rapidez salió de la cabaña, un trueno ensordecedor la hizo estremecerse
ante aquella oscuridad, inmediatamente un relámpago iluminó fugazmente su camino,
mientras corría hacia la cabaña de Germán. Maca permaneció durmiendo y soñando que
aquellos ojos se acercaban a ella amenazadoramente.

“¡Aquí estabas! nunca podrás librarte de mi, quiero jugar contigo, vamos a divertirnos”,
le repetía sin parar y sin que sus súplicas hicieran ninguna mella en sus intenciones,
“por favor”, “por favor”, intentaba obtener clemencia. De pronto, el frío de aquel lugar
se hizo mucho más intenso, tanto que sentía como finas agujas se clavaban por todo su
cuerpo, y una luz la cegó, como tantas veces, solo alcanzaba a ver una mano tendida,
una mano salvadora a la que, desesperadamente, intentaba aferrarse pero no podía llegar
hasta ella, incapaz de mover un músculo. “Vamos, vamos, levanta, levanta puta y bebe,
bebe te digo”, le ordenaba aquella voz, “no puedo”, “¡no, puedo!”, murmuró ensueños.
“Tranquila, dame la mano, Maca dame la mano”, escuchó sin poder creerlo, era ella
“¡Esther!”, “¡Esther, ayúdame!”, le pidió a la enfermera, ahora podía verla con toda
claridad estaba allí frente a ella, con su enorme sonrisa, con su mano tendida. Aquella
visión consiguió que su cuerpo se relajara, sintió que el aire inundaba sus pulmones y
que podía mover su brazo para alcanzar la mano que ella le tendía, por fin se había
aferrado a ella, aliviada le sonrió, “¡Esther!”. Pero, en contra de lo que esperaba, los
labios de la enfermera no devolvieron la sonrisa, se fruncieron en una mueca de horror y
su gesto mutó, aquellos ojos no eran los de ella, “no te fíes de nadie”, escuchó la voz de
Isabel. La mano que tenía aferrada se heló, Esther se reía con estentóreas carcajadas, la
soltó entre risas, “¡excitarme yo! eres patética”. “Despiértate estás soñando,
despiértate”, se repetía, “A dios, Maca”. No, no era Esther, ¿quién era! necesitaba
recordar a quién pertenecían esos ojos, de quién era aquella figura, “vamos puta, bebe,
vamos puta”, “vamos a divertirnos”. Sintió el frío metal en su cuello, le dolía mucho.
“No puedo más, no puedo”, murmuró.

- Eh Wilson, vamos, despierta – le dijo Germán sentándose en el borde de la cama


y tocándola con suavidad, estaba ardiendo – vamos Maca, despierta – repitió sin
ningún éxito.
- ¿No te habrás pasado con el sedante? – le preguntó la enfermera.
- Claro que no. Hace rato que se le ha debido pasar el efecto – respondió con
seriedad, sin conseguir despertarla.
- Aparta - le dijo Esther sentándose ella en la cama y zarandeando a Maca – Maca,
Maca, cariño, despierta – le dijo ante la mirada de sorpresa de Germán “¿cariño!
si que les ha cundido a estas el paseo”, pensó – vamos Maca, abre los ojos –
continuó moviéndola hasta que la pediatra obedeció, aunque su expresión
manifestaba que no estaba aún en la realidad, enfocó a Esther y se asustó,
reflejando en sus ojos el pánico que sentía.
- ¡Suéltame! ¡suéltame! – gritó empujándola y cerrando de nuevo los ojos en un
intento de borrar su imagen.

El médico tiró de la enfermera que a regañadientes se levantó de la cama.

- Déjame a mí – le pidió Germán ocupando su lugar.


- Vamos, Wilson, despierta – repitió dándole pequeños cachetitos en la mejilla -
estás soñando.

Maca parecía ser incapaz de despertar, Esther miró a Germán comenzando a


desesperarse. Justo en ese momento, el tremendo estallido de un trueno la hizo abrir
unos ojos despavoridos, y se sentó con agilidad, abrazándose a él.

- Me va a matar, me va a matar – sollozaba aún confusa y asustada – ¡ayúdame!


¡ayúdame!
- Chist, tranquila, tranquila, ya está – la abrazó posando su mano en la nuca de la
pediatra y la otra en la espalda – tranquila, solo es una pesadilla – le dijo
manteniéndola abrazada. Miró a Esther y esbozó una sonrisa – sigue dormida.
- Ya lo veo, pero no entiendo como…
- Ni yo – la interrumpió el médico frunciendo el ceño – Wilson, despierta – alzó
la voz.
- ¿Germán? - dijo separándose de él completamente desorientada.
- Dime – respondió con una sonrisa.
- Yo… - se interrumpió sin saber que ocurría, miró a Esther y, luego, de nuevo al
médico - perdona estaba…
- No pasa nada – la acarició con suavidad – tienes fiebre – comentó con seriedad –
y bastante alta.
- Estoy bien – musitó recostándose, por indicación del médico que la empujo
suavemente para que lo hiciera, con un gesto de cansancio encogiendo los ojos y
la nariz.
- Yo creo que no lo estás. ¿Te duele algo?
- Nada – suspiró – estoy bien.
- Vamos Wilson, no seas burra, si quieres reventar revienta – alzó la voz - pero
me parece absurdo que mientas – le dijo mucho más suave.
- Te digo que estoy bien. Solo he tenido una pesadilla y… estoy cansada, eso es
todo.

Esther se acercó a la cama y le tendió al médico lo que durante el camino a la cabaña le


había pedido que preparase.

- Bueno pues aunque estés bien, te voy a poner esto.


- Germán…
- No protestes. Tú no ves las ojeras que tienes pero yo sí, y la fiebre está
demasiado alta, no vuelvas a hacer una locura como la de esta tarde. Ni baños en
el río, ni nada que yo no autorice – le dijo con genio - ¿entendido?
- Tranquilo, de eso me encargo yo – intervino la enfermera que tenía la extraña
sensación de que Maca la miraba de una forma extraña, como con miedo.
- Te he puesto otro antitérmico, en media hora te habrá bajado la fiebre – le dijo
levantándose – descansa, Wilson. Estoy en la cabaña – miró a la enfermera y, al
pasar junto a ella, le dio una palmadita en el brazo apretando los labios en señal
de ánimo. Esther asintió y se sentó en el borde de la cama.

Germán se marchó y ambas se quedaron un instante mirándose.

- Lo siento – murmuró la pediatra que aún parecía asustada.


- Tranquila – le susurró colocándole bien la almohada y acariciándola en la
mejilla, Maca no dejaba de observarla, parecía amedrentada - ¿qué pasa? – le
preguntó pensando en los modos que había tenido anteriormente con ella - ¿te
pasa algo conmigo?
- No, no – se apresuró a responder.
- Entonces… ¿por qué me has empujado?
- ¿Te he empujado! ¿te he hecho daño? – preguntó con tal expresión de angustia
que Esther sonrió.
- No, claro que no, pero me ha sorprendido, y… como me miras así…
- ¿Cómo?
- No sé, como… con miedo…
- He tenido un sueño horrible – reconoció pasándose la mano por la frente.
- ¿Te duele la cabeza?
- No – le sonrió – solo tengo calor.
- Pronto se te pasará – le dijo devolviéndole la sonrisa. Un trueno las sobresaltó a
ambas y Maca se aferró a su mano con fuerza.
- Ay – se quejó la enfermera – tranquila, Maca.
- Lo siento – repitió abochornada soltándola – me he asustado… - la miró
apretando los labios y ladeando la cabeza - ¿siempre hay aquí tantas tormentas?
- Estamos en época de lluvias, es lo normal.

Maca suspiró y miró hacia la ventana. Esther la observó, tenía las ojeras marcadas y los
ojos melancólicos, pero estaba guapísima. Sonrió pensando en que siempre le había
encantado su perfil, la línea de su nariz, el dibujo que marcaban sus labios, esos labios
que…

- ¿En qué piensas? – le preguntó la pediatra en tono cansado.


- Ahora en nada – mintió sin querer decirle lo que acababa de cruzar por su mente
– antes pensaba en que parecías enfadada y creía que estabas molesta porque
había salido de la cabaña y dejándote sola – se explicó con precipitación - y me
preguntaba si, a pesar de lo que me has dicho, te pasa algo conmigo.
- No me pasa nada – le sonrió y viendo que fruncía el ceño y enarcaba las cejas
sin creerla – de verdad, Esther. Es solo que… he soñado contigo y… bueno que
era por la pesadilla, no quería empujarte, ¡lo siento! perdóname.
- Bueno.. en cuanto te baje la fiebre, ¡a dormir!
- No quiero dormir – murmuró.
- Claro que quieres, lo que no quieres es soñar, pero tú tranquila que ahora me
encargo yo de espantar esos monstruos de tus sueños.
- ¡Ojalá pudieras hacer eso! – exclamó con tantas ganas que sorprendió a la
enfermera.
- ¿Lo dudas? – dijo sentándose junto a ella y recostándose en el cabecero como le
gustaba hacer. Maca buscó su mano, de forma ya casi instintiva y la estrechó.
- Nunca dudo de tus habilidades – exclamó cerrando los ojos antes las caricias que
la enfermera había comenzado a hacerle en el pelo, masajeándole la cabeza
como sabía que le gustaba.

Esther continuó con el masaje, con suavidad y lentitud, arrancando un ligero gemido de
gusto en la pediatra. La miró con ternura, cada vez le resultaba más difícil estar junto a
ella sin terminar besándola. Maca abrió los ojos y sonrió al ver su expresión.

- ¿Y ahora en qué piensas? – le preguntó melosa, “¿quizás en besarme?” se dijo


con un brillo especial en la mirada que no pasó inadvertido a la enfermera.

Esther, suspiró y no respondió, cambiando de tema.

- No dirás que no se está portando bien contigo.


- ¿Quién, Germán? – preguntó a sabiendas de quien hablaba.
- Claro que Germán.
- Pues sí… se está portando bien – dijo pensativa.
- Lo digo en serio.
- Y yo, cuando me mira con esa cara me recuerda a Porfirio – sonrió burlona.
- ¿Quién es Porfirio?
- Un pastor alemán que teníamos en las bodegas cuando era niña. ¿Nunca te hablé
de él? – esbozó una inocente sonrisa pero sus bailones ojos la delataron y Esther
se percató.
- Maca… - la recriminó esperando ya cualquier comparación o cualquier burla
sobre él – no recuerdo que me hablases de él, pero… ya sé por dónde vas y….
- ¡Eh! ¡qué yo quería mucho a Porfirio! – confesó manteniendo la expresión de
inocencia - Y eso que la segunda vez que me rompí el brazo fue por culpa suya
– sonrió perdida en sus recuerdos – pero es cierto, Germán pone la misma carilla
– le ratificó con ternura.
- Eres un caso – protestó de nuevo – está intentado que te encuentres a gusto aquí
y tú no paras de reírte de él.
- No es eso – la miró condescendiente - no conoces el dicho ¿verdad?
- ¿Qué dicho?
- ¿Tú no sabes en que se parece un perro a un hombre?
- Pues no será en la fidelidad – le respondió con sorna, intentando bromear porque
estaba segura de que Maca saldría con una de las suyas, en eso no había
cambiado nada.
- No, en que los dos te miran con una carita como si te entendieran.
- Eres tremenda – rió también – ni enferma eres capaz de…
- Que si… que Germán está siendo más agradable de lo que me esperaba – la
interrumpió divertida, dándole la razón.
- ¿Solo eso?
- Sí, que luego vas y se lo sueltas todo – le espetó con ojos bailones – a ver si
crees que no me he estado enterando en la cena.
- Maca… - la recriminó de nuevo tocándole el lateral del cuello – ya decía yo que
estabas muy graciosa tú… te ha bajado la fiebre.
- Ya lo sé. Estoy mucho mejor.
- Me alegro tanto – se agachó y la besó en la frente, Maca levantó ligeramente la
cabeza y sus miradas se cruzaron.
- ¿A dónde me vas a llevar mañana? – se apresuró a preguntar evitando su mirada,
temiendo que la besara, porque la enfermera, que ahora estaba con el codo
clavado en la almohada y la barbilla apoyada en la mano, había mantenido su
inclinación quedándose a escasos centímetros de ella.
- Ya veremos, no me gusta hacer planes, pero… ya pensaré algo – le sonrió –
ahora lo que tienes que hacer es de descansar y dormir.
- No quiero dormir llevo dos días teniendo pesadillas horribles.
- Lo siento.
- Tú no tienes la culpa.
- Sí que la tengo Maca. Me contaste lo que te ocurre, me contaste que temes la
oscuridad y sabiéndolo, me dejé vencer por mi orgullo y… te dejé sola.
- Ya te he dicho que eso no es culpa tuya, fui yo la que me lo busqué, por ser tan
borde y tan imbécil.
- Tú no eres imbécil.
- ¡Ah! ¿borde sí?
- Si – sonrió acariciándole la mejilla y clavando sus ojos en ella – ¿Me vas a
contar de que van esas pesadillas?
- Son pesadillas, Esther – intentó negarse pero aquella mirada minaba su voluntad
– son cosas absurdas y sin sentido.
- ¿No quieres contarme esos sueños? – insistió apostando una voz entre melosa e
infantil, con un tono casi de súplica.
- Son tonterías, Esther – repitió esbozando una sonrisa casi convencida.
- Pero ¿se repiten? – preguntó interesada – quiero decir que….
- Esther…
- Ya se que no soy tu psiquiatra pero quizás si las cuentas te afecten menos – le
dijo bajando la mano que le acariciaba la cara hasta el cuello y el hombro
subiéndola y bajándola con lentitud, transmitiéndole una sensación de
protección y apoyo que Maca agradeció en su mirada.
- No creo que me afecten menos por eso, ya se las conté a Vero y todo siguió
igual.
- Pero…
- Sueño que no puedo moverme, que alguien me dice que me levante y la ayude –
le contó finalmente, sin darse casi cuenta.
- ¿La?
- Parece una mujer pero luego es un hombre que me grita que beba, me llama
puta. A veces sueño que estoy dormida y me digo que tengo que despertar y
luego no sé si eso es real o no... y soñé que tú… que tú eras quien me perseguía
y…
- Y… ¿siempre sueñas eso?
- Sí, siempre. Bueno... que eras tú, hoy ha sido la primera vez, pero hay noches
que son tan reales que… me despierto creyendo que es cierto que he estado allí
pero… luego… intento recordar y no puedo… no puedo, Esther.
- Ya recordarás.
- Pero es tan agobiante – la miró intensamente y casi en un susurro le confesó su
temor - a veces creo que estoy loca, me despierto convencida de que ocurrió en
realidad, hay días que con un detalle tonto me viene ese sueño a la cabeza y no
parece que sea un sueño, es un recuerdo, pero Vero dice que es normal.
- ¿Eso te dice?
- Si – suspiró.
- No tienes porqué agobiarte son solo sueños y… además ¿quién puede decirnos
dónde está el límite entre realidad y sueño! ¿eh?
- No te pongas filosófica que estoy hablándote muy en serio.
- Ya lo sé, no pretendía que sonara a burla – contestó adoptando un aire se
seriedad – solo que muchas veces… - la miró y guardó silencio, bajó los ojos y
cuando los levantó el dolor se reflejaba en ellos – yo también tengo pesadillas,
Maca, pesadillas horribles y al despertar sé que no son sueños, que fueron
realidad…
- Esther…. yo…
- Tú lo que tienes que hacer es descansar y ponerte bien de una vez, no ser tan
cabezona y escuchar a Germán y… olvidarte de esos sueños.
- Ya… no creas que es tan fácil… - murmuró cerrando los ojos cansada.
- Maca… aunque no lo creas me preocupas… me preocupa que no seas capaz de
dormir sin…
- Aquí si lo soy – abrió lo ojos y sonrió – aquí me siento mucho más segura…
aunque a veces sueñe cosas, como anoche o como hoy.
- Pero aquí deberías estar mas tranquila…
- Lo estoy, en serio, pero no es tan fácil… no puedo evitarlo. Quizás sea por las
tormentas, o… no sé.

Esther se quedó observándola, con la ternura reflejada en el rostro, sabía lo que estaba
haciendo, le reprochaba veladamente que la dejase sola y asustada, pero no iba a caer en
su trampa. Ya se había disculpado.

- ¿Y Vero no sabe que significan esos sueños que se repiten? – cambió de tema.
- Me dijo que podía ser que no aceptaba estar en silla de ruedas pero que… que
no les diese demasiada importancia, que … no me esforzase en recordar … que
si tenían ago de realidad lo recordaría antes o después y que si no pues … - se
interrumpió y suspiró – ¡vah! ¡da igual! es charla de psiquiatras.
- Maca, si no crees que Vero pueda ayudarte, ¿porqué sigues en terapia? – se
atrevió a preguntarle al ver el aire entre despectivo y decepcionado que había
adoptado al hablar de la psiquiatra.
- Porque si que me ayuda, es mi amiga, me escucha y me da buenos consejos – la
miró cambiando rápidamente de expresión – estos años, si no hubiera sido por
ella… hay veces que – la miró fijamente y tragó saliva, luego la desvió de nuevo
y cuando volvió a hablar su voz sonaba ronca y dolida – hay momentos en que
he creído volverme loca y ella… siempre ha estado ahí, no solo como psiquiatra.
- Entiendo.
- No, Esther, no lo entiendes – le dijo con tal seriedad que la enfermera se asustó,
¿estaba Maca queriendo decirle algo más con aquellas palabras! ¿quizás que
Vero era la persona que si no existiese su mujer compartiría la vida con ella! la
sola idea la hizo sentirse tremendamente celosa y una gran animadversión hacia
la psiquiatra la invadió – necesito a Vero, necesito sus consejos, necesito su
calma, su... – la miró de nuevo a punto de hablarle de aquello que se empeñaba
en ocultar, de hablarle de Ana – Esther yo… mi vida… - se detuvo de nuevo
dudando, no quería que creyera que le estaba diciendo que quería que volviera a
enfadarse con ella por culpa de Vero y por la cara que había puesto mucho se
temía que era así.
- ¿Qué pasa con tu vida, Maca? – le preguntó al ver que no seguía.
- Es… tan difícil todo – suspiró y clavó los ojos en ella, pero Esther sabía que no
la veía a ella y también sabía que Maca estaba a punto de confesarle algo,
aunque como siempre le costaba mucho trabajo, en eso tampoco había cambiado
– Vero, me ha escuchado, es la única que de verdad lo ha hecho...
- No lo creo, Maca – dijo y la pediatra frunció el ceño molesta - ¿Y Claudia y…
Teresa? me dijiste que eran tus amigas, que confiabas en ellas…

Maca la miró y esbozó una triste sonrisa.

- Ellas también pero… Vero es la única que me conoce de verdad, a la única que
yo… a la única que no puedo mentir.
- ¿Quieres decir que nos mientes a los demás? – preguntó enarcando las cejas -
¿qué me mientes a mí?
- No, no. Claro que no, pero… no cuento todo. Ya sabes que yo…
- Sí, siempre has sido reservada – le sonrió acariciándole la mejilla.
- Sí – murmuró pensativa, luego volvió los ojos hacia ella y Esther no supo
interpretar aquella mirada – a veces… cuando me hundía tanto que… - tragó
saliva y bajó los ojos avergonzada y casi susurrando continuó – que… yo…
pensaba en… – guardó silencio de nuevo y cuando habló lo hizo segura de sí
misma y en un tono mucho más alto - bueno que Vero siempre me ha dado
buenos consejos.
- Eso también puedo hacerlo yo – le dijo con una sonrisa de decepción, intentando
bromear. Al final, Maca se había arrepentido de sincerarse y estaba segura de
que ya no lo haría – es tu psiquiatra debes esperar más de ella – se atrevió a
decirle a sabiendas de que se podía enfadar.
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó molesta.
- No sé, Maca – respondió intentando ganar unos segundos que le permitieran
medir sus palabras.
- ¿Cómo que no sabes! esa respuesta no me vale – dijo molesta frunciendo el
ceño.
- Bueno… no te enfades, ¿de acuerdo? – dijo mirando al monitor – tienes que
estar tranquila.
- Vale pero dime qué quieres decir.
- A ver Maca, me dijiste que llevas años en tratamiento y yo no veo que hayas
avanzado mucho – reconoció – es más, creo que quizás te iría mejor con otro
profesional…
- Ya… y eso me lo dices tú – soltó con ojos chispeantes recalcando el tú – tú que
ni siquiera te molestas es pedir ayuda, al menos, yo lo intento.
- Maca, por favor, no te enfades, solo es mi opinión. Además… tu caso y el mío
son cosas diferentes.
- No lo creo, mi opinión es que se parecen bastante – le dijo mostrando su enfado
en el gesto y el tono, Esther volvió a mirar al monitor, Germán la iba a matar,
era mejor cambiar de tema - solo que tú no quieres hacer nada por superarlo y
yo…
- Tienes razón, no te alteres, por favor – volvió a pedirle.
- No me des la razón como a los locos, odio que hagas eso – respondió más
alterada aún.
- Vale, vale, tranquilízate por favor.
- Estoy tranquila – le dijo clavando los ojos en ella y mucho más suave continuó –
estoy tranquila – murmuró - Esther, me preocupas – confesó – me preocupas
mucho, no puedes pasar por alto lo que te ocurre. No puedes hacer como si no
pasara nada, porque pasa y es algo serio – le dijo cogiéndola de la mano y
consiguiendo que a la enfermera se le saltaran las lágrimas – yo… yo quiero que
busques ayuda y que lo hagas cuanto antes.
- Ya… - murmuró – lo pensaré.
- Vale – aceptó sin intención de presionarla – y… no me gusta que te metas con
Vero, yo…
- Ya lo sé, la necesitas y necesitas sus consejos – la interrumpió con rapidez, no
soportaba escucharla decir aquello, no soportaba que Maca estuviese todo el día
pensando en ella y echándola de menos - No te preocupes que no volveré a
hablar del tema. Pero creo que, como te he dicho antes, consejos podemos dar
todo el mundo.
- Pues si – suspiró – te aseguro que lo sé – dijo pensativa – todo el mundo me da
consejos…incluso órdenes – exhaló un suspiro y Esther se arrepintió de haberle
dicho aquello, Maca estaba harta de que controlasen su vida y se lo estaba
diciendo claramente.

El silencio se hizo entre ellas, Maca perdió la vista en el techo, sus ojos se habían
oscurecido y su boca apretada en una mueca de desagrado indicaba que sus
pensamientos no eran muy agradables y la enfermera pensó, al verla con aquel rictus de
desagrado, que lo mejor era que dejaran el tema y descansaran, pero había algo que la
inquietaba y que necesitaba saber. Miró a Maca y viendo que continuaba pensativa se
decidió a preguntarle.

- Maca… ¿por qué has dejado que todo el mundo…? – se interrumpió, no quería
ni ofenderla ni que creyese que no la respetaba o que la veía con los ojos de la
decepción, y dudó un instante.

La puerta se abrió de repente y Germán entró con rapidez, llegaba chorreando, y las dos
lo miraron sorprendidas de verlo allí y de que hubiese entrado sin llamar. Al verlas
despiertas, y comprobar que la enfermera se separaba con rapidez de Maca y se sentaba
en la cama, adoptó una actitud entre tímida y enfadada.

- Eh… esto … perdonad… - se disculpó azorado - debí haber llamado – dijo


ladeando la cabeza y, mirando a Maca, exclamó – se puede saber qué haces que
no estás descansando – y dirigiendo los ojos a Esther continuó – y a ti ya te vale,
¿qué parte no entiendes de que Maca tiene que estar tranquila y descansar? –
preguntó enfadado mirando al monitor.
- Germán, no te enfades – le pidió la enfermera – la tormenta no nos deja dormir y
estábamos charlando.
- Yo diría que discutiendo – puntualizó acercándose a la cama malhumorado – a
ver Wilson que quiero comprobar una cosa.
- ¿Se puede saber qué haces aquí! ¡estás chorreando! – le dijo Esther pero Germán
ni siquiera la miró.
- ¿Qué pasa? – le preguntó Maca sorprendida.
- Mira a la luz – le dijo enfocándole los ojos – así muy bien – le indicó frunciendo
el ceño.
- ¿Me vas a decir qué pasa o no?
- No pasa nada Wilson, solo estoy completando tu historial.
- Ya… - lo miró incrédula y suspiró cansada de todo aquello, “completando mi
historial a las tantas de la madrugada, ¡Germán qué no soy imbécil”, pensó
mirándolo molesta.
- No pongas esa cara, no te preocupes y haz el favor de dormir o vengo y te doy
algo para que lo hagas.
- No, no quiero nada, por favor.
- Bien – dijo levantándose y encaminándose hacia la puerta – mañana nos vemos
y…
- Germán ¡espera! – saltó la enfermera de la cama y corrió hacia él. Al llegar a su
lado enarcó las cejas y torció la boca en una mueca de preocupación - ¿qué
pasa?
- Ya le he dicho a Wilson que nada.
- Pero yo no soy ella – protestó – y a mi no me vale con esa respuesta. Entras aquí
de madrugada con una excusa absurda y…
- Solo quería comprobar como seguía, me preocupa esa tensión alta y me
preocupa sus alteraciones cardiacas. Además, quería ver si tenía aún las pupilas
dilatadas. Eso es todo.
- ¿Debo preocuparme?
- De momento… no más que antes.
- ¡Joder! ¡vaya respuesta! Ahora sí que…
- Ahora sí que vas a volver a la cama y vas a dejar que descanse. Te lo digo muy
en serio. Tiene que hacerlo y, sobre todo, tiene que estar tranquila.
- Vale.
- Buenas noches. Y tú, duerme también un poco.

Esther asintió, cerró la puerta y volvió a la cama.

- Sigue con lo que me decías – le pidió la pediatra al ver que la enfermera se


tumbaba a su lado y le daba la espalda.
- Chist, hora de dormir – respondió extrañada de aquella pregunta, más bien se
había esperado que Maca quisiese saber por qué Germán había aparecido allí de
repente y a esas horas..
- De eso nada – exclamó – respóndeme.
- ¿A qué Maca? – preguntó con impaciencia dándose la vuelta para encararla.
- ¿Qué es lo que le he dejado hacer a todo el mundo? – la enfermera la miró y
guardó silencio – ¡Dímelo! - la instó.

Esther no respondió, Germán tenía razón, no debía alterarla, se incorporó y se apoyó en


el codo acortando la distancia que las separaba, le acarició la mejilla y le sonrió con
tanto amor que la pediatra se asustó de nuevo, no estaba acostumbrada a aquello, no de
esa forma.

La mano de la enfermera descendió y permaneció acariciándole el cuello, sus ojos


respondieron por ella “no pienso decírtelo, ya sabes lo que te pregunto y me da igual,
me da igual que hayas cambiado, me da igual que te hayas dado por vencida, me da
igual que te dejes arrastrar por los demás, yo… te amo”. Maca volvió a leer ese amor
que desprendían sus ojos y que transmitían las caricias que le regalaban sus manos e,
instintivamente, posó la suya en la pierna de Esther y acarició su rodilla, sin dejar de
mirarla a los ojos. Fue un instante, un instante mágico en el que la enfermera se inclinó,
“va a besarme”, pensó Maca notando que saltaban todas las alarmas, el corazón le latía
a toda velocidad, el vello se le erizó de nuevo, y la cabeza comenzó a dolerle con
rápidas puntadas.

Un trueno las sobresaltó y la pediatra se abrazó a ella asustada. Esther la estrechó con
cariño y permaneció acunándola, sin decir nada, solas y abrazadas, sintiendo el latir
vertiginoso de su pecho y como, con el paso de los segundos, se iba aplacando. Luego,
sin separase de ella, posó su mano de nuevo, sobre la mejilla de la pediatra y comenzó a
acariciarla con el dedo pulgar en el pómulo, los demás masajeando su nuca, sus ojos
clavados en los de ella, escudriñando sus sentimientos, sus labios se separaron pero no
pronunciaron palabra y Maca, repentinamente asustada por lo que podía suceder se
retiró.

- ¿Querías saber lo que soñé? – le dijo de pronto intentando romper la magia que
se había creado entre ellas, frunciendo el ceño y apretándose la sien con fuerza.
- Si – suspiró captando rápidamente su negativa y sin saber muy bien a qué se
estaba refiriendo ahora - ¿estás bien?
- Si – asintió acompañando su afirmación con un ligero movimiento de cabeza -
Anoche soñé que estabas muerta, a mi lado, que no podía moverme, que estaba
atada a ti, y que alguien me decía que yo era la culpable de tu muerte y que.. no
podía huir más – habló con precipitación sin recordar que ya se lo había contado,
presa del nerviosismo que sentía.
- Vaya…
- Y hoy que me salvabas de un lugar horrible, que me dabas la mano y me sacabas
de allí, pero en el último momento me soltabas y te reías de mí. Y me dejabas
allí, sola, a merced de ese…
- Maca… - murmuró, consciente de lo que implicaba ese sueño, sus ojos se
llenaron de lágrimas y una profunda tristeza la invadió. Maca no confiaba en
ella, temía que si daba el paso ella volviese a abandonarla. Ahora entendía
porqué era tan reacia a cualquier acercamiento, porque le costaba tanto trabajo
abrirse. Maca tenía miedo de volver a sufrir como ya sufriera hace años.
- Esther… - le apretó la rodilla llamándole la atención - ¿Sabes qué significa? – le
preguntó al verla tan pensativa.
- No soy psiquiatra – le sonrió abatida – pero no hagas tanto caso a los sueños ni a
los psiquiatras, escucha más a tu corazón, quizás así tu cabeza deje de darte la
lata.
- Esther… - la miró sorprendida por aquellas palabras, se lo podía decir más alto
pero no más claro – me estás diciendo que…
- Te estoy diciendo que te relajes, que te dejes llevar, que no des tanta importancia
a lo que no la tiene y que disfrutes más de la vida. Te lo mereces.
- ¿Tú crees?
- Claro, estoy convencida – se agachó y la besó en la frente, abrazándose a ella –
y ahora a dormir y si tienes una pesadilla me despiertas. Verás como no te suelto
la mano – le sonrió.
- Lo que hace falta es que consiga despertarme yo – murmuró – aunque no suelo
tenerlas cuando duermes a mi lado y… me coges la mano.
- Pues… tendremos que volver a las buenas costumbres.
- Una vez leí que los sueños son el espíritu de la realidad con las formas de la
mentira.
- ¿Sabes lo que te digo? ¡qué también lees demasiado! – sonrió burlona.
- Me gusta leer.
- Ya lo sé, siempre te gustó.
- Ahora me gusta aún más, me ayuda a evadirme, a pasar las horas de la noche
que se me hacen eternas….
- Pues a mi se me ocurren un par de ideas para esas horas que…
- ¡Esther!… - la cortó con ojos suplicantes comprendiendo rápidamente por dónde
iba.
- Margarette me dijo una vez que los sueños, donde cobran su entera dimensión es
en nuestro corazón y que es, precisamente ahí, donde tenemos la certeza de su
trascendencia en nuestras vidas. Y… hasta que no escuches a tu corazón…
- Esther… - murmuró impotente con un brillo especial en los ojos que no se lo
daba solo la fiebre.
- Buenas noches, Maca – sonrió con tranquilidad – necesitas descansar, no le des
más vueltas.

Se sentó a su lado, la cogió de la mano y se la besó con dulzura, mirándola fijamente,


“no temas” pensó, “fíate de mí, no temas”.

- Cierra los ojos – le pidió y Maca la miró asustada – ¡ciérralos! confía en mí.
- Pero… no vayas a…
- No voy a hacer nada, tranquila – le dijo con una cadencia en la voz que invitaba
al sueño y le daba tranquilidad.

Maca la miró sin obedecer. “Tan sensual como siempre”, pensó. No sabía que le daba
esa tierra pero allí le parecía que estaba más hermosa que nunca. Mantuvo los ojos
clavados en su cara, absorta. No podía dejar de observarla, ¡era tan atractiva!; la luz de
la bombilla le mostraba lo bella que era y estaba allí a su lado, dispuesta como cada
noche, a complacerla, a hacerle las horas más llevaderas, a consolarla y espantar sus
miedos, “embriagadora, sensual, excitante, siempre pendiente de mí”, pensó extasiada,
“¿por qué no puedo! ¿por qué te rechazo! si lo único que deseo es besarte”.

- Ciérralos, Maca – repitió con una sonrisa burlona ante la expresión distraída que
mantenía la pediatra.
- Si – murmuró – ya voy – respondió obediente.

Sintió que la enfermera recorría el óvalo de su rostro, la sintió acercarse, sintió su dedo
pasar por sus labios y temió que la besara, pero no lo hizo. Luego, notó que se echaba a
su lado manteniéndola cogida de la mano y no pudo evitar un suspiro de alivio, la
enfermera también suspiró, pero no de alivio, sino resignada. No sabía hasta cuando
sería capaz de esconder que la amaba y que no aguantaba más las ganas de darle un
beso.

Maca permaneció recostada, comenzaba a dolerle la cabeza y estaba mareada. Sintió un


escalofrío y temió que la fiebre volviese. Abrió los ojos, en ese tiempo había aprendido
que fijando la vista en un punto, durante un rato, el mareo parecía disminuir, y eso hizo.
Clavó sus ojos en la enfermera que dormía plácidamente a su lado. Mirarla a ella la
llenaba de paz, se sentía segura a su lado, sabía con certeza que si en mitad de la noche
se desvelaba a causa de alguna pesadilla, ella estaría ahí, despierta, dispuesta a satisfacer
sus deseos, a consolarla de sus malos sueños, a ayudarla con su amor, “¿ella me ama?
…. ¿y yo a ella?”, se preguntó confusa “lo que sí sé es que puedo confiar en ella”,
“Esther… Esther…. Esther”, repitió mentalmente su nombre, “me gusta su nombre,
siempre me gustó, es hermoso y cautivador, excitante…”, a pesar de la fiebre y el mareo
se sentía contenta, deseaba que el tenerla al lado le provocase hermosos sueños llenos
de fantasías, esos sueños que ya había tenido alguna noche y que le daban fuerzas para
vivir, “sí, puedo apoyarme en ella”, pensó con esperanza recordando sus días antes de
que volviera, ahora le parecían lejanos y recordó sus palabras, “voy a solicitar quedarme
aquí”, sintió un pellizco en el estómago, pronto regresarían a Madrid y luego… la
perdería de nuevo, porque estaba segura de que a pesar de sus buenos propósitos de no
perder el contacto, eso no se produciría. La distancia terminaría por separarlas. Suspiró,
de nuevo, la vida sin ella sería insoportable, otra vez volvería a esos días de muerte, en
los que el tiempo pasaba con tanta lentitud que la asfixiaba.

- ¿Estas peor? – la escuchó preguntarle en la lejanía – Maca… Maca… - la llamó


alertada por aquellos gemidos – despierta… ¿qué te pasa?
- Hummm – salió de su ensimismamiento mirándola aturdida.
- Estabas quejándote, como… si no pudieras respirar.
- Estoy bien – sonrió – solo…. pensaba en la vuelta a Madrid.
- ¿En Madrid! deja ya de darle vueltas a la cabeza, lo que tienes es que dormir – le
dijo con paciencia – no te preocupes ahora por eso - le acarició la mejilla con
una sonrisa – aún quedan algunos días para volver.
- Ya lo sé pero…
- Pero nada… ¡a dormir! buenas noches – le deseó, poniéndose de costado y
dándole la espalda.
- Buenas noches, Esther – sonrió observando su espalda

“Ay”, suspiró, “lo que daría porque todo fuera diferente”, pensó la pediatra cerrando los
ojos. Esther la escuchó suspirar y volvió a sonreír, ¡muy equivocada tendría que estar
para que no significasen lo que imaginaba! y cerró los ojos dispuesta a que, la noche
siguiente, esos suspiros fueran aún mayores.

* * *

Maca despertó y comprobó que hacía horas que había amanecido, un sol radiante
entraba por la ventana e incluso el calor que hacía en la cabaña le indicaba que debían
ser más de las nueve. Aún aturdida por haber dormido tanto, alargó la mano en busca de
Esther pero la enfermera ya no estaba en la cabaña, no se extrañó porque algunos días se
levantaba muy temprano y, luego, acudía a despertarla con el desayuno. Por eso cuando
escuchó abrir la puerta ensayó su mejor sonrisa pero, para su sorpresa, no se trataba de
la enfermera. Margot le llevaba un zumo y algunas frutas troceadas, iba acompañada de
Maika que la saludó con timidez. La chica llevaba orden de Germán de tomarle la
temperatura y así lo hizo, aunque Maca le insistía en que no hacía falta, no tenía fiebre,
y estaba muy bien. Le sacó sangre y se despidió de ella dejándola sola con Margot, que
remoloneó por la habitación, esperando que Maca terminase de desayunar. Le dio las
gracias a la chica y tras tomarse casi todo, esperó pacientemente la visita de Germán o
de la enfermera pero pasaban los minutos y nadie hacía acto de presencia.

Necesitaba ir al baño, necesitaba asearse y comenzó a impacientarse. Cuando ya estaba


dispuesta a levantarse sin ayuda de nadie, Margot volvió a aparecer y chapurreando un
español que Maca nunca entendía se ofreció a retirar el desayuno y acompañarla al
baño. Maca aceptó resignada y le pidió que la dejase sentada en su silla pero la joven se
negó por indicación de Germán. El médico le había dicho que tenía que seguir en la
cama.

Pasado el medio día, desesperada de estar sola y aburrida, se decidió a salir de la cabaña
por sus propios medios. Se vistió y se sentó en su silla. Se dirigió a la puerta principal y
salió al porche. El calor era insoportable y el sol le molestó en los ojos. Esperó
pacientemente a que pasara alguien conocido para pedirle que la ayudase a bajar los
escalones, Kimau aún no había terminado la rampa, ocupado en arreglar los
desperfectos de la tormenta de la pasada noche. Iría a llamar por teléfono, le apetecía
charlar con alguien y quizás Vero, si no tenía grabación estuviese en su despacho. Pero
su mala suerte no había pasado y el primer conocido que pasó por delante fue Germán.

- ¿Se puede saber qué haces ahí? – le preguntó airado.


- Me apetece salir un rato – le sonrió conciliadora – y… que me de el aire. Estoy
cansada de…
- ¡Margot! - gritó volviéndose hacia atrás – ¡Margot!

La chica llegó corriendo y Germán le señaló con el dedo a Maca.

- ¿Yo qué he dicho? – le preguntó enfadado – me da igual que ella te pida que la
dejes en la silla – continuó con la bronca – si digo la cama, es la cama. ¡Joder!
- Deja tranquila a la chica que no tiene culpa de nada – intervino Maca con
tranquilidad defendiéndola – he sido yo la que me he levantado y me he vestido
sola.
- ¿Tú?
- Si, yo – sonrió – aunque no lo creáis, no soy tan inútil como os parezco.
- Eh... Margot – dijo volviéndose a la chica – perdona… yo… lo siento – se
disculpó avergonzado – puedes marcharte y… búscame luego, quiero hablar
contigo – le pidió mucho más suave.

La joven asintió y desapareció tan rápido como había llegado.

- ¡Joder, Wilson! – la miró enfadado - ¿es que tienes que hacer siempre lo que te
da la gana? – le echó en cara clavando sus furiosos ojos en ella. Maca lo miró,
suspiró y se encogió de hombros, ¡si eso fuera cierto y pudiese hacer lo que le
viniera en gana! - … yo… no creo que seas una inútil, y… no creo que te haya
hecho sentir eso, pero si te he dicho algo para que pienses así… lo siento – se
disculpó también con ella al ver aquella expresión de hastío en su rostro.
- Eres un bocazas, Germán, siempre lo has sido – le sonrió – pero no has dicho
nada, puedes estar tranquilo.
- Pronto podrás salir, y... hacer más cosas – le dijo acercándose a ella – hoy no
quiero que hagas esfuerzos, deja que te lleve dentro – le pidió con amabilidad
colocándose a su espalda.
- Pero ¿por qué! estoy bien.
- Anoche te subió mucho la fiebre.
- Pero solo un rato y sabes que eso es normal después de una insolación.
- ¿Y el dolor de cabeza?
- Sin rastro de él. El resto de la noche he dormido estupendamente.
- Aún así, prefiero que hoy te quedes en la cama.
- Germán... – protestó – te digo en serio que hace muchos días que no me sentía
tan bien.
- Es cierto que tienes mejor cara, pero anoche… nos diste un buen susto.
- Lo siento… yo… no quiero molestar. Pero… no puedo evitar …
- No digas tonterías, no molestas, aunque a veces te pongas insoportable – sonrió
burlón.
- ¿Y Esther! ¿dónde está?
- Se marchó temprano.
- ¿A dónde? – preguntó extrañada, no le había dicho que pensase pasar el día
fuera.
- No me lo dijo, pero se ha llevado el jeep, habrá ido a Jinja – aventuró.
- Ah – murmuró decepcionada - ¿regresará para el paseo?
- No lo sé, pero… - se detuvo, temiendo meter la pata, sin saber si la enfermera,
tal y como le prometiese en la cena pasada, habría hablado con Maca del tema.
Finalmente, optó por la sinceridad, y que Esther apechugase con las
consecuencias, porque si había algo que necesitaba era que Maca confiase en él -
aunque regrese, hoy no habrá paseo.
- Germán…
- Lo siento Wilson, pero hoy no sales.
- ¿Y se puede saber porqué! ayer estaba bastante peor y me dejaste salir.
- Primero… porque ya le dije a Esther que hoy quería repetirte las pruebas…
- ¿Repetirme las pruebas? ¡Pero Germán!
- Lo siento, pero… tú no quieres decirme qué pasa, pues entonces tendré que
descubrirlo yo solo.
- Pero si te lo he dicho – replicó desesperada – estoy harta de que nadie me
escuche.
- Yo te escucho, Wilson, pero no quieres hablar conmigo.
- Ya… tú lo que quieres es que te diga lo que quieres oír – saltó molesta.
- No, sabes que no es eso – le respondió con tanta dulzura y una expresión de
cariño en sus ojos que Maca bajó la guardia y le creyó - Yo lo que quiero es
que…
- ¿Te diga lo que creo que me ocurre? – adivinó.
- ¡Exactamente!
- Ya lo sabes, me mareo, me duele la cabeza, no tengo ganas de comer, a veces
siento una presión en el pecho que me deja sin respiración y soy incapaz de
dormir dos horas seguidas.
- Muy bien, eres médico, qué piensas que puede ser…
- Nada, es un cuadro de ansiedad y estrés, y con la vida que llevo es lo más
normal. Vero así lo cree y Cruz… parece que también. Además, hace mucho
tiempo que no tengo ganas de comer, pero también es normal al estar todo el día
sentada, por eso Vero me manda unas vitaminas que…
- ¿La psiquiatra te manda vitaminas?
- Bueno, en realidad ya las tomaba antes, ella… solo sigue recetándomelas.
- ¿Vitaminas? – murmuró pensativo.
- Sí, ¿no me digas que te perdiste esas clases? – le preguntó irónica – la falta de…
- Ya lo sé – la cortó sin atender a su tono irónico - ¿Dónde tienes esas vitaminas?
- En mi bolsa ¿por qué?
- Por… por nada. ¿Las has tomado aquí?
- Sí, algún día, pero... ¿qué pasa?
- Nada, no pasa nada – respondió ayudándola a meterse en la cama - No quiero
que tomes nada que yo no te dé, al menos, mientras estás aquí, ¿entendido?
- Vale – aceptó mirándolo extrañada y con cierto temor – pero... solo son
vitaminas…
- Nada – la señaló con el dedo enarcando las cejas.

Maca lo miró y frunció el ceño. Si quería que obedeciera tendría que convencerla con
algo más que una orden.

- Pero… - intentó protestar sin entender porqué le daba tanta importancia.


- ¿Dónde las tienes?
- Allí – señaló con el dedo hacia la mesa – dentro de mi bolso.
- ¿Puedo cogerlas o me morderá alguno de los gusarapos de tu leonera? – bromeó
recordando los enormes bolsos que siempre llevaba en la facultad llenos de
cosas.
- Cógelas – le dijo esbozando una nostálgica sonrisa.
- Pero… - la miró perplejo al no encontrar etiqueta alguna – no son…
- Me las hacen en la farmacia.
- Y la composición ¿la sabes?
- Claro.
- ¿Cuál es? – le preguntó interesado soltándolas en el bolso y acercándose a la
cama.
- Pues… no me acuerdo bien, creo que sobre todo B12 y B1, hace más de tres
años que las tomo – respondió extrañada por tanto interés en unas simples
vitaminas – ¿se puede saber en qué estás pensando?
- En nada – sonrió afable, “¿más de tres años?”, pensó extrañado, ahí había algo
que no le cuadraba con la historia que le contó Esther - No te vayas ya a poner
nerviosa – le dijo al ver su gesto - que hoy quiero que descanses y no te
preocupes por nada. En media hora vendré a por ti y nos vamos al hospital.
- Ya… - musitó resignada a que no compartiera con ella sus sospechas, aunque no
podía echarle nada en cara porque ella cuando ejercía hacía exactamente lo
mismo - ¿Y por eso me tengo que quedar sin paseo? – preguntó con sorna.
- Por eso no, porque hay previstas tormentas.
- Vaya… - dijo tan decepcionada que Germán se ablandó y una idea cruzó por su
mente.
- ¿Sigues jugando al ajedrez? – le preguntó con una sonrisa.
- Hace mucho que no lo hago - reconoció.
- Perfecto así podré darte una paliza – enarcó las cejas y apretando los labios hizo
una mueca de suficiencia que provocó lo que pretendía.
- ¡Ni sin años de práctica eres capaz de ganarme! – exclamó desafiante.
- Eso ya lo veremos – sonrió – después de la siesta me paso un rato.
- ¿Con un buen coñac! dice Esther que guardas… - propuso entre ilusionada y
burlona conocedora de la respuesta.
- ¡Ni lo sueñes!
- ¿Y con un café? – preguntó con aire de inocencia.
- ¿Pretendes regatear! ¡No cuela, Wilson!
- ¡Joder! ¿no piensas ceder nunca?
- A palo seco, como los hombres – rió.
- Sigues siendo un cabrón.
- Y tú una pija estirada como tú amiga – se detuvo en la puerta y la miró burlón –
quizás prefieres el poker y una copita de Jerez – le preguntó recordando lo mal
que jugaba .
- ¿El poker? – una sonrisa se dibujó en su rostro “¡se va a enterar!” – no, el poker
no.
- Entonces perfecto, traeré la baraja y nos jugamos la pasta, no vayas a serme
roña.
- Que no Germán, que prefiero el ajedrez – se negó con toda la intención.
- Es mi terreno y las armas las escojo yo, doctora. ¡Jugamos al poker! Y cuando te
desplume te dejo jugar una partidita de ajedrez.

Maca sonrió, ¡qué fácil le había resultado siempre liarlo! Menuda paliza pensaba darle.
En estos años se había hecho una experta en el poker, había ganado a todos en las
partidas que se organizaban en el hospital, y había aprovechado muy bien las lecciones
que le diera en su día Esther.

* * *
Esther entró a toda velocidad en el campamento. Sabía que era tardísimo. No había
pensado pasar todo el día fuera pero una cosa había llevado a la otra y al final, a duras
penas, había conseguido llegar a la hora de la cena. Kimau salío a su encuentro y cruzó
unas palabras con él. Francesco también le llamó la atención con un “García tienes una
llamada”, pero Esther pasó con rapidez haciéndole una seña de que no podía atenderla.
Seguro que o era su madre o era de la Clínica, no había día que Cruz, Teresa o Claudia
no la llamasen para saber de Maca y eso que Adela hacia lo propio con Germán. A
veces tenía la sensación de que todos estaban especialmente preocupados por ella, y no
es que quisiese pensar mal, pero empezaba a molestarle esa obsesión que tenían y esa
insistencia en hablar personalmente con Maca, en contra de las indicaciones de Germán,
que, tajantemente, le había prohibido toda llamada vinculada con el trabajo o con
cualquier cosa que pudiera alterarla.

Antes de dirigirse al comedor en busca del médico, decidió ir a la cabaña y ver qué tal
había pasado el día la pediatra. Esperaba que estuviese mejor, aunque a esas horas
quizás la encontrase ya descansando. Pero al abrir la puerta se encontró con un cuadro
que no esperaba, Germán y Maca reían abiertamente, él en pie con su tablero de ajedrez
en las manos, ese que no dejaba tocar a nadie, junto a la puerta, ya punto de marcharse
y, ella con un brillo especial en los ojos y una alegría que dejó sorprendida a la
enfermera, si algo no se esperaba era llegar y verlos tan animados.

- Hola – entró saludando con una sonrisa y una expresión de perplejidad - ¿qué se
celebra? – preguntó con curiosidad.
- Nada – dijo un sonriente Germán.
- ¡Qué animados estáis! – exclamó intentando sacarles información.
- ¿Animados? – preguntó Germán con sorna – nada de eso, estoy muy, pero que
muy enfadado - mintió - es la última vez que vengo a entretenerla, que lo sepas –
le espetó fingiendo estar molesto con su ausencia.
- Lo que eres es un cobarde – rió Maca.
- Y.. ¿tú cómo estas? – le preguntó Esther dirigiéndose a ella, desconcertada con
todo aquello – aunque ya veo que….
- Bien – dijo secamente, interrumpiéndola, con lo que a la enfermera le pareció un
tono de molestia.
- Yo os dejo – les dijo el médico – Wilson, me tienes que dar la revancha…
- ¿Pero no decías que no ibas a venir más? – le preguntó con una sonrisa que
rivalizaba con el tono seco con el que había recibido a la enfermera.
- Solo a desplumarte – rió en la puerta y salió.

Esther se quedó un segundo observando a Maca que ensombreció su rostro y desvió la


vista. Estaba claro que se había enfadado por su ausencia. Luego hablaría con ella, pero
antes tenía que hacer algo.

- ¡Germán! – gritó Esther saliendo tras él - ¡espera!


- ¿Qué pasa? – le preguntó aún con la sonrisa en los labios.
- ¿Le has hecho las pruebas! ¿cómo ha salido todo?
- Sí, se las he hecho – respondió adoptando un aire de seriedad que la alertó.
- Y… ¿qué tal…? – preguntó con temor.
- Te estuve esperando… creí que querrías estar con ella mientras...
- Ya… - lo cortó sin añadir nada más. Germán la observó pensativo - ¿me vas a
responder?
- No debería hacerlo y lo sabes.
- ¿No me irás a decir que es tu paciente y que le pregunte a ella? – le suplicó con
los ojos que no fuera así y él suspiró esbozando una leve sonrisa.
- Han salido bien. Maca tenía razón.
- Entonces… ¿por qué tienes esa cara? – preguntó extrañada.
- Porque … por nada – se arrepintió de lo que iba a decir – ya me conoces, me
gusta atar todos los cabos y …
- Y hay uno que, desde el principio, no eres capaz de atar – sentenció ella - ¿qué
es lo que no ves claro?
- ¿Tú sabes si su psiquiatra la tiene en tratamiento?
- Claro, está en terapia.
- Me refiero a… si toma algo.
- No tengo ni idea – respondió con rapidez y adoptando un aire pensativo
puntualizó – pero… no creo, ¿por qué?
- Por… nada… - le sonrió – tú… ¿podrías intentar averiguar si toma algo?
- Germán, ya te di todo lo que toma. Cruz me lo dio todo.
- Bueno… entonces… ¿puedes preguntarle qué le pasa! a mi no quiere decírmelo.
- Pero… ¿qué le pasa de qué? – alzó la voz exasperada, si había algo que no
cuadraba quería saberlo.
- Yo creo que ella tiene una idea de lo que le ocurre pero acepta lo que le dicen.
- No te entiendo Germán, ¿me estás diciendo que Maca está enferma! ¿qué ella
sabe lo que tiene, pero no lo quiere reconocer! ¿no dices que las pruebas han
salido bien?
- Si – sonrió ladeando la cabeza - no me hagas caso, ya sabes como soy.
- ¿Y ahora se supone que debo quedarme tranquila?
- Que sí, que no te preocupes que todo ha ido muy bien. La analítica muestra unos
índices más normales, se está recuperando bien y está más fuerte. En la
radiografía de torax no se aprecia nada alarmante y para lo demás tendremos que
esperar un poco.
- ¿Seguro?
- Siii. Estaba equivocado, yo creía que había algo más pero… ya sé que está en las
mejores manos y que a Gándara no se le pasaría algo así.
- ¿Algo como qué? – preguntó escudriñando a su amigo cada vez más
preocupada.
- Como nada, ya te digo que estaba equivocado, las pruebas han salido exactas a
las de su historial. No tienes de qué preocuparte y… ella tampoco.
- ¡Gracias! – suspiró aliviada.
- De nada pero… - la señaló con el dedo – deberías haber estado aquí.
- ¿Preguntó por mí?
- Claro que preguntó, y… la cara que se le quedó al ver que no regresabas para
acompañarla fue todo un poema.
- No será para tanto, yo la he visto muy animada.
- Mi trabajo me ha costado… además de doscientos euros que me ha ganado. ¡Y
decía que no sabía jugar!
- ¿A qué! ¿no será al póker?
- Si.

Esther soltó una carcajada.

- Sabe mejor que tú y yo juntos – exclamó – siempre me arrepentí de enseñarle.


- ¡Joder! Será hija de...
- ¡Germán!
- Hija de doña Rosario.
- ¡Mira qué eres tonto! – rió – me voy con ella. Para compensar un poquito – le
dijo guiñando un ojo.
- ¿No cenas?
- No. Pensaba ir al comedor a buscarte pero ya que estabas aquí…
- Deberías cenar.
- Gracias, pero no. Cuando se duerma si quieres nos tomamos un café.
- Tengo turno esta noche.
- Te busco allí.
- Bueno pues… hasta luego…

Esther corrió hacia la cabaña y entró en ella con precipitación, estaba deseando verla,
charlar con ella, alegrarse juntas de que las pruebas hubiesen salido bien, aunque lo que
en verdad ansiaba era contarle todo su día en la cuidad, pero no podía, era una sorpresa
que esperaba poder darle si su plan no terminaba por fracasar.

- Ya estoy aquí – sonrió conciliadora sentándose en la hamaca.


- Ya te veo – le respondió con el mismo tono seco de antes, bebiendo agua del
vaso que tenía en la mesilla. Esther frunció el ceño y recordó la pregunta de
Germán - ¿qué estás tomando?

Maca la miró mohína y no respondió. ¡Había olvidado por completo que le dijo a
Germán que no tomaría nada que él no le diera!

- Maca, ¿qué es eso que tomas? – insistió acercándose e intentando arrebatarle de


las manos el frasco, pero Maca se revolvió con rapidez evitándolo.
- ¿Qué haces? – le preguntó enfadada – me has hecho daño.
- Lo siento, perdona – la miró y sonrió – parecemos crías. ¿De dónde has sacado
esas pastillas! ¿te las ha dado Germán?
- No, Esther, no me las ha dado Germán – dijo con retintín – son mías.
- Pero…
- No tienen nada que ver con lo que tomo habitualmente, son unas simples
vitaminas que me mandaron hace tiempo.
- No sabía que las tomases.
- ¿Y por qué habrías de saberlo? – preguntó irónica - ¡ni que fueras mi madre!
- A ver Maca, ya sé que no soy tu madre, pero todos estos días he sido yo la que
me he encargado de… - se interrumpió, conforme hablaba la pediatra enarcó las
cejas acusadoramente y Esther captó inmediatamente que no tenía justificación
alguna, se lo acababa de servir en bandeja, había estado el día entero fuera y era
evidente que Maca tendría que haberse tomado, por sus propios medios, sus
medicinas – bueno ya sé que… hoy…. pero Cruz me encargó que…
- Cruz, Cruz… - murmuró interrumpiéndola.
- Sí, Cruz – le dijo con seriedad – estaba muy preocupada porque tomases tu
tratamiento y a Germán también lo tienes preocupado. Así es que a ver si dejas
de una vez de comportarte una niña mimada y caprichosa y te tomas en serio lo
que te pasa – le soltó con autoridad recordando uno de los consejos de su madre
“hija mía, cuando te sientas acorralada, ataca, no hay mejor defensa que un buen
ataque, yo siempre lo hacía con tu padre”
- ¡Déjame en paz! – casi gritó cada vez más alterada.

Esther la miró y estuvo a punto de responder pero se contuvo, así no iba a conseguir
nada de ella. Estaba claro que el verla la había puesto de mal humor y ella creía adivinar
el motivo.

- Bueno… no te enfades... – le pidió condescendiente - ¿Vero te tiene en


tratamiento?
- ¿Otra con la misma cantinela! ¿qué pasa, qué Germán te ha pedido que me
interrogues? – le preguntó moviendo la cabeza de un lado a otro – Luego dice
que me escucha y que cree lo que le digo.
- Maca, está preocupado, solo eso.
- Ya….
- ¿Lo estás o no?
- Ya le he dicho a él que no, que solo tomo estás vitaminas – elevó el tono
cansada.
- Pero ¿por qué no me lo has dicho antes, para que yo te las diera?
- Porque se me olvidó que las tenía aquí – le explicó hastiada – ayer las vi por
casualidad en mi bolso.
- Maca… - le dijo incrédula.
- Esther… ¿quieres dejarme en paz! estoy cansada y me duele la cabeza – mintió
buscando que se callara y la dejara tranquila.

Esther la miró fijamente y, en contra de la reacción que esperaba la pediatra, sonrió y se


sentó en el borde de la cama, la cogió de la mano y habló con suavidad.

- No me dio tiempo a regresar para las pruebas, lo siento – se disculpó adivinando


el motivo de su tirantez – tenía que hacer unas cosas y ver a unos amigos …
- ¿Unos amigos! ¡ya! … – respondió molesta recalcando el ya, indicándole que no
la creía, “más bien será a alguna amiguita”, pensó molesta.
- Si, Maca, a ver si crees que en cinco años no he hecho amistades – le dijo
armándose de paciencia – se enteraron de que había vuelto y… me llamaron
ayer… y… bueno creí que me daría tiempo a regresar.
- Pero… ¿dónde has estado? – le preguntó, incapaz de contenerse, en tono de
recriminación que, lejos de enfadar a la enfermera, la divirtió aún más.
- He ido a la ciudad.
- ¿A Jinja?
- No, a Kampala.
- ¿Tan lejos?
- ¡Si! estaba deseando ver a Nancy, he pasado una tarde estupenda – le dijo con
una enorme sonrisa y volviendo los ojos hacia arriba al tiempo que recalcaba
“estupenda”.
- ¿Quién es Nancy! nunca me has hablado de ella – preguntó sin poder evitar que
su voz se enronqueciese ligeramente, incapaz de disimular los celos que sentía.
- Una amiga, Maca, es bióloga y zoóloga, ¡te encantaría! Germán y yo la
conocimos en unas charlas que hubo en Jinja. Trabaja en El Congo, pero le
encantó Kampala cuando estuvo aquí y se compró una casa.
- ¿Una casa! ¿tiene casa en Kampala? – preguntó con un interés que a Esther se le
antojó desmedido, provocado por los celos que le producía las imágenes que se
le ocurrían de ambas en la casa de aquella desconocida. Esas imágenes la
alteraron de nuevo, sintiendo una ligera presión en el pecho, iba a tener que dejar
de escuchar a Germán porque la estaba consiguiendo sugestionar.
- Sí, una casa. ¿Tan extraño te parece?
- No, claro que no – intentó disimular suavizando el tono - ¿Y a qué se dedica? –
le preguntó intentando mostrar interés y disimular lo molesta y decepcionada
que estaba por haberla dejado sin paseo y sola todo el día.
- ¿Ya has cenado? – le preguntó sin responderle.
- Si.
- ¿No me estarás engañando porque no quieres tomar nada?
- ¿Si no vas a creerme para qué preguntas!
- Vale, te creo – sonrió conciliadora, Maca estaba enfadada y ella ya ni siquiera
tenía que molestarse en adivinar el porqué – pero tienes que comer.
- ¡A buenas horas vienes a preocuparte si como o no! – soltó sin poderse contener
más.
- ¿Qué has cenado? – le preguntó, obviando su recriminación, con una sonrisa de
triunfo que molestó a la pediatra.
- Tortilla.
- ¿Tortilla? – preguntó extrañada - Pero… cómo…
- ¿Cómo qué?
- Nada, será que Germán ha ido a buscar los huevos, porque ayer se habían
terminado y hasta pasado mañana no llegan los suministros. Está claro que lo
tienes en el bote.
- Vaya… no me ha dicho nada – comentó pensativa suavizando el tono.
- No le gusta que pienses que es un blandengue.
- No lo pienso, la verdad es que… me… me gusta mucho como es – le reconoció
con una sonrisa – pero no se lo vayas a decir.
- Tranquila que tu secreto está a salvo conmigo – le respondió burlona.
- Antes no me has contestado ¿a qué se dedica esa Nancy?
- Ya te lo he dicho, es bióloga.
- Ya pero hará algo.
- Estudia el comportamiento de los chimpancés. Si me acuerdo te dejaré uno de
sus libros.
- ¿Te vas a acostar ya? – le preguntó al verla levantarse y comenzar a desvestirse,
extrañada de que lo hiciera tan temprano.
- Sí – respondió – si no quieres nada, me acuesto contigo. Estoy cansada.
- ¿Y tú no cenas?
- Yo me he pasado en el almuerzo – le sonrió, pero Maca no le devolvió la sonrisa
y permaneció observándola en silencio.

La enfermera comenzó a recoger las cosas de la cabaña. Cogió ropa limpia y se marchó
a las duchas. Al regresar la pediatra seguía en la misma postura, con los brazos cruzados
sobre el pecho y la vista clavada en el techo. Esther respiró hondo, le iba a costar más
trabajo del que esperaba que Maca recuperara la sonrisa.

- ¿Qué haces con esa cara? – le preguntó alegre.


- ¿Qué cara? – respondió molesta.
- A ver ¿qué pasa, Maca! cuando he entrado aquí estabas alegre y mírate ahora.
- ¿Qué quieres que pase? – preguntó a su vez, aún más agria.
- Te has enfadado porque he estado fuera todo el día, ¿no es eso? Lo siento, no
creí que fuera a tardar tanto – le dijo condescendiente y se preparó para que la
pediatra se desahogara soltándole alguna de sus borderías.
- No estoy enfadada – reconoció suavizando el gesto al verse descubierta,
apretando los labios y ladeando la cabeza, “solo decepcionada”, pensó ya te he
dicho que me duele la cabeza.
- Te prometo que mañana hacemos algo especial.
- Vale – dijo secamente.
- Maca… - comenzó sentándose en el borde de la cama y colocándole el pelo tras
la oreja como le gustaba hacer – no te enfades. Te voy a sorprender, ¡ya verás!
- No se te irá a ocurrir otra ideita como la del río – dijo con cierto tono despectivo
que, aunque molestó a la enfermera, no consiguió lo que pretendía - Germán me
ha dejado muy claro hoy que…
- Germán – la interrumpió con énfasis, indicándole que no lo pusiera a él de
excusa - me ha dicho que las pruebas han salido muy bien, que no has tenido
fiebre en todo el día y que hasta has comido más.
- Si – reconoció.
- Además, me acabo de encontrar con Kimau y ya ha terminado la rampa, así es
que a partir de mañana, podrás salir de aquí tú sola.
- ¿En serio? – preguntó sin estar muy segura de ello.
- Claro que sí – le sonrió - ¿no te alegras?
- ¡Claro que me alegro! Estaba deseándolo – exclamó con una amplia sonrisa.
- Ya lo veo – la miró con ternura – Maca… perdona por no haber estado aquí para
las pruebas…
- No importa, estoy acostumbrada a estar sola – comentó con naturalidad y sin
rastro ya del mal humor con que la había recibido, solo de pensar en que por fín
podría salir de allí sin necesitar a nadie – además, Germán se ha pasado casi todo
el día conmigo.
- Entonces… ¿no me has echado de menos? – le preguntó con intención,
sorprendida de que la pediatra no hubiese manifestado ni un ápice de alegría al
verla y deseando escuchar que había sido así.

Maca la miró en silencio, barajando la opción de mentir, pero había algo que la
impulsaba a hacer todo lo contrario. Sin embargo, los celos que sentía al pensar que
había estado todo el día con esa Nancy, ganaron la batalla.

- Pues no, Margot es muy amable y está pendiente de todo. Sara ha venido a ver
cómo me encontraba y hemos estado charlando un buen rato, luego Germán me
ha llevado al hospital y me ha hecho las pruebas. Se ha venido a comer conmigo
y hemos visto los resultados juntos y hemos pasado la tarde jugando al ajedrez y
al poker – le narró con rapidez – no he tenido tiempo de echarte de menos.
- Eh… ¡Me alegro! – le dijo haciendo una mueca, “con que te da igual si no estoy
contigo… ahora veremos si es cierto”, pensó con rapidez – de verdad, que me
alegro mucho, porque los dos próximos días los pasaré en Kampala, no sabía
como decírtelo y había pensado volver para el paseo y… compensarte lo de hoy,
pero … si estás tan a gusto aquí… y ya que vas a poder manejarte sola … - le
dijo levantándose y dirigiéndose a la puerta .
- Esther…
- ¿Sí? – se giró con la mano puesta en el tirador.
- ¿A dónde vas?
- A dar un paseo, no tengo sueño – respondió abriendo la puerta.
- Esther…
- ¿Qué? – dijo impaciente.
- Sí que te he echado de menos – murmuró frunciendo el ceño, sabía lo que había
hecho la enfermera, pero también sabía que no podía jugar con ella, porque era
muy capaz de hacer lo que le había dicho y ella no soportaría estar dos días sin
verla, dos días sola y, sobre todo, nos noches sin sentirla a su lado.

La enfermera se giró y cerró la puerta volviendo a entrar con una sonrisa de triunfo.

- ¡Te he echado muchísimo de menos! – repitió más alto y con tanta intensidad
que la enfermera se estremeció – no te vayas a Kampala, quédate conmigo – le
pidió con cierta angustia.
- Maca… - se acercó a la cama y se sentó otra vez en el borde – si es lo que
quieres, no me iré a ningún sitio, me quedaré aquí.
- Sí, es lo que quiero – reconoció con franqueza mirándola fijamente a los ojos.
- Pues.. decidido, mañana me quedo aquí contigo. Ya llamaré a Nancy para
decirle que no nos veremos estos días.
- ¡Gracias! – respondió casi con las lágrimas saltadas. No soportaba ese juego en
el que siempre terminaba perdiendo y dando su brazo a torcer.
- De nada – le dijo besándola en la mejilla y abrazándola. Maca se asió a ella con
fuerza y la enfermera lamentó haber jugado con ella, pero se sintió satisfecha de
que, por fin, la pediatra le reconociera en voz alta sus deseos.

Tras unos segundos en los que se mantuvieron abrazadas, Esther se levantó y se fue a su
lado de la cama, comenzando a desvestirse.

- ¿No ibas a pasear?


- Ya no – sonrió – además, creo que va a haber tormenta.
- Sí, Germán me comentó que también hoy estaban previstas – dijo con cierto
temor.
- No te asustes y duérmete.
- Buenas noches, Esther – le deseó cerrando los ojos obediente y cruzando las
manos encima del vientre en una postura característica que la enfermera
recordaba en ella, siempre lo hacía cuando dormían enfadadas o molestas por
haber discutido y, aunque Maca había disimulado ese enfado y había intentado
mostrarse natural, sus gestos no mentían.
- Buenas noches, Maca – le dijo acurrucándose en el otro extremo de la cama con
una sonrisa maliciosa en su rostro que la pediatra no podía ver, definitivamente,
su plan estaba funcionando mucho mejor de lo que esperaba, nunca imaginó leer
tan pronto la desesperación y los celos en los ojos de la pediatra.

Maca se dispuso a conciliar el sueño, pero estaba completamente desvelada, “¿Quién


será esa Nancy?”, se preguntó, “muy buena amiga tiene que ser de ella para hacer un
viaje como ese solo por verla”, pensó al tiempo que un enorme trueno la sobresaltaba y
la hacía ponerse de costado en una postura más cómoda, le dolía la espalda de haber
estado casi todo el día en la cama, “no le des más vueltas, está en su mundo y tú aquí no
pintas nada”, suspiró derrotada. Necesitaba descansar y dejar de pensar, sabía que debía
intentar dormir, pero temía que las pesadillas la asaltaran de nuevo. De repente, sintió
algo ya cotidiano para su desgracia, esa sensación acuciante de lucidez que la invadía y
que evitaba que pudiese sumergirse en el sueño, sabía lo que ocurría, estaba luchando
contra él. Vero se lo había dicho muchas veces y se removió inquieta.

- ¿Qué te pasa?
- No puedo dormir.
- ¿Por qué! ¿estás mal? o… ¿te duele algo?
- No, será por la tormenta.
- No te asustes, ya está pasando.
- No me asusto es que… a veces me cuesta dormir.
- Ya lo sé, pero aquí no has tenido tantos problemas.
- Aquí no, la verdad, es que suelo dormir bien…
- Menos por tus pesadillas.
- Sí – sonrió.
- Si quieres que charlemos un rato.
- No te preocupes. Duérmete, estabas cansada.
- Pero no tanto – se incorporó y se sentó frente a ella - ¿Qué hacías en Madrid
para poder dormir? – le preguntó, cambiando de postura y poniéndose de
costado, apoyando el codo en la cama.
- De todo – suspiró mirándola agradecida e incorporándose igualmente – pero la
mayoría de los días no consigo dormir ni media hora seguida.
- Y ¿Vero no te dice nada?
- Vero dice que se debe al cansancio acumulado, que por culpa de eso me salto
algunas fases del sueño y que eso es lo que me hace soñar y tener esas
sensaciones.
- ¿Qué sensaciones?
- Las de angustia, de miedo, de irrealidad, por eso no sé si son recuerdos o sueños.
Porque a veces son tan reales que …
- Lo que tienes que hacer es no darle tanta importancia y no ponerte nerviosa.
- Ya lo sé – suspiró - pero son demasiado reales, y sólo al despertarme consigo
sentirme tranquila, por eso odio dormir, pero al mismo tiempo el insomnio es
una tortura – le reconoció hablando abiertamente del tema, por primera vez con
alguien que no era Vero.
- Anda échate, le pidió sentándose en la cama – ven que te voy a dar un masaje,
verás como te relajas.
- Me duele la espalda – confesó – ya no sé ni como ponerme – le dijo quejosa.
- ¡Ay, mi gruñona! – sonrió logrando que Maca esbozase una sonrisa nostálgica
Venga ponte boca abajo – le ordenó con autoridad – verás cómo se te pasa.

La enfermera comenzó a masajearle la cabeza como a ella le gustaba.

- Esther…
- Chist, cierra los ojos y cállate. Necesitas dormir.
- Llevo dormitando todo el día – murmuró.
- Pero no dices que has estado todo el día… - guardó silencio con una sonrisa
burlona que la pediatra no pudo ver - ¡Serás! Entonces ¿cómo pretendes hacerlo
ahora?
- Me he acostumbrado a dormir más – sonrió.
- Tú lo que querías es que te diese unos mimitos.
- Pues si – reconoció – ¡qué me has tenido abandonada todo el día!
- Lo siento… - murmuró – pero te voy a compensar – prometió - ya que todas las
pruebas han salido bien, no hay excusas para que nos divirtamos un poco.
- Si – respondió escuetamente y la enfermera la miró extrañada, tenía la sensación
de que había algo que le ocultaban y no podía decir el porqué la tenía, pero
estaba segura de ello.
- Cuéntame alguna historia – le pidió melosa.
- ¿Una historia de qué?
- No sé, de esas que tú cuentas de por aquí – suspiró aliviada con el masaje – ay –
se quejó.
- ¿Te he hecho daño?
- Un poco.
- Si es que desde aquí no puedo hacerlo bien – le dijo - ¿me dejas que me suba
encima de ti?
- Esther… - la avisó en el tono.
- Tranquila, así muy bien – dijo sentándose a horcajadas sobre ella – así, mucho
mejor.
- Hummm – gimió – ahí, si, ahí , uf, ¡qué ganas tenía de esto! – musitó.

La enfermera sonrió y comenzó a hablar, sin dejar de masajearle la cabeza.

- Cuenta la leyenda, que en lo más profundo de la selva, en un valle rodeado de


altas montañas infranqueables para nadie, existía un reino en el que solo habita-
ban la tranquilidad y el amor. Era un reino muy próspero, donde todos sus
habitantes eran felices y vivían adorando una roca enorme que se encontraba en
el palacio real. La Piedra de la Verdad – comenzó bajando la voz y
convirtiéndola casi en un murmullo adormecedor.

Maca cerró los ojos, definitivamente, y al rato su respiración era más tranquila aunque
Esther sabía que aún no dormía. Por eso siguió hablando.
- Pero un día los habitantes de un reino lejano, en el que el odio y la mentira
dominaban las vidas de todos, oyeron hablar del Reino de la Piedra de la Verdad
y decidieron escalar aquellas montañas y robar aquella piedra que les diese lo
que les faltaba. Dicho y hecho, emprendieron el largo viaje y sustrajeron la
anhelada piedra, sumiendo al Reino de la Piedra de la Verdad, en un período de
oscuridad, las tierras no producían, las epidemias los asolaban, los vecinos no
dejaban de rivalizar por la más pequeña de las cosas. Hasta que el rey,
desesperado, reunió a todos y les dijo – impostó la voz sin dejar de pasear sus
manos por la espalda de la pediatra que de vez en cuando emitía un ligero
gemido de placer – “vecinos, La Piedra de la Verdad, que nos traía prosperidad,
paz y tranquilidad a todos, nos ha sido arrebatada. Sin ella ya veis lo que
podemos esperar. Yo ya soy muy viejo y carezco de fuerzas para ir en su busca.
Necesito que alguien joven y fuerte vaya en mi lugar”. Entonces, su hijo, el
joven príncipe, se levantó y se ofreció. Era a él a quien correspondía aquella
misión.
- Humm… ¿qué misión? – murmuró casi dormida.
- La misión de rescatar la Piedra de la Verdad – sonrió satisfecha de verla tan
relajada y guardó silencio creyendo que se había dormido, retirándose
suavemente para no despertarla.
- Hummm – se quejó – sigue.
- El joven príncipe – continuó volviendo a situarse encima de ella y a pasear sus
manos por su espalda, hombros, cuello, nuca, muy lentamente – se marchó ante
la mirada anegada de lágrimas de su padre. Pasaron los días y esos días se
convirtieron en semanas, en meses, en años y en el reino de la Piedra de la
Verdad, no tenían noticia del joven príncipe ni de la Piedra de la Verdad.
- Se la quedó para él… - murmuró.
- No, no se la quedó – le respondió.
- El odio y la mentira acabarían con él – murmuró imaginando la continuación.
- Chist, déjame terminar.
- Hummmm.
- Muy lejos de allí un hombre harapiento vagaba por la selva, no recordaba quien
era ni que hacía por aquellos caminos, solo recordaba haber llegado al reino de
la mentira y el odio y haber tomado un fruto que le dieron. Desde entonces no
había dejado de vagar, sin saber a dónde se encaminaba, sin poder asentarse en
ningún lugar, sintiéndose vacío y solo.
- Como yo – musitó entre dientes.
- ¿Qué? – preguntó sin escuchar apenas su voz.

Maca no respondió y Esther interpretó que, por fin, se estaba durmiendo, y siguió con la
historia.
- Pero un día, vagando y vagando, llegó a un arroyo de agua cristalina, un arroyo
que le devolvió su imagen y de pronto, una voz interior le dijo, "recuerda quién
eres y de dónde procedes, recuerda que eres hijo de un rey y que a ti corresponde
heredar el reino". Repentinamente recordó todo, supo quien era y la misión que
tenía encomendada, supo para qué había hecho tan largo viaje y se decidió a ir
en busca de la Piedra de la Verdad….

La pediatra sintió que su cuerpo se aplastaba contra la cama, como si algo la empujase,
notó como el colchón se hundía por su peso, y como se apretaba su cara contra la
almohada, la voz de Esther cada vez la oía más lejana, “y su voz interior le dijo recuerda
que no puedes volver a tu castillo con el corazón entristecido y las manos vacías”, la
oyó decir, pero ya no podía seguir escuchándola, cada vez la oía más y más lejana, ya ni
siquiera entendía sus palabras, hasta que acabó apagándose. Tenía la necesidad de
despertarse, quería conocer el final de aquella historia “sería ella como el príncipe que
no sabía ni quien era ni a donde iba, que no recordaba nada”, tenía que despertar y oír
aquel final, pero Esther tenía razón, necesita dormir, así que intentó obviar lo que
empezaba a soñar como le recomendaba Vero.

- … Y cuenta la leyenda que todos somos príncipes de un pueblo y de una tierra.


Que todos buscamos el mineral de la Verdad, pero en este mundo, dormimos el
sueño de la conciencia y olvidamos quiénes somos y para qué hemos hecho tan
largo viaje – terminó la enfermera su relato.

Esther sintió que su respiración se volvía cada vez más pausada y que, finalmente, se
había dormido. Se echó a su lado con la intención de hacer lo propio pero se había
desvelado. Se levantó y se asomó a la ventana. Estaba claro que iba a haber otra
tormenta. Volvió a la cama y se sentó junto a ella, con la espalda en el cabecero,
observándola dormir. Al rato, la lluvia arreció provocando un ensordecedor ruido en la
techumbre. “¡Mierda! con el trabajo que me ha costado que se duerma!”, pensó Esther y
miró hacia Maca creyendo que despertaría con el estruendo de la lluvia y con los
truenos, pero la pediatra permanecía inmóvil. El masaje había hecho su efecto. La
tormenta pasó y Maca seguía profundamente dormida, con los labios dibujando una leve
sonrisa, Esther le acarició el pelo con suavidad, le encantaba sentirlo entre sus manos.

Al cabo de varios minutos un relámpago iluminó toda la cabaña, y la luz del


campamento se fue, varios segundos después se escuchaba un trueno aún lejano. Se
avecinaba otra tormenta. Esther calculó que aún tenía unos minutos para correr al
almacén y buscar algunas velas. A ella no le importaba la oscuridad pero estaba Maca y
en estos días le había demostrado en más de una ocasión que le aterraba. Otro
relámpago y Esther se levantó, se vistió y corrió hacia el exterior, esperaba tener tiempo
y no ponerse chorreando.

Maca, permaneció dormida, ni la lluvia ni los truenos habían conseguido sacarla del
tranquilizador sueño en el que ella vivía en un lugar paradisíaco, a salvo de cualquier
amenaza, Esther estaba a su lado contándole una divertida historia mientras ella
saboreaba una taza de buen café. Dormida alargó la mano para asirse a la enfermera
pero no la encontró a su lado, “Esther….”, musitó cambiando de postura. “Estás sola”,
le dijo su subconsciente, rápidamente intentó abrir los ojos pero no lograba ver nada,
absolutamente nada, “estás soñando”, se dijo confundida por esa oscuridad, “Esther
siempre deja la lamparita encendida, estás soñando”, “no estás sola, Esther está aquí al
lado”, se dijo volviendo a alargar la mano con intención de comprobarlo, sin éxito. “No,
no, estás sola, sola y sumida en la oscuridad. Y él vendrá pronto”, el miedo fue
apoderándose de ella, de nuevo se vio en un lugar oscuro y frío, podía oír el viento
silbar, no podía moverse, no podía hacer nada más que pedir ayuda, pero otra vez estaba
sin voz, le dolía la garganta, la tenía completamente seca y sus esfuerzos porque alguien
la escuchase eran en vano. “Esther…”, murmuró en sueños, “Esther… Esther…”.

En el exterior, la frecuencia de los rayos y turnos se había acortado y todo indicaba que
pronto las nubes descargarían una lluvia torrencial. Germán que tampoco podía dormir,
estaba asomado a la ventana de la cabaña cuando vio correr a la enfermera y,
preocupado, salió a su encuentro.

- ¿A dónde vas? – la alcanzó con una sonrisa no exenta de temor - ¿Wilson está
bien?
- Sí, está dormida. Voy a por velas – le explicó sin detenerse, no quería dejar a
Maca sola mucho rato.
- ¿Y eso? – preguntó extrañado – creí que te gustaban estas noches – sonrió
recordando algunas de las compartidas.
- Si que me gustan – le devolvió la sonrisa – no son por mi, son por Maca.
- ¡No me jodas que le da miedo la oscuridad! – rió burlón - además de las
tormentas.
- Pues si – reconoció – pero no le vayas a decir que te lo he contado, se
avergüenza de ello.
- ¡Cómo para estar orgullosa! – bromeó con cierto tono de desdén.
- Entiéndela, yo creo que es desde que la asaltaron. Tiene miedo.
- Bueno… - sonrió – no todo el mundo va a ser tan valiente como mi enfermera
milagro – le pasó el brazo por lo hombros como le gustaba hacer y la atrajo
hacia él.
- Déjate de carantoñas que no quiero que despierte y se encuentre sola.
- Pues vamos a buscarlas – le dijo acompañándola - porque creo que cuando
hicimos inventario movimos algunas cosas de sitio.
- ¡No me digas eso!
- Pues sí, no estabas tú para organizarnos - bromeó.
- Ayúdame, por favor – le pidió angustiada por el retraso que eso podía
ocasionarle.
- A eso voy – sonrió afable – vamos a darnos prisa porque va a caer la del pulpo.
- Sí – admitió – oye ¿tú no tenías turno esta noche?
- ¿Y tú no ibas a tomar café conmigo?
- Si, pero…
- Ya… tu pediatra puede más que yo – se quejó haciéndose el ofendido.

La enfermera enarcó una ceja y dibujó un gesto burlón que divirtió al médico.

- Le he cambiado el turno a Jesús quiere la tarde libre para ir a Jinja – le explicó -


¡Ay, Esthercita! – exclamó – espero que no te estés equivocando con Maca – le
deseó al tiempo que cogía una caja - ¡aquí están!
- ¡Gracias! – se alegró de lo poco que habían tardado metió la mano y sacó un par
de ellas – buenas noches, Germán – le deseó sonriente y corrió de vuelta a la
cabaña dejando a su amigo con la caja en las manos y una sonrisa de
satisfacción, hacía mucho tiempo que no veía a Esther tan contenta y alegre.
Estaba claro que Wilson, conscientemente o no, estaba obrando milagros en ella.

Esther entró en la cabaña casi a tientas, la oscuridad le impedía apenas adivinar el


mobiliario, suerte que se la conocía de memoria. Se acercó a la mesa y tocó uno de sus
picos. Perfectamente orientada se encaminó a una pequeña estantería donde tenía una
caja de cerillas. Encendió la vela y la situó en la mesilla, junto a Maca que parecía
agitada. Murmuraba en sueños algo inteligible. Esther se sentó en el borde, le acarició el
pelo y le dio la mano inmediatamente, la pediatra entreabrió los ojos.
- Esther… - murmuró.
- Chist, duérmete – le susurró con otra caricia sin soltar su mano.

Maca esbozó una leve sonrisa y cerró los ojos, parecía haberse tranquilizado. Al cabo de
unos minutos, la enfermera se levantó y se metió en la cama. Una hora después, Maca
seguía dormida cuando un intenso destello rojo, la sobresaltó, aquella luz la cegaba de
nuevo. Sintió que la invadía el terror, su corazón se aceleró, y comenzó a sudar, agitada.
Esther, que había conseguido dormirse, se removió a su lado. Maca notó aquel
movimiento y lo introdujo en su sueño, un bicho gigantesco y asqueroso reptaba junto a
ella, una serpiente enorme dispuesta a estrujarla. “Estoy soñando, estoy soñando tienes
que despertarte”, comenzó a decirse justo en el momento en que la sensación de ahogo,
el horror y la repugnancia, ganaban la batalla a sus nervios...”No, no, no debes
despertar, Esther quiere que duermas y Vero siempre te dice que no debes despertarte,
tienes que forzarte a dormir”, “son sueños inofensivos, solo sueños”, “obvia lo que
sientes, debes dormir”.

Entonces la alucinación cambió. Una fuerza invisible la arrastraba hacia el suelo; tiró de
ella arrancándola de la cama. Sabía que no era así, que seguía en su lecho, que sólo era
un delirio, una pesadilla más. Un nuevo relámpago iluminó la habitación, el suelo se
abrió, una intensa luz roja emergió de la grieta y la cegó. Giró la cabeza con
desesperación en un intento de evitar esa luz que la deslumbraba, en un intento de
proteger los ojos cerrados. Sintió que se elevaba y que veía su rostro deformado por el
terror, allí abajo en la cama. Luchaba por despertarse, pero no podía. Impotente
comenzó a llorar, desconsolada, su corazón latía desbocado, su respiración se hizo
agitada, sintiendo que sus doloridos pulmones iban a estallar. ¿Dónde estaba! no era
capaz de reconocer el lugar, solo podía ver una mano que se acercaba a ella. No…, era
ella la que debía acercarse a la mano. Escuchó una voz iracunda, “puta, te voy a
sorprender, ¡ya verás!”, “vamos a divertirnos”, unas manos diferentes querían atraparla,
querían hacerle daño. Finalmente, gritó aterrada, su corazón golpeaba tan fuertemente
su pecho que parecía capaz de atravesarlo y salir disparado al exterior. Entonces, lo vio.
Era él, Elías, le sonreía mostrándole su blanca dentadura, se acercaba a ella y cuando
estaba a punto de alcanzarla, desaparecía. Las manos ya no querían atraparla; escuchaba
voces gritando, un niño estaba llorando y aquella voz, le pedía ayuda “Maca, levántate,
Maca levanta, Maca ayúdame” suplicaba angustiada. “No puedo”, “no puedo”, repetía
incapaz de alcanzar aquella figura. “Maca, dame la mano, Maca”, la pediatra alargó su
brazo de forma inconsciente para intentar ayudarla, sin saber como. Buscaba aquella luz
que la cegaba y le impedía ver el rostro de la figura que le suplicaba, “vamos, Maca,
dame la mano”, sí, un pequeño esfuerzo y alcanzaría aquella luz, se incorporó dormida
y rozó la luz, entonces sintió una quemazón horrible que la obligó a retirarla, lanzando
un grito de dolor.

Esther se sentó en la cama alertada y asustada sin saber qué ocurría.

- Maca ¿qué haces? – preguntó cogiendo la vela que había dejado en su mesilla
encendiéndola.
- Me he quemado – respondió con lágrimas en los ojos.
- Pero… ¡a quien se le ocurre coger la vela!
- No… no sé. No, no lo he hecho queriendo – sollozó mirándose la palma donde
una señal roja intensa mostraba el lugar de la quemadura.
- Uy, que mala pinta tiene, ¿te duele mucho?
- Si – murmuró adormilada.
- Venga, vamos, Maca, no llores – le pidió levantándose – échate – le dijo tirando
de ella con suavidad - voy a buscar algo para las quemaduras – suspiró cansada,
encendió de nuevo la vela que había apagado la pediatra para dejarla con más
luz – Maca, échate – le ordenó de nuevo al ver que se sentaba en la cama,
temiendo que terminarse por caerse de ella, parecía completamente aturdida.
- Estoy… mareada…
- Toma un poco de agua – le tendió el vaso, pero el temblor de sus manos le
impidió cogerlo y la enfermera se vio obligada a sostenérselo – ya está. Salgo un
momento ¿de acuerdo! échate Maca - insistió.

La pediatra se recostó de nuevo, le dolía la mano, y estaba dispuesta a esperar despierta


a Esther, pero no sabía que le pasaba que a pesar de ello sus ojos estaban pesados, se le
cerraban de nuevo. Se incorporó en un intento de mantenerse despierta pero a pesar del
dolor que sentía, la cabeza se le cayó hacia el lado y clavó la barbilla en el pecho. Y allí
estaba de nuevo, rodeada de oscuridad, escuchando lloros y súplicas. “Tienes que
ayudarme, Maca”, “ayúdanos, si no lo haces tú no lo hará nadie, nadie puede oírnos,
ayúdame”, pero una risa demoníaca silenciaba esas voces, “Bebe puta, te he dicho que
bebas”. No podía soportarlo más, quería despertar, tenía que despertar, “ya te tengo
puta” sintió que la agarraban de los brazos, sal de ahí, sintió un profundo dolor en la
espalda, y gritó como nunca lo había hecho, un grito mezcla de ira y pánico. Le dolía la
garganta, pero no podía dejar de gritar y bracear intentado zafarse de aquellos brazos
que la sujetaban.

- ¡Wilson…! ¡Wilson! ¿qué te ocurre? – le dijo Germán entrando en la cabaña con


precipitación, seguido de Esther.

Maca sintió un estremecimiento y el pánico la invadió, despertándose de nuevo,


sobresaltada por su propio alarido. Abrió los ojos y comprobó que estaba sentada en la
cama, miró al suelo, asustada. No había nadie allí, Esther y Germán llegaron hasta ella.

- Maca… - la llamó la enfermera con suavidad temiendo que siguiese dormida a


pesar de tener los ojos abiertos, su expresión así se lo indicaba.

La pediatra los miró desconcertada y luego miró su mano, aún le dolía, y la quemazón
que sentía le hacía reproducir las imágenes de su sueño. Volvió a clavar la vista en ellos,
su mirada parecía vacía y sin mediar palabra comenzó a sollozar, con brusquedad se
quitó la camiseta y la tiró con fuerza al suelo quedándose completamente desnuda.

- Maca… - dijo Esther preocupada sentándose junto a ella en la cama y mirando a


Germán desconcertada por aquella reacción. El médico le hizo una seña
indicándole que lo dejara a él.
- Vamos, Wilson, que no es para tanto, una simple quemadura – le dijo con
suavidad quitándole importancia, cogiendo su mano y evaluando el daño – esto
no es nada, mujer, anda, vístete que vas a coger frío – habló con calma y
autoridad.
- No… - murmuró al cabo de un instante.
- Vamos Maca, hazle caso, ven ponte esto – le ordenó Esther intentando vestirla.
- Que no – se opuso con más fuerza - Tengo mucho calor – murmuró.
Germán la observó, estaba sonrojada, y pensó que volvía a tener fiebre pero comprobó
que no era así. Le miró las pupilas y frunció el ceño. La pediatra, compungida, se tapó
los ojos con las manos y siguió llorando ante la perplejidad de los otros dos. De pronto,
comenzó a temblar y Ester la abrazó.

- Vamos Maca, ¿qué pasa?


- Qui… qui…ero du… ducharme – dijo entre sollozos.
- Vamos, Wilson, qué estás todavía durmiendo – habló con voz alta – que son las
tres de la mañana. Lo que tienes es que descansar.

Maca abrió los ojos de par en par ante aquel tono tan elevado y, súbitamente, fue
consciente de dónde estaba. Se miró la mano y vio la quemadura, levantó los ojos hacia
la enfermera desconcertada. Cogió la sábana y se cubrió con rapidez avergonzada.

- ¿Qué…? – intentó preguntar – me duele la mano.


- Claro que te duele, si no hay nadie más burra que tú – bromeó el médico – anda
quita un momento – le pidió a Ester - Vamos a ver esto – le dijo volviendo a
mirarla y a limpiarla con delicadeza – ya está, con este ungüento mañana ni lo
notas, ¿se puede saber que ha pasado? – le preguntó ajustándole el apósito.
- No sé – respondió con sinceridad.
- ¿Estabas soñando? – le preguntó al tiempo que le miraba de nuevo las pupilas,
seguían completamente dilatadas. Maca intentó fijar los ojos en él, parecía estar
procesando su pregunta.
- Si – musitó al cabo de un par de segundos, que Germán había aprovechado para
auscultarla. Volvía a tener un ritmo demasiado alto.
- Wilson, ¿qué te has tomado? – le preguntó mostrando un ligero enfado. Maca lo
miró desconcertada - ¿me vas a responder o no! ¿te has tomado algo? – insistió.

Maca, de nuevo, tardó unos segundos en hablar.

- ¿Algo? – murmuró aturdida – no sé – dijo mirando a la enfermera como si ella


pudiera sacarla de su confusión – no me acuerdo.
- No ha tomado nada, al menos, mientras ha estado conmigo – respondió nerviosa
al verla así.
- ¿Seguro? – miró a la enfermera incrédulo.
- Sí, seguro. No le he dado nada, solo agua – respondió - ¿por qué?
- Es… extraño – musitó el médico levantándose de la cama con cara de
preocupación.
- Germán… - lo instó la enfermera a responderle.

Él la miró, y miró luego a Maca. Negó con la cabeza apretando los labios.

- Wilson, cuando te digo que no tomes nada es nada – le dijo malhumorado - ¿me
oyes?

Maca asintió distraída, aunque poco a poco parecía más calmada. Esther enarcó las
cejas esperando una respuesta que no llegaba.

- Germán… - le pidió Esther – por favor.


La miró y sonrió tranquilizándola.

- Bueno, bueno, ¿estás ya mejor? – le preguntó ignorando la súplica de la


enfermera.
- Sí – respondió bajando los ojos sin comprender muy bien qué había ocurrido
- Os dejo, si necesitas cualquier cosa avísame – dijo soltando la mano de Maca,
tras tomarle el pulso que estaba volviendo a la normalidad. Se levantó de la
cama y se dirigió a Esther, apartándola de la cama y bajando la voz – mañana
nos vemos, pero si vuelve a alterarse, llámame.
- Pero Germán… - protestó sintiéndose más aliviada al ver que él no le daba
mayor importancia - ¿no me vas a decir qué pasa?
- Buenas noches – sentenció el médico sonriendo al tiempo que posaba su mano
en la mejilla de la enfermera, que ladeo la cabeza y levantó las cejas en señal de
petición – esta bien, no te preocupes – le dijo abandonando la cabaña.

Maca se quedó mirándolo, parecía triste y cansada. Estaba confundida, le dolía la


cabeza y tenía la sensación de haber hecho algo de lo que no se acordaba. Su rostro fue
reflejo del aturdimiento que experimentaba.

- No pongas esa cara, sólo ha sido una pesadilla, Maca – le sonrió, tumbándose
junto a ella.
- Ya lo sé – murmuró – pero… - comenzó a decir y se detuvo, sus ojos mostraban
el miedo que le producían esas pesadillas.
- Maca… deberías hacer algo… con esos sueños.
- ¿El qué? – preguntó con interés, si ella tenía la solución que se lo dijera porque
empezaban a resultarle insoportables.
- No sé, quizás deberías pensar en ellos de otra forma.
- Ya – dijo con desgana, no le apetecía mantener una charla sobre psicología a esa
altura de la noche.
- Te lo digo en serio Maca, ¿Vero nunca te hace hablar de ellos?
- Claro – dijo secamente.
- Y… ¿tú mujer qué opina? – le preguntó de pronto.

Maca la miró con tanta tristeza que Esther se arrepintió de su pregunta.

- Nada – murmuró.
- Pero… habrás hablado con ella del tema ¿no! quiero decir que alguna noche te
habrá visto asustada.
- Alguna vez… sí – la miró fijamente y apretó los labios, la tristeza de sus ojos se
acentuó, su expresión se volvió hosca y las lágrimas se le saltaron. Esther
comprendió que aún seguía sobrecogida por la pasadilla y decidió cambiar su
discurso, no era el momento de aconsejarla, sino de animarla y consolarla.
- Maca… no te preocupes, acabaras superándolo, hace muy poco que te asaltaron,
es normal tener pesadillas, a mi todavía me ocurre de vez en cuando – intentó
consolarla - No le des más vueltas.

Maca la miró con ternura, deseando ser tan fuerte como ella, deseando ser capaz de
dormir sin que esos sueños la sobresaltaran, deseando ser capaz de sincerarse con ella
del todo.
- ¿Tú crees que se me olvidará! digo… el asalto.
- No. Eso es imposible olvidarlo, pero sí conseguirás vivir sin que te afecte tanto.
- ¡Ojalá fuera cierto!
- Lo es. Y tú mejor que nadie lo sabes. Has sido capaz de seguir con tu vida a
pesar de las amenazas… a pesar de… de todo.
- Sí pero, esto no es lo mismo, antes… a pesar de tener miedo… en el fondo creía
que nunca… bueno que lo del asalto me… me ha hecho darme cuenta de que sí,
que puede llegar hasta mí y…
- Pero… ¿tú estás segura de que quién te amenaza es la misma persona que te
asaltó?
- ¿No lo es? – le preguntó incorporándose bruscamente con los ojos muy abiertos
asustada de nuevo con esa idea – yo… creía que… que lo era.
- No lo sé – respondió con sinceridad – pero no te vayas a agobiar ahora con eso.
- Pero… si no lo es… - frunció el ceño, pensativa – cuando volvamos…
- Lo que tienes es que hacerle caso a Isabel y no hacer lo que se te ocurra sin
tomar precauciones. Nunca debiste salir del campamento de aquella manera – le
dijo olvidando su propósito de dejar a un lado los consejos y animarla.
- Ya… - clavó sus ojos en ella. “Ni si quiera lo pensé, solo quería salir de allí,
alejarme de ti y de lo que me habías dicho”, pensó.
- Y en cuanto a los sueños…
- Ya sé lo que me vas a decir – suspiró cansada, interrumpiéndola – son solo
sueños, no debo darle importancia ni…
- No iba a decir exactamente eso. Pero ya que lo dices, pues sí, deberías no
tenerlos tanto en cuenta. Al menos, no hasta el punto de que te obsesiones con
ellos – le dijo pensando en el sueño que le contara en el que aparecía ella
mofándose y haciéndole daño.
- Tienes razón, es absurdo – dijo pensativa.
- ¿El que es absurdo? – preguntó apoyándose en el codo y acercándose a ella.
- En el sueño el novio de Sonia venía a por mí y… luego…
- ¿Elías? – preguntó alertada, recordando las precauciones de Isabel al respecto.
- ¡Claro que Elías! ¿o es que tiene más novios? – dijo irónica.
- Maca…, quizás eso sí que signifique algo….
- Sí, que no me cae bien y que ayer estuvimos hablando de él.
- ¿Recuerdas el día que te visitó en la clínica! ese día... Te quedaste sola con él
y… te sentiste mal y… ¿qué pasó? – le inquirió sobre lo que tantas veces había
querido preguntarle.
- No me acuerdo bien, solo recuerdo sentir miedo y…. me faltaba la respiración…
pero Vero me dijo que era normal, que aún estaba impresionada por lo que me
había pasado.
- Sí, eso puede ser pero… - la miró sin saber si decirle aquello, recordaba los
consejos de Claudia, de Vero, de Cruz, incluso de Isabel, no había que forzarla -
… es raro que sueñes precisamente con él, ¿no te parece?
- También soñé contigo – la miró con inocencia.
- Ya… Maca, ¡pero no es lo mismo! – exclamó ligeramente ofendida por la
comparación.
- Ese chico no me gusta para Sonia – reconoció – me… da mala espina. Por eso
habré soñado con él – repitió – tienes razón no debo darle mayor importancia.
Esther frunció el ceño, pensativa, iba a tener que desdecirse. Ahora sí que estaba segura
de que ese chico tenía algo que ver en el asalto, sobre todo, teniendo en cuenta lo que
María le contó de Salva y lo que Isabel le dijo al respecto. Y quizás esos sueños sí que
tuviesen mucha parte de realidad.

- Puede ser…. – dijo sin convicción.


- ¿Qué pasa? qué ahora sí crees que debo preocuparme por ellos.
- No he dicho eso, pero… quizás tu subconsciente te está queriendo decir algo –
aventuró con cierta intención.
- Esto es horrible, querer recordar y no poder, daría lo que fuera por saber quién
me atacó, ¡lo que fuera! – exclamó desesperada – aunque no lo conozca pero…
recordar su cara y….
- Bueno, no te agobies, ya te acordarás del todo – la consoló acariciándola con
ternura – verás como pronto, esas sensaciones y esos flashes terminan por ser un
recuerdo claro de lo que pasó. De hecho, aquí ya has recordado algo ¿no?
- ¿También hablas por experiencia? – le preguntó interesada - Tú… ¿a ti te pasó
lo mismo! quiero decir… después de lo del orfanato… ¿olvidaste lo que te había
pasado?
- No. Yo me acordaba de todo, aunque… durante todo este tiempo…. era incapaz
de hablar de ello….
- ¿Cuánto hace? – la interrumpió.
- ¿Cuánto hace de qué?
- De que… pasó lo del orfanato.
- Meses – respondió sin precisar la respuesta, oscureciendo su mirada y desviando
la vista, clavándola en el fondo de la cabaña donde no llegaba la luz de las velas.
- Perdona, no quería…
- No pasa nada – sonrió volviéndose hacia ella – por eso te digo que esos sueños
pasarán, porque sé que será así.
- Puede ser… aunque hay otros que hace años que los tengo – le dijo mirándola
fijamente, entreabrió los labios como si fuera a decir algo más pero no lo hizo.
- ¿Cuándo… estábamos juntas también! nunca me lo dijiste – la miró con
sorpresa.
- No…. Eh…. Empezaron… cuando tú te marchaste – le confesó con sinceridad –
y… nunca han pasado – clavó sus ojos en ella. Esther tuvo la sensación de que
le pedía ayuda pero no se le ocurría nada que decirle, llevaba tanto tiempo
esperando que Maca se abriese a ella y cuando comenzaba a hacerlo se quedaba
sin palabras.
- ¿Nunca? – preguntó intentando ganar algo de tiempo y pensar en lo que le había
dicho, se sentía tan culpable de haberse marchado como lo hizo que aquella
confesión la dejó noqueada.
- Bueno… durante una temporada si desaparecieron… cuando … cuando empecé
a salir con Ana y… cuando me casé – le dijo sin dejar de mirarla fijamente
intentado transmitirle lo que estaba firmemente convencida que significaban,
“nunca desde que me dejaste, siempre he pensado que significan que no era
capaz de vivir sin ti, que desde que te fuiste vivía rodeada de oscuridad y frío, y
que esa figura de luz eras tú, y… que hasta que no te volviese a encontrar, hasta
que no te consiguiese coger de la mano…. no pasaría. Pero llegó Ana y…
pasaron”, pensó sin atreverse a decirle aquello – pero…. hace un tiempo que…
han vuelto.
- ¿Vero cree que tienen que ver con… con nuestra ruptura?
- Nunca le hablé a Vero de ti – reconoció.
- Pero... ¡Maca! – la recriminó y la pediatra se encogió de hombros.
- Cuando…Vero empezó a tratarme hacía mucho que te habías ido. Y… yo… lo
tenía superado – dijo con voz tan débil que Esther rápidamente supo que Maca
podría haber creído en aquel entonces que era así, pero que ahora no estaba
segura de ello, y eso la llenó de satisfacción y de esperanza – no creí que hubiera
motivo alguno para hablarle del tema. Además, ya te he dicho que esos sueños
habían desaparecido.
- ¿Y cuando volviste a tenerlos?
- Poco después de… - se calló y la miró fijamente dudando si confesarle –
Esther… yo…
- ¿Tú crees que esos sueños tienen que ver conmigo? Me refiero a los que tenías
desde siempre.
- A veces… lo he pensado – reconoció poniendo cara de circunstancias.
- ¿Ves? Pues con más motivo pasarán ahora – sonrió – porque he vuelto y ya te
dije el otro día que quiero que tú y yo….
- Ya… sigamos en contacto – sonrió con tristeza – aunque te quedes aquí.
- Exacto – le devolvió la sonrisa aún más satisfecha de ver la expresión
melancólica de su rostro - Y no te calientes más la cabeza, son sueños, solo eso.
- Pero hay noches, como hoy, que…son tan reales, soñaba que… bueno… que me
quemaba y fíjate que incluso aún me duele la mano.
- Claro que te duele, has cogido la vela con ella - rió.
- Y… ¿qué hacía una vela…? - preguntó cayendo por primera vez en la cuenta del
detalle.
- La tormenta ha hecho que se estropee el generador, estamos con el de
emergencia que solo es para el hospital – le explicó.
- ¿Y si no fue un sueño? – preguntó con temor.
- Claro que ha sido un sueño Maca.
- A veces dudo tanto de lo que es realidad y de lo que no.
- ¿Otra vez con eso! ¿sabes lo que te digo? que de esto no dudes, yo estaba a tu
lado y estabas soñando – le sonrió con dulzura y se tumbó junto a ella.

Maca la miró intensamente, agradecida por esa forma que tenía de tratarla y por su
infinita paciencia. Esther le devolvió una mirada llena de amor y Maca se estremeció,
sintiendo que un escalofrío recorría todo su cuerpo, erizándole el vello.

- ¿Tienes frío? – le preguntó Esther preocupada poniéndole la mano en la frente -


¿no tendrás fiebre?

Maca negó con la cabeza, incapaz de decirle nada después de lo que aquella mirada le
había hecho sentir. Allí tumbada en la cama, separada de ella por escasos centímetros, a
la luz de las velas y recordando toda la angustia que experimentó cuando la dejó sin
explicaciones, Maca tuvo una sensación de irrealidad, de que aquello era otro sueño,
uno agradable en el que la enfermera había vuelto para sacarla de las tinieblas en las que
vivía, pero estaba segura de que no era un sueño, alargó la mano y la acarició con
suavidad en el antebrazo, mostrando una enorme gratitud en su mirada. Luego levantó
la mano y le acarició la mejilla sin dejar de mirarla fijamente, y supo que seguía
queriéndola. Instintivamente, entreabrió los labios, deseando que la besara, “bésame”,
pensó, “necesito que me beses”, “te necesito, Esther”, “¡bésame!”. Esther ante aquella
mirada y aquella provocación sintió una oleada de calor subir desde su vientre, ¡la
deseaba tanto! clavó los ojos en su boca unos segundos que a Maca se le antojaron
eternos, “¡vamos! ¡bésame!”, le pidió mentalmente la pediatra, pero Esther, lejos de
hacerlo quitó la vista de sus labios y volvió a mirarla a los ojos, Maca se agitó un poco e
hizo el intento de acercarse a ella. Esther pensó “va a besarme, ¿va a besarme! ¡va a
besarme!”, pero Maca no se decidía. Mentalmente, Esther la incitó a dar el paso,
“bésame, Maca, hazlo tú, yo te prometí no hacerlo”. Ninguna se movió, siguieron
mirándose fijamente a los ojos, “bésame” pensó de nuevo Maca. Pero Esther incapaz de
controlar esos sentimientos y esas reacciones de su cuerpo se giró, cansada de esperar el
beso que tanto deseaba, segura de que la pediatra no se decidiría e incapaz de continuar
con aquel juego de miradas, le dio la espalda y se acurrucó en el borde de la cama, todo
lo lejos que le permitía el espacio existente.

- Buenas noches, Maca – le deseó con un hilo de voz.

La pediatra respondió con un gruñido, decepcionada y a un tiempo aliviada. No


entendía cómo se había dejado llevar así, aquél “buenas noches” la había devuelto a la
realidad, cómo había sido capaz de mirarla de aquella forma. Gracias a que Esther había
sido más sensata y no había hecho nada, ahora se alegraba, porque ella no podía
corresponderle. Suspiró, se incorporó cogiendo la pierna derecha con sus manos y
cruzándola sobre la izquierda para luego tumbarse de costado, alargando la mano y
buscando la de la enfermera que se la estrechó como todas las noches. Minutos después,
dormía profundamente, abrazada a ella, sintiendo su calor y acompasando sus
respiraciones.

* * *
Esther despertó al día siguiente con la idea de que debía enseñarle a Maca algo distinto.
Las pruebas habían salido bien y ella le había prometido sorprenderla. Era el momento
de que empezase a relacionarse con aquellas gentes y su cultura, era el momento de que
comenzase a enamorarse de África y si tenía que enfermar de algo, que fuera del que
ellos llamaban Mal de África. Su mente comenzó a barajar opciones y, finalmente,
sonrió satisfecha. Hacía unos días que había visitado a su amiga y le prometió volver
con la pediatra y eso estaba dispuesta a hacer, solo tenía que sortear un escollo, Germán.
Se levantó sin hacer ruido y se fue en busca del médico. Lo encontró desayunando.

- Buenos días, Germán.


- Buenos días – le sonrió – uy yu yui, ¿qué es lo que ronda por tu cabecita?
- ¿Cómo lo sabes? – le dijo alegre.
- Porque has llegado como una exhalación, porque te brillan los ojos, porque me
has buscado a mi antes que a un café…
- Vale, vale, me has pillado – reconoció – quiero llevar a Maca a la aldea, quiero
que conozca a Yumbura.
- No sé Esther – la miró pensativo moviendo la cabeza de un lado a otro - anoche
me pareció que estaba demasiado cansada y… confusa. Una cosa es salir un rato
y otra que esté el día entero …
- Por favor, te juro que si la veo cansada me la traigo de vuelta.
- Ayer le dolía la garganta – dijo pensativo – y… hay que ser prudentes.
- ¿Qué! no me lo ha dicho – respondió preocupada.
- La tranquilicé. No tiene los ganglios inflamados. Lo normal es que su cuerpo
esté empezando a crear defensas, pero…
- ¿No será por el baño en el río? – lo interrumpió.
- No. Tranquila. Estaba todo bien.
- Pero… ¿por qué no me habéis dicho nada?
- No quería preocuparte, dice que te lo tomas todo a la tremenda.
- Eso no es verdad. Me preocupa lo cabezona que es y que no te haga caso, por
eso estoy encima de ella.
- No es una inconsciente – la defendió – deberías dejarla….
- ¿No? – lo interrumpió de nuevo - pues te recuerdo que le dijiste que no tomase
nada y la pillé tomándose unas vitaminas que ni yo sabía que tenía.
- ¿Cuándo! ¿anoche? – le preguntó mostrándose repentinamente alarmado.
- Sí, ayer, cuando volví de Kampala.
- Pero... ¿por qué no me lo dijiste anoche cuando te pregunte?
- Pues…. Porque me acabo d acordar ahora.
- ¡Joder!
- ¿Qué pasa?
- Espero que nada y que yo también me esté tomando todo a la tremenda –
comentó con el ceño fruncido – por favor, que no vuelva a tomar nada que no le
haya dado yo.
- Germán…. por favor… ¿me vas a decir qué pasa! ya no esta delante – le dijo
recordando lo esquivo que había estado de madrugada.
- No lo sé – clavó sus ojos en ella con sinceridad. Esther ladeó la cabeza incrédula
e instándolo a que se explicase – en serio, si lo supiera te lo diría. Solo… hay
algunas cosas que no entiendo. Anoche tenía las pupilas completamente
dilatadas, y nada de lo que yo le he dado puede provocarle eso. Además… ese
aturdimiento, lo difícil que es despertarla… ¿no te da la sensación de que a
veces parece perder la cabeza? … - preguntó más para sí y suspiró - hay algo
que se me escapa…
- Pero… - comenzó a decir con la preocupación escrita en el rostro e intentando
rebatirle aquella idea, a ella no le parecía que Maca se encontrase tan mal - luego
estuvo bien, charlamos durante un rato y… yo la vi centrada.
- No sé… ¿no ha tenido más pesadillas?
- No, de hecho, siempre las tiene en la primera parte de la noche, luego duerme
tranquila, de un tirón.
- Pues eso es lo más extraño, que justo cuando debería dormir más
profundamente… - se interrumpió pensativo - quiero que me des absolutamente
todo lo que se ha traído de Madrid. Lo primero esas vitaminas.
- ¿Crees que le sientan mal?
- Eh… - dudó si contarle sus sospechas y, finalmente, decidió que hasta no estar
seguro mejor no le diría nada, no quería ni imaginar como podía ponerse Maca
con él si estaba equivocado – sí, creo que le afectan y quiero estar seguro de que
se marcha de aquí en plena forma – le sonrió – es muy importante que esté
tranquila y que sea rigurosa con la medicación que le he puesto.
- Entonces… quizás sea mejor que dejemos lo de la visita a la aldea – propuso con
la secreta esperanza de que él le dijese que no era necesario.

Germán se dio cuenta de ello, por un lado las pruebas, en contra de lo que él esperaba,
mostraban que Maca no estaba mal y, por otro lado, le sentaban bien las salidas, en
general, solían abrirle el apetito, sobre todo, al día siguiente. La miró y suspiró,
apretando los labios, pensativo, dispuesto a dar su brazo a torcer.

- ¿Cómo tiene la mano? – le preguntó.


- Desde que se la curaste no se ha quejado en toda la noche. De hecho, sigue
dormida – respondió más contenta. Lo conocía y sabía que estaba a punto de
darle permiso para sacarla del campamento.
- Con mascarilla y nada de pasarte allí el día entero. La quiero aquí a la hora de
comer – le dijo apretando la boca en una mueca divertida y señalándola con el
cuchillo – y te llevas el jeep pequeño, el cubierto.
- Germán… - protestó – no me parece bien que…. os dejemos sin él. Además,
para ir a la aldea no necesitamos un todoterreno.
- Tú, llévatelo, y sin rechistar, Maca no puede pasar mucho rato al sol.
- De acuerdo – dijo con una enorme sonrisa y luego, como si recordase algo
continuó - Pero… quería que probase le bizcocho de plátano y…
- A la hora de comer o no sale de aquí.
- De acuerdo, de acuerdo, tienes razón.
- Sí que la tengo. Sé cuánto deseas enseñarle todo esto, pero… Maca aún está
débil, no me gusta nada esa desorientación que tiene al despertar y no podemos
correr ningún riesgo más.
- Lo sé, ¡me muero si le pasa algo por mi culpa! – exclamó en tono confidencial.
- Pues escúchame y no la dejes hacer ninguna tontería. Y llévate de todo.
- Ya me he hecho la lista – le dijo sonriendo – mírala a ver si me dejo algo – le
dijo tendiéndole un papel que Germán cogió y ojeó con rapidez.
- De paso… podías hacernos un favor y llevarle a Yumbura algunas cosas que
necesitará. Iba a ir Sara, pero… no se encuentra bien.
- ¿Qué le ocurre?
- Le ha sentado mal la cena.
- La culpa la tienes tú, qué lo sepas – lo señaló con el dedo riendo – la llevas por
mal camino y no está acostumbrada.
- ¿Yo? Te equivocas – sonrió bajando la voz – en todo caso Jesusito.
- ¿Qué me dices! ¡venga ya! – exclamó sin dar crédito al cotilleo - no pegan nada.
- Bueno… no tienen que pegar, solo que pegarse – la miró burlón - muy juntitos –
soltó una carcajada.
- No seas así – lo reprendió y él enarcó las cejas sonriendo.
- Dile a Maika que te prepare una caja con lo que íbamos a llevarle a Yumbura.
- ¡Gracias! – sonrió besándolo – voy a llevarle el desayuno a Maca y a
proponérselo.
- Bien, pero si no le apetece, no la vayas a forzar.
- No, tranquilo. Aprendí la lección con la fiesta y con el río. Yo soy la primera
que no quiero que le ocurra nada – le dijo, dándole la espalda dispuesta a
marcharse, pero repentinamente se giró hacia él - y tú ¿a dónde vas? – le
preguntó al verlo ataviado sin la ropa de trabajo.
- A Kampala – sonrió.
- ¿Ocurre algo? Te han llamado de… - se interrumpió y con el pulgar hacia arriba
hizo un gesto subiendo y bajando el dedo repetidamente.
- Tranquila que no pasa nada, no me han llamado de arriba y, de hecho, no creo
que lo hagan de momento. Hay cambio de director y ya conoces a Oscar, estará
lamiendo culos.
- ¡Qué burro eres! – le recriminó aunque pensaba exactamente igual que él – y
entonces… - no quería parecer indiscreta pero era extraño que Germán dejase el
campamento a no ser por un motivo más que justificado.
- Tengo que pedir un favor en el laboratorio. Y ya de paso….
- ¿Están los resultados de Maca?
- No, y al paso que va la burra os iréis antes de que lleguen, por eso voy a
aprovechar y meterles prisa.
- ¡Gracias, Germán!
- Anda vete – le indicó la puerta con una sonrisa - ¡qué os divirtáis! Y no te
olvides de recoger las cosas de Yumbura.
- Tranquilo que voy ahora mismo – lo miró con cariño - ¡suerte en Kampala! – se
despidió lanzándole un beso que Germán hizo ademán de recoger y llevárselo al
corazón provocando una carcajada en la enfermera que salio alegre del comedor.

Minutos después Esther entraba en la cabaña sonriente. Maca dormía a aún. Soltó el
zumo en la mesilla y levantó el estor. Después se acercó a la cama con sigilo, le
encantaba verla dormir. Maca se removió y abrió los ojos.

- ¿Ya te has despertado?


- Si – dijo somnolienta aún – ¡hacía siglos que no dormía tan bien! – confesó con
un suspiro desperezándose.
- Bueno… anoche no decías lo mismo – le recordó burlona.
- Pero luego he dormido muy bien - sonrió.
- ¿Te duele la mano?
- ¿La mano? – preguntó extrañada – ¡ah! – exclamó cayendo en la cuenta – No.
No me duele – sonrió - ¿qué es lo que me puso Germán?
- Germán es un fanático de la medicina local – le confesó – te puso un ungüento
que se hace aquí a base de aloe, no te imaginas lo bien que funciona.
- No tengo que imagínalo, ya lo veo – reconoció mirando su palma donde apenas
quedaba señal de la quemadura – no creo que haga falta que me la vende de
nuevo ¿verdad? – le preguntó mirándola.
- A ver – le dijo cogiéndola de la mano – no, yo tampoco lo creo.
- ¡Estupendo! – dijo alegre tomando su vaso de zumo – tengo hambre.

Esther sonrió. Era cierto que por primera vez desde que volvió a verla Maca parecía más
relajada, las ojeras prácticamente desaparecidas, y la sonrisa no se le borraba de la cara,
a pesar de que alguna noche, como la pasada, la asaltasen aquellas pesadillas. Pero hasta
con Germán charlaba bromeando, con esa relación especial que mantenían, y que a
Esther le empezaba a parecer que contenía más cariño del que los dos estaban
dispuestos a admitir.

- Maca, anoche estuve pensando en que quizás te apetecería hoy acompañarme.


- ¿De paseo?
- No me refiero al paseo, me refiero a esta mañana.
- No sé… ¿a dónde vas? – preguntó entre temerosa e interesada - ¿a Kampla? –
preguntó recordando lo que le había contado y sin ninguna gana de conocer a la
tal Nancy.
- No – sonrió imaginando sus pensamientos - Hace falta llevar algunos
suministros a una aldea cercana y… me he ofrecido a hacerlo. Pensé que te
gustaría conocer aquello, pero… si estas muy cansada o no te apetece pasar el
día conmigo…
- No sé…
- Bueno pues… nos vemos esta tarde – dijo desilusionada pero decidida a no
obligarla.
- Espera, no me has dejado terminar – respondió – quería decir que… no sé si
Germán… me dejará…
- Ya he hablado con él, dice que puedes acompañarme siempre que te veas con
fuerzas, que uses la mascarilla y que estemos de vuelta a la hora de comer.
- En ese caso… sí, me apetece muchísimo acompañarte – sonrió levemente, con
cierta timidez. Esther la miró embelesada un instante, sintiendo que de nuevo se
apoderaba de ella el deseo. Maca interpretó a la perfección su expresión y se
asustó. Por un momento, deseó dar marcha atrás en su decisión de acompañarla,
se sentía muy incómoda cada vez que Esther la miraba de aquella forma, y la
culpa la tenía ella, y solo ella, por haberle dado pie la noche anterior pero, por
otra parte, no quería pasar el día sola.
- Pues tómate el desayuno que voy a coger todo lo necesario – le dijo desviando la
mirada temiendo que Maca se hubiese dado cuenta de ello.
- Pero… ¿no vamos a una aldea! ya lo compraremos allí, para que vamos a cargar
con nada.

Esther la miró y negó con la cabeza lanzando una carcajada.

- Ay, Maca, no cambias, ni aunque cambie el mundo a tu alrededor.


- ¿Qué quieres decir?
- Pues… que no me refiero a comida o agua, me refiero a tus medicinas, y otras
cosas que no debemos olvidar como antiestamínicos. Verás como nos divertimos
si nos pica un mosquito carnívoro – sonrió maliciosa – claro que podemos
llegarnos a la farmacia de la aldea – soltó una carcajada y salió con
precipitación, dejando a la pediatra con el ceño fruncido y un esbozo de sonrisa,
aún sin tener muy claro si se burlaba de ella.

Una hora después Esther tenía todo listo, mientras la pediatra se duchaba había recogido
todas sus medicinas y se las había dado a Germán, había pasado por la cocina y había
preparado un par de bocadillos, aunque su intención era obedecer a Germán y estar de
vuelta a la hora de comer, pero allí nunca se sabía lo que podía suceder y un simple
pinchazo podía significar el estar todo el día fuera. Lo había montado todo en el coche,
solo faltaba Maca.

La esperaba junto al vehículo, era el primer día que la pediatra tenía posibilidad de
entrar y salir con libertad y Esther, por una vez, no solo no la había acompañado a las
duchas, sino que directamente le había dicho que la esperaría en la salida. Pero la
pediatra no llegaba y Esther estaba comenzando a impacientarse, temiendo que se
hubiese echado atrás. Sin embargo, cuando ya barajaba la opción de ir en su busca, la
vio dar la vuelta a la esquina y salir de la parte de atrás de las cabañas. Esther no pudo
evitar pensar que estaba guapísima, se había recogido el pelo en una cola y se había
puesto un traje de lino, color café, que le sentaba estupendamente. Cuando llegó hasta
ella, Esther sonrió.

- ¿Lista? – le preguntó con alegría y un brillo en los ojos que alertó a la pediatra,
“ésta trama algo”, se dijo con una mezcla de temor y nerviosismo.
- Lista - respondió mientras Esther la ayudaba a subir al jeep.
- Veo que te has vestido para la ocasión - bromeó.
- Eh.. ¿no está bien esto! ¿me cambio? – preguntó preocupada.
- ¡Está perfecto! – le dijo sujetando la puerta y tendiéndole el cinturón de
seguridad – y…. ¡estás preciosa! – le soltó cerrándole la puerta en las narices,
dejándola boquiabierta y más asustada de lo que había llegado.

Esther corrió a su asiento y arrancó sin borrar la sonrisa de sus labios. Estaba encantada
con la oportunidad que se le brindaba. Llevaba días deseando poder enseñarle a Maca
tantas cosas que ahora que lo tenía en su mano, casi no lo creía. Ambas guardaban
silencio. La enfermera conducía con la vista puesta en el camino, sin dejar de pensar en
las excursiones que podían hacer en los días que les quedaban allí. Maca, observaba
todo aquello por la ventanilla y, de vez en cuando, Esther notaba cómo la miraba de
soslayo, sintiendo la tensión que desprendía. Maca había aceptado ir con ella porque no
podía evitar desear pasar todo el día a su lado, pero por otra parte temía que su
comportamiento de la pasada noche provocase aquello que llevaba tiempo temiendo,
que Esther diese un paso que no tuviese marcha atrás, un paso que lo cambiase todo.

La noche anterior había sido especial y ambas lo sabían. Habían estado a punto de
cruzar la línea. Esther, se sentía feliz, se sentía con fuerzas y poco a poco, estaba
consiguiendo minar la barrera que Maca se empeñaba en poner entre ellas. Una barrera
que estaba segura de que tenía un nombre, Ana. Esther lo sentía por la joven, pero
estaba dispuesta a luchar porque la pediatra reconociera que sentía algo por ella, que su
matrimonio estaba acabado y que por mucho que se sintiese en deuda con su mujer, se
merecía la oportunidad de ser feliz. “¡Qué engreída te has vuelto!”, pensó, “¿por qué
presupones que esa felicidad tiene que ser contigo?”, “porque sí, porque lo ve todo el
mundo, todos menos la que debería verlo”. Se decidió a abordar de nuevo el tema, a
lanzarse y ponerla entre la espada y la pared, había llegado el día en que la pediatra
debía decidirse. Pero dejaría para la vuelta aquella conversación, cuando Maca tuviese
la guardia baja, porque estaba claro que en esos momentos, a pesar de haber
manifestado su deseo de acompañarla, estaba totalmente a la defensiva.

- Vamos al oeste – le dijo intentando romper el hielo – es un paisaje diferente al


que has visto hasta ahora - le explicó.
- Ya veo… - respondió mirando hacia la derecha.
- No me refiero a esto – sonrió – digo lo que hay más allá. Luego, si nos da
tiempo y no estás muy cansada, nos acercaremos a los lagos.
- ¿Más lagos?
- Sí, pero estos no tienen nada que ver con el Victoria. Son más pequeños y están
escondidos entre las colinas, la vegetación es mucho más espesa y veras las
plantaciones, son de todo tipo.
- ¿De qué?
- Pues de té, de cacao, de plátano, de yuca....
- ¿Y de café? Creía que en África la mayoría eran de café.
- Algunas, pero no creas que son las más grandes, al menos, aquí no.
- Me creí que… no sé, me había hecho la idea de que no había nada.
- ¿Cómo nada! ¿a qué te refieres?
- Pues… que no se podía cultivar que…
- No te equivoques, aunque veas tantas plantaciones, aunque Uganda sea la perla
de África y aunque sea una de las tierras más fértiles, es un país muy pobre.
- Ya … – murmuró con seriedad.
Maca observaba todo con mucha atención, Esther la miraba de reojo y sonreía. Sabía
que estaba impresionada e incluso sobrecogida por lo que veían sus ojos y estaba segura
de que el viaje en camión del primer día no le permitió percatarse de todo lo que ahora
parecía llamarle la atención. Esperaba que la pediatra fuera capaz de descubrir la
grandeza de todo aquello y quizás, con algo de suerte, le gustase aquella vida para algo
más que una visita.

Maca seguía mirando por la ventanilla, distraída. En la carretera hombres, mujeres y


niños las saludaban y sonreían a su paso. Maca de vez en cuando levantaba la mano en
señal de correspondencia pero hacía rato que parecía ignorarlos, y se mantenía atenta a
todo lo demás.

- ¿Ves! esa es una de las grandes enfermedades de África.


- ¿Cuál? – dijo mirando hacia ambos lados sin saber a qué se refería, mientras otro
grupo de viandantes las saludaban sin que la pediatra respondiese, no parecía
que nadie de los que se habían encontrado por el camino pareciese enfermo - ¿a
cuál te refieres? – preguntó al ver que no le decía nada más.
- Justo ésta, Maca, el no ser nadie para nadie.
- ¿Qué quieres decir?
- Que les devuélveles el saludo – le dijo la enfermera divertida – para ellos es
importante.
- Perdón – dijo saludando de nuevo a un par de jóvenes que guiaban unas vacas –
eso que dices es horrible, no ser nadie para nadie es…
- Eso me lo decía Margarette, son palabras de la Madre Teresa – le explicó
pensativa – saluda, Maca – le repitió.
- ¡Joder! ya lo hago, pero es que parezco el Papa – protestó cansada de no parar de
saludar - ¿cómo conoces a tanta gente?
- No los conozco – rió - saludan por el jeep. Nos reconocen como médicos.
- Ya… - volvió a murmurar fijándose en aquellas gentes – son vacas ¿no?
- Sí – sonrió recordando que a ella también le sorprendieron lo diferentes que
eran.
- No llevan zapatos – comentó sorprendida, arrugando la nariz solo de imaginarse
lo que debía ser andar por aquellos caminos.
- Ya te he dicho que hay mucha pobreza, la mayoría caminan con sus pies
descalzos, es lo normal.

Maca se giró para observar a una joven que portaba un envase en la cabeza y un bebé
amarrado a su espalda.

- ¿Cómo pueden cargar…? – dijo aún vuelta hacia atrás.


- Llevan agua, es la forma de transportarla.
- Ya… - repitió sin dejar de observarlo todo con mucha atención - ¡qué difícil!
- Lo hacen desde niñas – le dijo sonriendo - Ahora verás, estamos cerca de un
pequeño caserío, ¿te apetece un tomate fresco?
- ¿Ahora?
- Podemos comprarlos para luego ¿quieres?
- Vale – sonrió.
La enfermera aminoró la marcha apara acabar deteniéndose en una especie de pequeña
casita al borde del camino. Descendió del vehículo y abrió la puerta de la pediatra,
dispuesta a ayudarla a bajar.

- Ve tú, Esther.
- Pero… Maca… ¿no quieres bajar?
- No – sonrió – mejor me quedo aquí, total si es solo para comprar un par de
tomates.
- Como quieras – dijo con cierto aire de decepción – ahora vuelvo.
- Esther…
- ¿Qué?
- Que me encanta todo esto… no creas que no…es solo que… no quiero que
tengas que estar ….
- Maca – sonrió haciéndole una carantoña – si tú quieres bajar a mí no me cuesta
ningún trabajo coger la silla, me encantaría que me acompañases pero si no
quieres, lo entiendo, no te agobies, y… no le des tantas vueltas a las cosas.
- Gracias – sonrió aliviada, no le apetecía nada bajarse allí, se sentía muy
incómoda al verse constantemente observada.
- De nada. Hoy es un día solo para divertirse – le sonrió guiñándole un ojo –
entonces ¿qué! ¿bajas?
- No – negó con la cabeza y apretó los labios – prefiero quedarme aquí.
- Muy bien. Tardaré lo menos posible. Te cierro el coche – la avisó – sube la
ventanilla.

Maca obedeció y permaneció mirándolo todo desde el coche. Vio como Esther se
acercaba a una pirámide de tomates perfectamente colocados y escogía unos cuantos.
Cerca de allí un par de niños cuidaban de varias cabras. Más allá algunas mujeres
lavaban la ropa y la tendían en el monte, rodeadas de algunos chiquillos que correteaban
jugando y riendo. Unos golpes en el cristal de la ventana la sobresaltaron, un par de
niños saltaban para que los viera, llamándole su atención, Maca sonrió enternecida y los
niños le devolvieron la sonrisa, pensó en preguntarle a Esther por ellos, no entendían
cómo estaban siempre riendo, siempre jugando, siempre alegres, no tenían nada, cuatro
harapos, sin zapatos, sin juguetes, con apenas algo para llevarse a la boca y siempre
riendo.

Esther llegó cargada de cosas, en compañía de una mujer que le gritó algo a los niños
que salieron corriendo entre juegos para, inmediatamente, volver a acercarse al coche,
Esther les repartió unas frutas y, dos de ellos se arrodillaron ante ella, luego se
incorporaron y desaparecieron entre risas. La chica ayudó a Esther a subir las cosas al
coche.

- ¿Qué es todo eso? – preguntó asombrada viendo que habían cargado un par de
cajas.
- ¿Esto! un racimo de cambures, Germán me dijo que debías tomarlos.
- ¿Yo?
- Sí, tú. Son un remedio natural para la tensión alta y dice que si los tomases con
regularidad no tendrías que estar con las pastillas. Podrías dejar los laxantes y
las vitaminas – sonrió ante la cara de incredulidad que le estaba poniendo -
además me ha dejado muy claro que nada de que te fumes un cigarro de vez en
cuando, quiere que te tomes uno de estos, son el mejor remedio ante la
abstinencia de la nicotina.
- Pues anda que…
- Que se acabaron tantas pastillas, de ahora en adelante tomarás solo productos
naturales, ¡verás el cambio!
- Y qué es eso tan mágico, jamás lo había oído, ¿cambu… qué?

Esther sonrió y arrancó uno del racimo con unos ojos tan bailones que Maca supo
inmediatamente que ya se estaba burlando de ella. Lo sacó de la caja y se lo tendió.

- ¿Cambures? Toma uno – le dijo con aparente seriedad.


- ¿Un plátano?
- Sí – soltó una carcajada ante la perplejidad de la pediatra – pero no cualquier
plátano, ¡un cambur!
- Ya…. – le devolvió la sonrisa, Esther se estaba divirtiendo ante su ignorancia de
todo aquello – y este plátano… ¿qué tiene de especial?
- Parece mentira que seas médico – la regañó señalándola burlona con el dedo
índice – estos plátanos son la fruta preferida de los grandes deportistas de todo el
mundo.
- Pues por muchos que coma no creo que salga corriendo – respondió irónica.
- No, pero además de energía, sirve para la tensión, las úlceras, el stress, la
anemia, la acidez, las picaduras de mosquitos, las verrugas….
- ¿Verrugas? – preguntó ya sí divertida con todo aquél panegírico - ¿me estás
diciendo que yo tengo verrugas?
- No – sonrió – pero sí que podrás dejar esas vitaminas que tomas, ya me ha dicho
Germán que son básicamente de B12 y B6 ¿no! pues con dos de éstos se
acabaron todos lo potingues que te tomas al día.
- ¿Y por qué no me lo dice él? – preguntó ligeramente molesta.
- Pues… - la enfermera se encogió de hombros burlona – ha preferido que sea yo
quien le ponga el cascabel al gato.
- Muy graciosa – respondió apretando los labios en señal de disconformidad – ¡ni
que me tuviese miedo! yo creo que desde que he llegado, he sido muy simpática
con él – protestó.
- Sí, cariño – le dijo acariciándola en la mejilla con una mirada divertida – ¡la más
simpática del mundo!

Maca volvió a apretar los labios mohína pero sus ojos reían divertidos. Su corazón se
aceleró ante aquella muestra de afecto y comenzó a sentir una excitación especial,
aquella provocación y aquel juego que se traía la enfermera, la ponían muy nerviosa y la
hacían temer, pero al mismo tiempo… ¡se sentía tan atraída a dejarse arrastrar por ella!

- Podría probar – consintió ladeando la cabeza en señal de aceptación.


- Podrías no. Vas a hacerlo. Germán ya te lo ha requisado todo – le dijo
comprobando que fruncía el ceño y en un intento de evitar que se contrariase
continuó - También he comprado un poco de panapén, ¡a Germán le encanta! es
la fruta del árbol de Jack que es parecido al árbol del pan…
- No sé de que me hablas.
- Comida de pobres, Maca – sonrió – se puede hornear, cocer o freír. Aquí se usa
en sustitución de las patatas, es más barato, y como también crece salvaje, se
puede coger sin más. Además, sirve para postres. ¡Tendrías que probar los
pasteles de panapén!
- Ya…
- También he comprado aguacates, patatas, yuca, parchitas – Maca enarcó las
cejas – maracuyá, Maca, las parchitas son lo que tú conoces como maracuyá. Un
poquito de ñame, los tomates y un par de piñas – terminó de enumerar con una
sonrisa – ¡a Sara le encanta la piña!
- ¡Ya veo que no has cambiado nada! – exclamó divertida - Me estoy acordando
de cuando íbamos al super – rió y remedándola continuó – “Maca, Maca
cogemos la moto que luego no hay quien aparque, total si solo necesitamos un
par de cosillas”, y luego, zás, a pagar un porte.
- ¡Serás mentirosa! - rió también recordando aquellos días en los que vivían juntas
– si eras tú la que te encaprichabas con todo. “Ay, Esther que tengo un antojo de
esto y de lo otro y de…”.
- ¿Yoooo? – preguntó burlona – ¡qué poquita memoria tenemos! – soltó una
carcajada y Esther la secundó.
- Anda vamos que se nos va a hacer tarde – le dijo arrancando el coche y saliendo
de nuevo a la carretera.
- No imaginaba que hubiese tanta gente por aquí – comentó asombrada de ver la
cantidad de viandantes por aquella carretera estrecha de tierra roja.
- Hasta ahora solo has ido por caminos secundarios y por senderos. Esta es la
carretera principal a Jinja.
- ¿Por qué no vamos ahora? – propuso quitándose la mascarilla y mirándola
suplicante con una mueca que siempre enternecía a la enfermera y ella lo sabía.
- ¿A dónde? ¿a Jinja?
- No, a los lagos que me has dicho antes.
- Porque no puedo volver sin haberle dejado a Yumbura lo que necesita – le
respondió mirándola de reojo y sonriendo por su intento – y no te quites la
mascarilla.
- Esto no sirve para nada y todos lo sabemos – sentenció quitándosela del todo –
además me cuesta respirar, entre este polvo y…
- Sube la ventanilla, Maca – le indico.
- ¡Claro! Y nos asfixiamos de calor – protestó con un suspiro - ¿Quién es
Yumbura?
- La enfermera de la aldea. Nos hicimos amigas en el campo de refugiados –
respondió con cierta desgana manifestándole que no estaba de acuerdo con lo
que acababa de hacer.
- Entiendo – dijo con seriedad y voz débil mirando por la ventanilla.
- ¿Estás bien, Maca! porque si estás muy cansada o vas incómoda nos volvemos,
y ya regreso yo sola.
- No, no, solo… pensaba en lo diferente que es todo y en que me gustaría ir a esos
lagos – sonrió.
- Para mi el mejor es el Nyabikere, pero nos coge bastante alejado.
- Entonces… ¿no lo veremos?
- No, al menos hoy es imposible. Pero es un lugar… - guardó silencio intentado
encontrar las palabras para describirlo – de ensueño, te encantaría.
- Yo quiero ir – pidió impostando una voz de niña pequeña y con un brillo de
ilusión en sus ojos.
Esther sonrió mirándola de soslayo. Nunca imaginó que solo en una mañana Maca
mostrase tanto interés en todo. Es más si hubiera tenido que apostar por algo era porque
se quejaría de tanta incomodidad, de las malas carreteras, del calor, del polvo, de
todo…, pero no. Maca parecía divertirse y querer conocer todo aquello y eso no solo la
sorprendía agradablemente, sino que la llenaba de satisfacción.

- Tú quieres hacer demasiadas cosas en muy pocos días – respondió afable – este
verano, cuando te tomes vacaciones, ¿por qué no nos visitas? Así, con tiempo,
podría planificar varias excursiones y enseñarte todo esto.
- Cuando vuelva a Madrid… - repitió melancólica – claro – aceptó a sabiendas de
que una vez en Madrid, ese viaje de regreso a dónde estaban, nunca se
produciría. A Esther le pareció que se había entristecido de pronto y se preguntó
el porqué.
- Cerca de uno de los lagos venden un pequeño terreno de unos setecientos acres,
la mitad es bosque y la otra mitad plantación, tiene una casa preciosa, y…
- ¿Y lo vas a comprar? – la interrumpió con tal deje de temor que la enfermera
quitó la vista del camino sorprendida de su reacción - ¡cuidado! – exclamó Maca
asustada, al ver que más adelante un ciclista se incorporaba al camino sin prestar
atención.
- Tranquila, lo he visto – respondió Esther, adelantándolo sin problema.
- ¿Qué es eso que lleva? – preguntó Maca observando que arrastraba un pequeño
carro lleno de una especie de pacas de color verde intenso.
- Bananas, Maca – rió – no me digas que nunca has visto un plátano – bromeó.
- En una piña de esas no – reconoció poniéndose seria, no le gustaba que Esther se
riese de ella – no me había fijado bien, parecen... otra cosa – dijo molesta –
pero… ¡están completamente verdes!
- Si – rió a carcajadas – se recogen así.

Ambas callaron durante unos minutos, Esther atenta al camino y Maca a todo lo que la
rodeaba. Hombres cultivando la tierra, hombres y mujeres que recogiendo una cosecha,
motos con tres, cuatro y hasta cinco pasajeros. Maca miró con curiosidad como las
mujeres también montaban en ellas pero sentadas de lado.

- ¿Qué recogen? – preguntó con interés.


- Té – respondió escuetamente.
- Pero… yo creía que el té…
- Tiene varias fases de recogida, se le llaman grados y ahora están recogiendo las
hojas más tiernas, es el primer grado de recolección.
- Serán las más caras.
- Sí.
- Pues no debería haber tanta pobreza,
- ¿Sabes a cuánto se paga un kilo de hojas de té de primer grado?
- No.
- A cinco céntimos de dólar... ¡imagina!
- Entiendo… - dijo pensativa.

Todo aquello era abrumante. Le hacía sentirse tremendamente culpable, no podía evitar
pensar en lo que podía llegar a gastar en un día en Madrid, en todo lo que costaba su
seguridad, su coche, su casa, la clínica o cualquier día cenando en un restaurante con
Vero, ahora sí que entendía las cosas que le dijo Esther cuando llegó a Madrid. Maca la
miró de soslayo, la enfermera también parecía pensativa y Maca deseó saber qué es lo
que cruzaba por su mente, pero no le dijo nada al respecto. Permaneció callada unos
minutos deseando que siguiera contándole historias y explicándole todo lo que veía e
iban dejando atrás, pero la enfermera permanecía atenta a la conducción sin decirle
nada.

- Antes no me has contestado – rompió el silencio finalmente.


- ¿A qué? – le preguntó Esther desconcertada.
- A si vas a comprar el terreno ese del que me has hablado.
- Lo estoy pensando – mintió, en realidad, lo único que había hecho era elucubrar
al respecto alguna vez con Germán, el médico siempre llamaba “tu casita”, a la
finca. Pero ambos bromeaban porque ni con lo que ahorraban allí tenían
suficiente para comprarlo y eso que en comparación a otros lugares allí la tierra
era baratísima.
- Ya… - murmuró cada vez más convencida de que Esther no volvería a España.
- Bueno pues… ya queda muy poco para llegar – cambió de tema la enfermera al
ver que Maca adoptaba un aire de seriedad – voy a dejar el coche a las afueras
de la aldea para que la vayas viendo y podamos pasear por ella. Te vas a
sorprender de la gente de aquí. Ya verás.
- ¿Cuánto es setecientos acres? – preguntó volviendo a lo que le había contado.
- Pues… creo que unas tres hectáreas, ¿por qué?
- Por nada… curiosidad.
- Hemos llegado – anunció señalándole con el dedo hacia adelante.
- ¿Y la aldea? – preguntó Maca desconcertada recordando el sueño que tuvo hacía
días en el que Esther la paraba en mitad de la selva - ¿dónde está! aquí no hay
nada.
- Fíjate bien – sonrió divertida – allí delante, ¿qué ves?
- Nada, bueno…, tierra – respondió con temor.
- Algo más verás, ¿no?
- Sí, árboles al fondo pero… ¿Y la aldea?
- Las chozas se cubren de barro y se camuflan en el horizonte, el calor hace lo
demás. ¿Ves una línea oscura entre los árboles y la tierra?
- Sí – dijo con un hilo de voz aún sin convencimiento de que aquello no fuese una
encerrona.
- Son los tejados de las chozas. Están dispuestas en dos líneas semicirculares con
una gran explanada en el centro.
- ¿Cómo el campamento?
- Sí, algo así – sonrió – bueno pues… ahora sí que hemos llegado, ¿bajamos?
- Sí, sí, claro.

Esther paró el motor del jeep y ayudó a Maca a descender, rápidamente y sin saber de
dónde habían salido la pediatra vio, con alivio, a un grupo de chiquillos que se
acercaron a ellas con ganas de juego. La enfermera se agachó y les dijo unas palabras.
Los niños saltaron entusiasmados y Maca se preguntó qué les habría dicho.

- Toma – le dijo Esther poniéndole en la mano un puñado de caramelos.


- Esther… no me apetecen, gracias – rehusó cogerlos ante la mirada burlona de la
enfermera que enarcó las cejas y cabeceó en dirección a los críos.
- No son para ti, son para ellos.
- Ah… - respondió avergonzada.
Maca se los tendió a los niños que se abalanzaron sobre ella, besándola y arrodillándose
delante suya.

- No, no – les dijo, angustiada con aquel gesto, intentando evitarlo y levantando
los ojos hacia Esther que permanecía observándola.

A Maca se le saltaron las lágrimas cuando uno de los pequeños se abrazó a ella y la besó
con cariño. Luego, Esther, se agachó junto a ellos sacando de la bolsa algunos dulces y
frutas y se los repartió. Uno de los niños volvió a arrodillarse ante la enfermera y Esther
lo levantó con suavidad susurrándole unas palabras. Maca la observaba entre
impresionada y orgullosa, pensando en que luego debía preguntarle el porqué habían
hecho ese gesto de sumisión. Se sintió culpable por pensar mal de ella y creer que
pretendía engañarla y llevarla a no imaginaba dónde. La miró y le sonrió divertida con
los niños, le encantaban, ¡echaba tanto de menos su trabajo y tratar a diario con ellos! Y
emocionada con todo aquello, sintió que volvían a saltársele las lágrimas. Esther le
sonrió con ternura y le acarició el pelo dejando caer la mano hasta su hombro
frotándoselo con suavidad.

- Vamos – le susurró en el oído – no lloriquees que van a creer que no estás a


gusto. Ellos ríen siempre.
- Ya me he dado cuenta – murmuró controlando el temblor de su barbilla. No
sabía por qué se había emocionado tanto, pero así había sido.

Esther volvió a pasarle la mano por el pelo con una caricia que le mostraba su
comprensión.

La enfermera se situó tras ella y emprendieron el camino, la pediatra miraba todo como
una niña pequeña que está descubriendo un mundo desconocido, Esther se agachaba de
vez en cuando a decirle algo al oído aunque, la tranquilidad de aquella aldea de chozas
no impedía que la pediatra la escuchase sin problema. Varias mujeres se acercaron a
ellas y Esther las saludó efusivamente. La enfermera hablaba con una soltura envidiable
aquel dialecto, las mujeres saludaron a Maca haciéndole reverencias y tocándole el pelo
una y otra vez. Esther sonreía y Maca, desconcertada ante tanta novedad, mostraba una
timidez impensable en ella. Algunas de las mujeres las acompañaron en su marcha por
la aldea y le dirigían palabras que Maca no entendía.

- Te dicen que eres muy guapa y que tienes un pelo precioso para ser una
Mzungus.
- ¿Una qué?
- Una blanca, Maca – le sonrió – les gustas. Quieren invitarnos a sus casas.
- ¿Y vamos a ir?
- No, ya les he explicado que venimos a ver a Yumbura.
- ¿Se ofenderán? – preguntó acostumbrada a que la enfermera siempre le regañara
diciéndole que iban a ofenderse.
- No, saben que siempre que vengo voy al dispensario. Nos acompañarán hasta
allí y luego nos llevarán algún regalo.
- ¿Aquí hay dispensario?
- Si – sonrió – pero no te vayas a creer que es como los que conoces.
- Ya imagino.
- No, no lo imaginas – rió – ya lo verás.
Una de las mujeres se situó ante ellas y Esther detuvo la marcha. Cruzaron unas
palabras y la enfermera cedió su puesto a una de las más jóvenes.

- Quieren llevarte ellas – le explicó.


- Muy bien – dijo Maca girándose un poco para sonreírle a la chica.
- Para ellas es un honor – le dijo Esther.
- ¡Menudo honor! – murmuró Maca, abrumada por tanta atención.
- Maca… - la recriminó.

Tras recorrer unos cien metros que a la pediatra se le antojaron como trescientos se
detuvieron ante la puerta de una choza. Esther asomó la cabeza y gritó unas palabras
que Maca no entendió.

- Llamo a Yumbura – le explicó volviéndose hacia ella.

Al cabo de unos segundos una joven alta y extremadamente delgada, apareció en la


puerta y profirió un pequeño grito de alegría.

- ¡Esther! Me dijiste que vendrías pero no imaginé que sería tan pronto – exclamó
contenta en un correcto español, para la sorpresa de Maca. Las dos se abrazaron
y luego la enfermera se giró hacia ella.
- Yumbura, te presento a Macarena, una amiga de España.
- Mucho gusto – le dijo estrechándole la mano.
- El gusto es mío – dijo Maca “no lo sabes tú bien”, pensó, al menos con aquella
joven se enteraba de todo.
- Esther me contó que eras pediatra.
- Sí – respondió – pero hace un tiempo que no ejerzo como tal, al menos, no
habitualmente.
- Pero pasad, pasad – les dijo franqueando la puerta – Macarena, nombre extraño
– comentó y Maca no pudo evitar pensar “pues anda que el tuyo”, pero guardó
silencio.
- Maca no sabe como funciona aquí un dispensario.

La joven se volvió hacia ella y sonrió, dispuesta a explicárselo.

- En realidad es un dispensario de medicamentos y atención primaria, pero yo soy


enfermera no médico, hago lo que puedo, algunas curas, algunas medicinas para
picaduras, fiebres, diarreas, pero si veo que el caso es grave los mando al médico
de la ciudad y si es muy grave, llamo a Germán – le explicó con una sonrisa.
- Pero… - comenzó a decir sin dar crédito a que una enfermera tuviese que
diagnosticar enfermedades graves como el ébola, el cólera o la meningitis.
- Maca – la interrumpió Esther antes de que la pediatra metiese la pata porque la
veía venir – aquí tienen suerte de contar con Yumbura, la mayoría de las aldeas
no tienen dispensario.
- Esther tiene razón, vienen gentes de kilómetros a la redonda.
- Te hemos traído todo esto – dijo Esther señalando la caja que una de las vecinas
había dejado en la puerta, tras arrebatársela a Maca de encima de las piernas.
- ¡Muchas gracias! – sonrió la chica - ¿Comeréis con nosotras? – le preguntó a
Esther.
- No, debemos regresar pronto – respondió – pero ya vendré yo con más tiempo.
La joven se dirigió a dos de las mujeres que permanecían esperándolas fuera y les dio lo
que a Maca le parecieron indicaciones porque ambas desaparecieron con una carrera.

- Aunque no os quedéis a comer sí compartiréis con nosotras un pequeño…


¿cómo se decía? – le preguntó a Esther.
- Aperitivo – puntualizó la enfermera interpretando sus deseos – sí, lo tomaremos
¿te apetece, Maca?
- Si, gracias – sonrió temiendo tener que tomar algo como lo de la noche de su
llegada, pero dispuesta a agradar a la enfermera y a su amiga.

Una joven entró en la choza y Esther la miró sonriente no tendría más de doce años. La
chica se acercó a Maca por detrás y siguiendo el ritual la cogió por el pelo. Pero Maca,
que, de espaldas a la puerta, no se la esperaba, se asustó y se giró con brusquedad
alcanzando a ver su brillante dentadura, y, repentinamente, un fuerte fogonazo la
trasladó a la mañana del asalto, unos dientes relucientes a la altura de sus ojos, una tez
oscura, un aliento que no la dejaba respirar y un fuerte dolor en el cuello, le tiraban del
pelo… Maca cerró los ojos y se llevó la mano derecha a la sien con un ligero quejido.

- ¿Estás bien? – le preguntó Esther posando su mano sobre el antebrazo de la


pediatra.
- Si – murmuró con aire distraído, mirando desconcertada a su alrededor.

Las manos temblorosas y la respiración agitada alertaron a la enfermera, que se agachó


junto a ella, intentando comprobar cómo estaba.

- ¿Quiere algo! ¿un poco de agua? – preguntó Yumbura acercándose también


preocupada.
- No, tengo yo aquí – le respondió Esther incorporándose, cogiendo la bolsa y
tendiéndole la botella a Maca que a duras penas consiguió beber un trago -
¿mejor? – le preguntó viendo que palidecía con rapidez – Maca….
- Si – murmuró con un hilo de voz.
- Maca… ¿quieres que te saque a tomar el aire? – le preguntó temiendo que el
olor del interior del dispensario la hubiese mareado.
- No, no, estoy bien – se negó intentando esbozar una sonrisa y fijar sus ojos en
ella, aunque tenía la sensación de que la enfermera no dejaba de balancearse y
de que su voz le llegaba muy lejana.
- Maca… ¿quieres echarte un rato? – le preguntó viendo que se le marcaban las
ojeras y perdía completamente el color.
- No, no, ya se me pasa, no es nada – dijo avergonzada y levantó las cejas
mirando a Esther intentado que la comprendiese y que la dejase un momento
tranquila – hablas muy bien español – disimuló su malestar mirando a la joven.
- Yumbura me enseñó a hablar swajili y yo le enseñé español – le explicó Esther
con una sonrisa buscando centrarla en una conversación y aparentar normalidad,
sabía que Maca no quería llamar la atención, pero empezaba a temer que acabara
perdiendo el conocimiento.
- ¿Y como os entendíais? – preguntó inocentemente, haciendo un esfuerzo por
mostrar interés.
- En inglés Maca. Es la lengua oficial, ¿recuerdas que te lo dije?
- Eh… si, si, claro – respondió con aire ausente y Esther sintió un pellizco de
preocupación.
- Voy a por unos vasos – dijo Yumbura mirando a la pediatra extrañada – pero…
Esther, siéntate. Le indicó una pequeña hamaca.

La enfermera obedeció y cuando la joven desapareció miró a Maca y le preguntó.

- Maca, ¿sabes dónde estamos? – insistió recordando las palabras de Cruz, “puede
tener lagunas y crisis de desorientación que no deben de exceder los treinta
minutos”.
- Si, Esther, tranquila, estoy bien. Solo me he asustado – respondió esbozando una
sonrisa – me he acordado de algo y… me ha pasado como la otra vez.
- Pero ¿te está empezando el dolor de cabeza! ¿es eso?
- Un poco, pero… estoy bien. Ya te he dicho que no es nada.
- ¿Qué has recordado? – le preguntó con paciencia.
- Que me tiraban del pelo y… sus dientes… eran blancos y perfectos y… creo que
es muy moreno… no sé, no podía respirar y me dolía el cuello y… no sé –
balbuceó volviendo a tocarse la sien – no… no me acuerdo…. Yo…
- Germán me ha hecho traerme los analgésicos, ¿quieres uno?
- No, de verdad.
- Maca es mejor que te lo tomes antes de que te vaya a más.
- No te preocupes, por favor. Solo… he recordado algo… es como la otra vez,
como un… calambrazo pero… estoy bien… - repitió intentando posar su mano
sobre la de la enfermera pero el temblor que tenía en ella se lo impidió.
- Vale – aceptó sin convicción, respiraba agitada y parecía confusa, con una
mirada casi perdida - Tomamos algo rápido y nos vamos ¿de acuerdo?
- Por mi no – le sonrió para tranquilizarla – me gusta todo esto, es… fascinante –
reconoció y fue ahora la enfermera la que sonrió abiertamente – aunque …
quizás sí que sea mejor que me des eso… ese… bueno lo que sea que has dicho
– le pidió volviendo a dar muestras de aturdimiento. La enfermera buscó en la
bolsa y sacó de nuevo la botella de agua.
- Toma – se lo tendió – si quieres nos vamos ya. En cuanto salga y nos
despidamos.

La pediatra asintió, estaba mareada otra vez, y cerró los ojos un momento. Esther la
obligó a bajar la cabeza casi hasta sus rodillas y no le quitaba la vista de encima,
preocupada. Pero al cabo de unos minutos, cuando Yumbura salió del interior de la
choza y algunas mujeres se unieron a ella, Maca parecía haberse recuperado. El color
había vuelto a sus mejillas y su pulso se había normalizado.

- ¿Quieres café o “mbege”? – le preguntó la joven a Esther con una sonrisa de


complicidad.
- Yo ¡mbege! – dijo rápidamente - ¡no sabes cómo la he echado de menos! – la
chica sonrió y cogió un pequeño vaso vertiéndole el líquido.
- ¿Qué es? – preguntó Maca interesada.
- ¿Qué crees que es? – le preguntó Esther divertida.
- No sé, parece… ¿cerveza? – preguntó intentando adivinar – pero… huele a
plátano.
- Efectivamente, cerveza de banana – le explicó la joven – la hago yo misma.
- También se vende en botellas como la de allí – intervino Esther saboreando el
contenido de su vaso, entornando los ojos con deleite - ¡está buenísima! ¡esta
vez te has superado Yumbu! – la felicitó con una sonrisa de admiración.
- ¿Macarena? – le preguntó la chica enarcando las cejas y mostrándole el
recipiente - ¿quieres probarla?
- No, para ella agua – se adelantó Esther – y bizcocho de plátano.
- No, yo no… - comenzó Maca con la intención de negarse a comer nada pero el
gesto de Esther la contuvo – bueno… un trocito pero con café, por favor – dijo
mirando a Esther desafiante y, con temor, a su escudilla “menos mal que he
dicho un trocito, ¡si esto es medio pastel!”, pensó con la idea de que sería
incapaz de terminárselo; de pronto recordó lo que le contaron en las chabolas y
temió que estuviese amasado con los pies - ¿cómo se amasa? – preguntó dejando
sorprendida a la chica y a Esther.
- Maca, se amasa como cualquier pastel – respondió Esther por la joven en un
tono que sabía que la pediatra entendería.
- Está muy bueno – se apresuró a decir tras dar un rápido bocado intentando
borrar las ideas que se le venían a la cabeza, mirando a Yumbura con una sonrisa
de agradecimiento – realmente bueno – recalcó tomando otro trozo.
- Muchas gracias – le dijo sirviéndole una taza de café, mientras Esther disfrutaba
de aquel licor que tanto había echado de menos – voy a por más – dijo la joven
dejándolas solas.
- Maca… no te tomes el café – le pidió – Germán…
- Germán, Germán, ya estoy bien, Esther. Me apetece, yo creo que me duele la
cabeza de no tomarlo.
- ¡No digas tonterías! – exclamó bajando la voz - Por favor – le pidió con ojos de
súplica – no te lo tomes.
- Vaale – aceptó soltando la taza – pero no querrás que se ofenda… - enarcó las
cejas burlona – te lo tendrás que tomar tú.
- Maca… sabes que yo…
- Prefieres las infusiones, ya lo sé. Pero yo también prefiero el café y mira lo que
me tomo todos los días – sonrió maliciosa. A ver si de una vez Esther entendía
que era muy difícil estar todos los días tomando cosas que no le gustaban –
además con Germán siempre lo tomas.
- Trae – aceptó cogiendo la taza y bebiéndosela de un sorbo – ya está.
- Probad esto – entró Yumbura de nuevo portando un plato con unos pequeños
trocitos que Maca no supo identificar a qué podían pertenecer. Ambas tomaron
uno y lo saborearon.
- ¿Qué es? – preguntó Maca – está… delicioso.
- ¿Delicioso? – preguntó Yumbura mirado a Esther.
- Quiere decir muy bueno – sonrió la enfermera mirando a Maca – es una palabra
que se usa poco… una palabra cursi – le explicó a su amiga con una sonrisa,
lanzando una rápida mirada burlona a la pediatra.
- Cursi – murmuró Maca ligeramente molesta. “Ya te daré yo a ti cursi”.

Repentinamente, comenzaron a escucharse voces en el exterior, Yumbura se levantó


alertada y salió, Maca miró a Esther con el miedo reflejado en los ojos.

- No te asustes, no es nada.
- ¿Cómo puedes estar tan segura?
- Maca, entiendo lo que gritan – sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro
burlona.
- Ah, claro, perdona. Y… ¿qué pasa?
- Hay alguien enfermo o herido – le dijo frunciendo el ceño y levantándose –
ahora vuelvo. No te muevas de aquí – le dijo apoyando su mano en el hombro de
la pediatra y saliendo tras Yumbura.
- Esther… - la llamó angustiada, no quería quedarse allí sola.

La enfermera desapareció y pasaron varios minutos en los que Maca solo oía gritos,
lloros y lamentos, pero nadie entraba en la choza. Estaba impaciente por saber qué
ocurría pero, en ese tiempo allí, había aprendido a obedecer a Esther. Si le había dicho
que permaneciese en el interior, sería por algo y eso se dispuso a hacer, giró su silla y se
colocó mirando hacia la lona que hacía las veces de puerta. Cuando, de pronto, entró
una mujer con un bebé de apenas meses en sus brazos. La mujer le gritaba desesperada
algo y le tendía al niño que solo por su forma de llorar Maca comprendió que estaba
enfermo. La pediatra no sabía qué hacer y, finalmente, levantó sus brazos y aquella
mujer depositó a su hijo en los de Maca, que comenzó a examinarlo.

- Pero.. ¿qué coño? – murmuró mirando al pequeño, al tiempo que levantaba los
ojos hacia su madre - ¿qué…? – se interrumpió aquella mujer no iba a entenderla
y necesitaba preguntarle varias cosas.

Su mente barajó con rapidez las opciones, el niño estaba ardiendo y tenía unas pequeñas
heridas redondas que no era capaz de identificar, parecían llagas pero eran tan
perfectamente redondas que… no parecían pústulas, pero… no podía ser. , le miró la
lengua y la boca, le buscó ganglios inflamados en la nuca y respiró aliviada, por un
momento se le había ocurrido la peregrina idea de que fuera viruela, sabía que estaba
erradicada pero allí, todo era posible, como ya había podido comprobar. Tenía que
conseguir bajarle la fiebre al niño. Volvió a levantar los ojos hacia la madre e intentó
hablarle en inglés pero tampoco la entendía, por señas le indicó que le alargase la bolsa
que Esther había dejado en la hamaca, allí estaban sus medicinas seguro que podría
hacer lago con ellas.

- Yumbura – le dijo Maca a la madre – Yumbura, Yumbura – la apremió


indicándole con la mano que saliera a buscarla.

La joven sonrió entendiendo lo que le quería decir y salió dejándola sola con el
pequeño. Instantes después regresaba con Yumbura y, con ella, Esther, que al verla con
el pequeño en brazos, se quedó paralizada, mirándola con ojos espantados.

- ¡Maca! – gritó - ¿qué haces? – corrió hacia ella intentando arrebatarle el niño de
sus brazos.
- Espera Esther - le pidió – no he terminado de examinarlo.
- ¡Estás loca! esto tiene un protocolo – le dijo casi llorando – no puedes hacer las
cosas sin guantes ni mascarilla – le gritó asustada.

Maca levantó la vista hacia ella con el ceño ligeramente fruncido, molesta de que le
hablase de aquella forma delante de extraños.

- ¿Y tu? – le preguntó con tranquilidad mirando a sus manos manchadas de sangre


– no te pongas nerviosa, sea lo que sea ya está hecho. Además, antes de tocar a
nadie tú si que deberías lavarte.
- Maca… - protestó pero luego, la miró y algo cambió, allí con aquel niño en sus
brazos intentando salvarle la vida, la enfermera entendió lo que había pasado por
la mente de Maca y sonrió - ¿en qué te ayudo?
- Lávate y luego, prepara una inyección de acetaminofen para bajarle la fiebre.
- ¿Cuánto Maca? Porque esto es para ti – preguntó al tiempo que se lavaba las
manos en una pequeña palangana que Yumbura se había apresurado a sacar.
- Tendrá unos tres meses… y no debe pesar más de cinco kilos, así es que – pensó
con rapidez.
- Al menos ocho – la corrigió esbozando una sonrisa.
- ¿Qué? – levantó los ojos sin entender.
- Que tiene al menos ocho meses.
- Joder.., pues … las encías … y… estará desnutrido y… ¿tendrá problemas de
hígado?
- Lo más seguro.
- Entonces que prepare Yumbura un baño frío y…
- Maca… - le dijo en tal tono que supo que no podría ser aquello que había
pedido.
- Vale, vale – movió la cabeza – ponle dos miligramos.
- ¿Nos arriesgamos?
- Si – dijo con autoridad.
- ¿Qué tiene el bebé?
- No lo sé...
- ¿Pero ya lo has reconocido?
- Sí, dile a la madre que quiero hablar con ella – la miró - ¿me ayudas! no he sido
capaz de hacerme entender.
- Claro. ¿Qué quieres que le pregunte?
- Cuántos días lleva con fiebre, si ha tenido vómitos, cuando le empezó la
erupción y… - le levantó el trapito con el que iba cubierto – qué carnicero le ha
hecho esto.
- ¡Dios! – exclamó Esther mirando a Yumbura, ambas sabían lo que había pasado
– ahora mismo le pregunto – dijo levantándose y saliendo al exterior, donde
Yumbura había llevado a la madre para que las dejara trabajar.

Esther volvió al cabo de un instante y Maca la miró expectante.

- ¿Qué te ha dicho la madre?


- No me contesta.
- ¿Cómo que no contesta? ¡coño qué es su hijo!
- Maca… - la recriminó y enarcó las cejas en señal amenazadora.
- Perdón – musitó cabizbaja.
- ¿Qué le vas a inyectar ahora? – le preguntó extrañada al verla preparando otra
inyección.

Esther comenzaba a sospechar que Maca se estaba tomando la salvación de ese niño
como algo personal y allí eso era uno de los principales errores. La miró preocupada y
angustiada, porque mucho se temía que fuese imposible sacarlo adelante.

- ¿Qué mas da lo que le voy a poner, después de lo que le ha han hecho? –


respondió enfadada, pero mucho más suave respondió - Le voy a poner un
antibiótico y otra inyección para el dolor.
- Maca… se que esto es… desesperante – le dijo agachándose a su lado y posando
su mano sobre la de la pediatra que acunaba al niño con las esperanza de que
dejara de llorar – pero aquí es muy difícil hacerles entender que cuando se
encuentren mal vayan al médico.
- Ya… - la miró esperando una explicación mejor para aquello.
- Es una madre joven. Se asustó y llevó al niño al hechicero.
- ¿Qué! ¿qué esto se lo ha hecho un hechicero! creía que su tarea era curar no
matar.
- Macarena – intervino con templanza Yumbura, que hasta ese momento había
permanecido observando en silencio – solo ha puesto en práctica sus
conocimientos.
- Pero… ¿tú has visto esto? – preguntó enseñándole el pecho del pequeño lleno de
heriditas circulares y líneas negras.
- Sí, las líneas están hechas con un ungüento mágico-medicinal. El niño tendría
granos y el hechicero se los ha cortado.
- Pero… ¡eso no sirve de nada!
- Ya lo sabemos Maca – le dijo Esther con dulzura – tranquilízate. Tú has hecho
todo lo que has podido.
- No. Este niño no se va a morir – le dijo lanzándole una desafiante mirada
entendiendo lo que pretendía decirle - Tráeme la bolsa - ordenó.
- Maca… - la avisó con tono condescendiente. Lo más seguro es que el niño
muriese debido a la infección de sus heridas – si está septicémico no vas a poder
hacer nada.
- Te he dicho que me traigas la bolsa – le gritó.

Esther obedeció y miró a Yumbura que se sentó frente a la pediatra y le cogió al niño de
los brazos. El pequeño estaba más calmado, pero seguía teniendo la fiebre muy alta.

- Voy a refrescarlo – le dijo Yumbura y Maca accedió.


- Creo que puede ser una reacción alérgica a algo – dijo Maca en voz baja – o un
exantema súbito, pero… ahora no podremos saberlo.
- Posiblemente – le sonrió Yumbura – no se torture. Ha hecho más de lo que
hubiese hecho yo. Aquí sigue habiendo mucha gente que va a ver al curandero y
si no hay mejoría es cuando vienen a mí. Hasta hay madres que cuando sus
bebés no dejan de llorar porque les están saliendo los dientes, los llevan al
hechicero para sanarlos. Y ¿sabe cuál es el remedio?
- No – murmuró Maca mirándola con atención, viendo aquel desastre podía
imaginarse cualquier cosa.
- El remedio es extraerles los dientes que están a punto de salir – le contó para
hacerla entender que allí cualquier cosa podía ser más complicada de lo que
pareciera.
- Pero… no mejorará ninguno, con esas prácticas… – respondió Maca
completamente abrumada por aquella realidad – ¿cómo siguen llevándolos allí?
- Es la costumbre.
- Y si muere… ¿también seguirán igual! ¿también dirán que es la costumbre? –
preguntó con un aire despectivo y un tono de suficiencia que molestó a Esther.
- Maca… - la reprendió.
- No pasa nada Esther – dijo Yumbura – doctora, sé que no es fácil entender todo
esto. Pero tampoco lo es cambiarlo, algunas luchamos por conseguirlo… otras
mueren en el intento – miró a Esther con un esbozo de sonrisa, las dos pensaron
en Margarette – y otras, como Esther, aprenden a amar esta tierra y estas gentes.
Y a respetarnos.

Maca bajó los ojos avergonzada por el tono en que había hablado, sintiéndose aludida,
pero no se arrepentía de ninguna de sus palabras. No entendía como una madre podía
dejar a su hijo en manos de un animal como el que había hecho aquello, por muy
curandero que se fuese y por mucho que fuese la costumbre.

- Respondiendo a su pregunta… - continuó Yumbura - si el bebé muere, la madre


pensará que su hijo ha sido embrujado y volverá a ver al hechicero para
conseguir un remedio para romper el maleficio. Aquí la gente no muere por
enfermedad, solo por vejez y embrujamiento.
- Entiendo – dijo bajando los ojos – siento haber…
- No se preocupe – la interrumpió – el niño está mejor, le ha bajado la fiebre. No
tiene que sentir nada. Ha hecho un buen trabajo – le sonrió agradecida y Maca le
devolvió la sonrisa más triste que Esther le hubiera visto en mucho tiempo.
- Esther…deberíamos llevarlo al hospital – le dijo mirándola esperanzada en que
la enfermera consintiese en ello.
- No – se negó Yumbura interviniendo con firmeza – Germán no lo admitiría, solo
le haría lo que puedo hacerle yo. Tratar sus heridas y paliar sus efectos. Esto es
así, doctora – le explicó segura de su decisión pero Esther la miró y enarcó las
cejas en señal de súplica – no se preocupe, me encargaré de él, controlaré su
temperatura con paños húmedos y, si es, lo que usted cree, no hace falta
tratamiento, solo esperar a que el virus desaparezca y rezar para que hayamos
cogido a tiempo la infección.
- Yumbura cuidará bien de él – le dijo Esther levantándose y pasando su mano por
el pelo de Maca con dulzura – si quieres, antes de volver a España venimos a ver
como sigue, ¿de acuerdo?
- Sí – respondió Maca con una sonrisa más alegre al ver mejor al pequeño que ya
no lloraba y se había quedado dormido – me gustaría.

Se despidieron de Yumbura y emprendieron la marcha camino del jeep. De nuevo,


algunas jóvenes se acercaron a ellas y las acompañaron. Ya se había cundido la noticia
de que aquella Mzumbu, había practicado “su magia” con el pequeño y Esther tuvo que
explicarles que no, que Maca era médico como Germán y Sara, a los que todas
conocían.

- ¿Por qué me tocan ahora tanto? – preguntó Maca sintiéndose muy incómoda.
- Porque creen que tienes poderes.
- ¿Poderes?
- Sí, creen que has curado al pequeño usando la magia.
- Pues vaya mierda de maga que ni siquiera puede curarse así misma – soltó
sarcástica con tal aire de resignación y melancolía que enterneció a Esther.
- Te admiran por ello. Eres capaz de arriesgar tu vida por un pequeño que podía
estar desahuciado. Por una vida – le dijo volviéndose a mirarla a los ojos con tal
intensidad que la pediatra sintió un cosquilleo en el estómago - ¡pájaro dziu! –
sonrió y siguió la marcha junto a ella puesto que las chicas rivalizaban en
empujar a Maca.
En el camino de vuelta, la tensión que habían mantenido al ir hacia la aldea había
desaparecido por completo. Trabajar juntas les había devuelto la complicidad y las
había hecho olvidar todo lo demás. Cuando se le pasó el mal rato de creer que el niño
moriría sin que pudiese hacer nada por él, Maca estaba exultante. La visita a la aldea, el
conocer a aquellas gentes y el haber ayudado a aquel bebe, le había devuelto una alegría
que hacía tiempo que no experimentaba.

- ¿Vamos a ir a los lagos?


- Es tarde y Germán ya me va a echar la bronca. No llegamos a comer ni de coña.
- Pero estoy bien – protestó – ¡más que bien! Hacía muchísimo tiempo que no
estaba tan…
- Contenta – sonrió – ya te veo.
- Entonces ¿qué! ¿me llevas?
- No sé. Prefiero volver y que Germán hable contigo.
- ¿Conmigo! ¿de qué? – preguntó entre extrañada y preocupada - ¿están ya los
resultados! Esther… ¿qué pasa?
- No es eso, no te asustes – sonrió mirándola de reojo soltando la mano del
volante y apoyándola en su rodilla como hacía antes, acariciándola con
suavidad, Maca miró hacia la mano y suspiró, añorando el poder sentirla - ¿Estás
segura que lo de ese niño era lo que has dicho?
- No, no lo estoy, habría que hacerle pruebas, por eso quería llevarlo al hospital,
pero… – se interrumpió comprendiendo cual era el temor de la enfermera – pero
sí lo estoy de que no era ningún caso del que debamos preocuparnos.
- Maca… que tú no tienes experiencia aquí y hay veces que…
- Esther… ya lo sé, pero… te repito que no es nada de lo que debamos
preocuparnos. Ni siquiera Yumbura lo cree.
- En eso tienes razón.
- Entonces ¿qué! ¿me llevas a esos lagos? ¡Estoy deseando verlos!
- ¿Y si es algo contagioso! no tenías guantes y… ¿por qué te tienes que quitar
siempre la mascarilla? – la reprendió manifestando el miedo que sentía.
- Esther tú… ¿confías en mi criterio como médico? – le preguntó con calma –
porque si es que sí, quiero que me lleves a esos lagos y… si es que no, volvamos
al campamento.
- De acuerdo – respondió dando una vuelta en el camino y cogiendo un sendero
que habían dejado a la derecha – vamos a los lagos – sonrió sin tenerlas todas
consigo, pero no quería que Maca creyese que no confiaba en ella porque,
además, no era cierto.
- ¡Qué hambre tengo! – exclamó la pediatra.
- Pero Maca, si te has comido un trozo de…
- Ya lo sé pero estoy deseando que me des lo que me has traído.
- ¿Yo? – preguntó extrañada de que la hubiese descubierto – yo no te he traído
nada.
- ¡Anda que no! – exclamó – habré perdido muchas cosas pero el olfato no ha sido
una de ellas – sonrió – ¡puedo oler mi atún a kilómetros a la redonda!
- Ya me has chafado la sorpresa – se quejó mohína – ¡eres única para eso!
- Lo siento – rió divertida – se puede saber dónde lo has conseguido…
- En Kampala – la interrumpió – compré algunas latas. Por si no lo sabes España
es uno de los principales exportadores de conservas en África.
- No lo sabía – la miró agradecida – pero ¡me encanta! - exclamó alegre.
- ¿Qué te encanta? – le preguntó burlona.
- Me encanta el atún, me encanta que España sea exportadora, me encanta que me
lo hayas comprado – enumeró bajando el tono a medida que hablaba hasta
terminar casi en un insinuante susurro – y… ¡me encanta que me vayas a llevar a
esos lagos! – terminó inclinándose hacia ella y besándola fugazmente en la
mejilla - ¡gracias!
- De nada – rió agradablemente sorprendida – no hagas tonterías y agárrate que
empiezan las curvas – la avisó satisfecha de cómo estaba resultando todo.
- ¿A cuánto están?
- A una media hora en coche – respondió – es un camino estrecho y lleno de
curvas, solo hay una pequeña recta.
- ¡Uf!
- Iré despacio – le dijo imaginando lo que le ocurría – no te preocupes que no te
vas a marear.
- Vale – esbozó una sonrisa – Esther…
- ¿Qué?
- ¡Gracias! – repitió siendo ahora ella la que posó la mano en la rodilla de la
enfermera que la miró de reojo - ¡hacía mucho tiempo que no me divertía tanto y
no me lo pasaba tan bien!
- Mira para delante y agárrate – le recomendó con una sonrisa de satisfacción – y
no me des más las gracias, yo también me lo estoy pasando muy bien
enseñándote todo esto. Hacía años que no subía a los lagos – suspiró nostálgica.

Fue ahora Maca la que la miró de reojo esperando que dijese algo más pero Esther no lo
hizo. La pediatra miró hacia delante y se concentró en el camino temiendo que las
curvas acabaran por marearla.

El camino serpenteaba por un paisaje que a Maca se le antojó como uno de los más
hermosos que hubiese visto nunca, discurría a través de un bosque que parecía
encantado, la densa vegetación se entrelazaba creando una especie de bóveda que
proporcionaba sombra en todo el camino. De pronto la enfermera detuvo el jeep en un
pequeño claro a la derecha y la hizo descender.

- El resto del camino lo haremos a pie – le comunicó sonriente – dejaremos aquí


el jeep.
- ¿Por qué?
- Con el jeep no vas a apreciar la belleza de todo esto – le sonrió y Maca le
devolvió la sonrisa.

Emprendieron la marcha y Esther disfrutaba solo de ver como la pediatra se sorprendía


con cada pájaro de colores chillones, con el incesante zumbido de insectos, con los
reflejos verdes del lago entre la tupida vegetación pero, sobre todo, si había algo que la
hacía chillar, llamando la atención de la enfermera, era cada vez que veía saltar algún
mono entre las copas de los árboles.

- Allí, allí, allí ¿lo ves? – le dijo señalando con el dedo.


- Si, Maca, lo veo – rió contenta de verla tan entusiasmada.
- ¡Es increíble! – exclamó – ¡esto es precioso! – se volvió hacia ella con un brillo
especial en los ojos y con tanta ilusión que Esther sintió un pellizco en la boca
del estómago, ¡estaba guapísima!
- Estamos teniendo mucha suerte, no es normal ver tantos – sonrió pensando en
que ni en sus mejores sueños, todo habría salido tan bien.
- ¡Habrán salido a recibirme! – bromeó.
- ¡Claro! una Wilson, no los visita todos los días – respondió irónica.
- ¿Hay muchos monos en Uganda! tenía entendido
- ¡Qué va! creo que no hay ni para llenar un estadio de fútbol. Los masacran.
- Pero… ¿por qué?
- Para venderlos, para comérselos, para todo.
- ¿Sabes! todo esto…
- Te gusta, pero te desespera – le dijo adivinando sus pensamientos.
- ¿Cómo sabías lo que iba a decirte?
- A mí me pasó lo mismo – le sonrió poniéndose frente a ella.
- Ya… - murmuró pensativa con un suspiro.
- ¿Sabes lo que se dice de estos bosques? – le preguntó misteriosa, señalando con
el brazo extendido a su alrededor.
- ¿El qué? – preguntó con un deje de temor – si es algo de miedo no me lo cuentes
– la avisó al ver el tono en el que se lo había dicho.
- Pero… ¡serás cobarde!
- A ver… - dijo condescendiente - ¿qué dicen?
- Que están llenos de seres malignos – le dijo bajando la voz y acentuando el tono
de misterio – y que los días….
- ¡Te he dicho que no me lo cuentes! – la cortó bajando la vista y con un hilo de
voz añadió – que… luego sueño.
- ¡Venga ya! pero… ¿es en serio?
- Sí – la miró a los ojos y Esther supo que no mentía – ya lo sabes.
- Maca…
- Últimamente siempre tengo miedo, hasta despierta, y… no sé porqué – se
sinceró dando un pequeño retemblido. La conversación, los sonidos que
llegaban del bosque, la densa vegetación, la angostura del camino, la hicieron
sentir un escalofrío.
- Bueno, no lo tengas porque los blancos, aquí, somos los fantasmas y nos temen
– rió burlona, acariciándole la mejilla para transmitirle tranquilidad y volviendo
a su lugar empujando la silla.
- No te rías de mí – le pidió con seriedad – luego siempre quieres que te cuente
cosas y cuando lo hago, te ríes – le reprochó mohína.
- ¡Ay, mi niña! – la abrazó por detrás – ¡qué tiene miedo ella! – la besó en la
mejilla y sonrió - ¡venga boba! ¡ya verás como te gusta esto!
- No me gusta que te rías de mí – repitió.
- ¡Qué no me río, tonta! – le dijo cariñosa – bueno… pues…. ¡hemos llegado! –
dijo situándola en un pequeño promontorio con el lago abajo y el bosque
rodeándolas.
- Esther…
- ¿Qué?
- ¡Qué maravilla! es… ¡un pequeño paraíso! – exclamó extasiada mirando todo
aquello.
- Sí, lo es – comentó mostrando que estaba de acuerdo - y hoy… - la miró con
intensidad – ¡es solo para nosotras!
- Sí – murmuro sin poder evitar un esbozo de sonrisa “¡nuestro pequeño paraíso!”,
pensó.
La enfermera se alejó unos metros de ella, dejándola disfrutar en soledad de aquel
paisaje, dejando que se imbuyera de la grandiosidad de la Naturaleza y que
experimentase la sensación abrumadora de lo insignificante que sabía que debía sentirse
ante aquella inmensidad. Necesitaba que Maca sintiese todo aquello, que se introdujese
en ella y comenzase a corroerla por dentro. Despacio se acercó y se sentó en una
pequeña piedra, a un par de metros de ella, y sin dejar de observarla, rebuscó en la
mochila y comenzó a sacar algunas cosas. Luego se levantó y le tendió a Maca un
bocadillo al tiempo que le guiñaba un ojo.

- Toma – le dijo, Maca giró la cara hacia ella, y Esther sonrió comprobando que
sus ojos reflejaban la impresión que sentía ante aquel paraje de ensueño –
¡despierta! - bromeó.
- ¿Con cebolla? – preguntó ilusionada volviendo a la realidad.
- No – sonrió maliciosa – sin cebolla.
- ¿También la tengo prohibida?
- No, la tengo prohibida yo – rió enarcando las cejas y Maca abrió los ojos
comprendiendo lo que quería decirle, enrojeció y bajó la vista, Esther la miró
burlona - ¿ves aquellos montes de allí?
- Si, ¿por qué?
- Son los montes Ruwenzori.
- ¿El Parque Nacional?
- ¡Exactamente! – sonrió – veo que leíste cositas antes de venirte.
- Las he leído aquí, en las revistas que me trajo Sara.
- Es impresionante Maca, tiene unos paisajes… ¡deslumbrantes! – exclamó con
una mirada soñadora que le confería una luminosidad especial.
- ¿Más que éste?
- ¡Mucho más! hay cascadas, lagos, ¡incluso glaciares!
- ¿Me vas a llevar? – preguntó con ilusión - ¡me encantaría ir!
- Ya veremos – sonrió – queda un poco lejos… y… ¡allí si que vas a ver animales
salvajes! A nosotras nos queda más cerca el parque del monte Elgon, es más
pequeño y tiene una fauna menos variada, aunque tiene su pequeño Kilimanjaro.
- ¿En serio? – preguntó con tanto interés y tanta ilusión que Esther soltó una
carcajada.
- Sí. Es un volcán que, según dicen, fue incluso más alto que el Kilimanjaro, y
dentro del cráter hay algo que te encanta – le dijo con una misteriosa sonrisa.
- ¿El qué? – preguntó curiosa.
- ¡Aguas termales!
- ¡Podíamos ir!
- Son tres horas y media desde Kampala, y para ti eso ya es demasiado. Desde el
campamento tardaríamos algo menos, pero los caminos son malísimos y a veces
están cortados y no se puede seguir. Los demás parques están todos más lejos.
- Me había hecho una idea completamente equivocada de todo esto yo creía que…
- Tú creías que los leones, los elefantes y todos los animales campaban libres por
todos sitios, ¿no? - sonrió.
- Bueno… tan tonta no soy… pero sí que me imaginaba no sé… que sería más…
salvaje. Que sería más fácil verlos – se explicó.
- Lo es, pero cada vez se está reduciendo a más espacios. Si no fuera por los
Parques, la caza furtiva hubiese terminado ya con muchas especies.
- Ya imagino.
- No, Maca, no puedes imaginarlo. Es… horrible. Los furtivos están organizados,
tienen sus propios campamentos y son capaces de llevarse por delante al primero
que se les interponga.
- Sí que debe ser horrible – comentó estando de acuerdo con ella.
- Hace un par de años, esto era un desastre, pero ahora el ejército los tiene
controlados, aunque de vez en cuando hay algún ataque esporádico, sobre todo,
cuando se desesperan porque no pueden acceder a los parques, pero hace tiempo
que no se mueven por aquí, antes no me hubiera atrevido a venir las dos solas –
le explicó tranquilizándola al verla mirar con temor a su alrededor, luego cambió
la expresión y continuó con seriedad - Hace dos años, me tomé unos días libres,
después de… bueno que Nancy me invitó a ir a su casa en El Congo. Un día me
llevó a ver los gorilas.
- ¿Pero no decías que no los habías visto?
- Con Germán no y, aquí, en Uganda, tampoco, y eso que el Parque de Bwindi
tiene varias familias, más de trescientos, pero sí con Nancy.
- Bueno y ¿qué pasó?
- ¡No te puedes imaginar lo que es observarlos! están tan acostumbrados al ser
humano que puedes incluso acercarte. Claro que a Nancy la conocen.
- Creí que estudiaba los chimpancés – le dijo con un retintín que la enfermera no
supo a qué venía y la miró extrañada.
- También. Pero los gorilas tienen algo especial… Nancy es capaz hasta de
ofrecerles comida y que se la tomen de la mano – le dijo con admiración por el
trabajo de su amiga.
- Pues si son tan confiados los furtivos lo tendrán fácil – comentó haciendo una
velada crítica a la tal Nancy, que sin conocerla ya le caía mal - ¿por qué decías
que es horrible?
- Porque lo es. Estuve un día entero llorando – le contó entristeciendo el rostro,
Maca enarcó las cejas en señal interrogadora instándola a que le explicase el
porqué – era una familia de unos doce ejemplares, con dos machos de espalda
plateada y al día siguiente de estar viéndolos, el macho dominante y dos de las
hembras aparecieron muertos, los habían masacrado. Y otra hembra joven y las
tres crías desaparecidas. Estaban destrozados y mutilados.
- ¡Qué desagradable! – exclamó poniendo cara de asco y la enfermera frunció el
ceño - Lo siento – murmuró – me gustaría poder ir a verlos.
- Ya habrá tiempo, si te dignas regresar algún día – le dijo volviendo a sonreír -
¿Te gusta?
- Sí, esto es precioso, ¡claro que me gusta! y… ¡claro que me encantará regresar!
- Digo, el bocadillo – rió burlona al ver que no había parado de comer.
- Humm – asistió mascando el último bocado.
- ¿Quieres más? – le preguntó al ver que no quitaba ojo del suyo.
- ¿Hay más? – preguntó asintiendo.

La enfermera rebuscó en la bolsa y sacó un paquete, con una sonrisa de complicidad en


los labios y una mirada divertida que esperaba la reacción de la pediatra.

- ¡Patatas fritas! – exclamó – Esther… - murmuró casi con las lágrimas saltadas,
emocionada por el detalle.
En aquel lugar y con todas aquellas atenciones, después de llevar casi dos semanas
privada de todo, sintió que aquello era el mejor manjar que le podía haber ofrecido. ¡Le
encantaban las patatas fritas!

- ¡Qué exagerada! No es para tanto – rió satisfecha de su pequeño triunfo.


- ¡Cómo que no! – exclamó con voz entrecortada, mirándola fijamente y ladeando
la cabeza de un lado a otro, “¡no sabes cuanto te he echado de menos estos
años!”, pensó enternecida – Esther yo…
- ¿Ves aquel monte de allí! ¿el más alto! es el monte Stanley – le indicó
cambiando de tema e interrumpiéndola con toda la intención - es el tercero más
alto de África. La verdad es que sí, que un día, me gustaría llevarte a ver todo
aquello – suspiró con la vista perdida en el horizonte.

Maca la miró embobada, mientras Esther le contaba con detalle las dimensiones del
Parque, le hablaba de Annie una amiga de Nancy que trabajaba allí, estudiando el
comportamiento de los gorilas y los elefantes y le contaba todo tipo de detalles del
lugar. Escuchándola, volvió a sentir el deseo de la noche anterior, deseaba abrazarla,
deseaba estrecharla contra ella y besarla. Esther la estaba llevando a unos lugares que la
embelesaban y al mismo tiempo la hacían temer. Pero no podía evitar sentirse fascinada
por esas sensaciones. La enfermera se cambió de lugar y se sentó en una roca, frente a
ella, mucho más cerca, mirándola intensamente. Maca desvió la mirada perdiéndola en
la lejanía, dejándose envolver por aquel paisaje, comiendo distraída y extasiada, Esther,
decidida a llamarle la atención, rompió el silencio.

- Maca de todas las mujeres que han pasado por tu vida, tú ¿qué crees que tenían
en común?
- ¿Y esa pregunta? – dijo extrañada y fuera de juego aún - tiene trampa, ¿no?
- Que no, es solo curiosidad – sonrió afable.
- ¿Se puede saber en qué estabas pensando para preguntarme eso? – preguntó
frunciendo ligeramente l ceño.
- En nada en concreto – volvió a sonreír buscando la complicidad con ella –
pensaba en Adela y… en como es y… me miro a mí y…, no sé, luego… pienso
en tu mujer y…
- No conoces a mi mujer – saltó con rapidez – ¡vaya perra que tienes con ella! –
protestó ligeramente molesta por su pregunta.
- No, no la conozco pero, por lo que he visto y por lo que se de ella… No sé, creo
que somos tan diferentes que…
- No has visto nada y estoy harta de que hables de ella como si… - se detuvo ante
la mirada de desconcierto de la enfermera que no esperaba una respuesta tan
airada y menos en aquel marco que transmitía sosiego y paz y en el tono que
habían mantenido hasta ese momento –… como si… la conocieras… porque no
sabes nada – terminó cada vez con menos fuerza – nada – musitó mirando hacia
abajo.
- Perdona – se disculpó azorada – tienes razón, perdóname – insistió, “eres
imbécil, la traes a un lugar paradisíaco y vas y le hablas de su mujer, vaya
cagada, ¿así pretendes que te bese! ahora solo pensará en ella”, se recriminó
mentalmente su error.

Esther se agachó y cogió un palito del suelo, comenzó a juguetear con él, temiendo
cruzar la mirada con Maca, había metido la pata al hablarle de su mujer, ¡tenía tantas
ganas de saber! pero estaba claro, que lo intentase como lo intentase para Maca era un
tema tabú y nunca la pillaba desprevenida. La pediatra arrepentida de su salida airada y
pensando en la pregunta de Esther se inclinó distraída, imitándola, e intentado coger
otro palo de los muchos que había desperdigados en el suelo.

- ¡No! – la frenó Esther con rapidez sujetándole la mano.


- ¿Qué pasa?
- Eso no es un palo.
- ¡Venga ya! ¿cómo que no?
- Como que no – respondió irónica - ¡mira! – dijo empujándole con el suyo.

Maca observó con espanto que lo que había estado a punto de coger se movía con
lentitud, su cara fue todo un poema y Esther soltó una carcajada. La pediatra la miró y
soltó otra. La tensión de momentos antes se esfumó.

- ¡Nunca me acostumbraré a esto! – exclamó riéndose de sí misma – está claro


que soy animal de asfalto.
- Pues si… - respondió Esther con ojos soñadores.

Maca esbozó una triste sonrisa y comenzó a juguetear con los dedos, nerviosa.

- No conoces a mi mujer porque… porque… a quien viste en la clínica no era ella


– confesó enrojeciendo por haber mantenido tanto tiempo a la enfermera en
aquella confusión. Esther abrió los ojos desmesuradamente mostrando la
sorpresa que se había llevado – era… mi cuñada, la mujer de Jero.
- Ah… - fue lo único que se le ocurrió decir, había estado tan segura de ello, había
estado tan celosa de aquella chica - yo… tu madre… yo… - balbuceó aún
noquedada por la noticia y frunció el ceño, pensativa, eso lo cambiaba todo.
Maca interpretó el gesto erróneamente, creyendo que se había enfadado.
- Lo siento. Debí habértelo dicho antes… pero… pero… yo…
- No te preocupes – le dijo interrumpiéndola con rapidez, sintiendo una alegría
enorme “¡no era ella!”, pensó, esa chica agradable y cariñosa y guapísima ¡no
era su mujer! o sea que ni siquiera había ido a verla. ¡Eso sí que era una gran
noticia!
- Ana no podía ir a verme – comenzó a justificarla intuyendo sus pensamientos –
no… no podía porque…. porque – dudó un instante, la voz le temblaba y sus
ojos se humedecieron, le costaba muchísimo trabajo hablar de ella y, aún más,
con Esther, y no entendía el porqué, pero le daba una vergüenza enorme. La
enfermera, que se percató de ello, aprovechó para situar su dedo en los labios de
Maca.
- Chist, no quiero saberlo. No tienes porqué darme explicaciones – la exoneró de
hacerlo comprensiva. No quería que se sintiese obligada, no quería que se
entristeciese pensando en Ana y, sobre todo, no quería que Maca cambiase su
estado de ánimo alegre, por la tristeza que habitualmente se asomaba a su
mirada.

Maca la observó agradecida y, en compensación por librarla de ello, se decidió a


responder la pregunta que le había hecho antes.
- Me deseaban – dijo con suavidad, “ahora me toca a mí divertirme un poquito”,
pensó recordando las bromas que había estado haciéndole a lo largo de toda la
mañana y parte de la tarde.
- ¿Qué? – se quedó perpleja, sin saber a qué se refería.
- Lo que me has preguntado antes – le dijo, Esther abrió los ojos sorprendida
“valiente respuesta, y ¡yo me creía engreída!”, pensó la enfermera - Lo que
tenían en común. Me deseaban y me lo hicieron saber – terminó de explicarse.
- ¿Yo también! porque yo creo que yo no…. – empezó a protestar molesta,
creyendo que se reía de ella. Maca se dio cuenta y respondió con seriedad y
sinceridad olvidando su intención de burlarse de ella.
- No. Tú no. Por eso contigo fue…
- ¿Cómo? – la instó al ver que no seguía.
- Diferente – confesó bajando la voz insinuante y abrasándola con la mirada.

Esther pensó en las palabras de María José, “solo una vez”, “solo contigo”, ¿era posible
que fuera cierto! ¿qué Maca solo se hubiese enamorado una vez de verdad y que fuera
de ella? Impulsada por el recuerdo de aquellas palabras, por la soledad de aquel paraíso
en el que se encontraban, por sus ojos que la atraían sin remedio y por lo que llevaba
rondándole la cabeza todos esos días compartidos, se puso ante ella y la miró con tal
intensidad que Maca se estremeció, sintió pánico de lo que iba a hacer la enfermera,
porque estaba segura de que lo haría y, aunque la noche anterior lo había deseado con
todas sus fuerzas, aunque hacía un instante había vuelto ese deseo, ahora estaba aterrada
de que lo hiciera. No se equivocaba, Esther se inclinó hacia ella notando como la
respiración de la pediatra se agitaba al tiempo que abría sus ojos con una expresión
entre pánico y deseo, que entreabría sus labios con una mueca que por un lado la
invitaba a ello y por otro indicaba la protesta que deseaban pronunciar pero que no salió
de ellos, lentamente y con dulzura, posó sus labios sobre los de ella, besándola con todo
su amor.

Maca no le devolvió el beso. La separó con suavidad, desgarrada por dentro, quería
corresponderle pero no podía, no podía, algo en su interior le impedía hacerlo.

- Será mejor que volvamos – le sonrió para no hacerla sentir incómoda – ahora sí
que se nos ha hecho tarde.
- Lo siento, Maca, perdona, yo no… - se sintió estúpida, lo había estropeado todo,
todo.
- No pasa nada, Esther. Es culpa mía. Soy yo la que siente haberte dado una
impresión… equivocada – se excusó sintiendo una fuerte presión en el pecho
que le cortaba la respiración.
- Lo siento, ha sido un impulso – se justificó nerviosa – no volverá a pasar. Te lo
prometo - la miró con desesperación, lo último que deseaba es que Maca se
alejase de ella ahora que empezaba a confiarle algunas cosas.

Maca asintió, incapaz de pronunciar palabra, admitiendo sus disculpas y maldiciéndose


por ser tan cobarde, por hacerle daño de nuevo, por haberse dejado llevar hasta ese
punto para luego echarse atrás. El dolor del pecho subió a la base de la garganta y bajó a
la boca de estómago, marcando en su rostro una señal del dolor físico y emocional que
experimentaba. Guardó silenció mirándola, con la esperanza de que supiera descubrir en
él su llanto, de que leyera en sus ojos todo lo que se callaba, había aprendido a esconder
tan bien sus sentimientos que quizás ni siquiera ella fuera capaz de verlos. Y no es que
quisiera y no fuera capaz de expresarlos, es que no sabía si hacerlo. Sí, era el miedo lo
que la frenaba, el miedo a lanzarse y perder de nuevo, el miedo a hacer daño a más
personas, el miedo a decepcionar a otras, el miedo a fracasar, todo eso pesaba en el lado
vencedor, en el no. Y solo una cosa inclinaba la balanza al sí, solo una la impulsaba a
dudar, a desear no ser tan cobarde a ponerse el mundo por montera y acabar con tanta
farsa, solo una, el verdadero amor, el amor que nunca había dejado de sentir por ella.

Esther recogió todo, cabizbaja y se situó a la espalda de la pediatra, empujándola con


rapidez. Maca se sentía sentada en el borde de un abismo, rodeada de sombras, en
penumbra, maniatada de pies y manos. ¿Era el momento de decidir! quizás si, quizás
debía cogerla y decirle todo aquello, ser sincera, hablarle de Ana, traspasar, por fin, esa
puerta y descubrir lo que le esperaba. Pero el miedo la atenazaba, no tenía fuerzas para
seguir adelante, para arriesgarse a que la puerta le diera en las narices como la última
vez, porque ahora sabía que no sería capaz de sobrevivir a ese golpe, ahora ya no.

Notó que dos lágrimas recorrían sus mejillas, levantó la mano y se las enjugó, “¡ya está
bien de lloros!”, se dijo enfadada consigo misma, “es lo que quieres, has tomado tu
decisión ¿no! pues no llores, no vale la pena llorar…”. Pero le dolía tanto perderla de
nuevo, cuando ya creía que nunca volvería a su vida, la tenía a su alcance, al alcance de
una frase “yo también te amo”, “¡díselo!”, se dijo, “vamos, date la vuelta y díselo”. Si
no lo hacía sabía que no se lo iba a perdonar nunca, y que ese recuerdo, el recuerdo de
esa tarde permanecería imborrable en su memoria. Sabía que encontraría caminos en los
que perderse, ya lo había hecho antes, pero también sabía que, en todos y cada uno de
ellos, volvería a encontrarla a ella, como un fantasma que la persiguiera, siempre ahí,
siempre presente en su mente. Sintió la necesidad de desahogarse, de hablar con alguien
que pudiera entenderla, de alguien que la consolara y le dijera que todo estaba bien, que
no pasaba nada, y no pudo evitar pensar en Vero, le era tan difícil explicar lo que sentía,
quería hablar con ella, necesitaba hacerlo, necesitaba sentir que no estaba cometiendo
un error sin marcha atrás. El dolor de cabeza volvió con toda su fuerza, el corazón le
latía desacompasado y eso maldito dolor sordo se hacía cada vez más intenso. Inspiró
profundamente y soltó el aire despacio, quizás así consiguiese un poco de alivio. Había
sido un día maravilloso y ahora solo lo recordaría por esa tarde. Una tarde que acudiría
a su mente una y otra vez, entre suspiros, porque estaba segura que, para olvidarla,
necesitaría una eternidad. Sintió crecer la opresión en el pecho, le faltaba el aire, hizo lo
que Vero le decía, respiró hondo un par de veces más, e intentó recuperar la calma.

Esther se percató de ello, mientras empujaba la silla en silencio. Por suerte, Maca no
podía ver hasta que punto se había ruborizado, dos lágrimas también recorrían las
mejillas de la enfermera, pensando en ese beso que tanto deseaba y que no había
llegado, pensando en cómo habría sido si ella la hubiese correspondido, tenía la
sensación de que sabría diferente a lo que recordaba, pensando en cuánto habría durado
el escalofrío que de seguro le recorrería todo el cuerpo, en si se le habría erizado el
vello, en las mariposas en el estómago que había sentido volar y en que ahora sabía que
ese vuelo nunca más se produciría. Era cierto lo que tantas veces le habían dicho, Maca
jamás traicionaría a su mujer, y si bien pudiera no amarla, la respetaba. Esther sintió
admiración por ella. Y volvió cabizbaja, con el estómago revuelto y la sensación de
haber hecho el más espantoso de los ridículos.

Cuando llegaron al jeep ambas habían conseguido controlar sus sentimientos y enjugar
sus lágrimas, aún así, permanecieron en silencio. Esther colocó las cosas en el coche y
ayudó a Maca a subirse a él. Arrancó y prestó atención al solitario camino, bajando con
cuidado de no pillar ningún bache que hiciera tambalearse a la pediatra que permanecía
mirando al frente, con rostro serio y sin ninguna señal de la alegría que manifestara a la
ida. Esther la miró de reojo y se maldijo por ello, todo había ido a las mil maravillas
hasta que tuvo la feliz idea de preguntarle por Ana, siempre se arrepentiría de ello.
Tantos días esperando el momento oportuno, tantos días jugando al despiste,
esquivando sus miradas y controlando sus deseos, para terminar errando en sus palabras
y calibrando mal sus posibilidades. Esos pensamientos la mantenían tan distraída que no
se percató de que algo había variado en el camino.

Maca, también abstraída, no dejaba de darle vueltas a lo que había sucedido. No podía
evitar sentir una congoja desoladora que le provocaba una sensación de ahogo. De
pronto, la enfermera apretó el acelerador y comenzó un descenso vertiginoso. Maca se
sujetó como pudo y la miró asustada sin atreverse a decir nada. La polvareda que
levantaba el vehículo apenas la dejaba respirar pero era incapaz de soltarse y terminar
de subir la ventanilla. ¿Qué estaba haciendo! si pretendía asustarla lo estaba
consiguiendo de veras.

- ¡Agárrate Maca, agárrate fuerte! – le ordenó imprimiendo aún más velocidad al


vehículo. Maca descubrió un deje de temor en sus palabras, la miró sorprendida,
parecía nerviosa y preocupada.
- ¿Qué ocurre?
- ¡Si antes hablo de ellos, antes…! ¡mierda! – exclamó, intentando esquivar un
enorme bache sin éxito, con lo que el jeep traqueteo de tal forma que Maca se
golpeó con la cabeza en el techo, inclinándose después hacia delante y
clavándose el cinturón en el pecho.
- ¡Uf! – se quejó haciendo un gesto ostensible de dolor.
- ¡Agárrate! – le repitió preocupada.
- Pero ¿qué pasa? – gritó desconcertada, para hacerse oír por encima del ruido del
motor que Esther llevaba completamente revolucionado.
- ¡Furtivos! – gritó a su vez.
- ¿Qué? – preguntó recordando todo lo que le había contado minutos antes - pero
¿dónde? – preguntó incrédula, no había visto ni un alma en todo el camino.
- ¡Detrás! – respondió secamente.
- ¡Esther! ¿qué vamos a hacer? – inquirió preocupada y asustada.
- No me distraigas – respondió secamente – y sujétate bien, tenemos que pasar por
un par de ensenadas.
- Vale – obedeció mirando hacia atrás con temor, pero no le pareció que nadie las
siguiera. ¿Se estaría inventando la enfermera todo aquello! aunque eso sí que no
tenía ningún sentido – pero… ¿dónde están? – preguntó mirando hacia atrás de
nuevo – nadie nos sigue.
- No los ves por las curvas, espera y ya verás – le dijo sin quitar ojo del camino.

Al cabo de un par de minutos en los que ambas permanecieron en silencio, Maca, en la


misión casi imposible de fijar la vista en el frente para controlar el mareo que iba en
aumento y, Esther, concentrada en la conducción, ya que cualquier fallo las podía sacar
del camino o reventar una rueda, la enfermera la instó a que comprobara que era cierto
lo que le había dicho.
- ¡Mira ahora! ¡ahí están! – gritó sobresaltando a Maca que a duras penas hizo
ademán de girarse.
- ¿Nos alcanzarán? – preguntó temerosa.
- El jeep corre más… - sentenció, interrumpiéndose y guardándose para sí sus
temores, no tenía necesidad de alterarla más de lo que ya parecía, si estaba en lo
cierto ya tendría tiempo de aterrorizarse.

La enfermera aceleró aún más la marcha, el jeep saltaba y Maca con él, incapaz de
sujetarse bien, entre la debilidad que sentía, el miedo que tenía y el mareo que le estaba
provocando aquella carrera.

- ¡Joder! – exclamó, frenando tan bruscamente que Maca se balanceo adelante y


atrás sin capacidad para evitarlo.
- ¿Qué pasa ahora? – preguntó abriendo los ojos que había cerrado en un intento
de controlar el mareo.
- ¡Lo que me temía! han cortado el camino.
- ¿Qué dices? – preguntó ya sí presa del pánico.
- Es lo habitual, lo hacen para que nadie suba a los lagos – dijo deteniendo el
vehículo y, volviéndose hacia ella, la miró con el ceño fruncido – Maca, nos van
a alcanzar, yo sola no puedo mover ese tronco y… - se interrumpió mirando
hacia atrás con desesperación, Maca se percató rápidamente de lo que le estaba
ocurriendo… - … y…. y… – no pudo seguir, su voz se quebró y sus ojos se
volvieron vacíos.
- Esther… - la llamó preocupada – y la radio… podemos llamar y…. que …
Esther …

La enfermera mantuvo las manos en el volante, su cuerpo comenzó a temblar, su vista


clavada en aquel tronco enorme y su mente solo se repetía una idea, “me van a matar”,
“me van a matar”, no escuchaba lo que Maca le decía, solo podía pensar en huir, en salir
corriendo antes de que llegaran, pero no era capaz de mover un músculo, su cuerpo no
le respondía, “corre, corre, corre”, se repetía.

- Esther... – dijo Maca repentinamente con una calma enorme, posando su mano
sobre la de la enfermera que la tenía helada y permanecía aferrada al volante –
Esther… - repitió con tranquilidad - Esther…. mírame – le pidió sin obtener
repuesta – Esther… cariño… mírame – le suplicó con suavidad, como solía
hacerlo hacía años y con el corazón disparado solo de pensar que llegaban hasta
ellas, pero Esther estaba bloqueada y ella tenía que hacer algo para que
recuperase el control – Esther mírame – insistió cogiéndola de la barbilla y
girándole la cara – Esther, tenemos poco tiempo, tienes que reaccionar, ¿me
oyes? – habló con autoridad y calma intentando infundírsela a ella.

La enfermera asintió, el pánico se reflejaba en sus ojos, “te oigo, pero no puedo
ayudarte”, pensó, “no puedo moverme”, “va a pasar otra vez, va a pasar otra vez, te van
a matar y no podré hacer nada”.
.
- Bien. Escúchame – le dijo y la enfermera volvió a asentir – No va a pasarte
nada, ¿entendido! no voy a dejar que te pase nada, ¿de acuerdo? – hablaba
pausadamente consiguiendo que Esther le prestase atención - si haces lo que yo
te diga no te va a pasar nada. ¿Vas a hacer lo que yo te diga? – le preguntó
transmitiendo seguridad a sus palabras, la enfermera asintió aún temblando -
Esther, tienes que salir del coche, ¿me oyes? Vete, vete sin mí y… ¡busca ayuda!
– le pidió interiormente nerviosa, pero decidida. El miedo que sentía no impedía
que pensara en que Esther tenía que escapar de allí y, con ella, no tendría esa
oportunidad – Esther, ¡vamos!
- No puedo – dijo al fin, comprendiendo lo que pretendía Maca.
- Claro que puedes – insistió - ¡venga! ¡muévete!
- No puedo.
- ¡Sal y busca ayuda! – le ordenó con firmeza - ¡vete!
- No digas tonterías, ¡jamás haría eso! – exclamó ofendida recuperando parte del
control.
- ¡Vete te digo! – le gritó mirando hacia atrás con el miedo reflejado en el rostro
pero con una sola idea, que Esther no volviera a pasar por algo similar a lo que
ya había pasado con Margarette – ¡corre! o nos matarán a las dos, ¿quieres que
nos maten? – dijo con brusquedad y Esther clavó sus asustados ojos en ella,
Maca supo inmediatamente lo que decirle, días atrás la enfermera le había dado
la clave al contarle le que le sucedió - ¡vamos! ¡sal! – la impelió - ¡haz lo que te
digo! ¡corre, Esther, corre!

Esther la miró, esas palabra “corre, Esther, corre”, las mismas que le repetía su mente
insistentemente, las mismas que se dijo el día del asalto al orfanato, las mismas que leyó
en la mirada de Margarette. Sí, tenía que hacerle caso, era lo que Maca quería. La
pediatra le soltó la mano.

- ¡Vamos, corre! – repitió ahora con menos firmeza que antes, al leer la decisión
de hacerlo en los ojos de la enfermera, que abrió la puerta del jeep y descendió,
dedicándole una última mirada y emprendiendo una loca carrera camino abajo,
saltando el tronco, que lo cortaba, sin ninguna dificultad – corre – murmuró
Maca, ya sola.

Permaneció en su asiento, observándola con una mezcla de alivio por verla ponerse a
salvo y estupor por lo que sabía que le esperaba cuando la alcanzaran. Su mente no
pudo evitar pensar que Esther la abandonaba de nuevo, pero desechó esa idea con
rapidez, clavando sus ojos en la espalda de la enfermera, hasta que desapareció tras el
enorme tronco que obstaculizaba el paso, “corre, mi amor, corre”, pensó con un nudo en
la garganta, “¡corre!”.

Esther corría sin mirar atrás, todo su cuerpo avanzaba a una velocidad que ni ella misma
era consciente de ser capaz de alcanzar, con una sola idea, huir, huir y cerrar los ojos sin
saber lo que ocurriría tras ella. Sin embargo, una parte de su cuerpo permanecía en el
interior de aquel vehículo abandonado, su corazón, ese que cada vez golpeaba con más
fuerza en su pecho, ese que estaba quejándose de dolor, ese que se le estaba subiendo a
la garganta con tanta furia que se vio obligada a detenerse, apoyarse en sus rodillas sin
respiración y vomitar. Pero tenía que seguir corriendo, era lo que Maca le había pedido,
era la única opción de buscar ayuda, era lo que debía hacer. Estaba mareada pero sabía
que debía seguir adelante, sin mirar atrás, como la otra vez, “corre, vamos, corre”, se
alentó, “sí, eso es lo que debes hacer, ¡corre o llegarás demasiado tarde!”, se dijo
emprendiendo de nuevo una alocada carrera.
En el coche, Maca no se encontraba mucho mejor, cogió la radio e intentó contactar con
el campamento, pero era imposible, desesperada, comprendió que se encontraban a
demasiada distancia para que recibieran la señal. Con manos temblorosas devolvió la
radio a su lugar. Estaba tan mareada y tan alterada, que cerró los ojos, intentando
controlar las ganas de vomitar. No quería pensar en lo que harían con ella cuando
llegasen, nunca imaginó que su estancia allí acabaría de esa forma y, menos, después
del día que llevaba, del día en que se había sentido por primera vez en mucho tiempo
feliz, feliz de disfrutar sin remordimientos, feliz de haber tratado aquel pequeño sin
vacilar, feliz de hablar con Esther y de leer el amor en sus ojos, a pesar de que no
pudiera corresponderla, feliz de dejar la culpa atrás y ser capaz de olvidarse de todo por
unas horas. Era irónico, después de cinco años había vuelto a tener esa sensación
maravillosa de desear que se parase el mundo, y la había tenido de nuevo junto a ella,
“¡y vaya si se va a parar!”, esbozó una sonrisa sarcástica. Su mente voló a Madrid,
pensó en María, no podría cumplir ninguna de las promesas que le había hecho a la
niña, pensó en Cruz, en Fernando, en Mónica, que tanto la habían apoyado, pensó en
Vero y en Claudia, siempre a su lado, siempre aguantando su mal humor, siempre
intentado hacerle más fácil la vida, ahora nunca podría decirles lo agradecida que estaba
y lo mucho que las quería. Pensó en su madre y en Ana, ¿qué haría Ana cuando no
volviera a aparecer, cuando llegase un fin de semana tras otro sin verla! “¡sí! quién me
iba a decir que venir aquí significaría alcanzar aquello de lo que estaba huyendo, ¡qué
irónica es la vida!”. Escuchó la voz de María José, siempre sentenciosa, ¡adoraba a
aquella anciana! ¡quién le hubiera dicho que moriría sin volver a ver a ninguno de ellos!
“morir, no quiero morir”, se dijo. Su corazón comenzó a latir a una velocidad
vertiginosa, las manos comenzaron a sudarle y las imágenes del relato de Esther sobre la
muerte de Margarette se agolpaban en su mente, tenía miedo, mucho miedo y no podía
hacer nada, ni siquiera huir. Respiró hondo y se dispuso a esperarlos, no tardarían en
llegar, había hecho lo correcto, no podía ser una carga para ella.

- ¡Ni lo sueñes! – se negó con rotundidad asomándose por la ventanilla,


respondiéndole a destiempo a su orden de huída, dándole a Maca un susto de
muerte y arrancándole una sonrisa nerviosa, “¡ha vuelto!”, pensó la pediatra que
no entendía nada pero que experimentó una sensación de alivio y amor
desmedido hacia aquel rostro sonrojado por el esfuerzo, que la miraba asustada
pero decidida – no puedo irme sin ti – masculló con precipitación tan nerviosa
como ella y sin resuello después de la carrera que se había dado - espera aquí –
le pidió alejándose del coche y perdiéndose por el borde del camino.

Esther bajó con rapidez parte del camino, y regresó sobre sus pasos, andando unos
metros hacia atrás y luego otra vez hacia adelante, su mente volaba al pasado cuando
Germán y ella fueron allí por primera vez. El médico se empeñó en enseñarle unos
bichos horribles, unos gigantescos cerdos salvajes, le había dicho que si se apostaban
cerca del camino los verían bajar del bosque para beber en el riachuelo. Si no recordaba
mal por allí cerca había una senda. Quizás era demasiado estrecha para el jeep, pero
hacía un par de años circularon por ella. ¿Donde estaba! “¡joder, ¿dónde estás?”,
murmuraba corriendo de una lado a otro, “era por aquí, era por aquí”, repetía inquieta
escuchando en la lejanía el motor de sus perseguidores, que descendían con cuidado
seguros de que su trampa las habría detenido, “¡Sí, allí está!”, respiró exultante al ver el
pequeño sendero.
Segundos después la enfermera corría hacia el vehículo y montaba en él, ya se
escuchaba el ruido de los motores mucho más cerca, en unos instantes estarían allí.

- ¿Qué hacías? – le preguntó con desesperación.


- Tenemos una opción – le dijo secamente – hay un pequeño sendero que baja a
un riachuelo, pero… ahora sí que vas a tener que agarrarte bien. Si vamos campo
a través será más difícil que nos alcancen. Ellos llevan siempre furgonetas.
- Esther… necesito bajar, creo que voy a vomitar.
- No tenemos tiempo, Maca, intenta aguantar o coge una bolsa de la mochila –
dijo alargando la mano y tomándola del asiento trasero se la tiró encima de las
piernas con rapidez.

Maca la miró angustiada y desesperada. ¡Necesitaba bajar! Una especie de trueno,


seguido de un silbido y unos cristales rotos la hicieron olvidar su deseo. La ventanilla de
su lado saltó en pedazos y los cristales salpicaron todo el interior. Maca hizo el gesto
instintivo de cubrirse la cabeza con los brazos e inclinó su cuerpo hacia la enfermera.

- ¡Nos disparan! – gritó Esther – ¡agáchate Maca! – ordenó empujándola hacia


abajo con su mano.
- ¿Y tú?
- ¡Agáchate! – le gritó, echando una rápida ojeada – ¡joder! ¡qué te agaches te
digo!
- Esther… – levantó los ojos hacia ella desesperada, tras comprobar, con horror
que un hilo de sangre se deslizaba por su mano derecha – creo que...
- ¡Maca! si no piensas ayudar, estate quieta, cállate y no me pongas más nerviosa
– soltó sin escucharla, pensando a la velocidad del rayo en sus posibilidades,
tenían que salir de allí a toda costa.

La pediatra la miró nerviosa y asustada, sintiendo que la sangre no dejaba de correr por
su brazo.

- Vale… - musitó incorporándose y recostándose en el asiento - ¿puedo… puedo


hacer algo para ayudarte? – pregunto a sabiendas de que la respuesta sería
negativa y de que la enfermera le había dicho aquello presa del pánico que
sentía.
- Nada – respondió dando marcha atrás a toda velocidad y sacando el coche fuera
del camino con brusquedad - ¡vamos, vamos, pequeño, tú puedes! – jaleó al
vehículo en un intento de darse ánimos así misma.
- Esther… creo que… - la miró asustada, no dejaba de sangrar, pero ante el gesto
de la enfermera guardó silencio, no sabía de dónde salía aquella sangre pero no
sentía dolor alguno, solo estaba mareada, decidió callar y no ponerla más
nerviosa, de ella dependía que pudieran escapar de allí y, preocuparla más, no
serviría de nada.

La enfermera no le prestó la más mínima atención concentrada en sortear todos los


obstáculos, si no recordaba mal, el riachuelo debía estar ya a un kilómetro escaso y poco
más abajo había un paso por el que poder cruzarlo.

- ¡Mierda! ¡mierda! – volvió a exclamar.


- ¿Qué pasa ahora? – preguntó con un hilo de voz, abriendo los ojos, tragando
saliva y agarrada con ambas manos al tirador de la puerta.
- El paso, está también cortado.
- ¿Y qué vas a hacer?
- A un par de kilómetros hay otro pero…
- Pero… ¿qué? – preguntó con temor, en realidad no quería oírlo.
- Nada. ¡Agárrate! – le dijo intentando no preocuparla, ni siquiera recordaba
donde estaba el otro paso, Germán le había hablado de él pero nunca había
bajado hasta allí, quizás el camino se cortase antes o quizás simplemente ya no
existiese ese paso.
- Ya lo hago – musitó mirando hacia delante y hacia atrás para ver si aún seguían
ahí – creo que ya no nos siguen.
- Yo también lo creo – ratificó – pero con esa gente nunca se puede estar segura.
Hasta que no crucemos el arroyo y salgamos al valle no estaremos a salvo – le
explicó con rapidez dando un volantazo que evitó que chocaran con un enorme
árbol - ¡joder! - musitó.
- Entiendo – murmuró volviendo a cerrar los ojos – ten… cuidado... – le pidió
viendo que no dejaba de dar vaivenes con el coche.
- ¡Eso intento! – respondió igualmente asustada por lo que había estado a punto de
pasar – y tú podías abrir los ojos e ir mirando.
- Me mareo más.
- ¿No querías ayudar? Pues busca el paso, yo no recuerdo donde está – le dijo
tajante – no puedo hacerlo todo – protestó enfadada – si quieres que tenga más
cuidado... no puedo ir buscando y conduciendo.

Maca no respondió, clavó su vista en la tupida vegetación, obediente, intentando ver el


paso del que hablaba Esther. La enfermera conducía con pericia pero la densa
vegetación había ido ganando terreno a la senda y en ocasiones apenas podían pasar, las
ramas se introducían en el jeep por la ventanilla rota y golpeaban a la pediatra que ya no
sabía cómo colocarse en su asiento. Un nuevo volantazo la hizo golpear con el hombro
en la puerta y sintió un dolor tan agudo que se escapó un gemido de sus labios.

- ¿Qué te pasa ahora! ¡Agárrate, Maca! – le ordenó de nuevo la enfermera que la


miró de reojo al ver que intentaba quitarse el cinturón.
- Nada – murmuró atenta al camino, y deseando ver aparecer el maldito paso.
Esther estaba enfadada y empezaba a comprender el porqué.
- ¡Joder! – masculló, dando un frenazo e iniciando la marcha atrás, con tanta
brusquedad, que Maca volvió a golpearse - ¡no te sueltes! – le gritó.
- Eso intento – murmuró.

Esther cruzó al otro lado del arroyo y continuó por un estrecho sendero, aminoró la
marcha segura de que ya no las seguían y Maca lo agradeció secretamente,
comprendiendo que el peligro había pasado. Unos cientos de metros más adelante la
vegetación se fue haciendo menos espesa hasta que salieron a una enorme explanada
salpicada de arbustos y algún que otro árbol de sombra.

- ¡Lo conseguimos! – exclamó Esther parando el coche y girándose hacia ella -


¡Maca! ¡lo hemos logrado!
- ¡Sí, sí! – exclamó con lágrimas en los ojos de la emoción y el alivio que sentía.
- ¡Perdóname Maca por haber sido tan brusca! - se excusó con nerviosismo - ¡lo
conseguimos! – volvió a exclamar apretando los labios y ladeando la cabeza con
complicidad.
- ¡Has sido tú! ¡Tú lo has logrado, mi niña!– respondió también exultante
mirándola con tanta admiración y agradecimiento que Esther sonrió. Y la
pediatra, eufórica al saberse a salvo, se abrazó a ella - ¡gracias, gracias!
- ¡Ay, Maca! ¡qué miedo he pasado!
- La que he pasado miedo he sido yo, ¡a ti no se te notaba nada! – rió presa del
nerviosismo.

Permanecieron abrazadas un instante, luego Maca se retiró y la cogió de las manos.


Atrayéndola emocionada y volviendo a abrazarse a ella.

- Esther… - musitó aferrada a ella - ¿Sabes? Es de locos, cuando estaba allí sola
en el coche no dejaba de pensar en una frase que me dijo María José un día –
habló precipitadamente aún abrazada a ella – creí... creí que iban a matarme y lo
único que podía pensar era que ese lago era un lugar precioso para morir y en lo
que me decía María José y….
- ¿Qué te decía? – la interrumpió.
- Yo estaba agobiada por no poder salir, por tener que estar todo el día con
vigilancia, estaba… estaba harta de estar encerrada y… y ella … ella me dijo
que tenía que vivir sin miedo… que tenía que hacer lo que me apetecía… que…
me dijo … - se detuvo un segundo y respiró con dificultad impostando la voz -
“Incierto es el lugar en donde la muerte te espera; espérala pues, en todo lugar.”
Y…
- Maca – dijo separándose de ella sonriendo al verla tan alterada – tranquila que
ya ha pasado todo y estamos bien.
- ¡Si! – exclamó, casi temblando – ¡uf! – suspiró sintiéndose agotada, la miró
fijamente, esbozando una tímida sonrisa y, con rapidez, cogió su cara con ambas
manos, aproximándose a ella, permaneciendo un instante con los ojos clavados
en los suyos, Esther sintió un escalofrío ante aquella mirada y aquellas manos
que sintió muy húmedas, y achacó a los nervios sin percibir el verdadero motivo
- ¡gracias! ¡gracias por volver! ¡gracias por salvarme! ¡gracias por…! - exclamó
dándole un leve beso en los labios, con tanta rapidez y tanto miedo que Esther
no fue capaz de reaccionar - ¡gracias! ¡gracias! ¡gracias!

Esther le devolvió la mirada y sorprendida, esbozó una leve sonrisa, de pronto se sentía
muy bien, ¡más que bien! se sentía capaz de todo. La situación que acababan de vivir le
había hecho olvidar la decepción que había sentido ante su rechazo. El haber sido capaz
de reaccionar, luchar contra sus fantasmas y volver a por ella, el haberla sacado de allí
la colmaban de satisfacción. Y ese beso fugaz que le había regalado Maca la llenó, de
nuevo, de esperanza.

- Maca… yo… – comenzó a decir cogiéndola ahora ella de las manos, pero
rápidamente se percató de la sangre que tenía la pediatra en su brazo derecho y
que goteaba por su mano - ¡Maca! ¡estás herida! ¡dios! ¿te han dado! ¿dónde te
han dado?
- Tranquila, no me han herido, vamos creo que no… – dijo mirándose el brazo –
no siento….nada – levantó sus ojos hacia ella desconcertada.
- Pero… eso es imposible, salvo que… - dijo mirándola asustada – a ver déjame
que te eche un vistazo – le pidió bajando con rapidez del coche y abriendo la
puerta de la pediatra - ¡déjame, Maca! – insistió al ver el gesto negativo que le
estaba poniendo.
- Estoy bien, no me duele nada.
- ¿Cómo que no te duele! ¿y esta sangre de dónde…? – preguntó examinando con
detenimiento sus piernas temiendo que por eso no sintiese dolor alguno, pero
aunque tenía sangre en el pantalón no parecía tener herida alguna – aquí no te
veo nada – le dijo comenzó a quitarle la fina chaqueta de lino – mierda… aisss –
dijo con desagrado al ver que la tela se pegaba y enganchaba en algo.
- ¿Qué pasa?
- Espera un momento – le indicó abriendo la puerta trasera, sacando unas tijeras
de la mochila.
- Pero… ¿qué pasa? – repitió intentando verse lo que tenía sin éxito.

Esther cortó la tela con pericia y delicadeza y emitió un chasquido con la lengua.

- Tienes clavado un cristal – le dijo, encogiendo los ojos - te ha hecho un buen


corte, ¿cómo no te duele?
- Te aseguro que no – reconoció mirándola perpleja – será el subidón de
adrenalina – dijo buscando una explicación, a lo que ella tampoco entendía.
- Espera que te lo saco y… buf, creo que vas a necesitar unos puntos – le comentó
cogiendo las pinzas – joder aquí tienes otros más pequeños. Creo que será mejor
que te …
- Sácalos – le ordenó apretando los labios.
- ¿Cómo no te duele? No lo entiendo.
- Yo tampoco – reconoció asustada.
- Tardo solo un momento, ¡qué mierda de ventanillas! y nos aseguraron que eran
de las mejores – exclamó intentando distraerla mientras se esmeraba en su
trabajo - ¿estás bien? – le preguntó al ver que no decía nada.

La pediatra asintió y se dejó hacer. Su mente no dejaba de repetir lo que habían vivido,
el beso que le había dado Esther y su completa metedura de pata “¡cómo se te ocurre
besarla!” se dijo angustiada, ahora pensará que… de pronto se sentía agotada y
completamente floja.

- Creo que me estoy mareando, Esther – musitó echando la cabeza hacia atrás y
cerrando los ojos. Esther miró hacia ella y vio que había palidecido.
- Vamos, Maca, no seas exagerada, que solo es un cortecito sin importancia –
sonrió dándole ánimos – además, no dices que no te duele.
- Sí – musitó con voz débil y la respiración agitada.
- Maca ¿quieres que pare?
- Sí, mejor…. – respiró hondo – vamos al…
- No deja de sangrar, si aguantas un poco, solo será un minuto, y si te duele
mucho me lo dices.
- Esther… - comenzó pero un ataque de tos le impidió continuar.
- Bebe un poco de agua – le tendió la botella que había usado para lavarle la
herida.
- Gracias – respondió cuando al fin pudo hablar – es el maldito polvo rojo éste
que se mete en la garganta y…
- ¿Seguro que es eso? Estás muy pálida.
- Seguro – murmuró cerrando los ojos, y recostándose en el asiento, Esther la
miró preocupada.
- Ya está, Maca – le dijo terminando de vendarle el brazo – cuando lleguemos
tendremos que mirártelo, aquí no puedo hacer más.
- Gracias – le sonrió recuperando ligeramente el color – ya has hecho bastante.
- Voy a coger la radio y avisar a André de lo que ha ocurrido. No entiendo cómo
están aquí de nuevo – comentó enfadada – te juro que… - intentó disculparse
sintiéndose culpable por haberla llevado allí – no sabía que…
- Tranquila… fui yo la que insistí en subir a los lagos – sonrió conciliadora – si no
fuera tan pesada….
- En eso tienes razón – la señaló con el dedo burlona – eres una pesada – le dijo
con retintín, cogiendo la radio y saliendo del coche.

Mientras Esther hablaba con André, Maca permaneció recostada, empezaba a


encontrarse algo mejor, más tranquila y menos mareada.

- Bueno, pues ya está, dice André que vienen para acá. Espero que no sea
demasiado tarde.
- Pero… ¿qué buscan ahí?
- Básicamente monos, ya me había parecido que había demasiados, se habrá
cundido la voz – aventuró pensativa – claro que también es uno de los pocos
bosques de fuera de las reservas en que queda árbol del sexo.
- ¿Árbol de qué? – preguntó extrañada, creyendo haber entendido mal.
- Del sexo, Maca – sonrió - ¿no sabes lo que es? – le preguntó burlona. Maca hizo
una mueca con la boca apretando los labios y negando con la cabeza - Para que
me entiendas es la viagra de aquí – sonrió – se cuecen las raíces, te bebes el agua
donde las has cocido y en tres horas…
- En tres horas qué.
- ¡Qué va a ser Maca…! - respondió burlona y aún sintiéndose eufórica de lo que
se habían librado.

La pediatra la miró e hizo una mueca entre irónica e inocente que divirtió a la
enfermera, que sin dejar de mirarla, hizo lo que estaba deseando desde que regresara a
por ella, espoleada por el beso que Maca le había dado momentos antes, cogió su cara
con ambas manos, la acarició con ternura, sonrió y volvió a besarla. Esta vez Maca
reaccionó empujándola con brusquedad, y con unos expresión hosca, fulminándola con
la mirada, no hizo falta que dijera nada, Esther comprendió de inmediato que había
vuelto a meter la pata.

- Ay – se quejó llevándose la mano al codo con las lágrimas saltadas, más por el
rechazo que por el golpe que se había llevado contra el volante. Maca se asustó y
enrojeció avergonzada de su comportamiento.
- ¿Te he hecho daño! ¡perdóname! ¡perdóname, Esther, por favor! Yo no quería…
no quería empujarte - balbuceó abriendo desmesuradamente los ojos, intentando
ver dónde se había dado.
- No, Maca, perdóname tú – le dijo con voz ronca, frunciendo el ceño y zafándose
de las manos de Maca que intentaba ver si la había lastimado – ¡déjame que no
me has hecho daño! – se distanció de ella y se bajó del coche, encendió un
cigarro y se lo fumó con rapidez paseando de un lado a otro.
Maca permaneció en su asiento mirándola y sintiendo de nuevo aquella presión en el
pecho. Al cabo de unos segundos Esther regresó y se sentó a su lado, mirándola
fijamente.

- De verdad que no volverá a pasar – le prometió secamente, arrancando el coche


y continuando la marcha.

Maca la observó de reojo, consciente de que Esther estaba concentrada en la


conducción, sin estar segura de aquellas palabras. Tenía la sensación de que no
cumpliría su promesa, y que se vería obligada a hacerle daño como ya le dijera Teresa.
“¿Porqué has tenido que empujarla?”, se preguntó, comenzando a temblar, un escalofrío
la recorrió, había vuelto a hacerlo, había vuelto a … no podía ni repetir la palabra, ni
siquiera mentalmente, “¿cómo has sido capaz! dudas que ella cumpla su promesa ¿y tú!
¿cumples tú las tuyas?”, su respiración se agitó, cada vez le dolía más el pecho y ese
frío interno le estaba provocando una sensación de malestar tan intensa que miró a la
enfermera barajando la posibilidad de pedirle que parara, pero el gesto adusto de Esther
la frenó en su deseo. Necesitaba hablar con Vero, todo aquello la angustiaba y las
torturaba. Volvía a sentirse mal, mareada y aterrorizada, pero no por lo que pudiera
pasarles, si no por lo que ella era capaz de hacer, “no la mereces, no mereces que te
quiera, ¿cómo puede quererte?”, se repetía tragando saliva e intentando no llorar.

- Esther… - comenzó con voz entrecortada, necesitaba pedirle perdón, necesitaba


saber que estaba bien, necesitaba que la mirase y le sonriese con ese aire
inocente y pícaro que tanto le gustaba de ella – yo… quiero… quiero… que
sepas que… que yo… que… - balbuceó confusa.
- Maca – la interrumpió – vamos a dejarlo, ¿de acuerdo? – le dijo tajante – no me
distraigas.
- Pero yo…
- Por favor, estoy cansada y necesito prestar atención al camino. Ya tendremos
tiempo de hablar – le dijo frunciendo el ceño, deseando llegar cuanto antes,
darse una ducha y meterse en la cama - ¡agárrate! – le ordenó dando un
volantazo para adelantar un pequeño motocarro, acelerando - ¡estoy deseando
llegar!
- Vale – aceptó con un hilo de voz – no corras, por favor.

La enfermera ladeó la cabeza y le lanzó una mirada despectiva, sin hacerle el menor
caso, condujo a mayor velocidad que lo había hecho a la ida, con cierta brusquedad, sin
ningún tipo de miramiento hacia su acompañante que saltaba en el asiento sin atreverse
a recriminarle su forma de guiar el vehículo. No dejaba de pensar en lo imbécil que
había sido, Maca no estaba preparada, se lo había dejado claro en el lago, “¿por qué has
tenido que insistir?”, se preguntó más enfadada consigo misma que con la pediatra, “así
no vas a conseguir nada, ahora te esquivará y estará a la defensiva y con razón, le
prometes que no volverá a pasar y no pasa ni una hora y zas, te lanzas de nuevo, imbécil
que eres imbécil”, “¡si ya te lo avisó Laura!” “¿Y Teresa! ¿qué te dijo Teresa! que no le
hicieras daño, que lo había pasado muy mal y llegas tú y qué, te lanzas sin pedirle
permiso, idiota, eso es lo que eres, ¡una completa idiota ¡”.

Maca, sentada a su lado, solo podía mirar el camino y esperar que Esther frenara un
poco, cada vez estaba más mareada y Esther parecía no darse cuenta.
- Ya estamos llegando – comentó la enfermera.

Maca no respondió. La miró de soslayo y suspiró. Esther quitó la vista de la carretera y


la observó.

- En cuanto estemos allí quiero que Germán te mire ese corte, es muy profundo –
le comentó intentando establecer un ambiente de normalidad.
- Vale – aceptó sin rechistar lo que sorprendió a la enfermera.
- ¿Te duele? – le preguntó extrañada de que no protestase.

Maca negó ligeramente con la cabeza, agradeciéndole que le hablase con naturalidad.
¿El corte del brazo! ni siquiera lo notaba, era lo que menos le importaba en esos
momentos, en los que su mente mantenía una encarnizada lucha por partida doble, con
su corazón, intentando vencerlo con todo tipo de excusas y, con su estómago, al que no
conseguía dominar con ninguno de sus trucos.

- Maca…
- ¡Esther! ¡para! – le pidió quitándose el cinturón con precipitación - ¡para!
- ¿Qué pasa?
- Estoy fatal – reconoció al fin – no… no aguanto… - le dijo mirándola
desesperada tapándose la boca con la mano.
- ¡Joder! – exclamó parando el jeep con tal brusquedad que Maca se balanceó de
un lado a otro y apenas tuvo tiempo de abrir la puerta - ¿por qué no avisas antes?
– le recriminó enfadada.
- Lo siento – musitó cuando pudo.
- Lo siento, lo siento – repitió molesta – si hablases más, no tendrías que sentir
tanto – le dijo con doble intención que la pediatra captó al instante.
- Y si tú no hicieses todo a lo loco tampoco tendría que sentir tanto – la fulminó
con la mirada y Esther se arrepintió de su comportamiento y de sus palabras,
“touché”, pensó.
- ¿Mejor? – le preguntó dulcificando el gesto mostrándole que lo sentía, que no
pretendía incomodarla y que estaba preocupada por ella.
- No – respondió secamente.
- ¿Quieres un poco de agua?
- No queda.
- Claro que queda – sonrió buscando otra botella – traje suficiente – se explicó
tendiéndosela. Maca la cogió y bebió un pequeño sorbo.
- ¿Quieres que paremos un rato, hasta que se te pase?
- No – se negó en el mismo tono – yo también quiero llegar.
- Entonces… iré más despacio – le dijo arrancando de nuevo - ¿vale?
- Gracias – murmuró pensando que ya daba igual como condujera, sabía que
tardaría al menos un par de horas en que se le pasase el mareo.
- Prepárate, porque cuando lleguemos nos espera una buena bronca – comentó
intentando congraciarse – No quiero ni imaginar cómo tiene que estar Germán,
sobre todo, si André le ha contado… - se interrumpió mirándola - ¿quieres que
vuelva a parar? Tienes mala cara.
- No.
- Vale, como quieras pero… avísame con tiempo que ya llevamos el jeep hecho
una pena entre el polvo y la ventanilla rota y… ¡verás Germán cuando lo vea! –
sonrió afable - Menos mal que estás tú, que sabes frenarlo. ¡Te tiene un
respeto…! – le reveló en un intento de animarla pero Maca permaneció con la
vista fija en el horizonte sin inmutarse - a veces creo que hasta te tiene miedo…
y…
- Esther, no hace falta que pares pero… ¡cállate! – le pidió cortante. Su parloteo
no la estaba ayudando en nada.
- Perdona – murmuró mohína, guardando silencio hasta que llegaron al
campamento.

* * *

Nada más atravesar el portón de entrada, comprendieron inmediatamente que se había


corrido la voz del ataque que habían sufrido. A Germán, que solía esperarlas impaciente
paseando en la explanada central, se habían sumado un grupo de personas que en la
distancia Maca no era capaz de reconocer, pero a medida que se fueron acercando a los
edificios distinguió varias caras familiares, junto a él estaban Margot, Kimau, Edith….

- ¿Preparada para la bronca? – bromeó la enfermera intentando que Maca


cambiase su semblante.
- Sí – respondió secamente.
- Maca, eh…, yo… - se interrumpió sin saber cómo se tomaría lo que quería
pedirle porque le parecía que estaba poco receptiva - Germán tendrá dificultades
para justificar lo del coche, y… si… si se enfada mucho no… no vayas a…
comportarte como…
- Tranquila que no voy a discutir con él – la interrumpió.
- Que sea verdad – sentenció en un tono que a Maca se le antojó amenazador –
aquí viene - comentó, disminuyendo la marcha, dispuesta a bajar del vehículo y
aguantar el chaparrón.

Germán corrió hacia el coche y Esther tuvo que frenar con brusquedad para no
atropellarlo. La enfermera descendió y el médico la abrazó afectado.

- ¿Estás bien? – le preguntó con precipitación separándose de ella y observándola


- ¡qué susto nos habéis dado! – exclamó volviendo a abrazarla - ¿seguro que
estás bien? – insistió mirándola con detenimiento ante la respuesta afirmativa de
Esther a la que no dejaba de mirar de arriba abajo.
- Sí, si tranquilos, estamos bien – dijo abrazando a Sara que había corrido hacia a
ella junto a los demás que se agolparon alrededor de la enfermera interesados en
conocer lo que había ocurrido.

Maca había observado el cuadro desde su asiento en el jeep, esperando que Germán
comenzase a vociferar pero el médico parecía más preocupado que enfadado. Suspiró y
se quitó el cinturón dispuesta a bajar por sus propios medios, pero inmediatamente la
ayudaron a descender entre Sara, que tras comprobar que Esther estaba bien había
corrido a ver a la pediatra, y Kimau. Germán se volvió hacia ella e igualmente cariñoso,
apoyó su mano en la mejilla de Maca.

- ¿Y tú como estás Wilson? – le preguntó afable, mostrando también interés por


ella.
- Bien – respondió con mucha menos convicción que la enfermera.
- ¿Qué es esto? – preguntó mirando su brazo con la camisa rajada, manchada de
sangre al igual que el pantalón y la improvisada venda que le había puesto
Esther.
- Un corte sin importancia – respondió parcamente.
- Deberías mirárselo Germán – intervino la enfermera – es… bastante profundo.
- ¡Joder! ¿os han disparado? – exclamó mirando al jeep y el estado en el que se
encontraba, sobre todo, en el lateral de la pediatra.

Germán se inclinó hacia ella y la abrazó fugazmente, ante la sorpresa de Maca,


manifestando el alivio que sentía al verlas sanas y salvas. Se le había olvidado,
momentáneamente, la bronca que pensaba echarles, sobre todo, a Esther.

- Si – reconoció Esther – ¿no os lo ha dicho André?


- No, salió disparado después de tu llamada solo dijo que os habíais topado con
furtivos – la miró cada vez más preocupado - ¡joder! ¡podían haberos matado!
Te dije que os quería aquí a la hora de comer ¿Cómo tengo que decirte las
cosas? – le preguntó mostrando al fin su enfado – no voy a consentir que….
- Bueno, bueno, Germán – lo interrumpió Sara - yo creo que es mejor que se
metan en la ducha y descansen – opinó con autoridad haciéndole una seña
recriminatoria al médico. No era momento de broncas. Las dos estaban bien y
eso era lo importante, además la cara y el aspecto que traían ambas mostraba el
miedo y la tensión que habían pasado.
- Tienes razón – admitió el médico, más suave - Vamos al hospital que te eche un
vistazo a ese brazo – le dijo a Maca colocándose tras ella empujando la silla al
tiempo que le ordenaba a todos que siguieran con su trabajo.

Esther los siguió pero cuando estaba a punto de entrar en el edificio del hospital se
detuvo y se dio la vuelta.

- ¿No entras? – le preguntó Sara extrañada.


- Eh… no…
- ¿Y eso?
- Mejor te hago caso y me voy a la ducha.
- Estás temblando – comprobó Sara preocupada – Esther… ¿qué pasa?
- Nada… los… los nervios, supongo – le dijo sintiendo que se le saltaban las
lágrimas – creí que… que...
- Eh… cariño – la abrazó con ternura, la enfermera ante esa muestra de cariño y
ese abrazo que tanto necesitaba se derrumbó y comenzó a llorar – ya está,
vamos, vamos – se mantuvo abrazada a ella pasando sus manos por la espalda de
la enfermera con rapidez intentando hacerla entrar en calor - ¿seguro que estás
bien! ¿quieres entrar y que te eche un vistazo?
- No – respondió aún aferrada a ella – gracias Sara – le dijo separándose todavía
temblorosa – estoy bien.
- ¿Qué ha pasado? – le preguntó en voz baja – no me trago que esas lágrimas sean
por los nervios.
- Que sí, que… que es por eso…
- Ya… ¿has discutido con ella? – le preguntó en tono confidencial.
- No – negó con tan poca fuerza que Sara suspiró y la abrazó de nuevo.
- Anda, vamos, que te acompaño a la cabaña, necesitas una ducha y un buen
pelotazo – sonrió agarrándola del brazo y tirando de ella pero la enfermera la
frenó aún indecisa, en el fondo quería saber cómo estaba Maca y si el corte era
muy profundo – y, sobre todo, necesitas desahogarte – la besó fugazmente en la
mejilla – no quiero volver a ver esos ojos tristes, ¿me oyes! o vas a conseguir
que le cante las cuarenta a la doctora Wilson.
- Ni te atrevas que te conozco – respondió con cierto temor conociendo sus
prontos.
- Ya veremos – le sonrió – venga, ¡vamos! – volvió a tirar de ella.

Esther se dejó llevar con un suspiro y miró de soslayo hacia atrás.

- No te preocupes por Maca que está en buenas manos – le dijo adivinando sus
pensamientos – vamos, ¡estás helada! Necesitas entrar en calor, tienes que
descansar y tomar algo.
- Creo que el corte ese necesitará puntos.
- ¿Puntos! uff – dijo pensativa.
- ¿Qué pasa?
- Nada, nada….
- ¿Qué pasa Sara?
- Lo de siempre, no han llegado los suministros, pero tranquila que Germán sabrá
apañarse.
- Sara…
- ¿Qué?
- Gracias – repitió con un suspiro.
- ¡Tonta! – le dijo estrechándola – anda vamos, que tienes que contarme todo con
detalle – le dijo consiguiendo al fin que la enfermera emprendiera la marcha.

* * *

En el Hospital Germán había subido a Maca a una camilla y se había marchado en busca
de todo lo necesario. La pediatra permanecía recostada, con los ojos cerrados, cuando el
médico llegó hasta ella cargado de cosas y acompañado por Maika.

- Bueno, ya estamos aquí – dijo colocando un banco junto a la cama para sentarse
y proceder al examen, Maca abrió los ojos y lo miró sin decir nada – antes de
examinar ese corte voy a ver que tal está esa tensión. Y ya que estamos aquí,
Maika te va a sacar sangre.

Maca asintió sin protestar, sorprendiendo a Germán que se esperaba una respuesta
negativa al respecto.

- Maika tráete una manta – le ordenó a la enfermera al ver que Maca comenzaba a
temblar – Wilson, no te pongas nerviosa que no es para tanto – sonrió burlón -
¿qué! ¿qué tal la excursión! ¿te ha gustado la aldea? – le preguntó con la
intención de darle conversación y distraerla. Maca sonrió para sus adentros
reconociendo el truco que ella había empleado continuamente con los niños.
- Si.
- ¿Solo sí? – sonrió – vamos… que a mi no me engañas – sonrió - no te ha
gustado nada de nada. Si ya le dije yo a Esther que no era buena idea llevarte
allí.
Maca lo miró sin responder a su provocación, no tenía ganas de charla y menos de
discutir con él. Germán frunció el ceño.

- Ya hablaré con ella, no se va a librar de una buena bronca, ¿sé puede saber
porqué no habéis vuelto a la hora de comer? Le dije claramente que no podías…
- probó de otra forma buscando picarla.
- Fui yo la que insistí, ella no quería, pero a mí me apetecía ver esos lagos, y…
estar lejos de aquí – confesó con desgana, interrumpiéndolo.
- ¿Tan mal te tratamos! Wilson, Wilson que vas a conseguir ofenderme - bromeó.
- No es eso y lo sabes – dijo cansada.
- Cuéntame qué es entonces – propuso comprendiendo que le ocurría algo.
- Germán, no soy una cría, no hace falta que me entretengas – le pidió secamente
– termina con eso cuanto antes, quiero hacer una llamada.
- Ya veremos si la haces – murmuró mirando el monitor – cuando compruebe si
todo está en orden.
- Lo está – sentenció mohína – solo estoy un poco nerviosa por lo que ha pasado y
tengo un poco de frío, eso es todo.
- La temperatura está bien – le dijo mirando el termómetro que le había puesto
momentos antes - .. ¿tú te has encontrado bien! digo a lo largo del día.
- Si, he estado bien. ¡Más que bien! – exclamó pensando en los buenos momentos
que había pasado con Esther, pero el tono que empleó hizo que el médico la
mirara pensativo.
- ¿No te ha dolido el pecho? – le preguntó frunciendo el ceño y anotando algo en
su pequeño cuaderno.
- Bueno… cuando nos perseguían… me puse tan nerviosa que sí me dolió un
poco – le explicó con calma.
- ¿Y ahora? – insistió.
- Ahora no. Germán te digo que estoy bien y me he encontrado bien todo el día.
Si… ¡hasta tenía hambre!
- Eso es buena señal – le dijo observándola preocupado, su ojeras, su mala cara y
lo ausente que parecía estar no indicaban que estuviese tan bien como se
empeñaba en decir.
- ¿Te duele la cabeza? – le preguntó echándole la manta que Maika acababa de
traer.
- Un poco.
- ¿Mejor así? – le preguntó arropándola.
- Si.
- La tensión no está muy mal, y el ritmo un poquito alto pero después de lo que os
ha pasado es normal que estés algo alterada – le dijo mirando los monitores
preocupado, sin tenerlas todas consigo.
- Ya te lo he dicho- respondió arrastrando las palabras y cerrando los ojos.
- Bueno… vamos a ver ese corte – sonrió sentándose en el banco y comenzando a
quitarle la venda – y vamos a desinfectarlo bien.

Maca giró la cabeza hacia el lado contrario del lugar en el que se había sentado el
médico que examinada con detenimiento su brazo en busca de más cristales.

- Wilson, ¿no me digas que te marea la sangre? – le preguntó burlón al ver que no
lo miraba.
- No – respondió escuetamente.
- ¿Te duele?
- No.
- Bueno, bueno, aquí hay un par de esquirlas más – le dijo con las gafas de
aumento puestas – Maika dame las pinzas – ordenó a la joven que se las tendió
con presteza – esto puede dolerte un poco – le avisó a la pediatra que seguía sin
mirarlo, con la cabeza ladeada y los ojos cerrados, distraída sin poder dejar de
pensar en lo que había vivido, en los besos de Esther, en su incapacidad para
hacer lo que más deseaba, corresponderla, y sobre todo, en su forma brusca de
rechazarla, ¿cómo había sido capaz de volver a hacerlo! no se lo iba a perdonar
nunca, ¡nunca! La sola idea la alteraba aún más, tenía que hacer algo, pero ¿qué
podía hacer! no quería repetir la misma historia no quería volver a hacerle daño
y eso era lo único que iba a conseguir si cedía. Hacerle daño. Necesitaba hablar
con alguien, necesitaba despejarse y aclarar sus ideas. Suspiró levemente - No
estés tan seria mujer, que no te va a quedar cicatriz – bromeó, pero Maca no
respondió a la broma perdida en sus pensamientos – aunque bien pensado si
quieres te dejo aquí un brazalete que… - se detuvo mirándola sorprendido de
que no respondiese - ¿No te duele? – le preguntó sin obtener respuesta y, ya si
alertado, se inclinó hacia ella y la cogió de la barbilla girándole la cabeza hacia
él – Wilson, ¿qué pasa?
- Eh… - dudó saliendo de su ensimismamiento.
- ¿Qué ocurre?
- Nada – respondió extrañada, volviendo a escuchar lo que le decía – lo siento
no….
- ¿No me has escuchado! te digo que esto te va a doler un poco.
- Ya lo sé.
- Te pondría anestesia pero… estamos bajo mínimos y… aquí por unos puntos no
solemos ponerla… - se detuvo al ver que ella abría los ojos desmesuradamente
pero que seguía sin decir nada – pero… si quieres… ¿quieres que te la ponga?
- No – respondió con desgana, en realidad sí que quería – bueno sí – se corrigió,
pero al ver el gesto condescendiente de él se arrepintió – no sé… lo que tú veas.
- Entonces… empezamos sin anestesia, si ves que te duele mucho me lo dices y te
pongo un poco, ¿de acuerdo? – Maca asintió y volvió a desviar la vista - Esther
ha hecho un buen trabajo – le comentó satisfecho – uy, uy, voy a tener que darte
más puntos de los que pensaba.
- Vale.
- Te va a doler.
- Ya me lo has dicho – respondió palideciendo al primer puntazo.
- Wilson, ¿estás bien?
- Si, Germán – dijo por primera vez con tono de impaciencia. “Solo quiero que
cierres el pico y me dejes en paz” pensó harta de su insistencia, “necesito hablar
con Vero, ella sabrá lo que debo hacer”, se dijo frunciendo el ceño y clavando
los ojos en el techo.
- Maika, gracias, ya no te necesito aquí, puedo terminar solo. ¿Puedes hacerle la
cura al de la cama seis! ahora voy yo.
- Ahora mismo doctor – respondió la joven alejándose de ellos.
- Bueno… ya estamos solos, ¿me vas a decir qué te pasa o no? – le preguntó
dándole los puntos.
- ¡Uf! ten cuidado – se quejó sintiendo por primera vez que la ligera molestia se
convertía en un dolor intenso.
- Lo estoy teniendo, si ves que no aguantas el dolor….
- Lo aguantaré – dijo secamente, dispuesta a no dar la nota, bastante tenía ya con
lo que había pasado como para que Esther tuviera algo más que echarle en cara“,
además, tampoco era para tanto “¿doler un par de puntos?” se preguntó
sarcástica, ¡si Germán supiera el dolor que había tenido que soportar algunos
días cuando la espalda la mataba!
- ¿No me vas a decir qué pasa?
- ¿Quiero hacer una llamada?
- Luego llamas – le dijo con autoridad – dime qué ocurre, Wilson.
- No ocurre nada – suspiró harta del tema – Germán, ¿Cuándo podré irme de
aquí? Necesito volver a Madrid.
- Pronto – le dijo esquivo, esa pregunta le ratificaba que algo había ocurrido y si
ella no quería hablar de ello ya conseguiría que Esther le dijese lo que había
pasado.
- ¿Cuánto tiempo es pronto?
- No lo sé, depende de cómo siga todo.
- Pero ya estoy bien.
- Estás mejor – sonrió – bastante mejor, pero… es prudente que sigas unos días
más aquí. El viaje es largo y duro. Y… recuerda que sigues convaleciente.

Maca guardó silencio sin oponerse y Germán continuó con su tarea, mirándola de vez
en cuando, esperando alguna queja más, pero la pediatra tenía mordido el labio inferior
y el ceño fruncido, aguantando el dolor sin rechistar. Germán sonrió divertido, como
siempre le decía ¡genio y figura! su orgullo no la dejaría quejarse después de lo que le
había dicho. La miró con ternura sin que ella lo percibiera y se dispuso a distraerla, así
sentiría menos el dolor.

- ¿Por qué no ha querido entrar Esther contigo?


- ¿No lo sé! pregúntale a ella – dijo secamente.
- Lo haré – respondió con una sonrisa comenzaba a imaginar que el viaje no había
salido tan bien como la enfermera hubiese deseado – esto ya está. Vamos a
esperar unos minutos, quiero ver una cosa – le comunicó dándole un par de
golpecitos en la mano.
- Germán… - protestó.
- Wilson, no protestes, que sé lo que me digo y tú también – le sonrió
abiertamente – eso sí déjame que te diga que me has sorprendido, creí que me
pedirías la anestesia – reconoció enarcando las cejas burlón.
- He estado a punto – admitió sonriéndole por primera vez – pero…
- Pero una Wilson es ¡una Wilson!
- No – negó con la cabeza y con un suspiro confesó – no quiero que luego vayas
por ahí riéndote de mi.
- ¿Cuándo me he reído yo de ti? – le preguntó burlón recordando algunos
momentos en los que lo había hecho – no será que quieres que le cuente a mi
enfermera milagro lo valiente que has sido y lo bien que te has comportado…
- Deja de darme charla – lo cortó cansada – quiero hacer una llamada.
- Mira que estás pesadita con la dichosa llamada – respondió mirando el monitor y
sonriendo ante su gesto de contrariedad – antes contéstame a una pregunta, ¿te
ha dolido hoy la garganta? – le preguntó sin atender su protesta y volviendo a
anotar en su cuaderno.
- Me ha molestado a ratos pero es que... el polvo rojo de los caminos es….
- ¡Horrible! lo sé – volvió a sonreír – eh… quieta… no te incorpores aún – le
pidió empujándola suavemente – que te vas a marear. A ver cuéntame qué
habéis hecho todo el día – le preguntó mirándole las pupilas.
- Germán, por favor, el que me mareas eres tú, deja ya de interrogarme y si crees
que me pasa algo dímelo y sino me voy ahora mismo.
- De acuerdo, de acuerdo, ¡vaya genio gastamos! – bromeó - ¿Quieres que te lleve
a la radio o prefieres darte una ducha y cambiarte primero! porque estás hecha
una auténtica pena. ¡Si la doña pudiera verte!
- No te rías de mi madre.
- Te recuerdo que, lo de doña, se lo pusiste tú – enarcó las cejas y apretó los labios
divertido - ¿a dónde te llevo?
- No te preocupes ya voy yo sola.
- De eso nada – se negó con firmeza – no quiero que hagas esfuerzos con ese
brazo, al menos hoy. Te llevo yo.

Maca lo miró suavizando el semblante. Lo cierto es que cada vez se sentía más agotada.

- Tienes trabajo ¿no lo recuerdas? La cama seis.


- Tú eres la insoportable número uno y también eres trabajo – le dijo burlón pero
Maca no estaba para bromas ni discusiones.
- Entonces… ¿no te importa? – le preguntó sin entrarle al trapo.
- Claro que no.
- Prefiero llamar primero.
- Mala decisión doctora, primero deberías ducharte, descansar y cenar algo. Y
luego… ya podrás llamar.

Maca arrugó la nariz solo de pensar en comida, aún tenía el estómago revuelto y lo
último que entraba en sus planes era ir a cenar con los demás.

- Wilson, no me pongas esa cara de asco que vas a cenar, a partir de ahora se
terminó eso de saltarse comidas.
- No puedo comer, todavía estoy mareada del viaje – reconoció.
- Bueno, en ese caso, nada de llamadas, te vas a dar una ducha y te voy a meter en
la cama, aún queda un buen rato para la cena. Verás como después de descansar
un poco te sientes mejor y puedes comer algo.
- Te he dicho que no voy a cenar, Esther se ha encargado de cebarme a lo largo
del día – protestó molesta viendo como él echaba agua en un vaso y le tendía
una pastilla – solo voy a tomarme mis vitaminas – le avisó sin cogerla - aún no
entiendo porqué estás empeñado en que no las tome, solo has conseguido que
me sienta más cansada.
- Pues… tendrás que esperar a volver a Madrid porque las he tirado – le respondió
encogiendo los hombros.
- ¡Joder! pero ¿por qué tienes que tirarlas! ¡las necesito!
- Sí, necesitas tomar muchas cosas para recuperar ciertos niveles, pero no
necesitas esas vitaminas. Ya te dije que quiero que me hagas caso y tomes solo
lo que yo te dé.
- Sí las necesito, tú no lo entiendes – le dijo con voz entrecortada.
- Explícamelo – le pidió con calma.
- ¿Sabes cuál fue siempre tu problema? – preguntó airada - ¡qué eres un burro con
orejeras! ¡coño! que solo ves tu puta zanahoria, se te mete una cosa entre ceja y
ceja y tiene que ser eso por cojones – gritó consiguiendo llamar la atención de
todos los que estaban allí.
- Chist – le dijo Germán levantando un dedo en tono amenazador – esto es un
hospital, aunque a ti no te lo parezca. Así es que haz el favor de hablar más bajo.
- Y yo estoy harta – continuó sin escucharlo pero en voz más baja muy alterada –
y, por cierto, que cuando quieras ordenarme que coma algo no hace falta que me
la envíes a tu enfermera milagro – repitió con retintín -, basta con que me lo
digas tú.
- Bueno... bueno… tranquilízate, que estás desvariando – sonrió afable viéndose
descubierto y sin ninguna intención de discutir con ella – ¿se puede saber por
qué estás tan enfadada?
- No estoy enfadada – musitó suavizando un poco el tono.
- Claro y yo no estoy aquí y a ti no te han perseguido a tiros – le dijo sarcástico
consiguiendo que Maca experimentase un escalofrío que la hizo estremecerse.
- Bueno… tranquilízate – le pidió posando su mano en el antebrazo de Maca y
adoptando un gesto de seriedad le dijo – no sé que te ha pasado con Esther, ni…
me importa – le dijo con tranquilidad.
- ¡No me ha pasado nada! – saltó con tanta rapidez que ella misma se contradijo –
todo lo contrario, ¡me ha salvado la vida! ¿Tan difícil te es entender que estoy
nerviosa por eso? Si no hubiera sido por ella yo…
- Te he dicho que no me importa lo que os traéis entre manos – repitió en el
mismo tono de tranquilidad - pero… lo que sí sé es que tienes que calmarte y
aunque no cenes con nosotros, tienes que tomar algo, así es que más tarde te
llevaré la cena. Y no admito negativas.
- ¡Eres insufrible!
- Eso mismo me decía tú amiga – bromeó aludiendo a Adela y Maca sin saber por
que, enrojeció, sabía que no se estaba comportando bien con él, pero no podía
evitar que la sacara de quicio, la conocía demasiado bien y eso la molestaba aún
más – anda, vamos a la cabaña que tienes que descansar.
- Te he dicho que quiero hacer una llamada – le dijo airada llevándose
instintivamente una mano al pecho y apoyando los cuatro dedos en el esternón.
Germán observó el gesto y frunció el ceño, mirando al monitor.
- O te calmas o te inyecto un tranquilizante y te dejo aquí toda la noche. Tú
escoges.
- Por favor, Germán – le pidió con las lágrimas saltadas por la impotencia -
Quiero llamar ya – insistió – y después te juro que hago todo lo que digas – le
prometió con tanta desesperación que Germán comprendió que sería más
prudente dejarla hacer lo que le pedía.
- De acuerdo, una llamada y rapidito – consintió – y no tengas tan malas pulgas,
no te conviene estar siempre tan alterada, vuelves a tener mala cara y quiero que,
hasta que tengamos todos los resultados, estés tranquila y descanses.

Maca lo miró y suspiró profundamente. Ya ni siquiera discutía con ella y eso la


exasperaba aún más, pero en el fondo le agradecía su preocupación, aunque estaba
empezando a conseguir que ella también creyese que algo no estaba bien. Él le devolvió
la mirada y sonrió con franqueza “¡esta Wilson no ha cambiado en nada!”, negó con la
cabeza condescendiente y la ayudó a sentarse en la silla.

- Vamos a buscar a Greco, que te haga esa llamada.


- Gracias – musitó volviendo a llevarse la mano al pecho.
- Wilson… ¿vuelve a dolerte?
- Germán… - lo miró asustada por el dolor intenso que empezaba a sentir y que le
subía a la base del cuello – necesito….
- ¡Joder, Wilson! – exclamó cogiendo una caja de la bandeja sacando una pastilla
y metiéndosela bajo la lengua – te estoy diciendo que te calmes, tienes que
controlar esos nervios.
- Lo sé – respondió con voz débil al cabo de un momento - Vero siempre me lo
dice.
- Pues hazle caso, échate un rato – le ordenó volviendo a subirla a la cama.
- ¡No! Germán… – intentó evitarlo sin éxito – ya se me pasa, tengo que…
- Tienes que quedarte ahí, echada y tranquila, en media hora vuelvo, ¿entendido?
- Vale – dijo recostándose vencida, en el fondo sabía que él tenía razón, pero si
tardaba mucho en hacer esa llamada iba a conseguir no encontrar a Vero.
- Así me gusta.

Germán se alejó de la cama y permaneció en la sala atendiendo al resto de ingresados,


cruzó unas palabras con Maika y con Jesús, sin dejar de quitar la vista de ella, no le
gustaban nada esos síntomas pero las pruebas salían continuamente dentro de la
normalidad y empezaba a barajar la posibilidad de que, como decían los demás, la
mente de Maca hiciese el resto. Al cabo de unos minutos volvió junto a ella.

- Bueno, ¿qué tal! ¿más tranquila?


- Si.
- ¿Se te pasa?
- Completamente, ya no me duele nada – le sonrió - ¿Era nitro?
- Sí – respondió mirándola con el ceño fruncido - No vayas a enfadarte pero… no
voy a dejarte llamar – la avisó.
- Por favor, Germán, lo necesito – le suplicó casi sin fuerza.
- No quiero que te alteres, Wilson. Que por hoy ya has tenido bastante.
- ¡No lo sabes tú bien! – murmuró sin poder evitarlo.
- Puedo imaginarlo, por eso no quiero que te dediques a hacer llamaditas que te
conozco. Nada de trabajo.
- Te juro que no es nada de trabajo y que si alguien puede tranquilizarme es ella.
- ¿Quién! ¿tu psiquiatra?
- Si. Necesito hablar con ella, por favor.
- ¿No puede esperar a mañana! ¿tan importante es?
- Sí, lo es. Vero siempre me… me… entiende.
- Ya… anda… vamos – le dijo ayudándola a incorporarse, Maca intentó evitarlo
haciendo un gesto de que podía sola – Wilson… no empieces. Que voy a tener
que hablar yo con esa psiquiatra tuya y decirle unas cuantas cosas.
- Vero estaría de acuerdo contigo – reconoció con un suspiro – siempre me dice lo
mismo que tú, que me tranquilice, que me controle, que no le de vueltas a la
cabeza, pero… yo… no puedo.
- Antes no eras así.
- Antes era antes, y ahora es…. Ahora.
- Ya veo que te has vuelto toda una filósofa – le dijo con sorna riendo.
- No es eso… - lo miró a los ojos y la tristeza que él vio en ellos le hizo
comprender rápidamente a qué se refería - desde que…
- Desde que estás en esa silla tu orgullo no te deja estar tranquila, ¿no es eso? – le
preguntó con suficiencia - Te alteras por todo y te pasas el día intentando
demostrar que… puedes hacer la cosas tú solita. ¡La supermujer!
- ¡Eres imbécil! – se molestó al verlo con aquél aire de sabelotodo molesta porque
la conociera tanto.
- Y tú una cabezona orgullosa – le dijo con una carcajada – y, además, has
perdido facultades, antes siempre me callabas.
- Antes no tenía tantas cosas en las que pensar.
- Pensar, pensar, ¿sabes cual ha sido siempre tu problema? ¡las matemáticas!
- ¿Qué dices! Germán no tengo ganas de acertijos, estoy muy cansada.
- Ya lo sé, pero te digo que la vida no es dos por dos, ni dos por tres, que no
siempre tienes que tenerlo todo controlado y, exactamente, como tú quieres. Que
las cosas, para el común de los mortales, no son así, no vale chascar los dedos y
que el mundo se ponga a tus pies, no vale con que papaíto le de a su princesa lo
que desea… Has aprendido tarde pero has tenido que hacerlo, por eso cuando
algo te descuadra... – se interrumpió viendo que Maca enrojecía y temiendo
volver a alterarla, suavizó el tono, sonrió y le acarició la mejilla - la señorita no
es capaz de aceptar que los demás la quieran y quieran ayudarla, pero eso es lo
que provocan tus encantos – bromeó conciliador - ¡Bienvenida al club de los
humanos, doctora Wilson!
- Germán… - le pidió con tal cara de cansancio e impotencia que se enterneció.
- Wilson, Wilson, - suspiró divertido al ver su expresión entre avergonzada por
necesitar ayuda y orgullosa con su mentón levantado y ese aire de superioridad
que tan bien recordaba de ella – ¡vaya susto que nos habéis dado! – le dijo
cambiando radicalmente de tema con la intención de no discutir con ella - suerte
que llevabais el jeep pequeño, es el más nuevo y…
- Germán... eh… yo… hablando de eso… yo… - lo interrumpió recordando de
pronto las palabras de Esther.
- ¿Tú qué, Wilson? – le preguntó al ver que no seguía.
- Yo… quería decirte que… que yo me encargo de arreglar el coche y…
- ¿No solo entiendes de radios si no que también eres chapista? – le respondió
burlón.
- Sabes lo que quiero decir. Yo me encargo de todos los gastos, Esther no ha
tenido la culpa fui yo que…
- No te preocupes por el coche – dijo más serio llegando a la puerta de la
habitación de la radio y asomando la cabeza gritó - ¡Greco! ¡Greco! vamos a ver
si está éste aquí – le dijo situándose frente a ella – y tranquila que del coche me
encargo yo. ¡Greco! – volvió a gritar.

Francesco salió al instante y al ver a Maca bajó el par de escalones de un salto con una
enorme sonrisa.

- ¡Señora! – exclamó cogiéndola de una mano – ya me han contado… ¡no sabe lo


que me alegro de que esté usted bien! porque esta bien ¿verdad? – preguntó
mirando sus ropas manchadas de sangre. Maca asintió con una sonrisa y miró de
reojo a Germán que se había colocado tras el italiano al que sacaba unos palmos
de altura y miraba divertido - ¿quiere hacer una llamada?
- Si, Francesco, a eso venía - respondió esbozando una leve sonrisa y clavando sus
ojos en él.
- Ahora mismo la subo – se prestó solícito manejando la silla con habilidad.
- Te espero aquí – le dijo Germán ladeando la cabeza ante el nerviosismo del
italiano, una mirada burlona asomó a sus ojos, pensativo.

Segundos después Francesco salía de la habitación.

- Por lo que veo, seguimos sin cumplir las normas – le dijo Germán adoptando un
aire de seriedad.
- Las normas son para los miembros del campamento, no para ella, ¡ella es nuestra
invitada! – sentenció el joven.
- ¿Sabes? – el médico bajó la voz en tono confidencial – deberías tener cuidado
con ella, ¡es una Wilson!
- No entiendo – lo miró desconcertado.
- No deberías tratarla así, Maca es amiga mía desde hace años y… la conozco.
- Pero… ¿le he faltado al respeto! ¿se ha molestado! ¿te ha dicho algo?
- No – negó con la cabeza y casi susurrando le pasó el brazo por los hombros y se
acercó a su oreja – es muy enamoradiza y… la tratas con tanta galantería que…
no sé yo si… se va a confundir.
- ¿Enamoradiza? – repitió incrédulo.
- ¡Le encantan los hombres! – sonrió en el mismo tono de confidencia – y tú… ya
sabes… - enarcó la cejas.
- ¿Te ha dicho algo de mí? – preguntó con interés y Germán leyó la esperanza en
sus ojos.
- Nada, pero yo se lo noto. Ya te digo que la conozco.
- Tengo… tengo que ir a la base – se excusó nervioso – Blaise quiere que le eche
un vistazo a una de sus radios. ¿Me das permiso?
- Bien.. pero recuerda lo que te he dicho – lo señaló con el dedo – no tontees con
mi amiga.
- ¡Tu amiga es una gran mujer! – exclamó repitiendo su frase favorita y Germán
asintió dándole la razón – nunca jugaría con ella – afirmó alejándose con
rapidez, sin escuchar la carcajada del médico.
- ¿Se puede saber qué haces riéndote aquí solo?
- ¡Esther! – se giró hacia ella con tal expresión en su rostro que la enfermera supo
que ya había hecho una de las suyas.
- ¿Qué es lo que te traes entre manos?
- ¿Yo! nada, qué voy a traerme.
- ¡Germán! ….
- ¿Dónde te habías metido? – le preguntó con curiosidad – creí que…
- Necesitaba…. Despejarme. ¿Me vas a contar de qué te estabas riendo?
- ¿Estas ya mejor? – le preguntó acariciándole el brazo y cambiando de tema sin
ninguna intención de revelarle su pequeña broma.
- Si, me he quedado como nueva. ¡Una ducha hace milagros!
- Me alegro – sonrió con cariño.
- ¿Y Maca?
- Dentro - le dijo inclinando la cabeza en dirección al cuarto de la radio - haciendo
una llamada.
- ¿Una llamada! pero… ¿ya se ha duchado? – preguntó calibrando el tiempo y
pensando en que era casi imposible teniendo en cuenta que ella se había
recreado en la ducha, precisamente para verla llegar.
- No.
- ¿Sin ducharse y sin cambiarse? – preguntó extrañada de que fuera así, ¡con lo
presumida que era! - ¿a quién llama?
- Creo que a la tal Vero – respondió apretando los labios – pero… no me hagas
mucho caso – se apresuró a decir al ver que la enfermera fruncía el ceño molesta
con la idea y tensaba su cuerpo.
- ¿Y Francesco! ¿ha vuelto a dejarla sola! me lo he encontrado cuando venía hacia
aquí.
- ¿Tú que crees? – sonrió – está coladito por ella – le dijo enarcando las cejas y
volviendo a adoptar aquel aire travieso que Ester tanto temía.
- ¿Cómo está, Maca? – le preguntó sin ganas de hablar del italiano y sus continuos
enamoramientos, ¡qué pesadito que era! – ¿lleva mucho rato dentro?
- Respondiendo a tu primera pregunta, está… bien, nerviosa, pero… bien. Y a la
segunda, no, acaba de entrar – dijo sonriéndole – y tú sigues pálida y tienes mala
cara, ¿habéis pasado mucho miedo?
- ¡Qué pregunta! – sonrió ladeando la cabeza de un lado a otro – ¡creí que no lo
contábamos!
- No deberías haberla llevado a los lagos. Ya le he dicho que tiene que estar
tranquila y una persecución no es mi idea de descanso.
- Lo sé y lo siento – dijo bajando la vista – no le eches la bronca, es culpa mía. Ya
sabes las ganas que tengo de enseñarle todo y… me dejé llevar.
- Ella dice que la culpa es suya, que te insistió en subir – reveló con ojos bailones.
- ¿Eso ha dicho? – preguntó con una sonrisa de satisfacción. A pesar de todo
Maca seguía protegiéndola, en eso no había cambiado, la recordaba como la
persona más justa y sincera que había conocido, y en el tiempo que llevaba de
nuevo junto a ella, seguía comprobando que era así.
- ¡Vaya dos! – sonrió – a ver si os aclaráis ya – Esther bajó los ojos sin ninguna
gana de hablar de lo ocurrido – no ha ido tan bien como querías ¿no?
- No.
- Me preocupa que os hagáis daño, ella… está muy alterada y me da que no es
solo por… los furtivos.
- Gracias Germán, por… preocuparte, pero…
- No tienes ningunas ganas de hablar del tema – la cortó él – muy bien, no insisto
– volvió a acariciarla con suavidad.
- ¡Gracias!
- De nada – sonrió - pero que conste que estoy muy enfadado. Y que no quiero
que vuelvas a desobedecerme.

Esther lo miró mohína. Él tenía toda la razón y, además, se podía meter en un buen lío si
la encubría. Se encogió de hombros, cabizbaja y triste. Todos los riesgos que había
corrido no habían servido para nada.

- Lo siento – se disculpó – ¿tendrás muchos problemas con el coche?


- Ya hablaremos de eso – le dijo mirando el reloj – parece que tarda – comentó -
aprovechando que estás aquí, encárgate tú de ella, que se meta en la cama, yo
tengo que hacer la ronda antes de la cena.
- Germán… yo ya me iba, he quedado con Sara y preferiría que te encargaras tú
yo…
- Tú vas a hacer lo que te he dicho y os vais a dejar de gilipolleces. Si tenéis que
aclarar algo, hacedlo cuanto antes, porque Wilson… no está para muchas
emociones.
- ¿Qué le pasa? - preguntó asustada.
- Ya te lo he dicho, tiene que estar tranquila y… discutir no le conviene. Esta
noche déjala descansar y, mañana… hablad lo que tengáis que hablar, pero no
seas muy dura con ella. Está intentando adaptarse a todo esto.
- ¿Ahora la defiendes? Donde ha quedado eso de…
- Esther, estoy hablando en serio. Me tiene preocupado y no quiero que la alteres.
- La que me altera es ella a mí – musitó entre dientes bajando los ojos y moviendo
el pie, nerviosa, jugueteando con la tierra.
- Dale tiempo. Para ella todo esto es… complicado – le dijo volviendo a
acariciarle el brazo.
- Ya…
- Pero.. lo está intentando – le reveló - a su manera, lo intenta – insistió y Esther
levantó los ojos hacia él sin comprender a qué se refería en concreto – quiere
que estés orgullosa de ella, le da miedo defraudarte…
- Ya… - repitió torciendo la boca en una mueca despectiva e incrédula.
- En serio, ¡si hasta ha consentido que no le ponga anestesia cuando le he dicho
que estábamos bajo mínimos!
- ¿Eso ha hecho? – lo miró perpleja – ya… le has tocado su orgullo…. ¿no? En
ese caso no me extraña.
- Tiene miedo. Lo leo en sus ojos y… deberías tener cuidado.
- Entiendo… pero… yo… - se detuvo sin saber si contarle todo pero se arrepintió
en el último momento - ¿qué te ha dicho?
- Nada. Tengo que volver dentro. Os veo en la cena – la cortó con autoridad – por
cierto, que me ha dicho que te has pasado el día dándole de comer.

Esther sonrió y se encogió de hombros.

- Para que veas que no te desobedezco en todo – respondió burlona.


- Eso está muy bien, pero aún así debe cenar, tampoco habrá comido tanto, ¿no?
- Sí que ha comido, pero lo ha vomitado todo, se ha mareado por el camino.
- ¡Será lianta! – suspiró dándose la vuelta y dando un par de zancadas hacia el
hospital, de pronto se detuvo y se volvió hacia Esther – vigílamela, una sola
llamada, nada de estar hablando de trabajo y alterándose, y cuanto antes se meta
en la cama, mejor. ¡Que a este paso se va a tener que quedar aquí una larga
temporada!

Esther asintió y se dispuso a esperar que Maca saliera, pero pasaron diez minutos y no
lo había hecho. Sintió que los celos volvían con toda su fuerza, ¿cuánto tiempo llevaría
de cháchara con Vero! seguro que le estaba contando todo, y esa idea la hacía sentirse
aún peor, molesta y enfadada. Quizás estaba equivocada y la negativa y el rechazo de
Maca no era por su mujer, sino que era por Vero, desde siempre había notado que entre
ellas había algo más que una relación médico paciente, algo más que amistad. ¿Estaba
Maca enamorada de Vero? Esa idea comenzó a formar cuerpo en su mente y era incapaz
de dejar de darle vueltas, mientras más tardaba la pediatra más impaciente y enfadada se
estaba sintiendo. Intentó recordar los buenos consejos de Sara, “no se lo tengas en
cuenta, dale tiempo”, sí, le había prometido que eso es lo que haría, comportarse con
ella como si nada hubiera ocurrido, pero ahora no lo tenía tan claro. Tenía que hacer
algo, no soportaba esa espera, tenía que entrar y si daba pie con su tardanza a que lo
hiciera, ¡se iba a enterar! Germán le había dicho que una llamada rápida y llevaba más
de veinte minutos, ¿qué se creía! ¿qué todo el mundo tenía que estar pendiente de ella!
¡no señor! Respiró hondo y se dispuso a interrumpir aquella charla.

Con sigilo subió los escalones y escuchó para ver si continuaba hablando, pero no
conseguía oír su voz. Sintió un pellizco en el estómago y comenzó a imaginar que le
había ocurrido algo, Germán insistía en que debía descansar y ella cada vez estaba más
segura de que había algo que le ocultaba. Entreabrió la puerta con tal cuidado que Maca,
enfrascada en su conversación no la escuchó. Esther permaneció inclinada, intentando
oír sus palabras. Pero repentinamente se sintió culpable de espiarla, “¿qué estás
haciendo! imagina que se vuelve y te pilla, ¿qué excusa vas a darle?”, volvió a cerrar la
puerta y se sentó en el escalón a esperarla.

En el interior, Maca mantenía una seria conversación con la psiquiatra, estaba muy
angustiada por haber empujado a Esther, ese hecho no dejaba de darle vueltas en la
cabeza, intentando buscar la forma de confesárselo a su amiga.

- Y… no sé qué hacer, Vero. Vuelvo a sentir esa presión en el pecho que no me


deja respirar y… sigo sin acordarme de nada y…
- A ver Maca, vamos por partes que no me entero – le dijo tras escucharla con
paciencia - deja de dar vueltas y habla claro, ¿cuál es el problema?
- ¡Ya te lo he dicho! – respondió con desesperación.
- Vamos a ver, me has dicho que tienes pesadillas, que sueñas con Elías, que te
angustia no recordar nada más que cosas sueltas, que estás cansada de todo, que
sigues sin apetito y con dolor de cabeza, que tienes miedo continuamente y no
sabes porqué, ¿no es eso?
- Sí – dijo con un hilo de voz, ni ella misma hubiera resumido tan bien los veinte
minutos de casi monólogo que llevaba aferrada a la radio.
- Y ahora dime ¿cuál es el problema?
- ¡Joder! El problema es que Esther me saca de mis casillas – dijo con voz ronca.
- ¿Seguro que el problema es Esther?
- ¿Qué quieres decir?
- Quiero decir que…, no será que tú… te sacas solita de ellas, dándole vueltas a la
cabeza, como siempre.
- Y aunque fuera así que más da, es ella la que me obliga a darle vueltas a la
cabeza.
- ¿Ella porqué?
- Porque pretende que haga cosas que yo no puedo hacer.
- ¿Qué cosas?
- ¡Cosas! – exclamó mostrándole que no quería decirle el qué, Vero comprendió
al instante cuál podía ser el motivo de su nerviosismo.
- ¿No puedes, no quieres o no debes? – le preguntó con calma.
- ¿Qué más da?
- Contesta – le pidió en su tono profesional, arrastrando la palabra.
- ¡No puedo!
- Pues… en ese caso…. yo veo fácil solución.
- ¿Sí! por favor, ¡dime cual! porque me estoy volviendo loca.
- Si Esther es el problema, no pases tanto tiempo con ella.
- ¿Aquí! ¡eso es imposible!
- No creo que lo sea. Habrá más gente con la que puedas hablar, podrás no sé…
habrá otras cosas que hacer…
- No sabes cómo es esto – dijo angustiada – y si no estoy con ella ¿qué hago el día
entero! al menos con ella puedo…. – se detuvo sin querer desvelar lo que hacía
con la enfermera y sin querer confesarle que no imaginaba ya, pasar un día sin
estar a su lado, aunque fuera para sentir que el miedo de lo que pudiera pasar la
atenazaba.
- Si ya estas bien, y tan mal te encuentras allí, vuélvete.
- Germán no quiere darme el alta aún.
- ¿Y tú estás de acuerdo con eso? – le preguntó extrañada – ¿desde cuando
obedeces tanto a tus médicos? – le preguntó irónica – Maca… ¿no me estarás
ocultando algo, verdad? – le preguntó mudando el tono jocoso por uno
completamente serio y preocupado.
- No te oculto nada, estoy bien ¡es Germán y es todo esto! ¡esto… esto es el culo
del mundo! no hay de nada y no puedo hacer nada sin ayuda de nadie – se quejó
– ni aunque quisiera irme de aquí podría hacerlo, hasta que ellos no me lo
permitan.
- Pues entonces hazme caso y dedícate a otra cosa, intenta relajarte, tómatelo
como unas vacaciones en un monasterio, perdida en la naturaleza, lee, pasea,
llámame más a menudo – bromeó – pero deja de estar el día entero con ella. Y
deja de torturarte.
- Vale…
- ¿Qué pasa? – preguntó captando al instante en su tono que seguía sin
convencerse – hay algo más ¿verdad!
- Si.
- ¿Me lo vas a contar! porque tu me has llamado para algo, ¿No?
- Sí.
- Ya sé que por teléfono es difícil Maca, pero… ¿tanto te preocupa…?
- He… he… vuelto a… a hacerlo… la he empujado – confesó y el silencio se hizo
al otro lado - ¿Vero?
- Te he oído. ¿Qué más?
- Nada más, la he empujado, con brusquedad y.. le he hecho daño.
- ¿Por qué?
- Ya te lo he dicho… porque me saca de mis casillas.
- Eso no es una respuesta.
- Pues es la única que tengo.
- Maca, te conozco, y tú no vas por ahí dando empujones, puedes ser un poco
borde de vez en cuando, puedes tener algo de mal genio pero, por mucho que te
empeñes, no creo que sin motivo tú…. ¿Me vas a contar lo que ha pasado?
- No puedo – murmuró sintiendo un nudo en la garganta.
- Entonces… yo no puedo ayudarte.
- Vero… por favor… no sé que hacer… estoy… estoy… tan agobiada que te juro
que …
- Maca, ¿te estás tomando tus medicinas?
- Si – mintió.
- Tranquilízate, no puedes estar siempre así de angustiada, se supone que estás allí
recuperándote del asalto y descansando.
- Ya…
- Quiero hablar con Esther.
- ¡No!
- Pero… ¿porqué?
- Porque no.
- Si no me cuentas tú lo que ha pasado… me lo tendrá que contar ella. O yo no
podré ayudarte.
- Vero, ¡por favor!
- Tú decides ¿o quizás prefieres que hable con Germán! porque no me gusta nada
lo alterada que estás y… empiezo a pensar que no ha sido buena idea que te
fueras allí.
- Vero… no quiero que hables con nadie… no quiero que sepan que yo…
- Muy bien. Cuéntamelo tú o me obligarás a …
- Vale, vale… te lo cuento – aceptó interrumpiéndola. Respiró hondo y se dispuso
a hacer lo que había prometido - Esther… Esther me besó y.. yo… la rechacé –
le dijo entrecortada - Eso es todo – confesó al fin y se dispuso a escuchar lo que
Vero tenía que decirle pero no oía nada al otro lado - ¿Vero?
- ¿Te besó? – preguntó con un deje extraño para Maca, nunca le había escuchado
aquel tono.
- Si.
- Y… fue entonces cuando tú la rechazaste bruscamente.
- Sí.
- ¿No te lo esperabas?
- Bueno… en parte sí... quiero decir que la primera vez no pero… que…
- ¿La primera vez! ¿os habéis besado más de una vez?
- No, ¡claro que no! – se desdijo – yo no la he besado ¿me oyes? – elevó la voz
nerviosa – además, ¿qué importancia tiene una o dos! lo importante es que la
empujé que... yo… que… que soy capaz de …
- Tranquila Maca, no me importan las veces. Solo el porqué.
- ¿Por qué me beso? – preguntó retóricamente tan alterada que no comprendió la
pregunta de la psiquiatra que no se molestó en sacarla de su error interesada en
el nuevo derrotero que había tomado la conversación - ¿Por qué va a ser! dice
que me quiere.
- ¿Y tú no la crees?
- Pues… no sé, eso no importa.
- Lo que importa o no, lo decido yo – la cortó tajante - ¿por qué la rechazaste?
- ¿Por qué? – repitió pensativa y guardó silencio.
- Sí, Maca, ¿Por qué? – insistió sin obtener respuesta - Porque tú no la quieres,
porque aunque la quieres te incomoda quererla o … porque crees que no debes
quererla o porque …
- Porque no Vero, y punto – fue ella la que la interrumpió ahora con genio – solo
quiero que me digas qué hago.
- Bien, te repito lo que te he dicho antes, si el problema es Esther, aléjate de ella,
solo vas a conseguir hacerle daño y hacértelo tú.
- Pero…
- Pero ¿qué! ¿no eres capaz?
- No es eso.
- ¿Entonces?
- Entonces nada – respondió con un hilo de voz, la sola idea de hacerle caso la
desgarraba por dentro, no quería alejarse de ella, no quería ni imaginar volver a
Madrid y a su rutina y que Esther no estuviese a su lado - ¡gracias Vero! –
musitó con tan poco convicción que Vero se alertó.
- Maca…
- Vero... tienes razón… no voy a darle más vueltas a la cabeza. Me alejaré de ella.
- Así me gusta. Intenta buscarte otras distracciones y pasa menos tiempo a su lado
y sobre todo, tómate todo con más tranquilidad y no te angusties por no
recordar, ya lo harás.
- Ya lo sé – suspiró cansada de escuchar siempre aquella frase.
- ¿Te estás tomando las vitaminas?

Maca no respondió.

- ¿Te las estás tomando? - insistió.


- Eh… sí – mintió sin saber porqué lo hacía – Vero… yo… - se detuvo respirando
con dificultad, volvía a tener esa presión en el pecho.
- Maca ¿estás bien? – le preguntó, al ver que había cambiado su todo apremiante y
nervioso, por uno entrecortado y débil.
- Sí.
- Aquí todos estamos deseando que vuelvas, te echamos mucho de menos – le dijo
intentando animarla.
- Vero yo… yo también te estoy echando mucho de menos y hoy… hoy me he
acordado de lo mucho que os quiero y de que nunca te lo he dicho y de lo
mucho…
- Maca... ¿seguro que estás bien? – le preguntó en un tono alegre lleno de
satisfacción por aquella confesión.
- Que sí, pesada – respondió más relajada al escuchar el tono de la psiquiatra,
¡daría cualquier cosa por ver la cara que tenía puesta!
- Vaya… - dijo sorprendida – ¡la doctora Wilson demuestra sus sentimientos! ¡eso
sí que es un avance!– se burló divertida – ¡si que te está cambiando aquello!
- ¡No lo sabes tú bien! – sonrió al imaginar la cara de Vero, por su tono sabía que
había conseguido sorprenderla.
- Me encantará saberlo – le dijo insinuante - Voy a tener que reconocer que me he
equivocado y sí que ha sido una buena idea que pases una temporadita alejada de
todo esto.
- Buena idea o no, ¡estoy deseando volver y…. verte!
- Y… ¿no tienes ni siquiera una idea de cuándo vuelves! porque yo… ¡lo estoy
deseando!
- ¡Y yo! – suspiró y comprobando que el silencio se hacía a ambos lados de la
línea decidió romperlo – Vero…. esto…. Cambiando de tema ¿tienes un rato!
quiero comentarte algo… algo… importante.
- ¿Más importante?
- ¡Mucho más! – le dijo con intensidad.
- ¿Otro problema?
- No, esto es… otra cosa… es algo que… que… no me había dado cuenta en
Madrid, pero que… aquí…
- Maca, me encantaría seguir charlando contigo pero… he quedado con Adela – le
reconoció – está aquí, en el despacho, esperándome fuera.
- ¿Adela ahí! ¿pasa algo?
- ¿Qué va a pasar Maca? – rió.
- No sé, pero… no entiendo que… dime que pasa.
- Nada que deba inquietarte, solo… estamos viendo unas cosillas.
- Vero que os conozco, ¿qué pasa?
- Nada, tranquila, solo estamos tratando el caso de una chica que ingresaron y que
ha habido que amputarle la pierna. Me han pedido consejo – le explicó con
naturalidad - por cierto a ver si te vas planteando contratar un psicólogo en tu
clínica.
- Vero ¿es… Clarise? – le preguntó preocupada, pensando en la reacción de
Esther y Germán sin atender a su broma.
- No Maca, tranquila, no la conoces. Es una niña de Sudán. Llegó antes de ayer.
- Vero si… ¿tú me dirías si hay algún problema en la clínica?
- Todo va muy bien. No te preocupes. Tengo un poco de prisa… Adela tiene que
volver al trabajo y yo tengo grabación, solo es eso.
- De acuerdo – dijo con decepción que Vero captó al instante.
- Maca, eso tan importante que quieres decirme… ¿puede esperar?
- Claro que puede, lleva esperando unos años, por unos días más…
- Gracias, Maca y… lo siento, pero… es tarde… si no quieres nada más.
- No, no.
- Llámame mañana y hablamos mas tranquilamente, ¿vale! y… hazme caso,
mantente distante de ella, Quien evita la ocasión evita el peligro.
- Claro – musitó “¿Y si el peligro lo llevo dentro?”, se dijo pensativa.
- Repítemelo – le pidió Vero en tono burlón.
- ¿El qué? – preguntó desconcertada.

En el exterior Esther estaba ya casi histérica, pensó en entrar y mentirle diciéndole que
no podía acaparar la radio de aquella manera, o que tenía órdenes de Germán de llevarla
a la cama o que espabilase que ella sí quería cenar y todavía tenía que ayudarla en la
ducha, pero todo le parecía poco convincente y temía que Maca se diese cuenta de sus
verdaderas intenciones. Se levantó y se acercó a la puerta prestando atención. Escuchó
una carcajada de Maca y frunció el ceño. Estaba claro que Vero sabía sacar lo mejor de
ella.

- A dios Vero, que sí, que te haré caso, claro que te lo he dicho en serio – rió de
nuevo - ¿otra vez! no sé para qué te digo nada, que no, que no te lo repito
más…. Bueno una vez y corto... ¡te quiero! – rió divertida ante la insistencia de
la psiquiatra que continuaba burlándose de ella desde que le dijera aquello.

Esther sintió que sus celos se desbocaban. “¡Te quiero! ¡te quiero! ¡te quiero!”, esas dos
palabras la martilleaban, las dos palabras que deseaba escuchar de su boca desde hacía
tanto tiempo, y cuando lo había hecho no iban dirigidas a ella. Sintió que enrojecía de
rabia, de ira, de decepción. No podía estar pasando aquello, y el caso es que ¡lo sabía!
¡lo había sabido desde el día que las vio juntas! no era por Ana, era por Vero por quien
Maca la rechazada.

La pediatra colgó y marcó otro número. Esther que la esperaba de mal humor, se enfadó
aún más al ver que no salía y que establecía otra comunicación.

- ¿Mama? – la escuchó decir y ahora sí que se sintió una oleada de ira, “¡pero en
que coño está pensando!”, se dijo alterada, después de los esfuerzos de todos por
mantener el secreto de su paradero iba a echarlo todo por la borda.
- ¡Maca! ¡hija! pero...
- Hola, mama.
- ¡Pero… si acabo de hablar con Adela y me ha dicho que seguías con un fuerte
dolor de cabeza y que… aún no podía hablar contigo y…!
- Estoy mejor.
- Pero… me ha dicho que te ha inyectado un calmante y que…
- Mama, si me lo hubiera inyectado no estaría hablando contigo…
- Pero no entiendo…. No entiendo nada, hija… - dijo endureciendo el tono y
Maca comprendió que no debía haberla llamado, reconocería ese deje en
cualquier parte, su madre estaba alerta y sospechando. ¡Menudo interrogatorio la
esperaba!
- Mama… escúchame… necesito… - intentó explicarle sin éxito ante el grado de
alteración de su madre. Esther que escuchaba fuera frunció, aún más, el ceño
dispuesta a escuchar aquello que necesitaba la pediatra.
- ¿Cuándo vuelves de Pamplona! ¿cuándo puedo ir a verte! ¿cuándo…? – le
preguntó precipitadamente sin hacerle el menor caso. Maca comprendió al
instante la mentira que tenían montada entorno suyo e imaginaba quienes
estaban siendo partícipes.
- Tranquila que pronto estaré allí – respondió con desgana – escúchame, mama,
necesito preguntarte una cosa.
- ¡Déjate de preguntas! La que tiene cientos de preguntas soy yo ¿le vas a decir a
esa detective que me coja el teléfono! porque como siga sin atendernos a tu
padre y a mí se las va a ver con nosotros y además…
- ¡Mamá, por favor! – elevó la voz comenzando a enfadarse y Esther entreabrió
aún más la puerta alertada – necesito preguntarte algo – insistió con un deje de
angustia que consiguió su objetivo.
- ¿Qué ocurre, Macarena?
- Mamá… ¿cómo está Ana? – le preguntó y la enfermera movió la cabeza de un
lado a otro “será cínica, primero le dice a Vero que la quiere y ahora va y
pregunta por su mujer. Y… “¡será cobarde! ni siquiera es capaz de llamarla
ella”, se dijo cada vez más enfadada.
- Regular hija, no le hace ningún bien no verte. Está muy triste y… ¡Pedro! – le
escuchó Maca gritar - ¡es la niña!
- Mamá, escúchame – le suplicó sin ninguna gana de hablar con su padre, hacía
tiempo que la relación que mantenía con él distaba mucho de la que tuviera de
niña - ¡Mamá! ¿qué pasa con Ana! ¿está ingresada de nuevo? – preguntó
preocupada y Esther prestó atención sorprendida, ¿estaba enferma su mujer!
nunca había oído nada al respecto.
- No. Tranquila.
- Mama, no me mientas ¿cómo está?
- Eh… mejor hija, ha pasado unos días malos, ya sabes, pero hace un par de ellos
que parece algo mejorada. Aunque…
- Aunque ¿qué?
- Deberías volver en cuanto puedas. Mira, habla con tu padre, dile donde está y
vamos y….
- Mamá, tengo poco tiempo, dime qué le pasa – le preguntó angustiada – ¡mamá,
por favor!
- Nada, Macarena, ya te lo he dicho. ¿Cuándo vuelves?
- Aún tardaré unos días, mama – respondió y escuchó la voz de su padre
“pregúntale en que sitio está que mañana mismo estamos ahí”.
- Hija, tu padre quiere….
- No puedo decirlo mamá – le dijo cansada.
- No me convences hija, y tampoco me convence eso de que no puedas venirte
aquí, ¿dónde mejor que en tu casa! con tu familia….
- No puede ser mamá.
- Pero… ¿por qué! yo te veo hablar bien, con ánimo, no parece que…
- Mama… en cuanto me den el alta estoy en Sevilla, te lo prometo.
- Mañana mismo me presento en Pamplona, voy a llamar a Adela y a …
- ¡Mama! – la interrumpió con un grito - ¡por favor! te lo pido por favor – le
suplicó en tal tono de angustia que su madre se preocupó.
- Maca hija, que papá y yo solo… queremos verte y… traerte aquí… donde tienes
que estar… con tu familia y… con tu mujer - repitió.
- Mama, ¿cómo quieres que te lo pida! no puedo recibir visitas – mintió sin saber
qué inventarse – de hecho me he escapado para llamarte, en contra de la opinión
de Adela y… y de los médicos.
- Pues eso tampoco me gusta nada, hija, tienes que hacerles caso a tus médicos.
- Ya lo sé mamá, pero… necesitaba saber… no hagas nada, deja a Adela y deja a
Isabel, ¡por favor!
- Pues dime qué te ocurre para que haya tanto secretito, por dios Macarena, que
me estáis asustando. Y a tu padre ya no sé qué decirle, insiste continuamente en
ir a Pamplona y yo… no entiendo tanto misterio.
- Mama ya lo sabes, las amenazas, el asalto… todo esto… es necesario para que
Isabel haga su trabajo y para… que yo… me recupere. No podéis venir.
- No me convences, hija, no me convences, pero… si es lo que quieres… así lo
haré.
- Mamá, hazme un favor.
- Depende de qué se trate, hija.
- ¡Mamá!
- No voy a dejar de insistir, si es lo que quieres, porque no me parece bien, soy tu
madre y tengo derecho a verte.
- No es eso mamá…, bueno eso también, que papá no haga nada que lo conozco.
Pero… me refería a otra cosa.
- A ver, dime.
- Dile a Ana que… que la quiero.
- Lo haré hija, lo haré.

Esther escuchaba a Maca y los celos que sentía con las palabras que le dedicó a Vero no
eran nada con los que estaba sintiendo al escucharla hablar con su madre. Además,
estaba muy enfadada, tenía terminantemente prohibido hablar con ella, seguro que
acababa de estropearlo todo y dejar a todos los que llevaban encubriéndola con el culo
al aire y todo porqué, porque a la niña rica se le había metido entre ceja y ceja hacer lo
que le daba la gana. Bajó los escalones de un salto y volvió a subirlos, nerviosa. Estaba
harta de ella y de sus desplantes. Estaba harta de correr tras ella y estaba harta de…
Maca salió y Esther olvidó todo lo que estaba pensando. La pediatra tenía las lágrimas
casi saltadas y parecía muy alterada. Unas profundas ojeras circundaban sus ojos y
estaba muy pálida. La miró casi sin verla y se llevó una mano al pecho haciendo un
gesto de dolor. Esther se alertó, Germán ya le había avisado de que Maca debía
descansar.

- ¿Estás bien?

Maca no respondió, permaneció en la misma postura, con la cabeza inclinada sobre el


pecho, tomando aire con dificultad.

- ¿Maca…? – repitió.
- Si – respondió, levantando la cara hacia ella y abriendo los ojos
desmesuradamente, sorprendida de encontrarla en la puerta - ¿qué haces ahí?
- Eh… nada… bueno… esperarte – se justificó con rapidez - ¿Busco a Germán!
tienes mala cara.
- ¿Estabas escuchando? – le preguntó frunciendo el ceño molesta con la idea, sin
responder a su pregunta.
- ¡Claro que no! ¿por quién me tomas? – elevó el tono enfadada – Germán tenía
que volver al hospital y me ha pedido que me quede yo.
- Perdona – dijo con un hilo de voz – lo siento – murmuró avergonzada por haber
pensado así de ella, bajando la vista con un suspiro. Cerró los ojos y tomó aire,
volviendo a poner aquel gesto de dolor que preocupaba a la enfermera.
- ¿Seguro que estás bien?
- Que sí, ¡joder! – le dijo cansada - ¡qué pesados que sois todos! – respondió de
mal humor, más molesta por la conversación que acababa de mantener con su
madre que con la enfermera.

Esther, que después de lo ocurrido se había estado conteniendo no pudo evitar que se le
olvidase la preocupación y volviese a sentir que la ira la embargaba.

- ¿Se puede saber con quién hablabas tanto! ¡vas a conseguir que me quede sin
cenar! y…
- Perdona, no sabía que estabas esperándome – repitió – hablaba con Vero y... con
mi madre.
- ¿Con tu madre? – se hizo la sorprendida - ¡tú estás loca! te dije que Isabel había
ordenado expresamente que nadie de tu familia supiese dónde estabas.
- Ya lo sé, pero no he dicho donde estoy.
- ¡Lo que faltaba qué lo hubieras dicho! – exclamó enfadada – Isabel….
- Esther… por favor… - le pidió cansada – no….
- ¡Ni por favor ni leches! y no me pongas esa cara de hastío que si estuvieses tan
cansada no te habrías tirado más de media hora ahí metida. No sabía, no sabía…
- repitió con retintín – no sabías que era yo quien esperaba, pero sí sabías que
Germán estaba aquí fuera, podías tener un poco de consideración con las
personas y no pensar siempre en lo que tú quieres, que los demás no tenemos
todo el día para correr detrás tuya y…
- Vale, ya vale – la fulminó con la mirada - No volveré a llamar sin tú permiso, no
volveré a hacer esperar a nadie y no volveré a molestarte – le dijo con cierto
tono irónico que exasperó aún más a la enfermera – pero deja de echarme la
bronca – le pidió más suave clavando sus ojos en ella con desesperación pero,
Esther, a esas alturas, no se inmutó y continuó con la reprimenda,
desahogándose.
- Ahora tendremos que decirle a Isabel que has metido la pata – soltó molesta sin
escucharla - a ver como le sienta después de todo lo que están haciendo por ti.
- Por favor… Esther – le pidió de nuevo con un hilo de voz.
- Pues que sepas que vas a ser tú la que hables con ella yo estoy harta de ser la
gilipoyas que se traga todas las broncas de unos y otros, estoy harta de que Cruz,
me diga una cosa, Germán otra, Isabel otra y, para colmo, Adela que me llama
todos los días, no pienso volver a….
- Esther… ¿puedo pedirte un favor? – le preguntó intentando cortarla pero estaba
claro que no había forma de hacerlo.
- … a cargar con las culpa de lo que a ti te de la gana de hacer, ¿no eres
mayorcita? – le preguntó tomando aire por primera vez y mirándola con tal
indignación y enfado que Maca se asustó - ¡Y encima a tu madre! ¡No te
entiendo! eres capaz de no hablar con ella en meses y precisamente ahora que no
puedes… ¡esa mujer es capaz de presentarse aquí y joderlo todo! y…
- ¡Ya está bien! – saltó elevando el tono de tal forma que Esther se calló, Maca
estaba ya enfadada y había enrojecido con la alteración - mi madre tiene derecho
a saber, y a Isabel no la entiendo – se explicó con voz ronca y ojos chispeantes -
no entiendo por qué no puedo hablar con mi familia, ¿sospecha de mi madre! ¿es
eso! a lo mejor también sospecha de mí y por eso no me dice nada claro – dijo
sarcástica - porque mi madre será insoportable a veces, pero la verdad es que no
me la veo mandándome notitas, ni poniéndose una capucha para asaltarme –
soltó despectiva - ¡es mi madre, coño! está preocupada y … yo lo estoy también.
- ¿Y tú por qué? – le preguntó más suave al verla alterarse de aquel modo y
recordando las recomendaciones de Germán.
- Por nada – se negó a responder intentando salir de allí y bajar los dos escalones.
- Pero ¡qué haces! - corrió hacia ella - ¡que te vas a matar! – la regañó
mostrándose molesta – deja ya de hacer tonterías y de llamar la atención, Maca.
Y pon un poco de tu parte para recuperarte que vas a conseguir que nos
quedemos aquí una eternidad.

Maca no respondió y se giró a mirarla. No entendía qué mosca le había picado de


pronto, pero estaba claro que su enfado era sincero y que estaba harta de tenerla allí, en
su campamento. “Llamar la atención”, se repitió, ¿eso pensaba de ella! estaba claro que
sí que, por fin, Esther se sinceraba y reconocía lo que Maca tanto temía, lo que,
precisamente, ella había intentado hacerle ver desde el principio, que antes o después se
hartaría de tener que estar pendiente de ciertas cosas. Hasta ese momento la enfermera
había parecido muy interesada en seguir allí y en que ella lo hiciera también, pero ya se
había cansado de ella y se lo había dicho alto y claro.

Decidió no decirle nada y dejarlo estar. No soportaba que eso fuera cierto, Esther estaba
enfadada, solo eso, “no pienses tonterías, solo está cansada y nerviosa por lo que ha
pasado y lo paga así. Si estuviera harta de ti, no te habría besado”, se dijo intentando
borrar de su mente la idea que tanto la atormentaba. Respiró hondo, y la miró, el
silencio se había hecho entre ellas. Maca pensó que ya se le pasaría. Seguro que en el
fondo lo que le ocurría era eso, que estaba enfadada por cómo la había rechazado en el
jeep y tenía toda la razón para estarlo. Era mejor esperar a que las dos estuvieran más
tranquilas para poder hablar del tema.

- Vamos – le dijo la enfermera empujando la silla – quiero acabar cuanto antes.


- ¡Espera! – la frenó decidida a no ser una carga para ella - Esther… no hace falta
que me acompañes a las duchas, puedo sola.
- De eso nada, Germán me ha pedido que…
- Germán exagera, quiero ir sola - insistió.
- De acuerdo – respondió cabeceando afirmativamente - ¿vendrás a cenar? – le
preguntó mostrando cierto interés en ello, arrepentida por el tono en que le había
hablado desde que saliera de la radio.
- No, no me apetece – reconoció – creo que me voy a meter directamente en la
cama. Estoy cansada – respondió también mucho más tranquila.
- Vale.
- ¿Tú…? – quería preguntarle cuáles eran sus planes, si se llevaría su cena a la
cabaña para acompañarla, como había hecho en otras ocasiones, si se quedaría
allí leyéndole algo o contándole alguna historia, pero aunque deseaba que fuera
así, aunque deseaba que no la dejara sola, no se atrevió a pedírselo, no tenía
ningún derecho a hacerlo.
- Yo he quedado con Sara para tomarme una copa y luego cenaré con todos. Y
después de la cena, me tomaré un café con Germán en el porche, así es que
llegaré tarde. Intentaré no despertarte.
- ¿Una copa! ¿antes de la cena! Esther no deberías…
- ¿Tú me vas a decir lo que debo hacer o no? – respondió airada y con gesto
despectivo, cortándola.
- Vale, perdona, no he dicho nada – dijo accionando su silla con un ligero gesto de
dolor – y… no te preocupes, estoy tan cansada que no creo que me despiertes.
- No me preocupo – respondió malhumorada, deseando que Maca borrase ese
gesto de su rostro y le sonriese, diciéndole que la necesitaba, que sí que deseaba
que la acompañase, deseando que dijese algo que le hiciese comprender que lo
que había escuchado no quería decir nada y que, estaba equivocada, que ese “te
quiero” a la psiquiatra estaba exento de amor y que la amaba a ella, solo a ella.
Pero no sucedió. Maca clavó sus ojos castaños en los de Esther, parecía querer
decirle algo pero la enfermera no supo comprender el qué, solo vio oscuridad en
ellos.
- Bueno…hasta mañana entonces – esbozó una leve sonrisa con un aire de timidez
que casi ablandó a la enfermera. ¡Esa sonrisa! suspiró, mientras observaba su
espalda.

Esther permaneció viéndola alejarse y estuvo tentada a correr tras ella para ayudarla a
sacar del armario ropa limpia, para acompañarla a la ducha y meterla en la cama. Pero
ese “te quiero”, que le había escuchado decirle a Vero se lo impidieron. Los celos que se
la comían por dentro, también lo impidieron. Germán se iba a enfadar con ella por
volver a desobedecer, pero si Maca se empeñaba en hacer las cosas como a ella se le
antojaba que también afrontase las consecuencias, de ahora en adelante no pensaba estar
todo el día pendiente de ella. ¿No decía que estaba bien y que necesitaba libertad! “pues
andando”, murmuró, “tú misma, Maca”. Se dio la vuelta y un sentimiento de culpa la
invadió. Maca aún no estaba bien, si lo estuviera Germán la dejaría marcharse y, lejos
de hacerlo, tenía la sensación de que seguía preocupado. Y ella, ¿qué hacía ella!
comportarse como una adolescente frustrada porque no era correspondida, en vez de
cumplir su promesa y estar a su lado como amiga, apoyándola y cuidándola. “Te estás
portando como una idiota y te va a pasar factura, búscala y habla con ella”.

- ¿Qué haces ahí parada con esa cara? – la cogió Sara por el brazo.
- Eh… - la miró desorientada – pensaba que… tengo que buscar a Maca y…
hablar con ella.
- Sí es de lo que me has contado antes… yo me esperaría a mañana. Estáis
cansadas y… estas cosas… en caliente….
- No es solo eso – la miró con franqueza y tal seriedad que alertó a su amiga.
- Pues… aunque no sea eso, por tu cara, es algo importante y si… es así…
también me esperaría a mañana, cuando las dos hayáis descansado y estéis de
otro humor, ahora…
- Para ser tan joven eres tú muy sabia – sonrió interrumpiéndola, pensando en que
su amiga tenía mucha razón, las dos estaban demasiado nerviosas para hablar
con calma.
- Es lo que tiene una – le devolvió la sonrisa, halagada – que vale para todo.
- ¿Me invitas a esa copa?
- ¡Vamos! ya tendrás tiempo de pensar esta noche y hablar con ella mañana, con
calma y sin esa cara de enfado.
- Tienes razón, no creo que sea el momento.
- Así me gusta, que me hagas caso por una vez – bromeó.
- Claro… - dijo sin convicción – Sara…
- ¿Qué?
- Espera – la frenó – tengo… tengo que preguntarle algo a Maca. Ve preparando
esas copas que ahora voy.
- ¡No tienes remedio, qué lo sepas! – exclamó con una sonrisa dándose la vuelta y
siguiendo su camino sola.

Esther corrió hacia las duchas, entró con precipitación con la esperanza de que Maca
aún no estuviese bajo el agua, pero las encontró desiertas, era imposible que le hubiese
dado tiempo a ducharse, apenas había hablado un par de minutos con Sara, además,
¿quién la había ayudado a subir! porque alguien había retirado la rampa del escalón,
seguro que había sido Kimau para mejorarla y se les había olvidado volverla a colocar.
Salió y esperó un momento mirando hacia la trasera de la cabaña por donde espera ver
aparecer a Maca. Al cabo de unos minutos su espera se vio recompensada. La puerta de
la cabaña se abrió y Maca salió con dificultad, Esther no puedo evitar pensar que debía
estar muy cansada. Permaneció quieta, en la puerta de los baños, esperándola. Maca
llegó hasta ella, avanzando con lentitud, y la miró sorprendida de encontrarla allí.

- Te estaba esperando – le dijo la enfermera sin más.


- ¿Qué ocurre? – le preguntó cansada.
- Quiero hablar contigo.
- Esther… - murmuró mirándola rendida ante su insistencia, imaginaba lo que
quería, pero ella estaba agotada y no se sentía con fuerzas para otra discusión, ni
para escuchar más recriminaciones - ¿por qué no lo dejamos…?
- No puede ser – respondió con firmeza.
- A ver, dime – aceptó arrastrando las palabras.

Esther no respondió se limitó a mover las manos nerviosa y a balancearse de un pie a


otro. Maca esperó pacientemente a que le dijera aquello que deseaba, pero la enfermera
permanecía silenciosa.

- ¿Pasa algo? – le preguntó al fin Maca impaciente, deseando meterse en la ducha


e irse a la cama.
- Sí – respondió mirándola fijamente sin añadir nada más. Maca esperó a que lo
hiciera pero Esther no hablaba.
- Y… ¿me lo vas a decir o nos vamos a quedar así toda la tarde? – preguntó con
ironía. Su tono alertó a la enfermera que se echó atrás en sus intenciones y
decidió hacerle caso a Sara.
- Eeeh… ¿qué favor querías? – dijo de pronto, desconcertando a la pediatra que se
esperaba cualquier cosa menos aquella.
- ¿Favor? – repitió intentando recordar a qué podía referirse,
- Sí, antes me has preguntado que si podías pedirme un favor, quiero saber cuál.
- … nada… no era nada… - respondió recordando aquella parte de la
conversación que acababan de mantener.
- ¿Te ayudo a subir? – le preguntó sin insistir.
- Por favor – respondió esbozando una sonrisa, parecía que Esther ya no estaba
enfadada y eso la alivió sobremanera.
- Maca… dímelo, dime qué favor querías.
- No es nada Esther… es… - se detuvo y la miró sin decidirse – quería que… me
ayudases a… convencer a Germán.
- ¿Convencerlo de qué?
- De… que me deje irme ya de aquí – le pidió creyendo que después de lo que le
había dicho antes la enfermera estaría de acuerdo.
- Ya… – respondió frunciendo el ceño y mirándola con aquella expresión que
Maca reconocía tan bien, Esther había vuelto a enfadarse.
- No es que no esté bien aquí – se apresuró a explicarse – es… es que… es Ana.
Creo que no está bien y… yo…
- Ya… - dijo cabeceando y apretando los labios en una mueca irónica – Ana, ¿no?
– preguntó con sarcasmo, “será más bien Vero”, pensó.
- Sí – respondió sin entender su gesto – creo que mi madre no me dice la verdad
y… yo… yo... estoy preocupada
- Llámala – le dijo sin más – no entiendo porqué no hablas con ella en vez de con
tu madre. Es tu mujer, ya que te saltas las normas a la torera podías hacerlo para
hablar con ella ¿no te parece? – le dijo con retintín, mientras el “te quiero” dicho
a Vero retumbaba en sus oídos – si hablases más con tu mujer quizás no
necesitarías hacerlo tanto con tu psiquiatra.

Maca la miró y fue ahora ella la que apretó los labios. Sin embargo no dijo nada. ¿Qué
pretendía Esther ahora! la tenía completamente desconcertada y ya no sabía ni que
pensar ni qué hacer para mantener con ella una relación medio normal.

- Voy a ducharme – le dijo intentando subir el escalón sin ninguna intención de


seguir con aquella conversación.
- ¡Espera! – la ayudó con presteza – deja que te suba yo.
- Creí que también habían puesto aquí una rampa…. – comentó recordando lo que
le había contado Esther al respecto.
- Sí, pero la tendrá Kimau – le respondió – ya te dije que la inclinación me parecía
demasiado pronunciada y que….
- Pues… la necesito ya – dijo frunciendo el ceño pero al ver la cara que le estaba
poniendo Esther intentó justificarse – quiero decir que para no molestar, yo …
- Maca aquí la gente tiene otras cosas que hacer que estar todo el día pendiente de
ti, a ver si crees que… - se interrumpió al ver que a Maca se le saltaban las
lágrimas – me refiero a que con las tormentas siempre hay desperfectos y Kimau
tiene trabajo pero… ahora lo busco y le digo que te la ponga para que puedas ...
- No – la interrumpió con un tono ligeramente molesto – déjalo que haga su
trabajo – dijo girando la silla con esfuerzo encaminándose hacia la última puerta.
Esther observó su marcha lenta y volvió a sentir un pellizco de preocupación.
- Maca, ¡espera! entro contigo – la alcanzó con decisión – estás demasiado
cansada y Germán me ha dicho que…
- No, Esther, no necesito ayuda, puedo sola – le respondió mirándola fijamente.
Las palabras de Vero resonaron en su mente “aléjate de ella, no pases tanto
tiempo a su lado”. Vero tenía razón, una ducha con la enfermera no era
precisamente, la mejor forma de evitar el peligro.
- Maca, no hay rampa, y tengo que esperarte de todas formas, si te ayudo
acabaremos antes y yo…
- Quieres dejar de ir detrás de mí todo el día. ¡No necesito tú ayuda! – le espetó
con malhumor.
- Maca… no seas cabezota, ¿cómo piensas bajar? – le preguntó ignorando su
tono.
- Te digo que no te necesito – le dijo nerviosa imaginándose en la ducha, desnuda,
junto a ella, su corazón se aceleró solo con esa visión y sus manos comenzaron a
temblar, de nuevo le dolía el pecho - vete y haz lo que tengas que hacer, ¿no
habías quedado con Sara! pues ve.
- Muy bien – respondió enfadada - soy imbécil – murmuró dándose la vuelta, mas
para sí misma que para ella.
- Esther… - musitó al ver que a la enfermera se le saltaban las lágrimas,
intentando cogerla de la mano, no soportaba verla así, ni hacerle daño con sus
palabras.
- ¿Quieres estar sola? – se giró con ojos fulminantes – muy bien, no hay
problema. ¡Estarás sola! Yo también estoy harta de ir detrás tuya… yo… yo solo
pretendía que…
- ¿Estás harta? – repitió hablando por encima de ella – pues deja de hacerlo. Yo
no te he pedido nada y no quiero nada.

Esther se zafó de su mano y se dio media vuelta, marchándose y saliendo de allí a toda
velocidad. ¡Ahora sí que necesitaba esa copa! Sara tenía toda la razón, no era el
momento de hablar con ella, lo había intentado y solo había conseguido que todo se
estropease aún más.

Maca se quedó en la puerta de la ducha unos segundos, con un nudo en la garganta y


una sensación de profunda tristeza. Entró en los baños y, a duras penas, consiguió
desvestirse. Ahora sí que le dolía el corte del brazo y tuvo que hacer verdaderos
esfuerzos para conseguir pasar de la silla a la plataforma que le habían montado. Sintió
el agua correr sobre su cuerpo y una sensación de alivio la recorrió, pero esa agua no
conseguía arrancar la tristeza que la atenazaba. Permaneció allí dejando que el agua
resbalase por su cuerpo durante tanto tiempo que cuando se decidió a cortar el grifo,
tenía las manos completamente arrugadas. La ducha le había sentado bien, estaba más
relajada pero al mismo tiempo las pocas fuerzas que le quedaban tras el día que llevaba,
parecían haberla abandonado y tubo que hacer varios intentos hasta que consiguió
acercar la silla hasta ella, vestirse y sentarse de nuevo en ella, tenía que haberle hecho
caso a Esther y dejarla que la ayudase. Pero su maldito orgullo se le impidió hacerlo.

Cuando consiguió salir de allí había anochecido y no se veía a nadie ni aun lado ni a
otro del edificio. Las traseras de las cabañas mostraban todas las luces apagadas. Estaba
claro que todos estaban cenando. Se lo tenía merecido por ser tan orgullosa, sin
podérselo permitir, ¿qué iba a hacer ahora! solo se le ocurrían dos opciones, esperar a
que pasara alguien para poder salir de allí o intentar bajar ese escalón, pero aunque no
era demasiado alto, sabía que lo único que lograría sería dar con sus huesos en el suelo.
Apoyó la cabeza en la mano y suspiró, deseando con todas sus fuerzas que pasara
alguien cuanto antes.
Al cabo de un cuarto de hora, Margot salió del edificio del Hospital, iba acompañada
por alguien que no conseguía identificar y eso que le pareció que tenía un aire
ligeramente familiar, pero la penumbra de los dos pobres focos que iluminaban el patio
central, apenas le permitía distinguirlas con claridad.

- ¡Margot! – llamó a la chica elevando el tono - ¡Margot! – gritó más alto al ver
que continuaban su camino sin percatarse.

Ahora sí, la joven se volvió hacia ella. Maca levantó el brazo y le hizo una seña con la
mano de que acudiese hasta allí.

- ¡Por favor! ¿puedes venir un momento? – gritó al mismo tiempo que ambas
figuras se acercaban hasta ella. Cuando las tuvo a su altura Maca reconoció
inmediatamente a la otra chica.
- ¡Yumbura! – exclamó Maca sorprendida de verla en el campamento.
- Hola, Maca – inclinó levemente la cabeza en señal de saludo.
- ¿Necesita algo? – le preguntó Margot.
- ¿Puedes ayudarme a bajar de aquí?
- ¡Claro que sí! – exclamó sorprendida – ¿come stai sola? – le preguntó y sin dejar
resquicio a la respuesta continuó con su eterno parloteo - ¡Este Kimau no tiene
remedio! – le dijo con una sonrisa bajándola del escalón – le dije que terminara
la rampa presto, antes de que usted regresara y mire el caso que me ha hecho.
¡Ragazzo! – exclamó mostrando su enfado.
- No tiene importancia, ya me dijo Esther que tenía mucho trabajo.

Margot la miró y enarcó las cejas mostrando su sorpresa pero no dijo nada al respecto.
Yumbura murmuró unas palabras que Maca no entendió pero tubo la sensación de que
ocurría algo y rápidamente su mente voló al pequeño que había atendido por la mañana
y un escalofrío la recorrió.

- ¿Se encuentra bien? – le preguntó Margot viéndola palidecer.


- Sí – respondió clavando sus ojos en Yumbura.
- Nosotras tenemos que irnos, tenemos… prisa – le dijo la joven enfermera
esbozando una leve sonrisa de despedida.
- ¡Yumbura! espera un segundo – le pidió Maca, preocupada - ¿y el pequeño!
¿cómo está?
- Lo siento… – le respondió apretando los labios –… murió esta tarde –
respondió con sinceridad, acostumbrada a todo aquello, pero viendo la expresión
de desolación que había provocado en su interlocutora se apresuró a consolarla -
usted hizo todo lo que pudo – le dijo apretándole el hombro - Aquí las cosas son
así, ¿entiende? – Maca asintió intentado controlar la enorme congoja que le
había producido la noticia - Tenemos que irnos – le dijo seguidamente – hay un
chico en la aldea que se ha roto una pierna y Margot va a ayudarme a
entablillarla.
- Claro – consiguió decir con un hilo de voz. Tenía un nudo en la garganta que no
la dejaba respirar.
- Hasta otro día – volvió a sonreír, despidiéndose de ella, Maca levantó la mano e
hizo un gesto con la cabeza, a modo de despedida, incapaz de pronunciar
palabra.
Mientras las veía alejarse, las lágrimas que había estado intentando controlar toda la
tarde brotaron sin freno. Permaneció allí parada, delante de la puerta de los baños,
incapaz de moverse. Escuchó el ruido de un motor y las imaginó saliendo del
campamento a esas horas de la noche. Admiraba su valor, admiraba su fortaleza,
admiraba su decisión… Todo aquello era lo que a ella le faltaba, sí, le faltaba valor, le
faltaban fuerzas y, sobre todo, era incapaz de decidirse. “Muerto”, murmuró apretando
los labios, “muerto”, repitió sintiendo que sin poder evitarlo la barbilla comenzaba a
temblarle. Giró la silla con la intención de ir a la cabaña, pero se detuvo, sin poder
controlarse y sabiéndose completamente sola, hundió la cara entre sus manos y lloró
amargamente.

Repentinamente, sintió que algo áspero le recorría la mano y la cara, dio un respingo,
asustada, y sonrió al ver que era un perro.

- ¿Tú de dónde sales? – le preguntó entrecortada acariciándole la cabeza.

El animal se mantuvo con sus patas delanteras apoyadas en la pierna de Maca, e intentó
lamerle otra vez la cara. Maca sonrió, mirándolo con ternura y comenzando a calmarse.
Aquel gesto de cariño la gratificó y no pudo evitar acordarse de su perra, una golden
retraiber perfectamente educada para ayudarla que le regaló su padre después del
accidente, si no hubiera sido por ella, los primeros momentos en su nueva casa hubieran
sido mucho más duros de lo que por sí ya fueron.

- ¿Sabes! me recuerdas a thersi, es más alta que tú – le habló como si pudiera


entenderla, sin dejar de llorar aunque con menos fuerza – pero tiene … tu mismo
color.

El perro se bajó de ella y se colocó delante, llamándola con un par de ladridos. Luego,
se apoyó de nuevo en sus rodillas. Lanzándole otro lametón que le rozó la nariz.

- ¿Qué quieres, bonito? – le preguntó – mala compañía has ido a buscar – le dijo
con tristeza. El perro volvió a bajarse y a ladrarle, corriendo hacia la cabaña – no
te entiendo – murmuró avanzando tras él – no tengo nada que darte – le dijo
entrando en su cabaña – ¿quieres pasar? – le preguntó pero el perro se mantuvo
fuera, sentado, meneando su cola y mirándola fijamente - ¿no! bueno… sí, será
mejor que te quedes ahí – le dijo haciéndole una caricia en la cabeza. El animal
obedeció, sin entrar tras ella.

Maca se perdió en el interior, preguntándose de dónde había salido ese perro, no


recordaba haberlo visto antes por el campamento. Se metió en la cama, la cabeza no
dejaba de darle vueltas, las imágenes acudían a ella con rapidez, la aldea, el lago, los
bocadillos de atún y las patatas fritas le arrancaron una sonrisa, los furtivos, el miedo
atenazante que había sentido y no solo a ellos, Esther, sus besos, sus palabras, sus
gestos, sus miradas, Vero, su madre, Ana… “Ana”, musitó en voz alta frunciendo el
ceño, ¡se sentía tan culpable por no poder ir a verla! la voz de Vero retumbó en su
cabeza “aléjate de ella”, ¿cómo hacerlo! si la sola idea de intentarlo la dejaba más vacía
de lo que ya se sentía, “muerto”, “ha muerto”, pensó y comenzó a llorar de nuevo,
desconsolada, no sabía porque lloraba o quizás sí, lloraba por todo y por nada. Tenía la
sensación de haber ido perdiendo todo por el camino, “muerto”, volvió a pensar,
llorando con más fuerza, lo único que le quedaba, lo único que sentía que podía volver a
recuperar, su capacidad para ejercer de nuevo…. “muerto”. Le quedaba la Clínica, ¿qué
estaría pasando allí! podía aferrarse a ella como ya hizo años atrás, podía … pero no…
recordaba vagamente su intención de dejar la Clínica y marcharse a Sevilla, pero…
¿para qué! no sabía qué hacer, no sabía qué pensar, no sabía como enderezar su vida …
no sabía nada. Solo sabía que no podía parar de llorar, a pesar de que la cabeza le
martilleaba cada vez con más fuerza y de que cada vez le costaba más trabajo respirar.
“Esther”, pensó, “si yo pudiera…”, se dijo con esperanza, “pero no puedes, quítatelo de
la cabeza, no puedes”, se repetía, “aléjate de ella”, volvió a escuchar a Vero. “Muerto,
está muerto”.

En el comedor, todos estaban terminando de cenar, Germán había bromeado en varias


ocasiones con Esther intentado animarla, pero la enfermera no estaba para bromas.
Primero André había llegado con la noticia de que dos de las furgonetas de los furtivos
habían escapado, solo lograron detener a una de ellos. El soldado les contó que habían
conseguido recuperar dos armas de asalto AK47 y dos hachas. El resto del equipo
debían llevarlo los otros. Eso la escamó y la asustó, habían sofisticado su armamento, y
podían haber hecho con ellas cualquier cosa. Y, para colmo, después había tenido que
narrar varias veces el episodio de la persecución y en todas la habían interrumpido antes
de terminar con felicitaciones y bromas sobre el valor y la capacidad de resolver la
situación que había tenido, pero ella y solo ella, sabía que eso no hubiera sido así, sin la
ayuda de Maca, a la que todos parecían olvidar y si recordaban que la acompañaba era
para incidir en que a pesar de cargar con ella había conseguido escapar de ellos. Estaba
enfadada consigo misma por no decirles a todos la verdad, por reconocerles que como
siempre se había quedado paralizada y que las dos estarían ahora muertas si Maca no
hubiera luchado por hacerla reaccionar.

Germán la observaba y sabía que le pasaba algo, por eso se empeñaba en bromear y
hacerla reír, pero a la tercera intentona del médico, cansada de él, Esther terminó por
cerrarle la boca de malos modos. Todos la miraron sorprendidos y ella enrojeció
avergonzada. Germán sonrió sin darle importancia.

- ¡Ahora entiendo porqué esos furtivos han salido por patas! – bromeó de nuevo
provocando la risa en algunos de sus compañeros – ¡si es que mi niña tiene un
genio pestazo! – la abrazó con rapidez y Esther, finalmente, sonrió moviendo la
cabeza de un lado a otro.
- Quita pesado, qué no sabes que inventar para sobarme – lo apartó con suavidad.
- ¿Te tomas ese café conmigo? – le propuso el médico.
- No sé yo… - dudó burlona - ¿vas a reírte mucho de mí?
- Palabra que no – le dijo besándose los dedos y poniéndose serio – quiero…
comentarte algo – le susurró en un intento infructuoso de que los demás no lo
escuchasen – pero si estás muy cansada… hablamos mañana.
- De acuerdo, un café rapidito que estoy muerta.
- Te lo prometo – le dijo levantándose de la mesa - ¿dónde, en tu cabaña o en la
mía?
- En la tuya, Maca estará ya durmiendo y no quiero que la despertemos.

El médico se marchó en dirección a la cocina, puso la cafetera y buscó en la nevera, allí


siempre había caldo de sobra. Llenó un tazón y salió en busca de Maca. Las palabras de
Esther le habían recordado que le prometió llevarle algo de cenar y, aunque estaba
seguro de que lo mandaría a paseo, tenía que intentar que comiese un poco.
Entró sigiloso en la cabaña, esperando verla dormir pero la encontró sentada en la cama,
con la luz encendida, los brazos cruzados sobre el pecho que no dejaba de moverse de
arriba abajo, llorando y tan abstraída que ni siquiera lo sintió llegar.

- ¡Eh! ¡Wilson! ¿qué pasa? - le preguntó, sobresaltándola, sentándose en el borde


de la cama soltando el caldo en la mesilla preocupado.

Maca lo miró un instante y luego retiró la vista, ladeando la cabeza hacia la ventana. ¿Es
que nadie sabía llamar! ¡no podían dejarla en paz ni un momento! No quería ver a nadie,
no quería hablar con nadie y sobre todo, no soportaba que la vieran así.

- ¡Vamos Maca! – le dijo con cariño, atrayéndola hacia él, al ver que ni siquiera se
molestaba en mirarlo. La pediatra dudó un instante, pero finalmente se giró y
fijo sus ojos en los del médico, se sentía tan sola y tan vacía, que se abrazó a él
sin responder - ¿qué pasa? – le preguntó de nuevo, asustado por su reacción,
pero Maca continuó en silencio, llorando - es Esther ¿no? – le dijo, intentando
adivinar cual podía ser la causa de ese llanto desconsolado, apretándola aún más
– si ya sabía yo… que estabas tú muy rarita – comentó acariciándole la cabeza
con una mano y manteniéndola estrechada junto a él con el otro brazo - vamos,
no llores, chist, ¡vamos, Maca! – intentaba calmarla, sin éxito, jamás la había
visto así – verás como todo se arregla, solo necesitas descansar, ha sido un día
muy largo, seguro que mañana ves las cosas de otra forma – continuó en su
intento de consolarla - lo que tienes que hacer es hablar con ella. No podéis estar
así, ninguna de las dos, pero menos tú – le habló en voz baja, al oído,
manteniéndola abrazada – chist, tranquila – le susurró comprobando que poco a
poco, dejaba de llorar - ¡Vamos, Wilson, qué no se diga! – intentó bromear
cuando la pediatra aflojó en su abrazo y comenzó a calmarse – ¡qué vas a
conseguir echar mi reputación por tierra! ¡no llores más que me vas a ablandar y
a este paso consigues que yo también suelte una lagrimita!
- Lo siento – dijo separándose de él – Germán… perdona… yo...
- ¡Chist! – le sonrió – tranquila – le acarició la mejilla enjugándole las lágrimas –
es bueno llorar. No te avergüences por ello.

Maca lo miró agradecida, quería estar sola, pero tenía que reconocer que su abrazo y sus
palabras la habían reconfortado.

- ¿Quieres contarme qué te pasa? – le preguntó cariñoso acariciando su antebrazo.


- Quiero estar sola – le dijo negando con la cabeza.
- Muy bien, lo entiendo. Pero… si te cansas de estarlo… yo… sigo ahí – le dijo
enrojeciendo levemente, y adoptando un aire de timidez, que agradó a la pediatra
que de repente recordó al joven tímido que era capaz de ser el más tierno del
mundo y el más payaso al mismo tiempo.

Maca asintió haciendo otro puchero ante su ofrecimiento y se llevó una mano
temblorosa a los ojos en un intento de no volver a llorar.

- Gracias – musitó.
- Yo… sé lo duro que puede ser todo esto… cuando… cuando llegas aquí y… te
separas de todo y de todos – comenzó hablando con calma y en voz baja - Esto
no es fácil para nadie y para ti …
- No lo digas – lo miró con tal desolación en los ojos que Germán se arrepintió de
sus palabras – no lo digas porque ya sé que no sirvo para todo esto. Ni
siquiera…. – se interrumpió hipando de nuevo, “se ha muerto”, “se ha muerto”,
se repitió. No sabía por qué, la muerte de aquel niño le provocaba una congoja
tan grande, pero lo cierto es que así era. Solo de pensar en él, las lágrimas
volvían a recorrer sus mejillas.
- ¡Eh..! vamos… pero ¿qué pasa? - le dijo acariciándola de nuevo – ¿qué he
dicho? – le preguntó desconcertado - ¡vamos! no te pongas así, esto es duro,
pero todos nos acostumbramos y tú también, te conozco – añadió con una
sonrisa de ánimo - solo que ahora estás un poco débil, pero en cuanto te
recuperes del todo verás como descubres que sí eres capaz de hacer cualquier
cosa. Los caminos no están asfaltados pero tú te mueves muy bien con esa silla,
que te he estado observando y… Esther…
- No… no le digas nada a Esther… - le pidió recuperando la compostura.
- ¿Qué no le diga nada de qué! ¿a qué te refieres?
- Me refiero a…. a esto.
- Tranquila.
- Lo digo en serio.
- Que sí, tranquila, no voy a decirle nada – repitió acariciándole la mejilla de
nuevo – no he estado aquí, no te he traído este caldo – le dijo colocándole el
tazón en las manos – y no he visto nada.
- Germán… no quiero… tomar nada – se lo tendió con desgana, perdiendo la vista
en el fondo del cuarto.
- ¿Prefieres un zumo? – le preguntó y ella negó con la cabeza haciendo un nuevo
puchero.
- Vale, vale, ni zumo ni nada, ya me voy, pero no me llores más, que te va a doler
la cabeza – le sonrió levantándose de la cama aceptando su negativa, no era
momento de insistir y sabía que en ese estado nada iba a sentarle bien, sabía que
necesitaba estar sola y pensar, aunque eso era lo menos conveniente para ella,
dudó si proponerle que tomase un calmante y durmiese hasta el día siguiente
pero conociendo lo poco que le gustaban, prefirió no decirle nada – anda, échate
y descansa. Y… hazme caso, en cuanto estés más tranquila, habla con Esther.
- Vale – musitó cerrando los ojos, pensando que su amigo tenía razón, quizás eso
fuese lo mejor.

Germán, la observó preocupado. No dijo nada más, recogió el tazón y apagó la luz,
saliendo de la cabaña con la firme decisión de hacer algo para solucionar todo aquello.
Maca no estaba bien y no era conveniente que se alterarse de esa forma, y estaba claro
que Esther o no se daba cuenta o no se la quería dar, y él iba a tener que hacérselo
entender antes de que fuera demasiado tarde para las dos.

Mientras, Esther tras cruzar unas palabras con Sara, se había marchado del comedor en
busca de Kimau, lo encontró afanado en ajustar una de las ventanas del cuarto de la
radio y le pidió que terminase en cuanto pudiese la rampa, Maca la necesitaba. El chico
asintió y la enfermera se dirigió a la cabaña de Germán. Se sentó en el escalón superior
y miró al cielo que amenazaba de nuevo tormenta. Luego miró rápidamente hacia su
propia cabaña, la luz permanecía apagada y se extrañó de que, así, fuera. Maca odiaba
dormir a oscuras. ¿Y si no estaba en la cabaña! ¿y si le había pasado algo en las duchas!
¿y si se había caído al bajar el escalón? Sintió que los nervios se le arremolinaban en el
estómago y se levantó de un salto en el mismo momento en que Germán llegaba con
dos tazas de café.

- ¿A dónde vas?
- Ahora vuelvo – le respondió alejándose con una carrera.

El médico suspiró y se sentó en el mismo lugar en el que momentos antes lo había


hecho Esther. “¡Me van a volver loco!”, murmuró para sí.

Esther llegó a las duchas corriendo y entró con precipitación, allí no había nadie. Tenía
la sensación de que algo no estaba bien, era como un presentimiento. Salió de allí
disparada en dirección a la cabaña y entró con la misma prisa que lo hiciera en las
duchas sin reparar en no hacer ruido, ni en el perro echado cerca de la puerta.

Maca que aún lloraba tumbada en la cama, la escuchó abrirla y creyó que era Germán
que volvía con el zumo a pesar de haberle dicho que no lo quería o con cualquier otra
excusa absurda, pero rápidamente identificó sus pasos, ¡Esther! Disimuló intentando
parecer dormida y procurando controlar su respiración agitada por el llanto, no quería
que la viera así. No tenía ganas de hablar con nadie y mucho menos con ella.

La enfermera se acercó hasta la cama y se aproximó a ella, intentando comprobar si


dormía. Maca no dijo nada y Esther tampoco. La pediatra la oyó suspirar, girarse y
coger algo de la mesa. Luego, cuando ya estaba en la puerta se volvió y dirigió sus
pasos de nuevo hacia la cama. “¿Qué querrá ahora?”, pensó Maca cansada de tanto
trajín y deseosa de volver a la soledad de su llanto. Se colocó de costado con agilidad,
murmurando entre dientes unas palabras para aparentar que soñaba y que el ruido la
estaba agitando.

Esther la miró creyendo que la había despertado, pero Maca no volvió a moverse y la
enfermera respiró aliviada, encendiendo la lamparilla, “este Germán no tiene remedio,
mira que le he dicho veces que no le gusta dormir a oscuras, seguro que ya ha estado
aquí y le ha apagado la luz”, pensó, deteniéndose y echándole un ojo a la pediatra,
“¡mírala! ¡tan tranquila!”, “ya ves lo que le ha importado que la beses”, suspiró
decepcionada, ella sería incapaz de conciliar el sueño a pesar de lo cansada que estaba.
Con todo lo que les había ocurrido a lo largo del día y ella, allí estaba “y luego me dirá
que tiene problemas de insomnio”, pensó molesta.

Salió por la puerta principal, maldiciéndose así misma por hacer una y otra vez en lo
mismo, “¡ya está bien de preocuparte por ella!”, se dijo enfadada, “a partir de mañana,
todo será diferente”, se propuso, dirigiéndose a grandes zancadas, que mostraban lo
enfadada que estaba, hacia la cabaña de Germán.

El médico la miró con seriedad, bebiendo un sorbo de su taza. Esther se sentó a su lado,
en silencio.

- Toma, se está enfriando – le tendió su taza.


- Gracias – le sonrió tomándola.
Él la miró fijamente, sus ojos estaban tristes, como solían estarlo hacía meses y la
preocupación que ya sentía desde que viera a Maca llorar desconsoladamente, se
acrecentó.

- ¿Me vas a contar qué te pasa? – rompió el silencio.


- ¿Pasar? – repitió pensativa, con un suspiro – ¡de todo!
- Ya… - musitó – pero hay algo en especial que te tiene así ¿no?
- Si – reconoció bajando los ojos hacia su taza y mirando el contenido pensativa.
- Si no quieres hablar del tema…
- No es eso... – arrastró las palabras cansada. Germán esperó que dijera algo más
pero no lo hizo.
- Bueno… ¿tengo que adivinar yo qué es eso que te ronda la cabeza y no te
atreves a decirme? – aventuró condescendiente y armándose de paciencia - ¿es
de Maca?
- No – negó con la cabeza y sus ojos se humedecieron ligeramente – es… lo de
siempre – lo miró angustiada - Bueno… y… Maca… también.
- Lo de siempre… - repitió en un murmullo – entiendo – le dijo girando el cuerpo
hacia ella y soltando su taza en el escalón, comenzando a comprender que algo
más había pasado en aquel ataque de los furtivos - Cuéntamelo – le pidió
posando sus manos sobre las de la enfermera.
- ¿Por donde empiezo?
- Por donde quieras. Tenemos toda la noche – le sonrió.
- No sé… Germán… es todo tan… tan complicado.
- ¿Qué es lo complicado?
- ¡Todo! yo creí que…. que lo superaría… que… podría… pero hoy… hoy he
vuelto a bloquearme – le reconoció con voz temblorosa – no merezco las
felicitaciones de la cena – bajó la cabeza avergonzada – la dejé allí – confesó en
voz baja – me fui corriendo y la dejé allí sola, sin pensar en lo que podía pasarle,
sin pensar en cómo se sentiría, solo podía pensar en huir y salir de allí, solo en
eso.

Levantó sus ojos hacia su amigo, esperando unas palabras de consuelo, deseando que él
le dijese que todo estaba bien, que lo que había hecho era normal. Pero Germán
permaneció en silencio, esperando que ella continuase y pensando que quizás Maca
estuviese llorando precisamente por todo aquello.

- ¿Qué te parece? – le preguntó cambiando su tono avergonzado por uno irónico –


se supone que es el amor de mi vida, la persona por la que sería capaz de hacer
cualquier cosa y ¿qué es lo que hago! ¡salir corriendo! – exclamó volviendo a
bajar la voz y bebiendo un sorbo de su taza.
- No te tortures, Esther y no seas tan dura contigo. Sabes que es cuestión de
tiempo y que llegará el día en que no te bloquearás.
- Eso me lo llevas diciendo desde hace meses…. – suspiró derrotada.
- Y seguiré haciéndolo mientras haga falta – sonrió con ternura – antes o después,
dejarás de bloquearte. Y si nos es así, antes o después tendrás que decidirte a
pedir ayuda.
- No sé… yo… me… me siento fatal... – le dijo con las lágrimas saltadas – y no
solo por haberme vuelto a quedar paralizada – le tembló la voz recordando la
experiencia vivida - eso no es lo peor… - murmuró.
- Y… ¿qué es lo peor? – le preguntó consciente de que eso era lo que ella quería.
- ¡Que la dejé allí! Germán, qué la dejé sola y yo… la miro a la cara y siento tanta
vergüenza y tanta rabia que…. – bajó los ojos y se soltó de las manos de
Germán, tomó su taza y bebió otro sorbo cuando habló su voz se había
enronquecido - Sé que, aunque no lo diga…, sé lo que siente, sé que me ve
capaz de abandonarla otra vez y… me odia por ello.
- Pero ¿qué estás diciendo! eso no es así – le respondió con rotundidad.
- ¡Tú no puedes asegurar eso! ¡tú no puedes saber cómo se siente! – exclamó
alterada. Germán volvió a posar su mano sobre ella intentando transmitirle
calma. Ambos guardaron silencio y tras una pausa Esther continuó más suave,
en voz baja, con las lágrimas saltadas - tú no la has visto mirarme a la cara y
decirme que no quiere nada de mí.
- No, no la he visto – le dijo enarcando las cejas pensando que sí la había visto
llorar como una magdalena y estaba seguro del porqué, si Maca le había dicho
aquello estaba claro que había tomado una decisión, la de alejarse de Esther, y
eso la mataba por dentro – pero estoy segurísimo de que Maca no te odia.
- Bueno… quizás odiar sea una palabra muy… fuerte – reconoció – pero no me
quiere. Y yo… no tenía que haberla dejado allí, no puedo olvidar su mirada.
- ¿Qué mirada?
- ¡La suya! – exclamó - cuando bajé del coche… la miré un segundo… y… vi la
decepción, el dolor, pero… pero… no vi sorpresa en sus ojos, no espera nada de
mí.
- Deja de torturarte y deja de decir chorradas – le respondió frunciendo el ceño -
primero, si no hubiera sido por ti Maca no estaría allí, en su cama, tan tranquila
– le dijo pensando secretamente que lo de tranquila se lo podía haber ahorrado
porque si algo no estaba la pediatra era precisamente tranquila – y… lo segundo
es que ni siquiera ella, cree eso.
- ¡Tú qué sabes!
- Me ha contado que te fuiste a buscar un camino para salir de allí, que lo
encontraste, y que conseguisteis salir de allí gracias a ti – le sonrió enarcando
las cejas. Esther apretó los labios, pensativa - ¿es cierto o se lo ha inventado!
porque Wilson podrá tener muchos defectos pero no es una mentirosa – le dijo
mirándola fijamente y levantando las cejas esperando su respuesta - ¿es cierto o
no? – repitió instándola a reconocerlo.
- Si es cierto. Volví, pero… estuve a punto de dejarla allí.
- Te repito que no te tortures lo importante es que no lo hiciste.
- Ella me ordenó que me marchara – le contó – y yo… no debí hacerle caso y…
- ¡Qué bonito! - la interrumpió.
- No te rías, Germán – le recriminó molesta.
- No me río, lo digo en serio, me parece una de las pruebas de amor más bonitas
que hay, ¿no dices que no te quiere! pues por lo que me acabas de contar, estaba
dispuesta a morir por ti.
- ¿Qué quieres decir?
- ¡Joder, Esther! Blanco y en botella. Cualquier otro no hubiera tenido la entereza
de hacerte reaccionar y, luego, decirte que la dejaras allí. Maca debió pensar que
con ella no tendrías opciones de salir viva de ese bosque. Para mí está claro que
te ama.
- ¿Tú crees? – le preguntó con la esperanza reflejada de nuevo en sus ojos
olvidando todas sus discusiones, ni siquiera se había parado a pensar en ese
detalle y… si eso fuera cierto, entraría en esa cabaña y se la comería a besos por
mucho que Maca se empeñase en apartarla.

Germán dudó un instante, estaba completamente convencido de que así era, pero
también lo estaba de que nada iba a ser fácil entre ellas y que espolear a la enfermera
podría ser contraproducente. Finalmente, optó por la sinceridad.

- Estoy segurísimo – le dijo poniéndose serio – pero…


- ¿Te ha dicho ella algo? – le preguntó con interés cortándolo.
- No, no me ha dicho nada … - se detuvo a punto de confesarle que la había
encontrado llorando pero recordó su promesa – hay algo más ¿verdad! porque yo
la veo muy nerviosa, eso es normal después de lo que os ha pasado... pero…
además… está muy… rara.
- ¿Rara? – repitió sin saber a qué se refería, rápidamente imaginó a que podría
deberse - ya… - murmuró pensativa y preocupada, quizás había metido la pata
besándola, mucho más de lo que creía - será porque … porque… - dudó si
contarle todo, temiendo la reacción de Maca si se percataba de que había
hablado con él del tema.
- ¿No te habrás lanzado? – se adelantó él, leyendo en sus ojos y en la expresión
azorada de su rostro lo que no era capaz de decirle, imaginando el motivo de
aquella tensión que desprendían ambas.
- Sí - reconoció con un suspiro – y en el peor momento, después de preguntarle
por su mujer.
- Ay, Esthercita, no aprendes, qué te lo digo yo, no aprendes ¡Tienes el don de la
oportunidad!
- Ya lo sé, no debí hacerlo.
- En eso tienes razón, te dije que fueras prudente. Que Maca te ame no quiere
decir que esté preparada para reconocerlo.
- Y… ¿Cuándo sabré si lo está?
- No lo sé, pero ten cuidado – le dijo con preocupación – ¿quieres mi consejo?
- Sabes que sí.
- No la presiones. Maca no está bien, nada bien y… debe estar tranquila.
- Germán, ¿ya estás otra vez con eso! Maca está empezando a cansarse y yo
también. Si crees que tiene algo dilo de una vez – le pidió preocupada.
- No lo sé, Esther. Es… una… intuición. Las pruebas salen constantemente bien,
en eso Gándara tiene razón, pero esos síntomas… esa tensión tan alta… y ese
dolor en el pecho… no me gusta un pelo.
- ¿Qué dolor? – le preguntó alertada. No recordaba que Maca le hubiese dicho
nada de un dolor en el pecho, le había visto algún gesto pero siempre había
creído que le costaba respirar.
- No tengo los medios necesarios para hacerle más pruebas - le dijo sin
responderle - debería volver a Madrid, pero tampoco quiero que haga ya el viaje
- le confesó con seriedad – hoy le he hecho otro análisis y voy a mandar parte de
la sangre a Kampala.
- Germán… pero… ¿otro análisis! ¿para qué! ¿qué es lo que pretendes encontrar?
- lo interrumpió – estás consiguiendo asustarme. ¿Qué crees que le pasa?
- Ya te he dicho que no lo sé. Que salgan todas las pruebas bien me obliga a
pensar que todos tienen razón y que es psicológico, pero… yo conozco a Maca
desde hace mucho y… no puedo creer eso. Me niego a hacerlo.
- Pero… Maca está en esa silla por ese motivo – le recordó – tiene que ser
psicológico. Cruz es una excelente profesional. No puede estar equivocada y…
Maca ha cambiado mucho desde la universidad.
- No tanto – le dijo señalándola con el dedo – yo sigo viendo a esa chica
impulsiva, segura de sí misma, cabezona y obstinada. Esa chica que no reparaba
en nada ni en nadie cuando se le metía algo en la cabeza. Y me niego a creer que
la Maca que nos deja ver ahora, es esa chica. Sé que no lo es. Sé que … - se
interrumpió mirándola con una expresión que Esther no fue capaz de interpretar
y eso que creía conocerlo a la perfección - No voy a dejar que se marche de aquí
sin saber qué leche le ocurre.
- ¿Qué quieres decir?
- Nada – dijo levantándose. A Esther le parecía más molesto o enfadado que
preocupado y eso la dejaba perpleja. Pero lo conocía y sabía que era inútil
insistir, pasara lo que pasara por su cabeza, Germán no hablaría hasta no estar
seguro cien por cien de lo que decía.
- ¿A dónde vas?
- Es tarde Esther, y mañana estaremos muy cansados. Vete a la cama – le dijo
pensativo.
- Dime qué quieres decir – le preguntó en un intento que sabía en vano.
- Que… entre todos la mataron y ella sola se murió – le dijo pellizcándola en la
mejilla con aire melancólico – no contribuyas a eso – le aconsejó con seriedad –
ayúdala, dale tiempo, ten paciencia y ayúdala – insistió – y sobre todo,
escúchala. Necesita hablar con alguien y conmigo no lo hará.
- ¿Y qué te hace pensar que conmigo sí? – preguntó incrédula.
- Te quiere, solo necesita… sentirse segura, la Maca que yo conocí era la persona
más segura del mundo – suspiró - me pregunto… cómo han conseguido…
cambiarla así.
- Creo que te equivocas en todo. No creo que sea un problema de inseguridad. Es
otra cosa.
- ¿Qué cosa? – la miró interesado, estaba convencido de no estar equivocado en
sus apreciaciones y si todo salía como él esperaba, Maca se marcharía de allí
siendo otra.
- Ella… ella no está enamorada de mí, sabe muy bien lo que quiere – le respondió
levantando la cabeza y clavando sus ojos en él - quiere a Vero. La escuché esta
tarde… cuando hablaba con ella.
- No te digo que no – le sonrió condescendiente, imaginando que parte de lo
enfadada que la había visto durante toda la cena se debía a eso – pero… te ama a
ti – sentenció con tal seguridad que Esther se sorprendió de su insistencia en el
tema.
- No sé, Germán, me gustaría que fuera cierto, pero… - se detuvo sin confesarle
que realmente creía que no lo era, de repente se sintió tan cansada y tan hastiada
que su tono cambió – tienes razón, estoy cansada. Me voy a la cama – se levantó
también – gracias por todo, por escucharme y… buenas noches.
- Buenas noches, niña – le dijo besándola en la mejilla – una cosa – la frenó de la
mano para que no se marchase – si… estuviese despierta…, no la alteres, no
discutas con ella y si ves que… le duele mucho la cabeza o… respira con
dificultad o… cualquier otra cosa, llámame inmediatamente.
- Vale – respondió frunciendo el ceño pensativa y preocupada – lo haré. Buenas
noches – le deseó alejándose con lentitud.
A medio camino se detuvo y encendió un cigarrillo. Un relámpago la hizo mirar al
cielo. Otra tormenta. Llegó a su cabaña y se detuvo un momento en la entrada, para dar
una última calada al cigarro, siempre los tiraba casi enteros.

- ¿Qué haces tú aquí, Pluma? – le dijo al perro que seguía tumbado en el último
escalón, agachándose a su lado y acariciándole la cabeza con una sonrisa.
“Seguro que Sara tiene guardia”, pensó.

El animal le lanzó un lametón arrancando otra sonrisa distraída de la enfermera que lo


abrazó y acunó unos segundos, lo besó en la parte superior de la cabeza y lo cogió de
los mofletes, cariñosa, zafándole de un nuevo lametón. Luego entró en la cabaña
intentando no despertar a Maca, creyendo que dormía. Se desvistió, apagó la luz y se
tumbó junto a ella, todo lo separada que pudo. Estaba segura de no poder pegar ojo en
toda la noche, sin embargo no tardó ni un minuto en caer rendida.

Germán permaneció sentado en los escalones mirando a Esther hasta que desapareció en
el interior de la cabaña y, luego, se levantó, evitando las primeras gotas que
comenzaban a caer, entrando en la suya. Estaba cansado y decidido a interceder para
que esas dos cabezonas se decidiesen a hablar porque lo único que estaban consiguiendo
era hacerse cada vez más daño.

* * *

Esa noche volvieron las pesadillas. Esther se agitaba en la cama, junto a Maca que era
incapaz de conciliar el sueño a pesar del cansancio acumulado a lo largo del día, se
sentía agotada y le dolía la cabeza pero no conseguía dormir.

La enfermera, inquieta, se dio la vuelta y permaneció de espaldas a ella que la


observaba en silencio. Recordaba las palabras de Germán y volvía a sentir ese nudo en
la garganta que no la dejaba respirar, quizás el médico tenía razón, quizás debía hablar
con Esther y dejarse de tonterías, pero era todo tan complicado, ¿qué podía decirle! era
absurdo reconocerle que seguía queriéndola, ¿para qué! no podía, “Vero tiene razón,
solo vas a conseguir hacerle más daño”, suspiró sin dejar de darle vueltas a la idea de
hablar con ella con sinceridad, de contarle todo, de hablarle de Ana, aunque no sirviera
de nada ….

Por su parte, Esther parecía dormir, pero la intranquilidad de su sueño no presagiaba un


buen descanso. Su mente reproducía una y otra vez el horror vivido meses atrás, pero en
esta ocasión había una variante, no solo la perseguían a ella, Maca estaba a su lado, pero
no podía correr, allí parada era víctima del más brutal de los ensañamientos, hasta que
agonizaba sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Esther sentía, ante aquel cuadro, que
su corazón se rompía, que solo deseaba morir con ella, y gritaba, gritaba lo más alto que
podía, pero ningún sonido salía de su dolorida garganta, su cuerpo empapado en sudor
se agitaba continuamente, hasta que lanzó un grito y abrió los ojos despavorida,
sentándose en la cama con brusquedad.

- Tranquila – escuchó la voz de Maca a su lado mientras hacía esfuerzos por


alcanzarle la mano y se la apretaba – estabas soñando.
- Ya… - respondió tumbándose de nuevo con la respiración agitada, aún no tenía
la certeza de que solo hubiese sido un sueño, parecía tan real.
- ¿Otra vez esas pesadillas? – preguntó en un susurro.
- Si – murmuró – siento haberte despertado.
- Estaba despierta – confesó.
- Deberías dormir más – le aconsejó volviéndole la espalda – buenas noches.
- Esther… - estaba completamente desvelada y después de lo que había pasado en
el lago y tras la huída de los furtivos se sentía tan mal que no era capaz de
conciliar el sueño - ¿estás bien?
- Si – volvió a murmurar arrastrando la palabra con la intención de que Maca
captase que la estaba molestando.
- Esther… ¿puedo… pedirte un favor? – preguntó temerosa.
- Pídemelo mañana, ahora tengo sueño – respondió cortante.
- No puede esperar.
- ¿Te encuentras mal? – se sentó de nuevo con un deje de preocupación, clavando
sus ojos, a través de la penumbra, en ella, recordando las recomendaciones de
Germán.
- No. Bueno… no del todo.
- ¿Qué te pasa?
- Nada físico.
- ¿Qué quieres decir?
- Que… quiero pedirte perdón, por… lo de esta tarde… por… por empujarte y…
por no haber sabido dejar las cosas claras…
- Las cosas están muy claras, te lo aseguro.
- Yo… solo quiero que… tú… que no sufras y…
- Maca, es tarde y… tengo sueño. Si te vas a dedicar a balbucear y decir
incoherencias mejor te callas y me dejas dormir – le espetó con brusquedad –
acepto tus disculpas y no tienes que pedirme perdón por nada. Duérmete – casi
le ordenó, acercándose a ella, cogiéndole la cabeza con ambas manos y
besándola en la frente con una mezcla de pasión y cariño.

Maca no supo reaccionar ante aquel beso lleno de dulzura que contrastaba con sus duras
palabras. Se sintió molesta por como Esther la había tratado pero posiblemente se lo
tenía merecido. La enfermera se tumbó, se hizo un ovillo y le dio la espalda.

Ese gesto terminó por hundir a la pediatra, Vero tenía toda la razón, solo estaba
consiguiendo hacerle daño y hacérselo así misma, imaginando un futuro a su lado que
no podía ser. Tenía que hablar con ella, tenía que decírselo y tenían que dejar a un lado
ese juego de indirectas y dobles palabras.

- Esther…
- Maca, te quieres dormir ya – le pidió molesta.
- Vale pero… escúchame una cosa.
- ¿El qué? – suspiró vencida. Estaba claro que por mucho que intentaba hacerle
caso a Germán y no alterarla era imposible.
- Yo… lo único que quería es que te quede claro que te tengo mucho cariño,
¡mucho! – enfatizó tanto ese “mucho” que Esther se sorprendió - pero… pero
nada más – respondió entre dientes, perdiendo fuerza a medida que hablaba.
- Tranquila que está muy claro – dijo la enfermera secamente – buenas noches.
- Y que… me gustaría que – se detuvo mirando su espalda, suspiró – me gustaría
que me considerases tu amiga y que cuentes conmigo para cualquier cosa,
Esther, para lo que sea.
- Muy bien – murmuró sin volverse – lo mismo te digo.
- ¿Entonces… amigas? – preguntó con el deseo interno de que se volviese y la
mandase a paseo, con el deseo de que le gritase que no, que no podía ser su
amiga.
- Amigas – aceptó la enfermera con desgana pero sin oponerse – y… ahora…
amiga, ¡déjame dormir! – pidió recalcando la palabra amiga.
- Claro.. perdona… buenas noches.
- Buenas noches, Maca.

Esther se encogió aún más, tan pegada al borde que casi se caía de la cama, no podía
dejar de pensar en esa voz rota con que Maca le acababa de hablar, porque dijese lo que
dijese conocía ese tono entrecortado, Maca estaba mintiendo, ¿estaría fingiendo que no
la amaba! pensó en las palabras de Germán y en las de Sara, los dos estaban
convencidos de que Maca la amaba, y el caso es que ella también lo había estado hasta
que escuchó ese maldito “te quiero”, que le había robado toda esperanza, la misma que
Germán le había devuelto con sus palabras, porque aunque ella no las tenía todas
consigo, aunque dudaba y estaba segura de que entre Maca y Vero había más que
amistad, había cosas que estaba segura de no haber interpretado mal, miradas,
insinuaciones, gestos, que solo podían significar que Maca seguía sintiendo algo por
ella.

Suspiró cansada de darle vueltas a la cabeza, lo que tenía claro es que Maca estaba
luchando por no llorar. Sintió impotencia, no sabía como comportarse ya para que Maca
rompiese su coraza y reconociese lo que era evidente para todos. Notó que buscaba, con
la mano, el contacto con su cuerpo, lo hacía siempre que se sentía triste o asustada, pero
la enfermera se retiró, estirándose y envarándose tanto que consiguió alejarse aún más
de ella. Maca sintió que aquel desprecio le provocaba una congoja que no la dejaba
respirar, otra vez sentía ese agudo dolor en el pecho, que le subía a la garganta con tal
fuerza que la dejaba, durante los segundos que duraba, sin capacidad de hacer nada.

- Esther… - la llamó de nuevo, cuando puedo hablar, sin obtener respuesta –


Esther…
- ¿Queeé? – preguntó con desgana.
- No me gusta que estés enfadada – le susurró – perdóname, por favor. Pero… de
verdad.
- Ya te he dicho que no tengo nada que perdo… - se interrumpió “¿Maca estaba
llorando?” – Maca ¿se puede saber por qué lloras ahora? – le dijo aún más
impaciente.
- No lloro – mintió - duérmete. Ya no te molesto más.
- ¡Claro que estás llorando!
- No – musitó.
- No estoy enfadada – le dijo con suavidad – no seas tonta y no llores más – la
buscó en la oscuridad, dándose la vuelta, la cogió de la mano y se la acarició –
¡venga! duérmete, que como no descanses mañana no hay paseo.
- Pero… ¿aún quieres salir conmigo?
- ¿Salir contigo? – preguntó retórica - no, salir no – le dijo con retintín haciendo
énfasis en salir - quiero pasear contigo y charlar, como dos viejas amigas, ¿no es
eso lo que dices que somos! quiero enseñarte todo lo que te falta por ver… y…
- Gracias – le susurró aún asida a su mano.
- De nada – la besó en la mejilla – y deja de llorar.
- Es que no se que me pasa… estoy…
- Triste ¿verdad?
- Si – musitó.
- No lo estés. No tienes motivos – le sonrió acurrucándose junto a ella “salvo qué
estés luchando contra lo que sientes”, pensó esperanzada – duérmete – le repitió.

Maca suspiró sin ninguna intención de hacerle caso. Clavó sus ojos en el techo, sin
poder evitar que las lágrimas siguieran brotando sin control.

- ¡Joder! pero... ¿por qué lloras? – le preguntó al cabo de unos minutos en los que
sentía su respiración congestionada y notaba el movimiento de sus hombros y de
su brazo cada vez que se lo llevaba a la cara intentando no hacer ruido y llorar
en silencio - ¡deja de llorar! – le pidió en un tono de ligero enfado, pero solo
consiguió que Maca llorase más alto una vez descubierta - Germán dice que
tienes que estar tranquila. ¿Quieres que lo llame y te de algo para que duermas?
- No - musitó – pe…perdona… duérmete, ya… ya se me pasa – respondió
entrecortada.
- No te entiendo Maca, ¿por qué lloras? – le preguntó angustiada y mucho más
amable, por mucho que estuviese enfadada con ella nunca había soportado verla
así – ¡venga! si no tienes motivos para llorar, de verdad que no estoy enfadada,
solo cansada y nerviosa… ¡una no se salva todo los días de un ataque de
furtivos! – exclamó en tono burlón, intentó animarla – te digo en serio que solo
estoy nerviosa….como tú.
- No… te preocupes… no…
- Maca…, por favor – la interrumpió sentándose en la cama, mientras le daba la
espalda buscando el interruptor de la lamparilla sin dejar de hablar - son las
tantas y... mañana… vas a estar… pero… ¿has visto los ojos que tienes?
¡completamente hinchados! ¿desde cuando llevas llorando? – le preguntó
preocupada, observándola. Esos ojos no se ponían así en el poco rato que había
tardado en tomarse el café con Germán, ¿cómo era posible que no se hubiese
dado cuenta de cómo estaba cuando entró en la cabaña?
- No sé… - mintió.
- Pero… ¿qué te pasa? – le preguntó y Maca negó con la cabeza tapándose los
ojos con la mano sin poder parar de llorar - Eso van a ser los nervios – le dijo
levantándose – voy a por Germán, tienes que calmarte – continuó ya en la puerta
– lo hemos pasado muy mal y… te ha dado un bajón – le dijo intentando buscar
una explicación. Nunca la había visto tan fuera de control.
- No, por favor, ya… ya me calmo… te… te lo prometo – le pidió intentando
evitar que fuese en busca del médico - ¡Esther! – la llamó al ver no le hacía caso
y que abría la puerta – no te vayas, por favor… que… ya… me… calmo.
- A ver si es verdad – contestó, impaciente, cerrando de nuevo, y regresando hacia
la cama – Maca… ¡venga!… ¡qué no ha sido para tanto! ¡Míranos, sanas y
salvas! ¡deberíamos estar celebrándolo! y no con estas caras. No tienes motivos
para estar así – le dijo y Maca que ya parecía más calmada volvió a hundir la
cara en sus manos, llorando amargamente “¿no tengo motivos! ¡vaya si los
tengo! pero… como… como te los explico”, “¿cómo te hago esto?”, “contrólate,
vamos Maca, contrólate que estás enfadándola más y haciendo el ridículo”,
repetía su mente, al tiempo que lloraba aún con más fuerza.
Esther permaneció en pie, junto a su lado de la cama, mirándola desconcertada y
esperando que se calmase un poco. Si no lo hacía, dijese lo que dijese iba a ir a por
Germán. Eso no podía ser bueno para ella.

- Maca…
- Si… si… los tengo – murmuró tan bajito que Esther no la entendió.
- ¿Qué dices?
- Yumbura… ha estado aquí – levantó la cara hacia ella y habló con un tono tan
triste y unos ojos tan desesperados que Esther comprendió rápidamente lo que
había pasado.
- Maca…
- Se ha muerto…
- Te dije que el niño no... no tenía muchas posibilidades y que lo más normal era
que…
- Lo sé – la cortó, impresionada con su frialdad – pero yo creía que... que lo había
hecho bien… que… se salvaría… que…
- Lo hiciste muy bien, pero aquí eso no es suficiente.
- Yo…
- Tú vas a dejar de ser tan tonta – le dijo sonriéndole por primera vez en toda la
noche – anda ven aquí – se sentó en la cama y abrió los brazos – ven – repitió y
Maca se sentó mirándola fijamente. Las lágrimas tenían empapadas sus mejillas
y la barbilla no dejaba de temblarle, a pesar de sus esfuerzos por recuperar el
control.
- Esther… yo…
- Chist – la silenció abrazándola – lo siento – le susurró al oído - siento el día que
te he hecho pasar, no debí llevarte a la aldea y mucho menos subir a los lagos –
reconoció estrechándola con fuerza y recorriéndole la espalda con sus manos
intentando reconfortarla, Maca dejó descansar su cabeza sobre el hombro de la
enfermera y hundió la cara en su cuello, aferrándose a ella con tanta fuerza, con
tanta desesperación, que Esther se enterneció, pensó en decirle que sentía
haberla incomodado, que sentía haberla besado, pero no lo sentía, si había algo
de lo que no se arrepentía era de haberse sincerado y haberle demostrado que
seguía amándola – y.. siento lo de ese pequeño, pero… no te lo tomes así, ¿de
acuerdo?
- Va… vale – balbuceó llorosa, solo el estar entre sus brazos la hacía sentirse algo
mejor.
- Maca – le dijo sin separarse de ella – tu no lloras solo por ese pequeño, ¿verdad!
hay algo más, algo… que no me cuentas – se aventuró.

Maca no dijo nada. Solo necesitaba sentirla cerca, saber que no estaba enfadada con ella
por cómo la había rechazado, ni por haber estado tanto tiempo al teléfono, ni por haber
sido tan desagradable con ella, ni…. por ser lo que ahora era, en quien ahora se había
convertido. La atrajo abrazándose de nuevo a ella.

- ¿Maca…? – la instó a responder, separándola con suavidad.


- Sí – se retiró aún temblorosa mirándola a los ojos, ¡tenía tantas cosas que
explicarle! la sola idea de contarle algunas de ellas la ponía tan nerviosa que
volvía a sentir aquel pinchazo en el pecho, la cabeza le daba vueltas y no sabía
por dónde comenzar – yo.. yo… - encogió los ojos en un gesto de dolor y se
inclinó levemente. Esther se alertó, al verla llevarse una mano al pecho, pero
rápidamente se rehizo y continuó – quiero… hablar contigo, tengo que… - le
dijo entrecortada – explicar... te… porqué…. porqué no …
- Tienes que descansar – la cortó preocupada por el estado en que se encontraba –
ya tendremos tiempo de hablar, ahora no es el momento, estamos cansadas y…
- Pero.. yo… creo que…. debemos hablar de…
- Sí – volvió a interrumpirla – tenemos que hablar – le dijo con seriedad, sin poder
olvidar las palabras de Germán – yo también lo creo. Pero… ya lo haremos
mañana. Más tranquilas, ¿de acuerdo?
- No… Esther… yo – volvió a interrumpirse y mirarla temblorosa -...necesito
que.. que entiendas… que… yo… que yo…
- Maca, Germán no cree que debas alterarte y yo no te veo bien, quiero que te
eches y descanses voy a buscar a Germán.
- ¡No!… por favor… Esther… escúchame – le pidió con un deje de dolor, cada
vez le costaba más respirar y hablar.
- Mira, Maca – la cortó otra vez – vamos a hacer una cosa. Mañana, te invito a
desayunar fuera de aquí. Cogemos el coche y nos vamos a Jinja, no está muy
lejos y seguro que te gusta, es una ciudad pequeñita pero tiene mucha vida .. y...
tendremos todo el día para hablar tranquilamente, ¿te parece bien?
- Si… - murmuró derrotada, estaba claro que Esther no pensaba ceder y ella no
tenía fuerzas para seguir insistiendo – estoy… muy cansada y…. me duele la
cabeza… – suspiró.
- ¡Cómo no va a dolerte! anda, échate e intenta dormir un poco – le dijo
cogiéndola de la mano y recostándola – ¡mira qué cara tienes! ¡si te vieran en
Madrid! – exclamó bromeando y Maca hizo un nuevo puchero – ¡eh! vamos
Maca… me has prometido que no ibas a llorar más.
- No puedo evitarlo – murmuró encogiendo los hombros y llevándose otra vez las
manos a la cara.
- Voy a buscar a Germán – le dijo decidida a no prolongar más esa situación.
- No, no – volvió a negarse - ¡Esther! – le suplicó no quería calmantes ni pastillas,
llevaba un día sin tomar nada, y aunque estaba muy cansada, aunque le dolía
mucho la cabeza y aunque tenía un frío que la hacía estremecerse, tenía la
sensación de encontrarse menos mareada, menos aturdida y con las ideas, por
primera vez en mucho tiempo, claras - ¡por favor!
- Maca… - la miró suspirando y sentándose otra vez junto a ella, con impaciencia
- ¿qué te pasa! no puedes estar así por ese niño, no es el primer paciente que
pierdes y…
- Te lo he dicho – respondió con un hilo de voz – no sé… que.. que me pasa…
estoy …
- Ya lo sé, te he oído – la interrumpió – triste, estás tristes – apretó los labios en
una mueca de condescendencia y le acarició el pelo, para pasar luego a la
mejilla, clavando sus ojos en los de ella, observando que cada vez estaban más
hinchados.

Permanecieron en silencio, Esther acariciándola y Maca cumpliendo su promesa y


recuperando el control, sin dejar de escudriñarse, pensativas. Maca se incorporó y se
quedó a un palmo de la enfermera, a Esther le parecía que estaba más tranquila y respiró
ligeramente aliviada, a pesar de su enfado no soportaba verla sufrir, y sus ojos le decían
que lo hacía y ella era incapaz de ayudarla. Sin mediar palabra Maca levantó su mano y
le devolvió a la enfermera las caricias que llevaba minutos regalándole, con suavidad,
con ternura, apretó los labios y volvió a abrazarla, “¡gracias!” le susurró al oído. Esther
recordó las palabras de Germán “ayúdala”, “necesita hablar con alguien”, y como
movida por un resorte la separó de sí y la miró fijamente, decidida a escucharla, quizás
eso fuese lo que estaba necesitando.

- Maca, ¿qué te pasa? – le preguntó segura de tener las respuestas a tanto llanto –
ya sé que ha sido un día completito – intentó bromear – pero cuando hemos
llegado no estabas así, ha sido después de hablar por la radio ¿verdad? – intentó
adivinar con la intención de que al fin Maca se abriese y le revelase cuál era el
motivo de su tristeza, pero la pediatra permanecía en silencio, escuchándola con
atención, aún con la respiración entrecortada y los ojos llorosos - ¿es por Vero?.
o… ¿es por tu mujer? – le preguntó directamente, Maca le devolvió la mirada,
negó levemente con la cabeza e hizo un nuevo puchero, Esther se temió que
volviera a echarse a llorar – vale, vale, no te pregunto, pero no llores más – le
dijo demasiado tarde porque Maca se llevó de nuevo las manos a la cara para
ocultarse – pero Maca… ¡¿qué he dicho ahora?!.. – le preguntó comenzando a
desesperarse y de pronto, lo comprendió – Maca… ¿no será por lo que te he
dicho en las duchas? – intentó adivinar y la pediatra lloró más fuerte - ¡eh!
vamos! ¿es por eso! no lo pensaba, estaba enfadada. ¡Vamos, Maca! – intentó
calmarla atrayéndola de nuevo y abrazándola - ¡si que estás tu bien! Lo siento,
no estoy harta de ti, ¿cómo voy a estarlo! no debí decir eso, es una tontería y es
mentira – hablaba precipitadamente intentado encontrar las palabras que
consiguieran frenar ese llanto – no seas tonta, ya sabes como soy… ¿recuerdas
cómo me llamabas? – le preguntó acariciándole la cabeza que la tenía hundida
en el hueco de su cuello – pues sigo siendo la misma quisquillosa de entonces…
¡venga! no llores más – le pidió de nuevo.

Continuó acunándola durante un par de minutos, tenía claro que todo aquello era algo
más que tristeza, era desesperación, era impotencia, lo leía en sus ojos, en su forma de
aferrarse a ella, en su tono angustiado cada vez que hablaba, y no podía evitar recordar
las palabras de Teresa, “tiene su vida, déjala, no vayas a hacerle daño”, quizás eso era lo
que ocurría, que Maca había reaccionado a sus besos, que estaba tomando una decisión,
y sintió miedo, un miedo atroz a hablar con ella, a escuchar lo que sentía de verdad a
que la rechazase de nuevo y para siempre. Finalmente, Maca fue serenándose, abrazada
a Esther, que había dejado de hablar y solo la acariciaba con ternura, susurrando de vez
en cuando un “chist”, o un “ya está, cariño”, cuando comprendió que nada de lo que le
dijera frenaría su llanto, y que solo cabía esperar a que se desahogara sin más.

- Esther… - se separó de ella – perdona … perdóname, vaya… vaya espectáculo..


que… te estoy dando – esbozó una sonrisa y ladeo la cabeza frunciendo los
labios con timidez – lo siento.
- No tienes que disculparte – le sonrió – anda, hazme caso y échate – le dijo
condescendiente.
- No...no – se negó decidida - Necesito hablar conti... go – hipó volviendo a
llevarse la mano al esternón – uff – se quejó clavando la barbilla en el pecho.
- Maca… - Esther recordó las palabras de Germán, pensando en ir a buscarlo,
aquello se acercaba más a una crisis nerviosa que a un bajón como le había
dicho y quizás lo mejor sería que el médico le administrase un ansiolítico.
- No es nada… - levantó los ojos hacia ella – me pasa de vez… en cuando es…
escúchame …
- Ahora no, Maca. ¿No ves como estás? – se negó, impaciente mirando el reloj –
es mejor que descanses y te tranquilices. Y, quieras o no voy a buscar a Germán.

Maca hizo un gesto de protesta pero terminó por obedecer y tumbarse de nuevo. La
cabeza le estallaba y lo cierto es que era incapaz de pensar con claridad.

- Vale, lo… lo dejamos para mañana... - inspiró profundamente como si le costara


trabajo llenar los pulmones - pero deja descansar a Germán y acuéstate tú
también – le pidió a la enfermera.

Esther le sonrió y le acarició la mejilla.

- ¿Quieres que vaya a por un poco de hielo? Mañana no vas a poder abrir los ojos.
- No – se negó con una sonrisa triste y agradecida – quiero que te acuestes y…
quiero que no estés enfadada.
- No lo estoy.
- Sí lo estás – afirmó – conozco tu cara, y esa boca apretada y esos ojos que…
- Vale, me has pillado, sí lo estoy – la interrumpió de nuevo sin dejarla hablar –
estoy enfadada, pero… si… tan bien te acuerdas de todo, también recordarás que
mañana se me habrá pasado.
- O no – enarcó los ojos y ladeo la cabeza con una mueca que intentaba ser
conciliadora, sin poder dejar de pensar en los cinco años de ausencia, en aquella
discusión que tuvieron, en lo que le hizo, en el empujón que le había dado en el
jeep, “¿cómo no va a estar enfadada! ¿cómo puede olvidar todo eso?”, se
lamentó.
- O no – repitió devolviéndole la sonrisa – de ti depende - bromeó levantándose
del borde de la cama y tumbándose a su lado, Maca hipó ligeramente y Esther se
acercó, abrazándola – no llores más, y duerme un poco.

Maca volvió a suspirar y cerró los ojos reconfortada por su calor y aquel contacto. Cada
vez le resultaba más insoportable la idea de que Esther la despreciase, la idea de volver
y no poder dormir junto a ella, la idea de que desapareciera de su vida de nuevo, y que
esta vez fuera para siempre. Y cerró los ojos con el firme propósito de intentar cambiar
las cosas y de hablar con ella para que la entendiese, pero Esther tenía razón, era mejor
esperar a estar tranquilas. Finalmente, sintiendo su abrazo protector, se dejó vencer por
el sueño.

Esther permaneció despierta, pensando en todo lo ocurrido, sentía la muerte de aquel


niño como la que más, pero Maca debía endurecerse ante ciertas cosas, aunque lo cierto
es que ya daba igual, no creía que las cosas fuesen a resultar como ella había imaginado.

La pediatra se agitó a su lado, “no puedo” murmuró entre dientes y la enfermera, que se
había separado de ella, acalorada, se acercó de nuevo pensando que volvían esas
pesadillas de las que le había hablado, esas que tanto la angustiaban. Notó que estaba
helada y temblando. Extrañada, se levantó, buscó la jarapa que había usado en los
primeros días de convalecencia y se la echó por encima. Fuera, un relámpago y un
nuevo trueno, “otra tormenta”, pensó rebuscando entre sus cosas, quería tomarle la
temperatura. ¿Dónde estaba el maldito termómetro? Al fin, dio con él y se acercó a la
cama, sigilosa. Encendió la luz, Maca respiraba con dificultad aún congestionada
después de tanto llanto, debía estar agotada. Le puso el termómetro sin que hiciera
ningún gesto de percatarse y esperó unos minutos, sentada en la hamaca, observando su
rostro. “Mira qué ojos tienes, hasta cerrados se te notan hinchados”, pensó esbozando
una sonrisa, “¿qué es lo que vas a decirme?”, se preguntó preocupada, “si es que no me
quieres o que aunque me quieras no vas a dejar a tu mujer, no quiero oírlo” “me vas a
decir eso ¿verdad?”, “¡sí! por eso estás nerviosa, y balbuceas tanto”, “¡si supiera lo que
realmente quieres y necesitas!”, suspiró. Maca se giró y abrió los ojos un instante,
Esther se sobresaltó con la sensación de que la pediatra era capaz de escuchar hasta sus
pensamientos, se levantó de la hamaca creyéndola despierta, pero la pediatra, con
rapidez, se cogió la pierna la colocó sobre la otra y se echó de costado, acurrucándose
sobre sí misma, Esther con agilidad le quitó el termómetro sin que lo notara, “aún tiene
frío”, pensó preocupada mirando la temperatura, “pues… no tiene fiebre y esto está
bien”, lo miró satisfecha. Apagó la luz y se metió en la cama, se abrazó a ella para
hacerla entrar en calor y notó como su cuerpo se relajaba al cabo de unos minutos,
dejando de tiritar. Sonrió, escuchando caer la lluvia.

Una hora después, seguía sin poder dormir, sin dejar de darle vueltas a todo lo que había
pasado a lo largo del día, a la preocupación de Germán por la salud de Maca, a lo que
había visto en ella, en sus ojos, esa sombra que no era capaz de interpretar y, sobre todo,
recordando esos besos no correspondidos y ese “te quiero”. No tenía motivos para que
la psiquiatra le cayese mal pero en los días que llevaba en Jinja, y a pesar de que con
ella siempre había sido más que correcta desde el primer encontronazo en la cafetería de
la Clínica, su animadversión había ido creciendo. El afán de Maca por hablar
constantemente con ella, sus continuas referencias a los consejos que le daba y ese
maldito “te quiero”, hacían que no soportase la idea ni de escuchar su nombre. Tenía un
mal presentimiento, estaba segura de que eso de lo que Maca quería hablarle, no era otra
cosa que su amor por Vero. “Vero, Vero”, repitió, “¡qué coraje le estoy cogiendo a ese
nombre!”, se dijo enfadada consigo misma por ser tan insegura, por no coger a Maca y
dejarse de besitos y decirle todo de frente, sin miedo a su negativa a su rechazo, y
obligarla a que le respondiese. Sí, quizás lo mejor era eso, cogerla y…

“No puedo”, murmuró Maca agitándose entre sus brazos, “Vero”, murmuró de nuevo y
Esther frunció el ceño, “joder, lo que me faltaba, ¡si hasta sueña con ella!”, se dijo
separándose de su lado, molesta, y dándole la espalda. “¿Tienes frío! pues llama a tu
Vero, que te de calor”, pensó irritada.

Maca sintió su lejanía sin despertar, al cabo de unos minutos, el frío volvió a hacerse
dueño de su cuerpo, estremeciéndola. En su mente se reproducían una y otra vez una
mezcla de imágenes y, sobre todas, Vero riéndose de ella, “¿no eres capaz de separarte
de ella! es muy fácil Maca, tan fácil como decirme te quiero, repítelo”, “dime que me
quieres y aléjate de ella”. “No puedo….Vero…”, murmuró de nuevo y Esther saltó de la
cama y se vistió con rapidez, los celos se la comían por dentro, y salió de la cabaña con
precipitación, sin reparar en el portazo que había dado.

Maca abrió los ojos sobresaltada, el corazón le palpitaba a gran velocidad y,


desconcertada, tardó unos segundos en recordar donde estaba, la cabeza le dolía pero,
sobre todo, le dolían los ojos, y tenía un frío que la obligaba a temblar. De pronto
recordó todo lo sucedido el día anterior y extendió la mano buscando a la enfermera,
miró hacia la ventana, estaba amaneciendo y olía a tierra mojada, ni siquiera había oído
llover, Esther debía haberse levantado ya, ¡qué madrugadora se había vuelto! aún
tardaría en llevarle el desayuno, siempre lo hacía horas más tarde, para dejarla
descansar. “¡Qué frío!”, pensó somnolienta e intentó cubrirse mejor, descubriendo que
Esther le había echado encima aquella vieja jarapa. Sonrió agradecida, y deseó
secretamente que llegase la hora del desayuno, volvió a sonreír pensando en ese
momento, le gustaba verla aparecer con la bandeja, su aire decidido, su sonrisa y sus
“buenos días”. Suspiró, decidida a hablar con ella en cuanto llegara, nada de esperarse
al desayuno, tenía que recuperar las riendas de su vida, coger el toro por los cuernos
como siempre había hecho y seguir adelante. “Esther”, murmuró, moviéndose y
situándose dónde instantes antes había estado la enfermera, notando el calor que había
dejado impregnado en las sábanas, aferrándose a la almohada, aferrándose a ella, como
le gustaría poder hacerlo, “Esther, Esther…”.

Esther se había parado junto a la entrada, completamente alterada y tremendamente


enfadada, aspirando con profundidad el fresco aire, intentando controlarse. Estaba
amaneciendo y Pluma seguía allí, en la puerta. Esther frunció el ceño, pensativa y de
mal humor.

- ¡Vamos! vamos de paseo – le dijo acariciando su cabeza, pensando que un poco


de ejercicio le vendría bien. El perro no se movió del sitio, solo meneó su rabo
con aire somnoliento - ¡vamos, Pluma! – bajó los escalones y se paró mirando al
animal y golpeándose en las rodillas - ¡vamos! ¡vamos a pasear!

Pluma la miró, bostezó y volvió a echarse en la puerta de la cabaña. La enfermera


suspiró y se alejó de allí a toda prisa. Necesitaba una ducha, necesitaba despejar la
mente y aclarar sus ideas.

* * *

Cuando Maca abrió los ojos de nuevo, Esther no estaba en la cama ni en la cabaña, el
sol iluminaba la estancia con toda su fuerza y, ahora sí, se extrañó de que no hubiese
vuelto. Le dolían los ojos y recordó el ofrecimiento de la enfermera de llevarle hielo,
debía haber aceptado, porque casi no podía abrirlos. El dolor del pecho había
desaparecido pero permanecía una sensación de leve cosquilleo que le acompañaba
todos los días al despertar. Se incorporó y dispuso las almohadas para quedar sentada,
esperando pacientemente verla aparecer. No le apetecía en absoluto montarse en el
coche y desayunar en Jinja, estaba cansada y le dolía la cabeza, pero no iba a negarse.
Tenía que disculparse por muchas cosas pero, sobre todo, por cómo la había tratado en
el jeep. Debía hacerle entender sus razones, tendría que hablarle de Ana y eso la hacía
ensombrecer la mirada y que el leve cosquilleo se acrecentase provocándole
palpitaciones.

La puerta se abrió y Maca preparó su mejor sonrisa para recibirla, pero su expresión
cambió al ver que no se trataba de Esther, era Germán el que entraba, con su eterno aire
burlón y un vaso de leche con galletas.

- Buenos días, Wilson – entró sonriente – aquí te traigo …


- ¿Leche? – lo interrumpió mirando el contenido de la bandeja - ¿Hoy no hay
zumo! prefiero el zumo.
- ¿Encima con antojos? – sonrió - Hoy leche que el zumo se ha terminado. Esther
se ha tomado el último que quedaba – le explicó soltando la bandeja en la
mesilla – y hasta esta tarde no llegan suministros.
- Esther… - musitó pensativa, “sigue enfadada”, se dijo convencida de ello, aquel
detalle se lo demostraba - ¿Dónde está?
- ¿Esther?
- ¡No! ¿quién va a ser! ¡claro que Esther! – respondió airada.
- Se ha marchado temprano, creo que a visitar a unos amigos, en Jinja – respondió
con calma. Moviendo la cabeza de un lado a otro observándola con los ojos
completamente hinchados, unas ojeras profundas como hacía días que ya no
tenía y una palidez extrema – pero pregúntale a Sara, que ha estado de guardia
toda la noche, es la que me lo ha dicho a mí.
- ¿Otra vez a Jinja! pero… si me dijo que iríamos... que… - se calló sin querer
revelarle lo que le había dicho la enfermera - ¿volverá muy tarde? – preguntó
pensando, “mucho vas a Jinja”.
- No sé, si come con ellos sí, imagino que llegará tarde, pero si no, quizás la
tengas aquí para vuestro paseito o incluso antes – sonrió sentándose en la
hamaca.
- Gracias, Germán – suspiró – no hace falta que te quedes, tendrás cosas que
hacer.
- Sí, las tengo, pero… quería comentarte otra cosa… - dijo poniéndose serio y
Maca, que había dejado a un lado las galletas y bebía un sorbo de leche con cara
de desagrado, se giró con el vaso en la mano y una mueca inquisitiva en su
rostro, recordaba ese tono circunspecto - los resultados del análisis que te hice
ayer…
- ¿Qué pasa? – lo miró asustada.
- Nada... ¿esperabas que pasara algo? – le preguntó con intención.
- Eh... no… claro que no…
- Han salido mejor que los anteriores. Vas recuperando fuerzas – volvió a
sonreírle.
- Eso ya lo sé. No necesito análisis para eso – respondió con el ceño fruncido,
estaba segura de que Germán le ocultaba algo - ¿qué es lo que pasa? – le
preguntó directamente al ver que él no decía nada más.
- Deberías… hacer algo con esos ojos… digo… si piensas salir de la cabaña –
esquivó su pregunta.
- Sí, quiero salir – lo miró fijamente – Germán…. ¿qué pasa con los análisis?
- Haces bien… no debes estar aquí encerrada, ¿quieres que le diga a Margot que
venga ayudarte? – le preguntó seguro de que se negaría y sin ninguna intención
de responder a su pregunta.
- Sí, por favor – contestó cansada y harta de que nadie la escuchase, ¿tanto trabajo
costaba responderle?
- ¡Vaya! – sonrió guiñándole un ojo – veo que vas aprendiendo a tragarte tu
orgullo.
- Pues tú sigues sin aprender a saber cuando cerrar la boca – le soltó molesta.
- Me voy que tengo trabajo. Hoy… va a ser un día de los buenos – le comentó – si
te apetece…
- No me apetece nada – lo cortó de mal humor sin ganas de oír su propuesta.
- No te cabrees, Wilson – sonrió imaginando lo que le ocurría – no te conviene.
Y… yo no tengo la culpa de que Esther te haya dejado plantada. ¡A saber lo que
le habrás hecho! – exclamó irónico, pero Maca lo miró con tal expresión de
angustia y culpabilidad que se apresuró a disculparse – Wilson, Wilson, no me
pongas esa carita de Macarena, que estoy bromeando.
- Ya… - respondió incrédula y segura de que a esas alturas él ya sabía lo que
había ocurrido la noche anterior - no me llames así, no me gusta.
- ¿No me crees? – adivinó sus pensamientos – ¡ay, Wilson! – exclamó con una
sonrisa entre comprensiva y condescendiente – luego saco un rato y paso a verte
– le dijo dispuesto a marcharse.
- Germán, ¡una pregunta! El perro que había ayer por aquí…. – lo interrumpió
casi sin escucharlo.
- ¿Qué perro?
- Uno de media altura, color canela.
- ¿El que tienes en la puerta? ¿Pluma?
- ¿Está aún ahí?
- Parece que sí - sonrió
- Se llama Pluma... tiene nombre – murmuró ensimismada.
- Sí, pero no es perro, es la perra de Sara. Una perra muy lista, dile a Sara que un
día te cuente su historia.
- Ah – dijo con decepción – si… claro… se lo diré….
- ¿Qué pasa?
- Creí que… no era de nadie. Vamos que… y había pensado que quizás pudiera…
- Wilson, Wilson, ¡qué blandengue te me has vuelto! – rió divertido imaginando
lo que quería – no te recordaba yo tan sensiblona.
- Pues tú sigues siendo el mismo imbécil – respondió con rapidez molesta.
- Ya veo que te has levantado mucho mejor – sonrió ante su respuesta – te ha
sentado bien la llorera, ¡aunque vaya carita de Macarena que te ha dejado!
- Vete a…
- … la mierda, ya me voy – le dijo afable – ¿te traigo algo para el dolor de
cabeza?
- No.
- ¿Segura?
- Sí, voy a empezar a hacerte caso y dejar de tomar tanta pastilla.
- Bueno… quizás hoy no sea el mejor día para empezar a hacerlo.
- Pues yo creo todo lo contrario – respondió con firmeza – se acabaron las
tonterías.
- Definitivamente, te ha sentado muy bien llorar – le dijo burlón – veo que
hablaste con Esther, ¿no?

Maca lo miró y frunció el ceño, una cosa era que se interesase por ella y otra que
pretendiese ser su confidente.

- Perdona – se excusó con rapidez enrojeciendo levemente – no pretendía


inmiscuirme... yo… solo… bueno que..
- No – respondió divertida de verlo tan cortado, Germán tenía la habilidad de
sacarla de quicio y en segundos conseguir enternecerla con ese aire de inocencia
y que se le olvidase su enfado – lo intenté pero… ella pensó que no era el mejor
momento y… tenía razón. Lo haremos hoy.
- Bien… eso está bien – dijo pensativo.
- ¿Qué ocurre? – le preguntó al ver la preocupación reflejada en su rostro.
- Nada – sonrió negando con la cabeza como sacudiéndose lo que había pasado
por su mente – tonterías… - respondió y al ver su mueca de desagrado y de
impaciencia continuó – pensaba en que siempre te has guardado mucho las cosas
y que eso no es bueno y… que… quizás, todos tengan razón y eso forme parte
de lo que… te ocurre y… Esther…
- Lo de anoche no fue por Esther, si es lo que estás pensando, fue por… por todo
– lo miró con seriedad – yo…bueno en Madrid yo… ¿Esther no te ha contado
nada de mi vida allí? – le preguntó sorprendida.
- Algo sí – reconoció con sinceridad.
- Pues eso.. que creo que me salió toda la tensión acumulada y… ya está… pero
hoy estoy bien, ¡muy bien! – le dijo sonriente y Germán pensó que la veía hasta
animada. Él asintió y se levantó de la hamaca acercándose a ella y haciéndole
una carantoña.
- Maca – le dijo y ella abrió los ojos sorprendida de que la llamase por su nombre
y del gesto cariñoso, enarcando una ceja en un gesto cómico que él no apreció –
me alegro de que estés mejor, pero… sigues sin comer bien y..
- ¡Germán! – dijo impaciente – no me sienta bien la leche, me da nauseas –
admitió soltando el vaso al que apenas le había dado un par de sorbos – tráeme
un café y verás como me lo tomo – le dijo melosa.
- ¿cuánto café tomabas antes?
- Uff, muchos – enarcó las cejas y le lanzó un pícara sonrisa. Él asintió en señal de
recriminación, pero no dijo nada al respecto, “cafeína”, pensó abstraído – no
tenía a nadie que fuera detrás como un pepito grillo.
- Wilson… esta noche… ¿has dormido del tirón? – le preguntó pensativo, sin
atender a su broma.
- ¿Crees que esta cara y estos ojos son de eso? – respondió irónica – no des rodeos
que te conozco, ¿qué quieres saber? – le preguntó comprendiendo que aquel giro
en la conversación y aquel cambio de tono escondían algo.
- ¿Has… tenido frío, temblores, palpitaciones…?

Maca abrió los ojos de par en par, impresionada de que supiera todo aquello y perpleja,
y sobre todo, muy preocupada aunque al mismo tiempo aliviada, Germán estaba
pensando en algo en concreto, en algo físico y ella llevaba años intentando decirle a los
demás que había algo, que no podía ser culpa de su cabeza, era posible que Germán
pensase como ella, ahora que se había dado por vencida y se había resignado a creer que
todo estaba dentro de su mente.

- ¿Porqué me preguntas eso! ¿en qué estás pensando! ¿qué es lo que ha salido en
los análisis que no me cuentas? – le preguntó con precipitación, sentándose
completamente y sintiendo que se alteraba hasta el extremo de enrojecer.
- Tranquila, Wilson, que te va a dar un jamacuco – sonrió afable - No pienso en
nada y no ha salido nada en los análisis. Ya te he dicho que están bien – afirmó
con rotundidad y ella le creyó – Contéstame ¿has tenido todo eso?
- Sí – reconoció – he tenido un poco de frío, pero… es normal, ha estado
lloviendo y… desde ayer en el desayuno, prácticamente, es como si no hubiese
tomado nada…, me maree en el viaje, vomité, nos dispararon, luego… me diste
esos puntos sin anestesia, ¿cómo quieres que se me quedase el cuerpo! estaba
tan nerviosa y alterada que… es normal tener palpitaciones y … estar… así.
- Ya… normal…
- ¿Para ti no?
- Supongo que sí.
- Germán…
- Hasta que no tenga un diagnóstico claro no vas a sacarme una palabra, doctora.
- Pero…. – se interrumpió viéndolo negar con la cabeza y señalarla burlón con el
dedo - ¿ni una pista de lo que crees me vas a dar? – él volvió a negar con la
cabeza, Maca frunció el ceño molesta - ¡Tú lo que no quieres es…!
- … que te descojones luego de mí – la cortó con una mueca burlona – tienes
razón, precisamente, es eso lo que no quiero.
- Germán, por favor, dime solo una cosa, ¿tú crees que… tengo algo físico? – le
preguntó con tal expresión de esperanza que él se extrañó. ¿Deseaba estar
enferma?
- Yo no creo nada, mi trabajo consiste en averiguar qué ocurre, no en creer. Hasta
que no lleguen los resultados de Kampala …
- Y… ¿cuándo coño van a estar? – exclamó impaciente – llevas diciéndome eso
dos semanas.
- Wilson, Wilson, aquí hay que armarse de paciencia. Esto no es tu clínica – le
dijo sarcástico ocultándole que el día anterior, había ido personalmente a
meterles prisa.
- Y si fuera urgente, y si necesitas unos resultados para ayer. ¿Qué haces?
- Nada. Aquí esas prisas no existen.
- Habrá casos urgentes – protestó y el sonrió con condescendencia.
- Si se dan esos casos menos prisa hay – le dijo con suficiencia - ayer y mañana
aquí no existen, solo existe hoy. Y eso es algo que deberías haber visto ya. Ten
paciencia.
- Vale, tendré paciencia – aceptó suspirando resignada – los resultados estarán
bien, como siempre.
- Así me gusta… que seas paciente - le sonrió – bueno yo… tengo que irme…
- Germán… ¡espera! – le pidió de nuevo y él comenzó a pensar que no quería
quedarse sola.
- Wilson, tengo prisa no puedo estar aquí todo el día
- Solo una cosa – dijo enrojeciendo de nuevo.
- A ver qué es lo que te pasa, ¿necesitas que te traiga o te haga algo?
- No… no es eso… - dijo sonrojándose – es solo que… yo… anoche… yo…
bueno que…quiero disculparme… yo… no sé que me pasó, me.. me… no debí
hablarte como lo hice, ni…
- No seas tontaina, conmigo no tienes que disculparte, ¡pocas lindezas que habré
escuchado de tu boca! – le dijo burlón, pero luego se acercó de nuevo a la cama
y, serio, la cogió de la mano y le dio un par de golpecitos - … necesitabas
desahogarte y eso hiciste, no le des más vueltas – se agachó y la besó en la
mejilla, con cariño - ¡eso sí que es normal! – bromeó – lo raro es que siempre te
aguantes tanto.
- ¡Gracias! – le dijo casi con las lágrimas saltadas por su gesto y él ladeo la cabeza
con incredulidad.
- De nada. Luego te veo – prometió ya en la puerta - ¡ah! – se volvió - Y si sales
de aquí, ponte unas gafas, ¡estás horrible! ¡carita de Macarena! – le repitió
picándola, a sabiendas de lo poco que le gustaba.
- Muchas gracias, ¡cabrón! – sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro.
- De nada, blandengue.

La pediatra lo miró marcharse sin quitar la sonrisa de los labios, cuando volviese a
Madrid tenía que hablar seriamente con Adela. Miró el vaso de leche, quizás debería
tomar un poco más, pero no sabía que le ocurría últimamente con ella, le daban arcadas
solo de probarla. Cogió una galleta y, sin ganas, comenzó a mordisquearla. “Otra vez en
Jinja y… sola”, no entendía nada, no alcanzaba a comprender qué había ocurrido desde
que cerrara los ojos abrazada a ella, con el deseo de que pasaran las horas, para poder
hablar con tranquilidad y ese momento en el que Esther se había marchado, ahora lo
recordaba, dando un portazo. Estaba claro que su enfado no solo no se había ido
disipando si no que había aumentado a lo largo de la noche.

Seguía doliéndole la cabeza e intentó levantarse, coger su silla para buscar algún
analgésico, e ir al baño, pero las fuerzas le fallaron. Tenía que hacerle caso a Germán y
comer más. Esperó, pacientemente, a que apareciera Margot, sin embargo, la joven, no
lo hizo. Durante toda la mañana estuvo escuchando los gritos y lamentos de algunos de
los enfermos que habían llegado, era un día de mucho trabajo y nadie apareció por la
cabaña.

A media tarde y sin que le hubiesen llevado nada para comer, decidió salir por su
cuenta, con un gran esfuerzo logró vestirse y sentarse en la silla. Estaba muy cansada,
los brazos casi ni los notaba y una sensación de tristeza la embargaba de nuevo. Se
había despertado ilusionada, con la firme convicción de hacer las cosas bien, de ser
sincera con Esther, de contarle todo y explicarle sus razones para rechazarla, pero el
paso de las horas y su ausencia, faltando a su palabra de que hablaría con ella al día
siguiente, le habían devuelto esa profunda sensación de estar de más, en el campamento
y en la vida de la enfermera. Esa idea comenzó a cobrar forma en su mente, y los
consejos de Vero, sus palabras y sus bromas, fueron ganando terreno. Se sentía sola,
muy sola, necesitaba hablar con Vero y, cansada de esperar, se encaminó hasta el cuarto
de la estación. Cuando llegó comprobó que no podía subir el par escalones que la
separaban de aquel bendito aparato que por unos minutos la conectaba con todo aquello
que añoraba. Llamó a Francesco, esperando que, como siempre, estuviese dentro, pero
nadie salió, miró a su alrededor en busca de alguien que pudiera echarle una mano pero
todos estaban afanados en el trabajo. El patio se había convertido en un hospital de
campaña improvisado, se repartía agua, algún alimento y Germán iba de un lado a otro
dando órdenes, agachándose a atender enfermos y heridos… elevando a alguno en sus
brazos trasladándolo al hospital, despidiendo a otros, aquello era el caos más organizado
que hubiera visto nunca, todos parecían saber muy bien lo que hacer, cómo y cuando
hacerlo, parecían acalorados y cansados, pero ninguno frenaba en su actividad, “¿qué
habrá ocurrido para que hayan llegado tantos a la vez?”, se preguntó con curiosidad.
Casi con seguridad ninguno había comido aún, no le extrañaba que tampoco se hubiesen
acordado de llevarle algo a ella, a fin de cuentas, ya podía moverse sola por allí.
Recordó las cosas que le había contado Esther, todo aquello era mucho más importante
que subir aquellos escalones, que llevarle el almuerzo, o que ayudarla a vestirse o entrar
en las duchas, todo aquello la hacía sentirse insignificante y vacía. Llamó de nuevo a
Francesco por si estuviese dentro aunque ocupado, pero la respuesta fue idéntica, nadie
salió. Con un profundo suspiro se alejó de allí, ya tendría ocasión de hablar con Vero.

Le costaba trabajo mover la silla, hoy sí que le dolía la herida y le tiraban los puntos. La
verdad es que se había malacostumbrado allí, Esther la había mimado demasiado sin
dejarla hacer nada y Germán no había ayudado mucho, recordándole insistentemente
que descansara y no hiciera esfuerzos. Había dejado su gimnasia y eso no podía ser, iba
a terminar de perder el poco tono muscular que el quedaba, se dirigió a la parte de atrás,
allí había un pequeño huerto que a esas horas estaba vacío. Pluma, echada a la sombra y
frescor de la vegetación, corrió hacia ella y le echó las patas como la tarde anterior.
Maca le sonrió y la acarició.

- Eres muy guapa, ¿sabes? - le dijo cariñosa – y la única que se alegra de verme
por aquí. ¡Bonita!

La perra le lanzó otro lametón, moviéndole el rabo.

- ¿Quieres que demos un paseo? – le preguntó sin dejar de tocarle la cabeza e


intentando evitar sus envestidas que buscaban lamerle la boca.
- ¡Pluma! – oyó gritar a Sara que se acercó corriendo - ¡quieta! ¡abajo, Pluma!
- No me molesta – se apresuró a responder Maca.
- Nunca se comporta así – le dijo con precipitación, estaba acalorada y parecía
muy cansada – lo siento, solo… solo es así con los críos. No sé… cómo.
- Ya te digo que no me importa yo tengo una parecida y... me gustan. Un día mi
Thersi …
- Maca, perdona, luego charlamos, tengo prisa… iba al hospital a por…
- ¡Sara! – se escuchó la voz de Germán.
- ¡Voy! – le respondió también en un grito – hasta luego, ¡vamos Pluma, vamos!
- Hasta luego – murmuró para sí, porque Sara había salido como una exhalación
sin prestarle más atención.

La perra, corrió tras su dueña y Maca, las observó, quizás lo mejor era volver a la
cabaña. Se desplazó lentamente por el camino y de pronto, se le ocurrió salir al exterior,
allí dentro se sentía completamente inútil y la sensación de vacío y tristeza se había
instalado en ella de forma tan intensa que comenzaba a desesperarla. Todos tenían algo
que hacer, algo con que llenar las horas y la vida, y ella… ¡ella no tenía nada! Salió al
camino, la tormenta de la noche anterior había dejado innumerables hojas y ramas
tiradas por doquier, se arrepintió al instante de haberlo hecho, aún hacía demasiado
calor para salir, un golpe de aire ardiente la hizo dar marcha atrás, entró de nuevo en el
campamento y volvió a escuchar aquellos lamentos, aquella melodía con sabor a muerte
que llenaba el ambiente cada vez que llegaban grupos de enfermos o desplazados.

Al entrar se quedó parada junto a la puerta de la cabaña, no tenía ganas de encerrarse de


nuevo, pero hacía tanto calor que dudó un instante, finalmente, se decidió y se marchó
hacia el patio, al menos allí se distraía viéndolos trabajar.

Nada había cambiado desde hacía unos minutos, todos seguían enfrascados corriendo de
aquí para allá, de pronto vio que Germán hacía unas señas nervioso y hablaba en uno de
los dialectos de la zona, llamando a alguien, parecía que había algún caso grave. Aquel
caos la abrumaba. Miró al cielo y vio las copas de los árboles por encima de la vaya,
observando ese color azul intenso que le provocaba dolor en la vista, aún con las gafas
que llevaba puestas. Unos gritos y la gente comenzó a dispersarse, asustados, corrían
dejando un círculo, dos o tres pasaron a su lado e incluso golpearon la silla, mirándola
con cara de desconcierto. En el centro del patio un círculo vacío en el que distinguió
perfectamente a Germán agachado junto a un joven que no debería tener más de quince
años y junto a él ¿Esther! ¡sí, era ella! Experimentó una sensación de alegría al
descubrir su silueta y tristeza al comprobar que había vuelto sin ni siquiera pasar a
saludarla. Sintió que su alma se agrietaba, que el dolor de su ausencia, no era nada
comparado con el que sentía al ver que ella estaba allí, sin tener ni un segundo para
verla. Y se lo tenía merecido, sí, muy merecido. Estaba claro que ella tenía razón y
Esther seguía enfadada con ella.

Giró la silla y su marcha se volvió lenta, mucho más lenta que cuando saliera, no
debería haber hecho ese viaje, no debería haber salido de su cascarón donde se sentía
segura y protegida, las horas de incertidumbre, dudas y lloros de la tarde anterior, le
habían hecho comprender y reconocer muchas cosas. Ahora sentía que nada de lo que
tenía en Madrid podría llenarla como aquello, pero también sabía que, aquella vida, para
ella, era imposible.

Entró en la cabaña y pensó en meterse en la cama. Pero algo le decía que no lo hiciera.
Desde su actuación en la aldea, a pesar de que al final no hubiera servido de nada, sentía
necesidad de ayudar, de hacer algo y decidió salir a los escalones de entrada. Desde allí
podía divisar el patio y el trabajo de los demás. Clavó sus ojos en la enfermera, viéndola
trabajar, acudiendo de un lado a otro, ayudando a Germán y a Sara al mismo tiempo. Se
sintió orgullosa de ella. Estaba allí, formaba parte de ese grupo, aunque unos papeles se
empeñaran en decir lo contrario, un contrato que la ligaba a su Clínica y a ella, ¡qué
ironía! porque su corazón seguía en ese campamento y ahora, Maca, era capaz de verlo,
entenderlo y respetarlo.

No era capaz de quitar la vista de ella, Esther corriendo, Esther agachándose, Esther
acunando a un niño, Esther sujetando a una madre que daba a luz, Esther dándole de
beber a un chico que caía desfallecido, Esther, Esther, Esther, siempre ella, allí, con su
gente. ¡Sí! lo veía todo con claridad, Esther pertenecía a todo aquello.

Pero no era eso lo único que veía, divisó el recuerdo de ambas en la distancia, sonrió
con nostalgia de aquellos años en los que fue feliz con ella. ¡Qué diferente de los
últimos vividos! No se había parado a pensar en lo cansada que estaba de la vida que
llevaba, en la pesada carga que le resultaba todo lo que hacía. Tenía la sensación de
vivir envuelta en un velo oscuro, atrapada en unas redes de dolor que no la dejaban ser
ella misma. Y pensó en las ilusiones que forjaron juntas, en todos los planes que tenían,
en la primera vez que Esther durmió en su casa, en el desayuno que le preparó, en las
risas compartidas, en las promesas de amor eterno y, por primera vez, se sintió como
una ladrona de todo aquello, había intentado seguir adelante, poner en práctica todo eso
sin ella y lo único que había conseguido, ahora lo sabía, era que la presencia de la
enfermera, el amor que compartió con ella siguiese anclado en el puerto de su corazón.
Se había negado a sí misma esa realidad incluso en las noches en las que semidormida
una voz interior le preguntaba “¿dónde estará?”, despertaba sin la ilusión de volver a ver
sus ojos, sintiéndose vacía y buscando, con falsas caricias, el amor que tanto añoraba y
necesitaba.

Entró en la cabaña mareada, tenía que dejar de pensar o se volvería loca. Quizás sería
mejor buscar algo de comer y tomarse algo para el maldito dolor de cabeza. Pero no lo
hizo. Se tumbó en la cama con dificultad y cerró los ojos. Al cabo de unos minutos
escuchó el ruido de un motor, tantos días allí y se conocía todos los sonidos que
producían los camiones y los jeep del campamento y juraría que ese era diferente.
¿Quién habría llegado?
Seguidamente, un revuelo de voces y gentes corriendo, la alertaron. Se sentó en la cama,
agarró su silla y se dispuso a salir al porche. Al hacerlo, comprobó que un joven, alto y
trajeado, discutía con Germán en el centro del patio. Esther estaba a su lado.

- ¡Y encima García! – gritó el joven tan alto que Maca lo escuchaba


perfectamente – ¡esto es el colmo! Y tú Germán ¿no tuviste bastante con la
sanción y el expediente disciplinario? ¿Cómo se te ocurre! ¿cómo?
- Germán no tiene la culpa – lo defendió Esther también alzando la voz, todos
parecían alterados – he sido yo la que he insistido en echar una mano.
- ¡Cierra la boca y háblame cuando te pregunte! – vociferó el joven con aire
despectivo amenazándola con el dedo y, acercándose a ella imponiendo su
superioridad física, de tal forma que hasta Germán colocó su cuerpo entre
ambos.

Maca, al ver aquel gesto agresivo y tras escuchar parte de aquella disputa, apoyó las
manos en los brazos de la silla en un ademán de impotencia, ¡se levantaría y le partiría
la cara a aquél intruso! sintió que la ira se apoderaba de ella, se sintió furiosa por el tono
déspota con el que trataba a la enfermera. ¿Quién era ese niñato maleducado?

- Oscar no creo que estas sean formas… - intervino Sara acercándose a ellos, en
un intento de mediar.
- ¡La que faltaba! ¡Doña perfecta! Tú cállate – bramó fulminándola con la mirada.
- Sara… - musitó Esther negando con la cabeza indicándole que no interviniese.
- Estoy harto de ti y de ella – le gritó el joven a Germán al tiempo que señalaba a
Esther con el dedo – me voy a encargar personalmente de que no vuelvas a ser
admitida y, en cuanto a ti, prepárate – amenazó a Germán – tendrás suerte si te
dejan continuar aquí de médico, pero olvídate de dirigir esto.
- Oscar vamos a mi cabaña y vamos a hablar tranquilamente – le pidió Germán
mirando hacia la enfermera preocupado.
- No hay nada que hablar – les dijo girándose y dándoles la espalda - ya tendréis
noticias mías.

Maca no pudo contenerse por más tiempo, ¿quién se había creído que era aquel
engreído para tratarlos así? ¡Le faltaban años y le sobraba soberbia!

- ¡Eh! Usted – gritó Maca tan alto que todos se giraron hacia ella - ¿puede venir
un momento? – le pidió a voces ante la perplejidad del recién llegado que miró
hacia Germán con gesto interrogador.
- He intentado explicártelo – le dijo Germán enarcando las cejas sin poder evitar
un gesto burlón.
- ¿Explicarme qué…? ¿quién se cree esa que es para … ? – le preguntó extrañado
y molesto por la intromisión, mirando hacia Maca con la frente arrugada y una
aire desafiante.
- Pregúntaselo a ella – le sonrió torciendo la boca en una mueca de satisfacción.
Maca podría haber cambiado mucho pero el tono con que lo había llamado lo
recordaba a la perfección y ya estaba disfrutando solo de pensar en lo que podía
llegar a decirle la pediatra – pero… yo que tú, hablaría con ella y… me andaría
con ojo – lo amedrentó.
- ¿Pero quién coño es? – bramó cambiando el tono molesto al de auténtico enfado.
- La directora y dueña de la Clínica Pedro Wilson. Esther trabaja allí – le dijo
Germán colocando su brazo sobre los hombros de la enfermera en gesto
protector – colaboramos con ellos desde hace un par de meses ¿no me digas que
no te has enterado? – dijo irónico.

Oscar los miró con el ceño fruncido.

- Me da igual quien sea, ¡cómo si es el papa de Roma! ¡aquí mando yo! –


respondió malhumorado pero en un tono que mostraba un ligero temor, claro
que había oído hablar de los contactos entre la organización y la clínica, también
lo hacían con otros hospitales, pero también le habían llegado rumores de la
amistad que unía al director general con aquella mujer y eso sí que, quizás, debía
tenerlo presente e ir a ver qué quería.

El joven clavó sus ojos en Germán, luego en Esther y, tras dudarlo un instante,
encaminó sus pasos hacia la cabaña. Sería mejor ver que quería aquella entrometida y
ponerla en su sitio, ¿Quién se creía que era allí para hablarle en aquel tono ni para darle
órdenes a él? Esther hizo ademán de seguirlo pero Germán la retuvo.

- Déjalo. ¡Qué se enfrente solo al toro! – bromeó.


- No sé si será buena idea – dijo preocupada.
- Lo será – sonrió malicioso - ¡te aseguro que lo será!
- Maca no debe meterse – respondió frunciendo el ceño – no quiero que lo haga.
- ¡Déjala! – le aconsejó Germán – lo necesita, ¡necesita ser ella misma!
- Oscar tiene razón, yo no debería estar trabajando y ella no es nadie aquí para…
- Esther – la cogió de los brazos y la encaró – ¡deja de tratarla así y de
ningunearla! ¡es tu jefa! y si alguien puede sacarte del lío en el que estás y de
paso sacarme a mí por haberte dejado trabajar aquí, a sabiendas de todo, es ella.
- No quiero que me haga favores – soltó molesta – no quiero deberle nada.
- Tarde, niña, muy tarde - le dijo y bajando la voz - ¿quieres que te recuerde lo
que le debes! creo que no, porque creo que parte de tu enfado se debe a eso, ¿me
equivoco?
- No – musitó – no te equivocas, aunque no es solo por eso.
- Pues no la pagues con ella – le dijo sin soltarla – y hablad de una vez. Si tienes
algo que reprocharle o preguntarle ¡hazlo! Y deja de esquivarla, solo la haces
sufrir y la alejas cada vez más de ti.
- Estoy harta de que siempre creas que lo sabes todo.
- Y yo, de que seas tú quien lo cree. Deja de dar vueltas en círculo que pareces un
ave carroñera y lánzate directa a por lo que quieres. Que fallas, pues muy bien,
aquí me tienes para llorar. Que no fallas, ¡disfrútalo! Pero deja de lamentarte,
¡coño!
- Maca tiene razón ¡eres imbécil!

Germán frunció el ceño y Esther arrepentida se corrigió con rapidez.

- Perdona… Maca no ha dicho eso… soy yo que… ¡joder! Odio que siempre
tengas razón.
- Vale, vale – la tranquilizó sonriendo de nuevo – sé como es Maca, y sé lo que
puede decir de mí. No es una sorpresa, me lo dice siempre a la cara, esa es una
de sus virtudes – torció la boca en una mueca burlona que acompañó con el
brillo de los ojos, Esther comprendió que Germán estaba recuperando con Maca
la amistad que los unió y se sintió aún más culpable por haber dicho aquello - Y
si le das ocasión, también te lo dirá a ti. Esta mañana estaba decidida y yo diría
que contenta.
- Pues.. ahora soy yo la que no quiere hablar. Estoy enfadada, y no me preguntes
porqué pero lo estoy, ¡muy enfadada! y… no quiero oír ciertas cosas.
- ¡Cobarde! – sonrió abrazándola, empezando a comprender lo que le ocurría –
y… me da que tienes miedo sin motivos… ¡la conozco!
- A lo mejor no los tengo pero… te repito que estoy muy enfadada, ¡mucho! –
insistió y Germán sonrió “¿qué no te pregunte! ¡lo estás deseando! si no a qué
tanta insistencia” - Y… así no quiero hablar con ella…porque…porque…
- Porque temes cagarla, dilo.
- Eso.
- Bueno… quizás tengas razón, después de un día como hoy… es mejor descansar
y despejar las ideas con la almohada. Pero mañana, ni Jinja, ni Kampala, ni
echar aquí una mano, mañana te la llevas a donde quieras y charláis
tranquilamente.
- No creo que pueda volver a echar aquí una mano jamás – dijo con tristeza
recordando la amenaza de Oscar - ¿tú crees que…?
- Confía en Maca y hazme caso, llévatela por ahí, seguro que Jinja le gusta y está
suficientemente cerca, yo creo que el viaje no debe cansarla demasiado.
- Pero… ¿puede salir! quiero decir que anoche parecías tan preocupado por ella…
- le dijo enarcando las cejas con ademán de recordar algo – ¡por cierto! ¿y los
análisis?
- ¡Hombre! ¡por fin te dignas preguntar! – bromeó - como siempre, todo bien. Así
es que, mientras no me den los resultados de lo que mandamos a Kampala,
quiero que haga vida normal. A ver si se anima, porque yo la veo tristona.
- ¡Germán! – le señalo el portón, sin responder, por donde estaban entrando otro
grupo de unas doce personas, todos corrieron hacia él.

Mientras hablaban, Maca primero había permanecido observando el cuadro con


nerviosismo por la disputa y, luego, con absoluta tranquilidad, sintió que la furia inicial
se había aplacado, dejando paso a aquella seguridad y aplomo que siempre la había
caracterizado. Estaba dispuesta a cantarle las cuarenta a aquel imbécil fuese quien fuese,
aunque podía imaginar perfectamente de quién se trataba. Y, ahora, lo veía llegar hasta
ella, al tiempo que, de reojo, comprobaba que Germán tenía sujeta a Esther por los
brazos y hablaba seriamente con ella. ¡Daría lo que fuera por saber qué le decía!

- ¿Qué quieres? – llegó dando grandes zancadas mostrando el desagrado que


sentía y hablando, como Maca se temía, sin educación alguna.
- Buenas tardes – lo saludó la pediatra – soy Macarena Wilson y usted es… -
preguntó enarcando las cejas y alargando la mano dispuesta a estrechársela.
- Oscar Wizzar, con dos zetas, inspector jefe.
- Encantada, Wizzar con dos Zetas – le dijo Maca, esperando un “igualmente” o
algún comentario de cortesía por su parte que no se produjo, lo cual la molestó
aún más de lo que ya estaba y tras hacer una pausa en la que no dejó de
observarlo le preguntó - ¿algún problema?
- Ninguno que te importe – respondió malhumorado – tengo mucha prisa.
- ¿Es usted médico?
- ¿Médico yo! ¡claro qué no!
- Ya me parecía a mi… - musitó.
- Macarena no tengo todo el día, quieres algo de mí o…
- Acérquese un momento – le pidió apretando los labios en lo que al joven le
pareció un esbozo de sonrisa, aunque si la conociese sabría que estaba muy lejos
de tratarse de eso, más bien todo lo contrario.
- ¿Y bien? – le dijo subiendo un peldaño.

Maca lo miró y con el dedo índice le hizo la seña de que se acercase a ella más aún. El
joven se agachó poniéndose a su altura.

- Punto uno, ni se te ocurra seguir tuteándome – enronqueció la voz y lo fulminó


con la mirada mostrándole, al hacerlo ella, que adoptaba una posición de
superioridad frente a él – punto dos – que sea la última vez que le hablas a
Esther en ese tono, ni a ella, ni a nadie de este campamento. Punto tres, si Esther
está trabajando ahí es porque yo – recalcó el yo con tal fuerza y tal brillo en los
ojos que el joven captó inmediatamente lo que significaba - he permitido que
eche una mano, si tienes algún problema con eso denúnciame a mí, que soy la
única culpable, me gusta que mis pacientes lleguen a mi clínica con la mejor de
las atenciones y si para eso, la mejor enfermera de mi equipo se tiene que venir
aquí conmigo, lo hará – le dijo con sorna enarcando una ceja - y punto cuatro, no
tienes ningún derecho a llegar aquí y tratar como lo haces a tus médicos y
enfermeras. Para entender lo que se hace aquí – repitió el adverbio de nuevo
señalándole dónde entendía ella que esta la causa de todos los problemas -
primero tendrías que aprender a respetar nuestro trabajo, el esfuerzo que hacen
todos los días estas personas, trabajan más horas de las que deberían y ven cosas
que nadie debería ver porque no deberían pasar. Hay días como hoy que ni
siquiera han parado a comer. Pero tú, que vienes del despachito en el que te ha
puesto tu papa, te crees en el derecho de juzgarlos, y no lo tienes, muchacho – le
dijo en tono despectivo – no lo tienes.
- Disculpe – le dijo tratándola por primera vez con respeto – pe… pero usted no es
quien para…
- Disculpa tú, pero sí soy quien – lo cortó airada sin darle más explicaciones –
ahora vas a coger, te vas a dar la vuelta y te vas a marchar y si yo me entero de
que has vuelto a faltar al respeto a alguien de aquí, el que se las va a tener que
ver conmigo serás tú y la que se va a encargar de que no vuelvas a poner los pies
en este campamento ni en ningún otro, seré yo. Y te aseguro que soy capaz de
hacerlo y que puedo hacerlo.

El joven la miró enfurecido, conforme Maca hablaba su tono de piel iba pasando del
blanquecino al escarlata para acabar instalándose en el morado de ira, pero no pronunció
palabra. Se giró para marcharse pero Maca lo detuvo.

- Otra cosa, Oscar – le dijo en el mismo tono cortante y autoritario – cuando


García, como tu la llamas, solicite el reingreso contará con un informe favorable
por mi parte y, otro por la tuya, ¿entendido?
- Eso será si está preparada.
- Por supuesto, no he dicho lo contrario – le sonrió con suficiencia – Esther
siempre lo está. Y tú, si supieses lo que tienes entre manos, sabrías verlo.
- Yo no digo que no sea buena enfermera – protestó frunciendo el ceño – solo
que….
- No. No podrías lo interrumpió - Ten por seguro que no voy a dejar que alguien
como tú – dijo recalcando el “tú”, mostrándole el poco respeto que le merecía su
opinión sobre un profesional - le impida que vuelva, si es lo que desea.
¿Entendido? – le repitió enarcando las cejas.

El joven la miró y apretó los labios, enrojeciendo aún más si es que eso era posible.

- ¿Entendido? – insistió Maca.


- Entendido – musitó con rabia.
- Pues… estupendo… no te entretengo más Oscar Wizzar con dos zetas – le dijo
con sorna - ¿tenías prisa, no?
- Sí.
- Encantada de conocerte – le tendió la mano que él despreció con un gesto altivo
y no se la estrechó.
- No puedo decir lo mismo – respondió con desdén, y sin decir nada más se giró
para marcharse.
- ¡A dios! – gritó Maca con una sonrisa de satisfacción.

Él se detuvo un instante y Maca pensó que iba a decirle algo, pero tras un segundo de
duda, se alejó dando unas zancadas aún mayores que con las que había llegado hasta
ella.

Cuando estuvo a la altura de los demás, Oscar se paró un instante, mirando de reojo
hacia el lugar donde había dejado a Maca y señaló con el dedo a Germán.

- Por esta vez te vas a librar de ese expediente pero si vuelvo a ver a García
trabajando aquí… sin… sin haberme pedido permiso primero… - dijo mirando
al médico amenazadoramente pero sin la fuerza con que llegara.
- Pedido queda – sonrió Germán.
- Humm – gruñó malhumorado, dándoles la espalda y dirigiéndose a su vehículo.
Montó en él y se marchó a toda velocidad.
- ¿Era buena idea o no lo era? – le susurró a Esther en el oído – ve y le preguntas
qué le ha dicho.
- ¡Sí, claro! – exclamó haciéndose la ofendida – ve y le preguntas tú que eres el
que tienes interés. A mi me da igual.

Germán la miró y sonrió negando con la cabeza. Se volvió hacia Maca y levantó el dedo
pulgar hacia arriba indicándole que todo había ido bien. Maca levantó la mano en señal
de saludo. Esperaba que Esther fuera hasta allí aunque fuera para saludarla pero no lo
hizo, se agachó junto al médico y, solventado el incidente, continuaron con el trabajo.

Maca volvió a la cabaña, se tumbó en la cama otra vez, y esperó pacientemente que
llegase la hora de salir con la enfermera. Pero la hora llegó y Esther no apareció. Maca
comprendió que ese día no habría paseo, aburrida y desesperada se levantó de la cama y
volvió a asomarse. Habían encendido unos focos y todos seguían trabajando, aquello era
agotador. Pronto sería la hora de la cena, quizás, para entonces, decidieran parar un rato.

Buscó a Esther con la vista, la encontró de rodillas en el suelo, asistiendo a Germán que
parecía desbordado. De pronto, el médico se irguió y miró hacia ella.
- ¡Eh! ¡Wilson! ¿te vas a pasar todo el día ahí! ven aquí un momento – le gritó
desde lejos.
- Pero… ¿qué haces? – le preguntó Esther molesta.
- ¿Qué hago! llevas todo el día esquivándola, y ella lleva todo el día como un
pasmarote, intentado verte y, allí apostada, por si te dignas ir a decirle algo, ¿no
te parece que ya esta bien? – le preguntó al tiempo que levantaba la mano y
volvía a gritar – Wilson, que es para hoy, ¡vamos! ¡ven aquí!
- No, no me parece – le dijo Esther con voz ronca mirando hacia la cabaña y
viendo como Maca entraba en ella, tenía que hacerlo para salir por detrás, donde
estaba la rampa – además, ya hemos hablado de esto y hemos quedado en que...
- Vamos a ver, Esthercita, ¿tú no dices que es la mujer de tus sueños! tendrás que
hablar con ella de una vez, ¿no crees?
- No, no creo. No tengo ninguna intención de hablar con ella, al menos hoy, ya te
lo he dicho. Y tú, ¿por qué cambias de opinión y haces las cosas como te da la
gana! ¡esto es una encerrona!
- Cambio de opinión porque no soporto verla allí con esa cara de cordero
degollado – soltó e inmediatamente se acordó de Margarette solo con ver la cara
y la reacción de Esther ante su expresión, pero ya era tarde, los ojos de la
enfermera se humedecieron y él suavizó el tono, conscente de que Esther aún no
había superado lo ocurrido, la acarició comprensivo y siguió como si nada - ni
soporto su mirada clavada en mi cogote – reconoció - ¿Se puede saber que ha
pasado en esa cabecita, desde anoche, para que estés hoy así de molesta con
ella? – le preguntó cariñoso - Porque sé que no habéis hablado y menos
discutido, esta mañana Wilson estaba de mejor humor, hasta que le dije que te
habías ido a Jinja, incluso la he visto tranquila y decidida. Podías haber
aprovechado en vez de largarte.
- Ya lo sé, ya me lo has dicho. Y también sé el porqué estaba tan contentita – le
dijo con retintín y el enarcó las cejas interrogador - porque se ha pasado toda la
noche soñando con su Vero, y porque ella tiene las ideas muy claritas.
- ¡Qué retorcida qué eres! ¡será posible! – exclamó moviendo la cabeza de un lado
a otro - te digo que la tienes a punto de caramelo. No hay nada mejor que una
noche en vela con la llantina, para ver al día siguiente todo más claro.
- ¿En vela! perdona pero la que ha estado en vela he sido ello, que ella no me ha
dejado dormir con los llantos, los temblores y las charlas que se trae en sueños –
respondió molesta.
- Wilson no tenía cara de haber estado durmiendo toda la noche – le dijo y
enarcando las cejas prestó atención a uno de sus comentarios - ¿temblores! ¿qué
temblores! te dije que me llamases si se encontraba mal.
- No se encontraba mal. Estaba muy a gustito durmiendo, solo parecía tener frío y
la arropé. Le tomé la temperatura y no tenía fiebre – respondió molesta por su
recriminación – soy enfermera y no soy una inconsciente, podré estar enfadada
con ella, pero no voy a dejar que le pase nada.
- ¿Ves! pero si hasta enfadada eres incapaz de no cuidarla. ¿Quieres dejar de hacer
el tonto y hablar ya con ella? ¡Lo que yo te diga! – exclamó sonriendo.
- Y yo te digo que no voy a arrastrarme más, estoy harta y no pienso hablar con
ella para que me mande a paseo con educación, que es lo que pretende hacer.
Todavía sé leer esos ojos, y sé lo que me va a decir. Y no quiero oírlo,
¿contento?
- ¡Chist! calla que aquí la tienes – le dijo bajando la voz – intenta controlar esas
malas pulgas – le guiñó un ojo, conciliador.
- ¡Hola! – dijo Maca llegando sonriente, ¡aún no se creía que la hubiesen llamado!
había sido toda una sorpresa y se había alegrado tanto, que se sentía culpable por
haber pensado mal de la enfermera. Cruzó la mirada con Esther que bajó los
ojos, sin responder al saludo, y siguió atendiendo a la madre del pequeño que
Germán tenía en los brazos.
- Wilson, ¿puedes echarle un ojo a este crío y decirme qué opinas?
- Pero… - lo miró desconcertada - ¿yo? – preguntó mirando hacia Sara que estaba
a escasos metros de ellos, ella era la pediatra, era a ella a quién debía preguntar.
- Sí, tú – insistió - lo han llevado al curandero y mira la sangría que le han hecho.

Maca buscó a Esther con la vista. Aquel pequeño debía estar como el otro y ella no
quería volver a meter la pata. Sus miradas se cruzaron y la de Maca, suplicante, le pedía
ayuda y ánimos. Pero la enfermera no estaba dispuesta a ceder, y se retiró unos pasos
tras Germán, en silencio.

- No sé, Germán, yo… no estoy acostumbrada a ver ciertas cosas y no…


- ¡Vamos! ¡cógelo!
- No.. yo no…. – se echó hacia atrás con la silla – no puedo…
- Claro que puedes… venga doctora, que nos se diga.
- No.
- ¡Déjala! – intervino Esther airada – ¿no ves que todo esto la asquea?

Germán, en cuclillas con el niño en brazos tendiéndoselo a Maca, giró la cara hacia ella,
que estaba a su lado, vendando uno de los tobillos de la madre, la miró con el ceño
fruncido y levantó las cejas. No necesitó hacer nada más. Esther supo inmediatamente
que estaba enfadado y bajó la vista, siguiendo con lo que hacía, sin hacer más
comentarios. El médico se volvió hacia Maca, que los observaba en silencio,
mordiéndose el labio inferior y un gesto de desconcierto en su rostro.

- Tiene fiebre alta – le comenzó a explicar con naturalidad – y lleva dos días con
diarrea y vómitos …
- Como estáis los dos no me necesitáis – intervino la enfermera, interrumpiendo al
médico y lanzándole una furibunda mirada a Maca que la pediatra no entendió,
“¿qué pasa?”, le preguntó con la mirada - Voy dentro un momento.
Necesitamos más vendas – dijo levantándose con rapidez.

Pero al hacerlo, se tambaleó mareada y tuvo que agarrarse al hombro de Maca para no
caer. La pediatra rápidamente levantó los brazos y la sujetó por las axilas.

- ¡Esther!
- ¡Uf! me estoy… - no pudo continuar se le doblaban las rodillas y miles de
estrellas se colocaron frente a sus ojos, Maca notó como aflojaba la mano sobre
su hombro y como su peso caía sobre sus brazos.
- ¡Niña! – se incorporó Germán, que rápidamente le había entregado el niño a su
madre y se levantó del suelo sujetando a la enfermera por la cintura evitando que
cayera, Maca lo vio preocupado – ven, túmbate un momento – le dijo intentando
sentarla en el suelo del patio, pero la irregularidad del mismo, los surcos de
barro seco y la falta de espacio rodeados por pacientes y objetos desperdigados,
lo hicieron dudar.
- No, no – se negó sin querer llamar la atención – estoy bien – musitó - ¡uf! –
respiró hondo llevándose una mano a la frente y cerrando los ojos.
- ¡Siéntala aquí! - le dijo Maca señalando sus rodillas – yo la sujeto.

Germán asintió y la sentó con cuidado encima de Maca que la sostuvo con un brazo y
con el otro le empujó para que bajase la cabeza. La enfermera intentó resistirse y se
irgió pero estaba tan mareada que se dejó caer sobre Maca.

- No seas burra, Esther – le ordenó Maca con autoridad pero con dulzura – deja
que te sujete – le pidió – venga inclina la cabeza – esta vez la enfermera
obedeció.

Germán buscó tras él y cogió una botella.

- ¿Esther? – le dijo con suavidad Maca - ¿mejor? – preguntó acariciándole la


cabeza e intentando retirarle el pelo de la cara.
- Toma bebe un poco de agua – le puso Germán la botella en la mano y la
enfermera, se incorporó aún con los ojos cerrados, con mano temblorosa la
cogió, pero fue incapaz de llevársela a los labios.

Maca con suavidad se la sujetó y se la inclinó pero apenas se mojó los labios. La
pediatra le devolvió la botella a Germán y con el brazo que sostenía a Esther la recostó
en ella.

- Esther, deberías descansar un poco – le dijo Maca al ver que se incorporaba de


nuevo – estás muy pálida y…
- No – se negó abriendo los ojos que había mantenido cerrados – ya se me está
pasando. Voy… voy dentro y… - se levantó, de sus rodillas e inmediatamente
tuvo que sentarse de nuevo.
- Pero niña… - exclamó Germán sujetándola al mismo tiempo que Maca.
- Esther, por favor, ¿no ves que no estás bien? – le dijo Maca angustiada.
- Que si… - la miró con ojos ausentes, ¿qué hacía Maca allí! esbozó una sonrisa
intentando aparentar normalidad, respiró hondo un par de veces y se levantó.
- Vamos que te llevo dentro – intentó imponerse Germán.
- Os acompaño – dijo Maca.
- Esperad… - se tambaleó de nuevo y Maca la sujetó con rapidez volviendo a
sentarla.
- Esther, quédate tranquila unos minutos, por favor – le pidió Germán en pie junto
a ellas, poniendo su mano en el hombro de la enfermera.
- ¡Que, no! – se negó con rotundidad inclinando la cabeza y hundiendo la cara
entre las manos – ¡joder!. – exclamó sin fuerza en lo que pretendía ser una
protesta - sigue con lo que hacías y deja de llamar la atención – le pidió en voz
baja – yo… estoy mejor – murmuró haciendo otro intento de levantarse de las
rodillas de Maca.
- ¡Por favor! cariño – la sujetó impidiéndoselo – espera un poco.
- Sí – musitó completamente mareada, aunque lo intentaba las piernas no la
sostenían, la cabeza le daba vueltas, se sentía flotar y escuchaba las voces cada
vez más lejanas – uf… - exclamó sintiendo que su cuerpo no le respondía, de
nuevo miles de puntitos luminosos subieron con rapidez a su cabeza, sabía lo
que venía después, no era la primera vez que le ocurría - Maca… creo … que…
- Tranquila, cariño, tranquila – le dijo recostándola con delicadeza, comprobando
que Esther ya no se aferraba a ella dejando caer su brazo. Germán las miró y, a
pesar de la situación no pudo evitar sonreír, “¡Ay, ay! Wilson, ¿cariño!
¡contrólate! ¡qué se te ve el plumero!”.
- Toma – dijo Germán a Maca tendiéndole un cartón de los que usaban para
arrodillarse en el suelo – échale aire – le pidió mientras buscaba más agua –
vamos a ver si se le pasa con esto y si no….
- Porqué no la coges y la llevas al hospital.
- ¿Al hospital por un simple mareo? Y… ¿qué hago con todos estos? – preguntó
burlón señalando alrededor del patio – no seas dramática y tranquila que en unos
minutos se le pasa. No es nada. Es la falta de descanso y este maldito calor. A
todos nos ha ocurrido alguna vez. Sigue echándole aire – le ordenó, rebuscando
entre todo lo que tenía por allí y cruzando unas palabras con la mujer que estaba
atendiendo - ¿Dónde coño he puesto el agua? – murmuró más para sí que para
nadie.

Maca obedeció, la recostó sobre ella, y la abanicó con más fuerza, intentando
reanimarla. Estaba sorprendida de que nadie parecía inmutarse, ni sus compañeros, ni
los numerosas heridos y enfermos que se agolpaban en filas esperando ser atendidos.
Aquello era agobiante, no le extrañaba que Esther se hubiese mareado, lo raro es que no
le ocurriese a todos. Aquel olor a sangre y sudor, aquellos quejidos y lamentos, ese
calor asfixiante, la falta de medios, todo la hacía sentirse fuera de lugar, inútil. Siguió
moviendo el cartón arriba y abajo, con tanta rapidez que le dolía el brazo, aunque no
tanto como con el que tenía sujeta Esther, suerte no poder sentir su peso. Germán se
arrodilló frente a ellas y comenzó a mojarle la cara a la enfermera, la nuca y las
muñecas. Al cabo de unos segundos, Esther abría los ojos. Se sentía mejor, aún le
parecía flotar, pero hacía unos momentos que escuchaba con normalidad. Por un
instante no sabía que había pasado ni donde estaba, sentía que la sujetaban y creyó que
era Germán el que la estaba acariciando y abanicando. Pero, rápidamente, comprendió
que no era así. Era ¡Maca! Bruscamente se irguió.

- Espera, tranquila – le pidió la pediatra – despacio que te vas a marear otra vez –
le recomendó sujetándola – es mejor que estés un rato con la cabeza...
- ¡Déjame! estoy bien – respondió, zafándose y levantándose con la misma
brusquedad.
- Niña, hazle caso a Wilson – le pidió el médico cogiéndola por el brazo,
sosteniéndola por si volvía a caer, y obligándola con suavidad a sentarse en las
rodillas de Maca – pero… ¿qué pasa? – le preguntó cogiéndole la cara con
ambas manos y mirándola a los ojos - espera un poco.
- Estoy bien, Germán – lo miró son una sonrisa y un tono mucho más agradable
que el empleado con la pediatra - solo necesito refrescarme un momento. Voy al
baño y a por las vendas que nos faltan.
- No seas cabezona y escúchalo, tienes que descansar y tomar algo – insistió Maca
preocupada por ella, pasándole la mano por la espalda, ignorando el tono con el
que le había hablado.
- Esther, te guste o no, Wilson tiene razón, por hoy se ha terminado esto para ti –
le ordenó - ¿de acuerdo?
- Vale – aceptó pasándose la mano por la frente.
- Wilson, anda, por qué no la acompañas dentro – le propuso indicando señalando
con la cabeza hacia los edificios y dedicándole una agradecida sonrisa.
- ¡Claro! – se la devolvió contenta de ser útil - vamos Esther, tienes que echarte
un rato, te acompaño y voy a buscarte algo a la cocina.
- ¡He dicho que no! estoy bien – insistió, levantándose de las rodillas de Maca,
esta vez con éxito – no necesito que me acompañes, ni que me busques nada –
respondió desafiante.

Germán frunció el ceño a punto de responderle y reprocharle su comportamiento, pero


se lo pensó un instante y les dio la espalda.

- ¡Sara! – gritó el médico – ven un momento – le pidió al ver que Esther no iba a
dar su brazo a torcer y no iba a consentir que Maca la acompañase, la joven
llegó al instante - ve con Esther y que tome algo, está mareada.
- ¡Eh! cariño, pero qué…. ¡uf! ¡qué mala cara tienes! anda vamos – la cogió del
brazo y la apoyó en ella, Esther, ahora sí, se dejó arrastrar sin protestar más,
iniciando la marcha – pero ¿qué te ha pasado? – le preguntó mirando de reojo a
Maca.
- No sé…
- Eso ha sido una bajada de tensión, ahora mismo….

Maca se quedó observándolas, viendo como iban alejándose despacio, sin que pudiera
seguir escuchando lo que decían, su rostro reflejaba preocupación, tristeza y decepción.
Germán la miró de soslayo y ladeó la cabeza. “¡Vaya par!”, no había manera con ellas,
iba a tener que encerrarlas en la cabaña y no abrirles hasta que no hubiesen hablado.

- ¿Qué le pasa conmigo? – preguntó sin quitar la vista de la espalda de ambas que
cada vez estaban más distantes.
- Está cansada.
- No. No es eso, tú también lo estás y…. no…
- Hoy se ha levantado con el pié izquierdo. No le hagas caso – respondió
pensativo.
- Sí… será eso – suspiró arrastrando las palabras incrédula. No entendía que la
noche anterior hubiese estado tan cariñosa con ella, que le hubiese propuesto
invitarla a desayunar y, ahora, ni siquiera fuese capaz de mirarla a la cara.
- Bueno… ¿qué me dices del crío, Wilson? – le preguntó al tiempo que se
agachaba y lo tomaba de las manos de su madre.
- Germán.. yo.. no… no sé… no… no puedo hacer nada… - balbuceó distraída.
- No quiero que hagas nada, solo que me des tu opinión.
- No juegues conmigo – le pidió cansada - sabes perfectamente lo que tienes que
hacer.
- Yo sí, pero… quiero que me lo digas tú.
- ¿Para qué?
- Para que veas que … - comenzó, girando la cabeza hacia ella sin dejar de
atender al pequeño, quería explicarle lo que pretendía, pero la vio tan derrotada
que se detuvo - para nada.. tienes razón.. soy imbécil.
- No lo eres.. – le sonrió posando la mano sobre su hombro – gracias por el
intento, pero… no te metas – le aconsejó con calma. Germán apretó los labios
descubierto - te veo en la cena.
- No faltes – la señaló con el dedo – no ve valen excusas.
Maca asintió, se separó de él intentado sortear todos los obstáculos y las irregularidades
del piso y se marchó hacia la cabaña de nuevo. Esther, que salía con Sara de la cocina
con un vaso de zumo en la mano, la observó en la distancia. Parecía abatida y cansada.
No quería hacerla sufrir, pero tampoco quería perder su dignidad corriendo todo el día
tras ella y sabiéndose un segundo o un tercer plato. Tenía que reconocerlo, había llegado
muy tarde a su vida. En cuanto lo tuviese asumido y no le doliese tanto esa realidad, a la
que había abierto los ojos la noche pasada, hablaría con ella, aceptaría lo que tuviese
que decirle, se disculparía por su comportamiento e intentaría ser para ella lo que Maca
le había pedido y lo que ella le había prometido, la mejor de las amigas.

Dos horas después, Maca llegó al comedor para cenar con los demás, lo hizo cabizbaja
y con unas ojeras que alertaron a Germán, que no le quitaba ojo. Esther entró junto a
Sara y Maca le dedicó su mejor sonrisa.

- Esther… - la llamó haciéndole una seña para que se sentara junto a ella.
- Hola – le respondió la enfermera pasando a su lado.
- ¡Espera! – le pidió sujetándola por la muñeca – ¿como… cómo estás? – le
preguntó nerviosa.
- Bien – respondió seca, librándose de su mano.
- ¿Te sientas aquí! te he cogido un sitio – la miró esperanzada.
- No – respondió cortante.
- Por favor – susurró mirando hacia Sara que se mantenía en una discreta distancia
esperando a la enfermera – quiero hablar contigo.
- ¿Aquí?
- Sí, aquí o donde quieras, pero… ¡ya!
- No, Maca, no es momento ni lugar – le respondió cortante, haciendo ademán de
seguir su camino.
- Vale – la sujetó de nuevo por la muñeca - ¿después de cenar?
- No, Maca, después de cenar tengo cosas qué hacer.
- Pero, ¡Esther! – exclamó elevando la voz y notando como algunos de los
miembros del equipo que ya estaban sentándose las miraban, y bajando la voz
continuó – ¡qué has estado a punto de desmayarte! después de cenar tienes que
descansar.
- Después de cenar haré lo que me apetezca – le soltó frunciendo el ceño enfadada
e intentando soltarse de su mano pero Maca la sujetó con más fuerza.
- ¡Espera! – le pidió con ojos suplicantes.
- ¡Suéltame! – elevó el tono forcejeando y llamando la atención de todos, que
guardaron silencio.

Maca miró su mano sujetando a Esther y abrió los ojos desconcertada, levantando la
vista hacia ella, ni siquiera había reparado en que la estaba reteniendo. En décimas de
segundo, a su mente acudieron las imágenes del jeep y de la noche en que Esther se
marchó, disminuyó la fuerza y la soltó con rapidez.

- Per…perdona… yo… yo – balbuceo enrojeciendo -, ¿te he hecho daño?


- No respondió acariciándose la muñeca con la otra mano para indicarle que sí se
lo había hecho, clavó sus ojos en ella un segundo y se giró – tú nunca haces
daño – musitó entre dientes irónica, lo suficientemente alto para que la pediatra
la escuchase, mientras se dirigía al fondo de la mesa dispuesta a sentarse en el
extremo opuesto.
Maca se mordió el labio inferior y bajó los ojos. Sentía un nudo en la garganta que le
cortaba la respiración pero no iba a darle el gusto de verla afectada.

- Vamos Sara – la escuchó decirle, mientras ella clavaba su vista en el plato vacío
y tomaba aire.

Sara, que se había percatado de su maniobra le hizo un gesto recriminatorio con los ojos
a la enfermera, sería posible que se comportase así cuando llevaba dos horas hablándole
de Maca, negó con la cabeza, se detuvo y se sentó al lado de la pediatra, dejando a
Esther avanzar sola.

- Hola Maca, ¿está ocupado! ¿te importa si me siento a tu lado?


- No, claro que no – respondió con voz entrecortada mirando de reojo hacia dónde
estaba sentada Esther.

Sara intentó entablar conversación, primero contándole que la gran cantidad de heridos
y enfermos que habían llegado en el día se debía a la saturación de los dos campos de
desplazados más cercanos, y luego, al ver que no parecía interesarse en el tema,
hablándole otra vez de los aneurismas congénitos, pero Maca solo tenía una cosa en la
cabeza: Esther. Ausente y distraída, respondió con monosílabos a varias preguntas en
las que no debía haberlo hecho, y Sara, consciente de que no la escuchaba, se apresuró a
disculparse.

- Perdona, Maca, pensarás que soy una pesada, ¿te estoy molestando?
- No, no, ¡claro que no! – le dijo con rapidez – discúlpame tú, estoy... un poco…
cansada y… - la miró fijamente y apretó los labios en una especie de mueca que
pretendía ser una sonrisa – no es cierto, no es que esté cansada es que…estaba
pensando en otra cosa.
- Ya… - le sonrió comprensiva - Esther, ¿me equivoco?
- No, no te equivocas – suspiró mirando hacia la enfermera.
- No está en su mejor momento – le comentó Sara – tenemos que tener paciencia
con ella. Esther necesita descansar – opinó con firmeza y Maca tuvo la sensación
de que pretendía decirle algo más pero, Sara guardó silencio y siguió comiendo,
Maca la miró preocupada, ¿qué quería decirle?
- ¿Cómo está? – le preguntó al ver que no decía nada más.
- Bien. Solo ha sido un simple mareo. En cuanto ha tomado algo, se ha
recuperado.
- ¡Menos mal! la vi tan pálida y sin fuerzas que… me asusté. Y, ahora cuando has
dicho que necesita descansar…
- Lleva todo el día de un lado a otro y esta noche se la ha pasado en blanco,
además, no hemos parado a comer.
- Lo sé – afirmó pensativa. “la noche en blanco”, pensó, quizás ahí estaba el
motivo de su cambio hacia ella, por más que intentaba repasar palabra por
palabra lo que hablaron la noche anterior no alcanzaba a encontrar nada que le
hubiese dicho para provocarlo, salvo que la enfermera hubiese estado dándole
vueltas a lo que pasó en las duchas, eso era muy propio de ella.
- Maca… ¿puedo preguntarte algo? – le dijo de pronto sacándola de sus
cavilaciones.
- Claro.
- ¿Qué le has dicho a Oscar! nunca lo había visto así – le dijo con una sonrisa
burlona – y te aseguro que lo he visto en muchas situaciones – bajó la voz en un
tono confidencial que Maca no comprendió, pero la joven parecía creer que ella
sabía algo de su vida, quizás suponía que Esther le había hablado de ello pero no
era así.
- Eso doctora – intervino Jesús sentado junto a Sara – cuéntenos cómo lo ha
puesto en su sitio – le pidió, elevando la voz, interviniendo en la conversación
sin ningún reparo en reconocer que estaba escuchando.

La mesa guardó silencio y miraron expectantes a Maca que, ligeramente incómoda,


buscó instintivamente a Esther con la vista, pero la enfermera le devolvió una hosca
mirada que la hizo dudar. Dirigió los ojos a Germán pero le pareció que tampoco le
agradaba mucho el tema.

- Nada, solo… solo le hice ver el día que llevabais.


- No seas modesta, Wilson – rió Germán desde el extremo opuesto y Maca
suspiró aliviada al verlo sonreír, creía que estaba enfadado por su intromisión –
no es tu estilo y aquí todos estamos deseando saber qué le has dicho.
- Todos no – murmuró Esther, que se ganó un golpe de Germán por debajo de la
mesa, lo miró frunciendo el ceño, molesta con él – a ver si ahora no voy a poder
decir lo que pienso – le susurró mohína.
- Contrólate que ya está bien por hoy – le recomendó en voz baja cada vez más
preocupado por su comportamiento – no sé lo que pretendes tratándola así,
pero… creo que te estás equivocando.

Maca, alejada de ella la vio mover los labios sin entender qué decía, pero sabía que no
estaba contenta con lo que estaba pasando en la mesa y se decidió a no decir nada que
pudiera molestarles aún más.

- Venga, doctora – la instaron Gema y Maika al ver que no respondía - ¡menuda


cara llevaba!
- Sí, Maca, cuéntalo – le pidió Esther con retintín - no te avergüences y diles
cómo usas tus influencias – reveló mostrando una actitud entre divertida y
misteriosa - ¿qué has hecho! ¿chantajearlo? – preguntó despectiva. Maca la miró
sin comprender porqué le hacía aquello pero, si lo que estaba intentado era
sacarla de sus casillas, no lo iba a lograr.
- Solo.. solo le insinué que debía ser más… considerado con el trabajo que hacéis.
- ¡Qué modesta te has vuelto, Wilson! – saltó Germán dispuesto a echarle un
cable volviendo a golpear a Esther, no entendía qué coño estaba haciendo, pero
estaba seguro de que solo iba a conseguir lo contrario de lo que pretendía – no
insistáis, Wilson es así, no soltará prenda.
- Pues … aunque no diga nada – continuó Jesús – yo, personalmente, quiero
agradecerte lo que sea que le hayas dicho, te aseguro que ver esa cara que
llevaba merece eso y más, ¡un brindis por Wilson!

Los demás levantaron sus vasos entre risas y bromas coreándola, Maca sintió que
enrojecía, no sabía si estaban en serio o hablaban en broma pero sonrió agradecida.
Esther se mostró seria, y muy molesta por lo que estaba sucediendo, sin mirarla e
intentado hacer un aparte con Maika que estaba sentada a su lado. Pero los demás no las
dejaron.
- ¡Eh! Germán, Wilson sí que es un buen fichaje para el equipo, ¿no te parece? –
bromeó Jesús con él, guiñándole un ojo al tiempo que otros compañeros los
secundaban – ya podías reclamarla – le dijo mirando a Maca sonriente, Esther
frunció el ceño y miró a su plato, como siempre Maca llegaba y lo controlaba
todo, parecía caerle bien a todo el mundo y ella estaba harta de que siempre las
cosas fueran como ella quería - ¿Qué le parece doctora! ¿le gustaría quedarse
por aquí? – le preguntó con amabilidad. Esther levantó la cabeza ahora sí
interesada en la respuesta de Maca. La pediatra miró al otro extremo de la mesa
y tuvo la sensación de que, ni Germán ni Esther, estaban cómodos con lo que
estaba ocurriendo.
- Me halagáis – respondió entre sorprendida y abochornada por tanta felicitación -
pero… esto no es para mí – les devolvió la sonrisa – en serio que os admiro a
todos, pero yo no… no podría.
- Eso solo es acostumbrarse – le dijo Sara dándole un par de golpecitos en la
mano.
- Di la verdad, Maca – saltó Esther y la pediatra la miró esta vez con tal gesto que
la enfermera dudó si seguir con lo que iba a revelar pero su enfado era superior a
cualquier otra consideración. Germán volvió a golpearla, pero la enfermera lo
ignoró y mirando a los demás torció la boca en una mueca burlona y con
sarcasmo dijo – Wilson vive en una mansión, rodeada de todos los lujos, solo en
la fiesta de celebración por la inauguración el champang era de mil euros la
botella, ¡mil euros! – exclamó con énfasis satisfecha por los murmullos de
sorpresa que había provocado - ¡quisiera que vierais la Clínica que ha montado!
parece un hotel de cinco estrellas, ¿en serio creéis que va a cambiar eso por una
cabaña de mala muerte, esta comida de perros y trabajar sin medios! porque ya
os digo yo que no. No lo hará – sentenció con fuerza.

Maca la miró apretando los labios, enrojeció y bajó los ojos. Germán la miró muy
preocupado por partida doble, por un lado, temía que saltara, Ester se estaba ensañando
con ella, y por otro temía que le subiera la tensión con todo aquello, pero la pediatra
parecía saber controlarse, haciendo gala del aplomo que él le conociera y que tan pocas
veces le había visto desde que llegara. Maca guardó silencio, sin responder a las
provocaciones de la enfermera levantó la vista y sonrió, encogiéndose de hombros,
dando a entender que así eran las cosas y no le molestaban las palabras de la enfermera.

- ¡Joder! – exclamó Jesús antes de que Maca pudiese decir nada – si eso es así, ni
ella, ni ninguno de nosotros lo cambiaría – reconoció mirando a Esther en una
velada recriminación, la enfermera estaba consiguiendo crear una tensión en la
mesa que incomodaba a todos - ¿o es que alguno de vosotros, si pudiera escoger
preferiría la trompetilla al ecógrafo? – bromeó intentado distender el ambiente
ante el silencio que se había hecho en la mesa, consiguiendo arrancar algunas
carcajadas.
- Esther tiene razón, siempre me ha gustado la buena vida – reconoció Maca,
esbozando una sonrisa conciliadora, clavando sus ojos en ella en un intento de
que no siguiera con sus recriminaciones.
- Entonces, ¿nada! ¿no nos va a contar lo que le ha dicho a Wizzar? – insistió
Jesús.
- Con dos zetas – lo puntualizó Maca, en tono confidencial bajando la voz solo
para él, burlona, provocando la carcajada en los comensales que tenía más
cercanos.
- Con dos zetas, una por neurona – intervino Sara con tanto desprecio que Maca
volvió a pensar que entre ella y ese chico había algo más que una simple
enemistad – y ¡soy generosa! – exclamó con sarcasmo. Todos volvieron a reír y
se sucedieron los comentarios acerca del inspector.
- Ya que no nos quieres contar cómo has conseguido espantarlo, por lo menos
dinos qué te parece todo esto – le propuso Jesús afable, intentando integrarla en
las conversaciones.
- ¡Eso! – saltó de nuevo Esther desde el otro extremo – Wilson – volvió a llamarla
por el apellido ganándose, ya sí, una furibunda mirada de Maca, avisándola de
que estaba llegando a su límite y que tuviera cuidado con la lindeza que pensaba
soltar ahora - ¿por qué no haces tú un brindis! recuerdo que se te daba muy bien
– sonrió intentando aparentar que no tenía segundas intenciones - ¿por qué
brindarías tú aquí? – preguntó con retintín.

Maca la miró, suspiró resignada y guardó silencio. Pero la propuesta había interesado a
más de uno, estaba claro que tras el día que llevaban tenían ganas de diversión y la
novedad en la mesa era ella, además, Esther no estaba dispuesta a ceder y ella estaba
comenzando a cansarse y exasperarse.

- ¿No encuentras aquí, nada que merezca la pena? – insistió la enfermera – algo
habrá que te llame la atención o te guste.
- Eso Wilson – habló Germán poniéndose serio - ¿qué cambiarías tú de todo esto?
– le preguntó interesado. Maca tenía la sensación de que la pregunta tenía
trampa y que Germán, aunque disimulaba, también estaba enfadado.
- Nada – respondió con sinceridad – para cambiar algo tendría que haber visto
mucho más, conocer el funcionamiento en profundidad y no me gusta hablar ni
juzgar a la ligera – sonrió afable, bebiendo un sorbo de agua, pero de pronto sus
ojos brillaron con intensidad, una idea había cruzado por su mente – aunque…,
ya que me habéis sacado los colores con tanto halago, sí voy a hacer un brindis
– torció la boca en una mueca que Esther conocía a la perfección y levantó su
vaso de agua – ya sé que con agua no se debe, pero no soy supersticiosa y… no
creo que os vaya a traer mala suerte – bromeó y clavó sus ojos en Esther –
brindo por todos y cada uno de vosotros, por el trabajo que hacéis y por
enseñarme todos estos días que hay otra forma de hacer las cosas y entender la
vida, por el trabajo bien hecho y la gente que sabe, “siempre”, estar a la altura –
dijo recalcando el siempre mirándola fijamente. Esther sintió que Maca le decía
“no como tú”, y enrojeció desviando la vista sin ser capaz de aguantar aquella
mirada.
- ¡Bravísima! – exclamó Francesco mirándola con tal admiración que todos,
conociéndolo, soltaron una carcajada. Estaba claro que el italiano se había
enamorado.

Maca le sonrió agradecida y continuó mirando hacia Esther y Germán, el médico le


susurraba algo a la enfermera y la pediatra tuvo la impresión de que estaban molestos.
Germán era el director y ella nunca debió haber intervenido con Oscar, se arrepentía de
su impulso y en cuanto tuviera ocasión se disculparía con él.
Tras el brindis, cada cual continuó cenando y charlando con los que tenían alrededor. Al
cabo de unos minutos y tras el primer plato, Esther al otro lado de la mesa reía y
bromeaba con Germán y Maika, parecía que se divertía y que el mal humor lo había
dejado a un lado. Maca charlaba con Sara y Jesús, deseando que acabara ya la cena, se
le estaba haciendo interminable, apenas había probado bocado de aquel caldo frío que
habían servido como primero, esperaba poder comer algo del segundo pero cuando se lo
pusieron delante fue incapaz de identificar aquello, ¿qué era! ¿carne! olía raro y lo miró
con desconfianza sin atreverse a probarlo, pero las burla de Esther acudió a su mente, no
iba a darle la razón, tendría que hacer un esfuerzo y comerse aquello. Aunque después
de estar todo el día sin tomar casi nada se le había estragado el estómago y ahora era
incapaz de meterse un trozo en la boca, el olor que desprendía empezaba a provocarle
repulsión y, eso, unido a que no sabía qué era que era la hizo dudar. Miró a su alrededor
y vio a todos comiendo, como si tal cosa, respiró hondo y se decidió “¡dios!”, pensó
“sabe peor que huele!”. Germán, que seguía pendiente de ella, vio como partía su trozo
en infinidad de pequeños pedacitos y cómo cogía uno y se lo llevaba a la boca, le dio un
codazo a la enfermera y le susurró “verás, verás”, intentando que Esther, que tras unos
minutos de bromas volvía a estar mohína y pensativa, cambiara de humor.

- ¡Wilson! – gritó Germán desde el otro lado – ¿te gustan esas tripas asadas? –
preguntó riendo – no es un buen filete pero… si quieres tomar carne es lo que
hay.

Maca miró al plato y soltó lo que había cogido con cara de asco. Los demás la miraron
divertidos, unos sonrieron y otros soltaron una carcajada, comprendiendo que Germán,
después de su actuación con Oscar, había decidido darle la bienvenida al grupo, como
uno más.

- Maca que no estamos en tus bodegas, aquí no hay ni jamoncito ni caviar –


intervino Esther mirándola burlona. Maca sintió que enrojecía pero no dijo nada,
y tomó otro bocado de aquello, desafiante, clavando sus ojos en ella - A la
señorita o le traes caviar o no comerá nada. ¡Mirad que cara! – soltó una
carcajada secundada por algunos de los comensales, la pediatra frunció el ceño
“¿qué coño haces? Sabes que eso es falso, ¡ni siquiera me gusta el caviar! y ¡lo
sabes!” – Maca por dios que no son tripas, Germán bromea, deja de darle vueltas
y ¡trágate ya eso! ni siquiera es carne – rió al ver que la pediatra mascaba aquel
trozo chicloso sin ser capaz de tragarlo - ¡La que nos espera con esta aquí todas
las noches! – exclamó adoptando un aire de indiferencia y resignación, buscando
la camaradería de sus compañeros, en alusión directa a su presencia en la mesa.

Maca la miró con furia, ¡ya estaba bien de burlarse de ella públicamente! pero la
enfermera ya había cambiado la vista y volvía a hablar con Maika Maca sentía el calor
instalado en sus mejillas y sus ojos chispeantes la buscaban a la espera de que levantase
la vista o la dirigiese hacia ella. ¡No pensaba tolerar ni una burla más!

- No les hagas caso – le susurró Sara que se había percatado de lo molesta que
estaba – siempre se burlan de los novatos y hoy te ha tocado a ti. Es la
costumbre.
- Ya… - murmuró cabizbaja – seguro que es eso – comentó incrédula y con tanta
rabia contenida que Sara se asustó – gracias por el intento, pero me voy a la
cama – le espetó de mal humor y con el ceño fruncido.
- Espera – le pidió pero Maca movió la silla hacia atrás, y la miró con ojos
fulminantes. Sara, que no la conocía bien, se cohibió ante su gesto, pero no
podía dejar que se marchara así – Maca, no miento, siempre las gastamos así -
apresuró a tranquilizarla – no te vayas ahora, falta el postre y casi no has comido
nada.
- ¿El postre! ¿para qué! ¿tenéis reservada la broma especial para él?
- No, claro que no – la miró con timidez – quédate, verás como te gusta.
- No, gracias, no me apetece.
- No le des tanta importancia a lo que te han dicho. Germán es así de bromista y
Esther, bueno… nunca ha sido muy fina gastando bromas y… a veces… mete la
pata… pero…
- No es verdad, yo conozco a Esther y….
- Claro que lo es. Todos admiran la forma en que has conseguido que Oscar se
largue sin abrir expediente a medio equipo, por eso te consideran digna de
pertenecer a todo esto, pero es Germán el que tiene que darte el visto bueno y la
broma de las tripas se la hacemos a todos, es… la señal – le confesó con una
sonrisa, Maca levantó los ojos hacia ella y enarcó las cejas a punto de
preguntarle si las burlas de Esther también formaban parte de esa “novatada”,
pero finalmente se arrepintió y no dijo nada. Sara se percató de ello - Y… Esther
siempre lo secunda con algo.
- Vale – respondió con tal aire de decepción que Sara no fue capaz de seguir
callando. No quería que Maca creyera que la estaba engañando.
- Bueno… tienes razón… no lo es – le reconoció y Maca enarcó las cejas
mirándola interrogadora, ahora sí interesada en lo que tuviera que decirle –
Quiero decir que la broma de bienvenida si es la de siempre pero, lo demás…
no. No debía decirte nada, pero… ¡ahí va! Esther está nerviosa y enfadada por lo
que os pasó ayer.
- ¿Cómo? – casi gritó Maca sin dar crédito a lo que escuchaba, fue lo único que se
le ocurrió decir, no podía creer que Esther le hubiese contado todo y estar ahora
en boca de los demás.

Todos miraron hacia ellas. Esther frunció el ceño molesta de verla hablar tanto con Sara
y temiendo que su amiga se estuviese excediendo en sus comentarios. Esperaba que no
le estuviese revelando a Maca ninguna de las cosas que le había confesado.

- Se siente muy mal y muy culpable – le susurró Sara, al cabo de unos minutos
cuando cada cual volvió a su conversación – pero… no le hagas caso. A veces…
se comporta así. No hay que escucharla. Tenemos que ser paciente con ella. Aún
lo está superando.
- Claro – dijo Maca, sin saber exactamente de qué le estaba hablando – superando
– murmuró.
- Sí, y tú puedes ayudarla mucho, de hecho si no hubiera sido por ti, seguiría
bloqueada en el coche, si os sacó de allí fue gracias a ti. A que tú la hiciste
reaccionar.
- No, eso no es cierto, ella lo hizo todo.
- No es lo que cree y se culpa por dejarte sola en el coche pero al mismo tiempo…
reacciona con agresividad porque le recuerdas que no fue capaz de hacerle
frente, que sigue como hace meses.
- Ya… - la miró interesada y pensativa. Sara supo que había conseguido aplacarla
un poco y que su preocupación por la enfermera superaba al enfado que podía
haberle ocasionado su actitud en la mesa.
- Bueno… yo no te he dicho nada – sonrió – pero... ten paciencia con ella. Te
necesita mucho más de lo que ella misma es capaz de reconocer.

Maca asintió con tristeza, y suspiró, ¡qué paradoja! Esa chica no sabía de qué hablaba ni
lo que le pedía. Miró hacia la enfermera mientras escuchaba el parloteo de Sara que
había cambiado de tema. Esther no volvió a levantar los ojos hacia ellas en todo el rato,
por el contrario la pediatra no dejaba de buscarla con la mirada, seguía muy enfadada y
necesitaba hacérselo notar, aunque solo fuera con un gesto, pero no le fue posible,
Esther, simplemente, la ignoraba. Cuando todos empezaron con el café, Maca dirigió la
vista hacia Germán pidiéndole permiso pero él negó con la cabeza. Aquella negativa fue
la gota que colmó el vaso, paseó la vista por la mesa y sintió que allí no pintaba nada,
Sara reía y charlaba con Jesús, Esther bromeaba con Maika y Gema, Francesco charlaba
con un joven que no recordaba, Germán era el único que guardaba silencio concentrado
en saborear su taza de café y ella estaba allí, en medio de todos, sintiendo que ese
mundo no era para ella que, por mucho que le dijeran, allí sobraba, entonces se decidió.
Giró la silla, se excusó sin escuchar a quienes le decían que se quedase, y se marchó,
dispuesta a meterse en la cama. Estaba cansada y hastiada, por mucho que Sara se había
esforzado en justificar el comportamiento de Esther, ella se sentía tan dolida que, no era
capaz de seguir allí, haciendo el paripé ni un minuto más.

Germán, que no había dejado de observarla se levantó y salió tras ella, preocupado.

- ¡Wilson! ¡eh, Wilson! ¡espera! – le pidió alcanzándola.


- Dime – le sonrió con aire de tristeza.
- Quería… quería saber cómo estás.
- Estoy bien, Germán – le sonrió levemente.
- Yo… - se interrumpió mirándola preocupado – yo… bueno que lo de las tripas
era una simple bromilla, ¿no te habrás molestado! ¡se la hacemos a todos! –
exclamó en un intento de justificar lo que había ocurrido allí dentro.
- No, no me he molestado, puedes estar tranquilo – le respondió de mal humor
girando la silla de nuevo, dispuesta a marcharse.
- ¡Espera! – le pidió sujetándola.
- ¿Qué pasa ahora?
- Yo… quería decirte que… no he podido pasar en todo el día a verte y… no lo
tengo tan claro.
- ¿El qué no tienes claro! no entiendo… - lo miró arrugando la frente, distraída.
- El que estés bien.
- Pues deberías tenerlo. Tú mismo me has dicho que los resultados del análisis de
ayer están bien – le dijo mirándolo con franqueza y él asintió sin decir nada –
solo estoy un poco cansada, solo eso – le sonrió agradeciéndole su interés -
¿Querías algo más? – preguntó girando otra vez la silla con tención de
marcharse.
- Sí – afirmó con rotundidad – quería... hablarte de… de lo de antes. De... Oscar.
- Ya… - lo miró a los ojos y apretó los labios - No debía haberme metido, lo
siento – le dijo cansada temiendo una recriminación del médico como ya había
hecho Esther en la mesa – ya sé que es tu campamento, que eres el director y que
tú sabes defenderte solo, pero… no me he podido contener, no me parecía bien
que tú cargaras con la culpa cuando Esther trabaja para mí, y… estamos aquí por
mi culpa.
- No es eso – sonrió al verla justificarse con nerviosismo – quería darte las
gracias.
- ¡Ah! Por lo que os habéis reído en la mesa creí que…
- No nos hemos reído, ya te he dicho que forma parte de… de la bienvenida al
grupo – se defendió ratificando las palabras que Sara le había dicho en la mesa -
Ese chico es un prepotente, no entiende de la misa la media, pero… tenemos que
aguantarlo.
- No entiendo por qué. Poned una queja contra él o… algo podrá hacerse ¿no?
- ¿Con mi historial aquí? – bromeó – soy la oveja negra, mejor dicho un grano en
el culo.
- ¿Tú? – rió irónica.
- Sí, yo, pero… es una larga historia – dijo sin intención de hablar del tema -
¿seguro que estás bien?
- Si – asintió.
- Vuelves a tener ojeras y… ¿te duele la cabeza?
- Un poco, pero con un par de analgésicos y descansando, en un rato se me pasa.
- Deja que te eche un vistazo, quiero ver como va esa herida y …
- Germán, estoy bien – lo cortó secamente - ¡Mira que puedes llegar a ser cansino!
– exclamó hastiada.
- No más que tú cabezona – le respondió con rapidez – No has cenado nada.
- ¿Ahora te dedicas a espiarme?
- No es eso, pero… me tienes preocupado, Wilson. ¿Qué has comido esta
mañana?
- Nada – reconoció – eh… no tenía hambre – mintió sin querer admitir que fue
incapaz de ir a la cocina a pedir que le dieran algo cuando los demás trabajaban
sin descanso.
- Vamos a la cabaña – le dijo con decisión – deja que te empuje.
- Puedo sola, Germán.
- Yo diría que no – sonrió afable – déjame, llegarás antes.
- De acuerdo – suspiró. Lo cierto es que se sentía agotada.
- Pues vamos – le dijo empujándola – Wilson… yo… quería preguntarte algo.
- Pues hazlo – suspiró resignada.
- ¿Qué os pasó ayer a Esther y a ti?
- Ya te lo hemos contado – respondió arrastrando las palabras con cansancio – nos
atacaron unos furtivos.
- Me refiero a vosotras – se explicó - ¿habéis discutido?
- No – respondió agradablemente sorprendida y extrañada de que Esther no le
hubiese contado el episodio de las duchas.
- Wilson….
- Germán… por favor….
- Esther me ha contado algo pero yo... no sé... tenía la sensación de que pasa algo
más, de que… habíais discutido.
- Pues… no… Siento decepcionarte.
- Entonces no entiendo por qué Esther ha sido…
- ¡Germán! - lo recriminó sin ninguna intención de hablar de ella, al menos
mientras estuviese tan dolida.
- Vale, vale, no quieres hablar del tema – aceptó – pero a pesar de eso yo…
quería pedirte un favor – le dijo con sincera preocupación – un favor muy
importante.
- ¿Qué pasa! no sé que puedo hacer yo por ti…
- Quiero pedirte que… no seas muy dura con Esther, a veces, es… demasiado
insistente… y…
- ¿Dura! o sea, que yo soy dura con ella, ¿y ella qué! pude reírse, humillarme y
ridiculizarme delante de todos y yo… ¿no tengo que ser dura? – preguntó irónica
y elevando el tono mostrándole lo molesta que estaba.
- Sí, eso exactamente es lo que te pido – le hizo una carantoña en la cara - ya sé
que por su comportamiento… puede parecer que no… quiero decir que aunque
te ignore no creas que… pero…
- Germán – lo cortó – no me hables de Esther – le dijo en tal tono que él detuvo la
silla y se situó frente a ella.
- Yo solo quiero que sepas que ella…
- Ya lo sé, ya se ha encargado Sara de decirme que está en un mal momento –
repitió airada – pero te juro que no la he mandado a la mierda por educación –
continuó con tanta rabia y tanto genio que enrojeció – pero también te aseguro
que no le voy a aguantar ni una más – levantó el dedo señalándolo - ¡ni una! Y
que me da igual todo lo que podáis decirme, en cuanto ponga los pies en la
cabaña…
- Perro ladrador… - sonrió afable.
- Hablo muy en serio – bramó molesta por su gesto de incredulidad.
- Lo sé, por eso te pido ese favor…
- Pides demasiado.

Germán la miró preocupado, no solo por lo alterada y enfadada que estaba si no porque
empezaba a creer que fuera lo que fuese que había entre ellas, no iba a ser nada fácil que
hablaran con calma y lo reconocieran.

- Bueno… tranquila, no te pongas así, ¿de acuerdo? – le dijo colocándose tras ella
e iniciando de nuevo la marcha – no debes tomarte las cosas a la tremenda, no es
bueno que te alteres.
- Lo sé – murmuró más suave – pero… no siempre depende de mí – le reprochó.
- Lo siento, yo también me he pasado un poco, pero…
- Que me gastes una broma con la comida es de esperar y más viniendo de ti, pero
ella… - se le quebró la voz - ¿a dónde vas? – se interrumpió al comprobar que
Germán cambiaba el rumbo sin dirigirse a su cabaña - ¿no me irás a llevar al
hospital! ¡te digo que estoy bien! – protestó adelantándose a las intenciones del
médico..
- Vamos a la cocina, no has comido nada y ya te he dicho que no voy a dejar que
hagas lo que haces en Madrid – le comunicó con firmeza – y… en cuanto a
Esther, yo… yo…solo quería que supieras que ella… que ella… no sabe como
tomarse ciertas cosas, y que… lo pasa mal y reacciona… así… pero… ella… no
creas que no… que no te quiere.
- Germán, ¡déjalo! no tienes que explicarme como es Esther – le dijo secamente –
la conozco.
- Vale, vale… no me meto – aceptó colocando la silla junto a la puerta de las
cocinas – espera aquí un momento.
- Germán… - dijo con cansancio si no he comido es porque no tengo hambre.
Germán ignoró sus quejas y desapareció en el interior, apenas un minuto después salía
con una bolsa, se colocaba tras ella y, en silencio, la llevó a la cabaña. Maca aparentaba
estar tan cansada que ni siquiera le preguntó que es lo que había buscado en la cocina.
Germán no dejaba de darle vueltas a un tema, cómo conseguir que Maca no arremetiese
contra Esther después de lo que había sucedido, estaba seguro de que cuando la
enfermera recapacitase, se iba a arrepentir, pero mucho se temía que pudiera ser tarde.
Pocas veces en su vida había visto a Maca con esa actitud, pero las pocas que la vio
recordaba que acabaron con una buena bronca.

- Bueno….pues hemos llegado – dijo colocando la silla junto a la cama y sin más
la izó y la recostó con cuidado. Maca estaba tan pensativa que ni siquiera le
agradeció el detalle - Estás muy callada.
- ¿Qué quieres que diga?
- No sé, gracias Germán por ayudarme, o ¿qué llevas en la bolsa? o que estás
hasta las narices de todo, pero algo.
- Perdona, Germán, ¡gracias! – apretó los labios en una mueca de circunstancias.
- Cuando te pones así… ¡malo! – bromeó - ¿qué maquinas?
- Nada, solo pensaba en lo que me has dicho antes.
- Si te refieres a Esther… no pienso meterme más en el tema, vosotras veréis lo
que hacéis.
- Mejor. Porque lo estás haciendo fatal – intentó bromear pero con tal tono de
tristeza que el médico se alertó.
- ¿Seguro que estás bien?
- Si, ya te he dicho que solo es cansancio – lo miró fijamente – quizás no deberías
haber tirado mis vitaminas… - murmuró entre dientes pero él casi ni la escuchó
más preocupado por lo que quería decirle y pedirle.
- Para que no las necesites tienes que tomarte lo que yo te dé, así es que empieza –
le dijo colocándole un tazón entre las manos.
- ¿Más caldo! te tengo dicho que no me gusta.
- Este sí – sonrió - ¡pruébalo! – la instó misterioso. Maca, sorprendida y curiosa
ante su actitud, le quitó la tapa y tomó un sorbo - ¿qué! ¿te gusta? – preguntó
burlón.
- Sí – reconoció – ¿cómo…?
- Ayer cuando estuve en Kampala, compré algunas cosillas – confesó – no voy a
dejar que te mueras de hambre y aquí ya veo que hay cosas que no vas a probar.
- No empieces tú también – le recriminó recordando las burlas de Esther en la
mesa – no es eso – protestó frunciendo el ceño – y lo sabes, es que… llevo tanto
tiempo...
- Lo sé, Wilson, tienes que recuperarte – reconoció – a veces, todos parecemos
olvidar que estás convaleciente.
- Ya no – saltó con rapidez, con suspiro y un aire nostálgico y triste que desarmó a
su amigo, convencido de que se habían pasado mucho con ella y que le habían
hecho más daño del que manifestaba.
- Wilson... yo… - se detuvo, mirándola con atención, no quería verla sufrir y
estaba seguro de que era eso lo que le ocurría – verás, ya sé que te he dicho que
no me iba a meter… pero… hay días que Esther se levanta con el pie izquierdo
pero… luego se le pasa. No tengas en cuenta lo que ha dicho en la mesa… yo…
estoy seguro de que no lo piensa y… y nadie aquí lo piensa.
Maca lo miró y sonrió con tristeza, agradeciéndole su intento, ella no tenía tan seguro
que fuese así pero era agradable escuchárselo decir, precisamente a él.

- Te lo digo en serio.
- Ya te he dicho que sé como es Esther. Dejemos el tema.
- No, no lo dejo porque quiero que entiendas que Esther no está bien, que lo que
os pasó ayer la ha desestabilizado y que… que ella… que ella quisiera que las
cosas fueran de otra manera y… se hace sus cuentas… y luego pues… vamos
que se le pasará y…
- Ya… y mientras tengo que tener paciencia ¿no es eso?
- Sí, eso mismo.
- Y aguantar que me diga lo que le dé la gana, ¿cierto?
- Bueno… eso tampoco… se ha pasado cien pueblos, en eso estoy de acuerdo
contigo…pero… entiende que el ataque de los furtivos le ha hecho revivir el
horror del orfanato y… ella creía que lo tenía superado pero… ha visto que no es
así… y… está muy, pero que muy agobiada – le contó y Maca por primera vez
desde que la ridiculizara en la mesa sintió preocupación por ella, pero eso no
evitaba que se siguiera sintiendo muy dolida.
- Ya… y ahora viene cuando me dices que me necesita, ¿no? – dijo sarcástica
recordando su conversación con Sara.
- Pues sí.
- Pues no, Esther lo que necesita es ayuda profesional, yo no puedo ayudarla en
nada. ¿No ves lo que piensa de mí? Si no me respeta, si me ridiculiza a las
primeras de cambio, cómo pretendes que acepte mi ayuda.
- La aceptará – sonrió – solo está enfadada. Pero respeta tu opinión más de lo que
crees.
- Ya… - dijo pensativa – me duele la cabeza y estoy muy cansada y… no quiero
seguir hablando de Esther.
- De acuerdo, pero antes de irme déjame que vea qué tal va la herida – le dijo
levantándole la manga.
- Germán, ¡por favor! que solo han sido un par de puntos…
- Ocho – la corrigió con una sonrisa.
- Ni siquiera me duele.
- Eso también me preocupa. ¿Te ocurre a menudo?
- ¿El qué?
- La insensibilidad.
- ¿Tú qué crees! si estoy en esta silla es por algo – respondió irónica.
- Maca – le dijo llamándola por su nombre – eso no es normal, y… deberíamos
buscar las causas.
- Te aseguro que están más que buscadas, todo está aquí – dijo tocándose la
cabeza – el problema es que estoy como una cabra – sonrió - ¿tienes algún
remedio para eso? No, ¿verdad? Pues entonces no pierdas más el tiempo
conmigo y ¡déjame en paz! – saltó molesta.
- Tienes que cuidarte – le dijo ignorando su tono y sus palabras - y cuidar la
alimentación y… me preocupa mucho la tensión tan alta que tienes y …
- Germán ¿no piensas dejarlo! todo está bien. Vero dice que cualquier día
recordaré el trauma y me levantaré de esta silla, eso es lo que me produce un
cuadro de ansiedad que se suma al estrés de la vida que llevo, todos los síntomas
cuadran con ese diagnóstico.
- Todos no – la interrumpió con rapidez – esta mañana parecías contenta de que
pensara que hay algo más y ...
- Todos sí – enarcó las cejas desafiante – Vero dice que solo es cuestión de tiempo
y…. cuando recuerde, todo cambiará.
- ¿Vero! ya… - dijo sin convencimiento y recordando las palabras de Esther –
vamos a ver qué tal sigues con la nueva medicación, pero debes poner de tu
parte y estar más tranquila.

Maca lo miró pensativa “¿tranquila?”, pensó, “con días como el de hoy o el de ayer
resulta bastante complicado”, se dijo cerrando los ojos.

- ¿Te duele mucho?


- Ya te he dicho que no me duele, no seas pesado.
- Digo la cabeza, con la tensión que tienes… debería dolerte – le dijo quitándole
el manguito.

Maca suspiró resignada, mirándolo y ladeando la cabeza. Germán oyó su respuesta sin
que ella pronunciara palabra alguna “¿Tú que crees?”.

- De acuerdo, te dejo descansar – consintió – tómate esto – le tendió un vaso de


agua y una pastilla.
- Germán… no quiero más pastillas.
- Lo siento, pero vas a tener que barajar seriamente empezar a tomar algo para la
tensión. Ya sé que eres joven y que… quieres controlarla por otros medios,
pero… tú y yo sabemos que esto no es normal – le dijo enseñándole sus
anotaciones – y… quiero que te las tomes, hasta que todo se regularice.
- Vale – aceptó resignada, comenzando a toser – lo que… si me sigue molestando
es… la garganta.
- A ver… abre la boca – le pidió examinándola – la tienes algo irritada, pero nada
serio – sonrió quitándole importancia, aunque en el fondo tenía la inquietud de
que el pequeño que atendió en la aldea tuviese algo más importante, pero
prefirió no decir nada, lo normal es que fuese una reacción de su cuerpo y una
adaptación a todo aquello.
- Germán… Esther…
- ¿Qué pasa con Esther? – sonrió paciente - ¿ahora sí quieres hablar de ella? –
preguntó burlón y Maca frunció el ceño y no dijo nada más – vamos, Wilson,
que estas muy quisquillosa, antes no eras así, ¿qué pasa con Esther?
- Sara dice lo mismo que tú que … lo está pasando mal y que… bueno que se ha
comportado así porque aún no ha superado… - se detuvo y lo miró fijamente.
- ¿Y..? - la instó al ver que no decía nada más
- Y eso no justifica como me ha tratado en la mesa.
- No. No lo justifica, estoy de acuerdo – reconoció mirándola inquisitivamente,
seguro de que en su cabeza estaba rondando algo más.
- ¿Y por qué lo ha hecho? – le preguntó con interés, Germán se encogió de
hombros y enarcó las cejas, ¡cualquiera sabe! pareció decirle – quiero decir que
porqué crees que me ha escogido a mí… ¿está enfadada conmigo? – le preguntó
directamente sin dar más rodeos.
- Bueno… digamos que hoy no es tu fan número uno.
- Muy gracioso – sonrió – contéstame, por favor.
- Mañana se le habrá pasado… ya la conoces.
- Eso me dijo anoche y no solo no se le ha pasado, si no que está aún peor que
ayer. ¿Tú sabes el porqué?
- Tú no te preocupes y haz el favor de dormir y no vayas a echarte a llorar como
ayer – le recomendó.
- Tranquilo que eso no va a pasar, ya lloré todo lo que tenía que llorar – le dijo
con rotundidad y convencimiento - ¿no lo sabes o no me lo quieres decir? -
insistió.
- Tengo una idea de lo que puede ocurrirle – reconoció - pero… habla con ella…
yo…
- Lo he intentado – dijo con desesperación – te juro que lo he intentado.
- Inténtalo otra vez – le dijo con seriedad sentándose en el borde de la cama.
- Germán…
- ¿Qué? – la miró con ojos picarones que recordaban a la perfección su tono
meloso, seguro de que iba a pedirle algo.
- ¿Cuándo podré irme a Madrid! no puedo estar más tiempo aquí, y… ya estoy
bien.
- No tengas tanta prisa. Ya te lo dije, estás mejor, pero… tenemos que ser
prudentes.
- Necesito irme – le reconoció en voz baja y ojos suplicantes – no.. no puedo
seguir aquí….
- Pronto te irás – le apretó la mano y la miró fijamente - ¿Puedo hacerte una
última pregunta?
- Dime – asintió resignada.
- ¿Sientes náuseas a menudo?
- ¿Y eso a qué viene ahora? – le preguntó completamente fuera de juego – si es
por lo de la cena, no me gustaba eso parecía… no sé…. ¡madera! Pero mira
como sí me he tomado tu caldo – suspiró.
- Bueno… lo de la cena era taro, es una raíz – le explicó con tal tono que parecía
darle la razón, a él tampoco le gustaba - aquí se consume mucho, es barata y rica
en carbohidratos. Aunque, entre tú y yo, ¡dónde se pongan unas buenas patatas!
– bromeó - Pero no te preguntaba por eso, ¿las sientes! digo las náuseas.
- A veces sí.
- ¿Son más intensas por la mañana y se te pasan a lo largo del día?
- Sí – admitió sorprendida de que supiese que era así – no me irás a decir alguna
de tus gracias, por hoy el cupo de bromas lo tengo cubierto – lo avisó al ver la
expresión que estaba poniendo.
- ¿Y porqué no me lo has dicho antes?
- Son los nervios, Germán. Mi dichosa cabeza, que no deja de darme vueltas toda
la noche y así me levanto…
- Mareada ¿verdad?
- Sí – lo miró esperando que dijera algo más – ¿no me irás a decir que tengo un
embarazo psicológico o alguna de tus gracietas! te aviso que no tengo ganas de
chistes - bromeó con un tono de inseguridad que le descubrió a Germán que ella
también estaba preocupada por todos aquellos síntomas.
- No – sonrió – ojala fuera eso – le dijo preocupado - Wilson, ya se que te voy a
parecer paranoico pero… ¿te has tomado algo que yo no te haya dado?
- No.
- ¿Segura! ¿nada de nada?
- Nada. Me lo quitaste todo.
- Menos la heparina.
- Bueno... esa si me la puso Esther anoche – reconoció sin acordarse del detalle.
- Hoy no vas a ponértela – le dijo – mañana te busco yo otras inyecciones.
- Pero… ¿porqué?
- Por nada. Quiero ver como reaccionas con nueva medicación. Quizás el
problema es que llevas demasiado tiempo combinando ciertas cosas.
- Ya… ¿hago como que te creo esa patochada? – respondió sarcástica y
suavizando el tono le preguntó con interés - ¿no vas a decirme lo que llevas
pensando todo este tiempo! creo que tengo derecho a saberlo.
- No pienso nada, solo intento cuadrar todo.
- Ya te dije que dejes de intentarlo, que está todo aquí dentro.
- ¿Y porqué será que soy yo ahora el que no cree lo que me dices? – le preguntó
en el mismo tono que ella había usado antes.
- Si no vas a decirme nada de lo que quiero saber… ¡Déjame dormir! – le pidió
molesta y cansada.
- Sí, ya me voy. Pero… no hiciste bien en rendirte - le dijo dejándola perpleja –
tú no eres así. Buenas noches, Wilson.
- Buenas noches, Germán – musitó preocupada por sus palabras.

Cuando el médico salió, Maca se tumbó en la cama, inquieta. La conversación de esa


mañana y la que acababa de mantener con él, le habían hecho pensar, seriamente, que
Germán no estaba convencido de lo que le tenían diagnosticado, ella misma no lo había
estado nunca, pero siempre había tenido que dar su brazo a torcer, análisis tras análisis,
prueba tras prueba, todo negativo, ¿cómo podía interpretarse eso! no cabían dudas,
Vero, Claudia, Cruz, todas estaban de acuerdo en que era psicológico, Héctor también
lo estuvo, incluso Vilches estuvo de acuerdo cuando Cruz le mandó los resultados de
todas las pruebas. “No hiciste bien en rendirte”, “no hiciste bien en rendirte”, esa frase
la martilleaba, la trastornaba tanto que, en contra de lo prometido, sintió que se le
saltaban las lágrimas. Suspiró recordando aquellos días de angustia, aquellos días en los
que se empecinó tanto en que su problema no era psicológico que solo consiguió que la
tuvieran dos semanas atiborrada a pastillas. Después de eso comprendió que el
problema lo tenía ella, que estaba en su cabeza y que las personas a las que respetaba
como profesionales y en las que siempre había confiado no podían estar equivocadas. Y
ahora, llegaba allí y… ¿Germán la creía! ¿creía que sus problemas eran algo más que lo
que todos se habían empeñado en hacerle ver durante años, a pesar de sus esfuerzos por
convencerlos de lo contrario? No entendía nada, solo sabía que, aunque pareciera
extraño, llevaba dos días capaz de pensar con una claridad que le sorprendía. Deseaba
que llegaran esos resultados, necesitaba saber, y lo necesitaba ¡ya! “Germán, Germán,
¡quién me lo iba a haber dicho hace un par de meses!”, murmuró con una sonrisa, sin
poder evitar que su mente pasara de una cosa a otra con tremenda rapidez, recordando
en los esfuerzos del médico a lo largo del día por que se sintiera a gusto allí, “vaya día”,
pensó repasando todas y cada una de las horas y pensando en como se había sentido en
cada momento.

Inevitablemente, su mente voló a la enfermera, “Esther”, murmuró. Había visto salir el


sol sin que ella estuviese a su lado, pasó las horas desconcertada sin entender cómo no
volvía después de lo que habían hablado la noche anterior, y desesperada, deseando
verla aparecer, había visto caer el sol sin que regresase a la cabaña, había rechazado de
malos modos su ayuda cuando estaba mareada y en la cena ni siquiera le había dedicado
dos palabras seguidas, había deseado con todas sus fuerzas que la mirase y le dijese algo
y cuando lo había hecho, había sido para hacerla desear que se hubiese callado. Y ahora
¿qué estaría haciendo! tenía que estar agotada, quizás no tardase mucho en aparecer por
allí o… ¿estaría en otros brazos y no en los suyos! quizás lo que ocurría era eso, que
había ido a buscar consuelo en alguien después de su rechazo, por qué no. Si fuese así,
se lo tendría más que merecido. “Si supieras que no dejo de pensar en ti, anhelando
dormir contigo…”, murmuró con la vista clavada en la puerta, deseando que se abriese
y verla entrar. No podía evitarlo, a pesar de lo decepcionada que estaba con ella, solo
deseaba verla aparecer.

No podía dejar de pensar en ella, cerraba los ojos y la veía, aspiraba el aire de la
habitación y le parecía que su aroma inundaba su cuerpo. Tenía que reconocer que la
deseaba, que tenía su mirada grabada en su mente y que no pasaba un segundo sin que
desease estar junto a ella, por mucho que volviese a Madrid no iba a poder olvidar
aquellas semanas junto a ella, sí, deseaba dormir con ella, sentir su piel, notar su
respiración en su cuello pero secretamente, deseaba por encima de todo volver a
estremecerse con sus caricias como años atrás, como nunca lo había sentido con nadie
más que con ella. Extendió el brazo y pasó la mano por el lado vacío de la cama, “Te
echo de menos”, murmuró sintiendo que dos lágrimas surcaban sus mejillas, “Ven,
Esther, ven a mi lado, quiero dormir contigo, mi amor”, pensó, al tiempo que se dejaba
vencer por el sueño.

Cuando la enfermera entró en la cabaña, Maca parecía dormir profundamente.

Permaneció en pie, junto a la cama, mirándola con ternura, ¿cómo había sido capaz de
comportarse así con ella! ¡menuda bronca acababan de echarle Sara y Germán! y ella
sabía que tenían toda la razón. Germán estaba tan enfado y había sido tan duro con ella
que había conseguido que se le saltaran las lágrimas. Tan agobiada habían conseguido
ponerla, que le había pedido a Sara dormir en su cabaña, incapaz de enfrentarse a Maca,
pero se había negado y Germán la había apoyado, los dos estaban convencidos de que
tenía que volver junto a Maca y afrontar las consecuencias de sus actos, y allí estaba, sin
atreverse siquiera a meterse en la cama, a su lado, observándola. ¿Cómo iba a
solucionar aquello! no podía dar marcha atrás, y por mucho que se disculpase, Maca no
la perdonaría y tendría todo el derecho a no hacerlo.

Se pasó la mano por la frente, estaba agotada, pero no quería dormir, estaba segura de
que las pesadillas la atormentarían toda la noche y sentía pánico, un miedo atroz que la
hacía hacer y decir lo que no sentía. Maca se movió ligeramente y Esther reaccionó,
tenía que descansar o se volvería loca, además desde que se marease en el patio, tenía
una sensación de estar flotando que la hacía tambalearse, dio unos pasos y se echó junto
a Maca, que a diferencia de todos los días estaba de espaldas a ella. Sabía lo que
significaba, estaba enfadada muy enfadada. Maca volvió a moverse y a murmurar algo
que Esther no entendió, “daría cualquier cosa porque estuvieras soñando conmigo”,
pensó echándose junto a ella. Permaneció un instante escuchando su respiración, le dio
la impresión de que no dormía, o al menos, no profundamente.

- Maca… - susurró sin obtener respuesta – Maca – repitió con el mismo resultado
– Maca – insistió segura de que estaba despierta - ¿duermes? – preguntó
esperanzada en que no fuera así, en que le respondiese, pero no lo hizo. Era lo
que se temía, que estuviese tan enfadada que no quisiese dirigirle la palabra.
Entonces, sin poder evitarlo se acercó a su cuerpo y la abrazó, conocedora de lo mucho
que le gustaba que lo hiciera, si estaba en lo cierto y Maca estaba despierta y enfadada
hasta el punto de no responder a su llamada, la rechazaría. Pero la pediatra permaneció
inmóvil y Esther dudó, quizás estaba equivocada y sí que dormía.

Adoptó la misma postura que Maca, metiendo sus rodillas en el hueco que formaban las
piernas de la pediatra, apoyó la mejilla en su espalda y la estrechó aún más fuerte, “te
quiero, mi amor”, murmuró, “te quiero aunque tú no seas capaz de verlo”, “te quiero
mucho, ya sé que tú a mi no… y eso…”, “perdóname, perdóname por ser tan imbécil en
la mesa”, “no sé que me pasa… estoy… triste y enfadada…no sé porqué te he dicho
esas cosas… solo sé que… te quiero, ¡Te quiero!”, susurró acurrucada junto a ella.
Maca abrió los ojos, adormilada, comprobó que Esther la estaba abrazando, pero no se
movió ni dijo nada, de espaldas a ella sintió una alegría inmensa. “Yo también te quiero,
Esther, ¡te quiero muchísimo!”, pensó sintiendo una calma intensa, una calidez que
inundaba su alma y que la sumía en una somnolencia tranquila y reparadora. Todo el
dolor, la rabia, y la decepción que había sentido en la cena se desvanecieron, “me
quiere”, sonrió, se movió un poco, cogió la mano de Esther y se aferró a ella, “me
quiere”, se repitió cerrando los ojos y entregándose al descanso.

Esther permaneció abrazada a ella, sorprendida de que, en vez de rechazarla, Maca le


hubiese tomado de la mano. Sintió un alivio profundo, Maca dormía, pero si aceptaba su
abrazo, quizás hubiese una posibilidad de que la perdonase. Tenía que hablar con ella,
debía haber aceptado su ofrecimiento y haberlo hecho antes, pero tenía tanto miedo de
que le repitiese que solo buscaba su amistad, que no quería oírla. Suspiró, sin poder
conciliar el sueño, cansada y derrotada, se había equivocado en todo, la cabeza no
dejaba de repetirle que Maca quería a otra persona y ella se había empeñado en
demostrar lo contrario. A partir de ahora solo se iba a esmerar en conseguir que
disfrutara allí de los días que les quedaban, la llevaría a la ciudad, le enseñaría Jinja y
Kampala y disfrutaría de esas horas junto a ella, antes de volver a Madrid y antes de que
ella, abandonara su trabajo en la clínica y regresara a Jinja sola, para intentar quedarse,
aunque para eso tenía que conseguir que Oscar le tramitara los permisos de su
evaluación psicológica. Ni siquiera le había dado las gracias a Maca por lo que hizo con
él, muy al contrario se había molestado porque todos la felicitaran, un motivo más por el
que sentirse culpable. Seguro que Maca no le iba a perdonar fácilmente lo que le había
hecho en la cena. ¡Qué diferente había salido todo a como planeara en Madrid! “Jinja”,
pensó, ¡cuántas esperanzas había puesto en ese lugar! “¡Jinja!”, “solo me queda
conseguir que en estos días Maca se enamore de ti”. En esos pensamientos estaba
cuando, finalmente, cayó rendida, murmurando en sueños el nombre del que había sido
su hogar los últimos años “Jinja”.
CAPÍTULO IX. EL MAL DE ÁFRICA.
No sabía cuantas horas llevaba durmiendo cuando, poco antes del amanecer, despertó
sobresaltada. El corazón disparado y la boca completamente seca. Escuchó el graznido
de un pájaro que no fue capaz de identificar y creyó captar el lloriqueo de un niño,
¿habrían llegado más refugiados en la noche! si era así no lo había oído. Respiró hondo
y paseó la vista a su alrededor, intentando convencerse de que estaba a salvo, su corazón
aún estaba acelerado por el efecto de aquella pesadilla, con un dolor constante, el
atormentador sueño había terminado por esa noche, aunque sabía que volvería a la
siguiente.

Sentada sobre el mullido colchón, empapada en sudor, sentía cómo le temblaba todo el
cuerpo. Se abrazó así misma y comenzó a balancearse, adelante y atrás, adelante y atrás.
Quería que desapareciera esa sensación, quería volver a sentirse como antes, miró hacia
Maca, dormía tranquilamente, ¡ojala ella pudiera hacer lo mismo! odiaba esa pesadilla.
Siempre la misma, aunque había noches mejores que otras, pero esta vez había tenido la
versión más terrorífica de aquel maldito sueño, que no paraba de repetirse desde que
regresara, no se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Germán y eso que el médico se
barruntaba algo porque no dejaba de preguntarle por el tema cuando se encontraban a
solas. Mientras había estado preocupada por Maca y su salud, mientras había cuidado de
ella, solo esporádicamente había tenido alguna pesadilla, pero hacía varios días que
habían vuelto con toda su fuerza.

Su mente volvió a la angustia de la pesadilla, que a diferencia de las de Maca, las suyas
eran tan reales como lo mismo que había tenido que vivir. Aquello que no le había
contado a nadie, absolutamente a nadie, aquello de lo que se avergonzaba y la
atenazaba. Un recuerdo tan vívido que volvió a experimentar aquella horrible sensación.
Se estremeció, de nuevo estaba en mitad de la selva, sintiéndose aterrada. Miedo. Sentía
tanto miedo. Corría sin mirar atrás. Escuchaba los disparos a su espalda, y sin dejar de
balancearse se tapó los oídos como si aquello fuese a evitar el sonido de aquellos tiros
que retumbaban en su cabeza. Sabía lo que estaba ocurriendo y huía como una cobarde,
sin pararse a ayudar, sin detenerse, sin mirar atrás, solo huir y correr. Luchando contra
las ramas y el follaje de la selva que se imbricaban en una maraña espinosa e
impenetrable. No podía detenerse, muy al contrario sus pasos cada vez eran más
rápidos, sin reparar siquiera en el dolor de sus brazos, heridos, sin que su raído chaleco
pudiera apenas protegerla de los cortes, sin sentir las lágrimas que recorrían su rostro,
después de tanto tiempo sin poder llorar por ella, después de tanto tiempo odiando, sin
pensar en el dolor que le provocaba cada caída, sin miedo a las alimañas que se
escondían entre la maleza, sin pensar en lo que harían con ella si la encontraban.

Después de mucho correr, tanto que sus piernas le habían dejado de doler, llegó a un
claro pantanoso en el que un agua sucia y marrón, llena de excrementos de animales y
verdín, le llegaba a la altura de los tobillos, sabía que no debía beber de aquella agua,
pero se moría de sed y cuando se decidía a inclinarse a beber, agachaba su cabeza, y
sentía cómo bajaba por su garganta el líquido espeso y caliente, que en cualquier otro
momento le provocaría nauseas pero que allí, extenuada, muerta de miedo le permitía
un instante de felicidad. Escuchó las voces de los guerrilleros, sabía que la estaban
buscando, sabía que la encontrarían, y sabía lo que harían con ella. Sin embargo, no
huyó ni se escondió, bebió tres veces más antes de saciarse y limpiar su boca con el filo
de su chaleco. Su chaleco lleno de manchas marrones, roto, apenas legible, cubierto de
sangre seca y recordó el día en que Germán se lo dio por primera vez.

Se quedó allí, arrodillada ante aquel charco, con los brazos caídos y la barbilla sobre el
pecho, los ojos cerrados y la mente puesta en el horror que la esperaba, solo deseaba que
empezase ya y acabasen con ella cuanto antes. Y allí, esperando la muerte segura, solo
podía pensar en ella, en Maca, en lo que haría cuando se enterase, en si se enteraría, en
si la lloraría. Recordaba cada una de las caras de aquellas niñas, espantadas ante tanta
barbarie, recordaba la cara de Margarette, su mirada sólo podía ver los ojos de terror, y
la boca abierta y congelada de Margarette, muriendo con impotencia, pero por encima
de todo la recordaba a ella, a Maca y se juró que si salía de aquello con vida, volvería a
Madrid y la buscaría aunque fuera para verla en la distancia, para saber de ella. Pero se
encontraba allí, sola, con la barbilla apoyada en las rodillas y los brazos abrazándolas,
esperando la muerte. La agarraron por los hombros y la hicieron caminar mientras la
golpeaban con fuerza en la espalda para que no se detuviese….

Algo se movió a su derecha, debajo de la sábana, y Esther volvió a la realidad. Volvió a


aquella cabaña. Miró a su lado, ella dormía plácidamente, medio destapada. Sonrió,
debía haber tenido calor en mitad de la noche y se había despojado de la camiseta. Le
acarició la espalda, estaba fría y la cubrió por completo con la sábana. Maca se movió,
sin abrir los ojos, y musitó algo ininteligible. Esther notó la suavidad de su pelo al caer
sobre su mano. Era una sensación agradable. Comprobó que cualquier roce con aquel
cuerpo, le proporcionaba una sensación indescriptible, aunque si tuviera que expresarla
con palabras sin duda lo haría diciendo que era como su una corriente eléctrica la
traspasase desde los pies a la cabeza. La pediatra volvió a moverse, parecía inquieta,
Esther la envolvió con sus brazos y Maca se quedó tranquila, pegada a ella, buscando su
calor. Era increíble la necesidad de protección que tenía, y lo poco que la reclamaba,
solo cuando dormía se dejaba cuidar sin protestas, sin rechazos.

Pasados unos minutos y cuando Esther comprobó que Maca volvía a dormir
profundamente, se levantó. La madera del suelo permanecía caliente, iba a ser un día
asfixiante, le gustaba ese tacto y como sonaban huecos sus pasos sobre ella. Se acercó a
la ventana y levantó con suavidad el estor para no despertarla. Unos leves rallos de sol
penetraron en la habitación posándose en la espalda de Maca que había vuelto a
destaparse, dejando a la vista gran parte de su torso desnudo. “¡Es preciosa!”, pensó,
sonriendo, volvió a la cama, disfrutaba de esos minutos a su lado, viéndola dormir,
imaginando que despertaría y la besaría, imaginando que estaban allí juntas y felices,
imaginando que el tiempo no había pasado, que sus vidas habían sido otras, la miró con
ternura, se sentó con las piernas extendidas y la espalda en el cabecero, tubo la tentación
de perder su mano entre su pelo, ¡la deseaba tanto! pero no lo hizo, lo que no pudo
evitar fue posar su mano al final de su espalda, consciente de que no podría notarlo y la
acarició de nuevo con delicadeza, bajando hacia su muslo, ¡le encantaba su piel!
siempre tan suave. Seguía fría, eso era algo que no recordaba de ella, antes Maca
siempre estaba caliente al tacto.

La pediatra se dio la vuelta de golpe y la abrazó fuerte, sobresaltándola, Esther no se


acostumbraba a aquella habilidad que tenía incluso sin poder mover las piernas. Maca,
al ver su cara de sorpresa, soltó una carcajada como las que solía lanzar cuando le
gastaba bromas. Esther la miró perpleja, esperaba verla enfadada con ella, esperaba
escuchar sus reproches y esperaba que no la dejase disculparse pero estaba claro que
había dejado atrás la tristeza de la madrugada anterior, que estaba de buen humor,
Quizás su estrategia había funcionado y le había venido bien estar un día sin verla,
porque ni siquiera parecía molesta con ella por su comportamiento en todo el día
pasado. Ahora, la tenía allí encima, presionándola con toda su anatomía, posada
firmemente sobre ella.

- ¿Te he asustado? – preguntó apoyando su cabeza sobre el abdomen de Esther,


que, sin poderlo evitar, le acarició la mejilla.
- Si – sonrió distraída – ¡me has dado un susto de muerte! – bromeó con
naturalidad como si nada hubiera ocurrido entre ellas.
- ¡Te eché mucho de menos ayer! – reconoció mirándola intensamente - ¡mucho!
- Eh… tuve… tuve trabajo y… - iba a decirle que estaba avergonzada por haberla
besado pero de nuevo pensó que no, no lo estaba, no se arrepentía en absoluto de
haberlo hecho - … y, luego, estaba tan cansada que no me apetecía pasear.

Maca escuchó todo aquello sin borrar la sonrisa de su rostro, “no te lo crees ni tú”,
pensó la pediatra, pero estaba decidida a no discutir con ella, después de lo que la
escuchó decirle cuando se acostó a su lado. “No se lo ha tragado”, hizo lo propio Esther
que comenzaba a sentirse muy incómoda.

- ¿Ya te has vestido? – preguntó apretando la barbilla contra el pecho de la


enfermera – ¿por qué no me has despertado! ya no estoy enferma para estar todo
el día en la cama.
- Me gusta verte dormir - sonrió con timidez, temiendo que de un momento a otro
Maca arremetiese contra ella – además creí que lo hacías y no sabía que estabas
ahí, despierta, burlándote de mí.
- No me burlaba, acabo de despertarme – confesó pensando en que aunque
hubiera sido así nunca sería tanto como lo hizo ella en la cena, pero parecía que
ya no estaba enfadada y lo último que deseaba era volver a pasar un día como el
último, optó por no hacer referencia a nada que pudiera molestarla y se quedó
mirándola absorta.
- ¿Qué estás pensando? – le preguntó Esther al verla con aquella expresión
ausente.
- Te vas a reír, ya sé que es imposible, pero… he tenido la sensación de que
alguien me tocaba... – confesó – me refiero aquí – explicó señalándose el lugar
donde segundos antes la enfermera había posado su mano - no me mires con esa
sonrisa, ya sé que es increíble pero… ¡ha sido tan real! – suspiró entre ilusionada
y resignada a que hubiese sido uno más de aquellos sueños en los que volvía a
andar, a sentir...
- Lo habrás soñado, aunque… – respondió burlona, mirando su mano derecha,
“¿enfermera milagro?”, tras soltarla del muslo de Maca y al mismo tiempo se
sintió esperanzada ¿sería posible que Maca lo hubiese sentido de verdad! si era
así, quizás el milagro pudiese hacerse realidad - …aquí no hay nada imposible.
Lo aprendí hace tiempo.
- Si… - suspiró - yo también empiezo a comprender lo que dices - confesó
manteniendo su cabeza apoyada en el pecho de Esther, recordando todo lo que
había visto y vivido en los últimos días.
- Ponte la camiseta que te vas a enfriar – le dijo bruscamente.
La enfermera no pudo soportar más la sensación de tenerla encima de ella, medio
desnuda, de sentir su calor y la caricia de su mano y la aparto con suavidad
levantándose de la cama con el ceño fruncido. Se asomó a la ventana y se quedó con la
vista fija en el exterior.

- Esther, ¿sigues enfadada? – se atrevió a preguntarle al verla con aquel gesto de


desagrado.
- No.
- Ven aquí – pidió, pero la enfermera no se movió de donde estaba.
- Por favor, ven aquí – volvió a pedir – Esther…
- ¿Qué quieres? – preguntó finalmente, con desgana, sin dejar de mirar hacia el
exterior.
- Ven.

Esther se volvió y se acercó a la cama. No sabía cómo lo hacía, pero Maca seguía
teniendo ese poder de persuasión en su persona que, hasta proponiéndose firmemente no
hacerle caso y mostrarse distante, acudía a ella como si de un imán se tratase.

- ¿Qué? – preguntó manteniéndose de pie pegada a la cama. Maca levantó el


brazo izquierdo y le tendió la mano.
- Ven – volvió a repetir cogiendo la mano de la enfermera y tirando de ella para
que se sentase – no te enfades conmigo, por favor, no lo soporto.
- No me enfado, Maca – dijo doblando una pierna encima de la cama y dejando la
otra caer por el costado de la misma.
- Si te enfadas – insistió manteniendo la mano de Esther entre las suyas y
acariciándola con suavidad con el dedo pulgar, sin quitar la vista de sus ojos -
estás enfadada por lo de antes de ayer. Por eso me has tenido “castigada”, sin
venir a verme – le dijo guardándose para sí, el resto de cosas que formaban parte
de ese “castigo”, pero no quería reprocharle nada, había estado pensando en las
palabras de Germán y Sara y había decidido no contribuir al malestar de Esther,
aunque tuviese que morderse la lengua para ello.
- No lo estoy – dijo bajando la vista, incapaz de aguantar aquella mirada, ya no
era enfado lo que sentía y, si lo sentía, era solo consigo misma – tú no tienes la
culpa de nada y yo… me he portado fatal contigo, no tengo disculpa, Maca –
levantó los ojos y los clavó en ella – y yo… me sentiría mejor si no me mirases a
la cara o me mandaras a la mierda o me dieras cuatro voces o me echaras de la
Clínica ...
- Pero no lo voy a hacer – le dijo con seriedad interrumpiéndola – no es lo que
necesitas.
- ¿Y qué necesito? – le preguntó con franqueza, sin ningún atisbo de ironía.

Maca le soltó la mano y le acarició la mejilla, apretó los labios en un esbozo de sonrisa
y la miró con ternura. La enfermera esperaba su respuesta esperanzada en que Maca
tuviese la panacea para la oscuridad en que vivía.

- Hay veces en la vida que cuando te sientes por fin seguro, cuando crees que por
fin las cosas van bien y comienzas a experimentar la tranquilidad interior, llega
alguien y te empuja – le dijo con suavidad, con una cadencia que envolvió a la
enfermera que no entendía como Maca se estaba comportando con ella de
aquella forma después de cómo la trató la noche anterior – y ese empujón te
hace caer y … no sabes que pintas allí tirada en mitad del suelo, solo sabes que
debes levantarte y… lo intentas, lo intentas con todas tus fuerzas, de todas las
formas que se te ocurren, pero… no puedes – continuó con una calma que
parecía provenir de la propia experiencia, Esther hacía mucho tiempo que no
veía en ella ese aplomo, esa seguridad que tanto la había atraído siempre – no
puedes porque ese empujón y esa caída te han hecho daño, ¡mucho daño! –
enfatizó las palabras – no puedes levantarte sola y… empiezas a ser consciente
de ello, en tu fuero interno comienzas a saberlo, pero no quieres aceptarlo – la
estaba mirando con tal brillo en sus ojos y con tal intensidad que Esther no podía
apartar la vista de ella, a pesar de que sus palabras la estaban incomodando y
temía que Maca le dijese aquello que se negaba a oír. La pediatra que se percató
de ello, le apretó la mano con suavidad hizo una leve pausa y siguió con el
mismo tono susurrante - hasta que un día, cansada de tanto intento vano, de tanta
lucha por levantarte te rindes y te resignas a estar allí tirada, en el frío suelo,
sola. Escuchas las voces que te gritan que te levantes, que ya ha pasado tiempo
desde el empujón, que tu herida está curada, pero cuando lo intentas el dolor es
tan intenso que sabes que no puedes. Y entonces, cuando ya no esperas nada,
aparece una mano firme, una mano que no te pide permiso para tirar de ti, pero
lo hace y te agarras a ella y consigues lo que no eras capaz de lograr sola,
¡levantarte del suelo! Y, lo más importante, ¡mantenerte en pie! – terminó con
una leve sonrisa.

Esther guardó silencio esperando que dijese algo más, pero Maca no lo hizo, solo la
miraba fijamente y continuaba acariciándole la mano. Esther bajó los ojos hacia ellas, y
un escalofrío recorrió su cuerpo ante aquel suave contacto. Luego, tras unos segundos
levantó los ojos y los clavó en ella.

- Y… ¿si eso no es suficiente? – preguntó con temor – ¿si te has hecho tanto daño
que cuando esa mano te suelta, no te mantienes en pie y vuelves a caer?
- Entonces… tendrás que aferrarte a ella y no dejar que te suelte hasta que no seas
capaz de hacerlo.
- ¿Hablas de ti o… de mí?
- ¿Tú que crees? – le preguntó a su vez.
- No sé – musitó frunciendo el ceño – no sé, Maca, no sé – repitió, cada vez con
menos voz, mirándola con tristeza - ¿Me estas diciendo qué…?
- Te estoy diciendo – se apresuró a interrumpirla - que no necesitas nadie que te
grite, nadie que te diga lo que has hecho mal, lo imbécil que has sido y lo lejos
que te mandaría cuando te comportas así – le sonrió torciendo la boca en una
mueca de complicidad acompañada por la inclinación de su cabeza y el arqueo
de sus cejas. La enfermera bajó los ojos avergonzada, captando la algo más que
indirecta, pero tan reconfortada con sus palabras, que una oleada de felicidad la
invadió, estaba claro que no pensaba echarle la bronca y se lo agradeció
internamente – te digo que necesitas ayuda, Esther, y yo… no he sabido hacer
las cosas bien.
- No. No es eso. Tú has hecho lo que tenías que hacer. Soy yo que… - bajó la
vista, cabizbaja.
- No, Esther – negó con la cabeza esbozando una sonrisa y cogiéndola por la
barbilla le levantó la cara - ¡mírame! – le pidió con dulzura - No debí haberte
empujado, lo reconozco, pero… no podía devolverte el beso – le dijo bajando la
voz y mirándola fijamente a los ojos dispuesta a sincerarse – no es que no
quisiera, es que … no puedo.
- Luego… ¿querías?
- ¡Con toda mi alma! – exclamó con tanta fuerza que Esther sintió como el deseo
se apoderaba, de nuevo, de ella. Maca no dejaba de observarla y ella, se había
quedado sin palabras, no se esperaba aquella sinceridad y no podía creer que se
estuviese produciendo.
- Y… ¿con todo tu cuerpo? – preguntó con una sonrisa picarona que demostraba
la satisfacción que había experimentado ante aquella confesión. Maca la
interpretó a la perfección.
- No. Con todo mi cuerpo no – le dijo provocando que la sonrisa de la enfermera
se esfumase – con medio cuerpo, el otro medio no se entera de nada – sonrió
burlona.
- ¡Maca…! – protestó – ¿cuántas veces te voy a tener que decir que no me gustan
esas bromas?
- Espero que muchas… - susurró misteriosa - ¡muchas! – exclamó más alto,
continuando con sus ojos clavados en ella, con tal intensidad que la enfermera se
acercó más aún, atraída por el poder de aquella mirada, dispuesta a besarla pero
en el último instante, se frenó. No estaba dispuesta a estropearlo de nuevo.
- ¡Ah! ¿con que esas tenemos? – le preguntó insinuante, al tiempo que una idea
cruzaba por su mente. ¡Había echado tanto de menos ciertas cosas!
- Sí – sonrió ladeando la cabeza y enarcando las cejas.
- Pues… estaba yo pensando que…, si eso es así…. Ahora, no te vas a poder
escapar…. – continuó con el mismo tono de insinuación.
- ¿Escapar a dónde? – preguntó creyendo que hacía referencia a hacer alguna
salida fuera del campamento.
- A dónde, no – sonrió – de qué – apretó los labios en una mueca burlona y
levantando los brazos moviendo con rapidez los dedos.
- ¡Esther! – exclamó comprendiendo sus intenciones - ¡no!
- Ya lo creo que sí – rió haciéndole cosquillas en los costados.
- ¡No! ¡por favor! ¡no! – exclamó sin poder parar de reír debatiéndose bajo el
cuerpo de la enfermera - ¡Esther! no, no, no – intentaba zafarse sin éxito.

Esther, feliz y sin acabar de creerse lo que estaba sucediendo, continuó con su ataque y
Maca, vencida y sin fuerzas para oponerse, intentó incorporarse, pero no podía dejar de
reír y eso la hacía estar aún más floja, Esther no paraba de hacerle cosquillas hasta que
la pediatra comenzó a toser.

- ¡Por favor! – dijo casi sin voz – no puedo respirar – se tumbó de costado
tosiendo – no puedo respirar – dijo con dificultad tosiendo - ¡Esther! ¡ayúdame!
– le pidió mostrándose angustiada, abriendo unos ojos desencajados y
llevándose la mano al pecho – no pue…
- ¡Maca! – exclamó Esther deteniéndose y mirándola asustada - ¿qué te pasa!
Maca, ¿qué te pasa? – le preguntó con premura, saltando de rodillas sobre la
cama, intentando girarla hacia ella.
- ¡No! – se negó tosiendo - ay, me du…ele – se quejó – me du…ele mu…cho –
repitió con voz entrecortada sin resuello.
- Maca, ¡déjame ver! – le pidió al notar que se oponía sin dejar de toser y
respirando cada vez con más dificultad – Maca... Maca …
La pediatra se giró y Esther se quedó perpleja al verla reír a carcajadas y con agilidad
coger la almohada y darle con ella en la cabeza. La enfermera se había quedado
completamente paralizada.

- ¡No vuelvas a hacerme algo así! - le gritó enfadada aún con el miedo reflejado
en su rostro. Las palabras insistentes de Germán pidiéndole que no la alterase y
la escena que le había representado la habían llevado a creer que como poco,
tenía un colapso respiratorio.

Maca dejó de reír al verla tan enfadada y adoptó un aire de seriedad. Pero Esther, ya
recuperada del miedo inicial, sonrió.

- ¡Serás guarra! ¡menudo susto me has dado! – exclamó volviendo a sentarse en el


borde de la cama, devolviéndole con suavidad el golpe con la almohada, que
Maca cogió, y se colocó tras su espalda, recostándose de nuevo sin quitar esa
mirada burlona que estaba turbando a la enfermera.

Esther se aproximó colocándole bien la almohada.

- ¡Gracias! – le dijo Maca.


- De nada – respondió sin dejar de mirarla.

Maca hizo lo propio, una mira dulce y sincera, que envolvió a la enfermera, que no
pudo controlarse, cogió su cara con ambas manos, permaneció un instante con los ojos
clavados en ella, ágiles y bailones, que reflejaban lo que pensaba hacer.

- Esther… no… - protestó intentando echarse hacia atrás, sin éxito, temiendo lo
que se avecinaba. La enfermera volvió a besarla, esta vez Maca no se apartó, ni
la empujó como las dos veces anteriores, pero tampoco le devolvió el beso.
- Lo siento – dijo Esther al ver que de nuevo no era correspondida – lo siento, lo
siento, sé lo que te prometí el otro día pero… me miras así, que … no… no he
podido contenerme… perdóname – le pidió suplicante – perdóname Maca –
insistió frunciendo el ceño preocupada por la expresión de su cara.

El silencio más absoluto invadió por un momento la cabaña. Maca la observó, el ceño
fruncido y una sombra que pasó fugaz por sus ojos, asustaron a la enfermera que se
dispuso a seguir con las disculpas. Sin embargo, Maca hizo algo inesperado, volvió a
levantar su mano, la apoyó en la base de la nuca de Esther y la atrajo hacia ella. Esta vez
el beso fue tan apasionado que Esther sintió que comenzaba a temblar. Maca jamás la
había besado así, no solo con desesperación, con pasión, si no como si en aquel beso
contuviese todos sus sentimientos. Esther deseó que durase toda la vida, pero Maca
volvió a separarse de ella un instante, que aprovecharon para escudriñarse mutuamente,
las miradas fijas una en la otra, la timidez dejó paso a la sonrisa, fue la pediatra la
primera en apartar la vista y dirigirla a los labios de la enfermera al tiempo que
entreabría los suyos y entrecerraba los ojos. Esther interpretó aquello como una
invitación a besarla, ahora sí, Maca le daba permiso y eso hizo, se inclinó sobre ella y la
besó. Esta vez Maca correspondió con creces, sintieron el roce suave y la tibieza de sus
labios, labios con labios, recreándose en ese beso que prolongaron durante más de un
minuto, explorándose como si no se conocieran, recuperando lo que había sido suyo,
jugueteando como dos niños con espadas nuevas, temerosas y a un tiempo atrevidas,
impulsivas y entregadas, sintiendo que sus alientos se mezclaban creando un nuevo
sabor jamás probado. Fue Maca, de nuevo, la primera en detenerse y apartar ligeramente
a la enfermera que le preguntó con la mirada “¿qué ocurre?”, Maca clavó sus ojos en
ella.

- Esto… se me va a escapar de las manos – murmuró con una excitación


contenida llena de temor, avisándola.
- No – susurró Esther, manteniendo sus ojos fijos en aquellos labios que ya estaba
añorando y deseando poseer otra vez – siento decírtelo…, pero… hace tiempo
que se te ha escapado.
- Ven – la atrajo de nuevo ansiosa sin poder contenerse, sintiendo que su corazón
se desbocaba, y comprendiendo que, ya, ni podía, ni quería parar aquello.

* * *
Tras unos minutos que llenaron de besos y caricias, Maca se retiró y miró hacia la
ventana por donde los primeros rayos de sol ya estaban convirtiéndose en una luz
potente. La enfermera le sonrió comprendió al instante, se levantó y bajo el estor, se
acercó a las puertas y las cerró. Volvió junto a Maca y se sentó en el borde de la cama
donde días antes había estado cuidándola, temiendo por su vida.

- ¿Estás segura? – le preguntó indecisa y temblorosa, intentando controlar el


deseo.
- Si – respondió la pediatra, atrayéndola de nuevo. Volviendo a besarla, ahora con
más calma.

Maca comenzó a desabrochar la camisa de la enfermera, lentamente, sin dejar de


mirarla a los ojos, Esther la acariciaba con suavidad, con ternura, había leído todo lo que
debía hacerle para estimular su deseo, Maca sintió que esas manos la enloquecían,
conseguían seducirla hasta un extremo que no lograba imaginar, cerró los ojos y su
respiración se agitó, un nuevo beso, la transportó más allá. La enfermera retiró la sábana
que cubría a la pediatra y se colocó sobre ella, sin reparar en la importancia de lo que
acababa de hacer, porque Maca miró hacia sus piernas, se vio con el pañal puesto y notó
que algo se rompía, intentó tirar de la sábana y cubrirse de nuevo, pero no podía, el
cuerpo de la enfermera, que no dejaba de besarla, se lo impedía. Desistió. Procuró
concentrarse y comenzó a acariciarla lentamente, consiguiendo que las piernas de la
enfermera temblaran de nuevo, deseaba hundirse en ella y eso intentó, como sabía que
le gustaba, como tantas veces hiciera, pero esta vez fue la enfermera la que le retiró la
mano, “espera, así no, prefiero de … otra forma”, le susurró al oído y Maca,
inmediatamente, comprendió lo que ocurría y se sintió culpable por no haberlo
recordado, por no salir de ella esa delicadeza.

Esther comenzó a besar su cuello, con pequeños besos y mordiscos bajando hacia sus
pechos, mientras la pediatra seguía acariciándola con una pericia que Esther no
recordaba. Maca no podía controlar la tentación, gimió de nuevo y Esther se detuvo
maliciosa, se escudriñaron unos instantes tras los cuales la enfermera comenzó a besarla
con una pasión que Maca tampoco recordaba en ella, intentó dejarse arrastrar, pero su
mente ya estaba luchando frente aquellas caricias, frente aquellos besos que la hacían
gozar. Se detuvo un instante y Esther reclamó sus caricias “sigue”, “no te detengas”
pidió en un susurro, apretándose contra ella con tal fuerza y deseo, que Maca, ahora sí
de verdad, no podía respirar. La enfermera retiró con rapidez una de las almohadas en
las que estaba recostada la pediatra, tumbándola completamente y se echó sobre ella, sin
dejar de besarla apasionadamente.

- Tranquila, Esther, tranquila – le pidió en cuanto la dejó tomar aire.


- Ahmmm – gimió, sin escucharla. Deseaba saciarse de ella y que ella se saciara a
su vez.
- Esther – intentó apartarla, le faltaba la respiración – Esther, no puedo.
- Chist, no pasa nada, déjate llevar – le pidió sabiendo lo que podía estar pasando
por su mente.

Maca intentaba luchar contra sus pensamientos, pero no podía. Su cuerpo se rebelaba, se
empeñaba en enfrentarse a ella demostrándole que no tenía control sobre él, que no
podía dominarlo. “¿Qué te crees que puedes actuar como si nada, qué puedes disfrutar
como antes! ¡mírate! ¿qué crees que pensará cuando quiera seguir y…! no puedes
hacerla feliz, no puedes darle lo que desea, ¡no se merece esto!”.

- No puedo – la empujó con más fuerza separándola – no puedo, cariño, no puedo


– dijo con lágrimas en los ojos y volviendo la cara hacia otro lado, incapaz de
soportar su mirada – lo siento, no puedo, no puedo.
- Maca…
- Por favor, Esther – dijo entre sollozos – por favor… por favor…
- Vale, tranquila…, tranquila Maca – la acarició con ternura separándose de ella.
- Por favor… - la miró suplicante – por favor.
- Tranquila, es normal, no pasa nada – intentó consolarla, comprensiva.
- Déjame sola – dijo hundiendo la cara entre sus manos y llorando amargamente.
- Maca… no llores… no… - se interrumpió afectada, no soportaba verla así.
- Déjame…

Esther se sentó junto a ella y la abrazó pero la pediatra rechazó ese abrazo.

- Vete, por favor.


- Maca…
- ¡Por favor!
- De acuerdo, me voy, pero… tranquilízate… no pasa nada – dijo cogiendo su
ropa y vistiéndose en silencio.
- Vete, por favor.. ve..te – repetía cada vez más alterada.
- Que si, como tú quieras, ya me voy – aceptó respetando su voluntad – pero
cálmate, por favor – le pidió preocupada dirigiéndose a la salida.
- Es..ther… - murmuró sollozando cuando la vio abrir la puerta, sin que la
enfermera lograra escucharla.

Esther se detuvo en el exterior, era conciente de lo que acababa de ocurrir, y se sintió


desolada. Se había perdido tanto en el deseo de estar con ella que había olvidado sus
necesidades. Sabía lo importante que era que Maca no pensase en sus limitaciones, que
no recordase cómo eran antes las cosas, y estaba claro que no había sabido hacerlo. Se
sintió impotente, deseaba volver junto a ella, consolarla, decirle que la amaba, que la
hacía sentirse plena, que no necesitaba más porque no podía imaginar nada más ni
mejor, pero no podía.
Esther salió de la habitación y Maca permaneció tumbada en la cama, las lágrimas
resbalaban por sus mejillas, y su pecho, agitado por el llanto, empezó a protestar con un
dolor sordo, que no escuchó. Sentía que el aroma de Esther impregnaba todo, su mente
reproducía la escena vivida una y otra vez, le parecía tener aún a la enfermera junto a
ella dibujando caricias sobre su cuerpo, notando el dulce sabor de sus labios, que habían
conseguido llevarla hasta un punto que ya no recordaba de excitación, llenándola de
locura y pasión. Le parecía percibir su mano traviesa, acariciando sus pechos, su piel
sudorosa, ¡la deseaba tanto! Pero no podía, no podía, sus sollozos aumentaron, sus
pensamientos recordaron aquellas otras veces en las que jugueteaba con ella, en las que
entrelazadas sentían arder sus cuerpos, transportándolas a un mundo de fantasía, pero…
ya nunca podría ser igual, nunca volverían a ser una, nunca podría acompasar su ritmo
al de ella hasta llegar a aquel estallido final que tanto añoraba.

En estos años había aprendido a hacerse amiga de su cuerpo, había aprendido a hacerlo
todo de forma diferente pero allí tumbada, enfrentándose por primera vez desde el
accidente a su sexualidad, se sentía impotente. Hasta ahora no solo había silenciado sus
deseos, los había cancelado. Se tapó los ojos con ambas manos, y lloró desconsolada,
deseando con todas sus fuerzas despertar de aquel mal sueño, en el que ya nunca
temblaría por el mero hecho de tenerla cerca. El dolor del pecho iba en aumento
cortándole la respiración, pero no podía dejar de llorar.

Esther, permaneció unos segundos en la puerta de la cabaña, pensando, tenía que


respetar su voluntad, tenía que respetar a Maca y el deseo de estar sola. Las palabras de
Germán resonaban en su cabeza “no la escuchas, Esther, escúchala y ten paciencia”, sí,
sabía que eso es lo que debía hacer, pero necesitaba decirle que la amaba, necesitaba
saber cómo estaba y, sobre todo, necesitaba estar segura del porqué la rechazaba. Los
celos volvieron con fuerza, “no es lo que crees, no te rechaza por miedo, tiene que ser
por otra cosa, por su mujer o lo que es peor por Vero”, “no, no, no”, negó intentando
sacudirse esas ideas, “entra, vamos entra y habla con ella”, se espoleó, animándose, “no
puedes hacer eso, te ha pedido que la dejes sola, ¡déjala pensar!”, suspiró indecisa,
“¡No! tengo que entrar, sí, tengo que consolarla, está asustada, sí es eso, Germán tiene
razón, está asustada”, se dijo decidida y, haciendo caso omiso a la petición de la
pediatra, entró de nuevo en la cabaña.

La oscuridad reinante la hizo detenerse unos segundos en la puerta, acostumbrando sus


ojos a ella. Vio como Maca, lejos de haberse calmado, seguía llorando con el rostro
escondido entre sus manos, sin percibir su regreso. Esther, sigilosa, se acercó a la cama.
Con suavidad, retiró las manos de su cara y se sentó despacio en el borde de la misma,
con su vista clavada en ella. Maca giró la cabeza, no podía mirarla a los ojos. ¡Sentía
tanta vergüenza!

- De…ja…me, - sollozó con un hilo de voz.


- Chist – la silenció – no llores más, por favor.
- Lo… lo… siento – murmuró entrecortada.
- Maca… no tienes que sentir nada.
- ¡Por favor!…Ve…te - hipó.

El pecho de la pediatra subía y bajaba a un ritmo vertiginoso. Intentó zafarse de las


manos de Esther, para taparse de nuevo la cara, no soportaba que la mirara y no
soportaba verla, pero la enfermera se mantuvo firme, sin dejarla moverse.
- Qui..qui..ero … que… te… vayas – pidió entre sollozos – por fa…vor. No
quiero que… me mires – suplicó angustiada - ¡no me mires! – exclamó
cubriéndose con la sábana e intentando girarse hacia la ventana.
- Quiero, quiero, quiero, ¿quieres saber lo que quiero yo? – dijo con suavidad - Yo
quiero tenerte siempre entre mis brazos –susurró, sujetándole las manos para que
no se tapase la cara y acercando su cuerpo al de la pediatra, como si la abrazase,
con la intención de que sintiese su cercanía, hablando junto a su oído – quiero
que me desees, que me beses, que me acaricies, que me desnudes, que me
abraces, sí, quiero todo eso, no te lo voy a negar – confesó pausadamente, con
una calma tan intensa que Maca giró ligeramente la cabeza y clavó sus ojos
llorosos en ella, Esther nunca le había hablado así, nunca en ese tono – es cierto
que quiero todo eso, Maca – repitió mirándola con serenidad cogiendo su
barbilla y girándole la cara hacia ella con suavidad - pero por encima de todo,
quiero que me quieras, que me ames, que nunca me dejes, y que si lo haces,
nunca me olvides, quiero estar siempre en tu mente…
- Es...ther…
- Como tú lo estás en la mía, porque – se detuvo un instante, enjugándole con
delicadeza las lágrimas y esbozando una leve sonrisa, comprobando que sus
palabras habían surtido efecto y que Maca empezaba a tranquilizarse – yo te
amo, Maca, aquí y ahora, sin pensar en el pasado, te amo a ti, y quiero estar
contigo, sé que todo va a ser diferente, y quiero que lo sea, quiero que
aprendamos juntas a explorar nuevos caminos, que…

No pudo seguir, la pediatra tiró de ella y la besó de nuevo, con ternura, despacio,
recreándose en aquel contacto. Esther la separó con delicadeza y le sonrió, “no llores,
mi amor”, le susurró entregándose a un nuevo beso.

Cuando se separaron, permanecieron con la vista fija una en la otra, la enfermera sonrió,
satisfecha de su triunfo.

- No llores más, mi amor – le pidió de nuevo, ahora con más fuerza, viendo que
las lágrimas seguían surcando su rostro.

Maca no respondió, la atrajo de nuevo, manteniendo ambas manos acariciando sus


mejillas, la besó suavemente, con tranquilidad y, luego, se retiró, sin dejar de sujetar su
cara, mirándola, la tristeza de sus ojos era tan penetrante que Esther se asustó, una
oscuridad intensa tiñó su mirada y la enfermera supo que aquel había sido el último
beso, sin necesidad de que Maca dijese nada.

- ¿Qué pasa, Maca? – preguntó con temor.

La pediatra seguía con su vista fija en ella, sin responder, con aquella mirada perdida,
culpable, huidiza y Esther sintió que el corazón se le aceleraba, reconocería aquella
expresión en cualquier parte, por mucho tiempo que hubiera pasado, por mucho que
Maca hubiese cambiado, sus ojos le estaban anticipando aquello que no deseaba oír. Iba
a decirle que no, iba a rechazarla, a pesar de todo lo que le había dicho, a pesar de estar
segura que ella también la amaba, Maca no iba a permitirse reconocerlo y ella no quería
oírlo. El miedo la atenazó, Maca le iba a decir que no, que no la quería, que no podía
estar con ella, sí, era eso, estaba segura de que era eso.
- Esther yo… tengo que… que decirte algo… tengo que… que explicarte…
porqué… porqué yo no…
- Chist, no quiero oírlo – la silenció levantándose de la cama con brusquedad – no
lo digas, porque no voy a escucharte. Nos marcharemos en unos días – la
informó repentinamente, hablando con precipitación – hasta entonces, dormiré
con Sara. Salvo que cambies de idea.
- Esther… - intentó protestar sin comprender su cambio de tono y de actitud –
yo…
- Así no, Maca – se negó – así, no – repitió enfatizando el “así”.
- Pero… ¿así cómo? – preguntó desconcertada, viendo que se levantaba y se
dirigía a la puerta – ¡Esther! – la llamó - ¡escúchame!…
- A dios, Maca – fue su única respuesta al tiempo que salía de la cabaña con
precipitación.
- ¡Esther!..

Maca miró la puerta que se cerraba en sus narices. “Esther”, musitó. La barbilla le
tembló, pero se contuvo, no era momento de lloros, era el momento de intentar que la
entendiese. Saltó a su silla, cogió la camiseta y se la puso con rapidez, buscó sus
pantalones pero no los encontraba por ninguna parte, con desesperación cogió la jarapa
y se la colocó encima de las piernas a toda prisa, no podía perder más tiempo, se sentía
impotente por no poder correr más, tenía que salir cuanto antes si quería alcanzarla.
Mientras, no dejaba de darle vueltas a la cabeza, “me quiere, me quiere, me quiere de
verdad, pero.. ¿cómo puede quererme?”, “no, no puede ser, te lo ha dicho para que te
sintieras mejor”, “¿por qué no puedo creerla! quiero creerla, necesito creerla, ¡la
necesito!”, “sí y la vas a perder, tienes que contarle la verdad, tienes que explicarle y…
luego … luego ¿qué?”, se decía al tiempo que abandonaba la cabaña por la puerta de
atrás con tanta velocidad que estuvo a punto de caer, dio la vuelta a la esquina,
intentando interceptarla pero, como siempre, había llegado demasiado tarde y miró
hacia todos los lados, ¿dónde estaría? “¡joder!”, exclamó desesperada, no podía haberse
marchado, tenía que hablar con ella, tenía que explicarle, tenía que…

- ¿Wilson! ¿qué..? – Germán se acercó a ella extrañado de verla con aquellas


pintas y esa cara de desconcierto moviendo los labios, sin pronunciar apenas
sonidos, parecía hablar sola - ¿estás bien? – le preguntó al ver que lo miraba con
aire ausente y ojos desencajados, enrojecidos y aún llorosos.
- Sí, sí – respondió con premura - ¿has visto a Esther?
- ¿Esther! no – le respondió frunciendo el ceño, imaginando lo que podía estar
ocurriendo - ¿Qué pasa?
- ¡Nada! – dijo girando la silla – tengo… que…. que...– masculló entre dientes
dándole la espalda, ¿qué podía hacer! necesitaba verla, necesitaba explicarle,
necesitaba que la escuchase y, sobre todo, necesitaba que le sonriese, que no la
mirase de la forma que lo había hecho. No soportaba esa mirada, no en ella.
- ¡Wilson! ¡espera! – la detuvo con delicadeza – ¿qué es eso que tienes que
hacer?
- Eh… ¿yo?.. ¿hacer?.. nada – balbuceo distraída, solo podía pensar en Esther, en
hablar con ella, en intentar que comprendiera, ¿qué hacía Germán?
- Wilson, déjame que te mire – le pidió sujetando su silla, levantándole la barbilla
e intentando verle las pupilas, la veía tan desorientada que solo se le ocurría
pensar que tenía una crisis. Recordó el informe de Claudia, recordó todos los
datos que incluía sobre el posible síndrome de posconcusión y se preocupó, esos
dolores de cabeza podían deberse a algo más que la tensión alta, y si era así, él
allí no podía hacer nada, necesitaba llevarla a Kampala – Wilson, nos vamos a ir
al hospital de….
- Estoy bien, ¡suéltame! – se zafó molesta, intentando accionar la silla sin suerte.
- No estás bien, no seas…
- ¡Qué me sueltes te digo! – gritó fulminándolo con la mirada con tanta fuerza y
tanta decisión que Germán se retiró.
- De acuerdo, te suelto – consintió levantando los brazos de la silla, aún más
preocupado – pero cálmate.
- ¡Joder! – exclamó intentando girar la silla sin éxito, atascada en uno de los
surcos de barro seco.
- ¿Quieres que te ayude? – le preguntó viendo sus dificultades.
- ¿Sabes dónde está Esther?
- Ya te he dicho que no, ¿seguro que estás…?
- Entonces no puedes ayudarme – le dijo consiguiendo girar la silla, entre aquellos
surcos de barro seco del patio, con tanto genio que Germán se sorprendió de la
fuerza que parecía tener.
- ¡Wilson! ¡espera! - lo escuchó a su espalda – ¡mira! allí la tienes – le indicó con
la mano.

Maca, se dio la vuelta y la vio salir de la cabaña de Sara. Esther parecía llevar mucha
prisa. Maca sin pararse a nada más intentó correr hacia allí.

- ¡Esther! – gritó mientras veía como la enfermera apretaba la marcha para evitar
que la alcanzase - ¡Esther! ¡espera! – gritó de nuevo, sin que diese muestra
alguna de haberla oído - ¡Esther! ¡espérame! – vociferó con todas sus fuerzas,
imprimiendo toda la velocidad que podía a la silla.

Esther se dio la vuelta y se sorprendió al verla allí, de aquella guisa.

- Maca… - dijo con cansancio - ¿qué haces?


- ¡Esther! – llegó hasta ella sin resuello por el esfuerzo realizado, el corazón le
golpeaba con fuerza y sentía un intenso dolor en el pecho, pero no era momento
de prestar atención a otra cosa que no fuera Esther – tienes… tienes que
escucharme – le pidió respirando con dificultad, mirándola desesperada, aún con
los ojos llorosos – ¡escúchame!
- Maca… por favor… aquí no – le pidió, bajando la voz para que ella hiciera lo
mismo, viendo a Sara en la puerta y a Germán, que permanecía donde Maca lo
encontrara, pendientes de ellas.
- Pues vamos a otro sitio, pero escúchame.
- Tengo prisa – le dijo secamente.
- Un momento – jadeó – solo... un momento.
- Macaaa… - protestó dubitativa, “¿y si te equivocas? ¿y si no va a decirte lo que
crees?”
- ¡Por favor!

La enfermera suspiró y se quedó mirándola esperando que dijese algo más. Pero Maca
respiraba con agitación intentado recuperar la calma para poder explicarse.

- ¿Y bien? – preguntó impaciente.


- Esther no… no es que no quiera… es que…
- Ya lo sé, te he dicho que no quiero oírlo.
- No, no lo sabes.
- Sí, sí lo sé. No puedes, ya me lo has dicho. No puedes estar conmigo, ¿no es eso
lo que vas a decirme?
- Si – reconoció aún con la respiración entrecortada intentando recuperar el
aliento – pero..
- No puedes engañar a tu mujer, no puedes quitarte de la cabeza a Vero… no
puedes por esto y no puedes por lo otro, bla, bla, bla – la remedó con ojos
fulminantes - ¿no es eso?

Maca la miró abriendo los ojos perpleja, ¿de qué hablaba! ¿de Vero! entendía que
tuviese dudas con respecto a Ana pero… creía que había quedado claro que lo que le
dijo de Vero era por hacerla alejarse de ella.

- No… no es eso... yo... no puedo… no puedo porque... porque – comenzó


nerviosa bajando la vista.
- Maca ¿te estás viendo! no sigas. ¡Déjalo! – le ordenó con genio, ya le había
dicho todo lo que quería saber y lo que tanto temía - Si ni siquiera eres capaz de
inventar una excusa creíble. ¡Mírate balbucear! – exclamó despectiva.
- ¡Que no! que no es eso, ¡escúchame, por favor! – le pidió alterada y bajando la
voz repitió - te lo pido por favor.

Esther recordó de nuevo las palabras de Germán, “ten paciencia y escúchala”.

- Muy bien, te escucho, ¿por qué no puedes? – le preguntó mucho más amable
pero con un deje de impaciencia.
- Porque… porque… yo… yo no… - la miró fijamente a los ojos, una sombra
pasó por ellos, Esther se confundió al intentar descubrir qué quería decirle con
aquella mirada, le daba la sensación de que estaba arrepentida, avergonzada, de
pronto, creyó entenderla, “va a mentirme, va a contarme una milonga para no
reconocer que no tiene valor de estar conmigo, de dejarlo todo por mí”, se dijo
sintiendo una oleada de pánico y rabia, mientras la miraba esperando que
continuase hablando – no creas que es por ti, no es eso – le aseguró con
franqueza.
- Entonces ¿qué es? – le preguntó frunciendo el ceño, “ahora es cuando me va a
decir que está Ana y si tiene valor me reconocerá que Vero, también”, se dijo
cada vez más enfadada con su cobardía.
- Soy yo – respondió con un hilo de voz – yo que… yo no.. no he estado con
nadie desde… desde el accidente – terminó por confesar – y… no sé... no… yo
no… - se interrumpió mirándola con la esperanza de que la entendiese, de que
viese el trabajo que le costaba decirle aquello y le impidiese seguir hablando, de
que le dijese que no ocurría nada, como había hecho antes. Pero la enfermera
permaneció en silencio, mirándola con el ceño fruncido y una cara de enfado que
la asustó – Esther… dime algo.
- ¿Qué te diga algo! ¿qué quieres que te diga, eh? – le respondió airada, Maca se
encogió de hombros y enarcó las cejas, no entendía que ocurría, la miró
desesperada, buscando su comprensión.
- Lo siento – murmuró bajando los ojos – no te enfades, ya sé… ya sé que debí…
debí haberte avisado antes o … no haber dado pie a… pero… me dejé llevar y…
yo… no... no sé… no puedo…
- ¡Lo que me faltaba por oírte decir! – exclamó despectiva dejando a Maca
completamente perpleja por aquella reacción después de lo que acababa de
reconocerle – no ofendas mi inteligencia, Maca, ¿pretendes que me trague eso? –
le preguntó sarcástica - ¿de ti? Ten valor y dime la verdad – le ordenó enfadada
– ahí dentro te he abierto mi corazón – continuó bajando la voz,
enronqueciéndola y apoyando ambas manos en los brazos de la silla,
acercándose a su rostro - ¿y cómo me correspondes! ¿riéndote de mí?
¿mintiéndome?
- Es… es la verdad – le dijo frunciendo el ceño ofendida por sus palabras.
- ¿Y la conversación que tuvimos en el campamento! ¿qué me dijiste cuando te
pregunté si podías…! ¿lo recuerdas! ¡porque yo sí! ¡Recuerdo perfectamente lo
que me dijiste! ¡recuerdo cada palabra! – exclamó cada vez más enfadada – es
más ¡te burlaste de mí!
- Te mentí – reconoció con impaciencia – pero… no me burle – musitó con un
hilo de voz - Me... me dio vergüenza reconocer que... que no… y… ¡ya me
conoces! – se excusó, comenzando a sentirse molesta por como le estaba
hablando.
- ¡Estás casada! ¿pretendes que me crea que llevas tres años sin…?
- ¡Es verdad! – insistió con fuerza, interrumpiéndola.
- Antes mentías, ahora dices la verdad, ¿cuándo debo creerte, Maca! ¿Cuándo me
besas o cuando me miras y me dices que mentías! ¿Cuándo intentas hacerme el
amor o cuando me recuerdas que tienes una mujer a la que le debes fidelidad!
¡¿Cuándo?! – le gritó.
- Es verdad - murmuró mirándola fijamente - ¿qué pasa! no… no entiendo…. –
balbuceó perpleja – te digo que es verdad – insistió, sosteniendo su mirada.

Esther supo que no mentía y se sintió avergonzada por haberle hablado de aquella
forma, por haberse dejado llevar por los celos, por haberse casi burlado de ella, pero si
era cierto lo que decía, ahora sí que no entendía nada.

- Pues… si es verdad… - dudó un momento - mucho peor – le dijo con voz ronca.
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó asustada “¿peor porqué?”.
- ¡Nada! – exclamó dándose la vuelta y dejándola allí plantada.
- ¡Esther! – la llamó levantando la voz - ¡Esther!
- Maca… déjalo y no intentes arreglarlo – le respondió levantando la voz y
mirándola por encima del hombro sin dejar de andar – además, no es eso lo que
me importa, creo que te lo he dicho y te lo he dejado claro, no tiene nada que ver
con lo de antes. Tiene que ver con tu actitud.
- ¿Qué actitud? – preguntó cada vez más confusa, yendo tras ella.
- Reacciona de una vez – le espetó molesta – deja de intentar simular que eres una
supermujer, a mi no tienes que impresionarme.
- ¿De qué coño hablas? – preguntó alcanzándola.
- De nada, Maca – respondió arrastrando las palabras – ¡de nada! – repitió, dando
un par de pasos para alejarse.
- ¡Esther! – la llamó y la enfermera se volvió – no entiendo… no… - la miró
desesperada – yo… quiero….
- Tengo prisa, Maca, no tengo todo el día – le dijo comenzando a andar de nuevo.
Maca la siguió.
- Pero yo…
- Tú deberías entrar y cambiarte que… ¡vaya pinta tienes! – se paró y se volvió
hacia ella – tengo prisa – repitió.
- Esther…
- ¿Qué? – casi le gritó mirándola enfadada. Su gesto hizo echarse atrás a Maca,
había pensado suplicarle que la creyese, confesarle que también la amaba, pero
¿realmente amaba a aquella mujer que se mofaba de lo que acababa de
confesarle y no creía en sus palabras! “no, no hagas esa locura, piensa en Ana,
recuerda lo que te dijo Vero, ¡aléjate! Esther no es la persona de la que te
enamoraste”.
- No te he mentido pero... tienes razón – reconoció mostrando en el tono lo
molesta que estaba y levantando el mentón orgullosa - No puedo por… por Ana.
- Te ha costado trabajo – le dijo con retintín y un gesto de suficiencia - ¿y por algo
más?
- No – musitó – pero… no es lo que crees… es que...
- Ya… - dijo incrédula, interrumpiéndola.
- Es mi mujer – respondió molesta por como la estaba tratando – tienes que
entender que...
- ¿Tu mujer? – preguntó con sarcasmo – no te acuestas con ella, o eso dices, no va
a verte al hospital, ¿dónde estaba cuando te dieron la paliza! y … ¿dices que es
tu mujer? – volvió a preguntar con retintín – ¡no me mientas más, Maca! ¡por
favor!
- No miento – intentó desafiarla con tan poca convicción y tanto dolor en su
mirada que la enfermera se ratificó en lo que pensaba.
- ¿Me vas a decir dónde estaba tu mujercita cuando la necesitabas? – le preguntó
despectiva, ese tono terminó por ofender a Maca, pero se mordió el labio y no
respondió, bajó la vista, hundida - ¿qué pasa! ¿no lo sabes?
- Sé que siempre estuvo a mi lado cuando la necesité y que cuando no ha estado
es porque no puede – respondió con tal tono de recriminación y tal mirada de
furia que Esther creyó escuchar un “no como otras”, que Maca no pronunció.
- Vale – musitó con las lágrimas saltadas tras escuchar lo que tanto había temido -
A dios, Maca – le dijo cansada de aquella conversación, mientras Maca no
tuviera el valor de ser sincera con ella no tenía ninguna intención de seguir
escuchándola.
- Esther – murmuró viéndola alejarse, las lágrimas se le saltaron también, no la
entendía, no entendía qué quería de ella. Si no le hablaba malo y si intentaba
hacerse entender, peor.

La enfermera apretó el paso y se alejó camino de la radio, su mente no dejaba de darle


vueltas a lo que Maca acababa de decirle, si no era cierto, no entendía porque tenía que
mentirle y, si lo era, estaba todo perdido, eso solo podía significar una cosa, Maca no la
quería, y sus presiones, sus atenciones todos esos días, sus paseos, sus charlas, la habían
hecho confundirse, engañarse, “si de verdad me amase, si de verdad me desease, no se
hubiera parado a pensar que está sentada en esa silla, no se hubiera comido la cabeza…
solo se hubiera dejado llevar”, se dijo obcecada en el tema.

Germán que se había mantenido por allí, al ver que Esther se marchaba enfadada, se
quedó dudando si ir tras ella y echarle otra bronca como la de la noche pasada, o ir a ver
a Maca, que permanecía inmóvil, con una mano en el pecho y la otra pasándosela por la
frente, finalmente optó por hacerle una seña a Sara para que fuese a ver a la pediatra, la
joven le dijo en la distancia que no, empezaba a conocer a Maca y no le apetecía en
absoluto meterse en su vida y ganarse una bordería, pero Germán insistió con gestos
ostensibles y, Sara, tras negar con la cabeza y suspirar, bajó los escalones de su cabaña
y se acercó a ella con temor. Germán la observó inclinarse hacia ella y ponerle una
mano en el hombro y, más tranquilo, fue en busca de Esther a la que había visto
desaparecer en el interior de la radio.

- Maca – le dijo Sara con suavidad - ¿todo bien?


- Si – musitó dirigiendo sus ojos hacia ella y desviando rápidamente la vista
cegada por el sol.
- ¿Te duele el pecho? – insistió al ver su gesto.
- No – negó con la cabeza.
- Vamos, te acompaño a la cabaña, creo que…
- No hace falta – la interrumpió distraída.
- No me importa, esto está fatal con la lluvia y así te echo un vistazo y
comprobamos si …
- ¡Joder! ¿quieres dejarme en paz? – elevó la voz, sobresaltándola, deseosa de
estar sola y pensar.
- Perdona… – se disculpó – pero parece que no te encuentras bien y Germán
considera que debes estar tranquila – le dijo con firmeza colocándose tras la
silla. Maca con agilidad la sujetó por la muñeca.
- ¿He dicho yo que quiera ir a la cabaña! ¿me has oído llamarte o pedirte algo? –
preguntó airada y señalando hacia la cabaña de la joven continuó – lárgate y
déjame tranquila.
- Maca… -protestó casi sin fuerza.
- Te digo que estoy bien, ¡joder! – exclamó cada vez más alterada – dejad ya de
perseguirme y meteros en mi vida.
- De acuerdo, te dejo – aceptó con un suspiro, si ya sabía ella que no era buena
idea – si necesitas algo… - se ofreció con paciencia.
- Nada, gracias – respondió aún con genio pero más amable.

Sara se marchó y entró en su cabaña, preocupada. Maca permaneció unos minutos


parada en el mismo lugar, pensando en Esther, en su comportamiento, en la promesa
que le hizo a Germán de tener paciencia con ella, se sentía humillada pero sabía que
Esther no estaba bien, tenía que haberle dicho que ella también la quería... La iba a
perder, estaba claro que la iba a perder de nuevo. Pero ¿qué podía hacer! Esther no creía
lo que le decía, ¿de qué podía servirle hablar con ella? ¡Sí! debía hacerlo, debía dejar de
pensar y actuar de una vez. Tenía que romper con todo, tenía que decirle que pensaba
hacerlo y que lo haría por ella que … si era verdad que la quería, que si era verdad lo
que le decía, ella era capaz de dejar atrás sus miedos, que si Esther era capaz de
perdonarla y olvidar lo que ocurrió la noche que se marchó, ella podría intentar no
tenerlo siempre tan presente, como una losa que le impedía aceptar su amor, que
intentaría olvidar el pánico que le producía el repetir sus actos, que sería capaz de
romper con su matrimonio, y reconocer que la quería, que quería volver con ella… Giró
la silla, y fue en busca de la enfermera, llegó a la habitación de la radio y no la vio allí,
pasó por delante del comedor y, entonces, oyó sus voces. Germán hablaba con Esther.
Se detuvo y permaneció bajo la ventana, escuchando, con un nudo en la garganta y un
fuerte dolor en el pecho.
- ¿Se puede saber que ha pasado? – le preguntó Germán intentando calmarla –
anda, tómate la tila.
- ¡Lo que tenía que pasar, Germán! – respondió enfadada.
- Vale, tranquilízate – le pidió poniendo su mano en el hombro de la enfermera y
sentándose junto a ella - ¿Habéis hablado? – le preguntó y Esther se encogió de
hombros sin saber que responder.
- Si a eso se le puede llamar hablar .. – murmuró entre dientes tan bajo que al
médico le costó entenderla.

Maca interpretó ese silencio como que no había escuchado su respuesta e imaginó que
Esther se quejaba de ella.

- ¿Qué te ha dicho! que no va a dejar a Ana, ¿verdad? – intentó adivinar. La


enfermera no respondió y Maca comenzó a impacientarse. Al cabo de unos
instantes escuchó perfectamente la voz de Esther.
- Germán, yo… estaba equivocada – comenzó a hablar con una calma que en
apariencia no tenía – me he dado cuenta de que pierdo el tiempo con ella.
- No seas exagerada, te dije que… fueras paciente y…
- Germán te digo que me he dado cuenta de que no, que no la quiero, que no
quiero… - se calló, luchando por no llorar, mirando su taza. Germán se levantó
de su silla y se acercó a ella acariciándole la espalda. Bajo la ventana Maca hizo
un puchero, y olvidó todo lo que había estado decidida a hacer, ¿en qué había
estado pensando! estaba casada y Ana la necesitaba, tenía que estar a su lado –
yo… creo que me he agarrado a ella porque pertenecía a un pasado en el que fui
feliz, porque llegué hundida a Madrid y… cuando la vi, no sé, creí que
recuperando aquellos días, recuperándola a ella, superaría todo pero…, me he
dado cuenta de que no, de que lo único que en verdad deseo, es volver y
quedarme aquí – suspiró – lo tuve claro cuando Oscar me dijo que no podría
hacerlo, sentí que iba a perder lo que más deseaba – alzó los ojos hacia él - ¡estar
aquí! con vosotros.
- ¿Estás segura?
- Sí – dijo mirándolo a los ojos – he estado estos cinco años intentando olvidarla y
ha bastado tenerla al lado unos días para darme cuenta de que ya nada es como
antes, estoy preparada para pasar página.

En el exterior, Maca se pasó la mano por la frente, con las lágrimas saltadas giró la silla
y se encaminó a la cabaña. Sentía rabia por haber sido tan imbécil, por haberse dejado
arrastrar, por haber creído sus palabras… Su mente era un torbellino de ideas
contradictorias, Esther le había dicho a Germán que no la quería pero ni siquiera hacía
una hora que a ella le había dicho todo lo contrario, y de tal forma que había conseguido
que no dudara de ello. Le estallaba la cabeza, tenía que calmarse, tenía que respirar
hondo, tomar aire y seguir adelante, pero cada vez le pesaban más los brazos. Tenía que
haber dejado que Sara la acompañase, tenía la sensación de que la cabaña cada vez se
alejaba más. Se detuvo un momento, dudando si entrar en los baños, estaba mareada y
muy cansada. Finalmente, decidió seguir. En la puerta, Pluma se acercó a ella y la miró
a los ojos, Maca se detuvo, la perra apoyó su cabeza en sus rodillas, sin dejar de mirar a
Maca que la abrazó y comenzó a llorar, dejando que Pluma la reconfortara con sus
lametones.
En el comedor, Germán, había guardado silencio, pacientemente, escuchando a la
enfermera sin creer ni una palabra de lo que le decía. Cuando la vio terminarse la tila, le
sonrió comprensivo y, con un suspiro, movió la cabeza de un lado a otro.

- Ay, Esthercita ¿tú te estás escuchando? – le preguntó y ella frunció el ceño


molesta - me has dicho todo lo que has estado pensando, todo lo que te gustaría
sentir, pero ahora me vas a decir qué es lo que sientes de verdad.

Esther lo miró y le devolvió la sonrisa, ¡era increíble como en esos años habían
aprendido a conocerse! no podía engañarlo.

- Siento que la amo más que nunca, que mientras más se cierra, mientras más
impedimentos se busca para negar lo que siente, más la quiero y que si no
consigo que se dé cuenta me voy a volver loca.
- Y si eso es así, porqué no intentas hablar con ella de nuevo y se lo dices.
- ¿Para qué! no hace más que huir de la verdad, se deja llevar dos minutos y en
seguida vuelve esa mirada de culpabilidad a sus ojos, y… yo no quiero estar con
ella así, haciéndola sentir culpable, haciéndola infeliz.
- Y … ¿qué es lo que quieres! pasar otros cinco años aquí, lamentándote.
- Me va a costar mucho olvidarla, pero… lo voy a intentar. No puedo obligarla a
que me quiera.
- No la obligas a nada – le respondió con una sonrisa de suficiencia - Maca te
quiere, te quiere tanto que está cagada de miedo y… si tú no eres capaz de
hacerla reaccionar, entonces sí que será una infeliz toda su vida.
- Y ¿cómo lo hago! estoy cansada de intentarlo…
- Vuelve a Madrid con ella y hazle ver que te quedarás allí, por ella.
- ¿A Madrid! pero Germán… - protestó – yo… no quiero…
- Tú la quieres más que a nada en este mundo ¿no es eso lo que me llevas
repitiendo desde siempre?
- Sí.
- Si quieres mi opinión Maca está a punto de caer. No hay más que verla, parece
un alma en pena vagando detrás de ti – le dijo burlón - ¡una Wilson con esa
camiseta! y ¿sin vestir! en mitad del patio, corriendo con el pelo engrifado como
alma que le lleva el diablo.

Esther rió a carcajadas solo de imaginar la cara de Maca cuando fuera conciente de
cómo había salido de la cabaña. No sabía cómo lo hacía pero Germán siempre
conseguía animarla.

- Eso sí, deberías ser más considerada con ella. Entiendo que estés frustrada por
sus negativas y sus dudas … pero… ya sabes como es..y… mostrarte impaciente
o molesta y… enfrentarla a Ana, no te va a ayudar en nada. La has cagado.
- Lo sé – murmuró bajando los ojos.
- Anda, niña, vamos a verla. No me fío yo de que con esas carreras… - se calló sin
intención de alarmarla.
- Sí, vamos – le dijo más contenta y sin rastro del enfado anterior – le debo una
disculpa.

Ambos salieron del comedor, el médico en un gesto habitual en él le pasó el brazo por
los hombros y bajó la voz.
- No cometas el error de dormir con Sara, hazlo con ella – le recomendó y Esther
lo miró enarcando las cejas – demuéstrale que, decida lo que decida, vas a seguir
a su lado.
- Eres un…
- ¿Romántico? – la interrumpió sin dejarla terminar, pasando junto a la ventana de
la cabaña. Esther soltó una carcajada y lo miró divertida – en serio, es lo que soy
– le dijo muy bajito – anda sube y habla con ella, pero con naturalidad, nada de
malas caras y malos modos.
- A la orden - susurró también.

Maca, que había escuchado sus risas, y la carcajada de Esther, sintió que el mal humor
la embargaba. ¡Sería idiota! y ella que había estado a punto de dejarlo todo, de dejar a
Ana, “Ana”, musitó “¿cómo voy a hacerte eso?”, “no, no voy a hacerlo”, “tengo que
volver a Madrid”, “tengo que volver, ¡ya!”, murmuró cabizbaja.

Esther entró en la cabaña aún riendo.

- ¡Hola! – le dijo mirándola divertida en tono de complicidad – ¡este Germán es


un caso! – comentó como si no hubiera ocurrido nada entre ellas.

Maca le lanzó una hosca mirada y no respondió. ¿Qué pretendía? ¿llegar como si tal
cosa después de lo que había pasado? la había insultado, se había reído de ella, le había
dicho claramente que no creía lo que le decía y cuando había intentado ir tras ella y que
la escuchase, había apretado el paso dejándola con la palabra en la boca. Y, para colmo.
la había escuchado contarle todo a Germán, reconocerle que había estado jugando con
ella, hasta que se había dado cuenta de que no la quería. Estaba ofendida y dolida, muy
dolida. Después de lo que había sucedido en la cabaña sabía muy bien lo que no quería,
no quería cargar con ella. Sus palabras, esas que le habían devuelto la esperanza eran
vanas, vacías. Esa Esther no era su Esther, la que ella recordaba y amaba. Solo deseaba
volver a Madrid y olvidarse de todo.

Esther permanecía en pie en la puerta de la cabaña, mirando a Maca que leía junto a la
ventana. Respiró hondo, iba a ser tarea difícil conseguir que aceptase sus disculpas.

- Maca… ¡despierta! ¿me has oído? – preguntó burlona.


- Sí – respondió mohína.
- ¿Quieres que salgamos un rato? podemos dar un paseo al río o… ir a ver los
saltos del Nilo, allí no hemos estado y seguro que te gusta verlos.
- No, Esther, gracias – respondió desconcertada. No entendía sus cambios de
humor, sus reproches, sus desplantes, ¡no entendía nada!
- Pero… ¿por qué? – le preguntó con amabilidad - ¿te has enfadado por lo de
antes? – le preguntó mirándola con curiosidad esperando su respuesta – venga,
no seas rencorosa – le pidió.
- No, Esther, no es eso… es que… no me apetece.
- Maca... perdona, no debí decirte esas cosas, estaba molesta y he sido grosera y…
pero… te creo y… acepto tu decisión y ya está. Somos amigas ¿no?
- ¿Tú crees? – respondió con sarcasmo, levantando la vista del libro que leía,
dejándola cortada.
- Sí… - la miró con temor - ¿Tú no?
- ¿Yo? – apretó los labios en una mueca de decepción – yo creo que la amistad es
algo que se conquista con los años, con el respeto mutuo y con el cariño.
- Ya… - dijo pensativa asimilando una a una sus palabras e intentando interpretar
lo que quería decirle con ellas - ¿crees que no te respeto? ¿es eso?
- Sí – le dijo bajando los ojos, para que no viese lo turbada que se encontraba. A
pesar de sus propósitos de no darle el gusto de verla afectada no podía evitarlo,
la quería tanto y se sentía tan impotente que, por primera vez en mucho tiempo
su cabeza le decía una cosa y su corazón gritaba tan fuerte la contraria que casi
no podía escucharla.
- Maca… no te enfades… por favor. No quería ser tan… brusca.., pero a veces…
cuando buscas excusas… yo… - se detuvo, la pediatra ni siquiera la miraba,
había vuelto a bajar la vista a su libro – ¡estas enfadada!
- Sí – admitió secamente.
- Maca… - dijo en tono de reproche – anda, vamos a salir un rato. Nos
despejamos, paseamos… ¿te vas a quedar aquí por un enfado tonto?
- No es por eso, Esther – levantó la vista y la fijó en ella, hablando con una calma
que no sentía, “¿tonto?”, pensó “será tonto para ti, para mí es muy importante” –
es... que... no me encuentro bien y… prefiero descansar.
- Pero… ¿qué te pasa? – le preguntó incrédula – hace una hora estabas… ¡más
que bien! – bromeó, insinuante, acercándose a ella.
- Pues ahora no – respondió cortante.
- Anda – le dijo melosa - vamos a dar un paseo, necesitamos hablar…
- No voy a ir a ningún sitio – respondió con firmeza.
- Maca… ¿qué quieres? ¿qué te suplique? pues muy bien, te suplico – le dijo
situándose frente a ella, agachándose y, retirando el libro de sus manos, se las
cogió – vamos, cariño, necesito hablar contigo. Y… tú también lo necesitas.
¿Qué vamos a estar haciendo el tonto hasta que nos vayamos a Madrid? – le
sonrió con dulzura, Maca sintió que su fuerza se tambaleaba, pero no podía dejar
de oír en su cabeza aquellas palabras “han bastado unos días a su lado…”.
- Te he dicho – recalcó cada una de las palabras, retirando sus manos y cogiendo
el libro – que no voy a ningún lado contigo y que no quiero hablar.
- Maca, ya te he pedido perdón, siento todo lo que te he dicho antes, no tenía
derecho a hablar así, y menos de tu mujer, no la conozco y… - se interrumpió
con ojos suplicantes - pero si es lo que quieres te lo pido otra vez, ¡perdóname!
quiero que me cuentes eso que querías decirme, te prometo que voy a cerrar la
boca, quiero que me expliques todo, porqué no puedes, como te sientes, ¡todo!
¡eh…, vamos! – le acarició la mano situada de rodillas frente a ella. Maca clavó
sus ojos en los de Esther, la enfermera le sonrió segura de que la estaba
ablandando.
- ¿Para qué? diga lo que diga no vas a creerme – respondió con desilusión.
- Maca… no seas cría. Ya te he dicho que no lo pensaba y que… ¡venga, vamos a
dar una vuelta! te invito a comer. En Jinja hay unos restaurantes preciosos o si
no vamos a Kampala y…
- Te digo que no estoy bien, y si como dices nos vamos en unos días, no quiero
que me vuelva a suceder lo mismo que cuando llegué. Quiero estar bien para ese
viaje, y está claro que cada vez que salgo, vuelvo peor, o discutimos o me metes
en la boca del lobo – le recriminó – me duele la cabeza.
- Vale – aceptó apretando los labios dolida por su cometario – como quieras. Si no
te apetece salir… – suspiró levantándose.
- ¡Aleluya! ¡al fin te das cuenta! – dijo con sorna.
- Entonces…nos vemos – se despidió con una sonrisa y se dirigió a la puerta –
voy a decirle a Germán que venga a echarte un vistazo.

Pero, repentinamente, se volvió y se acercó de nuevo le cogió la cara con suavidad la


miró fijamente y la besó, con dulzura, Maca se retiró sin devolverle el beso y echándose
hacia atrás, pero temblando por dentro por lo que le hacía sentir cada vez que sus labios
la rozaban.

- Anda vamos a que nos dé el aire en Jinja…. Maca… lo necesitamos.


- Esther, yo solo necesito a mi mujer y a mis amigos – la miró con tristeza – por
favor… déjame sola.

La enfermera la miró, una sombra pasó por sus ojos y Maca supo el daño que sus
palabras acaban de hacerle, pero no alcanzaba a entender el porqué de aquella expresión
mezcla de decepción y temor. Aquella mirada llena de dolor solo podía significar que lo
que le había dicho a Germán no era del todo cierto y que lo que si eran ciertos eran sus
besos. Estaba tan desconcertada y tan confusa…

- ¡Eres imposible! – exclamó. Maca se encogió de hombros sin decir nada y


volvió la vista al libro, tenía que pensar - Muy bien, Maca, ahí te quedas – saltó
enfadada - Sola. ¿Es lo que quieres? pues sola estarás – ya en la puerta se volvió
- Esta noche dormiré con Sara, no me esperes.
- ¡Esther! – la llamó arrepentida de lo que le había dicho, “sola”, “sola”, se
repetía, lo último que deseaba era estar sola, quería estar con ella, pero no a
cualquier precio, y no quería hacerle daño, no quería ver aquellos ojos tristes que
la miraban desolados.
- ¿Qué? – se volvió enfadada. “Solo necesito a mi mujer y a mis amigos”,
retumbaba en su cabeza, “la has cagado pero bien, ni amiga te considera ya”, se
dijo.
- No … quería decir eso… yo…
- ¡Vete a la mierda, Maca! – exclamó airada.
- ¡Encima! – murmuró cabizbaja.

Esther salió dando un portazo y Maca sintió que, de nuevo, las lágrimas afloraban a sus
ojos. ¿Por qué jugaba Esther con ella de esa forma? No lo soportaba.

Esther salió de la cabaña, el fuerte sol la cegó y se sintió repentinamente mareada.


Buscó a Germán, que estaba en el hospital, sentado en su despacho con Jesús, tenía la
perta abierta y llamó con los nudillos, sabía que estaba ocupado pero necesitaba hablar
con él, vio que ante ellos había abierto varios libros y en todos se veía fotos de plantas.
“¿Qué estarían haciendo ahora esos dos?”, se preguntó sin demasiado interés más
preocupada por lo que acababa de ocurrir y mirándolo con el temor de que le dijese que
se esperase. Pero Germán, la recibió con una sonrisa, se levantó y se la llevó aparte.

- ¿Qué! ¿cómo estaba? – la interrogó, interesado.


- Deberías echarle un vistazo porque dice que no se encuentra bien.
- ¡Joder! – exclamó – sí ya lo sabía yo… - murmuró – no debía discutir tanto con
ella.
- Yo creo que es cuento – respondió frunciendo el ceño - solo está molesta por lo
que le dije antes.
- ¿Qué ha pasado ahora? no me digas que has vuelto a discutir con ella.
- Pues sí – admitió mohína.
- A ver, ¿la has escuchado? ¿te has disculpado?
- Que sí – saltó airada – que he intentado hacer todo lo que me has dicho, pero no
hay forma, cuando se cierra en banda es peor insistir.
- Pero… ¿qué te ha dicho?
- Nada.
- Bueno… - suspiró - ¿qué te pasa a ti?
- Que estoy harta de ir tras ella, de ceder siempre para que siempre me de con la
puerta en las narices - reconoció abatida – tengo la sensación de que mientras
más la persigo, más rápido huye de mi, y…
- Yo creo que está muy asustada…
- Eso ya me lo has dicho – lo interrumpió impaciente.
- Quizás deberías ser más…
- Más nada. ¡Abandono! – confesó – tengo que reconocerlo… es inalcanzable.
- Mira… quizás esté equivocado pero…- se detuvo un segundo, calibrando lo que
decirle - esto es como… como esos juegos en los que hay miles de letras… - la
miró y descubriendo su desconcierto se apresuró a explicarle – sí, niña, esos en
los que tienes que encontrar una palabra.
- Germán eres único para hacer comparaciones, ¡nunca te pillo!
- Yo solo te digo que en este juego la única capaz de juntar las letras con su
nombre eres tú. No la dejes ahora, está a punto de caer, hazme caso… la
conozco.
- Pues si tan bien la conoces dime qué hago, porque no hay forma, ni con
disculpas, ni con súplicas, ni siendo sincera, ni confesándole… en fin, que ni... –
lo miró sin deseos de contarle todo lo que había ocurrido - ¡Que no hay forma!
- Sé menos directa, escúchala, y demuéstrale que estás ahí, no solo por lo que tú
deseas, si no para lo que ella quiera.
- ¿Crees que no lo he hecho? ¡He hecho de todo!
- Maca siempre ha sido muy orgullosa, y estar en esa silla no puede ser fácil para
ella.
- Eso ya lo sé. Pero a mi no me importa.
- Ese es el problema.
- ¿Cuál?
- ¡Que no te cree! – le respondió con fuerza y bajando la voz continuó - porque a
ella sí que le importa.
- ¿El qué?
- Se cree una carga y... hasta que no la convenzas que no lo es, no va a darte una
oportunidad.
- ¿Tú crees? – preguntó con cierta esperanza - Porque yo no creo que sea por eso.
Yo creo que… estaba equivocada Maca… ya no me ama. Puede ser que sienta
algo, pero… no es amor. Además, no confía en mí, ese es el problema, que no se
fía. Y yo… necesitaría tiempo para demostrarle que he cambiado, que no voy a
huir de ella cuando tropiece, que la quiero.
- Todo eso, ve y se lo dices a ella.
- No puedo. Yo también hay cosas que no puedo hacer Germán.
- Creo que te equivocas.
- Bueno… pues prefiero equivocarme y hacer lo que quiero – le dijo frunciendo el
ceño y Germán apretó los labios negó con la cabeza y se encogió de hombros -
Voy a pasar el día fuera.
- No creo que sea buena idea, deberías entrar en esa cabaña y poner las cosas
claras para bien o para mal, pero ya está bien de estar haciéndoos daño. Hablad
de una puta vez, con sinceridad.
- Gracias Germán – lo besó – volveré esta noche o… ya veré, quizás me quede
unos días en Kampala. Nancy está de vacaciones y me ha…
- No la dejes aquí sola, es un error.
- No. No lo es. Necesita estar sola, necesita pensar y necesita decidirse. Y… yo…
no quiero influir en ello.
- Esther… no te equivoques, si Maca necesita todo eso, es porque ya has influido,
¿no crees?
- No me líes.
- Inténtalo una vez más, solo una. No pierdes nada – le aconsejó - Y hazlo de
frente, sin rodeos y a las claras. Sin impaciencia.
- Ya veré.
- Hazlo o te arrepentirás, te conozco y te...
- Germán, ya hablamos, ¿de acuerdo? – lo interrumpió – pensaré lo que me has
dicho. No te entretengo más que Jesús ya está nervioso – le dijo mirando hacia
el interior del despacho, separándose de él - ¡gracias por todo!

El médico se quedó pensativo y miró el reloj, estaba hasta arriba de trabajo pero tendría
que buscar un hueco para echarle ese vistazo a Maca, a ver si iba a ser cierto que no se
encontraba bien. Aunque estaba casi seguro que lo que le dolía era el alma más que
cualquier otra cosa. De momento tendría que esperar un buen rato.

* * *

Maca estaba sentada en el porche de la cabaña, a pesar del sofocante calor ella tenía
frío, por eso se había puesto la jarapa sobre las piernas y había salido a tomar el sol.
Releía un libro que le había llevado Sara en los primeros días de su convalecencia. En
realidad, ni siquiera leía, hacía como si lo hiciera porque al segundo renglón la mente ya
había volado a todo lo que ocurriera por la mañana. No podía dejar de darle vueltas a lo
que Esther la había hecho sentir con sus besos y caricias, aquello había sido muy real,
tanto que la enfermera había conseguido disipar todas sus dudas, al menos, durante unos
momentos, pero luego, todo aquello se disipaba se desvanecía en su mente frente a sus
palabras de reproche, de burla, frente a la frase que se repetía una y otra vez “me he
dado cuenta que no, que no la quiero”, “no me quiere, no me quiere, lo has oído alto y
claro, convéncete de que esa es la auténtica verdad, Germán es su amigo, se ha confiado
a él”, suspiró con la vista clavada en aquellas letras que no veía, “pero y sus besos, y sus
palabras, ¿porqué me dice que me quiere si no es así?”, “no lo entiendo, no lo entiendo”,
se repetía, pasándose la mano por la frente.

Germán la vio al pasar, camino del Hospital, había salido a recibir a Felipe y Gerard que
volvían de su ruta por las aldeas y poblados, cuando su imagen solitaria lo hizo
detenerse, recordando su promesa de ver cómo se encontraba, movió la cabeza de un
lado a otro, y se decidió. Le pidió a sus acompañantes que lo esperasen un momento y
se encaminó hacia donde se encontraba.

- ¿Qué tal Wilson? ¿Aprovechando para ponernos al día? – la saludó burlón al ver
que no se trataba de una novela.
- Si vienes a buscar bronca te advierto que no estoy de humor – le amenazó de
mala gana.
- Ya veo, ya – sonrió mirando sus ojos hinchados y la palidez de su rostro – no
deberías leer si te duele la cabeza. Ni estar aquí puesta al sol.
- ¿Quién te ha dicho a ti que me duela la cabeza?
- No hace falta que me lo digan, Wilson…
- ¿Me vas a decir qué quieres? me gustaría seguir leyendo.
- Nada – sonrió – he ido a buscar a Gerad y Felipe – le explicó señalando a los
dos chicos que lo esperaban a una prudente distancia – son del equipo, no los
conoces porque estaban de ruta. ¡Eh! Chicos, venid un momento – los llamó
elevando la voz.
- Germán… - protestó sin ganas de conocer a nadie.
- Wilson, Wilson – la recriminó con los ojos y ella apretó los labios sin decir nada
más, no quería que le presentase a nadie y menos con la pinta que tenía, se bajó
las gafas de sol que tenía puestas en la cabeza sujetándose el pelo y los vio como
llegaban hasta ellos – esta es la doctora Wilson, lleva aquí un par de semanas,
quería presentárosla.
- Encantado – dijo uno de los jóvenes tendiéndole la mano, “por lo menos tiene
educación no como el tal Wizzar”, pensó estrechándosela – soy Gerad,
sociólogo del equipo y él es Felípe, psicólogo – le presentó a su compañero.
- Un placer doctora, Sara me habló de usted – le dijo tendiéndole también la
mano.
- ¿Me esperáis en mi despacho!? tengo que hablar un momento con Wilson – les
sonrió afable - quiero que veamos la próxima campaña, además ha llegado el
material que solicitasteis.
- ¿En serio? ¿ha llegado? – preguntó Gerad con una mezcla de incredulidad e
ilusión. Germán asintió enarcando las cejas, satisfecho - De acuerdo, te
esperamos allí.
- Pues ahora nos vemos – los despidió y antes de que se alejaran gritó - ¡Felipe! –
el joven se volvió - necesito que me hagas un favor y me ayudes con un caso.
¿Podrás sacar un rato esta noche?
- Claro, lo que quieras, hasta mañana no tenemos que personarnos en Kampala.
¡Me haces un favor! – exclamó en tono de broma – así le encasqueto el informe
a éste – cogió a Gerad por los hombros y lo zarandeó.
- Germán… - le dijo cuando estuvieron solos – si quieres decirme algo, dilo ya y
déjame seguir leyendo.
- Bien, ahí va - dijo sentándose en el escalón lo que provocó un suspiro de
desesperación en Maca, estaba claro que la cosa iba para largo – ¿se puede saber
qué coño te pasa con Esther?

Maca abrió la boca de par en par, no se esperaba aquella pregunta y mucho menos
formulada en aquel tono.

- Perdona que sea tan burro pero, sinceramente, estoy hasta los cojones de
cobardes, deja ya de perder el tiempo y dile la verdad, dile que la quieres.
- ¿Y tú qué coño sabes y quién coño te crees que eres para meterte en mi vida? –
le soltó airada y enfadada, poniéndose tan roja que Germán se apresuró a
calmarla.
- Vale, vale… no te alteres - la frenó sonriendo, “a la defensiva, si te conoceré yo,
estás coladita hasta los huesos” – yo solo me intereso por ella, quiero que sea
feliz.
- Ya… ya sé que tu única preocupación es que tu enfermera milagro no sufra –
dijo recalcando el “tú” y el “milagro”, con sarcasmo y un ligero tono despectivo
– mejor dicho que, yo, no la haga sufrir – terminó con retintín aludiendo a la
conversación que habían tenido días antes con él.
- También me importa que no sufras tú – le reconoció desarmándola.
- Ya… - fue lo único que se le ocurrió decir sin ofenderlo, porque su primera
intención fue herirlo con sus palabras pero algo se lo impidió, aquella sonrisa y
aquel gesto de niño travieso e inocente, la frenaron, en el fondo sabía que
Germán sí se preocupaba por ella, es más, se estaba portando de una forma tan
cariñosa y atenta que ya no tenía casi fuerzas para enfrentarse a él como solía
hacer en el pasado.
- Empiezo de nuevo – sonrió sin inmutarse.
- No. Mejor lo dejas – lo cortó con genio – y de paso, me dejas en paz. No quiero
discutir contigo.
- No, mejor me escuchas, ¿entendido? sin interrupciones y sin protestas – le
indicó con el dedo amenazadoramente, luego mucho más suave y en un tono
casi de confidencia continuó – Sé que tienes miedo y sé que nada es fácil, pero
Maca, la quieres, y eso se te ve a la legua y ella ya no sabe que hacer para que se
lo reconozcas.
- Te equivocas o… no la escuchas cuando te habla – le dijo con retintín, él frunció
el ceño sin entender por dónde iba y continuó.
- Está desesperada y está a punto de tirar la toalla, si no lo ha hecho ya es porque
yo le he pedido que no lo haga…
- ¡Deja de mentirme! – le dijo con tal fuerza que Germán se echó hacia atrás,
sorprendido - la escuché hablar contigo y la escuché decir que no me quería. Así
es que…no sé a que viene esto, ¿qué pretendéis? ¿reíros de mí un poco más? ¿no
tuvisteis bastante con la cena de anoche?
- Ya te dije que sentía lo de la cena y ella lo siente mucho más, está nerviosa y
está…además, no sé cómo puedes pensar eso de nosotros – respondió
mostrándose ofendido.
- ¡Ah! Es cierto, no tengo ningún motivo – respondió con sarcasmo – ¡perdona! es
ésta – dijo señalándose la cabeza – que me juega malas pasadas.
- Wilson, Wilson – sonrió sin intención de caer en una discusión con ella,
necesitaba hacerla razonar – te aseguro que si te digo todo esto, es porque es
cierto y porque no quiero verte con esa cara de funeral, ¡mírate! el frío que
sientes no te lo vas a quitar con esa jarapa – se burló de ella, sin mostrar la
preocupación que tenía al ver que seguía con esos síntomas – habla con ella y sé
sincera de corazón. Esther va a rendirse, sigue enamorada de ti, pero no va a
insistir más y, ahora, solo tú puedes conseguir que no lo haga.
- Ella ya me ha dicho todo lo que le ha dado la gana – confesó con una voz tan
ronca que Germán comprendió lo dolida que estaba - ¡no me vengas tú ahora
con paños calientes! – le soltó mostrándole en su mirada lo ofendida y
decepcionada que se sentía - ¿qué pasa? ¿qué se ha arrepentido? ¿te ha mandado
ella o te has ofrecido tú solito? pues si es cosa de Esther, le dices que no los
necesito y que si quiere algo que venga y de la cara y si ha salido de ti, te repito
que ¡me dejes en paz! ¡Sé muy bien lo que oí!
- ¿Y escuchaste todo lo demás? – le preguntó acusador pero con una sonrisa de
suficiencia – porque si es así, sabes que no son paños calientes y si no lo es, te
perdiste cuando reconoció que no sabe qué mas hacer para demostrarte que te
quiere, que está desesperada, que se vuelve loca si te pierde… que..
- ¿Eso dijo? – le preguntó sin poder ocultar su interés pero con una tristeza que él
no comprendió, debería haberse alegrado.
- La conozco y, aunque me ha dicho que no, sé que volverá a intentarlo, sé que
por mucho que diga, no se quedará unos días en Kampala con Nancy, y… - se
detuvo observándola detenidamente consciente de que debía medir sus palabras
para preocuparla sin llegar al extremo de enfadarla - … y… si decide no hacerlo,
si regresa, no seas imbécil, y no la dejes escapar.
- ¿Has terminado? – preguntó muerta de celos con la idea de que Esther se
quedara en Kampala unos días con aquella Nancy, ¿se quedaría en su casa?
¿dormiría con ella? ¡no podía, ni quería imaginarlo!
- Sí.
- Te repito lo mismo que antes, no tienes ni puta idea de nada, yo estoy…
- No me vayas a contar la milonga de que estás casada y quieres a tu mujer porque
no cuela – la cortó dejándola con la boca abierta – he hablado con Adela y lo sé
todo. Sé todo lo de tu mujer y…

Maca notó que los ojos se le llenaban de lágrimas y bajó la vista, no soportaba mostrar
debilidad delante de nadie y menos de él. Aquellas palabras la habían dejado noqueada,
jamás su hubiese esperado algo así y menos de Adela. Germán percibió el daño que le
había hecho esa revelación y se interrumpió, guardando silencio un instante.

- Eh, Wilson, vamos – posó su mano en la rodilla de Maca al verla tan afectada,
ella le dio un manotazo apartándosela – yo no quería...
- No tiene ningún derecho a contarte nada – lo fulminó con la mirada, luego la
bajó y Germán vio como le temblaba la barbilla - ¿cómo ha podido hacerme
esto? – murmuró más para sí que para él, Adela, la única que parecía haberla
escuchado, la única que parecía respetarla e intentar ayudarla, también la
traicionaba.
- Porque te quiere – le respondió con voz pausada y un tono muy bajo, inhabitual
en él - Adela te quiere más de lo que puedas imaginar – le reveló sin dejar de
observarla, Maca asintió con la cabeza en señal de incredulidad – es cierto, ¡pero
si en los días que llevas aquí he hablado con ella más veces que en el último
año! Ella solo quiere ayudarte. Y… Esther no sabe nada, Adela jamás te
traicionaría… no lo pienses, porque no lo haría – la defendió, a pesar de todas
sus diferencias con ella y Maca supo, inmediatamente, que Germán tenía razón.
- Pero a ti… ¿por qué?
- Porque en el fondo sabe que soy como ella y que... quiero a Esther, como ella te
quiere a ti, y sabe que Esther te ama y que sois dos idiotas que no dais vuestro
brazo a torcer.
- No voy a dejar a Ana – le dijo desafiante – ni por Esther, ni por nadie. Ya se lo
dije – musitó.
- Y lo entiendo, entiendo que debe ser muy duro por todo lo que has pasado, pero
Maca, mereces darte una oportunidad, mereces ser feliz. Y con Ana no puedes
serlo. ¿Por qué no se lo cuentas a Esther? yo creo que ella lo entendería, es más,
no te querría si no fueras como eres.
- Ya me has dicho lo que querías, ¿no?
- Si.
- Pues…¡déjame en paz! – le dijo bruscamente, sin ninguna intención de hablar
con él de su mujer.
- No te enfades y no la tomes con Adela – insistió paciente.
- No, si te parece le doy las gracias. Ya hablaré yo con ella. Pero… esto no se lo
voy a perdonar.
- Solo pensaba en ti.
- Pues que piense menos en mi y piense más en ella y el desastre de vida que lleva
– le espetó molesta – los dos podíais hablar menos de mí y más de vuestra hija.
- Eso es un golpe bajo – le dijo mudando su habitual gesto jocoso por uno
completamente serio.
- Con mi altura, no llego a dar otros – respondió sarcástica – y ahora, si no te
importa, ¡lárgate y déjame leer!
- Wilson, Wilson, tu sigue así, que vas a terminar por ser una vieja amargada.
- No te preocupes que no pienso llegar a vieja – soltó girando la silla, dispuesta a
marcharse ella, ya que él no mostraba ninguna intención de hacerlo y, dejándolo
pensativo, entró en la cabaña.

Germán permaneció un momento fuera midiendo las palabras de la pediatra, ¿qué


habría querido decir con eso? luego, entró tras ella.

Maca estaba cogiendo algo del bolso que tenía encima de la mesa, había soltado el libro
junto a él y había colocado las gafas encima. Germán cogió la silla y la giró con tal
rapidez que la pediatra golpeó el libro y las gafas cayeron al suelo. Junto a ellas las
pastillas que pretendía tomar.

- Pero… ¿qué coño haces? – preguntó enfadada alzando la voz una vez que vio de
quien se trataba y que el susto inicial la dejó articular palabra.
- Eh, lo siento – dijo agachándose a recogerlo todo, con disimulo miró el bote de
pastillas y respiró aliviado al ver que eran los analgésicos que el mismo le había
dado, luego se levantó con las gafas en la mano – se han roto – observó
compungido, tendiéndoselas.
- Se han roto, se han roto – repitió remedándolo, alzando la voz – trae – se las
arrebató con genio – y ahora ¿qué voy a hacer yo aquí los días que me quedan?
¿eh? – dijo casi con lágrimas en los ojos, impotente, su única arma para no
sentirse tan sola y tan vacía, era leer. Sin Esther, sin gafas, sola…

Germán guardó silencio arrepentido de su arrebato y olvidando lo que iba a preguntarle.


Esperando la bronca que se merecía pero Maca bajó los ojos y se quedó con sus gafas
rotas en la mano, dándole vueltas, pensando en que aquello era la imagen de cómo
estaba ella, de cómo estaba su vida, todo estaba roto a su alrededor. Sus hombros
temblaron levemente y Germán temió que se echase a llorar. Pero Maca se controló,
tragó saliva y respiró hondo sin dejar que sus emociones la dominasen.

- ¿Por qué no trabajar? – se le ocurrió de pronto al médico, rompiendo el silencio.


- ¿Qué dices? – preguntó de mala gana, aún molesta por lo ocurrido y por
interrumpir sus pensamientos.
- Eres pediatra y aquí… tratamos a muchos niños. Llevas observándonos desde
hace días. Te conozco y seguro que te has quedado ya con la copla de cómo
funciona todo esto y seguro que también te has dado cuenta de que toda ayuda es
poca – habló con precipitación pero también parecía ilusionado por la idea que
se le acababa de ocurrir, incluso ligeramente aliviado.

Maca lo miró con el ceño fruncido, mostrando el enfado que sentía pero aquella idea, no
solo no le desagradaba si no que le llamaba la atención, es más, el sentirse allí
trabajando junto a Esther le producía una satisfacción especial. Algo que no se había
parado a pensar, algo tan fuera de su imaginación que cuando Germán se lo ofrecía en
bandeja experimentó una sensación extraña, mezcla de temor y esperanza.

- Personalmente, me encantaría trabajar contigo – le reconoció Germán espoleado


por el cambio de gesto de la pediatra – nunca hemos trabajado juntos pero…. no
dudo que echaríamos bien – le guiñó un ojo.
- No sé… yo…
- ¿Tú qué? No me dirás que no eres capaz de coger a un crío en tus brazos y
examinarlo porque no solo no te creo, si no que sé que ya lo has hecho – le
espetó sonriente, revelando que la enfermera le había contado lo ocurrido en la
aldea, en un intento de convencerla – y ya estás mucho mejor, hay que controlar
algunas cosas, pero… no creo que haya problemas, además, si te decides, te
presto a tu enfermera milagro.
- ¿Ahora es mi enfermera?
- Siempre lo ha sido - le sonrió con complicidad – lo decía solo para escucharte
protestar.
- Bueno… puedo probar a ver que tal… - respondió indecisa y temerosa.
- Estupendo, hoy descansas y mañana…
- ¿Mañana! ¡espera! no he dicho que sí – lo frenó dubitativa.
- Pero lo dirás Wilson – le sonrió malicioso – con Esther a tu lado en unas
horas….
- Esther está con esa Nancy – saltó sin disimular lo poco que le agradaba ese
hecho y Germán la miró enarcando las cejas, captando sus celos, “¡si sabré yo lo
que te pasa a ti” pensó satisfecho de ver que no se había equivocado con ella –
además, no… no entiendo su lengua y…
- ¡Pamplinas! Esther volverá, eso te lo aseguro yo y es más, no tendrá problema
en ayudarte, ¡no sabes con que facilidad aprendió los dialectos! – le contó
orgulloso – no se lo digas que luego se le sube, pero yo diría que se entiende con
todos. A mi me sacas del swahili y me cuesta, pero ella da igual que le hablen en
luganda, lango o acholi, ¡los entiende todos!
- Eso no lo dudo, siempre fuiste un topo para los idiomas – le dijo sarcástica,
sintiéndose orgullosa de la enfermera.
- ¿Ya empezamos de nuevo?
- No, no quiero discutir – respondió mostrándose abatida – pero… Esther está en
Kampala.
- ¿Otra vez me vas a decir lo mismo? Wilson, Wilson qué se lo que quieres que te
cuente… – le sonrió burlón - Siempre puedo contactar con ella y… decirle que
necesitamos su ayuda – le guiñó un ojo con complicidad – verás que pronto se
olvida de Nancy.
- No sé Germán…. sigo cansada y… no quiero que llames a Esther – lo miró con
tal desencanto que él no reconoció a la amiga que recordaba, a la chica que era
capaz de enfrentarse a todo y a todos por aquello en lo que creía.
- ¿Por qué estás siempre tan seria? antes… antes eras más alegre.
- ¿A ti qué te parece? a lo mejor es que tengo un montón de cosas de las que
reírme y yo será que no me doy cuenta – recurrió de nuevo al sarcasmo.
- ¿Tú no has oído nunca que a veces la distancia más corta entre dos personas es
la risa? – la miró sonriente - Yo estoy de acuerdo. Si te rieses más…
- Pues yo soy de las que creo que el silencio lo es el resto de las veces – suspiró
pensando en que así no metería más la pata, estando calladita, y Germán la miró
pensativo – así es que… ¡aplícate el cuento!
- Vamos a ver ¿qué pasa, Wilson? – le preguntó cogiendo la hamaca y sentándose
frente a ella, pero la pediatra no abrió la boca, bajó los ojos y siguió jugueteando
con las gafas - ¿a qué te referías antes cuando me has dicho que no pensabas
llegar a vieja?
- A nada en concreto, pero…. ¡con el carrerón que llevo! – respondió mirándolo
fijamente – solo lo imagino, pero tampoco es tan difícil de averiguar, ¿no? tú
también lo piensas, ¿me equivoco? – le preguntó de sopetón, intentando
averiguar hasta qué punto el sospechaba lo mismo que ella.
- ¿Lo dices por tus problemas respiratorios o por los cardiacos?
- No, lo digo por mí, lo digo por…todo, pero… eso es una larguísima historia –
suspiró desviando su respuesta al ver que él no había caído en su trampa.
- Tengo todo el día – le respondió recostándose, pensando en que se refería a los
motivos por los que estaba allí y que Esther le contó el día de su llegada. No
podía imaginar lo que sería estar amenazado de muerte, ni el miedo que debía
sentir de volver a Madrid después de la paliza que le habían dado y de saber la
vida que le esperaba allí.
- No. No lo tienes – le sonrió agradecida – no pierdas el tiempo, al menos, no lo
pierdas en mí.
- ¿Eres una causa perdida? – le sonrió – no lo creo.

Maca lo miró, por primera vez en mucho tiempo se sintió cercana a él, tanto como en la
facultad cuando le confesó que creía estar enamorada de su mejor amiga, de Adela.
Recordó aquella conversación, recordó lo tierno y comprensivo que fue con ella y
estuvo a punto de confiarle sus preocupaciones, pero en el último instante se sintió
incapaz.

- Ni siquiera soy una causa – volvió a bajar los ojos.


- Me gustan los retos, Wilson – le dijo levantándole la barbilla - ¿te acuerdas el
día que tu padre te echó de casa? – Maca asintió – soy el mismo al que llamaste,
el mismo que cogió su “taper” y te buscó en el parque, el mismo que se sentó a
comérselo contigo…
- Aquel cocido frío estaba asqueroso – rió por primera vez – pero ese día me
pareció que no podía imaginar una comida mejor – reconoció con suavidad
viendo en él de nuevo al amigo que perdió. Él pareció sentir lo mismo, porque
dio un giro en la conversación.
- Sé que la cagué liándome con Adela, nunca debí caer en aquello, sabía que ella
te quería a ti, aunque le aterraba que se supiera y sabía lo que tú sentías por ella,
y sabía que era un error pero… me enamoré como un imbécil, es mi única
excusa – le dijo con franqueza sincerándose con ella, por primera vez en tantos
años.
- Y yo no debí cargar contra ti de aquella manera. No eras el único culpable.
- No, no lo era, pero… siempre lo entendí – le sonrió - ¿sabes? Adela y yo
hablamos de ello en muchas ocasiones, los dos jugamos contigo, ella por no ser
valiente y reconocer, a tiempo, el miedo que le daba aquella relación, y yo
porque eras mi amiga y te engañé.
- Debí perdonarte cuando la perdoné a ella.
- Bueno… ella nunca renunció a ti y yo… preferí mantenerme al margen. ¿Sabes
la boda que nos diste? – le preguntó con cierto tono divertido.
- ¿Yo! pero … ¡si no fui! – exclamó sorprendida.
- Por eso. ¿Sabes lo que es casarse con alguien que se ha pasado toda la noche
llorando por otra persona?
- ¿Y porqué lo hiciste? ¿por qué te casaste con Adela?

Germán se encogió de hombros, “la respuesta es evidente Wilson, la quería”, pensó,


pero no contestó.

- Estábamos hablando de ti – le dijo – no me cambies de tema.


- Has sido tú – sonrió.
- ¿Por qué no te lo piensas y hablas con Esther?
- No vas a dejarlo, ¿verdad?
- No – le devolvió la sonrisa – hasta que no hables con ella, no.
- Con Esther ya está todo hablado, pero… gracias por el intento – ahora fue ella la
que le guiñó un ojo.
- Wilson… no pierdas el tiempo – le recomendó – por una vez en tu vida,
escúchame y…, sobre todo, hazme caso.
- Germán, estáis todos muy equivocados – lo miró con franqueza – entre Esther y
yo ocurrió algo que… que – no era capaz de decirlo en voz alta, ya le costó
trabajo con Vero y no podía hacerlo con él, aunque deseaba que alguien le dijese
que lo olvidase, que si Esther parecía haberlo olvidado, porqué ella no era capaz
de hacerlo, y que…
- ¿Qué?..
- Que no tiene marcha atrás y que... no tiene nada que ver con que yo esté casada.
Eso, en último extremo, podría llegar a resolverlo, o… a explicárselo… e
intentar que Esther… si… es cierto que… sigue… - lo miró buscando su opinión
y Germán lo captó al instante - queriéndome.
- ¡Claro que te quiere! – exclamó intentando disipar sus dudas – te quiere tanto
que es capaz de renunciar a todo si…
- Bueno… pues… eso que yo podría intentar que comprendiese… que hay cosas
que… yo no puedo dejar de hacer… que hay personas que…
- Entonces… arreglado ¿no? – preguntó sin tenerlas todas consigo, enarcando las
cejas y sonriendo.
- No, Germán, eso es lo que intentaba decirte que… hay cosas que… por muchos
años que pasen, no pueden borrarse… hay cosas que… - se interrumpió
intentando calibrar hasta qué punto la estaba entendiendo – hay… hay personas
que están mejor… solas… que…
- Maca – le dijo, inclinándose hacia delante y cogiéndola de la mano – si no te
explicas mejor… no entiendo que…
- A veces… aunque queramos cambiar no podemos y… cuando has pasado una
barrera puedes volver a pasarla y… yo no quiero que eso vuelva a ocurrir. No
voy a permitirlo.
- No te entiendo – frunció el ceño – pero… yo solo te digo que si es cierto que
algo tan grave te separó de ella y que temes que se repita, Esther ya no se
acuerda o… para ella no tuvo tanta importancia, sino no seguiría amándote.
- Es verdad – le dijo y él sonrió creyendo que había acertado – no lo entiendes.
- ¡Explícamelo! – le pidió con suavidad echando el cuerpo hacia delante y
posando su mano sobre las de Maca – échalo fuera, Maca, te sentirás mejor.

Maca lo miró, dudando si hacerlo. ¡Estaba tan cansada y tenía tantas ganas de liberarse
de esa carga! Entreabrió los labios dispuesta a confiarle sus miedos, cuando escuchó que
subían los escalones precipitadamente.

- Doctor, doctor – entró Margot sin llamar – tiene que venir, ¡rápido!
- No te vayas – la señaló con el dedo saltando de la hamaca – tú y yo tenemos
mucho de qué hablar.

Germán salió a toda prisa de la cabaña y Maca se quedó allí, pensando en la suerte que
acababa de tener, si no hubiese entrado Margot, ahora estaría sincerándose con él, y eso
era algo que estaba fuera de sus planes. Germán era amigo de Esther, su confidente y lo
único que haría confiándose a él sería estropearlo todo aún más.

El resto del día lo pasó sola. Salvo por una fugaz vista de Sara que también quería
interesarse por lo que había ocurrido entre ellas. La chica llegó con timidez y le pidió
permiso para entrar en la cabaña. Maca se sorprendió al escuchar que llamaban, allí todo
el mundo entraba y salía sin ningún reparo y a ella le costaba sobremanera
acostumbrarse a esa falta de intimidad.

- ¿Se puede? – preguntó desde la puerta.


- Sí, pasa.

La joven entró y cerró la puerta permaneciendo en pie junto a la misma. Maca estaba
recostada en la cama, había bajado el estor y la cabaña esta sumida en una tenue
penumbra.

- Pero mujer, pasa, pasa – le sonrió Maca al verla indecisa.


- Yo… no quiero molestar …
- No molestas, pasa – insistió.
- ¿Qué haces en la cama! ¿te encuentras mal?
- Me duele la espalda y… me he echado un rato por… cambiar de postura – se
justificó, en realidad sí que no estaba demasiado bien pero no tenía ninguna
intención de hablar con ella a respecto - ¿querías algo? – le preguntó al ver que
no decía nada.
- Yo… si… esto… - comenzó a hablar titubeante algo que extrañó a Maca, Sara
siempre había sido clara, directa, segura ¿a qué se debería esa actitud? - venía a
ver si… - Sara no sabía como decirle aquello, había estado pensando cómo
hacerlo pero ahora no estaba segura de que fuera buena idea - Pluma está por
aquí… llevo buscándola toda la mañana y… Germán me ha dicho que la vio
antes y que…
- Sí, si, perdona, la dejé entrar hace un rato pero no hará ni cinco minutos que le
he abierto la puerta para que salga - reconoció.
- Ah, bueno… pues…. entonces… nada…eh… me voy que… ¿seguro que estás
bien? – acabó por preguntarle preocupada por su aspecto y por el hecho de que
estuviese echada en la cama, no le había convencido en absoluto lo del dolor de
espalda le parecía que estaba pálida, ojerosa y encima tapada hasta el cuello, con
aquel calor era imposible tener frío.
- Sí, solo un poco cansada – le sonrió agradecida por su interés, la joven le
devolvió la sonrisa pero a pesar de sus palabras no se movió del sitio en que se
encontraba, balanceándose de un pie al otro y frotándose las manos
compulsivamente - ¿Quieres algo más? – sonrió al verla tan nerviosa segura de
que así era.
- Yo… sí, esto… verás… yo…quería disculparme por lo de esta mañana.
- ¿Disculparte! disculparte porqué, no entiendo.
- Yo… no debí meterme en tu vida, además que yo... no soy así… no…
- ¿Qué pasa Sara? – le dijo sin más rodeos.
- Nada, nada – se apresuró a responder, estaba claro que nunca debió entrar en la
cabaña, Germán tenía razón era mejor que Maca no estuviese al tanto, además
tampoco sabían nada cierto y ella parecía no estar bien del todo - solo.. es que…
- volvió a dudar y a detenerse, tomó aire y habló con precipitación - estamos
preparando limonada – le sonrió tímida buscando con rapidez algo que
justificase su presencia allí – y… he pensado que quizás te apetecía un vaso…
con el calor que hace hoy… y…

Maca se quedó mirándola sorprendida. Si no fuera porque Esther le había hablado de


ella juraría que estaba intentando agradarla, que intentaba acercarse a ella, incluso que
su nerviosismo y titubeo respondía a un intento de ¿tirarle los tejos! “no, no, ¡cómo va a
ser eso, Maca”, se dijo descolocada.

- No gracias, no me apetece – sonrió.


- Te vendrá bien, es limonada natural y el limón es muy bueno para la tensión y…
- De verdad, Sara, es que… amanecí bien pero… ahora…no sé… hoy… tengo el
estómago un poco revuelto.
- ¿Tú también? yo me he levantado fatal pero…creí que era por… vamos cosa
mía que… me sentó mal algo de la cena.
- Bueno… no creo… vamos en mi caso no creo que sea eso, quiero decir que en
mí es habitual – sonrió – aunque hoy… estoy peor.
- ¿Germán lo sabe? si quieres puedo…
- No, no te preocupes... no es nada.., siempre… he sido así.
- No entiendo.
- Los nervios que… siempre se me han cogido en el estómago.
- ¡Ah! ahora sí que entiendo – sonrió - es… por lo de esta mañana ¿no? por...
Esther – aventuró y al pronunciar el nombre de la enfermera una sombra pasó
por sus ojos, Maca la percibió y frunció el ceño, sin comprender muy bien qué
estaba intentando decirle ni que ocurría, pero cada vez estaba más segura de que
a Sara la había llevado hasta allí algo más que buscar a Pluma u ofrecerle un
vaso de limonada – quiero decir que estás nerviosa por ella.
- Supongo que sí – reconoció mordiéndose el labio inferior sin comprender que
hacía allí hablando con Sara de aquellas cosas.
- Yo… - la miró fijamente se acercó a la cama y se sentó en la hamaca, ante la
perplejidad de Maca que ya sí que se cercioró de que le ocurría algo - ¿te duele
mucho la espalda?
- Bastante, pero aquí estoy mejor que en la silla.
- Necesitarás masajes, ¿no? quiero decir que… - titubeó de nuevo nerviosa.
- Sí, en Madrid todos los día iba un fisio a casa y… también hago dos horas de
gimnasio diario – le contó con confianza, “pero ¿porqué le estoy hablando de
todo esto?”, se preguntó sin comprender que le ocurría con ella.

De pronto Sara le había parecido diferente, más joven y con un aire de inocencia que le
gustaba al tiempo que la sorprendía, con aquellos nervios, aquel intento de acercamiento
y ese halo de misterio y nerviosismo con que estaba envolviendo todo lo que le decía.

- ¡Vaya! lo estarás echando mucho de menos aquí.


- La verdad es que sí.
- Si quieres… yo podría darte algún masaje – se ofreció solícita – no se me da
nada mal y…
- No, no, gracias, no te molestes – se apresuró a interrumpirla.
- No es molestia – sonrió – así no pierdo práctica y tú dejas de echar de menos
esos masajes...
- No, no, de verdad – respondió nerviosa – ya mismo vuelvo a Madrid – se
excusó, “¿qué respuesta es esa! Maca, serás imbécil mira que cara de cachondeo
está poniendo, y ¿porqué estás tan nerviosa! sí, porque va a decirte algo, algo
que no quieres escuchar, eso está claro” – y… vamos que Esther todas las
noches se encarga de eso – mintió descaradamente, tenía la sensación de que
Sara quería algo de ella y no le estaba gustando nada el tono de la conversación.
- Claro – sonrió abiertamente - ¡Esther! – exclamo guiñándole un ojo con
complicidad.
- ¿Qué pasa? – preguntó comenzando a ponerse de mal humor, no entendía que
hacía Sara allí sentada frente a ella, tratándola con esa familiaridad.
- Nada, que creo que he venido aquí a hacer el tonto. Ya veo que Esther... – se
interrumpió risueña enarcando las cejas en gesto burlón.
- Si estas pensando que Esther y yo… te equivocas – le dijo con genio “y sí que
has venido a hacer el tonto, ¡ya lo creo que sí!”.
- No pienso nada, es Pluma la que…
- Pero… ¿de qué me estas hablando?
- Pluma… mi perra... ¿no te ha contado Esther nada de ella?
- No – la miró perpleja – pero… qué tiene que ver la perra con… con lo que me
estabas diciendo.
- Esta mañana te he visto discutir con Esther, no te voy a ocultar que sé que ella y
tú… en fin, que eres su ex.
- ¿Qué quieres Sara? – preguntó directamente harta de todo aquello, molesta por
el tono de la conversación y comenzando a alterarse ante aquella incertidumbre.
- Nada, solo… contarte la historia de Pluma y… decirte que… en todo este
tiempo… Esther… no te ha olvidado.
- Ya… - murmuró comprendiendo lo que pasaba. ¡Otra mensajera!
- Es cierto y también se que tú estás triste, y que sufres por ello y que…
- Pero bueno… ¡esto es el colmo! – exclamó comenzando a enfadarse, primero
Germán y ahora Sara, ¡con razón la veía tan nerviosa! - ¿tú me conoces? no,
¿verdad! no tienes ni idea de cómo soy y mucho menos de cómo siento.
- No – reconoció con una sonrisa, sin inmutarse ante el tono de la pediatra – ahí es
donde entra Pluma.
- ¿Tu perra?
- Sí.
- ¡Joder! – se sentó en la cama bruscamente e intentó alcanzar su silla – esto es un
sueño ¿verdad! estoy soñando que todos me dais la castaña con Esther. Voy a
cerrar los ojos y, cuando los abra, no estarás ahí y yo estaré en mi silla, y saldré
a darme una ducha que me despeje la cabeza.
- Maca... esto no es ningún sueño – le dijo extrañada de su convicción de que así
fuera y de lo nerviosa que se mostraba de repente.
- Pues entonces ya si que no entiendo nada, te presentas aquí para decirme que tu
perra sabe que yo…
- Pluma es una perra muy lista, muy pero que muy lista, y tiene un sentido
especial para la gente que sufre, al principio solo le pasaba con los niños, pero…
cuando a Esther… - se detuvo mirándola intentado calibrar hasta que punto
Maca conocería lo que ocurrió – le pasó…. lo que le pasó – también le ocurrió
con ella. Y… todos nos hemos sorprendido al ver que… ahora contigo… y…
cuando Pluma se pone así con alguien…solo hay dos opciones.
- ¿Ves? tú eres más original que Germán – saltó de pronto – y si no fuera porque
me estáis empezando a cabrear con tanta charlita sobre Esther me haría hasta
gracia la historia de Pluma.
- Hablo en serio – la miró con tal convicción que Maca no tuvo más que creer que
sí que lo estaba haciendo - para que Pluma te siga a todas partes de esa forma, o
estás enferma, enferma de verdad o.. estás triste, muy triste.
- ¡Joder! – exclamó sin poderlo evitar, Sara, aún si conocerla en profundidad pudo
atisbar un asomo de temor en sus ojos y un deje de inquietud en aquella simple
palabra y continuó satisfecha de comprobar que en el fondo Maca la estaba
creyendo - sino Pluma nunca dormiría en tu puerta, ni te buscaría, ni intentaría
entrar contigo en la cabaña. Y... al final siempre consigue lo que quiere – le dijo
con una sonrisa a la que Maca no respondió - ¡con los niños hace milagros! – le
dijo orgullosa – niños que le han volado una o las dos piernas con una mina,
niños abandonados, medio muertos, niñas apaleadas… con todos ha perseverado
hasta conseguir sacarles una sonrisa, hasta hacerles reaccionar. Así es que… tú
me dirás – enarcó los ojos en gesto interrogador y guardó silencio.
- ¿Qué te diga qué?
- He visto tus resultados y descarto la enfermedad, al menos de las que yo te estoy
hablando, de esas que estás muerto a los dos días.
- ¡Vaya, gracias! – saltó sarcástica – es un alivio saberlo.
- Solo queda que... estás triste, tan triste que Pluma lo capta – continuó ignorando
su sarcasmo y su impaciencia.
- Y... ¿no será que se me dan bien los perros? - le preguntó con el mimo tono
irónico - mi Thersi se parece mucho a Pluma – suspiró nostálgica al recordarla –
de hecho, siempre he creído que se me dan mejor los perros que las personas,
cuando te miran a los ojos nunca mienten.
- Entonces me das la razón, mi Pluma no miente. Te ha descubierto.

Maca se quedó sin palabras. Aquello era absurdo, de locos y al final, entre todos, iban a
conseguir volverla loca a ella, si es que no lo estaba ya.

- ¿Eso es lo que querías decirme? – le preguntó despectiva.


- Si, eso – sonrió segura de que sus palabras la harían pensar – a Pluma no puedes
engañarla y… a mí tampoco. Y… Esther conoce a Pluma, todos la conocemos –
sentenció – y… espero que… te recuperes… como todos esos niños – dijo
levantándose – aquí hay algo que todos aprendemos antes o después y es... que
la vida es muy corta y que en cualquier momento – dijo produciendo un
chasquido con los dedos tan rápidamente que Maca se sobresaltó – aquello que
más deseas se te escapa entre las manos y, ya no tienes ocasión de dar marcha
atrás. ¡Escúchate a ti misma, Maca! a nadie más – le aconsejó en la puerta – y…
si necesitas algo… bueno… ya sabes.

Maca asintió sin decir nada, Sara la había dejado tan perpleja que no se le ocurría
ninguna respuesta, ni siquiera un simple gracias a su ofrecimiento.

- Bueno... yo… tengo que irme – le sonrió dirigiéndose a la puerta - hoy Oscar va
a pasarse por aquí – dijo saliendo y dejando a Maca completamente
desconcertada y con Pluma, que había aprovechado para volver a entrar, encima
de su cama intentando lamerla.

Su cabeza volvía a ser un torbellino si es que en algún momento del día había dejado de
serlo. Sara la empollona, Sara la del gran expediente, Sara la que había renunciado a
todo por estar allí, la chica segura, eficiente, seria… esa chica se dejaba llevar por… ¿su
perra?

- ¿Y tú porqué la tienes tomada conmigo! ¿sabes en el lío que me has metido? – le


preguntó al animal, molesta por todo le que había dicho Sara - ¡baja de la cama!
– le ordenó enfadada, ganándose un lametón en toda la cara, consiguiendo
arrancar una sonrisa en la pediatra - ¡ay, qué voy a hacer yo contigo, si ni mis
malos modos parecen impresionarte! – exclamó resignada a que se echase sobre
ella, colocando su cabeza en el estómago de Maca que comenzó a acariciarla –
y, sobre todo, ¿qué voy a hacer con Esther, eh?.. ¿tú qué dices? – le preguntó
con un suspiro pensando en lo que acababa de decirle Sara, “la vida es muy
corta…” - ¿le cuento todo y… si me entiende…..nos damos una oportunidad
o… lo dejo estar? – preguntó en voz alta aquello que tantos quebraderos de
cabeza le estaba produciendo, ganándose un nuevo lametón.

Maca esperó con paciencia que llegara la hora de que Germán volviera, como le
prometió, pero no lo hizo. No dejaba de darle vueltas a todo lo que ocurriera por la
mañana con Esther, a sus besos, a sus palabras diciéndole que la amaba, a la
conversación con el médico y a la visita de Sara. Mientras más vueltas le daba a la
cabeza, más se convencía de que no podía dejar pasar más tiempo sin hablar con Esther,
y esa posibilidad acrecentaba sobremanera los nervios que sentía. La sola idea de
contarle al detalle su vida desde que la enfermera se marchó, le provocaba tal sensación
de angustia que creía que no iba a ser capaz de hacerlo. La cabeza le dolía cada vez más,
se sentaba en la silla y al rato volvía a tumbarse en la cama, no se encontraba bien en
ninguna de las posiciones que adoptaba y la desesperación comenzó a cobrar fuerza en
su interior.

Solo deseaba que Esther abriese esa puerta, que regresase ya, que no se quedase varios
días en Kampala con esa Nancy a la que estaba comenzando a odiar visceralmente, se
sentía a punto de explotar y la maldita espalda no dejaba de dolerle. La soledad de
aquella cabaña, el no poder distraerse ni siquiera leyendo, las dificultades en las
comunicaciones que le impidieron contactar con España, ni con Adela, ni con Claudia,
ni con Vero a la que llamó desesperada y sin éxito, le provocaron tal grado de
alteración y nerviosismo que cuando a la hora de comer apareció Margot con un plato
enorme de un guiso, solo el olor, le hizo dar arcadas. La joven, mirándola por primera
vez con cierto aire de desprecio, que no pasó desapercibido a la pediatra, tuvo que
devolverlo a la cocina y regresar con una tila y un caldo por orden de Germán, que no
tuvo ni un segundo para estar con ella. Y Esther no regresaba.

El frío que tuviera por la mañana se había convertido en un calor intenso que la
asfixiaba y le hacía sentir la cara ardiendo. Cada vez que se asomó a la puerta principal
de la cabaña intentando comprobar si había mucho trabajo que impidiera al médico
cumplir con su promesa de ir a verla, un bofetón de aire caliente la hacía volver a
entrarse. Además, no se veía un alma por ningún lado y cada vez estaba más segura de
que algo raro estaba pasando. Eran ya muchos días allí para saber que no era un día
como los demás. A la hora de la cena se dirigió al comedor, pero lo encontró vacío,
sabía que no habían llegado heridos porque desde la puerta principal de la cabaña podía
observar el patio y había estado vacío todo el día. ¿Qué estaba ocurriendo! vio salir a
Francesco y lo llamó pero, por una vez, el joven se limitó a saludarla con la mano y salir
corriendo en dirección contraria, Germán apareció, unos segundos después, tras él,
parándose en la puerta de la radio, pasándose la mano por la frente.

- ¡Germán! – gritó para que no le ocurriese lo mismo que con el italiano.


- Wilson, ¿qué haces ahí? – se detuvo mirándola extrañado.
- ¿No cenáis? – le preguntó. Él miró el reloj distraído y a Maca le pareció que
también preocupado y cansado.
- Más tarde – le comunicó – pero… ve a la cocina, lo tuyo debe estar ya
preparado.
- No, gracias, os espero.
- No lo hagas – le aconsejó – no… no creo que hoy cenemos juntos… Luego nos
vemos que… tengo... prisa y…
- Germán – lo interrumpió - ¿puedes darme algo para… el dolor de cabeza?
- ¿Y los analgésicos?
- No me hacen nada – confesó – y… no lo soporto más.
- Ve al hospital, Jesús está allí. Él te dará lo que le pidas.
- Prefiero… que lo hagas tú.
- Lo siento, pero… no puedo – respondió impaciente dándole la espalda y
avanzando unas cuantas zancadas pero cuando ya estaba a unos metros de
distancia se detuvo y se giró, Maca permanecía allí con cara de desconcierto y
volvió junto a ella – eehhh… esto… Wilson… no puedo porque – dudó un
instante si decírselo e inmediatamente se arrepintió – porque… bueno que no
puedo. Tengo que hacer unas cosas y… ver a Felipe. Esta noche, si… saco un
rato… me paso a verte – le dijo haciéndole una carantoña en la mejilla con tal
aire de tristeza que Maca se sorprendió.
- Espera – le pidió y Germán leyó el miedo en sus ojos – Germán…
- ¿Qué pasa Wilson?
- Lleva doliéndome la espalda casi todo el día – le confesó con rapidez temiendo
que si no lo hacía la dejase allí plantada – doliéndome bastante y ahora
también…
- ¿Te duele el pecho?
- Si – bajó los ojos con un hilo de voz – cada vez más.

El médico la miró, negó con la cabeza y suspiró resignado.


- ¡Mira que eres burra! anda, vamos al hospital – consintió situándose tras ella y
empujando la silla a lo que Maca no solo no se opuso si no que se sintió
aliviada.
- Gracias.
- Si que debe dolerte para que vengas a buscarme – comentó subiendo los
escalones y entrando en la sala común.

La pediatra no dijo nada más y Germán tampoco, lo que extrañó a Maca que se esperaba
otro sermón del médico, sin embargo, se mantuvo en silencio mientras la subió a una
camilla y conectaba todos los monitores. Maca no dejaba de observarlo, cada vez le
parecía más ausente, distraído y preocupado. Actuando con rapidez, haciendo un par de
indicaciones a Gema y situando los monitores a su lado.

- Germán… ¿sabes algo de Esther? – se atrevió a preguntarle por fin aquello que
tanto deseaba conocer.
- ¿De Esther? – saltó con rapidez - ¿qué quieres que sepa? lo mismo de todos,
Wilson.

Maca lo miró sorprendida por su brusca respuesta y apretó los labios disgustada por sus
modos, y segura de que estaba molesto por haber tenido que cambiar sus planes y estar
allí, atendiéndola. Él la miró y comprendiendo lo que podía estar pensando, dulcificó el
gesto.

- Perdona, quiero decir que… no sabemos nada, pero… tú ahora lo que tienes es
que estar tranquila – le dijo más suave mirando los datos que mostraba el
monitor y apuntando algo en su cuaderno ante la atenta mirada de Maca, que
esperaba que le dijese algo más.
- Yo solo quería saber si había... llamado... si… ha llegado bien a Kampala –
murmuró – y… si… si piensa quedarse allí unos días.
- Te repito que no te preocupes ahora por Esther – dijo airado – ya volverá –
musitó con tan poca convicción que Maca frunció el ceño alertada.
- ¿Qué ocurre, Germán? – le preguntó – porque ocurre algo ¿verdad?
- ¿Ocurrir? Eh…. – la miró pensativo – nada… nada, no ocurre nada – respondió
ausente.
- No me mientas – le sujetó por la manga impidiendo que siguiera escribiendo y
clavando sus ojos en él.
- Espera un momento, impaciente – respondió con seriedad, zafándose y
terminando de apuntar.
- No me refiero a mí – lo miró más preocupada aún – ocurre algo en el
campamento ¿verdad?
- Ya sé que no te refieres a ti, no soy lelo – bromeó, sonriéndole por primera vez
en la noche – ya te he dicho que … no pasa nada – dudó un instante, sin saber si
contarle las noticias que habían llegado, finalmente, se decidió a no hacerlo, no
quería alterarla más de lo que ya estaba. Maca supo que le estaba mintiendo y
comenzó a desesperarse, sintiendo que aumentaba la presión en el pecho -
¡Joder! Wilson, quieres estar tranquila – protestó al comprobar que aumentaba
su ritmo cardiaco – toma – le metió una pastilla bajo la lengua.
- ¡No puedo estar tranquila! ¿seguro que no pasa nada? Sara me dijo que Oscar
tenía que pasarse por aquí y… ¿ha dicho algo de Esther o ha hecho algo? – se
interesó recordando su conversación con él inspector.
- Te quieres callar y relajarte – le ordenó con genio – y… tranquila que Oscar no
se ha pasado por aquí y no ha hecho nada contra Esther.
- Pero…si... si necesitas…
- No necesito nada - la interrumpió otra vez airado – no seas pesada.
- Vale – musitó cerrando los ojos.
- ¡Gema! – llamó Germán a la enfermera que llegó con prontitud, Maca abrió
inmediatamente los ojos – quiero analítica completa.
- ¡Otra vez! pero Germán, ¿qué esperas que cambie de ayer a hoy? – protestó
Maca sin poder contenerse.
- ¿Me has oído? – le preguntó el médico a la chica que ante la protesta de Maca se
había quedado quieta – conteo completo, incluido plaquetas. Y quiero fórmula
leucocitaria.
- Muy bien – respondió Gema disponiéndose a sacarle sangre a Maca.
- Pero… ¿fórmula leucocitaria? – le preguntó directamente - Germán… ¿me vas a
decir ya en qué estás pensando? – lo miró entre molesta y asustada pero él no
respondió y continuó apuntando en su libreta - ¿Germán?
- Perdona Wilson – se disculpó – tengo la cabeza en otra cosa.
- Ya…
- Solo quiero asegurarme, eso es todo – respondió frunciendo el ceño – déjame
que vea el corte, ¿cómo lo tienes?
- Lo tengo bien, ya te dije que apenas me duele.
- Luego… te ha dolido.
- Sí, un poco.
- ¡Estupendo! – exclamó alegre y visiblemente aliviado, Maca lo miró extrañada y
segura de que Germán tenía una idea muy clara de lo que ocurría – tú hazme
caso, verás como de aquí a unos días estás mejor.
- ¿Tú crees?
- ¡Estoy seguro! Mira esto – le indicó el monitor – así no puedes seguir. Lo
primero es que necesitas estar tranquila.
- ¿Tengo la tensión baja? – miró pensativa los índices – pero si yo creía que…
entonces… - clavó sus ojos en él ligeramente asustada.
- ¿Estás mareada?
- Ahora no, pero antes... cuando fui a buscarte… si que lo estaba.. pero…yo creía
que el dolor de cabeza y el mareo eran por todo lo contrario.
- Pues no, la tensión está baja, demasiado – murmuró - ¿cuántos analgésicos te
has tomado?
- Cuatro, dos cada ocho horas – respondió cansada.
- Ahora veremos que tal el electro, pero….
- Germán… - se interrumpió mostrando en su mirada el miedo que sentía y
esperando que el la tranquilizara, el monitor registró inmediatamente su
nerviosismo.
- Wilson, cálmate, el dolor de cabeza es normal después del golpe que te dieron…
ni siquiera ha pasado un mes. Ya te lo dijo tu neuróloga.
- Ya lo sé … pero… me duele mucho y… de forma diferente... es... como… como
una presión.
- ¿Has tenido visión borrosa?
- No.
- Bien – dijo pensativo, controlando la arritmia que mostraba el monitor - No te
preocupes, esta bajada de tensión y ese ritmo cardiaco pueden deberse a una
cosa.
- ¿A qué?
- ¿Tú me lo preguntas? lo sabes perfectamente, ¡estás nerviosa! ¡muy nerviosa!
yo diría que al límite de la histeria, ¿verdad? – la miró acusador y Maca no
respondió - ¿Wilson?
- Sara fue a hablar conmigo... de… de Esther y…
- ¿Sara te ha hablado de Esther? – saltó mostrándose enfadado – está claro que
aquí todo dios hace lo que le sale de los huevos – se levantó de un salto – le dije
que tuviera la boca cerrada y te dejara tranquila.
- Eh… bueno… solo me dijo un par de tonterías de su perra, solo que yo… he
tenido todo el día para pensar en ello y… - se calló mirándolo pasear de un lado
a otro con la mano puesta en la cintura - pero… ¡no te pongas así! ella no tiene
la culpa, soy yo que… ¡joder!.. que estoy ahí encerrada todo el día y…
- ¿De la perra? – preguntó volviendo a sentarse demostrándole que casi no la
había escuchado – quieres decir que te ha contado lo de Pluma y…
- Sí – respondió con inocencia enarcando las cejas sin comprender en absoluto su
actitud.
- Bueno… yo también estoy un poco nervioso – le sonrió dándole un golpecito
cariñoso en el dorso de la mano – hoy está siendo un día… complicado.
- ¿Mucho trabajo?
- Sí... eso… ¡mucho trabajo! – exclamó mirándola fijamente y ella volvió a pensar
que mentía, que había algo más.
- Lo siento y encima yo vengo a interrumpirte… - se disculpó haciendo una
mueca de circunstancias.
- Nunca me interrumpes – volvió a acariciarle la mejilla - ¿recuerdas? ¡eres mi
reto!
- Pues ¡vaya reto! – le devolvió la sonrisa más tranquila.
- Espera un momento que ahora vuelvo – le dijo levantándose y alejándose de la
camilla donde estaba echada.

Maca ladeo la cabeza y lo vio desaparecer por una puerta lateral. Permaneció allí
observándolo todo con atención. Jesús se encontraba al fondo de la sala y parecía estar
haciendo una ronda, deteniéndose sistemáticamente en todas las camas y hablando con
los familiares de cada uno de los enfermos. Gema y Maika pululaban de un lado a otro
saturadas de trabajo. No había ni una cama libre, ni siquiera un rincón en el suelo,
donde se encontraban familiares y algunos de los enfermos menos graves. Maca no
soportaba aquello, ya le pareció horrible la primera vez que estuvo allí y seguía sin
conseguir acostumbrarse a aquel olor, a aquel alboroto, al caos que aparentaba reinar en
la sala aunque ya sabía que no era así y volvió a sentirse culpable por estar allí tumbada
ocupando una plaza. ¡Qué diferente era todo! Cerró los ojos un momento, la pastilla
estaba haciendo su efecto y cada vez se sentía mejor. Escuchaba infinidad de voces pero
no entendía nada de lo que hablaban, eso la hizo aislarse completamente de ese jaleo y
pensar, siempre pensar, deseaba tumbarse en su cama y dormir un rato, “Esther”, abrió
los ojos de nuevo, alguien había pronunciado su nombre.

Frente a su cama, Sara cuchicheaba con Maika, la joven al verla incorporarse, la saludó
con la mano y le hizo una seña de que se tumbase de nuevo, pero no se acercó, Maca le
devolvió el saludo. Tenía mala cara, y parecía muy cansada, incluso juraría que había
llorado, ¿le habría echado Germán una bronca por lo que ella le había contado? Las
observó atentamente, fuera lo que fuese que estuviesen tratando era algo que las
preocupaba, Maika parecía nerviosa y Sara abatida, ¿de qué estarían hablando?
Finalmente, Sara se dio media vuelta y salió del hospital. Estaba segura de que había
escuchado el nombre de Esther, o quizás habían sido imaginaciones suyas, al fin y al
cabo estaba pensando en ella y en cómo afrontar la situación, cada vez tenía más claro
que Esther no regresaría ese día, ya había anochecido y era muy improbable que lo
hiciera. Tenía que dejar de pensar en ella, tenía que conseguir que Germán la dejara
marcharse de allí y volver cuanto antes a Madrid. No solo ya porque no soportaba más
la tensión que le provocaba Esther, si no porque empezaba a sospechar seriamente que
debía hacerse todas esas pruebas de las que Germán no hablaba pero que estaba segura
que pensaba en ellas. Suspiró mirando hacia la puerta por la que desapareció el médico,
deseando que llegase cuanto antes y poder salir de allí. A al cabo de un par de minutos
lo vio salir empujando una pequeña mesita, le sorprendió comprobar que su eterna
sonrisa burlona había desaparecido de su rostro y se convenció definitivamente de que
algo sucedía.

- Bueno, ya estoy aquí – dijo dispuesto a hacerle el electro, comenzando a


prepararlo todo y colocándole los electrodos – ¿te sienes mejor?
- Sí, bastante.
- Eso es buena señal – sonrió - ya sabes como va esto. No te muevas, no vayas a
hablar y…
- Que sí – respondió arrastrando la “i” con impaciencia.
- Bien, pues… empezamos – le avisó dándole al aparato y sujetando el papel
esperó a que terminase - bueno, vamos a ver… esto… - lo miró con atención –
bien, no te muevas que voy a repetirlo.
- ¿Por qué? ¿qué pasa?
- Nada, me gusta repetirlo – sonrió burlón – tranquila, Wilson.

Maca suspiró resignada a estar en sus manos y harta de todo aquello, cuando terminó
Germán, se quedó mirándola pensativo.

- Vamos a hacer una cosa, Wilson. Si esta noche vuelve ese dolor de cabeza, y los
análisis muestran la más mínima alteración, mañana te vienes conmigo a
Kampala y no admito negativas, ni rabietas. Quiero hacerte un par de pruebas y
aquí no puedo.
- ¿Qué pruebas?
- Aquí solo puedo hacerte un electro pero quiero comprobar un par de cosas más,
de todas formas… cuando vuelvas a Madrid….
- ¿Qué pruebas? - repitió.
- Quiero una radiografía de torax, y… una angiografía. Y si hay suerte y ha
llegado ya el equipo, quizás pueda hacerte hasta un ecocardiograma.
- Ya has visto esas pruebas, te las mandó Adela – le recordó – y no hay nada fuera
de lo normal.
- Aún así, quiero repetirlas.
- Si con eso me dejas irme a Madrid, vale, voy contigo – aceptó ante el asombro
del médico - Pero me quedo allí en un hotel hasta que salga el avión.
- Bueno… ya hablaremos de eso… ahora que hemos frenado la taquicardia,
vamos a quitarte ese dolor de cabeza – le dijo poniéndole una inyección
intravenosa – y… tranquilízate, que el electro a pesar de todo no está mal –
sonrió cortando el papel y tendiéndoselo – a ver si eres capaz de calmarte un
poco, Wilson, o vas a conseguir que cumpla mi amenaza.
- O sea que lo de Kampala es un farol para que te haga caso – dijo clavando sus
ojos en aquel papel y repasándolo en toda su longitud, ni rastro de la arritmia,
como ya imaginaba, siempre lo mismo - ¡Joder! menudo susto me has dado.
- Es un farol para que te tomes en serio lo que te ocurre, tú sabes muy bien a qué
pueden deberse esos síntomas, a parte de a tus nervios – le dijo con retintín
mostrándole una vez que no estaba de acuerdo con ese diagnóstico – pero…
sobre todo, te lo digo para que me hagas caso y para que dejes de darle vueltas a
la cabeza, Wilson. Toma ya una decisión.
- ¿De qué me hablas?
- Sabes perfectamente de qué te hablo, pero ahora no tengo tiempo de charlas – le
dijo con seriedad - ¡Gema! – se giró llamando a la joven enfermera – quédate
con ella, y cuando se normalice, la ayudas y la llevas a la cabaña, necesitamos la
cama.
- Muy bien – respondió la chica – Germán… - se interrumpió mirándolo
inquisidoramente, mirada que Maca captó al instante.
- Luego hablamos, Gema – la cortó haciéndole una señal hacia Maca, que
rápidamente comprendió que no querían hablar de lo que fuera delante de ella -
Wilson, ya nos vemos – le dijo dándole un golpecito en la mano – tengo prisa –
les dijo saliendo con rapidez de la sala.
- ¿Pasa algo? – le preguntó Maca a la chica.
- No, no, nada – se apresuró a responder alejándose de ella, para atender a otros
pacientes dejando a Maca con la sensación de que sí que ocurría algo.

Los minutos pasaron, Maca miraba el monitor y todo volvía a la normalidad, estaba más
tranquila, incluso tenía hambre, buscó con la mirada a Gema para que la ayudase a bajar
de la cama pero la joven no paraba de ir de un lado a otro. Después de media hora, Jesús
se acercó a su cama.

- Hola, Maca, ¿qué tal?


- Bien – respondió esbozando una sonrisa.
- Sí, ya veo que esto está mucho mejor – comentó con satisfacción observando los
monitores - ¿Y el dolor del pecho? ¿ha remitido?
- Sí, ya no me duele, ni la espalda tampoco.
- Buena señal, y ¿la cabeza que tal?
- Apenas me duele ya. Estoy mucho mejor, de verdad.
- Bueno… aún así… vas a quedarte aquí un rato más – dijo mirando el reloj y
dándole un toquecito en la mano.
- ¿Y Germán?
- Está… ocupado, ¿necesitas algo?
- No, no – se apresuró a responder intentando incorporarse.
- No te levantes aún, en media hora si todo sigue así, te dejo irte ¿de acuerdo?
- Vale – aceptó sin protestar.

Maca permaneció mirándolos trabajar. Jesús salió del hospital. Gema continuaba sin
parar yendo de un lado a otro, nunca se había fijado tanto en lo cansado que debía
resultar aquello. En una de las ocasiones en que pasó cerca y sin nada en las manos,
aprovechó la ocasión.

- Gema – la llamó – por favor, ¿puedes echarme una mano? – le pidió con una
sonrisa de circunstancias.
- Espere un poco más, Maca – le dijo acudiendo junto a ella.
- Pero ya está todo bien. Y ha pasado más de media hora. Y Jesús me ha dicho
que…
- A mí Jesús no me ha dicho nada – la miró incrédula – y Germán me ha dijo que
cenase aquí, quiere ver que tal le sienta la cena y si la tolera bien, sin vomitar y...
- Pero… - intentó interrumpirla sin éxito.
- Me dijo que luego venía él y hasta que no venga yo….
- A mi no me ha dicho eso – frunció el ceño ligeramente molesta con su amigo –
este Germán…
- Sí, es un liante – le sonrió de tal forma que Maca comprendió que aquella chica
sentía más que admiración por él – serán solo unos minutos. Échese.
- Te digo que ya estoy bien – le dijo señalando el monitor, sentándose en la cama
sin hacerle el menor caso – ayúdame, yo ya no necesito estar aquí, necesitas la
cama, ya lo has oído. Mira toda esa gente – le señaló a los enfermos más
cercanos que permanecían en algunas esteras echados en el suelo.
- Por eso no se preocupe, esto es así, tienen suerte de estar aquí y esta camilla está
siempre libre. Es necesario que lo esté.
- Bueno... aún así quiero irme ya – insistió.
- Pero… yo… - dudó un momento, Germán era su Jefe y su orden había sido clara
y concisa, y Germán podría ser un bromista pero en el trabajo era la persona más
seria y concienzuda que en su corta experiencia había conocido y algo le decía
que si ayudaba a Maca a bajarse de allí iba a tener serios problemas.
- Gema… sé lo que estás pensando, pero… ya le explico yo a Germán… él sabe
como puedo llegar a ser y…
- ¡Gema! – la llamaron desde el fondo de la sala.
- ¡Por favor! antes de irte ayúdame – le pidió angustiada sin ganas de seguir un
minuto más allí – necesito ir al baño, necesito una ducha, necesito descansar y
dormir un rato y aquí eso es imposible – le suplicó con tanta vehemencia que la
joven suspiró, consciente de que la pediatra, en el fondo tenía razón, ella
también pensó el primer día que llegó que aquello parecía cualquier cosa menos
un hospital.
- De acuerdo – aceptó – pero… yo no la he ayudado, se ha bajado sola – le guiñó
un ojo con cierto temor.
- Vale – sonrió satisfecha de su triunfo – y... no me hables de usted mujer, que no
soy tan mayor.
- ¡No es por eso! - respondió nerviosa poniéndose colorada, arrancando una
sonrisa de Maca – es que….
- No sé lo que habrás oído por ahí, pero… tampoco muerdo – bromeó para hacerla
sentir más cómoda - espero que Germán no me obligue a demostrarle como me
he bajado sola de aquí – continuó bromeando y la chica se detuvo mirándola con
cara de temor.
- Será mejor… que se quede y que…
- Gema, ¡por dios! que Germán no es tan burro. Solo bromeaba. Me conoce de
sobra y sabe que no aguanto aquí más de lo estrictamente necesario, además, por
lo que se ve hoy tenéis un día difícil.
- ¡Y qué lo diga! Y eso que aún no han llegado los heridos.
- ¿Qué heridos?
- Ehh – la miró enrojeciendo de nuevo, acababa de meter la pata – bueno… no lo
sabemos solo… llamaron para decir que... nada… lo de siempre… la guerrilla y
todo eso.
- ¿Por eso estaba Sara tan afectada? – preguntó directamente – quiero decir que…
la escuché hablar con Marka y… ¿le ha pasado algo a alguien del equipo? –
preguntó intentando comprender lo que ocurría.
- Yo… no lo sé – bajó los ojos mientras la acomodaba en la silla y se colocaba a
su espalda, consciente de que había metido la pata saltándose otra orden de
Germán.
- Ya… pero… la gente del campamento esta toda aquí ¿no! quiero decir que
vosotros… que…
- Sí, si, nosotros estamos bien pero André estaba con algunos de sus hombres de
vigilancia y…
- ¿Y qué? – de pronto sintió una aprensión terrible su mente comenzó a atar cabos
con rapidez. Pero no, no podía pensar tonterías, Esther estaba en Kampala desde
primera hora de la mañana. Tenía que calmarse o solo iba a conseguir pasar toda
la noche en esa maldita sala.
- Nada, que vienen para acá con algunos heridos, no sabemos si guerrilleros o
soldados.
- Bueno… no os preocupéis – intentó alentarla cuando en realidad solo pretendía
tranquilizarse así misma, la idea de que a Esther le hubiese ocurrido algo la
torturaba e inmediatamente se decía que era absurdo, que todo se debía a su
incapacidad para decidir lo que hacer con ella y por eso imaginaba cosas
horribles – si habéis contactado y no os han dicho nada más, será que todo está
bien, ¿no crees?
- Claro… seguro que es eso - respondió sin convencimiento llegando hasta la
puerta trasera de la cabaña – bueno pues… descanse y... tampoco se preocupe
por nada.

Maca asintió y se marchó a la cama entristecida, cansada y con la cabeza como un


hervidero. Germán le había dicho que la enfermera lo intentaría de nuevo, pero al
parecer se estaba tomando su tiempo. No había vuelto a la hora del paseo y tampoco
para la cena. Y a eso se sumaba la preocupación que sentía por aquello que le ocultaban,
porque aunque todos pensaban que era imbécil y no se enteraba de nada eso no era así,
estaba convencida de que sucedía algo, al margen de ese enfrentamiento con la
guerrilla, si no por qué había visto a Sara tan afectada, y debía ser algo tan importante y
serio que no querían decírselo. Cerró los ojos intentando dormir un poco, calmarse y no
desvariar más pero cuando llevaba un rato tumbada, el sofocante calor no la dejaba
conciliar el sueño y decidió salir y darse una ducha.

* * *

Esther se detuvo en la puerta de la cabaña. Recordaba lo que le había dicho a Maca esa
misma mañana y recordaba, uno por uno, todos los consejos de Germán. Había pasado
la mañana en Kampala, había visto a Nancy y se había confiado a ella, que como casi
siempre estuvo de acuerdo con Germán, instándola a que regresase junto a la pediatra. A
la vuelta, se detuvo en la aldea visitando a Yumbura, necesitaba sentir porqué era feliz
allí y necesitaba sentir que podía volver a serlo, aún sin Maca. Luego, había estado unas
horas paseando, pensando qué hacer, en soledad. Finalmente, cuando se había decidido
a hacerle caso a Nancy y no ir a Kampala, cuando se había decidido a seguir los
consejos de Germán y dormir en el campamento, se encontró con André que volvía de
su rutinaria vigilancia por los poblados de alrededor y los acompañó de regreso, con tan
mala suerte que un pinchazo los hizo detenerse y sufrir un asalto del que habían salido
vivos de milagro. Había tenido que atender a varios heridos y suerte que, la radio que
llevaban siempre escondida en los bajos del camión, no había sido descubierta y André,
a duras penas había conseguido contactar con el campamento. Germán había acudido al
lugar con uno de los camiones medicalizados y gracias a ello habían conseguido las
bajas no hubieran sido más numerosas.

Y allí estaba, en la puerta de la que había sido su cabaña durante cinco años, en la puerta
de su pequeño refugio, tras recibir los besos y abrazos de sus amigos, cansada, sin
detenerse a ducharse y sin haber comido nada desde el café que compartió con Nancy y,
estaba allí, dispuesta a entrar y poner las cartas sobre la mesa. Estaba harta de
insinuaciones veladas, de que Maca se escondiese en su caparazón y no la dejase entrar,
era el momento de reconocer la verdad y de decidir.

Abrió la puerta con ímpetu, esperando ver a la pediatra en la cama, leyendo o incluso ya
dormida, pero para su sorpresa, no estaba en la cabaña. Un pellizco de preocupación se
le cogió en la boca del estómago, quizás se había encontrado mal, ya le dijo esa misma
mañana que no estaba bien y no la creyó pensando que, en realidad, lo que estaba era
dolida por lo que le había dicho. Quizás al verse sola y sentirse mal, había tenido que
salir a buscar ayuda.

Cuando estaba a punto de marcharse, desesperada con la idea de que la pediatra


estuviese enferma, la puerta trasera se abrió y Maca entró en la cabaña, tenía el pelo
mojado y estaba claro que venía de la ducha. Esther se enfadó consigo misma por ser
tan imbécil, siempre temiendo por ella, cuando Maca parecía cada vez más a gusto allí,
y, cada vez, la necesitaba menos.

- ¡Esther! – exclamó entre sorprendida y asustada, de verla en medio de la


habitación a oscuras. No podía evitar sobresaltarse y sentir pánico – ¡qué susto
me has dado! ¿qué haces ahí a oscuras? – le preguntó encendiendo la luz.
- ¿De dónde vienes? – inquirió a su vez en un tono tan neutro que Maca no supo
interpretar si seguía enfadada o no.
- De las duchas – respondió con una sonrisa burlona, era evidente de dónde venía,
“¿de donde vienes tú?”, pensó sin atreverse a formular la pregunta y dispuesta a
congraciarse con ella – Germán me dijo que pasarías unos días fuera…. – le
comentó con timidez mostrándole la alegría que sentía de que no fuera así.
- ¿Te molesta que haya vuelto? porque por tu cara al verme…
- ¡No! claro que no – se apresuró a responder – es que… me ha sorprendido…
como ya era tan tarde… y… además, me dijiste que… vamos que… creí que no
vendrías a dormir, que … dormirías con Sara – balbuceó nerviosa y alegre al
mismo tiempo.
- Me lo he pensado mejor – respondió y Maca recibió la respuesta con una
enorme sonrisa, contenta de tenerla allí, ignorando el tono en que le había
hablado, olvidando todo lo que sucediera por la mañana, “¡yo también quiero
dormir contigo!”, pensó – esta es mi cabaña y esa es mi cama, y por lo que veo,
ya estás bien y puedes hacer las cosas tu solita, así es que, como bien me dijiste
el día que llegamos, si alguien debe marcharse, esa eres tú – terminó provocando
que Maca borrase la sonrisa de su cara.
- Eh… claro… – aceptó desconcertada, no se esperaba aquello y menos después
de su charla con Germán “volverá a intentarlo, Wilson”, “pues ¡vaya intento!
eres todo un lince, Germán”, pensó decepcionada - ¿dónde puedo pasar la
noche? – le preguntó con ese aire de timidez que la enfermera no recordaba en
ella y que tanto le había visto desde que llegaron a Jinja.
- No sé, Maca – respondió mostrándose enfadada - ¡búscate la vida!
- Vale… - dijo con suavidad – eh… ¿me dejas pasar? necesito coger… mi bolsa –
le pidió pasando a su lado sin mirarla y con un nudo en la garganta. No
soportaba más esa situación, se asfixiaba, necesitaba marcharse de allí,
necesitaba volver a su rutina, esa en la que se sentía emocionalmente segura,
tenía que huir de Esther y de lo que la hacía sentir…
- Maca… - la llamó cogiendo la silla y girándola hacia ella, sentándose en el
borde de la cama, frente a la pediatra – si te hago una pregunta ¿me responderás
con sinceridad?

Maca apretó los labios y encogió un hombro, intentando disimular su decepción y el


daño que le habían hecho sus palabras. Indicándole que no sabía ni siquiera si le
respondería. A esas alturas todo estaba empezando a darle igual. Estaba harta de tanta
discusión, harta de tanto juego y harta de sentirse culpable.

- Si vas a mentirme….
- No – dijo al fin con un suspiro – seré sincera. ¿Qué quieres saber? – le preguntó
mordiéndose el labio inferior para no decirle lo que pensaba realmente, “no
dices que no me crees, ¿de que servirá que te diga la verdad si no vas a creer lo
que te diga?”, pensó recordando las duras palabras que le dirigió la enfermera
por la mañana.
- ¿Quieres dormir aquí? – le preguntó dejándola más descolocada aún de lo que ya
estaba. La pediatra clavó los ojos en ella, “¡claro que quiero!”, no pudo evitar
desear a pesar de que su mente le decía todo lo contrario.
- ¿Quieres tú que lo haga? – preguntó a su vez, sin responder.
- Ya sabes lo que yo quiero, creo que te lo he dejado muy claro esta mañana.
- Yo también te lo he dejado claro.
- No. Tú me has dejado claro qué es lo que debes hacer. Pero… yo no te pregunto
eso. Ya sé cuál es tu deber. Sé que le debes todo a Ana o eso crees – dijo con
retintín provocando que inmediatamente el rostro de Maca se ensombreciese y
frunciese el ceño - Yo te pregunto si quieres – le dijo con tal intensidad que
Maca retiró la silla - ¿qué es lo que quieres, Maca? – preguntó con fuerza,
directamente, haciéndola sobresaltarse, muy consciente de lo que podía provocar
en ella, muy consciente de la lucha que Maca mantenía entre su corazón y su
cabeza, era el momento de exigirle que le hablase con él en la mano y no con
ella. Si no lo hacía, si Maca la decepcionaba una vez más, no volvería a insistir,
aunque antes estaba dispuesta a quemar todos sus cartuchos para lograrlo.

La pediatra bajó la cabeza y guardó silencio, pero Esther no estaba dispuesta a


consentírselo. Cogió la silla y la atrajo hacia la cama dejando su rostro a un palmo del
de Maca que, intimidada e incómoda, echó el cuerpo hacia atrás, temiendo un nuevo
beso.

- No temas, jamás voy a volver a besarte – le dijo en un tono casi de orden e


incidiendo tanto en el jamás que Maca lo recibió como un mazazo - Solo quiero
que me reconozcas tus sentimientos. Después te dejaré en paz para siempre.
- Ya te lo dije esta mañana – repitió con un hilo de voz, cada vez se sentía más
insegura en su postura.
- Muy bien y… ¿si no te creo?
- Entonces, el problema, lo tienes tú.
- Me das pena, Maca – le soltó con tal expresión de desprecio que la pediatra se
quedó paralizada – María José me pidió que te ayudase, Adela me espoleó para
que te trajese aquí, hasta Vero me dio las gracias por animarte después de que te
tomaras aquellas copas – le reveló dejando a la pediatra boquiabierta - pero…
me estoy dando cuenta de que eso es imposible. No quieres que nadie te ayude.

Maca bajó la cabeza de nuevo, sentía un nudo en la garganta y unas ganas enormes de
llorar.

- ¿Dónde estás, Maca? – le preguntó, al cabo de unos segundos, al ver que no


respondía y parecía ausente - ¿aquí o a miles de kilómetros con tu clínica, tus
obligaciones, tus miedos y tus excusas? – dijo tiñendo su tono, de nuevo, de un
deje despectivo.
- Aquí – respondió clavando sus ojos en ella un instante, volviendo con rapidez a
desviarlos, a Esther le pareció que huían desesperados.
- Maca, deja de esconderte, deja de esconder tu corazón, estoy harta de eso.
- Y yo estoy harta de que me mandes mensajeros que no quiero oír – le soltó
aludiendo a la charla que había tenido con Germán y con Sara – si quieres
decirme algo, hazlo tú directamente.
- ¿Yo? eres tú la que tienes que aclararte – le respondió con seriedad – sabes de
sobra lo que quiero de ti. ¿Tan difícil te es decirme lo que sientes?

Maca apretó los labios y la miró, Esther estaba segura de que le faltaba muy poco para
hablar. Muy poco. Quizás de sus próximas palabras dependiese que lo hiciese o no.

- ¿Sabes? – continuó Esther, ahora mucho más suave – hoy han atacado al convoy
en el que íbamos y yo, por primera vez en meses, no me he quedado paralizada.
Por primera vez he reaccionado sin pensar en Margarette, sin pensar en el
peligro, sin…

Maca levantó la cara y miró a la enfermera. Esther, se detuvo, leyendo el miedo en sus
ojos, que se habían abierto de par en par. ¡Ahora entendía el revuelo que se había
producido en el campamento! ahora entendía el porqué nadie apareció por la cabaña, y
porqué Germán no había vuelto a terminar aquella conversación, porqué había estado
tan esquivo en el hospital, ahora entendía porqué Sara había estado todo el día tan rara,
entendía el porqué de los cuchicheos, de las carreras, de las frases a medias, ¡ahora lo
entendía todo! Esther había estado en peligro y ella, allí, sin saberlo, perdiendo el
tiempo, perdiendo la vida.

- Sí – dijo Esther comprendiendo lo que había pasado por su mente y


aprovechando ese resquicio – han podido matarnos y… ¿sabes en qué pensaba?
– le preguntó retóricamente y siguió – pensaba en que esta noche ya no podría
verte, en que no tendría ocasión de decirte otra vez que te quiero, sí, te quiero,
Maca, aunque te incomode oírlo, aunque prefirieras que no fuera así, ¡te quiero!
y … allí, arrodillada en el suelo, con el fusil sobre mi cabeza, soñaba con que
quizás tendríamos suerte y sí que podría verte esta noche, y sí que podría
decírtelo y sí que tú me responderías la verdad, sea cual sea – dijo hablando con
autoridad viendo como Maca volvía a bajar la cabeza – pero… te empeñas en
bajar los ojos, en no mirarme a la cara y en guardar silencio. Y yo…
- Esther… - la interrumpió poniéndole un dedo en los labios para que callase –
calla – le pidió con voz ronca - ¿quieres la verdad?
- Sí.
- ¿Me vas a creer?
- ¡Te lo juro!

Maca la miró de una forma tan extraña que Esther ahora sí que no supo interpretar lo
que discurría por su mente. Los segundos pasaban lentamente y Maca parecía calibrar
su respuesta, la enfermera comenzó a impacientarse, el silencio se apoderó de todas las
emociones, con la intención de romper el dolor que ambas sentían. En el exterior, el
viento soplaba suavemente, Esther deseaba con todas sus fuerzas que Maca rompiera de
una vez ese silencio, tenia que hablar con la verdad aunque la matara con ella.

Finalmente, la pediatra levantó la mirada y consiguió posar sus dulces ojos castaños en
ella, Esther se asustó, al verlos enrojecidos y rotos por la pena, y se dispuso a escuchar
el adiós que se avecinaba, la había dejado sola todo el día, la conocía, habría estado
luchando consigo misma y, como siempre, había triunfado su cabeza. Tomó aire y se
mordió el labio inferior nerviosa esperando sus palabras, su rechazo. Pero Maca
permaneció en silencio, mirándola. Esther tampoco podía dejar de hacerlo, ni podía
dejar de reproducir en su mente las noches compartidas en aquella cama, las caricias, las
horas de insomnio velando sus sueños, las confidencias, las risas, los castos besos llenos
de atrevimiento y promesas veladas, que habían desembocado sin remedio en aquellos
otros que se regalaron por la mañana, aquellos que hablaban por ella por mucho que se
empeñase en negarlos. Pero, ahora, había algo diferente en aquella mirada oscura,
estaba segura de que Maca ya no veía en ella a su princesa como solía llamarla, a la
princesa de la que se enamoró. Aquellos ojos solo eran reflejo de la imagen del dolor, la
inseguridad, el tiempo perdido y el amor roto en pedazos. Y de eso la única culpable
había sido ella, “sí, Esther, tú la abandonaste cuando más te necesitaba y, ahora, es
incapaz de confiar en ti, es incapaz de volver a amarte”.

- La verdad es que me vuelves loca – dijo al fin en voz baja - Desde que llegaste a
Madrid no pude dormir ni dos horas seguidas. Despertaste en mi todo el dolor,
todos los recuerdos que intenté borrar pero que me fue imposible. Me hiciste
sentir culpable de nuevo, me hiciste sentir vergüenza por estar en esta silla, me
hiciste desear ser la que era y hacer las cosas que ya no puedo hacer, me hiciste
recordar lo mejor y lo peor de nuestros años juntas, me hiciste soñar con algo
que no puede ser, me hiciste desear que Ana no existiera… y… te odié por ello.
- Maca… - la interrumpió con lágrimas en los ojos.
- No – dijo con genio - ¿querías la verdad? Ahora vas a escucharme. Te odié
porque no podía amarte.
- Maca… - intentó de nuevo protestar pero esta vez Maca no estaba dispuesta a
ser interrumpida, le colocó el dedo índice en los labios, sellándoselos, y
enarcando una ceja, interrogadora, “¿me dejas terminar?”, le pareció escuchar a
Esther, que respiró hondo y no dijo nada más.
- Me hiciste sentir todo eso, pero luego llegamos aquí y… cada vez que te veo
darte un pico con Sara, cada vez que te veo reír con Germán, cada vez que te
marchas a Jinja, a Kampala o a dónde coño te vayas y vuelves con esa sonrisa de
felicidad, me muero de celos – reconoció con unos ojos que echaban chispas – y
deseo decirte que no te he olvidado, que quiero intentarlo, que quiero que
vuelvas a besarme, pero luego, cuando te escucho decirle a Germán que te has
equivocado, que no soy lo que quieres…
- Maca yo no le he dicho eso – la interrumpió mirándola con desesperación –
yo… - calló al ver la mirada fulminante de la pediatra que continuó, tras volver a
ponerle un dedo en los labios solicitándole silencio.
- … cada vez que te escucho decir que vas a quedarte aquí, siento que no puede
ser, que tú y yo perdimos nuestra oportunidad y que es absurdo pensar en un
futuro. Siento que perteneces a todo esto y que te olvidarás de mí y que nunca
regresarás.
- Maca… no puedes pretender que me quede en Madrid.
- Pero tú si puedes pretender que yo me venga aquí, ¿verdad? – le dijo haciendo
enrojecer a la enfermera – seré una tullida, Esther, mental y físicamente –
continuó con sarcasmo aludiendo a lo que creía que todos pensaban de ella –
pero aún me queda un poco de lucidez para saber lo que intentas y tú tampoco
puedes pretender que me venga aquí y deje todo, y a todos. No puedes pretender
que… que deje a mi mujer – terminó con un nudo en la garganta y la voz
enronquecida.
- No pretendo eso – respondió también casi sin voz – solo que… sé que deseas
quedarte aquí y qué…
- ¿No será que eso es lo que deseas tú? – la cortó enfadada.
- ¡Y tú! – exclamó con convicción - ¡Lo sé!
- ¡Tú que vas a saber! – casi le gritó – estoy harta de que todo el mundo me diga
lo que puedo hacer, lo que tengo que comer, la ropa que debo ponerme, a dónde
puedo ir o no, ¡estoy harta! – elevó la voz con ojos que echaban chispas – y ¡lo
que me faltaba ya! que encima me digas también lo que tengo que querer, que
desear y que sentir - le espetó cada vez más enfadada – estoy harta de que esta
puta silla – la golpeó con todas sus fuerzas e hizo un gesto de dolor que no
impidió que continuase – le permita a todos creer que saben lo que es lo mejor
para mí… solo la veis a ella y no me escucháis... no…
- Maca…
- ¡No! Me dices que no ves la silla pero es mentira – gritó de nuevo - ¡mientes! –
la fulminó con la mirada – te crees como todos en el derecho de manejar mi
vida, de darme órdenes, de imponerme …
- ¡Ya basta! – la cortó – no es por la silla y lo sabes. Te he visto disfrutar aquí, te
he visto con unas ganas y una ilusión que, por mucho que digas, no tenías ni en
tu clínica, ni en tu campamento, y lo he visto porque te conozco, y porque … -
se le quebró la voz – todavía, aunque te duela, sé leer esos ojos que me vuelven
loca… porque.. te miro y te veo a ti… no veo la silla… aunque seas tú la que te
empeñas en escudarte en ella para no reconocer lo que sientes, porque… Maca –
sus ojos se llenaron de lágrimas – yo te veo a ti y… te escucho… a lo mejor no a
tus palabras… pero sí a tus ojos, a tus gestos, a tus manos cuando me rozan, a
tus abrazos… te veo y…
- ¡Tú que vas a ver! – exclamó casi sin fuerzas y con los ojos llorosos, por lo que
acababa de escuchar, si había alguien a quien no podía engañar era a ella,
aunque se empeñase en engañarse a sí misma.

Esther sintió miedo, consciente de lo que Maca estaba pensando, de la lucha interna que
tenía, y no entendía como en esos años Ana no había sido capaz de ayudarla, de hacerla
sentir de otra forma Estaba claro que Maca tenía la autoestima por los suelos y que
cuatro frases no servirían para levantársela, y ella había estado contribuyendo a que eso
fuera así, se arrepintió de muchas de las cosas que le había dicho e impuesto y en ese
preciso instante supo que era la primera batalla de las muchas que le quedarían por
librar si quería hacerla reaccionar, si quería conseguir que le abriese su corazón de par
en par.

- De acuerdo, vamos a hacer una cosa – propuso cogiéndola de las manos e


intentando dominarse.
- ¿El qué? – preguntó con un hilo de voz llena de desesperación.
- Vamos a olvidarnos de esta conversación y solo respóndeme a una pregunta – le
dijo clavando sus ojos en los de Maca – ¿tú me quieres?
- Yo… - le devolvió la mirada con la misma intensidad que la miraba la
enfermera, la voz se le quebró – yo… no sé… yo… - miró hacia abajo y suspiró
tragando saliva intentando recuperar el habla - ... yo…hay veces que estoy tan
cansada de la soledad, tan cansada de lamentarme, tan cansada de escucharme
llorar que solo querría que nada fuera como es. He pensado tantas veces en
decirte claramente que no te quiero, que nuestro momento pasó – confesó con un
suspiro y los ojos clavados en el suelo, noqueando a la enfermera con sus
palabras y consiguiendo que hiciera un puchero que Maca no pudo ver.

El silencio reinó de nuevo entre ellas. Esther no sabía qué decirle, tenía la sensación de
que nada ayudaría sino todo lo contrario, “paciencia, ten paciencia con ella Esther y
escúchala”, retumbaban las palabras de Germán en su cabeza, pero eso no era tan fácil,
ella solo necesitaba un sí o un no, ¿por qué le era tan difícil ser clara y concisa! pero
Maca parecía incapaz de dar esa simple respuesta y eso la estaba desesperando, tanto
que estaba a punto de levantarse y dejar las cosas como estaban cuando, Maca, que
seguía con la cabeza baja respirando agitada, levantó sus ojos hacia ella.

- Pero… luego me miras y me pierdo en esa mirada como me perdía antes y me


sonríes y solo puedo desear que sigas mirándome y sonriéndome así, y se me
olvida lo que iba a decirte y… - se calló mirando la sonrisa que estaba
esbozando la enfermera.
- Y te pierdes de nuevo y te olvidas de todos tus propósitos y solo piensas en un
beso, solo un beso – continuó por ella, mostrándole que ese sentimiento era
compartido, que ella también había estado pensando en dejar las cosas como
estaban y seguir cada una con su vida, pero había algo que la empujaba a seguir,
a intentarlo a no darse por vencida.
- Sí – murmuró – y… me vuelvo loca pensando en lo que debo hacer y en lo que
deseo hacer, en lo que me pides y en lo que no puedo darte.
- ¿Crees que solo te pasa a ti! ¿crees que eres la única que tiene miedo? – le
preguntó – porque yo estoy aterrada solo de imaginar que me das la mano y…
me dices que sí, que me quieres - dijo mirándola a los ojos y luego a los labios –
yo también tengo miedo, Maca, mucho miedo – reconoció casi en un susurro,
acercándose a ella lentamente, dispuesta a besarla.
- Esther… - la avisó en tono recriminatorio, temiendo ese nuevo beso.
- Maca – suspiró retirándose – lo siento, perdóname, perdóname… - le pidió con
las lágrimas saltadas – tienes razón… - admitió acariciándole la mejilla – creo
que… será mejor que me vaya – dijo levantándose.
- ¿Irte! ¡No! ahora no. Ahora te quedas y me escuchas terminar – le dijo con
genio, hizo una pausa la miró fijamente a los ojos y suavizó el tono – querías la
verdad ¿no es así? – Esther asintió reflejando en su mirada el miedo que
comenzaba a experimentar, un frío interno comenzó a apoderarse de ella, quizás
después de tanto pedírselo era ella la que no estaba preparada para escuchar la
verdad – pues… la verdad es que siento pánico cada vez que me vas a hacer una
pregunta, siento pánico cada vez que me miras y quieres saber cómo estoy o si
soy feliz. Siento pánico cuado creo que vas a besarme, y lo siento de que no
quieras hacerlo. Siento pánico de decirte la verdad y lo siento de mentirte.
¿Sabes las veces que he soñado contigo, las veces que he soñado que tú y yo
hacíamos una locura? ¿sabes cómo me siento al despertar? … me siento vacía,
completamente vacía – confesó bajando los ojos – mi vida… yo… creía que
tenía todo… pero ahora… siento que no tengo nada si… si… - la miró, iba a
decirle “si tú no estas”, pero guardó silencio – mi vida está vacía, Esther, ¡vacía!
- ¿Y Ana? – preguntó temerosa deseando conocer qué pasaba en su matrimonio.
- Ana… - murmuró bajando los ojos que se le habían llenado de lágrimas.
- Maca, mírame – le dijo siendo ahora ella la que le levantó la cara – lo siento…
sé que no te gusta hablar de ella, pero…tenemos que hacer algo. Necesito saber
si… si ella – dudó un instante, Maca estaba poniendo aquella expresión
hermética que indicaba terreno peligroso y decidió no insistirle sobre Ana y
controlar el deseo de saber qué pasaba con ella – necesito saber si… si … si tú
me quieres… si…
- ¿Quererte? – la miró con tristeza - ¿no te ha quedado claro? – preguntó ladeando
la cabeza y enarcando una ceja, y sin ninguna intención de esperar la respuesta
continuó - ¿sabes los celos y la rabia que me has hecho pasar estos días? –
volvió a preguntar bajando los ojos de nuevo, avergonzada de que fuera así – sí,
lo sabes, ya te lo he dicho antes – murmuró cansada.
- ¿El qué? – insistió, Maca había hablado tan bajo que casi no pudo escucharla,
parecía ausente, distraída - ¿qué es lo que me has dicho? – preguntó deseosa de
que Maca reconociese sus sentimientos por ella, de escuchar un “te amo” de sus
labios.
- Lo sabes, ¿me vas a hacer repetirlo? – respondió esquiva.
- ¡Sí! ¡Repítelo! – le pidió con énfasis – Maca… ¿qué es lo que sientes?
- ¿Qué siento? - repitió meditabunda, a Esther le dio la sensación de que sus ojos
le suplicaban cansados que no siguiese con el interrogatorio, que no la
presionase más, pero ella no estaba dispuesta a ceder y la miró inclinando la
cabeza en un gesto de apremio, para que continuase, Maca suspiró – ya te lo he
dicho…, siento celos de todos y de todo, siento celos de Germán, cada vez que
ríes con él, cada vez que te abraza, cada vez que lo buscas para contarle tus
cosas, siento celos cada vez que me dejas y te vas con Sara, cada vez que te oigo
decir que tu mayor deseo es quedarte aquí, cada vez que me hablas de Nancy o
con quien sea que pasas las tardes, cada vez que… - reconoció de nuevo
hablando con desesperación y deteniéndose, apretó los labios, la miró con una
profunda tristeza y negó con la cabeza, respondiendo a la petición que
momentos antes le había hecho la enfermera – pero no, Esther, no podemos
hacer nada. No puedo.
- Pero, Maca…
- No, Esther, no puedo. Llevo todo el día pensando, dándole vueltas y… lo único
cierto es que… que quiero huir de ti, de tu mirada, de lo que me haces sentir…
- Pero, ¿por qué, Maca? ¿por qué? ¿por qué huir? hay otras opciones… - le dijo
enarcando los ojos con esperanza.
- Porque no puedo, Esther, ¡no puedo! – repitió con énfasis - ¿es que no me
escuchas? ¡no puedo! – casi gritó, haciendo un gesto de dolor y llevándose
instintivamente la mano al esternón.
- Ya… - musitó sin fuerza, bajando la cabeza con un suspiro, luego la levantó
decidida, ignorando aquel gesto - Es por Ana, ¿verdad? ¿no me vas a decir qué
pasa con ella? porque pasa algo, ¿no? ¡Vamos Maca! yo tampoco soy imbécil,
no puedes decirme que tu vida está vacía, que estás celosa de mí y luego decir
que no puede ser. ¿Qué pasa?

Maca guardó silencio y bajó los ojos. No quería mentirle, le había jurado ser sincera y
ella jamás faltaba a su palabra, pero no se sentía con fuerzas para hablarle de Ana en
aquel preciso momento. Además, aquella conversación había conseguido que la presión
en el pecho volviera con toda su fuerza y que la cabeza le martillease de nuevo, sentía
que le faltaba la respiración y que una sensación de mareo se apoderaba de ella, pero
tenía que dominarse y terminar con aquello ya, porque conocía a Esther y, aún
dejándole las cosas claras, era muy capaz de perseverar hasta lograr de ella lo que
pretendía. La enfermera no soportó más ese nuevo silenció y se decidió a averiguar qué
era aquello que Maca ocultaba sobre su matrimonio.

- Es Ana la persona que te levantó del suelo… la persona que… sin pedirte
permiso tiró de ti – habló aventurándose, intentando que Maca respondiese a
todas sus dudas y aclarase esa incertidumbre que la estaba matando - Esta
mañana… hablabas de ella… cuando… cuando yo te dejé…. fue ella la que…
que… Ana es esa persona, ¿verdad?
- Sí – la interrumpió levantando la vista, su mirada era limpia y Esther supo que
Maca quería a su mujer y sintió que los celos se la comían por dentro.
- ¿Y ahora? ¿qué pasa ahora con ella?
- No pasa nada.
- Eso ya lo sé – dijo irónica y Maca frunció el ceño molesta, comprendiendo
inmediatamente a lo que estaba aludiendo la enfermera – no...
- No empieces, Esther - la cortó con rapidez amenazándola con el dedo. Su tono
fue seco y autoritario, como el que solía tener hacía años, recobrando una fuerza
que en los últimos minutos parecía haber perdido y la enfermera lo reconoció al
instante.
- Perdona, tienes razón, no la conozco – aceptó echándose atrás en su
recriminación, así no iba a conseguir nada – quizás si… si tú me lo explicases.
- No hay nada que explicar – respondió cortante y Esther se cercioró de que había
metido la pata, Maca había vuelto a cerrarse y por mucho que insistiera no iba a
conseguir sacarle una palabra sobre ella – Ana es mi mujer y punto.
- Maca… me has prometido ser sincera y… creo que no lo estás siendo.
- Que no quiera hablar de Ana no quiere decir que lo que te he dicho no sea cierto.
- ¿Cómo puedes pretender que crea que esa maravillosa persona – saltó molesta
recalcando con tal tono el “maravillosa” que la pediatra le lanzó una mirada
hosca, volviendo a avisarla con ella de que no estaba dispuesta a que insultase a
Ana, pero Esther estaba lanzada, los celos que sentía la espolearon - esa persona
que luchó por ti, esa persona que te dio la mano y te levantó, no te ha tocado un
pelo en tres años! eso es lo que me dijiste esta mañana ¿no es cierto? – fue
elevando el tono sin poder evitarlo, Maca asintió con el ceño fruncido y bajó los
ojos para evitar que Esther viese lo turbada que se encontraba - ¿esa es la forma
que tiene de ayudarte? ¿y debo creer que no pasa nada? ¿qué todo está bien entre
vosotras? – dijo con precipitación indignada por lo que imaginaba que Ana
debía haber estado haciéndole sentir a Maca, haciéndola responsable de su falta
de autoestima - ¿pretendes que crea eso?
- Si – respondió secamente en un intento desesperado de que la enfermera
abandonara el tema.
- Vale – soltó como un latigazo, mostrándole el enfado que tenía y levantándose
de la cama con brusquedad, empujándola ligeramente para poder pasar.
Comenzó a pasearse de un lado a otro, intentando controlarse. Maca permaneció
con la vista fija en la cama, sin atreverse a girarse y encararla, supo que Esther
no la creía y se desesperó, no estaba preparada para hablarle de Ana pero
tampoco lo estaba para aquella mirada de desprecio y decepción, que la
enfermera acababa de lanzarle, no soportaba que Esther le hablase así, que
dudase de su sinceridad – muy bien – escuchó a su espalda al tiempo que sentía
que Esther le giraba la silla - entonces… no puedes por culpa de Ana, es esa tu
respuesta, ¿no? – dijo detenida frente a ella con los brazos en jarra y el ceño
fruncido.
- No…no lo es – levantó los ojos clavándolos en ella – no puedo y no es solo por
ella – le confesó dejándola desconcertada.
- ¿No? entonces… ¿por qué? – inquirió sorprendida, rápidamente creyó
comprenderlo – ¡ah! ¡ya!.. ¿es por Vero? – le preguntó airada pero con temor,
convencida de que solo podían ser esos los motivos por los que Maca se negaba
a dar el paso.
- No… ¿Vero!? no, claro que no – repitió – es…
- ¡Es por Vero! ¡ya lo creo que sí! – la interrumpió segura, imitando su tono, al
ver la expresión que Maca había puesto al escuchárselo decir, mezcla de
sorpresa y satisfacción, la conocía y sabía que por sus ojos había pasado un
atisbo de alegría, de ilusión de que fuera así, solo con imaginarlo, si es que era
cierto que no era por ella – lo vi desde el día que entré en la clínica. Te ama y tú,
digas lo que digas….
- Te digo que entre Vero y yo no hay nada – la interrumpió con genio – para qué
me pre...
- ¡Y yo tendré que creerte! – la cortó con rapidez sabiendo lo que iba a
recriminarle - pero… escucha lo que te digo – la señaló con el dedo volviendo a
sentarse frente a ella - algún día recordarás esta conversación – la avisó con
seguridad – ella te quiere y tú... tú no eres indiferente.
- ¡Te equivocas!
- Eso ya lo veremos – sentenció, con la intención de provocar que saltase y le
confesase con rotundidad que no, que a quien amaba era a ella, pero Maca la
miró negando con la cabeza y apretando los labios, con aire de desencanto.
- Esther… no es por ninguna, y en todo caso, de ser por alguna, sería por Ana –
respondió tajante.
- Entonces, ¿por qué? no entiendo… - repitió – si no es por Ana y no es por Vero,
no entiendo porqué no puedes. ¿Por qué es?
- Es… es por mí y… es… por ti.
- Maca… - la recriminó, ya no sabía cómo transmitirle que dejara de pensar en
eso.
- Además… tengo… miedo de…
- ¿Miedo? – la interrumpió con una sonrisa, cogiéndola de nuevo de las manos –
¿es por eso! ya te he dicho que yo también lo tengo y que….
- ¡Déjame hablar y no me interrumpas más! – protestó elevando la voz, al tiempo
que se zafaba de ella y más bajo continuó – no me entiendes, yo no soy la que
era y... tengo miedo de … de volver a... a hacerte... – balbuceó mostrando lo
mucho que le costaba decir aquello, Esther no quería interrumpirla pero no
comprendía a qué se refería, no comprendía aquella mirada de culpabilidad,
aquellos ojos suplicantes, y no entendía ni su tono ni esos gestos que parecían
hablar de algo muy concreto - … daño – terminó enarcando las cejas,
transmitiéndole de nuevo esa sensación – no quiero hacerte daño – repitió con
las lágrimas saltadas.
- ¿Daño? pero… ¿a mí porqué? – le preguntó con un aire de inocencia que
sorprendió a Maca que, inmediatamente, recordó las palabras de Germán “Esther
no le dio importancia o no se acuerda”, ¿cómo podía no acordarse! ella llevaba
años torturándose con aquello - no vas a hacerme daño, Maca – le sonrió
tomándola de la mano y acariciándosela con ternura - ¿por qué piensas eso?
- Ya te lo hice una vez – le dijo mirándola a los ojos con el miedo y la culpa
reflejados en ellos.
- Maca, nos lo hicimos mutuamente, tú… no estabas bien y... yo… nunca supe
estar a la altura.
- Eso no es verdad – dijo con tanta intensidad que Esther la soltó, estremeciéndose
– lo intentaste, ¡vaya si lo intentaste! y… yo no te dejé, pero… pero no me
refiero solo a eso, y lo sabes, me refiero a la noche en que te fuiste – enarcó las
cejas en un gesto que le decía claramente “¿no lo recuerdas?”.
- Eso si es verdad – la contradijo con calma, enarcando las cejas sin saber a qué se
refería, y hablando pausadamente continuó - al menos eso es lo que yo recuerdo.
- ¿Qué recuerdas? – le preguntó con tanto temor en su mirada que Esther se
sorprendió de ello.
- Maca... no le des más vueltas a eso... lo hicimos…
- ¿Qué recuerdas? – repitió con fuerza – necesito que me lo digas – le confesó con
tal tono desesperado que Esther sonrió, negando con la cabeza.
- De acuerdo – la miró extrañada, no entendía porqué daba tanta importancia a
todo aquello - ¿qué pasa, qué no te acuerdas de nada? – le preguntó burlona,
Maca la miró con aquella expresión que Esther no sabía interpretar y asintió, la
enfermera volvió a sonreírle - esa noche fui a casa aunque te había dicho que no
lo haría, estabas como una cuba, intenté explicarte porqué te dejaba, pero apenas
podías tenerte en pie, tenías toda la casa hecha un desastre, intenté meterte en la
cama y no fui capaz, no me dejaste – respondió a su pregunta - eso fue lo que
pasó, me marché y te dejé allí, sola. Esa es la verdad.
- No, no lo es… - murmuró pensativa recordando las palabras de Encarna, cuando
fue a buscarla al pueblo, “Esther no quiere verte y yo no voy a consentir que
vuelvas a ponerle la mano encima” - pero… ¡gracias!
- Maca… no pienses más en ello. Yo no lo hago y tú tampoco deberías hacerlo -
comenzó cogiéndola otra vez de las manos – yo, solo quiero que tú y yo …
- No, Esther – la cortó retirando sus manos – vamos a dejarlo, ya te he dicho que
no puedo… y… además… no quiero – musitó con tan poca fuerza y convicción
que Esther frunció el ceño.
- Quedamos en que íbamos a ser sinceras, ¿no? – le reprochó conciente de que
Maca podía serlo al decir que no podía, pero no lo era con aquel “no quiero”.
- Si.
- Entonces… ¿cómo me puedes decir que no quieres si hace un momento me has
dicho que…?
- ¡Vale! ¡no puedo! ¿cuántas veces necesitas que te lo repita?
- De momento no me has dicho nada que explique porqué no puedes.
- ¡Joder! – saltó desesperada – no puedo porque no te mereces esto, Esther. ¡No te
lo mereces! – casi gritó volviendo a hacer un gesto de dolor bajando la cabeza y
comenzando a respirar con dificultad – no te lo mereces - repitió en un murmullo
más para sí que para la enfermera, viéndose descubierta.
- ¿El qué? ¿qué es lo que no me merezco?
- ¡Mírame! – se retiró de ella echando la silla hacia atrás y abrió los brazos - No
puedo ofrecerte nada, aquí lo tienes todo, esto es lo que soy, Esther… y… en
Madrid sería mucho peor – suspiró – además, te escuché cuando hablabas con
Germán – bajó la vista avergonzada por haberlos espiado – lo que más deseas es
regresar aquí, y créeme que te entiendo, aquí eres feliz, lo sé desde que te
acompañé al Nilo, y yo… yo solo tengo problemas – le dijo con sinceridad,
Esther leyó la franqueza en sus ojos. Nadie mejor que ella sabía lo que
significaba renunciar a todo y empezar otra vida. Pero estaría dispuesta a hacerlo
de nuevo, si Maca le dijese que la amaba, aunque fuera a su manera esquiva –
problemas y más problemas….
- ¿Me estás diciendo que no puedes ofrecerme nada porque no puedes andar? – le
preguntó con tal tono de incredulidad que Maca bajó los ojos sin responder,
Esther le levantó la barbilla y frunciendo el ceño la miró fijamente a los ojos –
ahí sentada – dijo señalándola con el dedo – está la mujer segura, inteligente,
arrolladora y guapa que puso patas arriba mi vida. ¡Yo sí que no tenía nada que
ofrecerte! pobre, sosa, fea – sonrió abriendo los brazos y enarcando las cejas con
complicidad - ¿recuerdas? ¡ni siquiera sabía vestir bien, ni comportarme en un
restaurante, ni…! – se interrumpió acariciándole la mejilla, Maca la escuchaba
con atención temiendo a dónde quería ir a parar - ¡ni siquiera sabía lo que era un
sorbete de lentejas! – exclamó burlona - ¿sabes como me sentía a tu lado?
¡ridícula! ¡invisible! – confesó – ¡no entendía cómo podías haberte fijado en mí!
¡tú! ¡qué podías tener a tu lado a quien quisieras!.. – se interrumpió con una
sonrisa amplia y una mirada que Maca no pudo resistir y bajó los ojos de nuevo
- pero me enseñaste que eso solo estaba en mi cabeza, me ayudaste a ser la
persona que no me atrevía a ser, sacaste lo mejor de mí, me diste la seguridad y
confianza que me faltaban y …
- Esther… - intentó cortarla, volviendo a mirarla fijamente.
- Maca – la interrumpió a su vez dispuesta a que la escuchase - que yo sepa,
sigues siendo medico, sigues siendo inteligente, has montado una clínica que es
la envidia de muchos, sigues siendo guapísima, atractiva y… - puso una sonrisa
burlona para indicarle que lo que iba a decirle era lo que menos le importaba -
sigues siendo rica, ¿qué es lo que no puedes ofrecerme? ¿levantarte de esa silla y
bajarme algo de un altillo? – intentó bromear.
- ¡No seas tan simple! – respondió mostrándose molesta, pero en el fondo
halagada con sus palabras – sabes que no es tan sencillo, no poder andar implica
muchas más cosas, ¡lo sabes! – le dijo con genio, mirándola con desesperación,
pero Esther parecía sonreírle con aquellos ojos y ella no podía soportarlo, desvió
la vista otra vez, porque si seguía mirándola así, no iba a ser capaz de hacer lo
que debía hacer.
- ¿Qué cosas? – insistió, quería que Maca las dijese en voz alta, que se escuchase
así misma repitiéndolas y, quizás, de ese modo, vería lo ridículo que podía llegar
a sonar.
- Cosas, Esther – respondió sin fuerza, mirándola otra vez suplicante, Esther sintió
que le imploraba que no la hiciese humillarse más, pero repentinamente su gesto
cambió frunció el ceño y la atacó – no te hagas la tonta, porque sabes
perfectamente a qué me refiero, ¿no?
- No, no lo sé – se inclinó hacia ella insinuante y le susurró en el oído – ¡dímelo
tú!
- ¡Joder! cosas simples que nos gustaba hacer como… como patinar – exclamó
enfadada.
- ¿Patinar? ¡pero de qué me hablas! – sonrió – en mi vida había patinado hasta que
te conocí y si lo hice fue por ti, nunca más he vuelto a hacerlo. Dime algo que de
verdad impida que podamos estar juntas – volvió a susurrar acercándose a ella
mirándola fijamente – algo de verdad importante – siguió hablando junto a su
oído - ¿recuerdas? mi película favorita es “Con faldas y a lo loco”. Y no me va a
valer cualquier excusa
- ¡No son excusas! tenías un novio parapléjico, o eso me dijiste, ¿verdad? – saltó
con rapidez echándose hacia atrás, incómoda y seria, no entendía cómo Esther
podía bromear con aquello.
- Sí - sonrió triunfante, “¡gracias, Maca, por acordarte!”, “¡me lo has puesto en
bandeja!”, pensó satisfecha.
- Pues entonces ya sabes a qué cosas me refiero – respondió mostrándose
enfurruñada.
- Por eso mismo no sé a qué te refieres – le dijo con retintín repitiendo sus
palabras - que yo recuerde, hacíamos de todo juntos – respondió sin poder evitar
una mueca de suficiencia. Maca sintió que los celos por aquel desconocido la
invadían y al mismo tiempo una angustia tremenda le atenazaba el pecho,
sintiéndose impotente y derrotada.
- Pues…. yo no puedo – musitó bajando los ojos avergonzada – esta misma
mañana lo has comprobado.

Esther comprendió al instante lo que le ocurría y cómo debía sentirse. Necesitaba


tiempo para hacerla entender que a ella eso no le importaba. Suspiró y borró la sonrisa
de su rostro. Con seriedad, la obligó a mirarla.

- Diga lo que diga, no voy a convencerte de que eso es una tontería, ¿verdad? – le
preguntó.
- No, no me vas a convencer y no, no es ninguna tontería, Esther. Además, tú no
vas a renunciar a esto, no voy a consentirlo y yo…
- Ya sé, aquí no te ves, no es tu sitio – terminó por ella.
- Sí, eso exactamente.
- Vale – musitó pensativa - Si te hago una última pregunta… ¿me serás sincera?
- ¿Crees que no lo estoy siendo?
- ¿Lo serás?
- Sí, te lo prometo – respondió con tal cansancio en el tono que Esther, ahora sí, se
alertó, Maca parecía enferma, pero no hizo alusión a ello, ni lo tuvo en
consideración. Necesitaba saber, necesitaba que Maca se diese cuenta de que la
quería sin condiciones.
- Si supieras que te vas a morir en unas horas, ¿qué último deseo pedirías? – le
preguntó de pronto.
- ¿Qué pregunta es esa?
- Es la que es. ¡Respóndeme!

Maca la miró y cabeceó, ya sabía por dónde iba. Esther, acababa de estar en esa
situación, se lo había dicho al llegar, y en esa situación, los que creía que eran sus
últimos pensamientos, se los había dedicado a ella y, ahora, quería saber si ese
pensamiento era mutuo. Pero si le decía que sí, que lo era, le estaría dando esperanza, se
haría ilusiones de algo que no que no iba a poder ver satisfecho, porque no estaba
dispuesta a permitirle que renunciase a todo por ella. Respiró hondo, le había prometido
ser sincera, ¿qué podía responder! no quería mentir y faltar a su promesa, pero tampoco
quería alentarla.

- Pues … pediría una playa y un caballo – respondió esquiva, poniendo ojos


soñadores, mirándola primero y luego, perdiendo la vista más allá de la
enfermera – una playa – susurró con voz ronca - la marea baja, olas con aroma a
sal... una suave y cálida brisa que me mueva el pelo – suspiró como si acabase
de vivir la escena, luego volvió a fijar sus ojos en Esther, con una mueca de
desencanto - ¿sabes! desde el accidente no he vuelto a la playa, no he vuelto a
ver el mar – le confesó con tristeza.
- Pero… ¿por qué? – preguntó extrañada, conocedora de lo mucho que le gustaba,
no pudo evitar recordar los días que pasaron en Cádiz, cuando se la llevó a una
cala perdida y solitaria, de arena finísimas, “¿ves esto, Esther! ¡esto me da la
vida!”. Maca se encogió de hombros y apretó los labios, en respuesta a su
pregunta y Esther interpretó que aquél era otro de los castigos que la pediatra se
auto infligía. Maca hacía tiempo que no se permitía ser feliz ni disfrutar de la
vida – no entiendo que tengas que… renunciar a cosas así.
- ¡Hay tantas cosas que no entiendes! – exclamó sin dejar de mirarla, Esther bajó
los ojos molesta e incómoda con aquella mirada – me has preguntado que
pediría, pues… eso es lo que pediría.
- Ya… - dijo levantándose.
- No he terminado – la frenó y Esther tuvo la sensación de que a pesar de la
seriedad de su rostro sus ojos le sonreían - pediría una playa y un caballo, poder
galopar hasta un lugar apartado, sentarme mirando al mar, sentir que alguien se
sienta a mi lado, en silencio, solo con el murmullo de las olas... mirarnos, sentir
que su mirada me llama, notar que el silencio atrapa las palabras, que nos atrapa,
que atrapa nuestras bocas – hizo una pequeña pausa mirando los labios de la
enfermera para, inmediatamente, volver a clavar los ojos en los de ella, Esther
sintió que Maca había estado a punto de besarla, pero se había controlado a
tiempo - y pediría un abrazo, un abrazo que me sujete, que me de las fuerzas
necesarias, un abrazo tan dulce que me haga sentir que no muero, sino que me
hundo entre las olas del mar.... – terminó con una voz ronca y entrecortada, con
una mirada soñadora y con tal desgarro que la enfermera fue capaz de sentir el
dolor que transmitía Maca.

Esther guardó silencio noqueada por la intensidad de sus palabras. Daba la sensación de
que Maca había pensado muchas veces en la muerte, tantas, que sabía, perfectamente,
cómo deseaba morir, quizás porque todas las opciones que se le ocurrían eran horribles
y sintió que frente a aquello no podía hacer nada. Se levantó, escuchándola y respetando
todas y cada una de sus palabras, si es lo que Maca quería de verdad, si de verdad y, a
pesar de sus sentimientos hacia ella, quería dejar las cosas como estaban, es lo que
tendría, ella tenía que aceptarlo y demostrarle que no era como los demás, que sí que la
escuchaba y la respetaba. No le podía haber dicho más claramente que no quería seguir
hablando, que sobraban las palabras, sí, quizás Maca tenía razón. Le pareció oírla
sollozar, pero no hizo nada por averiguar si era cierto, recogió algo de ropa y cuando ya
estaba en la puerta, Maca la llamó.

- Esther, ¿puedo pedirte un último favor? – le dijo con ojos suplicantes.

La enfermera se giró y se acercó a ella, volvió a sentarse en el borde de la cama y la


encaró, sin decirle nada. Solo asintió y esperó que Maca le pidiera ese favor.

- ¿Me abrazas? – le pidió en un intento de hacerle entender que no tendrían una


playa y un caballo pero que ella, igualmente, estaba muriendo por dentro.

La enfermera la miró con ternura y suspiró. La estrechó fuertemente entre sus brazos y
permanecieron así unos minutos, luego Maca se retiró.

- Gracias.
- Descansa, Maca, en unos días regresaremos y el viaje será pesado, debes estar
fuerte.
- Ya estoy bien – respondió con tristeza - ¿vas a ducharte?
- Sí – le sonrió, levantándose y acariciando su pelo.
- Deberías comer algo.
- No tengo hambre.
- ¿Vendrás a dormir?
- No – dijo apretando los labios y negando con la cabeza – te dejo la cabaña para
ti. A las dos nos vendrá bien estar solas. Mañana nos vemos – le acarició la
mejilla y se dispuso a salir de allí.
- ¡Esther! – la llamó elevando la voz cuando ya estaba cerrando la puerta.
- Dime - arrastró la palabra con impaciencia, volviendo a entrar.
- Me preguntaste si quería que durmieras aquí y te dije que sí, ¡quédate! – le pidió
con fuerza.
- No, Maca, no me dijiste que sí – apretó los labios haciéndole ver que siempre
era esquiva en sus respuestas - me preguntaste si yo quería que tú te quedaras.
- Es lo mismo ¿no?
- No, no lo es, Maca, y… no voy a quedarme.
- ¡Por favor!
- No.
- Esther…
- ¿Qué?
- Esa persona… esa persona que me gustaría que estuviese a mi lado… cuando…
cuando muriese.
- ¿Sí? – la miró esbozando una sonrisa ¡no podía creer que fuera a reconocer lo
que estaba pensando!
- Nada.. – negó con la cabeza - perdona… buenas noches.
- ¿Quién te gustaría que fuera esa persona? – le preguntó insistiendo, “vamos
dímelo” la instó mentalmente.
- ¡Tú! – respondió con tanta intensidad que la enfermera se estremeció.
- Vale… - dijo, apretando los labios y mirándola con las lágrimas saltadas,
emocionada, ¡por fin! pero resuelta a no dar su brazo a torcer, Maca tenía que
reaccionar del todo y eso no era suficiente – y… yo… quisiera que fuera cierto.
- ¡Lo es! – exclamó con desesperación, ¿por qué no la creía! ¡le había prometido
que lo haría! – ¡lo es! - repitió.
- Buenas noches, Maca – le dijo con tristeza, se dio la vuelta y abandonó la
cabaña.

Sabía que Maca había sido sincera, que había hecho un esfuerzo por confesar sus
sentimientos, pero ella esperaba algo más. Esperaba un “no amo a mi mujer”, un “te
amo a ti”, un “te amo”, rotundo, sin fisuras, sin dudas, sin miedos y hasta que Maca no
estuviese segura de ello, hasta que Maca no la mirase a los ojos y la viese solo a ella, no
volvería a hablarle del tema.

Maca, permaneció unos minutos con la vista clavada en la puerta, pensativa. Estaba
hecho, la había vuelto a alejar de ella. Era como debía ser. Se acercó a la cama y se
subió con dificultad, se sentía agotada, mareada, sin fuerzas. Se agarró a la almohada y,
durante unos minutos, lloró amargamente. Pero luego se rehizo, ya estaba bien de
llantos. Ella nunca había sido así. Tenía que afrontar las consecuencias de sus
decisiones.

Esther salió de la cabaña con paso titubeante. No estaba segura de lo que había ocurrido
allí dentro. Ni si debía de alegrarse o darlo todo por perdido. Necesitaba hablar con
alguien, pensó en Sara pero cuando llegó al campamento la vio agotada y le había dicho
que se iba directa a la cama, sin cenar, que llevaba todo el día con mal cuerpo. Pensó en
Germán, pero creía recordar que estaría en el hospital hasta tarde y ya lo había
molestado bastante con sus problemas, quizás lo mejor era hacerlo con alguien que
viese todo con más lejanía, con más frialdad, ¡Laura! sí, iría a la radio e intentaría
contactar con ella, aunque ya sabía que había habido problemas de comunicación
durante todo el día, tenía que intentarlo.

Decidida cambió de rumbo y se encaminó a la habitación de la radio. Francesco no


estaba allí y ella no se atrevía a usarla por su cuenta porque sabía por experiencia como
se ponía el italiano con todos, con todos excepto con Maca. Permaneció en la puerta,
indecisa, sin saber si esperar a que apareciese o marcharse, estaba aturdida y no podía
dejar de darle vueltas a algunas de las confesiones de la pediatra. Estaba segura de que
no se lo había dicho pero que si había algo que la frenaba era la falta de confianza que
tenía en ella. Germán salió en ese mismo momento del hospital y se sorprendió al verla
allí parada, apoyada con la espalda en la pared y la barbilla clavada en el pecho.

- ¡Niña! – exclamó abrazándola contento de tenerla allí - ¿estás bien?


- Sí – respondió levantando la vista hacia él con aire ausente.
- ¡Ay! ¡qué mal me lo has hecho pasar! – le dijo por enésima vez desde que
llegara esa noche al campamento, abrazándola de nuevo y arrancando una
sonrisa de la enfermera - ¿a dónde vas? – le preguntó al verla con la ropa y las
toallas en la mano dispuesta a entrar en la radio.
- Eh… - dudó sin tener muy claro lo que deseaba hacer.
- ¿Seguro que no te pasa nada?
- Sí – sonrió comprendiendo lo que pensaba – no me mires así, iba a ducharme y
me he acordado de que debía hacer una llamada… pero… Grecco no está y…
yo….
- ¿Debías?
- Sí, ya sabes que quedé con Cruz en decirle a diario cómo está Maca y…
además… quiero hablar con Laura.
- Ya… - torció la boca en una mueca de incredulidad – déjate de llamadas – le
ordenó viendo el aspecto que tenía – vete a la ducha y, mientras, yo te preparo
algo de cena – le acarició la mejilla – ya llamaras mañana.
- Pero…
- No hay “peros” que valgan, ¿tú te has visto? – le preguntó retóricamente – estás
blanca como la cera, tienes unas ojeras que te llegan al suelo y te tambaleas
como una peonza …
- ¡Serás exagerado! – exclamó riendo.
- Exagerado o no, ahora mismo te vas a duchar y vas a cenar y luego a dormir.
Estás agotada, Esther. No me seas burra, niña, que así no vas a lograr nada.
- Creo que tienes razón – suspiró agradecida, hasta ese mismo momento no se
había parado a pensar en lo cansada que se encontraba.
- Pues andando, ve a ducharte – le indicó con el brazo – que en cuanto salgas te
tengo la cena lista – se agachó a besarla y Esther volvió a suspirar agradecida.

Media hora más tarde la enfermera entraba en el comedor, y miraba a la mesa


sorprendida.

- ¿Tortilla y zumo de naranja? – preguntó sin dar crédito.


- Sí – sonrió – es ligero y a la vez te dará fuerzas. Pero si no te apetece…
- ¡Claro que me apetece! es todo un lujo – se sentó inmediatamente,
comprendiendo solo por el olor que estaba muerta de hambre - ¿de dónde has
sacado todo esto?
- Me llegué a Kampala y compré algunas cosas para Wilson.
- ¡Vaya! – exclamó mirándolo con interés – sí que estás mimando a la pija que te
hacía la vida imposible – le dijo con sorna recordando algunos de los
comentarios que le había escuchado hacer antes de que ambos supiesen que se
trataba de la misma Maca de la que Esther le hablaba – no si al final...
- Me tiene preocupado – le confesó con seriedad, interrumpiéndola.
- ¿Por qué? – preguntó distraídamente sin dejar de comer.
- Come despacio que te va a sentar mal – sonrió burlón.
- ¡Tengo mucha hambre! – exclamó con un suspiro - ¿qué pasa! ¿sigue sin querer
probar nada de aquí?.. digo Maca… - preguntó con la boca llena ante la atenta
mirada de Germán que tenía puesta una mueca divertida.
- No creo que sea eso – la miró frunciendo el ceño – no lo hace por capricho.
- ¡Umh! – saboreó con fruición - ¡te ha salido buenísima! ¿te tomas luego un café
conmigo? – le preguntó sin prestar atención a lo que él le decía, de pronto una
idea había ido cobrando forma en su cabeza, quizás si que hubiese una manera
de que Maca terminase de abrirse a ella y le dijese lo que tanto deseaba oír de
sus labios.
- No, esta noche no – se negó con rotundidad – cena tranquila y luego a la cama.
Yo también estoy cansado y quiero levantarme temprano. Necesito terminar
unas pruebas antes de mi turno.
- ¿Estás preocupado por algo? – lo miró fijamente.
- Pues sí, ya te lo he dicho – reconoció escudriñándola con atención – ¿se puede
saber en qué piensas?
- Eh… ¡en nada! – se apresuró a responder - ¿qué te preocupa tanto? – se interesó
por él.
- Es Wilson, no dejo de darle vueltas a la cabeza. Hoy ya debería haber estado
mejor – la miró con seriedad – si no me he equivocado en lo que creo, con un
par de días con la medicación que le he dado debería haberse encontrado bien o
al menos mejor.
- ¿Y no ha sido así? – lo miró comenzando a preocuparse también ella.
- No. La verdad es que hoy no he podido estar muy pendiente pero... no deja de
tener nauseas, las ha tenido casi todo el día aunque no lo diga, a la hora del
almuerzo fue incapaz de probar el guiso… y…
- No le gustan los guisos – le dijo con una sonrisa de suficiencia – quiero decir…
que no come nada de eso fuera de su casa. Si vieras las caras que ponía la
primera vez que la llevé a comer a casa de mi madre y le preparó uno de sus
famosos cocidos – rió recordándolo – si es por eso no te preocupes, es una
“tiquismiquis”.
- Ya lo sé, pero no es solo eso, lleva todo el día con dolor de espalda, cansada y
con dolor de cabeza… estaba seguro de que se le pasaría con la medicación
pero…además, la garganta le sigue molestando, yo creo que…
- ¡Germán! – lo interrumpió dejando de comer y mirándolo asustada, conocía esos
síntomas a la perfección – no creerás que…
- Si creyese eso que estás pensando, ya estaría encerrada en el pabellón de
aislamiento – respondió sin darle tiempo a decir la palabra maldita.
- Entonces…
- Le he repetido la analítica. Dentro de unas horas tendré los primeros resultados y
mañana mandaré a Kampala las demás muestras, aquí no puedo buscar todo lo
que quiero, pero… ya sabes como es esto.
- Mételes prisa, diles que sospechas de…
- No, Esther. La analítica de ayer estaba bien y no voy a hacerlo, porque no creo
que lo sea – la miró contrariado solo porque pensase en esa posibilidad – sé que
estás preocupada y yo también, pero sin motivos fundados no voy a dar la señal
de alarma.
- Pero esos síntomas…
- Esther, esos síntomas los tiene, prácticamente, desde que llegó y ya mismo hará
un mes – le dijo pero la enfermera se levantó de un salto y comenzó a pasearse
nerviosa por el comedor.
- Germán, por favor... si...si lo es… no puedes perder el tiempo con protocolos
- Te digo que la analítica de ayer estaba correcta y …
- Pero Germán, en la aldea…
- No me mires así, porque ese pequeño no tenía nada, si lo hubiese tenido a estas
alturas sabes que ya lo tendríamos más que claro, sabes que ya lo estaríamos
sufriendo. A Yumbura nunca se le ha pasado un solo caso y lo primero que hice
cuando me lo dijiste fue hablar con ella. El niño estaba septicémico, eso es todo.
- Pero y si…
- Esther, tranquila que no es ébola. Estoy seguro – le dijo sonriendo y
transmitiéndole seguridad también a ella – me refería a que esos síntomas, con
lo que le he dado y suprimiendo su medicación, si no me equivoco en mis
sospechas, tenían que haber desaparecido, pero… hoy estaba tan alterada que la
he tenido que tener en observación casi dos horas y he tenido que volver a darle
nitroglicerina – le contó.
- Entonces… ¿qué crees que le pasa?
- Pues… no estoy seguro, si te soy sincero he pensado en un problema cardiaco,
pero si Gándara con su experiencia y sus medios ha sido incapaz de verlo… en
fin, que no parece posible y menos viendo sus niveles, pero… - se detuvo
mirándola y luego sonrió – empiezo a pensar que ese diagnóstico de Gándara y
de su psiquiatra no está tan desencaminado, creo que cada vez que discute
contigo se pone peor y creo que le da tantas vueltas a la cabeza que al final
consigue angustiarse de tal forma que…
- Ansiedad, ¿es eso?
- Bueno… cuando tenga todos los resultados estaré seguro de no equivocarme,
pero de momento… eso es lo que parece – dijo con tan poco convencimiento
que Esther frunció el ceño, pero ya sabía que Germán no le diría nada - termina
de cenar – le dijo mirando el reloj.
- ¿Te tomas un café conmigo o tienes prisa? – le preguntó de nuevo con la
intención de seguir sonsacándole al respecto.
- Hoy no, niña – repitió - ya habrá tiempo.
- Pero… hoy no te toca guardia, ¿no?
- No, pero ya te he dicho que quiero descansar un rato y luego me levantaré a
comprobar esa analítica.
- ¿Qué crees que le pasa a Maca? – insistió.
- Creo que no se está adaptando bien a esto, estaba muy baja de defensas y le está
costando. Pero confío en que mañana estará mejor, quizás necesite más tiempo.
- ¡Germán! – protestó.
- Está bien… empiezo a pensar que hay algo más, y no me refiero solo al poder de
su cabeza sobre su cuerpo. Lo que ocurre es que necesito el resultado del líquido
pleural para descartar un par de cosas. ¿Tú cómo la has visto?
- Bien, parecía algo cansada pero… - se detuvo y frunció el ceño – bueno… a
ratos… cuando se altera… parece respirar con dificultad y se lleva la mano al
pecho. Pero eso ya le pasaba en Madrid.
- Tiene que estar tranquila, Esther. El electro ha salido bien pero… no me fío.
Esta noche si notas que…
- Esta noche no voy a dormir con ella – lo interrumpió.
- ¿Habéis vuelto a discutir?
- No – apretó la boca en una mueca de circunstancias – todo lo contrario, hemos
hablado y… hemos… aclarado ciertas cosas.
- ¿Y…?
- Y nada.
- ¡Vamos, niña, que nos conocemos!
- Por sus palabras tengo claro que me quiere pero… ni siquiera es capaz de
decírmelo. Yo creo que… le pesa mucho estar casada – lo miró fijamente – ya
me dijeron que… que Maca nunca traicionaría a su mujer.

Germán clavó sus ojos en ella y luego desvió la vista, pensativo. “¡Esta Wilson no tiene
remedio!”, suspiró para sus adentros. Al final, iba a tener que ser él el que le diese el
empujón que necesitaba, aunque todo dependía de cómo resultase esa última analítica.
Permaneció atento, escuchando palabra por palabra el relato de esa conversación, al
tiempo que barajaba las opciones que tenía la enfermera y las posibilidades que podía
tener él de ayudarla.
- Y por eso pienso que Maca nunca va a dar el paso, porque no es capaz de hablar
con su mujer y… bueno…. yo…yo no puedo hacer nada… es su decisión y… y
es su mujer…. – terminó mirándolo esperanzada, buscando su consejo - ¿No me
dices nada! ¿tú que crees? – le preguntó al verlo tan callado, algo impropio de él.
- Quizás.
- ¿Quizás qué?
- Que quizás sea eso, sí – dijo distraído.
- El problema es que... no se ve compartiendo la vida conmigo – suspiró vencida –
ella tiene sus compromisos y yo… los míos.
- Claro – la miró esbozando una sonrisa de incredulidad.
- Y… en fin que… no tiene sentido empezar algo que no tiene futuro, ¿no crees?
- Claro – repitió – si lo habéis hablado y lo tenéis claro las dos, es… lo mejor.
- Sí… es lo mejor. No quiere hacerme daño y… tiene razón… yo tampoco quiero
hacérselo a ella y…
- Y… - la interrumpió – todo eso que me has contado… ¿es lo que ella te ha dicho
o es lo que tú has interpretado de sus palabras?
- Bueno… exactamente así no me lo ha dicho pero… se entiende, ¿no?
- Si tú lo dices – dijo mostrando su disconformidad.
- ¿Tú no lo crees?
- Yo veo que Wilson te ha dicho que te quiere, que no te ha olvidado, que desde
que entraste en su despacho le pusiste la vida patas arriba, que tiene miedo de no
hacerte feliz, de no estar a la altura, de repetir los mismo errores y a pesar de ello
te reconoce que quiere que estés a su lado hasta la muerte – resumió toda la
conversación – sinceramente, Esthercita, no sé que más quieres que te diga, ¡es
Maca! ¡no puedes pedirle peras al olmo! – enarcó las cejas comprobando
divertido la cara que le estaba poniendo la enfermera, que lo había escuchado
con atención y, de pronto, veía aquella conversación de una forma
completamente distinta – solo le hace falta entender que tú felicidad está aquí o
allí, siempre que sea con ella, ¿le has dicho eso?
- No – negó con la cabeza mirándolo con tanta atención que él sonrió con ternura.
- Házselo ver.
- ¿Cómo?
- Ya sabrás cómo, eres la enfermera milagro, ¿no?
- Bueno… de eso no estoy tan segura – suspiró cansada.
- Pero yo sí.
- Y… si… ¿si te equivocas?
- ¿Y si te equivocas tú?
- Y…
- Y… se acabó la conversación – la interrumpió con firmeza - vas a irte a la cama
ya – le aconsejó viendo que a pesar del interés que le suscitaba la charla cada
vez se le caían más los ojos – estas reventada, niña, ve a la cabaña y duerme a su
lado.
- ¡Eso sí que no!
- Deberías hacerlo, me preocupa ese dolor de cabeza. No quiero que duerma sola.
- Le he dicho que no lo haría.
- No creo que le importe que no cumplas tu palabra – sonrió burlón – es más, se
alegrará de verte.
- ¿Y tú como lo sabes?
- Porque está asustada, aunque no lo demuestre. Si hasta ha aceptado ir conmigo a
Kampala a hacerse más pruebas – le confesó y Esther abrió los ojos de par en
par sintiéndose de nuevo despejada.
- No pongas esa cara de susto niña, se lo dije solo para… provocarla…, no creo
que sea necesario. Ya te he dicho que confío en que mañana esté mejor. Pero…
- ¿Qué?
- Nada, vete a la cama y a partir de mañana… disfruta con ella de los días que os
quedan aquí. ¿Por qué no te la llevas a Jinja a ver las fuentes del Nilo? o… no
sé, a ver los pigmeos del valle, seguro que le gusta, necesita despejarse y
distraerse.
- ¿No será peligroso? – preguntó con la ilusión reflejada en el rostro solo de
imaginar esas excursiones junto a ella – lo digo por lo de hoy y… el otro día con
los furtivos.
- Bueno… la tregua sigue en pie. Esto solo son coletazos de la guerrilla, algunos
grupos se niegan a aceptarla pero… hace un año era mucho peor y nunca nos ha
impedido movernos por aquí. Ya sabes lo que buscan.
- Sí – dijo con seriedad y él supo que su mente había vuelto al orfanato.
- Lo siento, niña, perdóname si…
- No te preocupes – apretó los labios – ya…, vamos... que creo que si… que ya si
lo estoy superando…
- Me alegro tanto de que sea así – se levantó y se acercó a ella abrazándola con
cariño – anda vete a la cama, yo voy a recoger esto y, en unos minutos, haré lo
mismo, y si necesitáis lo que sea o ves que Maca vuelve a sentirse mal…
- ¿No te das por vencido?
- No - sonrió – duerme con ella, por favor, o me harás que tenga que hacerlo yo y
ya sabes lo que opina de mis ronquidos – bromeó.
- Vale, dormiré con ella – aceptó arrastrando las palabras.
- Antes… - la frenó con aquella expresión pícara que ella tan bien conocía –
necesito que me respondas a una pregunta.
- Dime.
- ¿Te gusta el trabajo que estabas haciendo en Madrid?
- ¿A qué viene eso ahora?
- ¿Te gustaba?
- La verdad es que sí, salvando las distancias se puede decir que se parece en algo
a lo que hacemos aquí.
- ¿Te gusta de verdad cómo para quedarte allí?
- Sí, me gusta, pero eso no va a impedir que me tengas de nuevo aquí – respondió
con una sonrisa imaginando que Germán temía perderla.
- Bueno… ahora quiero que me cuentes en qué consiste tu trabajo en su clínica.
- ¿Ahora? – preguntó extrañada y con tal deje de cansancio que Germán la miró
preocupado - ¿se puede saber qué tramas?
- Eso es cosa mía – le sonrió – pero… tienes razón, ahora no. Mejor quedamos
mañana temprano y desayunamos juntos. ¿Te parece bien! ¡un café matutino!
- Hecho – sonrió abrazándose a él - ¡estoy muerta! – reconoció, él se inclinó y la
besó en la frente.
- Buenas noches, niña.
- ¡Buenas noches! – exclamó abandonando el comedor dispuesta a dormir junto a
Maca.
- Eso es cosa mía – le sonrió – pero.. tienes razón, ahora no. Mejor quedamos
mañana temprano y desayunamos juntos. ¿Te parece bien! ¡un café matutino!
- Hecho – sonrió abrazándose a él - ¡estoy muerta! – reconoció, él se inclinó y la
besó en la frente.
- Buenas noches, niña.
- ¡Buenas noches! – exclamó abandonando el comedor dispuesta a dormir junto a
Maca.
* * *

Dos horas después de abandonarla, la enfermera entraba de nuevo en la cabaña. No


podía evitar el sentirse mal por la charla que había mantenido con Maca, empezaba a
pensar que no había sabido comprender sus palabras ni lo que pretendía decirle con
ellas, pero quizás eso no era ahora lo más importante, no podía evitar estar preocupada
por ella. No dejaba de pensar en todo lo que Germán le había dicho, a ella tampoco le
gustaba nada que volviese a dolerle la cabeza, y menos que le hubiese dolido casi todo
el día, y le gustaba menos aún que tuviese la tensión descontrolada, Germán tenía razón,
era conveniente que no durmiese sola.

Se sentó en la hamaca observándola, permaneció allí unos minutos, Maca parecía


dormir tranquila y profundamente. Luego se metió en la cama junto a ella. De
inmediato, alertada por un sexto sentido, la pediatra alargó el brazo y se agarró a ella
como todas las noches. Esther sonrió, abrazándola y entregándose al sueño, ¡la amaba
tanto!

Una hora después, despertó temblando, la pesadilla había sido horrible, de las peores
que había tenido en los últimos días. Maca continuaba durmiendo y la enfermera se
levantó sigilosa. Estaba mareada por aquel horror vivido en sueños. Necesitaba tomar el
aire. Salió de la cabaña y como solía hacer con frecuencia, se sentó en el primer escalón
a fumar un cigarrillo. Aspiró profundamente el humo, mirando al cielo estrellado y las
lágrimas comenzaron a recorrer su rostro. ¿Cuándo iba a ser capaz de superarlo!
¿Cuándo iba a dejar de ver aquellos ojos, aquella boca que la recorría sin que pudiese
evitarlo! ¿cuándo iba a dejar de sentir aquellas manos sobre su cuerpo? sintió nauseas, y
sintió tanto asco que se levantó de un salto y corrió a los baños, necesitaba una ducha.

En el interior de la cabaña, Maca sorprendida de que hubiese dormido finalmente allí,


esperaba su regreso, la había escuchado agitarse en sueños, la había oído levantarse y
había estado tentada a decirle algo, a tranquilizarla. Pero había tan poco que ella pudiera
hacer. Le gustaría tener la fuerza suficiente para dejar fuera de esa cama sus miedos, sus
responsabilidades y darle el mando a su corazón, detener el tiempo sin temor y
entregarse a ella en cuerpo y alma. Pero no la tenía, le faltaban fuerzas y le faltaba valor.
Su corazón seguía alimentándose del fuego eterno de las viejas heridas, temía repetir los
mismos errores, temía que los remordimientos no la dejaran ser feliz, que el rencor
renaciese en el rescoldo de un pasado no olvidado, temía volver a hacerle daño cuando
lo único que anhelaba era secar esas lágrimas, curar esas heridas, y devolver una sonrisa
eterna a su rostro. Daría cualquier cosa por ser ella la enfermera milagro, por poder
tocarla en sueños, y cuando despertase, sin acordarse de nada, haberla sanado. Pero no
lo era, ni siquiera había sido capaz de pronunciar una palabra de consuelo. Suspiró
decepcionada consigo misma y con su cobardía. “No, no eres cobarde. El valor está en
renunciar a lo que más quieres. Es lo que debes hacer. Aquí es feliz. Y allí… ¿qué
puedo darle! nada. Una vida de locos, temiendo continuamente un asalto. Solo
problemas. Eso es lo que vas a darle, problemas y más problemas”, pensó abatida.

De pronto, la puerta se abrió y la enfermera entró en la cabaña, asustándola y sacándola


de sus pensamientos. “¿Qué hace?”, pensó Maca al ver que no se metía en la cama.
Disimuladamente, entreabrió los ojos intentando ver dónde estaba. Adivinó su silueta,
se había sentado en la hamaca. Al cabo de un instante, y acostumbrada a la penumbra
del cuarto, comprobó que permanecía con los ojos cerrados, recostada hacia atrás. Maca
no pudo evitar la ola de ternura que la invadió. Aún sin poder ver su rostro, todo su
cuerpo le transmitía la sensación de que no se encontraba bien, ¡parecía tan triste! en ese
mismo instante tuvo la certeza de que ella y solo ella tenía parte de culpa, sino toda, de
esa tristeza.

- ¿Estás mejor? – se decidió a preguntarle, sobresaltándola.


- Chist, duérmete – le dijo sin responder, revelando en su tono nasal que había
estado llorando – siento haberte despertado.
- No lo has hecho – reconoció en voz baja esperando que la enfermera le dijese
algo más, pero no lo hizo - Gracias… por… por estar aquí – volvió a romper el
silencio.
- De nada – respondió – ha sido Germán el que me pidió que viniese, no quería
que estuvieras sola – le dijo haciéndole ver que no había sido decisión de ella –
por... por si te dolía más la cabeza.
- Es igual – dijo con una sonrisa de incredulidad, segura de que en el fondo ella
también quería estar allí, sonrisa que Esther no pudo ver – gracias de todos
modos.
- De nada - repitió.
- ¿Por qué no te acuestas? – le preguntó casi en un susurro con tono preocupado –
debes estar….
- Y tú ¿por qué no te callas y te duermes? – respondió airada.
- Perdona – se excusó con un hilo de voz - no quería molestarte.
- No, perdona tú – suspiró mucho más suave – he tenido una pesadilla y… me ha
puesto de mal humor – se justificó.
- De mal humor te he puesto yo – aseguró con culpabilidad – y… lo siento.
- No. Tú has sido sincera, es lo único que quería – respondió con rapidez, pero
Maca descubrió en sus palabras un deje de decepción.
- Ven – le pidió, encendiendo la luz e intentando incorporarse, inmediatamente
notó un pinchazo en la sien que se extendió a toda la cabeza, la bajó y se apretó
el tabique nasal a la altura de los ojos que mantuvo cerrados - ¡uff! ¡mierda! –
murmuró.
- ¿Qué te pasa? – saltó de la hamaca al verla permanecer con la barbilla clavada
en el pecho.
- La cabeza… ¡estoy harta de que me duela! – se quejó frunciendo el ceño – ya no
debería dolerme tanto.
- ¿Llamo a Germán?
- No. Ya se me pasará. Él no puede hacer nada.
- Me ha dicho que llevas todo el día encontrándote mal, con nauseas y dolor de
cabeza.
- Pues... sí, la verdad es que no ha sido mi mejor día aquí – la miró con una mueca
que intentaba ser una medio sonrisa.
- ¿No me digas que has estado llorando? – le preguntó mirando sus ojos
enrojecidos.
- Sí – reconoció bajando la vista.
- ¿Por qué?
- Imagino que… por lo mismo que tú – levantó los ojos hacia ella y la miró con
cara de circunstancias, Esther sonrió, al verse descubierta.
- Somos dos tontas, ¿no?

Maca esbozó una sonrisa y se encogió de hombros, enarcando las cejas en una señal
inequívoca de que estaba de acuerdo con ella, pero no pronunció palabra alguna.

- A ver – dijo Esther, sentándose en la cama olvidando sus intenciones de


mantenerse fría y distante con ella – échate – le indicó ayudándola a recostarse
de nuevo – y echa para allá, déjame sitio, Maca – le pidió – vamos a ver si así
se te alivia un poco ese dolor de cabeza – suspiró arrastrando las palabras - no
debes llorar, sabes que eso hace que te duela más – dijo comenzando a
masajearla, primero en las sienes, luego la cabeza entera, perdiendo las manos
entre su pelo, disfrutando con ese simple contacto – no abras los ojos – le
susurró, sintiendo que la pediatra, al cabo de unos minutos relajaba su cuerpo –
ya que parecía que estabas mejor y…. ahora…
- Cuando estás aquí siempre mejoro – murmuró de nuevo somnolienta, dejando
caer la cabeza a un lado apoyando la mejilla en la mano de Esther que la acarició
con ternura.
- Ya… - respondió secamente, pasando sus manos por la nuca y el cuello de la
pediatra – no entiendo como puedes tener tanta tensión acumulada, si estás el día
entero descansando - comentó.
- Hummm – respondió aliviada. “¿Tú por qué crees que puede ser! ¡blanco y en
botella, Esther!”, pensó sintiendo que sus manos le producían un placer
desmedido.
- ¿Mejor? – preguntó interpretando ese sonido como tal.
- Mucho mejor – respondió con un suspiro – ya sé porqué te llaman enfermera
milagro – intentó bromear.
- No – sonrió para sus adentros – aún no lo sabes… pero… lo sabrás – le dijo
misteriosa en un susurro con voz insinuante.

Maca, sintió que la excitación de esa mañana volvía con toda su fuerza y se asustó de
nuevo. Abrió los ojos y le frenó las manos de la enfermera, intentando incorporarse con
tal rapidez que Esther creyó que se le ocurría algo.

- ¿Qué pasa? – le preguntó levantándose de la cama sobresaltada y viendo su cara


desencajada y angustiada creyó comprender lo que le ocurría - ¿tienes ganas de
vomitar?
- No – respondió con rapidez – solo… necesito cambiar de postura – se excusó
alterada.
- ¡Qué susto me has dado! – exclamó esbozando una sonrisa de alivio – creí que
estabas peor.
- No – respiró agitada – me .. me..
- Anda, deja de balbucear y vuelve a echarte – le dijo en tono burlón, al
comprender lo que le ocurría y ver que cada vez estaba más nerviosa – ponte de
espaldas – le pidió y Maca permaneció inmóvil con el temor reflejado en el
rostro.
- Maca – enarcó las cejas divertida ante su expresión – que solo es un masaje, date
la vuelta que así llego mejor – la empujó ligeramente instándole a obedecer.
- No hace falta, de verdad, ya estoy bien – intentó negarse solo de palabra, porque
se dejó hacer y se situó boca abajo.
- Chist… órdenes de tu médico que quiere que estés tranquila y relajada – bromeó
evitando con firmeza que se girase y comenzando a masajearle la espalda, Maca
lanzó un leve gemido de placer y Esther volvió a sonreír – descansa y duérmete.
- No creo que pueda – reconoció – me he desvelado.
- Pues tendré que hacer algo para conseguirlo porque sino me espera una gran
bronca – bromeó.
- Bueno… quizás… si me cuentas una historia de esas de aquí….
- ¿Una historia? – repitió pensativa – vamos que te aburres como una ostra con
ellas, hasta el punto de dormirte – continuó con el tono burlón, buscando
distender el ambiente y que Maca se relajase.
- Sabes que no es eso, pero… hummm – suspiró dejándose llevar por el gusto que
le provocaban sus manos – Esther… ¡qué alivio!
- ¿Te gusta así?
- ¡Mucho! – suspiró – debí dejar que Sara me diera un masaje esta mañana.
- ¿Sara? – preguntó frunciendo el ceño contrariada con la idea.
- Sí, cuando le dije que la espalda me estaba matando se ofreció y… ¡ay! – se
quejó - buff.
- ¿Te he hecho daño? – preguntó con tal tono que Maca comprendió lo que había
ocurrido, se había molestado con ella o con Sara.
- Un poco – respondió sin poder evitar un deje de dolor.
- Lo siento, intentaré tener más cuidado, ¿qué me decías de Sara?
- Nada – respondió temiendo que cualquier comentario provocara de nuevo su
reacción – Esther…
- Chist, cierra los ojos y relájate – le pidió, siguiendo con el masaje, ahora con tal
suavidad que la pediatra obedeció.

Ambas guardaron silencio durante unos minutos, en los que Esther se afanó con esmero
y consiguió que Maca acompasara su respiración y relajara sus músculos hasta tal
punto, que la creyó dormida.

- ¿De verdad quieres que te cuente una historia? – habló en voz queda, en un
intento de comprobar si se había equivocado.

Maca escuchó su voz en una embriagadora lejanía, abrió los ojos pensando en
responder, pero volvió a cerrarlos, cautivada por el placer que le provocaban las manos
de la enfermera recorriendo su espalda, su cuello, su nuca… entregada a él, como hacía
mucho tiempo que no se permitía entregarse a nada, ni a nadie, sintiendo que todo se
producía a una tranquilizadora, relajante y reparadora, cámara lenta.

- Sí – musitó intentando girarse e incorporarse un poco para verle la cara – pero


cortita porque empiezo a… – Esther la obligó, con delicadeza pero firme, a
echarse de nuevo y continuó con el masaje – a... tener sueño y… - reconoció
sintiendo que su cuerpo volvía a aflojarse bajo sus manos.
- Encima exigente – se quejó burlona - una historia de aquí y cortita y querrás que
sea entretenida y que tenga un mensaje.
- Si puede ser - sonrió divertida – ya que lo dices… pues… sí.
- A ver… - dijo arrastrando la “erre” – déjame pensar – le pidió melosa – si, creo
que te voy a contar la del León sediento.
- ¿Sediento de qué? – preguntó con tal deje de temor que Esther soltó una
carcajada.
- ¿Cómo que de qué! ¡Maca! ¡qué eres un caso! ¿de qué va a ser! pues de agua.
¡En qué estarás pensando! – se burló abiertamente.
- Ah… eh… perdona – se disculpó enrojeciendo, por un momento su mente había
imaginado que Esther se refería a otra cosa “Maca estas fatal, deja de pensar
tonterías y hazle caso, relájate y descansa” – anda empieza – le pidió susurrante
– aja – jadeó sin poder contenerse – uf, Esther … para, para .. – le pidió
nerviosa.
- ¿Qué pasa? ¿te duele ahí? – se detuvo sorprendida.
- Sí, sí… eh… me duele – mintió, sintiendo que la excitación subía desde su
estómago con mucha más fuerza que antes – bastante, me duele bastante.
- No te muevas, es que tienes aquí un nudo que… se resiste… pero, si te estás
quieta y te relajas, y me dejas hacer…., ya verás como te lo quito – le dijo en
voz baja – cierra los ojos y concéntrate en la historia, así no piensas en que te
duele – le recomendó con unos ojos chispeantes que revelaban sus
pensamientos, sin embargo, Maca no podía verlos – así, muy bien, así, tranquila
que no voy a hacerte daño.
- Vale – suspiró resignada, sin saber qué inventar, para evitar que sus manos
siguieran provocando en ella esa sensación de placer desmedido.
- Un día de calor tórrido, un león sediento se aproximó hasta un lago para beber –
comenzó con voz aterciopelada, narrando pausadamente, impostando el tono
para conseguir que terminara de relajarse - y al acercarse y agachar la cabeza,
vio su rostro reflejado en el agua, entonces reculó rápidamente y se dijo –
enronqueció la voz - “¡Vaya! este lago debe de pertenecer a este león. Tengo que
tener mucho cuidado con él” – cambió de nuevo el tono y continuó con la
historia - se alejó de las aguas, pero tenía tanta sed que, al cabo de un rato,
regresó. Y sigiloso, para no alertar al dueño de aquellas aguas se aproximó de
nuevo a la orilla y… - elevó el tono enfatizando la voz, con tanta fuerza que
sintió el respingo que dio Maca bajo sus manos y sonrió satisfecha - ¡Allí estaba
otra vez ese león! No sabía qué hacer, no había otro lago cercano y estaba
muerto de sed. Otra vez retrocedió. Unos minutos después volvió a intentarlo y,
al ver al león, abrió sus fauces de forma amenazadora, desesperado por beber,
pero el otro león hizo lo mismo, y creyendo que se lanzaría sobre él para
defender su lago, sintió terror y salió corriendo. A varios metros de la orilla se
detuvo de nuevo. No podía aguantar más y volvió sobre sus pasos, pero cada vez
que se asomaba al agua aquel león estaba allí, bien mirándolo, bien abriendo sus
fauces amenazadoramente y siempre terminaba por huir espantado. Pero como la
sed era cada vez más intensa, tomó finalmente la decisión de beber agua del lago
sucediera lo que sucediera. Y… armándose de valor, así lo hizo. Para su
sorpresa, al meter la cabeza en las aguas, el otro león desapareció.
- ¿Ya está? – murmuró al ver que guardaba silencio.
- Sí, ya está.
- Si que era corta.
- Es lo que querías, ¿no?
- Si – susurró y Esther instintivamente se dejó llevar por ese susurro insinuante y
arrastró sus manos con suavidad por su espalda dejando el masaje y comenzando
acariciarla con las yemas de los dedos, con parsimonia, arriba y abajo, Maca
contuvo la respiración, hasta que le fue imposible contenerse – Esther…
Esther…
- ¿Qué? – preguntó distraída.
- ¿Y…?... – se detuvo sin saber qué decir pero decidida a frenar aquello - ¿Y el
mensaje?
- ¿No lo captas? – preguntó divertida con su nerviosismo, continuando con el
masaje.
- Pues…
- ¿Cuál crees que es?
- No sé… yo… - guardó silencio, no podía pensar en la historia ni en el maldito
mensaje, solo podía concentrase en sus manos y lo que hacían con ella, si Esther
seguía tocándola así no iba a poder controlarse y sabía lo que venía después y no
quería, no quería volver a sentir vergüenza, impotencia, desolación y ese frío
helador que la dejaba bloqueada y paralizada.
- Quien no arriesga, no gana – le dijo inclinándose sobre ella, susurrándole al oído
y consiguiendo que Maca sintiese sus pechos sobre su espalda. Sin poder
evitarlo lanzó un leve gemido, que Esther recibió con una sonrisa maliciosa
“muy bien, Maca, dirás lo que quieras pero tu cuerpo me dice otras cosas”. La
pediatra abrió los ojos y se giró con brusquedad, frenando las manos de la
enfermera, porque sabía que si continuaba no iba a poder soportarlo.
- ¡¿Qué?! – casi gritó volviéndose bruscamente, mirándola temerosa.
- El mensaje.
- ¿Qué? – repitió casi sin fuerza, completamente alterada, intentado respirar con
más pausa y sintiendo que el corazón se le desbocaba, solo al recordar esas
manos sobre cada centímetro de su piel.
- Me has preguntado que cual era el mensaje – la miró con una mueca burlona y
unos ojos que reían a carcajadas, aunque ella se mantenía en una discreta
seriedad, como si no hubiese notado, ni su excitación, ni su nerviosismo ni
aquellos ojos que la llamaban a gritos - ¿seguimos? – intentó que se echase de
nuevo.
- Eh… ¡no, gracias! ya… ya no me duele nada – la miró incómoda presa de tal
nerviosismo que Esther sonrió y permaneció quieta y en silencio, solo
mirándola, Maca no podía soportar aquella mirada – eh… échate a mi lado, y
descansa. Tienes ojeras – le dijo con precipitación, cada vez más nerviosa y casi
temblando.
- ¿Qué te pasa?
- Nada, no me pasa nada.
- Maca… - le dijo en tono recriminatorio - ¿qué te pasa?
- Te digo que no me pasa nada.
- ¿No te estaba gustando? – le preguntó con retintín esbozando una insinuante
sonrisa.
- Sí – reconoció – ese es el problema.
- Pues… no hagas problemas donde no los hay – respondió con calma – antes te
dije que no iba a volver a besarte – continuo con seriedad en el rostro, y
cogiéndole una mano – te he escuchado todas y cada una de tus palabras. Me has
dicho que no quieres y que no puedes y yo eso.. lo respeto. No te pongas así por
nada. Es solo un masaje, ¿acaso no te sientes mejor?
- Sí… estoy mejor y… - miró hacia el reloj - pronto amanecerá. Deberíamos
dormir un rato.
- ¿Vuelves a tener frío? – le preguntó al verla temblar.
- No, no – respondió con rapidez “¡frío! ¡¿Cómo voy a tener frío?! ¿es que no te
das cuenta que cada vez que me tocas no puedo dejar de temblar?” – vamos, ven
aquí y acuéstate – le pedió con apremio, nerviosa por la excitación que sentía y
por el miedo que tenía a no ser capaz de controlarla.
- De acuerdo, ya voy – respondió aceptando su negativa, se levantó y, yendo al
otro lado, se metió en la cama junto a ella, esbozando una sonrisa de triunfo –
Maca yo….
- Chist – la silenció temiendo lo que pudiera decirle – ¡a dormir! – le dijo
cogiéndole la mano y entrelazando los dedos.

La enfermera suspiró resignada y cerró los ojos dispuesta a descansar un rato, aunque,
como bien decía Maca, pronto amanecería. Sonrió en la oscuridad satisfecha de lo que
había ocurrido. Germán tenía mucha razón, Maca estaba asustada, tenía miedo de sí
misma, de sus sentimientos y de dejarse llevar por ellos. Ahora tenía más claro lo que
debía hacer y esperaba no equivocarse.

A su lado, la pediatra no podía conciliar el sueño sumergida en el mar de sentimientos


que la estaban ahogando. La escuchó dormirse, respirar pausadamente y al cabo de un
rato sintió como se giraba hacia ella, se acurrucaba junto a su hombro y le pasaba un
brazo por encima del pecho, como siempre hacía. El dolor que le producía el nudo de su
garganta se hizo insoportable y las lágrimas que había estado intentando controlar
brotaron incontenibles. Sabía lo que le estaba ocurriendo, no le bastaban sus
razonamientos, no le bastaban las palabras de Vero, no le bastaba el recuerdo de Ana y
no le bastaba nada, solo podía pensar en ella y en el deseo que cada vez era más
acuciante, definitivamente, y sin que pudiera controlarlo, su corazón quería ganar esa
batalla y quizás ella, ya no tuviera fuerzas para evitarlo.

* * *

Los primeros rayos de luz comenzaban a iluminar la cabaña cuando Esther abrió los
ojos, estaba aturdida por el sueño que aún sentía pero, a pesar de haber dormido apenas
un par de horas, tenía la placentera sensación de haber descansado bien, y es que en esas
dos horas por fin había conseguido dormir tan profundamente, que se sentía como
nueva. Le agradaba la sensación de estar así, abrazada a Maca, que dormía
tranquilamente. Sonrió recordando el masaje y lo nerviosa que había logrado ponerla.
Repentinamente, acudió a su mente que debía desayunar con Germán y, sigilosa, se
levantó de la cama, cogió algo de ropa limpia y se marchó a las duchas.

Hora y media después, entraba de nuevo en la cabaña con una bandeja. La soltó en la
mesa y acudió a la ventana levantando completamente el estor. Maca que aún dormía, se
removió en la cama, regruñó unas palabras inteligibles e intentó cubrirse los ojos de la
luz que ahora entraba con toda su fuerza. Esther la observó sonriente, no había
cambiado nada en eso, por lo que había comprobado en esas semanas seguía odiando
que la despertaran.

- ¡Arriba dormilona! – elevó la voz con tono alegre.


- Humm – protestó bajo las sábanas.
- ¡Vamos, Maca! – la instó – hora de levantarse y desayunar.
- Buenos días – respondió arrastrando las palabras, quitándose la sábana de la
cabeza y mirándola con los ojos hinchados.
- Buenos días – le sonrió - te he traído el desayuno.
- ¿Todo eso? – preguntó mirando hacia la mesa.
- Órdenes de Germán – le explicó enarcando las cejas – amenaza con venir
personalmente a ver si te lo has tomado – bromeó.
- No sé cómo lo aguantas – comentó sentándose en la cama y frotándose los ojos.
- ¿Qué tal la cabeza?
- Bien… ya no me duele.
- Me alegro – le dijo yendo hasta la mesa y comenzando a sacar las cosas de la
bandeja, Maca la miró extrañada, esperaba que, como todos los días, le situara la
bandeja a su alcance – pues... aunque no tengas hambre, vas a tener que hacer un
esfuerzo y….
- La verdad es que… sí que la tengo.
- Vaya, eso si que es raro, creí que tenías nauseas matutinas – le dijo socarrona.
- ¡Joder con Germán! ¿dónde deja el secreto profesional?
- ¿Germán! no, él no me ha dicho nada, tengo ojos y veo la cara que pones todas
las mañanas. ¡Si hasta te costaba tragar el zumo!
- Hoy me siento mucho mejor, la verdad.
- Eso esperaba Germán.
- ¿En serio?
- Sí, estaba seguro de que era cuestión de un par de días desde que dejaras la
medicación.
- ¡Vaya! – dijo pensativa.
- ¿El qué? ¿no le crees?
- Pues… digamos que… tengo mis reservas.
- Yo que tu le haría caso, le he visto fallar pocas veces.
- Y yo no he visto fallar a Cruz ninguna – respondió con rapidez – lo que tiene es
que decirme claramente lo que piensa o dejarme marchar ya de aquí – soltó con
un ligero tono de enfado.
- Bueno… he estado desayunando con él y… quizás sea antes de lo que imaginas
– le sonrió.
- ¿Te alegras? – le preguntó extrañada de su tono y e entusiasmo con que se lo
había contado.
- Si es lo que tú quieres, sí – respondió amable – claro que me alegro.
- Vaya – la miró escéptica pero sorprendida. Esa respuesta sí que no se la
esperaba.
- ¡Vamos, Maca! ¡levanta! ¿piensas quedarte todo el día en la cama! ven a
desayunar a la mesa.
- Ya voy – la miró desconcertada por aquel aire entre autoritario y cariñoso -
¿tenemos prisa por algún motivo que desconozco?
- No, ¿qué prisa vamos a tener?
- Pues… entonces… antes de desayunar prefiero darme una ducha – le dijo
sentándose en su silla – necesito despejarme.
- Muy bien, no tardes – le dijo comenzando a recoger la ropa y a meterla en un
cesto para llevarlo a la lavandería – te espero por aquí, ¡mira cómo tenemos la
cabaña! una revista por aquí, una camiseta por allí, y… ¿dónde has puesto tu
bolso! te has dejado la caja de los analgésicos abierta encima del sillón y luego
dirás que no los encuentras…
- Lo siento – se disculpó interrumpiéndola – sabes que el orden nunca ha sido mi
fuerte.
- Sí, lo recuerdo – se volvió sonriente – Luego si te apetece nos damos una vuelta
por la aldea o podemos llegarnos a la ciudad – le propuso esperanzada.

Maca la miró sin responder. ¡Claro que le apetecía! lo que no estaba tan segura es de
que fuera buena idea. A la luz del día, todos sus propósitos siempre parecían perder
fuerza. Sin embargo, esa mañana todo parecía diferente, se encontraba mejor, incluso
tenía ganas de hacer cosas, y Esther estaba allí, de buen humor, bromeando,
provocándola y pendiente de ella, pero no como hasta el día anterior, algo había
cambiado en su forma de tratarla, en su tono al hablarle y le agradaba ese cambio.

- Anda, no me mires así y ve a ducharte – la instó burlona – mientras termino de


recoger todo esto y le pregunto a Germán si podemos usar el jeep.

La pediatra obedeció, y en silencio abandonó la cabaña. Al salir miró hacia el cielo, le


pareció que estaba más azul que ningún día y supo que iba a hacer un calor sofocante,
odiaba aquel calor pegajoso, pero a pesar de ello la sonrisa no se le borró del rostro, la
idea de pasarse el día de excursión con Esther, la llenaba de satisfacción, lo mismo que
le gustaba verla recoger sus cosas, ordenarlas e incluso que le regañase como hacía
años. ¡La había echado tanto de menos!

* * *

Maca estaba terminando de desayunar, ante la atenta mirada de Esther, que en pocos
minutos había dejado la cabaña perfectamente ordenada y hacía planes con ella sobre
los lugares que podían visitar, cuando Germán entró a toda velocidad.

- Wilson, ¿todavía estás así? ¡espabila que nos vamos! – casi le gritó.
- ¿Tú y yo? – preguntó sorprendida sin saber a qué se refería.
- Sí señora, tú y yo – respondió - ¡vamos! – insistió moviendo la mano con
apremio.

Esther se levantó de un salto, casi tirando la mesa y lo miró asustada, solo podía haber
una explicación a tanta prisa, algo había ido mal en las analíticas, porque en el desayuno
él se había mostrado tranquilo, aunque un poco pensativo y cuando ella le preguntó por
los resultados de los análisis, él se mostró esquivo y se excusó diciéndole que no se
preocupase que aún faltaba conocer unos datos. No entendía que es lo que había
cambiado desde entonces salvo que fuera precisamente eso que tanto se temía.

- Pero… ¿a dónde? – lo miró Maca, frunciendo el ceño contrariada. Había dudado


si salir con Esther, quería evitar ocasiones comprometidas pero, al final, la
insistencia de la enfermera la había convencido y ya que estaban haciendo
planes llegaba Germán de aquél modo arrollador – ¡ah! no, no – dijo cayendo en
la conversación de la noche anterior - no quiero ni más análisis, ni más pruebas,
ni más nada – enumeró elevando la voz, mirando hacia Esther esperando que
ella le aclarase lo que ocurría, pero al verle la cara de perplejidad que tenía
puesta comprendió que estaba tan extrañada como ella.
- ¡Vamos, Wilson! ¡qué llegamos tarde! – insistió ahora con unos ojos tan
burlones que Maca se desconcertó aún más - ¿o es que te sigue doliendo la
cabeza? – le preguntó acercándose hacia ella y sacando de un bolsillo su lápiz de
luz - déjame que vea si…
- ¡Estoy harta! – lo frenó - ¡háblame claro! ¿qué ha salido en los análisis? – le
preguntó directamente y con un deje de temor.
- ¿Te sigue doliendo la cabeza sí o no?
- No – bufó – pero esta noche si que me ha dolido. Germán… ¿qué ha salido?
- Lo imaginaba… ¿y el pecho te ha dolido también? – le preguntó acercándose a
ella de nuevo ignorando su pregunta – déjame que te tome la tensión.
- Devuélveme mis medicinas y verás como se me pasa el dolor de cabeza y se me
baja la tensión, ¡lo que me das no me sirve de nada! – protestó airada y Esther la
miró sorprendida por lo que acababa de decir, después de lo que habían estado
hablando y de haber reconocido que se había levantado mucho mejor. Estaba
claro que esos dos nunca cederían, parecía que se divertían con esas discusiones
en la que ninguno mostraba interés en escuchar al otro - ¡contéstame!
- ¡Tranquila, fiera! – bromeó, paciente.
- ¡Germán! ¡contéstale! – saltó Esther impaciente y preocupada, comenzando a
desesperarse con su actitud burlona y comprendiendo en ese mismo momento
cómo debía sentirse Maca cada vez que se enfrentaba a él.
- Esther… cálmate tú también – sonrió – no ha salido nada que deba alarmarnos,
al menos de momento, la química de la sangre está bien – le respondió - y…
sobre lo que me has dicho, no voy a devolverte nada. Vas a seguir tomando lo
que te he dado, ya notarás los efectos – le dijo con seguridad – solo vengo para
darte esto – le dejó un papel encima de la mesa – y… para llevarte conmigo.
- ¿Qué es? – lo cogió mirándolo con temor.
- Pero Germán… - intervino Esther intentando protestar, ¿cómo que se la llevaba!
¡tenían planes! ¿esa era la forma de ayudarla que le había prometido
misteriosamente en el desayuno! ¡pues vaya ayuda! no era precisamente la idea
que ella tenía cuando se la aceptó. No debía de haberlo hecho, conociéndolo la
metería con seguridad en algún lío.
- Digamos que… tu alta cabañil – le respondió sin escuchar la protesta de la
enfermera.
- ¿Quieres decir que… puedo irme de aquí? – lo miró esperanzada - ¿a Madrid?
- No tan rápido. Quiero decir que los primeros resultados han salido muy bien. Ya
te he dicho que las primeras muestras no indican ningún tipo de alteración en la
sangre que sugiera un problema cardiaco de seriedad, todos los niveles están
dentro de la normalidad.
- ¿El potasio también? – le preguntó con sorna, recordando uno de los exámenes
que suspendió en la universidad.
- También – la miró con suficiencia captando rápidamente que pretendía burlarse
de él, y viendo el alivio en sus ojos -Y… no veo motivo para que estés aquí
encerrada más tiempo. Aunque, debemos seguir siendo prudentes, Wilson, faltan
más resultados y habría que hacerte un par de pruebas en la ciudad. En un par de
ocasiones no me ha gustado como sonaba al auscultarte, aunque el electro salga
bien tendríamos que asegurarnos con un ecocardiograma.
- Y ¿a dónde vamos entonces! ¿no iría en serio lo de Kampala! estoy cansada y…
esas pruebas me las hace Cruz en cuanto me dejes volverme y…
- No, tranquila, que no vamos a Kampala, ¿recuerdas lo que hablamos ayer?
- Hablamos muchas cosas – le sonrió con complicidad, más tranquila y aliviada -
¿a qué te refieres?
- Vamos al campo de refugiados – le dijo con una sonrisa y ella mudó la sonrisa
por una mirada de temor, sabía lo que Germán pretendía pero no estaba segura
de querer hacerlo - y no me valen excusas – la señaló con el dedo
amenazadoramente viendo la cara que le ponía - Si estás bien te vienes conmigo
y si no lo estás, te hago más pruebas – le respondió burlón – tú escoges.
- Pero…. – comenzó a protestar desconcertada mirando a Esther.
- Germán, Maca y yo habíamos pensado…. íbamos a ir a Jinja y…
- ¿Jinja? – la miró enarcando las cejas en un gesto que la enfermera conocía bien,
estaba buscando con rapidez algún motivo para que no fueran, estaba claro que
no le agradaba la idea – no…hoy…. será mejor que no os alejéis tanto – le
aconsejó y volviéndose a Maca insistió - ¿No me dijiste ayer que querías
trabajar! pues ¡vamos! ¡qué es para hoy Wilson! hay un caso en el que nos
vendrá bien tu opinión, ¡andando! – le dijo e inmediatamente puso un gesto
burlón y se corrigió – ¡uy! perdona Wilson, esto… ¡vamos!… ¡rodando! – y
soltó una carcajada, dándole la espalda a ambas y dirigiéndose a la puerta.
- ¡Germán! – gritó Esther recriminándolo pero se cayó al ver que Maca también
reía a carcajadas y salía tras él.
- ¡No corras! y ayúdame a bajar – le pidió con una sonrisa – si tanta prisa hay no
voy a dar la vuelta por detrás.
- ¡Maca! – la llamó Esther decepcionada - ¿qué hay de nuestros planes?
- Eh… no sé… - respondió con rapidez encogiéndose de hombros, al tiempo que
Germán cogía la silla y comenzaba a bajar los escalones.

Maca sintió que, en cierto modo, era un alivio no pasar el día sola con ella, “quizás no
esté tan mal eso de ir al campo de refugiados”, se dijo, “sí, es lo mejor, quien evita la
ocasión evita el peligro”, sonrió para sus adentros. Cada vez menos segura de su
capacidad para controlar el deseo que le provocaba la enfermera.

Esther se quedó mirándolos, estaba claro que esos dos tenían más cosas en común de las
que ella hubiera imaginado. ¿Y qué pasaba con sus planes! ¡verás cuando cogiera a
solas a Germán! no entendía lo que acababa de hacer, la noche anterior le había pedido
que se la llevara por ahí y ahora parecía que no le convencía la idea. De pronto
reaccionó, ¿pensaban dejarla allí?

- ¡Eh! – les gritó saliendo tras ellos - ¿Yo no voy? – preguntó abriendo los brazos
y haciendo una mueca de súplica.
- Si tratas bien a mi Wilson, y me prometes no discutir con ella, te dejo que
vengas – le respondió el médico observándola en actitud burlona, Maca se giró
hacia él y lo miró entre extrañada y agradecida.
- ¿Tu Wilson! ¿se puede saber qué paso aquí ayer? – saltó Esther poniendo los
brazos en jarras - me marcho un día y ¿ya es tu Wilson?
- ¡Mi Wilson! – repitió levantando un dedo y mirándola con las cejas enarcadas –
¡qué la has tenido para ti muchos días, déjamela un poquito!
- Pero… ¿al campo de refugiados! y… ¿si aparece Oscar? – intentó oponerse la
enfermera.
- Si aparece Oscar, aquí la doctora volverá a ponerlo en su sitio, ¿verdad? – dijo
mirando a Maca y guiñándole un ojo.
- Pero… Maca… - la miró haciendo un gesto de impaciencia, ¿cómo podía
preferir irse con Germán al campo que ir con ella de excursión?
- Lo siento – respondió la pediatra mirándola con cara de circunstancias – es
cierto que ayer hablamos de esta posibilidad y lo había olvidado. Me apetece ver
cómo funciona el campo y… Germán me dijo que…
- ¡Vamos! dejaos de charlas que el campo está a tope, y nos están esperando – las
interrumpió ahora sí, serio.
- Pero… ¡tendremos que llevar nuestras cosas! – los frenó Esther y mirando a
Maca – ¿qué vas?.. a irte así, ¿sin nada?.. tienes que…
- No necesita nada, solo esto – la interrumpió Germán lanzándole a Maca un peto
de médicos sin fronteras que llevaba en su mochila - ¡bienvenida al equipo,
doctora! – se agachó y la besó en la mejilla, Maca le sonrió agradecida.
- Germán, no creo que sea… - intentó protestar Esther, ¿cómo se le ocurría decirle
a Maca que fuera al campo? ¡y a trabajar! aquello era durísimo, y había tenido
dolor de cabeza toda la noche, él mismo le había pedido que la vigilara – no creo
que sea buena idea, Maca no puede ha…
- Esther… - la interrumpió su amigo lanzándole una mirada recriminatoria y
haciéndole una seña con la cabeza hacia la pediatra que la miraba con el ceño
fruncido molesta por aquellas palabras, estaba claro que Esther no confiaba en
que ella pudiera servir de algo en ese campo- ¿te vienes o te vas a quedar ahí
regruñendo?
- ¡Voy! – aceptó resignada – pero ¡esperadme! tengo que coger mi equipo.
- ¡Así me gusta! – exclamó sonriente – te esperamos aquí – le gritó viéndola
desaparecer en el interior de la cabaña – bueno, Wilson, ¿preparada?
- No – le sonrió – pero… voy a intentarlo – respondió con un brillo especial en la
mirada, y un gesto desafiante, Germán lo recordó y le devolvió la sonrisa
satisfecho de su actitud.
- No tendrás problema, ya verás, ¿quieres que te ponga a Esther para que te
ayude?
- No – se negó con rapidez – prefiero… que no.
- No me digas que habéis vuelto a discutir – preguntó exasperado con ambas – si
te la mandé a la cabaña, toda preocupada para que …
- ¡Eres tremendo! como dice Esther. Haz el favor de no meterte más. No hemos
discutido, todo lo contrario, pero…. la estás confundiendo y le estás dando
esperanzas y yo… yo no puedo corresponder – dijo bajando la vista y perdiendo
fuerza en sus palabras - ¿Creí que lo habías entendido y que…?
- Lo entendí perfectamente, Wilson – le dijo con suavidad – entiendo que no
puedes, pero sí que quieres y también entiendo que esa lucha que te traes, te está
comiendo por dentro. Y… o dejas de luchar… o…
- ¿O qué?
- O nada, tienes razón. Soy un entrometido. Tú sabrás, Wilson. Tú y yo nos vamos
en el jeep, los demás irán en los camiones, así irás más cómoda.
- ¿Y Esther! has dicho que íbamos a esperarla.
- Pues… no vamos a hacerlo.
- Pero, ¡Germán! – protestó - ¡quiere venir! Y le has dicho…
- Wilson, tú si que eres tremenda – soltó una carcajada, con lo ufana que se ponía
diciéndole que no podía corresponder a la enfermera y a las primeras de cambio
se desesperaba imaginando que se la dejaban atrás - Esther irá con Sara en uno
de los camiones. Vamos siempre separados… por… por lo que pudiera pasar.
- Entiendo – dijo con cierto temor - perdona.
- No te asustes, es el protocolo, nunca ha pasado nada serio – le sonrió – ni
siquiera en los peores años de la guerrilla.
- Eso es tranquilizador – respondió irónica – sobre todo después de lo que pasó
ayer.
- Lo de ayer fue contra el ejército, no contra nosotros, que Esther fuera con ellos
solo fue una coincidencia.
- Me sorprende ver con qué naturalidad os tomáis todo aquí.
- Wilson, Wilson… y a mí me sorprende ver lo “cagueta” que te has vuelto.
- ¡Vete a la mierda, Germán!
- Siempre detrás de usted, doctora – rió colocándose a su espalda para empujarla.
- ¿Siempre tienes que quedarte por encima?
- Sabes que sí, y más ahora que te has vuelto una blandengue, a ver si vamos
afilando esa paleta y te conviertes en un sparring en condiciones.
- ¡Qué capullo que sigues siento!
- Y tú que … - se detuvo al escuchar que lo llamaban.

Sara llegó hasta ellos, corriendo, Maca la vio cansada y con ojeras, esa chica llevaba
unos días con mala cara. Estaba segura de que no se encontraba bien, pero nadie parecía
darse cuenta. Pluma saltaba tras la joven y al ver a Maca se abalanzó sobre ella y
comenzó a lamerle la cara.

- ¡Pluma! – gritó Maca intentando zafarse sin éxito.


- Pluma, ven aquí – le ordenó Sara, sujetándola – perdona Maca, no sé que le pasa
contigo – se excusó - ¿te ha hecho daño?
- No, no, tranquila.
- ¡Pluma! – tiró de ella con fuerza ante el intento del animal de saltar de nuevo
sobre Maca - ¡Le has gustado! – exclamó encogiéndose de hombros con una
sonrisa.
- No pasa nada, ella también me gusta a mí – reconoció acariciando a la perra con
cariño.
- Germán – dijo Sara volviéndose hacia él - ya estamos todos listos – le comunicó
dándole un golpe en el brazo que Maca observó con atención, de pronto la joven
se volvió de nuevo hacia ella – eh… ¡buenos días, Maca! disculpa que ni
siquiera te he saludado – dijo con precipitación ante la mirada extrañada de los
dos.
- Hola, Sara – le dijo burlona arrastrando las palabras, no entendía porque Sara se
ponía siempre tan nerviosa cuando hablaba con ella, la joven enrojeció y Maca
no pudo evitar mirarla con agrado, cada vez le caía mejor esa chica y eso que al
principio no la tragaba.
- Veo que te vienes con nosotros – le dijo clavando sus ojos en ella de una forma
tan extraña que Maca estuvo tentada a preguntarle si le pasaba algo.
- Sí, Germán me ha convencido de que vea todo aquello – le respondió olvidando
su impulso inicial.
- ¿Ver! no creo que Germán pretenda eso, ten cuidado que este liante te va a tener
trabajando el día entero, ¡no sabes la que nos espera! – le dijo en tono
confidencial guiñando un ojo al médico – por cierto, nos han llamado, dicen que
han entrado una veintena más, están casi a tope, y se esperan más esta tarde.
- No te preocupes, ya he hablado con Kampala, si es necesario estaremos más días
de los previstos – la tranquilizó.

Esther salió de la cabaña con una mochila enorme y una pequeña bolsa.
- ¿Se puede saber qué llevas ahí? – le preguntó Germán con curiosidad.
- No – sonrió misteriosa.
- Anda vamos, se nos está haciendo tarde – les apremió Sara acelerando el paso.
- ¡Esta es mi Sara! – le gritó Germán al verla alejarse con rapidez – nunca tiene un
minuto que perder.
- No te quejes que es la mejor del equipo – la defendió Esther – deberías
agradecerle que….
- Ya salió la abogada de pobres – se burló Germán de ella – por cierto, por
bocazas te vas en el camión con ella – le dijo irónico.
- ¿Qué! pero… ¿no voy con vosotros?
- No, ya te he dicho que quería a Wilson para mí solito.
- Germán, ¿pasa algo? – intervino Maca, comenzando a sospechar de ese interés
del médico en estar a solas con ella.
- Nada, mujer, ¿qué va a pasar? – la tranquilizó – mi enfermera milagro que ya no
recuerda el protocolo.
- Si lo recuerdo – protestó – sé perfectamente que no podemos ir más de dos
juntos, pero… ni Maca, ni yo, técnicamente, somos del equipo, así es que no hay
motivo para ir separados.
- Lo siento, pero lo vamos a cumplir – dijo con rotundidad y unos ojos tan
bailones que Esther rápidamente captó que tramaba algo – nos vemos en el
campo, niña.
- Vale – murmuró entre dientes mirándolo mohína pero aceptó su orden y saltó a
uno de los camiones, mientras Germán ayudaba a Maca a subir al jeep.

El convoy emprendió la marcha por el polvoriento camino de tierra rojiza. La pediatra


iba recostada en el asiento, callada, mirando por la ventanilla muy pensativa.

- Esther me dijo que estuvisteis charlando – rompió el silencio Germán, mirándola


de soslayo.

Maca lo miró, enarcó las cejas y no respondió. Él no necesitó más gestos para saber que
no quería hablar del tema.

- Wilson, yo… quería…


- Germán, no voy a hablar contigo de ese tema. En lo que a mí respecta lo que
hable con Esther solo nos concierne a las dos.
- Tranquila que no iba por ahí, ya me he dado cuenta que no quieres hablar de
ello, yo… solo quería darte las gracias.
- ¿Las gracias porqué?
- Por algo que debía habértelas dado hace tiempo pero….
- No entiendo – lo interrumpió.
- Pues… por haberle dado trabajo a Esther en tu clínica. Supongo que debió
costarte bastante hacerlo, pero no puedes imaginar lo bien que le ha sentado.

Maca lo miró pensativa, segura de que Germán quería llevarla a algún terreno que no
era capaz de alcanzar a comprender.

- ¿Tú crees?
- ¡Pues claro! ¿acaso lo dudas? Yo creo que gracias a eso ha vuelto a ser la que
era. No sabes lo mal que estaba después de… de aquello. Se negó a descansar,
intentó refugiarse en el trabajo, pero... No estaba preparada y... al final la
inhabilitaron.
- Lo sé. Leí su expediente – confesó - ¿porqué me hablas de todo esto? – le
preguntó directa.
- Porque quiero que sepas que has sido tú la que has conseguido que volviera a
ilusionarse con el trabajo, y… ella lo necesitaba.
- No creo que el trabajo en la clínica le ilusione – dijo con cierto tono de
desencanto, Germán sonrió para sus adentros interpretando que le gustaría que
fuera así.
- ¡Pero qué dices! Si no para de hablar de ello.
- ¿Esther? – preguntó incrédula - ¿te habla de la clínica?
- Sí, habla de trabajo que hacéis, de que no te imaginaba emprendiendo un
proyecto así, de que es estupendo ayudar a esas gentes, de lo que se parece a lo
que aquí hacemos aunque con algunos medios más, me ha hablado mucho de
una tal María José que la tiene fascinada, de una cría, María creo que me ha
dicho, que es un encanto y que estás haciendo maravillas con ella de…
- ¿Esther te ha contado todo eso? – lo interrumpió mirando hacia él con tal
expresión de sorpresa y, al tiempo, de ilusión que Germán sonrió para sus
adentros. Maca no daba crédito a que fuera verdad pero tenía que serlo porque
no había otra forma de que Germán conociese esos detalles.
- Pues sí, y mira que me pesa reconocerlo, Wilson, pero creo que mi enfermera
milagro se ha enamorado de tu proyecto, dice que Laura y ella no paran de
comentarlo y lo peor es que creo que me he quedado sin ella.
- Por eso puedes estar tranquilo, quiere presentarse a las pruebas psicológicas y
solicitar el reingreso aquí.
- Bueno… por eso quería hablarte, creo que eso depende más de ti que de ella.
- ¿De mí? si lo dices por Oscar….
- No es por Wizzar, lo digo por ti. A nada que le pidas que se quede en tu clínica,
lo hará.
- ¿En serio?
- Para mi desgracia sí – suspiró adoptando un aire de abatimiento y mirándola de
reojo, Maca no dijo nada más pero perdió la vista en la lejanía, silenciosa y
pensativa mantuvo la sonrisa en los labios varios minutos. Y Germán la
observaba satisfecho, “¡vaya dos cabezotas!”, pensó divertido, decidió no incidir
en el tema y dejar que Maca asimilase lo que le había contado, si la conocía lo
más mínimo, acababa de quitarle un peso de encima y abrirle una puerta de
esperanza que le permitiese decidirse - ¡Ya verás como te gusta esto! – rompió el
médico el silencio de nuevo.

Maca asintió sin pronunciar palabra obligando a Germán a mirarla.

- Entonces… ¿no quieres que te ponga con Esther?

Maca negó con la cabeza y siguió callada.

- Wilson… ¿estás bien? – le preguntó y Maca asintió sin más, no podía dejar de
pensar en la conversación de la noche pasada, en lo que le acababa de decir
Germán, ¡si fuera cierto que Esther era feliz con el trabajo en Madrid! eso sería
estupendo, porque ella no podía pedirle que dejase Jinja para ir a España pero…
si a ella le gustaba… si a ella le llenaba el trabajo en el poblado chabolista, la
cosa cambiaba, ¡deseaba tanto dar el paso! suspiró intentando no pensar en esos
deseos, cada vez más fuertes, de besar a Esther, de dejarse arrastrar por su
entusiasmo, por sus palabras, de…, Germán volvió a hablar – no tienes que
hacerme caso, si no querías venir bastaba con que….
- Si quiero – lo miró y esbozó una sonrisa – me apetece mucho, aunque…
- ¡Estás cagada! – le sonrió.
- Nerviosa sería más correcto.
- Ya… no te preocupes que voy a hablar con Nadia y, si es posible, ella te
enseñará todo y luego ya podrás ponerte ¡manos a la obra!
- ¿Nadia? No recuerdo que me hayáis hablado de ella.
- Es una chica ugandesa, lleva tres años en el campo y se conoce absolutamente
todo. Y, además, sabe español.
- Germán… y yo… ¿qué es lo que puedo hacer…?
- Tú vas a hacer lo mismo que todos, puedes escoger entre estar en la sala interna,
la infantil claro o bueno… - se detuvo un instante - también en la maternidad, sí
quizás sea mejor empezar por la maternidad.
- ¿Por qué?
- ¡Ya lo verás! – rió y continuó - o bien, puedes atender en la explanada que es lo
que hacemos nosotros.
- Yo prefiero estar con vosotros - confesó.
- A veces tendrás que entrar.
- Bueno… - aceptó sin convicción.
- ¡Vamos Wilson! ¡qué no se diga! – le sonrió – atenderás partos, eso para ti es
pan comido, lo normal es que lo hagas dentro pero a veces hay que hacerlo
fuera, depende de las camas, de los grupos que hayan llegado, hay que tener
mucho cuidado con las madres, pero Nadia ya te irá explicando todo.
- ¿Nadia es médico?
- No, comadrona. Se encarga del centro de salud del campo de desplazados.
- ¿Una comadrona! y… ¿los médicos?
- Wilson, los médicos del centro somos nosotros – sonrió.
- Pero…
- Pero es lo que hay, Nadia coordina a las comadronas del centro y luego está
Samantha, que es inglesa, ella pertenece a Médicos sin fronteras y trabaja en
Kampala, es la coordinadora de los centros de desplazados del sur del país.
Nosotros, nos hemos estado encargando de la asistencia médica todos estos años
de guerra, aunque ahora, con la tregua quizás cambie todo.
- Y… entonces.. ¿no hay médicos en el centro?
- Ya te he dicho que no – sonrió ante su perplejidad - vamos todo lo que podemos
que suele ser dos o tres días en semana, visitas rutinarias, pero cuando se
producen avalanchas tenemos que ir varios días seguidos.
- Entiendo.
- Estamos llegando – le dijo reduciendo la marcha – aquellos edificios de allí son
el campo – le señaló al frente.
- Es grande.
- Sí que lo es – sonrió – y aún así se queda pequeño. Prepárate – la avisó – la
primera vez que se entra en él… impresiona un poco.
- Vale – dijo con cierto temor ante aquel aviso.
- Te acostumbraras – posó su mano sobre la de ella en un gesto animoso y Maca
lo miró devolviéndole la sonrisa – todos lo hacemos.
- Claro – asintió.
Las puertas del campo se abrieron para el convoy Germán entró el jeep, pero los
camiones permanecieron en el exterior, de ellos comenzaron a bajar los demás médicos
y enfermeras, que se adentraron a pie.

Germán detuvo el vehículo en las inmediaciones de uno de los edificios, bajó de él y


saludó a varios jóvenes que se acercaron abrazándolo y tocándolo, Maca lo vio estrechar
un par de manos y cruzar unas palabras, luego sacó la silla y la situó junto a su puerta, la
ayudó a desprenderse del cinturón y a girarse. Tras él, observando la maniobra había
una chica bastante joven que le sonreía afable, ella le devolvió la sonrisa y desvió la
vista agobiada por tantos ojos puestos en ella con interés y curiosidad, no terminaba de
acostumbrarse a esos recibimientos que la intimidaban y la hacían sentirse incómoda e
insegura, siempre tremendo un ataque o un golpe. Mientras Germán la izaba, Maca miró
hacia el portón y vio como llegaban a pie los demás, y como los rodeaban algunos niños
y chicos jóvenes, vio a Esther agacharse y besar a algunos, la vio levantar en sus brazos
a un pequeño y acariciarles la cabeza a otros.

- Ya está – le dijo Germán cerrando la puerta del jeep tras sentarla en la silla,
esperaba que le presentara a aquella joven que no dejaba de sonreírle pero el
médico no solo no lo hizo si no que se excusó un instante – espérame aquí un
momento, Wilson.
- Vale – respondió abrumada por lo que veía, Germán que se dio cuenta de sus
nervios, le guiñó un ojo y le hizo una discreta carantoña en la mejilla, para
después alejarse con aquella joven hacia el edificio que se encontraba más
cercano.

Maca se quedó observándolo creyendo que entraría en él pero no lo hizo, varias


personas más salieron del interior y se unieron a ellos. Los vio saludarse y cruzar unas
palabras, los vio hacer indicaciones y señalar los grupos de gentes que aguardaban. La
pediatra se giró de nuevo, volviendo su vista hacia la enfermera, buscándola entre aquel
remolino de personas, cuando al fin pudo distinguirla, comprobó que continuaba
saludando a varias de ellas, deseaba que dejase aquella “entrada triunfal” y llegase
cuanto antes a su lado, no le gustaba estar allí sola, rodeada de desconocidos que la
miraban fijamente. Pero era consciente de que debería esperar un rato hasta que Esther
llegase hasta dónde ella se encontraba, todos parecían alegrase tanto de verla allí que la
detenían a cada instante, la siguió con la mirada, hasta que el jeep le hizo perderla de
vista.

- De pronto, Maca, se sintió fuera de lugar. El hecho de haberse quedado allí sola,
junto al jeep, en su silla y observando cómo cada uno se desenvolvía por el
recinto con unos u otros, la hacía sentir que había sido un error el ir allí, que solo
los iba a estorbar en sus quehaceres. Germán seguía hablando en aquel grupo,
Esther ya ni siquiera estaba a su vista y ¿dónde se metían los demás! deseaba ver
a cualquiera de ellos, a Gema, a Maika, a Jesús, a Sara a quien fuera, porque
estaba segura de que Esther seguiría saludando a todos un buen rato, como ya
sucediera en la aldea. Un par de niños rompieron la timidez y se acercaron
recelosos a tocarla, sobresaltándola. Le acariciaron el pelo, tocaron la silla, le
rozaban a ella con un atrevimiento no exento de temor, uno se le abrazó y le
sonrió de tal forma que a Maca se le saltaron las lágrimas intentando
corresponder como había visto hacer a los demás. Luego, los pequeños se
alejaron corriendo. Todo aquello la sobrecogía. Paseó la vista a su alrededor.
Dos edificios más grandes y uno más pequeño se levantaban al fondo, alejados
de éste más cercano en el que leyó “Dispensario”. Maca comprendió
inmediatamente que en él debían de atender a todos y que los demás debían ser
las salas de las que le había hablado Germán, el pequeño serían los servicios y
duchas, como en el campamento, al menos, le parecía tener la misma
distribución. Delante de ellos una inmensa explanada salpicada con algunos
árboles, y en ella decenas de personas esperaban ser atendidos, unos puestos en
pie, formando colas, otros sentados o tumbados directamente en el suelo y los
menos echados en esteras, al refugio de la sombra de los escasos árboles. Pero,
sobre todo, si había algo que la hacía que el vello se le erizase, era aquel canto y
aquel olor. Sintió un escalofrío que la recorría con una intensidad increíble. El
canto de aquellas voces se metía en su cabeza, era un lamento que le producía
una sensación de tristeza y angustia. Hasta tal punto que sintió la acuciante
necesidad de taparse los oídos, pero no lo hizo, temiendo que el gesto fuera
ofensivo. Maca – sintió una mano en su hombro y dio un respingo – no te
asustes, soy yo – le dijo con una mueca burlona - ¿vamos? – le preguntó Sara,
mirándola con un esbozo de sonrisa – Germán te está llamando.
- Eh… si – dijo volviendo a la realidad – sí, vamos - dijo siguiendo a Sara que se
encaminaba al grupo de Germán, Esther ya estaba con él y ella ni siquiera la
había visto llegar, enfrascada en las sensaciones que le provocaban todo aquello.
Antes de alcanzar el grupo llamó a la joven, necesitaba preguntarle algo – ¡Sara!
- ¿Si? – se giró deteniéndose a mirarla.
- ¿Por qué cantan? – le preguntó intrigada.
- Bueno… es largo de explicar pero.. básicamente… porque creen que así
lograran que sus familiares enfermos no mueran.
- Pero… ¿por qué! ¿por qué creen eso?
- Ya te he dicho que es una larga historia – respondió con premura haciendo
ademán de continuar la marcha, pero al ver su gesto de desconcierto ante su seca
respuesta, suspiró y le sonrió – luego te la cuento, ¿de acuerdo? – dijo más
afable – ahora no tenemos tiempo que perder.
- Todo esto es…
- Sobrecogedor – habló por ella, asintiendo – lo sé, creo que todos hemos sentido
lo que tú sientes ahora mismo, pero… te acostumbrarás.
- Eso mismo me ha dicho Germán hace un minuto.
- Porque es verdad – le sonrió comprensiva – anda, vamos, nos esperan ¡hay
mucho trabajo qué hacer!
- Claro, claro, perdona no quería entretenerte – le dijo recordando las palabras de
Germán sobre Sara.
- No te preocupes, no me entretienes, ¡me encantaría poder enseñarte todo y
explicártelo! – exclamó con tal énfasis que Maca la miró intrigada - pero ya ves
como esta esto – reconoció mostrándose angustiada andando junto a ella – no
soporto verlos esperar con esa infinita paciencia y no hacer nada – le sonrió
encogiéndose de hombros – Germán siempre me echa la bronca pero….
- Deberías escucharlo, Germán tiene razón, hace días que tienes mala cara, que te
agotes no va a ayudarles en nada – le dijo dejando a la joven sorprendida de que
Maca la hubiese estado observando.
- Germán sabe como soy, no puedo dejar nada para otro día – respondió
ligeramente cortante.
- No te molestes, no quería que sonara como… vamos que solo… que solo me
preocupa tu aspecto y... como ayer me dijiste que no estabas bien… pues….
Pero… imagino que no soy nadie aquí para decirte lo que debes hacer. Disculpa
si….

Sara se detuvo y la miró fijamente. A Maca le pareció que se le humedecían los ojos,
pero el intenso sol y el hecho de tener que mirar hacia arriba, le impedía verla con
nitidez.

- No te preocupes por mí. Estoy bien – respondió con rapidez iniciando de nuevo
la marcha y apretando el paso. Maca la siguió a corta distancia, cada vez más
convencida de que le ocurría algo, por mucho que pretendiera aparentar
normalidad.
- Ya estamos todos – sonrió el médico al verlas llegar, mirando directamente a la
pediatra – Sara, Nadia me está diciendo que Phillips necesita ayuda con aquellos
grupos de allí, Gema y tu le echaréis una mano.
- Muy bien. Vamos Gema – dijo la chica lanzando una mirada de soslayo a Maca
y alejándose del grupo. Esther que no había dejado de observarlas desde que se
detuvieran a charlar, frunció el ceño, pensativa “primero se ofrece a darle un
masaje y ahora discuten”, pensó sin tener claro si debía preocuparse o
simplemente preguntarse qué se traían entre manos, “deja de pensar tonterías y
controla tus celos que vas a hacer el ridículo, Sara es tu amiga y Maca… ¿qué es
Maca?”, se dijo
- Esther, tú y yo… - comenzó a decirle Germán pero rápidamente se percató de
que estaba en otro mundo - ¡Esther! – dio una palmada ante su rostro y la
enfermera dio tal salto que todos soltaron una carcajada incluida Maca que la
miraba divertida - ¿se puede saber en qué piensas?
- En nada – respondió mohína.
- Te decía que tú y yo, nos quedaremos con aquel grupo de allí, son una veintena
de heridos, llegaron esta madrugada y aún esperan ser atendidos.
- Pero… ¿y Maca? – preguntó mirando a la pediatra – yo creía que… vamos
qué…
- Ahora voy con ella – la miró burlón – tranquila que no se me ha olvidado.
- Pero… ¿no vamos a trabajar juntas? – preguntó la enfermera mirando a Maca y
luego a Germán con cara de desesperación. ¡Todos sus planes echados por
tierra! ya que no podía irse de excursión con ella al menos esperaba poder
enseñarle cómo funcionaba el campo y estar a su lado en el trabajo.
- Maca, Nadia es la comadrona del equipo – dijo Germán presentándosela y
obviando el comentario de Esther – ya le he dicho que eres pediatra y que vienes
dispuesta a echar una mano, se ha ofrecido a enseñarte todo esto, y.. a explicarte
como funcionan aquí las cosas – le dijo señalándole la misma joven que se
acercó al jeep cuando Germán la ayudaba a descender.
- Vale – aceptó la pediatra sonriéndole a la chica, Esther la miró perpleja, ni
siquiera un gesto de contrariedad, al menos podía haber mostrado interés en
estar con ella, sin embargo le pareció descubrir y cierto temor en sus ojos –
encantada, Nadia – le dijo a la chica que le tendió la mano, estrechándosela.
- Maca si prefieres quedarte… - intervino Esther, intentando decirle que no hacía
falta que hiciese nada, que podía quedarse con Germán y con ella o descansar en
el comedor, pero Germán la frenó.
- ¡García! – la llamó por el apellido con tal genio que la dejó perpleja y callada –
¡vamos! no hay tiempo que perder – le ordenó tirando de ella y dejando a Maca
con Nadia – ¡vamos! – la agarró del brazo – luego nos vemos – le dijo a Maca
con un guiño - ¡suerte!

El médico avanzaba con grandes zancadas y a Esther le costaba seguir su ritmo. La


enfermera miró hacia atrás y comprobó que Maca ya avanzaba hacia el fondo del
recinto donde estaban las salas de maternidad e infantil. Repentinamente, Maca se
detuvo y giró la cabeza, sus miradas se encontraron unos segundos y ambas,
instintivamente levantaron la mano en señal de despedida. Cuando se habían alejado de
ellas, Germán la miró enfadado, la mantenía agarrada por el brazo y le habló
visiblemente molesto.

- Deja de protegerla y deja de tratarla como lo haces – le espetó con genio.


- Pero… ¿has visto su cara? la conozco, nos pedía que no la dejásemos sola.
- No te digo que no – admitió – pero no es lo que necesita.
- ¿Y qué necesita? – preguntó mohína - ¿eh?
- Está aquí, ha consentido en venir y echar una mano y es lo que va a hacer. Sin ti
y sin mí – habló con contundencia y con tal gesto de autoridad que Esther se
sintió molesta.
- Solo quería que supiese que si no está bien no tiene porqué disimular ni…
- ¡Ni leches, Esther! ¡deja de justificarte! y… ¡déjala trabajar! – la cortó airado –
no la agobies. ¡Dale un poco de aire y deja de presionarla! – casi le ordenó - Le
sentará bien conocer todo esto. Ya verás – le dijo más suave golpeándola en el
brazo con complicidad – vamos niña, ¿no ves que necesita relajarse? – le
preguntó con dulzura comprendiendo su angustia y su preocupación.
- ¿Relajarse aquí?
- Sí – le dijo enarcando las cejas.
- Ya… me estás diciendo que necesita descansar de mí.
- No exactamente, necesita pensar con calma, valorar la situación y decidir.
- ¿Y trabajando va a hacer eso?
- Sí, tú la conoces tan bien como yo y sabes de sobra que no le gusta dejar nada a
medias. Si quiere estar contigo tendrá que poner su mente y su vida en orden y
necesita decidir cómo. Y sobre todo, necesita sentir que es capaz de hacerlo.
- Vamos que, según tú, lo único que he hecho es meter la pata.
- No, le has dejado clara tu postura – le sonrió – ahora creo que está segura – le
dijo y viendo la cara que ponía la enfermera frunció el ceño, pensativo - porque
se la has dejado ¿verdad?
- Bueno… - dudó – creo que aún tengo algo que… decirle.
- Joder, no me vengas ahora con esas – protestó deteniéndose un segundo.
- Tengo que hablar con ella de… de algo.
- No me irás a decir que ahora te has echado atrás porque antes, cuando veníamos
de camino, le he insinuado a Wilson que… tú estarías dispuesta a…
- ¡No! – exclamó cortándolo con énfasis - ¡cómo voy a echarme atrás! ¡lo que más
deseo en este mundo es estar con ella! – confesó con fuerza consiguiendo que
Germán riese y la mirase con ternura estrechándola contra él - es solo que quiero
que entienda un par de cosas que creo que no tiene claras de mí.
- Muy bien, habla de nuevo con ella pero… no discutas y dale tiempo ¿vale? Y…
¿quieres mi consejo?
- ¿Acaso no me lo has dado ya?
- Supongo que sí – sonrió – pero me refiero a que la dejes… tomar la iniciativa,
que sea ella la que de el paso, sin que la presiones a hacerlo.
- Creo que tienes razón, voy a hablar con ella.
- Tendrá que ser luego – suspiró mirando hacia el grupo que los esperaba - anda,
vamos, que a nosotros nos tocan los heridos.
- ¡Para variar! – suspiró imitándolo.
- Ya sabes – le sonrió pasándole el brazo por el hombro - ¿dispuesta?
- Si – esbozó una sonrisa de correspondencia, abrazándolo por la cintura. Sabía
que Germán solo intentaba ayudarlas aunque a veces preferiría que no hiciese
nada al respecto.
- ¡Olvídate de Wilson un rato y a trabajar!
- ¿Llevan toda la noche esperando? – preguntó en un intento de hacerle caso y
centrarse en aquel grupo.
- Sí. Los más graves los mandaron en un camión a Jinja.
- ¿Se sabe qué ha pasado ahora?
- Se enfrentaron a un grupo de saqueadores.
- ¿Guerrilleros?
- Puede ser, pero no es seguro – respondió arrodillándose junto al primero de ellos
– bueno vamos a ver qué tenemos aquí.

Esther se agachó junto a él y preparó su equipo, el joven tenía un corte profundo en una
pierna, había recibido los primeros cuidados y le habían cortado la hemorragia con un
emplasto a base de hierbas y barro.

- Bueno, bueno… vamos a limpiar esto y a darle unos puntos, prepara el


antibiótico y… – se calló mirándola con una sonrisa, Esther que ya había
preparado todo lo necesario antes de que él le dijese nada, y lo observaba
divertida – veo que sigues en plena forma.
- ¡No lo dudes! – bromeó y mirando a su derecha le preguntó - ¿esas mujeres…?
- Para Nadia y Maca – sonrió – la vas a tener muy cerquita – le dijo haciendo una
mueca traviesa.
- No deberían estar esperando creo que aquella chica de allí …
- Solo serán unos minutos, Nadia quiere enseñarle un poco a Maca las
condiciones en las que estamos – le explicó – no te preocupes que aún puede
esperar – le dijo mirando a la chica embarazada, que estaba recostada sobre otra
joven y que hacía ostentosos gestos de dolor – de todas formas, estate pendiente
de la frecuencia de las contracciones, si hace falta la atiendes tú.
- De acuerdo – le sonrió satisfecha de estar de nuevo allí, junto a él, y de volver a
gozar de su confianza. Desde el otro día en el campamento estaba echando de
menos un poco de acción – pero… no creo que Maca pueda aguantar todo esto.
- Mira que eres terca – dijo en tono de resignación – confía en ella – le aconsejó –
Wilson, siempre será Wilson, solo… necesita un pequeño empujoncito y volver
a creérselo, ¡quién me iba a decir a mí que iba a estar intentando que vuelva a ser
la misma borde y orgullosa de antes! – bromeó.
- No me refería a eso, yo confío en ella – protestó cuando vio que terminaba de
hablar – me refiero físicamente.
- Te digo lo mismo, dale un voto de confianza – clavó sus ojos con seriedad en
ella y repentinamente brillaron de una forma especial., Esther supo
inmediatamente que iba a soltarle una de las suyas – además… si no aguanta
esto… tampoco podrá aguantar lo que tú quieres ¿no crees? Así es que no te
quejes que… ¡te la estoy poniendo en forma!
- ¡Germán! – regruñó entre dientes, sonrojándose – no me gusta que hables así.
- A la orden, jefa – bromeó dejándola limpiando la herida del chico y
levantándose a examinar al siguiente.

* * *
En el interior de uno de los edificios, Nadia condujo a Maca hasta la sala de partos, la
pediatra miraba todo con atención, sorprendida de la precariedad de medios y eso que
ella había creído que era imposible trabajar con menos de los que había en el hospital
del campamento y se estaba dando cuenta que aquello era aún peor, allí no había de
nada.

- Esta mujer va a tener a su primer hijo – le contó Nadia, acercándose a un


camastro negro en el que yacía una joven.
- Pero si es una niña… - murmuró clavando sus ojos en aquella cría a la que
Nadia secaba las gotas de sudor de su frente.
- Cuando empiezan a sudar, significa que el bebé está de camino – le explicó
Nadia volviéndose hacia ella – tienes que estar muy pendiente de esos detalles,
aquí no contamos con muchos medios.
- Ya veo – murmuró – y… ¿cómo podéis encargaros de todos y…?
- Médicos Sin Fronteras ha estado tratando a pacientes del campo y de las aldeas
de los alrededores durantes los tres últimos años – le explicó – si no fuera por
ellos…. no podríamos.
- Parece que tiene algún problema – dijo Maca mirándola con atención –
deberíamos traer un ecógrafo y… - se calló sintiéndose imbécil, ¿había dicho un
ecógrafo! estaba segura de que no habría ninguno, le acababa de decir que no
tenían medios, ahora parecería que no la había estado escuchando.
- Toma – le dijo tendiéndole una trompetilla – aquí tienes el ecógrafo – volvió a
sonreír.
- ¿Esto? – preguntó incrédula.
- ¿Sabes usarlo?
- Yo no…, vamos que sé lo que es pero jamás lo he usado.
- Mira – dijo tomando la trompetilla de sus manos e inclinándose sobre la barriga
de la mujer – ven, cógela tú y escucha – se la tendió a Maca que imitó su acción.
- Oigo los latidos del corazón – le dijo con satisfacción.
- Sí, ahora vamos a palpar el cuerpo del bebé – afirmó procediendo al examen -
¿ves? – le dijo tomando las manos de Maca y situándolas en el mismo lugar en
el que instantes antes detuvo las suyas - todavía está muy arriba - añadió.
- Sí – respondió mirándola a los ojos, sin decirle que ella ya sabía como palpar a
una embarazada, pero prefirió cerrar la boca - ¡lo noto! ¡lo noto!
- Aún tardará unas horas, ¿notas esto? – le dijo pasando la mano de Maca por un
punto concreto de la barriga de la joven – cuando esté a esta altura le quedará
menos de una hora.
- Entiendo – dijo con seriedad admirando lo que hacían allí.
- La próxima tú sola – la avisó mostrándole su confianza. Y señalándole la cama
de al lado. Maca se acercó a la chica con la trompetilla en sus piernas y procedió
al examen.

Mientras, la comadrona se sentó en un taburete, esperando a que terminase, cuando la


vio concluir, le hizo una seña para que se acercase. Maca llegó hasta ella con cara de
seriedad, hacía mucho que no trataba a pacientes y la falta de medios le provocaba aún
más inseguridad en sus apreciaciones.
- ¿Qué tal?
- Creo que aún debe quedarle más de una hora – respondió titubeante.
- Efectivamente así es – le sonrió - en aquellas dos camas, ya están de parto.
Necesitarán nuestra ayuda en unos minutos – le dijo con rapidez - ¿ves aquella
cortina? – le señaló una cortina verde que tapaba otra cama al tiempo que daba
unas indicaciones a un joven que la retiró con presteza – hay una cama para las
urgencias, cuando salgamos siempre podemos encontrarnos con algún caso que
necesite una rápida intervención, esa cama siempre estará libre para esos casos.
- Entiendo y… si hay más de un caso urgente.
- Escogemos cuál es el más urgente – respondió con sencillez – cuando vosotros
estáis aquí se agiliza el trabajo pero… de normal, solo estamos doce personas y
ningún médico. Hacemos turnos de ocho horas y atendemos las veinticuatro
horas del día – le dijo con orgullo ante la mirad de asombro de Maca – vamos –
dijo levantándose del taburete – ven – la llevó fuera de la sala de partos.

En el exterior se agachó en cuclillas sobre el suelo de cemento del pasillo y examinó a


las dos mujeres que aguardaban recostadas contra la pared.

- Estás aún pueden esperar – le comentó levantándose del suelo, tras cruzar unas
palabras, que Maca entendió como tranquilizadoras con las dos – volvamos
dentro.
- ¿Y… esto está así todos los días?
- ¡Todos! – afirmó – la natalidad es altísima, por mucho que intentamos hacer
campañas de concienciación es muy difícil convencerles de que pongan medios.
- Debe ser duro.
- Lo es, pero me encanta trabajar aquí – le sonrió de nuevo – en realidad a todos
nos gusta, es muy gratificante.
- Sí, debe serlo… - suspiró pensativa, aquello era tan diferente a todo lo que había
visto y hecho que esta se sentía abrumada y al mismo tiempo cada vez sentía
más ganas de ponerse a ayudar, entendía perfectamente a Sara - Yo creía que …
daban a luz en.. los campos que…
- Muchas sí – reconoció – muchas están trabajando hasta sentir los primeros
dolores, cuando eso ocurre, se retiran y dan a luz allí mismo, pero hemos
conseguido que muchas acudan aquí. Saben que ayudamos a impedir que las
madres mueran durante el parto.
- Debéis darles seguridad.
- Bueno… algo así. Poco a poco las cosas van cambiando, o eso queremos creer –
volvió a sonreírle.
- Debe ser muy difícil que no muera ninguna, ¿no?
- Eso no ha ocurrido ni una sola vez desde que trabajo aquí, cosa que no puede
darse por sentado en este país – respondió de nuevo con ese aire de orgullo.
- Y, ¿cómo lo habéis conseguido? – preguntó realmente interesada, ¿ni una
muerte en tres años con aquellos medios y sin médicos! le resultaba muy difícil
creerlo, era lógico que algún caso se hubiese complicado. La chica la miró y
sonrió comprendiendo sus dudas.
- A que, como te he dicho, nosotros trabajamos las veinticuatro horas del día: las
mujeres pueden conseguir ayuda de día y de noche, a cualquier hora.
- Pero habrá casos especiales… quiero decir que… qué hacéis cuando hace
falta… una operación – preguntó recordando que no solían contar con un médico
veinticuatro horas.
- Las urgencias que podemos las mandamos al hospital de la ciudad cuando
necesitan ser operadas. Y las que no pueden ser trasladadas hasta allí llamamos
al campamento por radio y en menos de media hora siempre estáis aquí.
- ¿Menos de media hora! y cómo porque hoy hemos tardado más del doble.
- Se puede lograr en moto.
- Claro, entiendo – dijo recordando las cosas que Esther le había contado en
Madrid, era cierto que la enfermera le había hablado, al pedirle su moto, de que
ella en Jinja usaba una pequeña, de pronto la imaginó corriendo en ella por
aquellos caminos de tierra para llegar a tiempo de ayudar a alguien y supo que
no podía ofrecerle nada que la hiciera sentir igual que se sentía allí. Su cara
reflejó esa desesperanza y la joven la malinterpretó.
- No podemos hacer más. El gobierno no tiene dinero para mantener estos centros
con más medios. Ni siquiera pueden permitirse pagar el sueldo de un solo
médico. Pero aún así, evitamos muchas muertes.
- Pero… la gente vive aquí, ¿no?
- Los desplazados sí. Pero nosotros atendemos a todo el que llega. Por eso la
gente viene desde muy lejos – le contó entrando de nuevo en la sala de partos –
cuando terminemos con estas, tendremos que salir a examinar a las que esperan
fuera. Hoy hay mucho trabajo.
- Dime qué hago – le pidió solícita.
- Ven conmigo – le indicó – vas a asistir a tu primer parto aquí.

Maca se situó a su lado junto a uno de los camastros, por suerte eran tan bajos que ella
no tenía problema en atender desde la silla. Nadia se ocupó de una de las mujeres que
llevaban horas de parto, cuando dio a luz, inmediatamente fue trasladada a otro lugar,
ocupando el suyo una de las que esperaban en el pasillo. Nadia le explicó que un
puñado de mujeres más esperaban en la puerta de la sala de consultas, para ser
atendidas.

- ¿Sala de consultas! ¿no son embarazadas?


- Unas sí, pero están en los primeros meses, otras… no – dijo bajando la voz –
aquí atendemos también a mujeres víctimas de la violencia sexual - le explicó la
comadrona – por desgracia eso sí que no hay forma de pararlo, pero les
aconsejamos y les damos medicamentos, para evitar infecciones por el virus
VIH o embarazos no deseados.
- No sabía que aquí…
- Bueno… como puedes imaginar… hay cosas que no deberíamos hacer, la
política en este país es muy estricta para algunas cosas ¿me entiendes? – le
preguntó en tono confidencial y Maca asintió - pero… las hacemos… corremos
nuestros riesgos pero… los asumimos todos. Tú… ¿estás dispuesta?
- ¡Por supuesto! – exclamó con tanta fuerza que la joven soltó una carcajada. Y la
miró de una forma diferente, inclinándose hacia ella.
- Los amigos de Germán, son nuestros amigos y él me ha hablado maravillas de ti.
¡Estoy deseando aprender a tu lado! – le confesó cambiando la actitud
profesional por una completamente diferente, casi de admiración, que sorprendió
a Maca.
- ¿Aprender de mí! ¡será más bien al revés!
- No doctora, sé lo que digo – insistió mirando hacia el exterior.
- ¿Vamos a salir a la explanada? – intuyó Maca que iba a ser así.
- Después, ahora tenemos trabajo aquí. Estas dos mujeres pueden dar a luz al
mismo tiempo – la avisó tras examinarlas de nuevo - Ahora no podemos
abandonar la sala ni un momento. Luego, vendrá Jacqueline, también es
comadrona y alternamos turno. Entonces podremos salir a la explanada.
- ¿Y tú no descansas?
- Hoy no, hoy quiero enseñarte todo esto y estar a tu lado. Luego podrás hacer las
cosas sola, con tu enfermera, como ellos – señaló a una de las ventanas de la sala
de partos que daba a la explanada y por la que la joven veía a los demás, Maca
no podía ver el exterior desde la silla pero lo imaginó como si pudiese hacerlo –
ya descansaré.

Maca asintió dispuesta a ayudar en lo que pudiese.

- ¿Preparada? – le preguntó al escuchar el grito de una de las futuras madres.


- Sí – respondió Maca sintiendo que le temblaban las manos ante la idea de
encargarse de una de esa mujeres, pero debía hacerlo.

Nadia, se acercó a la cama y su brillante sonrisa desapareció durante un instante, Maca


comprendió que estaba preocupada.

- ¿Qué ocurre? – le preguntó.


- Lleva un niño muy grande – le dijo con el ceño fruncido al ver que la madre de
la cama vecina comenzaba a mecer su cuerpo hacia adelante y hacia atrás
intentando amortiguar el dolor.

Maca también miró hacia ella, temiendo que cayese del camastro. Nadia le hizo a Maca
una seña de que se acercase a ella, y la pediatra obedeció, le secó el sudor de la frente y
la obligó a dejar de mecerse y recostarse, la tomó de la mano y le intentó transmitir
calma, era otra cría, no debía tener más de doce o trece años. La joven se puso a gritar y
Maca no entendía qué decía.

- ¡Nadia! ¿qué dice? – le preguntó comprendiendo que la falta de comunicación


iba a ser un gran obstáculo para ella.
- Habla en Luo, un dialecto de esta región, pero háblale en inglés, te entenderá –
le dijo alzando la voz ayudando a la madre que tenía entre manos – le grita a su
madre – le explicó.
- Pero ¿qué dice?
- “Mama, me estoy muriendo” – le tradujo con rapidez. Maca apretó los labios en
un gesto de comprensión, aquella niña estaba asustada, muy asustada,
probablemente mucho más que ella.
- Tranquila, que no te vas a morir – le dijo Maca en inglés a la chica, que giró su
cabeza hacia ella al entender lo que le decía – tranquila – repitió - que yo estoy
aquí, te voy a ayudar y no te vas a morir – le habló con calma, masajeando su
espalda, tal y como había visto hacer a Nadia instantes antes con la otra
parturienta.

No disponía de un ecógrafo, ni de ningún aparato de alta tecnología. Sabía que debía


usar su sentido común, aquella chiquilla dependía de que ella emplease con habilidad su
sentido del tacto, la trompetilla y su experiencia. Una hora más tarde la joven daba a luz
a una niña sana y Maca, llena de sangre y tan agotada como aquella joven, con la
pequeña en sus brazos y los agradecidos ojos de su madre clavados en ella, se sentía la
mujer más feliz del mundo.

Instantes después, tras lavarse y recoger un equipo con las cosas que necesitarían fuera,
salían a la explanada, el calor y el intenso sol frenaron a la pediatra.

- Vamos a pasar calor – le comentó Nadia viéndola detenerse y hacer un gesto de


contrariedad, recordando lo que le había contado Germán sobre ella – si
prefieres seguir dentro vigilando a las demás...
- No, no – se negó con rotundidad – me apetece ver el trabajo de fuera, además ya
está Jacqueline allí.
- Estupendo – le sonrió de nuevo – pues vamos, como seas tan rápida como ahí
dentro, no vas a tener ningún problema en encargarte tú sola del grupo – la
halagó indicándole el lugar al que iban a dirigirse.

Llegaron junto a una decena de mujeres que se encontraban sentadas en el suelo, junto a
ellas, otras tantas permanecían en pie o paseaban. Maca vio a Germán y Esther afanados
en la cura de un anciano que parecía no tener muy buena pinta. Al pasar junto a ellos,
Esther levantó la cabeza y al verla la saludó con la mano. Maca correspondió lanzándole
una enorme sonrisa, pero no detuvo la marcha. Esther se levantó del suelo, al fijarse en
su peto manchado, e hizo ademán de marcharse pero Germán la sujetó por la muñeca.

- ¿A dónde vas?
- Eh… - lo miró dudando – quería… quería ver sí – suspiró y se agachó de nuevo
– a ningún sitio – musitó recordando las recomendaciones del médico.
- Así me gusta – sonrió comprendiendo la inquietud que sentía por Maca, pero
debía dejarla experimentar todo aquello por sus propios medios, cuando lo
hiciera, ya tendrían tiempo de trabajar codo con codo, la observó de reojo y vio
que de nuevo la seriedad había vuelto a su rostro y que cabizbaja terminaba con
el vendaje que tenía entre manos - ¿Qué te dije? – le susurró Germán al oído
intentando animarla – ¿no te parece más contenta?
- Tiene mala cara – respondió la enfermera frunciendo el ceño – parece muy
cansada.
- No lo parece, ¡lo está! – la miró con un gesto divertido - y los demás qué ¿acaso
estamos frescos como una rosa? – le dijo burlón – deja de protegerla.
- ¡Olvídame, Germán! - protestó mohína, mostrando su mal humor.
- ¡Gruñona! – se rió de ella – pero ¿no la ves! al final vas a tener que darme la
razón quieras o no. Esto le va a venir bien.
- No sé – dudó clavando sus ojos en él – solo espero que no tenga una recaída,
creo que no está en condiciones como para estar el día entero trabajando, esto es
muy duro.
- ¡Mujer de poca fe! - bromeó de nuevo – te recuerdo que el médico soy yo.
- Sí, y yo te recuerdo que la que tiene que estar pendiente de ella toda la noche soy
yo.
- ¿Te molesta! ¡yo creí que te encantaba! – le respondió socarrón.
- Hummm – refunfuñó entre dientes.
- Si yo sé lo que te pasa – continuó hablando suavemente - Ya sé que he
estropeado tus planes, pero… hazme caso…
- Me iba a ir de excursión con ella, ya la tenía convencida – le confesó mostrando
en el tono lo que le había contrariado el cambio de plan.
- Bueno… ya habrá tiempo de que hagas esa excursión, Wilson no estaba
preparada para eso.
- ¿Y tú como lo sabes! ayer me pediste todo lo contrario.
- ¿Por qué no ha dudado en aceptar mi propuesta? – respondió con rapidez y
cierto tono irónico – te dije que tuvieras paciencia con ella, no la presiones
demasiado y déjala elegir.
- Ya lo sé – suspiró – no me lo repitas más.
- Anda, coge ahí y deja de mirar hacia ella. Nadia sabe lo que se hace, he hablado
con ella, estará pendiente de Maca. No le va a pasar nada..
- No puedo evitar preocuparme – confesó - Cruz me dijo que debía tener mucho
cuidado con el sol, y que….
- Lo sé, pero deberías confiar un poco en ella y… en mí.
- Tienes razón – le sonrió, más convencida mirando de soslayo al lugar en que
Maca y Nadia atendían a una de las jóvenes embarazadas. Vio a Nadia
examinándola mientras, Maca cogía en sus brazos a un pequeño que no dejaba
de llorar y hacía lo propio con él.
- ¡Esther! – la reprendió, al verla absorta de nuevo - ¡muévete!
- Perdona – se disculpó, siguiendo con su trabajo.

El resto de la mañana, estuvieron trabajando separadas, sin descanso. Esther fue un par
de veces hasta ella, cuando Nadia entraba en el dispensario, con excusas absurdas, “¿me
has llamado?”, “dice Germán que si necesitas ayuda me venga contigo”, a las que Maca
siempre la había recibido con una sonrisa de satisfacción pero, para desesperación de la
enfermera, siempre le respondía en negativo. La pediatra cada vez se sentía más segura
en lo que hacía y eso le hacía estar de muy buen humor, eso y el hecho de que Esther no
dejaba de mirarla y preocuparse por ella. Tan eufórica se sentía que empezó a imaginar
la noche en la cabaña, tenía ganas de hablar con Esther, de contarle todo lo que había
hecho, de hablarle de Ana y de confesarle que estaba dispuesta a intentarlo con ella
pero, poco a poco, Maca comprobó que Esther siempre se acercaba cuando la dejaban
sola y las dudas la asaltaron, convenciéndose de que no confiaba en ella, ni en que fuese
capaz de atender a esos pequeños si no había alguien vigilando sus decisiones y eso,
aunque se dijo que eran imaginaciones suyas y se recriminó por haberse vuelto tan
susceptible, le provocó una leve sensación de abatimiento.

Pero Maca se equivocaba, en realidad, Esther solo quería saber como estaba, le parecía
ojerosa y cansada y temía que fuese tan burra como para no encontrarse bien y seguir
allí. Hacía un rato que Maca se encargaba sola de atender a un grupo integrado por
madres y abuelas con niños de corta edad, ayudada por una enfermera que le había
mandado Nadia, que había vuelto al interior a atender la consulta, tras haber terminado
con el grupo de embarazadas.

Esther, agachada junto a Germán, miró por enésima vez hacia Maca que seguía ocupada
con un niño de unos tres años. Suspiró, pensativa, ¿por qué sería todo tan difícil?
Siempre la misma duda que la obligaba a creer lo imposible... Germán había sido más
que claro, Maca se había visto obligada a decirle que iría de excursión con ella, seguro
que por su insistencia, cuando en realidad no le apetecía. “No lo pienses más, todo es
inútil”, se dijo. Volvió a clavar la vista en ella, era tan complicado aceptar la verdad que
inventaba mentiras para olvidar un poco la tristeza que veía siempre en sus ojos,
aquellos ojos que amaba y que deseaba verlos reír. Nada, nada de lo que hacía parecía
servir. La última vez que se había acercado a ella, Maca ya no la había recibido
sonriente y le había respondido impaciente que, si necesitaba algo de ella, ya la
llamaría, dejándole claro que no fuera más hasta allí. Le gustaría que Maca supiera que
ella la escuchaba, la escuchaba y mucho, y que si se confiase del todo a ella quizás
pudiera ayudarla, pero era tan cabezona, y se cerraba tanto en sí misma. “Y mírala, está
preciosa”, suspiró absorta y Germán le llamó la atención.

- ¡Esther! – casi le gritó al ver que seguía ensimismada sin cumplir la orden que
acaba de darle.
- Perdona, perdona – se disculpó ayudándole al instante.
- ¿Se puede saber dónde estás?
- Perdona – repitió - no volverá a pasar.
- Céntrate por favor, y deja ya de mirar a Maca que la vas a desgastar.
- No seas payaso.
- Está guapa la jodía, ¿eh? – le comentó con confianza dándole un golpecito en el
brazo y señalándola con la cabeza.
- ¡Eh, tú! – le regañó – no la mires así.
- Es que lo está, ha cogido colorcito y mira el tono de su pelo cuando le da el sol y
lo mueve el aire, no me dirás que no dan ganas de meter los dedos en su nuca
y…
- ¡Germán! – casi gritó provocando que hasta Maca levantase la cabeza creyendo
que ocurría algo y mirase hacia ellos.

El médico soltó una carcajada y la besó en la mejilla.

- ¡Pero que tonta qué eres! – exclamó.

Maca en la distancia frunció el ceño al ver la escena, “¡será peguntoso!”, pensó


contrariada, ¿por qué tenía que estar siempre achuchándola y sobándola? No tenía
porqué pero eso la molestaba y mucho, se sintió de nuevo celosa y se arrepintió de
haberse negado a trabajar junto a ella.

- Eres imbécil, me he creído que... – se interrumpió con la vista clavada en Maca


que acababa de terminar con ese niño y estaba haciendo un gesto a su enfermera
de que esperase un momento – ¿no te parece que está muy cansada?
- Corre y le dices otra vez que se vaya dentro, que te va a bufar de nuevo ¿pero no
ves que se está divirtiendo?
- ¿Qué tiene esto de divertido?
- Esthercita, Esthercita, deja a la pediatra que está disfrutando. Eso sí, tendrás que
convencerla para que no haga nada esta tarde y para que se ponga el sombrero
de paja, ¡otra vez se lo ha quitado! Aún está recuperándose como para aguantar
el día entero al sol y trabajando.
- ¿Ves? tú también crees que debe descansar.
- Yo creo que todo esto le está viniendo muy, pero que muy bien – le dijo
guiñándole un ojo – anda vamos a terminar con éste y ve a ver qué tal está, pero
dile que vas de mi parte y que haga el favor de ponerse el maldito sombrero.
- ¡Gracias! no puedo evitar estar preocupada por ella – comentó mientras los dos
seguían con el trabajo – anoche le dolía mucho la cabeza y no quiso que te
avisase.
- Anoche ya le había inyectado yo un calmante y sabía que no le iba a dar nada
más. Lo que tiene es que controlar sus nervios. Y sobre lo de estar aquí, ya
habíamos quedado en que podía ayudarnos un poco, a ver que tal le sentaba. No
puede pasarse el día entero sola, dándole vueltas a la cabeza, lloriqueando y
aburrida como una ostra. ¡No sé cuántas veces se habrá leído ya ese libro y esas
revistas! – exclamó divertido - ¡mierda coge ahí!
- Esto está fatal deberíamos...
- Sí, sí – reconoció mirando al joven que atendía – éste se queda aquí – afirmó
levantando la mano y haciendo las indicaciones pertinentes para que lo
introdujeran en el centro de salud.
- Lo del sombrero se lo dices tú – le pidió una vez que se habían llevado al chico
– a mí no me hace caso. Dice que con los sombreros se cae el pelo, que suda con
él, que …
- Pues verás la gracia que le va a hacer cuando se le achicharre el pelo – soltó
sarcástico.
- ¿A Maca? – sonrió burlona – ¡se ha traído un protector solar del cabello!
- ¡Tan pija como su amiga! – exclamó divertido - Que se deje de protectores y se
ponga el sombrero, que no quiero más sustos como el de su llegada – protestó.
- Te repito que se lo digas tú – insistió.
- ¡Cobarde! – bromeó.
- Ya enserio, entonces… ¿tú ves a Maca mejor?
- Eso dicen los últimos análisis – le dijo esbozando una sonrisa – y… salvo la
tensión, yo no veo motivo por el que deba estar encerrada en la cabaña, creo que
todo esto puede ayudarla a ver las cosas de otra forma.
- Pero… quizás esté haciendo “todo esto”, como tú dices, por no quedar mal
delante tuya, ¡ya sabes lo orgullosa que es!
- Lo sé – respondió pensativo, no había olvidado esa posibilidad, pero sus últimas
charlas con ella le decían que no era así - Vamos a terminar con este vendaje – le
dijo sonriente – y ahora, ve a ver qué tal está.
- Vale. Pero que conste que creo que no tienes razón. Debería estar tranquila en el
campamento, descansando. Para eso es para lo que vino aquí. Para alejarse del
estrés de Madrid y… y de todo. Aquí lo único que va a conseguir es agobiarse
más, y ver que hay cosas que no puede hacer.
- Pero otras que sí – le dijo frunciendo el ceño - ¿sabes lo que te digo! que
mientras pienses así de ella, no te vas a comer la rosca que quieres.
- Ya no quiero nada – murmuró decepcionada.
- ¡Y yo me lo creo! – soltó una carcajada - ¿y esa mochila que te has traído! ¡a mí
no me engañas, Esthercita!
- Bueno… - apretó los labios en una mueca burlona con unos ojos tan bailones
que Germán volvió a reír – voy a intentar algo. Anoche estuvimos hablando y…
creo que sé cómo conseguir que entienda una cosa.
- Si sabía yo que estabas tramando algo y que ese aire de resignación y derrota
solo era una pose para despistarme – se mofó de ella pero la enfermera no le
respondió - ¿Tramas algo o no?
- Sí – admitió - y tanto trabajar aquí la va a dejar agotada y poco receptiva –
descubrió sus temores. Germán se encogió de hombros.
- O sea que antes no iba desencaminado – le dijo con retintín – pues siento haberte
estropeado tus planes pero yo pensaba en otra cosa, quería que se sintiera activa,
que viera que es capaz de ejercer, que sienta que su ayuda es necesaria.. le va
haciendo falta dejar de creer que solo sirve para asustar a niñatos como Oscar y
llevar papeleos. Wilson es médico de vocación, pudo ser cualquier cosa y
escogió ser pediatra, ¿nunca te contó su madre que desde pequeña decía que
quería ser médico de niños?
- ¿Su madre a mí! solo la vi una Navidad y aunque fue muy correcta no puedo
decir que hablásemos demasiado. Aunque eso de ser médico de niños si que me
lo ha dicho ella.
- Pues… ¡aquí se va a hartar de ellos! ya verás como le sienta bien.
- Quizás tengas razón – murmuró – pero… sigo pensando que… puede pasarle
todo lo contrario – comentó mirando hacia ella preocupada por las cosas que le
había reconocido la noche anterior.

Pero Esther se equivocaba, Maca había encontrado en aquel campo de refugiados algo
que tenía olvidado hacía mucho tiempo, y no estaba dispuesta a renunciar a aquella
sensación de recordar porqué estudió medicina. Germán la conocía muy bien y había
acertado de pleno. Estaba satisfecha, feliz, cansada, muy cansada, pero feliz. Por
primera vez en años se sentía plena, útil y capaz. Por eso, cuando minutos después, la
enfermera llegó hasta ella con el mensaje de Germán, le dio las gracias, le dijo que no se
preocupasen tanto por ella y que la dejase trabajar. Esther no tuvo más remedio que
volverse a su puesto junto al médico y continuar con su tarea, eso sí, sin quitarle la vista
de encima, dijera lo que dijera, cada vez tenía peor aspecto.

Serían las dos de la tarde cuando, Maca, se obligó a parar para beber un poco, mandó a
su enfermera al interior con uno de los pequeños y con el aviso para Nadia de que
habían llegado tres embarazadas más. Saco una botella de agua apurándola hasta el
final. Ya no estaba cansada, estaba realmente agotada y su cara era reflejo de ello.
Esther, que seguía sin quitarle ojo, al verla detenerse y pasarse la mano por la frente,
permaneciendo así cerca de un minuto, no pudo contenerse más y corrió hasta ella sin
que Germán pudiera frenarla. Estaba claro que empezaba a mostrar los primeros
síntomas de desfallecimiento. Cuando llegó a su lado le pareció que estaba demasiado
pálida, parecía abstraída, con la vista perdida y su mano izquierda pellizcaba su barbilla,
mostrando inquietud.

- ¿En qué piensas? – le preguntó la enfermera agachándose a su lado, preocupada.

Maca la miró volviendo a la realidad.

- Me has asustado – le sonrió alegre de verla de nuevo allí - ¿has parado para
comer?
- No, no he parado para comer – contestó con rapidez – siento haberte asustado,
¿estás bien? Parecías...
- Sí, estoy bien – respondió arrastrando las palabras cansada de que no dejara de
preguntárselo – Solo observaba el reparto de comida y… pensaba… mientras
vuelve…. vuelve… eh… ¡vaya! ¡se me ha olvidado cómo se llama la enfermera!
– la miró con un aire resignado y divertido.
- Se llama Josephine – le sonrió.
- ¡Es verdad! – se encogió de hombros - ¡cada vez tengo peor la cabeza! – bromeó
quitándole importancia.
- ¿Demasiado para una sola mañana?
- No. No es eso… es… ya sabes… soy un desastre para los nombres.
- Maca… eh…. ¿vas a comer ahora?
- No. Han llegado más embarazadas – le dijo señalando unas jóvenes sentadas
unos metros a su izquierda.
- Ya lo he visto, pero…
- Le he dicho a Josephine que llame a Nadia – la interrumpió – tenemos que
examinarlas.
- Ya... – aceptó sin mostrarle la disconformidad que sentía con aquella decisión y
esbozando una sonrisa la miró a los ojos – pero Germán quiere que comas en el
primer turno y luego descanses.
- ¿Germán? – la miró incrédula y Esther leyó un clarísimo “¿no serás tú?” que la
hizo sonrojarse.
- Vale, me callo – aceptó incorporándose y mirando hacia el dispensario, ni rastro
de Nadia ni de Josephine - ¿te importa si me quede contigo mientras llega
Nadia? necesito un respiro.
- ¡Claro que no! – le sonrió alegre - ¿te duele la espalda? no sé como aguantas
tanto tiempo en esa postura.
- Ya estoy acostumbrada – suspiró clavando sus ojos en los de ella – Maca…,
dime, ¿qué pensabas? – preguntó curiosa.
- En que hoy no vamos a poder terminar con todos – respondió mostrando cierta
angustia – da la sensación de que mientras más examinas, más llegan - suspiró.
- Si, son demasiados, nos iremos después de la cena y volveremos mañana.
Deberías descansar un rato – le aconsejó de nuevo – y comer algo, Germán
dice….
- Ya sé lo que dice Germán – respondió secamente – me lo has venido a decir
¿diez veces? – preguntó irónica mirándola fijamente. Esther bajó la vista
avergonzada, al final había metido la pata y había conseguido exasperarla, pero
Maca le levantó la barbilla sonriente.
- Gracias por preocuparte por mí – le dijo mucho más amable – pero estoy bien.
Y… quiero seguir trabajando.
- Maca… tienes que descansar – insistió al ver que no estaba enfadada.
- Ya lo he hecho, Esther – le dijo.
- No me refiero a estos minutos sueltos mientras esperas a tu enfermera me refiero
a….
- Esther… - la cortó mirándola suplicante y mostrando tal hastío en su expresión
que la enfermera se alertó.
- El niño de antes… tenía problemas, ¿verdad? – suspiró dando su brazo a torcer y
cambiando de tema.
- Eso me temo – murmuró mirándola fijamente, agradecida de que no le insistiese.
De pronto, por sus ojos pasó una sombra y le preguntó algo extraño para la
enfermera – cuando ves todo esto… ¿no tienes miedo?
- ¿Miedo! no, yo no tengo miedo, bueno ya no – le dijo con sinceridad.

Su mente voló años atrás, cuando llegó por primera vez a ese campo de refugiados, ni
siquiera llevaba una semana allí cuando experimentó la dureza de los días en el campo y
sintió que se asfixiaba y no precisamente por el calor, sino por la drástica decisión que
había tomado en su vida, por dejarlo todo, por abandonar el hospital, por haberla dejado
sin explicaciones, por marcharse y comenzar de nuevo, lejos de todo, lejos de ella. La
miró entendiendo, perfectamente, como se sentía.

Maca esbozó una leve sonrisa de respuesta a aquella mirada dulce, comprensiva,
cómplice, aquella mirada que la hacía sentir un cosquilleo en el estómago y que la
cabeza le diese vueltas. La deseaba, deseaba besarla de nuevo, deseaba acariciarla,
deseaba decirle que la amaba más que a nada en este mundo, que quería quedarse allí
con ella. Sin apartar sus ojos de la enfermera habló con voz queda, tranquila, como si de
pronto hubiese recuperado todo el aplomo y la seguridad que siempre la había
caracterizado.

- ¿Sabes?! ahora entiendo todo lo que me contabas en los paseos de los primeros
días – la miró con franqueza, Esther vio una luz en sus ojos hasta ahora oculta -
En días como hoy, me gustaría ir al Nilo, como me enseñaste aquella vez – le
confesó. Ahora fue Esther la que sonrió – me gustaría….
- Si te apetece, lo haremos en cuanto empiece a caer el sol – respondió
interrumpiéndola – ¡te lo prometo!
- ¡Me encantará! – exclamó manteniendo sus ojos clavados en ella con tanta
intensidad que, Esther supo que estaba intentando decirle algo más.
- Maca… - torció la cabeza, con el ceño fruncido, confusa - Con esto… ¿no me
estarás proponiendo que… que volvamos sobre nuestros pasos? – se aventuró -
Quiero decir… que… - la miró esperanzada y al mismo tiempo sintió un temor
que hasta entonces no había experimentado, ¿y si se estaba equivocando? Y…
¿si de nuevo estaba metiendo la pata y obligándola a reconocer aquello para lo
que aún no estaba preparada! “haz caso a Germán”, se dijo.
- Te propongo que empecemos de nuevo – se explicó - Sin discusiones, sin
presiones, sin prisa – se explicó con una sonrisa correspondida inmediatamente
por la enfermera - aquí me siento tan lejos de todo que… que tengo la impresión
de… de poder conseguirlo – terminó sin dejar de mirarla, pero Esther mudó su
expresión, ¿qué significaba eso último! no entendía muy bien que pretendía
decirle Maca.
- ¿Conseguir el qué, Maca?
- Conseguir olvidarme de todo y… - la miró intensamente “y decirte que te amo,
que ya no puedo callarme más, que el miedo que tengo lo olvido cuando me
miras como me estás mirando ahora, que…”.
- Nunca dejas nada al azar, ¿verdad? – le preguntó acusadora, y en tono de
reproche, al ver que no continuaba y se quedaba absorta, observándola - no
puedes ni por un momento dejar de pensar y, simplemente hacer las cosas
porque las quieres y las sientes, sin planes, sin preparativos, sin tenerlo todo
estudiado y sopesado.
- No, no puedo. Lo siento – reconoció mudando su expresión alegre por una más
seria que denotaba su incomodidad ante aquellas palabras – sabes como soy,
pero… si no quieres tú… olvida lo que te he dicho – apretó los labios intentando
esbozar una sonrisa que le transmitiera la sensación de que no pasaba nada, si así
era.

En el fondo, Maca esperaba una respuesta en la que se negase a olvidarlo. Pero, en


cambio, Esther no dijo nada, se alejó de ella un par de pasos y clavó la vista en el suelo,
comenzando a juguetear con la tierra, moviendo la puntera del zapato. Luego se agachó,
cogió un palito y lo paseó, nerviosa, entre los dedos. Maca no dejaba de observarla,
esperando lo que tanto ansiaba, pero la enfermera seguía pensativa, finalmente habló.

- Anoche me fuiste completamente sincera ¿verdad? – rompió el silencio con voz


queda.
- Sí – respondió Maca sin comprender a qué venía ese giro en la conversación-
pero… no entiendo…
- Me dijiste como te sentías, ¿verdad? – la interrumpió.
- Sí, pero… - intentó preguntarle qué quería decirle pero la enfermera no estaba
dispuesta a escucharla, solo tenía una idea fija en su mente, hacerla comprender
que aquello que intuía que la frenaba a dar el paso, estaba solo y exclusivamente
en su cabeza y que ella no lo sentía igual, que ella la amaba por encima de
cualquier cosa y que estaba también estaba dispuesta a cualquier cosa, siempre
que Maca fuese completamente sincera y reconociese, abiertamente, sus
sentimientos.
- Me siento atrapada, Maca... - confesó levantando la vista del suelo y clavando
sus ojos en los de la pediatra.

Maca la miró fijamente, temía que lo que estaba a punto de escuchar no iba a gustarle
demasiado. Aguardó a que continuase pero Esther seguía sin hablar, había vuelto a
juguetear con la tierra y parecía pensarse lo que tenía que decirle. Maca sintió que toda
la euforia que había experimentado esa mañana desaparecía de un plumazo. Después de
atreverse a dar el paso, de atreverse a decirle que estaría dispuesta a intentarlo, tenía lo
que tanto había temido, que le cerrara la puerta en las narices.

- ¿Atrapada por qué? – terminó por preguntarle.


- No porqué, por quién – le respondió clavando ahora ella, sus ojos, en la pediatra
– nadie mejor que tú sabes que no es la primera vez que intento huir de ti.
- Si no quieres ir al río, basta con que me lo digas. No hace falta más – le dijo
intentando darle una escapatoria.
- No se trata del río, se trata de este juego absurdo, que no nos conduce a nada. Y
no quiero seguir jugando. Se acabó, Maca. No voy a seguir con esto.
- No te entiendo – dijo con un hilo de voz mirándola asustada - ¿qué juego?

No quiero más este tira y afloja. Estoy cansada y… yo… yo solo deseo que todo vuelva
a ser... como antes.

- Me estás diciendo que… te vas a quedar aquí, ¿qué no regresas conmigo? – la


miró con temor y recordó las palabras de Germán “depende más de ti que de
ella” y se decidió – Esther – le dijo cogiéndola de la mano – a mí … a mí… me
gustaría mucho, ¡muchísimo! que… que volvieses conmigo – le reconoció, pero
la enfermera no respondió, ni siquiera levantó los ojos hacia ella, no mostró
sorpresa, ni alegría y Maca se asustó – Esther, por favor, ahora soy yo la que te
pide sinceridad, ¿te vas a quedar aquí? – preguntó directamente, necesitaba
saberlo, necesitaba estar segura de si debía dar el paso o callarse para siempre.

Esther la miró y estuvo a punto de decirle que sí, que efectivamente esa era su decisión,
tenía que hacerla reaccionar, hacerla reconocer lo que tanto quería escucharla decir,
pero en el último momento se arrepintió, vio la cara de Germán, recordó sus palabras y
pensó que quizás eso era presionarla demasiado. Sabía que debía volver a Madrid y
arreglar algunos asuntos antes de regresar definitivamente a Jinja y decidió escoger esa
salida.

- No, no es eso. Antes de solicitar mi vuelta aquí, cumpliré con mis obligaciones –
le dijo sin percatarse de la cara de desencanto de la pediatra “¿obligaciones! ¡en
qué estás pensando, Maca! te lo acaba de decir clarísimo, eres una obligación,
una carga, una…”, no quería seguir pensando, no podía - Me refiero a… - la
miró fijamente, frunció el ceño y tomó aire - antes te he mentido, si hay algo a lo
que temo, temo a la dependencia que tengo de ti, Maca. Y… no me gusta… y…
no quiero…
- ¿Dependencia! ¿tú de mí? – preguntó interrumpiéndola con voz ronca mostrando
incredulidad - ¡Tiene gracia! – exclamó irónica, molesta por lo que le había
dicho antes, si había algo que ella no estaba haciendo era jugar, y más aún por el
tono recriminatorio de sus palabras, no entendía a que venía aquello – que tú me
hables a mi de dependencia – murmuró entre dientes y frunció los labios,
cabeceando afirmativamente – tú no dependes de mí, tú no sabes lo que es
depender realmente de algo o de alguien – soltó casi llorosa.
- Sí lo sé, Maca – respondió bajando la voz y haciéndole a ella una seña de que
hiciera lo mismo, pero la pediatra no se dio por aludida.
- ¿Lo sabes! ¿tú sabes lo que es estar sentada en esta silla dependiendo de todos
para lo más básico! ¿sabes lo…?...
- No exageres... – murmuró sin convicción consciente de la cantidad de veces que,
a posta, la había hecho esperarla a sabiendas de que ella no podría buscar lo que
quería – te manejas muy bien en la silla y ya está bien de...
- No me refiero solo a eso – la cortó con genio - ¿Tú sabes como me sentí cuando
desapareciste sin más?
- Es eso, ¿no! aún no me has perdonado. Me preguntaba cuando tendrías el valor
de reconocerlo.
- ¡No! claro que no – exclamó con voz ronca – te perdoné hace mucho – confesó
abatida.
- Entonces… ¿qué es lo que no sé! ¿qué es lo que no entiendo?
- Tú no sabes lo que es cerrar los ojos y tenerte aquí metida día y noche – se dio
unos golpes en la sien señalándose la cabeza - serena o borracha, despierta o
dormida… ¿lo sabes? No creo que lo sepas, ¿sabes qué es que tu mujer te haga
el amor – Esther frunció el ceño al oír aquello sintiendo una punzada de celos - y
tú no puedas dejar de pensar en otra? – casi le gritó despertando la atención de
los demás. Germán se levantó y miró hacia ellas, haciéndole a la enfermera un
gesto recriminatorio.
- Chist, Maca, no levantes la voz y no montes una escena – le pidió, viendo la
seña de Germán – este no es lugar ni….
- Pues… ¡no me hagas montarla! – respiró agitada – eres tú la que has venido
hasta aquí para…. ¿para qué?..¿para qué has venido?
- No la montes y punto – respondió también con genio y el ceño fruncido, pero
con la voz ronca y muy baja – Y para que te enteres, si lo sé. Sé lo que es irte a
miles de kilómetros huyendo de alguien que va contigo, se lo que es trabajar
hasta caer desmayada con el solo propósito de dormir, por una noche, sin soñar
contigo, sé lo que es luchar contra fantasmas que solo repiten un nombre, el
tuyo. Hay muchas formas de dependencia Maca, y estoy harta de que estés
siempre sintiéndote una víctima. Porque yo también he sido víctima de algo
horrible y …

Maca se revolvió en su silla incómoda, sin saber qué decir pero dispuesta a no seguir
con aquella conversación.
- ¡Basta, Esther! – la cortó y se giró dándole la espalda – tienes razón, esto es
absurdo. Olvida todo lo que te he dicho antes – le pidió con genio, Esther la
miró alertada, no pretendía enfadarla hasta ese punto, solo quería llevarla a su
terreno para que si de verdad quería intentarlo, lo hiciese libre de todo, y ella
sabía que a Maca le faltaba algo por reconocerle, algo por echarle en cara y tenía
que conseguir que lo hiciera - No podemos cruzar dos palabras sin terminar
discutiendo.
- No, no basta - cogió la silla y le dio la vuelta encarándola – y sé lo que te pasa,
sé que desde el día que te lo conté me odias por no haber luchado, por dejar que
me hicieran… por… por dejar que me violaran – le soltó con crudeza y con
intención de provocarla - sé porqué me rechazas, y porqué me dices que no
puedes estar conmigo….
- No entiendo… ¿qué quieres decir? – habló con voz ronca y los ojos más oscuros
que Esther le viera en muchos días – te he dicho que sí quiero.. que…. podría
llegar… a… intentarlo… que…
- ¿Tú te estás escuchando? – le preguntó retóricamente – ¿por qué balbuceas? ¿no
estás segura? yo te voy a decir porqué – saltó con rapidez frenando el leve
intento de Maca de protestar - no creo lo que me has dicho, creo que la realidad
es que te doy asco... y sé que me desprecias por no buscar ayuda…
- ¿Qué gilipoyez estás diciendo? – alzó de nuevo la voz fulminándola con la
mirada – no pongas en mi mente cosas que solo están en la tuya, eres tú la que
no te perdonas, tú la que te das asco… - le espetó con genio – yo… yo no pienso
eso, no… no siento eso… - balbuceó de nuevo, mucho más suave comenzando a
comprender que había caído en una trampa por la expresión de triunfo que
estaba poniendo la enfermera.
- ¿No? entonces ¿qué sientes? ¿por qué me rechazas? – le preguntó con una
dulzura que hasta ahora no le había mostrado. Maca comprendió que estaba en
lo cierto, había caído en su trampa.
- Yo… yo… - las lágrimas se le saltaron “¿por qué te rechazo?”, “¡porque no
puedo hacerte cargar conmigo!”, “porque no te mereces que se me vuelva a ir la
cabeza y te haga otra vez lo que te hice”, pensó – yo… no te rechazo, yo… –
dijo con un nudo en la garganta “yo… te amo, y lo único que sueño es en estar
contigo”, pensó, mirándola de tal forma y con tal intensidad que Esther la
entendió.
- ¿Y porqué nunca me quieres decir lo que sientes? – preguntó intentando
disimular una sonrisa provocada por la alegría de aquella confesión sin palabras,
no hacía falta que las pronunciara, sus ojos las habían gritado tan alto que había
sido capaz de escucharlas.
- Esther, porque yo no soy como tú. No soy capaz de… de expresar… bueno que
ya lo sabes – frunció el ceño molesta, le costaba hasta decirlo en voz alta.
- ¿Tan difícil era decirme que me quieres?
- Te he dicho que te quiero muchas veces, ¡muchas! más incluso de las que soy
capaz de recordar...
- No me refiero a esos te quiero, Maca. Ya sé que hay muchas formas de
hacérmelo ver. Me refiero de verdad – le dijo en tono de reproche – necesito que
me lo digas de verdad.

Maca la miró intentando adivinar qué era lo que quería de ella, siempre había sabido
leer aquellos ojos, pero ese día estaban especialmente misteriosos y Maca sintió de
pronto pánico de no poder volver a entenderlos, de haberlos perdido para siempre.
- Ya te lo he dicho – respondió cansada mirando a aquel grupo que debía atender
y que ya estaba terminando de comer el plato que le habían servido – y, ahora,
debo seguir con los niños.
- ¡Cobarde! ¿hasta cuando vas a seguir huyendo?
- No huyo. Nadia viene por ahí y debo seguir. ¡Mira que cola! – exclamó
angustiada y nerviosa – ya hemos dado suficiente espectáculo ¿no crees?….
- Yo lo que creo es que debes descansar. Germán me ha enviado a que te lo diga.
El sol de la tarde es demasiado fuerte para ti – le dijo con brusquedad.
- Lo que es demasiado fuerte para mi son conversaciones como ésta.
- ¿Te he levantado dolor de cabeza? – preguntó burlona.
- Me has levantado todo, la cabeza, el estómago, ¡menos lo que yo quisiera! –
exclamó con énfasis.
- ¿A qué te refieres? – preguntó perpleja.
- Creo que es evidente, ¿no?
- No – respondió con sinceridad.
- ¡A mí de esta silla! – exclamó de nuevo. Esther la miró y esbozó una media
sonrisa divertida, sus ojos bailaron como hacía tiempo y Maca supo que la
enfermera tramaba algo y ella ya no era capaz de saber el qué.
- No esperes milagros, bastante he logrado ya de ti hoy – le sonrió abiertamente,
Maca se quedó desconcertada, sin saber que significaba aquello que le había
dicho, Esther parecía otra vez de buen humor y parecía aceptar su negativa a
pronunciar las dos palabras que tanto deseaba escuchar “te amo”.
- Pues… si no puedo esperar milagros de la enfermera milagro, tú me dirás de
quién puedo esperarlos – respondió irónica.
- Vete dentro, por favor, en cuanto pueda voy yo. O… - se volvió y miró a
Germán que auscultaba a un chico, el médico levantó la cabeza al verse
observado y ella le preguntó con una seña si iba a ayudarle, a lo que él negó con
un gesto y un “tranquila” - mejor te acompaño y…
- No hace falta que te molestes. Puedo sola – se apresuró a oponerse.
- No me es molestia – le sonrió – pero si no quieres… - se encogió de hombros y
le acarició la mejilla, con suavidad - descansa, ¿de acuerdo? – la miró satisfecha
de lo que había leído en sus ojos – si aún tienes ganas, esta tarde iremos al río.
- ¿Lo dices en serio? – le preguntó cada vez más confusa con su actitud y Esther
asintió - ¿y soy yo la que está jugando?
- Sí, tú eres la que juegas y no hablas claro, yo no voy a insistir más veces –
sonrió satisfecha, ya la tenía donde quería, ahora sí estaba segura no solo de que
Maca la amaba sino de que no tardaría mucho en reconocerlo.
- De acuerdo, vamos al río esta tarde – aceptó ante el asombro de Esther que
estaba segura de que se iba a negar.

Maca giró la silla para encarar al grupo dispuesta a llamar a la primera madre de la fila
que tenía en brazos a una pequeña a la que intentaba obligarla a tomar parte de lo que le
habían servido.

- ¡Ah! … Otra cosa, Maca – le llamó la atención reteniéndola.


- ¿Qué?
- Me encantas en esa silla – le susurró en el oído – deja de querer levantarte por
mí de ella, si quieres hacerlo, que sea por ti.
Maca la miró sintiendo que un escalofrío le recorría la espalda y que un cosquilleo
especial subía desde su estómago. La enfermera la miró burlona y le dio la espalda,
comprobando que Nadia se había detenido en uno de los grupos, se giró hacia ella.

- Y… una cosa más, Maca – la miró con intensidad - ¿Entiendes ahora cómo me
siento yo cada vez que me insinúas que no merezco cargar contigo? – le
preguntó con una mirada especial, franca, dura y a la vez llena de cariño.

Maca no respondió y bajó los ojos, avergonzada y vencida, ¡qué lista había sido la
enfermera! ¿qué podía responder a eso? Esther se dio la vuelta dispuesta a marcharse
pero de pronto pensó en decirle algo más y se detuvo, cuando estaba a punto de hacerlo,
sintió que Maca la sujetaba por la muñeca, obligándola a encararla.

- Esther – la miró fijamente a los ojos y la observó con atención, la enfermera


aguardó paciente, segura de que Maca le iba a decir algo importante – si… si…
ese león sediento del que hablabas anoche… se… se decidiese a beber agua…. –
bajó el tono y apretó los labios en una mueca que la enfermera conocía a la
perfección, Maca dudaba y tenía miedo de su respuesta - ¿tú qué pensarías de él?
- ¿Pensar? no pensaría nada – respondió, pero viendo que sus palabras
provocaban un velo de decepción en los ojos de la pediatra, inmediatamente, se
apresuró a continuar – yo… - se agachó, dejando su cara a un palmo de la de
Maca - ¡estaría dándole agua toda la vida! - le susurró con tanta intensidad que
Maca se echó hacia atrás, en un intento de evitar lo que ya intuía que era
inevitable, pero sus ojos brillaban de una forma especial, mostrándole a Esther
que la respuesta le había satisfecho sobremanera.
- Y… si… ese león… prefiriese que… que no se la dieses – le preguntó con temor
de ser malinterpretada, Esther frunció el ceño sin saber qué quería decirle, pero
decidió esperar a que se explicase – si… si prefiriese volver al lugar del que
llegaba y … y prefiriese que… que lo dejases beber solo, que… que …
- Si ese león prefiriese vagar por la selva, buscando su sitio, yo vagaría con él, si
prefiriese volver a su zoo y vivir enjaulado, yo me enjaularía a su lado, para que
cada vez que tuviese sed, supiese que puede beber y…
- Y si el sol de la selva y el cansancio de ir tras él, hiciese que se secase el agua,
hiciese que….

Esther la miró, sonrió y le cogió una mano, inclinándose de nuevo hacia ella.

- A estas alturas de tu vida, Maca, creí que ya habrías aprendido que hay veneros
que brotan de tan adentro que nunca se secan y… por mucho que queramos
taparlos, por mucho que queramos cerrar esa fuente, la naturaleza sigue su curso
y antes o después, resurgen con toda su fuerza, porque lo único que han hecho es
crecer a escondidas.
- Pero… pero y si… si no fuese así y si… se secase – insistió mirándola con un
aire de desesperada súplica. Esther comprendió al instante lo que ocurría, Maca
tenía miedo de que volviese a dejarla, como ya hizo cinco años antes.
- Entonces tendríamos sed los dos y tendríamos que buscar juntos dónde poder
beber, y quizás tendríamos que dejar de vagar… - le sonrió maliciosa – y
quedarnos en un lugar que nos permitiera saciar la sed de ambos – terminó
incorporándose y dejándola con una tonta sonrisa en la boca - ¿no crees?
- Supongo que sí – murmuró.
- ¿Solo supones? – le preguntó maliciosa.

Esther esperó a que dijera algo más, pero no lo hizo, Maca continuó observándola
fijamente, abstraída, asimilando cada una de las palabras que habían sido pronunciadas.
“¡Daría lo que fuera por saber qué está pensando!” se dijo la enfermera calibrando hasta
qué punto debía seguir presionándola o si ya estaba bien, finalmente decidió parar,
estaba claro que Maca necesitaba más tiempo y ella estaba dispuesta a esperar todo el
que fuera necesario. Se dio la vuelta sin pronunciar palabra y se alejó de ella, pero antes
de llegar junto a Germán deshizo sus pasos con una rápida carrera.

- y… una cosa más, Maca, yo… ¡también te amo! no es tan difícil decirlo – apretó
la boca en una mueca socarrona – como diría Germán, “santo y seña, Wilson,
¡santo y seña!” – exclamó y corrió hasta su puesto junto al médico, dejando a
Maca boquiabierta.

La pediatra comprendió inmediatamente lo que acaba de hacer la enfermera, en la


trampa en la que había caído sin remisión y no pudo evitar esbozar una sonrisa. A su
modo le había hecho sentir lo que llevaba días haciéndole ella. La había acusado de algo
que no era cierto, pero que era lo mismo que ella buscaba de excusa para negarse a
entregarse a Esther. Sí, había sido muy lista, ¡muy lista! y no pudo evitar mirarla
mientras se alejaba, sonriendo agradecida. Le acababa de hacer la declaración de amor
más bonita e intensa que nunca le hiciera, la había dado la seguridad que tanto
necesitaba, pero también le había dejado muy claro que, si no quería perderla, tenía que
dejarse de confesiones veladas, le había dejado claro que no le bastaba cerciorarse de
que la amaba, que necesitaba escuchárselo decir. Suspiró mirando hacia ella, necesitaba
ver su sonrisa otra vez, sus ojos anhelantes clavados en ella, pero Esther se había
arrodillado junto a Germán, parecía seria, tranquila y, sobre todo, dispuesta a no volver
a “ofrecerle agua”, ya sabía donde estaba, las dos sabían donde estaban, y Maca
comprendió que Germán tenía razón en todo lo que le dijo, dependía de ella y solo de
ella el que Esther decidiese volver a Madrid o permanecer allí, en Jinja. La cabeza le
daba vueltas y se sintió ligeramente mareada, se giró y buscó su sombrero, lo cogió y se
lo puso resignada. Bebió un poco de agua y esperó un instante a encontrarse mejor,
luego llamó a la madre que veía primera en la fila, atendería a aquella pequeña hasta
Nadia volviese.

Minutos después, Nadia regresó y le pidió que entrase a descansar, pero Maca se negó
con una sonrisa y, juntas, atendieron a cuatro mujeres más. Mientras las examinaban, la
pediatra miró en varias ocasiones hacia Esther, pero la enfermera parecía enfrascada en
su trabajo. Cada vez estaba más cansada y, a pesar de estar disfrutando con todo
aquello, sabía que no iba a poder aguantar mucho más allí fuera. Cuando ya suspiró
creyendo haber terminado con el trabajo en la explanada, llegaron tres jóvenes madres
que, Maca miró con desesperación, se sentía agotada pero no quería dar su brazo a
torcer y menos después de la charla con Esther, pero empezaba a ser consciente de que
estaba llegando al límite de sus fuerzas. Nadia la miró sonriente, pero ligeramente
preocupada, le propuso de nuevo seguir sola y que ella fuese a descansar, pero Maca
volvió a negarse. No estaba dispuesta a renunciar a las primeras de cambio.

Tras pasar satisfactoriamente la revisión, dos de las jóvenes, siguieron las indicaciones
de Nadia y entraron a hacerse la prueba del VIH pero la tercera, hubo de esperar, debían
atenderla en el interior.
- Maca, debemos acompañarla dentro, a maternidad.
- Sí, creo que debería quedarse aquí – compartió su opinión – va a haber
problemas con el resto del embarazo.
- Vamos a recoger todo esto y nos vamos con ella. Ya está bien por hoy.
- ¿Y las demás? Aún quedan varios niños por ver y….
- Los examinarán en el próximo turno.
- Pero…
- Maca, no sé tú pero yo he estado toda la noche trabajando y …
- Luego has tenido que estar enseñándome todo – la interrumpió con un deje de
culpabilidad.
- ¿Tenido! ha sido un placer – le sonrió – pero… estoy muerta.
- La verdad es que yo también – reconoció al fin al ver la sinceridad de la chica.
- Normal, es tu primer día.
- Sí, ¡odio este calor!
- ¿Calor! hoy no hace demasiado. ¡Hay días peores!
- ¡Pues no quiero ni imaginar como serán! – exclamó terminando de recoger.
Mientras lo hacía, una anciana se acercó a ellas casi gritando. Nadia cruzó unas
palabras con la mujer y, ésta pareció calmarse y regresar al grupo del que había
llegado - ¿qué le pasa?
- Nos ha visto recoger y se ha impacientado. Quiere que veamos a su hija.
- Pues vamos a verla.
- No, Maca. Tendrá que esperar.
- Pero a lo mejor está grave, no se pondría así si… - se detuvo al ver la cara que le
estaba poniendo la joven - como tú digas – murmuró intentando que sus
palabras sonaran a disculpa.
- Es duro, lo sé, pero hay que saber parar. Las dos debemos descansar.
- Pero… ¿hasta mañana no la atenderemos?
- No, mujer, dentro de un rato entra el siguiente turno y ellas están además en el
grupo de Phillis – le indicó señalando hacia el fondo, donde Maca vio a un
médico arrodillado frente a un grupo de una veintena de personas – es
angustioso pero no podemos hacer más de lo que hacemos. Si no descansamos,
no servirá de nada que les atendamos. Hay que estar frescos para evitar errores.
- Tienes razón – suspiró mirando hacia atrás con una sensación de culpabilidad
por dejarlos allí.
- Vamos, no lo pienses más – le puso la mano en el hombro, al ver la lentitud con
que avanzaba.

Maca lo aceptó con alivio. Estaba segura de que si seguía unos minutos más bajo aquel
sol y con aquel calor asfixiante se iba a caer redonda de la silla. Pero a pesar de todo,
era incapaz de dejar de sonreír, de sentirse satisfecha y de sentirse especialmente
contenta.

* * *

A escasos metros de ellas, Germán, había estado observando lo silenciosa y pensativa


que había vuelto Esther, tras su charla con Maca. En un primer momento, había pensado
recriminarle la escena que habían montado delante de todos pero, al verla tan seria, se
contuvo, ya tendría tiempo de hablar con las dos al respecto. No era buena idea intentar
razonar con ella cuando estaba enfadada. Sin embargo, la enfermera, lejos de parecerle
enfadada, parecía preocupada, se había concentrado en el trabajo como no había hecho
en toda la mañana y cada vez que le había dirigido la palabra era para dar su opinión o
preguntar algo de lo que estaban haciendo. Y él, con prudencia, no le sacó el tema,
esperando que ella se decidiese a confiarle lo que había ocurrido entre ambas, aunque
mucho se temía que había vuelto a las andadas, presionando a Wilson y que le había
salido el tiro por la culata, de ahí esa actitud circunspecta.

Tras ver pasar a Nadia y Maca hacia el interior, y percatarse de la mirada de la pediatra
y del intento, infructuoso, de que Esther se diese cuenta de que se entraba, la saludó con
la mano en un gesto marcial y una sonrisa de satisfacción y orgullo, a la que Maca se
apresuró a corresponder, pero la enfermera no levantó la cabeza y, rápidamente,
comprendió que la discusión que las había visto protagonizar había sido más seria de lo
que le pareció en un principio. Aunque Maca no parecía ni molesta ni alterada, parecía
satisfecha, contenta y conciliadora. Germán le dio un ligero golpe en el brazo a Esther y
le indicó con los ojos que Maca ya se marchaba, pero Esther no mostró ninguna
intención de levantar los ojos hacia ella y frunció los labios en una maquiavélica sonrisa
que ninguno pudo apreciar.

- ¿Ya estáis otra vez? – le pregunto al verla mirar hacia la pediatra cuando ya
había pasado de largo y ésta no podía verla – no deberías discutir con ella.
- Lo sé y lo siento, no debí hacerlo – se disculpó consciente de que no debería
haber provocado aquella conversación delante de todos y pensando que él le
estaba recriminado ese comportamiento – fue culpa mía pero… no volverá a
pasar. Además, ya está todo hablado.
- Después dices que soy yo el que se pasa el día picándola, pero vaya discusiones
que os traéis vosotras.
- Si – suspiró – no habrá más discusiones. Te lo prometo.
- ¿Por qué no vas a buscarla? Parecía cansada.
- Lo está, pero no voy a ir. Tengo trabajo.
- También tienes que descansar.
- Mira quién fue a hablar ¿Y tú qué? También pareces cansado.
- Yo iré en un rato, pero tú… deberías ver cómo está… y… echarle una mano…
aquí… no es como en el campamento.
- No insistas, no voy a ir tras ella. Tenías mucha razón, necesita libertad y hacer
las cosas cuando ella quiera – le dijo recordando la petición de Maca. Había
estado dándole vueltas a la cabeza y quizás se había equivocado en sus
apreciaciones, al principio había estado muy segura, pero ahora, mientras más
pensaba en aquellas palabras, y escuchaba la voz de Maca diciéndole “si ese
león no quiere que se la des”, “si prefiere beber solo”, las dudas la asaltaban, ¿y
si Maca le estaba diciendo que no iba a dejar a su mujer! ¿que aunque pudiese
desearla, que aunque pudiese quererla, incluso que aunque estuviesen juntas, al
volver, no dejaría a Ana?
- Ve a buscarla, una cosa es no insistir en ciertos temas y otra muy distinta, dejarla
sola cuando de verdad necesita ayuda – le recomendó, sacándola de sus
pensamientos.
- ¿En qué quedamos? – le dijo con rapidez – ¿en qué debe conocer esto sin ti y sin
mí o en que me vaya tras ella! no soy su niñera – lo miró con un esbozo de
sonrisa.
- ¿Estás enfadada con ella? – preguntó desconcertado, ni el tono ni su expresión
burlona, se correspondía con sus palabras.
- No – sonrió - ¡todo lo contrario! he decidido hacerte caso, así es que, vamos a
terminar con éste chico y a comer algo, pero no voy a entrar tras ella – lo miró
desafiante.
- A mí no me engañas, algo no te ha salido como esperabas – afirmó mientras
comenzaba a limpiar la herida del chico que yacía tumbado junto a ellos - ¿Qué
ha pasado?
- Es una cabezona… - le comentó mostrando su desesperación – solo le pido una
cosa, que me diga claramente lo que siente, y a cambio no deja de insinuarme
que me quiere y que quiere que me vaya con ella a Madrid, para
inmediatamente, transmitirme la sensación de que prefiere estar sola, de que
prefiere saber que estoy ahí pero… no sé… - suspiró - le he dicho claramente
que no pienso seguir con este juego, y hasta que no me diga las dos palabras que
quiero escuchar, no voy a dar ni un solo paso más – masculló con rapidez,
Germán sonrió seguro de que no cumpliría lo que estaba diciendo, la conocía y
solo estaba expresando en voz alta lo que pasaba por su cabeza pero luego no
sería capaz de hacerlo.
- Pero… vamos a ver que yo me entere, ¿te ha dicho que te quiere y te ha pedido
que vuelvas a Madrid con ella? – preguntó satisfecho al comprobar que su charla
en el jeep había surtido el efecto que pretendía.
- Sí.
- ¿Y cuál es el problema! no me irás a decir que ahora…
- No sé – masculló mohína – el problema es que no hay problema.
- Ya sí que me he perdido – sonrió negando con la cabeza burlón.
- El problema es que no me basta con que me quiera, necesito que me lo diga a la
cara, sin rodeos, que me diga si piensa en un futuro conmigo o si… pero ano lo
hace, y a veces creo que me lo está pidiendo y otras creo que me insinúa que se
conforma con una relación a medias y…
- Deja de comerte la cabeza y escucha lo que te dice – le aconsejó.
- Eso he hecho – volvió a suspirar.
- Tiene miedo, Esther – le dijo de sopetón.
- Pero miedo de qué – preguntó sorprendida de la seguridad con que se lo había
dicho.
- De hacerte daño. De… – se detuvo y la miró – no debía decirte esto, y como
Maca se entere de que te lo he dicho, me mata.
- ¿Qué pasa?
- Maca se siente culpable por algo. Algo que teme que se repita.
- Ya… – dijo pensativa intentando adivinar qué podía ser, porque esa misma
sensación es la que ella había tenido la noche anterior cuando estuvieron
hablando – yo creo que no es eso. Yo creo que está enamorada de otra persona y
que está dudando – le dijo aventurándose, no sabía por qué pero tenía la
sensación de que Maca y él habían hablado y ella necesitaba saber si, aparte de
Ana, también tenía que preocuparse por alguien más, por Vero – quizás porque
no está segura de si lo está o no o.. no sé… quizás porque…. Ana
- ¿De Ana! yo no creo que Ana sea el problema, es la excusa.
Esther se detuvo en lo que hacía y lo miró detenidamente.

- No pensaba en Ana pero… ¡Tú sabes algo! – afirmó con rotundidad, segura ya
de ello.
- Yo no sé nada.
- Claro que lo sabes, ¡dime que pasa con su mujer! – casi le ordenó, elevando la
voz mostrándose a un tiempo sorprendida de que fuera así y alterada ante la
posibilidad de enterarse, al fin, de lo que ocurría con Ana.
- Que no Esther, que yo no sé nada – repitió desviando la vista de ella y
concentrándose en recoger el equipo.
- ¡Qué a mi no puedes engañarme, Germán! – le insistió – ¡qué se te han puesto
las orejas coloradas! – se burló sujetándolo por el brazo obligándolo a mirarla.
- Eso es del calor – murmuró avergonzado.
- ¡Del calor que te ha entrado al irte de la lengua! – soltó con rapidez y melosa
volvió a la carga – dime que es, dímelo, por favor. ¡Necesito saberlo!
- Yo… no puedo, Esther – le dijo poniéndose serio e incorporándose – será mejor
que veamos a aquel anciano de allí, su hija ha venido ya tres veces a pedir que le
eche un vistazo y luego… vamos a comer algo – propuso encaminándose hacia
el árbol bajo cuya sombra descansaban un grupo de desplazados.
- ¡Por favor! – le pidió sujetándole una mano y haciendo que la mirase - ¡por
favor, Germán! es muy importante para mí.
- Que no puedo Esther, que lo prometí, y... no insistas porque no te lo voy a
contar. Es ella la que debe hacerlo.
- ¡Pero esto es increíble! – exclamó – o sea, ¡qué te lo ha contado! Me paso los
días detrás de ella, Maca por aquí, Maca por allá, Maca esto y Maca lo otro, se
supone que hemos vuelto a tener confianza y, en diez minutos que habla contigo,
¿va y se sincera?
- No te equivoques con Maca, ella no me ha contado nada – sonrió divertido por
su arranque de celos.
- Ah… y… entonces cómo... – preguntó enrojeciendo arrepentida de la reacción
airada que había tenido.
- Adela.
- ¡Joder! ¡vaya con la amiguita! – exclamó sin poder evitarlo y sin pensar en él y
en lo que podía significar que hubiese estado hablando con su ex mujer de Maca
- ¡Con amigas como esa para qué quiere Maca enemigos! – se ensañó mostrando
abiertamente su animadversión hacia ella.
- No te equivoques tú ahora con Adela – le reprochó molesto por su tono – Adala
dudó mucho antes de decirme nada y su única pretensión era.. era que yo os
ayudase, a ti incluida.
- ¿Ayudarme Adela a mí? – preguntó irónica.
- Sí, y no te hagas la tonta conmigo, que ya sé que fue ella la que te espoleó para
que te la trajeses aquí.
- ¡Joder! – volvió a exclamar aún más abochornada que antes - Pues ayúdame y
cuéntamelo.
- No ese tipo de ayuda, Esther. Habla con Maca, y que te cuente ella.
- Pero si lo he intentado de cientos de formas y es mencionar a Ana y se pone a la
defensiva – protestó – no hay manera de que suelte prenda.
- Ya la conoces, le cuesta hablar de sus sentimientos y… lo ha pasado muy mal,
eso te lo aseguro.
- Pues ya si que no entiendo nada. Si tan mal lo ha pasado y tan mal le va con ella
¿por qué no la deja? – lo miró esperanzada y a un tiempo asustada, tenía un
extraño presentimiento cada vez que hablaban de su mujer – porque ahora
mismo me acaba de decir que estaría dispuesta a empezar algo conmigo pero
luego, creo que me ha dicho algo que puedo entender como que… - se
interrumpió sin saber si decir en voz alta aquello que le rondaba la cabeza
porque tampoco estaba segura de que fuera real, pero finalmente, asqueada por
el tono de la conversación, por la idea de que Germán, precisamente Germán,
supiese algo que ella deseaba conocer desde que llegó a Madrid y supo que
Maca estaba casada, se decidió - vamos que … que me ve perfectamente en el
papel de amante, pero que a Ana no la deja.

Germán torció la boca y enarcó las cejas en un gesto de incredulidad.

- ¿Wilson te ha dicho eso? – preguntó extrañado – Creo que lo has entendido mal.
Vamos… estoy seguro de que no es eso, al menos... no exactamente así – le dijo
frunciendo el ceño – confía en Wilson. Habla con ella, pero no la presiones. En
el fondo creo que está deseando contarlo.
- ¿Sabes que nadie en la clínica conoce el tema? – preguntó más suave y más
tranquila al ver que Germán no dudaba ni por un instante en que aquello que
ella temía era absurdo.
- ¿Qué tema? – preguntó desconcertado.
- Ana. Nadie la conoce. Bueno, Adela sí claro…
- Sí, lo sé, me lo ha contado Adela – reconoció – pero… conociendo a Maca… no
me extraña.
- Mucho hablas tú últimamente con tu ex, ¿no?
- Lo normal.
- ¿Lo normal? ¡qué estas hablando conmigo Germán! ¡qué te he visto hacer ruidos
en la radio para fingir que había interferencias! – rió recordando esos días - y te
he visto decirle a Francesco que no aceptase sus segundas llamadas – sonrió
burlona haciendo que fuese ahora él el que enrojeciese.
- Bueno… ya vale… es cierto que… últimamente, nos llevamos mejor.
- No entiendo como un hombre como tú… no veo que os parezcáis en nada.
- Tampoco te pareces tú en nada a Maca – le soltó irónico – quizás ahí esté la
cuestión, ya sabes lo que se dice….los polos opuestos…
- Visto así.
- Anda, ve a buscarla y… si hablas con ella, no seas muy dura.
- Mucho la proteges tú ahora.
- Bueno… digamos que… me he acostumbrado a sus borderías.
- Ya… - sonrió, se inclinó hacia él, lo besó en la mejilla y se levantó – voy a
buscarla y te prometo portarme bien y no discutir con ella.
- Ahora nos vemos – le devolvió la sonrisa observando como salía corriendo en
dirección a los edificios.

Por el camino, no dejaba de pensar lo tonta que había sido dudando de la pediatra y sus
intenciones. Maca había sido clara, a pesar de no decirle lo que ella esperaba, sí que le
había dicho que quería intentarlo, que quería ir con ella al Nilo, le había pedido que
regresase a Madrid… Germán tenía razón, siempre se dejaba llevar por aquellos
impulsos negativos, por sus miedos y sus dudas y así lo único que conseguiría sería lo
contrario de sus pretensiones. Y, lo peor de todo, es que ahora, Maca estaría sufriendo
las consecuencias, aquellas instalaciones no estaban adecuadas a sus necesidades,
¿cómo se metería en la ducha! quizás ni llegaba a los grifos, esos estaban más altos que
los del campamento. Apretó el paso, segura de que aún podría encontrarla en la sala de
descanso. Tenía ganas de verla, de tomar con ella aunque fuera un sandwicht rápido, y
de salir con ella de excursión en cuanto terminase el trabajo y el sol comenzase a caer.

* * *

Maca, había acompañado a Nadia hasta la maternidad y luego se dirigió hacia los
pabellones, pensativa, pasó por la sala de descanso en busca de la mochila que había
preparado Esther, pero no fue capaz de encontrarla. Estaba realmente cansada, sin
embargo la sonrisa de satisfacción no se borraba de sus labios.

A pesar de ello, su cabeza no dejaba de dar vueltas a todo lo que estaba experimentando
allí, a todo lo que Esther le decía y le pedía con claridad y aquello que le pedía aún sin
palabras. Estaba angustiada, había intentado dar el paso y no había sido capaz de
hacerlo abiertamente, y solo había conseguido caer en la trampa de la enfermera,
aunque eso tenía una ventaja, por fin Esther la había convencido de que no era una
carga para ella, si no todo lo contrario, pero no podía dejar de verla allí agachada, con
Germán, sin un segundo para buscarla con la vista. Después de haber estado toda la
mañana pendiente de ella hasta el punto de exasperarla, cuando había dejado de hacerlo,
lo había echado en falta. Necesitaba sentir que era importante para ella, que se
preocupaba por ella, que… “deja de darle vueltas a la cabeza y actúa”, se dijo,
accionando la silla con fuerza dispuesta a entrar en las duchas, con la intención de
refrescarse como fuese, aunque estaba segura de que allí no existiría nada para que ella
pudiese ducharse cómodamente, sonrió pensando en lo de cómodamente, ¡cómo había
cambiado su visión de las cosas desde que llegara a Jinja! Aún así estaba decidida a
meterse en esa ducha aunque tuviese que permanecer en su silla, el calor asfixiante la
estaba matando y lo cierto es que le daba igual qué tuviese qué hacer para conseguir
darse esa ducha. Estaba aprendiendo que había cosas mucho más importantes y que ella,
a pesar de todo, tenía mucha suerte. Definitivamente, se sentía contenta y feliz.

Se plantó delante del pequeño edifico y buscó algún indicativo de los baños, sin ser
capaz de localizarlo. Cuando por fin lo vio, suspiró al mirar la entrada, debía haber
imaginado que se encontraría con aquel obstáculo. Un par de escalones le impedían
subir sola. ¡Con las ganas que tenía de darse una buena ducha! Pero ese día nada parecía
salirle del todo mal y cuando estaba a punto de girarse para buscar a alguien que le
ayudase a subir, vio acercarse a Sara.

- ¿Qué haces ahí, Maca? ¿necesitas ayuda?


- La verdad es que te agradecería que me echases una mano – la miró con
atención, tenía aún peor aspecto que cuando llegaron esa mañana pero no le dijo
nada, temiendo molestarla de nuevo.
- Vamos – se situó a su espalda y la subió – aquí están los baños le señaló la
puerta de la izquierda.
- Voy a la ducha – le sonrió – Germán dice que ya tengo bastante por hoy.
- Sí, pareces cansada.
- Tú también.
- Imagino que todos – respondió haciendo un gesto de desagrado que Maca no
comprendió a qué venía.
- ¿Ya has comido? – le preguntó a la joven, pensando que no era así, por lo que
ella había visto en la distancia tenía la sensación de que era la primera vez que se
alejaba de la explanada.
- No, bueno sí, ya, algo rápido, allí mismo – le mintió temiendo que Maca
estuviese buscando compañía para comer - bueno, nos vemos tengo prisa – le
dijo corriendo al interior del baño.
- Hasta luego – murmuró ya sola, abriendo la puerta que daba acceso a la sala de
las duchas, definitivamente Sara estaba rarísima.

El recinto estaba desierto, la oscuridad contrastaba con la luz cegadora del exterior,
incluso le daba la sensación de que el ambiente era mucho más fresco. Hasta tal punto
era así, que un escalofrío la recorrió, le dolía la cabeza, no debía haberse quitado el
sombrero tanto rato y tenía el estómago ligeramente revuelto, se ducharía e iría a
descansar, “¡que frío!”, pensó abrazándose así misma un instante, permaneciendo allí
parada, absorta.

“Esther, Esther, ¿qué voy a hacer?”, no pudo evitar murmurar, “deja de ser tan imbécil o
una vez mas te vas a ver sola”, pensó con un suspiro, aceleró la marcha y se metió en
una de las duchas, mirando con recelo hacia atrás, sin poder evitarlo ese ambiente le
había provocado una sensación de aprensión, como en sus sueños, frío, humedad,
oscuridad y soledad, siempre soledad. Y era precisamente esa sensación de soledad la
que siempre la hacía reflexionar, repasar cada una de las conversaciones mantenidas en
el día, recordar palabra por palabra lo que había dicho y lo que había escuchado. Y,
como siempre, su mente voló a las palabras de Esther “yo también te amo”, sonrió
abstraída, mientras le daba al grifo y dejaba correr el agua templada sobre ella. ¡Cuánto
necesitaba esa sensación de frescor, de pureza! ¡Cuánto necesitaba desprenderse de todo
lo que la envolvía! No podía evitar soñar despierta en lo que significaban aquellas
palabras, imaginar lo que ocurriría si ella se decidiese al fin a confesarle sin tapujos que
no la había olvidado, que se moría por estar con ella, por soñar con ella, por vivir con
ella, pensó en esas pequeñas cosas de las que tanto había disfrutado siempre a su lado y
que no sabía si ocurrirían, pero que su corazón anhelaba con unas ansias desmedidas,
deseosa de que sucediese el milagro por una vez en su vida y aquello que tanto había
esperado, se produjese sin más y ella consintiese en que fuera así. Realmente ahí es
donde estaba la clave, en que ella lo consintiese, “depende más de ti que de ella”,
volvieron a retumbar las palabras del médico en su cabeza.

Cerró los ojos y levantó la cara sintiendo el agua caer por ella, la imaginó como leves
caricias de sus manos, y se estremeció. ¡Deseaba tanto que Esther abriese esa puerta y
entrase sin avisar, sin pedir permiso, obligándola a mirarla, obligándola a ceder y
confesar! “Si lo hace, si me busca aquí, prometo cogerla y decirle que sí, que la amo, sin
palabras veladas, sin insinuaciones, directamente, la voy a coger y se lo voy a decir sin
más, como ella quiere, como ella espera”, pensó cerrando los ojos y pasándose las
manos por la cara elevada hacia el chorro de agua que caía sobre ella sin cesar. “No
digas tonterías y no prometas cosas que luego no eres capaz de cumplir”, se dijo
temerosa de nuevo, sin confiar en su valor. Allí fuera se había decidido y luego no había
sido capaz de encontrar las palabras. Sí, allí estaba otra vez su razón luchando,
haciéndola preguntarse por todo lo que pasaba por su mente. ¡Sí! se iba a volver loca de
tanto darle vueltas a todo. Su corazón se desbocaba solo de pensar en dar el paso y
cogerla de la mano y ser del todo sincera, y su cabeza lo frenaba una y otra vez, una y
otra vez, dueña de su cuerpo, dueña de su vida, dueña de su corazón. Siempre terminaba
por frenarla bruscamente, por despertarla del mejor de sus sueños, por convertir la duda
en la reina de su pensamiento, odiaba esa sensación de angustia que le provocaba,
odiaba esa continua batalla con sus sentimientos que se cruzaban, inevitablemente, con
ella, sí sus sentimientos la estaban golpeando sin piedad y estallando en su corazón.
¡Que locura era todo aquello! ¡si fuera capaz de encontrar la unión entre sus
pensamientos y ese sentimiento profundo que la ahogaba! ¡si fuera capaz de encontrar la
forma de casar la lógica y el amor, de unir la realidad y el deseo, y cumplir al fin el que
había venido siendo el mayor y más secreto de sus sueños! ¡amar a Esther, amarla hasta
la muerte!

* * *

Esther entró en la sala habilitada para el descanso con precipitación, paseó la vista con
rapidez de uno a otro extremo y no vio a Maca. Un par de médicos y varios cooperantes
descansaban allí y les preguntó por ella. Ninguno parecía haberla visto. Cuando ya se
marchaba cruzó con un enfermero que conocía de vista, lo saludó y salió, pero antes de
llegar a la puerta que accedía al exterior del pabellón sintió que la alcanzaban.

- Dicen que preguntas por la doctora… por … no sé como se llama, eh… - se


interrumpió pero al ver que Esther no le decía nada continuó – por.. la doctora
en silla de ruedas.
- Si – sonrió - ¿la has visto?
- Hace rato que se marchó al baño – le dijo el joven.
- ¿Mucho? – preguntó ligeramente preocupada.
- Sí, al menos hará unos veinte minutos o media hora – calculó con rapidez
mirando a su derecha donde se había situado un compañero – debemos salir,
tenemos que volver al trabajo ya.
- Espera un momento… ¿estaba bien? – le preguntó e inmediatamente se
arrepintió de haberlo hecho. Maca no quería que estuviese pendiente de ella y
menos que todos se diesen cuenta.
- Parecía cansada, no sé, quizás no se encontraba bien. No me he fijado, la
verdad.
- Si – ratificó el otro – parecía bastante acalorada. Ha debido ir a refrescarse.
- Gracias – respondió y como una exhalación corrió hacia los baños.

Tenían la misma disposición que los del campamento, se trataba de un edificio de una
sola planta, con baños y duchas conjuntos, a un lado unos y al contrario las otras. Entró
tan rápido que tropezó en el escalón y se quedó pensativa, ¿cómo se habría apañado
Maca para llegar hasta allí? Parecían desiertos.

- Maca, Maca ¿estás ahí? – golpeó en el único que permanecía cerrado tras
comprobar que los demás estaban vacíos – Maca ¿te encuentras bien? – preguntó
tras escuchar toser en el interior – Maca – repitió sin obtener respuesta. Su
preocupación aumentó, quien quiera que estuviera allí estaba vomitando y no
quería ni imaginar que Maca tuviese una recaída. ¡Mira que podía llegar a ser
cabezota! emperrada en no ponerse el sombrero y allí estaba, segura de que el
fuerte calor y el sol habían vuelto a pasarle factura. Esperó pacientemente y al
final se abrió la puerta - ¡Sara! – exclamó entre aliviada porque no era Maca y
preocupada por su amiga - ¿qué te pasa?
- Uff, perdona – jadeó – te he oído pero… no podía ni responderte – dijo
acercándose al lavabo a echarse agua.
- Tienes un aspecto… - se interrumpió “¡horrible!”, pensó sin querer decírselo -
deberías descansar un poco, creo que no deberías volver al trabajo.
- No es nada – le sonrió – no te preocupes.
- ¿Seguro?
- Sí, seguro, anoche me pasé con la cena.
- Ya te dije yo que juntarte con Germán te iba a traer malas consecuencias –
bromeó.
- ¡Qué estómago tiene el tío! no vuelvo a hacerle caso – sonrió recuperando poco
a poco, el color – por cierto, que si la estás buscando, tu Maca está en las
duchas, o estaba hace un rato.
- ¡Gracias! – respondió sin moverse permaneciendo frente a ella.
- Anda ve a buscarla – le dijo con tono picarón, sentándose en el banco que había
junto a la pared – voy… a esperar cinco minutos aquí.
- ¿No necesitas nada?
- No, tranquila. Estoy bien.
- Puedo traerte algo…
- No… no... ve a buscarla – le sonrió.
- Gracias ¡guapa! – la besó en la mejilla fugazmente y salió corriendo a las
duchas.

Entró en el recinto con una sensación de alivio al comprobar que Maca no estaba en el
baño, le gustaba aquella oscuridad y frialdad que transmitía, parecían tan desiertas como
los baños, la luz apagada indicaba que no debía haber nadie, ¡tampoco estaría Maca ahí!
las escasas ventanas impedían ducharse con suficiente luz una vez cerrada la puerta,
inmediatamente lo comprendió, el interruptor estaba demasiado alto, era imposible que
Maca llegase a él.

Rápidamente imaginó donde debía estar, si es que aún estaba allí. Conociéndola se
habría ido a la última. Se encaminó hacia el final, giró el recodo y, efectivamente, Maca
ya venía por el pasillo, Esther la admiró durante un breve instante, tenía el pelo aún
empapado adherido a sus sienes, debía haberse metido bajo el agua con silla incluida
porque estaba toda chorreando, la pediatra se detuvo un instante, llevaba la cabeza
ligeramente inclinada observando el piso, había un par de losas sueltas que pretendía
esquivar, parecía tan desvalida que Esther, de pronto, sintió un deseo desmedido de
correr hacia ella, abrazarla, decirle que valoraba todo lo que estaba haciendo, que a ella
debía resultarle aún más duro que a los demás, que las pocas comodidades que había
para todos para ella aún eran menos y que lo entendía, que estaba orgullosa de ella
que… Las gotas de agua que caían de su pelo mojaban su camiseta y Esther no pudo
seguir pensando, solo la veía a ella, a su habilidad sorteando obstáculos, al dibujo de su
cuerpo bajo la ropa mojada. Se plantó en medio de su paso, con la vista clavada en sus
ojos.

Maca se detuvo y también la miró, sintiendo de pronto un nerviosismo especial, ¿qué


hacía ahora? ¡su deseo se había cumplido! ¡Esther había ido en su busca! ¡estaba allí,
frente a ella y con una mirada que la noqueaba! Era una especie de señal y tenía que
cumplir su promesa, quitó la vista y comenzó a juguetear con sus manos, temerosa de
sus deseos y de los que acababa de leer en los ojos de la enfermera, tenía la sensación de
que ahora sí que no había marcha atrás. Posó la vista en el baile de dedos que estaba
efectuando, finalmente, y con parsimonia levantó los ojos hasta clavarlos de nuevo en la
enfermera que permanecía frente a ella, mirándola burlona al verla azorarse
repentinamente, “¿qué estará pensando para poner esa cara?”, se preguntó. “Maca”,
movió los labios sin pronunciar su nombre y la pediatra sintió un escalofrío, “Esther”
dibujaron los suyos con un juego similar, correspondiendo a su llamada. La enfermera
sonrió y Maca tuvo la sensación de que Esther la acariciaba con esa sonrisa, con esa
mirada… y que esa caricia la enloquecía.

- Maca… – musitó esta vez sin dejar de perderse en sus ojos castaños y sintiendo
que aquel pelo mojado, aquella camiseta pegada a su cuerpo y aquellas manos
que se movían nerviosas la estaban volviendo loca.

Maca supo que Esther había pronunciado su nombre pero no fue capaz de oírla, no
podía moverse, no podía pensar, no podía casi ni respirar, entreabrió los labios e intentó
coger el aire que le faltaba. Esther no podía aguantar más aquella borrachera de miradas
y caricias encubiertas, sintió que una punzada la atravesaba y recorría su cuerpo. La
deseaba, la deseaba desesperadamente. Maca leyó ese deseo y esbozó una sonrisa,
entrecerrando los ojos y alzando su mano. “Ven”, volvió al juego de labios que no
pronunciaban palabra. “Ven”, repitió decidida.

Esther dio un paso titubeante, no quería precipitarse, no quería estropearlo todo como la
última vez. “Ven”, volvió a decir Maca en un sordo pronunciar. La enfermera no se lo
pensó más y llegó hasta ella, Maca levantó la mano en busca de la suya y las
entrelazaron, sin dejar de mirarse, jugueteando con sus dedos, aquel simple contacto fue
eléctrico para ambas, sintieron la corriente que las recorría y ambas temblaron al
unísono. La pediatra sonrió y seductoramente la atrajo hasta sentarla en sus rodillas.
Volvieron a interrogarse con las miradas, Maca volvió a sonreír y entrecerrar los ojos en
ese gesto que hipnotizaba a la enfermera, mantuvo la mano entrelazada con la de ella y
apoyó la otra en su cintura, con suavidad, acariciándola levemente con las yemas de los
dedos, ese contacto provocó que la punzada que sentía Esther se acrecentase
intensamente. Permanecieron así unos segundos, luego Esther soltó la mano de Maca y
se asió a su cuello, con ambas manos, los pulgares a la altura de la barbilla de la pediatra
devolviéndole las caricias, los ojos clavados en los suyos, Maca sujetó ahora con ambas
manos la cintura de la enfermera y deslizó sus dedos por los costados, con delicadeza,
sin prisa, como si todo el tiempo del mundo fuese su único compañero en aquellas
duchas, sintió que Esther se estremecía transmitiéndole a ella esa misma corriente que,
de nuevo, la hizo temblar.

- ¿Tienes sed? – le preguntó junto a su oído consiguiendo que su aliento erizara el


vello de Maca.
- ¡Muchísima! – exclamó empujándola con suavidad hacia atrás para poderle ver
sus ojos - ¡muchísima! – repitió.
- Santo y seña, Wilson – bromeó deseando escuchar por fin un “te amo” de sus
labios.
- ¿En serio lo necesito para entrar ahí? – le preguntó con seriedad, rozándole con
el dedo índice el pecho a la altura del corazón y deteniéndolo, juguetón, cerca
del pezón.
- Lo cierto es que no – suspiró – ¡ya estás dentro!
Maca sonrió con malicia, y una expresión pícara que Esther casi tenía olvidada,
exactamente eso era lo que deseaba escuchar.

- ¡Me muero de sed! – susurró insinuante.


- Puedes beber cuando quieras – le sonrió en el mismo tono de insinuación.

Pero Maca permaneció con los ojos clavados en ella, mirándola con tanta intensidad que
Esther se agitó nerviosa sobre sus piernas, anhelante, deseando que se decidiera a dar el
paso

- Jamás me habías mirado así - confesó la enfermera, ante la inmovilidad


desesperante de la pediatra.

Maca levantó una mano y le apartó un mechón de pelo de la frente, dejándola,


remolona, a la altura de su rostro y acariciando su mejilla.

- Siempre te he mirado así, pero tú parecías no darte cuenta – susurró mirando sus
labios.

Esther se acercó deseando impaciente el beso que Maca le estaba regateando.

- Maca... – dijo ansiosa entreabriendo sus labios.


- Aquí no – respondió empujándola levemente – ¡levanta holgazana! ¿o es que
esperas que te lleve encima hasta el comedor? – sonrió maliciosa sin dejar de
pasar sus dedos por el costado de la enfermera.
- Maca… - repitió desconcertada, sin moverse de sus rodillas, necesitaba ese beso,
lo necesitaba con desesperación, su lengua mojó sus labios en un gesto
inconsciente, en una provocación agónica. No podía dejarla así. Un beso, solo
uno.
- Levanta – susurró soplándole en la base del cuello, sabiendo lo que iba a
provocar en ella, con sus ojos clavados en los labios y entreabriendo la boca en
una invitación a la que la enfermera ya no podía negarse.

De pronto Esther se irguió, enderezó la espalda y abrió desmesuradamente los ojos, la


pediatra acariciaba la parte interior de su muslo y ese contacto la hizo desbocarse, cogió
la cara de Maca con ambas manos y le dio lo que ella parecía estar robándole desde
hacía unos minutos. Con los ojos cerrados, saborearon aquel beso como si fuera el
primero, a sabiendas de que lo era, el primero de los muchos que vendrían después. La
mano de Maca seguía acariciando la pierna de Esther, mientras se recreaban en el beso
eterno que dejó paso a un breve jugueteo de mordiscos, la pediatra estiró levemente el
labio inferior de la enfermera, para volver a perderse dentro de su boca, casi sin aire,
intentó retirarse un instante pero Esther apoyó su mano en la base de su nuca y la atrajo
de nuevo, ansiosa, creyendo morir si se separaba de ella.

- Maca… - murmuró Esther levantándose de sus rodillas, con las mejillas


encendidas por la excitación – ¡vamos dentro! – le pidió con apremio.
- Esther… - intentó protestar mirando el reloj, pronto las duchas estarían llenas –
no creo que ...
- Por favor – suplicó tendiéndole la mano – ¡por favor!
Maca torció la boca en un gesto pícaro y la siguió. La enfermera cerró la puerta tras
ellas. Ocupó su puesto sobre sus rodillas y se entregaron a un nuevo beso. Otra oleada
de placer le recorrió su cuerpo y la punzada de su vientre alcanzó una intensidad
indescriptible, que pedía a gritos ser calmada.

- Esther…
- ¿Qué? … - se quejó la enfermera al comprobar que Maca frenaba.
- Estheerrrr... - repitió casi en un jadeo aún transportada al éxtasis de aquel beso –
aquí no.
- Aquí si – susurró, comenzando a darle pequeños besos, primero los labios,
después la cara, los ojos, la nariz hasta perderse en su cuello. Maca echó la
cabeza hacia atrás, incapaz de oponerse a ellos y sin poder evitar un pequeño
gemido de placer – chist, ven – le dijo incorporándola y arrancándole la camiseta
– quiero perderme en tus brazos.
- Aquí no – volvió a pedir escuchando como algunas voces se acercaban – por
favor, ¡nos van a pillar! – le susurró en un tono que no podía disimular el deseo
que sentía – no puedo, aquí no… quiero… no… no puedo... – intentó oponerse
frenada con cada nuevo beso.

Esther se detuvo y la miró compungida.

- ¿Desde cuando te importa a ti eso? – protestó sin dejar de besarla.


- Desde ahora – la separó – por favor… no quiero... No quiero que… que sepan
que… - balbuceó sin encontrar las palabras que la convencieran sin ofenderla.

Esther la miró con una sonrisa burlona que le preguntaba ¿qué es lo que no quería que
supieran los demás! estuvo a punto de mofarse de ella pero sabía que Maca tenía razón,
y Germán le había dicho cientos de veces que no la presionase, que le dejase decidir y la
dejase sentir que era así, esta vez no estaba dispuesta a meter la pata, cerró los ojos y
exhaló un profundo suspiro.

- Sal – le dijo levantándose de sus rodillas, tendiéndole su camiseta y abriendo la


puerta - ¡vamos! sal.
- Pero no te enfades es que…
- No estoy enfadada, tienes razón…
- ¿Entonces..? ¿por qué no te vienes conmigo? por favor… ¡vente conmigo! – le
pidió casi suplicante.
- Necesito una ducha, y... ¡bien fría! – volvió a suspirar con la vista clavada en sus
ojos y paseando la lengua por sus labios.

Maca sonrió ante su respuesta, devolviéndole otra mirada picarona, las voces se
acercaban cada vez más.

- Vete, ¿no dices que no quieres que nos pillen? ¡vamos! – le indicó la puerta con
los ojos y una leve inclinación de cabeza - ¡vete!

Maca permaneció observándola un instante, con la sonrisa en los labios y esa expresión
traviesa que Esther adoraba.
- Ven – susurró la pediatra alzando la mano. Esther se dejó arrastrar – uno rapidito
– la cogió atrayéndola y besándola de nuevo - ¿de verdad que no te enfadas? – le
preguntó con seriedad temiendo que fuera así, la sola idea la hizo palidecer.
- No – sonrió incorporándose y alejándose de ella apoyada en el quicio de la
puerta de la ducha en una pose seductora - ¿qué haces ahí parada? – sonrió al ver
que no se movía y que permanecía con sus ojos clavados en ella, anhelantes y
con un halo misterioso que no llegaba a comprender - ¡sal!
- ¡Uff! – se quejó Maca pasándose la mano por la frente, y torciendo la boca en un
gesto divertido que Esther pareció no ver.
- ¿Qué te pasa? – preguntó alertada – te has puesto pálida, ¿estás bien?
- No – musitó levantando la mano hacia ella, continuando con el juego.
- Maca – se la tomó agachándose a su lado - ¿estás mareada?
- No – esbozó una leve sonrisa - solo tengo mucha sed, creo que debí hacerte caso
y… ponerme el sombrero – le dijo en un tono burlón que la enfermera no supo
escuchar más preocupada por sus palabras.
- Te lo dije – comentó poniéndole una mano en la frente – no parece que tengas
fiebre.
- Pues la tengo – volvió a susurrar burlona – y mucha, mucha sed – insistió.
- ¡Mira que eres burra! – exclamó asustada sin prestar atención al tono de la
pediatra – No te muevas de aquí, este es el lugar más fresco de todo el campo,
voy a buscar una botella de agua y a Germán.
- ¡Ni se te ocurra! – soltó una carcajada tirando de ella de la muñeca divertida por
la cara de perplejidad de la enfermera – ¡no hablo de ese tipo de sed! – susurró
insinuante - ¡has perdido facultades enfermera milagro! ¿ya no sabes ver cuando
bromeó?
- ¡Serás! – exclamó visiblemente aliviada – no vuelvas a darme un susto así ni a…
- se calló al ver la mirada burlona y seductora de la pediatra y sin poder evitarlo,
se agachó y la besó de nuevo.

Maca tiró de ella y la sentó en sus rodillas, disfrutando de aquel nuevo beso que fue
cobrando intensidad y profundidad.

La puerta principal de las duchas se abrió y el chirrido de los goznes las hizo separarse.
Se miraron, ¿qué hacían? Maca accionó la silla, con rapidez y agilidad se introdujo de
nuevo en el interior de la ducha. Esther encima de ella cerró la puerta de un manotazo al
pasar. Y, ya a solas, se miraron divertidas, ahogando la risa que le había provocado la
situación, para que no las oyese aquel intruso.

- Está claro que por mucho que hayan pasado cinco años, este es nuestro sino –
susurró Maca al oído de la enfermera.
- Chist, no digas eso ni en broma – respondió en un tono igualmente bajo -
¡espero que haya cambiado!

Maca la miró y apretó los labios en una mueca de comprensión, asintió levantando las
cejas, en un gesto juguetón y sin poder evitarlo, volvieron a besarse. Con calma,
separándose y escudriñándose, sonriendo y volviendo a saborear aquellos besos. La
puerta sonó de nuevo, quien quiera que fuese se había marchado, el silencio se adueñó
otra vez del recinto. Se miraron en silencio y Maca perdió sus manos en el pelo de la
enfermera, jugueteando con él, sin apartar los ojos de los suyos, Esther se aproximó
progresivamente, despacio muy despacio, acariciando la nariz de la pediatra con la
punta de la suya y eternizando el momento de volver a sellar sus labios. Maca mantuvo
las caricias en su nuca y su cuello, paseando sus antebrazos por la espalda de la
enfermera, que terminó por perderse en su boca, lentamente…

Esther no soportaba más aquella presión, no iba a poder frenarse, necesitaba más,
¡mucho más! Maca se dio cuenta de ello, estuvo tentada a frenarla de nuevo, pero no le
pareció justo, era ella la que había vuelto a provocarla y se dispuso a darle lo que le
pedía en silencio, introdujo sus manos bajo la camiseta de la enfermera y comenzó a
acariciar su espalda con suavidad, subiendo y bajando, deteniéndolas al final de ella y
atrayéndola hacia sí. Aquél contacto hizo que Esther echara la cabeza hacia atrás y
ahogara un gemido, controlando el deseo de mover sus caderas. Maca la miró con una
sonrisa sintiendo que la excitación de la enfermera se hacía suya, disfrutaba viéndola a
punto de perder el control, aunque ella no pudiera sentir esa punzada mágica que tanto
añoraba. La besó de nuevo, más intensamente, dispuesta a llegar hasta el final, solo por
ella. Pero de pronto Esther se detuvo y le retiró las manos.

- No – jadeó deteniéndola.
- ¿Qué pasa? – preguntó sorprendida – creí que…
- Será mejor que salgas – le dijo levantándose de sus rodillas, aún con la
respiración agitada pero segura de lo que iba a hacer – tenías razón, yo tampoco
quiero que nos vean.
- Esther… - la miró desconcertada y creyó que se había molestado con ella por el
comentario anterior, no es que no quisiera que la vieran con ella - no quise decir
eso... yo… - intentó disculparse y explicarse.
- Anda sal - le abrió la puerta con una sonrisa haciéndole una carantoña en la cara,
mostrándole que todo estaba bien.
- Te has enfadado – aseveró segura de ello.
- Que no me he enfadado – repitió con dulzura. No había nada que deseara más
que estar con ella, pero Maca tenía razón. Las duchas no era el mejor lugar, al
menos para la pediatra y ella quería que Maca disfrutase y que sintiese que ese
momento era especial y allí no podría, había leído muchas cosas y ese no era el
mejor sitio ni las mejores condiciones para hacérselo sentir – espérame en la sala
de descanso. Me ducho en cinco minutos y…, si aún te apetece, nos vamos al
Nilo, a ver la puesta de sol. Ya verás, ¡es preciosa!
- ¡Claro que me apetece! – exclamó aliviada – no puedo imaginar un plan mejor –
dijo con tal ilusión que a Esther le recordó a una niña pequeña frente a un regalo
y se sintió tremendamente halagada. Maca tiró de ella y le rozó los labios en un
suave beso y con un suspiro se separó. La puerta volvió a escucharse - ¡Gracias!
- ¿Por qué, boba?
- Por… por ser como eres. Por… por tu paciencia conmigo, por… por darme
tiempo yo… lo necesito… aún … aún no… no estoy preparada para… no es que
no quiera es que…
- Chist, no pasa nada – volvió a sonreírle con ternura.
- ¿De verdad que no te enfadas! es que aquí yo no… puedo...
- ¿Acaso me ves enfadada? – le preguntó interrumpiéndola, anhelando que saliera
y meterse bajo la ducha para calmar el deseo que sentía – Vete, si de verdad lo
deseas ya tendremos tiempo – le sonrió.
- Sí, es mejor así, ya tendremos tiempo en Madrid – le dijo acariciando su mano
en un gesto de gratitud. Esther se inclinó la besó suavemente.
- Claro – le dijo asintiendo – anda, vete, esto estará lleno en unos minutos.
Maca encogió los ojos y apretó los labios con una amplia sonrisa y giró la silla dándole
la espalda, convencida de que antes de nada era necesario arreglar algunas cosas de su
vida.

Esther permaneció viéndola marchar y frunció el ceño pensativa, “¿Madrid! ¡estás loca
si piensas que voy a esperar hasta entonces!”, se dijo, mientras abría la ducha y
maquinaba un plan para lograr su deseo.

Maca salió de las duchas llena de excitación, el corazón disparado, las sienes
palpitantes, y los nervios a flor de piel. Lo había hecho, había dado el paso, ya no había
marcha atrás, y ¿qué ocurriría ahora? Necesitaba ir más despacio, necesitaba pensar,
tendría que hablarle de Ana, y tenía que hacerlo antes de comenzar nada en serio con
ella, antes de dejarse llevar, porque no era justo para Esther y tendría que explicarle,
hacerse entender y, sobre todo, pedirle un inmenso favor, un favor que …

- ¿Maca? – la llamó Sara al verla ante el escalón pensativa - ¿quieres que te


ayude?
- Eh… no… - sí, sí, por favor – se corrigió enrojeciendo al ver donde se
encontraba.

Tenía la sensación de que la joven adivinaría lo que acaba de pasar en las duchas. Tenía
la sensación de que el sabor y el olor de Esther impregnaban todo su cuerpo, de que la
joven se percataría de ello.

- ¿Estás bien? – le preguntó al ver su grado de desorientación y ensimismamiento.


- Yo… sí, muy…muy bien, ¿y tú? – le preguntó volviendo a la realidad y
percatándose de su mala cara.
- ¿Yo? – dudó y de pronto se le saltaron las lágrimas – no – musitó bajando la
vista, en un gesto de timidez.
- Eh… Sara… ¿qué pasa?
- Nada – negó con la cabeza mordiéndose le labio inferior en un intento de
controlar la congoja que sentía.
- Chist, tranquila – le dijo cogiéndole una mano y dándole una palmadita – ¡eh…
vamos...! – intentó calmarla sin saber muy bien qué decirle.
- Per… perdona… - dijo azorada tapándose los ojos con la mano. Sus hombros
comenzaron a moverse.
- Eh… Sara… vamos… - repitió – seguro que, sea lo que sea, se arregla – le habló
con dulzura.
- No – murmuró – no… no puede.
- Claro que sí, ya verás.
- No… yo…. – levantó los ojos hacia ella – perdona, Maca, no… - esbozó una
sonrisa de circunstancias – no quiero que pienses que soy… que yo… que… - se
interrumpió con un gesto de angustia pasándose la mano por la frente – per..
perdona.
- Ayúdame a bajar – le pidió con un tono de seguridad que calmó a la chica - y
vamos a que tomes algo y descanses un poco, te vendrá bien.

Sara la miró, y se frotó los ojos llorosos, de pronto su rostro cambió y pareció
recomponerse. Una idea había cruzado por su mente.
- Maca… ¿puedo hablar contigo?
- Claro… ¿qué ocurre? – le preguntó interesada. Sara bajó los ojos y le tembló la
barbilla pero no respondió - ¿Quieres que vayamos a un sitio más tranquilo?
- Sí, por favor.
- Pues… indícame – le sonrió – yo no conozco esto.
- ¡Gracias! – exclamó situándose a su espalda y empujando la silla.

Maca comprobó que la llevaba hacia la parte de atrás de los pabellones pasaron todos
los edificios y al girar la esquina del último de ellos los ojos de la pediatra se abrieron
de par en par. Una inmensa extensión de tiendas de campaña se abría ante ellas,
multitud de niños correteaban de un lugar a otro, solo se escuchaban sus risas, los
adultos permanecían sentados o tumbados por doquier, a la izquierda un grupo de
árboles y entre ellos se veían esteras echadas en el suelo, pero nadie sobre ellas. Sara se
dirigió hacia allí, colocó a Maca bajo uno de los árboles y ella se sentó en el suelo,
encarándola.

- A estas horas están desiertos – le explicó – en unos minutos se reparte la cena y


todos se están preparando en las tiendas, cogen sus escudillas y organizan la fila.
- Es impresionante – dijo Maca visiblemente afectada por aquella imagen.
- Me gusta venir aquí, se puede pensar – comentó la joven mirando hacia la marea
de tiendas.
- ¿Qué pasa, Sara? – le preguntó directamente, por experiencia sabía que dar
tantos rodeos no servía de nada y eso que ella era experta en darlos.

La joven la miró y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Con voz temblorosa
rompió el silencio.

- Necesito tu ayuda – le dijo – no sé a quién acudir. Nadie debe enterarse.


- ¿Ayuda para qué?
- ¿Me ayudarás?
- Si está en mi mano… - respondió sin comprender porqué acudía a ella.
- Te preguntarás porqué no hablo con Germán o con Esther, ¿no?
- La verdad es que sí, o… con Jesús.
- Jesús ya sabe lo que debe saber – le dijo misteriosa – pero Germán y Esther,
ellos menos que nadie deben enterarse de esto.
- ¿Y yo! ¿por qué yo?.. no entiendo…
- Deja que te explique – le pidió clavando unos ojos anhelantes en ella. Si Maca
no podía ayudarle, nadie podría.

Maca la miró y asintió dispuesta a escucharla y ayudarla en la medida de sus


posibilidades, aunque dudaba mucho de que ella pudiera hacer nada, pero quizás Sara lo
único que necesitaba era desahogarse. Le sonrió animándola a comenzar y olvidando la
promesa que le había hecho instantes antes a la enfermera de esperarla en la sala de
descanso.

* * *

Minutos después Esther salía de las duchas con una sonrisa en los labios, corrió hacia la
sala de descanso dispuesta a recoger a la pediatra y llevarla al Nilo. Tan distraída estaba
calibrando los detalles de su plan que ni siquiera vio que Germán llegaba corriendo
hasta ella.

- ¡Esther! ¡ven! ¡te necesito! – le gritó haciéndole ostensibles gestos de que


corriese - ¡vamos! ¡vamos, niña, corre!
- ¡Joder! – exclamó contrariada corriendo tras él, sin saber que ocurría pero
imaginando lo que significaba aquel apremio, con seguridad un nuevo grupo
había llegado y habría algún caso de auténtica gravedad - ¿qué pasa?
- Un chico, tiene la pierna destrozada, ¡tenemos que amputar!
- ¿Amputar?
- ¡Sí, Esther, amputar! – exclamó impaciente – ha perdido ya mucha sangre, no
podemos perder tiempo, ¡te necesito!
- ¿Y el cambio de turno?
- Terminando de cenar, ¡vamos! – la impelió sin comprender su reticencia.
- Sí, sí vamos – aceptó entrando tras él en el edificio, aquello era mucho más
importante que su paseo con Maca.

Se prepararon con presteza y trabajaron en silencio, concentrados en salvar a aquel


chico. Tras amputar la pierna y dejarlo en observación, se dispusieron a salir, cansados
y satisfechos de que todo hubiera ido bien. No necesitaban hablar, los dos se entendían a
la perfección. Una vez fuera, Esther, lo miró, le sonrió, le guiñó un ojo y sin mediar
palabra, dio una carrera alejándose de él.

- Eh, ¿a dónde vas? – le gritó Germán - ¡Esther!


- ¡A la ducha! – respondió sin pararse siquiera a mirar atrás.
- Pero… ¡espérame! – corrió tras ella sin comprender sus prisas - ¿qué pasa? – le
preguntó alcanzándola casi sin resuello.
- Nada, tengo prisa.
- Ya… ya lo veo – jadeó – pero… se puede saber por qué.
- Quedé con Maca – se explicó con rapidez – tenía que haberla recogido en la sala
de descanso y… ¡no me he presentado! No quiero que piense que yo… - se
interrumpió manifestando su angustia.
- Tranquila – le sonrió comprensivo – no creo que Wilson piense nada y si lo hace
ya le explicaré yo porqué te has retrasado. Además, un descansito le vendrá bien.
¿Has visto como ha trabajado! ¡debe estar agotada!
- La verdad es que sí… no creí que fuera capaz de aguantar ese ritmo tanto rato.
- Estaba necesitándolo. Seguro que ahora te la encuentras… más receptiva. Le
guiñó un ojo mientras entraban en las duchas.

Esther lo miró y puso tal expresión traviesa pensando en lo que ya había pasado que el
médico creyó que no lo creía.

- No pongas esa cara que conozco a Wilson y…


- Que sí, que sí… que ya sé que le ha venido bien – lo cortó con rapidez cerrando
la puerta de la ducha de un portazo dejándolo fuera.
- ¡Niña! – gritó entrando en la suya - ¡qué no puede irse de aquí sin ti! – bromeó –
no hace falta que me eches así.
- ¡Perdona! – gritó abriendo el grifo – pero estoy… ¡deseando verla!
- Ya… ¡verla! – le gritó al otro lado burlón – si sabré yo lo que estás deseando –
murmuró entre dientes rendo bajo el agua.
En menos de cinco minutos, Esther salió de la ducha disparada hacia los pabellones,
necesitaba encontrar a Maca y explicarle que no le había dado plantón. Entró en la sala
de descanso con tal precipitación que a punto estuvo de dar con sus huesos en el suelo
tras tropezarse con Nadia.

- ¡Perdón! – se disculpó ante la joven que hacía un gesto de dolor por en


encontronazo – no te he visto.
- ¿Ocurre algo?
- No, no – habló nerviosa mirando a un lado y otro de la estancia - ¿has visto a
Maca?
- No – negó con la cabeza - hace horas que no la veo, desde que terminamos en la
explanada.
- ¿Dónde se habrá metido? – musitó más para sí que para la chica.
- Quizás esté en el baño – aventuró en un intento de darle opciones.
- No, vengo de allí – dijo con rapidez.
- Quizás…
- ¡Perdona! – se disculpó de nuevo - voy a buscarla – le dijo dejándola con la
palabra en la boca y una expresión de asombro.
- Espera que te ayudo a buscarla – escuchó a la enfermera a lo lejos, se volvió,
gritó un “¡gracias!”, pero no se detuvo, necesitaba dar con ella cuanto antes o se
les haría demasiado tarde para ir al río.

Intentó buscar en maternidad, en el dispensario, en el paritorio, en la explanada, pero no


logró dar con ella. Volvió a la sala de descanso, fue al despacho de Nadia, por si ella
había tenido más suerte pero ni rastro de la pediatra, debía haberse cruzado con ella en
alguno de sus recorridos, vencida y decepcionada, volvió sobre sus pasos y entró en las
duchas. Germán aún estaba allí.

- ¿Qué haces aquí? – le preguntó al verla entrar mientras se frotaba el pelo con la
toalla.
- ¿Has visto a Maca?
- ¡Claro! – exclamó burlón - ¡Wilson! puedes salir de ahí, ¡nos ha pillado! – rió.
- ¡Siempre tienes que ser tan tonto! – protestó moviendo la cabeza de un lado a
otro con una sonrisa – no la encuentro por ningún lado y… quizás aún nos de
tiempo para…
- ¿Para qué?
- Para… para… dar una vuelta con ella…
- Ya tendrás tiempo de enseñarle todo esto, hoy se ha hecho tarde – le dijo
creyendo que se refería a eso – y debemos regresar ya.

La enfermera suspiró y apretó los labios en una mueca de desencanto.

- Bueno… no te lo tomes así mujer – sonrió al ver reflejada en su rostro la


decepción - Anda, vamos a cenar y volvemos al campamento – le sonrió Germán
– por cierto, antes... cuando fui a buscarte… a que se debía esa sonrisa
bobalicona.
- A nada – respondió con una mueca de desencanto – ya… a nada.
- ¿Estropeé tu plan?
- ¡Completamente!
- Vamos a hacer una cosa – le sonrió pasando el brazo por sus hombros – Mañana
te la llevas a donde tú quieras pero ahora, vamos al comedor y busquemos a
Wilson, hay que darse prisa. André ha recibido un aviso por radio. ¡Esta tregua
es una auténtica mierda!
- ¿Qué pasa ahora?
- Tenemos que regresar cuanto antes.
- ¿Y la cena?
- Cenaremos aquí – afirmó - ya está lista y sería un desperdicio. Busca a Wilson y
no tardéis. André parecía preocupado
- Voy – dijo cansada y decepcionada.
- ¿Era un buen plan? – le preguntó con un gesto y unos ojos burlones.
- Sí – aceptó – iba a llevarla al río pero…
- ¿Pensabas llevarla al río a estás horas?
- A estas horas no – lo miró mohína – antes y… ¡vah! ¡Es igual!
- Bueno... niña… hoy ya no hay tiempo – le sonrió comprensivo.
- ¿En serio está la guerrilla…?
- No te preocupes, son grupos que no aceptan el final de la guerra pero… no creo
que lleguen a mayores.
- Germán… y… ¿si la invito a cenar en Jinja?
- Hoy no, Esther, la cena estará lista en unos minutos, y… además… prefiero que
seamos prudentes. Mañana tenemos que volver aquí y… - viendo la cara que le
estaba poniendo, se agachó susurrándole al oído – no tengas prisa, no la
presiones.
- Lo sé – suspiró – lo sé… yo… hablando de ella… quería pedirte un favor.
- Tu famoso plan, ¿me equivoco? – intentó adivinar.
- No, no te equivocas – le sonrió misteriosa.
- Bien, ¡cuenta!

* * *

Esther entró en el comedor seguida de Germán, esperaba ver allí a Maca pero no fue así,
estaban comenzando a servir la cena y la mayoría de los comensales ya estaban sentados
a la mesa.

- ¿Ves a Maca? – preguntó Esther empezando a angustiarse de que tampoco


estuviera allí.
- No – dijo el médico mirando de un lado a otro - ¡Gema! ¿has visto a Wilson? –
le preguntó a la chica acercándose a la mesa.
- No, hace rato que no la veo – dijo sentándose en la mesa - ¿por qué ocurre algo?
– dijo haciendo ademán de levantarse.
- No, no, cena tranquila – respondió colocándole la mano en el hombro para evitar
que dejara la mesa - ¿Dónde se habrá metido? – masculló frunciendo el ceño
volviéndose hacia Esther – tampoco veo a Sara, ¿estará con ella?
- No sé, pero… no creo… – negó mohína, comenzaba a molestarle la simple idea
de que las dos pasaran ratos juntas y, todo, desde que Maca le contó que Sara se
había ofrecido a darle un masaje, era absurdo, pero no podía evitar sentir celos, y
lo peor era que los sentía de las dos, Sara era su amiga y Maca… Maca lo era
todo. Volvió a negar con la cabeza y lo miró con un velo de temor en sus ojos –
Sara seguro que está aún en la explanada, ya la conoces, nunca encuentra el
momento de parar aunque esté para el arrastre – comentó cortante recordando la
escena del baño - …. y no creo que Maca esté con ella.
- Era solo una idea – respondió burlón viendo lo mal que se lo había tomado
- Voy a buscarla – se decidió, hablando con nerviosismo encaminándose a la
salida – quizás esté en el baño y no pueda bajar los escalones.
- Voy contigo – respondió el médico ligeramente preocupado pero intentando no
mostrar su inquietud, quizás había calibrado mal y Maca no estaba tan
recuperada como él creía - Tranquila que seguro que está bien – la animó.
- Ya sé que está bien, estoy tranquila – lo miró extrañada - ¿tú no?
- Claro, ¿por qué no iba a estarlo? – se apresuró a responder.
- No sé, por el gesto que has hecho, me ha parecido que… que estás preocupado.
- Anda, anda tira para adelante y vamos – sonrió colocando sus manos sobre los
hombros de la enfermera situándose tras ella y empujándola hacia fuera - No
tenemos tiempo que perder si queremos salir de aquí cuanto antes.

Salieron del pabellón y se detuvieron en la puerta, sin saber muy bien hacia dónde ir.

- Ve tu al baño – le dijo finalmente Germán – yo la buscaré en la explanada, por si


le ha dado por volver allí con Sara.
- Pero ¿por qué te empeñas que está con ella?
- No es que me empeñe – respondió extrañado - pero es que… bueno sería lógico
¿No?
- No veo porqué – dijo con un deje de molestia que hizo que Germán la mirase ya
entre sorprendido y divertido, cayendo en la cuenta de lo que podía estar
ocurriendo.
- Con que celosa, ¿no? – preguntó socarrón.
- ¡Qué tontería! – se defendió al verse descubierta – solo que… Sara estará
trabajando y Maca estaba muy cansada, no creo que tenga ganas de…
- Pues… te equivocas – le sonrió mirando por encima del hombro de la
enfermera.
- ¿Qué?
- Allí las tienes – señaló triunfante tras ella que se giró y observó como Sara y
Maca avanzaban hacia ellos.
- ¿De dónde coño salen? – preguntó enfadada de verlas juntas y encima parecía
que venían riendo, frunció el ceño – tenía que haberme esperado en la...
- Chist, modera esos modales, Esrthercita – la recriminó cortándola – que yo sepa
el plantón se lo has dado tú y por mi culpa, así es que no te vayas a subir a la
parra que te veo venir, ¿me oyes?
- Si – lo miró haciendo una mueca de condescendencia comprendiendo que tenía
razón.
- Déjame a mí – le pidió Germán – que yo le explico….
- No hace falta – saltó ligeramente molesta.
- Muy bien, si no quieres mi ayuda – recalcó las palabras haciéndose el ofendido
sin dejar de sonreírle, abrió los brazos y exclamó - ¡me voy a cenar!
- Vale – asintió.
- No vayáis a liaros de discusiones que tenemos prisa.
- No voy a discutir, ¡pesado! - protestó.

Germán levantó la mano y saludó a lo lejos a Sara y Maca cuando aún le quedaban unos
metros para alcanzarlos. Esther permaneció con los brazos cruzados sobre el pecho
esperándolas. Germán tenía razón, pero ella no podía evitar sentirse ligeramente molesta
de ver que Maca no había sido para esperarla donde quedaron y a las primeras de
cambio se había buscado otro plan para no aburrirse. Con un gesto ligeramente adusto
esperó a que llegaran, ambas lo hicieron hablando animadamente.

- ¡Hola! – exclamó Maca sonriente obviando su cara de pocos amigos.


- ¿Dónde te habías metido, Maca? – preguntó la enfermera frunciendo el ceño al
verlas tan sonrientes, “muy amiguitas se están haciendo”, pensó sin poder evitar
que los celos volvieran con toda su fuerza – creí que me esperarías en…
- Ha sido culpa mía – la interrumpió Sara con rapidez poniendo la mano sobre el
hombro de Maca en un gesto protector – nos encontramos en el baño y… le pedí
que me acompañara a ver… a ver la parte de atrás… y… la he entretenido –
habló balbuceando clavando sus ojos en la enfermera que rápidamente se
percató de que había estado llorando.
- ¿Y a ti qué te pasa? – le preguntó directamente - ¿a qué viene esa cara?
- A mí nada, ¿qué va a pasarme? – contestó nerviosa – estoy cansada.
- Pero ¿estás bien?
- Sí, si – respondió esquiva, consciente de que Esther la conocía lo suficiente para
saber que no era así y que no iba a poder engañarla.
- ¿Un mal día? – le preguntó Esther mucho más suave y preocupada por ella, no
solo la había pillado en el baño vomitando si no que ahora estaba segura de que
había llorado.
- Bueno… - se encogió de hombros – un par de casos complicados.
- Pero…
- Nada que deba preocuparte – la interrumpió si ganas de hablar del tema – ¿está
ya la cena?
- Sí – respondió Esther ladeando la cabeza incrédula, sabía que le pasaba algo
aunque no quisiese decirle nada, quizás porque estaba Maca delante, no debía
haberle preguntado nada y esperar a estar en el camión a solas con ella para
interesarse.
- Bueno… entonces… voy para adentro, ¿vamos?
- Adelántate tú, Sara, ahora vamos nosotras – le dijo Maca hablando por primera
vez y clavando sus ojos fijamente en Esther, también la conocía suficientemente
para saber que estaba molesta con ella.
- Vale – dijo la chica mirando a Maca de reojo y entrando en el pabellón.

Esther se plantó ante la pediatra y la encaró, Maca la observó con unos ojos bailones y
le sonrió.

- A ver... ¿qué pasa? – preguntó con calma – ya sé que me he entretenido un poco,


pero… no es para ponerse así, ¿no, cariño? – le dijo con voz susurrante y Esther
suspiró sabiendo que era imposible enfadarse con ella, bajó los ojos al suelo
intentando mantener su postura – venga, coge las cosas y vámonos al río. Yo no
tengo hambre y… podemos cenar más tarde o no cenar.
- Se ha hecho muy tarde Maca, cuando lleguemos será casi de noche y no podrás
ver nada. Además,… sabes que Germán no quiere que te saltes ninguna comida
y… yo tampoco quiero que lo hagas – respondió tajante pero casi sin fuerza.
- ¡Ah! – dijo decepcionada – bueno… pues… otro día será – le sonrió afable.
- ¿Dónde estabas? – preguntó con cierto todo de recriminación sin poder evitar la
curiosidad de saber qué hacía con Sara - te he estado buscando un buen rato,
¿dónde estabais metidas?
- Ya te lo hemos dicho, atrás, en los árboles del campo. No pensaba que fuera tan
tarde.
- No entiendo como…
- Lo siento – la interrumpió enarcando las cejas y mirando el reloj - ¡dios! ¿has
estado buscándome casi dos horas? – la miró abriendo los ojos de par en par con
tal expresión de perplejidad que Esther supo que no mentía al decir que no se
había percatado del tiempo que había pasado – lo siento, de verdad que lo siento,
se ha hecho tarde por mi culpa.
- Pues sí, Maca, se ha hecho tarde – apretó los labios decepcionada.
- Lo siento – repitió – no me he dado cuenta del tiempo, me encontré con Sara en
los baños y…
- Pero.. ¿ni siquiera fuiste a la sala a esperarme?
- No, pero no es lo que crees – le dijo mirándola con atención, la conocía y sabía
lo que pensaba - entonces… ¿no vamos al río? – preguntó melosa creyendo que
si insistía ablandaría a la enfermera.
- Te he dicho que ya no, no insistas – le dijo secamente y Maca bajó los ojos
apretando los labios.
- Esther – levantó la vista hacia ella – sé lo que estás pensando y te equivocas.
- ¿Qué estoy pensando? – preguntó aún mohína pero más suave al ver sus intentos
de congraciarse, ¡le encantaba Maca cuando se ponía así, conciliadora, sumisa,
casi suplicante!
- Si no te he esperado no es porque me haya echado atrás – la miró burlona segura
de que era eso lo que creía - Me hubiera gustado ir al Nilo – reconoció
intentando disculparse y que la enfermera no se enfadase con ella - ¡muchísimo!
– exclamó. Esther la miró y mudó el gesto adusto por otro mucho más suave.
- Lo sé, ¡a mí también! – suspiró esbozando una sonrisa y haciéndole una
carantoña en la mejilla - no te preocupes, no tienes la culpa. Yo también he
llegado tarde – reconoció enarcando una ceja y haciendo una mueca traviesa – ni
siquiera pude buscarte para decírtelo, he tenido que operar con Germán y, al
final, tampoco hubiéramos podido ir.
- ¡Vaya! – frunció el ceño ligeramente molesta, Esther había conseguido que
creyera que por su tardanza todo se había estropeado y hasta había conseguido
que se sintiera fatal por ello – y me has tenido aquí pidiéndote perdón por…
- ¡Sí! – soltó una carcajada y agachándose hacia ella susurró – me encantas
cuando pides disculpas.
- Ya… - apretó los labios clavando sus ojos en ella, a Esther le parecieron que
brillaban de una forma especial y que se estaba divirtiendo con aquella charla –
entonces… ¿vamos a ir? – preguntó de nuevo esperanzada.
- No, Maca, Germán me ha dicho que hay un grupo de guerrilleros localizado por
la zona. No es seguro que vayamos solas – le comentó oscureciendo la mirada,
solo de pensar en la guerrilla, Maca leyó el miedo en sus ojos y le cogió la
mano.
- No te preocupes, seguro que dan pronto con ellos. Además, ¿quién quiere ir al
río pudiendo ir a nuestra cabaña? – bajó la voz y la enronqueció ligeramente,
insinuándose.
- ¿Ya estás pensando en dormir? – respondió burlona en el mismo tono de
insinuación.
- Pues claro, ¡estoy muerta! daría lo que fuera por meterme ahora mismo en la
cama – sonrió y Esther la miró pensativa, dudando si hablaba en serio o no, y
temiendo meter la pata decidió abandonar el juego.
- Anda vamos a cenar que tenemos que salir cuanto antes. Nos están esperando.
- Sí – admitió sujetándola por la muñeca – un momento, Esther, yo… no quiero
que te enfades... conmigo, yo… solo estaba charlando un rato con Sara.
- No lo hago – respondió con tal mirada que Maca se quedó embelesada
mirándola – no tienes que darme explicaciones, Maca.
- ¡Eh! vosotras dos – le gritó Germán asomando la cabeza por la puerta,
interrumpiéndolas – ¡vamos que os quedáis sin cenar!
- ¡Ya vamos! – respondió Esther corriendo a situarse tras Maca – deja que te lleve
que llegaremos antes.
- ¡Gracias! la verdad es que estoy algo cansada – reconoció intentando girarse
para verla – ¿en serio que no te has enfadado?
- No – se inclinó y la besó en la mejilla – solo estaba algo preocupada.

Maca sonrió sin que Esther pudiera verla, sabía que sí que se había enfadado, pero le
gustaba que se hubiese controlado, le gustaba esa nueva sensación de sentirse cómoda a
su lado, sin miedo a discusiones y sin presiones, levantó su mano y cruzándola por
delante del pecho buscó la de la enfermera que empujaba la silla y se la acarició.
Instantes antes de entrar en el comedor, la soltó con un suspiro. Esther sintió que su
cuerpo volvía a revolucionarse solo con ese roce y deseó, igualmente, estar ya en la
cabaña, ¡se moría de ganas de volver a besarla!

Al entrar en el comedor, Esther se detuvo, comprobó que había una silla vacía al lado de
Germán, pero no había espacio para que Maca se sentara con ella. Sara levantó la mano
llamándola, a su lado la joven había dejado un hueco, lo suficientemente grande, para
que la pediatra se situase con su silla. Esther frunció el ceño. ¿En que estaba pensando
Germán! ya podía haber caído en que eran dos. Resignada se dispuso a dejar a Maca
junto a Sara y sentarse ella en el extremo opuesto.

- ¡Vaya! – se agachó junto a su oreja - ¿qué le has dado a Sara? la tienes


conquistadita – intentó bromear - ¡hasta te ha guardado sitio!
- Ya sabes que si me lo propongo… - respondió con malicia continuando la
broma.
- ¡Quién lo diría con lo mal que te caía al principio! – exclamó ligeramente
mohína.
- ¿Y ese tono? yo creía que te alegrarías de que intentase llevarme bien con tus
amigos – le respondió sonriente.
- Claro – la miró apretando los labios – me alegro.

Maca rápidamente se percató de que a Esther le hacía poca gracia y sus ojos reflejaron
lo que le divertía verla celosa, pero se apresuró a justificarse, lo último que deseaba era
que Esther cambiase su buen humor por aquella actitud de días antes.

- Sara…solo quiere que le mande algunos de mis artículos y que le explique


detalles de mis investigaciones – respondió más seria – pero hace más de un año
que lo dejé – le dijo conciliadora. Esther la miró ligeramente incrédula, pudiera
ser que eso fuera cierto, pero estaba segura que había algo más, cuando Maca
iniciaba una conversación titubeando es que se guardaba algo o que había algo
que le costaba contar. En eso no había cambiado lo más mínimo. Aún así la
enfermera sonrió y decidió dejarlo estar.
- Un día tienes que contarme cómo te dio por ahí – le pidió interesada – no sabía
que tú…
- Yo… tuve que aprender a dedicar mi tiempo a otras cosas, Esther y… bueno…
- Sí, ya me lo contarás – dijo llegando junto a Sara – aquí la tienes – le sonrió a su
amiga - ¡qué aproveche! – la miró burlona – no la canses mucho, Sara y ¡déjala
cenar!
- ¿Qué insinúas? – le preguntó frunciendo ligeramente el ceño y enrojeciendo
levemente, clavando sus ojos en Maca con una expresión que la enfermera no
supo interpretar.
- No lo insinúo – la miró sonriendo y la besó en la mejilla, cariñosa – no sabes
parar, ¡nunca has sabido! ¡Mira que cara tienes! – le dijo preocupada por su
aspecto.
- Esther… - la interrumpió Maca temiendo que la chica se ofendiese o creyese que
ella había traicionado su confianza, agradecía el intento de Esther, pero si tenía
que escuchar un rato a Sara hablando de trabajo, tampoco era para tanto – a Sara
y a mí nos gusta comentar ciertas cosas del trabajo, hace tiempo que no
encontraba a nadie tan… tan… informada sobre ciertos avances en…
- Vale, vale… ¡doctoras! – les dijo con retintín - ¡aburridas! que sois dos …
- ¡Mira la que fue a hablar! – exclamó Sara mucho más relajada - ¡lárgate que se
te enfría la cena! – le indicó con el dedo el otro lado, riendo al ver la cara que
tenía puesta Germán, esperando a la enfermera - ¡que lo tienes desesperadito!
- Sí – dijo mirando hacia él - ¡ahora nos vemos! – suspiró posando su manos sobre
el hombro de Maca, acariciándola disimuladamente y clavando sus ojos en ella.

Maca la miró y sonrió, sabía lo que le ocurría, a ella le pasaba lo mismo, le costaba
trabajo separarse aunque fuera unos minutos, deseaba sentirla a su lado, deseaba hablar
con ella de cosas intrascendentes, deseaba observarla mientras cenaba, mientras
hablaba, mientras reía y ese deseo se convertía en desesperación cuando la veía alejarse
y sentarse junto a Germán, aunque solo fueran una decena de metros.

La enfermera tomó asiento y el médico la miró burlón.

- Quita esa cara de boba, ¡qué se te cae la baba!


- ¡Déjame en paz! – regruñó molesta por sus burlas – ya podías haberle guardado
sitio a ella.
- No, prefiero que esté con Sara.
- Y eso por qué.
- Porque quiero comprobar… una cosa.
- ¿Qué cosa? – preguntó interesada.
- No seas curiosa – le dijo burlón – ya te enterarás en su momento – sonrió
mirando hacia la pediatra, que hablaba animadamente con Sara sin dejar de
comer y apurando su plato.
- ¡Qué misterioso estás hoy!- exclamó comenzando a comer - ¡qué hambre tengo!
- Ya veo, y por lo que parece no eres la única.
- ¿Qué? – preguntó distraída levantando la cabeza del plato.
- Maca, que por lo que se ve, le ha sentado bien el día de hoy.
- Sí – sonrió contenta observándola – yo la veo mejor.
- Es lo que yo esperaba, pero tenía mis dudas – comentó levantándose y dejando a
la enfermera con la palabra en la boca. Se acercó a la pediatra, buscó algo en un
bolsillo y se lo tendió. Luego volvió a su asiento.
- ¿Qué le has dado?
- Su medicación, no quiero que se la salte.
- ¿Y la llevas encima? – le preguntó perpleja.
- Es importante que se la tome – se justificó – no quiero que nos dé ningún susto
más.
- Pero… yo creía que… estaba bien, quiero de decir que... ¿tú no me dijiste que
no tenía que tomar nada, que podía controlarse con la alimentación y que…?
- Y lo está – sonrió negando con la cabeza al ver su alteración – no te preocupes,
solo quiero que esté todo controlado hasta que tenga el resultado de los análisis
que faltan.
- Ya… - dijo frunciendo el ceño esperando que continuase.
- Además, le estoy dando antibióticos, se le ha infectado un punto del corte del
brazo.
- Pero.. ¡no me ha dicho nada! y… ni siquiera parece dolerle – comentó
recordando la escena de las duchas, ahora que lo pensaba estaba segura de
haberle golpeado en la zona sin que Maca se hubiese quejado.
- Ya lo sé – respondió pensativo – no te preocupes, es una tontería pero no quiero
correr ningún riesgo con ella.
- ¿De verdad que no tengo que preocuparme?
- De verdad – dijo arrastrando las palabras - ¿tú crees que si no estuviese bien
habría aguantado el día de hoy?
- Tienes razón – sonrió más tranquila - Germán… - lo miró con ternura - ¡Gracias!
gracias por todo lo que estás haciendo.
- Anda vamos a terminar de cenar – esbozó una sonrisa de timidez y le acarició la
mejilla - nos espera aún una hora de camino.

Terminaron la cena con rapidez, y salieron de los pabellones encaminándose hacia el


exterior, donde estaban los camiones.

Germán se situó tras Maca y la condujo hasta el jeep que permanecía estacionado en el
interior del recinto, junto al dispensario. Nadia y la enfermera los acompañaban. La
comadrona charlaba con Maca sobre el estado de dos de las jóvenes que habían atendido
por la mañana y sobre el pequeño que habían dejado ingresado. La pediatra se sintió
satisfecha al enterarse de que las dos chicas estaban perfectamente y al día siguiente
podrían marcharse y que el niño evolucionaba satisfactoriamente. Esther, avanzaba en
silencio, a medida que se acercaba la hora de marcharse la idea de salir de allí sabiendo
que había guerrilleros asaltando aldeas y emboscados por la zona, la llenaba de temor.
No quería confesarlo, y menos después de creer que ya lo tenía superado pero lo cierto
era que notaba una tremenda pesadez en las piernas, como si no quisieran responder a
sus órdenes de avanzar, que el corazón se le había disparado, que le costaba respirar y le
temblaban las manos, debía controlarse, sabía que era pánico, lo había experimentado
ya demasiadas veces y sabía que debía respirar hondo y dominarlo. No entendía ese
paso atrás y precisamente en ese mismo momento. Estaban llegando al jeep y ella debía
continuar hasta los camiones. Cuando llegaron junto al vehículo Esther hacía auténticos
esfuerzos por dominar ese ataque de pánico. Se sentía mareada y el temblor de sus
manos era ya tan fuerte que no sabía cómo iba a poder disimularlo. Llegaron junto al
vehículo y Nadia se despidió de ellos.
- ¡Hasta mañana! – exclamó la chica - ¡qué tengáis buen viaje! Y.. ¡gracias por
todo! – se dirigió especialmente a Maca con una franca sonrisa – espero que
vuelvas por aquí.
- ¡Gracias a ti, Nadia! ¡Claro que lo haré! – miró a Germán buscando su
consentimiento, pero el médico la observó burlón sin decir nada - Creo que
hacía años que no aprendía tanto en una sola mañana – le confesó con sinceridad
y la joven la miró halagada.
- Aquí os quedáis – las interrumpió Esther, nerviosa. O se decidía a marcharse ya
o todos se iban a dar cuenta de lo que le estaba ocurriendo y lo último que
deseaba era que Maca volviese a insistir en que necesitaba pedir ayuda, y menos
ahora que con ella todo iba mucho mejor, no quería tener ningún motivo para
discutir – nos vemos en el campamento, ¿de acuerdo? – les dijo a Germán y
Maca, la pediatra asintió sonriendo distraída pero su tono al hablar le hizo
levantar los ojos hacia ella y fruncir el ceño, alertada, ¿qué le pasaba a Esther?
porque estaba segura de que le ocurría algo, parecía nerviosa y estaba muy
pálida, torció la cabeza hacia Germán en un intento de comprobar si él también
era de su opinión, mientras la enfermera se abalanzó sobre la comadrona - ¡hasta
mañana, Nadia! – se despidió de la chica dándole un rápido abrazo.
- ¡Suerte! – le deseo la comadrona con una sonrisa – ¡hasta mañana!

“Suerte”, repitió la mente de Esther, “suerte”, “suerte”. Esa palabra hizo que Esther se
detuviese y permaneciese mirándola pensativa,¡sí! iban a necesitar algo más que suerte
si la guerrilla los interceptaba, y estaba Maca, quizás era mejor que la pediatra se
quedase en el campo, allí estaría segura, no podía soportar la idea de que le ocurriese
algo, “Margarette”, murmuró completamente ensimismada. El miedo la atenazó, era
incapaz de moverse. Germán la miró comprendiendo lo que ocurría, se acercó a ella
despacio y posó su mano sobre el antebrazo de la enfermera. Maca, a su vez, miró al
médico y a Esther y otra vez al médico, ella también había comprendido lo que ocurría.

- ¡Sara! – gritó Germán antes de que la chica saliese al exterior - ¡Esther se viene
con nosotros!

La joven levantó el brazo indicando que lo había oído y salió dispuesta a montar con los
demás en los camiones.

- Vamos, Esther, sube al jeep – le ordenó Germán. Pero la enfermera permaneció


inmóvil. Maca avanzó con la silla y le cogió la mano.
- Esther, hazle caso a Germán, sube – le pidió con calma, Esther la miró y apretó
los labios – tranquila, no va a pasar nada – le sonrió intentando transmitirle
seguridad.
- ¡Vamos, Esthercita! – la animó pasando el brazo por los hombros – nos están
esperando fuera, debemos salir ya – le dijo con suavidad - ¿me oyes?
- Si – musitó.
- Cariño, tenemos que irnos – intervino de nuevo Maca, impostando una voz
firme, ante la mirada de perplejidad del médico, que sin embargo, no dijo nada.
Esther dirigió sus ojos hacia ella y pareció volver a la realidad.
- Pero… ¿y el protocolo? – preguntó la enfermera con un hilo de voz y el miedo
reflejado en el rostro.
- Venga mí… eh… - se interrumpió sin dejar de cogerle la mano, a punto había
estado de llamarla con un cariñoso “mí amor”, sintió que enrojecía solo de
pensarlo y Germán la miró divertido, seguro de que entre ellas había ocurrido
algo que aún desconocía y que las había acercado, más de lo que él imaginaba –
vamos – la impelió tirando de ella. Esther la miró a los ojos, leyó su seguridad,
su calma, ese aplomo que siempre la enamoró de ella, y sintió que a su lado no
podía pasarle nada, que a aquel convoy no iba a pasarle nada y sintió que esa
calma y seguridad que transmitía la pediatra se adueñaba de ella. Sonrió, mucho
más tranquila.
- Gracias, pero… voy en el camión, con Sara – les dijo – no quiero que tengas
problemas por mi culpa, Germán.
- No voy a tener ningún problema – le sonrió agradecido - ¿estás bien?
- No sé lo que… - se interrumpió decidida - bueno sí sé lo que me ha pasado
pero... ya estoy bien.
- Me alegro – le respondió Germán – pero te vienes con nosotros – le ordenó
señalando el jeep – anda sube.
- Recuerda el protocolo – intentó justificar su decisión.
- ¿Qué protocolo? – preguntó burlón.
- ¡Joder! el mismo que esta mañana me hizo ir en el camión.
- Esthercita, Esthercita ¿cuándo te vas a enterar que de noche todos los gatos son
pardos? – soltó una carcajada - ¿desde cuando he seguido yo el protocolo! ¿me
lo puedes decir? – bromeó - ¡y menos en nada que tenga que ver contigo!
- ¡Vaya gracia! – protestó recuperando parte del control, sintiendo que la mano de
Maca que no dejaba de acariciarla le daba una confianza y una seguridad que
hacía mucho que creía perdida.
- ¿Vienes o no?
- ¡Claro que sí! – sonrió, repuesta - Maca tu delante con Germán, ya me pongo yo
atrás.
- A mi me da igual ir detrás – dijo creyendo que la enfermera iría más a gusto
delante con él.
- Irás más cómoda delante – intervino él - ¡vamos! – las instó, cogiendo a la
pediatra y sentándola en el asiento al tiempo que Esther cerraba la silla.
- ¿Nunca os habéis planteado dormir aquí! lo digo porque hacer el viaje solo para
dormir unas horas en el campamento… es…
- No hay sitio, Wilson – respondió sonriendo.
- Maca, ¿crees que si se pudiera no…?
- Vale, vale, no digo nada – aceptó al tiempo que el médico arrancaba – mañana…
¿a qué hora hay que estar aquí?
- No hace falta que vosotras vengáis, imagino que estarás muy cansada y…
- ¡Claro que vendremos! – saltó la pediatra ligeramente ofendida – no estoy
cansada, estoy perfectamente.

Germán la miró sonriendo y ladeo la cabeza intentando ver de reojo a Esther que se
había situado sentada en el borde del asiento trasero con los codos situados en ambos
respaldos delanteros y echaba el cuerpo hacia delante para poder escucharlos por
encima del ruido del motor.

- ¡Vamos allá! – dijo Germán saliendo del patio al exterior donde los camiones,
los esperaban en fila, el médico condujo al centro del convoy y se sumó a la
misma iniciando la marcha.
Esther entrelazó los dedos y los movió nerviosa. Miró hacia la pediatra, pensando en lo
que acababa de proponerles Germán. Su amigo tenía razón, por mucho que Maca se
hubiese sentido a gusto trabajando allí, era una labor demasiado dura, y ella tenía otros
planes para los días que les quedaban allí, no quería que Maca se agotase y mucho
menos que recayese.

- Maca… yo creo que Germán tiene razón – rompió el silencio que se había
creado mientras salían del campo - no debes… forzarte y…
- ¡No me fuerzo! os digo que estoy bien – la interrumpió cortante.
- Pero… ¿verdad, Germán, que aún debe tener cuidado? – buscó el apoyo de su
amigo.
- No seas pesada, Esther, estoy muy bien – protestó insistiendo y enfatizando el
“muy”.
- Ya será menos – dijo irónico el médico mirando hacia ella.
- Será lo que vosotros queráis – respondió sarcástica comenzando a molestarse –
sabré yo cómo estoy.
- ¡Vamos, Wilson! ¡qué estamos todos reventados! – saltó riendo – como me
mientas tan descaradamente voy a tener que empezar a no creerme lo que me
dices y a considerar que es mejor que te quedes descansando en… - la encaró
burlón deteniéndose ante la fulminante mirada que le estaba lanzando la
pediatra.
- Reconoce que estás hecha papilla - soltó una carcajada.
- Humm – regruñó mohína – solo algo cansada – masculló temiendo que si lo
reconocía a la mañana siguiente la dejase encerrada en la cabaña, y ella quería
volver allí, y sentirse cómo lo había hecho a lo largo del día – pero eso no es
motivo para que mañana no pueda venir – dijo girando la cabeza hacia atrás para
buscar la ayuda de Esther – pero si… ¡hasta tenía ganas de irme de paseo!
- No te enfades, ¡gruñona! y mira para adelante que te vas a marear – le sonrió
haciéndole una carantoña en la mejilla - ¿te ha gustado la cena? – le preguntó
Esther satisfecha de verla tan animada, y contenta de su cometario. Germán tenía
razón y Maca lo que necesitaba era trabajar.
- Bueno… no estaba mal, ¿qué era?
- Pastel de tapioca – le dijo inclinándose para ver la cara que ponía.
- Tapioca – repitió pensativa
- Sí, o mandioca como le dicen en otros lugares – intervino Germán - muy
nutritiva, ¿sabías Wilson que se usa para evitar los efectos de la malaria? aquí la
mayoría de las cosas que comemos son sustitutivas de medicamentos.
- Ya… - musitó.
- ¿No te lo crees? – le preguntó Esther ante el todo débil de su respuesta – pues
que sepas que la tapioca tiene una pequeña cantidad de cianuro y hervida es
buenísima para la anemia. Ni imaginas la cantidad de plantas y raíces que siendo
venenosas se pueden comer si las sabes preparar, ¿verdad, Germán?
- Verdad – respondió ligeramente pensativo, las palabras de Esther le habían
hecho caer en la cuenta de un detalle que debería comprobar al volver al
campamento – ya verás Wilson como comiendo lo que yo te diga puedes dejar
tus medicinas.
- Humm – respondió Maca comenzando a sentir una gran somnolencia, la
oscuridad del camino, el cansancio del día y la cena, estaban ejerciendo su
efecto sedante y un sopor que no podía controlar se iba apoderando de ella a
medida que el jeep traqueteaba y ellos hablaban de las bonanzas de esos
tubérculos que a ella no le interesaban lo más mínimo – entiendo – murmuró,
siguiéndoles la corriente ya casi sin escucharlos.
- Mañana, si quieres podemos terminar un poco antes y tu y yo vamos al Nilo –
propuso la enfermera, cambiando de tema intuyendo que Maca se aburría, pero
la pediatra no respondió - ¿Maca! ¿quieres que vayamos?
- Vale – respondió al escuchar su nombre sin saber qué le habían dicho, apoyando
la nuca en el reposacabezas.
- Te gustará Wilson, ¡ya veras! Muy cerca del campo están las cataratas de
Bunjabi, ¡son una pasada! – exclamó – si pudiera me iba con vosotras – comentó
ganándose un ligero golpe en el hombro por parte de Esther, “ya te guardarás tú
de venirte”, pensó la enfermera.
- Sí, vente – aseguró arrastrando el si de tal forma que el médico la miró de reojo,
la vio con la vista fija en la carretera, la cabeza echada hacia atrás y creyó que lo
hacía para no marearse. Esther también la miró sorprendida de su respuesta.
- Podíamos haber ido hoy pero… no hubieras visto nada, se había hecho
demasiado tarde – le dijo comenzando a comprender lo que le ocurría.
- Hubiera sido tontería, además a esas horas es hasta peligroso, ¡no veas los
cocodrilos que hay! – bromeó el médico, sin obtener respuesta.
- No me la asustes que luego se pasa todo el rato como las tortugas al sol – se
mofó Esther de ella – se dedica a mirar de un lado a otro – soltó una carcajada
provocándola, pero Maca no reaccionó.
- Ya… - musitó completamente adormilada.
- Si mañana no terminamos tarde…. – continuó la enfermera – te voy a llevar
también a Jinja, ¡ni imaginas como son las fuentes del Nilo! allí no corremos
riesgos, son sitios turísticos y casi siempre hay seguridad por la zona, los
guerrilleros no se atreven a …
- ¡Estupenda idea! – exclamó Germán cortándola - Id mañana por la tarde, os
podéis llevar el jeep, y volvéis para la cena. Vosotras no tenéis obligación de
echar tantas horas además… - se interrumpió ante el ronquido que acababa de
dar Maca - ¡la virgen! – exclamó burlón – creí que se nos había “colao” un león
en el coche.
- ¡Germán! – le recriminó la enfermera sin dar crédito a que Maca su hubiese
dormido con el trabajo que solía costarle conciliar el sueño.

El médico miró a la pediatra y comprobó que daba una cabezada, tras otra.

- Niña reclinale un poco el asiento que se va a hacer polvo el cuello.


- ¡Está como un tronco! – sonrió obedeciéndolo – y eso que siempre le cuesta
dormirse.
- ¡Vaya si le ha venido bien el trabajo!
- ¿No habrá sido demasiado para ella?
- No creo, ya has visto que hasta ha cenado sin cuestionar lo que comía. Lo que te
diga yo… - se interrumpió al ver que la enfermera se echaba hacia delante y lo
besaba en la mejilla.
- ¡Gracias por todo!
- Ya veo que ha ido bien la…
- Chist…
- Vale, vale, pero …
- Un café y te cuento – le prometió – pero cuando lleguemos. No quiero que la
despiertes, necesita descansar.
- Muy bien – aceptó guardando silencio ambos, con la intención de no despertar
con su charla a Maca que volvió a lanzar otro ronquido.

Cuarenta minutos más tarde, entraban en el campamento, los camiones se fueron


deteniendo en su explanada y Germán entró el jeep hasta la puerta de la cabaña de
Esther. Descendieron ambos y la enfermera sacó la silla mientras Germán despertaba a
la pediatra.

- Wilson - la zarandeó con suavidad para no sobresaltarla - Wilson…


- Hummm – protestó sin abrir los ojos, dejando caer la cabeza a un lado.
- ¡Joder que no hay manera! – exclamó esbozando una sonrisa mirando a Esther
que aguardaba a su espalda.
- A ver, ¡déjame a mí! – lo apartó a un lado colocándose junto al asiento de la
pediatra - Maca – la acarició con suavidad en la mejilla – despierta, hemos
llegado, Maca – habló en voz baja y mirando a Germán y encogiéndose de
hombros, con una sonrisa - ¡hace años que no la veía así! – le confesó volviendo
a zarandearla con delicadeza - ¿Maca! vamos, ¡despierta!
- Humm – gruñó frunciendo el ceño, abriendo un instante los ojos y volviendo a
cerrarlos.
- ¡Cariño, vamos, abre los ojos! – le pidió más alto.
- ¿Cariño? – soltó una carcajada Germán.
- Chist, ¡qué la vas a despertar! – protestó la enfermera molesta de que se burlase
de ella.
- ¿Y no es lo que queremos? – respondió divertido.
- No empieces con tus tonterías que yo no soy ella – le recriminó dejándole claro
que no tenía ganas de bromas - ¿por qué no se despierta? – le preguntó
comenzando a preocuparse.
- ¿Qué ocurre? – preguntó Sara que llegaba alertada al ver que habían metido el
jeep hasta allí - ¿está Maca bien?
- No sé... – se giró Esther hasta ella, sorprendida ante el deje de temor con el que
había preguntado - ¡no hay quien la despierte!
- Sí está bien – sonrió el médico moviendo la cabeza de un lado a otro clavando
sus ojos burlones en Esther – solo que…
- ¡Está agotada! – exclamó la chica – si ya me dijo en la cena que estaba tan
cansada que le costaba llevarse el tenedor a la boca – sonrió - ¡ha trabajado
demasiado!
- Será mejor que la coja y la meta directamente en la cama – dijo Germán
comprobando que era casi imposible espabilarla.
- Sí, será lo mejor – aceptó Esther resignada a que de nuevo sus planes se fueran
al traste, ¡y ella que había imaginado una velada de lo más intensa en la cabaña!
estaba claro que nada iba a salirle como pensaba cuando de Maca se trataba.

Entre Germán y Esther la metieron en la cama. Maca abrió los ojos en un par de
ocasiones y masculló algo ininteligible. El médico la miró burlón pero no dijo nada.

- Te tomas un café conmigo o estás muy cansada – le preguntó terminando de


auscultar a la pediatra.
- Sí – aceptó su propuesta – estoy cansada pero no tengo sueño. ¿Todo bien? – le
preguntó al ver que guardaba sus cosas en el maletín con un gesto ligeramente
contrariado.
- Todo perfecto. No tiene fiebre y el ritmo es más que normal – sonrió satisfecho
– da gusto verla dormir así ¿verdad? – le preguntó mirándola con ternura – ¡con
los malos ratos que nos ha hecho pasar! – exclamó de nuevo pensativo.
- No entiendo cómo después de estos días… quiero decir que… ¡no sabes lo que
le cuesta dormir! y cuando lo hace parece despertarse al más mínimo ruido, es
como… como si fuese incapaz de descansar – susurró observando la
tranquilidad de su sueño – incapaz de dormir profundamente sin que la despierte
una pesadilla o el simple viento golpeando la ventana, ¡y ni te cuento si hay
tormenta!
- Lo ha pasado mal – comentó – creo que estás consiguiendo que se olvide del
miedo y del estrés de su vida.
- ¿Yo? – le sonrió agradecida – ¡tú has hecho mucho más que yo!
- Esther… - la miró con seriedad y ella tuvo la sensación de que le iba a decir algo
importante, algo que no le iba a gustar escuchar.
- ¿Qué? – preguntó abriendo los ojos con temor.
- Nada … - esbozó una sonrisa, quitando toda sombra de gravedad de su rostro –
nada… que está claro que por fin has conseguido que descanse su alma – le
sonrió amable, dejándola con la sensación de que no era eso lo que iba a decirle
– anda salgamos de aquí. Vamos a por ese café.
- Adelántate tú. Aún… debo hacerle un par de cosas – le indicó la puerta y él
enarcó las cejas en gesto interrogador - ¡vamos, sal!
- Entiendo – sonrió burlón – pero que conste que soy médico y a estas alturas la
he visto ya de…
- ¡Germán!
- Vale, vale – aceptó divirtiéndose con la situación - ¿Quieres un copita? – le
preguntó.
- No, solo café.
- Pues yo necesito un buen pelotazo! – exclamó suspirando, deteniéndose en la
puerta, sin terminar de salir – estaba pensando que… mañana es mejor que os
quedéis aquí. Maca aún no está fuerte para aguantar tantas emociones.
- ¡Espera! – salió tras él - ¿por qué dices eso?
- Por nada. Éntrate y termina de hacerle eso tan intimo – le sonrió burlón – yo voy
preparando el café. Te espero en mi cabaña – le dijo corriendo hacia las cocinas.

Esther permaneció observándolo unos segundos hasta que desapareció de su vista. Con
una sonrisa que iluminaba su rostro entró en la cabaña y se acercó a Maca, que
permanecía dormida en la misma postura en que la habían dejado.

Minutos después, Esther llegaba a la cabaña de Germán, el médico estaba sentado en el


último escalón con su taza de café entre las manos y los antebrazos apoyados en las
rodillas, y la observaba con una sonrisa mientras se acercaba.

- Sigue como un tronco – comentó subiendo los escalones y sentándose junto a él.
- Eso es buena señal – respondió bebiendo un sorbo con parsimonia, saboreándolo
– parece que por fin va a levantar cabeza.
- Me preocupa que esté tan cansada… - lo miró esperando que el dijese algo al
respecto pero Germán solo esbozó una sonrisa comprensiva – quizás mañana….
- ¿Qué me vas a decir! ¿qué no quieres que vuelva al campamento?
- No, bueno… no exactamente… lo que yo no quiero es que… ¡se agote!
- Ya sé yo, lo que tú no quieres – le dijo irónico y ella se separó de él y lo miró
enfurruñada.
- ¡Germán! no es por eso, es que…
- ¡Es broma, niña! no te enfades – le pidió conciliador - Tienes razón… mañana es
mejor que descanse.
- ¿Crees que le pasa algo? – le preguntó directamente temiendo que fuera así.
- Hoy… ha sido un día especial para ella, y no me refiero solo al trabajo, ¿me
equivoco? – preguntó enarcando una ceja en un gesto pícaro y, como siempre
que quería decirle algo importante, pasó su brazo por encima de la enfermera y
la atrajo hacia él.
- No – sonrió – no te equivocas. Ha sido…. – suspiró ilusionada y con tal cara de
emoción que Germán la besó en la frente - ha sido… ¡bueno!.. que… por fin
estoy segura de lo que siente por mí.
- ¡Me alegro tanto, niña! – le dijo con sinceridad – y no, no creo que le pase nada.
Solo quiero que descanse y se reponga del todo antes de que os vayáis – terminó
mirándola nostálgico - me alegro de que Wilson haya… haya dejado sus miedos
a un lado y….
- ¡Es tan dulce y tierna cuando quiere! – le confesó manifestando en su mirada el
amor que sentía por ella – quiero que disfrute un poco antes de volver, que
conozca todo esto que…
- No empieces y no la atosigues – sonrió – déjala que escoja lo que desee hacer.
Para presiones y obligaciones ya tiene las de su vida.
- ¡Pero si has sido tú el que dices que se quede aquí cuando ella quiere ir al
campo!
- Era solo una idea… para que… si mañana está muy cansada… no te asustes – le
confesó burlón - ¡que te conozco!… pero… si ella se siente bien, es mejor que
haga lo que le apetezca.
- ¡Tienes razón! – admitió mirando al frente y hablando con énfasis - quiero que
conmigo sienta que todo es diferente. ¡Qué no soy como los demás! que…
- Te aseguro que ya lo siente – le dijo misterioso. Esther se giró y lo encaró
sorprendida.
- ¿Te ha dicho algo?
- No, ¿qué va a decirme! ¡apenas la he visto durante el día!
- ¡Ni yo! al final ni siquiera me ha contado como le ha ido hoy.
- Nadia dice que es rápida, y decidida, que en un plis plas se ha quedado con todo
y que sería un gran fichaje para el equipo – le contó con un deje de orgullo en su
voz - ¡no esperaba menos de ella!
- Bueno… eso si que es imposible, Maca jamás dejaría su clínica.
- Y lo entiendo, Adela me ha contado todo lo que ha luchado por que se haga
realidad.
- ¿Adela?
- Sí – sonrió mirándola con timidez esperando la reacción de la enfermera
conocedor de lo poco que le gustaba su ex – ya sé lo que me vas a decir y..
prefiero que no lo hagas.
- Vale – aceptó – pero ten cuidado – le aconsejó – no me gusta verte sufrir y yo
también te conozco.
- No te preocupes por mí, que no soy imbécil – respondió agradecido por su
interés - a ver, ¡cuéntame! ¿qué tal con Wilson? – preguntó cambiando de tema,
no quería reconocerle a Esther que todos esos días de charla con Adela, cuando
lo llamaba para saber de Maca, todos esos días cuidando de la pediatra, le habían
hecho revivir los años de facultad, las risas con las dos, y en cierto modo, le
había hecho acercarse a su ex mujer.
- Muy bien. Y te voy a hacer caso. Esta vez no la voy a cagar – dijo Esther
extrañada por la expresión del médico, tenía la sensación de que estaba triste.
- Estoy seguro. No hay más que ver cómo te mira – le guiñó un ojo - ¡la tienes en
el bote!
- Mañana voy a intentar que sea un día inolvidable que…
- Bueno… bueno… no empieces, primero vamos a ver qué tal amanece. Te
recuerdo que aún no está en plena forma y no quiero que la forcemos más. Me
preocupa equivocarme y que… demos marcha atrás. Quiero que no hagas nada
que yo no autorice.
- ¿Nada? – preguntó socarrona.
- ¡Serás guarra! – le soltó lanzando una carcajada imaginando por dónde iba -
¡nada! – respondió señalándola con el dedo burlón.
- ¡A ti te voy a pedir permiso yo! – exclamó riendo igualmente.
- ¡Cómo me gusta verte reír así! – exclamó mirando el reloj, se levantó y la besó
en la mejilla – me voy a la cama y tú deberías hacer lo mismo.
- Sí, en eso también tienes razón. ¡Es tardísimo y estoy muy cansada!
- ¡Menos mal! ya creía que solo era yo el que estaba cansado, empezaba a creer
que estoy hecho un abuelo – bromeó haciendo gestos como si no fuese capaz de
enderezarse.
- ¡Payaso! – sonrió bajando los escalones para marcharse - ¡Buenas noches!
- Buenas noches, niña – le dijo con cariño viendo como se alejaba y desaparecía
en el interior de su cabaña.

El médico hizo lo propio en la suya con la sensación de que todo parecía arreglarse y de
que, al final, las cosas no habían salido nada mal.

* * *

A la mañana siguiente, Esther abrió los ojos somnolienta, sin idea de la hora que podía
ser. Miró hacia Maca que seguía durmiendo. Sonrió al verla. ¡No se había movido en
toda la noche! eso sí que era un milagro. Se levantó y con sigilo cogió sus cosas y salió
de la cabaña. Necesitaba un café para espabilarse y una buena ducha. Entró en el
comedor segura de encontrar allí a Germán y no se equivocó. Le pareció meditabundo y
preocupado, pero él negó que ocurriese nada y ella aceptó la negativa burlándose de sus
malos despertares. Se tomó un café con él y cuando estaba a punto de ir a la cocina en
busca de algo de fruta para Maca, Sara llegó con tan mal aspecto, que Germán la mandó
de nuevo a la cama y le encomendó que permaneciese en el campamento, sin trabajar,
Jesús estaba de turno en el hospital y al campo podía ir él solo. Ella permanecería de
guardia, solo por si ocurría algún imprevisto. La joven se negó con tan poca fuerza que
tanto Esther como Germán se ratificaron en que debía quedarse descansando ese día.
Germán insistió para convencerla en que Jesús estaba en el hospital y se encargaría de
todo.

Esther la miró marcharse con un gesto de preocupación y a pesar de los planes que tenía
para ese día, se ofreció a acompañar a Germán al campo de desplazados y echar una
mano y el médico aceptó su ofrecimiento encantado. La enfermera regresó a la cabaña
ligeramente contrariada por no poder disfrutar de ese día junto a Maca pero satisfecha
de poder trabajar con sus compañeros como si nunca se hubiese marchado.
Entró en la cabaña con decisión y sin ningún cuidado de no hacer ruido, dejó el
desayuno en la mesa y se acercó a la ventana. Germán le había pedido que despertara a
Maca, quería examinarla antes de irse y asegurarse de que se encontraba bien. Y lo peor
de todo era que le tocaba a ella comunicarle que debía quedarse descansando.

- Arriba dormilona – abrió el estor con fuerza dejando entrar la luz – aquí tienes el
desayuno.

Maca abrió los ojos aturdida. Miró hacia el lugar donde había procedido la voz, paseó
los ojos por la habitación como si no fuese capaz de reconocer dónde estaba, volvió a
mirar a la enfermera y luego se miró ella. Recordaba vagamente el viaje en el jeep y,
después, nada más. No entendía qué había ocurrido, rápidamente pensó en que le había
pasado algo, pero no era capaz de recordar el qué y por otro lado, ella se encontraba
perfectamente. Miró a Esther con tal aire de desconcierto que la enfermera rió
abiertamente.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó burlona - ¿no me irás a decir que aún tienes sueño?
– se mofó de ella.
- No – musitó - pero… pero….
- Te quedaste como un tronco – le explicó con ojos burlones.
- Pero…
- Germán y yo te metimos en la cama, no había forma de despertarte y no será
porque no lo intentamos – le dijo cada vez más risueña – ¡menudos ronquidos!
- Lo siento, ¡qué vergüenza! – exclamó enrojeciendo levemente solo de imaginar
el cuadro.
- Prepárate para las bromas de Germán – la avisó divertida por su expresión.
- ¡Joder! – exclamó incorporándose - ¿y…? - levantó la sábana, mirando hacia sus
piernas - ¿Germán también…?
- Tranquila que te lo puse yo – le dijo comprendiendo lo que quería saber.
- Buf, no sé cómo me ha pasado esto – murmuró aún medio aturdida - ¿Se rió
mucho?
- Un poco, ya lo conoces, pero… nada con la que te va a montar hoy – la avisó de
nuevo y Maca se sonrojó aún más – ¡prepárate!
- Bueno… - suspiró resignada a que fuera así - tranquila que estoy acostumbrada a
sus tonterías. ¡Ya me defenderé! – apretó los labios levantando el mentón en un
gesto orgulloso que Esther observó divertida.
- Ahí te dejo el desayuno que voy a coger algunas cosas a la cocina y preparar la
mochila – le contó mientras doblaba la ropa de la silla y le acercaba ropa limpia
a la cama – aquí te dejo esto, salimos en media hora – le dijo mirando el reloj.
- ¡Media hora! – exclamó sentándose en el borde de la cama de un salto – ¡no me
va a dar tiempo! – dijo intentando alcanzar su silla.
- Tú no vienes, dice Germán que te cansaste demasiado y que…
- ¿Cómo que no voy! ¡ya lo creo que voy!
- Maca… - la recriminó con paciencia apoyando la mano en su hombro
obligándola a recostarse de nuevo - ayer acabaste agotada, y…
- Estoy estupendamente, he dormido de un tirón que es algo que no recuerdo
haber hecho en no sé cuanto tiempo, no me duele la cabeza, tengo hambre y…
- Vale, vale – aceptó divertida y en el fondo deseosa de pasar el día con ella,
quizás así sus planes no se truncaran del todo – pues déjate de cháchara y
desayuna – le dijo acercando la mesita auxiliar a la cama - Yo intentaré
convencer a Germán de salir un poco más tarde.
- ¡De eso nada! no quiero que todos tengan que esperar por mi culpa, ¿por qué no
me has despertado antes?
- Órdenes de tu médico, quería que descansaras.
- Ya.. – dijo bebiéndose el zumo de un tirón y cogiendo un plátano.
- Maca, no hagas eso que te va a sentar mal – la regañó mirándola contenta de ver
lo mucho que había mejorado – le voy a decir a Germán que tú y yo nos vamos
en el jeep, y así no tienen que esperarnos, ¿de acuerdo?
- No, no, ¡ni se te ocurra! – se negó con rotundidad - quiero ir con todos.
- Pero tendríamos más tiempo y….
- Yo quiero ser igual que los demás – habló con rapidez bajando la vista y
levantándola acto seguido, la miró a los ojos - ¿me entiendes?
- Como quieras, pero come despacio, ¡por favor!
- Ya he terminado – dijo apartando la bandeja e intentando levantarse de nuevo.
- ¡De eso nada! – exclamó la enfermera en el mismo tono que le había respondido
antes Maca, que la miró sorprendida - Si no te lo tomas todo, te quedas aquí.
- ¡Joder!
- No protestes – le dijo sentándose en el borde de la cama, junto a ella, dispuesta a
darle conversación para que se tranquilizase – A ver, tienes que terminarte el
desayuno y sin comer como los pavos, que como Germán vea que te sienta mal,
que no te lo terminas o que vomitas, ¡te va a tener encerrada hasta que nos
vayamos de aquí! – la amenazó con el médico aún a sabiendas de que no era
cierto riéndose de la cara de pánico que le estaba poniendo la pediatra que estaba
segura de que Germán era capaz de cumplir esa amenaza – venga, come
despacio – la instó y Maca suspiró resignada comenzando a pinchar aquello que
estaba troceado en el plato – no lo mires con esa cara de asco, te va a gustar.
- Pero... ¿qué es?
- Baobab.
- ¿El qué? – preguntó arrugando la nariz de tal forma que Esther soltó una
carcajada.
- ¡Pruébalo remilgosa! – la instó divirtiéndose a su costa – Germán quiere que lo
comas todos los días.
- Y si quiere que me tire de cabeza al río ¿también debo hacerlo? – preguntó
irónica.
- No seas así – le regañó poniéndose seria - ¿tú no te quejabas de que te había
tirado tus vitaminas?
- ¡Y eso que tiene que ver! – protestó sin probar bocado.
- El beobab es la fruta más apreciada de por aquí y se usa en la medicina
tradicional para muchas cosas.
- Ya… - regruñó incrédula.
- Pues sí – sonrió – cien gramos de esto tiene seis veces más vitamina C que la
misma cantidad de una naranja.
- ¡Claro! – exclamó sin dar crédito.
- Te lo digo en serio. ¡Ríete de las barritas energéticas esas que he visto anunciar
en la tele mientras he estado en Madrid! – dijo despectiva – esto es mucho
mejor.
- Yo no tomo barritas de esas – respondió enfurruñada.
- Maca… - la recriminó – no seas cría y tómatelo.
- Mis pastillas no eran vitamina C – siguió en sus trece.
- Ya lo sé, pero sí B1 y B6, ¿no? – enarcó las cejas burlona – pues además el
beobab, tiene B2 y B3, es muy rico en carbohidratos, minerales sobre todo
calcio, potasio, hierro y magnesio y tiene mucha fibra tanto soluble como
insoluble.
- ¿Te dan comisión o qué? – le preguntó burlona ante aquella defensa.
- ¡Pruébalo!
- Muy bien – aceptó rendida ante su entusiasmo – a ver a que sabe el beobab este
de los co…
- ¡Maca! – la cortó alzando la voz – ¡eres imposible!
- ¿Imposible! que yo sepa la que tiene un trozo del bobab este en la boca soy yo –
protestó ante la sonrisa de la enfermera.
- Beobab – la corrigió sonriendo - ¿a qué está bueno? – le preguntó con dulzura.
- En fin – suspiró.
- Mira que eres cabezona, ¡reconoce que te gusta!
- No está mal – sonrió traviesa, mirándola con un brillo especial en los ojos.
- Te va a venir muy bien comerlo, ya verás – le dijo acariciando su mano y
clavando sus ojos en ella satisfecha de ver que seguía cogiendo algunos trozos
más, la caricia la extendió al antebrazo y bajando la voz le dijo susurrante – a
ver, cuéntame, que ayer ni siquiera me dijiste qué tal te fue el día.

Maca la miró agradecida por todos sus esfuerzos, le gustaba resistirse y ver cómo
insistía, y cada vez le divertía más ese juego que se traía con ella, pero aquel tono la
desconcertó, ¿qué le estaba preguntando Esther! ¿realmente quería saber cómo se había
sentido trabajando o pretendía insinuar algo más?

- ¡Muy bien! ¡me fue muy bien! … y… ¿a ti? – le preguntó en un tono también
insinuante.
- ¿A mí? – sonrió - bien también – dijo contenta y sus ojos comenzaron a brillar
de una forma especial, Maca supo que estaba pensando en algo y enarcó las
cejas esperando que hablase – hoy, si te apetece, podemos ir al río como querías.
- Claro que me apetece – respondió desviando la vista y con cierto aire desganado
que alertó a la enfermera.
- Que si no quieres ir, no vamos – se apresuró a desdecirse, temiendo presionarla.
- Si que quiero, solo que… ayer.. bueno que…
- Tranquila Maca, que comprendí perfectamente lo que querías decirme – apretó
los labios inclinando la cabeza a un lado y acariciando la mejilla de la pediatra
con la parte externa del dedo índice, con cierto aire melancólico - Poco a poco y
sin presiones. Ya tendremos tiempo en Madrid – repitió las palabras que le
dijera la tarde de antes - No creas que no te escuché – sonrió comprensiva.
- Si, eso – respondió ratificando sus palabras, pero con tan poco convencimiento
que la enfermera sonrió para sus adentros, Maca parecía ligeramente pensativa y
comenzó a sospechar que se arrepentía de algo o que había perdido la seguridad
del día anterior, la observó con detenimiento mientras seguía comiendo, cada
vez más lentamente, y se levantó dispuesta a conseguir esfumar esas dudas de la
pediatra.
- Termina de desayunar. Mientras, yo voy a ir cogiendo algunas cosas y..
- Esther – la llamó cuando ya estaba abriendo el armario.
- ¿Qué? – le preguntó sin volverse.
- ¿Puedo preguntarte algo?
- Sí, dime.
- Ayer... al llegar al campo… estuve hablando con Sara y…
- ¿Sara? – se giró con brusquedad encarándola - mucho charlas tú con ella
últimamente, ¿no? – preguntó ligeramente molesta de que pareciese pensar más
en ella que en pasar un rato juntas y a solas, comenzando a sospechar que esa
cara de preocupación y esas dudas no iban a tener nada que ver con lo que ella
creía.
- ¿Y ese tono? – le preguntó a su vez, con curiosidad, apretando la boca en una
mueca burlona, “¡lo reconocería aunque hubieran pasado miles de años!” se dijo
esperando que Esther respondiese pero no lo hizo - ¿estás celosa?
- ¿Celosa yo! ¡qué tontería!
- Si que lo estas – afirmó divertida y halagada – Esther… ¡qué es Sara!
- ¿Y qué?
- Pues… que es tu amiga y…
- Ya sé que es mi amiga, eso no tiene nada que ver.
- …y, que es muy joven para mí, ¡por favor! si le llevaré quince años.
- No tantos, ya te dije que aparenta menos de los que tiene.
- ¿No! entonces… ¿cuantos? – preguntó fingiendo un interés desmedido – porque
en ese caso… - arrastro la última palabra de forma insinuante dispuesta a
divertirse a su costa.
- ¡Demasiados! – exclamó y Maca soltó una carcajada.
- ¡Sí que estás celosa! – exclamó levantando la mano y haciéndole una seña de
que se acercara a la cama – anda, ven aquí – le pidió melosa.
- Bueno... un poco – llegó hasta ella enfurruñada por verse descubierta – antes te
caía fatal y ahora…
- Ahora nada.
- ¿Cómo que nada? que no pregunte no quiere decir que no me haya fijado en que
andáis con secretitos, en que os perdéis por ahí un par de horas sin que nadie sea
capaz de encontraros, en que te guarda sitio a su lado en la mesa, en…

Maca lanzó tal carcajada que Esther guardó silencio frunciendo el ceño.

- ¡Mira que eres boba! Y ¡mira que has cambiado poco! – exclamó Maca más que
divertida - ¿Cuándo te vas a enterar de que yo….? – se interrumpió y clavó sus
ojos en ella con tal intensidad que Esther se estremeció sintiendo de nuevo la
excitación de la tarde anterior. Y levantándose de un salto de la cama, porque si
Maca seguía con aquella mirada puesta en ella y acariciándola de aquel modo no
iba a poder cumplir la promesa de esperar a que ella se decidiese y diese el paso.
- No soy boba – protestó ya puesta en pie.

Maca sonrió al ver que se alejaba, ella también había sentido aquel cosquilleo especial y
sabía que Esther estaba intentando ser fiel a sus palabras.

- Sí que lo eres, Sara además de ser tu amiga, ¡es hetero!


- Yo también lo era – respondió enarcando las cejas – eso no tiene nada que ver.
- ¿El qué eras! ¿muy joven para mí o hetero? – bromeó.
- Hetero Maca, ¡muy hetero!
- ¡Ya!… perdona Esther que sea yo la que tenga que decírtelo, pero de eso, ¡nada!
- ¿Cómo que no? – dijo molesta por aquel gesto de suficiencia - antes de
conocerte tuve por lo menos quince novios.
- ¡Joder! – exclamó sin poder evitarlo, frunciendo el ceño sorprendida y
ligeramente molesta - ¿tantos?
- Pues sí – sonrió con malicia al ver su cara de enfado.
- Bueno pues, aún así, tú eras más bollo que yo – soltó una carcajada – solo que
no lo sabías.
- ¡Déjate de tonterías que tenemos prisa! – la cortó siendo ahora ella la que
frunció el ceño y lanzó un suspiro cambiando de tema – ¿qué era eso que me
decías que hablaste con Sara? – no pudo evitar terminar por preguntar.
- Nada, ya te lo diré, tenemos prisa – repitió burlona.
- Maca… - protestó deseando saberlo y la pediatra frunció los labios en una
sonrisa traviesa.

Se quedó con la vista puesta en su espalda, sonriendo distraída, cogiendo otro trozo de
esa fruta desconocida para ella y experimentando la sensación de que cada vez le
gustaba más todo aquello. Esther, sintiéndose observada, se giró de nuevo y al verla con
aquella expresión entre soñadora, ilusionada y satisfecha y con aquel brillo en los ojos,
que tenía puestos en ella, le devolvió la sonrisa.

- ¿Qué? – le espetó - ¿me lo vas a contar o no?


- Si – asintió volviendo a la realidad - le pregunté por qué hay allí tanta gente
que… bueno que por qué cantaban – dijo poniéndose seria - … y Sara me
explicó que era una larga historia pero.., no me contó nada, solo que cantaban
y… yo he estado pensando en ello y…
- Sí, es… por una leyenda, pero… mejor te la cuento luego – la interrumpió
cogiendo su toalla y marchándose hacia la puerta – voy a prepararte la ducha y a
llevar las cosas, así cuando termines….
- Vale – aceptó decepcionada al ver que de nuevo se quedaba sin satisfacer su
curiosidad.
- O mejor que te la cuente Germán en el coche, él se la sabe mejor que yo.
- Prefiero que me la cuentes tú – le dijo insinuante y la enfermera volvió sobre sus
pasos, sin poder resistirse a esa voz susurrante que parecía encantarla y atraerla
irremisiblemente. Se sentó en el borde de la cama mientas Maca mordisqueaba
un trozo de plátano, ya con evidente desgana.
- Vale, te la cuento yo – le dijo con dulzura y unos ojos chispeantes que
encendieron de nuevo el deseo en Maca - Dice la leyenda que Ngai, creó el
primer guerrero y le llamó Leeyo. Luego creó más guerreros y les dio mujeres
que trabajaran la tierra e hicieran el resto de cosas. Más tarde los guerreros y las
mujeres tuvieron hijos y Ngai, satisfecho vio que todo estaba bien. Pero pronto
comprobó que había cometido un fallo, los humanos eran mortales.
- ¡Vaya dios! – exclamó burlona – creía que los dioses no cometían fallos.
- Si me vas a interrumpir cada dos por tres con tus tonterías, no te la cuento – la
amenazó, en tono de broma, señalándola con el dedo índice y haciendo una
mueca de suficiencia.

Maca sonrió ante su gesto amenazador e hizo la seña de cerrar la boca con una
cremallera. Los ojos de Esther bailaban divertidos, mientras se disponía a continuar.

- Temiendo que su obra fracasase, y siendo Leeyo su primera creación, lo llamó a


su lado y le enseñó un Canto Mágico, un canto reservado solo a los dioses, el
canto que hace a los dioses inmortales. Ngai le explicó que debía entonarlo en el
mismo momento en que alguien muriera, y así el canto le devolvería
inmediatamente y para siempre a la vida.
- ¿Por eso cantan?
- Si.
- Pero... ¿y como explican que sigan muriendo? Quiero decir que…
- Sé lo que quieres decir – sonrió acariciándola, divertida ante su avidez por
conocer aquellas costumbres, a veces Maca ponía tal expresión de inocencia y
de interés en todo aquello que la enternecía – Leeyo le prometió a Ngai que lo
haría tal y como le había explicado, pero… - sonrió, se encogió de hombros y
enarcó las cejas - ¡se olvidó! – abrió los brazos con cara de circunstancias.
- ¡Hombre tenía que ser! – exclamó Maca e inmediatamente abrió los ojos de par
en par recordando su promesa de no interrumpir y juntó la manos en señal de
disculpa. Esther soltó una carcajada y continuó.
- Recordaba el canto, pero nunca iba junto a los moribundos a cantarlo, prefería
no molestarse en acudir junto a su lecho, más interesado en otros quehaceres.
Pero una mañana, su mujer y su hijo salieron de casa en busca de agua. Y
cuando estaban a punto de volver con las vasijas llenas, el pequeño se enredó en
las altas hierbas de la orilla y cayó al río, su madre se lanzó para salvarlo, pero el
agua estaba oscura y la densa vegetación del fondo tenía al pequeño fuertemente
sujeto. La mujer gritó y gritó. En su ayuda acudieron hombres y mujeres del
poblado, incluido Leeyo, pero cuando consiguieron sacar al pequeño del agua,
había muerto.
- Joder – exclamó con las lágrimas saltadas – ¡qué historia más triste!
- ¡Maca! – sonrió al ver su emoción – que es una leyenda.
- Ya lo sé – musió ligeramente avergonzada al ver que se burlaba de ella.
- Bueno – dijo levantándose – ahora sí que me voy a la ducha.
- ¿Acaba así?
- No – negó burlona – pero no quiero que te pongas triste y ni quiero que te siente
mal el desayuno y…
- ¡Termínala! ¡por favor! – tiró de ella con suavidad – cuéntame el final.
- Vale, pero no llores – le pidió arrastrando las palabras.
- Te prometo que no lloro.
- Leeyo se abrazó a su hijo y, meciéndolo, cantó y recitó muchas veces el Canto
Mágico que le enseñara Ngai – continuó mirándola fijamente y viendo como sus
ojos volvían a humedecerse solo de pensar en ese cuadro, era evidente que la
pediatra estaba especialmente sensible - ¡Maca! me has prometido que….
- Lo siento, lo siento – se disculpó secándose con rapidez las lágrimas – no quiero
llorar pero… veo a esas gentes allí sentadas en sus esteras esperando que les
digamos algo, horas y horas, con esa infinita paciencia…y los veo cantar con esa
esperanza y no sé… - se le quebró la voz, haciendo un puchero.
- Te pones a pensar en lo diferente que es todo, ¿no?
- Si – musitó controlando el temblor de su barbilla.
- Recuerdas los días del hospital, las quejas, las protestas, las denuncias, los malos
modos ¿verdad?
- No sé… - murmuró – no piden anda, y lo dan todo y... tienen tanta fe en
nosotros… tanta… esperanza y… y nosotros… somos… somos tan…
- ¡Bienvenida! – exclamó sonriente, besándola en la mejilla – somos lo que
somos, Maca. Y hacemos lo que podemos, aunque nunca sea suficiente.
Maca se incorporó y se abrazó fuertemente a ella, Esther la estrechó y pasó sus manos
por su espalda, reconfortándola, comprendiendo la sensación de desasosiego que debía
tener. Todos habían pasado por ella.

- ¿Qué fue de Leeyo? – le preguntó separándose.


- Siguió cantando muchas horas más, hasta que comprendió que por faltar a su
promesa, había condenado a todos a morir. Y desde entonces, la Muerte adquirió
el poder sobre todos los hombres – terminó la historia – explican la muerte y así
explican el que, a veces, a pesar de ese poder, Ngai escuche sus cánticos y
consigan arrebatar a su familiar de las garras de la muerte.
- Entiendo – murmuró pensativa – y… ¿nosotros dónde encajamos?
- Nosotros – repitió sonriente comprendiendo que Maca con solo un día de trabajo
allí, se sentía parte del equipo, y pensando en que tenía que ver a Nadia y darle
las gracias por ello - no encajamos Maca, simplemente estamos ahí, si Ngai
quiere, nos dará el poder de sanar, sino quiere no podremos hacer nada.
- ¡Me gusta todo esto! – reconoció de pronto – quiero... quiero que me enseñes
más cosas… que… me enseñes a hablar y a… a entender. Quiero poder decirles
que…
- Con un poco de tiempo podrás…
- ¡Me gustaría ver tantas cosas, conocer tantas cosas que…!
- Tranquila que ya habrá tiempo – le sonrió – hoy nos espera un día duró y será
largo, pero prometo que de hoy no pasa que vayamos al Nilo. Allí te contaré la
leyenda del cocodrilo.
- ¡Cuéntamela ahora!
- De eso nada – exclamó - ¡mira qué horas! Germán nos mata, vas a conseguir que
lleguemos todos tarde. Termina de desayunar y arriba, que tienes que ducharte y
vestirte.
- ¡A la orden, Jefa! – bromeó.
- ¡Come! – la señaló con el dedo saliendo de la cabaña con una agradable
sensación, estaba segura de que sería un gran día.

Esther volvió a la cabaña tras preparar la ducha, Maca había terminado de desayunar y
estaba sentándose en su silla, la miró orgullosa y contenta, Maca le devolvió la mirada
con una sonrisa. Esther comenzó a recoger las cosas y meterlas en la mochila mientras
Maca salía camino de los baños con un “no tardo nada”, y así fue, antes de que la
enfermera hubiese terminado de prepararlo todo la pediatra ya estaba de vuelta.

- ¡Sí que has corrido! – exclamó al verla llegar con el pelo chorreando - ¿no te has
secado?
- Sí – respondió – no quiero que lleguemos tarde por mi culpa.
- Maca… sécate el pelo que…
- Necesito otra toalla – le explicó levantando la que llevaba completamente
empapada – se me ha caído – le dijo apretando los labios y enarcando las cejas
en una cara de circunstancias – con las prisas….
- Pero… ¿tú estás bien? – le preguntó preocupada – Maca… ¿no te habrás…? – se
interrumpió y sus ojos reflejaron una sombra de duda y miedo - ¡joder! que da
igual que lleguemos tarde… no puedes hacer las cosas como las locas y… - se
calló al ver la sonrisa burlona de la pediatra.
- No me he caído, si es lo que estás pensando, solo… se me ha caído la toalla.
- Pero… ¿cómo te has apañado? – le preguntó en un tono de ligero enfado que
Maca malinterpretó.

La pediatra bajó los ojos y Esther creyó que se avergonzaba y se apresuró a rectificar
sus palabras.

- Quiero decir que… no debes correr en la ducha, no quiero que te hagas daño y…
Maca… mírame – le pidió temiendo haberla ofendido. La pediatra levantó los
ojos y esbozó una sonrisa con aire de timidez.
- He tenido cuidado, Esther – respondió con tranquilidad – pero… cuando ya casi
había terminado vi que… había un bicho repugnante de esos y… - la miró
encogiéndose de hombros – ya sé que no hacen nada y todo lo que tú quieras
pero… - dio un retemblido y Esther soltó una carcajada, se dirigió al armario y
cogiendo una toalla limpia, comenzó a secarle el pelo con delicadeza – no lo
puedo evitar - murmuró Maca dejándose hacer y sintiendo un placer enorme al
sentir como las manos de Esther, por encima de la toalla masajeaban su cuello,
su nuca, revolvían su pelo, cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia adelante y
lanzó un leve gemido. Esther sonrió al comprobar que Maca ya no disimulaba lo
más mínimo.
- ¿Qué me decías de esos bichos? – le preguntó divertida.
- ¿Eh…? – volvió a la realidad – que… ¡me dan… repelucos! – tembló de nuevo
y Esther lanzó otra carcajada.
- ¡Ay, mi niña! ¿ves como tengo que ir contigo a la ducha? – le dijo besándola en
la mejilla y continuando con su tarea de secarle el pelo – así no te llevarías esos
sustos.
- Pues sí – reconoció ante la sorpresa de la enfermera, que creyó que protestaría
como había hecho en todas las ocasiones en que le había insinuado que no debía
ducharse sola – no estaría mal que te duchases siempre conmigo – dijo
insinuante y la enfermera sintió un cosquilleo en el estómago y detuvo sus
manos.
- Maca… - comenzó, pero la pediatra, pensando ya en otra cosa, con la vista fija
en la mochila y la mente puesta en la idea de ducharse con Esther, que la había
hecho pensar en la tarde anterior y en lo que implicaba ese acercamiento, la
interrumpió.
- Esther ¿has metido los pañales? – le preguntó con naturalidad ante la sorpresa de
la enfermera acostumbrada a que siempre hablase de ello con pudor.
- ¿Los quieres! creí que…
- Allí no puedo controlar bien los tiempos – se excusó – no puedo estar al sol sin
beber y no puedo irme cada dos horas al baño, y menos si tengo algo importante
entre manos.
- Claro – dijo disimulando una sonrisa, buscando en el armario y metiendo
algunos más en la mochila, “¡quién te ha visto y quién te ve!” pensó orgullosa de
ella – me alegro que pienses así – le dijo abrazándola por detrás y besándola
suavemente cerca de la comisura de los labios.
- Muy besucona estás tú hoy ¿no? – le preguntó socarrona.
- ¿Te molesta? – le preguntó.
- ¡Ay! – se quejó de pronto, sin responder a la pregunta.
- ¿Qué pasa? – preguntó extrañada.
- Me duele ahí donde me has dado.
- ¿Aquí? – le preguntó tocándole con suavidad el costado donde segundos antes
había dejado reposar sus dedos.
- No, ahí no, en el brazo.
- A ver, deja te mire, eso va a ser la herida del corte – la sujetó con delicadeza y
de pronto recordó lo que Germán le había contado en la cena – te voy a quitar el
apósito – la avisó y Maca frunció el ceño sintiendo un dolor agudo – claro, sí,
tienes un punto infectado – ratificó – ya me lo dijo Germán, lo raro es que no te
doliese antes.
- Sí, también me lo dijo a mí, pero ayer no me dolía – reconoció intentando
vérselo – joder no puedo…
- No lo vas a ver, espera que te voy a hacer una cura y…

Maca la sujetó por una muñeca y la condujo para que se situase frente a ella.

- ¡Déjalo! no es nada – la frenó.


- Ya lo creo que lo es – se contrarió – ¿te has tomado el antibiótico! te lo he
dejado ahí en…
- Sí – arrastró la palabra – me lo he tomado – sonrió burlona.
- Quieras o no te voy a hacer la cura.
- Luego – le pidió - Esther… yo… quería decirte que… ayer… en las duchas…
- Ya, ya sé – la cortó apretando los labios, llevaba toda la mañana esperando que
Maca sacase el tema y esperando que le dijese que se había echado atrás, lo
intuía en su forma esquiva y casi temerosa de mirarla, y aunque no podía evitar
el juego de insinuaciones, sentía que Maca estaba incómoda, pero ella no estaba
dispuesta a que eso sucediese, esta vez todo iba a ir bien y ella iba a adelantarse
a sus temores y a dejarle claro que no pretendía nada - estabas contenta por el
día que llevabas y se te fue la cabeza – le dijo hablando por ella, no quería
escuchar una negativa porque tenía grandes planes para esa tarde - ¿no es eso!
pues.. tranquila… no tienes que darme explicaciones. A mí también se me fue,
pero… quería decirte que no va a volver a pasar, que voy a cumplir mi promesa
y no voy a volver a hacer nada que…
- No… no… yo… - intentó decirle que no era eso, al menos, no exactamente.

La puerta se abrió y Germán entró, como siempre, sin llamar.

- ¿Todavía estás así! ¡Esther! ¡qué estamos a punto de salir!


- Lo siento, ahora mismo vamos – se disculpó cerrando la mochila con rapidez y
colgándosela al hombro. Maca giró la silla y se encaminó hacia la puerta.
- ¿Vamos! ¿cómo que vamos? – preguntó el médico haciéndole a Maca una seña
de que se detuviese mirándola con el ceño fruncido, y pasando después sus ojos
a la enfermera para volver a mirar a Maca.
- Sí – saltó Maca – yo también voy y ¡ya estamos listas! – se defendió sonriendo
intentando hacerlo ceder, porque estaba segura de que su idea era impedírselo.
- Wilson… no creo que… sea buena idea… - comenzó a oponerse sin mucha
convicción al ver que tenían todo preparado y haber sido él, el primero en
insistir en que a Maca le sentaría bien trabajar un poco. Tenía pocos argumentos
para negarse a que los acompañase.
- ¡Germán! – lo silenció con una mirada fulminante – estoy bien y quiero ir.
El médico la miró sin mucho convencimiento, no quería que se agotase en dos días.
Pero la ilusión que mostraban sus ojos y la energía que parecía desprender, terminaron
por hacerlo ceder, y negando con la cabeza en un gesto de resignación, le devolvió la
sonrisa.

- Y entonces ¿qué hacéis ahí de cháchara! ¡vamos! – las espoleó entrando y


cogiendo la silla de Maca – Wilson, Wilson, como no madrugues más el
próximo día te quedas en tierra – se burló de ella.
- Lo siento, te prometo que mañana no volverá a pasar.
- ¡Eso espero! no admito tardones en mi equipo – le dijo mirando a Esther que iba
a su lado y guiñándole un ojo con complicidad a la enfermera que no borraba la
sonrisa de su rostro y no dejaba de darle vueltas a lo que Maca había estado a
punto de decirle cuando Germán las había interrumpido.
- ¿Voy en el camión con Gema? – le preguntó al médico deseando que se negase
como la noche anterior.
- Sí, ve con Gema – le indicó arrancando un gesto de decepción pero, asintió sin
protestar.
- ¿Y Sara? – preguntó Maca.
- Hoy se queda aquí, no se encuentra bien – le explicó Germán.
- ¿Está peor? – preguntó preocupada y con tanto interés que Esther frunció el
ceño.
- ¿Cómo peor? – preguntó a su vez el médico – no sabía que….
- Eh… no nada… que… creí que ayer…vamos nada.
- ¿Ayer qué?
- Nada, Germán – repitió Maca – pregúntale a ella.
- ¡Ya lo creo que lo haré! – exclamó frunciendo el ceño y mirando a Esther que
negó con la cabeza, indicándole que ella no tenía idea de nada – allí tienes a
Gema, no la hagas esperar.
- Bueno… pues… nos vemos allí – dijo la enfermera agachándose y besando a
Maca en la mejilla – para el camino – le susurró junto a la oreja provocando un
escalofrío en la pediatra que la miró sorprendida. Esther sonrió y se alejó de
ellos con una carrera.
- ¿Vamos, Wilson? – le preguntó Germán al ver que no se movía.
- Si – musitó Maca, que se había quedado pensativa con los ojos puestos en la
espalda de la enfermera.
- Anda trae que te empuje – se colocó de nuevo a su espalda – si que te tiene
atontada mi enfermera milagro.
- No voy a picar – le dijo con una media sonrisa irónica – no tengo ganas de
discutir.
- No lo pretendía – respondió mirándola divertido.

Esther saltó al camión y Germán subió a Maca al jeep, cerrándole la puerta y sentándose
al volante.

- ¿Estás bien? quiero decir que…


- Estoy muy bien Germán, no me duele nada, no estoy cansada y estoy deseando
trabajar.
- ¿Te ha gustado el desayuno?
- Bueno… - dejó caer la palabra con socarronería.
- Habrás desayunado, que si no…
- Que sí, que me lo he comido todo y encima he de reconocer que el Boris ese no
está nada mal, aunque parece que estás comiendo queso.
- Baobad – soltó una carcajada – sí, se puede decir que tiene esa textura., sabía
que te gustaría y además te va a sentar muy bien.
- Por cierto que Esther me ha estado contando que hace maravillas, ¿no?
- Aquí es fundamental en la dieta, además tiene muchas propiedades curativas.
- Y si tan bueno es ¿por qué no me lo has dado antes?
- Porque es algo fuerte y... no se puede decir que tu estómago estuviese para
muchas tonterías.
- La verdad es que tengo que reconocer que tenías razón. Desde que tomo menos
medicinas me siento mucho mejor.
- La dieta es fundamental, deberías tomarte en serie ¡uy! cuando vuelvas a
Madrid, seguirla a rajatabla y no saltarte todo a la torera.
- Allí no hay las cosas que tú me das. Por lo que se ve aquí lo solucionáis todo con
la comida.
- Todo no, pero un día recuérdame que te comente algunas cosas sobre la
medicina local, ¡te sorprenderías!
- Ya estoy sorprendida – reconoció - ¡por todo! Trabajar en el campo ha sido…
tan... tan…
- Te entiendo – sonrió dándole un ligero golpecito en la mano.
- Estoy deseando llegar y ver si Nadia…
- Lo siento Wilson pero hoy, quieras o no, tendrás que trabajar con Esther – le
comunicó temiendo la reacción de la pediatra – no es que no quiera hacerte caso
es que Gema apenas lleva aquí dos meses y prefiero que esté conmigo. Y Nadia
hoy… está en Kampala y… al no venir Sara… - se excusó nervioso – no es que
no me fíe de ti ni mucho menos pero… Gema aún no domina los dialectos y …
- ¿Y quien te a dicho a ti que yo no quiera trabajar con Esther? – le preguntó
burlona, interrumpiendo sus excusas.
- ¡Ah! – la miró de soslayo – como ayer…
- Ayer era ayer y hoy es hoy, ¡estoy deseando trabajar con ella! – exclamó
contenta.
- Lo dicho, ¡me vais a volver loco! ¡loco! – repitió ante la carcajada de Maca.

Llegaron al campamento sobre las nueve de la mañana, Maca tuvo la sensación que
nada había cambiado desde la noche anterior, que nadie se había movido de sitio, sentía
que el tiempo estaba detenido en aquel lugar. La historia de Ngai retumbaba en sus
oídos, sus ojos se clavaban uno tras otro en todos los grupos de familiares que
entonaban su lacónico cántico, situados entorno a los enfermos que esperaban ser
atendidos. La aprensión que experimentara el día anterior al traspasar aquel portón se
había convertido en una opresión profunda que le atenazaba el corazón, ya sabía porqué
cantaban y eso no contribuía a que se sintiera mejor, todo lo contrario, ese conocimiento
le provocaba una congoja desmedida y un sentimiento de impotencia, de insignificancia,
¿cómo hacerles entender que aquello no iba a servirles de nada? Iba a necesitar tiempo,
mucho tiempo, un tiempo que no tenía, para acostumbrarse a todo aquello.

- Wilson – le sonrió Germán que permanecía con la puerta abierta mirándola


divertido ante el gesto compungido que mostraba con la vista clavada en la
multitud que se agolpaba frente al dispensario. Estaba tan ensimismada que ni
siquiera se había percatado de que el médico había detenido el jeep, había
sacado su silla y esperaba que ella se girase para ayudarla a descender – Wilson
– le gritó introduciendo parte de su cuerpo dentro del coche y consiguiendo que
Maca saltase en el asiento sobresaltada - ¿estás bien? – le preguntó risueño.
- Si, si…. Perdona – dijo girándose y mirándolo que una expresión tan abatida que
Germán se preocupó.
- ¿Seguro! no es necesario que hagas nada si… estás cansada o… ¿te has
mareado?
- Tranquilo, solo… estaba pensando… - se sonrojó – parece todo tan.. tan como
ayer…
- ¿Y como quieres que parezca? – soltó una carcajada aliviado al comprender lo
que le ocurría – anda, ven aquí – continuó menos burlón y mucho más cariñoso
izándola y sentándola en su silla – sé a lo que te refieres – intentó hablar en voz
baja al ver que Phillips llegaba hasta ellos – el tiempo aquí tiene otra medida,
parece que… todo es más lento… que las cosas no cambian y que.. por muchos
pacientes que veas un día al siguiente todo está igual…
- ¡Eso! – exclamó mirándolo agradecida.
- Ya te lo dije ayer… ¡te acostumbrarás! es cuestión de tiempo. Verás como al
final acabas entendiéndolos y entendiéndote con ellos.
- Bueno… no creo que pueda hacerlo… me iré antes…
- Siempre puedes volver en los veranos, lo hacen muchos médicos.
- Lo sé – murmuró pensativa.
- Ahí tienes a Esther – le dijo señalando a su espalda. La enfermera llegó con un
rictus de seriedad que extrañó a ambos.
- ¿Ocurre algo? – le preguntó Germán.
- Sí, han avisado por radio, te hemos estado llamando pero no recibías la señal –
le dijo la enfermera en tono de recriminación.
- ¡Mierda! Se me ha olvidado conectarla – reconoció mirando a Maca - ¡joder! no
sé cómo he cometido un fallo como ese.
- Es culpa mía, no he dejado de preguntarte cosas y …
- ¡Qué va a ser culpa tuya! – la cortó mirando a Esther – ¿qué pasa? – la apremió.
- Tenemos dos problemas, han llamado a André, tiene que sumarse a los efectivos
que están intentando acorralar al grupo de guerrilleros.
- ¿Se sabe dónde? – le preguntó frunciendo el ceño, eso si que era un
inconveniente, no podían desplazarse sin el ejército a no ser en los jeep.
- A unos ochenta kilómetros al noroeste.
- Bien… - musitó rascándose la barbilla - ¿Es seguro?
- Todo lo seguro que son esas informaciones.
- ¿Y el otro problema?
- Bueno el otro en realidad son dos más, la guerrilla antes de desviarse hasta
Aboro, ha arrasado dos aldeas, se prevé que en una hora empiecen a llegar al
campo más de un centenar de heridos…
- No podremos atender a todos, tendremos que desviar a Kampala los casos
graves y al campamento los leves – comentó calibrando con rapidez las
posibilidades e intentando pensar cual sería la mejor manera de proceder.
- ¿Y nosotros qué hacemos? – preguntó Maca sorprendida de que quisiese
quitarse a todos de encima.
- Encargarnos de los que no puedan ir, ni a uno ni a otro sitio, la mayoría no
podrán esperar a ser trasladados, cuando veas como llegan lo me preguntas –
respondió con seriedad - eso es lo que haremos, ¿entiendes?
- Si… - musitó enrojeciendo sin esperarse ese tono.
- Hay algo más – lo interrumpió Esther recriminándole con la cabeza la forma en
que le había hablado a Maca -… los compañeros de Aboro… tenían detectado
un brote de malaria en una de las aldeas asaltadas.
- Joder.. ¡lo que nos faltaba! ¿y cómo Oscar no nos ha dicho nada de ese brote?
- Se le habrá pasado – dijo con retintín la enfermera apretando los labios
mostrando lo que opinaba del inspector.
- ¡Este tío es imbécil! ¿cómo pretende que nos hagamos cargo de todo eso?

Esther se encogió de hombros, no sabía lo que pudiera pretender Wizzar, lo que si sabía
es que iba a ser un día de los peores.

- Bueno… bueno… vamos a organizarnos – dijo Germán girando sobre sí mismo,


paseando la vista de un lugar a otro y volviéndose a sus compañeros – Gema y
yo nos encargamos de los heridos. Phillips, tú te encargas con Samantha de la
tarea diaria, no quiero a nadie del campo en la explanada, la quiero libre para los
que lleguen. Avísale a Samantha, si hay algún caso urgente se tendrá que
encargar ella. Y dile que llame a Nadia, tiene que volver de Kampala. Esther
llama a Jesús, y que se preparen. Wilson te quiero despejando esto, ve grupo por
grupo, al que no necesite atención inmediata que se marche y vuelva en unos
días.
- Germán… - protestó Esther – sabes…
- Ya sé que vienen del quinto coño – la cortó airado, Maca nunca lo había visto
así de serio – pero qué quieres, ¿qué se extienda el brote? me juego la cabeza a
que más de la mitad de los heridos vienen infectados. Y no quiero aquí a las
embarazadas salvo que sea estrictamente necesario – se volvió hacia Maca -
Wilson, despejadme esto, ¡ya! – ordenó autoritario. Maca miró a Esther sin saber
muy bien lo que debía hacer.
- Vamos Maca, ven conmigo – dijo la enfermera – no te preocupes Germán,
nosotras nos encargamos, en menos de una hora está esto libre.
- ¡Gracias! – sonrió por primera vez desde que la enfermera se acercara con las
novedades.
- Phillips, vamos dentro hay que prepararlo todo – le dijo al joven – quiero los dos
quirófanos listos y libres. Manda a todos a la parte de atrás, nada de pasearse por
aquí y…

Maca ya no pudo seguir escuchando sus indicaciones, el médico se alejaba con rapidez
camino de uno de los edificios del fondo seguido de Gema.

- ¡Vamos, Maca! – la espoleó Esther, que la miró ligeramente preocupada, Maca


parecía apabullada.
- Esther… yo… ¿no crees que Germán debería…? - balbuceó temerosa, no se
creía capaz de hacer aquello, pero tampoco quería negarse y por otro lado no
entendía cómo Germán se marchaba dejándola allí con aquella tremenda
responsabilidad.
- Germán y tú sois los dos únicos médicos que hay aquí. Él se va a encargar de las
operaciones urgentes y te aseguro que habrá más de una - Maca abrió unos ojos
como platos ¿operar? - No te preocupes que está acostumbrado. Ha ido a
organizar los quirófanos y los ayudantes que necesita. Ahora viene – se adelantó
a sus pensamientos.
- Pero yo… no sé si voy a saber…
- Tú tienes que ser rápida, yo te ayudo – le sonrió mostrándole su confianza - La
mayoría de las madres vienen a revisiones, eso ya lo sabes. En días como hoy no
se hace ninguna, ni se hacen pruebas de VIH. Las mandamos de vuelta a sus
aldeas.
- Pero tú has dicho que viven lejos y...
- Algunas sí. No te preocupes que ellas sabrán lo que hacer.
- Y ¿las que necesiten atención?.. ¿qué hago?
- Solo si la atención es inmediata, Maca.
- Vale – aceptó con cierto temor - ¿y los demás?
- A los demás tendrás que echarles un primer vistazo, si pueden esperar se
marchan, si crees que no, formamos un grupo allí – le señaló el lugar dónde el
día anterior habían estado trabajando Sara y Phillips – y luego, cuando esté esto
despejado, nos ponemos con ellos.
- Vale – dijo pensativa – Esther… ¿qué se entiende aquí por “puede esperar”?
- Lo mismo que allí. Esto es como urgencias, Maca, tú imagínate que estás en el
hospital y piensa en si lo ingresarías o no. El que no lo necesite se marcha, el
que creas que debe ser atendido me lo dices y ya me encargo yo.
- Vale.
- ¡Vaya día para estrenarte sola! – le sonrió animándola - lo vas a hacer muy bien,
¡ya verás!
- ¿Tú crees? – le preguntó sin mucha convicción mostrando la inseguridad que
sentía.
- ¡Estoy segura! – exclamó - ¿preparada?

Maca apretó los labios en su ademán característico de circunstancias y asintió.

- Pues ¡vamos! - le dijo la enfermera con tanto entusiasmo que Maca sintió una
alegría enorme de tenerla a su lado, segura de que sin ella sería incapaz de hacer
lo que le había pedido Germán.
- Vamos - repitió siguiéndola.

La enfermera se acercó al primer grupo les dirigió unas palabras y Maca observó como
todos se situaban en fila ante ella. Dos de las mujeres que había allí se levantaron y se
retiraron. Maca comenzó a examinar al primero, un chico joven que según le decía
Esther padecía dolor abdominal y diarrea. La pediatra miró a Esther, necesitaba hacerle
pruebas para saber algo más.

- No puedes hacer pruebas, Maca, ¿crees que aguanta hasta mañana?


- No sé… sin… - volvió a mirarla, no podía decidir sin más, Esther enarcó las
cejas impaciente, a ese ritmo sería imposible despejar la explanada en menos de
una hora.
- Maca… no hay tiempo – la apremió
- Entiendo… ¿hay medicamentos?
- Casi ninguno.
- Bien… pues… que beba mucha agua, dile que se tome algún potingue de esos
que me disteis a mí el primer día. Fiebre no tiene, ni calambres, no está
deshidratado… - enumeró más para sí intentando convencerse de la decisión
tomada.
- Bien, ¿siguiente?
- Eh… sí – respondió mirándola dubitativa. La enfermera habló con el chico y su
acompañante, una mujer que a Maca le pareció su abuela, debía rondar los
sesenta años, y que le ayudó a levantarse con sumo esfuerzo. Cuando ya se
marchaban Maca, se detuvo en la exploración que estaba haciendo y gritó,
“¡espera!”.
- Maca, ¿qué pasa? – la recriminó la enfermera.
- Esther no quiero que se vaya, dile a su abuela que espere con él en los árboles.
- Maca….
- ¡Por favor!
- De acuerdo – aceptó – pero es su madre no su abuela - le aclaró con una sonrisa,
corriendo en pos de ellos.

Tras darles las indicaciones oportunas, regresó junto a la pediatra.

- Maca…
- Ya lo sé, ya lo sé, no me lo repitas más, no puedo tardar tanto, pero… no lo
tengo claro y necesito más tiempo con él.
- ¿Este si puede marcharse? – le sonrió con timidez.
- Sí – admitió.

Continuaron unos tras otro, a medida que más pacientes examinaba más segura se sentía
la pediatra de lo que hacía. Finalmente, y cuando apenas quedaban unos minutos para
que se cumpliese la hora de trabajo, consiguieron terminar con el último grupo. Habían
logrado que en la explanada quedasen apenas treinta personas. Y Germán llegó hasta
ellas con una carrera, se había cambiado de ropa y se había puesto una bata.

- Vaya, Wilson - exclamó gratamente sorprendido – me has dejado impresionado


– sonrió - Yo que venía a echarte una mano.
- No hace falta, ya está todo controlado – intervino Esther con una enorme sonrisa
de orgullo – Maca ha estado estupenda.
- Ya lo veo, ¿cansada? – preguntó mirando a la pediatra que parecía bastante
acalorada.
- No, no – se apresuró a responder – es… este calor…
- Sí, hoy va a apretar de lo lindo – comentó Germán mirando al cielo – no son ni
las diez y debemos estar ya cerca de los treinta y siete grados.
- No te preocupes que ya me encargo yo de que hoy sí se ponga el sombrero y
de…
- Eso espero – la cortó mirando nervioso hacia el grupo que había formado Maca -
¿todos esos están graves?
- No todos, pero hay cosas que no pueden esperar – respondió frunciendo el ceño.
Estaba especialmente preocupada por tres de ellos, dos niños de corta edad y una
anciana – solo tres están realmente mal, pero... – dudó un instante con la
sensación de que la estaban examinando – hay una pierna rota, un hombro
dislocado, tres heridas ulceradas tienen fiebre y…

La sirena los alertó de que llegaban los primeros heridos.

- Ya me lo contarás – le dijo dándole una palmadita en el hombro – en cuanto


pueda me paso. ¡Vamos Gema! – gritó y salió a recibir a los camiones.
Maca lo observó en la distancia sintiendo que todo aquello era abrumador, ¡y ella se
quejaba del estrés de Madrid!

- Maca… deberíamos empezar.


- Sí, si, perdona – reaccionó – con rapidez – Esther quiero que a los dos pequeños
los atendamos dentro y a la anciana también.
- ¿Cuál?
- La del vestido verde.
- Ahora mismo va a ser imposible que entremos, empezamos aquí y en cuanto
haya sitio libre nos avisan.
- Vale.
- ¿Por cuál empezamos?
- Por el niño que se ha caído en la hoguera, voy a necesitar anestesia para hacerle
las curas y… ¿no hay anestesia? – se interrumpió al ver la cara que le estaba
poniendo la enfermera.
- Si hay, es poca – respondió – y solo se usa en casos de verdadera necesidad.
- Este lo es.
- Me refiero a operaciones muy graves, Maca.
- Pero es un niño... No va a aguantar el dolor y …
- Ya lo sé Maca, pero te sorprendería ver lo que son capaces de aguantar, sobre
todo ellos.
- ¡Joder! – murmuró llegando al grupo – no entiendo como no se puede... Cuando
llegue a Madrid voy a… - se calló al ver que Esther no la escuchaba y que se
había alejado de ella.

La enfermera estaba dando unas instrucciones a los enfermos y a los familiares de los
que estaban peor. Les dijo que se situaran en pequeños grupos en función del número
que Maca les había ido asignando, y que indicaba la gravedad de su estado. Maca llamó
por señas a la madre del pequeño con quemaduras y comenzó su trabajo, el pequeño no
dejaba de llorar y Maca sintió que se le saltaban las lágrimas, sabía el daño que le estaba
haciendo. Aquello iba a resultarle mucho más duro de lo que había imaginado.

Dos horas después, el calor en el campo era insoportable. Esther miraba a Maca
temiendo que todo aquello fuese demasiado para ella, pero la pediatra seguía atendiendo
a los pacientes sin mostrar ninguna señal de desfallecimiento. Los dos pequeños y la
anciana ya estaban ingresados, había escayolado una pierna y efectuado las curas a dos
chicos con úlceras en las piernas. Cuando estaba terminando con el último miró hacia la
enfermera.

- Dile a la embarazada que le toca a ella – le indicó.


- Ahora mismo – dijo llamando a la chica que se levantó ayudada por otra mujer
mayor y se acercó a la pediatra - no sé porqué has insistido en que se quede, no
debería estar aquí, aún le faltan meses para dar a luz y… con el brote de malaria
quizás hubiera sido mejor que….
- Que yo sepa la malaria no se transmite de persona a persona – la cortó,
escuchando con la trompetilla.
- Ya Maca, pero las mujeres y niños menores de cinco años son los grupos que
corren un mayor riesgo, y Germán no quiere que estén aquí, los mosquitos
pueden venir en la ropa, en los camiones…
- ¿Cómo que pueden venir! ¿aquí no hay?
- Si hay, pero… aquí... – se interrumpió al ver que Maca enarcaba las cejas.
- No es que no quiera hacer caso a Germán, Esther – la cortó molesta – estas
pensando eso, ¿no? - dijo adivinando lo que le ocurría a la enfermera
- Si – musitó cabizbaja – pero es que… ¡no sabes con que rapidez se puede
propagar un brote! sobre todo cuando hay heridos.
- Puedo imaginarlo – musitó pensativa – ya sé que se contagia por la sangre...
- Perdona, Maca, yo no quería que sonara a…
- No, perdona tú mi tono de antes – dijo levantando la vista hacia la enfermera que
permanecía en pie esperando a que Maca le ordenase lo que hacer con ella -
pero… esta mujer no está bien, ya sé que le falta aún para dar a luz pero, tiene
fiebre muy alta, quiero que le preguntes si ha vomitado, si tiene diarrea y si le
duele la cabeza o está mareada.
- Ya se lo preguntamos antes, en la primera selección.
- Pues se lo preguntamos otra vez, no… no me acuerdo de lo que nos dijo.
- Claro – sonrió conciliadora, no quería que Maca interpretase sus palabras como
una recriminación o como que no se fiaba de su criterio, se dirigió a la chica y
luego miró a Maca – dice que sí.
- ¿Qué sí a qué?
- A todo – respondió Esther frunciendo el ceño ahora también preocupada.
- Esther… pregúntale cuántos días lleva así.
- Dice que dos, que cuando salió de su aldea estaba bien, pero vino porque le
tocaba revisión, al parecer tuvo problemas en el primer parto.
- Entiendo… ¿de dónde viene! ¿de muy lejos?
- Del norte, de una aldea cercana a Agoro – saltó con rapidez y encogiéndose de
hombros se explicó – ya se lo he preguntado.
- ¿Cerca de donde se ha detectado el brote?
- Sí.
- Vale – musitó pensativa.
- ¿Qué quieres que hagamos, Maca? – acabó inquiriendo la enfermera al ver que
no decía nada.
- ¿Tenemos Paracheck?
- No, Maca, aquí no. En el campamento si puede que haya algunas, pero… aquí
no. Son demasiado caras.
- ¿Caras? pero si son baratísi… - se calló al ver la cara de Esther y bajó los ojos
avergonzada.
- Cuestan medio dólar cada una y eso aquí… - le explicó poniéndole la mano en el
hombro para que entendiese.
- Es mucho dinero, ya lo sé – murmuró negando con la cabeza.
- No te agobies, ¿en serio crees que puede ser malaria?
- No lo sé… los síntomas se pueden confundir con otras enfermedades. Sácale una
muestra de sangre - le indicó - ¿cuánto puede tardar el análisis? – le preguntó
mientras la enfermera hacía su trabajo.
- No sé, habrá que enviarlo a Kampala, no creo que hayan mandado ningún
técnico.
- ¿Pero aquí no hay laboratorio como en el campamento?
- Sí, pero con los recortes presupuestarios echaron a la chica que los hacía… a
veces… si les sobra tiempo Germán o Sara dedican las últimas horas del día a
hacerlos pero… nadie más de aquí sabe… bueno… salvo que hayan cambiado
las cosas desde que no estoy.
- Tiene demasiada fiebre – le comentó mostrando su preocupación – ¿puedes
tranquilizarla? – le preguntó al ver que la joven se removía nerviosa y
comenzaba a sollozar aferrada a su acompañante que inició la entonación de uno
de aquellos cánticos que erizaban el vello de la pediatra – dile que vamos a hacer
todo lo que podamos, que no se asuste.
- Ya lo saben Maca, teme por su bebe.
- Tú díselo – le pidió compungida – ¡por favor!

La enfermera, obediente, cruzó unas palabras con ellas mientras Maca terminaba de
auscultarla. Esperó paciente a que lo hiciera con los ojos clavados en ella, ligeramente
preocupada. Maca cada vez se implicaba más en todo aquello, a ella le satisfacía esa
idea, era lo que había buscado desde el principio, pero ahora, trabajando allí a su lado,
viéndola sufrir con cada inconveniente, con la escasez de medios, con cada caso, sentía
que quería protegerla, quería alejarla de todo aquello y hacerla feliz.

- Esta fiebre hay que bajársela – rompió Maca su silencio sacando a Esther de sus
cavilaciones - Además, está sudando y tiene escalofríos.
- Podemos darle un antipalúdico, de eso si tenemos.
- Prefiero esperar al resultado del análisis – se negó con rotundidad.
- Pero si es malaria…
- Está embarazada, Esther, no quiero arriesgarme, si es malaria perderá al niño de
todas formas y si no lo es… - la miró fijamente - si es una simple gripe o una
gastroenteritis, podemos llegar a salvarlo.
- Tienes razón – le sonrió al verla hablar cada vez con más seguridad. Se volvió
hacia la chica y tras darle paracetamol con un poco de agua les indicó que
entrasen en el dispensario.
- Joder esto es… desesperante… - suspiró la pediatra pasándose la mano por la
frente cuando Esther terminó con ellas.
- Lo sé – volvió a sonreír - ¿quieres que hagamos una parada y tomemos algo?
son más de las doce.
- ¿Más de las doce? ¿ya? – dijo abriendo los ojos sorprendida – se le había pasado
el tiempo volando - no, no, mejor seguimos y paramos para comer.
- ¿Tienes hambre?
- ¡Ya lo creo! – exclamó enarcando las cejas – y no sé ni como con el atracón me
habéis hecho darme en el desayuno.
- Pues… en días como hoy…
- ¿No se para?
- Sí, bueno… cado uno para cuando ve que puede o cuando lo necesita. Pero no
creo que paremos antes de las dos y media o tres… ¿quieres que te traiga algo?
- No, pásame al siguiente – le pidió – al chico del brazo roto – le dijo - así
mientras las acompañas a ellas dentro yo me encargo de escayolarlo – le señaló a
las dos mujeres que permanecían en pie cerca de ellas, desconcertadas sin saber
muy bien a dónde dirigirse.
- ¿Seguro que puedes sola?
- Sí, tranquila, si me dejas todo a mano… – respondió mirando hacia Germán que
había vuelto a salir del interior, esperando la llegada de más heridos – ¿vienen
más heridos? – preguntó al escuchar el ruido de motores.
- Seguro – sonrió viendo como el médico saltaba con rapidez al primero de los
camiones que acababa de aparecer por el portón.
- Germán es rápido – comentó Maca.
- Sí, tiene que serlo, de sus decisiones dependen muchas vidas.
- ¡Lo admiro! – afirmó con la vista clavada en el camión y Esther sonrió para sus
adentros, ¡quién la había visto y quién la veía ahora!
- Él también a ti – le revelo ante la cara de perplejidad de Maca – ahora mismo
vuelvo.
- Vale – respondió accionando la silla y siendo ella la que se acercó al joven que
mantenía el brazo pegado a su cuerpo y sujeto por la otra mano.

Esther se marchó hacia la sala de maternidad, ayudando a caminar a la embarazada y


seguida por la madre de ésta a la que no dejó entrar con su hija, y le indicó que debía ir
a la parte de atrás, a las chabolas del campo, pero antes se encargo de que le dieran una
mosquitera.

Mientras, Maca intentaba hacerse entender con el joven. Apenas tendría trece o catorce
años. La pediatra le sonrió y señalándose así misma le habló con dulzura, intentando
transmitirle calma, aunque no parecía en absoluto que estuviese asustado.

- Maca – dijo sonriendo, indicándole su nombre y señalándolo a él para que le


dijera el suyo, pero el joven permaneció callado. Esther le había dicho con
insistencia que antes de tocarlos debía hablarles aunque no la entendiese,
mostrarse cariñosa, así confiarían en ella y la dejarían hacer. Pensando en ese
consejo la pediatra repitió la acción – Maca – volvió a decir y lo señaló de nuevo
a él.
- Yaya – pronunció al fin el chico llevándose la mano, con todos los dedos juntos,
a la cara a la altura de la boca – yaya – repitió y Maca tuvo la sensación de que
más que decirle su nombre le pedía algo.
- Muy bien Yaya, vamos a ver ese brazo – le dijo en inglés con la esperanza de
que el chico la entendiese.

El joven asintió y Maca comenzó a examinarlo y prepararlo para la escayola.

- ¡Ya estoy aquí! – llegó Esther con una carrera.


- No hacía falta que corrieses tanto – la recibió con una sonrisa contenta de
haberse hecho entender y de que el chico no mostrase ninguna reticencia hacia
ella - ¡que te va a dar algo!
- Tranquila, estoy acostumbrada a estar de aquí para allá – le sonrió alegre de ver
que Maca se preocupaba por ella.
- Bueno… pues esto ya está, Yaya – le dijo al chico, sonriendo. Esther la miró con
una mueca burlona – deberíamos darle un calmante – le indicó a la enfermera –
hoy le va a doler.
- Pero puede marcharse, ¿no?
- Si, claro, puede marcharse, esto no es nada.
- Muy bien – respondió buscando entre las cosas y preparando una inyección –
con que… ¿Yaya? – preguntó enarcando las cejas acentuando el tono burlón.
- Si – sonrió satisfecha de haber logrado que le dijera su nombre, aunque por la
expresión de la enfermera supo que algo la divertía – me ha dicho que se llama
así, ¿qué pasa! ¿por qué me miras con esa cara?
- Con que te ha dicho que se llama Yaya – soltó una carcajada – Maca al decirte
su nombre… ¿no se habrá llevado la mano a la boca?
- Si – la miró desconcertada. Esther se giró hacia el chico y luego hacia Maca.
- Tú yaya… quiere comer – se burló de ella y luego habló con el chico – Maca, te
presento a Dennis – bromeó -primera palabra que vas a aprender hoy, ¡arroz!
- ¿Yaya es arroz?
- ¡Exactamente! – respondió divertida.
- Pues… ¡vaya! – exclamó con aire de decepción y ligeramente avergonzada –
habrá pensado que estoy como una cabra.
- No te preocupes que no creo que se haya enterado de nada – le acarició la
mejilla - ¡además! Le has curado el brazo y le has quitado el dolor, para él eso es
más que suficiente – le explicó dándole la espalda y hablando de nuevo con el
chico, le indicó que podía marcharse después de la comida.

El muchacho se levantó y se lanzó sobre Maca tocándole el pelo, sonriendo y besándola.


La pediatra se sorprendió de aquella efusividad y correspondió con una sonrisa
agradecida. Esther los miraba disfrutando con la escena. Finalmente, el joven se marchó
camino de la zona de acampada y Maca permaneció absorta mirando como se alejaba.

- ¿Seguimos? – le preguntó la enfermera.


- Sí, vamos a terminar – dijo con un hondo suspiro, mirando a los cinco pacientes
que quedaban.
- ¿Seguro que no quieres descansar un poco! Maca… que son cinco y….
- Seguro – dijo arrastrando la palabra mostrándole que estaba cansada de que le
preguntase continuamente.
- Vale, vale, no te lo digo más – respondió contenta de verla tan animada – pero si
ves que necesitas parar…
- ¡Qué sííí, mamaíta! – le sonrió agradecida por su preocupación y Esther le
devolvió la sonrisa acompañada de una leve y disimulada caricia en la mano.

Al cabo de media hora, aún estaban afanadas en su trabajo cuando Germán llegó hasta
ellas con una carrera.

- ¡A las buenas tardes! – bromeó risueño – siento no haberme pasado antes pero
ha sido imposible – se disculpó poniendo la manos sobre el hombro de Maca.
- No te preocupes – respondió Esther - ¿qué tal te ha ido a ti?
- Acabo de salir del quirófano y en quince minutos entro otra vez.
- ¿Necesitas ayuda?
- No, tranquila, ya está todo organizado – la miró agradecido - ¿cómo va eso,
Wilson?
- Muy bien – respondió Esther – casi terminando con este grupo.
- Wilson, quiero que te vayas a descansar – le dijo mirándola fijamente.
- Estoy bien, Germán, solo nos queda examinar a esas dos mujeres.
- Son las tres y media, deberías descansar y comer algo, luego sigues – insistió
observándola detenidamente.
- Prefiero terminar – se opuso con decisión – luego te prometo que paramos.
- Que paráis no – sonrió – que se acabo por hoy para ti – afirmó con rotundidad y
no me mires así que es una orden.
- Pero Germán…
- Poco a poco Wilson, por hoy ya está bien – continuó y haciéndole una carantoña
en la mejilla le dijo mucho más amable - ¡muchas gracias por todo! sin tu ayuda
hubiéramos estado desbordados.
- ¡Me encanta trabajar aquí! – le dijo con sinceridad – soy yo la que debería darte
las gracias, por dejarme hacerlo y… y por… por todo.
- Bueno, bueno, Wilson, que estás hecha una sensiblona – se mofó al ver que se le
humedecían los ojos, emocionada. Esther le acarició el pelo, consciente de lo
duro que era todo aquello y de los esfuerzos que hacía Maca para adaptarse –
Esther, coge el jeep – se dirigió a la enfermera haciéndole un guiño que Maca no
pudo ver – y os tomáis la tarde libre, Gema y yo vamos a pasar aquí la noche,
André ha llamado, han conseguido acorralar al grupo de guerrilleros, pero
parece que va para largo que puedan cogerlos a todos. Ya sabes que no me gusta
desplazarnos con el equipo sin ellos, así es que esperaremos a mañana.
- ¿Entonces dormimos aquí? – preguntó Maca.
- Sí, dormimos aquí.
- Pero… no decías que no había sitio.
- Ya nos apañaremos – sonrió - ¿por qué no vais a Jinja? os dais un paseo, os
tomáis un helado… ¡lo que daría yo por un buen helado! Y descansas de todo
esto un poco.
- No sé – dijo la pediatra mirando a Esther.
- Germán tiene razón, Maca, pareces cansada, despejarte un poco te vendrá bien.
- Lo dicho, a las duchas, a comer y a divertirse, os esperamos para la cena.
- Pero Germán…
- No hay “peros”, Wilson, o me haces caso o mañana no vienes.
- Vale – aceptó de mala gana.
- Me voy que me esperan en quirófano, y luego tenemos que organizar la
fumigación de las chabolas porque está claro que no va a haber forma de
convencer a todos para que usen las mosquiteras que les hemos repartido, así es
que… - se interrumpió ante los gritos que estaba profiriendo un hombre que
entraba por el portón en bicicleta - ¡joder! a ver qué pasa ahora – suspiró
corriendo hacia allí.

Las dos permanecieron observándolo, intentando adivinar qué ocurría. El hombre


detuvo la bicicleta y cruzó unas palabras con el médico que rápidamente se volvió a
atender a alguien que iba en la parte de atrás. Esther llamó la atención de Maca.

- ¿Terminamos con ellas? – le preguntó llamándole la atención, segura de que no


era nada de importancia, Germán se encargaría.
- Sí – suspiró con tal aire de cansancio que Esther se alertó.

Y no se equivocaba, detenerse a charlar no le había sentado nada bien a la pediatra.


Mientras estaba activa y concentrada en su trabajo se había olvidado del calor, del dolor
en los brazos, del hambre y del ligero mareo que sentía, pero tras pararse esos minutos a
pleno sol, y comenzar de nuevo a examinar a aquella joven que no dejaba de vomitar,
sintió que estaba agotada y que, ahora sí, estaba segura de que Germán tenía razón, sería
mejor que le hiciese caso y en cuanto terminase con aquellas dos, se diese una ducha y
descansase un rato.

- ¿Estás muy cansada? – le preguntó terminando de hacerle la cura a la última de


las pacientes.
- Si, la verdad es que empiezo a estarlo – admitió, mirando hacia Germán que
seguía arrodillado en el suelo junto a la bicicleta, acompañado ahora por Gema
que había salido hacía un par de minutos en busca del médico.
- A ver si podemos irnos cuanto antes – le sonrió – termino la cura y nos vamos a
la ducha. ¡Ya verás como te encanta Jinja! es una ciudad pequeña pero preciosa.
- Seguro… - dijo ligeramente abatida y Esther la miró extrañada.
- Que si estás muy cansada y prefieres quedarte aquí… no vamos a ningún lado,
hablo con Nadia y puedes echarte un rato en su cuarto o en el de Samantha.
- No, no… no las molestes, ¡me encantará dar una vuelta!
- Muy bien, pero antes vamos a refrescarnos y comer algo.
- ¡Sí! estoy deseando meterme en la ducha y beberme un litro de agua – exclamó
– y luego …
- ¡Wilson! – escucharon la voz de Germán - ¡Wilson! – volvió a gritar - ¡ven!
¡ven, aquí!

Maca miró hacia él y luego a Esther que había terminado de recoger todo. La enfermera
había mudado el gesto ilusionado que mostraba hablando de sus planes, por uno de
auténtica preocupación. Conocía a Germán suficientemente y reconocía su tono de
apremio en aquella llamada.

- ¡Vamos! – le dijo a Maca.


- ¿Qué ocurrirá?
- ¡Problemas! – respondió dando una carrera y adelantándose a ella que la seguía
con dificultad debido a la irregularidad del terreno.

Maca llegó hasta ellos cuando Esther ya estaba arrodillada junto al médico. Al verla,
Germán se levantó, su cara mostraba una seriedad inusual en él y la pediatra
comprendió que no solo estaba preocupado si no que también estaba nervioso.

- Wilson, ya sé que no tengo derecho a pedirte esto pero… - se mordió el labio


superior y tomó aire – no lo haría si no fuera la única opción.
- ¿Qué pasa?
- Tienes que ayudarme, dime qué opinas – le indicó a la chica que era sostenida
por Gema y Esther.

Maca abrió los ojos mostrando su sorpresa, pero sin decir nada se acercó a la joven, y
tras explorarla, miró a Germán.

- Está de parto – le dijo sin entender qué le pasaba, debía haber visto muchos
casos como ese.
- Germán, tenemos que entrar en quirófano, ¡ya! – lo apremió Gema, él la miró y
la chica guardó silencio sin decir nada más, mirando hacia los pabellones de
donde se acercaba Nadia, que ya había regresado, corriendo hacia el grupo.
Germán se dirigió de nuevo a Maca.
- Si – le dijo - y… lo siento, pero…. yo tengo que irme a quirófano – intentó
justificarse observando a la comadrona acercarse agitada y volviendo sus ojos a
Maca - ¿puedes encargarte de ella?
- Germán, el chico no puede esperar más – lo apremió Nadia alcanzándolos.
- Voy – respondió – Nadia tienes que prepararlo todo, esta mujer va a dar a luz y
tiene problemas, Gema ve dentro y revisa que esté todo listo en quirófano – dijo
instándolas a que se marcharan, cuando se alejaron miró a Maca – Wilson,
tendrás que encargarte de ella.
- Si – dijo continuando con la oreja puesta en la trompetilla – deberíamos entrarla
ya, está sangrando mucho…
- Wilson… creo que habrá que intervenir.
- Sí – musitó – no te preocupes, la aguantaré hasta que termines con el chico.
- No, tienes que encargarte tú, yo no puedo, no hay tiempo.
- Tranquilo, lo habrá, sé como aguantarla.
- Ya sé que sabes pero aquí no hay nada para hacerlo. Tienes que… estar tú
presente, Nadia no va a poder sola, no me gusta nada esa hemorragia.
- Germán yo… no… - abrió los ojos desmesuradamente, ¿cómo le pedía aquello?
– no… no puedo… yo…
- Tú eres su única oportunidad – posó su mano en el hombro, mostrándole su
confianza y Maca lo miró asustada.
- Maca… - Esther le sonrió – podemos hacerlo, Nadia y yo estaremos contigo.
- No, yo no puedo, no puedo… - repitió.
- Claro que puedes, Wilson – elevó la voz levantándose - ¡Phillips! – gritó
llamando al chico – tenemos que llevarla dentro.
- Germán, por favor – dijo Maca mirándolo desesperada – no me pidas esto, hace
cinco años que no entro en un quirófano.
- Por eso no te preocupes, no vas a entrar en ninguno – sonrió burlón.
- ¿Qué?
- Que solo hay dos y los tengo ocupados, tendrás que apañarte en la sala de
maternidad – dijo alejándose - ¡Esther! – la llamó y la enfermera se levantó
dejando a Maca sola con la chica.
- ¿Qué pasa?
- No hay anestesia para todos, ya sabes lo que eso significa.
- Sí, lo sé – lo miró preocupada – Germán… Maca…. no sé si ella…. No creo que
sea buena idea, está muy cansada y…
- Ayúdala, contigo lo conseguirá.
- ¿Y si no es así? tengo miedo de que…
- Esther, no hay más opciones, y sabes que si pudiese lo haría yo, pero no puedo y
tengo prisa.
- Vale – aceptó viéndolo alejarse.

La enfermera corrió junto a Maca, su cara mostraba la preocupación que sentía, no iba a
ser fácil sacar a esa chica adelante y no había tiempo para trasladarla a Kampala. Maca
estaba asustada, su rostro se lo decía abiertamente y ella debía darle la confianza y las
fuerzas que le faltaban.

- Maca, tenemos que entrar – le dijo apretando los labios y enarcando las cejas. La
pediatra a pesar del calor, había perdido el color de sus mejillas y Esther la vio
pálida, de nuevo parecía enferma.
- Esther no voy a poder…. – le dijo negando con la cabeza, abrumada.
- Tenemos que intentarlo, Maca – respondió con calma indicándole que no valían
las negativas - no te preocupes que Nadia está acostumbrada, y yo lo he hecho
muchas veces. Te ayudaremos.
- Pero en esta silla no voy a poder…
- La cama la pondremos a la altura que necesites… o si lo prefieres te sientas en el
taburete que usan ellas.
- ¿No puedo negarme? – preguntó esperanzada.
- Claro que puedes – le dijo con una sonrisa - pero… si no la ayudas tú…va a
morir.
- ¿Y si muere de todas formas?
- Maca, esta chica ha vuelto a nacer. Tiene la suerte de que hoy, tú estés aquí, si
no hubieses venido, ni Nadia ni yo podríamos hacer nada por ella.
- Pero Germán sí.
- Germán habría escogido al más grave y, ese, es el chico. Y ella… no va a
aguantar tres horas, hasta que él termine.
- Tengo miedo, Esther – reconoció al fin clavando sus desesperados ojos en ella -
yo… hace mucho que no…
- Lo sé, cariño – se agachó a su altura y la besó ligeramente en la mejilla,
manteniendo sus manos apoyadas en el brazo de la silla – y también sé que lo
vas a hacer muy bien – la animó - ¿No eras tú la que me decías que operar es
como montar en bicicleta! ¡una vez que aprendes no se olvida! - bromeó.
- Te mentía… solo quería impresionarte… para que… te pensaras lo de estudiar
medicina
- No necesitabas hacerlo – le sonrió colocándose a su espalda – ¡vamos! no te lo
pienses más. Yo te empujo, no tenemos tiempo que perder.
- Esther… ¿qué quería Germán? – preguntó resignada.
- Desearnos suerte.
- Ya… - murmuró incrédula.
- Le gusta hacerlo – dijo sin más explicaciones e intentando distraerla continuó
con la charla - He estado hablando con la chica, las contracciones son muy
frecuentes – le explicó entrando en la sala de maternidad y conduciéndola hacia
dos lavabos que había al fondo, tras el biombo y junto a la camilla donde ya
estaba echada la joven y Nadia, junto a ella, acompañándola, se encontraba
perfectamente ataviada.
- Maca, no hay tiempo que perder, está perdiendo mucha sangre, tienes que
lavarte…
- Voy, necesitaré que bajéis algo la camilla o que me sentéis en algo más alto –
dijo respirando hondo y mirando a Esther angustiada – ayúdame - le pidió.

Ambas se cambiaron y lavaron. Nadia las observaba, mientras daba las indicaciones
oportunas. Un chico llego con un taburete bastante alto y cuando Maca estuvo lista la
sentó en él. La pediatra inspiró un par de veces e intentó apartar su miedo y controlar el
temblor de sus manos.

- Bien, vamos a empezar – dijo Maca con un tono que pretendía ser de seguridad
pero que Esther descubrió teñido de temor - a ver que tenemos aquí.
- Muchas mujeres tienen a sus bebés en casa, el primero lo tuvo en la aldea sin
ayuda de nadie, pero tuvo problemas, por eso esta vez la convencimos de que
tenía que venir a revisiones – le dijo Nadia mientras la pediatra comenzaba su
trabajo ayudada por ambas.
- ¿Qué problemas? ¡mierda! – exclamó.
- ¿Qué pasa?
- Esta mujer tuvo desgarros y los tiene mal curados.
- Aquí es habitual.
- Va a ser más rápido de lo que creíamos – le comentó viendo los centímetros de
dilatación.
- Sí – afirmó Maca – el niño ya está aquí, pero… mucho me temo que…. – se
interrumpió - Esther, ayúdame, coge de ahí – dijo levantando la vista hacia la
madre que no dejaba de proferir alaridos – ¿no podemos darle nada?
- No te preocupes, aquí el parto siempre es natural.
- ¡Joder!
- ¿Qué pasa ahora? – preguntó Esther.
- Germán tenía razón vamos a tener problemas. Sangra demasiado – murmuró –
dile que empuje – le pidió a la comadrona que estaba sentada junto a la chica
intentando que controlase su respiración y se relajara, así el dolor sería menor y
haciéndola descansar entre contracciones.
- Está muy débil, Maca – alzó la voz.
- Lo sé – respondió concentrada, frunciendo el ceño - No puedo – murmuró la
pediatra – así no puedo.
- Maca, ¿la sentamos? – le preguntó Esther en un tono que sonó más a sugerencia.
- ¿Sentarla? – dijo más para sí, que para ellas.
- Aquí es normal dar a luz en cuclillas – le explicó Nadia – así haría más fuerza.
- Sí, incorporarla un poco – le pidió a ambas. Nadia, presionó ligeramente sobre la
barriga de la chica en una maniobra que repetía con frecuencia.
- No hay manera, no, no, ¡déjala! – le ordenó - Esther, bisturí y tijeras.
- ¿Vas a cortar?
- No hay más remedio. No puedo orientar la cabeza, y si no nos damos prisa, no
va a aguantar, está perdiendo mucha sangre – le dijo con rapidez – voy a hacerle
una cesárea. Prepara la epidural, hay que ponérsela.
- ¿Epidural? Maca…. No hay
- ¡Joder! ¿cómo que no hay? No puedo hacerla sin anestesia.
- Pues …
- Dame, voy a intentarlo con una episiotomía. Pero hay que ponerle algo.
- Corta – le indicó Esther – aguantará el dolor.
- Pero…
- ¡Corta!

Maca tomó aire, se sentía mareada solo de pensar en lo que iba a hacerle, y el calor allí
era insoportable. Inspiró hondo de nuevo y practicó un corte tan rápido que Esther no
fue capaz casi ni de verlo. La enfermera sonrió, Maca tendría dudas sobre su capacidad
pero estaba claro que no había perdido su habilidad.

- Así, muy bien, así – respiró Maca aliviada – ya está.


- ¡Ya sale el niño! – dijo Nadia, dirigiéndose a la joven madre, que se dejó caer
había atrás agotada. La comadrona se acercó a Maca y se hizo cargo de la
situación, corto el cordón y cogiendo al pequeño se encargó de él.

Nadia lavó al niño y, tras comprobar que no había problema, lo acercó a su madre.
Maca permanecía pendiente de ella y de la expulsión de la placenta.

- ¿Pasa algo Maca? – le preguntó Esther situándose a su lado.


- Me temo que sí.
- Sangra mucho, ¿no?
- Sí, no deja de sangrar - murmuró.
- Maca, deja que te seque el sudor – se ofreció solícita - aquí hace demasiado
calor pero es mejor para…- se interrumpió observándola - ¿estás bien? creo
que…
- Si, si estoy bien. Vamos a tener que dormirla – la interrumpió Maca – está
pediendo mucha sangre y no expulsa la placenta – miró nerviosa hacia Esther –
vamos a tener que operar.
- Espera un poco – le pidió la enfermera – no han pasado diez minutos desde el
nacimiento quizás….
- No voy a esperar, está claro que tiene problemas, Esther. tenía que haber hecho
una cesárea desde el primer momento.
- Su primer parto ya fue difícil – le comentó Esther, con calma – es normal que….
- Ya lo sé y ya me lo habéis dicho – respondió nerviosa - pero ahora lo que me
importa es que…
- El bebé está bien – le dijo Nadia, interrumpiéndola, dejando al pequeño en
manos de una joven ayudante tras enseñárselo a su madre.

Esther miró a Maca que parecía angustiada, no dejaba de sudar, el calor era insoportable
allí dentro y sus nervios no acompañaban demasiado.

- Esther necesito que alguien la duerma ¡ya! – repitió nerviosa – no puedo frenar
esta hemorragia.
- No hay anestesia Maca, ya te lo he dicho – le confesó al fin – de ningún tipo,
tendremos que hacerlo sin dormirla.
- ¿Qué? – preguntó asustada – no puedo hacerlo sin dormirla, una placenta
retenida solo puede extraerse con anestesia general.
- Germán lo ha hecho otras veces sin anestesia – intervino Nadia volviendo junto
a ellas.
- Yo no soy Germán – respondió frunciendo el ceño, no lo iba a lograr, la chica
iba a morir, y las palabras de Nadia volvieron a ella, “ni un solo fallecimiento en
todos esos años”, “hasta ahora, yo voy a tener ese honor”, pensó angustiada. Y si
no moría en la operación lo haría de una infección, esas no eran condiciones
para nada.
- Maca… - la llamó Esther al verla pensativa, sin mover un dedo - ¿estás bien?
- Sí – musitó – ¿analgésicos tampoco hay?
- Sí – respondió la comadrona.
- Bien, pues inyectadle un sistémico.
- Le voy a poner un calmante, ¿te parece?
- Eso no será suficiente.
- Tendrá que serlo Maca – le dijo con calma la enfermera – es lo que hacemos.
- ¡Joder! – exclamó – no sé como…
- Tú haz lo de siempre.
- Esto es horrible.
- Maca, están acostumbradas al dolor más de lo que puedas imaginar, piensa que
antes de cumplir los doce les practican la ablación, sin anestesia, sin calmantes y
sin nada.
- ¡Joder! – murmuró sintiendo que a pesar del calor un escalofrío recorría su
espalda, provocándole un ligero temblor por todo el cuerpo. Solo el hecho de
pensar en practicar aquello sin ningún tipo de cuidados le hacía encogerse sin
poder evitarlo.
- Maca… ¿preparada?
- Sí – murmuró.

La pediatra tomó aire y se decidió. Las tres se concentraron en la intervención. Nadia se


sentó con la madre, tomándola de la mano, tranquilizándola e intentando que no pensase
en lo que ocurría, controlando su pulso y midiendo sus fuerzas, si había algo en lo que
tenía experiencia la comadrona era precisamente en eso. Maca daba órdenes concisas, a
las que Esther se adelantaba en la mayoría de las ocasiones. La pericia de la enfermera
fue dándole confianza a la pediatra que, tras media hora de trabajo intenso, había
logrado eliminar todo resto de placenta, controlar la hemorragia y cerrar a la chica.

- Gracias, Maca, muchísimas gracias – le dijo Nadia mirándola con admiración -


¡gracias a las dos! ¡le habéis salvado la vida!

Esther sonrió y la pediatra apretó los labios, y asintió sin responder, abrumada e
impresionada por todo aquello, aún no era capaz de asimilar lo que habían hecho,
además, la chica estaba muy débil y aún era pronto para felicitarse por nada. El niño era
sano y no parecía tener problema alguno pero, Maca, no las tenía todas consigo con
respecto a la madre.

- ¿Antibióticos si habrá? – preguntó con tal deje de desesperación que Esther se


enterneció.
- Si, tranquila – le sonrió quitándose la mascarilla.
- ¿Me ayudas a bajar de aquí? – pidió a la enfermera, que la miró preocupada.
Volvía a tener las ojeras muy marcadas y parecía agotada.
- Claro, ahora mismo te bajamos – le dijo haciendo una seña al mismo chico que
había permanecido allí pendiente de todo por si necesitaban cualquier cosa - Has
sido muy valiente para atreverte a operar – le comentó orgullosa.
- Ya… - musitó casi sin prestarle atención, no podía dejar de pensar en todo
aquello, en la falta de medios, en los ojos de aquella mujer que tendría mucha
suerte si no se producía ninguna complicación. Esther frunció el ceño ante el
ensimismamiento de la pediatra.
- Maca… - le llamó la atención señalándole que estaba haciendo esperar al chico.
- Perdona – murmuró esbozando una leve sonrisa, apoyándose inmediatamente en
el hombro del joven que la dejó sentada en su silla – Esther…necesito ir al baño.
- ¿Estás bien?
- Si – hizo una mueca encogiendo ligeramente los ojos manteniendo la sonrisa y
tranquilizando a la enfermera.
- Maca, Josephine quiere darte las gracias – le dijo Nadia antes de que se
marcharan.
- ¿Quién es Josephine? – preguntó sin recordar a quien podía referirse.

Nadia le indicó la cama y Maca, sorprendida, se acercó a la joven que acababa de


operar. La chica levantó lentamente la mano, su rostro mostraba un gesto de dolor que
sobrecogió a la pediatra, no quería ni imaginar lo que tenía que haber sufrido y lo que le
quedaba por pasar. La chica apretó su mano y Maca murmuró unas palabras en inglés,
diciéndole que descansara y no se preocupase, que todo había ido muy bien. Luego, giró
la silla y salió del pequeño apartado. No podía creer que solo un biombo marcase la
separación entre la enorme sala y el improvisado quirófano. La cabeza le daba vueltas,
todo aquello era abrumador. Esther y Nadia la miraban sonrientes. Estaba claro que
confiaban en que todo saldría bien pero ella tenía una extraña sensación, la sensación de
que era imposible que fuera así.

- ¿Puedes subirle el calmante? – le preguntó a Nadia cuando llegó junto a ellas.


- No te preocupes, yo me encargo de Josephine. Ahora… vete a descansar, tienes
mala cara.

Maca asintió sin responder y Nadia volvió a marcharse perdiéndose tras aquel biombo
verde.

- Anda, Maca, vamos a cambiarnos – dijo Esther mirando el reloj - ¡qué tarde se
ha hecho!
- ¿Qué hora es? – preguntó la pediatra que había perdido completamente la noción
del tiempo allí dentro.
- Casi las cinco.
- ¿Ya?
- Sí – la miró lanzando un suspiro, era prácticamente imposible que les diese
tiempo a cambiarse, ducharse, comer algo e ir a Jinja antes de la hora de la cena.
Maca se percató de su aire de desilusión e imaginó a qué se debía, pero ella
estaba tan cansada que no estaba segura de tener fuerzas para ir de excursión.
- ¡Estarás muerta de hambre!
- La verdad es que ya no – le sonrió encogiéndose de hombros, sería incapaz de
comer nada después de lo que acababa de hacer – solo tengo sed, mucha sed y…
quiero darme una ducha.
- Muy bien, vamos a buscar algo de beber y a darnos esa ducha.
- Ya no nos dará tiempo a ir a Jinja, ¿verdad? – preguntó mostrando también su
desilusión.
- Si queremos estar aquí para la cena es imposible – le dijo empujándola camino
de las duchas - ¿estás muy cansada? – le preguntó al ver que no protestaba por
que la llevase.
- Un poco – mintió, sintiéndose realmente agotada - parece que esa excursión está
gafada.
- Eso parece – sonrió sin decir nada más y sin que Maca pudiera verla – bueno…
pues… ya estamos… yo me ducho en la de al lado, te dejo aquí tus cosas – le
indicó.
- Vale – le sonrió agradecida.

Ambas cruzaron sus miradas y volvieron a sonreír, a medida que pasaban los minutos y
Maca asimilaba lo que significaba lo que se había atrevido a hacer, se sentía más
satisfecha y esa sensación de aprensión iba desapareciendo dejando lugar a una ligera
euforia que crecía internamente. Esther le acarició la mejilla con ternura imaginando
cuáles eran sus sentimientos, contenta de la mirada que reflejaban sus ojos. Maca no
podía dejar de verla trabajando a su lado, adelantándose a todas sus indicaciones,
haciéndole más fácil su trabajo y apoyándola cada vez que la habían atenazado las
dudas. Gracias a ella todo había ido bien. Sin ella no lo habría conseguido.

- Vamos, entra – la apremió - ¿o piensas quedarte ahí toda la tarde mirándome? –


le preguntó burlona al ver la cara que le estaba poniendo.
- No, no – respondió Maca con rapidez sin quitar los ojos de ella y sonrojándose
levemente – ya entro. ¿Me esperas aquí? – le preguntó imprimiendo a su tono tal
deseo de que así fuera que Esther torció la boca en una mueca divertida – lo digo
porque tú terminarás antes y….
- Claro – sonrió encogiendo los ojos en una mirada traviesa – aquí te espero – casi
susurró, apoyándose en los brazos de la silla y acercando su rostro a escasos
centímetros del de Maca, consiguiendo erizar el vello de la pediatra que se
apresuró a echar la silla hacia atrás y entrar en la ducha, intentando no volver a
caer en lo mismo que la tarde anterior.

Esther se quedó en la puerta observando su nerviosismo y una oleada de alegría la


invadió, se dio la vuelta y canturreando se metió en la ducha.

Cuando la enfermera salió, aún se escuchaba correr el agua en la de Maca. Se apoyó en


la pared dispuesta a esperarla, como le había prometido. Se sentía especialmente
contenta. Clavó la vista en el techo, pensativa, no podían ir a Jinja pero, quizás, si Maca
no estaba muy cansada podrían dar un paseo fuera del campo. De pronto, sus ojos se
iluminaron y una idea cruzó por su mente. El agua de la ducha seguía corriendo, miró el
reloj. Germán debía seguir en quirófano. Sonrió y, pese a su promesa de esperarla allí,
salió corriendo del recinto con la esperanza de regresar a tiempo.

Minutos después, Maca abría la puerta. Esperaba ver a Esther allí fuera, esperándola,
pero estaba sola, ahora entendía porqué no la había escuchado llamarla, porque nadie
aguardaba en el exterior. Una sensación de decepción y soledad la invadió. Era absurdo,
pero se había imaginado que estaría allí, que la vería al salir y no había sido así. Se
dirigió a la puerta, lo mejor sería ir a la sala de descanso, necesitaba beber algo, aunque
primero debería esperar a que alguien la ayudase a bajar en la entrada. Cuando se
disponía a salir al rellano, la puerta se abrió y llegó Esther con una enorme sonrisa.

- ¡Ya has terminado!


- Si – sonrió alegre y aliviada de verla.
- Pero Maca… ¿hoy tampoco te has secado? – la miró mostrándose disconforme
con ella – no debes hacer estas cosas que…
- Ya lo sé pero… por mucho que lo intento en la silla… y sin nada…
- Pero... Maca… si necesitabas ayuda ¿por qué no me lo has dicho? – le preguntó
frunciendo el ceño molesta más consigo misma por no haberse dado cuenta de
que debía ser así, que con la pediatra por no habérselo pedido.
- Te he llamado, pero creí que no me oías, aunque ya veo que…. ¿dónde estabas?
- Eh… haciendo unas cosillas – respondió sin querer desvelar sus planes, al
menos aún no.
- ¡Qué misteriosa estás! – exclamó interesada - ¿qué cosillas?
- Y tú eres una curiosa – bromeó apretando los labios y mirándola con unos ojos
tan bailones que Maca comprendió que algo estaba tramando - He ido a ver a
Germán, quería pedirle una cosa.
- ¿Ya ha terminado?
- No, aún está en quirófano.
- Pero… ¿pasa algo? – preguntó preocupada de pronto, temiendo que hubiera
complicaciones con alguno de los pacientes que había tratado.
- No, no pasa nada.
- ¿Seguro!? no habrá complicaciones con Josephine.
- No – sonrió al ver su preocupación.
- ¿Seguro! Esther no vayas a engañarme.
- Que no, Maca, que no pasa nada, solo le he pedido las llaves del coche – se vio
obligada a contarle ante su insistencia.
- ¿Y para eso entras en quirófano? – preguntó en un tono que a Esther le pareció
de recriminación.
- No. También quería decirle que todo ha ido bien y quería ofrecerme a echarle
una mano, por… por si hacía falta.
- ¿Y la hace? – preguntó con cierto aire de decepción y cierto temor que divirtió a
la enfermera, estaba claro que Maca, aunque no se lo dijera, se había hecho otra
idea de lo que hacer con el tiempo que quedaba hasta la cena.
- No, no la hace – respondió viendo la alegría reflejada en los ojos de la pediatra
ante su respuesta que, sin embargo, se apresuró a seguir regañándola.
- No debes molestarlo en el quirófano.
- No lo he molestado, lo conozco y sé que estaba preocupado – se excusó.
- ¡Era para estarlo! – exclamó - aún no sé cómo… hemos conseguido …
- Porque tenía a la mejor.
- ¡Serás engreída!
- No hablo de mí – sonrió acariciándole la mejilla – hablo de ti – confesó divertida
por la expresión sorprendida de la pediatra que no se esperaba que le dijera
aquello - anda, vamos al comedor.
- No tengo hambre, Esther.
- Pero tenías mucha sed, ¿no?
- Sí, eso sí.
- Pues vamos al comedor, te voy a preparar un zumo que te va a encantar – dijo
saliendo de las duchas – nutritivo, fresquito y de esos que quitan la sed.
- Gracias pero solo quiero agua – se negó a su ofrecimiento siguiéndola con
trabajo – ¡Esther! espérame.
- ¡Perdona! – dijo volviéndose y ayudándola a bajar el escalón – se me olvida
completamente que… - se interrumpió ligeramente avergonzada, no dejaba de
darle vueltas al plan que se le había ocurrido y se le había olvidado por completo
que Maca no podía salir de allí sola – con que ¿agua? – preguntó retóricamente –
¡ni lo sueñes! debes tomar algo más.
- No, de verdad, no me apetece, estoy un poco mareada.
- Eso es del calor y de los nervios, pero necesitas tomar algo – habló con
autoridad – hazme caso – le ordenó colocándose a su espalda, empujándola –
verás como después te sientes mejor.

Maca suspiró resignada, sabia que por mucho que se negase cuando a Esther se le metía
una cosa en la cabeza era imposible conseguir negarse.

- Primero te vas a secar en condiciones que como te vea Germán te va a echar una
buena bronca.
- Pero no dices que aún está en el quirófano.
- Pues te la echo yo – respondió divertida por sus rápidas respuestas.
- Y ayer… ¿por qué no me la echaste? – le preguntó insinuante – que yo recuerde
no te importó mucho que estuviese mojada.
- Ayer…. – la miró torciendo la boca y enarcando las cejas, rememorando los
besos que se dieron y notando que volvía el deseo de hacerlo – ayer tenía otras
cosas en la cabeza – bajó la voz enronqueciéndola ligeramente.
- Ah… ¿sí? – preguntó haciéndose la sorprendida - ¿qué cosas eran esas?
- Cosas – sonrió disfrutando de la actitud de la pediatra - y, no me repliques, te
vas a secar y luego, te vas a tomar el zumo.
- No vas a parar hasta que me lo tome, ¿verdad?
- ¡Exactamente!
- Vaaale, lo tomaré – aceptó con desgana pero en el fondo tremendamente
contenta de que Esther se preocupara tanto por ella.

La enfermera entró en el comedor que permanecía completamente vacío. A Maca le


pareció extraño que no hubiese nadie allí, se le antojaba más grande de lo que lo viera la
noche anterior.

- ¿Te importa quedarte un momento aquí? – le preguntó Esther, tendiéndole una


toalla seca que había sacado de la habitación de al lado - Voy a la cocina y ahora
mismo vuelvo.
- No me importa – le sonrió obedeciendo y terminando de secarse el pelo - ¿dónde
está todo el mundo?
- Trabajando, con un brote de malaria hay que fumigar las chozas y las tiendas, no
todo el mundo está dispuesto a usar las mosquiteras.
- Pero ¿por qué? – preguntó sorprendida – es mejor que dormir con ese olor a…
- Claro que es mejor, pero… - guardó silencio y la miró con una expresión que
Maca no supo interpretar - ¿te entró Sara en alguna de las tiendas?
- No, ¿por qué?
- Porque si lo hubiera hecho habrías visto que en la mayoría duermen más
personas de las que pudieras imaginar. Las noches de tormenta, en algunas
chozas e incluso en algunas tiendas, a pesar de lo que les decimos, encienden
fuego cuando baja la temperatura.
- ¿Y?
- Pues que en caso de incendio la mosquitera actuaría como una trampa mortal
que les impediría una rápida salida. Por eso no las quieren y por eso hay que
fumigar.
- El niño de esta mañana….
- Sí, lo más normal es que se cayera en la hoguera mientras dormía.
- Entiendo… - musitó.
- Bueno, ponte cómoda – le dijo cortando la conversación – se acabó el trabajo
por hoy.
- No tardes – le pidió melosa y Esther ya en la puerta se volvió, negó con la
cabeza, dibujando con sus labios un “no lo haré” y se marchó con una amplia
sonrisa de satisfacción.

Maca permaneció con la vista clavada en la puerta deseando verla regresar, deseando
charlar con ella, reír con ella o simplemente estar en silencio, pero siempre a su lado,
como había estado toda la mañana, junto a ella, trabajando codo con codo y
consiguiendo hacerla sentir por primera vez en años, simplemente feliz.

Cuando lo hizo, Esther portaba dos grandes vasos y le tendió uno a la pediatra
sentándose a su lado.

- Pruébalo, a ver que te parece – le dijo alegre. La pediatra obedeció mirándola


fijamente, preguntándose qué es lo que la hacía parecer tan contenta y deseando
secretamente que fuera lo mismo que a ella - ¿y bien?
- Está bueno.
- ¿Solo bueno? – preguntó mostrándose decepcionada por su parquedad.
- Muy bueno – río corrigiéndose inmediatamente con un gesto de burla – de
hecho, el detalle del hielo picado lo hace…. ¡perfecto! – exclamó con énfasis.
- Eso está mejor – bromeó – mucho mejor – la señaló con el dedo e un gesto
recriminatorio que contrastaba con el baile de felicidad que mostraba su mirada.
Sencillamente se divertía con aquellos juegos de insinuaciones y palabras
veladas
- ¿De qué es?
- Piña, naranja y papaya… bueno y un poco de azúcar, te vendrá muy bien,
porque con lo que has estado haciendo hoy – se detuvo con una sonrisa traviesa,
que reveló sus pensamientos “y lo que te queda por hacer” - mañana vas a tener
agujetas en todo el cuerpo.
- Ya las tenía hoy – confesó enarcando las cejas sin comprender muy bien qué
quería decirle con aquella expresión y al mismo tiempo sintiendo un ligero
temor ante su penetrante mirada – la verdad es que sí, que está bueno –
reconoció apurándolo con rapidez y soltando el vaso en la mesa con un suspiro.

Esther se quedó mirándola un instante, Maca parecía cansada y ella, que quería
proponerle una cosa, dudó si hacerlo.

Finalmente, optó por no hacerlo, la imitó, soltando su vaso y se colocó a su espalda. Sin
decirle nada comenzó a masajear sus hombros.

- ¿Sigues mareada?
- Ya no, entre la ducha y el zumo estoy mucho mejor – murmuró cerrando los
ojos e inclinando la cabeza dejándose llevar por el masaje, los hombros, el
cuello, la nuca – hummm ¡qué gusto! – suspiró reconfortada.
- ¿Te hago daño ahí? – inquirió en voz baja insistiendo en un punto donde notaba
especialmente la tensión.
- No – musitó – ¡me encanta!

La enfermera guardó silencio, concentrada en lo que hacía, sintiendo una excitación


especial, sintiendo como la pediatra se relajaba y se rendía al poder de sus manos.

- Para – musitó - para, Esther, para – le pidió sujetándole una de las manos – para
o vas a conseguir que me duerma.
- ¿Tienes sueño?
- No mucho pero… si sigues así…
- Estás a gustito – sonrió para sí, obedeciéndola y sentándose de nuevo frente a
ella.
- Si – volvió a suspirar entornando los ojos – ¡demasiado a gusto! – reconoció
mirándola fijamente.

Esther saltó de su asiento con brusquedad, sobresaltándola.

- ¿Qué pasa?
- Tengo… que hacer una cosa… ahora vuelvo – se disculpó y salió del comedor
como una exhalación dejando completamente perpleja a Maca.
Antes de cinco minutos estaba de vuelta, Maca la vio detenerse en la puerta y soltar algo
en el suelo sin que pudiese distinguir qué era.

- ¿Dónde has ido? – le preguntó interesada.


- A recoger la mochila – respondió con rapidez.
- ¿Para qué? – preguntó extrañada.
- Pues… porque he pensado que... no tenemos tiempo de ir a Jinja, pero… si te
apetece… aún podemos ir al río.
- Es tarde, ¿no? – le dijo y Esther interpretó que su cansancio era mayor de lo que
creía y que no le apetecía, recordó los consejos de Germán y decidió no forzar la
situación.
- Para ir al río no lo es, nos daría tiempo, pero… si lo prefieres, puedes echarte un
rato, he hablado con Nadia y me ha dicho que puedes descansar en su cuarto sin
problema.
- No, no quiero echarme – se negó - ¡me encantará ir al río! – respondió con
rapidez esbozando una sonrisa, estaba deseando desconectar de todo aquello y
sobre todo, deseaba salir de allí con ella.
- ¿Seguro! por mí no lo digas que podemos ir cualquier otro día, si tienes
sueño….
- Me apetece ir, y ver todo aquello… y… no tengo sueño.
- La verdad es que tienes mejor cara – le devolvió la sonrisa con una mirada tan
penetrante que Maca volvió a sentir ese cosquilleo especial de la tarde anterior.
- Sí, me siento mejor, tenías razón, el zumo me ha venido muy bien.
- Entonces, vamos, te voy a llevar a un lugar totalmente distinto a lo que has visto
en el campamento. Aquí el río es… diferente.
- ¿Veremos animales?
- Maca, es increíble la obsesión que tienes con ellos – soltó una carcajada y la
pediatra se encogió de hombros - No creo que los veamos, te voy a llevar a ver
las cataratas de Bujagali.
- No es obsesión pero… me había hecho la idea de que aquí…
- Ya sé… ya sé… - la interrumpió recordando conversaciones anteriores - bueno a
donde vamos mejor que no veamos ninguno.
- Y eso ¿por qué? – preguntó con un deje de temor.
- Porque allí lo único que puedes encontrarte es algún cocodrilo o alguna
serpiente.
- ¡Esther! – exclamó asustada y la enfermera soltó otra carcajada - ¿no hablarás en
serio?
- Tranquila que yo te protegeré de todo bicho viviente que se te acerque – bromeó
saliendo del pabellón.
- ¿De todo, todo? – preguntó insinuante.
- ¡De todo! – respondió empujándola hasta el jeep y ayudándola a subir.
- A lo mejor… hay algún bicho viviente que si me agrada que se me acerque –
respondió socarrona buscando provocarla.
- ¡Ya te guardarás tú! – protestó en broma, haciendo como que no había captado
su insinuación.

Esther le cerró la puerta y subió al asiento del conductor tras dejar la mochila en el
trasero. Cruzaron sus miradas un instante, la enfermera leyó satisfacción e ilusión en sus
ojos, Maca tenía un brillo en su mirada que nunca le viera en Madrid, eso la hacía
sentirse tremendamente feliz, imaginando que era ella quien lo provocaba. La pediatra
también la observaba y descubrió esa felicidad que irradiaba la enfermera, su alegría y
satisfacción aumentaron solo de pensar que ella contribuía a ella. Suspiraron al unísono
y ambas lanzaron una pequeña carcajada.

- ¡Arranca! – dijo Maca con una sonrisa burlona.


- ¡Voy! – se apresuró a responder y a salir de allí a toda prisa.
- No corras.
- ¡Perdona! Siempre se me olvida, es la costumbre – se excusó ralentizando la
marcha y guardando silencio concentrada en la conducción.

Maca la miró de soslayo y sonrió para sus adentros luego clavó la vista en el camino, lo
último que deseaba era marearse en ese viaje.

La pista de tierra roja se iba ensanchando a medida que se alejaban del campo de
desplazados. Maca permanecía con la vista clavada en el exterior, ¡qué diferente le
parecía ahora todo! La alegría que mostrara al subir al jeep parecía haberse disipado,
mantenía el ceño fruncido y una mueca de descontento en sus labios apretados. A Esther
se le antojaba nerviosa y pensativa, conociéndola estaría preocupada por Josepine o por
los análisis que debían confirmar si la otra embarazada tenía malaria, o por las
quemaduras del pequeño, o por cualquier otro detalle al que estuviese dándole vueltas
en su cabeza. Se sorprendió al verla saludar a todos y cada uno de los viandantes que se
cruzaban por la polvorienta carretera, y que sonrientes levantaban sus manos hacia ella
o hacían una pequeña inclinación de cabeza, sonrió para sus adentros, ahora Maca sí que
los veía, sí que los tenía en cuenta y sí que sufría por ellos, quizás a eso se debiese ese
cambio en su expresión.

- Estás muy seria – rompió Esther el silencio - ¿te mareas?

Maca quitó la vista del camino y la miró, negando con la cabeza y esbozando una leve
sonrisa para mostrarle que no era así.

- No. Solo… pensaba.


- No te preocupes Maca, están bien atendidos. Nadia sabe hacer su trabajo, va a
estar pendiente hasta que estén fuera de peligro, y ya sabes que, esta noche,
Germán duerme en el campamento. No dejará que les pase nada.
- Germán y nosotras – saltó con rapidez – tenemos que estar muy pendientes de
las posibles infecciones y…
- Maca – la interrumpió con fuerza - ¿qué te dije al salir! prohibido pensar en
trabajo y mucho más hablar de trabajo. No estés tan seria, hemos salido para
distraernos un rato. No pienses más en ello.
- No pensaba solo en ellos, sino en… en todo.
- ¿Y qué es todo? – sonrió condescendiente.
- En cómo trabajáis aquí, en todo lo que me has contado de la gente, en cómo
viven, en cómo mueren, en la leyenda de Ngai – suspiró melancólica.
- Pues sí que estás tu animada - bromeó.
- Lo estoy – sonrió – aunque no te lo creas, estoy muy contenta, ¡mucho! –
enfatizó la palabra – solo que… no puedo evitar pensar en todo, en lo diferente
que es todo – suspiró de nuevo – no sé… los veo y….
- Te entiendo perfectamente – le dijo soltando la mano del volante y acariciando
suavemente su rodilla. Maca clavó sus ojos en esa caricia, imaginando las
sensaciones que le habría producido de poder notarla.
- Esther….
- ¿Qué? – preguntó al ver que no seguía.
- ¿No es peligroso que vayamos solas! lo digo por lo de la guerrilla y los atracos y
todo lo que me habéis contado y…
- No te preocupes, esta es la carretera a Jinja, nos desviaremos hacia el río dentro
de poco, y esta zona está muy transitada y vigilada. Es difícil que se arriesguen a
hacer nada por aquí. Ya verás la cantidad de gente que hay en las cataratas.
- Ah… creí que… íbamos a estar solas.
- Bueno… no sabía que querías estar a solas conmigo – sonrió burlona.
- No, no, no quiero – respondió rápidamente e inmediatamente se dio cuenta de lo
brusco que había sonado y de que tampoco era verdad y se apresuró a
desdecirse, sin que pareciese que sí que quería estar a solas con ella – bueno…
no es que no quiera, quiero decir que sí quiero, vamos no que si quiera –
continuó nerviosa – que no me… ¡joder! – exclamó al escucharla soltar una
carcajada – no te rías de mí.
- Maca, si es que a veces eres tan…
- ¿Tan qué?
- Tan boba – giró la cara para verla y sonriendo continuó – no te pongas nerviosa
que te he entendido a la primera. Esta excursión es para relajarnos del día que
llevamos, para reírnos y descansar. No estés tan tensa, mujer.
- Vale, lo siento – murmuró.
- En esta zona hay muchos turistas, es raro encontrar un lugar completamente
solitario y además por aquí no se me ocurriría hacerlo.
- ¿Turistas? – preguntó con cierto aire de decepción, en el fondo si que se había
imaginado que iba a estar sola con ella, como todas las veces que habían ido al
río.
- Si, y también nativos. Se sitúan a orillas del Nilo para mostrar sus habilidades y
que los contrates.
- ¿Qué habilidades?
- Saltando, haciendo equilibrios, subiendo por un palo, ¡ya los verás!
- ¿Y para qué los contratan?
- Para dejarse llevar por la corriente del río. Se hacen apuestas y por unas cuantas
monedas los jóvenes se juegan la vida metidos en bidones de plástico.
- Todo esto es…. apabullante – reconoció.
- Es diferente – respondió – pero… si lo que quieres es que estemos a solas… -
torció la boca en una mueca burlona y de nuevo la miró fugazmente, Maca la
observaba ligeramente sonrojada, lo que divirtió aún más a la enfermera – ya
encontraremos un lugar.
- ¿Te vas a estar riendo toda la tarde de mí?
- Solo un poquito, hasta que lleguemos – bromeó.
- ¿Y cuanto falta?
- Nada, ni cinco minutos.
- ¡Vaya! sí que estaba cerca.
- Ya te lo dije – sonrió contenta.

Ambas volvieron a guardar silencio. Esther viró a la izquierda y salí de la pista por un
camino estrecho y lleno de baches. Maca miraba hacia delante, la vegetación de río cada
vez estaba más cercana incluso juraría que la temperatura parecía descender. Esther
tenía razón, comenzaron a encontrarse con algunos vehículos e incluso pudo observar
un autocar estacionado a lo lejos. Seguro que era un lugar precioso pero en el fondo le
hubiera gustado más que la hubiese llevado a uno de aquellos parajes recónditos donde
solo se escuchaba el sonido del agua y de los animales.

- Aunque no lo creas te va a gustar, por mucha gente que haya esto no deja de
ser… salvaje – le comentó adivinando sus pensamientos.

Maca la miró sorprendida de cómo cada vez con más frecuencia Esther adivinaba todo
lo que pensaba y sentía.

- Si te gusta a ti, seguro que a mí también.


- Pues vamos, hemos llegado – dijo deteniendo el vehículo – lo dejamos aquí y
seguimos hasta la orilla por ese sendero, ¿preparada?
- Si – sonrió – lo estoy deseando.

De camino a la orilla, Esther comprobó que Maca miraba insistentemente hacia atrás.
Cada pequeño graznido de un pájaro, cada voz cercana, cualquier ruido que escuchaba
entre la vegetación que circundaba el sendero, la hacía sobresaltarse, parecía nerviosa y
eso extrañó a Esther que apretó todo lo que pudo el paso, deseando llegar cuanto antes a
la altura del río, imaginaba lo que le ocurría y lo último que deseaba es que Maca no
estuviese cómoda allí. A lo lejos se escuchaban voces, risas y pequeños gritos, incluso
palmas y cánticos.

- ¿Oyes! ya verás que animado está esto.


- Si, yo lo escucho.
- ¿Te pasa algo?
- No, nada – intentó girar la cabeza para verla y sonreírle.
- No tengas miedo, Maca, aquí nadie va a hacerte daño.
- Ya lo sé – suspiró – es una zona muy turística – repitió las palabras de la
enfermera.
- Sí que lo es y además, eres una privilegiada – intentó distraerla – lo que vas a
ver ya mismo no existirá.
- ¿Qué quieres decir?
- Que todo esto va a desaparecer este mismo año. Hay proyectada una gran presa
en esta zona. Deberían empezar a finales de año o principios del 2011.
- ¿En serio? – preguntó girándose para ver si se estaba riendo de ella, la enfermera
asintió cabeceando - ¡Es una pena! esto es precioso – dijo mirando hacia la
corriente del agua, acababan de salir del sendero y Esther se había detenido para
que observase todo en la distancia.
- Me alegro de que te guste.
- ¿Dónde están las cataratas de las que me hablaste?
- En realidad son unos rápidos, unos rápidos muy rápidos – respondió con ojos
bailones - Espera que voy a ir hasta aquella zona de allí – le indicó una pequeña
explanada justo junto al agua, donde un grupo de personas disfrutaban de la
naturaleza y de los equilibrios de unos jóvenes nativos – desde allí lo verás todo
mejor.
- Esos chicos de allí…
- Sí, esos son los chicos que te comenté, por unas monedas te dan un buen
espectáculo.
- No sé si tendré…
- No te preocupes, yo si tengo monedas, ¡vamos!
- ¡Mira! ¡Mira! – exclamó cuando una gran bandada de aves emprendió el vuelo,
sin que hubiese visto de donde habían salido, casi rozando el agua y generando
un sonido peculiar que jamás había escuchado - ¡es espectacular!

Esther la miró viéndola disfrutar de todo aquello, rodeadas de exuberante vegetación, de


las aves que, ahora habían vuelto a posarse, de los sonidos del agua, tuvo la sensación
de que todo iba a salir perfecto.

- ¿Qué es aquello? - preguntó señalando a lo lejos – parece un...


- Un pequeño embarcadero – la interrumpió - aquí los rápidos cuentan con una
buena infraestructura para la realización de deportes de aventura, ¿recuerdas que
te lo conté? Muchos turistas vienen solo por ellos.
- Sí, creo que si – dijo en tuno dubitativo, no recordaba que le hubiese hablado de
eso - ¡este paisaje es de ensueño! ¿cómo pueden pensar en destruirlo?
- Dinero y política, Maca, como en cualquier lugar.

Llegaron a la explanada y uno de los chicos se acercó a ellas. Esther habló con él y le
dio unas monedas. Inmediatamente se situaron frente a ellas comenzando una serie de
acrobacias que hicieron abrir los ojos a Maca impresionada, ¿cómo era posible guardar
el equilibrio de aquella manera?

- ¡Es impresionante! – dijo mirando a Esther que se divertía solo de verla disfrutar
- ¿cómo lo consiguen?
- Práctica, Maca, desde pequeños suben a los árboles como si nada.
- Dales más monedas luego te las doy yo – le pidió mirándola con ilusión.
- Van a creer que quieres que se lancen al agua – la avisó torciendo la boca en una
mueca entre divertida y condescendiente.
- Dáselas y diles que no lo hagan.
- Si se las doy, lo harán. No les gusta que se les regale nada.
- Pero ya están haciendo todo esto y… quiero que sepan que nos gusta mucho.
- Como quieras – suspiró, acercándose a ellos y dándole algunas monedas más.

Dos de los chicos se alejaron y se metieron en la maleza, luego salieron portando un par
de bidones de plástico azul y sin mediar palabra se lanzaron al agua ante el sobresalto de
la pediatra.

- ¡Esther! ¡diles que no lo hagan!


- Ya te dije que lo harían – rió encogiéndose de hombros. Observando cómo se los
llevaba la corriente.
- ¡Pero se van a matar! – gritó al ver que se hundían interminables segundos, pero
instantes después volvieron a aparecer mucho más abajo, como dos puntitos en
la distancia.

El chico que permanecía frente a ellas, continuó haciendo sus equilibrios y cuando
terminó Maca aplaudió realmente agradecida y sorprendida por todo aquello.
- ¿Te ha gustado?
- ¡Me ha encantado!
- Pues ahora verás – le dijo mirando hacia atrás – a estas horas los turistas
comienzan a marcharse, te voy a llevar a un recodo en el que estaremos más
tranquilas.
- ¿Para qué?
- ¿Para qué va a ser Maca? – le preguntó divertida al comprobar su nerviosismo.
- No sé…
- Para que puedas disfrutar de todo esto, del sonido ensordecedor del agua, del
canto de los pájaros de todo sin tanto ruido ni tanta gente ¿no es lo que querías?
– le preguntó con aire de inocencia.
- Sí si, claro.
- ¡Pues vamos!

Esther siguió adelante, llevándola al pequeño recodo prometido, más apartado de las
grandes explanadas abiertas junto a la orilla para los grupos de turistas. El sendero era
intrincado y algunas rocas impedían el paso de la silla, pero la enfermera se las ingenió
para lograr llevarla a donde pretendía, desde allí podían observar otras grupos de
personas más abajo pero ellas estaban completamente solas, en una especie de pequeña
ensenada, donde varios pájaros desconocidos para ella elevaron el vuelo al verlas llegar.
La pediatra observaba todo con atención.

- ¡Son grandísimos! parecen cigüeñas…


- Sí, es que lo son, cigüeñas de pico amarillo y aquellos dos pequeños de allí –
dijo señalando dos pájaros posados en lo alto de una pequeña roca - son la
Jacana africana, ¿los ves? – le susurró en el oído.
- ¡Sí! son preciosos – dijo con tal tono de impresión que Esther volvió a sonreír –
y los de antes ¿qué eran?
- ¿La bandada? – preguntó y Maca asintió – eran ibis.
- ¿Cómo sabes tanto de pájaros! no recuerdo que te gustaran.
- Pues… ahora me encantan – la miró esbozando una sonrisa – han pasado cinco
años Maca, y aquí… todo es diferente. Me aficioné – le dijo sin más
explicaciones poniendo tal mirada que Maca sintió celos de quien le enseñara
tanto sobre aves - Además el ibis es muy fácil de recordar, solo tienes que fijarte
en tres cosas, es un ave zancuda vuela siempre con el cuello estirado, y… ¿no te
has fijado en ese plumaje plumaje verde metalizado! por aquí no hay otros como
ellos.
- Si, aquí todo tiene… mucho color.
- ¡Chist! no hagas ruido – volvió a inclinarse muy despacio sobre ella – mira allí,
entre aquellos arbustos. ¿lo ves?
- No – susurró - ¿el qué? – preguntó con cierto temor.
- ¡Una garza picozapato! – exclamó tan bajito que Maca casi no podía oírla – la
enfermera cogió la silla y avanzó un poco el animal desplegó sus enormes alas
dejando a la pediatra completamente perpleja.
- ¡Es enorme!
- ¡Y dificilísimas de ver! – exclamó – puedes venir semanas enteras sin que veas
una, ¡vaya suerte tienes! ¿ves! las garzas vuelan siempre con el cuello recogido.
- ¡Qué pena que no tenga mi cámara! no sé cómo no se me ocurrió traerla.
Esther la miró con un brillo especial en la mirada, pero no le dijo nada, solo sentía una
enorme felicidad de verla contenta, disfrutando de todo aquello. Se inclinó y la abrazó
por detrás. Maca instintivamente rodeó los brazos de la enfermera con los suyos,
levantando levemente la cabeza para rozar su mejilla.

- Cuando decidiste venir, ¡no estabas tú para pensar en fotos! – exclamó


acariciándola con dulzura y dándole un beso en la mejilla. Maca sintió que un
enorme escalofrío la recorría. Esther sintió su temblor y sonrió para sus
adentros, separándose de ella, manteniendo su mano derecha rozando y
acariciando levemente el cuello de la pediatra.
- Y… y aquí… ¿no hay cocodrilos? – preguntó aún noqueada por lo que acababa
de sentir, cogiendo la mano de la enfermera y tirando de ella para que se situase
delante y poder observar su rostro.
- Si que los hay, pero no en este lado, ya te dije que los animales tienen sus
costumbres, sus rutas y sus horarios. No es normal que atraviesen el río hasta
aquí. Solo de vez en cuando, si no tienen nada que comer o... hay algo que los
espante, pueden llegar hasta aquí.
- Quizás deberíamos estar en un lugar… menos… menos solitario.
- No te preocupes, no va a pasar nada – le sonrió, enfatizando el nada y
acariciándole la mejilla con cariño, mirándola fijamente a los ojos – ¡te lo
prometo!
- Me… me dijiste que me ibas a contar la leyenda de un cocodrilo.
- ¿Ahora? – preguntó con una mirada burlona ante el nerviosismo que Maca le
estaba mostrando.
- ¿Por qué no?
- Porque es tarde, y… quizás deberíamos volver, Maca – le dijo sin ninguna
intención de hacerlo, y con la sensación de que a la pediatra tampoco le apetecía
dar por terminada la excursión, pero quería que fuese ella la que lo propusiese.
- ¿Ya? – preguntó mirando el reloj - ¡vaya! se me ha pasado el tiempo volando.
- Si – sonrió contenta de que fuera así.
- La verdad es que estoy muerta de hambre. El paseo me ha sentado
estupendamente.
- ¿Estás ya más tranquila?
- Si – confesó sin extrañarse de que la enfermera se hubiese dado cuenta - tenías
muchas razón cuando me contaste que lo mejor tras un día duro era venirse al
río, ¡hasta se me ha pasado el dolor de cabeza! – exclamó sorprendida de que así
fuera – y sin tomarme nada.
- ¿Ha vuelto a dolerte?
- Sí – se encogió de hombros – un poco, sería de las posturas, sentada en ese
banquillo y… del sol y del cansancio.
- Siento que hayas tenido que trabajar tanto pero…y con tan malas condiciones…
- No lo sientas, ¡me ha encantado! – la cortó con rapidez - ¿sabes? hace
muchísimo tiempo que no me sentía… así.
- ¿Así como? – preguntó mirándola con interés.
- ¡Como antes! – dijo sin aclarar nada más, aunque no hizo falta porque Esther
comprendió lo que quería decirle. No era la primera vez que Maca le comentaba
aquello y ella sentía que la satisfacción le embargaba, quizás nada había salido
como imaginara en un primer momento, pero Germán tenía razón, y Maca
necesitaba sentirse mejor consigo misma, ahora le parecía mucho más alegre,
receptiva y dispuesta a todos los planes que le proponía. Solo esperaba que
siguiese con ese ánimo el resto del día.
- Cuando anochece del todo, si vas por el agua en una barca, los ojos de los
caimanes se reflejan en la orilla a la luz de las linternas.
- ¡Dios! – exclamó con un escalofrío solo de imaginarlo – vamos a regresar, tienes
razón y se hace tarde, aquí ya no hay casi nadie y…
- Maca, ¡eres un caso! – soltó una carcajada – deja de mirar que no hay ningún
cocodrilo por aquí – se mofó de ella descubriendo el motivo de su repentina
prisa por salir de allí - ¿quieres que te cuente esa leyenda?

Maca encogió los ojos entre avergonzada por verse descubierta en sus temores y
divertida de que Esther la conociese tan bien e interpretase, siempre a la perfección,
todos y cada uno de sus pensamientos.

- Sí, ¡cuéntamela! – le pidió armándose de valor y dispuesta a demostrarle que no


era tan cobarde como aparentaba, solo que a veces, la sensación de no poder
salir corriendo la hacía amedrentarse y eso que era muy consciente de que, si de
verdad un cocodrilo apareciese, de poco iba a servir salir corriendo.

La enfermera miró a su alrededor, cogió la silla de Maca y la acercó a unas rocas


próximas a la orilla, el ruido del agua era casi ensordecedor, incluso algunas gotas
provocadas por la fuerza de la corriente volaban hasta ellas con la brisa refrescándolas y
creando un ambiente paradisíaco. Maca la miró expectante. Esther se sentó frente a ella,
sonrió y se dispuso a contarle aquella leyenda.

- Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, el cocodrilo tenía la piel lisa
y dorada como si fuera de oro – comenzó bajando el tono hasta el punto que
Maca tuvo que aproximarse a ella, echando el cuerpo hacia delante para poder
escuchar sus palabras – y pasaba todo el día debajo del agua, en las zonas más
embarradas y salía de ellas al caer la noche – se interrumpió, miró hacia el agua
y torciendo la boca señalo la orilla y la miró – ¡cómo ahora! – exclamó,
elevando la voz, provocando que Maca casi saltase de la silla.
- ¡Esther! – protestó con un grito que mostraba el susto que se había llevado. La
enfermera soltó una sonora carcajada.
- ¡Pero qué tonta eres! – le dijo sin dejar de reír.
- No vuelvas a asustarme – le pidió poniendo un gesto de súplica que enterneció
Esther.
- No lo haré, lo prometo – mantuvo la sonrisa – lo siento, perdóname, pero es que
te veo mirar al agua con esa cara que no me he podido resistir.
- Si, ya sé que soy idiota y que si tú dices que no hay peligro pues… no lo habrá –
suspiró – pero no puedo evitarlo. … ¡anda sigue!
- Cuando el cocodrilo asomaba al caer la noche, la luna se reflejaba en su brillante
y lisa piel – continuó, aproximándose a ella y, tomándole una mano, comenzó a
acariciársela. Maca sintió que aquel contacto y su voz cadenciosa y pausada la
tranquilizaba – entonces, todos los otros animales iban a esas horas a beber agua
y se quedaban admirados contemplando la hermosa piel dorada del cocodrilo –
se interrumpió de nuevo, aproximó su rostro aún más al de Maca y le cogió la
otra mano, bajando de nuevo el tono - El cocodrilo, orgulloso de la admiración
que causaba su piel, empezó a salir del agua durante el día para presumir de su
ella. Tan bella era que los demás animales, no sólo iban por la noche a beber
agua sino que se acercaban también cuando brillaba el sol para contemplar la
piel dorada del cocodrilo.

Un ruido de ramas a la espalda de la pediatra hizo que las dos miraran hacia allí, los
ojos de Maca se abrieron desmesuradamente, mostrando el miedo que sentía.

- Tranquila, no es nada, no te asustes.


- ¿Y qué pasó? – preguntó apremiándola, al tiempo que su cuerpo se estremecía y
soltando las manos de Esther se frotaba los brazos.
- ¿Tienes frío? – preguntó consciente de que la proximidad del agua y la caída del
sol sumado a que Maca aún estaba recuperándose y había estado toda la mañana
a pleno sol, podían haberle producido esa sensación.
- Un poco – admitió – pero… ¡venga! sigue, sigue.
- ¡Serás impaciente! – sonrió imaginando que quería que terminase cuanto antes –
ahora sigo, un momento que voy a mirar para que veas que no hay nada – le dijo
levantándose y tras pasearse tras ella volvió y sacó de la mochila una fina
chaqueta de lino – toma ponte esto le dijo ayudándola a hacerlo.
- ¡Gracias! ¿cómo se te ocurre traer… de todo?
- Como diría mi madre… ¡mujer precavida vale por dos! – bromeó sentándose de
nuevo frente a ella.
- No hay nada, ¿verdad?
- Nada – sonrió – ¿si hubiera algo iba a estar aquí tan tranquila? – respondió
sarcástica y divertida ante su expresión de circunstancias – Maca… ¿quieres que
continúe o prefieres regresar ya? Si no estás a gusto…
- No, continúa – le pidió controlando su miedo que cedió su fuerza al deseo que
sentía de seguir allí con ella, de permanecer alejadas de todo y solas - ¡estoy
muy a gusto!
- ¿Seguro?
- ¡Segurísimo! no me hagas caso, es que… de vez en cuando me da aprensión y…
- Bueno… te la cuento rapidito – le dijo cogiéndola de nuevo de la mano y
mirándola fijamente a los ojos – y luego nos vamos, que ya mismo anochecerá y
no veas como se pone esto de mosquitos.
- Vale, pero sigue.
- Después de salir día y noche, sucedió que el sol brillante, poco a poco fue
secando la piel del cocodrilo, cubierta de una capa de reluciente barro, y cada día
se iba poniendo más fea y dura. Al ver este cambio en su piel, los otros animales
iban perdiendo su admiración. Cada día, el cocodrilo tenía su piel más cuarteada
hasta que se le quedo como ahora la tiene, cubierta de grandes y duras escamas
parduzcas y ya nadie quería ir a verlo, cuando salía para que lo admiraran los
demás animales le daban la espalda y salían corriendo de allí - ¡Maca! – exclamó
al ver que se le saltaban las lágrimas.
- Si es que tienes una forma de contar estas historias que… - dijo frotándose los
ojos ante la sonrisa comprensiva de la enfermera – ahora me da pena el
cocodrilo.
- Mejor lo dejamos – dijo tocándole la frente y frunciendo el ceño.
- No, no, sigue ¡por favor! – le pidió retirándole la mano con delicadeza – no te
preocupes que estoy bien, ¡muy bien!
- Vale – volvió a sonreír aliviada al ver que era cierto, que no parecía tener fiebre
– la costumbre – se encogió de hombros y le lanzó una mirada tan llena de amor
que Maca volvió a estremecerse.
- Sigue – le pidió en un susurro, bajando la vista incapaz de soportar, sin
corresponder, aquella mirada.
- Ante esa transformación, los otros animales no volvieron a beber agua durante el
día, ni iban a contemplar la otrora hermosa piel dorada del cocodrilo. Y el
cocodrilo, antes tan orgulloso de su piel dorada, nunca se recuperó de la
vergüenza y humillación y, desde entonces, cuando siente que otro animal se le
acerca se sumerge rápidamente en el agua, con sólo sus ojos y orificios nasales
sobre la superficie del agua – terminó, y soltándole las manos se levantó – ya
está, ¿qué? ¿te ha gustado?
- ¿Ya está?
- Si – sonrió misteriosa, pero no dijo nada más.
- ¿Por qué querías contarme esta historia? – le preguntó con el ceño fruncido
intentado adivinar qué quería decirle la enfermera con ella, porque después de
todo ese tiempo allí se había acostumbrado a sus veladas insinuaciones a través
de ellas.
- ¿Tú que crees? – respondió temiendo ofenderla y sin ninguna intención de que
se estropease el día, todo estaba saliendo tal y como tenía planeado. Y Maca
parecía estar especialmente sensible, algo normal al verse por primera vez
inmersa en aquella naturaleza abrumadora.
- ¿Me estás diciendo que soy como ese cocodrilo? – se aventuró imprimiendo a su
tono un deje de incredulidad que frenó a la enfermera.
- Bueno… te escondes como él, y si tu presa se descuida… ¡muerdes igual! –
bromeó, saliéndose por la tangente.
- ¡Esther!.. – protestó.
- El cocodrilo es un animal maravilloso, un incomprendido – le dijo sentándose
otra vez y mirándola fijamente – tiene mala fama pero ¡es tan tierno con sus
crías! ¿sabías que las transporta dentro de su boca para que no les ocurra nada y
las deja salir cuando ya están en el agua! por eso siempre se creía que se las
comían.
- ¿Y qué me dices de las lágrimas de cocodrilo? – le preguntó burlona - lloran
para atraer a sus presas – dijo poniéndose seria.
- Lo mismo que antes, que son… bulos… basados en el desconocimiento. Al
cocodrilo le lloran los ojos cuando está lejos del agua – le sonrió torciendo la
boca en una mueca – y tiene una coraza tan dura… y deja tan poco que se le
acerque nadie… - suspiró mirando al río – ¡cómo tú! – soltó otra carcajada.
- Pero serás… - sonrió dándole un pequeño cachete mostrando que no se ofendía
aunque entendía perfectamente lo que había querido decirle – no creas que me
escondo tanto.

La enfermera la miró y también sonrió, Maca le devolvió la mirada, divertida. De


pronto, la enfermera mudó ese aire de burla por otro más serio. Llevaba todo el día
dándole vueltas a una cosa. Se había olvidado mientras trabajaban pero ahora,
teniéndola para ella sola desde hacía casi dos horas, el deseo de preguntarle había
vuelto.

- ¿Qué pasa? – le preguntó Maca al ver su rostro serio – no me importa que te rías
de mí comparándome con el cocodrilo ese de tu historia – le dijo con una sonrisa
afable creyendo que se había arrepentido de sus burlas y deseando que nada
perturbase la sensación de confianza y calma que notaba junto a ella.
- No es eso, Maca – respondió mirándola con atención.
- ¿Entonces… qué pasa? – preguntó mostrando de nuevo temor mirando a su
alrededor consiguiendo que Esther sonriese para sus adentros – venga, suéltalo,
¿qué quieres preguntarme? – la miró con aire de suficiencia segura de que era
eso. Esther sonrió al verse descubierta.
- Maca… esta mañana… en la cabaña… ¿qué querías decirme?
- ¿Cuándo? – preguntó desconcertada.
- Cuando Germán nos interrumpió.
- Ya… - bajó los ojos dubitativa y Esther, se arrepintió de haberle preguntado, “ya
lo has estropeado otra vez”, “¿es que no puedes tener la boca cerrada, no
presionarla, ni sacarle temas que la incomoden?”, “no está visto que no eres
capaz, “¡Vamos arréglalo!”, “arregla esto antes de que diga algo que no quieres
escuchar”, se dijo mientras esperaba su respuesta y temiendo lo que pudiera
decirle y estropear los planes que tenía, se adelantó.
- Perdona por lo de ayer… en las duchas… te había prometido que… no volvería
a hacerlo y…

Maca levantó los ojos hacia ella sorprendida por aquellas palabras y agradecida por su
intento.

- Esther… déjalo, yo… también me dejé llevar y… lo siento.


- ¿Lo sientes?
- Bueno… no quiero decir eso.
- Pues… es lo que has dicho.
- Quiero decir que siento haberme dejado llevar para luego…. – la miró nerviosa –
no es que lo sienta, ni mucho menos es que…
- No te preocupes, en serio que no me va a volver a pasar. Te lo prometo. Ya sé
que estos días te lo he dicho muchas veces, pero… ésta es de verdad.

Maca esbozó una sonrisa irónica, segura de que Esther no mentía pero dudando de que
fuera capaz de cumplir lo que le estaba prometiendo. La enfermera frunció el ceño
ligeramente molesta, aunque rápidamente mudó su expresión, no quería que nada
hiciese cambiar de humor a Maca, necesitaba tenerla donde la tenía para que todo
saliese como había planeado.

- ¿No me crees? – le preguntó sonriendo, intentando mostrarle que aunque fuera


así no pensaba enfadarse, sino demostrarle que era cierto y que podía confiar en
ella.
- Te creo…, tranquila que te creo.
- Solo quiero enseñarte todo esto… que disfrutes un poco después de lo mal que
lo has pasado que…
- Esther... – rió – tranquila que no pasa nada. No estaría aquí contigo si no hubiese
estado deseando venir. Una cosa es que necesite arreglar ciertas cosas en mi vida
y… otra, es que me arrepienta de lo de ayer – se explicó con firmeza y
cogiéndola de la mano la miró a los ojos - ¡no me arrepiento en absoluto!
- ¿Sabes! tengo la sensación de que esta tarde… es especial… no sé – negó con la
cabeza perdiéndose dentro de aquella mirada que le nublaba el entendimiento sin
ser capaz de encontrar las palabras adecuadas para decirle lo que la hacía sentir,
para explicarle lo feliz que era solo por estar allí con ella.
- ¿Especial! eso tendría que habértelo dicho yo – apretó los labios y enarcó las
cejas en una mueca burlona - eres tú la que conoces todo esto, tú la que me estas
haciendo pasar una tarde estupenda.
- Lo conoceré, pero hoy… me parece diferente. Lo veo… diferente.
- Pues es un lugar precioso, bueno… todos los sitios a los que me has llevado lo
son.
- Aún no hemos estado en los mejores – confesó misteriosa – pero ya habrá
tiempo. Si no en este viaje, en… cualquier otra ocasión.
- Claro – sonrió con cierta tristeza que Esther no supo comprender. Maca suspiró
para sus adentros “otro viaje”, pensó, no estaba tan segura de que eso fuera
posible.
- Te has puesto seria, ¿pasa algo?
- No, nada – la miró con tanta ternura que la enfermera se tranquilizó creyendo
que solo habían sido imaginaciones suyas y que aquella sombra que había visto
cruzar por su mirada no había sido real - Esther se está haciendo muy tarde –
dijo mirando el reloj – debemos regresar al campo, creo que ya ni llegamos a
cenar.

Esther la miró con una sonrisa misteriosa.

- Tranquila que cenar, cenaremos.


- Ya, mujer, pero… no quiero que tengan que estar esperándonos, ya sabes como
es Germán y estamos todos cansados y…
- ¿Estás cansada?
- La verdad es que sí – reconoció con sinceridad, Esther hizo un gesto de
decepción y Maca se apresuró a corregirse – bueno solo un poco, es que esa
operación me puso tan en tensión que cuando terminé… me dolía todo el
cuerpo… pero... – se interrumpió mirando como iba cambiando la expresión de
la enfermera a medida que ella hablaba - ¿se puede saber qué es lo que estás
tramando?
- ¡Por fin! ya creí que estabas en tan baja forma que no te dabas ni cuenta. No
cenaremos en el campo, de hecho, no volveremos al campamento. Ya he
hablado con Germán, no nos esperan.

Maca abrió la boca de par en par, perpleja, excitada por el aire misterioso de la
enfermera y, a un tiempo, asustada por lo que pudiera esperarle.

- Pero ¿dónde cenaremos…?... ¿dónde…?


- ¡Sorpresa! vámonos – la interrumpió con rapidez, sin dejarla preguntar más - Y
no te preocupes que estamos muy cerca. Más de lo que imaginas.
- Pero, Esther… yo…
- Tú solo tienes que disfrutar, no te pongas nerviosa, ni le des vueltas a la cabeza,
que no estoy tramando nada, en serio – le aseguró viendo que Maca enarcaba las
cejas incrédula, sin tenerlas todas consigo – Maca, que solo quiero invitarte a
cenar, para compensarte.
- ¿Compensarme a mí?
- Sí.
- Pero… ¿por qué?
- Por las veces que me he comportado como una idiota contigo.
- No recuerdo ninguna – sonrió indicándole que dejara de decirle aquello, ya
estaba todo más que hablado.
- Bueno pues… primero por el día que llevas, segundo… porque… en estos días,
me he dejado llevar por mis sentimientos y he pensado más en ellos que en ti, he
sido una idiota Maca, y te he presionado, te he humillado, te he insultado y
tenías razón, ni siquiera escuchaba lo que me decías, pero te aseguro que eso va
a cambiar… que no va a volver a pasar… que… - habló nerviosa y con rapidez
pero Maca la cortó protestando con fuerza.
- Esther no… eso no es así… no… tienes que… compensarme por nada… en
estos días me has dado… ¡tanto! que yo…
- No me interrumpas – le pidió agachándose frente a ella – y tercero… porque
quiero y me apetece y… - la miró tan intensamente que Maca sintió un ligero
cosquilleo - te quiero, y te deseo – la cogió de las manos – eso ya lo sabes –
suspiró – pero, sobre todo, quiero que estés bien, que confíes en mí, y que
conozcas todo esto. A partir de ahora mismo se acabaron definitivamente las
discusiones y los malos modos. Las cosas serán cómo y cuando tú desees. Lo
único que pretendo es que te relajes y disfrutes.
- Esther…
- Chist, vamos al coche, aún nos quedan unos cuantos kilómetros hasta Jinja, ¡ya
verás que sitio! tienen las mejores costillas asadas del mundo.
- ¿Jinja?
- Si.
- Creía que estaba demasiado lejos – comentó y Esther sonrió con su mirada
traviesa - Vale, vamos a Jinja, pero… ¿costillas asadas?
- Sí, ¿no te gustan? – preguntó intentando hacer memoria.
- Bueno… - la miró dubitativa, hacía mucho que no tomaba nada tan contundente
y lo último que quería era que le sentara mal la cena - … yo…
- Ya… eres más de un buen filete de ternera – dijo irónica.
- No te voy a engañar – torció la cabeza con una mueca burlona – pero… si hay
que comer costillas, se comen costillas y ya está.
- Así me gusta – sonrió incorporándose – ese es el espíritu que te quiero ver aquí.
Y ahora vamos – dijo apretando el paso, que ya mismo se hará de noche y no
queda casi nadie por aquí.

Esther corrió tanto camino del jeep, que consiguió llegar hasta él en menos de diez
minutos, Maca instintivamente se agarró a los brazos de la silla pero no le dijo nada,
deseando también sentarse en el vehículo, y no porque no le hubiese impresionado la
excursión, aquél lugar era precioso, si no porque la oscuridad que comenzaba a cernirse
sobre ellas, unida a los sonidos que llegaban de la densa vegetación, hizo que la
aprensión que había sentido minutos antes, se acrecentase sobremanera. La enfermera la
ayudó a subir al coche y tras guardarlo todo, hizo lo propio y arrancó. Maca permanecía
en silencio, preguntándose si había hecho bien en aceptar esa cena y al mismo tiempo
deseando conocer esos planes de la enfermera.

- Es una pena que se haya hecho de noche – rompió Esther el silencio, tras unos
minutos en los que aguardó a que Maca mostrase su curiosidad, y le preguntase
algo más sobre el lugar al que se dirigían, pero al ver que no era así, se decidió a
distender el ambiente y conseguir que la tensión y nerviosismo que desprendía la
pediatra se disipasen - porque este camino a Jinja tiene uno de los mejores
paisajes de la zona. Aunque el mejor de todos es el de Jinja a Kampala, si un día
tenemos tiempo y… te apetece, podíamos ir hasta allí – propuso esperanzada,
aunque se temía una negativa, quizás Maca se sentía incómoda o se estaba
echando atrás.
- ¡Me encantará! – exclamó ilusionada mostrándole las ganas que sentía de hacer
todo aquello a pesar de su miedo - ¿está muy lejos Kampala?
- A unos setenta kilómetros de Jinja, creo que ya te lo dije.
- No me acuerdo.
- Normal, te calentaba la cabeza con tonterías cuando acababas de salir del coma –
respondió – ¡no sé cómo me aguantabas! – bromeó.
- No te aguantaba – respondió mirándola fijamente – deseaba siempre que llegaras
– confesó con cierto aire de timidez que volvió a encender el deseo de la
enfermera.
- Anda, sube la ventanilla – le ordenó con un suspiro.
- Pero hará calor.
- Es preferible. Salvo que quieras que cenemos mosquitos – bromeó.
- ¡Qué asco, por dios! Ahora mismo la cierro – dijo obedeciendo a toda velocidad.
- Lo que te decía, que es una pena que vayamos a llegar de noche, Jinja es una
ciudad preciosa.
- ¿No hay luces en la calle?
- Claro que hay luces.
- Entonces sí podré verla.
- A dónde vamos no verás casi nada, es un pequeño local a las afueras, en uno de
los barrios más pobres.
- Ya… - musitó temerosa del lugar dónde Esther pretendía meterla.
- ¿Estás bien! ¿no te habrás mareado?
- No, tranquila que estoy bien, solo pensaba en… todo esto… en… Josephine y
los demás.
- Maca… - la recriminó, ella creyendo que Maca estaba nerviosa por lo que
pudiera depararle la noche y en realidad tenía la cabeza en otro sitio – no pienses
más en el trabajo.
- No pienso en él, pienso en las personas – se defendió – y… en que… vamos a
estar allí… cenando y… ellos…
- Pues… es lo mismo que en Madrid, tú en tu bunker rodeada de todos los lujos y
la gente en sus chabolas.
- ¡Joder! ya lo sé pero… aquí… todo parece… diferente, ¿me entiendes?
- Si, te entiendo – suspiró - ¡mejor de lo que crees! solo quiero que no te agobies y
que te relajes y te distraigas. Especialmente aquí hay que aprender a desconectar.
- Ya lo sé, Esther, y te lo agradezco – sonrió alargando la mano y acariciando la
de la enfermera que descansaba sobre el cambio de marchas – no te enfades
conmigo – le pidió melosa al ver que el tono de la enfermera se había
endurecido ligeramente - ya sabes como soy y… no puedo evitar pensar en si
esa chica tendrá malaria, en que si la tiene abortará, en Josephine… en las
infecciones… en… ese pequeño con esas quemaduras… en…
- No te preocupes, cariño – respondió sin darse cuenta y con tanta naturalidad que
Maca sonrió – te aseguro que Germán estará muy pendiente de ellos.
- Germán trabaja demasiado – comentó mostrando su preocupación también por
él.
- Él es así, capaz de no parar en días – dijo mientras tomaba una curva y metía la
marcha para subir una pronunciada pendiente – cuando terminemos de subir,
prepárate.
- ¿Para qué?
- A la bajada está Jinja a la izquierda verás el lago Victoria – le explicó – bueno,
no lo verás, pero sí las luces de algunas barcas que pescan de noche y a su orilla,
la ciudad, en las noches claras la vista es preciosa desde ahí arriba. Germán
siempre dice que es nuestro mirador.
- ¿Y por qué dice eso? – preguntó sin poder evitar un deje de celos que la
enfermera captó al instante, riendo para sus adentros - ¿venís mucho?
- Bueno… - dejó caer la palabra sin decir nada más consciente de que esa
respuesta aumentaría aún más los celos de la pediatra.
- ¿Lo hacéis? – insistió sin ocultar en su tono lo que le molestaba que fuera así.
- Sí – admitió - alguna noche hemos venido hasta aquí y nos hemos parado allí
arriba.
- ¿Y nos vamos a parar nosotras?
- No, hoy no.
- Me gustaría que lo hiciéramos – le pidió melosa, con su mejor voz de súplica
intentando comprobar hasta qué punto seguía ejerciendo su poder sobre ella.
- No, Maca, si llegamos muy tarde no vamos a encontrar mesa, ese sitio está
siempre lleno.
- Vale – dijo con cierto tono de decepción.
- Te prometo que antes de regresar a Madrid, volveremos y nos pararemos – le
aseguró incapaz de negarle nada - ¿te parece bien?
- ¡Muy bien! – sonrió satisfecha de ver que a pesar de todo el tiempo transcurrido
había cosas que seguían estando en su sitio.
- Mira, allí abajo está Jinja. Llegaremos en quince minu… ¡mierda! – exclamó
dando un volantazo evitando un profundo socavón en el camino, y consiguiendo
no salirse de la pista por poco. Maca se balanceó de un lado a otro golpeándose
contra el cristal. La enfermera detuvo el coche y se giró hacia ella con los ojos
abiertos de par en par - ¿te has hecho daño? – le preguntó preocupada y
asustada.
- No – sonrió para sus adentros al ver su expresión que cambió del susto inicial a
un profundo alivio – ya he aprendido que en estos caminos hay que ir siempre
bien sujeta. Aunque no lo creas yo también escucho siempre lo que me dices –
esta vez sí le sonrió abiertamente - ¡siempre! – enfatizó en un susurro, clavando
sus ojos en ella, y acariciándole la mejilla con suavidad agradeciéndole su
interés. Esther le sostuvo un instante la mirada y casi sin darse cuenta, la desvió
hacia sus labios, se inclinó hacia ella dispuesta a besarla, Maca la observó
deseando y esperando ese beso, pero en el último instante la enfermera se echó
hacia atrás, controlándose.
- Eh… será mejor que… que sigamos – balbuceó Esther ante el choque brutal de
sus miradas que había hecho estremecerse a ambas. Y dispuesta a no caer en los
mismos errores.

Maca suspiró ligeramente decepcionada, por un instante había tenido la sensación de


que se hacía realidad el sueño que tuviera en los primeros días de convalecencia en la
cabaña. Tras el susto inicial había vuelto a mirar hacia delante, dirigió la vista hacia el
lugar que Esther le indicara previamente.

- ¡Esther! ¡la vista es preciosa! – exclamó mostrándose entusiasmada.


- Ya te lo dije – respondió contenta de comprobar que la pediatra seguía de buen
humor - ¿ves las luces dispersas de la izquierda! esas son las barcas.
- Al final… nos hemos parado – murmuró socarrona.
- Si… - musito Esther dejando arrastrar la palabra con un profundo suspiro que
Maca comprendió al instante.

Esther arrancó de nuevo y el jeep, traqueteando entre los surcos producidos por la lluvia
y los baches, continuó descendiendo hacia su destino. Maca miró con atención, a sus
pies las luces de una pequeña ciudad se extendían diseminadas. La luz de la luna
bañaba todo con una leve claridad que ayudaba a distinguir algunas formas. La pediatra
miró de reojo a Esther, y sintió que el deseo desmedido de besarla que había
experimentado instantes antes cuando sus miradas se cruzaron, se acrecentaba hasta el
punto de desesperarla. Deseaba agradecerle la tarde que le había hecho pasar,
agradecerle la invitación a cenar que no sabía porqué le hacía una ilusión especial, que
le provocaba una sensación de cosquilleo y nerviosismo, como si fuera una primera cita,
aquella que se prometieron antes de que la asaltaran y que nunca había podido ser, pero
la enfermera se mantenía muy atenta al camino, no quería llevarse ningún susto ni tener
la mala suerte de pillar uno de aquellos tremendos baches, no quería que nada diera al
traste con el plan que tenía y Maca no quiso importunarla, ni distraerla. Fijó la vista en
la tierra del camino iluminada por los faros y guardó silencio, pensando en lo que le
depararía esa cena y en los planes que tendría la enfermera tras ella, porque estaba
segura de que los tenía por mucho que se empeñase en decirle que no.

- Bueno pues…, hemos llegado – le dijo sacándola de sus pensamientos y parando


el vehículo en la acera de enfrente de un pequeño local, Maca abrió los ojos
desmesuradamente sin atreverse a expresar con palabras lo que pensaba de aquel
antro, pero su rostro habló por ella y Esther que sabía lo que debía estar pasando
por su mente, sonrió burlona, esperando su reacción.
- ¿Vamos ahí? – preguntó con temor a la confirmación, repasando todo el
edificio, en maderas casi derruidas, con un enorme cartel en la puerta,
anunciando en inglés los platos más baratos de toda la ciudad y las “famosas
costillas” de la que hablaba Esther.
- Ahí vamos, el más barato de toda Jinja.
- Pero… ¿estás segura! que si es por el dinero… yo… no tendré monedas pero...
tarjetas si que tengo y – se interrumpió al verla fruncir el ceño - mira que en
estos sitios hay que tener mucho cuidado que nos puede dar de todo, que la falta
de higiene y… - habló con precipitación interrumpiéndose al ver la cara de la
enfermera, que además de fruncir el ceño había apretado los labios y cruzado los
brazos sobre el pecho, lo último que deseaba era molestarla y enfadarla pero la
sola idea de comer algo allí le levantaba el estómago – bueno si tú te fías… -
terminó con un hilo de voz.
- Solo el necio confunde valor con precio – respondió sentenciosa y burlona,
inclinándose hacia ella.
- ¡Joder! Si que te has vuelto tú filosófica aquí.
- Y tú sigues tan pija como siempre – le sonrió divertida situándose a su espalda y
empujando la silla – no es por el dinero, es porque son las mejores y además, no
es filosofía, me lo enseñaste tú – le susurró agachándose junto a su oído, Maca
sintió otro escalofrío recorrerle la espalda, estaba claro que iba a tener que hacer
auténticos esfuerzos para controlarse.
- Antonio Machado – respondió girándose a mirarla con una mueca de suficiencia
y una sonrisa en su mirada – ¡lo recuerdo!
- ¡Exacto! – le devolvió la sonrisa - ¿se puede saber qué buscas? – le dijo cuando
por enésima vez Maca miró por encima de su hombro, mientras cruzaban la
calle.
- Nada, la costumbre – suspiró – cuando estoy así, en mitad de la calle siempre…
bueno que me espero cualquier cosa y… no puedo evitarlo.
- Aquí no debes temer. Ya he visto en el río que te pasaba lo mismo cuando
veníamos solas por el sendero. Quiero que te olvides de todo aquello. Nadie te
conoce y si te miran es porque eres una blanca en silla de ruedas - le sonrió
tranquilizadora – verás como te gusta esto.
- Seguro – dijo sin convicción, viendo la fachada no quería ni imaginar cómo
sería el interior.

Esther la introdujo en el pequeño local, en el que no parecía quedar ni un solo sitio libre.

Maca comprobó que muchos de los presentes las miraban y cesaban en sus
conversaciones, el olor dulzón del interior la hizo arrugar la nariz, mezcla de comida,
especias, madera y humanidad. La escasa luminosidad, aquella decoración similar a una
cabaña, los bancos altos junto a la barra con un asiento de skay rojo, las mesas y sillas
de la izquierda atestadas, y el silencio que se había creado en cuanto entraron, y que le
permitió escuchar la música que salía de un gran altavoz colgado de una viga del techo,
la hizo experimentar, repentinamente, una sensación de profunda incomodidad. Pero
fueron décimas de segundo, tan rápido como habían guardado silencio volvieron todos a
su rutina y el ruido gano la partida, anulando la música.

Maca miró a Esther barajando la posibilidad de decirle que fueran a otro lugar, aquel
ambiente cargado le desagradaba y le daba la sensación de no poder respirar, pero la
enfermera, que había aguardado unos instantes casi en la puerta, parecía muy atenta a
algo y tenía tal expresión de alegría que la pediatra borró esa idea y esperó a que se
decidiese a entrar porque el estar allí parada con tantos ojos puesta en ella la estaba
poniendo realmente nerviosa. Al ver que no hacía ningún movimiento se giró de nuevo
para preguntarle porqué no entraban o mejor aún por qué no salían de allí y buscaban
otro sitio menos típico, más solitario y menos ruidoso, pero la enfermera permanecía
con la vista puesta en los dos hombres que estaban tras la barra, sonriente. Maca miró
hacia ellos y comprobó que uno, levantaba la mano saludándola, salía de la barra y
acudía con presteza hasta ellas, alegre de ver a la enfermera, a la que abrazó con cariño.

Maca lo miró y le sonrió cuando le tendió la mano, sin poder escuchar lo que habían
hablado, aún atronada por aquellas voces. Luego, las guió hacia el interior, cruzó unas
palabras con un joven que permanecía sentado en una mesa del fondo e hizo que el
chico se levantara y les cediera el lugar a ellas.

Esther la situó junto a la mesa retirando una de las sillas y permaneció en pie hablando
con él. Al menos allí al fondo parecía que había menos ruido e incluso que se escuchaba
la música, Maca consiguió oír como Esther le decía que estaban deseando tomar las
famosas costillas y él reaccionó con una amplia sonrisa que dejó a la luz una dentadura
perfecta y reluciente, Maca no podía dejar de pensar en las costillas, las imágenes de los
reportajes de televisión acudían a su mente, y se le revolvía el estómago solo de
imaginar aquellos trozos de carne verduzca llenos de moscas. Estaba segura de que sería
incapaz de probarlas. Vio como Esther soltaba una carcajada despidiéndose del dueño y
se sentaba frente a ella, sonriente y con un brillo especial en su mirada que ahora se
posaba en Maca. La pediatra respiró hondo, su mirada la hizo olvidarse de todo lo que
su mente le repetía, su sonrisa la envolvió de tal forma que solo podía verla a ella.
Esther parecía completamente ilusionada y contenta y Maca se dispuso a aceptar lo que
tuviera que venir y no estropear con sus quejas aquella cena que merecía la pena, fuera
donde fuera, solo por compartirla con ella.

- ¿Qué ha hecho? – preguntó Maca con ojos que mostraban aún su sorpresa por lo
que acababa de ver e interpretar - ¿echarlo! quiero decir … ¿echar a ese chico
para qué…! ¿para que nos sentemos nosotras?
- Es su hijo – sonrió la enfermera – y ésta… nuestra mesa de siempre.
- ¿Nuestra! ¿siempre? – no pudo evitar preguntar sintiendo que los celos la
cegaban, “¡Nancy!”, pensó con rapidez.
- Venimos a menudo – le dijo misteriosa rebuscando algo en la mochila,
percatándose de aquella mirada que había asomado a los ojos de la pediatra y
divertida con ella.
- ¿Quienes? – insistió deseando saber con quien iba Esther allí.
- ¿Quiénes qué? – preguntó a su vez levantando la vista hacia ella, dejando de
buscar en la mochila y poniendo su mejor cara de inocencia.
- ¿Quiénes venís a menudo? – preguntó con suavidad esbozando una sonrisa
intentando disimular los celos que había sentido.
- Todos, Maca – le devolvió la sonrisa – Germán, Sara, Jesús, Nancy cuando está
en Uganda… ¡todos! – le dijo mientras seguía rebuscando, finalmente pareció
encontrar aquello que se le resistía - toma – le tendió su móvil a Maca – aquí si
puedes usarlo, y debes tener cientos de llamadas y mensajes.

Maca, la miró perpleja, lo cogió y lo sostuvo en su mano pensativa durante un par de


segundos, hacía casi un mes que no lo usaba, y no solo eso, si no que casi ni se había
acordado de él. De repente se dio cuenta de que aquello que ella creía que le servía para
darle libertad, para comunicarse y no sentirse sola, lo único que hacía era esclavizarla y
quitarle lo que más ansiaba, ser libre y dedicarse a lo que de verdad deseaba. Lo
mantuvo en sus manos unos instantes y luego se lo devolvió.

- No necesito hablar con nadie – le dijo con seguridad.


- ¿Seguro! creí que …
- Pues te equivocas – la cortó con rapidez y fuerza - con la única persona que me
apetece hablar está aquí sentada – sonrió insinuante - conmigo.

Esther sintió que el cosquilleo volvía a su estómago con toda su fuerza. La miró
embelesada sin esperarse aquella respuesta y enrojeció levemente, presa del
nerviosismo que le provocaba la excitación que sentía, Maca se estaba comportando de
una forma muy diferente a como había esperado y eso encendía aún más su deseo.

- He pedido las bebidas – cambió de tema con rapidez – espero que te guste.
- ¿Qué has pedido?
- Un par de cervezas de plátano.
- Pero tenían alcohol ¿no? – preguntó recordando el dispensario de Yumbura.
- Si, claro.
- No puedo Esther, te lo he dicho mucha veces, no puedo beber.
- Pero si tiene muy poquito alcohol, y ya no tomas medicamentos, bueno apenas
los tomas... Además…
- No es solo por eso – la interrumpió encogiéndose de hombros y sus ojos se
ensombrecieron – no puedo beber alcohol – repitió en un murmullo casi
imperceptible, avergonzada, frunció el ceño y su mirada se volvió ligeramente
hosca, para luego bajar la vista a la tabla de madera, rajada, arañada y llena de
inscripciones de la mesa, creía que Esther tenía claro los motivos por los que no
podía beber, suspiró sin ninguna gana de hablar de ese tema.

“Esther tú sigue metiendo la pata, una y otra vez y verás dónde se quedan tus planes”, se
dijo la enfermera que se había percatado del cambio de animo de Maca solo al
recordarle aquello.

- Vale, ¡perdóname! no creí que la cosa fuera tan seria – le dijo con sinceridad
convencida de todo lo que había visto y oído en Madrid eran exageraciones de
quienes la rodeaban y controlaban continuamente - pero… dame un segundo –
se levantó corriendo y acudió a la barra.

Maca la observaba, suspiró sin poder quitar la vista de ella, ¡estaba preciosa! La
enfermera regresó con una botella en cada mano.

- Toma a ver si te gusta esto – le dijo expectante. Maca, sonrió, a esas alturas le
daba igual si le gustaba o no, solo podía pensar en lo que estaba sintiendo
estando allí, lejos de todo, con ella. Era increíble y al mismo tiempo, excitante y
maravilloso. Había estado tantos días sintiéndose tan mal que ahora estaba
abrumada y le parecía flotar en una nube.
- ¿No lo pruebas? – le preguntó al verla con sus ojos fijos en ella, la botella en la
mano y sin moverse, con aquel aire ausente, temiendo que se hubiese molestado.
- Si – murmuró esbozando otra distraída sonrisa, se llevó la botella a la boca, dio
un pequeño trago, y enarcó las cejas - ¿Qué es?
- ¿Te gusta?
- Si, pero ¿qué es? – le preguntó realmente interesada. Esther la miró y le lanzó
una mirada burlona que Maca no entendió.
- Zumo de gouy, como se llama en Uganda, por supuesto sin alcohol - le sonrió
acariciándole levemente la mano en un gesto que pretendía pedirle disculpas por
su olvido anterior - aquí se toma mucho con las comidas y no es nada dulce, es
refrescante y energético, rico en fibra, vitaminas, aminoácidos y sales minerales.
Te sentará bien - sentenció.
- No está mal – sonrió mirándola fijamente – no lo había oído en mi vida.
- Sí que lo has oído – le reveló manteniendo aquella expresión burlona que
provocaba la alerta en Maca.
- No, te aseguro que no.
- Ya lo creo que sí, de hecho esta mañana te lo has desayunado.
- ¿El beobad?
- ¡Exacto! es zumo de beobad, ya te dije que se usa para todo, crudo, cocido,
guisado, ¡hasta hay helados! – sonrió ante la cara de incredulidad de Maca que
había abierto tanto los ojos que Esther recordó a María cuando hablaba con
Maca y se ilusionaba con cada promesa de la pediatra - ¿Tienes hambre?
- ¡Mucha!
- Ya he pedido las costillas - confesó.
- Esther… no sé yo si… será buena idea que…
- Tú pruébalas, si no te gustan pedimos otra cosa.
- Vale… las probaré – admitió sin borrar la sonrisa de su rostro. Estaba claro que
Esther no iba a dar su brazo a torcer y que iba a tener que hacer de tripas
corazón, dejar a un lado sus escrúpulos y probar las malditas costillas.

De pronto, Maca desvió la mirada hacia un hombre de la barra que, repentinamente y


con brusquedad, había saltado de su taburete y se acercó hasta ellas a toda velocidad.
Allí no había muchos blancos pero él era uno de ellos, parecía estar con un grupo de
personas que reían y brindaban y un par de ellas, una chica evidentemente nativa y otro
señor de mucha más edad llevaban una especie de uniforme que a Maca interpretó como
militar. La pediatra mostró en su rostro el miedo que sintió y Esther, viéndola palidecer
y cambiar de expresión, se giró con rapidez a ver qué era lo que le había provocado
aquel gesto asustado.

- ¡Esther García! – exclamó llegando hasta ellas con una enorme sonrisa. Hablaba
en un inglés con tal acento que Maca comprendió que era americano y respiró
aliviada al ver que conocía a la enfermera por un momento su mente había
imaginado que pretendía asaltarla.
- ¡Matthew! - casi gritó Esther, mostrando la enorme alegría que sentía saltando
de la silla y abrazándose a él, que la izó sin esfuerzo – pero… ¡qué haces aquí!
- Salimos mañana para la aldea más al norte de Mbarara.
- Pero… ¿hasta allí?… creía que aquello, estaba completamente fuera de toda
posibilidad – dijo Esther extrañada ganándose una mirada de desesperación de
Maca, que la enfermera no vio atenta a la conversación con el recién llegado.
“No le des carrete que es capaz de sentarse con nosotras”, pensó la pediatra al
ver que aquello no era un simple saludo y molesta con la idea de que al final
cenase con ellas, porque conocía a Esther y su costumbre de invitar a todo el
mundo, ¡lo recordaba perfectamente!
- Nos han hecho una pista con sus propias manos – continuó explicándole - ¡ya
sabes como son! llevan meses trabajando en ella…
- Pero… ¡eso es muy peligroso!
- ¡Ya nos conoces!
- Nadie lo ha hecho aún y la última vez que se intentó…
- ¿Qué crees qué hacemos aquí? – la abrazó de nuevo derrochando jovialidad -
estamos celebrando que todo vaya bien – bromeó señalando hacia el grupo con
el que estaba, y ladeando la cabeza hacia ellos.

Maca observaba a ambos y escuchaba la conversación, entendía perfectamente el inglés


pero no tenía ni idea de qué hablaban, solo deseaba que Esther lo despidiese cuanto
antes, algo que cada vez empezaba a parecerle menos probable, y comenzó a
impacientarse de que no fuera así.

- ¿Y Linda? – le preguntó la enfermera recibiendo otra furibunda mirada de Maca,


pero Esther parecía ignorarla, de hecho no había dirigido su vista a la mesa ni
una sola vez. “Sí, tu sigue dándole charla y ya verás, ¡la cena al garete!”,
murmuró entre dientes. Y ella que había temido los planes de la enfermera y
estaba claro que no le mentía cuando le dijo que solo pretendía invitarla a cenar
sin tramar nada.
- En el norte, la semana que viene tiene unos días, le diré que has vuelto – sonrió
- espera un momento – le dijo, haciéndole un gesto a Esther que permaneció con
la vista en él mientras se acercaba a la barra. La enfermera saludó con la mano a
sus acompañantes, al tiempo que Matthew cogía su botella de la barra y volvía
junto a ellas.

Maca lanzó un disimulado suspiro, “que se nos sienta, Esther, que éste es capaz de
sentarse con nosotras”, repitió mentalmente sin ninguna intención de resignarse a qué
así fuera, esa no era la idea que se había hecho de su primera cena con ella.

- Bueno… ¿no me presentas? – dijo mirando a Maca y bebiendo un largo sorbo de


una cerveza de importación.
- ¡Claro! - exclamó contenta.

Esther hizo las presentaciones y Matthew cogió una silla, puso el respaldo pegado a la
mesa y abriendo las piernas se sentó en ella, situado entre ambas, sonriéndole a la
pediatra y observándola detenidamente.

- Encantado Wilson – le tendió la mano con una sonrisa.

Maca respondió en inglés con educación, esbozando una sonrisa pero su mirada reveló
sus pensamientos “¡sí lo sabía yo! que éste se nos sentaba en la mesa. Lárgate de aquí,
¡ya!”, pareció decirle con su mejor cara Wilson. Esta vez Esther si se dio cuenta de su
expresión y no pudo evitar pensar en Rosario, siempre tan correcta con ella, y a un
tiempo tan desagradable. Cuando Maca hacía aquel gesto era clavadita a su madre. Pero
lejos de enfadarse con ella sonrió para sus adentros, aquello solo podía significar una
cosa, Maca quería estar a solas con ella y esa idea la llenó de satisfacción y esperanza.

- Bueno, Esther me alegro de verte – dijo levantándose ante la perplejidad de la


enfermera que lanzó una mirada recriminatoria a Maca, estaba claro que
Matthew también había comprendido que sobraba en la mesa – dile a Germán
que nos llame, nos tiene abandonados y nos dejó plantados hace un par de
semanas, ¿a qué se dedica ese granuja! ¿no andará liado con Nancy? – bromeó.
- No, vamos, no que yo sepa – sonrió haciendo una mueca burlona, era “voz
populi” que Nancy estaba coladita por Germán, pero él parecía estar en la inopia
- ha estado ocupado – lo excusó conocedora de que el médico se había empleado
en cuerpo y alma a averiguar lo que le sucedía a Maca y que en las últimas
semanas no se había tomado ninguno de los días libres que le correspondían.
- Bueno, os dejo solas – dijo mirando a Maca de reojo – lo dicho que me alegro, te
veo muy… ¡pero que muy bien! – sonrió de nuevo besándola – cuando me
contaron lo del orfanato… ¡no me lo podía creer! ¿sabes que a Linda la asaltaron
también hace un par de semanas? – preguntó de pronto cuando ya parecía que se
marchaba.
- ¿En serio! ¡no nos hemos enterado! – respondió volviendo a levantarse ante la
ya más que evidente desesperación de Maca. “¡Por dios! Esther, ¡qué ya se iba!
no te levantes otra vez!”, pensó bebiendo un trago de su zumo con resignación.
- Les robaron todo, hasta las ruedas del jeep pero por suerte no les hicieron nada.
- Dale recuerdos de mi parte.
- Lo harás tú misma si andas por aquí, se va a tomar unos días, llega mañana.
- Sí que lo haré – admitió - ¡tengo muchas ganas de verla!
- Cuando vuelva de la aldea os llamo, y quedamos un día todos – le propuso
alejándose hacia la barra – tenemos pendiente ese safari por el río.
- ¡Me parece perfecto! – respondió sonriendo.
Esther se sentó y miró a Maca que tenía puesto aquél gesto de desagrado que tan bien
conocía en ella. La miró fijamente, tomó su cerveza y aguardó a que Maca le preguntase
lo que estaba deseando saber.

- ¿Quién es? – acabo preguntando al ver que Esther la miraba burlona y no le


decía nada.
- ¿Matthew? – respondió sonriendo adivinando lo que le ocurría – un piloto,
trabaja para una pequeña compañía de transporte aéreo, si no fuera por ellos
nunca tendríamos de nada – le explicó – es capaz de aterrizar en los sitios más
increíbles. Cuando fallan todos los medios de comunicación allí están ellos.
Además, es un hombre interesantísimo, ha estado en miles de sitios y es un
piloto excelente, el único que se atreve a….
- Será buen piloto – la cortó harta de tanta alabanza - pero es…
- Maca… - la interrumpió a su vez en tono recriminatorio pero con unos ojos tan
bailones que provocaron una sensación de inquietud en la pediatra que pensó
que quizás estaba equivocada y Esther sí que tenía un plan y sí que estaba
jugando con ella.
- ¡Un pesado! – sonrió sin disimular sus sentimientos, encogiéndose de hombros.

Esther negó con la cabeza divertida de verla molesta por la interrupción, eso quería
decir que Maca disfrutaba a solas con ella y que deseaba que siguiera siendo así.

- Y Linda… ¿quién es! ¿otra de tus amigas?


- Su novia, es médico en el campamento de Aboro. Es amiga de Germán y sí,
también mía – le explicó divertida ante esos celos de la pediatra.
- ¿Y vas a quedar con ellos? – preguntó con un deje de temor y decepción que
contribuyó aún más a divertir a Esther que se regodeaba de ver cómo Maca era
ya casi incapaz de disimular el algo más que interés que sentía por todas sus
amistades.
- ¡Claro que sí! ¿te molesta? – le preguntó con intención al ver que bajaba la vista
a la mesa.
- ¿A mí! no, en absoluto, ¿por qué iba a molestarme? – respondió con rapidez y
con mayor celeridad aún se apresuró a desdecirse – bueno, no me molesta pero
sí que creía que… ibas a enseñarme todo esto y como me dijiste que Laura llega
en unos días y que… en fin que Germán me dijo que pronto podría irme pues…
- balbuceó cada vez más nerviosa al ver la expresión cada vez más burlona que
iba poniendo Esther a medida que ella hablaba.
- Una cosa no quita la otra, Maca – le respondió con calma – puedo enseñarte
algunas cosas y podemos quedar con mis amigos.
- Eh… si – musitó – imagino que si.
- Linda te va a caer bien, también es pediatra.
- ¡Vaya! Qué casualidad, ¿no? – dijo con cierto retintín, ligeramente decepcionada
del interés de Esther por presentarle a todo el mundo cuando ella lo único que
deseaba era estar las dos juntas y solas.
- Bueno… es normal… - bajó la voz insinuante y se acercó a ella – algo tendréis
que me atrae.
- Conoces a mucha gente – comentó echándose hacia atrás, inquieta y sintiendo
que volvían las cosquillas a su estómago.
- Sí, la verdad es que sí – suspiró retirándose, bebiendo un largo sorbo de su
cerveza de plátano y clavando sus ojos en ella, disfrutando de lo lindo con lo que
veía en su mirada – Maca… yo…
- ¡Las costillas! – exclamó el mismo chico que les cediera la mesa llegando hasta
ellas con un plato que soltó en el centro de la misma y una especie de escudilla
vacía que situó al lado.
- ¡Gracias! – respondido Esther.
- ¿Y los cubiertos? – preguntó Maca.
- Se comen con las manos, Maca.
- ¿Con las manos? – repitió apretando los labios mostrando lo que le disgustaba
esa idea – y… ¿las servilletas?

Esther movió la cabeza de un lado a otro, entornando los ojos y apretando los labios,
parecía mofarse de ella y Maca respondió sonriendo y encogiendo los hombros, “así
soy”, pareció decirle. Esther se levantó sin mediar palabra, solo mirándose y volvió con
dos servicios completos. Maca le sonrió agradecida y se dispuso a probar las famosas
costillas.

Dos horas después, acomodadas en la pequeña mesita del fondo del local, no se habían
percatado del tiempo que había pasado, embelesadas la una en la otra, charlando y
riendo con complicidad. Sus miradas se cruzaban una y otra vez, con la intención de
descubrir, en cada una, el misterio que escondía la sombra de la duda, la incertidumbre
de lo que sucedería después.

Maca soltó una carcajada ante una de aquellas torpezas de la enfermera que tanto la
divertían.

- ¡A quién se le ocurre intentar comerse una costilla así! – bromeó mientras la


enfermera se agachaba a recoger el trozo del suelo – todavía recuerdo la que
liaste en aquel japonés con los palillos.
- No me lo recuerdes – le dijo poniéndose seria – nunca te lo dije, pero lo pasé
fatal, ¡qué lo sepas!
- Ya lo vi, tonta – sonrió clavando sus ojos en ella incomodándola con aquella
mirada que tanto había soñado, la misma Maca sintió una excitación especial y
desvió la vista cogiendo su vaso y bebiendo otro sorbo de aquel zumo de gouy al
que le estaba cogiendo el gustillo y del que ya había perdido la cuenta de las
botellas que llevaba - ¿Pedimos más? – le preguntó con el mismo tono de ilusión
y esperanza de una niña pequeña que pide permiso.
- Maca… ¿más! llevas ya dos platos y… ¡te van a sentar mal!
- ¡Están buenísimas! jamás había probado unas costillas como éstas.
- Y al ritmo que llevas será la última vez.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque ¡las vas a aborrecer! – exclamó riendo.
- Anda… pide unas poquitas más… - le suplicó en tono meloso con se mejor
sonrisa.
- Pero… ¿no prefieres otra cosa? ¡ni imaginas lo bueno que está el pastel de…!
- No… no… – la cortó - estoy harta de pasteles de raíces, de raíces asadas, de
caldos raíces, de compota de raíces, de todas las raíces, raicillas, yerbajos y
demás que me ha hecho comer Germán, ni …
- Vale, vale - rió levantándose de la mesa – ¡mas costillas! – aceptó burlona –
menos mal que el dueño me conoce que si no…
- ¿Sino, qué? – preguntó extrañada.
- ¡Nada! – dijo misteriosa alejándose hacia la barra.

Maca permaneció con la vista puesta en ella, y lanzó un profundo suspiro, pensativa,
jamás hubiera imaginado que una cena en aquel lugar le parecería tan maravillosa,
sentía cada vez con más fuerza el deseo de pasar toda la noche allí lejos del
campamento, del campo de refugiados y de todo. Tenía la sensación de que por mucha
gente que hubiera a su alrededor, por mucho que la música y la voces de los demás
parecieran ensordecerlas, allí no había nadie nada más que ellas, por momentos
experimentaba que era así, que estaban completamente solas, el resto del mundo no
existía, solo Esther, que acodada en la barra esperaba que la atendieran sin que Maca le
quitara ojo. “¿Me atrevo?”, se preguntó la pediatra observando la silueta de su espalda
“… no, mejor no lo hago… pero quisiera tomar su mano con la mía, decirle, estás
preciosa, no solo hoy, cada día aún mas bella, pero no puedo, no puedo hacer eso, si
luego no quiero…tener que frenarla de nuevo”, pensó Maca recordando lo que pasó en
las duchas, “no es justo para ella, no… no lo es”, murmuró bebiendo otro sorbo, “pero
¡lo deseo tanto!”, suspiró.

- ¿En qué piensas? – le preguntó la enfermera regresando junto a ella viéndola tan
ensimismada.
- En ti - respondió inmediatamente.

Esther sonrió y Maca le devolvió la sonrisa más dulce que Esther le hubiese visto en
toda la noche.

- Y… ¿qué piensas? – insistió melosa sentándose frente a ella.


- En lo guapa que estás… y en… ¡lo irreal que es todo esto!
- ¿Irreal?
- ¡Sí! cuando me paro a pensar que hace un par de meses… - la miró negando con
la cabeza - ¡aún no me creo que regresaras! ¡creí que no iba a volver a verte
nunca! – exclamó oponiendo vehemencia en el nunca.
- Pero… no ha sido así – le dijo con ojos picarones - ¿qué más no puedes creer?
- Que estemos aquí, así, que… - se detuvo con timidez rompiendo la promesa que
se había hecho instantes antes - … quieras estar aquí… conmigo, que… nos
riamos de todo como… como antes… que…

Los ojos de la enfermera brillaron aún más de lo que llevaban haciéndolo toda la noche.
Maca fijó la vista en ellos, sus ojos, esa mirada que la hipnotizaba, la hizo guardar
silencio. Esther se ruborizó ante la intensidad de su mirada, alargó la mano por encima
de la mesa y cogió la de Maca, mirándola fijamente, acercó sus labios a la cara de Maca.

- Tú si que eres guapa – le susurró apretándole la mano y consiguiendo que Maca


se estremeciese recibiendo aquellas palabras como una dulce melodía.

Maca aprovechó esa cercanía y le dio un fugaz beso en la mejilla. Esther cerró
instintivamente los ojos disfrutando de ese roce, de su olor, deseando acariciar su
cuerpo, sintiendo que no podía controlar más el deseo que había ido creciendo en ella a
medida que transcurría la cena, que se había instalando de forma perenne y casi
dolorosa y que en aquellos instantes la golpeaba con tal fuerza que casi no podía
controlarlo. Como movida por un resorte se levantó.

- Voy… voy al baño - balbuceó nerviosa.

Maca asintió leyendo en sus ojos ese deseo y sintiendo que el nerviosismo se apoderaba
también de ella.

Esther desapareció entre el bullicio del local y Maca comprobó con temor que allí
estaba de nuevo su fiel compañera, su amiga de tantos días y tantas horas, llegaba en
silencio y ocupaba el lugar de la enfermera, sí, había vuelto con toda su fuerza, Esther
había conseguido vencerla, arrinconarla hasta el punto de olvidarla, pero allí sentada,
rodeada cada vez de más gente y sin ella, se sintió profundamente sola.

Casi sin saber cómo, comprendió lo que le ocurría. Esther, en esas horas desde que
salieran del campo de desplazados había conseguido llenar su alma de poesía, fue
plenamente consciente de que deseaba con toda su fuerza volver a sentir el calor de sus
besos, como los que le regalara la tarde anterior, conciente de que se estaba empeñando
en retrasar lo inevitable, que las ilusiones que albergara durante tanto tiempo podían
dejar de ser tales con solo dar un paso, y sintió pánico de que fuera así y lo sintió de
estar equivocada y que no lo fuera. Las manos comenzaron a temblarle, presa de los
nervios. No le gustaba estar sola. Miró impaciente hacia el lugar por donde la viera
desaparecer, sin ella se sentía triste, vacía, sola… “siempre sola, sin ti”, pensó con un
suspiro.

Minutos después Esther regresaba y ocupaba su silla, frente a ella. Maca la observó
como si no la hubiera visto desde hacía años, la sensación de temor se esfumó. Su cálida
sonrisa, sus ojos siempre risueños, su voz pausada que le hablaba de un mundo
desconocido y cada vez más atractivo para ella, le devolvieron instantáneamente la
calma que había perdido y supo que su espíritu ya navegaba en sus brazos, aquellos en
los que ella se rebelaba a caer.

- ¿Me has oído? – le preguntó Esther al ver que no le decía nada.


- Eh… no… - reconoció volviendo a la realidad – perdona – se disculpó azorada.
- Te decía que no vuelvas a besarme – repitió mientras cambiaba de lugar la silla
y la ponía junto a ella dejando espacio libre para un grupo de gente que
comenzaba a rodearlas. Aquél lugar cada vez estaba más lleno. Maca la miró
desconcertada, con los ojos tan abiertos que la enfermera soltó una carcajada –
no pongas esa cara. En este país la homosexualidad está castigada.
- Ya… - le dijo insinuante creyendo que se burlaba de ella - ¿muy castigada?
- Maca, no es una broma ni un juego, te hablo muy en serio. En un par de meses
se vota en el parlamento si se aprueba proyecto de ley que aprueba la pena de
cárcel e incluso en casos graves la pena de muerte para los homosexuales.
- ¿Me estás hablando en serio? – preguntó al escuchar su tono había adquirido
tintes de gravedad y que no le sonreía como antes.
- Muy en serio.
- Pero yo creía que la pena de muerte… vamos que solo se daba en los países
musulmanes y creo recortar que me contaste que aquí la mayoría de la población
es cristiana.
- Lo son, aunque también hay muchos musulmanes. Si al final las protestas no
surten efecto y lo aprueban tendrán el honor de ser le primer país cristiano con
pena de muerte para los homosexuales.
- ¡Vaya honor! – exclamó sin poder evitarlo e interesada en el tema preguntó -
¿qué hacen los que protestan! quiero decir que…
- Sé lo que quieres decir – sonrió – han recogido firmas, casi quinientas mil.
Aunque parezca curioso el principal opositor es un clérigo anglicano, está
haciendo todo lo posible para que lo escuchen en el Parlamento. Germán me dijo
que pocos días antes de que llegásemos había convocada una manifestación,
aquí en Jinja, contra la homosexualidad, esta cuidad es muy… digamos…
tradicional, han creado una organización, la llaman “Movimiento internacional
contra la homosexualidad en Uganda”, la lidera el pastor de la Iglesia
Pentecostal.
- No tenía ni idea.
- Por eso te digo en serio que no vuelvas a besarme en público. Aquí hay cosas
que no se entienden.
- Pero si ha sido en la mejilla – se defendió.
- Bueno… tú … ten cuidado – le dijo con una sonrisa insinuante – por si se te
ocurre …
- ¡No se me había pasado por la imaginación besarte de otra forma! – exclamó
cortándola - somos amigas, ¿no? – continuó con ironía, enarcando las cejas y
mirándola socarronamente.
- Eh… claro – dijo con tal aire de decepción que ahora fue Maca la que soltó una
carcajada y cierto aire burlón, extrañada de que no hubiese captado su doble
sentido y comprendiendo que Esther sentía el mismo miedo que ella, le sonrió
con tanta dulzura que la enfermera ahora sí comprendió que intentaba
demostrarle que no era eso precisamente lo que sentía.
- ¿Sabes Esther? hacía muchísimo tiempo que no me reía tanto y no me lo pasaba
tan bien. Has conseguido que me olvide de todo.
- ¿Todo, todo?
- ¡Todo! – dijo con tanta intensidad que la enfermera sintió de nuevo, la punzada
de deseo acrecentarse con toda su fuerza, no lo soportaba más y miró el reloj,
impaciente.
- Hora de irse.
- Y… ¿dónde vamos! porque imagino que tienes un plan.
- Lo tengo, aunque no sé si te gustará tanto como la cena.
- Seguro que me encantará – susurró insinuante.

La enfermera se levantó y se marchó, Maca intentó ver donde iba pero no consiguió
seguirla. Tardaba demasiado y comenzó a inquietarse, volvió aquel miedo irracional, no
podía dejar de pensar qué ocurriría si la enfermera la dejase allí, sin acordarse de ella, si
se marchase de nuevo para siempre, dejándola sola, siempre sola. La angustia que sentía
se acrecentó con el paso de los minutos, miró el reloj insistentemente, el corazón
comenzó a acelerarse, tenía miedo, mucho miedo de que todo aquello solo fuera el
espejismo de una noche. Al cabo de unos minutos, que a Maca se le hicieron eternos,
Esther regresó con una enorme sonrisa.

- Perdona, no conseguía que me cobrasen – se excusó por su tardanza y


observando su expresión casi desencajada se asustó - ¿estás bien?
- Si.
- ¿Seguro! te has puesto muy pálida, ¿quieres ir al baño?
- No.
- ¿Qué te pasa? – insistió agachándose junto a ella – y no me digas que no, porque
a ti te pasa algo.
- Nada – musitó recobrando la calma solo de tenerla al lado, no sabía por qué se
había vuelto tan insegura y temerosa, pero lo cierto es que así era, solo a su lado
sentía la seguridad y la convicción de que era capaz de cualquier cosa.
- ¡Las costillas! ya te han sentado mal – intentó adivinar.
- No, de verdad que no.
- Maca, por favor.. ¡si te ha cambiado la cara!
- No es nada, solo que… has tardado tanto que has conseguido que … que te eche
de menos - respondió con una sonrisa de alivio y alegría de verla frente a ella,
Esther le devolvió la sonrisa más amplia y franca que Maca le viera en muchos
días, “no me hubiera importado tener que esperarla todo el tiempo que hubiera
hecho falta, solo por ver esa sonrisa”, pensó la pediatra – anda, vamos, que
cuando lleguemos al campo Germán nos va a echar una bronca.
- Ya te dije que no nos esperaban – respondió extrañada de que le dijese aquello
después de la conversación anterior.
- Si, me dijiste que no nos esperaban para la cena pero… tendremos que dormir –
la miró con los ojos muy abiertos, expectante y Esther comprendió que Maca
quería saber cuáles eran sus planes aunque no se atrevía a preguntar y se dispuso
a jugar con ella un poco más.
- Claro – respondió la enfermera con tal aire de misterio y unos ojos traviesos que
asustaron a la pediatra.

Maca notó un revoloteo en la boca del estómago que se acrecentó cuando Esther se
situó a su espalda y se inclinó sobre ella, le recogió el pelo hacia atrás y le susurró al
oído.

- No sé si te he dicho que tengo un apartamento en Kampala – confesó imitando el


tono insinuante que instantes antes la pediatra usara con ella – un apartamento
pequeñito, ¿no creas! pero está en pleno centro,… desde él, se divisa toda la
ciudad, y … ¿sabes lo que parece! así, tendida, toda a tus pies… – le preguntó
enronqueciendo la voz.
- ¿Una mujer desnuda? – preguntó recordando la conversación mantenida años
atrás, cuando ella la invitó a su casa de la sierra. Le encantaba ese juego que se
traía con la enfermera. No entendía por qué la excitaba tanto pero lo cierto es
que volvía a sentir aquellas cosquillas en el estómago.
- ¡Exacto! una mujer desnuda – ratificó soplándole en la base del cuello.
- ¿Te estás riendo de mí? – le preguntó sabedora de que aquello era casi
imposible.
- ¡Pues claro que me estoy riendo de ti! – exclamó tirando de la silla – no vas a ser
tú siempre la que te burles.

Maca giró la cabeza y pudo comprobar que sus ojos centelleaban y la miraban con una
mueca de satisfacción. Maca sintió que su excitación crecía hasta niveles que ya no
recordaba. Su corazón se había disparado en un galopar alocado que se aceleró aún más
cuando la enfermera le acarició el cuello y le susurró “vamonos de aquí”.
La pediatra se giró de nuevo, intentando ver su rostro, pero le fue imposible. Esther la
condujo al exterior, sorteando todo tipo de obstáculo y necesitando varios minutos para
sacarla de allí. El silencio de la calle contrastaba con el bullicio del local, y Maca
respiró aliviada cuando al fin se vio en la calle. Esther se detuvo y se situó frente a ella
con una pícara sonrisa.

- Al fin fuera.
- Sí, ¡qué agobio! – reconoció encogiendo ligeramente un hombro – en sitios así
no puede evitar acordarme de los niños – comentó con naturalidad.
- Lo siento, quizás me he equivocado de lugar… siempre hay bastante gente pero
hoy… tengo que reconocer que estaba imposible.
- ¡Qué dices! ¡me ha encantado! – respondió con énfasis arrancando una sonrisa
de satisfacción de la enfermera que clavó sus ojos en ella, y Maca tuvo la
sensación de que esperaba algo, aunque no era capaz de imaginar el qué -
entonces.. ¿qué hacemos ahora? – terminó por preguntar.
- ¿Te apetece dar un paseo? – le propuso al tiempo que a sus ojos volvía aquella
mirada entre traviesa y misteriosa que trastornaba a la pediatra.
- Pues… - dudó, todo aquello estaba abrumándola, deseaba seguir así con ella,
compartiendo momentos, jugueteando con las miradas y las palabras veladas,
pero era consciente que el juego llegaría a su fin y quizás ella no estuviese
preparada para lo que podía estar esperándola, para aquello que la enfermera le
tenía preparado. Esther leyó sus dudas y se dispuso a disiparlas.
- Un paseo bajo las estrellas, hoy hace una noche preciosa – insistió con calma,
mostrándole que no pretendía nada más.
- Es un poco tarde, ¿no? – intentó negarse sin convicción.
- ¿Tarde? – la miró extrañada apretando los labios en una mueca casi burlona
comprendiendo su temor - ¿tarde para qué?
- No sé… mañana…
- Mañana es mañana, y… esta noche… es, esta noche, ¿te apetece un paseo, sí o
no? – le preguntó con autoridad.
- Sí – reconoció al fin.

La enfermera sonrió y sin decir nada más, se situó a su espalda y se encaminó hacia el
coche.

- Pero… ¿no íbamos a pasear? – preguntó Maca al ver que llegaban junto a jeep
temiendo que sus titubeos la hubiesen decepcionado.
- Sí, a eso vamos.
- ¿En coche?
- Claro, ¡no creerás que vamos a dar un paseo andando con lo tarde que es! – soltó
una carcajada volviendo a dejar a la pediatra sin palabras y al mismo tiempo
cada vez le gustaba más aquel tira y afloja con ella.
- Pero…
- Pero ¿qué? – la miró fijamente a los ojos – vamos a hacer lo que tú desees, Maca
– le dijo sonriendo – que quieres regresar, regresamos; que quieres dormir, nos
vamos a dormir; que quieres pasear, paseamos. Tú decides… ¿qué quieres? –
preguntó mirándola expectante.
- No quiero regresar, ni quiero dormir – confesó al fin con sinceridad – llévame
donde… donde quieras… - sonrió decidida.
Esther la miró, le acarició la mejilla en un gesto rápido y cariñoso, la ayudó a subir al
coche y, tras hacerlo ella misma, arrancó. Salieron de Jinja por una carretera asfaltada
hecho que sorprendió a la pediatra.

- ¿Y esta carretera? yo creía que aquí eran todas de tierra.


- Es la única que hay por esta zona.
- Pero… no es la misma de antes quiero decir que… ¿a dónde vamos?
- No tardaremos en llegar – le dijo con una sonrisa misteriosa, sin quitar la vista
del asfalto.
- ¿A dónde? – insistió con curiosidad.
- ¡Sorpresa! – exclamó divertida con la situación y tremendamente satisfecha al
ver que Maca se dejaba vencer por sus deseos y no por sus miedos.

Maca guardó silenció, sin insistir más. Esther la escuchó lanzar un pequeño suspiro y en
la oscuridad del vehículo y del camino le pareció que se frotaba las manos, nerviosa.
Esther acrecentó la sonrisa que era incapaz de borrar de su cara, sabedora de sus
pequeños triunfos, porque aún con reticencias, la pediatra se estaba dejando arrastrar y
ella estaba sabiendo hacerlo con tal sutileza que las decisiones siempre parecían ser
tomadas por Maca. Ladeó la cabeza un instante, observándola de soslayo, Maca seguía
con la vista al frente, pensativa y con una leve sonrisa dibujada en sus labios. Esther
sintió crecer una oleada de cariño y satisfacción, una dulce calidez se apoderó de ella,
segura de que iba a ser una noche especial. Volvió a prestar atención a la conducción.

Maca, con disimulo, no dejaba de observarla, ni de pensar en aquel sueño que tuvo en
los primeros días de convalecencia, aquel sueño que la turbó y que no había dejado de
rememorar cada día, desde entonces con el secreto anhelo de que se hiciese realidad y
con el temor de que así fuese. Tenía la sensación de que Esther pararía el vehículo, que
la haría descender en medio de la nada, que la guiaría a un lugar desconocido y que
allí...

De pronto, Esther, redujo la marcha y buscó la mano de la pediatra, sacándola de sus


pensamientos y haciendo que su corazón se desbocase de nuevo. Sin embargo, la
enfermera, solo entrelazó sus dedos a los de ella, la regaló una fugaz mirada y leve
sonrisa y siguió atenta a la conducción. Maca respondió aferrándose suavemente y
sintiendo que nada podría hacer aquello más perfecto. En el jeep se respiraba una
tranquilidad que ella necesitaba, los nervios iniciales parecían desvanecerse sujeta a su
mano, se sentía, simplemente, feliz. Miró al cielo, y suspiró.

- Tenías razón – rompió el silencio – esta noche es… ¡preciosa!

Esther, la escuchó sin decir nada, sin querer interrumpir el ambiente creado entre ambas.
Continuó conduciendo, despacio, con una sola mano en el volante, recreándose en aquel
viaje que la estaba llenando de euforia. Sin hablar, con sus manos entrelazadas, y sus
corazones palpitando ya casi al unísono, continuaron la marcha.

Entraron en Kampala rozando la media noche. Las calles permanecían casi desiertas y la
enfermera condujo hasta su destino. Maca no dejaba de observarla, ajena a los lugares
por los que iban pasando, solo tenía ojos para ella. Un semáforo las detuvo y Esther,
sintiéndose observada, la encaró sonriente. Maca sintió que el deseo desmedido de
besarla, volvía a ella con toda su fuerza, pero se contuvo y, Esther, que se dio cuenta de
ello, le acarició la mejilla con ternura, “solo cuando tú desees, mi amor”, pensó
distraída.

- El semáforo, Esther – le indicó Maca – ya está verde.


- Gracias – musitó casi absorta.

La pediatra se mantuvo en silencio, ensimismada. Había esperado que la enfermera la


besara, como en su sueño, pero no había sucedido. Y eso la excitaba aún más. Esther le
estaba cediendo el poder de decisión. Por primera vez desde que llegaran, le estaba
dejando el poder a ella. Y segura de eso, segura de que no habría presiones ni
situaciones embarazosas, sintió una profunda calma, una tranquilidad que la colmaba de
satisfacción y, al mismo tiempo, la hacía barajar todo tipo de posibilidades que
dependían, solo y exclusivamente, de su voluntad. Sin estar acostumbrada a esa
sensación de libertad absoluta, que ya tenía más que olvidada, optó por esperar a llegar
a su destino y ver qué era aquello que Esther le tenía reservado.

Minutos después el coche se introducía en una cochera y la enfermera, tras dejarlo en su


plaza, ayudó a Maca a descender. Pulsó el ascensor y esperaron, en silencio, la sonrisa
pugnando por asomar a los labios, sin dejar de mirarse. Esther casi incapaz de controlar
el deseo, Maca, sin dar crédito a que su sueño se estuviese cumpliendo casi con
exactitud, sino fuera porque Esther se mantenía a una prudente distancia de ella. Un
pequeño ruido, sobresaltó a la pediatra. La penumbra de aquella cochera la hizo
estremecerse, y con rapidez se aferró a la mano de Esther, que se la acarició con
dulzura.

- Tranquila, será un gato - murmuró Esther con seguridad, en voz baja, sin darle
más importancia, transmitiéndole una serenidad que ni ella misma sentía. No por
los motivos de Maca, no porque temiese un asalto, sino por la excitación que
intentaba frenar y que había crecido en su interior hasta resultarle casi
insoportable.

Sin apenas darse cuenta, el ascensor llegó y entraron en él, allí la luz del pequeño tubo
fluorescente, era mas intensa, y Maca volvió a ver los ojos centelleantes de Esther que
no dejaba de observarla, en silencio, controlando su nerviosismo y su excitación,
deleitándose con aquel roce de sus manos. La enfermera apretó un botón sin que Maca
se hubiese apercibido del piso al que iban.

Instantes después se detenían en una planta y Esther abrió la puerta, dejándola pasar,
llevándose un dedo a los labios, pidiéndole silencio. Maca obedeció y fue tras ella,
sintiéndose muy excitada. La enfermera se paró ante una puerta de madera, sacó un
manojo de llaves de su bolso con tal prisa que se le cayeron al suelo, nerviosa, se
agachó a recogerlas y por un momento levantó los risueños ojos hacia Maca. “¡Y yo te
pido silencio!”, pareció decirle con aquel gesto burlón que mostraba tal culpabilidad por
el ruido producido que Maca soltó una pequeña carcajada, y Esther se llevó el dedo a
los labios, también con una risilla nerviosa, pidiéndole de nuevo sigilo.

Nerviosa, tardó en acertar a introducir la llave en la cerradura con sus manos


temblorosas. Necesitaba que todo fuese perfecto, que todo saliese como había planeado
y se acercaba el momento más difícil, el momento en que cualquier error podía dar al
traste con todas sus esperanzas e ilusiones.
Maca permanecía junto a ella, silenciosa, expectante, igualmente nerviosa. “Ella
también está excitada, puedo verlo”, pensó la pediatra que observaba todos y cada uno
de los movimientos de Esther.

Al fin consiguió abrir la puerta, entró, tendió la mano a Maca para que pasase y cerró la
puerta tras ellas.

- Vamos al ático – le dijo la enfermera rompiendo el silencio – este pasillo lleva


hasta allí, así es que nadie más puede acceder a él, solo yo – le explicó.
- Pero… ¿es cierto que tienes un apartamento?
- ¡Pues claro! ¿qué crees que hacemos aquí? – rió burlona ladeando la cabeza de
un lado a otro.
- Creí que te burlabas de mí.
- Solo un poco – susurró con aire de misterio - ven, sígueme – le indicó
emprendiendo la marcha por el largo pasillo.

Maca permaneció parada, nerviosa, indecisa, temiendo y anhelando lo que la aguardaba.


Esther avanzó unos metros y al no escuchar la silla tras ella sonrió para sus adentros, se
detuvo y giró levemente la cabeza.

- ¿Vienes? – preguntó enarcando las cejas clavando sus ojos en ella, con sorpresa
de que no avanzase e inocencia, indicándole que no debía temer nada - ¡Espero
que te guste! – exclamó mostrando cierto temor de que no fuera así en su tono.
Sus palabras hicieron reaccionar a Maca que comenzó a avanzar tras ella.
- Seguro que sí – respondió sonriendo, consciente de que a esas alturas, cualquier
sitio le parecería maravilloso si ella estaba a su lado para compartirlo. No sabía
por qué estaba tan nerviosa, “cálmate”, se dijo notando que su corazón se
disparaba, “cálmate”.
- Es por aquí – la guió, torciendo una esquina, andando delante de ella.

Maca la siguió contemplando su silueta, esa silueta que amaba y la hacía enloquecer.
Esther, se detuvo ante una puerta enorme, de madera maciza y doble cerradura de
seguridad, la abrió, esta vez sin problemas, aunque con manos iguales de temblorosas,
casi sin poder controlar la excitación que sentía, se retiró y la dejó entrar.

- Pasa – sonrió de nuevo encendiendo la luz – como ves, es pequeñito.


- ¡Es precioso, Esther! – exclamó paseando la vista por el amplio salón con barra
americana y acercándose al enorme ventanal.
- Las vistas si que lo son, ahora no se aprecia bien pero… ¡ya las verás mañana!
- Ya las veo – murmuró paseando sus ojos por las luces de la ciudad que se le
antojó como la más romántica que había conocido. Ni Roma, ni Paris, ni
Venecia ni ninguna que pudiese haber visto, Kampala, esa gran desconocida era
la ciudad de sus sueños, el estar allí con ella le hacía sentirlo así.

La pediatra se giró y la miró, esperando y deseando que la enfermera incumpliese sus


promesas y la besase, haciendo realidad aquel sueño, pero Esther continuó, sin mostrar
intención de dar ese paso.

- ¿Quieres tomar algo? – le preguntó con una sonrisa – no tengo gran cosa pero…
- No gracias – respondió con rapidez, mirándola fijamente, “¡vamos! decídete”
pensó, instándola mentalmente, deseándolo con tanta fuerza que creía que la
enfermera debía estar escuchándola.
- Pues… voy a buscar algo para … para que te pongas.. quiero decir… para que te
cambies y… estés más cómoda, para … para dormir – le dijo casi balbuceando
turbada por aquella mirada, alejándose de ella, “esta vez no vas a meter la pata”
se dijo, “esta vez vas a esperar a hacer lo que ella quiera”, se giró con la mano en
el picaporte de la puerta, Maca la observó divertida, de pronto la seguridad y
resolución que la enfermera había mostrado toda la tarde y toda la noche se
habían esfumado y aparecía nerviosa y casi tímida – aquella puerta de allí es el
baño, por si necesitas ir y, esta de aquí, el dormitorio. No hay nada más – le dijo
abriendo la puerta de este último y entrando en la habitación con precipitación –
como ya te he dicho es pequeño pero… para mí sola… - intentó justificarse
alzando la voz en la distancia.
- Es precioso y es… ¡perfecto! – exclamó Maca elevando igualmente el tono.

Esther sonrió ante sus halagos y desapareció de la vista de la pediatra, perdiéndose en el


interior del dormitorio.

Maca permaneció en medio del enorme salón, observándola, paseando su vista por la
estancia y fijándola en la oscuridad del exterior. Estaba claro que la enfermera no tenía
ninguna intención de dar el primer paso, y eso, que después de lo sucedido el día
anterior en las duchas, estaba segura de que había planificado toda esa velada con esa
intención, porque a pesar de lo que le dijera en el paseo Maca estaba convencida de que
Esther volvería a hacerlo. Estaba convencida de que tenía un plan, se dio la vuelta,
pensando, distraída, sin saber muy bien qué hacer.

De pronto, recordó algunas frases que le había dicho la enfermera, “no ocurrirá nada
que no quieras”, “te prometo que no volverá a pasar”, “las cosas serán cómo y cuando tú
desees”… pero sí que había pasado, en las duchas había vuelto a romper aquella
promesa. ¿Estaría ahora intentando demostrarle que era capaz de contenerse? que solo
quería que pasaran una velada divertida como dos amigas y, que si ella no lo deseaba,
no habría nada más. La sola idea de que fuera así la desesperó, generándole una
angustia desmedida y haciendo crecer, intensamente, el deseo en su interior, hasta el
punto de cortarle la respiración. Deseaba con todas sus fuerzas entrar tras ella en aquel
dormitorio, provocar lo que tanto anhelaba, pero no se atrevía a hacerlo.

- Esther… - la llamó alzando la voz.


- ¿Sí? – le preguntó en la distancia.
- Eh… ¿puedo ir al baño?
- Claro Maca, estás en tu casa – la escuchó responderle desde el interior del
dormitorio – tienes todas tus cosas en la mochila – le indicó asomando la cabeza
por la puerta – la he dejado en la silla de la entrada.

La pediatra dudó un instante, esperando que se ofreciera a ayudarla pero viendo que no
decía nada más y que volvía a perderse en el interior del dormitorio, cogió la mochila y
desapareció camino del baño.

Esther estaba rebuscando entre su ropa algo que pudiera usar Maca pero no encontraba
nada que le pareciera adecuado, finalmente, encontró un pijama que quizás le estuviese
bien y lo colocó encima de la cama. Dio un par de paseos por la habitación, se frotó las
manos, nerviosa en un gesto adquirido de la pediatra y sonrió dejando de hacerlo,
consciente de ello. Maca no llegaba y ella estaba cada vez más alterada, respiró hondo
un par de veces y se sentó en la cama. Comenzó a quitarse los zapatos, dispuesta a
desvestirse y ponerse más cómoda, dispuesta a mostrar tranquilidad y naturalidad. No
iba a dejarse arrastrar por sus deseos, no iba a presionarla, ni a hacerla sentir incómoda.

De pronto, escuchó como la silla de Maca se aproximaba a la puerta y sabedora de que


se había detenido en ella, habló con los ojos fijos en los cordones de sus zapatos que
desataba con parsimonia.

- No sé si te estará bien lo que te he buscado, pero… no tengo mucho más. Espero


que estés cómoda con esto y…
- Esther… - murmuró con las lágrimas saltadas y un nudo en la garganta.
- ¡Maca! ¿qué pasa? – dijo levantándose y acercándose a ella se inclinó a su lado
cogiéndola de las manos - ¿qué…?
- El baño… - comenzó y se detuvo de nuevo - ¿cómo…?

Esther la miró y sonrió, comprendiendo lo que le ocurría. Se levantó y volvió a sentarse


en la cama, mirándola fijamente a los ojos.

- Mis viajes a Kampala – le explicó - no solo eran para tomar café, ni saludar a
mis amigos, ni pasar el tiempo con Nancy – dijo con cierta sorna mostrando que
sabía lo celosa que se había puesto en algunas ocasiones. Sus ojos brillaban de
una forma especial sabedora del impacto que le había causado.
- Pero… ¿cómo se te ha ocurrido hacer algo así?.. ¿cómo…? y solo… - balbuceó
incapaz de expresar todo lo que sentía.
- ¿Solo para ti? – terminó la frase haciendo palabras los pensamientos de Maca, y
encogiendo un hombro con una pícara sonrisa – bueno… solo quería que si
algún día aceptabas mi invitación... y… te decidías a venir aquí… te sintieras
cómoda.
- Esther… pero... pero… y si yo… si… - la emoción que sentía era incapaz de
expresarla con palabras. El entrar en el baño, comprobar que la puerta abría
hacia afuera y verlo perfectamente acondicionado a sus necesidades la había
dejado sin saber qué decir, y la idea de que Esther hubiese viajado hasta allí
varias veces solo para eso, para hacer obra en su casa, solo para buscar sus
caramelos de café, sus latas de atún, sus patatas fritas….solo por ella…. ¡Hacía
tanto tiempo que no se sentía tan querida! ¡tan cuidada! ¡tan amada! – Esther… -
murmuró incapaz de decir nada más, solo su nombre bastaba.
- ¿Qué? – volvió a sonreír divertida ante aquella expresión abrumada de la
pediatra.

Maca le lanzó una mirada llena de amor. Era incapaz de hablar, la emoción que sentía se
lo impedía. Esther al verla tan afectada acortó la distancia que las separaba, llegó hasta
ella y agachándose, primero la tomó de las manos e intentó quitarle importancia.

- Tonta… no te pongas así… no es nada – habló con voz cadenciosa y calmada –


tú te mereces mucho más – terminó atrayéndola hacia ella y abrazándola.
La pediatra respondió rápidamente, rodeándole el cuello con sus brazos. Se separaron
un instante, cruzaron sus miradas, se escudriñaron, y Maca volvió a aferrarse a ella, no
quería soltarla, necesitaba sentirla allí, junto a ella.

Esther quería besarla de nuevo, como ya hiciera el día anterior, pero no se atrevía. No
quería que Maca se sintiese incómoda o se viese obligada a hacer algo que no desease.
No quería romper la magia que se había creado en esos instantes. La miró y Maca le
devolvió la mirada, una mirada limpia, tranquila, libre de remordimientos y culpa, solo
llena de amor y agradecimiento, sus labios hablaron por ella, entreabriéndose
levemente, invitándola a dar el paso. Esther, aun sin quererlo, se acercó a su mejilla y la
besó fugazmente, cerca de las comisuras de sus labios, temerosa de su reacción. Fue un
temor fugaz mitigado por la pediatra que respondió con su eterna sonrisa, con su eterna
belleza. Esther se incorporó lentamente, sin dejar de mirarla a los ojos, luego le dio la
espalda y se dirigió a la cama, casi mareada por la intensidad de sus sentimientos.

- Esther….mírame – le suplicó Maca - mírame, cariño, mírame.

La enfermera se volvió, sorprendida por aquel apremio, sintiendo los latidos de su


corazón en la sien, sintiendo el calor en sus mejillas. “¡Cariño!”, “¡me ha llamado
cariño!”, pero no como otras veces podía haber hecho, si no en aquel tono que tan bien
recordaba, aquel tono que tantas veces había soñado volver a escuchar en sus labios,
suspiró, conteniendo sus deseos de lanzarse sobre ella y llenarla de besos y caricias.

- ¿Qué? – preguntó con timidez sentándose en el borde de la cama con una sonrisa
- ¿Qué quieres que te mire?

Maca se acercó a ella, vio el pijama colocado a los pies del lecho, como a ella le gustaba
dejarlo y sonrió.

- Es… lo único que he encontrado – se justificó Esther, enrojeciendo.

Maca respondió cogiendo la cara de la enfermera con ambas manos, la acarició con
suavidad y se abrazó de nuevo a ella. “Gracias”, le susurró al oído.

Esther se estremeció pero permaneció inmóvil. Estaba claro que no iba a dar el paso y
Maca, abrumada y embargada por el deseo de tenerla entre sus brazos, no lo pudo evitar
por más tiempo. Abrazada a ella comenzó a propinarle una serie de suaves roces y leves
caricias, que Esther recibía con timidez, frenando su deseo, dejándola hacer…, Maca se
detuvo y se retiró un instante, deseando ser correspondida, clavó sus ojos en ella, y
volvió a sonreírle, sobraban las palabras, excitada cada vez más con el juego pasivo de
la enfermera, se aproximó de nuevo, rozando con la punta de su nariz la mejilla de
Esther, acariciándola con ella, acercándose a su boca, besó sus comisuras con dulzura,
apenas rozándole la piel, consiguiendo que Esther se irguiese, a punto de perder el
control, desesperada por tenerla entre sus brazos, notando que la presión del deseo
crecía de forma desmedida.

La mano de Maca buscó la suya y entrelazó los dedos, mientras con la otra le recorría el
costado, con lentitud, arriba y abajo, dejándola reposar unos instantes en su cadera.
Esther cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás, exhalando un leve suspiro, sintiendo
que el deseo la embargaba ya con tal virulencia que no iba a poder cumplir sus
promesas, pero tenía que hacerlo y se mordió el labio inferior, conteniéndose y
emitiendo un leve gemido.

Maca sonrió, le gustaba aquél juego en el que todo parecía sucederse a cámara lenta.
Soltó la mano de Esther y con parsimonia recorrió con el dedo índice su pierna, primero
por fuera, parándola en la otra cadera y luego, más atrevida, un leve paso por el interior
del muslo que provocó un movimiento nervioso en Esther, que se sentía a punto de
estallar. Mientras mantenía la mano fija en la cadera con suaves movimientos de sus
dedos, subió la otra y comenzó un lento paseo por la base de su cuello y su nuca,
dejando remolón el pulgar que no dejaba de acariciar el pómulo y, levemente, rozar sus
labios, Esther no pudo evitar inclinar la cabeza hacia ese lado dejando reposar su rostros
en la palma de su mano, disfrutando un instante de aquel contacto que la turbó aún más.
Maca, consciente de ello, aproximó de nuevo su boca a la de ella, que se desesperaba ya
por recibir un beso. La enfermera cerró los ojos y gimió de nuevo, anhelante. Pero Maca
estaba juguetona y recorrió su cara que pequeños roces, pequeños besos tan húmedos
que Esther temblaba con cada uno de ellos, hasta que respirando profundo, decidió no
prolongar más la angustia que también era suya y la besó, acariciándola con su lengua,
sus labios, entre beso y beso. Sin prisa. Despacio. Esther la separó un instante,
necesitaba creer que aquello era verdad, se adentró en su mirada, Maca se la sostuvo
con franqueza, sin palabras la atrajo de nuevo, convirtiéndose en dos lenguas de fuego
que comenzaron a arder en la hoguera del deseo por las dos encendida.

Esther permanecía sentada en el borde de la cama, con las piernas lo suficientemente


abiertas para dejar espacio a Maca que, inclinada sobre ella, no dejaba de besarla,
complaciéndose mutuamente, explorándose, jugando, subiendo la intensidad de esa
unión tan personal y sin llegar a más, sus labios se separaron lentamente, dejándolos
con hambre de más, sus manos se enlazaron de nuevo, mirándose. Esther se sentía en el
cielo, mariposas de colores sobrevolaban en su cuerpo y a su alrededor solo existía ese
beso, su piel erizada era la prueba del triunfo, del beso perfecto, dulce, profundo,
intenso, aún exento de pasión, pero lleno de amor y deseo. Maca experimentó la
sensación de miles de hormigas corriendo por su cuerpo, los latidos tan fuertes que
parecían ensordecerla. Los ojos clavados la una en la otra. Una sensación de paz se
respiraba en el dormitorio, no existía nada alrededor, solo ellas y su amor. Simplemente
se dejaron llevar olvidando todo, logrando sincronizar sus sentimientos. Ambas
desearon que esos segundos fuesen eternos y simultáneamente decidieron que sus labios
expresasen lo que sentían... sin palabras, solo un nuevo e intenso beso.

La enfermera se retiró y empujó levemente la silla de Maca hacia atrás para abrirse
hueco, se levantó con una sonrisa pícara y cerró la puerta, la pediatra tras dudarlo un
instante, fue tras ella. Esther, sintiéndola a su espalda, se giró lentamente, volvieron a
cruzar sus miradas. Maca tendió su mano hacia la enfermera que la tomó con ternura,
sintiendo cómo la pediatra tiraba de ella, hasta sentarla en sus rodillas. Con la vista fija
la una en la otra, Maca notó que se ahogaba en aquella mirada llena de amor, sintió que
su corazón se paraba, que dejaba de latir solo un instante para oír el de la enfermera,
fuerte, paciente, acompasado. Sintió como las manos de Esther tomaban su cuerpo,
acariciando su cintura, recorriendo su espalda.

La enfermera aún no podía creer que la estuviese abrazando allí en su apartamento, la


estrechó firme contra su pecho, necesitaba sentirla cerca, tan cerca como fuera posible.
Maca tembló con la convicción de que sus manos lograrían lo imposible, Esther sonrió
al notarlo, disfrutando del maravilloso el momento en el que Maca parecía dejar atrás
sus miedos, sintiéndose flotar, con la esperanza de que conseguiría elevarla en un vuelo
con un único destino, tocar el cielo.

Maca la separó un instante, necesitaba ver sus ojos, perderse en su mirada, jugueteó un
momento con sus manos, con su pelo, sintiendo que no quería dejarla escapar. La
acariciaba temblorosa y Esther se dejaba acariciar sin apartar sus ojos de aquella mirada
penetrante. Sus bocas se buscaron de nuevo, comenzaron a besarse de forma suave,
lentamente, separándose a cada momento, escudriñando en la mirada de la otra si iban
por buen camino, repentinamente, como si ambas hubiesen alcanzado su límite en el
mismo momento, los besos se tornaron más apasionados, luchando sus lenguas en un
baile sensual que las lleva a querer más y más, toda la pasión reprimida, toda la lujuria
empezó a desatarse en aquella habitación.

Maca bajó los brazos de su silla con precipitación, la enfermera al instante cambió de
posición y se sentó a horcajadas sobre ella, temblando, sus manos, su boca, todo su
cuerpo buscaba el de Maca, se detuvo por un momento, mirándola a los ojos, Maca
descifró lo que su mirada quería decirle sin palabras. “Me desea, tanto como yo la deseo
a ella”. Ahora fueron las manos de la pediatra las que buscaban sus curvas, sus caricias,
sus húmedos labios, la buscaba a ella, la que había sido la musa de sus pensamientos
más pudorosos, vanos e imposibles. La buscaba a ella, se entregaba a ella sintiéndose
capaz de todo, ya no tenía miedo, dudas… solo existía ella. Solo ella, solo Esther.

La enfermera se levantó de sus rodillas y la miró sonriente, le dio la espalda y se dirigió


hacia la cama contoneando sensualmente sus caderas, se detuvo, giró su cabeza y la
miró, tendiéndole una insinuante mano, medio de espaldas, mirándola por encima del
hombro, Maca volvió a sentir aquel hormigueo que la recorría, siempre su sonrisa,
siempre ese brillo en sus ojos, avanzó un poco tras ella, excitada con su juego, con sus
movimientos mientras la observaba quitarse la camiseta.…

Esther se sentó en el borde de la cama y extendió los brazos, llamándola insinuante,


Maca respondió avanzando con parsimonia y deteniéndose frente a ella. Esther se
inclinó y volvió a buscarla, buscó sus labios, la besó, le mordió el labio inferior con
dulzura, jugueteando, le encantaba hacerlo y recordaba lo mucho que excitaba a la
pediatra. La cogió de las manos y se las guió por su cuerpo. Insinuante. Maca se detuvo
en sus senos, pequeños, suaves, ahora desnudos sin nada que los escondiese. Los
acarició y tras sus caricias sus pezones se tornaron duros. Esther se agitó nerviosa,
excitada, deseaba amarla desde hacía tanto tiempo que ahora que la tenía allí no sabía
qué hacer, temiendo errar como la última vez, pero Maca, captó al instante lo que le
ocurría y con delicadeza y dulzura, la guió. Esther sonrió agradecida, volvieron a
besarse. La enfermera se retiró hundiéndose en el hueco de su cuello, Maca le acarició
la espalda, perdió las manos en su pelo y con suavidad la condujo hacia su pecho,
fueron ahora sus pezones los que se endurecieron. Esther supo al instante que esta vez
no habría posibilidad de error… ella la guiaba, sus gemidos, sus gestos, le indicaban los
pasos a seguir.

La pediatra bajó sus manos por el cuerpo desnudo de la enfermera, se detuvo en su


cintura, y se inclinó besándole el ombligo, delicadamente, manteniendo sus labios
posados en su vientre, recorriéndolo con su lengua, desabrochó su pantalón con
parsimonia, se aferró a él y echando la silla hacia atrás, la desnudó. Esther tembló solo
de imaginar lo que vendría después.

Maca volvió a ocupar su puesto, la cogió de las manos y la atrajo, besándose de nuevo,
comenzando a recorrer su cuerpo con pequeños besos, deteniéndose otra vez, por un
breve instante, en su ombligo, luego siguió bajando con pequeños besos y mordisquitos,
que provocaron que un gemido escapara de los labios de Esther, Maca levantó los ojos y
la miró, adorando su cuerpo, enarcó las cejas en señal interrogadora, pidiéndole permiso
y, Esther asintió con apremio, “haz lo que quieras”, pensó sin miedo, sin reparos, sin
acordarse de nada más.

Entonces, Maca deslizó una mano entre sus piernas, con suavidad, con delicadeza,
sintiendo que la respiración de Esther se agitaba cada vez más, y que posaba sus manos
en su cabeza retirándole el pelo de la cara para poder verla. Maca levantó de nuevo los
ojos hacia ella excitándose al leer su deseo, al sentir su apremio. Esther murmuró un
suplicante “Macaaaa” y ella, obediente, besó el objeto de su deseo. Esther gimió más
alto y Maca se detuvo apoyando la mano en el hombro de la enfermera empujándola
hacia atrás, con suavidad, Esther sonrió y le acarició la cara, colocándole el pelo tras la
oreja, obedeciendo y tumbándose en la cama apoyada en sus codos mirándola casi fuera
de sí, esperando su boca, sus labios, su lengua. Maca sonrió y no tardó en volver a
besarla, ahora más que nunca su lengua jugaba a acercarla al placer. Esther elevó sus
piernas y la rodeó con ellas. Sus caderas comenzaron a moverse lentamente, todo su
cuerpo se estremeció ante las caricias que le dedicaba su boca.

Maca cesó en sus besos, y comenzó a acariciarla con suavidad, sus costados, su vientre,
sus muslos. Deslizó una mano por su parte interna y Esther jadeó impaciente, deseando
que Maca no jugase más con ella, anhelando sentirla dentro. Sin embargo, la pediatra no
estaba por la labor, continuó con el jugueteo, insinuante y atrevido de su lengua,
acompañado ahora por un dedo, “por favor”, gimió la enfermera y Maca, cumplió su
deseo, se introdujo lentamente en ella, sintiendo como su placer aumentaba
proporcionalmente a la excitación que eso le producía a ella, deseando poseerla por
completo, pero… juguetona, se detuvo de nuevo.

- ¡Macaaaaa….! – protestó la enfermera.


- Espera…., aún no – sonrió con malicia.
- ¡Por favor! – jadeó de nuevo – no puedo… esperar…
- Si puedes… - susurró.

Maca siguió con aquel juego de caricias y besos, que estaban llevando a la enfermera a
un grado de desesperada excitación que nunca recordaba haber sentido. La pediatra
sabía muy bien lo que estaba haciendo, no quería bajo ningún concepto errar y atraer a
la memoria de la enfermera el horror que había vivido y con infinita paciencia, esmero y
dedicación se afanó en ello.

“Macaaaa”, suplicó de nuevo Esther, incapaz de contenerse por más tiempo. Sus ojos se
encontraron, Esther le lanzó una suplicante mirada que Maca recogió al instante y
lentamente, se introdujo en ella, con tanta delicadeza que Esther no se quejó, muy al
contrario, sus gemidos aumentaron e hicieron enloquecer a Maca, que aumentó el ritmo,
más y más, cada vez más rápido, sintiendo su excitación, su boca apretada contra ella se
volvió lasciva, temeraria…
- ¡Macaaaa….! – gimió la enfermera, apretando sus piernas entrelazadas contra el
cuerpo de la pediatra.

Maca sonrió para sus adentros, aquel era el primer “Maca”, en ese tono desesperado, de
los tres que recordaba que Esther pronunciaba siempre. Sabía lo que ocurriría en unos
momentos, ya lo notaba, se retiró un segundo, provocando otra ahogada queja, los ojos
puestos la una en la otra, Esther comprendió que ya no la iba a “torturar” más y abrió
los ojos, expectante, suplicante. Maca esbozó una pícara sonrisa y apoyó sus manos en
las caderas de Esther atrayéndola contra ella, besándola de nuevo, suavemente y poco a
poco aumentando su presión, un nuevo gemido, esta vez mucho más acentuado.

- ¡Macaaaa….! – exhaló desde lo más profundo, “y van dos” pensó la pediatra que
se apretó aún más contra ella, al sentir que su respiración comenzaba a agitarse
avecinando lo inevitable.

Esther, a punto de perder el control, buscó la manos de Maca y entrelazó los dedos
apretando fuertemente, no podía aguantar más, se tumbó completamente y cerró los
ojos, ya no podía mirarla, centrada solo en aquel placer inmenso que tanto había
añorado, sus dedos se crisparon sobre el dorso de las manos de Maca, su espalda se
arqueó, cruzó los pies en la espalda de la pediatra que interpretó la señal a la perfección,
paró un instante, trazando un par de círculos entorno a su presa que provocaron un
gemido desesperado en la enfermera, tras ellos, Maca levantó los ojos para observarla,
dispuesta a no hacerla sufrir más, aumentando el ritmo ligeramente, Esther soltó las
manos de Maca y se aferró a la colcha con los brazos extendidos, la curvatura de su
espalda se acentuó impaciente, entrecerró las piernas y clavó con fuerza sus talones en
la espalda de la pediatra y Maca comprobó, casi sin respiración, que sus caderas
enloquecían.

- Macaaaaaa – la avisó ya sin control, un grito ahogado, un estremecimiento brutal


y, por un momento… el silencio…

La presión de sus piernas disminuyó, poco a poco sus fuerzas parecían haberla
abandonado. Maca levantó su cabeza y allí estaba ella… agotada, casi desvanecida,
temblando, más hermosa que nunca, tan bella como siempre la había recordado, como
tantas veces la había soñado. Maca permaneció unos momentos sin moverse sintiendo
como la intensidad de sus sacudidas disminuía. Despacio, se incorporó del todo, y
Esther emitió un ligero sonido de protesta, sin ni siquiera abrir los ojos. Maca esbozó
una sonrisa de satisfacción, sintiendo que aquella imagen la colmaba de felicidad. Giró
la silla y la puso paralela a la cama, con cierta dificultad se subió a ella, procurando no
romper la armonía del silencio, solo turbado por la respiración entrecortada de Esther,
tumbándose a su lado. Sonriendo ante el calor que desprendía, admirándola en su
plenitud, tranquila, pausada, aún con su corazón latiendo a una velocidad desorbitada,
con los ojos cerrados, la mano sobre el pecho y la otra lasa sobre la cama, sin dejar de
estremecerse, descansando.

Maca permaneció a su lado, cogió su pierna derecha y la colocó sobre la izquierda


acodándose junto a ella de costado, embelesada con su cuerpo, con la perfección de sus
facciones, que permanecían relajadas con una leve sonrisa de satisfacción. Esther sentía
a Maca junto a ella, notaba su olor, su calor, su respiración tan cerca… giró la cabeza y
Maca sonrió, ante la pícara mirada que la enfermera acababa de dedicarle, Esther, no
pudo contenerse más, elevó su cabeza hasta ella y, dulcemente, depositó un beso en sus
labios.

Las manos de Maca se deslizaron de nuevo por su cuerpo desnudo, deleitándose con
tanta belleza. Esther volvió a tumbarse, descansando. Maca se inclinó regalándole un
nuevo beso, Esther la atrajo y la hizo recostar la cabeza sobre su pecho, para hacerla
sentir los latidos de su corazón, abrazada a ella, eternizando ese momento de quietud…

Instantes después Maca se incorporó, apoyando de nuevo la cabeza sobre su mano,


acodada en la cama. Sin dejar de observar y sonreír a la enfermera, con suavidad pasó el
dedo por su piel suave, acariciando su rostro, sus hombros desnudos, sus senos, su
vientre, sintiendo que todo su cuerpo la invitaba de nuevo a amarla. Se inclinó para
besarla. Ambas permanecieron mirándose, con la sonrisa en la cara y el silencio como
cómplice de su amor.

Maca le acarició con ternura la mejilla, los ojos clavados la una en la otra, intentando
adivinar sus pensamientos, la pediatra subía y bajaba con suaves movimientos su dedo
por el rostro de la enfermera, dibujando cada una de sus líneas como si necesitase
grabarlas en su mente para creer que todo aquello era cierto y, muy despacio, comenzó a
besar de nuevo cada centímetro de su cuerpo, con delicadeza, con parsimonia, de detuvo
en su cuello, recreándose, pasando por sus ojos, la punta de su nariz, sus labios, donde
hizo otra parada, saboreándola, y recorriéndola entera, sintió que su piel volvía a
erizarse. La miró divertida, leyendo su deseo, comenzó a bajar por su brazo con
pequeños besitos tomando su mano y besando cada uno de sus dedos, Esther respondió
a esas caricias, volviéndose hacia ella, Maca bajó de nuevo hacia sus pechos,
dulcemente besó cada uno de ellos, mientras las manos acariciaban cada rincón por
donde antes había hecho parada su boca.

Maca sintió que su excitación iba aumentando mientras seguía bajando por su cuerpo,
su cintura, sus caderas, sus muslos… deseaba adentrarse otra vez entre sus piernas, pero
Esther no la dejó, dulcemente, posó su mano en la barbilla de la pediatra y le levantó la
cara hacia ella, sellando sus labios con un tierno beso.

- Ahora me toca a mi… - dijo rompiendo el silencio.


- Cariño, yo… yo no… - intentó negarse, no quería que nada rompiese la maga
que habían logrado crear y no confiaba en sí misma ni en sus capacidad para no
hacerlo.
- Chist… no temas – la besó con dulzura – lo vas a sentir – le aseguró mirándola
con una sonrisa misteriosa llena de deseo – confía en mí – le pidió.

Maca la miró expectante. No era exactamente temor lo que sentía, no sabría explicarle,
solo sabía que anhelaba tenerla de nuevo, anhelaba que Esther la hiciera sentir como
hacia unos instantes y anhelaba que la enfermera se perdiera en ella y la elevara al cielo.
Y su temor, si es que permanecía anidado en ella, solo era que su cuerpo no lo sintiera,
que su cuerpo se rebelara y luchara contra sus deseos. No quería rechazarla como ya
sucediera la última vez, no quería estropearlo todo. Esther adivinó sus pensamientos y le
lanzó una mirada llena de amor y comprensión. “No temas”, repitió junto a su oído en
un susurro, Maca asintió y cerró los ojos, Esther se lo estaba pidiendo con un beso en
cada uno de ellos y nerviosa se decidió a ponerse en sus manos.
Notó como la enfermera se levantaba de la cama, como la acariciaba sentada a su lado,
con suavidad, con delicadeza, como pasaba el dedo por su abdomen consiguiendo
arrancar un estremecimiento de placer y que un leve cosquilleo naciese en su vientre y
subiese cada vez más intenso hasta su pecho, ahora Esther se lo besaba con parsimonia,
deleitándose, recreándose, haciéndola desear un beso intenso, ¡sí! sabía cómo encender
su deseo. Maca, desobediente abrió los ojos, y la vio afanada, mirándola y deteniéndose
con una sonrisa traviesa, su lengua la recorrió con calma, pausadamente…

- Esther… ven…ven aquí – le pidió apremiante, deseaba besarla – quiero sentirte.

Pero la enfermera, sonrió y negó con la cabeza, “ahora me toca a mí”, repitió en su
mirada y Maca la entendió perfectamente. Se levantó y se alejó unos centímetros de su
cuerpo, Maca sintió un frío helador, la necesitaba a su lado y la miró suplicante,
“vuelve”, pensó sentándose en la cama. Esther cambió de lado, y la tumbó con
suavidad, colocándole la almohada como a ella le gustaba. Luego, se situó a horcajadas
encima de Maca y la pediatra la recibió aferrándose a ella, deseosa de besarla, de
sentirla, pero Esther la frenó, con delicadeza la situó de espaldas y con las piernas
abiertas se sentó sobre ella. Maca notaba el calor que desprendía y eso la excitó aún
más. La enfermera comenzó a recorrer con la yema de sus dedos la espalda de Maca,
ahora sí que no había disimulos ni masajes velados, ahora sí jugaba a transmitirle el
máximo placer. Maca giró el cuello deseando un beso que Esther le negó, echándose
sobre ella, recorriendo con su lengua el lóbulo de su oreja y arrancando un nuevo
gemido de la pediatra.

- Bésame – le pidió Maca en tono desesperado.


- Chist… cierra los ojos – le susurró en el oído, besándola en la mejilla.
- Hummm – protestó la pediatra obedeciendo y dejándose hacer.

La enfermera siguió con su juego de caricias y pequeños besos, recorriendo su espalda,


sus hombros, su cuello, sus costados, deteniéndose remolona a la altura de sus pechos,
rozándolos sin llegar a tocar sus pezones, consiguiendo que la desesperación y el deseo
aumentasen de tal forma que Maca se removió bajo su cuerpo, inquieta. Esther sonrió,
estaba consiguiendo lo que pretendía, había leído mucho sobre el tema, la mente de
Maca tenía que jugar un papel especial, un papel diferente a lo que la pediatra había
experimentado hasta ese momento, era su primera vez y Esther sabía la responsabilidad
que asumía, debía amarla como nunca lo había hecho y conseguir que Maca, volviese a
sentir esa sensación.

- Esther… - la escuchó protestar al ver que se detenía.


- ¿Qué? – volvió a susurrarle al oído, dedicándole un nuevo y húmedo beso en el
cuello.
- Necesito que me beses – suplicó.
- Chist… cierra los ojos – repitió por tercera vez y Maca suspiró consciente de
que la enfermera no iba a complacerla.

Esther sabía lo importante que era que Maca estuviese completamente excitada. No
podría sentir un orgasmo como antes, pero sí podía desearla con la misma fuerza y sabía
que estimular sus pechos, sus sentidos, sus deseos y terminar con intensidad en sus
besos era fundamental para hacerla explotar, y para ello era necesario recrearse.
- Esther….
- Espera un poco – musitó melosa, frotando su cuerpo sobre el de Maca que sentía
su calor y eso la enloquecía.

Esther buscó las manos de Maca, echada sobre ella, entrelazó los dedos sobre el dorso
de sus manos, ambas con los brazos extendidos, la enfermera muy despacio la
acariciaba con todo su cuerpo y Maca dejó escapar un nuevo gemido.

- ¿Qué quieres que te bese? – le preguntó susurrante sintiendo un nuevo


estremecimiento del cuerpo que yacía bajo ella - ¿esto? – preguntó paseando su
lengua por la parte posterior de su oreja, sabía lo mucho que excitaba eso a la
pediatra que no pudo contenerse más y apoyando las manos sobre la cama irguió
la espalda lentamente e intentó darse la vuelta.

Esta vez Esther la dejó hacer, leyendo el deseo en sus ojos, ahora sí, se besaron de
nuevo, Maca imprimió a ese beso una gran intensidad, pero Esther la frenó otra vez.

- Espera un poco – le indicó recostándola boca arriba – me toca a mí – sonrió


maliciosa y Maca volvió a suspirar, embargada por un deseo agónico de
poseerla.

Esther se aproximó a su rostro, y Maca sonrió al creer que iba a darle lo que le pedía,
pero la enfermera paseó su lengua con parsimonia por sus labios entreabiertos,
acariciándolos unas décimas de segundo, sin detenerse a hundirse en su boca y Maca
volvió a removerse nerviosa, el cosquilleo de su estómago había crecido de forma
desorbitada, necesitaba ese beso desesperadamente, pero Esther bajó por su cuello,
lentamente, sintiendo que la respiración de Maca se agitaba y comprendiendo que la
estaba llevando a su límite. Era el momento de recrearse en sus pechos, sabía que una
mujer podía llegar al orgasmo si se los estimulan correctamente y sabía que ese era el
camino que debía seguir con ella. Se sentó sobre ella, erguida, Maca la miró expectante,
no sabía que haría ahora pero le daba igual, Esther estaba consiguiendo que se sintiera
en una nube, capaz de cualquier cosa, sus ojos se encontraron y se sonrieron, una con
picardía y malicia, controlando la situación, la otra suplicante y al tiempo sumisa,
dejándola hacer. Estaba en sus manos, aquellas menos que ya estaba deleitándose con
sus pechos. Maca volvió a gemir, y entrecerró los ojos, notando como la boca de la
enfermera se afanaba ahora en ellos, primero sus labios, con pequeños, escurridizos y
húmedos besos que la estaban volviendo loca, luego su lengua recorriéndolos,
recreándose, consiguiendo que llegaran casi a dolerle y luego unos pequeños
mordisquitos, suaves, manteniéndolos en el interior de su boca, acariciándolos con la
punta de la lengua. Maca volvió a agitarse bajo su cuerpo, Esther la estaba
enloqueciendo, estaba segura de que iba a conseguir lo que ella creía que era imposible,
la paró, posando sus ojos sobre las de la enfermera que le sonrió.

- Aguanta un poco – volvió a decirle.

Ahora bajó hasta su estómago, recorriendo su cuerpo, sus manos posadas en los
costados luego en sus pechos mientras su lengua recorría su abdomen y se perdía en su
ombligo, bajando hasta el límite, más allá Maca no se enteraría y ella no quería que la
pediatra pensase en ello. Se detuvo de nuevo, mirándola, recreándose en su belleza,
percibiendo el temblor que se estaba apoderando del cuerpo de la pediatra, que esperaba
ansioso y sentía cada vez más un placer intenso. Maca parecía no poder aguantar más,
pero la enfermera continuaba recreándose en ella, volvió a besar sus senos y arrancó un
nuevo gemido que rompió el silencio de la habitación, y prendió otra vez la excitación
de Esther, que se echó sobre ella rozándola con todo su cuerpo, regateándole ese
ansiado beso y comprobando que Maca, alcanzaba tal grado de excitación en la espera,
que comenzaba a temblar.

Y entonces sucedió, Esther se aproximó a ella y la besó, acompasando el ritmo de su


lengua al de todo su cuerpo, que se frotaba sobre ella, lenta y pausadamente al principio,
con más rapidez e intensidad, después. Se detuvo un instante, sus ojos clavados la una
en la otra, Maca la miró casi desconcertada, sin comprender aquellas sensaciones que
experimentaba su cuerpo, sin poder controlar aquel temblor.

- Creo que voy a …

Esther asintió con una leve sonrisa, “yo también” dibujaron sus labios y volvió a
perderse en su boca, acompasándose de nuevo, logrando que Maca la siguiese, se
aferrase a ella, buscando el pleno contacto, presionando con las palmas de sus manos la
espalda de Esther, que sin poder contenerse más, gimió y aceleró su ritmo más y más
hasta que convulsionó sobre ella, Maca sintió aquel temblor como propio, y se dejó
arrastrar por él, convirtiéndolo también en suyo, ahora fue su garganta la que anunció lo
que experimentaba su cuerpo, las yemas de sus dedos las que se hincaron en la espalda
de la enfermera. Volvieron a mirarse un momento, temblando ambas y al unísono
sintieron un placer infinito que les cortaba la respiración y se extendía por cada poro de
sus cuerpos, los brazos en cruz, las manos entrelazadas, los cuerpos unidos y un beso
intenso que las llevó a alcanzar un éxtasis que ninguna recordaba haber sentido,
consiguiendo una unión perfecta, la unión de dos almas que se amaban más allá de sus
cuerpos.

De nuevo el silencio, solo roto por los latidos de sus corazones que parecían retumbar
por todo el dormitorio, sin dejar de mirarse, tumbadas una sobre la otra, profiriéndose
tiernos besos, exentos ya de pasión, solo llenos de amor, apenas sin fuerzas, sin deseos
de moverse, solo dulces y cortos besos, recuperando el ritmo de sus corazones,
recuperando el aliento, solo miradas y besos, incapaces de articular una palabra,
volviendo a atar la cordura, deleitándose con sus miradas, sin nada que rompiera ese
momento.

Maca la miró y volvió a sonreír, dándole otro tierno beso. Esther, sonría también, pero
tenía la sensación de que tras esa expresión agradecida de la pediatra había una sombra
que no era capaz de interpretar.

- ¿Todo bien? – le preguntó acariciando su mejilla con delicadeza.


- Todo ¡perfecto! – la besó de nuevo, disipando las dudas de la enfermera, luego
se separó y esbozó una sonrisa – ¿y tú? – preguntó mostrando un deje de temor.
- ¿Yo? – sonrió sorprendida de que le preguntara - ¿tú que crees? – dijo burlona.
- No sé… - suspiró - tenía miedo de… hacerte daño – reconoció enarcando las
cejas y retirándole el pelo de la cara situándoselo tras la oreja.
- ¿Daño? – repitió perpleja sin comprender el porqué de ese temor.
- Sí – admitió de nuevo, ladeando levemente la cabeza en un gesto de
circunstancias, desnudando la timidez que le producía hablarle de aquello.
Esther sonrió y le acarició la mejilla, comprendiendo inmediatamente a qué se
refería.
- Eso es imposible – le dijo con énfasis - ¡has sido…! – se detuvo incapaz de
definir con unas simples palabras lo que le había hecho sentir - no te recordaba
tan dulce, ni tan tierna.
- ¿Ah, no? – preguntó apretando la boca en una mueca socarrona.
- No – sonrió de nuevo con ojos bailones - ¡y me encanta! – exclamó besándola de
nuevo sin dejar de abrazarla.
- ¿Sabes? había pensado tantas veces en… en esto – confesó dejando perpleja a
Esther y a un tiempo llena de esperanza por lo que significaba aquella revelación
- …. que… no sé… me parece… ¡tan increíble! – exclamó con tanto entusiasmo
que Esther mostró la felicidad que sentía de escucharla decir aquello con una
enorme sonrisa y un brillo intenso en su mirada, que se cruzó con la de Maca y
de nuevo tuvo la sensación de que había un velo extraño en ella.
- ¿Qué piensas? – le dijo al ver que la pediatra no dejaba de observarla, abstraída.
- En… que ya nunca tendré que volver a soñarte – le confesó con una nueva
caricia, mirándola agradecida.
- ¿Me soñabas?
- Sí – admitió.
- ¿A menudo? – insistió con curiosidad.
- ¡Siempre! – exclamó – y no quiero tener que volver a hacerlo… ¡nunca!
- ¿Nunca? – preguntó con una simple palabra llena de contenido.
- ¡Nunca! – respondió con seguridad y fuerza colmando de satisfacción a la
enfermera. Maca había tomado una decisión, la decisión de compartir su vida
con ella.

Continuaron en silencio solo mirándose y propinándose alguna leve caricia y algún


suave beso, durante casi media hora más. Esther no podía creer que aquello fuese real,
que su sueño se hubiese cumplido y Maca solo pensaba en ella, en la suerte de tenerla a
su lado, en la sensación de paz que le transmitía y lo segura que le hacía sentir aquel
abrazo, en que podría cerrar los ojos y sentir que había nacido para eso, para estar junto
a ella toda la vida.

Con un profundo suspiro, Maca se levantó y fue al baño, sin mediar palabra. Esther la
observó subir a su silla, y salir de la habitación, luego hizo lo propio, se puso una
amplia camisola y se asomó al gran ventanal, con los brazos cruzados sobre el pecho,
pensativa. No dejaba de darle vueltas a aquella sombra que había adivinado en los ojos
de la pediatra, y creía intuir a qué se debía. A pesar de sus esfuerzos, a pesar de que
Maca le había asegurado que todo estaba bien y de que ella debía creerla, estaba
convencida de que no había conseguido que Maca no echase de menos ciertas cosas,
tenía que ser eso, aunque por otro lado la pediatra parecía contenta, más que contenta,
quizás solo eran imaginaciones suyas, fruto del miedo que sentía de no ser capaz de
hacerla feliz. Suspiró de nuevo e hizo un esfuerzo por recordar todo lo que había leído,
paso por paso, y se dispuso a lograr que la pediatra no olvidase aquella noche y borrar
de su mirada ese halo que la enturbiaba.

Cuando Maca regresó, Esther, estaba aún asomada al inmenso ventanal, permanecía con
los brazos cruzados sobre el pecho y la vista perdida en las lejanas luces de la ciudad.
Maca se detuvo, observándola reflejada en el cristal, le dio la sensación de que estaba
preocupada por algo y se temió ser ella el motivo que causaba esa expresión de seriedad
en su rostro.

Lo último que deseaba era hacerla sufrir, hacerle daño. Sintió la necesidad imperiosa de
correr a su lado, disipar aquello que la preocupaba, pedirle que confiara en ella,
acariciarla con mimo y dulzura, sentarla en sus rodillas y decir las palabras mágicas que
lograran hacer brotar la alegría en su corazón, asegurarle que esas voces que la
atormentaban ella las haría callar para siempre, querría correr hasta ella, llenarla de
besos y regalarle lo único que podía ofrecerle, gotitas de su amor. Sin embargo, se
mantuvo en silencio, con la vista clavada en ella, disfrutando de su cuerpo, de su belleza
y de todo lo que la hacía sentir.

- Princesa – oyó que Maca la llamaba a su espalda y se giró con una sonrisa de
satisfacción en los labios, ¡había deseado tanto volver a escuchar de su boca eso!
se acercó a ella y se arrodilló a su lado sin dejar de mirarla, embelesada,
olvidando sus miedos.
- ¿Ha vuelto… mi Maca? – le preguntó al comprobar que la llamaba como hacía
años.
- Con toda su fuerza – susurró besándola de nuevo – pero…
- ¿Pero qué? – la interrumpió con temor.
- Atente a las consecuencias – sonrió burlona señalándola con el dedo – has
despertado al monstruo – la avisó bromeando.
- ¿Sabes cuánto he deseado escucharte llamarme así? – le preguntó con una
mirada tierna, llena de amor.
- ¿Princesa? – preguntó a sabiendas de que era eso, Esther asintió – princesa,
princesa – repitió, susurrando, insinuante, junto a su oído.
- Te quiero – le dijo cogiendo su cara y besándola de nuevo – y quiero que todo
sea perfecto, quiero que tú sientas que lo es, que …
- Tranquila, princesa – le susurró de nuevo al oído comprendiendo lo que quería
decirle – lo ha sido, ¡más que perfecto! – exclamó cogiendo su cara con ambas
manos y con suavidad la atrajo besándola y recreándose en ese beso - ¡gracias!
¡gracias por todo! – exclamó con tanta fuerza que Esther ladeó la cabeza
negando levemente, mostrándole su disconformidad con aquellas palabras, ¡no
tenía que darle las gracias por nada!
- Vamos a la cama, no quiero que te enfríes – le dijo con una enorme sonrisa al
ver aquella mirada limpia de nuevo que tanto amaba.
- Te aseguro, cariño, que estoy muy lejos de enfriarme – respondió burlona, con
una mueca divertida y picarona dibujada en su cara.
- Maca… - la reprendió igualmente feliz, tumbándose y golpeando en el lado de la
cama para que Maca hiciese lo propio. La pediatra se tumbó junto a ella y Esther
apoyó la cabeza en el codo y la observó con calma, disfrutando de tenerla allí, en
su cama, mirándola a los ojos. A pesar de las horas transcurridas seguía aún sin
creerlo.
- Me das tanta paz – le dijo la pediatra intentando hundirse en la profundidad de
aquellos ojos que la observaban agradecidos.
- Y tú a mí – suspiró sintiéndose igualmente segura a su lado.

Maca tenía la sensación de que cogida de su mano podía caminar por la vida sin miedo,
con seguridad. Esther no tenía ni idea de cómo la había hecho sentir, de cómo había
enaltecido su alma, elevado su ánimo y dado la convicción de que podría lograr lo
imposible, siempre que estuviese junto a ella. La pediatra la observaba sonriendo segura
de haber nacido para estar juntas y ahora que por fin se había atrevido a reconocerlo no
iba a consentir que hubiera poder en el mundo capaz de separarla de nuevo de ella.

Esther la miró divertida y satisfecha de ver que aquella sombra parecía ausente en sus
ojos. Se acercó a su boca y remolona le regateó el beso que Maca esperaba, solo
rozando la mejilla con sus labios, comenzando con un juego de caricias que con
parsimonia se iban tornando cada vez más atrevidas y que la pediatra, no solo no
rechazaba, sino que secundaba con mayor arrojo.

- ¡Ay! – exclamó Esther con un deje de dolor - ¿qué… es esto que…? ¡me he
pinchado!
- ¿Pinchado? ¿no será un bicho? ¿te ha picado? – se sentó Maca con agilidad
asustada con esa posibilidad, intentando apartar del todo la sábana.
- En mi casa no hay bichos – respondió mostrando un ligero enfado que no sentía,
divertida con la expresión mezcla de asco y terror que tenía puesta la pediatra
que parecía dispuesta a saltar a su silla – y quita esa cara que no puede ser
ningún bicho.
- Perdona… - musitó al ver que se burlaba de ella.
- A ver qué… – dijo moviéndose y sacando algo de debajo de su cuerpo - ¡tu
labranza! ¡se te ha caído! – sonrió levantando la mano de Maca y observando su
muñeca, libre al fin.
- Si – murmuró con una sonrisa enarcando los ojos, aliviada al ver de que se
trataba.
- ¿Se puede saber lo que deseaste? – le preguntó en un tono ligeramente burlón.
- ¿Tu qué crees? – le preguntó a su vez socarrona e insinuante.
- ¡No me lo puedo creer! ¿en serio pediste que tú y yo…! ¿qué nosotras…?
- Si – confesó atrayéndola y volviendo a besarla - ¡claro que sí! – suspiró
clavando su intensa mirada en la de Esther que se estremeció al leer la avidez de
sus ojos.
- ¿Y me has tenido todo este tiempo intentando que tú…?
- Si – sonrió picarona y la besó de nuevo, acariciándola con delicadeza, levantó la
sábana intentó ver el tobillo de la enferma – ¿y la tuya? – preguntó - ¿se te ha
caído?

Esther movió la pierna y le mostró la suya perfectamente anudada entorno a su tobillo.


Maca frunció el ceño y torció los labios en una mueca de desencanto.

- ¿Se puede saber qué pediste tú? – preguntó ligeramente defraudada, ¡le hubiera
gustado tanto saber que habían deseado lo mismo!
- No – sonrió – recuerda que si te lo cuento, no se cumple.
- Ya… - dijo con aire de decepción.
- ¡Vamos, Maca! ¿no me irás a decir que crees en estas cosas? – le preguntó al ver
que había adoptado un aire de tristeza. “Te diría lo que deseé pero quiero que se
cumpla”, pensó clavando sus ojos en los de la pediatra “deseé que volvieras a mi
vida, ¡qué fueras mía para siempre!”.
- No… claro que no… pero… tú….
- ¿Yo…? – preguntó mirándola a los ojos intensamente “yo quiero más”, pensó
Esther, “quiero que me abraces fuertemente, quiero dormirme en tus brazos,
quiero soñar en ellos que…”.
- ¿Qué estás pensando? – le preguntó al ver aquella expresión.
- ¡Nada! – se apresuró a responder enrojeciendo levemente.
- Creí que la palabra nada estaba prohibida en nuestros paseos – le recordó la
pediatra.
- Pero esto no es un paseo.
- ¿Estás segura? – sonrió maliciosa – entonces supongo que no quieres que vuelva
a pasearme por tu cuerpo, que no pensabas en que querías más…. – se aventuró
casi segura de no errar, conocía al dedillo cada gesto de la enfermera y se
ratificó en que no había fallado – y… que tampoco pensabas en que te gustaría
que te estreche fuertemente, ni en dormirte en mis brazos…
- ¡Ya vale! – saltó sonriente - ¿se puede saber cómo lo haces?
- ¿Cómo hago el qué?
- ¡Leer mi mente con esa facilidad!
- De facilidad, nada, qué vaya días que me has hecho pasar, me has tenido, como
diría tu Germán, ¡más perdida que el barco del arroz! – río, remedándolo y
repitiendo una de las frases del médico.
- Muy lista eres tú – la acusó recorriendo su pecho con el dedo índice y clavando
en ella una mirada traviesa - adivina qué estoy pensando ahora.
- Eso es fácil – sonrió con suficiencia.
- Ah… ¿sí! ¡adivínalo!
- Humm – frunció el ceño pensativa, en un cómico gesto haciendo como que leía
su mente - … deseas que bese esos labios que me vuelven loca – le dijo
buscando sus labios.
- No, no – sonrió, negando con la cabeza tras perderse en ese nuevo beso.
- Que… quieres que bese esos ojitos que no paran de reír – continuó atrayéndola y
besando primero uno y luego el otro, con mimo y parsimonia, disfrutando de
cada roce con ella.
- No… no – siguió negando con la cabeza sin borrar la sonrisa de su cara.
- Que… mi niña quiere un mordisquito en su orejita – aventuró jugueteando con
su lóbulo.

Esther negó con la cabeza por tercera vez, gimiendo ante el recorrido de la lengua de
Maca por su oreja y divertida con sus intentos. Maca se retiró de ella y enarcó las cejas,
expectante.

- Me rindo... ¿qué es lo que pensaba mi princesa? – le preguntó melosa


impostando la voz.
- Pensaba en que, cuando me duerma en tus brazos, me gustaría soñar con que
esto es para siempre – la miró poniéndose seria y Maca imitó su gesto, podía
adivinar lo que seguiría aquellas palabras, las esperaba desde que la viera
asomada a la ventana con aquel aire de melancolía y seriedad - con que no
tenemos otras vidas, sino ésta, la nuestra, con que nuestro amor no se acabará al
volver a Madrid y que el rayo de luz que das a mi vida nos va a envolver a las
dos – confesó incorporándose sobre un codo dejando su rostro por encima del de
la pediatra que la escuchaba con atención.
- Esther….
- Maca – la interrumpió sonriendo, indicándole que no estaba dispuesta a
estropear la noche con exigencias ni reproches, todo lo contrario - sé que llegará
el día en que te levantes de esa silla, Maca, estoy tan convencida como que tú y
yo estamos aquí, abrazadas, y… ese día, quiero seguir junto a ti, dándote la
mano, apoyándote en tus primeros pasos y que comencemos juntas a andar ese
nuevo camino.

Maca la miró intensamente, esbozando una sonrisa que a Esther se le antojó misteriosa,
teñida de un velo de tristeza que no comprendía. Sus ojos se humedecieron con aquellas
palabras, emocionada. Se abrazaron de nuevo. Y Maca pensó en los bonitos que eran
esos sueños pero también en que sabía que nunca dejarían de serlos, “sueños, solo
sueños”, pensó con rabia.

Esther no sabía leer su gesto y la pediatra canalizó aquella rabia interna que le producía
la impotencia de lo que no podría ser por mucho que lo desease, de lo que no controlaba
ni de su cuerpo ni de su vida, en una pasión desmedida que sorprendió agradablemente a
la enfermera que se entregó sin reparos a ella, esta vez Maca llevó la voz cantante, la
recorrió como solía hacer antaño. Esther disfrutaba de aquellas caricias, casi incapaz de
controlarse, sintiendo lo excitante y maravilloso que era aquel juego que prevalecía
sobre la excitación desmedida que Maca le producía.

La pediatra se manejó con una pericia que nunca dejaba de sorprender a Esther,
acercándose insinuante, deseosa y retirándose sin apenas un roce, enloqueciéndola,
haciéndola palpitar de nuevo. Maca buscaba sin descanso la suavidad de su piel y
Esther se estremecía disfrutando de aquella pasión desbordante que estaba derrochando
la pediatra. Nunca nadie la había tocado de esa manera, sus manos paseaban, seguras y
firmes de no errar, por cada una de las áreas que más placer y excitación le procuraban y
Maca conocía todas y cada una de ellas, recorriéndolas con calma, saltando siempre en
el mismo punto, en el que más anhelos concentraba la enfermera, jugando con ella,
haciéndola sentir que pronto alcanzaría lo que tanto deseaba, y retirándose una y otra
vez.

- Maca… - jadeo incapaz de aguantar más aquella borrachera de caricias, aquella


presión y aquel calor que crecía de forma desmesurada.

La pediatra levantó la vista hacia ella y se detuvo, leyendo el deseo desmedido en sus
ojos, viendo como los cerraba anhelando que la elevara sin más dilación de nuevo al
cielo, sin embargo, permaneció inmóvil esperando su petición agónica y la enfermera
abrió de nuevo los ojos, impaciente.

- Maca….
- Mírame – le pidió con una sonrisa maliciosa – mírame – repitió en un susurro
insinuante con aquel tono de voz que Esther tanto había añorado y que la
excitaba estuviese donde estuviese.
- Maca… - repitió con un deje de reproche velado, que escondía y al tiempo
intentaba disimular su apremio, casi fuera de sí, incapaz de obedecer, deseando
volverla a sentir en ella, en esa comunión perfecta que la mantenía en las nubes.

Maca volvió a sonreírle, con los ojos clavados en ella, con agilidad se arrastró
situándose encima de Esther, regalándole una leve caricia con todo su cuerpo que se
apoyaba sobre sus brazos, para no dejarse caer. Esther ni siquiera era capaz de reparar
en aquella fortaleza y agilidad que mostraba la pediatra concentrada en sus manos, en su
boca, en su cuerpo que ahora reptaba sobre ella, arrancándole unas sensaciones
indescriptibles, jamás sentidas hasta entonces. Una nueva caricia de sus pechos, su
vientre y un beso tierno, intenso y demasiado fugaz que encendió aún más el deseo de la
enfermera que se aferró a ella intentando atraerla sobre sí, necesitando fundirse con ella.
Maca perdió su rostro en su pelo, en su piel perfumada y volvió a rozarla suavemente
con su cuerpo.

- Buenas noches – le susurró melosa en la oreja retirándose de nuevo. Observando


extasiada y al tiempo divertida, el cuerpo de la enfermera sobre la cama, su
maravilloso cuerpo que temblaba excitado y su expresión desesperada e
incrédula.
- ¿Qué? – jadeo, sujetando el rostro de Maca con ambas manos para mirar sus
ojos, temerosa de que fuera cierto aún a sabiendas de que formaba parte de aquel
juego pactado por ambas y, respirando aliviada al leer su burla en ellos, al ver la
mueca de sus labios que se abrían insinuantes, juguetones… le devolvió la
sonrisa, se elevó para perderse en su boca y, retirándose, musitó un suplicante –
¡por favor!
- Espera – habló igualmente bajo y Esther lanzó un suspiro tan profundo que
Maca supo que su petición era inútil, simplemente no era capaz de esperar más y
eso lograba que ella se sintiese con un poder embriagador, amada y deseada al
mismo tiempo, que su corazón se desbocase deseando enaltecerla y elevarla.

De nuevo un cruce de miradas desveló los secretos de la otra. Con una sonrisa pícara
Maca accedió a un nuevo acercamiento, sus labios se fundieron en un beso mucho más
intenso que pronunciaba a gritos sus deseos; su cuerpo la rozó con esa misma
intensidad, y permaneció sobre ella, inmóvil, sintiendo el calor mutuo, ojos con ojos,
labios deseando su par. Esther se removió en un espasmo incontrolable fruto de la
pasión y el deseo refrenado. Maca sonrió y se recostó a su lado, perdiendo la mano en
su suave pelo, masajeando su nuca, y atrayéndola de nuevo a su boca. Esther se abrazó a
ella, intentando fundirse con su cuerpo, ávida de ella, sintiendo que ni podía, ni quería
separarse de aquel cuerpo al que amaba y que la amaba, ni un solo instante.

- Macaaaa – gimió ante las caricias atrevidas que la pediatra comenzó de repente
y que frenó en seco en cuanto vio que la enfermera cerraba sus ojos dispuesta a
dejarse arrastrar definitivamente – Macaaaa… – protestó de nuevo.

La pediatra asintió, decidida a satisfacer su petición, dispuesta a no hacerla esperar más,


insinuante y parsimoniosa volvió a bajar. Esther sentía que aquellos segundos se hacían
eternos, esperándola. Maca hubiera prolongado aún más aquellos instantes en los que
disfrutaba sobremanera de la maravilla de rozarla, de hacerla enloquecer y gozar, pero,
ahora sí, viéndola estremecerse, incapaz de contenerse, sabía que no debía detenerse por
más tiempo.

Levantó la vista un instante, regodeándose en su belleza, en la excitación que


desprendía cada poro de su cuerpo y del que ella y solo ella era la responsable. Esther
permanecía con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, la espalda ligeramente
arqueada, aguardando impaciente, mientras un leve temblor se apoderaba de su cuerpo.
Maca la noto suspirar. Su aliento la llenaba de satisfacción, también ella se estremeció
sin control, sintiendo toda su alma conmoverse ante aquel roce suave que poco a poco
fue aumentando en ritmo e intensidad, entregándose a ella como si fuera la última vez
que fuera a hacerlo, en cuerpo y alma, con solo una idea, colmarla como ella la
colmaba, perdiéndose en la inmensidad del amor que le regalaba, comenzando a rozarla
con suavidad, calibrando cada movimiento, cada caricia, cada gemido proferido por su
garganta, cada leve quejido de impaciencia, perdiéndose de nuevo en ella, siendo
recibida por un estremecimiento más violento, por pequeño grito de placer.
Inmediatamente supo que estaba a punto, elevó sus piernas sobre ella, moviéndose al
ritmo de su respiración cada vez más agitada. Esther sintió que ondas de calor recorrían
todo su cuerpo, ondas que partían y terminaban en ella, en Maca. Sin poderlo evitar
situó sus manos en la cabeza de la pediatra, perdidas en su pelo, acompasándose a su
ritmo, sin querer tomar el mando como su cuerpo comenzaba a exigirle, dejándola
hacer, dejándola que con sus manos la elevara más y más alto, cada vez con más y más
intensidad….

- Macaaaaaa - gritó sin poder resistirlo más, apretando su cabeza contra ella y
enloqueciendo de nuevo. Ahora sí, un grito elevado rompió el silencio de la
habitación y enardeció la piel de la pediatra que se erizó al tiempo que sentía que
esa electricidad también la recorría a ella.

Maca permaneció unos segundos inmóvil, disfrutando de esas sensaciones, sintiéndola


palpitar y, luego, se retiró con suavidad. Esther, intentó alcanzar su rostro para
acariciarla pero había terminado tan extenuada y satisfecha que apenas podía moverse,
se sentía casi desvanecida, no entendía cómo estaba sucediendo aquello, como cuando
creía que nada podría superarlo llegaba Maca y la hacía sentir que se elevaba aún más,
mucho más alto y que era ella la que la mantenía allí, en aquella altura de la que no
querría bajar nunca.

Aún agitada y sin fuerzas, extendió sus brazos con la intención de abrazarse a ella,
necesitaba sentirla, besar aquellos labios que le habían regalado tanto placer. Necesitaba
devolverle cada beso, cada caricia, para lograr el objetivo que se había propuesto
minutos antes, y conseguir arrancar de la pediatra aquella exclamación que aún no había
sido pronunciada y que retumbaba ausente en sus oídos, pero su intento de hacerlo fue
frenado con una inmensa ternura por Maca.

- Espera, cariño, descansa un poco – le pidió, consciente de su estado, apoyándola


sobre su pecho, haciéndola escuchar su corazón agitado, para que viera que ella
también había volado, que no necesitaba nada más, besándola en la frente con
dulzura y acariciándole el antebrazo, mientras perdía la otra mano en su pelo con
suaves masajes – descansa mi amor – repitió melosa, bajando hacia su boca y
depositando un leve beso, al tiempo que tiraba de la sábana y la cubría con ella.

Esther obedeció con la intención de continuar amándola tras unos segundos de


descanso, pero fue incapaz, Maca la había dejado sin fuerzas y tardó un minuto en caer
dormida con la cabeza apoyada en el hombro de la pediatra, la mano sobre el pecho, y
una pierna sobre las de Maca. La pediatra permaneció despierta, incapaz de conciliar el
sueño, recordando cada sonrisa, cada caricia, cada beso, sintiéndose flotar en un estado
de satisfactoria euforia que la colmaba de felicidad, con la sensación de que su olor, su
sabor permanecían en ella, en cada poro de su cuerpo, satisfecha de haber sido la
causante de ese brillo especial de sus ojos, de ese sueño profundo y tranquilo, al fin
libre de temores y pesadillas.
La acarició con suavidad, deseando poder amarla todos los días de su vida, y dispuesta a
lograr que fuera así, costase lo que costase. Se inclinó levemente y pronunció aquello
que tantas veces había deseado oír la enfermera.

- ¡Te amo! – susurró sin obtener respuesta, dando fin al que había sido, sin duda
alguna, el mejor día de su vida, sonriendo y disfrutando de tenerla dormida e
indefensa entre sus brazos, regodeándose en ese abrazo que hizo renacer su
instinto protector, haciéndola sentir la mujer más amada y feliz del mundo.

* * *

A la mañana siguiente, Esther despertó con la sensación de haber descansado mejor que
nunca, se sentía completamente relajada, seguía abrazada a Maca y disfrutaba del roce
con su cuerpo, con su calor, con el ritmo cadencioso de su corazón, con sus manos
posadas sobre ella, dándole la seguridad y la calma que tanto había necesitado.

Permaneció unos segundos regodeándose en esa sensación, cerciorándose de que era


cierto, de que estaba en Kampala abrazada a ella, de que no era una ilusión de su mente
como en otras tantas ocasiones, de que, efectivamente, Maca estaba allí junto a ella,
podía sentir su aliento, el sabor de sus besos perdurando en su boca, aquel calor que la
fortalecía, tranquilizándola, y que se extendía por todo su cuerpo, inundando su alma.
Sonrió evocando cada segundo de los vividos la pasada noche, recordando como la
había seguido deseando y amando en sueños, suspiró levemente, sintiendo que por
primera vez en años su alma descansaba, reconfortada y saciada en aquel amor que
tanto había anhelado, olvidando todas las penas, todos los miedos, todos los traumas
que la pediatra se había encargado de alejar con cada caricia, con cada beso, llenando de
ternura cada segundo compartido, sintiéndose feliz, henchida, con la sensación de que
todo era maravilloso, de que la vida era maravillosa, sin ningún resquicio de temor ni
recelo, Maca había conseguido borrar con su entrega todas sus dudas, y estando segura
de que aquel amor era eterno, de que siempre lo había sido y nunca iba a dejar que, nada
ni nadie, volviera a hacerla creer que no era así.

Se movió levemente, con cuidado de no despertarla, deseaba contemplar toda su


belleza, levantó los ojos para verla dormir, pero su sorpresa fue mayúscula al comprobar
que era ella la observada. Maca tenía la vista clavada en su rostro, con aire pensativo.

- Buenos días – le dijo Esther sonriente - ¿ya estás despierta?


- Si – le devolvió una sonrisa que a Esther se le antojó de tristeza, “no he pegado
ojo en toda la noche”, pensó Maca.
- ¿Qué pasa? – se incorporó, mirándola con preocupación, su rostro pálido y
demacrado, las ojeras nuevamente marcadas, le hicieron sospechar que algo no
iba bien y un miedo que la helaba y paralizaba se extendió por su cuerpo
esfumando el bienestar que sentía - ¿te… te arrepientes? – le preguntó,
titubeante, con temor, creyendo que era eso lo que ocurría.
- Nunca me arrepentiré de estar contigo – le dijo apretando los labios, negando
con la cabeza y acariciando con ternura su mejilla, pero manteniendo ese gesto
pensativo que tanto desasosiego producía en la enfermera. Esther sonrió, más
tranquila, pero frunció el ceño levemente, sin tenerlas todas consigo.
- ¿Y de amarme? – preguntó melosa recorriendo con el dedo índice el pecho de
Maca bajando hasta su ombligo, insinuante, decidida a no dejarse arrastrar por
sus miedos - ¿te arrepientes de amarme? – le preguntó clavando sus ojos en los
de ella.
- ¡Jamás! – dijo con énfasis. Atrayendo a la enfermera hacia sí y besándola
apasionadamente – esto es lo que me arrepiento – sonrió maliciosa comenzando
a acariciar uno de sus pechos con suavidad, para ir bajando progresivamente,
Esther lanzó un leve gemido y entrecerró los ojos.
- Maca… - protestó levemente, sin convicción alguna, satisfecha con la respuesta.
- ¿Hummm? – preguntó insinuante sin dejar de acariciarla.
- ¿Por qué no has dormido? – inquirió con un leve jadeo provocado por aquellas
manos que ya estaban encendiendo de nuevo su deseo.

Maca la miró y detuvo sus caricias, con suavidad levantó la barbilla de la enfermera y
clavó sus ojos en ella. Esther leía en ellos la confirmación de sus palabras, pero temía
que las que siguieran desdijeran las anteriores. Temía que todo quedase en un bello
sueño de una noche.

Maca lanzó un leve suspiro comprendiendo sus temores, clavó sus ojos en ella, durante
un instante de silencio que a Esther se le hacía eterno. Maca seguía con sus ojos
clavados en ella, pensativa, la pediatra había ido viendo como la luz del día diluía poco
a poco esa aura mágica que crearan entre ambas la noche anterior, esa luz que había
dado paso a la realidad y a la consciencia de que nada sería fácil cuando regresaran,
tenía que resolver muchas cosas de su vida pero ahora se sentía con fuerzas para
hacerlo. Era muy consciente de ello pero estaba decidida a que eso no afectase en lo
mas mínimo a la enfermera y a disfrutar junto a ella de los días que le quedaban. No
quería ver esa mirada temerosa, ese desasosiego en sus ojos, quería ver de nuevo ese
brillo especial, esa sonrisa embriagadora y sentir sus besos, sus manos, imbuirse de su
alegría y sumergirse en esa sensación de felicidad. Sin dejar de observarla, esbozó una
sonrisa burlona, imaginando a qué se debía aquella expresión anhelante, suponiendo que
sentía miedo, el mismo miedo que ella y dispuesta a disiparlo, por completo.

- ¿No me vas a responder? – insistió Esther, impaciente y cada vez más temerosa
de su respuesta, ante esa mirada y ese silencio. Segura de que Maca estaba
pensando en su mujer y que se arrepentía de todo a pesar de haberlo negado.
- ¿Tú qué crees? – susurró al fin.
- No sé… - dudó intentando leer sus ojos que se le antojaban más misteriosos y
oscuros que nunca.
- Pero… ¿qué crees?
- No sé… - repitió sin atreverse a revelarle sus temores, sintiendo que los nervios
se apoderaban de ella.
- No quería dormir – le dijo con una sonrisa y voz cadenciosa – quería disfrutar de
tenerte en mis brazos, no quería perder ni un segundo de esa sensación…. – la
miró fijamente y Esther sintió una euforia especial, sus temores se esfumaron tan
rápidamente como aparecieron y sus ojos mostraron la felicidad que sentía
brillando y abriéndose de tal forma que Maca apretó los labios en una mueca de
satisfacción.
- ¿Sabes! temía que…
- No – la interrumpió adivinando sus pensamientos – no temas nada – dijo con
suavidad, acariciando su mejilla - no quiero pensar en nada ni nadie, solo en
ti…. quiero estar siempre así… contigo – reconoció besándola de nuevo y
reanudando el suave recorrido por su cuerpo.
- Pues… no va a poder ser – sonrió lanzando un suspiro de resignación, ¡ella
deseaba exactamente lo mismo! Si Maca no pensaba en Ana no sería ella la que
sacase el tema y estropease todo, aunque no podía evitar la sensación de que su
sombra se cernía sobre ellas y que de un momento a otro emergería para tirar
hacia abajo y hacerla descender de la nube en la que Maca la mantenía flotando.
- ¿Por qué? – preguntó con un deje de decepción, besándola melosa e insinuante.
- Maca…, porque….tenemos que irnos – protestó cogiendo la mano de la pediatra
que se había detenido en el bajo vientre recorriéndolo con lentitud de derecha a
izquierda.
- ¿Irnos! aún nos faltan varios días para volver – le susurró – y tengo un plan.
- ¿Un plan?
- Sí, quiero quedarme aquí, contigo, encerrada… - la besó de nuevo y bajó la
mano hacia su muslo, acariciando la parte interior, subiendo peligrosamente.
- Maca… - gimió en tono de protesta – tenemos que ir al campo, quedé allí con
Germán, se preocuparan si… – un nuevo beso la hizo guardar silencio durante
más de un minuto – Maca... – suspiró - tenemos que ducharnos las dos y…. –
dijo cada vez con menos convicción ante aquellas caricias que la estaban
haciendo perder la razón – además, quiero que conozcas a alguien que vive en
Jinja.
- No quiero conocer a nadie – respondió rápidamente, volviendo a besarla – solo –
otro beso - quiero – de nuevo la besó - estar contigo.
- Maca…. – protestó – no seas huraña, te va a encantar conocer a Wilson.
- ¿Wilson? – preguntó interesada por la coincidencia, separándose de ella y
mirándola interrogadora con las cejas levantadas.
- Si – exhalo un suspiro seguido de un profundo gemido al tiempo que abría los
ojos desmesuradamente - ¡Maca!.... – exclamó al sentir de nuevo su mano.
- ¿Qué? – le susurró en el cuello con los ojos más bailones que Esther le hubiera
visto nunca – si no te gusta…. – dijo retirando su mano – lo dejamos.
- ¡No! – protestó con un gruñido y frunciendo el ceño – sigue – murmuró – sigue,
sigue – le pidió dejándose arrastrar.
- ¿Y Germán? – preguntó deteniéndose con picardía.
- ¡Por dios, Maca! ahora no pienses en… - la besó con toda su alma y Maca
volvió a la carga adentrándose en ella – hummmm – gimió la enfermera.
- Esther… - volvió a retirar la mano.
- Chist, no juegues más – se incorporó subiéndose en ella y comenzando a
recorrer su cuerpo con pequeños besos – tendremos que llegar tarde y dejar la
visita… para otro día – suspiró rendida a aquella manos que ya la recorrían
llenas de deseo.

* * *
Una hora y media después Esther salía de la ducha con una sonrisa distraída
canturreando, esperaba ver a Maca en el salón pero no estaba allí, y con un gesto pícaro
se dirigió al dormitorio imaginando que seguía en la cama, esperándola. Sin embargo, al
entrar la vio en su silla, mirando al exterior por el enorme ventanal, se acercó a ella
sigilosa y la abrazó por detrás, besándola levemente en la mejilla.
- Al final.. has usado el pijama – le dijo insinuante. Maca asintió sin responder,
levantó sus manos y se aferró los brazos de la enfermera que mirándola de
reojo le preguntó con interés - ¿Qué piensas?

Maca sonrió sin girarse y siguió guardando silencio, solo roto por un leve suspiro.

- Puedes ducharte cuando quieras – le susurró en la oreja, Maca se aferró aún más
fuerte a sus brazos y le besó una mano, deseando permanecer allí, abrazada a
ella, sintiéndola respirar en su cuello, sintiendo el roce de su mejilla, que se
apoyaba ahora en ella, mirando igualmente al exterior, con la barbilla sobre su
hombro.
- Ahora mismo voy – respondió con desgana.
- ¿Estás bien? – le preguntó preocupada.
- ¡Muy bien! – ladeó levemente la cabeza y la miró con una enorme sonrisa -
pensaba en que tenías razón, las vistas son espectaculares.
- Si – musitó sintiendo que Maca tiraba de ella en un intento de sentarla en sus
rodillas y comprendiendo lo que pretendía – Maca…
- Solo uno – sonrió maliciosa al ver que la enfermera se negaba sin fuerza y se
entregaba a ella en un beso tierno pero profundo – Esther… - suspiró.
- ¿Qué? – preguntó burlona.
- Ven – susurró besándola de nuevo, con ternura y separándose podo después
cogió su cara con las manos y la miró fijamente a los ojos – gracias, gracias,
gracias…
- ¡Tonta! – dijo levantándose de sus rodillas, sonriendo y acariciándole el rostro,
emitiendo un resignado suspiro - Anda, dúchate, mientras yo preparo el
desayuno. ¿Tienes hambre?
- Si – admitió devolviéndole la sonrisa - ¡mucha!
- Pues vamos – la instó – tienes todo en el baño, la toalla es la azul.
- Voy – dijo arrastrando la palabra, mostrando lo poco que le apetecía dejar el
apartamento y volviéndose para buscar en la mochila algo de ropa.
- Maca… no podemos quedarnos aquí… a mí también me encantaría pero…
- Lo sé – sonrió al verse descubierta cortándola y cogiéndole una mano – sé que
tienes razón y que Germán puede meterse en un lío al dejarnos el jeep.
- He intentado llamarlo con el móvil pero no hay manera. Las comunicaciones
últimamente están imposibles.
- Tenéis unos equipos muy antiguos.
- No es solo por eso, es por los inhibidores del ejército… y la guerrilla... no sé yo
que tipo de tregua es esta – masculló con un ligero tono malhumorado.
- ¿Será peligro ir solas?
- Desde aquí no – respondió de nuevo con una sonrisa – no nos va a valer de
excusa si es lo que insinúas.
- Ya… bueno… ¡tienes razón! – reconoció resignada - además si Sara no se
encuentra bien…. Tendremos que echar una mano ¿no? – apuntó dando su brazo
a torcer y no insistir más en permanecer en Kampala, en el fondo también le
entusiasmaba la idea de trabajar junto a ella, de volver juntas a la cabaña
después de un día compartido, de acostarse cansada y satisfecha por el trabajo, a
su lado.
- ¿Por qué no iba a encontrarse bien?
- Eh… por... por nada… como ayer… - intentó justificar su comentario – no sé..
pensé que quizás… bueno… voy a ducharme - suspiró soltándole la mano y
moviendo la silla sin dejar de mirarla a los ojos y volvió a detenerse.

Esther se agachó y le dio un fugaz beso en los labios.

- ¡Venga! ¡remolona!
- Voy – suspiró de nuevo ante la mirada burlona de la enfermera.

Maca se dirigió al baño y Esther permaneció con la vista clavada en su espalda, con una
sonrisa dibujada en su boca y una sensación de euforia incontrolable. Se sentía flotar,
era increíble todo lo que había ocurrido. Nunca hubiera imaginada ni en el sueño más
optimista que Maca se decidiese a dar el paso. Permaneció un minuto paralizada,
mirando la puerta cerrada, imaginando sus maniobras en el baño con la enorme
tentación de entrar en él y echarse de nuevo en sus brazos. Escuchó correr el agua y
reaccionó. Tenía que preparar el desayuno antes de que Maca saliese de la ducha.
¡Quería que todo estuviese prefecto y fuese una sorpresa! Con rapidez comenzó a
preparar la mesa y a trajinar en la cocina.

En la ducha Maca no dejaba de pensar en todo lo ocurrido, su cabeza repasaba una y


otra vez cada beso, cada caricia, cada palabra y sonreía distraída mientras el agua caía
sobre ella, sintiéndose inmensamente feliz, con la seguridad de que había llegado el día
en que, por fin, podía cambiar todo, en que la tristeza de su corazón había siso sustituida
por una alegría desbordante. Se terminaron aquellos días de lamentaciones, de llorar por
todo lo que había perdido, aquellos días de soledad.

Tenía la sensación de que, a pesar de no haber dormido en toda la noche, estaba en


plena forma, sin atisbo del cansancio que siempre la atenazaba. Se había levantado con
una enorme energía y una fuerza que hacía mucho tiempo que no experimentaba,
convencida de que todas esas lágrimas vertidas en soledad, de que todos esos días de
lucha por salir adelante, esos días de disimulos y silencios se iban a convertir en días de
alegrías y risas. ¡Esther! ella y solo ella era la artífice de ese milagro que jamás creyó
que pudiera producirse. ¡Sí! ¡qué bien puesto tenía su apodo! ¡enfermera milagro! era un
milagro que ella volviera a sentirse como se sentía y, sobre todo, era un milagro estar
allí a miles de kilómetros de todas sus ataduras, recuperando la que debía haber sido su
vida desde hacía años, recuperando su capacidad de decisión, las riendas de su vida y de
su corazón y, sobre todo, recuperando a quien nunca había dejado de ser su dueña.

El agua corría y sus labios dibujaban una sonrisa de satisfacción y felicidad, aunque
estaba igualmente convencida de que nada iba a resultarle fácil, pero al menos ahora se
veía capaz de poder con todo, Esther la hacía sentirse segura, confiada, aunque a un
tiempo temía las preguntas que de seguro le iba a hacer la enfermera. Suspiró pensando
en ellas, pensando en sus respuestas y barajando la opción de adelantarse y hablarle de
Ana. Por enésima vez sintió la culpabilidad atenazándole el corazón, y más que por su
mujer por Esther, no era justo para ella, quizás no debía haberse dejado llevar hasta ese
extremo antes de haber arreglado todo, antes de haberle hablado de todo pero, no había
sido capaz de controlarse, por una vez se había dejado arrastrar por aquello que más
deseaba en el mundo, reconocer que la amaba y que quería compartir su vida con ella.
Estaba convencida de no equivocarse, de que esa había sido la mejor decisión de su
vida, se decidió a no darle más vueltas al tema, les esperaba un día duro, en el campo
habría mucho trabajo y aunque ellas no estaban obligadas a hacer nada sabía que lo
harían, no podía llegar allí y cruzarse de brazos. Además, estaba deseando volver a
disfrutar de la sensación que experimentara el día anterior al trabajar codo con codo con
la enfermera, esa sensación indescriptible de capacidad, de autoridad, por fin se había
reconocido así misma haciendo aquello que más le gustaba. Tenía la sensación de que
no importaba estar sentada en esa silla, a su lado, al lado de Esther, aquello era una mera
anécdota, y los mismos inconvenientes que le surgieran en Madrid y que hicieron que
abandonara la práctica activa de la medicina, allí no solo no importaban si no que ni
siquiera parecían preocupar a nadie. ¡Qué diferente era todo! ¡Sí! estaba deseando
volver al campo y trabajar junto a Esther, su mente recordó rápidamente los casos del
día anterior y pensó, con preocupación, en cómo estarían aquellas jóvenes madres.
Había mucho trabajo que hacer allí, ¡mucho! Tenía que hablar con Luís al respecto,
tenía algunas ideas de colaboración que quizás resultaran interesantes. “Luís!”, pensó,
“tengo que hablar con él cuanto antes”. Inevitablemente su mente voló a la conversación
que mantuvo con Sara dos días antes y en la promesa que le hizo. La sonrisa de sus
labios se mutó por un gesto adusto y preocupado.

No debía haber hecho aquella promesa, porque no estaba segura de poder cumplirla. No
dejaba de repetir mentalmente aquella tarde en que Sara la interceptó en la ducha y se la
llevó lejos de la vista de todos, bajo los árboles. Repasando una tras otra las palabras de
la joven, necesitaba buscar una solución y allí sentada, bajo la ducha, cerró los ojos,
levantó la cara hacia el agua y rememoró esa charla, en un intento de encontrar alguna
opción que no perjudicase a nadie. Se vio sentada bajo aquellos árboles, escuchando a la
joven que, con premura, la puso al día de sus antecedentes familiares y personales.

Había llegado a Uganda unos tres años antes, recién terminada la carrera. Aprobó el
MIR a la primera, y con tal nota que podría haber escogido lo que quisiera, pero ella
quería algo diferente y, en contra de la opinión de sus padres y de sus profesores,
solicitó una plaza en Médicos sin fronteras, su expediente y sus ganas de trabajar
hicieron el resto. Maca no entendía porqué le contaba todo aquello pero escuchó
pacientemente. Le dio a entender que sus padres tenían ciertos contactos pero eludió el
tema sin aclararle nada más, parecía tener prisa por llegar a lo que realmente le
preocupaba.

- Cuando llegué a Kampala, esperando ser destinada a uno de los campamentos


del norte, no conocía a nadie aquí y Oscar se acercó a mí en la central, era más
joven y también llevaba pocos meses trabajando para el director en Uganda de la
organización – le explicó mirándola fijamente - me pareció un presuntuoso pero,
acepté salir con él en un par de ocasiones.
- ¿Me estas diciendo que tuviste con él una relación?
- No, no, ¡claro que no! – se apresuró a aclararlo mostrando el desagrado que le
producía la simple idea - me bastaron dos cenas para comprobar que era un
imbécil, no me gustaba en absoluto y yo no estaba aquí para perder el tiempo.
Quería trabajar cuanto antes. Pero él… no sé… se obsesionó conmigo y.. no
dejaba de llamarme y perseguirme – dijo bajando los ojos y la voz, luego se
repuso y levantó la cara hacia ella – A la semana de llegar me dieron mi primer
destino. Justo donde quería, en el norte, donde el conflicto con la guerrilla estaba
más activo, la zona más pobre y peligrosa de Uganda.
- ¿Por qué querías ir allí?
- Por… - la miró y guardó silencio – eso ahora no tiene importancia – se
interrumpió con brusquedad e inmediatamente suavizó el tono – ya te lo contaré.
- Pues.. sigue y ve al grano – respondió Maca dejando ligeramente cortada a la
chica que, sin embrago, no se arredró, la desesperación de su mirada le hizo
comprender a Maca que tenía un problema importante y no alcanzaba a entender
por qué quería compartirlo con ella.
- Me… me incorporé a mí puesto – continuó titubeante - Y una vez allí no supe
nada más de él, hasta que la guerra terminó, iban a cerrar el campamento y
destinarnos a otros lugares. Oscar ya era el supervisor de todos los
campamentos, pero yo, unos meses antes, había pedido colaborar en el centro y
no llegué a verle ni una vez más. Al parecer él ha seguido pendiente de mis
pasos y cuando quise venirme aquí me lo denegaron, no lo entendí y me presenté
en la central. Él me había reclamado para organizar la apertura del mayor centro
pediátrico, me sorprendí y a un tiempo me halagó, vino a verme, parecía otra
persona, se comportó muy correctamente, me pidió que le perdonase su
comportamiento de meses atrás, se excusó diciéndome que era joven e
inexperto, que yo le había impresionado, pero que en ese poco tiempo había
visto muchas cosas y había madurado. Me dijo que quería compensarme con ese
reto, que sabía que yo lo afrontaría con éxito. Le dije que no me conocía como
para afirmar aquello. Pero él reaccionó explicándome el proyecto y
ofreciéndome la dirección, si la quería era mía…. – se detuvo un instante a
tomar aire, Maca la observaba empezando a comprender por donde podían ir los
tiros. Ahora entendía algunos comentarios de la chica sobre el tal Oscar.
- ¿Pero? - preguntó Maca, al ver que no continuaba - porque seguro que tendrías
que pagar algo a cambio.
- ¿Cómo lo sabes?
- ¡Sara! No me digas que te creíste todo eso sin más.
- Pues sí, soy una ilusa, está claro. Me invitó a cenar y acepté, hablamos del
proyecto y de lo que habíamos hecho en esos meses y me pareció que había
madurado, que era menos imbécil, aunque igual de presuntuoso. Me invitó a una
copa y me negué. Fue muy correcto y me dijo que otra vez sería. Los días
siguientes los pasé tramitando todo lo necesario, hablando con unos y otros,
planificando los recursos y los medios con los que iba a contar y cuando estaba a
punto de firmar el contrato se presentó en mi habitación – se detuvo mirándola
ligeramente azorada – eh… no sé si lo sabes pero … la organización tiene un par
habitaciones reservadas en un pequeño hotel junto al lago Victoria, para que
cuando lleguemos y hasta que marchamos a nuestros destinos podamos pasar
unos días sin problemas.
- Ya… entiendo – dijo Maca sin comprender a dónde quería ir a parar – se
presentó en tu habitación... ¿y?
- Me llevó el contrato y… me invitó a cenar. Cenamos allí mismo en el hotel y
luego subimos de nuevo a la habitación a recoger el contrato y fue cuando me…
me dejo claro que... aquello…
- No era gratis - la interrumpió Maca, continuando por ella al ver el trabajo que le
costaba hablar de ello - No tienes que darme detalles, imagino cómo debió ser.
- Sí, así fue – suspiró sosteniéndole la mirada. Maca le sonrió comprensiva -
Rompí el contrato en sus narices y se lo estrellé en la cara – le dijo levantando
ligeramente el mentón con orgullo - tú... no me conoces pero… tengo bastante
genio, no soy tan... tan tranquila ni racional como aparento y… cuando se me va
la cabeza pues…
- Hiciste bien.
- No, no debí haber hecho aquello.
- ¿Cómo que no! ese tío es más capullo de lo que calibré en un principio.
- Hay más – confesó bajando de nuevo los ojos y enrojeciendo levemente.
- Ya… - dijo Maca posando su mano sobre las de la joven imaginando lo peor –
Sara si… es lo que creo… deberías haberlo….
- No – la interrumpió mirándola – no es lo que crees,… es… otra cosa.
- ¡Ah! …
- Me dijo que las cosas no acabarían ahí. Y le respondí que de eso podía estar
seguro, que pensaba denunciarle.
- ¿Y lo hiciste?
- Sí, bueno… no exactamente. Hablé con su superior, que no me creyó.
- Entiendo…
- ¿Sí? – le preguntó esperanzada convencida de que alguien como Maca seguro
que en alguna ocasión se había visto en una situación similar, Maca asintió y ella
continuó – pues entonces ya sabes… puso la típica cara de... “¡con esa pinta qué
quieres...!”, no sé si alguna vez has tenido la sensación de que todos piensan que
eres una provocadora y que... – la miró fijamente y volvió a callar - en fin, que al
final no puse la denuncia, me convencieron de que era inútil, que solo mancharía
mi expediente.
- No debiste hacerlo – comentó y al instante se arrepintió al ver la cara de la
joven.
- El caso es que lo hice y él volvió a la habitación una noche, a darme las gracias
por no haberle denunciado y a dejarme claro que me quería en Kampala, que yo
lo había malinterpretado, que él solo pretendía ser amable y darme una
oportunidad y que yo había sacado las cosas de quicio.
- ¿Y le creíste?
- No, a esas alturas, no – reconoció – todo lo contrario, ¡me enfadé! ¡mucho! Lo
eché de la habitación. No sabía qué hacer. Yo quería seguir aquí pero tenía claro
que no quería trabajar a su lado y mucho menos deberle nada. Entonces, me
enteré que en este campamento hacía falta personal, que Germán llevaba años
reclamando una pediatra y lo llamé, le dije que estaba dispuesta a trabajar aquí
por la mitad del sueldo si hacía falta, y le pedí que me reclamase. No me conocía
de nada, pero me dijo que quería hablar conmigo en persona. Quedamos en
Kampala y no vino solo, Esther iba con él, así nos conocimos – le dijo con una
sonrisa tierna que sorprendió a Maca - Almorzamos y nos caímos bien.
- ¿Les contaste todo esto?
- No. Nada. Solo que yo no era persona de despachos y que prefería la acción.
Germán arregló todo en una mañana. No sé cómo lo hizo, pero se ganó a Oscar
como enemigo, desde entonces lo tiene machacado y a Esther también.
- ¿Y a Esther por qué?
- Oscar es así, imagino que por defender a Germán, por ser su amiga o la mía, no
sé. El caso es que desde entonces no les ha pasado una. Y… por eso ellos no
deben enterarse de… de lo que voy a contarte – le pidió con la voz temblorosa y
las lágrimas saltadas - ¿me lo prometes?
- Eh… no sé… yo…
- ¡Por favor, Maca! – le suplicó.
- Vale, te lo prometo… pero… no entiendo…. todo esto…. ¿qué tiene que ver con
conmigo! ¿qué puedo hacer yo?
- Estoy embarazada. Jesús y yo tenemos una relación, nada serio. Ni siquiera
habíamos hablado de ello, pero… en fin, que lo estoy. Yo quiero seguir aquí, al
menos unos meses más y luego, volver España un tiempo, poco, lo justo para
que el niño sea lo bastante mayor.
- ¿Y cuál es el problema?
- A parte del permiso de maternidad, necesito… necesito una excedencia.
- Ya, pero no entiendo el problema.
- Oscar se niega a firmarla, dice que si me voy será para siempre, que no soy una
funcionaria y que no puede asegurarme mi puesto y que no va a permitir que
vuelva.
- No puede hacer eso – sonrió con suficiencia – al menos, él no.
- Sí que puede.
- No, no puede, existen leyes y normas que son para todos. Y existe una dirección.
- Aquí no existe nada.
- En la organización sí, deja que hable con Luís.
- ¡No! espera porque… porque hay más.
- ¿Más?
- Sí. Se trata de… de Esther.
- ¿Esther?.. no entiendo… ¿qué tiene que ver Esther en esto?
- Ella nada pero… - se interrumpió y la miró fijamente, Maca leyó temor en sus
ojos.
- ¿Pero qué, Sara? – le preguntó cada vez más preocupada.
- Verás… Oscar me dijo que tú… que… - se interrumpió sin saber muy bien
cómo decirle aquello – que… le habías insinuado que él facilitara la vuelta de
Esther aquí ….
- Eso no es exactamente así – saltó frunciendo el ceño visiblemente enfadada – le
dije que si Esther lo solicitaba y pasaba las pruebas en Madrid ni se le ocurriera
cumplir la amenaza que acababa de hacerle – se explicó con genio mostrándose
ofendida – que no es lo mismo.
- Ya me extrañaba a mí – musitó.
- ¿Qué más te dijo? – preguntó abiertamente sin disimular lo molesta que estaba.
- Que él, estaba dispuesto a hacerlo si…, eh… - tomó aire y Maca comprendió
que le costaba trabajo hablar de ello - me dijo que hay una condición para que el
consienta en no impedir que Esther regrese, una condición que… que solo
sabríamos los dos – la miró desesperada, Maca abrió los ojos de par en par.
- ¿Cuál? – preguntó con voz ronca.
- Que yo renuncie para siempre a mi puesto en el campamento. Si no renuncio a
volver aquí, Esther no podrá regresar y tú y yo sabemos que es lo que más desea.
Y yo… no puedo hacerle eso a Esther, no puedo consentirlo, pero….
- Esto es de locos, ¿quién se cree ese imbécil qué es? – la interrumpió
removiéndose en su silla, ese era uno de los momentos en los que más de menos
echaba poder levantarse de golpe y pasear de un lado a otro, movió las manos
alterada y repitió - ¿quién coño se cree que es para jugar así con la vida de los
demás?
- Su padre es uno de los principales apoyos de la organización ¿sabes los millones
anuales que dona! sin ese dinero habría muchos menos medios.
- ¿Menos? – preguntó irónica.
- Sí, y la condición para donarlos es que su hijo es intocable.
- Ya… - dijo pensativa comenzando a comprender el porqué se le consentían
ciertas cosas – entiendo… ¡la historia de siempre! – exclamó con un suspiro -
pero ¿por qué no quiere que sigas aquí! no lo comprendo, debería desear todo lo
contrario. Si te vas, él tampoco gana nada.
- Porque sabe que quiero estar aquí por encima de muchas cosas, porque sabe que
si no vuelvo, mi historia con Jesús estará acabada.
- ¿Sabe que Jesús es el padre?
- Si.
- Eso es absurdo, si os queréis estaréis juntos aquí o donde sea.
- No es absurdo, Oscar conoce muy bien a Jesús, sabe que nunca dejará esto. Ni
por mí, ni por nada ni nadie – le dijo con completa seguridad y un deje de cierta
tristeza, quizás por eso había dicho al principio que no era nada serio - solo me
da una opción de volver a Uganda, que me quede en las oficinas de Kampala,
junto a él.
- ¿Jesús sabe algo?
- Nada. Pero… algo intuye y no quiero que lo sepa, lo conozco y no iba a dejarlo
estar, no quiero que se meta en problemas por mi culpa, es algo que pasó antes
de conocernos y no quiero que se meta – insistió ligeramente alterada – ¡no
quiero! y tampoco quiero involucrar a Germán, bastante hizo ya por mí y mira
las consecuencias que paga a diario. ¿Entiendes que no puedo hablar con
ninguno de ellos?
- Pero… sigo sin entender qué puedo hacer yo….
- Oscar solo quiere que deje a Jesús, me ha dicho claramente que todo puede
cambiar si yo…. yo… fuese más… afectuosa con él.
- Ya… ¡qué hijo de puta!
- Está enfermo – dijo con desprecio - y sabe que si yo me quedo en Madrid o en
Kampala entre la distancia y el trabajo, Jesús y yo…
- No tiene porqué - dijo sin convencimiento, eso era lo mismo que ella opinaba
con respecto a Esther – y aunque así fuera… no puede obligarte a quererle, si no
es con Jesús será con cualquier otro.
- Ya… - sonrió Sara escéptica - el caso es que si no pido la excedencia y decido
quedarme aquí, Esther no podrá volver nunca y si no lo hago… y la pido, la que
no vuelve soy yo.
- Pero el no puede hacer eso, además es absurdo, Esther tiene que pasar unas
pruebas en Madrid y luego aquí ¿no? – preguntó casi con un nudo en la garganta
de que fuera así. No quería ni imaginar que la enfermera salía de su vida, pero si
era lo que deseaba ella no iba a poner ningún impedimento – si pasa las pruebas
de Madrid….
- Si las pasa él puede evitar que vuelva a este campamento. Puede argumentar
cientos de excusas, me lo ha dejado muy clarito.
- Pero… además, ella es enfermera y tú médico, su puesto nada tiene que ver con
el tuyo.
- La dotación económica para un campamento es global. Es el director el que
decide que puestos necesita con más urgencia y lo solicita a la central, allí Oscar,
como inspector de la zona, tendría que hacer un informe, apoyando al director o
rebatiendo su petición. Te repito que me ha dejado muy claro que las dos aquí
no estaremos, salvo que yo… consienta.
- Te repito que es absurdo y que no puede hacer eso. Es chantaje y acoso.
- Y yo te repito que aquí se hace lo que al niñato le da la gana, ni su superior es
capaz de toserle, todo el mundo le teme, por eso nos quedamos tan
impresionados cuando el otro día te obedeció. No sé que le dijiste pero, sea lo
que sea, surtió efecto y por eso… por eso he pensado que quizás tú… puedas
hacer algo o… aconsejarme qué puedo hacer yo.
- Ya… creo que deberías hablar con Germán y con Esther, tenéis que pararle los
pies a...
- ¡No! – la cortó tajante – si no quieres ayudarme lo entiendo, pero no quiero que
les digas nada. Esther ya ha pasado bastante y no quiero ser un obstáculo para su
vuelta, no quiero que se presente a esas pruebas pensando que si lo hace yo… -
se interrumpió angustiada, bajando la vista y hablando en voz cada vez más
débil - y… Germán es capaz de cualquier cosa, y ya está en el punto de mira de
más de uno. Resulta molesto para muchos.
- ¿Germán! ¿por qué?
- Por saltarse las normas, por decir lo que no debe donde no debe – enarcó las
cejas en un gesto que buscaba comprensión, Maca asintió indicando que
entendía lo que quería decir, Germán jamás había sido políticamente correcto,
¡sí lo sabría ella! – por esconder mujeres en los camiones médicos para evitar
que las lapiden, por encubrir a Esther, por…
- Vale, vale – sonrió sintiendo una oleada de simpatía por su amigo – ya me hago
una idea…
- No puedes decirles nada, ¡a ninguno! ¡por favor! – suplicó con vehemencia.
Maca apretó los labios y la miró fijamente, no estaba de acuerdo con eso y
además, la colocaba a ella en una situación complicada, la chica le devolvió la
mirada y frunció el ceño - ¿me ayudarás?
- Bueno… déjame pensarlo.
- No tengo mucho tiempo… no… no estoy llevando bien el embarazo y… - se
calló con las lágrimas saltadas de nuevo y Maca sintió ternura por ella, le parecía
más joven e indefensa que nunca.
- Tú lo que tienes que estar es tranquila.
- ¿Cómo quieres que lo esté? Cada vez que veo a Esther y me dice que en cuanto
vuelva a Madrid solicitará las pruebas… - le reveló consiguiendo que a Maca le
diera un vuelco el corazón solo de escucharla - no puedo evitar pensar que por
mi culpa …
- No pienses en eso. Algo podrá hacerse – le dijo posando su mano sobre las de la
joven – tranquilízate que ya me encargo yo de Oscar.
- ¿En serio? – le preguntó con tal ilusión y esperanza en su mirada que Maca
sonrió abiertamente.
- En serio. Dame un par de días para que piense y calibre qué podemos hacer al
respecto.
- Pero… debes andarte con ojo. Seguro que Oscar está enfadado, ¡más que
enfadado! ¡rabioso! seguro que lo que le dijiste no lo ha dejado pasar sin más, lo
pusiste en ridículo y eso él no lo tolera.
- Tranquila que tengo experiencia en el tema. A capullos como éste, los trato
todos los días, ¡ni imaginas la cantidad que puede llegar a haber! – sonrió
sarcástica.
- Te lo digo en serio, es peligroso.
- Eso ya lo veremos, ¿cuánto dinero dices que dona su padre?
- No sé, mucho.
- Bueno… déjame a mí que ya se me ocurrirá algo. Tú tramita tus permisos y
comunícaselo a quien se lo tengas que comunicar, de Oscar me encargo yo.
El agua seguía cayendo y Maca permanecía bajo la ducha, pensando. ¿Por qué habría
tenido que prometerle aquello! estaba claro que por Esther, por ayudarla, por protegerla
y porque en su interior algo se removía cuando escuchaba historias como aquella. El
problema estaba en que no se le ocurría nada que poder hacer. Ese chico era un cerdo y
lo cierto es que todos lo sabían y, lo que era peor, lo aceptaban. El ir con el cuento a
alguien no era suficiente, tenía que buscar alternativas, pero allí ella no podía hacer
nada, y la idea de que Esther pasase aquellas pruebas y volviese definitivamente al
campamento la atormentaba, Sara tenía razón y la distancia acabaría convirtiéndolas, de
nuevo, en dos extrañas. Pero si la enfermera, a pesar de todo lo que le había dicho y
prometido en las últimas horas, quería volver a Jinja definitivamente ella no podía
pedirle que no lo hiciera. Unos golpes en la puerta la hicieron abrir los ojos.

- Maca, ¿estás bien! ¿necesitas ayuda? – le preguntó preocupada sin obtener


respuesta y escuchando cómo el agua continuaba cayendo – Maca, ¿estás bien?
– repitió más alto poniendo la mano sobre el picaporte dispuesta a entrar, al
tiempo que el corazón comenzaba a latirle con fuerza, imaginando que le había
ocurrido algo.
- Eh… sí... sí… ya salgo – alzó la voz para hacerse oír por encima del agua.
- Tranquila, solo me extrañaba que tardases tanto, pero… si estás bien, tómate el
tiempo que quieras, vamos a llegar tarde de todas formas – le dijo elevando
igualmente la voz y sonriendo ante la imagen de la pediatra disfrutando de su
ducha, tentada a entrar en el baño y sorprenderla, pero se contuvo.
- No, no, ya salgo – respondió cortando el agua, esa ducha le había sentado de
maravilla, toda la noche sin dormir y el poder ducharse sin estar continuamente
mirando si venía uno de aquellos horribles bichos que se paseaban por las
duchas del campamento la habían hecho perder la noción del tiempo. Suspiró
alejando de su mente los problemas de Sara y su promesa, ya se encargaría de
ello en Madrid, quizás hubiese una solución y quizás fuese más fácil de lo que
aparentaba. Lástima que Luís no le hubiese cogido el teléfono cuando lo llamó.

Se vistió con toda la rapidez que pudo, ¡se le había ido el santo al cielo! y sabía que ya
iban con retraso, recogió todo intentando dejarlo tal y como se o había encontrado y
salió tan apresuradamente, que estuvo a punto de pillar a Esther con la silla. La
enfermera aguardaba apoyada en el quicio de la puerta, mirándola divertida.

- ¡Qué susto me has dado, Esther! – exclamó llevándose la mano al pecho,


sobresaltada - ¿qué haces ahí parada? ¿te he hecho daño? – preguntó mostrando
su preocupación al verla frotarse la rodilla.
- No, tranquila – sonrió - te estaba esperando – le dijo con tal cara que Maca le
devolvió la sonrisa aliviada.
- ¿Qué estás tramando ya? – le preguntó al verla con aquella expresión traviesa,
sin moverse.
- ¿Yo!? nada – se agachó a besarla – ¡te echaba de menos!
- ¿Por una ducha? – preguntó insinuante.
- ¡Si! – volvió a besarla, se separó y siguió delante de ella sin moverse.
- ¿Desayunamos? – preguntó Maca sin saber que pretendía pero divertida con su
actitud.
- Te han llamado al móvil – le dijo de pronto - No sabía que lo hubieses puesto.
- Eh… sí – respondió palideciendo levemente y mudando su rostro. ¡No lo había
apagado! ¿cómo había cometido ese fallo?
- ¿Estás bien? – le preguntó al ver su expresión casi asustada y desconcertada.
- Sí – respondió bajando los ojos, no podía decirle que había intentado hablar con
Luís porque tendría que explicarle los motivos, además, después de haberlo
hecho se había arrepentido porque tenía que pensar bien lo que decirle y aún no
lo tenía claro, había sido un error olvidar apagarlo de nuevo – lo… lo cogí
mientras te duchabas – confesó.
- ¿Y qué tal por Madrid? – le preguntó imaginando que había aprovechado para
llamar a Vero o a su mujer.
- No sé – respondió recuperando la compostura y torciendo la boca en una mueca
burlona ante el tono de la enfermera – no he hablado con nadie. Solo… miré los
mensajes. Ya te dije que no necesito hablar con nadie que no seas tú – le dijo
insinuante – anda ven aquí – tiró de ella sentándola en sus rodillas - ¡tontona! –
le dijo besándola.
- ¿Y si no necesitas hablar con nadie porqué lo has conectado? – le preguntó
separándose de ella, adoptando un aire molesto pero con ojos tan bailones que
revelaban su farsa. Maca, captó al instante sus intenciones y le siguió el juego,
frunciendo el ceño.
- Eh… ya… te lo he dicho, quería ver los mensajes – respondió mostrándose
contrariada por el interrogatorio – siento no haberte pedido permiso – dijo
sarcástica – y te prometo hacerlo de aquí en adelante.

Esther soltó una carcajada, dando por finalizado el juego.

- No te enfades, ¡tonta! – exclamó acariciándole la mejilla – puedes llamar y


hablar con quien quieras, ¿quién soy yo para decirte lo que debes hacer! ¿eh? –
la miró conciliadora y Maca volvió a tirar de ella, sentándola de nuevo en sus
rodillas.
- Eres mi princesa – le susurró al oído soplándole levemente y consiguiendo que a
Esther se le erizase el vello y el deseo creciese en su interior como una explosión
– y los deseos de mi princesa….
- Anda vamos a desayunar a ver si te gusta lo que te he preparado – suspiró
levantándose con brusquedad, temiendo dejarse arrastrar de nuevo. Se hizo a un
lado y le indicó que saliera.
- No, pasa tú primero – propuso solícita y con una mirada pícara que desvelaba
también sus deseos – no quiero volver a golpearte - Esther sonrió y obedeció -
¿Quién era? – le preguntó accionando la silla tras ella intentando comprobar si
había cogido la llamada.
- ¿Quién?
- ¿Quién me ha llamado?
- Un tal Luís.
- ¿Qué quería? – preguntó con lo que a Esther le pareció un deje de temor, se
volvió y la encaró, preocupada.
- No lo he cogido, Maca, pero… ¿quién es?
- Un… un amigo – respondió esquiva, desviando la vista.
- Ya… pues… por tu cara… no lo parece.
- No es lo que piensas – le dijo con una mueca burlona, cortándola y con un
suspiro la miró apretando los labios y frunciendo el ceño, Esther parecía molesta
– he intentado hacer una llamada pero no lo he conseguido. Solo eso. No debía
haberlo hecho… pero… ya me conoces…. Y él… me la ha devuelto.
- No pienso nada, pero sabes que no debes llamar a nadie, oficialmente sigues en
Pamplona, ¿lo recuerdas? – sonrió dejándole paso e indicándole una pequeña
mesita frente al sofá, Maca no tenía remedio era incapaz de olvidarse del trabajo,
seguro que el tal Luís era algún banquero y seguro que Isabel iba a agarrar un
buen cabreo – he preferido poner todo ahí, aunque si crees que estarás más
cómoda en la otra mesa …
- ¡Ahí está perfecto!.. pero… ¡por dios Esther! ¡si he estado en hoteles con menos
buffet! – exclamó al ver la mesa repleta, pan tostado, frutas troceadas, dulces
que no identificaba….
- ¿Tú! ¡seguro! – exclamó incrédula y halagada.
- ¿No lo crees? En Grecia estuvimos en un cuchitril que…
- ¿Cuándo has estado en Grecia? – la interrumpió con curiosidad.
- Hace tiempo – esquivó la respuesta - ¡humm! ¡cómo huele todo!
- ¡Uy! ¡qué misteriosa! – bromeó dirigiéndose a la barra - ¿café?
- ¿Café? – preguntó con tal ilusión que Esther soltó otra carcajada.
- Descafeinado, no vayas a creer que te voy a dejar saltarte las normas de Germán.
- ¡Ah! ¿no! creí que esta noche me había saltado todas – respondió entre
sarcástica y burlona.
- ¿Quieres café o no?
- No. Mejor un zumo.
- ¡Vaya! acabas de sorprenderme – dijo sentándose y sirviéndole el zumo -
¡naranjas recién exprimidas!
- ¿Se puede saber de dónde has sacado todo esto?
- No – sonrió maliciosa - ¿no me dices cuando estuviste en Grecia?
- En mi luna de miel – respondió con desgana desviando la vista y enarcando los
ojos en un gesto con el que parecía pedirle disculpas.
- Maca…. – comenzó a decir y se calló repentinamente, adoptando un aire
pensativo.
- ¿Qué? – preguntó con temor, segura de que había llegado el momento, Esther le
iba a preguntar por Ana y ella ya no tenía ni excusas ni fuerzas para no serle
sincera.
- ¡Te quiero! – dijo besándola de improviso – no te avergüences ni te sientas
incómoda cada vez que me tengas que hablar algo del pasado o de tu vida. A mí
solo me importa hoy.

Maca clavó sus ojos en los de la enfermera y apretó los labios en una mueca
emocionada, tiró levemente de su mano para que se agachase y la besó con ternura.

- ¡Gracias! – le dijo separándose y mirándola fijamente con los ojos ligeramente


acuosos.
- Pero… ¡Maca! – se inclinó a besarla de nuevo - ¡estás tú muy tontona hoy! –
exclamó divertida al verla emocionada – a ver deja que te toque – dijo
poniéndole la mano en la frente y frunciendo el ceño – Tú tienes fiebre.
- Fiebre, precisamente, no – sonrió con malicia y tal mirada que Esther soltó una
carcajada.
- En serio que creo que tienes unas décimas.
- ¡Lo que tengo es un hambre que me muero! – exclamó mirando a los platos sin
saber por cual decidirse y preguntándose cuándo Esther se lanzaría a preguntarle
por Ana - ¿y no hay forma de contactar con el campo? – le preguntó en un
intento de lograr su objetivo.
- Anda prueba esto – le dijo tendiéndole un plato al ver que miraba dubitativa a
unos y otros – y deja de insistir que no podemos quedarnos aquí.
- Vaaale... – aceptó apretando los labios en una mueca de decepción - ¿cómo has
conseguido preparar todo esto en tan poco tiempo?
- Ya sabes… ¡enfermera milagro! – sonrió halagada observándola con
satisfacción – aunque me has facilitado la cosa ¡menuda ducha te has dado!
- ¡Lo siento! he tardado mucho, ¿verdad! es que estaba tan a gusto que… ¡perdí la
noción del tiempo! – reconoció tomando otro bocado de aquello que le había
preparado la enfermera - ¿qué es esto?
- Un dulce casero, aquí es muy apreciado – respondió sin dejar de observarla.
- No me extraña, jamás he probado algo tan… ¿se puede saber qué me miras? –
acabó por preguntarle al verla ensimismada con los ojos fijos en ella.
- Me gusta verte comer con ganas.
- ¡Es que esto está buenísimo! – exclamó sonriendo - ¿tú no tienes hambre?
- Si – respondió reaccionando, cogiendo un trozo de pan y comenzando a untarlo
con mermelada – es que… me parece mentira verte tan… recuperada.
- La verdad es que me siento estupendamente.
- ¿No te duele la cabeza! porque a mí me parece que tienes los ojos demasiado
brillantes, digas lo que digas ¿no tendrás fiebre…?
- No – negó con un gesto y la boca llena – ni tengo fiebre, ni me duele la cabeza la
cabeza, ni nada de nada. ¡Hace siglos que no me encontraba tan bien! –
respondió contenta - ¡deja de preocuparte!
- Maca…
- ¿Qué? – la miró bebiendo de su zumo levantando los ojos por encima del vaso
con tanto interés que Esther soltó una carcajada.
- Nada – respondió acercándose a ella y besándola – que… ¡soy muy feliz!

Maca apretó los labios en una mueca de satisfacción y volvió los ojos a su plato,
pensativa. Esther sonrió sin poder dejar de observarla, había estado a punto de
preguntarle por Ana, pero en el último momento se había echado atrás. Le había ido
demasiado bien con la táctica de dejar a Maca decidir cómo y cuando hacía las cosas,
como para cambiar ahora de proceder. Era consciente de que antes o después le hablaría
de ella y quería que, cuando lo hiciera, fuese por voluntad propia y conociéndola sabía
que ese momento no tardaría en llegar. Notaba la tensión que desprendía en algunos
momentos, cómo la miraba con esa expresión de culpabilidad, cómo medía sus palabras
evitando decir nada que pudiera sacar el tema, y sabía que no aguantaría mucho en esa
situación.

- ¿Puedo hacerte una pregunta? – dijo al cabo de un instante.


- ¡Claro!
- Sara… me dijiste que era de buena familia, ¿no?
- ¿Sara? – preguntó entre sorprendida y ligeramente molesta por esa salida,
acababa de confesarle que era feliz y Maca, primero había guardado silencio y
luego pensaba en… ¿Sara?
- Si, Sara – la miró expectante.
- Si, pero… ¿qué perra te ha dado a ti con Sara? – le preguntó mostrándole
abiertamente que le había molestado su pregunta tras su confesión.
- ¿A mí? Ninguna... – se apresuró a responder esquivando la pregunta y desviando
la vista, comprendiendo que había sido inoportuna y había metido la pata.
- Ya – respondió sin creerla – ¿has terminado? – le preguntó levantándose mohína
– voy a recoger todo esto antes de …
- Esther… - la sujetó por el brazo – no te enfades – le pidió con una sonrisa – lo
siento. Es solo que… me acordé de una cosa que me dijo el otro día... y…
- No me enfado, boba – le devolvió la sonrisa con la intención de que nada
estropease esos momentos – pero sé que me estas ocultando algo, conozco esa
mirada.
- ¿Qué mirada?
- La que tenías en la ventana, la que pusiste cuando te dije que te había sonado el
teléfono, la que has puesto ahora… Sé que estás dándole vueltas a algo, te
conozco y sé que estás preocupada.

Maca clavó sus ojos en ella dudando si confesarle todo, deseando poder hacerlo pero no
podía traicionar la confianza de Sara, aunque tampoco podía permitir que Esther, ahora
que la había recuperado, creyese lo que no era e imaginase cualquier cosa y estaba
segura de que era eso lo que estaba ocurriendo, su cara se lo decía claramente.

- ¿Lo estás? – insistió la enfermera.


- Si – reconoció con un suspiro.
- ¿Es por eso por lo que no has dormido? – le preguntó volviendo a sentarse
imaginando que lo ocurrido la noche anterior afectaba tanto a su conciencia que
antes o después tendría que escuchar aquello que tanto temía – Maca… yo… no
quiero ser una preocupación para ti… yo…. sé que tienes tu vida y que… que te
cuesta hablar de ella y yo…
- Sara me pidió un favor, solo es eso – la interrumpió acariciando levemente su
mano, sin ganas de hablar de ese tema.
- ¿Un favor a ti? – le preguntó sorprendida de que fuera así y tremendamente
intrigada, ¿qué podría querer Sara de Maca! y sobre todo, no podía creer que si
tenía algún problema no hubiese recurrido a Germán o a ella, no pudo evitar
sentir un pellizco de celos, por su amiga y por Maca y la pediatra se dio cuenta
inmediatamente de ello.
- Si, y prometí no decir nada y ya te he dicho demasiado – confesó con un suspiro
– pensaba en eso.
- Pero… ¿le pasa algo? – preguntó con sincero interés frunciendo levemente el
ceño, Maca no respondió y bebió otro trago del zumo – la verdad es que
últimamente parece menos alegre y está más pensativa y…. desde hace unos
días…. Maca, ¿tiene algún problema de salud! me refiero a algo serio – inquirió
recordando el mal aspecto de su amiga en los últimos días, ella pensaba que era
un problema de estómago de los que frecuentemente aquejaban a todos pero
ahora… tenía sus dudas.
- Esther… - le dijo en tono recriminatorio – te he dicho que le prometí…
- Vale, no pregunto. Perdóname, es que… no puedo evitar sentir curiosidad.
- ¿Solo curiosidad? – le dijo burlona.
- Bueno y… también algo de celos – reconoció encogiendo un hombro – pero, si
le pasa algo, no puedo evitar preocuparme por ella, ¡es mi amiga!

Maca sonrió abiertamente. Esther se sintió aliviada al verla, era increíble como con una
simple sonrisa Maca tenía el pode de hacerla olvidar todos sus temores.
- Puedes estar muy tranquila, lo que le pasa tiene solución y… – le dijo tirando de
ella y haciéndola que se agachase a su altura – no tienes por qué estar celosa,
ahora que te he embaucado no voy a dejarte escapar – le susurró dándole un
beso tierno y suave, que poco a poco fue ganando en intensidad hasta tal punto
que Esther se retiró.
- ¡Maca! – suspiró incorporándose y cogiendo un par de platos – no empieces que
vas a conseguir que no salgamos de aquí nunca.
- ¡Eso quisiera yo! – exclamó.

Esther la miró y negó con la cabeza, divertida, pero mostrándole su disconformidad.


Siguió recogiendo y barajó la posibilidad de insistir, quería saber que pasaba con Sara
para que Maca estuviese distraída y preocupada, pero descartó la posibilidad, quería
disfrutar de ella, del tiempo compartido en soledad antes de regresar al campamento. Ya
intentaría hablar con Sara y sacarle lo que le ocurría.

- Si has terminado, deja de vaguear y ayúdame – le dijo con naturalidad mientras


guardaba todo.
- Pero ¿no soy la invitada? – pregunto burlona.
- ¡De eso nada! – rió.
- ¡Pues vaya!
- No protestes y muévete.
- ¿Qué quieres que haga?
- Pues… haz la cama, o recoge las cosas y guárdalas en la mochila o…
- Pero… yo….
- ¿Tú qué? – le preguntó burlona – a mí no vas a convencerme de que no eres
capaz después de la exhibición de esta noche – bromeó comenzando a fregar los
cacharros.
- ¡A la orden jefa! – exclamó burlona y a un tiempo contenta. Esther conseguía
hacerla sentir de maravilla. La miró de soslayo y sin poder evitarlo se colocó a
su espalda la agarró de la cintura y la sentó en sus piernas.
- ¡Maca! ¡qué te voy a poner chorreando! – exclamó con las manos levantadas
para no mojarla.
- Me da igual – rió navegando en la profundidad de sus ojos y perdiéndose en su
boca una vez más.
- Maca… - protestó levemente.
- Chist – la besó de nuevo.
- Los padres de Sara son bastante importantes – la empujó levemente para frenar
aquellos besos que la enloquecían y que iban a lograr que de nuevo perdiese el
control y se dejase arrastrar – su padre es un político conocido y su madre una
de las ejecutivas de más prestigiosas de la banca madrileña, quizás habrás
oído… - se interrumpió al ver que Maca sonreía, la atraía y la besaba de nuevo
cada vez con más intensidad – hablar de ellos – suspiró separándose y
manteniendo su mano en el hombro de Maca impidiéndole que volviera a
acercarse a ella en un intento de frenarla con aquel giro en la conversación.
- Cálla – sonrió poniéndole un dedo en los labios y acariciándoselos
insinuantemente – y ¡bésame!

Esther suspiró, la miró fijamente y esbozó una leve sonrisa. Se encogió de hombros y
enarcó las cejas, negando con la cabeza.
- ¡No tienes remedio!
- Eso ya lo sé – sonrió - ¿me vas a besar o no?
- Si es lo que quieres….
- ¡Sí! ¡quiero…! – exhaló un leve suspiro al sentir las manos de Esther
acariciando su espalda y dirigiéndose a sus pechos.

Le cogió la cara con ambas manos y, lentamente, se acercó a su boca, entregándose


apasionadamente a un nuevo beso, consiguiendo arrancar un leve gemido, de su
garganta.

- ¿Es muy tarde? – le preguntó Maca separándose un instante y mirándola con


deseo – quizás…
- Si, es muy tarde, Maca – respondió levantándose de sus rodillas – anda, ve y haz
la cama.
- ¡Esther!... – protestó creyendo que la tenía convencida, sujetándola de la mano -
¿no podemos…?
- No, no podemos – la cortó – y no me mires con esos ojos que no me vas a
convencer.
- ¿Ni un poquito? – preguntó entre melosa y burlona.
- Ni un poquito – repitió con firmeza.
- Es que… - intentó seguir – creo que si… que tengo fiebre y no tengo ganas de…
- bromeó poniéndose la mano en la frente.
- ¿Fiebre? – la miró cabeceando condescendiente – ¡anda y tira! – le señaló la
puerta del dormitorio.
- Te lo digo en serio – la miró poniendo cara de pena ante su falta de atención.
- ¡A ver! – suspiró sonriendo - ¡vaya! pues si que parece que tienes unas déci… -
no le dio tiempo a terminar cuando Maca ya había tirado de ella y la besaba de
nuevo.
- Pero esto se me baja a mí con unos mimitos – le dijo insinuante – y con unos
besitos y …
- ¡Maca…! – protestó - vas a conseguir que metamos a Germán en un lío, tenemos
el jeep y tenemos que devolverlo y, además, debe estar preocupadísimo.
- Bueno – accedió con un profundo suspiro – pero que sepas que no tengo
ninguna gana de irme de aquí y que… ¡me debes una! anoche te echaste a
dormir dejándome….
- Lo sé – la cortó con una sonrisa picarona – ¡ya lo creo que lo sé! pero, creía que
esta mañana te había compensado…
- No, lo de esta mañana no cuenta – sonrió con malicia.
- ¿Ah, no?
- ¡No!
- Te prometo, que esta noche – se agachó rozando levemente los labios de la
pediatra con su lengua – te voy a compensar de tal forma que no lo vas a olvidar.
- ¡Eso espero! – exclamó señalándola con el dedo, con gesto divertido y girando
la silla para encaminarse al dormitorio - ¿quito las sábanas? – preguntó a lo
lejos.
- Ya lo he hecho yo, las limpias están en la silla – alzó la voz mientras continuaba
con los platos y una enorme sonrisa alegraba su rostro.

Maca se afanó en la tarea que le había encomendado, dando vueltas a la promesa de la


enfermera, con la excitación que le producía solo de pensar en ella y el deseo de repetir
la noche pasada, en ese dormitorio que se le antojaba el lugar más maravilloso del
mundo.

* * *

Una hora después Esther conducía a toda velocidad por la única carretera de asfalto que
había en la zona, Maca la había reconvenido en un par de ocasiones pero la enfermera
se justificó con la excusa de que era muy tarde y luego, cuando atravesasen Jinja
tendrían que tomar una carretera de tierra que les impediría ir a mayor velocidad y debía
ganar tiempo.

Maca resignada se dedicó a disfrutar del paisaje y a sorprenderse de todo lo que veía
como ya hiciera al salir de Kampala. Esther miraba hacia ella de vez en cuando,
preocupada por el silencio que guardaba, esporádicamente interrumpido para hacer un
leve comentario sobre el camino, temiendo que se hubiese mareado con la velocidad o
que no se encontrase bien, ya le había parecido que al subir al jeep había mostrado
cierta debilidad y cansancio, que Maca se apresuró a justificar por no haber dormido en
toda la noche. Esther temía haberla cansado demasiado y le preocupaban las décimas de
fiebre que Maca se empeñaba en negar, por eso intentaba no quitarle ojo, sin embargo,
la pediatra siempre mantenía una expresión entre ensimismada y feliz que la
tranquilizaba y le hacía elucubrar sobre lo que estaría pasando por su mente viendo todo
aquello.

- ¿Estas segura de que es el mismo camino de anoche?


- Si, Maca, lo estoy – respondió ligeramente exasperada – es la tercera vez que me
lo preguntas…
- Es que no recuerdo absolutamente nada – comentó sin tenerlas todas consigo –
es… como si hubiera pasado por primera vez – comentó colocando su mano
sobre el muslo de la enfermera, acariciándola con suavidad, sin dejar de mirar a
un lado y otro – cariño… esto es… ¡precioso! – exclamó observando todo con
atención.
- Tú lo has dicho, era de noche, no podías ver casi nada.
- ¡Es un bosque impresionante! – exclamó – no recuerdo que lo atravesáramos –
insistió ante la mirada burlona y condescendiente de Esther.
- Sí, tiene fama de ser el bosque tropical más impresionante de Uganda y espera y
verás, en un kilómetro entraremos en un túnel de vegetación, ¡eso sí que es
impresionante!
- Esther….
- ¿Qué?
- Todo esto es… ¡increíble! Y Kampala…. me ha parecido tan… tan moderna.

Esther soltó una carcajada satisfecha de verla disfrutar de aquella manera, aún sin creer
que estuviese en aquel jeep, sentada a su lado, con su mano siempre en contacto con
ella, compartiendo con ella esos momentos de intimidad que la hacía sentir
perennemente mariposas en el estómago.

- Te he llevado por los barrios más ricos, para que veas los hoteles, y las casas
más ostentosas, pero si te meto por otros sitios te hubieras… asustado – le dijo
burlona.
- No me asusto fácilmente - murmuró en tono de protesta.
- Lo sé, tonta, pero … hay mucha pobreza y …
- Esther – la cortó - ¿tú crees que aquí se podría hacer algo como la clínica?
- No sé Maca, imagino que... si... que se podría, ¿por qué? – le preguntó con
curiosidad, ¿en qué estaría pensando para que se le ocurriese una idea como esa?
- ¿estás pensando montar también una aquí? – le preguntó con tono burlón e
internamente esperanzada en que Maca estuviese barajando aquella opción.
Maca no respondió a su burla y Esther insistió - ¿por qué lo preguntas?
- Por.. por nada.. pensaba en la organización de Médicos sin fronteras y en los
acuerdos que tengo con ellos y... no sé… solo… ¡vah! no me hagas caso.
- ¿Estás pensando en trabajo? – le preguntó en cierto tono recriminatorio y Maca
sonrió enarcando las cejas y apretando los labios en una mueca graciosa,
sintiéndose descubierta – en el bosque más impresionante que vas a ver en tu
vida, con un paisaje de ensueño, con un sol espléndido, con la mejor de las
compañías – añadió incidiendo con retintín en la última parte - y…. ¿tú piensas
en…?
- ¡Es el sitio más bonito en el que he estado en mi vida! – la interrumpió
enfatizando sus palabras – jamás nadie me había llevado a sitios como los que
me has llevado tú, si es lo que quieres saber – se apresuró justificarse – pero sí,
no puedo evitar pensar en ciertas cosas cuando veo tanto contraste.
- Eso está mejor – le dijo burlona – a todos nos ha pasado algo similar – admitió
con seriedad comprendiendo lo que debía de estar experimentando.
- Esther…. – suspiró, rozando con suavidad su mano situada en el volante, la
enfermera dirigió los ojos hacia ella con un leve movimiento para rápidamente
mirar de nuevo a la carretera, sorprendida por aquel suspiro y aquel tono,
esperando que continuase pero no lo hizo, sus ojos se habían abierto
desmesuradamente y había olvidado lo que iba a decirle ante aquel regalo de la
naturaleza – ¡eh! ¡mira esto! – exclamó extasiada al ver la carretera perderse
entre dos murallas verdes.
- Ya te lo dije, ¿a que parece un túnel? – sonrió de verla tan contenta y disfrutando
como si fuera una niña pequeña que se impresionaba a cada recodo del camino
con lo que veían sus ojos – hay hasta que encender los faros.
- ¡Exagerada! – rió.
- Ya mismo entraremos en Jinja, a ver que te parece, porque anoche sí que
estuviste en uno de los barrios más modestos, pero es una ciudad muy bonita y
en ella viven algunos de los hombres más ricos del país. Seguro que me
encantará – afirmó volviendo a acariciarla, ahora en la mejilla – Esther… –
exclamó mirándola con tanta ternura que la enfermera solo pudo sonreír,
esperando un te quiero que no salió de sus labios pero que sus ojos gritaron alto
y claro.

Maca la miró de soslayo, le parecía que Esther estaba radiante y no se equivocaba, la


enfermera tenía la sensación de volar a la velocidad del coche, la sensaciones de la
noche pasada perduraban en su recuerdo con tal intensidad que era incapaz de borrar la
sonrisa de su cara, aparentemente concentrada en la conducción sus labios dibujaban
una línea que era la viva imagen de la felicidad que sentía. Maca no pudo evitar sonreír
al ver su expresión, se sentía igualmente feliz, su corazón la anhelaba como si la tuviera
a miles de kilómetros, su cuerpo ya añoraba sus besos y caricias, necesitando
desesperadamente sentirla, necesitaba su amor, necesitaba, la calidez de sus ojos,
necesitaba navegar por su cuerpo, entregarse a ella como la noche pasada, necesitaba
decirle que todo iba a ir bien, que no iba a dejar que nadie se interpusiese entre ellas,
había esperado cinco años para reconocer lo que había sabido siempre, desde el primer
día que la vio. Sí, tenía que hablar con ella, seriamente, tenía que explicarle todo y
pedirle que la entendiese y debía hacerlo cuanto antes.

- Mira Maca ya se acaba el túnel, en un momento llegaremos a Jinja – habló la


enfermera sacando de su ensimismamiento a la pediatra - ¿estás bien? – le
preguntó al verla con aquella expresión circunspecta y ausente.
- Muy bien – respondió con una leve sonrisa.
- Si te mareas podemos parar en Jinja un rato y…
- No, no, por mí no – se negó con rotundidad.
- ¡Mejor porque es tardísimo! – exclamó, adentrándose en la ciudad.

Maca miraba por la ventanilla sorprendida de lo que veía. Una infinidad de casas de
estilo modernista se alineaban unas junto a otras sin parecer tener fin.

- ¡Joder! ¡si son auténticas mansiones! – exclamó sorprendida.


- ¿Qué te parece?
- No me lo esperaba así, me recuerdan a las casas de la época colonial en la India.
- ¿También has estado en la India? – preguntó con curiosidad - ¡sí que te han
cundido estos cinco años!
- Eh... nad.a.. un fin de semana.
- Con Ana imagino.
- No, con… Vero, pero… fue hace bastante y solo un fin de semana – recalcó
desprendiendo una tensión que no pasó desapercibida a la enfermera.
- No tienes que justificarte, Maca, ¡por dios! – soltó una carcajada y la pediatra
enrojeció.
- No es lo que crees, te conozco y no vayas a pensar lo que no es. Solo fue un
viaje de relax – aclaró con rapidez – y les costó mucho convencerme para que lo
hiciera.
- ¡Ya lo creo que de relax! – exclamó socarrona.
- Te hablo en serio – repitió cambiando su aire alegre por uno completamente
circunspecto.
- Maca ya te he dicho que no tienes que darme explicaciones de nada – respondió
más suave al ver que ella permanecía ligeramente avergonzada.
- Bueno... pero yo quiero… que luego te montas tus películas y… ya estoy
escarmentada con el tema Vero. Que te quede muy claro que solo somos amigas.
- Lo sé, ya me lo dejaste claro – respondió poniéndose seria aunque en el fondo
siempre tenía la sensación de que entre ellas había una atracción aunque se
empeñasen en no reconocerlo.
- Pues eso. Nos fuimos tres días y la mitad del viaje estuvimos en el avión.
- ¡Con lo poquito que te gustan! Y en estos años se ve que no has parado – no
pudo evitar comentar en lo que a Maca le pareció un ligero reproche sin que
pudiera evitar que a su mente acudiera el viaje a Paris que no quiso hacer con
ella, el solo recuerdo la hizo enrojecer aún más.
- Me acostumbré, para mí es más cómodo – le dijo cortante.
- ¡Mira el lago! – cambió de tema con rapidez sin ninguna gana de que se
estropease el día – si tenemos tiempo te voy a traer con calma para que veas algo
que te va a gustar.
- ¿El qué? – preguntó con curiosidad, de nuevo interesada, olvidando la tirantez
que acaba de sentir.
- Una de las visitas más románticas que hay por aquí.
- ¿Romántica? – preguntó burlona - ¿debo pensar que la has hecho con alguien?
- Pues claro, no la iba a hacer sola.
- Pero… me dijiste que tú…. – se interrumpió siendo ahora ella la que la miró
notando que los celos se la comían por dentro y comprendiendo inmediatamente
lo que había sentido Esther un instante antes.
- Con Germán, Maca – soltó una carcajada y Maca la miró y rió con ella.
- ¡Somos dos tontas!– exclamó con un suspiro.
- Pues sí – musitó mostrando su conformidad.
- ¿Y que sitio es ese al que me quieres llevar tan romántico? – preguntó
insinuante.
- Es el lugar donde el Nilo comienza su recorrido hasta el Mediterráneo, ya lo
verás – se estremeció solo de recordarlo y Maca sonrió.
- Seguro que me encanta.
- ¿Sabes? Se dice que las aguas tardan cien días en recorrer los seis mil kilómetros
hasta el mar.
- ¡El Mar! – suspiró nostálgica.
- Tienes ganas de verlo, ¿verdad?
- ¡Claro! a cualquier sitio que me lleves me gustará ir.
- Me refiero al mar.
- Bueno… eso… está difícil… con la silla… y la arena…. En fin que… no podría
ni acercarme a la orilla… y total …
- Entiendo – murmuró pensativa dándole vueltas a una idea que se le acababa de
ocurrir. Distraída, continuó - pues... tendrás que ir pensando en levantarte de esa
silla.

Maca la miró sin decir nada y frunció el ceño. Esther captó rápidamente su cambio de
humor y se apresuró a explicarse y disculparse.

- Maca, perdona, no creas que quería decir que… vamos que a mí… que yo….
que lo siento, he sido una estúpida diciendo eso.
- No te preocupes – respondió apretando los labios y guardando silencio.
- También podemos ver el monumento a Stanley – le propuso mirándola de reojo
al ver que desviaba la vista al exterior, por el lado de la ventanilla.…
- Claro… - musitó pensativa sin señal del entusiasmo que había mostrado antes.

Esther paró el jeep, ante la sorpresa de la pediatra que la miró enarcando las cejas en
señal interrogadora, y la encaró.

- ¿Te has enfadado? – le preguntó abiertamente.


- No.
- Sí que lo has hecho – afirmó bajándose del coche.
- Esther, ¿qué haces? – inquirió al verla – ¡eh! – la llamó cuando comprobó que se
alejaba del vehículo - ¡Esther! ¿dónde vas?
- Espera aquí - dijo volviendo junto a su ventanilla para seguidamente volver a
alejarse.

Maca la vio meterse en una especia de centro comercial y al cabo de unos minutos salió
de nuevo con una bolsa colgando de una de sus muñecas y una caja que sujetaba con
ambas manos. Soltó la caja sobre el capó y abrió la puerta, luego volvió a tomar la caja
y se sentó a su lado, tendiéndosela.

- ¿Qué es esto?
- ¡Ábrelo! pero con cuidado.
- Creí que teníamos prisa – le espetó ligeramente molesta de que la hubiese dejado
allí sin explicaciones.
- Y la tenemos, pero… esto es más importante.
- Pero… ¿qué es esto?
- ¡Ábrelo! – le repitió con tal sonrisa que Maca no pudo evitar corresponderle – es
un regalo para ti.
- ¿Para mí?
- Sí, venga ábrelo – la instó.

La pediatra obedeció y sus ojos se abrieron de par en par al ver el contenido, una
pequeña pecera con un pequeño pez que nadaba de un lado a otro. Maca la miró
perpleja y sus ojos repitieron la pregunta que instantes antes habían formulado sus
labios.

- Si tú no vas al mar, el mar tendrá que venir a ti – sentenció con una sonrisa
conciliadora – tenemos el agua y los peces, solo nos falta la arena, pero… todo
se andará – aseguró misteriosa.
- Pero….
- ¿Me perdonas? – le pidió rozándole con suavidad el dorso de la mano.
- No tengo nada que… - se le quebró la voz emocionada – Esther…
- ¡Te quiero! y soy una imbécil y una bocazas y…
- ¡Gracias! Es… precioso pero… ¿qué vamos a hacer con él? Tendrá que comer
y…

Esther sonrió levantando la bolsa.

- Aquí está todo lo necesario.


- Pero… tendremos que…
- Llevárnoslo a Madrid, ¡por supuesto!
- Pero… en el camión y el viaje será… ¿cómo vamos a hacer para que…?
- Si no lo quieres lo devuelvo.
- ¡Claro que lo quiero! – exclamó apresurándose a aferrarse a la pecera – es el
regalo más romántico que me han hecho nunca – le dijo inclinándose a besarla.
- ¡Maca! ¡Aquí no! recuerda lo que te dije – la frenó con firmeza – tienes que
tener cuidado con estas cosas, es peligroso.
- Uy, perdona, me va a costar trabajo acordarme – suspiró mirando sus labios con
deseo - ¡me va a costar! sobre todo si me haces cosas como ésta.
- Pues es algo que debes tener muy presente, y esto es completamente en serio –
le dijo arrancando el jeep y continuando la marcha.
- ¡Me encanta! y… además no es naranja – apretó los labios en una mueca
burlona.
- ¿Qué te crees! azul, tu color preferido, ¿no?
- Si – musitó sonriente.
Maca permaneció con la vista fija en su pez, y una sonrisa de satisfacción en sus labios,
Esther sabía cómo hacerla feliz, eso estaba claro. Levantó los ojos hacia ella y la
observó concentrada en la conducción sintiendo que una oleada de bienestar la invadía.
La brisa que entraba por la ventanilla le movía ligeramente el pelo, su perfil perfecto, la
sonrisa que mostraban sus labios, sus ojos soñadores, toda ella le parecía más perfecta y
bella que nunca. Suspiró pensando en lo diferente que era todo hacía unos días, ahora
todo se le antojaba maravilloso y sonrió pensando en trabajar a su lado, en dormir a su
lado, en viajar a su lado y en tomarla de la mano y sin temor regresar junto a ella a
Madrid, arreglar su vida y comenzar de nuevo. Un pequeño bache la sacó de sus
pensamientos.

- ¡Cuidado!
- Lo siento no lo he visto – se disculpó la enfermera - ¿estás bien?
- Si, muy bien – respondió mirándola atentamente – pero… ¡Germancito no! -
exclamó señalando al pez - por poco no se me cae.
- ¿Germancito? – preguntó mirándola divertida.
- Sí, y no te distraigas y mira hacia delante que no quiero más sustos.
- ¡Pero cómo lo vas a llamar así!
- ¿Con esta cara de pez cómo quieres que lo llame? – le dijo irónica buscando
provocarla.
- Pero ¡Maca! – protestó descubriendo su burla al mirarla de reojo - además, creo
que es hembra.
- ¡Ah!.., bueno… en ese caso… tendré que cambiarle el nombre.
- ¿Y cómo la llamarás?
- Pues… como su mami.
- Macarena no es nombre de pez.
- ¿Macarena? Yo estaba pensando en Esthercita – soltó una carcajada y la
enfermera la miró haciéndose la enfadada.
- ¿Me estás diciendo que tengo cara de pez?
- Cuando me pones morritos… ¡sí! – se mofó de ella.
- Estás tu muy graciosita hoy.
- Lo que estoy es… ¡feliz! – exclamó acariciándola en la pierna – y todo gracias a
ti – reconoció halagándola – me estás mimando demasiado.
- ¡Me alegro! – reconoció – ¡no imaginas cuanto, me alegro!

Maca le lanzó una mirada penetrante que hizo estremecerse a la enfermera, que le
sonrió igualmente feliz.

- Esther….
- ¿Qué?
- ¿Y hoy... qué haremos en el campo? – le preguntó.
- Lo mismo que ayer, Maca.
- ¿Pero tú crees que habrá mucho trabajo? – preguntó en tal tono que la enfermera
interpretó que no tenía gana alguna de llegar y ponerse a echar una mano.
- ¡Seguro! allí siempre hay trabajo – afirmó y volviendo a desviar la vista del
camino le lanzó una leve sonrisa – pero tú no tienes que…
- Y los días que no vais… ¿cómo se apañan? – la interrumpió.
- ¿No te lo ha contado Germán?
- Si te digo la verdad no me acuerdo – encogió un hombro y enarcó las cejas –
reconozco que a veces no lo escucho – le dijo con ojos bailones torciendo la
boca en una graciosa mueca.
- Pues en esos días es Nadia quien se encarga de todo y si hay alguna urgencia nos
llaman y vamos cuanto antes – le respondió.
- No sé como aguantáis ese ritmo de trabajo día tras día.
- Todo es acostumbrarse - comentó posando su mano en la pierna de la pediatra -
Hoy no tienes que hacer nada – le dijo creyendo que su interés en lo que harían
se debía a que estaba cansada - cuando lleguemos ya estará todo organizado y....
- ¿Cómo que no! ¡ya lo creo que lo haré!
- No has dormido en toda la noche, y deberías descansar - le aconsejó en tono
maternal.
- ¿Y tú qué?
- Yo si he dormido.
- Eso ya lo sé, ¡menudos ronquidos! - respondió sarcástica.
- Mira la que fue a hablar... además yo no ronco.
- ¡Anda que no! – soltó una carcajada.
- Ya en serio Maca, no quiero que hoy hagas nada, estás cansada, solo hay que ver
cómo te has subido al jeep – le dijo mirándola con seriedad y provocando que la
pediatra adoptase un aire taciturno – además, digas lo que digas creo que esta
mañana tenías unas décimas y... ¡no me pongas esa cara!
- Pero Esther… - protestó frunciendo el ceño – reconozco que el día de ayer fue
agotador y que hoy estoy algo cansada pero en cuanto me ponga con el trabajo
se me pasa, ¡ya verás! – le dijo con ilusión.
- ¡De eso nada! así estarás para reconocer que estás cansada – la miró con
preocupación - voy a hablar con Germán y…
- ¡De eso nada! – saltó con firmeza imitándola, pero mucho más suave le pidió –
por favor, cariño, quiero trabajar.
- Pero Maca, me preocupa que …
- ¡Esther! ¡por favor! – le suplicó con más énfasis - necesito trabajar, ¿no lo
entiendes?
- Claro que lo entiendo – reconoció mirándola de soslayo esbozando otra leve
sonrisa – pero… ¿tú no entiendes que me preocupe por ti? aún te estás
recuperando y no quiero que hagas esfuerzos, tú misma has reconocido que el
día de ayer fue muy duro y…
- Y tú lo que no quieres es que esta noche caiga rendida – terminó por ella con
retintín y aire burlón.
- ¡Serás boba! – rió soltando la mano izquierda del volante y dándole un ligero
empujón en el hombro, Maca que no se lo esperaba se golpeó con la puerta, y
estuvo a punto de dejar caer la pecera.
- ¡Ay! – se quejó – ¡uf, qué daño! – exclamó llevándose la mano al brazo
palideciendo – uf ¡joder!
- ¡Pobrecita! – se burló pero al ver que no cambia el gesto de dolor se preocupó -
¿tanto te duele?
- Si – musitó – y por poco no matas a mi Esthercita.
- No seas exagerada, Maca – sonrió mirándola de reojo – Esthercita está
estupendamente.
- Exagerada no, que me has hecho polvo.
- Pero si solo ha sido un golpecillo, ¿en serio te duele tanto?
- Si – repitió pero al ver la cara de angustia de la enfermera sonrió – no te
preocupes ya se me pasa.

Esther la miró y vio que estaba aún más pálida y que se mordía el labio inferior, en un
gesto característico de ella que manifestaba que no se encontraba bien, preocupada y
con habilidad detuvo el jeep en el borde del camino.

- Pero… ¿qué pasa? si solo te he… - se interrumpió comprendiendo lo que ocurría


- ¡perdona! olvidé por completo el corte de brazo, ¡ays! ¿te duele mucho?
- Si – musitó frunciendo el ceño.
- Déjame ver – le pidió ayudándola a soltar la pecera y quitarse la chaqueta, con
delicadeza le quitó el apósito y revisó la herida - ¡este punto está peor que ayer!
mierda se nos ha olvidado hacerte la cura y está infectado.
- Me duele bastante – dijo intentando vérselo – pero ha sido al golpearme antes no
lo notaba.
- En cuanto lleguemos te lo curo, seguro que las décimas que tienes son por eso.
- ¡Que no tengo décimas! – protestó.
- Ya lo creo que sí, son muchos días cuidándote y reconozco cuando tienes fiebre
hasta sin ponerte el termómetro.
- Pues estoy muy bien y ni se te ocurra decirle nada a Germán, ¡quiero trabajar!
- Bueno.. ya veremos.
- Ya veremos no, ¡prométemelo!
- Pero Maca.
- ¡Promételo!
- Muy bien – consintió - yo no digo nada, pero tú no haces tonterías. Nada de
estar al sol el día entero. Te vas dentro y te quedas en la maternidad, ¿de
acuerdo? – Maca la miró mohína, no quería quedarse dentro, quería trabajar
fuera con ella, a su lado, quería volver a sentirse como ya se sintiera los dos días
anteriores.
- Pero… estaremos separadas – protestó sin fuerza.
- ¡Mejor! – exclamó y Maca la miró extrañada abriendo los ojos mostrando su
sorpresa - así… ¡me echas de menos! – sonrió - ¿de acuerdo o no?
- De acuerdo me quedo dentro – aceptó de mala gana.
- Anda vamos que a este paso no llegamos nunca.
- Lo siento, pero es que me dolía mucho.
- ¡Ay, mi niña! – la miró con ternura, y le dio un rápido beso en la mejilla – si es
que soy una bruta.
- Siempre lo has sido – rió burlona – pero…. ¡me encanta!

Esther la miró y le guiñó un ojo, con complicidad. Arrancó y continuaron la marcha en


silencio durante unos minutos, Esther miraba a Maca cada vez que las irregularidades
del camino se lo permitía, la pediatra tenía la vista clavada en el camino y parecía
ensimismada, pero una sonrisa de satisfacción había sustituido al gesto de dolor con lo
que la enfermera dejó de preocuparse y se preguntó qué sería lo que pasaba por su
mente para tener aquella expresión. Prestó atención a la conducción y comenzó a
madurar una idea que se le había ocurrido, en cuanto llegasen al campamento tenía que
hacer una llamada y, si todo salía como esperaba, le iba a dar a Maca una sorpresa, ¡una
gran sorpresa!
- Esther… - dijo de pronto sobresaltando a la enfermera ya estaba pensando en las
posibilidades que se le brindaban en los días siguientes, planificando
mentalmente los lugares a los que le gustaría llevarla - anoche cuando se me
cayó la labranza…
- ¿Si? – la miró con una mueca burlona en sus labios, comprendiendo que esa
sonrisa que iluminaba su rostro se debía a que estaba pensando en la noche
pasada.
- ¿Qué deseaste tú?
- ¿Otra vez! ya te dije que no voy a contártelo.
- Anda ¿qué te cuesta decírmelo! tú misma te reíste de mí, diciendo que no debía
creer en esas cosas.
- Yo no hice eso y no pienso decírtelo, así es que no insistas – le respondió
divertida.
- Bueno – aceptó, momentáneamente, pero al instante volvió a la carga – y... ¿una
pista?
- No, Maca, que no se cumple.
- Anda… una pista chiquita…
- Que noooo…
- ¡Por favor! – le suplicó impostando una voz penosa a sabiendas de que ese tono
había logrado ablandar a la enfermera en muchas ocasiones.

Esther suspiró y le lanzó una mirada fugaz, y divertida, negando con la cabeza dispuesta
a ser firme y no dejarse vencer por sus ojos castaños y suplicantes y su tono meloso que
tenía la facultad de minar su voluntad.

- Dime al menos si tiene que ver conmigo.


- ¿Por qué crees que tendría que ver contigo? – le respondió socarrona.
- ¿Lo tenía o no?
- ¿Tanto te importa?
- Si – admitió – me importa mucho.

Esther sonrió de nuevo, ladeando la cabeza, con ojos brillantes y burlones.

- Si, tenía que ver contigo – acabó confesando con un suspiro.


- ¿Y no se ha cumplido? – preguntó con lo que a Esther le pareció un interés
desmedido.
- Pues no.
- Ya… - dijo borrando la sonrisa de su rostro y adoptando un aire pensativo,
consciente de que quizás sus limitaciones tenían la culpa de ello – lo siento.
- ¿Por qué?
- Por… por no poder cumplir tus deseos... por… - enrojeció y guardó silencio
bajando los ojos a sus manos que jugueteaban nerviosas. Esther la miró de
soslayo e inmediatamente intuyó lo que había pasado por su mente.
- Maca, si estás pensando lo que creo, estás completamente equivocada. Esta
noche ha sido… ¡mágica! no podría haberla deseado así, porque lo que me has
hecho sentir se escapaba a mi imaginación – le confesó arrancando una enorme
sonrisa de la pediatra que posó su mano en la pierna de la enfermera
acariciándola levemente, enormemente agradecida por aquellas palabras.
- ¿De verdad? – preguntó insinuante subiendo suavemente por su muslo -
¿mágica?
- ¡Claro que de verdad! pero quita la mano y no me distraigas – le dijo con un
suspiro y Maca la retiró obediente.
- Entonces… si no es eso… y… tiene que ver conmigo…. ¿qué es?
- No puedo decírtelo, quiero que se cumpla.
- Vale, entiendo, es… ¿por mí?
- Ya te he dicho que tiene que ver contigo, pero no es por ti.
- Ya…. – murmuró adoptando un aire circunspecto - es mi vida, ¿verdad! ¿quieres
que te hable de Ana? – le preguntó directamente.

Esther la miró de soslayo, sorprendida, sin esperarse aquello, y rápidamente descubrió


que aquel tono de tristeza iba acompañado de una mirada melancólica y oscura, como
siempre que se refería a su mujer.

- No quiero que me hables de nada que tú no quieras contarme – respondió en voz


baja y cadenciosa soltando la mano del volante y regalándole una rápida caricia
en la mejilla - Y no insistas porque no te voy a decir que es, solo lo haré el día
que se cumpla. Pero estate tranquila porque es de ti y de mí. Y no es lo que
crees.
- Te prometo que se cumplirá – sonrió aliviada - sea lo que sea, si tiene que ver
conmigo... se cumplirá – le aseguró haciéndose la secreta promesa de dedicar el
resto de su vida a cumplir los deseos de la enfermera.

* * *
Media hora más tarde el jeep franqueaba el portón del campo de desplazados y Esther
profería una exclamación de desagrado.

- ¡Mierda! ¡mierda! ¡mierda!


- ¿Qué pasa? – preguntó Maca extrañada.
- Oscar está aquí.
- Pero… ¿cómo lo sabes? – preguntó con el mismo tono de desagrado solo de
imaginar que fuera cierto y con la pequeña esperanza de que la enfermera
estuviese en un error.
- Aquél de allí es su coche – le explicó señalando a un enorme todoterreno que
aparecía majestuoso frente a la entrada principal del pabellón de maternidad.
- Te dije que se nos iba a hacer tarde - se quejó temiendo la reacción del inspector
– no teníamos que habernos entretenido tanto – masculló temerosa de lo que
pudiera esperarles.
- Ya… - musitó sin ninguna gana de verlo.
- Esperemos que no le haya caído una buena a Germán.
- Pero por qué le iba a caer.
- Pues por dejarnos el jeep Maca.
- Bueno… tú déjame a mí que ya me inventaré algo.
- No vayas a enfrentarte a él. Estará cabreado y es mejor que...
- Tranquila que se tratar a este tipo de tíos.
- Ya… lo que yo recuerdo no era precisamente mucha diplomacia por tu parte y si
está…
- Han pasado cinco años Esther y… muchas cosas, ya no soy la impulsiva que era.
- ¡Ah! ¿no? – sonrió mirándola insinuante – pues… lo disimulas muy bien.
- No me refiero a eso, me refiero a…
- Sé a lo que te refieres – la interrumpió – pero, por favor, no vayas a discutir con
él ni ha dejarlo en evidencia que luego la pagará con Germán o con…
cualquiera.
- Que si lo prefieres no digo nada.
- Pues la verdad es que sí, que es preferible que ni tú ni yo nos metamos.
- Ya… y que Germán se coma todo el marrón.
- ¡Yo no he dicho eso! No voy a dejar que se coma nada.
- Pues es a lo que me ha sonado.
- Bueno, di lo que quieras pero, por favor, sé… prudente.
- Lo seré – prometió mirándola de tal forma que Esther se incomodó.
- ¿Qué pasa?
- Nada.
- Maca, no es lo que crees.
- No creo nada.
- Sí, me has mirado con esa cara de… de decepción y no es lo que crees. Oscar es
peligroso y Germán… sabe torearlo y a mí… me… me tiene especial inquina
y… no quiero que… - se calló mirándola angustiada y Maca le sonrió
acariciándola en la mano.
- Cariño, confía en mí. No voy a enfrentarme a él, si no todo lo contrario, quiero
que… confíe en mí.

Ahora fue Esther la que la miró con un gesto entre sorprendido y extrañado, ¿para qué
quería Maca que Oscar confiara en ella! pero no tuvo tiempo de preguntarle porque
acababa de detener el jeep junto al de Oscar y Germán, que en ese preciso momento
terminaba de examinar a un joven le dio unas indicaciones a Maika que se encontraba a
su lado y acudió al encuentro de ambas.

- ¡Ya era hora! – exclamó con el ceño fruncido - ¡dichosos los ojos! – continuó
con retintín.
- Lo siento, Germán – se apresuró a disculparse la enfermera – se nos ha hecho
tarde.
- ¿Tú sabes lo preocupado que me teníais! y encima Oscar aquí y con un cabreo
de mil pares de cojones y para colmo con razón – rezongó mientras abrió la
puerta del lado de la pediatra y la ayudaba a descender.
- Lo siento – repitió Esther casi sin fuerzas – intenté avisarte pero…
- Pero nada coño – saltó visiblemente molesto – se puede saber que…
- La culpa ha sido mía – intervino Maca con calma, Germán se fijó en ella por
primera vez, le parecía pálida y ojerosa y su preocupación aumento a la par que
disminuía el enfado que sentía.
- ¿Estás bien, Wilson?
- Si, solo…. Un poco mareada del traqueteo – sonrió – pero en seguida se me
pasa. ¿Hay mucho trabajo?
- ¿Tú que crees! ¡mira como está esto!
- Pues dinos que necesitas que hagamos – se ofreció Maca con su mejor sonrisa.
- Bueno… - murmuró aún mohíno – será mejor que entréis, con Oscar aquí no
creo que …
- Por Oscar no te preocupes que yo me encargo de él.
- No creo que sea buena idea – respondió – está enfadado y con razón.
- ¿Dónde está?
El médico se encogió de hombros y levantó los brazos en un aspaviento más que
elocuente.

- ¡Vete a saber!
- ¿Sara no ha venido? – le preguntó Maca.
- Sí, está… - dijo señalando al lugar en que la joven trabajaba con Gema - ¡coño!
estaba allí con Gema pero… debe haber entrado. ¡Gema! – gritó – ven un
momento.

La chica se acercó con una carrera y Germán se apresuró a preguntarle por Sara.

- ¿Dónde está Sara? – inquirió casi antes de que Gema llegara hasta ellos,
levantando una ceja y mostrando que su humor no era el habitual.
- Oscar le dijo que tenía que hablar con ella. Pero mientras estoy haciendo unas
curas – se justificó, casi sin resuello por la carrera que había dado, creyendo que
Germán le recriminaba que estuviese sola.
- Tranquila, has hecho bien – le sonrió más afable - ¿cuándo se ha ido Sara con
Oscar?
- Hará una media hora.
- ¿Media hora? – repitió sin dar crédito a que a él se le hubiera pasado ese detalle,
aunque con el día que llevaban no le extrañaba
- Si… eh… creo que han entrado al despacho de Nadia.
- Pero… ¡qué coño…! - musitó dándoles la espalda y mirando al interior de
pabellón – Gema – se volvió hacia la chica – puedes seguir con lo que hacías –
le ordenó y permaneció en silencio hasta que se alejó de ellos - este tío siempre
igual, a ver cuando se va a enterar que lo que tenga que ver con mi personal
tiene que hablarlo conmigo – masculló más que molesto mostrando lo harto que
estaba de que Oscar lo ningunease en su puesto de director - voy a ver que pasa
– dijo mirando a las tres - Y vosotras dos, pues… no sé… si queréis echar una
mano tendréis que esperar a que éste se largue. De momento creo que…
- No entiendo qué problema hay en que echemos una mano – empezó a decir
Maca pero al ver la indicación que le hacía la enfermera guardó silencio.
- No te preocupes Germán, primero voy a hacerle una cura a Maca – intervino
Esther mirando a su amigo – así, Oscar, no podrá decirnos nada.
- ¿Una cura? – preguntó interesado.
- El punto infectado, no tiene buena pinta y creo que hoy tiene unas décimas.

Germán, que ya había dado unos pasos hacia el pabellón, se detuvo y se volvió hacia la
pediatra tocándole el lateral del cuello, mientras Maca fulminaba a Esther con la mirada,
¿dónde había dejado su promesa de no decirle nada?

- Vamos dentro – les dijo a ambas en el mismo momento en que Oscar y Sara
salían por la puerta principal, la cara de la chica le dijo a Maca que algo no iba
bien y sintió que una rabia interna la cegaba. Ese hijo de puta iba a tener que
vérselas con ella antes o después. Aunque debía reconocer, que Esther tenía
razón, y no era el momento.
- Buenos días – se acercó Oscar hacia ellas – veo que, al final, no voy a tener que
dar parte por la desaparición de un de nuestros jeep – continuó con ironía y una
enorme sonrisa dirigida a la pediatra, que inmediatamente comprendió que
Germán ya se había ganado una bronca al respecto. Oscar permaneció con la
vista en ella, se había propuesto que aquella metomentodo no influyese en sus
planes y para eso debía dejarle claro lo que no estaba dispuesto a tolerar pero al
mismo tiempo que afectase a sus intenciones, porque sabía que el ser amiga del
Director General podía acarrearle serios problemas si ella se quejaba de su trato
– doctora Wilson….
- No creo que sea necesario, Oscar… - lo interrumpió, decidida a evitar
represalias contra Germán y calibrando rápidamente cuál era la mejor estrategia
para conseguir de él lo que pretendía. Pero el joven frunció el ceño molesto y
elevó la voz por encima de Maca.
- Doctora Wilson, le pediría que la próxima vez que….
- Oscar, antes de que diga nada, yo… quería darle las gracias por poner a mi
disposición todos los medios de los que disponéis – le dijo Maca con rapidez
volviendo a cortarlo y levantando la mano para estrechársela con una sonrisa
afable – ya me ha dicho Germán que fue orden tuya que no me faltase de nada
aquí y te lo agradezco – reconoció con una sonrisa – sinceramente no me lo
esperaba y…. me voy más que satisfecha – le confesó mostrando cordialidad.

Oscar, la miró con cierta perplejidad, si había algo que no se esperaba eran aquellas
palabras y mucho menos que Germán hubiese mentido a su favor, pero eso le venía
como anillo al dedo para intentar borrar la primera imagen que le diera a la pediatra, que
era su principal objetivo, y no porque le cayese bien, si no porque podía ser un serio
obstáculo en sus intereses e intenciones. Maca comprobó rápidamente, que la sorpresa
inicial del chico dejaba paso a una mirada fría y casi de odio que le dirigía, a pesar de ir
acompañada de una enorme sonrisa y de una educación de la que había carecido su
primer encuentro con él. Maca decidió incidir en el tema y continuar con su estrategia.

- Te repito que me has sorprendido agradablemente, además, en estos días he


tenido la ocasión de comprobar la escasez de medios con las que contáis aquí y
te aseguro que voy a hacer todo lo que esté en mi mano por que eso cambie y
por supuesto, hablaré con Luís sobre todas mis impresiones aquí – le recalcó de
tal forma que el chico sonrió de nuevo.

Germán frunció el ceño desconcertado, Esther y Sara la miraron con la boca abierta,
manifestando la enorme sorpresa que aquellas palabras les producían, ¿qué estaba
haciendo Maca? Esther la observó sin poder evitar un gesto de contrariedad, una cosa
era no discutir con él, como le había pedido en el jeep y otra muy diferente bailarle el
agua a aquel imbécil

- Eh… sí, así es – le devolvió la sonrisa el joven que rápidamente vio la


oportunidad de apuntarse un buen tanto, si ella hablaba bien de él a sus
superiores – aquí es usted una invitada de honor y cualquier cosa que necesite no
tiene nada más que pedírmelo, a mí o al director del campamento.
- Muchas gracias, Oscar. Sin su colaboración esta mañana Esther no podría
haberme llevado a Kampala y necesitaba ir cuanto antes. Te lo hubiera
comunicado pero …
- ¡Por favor! – la interrumpió levantando la mano – usted no tiene que darme
explicaciones, es más, si necesita un coche mientras esté aquí…
- No, no, no es necesario, todo está bien... como está – le dijo con rapidez, con la
intención de comprobar cuales eran sus reacciones ante sus palabras, “además de
hijo de puta es pelota y rastrero, lo peor de lo peor”, pensó sin poder evitar un
leve gesto de desagrado que Esther captó al instante y aunque no terminaba de
comprender qué estaba ocurriendo allí, comenzó a sospechar que Maca se traía
algo entre manos.
- Bueno… me alegro de que todo esté a su gusto – se inclinó levemente para
cogerle la mano y estrechársela con suavidad – espero que nos veamos pronto.
- Eso espero yo también – dijo Maca en tal tono que quienes la conocían sabían
que ese encuentro no presagiaba nada bueno, pero el chico se dio por halagado y
satisfecho, sobre todo, después de haber dado parte de que Maca ese encontraba
en el campamento y haber recibido órdenes estrictas de que no le faltara,
absolutamente nada de lo que necesitase.
- Germán – se volvió Oscar hacia el médico con un tono mucho más cortante que
el empleado hasta ese momento – quiero un informe detallado en esta semana.
- ¿Tienes un momento? me gustaría hablar contigo – le respondió Germán
adoptando una actitud completamente seria, muy lejos de su habitual carácter.
- No, lo siento. Si necesitas algo pídelo por escrito.
- No es eso.
- Sea lo que sea, tendrá que esperar – lo cortó con rapidez – doctora – se volvió
hacia Maca ignorando tanto a Esther como a Sara – hasta otro día – la saludó.

Oscar se dirigió hacia su coche, montó en él y salió, como siempre, a toda velocidad
obligando a varios pacientes y familiares apartarse con rapidez de su camino. Cuando
creyó que nadie podía verlo soltó una sonora carcajada, aquella engreída de Wilson era
pan comido para él, intentaría verla antes de que se marchase y hacerle algún obsequio,
seguro que la tenía en el bote, iba a ser mucho más fácil de lo que pensaba conseguir de
ella lo que pretendía, y por supuesto devolverle una por una sus palabras y la
humillación de su primer encuentro. Sonrió pensando en que en cuanto la tuviese donde
quería, se iba a enterar de quién era él y a quien se había enfrentado. Inmediatamente
pensó en Sara y soltó otra carcajada, otra soberbia a la que ya se encargaría él de bajarle
los humos. Se regodeó recordando en como había temblado ante él en el despacho y
cómo había tenido que agachar la cabeza, ¡sí! definitivamente ese había sido un día
redondo, quizás el primero de muchos.

En la entrada del pabellón todos se habían quedado observando su partida y habían


guardado silencio unos instantes, la tensión se cortaba en el ambiente y Esther, incapaz
de de aguantar más rompió el hielo.

- ¡Este tío es imbécil! – exclamó mirando a Maca, mohína y molesta por su


comportamiento. La pediatra desvió la mirada y no respondió al comentario.
- Sara… ¿qué quería éste? – le preguntó abiertamente Germán.
- Eh… nada, nada – se apresuró a responder negando con la cabeza y
sonrojándose un poco.
- Algo querría para hacerte pasar a un despacho – insistió mostrándose
visiblemente molesto - ¿qué es lo pasa?
- Nada, Germán. Quería saber si… si estaba todo bien por aquí.
- ¿Y eso por qué coño no me lo pregunta a mí? Y tú ya podías hacérselo ver. ¿Qué
os tengo dicho? – preguntó retóricamente.
- Lo siento – murmuró la joven, bajando la vista avergonzada.
- Bueno… creo que nosotras deberíamos entrar ¿no, Esther? – propuso Maca
considerando que si Germán debía hablar con Sara era mejor que lo hiciera a
solas.
- No hace falta – le dijo Germán que rápidamente captó lo que pretendía – entro
con vosotras – les dijo molesto – y tú Sara a deberías tener claro a estas alturas
en qué bando quieres estar.
- Lo siento – repitió apretando los labios controlando el temblor de su barbilla, e
intentado ocultar la humedad de sus ojos – no volverá a pasar, te lo prometo.
- Ve con tu grupo, Gema lleva demasiado rato sola – le indicó con el brazo y se
colocó tras la silla de Maca – vamos Wilson.
- ¿Vas a hacerle tú la cura? – le preguntó Esther.
- Si – respondió secamente.
- Entonces… me voy con Sara y que ella me diga qué puedo ir haciendo… - saltó
con rapidez dando una carrera y dejándolos allí solos sin que el médico pudiera
negarse. Conocía a Germán y sabía que en unos momentos se le habría pasado el
enfado pero era mejor dejarlo solo.
- ¿Y a ésta que mosca le ha picado? – comentó con el ceño fruncido, sorprendido
ante la espantada de Esther.
- ¿Qué va a ser? te has pasado con Sara.
- ¿Tú crees?
- No seas tan duro con la chica, es joven – habló Maca con suavidad.
- No tanto, y tiene muchos tiros pegados – respondió mohíno – no soporto a Oscar
– reconoció – tiene la habilidad de sacarme de mis casillas.
- A cualquiera, pero… no lo pagues con quien no tiene la culpa. ¿Qué podía hacer
Sara si le dice que quiere hablar con ella?
- Imagino que lo que ha hecho – suspiró – por cierto, gracias, ya te debo dos. De
no ser por que me has echado un cable me habría amonestado por dejaros el
coche.
- No tiene importancia, la culpa ha sido nuestra por retrasarnos.
- No entiendo a Sara – comentó de pronto – y más… después de lo que se
rumorea.
- ¿Qué se rumorea?
- Eh… nada… que… no se llevan demasiado bien – esquivo responder la verdad
sin intención de revelar secretos de la chica lo que hizo que Maca sonriera para
sus adentros y aun tiempo valorase su discreción – si le digo lo que le digo es
para evitarle que tenga que tratar con él. Bastante hay con que lo aguante yo, es
algo que va con mi cargo – continuó mostrándose ligeramente dolido con Sara.
- Ya… lo que te molesta es que no ha querido contarte de qué han hablado, ¿me
equivoco?
- Estás tú hoy muy aguda y de muy buen humor – saltó irónico, dejando la silla y
comenzando a sacar todo lo necesario para hacerle la cura – lo que me molesta
es que no confíe en mí, sé que le pasa algo, lleva unos días rara y nerviosa,
pero… bueno supongo que aquí todos pasamos malas rachas.
- Es normal Germán, si tiene que contarte algo ya lo hará, por mi experiencia te
digo que presionar no sirve de nada. Ya hablará cuando lo considere oportuno si
es que tiene algo de lo que hablar.
- Estás tú hoy muy calmadita y de muy buen humor – le dijo con ojos bailones y
mueca divertida – y me pregunto porqué será.
- Bueno…. No te voy a negar que… me encuentro muy bien – sonrió y Germán se
fijó en ella con detenimiento y afirmó con la cabeza comenzando a sonreír.
- Me alegro – dijo con sinceridad – pero ten cuidado, aún te estás recuperando. ¡Y
vaya cara traes!
- Ya te he dicho que me he mareado un poco – sonrió esquivando el tema - ¡ays!
¡cómo escuece!
- No seas quejica que esto ya está y… no me cambies de tema, esas ojeras que
traes son de otra cosa, que ya nos vamos conociendo, Wilson. Tú no has pegado
ojo en toda la noche.
- Tienes razón – sonrió sin poder evitar que las escenas vividas junto a la
enfermera volvieran a su mente, Germán la miró burlón pero no dijo nada - ...no
he… dormido bien… he…extrañado la cama.
- Bueno… será mejor que te quedes en el salón, yo tengo que salir cuanto antes,
estamos hasta arriba.
- ¡De eso nada! estoy perfectamente y quiero ayudar.
- Pues… vamos a buscar a Nadia, en la maternidad también están hasta arriba,
seguro que allí puedes echar una mano.
- No deberías escuchar tanto a Esther – dijo mohína – te digo yo que estoy bien y
podría…
- Y tú deberías escucharla más – respondió con rapidez – ella solo quiere que no
hagas tonterías y yo también, así es que hoy te quedas dentro.
- De acuerdo – suspiró dando su brazo a torcer – pero tengo que ir al coche a
por… por algo.
- Pues vamos – la empujo hacia el exterior – dime qué quieres que te lo coja.
- Mi pez, no quiero dejarlo ahí con este calor.
- ¿Tú pez? – preguntó abriendo los ojos y poniendo tal cara de burla al coger la
pecera que Maca se apresuró a interrumpir lo que de seguro iba a decirle.
- Ni una palabra que yo también te conozco.
- ¡Ay! ¡qué bonito! – se mofó con retintín – y ahora me dirás que le has puesto
Esthercita.
- Pues no.. germencito – respondió en el mismo tono de burla
- ¡Me halagas, Wilson! – exclamó mostrándose alegre por primera vez desde que
llegaran - Allí tienes a Nadia – le señaló hacia el rellano de enterada, soltando
una carcajada – luego nos vemos.
- Hasta luego y ¡gracias! – exclamó con tal sonrisa que Germán la miró de nuevo
extrañado y apretó la boca en una mueca burlona. “Muy contenta estás tú hoy y
no creo que sea solo por el pececito”, pensó satisfecho, observando como
entraba con Nadia en maternidad, la veía mucho mejor en todos los sentidos.

Se dio la vuelta, permaneció un instante observando a todos dedicados a su trabajo y


llamó a Esther, que se acercó con rapidez hasta él.

- ¿Qué tal Maca? – le preguntó creyendo que la llamaba para hablarle de ella.
- La he dejado con Nadia – le sonrió burlón – por cierto muy bonito el pez – se
burló y Esther enrojeció levemente pero no dijo nada - Niña, yo… ¿has hablado
con Sara! ¿cómo está? – preguntó sin dar más rodeos mostrándose preocupado y
ligeramente avergonzado.
- Bien, ya la conoces, pero… te has pasado con ella.
- Lo sé – admitió mirando hacia donde trabajaba la joven - ya me disculparé. Sé
que no… habrá podido hacer otra cosa… que… no tiene la culpa pero…
- No debías dudar de ella y menos delante de extraños.
- ¿Lo dices por Wilson?
- Claro.
- Me da en la nariz que… sabe más que tú y yo juntos – bromeó atrayéndola hacia
él y besándola en la mejilla con rapidez.
- ¿Y esto? – preguntó sorprendida - ¿Ya se te ha pasado el cabreo?
- Pues sí, ¡se me ha pasado! es más estoy contento - sonrió abiertamente – quieres
quedarte con Sara o prefieres echarme una mano.
- Tú estabas con Maika – le dijo señalando al lugar donde su enfermera atendía a
algunos visitantes dándoles agua, y haciendo algunas curas. No quería parecer
una entrometida.
- Hay trabajo para los tres, además, solo será un rato, Maika va a entrar en
quirófano con Jesús, en un par de horas se irá para el campamento.
- ¿Sola?
- Va en la moto.
- Ya, pero…. ¿y la guerrilla?
- André dice que todo controlado.
- Pues… entonces contigo – sonrió frotándole el brazo de arriba abajo – no me
gusta verte enfadado. Y menos por mi culpa.
- No es culpa vuestra – reconoció – anda vamos – la empujó con suavidad y se
inclinó hacia ella en un intento de susurrar – me gusta ver de nuevo esa sonrisa.

Esther giró el rostro hacia él y le guiñó un ojo con complicidad, pero no dijo nada. Los
dos se acercaron al lugar donde estaba Maika y se situaron junto a ella. Germán, tras
decirle a la joven que podía marcharse ya se dispuso a seguir atendiendo a los
integrantes del grupo.

- Por cierto – rompió el hielo deseoso de conocer el motivo de aquella expresión


de felicidad que no se borraba de la cara de la enfermera - ¿qué es lo que has
estado haciendo con Wilson! ¡porque vaya cara trae!
- Nada – lo miró frunciendo los labios en una sonrisa irónica. Esperaba su
interrogatorio y consciente de que sería así y de que estaba deseando saber cómo
le había ido con Maca había permanecido en silencio, haciéndolo impacientarse.
- Wilson tiene que descansar – insistió manteniendo con ella una lucha de miradas
a las que la enfermera estaba más que acostumbrada – y estar toda la noche sin
dormir…
- Habrá extrañado la cama porque yo he dormido estupendamente – respondido
sarcástica.
- Ya… la cama… ¿os habéis puesto de acuerdo? – preguntó riendo entre dientes –
porque ella me ha dicho exactamente lo mismo.
- Si ella te ha dicho lo mismo será porque es verdad ¿no crees?
- Claro – admitió sin convicción – uff, esto está fatal vamos a tener que…
- ¿Se va a quedar aquí? – preguntó mirando la herida de la perna en el joven que
atendían.
- Me temo que sí, entra y ve buscando un hueco – le pidió concentrándose en su
trabajo – mucho me temo que no vamos a poder salvársela.

Esther se marchó y regresó al cabo de unos minutos acompañada de dos de los chicos
que trabajaban en el campo.

- Ya está, todo arreglado – le comunicó a Germán – si has terminado…


- Sí, yo no puedo hacer más, esta tarde lo meto en quirófano, ¿te encargas tú?
- Claro – sonrió, dando las indicaciones para que los jóvenes lo trasladasen al
interior.
- ¿Qué crees que le ha pasado?
- Lo de siempre, habría que denunciar lo que ocurre en esa maldita mina.
- ¿Crees que serviría de algo?
- Me temo que no pero… - guardó silencio con el ceño fruncido y comenzó a
examinar al siguiente.

Esther lo observaba, se sentía feliz de estar allí junto a él, trabajando codo con codo, se
sentía feliz de saber que Maca estaba en el interior, la había visto de pasada, y la mirada
que había cruzado con ella la había llenado de satisfacción, le gustaba tanto verla
disfrutar, saber que podía compartir todo aquello con ella que podía llevarla a tantos
lugares y que… La sirena sonó y todos comenzaron un revuelo de carreras. Esther se
incorporó, sobresaltada.

- ¡Esther! ¡concéntrate y sujeta bien!


- Uy, perdona, me he… distraído – se excusó con rapidez ante la atenta y
preocupada mirada que le lanzó el médico temiendo que volviera a las andadas y
se bloquease - Vienen más heridos – comentó con naturalidad realizando con
habilidad lo que Germán le había solicitado y tranquilizando así a su amigo que
le sonrió aliviado.
- Ya lo sé. Es el primer aviso, una novedad desde que te fuiste – le comentó
burlón – ahora nos avisan por radio y toca la sirena para que vayamos
haciéndonos una idea del tiempo que queda.
- ¿Y cuanto queda?
- Aún quedará una media hora antes de que lleguen. Coge ahí – le indicó – así,
muy bien, ¡gracias! – exclamó con un suspiro – éste ya está – musitó diciéndole
al joven que podía marcharse, se levantó y se acercó a una chica de no más de
trece años que cojeaba ostensiblemente, la examinó y tras hacerlo se incorporó –
voy a ver qué ocurre – le dijo a Esther – ve tú limpiando esta herida, vuelvo en
seguida.
- Vale.

Germán se marchó y regresó minutos después.

- Nos traen varios heridos del campo de Kikandwa…..


- Pero…. Kikandwa está demasiado lejos… ¿por qué aquí? ¿qué ha pasado?
- Un accidente en la mina de Sukulu, están hasta arriba, nos mandan los menos
graves.
- ¿Cuántos son?
- Ni idea, pero hay decenas de muertos – dijo agachándose junto a ella – no
vamos a poder con toda esta gente y atender a los que vengan. Deberíamos ir
despejando esto.
- ¿Quieres que me encargue?
- Si, por favor – le pidió con desgana y a Esther le pareció que estaba
especialmente cansado.
- ¿Puedes solo?
- Si.
- Germán…. hoy… deberías dormir un poco.
- Estoy bien, no te preocupes, he dormido unas tres horas – sonrió agradecido –
anda ve a hablar con Sara y Phillips.

La enfermera obedeció y comunicó a sus compañeros la nueva organización. Era el


segundo día que debían enviar a su casa a algunos de los presentes y muchos de ellos no
se lo tomaron nada bien. Cuando las sirenas volvieron a sonar el patio estaba más que
despejado, segundos después las enormes puertas se abrían y los camiones con os
heridos comenzaron a entrar, Germán perdió la cuenta en el cuarto camión, ¡eran
demasiados! iba a ser imposible atenderlos a todos con rapidez. Sara y él, subieron a
sendos camiones y comenzaron a dar indicaciones, dividiendo a los heridos en grupos
en función de la gravedad y los cuidados que iban a requerir. Una vez que tuvieron todo
controlado, comenzaron a atender a los grupos que habían creado, algunos de ellos ya
habían sido atendidos por Gema, Esther y un par de jóvenes del campo que se habían
dedicado a lavar y taponar heridas, a acomodar lo mejor posible a los que no podían
hacerles nada, refrescarlos, darles algo de agua o cogerles una vía.

Esther se agachó junto a un joven niño que no debía tener más de diez años, y frunció el
ceño abrumada ante la cruda realidad de esos pequeños que trabajaban en un régimen de
semiesclavitud en las minas, le habló para tranquilizarlo y preguntarle qué le dolía, pero
el chico era incapaz de responderle. La enfermera probó con los dos dialectos más
comunes de la zona, a ver si tenía más suerte que con el swahili y obtuvo la misma
respuesta, el silencio.

Se incorporó y se pasó una mano por la frente buscando a Germán con la vista, aquello
parecía un auténtico caos, su experiencia le decía que ese niño estaba más grave de lo
que pudiera aparentar. Al fin dio con el médico que estaba de rodillas en el suelo,
atendiendo a otro de los recién llegados.

- ¡Germán! – gritó por encima del murmullo ensordecedor que se había creado -
¡Germán! – repitió angustiada al ver que el pequeño comenzaba a toser
mostrando serias dificultades respiratorias - ¡Germán! ¡ven aquí, corre! – pidió
elevando aún más el tono y comprobando con alivio que el médico se levantaba
y corría hacia ella.

* * *
Mientras, en el interior del pabellón de maternidad, Nadia y Maca habían terminado de
atender a una parturienta y hacer una ronda por todas las camas, cuando escucharon el
primer aviso de las sirenas.

- ¿Qué es eso? – preguntó Maca alarmada.


- Llegan heridos – le explicó con rapidez asomándose a la ventana – uff y el patio
está aún repleto – murmuró casi entre dientes volviéndose hacia ella – Maca…
tendré que salir a ayudar.
- Voy contigo.
- Aún no – le dijo con una sonrisa – tardarán en llegar, es un aviso. ¿Segura que
quieres salir?

Maca asintió, estaba claro que iba a ser un día complicado, a todo aquello había que
sumar la preocupación que pediatra sentía por el estado de la joven embarazada que
atendiera el día anterior, continuaba teniendo mucha fiebre y ninguno de los síntomas
parecía remitir con el tratamiento que le habían puesto. Por enésima vez miró las
anotaciones que hiciera Germán durante la noche, y suspiró sin saber qué más podía
hacer.

- Pero antes de salir… quiero echarle otro vistazo – le dijo señalando la cama de
la chica.
- Si… yo también estoy preocupada – admitió comprendiendo sus motivos – ha
empezado con vómitos y cada vez es más difícil que preste atención.
- Nadia, ¿cuándo van a estar los resultados! sin ellos es imposible que podamos
hacer nada más y la chica cada vez está peor – preguntó volviendo a tomarle la
temperatura – esta fiebre es altísima hay que bajársela como sea – musitó - ¿y
esos resultados? – repitió comenzando a agobiarse.
- Los de ayer dieron negativos en gota gruesa.
- Ya… pero… Germán está de acuerdo conmigo en que puede ser malaria.
- Si, ha esperado doce horas para repetirlos. Tomó las muestras esta madrugada.
- ¿Y cuando estarán?
- Maca, hace diez minutos te dije que no estaban y Sara y Germán ahora no
pueden ir al laboratorio.
- Entonces ¿no hay nadie allí que pueda terminarlos?
- Me temo que no.
- ¡Esto es desesperante!
- Esto es así – comentó apoyando la mano en su hombro - hay que ser pacientes.
- ¿Quieres decir esperar que muera o pierda a su hijo?
- Eso no depende de nosotras. Hay cosas que no podemos abarcar con los medios
y el personal que tenemos.
- Ya… - cabeceó negativamente y bajó los ojos, cada vez sentía más impotencia y
cada vez más se estaba convenciendo de que la clínica que había montado era
demasiado pretenciosa, alguno de los aparatos que tenían valían tanto que con
ese dinero habría para el presupuesto de todo un año allí. Nadia miró su
expresión y su aspecto cabizbajo.
- Bueno… en alguna ocasión… yo… bueno que más o menos sé como va y yo...
podría hacerlo pero…
- Pero ¿qué? – la miró esperanzada, necesitaba esos resultados cuanto antes y si
había una posibilidad se agarraría a ella como fuera.
- Necesito el permiso de un médico.
- Tienes el mío – le dijo con rapidez necesitaba saber si esa chica tenía malaria y
lo necesitaba ya.
- Maca… pero tú.
- ¿Qué?
- Que debe ser de un medico que trabaje aquí.
- Ah, ¿puedo atender pacientes y no puedo darte permiso?
- Por escrito Maca y tú…
- Comprendo – suspiró, ¡maldita burocracia! ella sabía muy bien lo que era eso y
la seguía a rajatabla pero allí, todo parecía diferente – bueno… si Germán me
deja echar una mano imagino que estará dispuesto a firmar ese permiso aunque
sea a toro pasado.
- No entiendo – respondió perpleja.
- ¡Perdona! – sonrió comprendiendo que aquella expresión le era desconocida –
quiero decir que no creo que le importe firmarlo después, de que hayamos
terminado ese análisis.
- Si se lo pides tú… por mí no hay problema.
- Entonces arreglado, corre a por ellos.

La chica miró el reloj y asintió. Había pasado el tiempo suficiente. En unos minutos
tendría el resultado.

- Vuelvo en un momento – le dijo mirando hacia una de las camas en la que la


madre de la joven que permanecía echada comenzó a gritar al ver que su hija se
contraía de dolor – creo que tienes trabajo, comienza el parto.
- No tardes – le pidió dirigiéndose hacia la cama dispuesta a examinarla.

La mujer comenzó a hacer grandes aspavientos y Maca intentó calmarla con gestos
desde el lugar en que se encontraba, porque estaba claro que no entendía el inglés,
sonriendo llegó hasta ellas, poniendo su mejor cara, ¡nunca se acostumbraría aquellos
gritos y cánticos previos de los acompañantes! Cogió su trompetilla y con decisión
comenzó a examinarla. Cuando Nadia regresó tenía la situación controlada y había
ordenado a los chicos que la llevaran detrás del biombo, al improvisado paritorio.

- ¿Qué! ¿los tienes? – la apremió al verla regresar con un papel en la mano.


- Si – dijo tendiéndoselos.
- ¡Malaria! – exclamó Maca- no vamos a poder salvar al pequeño. Hay que
comenzar el tratamiento ya.

Ambas se dirigieron a la cama donde yacía la chica. Maca intentaba escuchar con la
trompetilla pero no era capaz de oír nada.

- El quickening es nulo.
- ¿Qué? – inquirió al matrona, sin comprender a qué se refería.
- Que es imposible, no hay manera de escuchar nada – musitó en una velada queja
por el jaleo que había siempre allí – y si está de veinticuatro semanas
deberíamos notar el movimiento.
- Déjame a mí – le pidió Nadia – estoy más acostumbrada y en estos casos… -
murmuró guardando silencio unos instantes – tampoco oigo nada.
- Me temo que es tarde – dijo Maca con un suspiro – tendremos que provocarle el
parto.
- ¿Estás segura de que está muerto! en estos casos solemos….
- No voy a esperar, la paciencia no es mi fuerte – saltó con rapidez – mira sus
resultados, ¡parasitemia periférica! anemia de caballo, hipoglucemia, la fiebre
casi en cuarenta – enumeró con rapidez – o hacemos algo ya, o ella se muere
también.
- Bueno… déjame que hable con ellas primero, ¿de acuerdo? – le pidió señalando
a la chica y a su madre que permanecía sentada en el camastro junto a ella.
- Claro – dijo retirándose de la cama.

Se quedó observándolas pero Nadia no tuvo tiempo de muchas explicaciones, la chica


comenzó a vomitar y entró en una crisis convulsiva. Maca acudió todo la rápido que
pudo junto a ellas, Nadia pidió los monitores e intentó despejar la zona. Los fuertes
dolores abdominales que presentaba les indicaron que no haría falta provocar ningún
parto, la naturaleza ya se estaba encargando de ello, Maca se sentía desbordada, si esos
resultado los hubiera tenido en el mismo momento en que la atendió quizás ahora los
dos estarían superando la enfermedad. Se afanó en evitar que su sufrimiento fuera
mayor, miró con horror a aquel feto completamente amarillo al igual que el cordón
umbilical. Sabía que aquello era obra de la malaria, pero jamás lo había visto, y no pudo
evitar impresionarse. Pero no tuvo tiempo de nada más, la sirena volvió a sonar
ensordeciendo a todos.

- Ya están aquí, Maca. Debemos salir cuanto antes – le dijo retirándole el feto de
las manos y envolviéndolo en unos plásticos. Maca miraba su actuación
perpleja.
- Eh… claro pero… antes hay que ponerle tratamiento a la madre.
- Claro Maca – sonrió - tú dirás.
- Quiero que esté monitorizada en todo momento, hay que tomar muestras de
sangre para diagnóstico, hematocrito y hemoglobina, glicemia, recuento
parasitario y tenemos que empezar ya con la quimioterapia antimalárica por vía
parenteral intravenosa – le dijo con tal precipitación que la chica sonrió de
nuevo apuntando todo como Germán les tenía enseñado.
- Tranquila que yo me encargo, les diré que pasen a la vía oral tan pronto como
sea posible.
- Hoy no creo que los sea.
- Aquí… las cosas son diferentes – le dijo misteriosa dirigiéndose a uno de los
camilleros y dándole unas indicaciones.
- ¿Qué le has pedido?
- Le he dicho que vamos a empezar con el bolo de Diclorhidrato de Quinina
endovenoso.
- ¿Hay?
- ¡Claro que hay! es de las pocas cosas que nunca nos faltan.
- ¡Perfecto! Que lo pongan en dosis de 20 miligramos por kilo y… ¿podremos
pesarla? – se interrumpió imaginando la respuesta.
- Me temo que no, pero… yo diría que no más de cuarenta y ocho o cincuenta.
- Bueno – suspiró resignada – que lo ajusten a cuarenta y ocho – y lo disuelvan en
Dextrosa en agua destilada al 5 por ciento y en proporción de 5 miligramos por
kilo.
- ¿Será suficiente?
- No quiero arriesgarme, empezamos así y si tenemos que subir, subimos.
- Muy bien. ¿Algo más?
- Si, hay que administrarle glucosa – dijo con la vista puesta en la analítica – y
vigilar constantemente la administración de líquidos.
- Creo que deberíamos llevarla a aislamiento.
- ¿Pero se puede llevar a otro lugar?
- Es una pequeña sala para casos graves de contagio, pero por suerte está vacía –
le explicó al tiempo que daba las indicaciones oportunas justo en el momento en
que Samantha entraba con precipitación. Maca comprobó que Nadia se alegraba
de verla allí. Cruzaron unas palabras y la recien llegada se marchó acompañando
a los camilleros que trasladaban a la joven – ella se encargará de todo – le dijo a
Maca con una sonrisa - ¡suerte que haya llegado ya!
- Si – comentó mirando sus manos aún manchadas – deberíamos…
- Si, vamos a lavarnos y si te parece salimos ya – le propuso corriendo a los
lavabos de la sala, seguida por la pediatra que le costaba acostumbrarse a ese
ritmo frenético – ahí fuera deben estar a tope.
- Si, vamos fuera – aceptó sin dudarlo.

A pesar del cansancio que comenzaba a experimentar, deseaba salir al exterior, al


menos allí fuera estaría al aire libre y dejaría de escuchar aquellos lamentos que cada
vez se le antojaban más deprimentes. Además, estaba deseando ver a Esther, aunque
fuera unos segundos y de lejos. ¡La había echado tanto de menos en esos momentos de
tensión! trabajar a su lado la hacía sentirse segura y hacerlo sin ella, había sido más duro
de lo que había imaginado.

* * *
En el patio central, Germán y Esther se afanaban en sacar adelante al joven que la
enfermera había atendido en primera instancia y que presentaba problemas respiratorios.
El médico estaba visiblemente contrariado, ese chico no debían haber viajado en ese
camión, la fractura abierta que presentaba en la pierna no era nada comparado con los
síntomas que mostraba y el evidente traumatismo torácico.

- No sé como coño no se han dado cuenta de cómo está.


- Es casi un niño y ya sabes como son….
- ¡Putas minas! – exclamó enfadado – aquí no puedo hacer más por él, tenemos
que meterlo en el quirófano ya, no va a poder esperar.
- Pero Germán…
- Ya lo sé, ya lo sé… pero… Sara tendrá que poder sola – la interrumpió
haciéndole señas a los jóvenes camilleros para que lo trasladasen. Anotó unas
indicaciones en una hoja y la colocó encima de la camilla a los pies del chico –
ahora voy yo - les dijo, observando como se marchaban con un suspiro se volvió
hacia el siguiente.
- Este parece que ha tenido suerte – se adelantó la enfermera que ya lo había
estado examinando.
- Y tú parece que cada día...
- No vayas a insistir – lo interrumpió con una sonrisa imaginando lo que iba a
decirle - porque ya te he dicho en muchas ocasiones que me gusta mi trabajo y
que no voy a estudiar medicina - bromeó.
- Una lástima… ¡eres buena! ¡muy buena!
- Y tú un adulador – respondió halagada - ¿qué es lo que quieres? ¿eh? – le
preguntó sarcástica y una enorme sonrisa mientras terminaba de limpiar el corte
del chico que atendían.
- ¿Yo!? ¿qué voy a querer? – sonrió pero sus ojos manifestaban todo lo contrario.
- Si es lo que creo no te voy a contar nada.
- Mira esto, dijo señalándole una de las señales que el chico tenía en la espalda.
- Azotes.
- Sí, y antiguos.
- ¡Esto es una mierda! – exclamó afectada al ver que el chico no tendría más de
doce años y con seguridad llevaba desde los siete u ocho trabajando en aquellas
condiciones – deberíamos denunciar esto o hacer algo.
- Dale agua y que descanse a la sombra – le indicó Germán que no respondió, no
servían de nada sus denuncias – no sé que vamos a hacer con toda esta gente, no
hay sitio – suspiró levantándose y mirando a su alrededor donde decenas de
pacientes estaban desperdigados por el suelo.
- No te preocupes – dijo incorporándose – seguro que Nadia ya está liberando
algunas camas.
- Si – musitó – van a hacer falta. Mejor terminamos con este grupo, y cuando
terminemos, nos metemos en el quirófano que ya deben de tenerlo todo casi listo
– se desdijo de su decisión anterior, allí había demasiada gente para dejar a Sara
sola - empecemos con aquel chico, tiene el brazo roto.
- Muy bien – asintió, girándose hacia el joven que acababan de atender y
guiándolo hacia la sombra de los árboles.

Germán la observó unos instantes satisfecho y contento de verla en plena forma. Parecía
la de antes del asalto del orfanato y eso lo llenaba de alegría. No puedo evitar pensar
que Maca tenía mucho que ver en ese ánimo de la enfermera, en esa seguridad y
confianza que había recuperado y sobre todo en la alegría que veía en su mirada. Esther
regresó a su lado y se agachó de nuevo junto a él.

- ¿Te ayudo? – le preguntó con una enorme sonrisa.


- Sí, límpiale la herida de la pierna, ha tenido suerte y no parece tener nada roto –
se retiró dejándola hacer - Entonces…, qué, ¿no me vas a contar qué tal con
Wilson? – le preguntó devolviéndole la sonrisa y cambiando de tema pillándola
desprevenida.
- Bien Germán, ya te lo he dicho – respondió esquiva.
- ¿Solo bien?
- Germán…. – protestó, haciéndole un gesto con los ojos indicándole que siguiese
con lo que hacía.
- ¿Y esas caras de lelas que traéis?
- No te voy a contar nada – lo miró burlona – así es que no insistas y vamos a
terminar con rapidez con estos tres que te tienes que meter en el quirófano.
- Anda... solo un poquito – le pidió en tono socarrón.
- Nada – saltó – y deja de reírte de mí.
- Vale, pero dime si… en fin, que…. ¿bien, bien?
- Sí – sonrió con tal expresión que Germán la miró con seriedad.
- Entonces habéis… ya sabes.
- ¡Germán….! – exclamó clavando sus ojos en él sin dar crédito a que le
preguntara aquello.
- Que es solo interés profesional – se justificó con rapidez.
- Sí, sí… ¡interés profesional! ¡serás cotilla!
- Te lo digo en serio, ¿cómo ha estado Wilson?
- ¡Germán!
- Joder Esther, que hablo en serio, no me des detalles ni nada, pero…. ¿ha estado
bien?

Esther lo miró fijamente, ¡si es lo que quería se iba a enterar! Su boca dibujó una mueca
irónica y sus ojos comenzaron a bailar de tal forma que el médico temió la respuesta.

- ¡Colosal! ¡fabulosa! sabes que puede ponerse…. – rió burlona y Germán


enrojeció.
- ¡No me refiero a eso, niña! – la cortó con rapidez - digo físicamente.
- Muy bien, ya te lo he dicho – soltó una pequeña carcajada solo de ver la cara de
su amigo, eso le pasaba por preguntar lo que no debía.
- ¿No le ha dolido el pecho, ni…?
- No le ha dolido nada.
- Pues… a pesar de la expresión de tonta que trae y de esa sonrisa bobalicona, no
tiene buena cara.
- Eso es porque no ha dormido en toda la noche.
- Ya… la cama – musitó recordando lo que le dijera la pediatra horas antes.
- No solo la cama – reveló casi sin darse cuenta, en tono confidencial.
- ¿Sabes por qué? ¿se lo has preguntado? – insistió con tal deje de inocencia que
Esther lo miró negando con la cabeza.
- Síííí.
- ¿Y…?
- ¡A ti te lo voy a decir!
- Eres imposible, solo quiero saber si era por… ¡déjalo! ya le preguntaré a ella.
- Ni se te ocurra decirle que hemos hablado de esto.
- Pero si no me has contado nada.
- Aún así no le vayas a decir nada, déjala que está muy contenta y no tengo ganas
de que la agobies con tus tonterías.
- No son tonterías y no empieces a esconder la cabeza debajo del ala como cuando
llegaste aquí – le reprochó el médico adoptando un aire de seriedad que alerto a
Esther.
- Pero... ¿me estás diciendo en serio que crees que Maca debe… tener cuidado? –
preguntó con tanto temor que Germán se arrepintió de haberle hablado en aquel
tono y negó con la cabeza tranquilizándola - … porque yo te puedo asegurar que
está muy, pero que muy recuperada - sonrió de tal manera que Germán enrojeció
de nuevo.
- Bueno… - suspiró - ¿entonces… habéis arreglado todo?
- Sí, ha sido… – suspiró y lo miró tan contenta que él se enterneció – vamos que
ni en mis mejores sueños me hubiese imaginado algo así.
- ¡No imaginas cuánto me alegro niña! eso sí, me debéis una cena, que si no es
por mí todavía estás lloriqueando por las esquinas.
- ¡Si hombre! ahora habrás sido tú el que…

Se calló al ver salir a Maca de los barracones y dirigirse con Nadia a uno de los grupos
que aguardaban, su cara se iluminó al verla, Maca levantó la mano en señal de saludo
desde lejos y Esther rápidamente le correspondió y frunció el ceño ante la carcajada del
médico.

- Cierra esa boca que te van a entrar moscas y quita esa cara de boba, ¡qué se te
cae la baba!
- ¡Qué tonto eres! – exclamó mirándolo con una mueca de condescendencia, pero
ni sus bromas eran capaces de borrar la alegría que mostraba su rostro al verla -
¡Está tan guapa!
- Claro, sudorienta, con unas ojeras que le llegan al suelo, el peto manchado, el
pelo completamente despeinado… en fin ¡indescriptiblemente guapa y atractiva!
- se mofó divertido y Esther se sonrojó levemente.
- Eres imbécil – murmuró esta vez más seria.
- Que si... que está preciosa – siguió burlándose.
- Anda cállate ya un rato y déjame terminar con este vendaje – le dijo mirando de
nuevo hacia Maca.
- No debería estar al sol mucho rato, hoy hace aún más calor que ayer.
- Pues ve y se lo dices porque a mí no me hace caso.
- Ya se lo he dicho, pero… bueno, lo cierto es que... Si se encuentra bien para
echar una mano… no nos vendría nada mal – dijo pensativo.
- Yo creo que no debería estar fuera, Germán, díselo antes de operar.
- No tengo tiempo, yo me voy ya al quirófano – anunció viendo los gestos que le
hacía uno de los chicos desde el pabellón, indicándole que estaba todo listo -
vamos a dejarla un poco y, luego, cuando salga ya le digo que se entre, le viene
bien trabajar, ¿te has dado cuenta con que seguridad toma ya las decisiones?
- ¡Si! ha vuelto a ser la misma de antes – sonrío orgullosa de ella.
- ¿La misma, la misma? – preguntó insinuante.
- ¡Germán! – volvió a protestar y él soltó una carcajada tan sonora que casi todos
miraron hacia ellos, incluida Maca – como consigas enfadarla te las vas a tener
que ver conmigo.
- Tranquila que Wilson no se enfadará, si he estado a punto de atarle una guitilla
para que no se nos escape – bromeó – está flotando en una nube.
- ¿Tú crees?
- ¿Tú te has fijado en su cara de tonta? Pero si le ha reído la gracia hasta a Oscar.
- Ya… ¿no te ha parecido raro! y… Sara también está rara, ¿no crees?
- Yo lo que creo es que tú, para no perder la costumbre no dejas de buscarle tres
pies al gato.
- Seré yo – musitó – y lo poco que me ha gustado que Maca alabe a ese imbécil.
- Wilson sabe lo que se hace – sonrió – por si no te has fijado se ha largado sin
echaros una bronca y sin apercibirme por dejaros el jeep.
- Eso si, tengo que reconocer que sabe claudicar cuando cree que no lleva razón.
- Pues eso es lo que hay que ver, niña – sonrió mirando hacia la pediatra -
¿terminas tú el vendaje y recojo yo todo esto?
- Claro – suspiró mirando de soslayo al lugar donde Maca se encontraba.
- No te preocupes tanto por ella, estará bien.
- Tienes razón – sonrió sin tenerlas todas consigo, la conocía demasiado para
saber que con lo orgullosa que era no consentiría en descansar si nadie lo hacía.
Suspiró de nuevo ante la sonrisa burlona de su amigo y se dispuso a terminar ese
vendaje cuanto antes.

Por su parte, la pediatra ya estaba junto a Nadia atendiendo a un grupo de aldeanos


integrado por un par de jóvenes madres que iban a revisión y una decena de pequeños,
que aguardaban con sus madres y abuelas, a ser atendidos. Esther terminó el vendaje y
se incorporó observándola, no podía evitar sentir un pellizco de inquietud, estaba segura
de que había tenido fiebre por la mañana y ese calor y ese sol no sería nada bueno para
ella, sin embargo esa sensación de orgullo al verla trabajar con ese interés y dedicación
vencía a la inquietud que le producía la idea de que le ocurriese algo o tuviese una
recaída. Maca, movida por un sexto sentido, levantó la vista, sintiéndose observada e
inevitablemente, cruzaron sus miradas, ambas sintieron que la distancia que las separaba
se disipaba en un segundo y que aquellos dos cuerpos separados por unas decenas de
metros estaban más unidos que nunca, que sus almas se acariciaban con delicadeza, se
tocaban sin moverse de sus sitios y hablaban sin pronunciar palabra alguna. Esther se
estremeció ante el poder de aquella unión que se le antojaba inquebrantable. En el otro
extremo Maca sintió el mismo escalofrío y pensó que nada podía ya separarlas,
sintiéndose unida a ella por un lazo insoluble, y sonrió imaginando la sorpresa que se
llevarían todos cuando al regresar, arreglase su vida y se enterasen de que todo había
vuelto a su ser, a como nunca debió dejar de haber sido.

- ¡Esther! – gritó Germán - ¿entras conmigo o te vas a quedar ahí?


- ¡Voy! – gritó – pero… espera un segundo – le pidió juntando los dedos índice y
pulgar en una señal de brevedad de tiempo.

Corrió hacia donde se encontraban Nadia y Maca que estaban terminando de atender a
un joven con una herida en la cabeza y un brazo roto.

- Hola – sonrió Maca al verla llegar, incorporándose con rapidez.


- Hola – jadeo por la carrera clavando sus ojos en los de la pediatra, rápidamente
supo que algo la entristecía - ¿cómo va todo?
- Bien – le dijo apretando los labios en una mueca que la enfermera distinguió
rápidamente, Maca solo estaba triste, si no también preocupada – este chico
tendrá que quedarse unas horas en observación, para ver como evoluciona el
golpe de la cabeza – le explicó con precipitación ante la atenta mirada de Nadia,
que se sorprendió ante el nerviosismo que mostraba su tono precipitado.
- Entonces… ¿todo bien? – insistió Esther que no dejaba de darle vueltas a esa
mirada de Maca.
- Muy bien – intervino Nadia – tenemos todo controlado, Sara se encargará de los
heridos y nosotras y Phillips del resto de pacientes.
- Y… tú… ¿estás bien, Maca? – le preguntó directamente a ella escudriñándola
con la mirada segura de que le ocurría algo.
- Si – volvió a asentir reforzando su afirmación asintiendo con la cabeza.

La enfermera frunció levemente el ceño, segura de que no era así pero delante de Nadia
no quería hacer nada que pudiese indicar que algo había cambiado entre ellas, aunque
mucho se temía que ya era tarde, la cara de la joven mostraba tal perplejidad ante su la
insistencia que se cercioró de haber metido la pata. A pesar de ello, levantó las cejas
inquisidoramente, esperando que Maca la entendiese y le dijese qué le ocurría pero no
fue así y tuvo que dar su brazo a torcer, no tenía tiempo para charlas, Germán la estaba
esperando.

- Entramos en quirófano en un minuto, uno de los chicos estaba peor de lo que


parecía, luego nos vemos – les explicó con rapidez mirando hacia Nadia
fugazmente y agachándose junto a Maca, le susurró al oído – mi amor, ¡ponte el
sombrero!

Maca asintió, estremeciéndose al notar su aliento en el cuello, su respiración tan cerca y


esa inesperada proximidad que la excitó sobremanera. Esther se incorporó al instante y
Maca clavó sus ojos en ella e instintivamente, paseo la lengua por sus resecos labios
deseando besarla, fueron unos instantes en los que ambas se dijeron un silencioso ¡te
amo! Esther suspiró levemente y apoyó su mano en el hombro de Maca acariciándola
con discreción, miró a Nadia con una sonrisa.

- Allí hay dos chicos que no hemos podido atender – le dijo a la comadrona - solo
tienen unos cortes y golpes, nada serio, ¿os encargáis vosotras?
- Claro, sin problema – respondió solícita – corre que te están esperando – le
indicó señalando a uno de los jóvenes ayudantes que le hacía ostensibles señas a
Esther para que acudiese cuanto antes.
- ¡Uy! ¡no me había dado cuenta! ¡qué vaya todo bien! – les deseo a las dos
volviendo a cruzar la mirada con Maca que permanecía especialmente silenciosa
para su gusto.
- ¡Suerte! – correspondió Nadia.

Esther se alejó de ellas con otra carrera y la pediatra permaneció con la vista clavada en
su espalda deseando que llegase el momento de encontrarse a solas con ella y poder
hacer lo que deseaba más que nada en el mundo, besarla con toda su alma.

- Maca, ¿seguimos? – le preguntó la matrona al verla parada con la vista perdida


en la lejanía en el punto por donde Esther había desaparecido y con una extraña
sonrisa en su rostro.
- Eh… si… si… seguimos – dijo sintiendo que enrojecía, solo de ver aquellos
ojos fijos en ella y con la sensación de que Nadia la había mirado con
suspicacia, esperando y deseando que no hubiese notado nada.

* * *

Hora y media después Germán y Esther habían terminado en el quirófano y salían de


nuevo al patio central justo en el momento en el que Nadia dejaba sola a Maca y se
dirigía al dispensario acompañando a un grupo de mujeres que habían acudido a las
consultas.

Germán miró el reloj y comprobó que ya era casi la hora de comer. En el patio aún
aguardaban decenas de pacientes, sin embargo parecía más despejado que cuando se
marcharon. Miró a la enfermera y ninguno tuvo que decir nada. Ambos encaminaron
sus pasos hacia el lugar en el que Maca permanecía con un bebé en sus brazos
examinándolo y cruzando unas palabras con su madre que entendía perfectamente el
inglés e incluso lo chapurreaba. Cuando llegaron a su altura la pediatra tendía el niño a
la madre que con grandes gestos de agradecimiento se inclinaba ante Maca que la
despidió con un gesto de complacencia.

- Veo que te las apañas muy bien sola – sonrió Germán sobresaltándola.
- ¡Hola! – exclamó con tanta alegría, clavando sus ojos en la enfermera, que los
dos soltaron una carcajada - ¿Ya estáis aquí? – se sorprendió mirando el reloj -
¡vaya! es más tarde de lo que creía. ¿Cómo ha ido todo? – habló con precitación
intentando disimular. No podía evitar que el ver a Ester le produjera esa
sensación de euforia y cosquilleo en el estómago y estaba segura de que la risa
del médico se debía a que la había descubierto.
- Muy bien – respondió Esther con una sonrisa – Germán no cree que vaya a
haber complicaciones.
- Y a vosotras ¿qué tal os ha ido? – le preguntó el médico.
- Ya ves – suspiró señalando a su alrededor – los más graves ya están todos
atendidos, pero aún queda para rato.
- Sí, quizás en un par de horas hayamos terminado – admitió el médico – tú
deberías entrar y tomar algo, pareces acalorada.
- Se nos ha terminado el agua – dijo encogiendo un hombro – Nadia ha ido a por
más.
- Maca… lo que Germán quiere decir es que ya está bien por hoy, tienes que
descansar – casi le suplicó preocupada y con un tono tan autoritario que la
pediatra levantó el mentón desafiante.
- Los que debéis descansar sois vosotros – saltó con rapidez – acabáis de salir del
quirófano y…
- Wilson – la interrumpió frunciendo el ceño – tómatelo con calma, ¿de acuerdo?
- Estoy bien, no seáis pesados, descansaré cuando terminemos con este grupo y
solo no quedan tres, ya hemos hablado Nadia y yo de ello – se explicó con una
sonrisa – haremos un descanso y luego seguiremos.
- Maca… - intentó protestar la enfermera mirando hacia Germán para que la
apoyase, pero el médico tenía puesta aquella expresión de satisfacción que tan
bien conocía en él y sabía que no iba a obtener de él lo que pretendía.
- Esther… estoy bien – insistió rozándola levemente en el brazo – de verdad – la
miró fijamente y la enfermera supo que no le estaba mintiendo pero eso no era
óbice para que ella siguiera preocupada.
- En ese caso, nosotros vamos a ver a Sara y que nos diga cuál es el grupo por el
que debemos seguir – le dijo Germán.
- Creo que el de la izquierda – se adelantó Maca – de hecho ya les hemos estado
echando un vistazo, hay un chico con un tobillo roto. Pero los demás no tienen
nada serio – les explicó pasándose la mano por la frente.
- Maca, ¿por qué no entras un rato? – insistió Esther, al ver su gesto de cansancio
y escuchar que arrastraba ligeramente las palabras – no debe darte tanto sol,
¿verdad Germán?
- Germán... solo necesito un poco de agua, tengo la boca seca eso es todo –
respondió mostrándose ligeramente impaciente enfatizando y arrastrando el
“todo” – no nos quedará ni media hora – se quejó frunciendo el ceño.
- Bueno… vamos a hacer una cosa, terminas con este grupo y te entras. Ya nos
encargamos nosotros de los que quedan y no admito protestas – le ordenó
señalándola con el dedo, Maca torció la boca a punto de decir algo pero el
revuelo que se estaba armando se lo impidió.

Los tres miraron hacia el portón y vieron como entraba una carreta con varias personas
tumbadas en ella y una decena rodeándola, andando a su par. ¡Otro grupo de
desplazados! pensaron los tres. Maca tuvo la sensación de que era imposible acabar
cuando creía que podrían hacerlo siempre entraba alguien más, Germán y Esther
suspiraron al unísono, se miraron y esbozaron una sonrisa. Perfectamente
compenetrados sabían lo que les esperaba. La enfermera se volvió hacia Maca, que
mantenía la vista clavada en el recién llegado grupo y su rostro era la viva imagen de la
desesperación. “¡Y luego dirá que no esta cansada!”, pensó la enfermera al ver su
expresión.

- Vamos Esther, mientras antes empecemos antes terminamos - tiró de ella y la


enfermera con un suspiro se dejó arrastrar.
- Maca… nos vemos luego… - le hizo una seña con la mano y repentinamente, se
zafó del médico y volvió junto a ella, se agachó, la besó levemente en la mejilla
ante la sorpresa de la pediatra que no se esperaba aquello y le sonrió - ¡lo estaba
deseando! – le susurró – por favor, cariño, no hagas tonterías – le pidió
acariciándole la mejilla y alejándose con una carrera sin darle tiempo a
responder, dejándola con una sonrisa dibujada en sus labios y una sensación de
calidez en su alma.
- No las haré – prometió en voz baja, viendo como se alejaba.

Con un profundo suspiro, giró la silla y se acercó a una señora mayor que acompañaba a
un pequeño de unos seis años, solo tenía un corte en la espalda y algunas contusiones,
interpretó por los gestos que le hacía la señora que el pequeño se había caído en las
rocas del río pero ya le preguntaría a Nadia cuando volviese. Miró hacia Esther y volvió
a suspirar, ¡estaba deseando quedarse a solas con ella!

Germán y Esther acudieron con presteza a atender a los recién llegados, la mayoría solo
estaban agotados y deshidratados pero el médico separó a tres de ellos y frunció el ceño
al tratar a un anciano, sus síntomas le indicaban un nuevo caso de malaria y por lo que
veía no era el único, como él se encontraba un pequeño de unos tres años y un joven de
unos trece.

La enfermera se enteró que llegaban desde el norte huyendo de las razias de la guerrilla
que se han dedicado a arrasar aldea s saqueando todo a su paso y secuestrando niñas y
adolescentes como cuando estaban en su máximo esplendor.

- Esther cuando termines de acomodarlos búscame una cama en la sala infantil.


- Eso Va a ser imposible.
- Pues tiene que serlo, este niño no puede estar sin monitorizar.
- Germán está todo hasta arriba es imposible.
- ¿Y en aislamiento? este niño está muy mal.
- En aislamiento no tengo ni idea de cómo estarán. ¿Le pregunto a Nadia?
- No déjalo. Ve con ellos, y despeja todo esto, ya me encargo yo de él.

La enfermera se marchó y regresó media hora después. La sonrisa en sus labios era la
señal del éxito obtenido, lanzó una fugaz mirada hacia donde ya no debía estar Maca
pero comprobó que se equivocaba, la pediatra seguía allí con Nadia y Esther borró su
sonrisa y frunció el ceño, llevaba demasiado rato al sol, debía estar agotada y aquellos
excesos no podían ser buenos para ella.

- ¿Algún problema? – le preguntó Germán al ver su gesto de contrariedad.


- No, todos están acomodados, pero como esto siga así no va a caber nadie más en
unos días.
- Estamos peor que cuando la guerra era abierta. Esta tregua es una mierda.
- ¿Qué has hecho con el pequeño?
- Lo he mandado a infantil. Si al final de la tarde sigue igual lo meto en
aislamiento.
- ¿Crees que se salvará?
- Esta muy débil – negó con la cabeza mostrando su desesperanza – no lo creo.
- ¿Hemos terminado? – preguntó sorprendida al ver solo dos chicos alrededor del
médico.
- ¡Qué mas quisiera! este sol es insufrible, he mandado a los demás debajo de los
árboles.

Esther permaneció en pie miró hacia donde le indicaba el médico y comprobó que debía
haber allí más de una treintena de personas, aguardando ser atendidas.
- Todavía están ahí – comentó señalando hacia Maca y Nadia.
- Ya las veo.
- Germán…
- Ya lo sé… no me lo digas porque estoy de acuerdo contigo, pero creo que ya
están con la última.
- ¿Todavía?
- Se habrá complicado la cosa, confía en Maca, seguro que en cuanto terminen
con ella se entra y descansa. Y si no lo hace te prometo que la entro yo.
- Vaaale – aceptó resignada - ¿seguimos?
- No sé, ¡estoy muerto de hambre! – dijo de pronto el médico sorprendiendo a
Esther que lo miró divertida y a un tiempo extrañada, nunca lo había visto
interrumpir el trabajo, era capaz de comer cualquier cosas mientras seguía
atendiendo pacientes.
- ¿Y cuando no? – le preguntó burlona.
- Deberíamos parar un poco y comer algo. ¿Tú no tienes hambre?
- Pues no mucha, he desayunado bien y anoche… cené demasiado.
- Ya… - sonrió con malicia – cenar…
- Sí – lo miró comprendiendo por donde iba. – cenar, ¿a qué no imaginas dónde
llevé a Maca?
- Pues conociéndote… la llevarías al restaurante del Sheraton, todo pijerío para
compensarla de todo esto.
- No, no – apretó la boca con una sonrisa de suficiencia – ni siquiera cenamos en
Kampala.
- ¿En Jinja?
- Sí – sonrió de tal forma que Germán la entendió al instante.
- No serías capaz de meterla en…
- ¡Sí! ¡las costillas más famosas del país! y le encantaron, repitió tres veces.
- ¡Qué burra eres!
- Pero ¿por qué?
- Joder Esther, eso es demasiado fuerte para ella, si hace dos días que no era capaz
de comer casi sólidos y …
- Pues le sentaron estupendamente y esta mañana ha desayunado más que yo. Y
mírala, ahí sigue, tan tranquila.
- No sí al final verás tú como esta lo único que tiene es cuento - soltó una
carcajada mirando hacia donde Maca y Nadia estaban terminando con la última
chica del grupo – porque yo estoy que me muero por beber algo y descansar, ¿tú
que dices? nos entramos un rato.
- Por mí perfecto, reconozco que también estoy cansada, estos meses de descanso
me han hecho perder la forma.
- Bien, pues… vamos a terminar con estos dos chicos y descansamos un rato.
Coge ahí, sujeta fuerte que voy a ver si consigo ajustar este vendaje…. ¡mierda!
que no hay forma. Anda acompáñalo dentro y que lo hagan en el dispensario, así
no hay manera, de paso te traes más vendas, las vamos a necesitar, ya me
encargo solo del que queda – suspiró – ¡ah! y… pásate por el baño.
- ¿Por el baño? – lo miró desconcertada y el asintió - ¿por qué?
- Porque Nadia acaba de dejar a Maca en él – le dijo enarcando las cejas divertido
- ¿no la has visto pasar?
- ¿Cómo quieres que la vea? – refunfuñó mirando sobre su hombro, efectivamente
ya no estaban allí. Se incorporó y le dio un beso rápido al médico, agradecida
por el aviso. Cruzó unas palabras con el chico para que la acompañase al interior
y se volvió hacia él de nuevo – Y tú ¿qué! ¿no le quitas ojo! ¡estás preocupado!
- Bueno… digamos que me está sorprendiendo agradablemente su aguante,
pero… quiero estar seguro de que está bien.
- ¿Terminas solo? – le preguntó con una enorme sonrisa, solo de pensar que iba a
su encuentro.
- Vete tranquila, esto no es nada – le indicó levantando las cejas y haciendo un
leve movimiento de cabeza en dirección a los baños – anda ve, necesitará ayuda
para salir de allí.

Esther entró en el edificio con precipitación, pensó que Maca estaría en el baño y no en
las duchas y allí se dirigió, efectivamente no se equivocaba. La pediatra estaba en el
último lavabo, haciendo un esfuerzo por refrescar sin ponerse chorreando.

Esther sonrió al ver lo bien que se manejaba sola a pesar de las dificultades que le
ocasionaba el que nada estuviese a su altura. Se acercó a ella sin que la pediatra se diese
cuenta y la abrazó por detrás, posando sus labios en la mejilla y eternizando ese beso
unos segundos, Maca supo al instante de quien se trataba y por primera vez desde que
sufrió el asalto, no se asustó ni se sobresaltó, cerró los ojos e inspiró profundamente,
imbuyéndose de su aroma, disfrutando de aquel contacto y deseando permanecer
abrazada a ella toda la vida.

- ¿A quién esperabas? – le preguntó extrañada de no verla inmutarse.


- A nadie – respondió acariciando su antebrazo.
- ¿Y no te he asustado?
- No. Sabía que eras tú – volvió la cara hacia ella sonriente.
- Creí que no me habías oído entrar.
- Y no lo he hecho, pero… no sé… de pronto… sentí que estabas ahí – reveló
mirándola fijamente a los ojos.
- Maca… - empezó a decirle pero fue incapaz de continuar ante la intensidad de
aquella mirada que parecía adentrarse en su mente y anular su pensamiento.
- ¿Qué? – preguntó sonriendo ante la cara absorta de la enfermera.
- ¡Te quiero! – susurró apoyando las manos en los brazos de la silla e inclinándose
hacia ella con intención de besarla, pero en el último instante se detuvo y
continuó observándola.
- Ven aquí – tiró de ella deseando hacer lo que la enfermera parecía no atreverse –
yo también estaba deseando verte – le dijo bajando la voz con una mueca de
complicidad.
- Maca, aquí no, pueden vernos, ya te he dicho que….
- Vaaale – aceptó de mala gana - ¿has parado para comer?
- No.
- Y… ¿qué haces aquí? – le preguntó insinuante, imaginando que había entrado
tras ella para buscar un momento de soledad.
- Germán me ha pedido que venga a echarte un vistazo.

La pediatra frunció el ceño, “¡vaya! y yo que creía que…”, pensó molesta pero la
sonrisa de la enfermera que se agachó con rapidez y le dio un beso fugaz, hizo que,
inmediatamente Maca se olvidase de lo que iba a decirle, de la protesta que pensaba
formular harta de que los dos estuvieran continuamente pendientes de ella y levantó el
brazo perdiendo la mano en el pelo de la enfermera y atrayéndola hacia ella,
recreándose en un nuevo beso, ese beso que tanto había estado añorando toda la
mañana.

- Maca… - suspiró retirándose y sintiendo que el deseo crecía en ella de forma


desmedida a pesar del cansancio y del calor.
- ¡Te he echado de menos! – reconoció encogiendo los ojos levemente y
entreabriendo los labios en una invitación a que repitiera.
- ¡Y yo a ti! trabajamos bien juntas ayer ¿verdad?
- Sí – suspiró sin dejar de mirarla – ven aquí….
- Tengo que irme – le dijo cuando Maca la cogió de la mano y tiró de nuevo de
ella – Germán quiere que le lleve unas vendas y…
- Y también que me eches un vistazo y no veo que me hayas echado nada – le dijo
socarrona y con una mueca burlona.
- Deberías parar y comer algo y darte una ducha para refrescarte, estás …
- ¿Cómo estoy? – preguntó en el mismo tono de insinuación de antes.
- ¡Maca! no estoy bromeando ni jugando, hace demasiado calor, debemos estar a
unos tres grados más que ayer y…
- ¿Y qué? – volvió a preguntar socarrona, y con unos ojos tan bailones que Esther
negó con la cabeza sonriendo incapaz de mantenerse firme.
- Y… ¡espérame! – le prepuso bajando la voz y acercándose a su oído – termino
en un rato y luego descansaremos una media hora, ¡iré a buscarte!
- No tardes – respondió sintiendo que las cosquillas revoloteaban de nuevo en su
estómago.
- No lo haré – le prometió ya en la puerta.

Maca la observaba con una enorme sonrisa en sus labios, pero de pronto la sirena sonó
de nuevo y la sonrisa se borró de su rostro. Esther se detuvo en la puerta y miró hacia
ella segura de que no podría cumplir su palabra.

- Llegan más heridos – le dijo con seriedad – no creo que pueda parar en un rato y
… lo siento, pero… tendremos que …
- Lo sé – respondió con un deje de decepción – no te preocupes.
- Aún tardarán unos minutos – comentó cerrando la puerta y volviendo a entrar,
con la intención de compartir esos minutos con ella, no soportaba ver esa
expresión de tristeza en sus ojos y la tenía desde la primera vez que fue a ver
cómo le iba el día.
- Nadia me ha dicho que vienen de una mina de carbón, del norte del país –
comentó interesada.
- Sí – respondió acercándose a ella con lentitud, ligeramente insinuante pero Maca
parecía no percatarse, con su mente puesta en esos heridos y en lo que había
visto esa misma mañana.
- No entiendo cómo los mandan hasta aquí, los hospitales de Jinja y Kampala le
pillan más cerca, ¿no?
- Siempre están saturados, además nosotros estamos aquí para casos así.
- ¿Y esto no está saturado? – preguntó irónica recordando los esfuerzos que debía
hacer cada vez que era necesario que alguien permaneciese ingresado.
- Germán dice que hace un par de días las lluvias provocaron un corrimiento de
tierras y que no hay plazas libres en ninguno de ellos – le contó agachándose a
su altura – Maca….
- Esther – la interrumpió, a la enfermera le pareció preocupada por algo - esta
mañana… uno de los chicos que he atendido…tenía unas señales extrañas en los
tobillos, como, como de argollas - le dijo mirándola fijamente y la enfermera
supo que Maca tenía la cabeza en otra cosa, se incorporó y se apoyó en el
lavabo, mirándola con seriedad y cruzando los brazos sobre el pecho dispuesta a
satisfacer su curiosidad.
- Si, algunas minas son explotadas en un régimen de semiesclavitud, sobre todo,
las minas de diamantes del sur de El Congo – le explicó con rapidez - Uganda…
participa en la guerra del país y se beneficia de ello.
- Pero… cómo… cómo no …
- ¿Cómo no se denuncia? – la interrumpió imaginando lo que quería decirle con
aire entre resignado y sarcástico.
- Sí, eso – frunció el ceño, pensativa – y si es esclavo en el Congo, ¿cómo ha
llegado ese chico hasta aquí?
- No se denuncia porque todo el mundo lo sabe, Maca, y ese chico habrá huido y
ahora trabaja aquí, en las minas de carbón o en las de coltán... que no es que
sean mucho mejores, pero al menos son libres de hacer lo que quieran. Bueno,
todo lo libre que se puede ser aquí.
- ¿Qué es el coltán…?
- Un mineral – sonrió al verla tan interesada - se usa sobre todo en telefonía
móvil. Ni imaginas qué empresas tienen intereses aquí. Es más, algunas de ellas
alientan las guerras civiles y negocian con gobiernos como el de Uganda para
explotar ciertos yacimientos.
- ¿Qué empresas?
- Pues… Sony, Microsoft, Hewlett-Packard, IBM, Nokia, Intel, Motorola,
Ericsson, Siemens, Hitachi. Bayer, - enumeró con rapidez - se dedican a comprar
los productos y son las peores, ¡mucho más que las que tienen montadas
empresas aquí! porque se dedican a especular e incentivar las guerras.
- No entiendo como los gobiernos no intentan montar sus propias empresas como
desde aquí no… no se frena todo esto como…
- Maca, las peores de todas son precisamente las empresas de aquí.
- ¿Qué quieres decir?
- Que al que se le considera oficialmente, el malo, no siempre es tan malo.
- Pero no entiendo, cómo los gobiernos no impiden que se exploten así a sus
ciudadanos cómo consienten que empresas de fuera…. tengan esclavos y…
habría que denunciar casos así, no sé como no se hace algo para frenar a Estados
Unidos y Reino Unido en la explotación de estas tierras.

Esther soltó una carcajada y la miró con suficiencia, pero le hizo una carantoña
conciliadora para que no malinterpretase su risa.

- ¿De qué te ríes? – preguntó mohína.


- No te enfades pero ¡aún te falta mucho por conocer de estas tierras!
- No me irás a decir que la mucha culpa de lo que pasa aquí no la tienen…
- Maca – la interrumpió – no tenemos mucho tiempo para hablar de política local
– sonrió – pero si te interesa, cuando terminemos… ¡te doy unas lecciones! – le
dijo insinuante.
- ¡No! dime porqué te ríes – la interrumpió molesta, sin aceptar su broma.
Esther se acercó y le acarició la mejilla con una sonrisa, no tenía ninguna intención de
discutir con ella, ¡todo lo contrario! miró el reloj, suspiró, volvió a apoyarse en el
lavabo y se dispuso a explicarle todo lo que desease saber.

- No te enfades boba – le repitió con ternura – es que… creo que estás muy
equivocada. Las cosas no son tan simples como las veis allí.
- Pues explícamelas – le pidió esbozando una leve sonrisa.
- ¿Pero… a qué viene tanto interés?
- No sé… - suspiró y a Esther le pareció, de pronto, que Maca parecía muy
cansada - tú, quizás te has acostumbrado a todo esto pero… pero yo… cuando
veo a un niño que no llegará ni a los diez años con esas señales me… me… ¡se
me revuelve el cuerpo! y… no creo que no… que no se pueda hacer nada…
- Ya… – murmuró escudriñándola con atención, no sabía por qué pero tenía la
sensación de que le ocurría algo más que no le decía - ¿es eso solo?
- ¿Te parece poco?
- No, pero… hay muchas cosas, ¡muchas! y… mucho peores que puedes ver – le
dijo avisándola de que debía endurecerse – eres médico, Maca, y deberías estar
acostumbrada …
- Ya lo sé… - musitó bajando los ojos ante su recriminación, sintiéndose
ligeramente avergonzada.
- No te avergüences, cariño – le pasó la mano por el pelo y se agachó dándole un
rápido beso en la mejilla – no pretendía que sonara a reproche, ¡ojala yo pudiera
seguir sintiendo como tú lo haces ahora! – exclamó pensativa y Maca levantó los
ojos hacia ella comprendiendo que aquella vida, que las cosas que había visto y
sufrido la habían endurecido.
- Eh... – le dijo cogiéndola de la mano al ver que se le habían humedecido los ojos
– eh, ven aquí – le pidió tirando de ella – no quería entristecerte solo… saber
qué pasa con esas minas… con esas empresas pero… ¡ven aquí! – la sentó en
sus rodillas y la abrazó – ya está, princesa – la consoló imaginando lo duro que
había sido todo para ella y culpándose por hacerla revivir lo que tanto se
empeñaba en olvidar. Esther se separó y la miró sonriente.
- Soy una tonta, ¡perdóname!
- No, perdóname tú, la tonta soy yo por…preguntar tonterías – sonrió
abiertamente.
- Es normal que quieras saber – dijo con ternura mirando hacia la puerta y
levantándose de sus rodillas – creo que viene alguien – comentó, guardando
silencio. Maca hizo lo propio pera nadie apareció y Esther se volvió de nuevo,
hacia ella.
- ¿Qué querías saber?
- Nada, solo me preguntaba cómo se permite que empresa de fuera vengan aquí,
exploten esto y esclavicen a la población.
- Maca… ya te he dicho que las cosas no son tan simples – comenzó volviendo a
echarse en el lavabo frente a la pediatra - aquí, las empresas de fuera como tú las
llamas, son las únicas que tienen en unas condiciones aceptables a sus
trabajadores. Además, no son ni Estados Unidos ni Reino unido los peores, hace
tiempo que dejaron de ser el principal mercado y explotador de África.
- Entonces…
- Es China Maca, son los chinos los que explotan la mayoría de los países de aquí,
los que arrasan con bosques y selvas en busca de madera, los que están
implantando sus trabajadores cualificados y mantienen conciertos para contratar
a trabajadores locales no cualificados, los hacen trabajar jornadas interminables
y en algunos empresas, como las que se dedican a la minería lo hacen como ya
te he dicho tratándolos como a esclavos. Ni imaginas como son las minas de
diamantes, eso sí que te pondría los pelos de punta.
- Joder, ¡no tenía ni idea! – reconoció mostrándose casi avergonzada por su
ignorancia - ¡de nada!
- Es normal, la mayoría de la gente no se preocupa por lo que ocurre aquí.
Además Uganda es una… digamos excepción, está protegida por Estados
Unidos, aquí no hay diamantes pero se accede fácilmente a ellos por la frontera
con El Congo. Ruanda y Uganda, son los únicos países que reciben ayuda de
muchos donantes para el desarrollo y parte de sus deudas externas fueron
canceladas. Por eso aquí ves mucha más prosperidad.
- ¿Prosperidad? ¿aquí? – preguntó sarcástica, abriendo los ojos
desmesuradamente.
- Si, Maca, tú no sabes lo que es Etiopía, Somalia o El Congo, ahí si que te
agobiarías. ¡Allí no tenéis ni idea de lo que es esto! – exclamó con seriedad y
cierto gesto despectivo - ¡ni idea!
- Eso no es verdad, hay gente que sí pensamos que… ¿porqué crees que concerté
un acuerdo con Médicos sin Fronteras para… para colaborar... para…?
- Maca, ya sé lo que me vas a decir – volvió a interrumpirla consciente de que la
había malinterpretado – pero no me refiero a eso – me refiero a lo que ocurre
ahora y no de lo que pasaba hace siglos, eso ya no tiene casi nada que ver con la
realidad. No estaba hablando de las condiciones de vida eso ya sé que sí os
preocupa a muchos.
- Entonces… no entiendo como los gobiernos de aquí consienten…
- Son los nuevos ricos africanos los que explotan a sus paisanos, son ellos los que
los dejan literalmente matarse por conseguir un mísero diamante, mientras ellos
esperan en sus cochazos perfectamente trajeados, para comprarlo por cuatro
duros y especular con ellos.
- No entiendo…
- El comercio de diamantes debería estar regulado, hay pasases que lo han
intentado y lo han conseguido pero en otros es el propio gobierno, a través de su
ejercito el que controla el circuito, y el que explota a sus gentes.
- Pero eso es…
- Horrible, ya lo sabemos, hay muchas cosas de aquí que lo son, y que no se
conocen.
- Pero yo creía que el imperialismo colonial era el que…
- Fue, Maca, hoy las cosas han cambiado. Se han derrocado gobiernos solo por la
lucha del circuito, ¿por qué crees que hay guerrillas con las que no se logra
terminar! ¿de donde crees que sacan las armas! ¡pero si hasta se conoce que el
grupo palestino de Fatah es uno de los controladores del circuito de diamantes.
- Pues… - Maca bajó los ojos, perpleja, asombrada, acongojada y ligeramente
avergonzada por toda su ignorancia de aquella tierra, que cada vez se le antojaba
más bella, misteriosa, terrible y sobrecogedora, y que cada vez necesitaba más
conocer – habría que hacer algo – musitó casi sin fuerza.
- Bueno… ahora lo que tendrías es que descansar un poco y no preocuparte tanto
por cosas que están por encima de tus posibilidades.
- Pero nuca lo habéis intentado! digo… hacer algo... denunciar… no sé – la miró
con tanta desesperación que Esther se enterneció.
- Nosotros solo podemos paliar algunos efectos de esas torturas a los que los
someten en las minas, denunciar algún caso y poco más. Hacemos lo que
podemos.
- Pero es…. poco, ¡muy poco! – exclamó con las lágrimas saltadas….
- ¿Se puede saber qué te pasa? – se atrevió a preguntarle sin rodeos – porque tú no
estás así solo por eso.
- Nada que… me... impresiona todo lo que me cuentas que… - respondió esquiva.
- No me refiero a ahora, no a todo lo que te he contado, me refiero a antes…
- ¿Cómo antes?
- Hace horas que te veo… sensible – le dijo manifestándole sus sospechas - ¿te ha
pasado algo con Nadia?
- ¡No! claro que no, es una chica encantadora, ¿por qué crees eso?
- Entonces porqué estás… triste.
- No estoy triste es que… - miró hacia abajo, era increíble cómo Esther era capaz
de adivinar sus sentimientos – es la chica de ayer, al final tenía malaria y….
- Ha perdido al niño – adivinó sin necesidad de que ella le contara nada.
- Si – suspiró abatida.
- Era de esperar Maca, cuando no se coge a tiempo, es lo normal, y suerte si
consigues salvarla a ella.
- Ella sí, yo creo que se salvará. Pero… Nadia me dijo que nunca habían perdido
un niño y yo…
- Maca… eso que te dijo se refiere a las madres que vienen aquí desde primera
hora, las que aceptan escuchar las charlas en las aldeas y admiten un
seguimiento, no las madres que llegan sin revisión alguna con más de veinte
semanas de gestación y ya enfermas – sonrió con suficiencia – te aseguro que
puedes darte por satisfecha de haber salvado a la chica.
- Pero…. si ayer yo… hubiese sido más…
- Ayer tomaste la decisión más adecuada, cariño, te tienes que acostumbrar a que
aquí… las cosas son… diferentes a que…
- Da la sensación de que la vida de una persona no vale nada, de que…
- Es que no lo vale, Maca, ya te lo dije.
- ¿Sabes? antes me estaba acordando del día que te enseñé mi coche y… ¡me da
tanta vergüenza!
- Serás tonta - se agachó y la besó levemente – Maca... – suspiró clavando sus
ojos en ella – has hecho todo lo que has podido y lo has hecho muy bien.
- Pero se puede hacer mucho más… si hubiera un laboratorio en condiciones y
personal para hacer las analíticas, si pudiéramos…
- Maca….
- Ya… el dinero.
- ¡Exacto! Y no le des más vueltas, cariño, tú no tienes culpa alguna de que haya
perdido al bebé. Y no va a ser el único caso, en la carreta que ha llegado hay un
par más con malaria y un niño que casi seguro también la tiene.
- No entiendo porqué no usan las mosquiteras, ¿para qué las repartís?

Esther la miró y sonrió, intentando decirle que no se preocupase tanto por todo, que
debía ir adaptándose a todo aquello poco a poco y tomarse las cosas con más calma
como ya le decía Germán, pero no le dijo nada de aquello, no quería incidir en su
malestar y sabía que esas palabras solo contribuirían a contrariarla.
- Anda ven aquí, mi amor – le dijo tirando de la silla - refréscate un poco y deja de
pensar en ello, ahí fuera sí que hay gente a la que puedes ayudar, aquí no
podemos pararnos a pensar en eso. No hay tiempo.
- Vale - aceptó – lo intentaré.
- Ya verás como te acostumbras – le dijo comprensiva.
- ¡Gracias!
- ¿Gracias, por qué? – la miró extrañada.
- Por escucharme y por… conocerme.
- ¡Ay! – suspiró enternecida - ¡Si en el fondo eres una tontona, con esa fachada de
dura y estirada y…! - bromeó haciéndole una carantoña.
- ¡Oye! – la interrumpió - ¿estirada yo! ¡será posible! – protestó haciéndose la
ofendida, Esther soltó una carcajada.
- Anda vamos, que ya deben estar echándonos de menos y los heridos deben estar
a punto de llegar, no puedo dejar a Germán más tiempo solo.
- Entonces… ¿vais a parar para comer? Nadia me ha dicho que nosotras
parábamos ahora, aunque si llegan más heridos… quizás….
- Si, en cuanto terminemos con el chico que está examinando Germán, pararemos
un rato. Pero tú, no es que vayas a parar, tú es que vas a comer y descansar –
casi le ordenó dirigiéndose hacia la puerta.
- Bueno eso… ya lo veremos. Hay mucha gente esperando – respondió yendo tras
ella.
- Sí que la hay – admitió, con la mano en el picaporte, mirándola seriamente por
encima del hombro - y tú no querrás ser uno de ellos, ¿no?
- No seas exagerada que yo ya estoy bien.
- Maca – se detuvo y la observó – te lo digo en serio, por la tarde el calor es
insoportable. No puedes estar al sol, cariño.
- Vale – aceptó – la verdad es que me vendrá bien descansar. Iré a echarle un
vistazo a Josephinne y a la chica de la malaria, por cierto, que ni siquiera sé
como se llama – reconoció casi avergonzada.
- Descansar Maca, es descansar, nada de echar una mano en maternidad ni ir de
ronda.

Maca la miró y le sonrió resignada a soportar esos arranques maternales de la


enfermera, pero sin intención alguna de hacerle caso.

- No me pongas esa cara – la señaló con el dedo interpretando a la perfección su


gesto – Maca, por favor… - comenzó de nuevo a regañarla, pero otro toque de la
sirena la hizo detenerse - ¡ya están aquí! – exclamó mirando el reloj y
comprobando que habían tardado en llegar menos de lo que había calculado,
frunció el ceño con contrariedad, no quería que Maca continuase trabajando pero
no podía pararse a insistirle, la pediatra volvió a sonreír, sabía lo que estaba
pensando.
- Que sí, que voy a descansar, no me lo digas más y no te preocupes que voy a
haceros caso.
- Cariño, si yo estoy encantada de que trabajes pero es por tu bien, aún no
puedes…
- Esther – la cortó - ¿me has oído? – le preguntó burlona al ver la expresión
contrariada de la enfermera - que te he dicho que voy a descansar y no voy a
estar al sol – repitió mirándola divertida.
- Eh… – balbuceó mientras asimilaba las palabras que había escuchado, estaba tan
convencida de que Maca le diría que no se iba a descansar que ni siquiera estaba
escuchando lo que le decía – perdona… yo…
- Anda, gruñona, vamos fuera – río abiertamente consiguiendo que la enfermera
se inclinase a besarla con rapidez, siempre temerosa de que alguien entrase y las
descubriese, aliviada de ver que Maca parecía convencida de descansar y
agradecida por ver que ni siquiera se molestaba con ella le dijera lo que le dijera
- ¿salimos o no? – insistió al verla parada mirándola embobada – creo que
tienes razón y van a empezar a pensar que nos ocurre algo.
- Sí vamos… - murmuró reaccionando, ¡estaba deseando que llegara la noche y
poder tumbarse a su lado, besarla y abrazarla sin tener que estar escondiéndose.

Salieron del baño y Esther se situó a su espalda ayudándola a bajar el par de escalones
de acceso. El fuerte sol las golpeó de lleno, las dos hicieron un gesto de contrariedad y
la pediatra se pasó la mano por la frente, dispuesta a hacerles caso y permanecer toda la
tarde en el interior de los pabellones.

- Dios, ¡qué calor! ¡esto es insoportable! – exclamó con sinceridad - a veces


pienso que es peor ir un rato al baño, porque cuando sales…
- Sí, pero es necesario – reconoció la enfermera – si no te refrescas de vez en
cuando es imposible aguantar.
- ¡A mí me los vas a decir!
- Maca… ¿te dejo en el comedor o prefieres la sala de descanso?
- Prefiero buscar a Nadia.
- Maca – protestó en tono recriminatorio.
- Le he dicho que comería con ella – se justificó.
- Bueno, en ese caso, aquí te quedas - le dijo entrándola en el comedor – luego
nos vemos.
- Hasta luego, cariño – susurró tan bajo que Esther casi ni la oyó pero adivinó sus
palabras, se giró y le hizo un gesto con la mano de ir a azotarla, al tiempo que
sonreía divertida.

“Yo qué te he dicho”, dibujaron sus labios sin que pronunciara palabra, recriminándola
por esas muestras públicas de afecto, al final iba a conseguir que alguien se diese
cuenta. Maca enarcó las cejas, encogió los hombros y soltó una carcajada, perdiéndose
hacia el interior del comedor.

* * *
Cuando Esther llegó junto a Germán el médico ya estaba separando por orden de
gravedad a los recién llegados.

- ¿Dónde te habías metido? – le preguntó con una media sonrisa al verla llegar.
- Donde tú me dijiste – respondió con rapidez, devolviéndosela - ¿son muchos?
- ¡Demasiados! – exclamó con cansancio.
- Germán, debes descansar un poco – le dijo con cariño, él la miró y torció la boca
en una mueca de resignación.
- Aquél chico de allí, ve cogiéndole una vía – le pidió sin responder a su
recomendación.
- ¿Hay que operarle?
- Sí, prepáralo todo.
- ¿Alguno más?
- No sé, aún no he terminado – respondió auscultando a otro joven que parecía
tener dificultades al respirar.

La enfermera obedeció, cogió la vía y dio las indicaciones oportunas para que
trasladasen al chico al interior, se marchó con él y preparó todo en quirófano. Luego,
acudió de nuevo junto a Germán.

- Todo arreglado, ¿operaras tú?


- Sí, Sara se encargará de este grupo y Nadia de los de allí.
- Nadia está comiendo – le dijo con una sonrisa – y tú deberías hacer lo mismo.
- Nadia está allí – le señaló un grupo a lo lejos, Esther miró hacia el lugar que le
indicaba con un gesto de contrariedad, imaginando que Maca estaría con ella – y
nosotros comeremos algo en cuanto terminemos con éste chico y luego
operamos – le dijo con calma – parece que ha tenido suerte, vamos a escayolarle
la pierna y listo, no hará falta que se quede aquí.
- Si – respondió distraída – no veo a Maca.
- Pues está allí, con Nadia, ha salido hace un momento, ¿no le has dicho que se
quede dentro?
- ¡Claro que se lo he dicho! – exclamó frunciendo el ceño e intentando localizarla.
- Wilson… Wilson… - murmuró preocupado mirando también hacia el grupo –
vamos, niña, tenemos que entrar.
- Pero Maca…
- No debería estar ahí, lo sé, pero hay muchos pacientes Esther… y… ella parece
estar bien.
- ¿Tenemos para mucho rato? – le preguntó resignada.
- No, solo es una fractura, hay que fijarla, no creo que tardemos mucho, ¿por qué?
- Porque en cuanto salgamos me la voy a llevar de aquí, quiera o no – respondió
decidida.
- ¡Ay, Esthercita! – sonrió pasándole el brazo por encima de los hombros,
mientras caminaba hacia el comedor – ¡no vas a aprender nunca!
- ¿Qué quieres decir?
- Deja que Wilson tome sus decisiones, te lo he dicho muchas veces.
- La dejo, pero no voy a dejar que no se cuide, si ella no es capaz de parar la
pararé yo.
- Uy… uy… qué mamaíta me has salido. Ten cuidado que “tu niña”, es más
rebelde de lo que tú crees.
- Mi niña hará lo que yo le pida – sonrió con malicia – de eso me encargo yo.
- Muy segura te veo.
- ¿Y no es eso lo que querías?
- Yo solo quiero que seas feliz – le dijo con cariño – pero ten cuidado, Wilson…
¡es mucha Wilson!
- Es un cordero con piel de lobo – sonrió pensando en ella - ¡si lo sabré yo!
- Bueno, vamos a comer algo y a terminar con esa fractura y luego, sácala de aquí,
le vendrá bien.

Pero cuando salieron de quirófano los dos tuvieron la impresión de que en la explanada
había más gente que antes. Y que los distintos grupos en vez de disminuir habían
aumentado. Esther suspiró, incapaz de marcharse de allí dejando a sus compañeros con
todo aquel panorama. Miró a Germán y él comprendió que nos se marcharía. Se
acercaron a Sara y se pusieron con ella a terminar con el grupo de los heridos en la
mina. Durante una hora trabajaron sin descanso y casi sin hablar, el cansancio
comenzaba a hacer mella en ellos, pero por fin parecía que la explanada iba quedándose
más y más vacía, y que el fin de la jornada podía llegar antes de lo que esperaban.

* * *

Unas decenas de metros mas allá, Nadia atendía a una anciana que presentaba una
quemadura en la mano, mientras Maca, auscultaba a un bebé. La matrona curó y vendó
la mano de la anciana y se volvió hacia la pediatra, que ya había terminado con el
pequeño.

- Está muy bien – le dijo tendiéndole al niño con una sonrisa – no parece que
tenga nada, ¿por qué lo han traído?
- Nació prematuro y le recomendamos que lo trajese a revisión – respondió
entregándoselo a su madre y despidiéndola, contenta de ver que el pequeño
evolucionaba bien.
- Con este calor no deberían traerlos si no les ocurre nada – le aconsejó.
- Es difícil convencerlos para que los traigan, y ni te cuento implantar horarios –
dijo volviéndose hacia ella con una sonrisa cada vez se encontraba más a gusto a
su lado - ¡Maca! – exclamó mirándola - ¡te sangra la nariz!
- Eh… - se sorprendió llevándose una mano a ella, ni siquiera lo había notado – es
verdad – afirmó buscando en el bolsillo un pañuelo.
- Espera, déjame a mí – se ofreció solícita inclinándole la cabeza hacia adelante y
presionándole con el dedo índice y el pulgar el tabique nasal – ¿te pongo un
taponamiento?
- No, tranquila, no es nada, con el pañuelo se me cortará - le dijo retirándose del
grupo seguida de la comadrona – sigue tú, yo estoy bien, en cuanto pare voy yo
– le pidió sin querer llamar la atención.
- Deberías entrar – le recomendó recordando lo que Germán le dijera de ella, y
viendo que cada vez sangraba más, desobedeciendo, se acercó a ella y, con
decisión volvió a inclinarle la cabeza – no te incorpores que es peor – le dijo con
firmeza - déjame, por favor, que te vas a poner perdida.
- No es nada – insistió apartándola con suavidad.
- Creo que es mejor que entres – volvió a repetirle – solo quedan dos chicas y yo
puedo examinarlas sola.
- Sí, creo que sí – aceptó, levantando la cabeza y comenzando a sentirse
ligeramente mareada – será lo mejor.

En el otro extremo, Germán se incorporó de pronto y permaneció en pie, Esther levantó


la cabeza hacia él extrañada.

- La herida ya está limpia, ¿vas a darle los puntos o se lo pido a Sara? – le


preguntó, pero él pareció no escucharla - ¡Germán! – lo llamó - ¿qué miras? –
preguntó incorporándose también con la intención de comprobar qué era aquello
que llamaba tanto su atención.
- Wilson… creo que le ocurre algo.
- ¡¿Qué?! – casi gritó, mirando hacia ellas asustada, viendo como Nadia se
agachaba junto a Maca que permanecía con la cabeza inclinada hacia abajo,
orientada a un lateral de la silla y creyó que estaba mareada o vomitando.
Sin pensar en el chico que atendían, sin escuchar a Germán que la llamaba y sin reparar
en todos los pacientes que debía sortear, inició una alocada carrera hasta ella, sentía el
corazón disparado y no precisamente por el esfuerzo, sino por el miedo que experimentó
al pensar que a Maca le ocurría algo. Llegó al grupo, en segundos, seguida de Germán,
que le había pedido a Sara que diera los puntos al chico.

- ¡Maca! – llegó casi sin resuello más por el nerviosismo que por la carrera –
Maca… qué…. qué pasa.
- Le sangra la nariz – explicó Nadia obligando a la pediatra a mantener la cabeza
agachada cuando hizo el intento de incorporarse para verlos – no es nada, ahora
le pongo un taponamiento.
- Nadia, gracias, déjame a mí – pidió Germán apartando a la chica y, levantándole
levemente la cabeza a la pediatra, para que la mantuviese por encima del
corazón, pero manteniéndola inclinada hacia delante y siendo él el que siguió
presionando en el tabique nasal – Esther humedece una gasa que…
- Germán que no hace falta, si… ya apenas sangro… - intentó negarse a que le
hicieran nada.
- Lo que hace falta lo decido yo – la interrumpió tan cortante que todas guardaron
silencio – Esther esa gasa – la apremió con autoridad.
- Toma – se la tendió con presteza mirando con aprensión la cantidad de sangre
que había en el suelo. Había visto miles de veces casos similares pero éste era
distinto, esa sangre era de Maca y eso a ella la desesperaba. Sabía lo que podía
significar un sangrado de nariz en una persona con sus antecedentes clínicos y
sentía pánico solo de imaginar la mejor de las opciones.
- Presiona tú aquí, Esther – le pidió, incorporando a Maca, e introduciendo el
taponamiento - ¡Esther! ¡espabila!
- Sí, sí – respondió apretando en el mismo punto en el que estaba presionando
Germán, mirando a la pediatra con aprensión, le parecía que tenía muy mala cara
- ¿qué te pasa, Maca? – le preguntó, con el pánico reflejado en su mirada, al ver
que estaba muy pálida y que permanecía con los ojos cerrados.
- Nada, ya os lo ha dicho Nadia, solo me ha sangrado la nariz – respondió con
hastío.
- A ver, Wilson… abre los ojos y mírame – le pidió comprobando su reacción al
levantar la cabeza - ¿te mareas? ¿te duele la cabeza? ¿tienes ganas de vomitar?
- No me mareo – respondió secamente, palideciendo aún más y cerrando de nuevo
los ojos, demostrando que mentía – ni me duele la cabeza, estoy bien.
- Wilson no me mientas.
- No me duele la cabeza, Germán – respondió frunciendo el ceño – y… me mareo
un poco pero es normal, llevo a pleno sol más de dos horas, quince minutos con
la cabeza hacia abajo, es normal que al levantarla me maree un poco – respondió
con genio y el médico sonrió al ver que no parecía ni desorientada ni confusa -
se… puede saber ¿qué hacéis aquí los dos? – musitó mirándolos y pasándose
una mano por la frente – hay gente esperando.
- Debe ser del calor – intervino Nadia sorprendida de tanto revuelo solo por un
simple sangrado de nariz – debería entrar y… echarse un poco de agua.
- Sí, Nadia tiene razón, Wilson, vamos dentro, a pesar de todo quiero echarte un
vistazo.
- No es nada, Germán, ya casi no sangro – repitió exhalando un suspiro de
impaciencia.
- Maca, por favor, ¡vamos dentro! – le suplicó Esther con tanta desesperación que
la matrona la miro extrañada.
- No os preocupéis tanto, es algo que me ocurre de vez en cuando – reveló
consiguiendo que Germán adoptase un aire pensativo y frunciese el ceño
contrariado, nunca le había contado nada de eso ni lo había leído en su
expediente – solo me ha dado demasiado sol.
- Sí, puede que tengas razón, por eso vas a entrar, ¡ya! – le dijo Germán, en un
tono tan autoritario que Maca lo miró sorprendida – y me vas a contar con
detalle eso de que te ocurre de vez en cuando.
- ¡Y encima no te has puesto el sombrero! – protestó Esther mostrando su enfado
sin disimulo alguno - ¿cómo hay que decirte las cosas? - le recriminó sin
tapujos.
- Esther, no empieces – la cortó bruscamente.
- Bueno, bueno, vamos a calmarnos – pidió Germán con una sonrisa intentando
que no se enfrascaran en una discusión delante de todos – y tú, Wilson, hazme
caso y ve a darte una ducha y a descansar. Ahora voy yo a ver si esto se debe a
algo más que al sol.
- Yo la acompaño – se prestó Nadia solícita.
- Bien – aceptó Germán que rápidamente se dio cuenta de la mirada que le estaba
echando la enfermera al ver cómo permitía que Maca se marchase con la
comadrona – un momento Nadia, necesito hablar contigo – le pidió – Esther ¿te
importa acompañar tú a Maca?
- Claro pero ¿y los heridos? – preguntó la enfermera, en un intento de disimular su
interés en ser ella quien la acompañase, ganándose una mirada recriminatoria de
Germán que iba acompañada de una mueca de impaciencia, ¡no era momento de
juegos!
- Sal en cuanto puedas, y tú Wilson, sigue presionándote cinco minutos y si en
diez no se ha cortado la hemorragia me llamas – le dijo enarcando las cejas y
volviéndose hacia la matrona – Nadia ¿puedes hacerme un favor? – le preguntó
al tiempo que le indicaba a la enfermera con la mano que cogiese a Maca y la
entrase.
- Claro, tú dirás.

Esther, obediente, se situó en la espalda de Maca y comenzó a empujar la silla con


velocidad, pero antes de que se alejase demasiado, Germán dio una carrera, la frenó y le
susurró algo al oído que Maca no fue capaz de escuchar, Esther asintió y el médico
volvió junto a Nadia. Permaneció con la vista puesta en ellas, viendo como la enfermera
entraba a toda velocidad, no quería que Maca estuviese más tiempo al sol, además tenía
la sensación de que la pediatra estaba cada vez más pálida y su preocupación iba en
aumento al ver que apenas había intervenido en la conversación, y que cuando lo había
hecho la había notado casi sin fuerzas. Su rostro era reflejo de la preocupación que
sentía y Nadia, que conocía bien su gesto, alertada, se decidió a averiguar qué era lo que
pasaba por su mente.

- ¿Ocurre algo? – acabó preguntando la chica al ver que el médico no le pedía ese
favor y se mostraba con un aire hosco.
- Eh.. no nada – respondió pensativo.
- Querías hablar conmigo – le dijo en un tono tan temeroso que él la miró y
sonrió, aliviando a la chica que se temía alguna reprimenda, por no haber estado
pendiente de Maca.
- Solo quiero pedirte un favor – le reveló bajando la voz – no pongas esa cara
mujer – sonrió afable – no es nada serio.

Nadia le devolvió la sonrisa y respiró aliviada esperando a conocer que era lo que ella
podía hacer por él.

* * *
Esther entró en los baños con precipitación y se acercó al lavabo, mojó el pañuelo y, en
silencio, se lo pasó por la frente y la cara, limpiando los restos de sangre seca y
mostrando en su expresión el miedo y la preocupación que sentía.

- Ven – le dijo con cierta brusquedad – Germán quiere que te tome la tensión y la
temperatura.
- Pero… ¿para qué! ya os he dicho que estoy bien.
- ¿Para qué va a ser Maca? – respondió cortante – deja de quejarte y déjame que
haga lo que tengo que hacer – habló con seriedad y el ceño fruncido.
- Ni tengo fiebre, ni tengo la tensión alta, ¡si lo sabré yo! – exclamó con una
sonrisa conciliadora que no obtuvo la respuesta que deseaba.
- Sí, tú lo sabes todo, por eso te pasa lo que te pasa – refunfuñó entre dientes y la
pediatra no pudo evitar una sonrisilla de satisfacción, sabía que esa actitud solo
era muestra de su preocupación.
- Esther… - comenzó a decirle pero la enfermera la silenció con decisión.
- Chist, calla y no te muevas – le ordenó quitándole el peto y apretándole la goma
en el brazo – ya veremos si tienes o no razón.

Maca la observaba con cara de circunstancias, sabía que estaba enfadada con ella por
haber desobedecido y sabía que le había hablado con brusquedad y se arrepentía de
haberlo hecho, además no soportaba la idea de discutir con ella o de que Esther se
enfadase de verdad. La veía tan agobiada y molesta que se decidió a hacerla cambiar de
humor.

- Cariño, no me mires así – le pidió con una leve sonrisa – no lo soporto.


- No te miro de ninguna manera – respondió secamente quitándole la goma del
brazo.
- ¿Qué? ¿tenía razón? – le preguntó en voz baja.
- Si - musitó teniendo que dar su brazo a torcer aunque profundamente aliviada
de que así fuera – la tensión esta mejor que ningún día.
- Lo sabía, si cuando la tengo alta….
- A ver deja que te limpie las manos – la interrumpió.
- No te enfades, por favor – volvió a pedir melosa levantando las manos hacia ella
y dejándola hacer - solo es una pequeña hemorragia, es algo normal, me ha dado
demasiado sol, tomo anticoagulantes, solo es eso, no te preocupes.
- ¿Cómo quieres que no me preocupe? – preguntó entre molesta y asustada
quitándole el termómetro – tampoco tienes fiebre – la miró satisfecha.
- Estoy bien, de verdad – repitió con tranquilidad y una sonrisa que entontecía a la
enfermera.
- Eso me dijiste antes y mira lo que te ha pasado por no hacernos caso...
- Tienes razón, pero Nadia me pidió que saliera con ella, ¿has visto cómo estaba la
explanada? – le dijo conciliadora – y vosotros teníais que entrar en quirófano, y
Sara… – se calló a punto de revelar lo que sabía de ella – no iba a poder con
todo... y yo ya había descansado y comido un poco.
- ¿Has comido?
- Si – sonrió – pensaba haceros caso y quedarme dentro, de verdad, pero… ¿qué
podía hacer?
- Pues negarte, Maca, que cuando quieres bien que sabes decir “no” – le dijo con
genio pero luego más suave y mostrando toda su preocupación continuó - aún no
estás bien.
- Esther…
- No, Maca, no me pongas esa voz porque las cosas no se hacen así. Ya está bien
de hacer siempre lo que te da la gana sin pensar en los demás – le dijo enfadada -
¿sabes el susto que me has dado?
- Esther… por favor… no me eches la charla…. Además… estoy bien, no me ha
pasado nada, no saques las cosas de quicio.
- Antes estabas muy pálida y parecías mareada y… ¡joder! ¡qué estuviste en
coma!
- Ya lo sé Esther, y sé lo que temes pero que me sangre la nariz no tiene nada que
ver con eso.
- Pero y esos dolores de cabeza, y la tensión tan alta y ahora esto ¿y…. si todo
está relacionado? - dijo con temor, había visto casos así y no se le ocurría nada
bueno – y… si… y…
- Y… y…. y…. ¡deja de preocuparte y ven aquí! – tiró de ella melosa - ¿quieres
que te demuestre lo bien que estoy?
- ¡Maca! ¡aquí no! – exclamó – ya te lo he dicho, puede entrar cualquiera.
- ¿Y?
- Como que ¿y? ¿hace falta que te repita que aquí las cosas son diferentes?
- Vale, pero ahora… estamos solas… ¡completamente solas! - se insinuó – y yo
llevo todo el día deseando abrazarte y…
- ¡Y nada! – exclamó cortándola – ya te he dicho que aquí, no.
- Pero antes… - intentó protestar, sin embargo, decidió cambiar de estrategia para
lograr su objetivo - ¿no me vas a dar ni un besito?
- No. Hasta que no te portes bien, te quedas sin besitos – le dijo señalándola con
el dedo, pero sus ojos iniciaron un baile que le descubrió a la pediatra que estaba
comenzando a flaquear y que en el fondo lo deseaba tanto como ella.
- Anda, un besito, que estoy mareada y necesito una enfermera milagro – le pidió
melosa – que me cuide – susurró enronqueciendo la voz.
- Maca… - dijo comenzando a sonreír con la mirada incapaz de negarse a sus
deseos.
- Uno solo… de recompensa por... por…
- ¿Por qué? –preguntó divertida, siguiéndole el juego.
- Por haber estado solita toda la mañana y echándote de menos.
- Espera que mire a ver si se te ha cortado la hemorragia – le dijo mirándole el
taponamiento con cuidado – si, parece que esto ya está – sonrió aliviada – pero
es mejor no quitarlo hasta que pase un rato, después de ducharte te lo quito.
- Lo que tú quieras – respondió sumisa.
- Maca, debes tener cuidado – le dijo mucho más suave que antes - aún estás débil
y…
- ¿Débil? – preguntó con ironía.
- Bueno… muy débil no es que estés – reconoció, recordando la noche anterior,
con unos ojos tan bailones que Maca no pudo resistirse y tiró fuerte de su mano,
haciéndola perder el equilibrio y sentándola en sus rodillas.
- ¡Mi besito! – reclamó sonriente perdiéndose en su boca.

Esther no pudo contenerse y se recreo en ese beso que también anhelaba, separándose,
mirándola y volviendo a besarse cada vez con más intensidad. Las manos de la pediatra
comenzaron a recorrer su espalda con lentitud y Esther dejó escapar un leve gemido.
Volvieron a separarse, sus ojos enfrentados en una batalla dialéctica donde el silencio
enmarcaba el momento, como preámbulo de lo que ambas pensaban, de lo que ambas
anhelaban y deseaban cada vez con más intensidad, un silencio que las hizo cómplices
de su amor, sonrieron y se besaron de nuevo, con parsimonia, deleitándose la una con la
otra, disfrutando de la mirada puesta en la otra, descubriendo el deseo mutuo, sintiendo
que no había nada más maravilloso que amarse en silencio.

- ¡Maca! – saltó de su regazo como una exhalación al escuchar pisadas en los


escalones de entrada. El corazón galopando, todo su cuerpo palpitante y los ojos
encendidos con un brillo especial que era testigo de la luz que la pediatra
encendía en su alma.
- ¡Joder! ¿es que siempre van a tener que interrumpirnos? – preguntó enfadada –
al que sea le voy a… ¡hola, Sara! – saludó a la recién llegada desplegando su
mejor sonrisa ante la mirada socarrona de la enfermera.
- Hola – saludó la chica con voz débil, percibiendo rápidamente que había
interrumpido algo – eh… yo… eh… - dudó un instante a punto de decirles que
podía volver luego, pero estaba tan cansada y necesitaba tanto sentarse un
momento al fresco del baño y echarse un poco de agua que descartó la idea.
- ¿Estás bien? – le preguntó Esther al ver su aspecto demacrado y su lentitud de
movimientos - ¿Sara?
- Eh.. si, si, yo…si, venía a ver si Maca… vamos que Germán me ha contado y…
creí que estabas sola – dijo dirigiendo su vista a la pediatra - y… quería saber
si… si necesitabas algo – se explicó con precipitación y Maca creyó entender
que había buscado la ocasión para encontrarse con ella a solas, quizás quería
decirle algo, de hecho se había acercado en varias ocasiones a Nadia y a ella a lo
largo del día, siempre con distintas excusas relativas al trabajo y posiblemente
buscando la ocasión de hablar con ella.
- No, gracias – le sonrío ampliamente la pediatra, demasiado, para el gusto de
Esther - ¿seguro que estás bien?
- Si. Voy… voy a echarme un poco de agua – les dijo acercándose al lavabo -
¡este calor es insoportable!
- Sí que lo es – admitió la enfermera – por suerte ya parece que quedan pocos que
atender.
- En un par de horas a lo sumo habremos terminado, y entrará el otro turno –
comentó la chica con un suspiro de alivio - ¡qué ganas tenía de esto! – musitó
entre dientes inclinada sobre el lavabo.

Maca aprovechó que Sara les dio la espalda, para hacerle un gesto a Esther de que
saliese, “Vete”, dibujaron sus labios mientras le señalaba la puerta. La enfermera la
miró con gesto interrogador, y negó con la cabeza, pero Maca insistió y Esther, volvió a
negarse con un gesto “ni lo sueñes”, respondió. “Por favor”, pidió Maca de nuevo
indicando con la cabeza hacia Sara con la intención de que comprendiese lo que
pretendía y Esther, ligeramente mohína, pareció aceptarlo.

- ¿Ocurre algo? – les preguntó Sara descaradamente al verlas hacerse señas,


ninguna se había percatado de que la joven se había vuelto hacia ellas.
- No – le sonrió Esther - me voy que Germán me está esperando – dijo de mala
gana, si Maca creía que iba a seguir e la explanada a que terminasen con todos lo
llevaba claro, no pensaba consentírselo – Maca, en veinte minutos estoy aquí,
para ayudarte al salir de la ducha, y ver si podemos quitarte el taponamiento, ¿de
acuerdo?
- Vale, ahora nos vemos – la despidió y giró la silla hacia Sara que se había vuelto
a inclinar en el lavabo y seguía echándose agua en la cara y el cuello – Sara,
¿querías hablar conmigo?
- Eh… lo cierto es que…si – se levantó y la encaró.
- Bien pues… estamos solas, dime.
- ¿Recuerdas el favor que te pedí el otro día?
- Claro, no te preocupes que no me olvido, solo estoy pensando… como
podríamos hacer para…
- No, no… quería decirte que… que es mejor que… no hagas nada.
- ¿Cómo que no haga nada?
- Si, no quiero que hagas nada.
- Pero… ¿por qué! no entiendo… ¿ha cambiado algo?
- No, no, solo que… no quiero que hagas nada. No debí meterte en esto.
¡Olvídalo!
- Sara, ¿qué ha pasado esta mañana? – le preguntó directamente imaginando
cuales podían ser los motivos de aquel cambio de opinión y apretando
instintivamente los puños, en señal de rabia, solo de imaginarlo.

La chica bajó los ojos, descubierta, pero guardó silencio.

- Sara…. – la impelió en su tono a confiarse a ella.


- No hay nada que hacer – murmuro cabizbaja – ya está… él es mi superior y
yo… no se puede hacer nada, Maca.
- Claro que se puede, tú déjame a mí.
- No, Maca, no lo hay.
- A ver, ¿por qué dices eso! ayer estabas convencida de lo contrario – le preguntó
mostrándose cariñosa y paciente - ¿me vas a decir qué ha cambiado o no?

Sara se encogió de hombros, apretó los labios en una mueca de desencanto y a Maca le
dio la sensación de que incluso le temblaba la barbilla.

- Sara, ¿qué ha pasado esta maña? – insistió segura de que Oscar había vuelto a
amenazarla.
- Le… le insinué que lo iba a denunciar y se ha reído de mí.
- Será imbécil, tú deja que se ría, a ver quien se ríe más cuando termine todo esto.
¿Qué es lo que te ha dicho?
- Se ha reído – musitó – me ha preguntado que si lo iba a denunciar como la otra
vez y ha soltado una carcajada. Me…. me ha dicho que lo haga, que me estará
esperando, que voy a escuchar sus risas toda la vida.
- Eso habrá que verlo – saltó mostrando una mirada tan furibunda que Sara no
pudo evitar pensar en lo poco que la conocía y en que no querría tenerla de
enemiga - ¿qué más ha dicho?
- Dice que nadie me va a creer, que si nadie me creyó la otra vez, esta vez menos.
- Eso no es así.
- Dice que él tiene una reputación, que no se le conoce relación alguna, que jamás
ha dado un escándalo y que yo…
- Tú qué…
- ¿Qué va a ser, Maca! ¡Que estoy embarazada! – exclamó alterada, levando la
voz y frotándose las manos nerviosa.

Maca se quedó en silencio observándola y esperando a que se explicase aunque


comenzaba a comprender lo que podía haber ocurrido. Su aversión hacia Oscar creció
de forma desmedida y su rostro fue reflejo del asco que le daba aquel chico. Frunció el
ceño, y ante el silencio de Sara, le preguntó.

- ¿Y eso qué tiene que ver?


- ¡Joder! ¡imagina! embarazada de un compañero de trabajo que ni siquiera es mi
pareja, que… cualquiera pensaría que soy… que soy…
- Ya, una puta ¿no?
- Sí, eso es exactamente lo que ha dicho.
- Pues ahora sí que lo vas a denunciar, ya lo creo que sí. Y yo me encargaré de
que tengas el mejor abogado, ese cabrón se va a largar de aquí y te aseguro que
no va a ser de rositas.
- Pero Maca... ¿y si no es así! ¿y si la que tiene que irse soy yo! o… lo que es
peor, arremete contra Germán o contra Esther o…
- No va a arremeter contra nadie.
- Pero… ¿y si lo hace? y si ellos pagan por algo que ni si quiera conocen, solo
porque él quiere hacerme daño.
- ¿Me estás hablando en serio? Ni Esther ni Germán dejarían que esto ocurriese,
ninguno de los dos, eso te lo aseguro – le dijo con genio y ella bajó los ojos – los
conoces, y sabes que tengo razón – insistió – además, si te callas, solo lo
proteges a él, no a ellos.
- No estés tan segura, Oscar es peligroso y… tiene amigos, ya te lo dije – la miró
asustada.
- Yo también los tengo – aseveró - ¿confías en mí?
- No sé qué hacer Maca, no quiero que por mi culpa… - la miró inquieta y
cambiando el tono le dijo con seguridad y cierto orgullo – es mi problema, ya lo
resolveré.
- Desde que me lo contaste también es mío – respondió con firmeza – no puedo
hacer como si no me hubiese enterado y dejarlo estar, ¡no puedo! – exclamó – ni
quiero.
- No quiero que todo se líe aún más, creo que yo… puedo manejarlo y… si... no
lo consigo y… tengo que renunciar a esto, lo haré.
- Pero yo no voy a dejar que sea así. Ya pensaremos algo.
- No sé - musitó aún sin convencerse.
- Confía en mí, no voy a dejar que se salga con la suya y tú, tranquilízate, no es
bueno ni para ti ni para el niño y hazle caso a Germán, evita quedarte a solas con
él. No le des más opciones.
- Vale… pero no es tan fácil… Germán….
- Germán sabe defenderse y, es más, creo que le tiene tantas ganas que está
buscando la ocasión.

La joven la miró fijamente y suspiró, se llevó una mano al costado e hizo un leve gesto
de dolor.

- ¡Gracias! ¡gracias por ayudarme! – dijo sentándose en el banco.


- ¿Te duele ahí? – le preguntó preocupada acercando la silla hacia ella.
- De vez en cuando me da un ligero pinchazo, pero no es nada, solo estoy cansada
– reconoció – esa postura de rodillas me mata.
- Deberías descansar más a menudo y deberías hablar con Germán, Sara. No creo
que sea bueno que vengas todos los días, ni que estés tantas horas ahí fuera
trabajando. Puedes hacerlo en el hospital del campamento o aquí en los
pabellones pero, ahí en el suelo, a pleno sol… Creo que no deberías, al menos…
- Aquí las mujeres trabajan hasta tener las primeras contracciones – le dijo
mirándola con lo que a Maca le pareció una mezcla de admiración por ellas y un
sentimiento de vergüenza por la debilidad que sentía – cuando van a dar a luz se
apartan y….
- Que hagan eso no quiere decir que sea lo mejor – la interrumpió.
- No te preocupes, sé lo que me hago – respondió con rapidez.
- Habla con Germán – le aconsejó dándole un ligero y cariñoso golpecito en la
rodilla.
- Lo haré – sonrió – y… gracias, gracias de verdad, por escucharme y por…
preocuparte por mí.
- De nada – Maca le devolvió la sonrisa, tenía tal aire de indefensión allí sentada
que Maca sintió el deseo de consolarla – no le des más vueltas, ya verás como
todo se arregla.
- Desde que he hablado contigo me… me siento mucho mejor.
- Me alegro – le dijo afable y mirando el reloj puso cara de asombro, Esther
estaría allí en cinco minutos y aún no se había duchado – eh… lo siento pero…
yo…
- Vete – sonrió comprendiendo lo que le ocurría - que Esther te va a echar otra
bronca si te pilla aquí, de charla conmigo.
- Sí – admitió sin tapujos - ¡menuda me espera! – exclamó con complicidad - me
voy a la ducha, y tú deberías tomarte un respiro, sentarte aquí un rato, darte una
ducha y comer algo.
- Solo necesito unos minutos de descanso, ya estamos terminando.
- ¡Cuídate!
- Tú, también – le respondió con un guiño – deberías tomarte la tensión y ver si
esa hemorragia se debe a algo más que el sol, y deberías descansar.

Maca asintió, incapaz de protestar después de haber estado ella aconsejándole lo que
debía hacer, se despidió y salió de los baños cruzó el pasillo y entró en las duchas, con
la esperanza de que Esther se hubiese entretenido y le diese unos minutos de más,
porque era imposible que allí, y sin medio alguno pudiese terminar de ducharse en cinco
minutos.

* * *
Mientras, en la explanada central, Esther había llegado corriendo junto a Germán, que
levantó la vista al sentirla aproximarse, se levantó de un salto temiendo que a Maca no
se le hubiese cortado la hemorragia.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó la enfermera al ver una expresión de sobresalto en


su rostro.
- ¿Cómo está Wilson! ¿se le ha cortado?
- Sí – sonrió contenta de que así fuera.
- ¿Y la tensión como la tiene?
- Muy bien.
- ¿Cuánto? – insistió con el ceño fruncido.
- Doce, seis.
- Bien – musitó relajando el rictus de preocupación - ¿fiebre tiene?
- No. Tranquilo que está bien, ¡falsa alarma! – exclamó mostrando su alegría que,
sin embargo, no parecía ser correspondida por el médico.
- Quiero examinarla, ¿dónde te la has dejado?
- En el baño con Sara, quería hablar con ella y luego ducharse, le he dicho que en
veinte minutos la recojo – le explicó mirando su reloj.
- Te dije que quería…
- Sé lo que me dijiste – lo interrumpió observándolo con atención intentado
descubrir a qué se debía su actitud casi nerviosa - pero, Germán, está bien, te lo
aseguro – le sonrió con picardía y él la miró frunciendo el ceño ligeramente -
¿qué pasa! ¿tú crees que no lo esté?
- Yo no creo nada – musitó agachándose de nuevo junto a una chica de unos doce
años que había llegado con un fuerte dolor en el costado.
- Germán… - lo instó a que le revelase sus temores.
- Esther… cuando termine con ella, por favor – la cortó secamente y la enfermera
se agachó a su lado y se dispuso a ayudar en lo que pudiera.

Tras examinarla y comprobar que no tenía nada serio, el médico le indicó a su madre
que entrase en el pabellón con el papel que él le había dado, después se volvió hacia
Esther.

- Vamos a buscar a Wilson – le dijo sin más.


- ¿Tú también?
- Ya te he dicho que quiero echarle un vistazo.
- Pero está bien… - lo miró sin convicción, esa insistencia en examinarla no le
presagiaba nada bueno.
- Aún así quiero comprobarlo, quiero que descanse hasta que nos vayamos, le he
pedido a Nadia que le deje su cuarto.
- Yo también me he preocupado, tiene ojeras de nuevo y sé lo que puede
significar una hemorragia, pero se le ha cortado pronto y ella dice que se siente
bien.
- Y la creo – respondió con una sonrisa – pero… deberíamos comprobar si no hay
algo más…. ¿tú crees que dejará que la lleve a Kampala a hacerle unas pruebas!
ni aquí ni en el campamento…
- Pero, ¿lo ves necesario?
- No sé Esther, estoy dándole vueltas a todo y… hay cosas que no me cuadran.
- Germán… - lo miró con tanto temor que él reculó.
- No te preocupes – le sonrió – ya sabes como soy. Me gusta tener todo bien
atado.
- Por eso mismo me preocupo.
- Mira, vamos a hacer una cosa, le vas a sacar sangre y….
- ¿Otra vez?
- Si. Y la vamos a observar, al más mínimo dolor de cabeza, mareo, confusión…
salimos pitando a la ciudad.
- Crees que puede ser consecuencia del golpe.
- Lo que quiero es descartarlo. Y se acabó eso de venir a trabajar, no quiero que
vuelva a ponerse a pleno sol y menos a ciertas horas.
- Bien, pero se lo dices tú porque está muy contenta de poder hacerlo, ¡más que
contenta!
- Lo sé – sonrió pensando en ella – ya te dije que le vendría bien hacerlo, pero
ahora estoy pensando en su salud física, no en su ánimo. Lo cierto es que si no
fuera por esa hemorragia yo creería que está mucho mejor – reconoció
pensativo.
- ¿Mañana nos quedamos en el campamento?
- Sí, es lo mejor, quiero que se quede descansando. Además mañana no
vendremos ninguno. Yo… quizás vaya a Kampala y luego me pase por aquí,
pero los demás os quedáis en el campamento, he hablado con Jesús y está
desbordado.
- Entonces… mañana trabajamos en el campamento – intentó ratificar.
- Tú no tienes porqué – le sonrió imaginando el motivo de su pregunta – y Maca
menos, ya te digo que prefiero que se relaje y descanse.
- Yo había pensado llevarla a Jinja, y que conociera a Wilson y….

Germán la miró negando con la cabeza y esbozando una sonrisa.

- Me parece bien, pero con tranquilidad y sin esfuerzos.


- ¡Estupendo! – exclamó haciendo todo tipo de planes con rapidez - por cierto,
tienes que llamar a Matthew, quiere que quedemos, si mañana estás en Kampala
quizás podríamos…
- Yo tengo trabajo.
- Tú deberías cogerte ya algún día de descanso.
- Lo haré, pero no mañana. Anda ve a buscarla y haz lo que te he dicho, aquí
estamos casi acabando.

La enfermera asintió y se marchó en busca de Maca, a la que encontró aún dentro de la


ducha. Esperó pacientemente a que saliera, estaba deseando preguntarle qué es lo que se
traía con Sara, pero cuando la vio, le pareció tan cansada que optó por dejarlo para otra
ocasión y llevarla cuanto antes a descansar. La puso al corriente de los deseos de
Germán y, en contra de lo que había supuesto, Maca no protestó y dejó que Esther le
sacara sangre, consintiendo en echarse un rato en el cuarto de Nadia y tampoco mostró
su disconformidad por tener que permanecer al día siguiente en el campamento. Esther
insistió en que en realidad lo harían todos, pero Germán quería que ella se mantuviese
descansando y a Maca no le pareció mala idea. La enfermera la dejó acomodada en la
cama y se marchó. Maca permaneció con la vista fija en la puerta y una sonrisa de
satisfacción en los labios, su mirada soñadora, mostraba lo feliz que se sentía. Se
recostó y cerró los ojos, pronto Esther estaría de vuelta y no podía decir que le sentaran
mal unos minutos de descanso, estaba realmente agotada.
* * *

Un par de horas después Esther y Germán habían terminado con el último de los
pacientes de su grupo. El médico, le pidió que fuera en busca de la pediatra mientras
ellos terminaban de recoger, quería salir cuanto antes y regresar al campamento. Esther
corrió en busca de la pediatra, estaba deseando ver como se encontraba.

- Maca… - la llamó con suavidad abriendo la puerta - cariño… - dijo acercándose


a la cama y comprobando que dormía - despierta…. Maca…
- Hummm – protestó dándose la vuelta, arrancando una sonrisa en la enfermera,
“¡está preciosa cuando duerme!”, no pudo evitar pensar, sentándose en el borde
y acariciando su mejilla con suavidad.
- Maca… despierta cariño… hora de irse.
- Hummmm – protestó levemente, frunciendo ligeramente el ceño para, de
inmediato, volver la respiración pausada y a relajar el rostro. Esther la miró con
ternura, sintiendo tener que interrumpir su descanso.
- Maca – la zarandeó con más ímpetu – mi amor, despierta…
- Hummmm – volvió a protestar sin abrir ni siquiera los ojos.
- Venga, cariño despierta, nos marchamos ya - le dijo frotándole el brazo y
acariciándole la mejilla, consiguiendo que al fin abriese los ojos y la mirase
somnolienta - ¿o es que quieres quedarte aquí? – le preguntó burlona, ante
aquella mirada desorientada.
- Sí – musitó - déjame – dijo adormilada, haciendo el intento de darse media
vuelta para seguir durmiendo.
- Maca – rió sabiendo que le respondía dormida - ¡Maca! – alzó la voz de tal
forma que la pediatra abrió los ojos de golpe, asustada y mirándola, ya sí, con
claridad.
- Esther… - murmuró frunciendo el ceño, levándose una mano a la frente y
volviendo a cerrarlos – me has asustado – murmuró exhalando un suspiro.
- Lo siento, cariño, pero es hora de irse.
- ¿Ya?.. pero… ¿y el desayuno? – preguntó aún aturdida sintiendo que estaba
demasiado cansada para irse a trabajar.
- ¿Qué desayuno? – le preguntó riendo haciendo que Maca cayese en la cuenta de
donde estaba y de la hora que debía ser.
- La cena – dijo mohína ante la burla de la enfermera.
- ¿Ya tienes hambre?
- ¡Si! ¡mucha! – le sonrió ya más despejada.
- Cenaremos en el campamento, aún es temprano. Hemos terminado antes de lo
que pensábamos.
- Pero… ¿qué hora es?
- Las siete y diez, llevas apenas una hora aquí.
- No quería dormirme pero…. me he quedado transpuesta – reconoció - ¡estaba
soñando y todo!
- Y… ¿qué soñabas? – preguntó insinuante deseando que fuera con ella.
- Que… - comenzó con intención de contárselo pero de repente cambió de idea -
eh… nada… tonterías.
- No mientas – le puso el dedo índice en la nariz – ¡qué te va a crecer y se te va a
poner como la de Germán!
- ¡No! ¡por dios! – rió divertida – ¡no digas eso ni en broma!
- Anda, levántate, Germán quiere que regresemos cuanto antes.
- ¿Me ayudas? – le pidió haciendo el intento de sentarse casi sin éxito - ¡uf! ¡estoy
molida!
- Claro, ven aquí – le dijo tirando de ella con suavidad – Maca… ¿estás bien?
- Sí, solo un poco cansada, creo que tienes razón y que aún no estoy en plena
forma.
- Mañana tendrás todo el día para descansar. Se acabó el echar una mano aquí.
Tienes que estar fuerte para la vuelta.
- No seas exagerada. Reconozco que hoy me he pasado, sobre todo porque no he
dormido en toda la noche, pero… mañana estaré...
- Maca… - la cortó - Germán está preocupado y… yo también.
- ¿Preocupado porqué?
- Teme que la hemorragia tenga que ver con el golpe en la cabeza y que…
- Tendría otros síntomas – la interrumpió – y no los tengo – la miró enarcando las
cejas – ni me duele la cabeza, ni me mareo, ni tengo nauseas, ni…
- Pero hasta ayer sí que los tenías.
- ¿Ayer? – preguntó torciendo la boca en una mueca socarrona - que yo recuerde
ayer fue… uno de mis mejores días…
- Bueno, antes de ayer – se corrigió con seriedad – Maca…
- No deberías escuchar tanto a Germán – volvió a interrumpirla - Ya le he dicho
que no le busque los tres pies al gato porque no se los va a encontrar – habló con
rotundidad – y no debería calentarte a ti la cabeza con cosas que no son ciertas.
- ¿Y si lo fueran?
- Esther… ¿tú confías en Cruz como profesional?
- Claro… pero… eso no tiene nada que ver, además recuerda que era Cruz la que
consideraba que no estabas para hacer este viaje, que quería que descansases y…
- Valee – sonrió cogiéndola de la mano – si te vas a quedar más tranquila…
descansaré estos días y no trabajaré más – aceptó conciliadora.
- Tú sabes que si a ti te pasa algo… yo… yo me muero – le reveló clavando sus
ojos en los de la pediatra con tanta angustia que Maca sonrió enternecida.
- Pero… ¡cariño!.. ¡qué tonterías son esas! – exclamó entre molesta y halagada –
estoy bien Esther, tú misma lo has comprobado, o ¿no?
- Sí – musitó sin convicción.
- Princesa… no te preocupes – le dijo levantándole la barbilla – te lo digo en
serio. Me siento mejor que nunca.
- ¿No me mientes?
- No te miento – le dijo con tal expresión de franqueza que Esther se convenció –
¡de verdad!
- Maca... - le sujetó la cara con ambas manos mirándola fijamente a los ojos.
- ¿Qué? – preguntó dibujando una sonrisa con ojos bailones.
- ¡Te quiero! – exclamó besándola con una infinita ternura que fue ganando en
pasión a medida que prolongaban ese ansiado beso.
- ¡Esther! – la separó de pronto, con una enorme sonrisa, le encantaba escucharla
decírselo - ¡qué estamos en el cuarto de Nadia! ¿y si entra? – imitó el tono que
siempre le ponía la enfermera para recriminarla.
- No va a entrar – le dijo señalando la puerta que permanecía cerrada con el
pestillo echado – ya me he encargado de eso.
- Serás perversa – susurró insinuante, siendo ahora ella la que la besó, deslizando
con suavidad su mano por el muslo de la enfermera, que sintió desvanecerse el
cansancio acumulado a lo largo de la jornada de trabajo.
- ¡Dios Maca! ¡no me hagas eso! – le pidió sintiendo que el deseo prendía en su
interior.
- ¿No te gusta? – preguntó susurrando junto a su oído.
- ¡Me gusta demasiado! – exclamó acariciándola con delicadeza y sintiendo como
la pediatra recorría, ahora, su espalda con sus manos – creo que… será mejor
que… - un nuevo beso de Maca la silenció – lo dejemos.
- No creo que sea lo mejor – musitó en su oído – lo mejor es… - la besó en el
cuello subiendo poco a poco por él, hasta perderse en el hueco de su oreja como
a ella le gustaba. Esther ahogó un gemido y Maca sonrió –… esto …y…. –
paseó su lengua con parsimonia por sus labios y de nuevo se adentró en su boca
- … y esto…. – la miró fijamente a los labios y luego a los ojos.
- Maca… - casi jadeó tentada a dejarse arrastrar pero en el último instante cuando
ya estaba a punto de sucumbir recordó a Germán y su apremio – anda… vístete
– le pidió levantándose de la cama donde se había sentado – y ¡vamonos de
aquí!
- Sí – admitió sintiendo que la excitación crecía en ella de forma desmedida – será
lo mejor – suspiró también. ¿Me alcanzas la ropa? – le dijo alargando la mano
hacia ella.
- ¿Qué soñabas? – volvió a preguntarle intrigada, mientras cogía su camiseta y la
ayudaba a ponérsela.
- Que… estaba aquí con María y que trabajaba de médico con vosotros y… - se
calló y la miró de una forma tan extraña que Esther se sorprendió.
- ¿Y qué más? – inquirió preguntándose el motivo de aquella expresión entre
soñadora, esperanzada y ligeramente triste.
- Nada – esbozó una sonrisa sentándose en el borde de la cama e intentando
sentarse en la silla
- Maca… ¿el qué? – insistió.
- Podía andar, vamos que andaba como si tal cosa, que… nos íbamos al río como
ayer y… paseaba contigo.
- Cariño – se inclinó y la besó - ¡te quiero! – repitió - ¡te quiero mucho!

Maca sonrió, y suspiró. No le gustaban esos sueños en los que andaba, según Vero eran
un paso atrás en su recuperación pero lo cierto es que este había sido diferente.
Simplemente ella era la de antes, sin miedos, segura de sí misma, compartiendo su vida
con Esther, feliz. Ni siquiera se había sentido frustrada al despertar, muy al contrario,
sentía que todo era posible, incluso, quién sabía, si hasta lograr levantarse de esa silla,
pero lo más importante es que por primera vez desde el accidente, realmente le daba
igual que no fuera así. Esther había logrado que se sintiese tan plena que por fin sentía
que no le importaba. La miró con tal expresión de agradecimiento, veneración y deseo
que la enfermera soltó una carcajada, se situó a su espalda dispuesta a empujarla, se
agachó junto a su oreja y susurró.

- No me mires así que me vas a obligar a echar de nuevo el pestillo.

Maca no respondió levantó su mano y acarició la de la enfermera apoyada en su


hombro, Esther le dio un beso en la mejilla y salió de la habitación, deseando llegar
cuanto antes al campamento y cumplir aquella promesa que le hiciera por la mañana.

* * *
Dos horas después, el convoy entraba en el campamento, tras un viaje tranquilo y sin
ningún tipo de sobresalto. Maca no dejaba de sorprenderse de que fuera más seguro ir
solo en un jeep, que formar parte de una caravana. Pero Germán insistía en que los
asaltantes buscaban parte de los suministros que llevaban y que por eso era necesario ir
juntos y protegidos por el ejército.

Al cerrarse los portones, Francesco, que los estaba esperando, salió a su encuentro.
Esther le explicó a Maca que era lo habitual, solía darles el correo que había llegado e
informarles de las llamadas que habían tenido, si es que había habido alguna. Cuando
descendieron del vehículo el italiano se dirigió directamente hacia la pediatra.

- Doctora Wilson, la han llamado Verónica Solé y Adela Peralta – le dijo


tendiéndole un papel en el que había apuntado ambos nombres.
- Gracias – respondió cogiéndolo y comprobando que Esther hacía un leve gesto
de desagrado, pero antes de poderle decir nada el chico ya estaba dirigiéndose a
la enfermera.
- García, Laura Llanos quiere que la llames en cuanto puedas y tienes correo – la
informó tendiéndole un papel y dos cartas que Esther cogió con curiosidad.
- ¡Germán! – exclamó la enfermera – es de la central – lo miró con un brillo
especial en los ojos - ¿crees que será…?
- Lo más probable – sonrió contento de haber obtenido respuesta en un par de
semanas – te reclamé en cuanto me lo pediste – le dijo con una sonrisa sin
percatarse de que Maca los miraba y sus ojos se oscurecían con un velo de
tristeza – pero no creí que se dieran tanta prisa.

La enfermera se apresuró abrirlas sin percatarse de la mirada casi desesperada de Maca


que temía el contenido de las mismas.

- El supervisor quiere hablar contigo – le dijo Grecco al médico, interrumpiendo


su conversación, Germán se encogió de hombros en un gesto de resignación,
seguro que Oscar ya se había quejado por el retraso con los informes
trimestrales.
- Pues vamos a hacer esa llamada cuanto antes – le dijo al italiano - ¿vienes
Esther? – le preguntó sin obtener respuesta, mirándola atento - ¿qué es?
- ¡Me aceptan! – exclamó – quiero decir que aceptan hacerme la entrevista previa
a las pruebas.
- ¡Eso es estupendo niña! – Germán la izó en volandas y dio una vuelta sobre sí
mismo con ella en brazos, Maca que los observaba bajó la vista, al notar que se
le hacía un nudo en la garganta, aunque no sabía de qué se sorprendía, Esther,
siempre le había dejado muy claro que su deseo era permanecer allí, a pesar de
que fuese a volver con ella a Madrid. Germán la bajó y volvió a preguntarle -
¿vamos a llamar?
- Si, vamos – respondió y volviéndose hacia Maca - ¿quieres venir y devuelves
tus llamadas?
- No, no me apetece llamar a nadie – le sonrió con cierto aire melancólico que la
enfermera no fue capaz de captar, pero sí Germán que, con discreción, estaba en
todo momento pendiente de ella.
- Entonces ¿te vas tu sola a la cabaña o nos esperas en el comedor?
- Aún falta un rato para la cena – intervino Germán – es mejor que te vayas a la
cabaña, Wilson – le recomendó mirándola con atención – descansa un poco
antes de la cena.
- Sí creo que voy a hacer eso – suspiró abatida.
- Anda vamos, te dejamos allí y ahora llamamos nosotros – le dijo a Esther
situándose tras Maca y empujando la silla, prefería que no se esforzase más en lo
que quedaba de día. La enfermera estaba tan contenta que aquella noticia que
parecía no darse cuenta del cambio de ánimo de Maca.
- No hace falta – intentó protestar mientras ya estaban girando la esquina de la
parte trasera.
- Lo sé – respondió el médico ante la sorpresa de la pediatra – pero me apetece
hacerlo. Además, quería aprovechar para darte las gracias por todo lo que has
hecho hoy. Sé que debes estar agotada, que aún te faltan fuerzas y has dado el do
de pecho, ¡sí señor! estoy orgulloso Wilson – le reconoció hablando con tanta
precipitación que Esther lo miró burlona, ¡estaba nervioso! - ¡muy orgulloso! –
repitió intentando animarla.
- ¡Gracias! – musitó Maca ligeramente abrumada.
- Oye que yo también he estado trabajando y no me mimas tanto – protestó Esther
guiñándole un ojo haciéndose la ofendida – ni me echas tantos piropos, ni….
- Faltaría más, tú eres del equipo – le devolvió el guiño – y ya casi oficialmente –
sonrió mostrando lo que también a él le había alegrado aquella noticia.
- Bueno… no echéis las campanas al vuelo que primero deberás pasar esas
pruebas ¿no? – dijo Maca con un tono tan cortante que Esther comprendió de
inmediato lo que le sucedía, y sonrió para sus adentros, contenta de por partida
doble, estaba claro que Maca ya no disimulaba sus sentimientos ni su deseo de
compartir la vida con ella.

Justo en ese momento llegaron a la parte trasera y Germán se detuvo en la puerta de la


cabaña.

- Bueno, Wilson, aquí te quedas, luego me paso a recogerte para la cena.


- No – se negó con rapidez – no hace falta, ya voy yo.

Germán suspiró y asintió consintiendo.

- Pero no te vayas a dormir… - la señaló con el dedo burlón y Maca supo que
Esther ya le había contado lo sucedido en el campo de desplazados.
- No – respondió girando la silla.

Germán le echó el brazo a Esther por encima del hombro y ella lo abrazó por la cintura
haciéndole a Maca un gesto de despedida. Pero cuando estaba apunto de marcharse con
él, Maca la llamó.

- Esther… ¿puedes... quedarte un momento? – le preguntó con tal cara de agobio


que la enfermera pensó que le ocurría algo.
- Germán adelántate tú – le pidió al médico que se marchó con grades zancadas y
volviéndose hacia Maca la miró preocupada - ¿qué te pasa?
- Nada... – la miró fijamente – que… quería saber… - balbuceó sin saber muy
bien como preguntarle - ¿qué es eso de que Germán te ha reclamado?
- Ya… – le devolvió la mirada torciendo la boca en una mueca de comprensión y
ojos risueños - tienes que hacerlo si quiero volver – le explicó.
- Pero.. yo creí entender que… que… tú…
- Maca… Germán lo hizo antes de que tú y yo… en fin que ya me entiendes.
Además que haga esa entrevista no significa nada.
- Ya… - musitó desviando la vista. No significará nada para Esther pero… ¡para
ella lo significaba todo!
- No me pongas esa carita de pena – le dijo sonriente – cariño… - le levantó la
barbilla mirándola a los ojos, se agachó y la besó - Te quiero, ¿cuántas veces
tengo que decírtelo! y me voy contigo a Madrid, ¡tonta! – Maca suspiró aliviada
y Esther sonrió y le hizo una carantoña – y si no quieres que la haga, no la hago
y ya está.
- No es eso. …
- ¡Ay! ¡qué tontita que te pones! – exclamó besándola de nuevo - me voy a llamar.
Seguro que Laura tiene ya ultimado los detalles del viaje.
- ¿Ya nos vamos a ir?
- ¡Seguro que antes de lo que piensas! – le dijo saliendo de la cabaña.

Llegó a la radio y esperó pacientemente a que Germán terminara. Luego, le dio el


número de Laura a Grecco. No se equivocaba, Laura había insistido para concretar el
día en que deberían ir a Nairobi, a recoger a los niños que volvían de la Clínica ya
recuperados, Esther disimuló una alegría que no sentía por tener que marcharse, y
mantuvo una conversación casi intrascendente preguntándole por todos, aunque en
realidad su mente estaba puerta en otra llamada. En la que haría en cuanto terminase de
hablar con ella. Si todo salía como esperaba, al día siguiente le daría a Maca una gran
sorpresa.

* * *

La cena discurrió con tranquilidad, entre comentarios del día, satisfechos por el trabajo
realizado, contentos de que todo hubiese ido bien y de que la epidemia de malaria
pareciese controlada. Entre charla y bromas, la enfermera no le quitaba ojo a Maca que
parecía agotada, comía con desgana y le costaba trabajo mantener la conversación con
Sara que se había sentado a su lado. La chica se levantó para ir al baño y Esther
aprovechó para dirigirse a ella.

- ¿Te está gustando la cena?


- Sí – admitió con un suspiro, pensativa.
- Tienes que reconocer que Edith se ha esmerado, el pudín de tapioca estaba
exquisito.

Maca asintió, sin responder apartando con el tenedor pequeños montoncitos en el borde.

- No tienes porqué comértelo todo – le dijo Esther sonriendo divertida al ver la


que tenía montada en el borde del plato.
- ¿Qué? – le preguntó mirándola a los ojos por primera vez – perdona no…
- El pudín, que si no te gusta…
- Esta bueno, pero… no tengo mucha hambre.
- En el campo sí que tenías – le comentó atenta a su reacción, Maca volvió a
asentir, apretó los labios en una mueca de circunstancias y encogió un hombro
sin decir nada – Maca… ¿estás bien?
- Si.
- ¿Qué te pasa?
- Nada – esbozó una sonrisa y levantado la vista hacia ella le preguntó - ¿Cuándo
me voy?
- Eh… ¿cuando te vas a dónde? – la miró extrañada y preocupada, sin saber a qué
se refería y temiendo que aquella desgana y apatía se debiese a un episodio de
desorientación – Maca…
- A Madrid, ¿no te ha dicho Laura cuando viene?
- Sí me lo ha dicho – le lanzó una amplia sonrisa comprendiendo lo que le ocurría
– Laura sale para acá pasado mañana por la noche. Llegará dentro de tres días.
Hacen escala en Sudán y luego vuelan a Nairobi. Ella irá a su campamento de
Kisumu y yo la esperaré en Nairobi para trasladar a los niños hasta aquí, ¿sabes
que Clarisse está tan bien que vendrá en este viaje?
- ¡Qué bien! – exclamó fingiendo alegría - veo que lo tenéis todo organizado.
- Maca… sé lo que te pasa – le confesó bajando la voz y acercándose a ella – nos
iremos en unos diez días – le dijo con tono burlón – y ya te he dicho que me voy
contigo. ¡Alegra esa cara, boba!
- Esther… yo… aunque es lo que más deseo no puedo pedirte que te vengas
conmigo, ni que trabajes en la clínica – la miró con total seriedad y la enfermera
sonrió, comprendiendo su reticencia.
- Ya hablaremos de esto – bajó aún más la voz y le acarició la rodilla bajo la
mesa, sin recordar que Maca no podía darse cuenta - y no le des mas vueltas.
- Vale – aceptó mirando el segundo plato - ¿qué es?
- Ajomba de pescado – le dijo riendo ante la expresión de la pediatra – no
arrugues la nariz y pruébalo.
- No sé… - musitó jugueteando con el tenedor sin saber muy bien como meterle
mano a aquello.
- Abre las hojas, Maca - le explicó – mira – le mostró haciéndolo ella.
- ¿Qué lleva? – le preguntó siguiendo sus indicaciones.
- Te va a gustar, confía en mí – aseguró mirándola tan fijamente e incidiendo
tanto en ese confía en mí que Maca supo que no se refería solo al plato. Le
devolvió la sonrisa y probó un bocado.
- No está mal, pero… es muy fuerte, sabe a… - hizo un gesto de saborear –
como… a chili con carne, ¿qué pescado es?
- ¡Cualquiera sabe! – exclamó y soltó una carcajada ante la cara de asombro de
Maca – es un pez de río, Maca, el que estuviese más fresco en el mercado, para
eso Edith es muy cuidadosa. No te tomes la salsa si ves que es muy fuerte – le
aconsejó – lleva pimiento picante, cebolla, aceite de palma, y no recuerdo que
más. Creo que un aliño picante especial.
- Ya veo – dijo sonriendo y bebiendo un largo sorbo de agua - buff, ¡cómo pica!
- Está asado a la parrilla dentro de las hojas de plátano. Sin salsa es muy ligero.
- ¡Ya está aquí el segundo! – exclamó Sara sentándose de nuevo a su lado - ¿lo
has probado? – le preguntó a Maca que asintió – a mí me encantaba el pescado
así, pero últimamente… no se que me pasa pero… hasta el olor me... revuelve el
estómago – reconoció echando el plato hacia el centro de la mesa.
- Deberías decir que te preparen otra cosa – le sonrió Maca comprensiva.
- Pero, ¡Sara! – exclamó Esther burlona al ver que no quería comer – si es tu plato
preferido.
- Estoy llena – mintió mirándola – con el pudín tengo bastante.
- ¿Tú? ¿solo con el pudín? – la miró incrédula – definitivamente, ¡a ti te pasa
algo! – le dijo continuando con la burla.
- ¿Qué quieres que me pase? – respondió de mal humor pero Esther, al otro lado
de Maca no fue capaz de captar el tono de la joven y continuó.
- A ver si vas a estar embarazada – bromeó sin saber hasta qué punto había
acertado.
- ¡No digas tonterías! – elevó la voz levantándose de la mesa casi de un alto
dejando a Esther perpleja y a todos en silencio, comprobando que todos los ojos
estaban puestos en ella y enrojeció levemente – bueno, yo… me voy a la cama,
estoy muerta – habló con nerviosismo. Jesús le preguntó qué ocurría con una
seña que Maca percibió al instante y Sara negó con la cabeza, aún más
sonrojada.
- Mujer, no te enfades con Esthercita y quédate al postre – medió Germán sin
saber de qué iba el asunto.
- No puedo más, de verdad – esbozó una sonrisa que intentaba distender la tensión
creada y le lanzó una mirada acusadora a Maca que inmediatamente comprendió
que creía que había traicionado su confianza.
- ¡Sara! – la llamó la pediatra - yo no... - dijo negando con la cabeza sin poder
decir nada más allí delante de todos, pero Sara pareció comprender lo que
aquella cara de angustia quería decirle y le sonrió.
- Buenas noches, Maca - le deseó posando su mano en el hombro de la pediatra
tranquilizándola - descansa que tú también pareces agotada.

Sara se despidió de los demás y salió. Todos permanecieron terminando de cenar unos
en silencio y otros volviendo a sus conversaciones.

- ¿Qué le pasa a ésta? – le preguntó Esther a Maca.


- Yo que sé – respondió de mala gana, sin querer hablar del tema.
- Ya lo creo que lo sabes – le susurró, pero antes de que pudiera decirle nada más
Germán intervino.
- ¿Se puede saber qué le habéis hecho a mi Sarita? – preguntó mirándolas
acusadoramente y unos ojos burlones.
- Nada - dijo Esther dirigiendo su vista hacia la pediatra, segura de que sabía más
de lo que parecía, pero Maca volvió a negar con la cabeza y frunció el ceño,
molesta con la insistencia. Esther sabía que no podía hablarle del tema y no
entendía porqué seguía insistiendo, si quería saber algo era mejor que hablase en
serio con Sara en vez de burlarse de ella.
- ¡Cómo está el patio! - exclamó el médico sonriendo y volviéndose al otro lado
donde Gemma charlaba con Maika, entablando conversación con ellas.

Esther, permaneció en silencio terminando la cena y mirando de reojo a Maca que


seguía jugueteando con el tenedor sin apenas comer nada.

La pediatra no dejaba de pensar en Sara, en cómo lograr frenar a Oscar, en si sería él


quien le hiciera la entrevista a Esther, en si tendría ella la culpa de la rapidez con que
habían respondido a la enfermera, y sobre todo, en Esther, en lo que la amaba, en lo
feliz que la hacía sentirse, en lo injusta que era la vida y en Ana. Tenía que hablarle de
ella, pero le resultaba tan difícil, no sabía por donde empezar pero tendría que hacerlo y
quizás no debía demorarlo más. Daría cualquier cosa porque todo fuera diferente, por
poder seguir allí, junto a ella, disfrutando como no lo hiciera en años, amándola por
encima de todo y de todos y decidida a seguir junto a ella a pesar de las dificultades que
seguro tendrían. Pero si Esther le estaba diciendo la verdad, si lo que deseaba era irse a
Madrid con ella, debía hacerlo conociendo todo lo que ella se guardaba. La miró y se
sorprendió al comprobar que la enfermera la observaba con un rictus de preocupación
en el rostro, miró al plato y cayó en la cuenta de que apenas lo había probado,
comprendiendo que aquella expresión de la enfermera se debía a ella, ladeo la cabeza y
apretó los labios en una mueca graciosa sonriéndole con la mirada.

- Maca no hace falta que te quedes hasta el final, puedes irte a la cama cuando
quieras – la sacó de sus pensamientos.
- Ya lo sé – la miró levantando una ceja interrogadora - ¿quieres deshacerte de
mí? – le preguntó burlona.
- ¡Claro que no! – sonrió – pareces tan cansada que…
- Estoy empezando a hartarme de que me tratéis con tanta consideración – le
respondió bajando la voz - si estoy cansada no es porque esté enferma, es porque
no dormí nada en toda la noche y porque me ha sentado fatal el rato que me he
echado en el cuarto de Nadia, y ni te cuento cuando habéis entrado a
despertarme para venir a cenar.
- Tenías que descansar Maca.
- Pero me sienta fatal que me despierten – sonrió maliciosa – y que ni siquiera me
compensen – bromeó recordando lo a poco que le habían sabido los besos que se
dieran.
- Te prometo que esta noche te dejo dormir – le dijo haciéndose la desentendida
sin caer en su trampa ni mostrar que había captado su indirecta.
- ¡De eso nada! – exclamó directamente mirándola a los ojos con tanta picardía
que Esther soltó una carcajada y Maca se acercó a ella susurrando - llevo todo el
día esperando que cumplas tu promesa.
- Tranquila que la cumpliré – le dijo devolviéndole la mirada - pero esta noche
toca descanso.
- Esther… - protestó frunciendo el ceño en una mueca de descrédito.
- ¡Órdenes del médico!
- ¿He oído médico? - preguntó Germán inclinándose por encima de Esther para
ver a Maca, con una sonrisa burlona - ¿Habláis de mí?
- Pues mira, sí, aquí tu Wilson – comenzó Esther con sorna – que tiene ganas de
jarana y no quiere meterse en la cama.
- Yo no he dicho que no quiera meterme en la cama – saltó con retintín y doble
intención, consiguiendo sonrojar a la enfermera – solo que no quería dormir aún.
- Estupendo, entonces ¿nos tomamos un cafelito rápido? – propuso Germán
ilusionado.
- ¡Lo estaba deseando! – exclamó Maca que desde de que llegara había albergado
la esperanza y el deseo de sentarse en el porche como hacían ellos dos.
- ¡Tú no! – dijeron al unísono.
- No pienso acostarme a la hora de las gallinas – amenazó – sé lo que estáis
pensando y os puedo asegurar que os equivocáis. No estoy tan cansada. ¡Quiero
mi café!
- Era una forma de hablar, Wilson – continuó Germán – quien dice un café, dice
un vasito de agua.
- ¿Agua? ¡ni lo sueñes!
- Agua, zumo, limonada… - enumeró Esther risueña – pero tú si que no sueñes en
tomar café. Si me hubieras dejado esta mañana, me habría traído el descafeinado
y… ahora….
- Un poco nada más no me va a sentar mal, ¿te ha dicho Esther la tensión que
tenía?
- Si me la ha dicho, pero nada de café – la señaló con el dedo.

Maca suspiró resignada, y en el fondo divertida con la situación. Germán, la observaba


más tranquilo, en el coche se había mostrado contenta y de buen humor, hasta parecía
con mejor cara que por la tarde, la ducha y el breve descanso habían obrado su efecto,
quizás estaba demasiado obsesionado con cuadrar todos los síntomas y como siempre le
decía la pediatra no debía hacerlo Lo que estaba claro es que no aparentaba estar más
cansada que ninguno de ellos, es más, si tuviera que apostar por alguien diría que Sara
tenía mucho peor aspecto que la pediatra. Risueño y aliviado, se levantó para preparar
los cafés y las dos salieron en dirección al porche.

Cuando llegaron a la cabaña, Esther dejó a Maca en el rellano y se sentó junto a ella en
el último escalón.

- No te pierdes nada, el café de Germán está malísimo – le confesó con un gesto


confidencial – aunque a mí me encanta que se moleste en ir a hacerlo y
compartirlo conmigo. ¡La de horas que hemos echado aquí! – exclamó
melancólica y la miró con ternura – pero ya te digo que le sale fatal.
- Hasta malísimo me tomaría uno – dijo viéndolo llegar con las dos tazas.
- Wilson ¿no me vas a insistir con el café?
- No. Os lo dejo a vosotros – sonrió – no tengo ganas de discusiones y en el fondo
debía haber dejado de tomarlo hace mucho, cuando Cruz me lo prohibió –
reconoció torciendo la boca y enarcando las cejas en una mueca traviesa -
aunque… ¿sabes lo que de verdad me apetecería?
- ¿El qué? – preguntó, mostrándose sinceramente interesado.
- Eh… - dudó un instante y se arrepintió de lo que iba a decir, al verlo llegar con
aquellas dos tazas la mente le había jugado una mala pasada y se había visto al
borde de la piscina de sus padres con Adela a su lado y él llevándoles las copas.
- ¿El qué? – insistió divertido ante su turbación.
- Bueno… es… una tontería.
- No seas boba y dinos qué – intervino Esther acariciándole la mano – voy y te lo
traigo en un momento – se ofreció solícita. Maca la miró y le sonrió agradecida.
- Nada, no me apetece nada, gracias – le respondió melosa, rozándole con
suavidad el dorso de la mano.
- ¡Vamos, Wilson! ¿qué quieres? – insistió el médico - café no podrás tomar pero
si quieres cualquier otra cosa… bueno alcohol tampoco que te conozco.
- No es eso – lo interrumpió – estaba pensando en…. hace años y… en tu guitarra
y en cuando tocabas para nosotras y…
- ¡Eso está hecho! – dijo levantándose de un salto con un brillo especial en la
mirada y clavando sus ojos en ella con tal ilusión que Maca no pudo evitar
mostrarse impresionada.
- ¿La tienes aquí? – preguntó abriendo los ojos sorprendida de que así fuera.
Germán asintió – pero… ¿tú vieja guitarra?
- ¡La misma! hace mucho que no toco pero… ¡mi guitarra no se separa de mí!
- Ya… eso sí que lo sé – le dijo con un rictus de repentina seriedad y ligeramente
pensativa.
- Voy a por ella – dijo Germán levantándose y dirigiéndose a su cabaña.

Esther clavó sus ojos en él, había visto su guitarra pero jamás había consentido en tocar
nada para nadie y ahora llegaba Maca y a la primera que se lo pedía iba a tocar.

- ¡Si supieras la de veces que le he pedido que toque algo! – comentó mostrando
su asombro – y tú lo has conseguido así, sin más.

Maca no respondió y Esther la miró extrañada, le pareció ausente y sin poder evitarlo se
preocupó ante aquellos ojos perdidos en el vacía, sin saber qué le ocurría, de pronto
parecía triste, pero la mente de Maca había volado al día en que Adela la llamó llorando
y diciéndole que Germán se marchaba definitivamente, ella intentó calmarla diciéndole
que sería un arrebato de los suyos, que lo entendiese, necesitaba tiempo para asimilar
que lo hubiese engañado, pero que seguro que volvía y Adela sentenció con aquella
frase que había vuelto a su mente “se ha llevado su guitarra, Maca, ¡su guitarra!”.

- Maca… ¿estás bien? – le preguntó al verla tan absorta, temiendo que las
sospechas de Germán fueran ciertas.
- Eh… sí, si, perfectamente – respondió casi ausente.
- ¿Seguro? – la miró incrédula - ¿por qué no te vas a la cama! pareces cansada.
- Estoy bien, Esther – le dijo con tan poco convencimiento que la alertó aún más.
- Hoy ha sido un día largo, ¡muy largo! y no tienes por qué demostrar nada – le
sonrió posando su mano sobre las de la pediatra que solo la miró sin responder –
cariño….
- Lo sé, Esther, pero estoy bien y no me importa quedarme un rato, es más, tenía
muchas ganas de hacer esto con vosotros, ¡si supieras la de veces que lo he
deseado cuando os escuchaba hablar aquí fuera!
- ¿Y por qué no lo dijiste? – sonrió ante esa confesión.
- Porque estaba hecha una mierda – reconoció – una cosa es que lo desease y otra
que tuviese fuerzas para hacerlo.
- ¿Y ahora las tienes?
- ¿Lo dudas? – le respondió insinuante, disipando el temor de la enfermera y
ganándose una picarona sonrisa de ella.
- Lo has pasado mal, ¿verdad?
- A veces sí, pero… ¡ha merecido la pena! – exclamó haciéndole una carantoña en
la mejilla, mirando fijamente sus labios.
- Maca… - la recriminó echándose hacia atrás, al ver que todavía había gente
pasando de un lado a otro del campamento y temiendo que la besara allí mismo.
- Perdona, se me olvida que no podemos …
- No te pongas melosa y no me cambies de tema – le dijo con seriedad - No me
hace nada de gracia la hemorragia que has tenido y deberías tener cuidado y… –
se interrumpió ante la cara de Maca que había enarcado una ceja y la mirada
entre molesta y burlona – vale, vale, no insisto pero yo… me puedo tomar un
café rápido con Germán y en seguida entro.
- ¡De eso nada! quiero escuchar tocar a Germán, se lo he pedido, Esther.
- Pero yo le puedo decir que estás cansada y que…. – se interrumpió de nuevo al
ver que Maca apretaba los labios en un gesto característico de impaciencia -
Digas lo que digas tienes mala cara.
- Empiezo a pensar que lo que ocurre es que te estoy estorbando aquí – sonrió
maliciosa a sabiendas de que eso provocaría lo que deseaba y sin ninguna gana
de discutir con ella – y quieres para ti solita a tu Germán. Si ya me ha parecido a
mí en la cena que tú lo que andas buscando es…
- No voy a picar – sonrió interrumpiéndola – y sí, has acertado, ¡me estorbas
mucho! – le susurró en la oreja cediendo - ¡mucho! – enfatizó burlona dispuesta
a reírse a su costa, pero la tos de Germán la hizo incorporarse.

El médico que las había visto a lo lejos, disimuló para que lo escucharan llegar. Se sentó
en el segundo escalón con una pierna doblada y apoyada en el primero y la otra en el
suelo y se giró hacia ellas con una sonrisa.

- Listo – dijo, sacando una pequeña petaca, ofreciéndole a Esther con un gesto al
que la enfermera respondió con una negativa y vertiendo parte del contenido en
su taza para dar acto seguido un pequeño sorbo – ¿qué quieres escuchar? – le
preguntó a Maca clavando sus ojos en ella de tal forma que Esther
repentinamente recordó la conversación que tuvo con él la primera noche en que
llegaron al campamento, cuando le confesó que habría sido de los pocos novios
que Maca presentó a sus padres.
- ¡Vaya! y yo… ¿no puedo pedir nada? – preguntó la enfermera haciéndose la
dolida y ofendida.
- Claro que sí, pero… ¡las invitadas primero! – le dijo Germán.
- Ya... las invitadas – respondió la enfermera con retintín – por cierto, ya en serio,
desde el día que llegamos quiero preguntaros algo – continuó la enfermera – y
ahora que estamos aquí los tres…
- ¿Qué? – preguntó Maca interesada a la par que sorprendida.
- Pues… ¿qué es eso de que fuisteis novios?

Germán y Maca se miraron, la pediatra con un ademán recriminatorio y Germán


enrojeciendo levemente, luego los dos soltaron una carcajada.

- Tonterías de Germán, Esther – dijo Maca esquivando el tema.


- ¿No me lo vais a contar?
- No hay nada que contar – intervino él.
- Ya… - suspiró – no os creo.
- Pues es la verdad – le dijo Maca con tal mirada bailona que Esther supo que si
que escondían algo que no pensaban contarle.
- Anda toca lo que sea – pidió Esther, ligeramente molesta con ellos - que se va a
hacer tarde.
- No te mosquees, niña, Maca y yo… solo fuimos novios… oficiales – reveló
encogiendo un hombro y mirando a la pediatra, que sin que él pronunciase
palabra le pareció escuchar un “lo siento, Wilson, peor no voy a dejar que mi
enfermera milagro se enfade”.
- ¡Germán! – exclamó Maca frunciendo el ceño, no quería que hablase del tema y
estaba segurísima de que iba a hacerlo.
- ¿Qué pasa Wilson, te avergüenzas? – le dijo socarrón.
- Nunca fuimos novios – se adelantó Maca, girándose y mirando a Esther – fue la
mentira que le dije a mi madre, no podía contarle que Adela y yo… ya me
entiendes… y Germán se prestó a… hacernos el favor – habló con rapidez pero
entrecortada, y Esther supo que había cosas que la avergonzaban y otras que le
dolían. Recordó que Germán y Adela se habían liado y sintió que había metido
la pata al sacar ese tema.

Germán, que también se dio cuenta de cómo se había violentado la pediatra, comenzó a
tocar, con suavidad una melodía lenta que Esther no identificaba y que ayudó a disipar
la tensión que se había originado. Maca se abrazó así misma escuchándolo, él levantó
un instante la vista y le guiñó un ojo con complicidad, viendo que a Maca se le
humedecían los suyos, mirándolo agradecida.

Esther observó el cuadro y no pudo evitar un gesto de desamparo que Maca captó con
rapidez, la vio fruncir el ceño y supo que se sentía al margen de todo aquello, fuera de lo
que ellos dos recordaban y compartían. Inmediatamente, extendió la mano y le tomó la
suya a Esther, lanzándole una cálida sonrisa que reconfortó a la enfermera disipando esa
sensación de estar de más que había experimentado.

- ¿Aún te acuerdas? – preguntó Maca cuando el médico dejó de rasgar la guitarra.


- ¿Cómo olvidarlo? – le sonrió cómplice, en una mueca entre divertida y tierna.
- Cuando os ponéis así, tengo la sensación de estar de más – protestó la
enfermera, sin poder contenerse.

Maca la miró sonriendo y luego miró a Germán, ladeando la cabeza burlona.

- ¡Así es la niña! – exclamó con un deje de resignación y ojos bailones.


- ¡Qué me vas a contar a mí que llevo cinco años aguantándola y cuidándotela! –
exclamó el médico siguiendo la broma.
- ¿Aguatando vosotros! ¡lo que me faltaba por oír! – exclamó Esther riendo – aquí
la única que aguanta vuestras peleas soy yo.
- ¡Ay! ¡pobrecita ella! – rió Maca atrayéndola hacia sí, y besándola en la frente
para que no volviera a recriminarla por sus muestras de cariño - ¡qué
sacrificadita que es!

Germán las observó divertido y comenzó a tocar con suavidad otra melodía, también
desconocida para Esther, pero que se le antojaba preciosa. Maca sonrió enternecida de
nuevo.

- Y ésta ¿qué! ¿aún la recuerdas? – le preguntó él.


- ¡Cómo olvidarla! – respondió imitándolo, mostrando la emoción que le
producía.

Esther los miró y sonrió para sus adentros. Nunca había escuchado aquella melodía que
se le antojaba preciosa, ligeramente triste, pero preciosa. Germán continuó tocando y
ellas escucharon en silencio.

La oscuridad de la noche, rota levemente por los tenues focos del campamento y las
notas que fluían de la vieja guitarra de Germán, con una cadencia pausada, los rodeaban
y se extendían creando un ambiente especial, diferente al de cualquier noche,
consiguiendo que los tres sintieran esa magia, que brotaba de forma suave y calmada de
aquella guitarra y que, lentamente, iba transmitiéndose de alma a alma. Germán paró un
instante y sonrío, imbuido como ellas de esa sensación y disfrutando de poder
compartirla con ellas.
- Para que lo sepas, Esthercita – comenzó a hablar mirándola de forma
melancólica, soñadora y a la par divertida - aquí la fría y dura doctora Wilson,
me hizo casarla con su amiguita Adela, y ésta fue la música de su… boda –
recalcó con retintín.
- ¡No seas payaso, Germán! – exclamó la pediatra mirando alarmada a Esther que
la observaba con un gesto mezcla de sorpresa, curiosidad y ligero enfado. ¡Maca
jamás le había hablado de ello! Ni siquiera en aquellos años en los que le
aseguró haberle contado todos sus secretos.
- Me tuvieron tocándoles más de dos horas…. – continuó con tono de broma –
mientras ellas…
- ¿Es en serio? – preguntó Esther cortándolo y mirando a Maca con gesto
interrogador.
- ¡Claro que no! – exclamó la pediatra mirando a Germán con el ceño fruncido
haciendo una inclinación recriminatoria con la cabeza - se está burlando de ti.
Nos juntábamos en casa, cuando mis padres estaban de viaje y Germán se
llevaba la guitarra…
- Y vosotras os besabais cuando creíais que estaba tan borracho que no me
enteraba. Y os reíais a mi costa – reveló enarcando las cejas y entornando los
ojos.
- Eso si, no lo voy a negar – sonrió Maca recordando aquellos tiempos en los que
los tres eran inseparables.
- Y bailabais agarraditas y…
- ¡Germán! – protestó Maca y el médico guardó silencio con un gesto de
circunstancias mirando a la enfermera.
- Sigue, sigue – le pidió Esther mostrándose interesada y divertida - ¿qué mas
hacían?
- No hacíamos nada – dijo Maca cortante - y tú - lo miró fijamente indicándole
que no revelase nada más - deja de hablar y toca aquella canción que le gustaba
tanto a… Adela, ¿sabes cual te digo? - miró a Esther temiendo su reacción pero
la enfermera era feliz de estar así con los dos, conociendo los detalles de su
juventud, sintiéndose una privilegiada por poder compartir con ellos sus
recuerdos, conocedora de lo importante que era para ambos y ella se sentía feliz
de verlos recuperar aquella vieja amistad, y ver como en el fondo ambos seguían
queriéndose.
- Si, claro que me acuerdo – respondió rasgando de nuevo su vieja guitarra,
entrecerró los ojos y comenzó a cantar ante la perplejidad de la enfermera – Y
uno se cree que las mató. El tiempo y la ausencia….. - Germán seguía cantando
acompañándose de la guitarra y ambas se dispusieron a escuchar, sintiendo algo
especial difícil de explicar, Maca miró a Esther y le sonrió de tal forma que la
enfermera sintió una punzada de deseo crecer en su interior -… son aquellas
pequeñas cosas….

Los tres, allí sentados, cada uno por sus motivos y razones, tuvieron la sensación de que
sus cuerpos no existían, de que se habían fugado en el río del olvido y la nostalgia.

Maca recordaba aquellos días de facultad, aquellas escapadas en la noche para colarse
en la habitación de Germán, y que les cantara con su guitarra como estaba haciendo
ahora, instintivamente cogió la mano de Esther y, sin miedo a comentarios de nadie, la
aferró entre la suyas, clavando sus ojos de nuevo en ella con una sonrisa llena de amor,
Esther se la devolvió con creces, disfrutando de aquella melodía lenta y melancólica,
aún si creer que todo aquello fuera cierto y sintiendo que la magia de aquel lugar los
había hechizado a todos, no creía que Maca estuviera allí a su lado, tomándola de la
mano y sonriéndole de aquella forma que la dejaba completamente paralizada, sin ser
capaz de hacer nada más que mirarla y hundirse en ella, en la profundidad de sus ojos y
el calor de su mirada.

Germán seguía rasgando la guitarra, la vista puesta en ella y, de vez en cuando,


levantado los ojos hacia Maca, sintiéndose feliz de haberla recuperado como amiga y
con la mente puesta en Adela y en su hija. El haber recuperado a Maca le daba una
fuerza especial para quizás tener el valor de intentar arreglar su vida.

Allí los tres, al son de esa melodía sintieron que sus figuras se transportaban a una
dimensión, más auténtica, más real, más palpable. La música emergía con tal facilidad
que Esther estaba sorprendida, nunca había escuchado tocar tan bien a Germán y mucho
menos cantar… El médico estaba consiguiendo elevar sus espíritus a ese otro nivel, el
del espacio etéreo, a ese nivel al que solo la música es capaz de transportar el espíritu,
lejos de todo, de los problemas, de la razón, de los miedos, de la lógica y la realidad que
las rodeaba y las esperaba. Ese increíble momento, solo lleno de notas que se
escuchaban con firmeza, e imprimían un sello de maravillosa espiritualidad a aquellos
instantes compartidos por los tres.

Esther miró de nuevo a Maca, se acercó aún más a ella, apoyó su brazo izquierdo
encima de las rodillas de la pediatra y recostó la cabeza sobre él, la otra mano la elevó
buscando su par y entrelazó los dedos con ella. La pediatra, sin dudarlo, comenzó a
acariciarla, con suavidad, paseando las yemas de sus dedos entre su pelo y allí cogidas
de la mano, sintiendo sus caricias Esther tuvo la sensación de elevarse al cielo, de que
su alma volaba tan alto, tan a salvo de todo, que nada podía dañarla.

La pediatra le levantó la cara para volver a perderse en sus ojos y le sonrió tan
dulcemente que Esther temió estar soñando, temió que Germán dejara de tocar y se
rompiese aquel momento, cayendo al suelo de bruces. Pero no fue así, era aquel lugar el
que transmitía esa sensación, esas emociones que anidaban en sus almas, esas tres almas
que eran muy diferentes en tantas cosas, que con la distancia de los años se habían ido
curtiendo, pero tan parecidas en sus espíritus, que era imposible medirlas en años, solo
en sentimientos.

Los tres experimentaron el éxtasis de aquellas notas, y se dejaron elevar por él...
Germán cerró los ojos sumergido en el placer que le había producido siempre tocar, a
pesar de llevar tanto tiempo sin practicar, el hecho de que Maca se lo hubiese pedido, le
produjo una satisfacción especial y un deseo ya olvidado de hacerlo, como siempre, con
los ojos cerrados, sumergiéndose en las notas que arrancaba de su guitarra.

Esther, al verlo tan concentrado, aprovechó el momento, se puso de rodillas, le giró la


cara a Maca que tenía puesta la vista en aquellos dedos que tocaban sin parar y el placer
que le producía esa canción y la besó, sin pensar en nada ni en nadie que no fuera ella, y
lo mucho que la amaba. Maca sintió que ese beso era el complemento perfecto, que
disipaba cualquier asomo de duda que hubiera experimentado al conocer que la
enfermera haría aquella entrevista, y se perdió en él, deseando no encontrase nunca,
permanecer siempre refugiada en sus brazos. Esther lo prolongó disfrutando del sabor
dulce de sus labios, divertida con el rubor en esas mejillas cansadas, que mostraban lo
azorada que estaba ante Germán, que seguía sin ver nada, para él solo había música y
recuerdos, unos compartidos y otros que siempre había guardado para sí.

Los tres se permitieron, durante varios minutos más, el lujo de vivir ese momento
plenamente. Germán disfrutando sobremanera de aquel placer casi olvidado,
concentrado en él. Maca y Esther besándose, una y otra vez, escudriñándose y
volviendo a besarse, pausadamente, ajenas al mundo, concentradas en su amor. Y los
tres, con las sensación de estar desprendidos de sus cuerpos cansados tras la dura
jornada, elevados más allá de aquel patio, de aquellos edificios, cubiertos con los
delicados vestidos del alma y sostenidos, allí arriba, por las suaves manos de aquella
melodía que se extendía y prolongaba de una manera majestuosa y especial, capaz de
transportarlos a un mundo que era solo y exclusivamente de ellos…

Germán terminó la canción, dejó de rasgar la guitarra y el hechizo se rompió


repentinamente. Los tres se miraron, aterrizando en la realidad que los rodeaba. El
médico las observó, tomadas de la mano, mirándose con aquellas expresiones, reflejo
del amor profundo, del deseo que comenzaba a prender y supo que era el momento de
retirarse, el momento de dejarlas disfrutar de su amor.

- Bueno… eh… yo… me voy a la cama – dijo soltando la guitarra en el escalón -


es tarde… y creo que vosotras deberías dormir también. Ha sido un día duro.
- Sí, lo ha sido – musitó Maca pensativa. Germán la miró contento de su
recuperación, les había dado un susto que no había sido nada, y a pesar de que
aún tenía sus reservas sobre algunos de los índices de sus analíticas, tenía que
reconocer que aguantaba bien en el campo y que parecía encontrarse mucho más
fuerte.
- Lo dicho, que descanséis – se levantó del escalón dispuesto a marcharse.
- Buenas noches, Germán – dijeron al unísono, mirándose y sonriendo de la
coincidencia.
- Buenas noches, pareja – les devolvió la sonrisa, sabedor de que, aquellos rostros,
mostraban a las claras que no le iban a hacer el más mínimo caso.

Esther y Maca se quedaron allí, solas, mirando a la luna y sin ninguna intención de
marcharse a dormir. Aquellos momentos compartidos, escuchando la música las había
imbuido de un deseo de continuar disfrutando de esas sensaciones, de la semioscuridad
del lugar, de la ligera brisa, del olor a la selva que llegaba hasta ellas, todo aquello las
hacía sentir especiales. La enfermera le cogió la mano y entrelazó los dedos con ella. Se
miraron intensamente. Esther oteó a ambos lados y la besó rápidamente, temiendo que
alguien las viese y sin recordar los besos que se habían regalado instantes antes, en los
que la música les hizo olvidarse de dónde estaban.

- ¿Y esas precauciones? – preguntó Maca burlona casi en un murmullo, desde que


Germán dejara de tocar el silencio parecía dueño del campamento. Ahora
entendía el porqué los primeros días de convalecencia en la cama, escuchaba con
tanta nitidez las conversaciones de Germán y Esther.
- Ya te dije que no deben vernos.
- Antes no parecía importante.
Esther se encogió de hombros y puso una expresión picarona teñida de cierta timidez,
volvió a mirar a ambos lados y con rapidez volvió a besarla, ambas rieron y la pediatra
le acarició la mejilla, pensativa.

- ¿Sabes! me acabas de recordar a Ana – confesó de pronto con una sonrisa


nostálgica y los ojos clavados en los de la enfermera, disfrutando de la calidez
de su mirada, del dulce roce de sus dedos sobre el dorso de su mano – y… el
primer beso que me dio.
- ¡Vaya…! - respondió frunciendo ligeramente el ceño.

Molesta por la comparación, le soltó la mano con brusquedad. Maca que no dejaba de
observarla comprendió que no debía haber hecho el comentario y se apresuró a
disculparse.

- Perdona… no quería… - balbuceó temerosa viendo como Esther permanecía


mohína y un gesto hosco - ¡joder! lo siento… no tenía que haber dicho eso.
- Pero lo has hecho – musitó desviando la vista de aquellos ojos que la
escudriñaban desesperados.
- Perdóname, Esther, ha sido… sin pensar… yo… - la miró angustiada, quizás
había llegado el momento de hablarle de Ana – yo… sé que debería… - se
interrumpió viendo que la enfermera seguía mirando hacia otro lado – Esther –
la llamó en voz queda sin obtener respuesta. Maca, bajó los ojos y guardó
silencio, pensando si había llegado el temido momento.

Esther, al ver que no continuaba, se giró y la observó. Maca pensaba en Ana más de lo
que a ella le hubiera gustado. Se sentía molesta con esa comparación y las escenas de la
noche vivida en Kampala volaron a su mente, sintiendo que esos momentos aún la
sobrecogían con solo evocarlos… quisiera volver a su apartamento, aceptar la propuesta
de Maca y no haber salido de allí, volver a ese instante en el que ambas decidieron
compartir otro tipo de intimidad al que se habían acostumbrado.

Maca jugueteaba con sus manos, en un gesto característico de nerviosismo. Esther sintió
una infinita ternura por ella y, sin poder evitarlo, posó su mano sobre las de la pediatra.

Maca levantó los ojos hacia ella y Esther se asustó al verlos, parecían de una
desconocida, incapaz de comprender aquello que pretendían transmitirle, de pronto
Maca le parecía una persona diferente, no podía dejar de pensar en que estaba casada,
en que había alguien que se interponía entre ella y la felicidad que tanto anhelaba
compartir a su lado, y se propuso luchar por conseguirla, por que Maca la escogiese a
ella, costase lo que costase.

- Esther… yo….
- Chist – la silenció dispuesta a borrar esa tristeza de sus ojos - ¿recuerdas anoche!
¿en Kampala?
- ¡Cómo olvidarla! – murmuró sin comprender qué quería decirle.
- Quiero que me hagas sentir eso de nuevo.
- ¿El qué?
- Que nada importa más que ese momento, quiero que me hagas sentir que no hay
nada más que tus caricias, tus besos, nada más que tú y yo…. Que nuestras
almas están unidas aunque se hunda el mundo. Necesito sentir eso, como hace
un momento cuando Germán tocaba, necesito sentir que…
- Esther… - sonrió apretando los labios en una mueca que la enfermera no acaba
de interpretar – yo….
- Maca yo… quiero repetir esa noche, quiero repetirla todas las noches, quiero…
- Esther…
- Maca, ya sé lo que me vas a decir, sé que he llegado tarde a tu vida, ¿no? Me vas
a decir que estás casada y que lo nuestro es un error, que no puede ser, que…
- No – sonrió levemente, pero la enfermera no parecía haberla escuchado.
- Maca yo… te he echado tanto de menos todos estos años, te… sé que no tengo
derecho a pedirte nada, a exigirte nada, fui yo la que te dejé sin explicaciones, sé
que… que – se interrumpió con las lágrimas casi saltadas.
- Pero… ¡Esther! – sonrió con dulzura, acariciándole la mejilla y levantándole la
cara sujetándola por la barbilla – cariño, ¿puedo hablar? – preguntó en un tono
de ligera burla con una leve sonrisa.
- Si – musitó avergonzada por no dejarla expresarse, siempre le ocurría lo mismo.
- Siento haber metido la pata hace un momento, lo siento de verdad. Soy yo la que
no tiene derecho a desearte como te deseo, ni a pedirte nada, fui yo la que te
alejó de mí, y cuando quise darme cuenta de que te habías marchado para
siempre, de que ya no estabas allí, como siempre a mi lado, aguantando mis
rarezas, mis… malos modos, es cuando supe que no podría seguir sin ti, que no
podía vivir sin ti.
- Maca... – sonrió.
- Esther, Ana es mi mujer… y yo… necesito que lo entiendas, que entiendas
que… - se interrumpió clavando sus ojos en los de la enfermera que la
observaba con el ceño fruncido y un rictus de desagrado en sus labios,
intentando adivinar qué pensaba, qué sentía.
- No quiero saber nada de ella – soltó con rapidez dejando a Maca con la palabra
en la boca - ¡nada! – enfatizó con genio - ¡no existe! – exclamó – aquí no existe
y para mí no existe – musitó volviendo a humedecérsele los ojos – solo… solo –
balbuceó llorosa – existimos tú y yo, nadie más, ¡nadie! – exclamó con fuerza
levantándose del escalón y bajando casi de un salto todos los de la escalinata de
acceso a la chabola, dejando a Maca allí arriba, en el porche.

La pediatra, la vio encender un cigarro, pasear de un lado a otro y supo el daño que le
estaba haciendo, bajó la vista y se mordió el labio inferior, sin creer lo que acababa de
decirle, sabía que no era así y creía adivinar el por qué le decía aquello. Esther dio una
par de zancadas, paseando nerviosa, tomó aire, tiró el cigarro entero, lo pagó con la
puntera y se volvió, la miró y la sombra de los celos cruzó por su mirada, pero fue solo
un instante, rápidamente comprendió que, al fin, Maca estaba dispuesta a hablarle de su
mujer y que había buscado la ocasión de hacerlo y ella, en vez de mostrarse receptiva, le
había dado con la puerta en las narices. Recuperándose de su primer impulso, se sintió
satisfecha de que le hablase de ella. Tenía la sensación de que había algo extraño en esa
relación, algo que quizás Maca necesitaba contarle.

- Maca – dijo con suavidad, subiendo los escalones y volviendo a sentarse junto a
ella, pero la pediatra no respondió y permaneció cabizbaja – Maca - repitió,
posando de nuevo su mano sobre las de la pediatra, que, ahora sí, levantó sus
ojos hacia ella – cariño….
- ¿Qué? – musitó con un semblante serio y triste.
- Perdóname – le pidió con suavidad.
- No tengo nada que perdonarte – suspiró – más bien… al revés – reconoció – soy
yo la que debería pedirte perdón por… por haber callado… y… por… no
hablarte de… de ciertas cosas.
- Yo… nunca te he querido preguntar mucho por ella… - le dijo con una sonrisa
conciliadora mostrándole que sí que quería que le contase aquello, y que habían
sido los celos y su orgullo los que habían hablado – pero si tú quieres hablar….
- Pues.. para no querer preguntar… en todo este tiempo….no has dejado de
hacerlo… - la miró irónica y burlona a un tiempo, consiguiendo que Esther
creyese que se había echado atrás y que ya no iba a contarle nada, sin embargo
la enfermera pudo comprobar que aquella oscuridad que teñía su mirada cada
vez que mencionaba a su mujer, estaba ausente, Maca la miraba de forma limpia
y tranquila.
- Perdona, tienes razón – le sonrió afable – Maca… yo… te reconozco que me
moría de curiosidad, de celos - admitió clavando sus ojos en ella con franqueza
– pero… no quiero que te sientas obligada a hablarme de ella… yo…
- Ya da igual… Esther - murmuró mirando hacia abajo, interrumpiéndola, luego
alargó su mano y cogió el bolso que colgaba de la silla, sacó su cartera y buscó
en ella, extrajo una fotografía y permaneció unos segundos observándola,
finalmente se la tendió a la enfermera – es ella – le dijo mirándola con timidez y
lanzando un profundo suspiro le preguntó sin más – debí hablarte de ella hace
tiempo pero… no sé que me pasa contigo… cada vez que iba a intentarlo… cada
vez que… - guardó silencio observándola y lanzó un suspiro, decidiéndose -
¿qué quieres saber?

Esther levantó la vista de aquella fotografía que le hacía más daño que cualquier palabra
que Maca pudiera decirle. En ella la pediatra aparecía sonriente, abrazada a una joven
que también sonreía y la miraba absorta. Esther supo que Ana amaba a Maca solo con
ver esa foto y todas sus esperanzas de que al volver, Maca rompiese con ella, se
esfumaron. El corazón se le aceleró solo de pensar en ello y un miedo helador se
apoderó de su alma.

- ¿Cómo la conociste? – le preguntó con un hilo de voz, devolviéndole la foto,


intentado mostrar una indiferencia y falta de interés que no sentía.
- Nos conocíamos desde pequeñas – confesó manoseando la foto que tenía entre
las manos, sin levantar la vista de ella.
- ¡¿Desde pequeñas?! – exclamó mostrando su sorpresa - nunca me hablaste de
ella.
- Sí que lo hice – musitó mirando fijamente la fotografía.
- ¿Cuándo? – volvió a preguntar aún más sorprendida, no lo recordaba en
absoluto.
- Un día una amiga me invitó a una fiesta y te dije si querías que fuéramos, Ana
estaba en esa fiesta. Pero tú no quisiste ir. ¿No lo recuerdas?
- No – respondió intentando descubrir a qué día se refería pero sin éxito.
- Tú y yo estábamos empezando, y… mis amigos te intimidaban.
- ¿Te dabas cuenta? – preguntó esbozando una sonrisa de timidez.
- ¡Claro qué me daba cuenta! – respondió con énfasis levantando la vista de la
foto y clavando sus ojos en los de Esther – a veces… creo que nunca supe
transmitirte todo lo que... te necesitaba… todo lo que… te amaba.
- Si que lo hiciste, ¡siempre lo hiciste! – la tranquilizó al respecto – ¡ya lo creo
que lo hiciste! – insistió y Maca entornó los ojos y torció la boca en una mueca
que le mostraba su satisfacción y cariño - entonces… la conocías desde siempre
– murmuró pensativa, más para si que para Maca.
- Sí – sonrió levemente imaginando lo que le ocurría y esperando a que le hiciese
la temida pregunta.
- Y… ¿nunca…?
- Nunca, Esther. ¡Jamás! ¿cómo puedes pensar eso de mí! yo te quería y nunca te
hubiera engañado. ¡Nunca!
- Perdona – se disculpó enrojeciendo un poco - Entonces… ¿cuando?
- ¿Cuando nos liamos?
- Joder, Maca, no iba a preguntarte eso. Iba a decir que… ¿cuándo supiste que
estabas …. enamorada de ella?

Maca la miró de una forma que a Esther se le antojó extraña y triste. De sus labios se
escapó un leve suspiro, “¡vaya pregunta!”, pensó sin estar segura de qué responderle.

- Supongo que… el día en que me levanté y me acosté sin dedicarte un segundo


de mis pensamientos – reconoció – y que conste que esos días no eran muchos,
pero los pocos en que así era, fue Ana la que lo consiguió.
- Ya… - musitó bajando los ojos que se le habían llenado de lágrimas. Maca
intuyó lo que le ocurría, lo que pasaba por su mente, odiaba hacerla sufrir, pero
permaneció aparentemente impasible, decidida a contarle todo. Era necesario, si
querían tener una oportunidad.
- Esther... – la acarició con ternura.
- Perdona – la miró apretando los labios – no tengo derecho pero… - la voz se le
quebró, y la barbilla le tembló levemente. ¡Había deseado tanto saber y ahora, no
soportaba oírlo!
- Cariño… - le levantó la barbilla con ternura – antes de que tú y yo… antes de
que… nosotras podamos... - Maca se interrumpió y Esther la miró asustada,
convencida de que Maca iba a decirle algo que no quería oír – Esther, antes de
nada, antes de que hagas algo o tomes una decisión de la que luego tengas que
arrepentirte, tienes que saber que yo…
- ¿De qué me estás hablando? – musitó con el ceño fruncido y el pánico reflejado
en sus ojos - ¿qué decisión?
- De que necesito que entiendas que Ana… que… - suspiró y volvió a guardar
silencio escrutándola con su mirada, le estaba costando mucho más trabajo del
que había imaginado decirle aquello - … que… que Ana y yo… que… yo...

Esther comenzó a impacientarse ante sus titubeos y a un tiempo experimentó como


propia la angustia y el trabajo que le costaba hablarle de ella. Consciente de ello, le
acarició la mejilla. No quería que le contase nada si no era lo que deseaba y tampoco
quería verla así de nerviosa y alterada.

Le sonrió, rehaciéndose, posó su mano sobre las de la pediatra que, temblaban


nerviosas, y le habló con calma.

- Maca… ¿por qué no empiezas desde el principio?


- ¿Qué? – dijo distraída.
- Me decías que conocías a Ana desde pequeña, ¿cuándo volviste a verla? me
refiero a después de que yo… yo… me marchara.

Maca la miró y sonrió agradecida. Esther acababa de tenderle como siempre la mano,
acababa de facilitarle esa confesión que tanto le costaba hacer. Suspiró y habló con más
calma.

- Vale… tienes razón – musitó – es mejor que conozcas toda la historia, así…
quizás puedas entenderme…
- Y aunque no lo entienda, eso no va a hacer que deje de amarte, que deje de
sentir lo que siento… y te repito que no tienes que contarme nada, que yo solo
quiero que tú estés bien, no quiero que tiembles, ni te pongas nerviosa. ¿Me
entiendes tú?

Maca asintió, cabeceando y entrecerrando los ojos sintiéndose profundamente


agradecida. Esther se comportaba con ella como nunca había imaginado, era tierna,
comprensiva, cariñosa y, por encima de todo, siempre la hacía sentirse tan amada que
nada de lo que le dijese parecía poder estropearlo. Esther le sonrió al verla tan absorta,
sin dejar de mirarla y sir mediar palabra, se situó de rodillas en el escalón tomó su cara
con ambas manos, la acarició con delicadeza y fue acortando la distancia con lentitud,
ambas lo deseaban y ambas tomaron la iniciativa en el mismo instante, fundiéndose en
un beso que prolongaron sin deseo de separarse, y que continuaron con una serie de
pequeños besos preludio de lo que ambas anhelaban. Esther, al igual que se había
acercado, se retiró con un suspiro.

- No tienes que contarme nada que no desees – le dijo con calma, paseando el
dorso de su dedo índice por la mejilla izquierda de la pediatra - ¿Vamos dentro?
- No – sonrió atrayéndola y besándola de nuevo, esta vez con tanta pasión que
Esther sintió prender en su vientre la llama del deseo con tanta virulencia que se
separó de nuevo.
- Vamos dentro, Maca – la apremió.
- No, Esther, antes de nada quiero…. hablarte de ella.
- No necesitas hacerlo.
- Pero tú si necesitas saberlo.
- ¿Estás segura?

Maca bajó la vista, asintió, tomó aire y luego, levantando la cara, clavó sus ojos en la
enfermera dispuesta a contarle todo.

- Si, estoy segura – afirmó siendo ahora ella la que acarició la mejilla de Esther
que se sentó de nuevo en el escalón.
- Pues… en ese caso… soy toda oídos – intentó bromear para disipar la tensión
que desprendía la pediatra.
- Me preguntaste cuando nos encontramos de nuevo, ¿no?
- Sí.
- Volvimos a vernos en un centro de terapia, en Sevilla – le reveló comenzando a
hablar en voz tan baja y tan rápido que Esther tenía que hacer un esfuerzo para
no perder ninguna palabra de las que pronunciaba - Cuando me inhabilitaron,
mis padres se empeñaron en que me fuera a Sevilla con ellos y, al final cedí y
me marché allí. Ella acudía al centro porque… porque su marido le pegaba,
bueno ya no era su marido se habían separado – confesó y Esther mostró en su
rostro la sorpresa que se había llevado, ¡y ella que había llegado a sospechar que
Ana maltrataba a Maca! repentinamente sintió simpatía por su mujer, por aquella
desconocida que casi odiaba en silencio por disfrutar de Maca y al mismo
tiempo, sentía pena por ella cada vez que besaba a la que aún era su mujer y por
la que ella estaba dispuesta a que dejara de serlo - y yo… - bajó los ojos
abochornada – yo por mis problemas con el alcohol.
- Pero…. ¿tan graves fueron? – se atrevió a preguntar interrumpiéndola.
- Sí – reconoció – ¡mucho! – suspiró - se me fue la cabeza, Esther. Aunque te
resulte difícil creerme, cuando Jaime murió yo… vamos que tú… tú eras lo
único que me mantenía cuerda en aquellos días de locura y cuando…. cuando te
fuiste… - titubeó y se interrumpió mirándola con temor, a la dificultad que
experimentaba al hablar de ese tema se sumaba que no quería que sus palabras
sonaran a reproche, porque no lo era – me hundí… - murmuró cabizbaja – y…
- Maca yo… me fui porque no podía seguir así contigo no… no lo soportaba yo…
te lo dije la noche que me marché, te dije que…
- Chist – la silenció – no tienes que justificarte, no estaba reprochándote nada
cariño, solo.., solo recordaba.
- Siento tanto que por mi culpa…
- No sientas nada, porque no tienes culpa de nada… era yo… yo que no estaba
bien y… – bajó de nuevo los ojos - no sé como empecé, solo sé que llegó el día
en que solo deseaba estar borracha, así las cosas dolían menos y… yo sí que
siento tanto como me comporte… ¡siento tanto lo que te hice esa noche…!
- ¡Olvídalo! estabas borracha, muy borracha y yo… no debí presentarme así, no
debí exigirte nada, ni… dejarte sola, estando … como estabas… - se interrumpió
se acercó y la abrazó, besándola en la mejilla – ya te dije que lo olvidases – le
sonrió con ternura - ¡olvídalo! – le susurró y Maca sin decir nada se aferró a ella
con fuerza, y la abrazó, murmurando un casi imperceptible “gracias”, luego se
retiró y la miró a los ojos, fijamente, intentando ser comprendida.
- Un día me presenté como una cuba en el quirófano – le dijo bajando los ojos
avergonzada y con un hilo de voz, continuando – pero imagino que ya te lo
habrán contado.
- No quiero mentirte, sí que me han contado algunas cosas.
- La verdad es que no me acuerdo de casi nada. ¡Se lió un buen pollo! Teresa me
llevó a casa. Cruz y Dávila me cubrieron e intentaron ayudarme pero Javier me
denunció – resumió con rapidez lo ocurrido.
- ¿Por eso te llevas tan mal con él?
- No. Javier hizo bien, y cuando volví, se lo agradecí. De no haberlo hecho seguro
que hubiera estado mucho más tiempo así, y quizás un día hubiese cometido un
error que no hubiese tenido remedio – le confesó con sinceridad luego la miró
pensativa – Lo mío con Javier, fue por… por otro tema – frunció el ceño y su
mirada se volvió hosca, Esther se moría de curiosidad, pero se decidió a
reconducir el tema, ahora sí que quería que Maca le hablase de Ana y antes
parecía dispuesta, no quería que la charla sobre Javier la hiciese echarse atrás.
- No te preocupes cariño – la besó en la mejilla – ¡olvida a Javier! es un capullo.
- ¿Y eso? – la miró esbozando una sonrisa sorprendida de su comentario.
- Cosas mías – sonrió pensando en las conversaciones que Laura le había contado
con él y en las cosas que había sabido de Maca a través de su boca.
- Lo dirás por algo.
- Se ha dedicado a perseguir a Laura, está como obsesionado con saber cosas de ti.
- ¿Javier! ¿de mí porqué?
- No sé – se encogió de hombros – ¡déjalo! prefiero que me hables de Ana,
vamos… si… aún quieres.

Maca clavó sus ojos en ella, “no quiero”, pensó, “pero debo hacerlo, te lo debo, Esther,
te lo debo, no sería justo para ti”.

- Si no quieres… no pasa nada, Maca – rompió el silencio devolviéndole la


mirada e insistiendo en lo que ya le había dicho – yo… no necesito saber nada,
solo necesito saber que me quieres, eso me basta.
- ¡Gracias! – sonrió apretando los labios, con cara de circunstancias, en una mueca
mezcla de ternura e incredulidad, luego bajó los ojos y jugueteó con sus dedos –
pero… necesito que entiendas… - guardó silencio casi un minuto, pensativa,
Esther respetó ese silencio, segura de que Maca se tomaba su tiempo para
escoger las palabras, permaneció a su lado mirando al frente, finalmente, Maca
habló con voz baja y ligeramente ronca - … un día Ana y yo, coincidimos en la
puerta del centro y nos saludamos. Yo… maldije mi mala suerte de encontrarme
allí con alguien que me conocía. ¡Me daba tanta vergüenza! Yo estaba hecha una
mierda, pero ella… parecía estar estupendamente, simpática, animada y se
alegró tanto de verme que me convenció para tomar un café. Yo… no supe
negarme – murmuró exhalando un leve suspiro y a Esther le volvió a dar la
sensación de que intentaba justificarse - Charlamos y sin darnos cuenta, se nos
hizo de noche, nos despedimos, nos intercambiamos los teléfonos y cuando ya
estaba montando en su coche corrí tras ella y la invité a cenar, hacía mucho que
no se me pasaban las horas tan rápidas, ni me sentía tan a gusto con alguien y
ella, tras dudarlo un momento, aceptó. Fue entonces cuando me contó lo de su
ex. Había conseguido dejarlo, a pesar de todo, ya no vivían juntos, él insistía en
que volvieran, pero ella había encontrado en el grupo de terapia la fuerza que
necesitaba para no hacerlo, iba a escondidas pero….
- ¿Y su familia! quiero decir… sus padres o…
- Sus padres estaban en contra de la separación – la miró fijamente – ya sabes…
amigos de mis padres… pues… ¡imagina! el qué dirán y todo eso. Prefieren que
muelan a palos a su hija que …
- Nunca entenderé eso.
- Ni tú, ni nadie en su sano juicio.
- ¿La ayudaste?
- Sí. Vivía de alquiler, en un piso asqueroso del centro de Sevilla, no podía
permitirse otra cosa. Le dije que se viniera a casa pero se negó, la verdad es que
no imagino la cara que hubiera puesto mi madre al verme aparecer con ella –
sonrió levemente enarcando una ceja y obteniendo otra sonrisa de comprensión
de la enfermera - Así es que alquilé un apartamento y le di las llaves. Su ex le
mandaba mensajes y la llamaba continuamente amenazándola, diciéndole que
tenía que volver con él, que si no era con él no estaría con nadie, que lo iba a
obligar a hacer una locura, en fin – suspiró - ¡ya puedes imaginar!.. y ella…
¡tenía tanto miedo! y al mismo tiempo era… ¡tan valiente! – enfatizó con un
gesto de orgullo que despertó de nuevo los celos en la enfermera.
- Es horrible que alguien a quien has querido tanto, alguien con quien te has
casado, con el que has pensado que envejecerías… pueda hacerte algo así –
reconoció mirándola fijamente y Maca se dio por aludida, por primera vez
Esther le echaba en cara lo que le hizo aquella noche.
- Si – bajó los ojos avergonzada - ¡tienes razón! ¡toda la razón! – exhaló un
suspiro con tal aire de derrota que Esther se alertó, pero Maca continuó - Un
día… discutí con mi madre…
- Para variar, ¿no? – la interrumpió irónica, intentando bromear y en otro intento
de diluir la tensión que transmitía la pediatra.
- Pues sí… - suspiró - por ese entonces yo… había hablado con Fernando, le
conté que estaba en Sevilla una temporada y, me propuso que lo acompañase
todos los días a las tres mil viviendas, y eso hice. Allí, viendo todo aquello y lo
que Fernando hacía, se me ocurrió una idea que no dejaba de darme vueltas en la
cabeza, la de montar mi propia clínica. Lo comenté con Fernando y le pareció
una idea tan fantástica que me prometió ayudarme en todo lo que pudiese. Así es
que me decidí a hacerlo y empecé a mover los hilos para conseguir dinero y
financiar el proyecto. Mi padre se enteró y se opuso. Todavía no sé porqué le
sentó aquello tan mal. Se puso histérico, dándome voces, intentando
convencerme de que era una locura, de hecho ni siquiera ha ido a verla …
- Ya los conoces... eso de que te codees con la chusma, como tu madre nos llama.
- Pues sí – murmuró dándole la razón – será eso – comentó con hastío clavando
sus ojos en ella, Esther leyó su sufrimiento - no sé porqué se comporta así
conmigo, hasta mi madre se alegró de verme ilusionada en algo… pero él…. –
guardó silencio y Esther la observó preocupada, nunca entendería porqué sus
padres siempre eran tan duros con ella, especialmente y aunque pudiera parecer
lo contrario, su padre - En fin, el caso es que discutí con mi padre del tema y
luego con mi madre por lo mismo y, además, por haber discutido con mi padre.
Así es que cogí mis cosas y me planté en el apartamento de Ana – la miró
fijamente - ¡no los soportaba ni un segundo más!
- Ya…
- Le pregunté que si me daba asilo político y lo demás, puedes imaginarlo….
- Si, pero prefiero que me lo cuentes tú.
- Esther…
- Ya sabes – sonrió – soy cotilla. ¿Cómo se lo tomó su ex?
- Pues fatal… ¿cómo quieres que se lo tomase?
- ¿Llegaste a conocerlo?
- Lo vi solo un día. Un bestia de mucho cuidado – le comentó mirándola a los ojos
- Policía nacional nada más y nada menos – frunció el ceño y calló.
- ¿Porqué dices eso! me refiero a lo de bestia.
- Es igual… - negó bajando los ojos – es… agua pasada.
- Pero si dices que es un bestia será porque hizo algo.
- ¿Te parece poco maltratar a su mujer?
- Me refiero delante de ti.

Maca se quedó mirándola, parecía dudar si contarle algo o no. Bajó los ojos y guardó
silencio. Esther le cogió la mano.

- Cariño… - la instó con suavidad, Maca pareció volver a la realidad, le sonrió


levemente y continuó.
- Una noche… a los pocos días de nuestro primer encuentro, cuando yo aún vivía
con mis padres, y Ana en el piso del centro, me llamó. Ya lo había hecho en
otras ocasiones, para preguntarme que tal me había ido el día en el centro o
invitarme a un café, a lo que yo, al principio, me había negado sistemáticamente,
pero luego cedía alguna vez esporádica. Pero ese día la noté asustada y…
desesperada. Me dijo que necesitaba hablar con alguien y que había pensado en
mí. Distaba mucho de la chica que me encontré semanas antes, a la entrada del
centro, de la chica que me llamaba alegre, para darme ánimos. Yo no tenía ganas
de verla, a pesar de me lo pasé bien en nuestro primer encuentro y en las pocas
veces que había quedado con ella. Por ese entonces lo cierto es que no tenía
ganas de ver a nadie, ni de salir con nadie, pero no supe negarme, había algo en
su tono, en su apremio, que me impidió negarme – le contó mirándola con una
intensidad que Esther tuvo la sensación de que Maca se estaba justificando -
Quedamos en un bar de carretera, decía que en Sevilla podía vernos cualquiera y
contárselo a Juan, su ex. Estaba aterrada y su miedo era irracional, intenté
convencerla para vernos cerca de su casa, no me parecía que estuviera en
condiciones de coger el coche, pero fue inútil. Temía que él nos viese juntas.
- ¿Y qué! ¿qué de malo hay que dos amigas se tomen un café?

Maca la miró y torció la boca en una mueca de suficiencia.

- ¿Tú qué crees?


- Entiendo… cualquier excusa valía para… - Maca asintió y Esther no dijo nada
más - ¿sigues?
- Cuando llegué, su coche ya estaba allí y ella dentro, esperándome. Había dejado
a Juanito en casa de sus padres.
- ¿Quién es Juanito?
- Su hijo.
- ¿Tenéis un hijo? – Esther abrió los ojos desmesuradamente, tenía la sensación de
que todo aquello era más complicado de lo que se pudiera pensar, ese tono de
Maca al hablar de Ana, ese dolor velado que mostraban sus palabras, la tristeza
que reflejaban sus ojos al pronunciar el nombre del niño, todo la hizo ponerse en
estado de alerta, y esperar que al final del relato Maca confesase que todo lo que
habían vivido esos días era un espejismo, un error que no debía volver a
producirse y deseó secretamente que sucediese cualquier cosa que les impidiese
regresar a España, allí, lejos de todo Maca era suya, solo para ella, pero mucho
se temía que al volver, nada fuese como deseaba.

Maca posó su vista en ella, su mirada mostraba tal dolor que Esther se arrepintió de
haber sacado ese tema. Mantuvo sus ojos clavados en los de la enfermera pero Esther
era conciente de que no la estaba viendo a ella. Maca sufría y deseaba tanto conocer los
motivos que estuvo a punto de insistir, pero en el último momento se contuvo.

- Sí, su hijo… nuestro… hijo – musitó desviando la mirada, sin poder evitar que
Esther viera cómo se le habían saltado las lágrimas. Maca tragó saliva y se
controló – Esa noche lo dejó con sus padres – continuó con un hilo de voz - Me
bajé del coche esperando que ella hiciera lo mismo, pero permaneció en el
interior sentada al volante, me acerqué a su coche y le dije que entrásemos en el
bar, que le iría bien tomar algo, pero prefirió que hablásemos allí mismo, en el
coche. Entré y me senté a su lado, me cogió de las manos y me miró, como estás
haciendo tú ahora – le dijo mirando hacia sus manos, Esther instintivamente la
soltó, no quería recordarle en nada a Ana y Maca le hizo un gesto de extrañeza,
pero continuó – estuvimos así un minuto, solo mirándonos. Yo sabía que
necesitaba tomarse su tiempo para decirme lo que la atormentaba, sus manos
temblaban tanto que temí que le diera un ataque. Insistí en entrar y tomarnos una
tila o cualquier cosa, pero se negó en redondo. Creí que quería hablarme de él.
Vi que tenía un ojo morado y que se lo había disimulado como siempre con el
maquillaje, pero no le dije nada, solo esperé a que me contara.
- Pero… si estaba separada… si estaba en terapia… ¿cómo?...
- No es tan fácil, estaba el niño y… estaba sola… Nunca se atrevió a denunciarlo,
decía que nadie iba a creerla… es policía…. quedaba con él por el niño.
- Entiendo… - asintió esperando que Maca continuase pero no lo hizo - ¿qué
pasó! ¿te dijo que había vuelto a pegarle?
- No. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me besó – Esther abrió los ojos de par en
par pero no dijo nada - Fue un beso frío, lleno de inseguridad. Ella debió ver mi
cara de asombro. Fui a decirle que se equivocaba, pero me puso un dedo en los
labios para que guardara silencio.
- Maca no hace falta que me des detalles – la interrumpió frunciendo el ceño, no
sabía por qué pero se estaba poniendo celosa, muy celosa. A fin de cuentas
seguía siendo su mujer y Maca al contar aquello no parecía dudar de que era así.
- Tú me has pedido que te lo cuente.
- Ya... pero… tampoco quiero saber si… vamos… que no quiero saber lo que
hacías, ni…
- Quiero que me entiendas y para eso… necesito contarte todo, cómo me sentía yo
y cómo creo que se sentía ella.
- Lo que me importa es cómo te sientes tú ahora …
- Para eso necesitas saber como me he sentido siempre.
- Y… ¿cómo crees qué se sentirá ella cuando… cuando se lo cuentes…? quiero
decir lo nuestro – le preguntó mirándola fijamente, Maca desvió la vista con
rapidez y Esther se asustó de ese gesto de inseguridad y evasión - porque vas a
hablar con ella cuando volvamos, ¿verdad?

Maca volvió a mirarla y no respondió. De nuevo dirigió su vista al suelo, pero solo fue
un breve instante, cuando la levantó el dolor que reflejaban sus ojos era mucho más
intenso. Esther se asustó, aún más, temiendo de nuevo lo mismo que hacía unos
instantes, que no entrase en los planes de Maca prolongar aquello más allá de su
estancia en Jinja.

- ¿Me dejas que te lo cuente a mi manera? – preguntó con seriedad - siento no ser
tan… concisa y apasionada como tú, ni… ni tan rápida… pero… pero…
- Vale, vale – se apresuró a responder ante aquel tono de ligero reproche – no te
interrumpo más, sigue… a tu ritmo.
- Esa noche Ana estaba muy rara, nerviosa, yo.. no me esperaba nada de aquello –
volvió a mirarla y Esther interpretó que otra vez estaba intentando justificarse,
como si se sintiese culpable por haber mantenido aquella relación - entonces me
cogió con suavidad y me besó, sin apenas darme cuenta se sentó encima de mi y
comenzó a desabrocharme la camisa.
- ¡Maca! ¡Por favor…! – la interrumpió sin cumplir su promesa – no creo que sea
necesario que…
- Esther… - murmuró frunciendo el ceño, necesitaba contarle las cosas a su
manera, necesitaba que entendiese todo pero comprendió que sus ojos
comenzaban a reflejar un sufrimiento que no quería ver en ellos – de acuerdo,
me callo – aceptó girando la silla – ¿vamos a la cama! es tarde y… estoy muy
casada.
La enfermera sujetó la silla sin levantarse del escalón, era cierto que Maca parecía
agotada pero no iba a permitir que cortara el tema sin más, a esas alturas necesitaba
saberlo todo, y especialmente, necesitaba estar segura de que Maca no solo la amaba, si
no que sería capaz, de dejar a su mujer por ella.

- No quiero que me des detalles – le dijo – me… me… - le sonrió – me... bueno
que… cuéntame lo que quieras pero… no me des detalles, ¡por favor!
- No pude evitarlo, Esther - se justificó, ahora sí, abiertamente – no pude – insistió
mostrándose casi avergonzada, bajando el tono y la vista.
- Bueno… quizás tampoco querías, ¿no? – preguntó intentando mostrar inocencia
pero Maca frunció el ceño interpretando aquella pregunta como un reproche.
- ¡Sí que quería evitarlo! – soltó con brusquedad encarándola, para
inmediatamente, bajar de nuevo los ojos – yo… no estaba preparada y… lo
sabía… yo… no pude evitarlo.
- Bueno… - esbozó una leve sonrisa de apoyo y comprensión – no te preocupes
ahora por eso – le sonrió pasando su mano con suavidad sobre el dorso de las de
Maca - ¿sigues? – preguntó. Maca apretó los labios, suspiró levemente y asintió.
- Por mi mente pasaban una gran cantidad de pensamientos, y todos eran
contrarios a aquello que ella pretendía de mí, no entraba en mis planes estar con
nadie después de ti, pero mis manos hacían una cosa diferente, no pude evitarlo
– murmuró de nuevo, manteniéndose con la vista en el suelo y enronqueciendo
la voz - Ana tenía una mirada melancólica que me sobrecogió, cogió mi mano y
la puso en su corazón, comprobé que iba a una velocidad desorbitada y otra vez
creí que estaba a punto de darle un ataque o lo que fuera… - levantó los ojos
hacia Esther, mirándola fijamente, intentando descubrir qué sentía al escuchar
todo aquello, pero la enfermera mantenía un gesto hermético, intentando
controlar sus celos y el dolor que experimentaba con cada palabra - yo… tenía
la sensación de que debía protegerla de él, darle la confianza que necesitaba,
devolverle esa fuerza que ella me daba día a día para… para no beber – bajó los
ojos avergonzada y Esther comenzó a comprender que Maca aún no tenía
superado aquello, que fingía cada vez que se mostraba firme - Me dijo algo que
me sorprendió – continuó en un tono cada vez más bajo - me dijo que siempre
me había admirado, que desde niñas sentía por mí algo inexplicable, que
siempre había estado cautivada por … por mi mirada … que jamás se hubiera
atrevido a decirme nada si nos es porque yo le había contado en aquel primer
café, lo… lo tuyo – dijo mirándola temerosa.
- ¿Le hablaste de mí? – le preguntó interesada y sorprendida.
- Si – fue su escueta respuesta y continuó – luego me dijo que después de que yo
le hablara de ti, había comprendido porqué suspendí la boda con Fernando, y
que había estado pensando en lo que ella sentía por mí desde hacía tanto, me
dijo que… que no podía creer que el amor de su vida estuviese allí… frente a
ella… que a mi lado sentía las fuerzas necesarias para luchar, para enfrentarse a
él. Yo, yo… estaba hecha un lío, sabía que podía hacerle mucho daño, causarle
mucho dolor, yo… yo… te quería a ti, no era capaz de olvidarte, no sabía vivir
sin ti, ni con la culpa de haberte perdido, y así se lo dije, pero ella me respondió
que me entendía, que sabía lo que me ocurría y que me esperaría todo lo que
hiciese falta. Y… sin saber como, miró a ambos lados y volvió a besarme y…
yo… sentía que la deseaba, no la quería pero la deseaba, ¡Ana es tan… tan
sensual! – le dijo con un suspiro que encendió de nuevo los celos de la
enfermera, estaba claro que Maca, en un principio, podría haber dudado pero
que ahora quería a su mujer y ella no había hecho más que añadir una carga a
todas sus preocupaciones - Aun después de haber imaginado mas de mil veces
sobre lo que debía de hacer cuando llegara ese momento, el momento de estar
con alguien que no fueras tú, los nervios me bloquearon cualquier intento de
satisfacción sexual, no podía, no podía – murmuró bajando los ojos y Esther
sintió todo el sufrimiento que Maca había experimentado como si estuviera en
su interior – me miró comprensiva, inquieta y atrevida, me acarició y besó de
nuevo, y yo.. la rechacé, la deseaba pero mi cuerpo se negaba a reaccionar. Me
pidió que apagase los faros del coche. Permanecimos en silencio unos minutos,
completamente quietas, mirándonos en la oscuridad y agarradas de las manos.
No pude tocarla, Esther, no pude – le confesó entre avergonzada y angustiada -
Ella comprendió el porqué y luego me dijo que la perdonase, que estaba
confundida y se echó a llorar, yo intenté consolarla, no quería hacerle daño,
Esther. Yo…
- Maca… - murmuró con las lágrimas saltadas, por primera vez estaba siendo
completamente sincera, por primera vez le estaba reconociendo todo su
sufrimiento, todo su dolor y no soportaba la idea de que quien la había hecho
sufrir de aquel modo había sido ella.
- Ana se excusó de nuevo – continuó ignorando su tono y su voz entrecortada,
mientras mantenía clavados los ojos en sus manos que jugueteaban con el
cordón del pantalón de lino – me dijo que debía irse, que Juanito estaba con sus
padres. Se me quitó de encima y se sentó de nuevo al volante. Su voz era triste y
apagada, la osadía que había tenido hacía unos momentos se esfumó y de nuevo
tenía esa mirada huidiza y temerosa, que escondía delante de todos y que solo se
atrevía a mostrarme a mí. Entendí que algo muy fuerte le ocurría, que intentaba
huir hacia delante como fuera, salir de allí a toda costa y que yo era su tabla de
salvación. Me sentí culpable por rechazarla. Sabía que estaba deprimida, que
estaba atemorizada, su ex la tenía amenazada de muerte a ella y al niño, y sabía
que lo único que la hacía sentir mejor eran esos encuentros furtivos que
manteníamos.
- ¿Te casaste con ella por obligación? – preguntó sorprendida pero entendiendo
que era eso lo que quería decirle.

Maca se giró bruscamente hacia ella, apretó los labios y enarcó las cejas, su mirada era
tan oscura que Esther no fue capaz de leer en ella, le pareció molesta, incluso enfadada
y, temiendo haber metido la pata, abrió la boca para disculparse pero Maca no le dio
opción.

- ¡No! – exclamó frunciendo el ceño – yo quiero a Ana – dijo con tanta rotundidad
que Esther sintió un escalofrío profundo, recibiendo esa confesión como un
mazazo, su rostro reflejó sus sentimientos y Maca suavizó el tono - aprendí a
quererla. Es tan… tan… - se interrumpió perdiendo la mirada en la oscuridad de
la noche, incapaz de describirla. Esther intuyó que lo hacía por ella, por no
hacerle daño con sus palabras y quiso demostrarle que no era así, que podía
hablar con libertad.
- No me importa que me hables de ella, ¿cómo… cómo es? – se atrevió al
preguntar al ver que no seguía.
- Eh… - la miró un instante, Esther la observaba con tanta circunspección que
Maca vio más allá de sus ojos anhelantes, de esos ojos que le pedían seguir, vio
dolor, celos, la vio sufrir y decidió no hablar de ello – nada – respondió haciendo
una mueca con la boca – sin detalles y sin interrupciones, hemos quedado en eso
¿no? – sonrió levemente ladeando la cabeza en una mueca de circunstancias.
- Perdona… ya no te interrumpo más – aseguró interpretando aquel gesto como
una señal de contrariedad - ¿sigues? – la incitó y Maca cabeceó asintiendo.
- No pude evitarlo y me eché a llorar, no quería que me viera y le volví la cara
dispuesta a bajar del coche pero ella se percató, me lo impidió con suavidad y
me preguntó qué me pasaba, fui incapaz de confesarle la verdad – suspiró
enarcando una ceja, y Esther sonrió sabiendo perfectamente a qué se refería pero
cumplió su promesa y la dejó continuar sin pronunciar palabra - con delicadeza
me abrochó la camisa y secó mis lágrimas como siempre lo había hecho desde
que volvimos a encontrarnos – reconoció levantando los ojos y clavándolos en
ella – aunque cueste creerlo Ana era una mujer muy fuerte y decidida, su marido
la había tenido anulada pero algo en su interior la obligaba a luchar, por ella y
por… por mí, vi su decisión en sus ojos, me abrazó y me besó en la frente ¿sabes
lo que me dijo? – le preguntó retóricamente, a lo que Esther negó con la cabeza
incapaz de pronunciar palabra – “todo va a estar bien, no te preocupes, olvida lo
que te he dicho, yo te llevaré a casa, no debes conducir así, ya recogerás mañana
el coche” y así lo hizo – continuó mirándola – desde esa noche sentí que estaba
allí, que estaba a mi lado y que tenía la capacidad que nadie había tenido hasta
entonces de hacerme reaccionar, de hacerme desear seguir adelante, y… y…
todo cambió – bajó los ojos y antes de hacerlo Esther vio en ellos otra vez aquel
velo de vergüenza – esa noche fue… la última vez que …. me emborraché.
- ¿Te emborrachaste? pero… ¿por qué! ¿no dices que te hacía sentir bien y que
era ella la que…? – no supo continuar, la garganta le dolía cada vez más
intentando controlar la angustia que le provocaba aquella confesión y las ideas
que acudían a su imaginación una y otra vez en las que ella no tenía nada que
hacer una vez regresasen, por mucho que Maca pareciese dispuesta a lo
contrario - ¿por qué? – repitió con un hilo de voz.

Esther no pudo evitar preguntar y Maca la miró resignada a ser interrumpida, le sonrió
levemente, y se encogió de hombros.

- Pues… no lo sé, quizás porque sabía que sería la última, que tenía que elegir, no
sé - murmuró pensativa luego siguió hablando, su voz se había enronquecido y a
Esther le pareció que le costaba trabajo recordar todo aquello o al menos,
contarlo con cierto orden y lógica - volví a casa echa un lío, la cabeza me daba
vueltas pensando en todo lo que me había dicho, pensando en… ella y… en ti.
Hasta ese día yo albergaba la secreta esperanza de verte aparecer – murmuró
cabizbaja – pero esa noche… – se interrumpió pensativa y la miró, cambió el
tono a otro más seguro y firme - … me convencí de que no sería así – suspiró y
se encogió de hombros.
- ¿Por eso bebiste?
- No sé – musitó – no sé porqué lo hice, quizás por… todo… - tomó aire y
continuó - esa noche mi madre daba una fiesta y yo lo había olvidado por
completo. Me había pedido que estuviese presente, que era importante para mi
padre y cuando llegué a casa, la fiesta estaba en pleno apogeo. ¡Y lo último que
yo deseaba era estar allí! aguantando a los amigos de mis padres, aguantando a
los que fueron mis amigos, fingiendo divertirme. Estuve a esto – hizo un gesto
juntando los dedos índice y pulgar - de decirle a Ana, cuando me dejó en la
puerta, que fuésemos a algún sitio…. pero no lo hice, no quería darle pie a que
pensase lo que no era. Así es que entré por detrás y me fui a mi cuarto, pero ya
sabes como es mi casa…. – esbozó una leve sonrisa y Esther se la devolvió
asintiendo, ¡vaya si lo recordaba! - Mi madre no tardó en aparecer ni un minuto,
me cogió y me echó una buena bronca. Le dije que no quería discutir, que estaba
cansada y me iba a la cama, que no me apetecía en absoluto bajar, pero ya la
conoces, insistió como solo ella sabe hacerlo, y por tal de no escucharla más, me
cambié y bajé.
- ¿Cómo se le ocurre obligarte a estar en una fiesta si estabas en tratamiento? Eso
es como darle una pistola a un suicida.
- Ya sabes… sus amigos allí, su hija en casa, las formas, ¡yo qué sé! – exhaló un
hondo suspiro no exento de desprecio, recordando aquellas frases – como
siempre la excusa era mi padre, ¿cómo no iba a estar apoyándolo? ¿cómo iba a
hacerles eso? que siempre estaba poniéndolos en vergüenza delante de todos,
que ya estaba bien de intentar llamar la atención y por supuesto se encargó de
recordarme que nadie sabía nada de mi… “problema”, como ella lo llamaba –
remarcó con retintín.
- Nunca la entenderé – exclamó imaginando lo duro que habría sido todo aquello
para Maca.
- El caso es que bajé y fingí, después de un rato aguantando tonterías, de rechazar
las copas que me ofrecían, empecé a encontrarme fatal, me dolía la cabeza,
estaba mareada y me marché fuera al jardín, no sé como pasó, casi ni me
acuerdo, pero sé que sentía que estaba harta de todos y de todo, y… sin darme
cuenta, estaba sentada en el borde de la piscina, con los pies en el agua y una
copa en la mano.

Maca la miró expectante esperado que Esther le dijese algo pero la enfermera solo le
sonrió levemente y posó su mano en las de ella, acariciándola con suavidad, cariñosa y
comprensiva y la pediatra fue capaz de sentir la calidez de su amor, esa tranquilidad que
le transmitía y que tanto necesitaba.

- Mi madre había invitado a algunos de mis amigos esperando que me divirtiese,


en el fondo estaba harta de tenerme en casa, encerrada, estaba harta de que
tardase tanto en recuperarme, de que sus amigos le preguntaran qué pasaba para
llevar allí tantos meses – sonrió con un gesto de ironía - ¡cómo iba a decirles que
me habían inhabilitado y sobro todo el porqué! Quería que me presentase ante
todos y demostrase que estaba estupendamente y que no pasaba nada.
- Estaría preocupada, Maca – intentó interceder aún a sabiendas de que lo más
seguro era que Maca no se equivocase, pero odiaba ver como seguía sufriendo
por la actitud de sus padres con ella.
- Claro – musitó mirándola con sarcasmo sin poder evitar pensar que ni Esther
creía eso.
- Ya sabes como es, Maca, pero… te quiere.
- Lo sé – sonrió esta vez con franqueza – sé que me quiere y sé que lo ha pasado
mal por mi culpa, pero…. ¡me saca de mis casillas! En fin, que los invitó por mí,
pero yo… no sé… la fiesta no estaba mal, pero a mí solo me apetecía beber y….
llorar.
- Maca….
- Creo que me bebí un par de botellas o quizás tres, no lo sé, o quizás no fue tanto
pero me sentó fatal, estaba tan borracha que intenté levantarme del borde, y salir
de allí antes de que a nadie se le ocurriese lo mismo que a mí y descubriesen mi
estado, pero perdí el equilibrio y caí en una tumbona, sabía que debía hacer algo,
porque si alguien me veía se iba a montar una buena, pero me costaba moverme,
total que metí la cabeza entre las piernas, para que todo aquello dejara de girar,
pero el mareo cada vez era mayor, todo me daba vueltas, sólo podía pensar en
Ana, en su confesión, en lo que significaba, cerré los ojos y me tumbé, y
recuerdo que allí en el frío de la noche, me daba todo igual. Alguien debió avisar
a mi madre que salió echa una furia, recuerdo verla gritarme pero no recuerdo lo
que me decía, solo recuerdo que quería que se callase y me dejase en paz que
cerrase la boca de una vez y eso, tratándose de mi madre, es imposible. Así es
que… me tiré a la piscina de cabeza, sin pensarlo, disfrutando del silencio que
me proporcionaba estar bajo el agua. Sí que recuerdo la cara de mi madre
cuando me quedé en el centro de la piscina, hecha un asco, la pintura corrida, el
pelo hacía atrás, la ropa pegada al cuerpo y gritándole que me dejara en paz de
una puta vez.

Esther lanzó una carcajada que retumbó en el silencio de la noche, se llevó las manos a
la boca intentando reprimir la risa que le provocaba la escena descrita por Maca, que
permanecía seria mirándola.

- No te rías, Esther. No estuvo bien hacer aquello – reconoció, consciente de que


su madre a pesar de su forma de ser, siempre la había estado apoyando – a su
manera mis padres solo intentaban ayudarme.
- Ya lo sé, pero a veces… hay que hacer cosas así para que… nos vean de verdad
– respondió sin que Maca supiese muy bien a qué se refería - ¿qué pasó!? ¿otra
bronca o un ataque de histeria?
- Ni lo uno ni lo otro. Mi madre permaneció en el borde, con los brazos cruzados,
esperándome. Recuerdo haberme sentido como cuando era pequeña y saltaba la
vaya de la finca para irme a buscar a Adela, y mi madre me esperaba justo por
donde iba a entrar, para tenerme castigada durante semanas – confesó con un
suspiro y una sonrisa - Tenía miedo de enfrentarme a ella, y no quería salir del
agua mientras estuviera allí, pero cada vez me encontraba peor y lo que me
faltaba ya era vomitar en la piscina y seguía sin marcharse. Total que, al final,
salí del agua y me quede en el suelo, era casi incapaz de mantenerme en pie,
pero el agua fría me había despejado un poco. “Macarena, ya tienes lo que
querías, ¿no? ¡ve a tu cuarto inmediatamente!” – remedó la voz de su madre y
Esther volvió a lanzar una carcajada, esta vez mucho más silenciosa, ¡era
increíble lo bien que Maca imitaba a su madre! - intenté levantarme pero apenas
podía, mi madre no hizo nada por ayudarme e impidió que lo hiciera su
asistente, me senté en el borde y me miró con tal desprecio que no he sido capaz
de olvidar esa expresión – confesó con tristeza – “deja de ponernos en ridículo a
tu padre y a mí”, fue lo único que me dijo, luego se dio la vuelta y volvió a la
fiesta, yo permanecí allí, con los pies todavía metidos en el agua.
- ¿No le preocupó que hubieses vuelto a beber? – preguntó extrañada.
- Imagino que sí, pero no lo demostró – murmuró mirando al frente y luego
mirándola a ella.
- ¿Y qué hiciste?
- Nada – respondió sin querer confesarle la realidad. La realidad de una noche en
la que no pudo dejar de pensar en ella, de pensar en el día en que se marchó para
no volver, en que era incapaz de seguir adelante, en que seguía esperándola,
seguía amándola, en que se estaba muriendo por dentro, en que sentía un miedo
paralizador, miedo de no ser capaz de tomar las riendas de su vida, miedo de
tomarlas, miedo de que la hubiese olvidado, de jamás volver a saber de ella – me
eché a llorar y no era capaz de parar – le dijo mirándola con tristeza.
- Normal – intentó apoyarla - ¡te dio llorona!
- No sé si es normal, solo sé que esa noche me la pasé entera llorando.
- ¿Por…? - iba a preguntarle que si por ella pero no se atrevió. Maca leyó sus
pensamientos como solía hacer.
- Sí Esther, por ti. Toda la noche, la ultima noche que lo hice. Lloré por ti, por las
tardes de paseo en el retiro que nunca repetiríamos, por esa comida con palillos
que nunca volverías a tirar en mi presencia, por las horas patinando, lloré por
esas risas al sol, por los desayunos tras las guardias, por las noches en el jardín
de mi casa, por todo eso… - reconoció con calma y una tranquilidad que le dijo
a Esther que Maca no mentía cuando le aseguraba que no la había olvidado en
todos esos años.
- Maca… yo….
- Me quedé allí sentada – continuó ignorando su interrupción - jugando con el
agua suavemente, sin para de llorar, cada vez más helada de frío, sin importarme
cómo estaría al día siguiente, pensando en la cara de mi madre, en su desprecio,
en tu marcha, en Jaime, y… en Ana. La cabeza me daba tantas vueltas y tenía
tanto frío que me levanté y me eché en la tumbona, el frío se me hizo
insoportable, notaba la garganta seca, me dolía al tragar, me dolía tanto que casi
me cortaba la respiración. Recuerdo sentirme mal, tan mal que comencé a
arrepentirme de haber bebido, decidí no volver a terapia, total estaba claro que
no servía de nada, lo único que podía hacerme dejar de beber era yo misma, mi
voluntad y mi cabeza, y a esas alturas era consciente de que eso sería imposible.
Me levanté de allí decidida a entrar en la fiesta y meterme en la cama, no podía
más y tampoco podía dejar de llorar. Pero cuando me incorporé y me tambaleé a
punto de caer, miré al frente y… allí estaba ella. Llegaba con una botella de vino
en la mano.
- ¿Te refieres a tu madre?
- No, a Ana.
- Pero cómo… ¿quién la llamó?
- Nadie. Me dijo que estaba preocupada por mi aspecto cuando nos despedimos y
que había ido a ver que tal me encontraba. Sus padres estaban invitados, pero
habían preferido quedarse con el niño. Por ellos sabía de la fiesta, y que al
dejarme en casa, se había dado cuenta que no me apetecía en absoluto, yo le
grité que se marchara que no necesitaba a nadie, que no podía darle lo que
esperaba de mí, pero ella solo sonrió e insistió en que solo quería asegurarse de
que estaba bien.
- Pero…
- Pero nada, llegó y yo la vi de pronto con otros ojos, enfrente de mí,
sonriéndome, con una botella de vino en la mano y dos copas. Me ofreció una y
rápidamente sentí un deseo enorme de rechazarla, de demostrarle que no era tan
débil como aparentaba a sus ojos, de demostrarle que era capaz de seguir
adelante, de dejarlo.
- Ya… - murmuró, aquella Ana había sabido ganarse el respeto de Maca, se lo
notaba en cada frase, en cada mirada cuando hablaba de ella, en cada suspiro.

Maca clavó sus ojos en ella intentando adivinar sus pensamientos, intentando descubrir
qué sentía, si le estaba haciendo demasiado daño, pero constantemente recibía una leve
sonrisa, un discreto gesto de comprensión o una caricia que la instaba a continuar, a
abrirle su corazón con la esperanza de que la entendiera.

- Se quito sus tacones, es más bajita que yo – comentó con una sonrisa nostálgica
que otra vez despertó los celos de Esther - intenté acercarme pero me tambaleé
de tal forma que caí de nuevo en la tumbona, fue ella la que llegó hasta mí, se
puso de rodillas y me dio lo que más necesitaba en esos momentos, me dio el
abrazo que mi madre no me había dado, sentí que la necesitaba, que necesitaba
de su fuerza y su decisión, metí mis brazos en el hueco entre su cuerpo y me
acurruqué en ella, permanecí así unos minutos, abrazándola con todas mis
fuerzas, y sentí el aroma de su pelo, sentí que el calor de su cuerpo era capaz de
traspasar el mío y reconfortarme. Sus dedos tocaron mi piel mojada, acarició mi
pelo embarullado apartándomelo de la cara, me aproximé a su rostro con
intención de darle lo que horas antes le había negado, cerré los ojos y la besé.
Creo que inmediatamente supo que no la besaba a ella, que te besaba a ti –
reconoció apretando los labios en una mueca de circunstancias – entonces se
separó y me hizo una pregunta que me dejó perpleja.
- ¿Qué te preguntó? – la interrumpió sin recordar su promesa de dejarla hablar.
- Me dijo… “¿sabes por qué cierras los ojos para besarme?”.
- ¿Y qué respondiste? – no pudo evitar preguntar con enorme curiosidad, ¡vaya
pregunta extraña y más en aquella situación! Ana debía ser alguien digno de
conocer.
- Nada – sonrió nostálgica – no se me ocurría nada, estaba muy borracha pero no
olvido su respuesta, “todos los cerramos para que sepa a más, para sentir la
magia, pero tú no la sientes, la próxima vez que me beses, quiero que no sea
necesario que los cierres, así no la verás a ella”.
- Vaya…
- Pues sí, volví a besarla con los ojos abiertos, pero ella me rechazó con tal
suavidad que ni siquiera me di cuenta de ello, me abrazó de nuevo, entró en la
caseta de la piscina y salió con una toallas, me secó y me cubrió con otras, luego
hizo algo que recuerdo que me desconcertó: me ofreció una copa. La cogí y
cuando lo hice me la arrebató con presteza. “Nunca más, Maca”, “delante mía,
nunca más”, me sonrió, “a partir de ahora, si quieres, tú y yo vamos a luchar
contra esto”, me dejó la botella y la copa a mi alcance, se levantó y se marchó.
Yo le había mojado la ropa al abrazarme a ella y la vi alejarse, con la ropa
chorreando y por primera vez sentí cuánto me atraía y cuánto necesitaba esos
abrazos. Me estaba haciendo escoger, la botella y tu recuerdo o ella y su amor, lo
comprendí a pesar de mi estado – le dijo mirándola fijamente y Esther desvió los
ojos, era evidente lo que había escogido y eso le dolía, más de lo que le hubiese
gustado reconocer, sobre todo porque ella, no había sido capaz de hacer lo
mismo que Ana, no había sido capaz de ayudarla, muy al contrario, huyó
dejándola a su suerte, porque Maca había sacado fuerza de flaqueza para
rehacerse y ella no fue capaz de olvidarla en esos cinco años, ni fue capaz de
iniciar una nueva vida con nadie, y no por falta de oportunidades – Esther…
¿quieres que nos vayamos a la cama? – le preguntó al verla abstraída, creyendo
que había dejado de escucharla – pareces cansada.
- ¡No! claro que no, sigue, sigue… - la instó con seguridad.
- ¿Seguro? puedo terminar de contártelo mañana…
- ¡No! – se negó con rotundidad – quiero que me lo cuentes ahora.
- Esther… - intentó negarse al ver que le temblaba la barbilla – cariño… no quiero
que tú… ¡Esther! no llores… no llores, por favor – le suplicó con tanto dolor en
su tono que la enfermera se rehizo con rapidez.
- Maca… no lloro – le dijo casi con genio - de verdad que estoy bien, sigue por
favor – le pidió mucho más suave, volviendo a acariciarla esta vez en la mejilla.

Maca se quedó unos segundos escrutándola, valorando si le decía la verdad, pero a esas
alturas deseaba contarle todo, deseaba que supiese toda la historia, quizás así todo
resultase más fácil.

- Pues eso, que Ana se marchó y yo… no dejaba de darle vueltas a todo. Al rato
me fui a la cama y seguí llorando toda la noche. A la mañana siguiente me
levanté con los ojos casi cerrados, me dolían tanto que no pude salir en todo el
día. Además tenía una resaca horrible, de las peores, me pasé todo el día de la
cama al baño, no dejaba de vomitar. Ana me llamó en varias ocasiones pero no
quise ponerme, ¡hasta mi madre se preocupó! – dijo con cierto tono de burla –
luego, cuando al día siguiente hablé con ella me dijo que estaba muy preocupada
por mí. Y que si yo quería se pasaba por casa a por las llaves de mi coche para ir
a recogérmelo.
- Maca… - la interrumpió con el ceño fruncido mirándola con tristeza.
- ¿Qué?
- Siento haberme marchado como lo hice…yo… no debí…
- Esther – la cortó – no te estoy contando todo esto para … darte pena, ni… para
que te disculpes… solo.., para… que me entiendas, para que entiendas que …
yo… que Ana… que… - se interrumpió con lágrimas en los ojos.
- Vale – dijo casi sin voz – entiendo. Sigue – le pidió sin fuerzas, no quería
escuchar más porque cada vez temía más lo que iba a oír.
- Al cabo de un par de días, cuando me encontré mejor, la busqué, le pedí que
dejara a Juanito con sus padres y la invité a comer… para agradecerle lo del
coche y... eso – casi balbuceó y Esther volvió a tener la sensación de que Maca
se justificaba - … estuvimos hablando mucho…. yo… quería ser sincera, quería
que comprendiera que… yo… - guardó silenció, pensativa y cambió de tono y
de narración - creo que nos unió la esperanza de salir de donde estábamos, me
dijo que ya estaba bien de llantos, que se terminaron las lágrimas y, sobre todo,
las invisibles. Me hizo gracia que me dijera aquello, porque mi madre de
pequeña siempre me repetía que una Wilson nunca debía mostrar su debilidad,
nunca debía llorar y que si alguna vez lo hacía, tenía que ser para dentro –
suspiró y Esther no pudo evitar darle un fugaz beso en la mejilla, enternecida,
que arrancó una sonrisa de Maca que continuó con su historia - Recuerdo que no
podía dejar de mirarla, comimos casi en silencio, nuestras miradas se cruzaban
una y otra vez. Sé que te preguntas si estábamos enamoradas ¿no? – le dijo
directamente escrutando su reacción, Esther asintió sin ser capaz de pronunciar
palabra – ella me decía que sí, que se había dado cuenta que lo que sentía por mí
era amor, pero yo creo que en aquel entonces aún no. Ni lo estaba ella, ni lo
estaba yo. Simplemente nos necesitábamos, nos apoyábamos. En fin, que en el
postre comenzamos a charlar de verdad. Me dijo que no podía dejar de pensar en
mí, que cuando pasaba un día sin verme su mente no hacía más que imaginar
dónde estaría y que haría. Yo le reconocí que también pensaba en ella, que me
gustaba su forma de pensar, su forma de enfrentarse a los problemas. Me
preguntó que si eso era amor y yo le dije contundentemente que no, como
mucho fascinación, porque había que reconocer que ninguna de las dos
estábamos nada mal y las dos reímos – contó con una mirada casi alegre y un
brillo en los ojos que le habló a Esther de Ana y lo que le hizo sentir a Maca más
que las palabras que estaba escuchando.

Maca guardó silencio un instante recordando el cuerpo dulce de Ana, sus ojos brillantes,
su sentido del humor, su tímida sonrisa, su mente despierta y ágil. Recordó como ese
día, cuando se levantó al baño se quedó observándola, sus curvas perfectas, su delgadez
equilibrada, no pudo dejar de seguirla con la vista y cómo ese día comprendió que podía
llegar a enamorarse de ella.

Recordó como al volver del baño Ana traía una enorme sonrisa, una sonrisa que la hizo
sentir un nerviosismo agradable. Recordaba como se había sentado frente a ella, como
se había cruzado de piernas y como se había echado hacia atrás en el asiento sin borrar
la sonrisa del rostro provocando cada vez más el deseo de que le dijese lo que pasaba
por su mente.

- ¿Con que no estamos nada mal?


- ¡Nada mal!
- Lo dirás por ti.
- En realidad lo digo por ti.
- ¿Pues sabes lo que te digo! ¡qué tienes razón! ¡no estamos nada mal!
- Claro eso a parte de que nuestras vidas están hechas una auténtica mierda.
- Mira a tu alrededor, ¿lo nota alguien?
- A mí me parece que todo el mundo.
- Te equivocas, Maca, tienes que quitarte eso de la cabeza, no llevas el apellido
Wilson en la frente como cree tu madre, aprende a disfrutar de que somos
invisibles, y eso nos da una enorme ventaja.
- ¿Ventaja para qué?
- Para hacer lo que nos de la gana.

- Maca… ¿y qué más? – le preguntó sacándola de sus pensamientos, cansada de


aguardar a que continuase y ligeramente celosa al ver la sonrisilla de satisfacción
que habían dibujado sus labios desde hacía unos instantes. Esa sonrisa que tan
bien conocía y que tanto amaba, esa sonrisa que no soportaba ver si estaba
dibujada en su rostro provocada por otra persona.
- Eh… nada, terminamos de comer y fuimos a tomar café. Me preguntó si yo
podría enamorarme de ella y le dije que no lo sabía, que hacía muy poco tiempo
de lo tuyo y que no estaba preparada para otra relación. Me miró fijamente y
sonrió con tanta dulzura que me hizo sentir ligeramente nerviosa. Sin saber
cómo le estaba confesando que me atraía, que no la quería como ella insinuaba
pero que la deseaba, que deseaba verla cada vez más y que empezaba a necesitar
su risa, sus palabras, su fuerza que me hacía sentir viva – le contó sin dejar de
mirarla – Ana tiene unos labios finos preciosos, sabe escuchar, sabe dar buenos
consejos….
- Comprendo, comprendo – murmuró con un nudo cada vez más intenso en su
garganta, en un intento de que callase y no siguiese con aquella descripción.
Maca comprendió al instante, se había dejado llevar por el relato y se arrepintió
inmediatamente de haberlo hecho, pero continuó con la narración.
- Le dije que quería conocerla mejor y que podíamos quedar otro día. Y me dijo
que no tenía nada que hacer en toda la tarde, y que se le apetecía mucho volver a
besarme. Yo le confesé que también lo deseaba, pero que no quería engañarla
que seguía echándote de menos a ti, que seguía enamorada de ti y que seguía
soñando contigo, con besarte, con perder mi mano en tu cuello, que me
despertaba llorando por no poder acariciarte, por no saber de ti, …y que no sabía
si sería buena idea que ella y yo… ya me entiendes – la miró con seriedad y
Esther cabeceó sin más, a esas alturas era casi incapaz de pronunciar palabra –
pero ella me dijo que lo comprendía, que era normal, ¿qué podía hacer! a su lado
todo parecía simple, sin complicaciones – reconoció con un suspiro – me dijo
que le gustaría que pudiésemos perdernos en un lugar escondido, observar las
estrellas y olvidarnos de todo. Yo insistí en que fuera consciente de lo que había,
que no quería arrastrarla a la miseria de mi vida, que ni siquiera sabía si me
apetecía que ella me volviera a ver como la noche de la fiesta. Ella me respondió
que correría ese riesgo pero que estaba segura de que eso no iba a volver a pasar.
Y yo le dije que siempre estaría esa posibilidad. Y entonces me respondió algo
que me hizo pensar, me dijo que ella había sido más feliz cuando dejó de
intentar que se cumplieran sus deseos y que simplemente se dedicó a intentar
ayudar a los demás. Y que quizás las dos juntas pudiésemos afrontar los malos
momentos mejor que solas. Recuerdo que guardé silencio pensando en aquello,
ella también lo hizo, se levantó, pagó el café y me dijo que le gustaría verme al
día siguiente. Yo, la frené y la sujeté de la mano, le dije que si es lo que quería a
mí también me apetecía. Y… - se interrumpió dudando si decirle aquello, su
mente voló a aquella cafetería y vio a Ana, en pie frente a ella.

- ¿Nos vemos mañana o no?


- Si, me gustaría mucho.
- Entonces.. ¿quedamos después de la terapia?
- Me parece bien.
- Bien… ¡hasta mañana!
- ¡Ana!
- ¿Si?
- Quiero que te quede claro que yo… que.. no estoy preparada para una
relación… que…solo y únicamente te deseo pero que no…no estoy enamorada.
- Está muy claro, Maca.
- Bien.
- Bueno… hasta mañana entonces.
- ¡Ana!
- ¿Qué?
- Me dijiste que… tenías la tarde libre.
- Si.
- Te apetece que… vayamos a un sitio más… tranquilo.
- ¿Cómo cual?
- Como tu apartamento.
Esther la observaba en silencio, comprobando que estaba a miles de kilómetros de allí y
aguardando pacientemente a que continuase con la historia, pero Maca sonrió levemente
sin decir nada, perdida en los recuerdos de esa tarde, en la que Ana logró que se
volviera a sentir con ganas de vivir. Aquella tarde en la que después de lo que hizo en la
fiesta de sus padres creía que había llegado a otro final, pero no, allí estaba ella, la
persona que le hizo ver que podía existir un mañana para las dos, la persona que le dio
todo su cariño, todo su amor, la persona que fue capaz de adentrarse en ese infierno
personal en el que se estaba quemando viva, solo para tenderle la mano, para levantarla
sin más. Sí, Ana era especial, ese día comprendió que Ana era capaz de darle todo a
cambio de nada. A su lado se sentía tranquila, segura, tenía la habilidad de colmar todos
sus vacíos, de hacérselos olvidar. …

- Maca…. – la llamó con suavidad - ¿no sigues?


- Eh... sí… por… ¿por dónde iba?
- Ana se despidió de ti y tú la frenaste.
- Eh… sí, al final… pasamos toda la tarde, juntas.
- Quieres decir que…
- Sí, Esther, eso.
- Ya…
- Fue… tan comprensiva, tan tierna, tan paciente y… - se interrumpió viendo la
cara que estaba poniéndole la enfermera, y decidió abreviar – recuerdo que nos
dio la noche charlando, hacía muchísimo tiempo que no hablaba así con nadie,
ni siquiera fui capaz de hacerlo contigo – la miró fijamente – cuando lo de
Jaime, ¿recuerdas?
- ¿Le hablaste de Jaime? – preguntó sintiendo que los celos se la comían por
dentro.
- Le hablé de todo, de Jaime, de ti, de todo lo que debía haber dicho y no te dije,
de cómo me comporté contigo, de lo culpable que me sentía y fue… como…
¡cómo una liberación! nos sinceramos y hablamos de lo imbéciles que somos a
veces y de lo cruel e injusta que puede llegar a ser la vida, y ese día supe que…
Ana iba a ser especial en la mía. Supe que no quería perderla, que era alguien
que deseaba tener en mi vida, fuera como fuese.
- Entiendo… - musitó intentando controlar la congoja que comenzaba a
experimentar. Maca la miró y comprendió el daño que el estaba haciendo, la
acarició con suavidad – Esther… yo… siento mucho la forma en que me alejé de
ti, yo… sabía que tú y yo podíamos hablar de cualquier cosa, pero… no sé que
me pasó… cuando Jaime murió yo….
- Es igual Maca, eso ya no tiene remedio, sigue – le ordenó con brusquedad, sin
querer mostrar sus sentimientos, necesitaba saberlo todo, ¡todo!
- Bueno… - la miró preocupada por el tono que había empleado, no quería hacerle
daño y cada vez estaba más segura de que se lo estaba haciendo y de que quizás,
sus palabras no fuesen comprendidas en su justa medida, respiró hondo y se
decidió a seguir y terminar cuanto antes - que… ella estaba preocupada por si su
ex le pudiera hacer algo al niño, yo le dije que estuviese tranquila que eso no iba
a ocurrir, que yo no lo iba a permitir. Tras esa tarde, nuestros encuentros se
limitaron a quedar para hablar después de la terapia – le contó con una leve
sonrisa – ya sé, nunca he sido muy habladora, pero hablar con Ana era... como…
hablar conmigo misma… solo que… en voz alta… se puede decir que… Ana
es…
- Es tu alma gemela – sentenció hundida por lo que acababa de escuchar,
sintiendo que una profunda desolación comenzaba a embargarla y que iba a ser
incapaz de disimular y aguantar las lágrimas por más tiempo.
- ¿Alma gemela? – preguntó torciendo la boca en una mueca irónica, intuyendo al
instante por qué derroteros transcurrían los pensamientos de la enfermera y
dispuesta a sacarla de su error - No, ni mucho menos – le sonrió – mi alma
gemela siempre has sido tú, pero tú no estabas y yo… tenía que aprender a vivir
sin ti y… Ana... Ana es una persona especial, tranquila, que sabe escuchar, que
no intenta imponer su criterio, que nunca me quiso obligar a nada, que siempre
me dejó la opción de decidir mi camino.
- ¿Dejó? – la interrumpió con rapidez llena de esperanza y una alegría desmedida
tras lo que acababa Maca de reconocerle - ¿en pasado?
- Sí, te estoy contando cómo... como nos conocimos más allá de una… una
amistad.
- Ya... perdona – torció la boca con una mueca de desencanto que Maca captó al
instante - continúa.
- Pues eso que… Ana nunca me miró como a un caso perdido, podía hablar con
ella con total naturalidad, hasta de las cosas más peregrinas que pasaban por mi
cabeza y poco a poco sentí que deseaba que llegase la hora de verla y… después
de algunas tardes quedando solo para hablar … comenzamos a salir todos los
días, una cosa llevó a otra y un día me levanté convencida de que la amaba. ¡Me
ayudó tanto! Ya no me costaba trabajo no beber una copa antes de meterme en la
cama, no me costaba trabajo levantarme, ni trabajar con Fernando, volví a
sentirme capaz de seguir adelante no por obligación sino con ganas, con ganas
de hacerle la vida más agradable, con cagas de reír con ella, de hablar con ella,
de que llegara la noche y nos sentáramos a ver una película … de ir con Juanito
al parque…. – calló de nuevo, consciente de que le estaba haciendo daño a
Esther con sus palabras, pero no podía esperar que en cinco años no hubiese
intentado seguir con su vida - y así se acercó el día en que debía volver a mi
puesto en el central. Tendríamos que separarnos y decidimos casarnos y eso
hicimos. Ella no quería que yo renunciara a mi trabajo en Madrid, ni a mi sueño
de montar la clínica y yo no quería que ella renunciara a su vida en Sevilla, allí
tenía a sus padres y sus amigos, y sobre todo por… por Juanito, no podíamos
hacerle cambiar de centro a mitad de curso, además todavía estaba
acostumbrándose a que yo viviera con ellos y nos parecía que ya eran suficientes
cambios en su vida - Maca guardó silencio recordando aquella conversación en
la cocina mientras desayunaban.

- Que has decidido ¿te quedaras aquí o te vendrás a Madrid?


- Sabes que no puedo irme, es por el bien del niño, no quiero que su padre la
tome con él, ahora que parece que ha aceptado lo nuestro y… la separación y…
por el mío también.
- Pero Ana…
- Solo serán unos meses, un año a lo sumo, luego nos iremos a Madrid, contigo.
- Tendrás que vivir sola, no puedo dejar los preparativos de la clínica y quiero
demostrarle a todos que puede seguir ejerciendo que… soy buen médico que…
lo he superado y que no pruebo una gota de alcohol.
- Lo sé Maca, pero no puedo irme de un día para otro, está el colegio de Juanito,
y… mi trabajo Maca, necesito recuperarlo, demostrarme a mí misma que no
dependo de nadie, además, están los negocios mi padre, me ha pedido ayuda.
- Pero eso es para que no te marches conmigo, estoy segura de que quieren que
vuelvas con él.
- Lo quieren, pero yo te quiero a ti. Aunque nos separemos unos meses, no me voy
a olvidar de ti, pero mi padre me necesita aquí con él, como yo necesito estar
contigo.
- Ya lo sé. Pero si es por dinero, yo os puedo mantener a los dos. Alquilamos una
casa con un jardín grande, como te gustan a ti, y así Juanito podrá jugar, Y en
Madrid buscas un trabajo, no quiero que te quedes aquí sola, sabiendo que
ese…que…
- No voy a estar sola, Maca. Tengo el grupo, tengo a mis padres y, sobre todo, te
tengo a ti y prometo ser tan pesada que no voy a dejarte trabajar, te voy a
machacar a mensajes y llamadas.
- Prométeme algo.
- ¿Qué?
- Que te casarás conmigo.
- ¿¡Qué?!
- ¡Qué te cases conmigo!

Esther la observaba esperando que continuase pero Maca parecía perdida en sus
recuerdos, una leve sonrisa iluminó su rostro de nuevo.

- ¡Te amo!
- ¿Me amas! Maca, nunca digas algo que tu corazón no siente.
- Pero es verdad
- No lo es, pero… ¡me encanta oírlo! ¡dímelo otra vez!
- ¡Te amo! y… quiero casarme contigo.
- ¡Yo sí que te amo!
- ¿Te casarás conmigo?
- ¡Sí! ¡claro que sí!

- Maca….
- Eh… - la miró volviendo a la realidad.
- ¿Sigues? – le preguntó por enésima vez, notando que la impaciencia comenzaba
a corroerla por dentro, sintiendo que se avecinaba aquello que más temía
escuchar y deseando conocer cuanto antes esa realidad, fuera cual fuese.
- Eh… si… claro… eh… ¿por dónde iba? – repitió por segunda vez.
- Decidisteis casaros – respondió escuetamente.
- Si, le pedí que se casara conmigo – reconoció mostrándose incómoda temiendo
la reacción de la enfermera que no se hizo esperar.
- ¿Se lo pediste tú? – saltó entre sorprendida y ligeramente decepcionada, en el
fondo había espera que la idea hubiera surgido de Ana, que Maca simplemente
se hubiese dejado arrastrar por ella, pero no esperaba que fuese Maca la que
había tomado la iniciativa.
- Si, se me ocurrió de pronto, no había pensado antes en ello pero… lo hice.
- Ya… - musitó bajando los ojos, sintiendo una profunda envidia, quizás si no se
hubiese marchado como lo hizo esa petición hubiera sido para ella.
- Esther… - le sonrió adivinando sus pensamientos – tú no estabas y yo… seguí
con mi vida.
- Lo sé, Maca – suspiró – perdóname, pero…
- Sé que no es fácil escuchar todo esto pero… es lo que querías, ¿no?

La enfermera asintió, sin estar completamente segura de ser así, pero resignada a
escuchar todo lo que tuviera que decirle.

- Ana creía que su ex lo tenía asumido, yo insistía en que no me fiaba, y que no


debía verlo, que recordase lo que le decían en terapia, que yo podía acercar a
Juanito o podían hacerlo sus abuelos, pero…. ella decía que era lo mejor para el
niño, que era bueno para él ver que sus padres se llevaban bien … y... un día…
al llevarle a Juanito para que pasara con él el fin de semana, cometió el error de
decirle que se casaba y que… lo hacía conmigo.
- Pero ¡cómo se le ocurrió hacer algo así! – exclamó sin poder contener y Maca
frunció el ceño molesta por lo que parecía una recriminación.
- Ana es la mejor persona que he conocido nunca – respondió defendiéndola con
tanto énfasis que Esther sintió que de nuevo se le saltaban las lágrimas y desvió
la vista intentado no ser descubierta.
- Esther… cariño – le volvió la cara preocupada arrepintiéndose al instante de su
reacción – lo siento – sonrió levemente – no debí decir eso.
- ¿Por qué! si es lo que piensas…. – musitó casi sin voz.
- Pues porque no es del todo cierto, no es la única – le acarició la mejilla – solo
que… no me gusta que… la juzgues sin conocerla.
- No lo hago, Maca, solo era un... comentario – le dijo mostrándose ligeramente
ofendida.
- Tienes razón, soy yo que… me pone nerviosa recordar todo esto y… - la miró
compungida - ¿me perdonas?
- Claro – le sonrió – anda, dime, ¿cómo es Ana! ¿muy confiada?
- Sí – esbozó una leve sonrisa de agradecimiento - ella es así, confiada, impulsiva,
y él la había convencido de que todo lo que le hizo era por una mala racha, que
estaba muy estresado en el trabajo, y que por eso se desahogaba con ella.
- ¿Se desahogaba? ¡hay que joderse! ¿en serio decía eso? – saltó indignada por
aquellas palabras, ¿cómo podía decir nadie que golpeaba a su mujer para
desahogarse?
- Pues sí, eso y mucho más – respondió con un suspiro - se defendía diciéndole
que ya estaba bien, que había aprendido de sus errores, que no quería perderla,
que seguía queriéndola, pero que entendía que ella a él no. La convenció de que
podían ser amigos por el bien del niño, que solo quería lo mejor para ellos y ella
le creyó, yo creo que necesitaba creerlo.
- Pero… ¿por qué?... si estaba contigo…

Maca la miró apretó los labios y se encogió de hombros.

- Imagino que no es tan fácil aceptar que… alguien de quien has estado
enamorada puede… tratarte así…. no sé….
- ¿Y qué pasó?
- Pues que siguió llamándola, con excusas absurdas, como preguntarle qué tal le
había ido el día en el colegio a Juanito, o si le parecía bien que se comprase un
coche de tal color o solo por saber de ella. Reconozco que yo me subía por las
paredes, un día pillé tal cabreo que abrí una botella dispuesta a beberme una
copa para calmarme, lo hice sin pensar, por inercia, hasta entonces siempre
había pensado que todos exageraban que en el fondo yo controlaba, solo que no
había querido parar hasta que llegó Ana, pero ese día me di cuenta que… no,
que cuando algo me sacaba de mis casillas... Me di cuenta que sí que tenía un
problema.
- Pero… ¿por qué te cabreaste?
- Porque quedó con él para tomar un café, a la salida del colegio se encontró con
él, así, por casualidad – dijo con ironía – yo… ya sospechaba que a veces se
encontraba con él y no me lo decía para no preocuparme, pero… yo notaba lo
nerviosa que volvía a casa, notaba como le temblaban las manos preparando la
cena, o como yo respondía sin escucharme a lo que le preguntaba. Pero ese día
no volvían y yo…. estaba preocupadísima al ver la hora que era sin que llegaran,
la llamaba y me saltaba el buzón de voz, y cuando aparecieron y me dijo que
había estado tomando café con él, merendando con él, me… me tuve que morder
la lengua para no decir lo que pensaba delante del niño. Pero no era capaz de
soportar esa idea, no… no comprendía como después de todo lo que había
pasado…. Me fui a la cocina y en fin…
- ¿Y Ana te dejó beber?
- ¿Ana? No, claro que no – sonrió recordando la escena – no me dejó hacerlo, me
quitó la copa de la mano con una dulzura que… - se interrumpió una vez más al
leer los ojos de la enfermera y el dolor que reflejaban - me hizo comprender que
no quería que el niño los viese discutir, y que aunque ella se había negado a su
invitación, él insistió tanto que prefirió tomarse ese café que dar un espectáculo
y que Juanito los viera discutir. Me dijo que no todo era malo, que había
aprovechado para decirle que había alguien en su vida, y me sonrió. Yo… me
puse nerviosa… no me fiaba de él, pero al parecer, hasta le dijo que se alegraba
de que tuviese otra pareja, aunque claro no le había dicho que era una mujer, el
muy cabrón le aseguró que por encima de todo estaba su hijo – musitó bajando
la cabeza y negando - ¡mentiras! todo mentiras, pero ella le creía.
- Claro… ¡a quién se le ocurre!
- Tenían un hijo en común y eso… es un obstáculo en una separación.
- Imagino que, en realidad, se lo tomó fatal.
- Si – respondió frunciendo el ceño y tiñendo su mirada de nuevo con una
oscuridad impenetrable.
- ¿Qué pasó?
- Pues que ese día que le dijo que se casaba conmigo, la golpeó delante del niño,
delante de varios testigos… ella llegó a casa … destrozada, sangrando, no
consintió que se quedara con el niño, temiendo que pudiera hacerle algo a él
también, y eso lo enloqueció, por lo visto amenazó con matarlo, con matarlos a
los dos y Juanito estaba histérico, sin dejar de llorar, sobrecogido, tardé más de
una hora en calmarlos y curar sus heridas, Ana tenía un golpe en la cabeza que
no me gustaba nada, pero ella se negaba a que la llevase al hospital, se negaba a
separarse del niño, me costó mucho trabajo convencerla, tuve que llamar a sus
padres y al final consintió en que dejáramos a Juanito con ellos. Me la llevé al
hospital, pasó la noche en observación y yo… yo perdí los nervios y la
paciencia. Cogí el coche y me fui a buscarlo. No soportaba la idea de que la
golpease, de que la humillase y de que la hubiese amenazado de muerte, ni a ella
ni a Juanito.
- Pero Maca…. ¿por eso me dijiste que era un bestia? ¿qué te hizo?
- Nada, no di con él. Regresé al hospital y pasé la noche con ella. Al día siguiente
le dieron el alta y por fin la convencí para que le pusiera una denuncia, hasta
entonces nunca había querido hacerlo, a pesar de todos los consejos, yo creo que
se negaba por sus padres – comentó pensativa – en fin que así lo hicimos,
fuimos a comisaría y lo denunciamos, luego fuimos a la casa de campo de sus
padres a recoger a Juanito.

Maca se calló y puso aquella expresión pensativa que tanto asustaba a Esther que
aguardó pacientemente que continuara con el relato. Sin embargo, la mente de Maca
había volado a aquel día, recordando cada palabra, cada hecho de esa mañana, cuando
parecía no haber nadie en la casa. ¡Jamás olvidaría aquella mirada de Ana, llena de
pánico y horror!

- ¿Qué pasa, por qué no hay nadie?


- No lo sé cariño, no te pongas nerviosa, quizás se han llevado a Juanito a dar un
paseo, ya sabes que a tu padre le gusta llevarlo al lago.
- No, no, no, aquí pasa algo raro… mi madre, ¿dónde está mi madre? ¡Maca! mi
madre no se habría marchado con ellos, no sabiendo que íbamos a venir.
- Tranquilízate, por favor, estará detrás, llama otra vez.
- ¡No están! ¡Maca! ¡no están!
- ¿Te has traído las llaves?
- No sé, creo que no.
- ¡Míralo!
- ¿Qué es eso?
- Creo que son voces, ha gritado alguien.
- Aquí están las llaves.
- Dámelas y quédate aquí tú, no entres, ve al coche y enciérrate en él.
- Maca…
- ¡Hazlo! y llama a la policía.

Esther continuaba aguardando y de nuevo, al ver que Maca permanecía con la vista
perdida en el jugueteo de sus manos, decidió llamar su atención.

- Maca… ¿estás bien? – le preguntó con sincera preocupación, la veía cada vez
más apagada, cada vez hablando con más desgana y Germán le había dicho que
debía descansar.
- Si – respondió con un hilo de voz apretando los labios.
- No tienes porqué seguir si no te apetece.
- No es eso – respondió arrastrando las palabras con un suspiro, la miró fijamente
– es… nunca he hablado de ello con… con nadie que… no fuera Ana –
reconoció mordiéndose el labio inferior – pero…. quiero hacerlo… contigo –
esbozó una leve sonrisa y Esther se la devolvió, una sonrisa tierna, comprensiva,
llena del amor que sentía por ella.
- ¿Qué pasó? – le preguntó al ver que de nuevo perdía la mirada en el infinito,
traspasándola. Maca exhaló un profundo suspiro y continuó.
- Ese hijo de puta se había presentado en casa de mis suegros. Gritando que ese
fin de semana le tocaba el niño y que por sus cojones iba a llevárselo. Que no
iba a consentir que Ana lo separase de él, que era una puta que ya estaba
pensando en casarse otra vez y encima con una mujer, ¡imagina la que se montó!
– exclamó – Ana aún no le había contado nada a sus padres de… lo nuestro, solo
creían que éramos buenas amigas, al fin y al cabo nuestras familias se conocían
desde siempre.
- ¿Ese fue el día que lo conociste?
- Si, mis suegros estaban sorprendidos y asustados, ¡el yerno perfecto! – exclamó
con ironía – no como yo – musitó ante la sorpresa de Esther.
- Intentó coger a Juanito que no dejaba de llorar y... me enfrenté a él, Ana salió
del coche e intentó intervenir.
- ¿De qué coche?
- Eh… - la miró cayendo en la cuenta que no le había contado todo – Ana se había
quedado en él, yo se lo había pedido, ese tío es un animal, más alto que Germán
y debía pesar por lo menos ¡doscientos kilos!
- ¡Exagerada! ¿cómo va a pesar doscientos kilos?
- ¿Exagerada! sí, quizás – musitó mirándola con el ceño fruncido. Esther se
comprendió que no debía de haber hecho el comentario y se apresuró a
disculparse.
- Perdona, Maca – apretó los labios compungida - sigue.
- Todos estábamos muy nerviosos. Los padres de Ana se habían quedado
paralizados, nos miraban entre asustados, sorprendidos.. no sé. Yo… - la miró
ladeando la cabeza – casi no podía respirar, pero forcejeé con una sola idea, que
no volviera a ponerle una mano encima a Ana, se me revolvía el estómago solo
de pensarlo - continuó y con un suspiro decidió abreviar al ver que Esther
disimulaba un bostezo – en fin, que el niño se refugió con su abuela en una
habitación, Ana y su padre intentaron calmar a Juan y al final, me soltó. La
policía llegó en ese momento, eran sus compañeros y ya puedes imaginar – dijo
despectivamente – luego dicen que los médicos nos cubrimos unos a otros –
musitó negando con la cabeza.
- ¿No lo detuvieron?
- ¿Detenerlo? – sonrió sarcástica - se justificó, el muy hijo de puta se echó a
llorar, diciendo que Ana lo estaba volviendo loco, que no solo le había puesto
los cuernos si no que lo había hecho con una puta como ella, pero que lo único
que le importaba era su niño, que no soportaba estar separado de él, que le
tocaba a él ese fin de semana y que ella se había negado, que eso lo había sacado
de sus casillas, pero que solo quería que se cumplieran sus derechos. Pidió
perdón a mis suegros, ¡hasta de rodillas se puso el muy hijo de puta! Les juró
que jamás volvería a pasar y mis suegros convencieron a su hija para que retirara
la denuncia que habíamos puesto esa mañana.
- Pero... ¿por qué? después de lo que había hecho delante de ellos.
- ¿Tú qué crees? – la miró con suficiencia – vi el asco y el desprecio en sus
rostros, ¡su hija lesbiana! de mí ya lo habían oído pero ¡su hija!
- Maca…. Aún así, ¿no entiendo como sabiendo que le pegaba…?
- ¡Vete a saber! – murmuró – de todas formas yo no lo hice.
- ¿Lo denunciaste tú?
- Si – dijo levantando el mentón con su eterno aire desafiante – cuando me
enfrenté a él me cogió de la muñeca y me la retorció, me agarró del cuello y me
golpeó contra la pared. Si ella no estaba dispuesta a denunciarlo yo sí, por
agresión.
- ¡Cariño! – no pudo evitar exclamar con las lágrimas saltadas.
- Ana se opuso, intentó convencerme, me decía que me iba a echar encima a sus
padres, que bastante enfadados estaban ya, pero no le hice caso. Yo quería
ponerla también por todo lo que le hizo a ella y al niño, pero… no me dejó -
guardó silencio y su mirada se volvió hosca - mi primera bronca con Ana y tuvo
que ser por ese hijo de puta.
- No entiendo como sus padres, quiero decir tus suegros…. ¡Joder! ¡qué era su
hija! ¡y su nieto!
- Ya te lo he dicho, las apariencias ante todo. Mis padres también estaban
cabreadísimos conmigo. A mis suegros les faltó tiempo para llamarlos. ¡Tercer
escándalo que montaba tras dejar plantado a Fernando y tras la inhabilitación!
mi madre se opuso tajantemente a la boda, y… ¿te aburro? – preguntó al verla
bostezar de nuevo.
- ¡No! – exclamó – claro que no.
- Vamos a la cama, estás cansada y yo aquí… calentándote la cabeza.
- ¡No! Maca, por favor, quiero que termites de contarme. ¿Fue a la cárcel?
- ¿A la cárcel? – sonrió irónica - Ese cabrón no pasó ni un segundo en el calabozo,
no sé como lo consiguió, pero lo cierto es que consiguió que todo pareciera al
revés.
- No entiendo ¿cómo al revés?
- Le puso una denuncia a Ana, y comenzó a hacernos la vida imposible.
- ¿A Ana? Pero… ¿por qué la denunció? y… ¿a ti también?
- A ella por no dejarle ver al niño y presentarse en su casa dando voces – dijo – se
buscó una vecina que juraba que Ana no dejaba de ir a molestarlo y que el día
que la golpeó lo único que hizo él fue defenderse. ¡Ana! que no levanta la voz ni
cuando discute.
- ¿Discutís mucho?
- No - dijo secamente y Esther se arrepintió de su pregunta.
- ¿Por qué te hacía la vida imposible a ti?
- Se la hacía a ella, y de rebote a mí. Le pedí a Ana que se viniera a Madrid, que
era mucho peor para el niño ver aquellos espectáculos, pero no hubo forma de
convencerla, creía que si lo hacía enfadar más, todo iría a peor. Su padre era el
gobernador civil de Sevilla y él.. no habían sido capaces de hacer carrera de él,
¡la oveja negra! bastante que entró en la policía y pretendía que llegara a
comisario. Ana temía que con sus buenos contactos nos hundiera la vida, que yo
no pudiera montar la clínica, no sé, nunca la había visto tan asustada. Él empezó
a seguirme a todas partes, mi coche apareció rayado y con las ruedas pinchadas
y ella… no estaba dispuesta a que yo pagara las consecuencias, ¡siempre
obsesionada con protegerme! Total que al final retiré la denuncia y él dejó de
molestarnos. Al poco nos casamos y todo parecía ir bien, un par de meses
después de la boda, tuve que volver al central. Todos los fines de semana iba a
Sevilla a veces solo por unas horas, cuando no podía cambiar alguna guardia.
- Y sigues haciéndolo – le sonrió.
- Sí.
- Perdona, ya no te interrumpo más.
- No, perdona tú, vaya rollo que te he soltado – le dijo mirando el reloj – estás
cansada y es tardísimo y al final no te he dicho lo que realmente importa.
- ¿El qué?
- No tenemos un hijo.
- ¿Cómo…? Eh… no entiendo….
- Juanito murió y… todo… todo cambió … - le dijo con voz quebrada.
Esther guardó silencio, los ojos de Maca se habían llenado de lágrimas y ella solo se le
ocurrió situarse de rodillas a su lado y abrazarla.

Maca permaneció casi impasible durante un par de segundos, ni siquiera parecía notar
su abrazo, luego se estremeció, un escalofrío la recorrió de arriba abajo, aunque era
incapaz de sentirlo al completo y se aferró a Esther, aliviada con aquel contacto, con sus
brazos firmes, que la sostenían, y con aquel susurro junto a su oído, “mi amor”, lleno de
cariño y comprensión. Esther quería saber más, necesitaba conocer el porqué de la
muerte del niño, a su mente acudían todo tipo de posibilidades a cada cual más
espeluznante, no podía hacerse a la idea de lo que debía haber significado para el
matrimonio de Maca la muerte del niño. Al cabo de un instante la pediatra se separó de
ella y con una mueca de tristeza, continuó.

- Desde entonces, Ana no… no está bien…, no… - levantó los ojos hacia ella
escudriñándola, el nudo de su garganta le impedía articular las palabras con
soltura – no esta bien – repitió, en un murmullo, desviando la vista.

Esther posó su mano en la barbilla de la pediatra, y le giró el rostro hacia ella. Quería
volver a ver sus ojos, necesitaba saber si en ellos, además del sufrimiento que leía, había
algo más, había amor por su mujer. Pero cuando Maca la miró, solo vio dolor y
desesperación, y sintió un deseo enorme de esfumar esa sombra que teñía su mirada, un
deseo enorme de consolarla y estrecharla en sus brazos como hacía un momento, de
hacerla reír como la tarde anterior, de ver el deseo en su mirada, la ilusión en sus ojos y
la esperanza en cada gesto y cada palabra. Sin embargo, solo le acarició la mejilla y
esperó a que continuara, ahora sí que quería y necesitaba saber más, pero Maca
permaneció en silencio, solo mirándola. Esther, hubiera dado cualquier cosa por saber
qué era lo que pasaba por su mente en aquel instante, estaba segura de que se iba a echar
a llorar de un momento a otro, estaba segura de que le iba a revelar qué era lo que
ocurría entre Ana y ella, porque ya sí que estaba convencida de que algo pasaba con
Ana. Maca no dejaba de mirarla, con el ceño levemente fruncido y un velo de oscuridad
en sus ojos. Finalmente, la pediatra se echó hacia atrás, separándose de Esther con
brusquedad.

- Voy al baño – le dijo accionando la silla sin darle opción a nada.


- Te acompaño – se ofreció levantándose con rapidez.
- Sola – dijo cortante, cuando ya le daba la espalda.

La enfermera se paró en seco y la vio adentrarse en el interior de la cabaña para dar la


vuelta por detrás. Comprendió que necesitaba unos minutos de intimidad, la conocía
suficientemente para saber que era así. Miró su reloj, Maca tenía razón era muy tarde,
¡más de las dos! era increíble cómo se le había pasado el tiempo. Permaneció
pacientemente sentada en el escalón del porche, se encendió un cigarrillo, estaba
deseando hacerlo desde hacía mucho rato, pero delante de Maca se controlaba, sabía
que lo echaba de menos y que no debía fumar.

No dejaba de pensar en todo lo que había escuchado, no se quitaba de la cabeza a Ana y


sintió un deseo enorme de conocerla, de conocerla de verdad, de saber más de ella.
Hasta ese momento la había odiado en silencio, casi más que a Vero, pero ahora…
ahora no era capaz de comprender que era lo que sentía por ella, por un lado le
agradecía secretamente que ayudara a Maca en aquellos malos momentos, pero por otro
sentía unos celos enormes y al mismo tiempo le daba mucha pena todo lo que había
oído. La vida era muy injusta para esa mujer desconocida que empezaba a respetar y,
repentinamente, se sintió culpable de contribuir al que, con seguridad, iba a ser un
nuevo sufrimiento en su vida. Quizás no debían haber dado el paso, quizás Maca había
tenido razón todo ese tiempo al negarse a reconocer que la amaba, y quizás ella no debía
de haber estado presionando e insistiendo de aquella forma a pesar de las negativas de la
pediatra. No quería que Ana sufriese más de lo que ya lo había hecho, pero no podía
evitar sentir lo que sentía por Maca, la amaba, jamás había dejado de hacerlo, y por lo
que había visto, escuchado y sentido, Maca tampoco había sido capaz de olvidarla
completamente, o quizás eso es lo que ella quisiera que fuera, quizás estuviese
equivocada en todo y Maca seguía queriendo a Ana. Pero de pronto, recordó unas
palabras que le dijera Germán, “¿Ana! Ana no es el problema, en todo caso Ana es la
excusa”. ¡Sí! las recordaba perfectamente. Ana una excusa para Maca, la excusa para no
dar el paso de estar con ella, la excusa para no reconocer que la amaba. Y con más
fuerza que antes deseó que Maca regresase y terminase esa historia, deseaba saber cómo
estaba ahora su matrimonio. Tenía que estar roto, porque creía conocer a Maca lo
suficiente para saber, que después de todo lo que le había contado, era incapaz de
traicionar a su mujer, engañándola con ella, aunque al no hacerlo se engañase así misma
y a su corazón.

Aunque por otro lado era cierto que Maca, sistemáticamente, esquivaba pronunciar un te
amo, alto y claro, pero aún así, sus besos no podían ser mentira, sus caricias no podían
ser falsas, aquella forma de abrazarse a ella de hacerla alcanzar el paraíso no podía ser
fingida. La sola idea de que aquello fuese cierto, de que Maca la estuviese haciendo
vivir un engaño la hizo estremecerse de pavor. No podía ser, “deja de pensar chorradas,
Esther, se te está yendo la cabeza”, se dijo jugando mecánicamente con el cigarrillo que
tenía entre sus dedos. Quizás era una forma perversa de la pediatra para vengarse de ella
por haberla abandonado, su secreta forma de hacerla sufrir como ella hiciera hace años
cuando desapareció sin explicaciones, “cómo puedes pensar esas cosas de Maca, estás
cansada y no, no eso es imposible, ¡imposible!”, se repetía intentado borrar las ideas
funestas que acudían a su mente, “lo que ocurre es que esperabas que Ana fuera un
monstruo, que Maca se hubiese equivocado al casarse con ella y ni es uno, ni crees que
se equivocara, es más, quizás si no se la hubiese encontrado en su vida ahora no estaría
aquí conmigo”, se repetía luchando contra aquellas dudas que la estaban corroyendo.

Un ruido la sobresaltó y levantó la cabeza. Vio como Sara salía de su cabaña y corría
hacia el hospital. No recordaba que le tocara guardia, y menos después del día de
trabajo en el campo, no era lo habitual. Pero no le dio más importancia y volvió a lo que
realmente la preocupaba, Maca.

“Maca”, musitó entre dientes, “Maca, Maca, siempre Maca”, se dijo apoyando la frente
en ambas palmas y cerrando momentáneamente los ojos, manteniendo entre los dedos
su enésimo cigarrillo. Tenía la sensación de que nada volvería a ser igual después de
escuchar todo aquello, la sensación de que sus palabras habían caído sobre ella
golpeándola con más fuerza de la que le gustaría reconocer. Siempre había albergado la
esperanza de que Maca jamás había estado enamorada de Ana, de que Ana era una
persona interesada, aprovechada que no se preocupaba por su mujer, ¡ni siquiera fue a
verla cuando estuvo en coma! pero ahora… todo comenzaba a encajar y de una forma
que nunca quiso imaginar. ¡Sí! Maca la había golpeado con sus palabras, y cada vez le
resultaba más difícil disimular el efecto de ese golpe, sólo eran palabras, palabras que
formaban una historia, la historia que tanto había deseado conocer y que ahora que
estaba haciéndolo preferiría no haber escuchado. Preferiría seguir creyendo que Ana no
amaba a Maca, que nunca la había amado, que Maca nunca había sido feliz a su lado,
pero no, poco a poco comprendía que lo que su mente construyó para justificar su acoso
a la pediatra no existía, para justificar su intento de recuperarla aún sabiendo que estaba
casada, tenía unos cimientos tan vanos que Maca se había encargado de derribarlos de
un plumazo, y ahora ¿qué? Suspiró deseando que la pediatra regresase cuanto antes,
quería saber qué había pasado, porqué había muerto Juanito y comenzó a encender un
cigarrillo tras otro, nerviosa, segura de que el final de esa historia iba a ser el que menos
deseaba.

Sin poderlo evitar, dos lágrimas se escaparon de sus ojos, la angustia que había ido
experimentando a lo largo del relato se fue acrecentando a medida que su mente
repasaba una y otra vez todo lo que Maca le había contado, no podía controlar la
congoja que la atenazaba y Maca estaría a punto de volver, respiró hondo un par de
veces y encendió otro cigarrillo. Sola, se sentía sola, sentada en el escalón en que tantas
veces se había sentado a recordar, a llorar, a hablar con Germán y en el que esa misma
noche se había sentido inmensamente feliz, aferrada a Maca, escuchando tocar a su
amigo, en ese mismo escalón ahora se sentía vencida, estaba sola, más sola que nunca,
golpeada por una realidad, por una verdad, que la atormentaba, Maca seguía queriendo a
su mujer, se lo notaba en el dolor que reflejaban sus ojos, en el tono derrotado de sus
palabras, en su mirada huidiza y esquiva, y volvió a experimentar la vibración del dolor,
de ese dolor profundo y violento que le provocaba la oscura sensación de la separación,
del abandono, segura de que Maca terminaría por confesarle que no podía seguir con
ella.

Se levantó y comenzó a pasear nerviosa. A su mente acudían con rapidez imágenes de


su llegada a Madrid, de sus primeras impresiones al ver la clínica, de lo segura que
había estado de que en esos años la suerte había sonreído a la pediatra mucho más que a
ella. Recordó las palabras de Sonia pidiéndole que dejara a Maca en paz, que estaba
casada, las de María José pidiéndole todo lo contrario, pidiéndole que la ayudase a salir
de donde se encontraba, recordó a Teresa asegurándole que no iba a consentir que le
hiciera daño que ya había sufrido demasiado, pensó en su angustia al creer que Maca no
se había interesado por ella cuando sufrió el accidente en la chabola y se había
marchado a Sevilla, nada más y nada menos que una semana entera para estar con su
mujer mientras ella, en la cama del hospital, se amargaba maldiciéndose por imbécil,
por haber albergado la secreta esperanza de recuperarla, y recordó el profundo alivio
que sintió cuando su madre confesó que era ella la que le había impedido visitarla, la
que había rechazado sus llamadas, sonrió levemente solo al recordar, pensó en María y
aquel atrapa sueños que tanto le afeó a Maca que le hubiera dado, cómo delante de
Sonia la acusó de crearle falsas esperanzas a la niña y quizás Maca solo intentaba
convencerse así misma de que lo imposible no lo era tanto si se deseaba con todas las
fuerzas. Y sobre todo, le atormentaba aquella mañana en la que por fin se besaron, en
como Maca la rechazó y ella la acusó y atacó, sin creer sus explicaciones, arremetiendo
contra Ana y no creyendo que en tres años no hubiese tenido reacción alguna con ella.
¡Sí! esa historia le hacía ver todo con otros ojos, le hacía comprender muchos detalles
que se le escaparon en su día. Dio una última calada al cigarro y se sentó de nuevo,
apagando la colilla y cogiendo, mecánicamente otro. La cabeza le daba vueltas, una
sensación de profunda aprensión se había apoderado de ella, Maca se había marchado al
baño y la había dejado allí sola, con el alma inquieta y ella solo deseaba y necesitaba
verla volver, verla sonreírle, deseaba dejarse querer por ella, escucharla decir un te amo
que comenzaba a sospechar que no volvería a oír en sus labios, aunque así fuera.

Maca tardó en volver más de media hora, cuando lo hizo, Esther estaba al borde del
histerismo, se había repetido constantemente que no debía montarse películas, que
siempre le ocurría lo mismo y que solo debía tranquilizarse y escuchar a Maca y, sobre
todo, mostrarle su apoyo y comprensión. Al verla llegar, supo que había estado
llorando, pero no fue capaz de decirle nada.

La pediatra se colocó de nuevo a su lado y la miró con atención, sin articular palabra,
percibiendo, igualmente, que la enfermera había llorado. Se maldijo por haber sido la
causante de aquellas lágrimas, no soportaba verla sufrir por su culpa. Luego sus ojos se
posaron en el pequeño cenicero, estaba lleno de colillas, y Maca comprendió que Esther
había estado fumando compulsivamente mientras esperaba, con seguridad, en un intento
de calmar el desasosiego que ella le había producido y deseó con toda su alma que no
fuera así, deseó poder dejarla al margen del dolor, pero sabía que era imposible hacer
eso, si quería tener una nueva oportunidad en su vida, tenía que ser muy clara y sincera.
Esther tenía derecho a saber y escoger con libertad, y ella solo podía guardarse sus
deseos, renunciar a sus anhelos y esperar que su decisión fuese la que soñaba.

La enfermera la miró anhelante, esperando que le dijese algo pero Maca se quedó frente
a ella, sin dejar de mirarla y sin articular palabra. Esther se sobrecogió al ver sus ojos, su
expresión era reflejo de todos aquellos deseos que se le antojaban inalcanzables, de toda
la culpabilidad que atormentaba su conciencia. No podía evitarlo, deseaba que nada
enturbiara lo que había vuelto a resurgir entre ellas, deseaba confiar en todas y cada una
de sus promesas, deseaba dejarse llevar por Esther, arrastrada y mecida por su amor y,
sobre todo, deseaba cerrar de golpe la puerta que la unía al pasado y abrir la que se le
ofrecía sin dudarlo más, sin pararse a analizar las consecuencias. Pero los ojos de Esther
le hablaban de sufrimiento, y temió que después de todo lo que le había contado, que
después de lo que iba a pedirle, nada quedase. La miró desesperada, la conocía y sabía
que estaría perdida en un mar de incertidumbre, que estaría luchando contra los
fantasmas que ella había creado y que no era capaz de espantar y sintió pavor de que
tras esa tormenta interna, tras esa tempestad, quedase la nada. Esther leyó esa
desolación de su mirada y como mutaba en pánico, para dejar paso a un gesto hosco e
impermeable, a su eterna coraza y todas sus dudas, desaparecieron, tan solo prevalecía
el amor y la preocupación por ella.

- ¿Estás bien? – Esther se atrevió a romper el silencio al ver que ella no lo hacía y
que perdía la vista en la oscuridad de la noche.
- Si – asintió levemente – eh… perdona, me he… entretenido un poco.
- ¿Seguro que estás bien? – insistió y Maca volvió a asentir – estás muy pálida,
Maca, y…
- Esther… - protestó levemente, arrastrando las sílabas con cansancio – por favor,
no empieces….
- ¿No te habrás mareado o vomitado? – continuó haciendo caso omiso al tono de
protesta y hastío de la pediatra y poniéndole una mano en la frente. No se fiaba
lo más mínimo y menos después de lo que le había ocurrido por la tarde y de la
insistencia de Germán en vigilarla.
- No me he mareado, ni he vomitado – respondió con cierto retintín y una leve
sonrisa de condescendencia, retirándole la mano con suavidad – y sí, Esther,
estoy bien, no te preocupes tanto por mí. Solo me he entretenido en el baño.
- No puedo evitarlo – murmuró cabizbaja – digo… preocuparme por ti – esbozó
una tímida sonrisa sin saber como sería recibida.
- Y yo te lo agradezco, solo necesitaba estar sola un momento.
- Maca… tú sabes que... yo lo último que quiero es que tú… sufras y que….
- Esther… estoy bien… ya te lo he dicho – respondió con brusquedad.
- Vale… no te enfades – le pidió melosa convencida de que no era así.
- ¿Me das un cigarro? – le preguntó sin responder a su petición. ¡Necesitaba uno!
debía armarse de valor para continuar, terminar de contarle todo y para pedirle
paciencia y tiempo.
- Maca… - dijo con tono recriminatorio – sabes que no puedes fumar.
- ¿No puedo? – levantó las cejas molesta.
- Bueno… - la miró con la intención de defender su postura pero lo que le había
contado Maca sobre Ana, la forma que tenía de tratarla, la confesión sobre que
siempre le dejaba libertad para escoger su camino la hicieron detener su
argumentación, ¡lo último que deseaba es que Maca la comparase con Ana! y si
era así, saliese perdiendo en la comparación y encima, ¿a quién se parecía más
prohibiéndole las cosas! ¡a su madre! y por encima de todo, lo último que
deseaba es que Maca la asociase a Rosario, además Maca era mayorcita y,
médico, sabía perfectamente lo que tenía que hacer – no… no debes – le dijo con
cierto temor - pero… haz lo que quieras – terminó con autoridad.

Maca se volvió hacia ella, sorprendida por esas palabras y por el tono de la enfermera,
la miró a los ojos y supo inmediatamente lo que pasaba por su mente, le sonrió con
tristeza.

- Esther… prométeme una cosa.


- ¿Qué? – preguntó perpleja.
- Que todo lo que te he contado no te va a hacer cambiar.
- ¿Qué quieres decir?
- Que no intentes ser como ella.
- ¿Yo? – preguntó haciéndose la sorprendida y a un mismo tiempo mostrándose
molesta.
- Sí, tú. No lo intentes – le repitió sonriéndole abiertamente – siempre me encantó
como eras, y me sigue gustando como eres ahora. Me sigue gustando que… te
preocupes por mí y… esa vena de madre que te da. Aunque te proteste, me gusta
– reconoció dejando perpleja a la enfermera que le devolvió la sonrisa sin
esperarse aquellas palabras, que le bajaron la guardia y la enternecieron,
consiguiendo que aflorasen de nuevo todos los sentimientos que la angustiaban
desde hacía un rato.
- Maca… - apretó los labios casi en un puchero, se sentía triste, muy triste y
odiaba ser tan transparente para ella.
- ¿Qué? – preguntó condescendiente.
- Nada – musitó bajando la vista.
- ¿Qué? – repitió levantándole la barbilla y escudriñándola con suma atención.
- Que… - apretó los labios en un nuevo puchero y los ojos se le humedecieron,
incapaz ya de refrenar sus sentimientos - ¡te quiero! ¡te quiero muchísimo! Y…
no soporto la idea de que… tú… de que volvamos y… nosotras…
- ¡Tonta! – sonrió con tristeza – no quiero que estés triste, ni que me mires así,
¡daría lo que fuera por no haberte hecho sufrir! ¡por seguir viendo el brillo y la
ilusión de anoche en tus ojos!
- No me has hecho sufrir – musitó sin convicción.
- ¿Sabes? Ana me dijo una vez que nunca dijera algo que no sentía mi corazón –
esbozó una leve sonrisa teñida de nostalgia y tristeza – sé que no es cierto lo que
dices y sé que si te he hecho daño y… ¡lo siento! – exclamó con énfasis - eso era
precisamente lo que quería evitar, por eso no quería hablarte de ella, por eso
no... quería hablarte de nada… ni quería reconocer que a pesar de todo este
tiempo yo…
- Maca – la silenció poniéndole un dedo en los labios – chist, ¡te quiero! y eso es
lo único que me importa.
- ¿Estás segura?
- ¡Te quiero! ¡te quiero! ¡te quiero! – repitió sonriendo intentando disimular la
congoja que sentía, cogió un cigarro y lo encendió insinuante luego se lo tendió
– toma – le ofreció intentando transmitirle la idea de que ella también pensaba
dejarla escoger.
- No, gracias – sonrió comprendiendo – tienes razón. No debo.
- Maca…. ¿puedo preguntarte algo? – la pediatra la miro y asintió - ¿qué le pasó a
Juanito?

Maca permaneció con la vista fija en ella, frunció el ceño y apretó los labios.

- Estoy cansada – le dijo esquiva, seca y cortante, oscureciendo la mirada.


- Vale – aceptó comprendiendo que la pediatra daba por finalizada la
conversación, aunque quizás, más adelante, podía intentar que siguiera
contándole lo ocurrido, porque estaba deseando saber todo lo que callaba – ¿no
quieres hablar de ello?
- No – musitó tan bajo que Esther casi ni la escuchó.
- ¿Quieres irte a la cama?
- No – dijo negando con la cabeza – sería incapaz de dormir, creo que me… he
desvelado – sonrió levemente intentando mostrarse más afable – vete tú, me
apetece tomar el aire.
- ¿Quieres estar sola? – le preguntó directamente y Maca se encogió de hombros
indecisa, por un lado sí, quería estarlo, pero por otro la necesitaba, deseaba que
siguiera a su lado que la tomara de la mano y simplemente permaneciera allí
junto a ella – porque… salvo que desees estar sola, no me voy a ir – le devolvió
la sonrisa – yo tampoco tengo sueño y quiero estar aquí, contigo, si… no te
importa.
- ¡Gracias!
- No tienes por qué dármelas – sonrió sentándose a su lado y recostándose en su
regazo como hiciera cuando escuchaban a Germán. Maca, instintivamente
perdió la mano entre su pelo, acariciándola con suavidad.
- Tenías razón – admitió tras unos segundos.
- ¿En qué?
- Aquí las noches son preciosas – murmuró con un profundo suspiro lleno de
tristeza.
- Sí, lo son – ratificó - ¿habías visto alguna vez tantas estrellas?
Maca miró al cielo, Esther volvía a tener razón, era increíble la cantidad de estrellas que
podían llegar a verse. La observó recostada sobre ella, era cierto que la noche estaba
preciosa pero lo estaría aún más si Esther no tuviese esa mirada temerosa cada vez que
le hablaba, cada vez que le preguntaba, pero no sabía qué hacer para borrar lo que ella
misma había originado con su confesión. Suspiró levemente y luego respiró hondo,
como si le faltara el aire. Permanecieron así unos minutos, en silencio, en los que Esther
no dejaba de observarla y de darle vueltas a la cabeza, su mente repetía una y otra vez
las últimas palabras de Maca antes de irse al baño “Juanito murió y todo cambió”, “Ana
no esta bien”, “no está bien”, “todo cambió”, “todo cambió”, sentía que la cabeza le iba
a estallar, necesitaba saber qué cambió, necesitaba saber qué le pasaba a Ana y, sobre
todo, qué le pasaba a Maca, no lo soportaba más, esa incertidumbre la estaba
consumiendo y, de pronto, decidió lanzarse.

- No te preocupes, cariño – le dijo y Maca la miró desconcertada sin saber a qué


se refería – quiero decir por Ana, que es normal.. que Ana no haya vuelto a ser la
misma, una madre nunca… se recupera de algo así – dijo finalmente la
enfermera intentando darle pie a que Maca siguiese hablando.
- Ya lo sé – respondió secamente.
- Y… tú también has debido de pasarlo fatal – continuó obviando su tono cortante
– y veo que sigues… afectada y….
- Esther... – la recriminó levemente sin ganas de seguir con aquella conversación
pero los ojos de la enfermera le suplicaban lo contrario y, tras mantenerle la
mirada unos segundos, no supo negarse - no… no es solo por eso – musitó
mirándola fijamente, Esther aguardó pacientemente a que dijese algo más pero
Maca no lo hizo y ella se moría de curiosidad, sin embargo, decidió no
preguntar, sabía que lo que Maca se guardaba debía ser algo que aún le dolía y si
quería descubrir qué era, sería mejor dejarla que lo revelase cuando sintiese esa
necesidad. Le acarició el antebrazo y luego la mejilla, apretando los labios
mostrándole la inmensa ternura que sentía por ella, mostrándole su amor – ya te
he dicho que Ana no está bien, tras... vamos que… nunca se recuperó y… al
poco tiempo de la muerte de Juanito, cuando Ana parecía que comenzaba a
reaccionar…. tuve el accidente y… - le dijo tan bajo que Esther, junto a ella, casi
ni la oía – y… ni siquiera sé si… ella… si… llegó a enterarse - se le quebró la
voz y los ojos, de nuevo, se le llenaron de lágrimas.
- Cariño… no hace falta que digas nada ¡Imagino lo que debió ser! – exclamó
arrepintiéndose de haber insistido. No soportaba verla sufrir de aquella forma.
- Si… - murmuró con la barbilla temblorosa, negando con la cabeza, cabizbaja.
- Pero … por lo que sé, han pasado más de tres años y por lo que me has contado
Ana es una mujer fuerte y decidida, ya verás como…. con un poco de tiempo y
con tu ayuda…– la miró sin saber qué palabras escoger, sin saber si debía darle
ánimos como una buena amiga, cuando en realidad deseaba que su matrimonio
estuviese tan roto que ella tuviese alguna opción, o si lo mejor era cerrar la boca
y no adentrarse en un tema tan espinoso por mucho que torturase a Maca, pero
las ganas de saber qué ocurría con su mujer pudieron a todas las demás
consideraciones que se hacía - Ana… ya se habrá acostumbrado, habrá ido
asimilándolo… y… ¿no está mejor?
- No – admitió – no lo está. Llevamos más de tres años intentándolo todo y …
aunque no pierdo la esperanza sé que es inútil, me lo han asegurado muchas
veces y yo también soy médico pero.. no sé… a veces… - se interrumpió y de
nuevo cambió de tono - y… yo… yo prometí … estar siempre a su lado…
ella… no está bien – murmuró en voz muy baja. Esther deseaba cada vez con
más fuerza saber qué le ocurría pero no preguntó, esperando que Maca se lo
contase, imaginaba que cuando hablaba en plural se refería a los padres de Ana,
la miró y enarcó una ceja intentando instarla a seguir, a que le contase qué
pasaba con ella, cómo había muerto el niño, sin embargo, no lo hizo, Maca la
miró con las lágrimas casi saltadas – y… tengo que cumplir mi promesa, Esther.
Tengo que estar a su lado. Me necesita, como yo la necesité a ella, tengo que
hacerlo – musitó - ¿me entiendes ahora? ¿entiendes por qué yo no… no quería…
no… no podía?

La enfermera asintió sin pronunciar palabra, no podía hablar, el nudo de su garganta se


lo impedía, tenía la sensación de que Maca por primera vez estaba siendo tan sincera
con ambas que quizás no le gustase lo que le quedaba por escuchar.

- Esther, ¿de verdad que me entiendes? – le preguntó angustiada.


- Si – musitó.
- ¿Seguro que lo entiendes? – insistió y la enfermera asintió – ¿entiendes que
cuando volvamos… tú y yo… yo… no voy a dejar de verla, de visitarla, de…?
- Me estas queriendo decir que… que… ¿no tengo oportunidad alguna?.. ¿qué
volverás con tu mujer?
- ¡No! ¡claro que no! – exclamó reflejando el pánico que sentía solo de pensar en
esa posibilidad.
- Entonces, no, no te entiendo. Es muy triste todo lo que me has contado, ¡muy
triste! – enfatizó – y… creo que lo es más todo lo que te callas – continuó
provocando que Maca bajase la vista, descubierta - Imagino todo lo que ha
debido sufrir Ana, sé lo desesperante que es ver como la persona a la que quieres
se encierra en un pozo y no te deja ayudarla a salir – confesó recordando los
momentos previos a su marcha y Maca comprendió que le hablaba de ella y se
sintió aún más culpable – por eso también sé todo lo que estás sufriendo tú, por
ella, por verla como la ves, pero… pero… si… lo que dices es cierto y si ella
no… quiero decir que… eso no es motivo para que tú… no intentes… ser
feliz…
- ¿Cómo lo intentaste tú?
- No – fue ahora ella la que respondió seca y cortante.
- Ya… - murmuró con aire de decepción - Esther yo… no sé como explicártelo…
yo… quisiera que me entendieras. Que comprendieras que yo no puedo dejar
de… ir a Sevilla, tengo que verla… no puedo dejarla sin más… ella no… no se
lo merece… siempre estuvo a mi lado… siempre me ayudó… ¡hasta se enfrentó
a mi madre y le cantó las cuarenta! ¿sabes que fue ella la que habló con mis
padres cuando íbamos a casarnos! mis padres no iban a venir a la boda, mi
madre ni siquiera me dirigía la palabra, estaba ofendida, ¡muy ofendida! me
casaba con una mujer ¡y encima con la hija de una de sus mejores amigas! ¡un
auténtico escándalo! pero Ana se plantó en casa y fue ella la que los convenció,
sin ella yo no…no hubiera sido capaz de salir de donde me metí… yo… - volvió
a temblarle la voz pero se repuso con rapidez - no está bien y… no voy a …
fallarle, otra vez no - se interrumpió mirándola fijamente, con cierto aire
desafiante, sin percatarse del gesto de extrañeza que hizo la enfermera al
escuchar lo de “otra vez”, ¿de que vez le hablaba? -… yo…. – la miró
circunspecta, incapaz de expresar con palabras todo el dolor y la angustia que
llevaba años soportando y callando, todo lo que se le venía a la mente, había
creído que podría contarle absolutamente todo sin sentirse como se sentía pero,
no podía, no podía, sintió una angustia enorme, una culpabilidad por lo pasado y
por el presente, Esther no se merecía eso, no se merecía ese silencio ni esas
dudas que le estaba generando, pero no era capaz de seguir contándole, no era
capaz de abrir su corazón de par en par y no entendía el por qué no podía
hacerlo, lo necesitaba, quería que ella la consolara, que le dijera que la entendía
pero, ahora más que nunca, tenía la certeza de que no sería así.

La enfermera aguardaba con un rictus de seriedad, sabía que había algo más, y sabía que
Maca estaba calibrando si contárselo o no. Tan angustiada la vio que decidió tenderle la
mano y hacer lo que tantas veces todos le dijeran, ayudarla.

- Maca, puede ser que no entienda ciertas cosas, y puede ser que me gustaría que
otras fueran de diferente forma…. pero de lo que sí estoy completamente segura,
es de que lo único que me importa es que tú estés bien, solo me importas tú, me
da igual el pasado y me da igual el futuro, si tú me dices que me quieres, que me
necesitas, que quieres que regresemos juntas a Madrid, todo lo demás no me
importa – le dijo con fuerza – ¡no me importa nada! ¡solo tú!
- Esther…
- Te lo digo muy en serio, ¡no me importa nada más que tú!
- ¿Y mañana? puede ser que aquí y ahora, eso que dices, sea verdad pero ¿y
mañana? – repitió – ¿pensarás lo mismo cuando todos los fines de semana vaya
a Sevilla?
- No lo sé… y tampoco quiero pensar en ello.
- Pero tienes que pensar en ello – casi le ordenó de nuevo con los ojos
humedecidos – tienes que hacerlo.

La enfermera desvió la mirada, sabía que Maca tenía razón pero en esos momentos solo
podía pensar en una cosa, en cerciorarse de que Maca la amaba, en asegurarse de que
ese amor iba a poder con todos los obstáculos. Eso le bastaba, lo demás carecía de
importancia si Maca le confesaba su amor.

- Me has preguntado muchas veces qué necesito, me has preguntado si te quiero…


- dijo Maca viendo que Esther permanecía ensimismada, con una expresión de
seriedad y tristeza que la angustiaba.
- Maca….
- Escúchame – la cogió de las manos y la miró fijamente – desde hace mucho
tiempo, no me sentía como me has hecho sentir estos días, no me atrevía a
reconocerme a mí misma muchas cosas y si hubiéramos seguido en Madrid,
jamás hubiera dado el paso que he dado, pero aquí… la vida es tan diferente… el
tiempo es tan … tan corto y a la vez tan… tan largo que… no sé, no sé si lo que
hemos hecho es para bien o para mal, pero … me da igual – reconoció elevando
levemente las cejas con cara de circunstancias - ¿quieres saber la verdad? – le
preguntó y la enfermera hizo un ademán de asentimiento no exento de temor - la
verdad es que cada vez que pensaba en ti sentía que te seguía amando como el
primer día, que tu recuerdo siempre ha estado presente en mi mente y en el
fondo sabía que iba a seguir allí, volviese a verte o no. Y aquí me has hecho
darme cuenta de que necesito volar contigo a un mundo de sueños, esos sueños
que me daban la vida, esos sueños que solo tú lograste que creyese que podían
ser realidad, esos sueños que me hacían sentir amada, especial, eterna, necesito
que vuelvan esos días en que me hacías volar sin alas, en que me veía soñando a
tu lado, solas las dos… como anoche… como… como hace un rato…
- Esos días pueden volver, si tu quieres, ¡pueden volver…! - exclamó con tal
ilusión que consiguió arrancar la primera sonrisa franca y libre de tristeza en la
pediatra desde hacía mucho rato.
- Esther, ¡claro que quiero que vuelvan! pero… ¡no es tan fácil!
- Lo sé – afirmó y con un profundo suspiro repitió – lo sé, cariño, lo sé. Pero si las
dos lo queremos… si tú estás dispuesta a …
- Yo… - intentó interrumpirla. pero Esther no la dejó.
- Maca si de verdad lo deseas si…
- Lo deseo – clavó sus ojos en ella y Esther leyó sus sinceridad y a un tiempo su
angustia - ¡lo deseo! – aseguró con tanta fuerza que Esther no dudó de aquellas
palabras – y… yo podría conseguir que… las cosas cambiaran…. si me dieras
un poco de tiempo yo…. podría…. arreglar mi vida o al menos…ciertas cosas de
ella….
- ¿Pero….? – le preguntó convencida de que había algo más, la conocía muy bien
y sabía que esos titubeos escondían algún temor, alguna duda.
- Pero necesito que me prometas que no vas a volver a soltarme de la mano…
- ¿Qué quieres decir?
- Tengo miedo a que se vuelva a repetir, a que me vuelvas a dejar, a que renuncies
a todo esto y luego te arrepientas, a que no seas capaz de aguantar todo lo que
me rodea en Madrid – le dijo mirándola con temor y la enfermera esbozo una
sonrisa tierna – mi vida no es nada fácil, y no me refiero solo a Ana, la clínica
me ocupa mucho tiempo, demasiado, y están las amenazas, no soportaría que te
pasara nada por mi culpa y, además…, después de ver todo esto dudo mucho
que seas capaz de aguantar aquello y tengo miedo a que si me dejas… - suspiró
– tengo miedo a caer de nuevo en el vacío, a no poder levantarme nunca más.
- Maca… no te voy a dejar nunca… ¡te lo prometo! – la besó con tanta ternura
que la pediatra se estremeció – nunca, nunca, nunca – repitió arrancándole otra
sonrisa.
- Esther… – le susurró al oído, presa de la emoción que sentía, refugiándose en
sus brazos.
- Maca… yo también quiero que me prometas algo – le dijo separándose de ella.
- ¿El qué? – preguntó con temor borrando la sonrisa de su rostro, sospechando
que necesitaba saber que hablaría con Ana, pero eso era casi imposible.
- Que pase lo que pase, no vas a volver a encerrarte en ti misma… que… vas a
contar conmigo cuando tengas un problema … que… no vas a volver a
apartarme de ti …
- Esther… no puedo prometerte eso, yo…. no puedo…
- Maca… - protestó.
- Esther, podría decirte que te lo prometo pero… sabes como soy… sabes que
cuando… cuando algo… algo me afecta mucho… necesito tiempo… necesito
asimilarlo yo sola… necesito… espacio…
- Maca… tú... ¿me amas? ¿me amas de verdad?
- ¿Todavía lo dudas?
- Necesito escuchártelo decir.
- Ya te lo he dicho – respondió sorprendida – te lo he dicho hace un momento.
- ¿Me amas? – repitió.
- Depende.
- ¿Qué? – preguntó con temor, perpleja.
- De lo que entiendas por amar – sonrió con ojos picarones, cansada siempre de la
misma pregunta. No sabía ya cómo quería que se lo dijera.
- ¿Qué entiendes tú?
- Sabes lo que dijo Gibran que “El amor no da más que de sí mismo y no toma
nada más que de sí mismo. El amor no posee ni es poseído. Porque el amor es
todo para el amor." – respondió esquiva.
- Muy bonito – respondió sin comprender el significado de aquellas palabras ni lo
que Maca quería decirle con ellas - pero no me has contestado, ¿tú me amas?
- Yo… creo que sí – sonrió burlona.
- Qué es eso de que crees, Macaaaa… - protestó – o estás enamorada de mí o no
lo estás.

La pediatra se encogió de hombros, con ese aire burlón que tanto divertía a la
enfermera, aunque esta vez era algo diferente, estaba disfrazado de un halo de tristeza, y
le sonrió con un profundo suspiró, comprendió su broma, resignada a aceptar su
negativa a pronunciar aquellas palabras, pero dispuesta a no dar su brazo a torcer.

- No estábamos de broma – dijo molesta – te lo he preguntado muy en serio…


necesito saberlo.
- No, ya sé que no bromeabas, pero… - suspiró, la miró fijamente y sin dudarlo,
tiró de ella y la atrajo, besándola.

La enfermera fue incapaz de resistirse, de frenarla, se entregó a aquel beso que


respondía a todas sus dudas, sintiendo que la elevaba de nuevo a la gloria, que podría
soñar con cada uno de esos besos que estaban siguiendo al primero, que estaba en el
cielo. Y estuvo segura de que Maca la amaba, que era la dueña de su corazón y, por
unos instantes, la hizo olvidarse de Ana, de Juanito y de todo lo que había escuchado
esa noche. Se separaron y la pediatra la tomó de la mano sin dejar de mirarla.

- ¿He respondido a tu pregunta?


- Pues no – dijo socarrona y Maca la atrajo de nuevo, clavó sus ojos en ella,
fijamente, rozándola casi con la nariz, los entornó y volvió a besarla, con
suavidad, comenzando con un ligero roce para ir ganando en profundidad e
intensidad, hasta tal punto que Esther comenzó a sentir crecer en su interior el
deseo, con una fuerza desmedida, subiendo hasta su vientre, permaneciendo en
él, hasta tal punto que le provocó un leve estremecimiento. Necesitaba fundirse
con ella, necesitaba comprobar que todo estaba en su sitio, que nada había
cambiado desde la noche pasada. Necesitaba que Maca le hiciera el amor como
esa misma mañana y ese deseo lo tiño de pasión, devolviéndole esos besos con
creces.
- ¿Y ahora? – le preguntó de nuevo, sintiendo cómo se le había erizado la piel.
- Tampoco – musitó exhalando un leve suspiro y mirándola con seriedad – besas
muy bien, pero yo te he hecho una pregunta muy seria.

Maca apretó los labios y tomó aire, parecía decidida a darle la anhelada respuesta,
esbozo una tímida sonrisa y le cogió una mano, se la acarició con ternura quedándose
ensimismada con la vista clavada en las manos que mantenían entrelazadas y luego
levantó los ojos hacia ella.

- Esther… ¿qué quieres que te diga? – volvió a sonreír levemente.


- Sabes lo que quiero escuchar.
- ¿Santo y seña? – intentó bromear, recordando las palabras de la enfermera un
par de tardes antes.
- Maca… - protestó.
- Cariño… llevo mucho tiempo, mucho, encerrada entre cuatro paredes, y… no
me resulta fácil salir de… ellas – enarcó las cejas intentando ser comprendida -
¿recuerdas el día que me llevaste a bañarme al río?
- Claro, ¿por qué?
- Porque ese día estuve a punto de… dejarme llevar, pero… no podía dejar de
pensar en lo que te iba a hacer si me dejaba arrastrar por tus intenciones. Hace
mucho, que yo… solo vivía de recuerdos, que… había perdido la esperanza,
creía que aquellos sueños que compartimos jamás se harían realidad y me olvidé
de ellos, me centré en otras cosas e intenté seguir mi camino, llegué a creerme
que controlaba de nuevo mi vida, pero no dejaba resquicio para nadie, ni para
nada que no fuera mi trabajo y mis viajes a Sevilla. Aún así, cuando llegaste me
di cuenta de las ganas que tenía de escapar de todo eso, de hasta qué punto todos
hacían que me faltara el aire, ¿por qué crees que después de años bebí en la
fiesta de Adela? – preguntó retóricamente y un velo de culpabilidad tiñó los ojos
de la enfermera - ¡no! no, no, jamás te culpes por eso, era por mí, por mi
incapacidad, porque me había convertido en quien nunca fui, dejándome
arrastrar por todo y por todos en contra de mis propios deseos, de mis propias
convicciones, pero… hacía como que no era así, no podía reconocerlo, me
negaba a hacerlo, pero llegaste tú y… me tratabas como antes, unas veces con
respeto otras enfrentándote a mí, cuestionándome y tratándome de tú a tú, sin
importarte que estuviese sentada en…
- Sí me importaba, me importaba tanto que hasta soñaba con ello.
- Pues más a mi favor, porque aún así seguías viéndome a mí, ¿sabes lo que eso
significó! ¡creo no puedes hacerte una idea! empezaste a hacerme cuestionar mi
vida, y cada pensamiento era como… como un dardo que se me clavaba y quería
escapar de todo eso y no podía, me empezaron a pesar esos sueños que creía
olvidados, deseaba verte, hablar contigo, cenar contigo una noche, aunque solo
fuera para charlar sobre esos recuerdos.
- Pero… Maca… yo… te veía tan segura, tan contenta… la clínica es un éxito,
has conseguido que los que se han sumado a tu proyecto lo hagan con tanta
ilusión y ganas que da la sensación de que es también de ellos, estás rodeada de
buenos amigos, te he visto reír con ellos, disfrutar con ellos y con… con Vero,
se ve que tienes algo especial, siempre está pendiente de ti y tú, aunque lo
niegues de ella y… yo .. creía que te sobraba que.. ni siquiera te fijabas en mí.
- Fachada, solo fachada, Esther, la fachada de la vida – reconoció apretando los
labios – soy una Wilson, me guste o no, y me educaron para eso, para mantener
siempre una fachada, llena de alegría aunque por dentro la amargura me
estuviese matando. Y… ¡me fijaba constantemente! Pero a veces sentía que solo
podía ir en una sola dirección, la que me habían trazado, que si me movía un
milímetro intentando cambiar algo, un golpe me volvía de nuevo al camino,
hasta me dolía si respiraba, pero llegaste tú y… las puertas que había cerrado, se
abrieron, y por mucho que intentaba que se mantuvieran cerradas, por mucho
que luchaba porque no encontraras la llave, allí estabas, con ella en la mano y
yo… no podía hacer nada, más que dejarte abrirlas, dejarte inundar mi vida de
una luz que me tiene completamente cegada, una luz que me llena y que…. – se
interrumpió mirando a la enfermera, sorprendida, dos lágrimas surcaban sus
mejillas - ¡Esther! cariño – murmuró haciéndole una carantoña – no llores.
- No puedo evitarlo… - hipó enternecida por lo que escuchaba.
- No quiero que estés triste… ¡cariño!
- No estoy triste – musitó bajando los ojos y secándose las lágrimas con rapidez -
¡estoy feliz!
- Claro – rió abiertamente, incrédula, enjugándole las lágrimas - Ya esta bien de
seriedad, no quiero ver esa expresión en tus ojos – le dijo insinuante – si te he
contado todo esto es para que me entiendas, no para que sufras.
- Maca… si tú sufres… yo sufro – reconoció y sonrió al ver que a la pediatra se le
humedecían los ojos y apretaba los labios emocionada también por lo que
acababa de decirle.
- Esther yo… necesito que … que me entiendas, yo… hace tiempo que me
acostumbre a la vida que llevo, hace tiempo que no pido nada, que no espero
nada, ¿recuerdas cuando me preguntas en el río si era feliz? – le dijo mirándola
con atención, la enfermera asintió - ¿recuerdas lo que te dije? – preguntó y
Esther volvió a asentir.
- Cada palabra – musitó.
- Hace años que no lo soy, que no esperaba serlo, que tan solo me conformaba con
salir de vez en cuando con Claudia o con Vero, centrarme en mi trabajo, semana
tras semana, por eso para mí la clínica era tan importante – confesó intentando
adivinar el efecto de sus palabras en Esther que la escuchaba con suma atención
- pero… desde que.. volviste, no sé… algo en mi interior me decía que quizás…
- se detuvo mirándola fijamente – Esther yo quiero reírme contigo, disfrutar
contigo como antes, como ayer, no quiero que te preocupes por nada, ya
arreglaré lo que tengo que arreglar cuando volvamos, ¡te lo prometo! quiero –
exhaló un profundo suspiro abriendo los brazos en señal de querer abarcarlo
todo – quiero…
- ¿Qué quieres?
- Quiero… - se calló incapaz de expresar todo lo que sentía.

Esther la miró burlona, consciente de que no saldría ni una palabra de aquellos labios
que adoraba y que tan bien conocía, consciente de que sería incapaz de decir un simple
“te amo”.

- Todo esto que me cuentas es porque… no me vas a decir que me amas, ¿verdad?
– la interrumpió sonriendo comprensiva y enarcando las cejas de tal forma que
Maca enrojeció - Pues yo sí que te amo y sí que haría por ti cualquier cosa – la
cortó con una expresión divertida al ver sus vanos intentos de expresarle sus
sentimientos.

Iba a demostrarle que no la había hecho sufrir, aunque no fuera cierto. No quería ver esa
sombra en sus ojos, esa tristeza en su alma, no quería que siguiera hablando de aquello
que tanto le afectaba, aunque ella estuviese deseando conocerlo. Estaba muy claro que
Maca se había echado atrás, que no iba a contarle nada más de Ana, al menos por esa
noche y ella no iba a presionarla. Solo por verla con aquel gesto de alegría que le estaba
poniendo al escuchar su declaración, ella era feliz.

- ¿Ah, sí? ¿con que …. cualquier cosa? – preguntó burlona e insinuante a un


tiempo, aceptando el juego de palabras de la enfermera.
- Si – sonrió misteriosa.
- ¿Cómo qué? – preguntó esperanzada.
- Pues … déjame pensar – la miró entornando ojos y poniendo expresión soñadora
- yo por ti pintaría un cuadro gigantesco, llenaría todas las calles con tu …
- ¡Un cuadro gigantesco! – repitió con énfasis - eso es muy fácil con un poco de
dinero – le respondió, interrumpiéndola, con gesto de suficiencia y un aire
ligeramente despectivo.
- ¿Ah, sí? ¿eso piensas?
- Si.
- Y si el lienzo fuera mi mente, y los colores fueran todos los que tú has puesto a
mi vida… - le sonrió levantándose, enarcando una ceja y torciendo la boca en
una mueca de superioridad, luego miró al cielo y levantó una mano, impostando
la voz, declamando - por ti, cada noche alcanzaría la estrella más luminosa y la
pondría en tu ventana, para que vele tus sueños e ilumine tu alma… - le dijo
volviéndose hacia ella - ¿qué! ¿no dices nada! ¿puedes hacer tú eso con un poco
de dinero? – inquirió burlona.
- ¿Desde cuando… - le preguntó divertida por aquel juego, sintiéndose
profundamente aliviada al ver que Esther no pensaba presionarla, sabía que
debía contarle todo pero no se sentía con fuerzas, necesitaba sentirse como la
noche anterior, sentir que todo podía arreglarse que podía ser feliz con ella que,
aún cabía la esperanza – te has vuelto poeta?
- Esta tierra inspira de todo – suspiró soñadora - Y ¿tú? ¿harías algo por mí?
- ¿Yo! ¿qué quieres que haga? – dijo socarrona - ¿te parece poco aguantarte el día
entero?
- Te aviso que no soy Germán… - sonrió amenazante.
- ¡Gracias a dios! – exclamó soltando una pequeña carcajada.
- ¡Maca!
- Es broma boba.
- ¿No harías nada por mí? Digo, nada romántico.

Maca la miró burlona y Ester se temió una de sus respuestas sarcásticas, de esas que la
dejaban sin saber qué decir, ni que hacer. No había forma con ella.

- Por ti – rompió el silencio con voz insinuante, sibilante y tan cadenciosa que
Esther se sentó en el escalón, juntó sus piernas y se abrazó a las rodillas,
apoyando la barbilla en ellas, dispuesta a escucharla, con tal cara de anhelo y
atención que Maca sonrió - Solo por ti desearía tener alas, llevarte de la mano
volando lejos de aquí, a otro mundo, un mundo lleno de felicidad, donde nada
pudiera dañarte, donde el sentimiento de amar no tuviera fin… ¿te gusta eso? –
le preguntó en el mismo tono de burla y Esther asintió divertida con su intento.
- No esta mal.
- ¿Cómo que no esta mal? – sonrió cada vez más cómoda con el juego y casi
olvidando todo lo que habían hablado.
- Eso, que no está mal, pero… yo estaba pensando en… algo más romántico,
más… intenso…, más…
- Pues…. – la miró pensativa – yo…. solo por ti sería capaz de dejar que leyeras
mi mente, para que dejes de pensar tonterías, para que dejes de dudar y temer,
para que te vieses junto a mí, sin tiempo, sin distancia, sin prisa, quisiera ser
capaz de poner a tus pies todos tus deseos, solo por ti – torció la boca en una
mueca burlona y Ester esperó con una sonrisa lo que se avecinaba, Maca bajó el
tono y se aproximó, inclinándose, a su rostro, susurrando - bebería con ansia de
tus labios el elíxir de tus besos, paliaría mi sed siempre en tu lago – la miró
sonriente, echándose de nuevo hacia atrás y dejando a Esther con el deseo
desmedido del beso que no había llegado – te buscaría para abrigarme con el
calor que me da tu amor, solo por ti te buscaría con desespero en la oscuridad,
aún sin luz en mis ojos, te encontraría, atrás quedaron los sueños, mí guía tú,
ahora eres mi realidad, mi vida, mí norte, mí sur… ¿vale así?
- ¿Eso nada más? – preguntó sonriendo con una mueca de suficiencia dispuesta a
hacerla sufrir un poco – vas a tener que mejorar y estrujarte la cabeza.
- Pues… solo por ti he sido tocada por las alas de un ángel y ese ángel eres tú,
iluminas mi camino hacia tu corazón que palpita al son del mío… ¿no dirás que
esto no es de tu estilo así, melosito?
- ¿Mi estilo? ¡perdona! pero mi estilo es… ¡mucho mejor que eso! – le dijo con
aire despectivo - eso es cursi, ¡muy cursi!
- ¿Cursi?
- Muy, muy, muy cursi, Maca. Más cursi que decirle a Yumbura que algo es…
delicioso – la remedó recordando la visita que le hicieron en la aldea.
- ¿Con que esas tenemos?
- Sí – sonrió burlona – a ver ¿qué más?
- Nada más… si te vas a reír de mí.
- ¿Yo! ¿reírme de ti, yo? – preguntó burlándose de nuevo.
- Ahora verás - la amenazó - Solo por ti encontraría una melodía para este amor,
convertiría cada nota en una ligera pluma y volando hasta a ti, llegaría a tus
oídos en sintonía de balada …
- Hombre romántico si que es, pero no sé Maca, no se te ocurre nada más…
¿original?
- Original, y romántico – murmuró enfurruñada - Solo por ti contra el viento
correría, lucharía contra la tempestad de la distancia y aunque el mundo quiera
alcanzarme, mí meta, tus brazos, mí refugio tu alma, mi calma, tu mirada…
- No está mal pero… qué tal algo más… contundente, Maca, algo así como…
hizo una pausa e impostó de nuevo la voz, recitando - por ti navegaría en un mar
de lágrimas, peinados mis cabellos con la brisa de los sueños, como puerto
donde llegar, esperanza de volvernos a encontrar… Solo por ti caminaría por un
prado de espinos descalza, por cada gota de sangre derramada, un beso tierno de
mi alma… Solo por ti alzo el vuelo en cada canción, en cada verso, en cada
suspiro, en cada emoción, en cada sonrisa, en cada ilusión…
- ¡Joder! – exclamo entregada a ese juego - ¿Y eso no es cursi?
- Perdona que te diga eso es… ¡precioso! – rió igualmente divertida – yo por ti
gritándolo al mundo en completo silencio, quien dicta mi corazón, quien
compone mi alma, tú recuerdo, tu mirada, son mis letras enredadas…
- Me rindo, no se me ocurre nada… contundente, ni original, ni romántico ni que
esté a tu altura – sonrió vencida mirándola con admiración – ¿nos vamos a la
cama! quizás allí… me inspire – dijo insinuante.
- Sí – suspiro – Anda, desastre, vamos a la cama, ¡valiente poeta!
- ¡A dios, la escritora famosa! Te recuerdo, que quien te leía poemas y te
descubrió a Neruda fui yo.
- Uy, uy que te veo con un poquito de rencor.
- De eso nada, lo que pasa es que te aprovechas de que hace apenas un mes estaba
en coma y no me acuerdo de nada – le dijo maliciosa viendo que la enfermera se
ponía seria - Tú deja que yo recupere la forma y te vas a enterar. ¡Te pido la
revancha!
- ¡Ay, mi niña! no me recuerdes esos días – la abrazó por detrás con un suspiro -
¡si supieras lo mal que lo pasé!
- ¿Lo pasaste mal?
- Si – reconoció por primera vez.
- ¿Muy mal?
- ¡Mucho! – exclamó asintiendo - deseaba estar contigo a cada instante y no sabía
ya que excusas buscarme para ir a la clínica y verte, para pedirte al oído que
despertaras, para besarte sin que nadie me viera.
- ¿Me besaste?
- Una vez, cuando estabas ya en la habitación y creía que dormías.
- Luego… ¿no lo soñé?
- ¿Soñabas que me besabas?
- Si – reconoció con otra sonrisa – tan a menudo que creía volverme loca.
- Yo si que creí volverme loca cuando tu madre se empeñó en llevarte a Sevilla, y
separarte de mí.
- Lo siento - la cogió de las manos y Maca la atrajo sentándola en sus rodillas – ya
sabes como es mi madre.
- ¡Tenía tanto miedo de que te pasara algo! – exclamó acariciando su rostro y
clavando los ojos en sus labios sintiendo que la embargaba el deseo – que no
pudiera volver a verte, sin haber sido capaz de decirte que… ¡te amo!
- Ven aquí, tontona – le dijo besándola – no pongas esa carita de pena, si estoy
hecha un pimpollo, ¡mírame! estás consiguiendo milagros – sonrió – ¡enfermera!
¡si solo me falta levantarme y ponerme a bailar!

Esther soltó una carcajada, y la observó alegre, todas sus dudas disipadas, habían
bastado unos minutos con unos de sus antiguos juegos para hacerla sentir que estaba en
una nube y que estaba con ella, sonrió dándole la razón, era cierto que Maca distaba
mucho de parecer enferma, se inclinó y la besó de nuevo.

- ¿Entramos? – preguntó la enfermera insinuante.


- Primero necesito ir al baño – le dijo enarcando las cejas en un gesto cómplice,
Esther comprendió al instante.
- ¿Puedes sola?
- Sí – sonrió echando la silla hacia atrás, dispuesta a entrar en la cabaña y dar la
vuelta, como siempre, por la parte trasera.
- Aquí te espero – respondió la enfermera – no tardes.
- No tardo - prometió.

Esther asintió con un suspiro, era increíble lo que Maca la hacía sentir. Tanto tiempo
creyendo que sería incapaz de ser feliz, y mucho más después de lo que le sucediera en
el orfanato, tanto tiempo creyendo que no sería capaz de superarlo, que nunca volvería a
ser la misma y, ahora, en un par de meses la pediatra había puesto de nuevo su vida
patas arriba, era la segunda vez que lo hacía y deseaba con toda su alma que fuera la
última. Maca había conseguido que disfrutara de nuevo trabajando a su lado, había
conseguido que se sintiera tranquila, en paz, que tuviera un objetivo y una ilusión que
creía olvidados y sobre todo, la estaba ayudando a ver todo aquello, lo que tanto amara
durante cinco años y que aborreciera de un plumazo, con otros ojos, los ojos de una
nueva vida que se le brindaba de su mano y deseó compartir con ella toda lo que le
faltaban por conocer. Miró a la luna y se le escapó una sonrisa nostálgica, su mente voló
a la canción que Germán había cantado, ¡qué verdad encerraba aquella letra! No pudo
evitar recordar todas aquellas pequeñas cosas que siempre le habían impedido olvidar a
Maca, esas pequeñas cosas que la hacían tan especial.

- ¿Se puede saber en qué piensas? – escuchó a su lado y se giró con tal cara de
sorpresa que Maca lanzo una carcajada.
- Chist - la reprendió riendo también con la mano en la boca – ¿ya estás aquí?
- Te prometí que no tardaría – sonrió insinuante mirando divertida la expresión de
la enfermera - ¿no me vas a decir en qué piensas? – insistió.
- Pensaba en la canción de Germán y en lo que significa – confesó bajando la voz.
- Y para ti, ¿qué significa? – preguntó interesada.

Esther la miró, su rostro se volvió serio y pensativo.

- ¿Sabes? el día que te asaltaron, cuando entraste en coma mientras te hablaba…


- ¿Estabas conmigo? – la interrumpió sin recordar nada, y ni siquiera saber si
alguien se lo había dicho.
- Sí – sonrió ante su sorpresa - ¡y mi trabajo me costó! ¡no querían dejarme
entrar!
- Esther… - la acaricio enternecida - ¿te lo hicieron pasar mal?
- Bueno…. era normal…. yo… acababa de llegar y tú… ¡estás tan bien protegida!
– exclamó con ironía.
- ¿Qué pasó esa noche? – le preguntó reconduciendo el tema.
- Que… cuando nos dijeron como estabas, yo… me derrumbé. No fui capaz de
disimular. Estaba convencida de que era culpa mía, por.. por lo que te dije en el
campamento y… que si yo no hubiera sido tan burra no te habrías marchado de
aquella forma y… me desesperé, recuerdo como Teresa me metió en un taxi y,
sin saber porqué en vez de irme a mi piso me marché a casa de mi madre… cogí
una pequeña caja que guardaba en lo alto del armario – le confesó clavando sus
ojos en ella – allí guardaba esas pequeñas cosas que me recordaban lo feliz que
fui contigo, algunas fotos, algunas entradas de teatro, de cine, folletos de Jerez,
¿te acuerdas? – le preguntó y Maca asintió ¡vaya si lo recordaba! la enfermera se
dedicó aquella Navidad a coger todo lo que pudo de cada sitio al que la llevó –
en fin, que recordé lo mucho que te amaba y recé porque te recuperases, por
tener la oportunidad de decírtelo.
- Esther...
- Pensaba en ello – sonrió con dulzura – y … en como ha cambiado todo desde
ese día y en lo feliz que me haces y … en lo complicadas que hacemos las cosas
cuando en realidad todo es tan simple como desear que se repitan todos los días
esas pequeñas cosas.
- Cariño… - musitó enternecida, sintiéndose también inmensamente feliz - ¿a
pesar de todo lo que te he contado? ¿A pesar de que te he dicho que… no voy a
dejar de verla?
- ¿Cómo que a pesar? el que me hayas abierto tu corazón me hace mucho más
feliz. Y… yo no te querría si no fueras como eres – confesó con una sonrisa y
Maca recordó inmediatamente las palabras de Germán aconsejándole que le
contara todo a Esther y diciéndole exactamente esa misma frase.
- ¡Esther…! – exclamó con las lágrimas saltadas.
- ¡Tonta! – sonrió satisfecha de ver aquella expresión en sus ojos.
- ¡Ven aquí princesa! – susurró tirando de ella y manteniendo agarrada su mano.
- Maca…tú… ¿dónde guardas esas pequeñas cosas? – se le ocurrió preguntar con
curiosidad, manteniéndose en pie frente a ella - ¿quiero decir que… guardas
cosas de cuando estábamos juntas?
- Si – sonrió.
- Y… ¿dónde las tienes?
- Aquí – respondió señalándose el corazón – siempre aquí – enfatizó.

Esther se aproximó y la besó, la ternura dejó paso a la pasión, se sentó en sus rodillas, y
se besaron cada vez con más fuerza, la enfermera se retiró temerosa, no quería que
nadie las viera. Un relámpago iluminó el campamento y Esther saltó de sus rodillas
como si alguien hubiera encendido la luz descubriéndolas.

- ¿Va a haber tormenta? – preguntó Maca con un deje de temor, mirando al cielo,
que había enrojecido y ocultaba la cantidad de estrellas que se divisaran minutos
antes.

Esther asintió, sonriendo levemente, comprensiva y sonrojada por la excitación que


seguía sintiendo, la suave brisa que tanto las consolara del calor del día, había arreciado
avecinando la lluvia, que pronto comenzaría a caer. Maca se abrazó así misma con un
escalofrío, y un leve gesto de desconcierto que divirtió y a un tiempo enterneció a
Esther que, solícita, pasó sus manos por los brazos de la pediatra, dándole calor, al
tiempo que comenzaban a caer gruesas gotas. Se miraron y sin mediar palabra, entraron
en la cabaña.

Instantes después el viento comenzó a golpear con fuerza en la ventana, y a duras penas
alcanzaron a guarecerse de la lluvia que comenzó de improviso con una fuerza inusitada
para la pediatra. Todo estaba oscuro y Maca sintió que otro escalofrío recorría su
cuerpo, pero no era el miedo el que se apoderaba de ella, sino un placer incontrolable.
No podía pensar con claridad en aquellas circunstancias. La tormenta y Esther que la
observaba en silencio, los besos que se habían dado se le antojaban diferentes, los
grandes ojos de la enfermera más oscuros que nunca, recorriéndola cada milímetro,
analizando su cuerpo, desnudándola con la mirada y esperando, a que ella diera el paso.

Esther más que nunca deseaba sentir a Maca, sentir que la amaba, sentir que aquella
confesión y aquel dolor desaparecían ante el fuego abrasador de su amor. La miró
fijamente y Maca le devolvió la mirada, mostrándole que ella deseaba y necesitaba lo
mismo, pero no estaba segura de si Esther, después de todo lo que había escuchado,
estaba dispuesta a entregárselo por mucho que lo desease. Sabía que debía terminar su
historia, quizás debía hacerlo en ese mismo instante, pero no fue capaz de abrir la boca,
solo mirarla y ver como encendía la luz de la lamparita, como le devolvía la mirada, esa
mirada que la hacía olvidarse del resto del mundo. Ambas permanecieron quietas, con
los ojos clavados en la otra, deseándose de tal forma que rápidamente supieron lo que
iba a pasar en unos instantes, incapaces de cortar ese contacto visual que a cada segundo
ganaba en penetración y deseo.

Maca se pasó la lengua por los labios con nerviosismo, llevaba todo el día esperando
ese momento, se acercó a la cama y se subió a ella, en silencio, solo mirando a la
enfermera que hizo lo propio recostándose a su lado, sin dejar de mirarla. Maca le
sonrió de tal forma que borró todas sus dudas. La pediatra estaba dispuesta precisamente
a eso, a demostrarle que la amaba como jamás había amado a nadie. Esther se recostó y
Maca, con suma delicadeza le acarició la mejilla, colocándole el pelo tras la oreja, rozó
sus labios con el dedo índice, pidiéndole permiso y Esther sonrió con la mirada, al
tempo que besaba el dedo de Maca, la pediatra se estremeció y a su mirada la seguían
sus manos, y a estas sus labios. Ya no había marcha atrás, permanecieron unos segundos
más escudriñándose, alimentando el deseo que crecía furioso en ambas. Y entonces
Maca sintió el calor de los labios de Esther posados con delicadeza en los suyos, un
calor que la poseía, borrando todo lo demás, llegando a lo más profundo de su ser.
Había sentido pánico de que todo lo que habían hablado cambiase algo entre ellas, pero
allí, abrazada a Esther y sintiendo la fuerza de su amor todo le resultó extremadamente
fácil y placentero, de nuevo no existía nada, solo Esther, y entregada, comenzó a
cubrirla de besos, recorriendo todo su cuerpo con suavidad y parsimonia, dispuesta a
amarla hasta el amanecer, dispuesta a eliminar de sus ojos la sombra que Ana había
puesto en ellos y olvidándose del cansancio extremo que había sentido hacía tan solo
unos minutos.

Esther se dejó hacer, rendida a aquellos dedos sensuales que la recorrían, que la
acariciaban en todos los rincones de su cuerpo y comenzó a anhelar, cada vez con
mayor deseo que llegase a la profundidad de su ser, y que siguiera allí, amándola hasta
despuntar el día.

Maca la torturaba con cada caricia, con cada beso esquivo, con cada leve roce y Esther
no pudo evitar exhalar un profundo gemido que rompió el silencio de la noche, cuando
Maca, juguetona la rozó levemente donde tanto Esther deseaba, la pediatra se detuvo un
momento, para después ir subiendo lentamente, reptando sobre ella, haciéndole notar
todo su cuerpo y sellando sus labios con un profundo beso. Esther se removió nerviosa,
sintiendo que Maca era suya, como nunca lo había sido, sintiendo que el deseo de fundir
su piel con la de ella crecía de forma desmedida, y sin poder evitarlo por más tiempo se
giró dispuesta a dar rienda suelta a esos deseos, entrelazó sus manos con las de Maca y
fue ahora ella la que se afanó en besar su cuerpo, aquel cuerpo que adoraba, y que
comenzaba a estar, al igual que el suyo, empapado de amor.

El deseo mutuo fue dejando paso a la pasión, y sus corazones comenzaron a latir con
fuerza, cada vez con mayor fuerza y velocidad, piel con piel, sintiendo ambas que las
ganas las hacían vibrar de una forma intensa, profunda, incontrolable, juntas en una
unión perfecta, enredados sus cuerpos, explorándose mutuamente como si aún quedaran
lugares por descubrir, ávidas de más, se besaron con un ansia cada vez más violenta, la
enfermera comenzó a estremecerse con cada beso, con cada roce, su respiración había
alcanzado tal grado de agitación que Maca comprendió que Esther no podría aguantar
mucho más, le sonrió maliciosa, la empujó hasta que quedó recostada en la cama y
decidió saciarla bajando en sus caricias, hasta arrancar un gemido aún mayor,
haciéndola perder casi la razón, concentrada en aquel placer extremo, la enfermera
comenzó a temblar ante aquellas manos y aquella boca que la estaban enloqueciendo,
hasta que no pudo soportarlo más. La respiración agitada dejó paso a unos secos jadeos,
preludio de lo que se avecinaba, se aferró a la pediatra, perdiendo sus manos entre su
pelo, la atrajo con fuerza contra ella buscando mayor presión, flexionó las rodillas y
entreabrió las piernas arqueando la espalda y rendida, se dejó arrastrar por aquella
oleada furiosa de calor que la embargó, haciéndola palpitar de forma convulsa y
violenta hasta lanzar un profundo y ronco suspiro, que Maca recibió como el premio
perfecto a su dedicación.
Esther permaneció inmóvil unos segundos, el corazón desbocado, la respiración
entrecortada, y el cuerpo exhausto, sintiendo los leves roces de los labios de la pediatra
sobre él y estremeciéndose con cada uno de ellos, incapaz de resistirse, incapaz de
frenarla, hasta que al fin recuperó algo de fuerzas y la detuvo con suavidad, tirando de
ella para que subiese a su altura, la recostó y se perdió en su boca, abrazada a ella,
descansando en su pecho.

Maca sabía lo que le esperaba y lo deseó con toda su alma, necesitaba sentir sus manos
sobre su piel, sentir sus besos sobre su cuerpo, y sus deseos comenzaron a verse
satisfechos con creces. Esther se dedicó a ella con esmero, y con unas ganas que
rápidamente provocaron un calor interno en la pediatra, que la quemaba de forma
desmedida, cubriéndola de emociones, humedeciendo su piel, Esther sonrió satisfecha
de comprobar lo que provocaban sus besos, Maca podrían no sentirlo pero su cuerpo
estaba de nuevo reaccionando a la perfección.

- Ay – se quejó de pronto la pediatra y Esther se detuvo inmediatamente,


sorprendida y asustada.
- ¿Te he hecho daño? – casi susurró temerosa.
- No... he sido yo… me he golpeado y el brazo… me duele.
- ¡Mierda! otra vez he olvidado hacerte la cura – exclamó sentándose con rapidez
mirando los puntos con preocupación – espera que…
- ¡Olvida los puntos! – ordenó sin dar crédito a que pretendiese dejarla así - …
y… ¡sigue! – casi jadeó.

Esther la miró sonriente, se inclinó y continuó besándola lentamente, acariciándola con


habilidad, desesperándola, haciéndola anhelar que aumentase en intensidad, hasta que la
pediatra se agitó impaciente, sintiendo en su interior un placentero escalofrío que creció
y creció hasta hacerla estremecerse y clavar sus uñas en la espalda de la enfermera.
Esther sonrió sintiendo que era imposible amar más a alguien, se abrazó a ella, aún
temblorosa y la besó, un beso tierno, dulce, al que Maca se entregó casi sin fuerzas y
que prolongaron durante unos instantes de descanso. Esther la acarició en la mejilla y le
sonrió, Maca sabía como hacerla sentir especial, única, un nuevo beso y sintió de nuevo
que el deseo se apoderaba de su cuerpo.

- ¿Estás muy cansada? – le preguntó a la pediatra con el anhelo profundo de que


no fuera así.
- Un poco, ¿por qué? – preguntó mintiendo pero mostrándose maliciosa.
- Por nada – se apresuró a responder, recordó las recomendaciones de Germán,
debían ser ya más de las tres y media de la mañana y sería mejor dormir, aunque
la pediatra parecía muy lejos de tener sueño - Maca… - le acarició la mejilla –
¡te amo! – la besó de nuevo – aunque no sepas nada contundente qué hacer por
mí – bromeó apagando la lamparita y acurrucándose a su lado, abrazándose a
ella, dispuesta a conciliar el sueño.

La pediatra, pasó su brazo por encima de ella, buscó con su cara el hueco de su cuello y
en un susurro respondió.

- Solo por ti soy capaz de abrir mi corazón, de liberar mis sentimientos, lo


demuestro como sé, como puedo, pero hago el esfuerzo, solo por ti – le
reconoció y Esther, en la oscuridad de la cabaña, le apretó la mano, consciente
de que era así. Maca se lo agradeció secretamente, e impostando la voz la elevó
levemente - ¡Que se entere el universo, que por ti vivo, que por ti muero, qué se
entere el mundo entero que por este amor seria capaz de traerte una nube de la
cima del cielo y una antorcha en llamas del mismísimo infierno…! - bajó la voz
se acercó a su oído y continuó enronqueciendo la voz - que solo, solo por ti, por
este amor que nunca he dejado de sentir, te he esperado, te he soñado, te he
anhelado y ahora sé, que si llega el día en que te vuelva a perder, te seguiré
esperando, mecida por tus palabras, acomodada en mis recuerdos, suspirando
por tu llegada.
- Maca… - murmuró sintiendo que sus ojos se humedecían y que no iba a poder
controlarse, buscando su boca a tientas, la besó primero con ternura, y luego con
más intensidad. ¡Maca había vuelto a recitarle versos en un susurro, al oído!
¡cómo lo había echado de menos! se retiró, le sonrió, ladeo la cabeza y se acercó
de nuevo, brindándole un nuevo beso mucho más intenso, mostrándole que
compartía una a una sus palabras y luego, comenzó el juego de caricias, de la
suavidad y la ternura, pasaron a la premura de besos más rápidos, con una
pasión desmedida que las dejó sin aliento - ¡Es precioso! – se separó un instante,
para volver a besarla ya llena de pasión – sigue… - susurró junto a su oído,
suspirando ante las suaves caricias que Maca comenzaba a dedicarle - … sigue
recitando… - le pidió con un leve jadeo de placer.

Maca había hecho lo que tanto la excitaba, susurrarle al oído palabras que le hacían
cosquillas y la volvían loca, comprobando que su alma se estremecía de placer, que
aquellos dedos que ahora la recorrían con delicadeza y parsimonia la enloquecían una y
otra vez, sin fin, y que en cada ocasión parecía diferente, que la hacían anhelar que
continuaran otra vez su recorrido hacia los lugares más recónditos, cayendo y
adentrándose en su más profunda oscuridad, adueñándose de toda ella, haciéndola
palpitar, sin control, retirándose para volver a iniciar el juego y llevarla al borde del
abismo, de ese abismo al que se tiraba confiada, con los ojos cerrados, anhelando saltar
y volar, volar cada vez más alto.

Sus manos, comenzaron a esculpir de nuevo su cuerpo, con ternura, transmitiéndole el


calor que necesitaba, la seguridad de que solo existía en ella, nadie más a quien amar.
Ella, solo ella, la única capaz de despertar su ardiente pasión cuando ya creyó que eso
era imposible. La dueña de su corazón, la dueña de ese amor mutuo que era capaz de
encenderse en cada hábil caricia, que a Esther se le antojaban abrasadoras, la enardecían
hasta el infinito, esas manos que de nuevo la estaban elevando en un vuelo apasionado,
más alto, cada vez más alto, en un vuelo que aumentaba en velocidad hasta tal extremo
de hacerla sentir vértigo, un vértigo que casi le hacía perder la conciencia hasta, por fin,
alcanzar el cielo y permanecer en él, disfrutando de un placer que jamás antes había
sentido, durante mucho más de un minuto.

Maca, satisfecha de lo que acababa de provocar, se fundió con ella sintiendo que aquel
aroma la embargaba, le anulaba el sentido cortándole la respiración, sintiéndola encima,
tan adentro de su alma que le costaba trabajo creer que aquello no era un sueño, si no
una maravillosa realidad. La maravillosa realidad de tenerla a su lado, fundidas en un
abrazo, perdidas en el deseo y la pasión mutua. Esther la miró, y Maca la sintió más
adentro que nunca, la besó y la pediatra comprendió que había llegado el momento,
Esther descendió con cuidado, propinándole leves caricias, suaves besos en el recorrido
hacia su meta, notando cómo comenzaba a temblar, podía sentir cómo su sangre
palpitaba bajo la piel, hirviendo de deseo, hasta que sin poder evitarlo, sin poder
aguantar más se dejó llevar por aquellos besos, sin pensar, explotando en ella con una
fuerza inusitada, con una intensidad desgarradora que satisfacía a la pediatra hasta el
punto de hacerla experimentar una felicidad inmensa, que inundaba sus pulmones de
aire, el mismo aire que le había faltado en tantas ocasiones y que ahora la hacía flotar en
un cielo intensamente azul e incomprensiblemente lleno de estrellas que brillaban con
una luz cegadora y atrayente, a las que extasiada se entregaba sin remisión para,
instantes después, volver de nuevo a la realidad, al abrazo tierno y firme, del amor que
sentían.

Esther se abrazó con fuerza a Maca, sonriendo, sintiéndose levitar por la fuerza de ese
amor que creía imposible volver a sentir por nadie y que sabía que siempre sentiría por
ella. Olvidando las miles de preguntas sin respuesta que momentos antes avasallaban su
interior. Maca no era ajena a ese sentimiento, igualmente eufórica, casi mareada con
aquella borrachera de besos y miradas tiernas, con aquella lentas caricias, que marcaban
un impás dedicado al descanso, y las mantenía unidas, sintiendo que el manto suave y
cálido del amor y la ternura que se profesaban las cubría, dándoles calor, dándoles las
fuerzas necesarias para lanzarse a la aventura de amarse, de entregarse sin reparos, sin
miedo al mañana, tejiendo una trama fuerte que las uniese frente al futuro incierto,
sintiendo que no era necesario prometerse un amor eterno porque ambas ya sabían que
de nada valían las promesas, que eran sus corazones los que hacía años se habían
acompasado, se habían entrelazado con los nudos invisibles del amor, esos nudos que ni
la distancia, ni el tiempo conseguían deshacer, muy al contrario habían permanecido
fuertes y ocultos, alimentándose de los recuerdos en la ausencia y que habían explotado
de nuevo en el reencuentro, dejándolas sin capacidad de lucha, sin resistencia,
haciéndolas comprender que aquella fuerza de sus corazones las arrastraría siempre a un
torbellino de sentimientos, a una pasión que solo era reflejo del profundo amor que
nunca podrían dejar de sentir.

Maca permaneció recostada sobre Esther, las miradas enfrentadas y la sonrisa dibujando
sus labios, era increíble, pero allí estaba sintiendo de nuevo aquella inquietud en su
estómago, aquel mar de sensaciones que inundaban su piel, necesitándola, hinchiendo
su alma, e iluminando su vida. Allí estaba, rendida a lo inevitable, sin poder resistirse
por más tiempo, ¡sí! de nuevo lo había dejado entrar, la lucha no había servido de nada,
al final, había permitido que el amor se colara de nuevo en su corazón, ¡sí! después de
una eternidad sobreviviendo, sin casi esperanza, después de tanto tiempo añorándola,
allí estaba, abrazada a ella, escuchando su corazón, navegando en su mirada,
perdiéndose en su boca una y otra vez. Esther había llegado cuando menos la esperaba y
cuando más la necesitaba. La enfermera la miró divertida con aquella expresión
soñadora y pensativa, con aquellos ojos que la observaban llenos de amor y con aquella
alma entregada, que más que nunca sentía suya y se sintió tremendamente segura a su
lado, protegida con aquel abrazo firme, capaz de sujetarla y separarla del horror, capaz
de hacerla olvidar todo lo vivido, para cerrar los ojos y lanzarse confiada a aquellas
manos hábiles y generosas que la colmaban de felicidad, y la arrancaban de las garras
del miedo y la oscuridad.

Tras unos minutos de silencio, en los que ambas tuvieron la sensación de sentir palpitar
sus corazones, tras unos instantes de descanso compartido, de pequeños besos regalados
en los que sobraban cualquier palabra, bastando las miradas, la pediatra la atrajo de
nuevo, comenzando un juego de besos y caricias que sabían que no podrían frenar hasta
caer rendidas una vez más.

* * *

Horas después, Esther, temblaba y sollozaba en sueños hasta que despertó sobrecogida,
la pesadilla no había sido de las peores, en modo alguno comparable a las que la
dejaban atenazada, pero había sido igualmente desagradable, dejándole una sensación
de desasosiego y una inquietud en el alma. No se había visto perseguida ni atacada, ni
siquiera había soñado con Margarette, como le sucediera en los últimos meses, pero sí
con Maca, metida en la cama de otra, la escuchaba perfectamente decirle aquello que a
ella le regateaba, decirle que era su mundo entero, que la amaba, mientras le hacía el
amor y se movía con plena libertad, como si aquella desconocida fuera capaz de lograr
lo que ella secretamente tanto anhelaba, sacarla de su bloqueo. No había podido verle la
cara, pero se había despertado convencida que se trataba de Ana, estaba claro que todo
lo que le contara la noche anterior le había afectado mucho más de lo que había creído.

Maca dormía profundamente a su lado, ni siquiera se había percatado de los


movimientos inquietos de la enfermera, se mantenía aún abrazada a ella, respirando
acompasadamente, mostrando la profundidad de su sueño.

Esther suspiró y permaneció inmóvil, procurando no despertarla, le encantaba verla


dormir. Estuvo con los ojos clavados en ella unos minutos, casi absorta en las líneas de
sus facciones que se le antojaban perfectas. Luego, volvió a suspirar, esa maldita
pesadilla le había dejado la desagradable impresión de que Maca se alejaba de ella, de
que su corazón no le pertenecía por completo. Era aún temprano, apenas había dormido
un par de horas pero ya era casi de día. Tenía una extraña sensación que no era capaz de
definir, la euforia de ser correspondida por Maca se veía ligeramente empañada por todo
lo que había escuchado de sus labios la noche anterior, a la luz del día, cuando
desaparecían sus besos y sus caricias, cuando el calor de sus abrazos y la seguridad de
sus ojos no existía, prevaleciendo la inquietud de sus sueños, todo parecía diferente.

Maca se removió y Esther miró hacia ella de nuevo, seguía profundamente dormida,
permanecía recostada y aunque se había movido levemente, aún estaba abrazada a ella,
con una sonrisa en los labios, una mano sobre el pecho y la otra apoyada en su
antebrazo. De pronto una idea saltó en su mente y levantó levemente la sábana, le
sorprendió comprobar que se había puesto el pañal, ¡ni siquiera se dio cuenta de cuando
se marchó! estaba claro que Maca sabía como dejarla completamente muerta. Sonrió,
abstraída, rememorando la noche pasada, segura de no haber sido capaz de cumplir
aquella promesa que le hiciera a la pediatra, segura de que podía hacerla sentir más allá,
donde Maca ni siquiera podría imaginar y dispuesta a que no amaneciese otro día sin
haberlo logrado.

Le retiró la mano con suavidad, para no despertarla y se sentó en el borde de la cama,


pensativa. Era muy temprano, todavía podía dormir un rato más pero era consciente de
que sería inútil intentarlo. Tenía la cabeza embotada, entre las ideas que se le agolpaban
y la falta de sueño, necesitaba despejarse un poco, darse una ducha y hablar con
Germán. Quería saber si el día de descanso implicaba no salir del campamento, porque
si no era así, tenía grandes planes para ese día. Se levantó con sigilo y se vistió con
rapidez. Abrió la puerta del armario intentando no hacer ruido y cogió todo lo necesario,
dispuesta a meterse bajo el agua.

- ¿A dónde vas? – escuchó la voz somnolienta de Maca a su espalda cuando ya


tenía la mano puesta en el picaporte de la puerta trasera de la cabaña.
- Al baño – respondió en voz baja.
- ¿Ya hay que levantarse? – preguntó con los ojos entornados y voz cansada.
- No, cariño – sonrió divertida – vuelvo en un minuto, ¡duérmete! – casi le ordenó
– es muy temprano.
- ¿Y tú?
- Voy al baño, ¡no aguanto más! – susurró consciente de que Maca en realidad
estaba medio dormida. Siempre le había fascinado la facilidad que tenía de
hablarle en sueños y al día siguiente no acordarse absolutamente de nada.
- Hummm – gruñó - no tardes… quirófano… – balbuceó unas palabras
ininteligibles, dándose la vuelta y Esther volvió a sonreír convencida de que
Maca le había hablado prácticamente dormida.

Se acercó a la cama, la cubrió con la sábana para que la leve brisa de la mañana no la
enfriase y salió de la cabaña, dispuesta a borrar esa aprensión que tenía desde que se
levantara, dispuesta a olvidarse de todo lo que Maca le había contado, a no darle vueltas
a la cabeza y lograr que ese fuera un gran día.

* * *
Tras una larga y reparadora ducha, Esther entró en el comedor esperando que Germán
estuviese ya allí, sabía cuánto le gustaba tomarse un café tranquilamente, antes de
comenzar la jornada, antes de hacer absolutamente nada y casi siempre lo hacía incluso
antes de ducharse y de desayunar con los demás, “sin un buen café no soy persona”,
recordó la frase del médico y sonrió, esperanzada en no errar en su intuición, porque
necesitaba hablar con él.

Abrió la puerta con la ilusión de verlo allí sentado y no se sintió defraudada, lo encontró
taza en mano, ojeando unos papeles que se apresuró en recoger en cuanto la escuchó
subir el par de escalones y entrar a la carrera. Esther no reparó en el detalle más
preocupada en obtener de él el permiso que tanto anhelaba.

- Buenos días – sonrió la enfermera, satisfecha de no haber fallado.


- Buenos días - respondió levantando la vista por primera vez y observando sus
ojeras y lo demacrada que estaba, sintiendo un pellizco de preocupación - ¿qué!
noche movidita o es que ha habido la primera tormenta en el paraíso – bromeó
intentando descubrir el motivo de su insomnio y deseando que no tuviese que
ver con la salud de Maca.
- No seas imbécil – refunfuñó sirviéndose una taza de café, sentándose junto a él -
¿por qué dices eso?
- Por tus ojeras, no se puede decir que tengas muy buena cara.
- He dormido poco y mal – reconoció.
- Pero…. ¿Wilson está bien? – terminó por preguntar al ver que no le decía nada
más.
- Si, está dormida – sonrió al recodar la cara de la pediatra hacía unos instantes.
- Eso está bien, tiene que descansar – respondió bebiendo de su taza – y algo me
dice que… no la has dejado hacerlo – continuó con retintín, comprendiendo que
esas ojeras se debían a otra cosa. Esther no respondió a su provocación y con
seriedad pasó el dedo por el borde de su taza.
- No mucho – musitó pensativa.
- ¿Y tú? ¿estas bien tú? – le preguntó preocupado de nuevo, la conocía lo
suficiente para saber que algo le rondaba la cabeza y esperaba que no fuera una
de sus múltiples pajas mentales.
- ¿Yo! si… si…. – apretó los labios en una mueca que pretendía ser un esbozo de
sonrisa y bajó los ojos – bueno… no sé.
- Y… ¿se puede saber qué te pasa? – le preguntó con suavidad posando su mano
sobre su antebrazo - ¿has discutido con ella?
- ¡No! – se apresuró a negar - ¡que va! Con ella… es todo… ¡perfecto! – exclamó
ahora sí con la ilusión reflejada en su rostro y una enrome sonrisa. El médico
respiró aliviado, por un momento había temido que hubiesen vuelto a las
andadas - ¡soy muy feliz!
- Ya... – chasqueó la lengua incrédulo - entones… ¿cuál es el problema?
- No hay ningún problema.
- ¿No? – preguntó con ojos bailones sabiendo que no era así.
- No.
- Niña… que soy yo – sonrió – te conozco y si no es Wilson, ¿qué es! ¿han vuelto
las pesadillas?
- No, no – se apresuró a negar – hace días que no he vuelto a tenerlas.
- Y… entonces ¿a qué viene esa cara de funeral! porque a mí no me engañas.

Esther clavó sus ojos en él, suspiró vencida, Germán la conocía demasiado bien como
para poder ocultarle, a esas alturas, su estado de ánimo, ni sus temores.

- Maca… me… me habló de Ana.


- ¡Hombre! por fin, ¡mira que le ha costado decidirse a la muy cabezona! –
exclamó mostrando abiertamente su satisfacción - estarás contenta, ¿no?
- Pues no – musitó bajando de nuevo los ojos a la taza y levantándolos
seguidamente - entre tú y yo, preferiría no saber nada de ella.
- ¿Después de estar insistiendo ahora vienes con esas?
- Pues sí – admitió apretando los labios y haciendo una mueca de descontento -
ahora…
- Ahora, ¿qué?
- Que… es todo muy complicado.
- Bueno…. tampoco lo es tanto… ¿no? – la miró expectante.
- Ana… Ana parece una mujer… estupenda y… ha tenido una vida que… en fin –
suspiró ligeramente abatida, Germán esperó pacientemente a que le dijera
aquello que la angustiaba – que yo… no puedo evitar querer a Maca – levantó
los ojos hacia él frunciendo el ceño.
- Eso ya lo sé, ni ella puede evitar sentir lo mismo por ti, ¡se ve a la legua!
- Ya… - sonrió levemente, satisfecha de escuchar aquello de sus labios.

Se quedó mirándolo, pensativa, y paulatinamente borró la sonrisa y bajó los ojos.


Germán volvió a esperar a que ella continuara pero cuando pasados unos momentos vio
que no lo hacía se decidió a ser él quien rompiera el hielo.

- ¿Qué pasa niña? – preguntó directamente.


- Pues… que… yo… que … me siento culpable, Germán - reconoció escrutando
con la mirada su reacción, pero el médico permaneció atento a sus palabras,
esperando a que continuase, Esther bajó la vista y habló en voz baja - cuando…
cuando no sabía nada de ella solo me importaba recuperar a Maca pero…
ahora… no sé – suspiró - cada vez que la beso – dijo desviando la vista
ligeramente avergonzada - cada vez que… no puedo evitar pensar en Ana, en…
que… va a sufrir de nuevo y yo… no puedo evitar sentirme como me siento…
- Pero Maca… ¿te lo ha contado todo, todo? – preguntó, tras una pausa, extrañado
por lo que le decía.
- Si, bueno… creo que sí, lo importante sí – lo miró sin entender muy bien su
pregunta.
- ¿Y has hablado con ella de esto! quiero de decir de.. cómo te sientes.
- ¡Cómo voy a decirle eso! no puedo – lo miró con ojos fulminantes – no puedo
decirle que soy yo la que se siente culpable, parecería que… que le estoy
recriminando y… no es así, solo que… después de que me contara… me he
levantado pensando que… no está bien... que…
- ¿Y dices que Maca te ha contado todo?
- Sí.
- ¿Todo, todo?
- No sé, Germán – le dijo impaciente e inmediatamente suavizó el tono
sospechando que él sabía algo que le ocultaba – yo creo que sí, ¿por qué me
preguntas eso?
- Pues… no entiendo porqué tienes que sentirte culpable, Maca merece seguir con
su vida y ser feliz, y tú también, y esta claro que nunca habéis dejado de estar
enamoradas, vale que está casada, pero eso es solucionable, y si estáis
enamoradas, ¿dónde está el problema?
- ¡Joder Germán! ¿dónde va a estar! ella es su mujer y está atravesando un mal
momento y … ya sé que yo conocí a Maca antes, pero… también la dejé sin
explicaciones y… no supe afrontar los problemas ni ayudarla, fue Ana la que lo
hizo y… siento que no tengo …. no tengo derecho a llegar y… no sé… ella tiene
otra vida y... yo… - murmuró apoyando los codos en la mesa, dejando descansar
la cabeza en ambas manos, y mirado hacia él – estoy hecha un lío, no quiero que
Ana sufra más de lo que ya lo ha hecho… pero… no puedo evitar sentir por
Maca lo que siento, ni desear compartir mi vida con ella.
- Y Maca ¿qué dice? – le preguntó con seriedad.
- Tiene miedo, pero… está decidida y dice que lo arreglará todo para que
podamos estar juntas…
- ¿Pero…? – le preguntó conocedor de que la enfermera no estaba convencida.
Esther no respondió y él insistió - ¿qué es lo que no ves claro?
- Maca tendrá que hablar con Ana y hasta que no lo haga yo….
- ¿Hablar? – preguntó mostrando sus sorpresa - bueno… eh… claro… - le dijo
frunciendo el ceño, convencido de que Maca se había callado algunos detalles,
apoyó su mano sobre la de Esther y sonrió – mira… yo creo que Maca tiene las
cosas claras, pero… que le cuesta hablar de ciertas cosas y tú….
- ¿Qué cosas? – lo cortó segura de qué él sí que las conocía.
- Ya te dije que no puedo hablarte de ello pero… tú sí que deberías hablar con
ella, y ser clara, reconocerle como te sientes y que te aclare esas dudas, porque te
conozco y vas a empezar a darle vueltas a la cabeza y a imaginar todo tipo de….
- Pero… ¿de qué cosas me estás hablando? – volvió a interrumpirlo casi sin
escuchar ya lo que le decía.
- Esther, escúchame – le pidió con calma - no creo que la situación sea tan
complicada como tú la ves, Maca te hablará de ello antes o después, ya lo verás,
pero… dale tiempo, sé paciente y dale tiempo. Ya sabes como es, no vayas a
presionarla ahora que se ha decidido.
- Anoche estaba muy afectada y… ya me di cuenta que se callaba algunas cosas –
recordó bajando la voz – y... sí que… creo que… tienes razón….le duele mucho
hacer ciertas cosas y más recordar otras.
- Te repito que le des tiempo.
- Lo haré – admitió – esta vez no voy a fallarle, voy a estar a su lado y voy a hacer
todo lo que esté en mi mano para que sea feliz.
- De eso estoy seguro, y lo seréis, ¡ya lo creo que lo seréis! – le sonrió haciéndole
una carantoña – no te comas la cabeza, deja que las cosas vayan surgiendo y…
disfruta de estos días aquí.
- De eso quería hablarte – dijo clavando sus ojos por primera vez en los papeles
de la mesa.
- Bueno, tendrás que esperar a esta tarde porque me voy ya, que quiero estar en el
campo a medio día y hacer una ronda, pero primero tengo que ir a Kampala.
- Germán, eso que tienes ahí ¿qué es? – le preguntó repentinamente.
- ¿Esto? – preguntó burlón – sabes perfectamente lo que es, un historial.
- Ya lo veo, pero ¿es el de Maca?
- Si, es el de Wilson.
- ¿Qué pasa? – preguntó con el temor reflejado en sus ojos olvidando de un
plumazo todas sus cavilaciones.

Germán la miró y dudó un instante, luego volvió a sentarse a su lado. Esther vio su cara,
conocía esa expresión, ¡la había visto tantas veces! que su corazón se disparó esperando
una noticia que no deseaba escuchar.

- Germán… ¿qué pasa?


- Eh.. no pasa nada – la miró frunciendo el ceño, tras una leve duda inicial -
solo… repasaba unas anotaciones.
- Sé que no me lo vas a decir hasta que no estés seguro pero tú a mí tampoco me
engañas, sé que pasa algo.
- Bueno… no te lo voy a negar – le cogió una mano y la sostuvo entre las suyas
mirándola fijamente a los ojos – no quiero que te preocupes, ni que
malinterpretes lo que te voy a decir.
- ¡Germán, por favor! dime ya lo que sea – le pidió con tal desesperación que
Germán la miró negando con la cabeza.
- Esto es precisamente lo que quiero evitar – sonrió – no puedes ponerte siempre
en lo peor. Sabes que desde que llegó Wilson nao está bien, y sabes que hay
cosas que no me cuadran, hay índices en su analítica que se mantienen desde el
principio, digamos…. demasiado altos, y… no entiendo el porqué. Por eso he
mandado las demás analíticas a Kampala, ni aquí ni en el campo puedo hacer
analíticas completas y hay datos que necesito obtener.
- ¿Cómo qué?
- Quiero una química completa, y… necesito comprobar los índices de creatinina
y de sodio sérico, y…
- Por favor… dime en qué estás pensando.
- Bueno… ya te lo dije, creo que puede tener algún problema cardiaco y ya sé lo
que me vas a decir, lo mismo que ella – la cortó con la mano al ver que Esther
abría la boca para replicar – ya sé que Gándara es una excelente profesional y
que le ha hecho todo tipo de pruebas y ya sé que su diagnóstico es ansiedad –
habló con precipitación – pero hay cosas que no me cuadran y por eso me voy a
Kampala a meter prisa con esos análisis, quiero que estén antes de que os
marchéis. Y quiero saber qué coño pasa, quiero saber si el líquido pleural está
limpio o no y...
- ¿Y si no lo está?
- Ya lo veremos, hasta entonces quiero que…
- También estás preocupado por la hemorragia de ayer, ¿verdad? – lo interrumpió
sin escucharlo, Germán la conocía suficientemente para saber lo que estaba
pasando por su cabeza y se decidido a calmarla.
- Digamos que… hay un par de detalles que me hacen ver las cosas desde otra
óptica. He estado repasándolo todo y quizás… haya una explicación, llevo
tiempo pensando en una insuficiencia cardiaca, pero ahora… no sé… hasta que
no tenga los análisis completos… no voy a decirle nada y tú tampoco, ¿me oyes?
- Vale.
- Vale, no. Esther que te conozco – la señaló con el dedo – tiene que estar
tranquila y descansar. A ver si conseguimos que continúe con la tensión
controlada.
- Si… si pasa algo… - se soltó de su mano mirándolo con circunspección – me
refiero a algo serio, me lo dirías, ¿verdad?
- No va a pasar nada. A pesar de lo que te he dicho, Wilson está mejor, tú misma
lo has comprobado, o ¿no?
- Si, ya no suele dolerle la cabeza, duerme mejor...
- Cuando la dejas – replicó burlón para tranquilizarla notando su deje de temor.
- Si – sonrió picarona - come mejor… y... yo la veo mucho más animada y con
más energía.
- Todo eso es muy buena señal, y lo más seguro es que yo esté equivocado, pero
hoy tomadlo con calma, lleva unos días con demasiado ajetreo y quiero que
descanse, procura que no le de demasiado el sol y coma bien.
- Pero… eras tú el que quería que trabajase.
- Ya lo sé, y anímicamente le ha venido muy bien, además me ha permitido
comprobar un par de cosas que me han hecho dudar de mis sospechas –
reconoció – pero sabes que esto nos agota a cualquiera, y ella, te guste o no, aún
está débil.
- Bueno… no estoy muy de acuerdo – dibujó una mueca burlona con sus labios.
- Niña… ten cuidado, por favor.
- Vale… ¿puedo llevarla a Jinja! quiero que se distraiga, y se olvide de… de todo
– le confesó ilusionada – eso si puede hacerlo ¿no?
- Me parece bien, te dejo el jeep pequeño – le dijo levantándose de nuevo
dispuesto a marcharse.
- Germán, otra cosa – volvió a frenarlo -… ¿qué pasa con Mathew?
- Ya he hablado con él… - sonrió con malicia – y, ya me ha contado.
- ¿Vendrías con nosotras?
- Bueno… no sé si podré, además… ni sé si es buena idea meterla en algo así.
- Pero lo está deseando y sería en barca y Linda y tú también queríais hacerlo.
- No me refiero al río – sonrió – para eso sí que creo que podré tomarme un día
libre me refiero a lo otro, ya me ha contado tus planes – confesó ladeando la
cabeza con resignación, Esther sonrió asintiendo – y… ¿para cuando lo tenéis
pensado?
- Para hoy – musitó bajando los ojos un instante – pero… si tú dices que Maca no
puede pues… lo dejamos. Aunque una oportunidad como esta no la vamos a
tener fácilmente y … son menos de dos horas y luego te juro que va a descansar
y que no la voy a obligar a hacer nada y que…
- Vale, vale, no hay problema… pero Esther – la señaló con el dedo – solo si la
ves con fuerzas.
- Te aseguro que fuerzas no le faltan – sonrió con doble intención.
- Y… ¿cuando tenías pensado hacerlo, esta mañana?
- Esta tarde, después de comer.
- Entonces… hoy ya no nos veremos - sonrió levantándose por tercera vez –
enfermera, ¡cuídala!
- Sabes que lo haré.
- ¡Y déjala dormir! ¡qué va a volver más delgada de lo que llegó y luego me
echarán la culpa a mí!
- Eso ya... no puedo prometerlo.
- Y ¡duerme tú también que vaya ojeras tienes! – bromeó.
- ¡Te quieres largar ya! – le ordenó indicándole la puerta con la mano y una
enorme sonrisa – vas a llegar tarde.

Germán soltó una carcajada y obedeció pero tras bajar el par de escalones se detuvo,
frunció el ceño y volvió a entrar.

- Esther… yo… quería preguntarte una cosa – le dijo precipitadamente.


- Dime – lo miró sorprendida por su vuelta.
- Tú... ¿sabes qué le ocurre a Sara?
- Yo no, ¿qué le pasa? – preguntó mostrando su perplejidad.
- Porque lleva días con mala cara y... bueno… no sé si tú te has dado cuenta, pero
yo la veo rara, distraída y… cansada.
- Es normal, ya sabes como es, dale algún día libre y que descanse. Estará dándole
vueltas a algún caso.
- Ya... – musitó pensativo, conocía a Sara tan bien como Esther y no estaba de
acuerdo debía ser algo más – no creo que sea solo eso. Le pregunté que si se
encontraba mal y me lo negó, no quiere ni oír hablar de que la examine y... ya
sabes como son los protocolos, ante la más mínima sospecha… debemos
cumplirlos – le dijo con cara de circunstancias.
- Pero… ¿en serio crees que le pasa algo? – se levantó de golpe alarmada, no era
la primera vez que un miembro del equipo mostraba síntomas que lo obligaban a
permanecer en cuarentena.
- Yo solo creo que no está bien – la miró fijamente intentando adivinar lo que
opinaba, Esther siempre le daba buenos consejos al respecto, y sabía tratar a
todos con tanta mano izquierda que siempre lograba sacar lo mejor de cada uno
– vamos, no es que lo crea, es que estoy seguro de que no lo está y… no quiero
tomar medidas serias, porque ya conoces a Sara… pero lleva más de una semana
así…y…
- ¿Una semana! ¿tanto! no... no me había dado cuenta – reconoció con
culpabilidad desde que había llegado allí, solo había tenido ojos para Maca y su
salud y para sus planes intentando recuperarla y ni siquiera se había fijado en su
amiga…
- Bueno… hoy le he dicho que se tome el día libre y… si puedes… me gustaría
que sacaras un rato y hablaras con ella… es tan cabezona que es capaz de…
estar rabiando y trabajando, por no hablar de si ha cometido alguna imprudencia,
que aquí nos conocemos todos – habló en cierto tono recriminatorio que hizo
asentir a Esther, era muy propio de Sara saltarse todos los protocolos para
atender con más celeridad a cualquier enfermo - ¿En serio no te ha comentado
nada?
- Creo que hace días me comentó que le había sentado mal algo que comió. Me
dijo que tenía el estómago revuelto y la pillé vomitando en el baño del campo
pero me dijo que era culpa tuya por no sé qué que le habías dicho que probara o
que habíais cenado demasiado – le contó recordando la conversación con ella –
pero la verdad es que no le di demasiada importancia.
- Hay que tener cuidado con esas cosas, lleva dos días que casi no come y…
¿podrías echarle hoy un ojo?
- Claro. Ahora mismo voy a verla.
- ¡Gracias!
- De nada – le sonrió afable y de pronto enarcó las cejas cayendo en la cuenta –
oye, ahora que lo pienso… quizás Maca sí que sepa lo que le ocurre.
- ¿Wilson? – preguntó extrañado.
- Si… - dudó un instante, se había ido de la lengua y Maca la iba a matar pero si a
Sara le ocurría algo quizás Germán o cualquiera del equipo, entre los que se
contaba a pesar de estar momentáneamente fuera, estaba más en disposición de
ayudarla que una desconocida para ella como era Maca – últimamente… charlan
mucho.
- Yaa… pero eso será de trabajo, Sara está impresionada con las publicaciones de
Maca y aprovecha el más mínimo resquicio para hablarle de ellas.
- Si, quizás sea eso.
- Bueno, lo dicho, me marcho – le sonrió de nuevo – hazme ese favor y habla con
ella.
- Que sí pesado.
- Y si sigue igual dile a Jesús que la examine aunque se niegue.
- Vale, pero… podías decírselo tú antes de marcharte, ya sabes como es Jesús.
- Ya lo he hecho – confesó – pero a ti Sara te hará más caso.
- ¿A mí por qué?
- No eres su jefe, eres su amiga, te escuchará, no la veo bien y estoy preocupado.
- Vale, vete tranquilo, yo hablaré con los dos.
- ¡Gracias niña! – exclamó acercándose a ella y besándola en la mejilla - ¡te voy a
echar mucho de menos! – le dijo de sopetón y Esther notó cómo se le saltaban
las lágrimas, ella también echaría de menos todo aquello pero había tomado una
decisión y esa era marcharse con Maca.
- Y yo – respondió apretando los labios e intentando controlar la emoción.
- Y por Wilson no te preocupes, que lo más seguro es que yo… esté intentando
buscarle tres pies al gato.
- Gracias Germán.
- De nada y… ¡pasadlo bien en Jinja! – le deseó dirigiéndose a la puerta – ¡ah! ve
por la carretera principal, no acortes por donde siempre, André me ha dicho que
debemos ser prudentes mientras sigan pululando grupos de guerrilleros.
- Tranquilo que no pensaba ir por ningún atajo, ya tuve bastante el día de los
furtivos.
- ¡Tened cuidado! – le recomendó cerrando la puerta tras él.
Germán salió y miró hacia atrás un instante. Era la primera vez que no era del todo
sincero con Esther, pero no quería alarmarla innecesariamente. Ya tendría tiempo de
hablar con ellas en el caso de confirmarse sus sospechas, solo esperaba que la enfermera
fuera prudente y no obligara a la pediatra a hacer más esfuerzos, porque quizás el se
había equivocado y precipitado al dejarla trabajar como uno más. Suspiró y, decidido, se
marchó en busca del viejo jeep del campamento, tenía que conseguir como fuera que
terminaran cuanto antes aquellos análisis que había enviado y dejar las nuevas muestras.

Instantes después Esther seguía sus pasos, salió del comedor y dudó si ir directamente a
ver a Sara o pasar antes por la cocina a recoger el desayuno de Maca, finalmente se
decidió por esto último, aún era muy temprano para ir a molestar a su amiga que, al
tener el día libre, debía estar durmiendo.

* * *
Esther regresó al cuarto con el desayuno, esperanzada en que Maca ya hubiese
despertado, pero no era así, aún dormía. Permanecía en la misma postura que la dejara y
volvía a tener un esbozo de sonrisa en los labios, se detuvo un instante a observarla, no
podía evitar sentir una excitación especial al ver la placidez de su rostro, completamente
relajado, ese rostro que la miraba con devoción en mitad de la noche, sonrió con la
sensación de que estaba más bella que nunca.

Soltó la bandeja con sigilo y entornó ligeramente la ventana, la brisa matutina se había
echado y comenzaba a hacer calor allí dentro, pero debía ventilar el cuarto antes de que
el sol apretara con tal fuerza que fuera necesario cerrar completamente las ventanas.
Estaba claro que sería otro día asfixiante, por suerte no tendrían que trabajar en el
campo. Dudó si despertarla, impaciente por ver sus ojos y su sonrisa, por contarle parte
de sus planes porque la otra parte se la reservaría como sorpresa, estaba deseando ver la
cara que pondría, aunque estaba segura de que una parte del plan no le haría mucha
gracia pero era necesaria para lograr su objetivo. Permaneció en pie junto a la mesita
donde había dejado la bandeja, con los ojos clavados en la espalda de la pediatra,
indecisa. Finalmente, miró el reloj, era temprano, y sería mejor hacerle caso a Germán y
dejarla dormir un poco más, no tenían prisa, hasta primera hora de la tarde no tenían que
estar en Jinja. Además, quería que estuviese descansada para lo que le tenía preparado.

Se dirigió a la estantería y cogió uno de los cuadernos en los que había apuntado todo lo
que leyera sobre la mujer parapléjica y la sexualidad y comenzó a ojearlo. Benditos
estudios sobre el sobre el cuerpo femenino afectado por lesión medular, y las
posibilidades de estimulación interna del clítoris, su tamaño y su vinculación a la
estimulación del útero. Era increíble los pocos estudios que había habido sobre el tema
de las sexualidad en personas afectadas y, de haberlos, casi todos se centraban en el
varón. Sonrió pensando en la posibilidad de que la pediatra le permitiera experimentar
con ella ciertas prácticas, aunque era siempre tan reticente que le iba a costar que la
dejara hacer nada, tendría que ingeniárselas para convencerla y la entendía, entendía
perfectamente su temor. Dirigió los ojos hacia ella con una mirada llena de amor,
deseando de nuevo que despertara.

Enfrascada en la lectura estaba cuando Maca abrió los ojos somnolienta y agotada. Se
los frotó con ambas manos intentando espabilarse pero sentía una enorme pesadez en
ellos. Extendió el brazo buscando a la enfermera pero comprobó que su lado estaba
vacío, giró la cabeza y la vio leyendo.
- Uf – musitó - ¿qué hora es! ¿es muy tarde? –preguntó mirando hacia Esther que
levantó la vista del cuaderno cerrándolo de inmediato.
- No – le sonrió acercándose a la cama – duerme un poco más.
- ¿Y tú?
- Yo… voy a leer un rato.
- Es muy tarde – aseveró al ver que la enfermera no volvía a la cama e intentó
incorporarse notando que las fuerzas le fallaban, dejándose caer de nuevo –
¡joder! ¿qué me hiciste anoche? – sonrió burlona.
- ¿Yo! nada especial – respondió en el mismo tono.

Maca la miró con una sonrisa, y no dijo nada más, esperando que Esther acudiera junto
a ella y la besara, pero la enfermera solo le devolvió la mirada y levantando una ceja se
decidió a preguntarle socarrona.

- ¿Acaso no te gustó?
- Bueno… - ladeó la cabeza haciendo una pausa, indicándole que escogía las
palabras como si no quisiera ofenderla - no estuvo mal pero… no cumpliste tu
promesa y volviste a quedarte sopa – le recriminó burlona.
- Lo siento – dijo enrojeciendo levemente.
- ¡Tonta! estaba bromeando – soltó una pequeña carcajada – pero si me has dejado
hecha una mierda. ¡Tengo agujetas hasta en el alma!
- Solo estás cansada, apenas hemos dormido y… - la miró ligeramente
preocupada después de su charla con Germán - es muy temprano – mintió,
mientras se acercaba a ella y le ponía una mano en la frente temiendo que
tuviese fiebre.
- Estoy bien – murmuró retirándole la mano y sonriéndole levemente – solo algo
cansada pero en cuanto me de una ducha y desayune… ¡estaré como nueva!
- Todavía es pronto, Maca, anda échate que Germán quiere que descanses.
Además está todo el mundo durmiendo aún.
- Dime que descanse pero no me mientas que no soy una cría a la que puedes
engañar bajando la persiana – le sonrió obedeciendo y recostándose – son
muchos días aquí para saber que esa luz es de por lo menos las ocho y que ya
tienes la bandeja en la mesita – le indicó con la cabeza.
- Pero hoy es día de descanso, excepto guardias y urgencias, y todos duermen –
torció la boca en una mueca de suficiencia – y tú deberías hacerme caso y seguir
haciéndolo, que anoche – sonrió maliciosa – trasnochamos demasiado.
- Si – le devolvió una pícara sonrisa tirando de ella y susurrando - Pero… tú no
tienes sueño, ¿verdad? – le preguntó insinuante.
- Me he desvelado – dijo zafándose sin entrar en su insinuación.
- ¿Qué pasa? – frunció el ceño al ver que se retiraba - ¿No me das un beso de
buenos días?
- Claro – se inclinó y rozó suave y rápidamente sus labios - duérmete un poco
más.
- ¿Eso es un beso? – torció la boca en una mueca divertida.
- Maca… no empieces… tienes que descansar y… no me vas a convencer.
- Solo uno.
- ¡Ay! – exclamó – qué voy a hacer yo contigo – le dijo moviendo la cabeza de un
la do a otro y tomando su rostro con ambas manos acariciando sus mejillas –
solo uno y a dormir – la avisó inclinándose y perdiéndose en su boca, sintiendo
las manos de Maca en su espalda y un calor agradable que comenzaba a prender
mecha en ella - ¿este si te ha gustado? – le preguntó retirándose.
- ¡Me ha encantado! – exclamó – pero.. ha sido muy corto.
- A dormir – la señaló con el dedo.
- Vaaaale – aceptó cerrando los ojos, lo cierto es que estaba agotada – échate aquí
conmigo - le pidió melosa golpeando con la palma de la mano el lado vacío.
- Maca…
- Anda…. – insistió con voz susurrante - prometo no hacer nada.

Esther se levantó del borde y dio la vuelta a la cama se sentó con la espalda en el
cabecero como solía hacer y perdió su mano en el pelo de la pediatra acariciándola con
suavidad. Maca emitió un leve gemido de gusto, se giró hacia ella, poniéndose de
costado, abrazándola por las piernas y acurrucándose a su lado, cerró los ojos, sintiendo
un cálido placer en el masaje que le estaba propinando la enfermera. En cinco minutos
volvía a dormir y Esther, se quedó observándola, entre divertida por ver lo poco que
había cambiado en ese sentido y preocupada al verla tan cansada, pero se tranquilizó
pensando que era normal, llevaba dos días trabajando en el campo y dos noches que,
entre unas cosas y otras, las había pasado casi en blanco, amén de que aún no estaba del
todo fuerte, era normal que estuviese agotada. No pudo evitar sonreír satisfecha al verla
descansar sin sobresaltos, sin pesadillas, completamente entregada al sueño. Se levantó,
cogió de nuevo su cuaderno y siguió leyendo.

Hora y media después, la pediatra abría de nuevo los ojos, paseó la vista por la
habitación y comprobó que Esther estaba allí echándole de comer al pez. Sonrió al
verla.

- Debe ser tardísimo – le dijo sobresaltándola.


- No creas, no tenemos nada que hacer – se giró hacia ella devolviéndole la
sonrisa.
- ¿No vamos a hacer nada? – preguntó con un deje de decepción. Había esperado
que tuviera alguno de sus planes – ¿ni siquiera dar un paseo?
- Primero tienes que desayunar – rió torciendo la boca en una mueca burlona,
contenta de ver cómo había cambiado sus actitud en unos días – y luego ya
veremos.
- No hace falta que me traigas el desayuno a la cama – comentó mirando la mesita
auxiliar – quiero que me despiertes cuando tú y desayunar con los demás.
- De eso nada, llevamos dos días de aquí para allá y Germán ha sido muy claro,
vuelves a tener ojeras y eso no le gusta nada y menos después de la hemorragia
de ayer.
- Tengo ojeras porque a pesar de tus promesas no me dejas dormir - bromeó
aludiendo a la noche pasada – y Germán sabe que esa hemorragia no es nada,
solo demasiado sol.
- Aún así, mientras estés aquí y quiero traerte el desayuno a la cama.
- ¿Y cuando volvamos! ¿también me lo llevarás a la cama? – preguntó con
intención impostando un tono meloso.
- ¿Querrás? – le preguntó incrédula y ligeramente despectiva, levantándose
inmediatamente del borde de la cama – creía que cuando regresáramos
volveríamos a ser jefa y empleada.
Maca no respondió, se había sorprendido del gesto y la reacción de la enfermera que se
había puesto a recoger las cosas mecánicamente. Maca bebió un sorbo de zumo y esperó
a que Esther dijera algo más porque estaba segura de que algo estaba rumiando para que
hubiese saltado de aquel modo y sin venir a cuento. Pero no dijo nada y Maca siguió
desayunando en silencio.

Esther no dejaba de darle vueltas a la conversación de la noche pasada, a lo que acababa


de decirle Maca y se preguntaba qué le pasaría a Ana, se giró hacia la pediatra dispuesta
a preguntarle, sintiendo unos enormes deseos de saber, pero en el último instante se
arrepintió y siguió con lo que hacía.

Maca se percató de su maniobra, y conociéndola esperó que por fin rompiese el hielo y
le dijese aquello que se estaba callando, pero Esther, de nuevo permaneció en silencio y
se dirigió al armario, a coger guardar algunas cosas y sacar la ropa que iba a ponerse la
pediatra. Luego preparó las toallas, las dobló y las colocó en la mochila que colgaba de
la silla de Maca y todo ello en silencio, un silencio que Maca comenzó a sentir como
una losa sobre su alma. Incómoda, comprendió que era ella la responsable de esa actitud
de Esther, segura de que todo lo que le dijera la noche anterior la tenía desconcertada.
La culpabilidad comenzó a atormentarla, no podía dejar de observar su gesto serio, lo
esquiva que había estado cuando intentó besarla, repentinamente sintió que perdía el
apetito, echó la bandeja a un lado preguntándose cuánto tiempo tardaría Esther en
preguntar, en mostrar la necesidad de saber, porque estaba segura de que era eso lo que
le ocurría. Esther necesitaba un mínimo de compromiso por su parte, ahora lo tenía
claro. Desesperada al ver que la enfermera seguía pululando de un lado a otro, hasta el
punto de marearla, sin decir nada, ni siquiera para recriminarle que no terminara el
desayuno, se decidió a ser ella la que rompiera el silencio.

- ¿Qué quieres saber? – saltó de pronto provocando un sobresalto en la enfermera


que se volvió hacia ella.
- ¿Yo? nada - respondió sorprendida - ¿por qué?
- Venga, Esther - sonrió afable – conozco esa expresión y tú hace unos minutos
querías preguntarme algo.
- No, de verdad que no.
- Quedamos en que soy yo la esquiva y la que le cuesta hablar de sus
sentimientos, ¿qué te pasa?
- Nada… - respondió arrastrando la palabra con condescendencia intentando
transmitirle que se equivocaba.
- Esther, ¡por favor! – le pidió con tanta angustia que la enfermera la miró
enternecida, y luego miró la bandeja frunciendo el ceño.
- Eso tienes que terminártelo.
- Vale, pero me dices qué es lo que te pasa – aceptó intentando pactar con ella, al
tiempo que cogía de nuevo la bandeja.
- Si… en realidad, no es nada – volvió a repetir y Maca enarcó una ceja en gesto
interrogador, Esther lanzó un suspiro - es… una tontería…
- No será una tontería cuando te ronda la cabeza y te tiene así de seria y…
distante.
- Yo no estoy distante – protestó levemente.
- Bueno… - volvió a sonreírle conocedora de que eso solía desarmarla - ¿no me lo
vas a contar? – le pidió melosa.
- Es algo que me dijiste ayer – reconoció sentándose junto a ella en el borde de la
cama – pero no quiero que creas que yo… quiero decir que yo…
- ¿Te refieres a anoche?
- Sí - admitió.
- Es de Ana ¿no? – se aventuró convencida de no errar.
- Si – asintió también con la cabeza.
- ¿Qué pasa? – preguntó con el mismo tono afable pero la enfermera adivinó de
nuevo esa sombra de tristeza, esa oscuridad en su mirada cada vez que la
mencionaba.
- Nada – sonrió, levantándose de la cama, nerviosa por haber preguntado y
haberle sacado de nuevo el tema, cuando Germán le había aconsejado que fuera
paciente y no la presionase – ya te he dicho que es una tontería y hoy quiero que
descanses y luego si te apetece nos vamos a Jinja a comer y a dar un paseo como
querías, ¡te invito a un helado! ¿te apetece? – intentó mostrarle que se
equivocaba y que ni estaba esquiva ni distante.
- Sí, me apetece, pero ven – le indicó con la mano que se acercase – ven aquí –
insistió extendiendo la mano hacia ella, Esther se acercó obediente – siéntate y
dime qué quieres saber.
- Nada, Maca – respondió sentándose - ¿sabes que te quiero, verdad! te quiero por
encima de cualquier cosa y no quiero que te preocupes por mí, ni por nada.
- Uy, uy, ahora sí que me estoy preocupando – sonrió bromeando y cogiéndola de
la mano continuó – por favor, no quiero que entre tú y yo haya ningún
malentendido. Si… si… queremos que esto funcione tenemos que ser claras y
yo… yo quiero serlo contigo.
- ¿Y con Ana? ¿Lo serás también con ella?
- Ya… ¿es eso lo que te preocupa? - Esther frunció los labios en una mueca, le
gustaría escuchar que en cuanto llegasen a Madrid hablaría con ella, le explicaría
todo y la dejaría, aunque al mismo tiempo se sentía culpable por desearlo –
Esther ya te he dicho que Ana no está bien y que yo… voy a seguir… viéndola.
- Ya.. – respondió intentando levantarse con las lágrimas saltadas pero Maca se lo
impidió aferrándose a su mano y haciéndola sentarse de nuevo – ya, ya sé lo que
me has dicho y lo que yo te respondí, pero…
- Pero… - repitió intentando que continuase enarcando las cejas incitándola, al ver
que no lo hacía se aventuró - pero no entiendes cómo puedo estar engañándola
contigo después de todo lo que te he contado, es eso ¿no? Y tampoco entiendes
porqué quiero seguir viéndola si pretendo que tu y yo sigamos juntas, ¿me
equivoco?
- Bueno… dicho así… yo…
- Es algo de lo que me cuesta mucho hablar, durante un tiempo… me he sentido
muy culpable, ¡mucho! de lo que pasó, pero Vero me ayudó a comprender que
solo fue… fue un accidente.
- ¿De qué me hablas? – preguntó desconcertada - ¿de lo que le hizo su ex marido!
¿tú que culpa puedes tener?
- No, no es eso – suspiró profundamente – anoche… no fui capaz de terminar de
contarte todo, yo…
- Maca, te repito que no quiero que me cuentes nada que …
- Esther, lo sé, cariño, pero… no quiero que te queden dudas, no quiero ver esos
ojos tristes, ni la expresión que tienes en ellos. No quiero que evites besarme, ni
ver esa expresión de culpa en ellos, ni que creas que yo…
- Maca, yo estoy bien… entiendo lo duro que debió ser y entiendo que necesitas
tiempo y…
- Gracias, pero… - suspiró – anoche estaba cansada y me dolía recordar pero…
quiero que sepas todo, al menos todo lo que yo sé.
- ¿Qué quieres decir?
- Nada – musitó mirando hacia abajo y guardando silencio.
- Maca….
- Ana... Ana... – levantó los ojos hacia ella y elevó el mentón decidida, ya estaba
bien de esconderse en el pasado, tenía que contarle todo o Esther jamás la
entendería - yo vivía ya en Madrid cuando un día me llamó un amigo de mi
padre, se había enterado que buscaba financiación para montar la clínica y
quería verme, al parecer quería presentarme a alguien que estaba interesado en
participar en el proyecto. Le pedí a Cruz unos días y me los dio. Viajé a Sevilla,
era jueves y pensé que ese fin de semana, ya que estaba allí más días podíamos
hacer algo especial.

Esther se sentó en el borde de la cama sin comprender muy bien todo lo que le contaba
ni a donde quería ir a parar, pero en esos días había ido aprendiendo a no interrumpirla y
escucharla con paciencia, aunque muchas veces su impulsividad y su deseo de saber lo
evitase.

Maca la miraba pensativa, y Esther sintió el impulso de presionarla para que continuase
pero volvió a controlar sus deseos y a esperar a que la pediatra escogiese sus palabras y
ordenase sus pensamientos, porque estaba segura de que era eso lo que le ocurría, al
igual que la noche pasada, Maca no sabía cómo contarle todo aquello.

- Yo… el hospital… - comenzó de nuevo mostrando su indecisión – vamos que


nada era como tú lo dejaste, Cruz planificaba su marcha, tenía una buena oferta
de Londres y Javier… quería el cargo de director y luchó por él – le explicó con
rapidez – y… al final lo consiguió y….
- ¿Y tú? – le preguntó sin entender aquel nuevo giro en la historia.
- Yo… deseaba que mi proyecto saliera adelante para largarme de allí – reconoció
con énfasis mirándola fijamente. Esther asintió y le hizo una carantoña en el
antebrazo mirándola sin entender nada, pero dejándola que le contase las cosas a
su manera.
- Perdona, me explico fatal – se encogió de hombros compungida comprendiendo
que no tenía ni pies ni cabeza lo que le estaba diciendo y Esther le sonrió
comprensiva.
- No pasa nada – sonrió – y… tampoco es necesario que me cuentes nada que no
desees contarme, ya sabes que….
- Sí quiero contártelo – la interrumpió con fuerza – ya te lo he dicho solo que…
- No es fácil, lo sé, cariño – le acarició la mejilla y se inclinó a darle y fugaz beso.
- Es que… el que Javier fuera el director… bueno que… después todo fue más
complicado y… vamos que… mejor sigo por donde iba ¿no?
- Sí, mejor sí – admitió esbozando una sonrisa armándose de paciencia – Cruz te
dio unos días libres y te fuiste a Sevilla para ver a ese amigo de tu padre – le
resumió con rapidez con la idea de que continuase y se dejase de divagaciones. .
- Sí, yo tenía una…vamos que tenía la idea de marcharnos los tres juntos a algún
sitio pero Juanito debía pasar el fin de semana con su padre y…
- ¿Pero seguía viéndolo?
- Ya te dije que se las ingenió para parecer un santo y echarle la culpa a Ana. Y
Ana, con tal de que todo fuese lo más normal posible y que el niño no sufriese se
pegó a todo.
- Perdona, no quería interrumpirte –se excusó al ver que se impacientaba con su
nueva intervención.
- El caso es que como Juanito estaría con su padre, decidimos irnos a la playa
justo después de mi reunión. Ana me pidió que la acompañase a llevarle el niño,
no quería ver sola a Juan y yo le prometí hacerlo – le dijo clavando sus ojos en
ella, Esther sintió la necesidad de cogerla de la mano, porque la cara de Maca
mostraba tal desolación y tristeza que no puco evitar necesitar consolarla –
pero… no lo hice – musitó bajando los ojos – al final… no lo hice – reconoció
en un murmullo casi imperceptible.
- Pero eso… ¿qué importancia tiene? – preguntó al ver que no continuaba.
- Ana se marchó sola con él y…. yo sabía lo nerviosa que se ponía cada vez que
tenía que verlo, no debí... – negó con la cabeza y se le saltaron las lágrimas, pero
se rehizo inmediatamente - tuvo un accidente y Juanito… murió en él.

Esther la miró abriendo desmesuradamente los ojos, ¡ahora sí que, comprendía lo que
intentaba explicarle la noche anterior!

- Entiendo.
- No. No lo entiendes, yo tenía que haberles llevado, yo tenía que haber… estado
a su lado… se lo había prometido y en realidad … en la reunión estaba ya todo
hablado… no… no tenía que haber seguido allí con aquellos… viejos engreídos
que solo…
- Cariño….
- No cumplí mi palabra, y… - la miró torció la boca en una mueca de tristeza y
bajó los ojos llenos de lágrimas.
- ¿Por eso nunca has vuelto a la playa?

Maca se encogió de hombros sin responder y Esther, aguardó unos segundos, sintiendo
que aquel silencio que se había creado pesaba sobremanera sobre ellas.

- Maca… cariño….
- Yo tenía que ir en ese coche, tenía que haberles llevado, quizás así… todo
hubiera sido... diferente.
- Vero tiene razón, fue un accidente y tú no tienes la culpa de nada.
- Ya… ya lo sé – suspiró – pero… hay veces en que… decirme eso no basta…
- Maca, la vida es eso, una sucesión de decisiones, y… en la mayoría de las
ocasiones nos equivocamos, pero… no podemos estar lamentándonos
constantemente de lo que hubiera sido si hubiésemos tomado la decisión
contraria, ¡la vida es así! – le sonrió intentando conformarla y consolarla.
- Ya lo sé – murmuró – pero….
- Pero nada, Maca. Hay que seguir adelante y afrontar las consecuencias de lo que
hemos decidido – le aconsejó con seguridad.
- ¿Y me lo dices tú?
- Sí, te lo digo yo, que también me he equivocado muchas veces, y otras muchas,
si hubiera sabido de ante mano las consecuencias de mi decisión no la hubiera
tomado – le aseguró con un deje de culpabilidad que Maca no supo comprender
- Pero estamos aquí y ahora.
- Lo sé – repitió con aire de derrota que enterneció a la enfermera.
- Maca… no te sientas culpable.
- Pero… es que… hay veces que miro a Ana y…. ella me mira y… no puedo
evitarlo.
- ¿Es por eso por lo que Ana no está bien! ¿te culpa a ti?
- ¿Ana? ¡no! claro que no, ¡qué más quisiera yo!
- Entonces… - la instó sin comprender.
- Ana… tampoco salió bien del accidente, nunca ha vuelto a ser la misma.
- Si… debió ser durísimo para ella y... para ti cuando te lo dijeran.
- No recuerdo cuando me lo dijeron, es extraño pero… mis recuerdos de ese día
están borrosos, me acuerdo como si fuera ayer de todo lo que pasó hasta el
momento de la reunión pero… luego, apenas recuerdo la reunión y después
nada… no recuerdo nada más.
- Tuvo que ser una gran impresión para ti, debe ser normal que…
- Sí, será eso.

Esther la observó esperando a que continuara y tras un par de minutos de silencio en los
que Maca parecía perdida en sus recuerdos Esther se decidió a preguntarle lo que
deseaba conocer.

- Pero ¿cómo fue? ¿qué pasó? digo… el accidente.


- No lo sé, nunca lo he sabido.
- ¿Cómo que no lo sabes?
- Ya te digo que casi no recuerdo ese día, ni… los días que siguieron, vagamente
recuerdo haberme despertado en una clínica, casi dos semanas después del
accidente y… recuerdo a mi madre contándomelo.
- Pero… ¿qué te pasó a ti?
- No sé, mis padres dicen que me... empecé a encontrar mal en la comida… y…
que intenté marcharme pero que luego, me insistieron en tomar una copa… para
cerrar el trato y… me quedé…
- ¿Y ellos cómo saben eso?
- Ya te he dicho que era un amigo de mi padre, se lo contaría él, supongo – le
habló con cierto genio, impaciente con sus preguntas e interrupciones, Esther
pensó que se había puesto nerviosa, pero rápidamente volvió a una actitud
abatida - no recogí a Ana – reconoció mirando hacia la ventana - Solo sé lo que
me han contado, que me encontré tan mal que perdí el conocimiento y tuvieron
que llamar a una ambulancia,… que Ana llevó al niño y que en el accidente tuvo
secuelas físicas y psicológicas, que de las físicas parecía que podía recuperarse,
que sus padres se encargaron desde el primer momento de todo, procuraron
buscar a los mejores médicos… - suspiró de nuevo - pero desde entonces Ana
vive… en su mundo.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues eso que… está en su mundo.
- ¿Quieres decir que está… deprimida… que está en una especie de coma o qué?
- No. No exactamente. Aunque es… casi como… si lo estuviera. Al principio
pensaron que podía tratarse de algo así, de un estado de semiinconsciencia, no se
recuperaba como debía, apenas pronunciaba palabras, solo el nombre del niño y
el mío y… ninguno de los dos estábamos a su lado – murmuró bajando de nuevo
los ojos, Esther vio que se le volvían a saltar las lágrimas y la acarició con
ternura, mostrándole su apoyo y comprensión, segundos después Maca volvía a
hablar - Las pruebas indicaban que había actividad cerebral completa, pero
Ana… - la voz de le quebró y tragó saliva
- Maca, de verdad que no hace falta que sigas – le dijo con dulzura intentando
evitarle aquel sufrimiento.
- Es que… no sé que me pasa… ya hace tiempo y… creía que me resultaría más
fácil… hablarte de todo - bajó los ojos que seguían llenos de lágrimas, Esther
respetó su silencio y Maca se tomó un momento en el que tragó saliva y respiró
hondo, para volver a levantar sus ojos hacia ella – Yo… estuve más de dos
semanas en aquella clínica…
- Pero… ¿a ti qué te pasó?
- Por lo visto una reacción a la medicación que tomaba para… evitar beber.
- ¿Pero bebiste?
- No, ¡claro que no! – saltó con genio – ya te dije que se lo prometí a Ana y
siempre cumplí mi promesa.
- Perdona – se excusó al verla alterarse – no lo recordaba.
- Perdona tú – le sonrió levemente, arrepentida del tono en que le había hablado.
- No te preocupes es normal que te duela recordar ciertas cosas y yo no dejo de
interrumpirte, anda sigue con lo que me decías. – le pidió melosa – estuviste más
de dos semanas en aquella clínica.
- Sí… y… en ese tiempo Ana... estuvo en la UCI del hospital. Al parecer mis
padres la visitaban todos los días, - comentó frunciendo el ceño, parecía
repentinamente molesta y Esther se mordió el labio para no interrumpirla de
nuevo y preguntarle el porqué de aquel gesto – luego... insistí en ir a verla pero
no me dejaban, me decían que no era conveniente para ella ni para mí. Aún no le
habían dicho lo de Juanito porque no se estaba recuperando bien – miró hacia
abajo y jugueteó con la sábana guardando silencio, Esther supo que recordaba y
no quiso importunarla, instantes después continuó con la narración - de hecho,
cuando me dejaron ir a verla, pareció recuperase dentro de las circunstancias,
pero… cuando le dije que Juanito había muerto … - desvió la vista y le tembló
la voz - no … no debí decírselo… era… demasiado pronto… no … acepta la
muerte de Juanito, y solo muestra alguna reacción cuando, cuando me ve. No
hay explicación médica a lo que le ocurre, lo hemos intentado todo, hemos…,
sus padres buscaron a los mejores médicos, a los mejores psicólogos pero…
apenas tiene avances. Y… encima yo… cuando parecía que… mejoraba algo…
¡voy y me caigo por las escaleras! – le dijo con las lágrimas saltadas, abreviando
– Tengo que seguir viéndola, Esther, se lo debo.
- Pero… Maca… - intentó protestar consciente de que estaba ya cansada de hablar
del tema, no había más que ver cómo había resumido en pocas palabras lo que
había ocurrido.
- No, Esther, no digas nada – le pidió fijamente – yo sé que no podía pedirte esto,
que ni siquiera debía pensar en un futuro contigo, si no estaba dispuesta a cerrar
esa puerta pero… entiéndeme, ¡no puedo!
- ¡Cariño!
- Tú no sabes lo que es sentarte frente a ella, verte reflejada en sus ojos vacíos,
esos ojos que… ¡eran los más vivos que he visto en mi vida! y… sentir que hace
tanto que dejó de ser quien era… que…
- Maca… - musitó, quería consolarla, decirle que todo estaba bien, que todo podía
cambiar, que no le importaba que fuera a verla, que quería estar con ella, que la
amaba por encima de cualquier cosa pero, también ella sentía un nudo en la
garganta y una opresión en el pecho, también ella tenía miedo y sentía la
necesidad de que la pediatra le asegurara que todo iba a ir bien.

Esther permaneció en silencio solo mirándola. Maca le devolvió la mirada y suspiró,


indecisa, sin saber si seguir hablando o callar. No quería ver esa expresión en los ojos
de Esther y menos ser ella la que la originaba.

- Maca… cariño… - le acarició la mejilla con suavidad y una leve sonrisa –


necesitará más tiempo para hacerse a la idea, para… recuperarse.
- No – murmuró negando con la cabeza.
- Claro que sí, con el tiempo… poco a poco lo superará. Ya verás y…
- No, eso es imposible, ¿no me has escuchado? – volvió a negar con la cabeza y
apretó los labios - siempre está con esa mirada perdida en el vacío, cada día más
pálida, cada día más consumida, al principio… deambulaba por la casa, sin
hacer nada, sin hablar… solo andar, sin reparar en nada, golpeándose con los
muebles, pisando cualquier cosa, dejó de hacer hasta lo más básico, tenía que …
darle de comer, que… bañarla … que… - la voz se le quebró – tuve que pedir
permiso en el hospital para estar con ella, pero… se me acabó, pensé en pedir
una excedencia pero Javier me la negó, después de la inhabilitación me dijo que
era imposible, salvo que quisiera perder la plaza en el central - se detuvo
frunciendo el ceño y Esther pensó que quizás de allí viniese la rivalidad entre
ellos - y… seguí en el hospital, con la intención de mandarlo a paseo en cuanto
tuviera la clínica montada pero… todo se complicó – exhaló un profundo
suspiro y cuando volvió a hablar su tonos e había enronquecido - Sus padres se
encargaban de ella durante la semana y yo iba todos los fines de semana, ¡tuve
que hacer malabarismos con las guardias! hasta cuarenta y ocho horas seguidas
en el hospital, y… luego… cuando tuve el accidente… todo empeoró, fue más
de un mes sin ir a verla, me hundí, dejé de pensar en ella, en que me necesitaba,
y en ese tiempo Ana se metió en la cama, dejó de andar, apenas habla, sin…
- Maca, tú no tienes la culpa – la interrumpió.
- ¿Culpa? ¿Quién habla de culpa? – bajó los ojos pensativa y habló con voz ronca
– parece que solo desee estar muerta, nada de lo que le dices parece afectarle,
hace tiempo que no sé que hacer, ni qué decir, hace tiempo que se me hace cada
vez más cuesta arriba coger el avión todos los viernes y encerrarme en casa con
ella, estoy cansada, muy cansada, pero si no voy un fin de semana, se pone peor.
Y yo solo quiero que reaccione y se recupere.
- Claro – murmuró Esther siendo ahora ella la que bajó los ojos que se le habían
llenado de lágrimas.
- Esther… no me malinterpretes – le pidió cogiéndola de la mano – yo sé que
ella… no se va a recuperar. Me lo han dicho claramente, es casi imposible que lo
haga y cada vez las secuelas físicas son mayores. ¿Recuerdas la semana que
estuve fuera de la clínica? cuando tú tuviste el accidente en la chabola.
- Sí – asintió con la cabeza.
- Ana tuvo una recaída, estuvo a punto de morir, sus pulmones empiezan a fallar,
y... Le faltan ganas de vivir… y yo solo quiero que ese clip que hizo su mente se
deshaga y que… que… se recupere… pero….

La enfermera no dijo nada, y desvió la mirada. No sabía qué decirle, no sabía cómo
conseguir que esa tristeza desapareciese de sus ojos. Pero lo que sí sabía es que debía
ser ella la que consiguiese aligerarle la carga que parecía soportar. Finalmente la miró,
los ojos de la pediatra estaban clavados en ella, anhelantes y temerosos. Esther le
acarició el dorso de la mano y esbozó una leve sonrisa de comprensión.

- Mi amor, te lo dije anoche y te lo repito, solo me importas tú. Te mereces ser


feliz. Si tienes que ir a Sevilla todos los fines de semana, pues vas. Yo te estaré
esperando o si quieres voy contigo – sonrió abiertamente – eso sí, tú madre
puede matarme – intentó bromear para que se relajara un poco.
- Pero, Esther… no puedo permitir que… - se interrumpió con una sonrisa triste.
- Y si lo que necesitas es tiempo, tómate todo el que quieras. Te voy a esperar,
Maca, todo el tiempo, todo el del mundo. Esta vez no voy a salir huyendo.

La pediatra no fue capaz de controlar un puchero, emocionada con sus palabras, notó
que se le saltaban las lágrimas, no solo por lo que significaba aquella declaración de
intenciones, sino porque era la segunda vez que las escuchaba. La barbilla comenzó a
temblarle y Esther la atrajo hacia ella, abrazándola. Maca se acurrucó en su pechó y se
aferró con fuerza, sin poder evitar que su mente volara tiempo atrás, a aquella mañana,
poco después de casarse, en la que Ana le había dicho exactamente lo mismo.

- Mama, mama… - Juanito entró en el dormitorio corriendo y saltando encima de


la cama –¡mama!
- Juan hijo, cuantas veces tengo que decirte que no hagas eso.
- Tengo hambre, Maca, ¡tengo hambre! - repetía saltando y riendo encima de
ellas.
- Ven aquí granujilla – dijo Maca intentado atraparlo.
- A que no me pilláis, ¡no me pilláis! ¡no me piláis! – repetía saltando a los pies
de la cama..
- ¡Ven aquí! – saltó Ana tras él riendo viendo como el niño salía disparado de la
habitación – ¡verás si te pillo! – le gritó riendo aún - cariño – se inclinó a besar
a Maca – ¡lo siento!
- No lo sientas, me encanta verlo reír y contento.
- Maca, siento que Juan…
- Tu no tienes la culpa. Y por mi no te preocupes, ese no me asusta con cuatro
amenazas.
- No me perdonaría que te hiciera daño.
- No va a hacerme nada, eres tú la que debes tener cuidado
- ¿Me acompañaras esta tarde?
- Claro. No quiero que vayas sola.
- Maca… no sé cómo aguantas todo esto tan… ¡siento tanto que tuviéramos que
volvernos de la luna de miel.
- ¿Todavía estás con eso?
- Es que… estarás pensando que… ¡vaya donde te has metido!
- Me casé contigo sabiendo muy bien donde me metía, además ¿yo qué dije?
- ¡Mama! ¡mama! – se oyó a Juanito a lo lejos.
- ¡Ya voy, hijo! – volvió a alzar la voz, y girarse después a Maca - ¿qué dijiste?
- ¿Yo no dije para lo bueno y para lo malo! pues… hemos empezado por lo malo.
- ¡Mama!¡ mama!…
- ¡Creo que es hora de desayunar! – suspiró besándola de nuevo.
- ¡Mama!¡ mama! – volvió a escucharse cada vez más lejos.
- Voy a hacer el desayuno – dijo Maca levantándose de la cama con un suspiro.
- ¡Gracias, gracias, gracias! – se levantó tras ella, la cogió por la cintura y
volvió a besarla –¡soy la mujer más afortunada del mundo! Y estoy deseando
estar a solas en esa playa.
- Yo también, pero quizás me tengas que esperar un poco, la reunión fijo que se
alarga.
- Te estaría esperando toda la vida, todo el tiempo, ¡todo el del mundo! – le dijo y
se fue en busca de Juanito .

Maca recordaba cada momento de aquella mañana, cada instante del día que cambió sus
vidas. Sin pensar, sin reparar en si la enfermera se enteraría de lo que quería decirle y,
todavía, abrazada a ella, siguió hablando, revelando sus sentimientos más profundos,
aquello que no le había contado ni siquiera a Vero.

- Nunca tuvimos tiempo para lo bueno – musitó entre dientes.


- ¿Qué? – preguntó Esther sin entender lo que había dicho preocupada al verla con
las lágrimas saltadas.
- No fui a hacerles desayuno – dijo de pronto dejando a Esther perpleja sin saber
de qué hablaba pero comprendiendo que debía dejarla, por una vez, sin
interrumpirla. Maca se estaba desahogando y no sería ella quien la frenase -
parecía una cría, jugando con él, daba gusto verlos juntos, yo sentía que estaba
por fin feliz, Juanito saltaba y corría, y ella lo perseguía, haciendo como que no
podía atraparlo, yo los observaba divertida, apostada en el pasillo, disfrutando de
verlos así, sin miedo. Ana lo pilló por sorpresa, lo levantó en volandas y lo
metió en la ducha, luego me fui a la cocina, yo los escuchaba reír y hablar
mientras les preparaba el desayuno, Ana hacía un café malísimo – sonrió al
recordarlo – así es que siempre que podía lo hacía yo.
- Lo sé – dijo Esther sin poder evitar el comentario pensando en el día en que
llegaron y Maca la confundió con ella por la fiebre.
- ¿Lo sabes? – preguntó siendo ahora ella la que la miraba completamente
confundida - ¿cómo puedes saberlo?
- Me lo dijiste el día en que llegamos aquí, ¿no lo recuerdas?
- La verdad es que no – suspiró pensativa y un gesto de angustia – Esther.. yo…
también hace tiempo que quería preguntarte algo.
- ¿A mí! ¿el qué?
- ¿Olvido muchas cosas?
- ¿Lo dices por lo del café de Ana? – le dijo extrañada de su pregunta - Es normal,
tenías mucha fiebre, delirabas, por eso no te acuerdas – le sonrió ante su cara de
desconcierto – y no, no olvidas muchas cosas, ¿por qué lo preguntas?
- Por… - la miró y guardó silencio.

Esther esperó a que continuase pero no lo hacía, parecía perdida en ese pasado, en
aquellos días compartidos con su mujer.

- ¿Maca…? – la instó a seguir – cariño….


- Esther… perdona… - la miró volviendo a realidad - no quería aburrirte con
mis… historias.
- ¡No me aburres! - saltó - ¡en absoluto! – le sonrió de tal forma que Maca sintió
la necesidad de seguir contándole, de abrirle su corazón como llevaba años que
no lo hacía con nadie.
- Pienso mucho en ese día, en esa mañana, son imágenes que nunca se me podrán
olvidar, recuerdo la forma en que se acariciaban, la forma en que Ana abrazaba a
su hijo, en cómo Juanito se aferraba a su cuello y la besaba – siguió con la vista
perdida en el fondo de la cabaña, como si estuvieran allí y ella estuviera
viéndolos en ese mismo instante - ¡sentía envidia de ellos! de ese amor tan puro,
deseé sentir lo que ellos sentían… poder querer a alguien con esa intensidad,
libre de condiciones, desinteresadamente…
- Querías a Ana – le dijo sonriente.
- No es lo mismo – respondió con brusquedad frunciendo el ceño.
- ¿Nunca pensasteis en tener un hijo! digo vuestro, de las dos – le preguntó de
pronto y Maca la miró como si acabara de aterrizar de nuevo en la cabaña –
quizás sea lo que Ana necesite – aventuró con tal expresión de temor que Maca
se puso nerviosa.
- Eh… no… bueno… yo si… siempre he querido tener hijos pero… - se calló y se
encogió de hombros – es absurdo pensar en eso ahora y antes… no llegamos a
hablarlo. Yo… disfrutaba de que me dejaran compartir con ellos su vida –
suspiró y volvió a hacer una pausa, luego siguió - Recuerdo que Ana sacó al
niño de la ducha, recuerdo con qué mimo lo secaba, como me miraban los dos,
cómo me sonreían, sí, esos días fui feliz, de compartir aquellos instantes, de
sentirme parte de ellos. ¡Quien nos iba a decir que esa mañana sería la última! –
exclamó en voz baja, casi para ella.
- Cariño….
- Fui una imbécil, antepuse mi afán por montar la clínica y conseguir ese dinero
a…. a ellos y los perdí, ¡los perdí a los dos!
- No entiendo por que quieres castigarte por algo que tú no provocaste.
- Esther, porque cada vez que voy a Sevilla y la veo, siento que… que le fallé, que
le sigo fallando. Me tumbo en la cama a su lado y no puedo evitar pensar en
aquella mañana, en que Juanito ya nunca vendrá a despertarnos, ni llegará con su
carilla de sueño… y algo se rompe aquí dentro – le dijo señalándose el corazón –
y me digo que debemos seguir adelante, y se lo digo a ella, pero… nada sirve,
nada ayuda, daría lo que fuera por haberlo evitado, por que sus ojos nunca lo
hubieran visto muerto, por que rompa su silencio y grite la locura de su mente,
porque me culpe por dejarla sola.. por…. por lo que sea, pero… no... – murmuró
y desviando la vista no podía soportar los ojos de Esther clavados en ella – me…
me echo a su lado y me siento sola, más sola que nunca me había sentido en mi
vida, sintiendo que esa oscuridad de su mirada es impenetrable, que nunca voy a
lograrlo, que nunca se va a recuperar…
- Pero ella… vale, está deprimida y… está en... su mundo.. pero… estará en
tratamiento, ¿no?
- ¿Tú me has estado escuchando? – le dijo por segunda vez y ahora mostrándose
ligeramente molesta.
- Claro.
- Ni está deprimida, ni está en tratamiento, algo en su cabeza no va bien, no
funciona, y no somos capaces de saber el qué.
- Pero… ¿tú hablas con ella? –le preguntó directamente – porque antes me has
dicho que….
- Claro que hablo con ella – le dijo casi con genio, luego suavizó el tono, su voz
se enronqueció levemente – algo debió pasar en ese accidente, algo que solo Ana
puede saber y…
- ¿A qué te refieres?
- Pues… que creo que algo... algo no sé, algo tuvo que pasar, algo que la dejó así.
Ana era fuerte, tiraba de mí, y… no sé, no me creo que su mente no sea capaz de
asumir lo que pasó, no puedo creerlo, ella… ella no era así.
- ¿Y qué pasó?
- Nada – musitó - ¡déjalo! tantos años escuchando a Vero que… - le sonrió
negando con la cabeza – tonterías mías.
- Maca… - la recriminó.
- Mira, lo único cierto es lo que mi madre me contó – afirmó cambiando de tono,
mirándola casi desafiante sin que Esther alcanzara a comprender su cambio de
actitud - que cuando los encontraron Juanito estaba muerto, Ana… estaba pálida
y apenas podía articular palabra. Durante días no dijo nada, absolutamente nada
y luego... decía frases sin sentido… repetía una y otra vez “ha vuelto”, “ha
vuelto”, creo que se refería a Juanito pero nunca lo sabremos.
- Pero quizás… ¿por qué no cambias de médicos?
- Porque no hay nada que hacer – bajó los ojos y a Esther le pareció que se
avergonzaba de algo - con el tiempo comprendí y acepté que algo en su mente se
había roto, y que eso la había alejado de nosotros para siempre, que nunca iba a
enterrar el recuerdo de Juanito – se le quebró de nuevo la voz y Esther le
acarició la mejilla.
- Cariño…
- Nunca debí permitir que Ana fuera sola, que pasara por eso sola… - suspiró y
clavó sus ojos en los de la enfermera - sus padres no me escuchan, no quieren
que hagamos nada y yo…
- Tú eres su mujer.
- Lo sé - musitó – un papel – respondió esquiva.
- Pero ¿por qué no quieren hacer nada?
- Se han rendido y yo… hace tiempo que me cansé de discutir, quise llevarme a
Ana a Madrid y no me dejaron, tuve que aguantar que me dijeran que me
cansaría en unos meses, que yo era joven y reharía mi vida, me negué, insistí,
pero mis padres se pusieron en mi contra, ellos también creían que Ana estaría
mejor atendida en Sevilla, que yo no sacaría el tiempo necesario entre el hospital
y los planes de la clínica y que lo reconociera o no yo podía seguir con mi vida y
ella ¿qué! verme meter mujeres en su casa sin poder protestar, sin poder
oponerse… sin…
- Pero… ¿cómo te dijeron eso?

Maca se encogió de hombros y apretó los labios en una mueca.

- Insistieron que estaría mejor con ellos y cuando me decidí a pedir la excedencia
y Javier me la negó… me convencí de que quizás tuvieran razón. Ana necesitaba
muchos cuidados, necesita que le hablemos, que la mantengamos en contacto
con el mundo y así… quizás algún día….
- No debiste consentirlo.
- Lo sé… y, al final me decidí y no lo consentí. Pero cuando estaba preparándolo
todo para llevármela a Madrid, tuve el accidente y… ¿cómo cuidar de Ana si no
podía hacerlo ni de mí misma! si ni siquiera era capaz de controlar mis
necesidades, si… – se le saltaron las lágrimas y Esther sintió que a ella también -
debería haber pedido ayuda, pero no hice nada, solo ir semana tras semana a
Sevilla y quedarme callada mientras organizaban mi vida y la suya.
- Pero Ana ¿qué dice?
- ¿Ana? – la miró con una expresión que Esther no supo interpretar – nada. No
dice nada. Tengo la sensación de que... – la miró y guardó silencio sin
comprender aquella pregunta - Un viernes cuando llegué la vi especialmente
agitada, volvía a repetir esa frase, “ha vuelto”, “ha vuelto” y, luego, perder la
mirada en el infinito. A veces, tengo la sensación de que ve a Juanito, y que es
la única capaz de hacerlo, no sé, pienso tantas tonterías, pero cuando nos
quedamos solas en casa y mira con esa fijeza a la puerta y dice eso… tengo esa
sensación, me giro y no veo nada pero… ¡ella parece tan segura! le veo poner
esa cara que le ponía a él, que… estoy convencida de que es eso lo que le ocurre,
que lo ve, yo… creo que desde ese día la perdí para siempre – suspiró perdiendo
la mirada en el fondo de la habitación.

Esther le acarició la mano también pensativa y ambas guardaron silencio.

Maca revivió una de tantas noches en que se tumbaba junto a Ana, una de tantas en las
que se sentía completamente sola, sola en la inmensidad de la noche, sola ante esa
inmensidad que la rodeaba. Y se angustiaba al ver que no era capaz de llegar hasta ella,
de franquear ese muro, tenía la sensación de que no la escuchaba, de que ni siquiera la
oía y en cambio otras la miraba tan atentamente que se convencía de todo lo contrario,
de que intentaba comunicarse con ella pero había algo en su interior que se lo impedía,
y esas veces su angustia crecía aún más, la opresión de su pecho se volvía insoportable
y tenía que disimular las enormes ganas de llorar que la embargaban. Deseaba con todas
su fuerzas que le hablase, que le gritase y se preguntaba porqué, porqué había pasado
todo, porqué Ana no era capaz de reaccionar, porqué su rostro ya no era el que la miraba
con devoción, el que le sonreía en los momentos de flaqueza, porqué dejaba que el
tiempo pasara construyendo un muro cada vez mayor entre ellas, porqué se dejaba
consumir, se dejaba morir y esos días, de soledad compartida, de oscuridad profunda,
inevitablemente su mente siempre había volado, y volaba a Esther, a lo diferente que se
sentía cuando la recordaba y como creía que tenía su imagen grabada en su alma, una
imagen que nunca moriría, como nunca había sido capaz de enterrar su amor por ella. Y
ahora, estaba allí con ella, contándole lo que siempre había guardado a los demás, con la
posibilidad de iniciar una nueva vida a su lado y eso la llenaba de felicidad, pero al
mismo tiempo, sentía que no podía olvidarse de Ana sin más, que necesitaba sentarse
frente a ella, contárselo todo y hacerle entender que debía seguir con su vida.

- ¿En qué piensas? – le preguntó la enfermera viéndola tan ensimismada.


- En… - la miró y sonrió levemente – en nada.
- No me lo cuentes si no quieres pero no me digas que en nada – le sonrió afable –
porque esa cara que tienes puesta….
- Vale – suspiró – pensaba en la cantidad de veces que deseé poder olvidarme de
Ana, de… todo lo que nos había pasado y…
- ¿Olvidarte de ella? – la interrumpió sorprendida.
- Yo me entiendo – respondió ligeramente enfurruñada por el tono en que se lo
había preguntado – no es que quisiera olvidarla, además me daba miedo que
fuera así, me daba miedo volver a sentirme completamente vacía, por lo menos
la tengo a ella.
- También me tienes a mí.
- Sí – sonrió esta vez abiertamente – me refiero a lo que pensaba antes de que tú…
volvieses y.. a lo que pensaba cuando lo hiciste.
- ¿Qué pensabas? – volvió a preguntar ahora en un tono de enorme interés
mirándola tan fijamente que Maca se incomodó ligeramente.
- Lo que te he dicho – repitió – que… me hubiera gustado que todo fuera más
fácil. Y….
- Pensabas en mí – dijo de pronto – me refiero a… antes de que volviese.
- Claro que pensaba en ti y, a veces, soñaba contigo – confesó.
- ¿Y cuando volví? – se atrevió a preguntarle lo que en tantas ocasiones deseó
conocer - ¿qué pensaste cuando volví?
- Pues… - la miró y guardó silencio un instante - Había noches que no podía
dormir, noches largas y confusas en las que los sueños eran casi reales.
- ¿Esos sueños de los que me hablaste?
- Esos y otros en los que te veía, veía que me abrazabas que… te besaba – confesó
con una mueca y Esther sonrió agradecida por su confesión, a su manera Maca
le estaba diciendo que la amaba, de ahí a que lo dijese abiertamente solo habría
un paso.
- ¿Y ya no sueñas conmigo?
- Sueño con tu sonrisa y también que te deseo… como… como antes - le dijo
enarcando una ceja.
- ¿Te refieres a…?
- Sí - admitió
- Ya… - dijo insinuante inclinándose a besarla – y… ¿por qué nunca me dijiste
nada?
- Pues… porque por la mañana todo desaparecía, todo volvía a la realidad, y…
pensaba en Ana, y me decía que quizás un día reaccionaría, que…. no podía
fallarle de esa forma, que… no podía dejarla tirada, y… pensaba en que la
quería, en que… tenía que seguir llevándola en mi corazón, en que… hubo un
día en que ella consiguió llenarme de sueños y de alegría, pero sobre todo, llenó
mi vida de ilusión y – se interrumpió al ver que Esther desviaba los ojos antes de
que Maca descubriese que se le habían saltado las lágrimas - ¡Esther! cariño, por
favor no llores – le pidió también compungida – solo te respondía a tus
preguntas.
- Ya…
- Lo siento… yo… no quiero hacerte daño… ¡eh!… ¡cariño! – la cogió de una
mano evitando que se levantase de la cama.
- Termina de desayunar - le ordenó zafándose, cogiendo la bandeja y
colocándosela de nuevo sobre las piernas.
- Ya he terminado – respondió preocupada con su reacción – Esther….
- No has terminado, Germán quiere que te lo tomes todo.
- Esther….
- Estoy bien… venga, desayuna que se nos va a hacer tarde.
- Pero… - se calló mirándola con atención y obedeció cogió el zumo y se lo bebió
de un sorbo, luego con desgana acabó con lo que quedaba en el plato.

Esther la observaba discretamente. Sabía que no debía haber reaccionado así, pero no
podía evitar sentir celos de ver que Maca seguía sintiendo algo por Ana, mientras
parecía incapaz de decirle un “te amo” alto y claro, pero no lo era de reconocer todo lo
que su mujer había hecho por ella. Maca parecía triste, sonrió al verla terminar todo sin
rechistar. Llevaba unos minutos observándola, calibrando todo lo que le había contado y
reconocido cuando, de pronto, una idea cruzó por su mente.
- Maca… tú… ¿has pensado alguna vez en que… quizás estas ahí sentada por
todo esto que me estás contado? – le preguntó con interés sin rastro alguno de lo
afectada que había estado instantes antes.
- ¿Qué? – le preguntó casi ausente sin esperarse aquella repentina pregunta.
- Que…si le has contado todo esto a…Vero.
- ¿Y eso qué importa? – espetó mostrándose ligeramente mohína. Esther
comprendió que el tema le resultaba incómodo y que quizás Maca estaba
molesta por como le había hablado momentos antes e intentó mostrarse mucho
más afable.
- Eh… nada... una tontería… perdóname, antes… me… me… vamos que he sido
una idiota.
- No lo has sido, sé que todo esto es más difícil para ti que para mí, pero… creía
que lo justo es que lo sepas todo y que… sepas porqué quiero seguir viendo a
Ana.
- Lo entiendo – le dijo retirando la bandeja y sentándose de nuevo junto a ella –
de verdad que lo entiendo – insistió con una sonrisa - ¿sigues con lo que me
estabas contando?
- No, ya te lo he contado todo – se negó con rotundidad – y…. Esther… Vero dice
que no tiene nada que ver, que lo tengo asumido y que lo he superado – le dijo
con rapidez demostrándole que sí que había escuchado su anterior pregunta.
- Pues a mí no me lo parece – le dijo con suavidad, convencida de que Maca se
habría guardado muchas cosas - ¿seguro que le has contado todo lo que me has
contado a mí?
- Le he contado todo lo importante – respondió frunciendo el ceño mostrándose
ligeramente molesta de serle tan transparente a la enfermera.
- Maca… - la recriminó con el tono – es Vero la que debe decidir si es importante
o no. Ella es la profesional.
- ¡Ah! – dijo irónica torciendo la boca y Esther rápidamente comprendió que no
iba por buen camino – creía que pensabas que no hacía bien su trabajo y que no
debía hacerle caso – dijo con retintín.
- No te enfades, cariño – le pidió melosa haciéndole una carantoña – que yo…
solo pensaba en que… quizás… todo lo que me has contado te afecta más de lo
que crees y que… te castigas…
- Vero sabe que Ana tuvo un accidente y que desde entonces no se encuentra bien
y sabe que yo debía haber ido en ese coche – le dijo con precipitación - Vero no
cree que nada de eso me tenga sentada en esa silla – le dijo señalándola - todos
los test demuestran que lo tengo asumido y superado. Y que el sentimiento de
culpa aunque en algunos casos pudiera ser suficiente para originar un bloqueo
emocional, no lo es en el mío, es más, el reconocerlo es indicio de todo lo
contrario. Si estoy en esa silla tiene que ser por otra cosa – terminó enfadada –
por algo que no soy capaz de recordar.
- Vale, vale – admitió con rapidez – no te enfades – volvió a pedirle con una
sonrisa – por favor – le pidió acariciándola intentando que sonriese pero Maca se
mantenía con el gesto adusto y el ceño fruncido – cariño… ¡por favor!
- No me enfado, solo que… - suspiró al fin – tengo la sensación de que sigues
pensando que me rodea un circo y que no hago nada por superar… mi problema
y…
- ¡No! – saltó interrumpiéndola – ya te dije que no pensaba eso – le respondió
muy suavemente – pero… ¿recuerdas esa conversación? – le preguntó
interesada.
- Si – musitó – discutimos en el despacho de Fernando y me marché del
campamento.
- Pero… ¿te acuerdas de todo, todo? – le preguntó aún más interesada, porque
Maca ya había recordado partes de esa conversación con anterioridad y detalles
de ese día, pero ¿sería posible que se hubiese acordado del asalto y no le hubiese
dicho nada?
- Si.
- ¿Cuándo te has acordado?
- La otra noche… cuando no podía dormir… por eso te pregunté si… olvidaba
muchas cosas.
- Vero y Claudia ya nos dijeron que irías recordando poco a poco y eso es buena
señal – le contó mostrando su alegría inclinándose a besarla – pero… ¿te
acuerdas del asalto?
- No… bueno… solo cosas sueltas.
- ¿Las mismas que me has ido contando?
- Si – asintió mirándola con cierto aire de indefensión que enterneció a la
enfermera - debería haberme acordado ya, ¿verdad?
- Bueno… no te preocupes – le dijo al verla con el ceño fruncido y ese tono de
derrota y hastío que ponía cuando sacaba ese tema – solo es cuestión de tiempo
que te acuerdes de todo.
- Lo sé – intentó esbozar una sonrisa.
- ¿Me prometes una cosa?
- Depende – respondió con rapidez y Esther hizo un gesto de disgusto – a ver qué
quieres que te prometa.
- Que cuando volvamos vas a hablar con Vero y...
- Esther… - intentó protestar.
- … y vas a hacer el esfuerzo de contarle todo lo que me has dicho a mí, cómo te
sentiste y cómo te sientes – continuó ignorando su protesta.
- Tendría que hablarle de ti y de… nosotras y… sabes que… no voy a hacerlo.
- Sí vas a hacerlo, tomate el tiempo que necesites pero tienes que hacerlo.

Maca la miró y frunció el ceño, sabía que Esther tenía razón, que si quería que todo
funcionase entre ellas tenía que comenzar a tomar decisiones drásticas por mucho que le
molestasen a determinadas personas, porque no quería ni pensar lo que diría su madre
cuando se lo dijese. ¿Y si ella daba todos los pasos y Esther al llegar allí se arrepentía, y
si no era capaz de soportar toda aquella presión? La sola idea la llenaba de angustia.

- Esther… después de todo lo que te he contado…


- ¿Sí?
- ¿Estás segura de… querer volver a Madrid conmigo? – le preguntó con tanto
temor que la enfermera sonrió.
- Ya te he respondido a eso – le dijo torciendo la boca en una mueca burlona
imaginando lo que deseaba escuchar y comprendiendo el porqué de esa
expresión que tenía desde hacía un par de minutos – pero si es lo que quieres
escuchar, te lo repito, ¡jamás he estado más segura de nada! – exclamó – quiero
irme contigo, quiero estar contigo y quiero compartir mi vida contigo – aseguró
con rotundidad – y me da igual lo que tenga que esperar y me dan igual todos los
demás, te repito que solo me importas tú, y que seas feliz. Sé que necesitas
tiempo y, por lo que a mí respecta, lo vas a tener.
- Princesa… - elevó la mano para acariciarle la mejilla agradecida, Esther la miró
sonriente segura de que ahora sí Maca le iba a decir que la amaba.
- ¿Qué? – preguntó al ver que solo la observaba con aquella mirada entre
insinuante y picarona que tanto la derretía.
- Ven aquí – tiró de ella, introduciendo su mano entre el pelo de la enfermera y
apresando sus labios con tal intensidad que Esther se estremeció.
- Maca… - intentó protestar, separándose un instante, dispuesta a reclamar lo que
tanto deseaba oír, dispuesta a pedirle que le dijera si la amaba.
- ¿Qué? – susurró entrecerrando los ojos y paseando su mano por el muslo de la
enfermera – ¿acaso no te gusta?
- ¡Claro… que …. me gusta! – exclamó entrecortada dejando escapar pequeños
gemidos antes aquellas manos que comenzaban a hacer locuras en ella.
- Ven – volvió a pedirle, pero al ver que no se inclinaba se apoyó en la cama y se
incorporó ella, quedando a escasos centímetros de su rostro. Necesitaba sentirla,
necesitaba comprobar que a pesar de todo seguía siendo su princesa, como ya le
ocurriera la noche anterior.

Esther no pudo evitar mirar sus labios, luego de nuevo sus ojos y olvidó lo que quería
pedirle, olvidó aquel “te amo” que tanto deseaba escuchar de sus labios y sin poderse
contener, la besó sintiendo que la pasión de la noche pasada volvía con toda su fuerza,
se separaron un instante y volvieron a besarse, sin dejar de mirarse, imprimiendo a cada
beso mayor intensidad.

- Maca… - casi jadeó la enfermera.


- ¿Ya estamos así? – preguntó burlona, acariciando su entrepierna.
- Si.. – suspiró saltando a la cama y sentándose a horcajadas sobre ella.
Fundiéndose en un nuevo beso, mucho más profundo, jugueteando con su
lengua, hasta que Maca le mordió levemente el labio inferior, conocedora de lo
que iba a provocar – Maca… - protestó – que están las puertas abiertas.
- ¿No estaba todo el mundo durmiendo?
- Eso era… antes – jadeó al sentir las manos de la pediatra acariciando su espalda
en busca del broche del sujetador.

Esther se incorporó sentada sobre ella, con una sonrisa picarona impidiendo que Maca
la desnudase. Tiró de sus manos y la sentó frete a ella, arrancándole la camiseta y
comenzando a besar sus pechos, fue ahora Maca la que dejó escapar un gemido de
placer, perdiendo sus manos en el pelo de la enfermera, acompañando su cabeza en cada
movimiento, acariciando su nuca y su espalda al mismo tiempo que sentía cómo todo su
cuerpo volvía a revolucionarse con aquellos pequeños besos y leves caricias de su
lengua.

- ¡Dios! – exclamó la pediatra – jamás nadie me ha hecho esto como tú me lo


haces – le reconoció sujetándola de la cabeza y retirándola de sus pechos que
eran ya testigos mudos de la excitación que la estaba haciendo sentir. Esther
sonrió picarona.
- ¿Es que te lo han hecho muchas veces? – preguntó con intención frenando sus
caricias y retirándose unos centímetros de ella, fingiendo un leve enfado.
- ¡No! – se apresuró a negar – sabes que no – intentó besarla a tiempo que le
suplicaba con la mirada que continuase.
- Pues… esto no es nada – le respondió socarrona – aún te debo una promesa – le
susurró al oído provocando un escalofrío en la pediatra que la recorrió de arriba
abajo.

Maca no respondió, no fue capaz, solo pudo perderse en la profundidad de aquellos ojos
que observaban su reacción divertidos y bailones, la atrajo para volver a fundirse en un
beso, lleno ya de deseo por ambas partes, eternizándolo hasta tal punto que Esther sintió
que no soportaba más aquella oleada de calor intenso, casi doloroso, e instintivamente
comenzó a moverse sobre ella, deseaba que Maca comenzase a mitigar ese dolor con
sus besos y caricias.

La pediatra la interpretó a la perfección y desabrochó con delicadeza el botón de sus


pantalones, bajando la cremallera con cuidado sin dejar de besar sus labios, e
introduciendo con delicadeza su mano en busca de su objetivo. Esther lanzó un
profundo gemido y Maca se detuvo, manteniendo el labio inferior de la enfermera,
apresado con sus dientes, y sus ojos clavados en los de ella que suplicaban clemencia.
Maca, con parsimonia y aquella expresión traviesa que volvía loca a Esther, paseo su
lengua por los labios de la enfermera, ojos frente a ojos, unos maliciosos, juguetones,
los otros rendidos, suplicantes, Maca volvió a sonreír y con suavidad comenzó a mover
sus dedos. Esther inclinó su cuerpo hacia atrás y comenzó un leve baile de caderas al
tiempo que un profundo gemido se escapaba de su garganta rompiendo el silencio de la
cabaña. De pronto unas pisadas en los escalones y unos golpes en la puerta hicieron que
Esther saltara de la cama como una exhalación y Maca intentara cubrir con rapidez su
torso desnudo con la sábana, pero antes de que les diese tiempo la puerta se había
abierto de par en par.

Esther no supo que es lo que había abierto más el italiano, si los ojos o la boca al ver a
Maca desnuda, y el cabreo que sentía ante la interrupción aumentó transformándose en
una ira difícil de controlar.

- ¿Se puede saber porqué coño no esperas a que te den permiso para entrar? – le
gritó enfadada por la intromisión y por la cara lasciva que tenía puesta mirando
fijamente a Maca que ya se había tapado.
- Esther… - intentó frenarla la pediatra sin éxito.
- Per… perdón… pe… pero hay una llamada urgente – balbuceó con los ojos aún
puestos en Maca.
- ¿Una llamada para quién? - preguntó la enfermera en el mismo tono airado sin
dejar de fruncir el ceño
- Para... para la doctora Wilson – respondió sin mirarla.
- ¿Urgente? ¿para mí? – preguntó mostrando su preocupación sentándose con
rapidez en la cama.
- ¡Maca! – protestó Esther al creer que de nuevo se iba a quedar desnuda frente a
él, cogiendo la sábana con rapidez, cubriéndola de nuevo - ¿de quién? – le
preguntó al italiano, algo más suave, también preocupada.
- De Verónica Solé.
- ¡Vero! ¿qué pasará? – preguntó Maca mirando a Esther con tal desesperación
que la enfermera se sintió aún más enfadada.
- Tranquila, seguro que no es nada – le dijo esbozando una sonrisa - Muchas
gracias, Francesco, dile a Verónica que la doctora la llamará en cuanto pueda –
le dijo al italiano señalándole la puerta para que saliera, pero el chico
permaneció anclado al suelo, con los ojos fijos en Maca y Esther sintió como
enrojecía, ¿por qué no dejaba de mirar a Maca con aquella cara de imbécil? -
¿qué haces ahí plantado como un pasmarote? – le preguntó de malos modos
acercándose a él.
- ¿Qué? – preguntó desviando la vista de Maca y mirándola al fin a ella
- ¡Vamos! ¡fuera de aquí! – le gritó con tan malos modos que él que enrojeció fue
el joven.
- Esther… - volvió a recriminarla la pediatra.
- No tarde – se volvió de nuevo el chico hacia Maca, dirigiéndose a ella y
haciéndose el desentendido con la enfermera – parecía importante y… su
“amica” parecía que estaba muy angustiada.
- Pero ¿te ha….? – intentó preguntar la pediatra.
- Te he dicho que irá en cuanto pueda – respondió Esther antes de que Maca
tuviese tiempo de meter baza - ¡vamos, sal! la doctora tiene que vestirse – le dijo
más suave.

El chico asintió y salió cerrando la puerta con cuidado. Esther, fue tras él y echó el
pestillo, mascullando entre dientes “este tío es imbécil” y permaneciendo con la vista
puesta en la ventana, hasta que vio pasar la cabeza del joven camino de la radio. Maca
la observaba y lo habría hecho con una sonrisa divertida si no fuera porque su mente no
dejaba de darle vueltas a aquella llamada que se mucho se temía, no presagiase nada
bueno. Mantuvo los ojos puestos en Esther que comenzó a moverse nerviosa por la
habitación, vio como se acercaba hasta la puerta de atrás y la también la cerró con el
pestillo, “tarde”, pensó la pediatra que, pensativa dio un salto en la cama cuando Esther
se volvió hacia ella.

- ¿Crees que nos ha visto? – le preguntó en el mismo tono que le había hablado al
italiano y que Maca comenzaba a sospechar que contenía más miedo que enfado.
- No, creo que no – respondió distraída, intentando alcanzar su ropa – tengo que
vestirme.
- ¿Y si nos ha visto? – volvió a inquirir casi fuera de sí - ¡joder, joder! – exclamó
mostrando su preocupación, paseando de un lado a otro con las manos en jarras.
- Bueno… tranquila, no pasa nada – intentó calmarla – si nos ha visto pues… eso
que se lleva…. – intentó bromear - ¿me alcanzas la ropa?
- ¿Qué no pasa nada? – casi le gritó sin escuchar su petición.
- Te quieres calmar – le pidió con autoridad sin comprender muy bien porqué se
ponía así – ¿qué ha podido ver? – preguntó retóricamente, resignada a que no la
ayudase a vestirse – a parte de a mí desnuda …
- ¡Pues todo!
- Pero si has dado un salto tan rápido que hasta yo me he asustado – sonrió –
imposible que haya visto nada. Además, con esa camisa que llevas no se nota…
como estás – sonrió viendo como Esther se miraba y comprobaba que la camisa
caía por delante del pantalón sin que se notase que lo tenía desabrochado, luego
miró a Maca, ya más aliviada.
- Debemos tener cuidado, te he dicho muchas veces que aquí…
- Lo sé, lo sé, pero te repito que no creo que haya visto nada y además, él es
italiano ¿no? allí las cosas no son como aquí, estará acostumbrado y… no creo
- No le caigo bien – reconoció con rapidez – y aquí… no me fío.
- Venga ya Esther, no seas exagerada, ¿qué va a hacer?
- Podría denunciarnos.
- Me parece que estás sacando las cosas de quicio, primero no creo que haya visto
nada y segundo aunque lo hubiese visto, no creo que porque no simpaticéis vaya
a llegar a esos extremos.
- No sé, Maca, no sé.
- Vamos a ver, no me puedes estar hablando en serio… salvo que lo que te pase es
que te avergüences de que sepan que tú y yo…
- ¡No digas tonterías! – la cortó aún más enfadada – no es eso y lo sabes –
protestó visiblemente molesta – es él… que… no me fío – repitió.
- ¿Se puede saber qué le has hecho al chico para que pienses así de él? porque a
mí me parece un encanto – le dijo burlona buscando sonsacarla y enterarse el
porqué de aquella animadversión que acababa de descubrir.
- ¿Un encanto? – casi volvió a gritar - pero si… ¡Maca! – exclamó al ver como la
estaba mirando – no te tomes a broma estas cosas, te tengo dicho….
- Que sí, no me lo repitas más – la cortó cansada volviendo a hacer un intento de
coger la ropa que Esther había situado tan lejos que le era imposible - ¡joder! –
masculló – deja de pensar tonterías y ayúdame de una vez – le pidió con una
sonrisa melosa – quiero vestirme.
- Tienes razón – sonrió también volviendo a ignorar la petición de la pediatra – a
veces… me pongo demasiado nerviosa con el tema … es que… tú no sabes lo
que… podrían hacernos… - intentó justificarse - ¿en serio crees que no ha visto
nada?
- Sííííí, no creo que haya visto nadaaaaa – recalcó las palabras impaciente - y
tampoco creo que vaya a escandalizarse por… un besito.
- ¿Un besito? – le preguntó socarrona acercándose a la cama - ¿te recuerdo lo que
estábamos haciendo? – se acercó aún más con paso lento e insinuante, ya más
tranquila ante la seguridad y la calma de la pediatra, que siempre tenía la
habilidad de transmitírsela a ella.
- ¿Qué crees que puede querer Vero? – preguntó Maca, sin intención de entrar en
el juego, más preocupada por lo que pudiera pasar – no es propio de ella….
llamar así…
- ¡Nada! seguro que no es nada, no te preocupes – le sonrió sentándose en el
borde y, tras la alarma inicial, dispuesta a continuar con lo que habían dejado.
- Esther… - la separó con suavidad – ahora.. no.
- Pero Maca – protestó – seguro que no es nada, ya conoces a Vero.
- Sí que la conozco, la que no la conoces eres tú. Por eso sí que creo que ocurre
algo, Vero nunca…
- Maca...
- Esther… no puedo… tengo que hablar con ella ¿y si hay algún problema en la
clínica o… lo que es peor le ha pasado algo a alguien o… a Ana?
- Maca, te digo que no pasa nada.
- Pero ¿cómo puedes estar tan segura? – dijo casi molesta.
- Porque… porque… - se calló, no se le ocurría ningún motivo convincente –
porque sí, porque si fuera algo de tu mujer te llamaría tú madre y si fuera algo de
la clínica lo haría Cruz, ¿o no?
- Si, puede que tengas razón – tuvo que admitir.
- Claro que tengo razón – sonrió inclinándose a besarla al tiempo que comenzaba
a acariciar su cuello con suavidad.
- Esther… - protestó apartándola con suavidad.
- Maca… - le susurró al oído – olvida a Vero…
- No puedo – la empujó hacia atrás – tengo que llamar – le confesó – así… me
quedo más tranquila.
- Te digo yo que no es nada – repitió con genio – lo único que le pasa a Vero es
que lleva dos días intentado hablar contigo y como no lo consigue pues…. – se
interrumpió ante la mirada que le estaba lanzando la pediatra mezcla de
sorpresa, perplejidad y enfado – quiero decir que… te habrá llamado cuando
estábamos fuera y…
- ¿Vero me ha llamado? – preguntó acusadoramente, la enfermera bajó los ojos –
Esther… responde, supones que me ha llamado o sabes que me ha llamado.
- Sí - asintió suspirando.
- Sí, ¿qué? – dijo Maca siendo ahora ella la que parecía molesta.
- Grecco me dijo ayer que lo había hecho en un par de ocasiones.
- ¿Y se puede saber porqué no me lo dices?
- Pues... porque… te había pasado lo de la hemorragia y… estabas cansada, si no
descansas antes de la cena luego no quieres comer… y… Germán quería que no
te alteraras y que descansaras y… quería que estuviésemos pendientes y... yo no
quería que…
- ¡Ah! Ya… - murmuró cabeceando imaginando que todas aquellas excusas se
reducían a una, Esther no quería que hablara con Vero – Esther… ¡por favor! –
exclamó con tal tono despectivo que la enfermera comprendió que le pedía que
no la tomara por imbécil.
- Venga, que te ayudo a vestirte – le dijo bruscamente, dando su brazo a torcer y
levantándose de la cama con rapidez – ve a llamarla.
- No vuelvas a hacerme algo así – le dijo con seriedad - No me gusta.
- Perdóname – le pidió clavando sus desesperados ojos en ella - no lo volveré a
hacer, ¡te lo prometo!
- ¿Qué crees que pasará? – le preguntó de nuevo, hablando mucho más suave
demostrando que aceptaba su disculpa y que no pensaba darle más importancia
al tema.
- Ya te he dicho que no lo sé, Maca, ahora veremos – le dijo de nuevo con
brusquedad, molesta no solo por quedarse a medias sino porque además la
culpable era la pesada de Vero – pero seguro que no es nada, hazme caso –
volvió a asegurarle mientras la ayudaba a terminar de vestirse y sentarse en la
silla.
- Eso espero – suspiró preocupada ignorando el tono en que le había hablado
Esther. Sabía que estaba celosa de Vero, y de eso solo ella tenía la culpa por
haberle insinuado lo que no era – conozco a Vero y… no me llamaría si no fuera
algo realmente importante. Siempre se ha esperado a que la llame yo.
- A lo mejor… no soporta que lleves unos días sin hacerlo – le dijo con retintín.
- Esther….
- Vale, vale, lo siento – se apresuró a interrumpirla antes de que dijera algo más –
no vuelvo a hablar de ella.
- Mejor – dijo secamente y Esther captó al instante que Vero era terreno
resbaladizo, lo que no contribuyó a que sus sospechas se disiparan, ni a que
desapareciera esa sensación que siempre había tenido respecto a las dos.

Salieron de la cabaña y la enfermera se situó a su lado convencida de que Maca no


conocía nada a Vero, ella estaba completamente segura de que la psiquiatra solo estaba
molesta porque sabiendo que Maca estaba mucho mejor no la habían dejado hablar con
ella.
* * *

Instantes después Esther ayudó a Maca a subir los escalones de entrada a la habitación
de la radio y salió dispuesta a esperarla en el exterior. Maca, con su mejor sonrisa le
pidió a Grecco que le pusiera con el número de Vero y el italiano lo hizo con prestaza y
una mirada de complicidad que incomodó a la pediatra.

- Salgo – le dijo el joven cuando había establecido comunicación – espere unos


segundos y escuchará.
- Gracias Francesco, lo recuerdo – le respondió afable, llamándolo por primera
vez por su nombre, mostrándole confianza, sin dejar de sonreírle intentando
congraciarse y que olvidase lo ocurrido en la cabaña, por si la enfermera llevaba
razón en sus temores.
- De nada, doctora, con usted siempre es un placer – reconoció cerrando la puerta
tras él.

Maca sonrió y se dispuso a esperar hasta que escuchase la voz de Vero al otro lado.

En el exterior Esther que estaba dando cortos paseos mientras fumaba compulsivamente
un cigarrillo temerosa de lo que pudiese querer la psiquiatra. El italiano casi tropieza
con ella al bajar los escalones y le lanzó una hosca mirada, se detuvo un instante y
emprendió camino de los barracones sin cruzar palabra.

- Grecco – lo llamó la enfermera - ¡espera! – le pidió corriendo tras él - ¡Greco,


espérame, por favor! – volvió a pedirle comprobando con alivio que el italiano
se detenía y se giraba hacia ella encarándola.
- ¿Si?
- Eh… yo… quería disculparme por lo de antes – le dijo con precipitación – eh…
estaba ayudando a la doctora Wilson a vestirse y… me molestó que entrases sin
esperar y vieses….
- No pasa nada – sonrió ante la sorpresa de la enfermera – tú tienes la razón. Debí
esperar. ¿No se ha molestado conmigo?
- ¿Maca?
- Si.
- No, claro que no – le sonrió también – Maca no se enfada por esas cosas.
- ¡Bellísima donna! – exclamó girándose y dejándola allí perpleja por aquella
simpatía que derrochaba el italiano al hablar de Maca, cuando siempre resultaba
ser bastante seco y hosco. Germán iba a tener razón y se había enamorado de
ella. Estaba claro que la pediatra no se equivocaba cuando le aseguraba que no
había visto nada entre ellas.

Más tranquila miró hacia la radio, pero Maca debía seguir con su conversación, porque
no estaba asomada a la puerta. Miró el reloj y resopló consciente de que le tocaría
esperar unos buenos minutos conociendo lo que tardaba siempre en terminar con la
psiquiatra. De pronto recordó la promesa hecha al médico de hablar con Sara y cambió
el sentido de su marcha, dispuesta a ver a su amiga, segura de que Maca tardaría aún un
buen rato.

Subió los escalones de dos en dos y se detuvo un momento en la puerta. Sara mantenía
la persiana echada y no parecía escucharse nada en el interior. Conociéndola quizás
estuviese ya en el hospital saltándose todas las recomendaciones de Germán. Llamó con
los nudillos y esperó un instante el permiso para entrar, pero no escuchó nada. Volvió a
llamar más fuerte y de nuevo obtuvo el silencio por respuesta.

- ¡Sara! – llamó en voz alta al tiempo que golpeaba la puerta con más ímpetu -
¿puedo pasar?
- Pasa – oyó la débil voz de la joven.

La enfermera entró y cerró la puerta tras ella deteniéndose un instante hasta que sus ojos
se acostumbraron a la tenue luz del interior. Sara se encontraba echada en la cama y su
mala era signo más que evidente de que no se encontraba bien. Esther se acercó hasta
ella con una leve sonrisa.

- ¿Cómo estás? – le preguntó – Germán me ha dicho que sigues pachucha.


- ¡No! qué va – le devolvió la sonrisa – es un exagerado.
- No lo será tanto cuando sigues en la cama – respondió cogiendo una silla y
sentándose al lado de ella – ¿sigues con problemas de estómago?
- Solo un poco, pero ya estoy bien – insistió – iba a levantarme ahora mismo.
- Anoche te vi pasar al hospital, ¿qué te pasaba?
- Esther… - protestó levemente.
- Entiende que nos preocupemos, no tienes buena cara.
- Ya te dije que me había sentado algo mal. Llevo tres días con dolor de estómago
y vomitando pero anoche ya estaba mejor y si me viste pasar al hospital era
porque quedé con Jesús en darle una vuelta a uno de los trabajadores de la mina
que operaron, mientras el se echaba un rato.
- Vale – aceptó – entonces te dejo tranquila – dijo levantándose de la silla
mostrando su poco convencimiento – pero si Germán te da el día libre hazle
caso y descansa.
- Eso no va conmigo – sonrió saltando de la cama con tanta rapidez que se mareó
y tuvo que sentarse en el borde bajando la cabeza – uff – se quejó.
- ¡Sara! – acudió con rapidez junto a ella comprobando que había palidecido.
- Estoy bien – repitió – me he levantado demasiado rápido.
- No, Sara, no estás bien – le respondió con firmeza sentándose junto a ella y
posando su mano en la pierna de su amiga – Sara, yo no te veo bien, y… estoy
preocupada… y Germán también lo está.
- Ya... – musitó bajando los ojos, sabía que debía hablar con ellos como le
aconsejara Maca, pero le resultaba muy difícil y solo era cuestión de días a lo
sumo semanas que se le pasaran esas molestias.
- Mira… yo creo que deberías dejar que te echen un vistazo… Jesús está...
- Gracias por tú interés, Esther – la cortó – pero te digo que estoy bien. No tenéis
que preocuparos por nada. Soy médico y sé que no me pasa nada que no se cure
con una dieta blanda y con no volver a hacerle caso a Germán cunado insista en
que me coma uno de sus experimentos culinarios – intentó bromear.
- Sara y… ¿sí es algo más?
- No es nada más, solo una gastroenteritis que me ha dejado un poco floja, pero ya
estoy mucho mejor.
- No creo que fueses al hospital a echarle un vistazo a las dos de la mañana a
nadie – le dijo de sopetón - Tú no estás bien y se te ve en la cara.
- ¿No me crees? – preguntó molesta – vamos a preguntarle a Jesús, ¡venga! – dijo
levantándose de nuevo, mirándola desafiante, pero inmediatamente tuvo que
volver a sentarse, mareada.
- Sara, por favor, no seas cabezona – le dijo sonriendo y pensando en Maca que
era exactamente igual a ella solo que con unos años de diferencia – pero ¿no ves
cómo estás?
- La herida del chico operado tenía mala pinta y Jesús me pidió que lo vigilara, el
llevaba más de veinticuatro horas en pie, quería que le diera mi opinión para
decidir si amputábamos esta mañana o no – la miró con el ceño fruncido – sabes
que yo…
- Vale, te creo, pero… Sara, si no estás bien, deberías descansar – le recomendó
con seriedad – sabes que tengo razón y Germán dice que hoy te tomes el día
libre.
- Ya sé lo que dice Germán, pero te repito que estoy bien – dijo con hastío - el día
libre le corresponde a Germán no a mí, y bastante que ya me ha convencido para
que solo esté aquí de guardia por si hay alguna urgencia en el campo y ya sabes
lo que eso significa, podré descansar casi todo el día.
- Vale – aceptó de mala gana - pero no hagas locuras.
- ¿Y tú? ¿has hecho ya alguna? - le preguntó socarrona, cambiando de tema
deseando saber si había hecho progresos con Maca – que hace mucho que no me
cuentas nada. ¡Ya está bien de hablar de mí!
- ¡Unas cuantas! - confesó en tono confidencial y un brillo especial en los ojos.
- ¿Entonces... ya…? – hizo un graciosa gesto con la boca juntando los dos dedos
índices y Esther asintió con una enorme sonrisa de satisfacción manifestando lo
feliz que se sentía.
- ¡No sabes cuánto me alegro! – exclamó abrazándola - ¡ay, Esther! – la miró
soñadora y con una aire ilusionado que la enfermera no alcanzó a comprender
pero que compartía con ella - ¡Maca es una persona excepcional!
- ¡Vaya!. y yo ¿qué? – preguntó haciéndose la ofendida con una mueca de
decepción y ojos que delataban su broma.
- ¡Tú también tonta! – le dijo volviendo a abrazarla - y vais a ser muy felices,
¡seguro!
- Gracias – sonrió contenta levantándose de la cama – por cierto que hablando de
Maca voy a buscarla que la he dejado hablando con Madrid y si ha terminado
estará impacientándose.
- Ve, y no la hagas esperar.
- ¿Seguro que estás bien?
- Si, seguro.
- De todas formas hoy me encargaré de echarte un vistazo y de que hagas lo que te
ha dicho Germán, y como no hay ninguna urgencia te metes en la cama que yo
te traigo el desayuno.
- No tengo yo el estómago para desayunos ahora, en todo caso una manzanilla.
- Pues te traigo esa manzanilla.
- Que no mujer, gracias de verdad, pero no hace falta – volvió a negarse – ahora
voy yo y así me da un poco el aire. ¡Venga y ve en busca de Maca!
- ¡Cabezona! – rió ya en la puerta.
- Esther – la llamó antes de que saliese del todo.
- ¿Sí? – asomó la cabeza por la puerta.
- ¡Qué me alegro muchísimo de verte así de bien y de feliz! – exclamó – y muchas
gracias por… todo.
- ¡Boba! – respondió – gracias a ti. Descansa que dentro de un rato estoy de
vuelta, vigilándote.
- Anda, ¡largo! – rió agradecida – a la que tienes que vigilar es a Maca que ha por
ahí un italiano que no deja de pulular a su alrededor y preguntar por ella.
- Si se acerca ¡lo mato! – saltó con una carcajada cerrando la puerta tras ella
mientras escuchaba a Sara reír también.

* * *

Mientras, en la radio Maca había estado esperando pacientemente escuchar la voz de


Vero, expectante, sentía que el corazón cada vez le latía con más fuerza en el pecho,
nerviosa por lo que pudiera estar ocurriendo en Madrid, muy importante debía ser para
que la llamasen allí.

- ¿Diga? – escuchó por fin la voz de la psiquiatra.


- ¡Vero!
- ¡Maca! – exclamó - ¡hola! ¡por fin! ¡qué alegría!
- ¿Qué pasa Vero? – preguntó sin más preámbulos aunque comenzaba a sospechar
por su tono alegre que Esther tenía razón.
- Nada – respondió contenta - ¿qué quieres que pase?
- Me han dicho que era una llamada urgente.
- Esto… si… le he dicho eso al chico éste – reconoció avergonzada por haber
mentido.
- Pero… ¿no lo es? – preguntó entre aliviada de que así fuera y molesta por el
susto que se había llevado.
- Sí que lo es – respondió con una risa nerviosa – eh… verás, he estado pensado
en lo que hablamos el otro día tú y yo…. y… además… ¡necesitaba oír tu voz!
¡te echo de menos!

Maca se quedó sin palabras, enfadada por el susto recibido y, a un tiempo perpleja por
lo que le había dicho.

- ¿Maca? ¿Maca? ¿me oyes? – dijo al ver que solo recibía silencio por respuesta.
- Si, te oigo – dijo molesta.
- ¿Te has enfadado? – preguntó retóricamente, conciente de que así era - no te
enfades, le dije al chico éste que era urgente porque nunca te pillo y me tenías
preocupada.
- ¿Preocupada yo a ti! ¿sabes el susto que me has dado? – saltó al fin.
- Lo siento, creí que te gustaría que te diese una sorpresa – se disculpó.
- Pues no, me has… me has asustado.
- Antes te gustaban mis sorpresas – le dijo melosa - y… como no puedo
presentarme allí sin llamar como hacía en tu despacho pues… - intentó
justificarse – creí que… - balbuceó nerviosa al ver que Maca no reaccionaba
como ella había esperado.
- Pues ahora no me gustan, estamos a miles de kilómetros y me paso el día
pensando cómo irán las cosas y temiendo que haya problemas que no me
contáis, ¿cómo quieres que me tome una llamada urgente?
- Vale, lo siento – repitió - tranquila que no vuelvo a llamarte – le dijo en tal tono
de decepción que Maca se sintió culpable.
- Tampoco es eso – respondió más suave – solo… creí que pasaba algo y… me he
puesto nerviosa.
- Es que si que pasa algo, ¡te echo de menos! ¡te echo mucho de menos! –
exclamó y esperó un instante pero de nuevo obtuvo el silencio por respuesta -
¿Maca?
- Si.
- Bueno… ¿me perdonas? – le preguntó creyendo que seguía molesta por el susto
que se había llevado
- No tengo nada que perdonarte tonta, perdóname tú a mí por haber sido tan
brusca.
- Así me gusta, que no estés tan seria conmigo, de verdad que no era mi intención
molestarte.
- Ya lo sé - suspiró.
- Maca… la verdad es que me preocupa una cosa.
- ¿El qué? – preguntó de nuevo con el temor reflejado en su tono, suerte que Vero
no podía verla porque estaba consiguiendo incomodarla de verás, como nunca
había hecho, ni siquiera cuando incidía en aquellos temas que a ella no le
gustaba recordar.
- Desde que me llamaste para hablar conmigo no he vuelto a saber nada de ti.
¿Qué tal te va con Esther! ¿sigue sacándote de tus casillas? – le preguntó
directamente.
- Eh… no… - balbuceó aún más nerviosa, segura de que la psiquiatra iba a ser
capaz de adivinar lo que había ocurrido y eso era algo que no entraba en
absoluto en sus planes.
- ¿Estás bien?
- Si, si.
- Maca que nos conocemos, sigues teniendo problemas con ella, ¿me equivoco?
- No – dijo con rapidez – quiero decir que sí, vamos no que sí tenga problemas si
no que sí te equivocas, quiero decir que no tengo problemas, que….
- Muy nerviosa te has puesto – escuchó al otro lado que le hablaba con su tono
profesional que siempre la calmaba y que en esta ocasión la estaba exasperando
- ¿tienes problemas o no?
- De verdad que no.
- Entonces… me dices que está todo bien – insistió notando que Maca estaba cada
vez más alterada, la conocía lo suficiente para saber que le estaba ocultando algo
que la afectaba hasta el punto de balbucear insegura.
- Si, si, muy bien.
- ¿Seguro? - insistió.
- Que sí – casi le gritó contribuyendo a que Vero se convenciera más de todo lo
contrario, Maca rápidamente supo que debía disimular mejor y tomó aire e
intentó hablar con más calma – de verdad Vero, si esto es… precioso, muy
diferente pero… precioso y…, ya me estoy acostumbrando a todo esto y…
bien… que estoy… bien, no.. no te preocupes por mí – titubeó mostrándose
esquiva, no estaba dispuesta a contarle cómo habían cambiado las cosas, ni
siquiera sabía cómo enfocaría el tema cuando llegasen a Madrid.
- Bueno… pues… me alegro.
- Oye, Vero que… no te oigo muy bien… y…. – intentó inventar algo para cortar
aquella conversación.
- Espera Maca.
- ¿Qué?
- ¿No me vas a decir qué te pasa?
- No me pasa nada.
- Pues… te noto muy rara y… no sé si es conmigo o es que… me estás ocultando
algo que te preocupa.

Maca no dijo nada, era increíble cómo la conocía, ni la distancia ni los días sin verse
podían evitar que la psiquiatra fuese capaz de descubrir sus estados de ánimo. No podía
decirle lo que ocurría, no podía decirle que Esther había conseguido que se sintiera
completamente feliz, que se olvidara de todo y de todos, que solo deseaba permanecer
allí con ella, que solo deseaba estrecharla en sus brazos y amarla eternamente. Sonrió
imaginando la cara que pondría la psiquiatra de escuchar aquello. Tenía que buscarse
alguna excusa, algo que justificara su tirantez y sus respuestas esquivas, porque lo
último que deseaba era despertar las sospechas en Vero y que comenzara con uno de sus
interrogatorios. No quería su opinión respecto a ese tema, no necesitaba sus consejos,
por primera vez en mucho tiempo sintió que podía tomar decisiones en su vida sin
preguntarle a ella, no quería saber lo que opinaba, es más le daba igual lo que opinase,
por primera vez deseaba cortar aquella conversación y correr en busca de la enfermera,
planear con ella lo que harían en el día y contar los segundos hasta volver a rozar sus
labios, a...

- ¿Maca? ¿sigues ahí?


- Si – musitó con una sonrisa distraída, aún inmersa en sus pensamientos.
- ¿Estás molesta conmigo? – preguntó temerosa.
- No.
- Pero…. ¿estás preocupada por alguna cosa o es solo conmigo?
- No es contigo, Vero – respondió impaciente.
- Luego te pasa algo.
- No, solo que… es… una tontería… - exhaló un suspiro de hastío.
- ¿Qué pasa? ¿estás peor? ¿es eso? ¿sabes ya los resultados de los análisis? –
intentó adivinar.
- Que… no…- respondió alterada de nuevo con sus preguntas, pero de pronto vio
una vía de escape, era cierto que estaba preocupada aunque no se lo decía a
nadie y era cierto que tenía miedo de lo que pudieran decir aquellas analíticas,
quizás si se lo decía dejara de insistir - estoy algo preocupada – reconoció por
primera vez en voz alta – es que… Germán me hizo unos análisis y… estamos
esperando los resultados y… no sé… tengo la sensación de que… algo no va
bien…
- Pero… ¿tú te sientes bien? – preguntó aliviada de ver que su rara actitud no tenía
que ver con ella.
- Si, mejor que nunca, hace muchísimo tiempo que no me sentía tan bien.
- Bueno pues… no te preocupes… seguro que… salen bien los resultados…
- Ayer volvió a sangrarme la nariz – le dijo repentinamente.
- ¿Otra vez? ya hacía mucho que no te pasaba. ¿No habrás dejado de tomar tus
medicinas?
- Vero… no empieces.
- ¿Te las estás tomando o no?
- No siempre – respondió esquiva.
- ¿Eso qué quiere decir?
- Quiere decir que Germán no me deja tomarlas, quiere comprobar no sé qué
cosas y quiere que solo tome lo que él me da.
- ¡Pero Maca! ¿cómo haces eso! sabes lo que te dijo Cruz y sabes… sabes que no
puedes dejar las vitaminas…. Y Cruz…
- Lo sé todo – la cortó tajante - y Germán también, porque ha hablado con Cruz y
tiene todo mi historial – protestó enfadada – y tú…
- No te alteres, Maca, que yo solo quiero que te recuperes del todo y vuelvas
cuanto antes – la cortó con decisión – pero sabes que no puedes dejar las
vitaminas así como así.
- Vero….
- Prométeme que vas a seguir tomándolas.
- Vero…
- Maca… – fue ella ahora la que protestó - ¿qué quieres? ¿qué echemos por tierra
el trabajo de todos estos meses?
- No – musitó cansada – pero… quizás Germán tenga razón y… no me sienten
bien.
- Maca, ¡por favor! – respondió despectiva - ¡qué eres médico! Y sabes lo que
tomas y porqué lo tomas.
- Tienes razón… es que….
- Prométeme que las vas a tomar, al menos las vitaminas, de lo demás yo no digo
nada. ¡Prométemelo!
- Que sí, que voy a tomarlas – terminó por ceder cansada de tanta insistencia, no
quería ni imaginar lo que le esperaba a la vuelta.
- Maca… quiero que te preocupes por nada, y menos por esos análisis, seguro que
todo va bien, pero… ¡tómatelas!
- ¿Y la hemorragia? – le preguntó.
- No sé Maca, ya sabes lo que te dijo Cruz la última vez que te pasó y porqué
tuviste que dejar de ir todos los días al seguimiento de las obras en el poblado,
¿lo recuerdas?
- Sí, lo recuerdo.
- ¿Has estado mucho al sol?
- La verdad es que sí.
- Pues ahí lo tienes.
- ¿Seguro?
- Seguro. No hagas tonterías y no dejes tu medicación, ese Germán no dudo que
sea muy buen médico pero tu caso es muy pero que muy especial, hemos tenido
que hacer muchas combinaciones para atinar con tu diagnóstico y no puedes
dejar de tomar las cosas cuando te venga en gana …
- Ya lo sé… no tienes que repetírmelo.
- Bueno… tranquila, no te enfades – le pidió melosa al escuchar su tono de nuevo
alterado - ¿cuándo vuelves? – le preguntó mucho más suave.
- En unos días, aprovechando el viaje de la clínica.
- ¡Ah! sí, creo que Claudia o Adela me han comentado algo.
- ¿Ves mucho a Adela?
- Pues sí, algo sí que nos vemos – le dijo sorprendida por el tono - ¿te molesta?
- No, claro que no, ¿por qué iba a molestarme?
- No sé, me ha dado esa impresión por tu tono.
- Pues te equivocas.
- Solo nos vemos por trabajo, eh, que estoy echando más horas en tu clínica que
en mi consulta – bromeó.
- No si al final… aceptas mi propuesta.
- No, no, a mí no me cazas tu tan fácilmente – respondió socarrona.
- Ya hablaremos cuando vuelva – le dijo en el mismo tono de broma – tengo que
dejarte Vero… me… me están esperando.
- Vale… llámame algún día y no te preocupes, ya verás como esos resultados
salen bien.
- Gracias Vero por… por llamar y… por todo.
- Gracias a ti, y perdona por el susto que te he dado y… por la bronca, pero es que
no quiero que a estas alturas hagas tonterías porque… puede ser…
contraproducente.
- Vaaale.
- Maca…
- ¿Qué?
- Estoy deseando tenerte aquí – reconoció otra vez – verte y… charlar contigo,
tranquilamente.
- Y yo contigo – confesó con una sonrisa. Era cierto que ella también la echaba de
menos, sobre todo reír con ella de todo, porque tenía una gran habilidad para
conseguir quitarle hierro a cualquier asunto y lograr que ella lo viese siempre
desde una perspectiva menos preocupante, quizás por eso se había asustado
tanto cuando pensó que ella le hacía una llamada urgente.
- Bueno pues… a dios.
- A dios Vero y… ¡llámame cuando quieras!
- Lo haré, ¡espera! – le pidió de nuevo.

Esther asomó la cabeza por la puerta en ese mismo instante, deseando que Maca hubiese
terminado, pero no era así, la escuchó claramente decir “Y yo contigo”, “¡llámame
cuando quieras!”, se detuvo un momento en la puerta, pero no quería cometer los
mismos errores que en otras ocasiones, y decidida, la empujó de par en par.

La pediatra se giró al escucharla abrir la puerta y le sonrió, indicándole por señas que en
seguida terminaba.

- Maca… espera – escuchó que volvía a pedirle Vero. Era evidente que tenía la
más mínima intención de cortar la comunicación.
- Dime.
- Repíteme lo del otro día – le pidió insinuante.
- ¿A qué te refieres? – preguntó esquivamente.
- Lo sabes perfectamente – soltó una carcajada nerviosa - ¿no te atreves o es que
no era cierto?
- Sí lo era – reconoció mirando a Esther de reojo incómoda con la situación en
que la estaba poniendo la psiquiatra.
- Entonces ¿qué! ¿no me lo dices?
- Eh… claro... os echo de menos, a todos.
- Uy, uy que me da a mí que tú me estás engañando – bromeó socarrona - ¡y yo
que estaba deseando volver a escucharte decir que me quieres! – rió burlona – y
me da que te has olvidado de nosotros, ¿tan bien te están cuidando?
- ¡Muy bien! – sonrió para sus adentros - ¡no imaginas cuánto!
- Pues… ya me contarás.
- Sí.
- Venga.. dímelo – volvió a pedir en tono burlón.
- No puedo seguir hablando Vero, están esperando para usar la radio – mintió
descaradamente ante la sonrisa de satisfacción de la enfermera – esta noche te
llamo – le dijo colgando y dejándola con la palabra en la boca, segura de que a
ese paso la psiquiatra no iba a dejarla cortar en un rato y sin ningún deseo de
decir algo que la enfermera pudiera como siempre malinterpretar.

Esther sonrió disimuladamente sin que Maca pudiera verla, una sonrisa de suficiencia y
satisfacción, una sonrisa de triunfo, “¿esta noche?”, pensó Esther “esta noche mucho me
temo que no podrás llamarla, de eso me encargo yo”, se dijo manteniendo la sonrisa en
sus labios, distraída, sin ver como Maca había colgado el aparato y se giraba hacia ella.

- ¿De qué te ríes? – le preguntó al verla con aquella cara y la vista clavada en ella,
ensimismada.
- Eh… ¿yo? de nada – la miró con ojos brillantes y misteriosos.
- ¡Y yo me lo creo! – exclamó torciendo la boca y elevando las cejas, en un
gracioso gesto de incredulidad - ¿Qué es lo que te ha hecho tanta gracia? –
insistió.
- Vamos, que aquí hace calor – dijo situándose a su espalda para sacarla del
recinto y bajar los escalones, sin responder a su pregunta. Maca suspiró
consciente de que no iba a satisfacer su curiosidad.
- ¿Qué planes tenemos? – preguntó la pediatra con ilusión cambiando de tema y
situándose frente a ella una vez que la enfermera la había ayudado a bajar.
- Tú, meterte en la ducha, y yo, llamar a Laura. Tengo que concretar con ella los
detalles del viaje – dijo con decisión.
- Es verdad… ya mismo viene - murmuró desilusionada y Esther sonrió para sus
adentros era evidente que a Maca se le habían pasado las ganas de abandonar
aquello.
- Llega pasado mañana y…
- Si, si, lo recuerdo – afirmó mirándola fijamente – bueno pues… voy a por mis
cosas.
- Las tienes ya todas en la bolsa de la silla.
- ¡Ah! – exclamó sorprendida sin recordar haberla visto ponerlas ahí. Esther leyó
al instante sus pensamientos.
- Te las preparé mientras dormías – se explicó con una sonrisa, devolviéndole la
mirada.
- Vaya – sonrió agradecida – siempre lo tienes todo… controlado.
- ¿Te molesta? – preguntó con seriedad temiendo que Maca pensase que ella
también quería organizar su vida – yo... solo… quería que…
- No, ¡claro que no! – se apresuró a responder – me gusta que… me cuides y… te
preocupes de mis cosas.
- ¿Te gusta que te cuide? – le dijo insinuante.
- ¡Mucho! – exclamó con una intensa mirada – y… que tengas todo planeado,
¡más!
- Todo no – respondió misteriosa y aire juguetón.
- Y… ¿qué es eso que no has planeado?
- Planeado sí que lo tengo todo, me refiero a que no controlo todo – sonrió de
nuevo con aquel aire travieso que encendió el deseo en Maca.
- Y… ¿qué es lo que no controlas? – susurró insinuante volviendo a lanzarle una
mirada que a Esther se le antojó abrasadora, y sin poder evitar la fuerza de esa
mirada se inclinó hacia ella y con el mismo juego de insinuaciones respondió.
- Mis deseos de besarte a todas horas – confesó dejando su rostro a escasos
centímetros del de la pediatra clavando ahora ella sus ojos en los de Maca.
- Pues… yo creo que los controlas demasiado bien – se quejó devolviéndole la
mirada y apoyándose en los brazos de la silla para izar unos centímetros su
cuerpo y llegar hasta ella, con intención de acariciar sus labios.
- ¡Maca! ¡qué te vas a caer! – protestó incorporándose y separándose de ella. Por
un instante había tenido la impresión de que Maca iba a levantarse de la silla.
- Si la montaña no va a Mahoma… - ladeó la cabeza insinuante.
- Si lo que pretendes es que te de un beso delante de todos, sabes que no voy a
hacerlo – bajó la voz con socarronería y cierto deje de enfado, cansada de que
Maca se tomase a broma sus recomendaciones.

Maca lanzó un profundo suspiro, hizo una mueca con la boca como si fuera una niña
enfurruñada, se encogió de hombros y la miró de nuevo con tal intensidad que Esther se
balanceó nerviosa de un pie a otro. Y terminó por sonreír.

- Cuando me miras así soy capaz de cometer una locura – confesó en un susurro.
- Pues… ¡cométela! – la incitó de nuevo.

Esther negó con la cabeza y dibujó un “no” en sus sonrientes labios, divertida con el
juego que se traían.

- Anda, anda y ve a ducharte – suspiró indicándole el camino con el brazo.


- ¿Te espero allí?
- No. No me esperes que debo hacer varias llamadas y al final se nos va a hacer
tarde.
- Tarde para qué, creía que hoy tocaba día de descanso.
- Y toca – sonrió misteriosa.
- ¿Entonces…?
- Tarde para… escoger lo que quieras comer hoy – dijo burlona.
- Ya… - asintió incrédula - ¿otra de tus sorpresas? – se aventuró.
- Quizás – respondió haciéndole una carantoña en la cara, esquivando su pregunta
- anda y ve a ducharte.
- ¿No quieres saber que quería Vero? – le preguntó de pronto sorprendida
agradablemente por su desinterés.
- No me importa Vero, solo me importaba que fuera alguna mala noticia pero tal y
como me has recibido está claro que no me equivocaba y que no le pasaba nada
– le dijo torciendo la boca en una mueca de suficiencia y unos ojos que reían de
su triunfo - ¿cierto?
- Cierto – admitió – y… ¿no me vas a decir nada más! como ¡te lo dije! ¡tenía
razón! o...
- No – sonrió con malicia, cortándola. Maca comprendió lo que pretendía, cumplir
su promesa de no hablar de Vero y rió también. Esther la sorprendía
continuamente, le resultaba mucho menos predecible que antes y aunque
mantenía con ella, a pesar de los años transcurridos, una conexión especial que
la hacía sentir que el tiempo no había pasado, sentía a la vez que había algo
diferente, que estaba aprendiendo a conocerla de nuevo y eso la excitaba y la
hacía desearla con una fuerza inusitada.

La enfermera sonreía viendo la cara de embobada que le había puesto Maca y volvió a
señalarle el camino de las duchas y a indicarle con los ojos que se marchara.
- Si, voy a ducharme – cedió al fin moviendo la silla con presteza y dándole la
espalda se dirigió al pabellón de los baños.

Esther permaneció observándola, contenta, y lanzó un profundo suspiro de satisfacción,


jamás imaginó que conseguiría que Maca estuviese así con ella, y aún faltaba lo mejor,
quería que Maca disfrutase de todo aquello que se había estado negando durante años,
que nunca olvidase su estancia en África. Su rostro dibujó una enorme sonrisa, ¡estaba
segura de que iba a ser un gran día!

* * *

Maca salió de la ducha más de media hora después. Se había entretenido demasiado y lo
sabía, pero siempre le había gustado recrearse bajo el agua. Pensó en ir a la cabaña,
segura de que Esther estaría ya allí, pero cuando estaba a punto de llegar a ella Edith la
detuvo, quería saludarla y preguntarle cómo se encontraba. Margot se sumó a ellas y
Maca comprendió que el día de descanso era para casi todos, nunca las había visto tan
relajadas y dispuestas a la charla. Tras intercambiar unas palabras con ellas, se despidió
con la excusa de que Esther la estaba esperando pero Margot le comunicó que la
enfermera aún estaba hablando en la radio. Sorprendida, se dirigió hacia allí y esperó
pacientemente en la puerta. Estaba deseando que le contara cuales eran los planes que
tenía para ese día, porque sabía que Esther tramaba algo, no había más que ver el brillo
de su mirada, su enorme sonrisa y la alegría con que hacía todo, comenzó a imaginar
todo tipo de posibilidades mientras veía a unos y otros moverse por el campamento.
Unas voces la sacaron de su ensimismamiento. Jesús y Sara discutían acaloradamente
en el centro del patio.

- ¿Qué pasa? – escuchó la voz de Esther a su espalda.


- No sé – respondió con sinceridad – has tardado mucho.
- ¡Mi madre! ya sabes como es… ¿llevas mucho esperándome?
- Unos minutos – respondió mientras las dos miraban hacia ellos que cada vez
elevaban más el tono.
- Esta Sara... – murmuró Esther haciendo ademán de acudir junto a los dos, con la
intención de mediar y evitar que continuaran con el espectáculo, segura de que
su amiga no entraba en razón y se negaba a hacerse pruebas y por lo que veía no
solo eso, parecía dispuesta a marcharse de allí y en moto, pero antes de que
pudiera dar un paso, Maca la sujetó por la muñeca.
- ¡Déjalos! – le pidió – no creo que debas meterte – le aconsejó pensando en lo
que sabía, quizás había acabado contándole el chantaje de Oscar y Jesús no
había reaccionado nada bien.
- ¿Por qué?
- Pues… porque... no... porque… será cuestión de trabajo o… en fin, que nosotras
aquí, solo somos unas invitadas y…
- ¿Invitada yo? – preguntó con sorna.
- Sí, Esther, tú – recalcó – te guste o no ya no formas parte de este equipo.
- Un papel no evita que sea del equipo – protestó levemente mirando de nuevo
hacia ambos - ¿Qué pasará? – volvió a preguntar pensativa y extrañada, no era
propio de ninguno de los dos y mucho menos de Sara - ¿tú no has visto nada?
- No… nada – respondió - bueno… hace un momento pasó Sara hacia el hospital,
y no tardó ni dos minutos en volver a pasar a la carrera, ha entrado en la cabaña
y ha salido con una mochila y luego se ha marchado por allí – le indicó la parte
trasera de los barracones de los cooperantes donde solían estacionar todos los
vehículos con los que contaban – y… luego ha vuelto con una de las motos.
Jesús ha salido corriendo y se ha interpuesto y no sé que es lo que pasa, llevan
un rato discutiendo.
- Eso ya lo veo, y también creo que sé lo que ocurre – le dijo atando cabos – y
quieras o no voy a interrumpirlos. Jesús tiene razón.
- ¿Jesús tiene razón? – preguntó sin dar crédito a lo que escuchaba, ¿cómo podía
saberlo? – pues a mí no me gusta ese Jesús, pase lo que pase no debe tratarla así,
no son formas, además, no creo que… ¿porqué tiene que darle voces? – le
preguntó molesta. Esther la miró con una sonrisa en la boca, ¡qué poco había
cambiado!
- No decías que no sabías que ocurría, para no saber no te has perdido detalle.
- Si no tardaras tanto… - protestó enfadada, mirando como Sara saltaba encima de
la moto y Jesús la frenaba obligándola a bajar – ¡pero bueno! ¿qué hace Sara! no
puede … - volvió a guardar silencio, no creía que Sara debiera ir en moto, por
esos terrenos y mucho menos después de las molestias que había reconocido
tener la tarde anterior.
- ¡Esta Sara! – exclamó la enfermera – voy a ver qué pasa.
- ¡Es increíble! - saltó Maca visiblemente molesta - ¿Por qué tiene que ser esta
Sara? ¿acaso tú qué sabes qué es lo que ocurre?
- Y tú mucho la defiendes – le dijo burlona ignorando su actitud mohína.
- No la defiendo, es que no sé porque la tomas con ella cuando no sabes nada.
- La que no sabes de la misa la media eres tú - le espetó, con una sonrisa – Sara
no está bien, Germán le ha ordenado que se tome el día libre y que Jesús le haga
unas pruebas y mucho me temo que quiere saltarse todo a la torera – le explicó
con una carantoña – por eso Jesús está enfadado, ¡sí conoceré yo a Sara!
- A lo mejor yo sé más de lo que crees y eres tú la que no sa... – no pudo evitar
saltar e inmediatamente se calló, había estado a punto de desvelar el secreto de
la joven.
- No voy a discutir – dijo mirándola con curiosidad. Era evidente que Maca sabía
algo, y recordó la charla del desayuno del día anterior, pero lo importante era
evitar que la discusión entre ellos no fuera a mayores y que Sara no saliera del
campamento si no quería ganarse una buena bronca, además estaba convencida
de que no se encontraba en condiciones de trabajar y menos de ir en moto – Sara
no está bien y no debe trabajar.
- Yo tampoco quiero discutir – le dijo más suave con una sonrisa - ¡espérame! – le
pidió al ver que la enfermera salía corriendo hacia ellos – quizás entre las dos
consigamos convencerla – murmuró sin que Esther la escuchase.

Maca hizo esfuerzos por seguirla sorteando todos los surcos que dejaba siempre la
lluvia en la tierra y que se secaban con tal rapidez que cada día estaba peor el piso en la
explanada. Cuando llegó los dos estaban intentando justificar su comportamiento a la
enfermera.

- Pero calmaos un poco – escuchó que les pedía Esther a los dos – no podemos
perder el tiempo en discusiones.
- Eso ya lo sabemos – saltó Jesús – pero… - miró a Maca que acababa de llegar y
guardó silencio.
- Es una urgencia y no podemos desatenderla – dijo Sara – y mira lo que me acaba
de decir Oscar.
- ¿Oscar! ¿qué te ha dicho? – intervino Maca, preocupada por lo alterada que
estaba la joven, pero nadie pareció escucharla.
- De acuerdo, sé lo que te ha dicho, pero Germán te defenderá – intentó calmarla
Jesús.
- Germán no puede defenderme siempre y en esta ocasión menos.
- Esta ocasión es como todas y tú no vas al campo, y punto – se enzarzaron de
nuevo.
- ¡Por favor! – intervino Esther – Jesús, cálmate un momento, se me ocurre una
idea – dijo mirando a ambos – por favor, escuchadme – les pidió con autoridad -
Sara estoy con Jesús en que no debes coger la moto, no estás en condiciones,
hace nada te mareaste y por poco no te caes al suelo, ¿o es que ya no recuerdas
lo que ha pasado en tú cabaña? – le preguntó intentando convencerla al tiempo
que le lanzaba una mirada recriminatoria. Jesús y Maca manifestaron en su
rostro el desconcierto de no saber de qué hablaban, y el médico reflejó la
preocupación y la impotencia que sentía en su rostro - además mira la mala cara
que tienes.
- ¡Que estoy bien! – casi gritó interrumpiéndola – no voy a dejar que me abran
expediente y encima me digan que no cumplo con mi trabajo.
- Pero quién te ha dicho eso – preguntó de nuevo Maca, y de nuevo fue ignorada.
- No saques las cosas de quicio – le pidió Jesús cada vez más alterado.
- Te repito que no mandas en mí y que no voy a permitir una mancha en mi
expediente. A mí no me abren parte por no ir a trabajar.
- Pero… ¿quién te va a abrir expediente? – preguntó ahora Esther, sin entender
porqué su amiga se obcecaba con esa idea.
- Oscar – respondió Jesús – ha aprovechado que Germán está en Kampala para
venir, se ha marchado hace unos minutos.
- Sara ya sabes como es – la consoló Esther – no le hagas caso. Tú no estás bien y
tu director te ha dado el día libre.
- Yo tampoco creo que debas ir en la moto – intervino Maca por primera vez
elevando la voz, cansada de que nadie la escuchase, ganándose una furibunda
mirada de la joven que la hizo recular – quiero decir que si estás mareada… no
debes….
- Yo llevo a Sara en la moto – propuso Esther - ¿te parece bien Jesús? así
atendemos la urgencia y Sara no guía la moto.
- No me parece bien, si le da un mareo se puede caer igual y he dicho que Sara no
sale de aquí y no sale – respondió tajante, molesto ante la idea de que a Sara
parecía no importarle lo más mínimo lo que pudiera pasarle a su hijo, más
preocupada por el maldito expediente - No podemos atender todas las urgencias
- ¡Esto es increíble! ¿vas a dejar que muera la cría por tu cabezonería y…? – se
interrumpió impotente mirando a Jesús, casi desesperada.
- Pero.. ¿ de qué cría habláis! ¿qué es lo que ocurre? – terminó por preguntar
Maca.
- Ocurre que han encontrado a una niña en uno de las plantaciones de té a varios
kilómetros del campo, nos ha llamado Samantha, la llevan hacia allí está muy
mal, y necesita un médico cuanto antes. Germán está en Kampala, yo entro en
una amputación y Sara está… em… Sara no está en condiciones de subir a una
moto – se corrigió a punto de desvelar ante ellas el secreto de la joven sin saber
que la única que lo desconocía era Esther.
- Sara está de guardia para las urgencias – lo cortó la joven con genio, hablando
de sí misma en tercera persona – órdenes de Germán.
- Vamos a ver, ¿qué hace falta? un médico en el campo para cuando llegue, y
ninguno de los dos podéis ir ¿no es eso? Pues… puedo ir yo – dijo mirando a
ambos - Cogemos un jeep y vamos nosotras – propuso Maca, mirando a Esther
que se apresuró a negar con la cabeza.
- No puede ser en jeep, Maca – le explicó Esther – hay que ir por el sendero del
río, es un atajo que ahorra kilómetros y tiempo y tú no puedes ir en moto.
- Voy yo y no se hable… - comenzó a decir Sara pero tuvo que callarse y
apoyarse en la moto, mareada de nuevo, Jesús corrió a sujetarla y Esther hizo lo
propio.
- ¡Sara! – exclamó la enfermera – estás palidísima, deberías echarte un rato.
- ¿Ves? – le dijo con dulzura el médico que de pronto se había puesto tan pálido
como ella, asustado por lo que pudiera pasarle – por favor, no puedes ir así – le
pidió con un tono completamente distinto al que había empleado hasta ese
momento – haznos caso, ¡por favor! – repitió mirando a Maca y Esther buscando
su apoyo.
- Sara – dijo Maca – no podemos seguir aquí parados discutiendo. Métete en la
cama – ordenó con aquel tono que la enfermera tan bien conocía y que por su
experiencia trabajando junto a ella sabía que casi nadie era capaz de oponerse a
ella cuando lo empleaba – y deja que Jesús te haga un chequeo, eras tan médico
como nosotros y sabes que algo no va bien.
- Vale – aceptó cabizbaja.
- Esther, ve a por nuestras cosas, vamos a ir nosotras.
- Pero Maca….
- Me debes la primera cuota ¿no?
- ¿Qué? – preguntó la enfermera perpleja y completamente fuera de juego. Jesús y
Sara también miraron a la pediatra sin saber de que hablaba
- Me debías un paseo en moto ¿no! pues es el momento de hacerlo – le sonrió con
complicidad, la enfermera frunció el ceño contrariada.
- Esto no es aquello, son caminos de tierras no carreteras y esta moto no es la
tuya…
- Lo sé, pero no hay tiempo que perder, vamos nosotras – insistió con tal tono y
tal sonrisa y brillo en los ojos que Esther no pudo evitar, devolverle la sonrisa, le
encantaba verla con esa decisión, con esa seguridad, y no iba a ser ella la que la
coartara, aunque temía que pudiese caerse y aunque diera al traste con todos sus
planes, asintió y salió corriendo en busca de todas sus cosas, Maca tenía razón,
no había tiempo que perder – Jesús, ayúdame a subir a la moto y luego llama al
campo, que me tengan preparado algo para que pueda sentarme. Yo atenderé a
esa niña.
- No sé si es buena idea Maca – le respondió el médico que no quitaba ojo a Sara,
la chica se había quedado sujeta a él, y seguía muy pálida – Germán quería que
hoy…
- Germán, Germán… es una urgencia, y yo estoy aquí sin hacer nada.
- Ya tengo la mochila – llegó al enfermera con todo – no deberíamos perder más
tiempo. En veinte minutos podemos estar allí.
- Tened cuidado – les dijo Sara con voz débil, aceptando que no estaba en
condiciones de ir a ningún sitio.
- La que se tiene que cuidar eres tú – le respondió Maca – no hagas tonterías,
métete en la cama y descansa. Y, no te preocupes por nada, y menos por Oscar.
- Eso es lo que yo le he dicho – afirmó Jesús que ayudaba a Maca a subir a la
moto.
Esther se sentó delante de ella, tras situarle en la espalda la mochila.

- ¡Agárrate, Maca! ¡agárrate fuerte!


- ¡Vamos, arranca! – fue la respuesta de la pediatra que ya rodeaba la cintura de
Esther.

La enfermera salió de allí con pericia y Maca se aferró a ella con fuerza, con un
cosquilleo especial en el estómago, sintiendo que el aire cortaba su respiración y que la
excitación que sentía aumentaba con cada salto de la moto.

Maca sonreía al comprobar como había aprendido a manejar la moto y secretamente


deseó poder hacer lo mismo, coger su moto y salir a toda velocidad.

- ¿Vas bien? – le gritó la enfermera al notar que cedía la presión de sus manos.
- ¡Mejor que nunca! – le respondió al oído con la barbilla clavada en el hombro de
Esther - ¡eres toda una experta! me habías engañado.

Esther soltó una carcajada. Era cierto que en esos años y, urgencia tras urgencia, había
ido adquiriendo una experiencia que antes no tenía. Ahora era capaz de hacer muchos
kilómetros de un solo tirón y aunque llegaba cansada disfrutaba muchísimo de esos
viajes, en los que siempre acababa pensando en Maca y en los consejos que le había
dado. Pero todavía recordaba aquel primer viaje largo a Kampala, cuando la guerrilla
estaba en su pleno apogeo y ni siquiera el ejército se atrevía a llevar las muestras con
seguridad. Recordaba aquella epidemia, el temor de Germán a que se extendiera, la
radio rota y la necesidad de llevar todas las muestras a la capital. Sí, su primer viaje
largo fue una auténtica tortura las horas pasaban lentamente, todo el cuerpo le dolía y
tenía una ansiedad tremenda por llegar. ¡Qué diferente a esos momentos! Su cuerpo se
había hecho mucho más resistente, la ansiedad de aquellos primeros viajes se había
transformado en un disfrute de la conducción, de esos caminos de tierra y de la carretera
a Kampala, de las curvas, de la moto y de cada viaje. Pero nunca había experimentado
la sensación que estaba experimentando en ese instante, tenía la impresión de que todos
aquellos viajes estaban vacíos y de que ahora, al fin estaba haciendo un viaje lleno de
plenitud. Ahora comprendía la frase de Maca “hay paquetes y paquetes”, nada más
emotivo que llevar abrazada a ella a la persona que amaba, sentir su calor, la fuerzas de
sus manos sobre su cintura, saber que eran una sobre la moto, que tenían que serlo si no
querían caer. Ahora entendía aquellas frases de Maca, cuando insistentemente le
preguntaba como iba, cuando se preocupaba por ella y acababa confesándole que tenía
miedo de que odiase la moto, sabía que cuando alguien nunca había montado en una, ir
de paquete podía ser un infierno en un viaje largo. Y, por primera vez supo, lo que era
sentirse eufórica sobre la moto, como Maca siempre le explicaba. Llevarla a ella detrás
era la experiencia más maravillosa que nunca había sentido sobre la moto. El cambio
del piso en el sendero la hizo salir de sus pensamientos.

- ¡Sujétate bien! ahora viene lo peor – le gritó – agárrate al asiento, voy a


levantarme.
- Ya lo hago, no te preocupes por este paquete, que sabrá estar a la altura del
piloto – bromeó viendo como Esther se erguía sobre la moto, consiguiendo que
su peso situase el centro de gravedad por encima del eje central de la misma.
Maca sabía que eso la obligaría a inclinarse más en cada giro si no quería
desestabilizarla. Y atenta se dispuso a acompasar sus movimientos a los de ella.
Hacía mucho que no montaban juntas y nunca lo habían hecho con los papeles
cambiados, pero estaba segura de que se complementarían a la perfección.
- ¡No lo dudo! – le respondió Esther.
- ¡Vamos! pisa a fondo – le pidió cada vez más excitada con aquel paseo.
- Ya lo hago, esto no corre más, pero tranquila que en diez minutos estamos allí –
le dijo creyendo que se lo pedía pensando en la niña. Pero Maca tenía la mente
puesta en ese sendero del río, en esas sensaciones que le producían uno de los
mayores placeres de la que había sido su vida anterior, montar en moto – ¡Maca!
¿vas bien? – volvió a preguntar al notar que iba muy callada.
- ¡Perfectamente! – gritó.
- No puedo sentarme aún – intentó justificar su posición erguida – esta parte del
sendero está muy mal y así…
- Tranquila lo sé – respondió – no te preocupes por mí, que no me voy a caer.

Esther sonrió ante su seguridad y giró levemente la cabeza con intención de que viera su
aprobación pero la pediatra no lo percibió, parecía extasiada, disfrutando de la sensación
de libertad al sentir el viento sobre su rostro, producido por la velocidad que estaba
imprimiendo la enfermera, disfrutando del suave ondular de la moto al vaivén de las
curvas, de los paisajes que iba descubriendo en cada recodo, en cada ensenada del río y
que se le antojaban preciosos, Esther nunca la había llevado a esa zona, tenía que
preguntarle el porqué. Estaba admirada ante la pericia de la enfermera que parecía
beberse los kilómetros de esa tierra rojiza que tanto había odiado en los primeros días de
sus paseos y que ahora le parecía un complemento perfecto a aquel verde abrumador de
la naturaleza salvaje que atravesaban casi sin darse cuenta. Era increíble cómo había
aprendido a acelerar, frenar, tomar las curvas, adelantar, sortear obstáculos y baches con
cierta cadencia, suavidad, fluidez y a toda velocidad, pero con tal manejo que la hacía
sentirse segura y confortable sobre la moto.

Eran unas sensaciones tan difíciles de explicar, tan difíciles de decir en voz alta que
lanzó un profundo suspiro. Esther lo notó inmediatamente y giró levemente la cabeza.

- ¿Estás bien? – volvió a gritarle.


- ¡Sí!
- ¿Te cansas? – pregunto convencida de que le ocurría algo.
- ¡No!
- ¿Seguro! ¿quieres que pare un momento?
- No, tranquila, voy bien.
- ¿Y porqué suspiras?
- Pensaba – le dijo acercándose aún más a su oído – solo pensaba – repitió y
Esther comprendió inmediatamente ese suspiro y sonrió para sus adentros.

Sin esperarlo había logrado que Maca disfrutase de una de las cosas que más amaba: su
moto. Y volvió a sonreír, traviesa, al imaginar la cara que pondría la pediatra al ver lo
que le tenía planeado para esa tarde, aunque eso sería siempre que no se le torciesen las
cosas en el campo. Pero era consciente de que la vida de esa pequeña era mucho más
importante que cualquier sorpresa que desease darle a Maca y el que Maca hubiese
tomado la decisión de ser ella la que acudiera a esa urgencia, que hubiese tomado las
riendas de la situación aún encontrándose en un lugar en el que no tenía autoridad era
aún más importante. Estaba claro que cada vez se sentía mejor consigo misma y con
todo aquello y ella no iba a ser la que le coartase en sus decisiones e iniciativas, por
primera vez en mucho tiempo estaba viendo salir la Maca decidida, firme, convencida
de sus posibilidades que la había conquistado y enamorado y….

- A hora eres tú la que estás muy callada – escuchó que la pediatra le decía al oído
provocándole con su aliento un estremecimiento.
- También pensaba – le respondió burlona.
- ¿En qué?
- En ti – le dijo – en lo mucho que te amo, en lo feliz que me haces, en lo
orgullosa que me tienes y…
- Calla – le susurró besándole levemente el cuello – no me digas esas cosas... –
murmuró junto a su oído provocándole un nuevo estremecimiento - … y no te
distraigas – bromeó con otro beso.
- Pues… deja de hacerme eso – casi jadeó arrancando una carcajada en Maca que
aflojó sus manos sobre ella al ver que Esther se había removido inquieta.
- ¿Qué crees que le pasará a la niña? – cambió de tema, consciente de que no
debía distraerla, volviendo a situar la barbilla en el hombro de Esther.
- No sé Maca – respondió con seriedad – lo más seguro una paliza o una agresión
sexual, pero prepárate para cualquier cosa - la avisó, conocedora de la gran
cantidad de crueldades que podían esperarse.
- Antes... no me dijiste cuales eran nuestros planes para esta mañana y.. como ya
no podremos hacerlos…
- ¿Quién te ha dicho que no?
- Luego yo tenía razón, ¡maquinabas algo!
- Si – gritó volviendo la cara un instante.
- ¡No te gires! – gritó aferrándose con fuerza ante el vaivén de la moto.
- ¡Joder! – exclamó sorteando un bache que estuvo a punto de hacerlas caer – ¡lo
siento! Maca – se disculpó frunciendo el ceño, ¿en que estaba pensando! no
podía dejar de prestar atención al camino - ¿estás bien?
- Sí, sí, pero…. no vuelvas a… girarte.
- Tranquila que no va a volver a pasar y tú…
- Ya no te distraigo más – la cortó con el corazón disparado por el sobresalto -
¡perdóname tú! – se disculpó - ¿qué me decías de esos planes?
- Que pensaba llevarte a Jinja, para que la vieras a la luz del día e invitarte a
comer en un buen restaurante, nada de costillas asadas.
- Una pena, ¡repetiría gustosa!
- Y quería presentarte a Wilson, ¿recuerdas que te hablé de él?
- ¡Si!
- Ya tendremos tiempo – le dijo con una sonrisa de satisfacción, le encantaba ver
cómo Maca se estaba integrando en todo aquello, como había cambiado y cómo
había vuelto a surgir la Maca que ella recordaba – hoy solo te invitaré a comer y
daremos un paseo por el parque. Germán quiere que descanses y lo que estamos
haciendo y el ir al campo... no creo que sea su idea de descanso.
- Estoy deseando dar ese paseo – dijo aflojando de nuevo, sus manos sobre ella y
acariciando sus costados – y no escuches tanto a Germán, yo me siento de
maravilla – gritó soltando una mano de la enfermera y abriendo el brazo rozando
con las puntas de los dedos la densa vegetación del camino.
- ¡Maca! ¡no te sueltes! – gritó asustada.
- Tranquila, voy bien y... estoy deseando que me lleves a ese restaurante y… que
me invites a un helado y... lo que sea que me tengas preparado. Esther soltó una
carcajada y Maca la acompañó.
- ¡Estás loca!
- ¡Gracias a ti! – respondió la pediatra.
- ¡Hemos llegado! – gritó Esther aún riendo, disfrutando de ver a Maca tan
contenta, si hubiera sabido que un paseo en moto le iba a producir ese efecto
hubiera insistido en hacerlo muchísimo antes.
- ¿Ya? – preguntó casi con decepción.
- ¡Si! tras aquella curva está el campo – le explicó - ¡a trabajar doctora!
- Lo mismo digo enfermera milagro – se acercó de nuevo a su oído – porque
mucho me temo que, por lo que nos han contado, vamos a necesitar de todas tus
artes e influencias.
- Ahora veremos….

Esther comenzó a tocar la bocina una centena de metros antes de llegar al portón y éste
se abrió de forma que no tuvo que detenerse entrando directamente hasta la puerta del
pabellón donde se encontraban los quirófanos. Nadia y Samantha las estaban esperando
y para sorpresa de Maca tenía una silla de ruedas. No recordaba haber visto ninguna por
allí en esos días, pero estaba claro que debían tenerlas. Se saludaron con premura y
Nadia las puso en antecedentes, la pequeña había sido mutilada, la estaban aguantando a
duras penas y debían intervenir cuanto antes. Con rapidez se dispusieron a entrar cuando
de pronto, del interior salió un acalorado Oscar radio en mano y profiriendo voces a
quien fuese que estuviese al otro lado del aparato.

Cuando el joven se percató de quienes eran las recién llegadas, les hizo una autoritaria y
expresiva seña con la mano para que detuvieran su paso, mientras continuaba gritándole
a alguien que no estaba dispuesto a esperar más. Nadia y Samantha se miraron y las
miraron a ellas, angustiadas, no debían entretenerse. Esther se detuvo inmediatamente y
Maca se giró hacia la enfermera.

- Sigue – le dijo con firmeza, frunciendo ligeramente el ceño – no podemos


pararnos a charlar.
- Pero… Maca – le indicó con un gesto hacia él - nos ha pedido que….
- Me da igual lo que pida, no podemos perder más tiempo, ¿verdad? – se dirigió a
sus acompañantes, buscando su complicidad, que asintieron al unísono.
- Bueno, yo sigo – dijo comenzando a andar – pero te las ves tú con él, que yo no
quiero problemas, ni que nadie los tenga por nuestra culpa – continuó
conocedora de lo que era capaz el inspector – porque aquí…
- Muy bien, ya hablaré con él pero vamos rápido al quirófano – la cortó.

Oscar vio como continuaban su camino y sin dar crédito a su comportamiento, cortó la
comunicación de malos modos y corrió tras ellas hasta colocarse delante, impidiéndoles
el paso.

- Doctora Wilson – jadeo casi sin resuello por la carrera intentando parecer
amable pero su tono y su cara mostraban la rabia que sentía ante su falta de
obediencia, estaba acostumbrado a que todos acatasen sus órdenes fuesen las que
fuesen - ¿qué hace usted aquí? precisamente tenía intención de buscarla
porque…
- Buenos días, Oscar – le dijo con seriedad – si no te importa, hablamos en otra
ocasión, tenemos prisa, estoy aquí porque nos esperan en quirófano.
- ¿Quirófano! ¿usted? – la cortó mirándola entre incrédulo y despectivo - Si que
me importa – reconoció airado, luego recordó quien era y suavizó el tono – no
quiero decir que no sea usted capaz si no que aquí, usted no puede… - se
interrumpió de nuevo incapaz de darle una orden a aquella entrometida que ya lo
estaba mirando de aquella forma en que lo hizo el primer día y que temía le
dijese ante todas las demás alguna de la lindezas que ya tuvo que escuchar –
bueno que… como pretendía decirle hasta que me ha interrumpido – continuó
mostrándole que no pensaba permitirle que no lo escuchase - el director general
me ha pedido que le transmita…
- Oscar… ¡después!… tenemos prisa – le sonrió intentando parecer cordial e
ignorando todo lo demás sin intención de perder un segundo más con él, ya
tendría tiempo de decirle lo que opinaba - ¿te importa? – repitió indicándole con
la mano que se apartase – debemos entrar en quirófano – repitió elevando las
cejas en un gesto característico mezcla de sarcasmo e incomprensión ante la
actitud del chico que estaba claro que ni sabía comportarse si estaba preparado
para el puesto que desempeñaba.
- Te digo que sí me importa – casi le gritó olvidando las formas - porque vosotras
no podéis entrar en quirófano y… yo no lo voy a permitir – terminó por decir en
contra de sus primeras intenciones, harto de aquella superioridad que leía en sus
ojos, si alguien mandaba allí era él y lo iba a demostrar.
- Y yo te digo que ya hablaremos de eso – lo cortó con autoridad pero con calma –
te espero a la salida, ahora déjanos trabajar, ¡vamos Esther! - ordenó con fuerza
– no podemos perder más tiempo.
- De eso nada… - se situó de nuevo en medio – ¿dónde coño está Sara? – miró
hacia Samantha – es ella la que tenía que estar aquí, Germán me pidió la mañana
libre y me comunicó que Jesús estaba la mando y que Sara atendería estos casos.
Si se cree que voy a permitir que no cumpla con sus obligaciones…
- Sara está enferma – intervino Esther con genio defendiendo a su amiga – y
siempre cumple con sus obligaciones.
- ¿Quién te ha dado vela en este entierro, García? – la miró con desprecio y Esther
se mordió el labio inferior enrojeciendo, no podía con él, era superior a sus
fuerzas, y si no lo mandaba a la mierda era porque necesitaba su informe
favorable, para poder acceder a las pruebas de reingreso y a la evaluación
psicológica.
- Oscar, por favor, apártate – le pidió Maca cada vez más molesta, pero sin perder
la compostura y sin entrar al trapo respecto a Sara, ya tendría tiempo de hablar
con él sobre ese tema.
- No voy a apartarme, existen normas y…. ¡hay que cumplirlas!
- Y esas normas… ¿te permiten decidir si una pequeña muere sin atención o si le
damos una posibilidad de salvación? – le preguntó con suficiencia - ¿quién coño
te crees que eres para jugar con la vida de nadie! ¡quita de en medio ahora
mismo si no quieres que de parte de este incidente a tus superiores!

Oscar la fulminó con la mirada pero se apartó lo suficiente para dejarlas pasar.

- Vamos – dijo Maca.


- No ellas no van a ninguna parte – casi gritó - Nadia, Samatanta os venís
conmigo al despacho ¡ya! – bramó colérico. Con Wilson no podría pero los
demás iban a saber quien era él.
- Las necesito a las dos y te vas a quitar de en medio ya o no vas a tener más
ocasiones de entorpecer el trabajo de ningún médico.
- ¡Doctora que yo he venido aquí a hacer mi trabajo y…. parte de él consiste en
controlar a gente como Germán que se cree que todo esto es suyo y que no
respeta nada ni nadie. ¡Exijo que se respeten las normas y se cumplan!
- Haz tu trabajo pero deja que los demás hagan el suyo, apártate y luego hablamos
– le dijo más afable, temiendo alguna represalia hacia su amigo, estaba claro que
Oscar lo tenía entre ceja y ceja, porque Germán no tenía nada que ver en ese
tema.
- No puedo, tengo órdenes de venir en busca de usted y ofrecerle….
- ¡Aparta de una vez! – le gritó sin escucharlo – vamos, Esther – le ordenó a la
enfermera que intentó continuar pero el joven las frenó de nuevo.
- ¡No! no voy a permitirlo.
- Ahí dentro hay una niña desangrándose, ¡por favor! – pidió Samantha harta de
todo aquello, odiaba la burocracia – podemos hablar de todo esto después.
- Si ninguno de mis médicos está aquí, nadie entra en quirófano, ni podrá
atenderla y por supuesto abriré un expediente a quien debería estar, por dejadez
de sus funciones.
- Si no te apartas seré yo la que tome cartas en el asunto – dijo Maca
enronqueciendo y elevando la voz con tanta fuerza que Oscar dio un par de
pasos hacia atrás, Esther no pudo evitar, a pesar de la situación sonreír para sus
adentros, Oscar lo había conseguido, había sacado a Maca de sus casillas y ella
recordaba perfectamente lo que eso podía implicar – a te quitas de en medio ya o
soy yo la que va a denunciarte, te acusaré de entorpecer la labor de los médicos,
conseguiré que el caso llegue a la prensa española y contaré como “ayudas aquí”
– le dijo con retintín – insistiré en que la culpa de la muerte de la niña es tuya y
por supuesto sacaré a relucir el nombre de quien haga falta – habló con
precipitación y tal furia que Oscar enrojeció, sabía lo que podía significar un
escándalo semejante, era conciente de que acababa de amenazarlo con respecto a
su padre y eso lo enfurecía aún más, porque era conciente de que rodarían
cabezas y de seguro, la suya sería la primera, si no la única, una organización
como esa no iba a permitir un escándalo de semejante tipo - así es que quítate de
en medio, tenemos que operar.

Oscar permaneció quieto mirándola colérico y cuando parecía que cedía, un joven salió
del interior y comenzó a hablar con precipitación. Nadia, tras cruzar unas palabras con
él, se volvió hacia ellas angustiada.

- ¡No hay tiempo que perder! tenéis que entrar ya – les dijo corriendo hacia el
interior obviando la orden que anteriormente les había dado Oscar, seguida de
Samantha que también ignoró al inspector y su deseo de que lo acompañaran al
despacho.
- ¡Aparta! – gritó Esther empujando a Maca a punto de llevárselo por delante.

Indignado se echó a un lado.

- Esto no va a quedar así – les gritó.


- Luego hablamos, por favor – pidió Maca con cierto aire de súplica en un intento
de que le chico entrara en razón. Pero, aunque la dejó pasar, le lanzó tal mirada
de odio que no pasó desapercibida a ninguna de las dos.
- No va a quedar así - musitó con rabia y unos ojos que lanzaban chispas – ¡ya lo
creo que no!

Esther la empujó hacia el interior y el inspector se quedó observándolas con cara de


pocos amigos. Cogió su walky uno de último modelo y se quedó mirándolo. ¡Sí! quizás
lo mejor era llamar a España y pedirle a su padre un favor, que le consiguiese averiguar
quién coño era la tal Macarena Wilson y qué influencias tenía sobre el presidente de la
organización, estaba harto de ella, algún trapo sucio tendría, y en ese caso él se iba a
enterar, a ver si así le bajaba los humos a esa hija de puta. Pero su radio comenzó a pitar
y él la cogió airado.

- ¿Sí? – vociferó descargando toda su ira en aquel monosílabo, inmediatamente


suavizó el tono – ¡papa! ahora mismo estaba pensando en lla…. – se interrumpió
escuchando a su interlocutor – claro, perdona, no, no era por ti, y claro que no
me molesta que me llames papa, ¿cómo iba a molestarme? ... – se disculpó y
guardó silencio escuchando lo que le decía - no... nada… no me pasa nada, el
trabajo… no de verdad no es nada… si, si ya te he conseguido lo que me
pediste, pero cada vez me cuesta más, no es fácil estás cosas cuestan mucho
dinero y… si, si, ya sé que no me lo pedirías si no fuera para algo importante…
lo sé papa, pero… es que ese tema está muy controlado y… ¿sé puede saber para
qué lo quieres? – le dijo paseando de un lado a otro – vale, vale, mientras menos
sepa mejor… que si, que mantengo los contactos… Si, les he dado lo que me
mandaste pero aún así…. ¿El trabajo? bien… que no, que no era nada… ¡una
hija de puta que se cree la dueña del mundo!... no… no tiene nada que ver con la
organización…. Que no, que no llames a nadie… - le pidió olvidando sus
primeras intenciones y recordando la amenaza de Maca - que no, que no quiero
que llames a nadie, ni le recuerdes nada a nadie, ya me encargo yo…. si no es
nada, una tía que está amargada porque está impedida y se cree que lo sabe todo
pero pronto se irá…. Que no, papa, que…. – lanzó un suspiro de resignación, era
imposible hablar con su padre – no creo que la conozcas…. se llama Macarena
Wilson, creo que... ¿cómo? – elevó la voz mostrando su sorpresa - ¿en coma? –
preguntó perplejo intentando dar un sentido a lo que acababa de escuchar – papa
como va a estar en coma, ¡si está aquí! … ¿qué?... jummmm… ajammmm… si,
si, interesante, muy interesante – comentó mudando su gesto agrio por uno de
triunfo desmedido y borrando la seriedad de su rostro -…. pero entonces… ¿se
trata de la misma…! si… si… haré lo que me dices… tranquilo, tendré
cuidado… A dios papá – colgó y una sonrisa irónica y maliciosa se dibujó en su
rostro.

* * *

En el interior, Nadia y Samantha ya se habían lavado y preparado y Esther ayudaba a


Maca a terminar de hacerlo.

- Está muy mal – asomó Nadia la cabeza preocupada – no tardéis.


- Ya estamos - dijo Esther haciéndole una seña al joven que aguardaba para izar a
Maca y llevarla a quirófano donde ya habían preparado el mismo banco que
usara el día anterior.
- Te has ganado un enemigo – le dijo Samantha, acompañándolos hasta adentro
mostrando en su tono lo poco que le agradaba el chico y lo mucho que agradecía
a Maca su actitud.
- No era mi intención, solo quería que nos dejara entrar – respondió mirando
nerviosa a la mesa de quirófano que estaba vacía.

No tuvo tiempo de preguntar porque detrás del biombo de separación salió un joven y
corrió hacia ellas alterado, cruzó una palabras con Samanta que Maca no entendió pero
por sus gestos comprendió que algo no iba bien.

- ¡Tenemos que entrar ya! – impelió Nadia.

El chico que la portaba aceleró el paso al tiempo que Esther y Samantha corrían hacia el
interior. Cuando traspasaron la puerta, Maca comprobó que un cuerpecillo, que apenas
se adivinaba en el amasijo de vendas y carne, del que salían algunos cables y tubos
conectados a uno de los aparatos más antiguos que había visto, yacía echado en la
camilla del quirófano. El espectáculo le parecía dantesco. No era capaz de comprender
lo que veía sus ojos, de la boca de la pequeña salían unas hojas ensangrentadas. Miró a
Esther casi con desesperación, se sentía mareada y se le revolvió el estómago.

- Pero qué coño… - mascullo la pediatra desando saber qué había ocurrido con la
pequeña. Esther se acercó a su oído.
- Le han cortado las manos y la lengua, han intentado cortar las hemorragias como
han podido.
- ¿Qué? – casi gritó - pero… ¿qué le han metido en la boca?
- Hojas de aspilia, ya te explicaré… - la apremió con el tono.
- Necesito saber qué tiene esa planta.
- Básicamente metanol, frena la hemorragia y el riesgo de infección.
- Metanol – musitó pensativa.
- Tú dirás ¿qué hacemos?
- Si… - respondió sin convicción, ¿para qué se le había ocurrido decir que
atendería ella la urgencia! no estaba preparada para algo así, una cosa era un
parto con complicaciones y otra aquello.
- Vamos Maca lo vas a hacer muy bien pero no hay tiempo que perder – le
susurró mientras Nadia y Samantha, preparaban todo.
- Esther… - la miró con temor ante aquella visión que se le antojó horrible, la
cabeza vendada sin orden ni concierto, como habían podido, en un intento
desesperado de presionar aquellas hojas y frenar la hemorragia, dos torniquetes
en los brazos, las constantes completamente alteradas y la saturación por los
suelos.
- Hay que intentarlo, ¡vamos!
- No sé si… - la miró asustada serían varias horas de trabajo y quizás no sería
capaz de aguantar tanto tiempo sentada en ese banco y en esa posición – seré
capaz….
- No es momento de dudas, Maca – le susurró al oído – haz lo que puedas. ¡Mira
la tensión! Y satura por debajo de ochenta y cinco por ciento.
- ¿De… de que medios… dispongo? – preguntó casi sin querer saber la respuesta.
- Lo básico, Maca, pero casi de todo – escuchó con alivio – esto no es maternidad.
- ¿Solo tres derivaciones? – le preguntó mirando al monitor y a los electrodos en
el pecho de la pequeña.
- Sí.
- ¿Y lo demás?
- Manualmente, no te preocupes de eso que yo me encargo.
- ¿Como está de temperatura?
- Muy baja.
- Cambia el electrodo bajo, ponlo en la izquierda – le ordenó con rapidez – y el
manguito también.
- Luego habrá que volver a cambiarlo.
- Lo sé, pero voy a empezar por la lengua desde este lado y luego este brazo.
Aquella postura me es más incómoda – se justificó – y prefiero…
- Me parece bien – la interrumpió haciendo con rapidez lo que le había pedido –
ha perdido mucha sangre, Maca.
- Sí – musitó asintiendo - ¿tenemos unidades para transfusión?
- Sí.
- Cógele otra vía, una subclavia.
- Entonces… ¿empezamos? – le preguntó – no podemos perder más tiempo.

La pediatra asintió consciente de ello, tomó aire como ya había hecho los dos días
anteriores y se dispuso a comenzar. Aquello eran palabras mayores, lo primero era
estabilizar a la niña para poder intervenir con un mínimo de garantías. En ese instante el
monitor comenzó a emitir una señal acústica, reflejaron la caída en picado de la tensión
y la detención del ritmo cardiaco.

- ¡Asistolia! la perdemos Maca – le gritó Esther preocupada ante su lentitud, Maca


siempre había sido de las que no perdía un solo segundo en quirófano –
comienzo masaje, Nadia prepara las palas. ¡Maca!
- Sí, sí – reaccionó al fin haciéndose cargo de la situación.

Una hora después Maca había conseguido cortar la hemorragia de la lengua, Esther
observaba aliviada que tras las dudas iniciales la pediatra trabajaba con soltura, pero le
sorprendió la parsimonia y el cuidado que dedicaba a ella sabiendo que le faltaban los
dos brazos.

- Maca no sería mejor que cauterizaras sin más y …


- Que qué - la miró temerosa al ver que guardaba silencio.
- Está muy débil y… habría que acabar cuanto antes – le recomendó – quedan los
dos brazos – le recordó - corta por lo sano, no… te esmeres tanto.

Maca miró a los monitores y suspiró.

- Tiene cinco años Esther, no voy a dejar que se pase la vida así.
- Pero Maca….
- Tengo que conseguir que una reconstrucción sea posible – aseguró con firmeza y
la enfermera guardó silencio, comprendiendo cómo se sentía – si corto por lo
sano como dices, no lo será y esta niña, si la salvamos se viene con nosotras –
afirmó con tanta convicción que Esther no pudo evitar sonreír bajo la mascarilla
– en la clínica reconstruiremos la lengua y…. tendrá prótesis.
- Te recuerdo que primero hay que salvarle la vida – sentenció con prudencia.
- Si – musitó al pediatra – lo sé – admitió en un tono que parecía molesto – tú, ve
diciéndome como va.
- No te preocupes que yo te aviso. De momento aguanta bien.

Maca trabajaba con cuidado, sabía lo que quería decirle la enfermera y mucho se temía
que tuviera razón, pero ¡era tan pequeña! Sentía el estómago revuelto ante lo que veían
sus ojos, y no porque no estuviese acostumbrada a ver casos de ese tipo, no era tan raro
la amputación de la parte de la lengua, sino porque su mente ya estaba imaginando los
motivos de la misma. Se sentía impotente ante tanta barbarie y estaba dispuesta a hacer
todo lo que estuviese en su mano por paliarla.

- ¿Qué clase de animal puede hacer algo así? – preguntó cuando comenzaba a
trabajar en el primero de los brazos de la pequeña que aparecía completamente
machacado a golpes, estaba claro que le habían cortado la mano con un hacha y
que quien lo hiciera falló en una ocasión.
- Brujos – respondió secamente Esther atenta al trabajo y preocupada por
adelantarse a cualquier necesidad que tuviese la pediatra. Levantó la vista un
momento, Maca parecía más serena que antes y muy segura en lo que hacía, el
que hubiese preguntado era una señal de que no se equivocaba.
- ¿Brujos? – levantó con rapidez los ojos hacia ella para inmediatamente volver a
bajarlos…
- Aquí la gente cree que los sacrificios humanos les dan suerte, sobre todo los de
niños de corta edad.
- Jamás había escuchado algo así – dijo afectada por lo que veía y escuchaba –
pero esto no es un sacrificio es… es… - no sabía como calificarlo – es tortura...
es…
- Esta pequeña ha tenido suerte, debieron interrumpir el ritual a tiempo – comentó
Nadia que estaba junto a ellas por si necesitaban algo.
- ¿A tiempo? – casi gritó – sin manos y sin lengua.
- En estos casos, buscan su sangre y sus órganos, y la muerte es segura.
- Pero cómo es posible que allí…no sepamos nada, qué nadie haga nada –
preguntó casi para sí.
- Son prácticas habituales – respondió de nuevo la comadrona - capturan niños
ajenos. Necesitan sus corazones y su sangre para ofrecérselos a los espíritus...
los meten en pequeñas latas, que colocan debajo de los árboles donde escuchan
las voces de los espíritus – les explicó.
- ¿Y qué si son habituales? ¡habrá que acabar con ellas! – exclamó – sujeta ahí
Esther, joder que este se está resistiendo.
- Maca, deberías darte prisa.
- Lo sé, no me lo repitas más – respondió casi de mal humor.
- Perdona, no pretendía ponerte nerviosa.
- Perdona tú – la miró con ternura – tengo que conseguir que sea posible un futuro
transplante.
- Vas muy bien – la animó.

Maca resopló satisfecha cuando al fin consiguió terminar con el primer brazo, estaba
cansada, muy cansada pero aún le quedaba el otro.

- ¿Quieres hacer un pequeño descanso? – le repuso la enfermera.


- No, vamos a terminar cuanto antes – se negó con firmeza – pero necesito
cambiar de lado y que le cambies todo.

Nadia dio las órdenes oportunas y todo se hizo como Maca había solicitado. Instantes
después se disponía a comenzar con el brazo que le quedaba.

- Se me revuelve el cuerpo solo de ver lo que el han hecho – murmuró mirando a


Esther que terminaba de colocar el manguito de la tensión.
- Pues aunque no lo creas en estos temas vamos avanzando – le contó Samantha -
el año pasado ya se juzgaron veintinueve casos de estos como asesinato, y eso es
un gran avance.
- ¿Veintinueve? ¿tantos? – preguntó estupefacta - pero ¡joder! … ¿cuántos se
producen?
- Maca, todos los años se producen decenas de casos - intervino Esther – ¿pinzo
ahí?
- Sí, sí, por favor, joder esto está fatal – dijo mirando al monitor.
- Tranquila, que vas muy bien, y sigue estable –le sonrió con la mirada - ¡es una
campeona!
- Si – se afanó en un vaso que se le resistía – es tan pequeña, si al menos… - se
calló incapaz de expresar lo que se le venía a la mente, no iba a dejar que esa
pequeña terminara sus días así, la iba a salvar, y se la iba a llevar a España, en la
clínica podían hacer por ella mucho más.
- Te decía que hay muchos casos un brujo puede tener un promedio de tres
clientes de este tipo a la semana.
- Pero eso es… horrible…
- Y eso solo los casos que se descubren, porque al año hay más de cien
desapariciones de pequeños que nadie vuelve a ver y que pudieran haber sido
víctimas de estas prácticas.
- ¡Es un gran negocio! – exclamó Nadia.
- Lo que es… es… es... - musitó la pediatra sin encontrar la palabra que expresase
con toda su magnitud lo que le parecía aquello, estaba angustiada, abrumada y
Esther se dio cuenta inmediatamente. Maca sintió como la enfermera le secaba
el sudor y la miraba con unos ojos sonrientes, mostrándole su apoyo y confianza
y diciéndole con esa mirada que la entendía – gracias.
- De nada. Aquí hace mucho calor.
- Sí que lo hace – admitió – pero por suerte estamos terminando.

El resto de la operación, se mantuvieron en silencio. Esther siempre atenta a cualquier


indicación, siempre intentando adelantarse a cualquier petición de la pediatra y Maca
concentrada en su trabajo. Samantha y Nadia, hacía unos minutos que habían
abandonado el quirófano, comprendiendo que la situación estaba controlada y que no
podían abandonar por más tiempo sus puestos. La enfermera, miraba a Maca
preocupada, cada vez tenía las ojeras más marcadas, cada vez estaba más pálida y a
cada instante enderezaba la espalda en un gesto de dolor.

- ¿Estás bien? – terminó por preguntarle.


- Si – fue su escueta respuesta – solo es el calor.
- ¿Quieres que cosa yo! con Germán…
- No, ya lo hago yo – respondió con rapidez.
- ¿Voy avisando para que vengan a por ella y te bajen de ahí?
- Sí… porque…esto ya está – dijo al fin con un suspiro – gracias Esther.

La enfermera salió y Maca permaneció allí sentada, observando a la pequeña, sin poder
dejar de pensar en cómo podría superar aquellas mutilaciones, en la vida que le
esperaría, en el horror que había vivido y volvió a notar que se le revolvía el estómago.
Miró hacia atrás, ¿por qué tardaba tanto Esther? ¡necesitaba salir de allí!

Al cabo de unos segundos que a Maca se le hicieron eternos minutos la enfermera


volvía a entrar en el quirófano.

- ¿Por qué has tardado tanto? ¿dónde te habías metido?


- No he tardado – la miró extrañada - ¿pasa algo?
- No, que… necesito ir al baño – le dijo mientras el chico la sentaba en la silla y
otros dos jóvenes trasladaban a la pequeña a la sala de vigilancia.
- Tranquila, ahora mismo vamos a lavarnos y refrescarnos un poco.
- Quiero ir primero al baño.
- ¿No te has puesto el pañal?
- Claro que sí – murmuró sonrojándose y fulminándola con la mirada.
- Perdona – se sonrojó también por su inoportunidad – no te preocupes que no nos
han oído.
- Vamos al baño por favor.
- Sí, espera un momento que voy a decirles lo que deben… - se interrumpió
observándola con atención - ¿estás bien?
- Sí, solo un poco mareada – confesó – es… este calor…
- Venga que te alargo al baño y ahora vuelvo yo – le propuso empujándola -
¿estás muy cansada?
- Sí – contestó con parquedad.
- Bueno pues ahora… nos duchamos y tomamos algo fresco y…
- ¿Tomar? No, puedo tomar nada, después de ver esa barbarie soy incapaz de…
- Maca debes tomar algo, un zumo o …
- No voy a tomar nada, tengo el estómago revuelto y nauseas.
- Eso es del calor, recuerda la última vez, hazme caso que te sentará bien – sonrió
haciéndole una carantoña – anda, entra que yo vuelvo en un momento. ¡Has
estado genial! verás cuando se lo contemos a Germán.

Maca torció la boca en una mueca de satisfacción pero no dijo nada, accionó la silla y
entró en el baño. Esther permaneció un instante escuchando, quizás necesitaría su
ayuda, porque la había visto agotada y abatida. Pero tras un par de minutos sin que la
reclamase, salió de allí a toda prisa, tenía que dar las indicaciones que debían seguir con
la pequeña y volver cuanto antes. Aún seguía teniendo grandes planes para ese día.

* * *

Germán llegó al campo de desplazados completamente alterado y nervioso. Había


llamado desde Kampala al campamento como siempre solía hacer cuando pasaba el día
fuera y Jesús lo había puesto al corriente de la situación. Le faltó tiempo para coger el
jeep y salir disparado. No quería dar lugar a que Oscar se pasara por allí y montara una
de las suyas, que de seguro era lo que ocurriría si se enteraba que Maca y, sobre todo
Esther, entraban en quirófano.
Cuando estaba a punto de entrar en el pabellón central en busca de Samantha, vio salir
de los baños a Maca empujada por Esther. Estaba claro que había llegado demasiado
tarde. Se acercó hacia ellas con una carrera y al ver el aspecto pálido y demacrado de la
pediatra se preocupó.

- Wilson, ¿estás bien? – preguntó directamente sin ni siquiera pararse a saludar.


- ¡Germán! ¿ya estás aquí? – preguntó la enfermera con calma, antes de que Maca
pudiese responder – te esperaba más tarde.
- Sí – masculló sin quitar los ojos de Maca - ¿qué te pasa?
- Nada, estoy bien – sonrió extrañada de su expresión descompuesta - ¿qué te pasa
a ti? o mejor dicho ¿pasa algo? – le preguntó con temor, sabía que había ido a
Kampala y aquella cara solo podía significar que le habían dado sus resultados.
Él negó con la cabeza.
- No, tranquila.
- ¿Y esa cara? – le preguntó Esther – ¿y esas prisas?
- Llevo un día de perros, no he podido hacer lo que quería. He venido cuanto
antes, no me he parado a nada solo a dejar las muestras – miró a Esther y torció
la boca – ese laboratorio es la leche – se quejó - Lo siento niña, no he podido
hacer lo que te prometí.
- No importa, hazlo cuando puedas ya no me corre prisa – sonrió.
- ¿De qué habláis? – preguntó Maca.
- De las pruebas psicológicas, quedé con Esther en hablar con la supervisora, pero
no he podido pasar por la central.
- Ah – musitó Maca apretando los labios, no se esperaba que Esther quisiera
seguir con sus planes de presentarse a las pruebas.
- ¿Seguro que estás bien? tienes mal aspecto – insistió Germán – te dije que hoy
quería que descansaras y….
- Ya sé lo que me dijiste pero… era una urgencia y Sara no estaba en
condiciones… y… no podíamos quedarnos de brazos cruzados – esbozó una
leve sonrisa mirándolo a los ojos intentando descubrir porqué estaba tan
preocupado.
- Vuelves a tener ojeras y estás muy pálida.
- Ha estado más de tres horas en quirófano – la justificó Esther temerosa de que el
médico no la dejara llevársela a Jinja – y… se ha impresionado un poco. Era una
carnicería lo que han hecho esos hijos de puta.
- Si, ya me ha contado Jesús, otra niña ¿no?
- Si – respondió la enfermera – ha tenido suerte. Samantha ya está poniendo la
denuncia pero necesita que tú firmes.
- Si, ahora subo – respondió y se volvió hacia Maca - Wilson, gracias, gracias de
verdad por cubrirnos, ¡si Oscar se llega a enterar!
- Oscar ya se ha enterado – respondió con seriedad la pediatra que recordó el
altercado antes de entrar en quirófano – estaba aquí cuando llegamos.
- ¡Joder! éste es capaz de hacer que se nos caiga el pelo.
- ¿Más? – preguntó Maca burlona, mirando a su cabeza.
- No te cachondees, Wilson, que esto es serio.
- Lo sé, pero tú no tienes culpa de nada.
- No es por mí, pienso en Sara, no sé que le pasa con ella que no le admite ni una
y mucho me temo que….la tome con ella.
- Pues.. tendremos que hacer algo para que eso no ocurra ¿no crees?
- Si, pero lo primero que vamos a hacer es entrar – la miró frunciendo el ceño – no
quiero que estés mucho rato al sol y quiero echarte un vistazo.
- Pero si estoy bien, de hecho ahora mismo íbamos a tomarnos un zumo, ¿verdad
Esther?

La enfermera la miró con una sonrisa de complicidad, llevaba negándose con


insistencia a tomar nada y ahora decía todo lo contrario, y ella sabía el porqué, no
quería que Germán la mandase a la cabaña a descansar.

- Sí, a eso íbamos.


- Pues no tienes buena cara y me gustaría tomarte la tensión y….
- Germán, si no tengo buena cara es porque Oscar me ha puesto de mala leche y lo
de esos brujos me ha revuelto el cuerpo. No imaginaba que pudieran ocurrir esas
cosas hoy día.
- ¡Ya lo creo que ocurren!
- Para vosotros será normal ver cosas así pero yo… cada vez que recuerdo esa
imagen… me dan ganas de vomitar – reconoció mostrándose afectada.
- Venga que os invito a tomar algo en Jinja, que tu lo que necesitas es airearte un
poco y comer algo.
- ¿Nos vas a invitar! ¿tú a nosotras? – preguntó Maca sorprendida y ligeramente
decepcionada, estaba deseando ir sola con la enfermera – de verdad que no hace
falta. Nos tomamos un zumo y nos volvemos en la moto.
- Sí, yo, Wilson, y no pongas esa cara que luego tendrás a tu enfermerita para que
te cuide a ti solita. No querrás ir a Jinja en moto, ¿no! os llevo yo en el jeep y
luego me vuelvo al campamento.
- ¡Germán! ¡eres un bocazas! – protestó la enfermera le había faltado contarle a
donde la llevaba.
- ¡Uy! – se tapó la boca con la mano, y abrió desmesuradamente los ojos mirando
hacia Maca que soltó una carcajada, siempre había sido igual, incapaz de
guardar un secreto.
- Y… ¿se puede saber qué vamos a hacer nosotras allí todo el día? – preguntó
socarrona mirando a la enfermera.
- Pues nada, lo que te dije, comer y pasear – respondió molesta con el médico.
- Pero… si Germán nos lleva y luego se va ¿cómo volvemos al campamento?
- Tranquila que volvemos, de eso me encargo yo – le sonrió misteriosa.

Maca los miró a los dos, tramaban algo, estaba segura, pero no dijo nada más. Ya
averiguaría de qué se trataba.

- Voy a hablar un momento con Samantha y nos vamos, esperadme en el jeep –


les dijo el médico entrando en el pabellón.
- Antes de irnos queremos beber algo – dijo la enfermera empujando a Maca y
entrando tras él.
- De acuerdo, ahora os busco en el comedor.

Las dos vieron como Germán subía las escaleras camino del despacho de Samantha. La
pediatra se quedó observando por la ventana mientras Esther preparaba los zumos y de
pronto, se empinó sobre los brazos de la silla apoyada en ellos para ver mejor, ¡no lo
podía creer! ¿aquella era Josephiene?
- Esther, ¡Esther! – la llamó alzando la voz – ven, ven aquí un momento.

La enfermera acudió a toda prisa sorprendida por su apremio.

- ¿Qué pasa?
- Mira – le señaló el exterior y la enfermera se asomó sin comprender qué le
ocurría.
- ¿Me equivoco o esa es Josephine?
- Sí, si que lo es.
- Pero… ¿cómo se marcha? – preguntó accionando la silla y dirigiéndose a la
puerta - esa chica tiene que estar ingresada al menos una semana. Tenemos que
vigilar el riesgo de infecciones y….
- Maca – la frenó la enfermera – espera.
- No puedo, tengo que impedir que salga del campo.
- No vas a hacerlo – se situó ante ella.
- Pero… ¿qué dices! ¡claro que voy a hacerlo!
- No. No vas – respondió con autoridad y firmeza - Maca aquí las cosas son así.
- Pero todavía no ha pasado el riesgo de infección – casi le suplicó con lágrimas
en los ojos, repitiendo sus palabras ante la impotencia que le producía el que no
la escuchara.

Esther sonrió y le hizo una carantoña, demostrándole que no era así.

- Te entiendo, pero tienes que entender que se va a marchar de todas formas – le


dijo con paciencia y al ver su cara de angustia continuó más suave - aunque
podemos hacer una cosa.
- ¿El qué?
- Ven, vamos a despedirnos de ellas – le dijo empujándola, sabía que eso podía
llegar a tranquilizarla.

Salieron al exterior y la enfermera llamó la atención de la joven que caminaba con


dificultad hacia la zona de sombra, donde, bajo los árboles y sentados o recostados en
esteras, esperaban los familiares de los ingresados.

- No te preocupes porque Josephine está ya recuperada – le iba diciendo.


- No puede estarlo, sé lo que le hice – respondió cortante – si no puede casi ni
andar, ¡mírala! – dijo afectada imaginando el dolor que debía tener - ¡joder qué
hace dos días que la operé!

Esther no respondió y la condujo hasta el lugar donde se encontraba la joven, Maca


comprobó que la chica llevaba en brazos a su bebé recién nacido. Esther cruzó unas
palabras con ella y luego se volvió hacia Maca.

- Le he dicho que quieres despedirte.


- Lo que quiero es que se quede – protestó.

La chica le tendió el bebé a la enfermera, luego se inclinó con dificultad a la altura de la


pediatra y se abrazó a ella, como muestra de agradecimiento tocándole repetidamente el
pelo. Maca tuvo que tragar saliva para controlar la emoción que le producía ese abrazo.
La joven la miró sonriente, mostrando su blanquísima dentadura y pronunció unas
palabras.

- Dice que te está agradecida, que es muy feliz de haber tenido tanta ayuda aquí y
que gracias a ti su bebe está sano y bien.
- Dile que tenga cuidado, que no haga esfuerzos, que debe seguir tomando
antibióticos y que si.. los puntos – se calló y frunció el ceño mirando a la
enfermera - ¡joder Esther! no puede irse – protestó observando a Josephine que
le daba ya la espalda acercándose a una anciana que estaba sentada en una estera
con una pequeña que no tendría más de dieciocho meses.
- Maca - sonrió - va a marcharse lo quieras o no – le ratificó – nosotras no
podemos impedirlo, aquí no hay ni camas, ni medios suficientes y, cuando una
persona en su situación no tiene ningún problema en cuarenta y ocho horas, las
mandamos fuera.
- Pero se va andando y debería estar en reposo.
- Si, tranquila que su madre sabrá cuidarla – le aseguró pacientemente – tienen
una caminata de unos cinco kilómetros hasta su aldea, pero ella solo llevará a su
bebé, no cargará con nada más, será su madre la que cargará con la otra pequeña.
- ¿Su madre? ¡pero si parece su abuela!
- La vida es dura para ellas – suspiró acariciándole la mejilla – no te preocupes,
estará bien.
- Pues no sé cómo, ¡cinco kilómetros!
- Son muy fuertes – respondió con un deje de orgullo – y ahora vamos a por ese
zumo, que se nos va a hacer tarde.
- ¿Tarde para qué? – preguntó interesada - ¿no me vas a decir cuál es el plan?
- No – rió – ya lo verás.

* * *

Minutos después Germán salía del pabellón tras ellas, dispuestos los tres a coger el jeep
para comer en Jinja, cuando un imponente todo terreno negro llegó a gran velocidad.
Oscar bajó de él con rapidez y se dirigió hacia donde se encontraban. Germán resopló
preparándose para la que se avecinaba. Maca miró a ambos y comprobó cómo se
tensaban y no pudo evitar una oleada de desagrado, no solo por su comportamiento
altanero si no por llegar allí siempre en la forma que lo hacía, a toda velocidad,
obligando a apartarse de su camino a enfermos y ancianos, estaba segura que los veía
como escoria, y no se equivocaba, Oscar era ese tipo de persona que jamás se
encariñaba con nadie y que consideraba que todo el mundo debía rendirse a sus
encantos y si se encontraba con alguien que no lo hiciera simplemente consideraba que
estaba contra él.

- ¡Lo que nos faltaba! – exclamó entre dientes.


- ¿Qué hace éste otra vez aquí? – dijo Esther frunciendo el ceño mohína y segura
de que iba a estropearle todos sus planes.

Maca fue la única que se guardó el comentario, pero su cara de desagrado hablaba por
ella. Esther la miró y luego miró a Germán.

- Tranquilo – le susurró la enfermera – no le entres al trapo - le aconsejó.


- No te preocupes – fue la escueta respuesta del médico que ya estaba preparado
para el enfrentamiento.

Oscar se aproximaba a grandes zancadas y Germán respiró hondo. Tenía que defender
las decisiones tomadas por su equipo, justificarlas y apoyar a Sara. Eran ya muchos
meses aguantando los desaires, contrasentidos y rabietas de aquel engreído y era
consciente de la bronca que le esperaba y estaba seguro de por dónde iban a ir los tiros.

- Hombre, ¡al fin te encuentro! – se encaró irónico con Germán ignorando por
completo a sus dos acompañantes.
- Hola, Oscar.
- ¿Hola! creí que te habías pedido la mañana para llevarnos los informes - le
espetó elevando el tono de forma airada, mostrando su enfado.
- No he tenido tiempo de terminarlos, hemos estado hasta arriba entre los
accidentados de la mina, las inundaciones y el brote de malaria.
- ¡Y una leche! si no es una excusa, es otra. ¡Quiero esos informes mañana
mismo! - casi gritó provocando que varios de los grupos más cercanos a ellos los
miraran.
- Los tendrás cuando los termine – respondió con calma - y cálmate un poco, que
no es sitio para...
- ¿Qué me calme? - preguntó con voz ronca pero algo más baja - Mañana – lo
amenazó con el dedo – y quiero que firmes esto.
- ¿Qué es esto? – cogió el papel que le tendía y comenzó a leerlo.
- Un expediente disciplinario para Sara.
- ¿Estas loco! no voy a firmar esto, Sara no ha hecho nada – dijo devolviéndoselo
sin apenas ojearlo.
- Ese es precisamente el motivo, que no ha hecho nada y nuestra invitada – dijo
señalando a Maca - a pesar de su inca... estado – apuntilló con condescendencia
arrugando casi imperceptiblemente la nariz, haciendo enrojecer a Maca que
apretó los labios en un gesto hosco y provocando que Esther, instintivamente, le
pusiera una mano en el hombro en señal de apoyo y protección, ¿cómo podía
decir eso en ese tono! si la hubiera visto en el quirófano no hablaría de ella de
esa forma - ha tenido que sacar la cara por ella y cubrir su incompetencia.
- ¡Sara está enferma! – saltó Esther enfadada - ¿o es que tampoco puede?
- ¡García! – gritó fulminándola con la mirada – mientras estés fuera de la
organización no voy a tolerar ninguna de tus intromisiones ni opiniones,
bastante que estoy tolerando que sigas ocupando una cabaña que ya no te
pertenece.
- Esther – la calmó Germán posando su mano sobre el antebrazo de la enfermera,
era mejor no calentarlo más porque estaba claro que había llegado dispuesto a
cualquier cosa, era mejor escucharlo e intentar evitar males mayores, ya sabría él
cuando se calmase, llevarlo a su terreno – Oscar, Sara tenía el día libre, yo la
obligué a tomárselo.
- Y si eso es así porqué en el planning del día aparece que era ella la que estaba de
guardia para las urgencias.
- Esos planning son mensuales y lo sabes.
- Y ahora me dirás que se puso enferma de repente y que no tuviste tiempo de
comunicar el cambio.
- Efectivamente.
- ¿Porqué no estabas tú cubriendo su puesto? dos médicos no pueden ausentarse el
mismo día y lo sabes.

Germán suspiró y guardó silencio. Escucharía la bronca y cargaría con la culpa, estaba
acostumbrado.

- Sancióname si quieres, ha sido culpa mía, nos corrían prisa unas analíticas y
quería ir personalmente – se justificó y Maca lo miró comprendiendo que la
culpable última de todo aquello era ella - pero Sara no tiene nada que ver, solo
ha hecho lo que yo le ordené.
- ¿También le ordenaste a García que entrase en quirófano? a pesar de lo que os
ordené el otro día.
- No – dijo Maca interviniendo en la conversación – fui yo la que tomó esa
decisión y soy yo la que está dispuesta a afrontar las consecuencias de haberme
entrometido en la organización del campo. Esther solo ha hecho lo que yo le he
pedido. Y Germán no sabía nada.
- Usted puede hacer lo que desee en este campo – le dijo con una sonrisa dejando
perplejos a todos – pero ellos no.
- Oscar… - comenzó el médico pero el chico levantó la mano pidiéndole silencio.
- No tengo todo el día, tengo prisa y ya he dicho todo lo que tenía que decir.
Quiero esto firmado – le tendió de nuevo el papel y Germán lo cogió - o te
expones a una sanción por desobediencia y quiero los informes sobre mi mesa
mañana a primera hora – elevó la voz y volviéndose hacia Maca suavizó el tono
- Doctora Wilson, necesito hablar con usted – le dijo mirando de nuevo a Esther
y Germán – a solas, ¿os importa? – le indicó con la mano que se alejaran.
- Sancióname porque ni voy a firmar esto – se lo dio de nuevo - ni voy a ir
mañana Kampala, si quieres los informes, ve al campamento a por ellos, que eso
sí que es parte de tu trabajo – respondió Germán que cogió a la enfermera del
brazo - vamos Esther.
- Maca… - la miró la enfermera preocupada, no quería dejarla sola con él, no le
había gustando nada la forma en que había hablado a Maca y en la que la había
mirado, tenía la sensación de que ocurría algo y quería saber el qué. Era una
aprensión extraña que jamás le había provocado Oscar hasta ese mismo instante.
Pero tenía la sensación de que iba a hacer o decir algo que molestase o dañase a
Maca.

Maca negó con la cabeza y esbozó una sonrisa, “estaré bien”, pareció decir, y Esther no
tuvo más remedio que acceder a los deseos de Oscar y dejarse arrastrar por Germán
dejándolos solos.

La pediatra los observó mientras se alejaban y frunció el ceño girando la silla hacia el
inspector, instintivamente se echó hacia atrás, no soportaba aquellos modales de
suficiencia y altanería, no soportaba que les gritase y que los tratase como lo hacía y no
soportaba ese abuso de poder. Ella sabía lo que era dirigir a un grupo de personas, lo
que era trabajar codo con codo con los demás y jamás, a pesar de tratar con gentes muy
diferentes y de que a veces se exasperaba con algunos de sus empleados, había
antepuesto sus animadversiones a sus obligaciones y mucho menos a la educación y
respeto que todos merecían.
- ¿Qué quieres de mí, Wizzar? – le preguntó directamente, dispuesta a terminar
cuanto antes con aquella conversación.
- ¿Qué le parece, doctora? – le preguntó a Maca, señalando el todoterreno en el
que había llegado, con una amplia sonrisa. Maca lo miró perpleja sin entender
qué pretendía.
- ¿El coche? – preguntó sin dar crédito a que le hablase de eso.
- Efectivamente.
- Muy bonito – le respondió secamente - ¿qué es lo que quieres de mí? – repitió
mirándolo fijamente, segura de que algo había cambiado en la mirada del chico,
tenía un aire de seguridad y suficiencia cuando le hablaba que había sustituido al
de ligero nerviosismo, incluso leve temor que siempre mostraba frente a ella, y
Maca se preguntaba qué era lo que había cambiado en esas horas.

El chico sonrió con suficiencia y le tendió las llaves.

- Quédeselo mientras está aquí – le ofreció, con otra leve sonrisa que a Maca se le
antojó sibilina, cada vez le desagradaba más y un escalofrío recorrió su espalda,
¿dónde había visto ella esa sonrisa con anterioridad! no lo recordaba, pero la
incomodaba sobre manera, sin poderlo evitar miró hacia atrás, donde, en la
lejanía permanecían aguardando Esther y Germán. La enfermera al ver su gesto
dio un paso hacia ella, pero el médico la frenó susurrando un "déjalos, ya nos
contará” y Esther, a regañadientes se vio obligada a hacerle caso – Wilson,
¿quiere el coche o no?
- No… y no entiendo a qué viene….
- Son cosas del director general – la interrumpió – desde que le dije que está usted
aquí, insiste en invitarla a cenar.
- Muy amable por su parte pero… no hace falta…
- El director me insiste en que debería estar en una habitación de hotel que
tenemos reservada en Kampala.
- No gracias, prefiero estar donde estoy – respondió sin poder evitar un gesto de
desagrado, ¿no había dinero para algunas cosas y sí para mantener reservada una
habitación en un hotel?
- No tiene por qué seguir en el campamento, es más, nos gustaría que no lo
hiciera. Y nos gustaría que nos permitiese enseñarle todo esto, todo el
funcionamiento.
- Ya veo el funcionamiento – no pudo evitar soltar con tal tono irónico que el
joven enrojeció.
- ¿Me está queriendo insinuar algo?
- No, en absoluto – respondió torciendo la boca en una mueca irónica.
- Yo creo que sí. Y me gustaría que me dijera qué es lo que no aprueba.
- Lo que yo tenga que hablar al respecto ya lo haré con Luís.
- Soy inspector y si tiene alguna queja me gustaría….
- ¿Quejas? no, ninguna.
- Insisto en que yo puedo resolver todo lo que…
- No Oscar, no hay nada que tú puedas hacer por mí.
- Mire aquí hacemos todo lo que podemos – comenzó a hablar mucho más suave,
temiendo que hablase mal de él a sus superiores - no hay dinero para más
medios y… hay que saber tener mano dura con algunas personas que se creen
dioses por salvar vidas.
- Ese es el problema.
- ¿Qué?
- ¿Me permites un consejo?
- Me lo va a dar de todas formas ¿no es así? – le dijo despectivamente y Maca
giró la silla dispuesta a dejarlo allí plantado. Pero él se lo impidió – dime lo que
tengas que decirme – la frenó enfadado – y no vuelvas a darme la espalda – le
ordenó olvidando el tratamiento que había estado usando hasta ese mismo
momento.

Maca comprendió que era más peligroso de lo que aparentaba y que todos deberían
tener mucho cuidado con él. Aún así no pudo evitar la tentación de ponerlo en su sitio, a
fin de cuentas, por muy inspector que fuera, no dejaba de ser un niñato altanero y mal
educado.

- Nunca pienses que haces todo lo que puedes cuando la gente se muere a tu
alrededor – le espetó enronqueciendo la voz y hablando con genio - nunca creas
que ese coche es más importante que una partida de parachek y nunca creas que
los médicos que trabajan aquí son propiedad tuya, te aseguro que nada de eso es
así, y que si hasta ahora lo ha sido, ya me encargaré yo de que deje de serlo.
- Tú no eres nadie para venir aquí a cuestionarme, a decirme cómo tengo que
hacer mi trabajo y mucho menos cómo debo tratar a esos – señaló
despectivamente a Esther y Germán y Maca enrojeció.
- Eso lo vamos a ver muy pronto - lo amenazó.
- ¿Que quiere decir?
- Que como vuelvas a impedir que un médico entre en quirófano cuando es
necesario, serás lo último que hagas como inspector, que como vuelvas a gritarle
a Germán, a Esther o a cualquier otro, como acabas de hacerlo antes, me
encargaré de que te echen y – lo miró furiosa, mientras había ido hablando cada
vez se iba calentando más y, sin saber cómo, aludió a lo que en realidad sabía
que tenía a Oscar más que molesto – y que como vuelvas a acercarte a cien
metros de Sara, te capo – lo amenazó con voz tan ronca y ojos tan fulminantes
que Oscar se echó hacia atrás.
- ¡¿Qué?! – preguntó creyendo que había escuchado mal y con tal cara de
perplejidad que Maca se regodeó en su pequeño triunfo, sabía que le había dado
donde más podía dolerle.
- ¿Encima sordo? – lo miró sarcástica – ¡que la que te denuncia soy yo! como
sigas acosándola o chantajeándola, ¿crees que no me he dado cuenta?...
- Esa hija de puta… ¿qué le ha dicho de mí?
- Nada, no necesito que me digan nada para saber cómo eres con las mujeres, no
soy imbécil y sé más cosas de las que te crees, sé lo que andas haciendo por ahí
– dijo refiriéndose a Sara, sin ser consciente de que esa frase podía interpretarla
él, en otro sentido, y del peligro que podía llegar a correr al decirle esas palabras.
- ¿Qué quiere decir?
- ¡Qué vayas buscando otro trabajo! porque en cuanto vuelva a Madrid perderás
éste y que le digas a tu director, que no todos somos como tú y como él.
- No sabe con quien está hablando.
- Sí que lo sé, ¡ya lo creo que lo sé! el que no sabes que hay personas a las que no
nos asusta el dinero de tu papa, ni tus amenazas, eres tú.
- A lo mejor sí hay amenazas que la asustan – le dijo bajando la voz e
inclinándose hacia ella con aquella media sonrisa de nuevo – a lo mejor no es
oro todo lo que reluce y a lo mejor soy yo el que no la deja salirse con la suya, a
mí no me engaña con esos aires de dama que sabe comportarse adecuadamente
en todas las situaciones, me he criado entre ellas y si hay algo que aprendí es que
toda dama, por muy correcta que sea, por mucho que controle sus sentimientos y
esgrima sus modales, esconde un secreto – rió con suficiencia – y yo conozco el
suyo.
- ¿Qué quieres decir? – le tocó ahora el turno de preguntar a ella, y lo hizo con un
deje de temor que no pasó inadvertido a su adversario, que se dispuso a jugar
con ella.
- No es tan lista, adivínelo.
- No me asustas con tus bravuconerías, y menos con gilipolleces. No tengo ningún
secreto.
- Puede que no lo tenga y que... yo esté equivocado – le dijo amenazante - pero
usted me pidió un favor si mal no recuerdo… - le dijo con altanería - ¿quiere que
García no vuelva a poner un pie aquí? – la amenazó y Maca olvidó su
compostura, no iba a permitir que es niñato se riera de ella y mucho menos la
amenazara con Esther, imaginaba a qué secreto se refería.
- Pues mira, ahora que lo mencionas, es eso precisamente lo que quiero - sonrió
irónica sin que él entendiese lo que quería decir.
- No voy a aceptar su admisión y le diré claramente quien tiene la culpa.
- No creo que vaya a solicitarla pero si lo hiciera, ¡ya lo creo que la aceptarías! si
es que todavía estás en tu cargo.
- Usted no es la dueña de esto, puede que tenga una clínica y que el director
general sea su amigo, incluso que su colaboración sea importante en la
organización pero eso no le da ningún derecho a meterse en mi trabajo ¡aquí
mando yo!
- Pues si mandas, deberías ver más allá de tus narices y darte cuenta de una puta
vez de que hay muchas vidas que salvar aquí, y que cuando que alguien viva o
muera depende de – chascó los dedos en su cara – un segundo, no hay tiempo
para papeleos ni burocracia. Si de verdad mandarás, sabrías hacer todo eso
después y sabrías valorar a las personas que trabajan contigo y que tienen que
tomar esas decisiones en décimas de segundo.
- Muy bonito, pero las cosas no se hacen así, y mientras yo sea el que tiene la
última palabra, no se harán.
- Pues – torció la boca en una mueca sarcástica y recordó una frase que siempre
decía Encarna y Esther repetía, "cuando un tonto coge un camino se acaba el
camino y sigue el tonto", ¿acaso no tenía más argumentos que el manido "aquí
mando yo"! evidentemente, no los tenía –en ese caso, habrá que evitar que la
tengas.

Accionó la silla y le dio la espalda dejándolo con la palabra en la boca. En esa


conversación la última palabra la iba a tener ella, era ya una cuestión de orgullo y de
poder, una cuestión de posiciones y de control. Y no iba a dejar que él creyese que
podría con ella. Pero sabía que el hecho de que ella se diera la vuelta y lo dejara allí
podía ser interpretado, casi con seguridad, como una huída y eso era precisamente lo
que ella quería que él creyese. Sonrió satisfecha, y comenzó a pensar en cómo afrontar
la conversación que de seguro debía mantener con Luís, porque llegados a ese punto y
sabiendo todo lo que sabía, ella ya no podía quedarse de brazos cruzados.

En la distancia Esther la observaba orgullosa, no había escuchado lo que hablaban pero


conocía a Maca a la perfección, conocía cada gesto, cada movimiento y cada expresión
y la que le veía conforme se acercaba a ellos le ratificaba lo que siempre había
comprobado, Maca no era ese tipo de personas que se arredran ante nadie, nunca le
había dado miedo defender lo que era justo y lo que consideraba que estaba bien. Y esa
cara que traía era la que ponía cuando se había revelado contra algo, sí, Maca era ese
tipo de personas que no solían resignarse ante lo que le deparaba la vida, y aunque
cuando había vuelto a verla había pensado en alguna ocasión que eso había cambiado,
allí le estaba demostrando que era la de siempre, que no se rendía y que era capaz de
enfrentarse a quien fuera por defender sus principios, y eso era algo que siempre la
había enamorado de ella. Maca había cambiado, había cambiado mucho, pero había
cosas que siempre perdurarían.

- ¡Qué se te cae la baba, niña! – bromeó el médico dándole un suave golpe en la


barbilla.

Esther se volvió hacia él sonriente, pero sus ojos manifestaban cierta preocupación.

- ¿Vas a hacerlo o no? – le preguntó anhelante.


- Mira que eres pesada – ladeó la cabeza con una sonrisa de condescendencia -
¿qué quieres que le diga?
- No sé, lo que sea, invéntate una excusa, pero quiero que la examines antes de ir
a Jinja, si se lo digo yo se va a enfadar.
- Y con razón, ya va siendo hora de que dejes de tratarla como su mamaíta.
- Pero tú querías que hoy estuviera descansando y al final mira…
- Ya lo sé pero ha estado bien, ¿no? – preguntó retóricamente.
- No sé, creo que ha vuelto a vomitar y en el quirófano parecía cansada.
- Y yo creo que te estás empezando a obsesionar, y que Maca tiene razón, te
preocupas demasiado.
- Quizás – murmuró cabizbaja, lanzando un suspiro resignada a que no le hiciera
caso.
- A ver – dijo levantándole la cara – si ha vomitado será porque a todos se nos
revuelve el estómago con ciertas cosas, y lo que ha tenido que ver en ese
quirófano, es una de ellas y a ti y a mí ya no nos pillan de sorpresa, pero piensa
que para ella es la primera vez, ya la conoces, va de dura pero luego…
- Ya... – sonrió sin mucho convencimiento, “¡vaya si la conocía!”.
- Se ha tomado el zumo, ¿no?
- Si.
- Pues ya está, no le des más vueltas, yo la veo bien.
- Y yo la veo cansada y tú llevas semanas diciéndome que tenga cuidado y que…
- ¿Me estás queriendo decir algo? – le preguntó directamente.
- No te entiendo.
- Que si me dices que la ves cansada porque cuando…. – hizo un gesto de juntar
los dos dedos índices – vamos que… si… da la talla.
- ¡Joder Germán! qué no voy por ahí, ya te dije que en ese sentido yo no le noto
nada de lo que me preguntaste, ni parece dolerle el pecho, ni faltarle la
respiración ni nada de nada. Me refiero a esta mañana, desde que se ha
levantado, la noto… más… baja que ayer.
- No la dejas dormir – le dijo con una mueca burlona - te la has traído en moto, y
habrá tenido que hacer esfuerzos para no caer y… es normal estar cansada tras
una operación así, cualquiera lo estaríamos y ella aún está un poco débil –
justificó sus palabras – y si llevo semanas diciéndote que tengas cuidado es
porque tenía mis reservas en ciertos aspectos, pero lleva ya tres días sin
medicación y está muy bien.
- Pero esta mañana me dijiste…
- Solo quería que tuvieses precaución, porque te conozco y te lías, te lías y eres
capaz de tenerla en danza el día entero. Solo debes dejarla descansar y que esté
tranquila y…
- ¡Ves!
- Esther, te digo que puedes llevarla sin temer nada, no podemos estar todo el día
atosigándola, necesita hacer vida normal, solo debes tener cuidado de que no le
de demasiado sol y no se la vaya a tragar ningún bicharraco, y en bicharraco
estás ¡tú incluida!
- ¡Eres….! – terminó por sonreír negando con la cabeza y resignada a que no le
hiciera caso.

Germán soltó una carcajada justo en el momento en que Maca llegaba hasta ellos.

- ¿Qué quería? – le preguntó Esther mirándola preocupada intentando adivinar por


su gesto si había algún problema.
- ¡Ese tío es imbécil! – dijo despectivamente.
- Eso ya lo sabemos – asintió Germán también preocupado pero por otros
motivos, a pesar de todo lo que le había dicho a Esther él seguía dándole vueltas
a una posibilidad que no por descabellada podía dejar de ser cierta, de hecho,
diría que cuadraba con casi todos los síntomas que había tenido la pediatra y que
habían ido remitiendo - ¿Tú estas bien?
- Si – respondió arrastrando la palabra pensativa - ¿nos vamos ya? – les preguntó
viendo que ninguno se movía.
- Dentro de un momento – respondió Esther mirando suplicante a Germán que
permaneció inmóvil - ¿qué te ha dicho? – insistió, mientras esperaba qué él se
decidiera.
- Nada, quería ofrecerme el coche y que me quede en un hotel en Kampala.
- ¿Y qué has respondido? – preguntó Esther temerosa de que le tomara la palabra
y echara al traste todos sus planes.

Maca la miró y sonrió por primera vez abiertamente, negando con la cabeza, ¿cómo
podía ser tan boba! ¡qué iba a decirle! si solo deseaba estar con ella, salir de allí con
ella, regresar a la cabaña con ella.

- ¿Tú qué crees? – la miró como solía hacerlo y Esther solo pudo devolverle la
sonrisa no hacían falta más comentarios, Germán carraspeó para indicar su
presencia porque estaba seguro de que en esas décimas de segundo en el que
habían hablado sin palabras se habían olvidado de él – eh… vámonos ya que
quiero llegar cuanto antes al campamento.
- ¿Al campamento? – saltó Esther – pero… ¡Maca! si habíamos quedado en…
- Ya pero… tengo que hacer una llamada importante y… sería mejor que
viésemos cómo sigue Sara, ¿no? – los miró intentando buscar su connivencia – y
decirle lo del expediente.
- No te preocupes por Sara que está en buenas manos – la miró ligeramente
molesta – y lo del expediente se lo tendrá que decir Germán – enarcó las cejas
diciéndole que no se metiera en esos temas - nosotras teníamos… otros planes…
¿lo recuerdas?
- Claro… pero… - bajó los ojos y los levantó – no tengo silla Esther, la hemos
dejado en el campamento y esta…. ¿cómo me la voy a llevar? si no habrá más
de dos o tres.
- Claro que te la llevas… si ya has visto que no se usan…
- Pero…
- Pero nada, Wilson – las cortó Germán - vamos dentro, quiero hacerte una
exploración para asegurarnos de que todo está bien.
- Pero… ¿por qué? – clavó sus ojos en él sorprendida y asustada – ¿qué pasa? –
miró a Esther esperando que la enfermera le dijera algo.
- Nada – la tranquilizó con una carantoña que no la convenció.
- Germán…. ¿no te habrán dado ya los resultados y no me lo has querido decir? –
se giró hacia él alertada, hacía unos minutos salían para marcharse y de pronto
cambiaban de idea.
- No, aún faltan unas sedimentaciones y los que he dejado hoy tardarán un par de
días, pero sí que me han dejado ver algo.
- ¿Y qué? – preguntó con temor - ¿qué pasa? – volvió a mirar a Esther creyendo
que ella sabía algo, sin embargo la enfermera mostraba en su rostro la sorpresa
que también se había llevado, sobre todo, después de la conversación que
acababan de mantener, salvo que esa fuera una estrategia de Germán para
conseguir que Maca se dejara hacer.
- Nada, lo esperable, solo hay un par de desajustes, pero nada serio. Vamos
dentro, solo serán unos minutos y luego nos marchamos.
- Pero… no lo entiendo… si ya nos marchábamos…. ¿qué pretendes ver con una
simple exploración?
- Quiero monitorizarte un momento.
- Pero… ¿por qué?
- Maca no protestes más y hazle caso, sus motivos tendrá – saltó Esther mirando a
Germán y luego a Oscar que pasó como una exhalación hacia su coche, con la
radio en la mano y gritándole a quien sea “¡qué me llame cuanto antes! tengo un
encargo urgente”.
- Solo por precaución – respondió Germán que también tenía los ojos puestos en
el inspector - quiero tomarte la tensión que te he visto muy alterada con Oscar y
quiero ver como van esos puntos infectados – le explicó con calma girándose
hacia ella - luego nos vamos a comer y… al campamento ya tendrás tiempo de
ir.

La pediatra suspiró resignada a que hicieran con ella lo que quisieran y se dejó arrastrar
hasta la sala de vigilancia. De las cuatro camas solo dos estaban ocupadas y le extrañó,
pero no hizo comentario alguno. Estaba claro que allí como siempre le decía Esther las
cosas eran diferentes.

- Tranquilas que no pasa nada, ya sabéis como soy, quiero que antes de… - miró a
Esther y esta le hizo una señal de silencio, temiendo que se fuera de la lengua, y
le dijera que era ella la que le había pedido a Germán, que le echara un vistazo, a
donde la llevaba no había absolutamente nada y no era fácil salir de allí y lo
último que quería era que Maca le diese un susto – de… que bueno… quiero
comprobar cómo sigues. Y… si estás en condiciones para que… te de el alta.
- ¿En serio? – preguntó Esther ilusionada - ¿crees que ya se la puedes dar? -
disimuló.
- Bueno… esta claro que es capaz de aguantar en quirófano como una jabata – la
miró orgulloso y le dio una palmadita en el hombro, Maca sintió que se le
saltaban las lágrimas ante su muestra de cariño, tenía que reconocer que en esas
semanas había recuperado y encontrado en él el amigo que perdiera y no sabía
que le pasaba pero esa mañana estaba especialmente sensible.
- Eh… cariño… - le susurró Esther burlona.
- Vamos damisela – bromeó el médico izándola y sentándola en la camilla – que
te me has vuelto una blandengue.

Maca desvió la vista, para disimular su emoción y Esther la acarició con suavidad en el
antebrazo. Los tres se mantuvieron en silencio mientras el médico hacía su trabajo.
Maca no dejaba de mirar a los monitores y a la cara de Germán, intentando interpretar
algún gesto de contrariedad o preocupación pero no fue así. De vez en cuando cruzaba
una mirada cómplice con la enfermera que mantenía su mano apoyada en la rodilla de
Maca y que parecía igualmente tranquila.

- Te digo yo que estoy muy bien – sonrió contenta la pediatra al ver que Germán
asentía satisfecho de la exploración - ¡muy, pero qué muy bien! – exclamó -
Hace años que no estaba tan bien, estoy mucho menos cansada, con energía y
ganas de hacer cosas. Y te aseguro que hasta en Madrid había días que me
hubiera quedado tranquilamente en la cama.
- Pues deberías haberlo hecho.
- Claro – sonrió – lo mismo que lo hacéis vosotros – los acusó con una mueca
burlona.
- Bueno pues… parece que todo está en orden, la tensión está controlada y la
frecuencia en los límites normales – le dijo con satisfacción – ¿te ha dolido el
pecho o has sentido alguna molestia?
- No. Ya te he dicho que estoy mejor.
- Pues… ¡arriba! – tiró de ella y la sentó en la camilla, ayudándola acto seguido a
bajar a la silla.
- Entonces… - intervino Esther esperando de él alguna indicación que pudieran
hacer en el viaje que las esperaba.
- Nos vamos a comer – fue la respuesta de él – eso sí Wilson, quiero que lo que
queda de día te dediques a descansar y a tomarte las cosas con tranquilidad – le
dijo mirando a Esther y enarcando una ceja avisándola de que eso era lo único
que le recomendaba – hasta que no estén todos los resultados es mejor que
mantengas las precauciones.
- No te preocupes que no pienso salir de la cabaña – miró picarona a la enfermera
que la golpeó discretamente para hacerla callar.
- ¿Cabaña! ¡hoy comemos en Jinja! – exclamó la enfermera contenta de ver que a
pesar de todo sus planes se iban a cumplir.

* * *
Aproximadamente una hora después, el jeep en el que viajaban se adentraba en las
primeras calles. Maca observaba todo como si fuera la primera vez que lo veía, y es que
cada vez que la paseaban por allí le parecía que aquella ciudad tenía un aire diferente.

Germán enfiló una larga avenida rodeada por grandes árboles a ambos lados, en la que
Maca no dejaba de asombrarse con aquellas edificaciones de estilo colonial. Algunas de
ellas se encontraban semiderruidas y eso era algo que no percibiera los días anteriores,
cuando Esther la llevó allí.

- ¿Qué árboles son esos! ¿cocoteros? – dijo mirando lo que creían que eran los
frutos.
- Plátanos de sombra, Maca, y eso que confundes con cocos son… ¡murciélagos!
– rió Esther conocedora del desagrado que le producían a la pediatra.
- ¿Qué? pero si hay…
- ¡Cientos! – saltó Germán divertido ante su espanto.
- ¡Dios, qué asco! – no pudo evitar exclamar, ante la carcajada de sus
acompañantes, sin embargo se apresuró a corregirse no fueran a pensar que no
aprobaba el lugar al que la llevaban - Todo esto es… precioso, digo esta parte
del lago – se explicó mirando de un lado a otro - Es temprano para comer, ¿no?
– les dijo con la esperanza de dar una vuelta por allí, y ver un poco más. Aún no
tenía demasiada hambre y le encantaba ese aire oriental de esa parte de la
ciudad.
- Tenéis que comer temprano – respondió Germán ganándose una colleja por
parte de Esther que se encontraba en el asiento de atrás, como solía hacer,
acodada entre los dos asientos delanteros.
- Quiere decir que tenemos que comer temprano porque el vuelve al campamento
– lo puntualizó para que Maca no sospechara nada.
- Sí, eso precisamente era lo que quería decir - .
- Eh… vale – aceptó sin ganas – hay mucho estilo oriental por aquí, no me
imaginaba yo esto así.
- Si, es que buena parte de la población era asiática – le explicó Germán -
básicamente hindú y paquistaní, pero fueron expulsados en la época de la tiranía
de Idi Amin.
- Por eso ves tantos edificios estilo asiático – apuntilló Esther.
- La verdad es que parece que es una ciudad hindú – comentó Maca.
- De hecho la mayoría de propietarios de restaurantes, joyerías y negocios, en
general, son hindúes – le dijo Germán, observando de reojo a la pediatra que
parecía realmente interesada en todo lo que veía.
- ¿Sabías que Mahatma Gandhi escogió Jinja como uno de los lugares dónde
quiso que se desperdigaran sus cenizas una vez muerto? – le preguntó Esther.
- ¡No tenía ni idea! – se giró hacia ella con una sonrisa – hay que ver lo poquísimo
que conocemos de algunos sitios, vamos que yo esta ciudad no la había oído
mencionar en mi vida.
- Pues si te apetece y sacamos un rato te llevo al ver el templo hindú de las
afueras, hay una estatua de Gandhi y el lugar es precioso.
- Claro… me encantaría…pero… tú te llevas el jeep, ¿no? – le preguntó al médico
cayendo por primera vez en ese detalle – no creo que podamos ir a las afueras.
- Si me lo llevo, pero podéis pillar un boda-boda – dijo burlón conocedor de que
en los planes de Esther no necesitaban el jeep.
- ¡Germán! – lo recriminó la enfermera sabiendo a lo que se refería.
- ¿Un qué? – preguntó Maca.
- Eso – le señaló el médico a un chico que pedaleaba en bicicleta – aquí es lo más
practico, coger un bus es una tortura y según dónde quieres ir te llevan en bici o
en moto, y… por lo que me han contado estás deseando repetir la experiencia.
- ¡Germán! – volvió a protestar la enfermera, era increíble como se iba de la
lengua y no quería que Maca se molestase con ella por contarle cosas al médico,
pero la pediatra como siempre hacía últimamente, soltó una carcajada con las
ocurrencias de él.
- Bueno pillamos uno con una condición – miró hacia atrás con un brillo especial
en los ojos y la enfermera ya supo que iba a soltar una de las suyas.
- Qué condición.
- Que me dejes pedalear – respondió irónica.
- Wilson, Wilson, a ver si te fijas mejor, te llevan de paquete, en bici o en moto
- ¡Mira hay está el restaurante! – exclamó deteniendo el vehículo casi en la puerta
del mismo.
- Esta zona parece de lujo – comentó Maca cuando ya estaba sentada en su silla y
cruzaban la calzada.
- Lo es, de hecho aquello de enfrente es el Jinja Sailing Club, una especie de club
privado – le explicó Germán deteniéndose antes de entrar al restaurante – no se
me había ocurrido pero que si prefieres que vayamos allí…
- ¿Pertenecéis a un club privado? – preguntó perpleja.
- ¿Yo? ¿estás de coña? – la miró burlón – aquí tu enfermera milagro que tiene las
puertas abiertas para ella y todos sus amigos.
- No te quejes que bien que me has acompañado alguna vez – intervino
enrojeciendo levemente.
- Solo para bañarnos sin riesgos de cocodrilos – se justificó.
- Ya… solo por eso… ¿no?
- Bueno – la cogió por los hombros y la atrajo hacia él como solía hacer – tengo
que reconocer que no tiene precio ver la puesta de sol y los pájaros pescando en
el lago mientras nos tomamos una cerveza con absoluta tranquilidad – suspiró
soñador y Maca no puedo evitar pensar que a pesar de su falta de pelo había
ganado un encanto especial y a pesar del cambio en su reacción con Esther
tampoco pudo evitar sentir celos de esa amistad que mantenían, de esas horas
compartidas de las que ella era completamente ajena – Wilson, ahí donde lo ves
ese club, ¡es todo un lujo asiático en el corazón de África! – exclamó – y
podemos disfrutarlo todo gracias a nuestra enfermera milagro.

Maca permanecía mirando a Esther con la boca semiabierta, sin dar crédito a lo que
acababa de escuchar y barajando la opción de que estuviesen burlándose de ella. La
enfermera al verla con aquella cara entre sorprendida, incrédula y estupefacta, rió
también.

- No le hagas caso, Maca, ya sabes como es – dijo empujándolo levemente, para


separarlo de ella.
- Ya decía yo, no te pega nada eso del club privado.
- No, si eso si es cierto – la sacó de su error – pero no por lo que crees.
- ¿No me digas que aún no le has contado tu primera hazaña por estos lares? –
intervino Germán.
- No fue una hazaña, fue simple casualidad.
- Aquí nuestra enfermera milagro le salvó la vida al hijo del dueño, y desde
entonces toda la familia le hace la ola cada vez que la ven por aquí.
- No seas exagerado que Maca va a pensar que…
- ¿Exagerado? – la miró enarcando las cejas y volviéndose a Maca le dijo - ¡si han
llegado a ir al campamento solo para invitarla a algunas fiestas!
- Por qué no dejamos el temita – propuso Esther mostrándose cada vez más
incómoda.
- Pero, cariño, parece que te avergüenzas – le preguntó Maca sin reparar en lo que
acababa de decirle y la enfermera la miró y le hizo una seña girando los ojos
hacia Germán.
- No me avergüenzo pero yo no pinto nada en ese club, y menos en esas fiestas.
¡Las odio!
- Pues en Madrid, tendrás que acompañarme a alguna cenita…. – le dijo burlona –
que la clínica no se financia por arte de magia.
- Ah, de eso nada, vas tu sola que a mí esos actos no me van. O te llevas a Adela
que… - se calló mirando a Germán que se había puesto algo serio al oír
mencionar a su ex. No sabía lo que le ocurría pero últimamente, y tras hablar
con ella más a menudo por culpa de Maca, empezaba a pensar que quizás se
hubiera equivocado en muchas cosas – lo siento, perdona - lo miró
disculpándose – no quería….
- Anda dejaos de historias y vamos para adentro, que quiero coger una de las
mesas con vistas al lago – las instó colocándose tras Maca y empujando la silla
con velocidad – ya verás, Wilson, te va a gustar – le aseguró a la pediatra que
sonrió alegre, deseando quedarse a solas e interrogar a Esther por esa hazaña,
porque le agradase o no hablar del tema ella estaba muerta de curiosidad por
conocer aquella “hazaña” como la había llamado Germán.

Franquearon la puerta y Maca comprobó que se trataba de un local de escasas


dimensiones, totalmente diferente al que la llevara la enfermera un par de noches antes.
Estaba casi vacío y no tuvieron problemas para ocupar la mesa que Germán deseaba,
pegada a la parte trasera, junto a un inmenso ventanal que proporcionada unas
espléndidas vistas sobre el lago Victoria.

En contra de lo que Maca se temía, la comida fue frugal y a su criterio exquisita. Nada
de carnes grasientas, el lugar estaba especializado en todo tipo de pescados frescos
recién capturados en el lago. Esther se encargó de escoger una ensalada tropical, con
una mezcla de sabores que Maca jamás había probado combinados a base de piña y
marisco y unos pescados a la parrilla que la dejaron impresionada. Por no hablar de un
aperitivo de la casa consistente en un cocktail de camarones con aceitunas negras,
cebollitas, tomate, queso y aguacate, aliñado con limón y cilantro, que dejó a la pediatra
con ganas de más.

A pesar de ello, y de la charla que médico y enfermera intentaban mantener llena de


bromas y buen humor, y a la que ella se sumaba esporádicamente, a Esther le parecía
que Maca estaba ligeramente ausente, diría que incluso preocupada, conociéndola
estaría aún pensando en la pequeña que había operado, no le dio más importancia, sobre
todo, desde que la viera comer más de lo que esperaba, pero no dejaba de mostrarse
seria y distraída. Hasta que finalmente, dando muestras de no estar escuchándolos,
interrumpió la discusión que mantenían médico y enfermera, sobre si estaba más
sabroso el pescado ahumado que había querido pedir él o ese inmenso ejemplar asado
por el que, al final, se habían decantado con la idea de compartirlo los tres y que parecía
no tener fin.

- Vosotros… ¿qué opináis de Oscar? – preguntó de sopetón provocando que


ambos guardaran silencio comprendiendo que la aburrían con su parloteo y
mirándola sorprendidos.
- Yo no lo soporto, pero eso ya lo sabes – respondió Germán levantando una ceja
en gesto interrogador, ¿por qué preguntaba por él precisamente en ese momento?
- Me refiero a lo que piensas de él – insistió, atenta a su respuesta.
- Es ese tipo de personas que nunca se implican en nada, y… aunque parezca
prepotente…. es muy torpe, solo ve un camino – le dijo - pero no hay que
escucharlo demasiado, es un enchufado y todo el mundo lo sabe.
- ¿Y tú? – preguntó a Esther - ¿qué opinas tú?
- Yo tampoco lo soporto. Pero Germán tiene razón, no es tan fiero el león como lo
pintan – sonrió con el mismo gesto de Germán - ¿Por qué preguntas? ¿por lo que
ha pasado hoy?
- Bueno… creo que hay que tener cuidado con el – respondió esquiva.
- ¿Qué quieres decir, Wilson? – preguntó Germán ya sí interesado en el tema. La
conocía y tenía ese gesto de alerta. Maca siempre había sido seria, poco
habladora, observadora y muy intuitiva, y si decía eso era porque había notado
algo que a los demás podía haberle pasado completamente desapercibido.
- Por… nada… una sensación.
- Maca, que te conozco, tú lo dices por algo.
- No, de verdad. Solo que tengo la sensación de que es de esas personas que ven
la vida desde fuera, como dice Germán nunca se implica y esas personas…
pueden ser peligrosas.
- Pero… por qué – le preguntó ahora Esther.
- Pues… porque… nunca acabas por conocérselas.
- Ahora sí que estoy segura de que lo dices por algo.
- No, solo pensaba… en… - reconoció el motivo de su falta de atención durante
toda la comida – en que me gustaría tenerlo… controlado.
- Wilson, ¿qué pasa? – inquirió condescendiente.
- Nada, de verdad.
- Maca… - le dijo Esther en tono recriminatorio – no tires la piedra y escondas la
mano, si preguntas por él así, sin venir a cuento, es por algo. ¡Dinos lo!
- Que no es por nada, en serio.
- ¿Qué te ha dicho? – preguntó Germán frunciendo el ceño y cambiando su tono
por uno más serio - ¿te ha amenazado con algo? – le preguntó imaginando por
donde podían ir los tiros, era ya mucho tiempo aguantándolo.
- Solo… me hizo un comentario sin importancia, quizás sea yo la que… - se
interrumpió y los observó a los dos, completamente atentos a sus palabras y con
una mirada adusta y preocupada, y se arrepintió de haber preguntado, ¿qué había
hecho! se estaban divirtiendo y relajando y ella tenía siempre que estar dándole
vueltas a la cabeza y encima hacer que los demás tuvieran que pensar en el
trabajo - no me hagáis caso, es… esta manía mía de sospechar de todo el mundo,
de tener la necesidad de controlarlo todo.
- Pues… ya va siendo hora de que aprendas que eso imposible, Wilson – suspiró
Germán cabeceando.
- Lo sé – suspiró – pero en mi caso hace tiempo que controlar todo lo que me
rodea… es cuestión de... vida o muerte.
- Maca… no seas exagerada
- ¿Qué quieres decir? – preguntó el médico.
- Lo que me repite Isabel día y noche, que no hay nada más peligroso que perder
el control de algo o alguien, porque entonces ya no dependes de ti mismo y eso
es muy peligroso.
- Maca, cariño – le dijo Esther con paciencia, posando su mano sobre la de ella sin
importarle que Germán estuviese presente – aquí no tienes porqué temer. Oscar
es imbécil, sí, pero no es un peligro para ti.
- Si, ya lo sé, ¡tenéis razón! – sonrió abiertamente – ya os he dicho que.. son
tonterías mías. No me hagáis caso. ¿Dónde está el baño? – preguntó mirado su
reloj dispuesta a zanjar el tema.
- Espera que te acompaño – se ofreció la enfermera soltando su tenedor, era la
única que aún seguía comiendo - aunque en este local está acondicionado para…
para – balbuceó como siempre que tenía que decir la palabra.
- Minusválidos, dilo de una vez y verás como las próximas te es más fácil – rió la
pediatra girando la silla – si es así, no hace falta que me acompañes, y termina
con ese pescado ¡qué te van a dar las uvas! – bromeó accionando la silla y
saliendo de la mesa.
- Es que ya no puedo más, ¡me habéis echado a mí todo! – protestó del reparto y
Maca le hizo una mueca de pobrecita ella, mientras se marchaba.
- No eras tú la que estabas deseando comerlo, pues, ¡ala! Ahí tienes para hartarte –
soltó Germán una carcajada mientras observaba alejarse a la pediatra – a ver si
consigues sacarle qué ha pasado con Oscar – le dijo bajando la voz – ese tío me
está tocando ya las narices de una forma que cualquier día….
- No vayas a hacer una tontería que te conozco, y por muy enchufado que sea,
muy torpe y todo lo que tu quieras es nuestro inspector – le dijo como si ella
siguiera allí trabajando con ellos – y puede buscarte las cosquillas.
- Bueno… tú sácale a Wilson lo que le ha dicho.
- Lo intentaré, pero ya la conoces… - respondió soltando cuchillo y pala en el
plato – buff, ¡estoy llena! ¿Hiciste lo que te pedí?
- Si, tranquila que no hay problema, está todo en el jeep, en la parte de atrás para
que no lo viera – le sonrió cómplice - Yo me voy a ir ya – dijo mirando el reloj -
quiero pasar por el laboratorio – le explicó - no tardéis que yo vuelvo en media
hora.
- No te preocupes – le sonrió – estaremos como un clavo.
- Le va a encantar, ¡ya verás! – aseguró levantándose de la mesa.
- Eso espero, aunque ahora que se acerca la hora… no sé… me ha dado por pensar
en que quizás… le traiga recuerdos y…
- ¡Qué tonterías es esa! Te digo yo que va a flipar – exclamó deteniéndose a su
altura.
- Gracias, Germán, gracias por todo –le dijo sujetándolo de la mano cuando ya se
marchaba.
- De nada, niña.

Esther suspiró nerviosa y excitada, por un lado estaba segura de que Germán conocía
bien a Maca y sabía que podía hacerle algo más que ilusión lo que le tenía preparado,
pero por otra, no dejaba de pensar en aquel día en que Sonia le dijo que dejara a Maca
en paz, que había cosas que no podía hacer y que recordárselo continuamente solo la
hacía desgraciada.

En esos pensamientos estaba cuando Maca llegó a la mesa.

- ¿Qué haces aquí solita y tan seria? – le susurró insinuante al ver que no se había
percatado de su vuelta.
- ¿Nos vamos? – fue su respuesta mientras le devolvía la sonrisa.
- ¿Irnos! ¿y Germán! ¿y el postre? – preguntó extrañada de que de repente
pareciera que tenían mucha prisa.
- ¿Tienes ganas de postre? – le dijo burlona.
- Hombre… - torció la cabeza e hizo una graciosa mueca con la boca – alguna
cosilla, ¿no?

Esther sonrió divertida y negó con la cabeza.

- Germán ya se ha marchado, por cierto que nos ha invitado.


- ¡Pero quería invitaros yo! – exclamó mohína - ¿y por qué se ha marchado sin
despedirse siquiera?
- Tenía cosas que hacer.
- Cosas que hacer – repitió frunciendo el ceño - ¿no será nada de mis análisis?
- Noooo – dijo levantándose de la mesa.
- ¿Te ha dicho algo de ellos?
- Que no – repitió - ¿porque piensas eso, tú te notas algo?
- No, pero como hoy ha estado tan pesado…
- Eso ha sido culpa mía – le reconoció apretando la boca y levantando las cejas en
una mueca de circunstancias.
- ¿Tuya?
- Si, yo le pedía que… te hiciera una… una revisión.
- ¿Por qué? – se extrañó - ¿piensas que te miento, qué no estoy bien? – le
preguntó más sorprendida aún y de pronto su mete voló a las horas de intimidad
y se temió que Esther considerase que no estaba en plena forma que… no era
capaz de moverse ni de… - o es que... me has notado algo… que… - balbuceó
expectante
- No, ¡claro que no, cariño! – exclamó leyendo en sus ojos la peregrina idea que
se le había ocurrido - no tiene nada que ver con lo que estás pensando, no me
seas tan susceptible.
- Pues tu me dirás que es entonces….
- Queríamos saber si estabas en condiciones para… una cosa – le reveló
mostrándose esquiva y a un tiempo impeliendo en su tono un deje de misterio.
- ¿Qué cosa? – la miró interesada.
- No me seas impaciente que pronto lo sabrás.
- Me estoy cansando de tanto secretito.
- No seas gruñona y vamos a dar un paseo, ¿quieres un helado! aquí al lado hacen
los mejores de toda Jinja.
- Vaaaale – aceptó simulando desgana.
- Que si no quieres…. – se apresuró a desdecirse.
- Que sí, que quiero – rió contenta – tengo muchas ganas de dulce, no se que me
pasa, pero me comería un gigantesco helado de chocolate.
- ¡Golosa! De gigantesco nada, pequeñito, ¡que te vas a poner como un tonel! –
bromeó, inclinándose a darle un casto beso en la mejilla.
- ¡Serás guarra! – rieron las dos mientras abandonaban el local.

* * *

Minutos después Esther estaba sentada en un banco del parque saboreando con fruición
un helado de fresa, ¡le encantaban! mientras Maca, frente a ella daba buena cuenta de
uno de chocolate.
- Hummm, ¡está buenísimo!
- Ya te he dicho que son los mejores de por aquí – respondió la enfermera
apurando el suyo, y sonrió observando a Maca que se recreaba saboreándolo, sin
dejar de mirar al helado del que aún le quedaba más de la mitad, a ese ritmo se le
iba a derretir y se iba a poner perdida. Pero no le dijo nada, quería que disfrutase
y se divirtiese, no quería estar encima de ella, Germán tenía razón debía dejar de
tratarla de forma tan protectora.

Cuando la pediatra levantó los ojos se encontró la absorta mirada de la enfermera


clavada en ella.

- ¿Qué me miras?
- Nada, me gusta verte disfrutar.
- Pues sí, hace mucho que no me tomaba un helado así.
- Si son buenos.
- Me refiero así, en mitad de la calle, sin miedo a que alguien se acerque por
detrás y…. con tan buena compañía – elevó las cejas en una mueca de alegría –
es curioso como una cosa tan simple se puede echar tanto de menos - suspiró.
- Vaya… estas de buen humor.
- Pues sí, y tú muy silenciosa y muy pensativa – la abordó burlona – ¿se puede
saber en qué piensas?
- Pensaba en… lo mucho que has cambiado.
- Y eso no te gusta ¿verdad?
- Yo también he cambiado.
- Eso no responde a mi pregunta.
- Bueno… no te voy a engañar, había cosas de la Maca de antes que echo de
menos – le dijo con sinceridad esbozando una sonrisa.
- Ya… - chascó la lengua y bajó los ojos con un suspiro, creyendo que esos
cambios decepcionaban a la enfermera.
- Y yo… ¿te gusto cómo soy ahora? – le preguntó ignorando la sombra de tristeza
que había cruzado por sus ojos - porque también he cambiado.

Maca levantó la vista y la clavó en ella.

- No me gusta la gente que no cambia con los años – le respondió con seriedad,
ladeando la cabeza y apretando los labios – significa que no aprenden nada de lo
que les pasa en la vida.
- En eso… llevas razón – reconoció enarcando las cejas – y tú…. por lo que veo,
has aprendido mucho – le dijo burlona e insinuante deseando que volviera a
sonreír.
- ¡Demasiado! – exclamó con un suspiro volviendo la vista al helado que
comenzaba a derretirse y se apresuró a terminarlo.
- ¿Qué quieres decir?
- Pensaba en algo que me dijo María José un día en el que… bueno… un día de
esos en los que prefieres no levantarte – la miró de nuevo a ella - ¿sabes a qué
días me refiero?
- ¿Lo dudas? – fue su respuesta y Maca negó con la cabeza – anda toma un
pañuelo – dijo tendiéndole uno – te vas a poner echa un asco, hace demasiado
calor para comerlo tan despacio.
- Me gusta saborearlo y que se derrita en la boca – se justificó con ojos bailones.
- Ya… ya veo – la miró de la misma forma y le sonrió contenta de ver que ya no
estaba ese halo de tristeza que se apoderara de ella instantes antes - ¿qué te dijo
María José?
- ¡Ah! – exclamó como si hubiese olvidado ya de qué hablaban - me dijo que era
demasiado dura conmigo misma, que no era la única que se avergonzaba de
cosas o se arrepentía de ellas. Me dijo que todo el mundo tiene algo de lo que
avergonzarse, unos porque tratan mal a todo el mundo, otros porque se
enamoran de la persona equivocada y hacen por ella aquello que nunca pensaron
hacer y ….otros... porque dejas escapar a la persona de tu vida – la miró
fijamente diciéndole “como hice yo contigo” – y nada… eso es lo que me dijo…
que todos le hemos fallado alguna vez a alguien, pero según ella, podemos
redimir esos errores si aprendemos de ellos.
- Y tiene razón – la miró con ternura comprendiendo perfectamente lo que quería
decirle con todo aquello, ella también se había arrepentido cientos de veces de
haberse marchado como lo hizo - ¿qué has aprendido tú en este tiempo?
- Yo he aprendido a no ser tan orgullosa… a no ser tan borde con la gente –
respondió esbozando una sonrisa y Esther puso una mueca burlona, podía
recordarle sin esfuerzo unas cuantas frasecitas que había dicho en esos días –
y… a expresar más mis sentimientos. ¿No era eso de lo que te quejabas cuando
estabas conmigo?
- Si – reconoció – pero… eso no quiere decir que no me gustara – sonrió con unos
ojos tan bailones que Maca se la quedó mirando extrañada y divertida por su
confesión.
- Ya… pues… tendré que volver a ser borde y orgullosa y…
- Con que no seas tan llorona me conformo.
- ¿Llorona yo? – preguntó haciéndose la sorprendida.
- Muy llorona.
- Serás… ven aquí que te voy a dar yo lloriqueos – la atrajo besándola, con tanta
rapidez que Esther, sin esperárselo fue incapaz de evitarlo.
- Maca.. que esto no es… que aquí… ¡qué estamos en mitad de la calle! – casi le
gritó asustada mirando hacia todos los lados, temerosa de que pudieran haberlas
visto.
- Chist - la besó de nuevo sin importarle todas las recomendaciones de Esther –
¿así que llorona?
- ¡Maca! – protestó de nuevo.
- ¿Llorona? – volvió a preguntar con tal cara de pilla que Esther captó al instante
que cada ausencia de respuesta seria premiada con otro beso, movió la cabeza de
un lado a otro, negando y sonrió.
- ¡Y Tonta! ¡muy tonta!
- ¿Con que tonta también? – apretó los labios mostrándose fingidamente enfadada
- Y la señorita ¿qué ha aprendido a ser?.. ¿doña perfecta?
- ¡No! – sonrió - yo he aprendido a quererte como eres, a no huir de ti cuando me
asustas con tu oscuridad y a serte completamente sincera. No quiero que mis
dudas y mis miedos nos separen más.
- Ven aquí – le cogió la cara con ambas manos la miró fijamente y sus ojos se
oscurecieron – Esther… - la besó con tanta pasión que la enfermera se retiró.
- ¡Maca! aquí no – la apartó con brusquedad - ¡joder!
- ¡Pero si no hay nadie!
- Es un parque, puede aparecer cualquiera y… no quiero que nos vean, aquí las
cosas….

La pediatra tiró de ella y volvió a besarla, le daba exactamente igual que apareciera
cualquiera, no podía reprimir el deseo de estrecharla en sus brazos, de sentir sus labios,
de saborear sus besos… Esther no pudo resistirse y le devolvió el beso, recreándose en
él. Por el otro extremo del parque alguien se acercaba sin que ellas fueran capaces de
percibirlo.

Instantes después Maca la apartó juguetona, dispuesta a demostrarle que la escuchaba


pero que no podía reprimir esos impulsos.

- Son diferentes, ya lo sé – dijo arrastrando las palabras con una mueca burlona y
clavando sus ojos en lo de la enfermera – pero la culpa es tuya – la acusó.
- Si, la culpa va a ser mía – se defendió ligeramente molesta.
- Pues sí, que lo sepas, por ser tan guapa, tan maravillosa, tan especial, tan
atractiva y por volverme loca – se aproximó de nuevo y rozó sus labios con
suavidad, sintiendo que el deseo se apoderaba de ella, que desearía salir de allí y
llevarla a un lugar donde pudiera acercarse a ella sin precauciones.
- ¡Joder! – protestó asustada mirando hacia su derecha donde el individuo que se
acercaba a ellas ya estaba al alcance de su mirada, Esther dio un salto del asiento
y se levantó. Un policía hacía su ronda y estaba ya a menos de cien metros –
Maca que te lo he dicho y te lo tomas a broma – le recriminó, no solo temerosa
sino muy enfadada - ¿nos ha visto?
- No sé creo que no – respondió con calma aunque también preocupada casi más
por la reacción de la enfermera que por aquel policía que parecía estar mirando
al lado contrario – si lo hubiera hecho...
- ¿Y si nos ha visto? – la cortó nerviosa.
- Pues… no sé… imagino que… vendrá hacia aquí.
- ¡Es lo que está haciendo! – exclamó al ver que dirigía sus pasos hacia ellas -
¿qué hacemos?
- Bueno, no te preocupes, somos europeas, tendrá que entender que…
- ¿Entender! a ver si te enteras de una vez que aquí no se pregunta, se golpea
primero, y si eres mujer más aún – soltó cada vez más alterada - ¡no vuelvas a
besarme!
- Bueno, no te enfades – le pidió con seriedad – ya no lo vuelvo a hacer más.
- Es que no te imaginas lo que puede pasarnos… - le dijo mucho más suave al ver
su cara de consternación y aliviada al ver que el policía pasaba de largo – y yo…
solo de pensar que tú… - se interrumpió mirándola con ternura y lanzando un
suspiro.
- Solo ha sido un beso, tampoco es para tanto.
- Un beso puede significar mucho, Maca.
- Eso ya lo sé – le dijo insinuante – ya lo creo que lo sé – sonrió – y no entiendo
como puede haber lugares en que no se entienda que es una… ¡necesidad básica!
- Maca…
- Es cierto, todos necesitamos conectar con alguien, ellos también – dijo
señalando al policía que se alejaba con paso cansino – no entiendo como siendo
así no sean capaces de comprender …
- No te pongas filosófica y hazme caso – volvió a regañarle – no quiero que
vuelvas a repetirlo.
- Vale – aceptó de mala gana - anda vamos – dijo accionando la silla.
- ¿Ya no quieres pasear más?
- No, quiero volver al campamento y quiero… besarte sin que me apartes – sonrió
girando la silla y emprendiendo el camino - ¡dios, cuanto te he echado de
menos! – suspiró y la enfermera, que se había colocado a su espalda, le puso una
mano en el hombro miró a ambos lados con rapidez, el parque permanecía
desierto, algo habitual aquellas horas, y se agachó besándola de nuevo.
- No vamos a ir al campamento – le susurró al oído, misteriosa.
- ¿No! entonces… ¿qué vamos a hacer! ¿nos quedamos en el apartamento? –
preguntó con tono esperanzado e insinuante, mostrándole que la idea le parecería
perfecta y que estaba deseándolo.
- Tampoco – sonrió divertida sin que Maca pudiera verla – he quedado aquí con
Germán, debe estar a punto de llegar.
- Pero… ¿no se había marchado?
- Si, pero a por algo que le pedí.
- Te aprovechas de él.
- Era para ti – le reveló situándose frente a ella y torciendo la boca en una mueca
burlona.
- ¿Para mí? – frunció el ceño imaginando que ya quería que tomara cualquier cosa
- ¿el qué? – preguntó casi molesta.
- Lo sabrás a su debido tiempo – sonrió – pero no me pongas esa cara que no es lo
que estás pensando – se inclinó apoyando ambas manos en los brazos de la silla
y aproximó su cara a la de Maca, tan cerca que la pediatra pedía sentir su
respiración, los ojos de la enfermera brillaban de una forma especial, tanto que
Maca no recordaba barrerlos visto nunca tan alegres - ¡te va a gustar! – exclamó
retirándose y dejando a Maca con un cosquilleo de excitación y nerviosismo en
la boca del estómago.
- Dame una pista.
- No pue…

No había terminado de decirlo cuando vieron aparecer el jeep del médico que descendió
con rapidez y se dispuso a ayudar a Maca a subir al coche.

- Veo que el paseito por el parque te ha gustado ¿eh, Wilson? – le dijo divertido.
- Ha estado bien – respondió esperando una de sus bromitas, pero él no dijo nada
más al respecto - ¿listas? – les preguntó.
- ¡Listas! – exclamó Esther.
- Sabría si estoy lista si supera a dónde vamos – refunfuñó Maca deseando
conocer qué tramaban.
- ¡Sorpresa! – exclamó Esther al tiempo que Germán lanzaba una carcajada.
- Wilson, Wilson no seas impaciente y deja que la niña, disfrute un poco de la
cara que vas a poner.

La pediatra se propuso no volver a insistir en el tema y se mantuvo en silencio,


deseando conocer hacia dónde se dirigían. Germán conducía con pericia por la ciudad
dando muestras de conocerla muy bien. Esther también se mantenía muy callada en el
asiento posterior. No podía evitar estar nerviosa, temiendo la reacción de Maca, ¿y si no
le apetecía hacer aquello! pronto lo sabría porque Germán había torcido en la última
bocacalle y se encaminaba a las afueras de la ciudad. En diez minutos las dejaría en su
destino. Maca también se había percatado de ello pero fiel a la promesa que se había
hecho se mordió la lengua y siguió sin preguntar. Instantes después el médico tomaba el
desvío al pequeño aeropuerto de la ciudad.

- Bueno señoritas, hemos llegado – les dijo con una enorme sonrisa deteniendo el
jeep a los pies de un pequeño avión, pintado de azul intenso, junto al cual se
encontraba un sonriente Mathew, esperándolos.
- ¡Hola! – los saludó con la mano acudiendo a dar un fuerte abrazo a Germán y
besar a la enfermera, que había descendido con rapidez del coche.

Maca permanecía perpleja, sentada en el vehículo sin enterarse de nada de lo que


hablaban y temiéndose que la sorpresa que tanto deseaba conocer fuera un viajecito en
aquel trasto. Si era así, ¡iba a matar a Esther! ¿cómo se le ocurría hacerle eso
conociendo lo poco que le gustaba volar? Abrió la puerta del jeep, incapaz de aguantar
más la curiosidad y temerosa de lo que se avecinaba, pero deseando acabar ya con
aquella incertidumbre. Germán y Esther, acudieron a su lado y mientras la enfermera
sacaba la silla el médico la ayudaba a bajar. Esther la miró con una gran sonrisa, unos
ojos que brillaban contentos y una cara tan anhelante que Maca supo que sería incapaz
de negarse a montar en esa avioneta porque a aquello no se le podía llamar avión.

- Imagino que la famosa sorpresa…. – la miró enarcando las cejas con temor y
voz débil.
- Wilson, Wilson, ¿no me digas que te da miedo volar? – se mofó Germán y Maca
apretó los labios y frunció el ceño, descubierta, y se dispuso a responder cuando
vio que el médico se giraba y comenzaba a sacar unas bolsas de la parte trasera
del jeep.
- ¡Claro qué no! – exclamó orgullosa a su espalda – pero…. ¿es eso? ¿vamos a
volar?
- Pues sí, pero el vuelo es lo de menos – le dijo Esther con ilusión y se agachó a
su altura mirándola con intensidad y hablándole con voz susurrante – lo
importante es a dónde vamos.
- ¿Y a dónde vamos? – preguntó de nuevo con un deje de temor.
- Solo puedo decirte que vamos a hacer algo que llevas deseando desde que
llegamos aquí.
- ¿Yo? – preguntó sin saber a qué se refería.
- Si, tú – le sonrió contenta – y déjate de charla, que Mathew nos está esperando –
dijo cogiendo algunas bolsas y llevándolas hasta la avioneta.

Mathew, que había subido un momento al aparato bajó y, tras acercarse a saludar a
Maca, les ayudó a subir los bultos. Maca aprovechó que Germán y Mathew se
despedían, para coger la mano de la enfermera y preguntarle directamente.

- ¿Qué es eso que yo deseo desde el primer día?


- ¿Tú qué es eso que me preguntabas a todas horas?
- No sé Esther – le dijo impaciente, frunciendo el ceño.
- ¿Tú no me decías continuamente si veríamos animales?
- Si – reconoció recordando la cantidad de veces que le había sacado el tema.
- Pues… a eso vamos, a verlos.
- Pero… ¿y todas esas cosas que estáis montando?
- Cosas necesarias… hay que…. ser precavidas – sonrió con malicia – nunca se
sabe qué puede pasar.
- ¿Qué puede pasar de qué? – preguntó ya visiblemente asustada.
- De nada, Maca – soltó una pequeña carcajada – no te preocupes que no va a
pasar nada, solo vamos a dar una vuelta, eso sí con rapidez – sentenció
colocándose tras ella y empujándola hasta el avión donde con dificultad la izaron
entre Germán y Mathew, que cerró la puerta tras ellas y ocupó el asiento del
piloto mientras las dos permanecía en el minúsculo asiento trasero.

El avión era muy pequeño, tanto que habían tenido problemas para colocar los últimos
bultos en la bodega que estaba previamente repleta, cosa que extrañó a la pediatra pero
no preguntó, más preocupada por el poco espacio que había en aquella cabina que se le
antojaba claustrofóbica.

Momentos después Maca miraba por la ventanilla y comprobaba que Germán se retiraba
y se alejaba en el jeep, tras desearles que se divirtieran, ella no estaba tan segura de
poder hacerlo aunque reconocía que la enfermera era única para sorprenderla de todas
las opciones que había barajado sobre la famosa sorpresita, jamás pensó en un vuelo-
safari.

Esther la miraba de reojo y sonreía para sus adentros. Como ya había supuesto no le
había hecho ninguna gracia la idea de volar, pero era un trámite más que necesario para
llevarla donde quería, esa sí que era su sorpresa y lo de ver animales, aunque cierto, era
la excusa para arrastrarla a donde se encaminaban, entonces sí que esperaba que
cambiara aquel gesto de resignación mal disimulado con una falsa ilusión, aunque le
agradaba la idea, de que a pesar de todo, Maca hubiera sido incapaz de negarse a
montar. Mathew encendió los motores y Maca instintivamente se aferró a la mano de
Esther, y se recostó en el asiento lanzando un profundo suspiro.

- Pero ¿a dónde vamos? – le preguntó con temor, por enésima vez, cuando la
avioneta elevaba el morro y despegaba.
- Te lo he dicho, ¿no querías ver animales?
- Si, pero…. yo creía que los veríamos en la selva… no sé… en uno de esos
parques de los que me has hablado…
- Cuando los que no conocéis esto habláis de ver animales siempre os estáis
imaginando los reportajes de televisión, ¿me equivoco?
- La verdad es que no – reconoció – pero es normal ¿no crees?
- Tú estás pensando en los grandes santuarios africanos, en las amplias planicies
del Serengueti, pero eso está en Tanzania, Maca, y necesitaríamos muchos días
para poder ir.
- No solo pienso en eso, - protestó haciéndose la ofendida.
- Claro, piensas en las nevadas cumbres del Kilimanjaro o las sabanas arbustivas
repletas de animales en Sudáfrica. Es lo más típico.
- No te voy a negar que me encantaría ver el Kilimanjaro – le sonrió más tranquila
en cuanto el avión cogió la horizontalidad y se le fueron diluyendo las cosquillas
de su estómago.
- Si vuelves iremos, pero nos pilla demasiado lejos.
- Entonces… ¿a dónde vamos?
- Existe un lugar oculto, mágico y maravilloso, del cual pocas personas han oído
hablar – le dijo con una mirada soñadora llena de excitación - se trata de un
autentico paraíso lejano y perdido.
- ¿Lejano? – preguntó con temor, ¿cuánto tiempo iban a estar montadas en ese
cacharro?
- Si, demasiado para ir por tierra.
- Y… ¿qué sitio es?
- ¿Sabes como lo llaman? – le preguntó retóricamente con ojos bailones y una
sonrisa de oreja a oreja, Maca negó con la cabeza - ha sido bautizado como el
último edén de África, y… va a ser para nosotras durante unas horas.
- Y ¿dónde está ese vergel? – torció la boca y encogió un ojo en un gesto pícaro
que provocó la excitación del juego en la enfermera.
- ¡Vamos a Gabón! – gritó Mathew por encima del motor sonriendo.
- ¡¿Gabón?! – la miró abriendo de para en par los ojos – pero….
- Si – confirmó la enfermera – Mathew me dijo el otro día, cuando estábamos
cenando en Jjinja, que tenía que ir a llevar unos suministros y ayer, hablando
con Germán, se me ocurrió la idea. No hay mejor lugar para que empiece a
cumplir mis promesas – le susurró con un brillo tan intenso en sus ojos que
Maca se estremeció.
- Pero está muy lejos y nos marcharemos pronto… - la miró expectante y a un
tiempo excitada con la idea.
- Volvemos mañana a primera hora – dijo Mathew – pasaremos la noche en el
parque.
- ¿Qué parque?
- El Parque Nacional Loango – le dijo Esther – paro ya no te cuento más. Lo verás
cuando lleguemos, ¡es una sorpresa! – gritó al tiempo que la cogía de la mano y
le señalaba por la ventanilla hacia abajo. Maca miró y abrió los ojos
desmesuradamente, verlo en televisión era una cosa pero ver aquella manada
corriendo despavorida por el ruido del motor le pareció increíblemente bello.
- ¿Qué son?
- Ñús – gritó Mathew.
- Mira allí, Jirafas.
- ¿Dónde? - se inclinó aún más hacia la ventanilla, intentando localizarlas.
- Detrás, allí al fondo, ¿las ves?
- ¡Sí!
- Agarraos – las avisó el piloto y comenzó a tomar altura – así iremos más rápido
y ahorraremos combustible.

Los minutos siguientes transcurrieron casi en silencio, Maca formulaba de vez en


cuando alguna pregunta sobre el lugar al que iban que la enfermera se negaba a
responder, no quería desvelar absolutamente nada, quería ver la cara que ponía cuando
llegaran. La pediatra no podía dejar de mirarla, de pensar en lo caprichosa que era la
suerte y la vida, en como todo podía ocurrir muy deprisa. Era increíble cómo su vida
había cambiado casi en un abrir y cerrar de ojos. Era increíble estar allí subida en
aquella pequeña avioneta, tomadas de la mano sin que el piloto pudiese verlas,
sonriéndose a cada instante y sintiendo como el amor que nunca habían dejado de sentir,
había resurgido con toda su fuerza, tanta que la tenía anonadada, que la hacía disfrutar
hasta de lo que más odiaba o lo que más temía y dio las gracias mentalmente por poder
estar disfrutando de todos esos cambios de su vida, y si había algo a lo que temía era a
que dejaran de producirse, sí, Esther la estaba haciendo vivir de nuevo la vida, con
intensidad, a la aventura y deseó que jamás llegara el día en lo que eso terminase, en
que ya no hubiese mas cambios.
Mathew giró la cabeza hacia ellas y gritó algo que sacó a Maca de sus pensamientos y
que no alcanzó a entender, ensordecida por el motor. Pero escuchó que Esther le gritaba
en inglés que estaban bien sujetas, que no se preocupase. Maca la miró de reojo, ¿por
qué le diría aquello! no tuvo tiempo de preguntarlo cuando el avión bajó el morro y
descendió bruscamente. Maca sintió que el estómago le daba un vuelco, y se le
aceleraba el corazón, su rostro fue reflejo de lo que acababa de experimentar. La mano
de Esther se posó sobre la suya y le preguntó con una sonrisa.

- Hay tormenta, ha bajado para evitar las turbulencias – le explicó y Maca asintió.
- ¿Estás bien?
- Si – musitó palideciendo - hace mucho calor aquí dentro, ¿no?
- Sí, no te preocupes, es normal – le dijo con otra sonrisa - ¿te mareas? - le
preguntó al comprobar que había mudado de color.
- Un poco – gritó de nuevo - ¿tú no?
- Yo ya estoy acostumbrada – le dijo dándole una palmadita en el dorso de la
mano – he hecho varios viajes de éstos. Pero el primero…. buff… ¡eché hasta la
primera papilla!
- ¿Tardaremos mucho?
- Menos de una hora – gritó de nuevo inclinándose hacia delante al ver que
Mathew volvía otra vez la cabeza.
- Vale – musitó la pediatra recostándose en el asiento y mirando hacia abajo.

Tras cruzar unas palabras con el piloto Esther se volvió hacia ella.

- Maca dice Mathew que hemos dejado atrás la tormenta. Habrá buen tiempo para
aterrizar, pregunta si prefieres que vuele bajo, empezaremos pronto a
adentrarnos en una de las zonas verdes más impresionantes del continente, y así
podrás verla, pero si lo hacemos, tardaremos más.
- Decide tú – le respondió esbozando una sonrisa y pasándose una mano por la
frente, con la sensación de que cada vez hacía más calor.
- ¿Estás muy mareada? – le preguntó al ver su gesto y la palidez de su rostro que
había aumentado - ¿no irás a vomitar?
- No – negó con otra tímida sonrisa pero lo cierto era que empezaba a encontrarse
cada vez peor – bueno… no sé… yo…
- Toma – le tendió una bolsa – le diré que vuele alto y vayamos más rápido – le
hizo una carantoña en la mejilla comprensiva, aunque sus ojos mostraban cierta
decepción que Maca interpretó al instante.
- No, no hace falta, puedo aguantar – aseguró mirándola fijamente – quiero ver
ese sitio que dices.
- Entonces volaremos bajo ¡verás que paisajes! ¡es impresionante! – exclamó
contenta, apoyándose en el respaldo de Mathew para comunicarle la decisión.
- ¡Estupendo! – le gritó el piloto – ya verás como te gusta Maca – se giró aún más
para ver de reojo a la pediatra que asintió con una sonrisa – solo que al volar
más bajo, pasaremos más calor.
- ¿Más calor? – preguntó Maca mostrando en su expresión el desagrado que la
idea le producía.
- Si lo preferís puedo hacer que entre un poco de aire.
- ¡Sí, por favor! – le pidió Esther al ver la cara de Maca, sabía que ya había hecho
un esfuerzo al consentir ir a menor velocidad, pero no estaba segura de que fuese
capaz de controlar su estómago.
El avión ralentizó el vuelo, y un ligero frescor comenzó a sentirse en la cabina, que
Maca recibió con alivio. Al cabo de unos minutos Esther le pidió que mirara hacia
abajo, por la ventanilla y Maca abrió los ojos desmesuradamente, girándose hacia la
enfermera, su rostro mostraba a las claras lo que aquel paisaje le transmitía.

- ¡Es precioso e impresionante!


- Son los manglares, ya mismo aterrizaremos.
- ¿Aquello que es? – preguntó señalando una línea azul intensa al fondo.
- ¿Allí al fondo?
- Si.
- ¿Qué crees que es?
- No sé parece… - la miró sin creer que fuera lo que imaginaba y que todo ese
viaje en realidad la enfermera lo hubiese fraguado con una sola intención.
- El mar Maca – le dijo cabeceando en señal afirmativa al leer en sus ojos sus
pensamientos.
- ¡El mar! – la miró sin dar crédito a que hubiera sido capaz de aquello.
- Sí – sonrió feliz al ver su expresión de alegría – ¡ya verás!
- Pero…. dónde… cómo has sido... capaz de... y... dónde... vamos - balbuceó sin
encontrar las palabras.
- Luego te cuento – le respondió misteriosa – es… ¡tu sorpresa!

Maca la miró y apretó los labios en una mueca de agradecimiento y satisfacción, sus
ojos se humedecieron y Esther sonrió, satisfecha de su triunfo. La pediatra notó que la
emoción la embargaba pero Esther ya le había dicho que era una llorona e intentó
contenerse, no tenía palabras para demostrarle lo que la estaba haciendo sentir en ese
preciso instante, la cogió de la mano sin importarle nada y se inclinó hacia ella,
dispuesta a besarla, pero Esther la empujó levemente.

- Ya tendremos tiempo – la frenó con dulzura – aquí no – le susurró al oído


provocándole un escalofrío.
- Pero.. si no puede vernos.
- Lo sé – sonrió maliciosa y cierto aire de misterio que excitó a la pediatra - ¡mira
allí! – le indicó con el dedo, acercándose a ella, rozando mejilla con mejilla
mirando por la ventanilla - ¿los ves?
- Eh… - se separó mirándola desconcertada, sin saber a qué se refería, no sabía
que le ocurría pero el simple roce con su mejilla la hacía sentirse en otro mundo,
un mundo en el que solo existía Esther y lo que la hacía sentir – no… - musitó
distraída.
- Allí abajo – le susurró al oído, girándose levemente para perderse en su mirada y
sonreírle al ver la expresión de la pediatra, que sin poder evitarlo por más
tiempo, la besó con dulzura.
- Maca… - protestó sin fuerza y una mueca burlona, apartándola con suavidad –
pero ¡míralos! – la instó temiendo que al final se quedara sin verlos.
- ¿El qué? – se inclinó hacia la ventanilla sintiendo que el estómago de nuevo se
subía a su garganta con un viraje brusco del aparato.
- Daré una pasada por los manglares y luego bajamos – les comunicó Mathew,
que había iniciado la maniobra antes de decirlo.
- ¡Ten cuidado! – le pidió Esther echándose hacia delante al ver que Maca
palidecía de nuevo – no seas tan brusco, por favor, se marea – le explicó
inclinada sobre el piloto de manera que Maca fue incapaz de escuchar lo que
hablaban.
- ¡Lo siento! – se disculpó conocedor de que para un novato en aquel tipo de
vuelo que nada tenía que ver con uno comercial, ciertas maniobras podían dar al
traste con el disfrute del mismo - ¿está bien? Le preguntó sinceramente
preocupado.
- Si – respondió sin mucha convicción mirando de reojo hacia Maca que
permanecía recostada en el asiento mirando por la ventanilla a lo lejos.
- ¿Prefieres que aterricemos? – inquirió el piloto – podemos hacerlo en unos
minutos.
- ¡No! da un par de pasadas más, y... ¿puedes ir hasta la cascada? – le pidió
deseando que Maca viera todo aquello.
- ¡Bien! – le gritó inclinando la avioneta para dar una curva a su izquierda y
enfilar el río que serpenteaba entre la densa vegetación.
- ¡Mira Maca! – le señaló la enfermera hacia abajo – plena selva.
- Sí – musitó – es… apabullante.
- Abajo lo es aún más – le sonrió - ¡ya verás!
- ¿Qué le has dicho? – le preguntó de pronto. Esther le sonrió viéndose
descubierta
- Que no sea tan brusco, no quiero que te marees más de lo que ya estás.
- ¡Esther! – protestó frunciendo el ceño - ¿cómo le dices eso? va a pensar que soy
una…
- No va a pensar nada – le acarició la mejilla con ternura – es tu primera vez, no
conozco a nadie que no se haya mareado un poco en su primera vez.
- La verdad es que si, que me mareo un poco – le sonrió agradecida de que no
dejara de pensar ni un solo instante en ella – Esther…
- ¿Sí? – la instó al ver que guardaba silencio y tan solo la miraba tan fijamente y
con lo que le parecía tanta admiración que fue ahora ella la que sentía cosquillas
en el estómago y un nerviosismo especial, todo estaba resultando tan especial
que nunca se habría imaginado algo así semanas antes.
- Yo… todo esto… yo… - balbuceó mostrando su incapacidad para expresar lo
que significaba para ella el estar allí, a pesar de encontrarse cada vez peor.
- ¡A la derecha! – gritó Matthew interrumpiéndolas - ¡mirad allí! ¡elefantes!
- ¡Es verdad! – gritó Maca que había olvidado su mareo ante la espectacularidad
de aquellos parajes - ¿los ves? – se volvió hacia la enfermera deseando hacerla
partícipe de aquella imagen única.
- Era lo que intentaba decirte antes, le he pedido que de otra pasada – le reconoció
asomada observando junto a ella la espectacularidad de la selva – no creas que
es fácil ver animales, porque no lo es tanto, y menos en este parque que es de los
más agrestes y salvajes – le explicó contenta de ver como disfrutaba y se
mostraba atenta a sus palabras.
- ¿Qué hacen? – preguntó Maca impactada por los animales unos junto a otros,
muy pegados conformando una mancha gris verdosa con tonalidades rojizos.
- Chapotean en el barro, ¡les encanta! – le explicó dando muestra de sus
conocimientos – ahora seguiremos el río – le dijo al ver que la avioneta giraba
de nuevo – le he pedido que lo haga para que veas una cosa – le sonrió burlona,
Maca se giró hacia ella y le sonrió también.

Sus miradas se encontraron, mejilla con mejilla, sobrevolando aquel espectáculo de


corrientes de agua entremezcladas, que bajaban furiosas a encontrarse con el mar, Maca
abrió los ojos de par en par, abrumada ante tanta belleza, ¡el mar! ¡era impresionante!
¡imponente! ¡lo había echado tanto de menos! y ahora estaba allí, apoyada en la mejilla
de la enfermera, viéndolo por primera vez en años y se giró para encontrarse con ella,
que la observaba feliz, “gracias”, dibujaron sus labios mientras sus ojos gritaban la
emoción que sentía, Esther apretó los labios en una tierna mueca, ¡la amaba tanto!
Ninguna pudo evitarlo, sus labios se buscaron de nuevo, cerrando sus ojos y disfrutando
de lo que sentían, saboreándose y creando ganas de más, de mucho más, separándose un
instante y volviendo a fundirse en un intenso beso.

- ¡Agarraos! – gritó Matthew rompiendo la magia que se había creado entre ellas
- ¡vamos a aterrizar!

Maca miró hacia un lado y otro, por ambas ventanillas, se inclinó hacia delante,
intentando ver de frente pero era imposible descubrir el lugar del aterrizaje.

- Pero… ¿dónde? – le preguntó a Esther ligeramente asustada.


- Hay un apequeña pista de tierra – le explicó la enfermera – han estado
limpiándola toda la noche para que pudiéramos aterrizar hoy.
- Pero …
- No te asustes, aquí las cosas son así – le sonrió confiada – es la costumbre y
Mathew sabe lo que hace.
- Vale – respondió con temor agarrándose al asiento y cerrando instintivamente
los ojos ante la sonrisa burlona de la enfermera.
- Tranquila – la besó en la mejilla y Maca se aferró a su mano – saltará un poco,
pero no te asustes.
- Vale – repitió respirando hondo, dispuesta a soportar aquel aterrizaje y todo lo
que tuviera que venir, dispuesta a disfrutar de los misterios que la aguardaban
porque estaba segura de que Esther tenía muchos más planes y ella estaba
deseando conocerlos y compartirlos con ella, la miró de nuevo sintiendo que le
transmitía una paz que creía olvidada, una seguridad de que nada podía ir mal si
estaba a su lado y de que todo era posible si se mantenía así, aferrada a ella.
Esther, le regaló la mirada más dulce que le viera en muchos días y cogidas de la
mano, se prepararon para el aterrizaje.

Una hora y cuarenta y cinco minutos después del despegue, el pequeño avión aterrizaba
en mitad de la selva. Esther no había exagerado cuando le dijo que era una pequeña
pista de tierra. Lo que no le había dicho es que no había absolutamente nada a su
alrededor. Solo agua y vegetación. Parte de la pista estaba inundada y dos jóvenes que
los esperaban con un jeep verde que mostraba en sus puertas laterales el logotipo del
parque natural les explicaron que era el resultado de las fuertes lluvias que habían caído
los días anteriores. Sin embargo, a Maca le pareció que era un paraje increíble, se
encontraba en lo más profundo de África, lejos de todo y de todos y solo con Esther.
¡Jamás se hubiera atrevido a pedir algo así, ni en sus mejores deseos! Miró a la
enfermera que hablaba con los dos jóvenes que se apresuraron a montar los bultos que
llevaban en el jeep. Mathew se despidió de ellas, debía aguardar a que llegara un
pequeño camión que transportaría todos los suministros a la sede central del parque,
situada a un par de kilómetros de allí. Esther se volvió hacia la pediatra con una sonrisa.
La encontró ensimismada observando todo lo que la rodeaba.

- Maca… - la llamó burlona.


- ¿Eh? – se giró hacia ella.
- Mira, Maca ellos son Ives y Dennis, serán nuestros guías en el parque – le señaló
a los dos jóvenes que no se acercaron a ella limitándose a levantar una mano a
modo de saludo. Maca respondió de igual forma.
- ¿Tendremos guías?
- Sí, solo hasta la cabaña. Luego, cuando nos instalemos nos quedaremos con un
jeep.
- ¿Nosotras? Pero…
- Aquí no somos turistas, nos alojaremos en la cabaña de Nancy. Ella los ha
llamado, para que… nos traten como a científicos.
- Pero ¡no lo somos! no pueden dejarnos solas – le dijo con temor.
- Tranquila que yo ya he estado viviendo aquí un par de meses – confesó habando
con rapidez y cierto nerviosismo que pasó inadvertido a Maca más interesada en
todo lo que la rodeaba - me conocen y los conozco. Y conozco las zonas de
alrededor de la cabaña.
- Vale – aceptó sin mucha convicción.
- ¿Confías en mí?
- Si – admitió más tranquila ante su aplomo.
- Te va a gustar – le aseguró.
- Estoy segura – sonrió – aún o me explico como has conseguido… que… todo…
todo esto, sea posible.
- Bueno… amigos que tiene una – le restó importancia contenta ante la mirad de
admiración que acababa de regalarle Maca, moviéndose con cuidado y quitando
la silla de Maca a un lado sin avisarla.
- ¿Qué haces?
- Aquí hay que ir con cuidado de no pisar las hormigas, sobre todo las rojas, ¡no
veas los picotazos que dan! – le explicó - ni puedes quedarte parada mucho
tiempo en el mismo lugar, porque enseguida las sientes mordiéndote por todas
partes del cuerpo.
- Bueno… en eso tengo ventaja – rió feliz, bromeando a pesar de que sabía que a
Esther le molestaba – no voy a notarlas.
- Ten cuidado Maca, que son muy molestas las picaduras y….
- Ya sé que hay hormigas venenosas y que algunas causan hasta la muerte, ¡estoy
harta de ver documentales!
- ¿Te siguen gustando? digo los documentales.
- Creo que a partir de ahora ya no – la miró fijamente con ojos bailones, Esther no
supo como interpretar aquello y adoptó un gesto serio que Maca se apresuró a
borrar – no hacen justicia a esta… belleza.
- ¡Pero si aún no has visto nada! espera que nos montemos en el jeep, con un poco
de suerte en el camino a la cabaña vas a alucinar.

Maca lanzó un profundo suspiro y la miró de una forma que a Esther se le antojó
extraña, temiendo que estuviese cansada, después de la mañana que llevaban y del viaje
en avión, o que no le apeteciese apartarse tanto de cualquier signo de civilización.

- ¿Sabes? – rompió el silencio la pediatra – esto es… es como ¡aterrizar en un


pequeño paraíso! – exclamó girando la silla sobre sí misma, intentando la misión
casi imposible de abarcar con todos los sentidos lo que la naturaleza le ofrecía.
Esther la observó satisfecha comprobando que se había equivocado en sus apreciaciones
y no era que Maca estuviese cansada o no le agradase la idea de perderse en aquel
paraje, muy al contrario, estaba abrumada por él.

- Ven - le dijo empujando la silla - mientras terminan de cargar te voy a enseñar


algo.
- ¿Qué es?
- Ahora verás - le dijo alejándose de la avioneta y dando la vuelta tras ella - mira
ese montículo - le susurró casi al oído haciendo que se estremeciera - y no
hables.

Maca obedeció y al cabo de unos instantes su espera se vio recompensada, un par de


pequeños animalillos salieron de las profundidades del montón de tierra sin que la
pediatra fuera capaz de distinguir de dónde lo habían hecho, dejándola completamente
fascinada.

- ¿Qué son? – susurró para no ahuyentarlos.


- Crías de chacal. Son preciosos ¿verdad?
- Si.
- De adultos les salen rayas, aunque ahora los veas tan blanquitos.
- Pero... ¿cómo sabías que... que estarían ahí?
- Tienen su refugio en ese nido de termitas.
- ¿Eso es un nido de termitas? - preguntó sin dar crédito que fuera tan grande.
- Pues sí, ¿a qué impresiona?
- Si - admitió ensimismada con las maniobras de los dos cachorros - ¿has estado
aquí antes? - sin recordar lo que le había dicho hacía unos momentos.

Esther asintió sin decir nada más y Maca ladeó la cabeza para mirarla al ver que no
respondía.

- ¿Cuándo estuviste?
- Ya te lo he dicho, estuve unas semanas... con Nancy - respondió esquiva - ella
me lo enseñó, año tras año, se refugian ahí para criar.
- ¿Y siempre tienen ahí su guarida! ¿no se asustan de los motores? – preguntó sin
incidir en el tema de su estancia allí, se había percatado de que Esther era reacia
a hablar del tema.
- ¿A qué animal te recuerdan?
- A un perro... bueno... a un lobo.
- Pues ahí tienes tu respuesta. Pueden llegar a domesticarse y suelen merodear por
las aldeas en busca de comida. No se asustan del hombre y esa puede ser su
perdición Estos dice Nancy que llevan tres años aquí. ¿Sabes que son unos
animales muy fieles a su pareja?
- No, no lo sabía.
- Pues sí, cuando encuentran la adecuada es para siempre.

En ese instante los guías se acercaron a ellas, ya habían subido todo al pequeño
remolque que arrastraba el jeep, y les indicaron que debían partir. Esther cruzó unas
palabras con ellos que Maca ni se molestó en intentar comprender más interesada en
todos los estímulos que le llegaban. Los chicos izaron a Maca y colocaron la silla en el
pequeño espacio que había tras el asiento trasero.
El calor era bastante agobiante y el sol estaba dando con toda su fuerza. No había ni
rastro de nubes en el cielo pero la enfermera miró hacia él con el ceño fruncido,
visiblemente contrariada, y Maca se preguntó el porqué, pero no preguntó nada,
deseando que arrancaran de una vez y comenzar a ver todo aquello que se le antojaba
misterio y tremendamente bello. La enfermera se inclinó hacia delante y volvió a hablar
con los guías para luego sentarse junto a ella con una sonrisa de satisfacción. Apenas
eran las cinco de la tarde, aún quedaba mucho rato para anochecer y Esther tenía
grandes planes para esas horas. Miró hacia Maca y vio que estaba sudorosa y acalorada,
recordó las recomendaciones de Germán y se dispuso a cumplirlas.

- Maca ponte el sombrero – le dijo con autoridad cogiéndolo de sus piernas y


colocándoselo en la cabeza.

La pediatra se dejó hacer sin protestar, estaba tan emocionada de estar ahí que apenas si
se daba cuenta de la temperatura y del fuerte sol. Esther la observó sorprendida de que
no se quejara al respecto, quizás como decía Germán solo había sido cuestión de tiempo
el que se fuera adaptando a todo aquello. Y lo que le parecía más importante es que no
borraba la sonrisa de su rostro y continuamente la buscaba con los ojos más alegres y
agradecidos que le hubiera visto jamás.

El jeep emprendió la marcha, los jóvenes guía ocupaban los asientos delanteros y ellas
estaban acomodadas en los traseros. Maca miraba a un lado y otro, abrumada y saturada
ante tantas sensaciones nuevas para ella. Sonidos, olores, colores, todo parecía tan
diferente a nada que conociera que no sabía a donde encaminar sus ojos.

- Cuando lleguemos a aquel recodo del camino mira a la derecha.


- ¿Por qué?
- Tú mira – le sonrió misteriosa.

La pediatra aguardó y obediente hizo lo que le indicaba Esther. Una vez más su rostro
era reflejo de la emoción, la sorpresa, la impresión, abrió los ojos desmesuradamente y
luego la boca pero no dijo nada.

- Son búfalos, a estas horas suelen ponerse ahí para guarecerse del calor.
- ¿Cómo sabías que…?
- Ya te he dicho que estuve aquí una temporada, con Nancy – le comentó de
nuevo y Maca cayó de pronto en la cuenta de lo que podía significar, la miró
interrogadora sin atreverse a preguntar, por eso se ponía nerviosa, Esther sonrió
imaginando lo que pensaba – ya te dije hace tiempo que no es lo que crees – se
adelantó a cualquier pregunta - además ya te conté que Nancy bebe los vientos
por Germán.
- Tengo ganas de conocerla – respondió afable mostrando por primera vez interés
en sus amigos.
- ¿En serio? pues… está en Kampala, y quizás… - dijo pensativa – aunque ahora
estaba preparando una expedición a la montaña pero…. – se calló y la miró
sonriente – ya la conocerás.
- ¿Por qué te viniste aquí?
- Nancy usa la cabaña para escribir sus libros, es su retiro como ella dice. Dedica
meses a la investigación de campo y luego, un par a ordenarlo todo, ese par de
meses se retira aquí. A una pequeña cabaña a orillas del mar.
- ¡A orillas del mar! – exclamó con tal ilusión solo de imaginarlo que Esther soltó
una carcajada.
- No quería decírtelo, era tu sorpresa pero… - se encogió de hombros, no había
podido contenerse.
- Es igual por mucho que lo imagine seguro que supera con creces cualquier cosa
que pueda pensar. Aquí es todo tan… tan diferente – suspiró, comenzaba a
comprender perfectamente la manida frase de la enfermera que tanto la había
exasperado “aquí las cosas son así”.
- Es una cabaña muy modesta – intentó avisarla.
- Me da igual – respondió con una mirada tan franca que Esther se convenció de
que era así – seguro que me encanta.
- Mira allí, ¡elefantes!
- ¿Es la misma charca que vimos antes?
- Efectivamente – le sonrió orgullosa.
- Se ve distinto desde aquí.
- Ya te lo dije.
- Son muy… pequeños y….
- Blancos – sonrió la enfermera – sí, es el elefante más pequeño de África pero
también el más agresivo, hay que tener mucho cuidado con ellos, ahí donde los
ves producen más muertes de seres humanos en un año que los grandes felinos.
- No lo sabía.
- Pues sí, estos elefantes son muy peligrosos, cuando atacan lo hacen para matar y
no suelen parar hasta que lo consiguen.
- Joder – murmuró mirándolos asustada - ¿y si vienen hacia aquí?
- Tendríamos problemas – confesó – pero… no vendrán, están acostumbrados al
ruido de estos motores. Además les encanta chapotear en las charcas.
- ¿Cuántos puede haber? están… ¿unos encima de otros? – no paraba de
preguntar.

Esther volvió a soltar una carcajada.

- Casi, están en la hora de su baño, se acicalan unos a otros. ¡Mira! – le indicó el


lado contrario.
- ¡Son antílopes! – exclamó intentando mostrar sus conocimientos extraídos de
horas y horas viendo reportajes en televisión.
- No exactamente.
- ¿Qué son? – preguntó mostrándose ligeramente decepcionada de su fracaso.
- Pues no lo sé – reconoció – son de esa familia pero no me acuerdo cómo se
llamaban – dijo inclinándose hacia delante para hablar con los chicos.
- ¿En que hablan? – le preguntó extrañada cuando volvió a sentarse a su lado,
juraría que antes los había escuchado hablar en francés.
- Fang, es la lengua autóctona, pero puedes entenderte en francés con ellos, aquí el
inglés no lo habla casi nadie.
- ¿Y también sabes fang? – preguntó admirada.
- Un poquito, lo justo – reconoció encogiendo un hombro – se me dan bien los
idiomas – es.. algo que descubrí aquí.
- ¡Ya veo! – exclamó - Y… ¿qué te han dicho?
- Que es una manada de sitatungas que lleva por aquí una semana, es raro porque
suelen desplazarse más a menudo. Dicen que esta mañana vieron gorilas cerca
del mar, pero a estas horas ya no estarán.
- ¿Gorilas? yo creía que…
- ¿Qué vivían en las montañas?
- Eso.
- Pues no, también los hay de pradera, pero son más pequeños. Los grandes
espalda plateada esos sí que te impresionan y esos sí que son de las montañas.
- ¡Me encantaría verlos!
- Aquí no podrá ser – la miro fijamente a los ojos. Intentando ver si se
decepcionaba.
- Bueno… me conformaré con los de pradera – sonrió burlona – pero apúntate que
tenemos que volver para verlos – le dijo ilusionada y Esther sintió un cosquilleo
especial al comprobar que Maca ya hacía planes de futuro junto a ella - ¡La
playa! – exclamó con ojos soñadores mirándola ilusionada como aparecía entre
los árboles del bosque tropical que atravesaban.

La enfermera la tomó de la mano y se la acarició disimuladamente, soltándola con


prontitud, para no ser vistas.

- Si – murmuró la enfermera - la playa – repitió eufórica al comprobar cómo


estaba disfrutando Maca – tiene kilómetros que no ha pisado nadie.
- ¿En serio? – exclamó incrédula.
- Si – sonrió, parecía una cría a la que le estaba descubriendo un mundo muevo
que la fascinaba – este es de los parque menos visitados. Está centrado en la
investigación y muy pocos turistas al año acceden aquí y a zonas restringidas
para ello. Pero – sonrió misteriosa – nosotras tenemos el privilegio de… salir de
esas zonas. ¿Recuerdas la laguna que hemos visto desde la avioneta?
- Sí.
- Pues al otro lado de ella está el campamento, hay que ir en barca desde la pista.
En cambio nosotras nos quedares a este lado. De hecho estamos atravesando una
de esas reservas exclusivas de bosque, aquí solo ponen los pies los ecoguías y
vigilantes.
- ¿Y los científicos no?
- Por supuesto – admitió – estamos llegando a la cabaña – le dijo - ¡mira allí está!
¿la ves?
- No.
- Ahora la verás, en cuanto bajemos a la playa

El jeep descendió un pequeño promontorio con tanto traqueteo que a Maca se le cayó el
sombrero. Ester se sorprendió de ver con qué agilidad lo alcanzaba con una mano
mientras se aferraba fuertemente con la otra sin caer hacia ningún lado. “¡Qué diferencia
con la Maca del primer viaje en camión!”, se dijo sin poder evitar recordar aquellos
primeros momentos de su estancia africana y se llenó de orgullo por ella.

- ¿Te has hecho daño? – le preguntó interesada.


- ¿Daño? - preguntó sorprendida – no – musitó sin quitar los ojos de aquella
playa desértica de finísima arena dorada mirando a un inmenso océano Atlántico
que se abría majestuoso ante ellas – esto es… ¡grandioso!

Esther la miró feliz y le acarició con suavidad la mano en otro gesto a escondidas, justo
en el momento en que el jeep se detuvo en la puerta de la cabaña, los chicos bajaron
todo, dejando los bultos en el porche y ayudaron a descender a Maca. Luego se
despidieron y se alejaron a pie.

- ¿Se van andado?


- Si – sonrió Esther – ya te dije que nos lo quedaríamos nosotras, no es bueno
quedarse aquí sin vehículo – le dijo con seriedad – pero no te preocupes por
ellos. ¿Ves aquella torreta allí a lo lejos, entre los árboles?

Maca se colocó la mano a modo de visera.

- Creo que sí.


- Es su puesto de vigilancia, allí tienen su propio vehículo. Hacen recorridos a pie
y otros en coche. Controlan a los furtivos, la puesta de huevos, los nidos, las
cabañas, en fin, su trabajo – suspiró dándose la vuelta y mirando al mar como ya
había hecho Maca mientras le hablaba - ¿qué? ¿qué te parece?
- Es… esto… es…. es ¡una sensación increíble estar en un lugar tan remoto! –
exclamó - y especialmente sabiendo que pocas personas han estado aquí antes.
- Sé lo que quieres decir – admitió.
- ¡Es apabullante! – exclamó - ¡y qué playa! – murmuró mirando a izquierda y
derecha incapaz de calcular los kilómetros que podría tener.
- ¿Te gusta? – le preguntó sonriendo.
- Si – musitó en voz baja sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta,
emocionada – Esther… - levantó sus humedecidos ojos hacia ella y la enfermera
comprobó que le temblaba la barbilla.
- ¡Eh! – se arrodilló a su lado - ¡vamos! ¡cariño! – le acarició la mejilla con
ternura – pero… ¡serás tonta!
- Es.. el sol que… - intentó justificarse a sabiendas de que la enfermera sabía lo
que le ocurría, no quería que le volviera a decir que era una llorona, pero no
podía evitarlo.
- Sí… el sol – sonrió, estrechándola en sus brazos – ven aquí – le dijo sintiendo
que Maca se aferraba a ella con fuerza y ya no disimulaba su emoción dejando
derramar unas lágrimas reflejo de lo inmensamente feliz que la había hecho
sentirse.
- Esther… - casi hipó - ¡gra…gracias! ¡gra…!
- Chist… ¡boba! – exclamó permaneciendo abrazada a ella balanceándose de un
lado a otro, acunándola y compartiendo con ella la emoción que sentía.

Maca se refugió en su hombro escondiendo la cabeza en el hueco del cuello de la


enfermera sin intentar refrenar las lágrimas, sin dejar de pensar que jamás podría
agradecerle todo lo que estaba haciendo por ella, jamás podría compensar toda esa
felicidad, todo ese amor que le entregaba y sin saber, que ya lo había hecho.

Esther sonreía, abrazada a ella, con la vista clavada en el horizonte, le acariciaba con
delicadeza el pelo y la espalda, esperando que se calmase y comenzase a disfrutar de
verdad de todo aquello.

* * *
Minutos después, Esther permanecía sentada en la arena con las piernas entreabiertas
dejando espacio para que Maca se recostase en ella, abrazándola por detrás y
sosteniendo su cuerpo, ambas mirando al mar. Ni siquiera se habían detenido a meter
los bultos en el interior de la cabaña, la pediatra estaba impaciente por tumbarse en la
arena y disfrutar de todo aquello.

- ¿Estás ya más tranquila? – le preguntó inclinándose y besándola en la mejilla.


- Sí, perdona, no sé... no sé porqué me he puesto así.
- No te disculpes por emocionarte, aunque si llego a saber que te pones a llorar…
– le dijo en tono de broma, sonriendo al ver como Maca cogía puñados de arena
y los dejaba escapar entre los dedos una y otra vez, mirando al mar.
- Lo siento – repitió – vas a tener razón y en este tiempo me he convertido en una
llorona – suspiró resignada a aceptar que así había sido.
- En este tiempo has dejado de hacer demasiadas cosas de las que te gustan, pero
eso va a cambiar.
- ¿Sí?
- A partir de ahora, vamos a escaparnos a la playa cada vez que te apetezca.
- Suena maravillosamente – murmuró con mirada soñadora, girando y elevando
fugazmente el rostro hacia la enfermera que aprovechó para posar sus labios con
ternura en su frente, y la abrazó aún más fuerte.
- Suena como va a ser nuestra vida – aseguró - ¡maravillosa!

Maca no fue capaz de decir nada, pero su penetrante mirada le dijo todo a la enfermera.
La pediatra giró de nuevo la cara al mar y solo correspondió acariciando los antebrazos
de Esther, con suavidad, cadenciosamente, arriba y abajo. Ambas guardaron silencio
unos minutos más, disfrutando de aquella paz solo alterada por los sonidos del mar
batiendo contra la orilla, de los animales que a lo lejos se veían salir del bosque y
acercase al agua o de los graznidos de aquellas aves que Maca desconocía.

- Es la playa más salvaje del mundo – le dijo Esther agachándose junto a ella tras
unos minutos de silencio – y ¡ya verás!
- ¿El qué?
- Estamos en temporada de ballenas, ¡vas a alucinar! – le dijo con tanta ilusión
que Maca río contenta.
- Ya estoy alucinando – se volvió hacia ella - solo con estar aquí contigo, con que
me mires como lo haces, con que… - miró de nuevo al océano y sus ojos
reflejaron ese azul intenso y cegador – creí que jamás podría sentir esto, frente al
mar, contigo - la miró incapaz de expresar todo lo que sentía su corazón – esto
es…. es… como… es… ¡un sueño!
- No es un sueño, es tu deseo, me falta el caballo, pero espero que los elefantes y
los rinocerontes surferos, puedan compensarlo – sonrió mirando la cara con que
Maca la escuchaba entre embobada y atenta – además, tenía que ser algo
diferente, porque no es el último deseo que pienso hacer que se cumpla.
- Ah, ¿no? – preguntó divertida e interesada.
- Pues no, aún te queda mucho por ver y… por sentir – le dijo misteriosa – y no es
ningún sueño – sonrió – todo esto es real, yo soy real, tú eres real y… mi amor
por ti es real, ¡muy real!
- Esther….
- Maca – sonrió acercando su rostro a ella a punto de besarla pero evitándolo
conscientemente – si todo esto te parece un sueño, espera y verás esta noche –
volvió a sonreír guiñándole un ojo con tal aire de misterio que Maca se
estremeció de emoción, de nerviosismo y al mismo tiempo sintió una curiosidad
desmedida por saber a qué se refería.
- ¿Y eso?
- Esta noche… cumpliré mi promesa.
- ¿Cuál de ellas? – preguntó emocionada, incapaz de transmitirle lo mucho que la
amaba, lo feliz y plena que la hacía sentirse.
- Esta noche, lo sabrás.
- Esto es maravilloso, jamás habría imaginado algo así. Es… es….
- Yo tampoco.
- ¿Tú tampoco qué? ¿no dices que estuviste aquí una temporada?
- Sí, estuve, pero… no sé…. hoy parece que todo es más… hermoso – confesó
provocando que Maca volviese a girarse hacia ella, con gesto interrogador –
será… que estás tú – sonrió susurrándole al oído – y que te amo - Maca le
devolvió una sonrisa repleta de amor, intentando elevarse aún más para besarla
pero Esther la frenó posando su mano en la frente de la pediatra bajando con
suavidad por el óvalo de su rostro y repentinamente frunció el ceño – estás
sudando, hace demasiado calor para estar así vestidas, al sol. Vamos dentro.
- ¡No! – se negó con rotundidad – no tengo calor y quiero seguir aquí.
- No, Maca, debes tener cuidado con el sol, vamos a cambiarnos – le propuso –
cogemos ropa de baño y tú sombrero.
- Por favor, un poquito más.
- No puede ser.
- Pero si estoy bien, ¡muy bien!
- Sí, pero hace rato que hay un par de elefantes merodeando cerca y…
- ¡¿Qué?! – saltó de su regazo sentándose completamente momento que la
enfermera aprovechó para levantarse con agilidad y coger su silla.
- ¡Venga! date prisa – la espoleó – que si aligeramos podemos ir tras ellos.
- ¿Estás loca! no vamos a hacer eso y menos después de lo que me has contado

Esther se quedó plantada frente a ella tendiéndole las manos para ayudarla a subir a la
silla y soltando una sonora carcajada.

- Anda vamos a ponernos esa ropa de baño y ahora volvemos.


- ¿Es mentira lo de los elefantes? – preguntó mirando alternativamente a la
enfermera y hacia el bosque, comenzando a comprender que se había burlado de
ella.
- Pues claro que es mentira – admitió cuando ya estaba sentada en la silla – algo
tenía que inventar para que te quitaras de encima. Lo mejor es que nos
cambiemos y metamos todos esos bultos.
- Pero… ¿es verdad que has traído ropa de baño?
- ¡He traído de todo! – habló con suficiencia – espero que te esté bien porque ha
sido Germán el que ha ido a comprarla.
- ¿Germán?.. no puedo creer que Germán….
- Ya te dije que no era como tú decías, es un hombre estupendo – la interrumpió.
- Lo sé – murmuró – pero me saca de quicio, ¡no puedo con él! – torció la boca en
una mueca burlona, conocedora de que el médico era su punto débil y Esther
saltó sin poder evitarlo.
- Eres incorregible, Maca. El pobre ha estado buscando… - a medida que fue
hablando la cara que le iba poniéndola la pediatra le reveló que Maca acababa de
devolverle la broma y rió también – anda deja que te empuje y vamos a
cambiarnos, ¡ya verás que puestas de sol!

* * *

No tardaron ni veinte minutos en meter todo en la cabaña y cambiarse de ropa. Esther


no paraba de reír de ver la prisa que se daba Maca en hacerlo todo, en su afán por volver
a salir cuanto antes, hasta el punto de pretender dejarse atrás la mitad de las cosas que la
enfermera consideraba necesarias.

Finalmente, y perfectamente equipadas, volvieron a tumbarse sobre la arena. De nuevo


Esther abrazaba por detrás a la pediatra que se mostraba entusiasmada con todo lo que
veía. No podía imaginar una felicidad más completa y sus ojos eran reflejo de ello.
Continuamente se volvía hacia la enfermera, solo por el gusto de perderse en su mirada
y compartir aquellos instantes de calma. Se moría por besarla, pero temía que allí,
aunque todo parecía desierto, tampoco pudieran.

- ¿Estás a gusto? – le preguntó Esther al ver que llevaba un rato sin mover un solo
músculo.
- Hummmm – fue su respuesta.
- ¿Quieres agua?
- No – musitó.
- ¿Seguro! mira que no quiero que me des un susto como el primer día – le
recordó ofreciéndole la botella - ¿entonces no quieres? – insistió.

Maca negó con la cabeza, y Esther se inclinó ladeándole un poco el sombrero y la besó
en la mejilla, momento que la pediatra aprovechó para girar la cabeza de forma que sus
labios se rozaron levemente provocando en ambas una excitación especial. Se
mantuvieron unos instantes la mirada y Maca entreabrió la boca deseando ese beso. Sin
embargo, la enfermera sonrió y le señaló mar adentro.

- Es la hora – dijo.
- ¿Hora de qué?
- Tú mira al mar y espera.

La pediatra obedeció y al cabo de apenas dos minutos se sentó como movida por un
resorte, volviéndose hacia ella con los ojos como platos y una expresión entre
sorprendida y admirada.

- ¿Has visto eso?


- Ya te dije que era la hora – soltó una carcajada al ver su rostro emocionado –
pero… ¡no me mires a mí! ¡mira al mar! – rió dándole la vuelta y recostándola
sobre ella como estaban haciendo unos momentos antes.

Inmediatamente otra ballena efectuó uno de sus mejores saltos.

- ¡Mira! ¡Mira! – exclamó Maca señalando el punto en el que acaba de


desaparecer - ¡es impresionante! están cerquísima.
- Sí que lo están, pero no pasan de ahí, a veces, playa abajo, hay un… digamos
espectáculo, para los pocos turistas que llegan a estas playas, y que pagan por
montar en barcazas y adentrase un poco para sacar buenas fotos de los saltos.
- ¿Y es así todos los días?
- En esta época si, pero solo en esta época, de mediados de julio a mediados de
septiembre, luego no ves ni una.
- ¡Otra! ¡otra! – exclamó con ilusión – son… son… es… - se calló sin encontrar
una palabra lo suficientemente elocuente que mostrara lo que le hacía sentir ese
espectáculo natural.
- ¿A que impresiona?
- ¡Mucho! – exclamó de nuevo volviendo su rostro hacia ella y quitándose el
sombrero.
- Maca…. – la recriminó.
- ¿Podemos?
- ¿El qué? – le preguntó sorprendida.
- ¡Besarte! me muero por hacerlo desde que hemos llegado pero… no sé si.. aquí
tampoco…

Ester sonrió y asintió inclinándose hacia ella.

- Claro que podemos – susurró con sus ojos clavados en los labios de la pediatra
que se apresuro a atrapar los de la enfermera con los suyos y entregarse a un
tierno beso. Esther se separó con un suspiro contenido y Maca tras permanecer
mirándola embelesada volvió sus ojos al mar.
- Este paraíso es solo para nosotras – murmuró para sí, como si intentara
convencer de que así era.
- Solo y exclusivamente – ratificó la enfermera besándola en el hueco del cuello y
el hombro.
- Ummmm – gimió Maca.
- No hay absolutamente nadie – le dijo al oído dándole otro pequeño beso.
- Nooo – jadeó Maca sin poder casi contener la excitación que le estaba
provocando.
- Pero… ya habrá tiempo para esto, debemos decidir qué hacemos esta noche – le
dijo socarrona, encasquetándole el sombrero.
- Lo que tu tengas planeado… será perfecto – musitó aferrándose a ella y
arrebujándose en su pecho con un suspiro de satisfacción.
- Deberíamos coger el jeep para llegar a las instalaciones del parque – continuó
apartándose un poco de ella y hablando más alto – así es que en un rato iremos a
la cabaña, nos ducharemos y nos marcharemos.
- Pero… ¿ya? – preguntó mostrando las pocas ganas que tenía de levantarse de
allí.
- Bueno… si lo prefieres mientras tú te duchas yo iré a por la comida, o mejor
aún, ¡podemos cenar en la aldea! – exclamó mostrando ilusión con la idea sin
que Maca pudiera ver cómo le bailaban, traviesos, sus ojos, segura de que se
negaría, aunque quería ratificarlo y quizás a Maca le apeteciese conocer todo
aquello - hacen danzas para los turistas, Mathew quería que lo acompañásemos y
si te apetece… podemos cenar con él.
- ¿Qué? – preguntó desconcertada por aquel repentino cambio, no quería moverse
de allí y no quería ver a nadie y mucho menos cenar con Mathew, por muy
amable que hubiera sido llevándolas hasta allí.
- ¿Te pregunto si prefieres quedarte aquí o que cenemos en la aldea? – insistió
imprimiendo a su tono un deje de burla que Maca no captó.
- Prefiero quedarme aquí contigo, las dos solas – confesó con firmeza.
- ¿No te cae bien Mathew?
- No es eso... es que prefiero… que estemos solas…
- ¿No será que estás cansada?
- Algo cansada si que estoy… - reconoció.
- Tienes razón, mejor nos quedamos aquí, viendo las ballenas, descansando
tumbadas al sol y luego cenamos tranquilamente – le propuso recordando las
recomendaciones de Germán, y volviendo a abrazarse a ella, tenía tantas ganas
de compartir con ella todo aquello, de enseñarle tantas cosas que olvidaba que
aún no estaba del todo bien, que su anemia había sido tan fuerte que era
imposible que en tan poco tiempo estuviese en plenas condiciones y eso que le
sorprendía lo bien que se había recuperado y las fuerzas que parecía tener ya.
- Esther si tu prefieres ir a la aldea esa… pues vamos – comenzó a decir al verla
ensimismada creyendo que la había desilusionado su negativa a ir a la aldea –
que esté ahora un poco cansada no significa que esta noche…
- No, no – sonrió – hoy hemos tenido un día muy duro y la verdad es que yo
también prefiero estar aquí, sola contigo, si te lo dije era por ti, porque vieras
una danza, es espectacular.
- No lo dudo - dijo arrastrando ligeramente las palabras.
- ¿Estás bien?
- Si, muy bien…. solo que… - se volvió hacia ella - ¡gracias! ¡gracias por todo!
- ¡Tonta!
- Esther… jamás imaginé poder vivir algo así, y... contigo – le dijo emocionada
arrancando la enésima sonrisa de la enfermera.
- ¿Cuántas veces me lo vas a repetir? – le dijo burlona y satisfecha a un tiempo.
- Es que yo… sé que soy pesada pero… esto es maravilloso y…desearía pasar
aquí horas y horas - le confesó clavando sus profundos ojos en Esther con un
deseo desmedido de besarla, pero solo la tomó de la mano y miró, de nuevo, al
mar pensativa - ¡jamás había sido tan feliz!
- Chist, calla y disfruta – le susurró, sintiendo cómo su corazón se henchía – ¡yo
tampoco! – confesó en un susurro junto a su oído.

Maca levantó una mano buscando la mejilla de Esther, acariciándola con suavidad, la
enfermera se la tomó y entrelazó los dedos con ella, reposando después los brazos sobre
el vientre de Maca que permanecía recostada sobre ella, escuchando el oleaje, y
sintiendo que nada podía hacer todo aquello más perfecto. ¡Qué bien puesto tenía el
nombre! ¡el último edén de África! Como si le leyera el pensamiento la enfermera
comenzó a contarle con voz queda, melodiosa que contribuía a acunarla.

- ¿Sabes una cosa? Loango es uno de los parques nacionales más bonitos del
mundo. Se creó en el 2002, cuando se fusionaron dos reservas naturales, es una
pena que no puedas ver los hipopótamos surferos, como los llamó Nick Nichols,
porque es impresionante.
- ¿Quién es?
- Un dibujante del Nacional Geografhic muy amigo de Nancy.
- ¿Tú los has visto?
- Una vez y con mucha suerte, Nancy ha estado siete años aquí, creo que ya te he
dicho que se viene a la cabaña a escribir sus libros y en ese tiempo solo los ha
visto dos veces, y una de ellas… estaba yo.
- ¡Vaya suerte!
- Pues sí, no creo que nosotras los veamos – suspiró deseando que tuvieran esa
suerte pero era consciente de que no sería así.
- No necesito verlos – murmuró abrazándose más fuerte a ella – nada puede hacer
esto más especial que estar así contigo.

Esther respondió acariciándola con ternura, disfrutando de esos momentos de intimidad,


compartiendo aquella belleza salvaje y sintiendo que el inmenso amor que sentía por
ella casi la asfixiaba.

Maca se giró de nuevo, la miró con tanta intensidad que Esther sintió que se ahogaba en
aquellos ojos llenos de amor, se inclinó y rozó sus labios con delicadeza, retirándose
lentamente, anhelando adentrarse en su boca. Maca le acarició el muslo y sintió como
Esther se estremecía derritiéndose en sus manos, como ardía bajo su cuerpo. Una nueva
e intensa mirada que a cada segundo ganaba en penetración, diciéndose todo lo que
callaban sus labios, por miedo a perturbar aquella calma salvaje.

Maca sintió que corazón se desbocaba, era una sensación física, como si creciese de
forma desmedida intentando albergar todo lo que sentía por ella y fuese imposible.
Agradecía internamente la suerte de estar allí, agradeció a la vida el haberle permitido
reencontrarla, había sido algo tan inesperado, algo casi imposible, pero allí estaba junto
al gran amor de su vida. Miró al cielo, y no pudo evitar pensar que si había algo allí que
hacía posible toda esa belleza junta, por favor, le permitiese seguir disfrutando toda la
vida a su lado, y suspiró tan profundamente que Esther sonrió ampliamente y Maca se
perdió en aquella sonrisa. La enfermera se inclinó, y como si alguien pudiera
escucharlas, le susurró.

- ¡Te amo!

Maca respondió con tal mirada y tal sonrisa que la enfermera, sintió un profundo
escalofrío, una décima de segundo en la que estaba convencida de todas sus decisiones,
Maca era la persona con la que quería compartir el resto de su vida, con la que siempre
quiso hacerlo desde que la conoció, y daría cualquier cosa por ver siempre en ella esa
sonrisa.

- ¡Te amo! – repitió esperando ser correspondida pero Maca la acarició con
suavidad, esbozó una sonrisa traviesa, guardó silencio y dirigió su vista al mar -
¿Tienes hambre? – preguntó con un suspiro convencida de que no lo escucharía
de sus labios..

Maca negó con la cabeza y Esther se abrazó más fuerte a ella la pediatra hizo lo propio
rodeando los brazos de la enfermera con los suyos, en silencio, de vez en cuando Esther
besaba su cabeza o su mejilla, y Maca poco a poco, sintió que aquella calma salvaje, se
hacía dueña de su cuerpo, cerró los ojos escuchando las olas del mar golpeando en la
orilla, sintiendo el galopar del corazón de la enferma, acompasado al suyo, una
sensación de paz inmensa se apoderó de ella, su cuerpo descansaba a la par que su alma
como ya no recordaba que fuera posible descansar y, minutos después, Esther supo que
se había dormido. Sentía su respiración pausada y la lentitud de sus latidos, todo lo
contrario que su corazón que latía con violencia, sentía cómo el calor, que iba
apoderándose de ella desde lo más profundo, se instalaba en todos los poros de su
cuerpo y sus mejillas se tornaran rosáceas, permanecería toda su vida abrazada a ella,
dándole su calor y velando sus sueños, sintiéndose inmensamente feliz.

Cuando Maca abrió los ojos no sabía donde estaba, los brazos de Esther ya no la
sostenían y se extrañó de estar completamente tumbada, extendió la mano, somnolienta
y ligeramente desorientada, más allá de los límites de la toalla y tocó la arena, el suave
sol de la caída de la tarde la mantenía caliente, sorprendida de que la hubiese dejado
sola, se incorporó acodándose para otear mejor, y ver dónde se encontraba la enfermera.

Esther estaba en la orilla jugueteando con el agua, de espaldas a ella. Maca permaneció
observándola, la playa se mantenía desierta, y experimentó que una sensación agradable
de euforia crecía en su interior. Sentada frente al mar, sola, sonriendo ante aquella
visión maravillosa de la naturaleza en la que Esther era el complemento perfecto. Unos
graznidos la hicieron levantar sus ojos al cielo, era increíble la cantidad de aves que
desconocía, solo de vez en cuando le parecía distinguir una gaviota. Y volvió a
depositarlos en Esther, suspiró aún atontada por el sueño. ¿Cuánto tiempo la habría
dejado dormir?

La enfermera se giró en ese momento, un sexto sentido la hizo sentirse observada y sus
miradas se encontraron. Esther, levantó la mano a modo de lejano saludo y avanzó poco
a poco hacia el lugar en el que Maca permanecía recostada, sonriendo. La pediatra sintió
que era la mujer más bella que jamás había visto. El sol a su espalda dibujaba las
perfectas líneas de su cuerpo, un cuerpo que estaba deseando volver a abrazar y a
acariciar y movida por ese deseo levantó su mano y con el dedo índice le hizo a Esther
una señal para que acudiera junto a ella. La enfermera continuó su lenta Maca, pero se
detuvo a unos metros de ella y se giró mirando al mar, se sentó, con las piernas cruzadas
y miró hacia atrás, con una expresión insinuante y picarona que encendió aún más el
deseo en Maca.

Esther, con parsimonia, cogió los bordes de su camiseta blanca, esa que tanto le gustaba
a Maca y que le llegaba justo hasta el borde del ombligo y lentamente, se la quitó,
lanzándola a la arena. Después se levantó y se encaminó de nuevo hacia la orilla no sin
antes dirigirle una furtiva mirada. Y dibujar un beso con sus labios. Maca se incorporó
completamente en la toalla, Esther la había cubierto, con otra sobre las piernas y se la
quitó, haciendo lo propio con el sombrero, excitada con el juego de insinuaciones, ¡daría
lo que fuera por poder levantarse de allí y correr tras ella! ¡daría lo que fuera por poder
meterse en el agua! Suspiró, conformándose con observarla, con contemplar su belleza,
esa belleza que esperaba poder estrechar entre sus brazos cuando decidiera dejar de
torturarla, con aquel juego que ella no podía seguir, del que solo podía ser mera
espectadora, pero que la encendía mucho más que si tuviera capacidad de tomar parte
activa.

Esther se contoneaba en su recorrido hasta la orilla y no dudó en meterse en el agua,


provocando que el deseo de seguirla creciese aún más en la pediatra. Sabía muy bien lo
que estaba haciendo, incitándola. El baño apenas duró un par de minutos que a Maca se
le hicieron eternos, deseando que saliera y acudiera a su lado, deseando besarla,
deseando amarla. Pero Esther salió del agua con la misma lentitud con que entrara,
regodeándose en el baño, en el disfrute de las olas sobre su cuerpo y siempre, mirando
hacia la pediatra, insinuante, sin dejar de clavar los ojos en ella, mostrándole que no le
interesaba nada más de todo lo que la rodeaba, solo ella, solo Maca.

Poco a poco, atravesó los metros que las separaban, Maca veía resbalar las gotas de
agua por su cuerpo, adivinaba sus pezones erectos bajo el bikini, originando una mirada
deseosa en la pediatra que la divertía. Maca, sintió un nerviosismo especial, aquella
sonrisa la tenía embelesada y excitada a un tiempo, tanto que sin poderlo evitar su
cuerpo comenzó a temblar levemente, por el deseo contenido. Y, al fin, llegó junto a
ella.

- ¿Ya has despertado? – le preguntó melosa.


- Sí.
- No deberías quitarte el sombrero, ni descubrirte.
- Tengo calor – la miró fijamente a los ojos y se mordió el labio inferior - ¡mucho
calor! – respondió insinuante.
- Y… ¿por qué tiemblas? – le preguntó burlona leyendo el deseo en sus ojos, pero
dispuesta a no satisfacérselo, de momento. Su plan era otro. Maca se encogió de
hombros y dibujó una sonrisa entre tímida y culpable.
- No lo sé… - casi jadeó y Esther soltó una carcajada lanzándole gotitas que aún
permanecían prendidas de sus manos y sacudiendo su cabello sobre ella,
juguetona - ¡Esther!
- ¿No decías que tenías calor?
- Si,… ¡mucho!
- Pues…. vamos al agua, Maca, ¡está buenísima! – le propuso tendiéndole la
mano.

Maca se la quedó mirando sorprendida, daría cualquier cosa por poder aferrarse a esa
mano y levantarse de allí, cruzar aquellos metros eternos y mojarse los pies en el mar
pero no podía. Esther leyó una sombra de impotencia y decepción que enturbió su
mirada un instante, y sonrió maliciosa, conocedora de lo mucho que debía estar
deseándolo y de que no se atrevía a hacerlo.

- Venga, ¡vamos!
- No... yo no voy – se negó.
- ¿Por qué no?
- No me apetece – le dijo y Esther adivinó un velo de tristeza en sus ojos.
- ¿Seguro que no? – insistió.
- Seguro – le sonrió afable – báñate tú, yo te espero aquí.
- Como quieras, pero…antes… te voy a sentar en la silla.
- No hace falta, puedo sola.
- Pero yo quiero hacerlo – le sonrió cogiendo la silla y abriéndola.
- Prefiero seguir sentada en al arena.
- Se está haciendo tarde, tengo que ir a por la cena y, si no quieres bañarte, me
doy yo un baño rápido y cuando salga, vemos la puesta de sol y nos vamos a la
cabaña.
- Bueno pero… mientras… ¡puedo seguir en la arena! ¿no?
- No, no puedes – le dijo con una sonrisa ante la perplejidad de la pediatra.
- Pero… - intentó protestar frunciendo ligeramente el ceño.
- Sin rechistar, que luego salgo mojada y te voy a poner chorreando además, te
vas a escurrir al agarrarte a mí.
- Vale – aceptó sin protestar más

La enfermera la ayudó a sentarse en la silla y, cuando ya estaba lista y Maca esperaba


verla alejarse camino de su baño, se situó tras ella.

- Vamos a la orilla – dijo con firmeza empujándola.


- ¡Esther! , que te conozco y…
- ¿Y qué?
- Que no quiero meterme en el agua.
- Sí que quieres, yo también te conozco y si había algo que te gustaba más que
nada en este mundo era bañarte al atardecer, ¡mira que puesta de sol!
- Esther – intentó protestar sin fuerza, la conocía demasiado bien, era cierto que le
gustaba pero ya nada era igual.
- Vamos, mi amor - le susurró al oído emprendiendo una carrera hasta la orilla
facilitada por la dureza de aquella finísima arena – verás como aunque no
puedas sentir la arena escapar bajo tus pies, aunque no puedas sentir las olas
golpear tus piernas, ¡te va a encantar!
- Esther que estamos solas y… puede ser peligroso yo…. ¿cómo voy a salir
luego? – preguntó mostrando sus temores.
- Te prometo que no nos vamos a adentrar solo un baño en la orilla – le dijo con
unos ojos tan brillantes y bailones que Maca no supo negarse – esa arenita
escapando en tus manos, esa agua que está buenísima y…. mis fuertes brazos
rodeándote – le susurró inclinada junto a su oído, besándola en la base del cuello
– ¿no te provoca?
- Ummmm – gimió cerrando los ojos y mordiéndose el labio inferior - ¡Eres…! –
la miró incapaz de continuar.
- ¿Qué?
- ¡Estás loca!
- Si – soltó una sonora carcajada, arrastrándola hasta el agua.

Maca se aferró a ella con tanta fuerza que le hacía daño y casi no la dejaba respirar.

- Cariño, no tengas miedo – le dijo con dulzura – no te voy a soltar y no voy a


dejar que te pase nada.
- No puedo evitarlo - respondió con una tímida sonrisa aflojando sus manos sobre
el cuello de Esther.
- Así, muy bien – le insistió sujetándola por la cintura – ¿ves! ya estamos en el
agua y tranquila que aquí no hay escalón podemos quedarnos donde no cubra –
le dijo separándose de ella unos centímetros.
- ¡Esther! – gritó asustada temiendo que la dejara allí desprendiendo sus manos.
- Tranquila mi amor, te he prometido que no te suelto, y no lo voy a hacer, pero tú
si vas a soltarme.
- ¡No!
- Claro que sí – le sonrió tiernamente y poniendo un gesto de complicidad
continuó – ¡eres la mejor nadadora que he visto en mi vida! ¿recuerdas cuando
me llevaste a Cádiz! ¿quién tiene un premio por cruzar la bahía a nado! ¿quién
me contó el otro día que sigues nadando en la piscina?
- Eso era antes, ahora me faltan fuerzas, ya no tengo dieciocho años, ni una
piscina es el mar….
- Tampoco montabas en moto y hoy lo has hecho, tampoco operabas y hoy
también lo has hecho y, por cierto, ¡muy bien las dos cosas! – exclamó
mostrando lo orgullosa que se sentía de ella, enarcando las cejas en un gesto que
la animaba a hacerlo.
- Pero… - intentó protestar sin éxito porque aquella mirada animosa, orgullosa y
anhelante se lo impidió.
- No voy a soltarte mi amor - insistió - solo quiero que extiendas los brazos, te
relajes, respires como tú sabes y disfrutes del mar, yo estoy aquí, sosteniéndote.
- Pero no me sueltes – le pidió con un deje entre angustiado y temeroso, dispuesta
a hacer lo que le pedía.
- ¡Te lo juro! – sonrió abiertamente.

Maca cerró los ojos, Esther pasó sus manos bajo su cuerpo, y elevó sus piernas
dejándola en posición horizontal sobre las olas, la pediatra sentía las manos de Esther
bajo su espalda, controlando que la corriente del mar no la arrastrase y, segura, extendió
los brazos en forma de cruz, y esbozó una leve sonrisa al notarse mecida por las olas,
adoraba esa sensación de pequeñez y libertad.

- ¿Qué tal? – preguntó la enfermera.

Maca abrió los ojos, y la miró, Esther se zambulló en aquella mirada de derrochaba
amor, en aquella mirada profunda y agradecida y no necesitó respuesta alguna, Maca
estaba disfrutando como ella había esperado que lo hiciera.

- Suéltame – le pidió de pronto con convencimiento.


- ¿Segura?
- Sí.
- No tienes que demostrarme nada ni forzarte a nada que no…
- Quiero hacerlo – afirmó - quiero probar.
- Bien – le sonrió mostrándole su apoyo – pues vamos allá.

Esther quitó las manos bajo su cuerpo y Maca permaneció flotando en el agua, sola,
durante unos instantes. Se sintió inmensamente feliz, repleta de sensaciones que la
hacían estar anonadada. Jamás pesó que volvería a sentir la frialdad del mar en su
cuerpo, la sensación de la sal sobre su piel, ni el abrazo de las olas, que la acunaban
como cuando era pequeña y su padre la enseñaba a nadar, “no tengas miedo, colibrí,
extiende tus alas, siente el poder de las olas, déjate llevar por ellas y dominarás el mar, y
si dominas el mar serás capaz de dominar el mundo”. Esther la observaba
completamente absorta, disfrutando de su belleza, de su gesto emocionado y relajado,
de compartir con ella aquellos momentos…

- Ya – dijo mirando a la enfermera que le sonrió y sin mediar palabra, volvió a


colocar sus manos en la espalda de Maca y a ayudarla a recuperar la verticalidad
- ¡gracias! – exclamó abrazándose a ella.

Esther le susurró al oído, un “nadas mucho mejor que antes” y Maca experimentó un
escalofrío que le recorría todo el cuerpo y que contrastaba con el calor que le transmitía
el roce con la piel de Esther. La enfermera había situado sus brazos bajo los muslos de
la pediatra y la izó sin esfuerzo, de tal manera que su cabeza quedaba a la altura del
pecho de Maca que abrió los brazos y respiró hondo, echando la cabeza hacia atrás y
cerrando los ojos.

- ¡Soy feliz! – gritó al viento y Esther soltó una carcajada.


- ¿Y qué más? – le preguntó esperando que le dijera “y te amo”.

Pero Maca, abrió los ojos, bajó la vista hacia ella y solo la tomó de la barbilla y elevó su
rostro hasta encontrar sus ojos.

- ¿Te parece poco! porque a mí me parece pedir demasiado.


- No - suspiró bajándola a su altura – yo también lo soy, ¡muy feliz!

Abrazadas permanecieron unos segundos mirándose, ambas con una sonrisa bobalicona
que nadie podía ver, Maca comenzó a sentir cómo la excitación de momentos antes
volvía con toda su fuerza y aferrada a su cuello la miró a los ojos y, sin más,
sincronizadas en sentimientos y deseos, se fundieron en un apasionado beso.

- Vamos a la cabaña – le pidió Maca.


- ¿Tienes frío? - le preguntó al verle la piel erizada.
- Todo lo contrario – sonrió.
- ¿Y la puesta de sol? ¿y la cena? – preguntó con ojos bailones y socarronería.
- Es temprano para cenar – dijo con un susurro insinuante como solo ella sabía
hacer, soltándose de su cuello con una mano y deslizándola entre ambas rozando
suavemente su pecho, su abdomen y perdiéndose en el interior del bikini de la
enfermera – y… el sol…. tendrá que…. esperarnos - bromeó.
- Maca... – jadeó, intentando sostenerle a duras penas la mirada, manteniéndola
sujeta con las piernas flexionadas, por ambos muslos.
- ¿Qué? – volvió a susurrar, insinuante.
- Para – le pidió – ¡para!... que... no voy a poder sujetarte – la avisó frenando el
impulso de soltarla y corresponder a sus besos y sus caricias.
- Me has enseñado a nadar – la besó de nuevo mientras su mano continuaba con
las caricias y la enfermera se separaba ligeramente para buscar su oreja y luego
el hueco de su hombro, mientras lanzaba un profundo gemido, comenzando a
ceder ante sus manos sin voluntad para oponerse a ellas.
- Sí,…. vamos... a la cabaña – cedió al fin, ya con apremio, notando como la
punzada del deseo había crecido tanto, que no iba a poder controlarse ante
aquellas manos que ya estaban buscando apagar su fuego - ¡Maca!. ¡Maca!
espera… vamos a la cabaña que… aquí….
- Creo que ya no – le dijo al oído adentrándose en ella – tendrá que ser aquí.

Se abrazaron fuertemente, clavaron sus ojos una en la otra y comprendieron que


ninguna quería salir del agua, Esther sujetó a Maca con una sola mano, con firmeza y
recorrió lentamente su piel con pequeños besos, llena de deseo, muriendo por llegar a
sus labios, muriendo por que Maca devolviese uno a uno aquellos besos, que pronto
rompieron las monotonía de las olas, un ruido de besos cada vez más ensordecedor,
cada vez más furiosos, los ojos cerrados, el mar abrazándolas y meciéndolas en una
cadencia lenta y suave que, llegado el momento que anhelaban, no pudieron evitar
romper con furia inusitada, hasta que en una explosión sin igual las sumergió en la paz
de la pasión que inundó sus almas.
Permanecieron abrazadas, balanceadas por las olas del mar, regalándose suaves besos,
tan dulces que ni la sal del mar los apagaba. Maca abrió los ojos y supo que no era un
sueño, Esther estaba allí, sosteniéndola, dándole las fuerzas para saltar todas las
barreras, estaba allí, a su lado, para que pudiera seguir amándola. A lo lejos una ballena
les regalaba la mejor de sus cabriolas, más allá, en la orilla un pequeño grupo de
elefantes se había acercado a darse el último baño del día, y varios hipopótamos salían
del agua, sin embargo, no fueron capaces de ver a ninguno de ellos. Aquel paraíso fue
testigo de la unión de sus cuerpos, de la sincronización perfecta de sus almas y de cómo
su amor, oscurecía todo lo que las rodeaba, existiendo ellas, solo ellas.

Minutos después, el sol perdía la batalla ante el fulgor de aquel amor resplandeciente y,
vencido, se escondía tras el horizonte, viéndolas frente a él fundidas en un abrazo
eterno, desafiantes, sintiendo ambas que nada ni nadie podría con el amor que sentían.

* * *

Después de que se ocultase el sol completamente tras del horizonte, permanecieron


abrazadas un minuto más, disfrutando de aquel ocaso espectacular y sintiendo que sus
corazones vibraban con euforia. Esther sacó a Maca del agua y la llevó hasta la toalla,
mientras se secaban permanecieron juntas y abrazadas, bebiendo una cerveza de plátano
fría que la enfermera había llevado en una pequeña nevera. Maca no daba crédito a que
estuviera pendiente de todo, hasta le había llevado las suyas sin alcohol.

- Es un final perfecto para un magnífico día – suspiró Maca mirándola con


intensidad chocando su cerveza con la de Esther.
- Sí, lo es, pero… ¿quién te ha dicho que es el final? – preguntó haciéndose la
interesante.

Maca no respondió, sus ojos lo hicieron por ella, bailando emocionados para clavarse en
los de ella con inmensa gratitud, suspiró feliz, reclinó su cabeza en el hombro de Esther
y perdió su vista en el mar. La enfermera pasó el brazo por los hombros de Maca y la
estrechó con fuerza, besándole el pelo y susurrándole un dulce “¡te amo!”, Maca
correspondió acariciándole con la misma dulzura la pierna, arriba y abajo, con la yema
de los dedos, pero como siempre, guardo silencio y continuó con la vista perdida en el
fondo del océano.

Minutos después, regresaron a la cabaña, con la intención de ducharse y coger el jeep


para trasladarse a la posada Loango, donde Esther le había dicho que comprarían la
cena.

La enfermera parecía entusiasmada con volver a ver a Sandro, un alemán de Berlín que
llevaba viviendo más de doce allí, y que era el gerente de la posada. Maca la escuchaba
con atención, pero secretamente era reacia a marcharse de la cabaña. No le apetecía en
absoluto que la enfermera, conociéndola, se enfrascase en una de sus conversaciones
eternas y terminasen por quedarse cenando en esa posada. ¡Estaba deseando sentarse en
el porche, con una buena cena, solas pero no se había atrevido a negarse a ir con ella, ni
a decirle que no sentía ningún interés en conocer al tal Sandro.

Mientras Esther continuaba en el baño, Maca permaneció en el porche y, tras meditarlo,


se había decidido a confesarle la verdad y pedirle, cuando saliera de la ducha, que se
marchase sin ella. Y no es que la idea de permanecer allí sola, rodeada de aquel bosque
tropical, escuchando rugidos de los animales que desconocía, la sedujese, todo lo
contrario, le daba un poco de aprensión, pero ésta se borraba cada vez que se asomaba al
porche y veía el mar frente a ella.

Esther salió de la ducha, asomó la cabeza por la ventana con una sonrisa al verla tan
ensimismada, con la vista perdida en el horizonte y una expresión de felicidad.

- Ya he terminado, puedes entrar cuando quieras.


- Esto…. eh… ¡princesa!…. – la llamó entrando en la cabaña tras ella con toda la
rapidez que pudo.
- Dime – la miró ladeando la cabeza extrañada de su aparente turbación.
- ¿Te… te importa si… no te acompaño? – le preguntó observando como
comenzaba a vestirse a toda prisa. La enfermera se detuvo y se giró hacia ella
observándola de nuevo, ahora con cierta preocupación.
- Eh… no… claro que no, pero…. ¿por qué? – la miró frunciendo el ceño
sintiendo un pellizco en el estómago - ¿estás bien?
- Si, muy bien – sonrió tranquilizándola - ¡más que bien! – exclamó comenzando
a buscar en su bolsa lo necesario para la ducha – es solo que… quiero ducharme
tranquilamente, sin prisa.
- Claro… - consintió sin mucho convencimiento, extrañada de que quisiese
quedarse allí sola, sabía lo poco que le gustaba la soledad y aquel paraje
desconocido para ella, no invitaba precisamente a ello.
- ¡Gracias! – exclamó, viendo con sorpresa que interrumpía su arreglo para sacar
un juego de sábanas de uno de los bultos que habían llevado y lo colocaba
encima de la cama.

Esther dudó un instante, pero terminó de arreglarse en silencio, sin dejar de darle vueltas
a esa negativa y cuando ya se disponía a marcharse se volvió hacia ella.

- ¿Seguro que no quieres acompañarme? Aún es temprano, puedes ducharte


tranquilamente y mientras yo voy poniendo las sábanas a la cama y fregando
algunos platos …
- No, ve tú… si no te importa… - repitió temiendo que no fuera así, porque
aquella insistencia solo podía significar dos cosas o Ester no se fiaba de dejarla
sola o quería a toda costa que fuera con ella porque tenía algún plan que le
estaba chafando al negarse y lo último que deseaba era estropearle sus planes.
- Pero… ¿por qué? ¿estás muy cansada?
- No te preocupes tanto por mí – le sonrió – estoy algo cansada pero no es por eso,
ya te he dicho que estoy bien… solo que… así, mientras tú te vas, yo me ducho
más tranquila. No tengo ganas de correr – le reconoció con un suspiró – y… yo
puedo poner esas sábanas… - se ofreció contenta.
- Pero… no sé si podrás sola… - reveló su temor – esta ducha… es muy pequeña
y…
- Ya he visto como es esta ducha y no te preocupes que me apaño con una de esas
sillas de plástico que hay allí – le señaló al fondo de la cabaña.
- Pero…. – intentó protestar de nuevo buscando razones que la hieran
acompañarla.
- Hoy he montado en moto, he estado más de tres horas en quirófano y he nadado
en el mar, una ducha no va a poder conmigo, ya me apañaré – la cortó con
decisión y una enorme sonrisa.

Esther asintió devolviéndosela, satisfecha de verla tan animada, le gustaba comprobar


como Maca cada vez parecía más decidida y segura de sus posibilidades, pero a un
mismo tiempo sentía la necesidad de protegerla, de evitarle cualquier daño o peligro y
dejarla allí sola, tenía que reconocerle que no le hacía ninguna gracia.

- Voy a tardar un rato y… quizás sea mejor que me acompañes, ¿qué vas a hacer
aquí sola? – le preguntó mostrando ya abiertamente su preocupación - mientras
esperamos la cena podemos saludar a Sandro y tomar algo fresquito en la terraza
de la posada, da al lago Iguelá y las vistas son impresionantes, ¿de verdad no te
apetece? – insistió con tal expresión de angustia que Maca tuvo la impresión de
que se le saltaban las lágrimas.
- Prefiero esperarte aquí, de verdad, pero si te vas a poner así, me ducho en un
momento y me voy contigo – le sonrió – ¿qué tienes ya planeado?
- ¡Nada! si… no es por eso…. yo es por ti…. – musitó mirando hacia abajo –
volveré cuando ya sea de noche y….
- Pues si es por mí, no te preocupes, estaré en el porche, mirando al mar,
escuchándolo, ¡me encanta la brisa del anochecer! – le confesó con una mirada
suplicante, hacía tanto tiempo que no estaba frente a él y lo había echado tanto
de menos que deseaba seguir allí disfrutando de todo lo que le hacía sentir –
estaré bien.

Esther se acercó a ella y la besó en los labios con una mirada de ligera tristeza y
preocupación. Le hizo una carantoña comprensiva, sabía lo mucho que disfrutaba del
mar y también sabía que en esa ocasión debía ceder.

- Es que… no sé si es buena idea que te quedes aquí sola…- insistió cuando ya


estaba en la puerta, en un último intento de convencerla.
- Anda… ¡vete ya! ¡qué estoy muerta de hambre!
- ¿Tienes hambre? – le sonrió traviesa y resignada a dejarla allí.
- ¡Mucha!
- ¿Mucha! ¿mucha? – le preguntó acercándose, de nuevo, insinuante.
- ¡Muchísima!
- Y… ¿qué te apetece?
- ¡Sorpréndeme! – le pidió melosa.

Esther llegó hasta ella, Maca elevó el rostro esperando que se acercase a besarla pero no
lo hizo, sonrió, recorrió sus labios con el dedo índice, mirándola pensativa y,
finalmente, se inclinó un poco, al tiempo que le susurró un “no tardo”, Maca lanzó un
profundo suspiro e hizo ademán de morder el dedo de la enfermera que lo retiró con
agilidad, lanzando una carcajada.

- ¡Te estaré esperando! – le gritó cuando ya estaba fuera de la cabaña.


- Si te vas a salir al porche ¡ponte el repelente! – fue su respuesta.
Maca soltó una carcajada, era incorregible todo el día detrás de ella, cuando ya no hacía
falta que lo hiciera, se había acostumbrado a todo aquello y conocía las precauciones
que debía adoptar.

Escuchó como arrancaba el jeep y como el ruido del motor se iba perdiendo en la
distancia. Salió al porche y permaneció unos minutos contemplando el mar, sintiendo la
paz que le transmitía, reconciliándose con esas sensaciones de las que se había obligado
a privarse durante tanto tiempo que creyó que sentiría como extrañas, pero no era así,
muy al contrario, experimentaba la calidez de la familiaridad, a pesar de estar en un
lugar completamente ajeno a ella.

Sola, ¡estaba sola! como hacía años que no se permitía estar. Disfrutó sin miedo de esa
sensación hasta que un rugido más cercano de lo normal, la sobresaltó y entró en la
cabaña con rapidez, ¡se le había hecho tarde e iba a dar lugar a que Esther volviese y
ella estuviese aún sin duchar! Cogió sus cosas y se metió en el baño canturreando,
sintiéndose feliz y deseando que la enfermera volviera cuanto antes y la sorprendiera
con cosas con nunca había probado, estaba segura de que le gustarían.

Más de media hora después salía de la ducha, Esther aún no había regresado, y hacía
más de una hora que se había marchado, una ligera preocupación anidó en su corazón
pero la desechó con rapidez, ya le había avisado de que tardaría.

Cambió con dificultad las sábanas de la cama y fregó algunos platos y vasos, quería
demostrarle a Esther que podía dejarla sola sin problemas. Cuando terminó salió al
porche, ya era casi noche cerrada pero la luna llena iluminaba el mar, la visión de la
luna reflejada en él le pareció maravillosa, se apresuró a extender una mosquitera que lo
rodeaba, dispuesta a esperarla allí fuera, imbuyéndose de la noche.

Un cuarto de hora después miró el reloj ya con cierta impaciencia, “tarda demasiado”,
murmuró sin saber si eso sería normal o no, lo cierto es que desconocía a qué distancia
estaba la aldea y recordó que le dijo que todo estaba al otro lado del lago y que había
que ir en barca, quizás eso es lo que ocurría, que no solo debía atravesar el parque por
esos caminos de tierra si no que luego tendría que esperar a cruzar el lago. Cierto
nerviosismo se fue apoderando de ella, en el fondo había esperado verla de regreso al
salir de la ducha, pero estaba claro que no se había equivocado cuando sospechó que se
entretendría saludando a sus conocidos.

Se acomodó junto a una pequeña mesita y recostó la cabeza en la puerta de la cabaña,


con la vista perdida en el océano, hacía bochorno, mucho más que en Jinja, pero de vez
en cuando una ráfaga de brisa fresca procedente del mar la hacía estremecerse, le
encantaba esa sensación, ¡cuánto la había echado de menos! Aunque quizás debía entrar
a buscar algo de abrigo porque tenía la impresión de que podía llegar a coger frío y no
tenía gana alguna de volver a las andadas. Cuando se disponía a hacerlo sintió que algo
recorría bajo su nariz y dio un respingo pensando que cualquier insecto se había posado
en ella.

- Mierda – exclamó mirándose la mano, de nuevo le sangraba la nariz.

Buscó un pañuelo en sus bolsillos y entró en la cabaña. Tenía que cortar la hemorragia
antes de que llegase Esther porque cualquiera la convencía de que se encontraba bien y
que quería disfrutar con ella de todo lo que le tuviese preparado. Sin embargo, el
sangrar de nuevo le produjo un ligero desasosiego, quizás Germán tenía razón y debía ir
a Kampala a hacerse algunas pruebas, aunque por otra parte estaba segura de que se
debía al sol de la tarde, no debía haberse quedado dormida en la playa, por mucho que
Esther la hubiese cubierto y por mucho que fuesen ya las últimas horas del día. Tardó
unos minutos en conseguirlo pero, finalmente, dejó de sangrar.

La demora de la enfermera comenzó a preocuparla de verdad y su mente inició una


vertiginosa carrera hacia el pánico de encontrase sola. Intentó tranquilizarse y salir al
porche, mirar al mar como antes y decirse que todo estaba bien, que Esther regresaría en
unos minutos y que disfrutarían de una magnifica cena, juntas y solas, sin miedo a que
nadie las sorprendiera. Sonrió pensando en ello, pero rápidamente su mente voló al
hecho que la aterraba “¿y si no regresa?”, se dijo, “¿y si le ha pasado algo por el
camino?”, “tenía que haber ido con ella, tenía razón ha sido una estupidez quedarme
aquí”, se repetía cada vez más nerviosa, entró y buscó la botella de agua, necesitaba
beber un poco y calmarse.

Salió de nuevo, cada vez más alterada, “cálmate, es normal que tarde”, “¿pero cómo va
a ser normal que esté tanto tiempo fuera?”, “tendría que avisar a alguien”, se dijo
bebiendo un sorbo y respirando hondo, cerró los ojos sintiendo que comenzaba a sudar
y un leve mareo se apoderaba de ella. “Recuerda lo que te dice, Vero”, “vamos, respira
hondo y no te pongas nerviosa”. Volvió a respirar profundamente, “calma, calma,
escucha el mar el mar”, se repetía “¿y ese sonido que llega de lejos, qué es?, ¿una
motosierra? no puede ser, no puede ser, ¿qué es?”, se alteró de nuevo, “no parece un
jeep, además no avanza, ¿qué coño es?”.

A su mente acudieron las imágenes de aquellas películas de terror que tanto le gustaban
y que Esther odiaba y se arrepintió de haber visto todas y cada una de ellas. El pánico se
estaba apoderando de su cuerpo y su mente luchaba por dominarlo. “Maca por dios, que
tienes casi cuarenta años y pareces una adolescente asustadiza”, piensa en Nancy, es su
cabaña, pasa aquí meses escribiendo y estudiando, ¿crees que lo haría si no fuera
seguro? “Estás segura, nadie va a venir a hacerte daño”, se repetía con los ojos cerrados.
Pero aquel sonido cada vez estaba más cerca y ella más asustada. Cerró los ojos con
fuerza, “te lo estás imaginando”, “no hay nada, solo el mar, ¡escúchalo!”. “No, no, viene
a por ti, está aquí ¡si! está aquí”, oyó aterrada como llegaba hasta ella, las manos le
temblaban y el sudor frío se había extendido por todo su cuerpo. “Te lo estás
imaginando, abre los ojos, abre los ojos, te has quedado dormida y estás soñando, abre
los ojos”.

Hasta que abrió los ojos y el sonido cesó, con alivio comprobó que la enfermera
acababa de llegar. Maca comprendió que era el motor del jeep lo que había confundido
en la distancia con aquella temida motosierra, era increíble lo que había hecho con ella
esos años de amenazas y anónimos, ella, que siempre había disfrutado de la soledad y
ahora a las primeras de cambio y en aquel paraje que invitaba a hacerlo aún más, no
había sido capaz de aguantar ni un par de horas sin que saltaran sus alarmas interiores,
que siempre la mantenían en alerta.

- ¡Ya estoy aquí! – gritó desde el jeep, descendiendo alegre y subiendo los
escalones con un par de bolsas de papel en los brazos.
- ¡Hola! – exclamó con tanta alegría que Esther soltó una carcajada.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó la enfermera soltando los paquetes en el suelo al ver
la cara que tenía
- Nada - sonrió.
- ¿Nada? – preguntó incrédula acercándose a ella - estás muy pálida, ¿qué te pasa?
- ¡Qué te he echado mucho de menos! – suspiró sin borrar la sonrisa de alivio de
su rostro.
- ¿He tardado? – preguntó mirado su reloj.
- Una eternidad – exclamó tirando de ella y sentándola en sus rodillas.
- ¡Vaya! – abrió los ojos desmesuradamente al ver la hora y dejándose caer en sus
rodillas - lo siento… se… es más tarde de lo que creía.
- Ven – susurró abrazándola.
- Maca… - se separó sorprendida - ¡qué solo ha sido un par de horas! ¿se puede
saber qué te pasa?
- Nada, ¡qué me alegro mucho de verte!
- Ya te dije que te vinieras – respondió socarrona con ojos bailones
comprendiendo lo que le había ocurrido - ¿Ha pasado miedo mi niña aquí solita?
- Un poquito – reconoció torciendo la boca en una mueca de circunstancias.
- ¿Solo un poquito?
- Sí – bajó los ojos simulando un puchero. Luego los levantó hacia ella, tan
risueños y con una cara tan picara y tan llena de deseo, que Esther no pudo
evitar besarla apasionadamente.
- ¡Ya extrañaba tus labios! – confesó manteniendo la cara de Maca entre sus
manos y mirándolos fijamente.
- ¿Sí? – suspiró, demostrando que le había ocurrido lo mismo y atrayéndola para
ser ahora ella la que se perdiera en su boca.
- ¡Sí! – sonrió con la mirada cuando se separaron y la desvió un instante fijándola
en la mano de la pediatra que descansaba, ahora entre las suyas - ¿quieres que te
confiese una cosa?
- ¿El qué? – la miró con curiosidad.
- Yo también he pasado miedo por el camino – la miró fijamente apretando los
labios y ladeando la cabeza – por eso quería que me acompañaras, desde…
bueno… ya sabes… - suspiró – desde entonces no me atrevo a ir sola de noche y
menos en un jeep descubierto como este.
- Pero… ¿por qué no me lo dices? – le preguntó acariciándole la mejilla.
- Te lo dije – miró hacia abajo ligeramente avergonzada – pero… preferías
quedarte.
- Tenías que habérmelo dicho abiertamente.
- ¡Claro! ¡en eso estaba pensando yo! – sonrió clavando sus ojos en ella – tú
intentando superar tus miedos, decidida a quedarte aquí sola, ¡con el miedo que
te daba la oscuridad y la soledad! y voy yo y te digo que...
- ¡Somos dos tontas!
- Eso parece… - suspiró de nuevo acortando la distancia.

Maca subió la mano hasta la nuca de la enfermera y la atrajo hacia ella, con los ojos
fijos en sus labios, regateando eternizando el momento, hasta que la enfermera se lanzó
regalándose otro beso apasionado, tan intenso que las dos supieron que deseaban
continuar pero Esther, no estaba dispuesta a que sus planes se alteraran, tenía que
preparar a Maca para su sorpresa final, se levantó con lentitud de sus rodillas, cogió los
paquetes y entró sin decir nada. Maca la siguió observando como la enfermera soltaba
las cosas en una mesa interior y se acercaba a la cama dispuesta a ponerse algo más
cómodo.

- ¿Has cambiado las sábanas?


- Sí.
- ¿Por qué no vas sacando las cosas, mientras yo me cambio? – le propuso – en
aquel mueble hay platos y vasos y en el cajón de aquella cómoda hay algunos
cubiertos. Ve sacándolos que ahora los friego.

Maca no respondió solo permaneció mirándola, mientras se quitaba la camiseta, Esther


sonrió leyendo sus pensamientos.

- ¿No decías antes que estabas muerta de hambre?


- Y lo estaba.
- ¿Ya no? – le preguntó con deje de decepción.
- ¡Aún más! – respondió sin moverse.
- Pues vamos, ¡pon la mesa! – la espoleó pero Maca permaneció con los ojos
clavados en su cuerpo y una pícara sonrisa – Ya veo… ya … - sonrió divertida -
¿Qué pretendes! ¿empezar por el postre?
- Ya sabes – le dijo encogiendo un hombro, enarcando una ceja y haciendo una
mueca graciosa con la cara – siempre he sido una golosa.

Esther se sentó en la cama, sin dejar de observarla, provocándola con esa mirada pícara
que volvía loca a Maca, hasta que no pudo más y accionó la silla para aproximarse hasta
ella. Comenzó a acariciar sus piernas, mientras sus ojos entablaban una batalla y sus
rostros se aproximaban regateando el beso que ambas ansiaban. Maca subió por su
espalda, perdió las manos en su cabello y finalmente la atrajo, fundiéndose en otro beso.

- Maca… - se separó la enfermera con un suspiro – deberíamos cenar, se van a


enfriar las….

Su respuesta fue un suave empujón que la hizo caer, lentamente sobre la cama, Maca
saltó con agilidad sobre ella, y volvió a besarla. Esther supo que no podría negarse más,
también lo deseaba, ¡lo deseaba muchísimo! Y tras un nuevo beso, cada vez mas intenso
y fuerte, correspondió deslizando sus manos por el cuerpo de la pediatra hasta que se
estacionaron en sus senos, redondos, perfectos, con los pezones ya erectos de la
excitación.

Maca sentía como su cuerpo de estremecía al sentir el roce de esas manos que adoraba,
se echó sobre ella, besándole el cuello y sintiendo como su respiración se aceleraba cada
vez más, Esther jamás había podido resistirse a esos pequeños besos, esos pequeños
mordisquitos que ella sabía distribuir en sus zonas más sensibles y así fue bajando su
mano por todo el contorno de su cuerpo, esquivando siempre el que habría de ser su
objetivo, hasta que un gemido de protesta, la hizo alcanzarlo, aún por encima del
pantalón, y aplicar un masaje para logró excitarla mucho mas. Esther se sentó,
impaciente dispuesta a deshacerse de aquel obstáculo, pero Maca la frenó, sin apartar la
vista de sus ojos.

- Déjame a mí – le pidió, siempre le había gustado desnudarla.


- No… espera… - se resistió abrochándose de nuevo y sentándose – no seas
impaciente, cariño, vamos a cenar primero.
- ¡Olvida la cena! – susurró junto a su oído, besándole el cuello y provocando otra
oleada de deseo aún más fuerte en la enfermera.
- Pero… Maca – jadeo – se va a enfriar…
- He estado husmeando por aquí – confesó en un susurro pasando su dedo por los
labios de la enfermera clavando sus bailones ojos en los de ella – y hay un
infiernillo – susurró de nuevo – yo… - un beso ligero en los labios - te… - otro
en la parte posterior de la oreja - la caliento – uno más en la base del cuello.
- Ummmm – gimió Esther casi incapaz de frenarla.
- Luego – exhaló un leve gemido y volvió a sus labios, ahora con un beso más
apasionado.
- ¡Dios! – exclamó al sentir de nuevo su mano – Maca…. – protestó cuando tomó
aire, retirándole la mano y sentándose de nuevo.

La pediatra paró en seco y la miró fijamente, extrañada ya de tanta resistencia, pero


dispuesta a hacer lo que desease.

- Perdona… perdona – se excusó enrojeciendo levemente – soy una bruta… yo no


quería… si no te apetece…
- ¡Claro que me apetece! – exclamó besándola y separándose un instante con una
mirada llena de deseo, ni por un segundo quería transmitirle esa idea, sus
intenciones eran otras muy diferentes – ¡ya lo creo que me apetece!
- Entonces… ¿sigo? – le preguntó con fingida timidez.

La enfermera asintió con una sonrisa y se recostó de nuevo sobre su espalda, Maca le
acarició el rostro, y le dio un beso dulce, tierno casi sin rozarla, intentando iniciar de
nuevo el juego que despertara su deseo, pero no hacía falta, Esther posó su manos sobre
la nuca de Maca y la atrajo con fuerza, imprimiendo una pasión mayor al nuevo envite,
adentrándose en su boca y extendiendo la batalla de miradas a la de espadas que
entablaron sus lenguas. Mientras la mano de Maca ya había desabrochado el botón de
sus pantalones y se había abierto camino, acariciándola sobre la ropa interior,
comprobando hasta qué punto Esther estaba excitada y preparándola para lo que se
avecinaba.

Esther volvió a sentarse, pero esta vez para levantarle los brazos a la pediatra, con
delicadeza y quitarle la camiseta, dejándole el pecho al descubierto, mirándola con una
sonrisa maliciosa y luego bajando los ojos hacia cada uno de ellos, disfrutando de su
belleza, dedicándose a ellos con parsimonia, no exenta de pasión, consiguiendo que la
pediatra, exhalara un profundo gemido. Entonces Esther se detuvo, no era así como
quería llevar las cosas, si quería lograr el objetivo que se había propuesto la primera
noche en Kampala y si quería cumplir su promesa tenía que llevar a Maca a un grado de
excitación muy superior a ese. La miró y con un gesto malicioso, dejó de acariciarla y
la besó de tal forma que Maca interpretó que estaba lista, que no podía esperar más.

La pediatra tomó entonces la iniciativa, ella también sentía que no podía más de tanto
placer y bajó lentamente con su lengua, recorriendo su pecho, pasando por su abdomen
hasta llegar a su destino, adentrándose entre sus piernas. Esther inmediatamente las
flexionó clavando los talones en la cama y elevando levemente sus caderas,
apremiándola a un mayor contacto. Pero Maca se retiró, mirándola, divertida con su
expresión deseosa, con su gesto desesperado y, volvió a subir besándola en el ombligo.

- Maca…. – protestó casi sin fuerzas – por favor….


- No seas impaciente – sonrió con malicia, acariciándola levemente con un dedo
sin adentrarse en ella pero comprobando hasta que punto podía seguir con el
juego.
- Maca…. – jadeó elevando de nuevo sus caderas.
- Chist – la reprendió besándola en las ingles, primero en una y luego en la otra,
recorriendo con sus manos sus costados, rozándola con su pelo, dejando que
Esther sintiera sus pezones pasear por la cara interior de sus muslos.
- Macaaaa – la apremió de nuevo y esta vez la pediatra cedió consciente de que no
debía hacerla esperar más.

Con mucha suavidad comenzó a acariciarla con la punta de la lengua, Esther no pudo
refrenar un fuerte gemido, ni evitar que sus movimientos se aceleraran, lo que hicieron a
Maca ir más y mas rápido, según le exigía Esther, que sin control levantó las caderas
perdiéndose en aquellos movimientos rápidos y suaves que la enloquecían y cuando
Maca creyó que estaba a punto de acabar, Esther se detuvo, la empujó con suavidad
tumbándola a su lado, y se abrazó a ella, besando sus pechos y luego sus labios,
comenzando de nuevo un baile, esta vez compartido, para terminar en una fuerte
convulsión, en un temblor que creció y creció, hasta que mirándose a los ojos y con las
manos entrelazadas, Maca sintió que estaba a punto de dejarse arrastrar y explotar con
ella, pero Esther se retiró con tal rapidez que dejó a Maca desconcertada. La enfermera
se había sentado en la cama, aún con la respiración agitada, intentando recuperarla y le
lanzó una mirada pícara y divertida.

- Esther… - protestó con el ceño fruncido sin entender cómo le hacía eso, como
paraba justo en ese momento cuando a ella le costaba tanto llegar a ese grado de
excitación.
- ¿Qué? – le preguntó maliciosa.
- Eh… ¿pasa algo?
- Sí – sonrió acariciándola y dándole un beso dulce y ligero en los labios, tirando
de su mano para sentarla junto a ella – pasa algo.
- ¿El qué? – le preguntó con temor, notando que seguía tan excitada que casi diría
que podía notar la presión de antaño.
- Después de la cena lo sabrás.
- Eh… ¿después de la cena? – le preguntó frunciendo el ceño - ¿me vas a dejar
así?
- Sí – volvió a sonreír – precisamente así es como quería dejarte.
- Pero…. – la miró incrédula esperando que de un momento a otro se lanzase
sobre ella y todo formarse parte de un juego para excitarla más aún.
- Pero ¿qué? – le preguntó al ver que no continuaba y que sus ojos revelaban el
desconcierto que sentía.
- ¡Eres perversa! ¿te gusta torturarme? – le preguntó insinuante convencida aún de
que se trataba de un juego más.
- En absoluto, todo lo contrario – respondió comenzando a vestirse con rapidez.
- ¡Esther…! – protestó de nuevo al ver que no estaba jugueteando - ¿hablas en
serio? ¿vamos a cenar?
- ¡Vamos! ¡vístete qué se enfría la cena! – la instó - ¡vaya! pero…. si has fregado
todo – comentó sorprendida sacando algunos platos y rebuscando en unos de los
armarios - ¿dónde dices que estaba ese infiernillo?

Maca lanzó un profundo suspiro y se tumbó de nuevo en la cama, con los brazos
abiertos, sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo y sin responderle. Esther la miró
burlona. Se acercó a ella, la tomó de las manos y la sentó de nuevo tendiéndole su
camiseta y dándole un fugaz beso en los labios.

- ¡Vamos! ¡las he visto más rápidas!


- ¡Y yo más altas! – respondió molesta con tal velocidad que Esther soltó una
carcajada, ¡esa era su Maca! la de siempre, la que tenía como decía Germán una
paleta por lengua, capaz de callar a cualquiera con una bordería.
- ¡Cuánto he echado de menos esas salidas tuyas! – le reconoció dándole otro
pequeño pico.
- ¿Qué es esto! ¿parte del castigo por no haberte acompañado? – le preguntó la
pediatra comenzando a vestirse también, resignada a hacer lo que la enfermera le
pedía - ¿Seguro que no te has enfadado por no ir contigo?
- Seguro, solo quiero que…. disfrutes de una cosa.
- ¿De qué?
- Recuerdas que tengo una promesa que cumplir.
- ¡Pues vaya forma de hacerlo! dejándome otra vez… a dos velas – protestó airada
y Esther soltó otra carcajada.
- No te pongas de mal humor – le dijo saliendo al porche con dos platos - y…
eso…. me lo dices mañana – le pidió volviendo a entrar, deteniéndose en la
puerta con una expresión socarrona y misteriosa que removió el interior de Maca
aún más, se acercó a ella con lentitud, le levantó la barbilla y clavó sus ojos en
los de ella, aún con el deseo escrito en ellos – pero… si no puedes esperar – le
dijo inclinándose y besándola – me lo dices – la besó de nuevo – y….
comenzamos – le dijo insinuante – pero…. yo – volvió a besarla - te
recomendaría – la besó esta vez tras la oreja y Maca echó la cabeza hacia atrás y
se aferró a ella – recuperar fuerzas – terminó retirándose con la misma lentitud
manteniendo la mano de la pediatra entre las suyas y echándose hacia atrás, paso
a paso hasta que soltó su mano, insinuante.
- ¿Qué es eso que calientas! ¡huele muy bien! - suspiró convencida, sonriendo
tímidamente.
- Codorniz a la canela.
- ¿Codornices! ¿aquí? – preguntó extrañada notando que aquel olor le estaba
abriendo el apetito de nuevo.
- Codornices no, codorniz - rió - una para las dos que no quiero que nos pasemos
en la cena.
- Y eso ¿por qué? - respondió con ojos bailones conociendo el motivo.
- ¿Tú qué crees?

Maca simplemente sonrió y enarcó las cejas, apretando los labios.

- Para mí nunca ha sido un impedimento - le respondió burlona.


- Lo sé, pero estás son diferentes.
- Ya... - la miró mostrando su interés - ¿cómo has conseguido...?
- Ya te he dicho que Sandro es alemán y un excelente cocinero, aunque eso creo
que no te lo he dicho - la interrumpió divertida con su cara de perplejidad, estaba
consiguiendo lo que pretendía, desconcertarla.
- ¿Te ayudo? - le preguntó viendo como sacaba algo que no alcanzaba a ver desde
su posición de unos embases y lo colocaba con cuidado en los platos.
- No – se negó acercándose de nuevo a ella que estaba saltando a su silla – deja
que te ayude yo.
- No hace falta. Puedo sola.
- ¡Vale! – sonrió dándole un pequeño pico - ve a sentarte fuera y ponte cómoda.

Maca permaneció quieta, sin hacerle el menos caso, aún confundida con su actitud pero
cada vez más interesada en ese aire misterioso con que estaba rodeando el momento de
la cena. Esther, la miró de soslayo y torció la boca en una mueca burlona. Se retiró hasta
la mesa y volvió al exterior con otros dos platos, mientras Maca la observaba hacer y
contonearse.

Si lo que Esther pretendía era ponerla al límite lo había conseguido como nunca hasta
entonces, Maca sintió que la excitación crecía de forma desmedida y que deseaba por
encima de todo que Esther le hiciera el amor como los días anteriores, que se olvidara
de la cena, que se olvidara de todo y se dedicara a ella en cuerpo y alma. Pero la
enfermera la estaba haciendo esperar y eso la estaba encendiendo de una forma
increíble.

- ¿De verdad que no puedo ayudarte en nada? – insistió deseando conocer qué era
aquello que preparaba.
- No – se giró hacia ella dejando de darle la espalda – enseguida está.
- Pero algo podré hacer – la miró ligeramente defraudada y Esther volvió a
sonreír.
- Puedes hacer muchas cosas, pero hoy… quiero ser yo la que haga todo, quiero
que disfrutes y descanses que bastante has hecho ya en el día – le dijo con
dulzura comprendiendo su necesidad de sentirse útil – pero si te vas a sentir
mejor – continuó cogiendo unos cubiertos un pequeño mantel y unas servilletas
– ve poniendo esto en la mesa y ¡espérame allí! – se agachó a dejarle todo sobre
las piernas, volviendo a darle un suave beso en los labios y acariciar con dulzura
su mejilla con el dedo índice bajando por ella con parsimonia lanzándole una
penetrante mirada que volvió a provocar un cosquilleo en la pediatra.
- Como quieras – aceptó finalmente sin poder dejar de mirarla, girando la silla y
saliendo al exterior.

Esther mantuvo la vista fija en la silla y esbozó una sonrisa de triunfo, todo estaba
saliendo a la perfección, quería prolongar todos y cada uno de los momentos de aquella
velada, quería que todo se sucediera sin prisas, que disfrutase de la cena, la había
escogido con toda la intención, y esperaba que fuera todo un éxito. Lo había hecho
mezclando cuidadosamente colores y sabores, había leído mucho sobre la satisfacción
de los ojos a la vista de manjares apetitosos, de fragancias placenteras, había leído todo
acerca de cómo estimular todas los sentidos para que, en la situación de Maca, el
disfrute posterior fuese mucho mayor. Tenía que conseguir extasiarla, conseguir
despertar todos sus sentidos para después satisfacerlos, uno a uno, despacio y que ese
juego de deseo-satisfacción, desarrollado sin prisa a lo largo de toda la noche, fuese el
que la pediatra asociase llegado el momento de la culminación de su plan, quizás no
conscientemente pero sí intuitivamente. Sabía que todo eso confluiría en un estado de
euforia que la ayudaría a conseguir lo que pretendía, por eso había escogido todos y
cada uno de aquellos alimentos con cuidado y mimo, pensado en los gustos de la
pediatra, en las sensaciones que podían despertar en ella y en las texturas. Necesitaba
que Maca estuviese completamente relajada y entregada, que confiase en ella
plenamente y que la desease tanto que no tuviese tiempo para pensar en nada más.
Porque le iba a hacer falta que no lo hiciera. Había leído mucho y creía saber como
conseguirlo. Tenía que lograr que su mente se concentrarse, solo y exclusivamente, en
ello, conducida por el juego de la seducción y la buena comida esperaba lograr que su
mente solo pudiese pensar en ese juego y se convirtiese así en su mejor aliada, en su
mayor fuente de excitación y deseo sexual. Respiró hondo, esperando no equivocarse,
no haber errado y haber recordado bien sus gustos y, si todo salía bien, esa noche sería
inolvidable.

Minutos después aparecía en el porche con su mejor sonrisa y un par de platos. Maca
clavó sus ojos en ellos expectante. Tenía mucha hambre, como hacía muchos días que
no sentía, y más desde que aquel olorcillo llegaba hasta ella, de hecho podía asegurar
que hacía meses que no se sentía con tanto apetito. Y el estar allí esperando, la tenía aún
más anhelante.

- ¿Qué es eso? – preguntó con curiosidad intentando empinarse para ver el


contenido, una vez que la enfermera apareció ante su vista.
- ¿Esto? – sonrió satisfecha de ver su interés – colas de langostino en salsa de
coco.
- ¡Langostinos! – exclamó casi incrédula, llevaba tantos días comiendo cosas
desconocidas que nunca se hubiera esperado que Esther hubiese escogido una
cena así.
- Si – sonrió al ver su cara de agrado – en salsa de coco – repitió a sabiendas de
que a Maca no le gustaba mucho el coco.
- ¿Salsa de coco! nunca la he probado.
- Ni tampoco estos mejillones al vapor – fue su respuesta.
- Hummmm ¡ me encantan los mejillones! – exclamó de nuevo.
- Ya lo sé – sonrió de nuevo, recordando una de aquellas promesas que le hiciera
hace años y que nunca llegaron a realizarse, Maca debió pensar exactamente lo
mismo.
- ¿Recuerdas cuando te prometí que iba a llevarte a Galicia a comer los mejores
mejillones que habías probado en tu vida? – le dijo con aire nostálgico.
- Si, ¿porqué crees que los he traído? – le respondió sentándose a su lado,
mirándola fijamente a los ojos, consiguiendo que Maca sintiese una leve
excitación que creció al ver como tomaba uno del plato y se lo ofrecía –
pruébalos, estos se hacen con pimienta y canela.

Maca enarcó las cejas y la miró extrañada, no le parecía que la combinación fuera a
agradarle, “pimienta y canela”, pensó decepcionada, había imaginado que serían con
pipirrana como se los hacía Carmen o en su defecto con limón pero “¿pimienta y
canela?”, se repitió dudando si comerlos. Esther la miró burlona imaginando lo que
pensaba.

- No pongas esa cara y dale un voto de confianza, ¡te van a gustar! – se lo acercó a
la boca decidida y Maca apoyó su manos sobre la de la enfermera,
acariciándosela levemente, entrando de pleno en el juego de Esther y comiendo
el contenido sin dejar de mirarla a los ojos - ¿qué! ¿te gustan o no?
- ¡Fantástico! – exclamó - ¡Dios está buenísimo! jamás hubiera imaginado que…
- Pues espera a probar los langostinos – le dijo misteriosa, levantándose – voy a
por un par de cervezas, iba a traer vino, ya sé que crees que es lo que le va al
marisco pero… pero… bueno que… ya sabes que… - se interrumpió “joder
vaya forma de meter la pata”, se dijo “¿para qué le recuerdas que no puede
beber?”.
- Las cervezas fresquitas están perfectas – respondió con rapidez - con este calor
¿quién quiere vino? – le dijo burlona obviando su azoramiento, intentando que
borrase ese gesto de culpabilidad – anda, ven aquí – le pidió melosa, al verla en
la puerta con una botella en cada mano, indecisa, esperando que Maca no
cambiase de humor, sabía lo mucho que le molestaba ese tema y lo seria que se
ponía cada vez que hablaban de ello.

Esther abrió las cervezas y se sentó de nuevo a su lado con una mirada agradecida. Ella
deseaba con toda su alma que todo fuera perfecto pero Maca estaba claro que compartía
ese deseo solo bastaba ver aquellos ojos que la seguían a todas partes con admiración,
curiosidad y agradecimiento.

- ¿Me vas a decir en qué consiste el resto de la cena? – le preguntó bebiendo,


insinuante de su botella.
- ¿No quieres vaso? – fue su esquiva respuesta.
- No – sonrió maliciosa – quiero hacerlo como me enseñaste, directamente de la
botella.

Esther le lanzó una mirada cómplice, a su mente acudieron aquellos días en los que
estaban conociéndose, en los que alternaban finos restaurantes y vinos escogidos
minuciosamente por Maca, con los “antros” como la pediatra llamaba a los lugares
donde ella la llevaba.

- ¡Vaya si eras pija! – exclamó recordando aquellos días en que, a posta, la hizo
visitar las peores tascas de Madrid, con el suelo pegajoso, el olor a cerveza y
fritanga, pero en las que Maca descubrió un mundo hasta entonces desconocido
para ella.
- Bueno… siempre me ha gustado comer y beber bien.
- Si, lo sé – la miró lanzando un suspiro – espero no defraudarte con la elección de
esta noche.
- Tú nunca me defraudas – respondió con presteza, acariciando su mejilla y
dedicándole una tierna mirada.
- ¿Otro langostino? – le preguntó cogiéndolo del plato y acercándoselo a la boca.

Maca volvió a clavar los ojos en su mano y luego en ella asintiendo y entreabriendo los
labios sensualmente. Rozando levemente el dedo de la enfermera con ellos. Las dos
sintieron un leve estremecimiento. Aquel juego estaba provocando que ambas tuviesen
que refrenar su deseo, que ambas gozasen de esos momentos de insinuación y
recuerdos. Maca fijó los ojos en los labios de Esther y se inclinó levemente hacia ella
dispuesta a besarla pero la enfermera lo tenía todo medido. Saltó del asiento como
movida por un resorte, con una sonrisa maliciosa.
- Voy a por los demás cosas – anunció penetrándola con la mirada y adentrándose
con rapidez en la cabaña.

Maca volvió a estremecerse. Esther estaba jugando con ella de una forma tan diferente a
lo que había hecho esos días, de una forma tan sutil y delicada. Mimándola,
ofreciéndose y al mismo tiempo alejándose de ella, que cada vez deseaba más que
llegara el momento de estrecharla en sus brazos. Aunque a esas alturas ya había
comprendido que el juego consistía en prolongar ese momento y eso la excitaba aún
más.

El resto de la cena a Maca se le antojó fantástica. Esther no paraba de reír ante sus
comentarios y miraba satisfecha como la pediatra se sorprendía con cada detalle, como
la alabó al comprobar que todo estaba cuidadosamente escogido, desde aquellos
entrantes a los que sumó unas almendras recién tostadas, a aquella exquisita codorniz
que se deshacía en la boca, luego paladeo con fruición los postres a base de plátano frito
bañado en chocolate líquido y espolvoreado con canela, y frambuesas con crema de
nata. Esther la había dejado sin palabras, jamás imaginó que en un lugar recóndito como
aquel, fuera capaz de halagar su paladar de aquella manera. Ni siquiera había reparado
en que el calor y la humedad de la noche eran casi inaguantables, absorta con la
conversación, recordando los buenos momentos que vivieron juntas, riendo con ella
como hacían al principio de su relación, sin poder dejar de mirarla, sin poder dejar de
desear besarla a cada instante, sin poder controlar aquel deseo que crecía en ella cada
vez que Esther la rozaba o amagaba un beso que nunca llegaba, dejándola siempre con
ganas de más, sintiéndose inmensamente feliz a su lado, sintiendo que aquel cielo
estrellado, salpicado con alguna nube, aquella luna llena, aquellas olas que las
arrullaban y aquella leve brisa procedente del océano que comenzó a soplar al borde de
la media noche y, que ambas recibieron con alivio, eran el complemento perfecto para
una noche que comenzaban a sospechar sería muy importante en sus vidas.

Eran más de las doce cuando Maca, tras dar un sorbo de su vaso de agua y perderse por
enésima vez en la mirada de Esther, encantada de estar así con ella, solas, sin nadie que
pudiera interrumpirlas, sin temor a que pudieran ver un gesto, una mirada que delataran
el amor que sentía, sin coartar el impulso de besarla, que era continuo. Sonrió, suspiró y
acercando la silla a la de Esther, recondujo la charla intrascendente y las risas que
estaban compartiendo.

- Jamás podré devolverte todo lo que me has dado estos días – le dijo de sopetón,
dejando sorprendida a la enfermera que la miró enternecida.
- ¿A pesar de lo de antes? – le dijo burlona, aún en tono de broma como llevaban
manteniendo toda la cena – porque ¡vaya cara que me pusiste!
- Estoy hablando en serio – la miró enarcando la cejas y cogiéndola de la mano, se
la acarició, pensativa, bajando los ojos hacia sus manos entrelazadas - ¡me has
dado tanto!
- Y… ¿crees que tú a mí no? – respondió también adoptando un aire de seriedad,
levantándole el mentón con la mano que le quedaba libre para perderse en la
profundidad de aquellos ojos que adoraba.
- Seguro que no – la miró fijamente y apretó los labios negando con la cabeza -
No es lo mismo.
- Pues, te equivocas – respondió con firmeza – ¡te equivocas completamente! –
ratificó con una sonrisa, siendo ahora ella la que la tomó de la mano y
acariciándola con suavidad, bajó ligeramente la voz, como si alguien pudiera
escucharlas - ¿Sabes! antes de volver a verte, de … de estar contigo, no
soportaba que nadie me tocara, me… tenía que hacer un esfuerzo para
soportarlo, ni siquiera era capaz de aguantar que Germán me echase el brazo por
los hombros – confesó con un suspiro - ¿recuerdas mi primer día en la clínica? –
le preguntó enarcando las cejas y Maca asintió.
- Te eché la bronca – la miró sintiéndose culpable por haberlo hecho.
- Hiciste bien – le sonrió – pensé mucho en lo que me dijiste y pensé en que no
podía reaccionar como lo hacía pero no podía evitarlo, siempre que alguien me
tocaba sin que yo lo esperase… - suspiró – o me quedaba paralizada o todo lo
contrario.
- Nunca has tenido término medio cariño – intentó bromear, aproximándose para
besarla pero la enfermera la frenó colocándole una mano en el hombro.
- Ahora soy yo la que está hablando en serio.
- Es normal que reaccionaras así, Esther – admitió aceptando su negativa - pero yo
me refería a que…
- Sé a lo que te referías, no me has dejado terminar.
- Perdona – se disculpó ante su rotundidad.
- No soportaba que nadie me tocara, porque…me daba asco de mí misma, solo
imaginar… ¡si supieras las horas que estaba bajo la ducha! – reconoció por
primera vez en voz alta, sin palabras veladas como ya le insinuara en alguna
ocasión a Maca, nunca lo había hecho hasta entonces con el corazón en la mano
como en ese momento, y al escucharse así misma diciéndolo la hizo
estremecerse, Maca se dio cuenta de ello y la atrajo hacia ella, acunándola entre
sus brazos, Esther le sonrió agradeciendo el gesto de ternura y siguió hablando –
permanecía allí bajo el agua, intentando sentirme menos sucia, intentando que
desapareciera ese olor, pero nunca se iba, ¡nunca! – exclamó – tenías razón
Maca, el día que me gritaste que esas cosas solo estaban en mi mente, creo que
ni siquiera imaginabas cuánta razón tenías.
- Me hiciste creer todo lo contrario – la miró con curiosidad.
- Bueno... tenía que jugar mis cartas y… quería convencerte – sonrió con malicia
– quería que me dejases quererte, pensé mucho en ello y comprendí que a las dos
nos ocurría lo mismo.
- Princesa… - musitó con los ojos humedecidos por la emoción – siento tanto todo
lo que te pasó, si yo no….
- Chist – la silenció imaginando lo que iba a decirle – soy yo… la que me he
sentido durante mucho tiempo culpable.
- ¿Culpable tú! pero… porqué, ¿qué culpa podías tener tú?
- Sí – suspiró de nuevo incorporándose y clavando sus ojos en lo de la pediatra -
me sentía tan culpable por haber cedido, por no haber luchado, por haber
sobrevivido y a la vez sentía ¡tanto asco! que no podía hacer mi trabajo, no
podía dormir, no podía comer…. y… lo perdí todo, ¡todo! Y… llegó un día en
que… pensé… pensé en acabar de una vez, en… dejar de molestar y terminar
con todo… y…. pero… pensé en mi madre y… quise ir a... a despedirme de ella
– le confesó bajando los ojos avergonzada por su debilidad, Maca recordó las
palabras de Teresa, recordó que pensaba que Esther estaba enferma o que le
ocurría algo y fue ahora ella la que se estremeció al pensar lo cerca que había
estado de perderla – pero… cuando llegué a Madrid y.. sin tiempo de pensar en
nada… apareciste tú … la posibilidad de volver a verte y… y… pensé que… - se
calló y Maca respetó ese silencio, abrazándola – no vuelvas a decirme que tienes
que devolverme algo porque no me debes nada, eres tú la que has logrado que se
borren mis pesadillas, has logrado que me sienta segura, que desaparezca ese
olor para siempre, has logrado que disfrute de nuevo con un abrazo furtivo, con
un beso, has logrado que desee vivir, Maca, ¡me has dado la vida! – exclamó
con fuerza – así es que no digas más tonterías.
- Esther… no son…
- Maca, estoy convencida que sin ti, sin tu amor yo… no podría haberlo superado,
me das fuerza, me das confianza en mí misma, yo me… me daba asco, tenías
razón yo... no me perdonaba por dejar que… me hicieran… por dejar que…
Margarette.
- Cariño… ya basta… - intentó interrumpirla, porque no quería oír de nuevo
aquello, cada vez que lo escuchaba algo se rompía dentro de ella.
- No, Maca, puedo decirlo, necesito decirlo – la miró suplicante – me … me
violaron – bajó los ojos, sabía que no era la primera vez que pronunciaba esa
palabra ante ella, pero tenía la sensación de que esa noche era diferente, que el
vinculo que habían creado era distinto y que sí que era la primera vez que
pronunciaba esa palabra en voz alta y le había costado muchos meses asimilarlo
en su mente, pero pronunciarlo tan rotundamente aún más, y ahora, allí, junto a
ella, lo reconocía y sentía una enorme liberación – no uno, ni… dos – musitó
descubriéndole aquel detalle – ni siquiera soy capaz de recordar…. cuantos …
cuantos fueron …
- Esther… - la voz se le quebró no quería que le siguiera contando, le hacía más
daño del que la enfermera podía imaginarse, pero era consciente de que lo
necesitaba.
- Y tú – la miró can tal intensidad – has conseguido que… ese olor… que… sus
manos… sobre mí… que…. no entendía cómo sabiendo lo que sabías yo… no te
daba asco, como me lo daba a mí misma, no entendía como… aceptabas mis
caricias, como buscabas abrazarte a mí por las noches… como no te
repugnaba…
- ¿Repugnarme? – preguntó con una sonrisa tierna y una humedad en sus ojos que
mostraba lo turbada que se encontraba – estaría besándote toda la vida, ¡toda! y
eres tú la que has conseguido que me olvide de todo, que las piernas que me
robó el accidente se conviertan en unas alas, las alas que tú me has hecho sentir,
las alas que me elevan a mundos que jamás visité. Tú…
- Maca….
- Princesa…. – la miró con ternura y sin mediar más palabras la besó, dulce e
intensamente, sin que por una vez Esther se retirase abandonando el juego que
había mantenido hasta ese momento.

Instantes después, se separaron y clavaron la mirada una en la otra, escudriñándose, con


una leve sonrisa ambas y el deseo prendiendo mecha en sus miradas, unas miradas
llenas de amor pleno, pero Esther adivinó, de pronto, que una sombra cruzaba por la
mirada de la pediatra y se alertó. Fue una décima de segundo, pero para la enfermera no
pasó inadvertida.

- ¿Qué pasa? – le preguntó frunciendo ligeramente el ceño y mirándola con


atención.
- ¿Cómo que qué pasa? – respondió sorprendida.
- Si, ¿qué te pasa? - insistió.
- Nada – dijo abriendo los ojos extrañada, mostrando que no sabía a qué se
refería.
- ¿En que estabas pensando ahora mismo? – volvió a preguntar con interés.
- En volver a besarte – sonrió torciendo la boca en una mueca de seguridad - ¿Qué
te pasa a ti?
- No sé, me ha parecido ver que… te sentías… no sé… ¿incómoda?
- ¿Incómoda? No en absoluto, ¿porqué piensas eso?
- Pues si no es eso, dime qué es – insistió sin quitarle la vista de encima.
- ¡Eres increíble! – suspiró descubierta – no es eso, pero sí que no he podido
evitar pensar en el poco tiempo que estaremos aquí y en lo mucho que me
gustaría que no fuera así.
- ¿Eso es todo?
- Si – afirmó con franqueza – me gustaría poder estar aquí más tiempo – se
recostó con mirada soñadora – esto es… tan diferente y tan…. especial.
- Si – suspiró con alivio, relajándose también, cogiéndola de la mano y perdiendo
la vista en el horizonte allí donde el cielo y el mar formaban una línea casi
imperceptible – cuando volvamos todo será diferente – comentó con temor.
- Si, lo será – admitió, mirándola de soslayo y comprendiendo a qué debía
referirse, y continuó animosa – pero... ¡estamos aquí! – sonrió girándole el rostro
hacia ella – y no quiero que pienses en eso, solo quiero que disfrutemos.
- Tienes razón – le sonrió recostándose en su hombro.
- ¡Es increíble como pasa todo tan rápido! – murmuró pensativa – aún no me creo
que tú y yo… - se interrumpió y comenzó a pasear sus dedos entre el pelo de la
enfermera, como siempre le había gustado hacer - … Esther…
- ¿Sí?
- No, nada.
- ¿Qué ibas a decirme?
- Nada – repitió abrazándola y suspirando, la enfermera no insistió, levantó una
mano y le acarició una mejilla.
- ¿Estás bien?
- ¡Muy bien! – exclamó temiendo que Esther creyera lo contrario – solo.. pensaba
en… nosotras y… en Madrid… y en….
- Ana, ¿verdad? – la interrumpió.
- Si – admitió.
- ¿No será que te sientes culpable? – insistió incorporándose y observándola con
detenimiento.

Maca la miró y entornó los ojos, pensativa, ¿culpable? No había una etapa en su vida en
que no hubiera sentido la culpabilidad, si no era por una cosa lo era por otra.

- Pues… para serte sincera, sí, me siento culpable – admitió viendo como Esther
dirigía la vista otra vez al mar y se recostaba, ahora en el asiento, con cierto aire
de preocupación que Maca se apresuró a disipar – creo que me sentido así toda
la vida.
- ¿Qué quieres decir? – la miró de nuevo.
- Pues… que siempre he sentido la culpa, de pequeña por no sacar mejores notas,
luego, por engañar a mis padres y no estar nunca a la altura, por dejarme llevar
en contra de mis deseos y de mí misma hasta el punto de hacerle al pobre
Fernando lo que le hice, por liarme con Azucena sabiendo que estaba casada,
por .. por… todo – la miró fijamente – creo que siempre me he sentido culpable
y, sí, hoy también me siento culpable, culpable de ser inmensamente feliz, de
seguir con mi vida mientras… - suspiró de nuevo - culpable de desearte como te
deseo, culpable de… - la miró y Esther sonrió esperando escuchar lo que tanto
deseaba - pero, como diría Escarlata, hoy no quiero pensar en ello, hoy solo
quiero pensar en ti.
- Maca… - sonrió – es normal que te sientas un poco culpable pero… no siempre
deberías sentirte así.
- Ah, ¿no?
- No – volvió a recostarse en ella - ¿sabes? eres de ese tipo de persona que
siempre se carga con más culpa de la que tienes y… debes empezar a dejar de
hacerlo, los demás también tenemos parte de culpa en las cosas que te pasan, no
te cargues tú sola todo a la espalda.
- Esther… cariño…
- ¿Qué?

Maca no dijo nada solo lanzó un profundo suspiro y la enfermera se quedó de nuevo
con las ganas de escuchar un te amo, porque estaba segura de que Maca había estado a
punto de pronunciarlo.

- La noche está preciosa – comentó Esther resignada.


- Sí que lo está.
- Pero creo que en un par de horas va a llover.
- ¿De verdad? no lo parece.
- Si, mira aquellas nubes de allí, y ¿no notas la brisa que se está levantando?
- Aunque pare a ratos hay brisa desde que hemos llegado.
- Si, pero esta es diferente.
- Pues… tendremos que entrar, ¿no crees?
- En un rato, primero… quiero que pruebes algo que he traído.
- ¿Qué es?
- Pruébalo – le dijo levantándose – y sacando una botella que tenía metida en un
cubo de agua y que Maca ni siquiera había visto.
- ¿Cuando has hecho eso?
- Mientras cenábamos – soltó una pequeña carcajada mirándola con una mueca
divertida – solo tenías ojos para tu plato – se burló – ¡la que no era capaz de
comer!
- Y ¿qué es?
- Es musk.
- Y eso… ¿qué es?
- Digamos que es… un licor de aquí, pero tranquila que no lleva alcohol. Te va a
gustar.

Maca lo probó saboreándolo tenía un gusto extraño, casi amargo pero había de
reconocer que le gustaba y que le producía una sensación rara, como de cosquilleo y
adormecimiento.

- ¿Seguro que no lleva alcohol?


- Seguro.
Bebió otro sorbo, con parsimonia y extendió su mano acariciando la de la enfermera,
que se aferró a ella y entrelazó los dedos, sentadas frente al mar con las manos
agarradas y sintiéndose inmensamente felices.

- Estás muy callada – rompió Esther el silencio que comenzaba a inquietarla, no


quería que Maca pensase más de la cuenta en Madrid, ni en Ana, ni en ninguno
de sus problemas y, mucho se temía, que ya estuviese dándole vueltas a la
cabeza, cuado ella necesitaba que se aislase de todo, que se relajase y que solo
pensase en disfrutar.
- Perdona – se disculpó – estaba pensando en… la vida.
- ¡Uy! ¡la vida! no te irás a poner filosófica – se mofó con ojos chispeantes.
- No, claro que no – sonrió volviendo a regarle unas suaves caricias en el pelo –
no pienso estropear esta maravillosa cena que me has regalado.
- No me importa, me gusta saber lo que piensas – le dijo con sinceridad – y si lo
que piensas te hace ponerte seria, yo quiero saber qué es - insistió.
- Ya… - rió burlona - ¿desde cuando te gustan mis pajas mentales, como tu las
llamabas?
- Me gustas tú y todo lo que tiene que ver contigo – respondió con rapidez – y me
encantan tus pajas mentales – se incorporó mirándola insinuante. Maca le
devolvió una sonrisa llena de gratitud, cada vez le resultaba más fácil decidirse a
confiarse a ella, a revelarle sus sentimientos, sus dudas, sus temores, sus
anhelos.
- Pensaba en que… ahora que estoy aquí... no sé – se interrumpió mirándola con
seriedad y Esther se recostó de nuevo en ella abrazándola con cariño,
comprensiva con su torpeza para expresar siempre sus pensamientos y
sentimientos - pienso en todo lo que he dejado atrás, veo lo imbécil que he sido
– confesó – ahora lo veo todo muy claro y, en cambio, cuando estaba allí, en
Madrid… tengo la sensación de que solo me limitaba a seguir un camino que ni
siquiera era el mío, sin pararme a mirar a otro lado. No… no me permitía…
nada… no… podía.
- La verdad es que es una lástima que seamos así, que solo seamos capaces de ver
en una dirección y dejemos pasar aquello que más queremos – la miró con la
comprensión escrita en sus ojos – sé de lo que hablas porque a mí me ocurrió lo
mismo.
- ¿Sí? ¿a ti?
- Si – ratificó asintiendo al mismo tiempo con la cabeza – aquí víi todo con...
otros ojos.
- Te comprendo, aquí se ve todo de otra forma, aquí la vida es tan complicada y al
mismo tiempo ¡tan sencilla! entiendo perfectamente todo lo que me contabas al
principio, entiendo que sintieras que tu vida estaba aquí – suspiró nostálgica.
- No – sonrió ladeando la cabeza en un gesto de condescendencia – te equivocas,
aquí lo que entendí y acepté es que había huido de ti, entendí que yo era de esas
personas que no viven la vida, sino que huyen de ella, por miedo o por lo que
sea y entendí que debía dejar de ser ese tipo de persona si quería recuperarte,
porque estaba segura de que te había perdido por no saber escucharte, por no
saber ayudarte y entendí que si algún día volvía a tenerte frete a mí no iba a
dedicarme a pasar sin más, que me iba a parar a mirar, a escuchar y a vivir, lo
que tuviera que ser.
- Eso suena a un plan de mucho tiempo.
- Eso suena a que nunca te olvidé, a que siempre te he seguido amando, a que fue
aquí donde comprendí que había una belleza en tu interior que quería seguir
desvelando, que necesitaba descubrir todos tus secretos y detenerme a mirarte, a
disfrutarte y amarte, sin miedo, sin tiempo, sin distancia.
- Pero me dijiste que durante un tiempo me odiaste.
- ¡Claro que te odie! te odie por haberme apartado de ti, por haberme dejado al
margen, por haber permitido que lo mejor que me había pasado en la vida se me
escapara sin saber cómo, sin ser capaz de conservarte a mi lado – le reconoció
con vehemencia, al tiempo que a Maca se le saltaban las lágrimas emocionada –
si, te odié, ¡te odié muchísimo! hasta el punto de no querer saber nada de ti….
durante demasiado tiempo
- Y eso… no es amor, Esther… eso….
- ¿Seguro que no? – le preguntó misteriosa, interrumpiéndola.
- Pues claro, si me odiabas cómo ibas amarme.
- Una vez Margarette me dijo una cosa que me hizo pensar mucho – la miró
fijamente – yo estaba en uno de mis peores días, en uno de esos días en que la
rabia y la ira me embargaban de tal forma que me costaba respirar, ella sabía que
tú eras la causa y le pregunté como era posible haber querido a alguien tantísimo
y ahora odiarlo con todas tus fuerzas, le pregunté cómo era posible que la misma
persona fuera capaz de despertar en mí dos sentimientos tan encontrados, y
sabes qué me respondió.
- ¿Qué? – preguntó con interés.
- Que no me equivocase, que te seguía amando tanto que no era capaz de seguir
adelante y que por eso creía odiarte, que era el recurso lógico para justificar mi
acción de abandonarte, pero que pensase bien en una cosa, en que lo contrario
del amor no es el odio, sino la indiferencia. Que si te odiaba era porque todavía
te amaba, solo me faltaba reconocerlo y dejar que el rencor desapareciera de mi
corazón.
- Vaya, voy a tener que agradecerle a Margarette muchas cosas – comentó
esbozando una tímida sonrisa.
- No te burles de ella – saltó malinterpretándola.
- Jamás lo haría, te lo he dicho muy en serio. Son sabias palabras, de hecho, creo
que las dos sabemos que es cierto, que hoy no estaríamos aquí si no hubiéramos
dejado atrás el rencor, ¿o no? – sonrió más abiertamente.
- Sí, creo que sí – admitió y frunció levemente el ceño – y tú…
- Yo tenía miedo, ¡mucho miedo! tanto que no quería reconocer lo evidente y…
hablé con Vero – le confesó y Esther saltó en el asiento sin poder evitarlo
girando todo el cuerpo hacia ella mirándola con atención, Maca esbozó una
sonrisa – le dije que me sacabas de quicio, que no te soportaba, que me hacías
hacer y decir cosas que no quería y… me dijo que… me alejara de ti.
- Y…. ¿por qué no le has hecho caso? – le preguntó disimulando la alegría que
sentía de que hubiera sido así y comenzando a descubrir hasta qué punto Maca
nos solo había mantenido una lucha interna.
- Porque recordé lo que me dijiste de ella.
- ¿El qué? no sé a qué te refieres.
- Me refiero a cuando me dijiste que ella… que siente algo por mí, y recordé lo
que ella me dijo en una ocasión en la que yo… no podía más con todo lo que me
rodeaba en mi vida. Me dijo que no se podía vivir con miedo, que no debía vivir
con miedo porque hacerlo era como no vivir, que debía enfrentarme a mis
miedos y no huir de ellos.
- ¿Y?
- Y comprendí que Vero me estaba pidiendo que hiciera contigo lo que siempre
me había aconsejado que no hiciera con lo demás. Comprendí que tenías razón y
que yo debía enfrentarme a lo que sentía por ti, por mucho miedo que me dieran
esos sentimientos.
- Ahora voy a ser yo la que le tenga que dar las gracias a Vero – sonrió burlona.
- ¿Por qué? – preguntó sin comprender su ironía.
- Por ser tan torpe – soltó una carcajada y Maca pareció molesta.
- No te rías de ella, es mi amiga.
- Lo sé, no me río, pero… - suspiró – no puedo evitar que no me caiga bien.
- No la conoces, cuando la conozcas mejor verás como cambias de opinión.

Esther frunció el ceño imaginando tener que aguantar a la psiquiatra. Si había algo que
se le hacía cuesta arriba pensando en el regreso era precisamente ella, Vero, mucho más
que Ana, porque tenía la sensación de que por mucho que Maca siguiera sintiendo
cariño y agradecimiento hacia su mujer, su verdadero problema al volver sería la
maldita Vero que cada vez la aborrecía más. Maca la observaba con atención e
interpretó a la perfección lo que estaba pensando.

- No me mires así, cariño – le dijo Maca dejándola perpleja, estaba claro que o sus
pensamientos se habían reflejado en su rostro o Maca había recuperado su
facultad de leerle siempre la mente - Vero es mi amiga y si tú y yo vamos a… a
estar juntas… tendrás que verla de vez en cuando.
- Bueno – sonrió, sin intención de que nada rompiese ni importunase lo que
estaban viviendo – si el premio eres tú, soy capaz de verla todos los días, de
comer con ella todos los días y hasta de invitarla a cenar.
- Bueno, bueno, para, para el carro – le pidió divertida con su vehemencia - que
yo solo pensaba en algún día esporádico, un cafelito o una cervecilla pero nada
de que la invites a cenar, cenas como ésta solo quiero que me las prepares a mí.
- ¿Solo para ti? – susurró insinuante.
- ¡Sí! te quiero para mí solita
- Ah… ¿sí? – preguntó mostrando una fingida incredulidad que buscaba provocar
aún más a la pediatra.
- ¡Sí! – exclamó cogiéndola con ambas manos y atrayéndola hacia ella – solo para
mí – susurró insinuante, clavando los ojos en sus labios.

Esther sonrió, y se acercó a su boca despacio, sin apartar la vista de sus ojos, rozándolos
con su nariz, dibujando el ademán de besarla pero sin llegar a hacerlo, notando cómo
Maca se removía temblorosa, esperando el beso, sintiendo el cosquilleo del deseo e
intentando apresar la boca de Esther con la suya. Ágil, la enfermera se retiró, entablando
una batalla de miradas insinuantes. Maca tiró de nuevo de ella torciendo la boca en una
mueca pícara, Esther respondió apretando los labios y negando con la cabeza,
juguetona, los ojos enfrentados, entonces las manos de la pediatra buscaron su cintura,
Esther nunca se resistía a aquellas caricias, pero esta vez fue diferente. La enfermera le
retiró las manos y se las mantuvo sujetas mirándola fijamente a los ojos, acercando su
cuerpo hacia ella, insinuante, aproximando su rostro al de Maca y volviendo a retirarse,
en un juego en el que ella marcaba las reglas y que a Maca comenzaba a antojársele
torturador.
Muy despacio, sensualmente, Esther se levantó del asiento pero manteniendo su rostro a
un palmo del de Maca, paseando su lengua por sus labios, desesperándola aún más. La
pediatra intentó empinarse y Esther volvió a retirarse risueña, entonces Maca recurrió a
algo que nunca le fallaba, apretó los labios en un gesto de niña caprichosa, solicitándole
un besito e inmediatamente bajó la cabeza y dejó de desafiarla con un leve suspiro,
batiéndose en retirada, y logrando su objetivo. Esther le soltó las manos y le levantó el
mentón, la miró con una sonrisa tierna, conocedora de que iba a picar en su anzuelo
pero era incapaz de no hacerlo, se derretía cada vez que Maca le ponía esa cara de
rendición, esa cara ni niña pícara y juguetona y a un tiempo enfurruñada por no recibir
lo que deseaba, se agachó y le dio lo que reclamaba, la besó con suavidad, fue un beso
corto e intenso que provocó en ambas un chispazo.

Se retiraron y volvieron a enfrentar sus miradas, a la de Maca asomó un halo de triunfo,


en la de Esther el reconocimiento de su amor por ella, de su rendición absoluta. Maca
asomó a sus ojos el deseo contenido e insistió, tirado de ella, Esther sonrió y se dejó
hacer, sentándose en sus rodillas, sin dejar de mirarse se besaron de nuevo, con lentitud,
saboreándose y cuando Maca intentó imprimir más pasión, Esther volvió a retirarse,
continuando con el juego que iniciara al principio de la noche.

Maca la miró desconcertada, intentado comprender qué pretendía, pero no le dio tiempo
porque Esther volvió a besarla, de nuevo con suavidad, de nuevo con calma,
acariciándola casi imperceptiblemente con su lengua, retirándose un instante,
observándola con aquella sonrisa que enloquecía a Maca, y volviendo a besarla una y
otra vez. Y en cada intento de Maca de ir más allá, de desbocar su deseo, Esther la
frenaba y paraba unos segundos que se le hacían interminables a la pediatra que, sin
mediar palabra, y poco a poco, fue entendiendo el juego y se entregó a él, como alumna
aventajada. Pequeños y dulces besos que la estaban llevando a un punto de excitación
insospechado, juntas, acompañadas de la noche, incapaces de ver nada que no fuera la
pasión que comenzaba a radiar en ambas. Con la melodía del mar de fondo arrullando
su acompasado baile de besos y leves caricias que la enfermera nunca permitía que
fueran a más. Sintiendo el latir de sus corazones, cada vez más acelerados, notando el
calor que comenzaban a desprender sus cuerpos y que era aliviado por una suave brisa
que, poco a poco, comenzaba a arreciar.

- Será mejor que entremos – le susurró Esther en el oído al ver que Maca gemía en
su ultima caricia con un apremio e intensidad que ella quería cortar.
- Esther… – intentó protestar – no seas mala – le pidió melosa besándola
suavemente en el cuello, y subiendo hasta la parte posterior de la oreja.
- Espera – le pidió con cierta condescendencia en el tono.
- ¿Esperar a qué? – le preguntó mirándola fijamente - ... no me hagas sufrir más...
– le pidió melosa – llevas toda la noche….
- Va a llover – se justificó interrumpiéndola, apartándola con delicadeza,
encogiendo un hombro – y… será mejor recoger todo esto antes.
- Pero Esther…. – se detuvo al ver su cara pícara y sentir su dedo subiendo desde
su vientre hasta su pecho donde permaneció circundándolo con leves caricias –
uff – se quejó intentando besarla de nuevo.
- Te compensaré – prometió con otro susurro, sin dejarla hacer – dame la mano –
se la tendió levantándose – y vamos dentro.
- Vale – exhaló un profundo suspiro, resignada a que esa noche la enfermera la
torturara a su antojo.
- Entra tú que yo recojo esto en un momento.
- ¿Seguro?
- Si – sonrió levantándose de sus rodillas dándole un pequeño pico.
- Entonces… voy al baño.
- De acuerdo.

Maca estaba a punto de entrar en la cabaña y antes de que pudiera avanzar más notó que
algo le impedía hacerlo. Esther sujetaba la silla y tiraba hacia atrás, sacándola de nuevo
al porche, con una sonrisa pícara y unos ojos que la miraban burlones y deseosos. Maca
se detuvo, sorprendida y desconcertada. La enfermera, con parsimonia, retomó su
posición sobre sus rodillas. Le puso el pelo tras la oreja, le sonrió socarrona, bajó la
mano por su mejilla y la paseó por su nuca, con suavidad, masajeándola lentamente.
Maca sintió que ya no podía más, la miró expectante, deseosa y Esther le devolvió una
mirada tan profunda y tan llena de sus ganas que la pediatra se estremeció.

- ¿Tienes frío? – preguntó Esther junto su oído en un susurro lleno de deseo.

Maca no respondió, era incapaz de hacerlo, aquella sonrisa y aquella mirada la tenían
noqueada. Ante su silencio Esther enarcó una ceja, instándola a responder, la pediatra
asintió, inmediatamente recibió un reconfortante abrazo. Maca suspiró profundamente
dejándose llevar por el placer que le proporcionaba notar el calor de su cuerpo y
sintiéndose tremendamente protegida y amada. La enfermera la besó con suavidad en el
cuello, olió su cabello, le besó en la oreja y Maca creyó enloquecer. La separó un poco,
su mirada expresaba aquello que mas anhelaba, y por fin Esther se conmiseró y la besó,
muy despacio al principio y luego con más pasión que hasta entonces. Maca sintió que
aquel beso la elevaba de la silla, llevaba esperándolo toda la noche, y supo que no había
sensación más placentera que un beso de sus labios. Sentirla así, sobre sus rodillas,
entregada a ella, conseguía ponerle el corazón a mil. Esther se retiró de nuevo, pero fue
solo un instante, volvió a abrazarla para fundirse en un beso que las dejó sin aliento.

Maca era incapaz de seguir por más tiempo aquel ritmo lento, se aferró a su cintura,
recorriendo sus costados con la yema de los dedos como a Esther le gustaba, intentando
incitarla y que olvidase el juego que se traía. Esther no la apartó, muy al contrario, le
devolvió besos y caricias. Maca accionó la silla y con la enfermera encima entraron en
la cabaña. Esther le sujetó la cara con ambas manos y clavó sus ojos en ella, sonriendo
maliciosa. Maca levantó su camiseta y acarició sus pechos por encima del sujetador.
Esther le frenó las manos, y la besó de nuevo. La brisa marina comenzaba a filtrarse en
la cabaña, provocando un ambiente fresco, las primeras gotas comenzaron a caer sobre
el techo de madera, pero ellas ajenas a todo, solo centradas en el juego de sus manos
rozando la piel de la otra. En aquel lugar de ensueño, no deseaban nada, solamente el
contacto puro y tierno de sus labios.

La noche se había ido cerniendo sobre la cabaña, Esther había apagado la luz la última
vez que entró y la luz de la luna, cada vez más tenue, se filtraba por la puerta aún
abierta, la oscuridad que provocaban las nubes, se había adueñado de casi todo, pero ni
siquiera a Maca le importaba, no les importaba nada, solamente, esos besos que se
regalaban, como si fuera la primera vez.

- Esther… - murmuró Maca temblando por la excitación – tengo que ir al baño.


- Hummmm – respondió aferrada a ella, besándola tras la oreja, lamiendo con
suavidad la misma y apresando con sus dientes su lóbulo.
- Uff, ahhhh – jadeó olvidando su intención - ven – intentó levantarle los brazos
para despojarla de la camiseta – ven aquí.
- No – se negó de nuevo – espera un poco – le pidió acariciándola levemente, no
quería precipitarse, quería que todo fuera con calma.

La puerta se cerró de golpe por el viento y las sobresaltó. Esther saltó de sus rodillas.

- Será mejor que entre todo – dijo la enfermera con un suspiro.


- Si – suspiró igualmente, sintiendo que la ausencia de la enfermera sobre sus
rodillas y la privación de su cuerpo entre sus brazos le provocaba un desasosiego
inmenso, un vacío que necesitaba llenar inmediatamente – yo voy al baño… no
tardo.
- Eso espero… - le dijo insinuante.

Maca sonrió con malicia y, Esther se agachó para besarla de nuevo, con suavidad, un
ligero roce que le supo a poco a la pediatra, incapaz de refrenar el deseo que había
crecido en ella, intentó atraerla, otra vez sin éxito.

- Espera, impaciente – le sonrió – recuerda que esta noche… cumpliré lo


prometido – se insinuó – anda, entra de una vez – le señaló la puerta del baño a
la que Maca se dirigió consciente de que Esther tenía razón. Debía ir al baño
primero, siempre estaba pendiente de ello pero Esther conseguía que se le
olvidase absolutamente todo, hasta lo más importante.

Esther se quedó observándola un instante. Todo había salido como esperaba pero ahora
le quedaba la tarea más difícil, conseguir que Maca se olvidase completamente de todo,
hasta de las limitaciones de su cuerpo, con el objeto de que la dejara hacer, y lograr
canalizar todo su deseo, toda su pasión y energía, de forma que, sin dejar de escuchar a
su cuerpo, no pensara en él y consiguiera llegar a experimentar que su relación era
completa y satisfactoria, quería borrar aquella sombra fugaz que vio el primer día en sus
ojos, y que ella estaba segura de saber a qué se debía. Estaba convencida de conocer
como lograrlo, sabía que debía ir muy despacio, sin prisa alguna, que debía de
estimularla hasta el punto de enloquecerla, que debía guiarla y conseguir que confiara
en ella plenamente, hasta el punto de que se entregase a sus manos, para que pudiera
transportarla al éxtasis. Tenía que conseguir que la mente de Maca solo estuviese
concentrada en lo que deseaba y en lo que ella iba a hacerle, así su impulso sexual se
estimularía mucho más, y conseguiría transmitirlo a su cuerpo, eso era fundamental para
triunfar en su cometido, pero antes tenía que relajarla de tal forma que desconectase de
todo y se entregase al juego sin reparos.

Sumergida en esos pensamientos lanzó un suspiró lleno de dudas y temor. Había


llegado el momento y no podía evitar sentir un nerviosismo especial. Salió a recoger
todo con rapidez, mientras lo hacía, su cabeza repasaba una y otra vez todos los detalles.
Luego, rebuscó entre sus cosas y comenzó a poner en marcha su plan.

Cuando Maca salió del baño, se quedó impresionada. Sus ojos se abrieron de par en par,
mostrando la sorpresa que se había llevado. Esther estaba sentada en el borde de la
cama, mirándola fijamente con un esbozo de sonrisa traviesa en sus labios y dos
pequeños vasos en sus manos. La pediatra paseó la vista por toda la estancia, que
parecía otra. La enfermera la había transformado creando un ambiente lleno de
sensualidad, algunas velas por la habitación situadas estratégicamente, un olor suave
que se había extendido por toda la estancia y que no era capaz de descifrar a qué
pertenecía, pero le resultaba agradable, embriagador, hasta juraría que de algún rincón
en penumbra llegaba hasta ella una tenue música que no identificaba con claridad, ¿era
jazz lo que sonaba! no podría asegurarlo, lo cierto es que nunca le había gustado
demasiado ese estilo musical, pero esa noche, si lo era, le estaba resultando una de las
más bellas melodías y reconocía que se ajustaba a la perfección al sonido del viento
filtrándose por las rendijas y a las olas del mar que batían con fuerza en la playa,
conformando una conjunción de ensueño. Como colofón descubrió encima de la mesa
una bandeja con algunas frutas troceadas.

- ¿No vienes? – le preguntó una melosa Esther al verla parada en la puerta,


mirando todo con suma atención.
- ¿Y todo esto? – preguntó aún perpleja avanzando hacia ella.
- Toma – le tendió el vaso sin responder – bebe un poco.

Maca miró el contenido y lo olió, tenía un aroma suave, como a rosas. Levantó los ojos
con una mirada inquisidora.

- ¿Qué es?
- Bebe, te va a gustar – sonrió misteriosa levantándose – y… siéntate en la mesa.
- ¿Qué? – preguntó sin comprender qué pretendía.
- Que te acomodes allí, Maca – le dijo señalándole la mesa situada frente a un
pequeño sofá de dos plazas, donde había colocado la bandeja con las frutas –
ahora voy yo.

Esther, apagó el generador, dejando la estancia solo iluminada por la luz de las velas,
que conferían al lugar una calidez acogedora.

- Bebe un poco – insistió al ver que no probaba el contenido del vaso y lo miraba
con desconfianza.
- No pienso probar nada si no me dices lo que es – se negó enarcando una ceja en
un gesto de rebeldía.
- ¡Mira que eres cabezona! es una especie de licor.
- ¿Otra especie de licor? – le preguntó con retintín y una mirada burlona que
divertía a la enfermera.
- Si, y también sin alcohol, es… una bebida especial.
- ¿Especial?
- Si – sonrió esquiva – anda bebe.
- Pero especial ¿por qué?
- ¡Pero mira que eres curiosa! ¿no puedes beber sin más?
- Pues no, me gusta saber qué tomo.
- ¿Ni aunque te lo pida yo? – le preguntó con aire de súplica y una mirada de niña
traviesa que derritió a la pediatra que lanzó un profundo suspiro, negó con la
cabeza y esbozó una sonrisa mostrándole que cedía – venga bebe.
Maca obedeció, probó un sorbo ante la atenta mirada de la enfermera, soltó el vaso en la
mesita y se dispuso a abandonar la silla. Esther se sentó a su lado, la miró con
intensidad y le sonrió.

- ¿Te gusta? – le preguntó.


- Si, está muy bueno.
- Es muy cara, está hecha con un poco de musk que… – se interrumpió un
momento y la miró fijamente – es un afrodisíaco – le explicó y Maca enarcó una
ceja y dibujó un gesto de burla en sus labios pero antes de que pudiera decir
nada para mofarse Esther continuó - y aquí solo la toman las familias adineradas
es… un regalo especial para… para la noche de bodas – confesó con cierto
azoramiento que enterneció a Maca.
- Cariño… - la miró agradecida por cómo estaba obsequiándola – no tenías por
que….
- Prueba esto – cogió un pequeño trozo de una de las frutas y se lo metió en la
boca, silenciándola. Maca sintió que ese gesto le producía un placer intenso que
se reflejó en sus ojos – sabía que te gustaría – confesó en tono cadencioso e
insinuante.

Maca no podía dejar de mirarla a los ojos, Esther se estaba comportando de una forma,
tan diferente a lo que la tenía acostumbrada que no podía pensar en nada solo en el
deseo de besarla, de estrecharla en sus brazos. Y ese deseo se vio incrementado cuando
la enfermera se levantó insinuante, se acercó contoneándose a una de las velas y la
apagó con un soplido, volviendo con la misma parsimonia a sentarse junto a ella, y a
besar sus labios con suavidad, con un ligero roce, retirándose con rapidez. Maca estaba
empezando a creer que estaba en una nube, se sentía como flotar entre aquellos sonidos
olores y sabores, y ante aquel juego de insinuaciones que la enloquecían. Se moría de
ganas de desnudarla, de besar sus pechos, de dedicarse a ella en cuerpo y alma, pero
llevaba toda la noche aprendiendo la lección, el juego consistía en esperar, en ir
despacio y era Esther la conocedora de esas reglas y la que debía marcar la pauta.

- Quiero que esta noche sea especial Maca – rompió el silencio.


- Ya lo es – confesó imprimiendo intensidad a sus palabras indicándole el deseo
que experimentaba.
- Me refiero a especial de verdad – le sonrió misteriosa levantándose y repitiendo
la operación anterior apagó otra vela, mientras Maca apuraba su vasito de aquel
líquido de extraño sabor.
- Ven – le pidió incapaz de contener más sus ganas.

Esther se acercó despacio, obedeciéndola, volvió a sentarse a su lado y Maca le regaló


una mirada llena de amor y deseo.

- Esther… - murmuró clavando sus ojos en los de la enfermera y luego en sus


labios – ven… - casi jadeó, atrayéndola y besándola.

La enfermera la dejó hacer, devolvió el beso, consciente de que la excitaría aún más,
pero luego se retiró despacio, manteniendo el labio inferior de la pediatra apresado entre
los suyos, mirándola intensamente, sintiendo que su deseo también se desbocaba, pero
sabía que debía controlarlo, que quedaba mucho por hacer. Se separó y levantó las
piernas de Maca subiéndola al sofá, sentándose tras ella con las suyas abiertas.
- Échate en mí – le pidió recostándola sobre ella – quiero que escuches la música
y el sonido del mar.
- Esther…
- Quiero que respires profundamente y te relajes – le indicó en un tono bajo y
cadencioso pero autoritario.
- Pero… me voy a dormir…
- Te aseguro que no – respondió junto a su oído comenzando a masajear su pelo,
lentamente.
- Hummm, ¡qué gusto! – exclamó dejándose hacer, le encantaban esos masajes de
la enfermera, era única haciéndolos - ¿y sí me das otro vasito de eso?
- No es bueno pasarse – le respondió sonriendo para sus adentros.
- Pero…. si no lleva alcohol… y… está muy bueno.
- Si, pero… ya te dije que es una especie de licor y… no debemos tomar más.

Maca levantó los ojos hacia ella intentando ver qué quería decir por su expresión,
frunció ligeramente el ceño.

- Pero… ¿por qué! ¿qué es lo que lleva? – le preguntó mostrando una ligera
preocupación.
- Nada – sonrió recorriendo el óvalo de su cara con el dedo índice mientras
continuaba con la otra mano perdida en su pelo – es como… como… una tila.
- Ah – aceptó sin darle más importancia.
- Ahora vas a cerrar los ojos y no los vas a abrir hasta que yo no te de permiso –
ordenó con dulzura.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué quiero que los cierres?
- Si.
- ¿Por qué crees tú que cerramos los ojos al besarnos?
- Yo siempre no lo hago.
- Pues tú te lo pierdes – le respondió burlona.
- A ver – dijo condescendiente - ¿por qué los cerramos? – preguntó con un hilo de
voz dejándose arrastrar por el masaje que Esther le estaba propinando en la
cabeza - hummmm.
- Porque los ojos cerrados te permiten sentir mucho más, crean una magia especial
– respondió con voz cadenciosa.
- Eso ya lo sé – sonrió con suficiencia.
- Pues ciérralos y ábrelos cuando yo te diga.

Maca obedeció entregada a su juego, escuchaba la música de fondo, tan suave que
parecía poder adormecerla, oía el mar y sentía las respiración pausada de la enfermera,
sentía sus manos sobre ella y se dejó llevar, concentrándose en esas manos que siempre
lograban transportarla a un mundo maravilloso y lejano, mientras sentía que la punzada
de deseo crecía sin parar.

- ¿Oyes el mar? – le susurró Esther junto a su oído – piensa que estamos en él,
como esta tarde, que las olas te mecen a su antojo.

Maca no respondió, imbuida de aquel ambiente, su mente volaba con aquellos


estímulos, se sumergió en ese mar imaginario, sintiendo que la calma se apoderaba de
ella, una sensación única, hasta ahora desconocida para ella, que la hacía flotar, elevarse
sostenida por aquella manos que no dejaban de acariciarla con delicadeza,
transmitiéndole la sensación de estar en un lugar paradisíaco, solo para ellas, lleno de
paz, en el que no existía el tiempo solo un objetivo, el placer de amarse.

- Maca – habló en voz baja y cadenciosa.


- Hummmm
- Voy a levantarme – la avisó, empujándola hacia delante con dulzura.

Maca se retiró, permaneciendo sentada, aún con los ojos cerrados, la enfermera sonrió y
musitó un bajísimo “puedes abrirlos”. Obediente, lo hizo a tiempo de ver como Esther
se acercaba a la cama y se sentaba en ella, llamándola con el dedo índice.

- ¿No vienes? – terminó por preguntar al ver que la pediatra no se movía ante su
indicación.

Maca negó con la cabeza, esbozando una sonrisa. ¡Ella también sabía jugar! Pero Esther
correspondió a su negativa levantado los brazos y quitándose la camiseta. Maca se
mordió el labio inferior, esperando que continuara desnudándose pero la enfermera no
lo hizo.

- ¡Ven! – le ordenó desde la cama como más fuerza.

Maca volvió a negarse, imitándola y quitándose su camiseta. Esther sonrió, se levantó


de la cama se acercó a una vela que estaba en el poyete de la ventana y la apagó,
regresando al lecho, enredándose en las sábanas.

- ¡Ven de una vez! – le ordenó enronqueciendo el tono y pasándose la lengua por


los labios recostándose en las almohadas, apoyada en un codo de lado,
mirándola, mientras paseaba su dedo índice en un corto recorrido desde su
rodilla hacia su cadera a través de su muslos - ¡ven! – susurró – te estoy
esperando.

Maca suspiró, no podía resistirse por más tiempo, la vio jugueteando entre las sábanas,
con su cuerpo semidesnudo, y aunque estaba tentada a establecer un pulso con ella, no
quería resistirse, ¡la deseaba! la deseaba con una fuerza inusitada e increíble y Esther la
incitaba de tal forma que sabía que tenía el control de su cuerpo y de su alma, que sólo
con llamarla como solo ella era capaz de hacerlo, acudiría sin remisión donde fuera que
se encontrase. Saltó a la silla y acudió a la cama donde la enfermera ya la esperaba
sentada en el borde con una expresión de triunfo. La ayudó a subirse a la cama, la
recostó con delicadeza y comenzó a despojarla de la poca ropa que le quedaba, luego se
alejó contoneándose y apagó las dos últimas velas, dejando encendida solo la de la
mesilla.

- ¿Preparada? – le preguntó insinuante llegando hasta ella.


- ¿Preparada para qué? – continuó con el juego.
- Para decir a dios a los pseudoorgasmos.
Maca la miró con cierto temor, un escalofrío le recorrió la espalda, temía sus
intenciones, pero ese miedo no era comparable a la intensidad con la que un calor
repentino comenzó a recorrer todo su cuerpo.

- No temas – le susurró besándola en la mejilla, imaginando lo que le ocurría,


situándose de rodillas sobre la cama, a su lado – solo prepárate a disfrutar, déjate
llevar.

Maca no respondió, solo la miraba absorta, calibrado lo que podían llegar a significar
aquellas palabras, deseando obedecer y dejarse arrastrar, pero sin poder evitar un miedo
profundo a no estar a la altura.

- ¿Qué pretendes?- le preguntó con un leve deje de temor.


- Nada – sonrió tranquilizándola – solo quiero llevarte al cielo, mi amor, como te
prometí – la besó de nuevo con mucha más intensidad que hasta entonces, un
beso profundo y húmedo que provocó aún más excitación en la pediatra - quiero
que me dejes hacerlo y que me obedezcas en todo.
- Pero…. – no supo qué decir, sus palabras la hicieron recordar aquel sueño que
tuvo en los primeros días de su estancia en el campamento y solo recordarlo la
hizo estremecerse. Esther percibió su turbación y temió haberse precipitado.
Pero no estaba dispuesta a dar marcha atrás, en el fondo los ojos de Maca le
mostraban la excitación que le producía ese juego, lo había estado notando toda
la noche y el deseo que tenía de estar con ella.
- ¿No me querías solo para ti? – preguntó burlona – pues yo también te quiero
solo para mí - le dijo con seguridad.

Maca se estremeció otra vez, presa de un miedo paralizante, mientras su cuerpo


comenzaba a temblar de pies a cabeza.

- Tranquila, mi amor – le pidió con una sonrisa - ¿me vas a dejar?


- No sé... yo….
- ¡Déjame! – acercó su rostro al de ella, suplicante y segura a un tiempo – te
prometo que no vas a olvidar esta noche.
- Pero es que yo…. – la miró con un aire entre compungido y avergonzado que
Esther se apresuró en borrar, conocedora de lo que debía estar pensando.
- Tú me vuelves loca – le susurró al oído al tiempo que le rozaba con su lengua –
no pienses en otra cosa que no sea esa.
- Te aprovechas de que no soy capaz de negarte nada cuando me hablas en ese
tono – le dijo aceptando su propuesta a pesar de sus temores, decidida a llegar a
donde ella quisiese.
- Ven – le dijo extendiendo su mano derecha, tirando de ella y sentándola frente a
sí – confía en mí – le pidió con una sonrisa que a Maca le pareció más
encantadora que nunca, una sonrisa que la embriagó y que la obligó a asentir,
estremeciéndose de nuevo.
- Échate – la empujó recostándola sobre las almohadas que previamente había
colocado perfectamente – cierra los ojos y no los….
- …abro hasta que no me des permiso – continuó por ella recordando una de las
reglas.
- Exactamente – musitó extendiéndole las piernas – solo escucha el mar, ¿lo oyes?
- Si – murmuró entregándose de nuevo a la relajación de momentos antes.
- Imagina que estoy rozando tus manos – le dijo casi en un susurro haciendo lo
que había dicho, pasando lentamente las yemas de los dedos por ellas,
recorriéndolas con parsimonia – imagina que subo por tus brazos – siguió con un
tono que la hipnotizaba al tiempo que sus dedos recorrían los brazos de la
pediatra primero por fuera y luego por dentro – imagina que continúo por tu
cuello – y pasó las yemas de sus dedos por él, provocando que Maca se
estremeciese otra vez y se le erizase el vello – imagina que mis dedos rozan…
tus ojos, la nariz, tus labios – continuó cada vez más lentamente recreándose en
cada uno de ellos, acariciándola con suavidad casi imperceptiblemente,
originando que en cada contacto Maca sintiese como un chispazo - y ahora
imagina que bajo hacia tus pechos.
- Hummmm – gimió levemente sin poder refrenar más ese deseo que había
crecido en cada contacto. Esther sonrió, descendiendo hasta tos pies de la cama.
- Imagina que paso un dedo por la planta de tus pies – le dijo haciendo a
sabiendas de eso sí que no lo notaría – ¿lo imaginas?

Maca no respondió, a esas alturas tenía la sensación de que Esther acariciaba todo su
cuerpo, a pesar de que le dijera que solo imaginara, a ella le parecía que sus manos la
recorría por entero y de que en cada contacto las cosquillas de su estómago descendía a
su bajo vientre en forma de presión desmedida que se afanaba en controlar.

- Estoy acariciando tus pies y subo hasta tus rodillas – continuó con voz una
cadenciosa, que la embelesaba y adormecía – y subo un poco más y beso tu
ombligo.
- Hummm – se removió Maca abriendo los brazos y aferrándose a las sábanas y
arqueando levemente la espalda.
- No te muevas, relájate, respira profundamente y relájate – le pidió dejando de
tocarla durante unos momentos.
- ¿Esther? – la llamó al ver que no percibía ningún movimiento en la cama, que
no continuaba hablando ni tocándola.
- Tranquila – la oyó decirle a su lado – mantén así la respiración, muy bien, ahora
abre los ojos.

Al obedecer Maca la vio completamente desnuda frente a ella, sonriendo y las


cosquillas y la presión volvieron con toda su fuerza. ¡Estaba bellísima a la luz de la
vela! Sintió una oleada de fuego subir sin control, se apoyó e intento incorporarse.

- Aún no – le dijo Esther adivinando sus deseos.


- Tengo mucho calor.
- Lo sé – volvió a sonreír – es por lo que has bebido y por lo que te estoy untando.

Maca descubrió que la enfermera tenía un pequeño tarrito en sus manos, y comprendió
que había recorrido todo su cuerpo con él.

- Si ves que no aguantas más el calor – le dijo con retintín mientras frotaba sus
piernas – me lo dices.
- Aguantaré – aseguró entregada completamente a ella.

La enfermera continuó su masaje, con suavidad y firmeza, Maca permaneció echada con
los ojos cerrados, lanzando un gemido de vez en cuando, intentando frenar esas oleadas
que le subían cada vez más frecuentemente. Esther sabía que la estaba llevando a su
límite, pero la pediatra cumplía su promesa de aguantar estoicamente, la veía aferrarse
de vez en cuando a las sábanas y eso la hacía sonreír, satisfecha al comprobar que
estaba teniendo éxito en su propósito. Maca cada vez estaba más entregada y Esther
consideró que había llegado el momento de dar un paso más y se decidió, echó su
cuerpo sobre ella, rozándola con él y notando como Maca ante ese contacto se removía
anhelante, extendió sus brazos y aferró las manos de Maca entrelazando sus dedos a los
de la pediatra.

- Necesito tu permiso para continuar – le susurró al oído.


- Lo tienes – respondió con presteza, concediéndoselo sin importarle lo que fuera
a hacerle – continúa – la apremió deseosa – continúa – casi jadeó.
- Voy a bajar – la avisó a sabiendas de que eso podía no agradarle y Maca abrió
los ojos un instante, intentando cruzar la mirada con ella, no estaba segura de
querer que hiciera eso – ¡ciérralos! – le ordenó besándole uno y luego el otro -
¿recuerdas!? solo cuando yo te diga.
- Si – musitó, pero permaneció con ellos abiertos – pero Esther… no....
- Chist… tranquila… no voy a hacer nada que no desees - le dijo con cierto
retintín que Maca no comprendió pero le daba igual, deseaba que continuara, ¡la
deseaba! pero no podía evitar pensar en que ella no podía controlar ciertas cosas
y eso la frenaba - ¡ciérralos!

Maca obedeció y repentinamente sintió un calor desmedido que crecía y crecía, no creía
que pudiera soportarlo como había prometido, pero era imposible, juraría que notaba a
Esther entre sus piernas y no podía ser, ¡no podía ser! Tenía que abrir los ojos, tenía que
abrirlos e impedírselo. Se removió inquieta y la enfermera se detuvo en las caricias que
le estaba dedicando.

- Ponte de espaldas – le pidió al ver que se inquietaba necesitaba que aguantase un


poco más, y necesitaba que la calma volviera a su espíritu, que confiara en ella y
que deseara con todo su ser que la dejara hacer.
- Esther… - abrió los ojos desobedeciendo e intentó tirar de ella para que subiese
a su altura – ven, necesito besarte, necesito….
- ¿No aguantas más? – preguntó socarrona e insinuante a un tiempo.
- No – admitió – estoy… estoy….
- Aún no, espera un poco y date la vuelta – insistió ayudándola a hacerlo.

Maca se sentía a punto de explotar, no sabía como pero tenía la sensación de que a esas
alturas sería incapaz de refrenar lo que estaba experimentando, que no iba a poder
esperar, ya no podía controlar las cosas como antes, sus pulsaciones se habían acelerado
y Esther lo notó, y se echó sobre ella, haciéndola sentir sus pechos sobre su espalda.

- Esther…. – intentó girarse, necesitaba besarla, necesitaba terminar ya.


- Chist, respira despacio – le pidió – vamos a parar un poco – le dijo acariciando
sus hombros y su cuello, comenzando a masajear su espalda, bajando sus manos
por ella hasta detenerse casi en el final de la misma.

Maca se entregó de nuevo al placer del masaje, intentado respirar más pausadamente,
controlando su deseo. Nunca hubiera imaginado que aquel juego pudiera resultarle a un
tiempo tan torturador y tan placentero. La enfermera comenzó de nuevo a acariciarla
entre las piernas y Maca, aún sin ser consciente, experimento un ligero desasosiego. El
deseo crecía de nuevo y ella no era capaz de controlarlo, ni de comprender qué le estaba
ocurriendo.

Esther comprobó su excitación y sonrió, como había podido comprobar esos días, Maca
podría no notarlo pero su cuerpo respondía a los estímulos a las mil maravillas, y eso le
daba una enorme ventaja para lo que se proponía, conseguir que experimentara un
orgasmo, sabía que era posible en determinados casos de lesiones medulares y si lo de
Maca era psicológico, como todos afirmaban, quizás podría tener aún más
posibilidades. Ilusionada con ello, siguió con sus caricias unos segundos más, solo con
una mano mientras la otra, hacía un recorrido por su espalda, hasta la nuca.

- Esther – se removió incapaz de aguantar más.


- Ven, siéntate – le permitió situándola frente a ella ayudándola a colocar las
piernas cruzadas.
- ¿Qué haces?
- Prepararte para lo que estás deseando – respondió insinuante y misteriosa.

Cuando se incorporó Maca notó que todo su cuerpo ardía, sentía sus mejillas
encendidas, su corazón desboscado, sentía ansias por besarla, sentía deseos de explotar
y estaba segura de que ocurría sin más, aunque Esther no la tocase. La miró con temor.

- Esther…
- ¿Qué?
- Noto una sensación muy rara… muy…
- ¿Es agradable?
- Si pero… no… no entiendo…
- Entonces no te preocupes, respira despacio – le dijo acariciando su mejilla,
colocándose en el hueco de sus piernas, sentándose frente a ella, a escasos
centímetros de su boca, y apresándola con sus piernas.

Maca, levantó la mano e intentó devolverle las caricias pero Esther la frenó con un
“después, mi amor, ahora te toca a ti”. Fue ella la que pasó el dedo índice por su labio
inferior presionando suavemente. La miró a los ojos y la besó con dulzura, nada del
beso apasionado que Maca esperaba y, sin embargo ese beso, le provocó que otra oleada
de calor subiera por su columna. No pudo evitarlo y comenzó a acariciar a Esther a
pasear las manos por su espalda, por sus muslos, a besar sus pechos, sin que estaba vez
fuese reprimida en sus deseos, la pasión encendida no la dejaba obedecer y Esther
parecía que por una vez se lo estaba permitiendo.

La enfermera le había cedido unos instantes la iniciativa, consciente de que eso la haría
excitarse aún más, la dejó hacer unos minutos, intentando controlar las oleadas de placer
que también experimentaba, intentando mantener la cabeza fría para lograr su objetivo
pero sin poder evitar exhalar lentos y profundos gemidos que encendían y calentaban
aún más a Maca, que guió la cabeza de la enfermera hacia sus pechos. Esther se dedicó
a ellos unos momentos, pero instantes después se detuvo y solicitó a Maca que hiciera
lo mismo. La pediatra obedeció y jugueteó con ellos. Cuando levantó la vista y clavó los
ojos en Esther vio también su deseo desmedido, sus ganas contenidas, ya no había quien
la parase, sentía que iba a terminar ya, su cuerpo comenzaba a experimentar leves
estremecimientos su boca buscó la de la enfermera dispuesta a dejarse arrastrar, pero se
equivocaba, Esther se había convertido en una experta en el arte de la seducción y
contención y de nuevo, la frenó.

- Tranquila, no tengas prisa, tenemos toda la noche – le susurró abrazándose a ella


recorriendo su espalda con la yema de los dedos – échate de nuevo.
- Esther…. – protestó con los ojos casi desencajados – no quiero esperar más –
exhaló un suspiro.
- Si que quieres – sonrió besándola con dulzura.
- Pero… no… no creo que deba… no… aguanto más.
- Si que aguantas – le sonrió dándole la vuelta y situándola boca abajo – confía en
mí.

Maca obedeció no sin antes lanzar un profundo suspiro de resignación, aunque


tremendamente excitada y entregada al juego. Jamás Esther había logrado llevarla hasta
ese punto de locura, siempre había sido ella la que llevaba la voz cantante y ahora,
estaba allí, a su merced, algo que la inquietaba, le producía inseguridad y a un tiempo
un placer hasta entonces desconocido que la estaba enloqueciendo.

La enfermera acarició su espalda otra vez, hasta su nuca, mientras su cuerpo se


recostaba sobre el de la pediatra. Comenzando a moverse lentamente sobre ella. Maca
extendió los brazos como le gustaba hacer y Esther hizo lo propio con los suyos,
sintiéndose ambas, notando el calor que desprendían, la enfermera inclinó la cabeza,
rozando la mejilla de Maca, que con los ojos cerrados, buscó sus labios, entregadas a un
beso mucho más intenso. Ester se retiró y sin dejar de moverse sobre ella, recorrió con
pequeños besos y mordiscos los hombros de la pediatra, que ya no podía dejar de gemir,
sintiendo su cuerpo, sintiendo su respiración, esperando el siguiente beso, el siguiente
mordisco o un suave lametón tras la oreja que provocaba un estremecimiento tras otro.
No quería que ese momento pase nunca, era increíble lo que la estaba haciendo sentir.

Entonces Esther se incorporó y sopló la única vela que quedaba. Maca abrió los ojos, a
sabiendas de lo que había hecho. La oscuridad absoluta por una vez no la inquietó, solo
le importaba seguir disfrutando junto a ella, fuese como fuese. No podía verla pero notó
que deslizaba su cuerpo hacia atrás, con sus manos bajando nuevamente por su espalda.

- Ahora date la vuelta – la escuchó casi en los pies de la cama.

Maca obedeció y Esther se tumbó junto a ella.

- Súbete encima de mí – le pidió.


- ¿Qué?
- Te toca a ti – le dijo con calma – quiero sentir tu cuerpo sobre el mío.
- Claro – aceptó deseándolo también.

No había nada que le gustase más, el hecho de solo pensar que se apoyaría sobre ella,
sobre su espalda, que notaría sus movimientos llegando desde abajo la hicieron sentirse
en las nubes.

Maca reptó sobre ella, la besó, la acarició, y Esther se dejó hacer hasta que tampoco
pudo más. Entonces se removió.
- Ha llegado el momento – la avisó en la oscuridad. Maca se estremeció
anhelante, deseosa, no sabía a qué se refería pero le daba igual. El placer que
sentía era infinito – túmbate boca arriba, voy a separarte las piernas y déjate
llevar.
- No, Esther, no – se negó con rapidez, sentándose de improviso, comprendiendo
lo que pretendía.
- Tranquila, te va a gustar.
- No, cariño, por favor yo…. sabes que yo no puedo controlar que…
- Chist, no te preocupes por eso, sé lo que temes, pero no te vas a orinar – le dijo
revelando en voz alta el temor de la pediatra.
- Pero…
- Sé como hacerlo. Déjame intentarlo.
- Esther… sabes que si me presionas… que yo… no… - intentaba negarse pero el
tono de súplica mezclado con ligera decepción de la enfermera le pedía que no
lo hiciera y su interior gritaba que tampoco lo hiera, que cediera – Esther… y
si… yo… - dudó, deseaba con toda su alma hacerle caso y dejarse llevar por
ella, ¡deseaba tanto sentirla como antes! nunca se lo había confesado pero ¡lo
echaba tanto de menos! y Esther estaba allí asegurándole que lo iba a conseguir,
pidiéndole permiso, demostrándole que se había percatado de ello y ella no tenía
fuerzas para oponerse, ¡si fuera verdad que era posible!
- Chist, mi amor, confía en mí – insistió recostándola de nuevo.

Esther había contado con su negativa, pero también con el deseo desmedido que había
provocado en ella, con la pasión que había desbocado y que necesitaba ser saciada.
Maca se había negado, pero casi sin convicción, lo había notado en su tono inseguro, en
sus dudas en sus manos que la buscaban, acariciándola con ternura. Y ella tenía ahora la
tarea de estimular su vientre, de hacerlo vibrar y de alcanzar aquel otro extremo del
clítoris, el famoso punto G y conseguir que Maca sintiese lo que ya creía que no sentiría
nunca. Puso en práctica todo lo leído, la pediatra respiraba cada vez con más agitación,
asegurándose ir por buen camino, solo esperaba escuchar de su labios su famosa
exclamación, esa que aún no había oído.

Maca se había echado de nuevo, guiada por su firme mano que la obligó a recostarse.
Durante unos minutos se afanó en besar su abdomen, en acariciar sus pechos, para
terminar adentrándose en ella, con suavidad, comprobando que Maca estaba preparada,
presionando su bajo vientre, asegurándose que daba con su objetivo, al tiempo que
besaba su ombligo, que la recorría con la lengua. Instantes después su esfuerzo se vio
recompensado.

- ¡Dios! – gritó Maca de pronto - ¿qué me haces? – preguntó sin ser capaz de
distinguir nada en la oscuridad - ¿qué me haces, Esther?
- Tranquila… – intentó calmar su nerviosismo.
- Dime qué me haces – preguntó alterada sin comprender cómo estaba sintiendo
aquello.
- ¿Te duele? – preguntó temerosa.
- ¡No! – jadeó – pero… necesito… ¡moverme! – reconoció sintiendo frustración
de no poder hacerlo, todo en ella la impelía a mover sus caderas pero no podía y
aun tiempo un placer intenso que crecía de forma desbocada, no podía creerlo
pero sí, lo reconocía sin duda alguna, estaba a punto de tener un orgasmo - ¿qué
me haces! no entiendo como…
- ¿Te gusta?
- ¡Sí! – jadeo – pero…
- No pienses… - le susurró melosa – no pienses en nada… échate y déjate llevar.
- ¡Dios! – exclamó de nuevo presa de una tensión que crecía y crecía - ¡Esther! –
casi gritó.
- Márcame el ritmo, Maca – fue su respuesta – márcamelo tú.

Maca no necesitó que se lo repitiera más, ya no podía pensar en su incontinencia, no


podía pensar en nada que no fuera aquello que estaba experimentando. Extendió los
brazos y apoyó sus manos en los hombros de la enfermera, agarrándose a ella, comenzó
a moverla adelante y atrás con lentitud para luego ir acelerando poco a poco. De pronto
se detenía y volvía a la carga, casi con desesperación, con fuerza, ansiosa. Esther seguía
con sus besos y caricias, imprimiéndoles intensidad según le marcaba la pediatra.

- ¡Dios! – exclamó de nuevo – ¡Esther! – gritó – ¡Esther!… ¡Esther! … ¡Dios!

Esther se detuvo, sonriente, ¡por fin escuchaba ese tono en su voz! ¡por fin la oía decir
es “dios” apremiante! Maca protestó.

- No te pares, ahora no, ¡por favor! ¡por favor! – suplicó.


- Chist, relájate, no puedes estar tan tensa – le indicó con calma.
- Pero… estaba a punto de…
- Lo sé, pero déjame – le pidió y Maca aceptó, de nuevo con un profundo suspiro.

Esther tiró de ella y la sentó, luego comenzó a masajear su vientre con pequeños
círculos que Maca notaba perfectamente, al tiempo que sentía palpitar su cuerpo, la
punzada del deseo continuaba alojada en su bajo vientre, esta vez no desaparecía, muy
al contrario crecía y crecía en intensidad. Esther recorrió sus pechos, se esmeró en ellos
y Maca entonces creyó morir, no podía más.

- ¡Dios! – exclamó cerrado los ojos entregándose a aquello que crecía desbocado
– ¡Esther!

La enfermera se sentó tras ella, a su espalda, y la abrazó con una mano, acariciando sus
pechos, besando su cuello, con un beso húmedo, subiendo su lengua hasta la parte
posterior de la oreja, Maca ladeó la cabeza unos instantes disfrutando de ese contacto,
después la giró buscando su boca, ¡necesitaba besarla! Esther la premió con un beso tan
intenso que tuvo la sensación de que la estancia se llenaba de luz,. Esther continuó
besándola, su lengua entraba y salía con fruición. Cogió las piernas de Maca y las
flexionó, situándolas sobre las suyas, abriéndolas un poco, luego se echó hacia atrás
recostándose en el cabecero y recostó a Maca sobre ella.

- ¿Estás cómoda así?


- Sí, ¡bésame! – le pidió Maca que ya ni siquiera reparaba en nada que no fuera lo
que sus manos estaban produciendo en ella.

Esther la besó de nuevo, acarició sus pechos con una mano y con la otra, retomó su
trabajo, moviéndose tras ella, rozándose con su espalda, Maca sentía esos movimientos
rápidos pero suaves que producían sus caderas y la hacían latir de placer. La besó de
nuevo, sus dedos jugaban con los pezones y su mano se introdujo en ella, con suavidad.

- Prepárate – le susurró al oído - vas a sentir cosas muy raras en tu cuerpo y


cuando llegues a casi sentir un orgasmo apriétame una pierna.
- Esther… - jadeó asustada y tremendamente excitada, acariciando los muslos de
la enfermera mientras, buscaba de nuevo su boca, no quería separase de ella.
- Respira como te digo y el resto déjamelo a mí – le indicó retirándose.

Maca se recostó sobre ella, obedeció en todo y llegó el momento. Esther movía todo su
cuerpo, consiguiendo que Maca sintiese que era ella la que también estaba en
movimiento. Sus manos se perdieron por ella, se adentro en sus profundidades, y su
boca la buscó ahora con pasión. Maca sintió un primer espasmo, no podía comprender
como era posible pero allí estaba, recordó sus peticiones y controló su respiración al
tiempo que apretaba la pierna de la enfermera, que suavizó sus movimientos un poco.

- Acompásate a mí – le indicó – respira despacio.

Esther aceleró de nuevo sus movimientos y Maca sintió que se elevaba, que la cama se
levantaba del suelo, miles de luces de colores deslumbraron sus ojos cerrados y
apretados, sus manos se aferraron a los muslos de Esther, clavó la nuca en el hombro de
la enfermera, separándose de su boca, concentrándose en aquello que se había adueñado
de ella, y llego otro espasmo este mucho más intenso y otro más, ya no podía
controlarlos y Esther se dio cuenta de ello.

- ¡Dios! – gritó arrastrada por el infinito placer del que creyó su primer orgasmo.

Pero aquella sensación no paraba, permanecía instalada en ella, y volvió a estremecerse.


Abrió los ojos, la vela estaba encendida y ella ni siquiera se había dado cuenta de
cuando lo había hecho. La enferma seguía acariciándola tan suavemente que ni la sentía.
Su relajación era tal que todo se prestaba al placer.

- Prepárate – le susurró Esther al oído – ahora comienzan más intensos.

Maca no daba crédito pero era cierto comenzó a notar que todo su cuerpo vibraba, un
temblor que no podía controlar.

- Échate – le volvió a pedir saliendo de detrás de ella - ¿quieres terminar sola o


prefieres que lo hagamos juntas?
- Pero si yo ya….
- ¿Qué prefieres?
- ¡Juntas! – exclamó aún sin creer que todo aquello no fuera un sueño.

Esther se echó sobre ella, continuó con las caricias y los masajes, y después de unos
minutos se sentó sobre ella y comenzó a mover sus caderas, Maca situó sus manos en
ellas, sintiendo que la invadía una mezcla un placer que crecía de forma calmada y se
mantenía así, deseando que el tiempo se eternizase. Esther la tomó de las manos, le besó
los pechos sin dejar de moverse sobre ella, y terminó besándola como Maca había
deseado desde el principio.
Ahora sí el calor fue infinito, sus pulsaciones aumentaron desorbitadamente, Esther
aceleró y aceleró, ambas se acariciaban presas ya de una pasión desbocada, que había
ido creciendo y que habían contenido hasta hacerse insoportable. Maca se aferró a ella y
comenzó con un juego de dedos que arrancó unos entrecortados gemidos en Esther. La
enfermera le mordió el labio inferior, tirando de él y clavó sus ojos en Maca que movió
sus dedos más y más rápido, con una habilidad y suavidad que Esther adoraba, sintiendo
que toda la tensión que habían estado controlando estaba a punto de explotar, se
detuvieron un instante, se miraron a los ojos, ya sí perdidas en la pasión irrefrenable, sus
respiraciones se aceleraron, sus manos se movían frenéticas, se entrelazaron y se
dejaron llevar en un violento baile que las transportó un interminable éxtasis y a una
liberación tan duradera y placentera que las dejó extenuadas.

- ¿Te encuentras bien? – le preguntó la enfermera tras unos minutos abrazada a


ella entregándose a la relajación y el descanso, al ver que continuaba con la
respiración agitada y los ojos cerrados.

Maca no respondió solo abrió los ojos y los clavó en ella, esbozando una leve sonrisa.

- Cariño… - insistió Esther, incorporándose y besándola con ternura en la


comisura de los labios, le acarició la mejilla retirándole el pelo alborotado - ¿no
me respondes?
- Si… estoy… bien – dijo aún sin resuello cerrando los ojos de nuevo,
descansando, intentando que su corazón volviese a la normalidad.
- ¿Seguro? – preguntó continuando con su tiernas caricias.
- Si – exhaló un suspiro abriéndolos de nuevo – me siento… me siento…
- ¿Cómo? – saltó frunciendo el ceño y acodándose en la cama.
- Extraña – musitó.
- Pero… ¿te duele algo! ¿el pecho o…?
- No… nada… - musitó cerrando los ojos.
- Mi amor, por favor, ¿seguro que estás bien?
- ¿Por qué estás siempre tan preocupada? – inquirió a su vez levantando la mano y
colocándole el pelo tras la oreja, sin dejarla terminar. Esther se encogió de
hombros y apretó los labios en una mueca de culpabilidad.
- Supongo que… lo he pasado tan mal cuando estabas enferma que… tengo
miedo de que….
- No me va a pasar nada, ya estoy bien, ¿o es que no se nota? – le dijo con
picardía.
- Bueno…. – sonrió burlona y aliviada – las he visto mejores – la provocó
esperando una de sus rápidas reacciones.
- ¡Serás guarra! ¿con que mejores? – la atrajo besándola con pasión – voy a tener
que darte una lección de las mías…
- ¡No! no, Maca, ¿no serás capaz?
- La verdad es que no – suspiró – me has dejado sin fuerzas. Ha sido…
- ¿Cómo? – preguntó con curiosidad y anhelo de haber logrado lo que pretendía.
- Maravilloso – la miró fijamente – has..has conseguido que me sienta como…
como la primera vez.

Esther la miró, se aproximó lentamente sin dejar de mirar sus ojos y la besó. Maca se
estremeció bajo su cuerpo y Esther sonrió.
- Para mí también ha sido especial.
- Ven – la atrajo, besándola de nuevo – y abrazándose a ella.
- Te amo, Maca, ¡cada vez que pienso el tiempo que hemos perdido!
- Pues no lo pienses, piensa solo en el que nos queda – le dijo volviendo a besarla.
- Ay, me quedaría aquí toda la vida.
- ¡Y yo! ¡yo también me quedaría! – exclamó con tanta fuerza que Esther sonrió y
se abrazó a ella aún más fuerte, pasando una de sus piernas sobre las de Maca,
sintiendo su calor.

La pediatra sonrió, y comenzó a acariciarle el pelo con una cadencia que seguía el ritmo
de las olas. Esther cerró los ojos y se acurrucó en su pecho.

- Me haces tan feliz, y me das tanta paz.


- Duérmete – le susurró mientras le regalaba pequeños besos y suaves caricias.
- ¿Por qué te cuesta tanto expresar lo que sientes? – le preguntó de sopetón y
Maca permaneció callada. La enfermera interpretó que no obtendría respuesta –
no importa que no me lo digas, lo siento en cada mirada, en cada beso, en cada
caricia…
- Imagino que… me he refugiado demasiado tiempo en el silencio y… ahora….
Me cuesta aún más que antes, pero no dudes nunca de que eres tú la única que
llena mi corazón como jamás nadie lo ha hecho, la que me hace sentirme viva,
maravillosa e intensamente viva.
- Maca… - Esther se incorporó un poco, clavó sus ojos en los de la pediatra que
brillaban más que nunca y la besó.

Y así, abrazadas, escuchando las olas batir contra la arena, escuchando la las ráfagas del
viento filtrarse por las rendijas Esther se entregó al sueño, sintiéndose protegida en sus
brazos, sintiéndose querida y feliz. Mientras Maca permaneció acariciándola con
dulzura, disfrutando de todo aquello, luchando por no caer rendida y poder arañar
segundos de placer al tiempo que se le escapaba entre las manos, con la sensación que
nada de aquello era casual, que Esther había sabido planificar tantos detalles, tantas
cosas que parecían insignificantes pero que eran las que precisamente más la llenaban,
esas pequeñas cosas que, día a día, iban formando parte de sus vidas, esas cosas que
compartidas con ella cobraban otra dimensión, porque al fin se había atrevido a
entregarse por completo, sin miedo y lo más importante sin esperar nada a cambio,
porque no le hacía falta, era feliz solo por estar allí asumiendo que al fin, había
reconocido el camino, Esther le daba sentido a su vida, y el amor que sentía por ella
fluía y lo inundaba todo. “Amarnos” murmuró, ese es el verdadero sentido de nuestra
existencia: “amarnos, Esther, por encima de todo”, “si, me has enseñado de nuevo a
amar y eso no tiene precio”.

- ¡Te amo, Esther! – musitó junto a su oído.


- ¿Qué dices? – murmuró somnolienta.
- ¡Qué te amo!
- Hummm ¿qué? – se removió un poco acurrucándose y aferrándose aún más a
ella.
- Chist, nada, ¡duérmete, princesa!

Instantes después, Maca perdía la batalla y caía rendida dejándose vencer por el
cansancio. Esa noche no pudo evitar soñar con Loango, con sus espectaculares sabanas,
con sus playas vírgenes, con el bosque y los manglares, soñó que volaban juntas
bordeando ese bosque tropical que limitaba todo el litoral atlántico, que descendían a
escasos metros de las playas donde se paseaban elefantes, búfalos, sitatungas, donde las
ballenas saltaban a escasos metros de la orilla, donde había sido capaz de vencer su
miedo y disfrutar del suave roce de las olas en su piel y, soñó que la suerte de la
enfermera se extendía también a ella, sí, soñó que la suerte les sonreía, que pudieron ver
los hipopótamos bañándose en el mar, sí, Esther la había llenado de felicidad y suerte,
por algo había decidido compartir su vida con la ¡enfermera milagro!

* * *
El día siguiente, amaneció lluvioso, Esther miró el reloj, aún era muy temprano. Se
levantó con sigilo y una sonrisa en los labios que era muestra de la felicidad que sentía,
se asomó a la ventana un instante, no le importó ver la lluvia, muy al contrario disfrutó
de ella un instante, tenía la sensación de que ese también sería un gran día.

Entró en el baño y se duchó. Al salir esperaba ver a Maca despierta pero aún dormía.
Abrió la ventana para que entrase algo de fresco y comenzó a recoger todo lo de la cena
y preparar el desayuno. Cuando terminó se acercó a la cama. Miró a Maca que no se
había movido y continuaba durmiendo plácidamente, no había despertado en toda la
noche y sonrió, ¡estaba preciosa! y no quería despertarla.

Se asomó a la ventana agradeciendo aquella fresca brisa, le encantaba ver llover sobre el
mar. Recordaba que a Maca también le gustaba, quizás era hora de espabilarla y
aprovechar las horas que les quedaban allí, se giró y se quedó observándola, se sentía
inmensamente feliz. La noche pasada había sido mágica y, mentalmente, le agradeció
todo lo que la hacía sentir.

Permaneció en pie junto a la cama, sonriendo pensativa, admirando sus ojos cerrados,
aquellos ojos que adoraba cuando la desnudaban con la mirada, esa mirada en la que
ella había sido capaz de encontrar el camino de la salvación, el camino de la salida de
aquel infierno que habían sido sus últimos meses. Maca había conseguido que todo
cobrara otra dimensión, que lo viera con otra perspectiva, que doliera mucho menos,
había logrado llenar su vida de amor y arrinconar el miedo, el odio y la rabia que la
estaban carcomiendo. Permaneció allí, admirado aquella sonrisa que dibujaban sus
labios, aún dormida. Esa sonrisa que conseguía llenar de color hasta el día más gris.
Admirando su belleza, su delicadeza al tocarla, su sutileza sensual, que encendía la
pasión en su cuerpo a cada instante. Suspiró. ¡La amaba y deseaba compartir con ella el
resto de sus días!

La pediatra abrió los ojos de improviso y somnolienta la buscó a su lado,


inmediatamente la vio allí en pie, junto a la cama, pensativa y sonriendo. Por inercia, le
devolvió la sonrisa sintiendo que Esther la mataba con aquella expresión. ¿Qué estaría
pensando! parecía contenta, feliz. “Sí, y yo también soy feliz”, se dijo sin apartar sus
ojos de ella, “Su corazón me pertenece, y el mío le pertenece a ella, siempre le ha
pertenecido, siempre ha sido su hogar”. Esther se percató de que había despertado y se
acercó despacio, con suaves movimientos que encandilaban a Maca, que no dejaba de
observarla, de imbuirse de su belleza, deseando que le diera los buenos días y escuchar
la armonía de su voz. Suspiró. ¡La amaba! sentía un amor desmedido por ella, un amor
capaz de oponerse a todo, un amor que la hacía ver el futuro con optimismo, con alegría
y esperanza. Esa mañana, todo parecía tener otro color y otra luz. Levantó su mano
hacia ella y le sonrió.

Era la primera vez que Esther veía aquella sonrisa en la pediatra. Una sonrisa realmente
auténtica, desprovista de sombras, limpia y real, muy real. La sonrisa de quien se ha
convencido de que la vida le ha dado otra oportunidad, la sonrisa de quien tiene la plena
confianza de que, al fin, sus problemas aún sin acabarse, pesarían menos, porque tenía
en quien apoyarse para cargar con ellos. Y esa sonrisa, llenó de satisfacción y felicidad
a la enfermera mucho más que cualquier palabra, mucho más que cualquier gesto y, sin
decir siquiera buenos días, se metió en la cama y se abrazó a ella, disfrutando del
contacto, de las caricias que presta ya le estaba regalando, la miró y también sonrió,
para, finalmente, fundirse en un tierno beso.

- Buenos días, mi amor, ¿has dormido bien?


- ¡Cómo nunca! – sonrió besándola de nuevo. Cuando se separaron se quedó
absorta mirándola fijamente - ¿puedo pedirte un favor? – le preguntó risueña.
- Claro.
- ¡Despiértame así todos los días! – exclamó con vehemencia.
- ¡Boba! – la besó otra vez – he preparado el desayuno, ¿tienes hambre?
- ¡Muchísima! Pero… ¿ya lo has preparado! ¿cuándo?… no te he escuchado.
- Estabas muy... muy dormida – le confesó con ojos bailones dándole un pico.
- ¿A qué huele?
- Bueno… aquí no hay mucho donde escoger, así es que… ayer me traje un poco
de matooke
- Eh… - dudó con una sombra de temor – ¿qué es eso?
- Es un guiso típico de aquí, con guisantes y bananas.
- ¿Un guiso! pero… ¿cuándo nos vamos! lo digo porque en el avión… si me
mareo… - intentó buscar una excusa para no probarlo, solo pensar en ello le
revolvía el estómago.
- Aún quedan un par de horas, come tranquila – le dijo burlona traduciendo a la
perfección sus pensamientos – salvo que como eres una tiquismiquis no quieras
probarlo, pero deberías tomar algo que luego es peor.
- Eh… ya… ¿guisantes y bananas has dicho?
- Si – respondió seria frunciendo el ceño, mostrándose fingidamente molesta – ya
sabes que Germán quiere que tomes plátanos y que….
- Eh… ya lo sé… pero… no puedo comer tanto plátano – habló conciliadora –
voy a necesitar doble ración de laxante – bromeó intentando que no se enfadara.
- Pues vas a tener que comerlo – respondió con firmeza y el ceño fruncido aunque
sus ojos mostraban lo que se estaban divirtiendo con su apuro.
- Eh… si… vale… lo… lo probaré – se decidió con una sonrisa de agradecimiento
que a todas luces era engañosa. Tendría que tomar de aquel guiso. No podía
hacerle el feo de no probarlo, bajo ningún concepto quería molestarla, ni enfadar
y mucho menos hacer nada que estropease ese viaje de ensueño.

Esther soltó una enorme carcajada, volvió a la cama y ante la perplejidad de la pediatra
la besó con tanta pasión que encendió de nuevo su deseo.

- Me encantas cuando pones esa sonrisa, cuando intentas disimular.


- ¿Disimular yo? – preguntó Maca haciéndose la inocente – yo no disimulo nada –
se hizo la ofendida
- Bueno pues… ¡me encantas cuando aparentas!
- ¿Yo aparento! ¿qué aparento? – le preguntó torciendo la boca en una mueca
entre divertida y molesta, pero no logró engañar a la enfermera, sus ojos
bailones la delataron.
- Que puedes comer de todo, que quieres algo que no quieres – le dijo
acariciándola en el antebrazo con suavidad y clavando sus ojos en ella
intensamente – si es que aunque intentes corregirte, ¡eres una pija!
- No me gustan los guisos – reconoció encogiendo los hombros y apretando los
labios en una sonrisa franca – y menos pensando en montarme en ese avión.
- Ya lo sé – la besó.
- ¿Con que una pija?
- Sí, peor eres una pija encantadora.
- Ah, sí.
- ¡Sí!
- Ven aquí doña perfecta – la atrajo besándola.
- Anda levanta y métete en la ducha, mientras te tostaré un poco de pan. ¿Lo
quieres con mantequilla y mermelada?
- Pero… ¿hay?
- Pues claro que hay, ¿de verdad crees que conociéndote te iba a hacer comer
matooke? he traído un poco pero es para mí.
- Serás…. – le dijo aliviada, también riendo – te diviertes mucho tú haciéndome
rabiar.
- ¡Y me encantas cuando sonríes así! – exclamó besándola de nuevo.
- ¿Así como? – preguntó melosa y halagada con sus piropos.
- Pues así, con una sonrisa auténtica, cuando no escondes tu miedo tras ella,
cuando tus ojos me dicen que eres feliz.
- ¿Tan transparente te resulto?
- Hoy si.
- Es que me haces tan, tan feliz – suspiró – consigues que me crea que todos los
problemas podrán solucionarse.
- Y lo harán, ya verás – la besó de nuevo con dulzura.

Maca la atrajo sintiendo que Esther la mataba con aquellas miradas, con aquellas
promesas y aquellas palabras, sentía que si había algún día en que dejara de verlas se
moriría de pena, que si alguien se las ganaba en lugar de ella se moriría de celos. La
amaba, cuando le hablaba así, cuando lograba desnudar su alma, cuando le decía cuánto
la quería, cuando la animaba a superar sus limitaciones, cuando la cuidaba, cuando
estaba pendiente de todos sus gustos…. Se separaron y se miraron fijamente a los ojos,
acariciándose las manos hasta que Maca volvió a atraerla y besarla. Esther se estremeció
ante ese beso que se le antojo diferente a todos lo que le diera, un beso lleno de
sentimientos y promesas, un beso que gritaba el amor que le profesaba. Se retiró y la
observó un instante, sintiéndose flotar en un cielo azul, Maca la miraba de una forma
tan especial, que lograba hacerla sentir la mujer más bella y deseada del mundo. Y
aunque nunca le dijera que la amaba, aquellos ojos castaños, aquella mirada limpia y
profunda, llevaban toda la mañana gritándoselo.

- Se va a enfriar el desayuno – dijo la enfermera intentando frenar las atrevidas


caricias que comenzaba a propinarle Maca.
- Que se enfríe – sonrió maliciosa – quiero repetir lo de anoche – le propuso.
- Mathew vendrá en un par de horas.
- Tiempo más que suficiente para que estas manos me vuelvan loca – le dijo
besándole primero una y luego la otra, mirándola risueña y expectante.

Esther le devolvió la sonrisa. Se besaron de nuevo. Maca deseaba que Esther la cobijara
con sus piernas como hiciera la noche pasada, que la dejara acariciarla, pasear por su
suave piel. Quería volver a ver ese cuarto lleno de estrellas, mirara al techo y ver el
cielo. Esther volvió a besarla y Maca se estremeció de nuevo, comenzó a desnudar a la
enfermera, que temblaba excitada también.

- Maca….
- Hummm.
- Ve al baño – le susurró al oído.
- ¡Dios! ¡lo olvidé! – exclamó ligeramente avergonzada, separándose de ella con
rapidez. En mitad de la noche cuando Esther se quedó dormida se levantó y se
puso el pañal y ahora había olvidado por completo llevarlo puesto.
- Eh… no pongas esa carilla, cariño.
- Lo siento… yo… yo…
- Eh, no pasa nada – le acarició la mejilla con delicadeza - ve – la besó con ternura
– aquí te espero – le dijo saltando a la cama – pero antes dame otro beso, de esos
que solo tú sabes dar – le pidió tirándole de la camiseta para acercarla a ella
insinuante. Maca olvidó su azoramiento y se entregó a un beso mucho más
intenso, que la hizo retirarse con brusquedad, saltar a la silla con agilidad y
susurrar un “no tardo” lleno de sensualidad.

Esther la observó entrar en el baño y deseó que volviese ya, necesitaba abrazarla,
besarla, perderse en ella, necesitaba que sus besos desbordaran su pasión, necesitaba
amarla de nuevo.

- Se puede saber qué estás pensando – le dijo una Maca burlona en la puerta del
baño.

Esther enrojeció levemente.

- En lo que quiero que me hagas.


- Y… ¿qué es eso?
- Ven aquí y te lo digo.

Maca se acercó despacio, fingiendo un repentino temor.

- ¡Dímelo! – le pidió en un susurro enronqueciendo la voz. Sonriendo ante al


expresión de sus deseosos ojos, ante su dulce mirada, llena de amor y deseo.

Esther se acercó a su oído, pero no pronunció palabra, solo la besó y jugueteó con la
punta de la lengua. Maca saltó a la cama, y con un gemido se acercó a ella y le susurró
“yo sé lo que quieres”, Esther se estremeció suspirándole al oído. Segura de que Maca
no la engañaba, y sí que sabía lo que quería. Deseaba saborear la miel de su piel y
levantar los ojos para ver su dulce mirada llena de satisfacción y deseo, anhelaba que la
enloqueciera con sus lentas caricias, con sus susurros, con aquellas palabras que
murmuraba en su oído y que siempre eran las que deseaba escuchar, suspiraba por ver
su sonrisa pillina que abría el frasco de su pasión, que la inquietaba y la colmaba de
placer. Deseaba que la recorriera con pequeños mordiscos, que la besara despacio, que
susurrara versos junto a su oído. Deseaba que la dejara contemplar su figura desnuda,
que la dejara amarla por siempre, conquistar cada uno de sus rincones y recovecos,
dejando en ellos la huella de su llegada con un apasionado beso.

¡Sí! Maca era consciente de que Esther que deseaba todo aquello y allí estaba
entregándose a ella, susurrando, recitando, besando acariciando, rebelde y apasionada,
matándola de placer, lentamente, con caricias cada vez más atrevidas y rápidas, hasta
que logró como siempre que sus caderas enloquecieran, convirtiéndolas en su propia
placentera agonía.

* * *
Dos horas después Matthew apareció con un jeep y uno de los jóvenes que las
acompañaran la tarde anterior. Las ayudaron a montar todo en el coche y tras despedirse
del joven se dirigieron hacia la pista de aterrizaje. La lluvia se había convertido en una
fina llovizna, que confería al pasaje una belleza diferente. Esther se enterneció al ver
cómo Maca permanecía con la vista fija en el mar, con una expresión melancólica,
mientas el vehículo comenzaba a traquetear por el estrecho camino. La pediatra se
mantenía atenta a los lados del camino esperando ver algún animal pero era incapaz de
distinguir ninguno. Esther, que se había sentado en la parte delantera junto a Matthew,
con el que mantenía una amena conversación, se giraba de vez en cuando y le lanzaba
una sonrisa o la observaba burlona, al verla tan seria y atenta.

- No te esfuerces, cuando llueve los animales suelen ponerse a cubierto, es raro


ver alguno.
- Parece todo tan diferente a… ayer.
- Dentro de poco dejará de llover, aquí el clima cambia rápidamente y en especial,
a finales de la estación lluviosa – le explicó la enfermera – cuando estuve aquí
con Nancy, ocurría lo mismo, por la mañana comenzaba a soplar una suave brisa
y luego se convertía en un calor sofocante y poco después, empezaba a llover.
Pero a medio día lucía un sol radiante.
- Pues esperemos que hoy sea igual – deseó con cierto temor en el tono.
- Tranquila que el vuelo será bueno – adivinó al instante por donde iba – ¡mira!
¡jirafas!
- ¿Dónde? – preguntó mirando sin ser capaz de distinguirlas.
- Bajo aquellos árboles, ¿no las ves?
- ¡Sí, sí! ¡ojalá me hubiera traído mi cámara! – se lamentó de nuevo. Esther se
volvió hacia atrás.
- Sí que es una pena – estuvo de acuerdo con ella pero un brillo especial iluminó
su mirada – ya volveremos y con cámara. Podrás hacer todas las fotos que
quieras.
- ¡Ojalá sea pronto! este lugar es…

No dijo nada, no era capaz de encontrar una palabra que estuviese a la altura de aquel
paraíso en el que había encontrado la felicidad absoluta. Tenía la sensación de que ya
nada iba a ser como antes. Se sentía con fuerzas de lograr todo lo que se propusiese.
Nada podría ya frenarla para lograr lo que más deseaba, compartir su vida con Esther.

El resto del camino lo hicieron en silencio. Cuando llegaron a la avioneta todo estaba
dispuesto para el despegue que efectuaron sin problemas a pesar del estado de la pista.
Esther se había inclinado hacia a delante y charlaba con Matthew. Mientras Maca no
dejaba de mirar por la ventanilla, pensativa, aunque la nubosidad impedía ver nada

- Dice Matthew que no vamos a Jinja, que aterrizamos en Kampala, llegaremos en


unas tres horas – se volvió Esther hacia ella – Germán va a esperarnos en el
aeropuerto.
- Vale – respondió mecánicamente sin haberla escuchado.
- Estás muy callada ¿estás bien? – le preguntó interesándose por ella por primera
vez desde que despegaran.
- Si – le sonrió – solo pensaba.
- No te preocupes, Matthew dice que en un rato saldremos de estas nubes y…
- No pensaba en eso, pensaba en… en nosotras, en ayer – suspiró con una dulce y
soñadora sonrisa - y… en la vuelta a Madrid – reconoció ensombreciendo la
mirada.
- Ah - dijo acomodándose junto a ella y mirándola con seriedad - ¿y qué
pensabas?
- Nada – suspiró.
- Uy, uy, ¿no tendré que preocuparme?
- ¡En absoluto! – sonrió cogiéndole una mano y acariciándola – pensaba en lo que
debo hacer al llegar y… en cómo hacerlo.
- No quiero que te preocupes por eso.
- Pero hay que pensar en ello.
- A ver… ¿en qué estabas pensando?
- No quiero que nadie se entere de que tú y yo… estamos juntas antes de…
- Ah, ¿pero lo estamos? – le preguntó burlona intentando que se relajase y no se
tomase las cosas siempre a la tremenda.
- Esther, esto no es para bromear.
- Perdona – se disculpó – ya sé que no quieres que nadie sepa nada. No hace falta
que m lo repitas cada vez que nos demos un beso.
- No es eso, es que…que quiero primero ir a Sevilla y… hablar con mis padres
y… con mis suegros.
- ¿Y con Ana?
- Claro… - masculló entre dientes mirando hacia fuera, Esther le cogió la barbilla
y la giró hacia ella.
- Maca…
- Sí, también con ella – reconoció con un suspiro – esto no es fácil para mí.
- Tranquila, ya te dije que tendrás todo el tiempo que necesites. ¿Por qué no te
tomas unos días libres cuando lleguemos! yo no podré pero tú deberías hacerlo y
así podías ir a verla con calma …
- Yo tampoco podré. Quiero ponerme al día cuanto antes y quiero cambiar
algunas cosas. Ya iré a Sevilla el primer fin de semana.
- Bueno pero cuando estemos allí tendrás que tomarte las cosas con tranquilidad,
Maca.
- Ya estoy bien Esther, y llevan demasiado tiempo cargando con cosas que me
corresponden. Cruz debe estar desbordada por no hablar de Mónica, ¡odia los
papeleos!
- Vale, pero no puedes llegar y de golpe cargarte tú con todo. Poco a poco cariño.
- Ya veremos – frunció el ceño enfurruñada.
- Bueno, no te enfades, no quiero que pienses que pretendo organizarte la vida.
Solo me preocupa tu salud – respondió siendo ahora a ella la que se le
ensombreció la mirada. Tenía la sensación de que incluso antes de llegar Maca
ya estaba buscando excusas para no ir a Sevilla y hablar con su mujer.
- Ya lo sé – volvió a suspirar preocupada por la sombra que había visto cruzar en
sus ojos - no hablemos de trabajo.
- Tienes razón - sonrió – hablemos de otra cosa.
- Esther… - comenzó pero se quedó mirándola fijamente y guardó silencio.
- ¿Si?
- Quiero que estés tranquila, cuando lleguemos y me ponga al día, lo primero que
haré será arreglar mi vida para que tú y yo...
- Estoy tranquila, cariño. Ya te he dicho que no te preocupes por eso.
- Hablaré con Ana cuanto antes y… luego quiero que se lo digamos a todos – la
miró con dulzura, clavando sus ojos en los de la enfermera que recibió esas
palabras con una enorme alegría.
- Te he dicho ya que te quiero – sonrió abiertamente y visiblemente aliviada.
- No sé, creo que hoy no – bromeó haciéndose la interesante.
- Pues te quiero, te quiero, te quiero.
- Calla que me vas a obligar a besarte y luego te vas a arrepentir.
- ¿Arrepentirme? ¿estás de broma? quiero que me beses siempre, ¡a todas horas!
- ¿Sí? eso voy a recordártelo en cuanto nos bajemos de esta avioneta – le dijo
socarrona.
- Sabes porqué es, aquí…
- Ya lo sé – soltó una carcajada – pero quiero que me entiendas, en Madrid, hasta
que no arregle todo, no quiero que tengas… muestras de cariño conmigo.
- Maca…. – la miró con seriedad.
- Entiéndelo, no quiero que mis padres se enteren antes de que yo hable con ellos,
y ya conoces a Teresa, ni quiero que nadie piense que yo… que Ana.
- Ya… - suspiró mohína.
- No te enfades, por favor.
- No lo hago – le sonrió afable – pero vas a Sevilla el primer fin de semana – la
señaló con el dedo – porque no sé si voy a ser capaz de estar muchos días sin
besarte – le susurró en el oído – sin acariciarte – continuó paseando su mano por
el antebrazo de la pediatra que se removió nerviosa – sin… dormir…
- ¿Queréis que haga una pasada por Marchison? – las interrumpió Matthew con su
vozarrón por encima del ruido del motor.
- ¡Sí! – exclamó la enfermera echándose hacia delante y luego volviéndose a
Maca - ¡te va a encantar! una pena que no podamos visitarlo.
- ¿Qué es?
- Ya verás cuando lleguemos.
- Esther… exactamente ¿cuándo volvemos a Madrid? – cambió de tema y Esther
supo que su cabeza ya no dejaba de darle vueltas a todo.
- Mañana voy a Nairobi a recoger a los niños, hoy tengo que hablar con Laura,
pero por lo que me dijo, ella tiene que ir a Kisumu y… no sé, no me ha
confirmado nada, pero si es como la otra vez… en cuatro o cinco días
deberíamos salir de Jinja para encontrarnos con ella.
- Entonces sí que puede darnos tiempo a visitar ese Marchison que has dicho – le
dijo con ilusión y Esther sonrió.
- Ya veremos, está a 300 km de Kampala y es mucho para recorrer en un día.
Además, después de recogerlos en Nairobi, tendré que ir Jinja y Kampala con
los niños.
- Entonces también voy yo, quiero asegurarme que la pequeña que operamos ayer
se viene con nosotras.
- Maca… creo que deberías permanecer en el campamento. Una cosa es hacer un
viaje en jeep…
- De eso nada, si tú vas, yo voy.
- Ya veremos, que los viajes en camión no son como en jeep y luego nos queda la
vuelta a Nairobi, cariño – volvió a negarse – ten cabeza, que estés mucho mejor
no quiere decir que no debas seguir teniendo cuidado y descansando.
- Pero…
- ¡Marchison! – gritó Matthew.

Ambas se asomaron por la ventanilla, hacía casi una hora que habían dejado las nubes
atrás y las vistas eran increíbles, Matthew descendió y maniobró, bordeando el río Nilo
para realizar una pasada por el parque.

- Mira Maca – gritó Esther – ese es el Parque Nacional de Murchison Falls.


- ¿Ya estamos en Uganda?
- Si – dijo la enfermera echándose hacia delante y hablando con el piloto que
efectuó una nueva maniobra y un giro para que pudieran apreciar mejor el
pasaje.
- ¿Es muy grande? – preguntó la pediatra notando que su estómago se rebelaba
ante las pasadas de la avioneta que subía, bajaba y giraba una y otra vez.
- Es el área protegida más grande de Uganda unos mil doscientos kilómetros
cuadrados y es el parque más visitado del país, además se mete en Ruanda, allí
es donde se pueden ver los gorilas.
- Me encantaría visitarlo, ¿seguro que no nos dará tiempo?
- No creo Maca – suspiró también ilusionada en esa posibilidad – ahora hay
muchas más especies pero en los años setenta la fauna de país fue casi
erradicada.
- ¡Qué barbaridad! ¿Y eso por qué? – preguntó con interés.
- Fue durante los quince años del déspota gobierno de Idi Amin. Los soldados
utilizaban los animales para hacer prácticas de tiro.
- ¿En serio? – preguntó abriendo los ojos desmesuradamente – ¿así, por gusto?
- Si – asintió pegándose a ella para ver mejor por la ventanilla. Maca también
colocó la frente en el cristal.
- ¡Elefantes! mira Esther allí, allí.

La enfermera soltó una carcajada, al verla tan contenta era increíble como disfrutaba
con ellos.

- Y allí tienes jirafas – le dijo señalándole más allá – en el segundo claro ¿las ves?
- ¡Sí!
- Ahora la fauna terrestre aún se esta recuperando de la masacre y de los furtivos
que en los años ochenta hicieron mucho daño, pero como ves ya hay muchas
más manadas.
- ¡El río desde aquí es impresionante!
- Pues mira, desde Paraa, hay a diario barcos que ofrecen la oportunidad de ver
multitud e hipopótamos, cocodrilos y aves de todo tipo y eso quizás si que nos
daría tiempo a hacerlo.
- Cocodrilos… - musitó - ¿en un barco, dices! eh…
- ¿No te convence? – le preguntó burlona.
- Ya sé que es absurdo, pero… desde que no puedo andar me da pánico meterme
en una barcaza de esas y… el agua, y pensar que hay cocodrilos…
- Sí que es absurdo – sonrió – ¿acaso crees que de pasar algo yo tendría más
pasibilidades?
- Supongo que no, que nadie las tendría pero… ¡no puedo evitarlo! – suspiró.
- Solo era una idea – le sonrió acariciándole la mano en señal de comprensión - un
safari por el Nilo se puede hacer en unas tres horas y sí que verías animales
como tú quieres.
- Prefiero la tierra y un coche.
- Organizar un safari en coche lleva mucho más tiempo y no es tan fácil, hay
tramos que deben hacerse andando y pedir permisos, ya no nos daría tiempo a
obtenerlos, ni a reservar alojamiento en el parque …
- Ya.. entiendo – suspiró con aire de decepción - no te preocupes y no me hagas
caso es que veo todo esto y... – admitió mirando por la ventanilla – y… ¡me
gustaría tanto ver esos gorilas! … pero si es imposible.
- No es eso Maca, es que organizar un viaje en transporte público por esta zona es
muy difícil y costoso, tanto en tiempo como en recursos. Hay que hacer noche
en tiendas de campaña. Y si ya quieres subir a las montañas a ver gorilas o a la
cima de las cascadas, mínimo son tres días – volvió a justificarse.
- Claro…
- Ya tendremos tiempo de hacerlo si volvemos.
- ¿Cuándo vais a volver? – gritó Matthew que les mostró que las estaba
escuchando y las dos se miraron sorprendidas abriendo los ojos ligeramente
avergonzadas.
- En unas vacaciones por ejemplo, ¿no, Maca? – respondió con presteza la
enfermera.
- Eh… claro… unas vacaciones – asintió sin convencimiento y Esther la miró sin
comprender porqué dudaba. Quizás se había decepcionado por no poder visitar
el parque.
- ¡Atentas! – las avisó Matthew
- ¡Mira Maca! – le gritó Esther.
- ¡Dios es impresionante!
- Son las cascadas de Murchison Falls.

Maca perdió la vista en la espectacularidad de las cascadas que resultaban apabullantes,


no solo por su tamaño sino también por la fuerza y el asombroso poder del río.
Observando como el rápido curso del Nilo era toscamente interrumpido por una
estrecha hendidura, que forzaba al caudaloso y poderoso río a pasar por un espacio de
apenas siete metros de ancho.

- ¿Ves donde el agua explosiona? ese sitio se llama "Boiling Pot".

Maca asintió, escuchando sus explicaciones, incapaz de expresar lo que le trasmitía


aquella apoteosis de furia de la naturaleza, que obligaba a aquel majestuoso río a
retorcerse a través de un estrecho pasillo que apenas sobrepasaba la centena de metros.

- La cascada es pequeña – continuó Esther – no tiene ni cincuenta metros pero te


aseguro que cuando estas allí arriba en medio de un ensordecedor torrente de
espuma y vapor de agua, la impresión que te produce te deja sin respiración.
¿Sabes porqué se llaman así?
- No.
- Se llaman así en honor al presidente de la Royal Geographical Society británica,
Sir Roderick Murchison – le explicó con prosopopeya - que le encargo en 1866
el último y tercer viaje a África al doctor y misionero David Livingstone, para
que confirmara que las fuentes del Nilo estaban en el Lago Victoria.
- ¡Qué enterada te veo! – bromeó con gesto divertido, encantada con tantas
explicaciones – eres una guía estupenda.
- No imaginas lo que es estar allí arriba, y… ¡no te rías de mí!
- Tenemos que ir – se volvió hacia ella con un brillo especial en los ojos – quiero
decir que me encantaría ir, y que me enseñes todo.
- Lo haremos, mi amor – le susurró acercándose a su oído, para evitar que
Matthew la oyese – te prometo que lo haremos y... que te enseñaré todo.
- ¿Todo, todo? – le preguntó socarrona.
- ¡Todo! – exclamó aferrando su manos a la de la pediatra y cruzando unas
miradas que despertaron de nuevo la llama del deseo en ambas.

Maca suspiró y Esther hizo lo propio, permaneciendo asomadas a la ventanilla, en


silencio y con las manos entrelazadas.

Tras hacer un par de pasadas más en las que la pediatra se sorprendía una y otra vez
descubriendo nuevos animales o detalles que antes no viera. Matthew, emprendió la
dirección de Kampala, y las avisó que estarían allí en media hora. Las dos
permanecieron agarradas de la mano, mirando por la ventanilla y lanzándose miradas
esporádicas, disfrutando del paisaje.

* * *

Cuando aterrizaron en Kampala, Germán ya las estaba esperando. Tras los saludos
pertinentes y despedirse de Matthew con la promesa de quedar en otra ocasión todos
juntos, el médico les comunicó sus planes.

- Siento que tengáis que estar aquí casi todo el día, pero dentro de una hora tengo
una reunión en la central, voy aprovechar para ver a Oscar y luego tengo que
pasar por el hospital. No podremos regresar al campamento hasta las cinco o las
seis de la tarde.
- No te preocupes, aún no he visto Kampala, podemos dar una vuelta por ahí, ¿no,
Esther?
- Supongo que si – respondió sin convencimiento con la mente puesta en lo que
había dicho Germán – ¿hay algún problema? – le preguntó a su amigo
directamente.
- No, solo que va a haber ciertos cambios. Quieren informarnos de ellos – le
explicó mirando detenidamente a Maca – Wilson no sé si es buena idea que deis
una vuelta, hoy está la cosa un poco movidita, quizás sea mejor que os deje en el
apartamento y os recoja esta tarde allí.
- ¿Movidita? – le preguntó Esther sin saber a qué podía referirse.
- Lo de siempre, el kabaka Mutabi que ya está haciendo de las suyas y ya sabes
como se ponen los radicales.
- Ya… pero no creo que aquí... – comentó Esther sin darle más importancia.
- ¿Qué es un kabaka?
- Qué, no, quién. El kabaka es el rey, en realidad al que le correspondería serlo si
esto no fuera una república. De vez en cuando le da por provocar y hacer visitas
oficiales en contra de las recomendaciones del gobierno y ya la tenemos liada.
Hoy ya ha habido varios disturbios, grupos de radicales que protestan por la
visita que tiene prevista este mediodía a la capital.
- Pues a pesar de eso a mi me apetece ver algo, porque habrá algo que ver ¿no? –
intervino Maca sin interés en la política local, y deseando recorrer las calles
junto a Esther, como hicieran hace años cuando pasaban algún fin de semana de
turismo.
- Sí que los hay pero no creas que muchos, Kampala no es muy bonita que
digamos – le dijo Esther.
- Una mezquita, el templo hindú y poco más – la secundó Germán con cierto tono
despectivo – poca cosa, esto no es Jinja.
- ¡Lástima que no me traje la cámara de fotos! – volvió a lamentarse ignorando su
comentario dispuesta a no dar su brazo a torcer.
- No sueñes hacer fotos a edificios públicos que está prohibido, una vez Esther
hizo una y casi la arrestan – le contó con seriedad.
- ¡Venga ya! – los miró creyendo que se burlaban de ella como siempre
- Eso es cierto Maca, tuve que entregarles el carrete a cambio de que no me
llevasen al puesto de policía, así es que por una foto perdí todas las demás.
- ¡Pues vaya! – dijo ligeramente decepcionada, le encantaba hacer fotos, al final
iba a ser una suerte no tener la cámara – pero sí habrá sitios que se puedan
fotografiar.
- Claro – rió Esther - ¿dónde quieres ir?
- No creo que sea buena idea que os dediquéis a pasearos por aquí, puede haber
revueltas y seguro que algunas calles están cortadas.
- Bueno Germán pero si vamos a la mezquita y a las catedrales no creo que
tengamos problemas.
- André me dijo antes de salir que pueden llegar a cerrar las entradas y salidas de
la ciudad y quizás haya toque de queda – insistió mostrando su desacuerdo –
además sería mejor que descansarais un poco después del vuelo y que estéis
preparadas cuando llegue a por vosotras.
- Estamos bien ¿verdad Esther? – buscó su connivencia sin ninguna gana de
encerarse en el apartamento.
- Bueno… podemos dar una vuelta rapidita y luego comer juntos.
- Imposible, comeré algo rápido después de la reunión y me iré al hospital.
- Pues… damos esa vuelta y luego podemos esperarte en el apartamento –
propuso la enfermera sin querer llevarle la contraria a ninguno de los dos.
- Como queráis pero tened cuidado, ya os digo que están las cosas un poco
revueltas, además ha habido varios ataques guerrilleros y…
- ¿En la ciudad? – preguntó incrédula Esther, extrañada por esa insistencia.
- No, mujer, pero ya sabes como es esto…. no quiero que sin comerlo ni beberlo
os veáis metidas en algún follón.
- No seas exagerado, Germán, que nosotros hemos venido en los peores tiempos
de la guerrilla y nunca nos ha pasado nada.
- Ya sé que aquí es más difícil pero… tened cuidado por favor, y Wilson, tómate
las cosas con calma, no vaya a ser que… con tanto ajetreo acabes por darnos un
susto.
- Estoy muy bien – le sonrió más afable – no tienes porqué preocuparte.
Germán asintió, lo cierto era que Maca había vuelto de la playa con una imagen mucho
más saludable, nadie diría que hacía unas semanas estaba tan mal, pero aún así prefería
que mantuviese unas mínimas precauciones.

- Hace calor, y no debes estar mucho al sol, tienes que cuidarte hasta que
tengamos esos resultados, ¿de acuerdo? – la miró frunciendo el ceño, Maca
apretó los labios y asintió - y tú – señaló a Esther – si ves cualquier revuelo sal
pitando para el lado contrario.
- Que sí, que tendremos cuidado – le dijo Esther comenzando a exasperarse.
- Bueno… ¿donde os dejo entonces? - les preguntó cuando ya estaban los tres en
el jeep.
- Llévanos al centro, ya nos averiguamos nosotras con un Taxi.
- ¿Allí os vais a meter? a estas horas eso es…
- ¡Germán! por dios que no somos dos crías – saltó Maca molesta con su
paternalismo.
- Muy bien… vamos al centro – dijo resignado tomando dirección al mismo y
mirando a Esther, sentada a su lado, de soslayo - ¿qué tal os ha ido? – le dijo en
voz baja, conciente que con el ruido del motor y del tráfico Maca no podría
oírlo.
- Ha sido fabuloso – lo miró que tal ilusión que él cabeceó y sonrió guiñándole un
ojo y mostrándole que se alegraba por ellas – pero ya te cuento – le dijo esquiva
zanjando el tema, no quería que Maca pudiese oírlos y se molestase con ella.

Minutos después las dejaba en pleno centro. Maca comprobó con admiración lo bien
que Esther se defendía entre aquella vorágine de gentes y vehículos. La enfermera le
contó que el centro era así, y que si querían coger un taxi que las llevase a todos los
sitios que podían visitarse no tenían más remedio que ir a Old Taxi Park, una explanada
enorme, desde arriba no se veían mas que los techos blancos de los matatus, ni un
centímetro de tierra roja africana quedaba a la vista. Todo aquello era agobiante y aun
tiempo tan diferente a cualquier sitio que hubiese visitado que quedó fascinada.

Esther quería montar en un boda-boda tipo sidecar, pero Maca se negó, prefería un
matatus aunque tardasen más. Finalmente Esther cedió comprendiendo sus motivos pero
la avisó de que no les daría tiempo a ver casi nada.

El taxi se movía con dificultad entre el tráfico, cuando apenas habían avanzado diez
metros en media hora, Esther se inclinó sobre el joven conductor y cruzó con él unas
palabras.

- ¿Qué le has dicho?


- Que le pago el doble si consigue que veamos antes de comer todo lo visible.
- ¿Y ha aceptado?
- ¿Tú qué crees?
- Eres…. – sonrió impresionada
- Qué – la miró burlona.
- ¡Increíble! – exclamó orgullosa – controlas todo con tanta soltura que… estoy…
impresionada.

Esther le acarició la mano con discreción, halagada con sus palabras. El joven cumplió
su promesa y las llevó por calles menos transitadas, permitiéndoles ver las dos
catedrales anglicanas, la mezquita de Gaddafi, el templo hindú, pasaron delante de
varios museos, de algunos de los edificios y sitios históricos del reino de Buganda,
como el Parlamento en el que se detuvieron a entrar porque Esther estaba empeñada en
que Maca viera su fachada tallada en madera natural que la dejó impactada, y el Teatro
Nacional. Terminaron su recorrido junto al monumento a la independencia de Uganda,
donde la enfermera conocía un pequeño restaurante en el que ya le había dicho que iban
a comer.

Esther despidió al taxista y le pagó lo prometido. Maca tuvo la sensación de que todo
aquello era impactante, desde el caos de Old Taxi Park, los descomunales atascos que
Esther le contó que no cesaban desde el amanecer hasta bien entrada la noche, los
turistas paseando en los boda-boda, y su gente, simpática y amable como pocas, hecho
que había podido comprobar en el atestado mercado que recorrieron con rapidez. Se
quedó impresionada con el contraste de esas grandes avenidas llenas de tráfico y
aquellas calles de tierra roja embarradas o literalmente anegadas por las riadas de los
barrios más pobres. Pero si algo fascinó a Maca fueron los marabú, siempre vigilantes,
en las ramas de los árboles.

- ¿Qué? ¿te ha gustado la ciudad?


- Teníais razón, no es que sea muy bonita pero… ¡es tan diferente! Que sí, ¡me ha
gustado mucho!
- Aquí se dice que todos los caminos llevan a Kampala, y si te quedases aquí más
tiempo comprobarías que casi siempre hay que pasar por la cuidad, aunque
vayas al otro extremo del país aquí es en el único lugar donde puedes obtener los
permisos.
- Sí – musitó pensativa – es tan… no sé es como si regresas a la civilización pero
al mismo tiempo es… salvaje.
- No creas en Kampala hay bastante seguridad, y si sabes manejarte por aquí y no
te metes en los atascos, se mueve una muy bien.
- Ya veo, tú lo haces a tus anchas.
- Son muchos años – sonrió - ¿tienes hambre?
- Muchísima.
- Pues vamos – se situó tras la silla.
- No hace falta Esther, puedo sola.
- Ya has escuchado a Germán, poco a poco – insistió con firmeza – te va a gustar
el restaurante, es pequeño pero se come muy bien.

Empujones y golpes, la hicieron perder de vista a Maca que luchaba con su silla, pero
no era fácil de manejar entre la muchedumbre, la pediatra intentó moverla pero no
podía, se giró y no vio a Esther, la empujaron y la golpearon y el pánico comenzó a
apoderarse de ella. Una nueva ráfaga de disparos y la caída de dos de las personas que
corrían delante de ella, la dejó paralizada, sin saber hacia donde tirar. DE pronto sintió
una mano en su hombro, no era un golpe más era una mano firme que casi la acariciaba,
se giró de nuevo y la vio, una sonrisa tranquilizadora en su rostro, Esther estaba tras ella
y respiró aliviada. La enfermera había conseguido volver a su lado, sin embargo, y a
pesar del ánimo que acababa de darle a Maca, ella, aferrada a los asideros de la silla,
sintió que la angustia comenzaba a apoderase de todo su cuerpo. Los gritos de la
muchedumbre la ensordecían, Maca intentó girarse hacia ella en un par de ocasiones sin
éxito, creyendo que se había quedado bloqueada. Esther sabía que debía continuar pero
era incapaz de hacerlo, Maca intentaba decirle algo pero no la oía. Al detenerse, la
golpearon de nuevo y estuvo a punto de caer sobre la pediatra, no podía seguir parada o
las arrastrarían, decidida optó por seguir adelante y buscar refugio en cuanto pudiese,
pero todo parecía estar ya repleto.

Tras unos minutos de desconcierto, vio como una pareja les hacían ostensibles señas
para que se dirigieran hacia ellos, refugiados en un portal cercano. Pero era
prácticamente imposible llegar hasta allí. Más disparos, más sirenas y más empujones la
pusieron al borde de la desesperación, tenía que sacar a Maca de allí como fuera, pero
era incapaz de avanzar más, angustiada y asustada volvió a detenerse, de pronto un
fuerte empujón la hizo soltar la silla, la gente la arrastró, y separada otra vez de Maca, a
la que ya no distinguía entre la multitud, sintió que se ahogaba, que se moría si le
pasaba algo sin que ella pudiera ayudarla. Luchó por llegar hasta ella, y cuando lo
consiguió vio que un lugareño fornido se había hecho cargo de la silla, abriéndose paso,
y conduciéndola al interior de la estación. Esther los siguió como pudo. Una vez a salvo
y, después de agradecer al desconocido su ayuda, Esther se volvió hacia Maca que
estaba pálida y sus ojos reflejaban el miedo que había pasado. Fuera seguían los
disturbios.

- ¿Estás bien?
- Si – musitó con un hilo de voz - ¿quién era? – le preguntó al ver que había
charlado con él animadamente varios minutos.
- No sé, no lo conozco y tampoco le he preguntado, pero gracias a él no te ha
pasado nada.
- Si – reconoció mirándola sobrecogida, en su fuero interno, cuando ese
desconocido comenzó a empujarla a su mente acudieron todo tipo de
posibilidades y ninguna buena, fue incapaz de pensar que era simplemente
alguien que quería ayudarla y todo su cuerpo se puso en alerta esperando un
ataque - ¿qué es lo que pasa? – le preguntó asustada mirando hacia el exterior y
avergonzada por haber pensado mal de su salvador.
- Lo que ya nos dijo Germán, protestan por la visita del rey.
- ¿Y los disparos?
- Los militares y la policía intentan frenar a los radicales – le contó respirando
aliviada – dos calles más allá… - se interrumpió al ver que dos mujeres se
acercaban a ellas y les preguntaban en inglés si estaban bien.
- ¿Qué amables, no?
- Aquí son así, siempre muy hospitalarios con los de fuera y… - tuvo que callar de
nuevo cuando más personas se acercaban a interesarse por ellas, preguntarles si
necesitaban algo y ofrecerse a ayudarlas.

Esther permaneció charlando unos minutos con un grupo, mientras Maca la observaba,
desconcertada. Minutos después la enfermera volvía a su lado.

- ¿Seguro que estás bien? – insistió al verla aún tan pálida, sin recuperar el color
ni después de la casi media hora que llevaban ya allí.
- Algo mareada de tanto jaleo.
- Lo siento, Maca, lo siento mucho – le dijo agachándose a su lado y cogiéndole
una de sus manos, que aún temblaban, acariciándosela.
- Tú no tienes la culpa.
- No pero… no he podido evitarlo… me empujaron y… me arrastraron…
- No te preocupes – sonrió – no ha pasado nada y así tenemos algo que contar.
- ¡Ni se te ocurra contárselo a Germán!
- No estaba pensando precisamente en él – volvió a sonreír intentando mostrarle
que estaba bien y que no le daba más importancia – pensaba en Madrid.
- Ya… - musitó preocupada de que pensase tanto en le regreso, tenía una
desagradable sensación al respecto - en unos minutos podremos salir – le reveló
contenta – me han dicho que han levantado una barricada dos calles más allá,
han quemado varios vehículos y neumáticos, pero ya está controlado, los
militares han respondido con gases lacrimógenos y fuego real.
- ¡Joder! ¿y qué vamos a hacer?
- Irnos al restaurante, está aquí al lado, y si salimos por la otra puerta llegamos en
un momento.
- Pero… ¿otra vez vamos a meternos en ese follón? – preguntó sin
convencimiento.
- Tranquila que solo ha sido una estampida, también me han dicho que ya está
todo más calmado.
- Pues… a mí se me ha pasado el hambre – le dijo intentado no salir aún de allí.
- No seas tonta, verás como cuando te tranquilices, te apetece comer.
- Lo que tengo es una sed que me muero. Podemos comprar cualquier cosa allí –
señaló un puesto dentro de la estación – y bebérnosla aquí, tranquilamente.
- Sí, yo también tengo la boca sequita – sonrió comprendiendo lo que pretendía –
pero no sueñes en que compre nada ahí, es carísimo y pueden darte gato por
liebre - comento con naturalidad sacando la botella de agua de la bolsa - toma,
está algo caliente pero te sentirás mejor.
- Sí, dame - la aceptó con rapidez y dio un largo sorbo, tras el cual se sintió mejor
- la verdad es que es incómodo que nos miren tanto - reconoció al ver que no
dejaban de rondarlas.
- Somos las únicas blancas de la estación por eso están pendientes.
- Pero… es la capital, y hemos visto muchos turistas, estarán acostumbrados…
quiero decir que no es lo mismo que… las aldeas… y…
- No es por eso, saben que somos extranjeras, ¿no has visto como se han acercado
antes a interesarse?
- Si.
- Pues por eso nos miran, están pendientes de nosotras, por si necesitamos algo y
ayudarnos.
- Ya…
- Anda, vamos – se situó tras su espalda – en el restaurante estaremos mejor.

Maca suspiró resignada a hacer lo que ella quisiese. No le apetecía en absoluto meterse
otra vez entre esa masa de gente pero al llegar a la puerta comprobó que ya no había ni
rastro del revuelo que se había vivido momentos antes. La gente paseaba tranquila y
solo se oían alguna sirenas en la lejanía.

- Y.. ¿esto siempre es así?


- No siempre, pero sí que los disturbios son frecuentes y a veces duran varios días.
- ¡Menos mal que era una ciudad tranquila! – exclamó con sorna, pero Esther no
pudo oírla, situada a su espalda y empujándola a la salida camino del
restaurante.
Minutos después, entraban en un pequeño y acogedor local que a Maca le pareció
encantador. Tras acomodarse en una pequeña mesa junto al ventanal que daba al
monumento de la independencia, Esther pidió las bebidas y, sonriente, miró a Maca.

- ¿Estás ya más tranquila?


- Sí, cariño, es que… de pronto… es como si estuviera en Madrid y… se me ha
venido todo encima… y… me he asustado.
- Te entiendo… te reconozco que yo también me he asustado, sobre todo cuando
te perdí de vista – suspiró acariciándole la mano con disimulo - deberíamos
haberle hecho caso a Germán.
- ¡Qué dices! ¿y perderme todas esas cosas?
- Pero si al final no hemos entrado nada más que en las catedrales y en el
Parlamento.
- La verdad es que me hubiera gustado ver la mezquita por dentro.
- Imposible, ya sabes que las mujeres no podemos entrar.
- Sí, pero… me hubiera gustado.
- Germán tiene fotos, dile que te las enseñe.
- Lo haré – dijo mirando la carta sin decidirse.

Esther la observaba con disimulo divertida con las caras que iba poniendo conforme leía
los platos, Ragout de víbora, el Kebab de mono, o la cola de cocodrilo. El camarero
llegó y les sirvió las bebidas, Esther había optado por una cerveza de mijo y a Maca le
había recomendado un agua de limón y jengibre.

- Ummm – se relamió Maca – está buena, ¡muy buena! Es… refrescante y… nada
dulce.
- Me alegro que te guste, ¿qué! ¿sabes ya lo que quieres? – le preguntó con cierta
sorna sabedora de que no era así contenta de haber aceptado en la bebida.
- Pues… la verdad es que no… ¿tú si?
- Sí, los mejores platos de aquí son el malakwang y las firinda.
- Muy graciosa – sonrió - ¿me traduces?
- Las espinacas con crema de cacahuete y la sopa de judías peladas.
- Eh… no sé…. algo que no sea muy picante – la miró esperando su ayuda,
porque en su corta experiencia culinaria allí había podido comprobar que la
cocina africana abusaba del picante y las especias en general – la tortilla esta
gigante…. – la miró interrogadora. Esther soltó una carcajada.
- Es de huevo de avestruz y es para… unas diez personas como poco – se burló de
ella viendo la cara de decepción que ponía - Si quieres pedimos de entrante las
bolitas de maní.
- ¡Ni lo sueñes! – se negó con rapidez – todavía recuerdo la que me liaste el
primer día, me dan asco solo de recordarlas.
- Lo siento – se disculpó rememorando la broma que le gastó el día de su llegada
al campamento y arrepintiéndose otra vez de haberlo hecho - ¿qué tal el arroz
Joloff con aceite de palma! ¡está exquisito! y aquí suelen acompañarlo con aritos
de cebolla y tomate.
- Eso puede estar bien… pero… lo compartimos ¿no?
- Claro y para ti, te recomiendo las espinacas, te van a encantar.
- ¿Qué es el tiof?
- Un pez similar al rodaballo, pero aunque es asado en su interior introducen chili,
pica demasiado, pero si quieres pescado....
- Ya… bueno… vale… las espinacas estarán bien, no quiero pescado. ¿Y tú?
- La sopa de judías, y de segundo el matooke.
- ¿Otra vez vas a comer eso?
- Éste es diferente, pasta de banana, puré de patatas y ternera en su jugo, aunque
quizás lo pida con salsa periperi, ¡me chifla!
- No suena mal.
- Pídetelo, pero tú sin salsa, porque pica un montón.
- Pero… yo no creo que pueda con tanto. Prefiero solo las espinacas.
- ¿Quieres que compartamos y así lo pruebas? – le preguntó a sabiendas de que
era precisamente eso lo que deseaba – si lo compartimos lo pido sin salsa.
- ¡Perfecto! – dijo soltando la carta aliviada – la verdad es que me apetecería
probarlo, pero te veía tan entusiasmada que creía que estabas muerta de hambre -
bromeó.
- Es que tu comes todavía muy poco, recuerdo cuando eras capaz de zamparte…
- Calla, calla – la interrumpió riendo - ¿Seguro que esas espinacas van a
gustarme?
- Seguro, salvo que en estos años hayas cambiado de gustos – enarcó las cejas y
torció la boca en una mueca burlona que le indicaba su doble sentido.
- ¡En absoluto! me sigue gustando lo mismo – ratificó con rotundidad – es más,
diría que estos años me han ayudado a apreciar mejor todo lo que me gusta.
- Entonces te aseguro que te van a sorprender – la miró burlona y Maca lanzó un
profundo suspiro.
- Te besaría ahora mismo!
- ¡Ni se te ocurra! – exclamó - que el cupo de sustos está lleno por hoy.

Esther llamó al camarero y le indicó sus elecciones. Luego, fijó los ojos en ella y, sonrió
contenta una vez olvidado el susto que se habían llevado.

- El postre lo he escogido yo.


- ¿Qué es?
- Sorpresa, ya lo verás – le dijo misteriosa – Maca….
- ¿Sí? – la miró fijamente.
- ¡Soy tan feliz!
- ¡Yo también! – susurró – pero deja de mirarme así que estamos llamando la
atención y luego empezarás a temer que te beso o… algo peor – bajó la voz y
sus ojos bailones demostraron al excitación que sentía con el juego de
insinuaciones.
- ¡Tienes razón! – suspiró decidida a no seguir por ese camino porque no se fiaba
de que Maca no fuese capaz de hacer algo que las pusiese en un serio aprieto -
¿sabes? Estaba pensando que… si regresamos a Kampala… ¡tendrías que ir a
una obra de teatro! – le dijo cambiando de tema radicalmente.
- Y eso ¿porqué? – preguntó ladeando la cabeza haciendo una graciosa mueca
divertida con su repentino cambio en la conversación, consciente de que a Esther
le ocurría lo mismo que a ella, ¡estaba deseando besarla!
- Porque es increíble como se comporta la gente fliparías.
- Pero qué hacen.
- Comen palomitas, beben cerveza, hablan por el móvil, responden a los actores,
les tiran los tejos, gritan, los niños que lloran lo hacen durante minutos y sus
padres los ignoran...
- ¿Y los actores que hacen?
- Nada, sigue la representación como si tal cosa y si el ruido es ya muy
ensordecedor se esperan unos instantes.
- Pues habrá que ser de una pasta especial para actuar por aquí.
- La verdad es que si – reconoció mirando con deseo el plato que acababan de
servirles – ya veras como te gusta este arroz.
- Seguro que si – se apresuró a probarlo.

Durante el resto del almuerzo, charlaron amenamente. Maca se atrevió a probar las
judías de Esther y ésta hizo lo propio con las espinacas. Como ya vaticinara Esther, el
postre fue toda una sorpresa, a la pediatra le encantó, era una especie de torta hecha a
base de batata y coco, que le trajo recuerdos de la infancia cuando Carmen, la fiel
asistenta de su madre que, prácticamente, los había criado, les asaba batatas en el horno
y se las daba a escondidas para merendar, bañadas con azúcar y miel. Esther rió con la
anécdota, sobre todo, cuando Maca le contó el enfado de Rosario el día que los
descubrió y comprendió porqué ninguno tenía ganas de cenar.

Tras el postre, Esther pidió al camarero que les llamara un taxi. Maca estaba empeñada
en dar un paseo por los jardines que daban al lago victoria pero la enfermera se negó,
prefería regresar al apartamento y esperar tranquilamente a Germán. Finalmente, viendo
que sus artimañas melosas y sus casi súplicas no surtían efecto, Maca dio su brazo a
torcer y consintió en marcharse a descansar al apartamento.

- ¿Cuánto tardará, Germán? – peguntó Maca nada más cruzar la puerta del
apartamento.
- No lo sé – respondió la enfermera mirando el reloj – pero nos dijo que sobre las
cinco o las seis vendría a por nosotras, así es que aún debe tardar unas… tres
horas.
- ¿¡Tres horas!? Y… ¿qué hacemos aquí encerradas tres horas?
- Bueno… a mí se me ocurren un par de cosas – respondió insinuante.
- Serás guarra – sonrió.
- Es que… me vuelves loca – susurró melosa - y en el avión cuando me has
mirado de esa forma… yo…
- Anda ven aquí – tiró de ella y la sentó en sus rodillas - ¡que yo también llevo
toda la mañana deseando hacer algo!
- ¿Toda la mañana?
- ¡Toda!

Se quedaron mirándose a los ojos, sonriendo no solo con el rictus de sus bocas,
deseando fundirse en un beso pero Esther estaba dispuesta a prolongar un poco más la
situación.

- ¿Quieres una infusión de Kinkeliba? – le preguntó socarrona.


- ¡Déjate de infusiones! Y… ¡bésame! – le pidió con vehemencia. Esther soltó una
carcajada, “quien te ha visto y quien te ve”, pensó alegre y satisfecha de lo
mucho que habían cambiado las cosas entre ellas.

Sin embargo, se levantó de sus rodillas sin atender su petición y se dirigió al dormitorio.
Maca la siguió. Esther se movía contoneándose, como le gustaba hacer para provocarla,
Maca la miraba embelesada, deseando perderse en su boca. Se detuvo en mitad del
cuarto mientras Esther, dándole la espalda se giró lentamente, y se sentó en la cama. Su
cuerpo comenzaba a experimentar las sensaciones que sabía que la llevarían a olvidar
todo lo que la rodeaba, notó como sus pezones se endurecían, como el cosquilleo de su
vientre se iba haciendo más intenso y cómo, casi sin quererlo se removió anhelante en
su asiento. Los ojos de Maca fijos en ella, desnudándola con la mirada, observando cada
uno de sus gestos, de sus leves movimientos... hasta que un suspiro profundo inundó la
habitación, y Maca accionó la silla aproximándose a ella. Esther extendió las manos y
cerró los ojos disfrutando de la sensación de su llegada, del roce de sus manos sobre sus
muslos, ¡cómo había anhelado tener el cuerpo de ella a su lado! y ahora era una
realidad, la maravillosa realidad de amarla y ser correspondida. La maravillosa
experiencia de compartir caricias, besos, movimientos, gemidos y palabras de aliento
sobre la misma cama con Maca era el más profundo de sus deseos. Abrió los ojos y se
encontró con los de la pediatra, sumergiéndose en la calidez de aquella mirada,
comprendiendo que las dos deseaban lo mismo, sonrieron, con una sonrisa cómplice, la
sonrisa de dos amantes que conocen el juego al que están a punto de entregarse.

Maca comenzó a desabotonar lentamente la blusa de Esther, sus manos comenzaron a


recorrer su abdomen y sus costados con parsimonia. Esther sintió que el calor se hacía
más intenso… que la ropa comenzaba a estorbarle, y que sus manos cobraban vida
propia al escuchar a Maca susurrarle junto a su oído un sensual “¿quieres?”, en
respuesta levantó los brazos de la pediatra y le arrancó la camiseta, echándola sobre la
cama, abrió su piernas y atrajo la silla, para poder besar sus labios, esos labios que tanto
deseaba, primero con dulzura, despacio, para luego perderse en su boca, comenzando a
conferir a cada beso mayor pasión.

Se entregaron al juego de las caricias y los besos. Esther se estremeció cuando sintió a
Maca rozar sus senos, jugar con los mismos pezones erectos que minutos antes pedían
sus caricias y su atención… la pediatra se detuvo y la miró temerosa de haberle hecho
daño pero su expresión le indicaba que iba por buen camino. Poco a poco la ropa
desapareció, la enfermera arqueo la espalda intentado ver lo que Maca estaba pensando
hacer, porque se había detenido en sus besos y caricias y permanecía con los ojos
clavados en ella, hasta que le indicó que se diera la vuelta. Esther obedeció, y cerró los
ojos, entregada a ella, escuchando como Maca subía a la cama y comenzaba a acariciar
su espalda que muchas veces fue bendecida por los besos de sus labios, la enfermera no
pudo contenerse más y su voz reaccionó haciendo que en el cuarto se escuchara un
ligero gemido de placer… sus piernas se abrieron poco a poco, invitado a la pediatra a
bajar y hacer sus caricias más atrevidas.

Sin embargo, Maca no lo hizo, con su mano izquierda se dirigió lentamente a su boca,
recorrió con el dedo índice sus labios y dejó que Esther besara cada uno de sus dedos,
humedeciéndolos, para después iniciar un lento recorrido hasta sus pezones,
presionándolos con suavidad, acariciándolos al tiempo que, ahora sí, se dejaba caer
sobre ella, haciéndola notar su cuerpo, mientras su mano derecha se encaminada, sabia y
decidida hacia su más recóndita profundidad. Esther volvió a gemir, y Maca detuvo sus
caricias para indicarle que se diese la vuelta, Esther obedeció y Maca reptó sobre ella
besándola y volviendo a introducirse en ella. Esther ronroneó e instintivamente sus
caderas se movieron imperceptiblemente, deseosas, anhelantes…

- Espera un poco – le pidió Maca en un susurro, levantando sus ojos hacia ella.
Esther se mordió el labio inferior y asintió, mostrando en su rostro el placer que estaba
sintiendo. Maca le dedicó una sesión de caricias interminables, queriendo redescubrir su
cuerpo una vez más, el vaivén de su cadera comenzó a hacerse más intenso, su
respiración se agitó y Maca comenzó a besar y pasear su lengua por su interior,
haciendo que su boca subiera y bajara cada vez con mayor ansiedad, hasta que supo que
había llegado el momento, notando como sus caderas iniciaban una carrera apasionada,
poderosa, como elevaba las piernas con vehemencia, temblando ante el inminente
orgasmo y sintiendo ese tierno beso, que la colmaba de excitación y placer al cambiar el
ritmo, intensidad o forma de acariciarla. Su respiración se volvió entrecortada y la
acompañó de pequeños e intensos gemidos que culminaron en un pequeño grito y un
temblor intenso.

Maca se detuvo, permaneciendo inmóvil unos instantes. Luego, subió para observarla
un instante, ¡estaba bellísima! Esther le devolvió la mirada y entreabrió sus labios,
sedienta de sus besos, se dedicaron a ellos con ternura, hasta que Maca volvió a
separarse. Todo su cuerpo gritaba en silencio la necesidad de tenerla a su lado, de sentir
su abrazo, y Esther así lo hizo, comenzando una danza tranquila, que se perdió entre
suspiros, sollozos, murmullos y gritos de satisfacción.

Maca sintió esas manos delicadas tomando posesión de su cuerpo, dedicándose a ella
con mimo, sabiendo perfectamente donde y como tocar, midiendo la intensidad y
calibrado en todo momento hasta cuando podía presionar su vientre, hasta cuando podía
estar en su interior sin correr riesgos y haciéndola estremecer como la noche anterior,
consiguiendo que ese roce interior intensificase las sensaciones, esperando el momento
en que Esther la elevara, haciéndola creer que eran sus caderas las que lo hacían, justo
en el instante en el que los espasmos se hicieron presentes, consiguiendo experimentar
aquella contracción que tanto había añorado y que la obligó a lanzar un grito reprimido
y sentir que vivía y agonizaba en sus manos, que disfrutaba, que se entregaba a miles de
sentimientos, emociones y sensaciones en pocos minutos, disfrutando del clímax y
entregándose a él, sin miedos ni reservas, deleitándose en un intenso orgasmo,
sintiéndose tremendamente satisfecha, complacida, viva y cansada.

Exhaustas dedicaron unos minutos a acariciar sus pieles desnudas, a mirarse con
ternura, sin pronunciar palabra, a recrearse en esas miles de sensaciones que poco a
poco volvían a crecer en su interior, sintiendo que la llama de la pasión prendía de
nuevo en ellas. Maca la besó con intensidad, ansiosa y Esther la frenó.

- Maca se nos va a hacer tarde.


- ¿Tarde? pero… ¿no teníamos tres horas?
- Sí, pero tendremos que… ducharnos.
- Aún hay tiempo – susurró junto a su oído, recorriendo su cuerpo con una de sus
manos.
- Maca… - protestó sin fuerza lanzando un suspiro de excitación, notando que su
cuerpo se encendía de nuevo, que sus sentidos se inquietaban y luchaban por
dejarse arrastrar haciendo frente a su razón que le gritaba una y otra vez que era
tarde – Maca…
- Chist, princesa, tenemos tiempo de sobra.

Esther no se resistió más, se entregó a un beso apasionado, y perdió sus manos en ella,
calibrando si también estaba preparada y notando que era así. Envueltas en un manto de
caricias, buscándose sin freno, Maca entraba y salía de ella, con habilidad hasta
arrancarle un grito de placer. Esther la besaba con vehemencia abrazándola,
transportándola y meciéndola, hasta que juntas sintieron que se elevaban al cielo, y que
solo encontraban consuelo en esa unión perfecta que sus almas tanto habían soñado y
que sus cuerpos acababan de firmar.

- No sé como lo haces… - susurró Maca perdiéndose en aquella mirada profunda


y entregada.
- ¿El qué? – casi jadeó aún falta de respiración por el esfuerzo.
- Que no sé lo que haces conmigo, pero... consigues… transformarme, consigues
que me sienta arder. ¡Literalmente!
- Ya sabes… soy la enfermera milagro.
- Y yo… ¿yo qué soy? – preguntó con malicia, deseando saber si ella también la
hacía sentir así.
- ¿Tú? ¡la mujer de fuego! – exclamó burlona besándola de nuevo, riendo
abiertamente ante la cara que le estaba poniendo Maca – ¡ardes! – rió – ardes
tanto que me quemas, me enciendes, me calientas, me prendes, me…

Maca la silencio con otro beso intenso, luego quedaron mirándose fijas la una en la otra,
echadas de lado en la cama con las piernas entrelazadas acariciándose con la mano que
les quedaba libre y comenzando a regalase pequeños y tiernos besos, exentos de las
pasión que habían mostrado antes y llenos del amor que sentía, de la felicidad que
llenaba sus corazones, llenos de esperanza e ilusión. Hasta que el sonido del timbre las
sobresaltó.

- ¡Dios! ¡Germán! – exclamó Esther dando un salto de la cama - ¡ya está aquí!
- Pero… ¿ya han pasado tres horas? – preguntó sin dar crédito a que así fuese - ¡es
imposible!
- No – miró el reloj extrañada también – seguro que hay problemas en las salidas,
ya nos lo avisó, y si hay toque de queda cuanto antes salgamos mejor.
- Pero…
- ¡Vamos, Maca! – la espoleó mientras se vestía a toda prisa – ¡levántate! tenemos
que irnos.
- Pero… pero… tendremos que ducharnos… dile que suba…. – le pidió – o mejor
dile que se vaya sin nosotras – la miró insinuante sin moverse de la cama –
podemos quedarnos aquí esta noche y….
- ¡Estás loca! – la interrumpió risueña, con una mirada embaucadora, encantada
con esa idea, acercándose a besarla – ¡me encantaría poder hacerlo! – exclamó
sentándose en el borde junto a ella - ¡no podría imaginar mejor plan!
- ¿Y qué nos lo impide?
- ¡Mañana tengo que ir a Nairobi a por los niños! ¿ya no lo recuerdas?
- ¿Era mañana?
- Si, ¡mañana! – la miró burlona - ¡dónde tendrás la cabeza!
- Pero… ¿seguro que me lo has dicho?
- Sí, te lo dije – ratificó sin saber si bromeaba o decía en serio que no lo recordaba
- ¡venga, Maca! ¡arriba!
- Voy – arrastró la palabra con desgana - ¡cómo pasa el tiempo de rápido!

Otro timbrazo volvió a sobresaltarlas, Esther corrió fuera del dormitorio, Maca la
escuchó preguntar en inglés y luego responder, “Germán, ahora mismo bajamos”.
- ¡Esther! ¿cómo le dices que bajamos ya!? ¡tenemos que ducharnos! Y… recoger
un poco todo esto – le dijo comenzando a angustiarse.
- Tranquila, ve tú al baño que yo recojo mientras y… ¡date prisa! – le pidió.
- Vale, pero… ¿por qué no sube?
- Tenemos prisa Maca, además tiene el coche en doble fila – le explicó con
rapidez mientras preparaba todo – vamos, déjate de charla y métete en el baño –
le ordenó.
- Ya voy – volvió a arrastrar la palabra - ¡joder con las prisas! – musitó cuando ya
estaba entrando en el baño.
- ¡Te he oído! – le gritó desde el dormitorio - ¡gruñona! – rió, al escuchar a Maca
soltar una carcajada.
- ¡Mentirosa! – le soltó cerrando la puerta negando con la cabeza y una amplia
sonrisa. Estaba segura de que era imposible que la hubiese escuchado pero la
conocía tan bien que Esther había adivinado que protestaría.

En veinte minutos estaban abajo. Germán las esperaba y parecía ligeramente enfadado.
Esther ya había prevenido a Maca que estaría enfadado, porque parecía preocupado y
con ganas de salir cuanto antes.

- ¿Qué estabais haciendo? – les espetó con el ceño fruncido – André nos ha
avisado que habrá toque de queda, y tenemos que cruzar todo el centro. Espero
que podamos salir de la ciudad.
- Lo siento – se disculpó Esther – pero…. – lo miró sin saber que decirle, era
obvio que no podía contarle la verdad, al menos delante de Maca porque sabía
que en ese caso la que se enfadaría sería ella y, de pronto, le vino a la mente la
excusa perfecta – lo siento mucho, Germán, sabemos que tenemos prisa pero…
Maca… a Maca le ha sentado mal el almuerzo – soltó de pronto.
- Eh… - Maca la miró desconcertada, pero la cara de pocos amigos de Germán la
hizo secundarla, recordaba a la perfección los arranques de genio de su amigo,
los tenía de tarde en tarde pero cuando agarraba uno era mejor ponerse a
cubierto, como siempre decía Adela - … eh… eso… me.. me ha sentado mal.
- Pero ¿qué te ha pasado? – se inclinó mudando la cara de enfado por una de
sincera preocupación - ¿estás bien?
- Sí… ya estoy mejor…
- ¿Seguro? – le preguntó observándola detenidamente - ¿te has tomado la
medicación? – Maca sintió – es cierto que pareces algo… acalorada – dijo
colocando su mano en el lateral del cuello mientras Esther desviaba la vista con
una sonrisa disimulada, ¡vaya si estaba acalorada! – no parece que tengas fiebre.
- No, si solo ha sido… las espinacas esas con cacahuetes que… me han resultado
un poco… un poco pesadas – mintió descaradamente intentando no cruzar la
mirada con Esther.
- Si es que parece mentira… – masculló, negando con la cabeza y apretando los
labios - os tengo dicho que…
- Germán… le puede pasar a cualquiera – intervino Esther echándole un cable –
tenemos prisa, no vayamos a discutir ahora.
- Tienes razón, ¿seguro que estás bien, Wilson?
- Sí.
- Pues vamos, la situación está complicada – les confesó - la guerrilla ha vuelto a
atentar en el norte y… se rumorea que… posiblemente suspendan oficialmente
la tregua.
- ¡Joder! – exclamó Esther - ¿crees que será peligroso que salgamos a estas horas?
- No, no creo que sea para tanto, al menos de momento – las tranquilizó subiendo
a la parte trasera del jeep a Maca – Wilson, si ves que te encuentras mal me lo
dices, no vayas a ser tan cabezona de aguantarte – le pidió más suave – y ¿se
puede saber qué te ha pasado! ¿has vomitado! ¿te duele la cabeza! ¿no habrás
estado demasiado al sol! si ya os dije que era mejor que descansaseis, te crees
que estás bien del todo pero…. pero no puede ser estar todo el día de aquí para
allá… ni…
- Tranquilo que iré bien – lo interrumpió, mirando a Esther con disimulo y
recriminándole con la cabeza su mentira. ¡Menuda le esperaba con Germán!
- ¿No habrás vuelto a sangrar? – le preguntó y Esther le dirigió una mirada risueña
a Maca que la pediatra esquivó.
- Maca, ¿prefieres ir delante? – le preguntó Esther recordando que ahí se mareaba
menos y deseando que Germán dejara de interrogarla porque Maca cada vez
parecía más agobiada ante tanta pregunta, sabía que no le gustaba mentir y ella
la había, prácticamente obligado a hacerlo.
- La verdad es que si – reconoció con aire de timidez arrepintiéndose al instante al
ver el gesto del médico – pero… da igual….
- ¿Y porqué no lo dices? – protestó Germán sacándola con rapidez y situándola en
el asiento delantero, ante la protesta de la pediatra insistiendo en que no hacía
falta que estaría bien detrás, no quería ser el motivo por el que perdieran más
tiempo.
- ¿Por qué tienes que ser siempre tan cabezona, Wilson? – le preguntó arrancando
el vehículo.

Maca se encogió de hombros y no respondió ante la mirada de aviso de Esther a través


del espejo. Era evidente que Germán estaba de mal humor, y la enfermera no quería que
comenzaran con una de sus disputas. Cuando ya estaban en marcha apretó el hombro de
Maca en señal de agradecimiento y comenzó a contarle al médico lo que habían estado
haciendo a lo largo de la mañana, y a transmitirle los saludos de Nancy, a la que había
llamado para darle otra vez las gracias por cederle la cabaña y contarle que todo había
ido estupendamente y de Sandro. La charla distendió el ambiente y Esther sonrió
contenta, si había algo que había aprendido en esos años era a saber animar a Germán.

* * *
El viaje transcurrió con tranquilidad y sin sobresaltos. Salieron sin problemas de la
ciudad y no encontraron ningún obstáculo en la carretera ni los caminos. Las bromas de
la enfermera comenzaron a cambiar el humor de Germán que terminó por reír con ellas
y sincerarse contándoles su bronca con Oscar, que había desistido en sancionar a Sara
pero le había abierto un parte de amonestaciones, de ahí su mal humor que se había
sumado a otra discusión con el encargado del laboratorio del hospital de Kampala, que
se había negado a coger las muestra que le llevaba, remitiéndolo al hospital de Jinja.

- Y para colmo – terminó el médico cuando entraban ya en el campamento – he


tenido que aguantar una conferencia de dos horas sobre los cambios que están
pensando introducir en la estructura de la organización.
- ¿Qué cambios?
- ¡Más papeleos! ¡por si ya tuviéramos pocos! – exclamó cansado – vamos que
estoy por mandar la dirección a tomar por culo – alzó el tono de forma airada –
yo no me vine aquí para pasarme todo el día con el culo pegado a una silla.
- No te pongas así hombre – lo suavizó Esther adivinando su cansancio y hastío,
sabía que cuando se ponía así era imposible razonar con él – verás como no es
para tanto.
- No sería para tanto si alguien pudiese ayudarme, pero ya sabes que cuando tú
no… - se calló, había estado a punto de echarle en cara que se marchaba y eso
no era justo para ella.
- Ya te echaremos una mano – le dijo solícita, intentando animarlo, sin recordar
que ella no estaría allí para cuando esos cambios se produjeran – pero no puedes
dejar la dirección. Todos te necesitamos.
- Esther tiene razón – intervino Maca con un hilo de voz – lo que necesitas es
unas vacaciones, luego verás todo de otra forma.
- ¡Habló la voz de la experiencia! – saltó sarcástico dando un frenazo frente a la
puerta de la cabaña de ambas, ganándose un golpe en el hombro por parte de
Esther.
- Perdona, no pretendía meterme donde no me llaman – se disculpó la pediatra en
tono conciliador, volviéndose hacia él que la miraba con seriedad.
- No es eso Wilson – se desdijo con rapidez – perdóname tú, hoy ha sido un día…
en fin, que estoy de mal humor, no me hagas caso – esbozó una sonrisa abriendo
la puerta del coche.
- A eso es a lo que me refiero – lo cortó Maca posando su mano sobre la de él con
cariño, ante la sorpresa de Esther que sonreía disimuladamente, ¡le encantaba
verlos así! reculando y hablando sin terminar siempre discutiendo. Germán se
giró hacia Maca y cerró la puerta, sorprendido también con su gesto y su tono
cariñoso, y más de que lo emplease delante de Esther - ¿sabes una cosa? antes
de… de que me asaltaran, antes… de venirme aquí yo… estaba a punto de tirar
todo por la borda, de dejarlo todo. Iba a dejar la clínica que tanto trabajo me
había costado montar - confesó.
- ¿Y qué te hizo cambiar? – le preguntó interesado.
- Vosotros y… todo esto – lo miró fijamente – me di cuenta que no era la clínica,
ni el trabajo, ni siquiera todo lo que me rodea allí, lo que me asfixiaba. Aquí he
tenido tiempo para pensar, para ver las cosas con distancia, con claridad, para
darme cuenta de lo que realmente me importa, de lo que realmente me hace
feliz.
- Ya… - sonrió comprensivo – no es lo mismo, Wilson.
- Sí lo es – lo contradijo – dejaste todo por venirte aquí. Era esto lo que siempre
habías deseado hacer, todos lo sabíamos, no te cansabas de repetirlo en la
facultad, y te he visto trabajar, te he visto luchar día a día por todo esto. Te
conozco y sé que aquí está tu sitio y cuatro papeles más no pueden hacerte
cambiar de idea y si lo hacen es que necesitas frenar un poco, descansar,
pensar…
- ¿Ves? – saltó Esther – ¡hasta Maca se ha dado cuenta! llevamos meses
diciéndole que se tome unas vacaciones pero no hay manera.
- No es tan fácil – intentó justificarse, cansado y sin ganas de recriminaciones y
menos de enfrentarse a las dos.
- ¡Ya lo creo que lo es! tú te vas de vacaciones, que nosotros nos encargaremos de
todo, ¿o acaso no nos crees capaces? – le preguntó bajándose del coche al
mismo tiempo que él.
- Esther… - la recriminó por sus palabras. Hablaba como si ella perteneciese al
equipo y ya no solo no trabajaba allí sino que había tomado la decisión de
marcharse a Madrid con Maca, pero parecía haberlo olvidado y la cara de Maca
era todo un poema al escucharla decir aquello. Sin embargo, Esther no entendió
su gesto ni parecía darse cuenta de lo que decía, más interesada en conseguir su
objetivo y ver a su amigo más animado.
- Ya sé que no te gusta que nos metamos en tu vida Germán, pero Maca tiene
razón, es exagerado querer dejarlo todo por hacer más papeleos. Y esos papeles
podemos hacerlos cualquiera o… entre todos.
- Esther…. – le indicó con la cabeza hacia la pediatra.
- Maca piensa lo mismo que yo, ¿verdad Maca?

Maca permaneció en silencio, las palabras de Esther la habían descolocado. Parecía tan
convencida de seguir trabajando allí que la hicieron dudar de todas sus promesas. Se
apoyó en Germán, y se sentó en la silla. Esther la observaba esperando su respuesta pero
Maca parecía estar en las nubes.

- Maca… te he hecho una pregunta.


- Eh… - la miró desconcertada, solo podía pensar en esas frases que indicaban a
las claras que Esther se veía allí, trabajando con Germán y los demás. Se pasó la
mano por la frente, esa idea la angustiaba sobremanera.
- Wilson… ¿te pasa algo?
- Maca…

Sara llegó corriendo hasta ellos y los tres se giraron al escucharla acercarse.

- ¡Sara! – Esther se abrazó a ella con alegría.


- ¡Hola! – exclamó la chica - ¡qué bien que ya estéis aquí! estábamos algo
preocupados – les confesó - ¿habéis oído lo de la guerrilla?
- Sí, lo hemos oído, pero está todo muy tranquilo – sonrió Esther.
- Hemos tardado un poco en salir – le dijo Germán en un tono ligeramente
cortante.
- ¡Sarita, Sarita! – volvió a abrazarla la enfermera contenta, ¡tenía tanto que
contarle!
- ¡Esther! – le sonrió adivinado los motivos de su alegría aunque el rápido vistazo
que les había echado al saludar, le hacía pensar que ni Germán ni Maca estaban
de su mismo humor - ¿qué tal en Loango? – le preguntó con sincero interés.
- ¡Muy bien! – exclamó la enfermera que aún la mantenía aferrada por ambas
manos - ¿y tú? ¿qué tal? te veo mucha mejor cara.
- La verdad es que sí, que estos dos días de descanso me han venido muy bien –
ratificó mirando a Maca con complicidad – de hecho hoy he vuelto al trabajo.
- Bueno… yo os dejo – las interrumpió Germán – tengo que guardar el jeep y
hacer unas cosas antes de la cena – se excusó – Sara ¿Felipe está por ahí?
- Sí, está con Jesús en tu despacho – respondió – creo que te estaban esperando.
- Bien – asintió metiéndose las manos en los bolsillos, con aire pensativo, dando
la vuelta al coche dispuesto a marcharse – eh… - se volvió hacia ellas - ¡Wilson,
métete en la cama!
- Pero Germán… estoy bien.
- ¡A la cama! – le ordenó con voz ronca – y tú – señaló a Esther – encárgate de
que cene algo - en un rato vengo a echarte un vistazo – afirmó montando en el
coche y alejándose de allí.
Maca giró la silla y miró a la enfermera visiblemente molesta.

- ¡Mira la que has liado! – se encaró con ella – ahora es capaz de hacerme tomar
otro de esos odiosos caldos.

Sara y Esther soltaron una carcajada ante su cara de asco.

- ¿Preferirías que le hubiese contado la verdad? – se defendió burlona.


- No – miró hacia Sara enrojeciendo – pero… podías haber inventado otra excusa.
Estoy bien.
- Ya lo sé, no te preocupes que ya hablaré yo con él y se lo diré – alargó la mano
para hacerle una carantoña pero Maca se retiró bruscamente - ¿qué pasa?
- Nada – respondió mohína.
- No seas boba y no te pongas así por una tontería – intentó acariciarla de nuevo,
esta vez Maca no se retiró pero mantuvo fruncido el ceño en señal de que no le
hacía gracia alguna – ya te he dicho que hablaría con él. Verás como puedes
cenar con nosotros.
- Hablaría, hablaría – refunfuñó – más vale hablar menos y cumplir más lo que se
dice – soltó casi entre dientes, sorprendiendo a ambas.
- ¿A qué viene eso? – le preguntó Esther cruzándose de brazos ante ella - ¿lo dices
por mí?
- Bueno… - las interrumpió Sara – será mejor que me marche. Voy… voy a dar
una vuelta por el hospital.
- No, Sara, la que se va soy yo, debo hacer una llamada – la freno Esther
sujetándola por el brazo con una sonrisa – y tú, ¿porqué no descansas un poco
antes de la cena!? luego paso a buscarte.
- ¿Y Germán? – le preguntó.
- Ya te he dicho que yo me encargo de él, pero no te enfades.
- Vale – admitió incapaz de permanecer enfadada con ella, de hecho no lo estaba,
pero no podía dejar de pensar en lo que Esther le había dicho a Germán. Levantó
la vista hacia la enfermera y sus miradas se cruzaron. Maca la mantuvo, con
fijeza, a Esther le pareció que sus ojos estaban teñidos por un velo de tristeza
que no comprendía, como tampoco entendía esa reacción airada, pero no tenía
tiempo de pararse a ver qué le ocurría, volvió a acariciarle la mejilla y miró el
reloj.
- Voy a llamar a Laura antes de que sea más tarde, deben estar a punto de
embarcar – les dijo alejándose con rapidez.
- ¡Espera! – gritó Sara haciendo ademán de salir tras ella pero Esther se detuvo y
desanduvo sus pasos.
- ¿Qué pasa?
- ¿Quieres que te ayude a algo? digo para el viaje de mañana.
- No, tranquila, ya me encargo yo, solo son unas llamadas de confirmación – le
sonrió agradecida – prefiero que te quedes con Maca y la acompañes a la
cabaña.
- No necesito que nadie me acompañe – saltó secamente.
- No me importa Maca – le dijo Sara – es cierto que tienes mala cara.
- Ha sido un día largo, solo estoy un poco cansada.
- ¡Ay, si es que la he tenido todo el día de aquí para allá! – exclamó Esther
agachándose y dándole un fugaz beso en la mejilla – vuelvo en seguida, cariño –
le susurró al oído, y corrió hacia la radio.
Sara y Maca permanecieron allí plantadas viéndola alejarse.

- Bueno… creo que voy a echarme un rato antes de cenar – miró Maca a Sara –
nos vemos luego.
- Espera, te acompaño.
- No hace falta, de verdad, solo hay que dar la vuelta.
- Ya pero… yo… quería hablar contigo.
- ¿Es de lo que imagino?
- Sí – le dijo con la preocupación escrita en el rostro.
- Bien… pues… mejor vamos a tu cabaña.
- No, mejor vamos a la vuestra, no quiero que aparezca Germán y me caiga una
bronca por no obedecerle y meterte en la cama.

Maca lanzó un profundo suspiro y accionó la silla camino de la cabaña con Sara
andando a su lado, en silencio, con la sensación de que de pronto le pesaba todo el
cuerpo, sin dejar de darle vueltas a las palabras de Esther, segura de que había sido una
exagerada al tomarlas al pie de la letra, estaba claro que Esther solo había intentado
animar a Germán, ella misma lo había hecho pero no era capaz de controlar ese miedo
helador que la atenazaba, solo de imaginar que Esther decidía quedarse allí y no volver
con ella. Pero Esther tenía que ser libre de decidir el camino que quería seguir y ella
solo podía esperar ser la elegida. “No seas imbécil”, se dijo, “acabas de comportarte
como una auténtica idiota y has estado a punto de dar la nota delante de Sara”, se
repetía, “sí, soy imbécil, en cuanto la vea me tengo que disculpar, no puedo dudar de
ella cada dos por tres”.

- Sara…
- ¿Sí?
- Puedo... ¿preguntarte algo?
- Claro, Maca, lo que quieras.
- Esther… Esther… ¿te ha hablado de sus deseos de quedarse aquí? – le preguntó
temiendo la respuesta.
- ¿Ya ha hablado contigo? – fue su contestación, Maca se quedó de piedra,
¿Esther pensaba hablar con ella al respecto? entonces era cierto que había
tomado una decisión que nada tenía que ver con sus promesas. Sara permanecía
mirándola fijamente y ella no sabía que responder y optó por lanzar un farol sin
mentir abiertamente con la intención de que Sara le revelase lo que deseaba
saber.
- Sí.
- Pues si, ¡es lo que más desea en este mundo! – exclamó con una sonrisa,
“después de a ti”, pensó sin atreverse a decirle aquello, aún no estaba segura de
si les habían ido bien las cosas y no quería meter la pata, más de lo que ya
hiciera en alguna ocasión – y nosotras debemos conseguir que Oscar no sea un
obstáculo para ella.
- Si… eso… eso es... en lo que estaba pensando – respondió entrando en la
cabaña, sintiendo que todas sus ilusiones, que todas sus esperanzas se acababan
de desmoronar como un castillo de naipes.

* * *
Esther llegó a la radio con una idea fija, tenía que llamar a Laura y quedar con ella, y
tenía que contactar con el campamento y el orfanato pero, por encima de todo pretendía
hablar con Teresa, seguro que ella podía ayudarla, porque quería darle una sorpresa a
Maca y para eso necesitaba cierta información.

Entró con precipitación y se ganó una hosca mirada de Grecco que estaba hablando con
alguien. Le hizo una seña de disculpa y salió con la misma velocidad que había entrado,
con la esperanza de que no tardase en dejarla entrar, se estaba haciendo tarde. No quería
demorarse demasiado en esas llamadas. Había visto a Maca un poco rara, más bien
molesta y parecía que era con ella. Empezaba a sospechar lo que le ocurría y quería
volver a su lado cuanto antes y aclarar el motivo, y si estaba en lo cierto, disipar sus
dudas.

“¡¿Qué se le habrá metido ya en la cabeza?¡”, se dijo suspirando. No soportaba que la


mirara de la forma en que lo había hecho, y no soportaba que no confiara en ella. Sabía
que era cuestión de tiempo y que no era algo fácil, a fin de cuentas hacía años que
también le había prometido amor eterno, que también le había jurado y perjurado que
era la mujer de su vida, que no podría vivir sin ella y al final, la abandonó sin
explicaciones, dejándola que se sintiera culpable durante cinco largos años. Era normal
que le costase trabajo creer en sus palabras. Estaba segura de que Maca necesitaba
hechos y que solo con ellos y con el tiempo, lograría curar esa desconfianza, esa herida
que a pesar de lo que dijese la pediatra, ella estaba segura de que seguía abierta. O
quizás se equivocaba y simplemente, Maca se había vuelto desconfiada en todo ese
tiempo, tampoco sería algo extraño teniendo en cuenta todo por lo que había pasado y
todo lo que debía soportar día a día. Claro que también podía ser fruto de su
inseguridad, desde que volvió a verla tenía la sensación de que Maca era más reservada,
el estar en esa silla y la sobreprotección a la que estaba acostumbrada le habían minado
su autoestima y la confianza en sí misma. Le había costado mucho que volviera a
disfrutar y a sentirse capaz de hacer ciertas cosas, como nadar o montar en moto y
quizás ahí estaba el problema, y Maca necesitaba más tiempo para confiar en ella y
sentir que podía ser amada como ella la amaba.

- García, puedes entrar – salió Grecco a buscarla, sobresaltándola.


- Gracias, Francesco – respondió levantándose del escalón y subiendo a toda
prisa.

* * *

Mientras, en la cabaña, Maca se encontraba frente a frente con Sara. Las dos se habían
mantenido silenciosas, una planteándose como iniciar aquella conversación y la otra,
dándole vueltas a la cabeza, luchando por no dejarse vencer por sus inseguridades y
seguir disfrutando de ese amor que la hacía sentirse especial.

- Te veo mucho mejor – le dijo Maca con una sonrisa, intentando darle tiempo
para que se decidiese a contarle lo que quería.
- Sí, bastante mejor, de hecho mañana me iré con Esther a por los niños.
- No deberías hacerlo, Sara, un viaje de tantas horas… y en camión…
- Soy la pediatra y estoy bien.
- Ya pero… necesitas descansar.
- No te preocupes que está todo bien, Jesús me hizo una revisión.
- ¿Es ginecólogo?

Sara lanzó una carcajada.

- Maca… parece mentira que digas eso después de ver lo que has visto.
- Solo me preocupa que…
- Ya te he dicho que estoy bien. Es cierto que debo tener precauciones en estas
semanas pero… las tendré. En cuanto hable contigo me voy a la cama.
- ¿Sin cenar?
- Bueno… si no quiero que nadie se de cuenta… no puedo cenar con ellos –
sonrió.
- Entiendo, es normal que tu cuerpo haya cosas que no tolere como antes.
- Lo sé – respondió sentándose frente a ella, hasta ese momento se había
mantenido en pie, su rostro cambió y Maca supo que al fin iba a hablarle de lo
que le preocupaba.

Maca esperó pacientemente a que se lanzase pero Sara seguía sin hacerlo.

- Bueno… ¿qué querías decirme? – rompió Maca el silencio al ver que la joven
continuaba mirándola sin decidirse.
- Verás, yo… quería preguntarte si… ¿tú has hablado con Oscar?

Maca la miró con cierto aire de desconcierto, ¡había olvidado por completo aquella
conversación con el inspector! su estancia en Loango, la playa, los paisajes, los viajes,
las horas junto a Esther, la visita a Kampala, todo la había hecho olvidarse de su charla
con él, tenía la sensación de que hacía mucho tiempo que la tuviera y no era así.

- Eh… ¿por qué lo preguntas?


- Estuvo aquí esta mañana y fue… especialmente amable conmigo, pero… me
dijo algo que…
- ¿Qué te dijo? – la interrumpió frunciendo el ceño, preocupada.
- Que no siempre iba a tener la suerte de que me protegieran y que… quizás mi
suerte cambiaría antes de lo que imagino.
- Hablé con él, pero… no entiendo qué quiere decirte con eso.
- Yo tampoco. Pero hizo hincapié en que quizás me convendría cambiar de
protectora, porque no era oro todo lo que relucía.
- ¿Se refirió a mí?
- Yo entendí que sí.
- Ya… - musitó bajando la vista, ahora si que estaba preocupada, estaba claro que
Oscar había hablado con su padre, ¿qué le habría contado de ella para que dijese
aquello? Sara la observaba y Maca levantó los ojos, su mirada se había
endurecido y se había vuelto tan oscura que Sara se cohibió - No le hagas mucho
caso, está ofendido y cabreado pero no creo que vaya a hacer nada. De hecho ya
te digo que fue amable, no parecía una amenaza, más bien… un consejo.
- No es un consejo Sara. Pero… no te preocupes, que no volverá a molestarte – le
aseguró aunque en el fondo no las tenía todas consigo, algo le decía que esa
frase escondía un sentido que se le escapaba.
- Ten cuidado con él, tiene buenas agarraderas y… cuando quiere es… peligroso.
- ¿Por qué decís todos eso! a mí me parece un impresentable y, además, cobarde.
Pero le falta inteligencia para ser peligroso como decís. ¡Es torpe, muy torpe!
- Lo es, pero… - bajó la voz – el tiempo que estuve en la central escuché…
rumores.
- Rumores ¿de qué?
- Después de que me enfrentase a él y de que… bueno... ya sabes – se calló un
instante – en fin que… hice algún que otro amigo.
- Ve al grano Sara – habló con cierta brusquedad.
- Se rumorea que… está metido en negocios… no muy limpios.
- ¿Qué negocios? – le preguntó interesada, eso sí que podía serle de ayuda cuando
lograse hablar con Luís.
- No sé… ya te digo que son rumores pero la gente habla y mucho.
- Por experiencia sé que no se debe de hacer mucho caso a los rumores. Es un
incompetente, puesto a dedo y de buena familia, eso le habrá creado muchos
enemigos.
- Sí, yo también sé lo que es eso – reconoció Sara, mirándola con complicidad, a
veces pertenecer a una familia con dinero la había hecho tener que demostrar
más que los demás – pero… quien me lo dijo… es de fiar y… no es enemigo
suyo.
- Que tú sepas – dijo ligeramente cortante y Sara se sorprendió con su tono.
- Bueno… claro… tienes razón – esbozó una leve sonrisa – esos rumores serán
producto de… las envidias.
- Aún así quiero saber qué rumores son esos.
- Hablan de algo relacionado con las empresas de su padre y de que… no anda
con compañías recomendables.
- Ya… comprendo…. ¿trafica? – preguntó directamente.
- No lo sé.
- Pero lo habrás oído.
- Se dice que con todo lo que puede.
- ¿Germán lo sabe? quiero decir que si él… conoce esos rumores.
- No lo sé, yo nunca lo he comentado con él, pero quizás si que lo sepa. Germán
tiene muchos amigos y este tipo de cosas… suelen comentarse.
- ¿Crees que trafica con medicamentos?
- No tengo ni idea, pero si que es raro que en las estadísticas que estuve haciendo
aquellos meses de oficina precisamente la zona que él cubre es la que más
asaltos tiene. Ese fue uno de los motivos por los que mi jefe me pidió que fuera
prudente.
- Podías habérmelo dicho antes – le recriminó pensativa.
- No creí que tuviera nada que ver con… con mi problema.
- Ahora entiendo porqué se pierden cargamentos – musitó recordando algunas
cosas que le habían contado Esther y Germán.
- Sí, pudiera ser uno de los motivos… pero son especulaciones, Maca, no vayas
a…
- No voy a nada – la cortó aunque su mente ya estaba trazando un plan para
desenmascararlo y evitar que siguiera allí obstaculizando el trabajo de todos –
bueno… no te preocupes Sara, que ya me encargaré yo de que consigas esa
excedencia y que puedas regresas aquí sin que eso perjudique a Esther.
- Gracias – sonrió.
- Si no te importa me gustaría descansar un rato y…
- Sí, ya me voy pero… antes quería decirte que… también me preguntó por ti,
quería saber cuando volvías.
- Por mí – repitió pensativa - ¿se lo dijiste?
- No, no lo sabía – sonrió cómplice.
- ¿Te dijo qué quería?
- No. Y tampoco le pregunté, pero… si vas a hacer algo… ten cuidado con él –
repitió.
- Tranquila – respondió con el ceño fruncido una idea estaba rondando por su
cabeza – Sara… tú crees que… el asalto al orfanato, ¿tiene algo que ver con él?
- ¿Por qué preguntas eso?
- ¿Lo crees?
- No, no lo creo.
- Pero él… estaba aquí ese día ¿no?
- Sí, es cierto que Oscar estaba aquí aquel día y le pilló todo el follón. Pero es
imposible saber si él… hizo algo. Además ¿qué podría sacar con ello?
- Sí, tienes razón ¿qué interés podías tener en ese asalto? – dijo con retintín
mirándola con las cejas enarcadas, instándola a que pensara en ello.
- A no ser que… el orfanato estaba en una de sus… rutas, quiero decir de las rutas
de reparto de medicamentos y suministros. Las madres denunciaron en más de
una ocasión irregularidades, faltas en los pedidos y… estaban en el punto de
mira.
- Pues ahí lo tienes.
- Pero eso la guerrilla también lo sabía, conocen todas las rutas y esperan
emboscados. No necesitan a alguien como Germán.
- Depende de con qué otras cosas trafique.
- Si estás pensando en armas es absurdo, no me veo a Oscar metido en esas cosas,
como tu dices es cobarde.
- Tienes razón, es absurdo, no me hagas caso, solo especulaba, e intentaba
comprender algo que nunca me ha cuadrado en la historia que Esther me contó.
- ¿El qué?
- Pues que… si esos guerrilleros ya habían atacado el orfanato, ¿por qué
volvieron! eso es lo que no entiendo. Allí ya no había nada, ni... nadie... que
ellos supieran.
- Las estarían esperando.
- Pero… ¿por qué?
- Sara se encogió de hombros y sonrió.
- Maca, la guerra no entiende de razones. Volvieron sin más. No creo que Oscar
tuviera nada que ver. Lo que no quiere decir que no se alegrara de lo que pasó.
Tenía entre ceja y ceja a las madres. Sobre todo a Margarette, fue la única con el
valor de presentarse en Kampala a quejarse de él.
- ¡Hijo de puta! – musitó.
- Aquí las cosas son... más complejas de lo que pudieran aparentar y ahora…. van
otra vez a peor.
- ¿A qué te refieres?
- A todo, al mercado negro, a la gente que hace negocio de todo esto… a la
guerrilla, a la falsa tregua…
- Si, ya nos ha comentado Germán que la tregua pende de un hilo.
- Eso era ayer, hoy ha habido comunicado oficial. André nos lo dijo hace un rato,
La tregua está rota. Pero es imposible saber si Oscar…

La puerta se abrió y Esther entró con una sonrisa en los labios, interrumpiéndolas.
- ¡Ya estoy aquí! – exclamó con alegría - ¡uy! perdón, ¿interrumpo? – preguntó al
ver que las dos se callaban bruscamente y se volvía hacia ella.
- No, no – saltó Sara con rapidez – yo ya me iba – le dijo con una sonrisa y se
volvió hacia Maca – descansa y… ¡cuídate! – le pidió con énfasis.
- Tranquila, lo haré – le devolvió la sonrisa.

Cuando Sara cerró la puerta Esther se acercó a Maca, que permanecía seria, parecía
preocupada, y Esther no se equivocaba en su apreciación, la pediatra comenzaba a
pensar que Oscar quizás no fuera tan fácil de torear.

- ¡Uy, uy! ¡qué seria estás! – se inclinó y rozó sus labios - ¿pasa algo con Sara?
- No – negó con un suspiro - nada.
- ¡Qué mal mientes!
- Esther… - dijo arrastrando su nombre con impaciencia – ya te dije que…
- Lo sé, que te ha pedido un favor y que no me puedes hablar de ello – la
interrumpió risueña – perdona por preguntar.
- Entiéndelo – le dijo cortante sin devolverle la sonrisa.
- ¿Estás muy cansada? – le preguntó preocupada, a su seriedad se sumaba el mal
aspecto que presentaba, y de nuevo se encendieron sus alarmas.
- Un poco.
- Tienes mala cara, creo que es mejor que le hagas caso a Germán y te metas en la
cama. Hoy hemos tenido un día completito.
- No quiero meterme en la cama – respondió elevando el tono otra vez con
impaciencia - quiero cenar con vosotros – continuó más suave.
- A ver… ¿qué te pasa para que estés de mal humor? - le preguntó con paciencia.
- Nada – respondió secamente y giró la silla.
- Maca, ¿recuerdas que llegamos a un acuerdo? - le dijo con calma - "Nada" está
prohibido, y esta vez no me va a valer que me respondas eso.
- Esther, estoy cansada y no tengo ganas de discutir.
- ¿Y por qué íbamos a discutir? - preguntó con inocencia.

Maca se encogió de hombros con un leve suspiro y clavó sus ojos en ella, entreabrió los
labios y Esther tuvo la sensación de que le iba a preguntar algo pero luego suspiró más
alto, y desvió la vista.

- Venga, acuéstate que yo…


- ¡No quiero acostarme! – protestó frunciendo el ceño – no quiero cenar aquí sola,
¿cómo quieres que te lo diga? – le preguntó cansada, mostrándose ligeramente
enfadada.
- Bueno… yo había pensado en… otra cosa – le dijo insinuante, sin hacer caso a
su reacción.
- Esther…
- No seas gruñona, ya sé que estás muy cansada, por eso había pensado que te
metieses en la cama y que… podíamos cenar aquí… solitas las dos… - le guiñó
un ojo con complicidad.
- ¿Para qué? – preguntó con aire despectivo.
- ¿Como que para qué? – sonrió picarona, ignorando su gesto – Maca… - se
acercó más a ella y se sentó en el borde de la cama, acariciándole el antebrazo
con el dedo índice y mirándola fijamente. Maca bajó sus ojos hacia la mano que
la rozaba y se estremeció, Esther sonrió al ver que se le erizaba la piel, y en voz
baja insistió - ¿no me vas a decir qué te pasa? sé que no tiene que ver con Sara,
porque ya estabas molesta conmigo antes de hablar con ella – le dijo con calma,
la pediatra elevó los ojos y la encaró. Esther se sorprendió al ver aquella
expresión de tristeza, no estaba enfadada, más bien parecía derrotada – cariño…
¿tengo que adivinarlo?

Maca negó con la cabeza, apretó los labios en una mueca y enrojeció levemente. Sabía
que no debía preguntarle aquello, era conciente que debían pesar en la balanza mucho
más todo lo que Esther la había hecho sentir, todo lo que había planeado solo por ella,
por hacerla feliz, que aquellas palabras en el coche, pero si no lo hacía, si no le
preguntaba y se sinceraba respecto a sus miedos, si no le confesaba lo insegura que se
sentía, sería ella la que estaría poniendo la primera piedra para fracasar de nuevo.
Decidida a no dejar que nada minase ese amor, se lanzó.

- Esther… yo… necesito… preguntarte algo.


- A ver, ¿qué?
- Lo que has dicho antes.
- No sigas – la cortó divertida negando con la cabeza – es por lo que le he dicho a
Germán en el coche, ¡pero mira que eres boba! – exclamó riendo y acariciándole
la mejilla - ¿qué más tengo que hacer y decir para que te convenzas Maca?
- Eh…
- Nada de balbuceos, si aquí hay alguien que tiene derecho a tener dudas soy yo
que ni siquiera has sido para decirme que me amas.
- Te lo he dicho – se defendió.
- Ya… y yo te creo y entiendo esos lenguajes tuyos, ¿no puedes entender tú que
solo pretendía animar a Germán?
- Si.
- Además, tú también los has hecho.
- Ya… si… me he dicho todas esas cosas pero…
- Pero qué, ¿lo dudas?
- No, pero…
- ¡Lo dudas! – afirmó, sin dar crédito – dime qué tengo que hacer para que me
creas, para demostrarte que te amo y que me voy contigo.
- Nada, perdóname Esther, soy una idiota. Pero es que a veces cuando hablas con
esa seguridad, creo que a pesar de todo lo que me dices en el fondo prefieres
quedarte aquí.
- Ya hemos hablado de eso, y te he dicho que yo solo quiero estar contigo. Que te
amo, y que me voy donde te vayas tú, ¿no me crees?
- Si, te creo.
- Ya… pero dudas a las primeras de cambio.
- No es por ti, te juro que no es por ti, y no tienes que hacer nada, ya has hecho
mucho más de lo que jamás hubiera soñado.
- Pero sigues sin estar segura, ¿no es eso?
- Es que… me parece tan increíble que sea todo esto verdad, y me da tanto miedo
de que no lo sea que…
- ¡Ay! Qué tonta que es mi niña – exclamó inclinándose y besándola con dulzura,
luego se separó y se quedó mirándola con un brillo especial en sus ojos, Maca
reconoció al instante esa expresión, ¡ya se le había ocurrido una de las suyas! -
Si te vas a sentir más segura me arrodillo – dijo haciéndolo y cogiéndola de la
mano – y te pido matrimonio.
- Olvidas que ya estoy casada – sonrió divertida por su arranque.
- Ya… pero estamos en África y aquí la poligamia…
- ¡Esther! – protestó mostrándose ofendida pero sin dejar de reír con sus ojos.

La enfermera soltó una carcajada y luego se puso seria.

- ¿Te casarías conmigo? – le preguntó permaneciendo de rodillas ante ella con su


mano cogida entre las suyas.
- Esther…
- ¿Lo harías? – insistió al ver su intento de esquivar la respuesta.
- Antes sabes que tendría que solucionar algunas cosas – respondió sin querer
prometer un “sí”, que no sabía si conseguiría llegar a cumplir – no es tan fácil.
- Ya lo sé, pero… ¿lo harías? – volvió a preguntar.

Maca se quedó pensativa, con los ojos fijos en los de la enfermera que mostraba en su
rostro toda la ilusión que le hacía su respuesta. Pero la pediatra permanecía muda y
Esther comenzó a arrepentirse de haber preguntado, temiendo que su silencio dejara en
ellas una huella gris, difícil de olvidar. Pero Maca leyó en sus ojos ese temor y la
asustada fue ella, no quería desilusionarla, ni quería que creyera que no era así. ¡Claro
que quería casarse con ella! ¡lo quería con toda su alma! Y estaba dispuesta a hacer
desaparecer ese temor de su mirada.

- Si me lo pides así – sonrió arrastrando las palabras y clavando sus ojos en lo de


Esther que la miraba expectante – ¡no! – negó burlona.
- Pero ¡bueno! ¿y como tengo que pedírtelo? – preguntó mostrándose
fingidamente ofendida, pero satisfecha al ver que Maca volvía a ser la de antes y
olvidada sus temores, para bromear. Lo notaba en su tono, en su expresión
pícara, en la actitud de su cuerpo.
- De otra forma más…
- ¿Más qué?
- No sé… mejor… más… romántica – le dijo haciendo una mueca divertida.
- ¿Cómo lo habrías tú? – inquirió con interés.
- Yo… - perdió la vista en el fondo de la habitación con mirada soñadora – yo…
te compraría un brillante, uno pequeñito, nada ostentoso, y te re lo engarzaría en
una alianza de oro blanco, lo suficientemente ancha para que quepa la
dedicatoria.
- ¿Dedicatoria? ¡qué rancia! – se mofó de ella – eso es de pijos viejos.
- ¡Y tú que cateta! – rió defendiéndose - eso es tener clase.
- Clase - soltó una carcajada - clases son las que tengo que darte yo a ti - le dijo
insinuante.
- ¡Menos lobos!
- Ya en serio, Maca, ¿qué pondrías en esa dedicatoria?
- Ah, eso será una sorpresa – le dijo.
- Humm… una sorpresa – repitió mostrando la felicidad que sentía al escucharla
hablar de ello en aquel tono y con aquella convicción de que será posible en un
futuro.
- Si, ya lo leerás que luego… si te lo digo… - no pudo seguir hablando porque
Esther la atrajo y la besó, esta vez mucho más apasionadamente que antes y
Maca, se entregó a ese beso con todo su deseo, mostrándole que las dudas se
habían disipado.
Esther se separó, permanecía de rodillas ante ella, y mantenía su rostro sujeto por ambas
manos acariciando sus mejillas con los dedos pulgares. Sonrío, adentrándose en aquella
mirada que volvía a ser franca y alegre, y que tanto la obnubilaba.

- ¿Por qué has dudado de mí? - le preguntó tras darle un rápido pico.
- Sara me ha dicho que tu mayor deseo es estar aquí y… después de lo que le
dijiste a Germán…
- Ya… ¿y por qué te ha dicho eso?
- Yo le pregunté – reconoció sonrojándose – lo siento.
- Y… ¿te fías más de Sara que de mí?
- Sabes que no es eso – le dijo visiblemente abochornada. Esther sonrió y le hizo
una carantoña, Maca apretó los labios en una mueca de circunstancia - ¿es cierto
lo que me ha dicho Sara?
- Sí - sonrió abiertamente – ese era mi mayor deseo, se lo he dicho muchas veces,
pero también le dije otras cosas.
- ¿Qué cosas?
- Unas que imagino no se ha atrevido a decirte.
- Y ¿qué cosas son?
- Que ese era mi principal deseo pero lo era porque lo que de verdad deseaba era
imposible.
- Y… ese imposible era…
- Sí, ¡estar contigo! – exclamó con un brillo especial en su mirada, que se volvió
contagioso, consiguiendo que los ojos de Maca brillasen igualmente contentos -
y Sara aún no sabe que he conseguido el imposible.
- Esther… lo siento – le dijo con lágrimas en los ojos, llenos de emoción y culpa –
lo siento, lo siento. No quería dudar de ti, y... no sé porqué lo hecho.
- Ay, ¡qué tonta y sensiblona te has vuelto!
- Voy a cambiar, ¡te lo prometo! Te prometo que no voy a dudar más de ti.
- No prometas esas cosas – la recriminó moviendo el dedo índice arriba y abajo,
señalándola- además… en el fondo me gusta – le reconoció – no me dirás que
me amas, pero… cuando veo esa desesperación al preguntarme si me quedo, no
hace falta que me lo digas.
- Ven – dijo tirando de ella para que se levantara, y se sentara en sus rodillas.

Esther así lo hizo, se miraron un instante y soltaron al unísono una pequeña carcajada.
Esther la abrazó con fuerza y le susurró al oído “te amo, te amo tanto que no concibo mi
vida sin ti”, Maca la retiró y se perdió en sus labios, luego bajó a su cuello y jugueteó
con su lóbulo, para terminar susurrando, “yo tampoco concibo la mía sin ti”. Esther
recibió esas palabras que una enorme alegría, Volvieron a besarse y Maca comenzó a
introducir sus manos por debajo de la camiseta de la enfermera, acariciando sus
costados y su espalda. Esther dejó escapar un leve gemido, y le frenó las manos,
abandonado sus labios mirándola fijamente.

- Espera, espera Maca… - casi jadeó sintiendo que el deseo se apoderaba de ella.
- ¿Qué pasa? – protestó igualmente excitada.
- Están las puertas abiertas, Germán tiene que venir y… es tarde.
- No tanto – la miró socarrona dispuesta a no dar su brazo a torcer. Tiró de ella y
volvió a besarla.
- Ummmm ¡Maca! – protestó al volver a sentir sus manos, que acariciaban ahora
el interior de sus muslos.
- ¡Espera! – dijo saltando de sus rodillas.
- Esther… - protestó sentándola de nuevo sobre ella.
- Cariño… - intentó oponerse, pero su deseo de besarla se lo impidió y se entregó
de nuevo a ella.

La puerta se abrió y Germán entró, como siempre sin llamar, sorprendiendo a ambas,
que enrojecieron levemente, y mostraron su sobresalto.

- Eh… esto… ¡Perdón! olvidé llamar – se excusó al verlas girarse hacia él con
brusquedad y Esther saltar de las rodilla de Maca.
- ¡Joder! – exclamó Maca enfadada – cuando vas a aprender que…
- No... no pasa nada – la interrumpió Esther, sonriéndole al médico y ganándose
una mirada recriminatoria de Maca que no se acostumbraba a aquella costumbre
de que todos entrasen y saliesen de la cabaña sin pedir permiso – yo… yo iba a
darme una ducha y... buscar algo para cenar – dijo con precipitación, cogiendo
una toalla, salió de allí a toda prisa, y lo dejó solo con Maca.

“¡Valiente!”, sonrió para sus adentros la pediatra, divertida ante el nerviosismo que
había mostrado Esther, pero manteniendo un gesto enfurruñado mirando a Germán.

El médico se quedó observándola, preocupado, se acercó a ella sin decir nada, tenía
mala cara y las ojeras marcadas, pero parecía tener mucha más energía que hacía tan
solo una semana. Se le notaba en la forma de hablar, en su actitud y en la soltura con
que manejaba la silla.

- Bueno, Wilson, ¿qué tal estás?


- Bien, solo algo cansada, pero bien. Y antes de que me preguntes, no me duele
nada, ni la cabeza, ni el pecho, ni nada de nada – saltó con rapidez – he comido
bien y no he hecho ninguna tontería.
- Y yo que me alegro – sonrió afable buscando en su maletín – ¿cómo te has
sentido en la playa?
- Ya te he dicho que bien.
- ¿No has sentido debilidad, mareos…?
- Nada, Germán... – respondió con impaciencia, recordando la hemorragia nasal
pero guardando silencio al respecto, segura de que se debía al hecho de haber
estado tumbada al sol toda la tarde.
- ¡Joder! me he dejado atrás todo – murmuró contrariado, con la vista clavada en
el fondo de su maletín.
- Eso son los años ¡qué no perdonan! – se mofó de él - ¡¿dónde tendrás la
cabeza?!
- Eso mismo digo yo – arrastró las palabras con un leve suspiro, sin entrarle al
trapo. Maca lo miró extrañada por su abatimiento, había esperado un “te
recuerdo que eres casi un año mayor que yo” o un lo dices por experiencia”,
pero no, Germán se levantó del borde de la cama donde se había sentado y le dio
un leve golpe en el antebrazo - ¿por qué no vas desvistiéndote y metiéndote en la
cama? vuelvo en un momento.
- Pero qué manía con que me meta en la cama. Ya me acostaré después de cenar –
se negó con rotundidad.
- Bueno, bueno – sonrió – de todas formas échate que quiero examinarte.
- Está claro que nada de lo que te diga te va a hacer desistir.
- Pues no, quiero ver como tienes la tensión y la herida del brazo.

Maca suspiró resignada y cuando el médico cerró la puerta, obedeció sus indicaciones.
Germán fue a su despacho, recogió lo que necesitaba y salió dispuesto a regresar a la
cabaña, cuando vio salir a Esther de la cocina. Se detuvo y la esperó.

- ¿Qué haces ahí parado?


- Esperándote, había olvidado el fonendo y he vuelto a por él.
- ¿Y Maca cómo la has visto?
- Aún no la he examinado pero… yo quería preguntarte algo.
- Dime – dijo mientras andaban.
- Espera, eh… para un momento.
- ¿Qué pasa?
- ¿Qué tal con Wilson? – le preguntó con seriedad.
- Muy bien, ¡mejor que bien! – exclamó con ilusión – el viaje ha sido ¡perfecto!
De verdad Germán, tenías razón, solo necesitaba sentirse segura y ser ella la que
diera el primer paso.
- Me alegro, entonces… ¿todo arreglado con ella?
- Sí, todo, ¡soy tan feliz! - exclamó con una mira de ilusión que lo enterneció -
pero… ¿a ti que te pasa?
- Nada, solo pensaba en que… si todo ha ido tan bien, eso quiere decir que.. te
vuelves con ella... para quedarte allí, ¿no?
- Sí, quizás me quede en Madrid, ¡definitivamente!
- Bueno… me alegro – dijo con tristeza – ¿quizás? - preguntó cayendo de pronto
en ese matiz de duda.
- ¡En esta vida nunca se puede estar seguro cien por cien de nada!
- ¡Y con Wilson menos! – intentó bromear pero Esther veía su desánimo.
- No te preocupes que Maika, Sara y Jesús te echarán una mano con todo – dijo
creyendo que estaba agobiado por todo lo que les había contado en el coche, era
ella la que siempre lo había ayudado con los papeleos - y Gema parece muy
maja, seguro que cuando coja un poco de experiencia…
- ¿Quieres que pare lo de tu reingreso? – la cortó.
- No, quiero hacer esas pruebas y demostrarles a todos que estaban equivocados,
que sirvo para este trabajo y que tengo todo superado.
- ¡Esa es mi niña! – exclamó contento, abrazándola – además, así, siempre puedes
volver si convences a Maca de venirse para acá.
- Eso me va a costar más trabajo - sonrió consciente de que eso era imposible - y
hablando de ella me voy a buscarla que ya estará pensando que estoy …
- ¡Espera! quería hacerte otra pregunta.
- ¿Qué?
- Tú… ¿has visto bien a Wilson?… quiero decir en plena forma. A mí me ha
dicho que no le ha molestado nada pero...
- Sí – respondió con una intensa luminosidad en su mirada que él interpretó al
instante y sonrió - ¡en plena forma total!
- Ya veo – le dijo socarrón, mostrándose aliviado - de todas formas ten cuidado,
está mejor pero… sigue en convalecencia.
- Lo tendremos. ¿Alguna pregunta más?
- No, eso era todo. ¿No vemos en la cena?
- No. Quiero cenar con ella.
- ¿Y un café?
- No creo, Germán, mañana madrugo y estoy algo cansada, esta mañana
estábamos en Loango y ha sido un día largo.
- Sí, por cierto, ¿Wilson está muy cansada?
- Un poco, pero es normal.
- Sí… lo es… - dijo pensativo – bueno… dile que mañana pasaré a verla, cenad
tranquilas y descansad – le dijo guiñándole un ojo con complicidad imaginando
que no sería exactamente así, después de lo que había visto.
- ¡Gracias!
- ¡Ah! y cerrad esas puertas – le guiñó un ojo soltando un carcajada y
consiguiendo que Esther volviera a sonrojarse.

El médico se alejó corriendo y Esther entró en la cabaña con una sonrisa en la boca.
Maca estaba en la cama, sentada, con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos
cerrados. Soltó la bandeja en la mesa sin que la pediatra diera muestras de percatarse,
extrañada se aproximó a ella y comprobó que se había quedado dormida. La entendía
perfectamente porque ella también estaba agotada. Decidió despertarla para que
comiese algo y con suavidad la zarandeó. Maca abrió los ojos desconcertada.

- ¿Me he quedado dormida?


- Si, cariño, ¡como un tronco! – sonrió, haciéndole una carantoña – ya está aquí la
cena.
- Vale, ahora mismo me levanto – respondió apoyando los brazos en la cama e
intentando incorporarse con dificultad.
- No hace falta, traigo aquí la mesita y te pongo la bandeja al alcance – se ofreció
al verla tan cansada.
- Prefiero levantarme.
- Como quieras, mi amor – sonrió dándole un pequeño beso en los labios.
- No sé que me ha pasado pero me ha dado un bajón… - reconoció sentada ya en
el borde y alcanzando su silla.
- A mí también, la ducha me ha dejado floja, floja. En cuanto cenemos nos
metemos en la cama - propuso.
- Eso, eso, estoy deseando pillar la cama – la miró insinuante.
- ¡Maca! para dormir, que mañana madrugo.

La pediatra soltó una carcajada y asintió. Cenaron tranquilamente, bromeando y


recordando algunas de las cosas vividas en el día. Esther le contó su conversación con
Laura y calló todo lo que había hablado con Teresa. Luego, recogió todo, lo llevó y
regresó, encontrando a Maca ya acostada, esperándola con una sonrisa picarona en sus
labios.

- Vamos, ¡métete en la cama ya! – protestó al ver que Esther remoloneaba en el


cuarto guardando algunas cosas en la mochila y sacando otras del armario.
- Ya voy, Maca, tengo que preparar todo para mañana.
- ¡Deja eso! ¡qué necesito una cosita!
- ¿Qué necesitas? – se acercó hasta ella - ¿qué te coloque las almohadas?
- No, no – sonrió tirando de su mano - ¡necesito que me beses! – exclamó
atrayéndola y perdiéndose en su boca.
- Maca… no empieces.
- Ya terminarás la mochila mañana, es tarde... – la besó de nuevo - y…
necesitas… - otro beso – meterte en la cama.
- La verdad es que sí – reconoció con un suspiro – ¡estoy muerta!
- Pues ven aquí – golpeó en su lado vacía - ¡qué te voy a resucitar!
- Maca... - sonrió negando con la cabeza.
- Solo un pequeño shock con mis palas - levantó sus manos burlona.

Esther se quedó mirándola con una media sonrisa, se levantó y comenzó a desvestirse
ante la atenta mirada de la pediatra.

- ¡Eres perfecta! – le dijo observando su cuero desnudo.


- Ummm – fue su respuesta abrazándose a ella y recostando la cabeza en su
hombro, con un suspiro.
- ¿Te gusta así? – preguntó masajeándole la cabeza con dulzura y parsimonia,
consciente de que estaba muy cansada y necesitaba dormir.
- ¡Qué gusto! Uhmmm – ronroneó levantando la cara hacia ella y poniéndole
morritos.

Maca respondió al instante besándola con ternura y estrechándola contra ella. Se volvía
loca cada vez que Esther ronroneaba con sus caricias. Luego alargó el brazo y apagó la
luz.

- ¿Nos acurrucamos? – le preguntó al oído.


- Pero… yo creí que querías…
- No, es tarde y mañana te espera un día duro, solo quería estar así, junto a ti.
- ¡Te amo Maca! – exclamó agradecida, estaba realmente cansada.

Y así, juntas, abrazadas, sintiéndose, oliéndose y de vez en cuando recibiendo un dulce


beso de la otra, se entregaron al descanso de un día que les había resultado maravilloso.
Maca fantaseando con esa propuesta de matrimonio que le había sonado a música
celestial y Esther, sintiéndose inmensamente feliz y ligeramente nervioso por iniciar la
que sería su nueva vida junto a ella.

* * *

Aún no había comenzado a amanecer cuando Esther se despertó sobresaltada, temiendo


haberse quedado dormida. No quiso poner el despertador para no molestar a Maca, que
ella tuviese que marcharse a Nairobi no era motivo para que las dos madrugasen. Una
tenue línea de luz en el horizonte y el fresco de la mañana le hicieron comprender
rápidamente que aún era muy temprano y una sonrisa iluminó su rostro, sentía la mano
de Maca aferrada a la suya y una oleada de felicidad la invadió, ¡Maca la hacía sentirse
tan especial! Se giró hacia ella, dispuesta a disfrutar de su visión durmiendo, de su
cuerpo esbelto completamente relajado y, al hacerlo, se sorprendió al verla despierta.

- Buenos días - susurró la pediatra acariciando su mejilla con ternura.


- Buenos días, mi amor - sonrió acercándose y depositando un dulce beso en sus
labios - ¿llevas mucho despierta?
- Si - asintió.
- ¿Y eso?
- Estoy nerviosa.
- ¿Por qué? – se acodó en la cama mirándola con curiosidad.
- No quiero que te vayas – reconoció apretándolos labios.
- Uhmmm – se abrazó a ella – ¡Ni yo irme! – me quedaría aquí todo el día, así
abrazaditas.
- Habla en serio – le dijo separándola un poco para verle la cara - Sara me dijo
que la guerrilla ha roto la tregua definitivamente y...
- Maca… - sonrió – son los riesgos de vivir aquí, pero no te preocupes porque…
- ¿Qué no preocupe! ¿cómo quieres que no me preocupe después de lo que he
visto y me has contado? – preguntó elevando un poco el tono y frunciendo el
ceño, luego suavizó el gesto y bajó la voz con dulzura – cariño, llevo un rato
pensando y… puede hacerlo cualquier otro, ¡no quiero que vayas!
- ¡Maca! - rió abiertamente ante su insistencia – tengo que ir, cariño.
- Pero…
- Pero nada, ¿cómo crees que vas a quedar si no vamos ninguna de las dos! son las
normas y recuerda que las pusiste tú – la miró burlona.
- Ya… – suspiró profundamente.
- Mi amor, no va a ocurrir nada. Verás como antes de que te des cuenta estoy de
vuelta. Además así descansas un poquito de mí.
- ¡No digas eso! quiero que estés aquí conmigo, no me cansas.
- ¿Ni cuando estoy detrás de ti regañándote?
- Ni en esos casos – respondió con seriedad.
- Maca, tengo que ir – sonrió de nuevo sin dar crédito a que por una vez
antepusiese sus deseos y sentimientos a las obligaciones del trabajo.
- Lo sé – habló bajito acariciándole con suavidad – lo sé, pero… ¡tengo tanto
miedo!
- ¿Eso es lo que te tiene desvelada?
- Eso, y… el deseo de despedirme de ti – sonrió insinuante, si no iba a
convencerla de quedarse al menos quería demostrarle mucho que la amaba – no
quería que te marcharas y estar dormida.
- Ah, ¿no?
- No.
- Pues… despidámonos – le dijo en el mismo tono de insinuación que Maca había
usado instantes antes, abrazándose a ella y dándole un tierno beso - ¡Te amo! te
amo, mi amor... – le susurró al oído, besándola detrás de la oreja, arrancando un
leve gemido a la pediatra - ¡abrázame! ¡qué tengo frío...! – le pidió melosa.

Maca respondió al instante rodeándola con sus brazos y acercando su cuerpo al de ella.

- ¿Mejor así? – preguntó igualmente melosa.


- ¡No! ¡uy!.. ¡Qué frío tengo!.. – respondió juguetona
- ¡Mi niña! – la apretó contra ella con más fuerza, arrebujándose – ¡ven aquí
princesa!
- ¡Uy! ¡uy! ¡qué calor! – la separó un poco, con una enorme sonrisa y ojos
bailones - .
- ¿Calor y frío a la vez? – le preguntó socarrona.
- Sí, ¡me tienes el cuerpo loco! eso es lo que produces en mí.

Maca sonrió y la besó, primero con dulzura y luego comenzó a imprimir más pasión.
Esther, se separó un instante, la miró ya presa del deseo y se adentró en su boca con
vehemencia. Luego fue Maca la que se retiró e incorporó un poco comenzando a
recorrer su cuerpo con pequeños besos. Esther cerró los ojos entregándose a aquellas
manos que comenzaban a deslizarse por todo su cuerpo, notó que Maca bajaba, ella ya
la estaba esperando, pero volvió a subir y se acercó a su oído, con un cálido susurró le
preguntó “¿sientes frió?”. Esther se estremeció como respuesta, era increíble como
conseguía excitarla con un par de besos y caricias, con su aterciopelada voz, recitándole
o susurrándoles palabras que la encendían. Maca se detuvo un instante y Ester abrió los
ojos reclamándole continuar, sabía que estaba de nuevo en sus manos y que Maca por
su expresión estaba dispuesta a jugar con ella. La pediatra volvió a besarla mientras
acariciaba uno de sus costados, se detuvo unos instantes en su cuello, lo besó y lo
recorrió con la lengua, para terminar dándole un pequeño mordisco que Esther recibió
con una ligera protesta.

- ¿Te he hecho daño?


- No – jadeó impaciente – sigue.

Maca besó el mismo lugar donde la mordiera, con suma delicadeza.

- ¡Mi niña!… ¡qué bruta que soy! – exclamó besándola de nuevo.

Luego fue bajando hasta instalarse en sus pechos. Esther se removió, impaciente, todo
su cuerpo se erizó, adoraba sentirla así, dueña de ella. Maca volvió a acariciar sus
costados y su lengua bajó hasta su abdomen, se detuvo un segundo para cambiar de
postura, alojándose casi a los pies de la cama.

Esther deseaba que continuase, que siguiese hasta adentrase en ella y pronto sus deseos
se vieron cumplidos, Maca la besó y jugueteó con ella tan adentro que Esther no fue
capaz de refrenar un pequeño grito de placer, exaltada, y desesperada ante esas suaves
caricias, esos delicados besos, que la hacían enloquecer.

- Maca…. – protestó al ver que se detenía otra vez – ven, sube – le pidió con
apremio.
- Un momento – le dijo dedicándole unos instantes más a su presa, consciente de
que Esther estaba casi al límite.
- Maca… - gimió al sentirla de nuevo, colocando sus manos entre el pelo de la
pediatra, incapaz ya de contenerse.

Esther, se entregó a ella, no podía hacer otra cosa, Maca era capaz de dejarla sin fuerzas,
sin capacidad para resistirse y cuando eso sucedía solo podía dejarse arrastrar y ser de
ella en cuerpo y alma.

Maca percibió que su respiración se agitaba, y que sus caderas, hasta entonces
inmóviles, comenzaban a moverse, primero con timidez, como temiendo una
reprimenda por su parte y luego con premura, con movimientos aún lentos pero
contundentes, arriba y abajo, para detenerse un instante y dibujar un pequeño
movimiento circular, mientras su respiración se agitaba aún más y otro gemido escapaba
de sus labios.

- Maca… - musitó denotando en su voz el placer que la colmaba.

Entonces la pediatra, detuvo sus besos y con delicadeza, comenzó a acariciarla con un
par de dedos, para terminar poseyéndola. Lentamente, con suavidad, acompañada de su
lengua hasta que poco a poco fue acrecentando el ritmo. Esther experimentó un calor
repentino que la invadía, que recorría su cuerpo y que subía y crecía, aumentando sus
gemidos que anunciaban el inmediato final. Intentó respirar profundamente, y
controlarlo, recrearse en el placer que la estaba haciendo sentir, y eternizar ese
momento. Maca comenzó a mover su lengua y sus dedos cada vez más rápido. La
respiración de la enfermera estaba ya desbocada y de pronto Maca cesó en sus caricias,
bruscamente. Ella también estaba excitada al ver lo que era capaz de provocar en la
enfermera y, ahora sí, obedeció, subió y se situó sobre ella. Se fundieron en un beso
agónico, Esther la retiró un segundo y Maca se mantuvo erguida apoyada en sus manos
mientras la enfermera que la había rodeado con sus piernas se removía bajo ella,
besándole los pechos. Las caderas de Esther se movían con rapidez, sus miradas se
encontraron, ambas anhelaban fundirse y así lo hicieron, se abrazaron fuertemente.
Esther susurró un “te amo” al oído de Maca que descansó su cuerpo sobre el de ella.
“Soy tuya” respondió la pediatra, Esther aceleró y de pronto ambas sintieron que se
elevaban, que miles de estrellas las hacían vibrar, y abrazadas se entregaron a ese
inmenso placer que las recorría y las hacía temblar incontroladamente.

- ¡Te amo! – exclamó Esther cuando recuperó el resuello, besándola con ternura –
¡no imaginas lo que me haces sentir! – le confesó, con una mirada llena de amor.
- No te vayas – suplicó recobrando la respiración – quédate aquí, conmigo.
- Maca…
- Ya sé que tenemos que recoger a los niños pero… ¡quédate! – insistió con una
mirada desesperada, suplicante que Esther no era capaz de aguantar.
- No puedo, cariño - la besó de nuevo – y no me pongas esa cara, ¡por favor!
- No quiero que te vayas – repitió siendo ahora ella la que la besó - tengo una
sensación tan extraña... como… como si fuera a pasar algo… - confesó
angustiada.
- Eso se llama aprensión – sonrió acariciando su mejilla – te prometo que voy a
tener cuidado.
- Pero no depende de eso y tú lo sabes.
- Maca… - rió - ¿se puede saber qué te pasa?
- No sé, pero no te vayas – volvió a pedirle – no sé si es aprensión o no, pero
tengo la sensación de que va a pasar algo, de que si sales por esa puerta todo
volverá a ser diferente.
- Maca… ¿por qué va a ser diferente? no seas tonta mi amor.
- Vale, perdona, es que… será que… vamos que – balbuceó – que me cuesta
separarme de ti.
- Estaré de vuelta antes de que te des cuenta y te prometo que te compensaré - dijo
misteriosa.
- ¿Compensarme porqué!
- Por lo que me acabas de hacer sentir.
- Soy yo la que no…

Esther la acalló con un apasionado beso, aferrándose a ella con fuerza, deseosa de
permanecer allí eternamente, se regalaron unos besos más, juntas, muy juntas, con los
ojos casi entornados, beso tras beso, caricia tras caricia.

- ¡Dios, Maca! – gimió notando que de nuevo comenzaba a sentir un pellizco en


su estómago y una fuerte presión – tengo… tengo que marcharme, voy a llegar
tarde.
- Espera un poco.
- No puedo – se separó de ella – ¡dios! – exclamó sintiendo como el deseo había
prendido de nuevo mecha en su interior con tal fuerza que su cerebro le decía
que quizás si tuviese tiempo de permanecer allí un rato más – no sé como lo
haces pero me vuelves loca.
- ¡Y tú a mí! – respondió con tal sonrisa y tal brillo en sus ojos que la enfermera
retiró con brusquedad las manos de Maca de su cuerpo y saltó de la cama.
- Lo siento, no puedo, no puedo seguir… - se disculpó – es muy tarde.
- ¡Uf! – se quejó la pediatra dejándose caer hacia atrás resignada.

Esther recogió todo con rapidez y salió disparada a la ducha dejando a Maca con una
profunda sensación de vacío, consciente de que jamás podría separase de ella. Sentía
que se ahogaba con la idea de no volver a verla, que se moriría si le ocurría algo, y la
fuerte aprensión con la que despertó, cobró de nuevo toda su fuerza. Minutos después,
tras ducharse y desayunar algo rápido, Esther entraba de nuevo en la cabaña.

- Tengo que irme – le dijo con un suspiro, a ella también le costaba trabajo dejarla
allí sola.
- No lo hagas - repitió con firmeza – puedo pedirle a Germán que sea él o que
vaya no sé... Gema o…
- No, Maca – le sonrió y se sentó en el borde de la cama – tengo que ir yo.
- Ten mucho cuidado, ¡por favor! – le pidió mostrando el miedo y la preocupación
que sentía - esas noticias de nuevos ataques guerrilleros me tienen asustada.
- No me va a ocurrir nada – le aseguró risueña.
- ¿Me prometes que vas a tener cuidado?
- Sí, te lo prometo – se agachó a darle un pequeño e intenso beso – y tú también
ten cuidado, no vayas a hacer ninguna tontería y espérame aquí, quiero verte
sana y salva cuando vuelva.
- ¿Yo? ¿qué puede pasarme aquí? – negó con la cabeza burlona - a no ser que sea
morir de aburrimiento sin mi niña, sin sus besos.
- ¡Ay! – exclamó con un suspiro besándola otra vez – luego nos vemos, cariño –
le prometió levantándose dispuesta a salir ya de allí o no lo haría nunca.
- A dios – la despidió sin desear soltar su mano, notando que esa aprensión crecía
de forma desmedida otra vez.
- A dios mi amor.

La enfermera salió de la cabaña y Maca se quedó mirando la puerta cerrada con un


profunda tristeza instalada en su alma. Comprendiendo que su vida volvía a estar atada
a ella, y jurándose así misma que, a pesar de todas las precauciones que le había pedido
a Esther cuando regresaran, era ella la que no iba a ser capaz de cumplirlas y la que iba
a tener que acelerar todo para poder compartir sus días sin tapujos.

* * *
Dos horas después de su marcha Maca estaba sentada en el porche leyendo, había ido al
baño, se había duchado, había desayunado y pululado cerca del hospital por si la
necesitaban pero parecía que era un día tranquilo. Apenas habían llegado un par de
personas y Germán, que estaba de turno la había mandado a la cabaña a descansar.
Aburrida decidió leer un rato en el porche cuando, de improviso, el vozarrón de su
amigo la hizo dar un respingo en la silla.

- ¿Qué tal Wilson?


- ¡Joder! ¡qué susto me has dado! – exclamó apoyando el libro en sus rodillas y se
llevó, instintivamente una mano al pecho donde su corazón golpeaba agitado.
- No deberías leer sin las gafas.
- ¿Y qué quieres que haga entonces? – le preguntó burlona - ¿recuerdas! tú te las
cargaste.
- Haz otra cosa.
- Pues tú me dirás qué – respondió sarcástica – si no me dejas echar una mano en
el hospital ¿qué quieres qué haga!

El médico sonrió afable comprendiendo lo que quería decirle. Dudó un instante si


sentarse o no, pero se mantuvo en pie.

- Me ha contado Esther que… habéis... acercado posturas – le dijo intentado


iniciar una conversación. Maca lo miró y enarcó las cejas en señal de
interrogación, ¿qué quería que le contara? – quiero decir que…
- ¿Qué quieres saber! ¿si nos hemos acostado?
- ¡Joder Wilson! ¡qué burra que eres! – respondió enrojeciendo levemente – solo
me refería a que me alegro de que por fin hayáis hablado y... hayáis arreglado
vuestras… diferencias.
- ¿Qué es lo que quieres? – le preguntó directamente, lo conocía y sabía que todos
esos rodeos se debían a algo. Hacía días que las cosas habían cambiado y él lo
sabía, la misma noche pasada las había pillado besándose, ¿por qué venía ahora
con esas preguntas?

Germán, instintivamente, cogió aire y se sentó en el escalón mirándola con seriedad.


Maca estaba segura de que buscaba algo de ella.

- ¿Te pasa algo? – le preguntó Maca extrañada por esa expresión.


- Ha llegado esto – sacó un sobre del bolsillo trasero del pantalón.
- ¿Los resultados? – preguntó con temor, comprendiendo la actitud del médico.
- Si – respondió escuetamente, tendiéndoselos.

Maca cogió el sobre y, antes de abrirlo miró a Germán a los ojos, él le sostuvo la mirada
un momento pero, luego, no pudo seguir haciéndolo y desviándola le pidió en voz baja.

- Anda, ábrelo.

Maca supo al instante que no eran buenas noticias. Respiró hondo y sacó los cinco
folios del sobre. Primero los ojeó con rapidez y luego los leyó detenidamente. Germán
la observaba en silencio, esperando su reacción.

- ¿Me has pedido tóxicos? – levantó sus ojos hacia él mostrando desconcierto.
- Sí.
- ¿Por qué? – inquirió con seriedad.
- Te pedí de todo, yo aquí solo puedo hacer lo más básico – la miró extrañado por
su pregunta, convencido de que estaba intentando asimilar lo que veía en ellos –
necesitaba saber porqué tenías aquellos temblores, porqué tenías nauseas
continuamente, las pupilas dilatadas, alucinaciones…. – le explicó.
- Ya… - musitó - ¿y el líquido del pulmón?
- En la última página, ya lo has visto – le dijo con voz calmada seguro de que
aunque lo había tenido en sus manos, lo había mirado con detenimiento, su
subconsciente se había negado a comprender el contenido.

Maca volvió los ojos a los papeles, los repasó uno a uno, y continuó callada. Germán
aguardaba pacientemente a su lado, comenzando a barajar la opción de decirle algo,
pero la conocía lo suficiente para saber que necesitaba unos minutos que le permitieran
controlar sus sentimientos.

- Bueno… - rompió, por fin, el silencio, volviendo a clavar sus ojos en el médico,
ladeando la cabeza y doblando los papeles con cuidado – no es que sea una
sorpresa, al menos… para nosotros, ¿no? – intentó bromear, pero el temblor de
sus manos mostraba hasta que punto le habían afectado.
- ¿Qué vas a hacer? porque imagino que aquí….
- Tengo que pensarlo – respondió con rapidez.
- No tienes muchas opciones.
- No, pero… voy a pensarlo y… ya en Madrid… decidiré.
- ¿Quieres que hable yo con Gándara?
- No hace falta. Ya lo haré yo al llegar allí.
- Maca – le dijo posando su mano en el antebrazo de la pediatra que hablaba con
la vista puesta en el sobre que mantenía entre las manos – debes tomártelo muy
en serio. Hay que hacer más pruebas y… comprobar si…
- Lo sé y… lo haré, Germán.
- No tiene porqué ser…
- Germán – lo interrumpió – gracias, pero… es mi decisión y… necesito…
pensarlo.
- Bien... pero si quieres mi opinión… profesional me refiero…
- Claro que la quiero, pero… ahora no… - dijo cortante con un nudo en la
garganta - ¡por favor…! - le pidió afectada y voz quebrada – quiero… estar sola.
- Lo entiendo – dijo levantándose – voy al hospital, estoy de turno, si… necesitas
cualquier cosa….

Maca lo miró, apretó los labios con una expresión de agradecimiento y bajó los ojos de
nuevo al sobre. El médico se giró dispuesto a marcharse.

- ¡Germán! – lo llamó.
- ¿Sí?
- ¿Te puedo pedir un favor?
- Claro, pídeme lo que quieras.
- No le cuentes nada a Esther.
- ¿Por quién me tomas? – le preguntó con seriedad – aquí, eres mi paciente, aparte
de… de mi amiga – reconoció consiguiendo que a Maca se le humedeciesen los
ojos, y aflorasen las lágrimas que había estado intentando controlar. Miró hacia
abajo para evitar ser descubierta, él sonrió – pero… tú sí que deberías hacerlo.
- Lo sé – murmuró pensativa – pero… necesito tiempo para… para encontrar el
momento y la forma en que voy a decirle… esto y… más… ahora – suspiró
abatida.

Germán deshizo sus pasos y se situó junto a ella, posó su mano el la mejilla de la
pediatra, acariciándola con ternura. Luego se inclinó y la besó.
- Estas cosas es mejor decirlas sin más – le aconsejó con voz segura y calmada.
- No es tan fácil y menos ahora que…
- Precisamente ahora, es cuando es más fácil. Os queréis, pues ya está.
- Bueno… tengo que pensarlo.
- Cuenta conmigo para lo que sea, ¿de acuerdo?

Maca levantó sus ojos hacia él, sin disimular su emoción.

- ¡Gracias Germán! – respondió cogiéndole la mano y manteniéndola entre las


suyas – ¡gracias! – repitió.
- Descansa un poco, Esther tardará en volver… quiero decir que no volverá hasta
última hora de la tarde… y… estaba pensando que… luego, si te apetece, te
invito a comer. Te vendrá bien salir de aquí un rato.
- ¡Me encantará!
- Pues hecho – dijo mirando el reloj – te recojo en un par de horas, cogemos el
jeep y nos vamos a que te de un poco el aire.
- ¿Irnos?
- Tranquila que estaremos de vuelta antes de que Esther regrese, podrás recibirla
con los brazos abiertos.

Maca asintió sin pronunciar palabra, viéndolo alejarse. ¡Era curiosa la vida! un día te
hacía sentir en una nube y al siguiente en el pozo más hondo y oscuro, pero a eso ella ya
estaba acostumbrada. Tragó saliva, respiró profundamente, intentando recuperar la
calma y se decidió a disfrutar intensamente de los días que le quedaban por estar allí
junto a Esther.

Todo había pasado tan deprisa, la inauguración de la clínica, el regreso de Esther, el


asalto, el viaje y… Esther, sus besos, sus caricias, su amor. Tenía la sensación de que la
vida a la que estaba acostumbrada se había derrumbado de un plumazo con su llegada y
ahora, las ilusiones que habían ido naciendo en su interior, las esperanzas y los planes,
volvían a esfumarse de otro plumazo. Suspiró y, finalmente, dejó que las lágrimas que
había estado intentado controlar comenzaran a recorrer su rostro, lo escondió entre sus
manos y lloró amargamente, preguntándose ¿por qué? ¿por qué ahora que todo parecía
arreglase por fin? ¿por qué ahora que se había vuelto a sentir llena de vida? Levantó la
cabeza, se secó las lágrimas y sonrió. Sí, el tiempo había pasado muy deprisa en esos
escasos tres meses, y quizás esa carrera no pudiese ya frenarse, pero si había algo a lo
que estaba decidida era a lograr lo que deseaba antes de que ese tiempo se le escapase
entre los dedos.

* * *
El convoy circulaba con lentitud, las últimas lluvias habían afectado a la carretera que
presentaba profundos surcos en algunos de sus tramos, hasta el punto de obligar a
detenerse a los camiones y, bajo las órdenes de André, descender algunos de sus
soldados para rellenarlos y facilitar el paso. Eso las estaba retrasando considerablemente
y Esther, nerviosa no dejaba de mirar el reloj. Aún les quedaba más de una hora para
alcanzar la frontera con Kenia, pero por suerte, salvo esas detenciones forzosas, no
habían sufrido ningún otro contratiempo.
Sara iba leyendo una revista médica y Esther miraba por la ventana pensativa. Apenas
habían cruzado palabra durante el trayecto, y la joven pediatra la observaba de reojo de
vez en cuando, extrañada de su seriedad y su rictus de preocupación, pero no se atrevía
a preguntarle qué le sucedía para no dar pie a que Esther le devolviese la pregunta.

- ¿Estás bien? – acabó por decirle.


- Si – se volvió hacia ella esbozando una leve sonrisa.
- Vamos a llegar con bastante retraso, quizás deberías avisar a Laura.
- ¿Crees que podremos? – la miró interrogadora observando la hora.
- Puedes intentarlo en el control de la frontera.
- Sí, creo que tienes razón – suspiró – debería avisarla.
- ¿Seguro que no te pasa nada?
- Seguro – afirmó desviando la vista al exterior.
- Ayer vi muy bien a Maca – intentó cambiar de tema, convencida de que algo la
preocupaba y de que podía tener que ver con Maca.
- Si, esta mucho mejor – admitió encarándola – pero no me mientas que anoche
tenía un aspecto de pena, ¡estaba muy cansada! – sonrió enarcando las cejas.
- Vale, me has pillado – se encogió de hombros – te veo preocupada y… me
preguntaba si… tendría que ver con ella, ¡el otro día estabas tan contenta!
incluso anoche.
- No me pasa nada.
- Pues… aunque no te pase nada… me gustaría saber porqué estás tan seria,
somos amigas y si tienes un problema… me gustaría que confiaras en mí – le
dijo haciendo gala de la sinceridad que siempre la había caracterizado,
insinuándole que no la había creído.
- A mí también me gustaría saber porqué te traes secretitos con Maca – le soltó de
pronto.
- Eh… yo… no… - balbuceó incómoda, eso le pasaba por preguntar e insistir -
perdona no quería molestarte – se disculpó enrojeciendo – ¿no pensarás que
Maca y yo…?
- ¡Claro que no! – exclamó divertida con su ocurrencia – no me refería a eso, me
refería a lo que te pasa a ti, ¿crees que no me he dado cuenta?
- No sé, creí que solo tenías ojos para Maca.
- Pues no – sonrió – es cierto que he estado muy pendiente de ella pero, también
tengo ojos para los demás y, sobre todo, para ti.
- Solo le consulté a Maca una cosa por si… ella… podía ayudarme – le confesó –
pero…
- Pero ¿qué? ¿no puede ayudarte?
- Lo va a intentar.
- Seguro que si puede lo hará – apoyó su mano sobre la de la joven – Maca es así,
parece hosca y borde, pero ¡tiene un gran corazón!
- La quieres mucho ¿verdad?

Esther asintió con los ojos humedecidos, no sabía porqué pero tenía una sensación
extraña. Se había despertado contenta, llena de euforia y felicidad y el estar con Maca le
había dado una fuerza increíble para enfrentarse a su trabajo y a los riesgos sin temor,
pero desde que Maca hablara con ella sobre su presentimiento tenía la impresión de que
le había contagiado esa sensación de que iba a ocurrir algo y eso la tenía nerviosa y
deseando regresar a su lado.
- La echo de menos – musitó.
- Eh… ¡vamos! si solo van a ser unas horas, seguro que Germán está pendiente de
ella.
- Ya lo sé es que… ha sido algo que me dijo esta mañana y que… me ha hecho…
pensar en nuestra relación.
- ¿Crees que ella... no está segura?... me refiero a… a estar contigo.
- No – sonrió – no es eso, es… una tontería mía… tengo la sensación de que… le
pasa algo y yo… no estoy allí para ayudarla.
- Eso se llama fase peguntosa – bromeó – esa fase “pegamín” en la que solo
deseas estar …
- ¡Serás payasa! Maca y yo tenemos eso superado, nos conocemos desde hace
años y…
- Y os habéis vuelto a enamorar, ¡si no hay más que veros! – soltó una pequeña
carcajada – lo que yo te diga ¡fase pegamín!

Esther la secundó riendo también.

- La verdad es que me cuesta separarme de ella, ¡no quiero ni pensar en Madrid!


- Eso es lo que te pasa a ti, que ya estás pensando en la vuelta.
- Es que me preocupa y mucho, ¡no imaginas la vida que llevaba Maca allí!
- Bueno, es una mujer inteligente, sabrá como hacer las cosas para estar contigo si
es lo que quiere.
- Yo también lo espero – suspiró – pero… - la miró fijamente y guardó silencio.
- ¿Crees que no lo hará?
- Creo que lo intentará – comentó desviando la vista, Sara tenía razón y ella no
estaba segura de que Maca cumpliese con sus promesas, y no porque no la
creyese, si no porque estaba convencida de que nadie se lo iba a poner fácil, las
imágenes de Rosario, de Sonia, incluso de Teresa pidiéndole que no le hiciera
daño vinieron a su mente y ensombrecieron su rostro.
- Seguro que lo hará – le sonrió afable – confía en ella.
- Lo hago – apretó los labios en una mueca de circunstancias sin revelarle sus
pensamientos ni sus dudas.
- Y si no… ¡siempre nos tienes a nosotros! – exclamó bromeando.
- Ya lo sé – dijo con nostalgia - ¡me va a costar mucho dejar todo esto
definitivamente! – reconoció por primera vez en voz alta.
- Convéncela para que se venga aquí contigo – enarcó una ceja.
- ¡Que más quisiera yo!
- Bueno… eres la enfermera milagro… ¿no! si te lo propones seguro que acaba
aquí como un perrito faldero.

Esther sonrió agradecida por su apoyo y segura de que eso era imposible, aquella vida
no era para Maca, estaba convencida de ello.

- ¿Nos visitarás alguna vez? – le preguntó la joven interpretando en su mirada que


aquello era imposible.
- Siempre que pueda – aseguró con un brillo especial en los ojos – voy a
apuntarme a todos los viajes que haya y me vas a tener aquí mes sí y mes no –
sonrió copiándola de las manos.
- ¡Te voy a echar mucho de menos! – exclamó abrazándose a ella.
- Y yo a ti – reconoció.
- Pero mira que somos tontas – dijo con las lágrimas saltadas separándose un poco
– no sé que me pasa que esto de un tonto últimamente.
- Sí, yo también – admitió emocionada estrechándola de nuevo entre sus brazos,
mientras los camiones continuaban con su lenta marcha hacia la frontera.
- Pero mira que somos tontas – dijo con las lágrimas saltadas separándose un poco
– no sé que me pasa que esto de un tonto últimamente.
- Sí, yo también – admitió emocionada estrechándola de nuevo entre sus brazos,
mientras los camiones continuaban con su lenta marcha hacia la frontera.

* * *

Apenas había pasado una hora desde que Germán le entregara los resultados a Maca
cuando el médico volvió a buscarla y entró en la cabaña, como siempre sin llamar.
Maca estaba tumbada en la cama con los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre el
pecho, a su lado estaba tumbada Pluma, con el hocico apoyado en la pierna de la
pediatra.

- ¡Wilson! – la llamó alzando la voz provocando que Pluma lanzase un corto


ladrido y comenzase a mover el rabo.
- ¿Ya estás aquí? – le preguntó sorprendida mirando el reloj segura de no haberse
quedado dormida – es… muy temprano para comer.
- Te dije que nos iríamos de aquí – sonrió misterioso observándola con
preocupación. Era evidente que había llorado y su aspecto demacrado y abatido
lo desarmó.
- Ya… pero… no me he vestido aún… me refiero… para salir – balbuceó
sentándose en el borde de la cama y alcanzando su silla.
- Así estás bien – le dijo con intención de picarla y levantarle el ánimo, seguro de
que le daría uno de sus bufidos.
- ¿Así? ¿tú crees? – lo miró y luego se miró así misma – si, supongo que puedo ir
así - suspiró.
- No – sonrió – ¡cómo una Wilson va a ir así! ¡no puedes! anda vístete y arréglate
como si yo fuera Esther – le guiñó un ojo con aire socarrón, indicándole que se
había fijado en lo mucho que intentaba estar atractiva para la enfermera - te
espero fuera.
- No tengo muchas ganas de…
- ¡Vamos! – la animó – no admito una negativa. Sé que estás comiéndote la
cabeza y…
- No es eso es que no tengo hambre aún.
- Vamos a Kampala, para cuando lleguemos ya la tendrás – le reveló.
- ¿No es mejor ir a Jinja! me gusta esa ciudad y además, está más cerca. No me
apetece un viaje tan largo, ni estar tres horas en el coche y otras tres para volver,
además Esther…
- Ya te he dicho que estaremos aquí cuando vuelva, y en cuanto al viaje lo vamos
a hacer, te apetezca o no. ¡Vístete! – le ordenó con firmeza – te espero en el jeep.

Maca suspiró sin ganas de discutir. Buscó algo en el armario que poder ponerse y se
vistió con desgana, sabía lo que pretendía su amigo y se l agradecía pero ella necesitaba
un poco de tiempo para asimilarlo y poder hablar de ello.
Como había prometido Germán la esperaba apoyado en el jeep fumando un cigarrillo,
cuando la vio llegar lo tiró y lo apagó, la ayudó a subir y arrancó con velocidad. Durante
todo el trayecto, Maca guardó silencio. Los intentos del médico de darle conversación
fueron en vano, porque la pediatra, cuando le respondía lo hacía con monosílabos y en
la mayoría de las ocasiones ni siquiera lo hacía, mostrando claramente que estaba
ensimismada en sus pensamientos y que apenas lo escuchaba. Germán, la observa
preocupado pero respetaba su silencio entendiendo que debía tener muchos sentimientos
encontrados y un profundo miedo. Sabía que necesitaba hablar de ello pero quería
esperar a la comida para sacarle el tema.

La llevó a un pequeño restaurante a las afueras de la ciudad que estaba situado en las
cercanías del hospital. Al verlo, Maca lo miró molesta.

- ¿Al lado del hospital? – le preguntó frunciendo el ceño molesta - No pretenderás


que….
- No pretendo nada – sonrió con calma – se come bien aquí, no es caro y así
aprovecho y recojo los resultados de unas muestras urgentes que dejé ayer.
- ¿Ayer y urgentes? creía que aquí no había nada urgente – lo miró sarcástica.
- Si lo dices por tus análisis, tienes razón, no los mandé por urgencias. Como
comprenderás no es lo mismo una posible epidemia de ébola que….
- Eh.. perdona – lo interrumpió - ¿hay una epidemia?
- Perdonada – rió ayudándola a bajar – y no, no hay ninguna epidemia. Solo llegó
al campo un chico con síntomas más que sospechosos, está en cuarentena hasta
que sepamos a qué atenernos. Por cierto, que luego tenemos que pasarnos por
allí.
- Vale – dijo con desgana.
- Espero que esté libre la mesita del fondo, es la mejor – le comentó en tono
confidencial entrándola en el local.
- ¿También has venido mucho con Esther? – preguntó sin poder evitar su
curiosidad.
- Alguna vez – respondió entrado hasta el fondo – pero no es de sus lugares
preferidos.
- ¿Insinúas que por eso me va a gustar?
- No insinúo nada – sonrió – estoy seguro de que la comida de aquí te va a gustar.

Tuvieron suerte y la mesa que deseaba Germán estaba libre. Prefería estar en aquel
rincón, así podrían estar más tranquilos y tener más intimidad. Porque estaba decidido a
sacarle a Maca un tema que le llevaba rondando la cabeza un tiempo y que aquella
analítica, podía confirmar. Tras hacer sus elecciones Germán, sentado frente a ella
carraspeó nervioso, cogió su servilleta y la puso sobre sus rodillas, bebió un largo sorbo
de su cerveza y volvió a carraspear.

- ¿Por qué estás nervioso? – le preguntó con un leve tono burlón que contribuyó a
que él se sintiera más aliviado.
- No estoy nervioso.
- Claro y yo corro todos los días diez kilómetros. ¡Vamos Germán, qué nos
conocemos!
- Wilson, Wilson - movió la cabeza de un lado a otro - ¿por qué no dejas a un
lado el sarcasmo? – le pidió con dulzura, conocedor de que esa siempre había
sido una de sus armas de defensa. Estaba asustada aunque intentara disimularlo.
- Vamos, ¡suéltalo ya! ¿a qué le estás dando tantas vueltas? – insistió haciendo
caso omiso a su petición.
- No le doy vueltas, de hecho es precisamente ahora cuando no le doy vueltas –
respondió desconcertándola.
- No… entiendo ¿a qué te refieres? – preguntó frunciendo el ceño.
- A tus resultados.
- Ya… ¿no decías que me invitabas a comer para que me diera el aire?
- Si, eso dije – admitió observándola fijamente, ella leyó su velada recriminación
y suspiró.
- Supongo que debemos hablar de ello, ¿no?
- Creo que es lo mejor, tú nunca has sido de las que no coge el toro por los
cuernos – la miró con cariño – y… te vendrá bien ...
- Bien… - asintió en un gesto de derrota - ¿qué quieres que te diga! ¿qué tengo
miedo! ¿qué estoy enfadada! ¿qué…?
- Tú… ¿los tienes claros? – le preguntó interrumpiéndola.
- ¿Y tú?
- Yo… he preguntado primero – sonrió remolón.
- Germán, por favor, que no estoy para juegos – dijo tan apesadumbrada que el
médico apretó los labios en señal de comprensión y asintió.
- Yo… verás yo… en estas semanas… he pensado en muchas posibilidades – le
dijo titubeando, no estaba seguro de decirle todo lo que había pensado, pero
finalmente decidió que lo mejor era ser completamente sincero si pretendía que
ella lo fuera con él - reconozco que tras auscultarte la primera vez pensé que
tenías un soplo, pensé en una estenosis mitral, pero me resultaba increíble que
no te la detectaran en Madrid. Me he estado informando y es cierto que Gándara
es buena.
- ¡Pues claro que es buena!
- Tranquila, solo… me parecía muy raro que… ¡joder! venías de un coma, te
habían hecho todo tipo de pruebas, tenías tratamiento para la hipertensión y la
taquicardia, me negaba a creer que era psicológico y tú también – la acusó con el
dedo, recordándole alguna de las charlas que habían mantenido al respecto.
- Yo… yo... ya no sé que pensar ni qué creer – reconoció – sinceramente no
entiendo como Cruz no me ha dicho nada de esto. Estos análisis… ¿de cuantos
días después de salir de allí son! ¿dos! ¿tres! ¡imposible que no saliera nada en
las analíticas!
- Yo también lo veo raro. Ya te lo he dicho.
- Hay cosas que no entiendo, Germán.
- A mí también hay datos en las analíticas que te he ido haciendo que no me
cuadran en absoluto – admitió con un suspiro – llegué a pensar en la enfermedad
de Still.
- ¿La enfermedad de Still! pero si es muy poco común – lo miró como solía
hacerlo en la facultad y él se cohibió.
- Ya lo sé pero tenías fiebre, erupciones cutáneas, el derrame pleural, la tos, la
dificultad respiratoria y en las pruebas no salía nada, miré todo tu historial y….
– se calló y sonrió – Wilson eres rara hasta para ponerte mala.
- ¡Qué gracioso!
- Ya en serio, tú… ¿qué opinas? porque sé que en este tiempo habrás estado
pensando en posibilidades.
- Eso que más da ya, estos análisis hablan por sí solos.
- ¿Tú crees! porque yo sigo teniendo mis dudas y me gustaría saber qué piensas tú
exactamente.
- Tú primero, por favor.
- Pues creo que esta carencia de vitamina K puede justificar la hemorragia del otro
día – señaló uno de los folios – también tienes un exceso de vitamina D.
- Te dije que en mi caso es normal. Hace tres años que me inyecto heparina y….
- Ya, pero aún así… - la miró esperando que ella le dijera algo más pero se limitó
a poner cara de atención, quería escuchar lo que él tenía que decirle – ya sé que
venías de una operación, que habías perdido sangre pero….
- ¿Qué?
- El potasio también estaba bajísimo.
- Normal, ¡mira qué niveles de aldosterona!
- Cierto, esos niveles pueden haber influido en tu insensibilidad, y no solo eso
también han podido influir en que se te infectase la herida, en los mareos, en la
tensión alta, incluso en la hemorragia del otro día.
- Las hemorragias, el otro día en la playa… también sangré.

El médico se quedó mirándola con atención, para Maca su rostro siempre había sido un
claro reflejo de lo que pasaba por su mente y era evidente que en esos años no había
cambiado. Leyó la sorpresa inicial en sus ojos, que dejó paso inmediatamente a la
preocupación y el enfado.

- ¡Pero será posible! ¿cómo no me has dicho nada? y lo que es peor, ¿cómo no me
lo ha dicho Esther?
- Esther no se enteró, estaba yo sola – le confesó – duró muy poco y no le di
importancia, había estado al sol casi toda la tarde.
- Vamos, ¡qué os habéis pasado mis recomendaciones por el forro de…!
- ¡Germán! – lo cortó con rapidez - me sentía bien, de hecho me sigo sintiendo
bien y no entiendo nada de todo esto.
- Ya verás cuando coja a Esther – siguió en sus trece enfurruñado.
- ¡Ni se te ocurra! – lo amenazó con el dedo - ¡te hablo muy en serio! ¡ni una
palabra a Esther!
- Tranquila que ya te he dicho que soy una tumba.
- Eso espero – suspiró bebiendo un sorbo de agua - ¿qué me estabas diciendo?
- Pues que con estos resultados… lo que no es normal es que en poco más de tres
semanas hayas recuperado los índices en la última analítica – enarcó una ceja
revelándole el dato - y mira qué niveles más altos de angitensina II y
norepinefrina tenías cuando llegaste aquí.
- Si – musitó cada vez más seria.
- La serotonina está tan baja que no me extraña que no durmieses nada y te
doliese tanto la cabeza.
- ¿Pero…? porque hay un pero ¿no es cierto? siempre has estado pensando en
algo concreto.
- Pero después de dejar de tomar tu medicación…
- Y tomar lo que tú me has dado estoy mejor, ¿es eso?
- Así es, solo que yo no te he dado nada.
- ¿Qué?
- Que solo has tomado antibióticos por el punto infectado y… porque me
mosqueaba el dolor de garganta que tenías, estabas con las defensas bajas y no
quería arriesgarme, y salvo eso solo te he dado una nitro cuando te he visto muy
alterada o con la tensión por las nubes, pero ya está – reconoció apretando los
labios ante la cara de sorpresa de la pediatra - de hecho la última analítica, la que
te hice cuando te dio la hemorragia, estaba algo mejor, en estos días has vuelto a
tener apetito, incluso has ganado peso, no has vuelto a marearte, ni a
desmayarte..
- Yo no me he desmayado.
- ¡Vamos Wilson! ¿ya no recuerdas la primera cena con todos?
- Te dije que no me desmayé, solo… recordé algo y me puse… nerviosa…
- Bueno, no me desvíes el tema – le pidió y poniendo cara de pilló le preguntó -
¿porqué crees que entro en la cabaña de improviso? – ella se encogió de
hombros - quería ver tus reacciones – sonrió – ya no duermes incorporada, o sea
que ya no tienes dificultades para respirar ¿me equivoco?
- No – lo miró sorprendida – ya no despierto asfixiándome, ni con presión en el
pecho, como antes.
- Ni despiertas en mitad de la noche con temblores y frío, desorientada, diciendo
incoherencias. Ni tienes mareos, ni vómitos, ni palpitaciones, ni dolor torácico,
ni las pupilas dilatadas – enumeró clavando sus ojos en ella – además Esther me
ha dicho que te ve… en... digamos… buena forma – se sonrojó al referirlo y
Maca sonrió por primera vez en el día ante su turbación.
- ¿Eso te ha dicho? – preguntó burlona - ¿hablas con ella de lo que hacemos en la
cama? – lo miró frunciendo el ceño fingiendo haberse molestado y Germán
terminó por enrojecer.
- Solo le pregunté para asegurarme de que... – se interrumpió al ver que Maca
soltaba una carcajada – eres una… una…
- ¿Una qué? – mantuvo la sonrisa y sus ojos comenzaron a brillar como él
recordaba que lo hacían siempre que se enzarzaban en una de sus disputas, pero
no era el momento de aquellos juegos por mucho que ella quisiera desviar la
atención.
- No empieces – la recriminó – te decía que pareces estar mucho mejor.
- Y eso no cuadra con… - se calló, lo había dicho en muchas ocasiones pero
aplicárselo a ella misma le costaba trabajo.
- Un tumor, Wilson, dilo porque es eso en lo que has pensado en cuanto has visto
las cardiotoxinas en el líquido pulmonar y las has asociado a todos los síntomas
que tenías.
- Sí.
- Que no lo digas no va a hacer que desaparezca.
- Si es que existe.
- Tenías razón – le dijo en lo que a ella le pareció un cambio de tema.
- ¿En qué?
- Te he traído aquí porque quiero llevarte al hospital – reconoció de pronto – sé
que no quieres y sé lo que me has dicho, pero quiero hacerte un par de pruebas y
una nueva analítica.
- ¡Germán!
- Si estoy en lo cierto, quizás sirvan para tranquilizarte.
- Germán esos resultados lo dicen todo, ¡no puedo tranquilizarme! – exclamó – tú
mismo me acabas de decir que lo reconozca y lo diga en voz alta.
- Lo sé pero, estarás de acuerdo conmigo en que si es lo que parece que es, no
tiene sentido que una dieta y una nueva medicación, te hagan sentir mejor.
- No mejor, ¡mucho mejor! no entiendo… no los entiendo – repitió ojeando de
nuevo las pruebas - ¿seguro que son los míos? porque las cardiotoxinas tendrían
que haber salido en las analíticas que me hizo Cruz – lo miró esperanzada.
- Wilson…. sabes que la presencia de cardiotoxinas….
- Lo sé… ¿no será un error del laboratorio?
- No lo creo, Maca.
- Es que… estoy tan bien ahora que…
- Sabes que muchos tumores son asintomáticos.
- Si – musitó con un hilo de voz – pero… quizás sea un mixoma – dijo con
esperanza.
- Se habría visto en el ecocardiograma que te hicieron en Madrid.
- Si es pequeño….
- Si en el fondo estoy de acuerdo contigo en que hay cosas que no me cuadran,
que… puede que haya un tumor y que… esté afectando al corazón – le dijo
elevando su manos sobre la mesa y cogiendo la de la pediatra que bajó los ojos
hacia su plato al que apenas había probado - bueno no pongas esa cara, aún no
hay nada definitivo, hay que hacer más pruebas y ver si realmente se trata de un
tumor y determinar de qué tipo es, y… bueno… tú eso ya lo sabes, no te
preocupes y…
- ¿Cómo no voy a preocuparme? ¿eh? deja de decirme las tonterías que les
decimos a todo el mundo, entiendo muy bien estos papeles y no quiero ni
necesito paños calientes.
- Si te digo algo, ¿no te enfadas?
- No te entiendo – lo miró desconcertada – ¿a qué te refieres ahora?
- Creo que puede haber una explicación más fácil a todo esto.
- ¿Cuál? – preguntó abriendo los ojos de par en par, perpleja, sin saber a qué
podía referirse, pero con un halo de esperanza en ellos.
- Mandé analizar todo lo que tomabas.
- ¿Qué?
- Imagina solo por un momento que… tu organismo no produzca estas…
alteraciones.
- ¡Eso es imposible!
- Creo que lo que tomabas no es lo que dices. Aún tardarán los resultados, pero…
si no estoy equivocado… quizás tengas ese enemigo más cerca de lo que crees.
- Germán deja de decir cosas absurdas.
- No son absurdas si lo piensas bien cada vez que tomabas tus vitaminas…
- ¿No crees que bastante tengo ya encima? – lo cortó casi con lágrimas en los ojos
y muestras de tal cansancio que el médico se calló. No quería contribuir a su
aflicción aún más. Y sabía que decirle aquello implicaba que sospechase de
personas a las que quería. Quizás no era el mejor momento para hablar de esas
sospechas y menos sin tener ninguna prueba. Ya lo haría cuando pudiese
demostrarle que tenía razón.
- Tienes razón perdona, era solo… una idea para cuadrar todos los cabos.
- Ya te dije que no lo intentaras.
- Bueno… en cuanto terminemos de comer vamos al hospital, así te quedas más
tranquila.
- No tengo hambre, no creo que pueda terminarme esto y prefiero volver al
campamento.
- No seas cabezona, come lo que puedas, te voy a entrar por urgencias y te vas a
hacer esos análisis y en un par de horas sabremos si …
- ¡No quiero! – alzó la voz – ya sabía yo que el estar aquí era por algo.
- Ya lo creo que quieres, y si podemos te haces un par de pruebas más – afirmó
con tal rotundidad que Maca leyó en aquellos ojos la decisión, la misma que le
vio el día que reconoció estar enamorado de Adela y que le gustase a ella o no,
le iba a pedir que se casara con ella.

Suspiró sin convencimiento pero resignada a dejarse arrastrar hasta el hospital, porque
si había aprendido algo de él, era que cuando se mostraba así, nada ni nadie era capaz de
conseguir que cejara en su empeño.

* * *
Más de dos horas después ya estaban montados en el jeep de regreso al campamento.
Maca permanecía seria y pensativa. Estaba cansada, muy cansada. La larga espera en el
hospital la había agotado física y emocionalmente. Se sentía triste, abatida, con ganas de
estar sola y llorar, pero no era incapaz. Miró el reloj comprobando que era demasiado
tarde. A pesar de que Germán había cumplido su promesa y había empleado sus
contactos para que la atendieran por urgencias, esgrimiendo la pequeña mentira de que
se había encontrado mal mientas comían, tuvieron que esperar más de una hora hasta
que los atendieron. Germán pidió que le hicieran una analítica completa, una tomografía
y una resonancia magnética, pero no sirvió de nada tanta espera porque al final les
comunicaron que era imposible hacerle un hueco para la resonancia, y que salvo la
analítica básica, era imposible darles los resultados en el momento, estaban saturados de
trabajo. Ni las protestas y súplicas del médico hicieron ablandarse a su colega que se
excusó diciendo que era imposible, el laboratorio estaba desbordado y él no podía hacer
nada. Germán la había dejado sola durante más de cuarenta minutos que se le hicieron
eternos mientras observaba todo lo que la rodeaba con estupor, recordando con
nostalgia los días de locos en urgencias del Hospital Central que nada tenían que ver
con aquel griterío y caos que la rodeaba.

Finalmente, Germán había aparecido con los resultados de la analítica en los que ya no
había señales de cardiotoxinas en sangre, y los niveles estaban más altos y con la
tomografía, donde no se apreciaba nada extraño, lo que contribuyó a alertarlo aún más,
e insistir en la absurda idea de que tenía el enemigo en casa, hasta el punto de discutir
con ella. Así había conseguido que se les hiciera muy tarde y ella no quería llegar
después que Esther al campamento, lo que les valió una nueva discusión y que el
médico cediera y optase por salir del hospital, pero con la advertencia de que pensaba
detenerse en el campo de desplazados, llegase Esther antes que ellos o no.

Y allí permanecían en el jeep, ambos guardando silencio y con la tensión flotando en el


ambiente. Maca no podía dejar de pensar en lo ocurrido en el hospital, en aquellos
nuevos resultados y en la descabellada idea de Germán, pero sobre todo, no podía dejar
de pensar en Esther, en cómo le estaría yendo el viaje y lo más importante, en cómo
contarle aquello o lo que era peor, en cómo sería capaz de ocultárselo, porque no estaba
segura de poder hacerlo.

- Ya estamos en Jinja – habló Germán por primera vez desde que salieran – ya sé
que es un poco tarde y que estás de un humos de perros, pero vamos a pararnos
un momento aquí.
- ¿Por qué? ¿no íbamos a hacerlo en el campo? – preguntó con un deje de
impaciencia.
- También nos pararemos allí – afirmó esbozando una sonrisa tímida y enarcando
una ceja preparándose a su inevitable protesta.
- Pero… ¡Germán! me prometiste que estaríamos de vuelta antes que Esther
regresase.
- Lo sé, pero tengo que pararme aquí, también lo prometí – la miró apretando los
labios.
- Pues no prometas tanto si luego no eres capaz de cumplirlo – soltó enfadada.
- Le prometí a Esther que me llegaría sin falta a ver a… a alguien y vamos a
hacerlo – le sonrió sin mostrarse molesto con el tono en que le había hablado,
entendía perfectamente cómo debía sentirse y comprendía el dilema que
intentaba dilucidar en su mente. Se adentró en calle llena de chabolas que
estaban en las afueras de la ciudad, y Maca comenzó a observar todo con
atención, aquello era aún más deprimente que lo que había visto hasta entonces –
y no te preocupes que si Esther llega antes que nosotros ya le diremos que
hemos estado en el campo.
- Pero querrá saber porqué me he ido contigo, yo también le prometí que estaría
allí esperándola y a este paso será ella la que me tenga que esperar a mí.
- ¡Dios! deja ya de protestar y venga, baja de ahí – le ordenó sujetándola con la
silla ya fuera del jeep. Maca sintió que la congoja se apoderaba de ella, no
esperaba que le hablase con tanto genio e incluso diría que desdén e intentó
controlar el nudo de su garganta.
- Estoy harta de que siempre me engañéis y me hagáis hacer lo que no quiero –
musitó defendiéndose.
- No te enfades y ven conmigo – le dijo mucho más amable al ver que sus ojos
brillaban de una forma intensa, a punto de derramar algunas lágrimas – perdona
si te he hablado con brusquedad, pero esto es importante – se explicó mirándola
con atención y adelantándose unos pasos sin empujarla obligándola a accionar
su silla sorteando las irregularidades del terreno - ¡Vamos! – la espoleó
girándose hacia ella.

Maca lo siguió sintiendo que le pesaban los brazos sobre manera y que la cabeza parecía
a punto de estallarle. Germán parecía no darse cuenta que ella no tenía ganas de visitar a
nadie, de ver a nadie y mucho menos de estar en aquellas chabolas donde su tristeza se
multiplicaba por cien. Germán, unos pasos delante de ella, sonreía para sus adentros. La
conocía lo suficiente para saber que necesitaba desahogarse, que necesitaba llorar y que
no lo haría delante de él, que no lo haría hasta no estar sola, y eso sería bastante difícil si
pretendía ocultárselo a Esther, pero no lo sería si se buscaba una excusa como la que él
le estaba brindando. Sí, la conocía lo suficiente para saber que en un rato no iba a ser
capaz de controlar más la congoja que leía en su rostro y que disimulaba con su mal
humor.

Germán entró en una de las chabolas y Maca entró tras él. El médico alzó la voz
gritando un nombre. Maca apenas había tenido tiempo de que sus ojos se acostumbraran
a la oscuridad y su olfato a aquel olor, cuando un anciano de pelo cano y enjuto salió de
un rincón, había permanecido tumbado en un camastro, y la pediatra no se había dado
cuenta de su presencia. Germán habló con él en un dialecto que Maca no comprendía y
le dio algo que el anciano agradeció con visibles muestras de alegría, casi arrodillándose
ante él.
Luego, el médico se giró hacia ella, le hizo una seña para que lo siguiera y salieron de
allí. Sin mediar palabra, pero sin dejar de observarla, Germán cruzó la calle y se adentró
en otra chabola. Realizando la misma operación esta vez con una mujer de mediana
edad que tenía a un par de chiquillos revoloteando entorno a ella, Germán sacó de su
maletín otros medicamentos y también se los tendió. Y así con tres chabolas más. Maca
lo seguía, cada vez más impaciente, cada vez con más deseo de salir de allí, cada vez
estaba más cansada no solo físicamente, cada vez era mayor el peso de la noticia que
había recibido con aquellas pruebas y cada vez mayor el deseo de tumbarse, cerrar los
ojos y llorar. Estaba triste y aquellas gentes con aquellas vidas, en aquellas chabolas,
con esas miradas de resignación y súplica, con sus sonrisas que dejaban ver dentaduras
perfectas entre tanta imperfección, no estaban contribuyendo a levantarle el ánimo.

- Bueno pues… ésta es – le dijo el médico señalándole otra chabola.


- ¿Es qué? – preguntó con desgana, tan visiblemente derrotada que Germán estuvo
tentado a abandonar sus intenciones y sacarla de allí.
- La chabola de Wilson – respondió.
- ¿Wilson? – repitió recordando que ya Esther le había dicho que quería
presentárselo.
- Sí, Esther le tiene un especial cariño, ven conmigo – le sonrió, sin más
explicaciones.

Maca entró tras él como ya había hecho en las anteriores, comprobando una vez más
que todas aquellas chabolas parecían seguir un mismo patrón, todas contaban con una
única habitación que no alcanzaría los doce metros cuadrados, dividida por una cortina
que pretendía conferir cierta privacidad a un camastro junto a la pared del fondo. Sin
embargo, el ambiente en aquella parecía aún más tétrico.

Tras franquear la puerta Germán había vuelto a repetir el ritual, y llamó en voz alta, solo
que esta vez lo hizo en inglés y Maca comprendió perfectamente sus palabras, “Wilson,
sal, soy Germán”, “no tengas miedo, sal que te he traído un regalo”, lo escuchaba decir
mientras su vista paseaba de la mesa central, con varios cacharros llenos de mugre
encima de ella, a un pequeño banco y una desvencijada silla para detenerse en un
infiernillo de keroseno. El olor era aún más nauseabundo que en las anteriores y sintió
que se le revolvía el cuerpo.

Germán volvió a llamar pero no obtuvo respuesta, y, con paciencia, repitió sus palabras.

- ¿Por qué no nos vamos? Esta claro que ese Wilson no está. Es muy tarde y…
- Si que está – la interrumpió.
- No me encuentro bien Germán – reconoció mirándolo suplicante.
- Wilson es temeroso, y su madre lo tiene muy aleccionado, teme que... le pase
algo – le explicó sin escuchar sus quejas.
- ¿Su madre! pero… ¿es un niño? – preguntó interesada.
- Sí, ahora lo conocerás, ha debido verte y no está acostumbrado a extraños.
- ¿Verme? pero ¡si aquí no hay nadie!
- La cortina tiene un par de agujeros en la parte baja, ¿los ves?
- Si.
- El suele asomarse por ahí, ¿porqué no lo llamas! cuando Esther lo hace siempre
acaba saliendo, dile que... no sé… que vas a pasearlo en la silla.
- Germán, por favor, estoy muy cansada.
- Es solo un momento – le sonrió – nos vamos en seguida – le prometió con un
gesto cariñoso – llámalo.
- ¿En inglés?
- Pues claro que en inglés – sonrió – espabila, que…
- Wilson sal, cariño, que solo queremos darte un regalo y… pasearte en la silla –
dijo Maca con precipitación y su mejor tono de dulzura, sin obtener respuesta.
- Llámalo otra vez.
- Germán – intentó protestar – es un niño estará jugando por ahí.
- No está jugando por ahí – aseguró.
- ¡Vámonos! por favor, aquí huele fatal – pidió con un gesto de asco.
- ¿No irás a vomitar? – la miró con tal aire de desdén que Maca enrojeció.
- No – frunció el ceño y mirando a la cortina decidió intentarlo de nuevo – vamos
Wilson, ¿por qué no sales? te traemos… - se volvió hacia el médico - ¿Qué
traemos?

Germán la miró risueño y sin responderle fue él el que comenzó a hablarle aquel
invisible pequeño.

- Wilson, ¿me recuerdas! soy Germán el amigo de Esther, ¿te acuerdas de Esther?
- Ella no puede venir, pero me ha pedido que te traiga un regalo de su parte –
intervino Maca, impaciente por salir de allí, deseando que el niño, si es que
estaba, dejara de jugar y saliera de una vez. Germán la miró con una sonrisa.

Instantes después la cortina se corrió un poco y los ojos de la pediatra se abrieron de par
en par. Ante sus ojos apareció un pequeño que no debía tener más de cinco años, con su
pequeña manita había descorrido la cortina, estaba tumbado en la cama y parecía
diminuto, allí solo, en la chabola. Pero lo que provocó un nudo en la garganta de la
pediatra que le impidió pronunciar ninguna palabra más fue el comprobar que aquel
pequeño era inválido.

- Wilson nació bien pero la polio lo dejó así, su madre está fuera casi todo el día y
él pasa aquí solo mucho tiempo – le susurró en voz baja – acércate a él.

Maca obedeció sintiendo una profunda congoja por aquel pequeño, su miedo al cáncer,
su angustia, su desesperación, su rabia, la pena de sí misma todo desapareció ante la
mirada que le dedicó el pequeño, y que luego desvió hacia el suelo. Maca sentía el tufo
a basura de aquel lugar, observó bajo la cama todo tipo de objetos y desechos, latas,
zapatos, botes, plásticos, cajas, desperdicios, le pareció que una rata se escondía en un
rincón y un profundo escalofrío le recorrió la espalda.

- Wilson – lo llamó con una ternura infinita, sintiendo que sin conocerlo ya lo
quería – Wilson – repitió y el pequeño obedeció levantando sus asustados ojos
hacia ella.

Maca sintió que aquella mirada la destrozaba, sentía que aquellos inmensos ojos oscuros
se clavaban en ella abrasándola, haciéndola sentir culpable por haber creído que era
desgraciada, por haberse lamentado de su suerte, cuando aquel pequeño estaba allí, sin
que nadie hiciera nada por él, sin futuro y a diferencia de todos los que veía a diario
sonreír, sin alegría, porque ni siquiera era capaz de jugar y a pesar de ello, allí estaba,
con sus dos pequeñas piernecillas atrofiadas y sonriendo.
- Wilson, ven, ven aquí – le dijo izándolo sin dificultad debido a su extrema
delgadez – te vamos a dar un regalo – se giró hacia Germán que sacó un dulce
de su maletín y le guiñó un ojos arrancando la primera mirada agradecida y
confiada del pequeño – Germán – miró a su amigo que leyó en sus ojos la
impotencia que sentía – ¿cómo… cómo se mueve?
- No se mueve, siempre está aquí.
- Pero – dijo mirado como el pequeño devoraba el dulce que Germán le había
dado mientras no dejaba de mirarla y tocarle el pelo, sin que ni siquiera le
importara que se lo estuviera pringando con sus sucias manos – tendrá que
jugar... que…
- Hace tiempo Kimau le hizo una tabla con unas ruedas hechas con cojinetes,
pero… se la robaron….
- Podíamos dejarle mi silla yo… puedo apañarme… ya mismo estaré en Madrid
y… no la necesito.
- Maca… no puedes llegar aquí y hacer las cosas así – le dijo apoyando su mano
en el hombro de la pediatra – si le robaron una tabla con cuatro cojinetes.. ¿qué
crees que podrían hacerle por una silla?
- Pero….
- No es una solución.
- ¿Y cuál es la solución! ¿cruzarse de brazos! ¿traerle de vez en cuando una
golosina? – elevó levemente la vos en lo que él entendido como un reproche.
- Hay cosas que por mucho que lo deseemos no tienen solución y … tenemos que
aceptarlo – le dijo con calma y ella de pronto creyó que lo hacía con doble
sentido, que le hablaba de su enfermedad y sintió que no era así, que sí que se
podía hacer algo, se podía luchar, se podía intentar.
- Y si nos lo llevamos a Madrid, allí… yo… podría….
- ¿Separarlo de su madre, de su mundo?
- Pero ¿qué mundo? ¡se pasa la vida encerrado entre basura! con las ratas
correteando alrededor.
- Maca… sé como te sientes, pero esa no es la solución.
- ¿Y cuál es?
- Esther… antes de que le pasara… lo que le pasó. Estuvo buscando trabajos para
su madre, esa es la solución. Si su madre consigue salir de aquí, él… tendrá
mejor vida.
- Pues vamos a buscárselo, ¿con quien hay que hablar?
- No es tan fácil, pero… estamos en ello.
- ¿Y mientras?
- Mientras su madre seguirá seleccionando basuras del vertedero para reutilizar lo
posible. Aquí todo puede venderse, cualquier recipiente de plástico, o de
hojalata, los zapatos los arregla para revenderlos o los corta para recuperar las
suelas o los hace tiras para usar el cuero haciendo otros – le explicó con calma –
hace todo lo que puede, pero una mujer sola y con tres hijos, aquí no lo tiene
nada fácil.
- ¿Tres hijos? – preguntó sorprendida.
- Si. Sus hermanos estarán por ahí, rapiñando lo que pueden, buscando qué comer,
pero no creas, están más pendientes de Wilson de lo que imaginas.
- Si, ya veo… - dijo con retintín, llevaban allí al menos media hora sin que nadie
hubiera aparecido.
- Llevan cinco minutos acechándonos, me conocen y saben que no hay peligro.
- Es horrible.
- Sí, lo es. Y es importante que sepamos la suerte que tenemos, ¿no crees? – le
dijo elevando las cejas buscando su con connivencia.

Ella asintió, el médico tenía razón, a pesar de todo, era una mujer con suerte. ¡Con
mucha suerte!

- Toma, dale esto – le tendió un pequeño trozo de algo que ella no supo identificar
pero que el niño recibió con suma alegría, comenzando a chuparlo con fruición –
voy a dejarle aquí a su madre unas cosillas – le comunicó mientras comenzaba a
sacar cosas de su mochila.

Maca lo observó un instante luego dedicó toda su atención al pequeño Wilson, que
sonreía sin parar, consiguiendo que ella también lo hiciera. Lo estrechó con ternura y el
niño recibió sus caricias con una cara de agradecimiento que la hizo sentirse especial y
que olvidara sus preocupaciones.

Después de dejar varios paquetes con comida y algunas medicinas, encima de la mesa,
Germán se volvió hacia ella que permanecía con el pequeño en sus rodillas y le
susurraba algo que no lograba entender.

- Maca, tenemos que irnos – le dijo apoyando una mano en su hombro,


interrumpiendo su charla con el pequeño – se nos va a hacer muy tarde.
- Espera un poco – le pidió jugueteando con el niño.
- ¿No querías llegar antes que Esther al campamento! recuerda que aún debemos
pasar por el campo de desplazados.

Ella asintió y, con un suspiro, le explicó al pequeño que se marchaban, lo situó con
delicadeza en su camastro, no sin antes notar que se le saltaban las lágrimas cuando el
pequeño se abrazó a ella, tocándole el pelo y sonriendo. No entendía como ellos se
acostumbraban a todo aquello, ella no podría hacerlo jamás. Giró la silla enternecida al
ver al pequeño despedirse alzando su manita y sin quitar sus asombrados ojos de la silla
de Maca, que se apresuró a salir de allí.

- ¿Qué te pasa Wilson? – le preguntó al ver que se detenía en la puerta mirando


hacia abajo sin avanzar. Maca no respondió y él, preocupado, se agachó a su
lado - ¿estás bien Maca?
- Sí – musitó – vamos – dijo con voz temblorosa.
- Si tienes ganas de llorar, llora – le dijo descubriendo lo que le ocurría – no serás
la primera, ni la última.
- No – elevó los ojos mohína, odiaba resultarle tan transparente.
- ¿Qué? ¿has visto alguna vez algo parecido a todo esto? – le preguntó con la
intención de hacerla hablar de ello, pero Maca no respondió - ¿qué? ¿no me
dices que piensas de estos barrios de chabolas?
- Es… es… sobrecogedor – murmuró cabizbaja – y… no hay… comparación.
- ¿Comparación con qué? ¿con ese palacio en el que vives? – sonrió burlón
exagerando los comentarios que le había hecho Esther.
- ¡No! – lo miró frunciendo el ceño ligeramente molesta – me refiero a que.... no
tienen de nada… si vieras las chabolas del… del poblado donde está el
campamento en Madrid… allí… las hay con televisión y… nevera y... tienen
camas y…
- Sí, aquí no suelen tener muebles, a lo sumo palanganas con los utensilios de
cocina, y la ropa se cuelga de un tendero en el espacio libre entre cama y techo.
Si la familia es numerosa suele haber otra cama, y en los mejores casos otra
habitación para los niños mayores, pues los menores duermen con la pareja.
- ¿Y cómo…?
- ¿Cómo que? – sonrió entendiendo lo que preguntaba - ¿cómo tienen más hijos?
– Maca asintió abrumada por aquella realidad aplastante que la hacía sentirse
insignificante, que la hacía sentir que sus problemas eran ridículos en
comparación con todo aquello, ahora entendía algunas miradas de desdén que
Esther no pudo evitar lanzarle los primeros días de su regreso a Madrid, todo
debió resultarle superficial y ridículo - ¿me escuchas?
- Sí.
- Te decía que lo habitual es que el marido se largue abandonando a su mujer y a
sus hijos. Son ellas las que deben sacarlos adelante, ¡pero ya ves cómo!
- Todo esto es horrible.
- Tendríamos que visitar a Alana – dijo mirando el reloj - pero.. es tarde… será
mejor que nos machemos.
- ¿Quién es Alana?
- Una madre de veintisiete años y seis hijos.
- ¡Dios!
- Pues tiene suerte porque su marido no la ha abandonado y su chabola es de las
más grandes, ¡con dos habitaciones! aquí es todo un lujo, te sorprendería lo
limpia que la tienen.
- Ya… - musitó mientras la sentaba en el jeep. Germán permaneció con la puerta
abierta mirándola preocupado. Volvía a estar pálida y ojerosa como los primeros
días y parecía muy cansada.
- ¿Estás bien?

Maca asintió pero él no las tenía todas consigo.

- ¿Seguro?
- Sí… solo pensaba en lo pequeño que es Wilson y… que daría cualquier cosa por
poder hacer algo por él.
- No te preocupes que pronto tendrá una plaza en una escuela, Esther se estaba
encargando de eso y, estos días, cuando viajaba tanto a Jinja, consiguió
convencer a su madre de que era lo mejor para él – le explicó y Maca esbozó
una sonrisa y el orgullo que sentía por Esther asomó a sus ojos para,
repentinamente, ser sustituido de nuevo por la tristeza - ¿quieres tomar algo
antes de seguir! te sentará bien.
- No… va... vamonos – balbuceó, con un nudo en la garganta.
- Creo que deberías tomar algo, no tienes buen aspecto.
- Que no, de verdad, es este olor que… me revuelve el estómago – reconoció
ligeramente avergonzada por ello.
- ¡Como quieras! – sonrió.

Germán cerró la puerta, rodeó el coche y se sentó a su lado, volvió a mirarla.

- No es tan tarde, ¿estás segura de que no quieres tomar nada?


- No, gracias – arrastró las palabras con impaciencia – solo quiero volver.
Germán la miró un instante, le hizo una mueca burlona y arrancó. A medida que
ascendían por el camino de tierra para salir de allí y tomar dirección al campo de
desplazados comenzaron a dejar atrás las chabolas y adentrase en aquella carretera de
tierra rojiza que Maca tan bien conocía. La pediatra clavó su vista en el exterior y tuvo
la sensación de que todo era diferente a otros días, cada vez sentía más presión en el
pecho, más tristeza en el alma y más congoja en el corazón. Las imágenes
descorazonadoras se sucedían, vio a un niño y una vaca mirando al horizonte fuera de
una choza de barro, a un joven en traje al final de un sendero montañoso que caminaba
descalzo, cojeando ostensiblemente. Sin mediar palabra, Germán detuvo el jeep junto a
él, descendió y cruzó unas palabras con el chico al que acabó curándole una herida y
vendándole un tobillo, cuando regresó al coche le explicó que era de una aldea cercana a
Jinja, lo habían engañado, algo habitual según él, creyó tener un trabajo en la ciudad y
recogió todos sus ahorros y se compró un traje, pero solo consiguió una paliza y que le
robaran todo lo que llevaba, hasta los zapatos.

Ante aquella historia, Maca de nuevo notó que las lágrimas pugnaban por salir pero
volvió a respirar hondo y controlarse. Siguió mirando por al ventanilla en silencio, unas
niñas de apenas siete años acarreaban agua a la congolesa de la mano, una anciana
apoyada en un palo avanzaba a duras penas tirando de un pequeño carro en el que
llevaba varios fardos y encima de ellos dos pequeños desnutridos. Mirase a donde
mirase la pobreza, la miseria, el drama humano afloraba a su ojos y no pudo soportarlo
más.

- ¿Wilson…? – murmuró al verla bajar la cabeza y llevarse las manos a los ojos.
- Lo… lo siento – balbuceó, no soportaba más todo aquello, la mirada del
pequeño le había provocado tal impresión que no pudo evitarlo, era incapaz de
contenerse más tiempo y comenzó a sollozar.
- ¡Por fin! – exclamó parando el jeep al borde del camino y abrazándola – ven
aquí, llora, desahógate y no te lo guardes todo dentro – le dijo estrechándola con
fuerza.

Maca se aferró a él y lloró amargamente por todo lo que veía, por la impotencia de no
poder hacer nada, por la culpa que y la desesperación que la atenazaban, ella podía tener
la sombra de una grave enfermedad sobrevolándola pero había esperanza, sin embargo,
cada estaba más convencida de que no la había para aquellas gentes que vivían en la
miseria más absoluta. Poco a poco se fue serenando. Germán la mantenía abrazada pero
ella se retiró.

- ¿Mejor? – le preguntó con una tímida sonrisa. Maca asintió – anda ven aquí – la
atrajo de nuevo y la pediatra se refugió en su pecho sintiendo que sus fuertes
brazos la sostenían y apoyaban, la reconfortaban de una forma que jamás
hubiera imaginado de él.

* * *

Cuando llegaron al campo de refugiados, Maca ya se había serenado y aunque era


evidente que había llorado, se mostraba más animada y aliviada. Germán había sido tan
cariñoso y comprensivo, la había animado tanto que se sentía mucho mejor. Insistía que
hablara con Esther pero ella, aún dándole la razón, no las tenía todas consigo. Hacía
unos minutos que Germán guardaba silencio y ella no dejaba de darle vueltas al tema,
no había nada seguro, necesitaba hacerse más pruebas, podía decirle eso, pero si se lo
decía Esther iba a querer saber qué había salido en los resultados y tendría que
confirmarle lo que ambos interpretaban y ella tanto temía. ¿Cómo decirle lo que
sospechaban! ¿cómo decirle a la persona que has vuelto a reencontrar cuando ya creía
que jamás volvería a verla, a la persona con la que estaba planificando un futuro que
quizás ese futuro no fuese a existir? Sabía que debía hacerlo, que tenía que hablar con
ella, pero por su propia experiencia en el tema conocía que los familiares de pacientes
con cáncer se hundían mucho más que los propios enfermos. Era consciente de que le
iba a tocar a ella animarla, hacerle ver que no era para tanto y que estaba dispuesta a
luchar para vencerlo, pero necesitaba un poco de tiempo para coger fuerzas y
convencerse de ello. Luego hablaría con ella y sería la más animosa del mundo, se haría
la fuerte aunque luego, a solas, se derrumbara y se muriese de miedo.

- Wilson – la llamo burlón con la puerta abierta al verla completamente


ensimismada - ¿bajas o me esperas aquí?
- Eh…. – lo miró desconcertada volviendo a la realidad - Te espero.
- ¿Seguro que no quieres bajar? Nadia está allí – le indicó con el brazo la entrada
de maternidad - puedes tomarte algo con ella y …
- No me apetece ver a nadie y, si solo te vas a parar un momento…, prefiero
esperarte aquí
- De acuerdo, tardaré lo menos posible – aceptó de mala gana, no creía que fuera
lo más adecuado para ella.
- Gracias.
- De todas formas, cuando lleguemos Esther ya estará allí… - intentó convencerla
por si su intención era presionarlo quedándose en el coche para que se
apresurara…
- Sí…
- ¿Por qué no te vienes? – volvió a proponerle – no te quedes aquí sola.
- Prefiero estar sola, ya te lo he dicho – refunfuñó y él suspiró, a punto de dar su
brazo a torcer – no te preocupes Germán, estoy bien, de verdad.

Antes de que el médico tuviera tiempo de responder, Nadia llegó mostrando su alegría
de verla y Maca no supo negarse. Se vio forzada a descender del jeep y acompañarla al
comedor mientras le contaba la evolución de los pacientes que ella había tratado.
Estaban preocupados por la joven madre que perdió a su hijo por culpa de la malaria, su
estado se había complicado con un edema pulmonar agudo, Germán se marchó para
examinarla y Maca quiso ir con él, a fin de cuentas era ella quien la había atendido.

Los dos comprobaron como la chica presentaba un cuadro de taquipnea. Su frecuencia


cardiaca había aumentado hasta cuarenta respiraciones por minuto, su debilidad era
manifiesta y parecía obnubilada. Maca se quedó paralizada, era evidente que con ese
cuadro sus posibilidades de supervivencia no eran muy altas, pero Germán la
tranquilizó, había visto pacientes recuperarse en peores condiciones. El médico le pidió
que se marchara con Nadia y descansase un momento, él iba a cambiarle el tratamiento
y luego la recogería allí. Maca aceptó su propuesta, tenía la sensación de que ese día
nada podía salir bien y repentinamente volvió a sentir un miedo aterrador pensando en
Esther y en cómo le estarían yendo las cosas. Deseaba que Germán terminase cuanto
antes y volver al campamento, necesitaba verla, necesitaba abrazarse a ella, sentir su
fuerza, contagiarse con su alegría y animosidad.
Minutos después Germán apareció en el comedor, donde Maca intentaba mantener una
conversación con Nadia aunque su mente, continuamente le jugaba malas pasadas y
volaba, sin escuchar a la joven, a sus preocupaciones. Se despidieron de ella y tomaron
rumbo al campamento. Germán estaba convencido de que Esther estaría ya allí, Maca
sentía un nerviosismo especial por verla, no solo por lo que la había echado de menos
sino por lo que ocultaba y debía contarle.

- Germán – rompió el silencio en el momento de franquear el portón – no vayas a


contarle nada a Esther.
- ¿Otra vez con eso? ya te he dicho que no voy a hacerlo.
- Perdona, pero sé lo bocazas que eres y… no quiero que con esto metas la pata.
- No soy tan bocazas – se defendió parando el jeep en el centro del patio – pero…
creo que no han vuelto.
- ¿Qué no? – preguntó alterada – ¿cómo lo sabes?
- No están los camiones – le señaló con el brazo hacia la parte posterior del
pabellón de los colaboradores – pero no te preocupes – le dijo al ver la cara de
pánico que estaba poniendo – en estos viajes es normal retrasarse.
- Pero… ¿tanto? – preguntó con temor – tú mismo estabas seguro de que ya
estarían aquí.
- Sí – musitó mirando hacia atrás – quizás si han regresado y, si era temprano,
André ha vuelto a marcharse para hacer alguna ronda. Mira ahí viene Gema,
ahora vamos a salir de dudas – le dijo descendiendo del jeep.

Maca lo vio acercarse a la joven enfermera e intercambiar algunas palabras con ella,
Gema negó con la cabeza e hizo unos gestos que Maca no conseguía descifrar por
mucho que intentaba leer sus labios. Germán se volvió a mirarla, su cara había adoptado
un rictus de seriedad extrema que actuó como un resorte en el estómago de Maca y
sintió un vuelvo en su corazón. ¡Les había ocurrido algo! ¡estaba segura! Abrió la puerta
del jeep, quería bajar, ¡necesitaba saber qué ocurría! pero era imposible que ella saliera
de allí por sus medios, cerró la puerta y bajó la ventanilla del jeep intentando escuchar
la conversación pero como siempre había demasiado ruido, impaciente, alzó la voz
llamando al médico.

- ¡Germán! – casi grito desesperada - ¡Germán!

El médico le hizo una seña de que esperase un instante y continuó hablando con Gema.
La chica la saludó alzando la mano y se marchó hacia el hospital. Germán se dio la
vuelta y se encaminó al jeep, subiendo a él. Sus miradas se encontraron. Maca supo por
su expresión que no tenía buenas noticias y sintió que las fuerzas le fallaban, que su
corazón se disparaba preparándose para escuchar una terrible noticia, mientras su mente
repetía una y otra vez “Esther”, “Esther, no” “no puede haberle pasado nada, no por
favor, que no le haya pasado nada”, “que no le haya pasado nada”.

- ¿Qué pasa? – le preguntó Maca con sus ojos abiertos de par en par, expectante, y
mostrando el miedo que sentía.
- Nada, no te preocupes – le dijo intentando que no se alterara, bastante duro había
sido el día ya para ella.
- Germán, ¡por favor! ¿qué pasa? – insistió posando su mano sobre la de él que la
miró y apretó los labios – te he visto hablar con Gema y…. gesticular.
- Yo siempre gesticulo – intentó bromear con tan poco convencimiento que Maca
frunció el ceño.
- ¡Por favor! si ha pasado algo quiero saberlo, no me trates como a una imbécil.
- Nunca me atrevería a hacer eso – sonrió – te digo la verdad, no han vuelto y…
no hay noticias de ellos. Eso es todo lo que me ha dicho Gema – confesó
mirándola fijamente – y ahora, te voy a dejar en la cabaña y te vas a meter en la
cama y vas descansar un rato. Tienes mala cara y no querrás que Esther te vea
así. En cuanto vuelvan yo te aviso.
- No me voy a meter en la cama, no podría – lo miró manifestándole abiertamente
su angustia – si a Esther le ha pasado algo yo…
- A Esther no le ha pasado nada – la cortó con genio – solo es un retraso – le dijo
abriendo la puerta del coche y descendiendo al ver que Blaise llegaba hasta ellos
llamándolo – espera un momento – le pidió volviendo a dejarla allí sola.

Maca lo vio acercarse al soldado, los escasos cinco minutos que estuvo hablando con él
se le hicieron eternos, sobre todo, cuando Germán levantó las manos y las cruzó detrás
de su nuca dando un par de pasos a los lados, nervioso. De pronto se vio en la facultad
con él y Adela, esperando los listados de las notas, ese era su gesto cada vez que recibía
un suspenso y de nuevo sintió que le daba un vuelvo el corazón. Germán podría negarlo
pero algo había ocurrido y se lo estaba ocultando. Por eso, sin pensárselo dos veces
abrió la puerta del vehículo e intentó descender, ¡necesitaba saber lo que ocurría!

- ¿Qué haces? – gritó Germán corriendo hacia ella - ¿estás loca?


- Quiero saber qué pasa.
- ¡Joder, Wilson! ¿no puedes esperar ni cinco minutos? – habló airado
manifestando su enfado.
- Perdona pero….
- Sé que está preocupada, pero que te dediques a hacer tonterías no nos va a
ayudar a nadie – continuó con su reprimenda cerrándole la puerta en las narices
y subiendo de nuevo al coche arrancó con velocidad - te vas a quedar en la
cabaña y me vas a hacer caso.
- ¿Y tú qué vas a hacer? – le preguntó desafiante.
- Voy a hablar con Blaise tranquilamente, y quizás salga con él a hacer la última
ronda.
- ¿Vas a buscarlas?
- No.
- Yo quiero ir – dijo con rapidez sin creerlo.
- Tú te quedas en la cabaña, sí o sí. No estoy dispuesto a tolerarte ni una tontería
más como la de querer bajar del coche.
- Vale… - musitó mirando hacia abajo – perdona solo quería escuchar… lo que te
decía.
- Blaise no puede contactar con ellos por radio desde aquí – le explicó – esos es lo
que me estaba diciendo, tampoco ha recibido la llamada de rutina que se efectúa
al pasar la frontera.
- ¿Es lo que suele hacerse?
- Si, ya te he dicho que es una llamada de rutina – respondió sarcástico pero luego
al detener el jeep en la parte trasera de la cabaña y encararla, leyó en sus ojos el
desconcierto y suavizó el tono – los soldados suelen ir indicando por donde va el
convoy.
- Germán… - musitó notando que se le saltaban las lágrimas.
- Tranquila, no te pongas en lo peor. Esto es algo normal.
- ¿De verdad?
- Sí, ha podido estropearse la radio, o han podido colocar más inhibidores.
- Pero… yo creía que eso lo hacía el ejército.
- La guerrilla también los tiene. A veces los colocan cerca de nuestros
campamento, por eso si nos alejamos unos kilómetros quizás podamos contactar
sin problema.
- Entiendo – murmuró.
- No te preocupes – posó su mano sobre ella – aún está dentro de lo normal el
retraso.
- ¿Seguro?
- ¿Me ves preocupado? – fue su respuesta.
- Te veo serio.
- Porque yo también estoy cansado pero no es la primera vez que se retrasa un
convoy, ya te digo que puede haber sucedido cualquier cosa, un pinchazo o…
una avería… o…
- ¿O qué? – el miedo se reflejó de nuevo en su mirada.
- O se habrán entretenido en la frontera. Solo podemos esperar – suspiró risueño -
y mientras tú vas a descansar un rato, y cambia esa cara, porque como Esther te
vea así….
- Tienes razón, voy a ducharme y a cambiarme y la esperaré como le prometí.
- Así me gusta – la animó dejándola sentada en la silla.
- Ya puedo sola, gracias – le dijo rechazando su intento de empujarla hasta la
cabaña – hasta luego - se giró y se dirigió a la puerta.
- ¡Wilson! – la llamó y Maca se detuvo.
- ¿Sí?
- Cuando te he dicho que no te pongas en lo peor… - comenzó a decirle y Maca
sintió unas cosquillas especiales en el estómago, segura de que le había mentido
de que sí que había que ponerse en lo peor, y lo miró con pavor – no te asustes –
se interrumpió – quería decirte que me refería a todo – le guiñó un ojo - y que
pienses en la opción que te di.
- ¿Se puede ser más pesado? – protestó esbozando una sonrisa comprendiendo sus
intenciones.
- Sí, se puede ser como tú – soltó una carcajada, Maca negó con la cabeza y
volvió al interior con una extraña sensación. Germán no bromearía tanto si de
verdad existiese la posibilidad de que les hubiese ocurrido algo, pero por otro
lado estaba segura de que intentaba protegerla, mantenerla al margen y no
preocuparla innecesariamente y eso la sacaba de quicio.

El médico se quedó observándola, pensativo. Estaba pálida y ojerosa, comprendía su


preocupación, él mismo estaba nervioso y extrañado de la tardanza y, sobre todo, de no
haber tenido noticias de ellos en todo el día. No quería ni pensar que hubiese podido
suceder algo serio de verdad. Se dio la vuelta y se dirigió al hospital, dispuesto a
preparar el protocolo de emergencia por si fuese necesario salir en busca de ellos.

* * *
Maca entró en la cabaña nerviosa, ni las palabras de Germán, ni su comportamiento
distendido habían logrado el objetivo de tranquilizarla. La aprensión que sintiera por la
mañana ahora se había transformado en un miedo cada vez mayor. No podía dejar de
pensar en Esther y desear con toda su alma verla aparecer en la puerta de la cabaña, con
su dulce sonrisa, con su alegría, siempre dispuesta a levantarle el ánimo a ayudarla a
superarse. Su mente volvía una y otra vez a la playa, al baño en el mar, a sus caricias, a
sus bromas, a sus paseos por Kampala... No soporta la idea de que le ocurriese algo. Por
primera vez en días volvía a sentir una presión en el pecho que no la deja respirar. Se
movió inquieta por la estancia, la cabaña se le caía encima, tenía que hacer algo. Abrió
la puerta principal y se asomó al porche. Germán estaba en el centro del patio, dos o tres
soldados hablaban con él, le parecía que también estaba Jesús e incluso Maika, y la
desesperación comenzó a apoderarse de ella, segura de que le estaban ocultando la
verdad.

“No te pongas nerviosa”, intentó recuperar la calma al notar que su corazón se


disparaba. “Tienes que tranquilizarte, Esther está bien y tienes que pensar y decidir, lo
que vas a contarle cuando vuelva y cómo vas a hacerlo”, se dijo volviendo al interior,
después de ver que un par de camiones salían del campamento. “No tardes, mi amor, no
tardes, por favor”, “si vuelves voy a gritar a los cuatro vientos que te quiero, te voy a
decir lo mucho que te amo, pero vuelve. ¡Vuelve ya!”, musitaba moviendo la silla de un
lado a otro, deseando poder levantarse de ella y salir corriendo en su busca, deseando
poder estar haciendo algo y no allí dentro, esperando llena de desespero.

Cogió una revista y la abrió situándola sobre su regazo, quizás la lectura consiguiese
distraerla. “Germán tiene razón, soy una dramática y estoy sacando las cosas de quicio”,
“si el dice que son normales los retrasos serán normales”, suspiró, “sí, es verdad que lo
son, claro que lo son, aún recuerdo lo mal que lo pasé cuando tardaron en llegar con el
suero”, repetía sin parar, con los ojos puestos en aquella revista que ya había releído y
repasando los últimos días juntas. Dos lágrimas recorrieron sus mejillas pensando en lo
feliz que se sentía en sus brazos, esos brazos en los que se refugiaba y que tenían la
habilidad de enjugar su llanto, de disipar sus tristezas, esos brazos en los que sus heridas
habían dejado de sangrar para sanar con una rapidez milagrosa. Sonrió, “¡enfermera
milagro! ¡vaya si he sabido porqué te llaman así!”, murmuró rompiendo el silencio de la
cabaña.

Miró hacia la puerta, clavó su vista en ella con insistencia, agudizó sus oídos por si
escuchaba entrar los camiones, pero nada le indicaba que estuviesen de regreso, “vamos
entra, ¡quiero verte! quiero verte y decirte lo mucho que te necesito, quiero decirte lo
agradecida que te estoy por haberme perdonado, quiero que sepas la fuerza que me das,
has conseguido que mi corazón vuelva a latir con una fuerza increíble. ¡Vamos!
¡vuelve! necesito que vuelvas. Me prometiste que ibas a volver, que no te iba a pasar
nada y yo confío en tu palabra, mi amor. ¡Tienes que volver!”.

* * *

Los camiones del convoy comenzaron a entrar en el campamento cuando el sol


comenzaba a caer en el horizonte. Germán había intentado contactar con ellos por todos
los medios pero le había sido absolutamente imposible. Al verlos entrar corrió hacia allí,
seguido por Jesús que aguardaba junto él, temiendo que hubieran sufrido algún ataque
de la guerrilla, aunque nada hacía pensar que hubiera sido así cuando comenzaron a
saltar de ellos los soldados y vieron aparecer a Sara y Esther sonriendo y charlando
animadamente.
- ¿Qué os ha pasado! ¡es tardísimo! – gritó Jesús abrazando a Sara que lo separó
ligeramente en un intento de disimular, pero el chico la atrajo de nuevo contento
sin reparar en nada más - ¿estáis bien?
- Las carreteras están horribles con las lluvias – dijo Sara con tranquilidad
mirando hacia Esther buscando su apoyo – pero tampoco es tan tarde ¿no?
- Bueno…. estábamos preocupados, creímos que… en fin… que estaba previsto
que llegaseis antes – se excusó Germán.
- Nos detuvimos en Nairobi más de la cuenta – le dijo la enfermera y sonriendo
señaló a Sara – y esta que parece un choto, ¡hemos tenido que pararnos al menos
cuatro veces por el camino!
- La culpa es de éste – señaló Sara a Jesús - ¿qué me diste para que se me pasara
la gastroenteritis? – lo miró acusadora pero sus ojos bailaban pidiéndole ayuda.
- Un brebaje que me enseñó Germán de la medicina Yoruba – sonrió feliz al ver
que estaban bien – pero olvidé los efectos secundarios y….
- Pues hablando de eso, yo me voy corriendo al baño – lo interrumpió Sara
cumpliendo lo que había dicho y saliendo a la carrera.
- ¡Espera! – gritó Jesús corriendo tras ella.

Germán miró a Esther y sonrió.

- Vaya dos – ladeó la cabeza esbozando una sonrisa - ¡Ay! niña.


- En serio estabais ya preocupados – dijo mirando el reloj – no es tan tarde.
- Lo sé pero... en fin – la abrazó y se separó de ella – como la cosa está come está.
- Hemos hecho un viaje muy tranquilo y hasta nos ha dado tempo de dejar a los
niños en el orfanato.
- Eso no era lo planificado – frunció e ceño.
- Íbamos bien de tiempo y así mañana no hay que…
- ¡Joder1, ya sabía yo que el retraso era por algo – gruñó – seguro que ha sido idea
tuya.
- Pues sí – sonrió sin negarlo – quería tener mañana el día libre.
- Ya… - dijo comprendiendo sus razones y ante la extrañeza de la enfermera que
se esperaba una bronca sonrió - anda, ve a la cabaña que hay alguien que estaba
más preocupada que todos nosotros.
- ¡Maca! ¿por qué no estaba aquí con vosotros?
- Bueno… le dije que descansara.
- ¿Por qué! ¿no se encentra bien?
- Sí – la miró con seriedad – anda entra a verla.
- ¿Qué le pasa?
- Nada, niña, ¿qué quieres que pase?
- Vale – lo miró sin creerle – tengo que hablar contigo – le dijo señalándolo con el
dedo, cuando ya se alejaba.
- Estaré en mi despacho – elevó la voz para que lo escuchara.
- Ahora nos vemos – gritó apretando el paso camino de la cabaña estaba desando
ver a Maca, abrazarla y besarla con toda su alma, ¡la había echado muchísimo de
menos!

La enfermera subió los escalones de dos en dos y abrió la puerta de sopetón, viendo a
Maca junto a la ventana con las gafas puestas y leyendo, tan tranquila, ¡y Germán decía
que estaba preocupada!
- ¡Ya estoy aquí! – exclamó entrando con una sonrisa que alegraba su rostro.
Maca levantó la vista y su rostro se iluminó, ¡Esther estaba allí, mirándola
burlona, con su vestimenta llena de polvo rojo del camino, el pelo alborotado y
más bella que nunca! o eso le pareció a ella.
- ¡Mi niña! – respondió contenta soltando la revista en la cama, mostrando su
sorpresa.
- Creí que saldrías a recibirme – le dijo con ojos bailones mofándose de ella desde
la puerta - ¿No has oído los camiones?
- No – negó con la cabeza, apretado los labios en un gesto de culpabilidad –
estaba…. leyendo – se excusó sin decirle la verdad, que estaba tan ensimismada
pensando en ella, en su tardanza, en las palabras que escogería para hablar con
ella, en cómo y cuando se atrevería a hacerlo.
- ¿Tan interesante es? – le preguntó burlona señalando la revista.
- No – respondió con ese aire entre culpable y triste que despertó las alertas en la
enfermera.
- ¿Qué te pasa?
- Nada – sonrió – ¿no piensas darme un beso?
- Claro – dijo acercándose y besándola con pasión.

Maca correspondió pero Esther volvió a notar que le ocurría algo, le daba la sensación
de estar desesperada, y esa impresión se acrecentó aún más cuando sus brazos la
aferraron y la estrechó contra ella con fuerza.

- Dios, ¡que ganas tenía de verte! – la rodeó con sus brazos aún más fuerte - ¿Qué
tal el viaje? – le preguntó la pediatra separándose de ella.
- Bien - respondió esquiva sin quitarle ojo - y a ti ¿qué te ha pasado?
- Nada – volvió a sonreír.
- ¿Te has peleado con Germán? – aventuró imaginando que al estar todo un día
juntos podían haber vuelto a sus antiguas broncas.
- No.
- Pues a ti te pasa algo – dijo convencida - ¿seguro que no has discutido con él?
- Que no, ¡si hasta me ha invitado a comer en la ciudad!
- Ya... – la miró frunciendo el ceño, pensativa - entonces… ¿por qué estás... triste?
- No estoy triste – era increíble como Esther la conocía – solo te he echado mucho
de menos y me he alegrado al verte volver, ¡habéis tardado tanto!
- ¡Para que veas que no debes hacer caso de esos presentimientos tuyos! Todo ha
ido muy bien y aquí me tienes sana y salva – rió abriendo los brazos.
- Tienes razón – volvió a apretar los labios – ven aquí – dijo abrazándose de
nuevo a ella y besándola con intensidad intentando controlar la congoja que
sentía, sin éxito porque se le saltaron las lágrimas.
- ¡Maca!… ¡eh!... ¡cariño! … pero ¡serás boba! – la acarició con suavidad.
- Es que te quiero, Esther, ¡te quiero muchísimo! y… me he dado cuenta que no
soporto estar separada de ti… ¡te he echado mucho de menos! – habló con
precipitación, nerviosa, como si necesitase decirlo todo de corrido o sería
incapaz de hacerlo.

Esther se quedó mirándola, la extrañeza dejó paso a la satisfacción y sus ojos reflejaron
el inmenso amor que sentía por ella.
- Si llego a saber que privarte de mi maravillosa presencia – habló con retintín y
un tono irónico que siempre divertía a la pediatra – durante unas horas te
produce este efecto... ¡lo hago antes! - bromeó intentando animarla.
- No quiero que te separes de mí nunca – confesó con seriedad - ¡nunca!
- En Madrid eso va a ser un poco difícil – torció la boca en una mueca de
circunstancias mientras su ojos manifestaban lo que le divertía ver a Maca
rendida por fin a ella y lo que era mucho mejor, abriendo su corazón sin tapujos
ni medias palabras.
- Pues… tendremos que hacer algo para que no lo sea – le dijo con rotundidad –
quiero que aprovechemos todo el tiempo que podamos, quiero que vivamos
juntas y que…
- Bueno…, bueno – la miró comenzando a sentir un pellizco de preocupación por
su vehemencia casi agónica – no pienses ahora en eso, mejor poco a poco – le
sonrió cogiéndola de las manos pero Maca se zafó y se frotó los ojos - ¡eh! ¡mi
amor! y esta carita de pena – le dijo besándola al ver que se le humedecía los
ojos de nuevo - no llores, que si te digo que poco a poco es porque soy
consciente de que no te va a resultar tan fácil arreglarlo todo.
- No es por eso – se excusó – es… de alegría de verte. ¡Ha sido horrible esperar
sin saber qué os había ocurrido!
- Pero vamos a ver ¿Quién te ha metido en la cabeza eso de que podía haber
pasado algo? ni siquiera nos hemos retrasado tres horas y eso aquí es normal, y
más en un viaje tan largo.
- Ya pero Germán….
- ¿Ves? – la interrumpió frunciendo e ceño – eso es precisamente lo que no me
gusta de Germán que saca las cosas de quicio a las primera de cambio,
- Eso no es así, Germán…
- ¿Ahora vas a defenderlo? – le preguntó airada - ¡si lo conoceré yo! ¡odio a la
gente que se pone en lo peor sin saber nada! y más a los que le meten el miedo
en el cuerpo a otros – sonrió agachándose y rozando sus labios - seguro que es
eso lo que te pasa ¿a que sí! ¡Germán te ha asustado!
- Que no, que Germán no me ha dicho nada, si hasta bromeaba con tu tardanza.
- ¿Seguro que no tiene que ver con Germán? – Maca volvió a negar con la cabeza
pero sus ojos le decían lo contrario - Ya… - sonrió incorporándose, paseó los
dedos por su mejilla en una caricia llena de ternura y cariño, la pediatra levantó
su mano y la apoyó en la de Esther que permanecía acariciándola, la enfermera
sintió sus dedos y notó que aquel contacto le abría un mundo lleno de amor,
juguetearon con la mano un instante luego se agachó y le dio un fugaz beso en
los labios – voy a ducharme y si quieres antes de cenar nos damos una vuelta, un
paseo al río, a ver si así te animas que no te puedo dejar sola.
- ¿No estás cansada?
- No – sonrió – ¡estaba deseando llegar y verte!
- Me apetece, quiero ir al sitio aquel en que se ven las montañas, y el río abajo y
los hipopótamos.
- Hecho deja que me duche y le pido el jeep a Germán.
- Princesa – la frenó cuando estaba a punto de salir.
- ¿Sí?
- Te… te… - Esther sonrió sería posible que le fuera a decir que la amaba – te he
echado mucho de menos, ¡mucho! – repitió.
- ¡Qué tontita estamos hoy! – rió alegre saliendo con rapidez y con la sensación de
que Maca le había mentido y sí que había ocurrido algo. Tendría que preguntarle
a Germán porque estaba segura de que Maca no se lo diría.

Maca permaneció con sus ojos fijos en aquella puerta, luchando por no derramar más
lágrimas pero Esther tenía razón, se sentía triste y ahora también apesadumbrada. Había
pasado horas calibrando si decirle algo o no de las pruebas, pero una frase la martilleaba
con insistencia “¡odio a la gente que se pone en lo peor sin saber nada! y más a los que
le meten el miedo en el cuerpo a otros”, no dejaba de ver a Esther repitiéndola y al final
había decidido no contarle nada. La enfermera tenía razón, era absurdo preocuparse sin
tener todas las pruebas, pero debía disimular mejor, porque Ester era capaz de leer en el
fondo de su corazón, de notar cuando estaba triste y cuando no y si seguía
comportándose de la forma en que lo había hecho, Esther iba a comenzar a sospechar
que le ocultaba algo.

Sonrió pensando en ella, el solo hecho de verla entrar en la cabaña la había hecho
olvidarse de todo, le había hecho experimentar una sensación de profundo alivio y de
que nada iba a ir mal, si ella estaba a su lado, nada podía ir mal. Lo tenía todo decidido
esperaría a llegar a Madrid, a fin de cuentas, en unos días estaría allí y Cruz sabría lo
que hacer, entonces hablaría con ella.

“Esther, Esther…” murmuró pensativa. No quería verla sufrir, no quería hacerle daño y
no quería preocuparla. Desde que entró por la puerta se sentía más alegre. Sí, era
increíble como su sonrisa era el bálsamo perfecto para su tristeza, como su mano
acariciándola y su mirada penetrante, leyendo su alma, eran capaces de llenar el vacío
que la acompañaba, de hacer que no se sintiese tan sola como en su ausencia. Deseaba
con todas sus fuerzas estar siempre a su lado, deseaba apoyarse en ella, contarle todo y
beber de sus ánimos y fuerzas, pero eso era muy egoísta por su parte. Sabía que si se lo
contaba Esther se desviviría por ayudarla, por darle fuerzas, por espantar su miedo.
Sabía que iba a luchar como ya había hecho esos días pero, no se merecía eso. Se
merecía ser feliz, se merecía disfrutar de esos días que les quedaban allí sin
preocupaciones. Tenía que ser fuerte por sí misma, tenía que superar sus miedos sola y
tenía que hacer feliz a Esther, aunque solo fuera para devolverle una mínima parte de lo
que ella le había dado.

Estaba decidida, los días que les quedaban allí quería disfrutarlos intensamente,
compartirlos con ella y convertirlos en algo inolvidable. Ya tendría tiempo de
preocuparse y de pensar en todo cuando estuvieran en Madrid, iba a ser duro, más duro
de lo que habían imaginado. Pero si de algo estaba segura era de que no quería dejarla
nunca, de que no quería desilusionarla, y de que le iba a ser fiel toda la vida, porque la
amaba con toda su alma, siempre la había amado tanto que le dolían esos años separada
de ella, le dolían todas esas horas perdidas, y mucho más después de ver esos
resultados. Estaba echa un lío, no sabía qué hacer, ni como hacerlo, solo sabía que
amaba a Esther y que no iba a dejar que nada le impidiera disfrutar de ese amor
mientras le fuera posible. “No seas egoísta”, se repetía internamente, “no seas egoísta”,
“piensa en ella”, “piensa en ella”.

- Sí, voy a pensar en ti y en lo que es mejor para ti, mi amor – musitó clavando los
ojos en la lejanía, deseando verla aparecer cuanto antes – me va a ser difícil,
porque no sé mentirte – murmuró ensimismada en sus cavilaciones – pero voy a
pensar en ti.

* * *

Esther entró en el despacho de Germán a toda prisa, ni siquiera había pasado por la
ducha. Tenía la sensación de que Maca estaba rarísima y necesitaba saber el motivo,
porque los intentos de la pediatra de convencerla de lo contrario no habían servido de
nada, algo en su interior la impelía a preocuparse, segura de que, en su ausencia, a la
pediatra la había ocurrido alguna cosa que la tenía alterada.

- Germán… - dijo plantándose ante él.


- Un segundo Esther – levantó la mano indicándole que se sentara, mientras él
terminaba de teclear en el ordenador. La enfermera aguardó pacientemente
conocedora de lo poco que le gustaba que lo interrumpieran cuando, como él
mismo decía, estaba “inspirado” rellenando informes – ya está, tenía que
terminar este informe, ¡el último del día! – le sonrió ladeando la cabeza en un
gestó cómico buscando su connivencia, pero Esther permaneció circunspecta sin
mostrar interés en el tema - Dime, ¿qué es eso que querías hablar conmigo?
- Es de Maca – respondió manteniéndose seria.

Su amigo se recostó en el asiento y la miró expectante, no esperaba que Maca hubiese


seguido su consejo y le hubiese contado todo a Esther, pero así debía ser porque la
enfermera parecía no estar para bromas.

- ¿Qué pasa con ella? – preguntó esbozando una sonrisa disponiéndose a


tranquilizarla.
- ¿Tú sabes si le ocurre algo? – lo miró anhelante, manifestando abiertamente su
preocupación en el tono y el gesto.
- Eh… algo como qué – inquirió a su vez esquivando la respuesta, no quería
mentirle pero tampoco podía decirle la verdad, si Maca no lo había hecho.
- No sé… ¿habéis discutido? – aventuró segura de que podían ir por ahí los tiros.
- No, bueno ya nos conoces… - enarcó las cejas con culpabilidad – algo sí, pero
nada serio, pequeñas… desavenencias – sonrió de nuevo quitándole importancia.
- Pues… yo la veo rara y…. triste – le dijo esperando que él le revelase el motivo
de la discusión pero Germán no dijo nada más - ¿por qué os habéis peleado
ahora? – terminó por preguntar.
- Por nada… tonterías – eludió de nuevo responder.
- No pueden ser tonterías si Maca está así …
- No sé como está pero yo no tengo la culpa – se defendió con rapidez y un tono
amable y sincero.
- Pero… yo la veo… como… abatida y… sensible.
- Ya sabes como es, se ha quedado sola y habrá estado dándole vueltas a la cabeza
pensando en el regreso, en su trabajo... o quizás es que has logrado tu objetivo
y… le cuesta marcharse de aquí – comentó dándole opciones e intentando
quitarle importancia – pero mientras hemos estado fuera yo no la he visto
especialmente rara – recalcó la palabra intentado bromear.
- Si tú lo dices – lo miró fijamente haciéndole ver que no estaba conforme pero
que no podía hacer otra cosa que aceptar la explicación de su amigo.
- No te preocupes, tendrá un mal día, te ha echado de menos.
- Eso me ha dicho – suspiró y se decidió a cambiar de tema - ¿sabes? he visto a
Nancy en Nairobi.
- ¿En Nairobi? – la miró con curiosidad - y… ¿qué hacía allí? – terminó por
preguntar con interés.
- Mañana se marcha con Annie a Murchison, van a establecer un campamento
para observar los gorilas y necesitaba recoger un equipo que les faltaba.
- A ver cuando ponen vuelos regulares a Kampala o Entebbe – suspiró cansado.
- Desde luego, dos por semana es una mierda – estuvo de acuerdo Esther.
- ¿Y qué? ¿cómo está?
- Bien... ¡muy bien! – sonrió divertida al ver el interés que manifestaba en ella
eh… Yo quería preguntarte una cosa.
- Dime.
- Nancy me ha dicho que si mañana estamos en Kampala a las nueve de la
mañana… ¡podemos ir con ellas y ver los gorilas de montaña! – exclamó con
ilusión - ¿qué te parece? hemos dejado a los niños en el orfanato y solo hay que
trasladar a tres al campamento pero… he pensado que Sara o tú… vamos que
si… ¿podríais hacernos el favor! a la vuelta me paro allí y firmo todo lo que
haya que firmar – habló con precipitación demostrándole que lo tenía todo
pensado – me gustaría que Maca pudiera verlos.
- Pero Esther… ¡eso es un palizón! os vais en cinco días – protestó frunciendo el
ceño sin convencimiento.
- Lo sé y eso es lo que le dije pero… no dejo de pensar en lo rara que he visto a
Maca y… he pensado que quizás así se anime, ¡está deseando verlos! – exclamó
– a menos que… sea… vamos que… ¿no quieres hacernos ese favor?
- No es eso, es que… no creo que sea buena idea – negó con la cabeza frunciendo
el ceño – es muy precipitado.
- Pero... Nancy dice que solo necesitamos tres días a lo sumo cuatro y…
estaremos aquí a tiempo para marcharnos…
- Puede ser que sí, pero Esther… ¿no te paras a pensar en Maca? aún está
convaleciente. No puedes tenerla de aquí para allá, debe descansar.
- Maca ya está bien. No necesita tanto descanso, ¡mira como se pone cada vez que
se queda aquí descansando! – reprochó haciendo hincapié en el “descansando” –
necesita divertirse y distraerse, tú mismo lo dijiste.
- Maca no está en condiciones físicas para un viaje de ese tipo y menos para subir
andando en busca de una familia de gorilas. Y sí, yo te dije que la sacaras por
ahí, pero una cosa es una vista a la ciudad o al valle o a cualquiera de los lugares
que la llevas y otra muy diferente lo que propones. ¿Ya no recuerdas cómo lo
pasaste cuando fuiste tú! es una experiencia maravillosa pero Wilson…. – se
detuvo enarcando las cejas en un gesto de que lo comprendiera pero Esther solo
lo miró contrariada - la silla no será fácil de manejar por esos senderos y es
peligro.
- Nancy dice que no es problema que Maca no pueda andar, tiene contratados
porteadores para el equipo y me ha asegurado que en el hotel de Murchison
podemos contratar un par más.
- ¿Y crees que Wilson va a estar cómoda cargada en parihuelas?
- Bueno… será cansado pero…. ¡le va a encantar verlos! sé que le hace ilusión me
lo ha dicho varias veces y….
- Y no está en plena forma, Esther – elevó la voz mostrándose ligeramente
molesto, no podía explicarle sus razones, pero si los problemas cardiacos que
Maca arrastraba se debían a algún tumor oculto, podía ser muy peligroso estar en
mitad de la selva, sin ningún tipo de recurso y que sufriera alguno de los ataques
que ya le había visto tener. Esther lo miró extrañada por su vehemencia y él
reculó hablando con más calma - aún está débil, debe tener cuidado y no
cansarse en estos días, tú mejor que nadie sabes que el viaje hasta Nairobi será
largo y pesado y haber estado de safari los días anteriores no le va a ayudar en
nada para aguantarlo – intentó convencerla.
- Lo aguantará perfectamente. Tú no la has visto estos días ¡parece otra! tiene
ganas de todo, come bien y… no está en tan mala forma como crees – sonrió con
picardía insistiendo. No quería que Germán le chafase sus planes y no entendía a
que venía ahora tanta preocupación cuando ya la había dejado hacer muchas
cosas.
- Niña ten cabeza – le pidió con seriedad barajando la opción de hablarle
veladamente de los últimos resultados - aunque Maca aparente estar bien, ha
salido de algo muy serio y esa es una excursión agotadora para cualquiera.
- También es agotador trabajar en el campo y se lo has permitido.
- Pero Esther…. Estás hablando de perderte días en mitad de la selva... sin... sin
nada… sin un médico cerca.
- No voy a ceder, Germán – se negó en redondo – le preguntamos a ella y si dice
que sí, ¡iremos!

Germán suspiró aparentemente derrotado, se levantó y se situó a su lado, apoyó su


mano en el hombro de la enfermera y se dispuso a convencerla. Si por él fuera Maca se
marcharía inmediatamente a Madrid, donde pudieran hacerle un examen exhaustivo.

- Wilson te va a decir que sí, que quiere ir.


- Puede decirme que no – lo miró desafiante – yo no la obligo a nada – se
defendió.
- Esther… ¡despierta! - protestó impaciente – Wilson si se lo propones tú dirá que
sí, tenga o no ganas, pero yo soy su médico y… creo que debe ser prudente y no
ir – le dijo visiblemente molesto y luego, habló más suave en un intento de
hacerse comprender y que cediera - Imagina que le ocurre algo.
- A cualquiera puede ocurrirnos, no solo a ella. Es más, antes puede ocurrirme a
mí que a ella que no irá andando.
- Me refiero a algo serio, Esther – le puso una mano en el hombro y la miró
circunspecto – como… como… uno de esos ataques o taquicardias… que… que
le daban... imagina que…
- Pero… ¿por qué tiene que pasarle nada? hace días que no le duele el pecho, ni la
cabeza, no te entiendo – negó con la cabeza frunciendo el ceño - parece que te
cuesta reconocer que Cruz y Vero tenían razón y Maca tenía un cuadro de estrés
y aquí… descansando… se ha recuperado.
- No se trata de si estoy o no equivocado, se trata de que Wilson estuvo en coma
hace poco más de un mes, que aquí hay muy pocos medios y que si se mete en
mitad de la selva… y ocurre cualquier cosa…
- ¡Qué perra con que le va a pasar algo! ¡eres un agorero! ¡joder! que parece que
te molesta que me la lleve por ahí y se divierta – explotó sin entender a qué
venía tanta insistencia en que no hicieran esa excursión.
- No es eso y lo sabes – respondió molesto, se dirigió a la puerta y la abrió – muy
bien, ve a ducharte. Luego hablamos con ella.
- Germán… - lo llamó más suave al ver que pretendía zanjar ahí la conversación,
se había pasado con él.
- Cuando te pones así eres imposible, yo solo quiero que esté bien para el viaje de
vuelta y tú deberías querer lo mismo.

Esther se levantó, fue tras él y posó su mano en el antebrazo del médico, mirándolo
entre mohína y desilusionada.

- No te enfades. No quiero hacer nada que a ti no te parezca bien y… si crees que


no debemos ir… pues - se calló con un profundo suspiro, sin querer decirle que
no irían, porque si que estaba empeñada en ir, solo quería convencerlo de que no
era una mala idea y de que a Maca podía sentarle muy bien esos tres o cuatro
días visitando el Parque Nacional - creo que estás exagerando, Germán. Tú
mismo me dijiste que estaba casi bien, que las analíticas últimas estaban bien ¿o
me has mentido? – lo encaró directamente, de pronto su mente ató cabos y pensó
en el comportamiento de Maca y en la tozudez de Germán con que no hicieran
ese viaje, algo se le escapaba, no era normal que al médico le hubiera parecido
una excelente idea que se la llevase a Gabón a cientos de kilómetros de allí para
volver al día siguiente, y no la dejara ir a un Parque que estaba a escasas cinco
horas de allí.
- No te mentí, sus índices mostraban una recuperación muy satisfactoria, pero
sabes que aquí solo puedo mirar lo más básico – se excusó – además, eso no
quiere decir que esté físicamente bien para subir allí. Sigue teniendo algo de
anemia y…
- No voy a discutir más, Germán – le dijo en voz baja y con cierto aire de tristeza
– me gustaría que estuviese de acuerdo.
- Ni yo, ve a ducharte y te espero en la cabaña. Tienes razón, que Wilson decida
lo que desea hacer – admitió seguro de que Maca tendría la cordura suficiente
para saber que era una locura aventurarse en una excursión de ese tipo en sus
condiciones.
- Ah, no, no – lo sujetó por el brazo – a Maca se lo cuento yo primero, ¡qué te
conozco!
- No pensaba decirle nada del tema, solo quería ver si le ocurre algo, ¿no dices
que está rara?
- No vayas a intentar convencerla de que no vayamos a mis espaldas – lo
amenazó.
- No voy a convencerla de nada a tus espaldas – sonrió negando con la cabeza
mostrándose ofendido – pero en cuanto se lo propongas, le daré mi opinión.
- Muy bien… - aceptó de mala gana – allí nos vemos – le dijo saliendo disparada
hacia las duchas.

Germán cerró el despacho y se marchó en busca de Maca, tenía que hacerla entrar en
razón antes de que llegara Esther, a pesar de lo que le había prometido a la enfermera.
La salud de Maca estaba por encima de cualquier otra cosa.

* * *

Maca permanecía en la cabaña, sentada en su silla y paseando con ella de un lado a otro
recogiendo todo lo que estaba por medio. Desde que Esther saliera se había cambiado
de ropa y se había apresurado en hacer la cama. No quería que Esther volviese de la
ducha y se detuviese a ordenar todo, como solía hacer, porque estaba deseando salir con
ella, ir al río, respirar aquel aroma salvaje de la naturaleza y que el aire llenara sus
pulmones. Necesitaba salir de allí, de aquellas cuatro paredes que cuando las compartía
con ella le parecían maravillosas pero cuando Esther no estaba se le caían encima.
Estaba intentado colocar en el armario las toallas limpias que les había llevado Margot y
doblar la ropa que se había quitado para colocarla en la cesta que recogerían por la
mañana cuando la puerta principal se abrió, pero estaba tan absorta en sus quehaceres
que no oyó entrar a Germán.

- Vaya Wilson ¡qué hacendosa! – exclamó burlón observando sus movimientos –


no te imaginaba en …
- ¿Nunca vas a llamar a la puerta? – preguntó molesta llevándose la mano al
pecho - ¡me has asustado!
- Lo siento – se disculpó – intentaré recordarlo para la próxima vez.
- ¿Qué quieres? – le preguntó dándole la espalda y terminando de colocar la ropa.
- Ver qué tal te encuentras – le dijo cambiando el tono de broma por otro más
serio – Esther está convencida de que te ocurre algo.
- Ya le he dicho que no era así – respondió situándose frente a él.
- Pero sí lo es, y vas a tener que…
- Disimular mejor, ya lo sé – volvió a interrumpirlo.
- Esa rabia que estás empezando a sentir, antes o después te va a salir con ella, y
es mejor que hables y no te lo guardes, cuéntale lo de los resultados – le
recomendó sentándose en el borde de la cama, temiendo su reacción.
- Ya te dije que he tomado una decisión y que no voy a hacerlo hasta no estar
segura de lo que decirle – respondió extrañada de verlo acomodarse - ¿de qué
sirve preocuparla?
- No sirve de nada, tienes razón, pero …
- Pero se acabó el tema – intentó zanjarlo con convicción – soy capaz de aguantar
sola esta incertidumbre.
- No lo dudo, pero por eso mismo deberías hablar con ella. No hay nada seguro,
pero… hasta que lo haya… deberías cuidarte y… si ella no lo sabe…
- Tranquilo que no voy a hacer ninguna tontería – le dijo adivinando lo que él
temía - Estos días me dedicaré a descansar, a pasear con Esther, y si me dejas…
a echaros una mano con los niños, me gusta estar con ellos - reconoció y él le
sonrió comprensivo - pero con tranquilidad, sin estar horas al sol, ni….
- Wilson… yo… - se calló al escuchar ruido en el exterior.

La puerta se abrió de golpe y Esther entró con una enorme sonrisa.

- ¡Ya estoy aquí, cariño! – exclamó percatándose inmediatamente de la presencia


de su amigo - ¡Germán! – lo miró frunciendo el ceño al ver a los dos con aquel
aire de seriedad sentados uno frente al otro, el médico en el borde de la cama y
Maca en su silla - ¡no me lo puedo creer! ¿ya se lo has contado? – lo encaró
enfadada.
- No le he contado nada – se defendió.
- ¿Qué tiene que contarme? – preguntó Maca perpleja sin entender de qué
hablaban.
- Maca quiero proponerte una cosa – comenzó Esther mirando enfurruñada a
Germán temiendo que se opusiera radicalmente.
- ¿Qué cosa? – sonrió mirando a uno y a otro - ¿qué os pasa?
- Nada – respondió Germán – aquí la niña que ha vuelto algo alterada del viaje
y… la ha tomado conmigo – le guiñó un ojo con complicidad.
- ¿Esther contigo? – sonrió sin dar crédito - pero si…
- Maca – los cortó Esther sin ganas de bromas - ¿qué te parece si mañana nos
vamos al Parque Murchison para ver los gorilas como querías?
- ¿Hablas en serio? ¿mañana? – preguntó abriendo los ojos de par en par
ilusionada, e inmediatamente vio la cara con que Germán la observaba, ahora
entendía lo que había ido a decirle y no se había atrevido, ahora entendía esas
veladas insinuaciones a las consecuencias de que Esther desconociera lo que
podían esconder esos resultados, si lo que se temían era cierto, ella debía tener
cuidado – pero ¿nos dará tiempo? – la miró contenta demostrando la ilusión que
le hacía pero a un tiempo buscando excusas para negarse a ir, miró a Germán,
que permanecía callado, intentando adivinar qué opinaba, a fin de cuentas ella se
sentía bien, había estado trabajando, por no hablar de sus noches con Esther en
las que se había sentido mejor que nunca - ¿crees que nos dará? nos marchamos
en unos días y... ¿qué opinas? – le preguntó directamente a Germán, él apretó los
labios enarcó las cejas y se encogió de hombros, como si considerase que ellas
verían lo que hacían, pero guardó silencio.
- Sí, por eso no te preocupes – le explicó Esther - he hablado con Nancy y si
queremos mañana quedamos con ellas en Kampala y nos enseñan el parque y
subimos a la montaña para verlos. Dice que en un par de día o tres podemos
estar de vuelta – le dijo con su mejor sonrisa, Maca se olvidó de las pegas que
podía ponerle, esa sonrisa la dejaba embobada, tenía el poder de embrujarla y de
lograr que su capacidad de negarse fuese nula - ¿Quieres ir? – insito al ver que
se quedaba absorta con sus ojos clavados en ella y aquel gesto de niña pequeña
ilusionada pero temerosa de no poder hacer aquello que deseaba - ¡Maca!
¿quieres o no? – rió abiertamente al verla tan impactada.
- ¡Claro que quiero! – exclamó al ver que Germán no se negaba, deseaba hacerlo
y además quizás fuese la única ocasión que tendría en su vida para ello.
- ¿Qué me acabas de prometer hace un momento? – habló por primera vez
Germán mirándola seriamente.
- Eh… claro… si… es cierto… no voy a poder echarte una mano en el trabajo –
sonrió con dulzura, intentando decirle que no fuese a decir nada delante de
Esther.
- Wilson…
- Germán, ¡quiero ir! Quizás nunca se me presentará otra ocasión como ésta para
ver esos gorilas y estoy deseando ir y por mí no te preocupes, ya te he dicho que
me siento bien – habló con vehemencia y Germán asintió, entendiendo lo que
quería decirle. Resignado a dejarlas hacer lo que querían.
- ¿Qué te dije? – le preguntó Esther con suficiencia a su amigo y luego miró a
Maca – la excursión es dura y… si crees que aún no estás suficientemente fuerte
para algo así, podemos ir en otra ocasión… en... vacaciones, como ya hablamos
– le propuso con la intención de que su amigo comprobara que a ella también le
importaba la salud de Maca, pero que como tantas veces le había recomendado
era Maca la que debía decidir.
- ¿Estás de broma! os digo que estoy perfectamente, me siento muy bien y me
encantará ir. Germán… ¿te vienes con nosotras? – preguntó de pronto.
Esther la miró sorprendida de que se lo ofreciera, ¿cómo se le ocurría invitar a Germán!
estaría tras ellas todo el día diciéndoles lo que Maca no debía hacer. Germán también
clavó sus ojos en ella igualmente extrañado.

- ¿Yo? – preguntó incrédulo.


- Sí tú – le sonrió con cierta timidez, casi suplicándole con la mirada que aceptase
- llevas días cansado, y yo también soy médico, ¿desde cuando no te tomas unos
días libres! me encantaría que nos acompañaras - habló con precipitación que
indicaba su nerviosismo ante una negativa de su amigo - así te quedas tranquilo
y ves que no hago… tonterías – le dijo con retintín intentando convencerlo.

Germán se quedó sin palabras, Maca siempre había tenido esa habilidad de dejarlo
mudo, miró a Esther sin saber qué decir, por una parte le seducía la idea y el hecho de
ver de nuevo a Nancy, era cierto que entre ambos había una atracción especial y por
otra, Wilson tenía razón, se quedaba más tranquilo si la vigilaba y estaba a su lado por
lo que pudiera pasar, pero no estaba tan seguro de que a Esther le agradase la idea.

- ¿Qué respondes? – preguntó Maca, intentando ocultar los verdaderos motivos


por los que deseaba que las acompañase, pero Germán se percató
inmediatamente de ellos, leyó la inseguridad y casi el temor en su mirada.
- No sé... yo… - balbuceó con la vista puesta en la enfermera, no le parecía mala
idea, si a fin de cuentas se iban a marchar, mejor que las acompañase, pero
Esther lo miraba con tal gesto, entre expectante y perplejo, que él imaginó que
no deseaba su presencia en aquel viaje, sin embargo al verlo nervioso, la
enferma sonrió, ese aire entre inseguro, temeroso y dubitativo había despertado
en ella una ternura especial por su amigo y recordó la cantidad de veces que se la
había llevado por ahí, que la había invitado a viajes y excursiones y a su mente
acudieron todos los buenos momentos que le había hecho pasar con sus bromas
y payasadas.
- Di que sí – le dijo aferrándose a su antebrazo y sentándose junto a él – me
encantaría que te vinieras con nosotras, podemos pasarlo muy bien y Maca tiene
razón, necesitas unos días de descanso.
- Bueno… podría intentar organizarlo pero… no sé… tendría que pedir permiso y
Oscar… - respondió barajando seriamente las opciones para aceptar.
- Te deben las vacaciones de dos años, porque pidas cuatro días no va a pasar
nada. Jesús y Sara pueden encargarse de todo – insistió Esther cada vez más
ilusionada con la idea.
- Vale, vale, voy a intentarlo – se levantó con una mirada alegre que mostraba lo
mucho que le había seducido el plan, no se lo esperaba y a pesar de los motivos
que hubiera tenido Maca para proponerlo, el hecho de que ambas quisiesen que
las acompañase lo halagó en extremo – pero Nancy no cuenta con que…
- Por Nancy no te preocupes que estará encantada de volver a verte – le guiñó un
ojo con un gesto burlón que lo hizo enrojecer, no le gustaba hablar de ello
delante de Maca y que luego le fuera con el cuento a Adela, en realidad no sabía
porqué se sentía así, estaban divorciados y ella llevaba ya casi ocho años casada
con otro pero no podía evitar sentir que la traicionaba – bueno… ¿llamas tú a
Nancy?
- Voy a darme un paseo con Maca, la llamaré a la vuelta, cuando ya tengas claro
si te vienes o no.
- Me voy, está decidido, hablaré con Jesús y lo organizaré todo con él – afirmó
convencido, dirigiéndose a la puerta.
- ¡Perfecto! – se alegró Maca que lo miró con tal agradecimiento que el médico no
pudo evitar sonreírle abiertamente negando con la cabeza “¡esta Wilson no
cambiará nunca!”, incapaz de manifestar en voz alta el miedo que sentía.
- Wilson, Wilson…. – musitó risueño – os veo en la cena – les dijo saliendo de
la cabaña.

La pediatra satisfecha se volvió hacia Esther.

- ¿Nos vamos? - le preguntó mirando el reloj.


- Sí – dijo la enfermera levantándose – vámonos ya, que a este paso no llegamos -
se inclinó y le dio un fugaz beso en los labios - porqué no vas dando la vuelta, se
me ha olvidado decirle una cosa a Germán – le dijo acariciándole la mejilla.
- De acuerdo - aceptó obedeciendo y encaminándose a la puerta trasera mientras
Esther marchaba tras su amigo.
- ¡Germán! – lo llamó corriendo tras él - ¿podemos coger el jeep pequeño? – le
preguntó alcanzándolo.
- ¿El jeep? es un poco tarde para que salgáis lejos, va a anocheceros por el camino
y quizás no sea seguro tal y como están las cosas – intentó negarse.
- Por favor – le susurró Esther temiendo que Maca apareciese de un momento a
otro – Maca quiere ir al río, a la ensenada de los hipopótamos.
- ¿Hasta allí? – se sorprendió, era un lugar apartado y solitario, y les llevaría al
menos veinte minutos llegar. Esther asintió haciéndole un mohín de súplica.
- Me lo ha pedido ella – se justificó encogiendo un hombro.
- Está bien – suspiró, entendiendo los deseos de la pediatra de imbuirse de aquella
naturaleza y despejarse un poco - cogedlo, pero ten cuidado y si ves cualquier
cosa rara os volvéis cagando leches.
- Tranquilo que ya he hablado con André y me ha dicho que está todo en calma y
controlado. No cree que en esta zona se note la ruptura de la tregua.
- Ya sé que lo peor está en el norte – ratificó – pero recuerda…
- No tengo que recordar nada porque no se me ha olvidado – cambió el semblante
y Germán se apresuró a abrazarla.
- Perdona, solo me preocupa que os llevéis un susto, pero tienes razón, André no
te dejaría salir si no lo viese claro.
- ¡Gracias! y no te preocupes tanto, he aprendido que no puedo vivir con miedo,
ni dejar de hacer lo que me apetece temiendo un nuevo asalto, aquello fue…
mala suerte.
- Sí, ¡mala suerte! – suspiró rodeándola con su brazo – corre a por el coche y no
hagas esperar a Wilson.
- ¡A la orden! – bromeó.
- ¡Esther! – la llamó cuando se alejaba.
- ¿Sí? – se detuvo girándose hacia él.
- Ten cuidado y no la tengas mucho fuera. Está cansada.
- Tranquilo, ya sé que te la llevaste a comer por ahí. Solo será un breve paseo,
para… ¡levantarle el ánimo!
- Ya se lo has levantado – le guiñó un ojo con complicidad – corre que ahí viene.
- ¡Hasta luego! – le gritó apresurándose mientras Maca se situaba en el centro del
patio y Germán la saludaba de lejos con la mano, sin detenerse, indicándole que
iba hacia el hospital.
El médico atravesó el patio a grandes zancadas. Tenía que ver a Jesús y a Sara para
pedirles que se encargaran ellos de todo, y lo peor, debía llamar a Oscar y hablar con él,
mejor dicho discutir con él, porque estaba seguro de que se negaría a darle el permiso.
Sonrió pensando en esos días, pero esa sonrisa se borró cuando pensó en Maca, estaba
claro que no se sentiría tan bien como aseguraba cuando deseaba que él la acompañase,
habría que tener cuidado con ella, porque la dureza de la excursión podía minar su
salud. Tendría que preparar un botiquín especial por lo que pudiera pasar. Suspiró de
nuevo pensando en Maca y su mala cabeza, ¡cómo se le ocurría consentir en meterse en
un viaje así!

Lo que él no podía imaginar es que ese viaje, al que tantos problemas le veía y tantos
inconvenientes le había puesto, quizás fuese el que le salvase la vida a la pediatra.

* * *

La enfermera detuvo el jeep donde lo hizo la primera vez. Habían hecho el camino en
silencio, solo interrumpido esporádicamente por ella comentándole detalles de la
excursión que harían al día siguiente. Esther seguía preocupada por el mutismo de la
pediatra, apenas le había respondido con algún monosílabo, por eso cuando la ayudó a
bajar no pudo contenerse por más tiempo y la abordó sin pensárselo.

- Maca… si no te apetece ir a Murchison… basta con que me lo digas, solo era


una idea – le espetó directamente observando sus ojos con atención, siempre
había sabido leerlos, al margen de las palabras que pronunciasen sus labios.
- ¡Claro que me apetece! – se apresuró a responder y Esther supo que no mentía -
¿por qué piensas eso? – preguntó extrañada, creía haber manifestado con total
claridad lo mucho que deseaba ir.
- Porque te veo seria y… pensativa y… Germán me ha dicho que estás cansada
y… yo… lo último que deseo es que hagas las cosas a la fuerza, solo por
agradarme, porque para mí lo único importante es…
- Para, para – la frenó sonriendo por primera vez abiertamente – que ya estás
montándote una de tus películas. Si me has visto pensativa es porque estaba
recordando el primer día que vinimos aquí - le confesó señalando con el brazo a
su alrededor con una mirada nostálgica – esto es precioso, uno de los lugares
más bellos que he visto en mi vida y… haber estado aquí … contigo… - suspiró
sin continuar, pero no hizo falta, porque Esther creyó comprender lo que le
ocurría y sonrió, satisfecha de ver que cada vez le costaba más despedirse de
todo aquello, quizás Germán tenía razón y ese halo de tristeza que emanaba
Maca no era otra cosa que el trabajo que le costaba marcharse de allí y volver a
Madrid. Sin embargo, algo le decía que no era solo eso y necesitaba saber qué
era aquello que la tenía tan apagada.
- Maca… ¿no me vas a decir qué te pasa?
- Eh… - la miró cansada de su insistencia – ya te he dicho que solo pensaba.
- Ya… pero… pareces tan… triste – la miró fijamente sentándose en aquellas
rocas en que lo hiciera la primera vez que estuvieron allí – y… yo…
- Créeme... solo recordaba la otra vez que me trajiste y… pensaba en lo mucho
que han cambiado las cosas entre nosotras en tan poco tiempo – sonrió con
dulzura.
- Bueno… si piensas que han pasado cinco años… no es poco tiempo – bromeó –
ya era hora de que tú y yo… nos dejáramos de tonterías.
- Sabes lo que quiero decir - afirmó.
- Sí, lo sé. Ese día… creí meter la pata hasta el fondo – suspiró – pero pensar en
eso ¿te entristece? – preguntó insistiendo en el tema.
- No. Hoy he conocido a Wilson – le dijo de pronto mirándola fijamente.
- Pero… ¿a Wilson? ¿a Wilson, Wilson?
- Sí – rió al verla tan extrañada.
- Pero… ¿habéis salido! quiero decir… que creía que comisteis fuera pero
¿también habéis hecho ronda?…
- Sí, ya te he dicho que me invitó a comer. Germán me ha llevado a Kampala, y
luego hemos estado en Jinja y en el campamento.
- ¡Vaya!… por lo que veo no te has aburrido. Con razón me ha dicho Germán que
estabas cansada y que no te tuviera por ahí mucho rato.
- ¿Eso te ha dicho? – preguntó frunciendo el ceño.
- Si… pero… no te enfades… solo se preocupa por ti.
- Ya lo sé – sonrió levemente mirando melancólica hacia el fondo del valle donde
el Nilo discurría perfectamente encajado – pero no debería decirte nada. No
quiero que te preocupes sin motivo y él no hace más que calentarte la cabeza.
- Maca… olvida a Germán - la cogió de la mano y se la estrechó – ¿qué te pasa a
ti? – volvió otra vez a la carga.

La pediatra la miró y entreabrió los labios, flaqueando en su decisión, a punto de decirle


que tenía los resultados, que estaba asustada y que se temía lo peor y que, por encima de
todo eso, deseaba compartir cada minuto con ella, porque Esther la conocía demasiado
bien y no iba a cejar hasta que le dijera algo convincente, pero volvió a cerrarlos en una
sonrisa socarrona, decidida a disfrutar del paseo, a disfrutar de la excursión y a disfrutar
de ella sin que nada empañase esos momentos.

- ¿Por qué insistes? ya te he dicho que no me pasa nada.


- ¿Sabes! me encanta cuando sonríes toda entera – le dijo sin dejar de mirar a sus
ojos, Maca entendió que se daba por vencida y su sonrisa se hizo mucho más
amplia enarcando una ceja en gesto divertido.
- ¿Toda entera? – recalcó incitándola a explicarse.
- Sí, como ahora, tus labios, tu cuerpo, tu expresión… pero hoy… tus ojos no lo
hacen. Y… yo me preguntó qué es lo que ha cambiado de ayer a hoy, qué es lo
que te perturba hasta el punto de que tus ojos no sean capaces de seguir al resto
de tu cuerpo en esa sonrisa.

Maca lanzó un profundo suspiro, apretó los labios y la cogió de las manos bajando los
ojos hacia ellas, acariciándoselas con ternura.

- Es que… no puedo dejar de pensar en ese niño, en Wilson, ¡es tan pequeño!..
y… ¡tan valiente!
- ¡Sí! si que lo es, pero… no te preocupes, pronto conseguiremos que este mejor.
Germán está removiendo cielo y tierra – le dijo apoyando sus dedos índice y
pulgar en su barbilla y levantándole la cara para mirarla con atención.
- No me lo ha dicho, de hecho me dijo que eras tú la que… no dejabas de …
- Bueno… todos hacemos lo que podemos…. Y tú – la señaló con el dedo – no
debes preocuparte tanto por todo.
- ¡Me gustaría ser como él! – reconoció con un nuevo suspiro.
- ¿Cómo Germán? – la miró perpleja sin dar crédito a lo que escuchaba.
- ¡No! – rió de buena gana – como Wilson.
- ¿A que te refieres?
- A… ser tan valiente como él, a… poder tener una sonrisa a cada momento a
pesar de todo.
- ¡Ay, mi niña! si que estás hoy melancólica. ¡Si es que no te puedo dejar sola! –
bromeó dándose por vencida, estaba claro que Maca no le iba a confesar lo que
la trastornaba, o quizás sí que lo había hecho y era ella la que no creía que eso
que le contaba pudiera afectarla hasta ese punto. Pensó en Germán y en sus
palabras “te paciencia, Wilson necesita tiempo para adaptarse a todo esto”, sí,
sonrió, estaba siendo una exagera, y quizás Maca solo estaba abrumada por toda
la miseria de los barrios chabolistas.
- Tienes razón, ¡fuera penas! – exclamó al verla ensimismada - Tengo ganas de
reír contigo, de charlar contigo, de cenar contigo, de… - confesó animosa - ...
de… de…
- Maca…
- De estar contigo, de… compartir mi vida contigo… ¡para siempre! – sonrió, ante
la expresión cada vez más azorada de la enfermera que no se esperaba esa
precipitada confesión.
- Maca… - musitó entre dientes esbozando una sonrisa de satisfacción al tiempo
que sus ojos expresaban su devoción por ella, su inmenso amor.

La pediatra desvió la vista y mirando hacia la inmensidad de aquel paisaje colocó las
manos en forma de bocina y gritó con todas sus fuerzas.

- ¡Estheeerrrrr! – inmediatamente el eco devolvió su nombre y Esther lanzó una


carcajada que también devolvió el eco - ¡Estherrrrrr! – repitió clavando sus ojos
en ella.
- ¡Te quieroooo! – gritó la enfermera imitándola, sin poder apartar la vista de
aquellos ojos que la envolvían y la hacían sentirse en una nube.
- ¡Estheeeerrrr! – repitió Maca mirándola picarona.
- ¡Te amooooo! – lanzó al viento devolviéndole la mirada.

Las dos soltaron una carcajada y permanecieron fundidas en una mirada intensa, con los
labios esbozando dos sonrisas traviesas y sus manos buscándose hasta entrelazarse y
acariciarse con ternura y complicidad.

- Me encantan estos sitios con eco, siempre tengo la sensación de estar menos sola
y, siempre me ha gustado gritarle al viento – le confesó la pediatra, por primera
vez en su vida.
- Nunca lo hicimos – comentó pensando en los momentos compartidos antaño, ni
siquiera cuando iban a la casa de la sierra Maca había buscado un lugar donde
pudieran hacerlo.
- No – clavó sus profundos ojos en ella y susurró – no lo hicimos, pero… nunca es
tarde y… ¡lo hacemos ahora! – la miró con tal intensidad que Esther se
estremeció, Maca parecía querer decirle algo, transmitirle algo que ella era
incapaz de comprender - vamos a tener que empezar a hacer todo eso que no
hicimos – apretó los labios y enarcó una ceja.
- ¿Cómo qué? – preguntó insinuante.
- Como gritarle al viento – sonrió socarrona – así cuando vuelvas aquí sin mí, si
alguna vez me echas de menos, podrás gritarle al viento y yo te responderé.
- ¿Qué responderás?
- Eso que tanto quieres escuchar – le dijo con una extraña convicción y una
sombra que oscureció sus ojos - cuando vengas sola él responderá por mí.

Esther la miró extrañada del comentario. ¿Volver allí sin ella? ¿por qué pensaba Maca
en eso? ¿acaso no creía en que la decisión de marcharse a Madrid era firme y definitiva?
si era así tendría que demostrarle que no pensaba hacerlo, que jamás entraría en sus
planes abandonarla, como ya hiciera una vez y se prometió así misma que si volvía a
África siempre sería junto a ella.

- No voy a volver aquí sin ti – aseguró cogiéndola de las manos - ¡nunca!


- Sí que lo harás – afirmó con una sonrisa tímida - ¡claro que lo harás! – exclamó
más segura, ante la perplejidad de la enfermera que frunció el ceño, intentando
adivinar porqué le decía aquello y con tanta seguridad. Maca comprendió que
había metido la pata y se apresuró a arreglarlo - tendrás que venir a por más
niños ¿no? Y yo tengo trabajo y no podré venir siempre, entiéndelo Esther,
dirigir la clínica no me permite estar viniendo aquí cada dos por tres o volando a
cualquier otro lugar. Además, confío en mi mejor enfermera para que todo vaya
como debe ir.
- ¡Explotadora! – la acusó burlona comprendiendo que Maca ya estaba pensando
en todo lo que las esperaba en Madrid y en lo absorbente que era su trabajo – mi
jefa me tiene esclavizada, solo me quiere para …
- ¡Tonta! – la cortó respirando aliviada al ver que Esther se lo había tragado, debía
tener más cuidado o con lo lista que era la enfermera terminará por atar cabos y
descubrir lo que le escondía - ¡ya quisiera yo poder venirme contigo siempre!
- ¡Te amo! – gritó Esther de nuevo, saltando de la piedra y subiéndose en ella,
contenta. El eco, fiel, le devolvió con creces su “te amo”, “amo”, “amo” - ¿qué
me has dicho? – preguntó burlona poniendo su mano a modo de antena en su
oreja mirando a Maca, haciendo como que escuchaba el eco, fingiendo que era
la pediatra quien había pronunciado aquellas palabras.
- ¿Yo? nada – respondió apretando los labios con gesto inocente sin entrar en su
broma.
- Había creído escuchar algo así como que me amabas – dijo con ojos bailones y
sonrisa pícara.
- Pues has escuchado mal – sonrió con malicia – ¡y no te pongas seria!
- ¡Es que eres un caso! ¡no hay manera! – suspiró y Maca sin que se lo esperase
tiró de ella con tal fuerza que cayó sobre sus rodillas y a punto estuvo de
desequilibrar la silla.
- ¡Maca! – exclamó riendo al ver que no había ocurrido nada.
- ¿Soy un qué? – le susurró insinuante mirándola con deseo a los labios y con sus
ojos que brillaban especialmente mostrándole lo que le divertía aquel desafío.
- Un caso – respondió en igual susurro, la pediatra acortó la distancia sin dejar de
mirarla alternativamente a los ojos y a los labios – pero Maca estamos en… - no
le dio tiempo a decir nada más porque Maca se adentró en su boca con rapidez,
llena de pasión y deseo, consiguiendo que el cuerpo de la enfermera comenzara
a temblar de excitación.
- Maca… - protestó sin fuerza al separarse, ojos con ojos enfrentados en una lucha
de risas mudas. La mano de Maca comenzó a pasear por su muslo, primero por
fuera y luego por la cara interior. Esther se removió inquieta sobre ella,
dejándose arrastrar, no había nada que desease más que besarla, acariciarla,
abrazarla, sentir su deseo, sus ganas pero estaban al aire libre.
- ¡Ay, mi niña! – suspiro profundamente Maca, separándose un instante e
inmediatamente intentando besarla de nuevo pero Esther se levantó con rapidez.
- Esto está siempre solitario pero nunca se sabe – se excusó – no es prudente
Maca.
- Vale – aceptó con desgana – volvamos, estoy deseando demostrarte eso que
tanto quieres que te diga.
- ¡Ay! – suspiró risueña ladeando la cabeza y dirigiendo luego su vista al fondo
del valle. ¡Le gustaría tanto escucharlo aunque solo fuera una vez! ya sabía que
era así, se lo demostraba día a día con hechos y palabras pero no podía evitar
desear escucharlo en sus labios.

Esther se quedó mirando hacia el infinito pensativa y la sonrisa fue borrándose de su


rostro. Maca no dejaba de observarla, interpretando que se había enfadado por su
arrebato, le había prometido en muchas ocasiones que no volvería a besarla salvo en la
intimidad y siempre lo olvidaba.

- ¿Qué pasa? – le preguntó acariciándole la mano – ya sé que no debo hacer estas


cosas pero… cuando te veo ahí, frente a mí y mirándome con esa sonrisa …
¡desaparece el mundo! Y solo pienso en besarte, solo deseo que me abraces y…
- No es eso Maca – sonrió melancólica inclinando la cabeza hacia ella,
observándola de reojo un instante para volver a mirar a la lejanía y cruzarse de
brazos - ¡me encanta que me beses!
- ¡Ah! – la miró extrañada – ¿no me vas a echar la bronca?
- No – negó con la cabeza manteniendo un rictus de seriedad.
- Entonces… ¿qué pasa?
- Nada solo pensaba en esta mañana – respondió encarándola.
- ¿Esta mañana! ¿qué pasó esta mañana? – preguntó intentando recordar sin éxito,
no creía que hubiese ocurrido nada que la hiciese adoptar ese aire circunspecto,
más bien ¡todo lo contrario! aún podía notar sus manos recorriéndola, sus ojos
penetrándola y sus labios abrasándola - ¿por qué piensas en esta mañana? –
insistió al ver que no decía nada más.
- Porque me levanté contenta pensando en lo maravilloso que era despertar a tu
lado y me he pasado todo el día pensando en ello y en la suerte de haberte
encontrado de nuevo…y…
- ¡Cariño! – exclamó intentando sentarla de nuevo en sus rodillas sin éxito - ¡eh!
que yo también me he pasado el día pensando en ti, y deseando que volvieras,
¡ven aquí! – tiró otra vez de ella.
- No, Maca, espera – le pidió - al volver esta tarde… me ha dado la sensación de
que tú no eres feliz – intentó tocarle la fibra sensible segura de que así Maca
acabaría revelándole aquello que la tenía con aquel aire melancólico y triste.
- ¿Qué no soy feliz? claro que lo soy, ¡mucho! ¡muchísimo!
- Y… ¿seguro que no me ocultas nada?
- Esther yo doy gracias todos los días por tu vuelta, por tenerte a mi lado, pero.. si
alguna vez me ves llorar, o me ves triste o aunque me veas sufrir, quiero que te
quede claro que en el fondo de mi ser soy la reina de la alegría y que no puedo
imaginar felicidad mayor que la que siento y me has dado, ¡puedes estar segura!
– habló con vehemencia.
- Si tú lo dices…. – suspiró convencida de que sería más difícil de lo que parecía
arrancarle aquello que le preocupaba, porque tenía la habilidad de responder sin
hacerlo y de darla tal giro a sus preguntas que siempre la dejaba con la misma
sensación, de que le ocultaba algo.
- Lo digo porque es verdad – aseguró tomándola de la mano - ¡princesa! tú me has
devuelto la alegría. Pero eso no quita que haya cosas que no puedo evitar que me
afecten.
- ¿Cómo qué? – le preguntó sentándose frente a ella, en la misma piedra que
antes.
- Como ver a Wilson, ver la miseria en la que vive, ver la esperanza con que
miran sus ojos, sentir sus bracillos aferrándose al cuello como si yo pudiera ser
una salvación para él, todo eso me entristece…
- ¿Estás así por él?
- Por él y por la pequeña que operamos en el campo – la miró frunciendo el ceño
– sin manos, sin lengua, está muy débil Esther, hemos estado viéndola esta tarde
y ¡quiero llevármela a Madrid! ¿crees que podremos?
- No lo sé Maca, hay trámites, pero… Germán puede agilizarlos.
- Si, eso me ha dicho – suspiró – la madre de la malaria… está muy mal… tiene
una complicación pulmonar.
- Lo siento – le dijo acariciándole la mejilla.
- Lo sé. Todo eso me entristece y me preocupa, Esther – apretó los labios en un
mohín de desencanto y la enfermera asintió comprendiéndola – ¡me gustaría
poder hacer tantas cosas!
- Ya haces mucho.
- Pues mientras pueda quisiera hacer mucho más.

Esther asintió y volvió a pasear sus dedos por su mejilla.

- Claro que sí cariño, si hay alguien capaz esa eres tú – le dijo con orgullo
animándola – entiendo lo que te ocurre, pero eso no es todo, ¿verdad?
- No, también estaba así porque… porque he pasado mucho miedo creyendo que
te había ocurrido algo, y… porque... – clavó sus ojos en ella y volvió a morderse
el labio inferior.
- ¿Por qué, Maca?
- Porque creo que... porque aquí soy tan, tan feliz, que tengo miedo de que ocurra
cualquier cosa y todo se esfume.
- No va a ocurrir nada – le sonrió con dulzura – salvo que vamos a hacer una
excursión maravillosa, y la vamos a hacer juntas y la vamos a recordar toda la
vida. ¡Pero fuera tristeza! – casi le ordenó - ¿de acuerdo?
- Sí – asintió sonriendo abiertamente, sus ojos se humedecieron levemente -
¿sabes! de pequeña… cuando estaba triste, mi padre me decía que yo era su
muñeca danzarina, me decía que bailase para él, ponía una música alegre y me
decía “baila colibrí”, “baila un poquito”, y al final, siempre acabábamos riendo.
¡Y mi madre se enfadaba! – le contó de pronto, su mirada se había vuelto
nostálgica y Esther se perdió en ella, disfrutando de esas confesiones.
- ¿Por qué se enfadaba tu madre?
- Porque normalmente mi tristeza se debía a que ella me había castigado, o reñido
o prohibido cualquier cosa – recordó enarcando una ceja y torciendo la cabeza
“así es mi madre”.
- Y tu padre llegaba y te dejaba hacer lo que quisieras – apuntó divertida
imaginando a Maca de pequeña.
- No. No se atrevía – rió – pero sí que me decía que si me convertía en una alegre
bailarina la música se llevaría mis penas. Me decía que si sonreía siempre, esa
sonrisa me llenaría de alegría, y me decía que no había nada mejor para alejar las
penas que una princesa bailarina, y que yo era su alegría.
- ¿Por qué te acuerdas ahora de eso?
- No sé, por lo que hablábamos del miedo y la tristeza.
- Acabo de recordar que cuando vivíamos juntas, siempre que estabas triste ponías
música y te encerrabas en el despacho.

Maca sonrió y ladeo la cabeza como diciéndole “¿ves? por eso era”.

- Pues yo siempre fui una niña muy alegre.


- Tú lo que serías es un trasto.
- También, me encantaba pasear por la calle de la mano de mi madre, y que me
llevara a merendar al parque, o que ella tomara café con sus amigas, mientras
nosotras jugábamos en la calle, y me encantaba ir al campo los domingos,
deshojar margaritas imaginando cada vez una cosa, o que me compara un
vestido bonito y me dijera que era la niña más guapa de todo Madrid – suspiró
recordando.
- ¡Qué tontas nos estamos poniendo!
- Pues sí – soltó una carcajada – pero la culpa es tuya, que has empezado a hablar
de tu padre.
- Tienes razón, lo siento, mejor cierro la boca que hoy …
- Maca… me encanta que me cuentes esas cosas, me encanta venir aquí contigo –
la acalló con un dedo sobre sus labios mirándola fijamente – y tienes razón,
aunque a veces lo pasaremos mal, sé que siempre estarás a mi lado y no dudes
de que yo estaré al tuyo.
- ¿Pase lo que pase?
- Pase lo que pase – sonrió y se levantó colocándose delante de ella, comenzó a
tararear una música desconocida para la pediatra, y a bailar una danza autóctona,
Maca soltó una carcajada y Esther se acercó a ella y le susurró.
- Fuera penas.
- ¡Mi muñeca danzarina!

Por primera vez, Esther olvidó todo y se inclinó besándola sin importarle donde estaban.
Maca se entregó a ese beso con dulzura y lo fue devolviendo aumentado
progresivamente la pasión.

- Volvamos – le propuso la pediatra retirándose.


- Sí, será lo mejor – admitió sintiendo que el deseo se apoderaba de ella – Germán
nos mata, ¡es casi de noche! – exclamó colocándose tras ella y empujándola con
una carrera hasta el jeep, situado a escasos veinte metros de ellas.
- Es que se está tan bien aquí – suspiró.
- Maca….
- ¿Qué?
- ¡Te amo! – le susurró al oído ayudándola a subir.
- ¡Y yo a ti! – le dijo cuando se sentó a su lado en el jeep, sonriendo maliciosa con
un brillo travieso en su mirada.
- ¡Vaya! ¡eso si que es un avance! – exclamó contenta arrancando el jeep y
saliendo a toda prisa hacia el campamento.

* * *

La vuelta al campamento la hicieron casi en silencio. La enfermera repasando


mentalmente todas las cosas que iban a necesitar en la excursión, no quería que se le
olvidase meter nada en las mochilas, y la pediatra perdida en sus deseos, en sus sueños
y esperanzas, anhelando que todo saliera bien, buscando fuerzas en su interior para
sincerarse con ella y explicarle aquello que la angustiaba y a un tiempo luchando
consigo misma para no hacerlo, convenciéndose para no preocuparla, para no
inquietarla con sus temores.

Cuando franquearon el portón comprobaron que el patio estaba desierto, y eso solo
significaba una cosa, habían llegado tarde para la cena. Esther se apresuró en dejar a
Maca en la puerta del comedor y en devolver el jeep antes de ir a cenar. Todos estaban
ya en el segundo plato cuando entraron. Maca se excusó por ambas, Germán se levantó
solícito para ir a buscarles el primer plato, pero la pediatra se negó, manifestando no
tener hambre, la mirada recriminatoria de Germán la hizo aceptar que le sirviesen el
segundo. Esther, hambrienta tras el viaje, no tuvo problema en probar de todo, pero
miraba preocupada a Maca que removía pensativa el contenido de su plato.

La cena transcurrió entre bromas a Germán por decidir al fin tomarse unos días libres y
la reacción de Oscar, que sorprendentemente no había puesto inconveniente alguno,
todos estaban de acuerdo en que quería quitarlo de en medio para hacer una de las suyas
y Germán, con seriedad previno a Jesús y Sara sobre los posibles inconvenientes que
podían surgir, para finalizar con comentarios acerca de los cambios políticos que podían
esperarse en los próximos meses.

Maca aparentaba estar cansada, participó escasamente en la charla, espoleada por Sara
que temía una intervención de Oscar contra ella aprovechando la ausencia de Germán,
tras tranquilizarla al respecto la pediatra guardó silencio. Esther no dejaba de observarla
en la distancia, cada vez más extrañada de su comportamiento, hasta que se levantó y le
propuso retirarse en cuanto terminaran el postre, lo que la pediatra aceptó aliviada, sin
ganas de permanecer allí por más tiempo y, menos, después de comprobar que todos
tenían intención de tomar café e incluso alguna copa para celebrar que todo había salido
bien. Se sentía extraña en aquella mesa, todos parecían alegres y contentos, un día más,
satisfechos con lo realizado, y felices porque el retraso del convoy hubiese quedado en
un susto, uno más a los muchos que acumulaban en su amplia experiencia. Sin embargo,
a Maca le costaba participar de esa euforia generalizada. Se había alegrado al igual que
los demás, sobre todo, por ver aparecer a Esther, pero le martilleaba en su cabeza las
palabras de Germán “creo que no me equivoco”, “piénsalo”, “tienes el enemigo más
cerca de lo que crees”, “he mandado analizar lo que tomabas”, no podía podía dejar de
darle vueltas a todo eso, no podía creer en aquello, era descabellado y la horrorizaba,
pero al mismo tiempo, si era cierto… cabía la esperanza….“no, no puede ser, es
¡imposible!”, suspiró ensimismada, cuando Esther llegó hasta ella y la sacó del
comedor, conduciéndola hacia la cabaña.

- Esther – dijo girándose hacia ella que se había empeñado en empujarla.


- ¿Qué?
- ¿Puedes dejarme en la radio! me gustaría hacer una llamada.
- ¿Ahora? tenemos que hacer el equipaje y…
- Me gustaría llamar.
- Como quieras, pero yo me voy a la cabaña, no quiero que con las prisas nos
dejemos algo importante atrás. ¿Te trajiste botas?
- Eh, no sé, imagino que sí, le di tu lista a Irene y ella hizo la maleta. Imagino que
metería todo lo que me dijiste.
- Es que no recuerdo haberlas visto cuando deshice tu equipaje – le comentó
frunciendo el ceño, era importante tener botas para adentrarse en la selva y si
Maca no se las había traído tendría que parar en Kampala a comprar unas -
¿Quién es Irene? – preguntó de pronto.
- Una chica que trabaja para mí – respondió sonriendo al ver la cara de la
enfermera – quiero decir en casa.
- ¿Tienes mucha gente trabajando en tu casa?
- Bueno…… es grande… pero por la noche no hay nadie… solo Evelyn.
- Ya… - dijo pensativa y Maca sonrió imaginando lo que pasaba por su mente.
- Evelyn es discreta, y… aunque vengas y… pases la noche…. no dirá nada.
- ¡No estaba pensando en eso! – respondió con rapidez enrojeciendo un poco,
demostrando que sí que se le había pasado por la cabeza la posibilidad de
“visitar” a Maca por las noches – pensaba en tus botas ¿no sabes si te las has
traído?
- ¿Mis botas? – repitió burlona - pues… no sé que decirte… pero ahora lo
veremos, ¿no? – le dijo insinuante y ojos que reían lo que sus labios callaban.
- Vale, no tardes Maca – le pidió con seriedad.
- Solo quiero hablar con Vero, será un segundo.
- Ya… - murmuró subiéndole el escalón – Grecco está aún cenando, deberías
esperarlo, y… parece que la cosa va para largo…. ¿por qué no lo dejas para
mañana?
- Porque mañana nos vamos temprano, ¿no es lo que me has dicho?
- Pero en Kampala tienes cobertura en el móvil y llegaremos sobre las nueve,
podrías llamarla mañana.
- Pero allí serán las siete… y… no son horas.
- ¿Tan dormilona es Vero? – preguntó despectiva.
- No lo es, pero… parece que te molesta que quiera hablar con ella.
- Haz lo que quieras Maca – le dijo mohína.
- Cariño, ¿te vas a poner así cada vez que hable con ella? – le preguntó burlona -
¿Cuándo te vas a enterar que solo te quiero a ti? – le dijo tomándola de la mano
obligándola a inclinarse – solo a ti – le susurró enronqueciendo la voz y
provocando un estremecimiento en la enfermera que se incorporó con rapidez.

La miró sonriente, en poco menos de tres horas Maca le había dicho que la quería tres
veces y eso la llenaba de alegría, debía controlar esos celos porque iba a terminar por
cansarla.

- Perdóname, sé que soy imbécil pero… no puedo evitarlo – esbozó una tímida
sonrisa de disculpa – te prometo que voy a controlarme.
- ¡Tonta! – le susurró mirando por encima de su hombro al ver que Grecco salía
del comedor y se encaminaba hasta allí, con paso lento, fumando un cigarrillo -
¡qué eres una tontona! No puedes ponerte celosa cada vez que hable con alguien.
- Lo sé pero siempre me puse.
- Ya – sonrió recordando los inicios de su relación – pero ha llovido mucho desde
entonces. No tienes motivos para ponerte celosa.
- Sí los tengo, tú siempre… siempre… le resultas atractiva e interesante a todo el
mundo – confesó sus temores – y… nunca parecía importarte que yo hablase o
saliese con alguien, siempre estás tan segura de ti misma.
- Bueno… - torció la boca manifestándole que eso no era así.
- Maca... ¿tú nunca te pones celosa?
- No – sonrió picarona – porque siempre he estado segura de que al primero que
se te acerque le parto la cara.

Esther soltó una carcajada, encantada de volver a estar así con ella. Se agachó un
instante y Maca creyó que la besaría pero no lo hizo.

- Muy subidita estás tú, a ver si voy a tener que despertar tus celos en este viaje –
le dijo enarcando las cejas burlona.
- ¡Ya te guardarás tú de ponerme celosa! – exclamó con seriedad recordando que
era con Nancy con quien iban y los celos que había sentido de ella cada vez que
se marchaba a Kampala y le hablaba de sus comidas y cafés con su amiga - ¡ni
se te ocurra hacerlo! – la amenazó – porque te cojo y te doy un morreo delante
de todo dios.
- Chist – le pidió silencio, observando que Grecco llegaba hasta ellas, no se fiaba
del italiano, había algo en él que siempre la había incomodado, quizás su manía
de permanecer presente en todas las conversaciones - Te espero en la cabaña.

Maca asintió y se dispuso a hacer su llamada. La enfermera se alejó a toda prisa de allí,
entró con rapidez en la cabaña. Cogió las dos mochilas pero luego, desestimó una de
ellas y comenzó a preparar la otra, no debían llevar muchos bultos porque la subida a la
montaña era dura y cargar con más de la cuenta podía pasarle factura.

Al cabo de un cuarto de hora Maca entró en la cabaña, Esther tenía casi todo listo y
sonrió señalándole las botas.

- Está claro que no recordaba haberlas sacado.


- Y luego la despistada soy yo – se burló Maca en tono de leve queja.
- Aquellos días solo tenía la mente puesta en ti y lo mal que estabas.
- ¡Excusas! – rió.
- Te veo muy contenta, ¿qué te ha dicho Vero?
- Nada, no he logrado hablar con ella.
- ¿Y como has tardado tanto?
- He ido al baño – sonrió negando con la cabeza - ¿tenía que haberte pedido
permiso? – preguntó con retintín.
- No, claro que no, perdóname Maca, ya sé que…
- No te preocupes tanto por mí, puedo moverme sola por aquí sin que estés todo e
día pendiente.
- Ya lo sé, mi amor, es la costumbre….
- Pues vas a tener que…

Unos golpes en la puerta las interrumpieron. Se miraron y sonrieron extrañadas.


- Parece que tus broncas surten efecto – susurró Esther con ojos bailones -
¡adelante! – alzó la voz.

Germán asomó la cabeza tras escuchar a la enfermera conceder el permiso de entrada.

- ¡Hola! ¿puedo pasar? – preguntó guiñando un ojo a Maca, para que viese que
cumplía su promesa de llamar antes de entrar.
- Claro, pasa – le dijo Esther – estamos terminando de prepararlo todo.
- Pero… ¡qué lleváis ahí! – exclamó al ver el tamaño de la mochila – niña, que
con eso no vas a poder cargar.
- ¿Qué quieres? son cosas de dos.
- Pues saca algo – le dijo levantando la mochila con una mano – Nancy te va a
echar la bronca, o ¿ya no recuerdas la última vez que te fuiste con ella?
- Sí, sonrió. Pero aquella vez fue diferente y ahora viene Maca. Necesitamos más
cosas – le dijo enarcando las cejas para que comprendiese, pero Germán pareció
no entenderla.
- Ya y Wilson es una damisela que necesita un vestuario… completo para ir a la
selva – la miró con gesto recriminatorio – Wilson aligera ese equipaje que
Esther es la que cargará con la mochila y te aseguro que no va a poder con ella.
- Eh, que yo no he dicho de llevar nada – se defendió molesta – Esther saca mis
cosas y ponlas en la bolsa de la silla.
- ¿La silla? – soltó el médico una carcajada - ¿crees que te vas a mover por la
selva con tu silla? – la miró irónico – eso ni lo sueñes.
- Pero… yo… yo creía que… - balbuceó preguntándole a Esther con la mirada.
- ¡Niña! … ¿no le has explicado a dónde vamos y cómo vamos? – inquirió el
médico frunciendo el ceño.
- No, exactamente – respondió fulminándolo con la mirada. Si lo que pretendía
Germán era quitarle a Maca las ganas de ir, no iba a consentir que se saliera con
la suya.
- ¿Qué pasa? – preguntó Maca.
- Nada, Maca, no le hagas caso que está siempre igual – protestó molesta
cogiendo algunas cosas de la mochila y dejándolas en el armario – deja de decir
tonterías que Nancy no se va a enfadar, ¡todo lo contrario! – exclamó dispuesta a
devolverle la jugada - ¡no sabes lo contenta que se ha puesto de saber que te
apuntas a la excursión! – le guiñó un ojo burlona.
- Déjate tú de tonterías y saca cosas de ahí, que luego al que le tocará cargar con
vuestros bultos será a mí, ¡y no pienso hacerlo! – amenazó ante la sonrisa de la
enfermera que seguía mirándolo con aquella expresión de burla.
- ¿No vas a ayudarme con los bultos? – le preguntó melosa a sabiendas de que no
sería así.
- Esther… quizás sea mejor que nos pensemos lo de mañana, es algo precipitado y
yo… no puedo moverme como vosotros y… no quiero…
- Maca deja de decir chorradas y no escuches a éste – la cortó con genio y se
encaró a él – Germán….
- Vale, vale – reculó – cargaré con la mochila de mi Wilson…
- De eso nada, mis cosas las llevo yo – saltó orgullosa.
- Wilson… - iba a rebatirle sus palabras pero el gesto de Esther le hizo callar -
niña saca algunas cosas de ahí – insistió suspirando ante la tozudez de la
enfermera – hablo en serio, ya sabes que Nancy es muy estricta en esto y es
capaz de hacerte dejar en el coche la mitad de lo que hayas echado.
- Si se lo pides tú me dejará llevar todo – le dijo socarrona y él, se azoró
levemente - A ver cuando te decides y te lanzas con ella – dijo en un intento de
cambiar de tema, porque Maca parecía incómoda y lo último que quería era que
se arrepintiera y dijera que no quería ir.

Germán desvió la vista, incómodo, y no respondió. Delante de Maca se cohibía ante


esas bromas, y su mente volaba a Adela. Maca observaba aquella conversación sin
perder detalle, sopesando las dificultades que iba a encontrar y que desconocía y al
mismo tiempo sumamente interesada en Nancy y su relación no solo con Esther si ahora
también con Germán. No sabía como sería aquella Nancy pero por lo que Esther le
había contado, no creía que fuera el tipo de mujer que le interesaba a Germán, aunque
aquellos años allí podían haberlo hecho cambiar. La enfermera sonrió para sus adentros,
había conseguido lo que pretendía.

- Esther creo que Germán tiene razón esa mochila va a pesar demasiado ¿por qué
no sacas algunas cosas? o mejor, porque no llevamos otra mochila y repartes el
peso, así podré yo cargar con una, puedo colgarla detrás y...
- Maca tú no vas a llevar nada – le dijo Esther bruscamente – aquello es… es más
salvaje que todo lo que conoces y… será difícil.
- Pero entonces yo creo que es mejor que…
- Wilson – la interrumpió Germán al ver la cara de decepción que estaba
poniendo, por verse obligada a barajar la opción de no ir y angustia por lo que
pudiera encontrarse – no te preocupes que Esther y yo te ayudaremos en todo,
¡te vas a quedar con las patas colgando cuando estés delante de uno de esos
espaldas plateadas!
- Germán - le reconvino Esther, pero Maca soltó una carcajada.
- De verdad crees que seré capaz de aguantar aquello.
- ¿Aguantar? ¡claro que no! – le dijo jocoso – te vas a pasar pegando chilliditos
con cada insecto y cada bicho que se te acerque y yo… ¡estoy deseando verlo! –
rió.
- No te voy a dar ese gusto – protestó orgullosa – a ver si eres tú el que…
- ¡Por favor! no empecéis – les pidió Esther que se volvió a Germán – tú ganas,
saco algunas cosas y las meto en la bolsa de la silla. Pero deja de meterte con
ella. Y tú – señaló a Maca – dime que cosas podemos dejarnos aquí.

El médico asintió satisfecho y le guiñó un ojo a la pediatra con complicidad, gesto al


que ella respondió esbozando una sonrisa de gratitud, a su manera Germán le acababa
de dar su aprobación para hacer la excursión y le había brindado su ayuda y eso la hacía
sentirse muchísimo más tranquila y segura.

Se quedó observando a su amigo, que a pesar de sus bromas y sus sonrisas, tenía un aire
preocupado que no pasó inadvertido a la pediatra. Al principio lo achacó a que estaba en
desacuerdo con que ella subiera a la montaña, pero tras aceptar acompañarlas y después
de sus últimas palabras tenía la sensación de que había algo más que no se había
atrevido aún a decirles.

- Germán ¿qué querías? – le preguntó Maca al ver que permanecía en pie sin decir
nada, observando hacer a Esther pero sin intención de marcharse – porque tú has
venido aquí para algo, ¿no?
- Eh… sí… quería preguntaros una cosa – admitió - quería saber qué os parece lo
de Oscar.
- ¿El qué? – preguntó Esther interesada soltando lo que tenía en las manos.
- Que no me haya puesto ninguna pega.
- Pues me ha sorprendido, pero… es normal… llevas dos años sin tomarte
vacaciones… no pueden negarte unos días.
- Ya…
- ¿Qué piensas tú? – le preguntó Maca, segura de que aquella pregunta respondía
a lo que le rondaba en la cabeza.
- Que trama algo – reconoció – no sé el qué, pero cuando le dije que necesitaba
unos días por motivos personales me dijo que no había problema, que todos los
que quisiera y que no me preocupase por nada, que ya se pasaría él por aquí por
si lo necesitaban Jesús o Sara y… que también estabas tú – señaló a Maca.
- Eso si que suena raro – admitió Esther – ese si viene lo que hará es estorbar
como siempre.
- ¿Le dijiste que vas con nosotras? – preguntó Maca frunciendo el ceño,
recordando su conversación con el joven y sus veladas amenazas.
- No, no le dije nada de vosotras. No tengo porqué darle explicaciones. ¿Qué
opinas tú Wilson?
- Pues… lo conozco poco pero… estoy contigo, algo trama y… tu ausencia se lo
facilita. Quizás… - se calló mirando a la enfermera – Esther, ¿tú has hablado con
alguien de la clínica de lo que se dice de mí en la prensa?
- No pienses ahora en eso Maca – respondió esquiva.
- Es que… ¡creo que hemos metido la pata hasta el fondo! – exclamó la pediatra.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Germán.
- Pues… que yo estaba aquí digamos… de incógnito y este chico… creo que ha
hablado con alguien y… a atado cabos y... no sé …
- Maca eso son paranoias tuyas, no todo el mudo está pendiente de ti y menos
aquí.
- No creo que vayan por ahí los tiros, Wilson, yo creo que quiere echarme – se
sentó en el borde de la cama.
- No puede – le dijo Esther – no te preocupes porque él no puede hacer eso.
- Ya lo sé pero… bah, es igual – sonrió levantándose – ¡qué lo intente! Que ya me
defenderé yo.
- Esther tiene razón no te preocupes por eso – intervino la pediatra, que no estaba
de acuerdo con ellos, tenía la sensación de que se había ganado un nuevo
enemigo con Oscar.
- Tenéis razón, voy a hacer mi equipaje y tú – señaló a Maca – no te lleves tanta
cosa – le guiñó un ojo a Esther.
- ¿Otra vez! que yo no he dicho nada, ¡será posible! – exclamó mirando a la
enfermera buscando su apoyo.

Germán soltó una carcajada, y salió de la cabaña. Esther se volvió hacia Maca, son una
sonrisa en los labios.

- Germán tiene razón, no podemos llevar tantas cosas – suspiró mirando todo –
¡es que tus pañales ocupan tanto! – exclamó con gesto desesperado sin saber
como ordenar todo de nuevo – y...
- Saca lo que quieras, pero los pañales no – respondió ligeramente molesta, ¿cómo
pretendían que estuviese cuatro días en mitad de la selva, sin ningún tipo de
condiciones y sin sus pañales?
- Cariño – se acercó situándose frente a ella tomándola de las manos – no quería
decir eso y no pongas esa cara que Germán bromea mucho a tu costa, pero solo
se preocupa de que el viaje sea cómodo y yo, no voy a sacar nada de lo que tú
necesitas.
- ¿Y lo que necesitas tú? no quiero que por mi culpa…
- Yo solo te necesito a ti a mi lado – le sonrió, interrumpiéndola, acariciándole la
mejilla – esta excursión solo merece la pena repetirla por vas tú, ¡ya verás que
bien lo pasamos!
- Estoy segura – admitió, respondiendo a sus caricias con otras más atrevidas
recorriendo sus costados con ambas manos. Esther miró fijamente sus labios y la
besó, con suavidad.

Maca respondió al beso e imprimió más pasión, tirando de ella para que se sentase en
sus rodillas, la enfermera lo hizo sin dejar de besarla, cada vez con más intensidad,
apresando su labio inferior y tirando de él levemente, dejando sus ojos fijos en los de la
pediatra que le pedían más, y perdiéndose de nuevo en su boca.

Maca levantó la camiseta de la enfermera y comenzó a acariciar su abdomen y sus


pechos pero Esther saltó de sus rodillas con brusquedad.

- ¿Qué pasa? – le preguntó desconcertada - ¿te he hecho daño?


- ¡No! no… no pasa nada, que… es tarde y.. tenemos que madrugar y… tengo que
terminar el equipaje…. – balbuceó agitada intentando controlar también su
deseo.
- Tienes razón – dijo con un suspiro – perdona.. deja que te ayude… que, estoy
aquí sin hacer nada y así acabamos antes.
- Prefiero que descanses – le sonrió ladeando la cabeza con un gesto burlón.
- ¿Insinúas que soy una manazas haciendo maletas?
- No lo insinuó – rió - ¡lo eras! y salvo que hayas cambiado mucho, mucho, aquí
no metes las manos.
- ¡Será posible! – protestó sin fuerza, divertida con la situación - ¿no me dejas que
te ayude? – insistió melosa.
- No. Anda métete en la cama que ahora mismo voy yo – se negó con dulzura.
- Eso me gusta más – le dijo insinuante.
- Para dormir, Maca – rió al verla poner un gesto de desesperación.
- ¿Ni unos besitos?
- No, hay que dormir, aprovecha para hacerlo hoy y descansa que nos hará falta.
- ¿Por qué! ¿acaso allí no vamos a parar ni para dormir? – preguntó abriendo los
ojos de par en par temerosa de lo que les esperaba.
- Bueno… no exactamente.
- ¡Qué misteriosa! – le dijo echándose en la cama, observando lo que hacía - ¿qué
tienes en esa bolsa?
- Nada – dijo guardándola con rapidez en la mochila.
- Como que nada, ¿qué llevas ahí? – insistió adivinando a través del plástico un
papel que le parecía de regalo.
- Nada que te interese – se volvió con tal cara de pillina y ojos tan brillantes que
Maca no pudo evitar sonreír, pero fingió molestarse con sus palabras para lograr
que le revelase qué era aquel paquete.
- ¿No me lo vas a decir?
- No – dijo llegando hasta ella, sentándose en el bode de la cama y dándole un
furtivo beso - ya lo veras en su debido momento.
- ¡Esther! – protestó – odio que me hagas estas cosas, ¿qué es? – preguntó
impaciente.
- No me pongas esos morritos que no te lo voy a decir – fue su respuesta.
- Pero ¡quiero saberlo!
- Ya lo sabrás – sonrió con malicia y Maca suspiró – no insistas ni suspires porque
no voy a ceder.
- Pues… si quieres que no insista tienes que darme algo a cambio.
- De eso nada – se levantó de la cama – que te conozco y me lías.
- Pero…
- Pero nada, te he dicho que lo sabrás en su momento – no cejó en su postura,
hablando misteriosa, mientras guardaba las ultimas cosas y cerraba la mochila

Maca estaba sorprendida de ese halo de misterio pero en el fondo le encantaba,


convencida de que guardaba una de esas sorpresas que le gustaba darle. Intentó adivinar
de qué podía tratarse pero no conseguía imaginar qué podía ser. Esther recogió todo con
rapidez y se metió en la cama, se pegó a ella, acurrucándose a su lado, Maca la atrajo y
la besó, “gracias”, le susurró al oído. Esther se separó y la escudriñó, ladeando la cabeza
en un gesto que inquiría “¿por qué?”, y Maca interpretándolo a la perfección, buscó su
oreja, lamió su lóbulo, besó el hueco tras ella y recorrido su cuello que pequeños besos
que arrancaron un leve gemido de Esther, “por hacerme tan feliz”, le susurró de nuevo,
iniciando otra sesión de besos, acompañados ahora por una suaves caricias de su mano
sobre el muslo de la enfermera que se removió inquieta intentado refrenar sus deseos, “y
por lograr que me olvide de todo”, le dijo enronqueciendo la voz y dotándola de tal
cadencia que el vello de Esther se erizó por todo su cuerpo.

- Maca, Maca – se retiró – para, para – la frenó.


- ¿Qué pasa! ¿no te gusta?
- Me encanta – jadeó – pero, debemos dormir, mañana será un día duro, ¡no
imaginas cuanto!
- ¿Me lo estás diciendo en serio? – preguntó incrédula pensando que se trataba de
un juego.
- Muy en serio, son casi las doce y en cinco horas tenemos que estar en planta y
luego dirás que tienes sueño.
- De acuerdo – aceptó con un suspiro, cesando en sus caricias y accediendo a su
petición.

Necesitaba sentirla, necesitaba llenarse de ella, pero quizás Esther tenía razón y era
mejor intentar dormir, aunque estaba segura de que le sería bastante difícil. Fue ahora
Maca la que se acurrucó junto a la enfermera, abrazándola e intentando entregarse al
sueño, tranquila, mucho más tranquila que había estado todo el día, solo por el hecho de
estar a su lado, de sentir su la fuerza de su amor. Esther sonrió pensando en la felicidad
que la llenaba por completo, sintiendo que esa felicidad era inmensa, que todo era
perfecto y pensando en la cara que pondría Maca cuando viera lo que llevaba en el
bolso.
* * *

Cuando sonó el despertador, Esther alargó la mano somnolienta y se giró para desearle
los buenos días a Maca pero la cama estaba vacía. Se sentó con rapidez sorprendida, se
levantó y se apresuró en vestirse dispuesta a ir a buscarla pero antes de que le hubiese
dado tiempo, la puerta trasera de la cabaña se abrió y apareció la pediatra.

- ¡Buenos días, dormilona! – le dijo con una sonrisa burlona.


- ¿Dormilona? – preguntó asustada mirando de nuevo el reloj creyendo que se
había equivocado al poner la alarma - ¡son las cinco de la mañana! – se quejó
aliviada de comprobar que no había sido así - ¿ya te has duchado?
- Pues sí, me he duchado, me he ataviado con esto que me sacaste – dijo mirando
los pantalones largos de camuflaje que ya le estaban dando calor y las botas por
encima de ellos - y… por cierto, ¿es necesario que yo lleve estos pantalones y
estas botas! porque yo no puedo meterme por mitad de la selva.
- Sí, es necesario, y no empieces a quejarte que ni siquiera hemos salido.
- Vale, solo era una idea, hace calor.
- Pues imagina que empiezas a sudar y se te pegan todos los bichos – le dijo con
seriedad.
- ¡Esther! – la miró asustada, pero al enfermera se frotó los ojos sin responder.
- ¡Uf! – exclamó terminando de vestirse – me ducho en cinco minutos y
desayunamos.
- Ya desayunado con Germán – enarcó las cejas y encogió un hombro en un gesto
de circunstancias.
- Pero… ¿por qué no me has llamado?
- Era temprano, y hoy va a ser un día duro, ¿no? – le dijo con retintín
recordándole las palabras de la noche anterior – aún quedaba un buen rato para
que sonara el despertador y creí que preferías dormir – recalcó la palabra con
sorna.
- Tú, ¿no has dormido? – le preguntó sin atender a su sarcasmo, aún somnolienta.
- La verdad es que apenas un par de horas. No podía.
- ¡Maca!… me preocupa que vuelvas a tener insomnio, tienes que descansar.
- No es por eso, es que estoy nerviosa por la excursión – reconoció.
- Pero... ¿por qué?... ¿no te apetece ir?
- Claro que me apetece pero…tengo la misma sensación de cuando era pequeña y
mi padre me prometía que al día siguiente me llevaría al zoo, o a la playa o a…
- Si es que sigues siendo una cría – sonrió besándola en los labios, contenta de
comprobar que sus temores eran erróneos y Maca seguía dispuesta a embarcarse
en esa aventura - ¿me esperas aquí! me ducho en un momento.
- Germán dice que en una hora pasa a recoger nuestras cosas, no quiere llegar
tarde a Kampala – le comentó abriendo el armario.
- Si, es mejor salir con tiempo que luego el tráfico en el centro estará horrible – la
observó con curiosidad, ¿qué estaría buscando?
- ¿Hay que meter algo más en la mochila? – preguntó.
- Nada, ya lo metí yo todo ayer, solo lo que hayas usado en el baño. ¿Qué buscas?
- Eh… allí... en la selva… ¿cómo nos ducharemos? – preguntó a su vez sin
responder.
- No nos ducharemos Maca, ¿o es que crees que en mitad de la selva hay baños?
- Quiero decir que ¿cómo… nos asearemos?
- Ya lo verás, no te digo nada que eres capaz de echarte atrás.
- Pero yo…
- Tú no te preocupes por nada que yo te ayudo a lo que necesites es como… ir de
camping.
- Nunca he ido de camping – se volvió hacia ella cerrando el armario sin coger
nada.
- ¿Qué nunca has ido de camping? – elevó la voz sin dar crédito.
- Nunca. Me daba… asquito – reconoció con una media sonrisa de culpabilidad –
nunca he entendido como puede gustarle a nadie eso de estar tirado en mitad del
campo sin nada, pudiendo estar en un buen hotel.
- ¡Serás pija! pues no sabes lo que te has perdido.
- Bueno… ésta será mi primera vez y será contigo, ha merecido la pena esperar –
le dijo insinuante, recalcando las palabras con doble sentido.

Esther sonrió halagada y volvió a besarla esta vez un beso largo y profundo, lleno del
amor que sentía. Maca tiró suavemente de ella y la sentó en sus rodillas, regalándose
unos besos más.

- Creo que esta excursión me va a encantar – le susurró.


- Y yo creo que si no me meto ya en la ducha me quedo sin ella, ¡mira qué horas!
- ¿Otra vez me vas a rechazar? - le preguntó compungida, impostando un tono de
decepción que no sentía, mirando hacia abajo y moviendo las manos en un
fingido nerviosismo - si ya sabía yo... - murmuró - pronto te has cansado de mí -
la acusó.
- ¡Maca! - le levantó la barbilla intentando leer sus ojos - sabes que no es eso solo
es tarde y... - la miró tan seria y preocupada que la pediatra soltó una sonora
carcajada - ¡eres... eres...! no vuelvas a bromear con esto.
- Anda, doña seriedad, corre que al final nos quedamos aquí – la animó dándole
una palmadita en el culo.
- No tardo - sonrió besándola de nuevo - ¿por qué no me esperas en el comedor?
No me gusta desayunar sola - le pidió melosa.
- Vale – aceptó con una sonrisa – vamos – dijo saliendo tras ella.

Se separaron a la altura de las ducha y Maca se adentró en el comedor, suerte que


Kimau también había terminado ya las rampas y no necesitaba que nadie la ayudase
para entrar y salir del comedor y la radio. Se sirvió otro zumo, tenía sed y por primera
vez en mucho tiempo se sentía con ganas y fuerzas de hacer todo, Esther la dotaba de
una energía y unas ganas de vivir que la hacían ver el futuro con esperanza, a la vez que
físicamente se sentía cada vez mejor, por eso no había dejado, en toda la noche, de darle
vueltas a la cabeza sin comprender aquellos resultados, lo único que empañaba la
felicidad que ella le daba, lo único que le hacía tener un permanente pellizco en la boca
del estómago. Esther regresó en menos de diez minutos y se sentó en la mesa, junto a
ella, con un café y pequeño trozo de dulce casero.

- Estaba pensando que es una pena que no me trajera la cámara de fotos – se


lamentó la pediatra – mi padre me regaló una Canon EOS 50D. ¡Es fantástica! te
hace unas fotos que…
- ¿Automática?
- ¡Qué dices! manual, me encanta la fotografía.
- No recuerdo que fuera así.
- No sé… siempre hice fotos cuando viajamos y…
- Si pero no recuerdo que te gustara tanto.
- Porque en aquel entonces solo me gustabas tú, dejé de lado todas mis aficiones
para centrarme solo en una – le guiñó un ojo traviesa.
- Te has levantado de buen humor – comentó sorbiendo de su taza.
- Pues sí tengo la sensación de que serán unos días estupendos.
- No lo dudes, y ya verás que bien te caen Nancy y Annie.
- Por fin voy a conocer a la famosa Nancy - le dijo recalcando el "famosa" y
Esther levantó las cejas en gesto interrogador.
- ¿Lo dices por algo?
- No. Por nada.
- Ya sé que te ponías celosa, por mucho que lo negaras ayer - le dijo sin poder
evitar esbozar una sonrisa de satisfacción.
- Y tú no contribuías a disipar mis celos - reconoció.
- Pues no, me gustaba verte así, me daba esperanza.
- ¿Esperanza de qué?
- De que va a ser – sonrió ladeando la cabeza de un lado a otro – ¿qué es lo que
quieres! ¿qué te regale los oídos! ¿y a esas horas?
- Un poquito – la miró con ojos traviesos y Esther rió abiertamente.
- Esperanza de que me siguieses… amando – torció la boca en una mueca traviesa
– de que… - Maca se acercó y la besó sin dejarle opción, se había movido tan
rápidamente que Esther no se lo esperaba y no pudo frenarla. Los pasos que
oyeron en los escalones hizo que Maca se retirara con la misma rapidez, sus ojos
reían con un brillo especial y Esther enrojeció en cuanto Grecco entró por al
puerta, ¡seguro que venía de la radio! ¡seguro que las había visto por la ventana!
- ¡Buenos días, Grecco! – miró al italiano y luego de nuevo a Maca - la cá…
cámara – balbuceó frunciendo el ceño y dirigiéndole una recriminatoria mirada,
intentando aparentar una conversación interrumpida.
- Buenos días – respondió el italiano que fue directo a servirse un café, sin
mostrar ninguna señal de haberlas visto besarse.
- Buenos días – repitió Maca mecánicamente más centrada en Esther que parecía
muy molesta - ¿qué cámara? – le preguntó sin comprender lo que quería decir.
- Que… ellas llevarán cámara – le dijo aún nerviosa – y harán fotos.
- Pero no es lo mismo – suspiró – y Loango, ¡una pena! me hubiera encantado
poder llevarme un recuerdo de aquello y… de todo esto.
- Pues si, una pena, pero ya volveremos algún día y harás todas las fotos que
quieras – le dijo levantándose - ¿Vamos? – le preguntó haciendo una seña
disimulada hacia Grecco. No quería seguir hablando delante de él.
- ¿Ya has terminado? – respondió extrañada, tenía el café casi entero.
- Si, vamos que… - se interrumpió, parecía que iba a decirle algo pero se
arrepintió en el último momento - vamos.
- ¿Qué pasa?
- Nada, venga muévete.
- Voy – le dijo sorprendida saliendo tras ella - ¿a qué viene tanta prisa? –
murmuró sin que la enfermera la escuchase - ¡Esther! – la llamó alzando
levemente la voz, aún era muy temprano - ¡espérame!
- No vuelvas a hacerlo – la encaró – ya no sé cómo decirte que…
- Lo siento, estábamos solas.
- Aquí nunca se está solo y… no me fío de él - le dijo haciendo un gesto con los
ojos señalando el comedor.
- Lo siento – repitió – no te enfades - le pidió compungida.
- No lo hago, pero debes aprender a guardar unas mínimas precauciones.
- Vale, lo siento - murmuró de nuevo.
- Yo no – susurró - ¡me encantan tus besos! – la miró burlona – ven – le dijo
insinuante - ¡sígueme!

Maca obedeció divertida con su actitud. Esther apresuró el paso y entró en la cabaña. La
pediatra la siguió a toda la velocidad que le permitía el terreno. Cuando consiguió entrar
la vio rebuscando en su mochila, sacando casi todo y al final cogió un paquete envuelto
en una bolsa de plástico. El mismo que la viera guardar la noche anterior.

- ¿Qué haces? – le preguntó sintiendo una excitación especial, ¡le encantaban los
regalos! Esther lo recordaba perfectamente, y se estaba esmerando en que cada
día compartido con ella, allí, lejos de todo lo que inquietaba a Maca, de todos los
que la presionaban, se estuviese convirtiendo en una aventura maravillosa.
- Pensaba dártelo más tarde pero… toma, ábrelo.
- ¿Qué es esto? – preguntó apretando los labios e imprimiendo a su mirada una
luminosidad especial, ¡si ya sabía ella que tanto misterio solo podía ser una
cosa!
- Un regalo.
- Ya pero...
- Tú ábrelo – insistió viendo que la pediatra le daba vueltas al paquete
perfectamente liado en papel de regalo.
- Un regalo – musitó clavando sus ojos en ella - ¿por qué?
- Porque… ¡cómo tengamos que estar repitiendo todos los viajes que estamos
haciendo, vamos a tener que pasarnos aquí las vacaciones de media vida! –
respondió sarcástica mirando alegre la cara de Maca al abrir el paquete.
- Pero… si es… - se quedó sin palabras mirando alternativamente a aquella
cámara que tenía en sus manos y a la enfermera -¡Esther! cómo se te ocurre….
Pero si… es exac…
- Exactamente igual que la tuya – terminó la frase por ella mostrando su orgullo,
sonriendo satisfecha de su triunfo.
- Pero... cómo… - Maca estaba sin palabras y era más que evidente, emocionada
levantó sus humedecidos ojos hacia ella - ¡Esther!
- Llamé y pregunté, para eso Teresa es un as – bromeó - Y “voilá”, has tenido
suerte porque solo quedaba ésta.
- No sé cómo… cariño… - dijo con las lágrimas saltadas, tirando de ella y
besándola – cómo puedo agradecerte todo… todo esto.
- Ya lo has hecho - sonrió de nuevo – y con creces
- ¿Yo? yo no he hecho nada – suspiró sintiéndose incapaz de corresponder a tanta
felicidad que le producía tenerla en sus brazos, contar de nuevo con ella en su
vida y, sobre todo, a tanto amor que le entregaba – nunca.. nunca será capaz de
compensar todo lo que me haces sentir… todo lo que…
- No tienes que compensar nada, mi amor – sonrió besándola levemente en los
labios y clavando sus ojos en aquellos ojos castaños que la hipnotizaban cuando
la miraban de la forma en que lo estaban haciendo, sinceros, sin temor a
manifestar lo que sentían, emocionados, agradecidos y llenos de amor - me basta
ver esa sonrisa, esa mirada por fin alegre y bueno… quizás… ¿otro beso? -
bromeó.
- ¡Todos los que quieras! – suspiró feliz, era cierto Esther tenía esa habilidad de
hacerla sentirse inmensamente feliz y olvidar cualquier preocupación.
La sentó en sus rodillas y se besaron apasionadamente, tanto que Esther comenzó a
sentir una fuerte punzada de deseo, miró de reojo el reloj y vio que era demasiado tarde.

- Maca, espera – le pidió – Germán está a punto de llegar y…


- Perdona… - dijo deteniéndose – tienes razón, es tarde – admitió siendo ahora
ella la que clavó sus ojos en el reloj – pero es que… no puedo evitarlo. ¡Te
deseo tanto!
- Ni yo – sonrió levantándose - ¡uf! – exclamó acalorada - ¡joder! necesito otra
ducha – dijo enarcando las cejas y Maca soltó una carcajada.
- ¡Exagerada!
- De exagerada nada – protestó mirando al exterior por la ventana – ya está aquí
Germán – le dijo cogiendo la mochila y colgando la bolsa en la silla de Maca –
listo, ya puedes salir.
- ¿No vienes conmigo? – preguntó extrañada - ¡joder! ¿qué has metido en la
bolsa! ¡pesa como el plomo!
- Tus cosas – rió - vamos que Germán espera.
- Ya voy – respondió arrastrando las palabras y saliendo por detrás mientras la
enfermera cerraba la puerta a su espalda y echaba la llave, para luego salir por la
parte delantera y hacer exactamente lo mismo. No le gustaba dejar su cabaña
abierta si no iba a estar en ella.

* * *

Llegaron a Kampala como habían previsto. Nancy y Annie ya estaban esperando en el


lugar de encuentro, a las puertas del Forex Bureaus, donde Nancy se quería detener para
cambiar unos dólares por chelines ugandeses. Esther le explicó a Maca que la
Universidad le pagaba a Nancy en dólares y que siempre que viajaba a Kampala se
paraba a hacer el cambio, porque las tarjetas no eran aceptadas fuera de la capital.
Nancy era más alta y delgada de lo que se había imaginado, de pelo rubio y largo y unos
ojos grises muy expresivos, que la hacían resultar muy atractiva a lo que contribuía su
piel tostada por el sol. No sabía porqué no se la había imaginado así, pero le cayó bien
de inmediato, era agradable, dulce y a un tiempo decidida y firme, pero no puedo evitar
que sus alertas se despertaran y sintiera celos de la gran confianza que parecía existir
entre ella y la enfermera. Annie, era unos años mayor, Maca calculó que tendría unos
cincuenta y ella sí que se ajustaba a la idea que tenía de una investigadora que se pasaba
el día en la selva, llevaba el pelo recogido en un moño y unas pequeñas gafas redondas
que le daban aire de intelectualidad.

Tras las presentaciones y pertinentes saludos, decidieron que Germán aparcase el jeep
allí mismo y montase en el coche con Annie, mientras Maca y Esther lo harían con
Nancy.

- ¿Preparadas? – se volvió hacia ellas la bióloga.


- Sí - dijo Esther feliz de estar allí, mirando ilusionada a Maca que se había
limitado a asentir.
- Nos esperan unas ocho o nueve horas de carretera – se dirigió Nancy a la
pediatra, apoyando el codo en el respaldo y girando su cuerpo hacia atrás,
mientras el joven sentado al volante arrancaba – aunque nos pararemos a la
salida para llenar los depósitos y comprar algunas cosillas – les explicó a ambas
– necesitamos más agua, nos hacen falta unas cuantas cajas más y algo de
comer.
- Nancy, ¿hace falta que ponga más dinero?
- ¡Qué va! hay de sobra y no te preocupes por nada que lo demás corre de nuestra
cuenta.
- ¡Gracias! – sonrió la enfermera apretándole con cariño la mano, gesto que fue
correspondido con rapidez por su amiga que se la acarició y le dio un par de
golpecitos.
- Ya sabes que para ti, lo que quieras – le sonrió y su gesto cambió a otro que
Maca interpretó como de curiosidad – ya me dirás qué has hecho para convencer
a Germán de que se venga.
- No he sido yo – habló confidencialmente señalando con una inclinación de
cabeza a la pediatra – desde que Maca está aquí, ¡parece otro! la sigue a todas
partes – bromeó risueña.
- ¿Sois muy amigos? – le preguntó directamente Nancy a Maca.
- Lo fuimos, aunque hace años que perdimos el contacto – respondió con cierta
desgana. Y Esther que la conocía bien, supo que era terreno peligroso seguir
hablando de ellos e intentó cambiar de tema.
- ¿Dónde has dicho que pararemos?
- Aquí mismo, en la última gasolinera antes de salir de los suburbios – respondió
bajando el brazo del respaldo, dispuesta a cambiar de posición ella también se
había percatado de que Maca se sentía incómoda con la charla.
- Creí que estaba más cerca – comentó Maca mirando a la enfermera, cuando
Nancy se dio la vuelta y ocupó con corrección su asiento, segura que el ruido
ensordecedor del motor le impediría escucharlas, de hecho ella era incapaz de
oír lo que Nancy le estaba indicando al conductor.
- No es que esté muy lejos pero la carretera es horrible – la informó Esther.
- Entiendo – musitó Maca mirando por la ventanilla con curiosidad – Esther tienes
que decirme cuánto dinero hay que poner, que yo…
- Tú no tienes que poner nada, no te preocupes por eso – le dijo.
- Pero en algo podré contribuir, no me parece bien que…
- Ya que lo dices si que puedes hacer algo.
- ¿El qué? – preguntó interesada
- Pues… podías ser un poco menos seca – le recomendó acercándose a su oído.
- Eh… - la miró desconcertada - ¿seca? ¿a qué te refieres?
- Con… - señaló con la cabeza hacia Nancy.
- No he sido seca.
- Si, Maca, se te ha notado un montón que no quieres hablar de Germán.
- Es verdad que no quiero – la miró preocupada – pero… no es eso… ¿crees que
se ha molestado? – le preguntó preocupada lo último que deseaba era meter la
pata con los amigos de Esther.
- No, Nancy no se molesta nunca, pero… podías intentar estar… menos seria y ser
un poco más… simpática.
- Pero... ¡si he sido simpática!
- Sí, mucho, mi amor – dibujó una mueca irónica mientras sus ojos reían
divertidos - ¿Por qué no quieres hablar de Germán?
- No es que… no quiera… lo que no quiero marearme y si… vamos que… se
pone ahí, delante y…
- Vale – le sonrió – no te preocupes y sigue mirando por tu ventanilla. Ya le daré
yo charla.
- ¡Gracias! – le devolvió la sonrisa sinceramente aliviada.

La pediatra volvió a centrarse en el camino. A uno y otro lado de la carretera se veían


gentes andando, cargados con todo tipo de objetos. Esther sonrió al verla tan atenta y la
cogió de la mano, estrechándosela con suavidad, Maca volvió su rostro hacia ella y le
devolvió la sonrisa. “Te quiero”, dibujaron los labios de la enfermera y la sonrisa de
Maca se hizo aún más amplia, haciendo una mueca traviesa y sintiendo un cosquilleo
especial. Ambas se sentían felices de compartir esos momentos. Esther se acercó a ella
sentándose a su lado, le guiñó un ojo y situó su cuerpo entre ambos asientos delanteros,
inclinándose hacia delante, para hablar con Nancy.

Maca no podía dejar de observar aquellas construcciones ligeras de las afueras, no eran
exactamente chabolas aunque se asemejaban, situadas a ambos lados de la carretera,
hechas en adobe y la mayoría de ellas con algún tipo de mercancía fuera. Estaba
asombrada de aquel derroche de colorido, de aquella masa de gentes que pululaban de
un lado a otro y llamaban la atención de los vehículos que circulaban por la carretera. Ni
siquiera sabía hacia donde mirar, cada vez más abrumada y con la sensación de que si
invertía mucho tiempo observando algo se dejaba atrás multitud de detalles interesantes.
Al cabo de unos minutos Esther se sentó otra vez en su puesto.

- Dice Nancy que se espera buen tiempo aunque, habrá algunas tormentas.
- ¿Y qué quiere decir eso?
- Que quizás tengamos mala suerte, y nos cueste más de la cuenta poder ver una
familia de gorilas.
- ¡Oh! – la miró decepcionada.
- Cuando llueve suelen quedarse quietos y no se desplazan nada hasta que pasa la
lluvia y tendríamos que ir en su busca.
- ¿Lloviendo?
- Si, la otra opción es permanecer en el lugar que escojan de observatorio y
esperar a que vuelvan, ellas siempre lo hacen así, porque hay que escoger muy
bien los lugares para sus investigaciones, pero… pueden pasar varios días hasta
que lo hagan y… para verlos en tan poco tiempo tendríamos que hacer como los
turistas, que solo pueden verlos una hora como máximo y una de las familias
más bajas y… la idea era subir un poco más. Donde están las familias que
estudian ellas.
- Ya… me estás queriendo decir que no vamos a verlos, ¿no? – preguntó con la
desilusión escrita en sus ojos.
- No pongas esa cara, será más difícil pero los veremos, ¡ya verás! Ellas tienen
controlados los grupos, ¡hasta les tienen puestos nombres a todos los individuos!
– exclamó sonriendo y dándole confianza – no te vas a ir de aquí sin haberlos
visto, ¡te lo prometo! Aunque tenga que ser yo la que los rastree - bromeó.
- Debe ser un trabajo fascinante – sonrió al ver como Esther hablaba con
propiedad del tema.
- ¡Sí que lo es! – admitió la enfermera.
- Y tú has aprendido mucho – le dijo burlona.
- No creas, solo que para verlos, hay que estar mucho tiempo sentado y tener
paciencia.
- Por eso no te preocupes que si se trata de estar sentados, seguro que soy la mejor
de todos vosotros – respondió sarcástica.
- ¡Maca! – protestó.
- Es verdad, si estoy acostumbrada a algo, es a estar sentada y a tener que esperar.
- ¡Tonta! – susurró enternecida.
- Esta zona es… muy distinta – le dijo señalando el exterior cambiando de tema y
volviendo a mirar a fuera.
- Sí, es más pobre que la salida hacia Jinja. ¿Ves estas casas? todos venden algo.
- Sí, ya lo he visto mientras hablabas con Nancy – le dijo sin apartar los ojos de
aquella especie de mercadillo, de pronto sus ojos se abrieron de par en par sin
dar crédito a lo que veían, volviéndose hacia Esther y señalándole con el dedo –
¿eso son…?
- Sí, Maca, son ataúdes – rió divertida ante su cara de sorpresa.
- ¡Dios! espero no palmarla aquí y que me metan en uno de estos – exclamó
fijándose en esos ataúdes que se le antojaban cuando menos curiosos, por no
decir horribles, algunos de vistosos colores que llamaron poderosamente la
atención de la pediatra - ¿imaginas lo que diría mi madre cuando lo viese?
- ¡Mira qué eres! no digas eso ni en broma – protestó con seriedad y sintiendo de
pronto una sensación desagradable que le provocó un gran escalofrío – me da…
mala espina.
- Es que son espantosos.
- Maca… - la recriminó señalándole con la cabeza hacia el conductor – no digas
esas cosas y no bromees con eso.
- No creo que nos oiga ni que nos entienda – le habló más bajo.
- Bueno, por si las moscas, ¡compórtate!
- ¿Y se venden así! ¿en mitad de la calle?
- Ya ves que sí – sonrió – es normal vender, muebles, forjas, cerámicas, tambores,
maderas, montañas de plátanos.
- ¡¿Qué es eso? – la cortó la pediatra señalando una montaña de sacos gigantescos
transportados por dos ciclistas, que emprendían el ascenso de aquella empinada
rampa del camino.
- Sacos de carbón – le explicó Esther – aquí se llama makala.
- Makala – murmuró intentando memorizarlo - ¡Es increíble que no se les caigan!
- Bueno… más de uno tiene un accidente – le dijo contenta de ver su entusiasmo
por todo, la mirada triste y abatida de la tarde anterior había desaparecido y con
ella, sus temores de que Maca le estuviese ocultando algo.
- Todo esto es… - la miró inspirando el aire con fuerza y sin capacidad para
describir lo que sentía, pero Esther la comprendió al instante.
- Me alegra que disfrutes – le susurró al oído y le dio un fugaz beso en la mejilla,
agarrándose a su brazo.

Maca dirigió sus ojos a ella y sonrió, Esther paseó su mano arriba y abajo por el
antebrazo de la pediatra, llena de alegría y amor, sus ojos permanecieron unos instantes
escrutándose, no hacían falta palabras, sabían comunicarse sin ella. Luego, la pediatra
volvió sus ojos aquel mundo desconocido y que cada vez se le antojaba más fascinante,
sobre todo el hecho de descubrirlo junto a ella.

Según se alejaban de Kampala se iban sucediendo paisajes verdísimos y montañosos,


pero los viandantes de los bordes de la carretera no desaparecían, ni ellos, ni los ciclistas
que casi siempre transportaban grandes cargas, sobre todo, grandes bidones amarillos
que llamaron la atención de la pediatra, Esther le explicó que eran de agua, y que era
necesario transportarla desde los pocos pozos de agua potable que se diseminaban por el
terreno. A los bidones se sumaban grandes montones de leña o paja, a veces inmensos
fardos de cebada, llevados en equilibrios inverosímiles sobre la cabeza por mujeres, que
Maca señalaba vez tras vez, maravillada de la fortaleza que mostraban tener. Las
observaba con admiración, especialmente a aquellas que, además de la carga, llevaban
un bebé a la espalda. ¡Ahora entendía cuando Esther le decía que eran gentes especiales!
cuando al atenderlas en el campo, la enfermera le insistía en que confiara en su
fortaleza, estaba claro que la naturaleza las dotaba de algo de lo que ella carecía.
Suspiró mirando a una mujer que se le antojó demasiado mayor para llevar aquel peso
además de tirar de una carreta con dos pequeños y de llevar otro a la espalda.

- Son increíbles – murmuró mirándola – yo sería incapaz – reconoció admirada –


no sé de donde sacan esa energía y… esa fuerza.
- Sí, que lo son – admitió la enfermera - ¡duras y trabajadoras hasta la médula!
- Creo que cuando vuelva… ¡jamás volveré a quejarme por nada! – exclamó
pensativa y Esther sonrió para sus adentros, poco a poco Maca estaba viendo
todo aquello con otros ojos y eso la hacía sentirse feliz. La tomó de la mano y se
la acarició con ternura, recostando su cabeza en el hombro de la pediatra, que la
miró de reojo y dibujó una sonrisa en sus labios - Esas bicicletas… son… raras –
le comentó observando con detenimiento una de ellas que acababan de
sobrepasar.
- No tienen cambios, se fabrican en China y en algunos países poco
industrializados – le explicó – pero son más baratas.
- ¡Joder! ¿sin cambios! debe ser horrible subir una rampa con eso.
- Por qué crees que lo hacen a pie, ¿no te has fijado?
- Si, pero creí que lo hacían para que no cayera la carga – reconoció pasando se la
mano por la frente, gesto que alertó a la enfermera.
- ¿Te mareas?
- No – se apresuró a responder.
- ¿Seguro? podemos parar si lo necesitas, Maca.
- De verdad que no – aseguró con una sonrisa.
- Maca, no vayas a hacer lo mismo que cuando llegamos aquí – le dijo en tono de
súplica – aún nos quedan bastantes horas de camino y...
- Esther… estoy bien, créeme – insistió con una mueca burlona ante el suspiro de
la enfermera – solo es que esto me abruma, y me da la sensación de que me falta
tanto por saber… por conocer y comprender - la miró de nuevo mostrándole en
su expresión lo mucho que la fascinaba todo aquello.

Esther respiró aliviada. No podía evitar preocuparse por ella y más aún después de lo
reacio que había estado Germán a que hicieran esa excursión. El jeep se detuvo,
entraban en la gasolinera que le comentara Nancy. Annie y Germán descendían ya de su
jeep y, por señas, les indicaron que entraban al local. Maca volvió a quedarse
impresionada con el lugar, ¡nunca hubiera imaginado que aquello era una gasolinera!
Maca aprovechó la parada para coger su cámara y comenzar a prepararla.

- Voy a estrenarla – le anunció a la enfermera con alegría.


- Ya me extrañaba a mí que no lo hubieras hecho antes – rió contenta de ver lo
mucho que había acertado.
- No quería marearme, además con el traqueteo quizás no me salgan bien, pero
ahora… - se calló enfocando y disparando a unos chiquillos que se aproximaban
con una carrera a ambos vehículos gritando “muzungu”, “muzungu”.
- Voy a ayudar a Nancy, ¿te importa? – le preguntó la enfermera al ver que si ella
se marchaba se quedaría sola en el coche.
- Claro que no, ve donde quieras – respondió, observando en la pantalla el
resultado y sonriendo satisfecha.

La enfermera descendió y antes de que estuviera a un par de metros Maca la llamó.

- ¡Esther!
- ¿Sí? – dijo girándose al tiempo que Maca la sorprendía disparando la cámara –
pero, ¡Maca! ¿cómo me sacas fotos con estos pelos? – protestó divertida.
- ¿Qué pelos! ¡estás preciosa!
- Y tú… ¡estás loca! – sonrió.
- Por ti – movió los labios en un murmullo casi inaudible para no ganarse una
nueva bronca de la enfermera como esa misma mañana.

Esther negó con la cabeza y movió la mano de un lado a otro indicándole que le iba a
dar un cachete y riendo corrió al interior del local, mientras el conductor terminaba de
llenar los dos depósitos y Maca continuaba jugueteando con su cámara. Llegó justo
cuando Germán salía con Annie y Nancy, apresurándose a cogerle un par de bolsas a su
amiga.

- ¿Qué tal está Wilson? – le preguntó Germán en un intento de bajar la voz. Le


preocupaba la cantidad de horas de camino que llevaba ya en el cuerpo y las que
les quedaban.
- Muy bien, ahí la tienes haciendo fotos, ¡está flipada con todo esto!
- ¿Está bebiendo?
- Que sí, pesado – le sonrió – deja de preocuparte que está muy bien.
- ¿Y tú?
- ¿Yo qué?
- ¿Cómo estás? – le preguntó con retintín conocedor de la respuesta.
- ¡Mejor que nunca! ¡se puede saber qué te pasa?
- Te echo de menos – le susurró inclinándose hacia ella – ya te vale mandarme al
otro coche.
- Si te parece mando a Maca – respondió sarcástica.
- No, pero… podías dejarme que fuera un ratito con Wilson, al menos no habla en
lo viajes porque estoy hasta los huevos de oír las excelencias de los elefantes.
- ¡Germán! – lo reprendió aguantando la risa, Annie era una persona muy
agradable pero cuando se ponía a hablar de su trabajo podía ser la más pesada
del mundo - ¡Anda y corre que te dejan en tierra! – bromeó señalándole su jeep
con los ojos – ¡qué ya tendrás tiempo de estar con quien tu quieres! – le guiñó un
ojo.
- ¡Joder! – protestó y poniéndose serio insistió - estate pendiente de Wilson y…
bueno que… me llaméis por la radio si...
- ¡Largo! – sonrió divertida.
- Vale, vale… ¡hasta luego! – se despidió alejándose a grandes zancadas.
Minutos después, reanudaban la marcha. Conforme iban avanzando hacia el Norte de
Uganda, y las horas pasaban, Maca no dejaba de sorprenderse de los cambios visuales.
Mantenía su mano aferrada a la de Esther que le regalaba pequeñas caricias y le ofrecía
agua, cada dos por tres, sin que en esta ocasión la pediatra se negase a beber, el polvo
del camino, levantado por bestias, trabajadores y viandantes que circulaban por las
cunetas, les secaba a todos la garganta.

- Todo esto es… tan diferente – repitió por enésima vez.


- El norte es mucho más pobre que el sur y mucho más inseguro – le explicó
Esther – pero tiene unos paisajes increíbles.
- ¿Aquí es donde trabajaba Sara?
- No – sonrió Esther imaginando lo que pensaba – mucho más al norte, en el peor
lugar de toda Uganda.
- Es valiente.
- Si, Sara es especial – reconoció la enfermera mirándola extrañada.
- La admiro – confesó Maca – y… me gustaría poder ayudarla.
- ¿Ayudarla? – la miro Esther sorprendida, enarcando las cejas instándole a que le
contara en qué.
- ¿Estáis cansadas? – se giró hacia ellas Nancy, en ese preciso instante,
interrumpiéndolas y dejando a Esther con las ganas de saber a qué se refería.
- ¿Qué? – alzó la voz Esther que con el ruido del motor y de traqueteo no podía
escuchar lo que hablaban delante, salvo que elevaran la voz para hacerse
entender.
- ¿Qué si estáis cansadas? – repitió más alto – habíamos pensado parar solo para
comer y luego un poco más adelante, pero podemos detenernos un rato y estirar
las piernas.
- Por mí no hace falta – dijo Esther – ¿Tú quieres parar Maca?
- Bueno… lo que querías vosotras – respondió sin deseo de entorpecer los planes
de aquellas dos mujeres, aunque estaba un poco mareada, casi no lo notaba,
fascinada por el fantástico espectáculo de observar otras costumbres, otras vidas.
- Perfecto pues pararemos en Masindi, está a mitad de camino y así descansamos
un poco y comemos algo.
- ¿Cuánto queda? – preguntó Maca.
- Apenas una hora u hora y algo – le dijo Nancy, volviéndose de nuevo de cara al
camino.
- ¿Estás bien? – le preguntó Esther acariciándole el antebrazo – si necesitas parar
no le va a molestar a nadie.
- No lo necesito, estoy muy bien – esbozó una sonrisa – solo era curiosidad.

Esther suspiró y volvió a recostar su cabeza en el hombro de Maca, que desvió sus ojos
al exterior. En los laterales de la carretera aparecían amontonados, esporádicamente
frutos de la tierra, en una especie de pequeños tenderetes. Variaban según los lugares
por los que iban pasando. Maca comprobó que ahora tocaban patatas que estaban
amontonadas piramidalmente en la cuneta junto a las que había gentes de todas las
edades que hacían señas a los autos para que se detuvieran a comprar y así poder sacar
unos chelines.

- ¿Eso también son patatas? – preguntó Maca mirando a Esther.


- Sí, lo son. Las separan por colores, a un lado las de piel marrón y a otro las
rojizas. Es la costumbre, y aquello de allí son yucas y lo otro zanahorias.
- Conozco las zanahorias – le dijo con retintín.
- ¿Sí? – preguntó burlona – creí que tú no conocías nada que no estuviese ya en el
plato.
- Pues sí, y por si ya te has olvidado y lo que insinuas es que no tengo ni idea de
cocinar te recuerdo que en aquel curso de cocina triunfé con mi pato a la naranja.
- ¡Eh! ¡que lo hicimos juntas!
- Hicimos, hicimos – la remedó - perdona, pero tú solo fuiste mi pinche – bromeó,
ganándose un coscorrón de la enfermera que fingía ofenderse.
- Ya veremos quien ha aprendido más de cocina en estos años – la retó desafiante
– en cuanto volvamos me lo vas a tener que demostrar.
- ¡Estaré encantada! – aceptó insinuante – quizás te lleves una sorpresa.
- Pues espero que sea grata.
- Lo será – le susurró al oído, mientras acariciaba su muslo, Esther sintió que se le
erizaba el vello de todo el cuerpo.
- ¡Maca! – la reprendió empujándola – mira allí – intentó distraer su atención.
- ¿Dónde?
- Allí, ¿ves aquél grupo?
- Sí, ¿qué pasa? – preguntó con temor y las imágenes de la lapidación que
presenció el día de su llegada acudieron con rapidez a su mente haciendo que su
alegría desapareciese siendo sustituida por un rictus amargo.
- No pongas esa cara mujer – sonrió sin saber a qué se debía su preocupación –
esos turistas se han detenido para comprar o fotografiar y ahora no podrán
marcharse tan fácilmente – rió.
- ¿Por qué? – preguntó asustada.
- Tirarán de ellos para que vean sus casas, las fotografíen, o a ellos y sus mujeres,
o a los niños, a parte de tener que comprar algo.
- ¡Qué agobio!
- Son los riesgos de pararse, pero son muy amables y siempre obsequian con
algún dulce o licor.
- ¡Cualquiera se lo toma! – dijo poniendo cara de asco.
- Maca…
- Lo siento pero… desde que me dijiste que los amasan con los pies… no puedo
quitarme la imagen de la cabeza.

Esther lanzó una sonora carcajada.

- En el fondo tienes razón. No se debe comer nada que te ofrezcan y menos si está
hecho con leche.
- Vaya ánimos. ¿Y qué haces si te lo ofrecen! porque luego se ofenden.
- Lo coges y con grandes muestras de agradecimiento, lo guardas para luego.
- Bueno, parece fácil – sonrió aliviada de imaginarse.
- Te he dicho grandes muestras de agradecimiento no ese gesto con la boca
torcida que pones que pretende ser una sonrisa – bromeó irónica.
- ¡Oye! que yo soy muy agradecida y sé sonreír.
- Claro mi amor, pero nadie lo nota – rió divertida.
- ¿Vas a estar riéndote de mí el día entero? – preguntó haciéndose la ofendida
pero con una mirada traviesa que desvelaba que no era así.
- No, cariño, solo a ratitos – volvió a besarla en la mejilla y Maca ladeó la cabeza
hacia su lado para sentirla y rozar mejilla con mejilla.
- Entonces… ¿no debo comer nada fuera de lo que hemos comprado?
- Es lo más recomendable si no quieres pillar una diarrea. Aunque las verduras y
las carnes estén frescas no suele haber higiene ni a la hora de prepararlas ni en
los platos y enseres para servirlas. Y agua solo embotellada.
- Eso ya lo sé – sonrió – digo lo del agua.
- Perdona – se encogió de hombros – ya sé que has viajado a muchos sitios.
- No te disculpes, ¡me encanta que me enseñes y me expliques todo! – se inclinó
para susurrare al oído – y me gusta la cara que pones cuando lo haces y me
encanta hacer este viaje contigo – habló con énfasis y entusiasmo que alegraron
a la enfermera.

Esther se perdió en sus ojos, cuando Maca la miraba así la dejaba sin palabras, solo
podía sentirse inmensamente feliz. Le apretó la mano y esbozó una sonrisa de
satisfacción.

Maca suspiró igualmente contenta y continuó contemplando el paisaje, en muchas


ocasiones no sabía donde fijar la vista, esperaba descubrir algún animal salvaje pero no
fue así, en cambio se sorprendía continuamente del colorido de los trajes de las mujeres
que vendían al borde de la carretera, o de la gente saliendo de sus chozas de barro seco,
que no se distinguían en el horizonte hasta que no las tenían encima.

- ¿Y eso! ¿qué es eso?


- Sacan carbón de la tierra, nos acercamos a las montañas y por esta zna es muy
común. ¿Recuerdas los sacos que vimos antes?
- Si.
- Aquí son fundamentales pero… también es muy perjudicial para los gorilas.

Al cabo de media hora entraban en Masindi, el último lugar lo suficientemente grande


de la zona como para poder comprar más provisiones y comer algo, antes de llegar al
hotel de Murchison Falls. Habían sido cuatro horas de tranquila carretera asfaltada y sin
atravesar apenas pueblos y Esther tuvo la sensación de que Maca hacia un gesto de
dolor cuando la ayudaba a descender.

- ¿Estás muy cansada?


- No.
- Pero te duele algo o estás mareada.
- Estoy bien Esther, no me preguntes a cada instante – le pidió señalando con las
cejas hacia los demás – bastante nota doy ya yendo aquí sentada para que
encima crean que…
- Maca, no das la nota. Están encantadas de que vayamos y de enseñarnos todo y
vale, no te pregunto más.
- Hola, hola – dijo Germán llegando hasta ellas.
- Hola – sonrió Maca al ver lo tan contento.
- ¿Qué tal el viaje, chicas? – preguntó pasándole el brazo a Esther por encima del
hombro.
- Muy bien – respondió Nancy con rapidez - ¿qué os parece si sacamos las mesas
y comemos aquí mismo algo ligero! al menos que prefiráis que entremos allí –
dijo señalando un pequeño local al borde de la carretera atestado de vehículos de
turistas en el exterior, incluso había un pequeño camión de turistas y un minibús.
- Por mí mejor aquí – dijo Germán - ¿qué os parece a vosotras?
- Lo que digáis.
- Wilson si quieres entrar al baño…
- Sí, me gustaría poder hacerlo.
- Yo te acompaño – dijo inmediatamente Esther
- Pues mientras nosotros preparamos todo, ¿por qué no compráis vosotras unas
cervezas bien frías?
- Vamos Maca – fue la respuesta de Esther que se colocó tras ella y comenzó a
emularla.
- ¿Has visto como se pavonea Germán delante de Nancy? – le preguntó al pediatra
con tono confidencial y gesto burlón.
- No vayas a reírte de él – le pidió a sabiendas de que podía ser así – Nancy está
algo más que interesada en él y…
- Y tú ya te has propuesto que acaben juntos, que ya recuerdo tu vena
casamentera.
- Bueno… hacen buena pareja ¿no?
- Hombre… si tú lo dices…
- No conoces a Nancy.
- Pero conozco a Germán y…
- Maca…
- Vale, vale, tengo que reconocer que pocas mujeres de su altura va a encontrar.
- ¡Eres imposible! – exclamó dejándola en la puerta del baño.
- Entra conmigo – le pidió – creo que… necesitaré cambiarme.
- De acuerdo – aceptó entrando junto a ella – pero no vayas a empezar con tus
puyas de doble sentido.
- Que no, que voy a ser la más simpática y agradable del mundo.
- Ya…
- ¿De Germán si puedo reírme?
- ¡Maca!..

La pediatra soltó una carcajada demostrando lo mucho que le gustaba picarla. Esther
sonrió divertida y se apresuró a prestarle su ayuda, pero antes, y sin poder contenerse
más tiempo, se inclinó regalándole un par de furtivos besos, que ambas estaban
anhelando desde que partieran.

Cuando regresaron con las bebidas junto a los demás, ya tenían montadas un par de
mesas plegables y habían sacado algunos embutidos y conservas. Germán estaba
haciendo bocadillos para todos. También habían situado en pequeños platos de plástico
algunas frutas frescas que acababan de comprar y trocear. Todos permanecían en pie
junto a ellas, con la intención de comer rápidamente y continuar el viaje.

- Esta noche cenaremos mejor – le dijo Nancy a Maca en lo que le pareció a la


pediatra que era un intento de excusarse por la frugalidad de lo que habían
preparado – pero para viajar es preferible ir ligeros.
- Por mí no hay problema, no tengo hambre – dijo con rapidez mirando a Germán
que ya había fruncido el ceño y le tendía el primero de los bocadillos – y estoy
totalmente de acuerdo, para viajar es mejor no comer demasiado – ratificó
cogiendo lo que le tendía el médico – ¿de qué es?
- De atún – la miró señalando con la cabeza a la enfermera para que supiera de
quién era la idea, sonriendo al ver que Maca respiraba aliviada.
- Me ha comentado Esther que estás deseando ver animales salvajes – volvió a
dirigirse a ella Nancy, estaba claro que pretendían que se sintiera a gusto en el
grupo donde ella era la única extraña.
- Bueno… me ha llamado la atención que sea tan difícil verlos, tenía… otra idea
de todo esto.
- Pues… tranquila que te vas a cansar de ellos – le dijo Annie – lo que nos queda
de camino era muy diferente, pronto abandonaremos la calzada y entraremos en
los caminos de tierra, ya verás, con un poco de suerte desde el jeep podrás ver
hasta leones.
- ¿De verdad? – preguntó con cierto temor.
- Sí, Maca, ya mismo entraremos en territorio del Parque Nacional y habrá que
tener cuidado.
- Además si os apetece antes de llegar a Marchisson nos paramos en el Ziwa
Rhino Sanctuary.
- ¿Qué es? – preguntó Maca.
- Una reserva creada para reintroducir rinocerontes en Uganda, pasaremos de
camino. Y Jack y Rosanna estarán encantados de atendernos, están haciendo un
fabuloso trabajo.
- ¡Sí! – exclamó Esther ilusionada – yo no he estado y será estupendo poder ir.
- Pero se nos va a hacer demasiado tarde y hoy deberíamos descansar bien –
intervino Germán – mañana nos espera una larga jordana de ascenso. Además el
objetivo es ver los gorilas, ¿no?… y... yo creo Esther que cuanto antes….
- Yo también quiero ir – intervino Maca, interrumpiéndolo al ver la cara que iba
poniendo la enfermera, sonriendo a Esther que la miró agradecida por su apoyo.
- Pole, pole – le dijo Annie con una afable sonrisa y una cariñosa caricia en su
brazo. Maca miró desconcertada a Esther, no entendió qué quería decirle con
pole, pole. Esther se agachó para susurrarle al oído.
- Poco a poco en Swahili – enarcó las cejas y ambas leyeron los ojos de la otra
riéndose en silencio. Maca entendió que Esther le decía que Annie era así, de
pronto hablaba en inglés, de pronto en un dialecto e la zona o de pronto en
español, formaba parte de su peculiar forma de ser.
- Venga Germán ¡que no se diga! – bromeó Nancy – no me digas que has dejado
en aquel campamento tú espíritu aventurero.
- No es por mí, es que… Wilson… - se calló al ver la mirada que le lanzaba la
pediatra – que… bueno que sí, que nos paramos a verlos.
- Hay que disfrutar de las vistas y las situaciones – intervino Annie de nuevo -
Maca tendrá ganas de ver la naturaleza, pero sin prisa; sería absurdo tener prisa
en un sitio como éste – sentenció y Germán asintió comprendiendo que no podía
estar todo el día pensando en la salud de la pediatra.
- Voy a comprar unos matoke ¿os apetecen? – preguntó el médico señalando uno
de los puestos de la calle.
- ¡Estupendo! – exclamó Nancy – mientras los comprar nosotras vamos
recogiendo todo esto y en un par de horas estamos en la reserva.
- ¿Qué es el matoke? – le preguntó Maca a Esther.
- ¿Ya lo has olvidado?
- Pero… ¿me lo has dicho? – preguntó sin recordarlo en absoluto, era demasiada
información para tan poco tiempo.
- Yo creo que sí – sonrió burlona – es el plátano elaborado, es la base alimenticia
del país.
- ¿Elaborado? – preguntó sin comprender a qué se refería observando el puesto en
el que Germán aguardaba ser atendido tras una pareja de turistas y donde las
piñas de plátanos estaban situadas en exposición en unas improvisadas
estanterías de madera. Ella veía plátanos sin más.
- Cocidos al carbón, Maca – le explicó ayudando a Nancy y Annie a guardar todo
en los jeep – mira el puesto, ¿ves que hay unas cestas en el suelo?
- Si.
- Pues ahí están los plátanos cocidos, y lo de al lado son una especie de braseros
de carbón. Ahí los cuecen.
- Como las castañas asadas – comentó la pediatra.
- Algo así – sonrió recordando lo mucho que le gustaban a las dos y los años que
hacía que no las probaba, Maca comprendió al instante el cambió a nostálgico de
su mirada y su gesto.
- En canto comience el frío tenemos que comprarnos un cartucho – le propuso
acariciándole la mano con discreción.
- ¡En eso mismo estaba pensando! – exclamó Esther.
- Ya lo sé – musitó divertida – lo llevas escrito en los ojos.
- ¿Sigue estando aquel puesto de la esquina que nos gustaba a nosotras? –
preguntó con curiosidad aludiendo a su vida juntas.
- No lo sé, hace dos años que no paso por casa – confesó encogiendo un hombro y
enarcando las cejas con culpabilidad.
- Pues vamos a tener que ir un día, en cuanto volvamos.
- Iremos – le prometió.
- ¡Aquí están los matoke! – llegó Germán triunfante repartiendo trozos a cada una.
- Umhhh – paladeo la enfermera – ¡me encantan recién hechos. ¡Gracias,
guapetón! – exclamó saltando a besarlo.
- Y a ti Wilson ¿qué? ¿te gustan?
- Si que están buenos – admitió la pediatra que se ganó un guiño de su amigo, que
estaba satisfecho de verla animada y comiendo sin remilgos, mirando
atentamente su trozo como cada vez que disfrutaba con algo de comer – es
increíble como todo sabe diferente – comentó - ¿Cuánto te han costado?
- Casi nada, cuatro cestas llenas apenas cuestan un euro.
- ¿Tan poco? – preguntó sorprendida – pero entonces….
- Maca aquí esto es así. Todo es muy barato para lo que nosotros estamos
acostumbrados. ¿porqué crees que las vendedoras esperan pacientemente todo el
día! necesitan venderlo todo, para que les compensase algo.
- ¿Por eso hay opuestos en todos los cruces por los que hemos pasado?
- ¿Te has fijado?
- ¡Claro que me he fijado! Si cada cruce parece un mercado y lo raro es que no
tengo idea de donde sale la gente.

Esther soltó una carcajada.

- No viven ahí si es lo que crees se trasladan con camiones, los hemos visto al
pasar.
- Sí, los recuerdo.
- ¿Nos vamos? – preguntó Nancy interrumpiendo la conversación de ambas.
- Sí – respondió rápidamente Esther, colocándose tras Maca y empujándola hasta
el jeep.
Se repartieron de nuevo en los dos vehículos y reanudaron la marcha. Maca estaba
especialmente excitada, desde que le dijeran que el trayecto que les quedaba era mucho
más salvaje y que ahora sí que comenzaría a ver animales de todo tipo. Se apostó en la
ventanilla del coche y miraba esperanzada de un lado a otro pero era incapaz de ver
ninguno. Lo que sí comenzaron a ver con cierta asiduidad eran minas de carbón, y
multitud de sacos situados a los bordes del camino. Alternando con lo que Esther le dijo
que eran pequeñas fábricas de ladrillo rojo. Era impresionante como en unas horas
estaban pasando de la sabana a la selva y como el paisaje iba cambiando y con él sus
gentes y formas de explotar la naturaleza. Los ojos de la pediatra se volvieron hacia
Esther que se estremeció solo de zambullirse en su profundidad. “Gracias”, dibujaron
los labios de Maca, que feliz fue ahora ella la que recostó su cabeza en el hombro de la
enfermera. Esther, le acarició la mejilla, levantó su brazo por encima de los hombros de
Maca y la atrajo hacia ella, segura de que deseaba dormitar un poco tras la comida. Pero
se equivocaba, a pesar de que una dulce somnolencia la había invadido, Maca no quería
regalar ni un segundo de todo aquello al sueño, ¡ya habría tiempo de dormir! ahora era
momento de recrearse y disfrutar de todo lo que la rodeaba.

* * *

Hora y media después se salían de la vía principal y tomaban un pequeño camino a la


izquierda. Se adentraban en la reserva del rinoceronte blanco. Maca no había dejado de
sorprenderse con cada árbol desconocido, con cada pájaro exótico, preguntando
continuamente sobre todo lo que iba descubriendo, por las costumbres de aquellas
gentes que se apostaban al borde del camino observando trabajar a uno de ellos en las
tareas más inverosímiles, mientras los demás intentaban atraer la atención de los
viajeros, con una frase que ya tenía grabada en su memoria “bye, bye, muzungu” y que
Esther ya se había encargado de traducirle, “a dios, hombre blanco”. Algunas aves de
corral, como gallinas y pavos reales, picoteaban a su aire entre herbazales cercanos a la
carretera. Todo le resultaba tan diferente que no podía dejar de señalar a diestro y
siniestro.

- Envidio la tranquilidad que tienen – le dijo de pronto a la enfermera girando su


ya acalorado rostro hacia ella.
- No creas que lo envidiarías tanto – la miró convencida de que no era así.
- Quiero decir que parecen siempre contentos y son siempre tan amables – recalcó
el “tan” y Esther sonrió comprendiendo que añoraba la calma que le faltaba en
Madrid, donde las preocupaciones y el ajetreo de su vida no la dejaba pararse a
disfrutar de todo lo que tenía.
- Eso sí es verdad, pero su vida es mucho más dura de lo que imaginas, apenas
tienen para comer y eso que ésta es una zona bastante favorecida.
- Pues no aparentan estar mal alimentados – comentó fijándose en que la mayoría
de ellos aparentaba fortaleza física.
- Una familia apenas comerá poco más que papilla de plátanos o…
- Matoke – la interrumpió con una sonrisa mostrándole lo mucho que la
escuchaba y cómo intentaba recordar todo lo que le enseñaban.
- Exacto – la acarició con ternura premiando sus esfuerzos por comprender y
conocer todo aquello.
- ¿Y qué más comen en el día?
- Quizás un poco de cassava y arroz, pero eso es básicamente su dieta.
- No recuerdo que era la cassava – reconoció interrogante, clavando sus curiosos
ojos en ella.
- Ya la has comido, es yuca con pasta de maíz – le dijo con una sonrisa - ¡mira!
¡ya estamos entrando en la reserva! – exclamó señalando hacia adelante.

Maca dirigió la vista al camino al tiempo de ver que franqueaban la rudimentaria


entrada en madera tallada con imágenes de los rinocerontes, Nancy se volvió hacia
ellas.

- Annie irá a buscar a Jack, ¿qué os parece si mientras nosotras vemos las
pequeñas oficinas?
- Como tú veas.
- Lo normal es que nos asignen un rangers que nos acompañe pero conociendo a
Jack será él mismo quien venga con nosotras.
- ¿Un rangers? – preguntó Maca sin comprender muy bien lo que quería decirle e
imaginando un guardia armado, lo que provocó que su temor aumentase.
- Un guía, normalmente armado, Maca – la sacó Esther de sus dudas con rapidez -
¡No me imaginaba que esto fuera tan grande! – exclamó observando todo a su
alrededor con enorme curiosidad, a aquel inmenso terreno lleno de pequeños
arbustos y algunos árboles más grandes diseminados por doquier.
- Ni yo sabía que el rinoceronte estuviese en peligrote extinción – puntualizó
Maca.
- Tiene setenta kilómetros cuadrados – le explicó Nancy mostrando la satisfacción
que sentía al verlas interesadas – y Maca, no lo está, al menos el negro, pero en
Uganda los extinguieron en 1982, el régimen anterior propició una matanza – le
dijo apretando los labios mostrando su desagrado - ¡una auténtica masacre! –
exclamó – que diezmó muchas especies y aniquiló algunas como el rinoceronte.
- ¡Qué barbaridad! – se escandalizó la pediatra.
- Ha sido necesario este proyecto de recuperación para poder reintroducir la
especie en su hábitat natural. De hecho solo aquí podréis ver los únicos
ejemplares salvajes existentes.
- ¿Y rinocerontes negros si hay? – preguntó Esther – porque yo no recuerdo haber
visto ninguno en estos años.
- No, también extinguido, pero es mucho más fiero y más difícil introducirlo,
aunque está proyectado hacerlo en unos años.
- Creí que la selva sería más… vamos que tendría más vegetación.
- Esto aún no es la selva Maca – soltó una pequeña carcajada la enfermera –
estamos en la sabana.
- Aquí verás muchos arbustos, gramíneas y algunos árboles, como aquel grupo de
allí – le explicó la bióloga.
- Son muy altos – comentó Maca impresionada con el porte que tenían.
- Es el árbol de Jack, vimos de esos el día que subimos a los lagos ¿te acuerdas?
Tienen casi veinte metros.
- ¿El día de los furtivos? – preguntó dejando bien claro que eso era lo que más
impacto aquel día.
- ¿Os encontrasteis con furtivos? – preguntó Nancy interesada.
- Sí – dijo Esther sintiendo una ligera culpabilidad por lo mal que lo pasaron.
- Fue un día fantástico – exclamó Maca interrumpiéndola, clavando sus ojos en
ella con tal intensidad que Esther se estremeció. Maca no quería ver su cara esa
expresión melancólica y culpable que acababa de poner - y ya recuerdo que me
comentaste muchas cosas de los árboles y… de todo – le dijo posando la mano
en el asiendo entre las piernas de ambas y acariciando con discreción el muslo
de la enfermera con el dedo índice. Esther sonrió y sus ojos brillaron divertidos,
consciente que desde donde Nancy estaba no podía ver las maniobras de la
pediatra.
- Si se puede seguro que Jack nos enseña el criadero – continuó Nancy con sus
explicaciones – es maravilloso ver a los bebes. No sabéis lo difícil que es que se
produzca un nacimiento.

Maca la miró asintiendo, y torciendo la boca en una mueca burlona que solo Esther
supo leer. Le hacía gracia escuchar como aquella mujer hablaba de los animales
continuamente como si formaran parte de su familia, como si fueran humanos, a ella
nunca se le hubiera ocurrido llamarle bebe a una cría de ningún animal y menos de
rinoceronte, siempre que los veía en reportajes le parecía un animal prehistórico, le daba
la sensación de llevar una coraza puesta.

- Tardaremos algo más pero si os apetece, veremos el criadero – insistió la


bióloga al ver que no le habían respondido.
- ¡Sí! – exclamó Esther que se mostraba tan ilusionada como una niña pequeña,
consiguiendo que Maca mantuviese una perenne sonrisa en su rostro solo de
verla disfrutar así.
- Pues vamos – dijo la chica en cuanto el jeep se detuvo.

Esther ayudó a Maca a descender del auto y se reunieron con Germán que las aguardaba
en la puerta del centro de recepción.

- ¿Y aquél edificio de allí? – señaló Maca, con curiosidad, hacia una majestuosa
mole que se veía unas decenas de metros más allá, con un jardín y gran trasiego
de gente.
- Un alojamiento para turistas, es una forma de contribuir a mantener el proyecto.
Hay poco dinero para estas cosas y tenemos que ingeniárnoslas para conseguir
ayudas y subvenciones – le explicó Nancy - No es lo ideal, pero es una de las
aportaciones más importantes.
- ¡Dios! ¡cuántas mariposas! – exclamó Esther, que no parecía interesada en la
conversación y observaba con atención unos arbustos cercanos.
- Son preciosas – murmuró Maca mirando hacia donde señalaba la enfermera y
fijándose en ellas con atención – ¡jamás había visto nada así! – comentó
extasiada con el cuadro de colores que le brindaba la naturaleza – debe haber
cientos!
- ¿Ves aquella de allí, la más grande! la que está en el arbusto de la izquierda
libando – le preguntó Germán a la pediatra agachándose a su altura, como hacía
siempre que quería indicarle que mirase a algún lado, detalle que ella le
agradecía en secreto acostumbrada a que todo el mundo le diera las indicaciones
sin tener en cuenta que desde su posición la vista era diferente.
- ¿La amarilla y negra?
- ¡La misma! es una papilio dardanus, y dicen que nunca hay dos iguales, todas
naces con diferente dibujo, son muy raras.
- ¿Desde cuando entiendes de mariposas? – le preguntó asombrada. Y él se
encogió de hombros con una sonrisa sin responder.
- Es una especie típica de los países húmedos de África Central – puntualizó
Nancy y Maca comprendió al instante de dónde había sacado Germán la
información, quizás Esther tuviera razón y entre ellos había algo más que
amistad, aunque ella juraría que Germán seguía enamorado de Adela, o esa
impresión le había dado cada vez que hablaban de ella – hay tantas por la hora,
suelen ser muy activas en las horas de más calor, y las que están en el suelo
siempre son los machos, tienen preferencia por libar las sales minerales del
terreno.

Annie salió del interior de la recepción y todos guardaron silencio. Venía acompañada
por una pareja joven que se apresuraron a saludar efusivamente a Nancy, era evidente
que no solo la conocían si no que la respetaban. Tras las presentaciones, les explicaron
que irían en todoterreno, durante unos quince minutos, al interior de la reserva para
poder ver los rinocerontes. Maca y Esther montaron con Jack y Annie, mientras Nancy
se marchaba con Rosanna y tomaba a Germán del brazo, algo que no pasó inadvertido a
Maca que no le quitaba ojo.

- Deja de mirar tanto a Germán, que Nancy va a creer que estás interesada en él –
le dijo Esther bajando la voz y haciendo una graciosa mueca, cunado Jack
arrancó el vehículo.
- Yo no miro a Germán – protestó – además, Nancy no puede pensar eso, ¿o es
que no sabe que tú y yo…? – preguntó arrastrando el yo y enarcando las cejas.
- Sí, lo sabe – confesó ladeando la cabeza – es mi amiga – intentó justificarse – se
lo conté – reconoció temiendo que se molestase.
- ¡Estupendo! ¿no tenemos que disimular! porque estaba pensando que en ese
caso….
- ¡Ni se te ocurra!.. ¿cuándo te vas a enterar de que…? - se calló al ver la cara
risueña de la pediatra y los ojos que bailaban divertidos - ¡Maca! – protestó.
- ¡Me encanta cuando te enfadas! – le susurró de nuevo en el oído y Esther sintió
un escalofrío al notar su aliento en la base del cuello.

Esther negó con la cabeza en gesto recriminatorio pero encantada de verla tan
juguetona. Maca parecía estar feliz, y por primera vez en mucho tiempo, la veía alegre,
animada, con fuerzas y ganas de todo. “A ver si escuchas lo que te están diciendo”
volvió Maca a inclinarse sobre ella susurrándole al oído, burlándose de su
ensimismamiento. Esther prestó atención a la charla que tenían delante Annie y Jack. El
chico comenzó a contarles con entusiasmo los progresos que habían hecho y como
habían aumentado en número de ejemplares en casi cien en tres años, lo que suponía
todo un logro.

- No creáis que al dedicarnos a ellos olvidamos las condiciones en que viven las
poblaciones de alrededor – les dijo de pronto - Además del plan de cría de
rinocerontes, desarrollamos programas educacionales y de apoyo a las aldeas
cercanas.
- Imagino que la educación en esto será fundamental.
- Sí lo es, intentamos que la reserva repercuta positivamente en el entorno y no
solo dando trabajo, sino medios para la calidad de vida.
- ¿Los veremos desde muy cerca? – preguntó Maca interrumpiendo toda esa
charla técnica más preocupada por el momento que se avecinaba y ganándose un
ligero codazo de la enfermera.
- Sí, caminaremos hasta pocos metros de ellos. Y… deberéis tener mucho
cuidado. Es un animal tranquilo, pero… en ocasiones, si huele peligro o se
siente amenazado… puede resultar sumamente peligroso. Tenéis que estar
dispuestas a subir a un árbol, en unos segundos – les informó con naturalidad.
- Es el segundo animal mas pesado de África después del elefante – les dijo Annie
que no podía evitar mencionar al animal que adoraba y llevaba años estudiando.
- Nos bajamos aquí, el resto del camino lo haremos a pie – anunció Jack
deteniendo el todoterreno y descendiendo de él seguido de Annie.

Esther se dispuso a hacer lo mismo cuando Maca la frenó. La enfermera la miró con una
sonrisa que rápidamente se borró de su rostro, la cara de la pediatra le gritaba a alto y
claro que le ocurría algo.

- ¿Qué pasa?
- Creo... que es mejor que me quede en el coche.
- Pero ¿por qué? – le preguntó asustada - ¿te encuentras mal?
- No, no me encuentro mal, pero… ¿tú has escuchado lo que nos ha dicho?
- Sí, claro que lo he escuchado.
- ¿Y cómo quieres que me suba a un árbol en unos segundos? – le preguntó
irónica.
- Maca… – frunció el ceño decepcionada – puedes venir, si no pudieras te lo
habrían dicho, ¿crees que Annie no se lo habrá comentado cuando ha entrado a
buscarlos? – le preguntó enarcando las cejas en un intento de convencerla -
Además, hemos hablado de esto muchas veces ya, tienes que dejar de cohibirte,
puedes hacer muchas cosas, muchas más de las que haces en Madrid, aquí las
has hecho y...
- Sí, he hecho muchas cosas aquí – la interrumpió con genio al ver que Esther
parecía no comprender sus temores - pero aprender a volar no es una de ellas.
- Maca, no empieces con el sarcasmo – la reprendió - ¿estás aquí y no quieres ir a
verlos? – le preguntó entristecida y mucho más suave intentando hacerla desistir
y que los acompañase, estaba segura de que si superaba ese momento de duda y
temor, disfrutaría mucho de la excursión - ¿te los vas a perder?
- Claro que quiero ir, pero... no sé si es una insensatez, ni si...
- No quieres estorbar, ¿es eso? – la cortó de nuevo, impaciente.
- Eso también, pero… me da miedo... no poder….
- ¿Qué hacéis? – asomó Germán la cabeza por la ventanilla y abrió la puerta de
Maca – vamos Wilson, ¡qué es para hoy!
- Germán espera que yo…
- No quiere venir, quiere quedarse en el coche – la acusó la enfermera con
desgana.
- No es eso, es que yo…
- Tú ¿qué?
- Eh… - se calló mirando a Esther y luego miró al médico de nuevo haciendo un
gesto de desesperación – hay que ir andando – le dijo como si él no lo supiera,
en un intento de justificar su decisión Germán sonrió comprendiendo que le
habían dado las mismas instrucciones que a ellos.
- No te preocupes que estaré contigo, no te va a pasar nada.
- ¿Y si hay que subirse a un árbol? porque nos han dicho que son peligrosos y
que….
- Eso solo ha pasado en raras ocasiones y nunca ha salido herido ningún turista,
que ya me he encargado yo de preguntar y tú deberías haber hecho lo mismo en
vez de negarte a hacer eso que estabas deseando – le dijo sentándola en la silla
sin que Maca se resistiese, en el fondo no quería quedarse allí sola metida en el
coche durante dios sabía cuanto tiempo y con aquel horrible calor – además, no
te preocupes porque está todo controlado, Nancy me ha dicho que Jack y
Roxanna están muy preparados y tienen mucha experiencia aunque los veas
jóvenes – le aseguró haciéndole una rápida carantoña en el cuello y la barbilla,
como si se avergonzase de ser tierno con ella - yo la empujo Esther – miró a la
enfermera con un guiño – así es que vamos que nos están esperando – dijo con
decisión señalando al grupo que aguardaba junto al primer jeep.
- Gracias – le sonrió contenta de tenerlo con ellas – Maca, ¡qué nervios! estoy
deseando verlos. ¿Tú no?
- Claro… yo también – dijo sin mucho convencimiento.

Comenzaron a andar en fila india y en silencio como les habían indicado por señas,
procurando ser sigilosos. Germán empujaba la silla, el terreno estaba algo húmedo por
las últimas tormentas y costaba trabajo pasarla por algunos puntos. Maca observaba
toda aquella extensión con cierto temor. No habían visto ningún ejemplar aún, pero
conforme se acercaba el momento comenzaba a pensar que no era tan buena idea el que
ella estuviese allí, tenía la sensación de que no había muchos árboles y de que estaban
demasiado diseminados, pero poco a poco, el terreno se fue haciendo más agreste y la
arboleda ligeramente más densa. Tras veinte minutos andando se toparon con un par de
ejemplares. Esther que caminaba delante de ellos se volvió hacia Maca con los ojos
abiertos de par en par mostrando su fascinación y señalando hacia el punto en que
instantes antes Roxanna les había indicado a Nancy y a ella que mirasen.

- ¡Son enormes! – musitó la pediatra igualmente impactada.


- Allí hay más – les susurró Jack - ¿los veis?
- Sí – dijo Germán agachándose a la altura de Maca para comprobar si ella podía
distinguirlos desde su altura – míralos Wilson, allí, a la izquierda, entre aquel
árbol y aquellos arbustos.
- ¡Ahora los veo! – exclamó en voz baja temiendo importunar la paz que reinaba
en aquel paraje.
- Si habéis traído cámaras es el momento de fotografiarlos – les indicó Jack y
Maca se apresuró a prepara la suya para hacerlo.
- No están quietos mucho rato – puntualizó Roxanna – y... estad preparados, a
veces, con el ruido de la cámara se espantan, tienen muy buen oído. Si eso
ocurre no corráis, recordad que hay que subirse a los árboles.
- ¿Y si no podemos? – preguntó Esther – si no nos da tiempo ¿qué hacemos? –
preguntó ahora sí preocupada mirando a la pediatra.
- Sois españoles ¿no? – le preguntó Jack aludiendo a la información que Annie les
había dado de ellos – este animal es… como un toro, dejad que envistan y
cuando los tengáis encima echaos a un lado, es la única opción de salir con vida.
No pueden frenar con facilidad, ni girarse. Luego, tendréis unos valiosos
segundos para subir al árbol.
- Pues… no sé si será bueno hacer fotos – comentó Maca a Esther en un susurro –
no quiero que se espanten.
- Trae, que yo te las hago – le pidió Esther la cámara a Maca con un guiño y una
sonrisa de complicidad - ¿podemos acercarnos más? – le preguntó a la joven,
ante la perplejidad de la pediatra.
- Sí, aunque solo unos metros, seguidme – les dijo. Nancy, Annie y Esther fueron
tras ella.

Jack, señaló con la cabeza hacia Maca y le indicó a Germán con una negación que ella
no debía acercarse más. El médico asintió y cuando la pediatra dirigió sus ojos
asustados hacia él, temiendo que emprendiese la marcha tras ellas, le sonrió poniéndole
una mano en el hombro.

- Tranquila que nosotros nos quedamos aquí.


- Gracias – susurró. Le hubiera gustado acercarse pero algo en su interior le decía
que no lo hiciese. Se sentía diminuta e indefensa frente a esos animales - ¿tú no
quieres ir?
- No, los vemos muy bien desde aquí, no es necesario acercarse más.

Jack se arrodilló en el suelo, apoyando el rifle en sus muslos, junto a ella y le señaló un
grupo que había a la izquierda, eran dos ejemplares imponentes con uno mucho más
pequeño, que Maca interpretó como una cría. La pediatra no dejaba de mirar hacia ellos
y de imaginar qué ocurriría si uno decidía avanzar en esa dirección, porque tenía la
terrible sensación de que aquella arma con dardos tranquilizantes y aquel joven que
bromeaba con ser un escudo humano no serviría de nada ante aquel impresionante
animal.

- Estos “rinos” son de Kenya, los trajimos aquí en el 2005, los tuvimos unos
meses en una especie de jaulas gigantes, unos recintos en medio de la sabana
hasta que los soltamos en el santuario – le explicó con orgullo – y hoy podemos
afirmar que son animales totalmente adaptados al medio.
- Debe ser muy gratificante ver que el proyecto funciona – comentó Maca
pensando en lo que le gustaría a ella que el suyo tuviese aunque fuera la mitad
de éxito, entendía perfectamente al chico, sabía lo que era luchar por un
imposible, enfrentarse a todas las trabas y aún así conseguir poner en marcha
algo, lo admiraba por ello.
- No solo funciona, el futuro de la especie es muy esperanzador, es muy difícil
que nazcan crías y aquí lo estamos consiguiendo con un porcentaje de éxito muy
elevado.
- Todo esto es impresionante - comentó Germán arrodillado igualmente junto a
ellos – y el trabajo que hacéis increíble.
- Muchas gracias – sonrió el joven manifestando su satisfacción – ya regresan –
les señaló a las cuatro que volvían con el mismo cuidado y sigilo con el que se
habían separado de ellos aleccionadas por Roxanna.
- Dios Maca, son… gigantescos – le dijo Esther devolviéndole la cámara cuando
estuvo a su altura – te he hecho un detalle de la cabeza que vas a flipar.
- Ya lo veo – rió, mirando el visor, contenta de verla disfrutar de aquel modo.
- ¡Y parecen tan tranquilos! – exclamó eufórica por haberse acercado tanto – unos
metros más y los hubiésemos tocado, ¿verdad, Nancy? – su amiga sonrió
asintiendo acostumbrada ya a aquellas manifestaciones de la enfermera, aún
recordaba la que montó después de ver el primer gorila.
- Están relativamente acostumbrados a la presencia humana – admitió Roxanna –
pero nunca hay que confiarse. Son animales salvajes y peligrosos.

Todos asintieron comprendiendo lo que quería decirles. Permanecieron unos minutos


más observándolos. Estaban pastando tranquilamente a la sombra, entre la hierba alta y
esa actitud de calma que transmitían invadió a la pediatra que comenzó a disfrutar de
todo aquello olvidando la idea de tener que subir a uno de aquellos escasos árboles.

De repente, a la derecha se escuchó un ruido de maleza y Roxanna les hizo una seña de
que retrocedieran unos metros. Otro rinoceronte se acercó hacia ellos, con calma,
ignorando su presencia. Maca se echó instintivamente hacia atrás en su silla sobrecogida
por aquellas dos toneladas de carne, con un cuerno enorme en la frente que cada vez se
aproximaba más y más. Ni siquiera fue capaz de coger la cámara y aprovechar aquel
fabuloso primer plano que se le brindaba, paralizada ante la mole que se les venía
encima, andando tranquilamente, agachando la cabeza y mascando unas briznas de un
lado, otras del contrario, levantando de nuevo la cabeza y mirando al grupo con descaro.
Maca sintió que el corazón se le disparaba cuando el animal comenzó a dar lentos pasos
hacia ellos.

Cada vez se acercaba más, iba hacia ellos sin remisión y Jack, comprobando que
estaban en la ruta del animal, les indicó el camino de regreso. Esther miró a Maca, su
palidez era evidente a pesar del calor y supo que estaba asustada. La pediatra le
devolvió la mirada y Esther le sonrió con aplomo, “tranquila”, le dijeron sus labios.

- Debemos irnos de aquí – les anunció con seriedad pero sin atisbo de
preocupación – como hemos venido muy despacio y en silencio.
- Vamos – los apremió Rosanna.

Rosanna abrió la marcha y el joven fue indicándole a las demás que la siguieran, Esther
al pasar junto a Maca le hizo una caricia furtiva que la pediatra agradeció
profundamente, a pesar de que el peligro podía ser inmediato todos aparentaban una
calma que les envidiaba. Cuando todas pasaron Jack le dijo a Germán que fuera delante
de él, empujando a Maca. Él cerraría la comitiva, fusil en mano, retrocediendo casi de
espaldas sin quitar la vista del animal.

- Si es necesario a una señal mía sácala del sendero inmediatamente – casi le


susurró al médico que asintió.

Maca apenas pudo escuchar lo que decía y los nervios se alojaron en su estómago,
levantó los ojos hacia Germán y giró la cabeza.

- ¿Qué dice? – preguntó preocupada.


- Nada, no te preocupes.
- Germán… - frunció el ceño.
- Chist, solo quiere que estemos alerta – le sonrió – vuélvete que te vas a marear –
le susurró - ¿qué? ¡vaya bichos! – le comentó con cara de pícaro – y menudos
cuernos.
- Sí – admitió la pediatra – asustan un poco, pero es fabuloso poder verlos así.
- Chist – escucharon a su espalda y ambos guardaron silencio.
Volvieron a regañadientes, tuvieron que ir retrocediendo poco a poco, durante unas
decenas de metros. Mientras Maca extasiada de ver los grupos que pastaban más
alejados, no deja de tomar fotos.

Pasado el peligro, se detuvieron de nuevo cerca de otro pequeño grupo en el que había
dos crías, tan pequeñas que Esther y Maca se miraron enternecidas, era increíble la
delicadeza con que, aquella inmensa madre, rozaba a su cachorro y apoyaba su cabeza,
casi tan grande como la cría, sobre el cuerpecillo del pequeño. Esther sonreía embobada
y Maca, a su lado, dejó la cámara para tomar la mano de la enfermera que la miró
risueña, no necesitaron palabras, ambas supieron decirse en silencio lo maravilloso que
era aquello y lo felices que las hacía sentirse.

Permanecieron observándolos una media hora más, ninguno parecía recordar que aún
les quedaba un largo camino hasta Murchisson Falls, nunca habían visto nada similar ni
habían experimentado esa sensación de excitación nerviosa, mezcla del miedo que
producía el peligro que corrían y la euforia de presenciar aquel espectáculo. De nuevo
Nancy y Esther se tomaron de la mano y se acercaron, temerariamente para el gusto de
Maca, al grupo de rinocerontes más próximo, Roxanna las acompañaba.

- ¿No están muy cerca? – preguntó la pediatra, cuando las vio casi al lado de dos
de los ejemplares, mirando preocupada a Jack.
- Roxanna sabe lo que hace – fue la respuesta del chico y Maca se gano un
pequeño golpe de Germán en el hombro.

La pediatra guardó silencio pero seguía pensado que los escasos cinco metros en los que
la enfermera se encontraba de distancia con ellos animales era una imprudencia.
Además, de espantarse no había árboles para todos y tampoco estaba segura de que aún
habiéndolos les pudiera dar tiempo a subir a ellos. Movía las manos nerviosa deseando
que volviesen, lo último que deseaba es que a Esther le ocurriese algo, ni a ella ni a
nadie. Al cabo de unos diez minutos, Maca observó con alivio como comenzaban a
andar hacia atrás y regresaron.

Esther llegó con tal cara de fascinación que Maca olvidó la queja que pensaba
formularle, de hecho si ella hubiese podido seguro que también hubiera estado allí con
ella, tomando fotos y tan cerca que casi podían tocarlos.

- ¡Ha sido un rato inolvidable!


- Es increíble - ratificó Nancy – que subidón verlos tan cerca. Da la sensación de
ser corderitos – bromeó.
- Aunque todo invite a ver el peligro muy lejano lo cierto es que hay que tener
mucho cuidado, hay que ser prudentes, los rinos tienen muy mala vista y eso les
hace ser impredecibles en sus movimientos y pueden tener reacciones
inesperadas.
- Volvamos – sugirió Jack.
- Sí, se está haciendo tarde – admitió Germán ganándose una mirada
recriminatoria de casi todas menos de Maca que asintió con una sonrisa.

La experiencia había dejado a todos extasiados, el camino de vuelta lo hicieron


prácticamente en silencio. Se detuvieron en el criadero y contemplaron algunos de los
“bebes” que allí se encontraban. Luego, tras despedirse y agradecer la deferencia que
habían tenido con ellos, emprendieron el camino derechos ya a Murchisson Falls.

Maca, sentada ya en el coche, sentía una enorme satisfacción. ¡No iban a creerla cuando
contase que había estado a unos diez metros de un animal como ese! Miró a Esther con
tal agradecimiento que la enfermera no pudo evitar besarla con rapidez en la mejilla y
recostarse de nuevo en su hombro. El calor apretaba pero ninguna parecía notarlo
inmersas en aquella naturaleza salvaje y cambiante, tomadas de la mano y sentadas en el
jeep una junto a la otra.

* * *

Apenas llevaban una hora desde que salieran del santuario, cuando el paisaje comenzó a
cambiar de forma radical. Y Maca rápidamente aludió a ello.

- Es porque estamos dejando atrás la sabana y nos adentramos en la selva – le


explicó Esther - ya mismo el camino se hará mucho más malo y tendremos que
ir más lentos pero… - se detuvo y la miró con ilusión infinita – ¡ya verás que
sorprendente!
- ¿El qué? – saltó interesada.
- Espera un poco y ya me dirás – sonrió misteriosa provocando aún mayor
curiosidad en la pediatra.
- Pero ¡dímelo!
- No – se negó y se acercó a su oído – es mejor que esperes, mi amor, confía en
mí.

Maca no insistió, sintió un placer infinito al escucharla hablarle en el oído y llamarla


“mi amor”, a veces le costaba creer que todo aquello estuviese siendo realidad y temía
despertarse en su inmensa cama, sola, como siempre, sin que Esther hubiese regresado,
sin que nada de todo aquello fuese verdad.

- Si vas a poner esa cara… te lo cuento – le dijo burlona observándola con


atención.
- No es eso – sonrió – es que… ¡soy tan feliz! que no me lo creo – suspiró
levemente.
- Pues prepárate para lo que te falta.
- Pero ¿qué es? – preguntó de nuevo y Esther negó con la cabeza – si no vas a
decírmelo deja de torturarme – le pidió melosa y con ojos chispeantes.
- No te torturo, es mejor que no lo sepas.

Maca asintió sin insistir. Esther tenía razón, era mucho mejor desconocer lo que la
esperaba así la impresión ante lo desconocido era mucho mayor. Sus ojos observaban
todo con atención y no dejaba de sorprenderse de la cantidad de niños pequeños que
salían al encuentro de los vehículos, siempre saltando, siempre riendo, siempre alegres,
contentos de saludar a los muzungus que atravesaban sus tierras. Esther observó que
Maca tenía las lágrimas saltadas y le acarició la mano, preocupada.

- ¿Qué te pasa? – le preguntó incorporándose y encarándola.


- Nada – se apresuró a negar con la cabeza.
- Pues... ¿en qué piensas? – insistió comenzando a comprender.
- En esos pequeños – reconoció – no sé Esther, no sé cómo explicar lo que me
hacen sentir, parecen… encantados de la vida y... sé que tienen que luchar tanto
para crecer, ¡tanto para sobrevivir! Que no puedo dejar de pensar en que… son
de otro mundo, que todo esto es mucho, ¡muchísimo! más importante que
cualquier cosa que podamos hacer allí, cuando volvamos.
- No te agobies con eso.
- No me agobio pero… es tan absurdo la cantidad de veces que me preocupo por
tonterías. Y ellos, míralos – le señaló a un grupo que estaba apostado al borde
del camino jugando a algo que se asemejaba al tradicional juego de pillar – si
tienen suerte comerán hoy y mañana… no se sabe y… no dejan de reír.
- Sé lo que quieres decir – la cogió de la mano y la miró fijamente a los ojos –
bienvenida a África – le dijo burlona a la par que enternecida.
- ¿Bienvenida? – preguntó para que se explicase.
- ¡Mirad! – las interrumpió Nancy – ¡pelícanos! – les indicó al lado contrario de la
ventanilla en que estaba Maca.

Esther se corrió en el asiento facilitando que la pediatra hiciera lo mismo. Era una
colonia tan grade que sobrecogía. El jeep de Annie y Germán se había detenido al borde
del camino y el de ellas hizo lo mismo. El médico ya había descendido y se encaminaba
hacia ellas.

- Será solo unos minutos – les dijo asomando por la ventanilla de Nancy que ya
estaba abriendo la puerta para descender - Annie quiere comprar un poco de
Kasava – les explicó.
- ¿Qué es eso? – preguntó la pediatra mientras Esther sacaba la silla para que ella
también descendiese un rato.
- Un tubérculo que se toma cocido – le dijo Germán – aguanta muy bien el tiempo
y quiere llevarse un poco para el campamento.
- ¡Buena idea! – exclamó Nancy.
- Mientras, si quieres puedes sacarles unas fotos – le señaló el médico a los
pelícanos.
- ¿Cuántos puede haber? – preguntó asombrada de aquella gran cantidad de aves y
del ruido ensordecedor que producían.
- ¡Cientos! – le dijo Nancy.

Maca disfrutó haciendo las fotos y le dio la cámara a Esther para que hiciera algunas
más, saltando la cuneta y adentrándose unos metros en la gran explanada. Nancy fue
con ella, ante la atenta mirad de Maca que no dejaba de observar como reían y con
complicidad se ayudaban para conseguir fotografiar un nido que tenía un par de
poyuelos casi al borde del camino. Sin poderlo evitar deseó con todas sus fuerzas estar
ser ella la que estuviera allí, junto a la enfermera, haciéndole de trípode entre bromas y
risas. Las envidió y a un tiempo sintió que los celos se la comían por dentro. Germán, se
percató de la sombra que cruzó por sus ojos y creyó que se debía a la preocupación por
los resultados.

- ¿Lo estás pasando bien, Wilson?


- Si – lo miró volviendo a la realidad.
- Este viaje era para distraerse, no para estar todo el día pensando – le dijo afable
abriendo la puerta del coche y sentándose frente a ella – ¿estás bien?
- Estoy bien – respondió arrastrando las palabras impaciente – y ni siquiera me
acordaba de esos resultados hasta ahora – le reprochó - ¡aguafiestas!
- Perdón es que te he visto seria y… creí que… ¡joder! perdona Wilson, siempre
meto la pata.
- Y hasta el fondo – torció la boca en una mueca burlona – si estoy seria no era
por eso.
- Entonces ¿por qué?

Maca no respondió y volvió la vista hacia la enfermera que reía con Nancy.

- Ya... - murmuró Germán con una expresión tan burlona que Maca frunció el
ceño molesta - no te preocupes por ella, está divirtiéndose y te aseguro que lo
necesitaba, hace muchos meses que no a veía así de contenta y eso es culpa tuya
- le comentó arrancando una franca sonrisa a la pediatra - pero... tú tienes que ser
prudente y cuidarte y no dejarte arrastrar por su euforia.
- Prométeme una cosa - le pidió Maca clavando sus penetrantes ojos en él.
- ¿Yo? – preguntó extrañado y ligeramente nervioso - ¿el qué?
- Que no vas a estar todo el viaje dándome el coñazo con eso. Creo que me estoy
portando bien, teniendo precauciones y haciendo lo que me has dicho, bebo agua
sin parar, he comido, procuro que no me de el sol… - enumeró impaciente - pero
no me lo recuerdes cada cinco minutos.
- ¡Prometido! – sonrió – pero no voy a quitarte ojo - la amenazó con el dedo.
- Eso ya lo sé y… te lo agradezco – reconoció.

Germán sonrió y se levantó al ver llegar a Annie que venía acompañada de un par de
chiquillos que se acercaron a Maca con curiosidad, tocándola y saltando alrededor de
ella sorprendidos de la silla. El médico charló con ellos y luego rebuscó en su mochila y
le tendió a Maca un pequeño paquete perfectamente envuelto.

- ¿Qué es esto? – le preguntó perpleja.


- El plátano ahumado que compramos, lo habíamos envuelto para que no se
estropee, pero… reparte unos trozos – le dijo sonriendo mientras el rebuscaba en
los bolsillos y sacaba unos chelines charlando con los pequeños que se pusieron
a hacer reverencias con sus enormes sonrisas y saltaron sobre Maca besándola.
- ¿Les das dinero?
- Les he encargado una cosa y les he pagado por hacer el encargo – la miró
burlón.
- ¿El qué?
- Ya lo verás cuando vuelvan.
- Pero ¿qué buscan? – preguntó viendo que los pequeños lejos de ir hacia las
chozas que estaban cerca del camino se adentraban en la maleza.
- Ahora lo verás – le respondió de nuevo y luego miró hacia Esther y Nancy - ¡eh,
vosotras! – gritó de tal forma que tanto Maca como Annie, que guardaba el
kasava en el maletero, dieron un respingo - ¡qué os quedáis en tierra!
- ¡Ya vamos! – gritó la enfermera provocando que una porción de la enorme
bandada de pelícanos comenzara a aletear y levantar el vuelo, unos siguieron a
los otros y Maca se quedó fascinada contemplando la espectacularidad de la
escena – estas dos, como las dejemos se nos pierden – comentó el médico
viendo que le hacían caso omiso y continuaban fotografiando a los pelícanos.
Los pequeños volvieron junto a Maca que miró horrorizada lo que traían en las manos y
pretendían ofrecerle. Profirió tal grito que Annie, se giró soltando con rapidez lo que
había comprado en el maletero. Esther y Nancy, lo escucharon en la lejanía y la
enfermera, asustada, salió corriendo hacia ellos. “¡Dios, Maca!”, pensó desesperada,
segura de que le había ocurrido algo, los casi trescientos metros que la separaban de ella
se le estaban haciendo eternos mientras corría.

- ¡Germán! – gritó histérica la pediatra - ¡qué no se acerquen! ¡qué no se


acerquen!

El medico soltó una sonora carcajada, acompañada por las risas de los pequeños, que
orgullosos le ofrecían un lagarto que a Maca se le antojó repugnante.

- Es el lagarto de fuego – le explicó Annie riendo por primera vez sin ningún tipo
de pudor cogiendo al animal de las manos de los niños que estaban a punto de
situarlo en el regazo de Maca – por aquí es muy abundante y deberías ir
familiarizándote con él porque nos acompañará todo el camino.
- ¿Éste? ¿en el coche? – preguntó cada vez con más desagrado, prefería quedarse
allí abajo que montar en el jeep con ese bicho a su lado.
- No mujer – rió Germán – lo que Annie quiere decir es que veremos muchos en
la selva – la avisó – subidos en los troncos, camuflados en la maleza, o en la
tierra y tendrás que acostumbrarte porque aunque veas este rojo y azul, suelen
cambiar de color según el medio, y es difícil darse cuenta que hay uno hasta que
no salta – le explicó cogiéndolo ahora él con delicadeza intentando acercárselo.
- Vale… eh… entiendo pero… ¡apártalo de mí! – le pidió echando el cuerpo hacia
atrás.
- No te asustes, es muy dócil y manso. No hace nada – le explicó Annie – no
tengas miedo.
- No es precisamente miedo lo que tengo – respondió fulminando a Germán con la
mirada por haberla hecho hacer el ridículo de aquella forma. Miraba a Annie que
había vuelto a su coche al ver que no sucedía nada importante, e imaginaba que
debía estar pensando de ella. La seria científica apenas había sonreído en todo el
viaje y la primera carcajada que lanzaba era a su costa – ¡te mato cabrón! –
murmuró entre dientes enfadada con él.
- Modere ese lenguaje doctora – le respondió intentando controlar la risa.
- ¿Te diviertes haciéndome rabiar! pues te recuerdo que soy muy capaz de
vengarme de ésta.
- ¿A qué no sabes como se le llama? – le preguntó divertido seguro de que era así
y temiendo lo que pudiera llegar a ocurrírsele.
- Lagarto de no se qué… - dijo malhumorada sin recordar lo que había dicho
Annie.
- Me refiero coloquialmente.
- ¡Cómo voy a saberlo si no he visto un bicho como ese en mi vida! – espetó
intentando mover la silla para alejarse del médico que lo mantenía cogido – y a
mí no se te ocurra tocarme con esas manos.
- Yo no lo haré – respondió burlón – pero díselo a ellos – se mofó viendo como
los pequeños no dejaban de acercársele y lanzarse en sus brazos, besándola o
tocándole el pelo.
- ¿Cómo lo llaman? – preguntó intentando vencer la repulsión que sentía y ser
agradable con los pequeños.
- ¿No te recuerda a nadie?
- ¿A mí? – preguntó aún más extrañada – no y te advierto que no estoy para una
de tus bromas – lo amenazó intuyendo que iba a soltarle una de sus gracias y con
seguridad dirigida a ella.
- Spiderman, Wilson, le llaman Spiderman, por el color y por su agilidad para
subir por superficies completamente rectas.
- ¿Y aquí conocen a Spiderman?
- Aquí no – la miró divertido – se le llama así por los que venimos de fuera, ¿no
me digas que no se le parece?
- Hombre… bien visto… - dijo sin querer admitir que aunque no había caído en
ello, si que podía considerar que existiera un parecido.
- Aquí se le conoce como te ha dicho Annie, dragón o lagarto de fuego.

Esther llegó al grupo casi desencajada, con la respiración agitada y a tiempo de ver la
cara de espanto de Maca y de notar el retemblado que dio, cuando Germán volvió a
acercárselo al devolvérselo a los niños.

- ¿Qué pasa? – preguntó sorprendida de ver las risas de Germán y Annie en


comparación con el rostro circunspecto de la pediatra. Estaba claro que no se
encontraba mal ni le había ocurrido nada y rápidamente imaginó qué podía haber
ocurrido.
- Nada – sonrió Maca intentando recuperar la compostura y demostrar que no se
iba a amilanar – que me han presentado a un compañero de viaje y… no me lo
esperaba – intentó justificarse bromeando.
- ¿El lagarto de fuego? – preguntó comprendiendo de qué se trataba al ver a los
pequeños reír y jugar mientras soltaban al animal, que con tranquilidad se subió
a una roca para tomar el sol.
- El mismo.
- ¡Germán! – lo recriminó la enfermera, ladeando la cabeza - ¡menudo susto nos
habéis dado! creí que te había pasado algo – se dirigió a la pediatra.
- No pasa nada, tampoco es para tanto – disimuló haciendo como que no le había
impresionado – me asusté un poco.
- Yo solo quiero que te vayas haciendo a la idea de lo que te espera a partir de
mañana – bromeó guiñándole un ojo – que la selva, es la selva – sentenció,
encogiéndose de hombros con una mirada bailona ante el gesto recriminatorio de
la enfermera que sin embargo, también reía con su mirada y torcía la boca en
una mueca burlona - ¿seguimos? – le preguntó a Nancy que también sonreía
mirando a la pediatra comprensiva.
- Sí, seguimos – le dijo negando con la cabeza y apretándole el brazo con
complicidad.

Maca observó todo con detenimiento, mantenía el ceño fruncido y un gesto de enfado
que solo Esther era capaz de interpretar, porco sus labios esbozaban una leve sonrisa de
disimulo. Germán y Annie marcharon hacia su coche, la bióloga se volvió hacia Maca
que ya estaba siendo ayudada por Esther a subirse al jeep y cogió la silla para cerrarla.

- Qué ese fanfarrón no te impresione – le dijo burlona – la primera vez que me lo


llevé de excursión casi se desmaya cuando vio una cascabel.
Maca asintió con una sonrisa, pero sus ojos se abrieren de par en par, ¡serpientes! las
había olvidado.

- ¿Estás bien? – le preguntó Esther al ver que temblaba.


- Sí, sí – mintió intentado disimular la repulsión que sentía por todos esos
animales.
- No escuches a Germán y controla tus reacciones porque sino es capaz de pasarse
todo el viaje gastándote bromas.
- Ya me encargaré yo de que no sea así – le dijo enfurruñada.
- No vayáis a empezar.
- ¿Yo? – preguntó con cara de inocencia – eso se lo dices a él, pero esta me la
paga.
- ¡Maca! ¡por favor! – le pidió con cara de desesperación.

Maca la miró y sonrió abiertamente, no podía soportar aquella cara de la enfermera, la


derretía sin poder negarle nada, se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla. “Te quiero”,
le susurró y Esther abrió los ojos sorprendida para luego volver a acomodarse recostada
sobre el hombro de la pediatra, agarrada a su brazo, mirando juntas por la ventanilla.

Maca lanzó un profundo suspiro, Germán tenía razón ese viaje podía ser maravilloso
pero no se le había ocurrido pensar en toda la clase de animales que iba a tener que
sufrir. Lagartos, serpientes, insectos siempre la hacían perder los nervios, simplemente
no los soportaba. No quería pensar lo que debía ser meterse en la selva, ya tendría
tiempo de comprobarlo al día siguiente, de momento quería disfrutar de lo que le
quedaba de viaje hasta el hotel de Murchisson Falls y, sobre todo, estaba deseando saber
a qué sorpresa se había referido la enfermera minutos antes de detenerse a ver los
pelícanos.

Mientras el coche seguía su camino, iban dejando atrás pequeñas empresas familiares
dedicadas a fabricar ladrillos en pequeños hornos humeantes al aire libre. Maca
comprobó que los ladrillos eran del color de la tierra por la que iban pasando, unas
veces rojos, otras marrones, a veces endurecidos por el horno, otros más rudimentarios
y secados al sol. Mayores y niños transportaban uno o varios ladrillos por los caminos
polvorientos, tenía la sensación de que se había convertido en una imagen que se repetía
con insistencia. No dejaba de sorprenderse con cada gesto, con cada mirada, con cada
traje de aquellas gentes que cada vez le resultaban más familiares y a un mismo tiempo
tan diferentes a todo lo que había conocido que le provocaban un secreto deseo de saber
más, de conocer más, de comprender todo aquello que se le ofrecía y que cada vez
sentía más fascinante.

- ¿Estás ya más tranquila? – le preguntó la enfermera al cabo de unos minutos en


los que ambas habían permanecido observando el paisaje donde ahora se
alternaban los cultivos de maíz y girasoles.
- Sí – sonrió – siento haberme comportado así pero… - bajó el tono y la miró con
una sonrisa de niña traviesa - es que no soporto los lagartos.
- Ni las cucarachas, ni las serpientes, ni los gusanos, ni… - enumeró risueña.
- Vale, vale ya sé que no soy una aventurera como tú – le dijo sarcástica y con
ojos bailones – ¡por eso me encantas!
- ¿Te encanto?
- Sí – le susurró al oído insinuante consiguiendo que el vello de la enfermera se
erizase por completo – muuucho, muuucho…

Esther se retiró de ella con brusquedad, intentando evitar lo que ya era inevitable,
siempre que Maca le susurraba al oído el deseo se apodera de ella con toda su fuerza.
Resopló y se removió en su asiento.

- No seas mala, Maca – le pidió con una penetrante mirada.


- Mala voy a serlo esta noche – le respondió elevando las cejas y clavando sus
ojos en ella con una expresión entre misteriosa e insinuante, llena de ilusión.
- Maca… - protestó nerviosa y excitada mirando hacia delante donde Nancy
hablaba con el conductor. Intentando acabar con aquel juego cogió la cámara -
Mira qué fotos he hecho – le dijo contenta – y mira ésta, ¿a que son preciosos? –
le mostró un nido con un par de pelícanos.
- Hombre, preciosos... lo que se dice preciosos... - respondió con retintín en una
mueca de burla – son pollos y no hay cosa más fea que los pollos de cualquier
pájaro.
- ¡Qué poco romántica que eres! – protestó fingiendo ofenderse.
- ¡Qué si! ¡qué son preciosos! – se desdijo con rapidez – y… ¡muchas gracias por
hacerme las fotos!
- Tienen un montón de nidos en los árboles, ¿los veías desde el camino?
- No – negó al tiempo que una sombra atravesaba su mirada.
- ¿Qué pasa? – le preguntó Esther percatándose de ello.
- Nada – sonrió.
- Maca….
- No es nada – repitió – solo que… ¡me hubiera encantado poder haber acercado
contigo! – suspiró.
- ¿Y perderte ese magnífico ejemplar de lagarto de fuego? – se mofó de ella.
- ¿Te vas a estar riendo de mí todo el día?
- No – afirmó con rotundidad acariciándole la mejilla – Nancy y yo hemos
contado más de veinte polluelos en cinco o seis nidos y algunos – se interrumpió
buscando otra foto en el visor - ¡mira! ¿a qué están muy grandes? Nancy dice
que están a punto de volar ¿verdad, Nancy? – le dijo inclinándose hacia delante
para que su amiga la escuchase.
- ¿Qué? – preguntó la bióloga sin entenderla por el ruido.
- Le contaba a Maca la cantidad de polluelos que hemos visto y lo bien que están
– resumió para integrarla en la conversación.
- Cierto, están muy desarrollados, pronto abandonarán el nido.
- ¿También sabes de pájaros? – le preguntó Maca realmente interesada pero
Esther malinterpretó su pregunta y le dio tal codazo en el costado que la
enrojeció al instante – uff – se quejó sintiendo que se le saltaban las lágrimas,
mirando desconcertada a Esther, ¿había dicho algo malo! solo intentaba ser
amable, pero por si acaso, se apresuró a justificar su comentario - quiero decir
que…
- Me especialicé en grandes simios – le respondió con naturalidad sin darle más
importancia, volviéndose hacia ellas – pero aquí se sabe un poco de todo.
Imagino que como vosotros, ¿no? – la miró con franqueza.
- Eh… si, claro... así es... – balbuceó, intentando buscar algo que preguntarle para
que la enfermera no se molestase con ella pero no se le ocurría nada y la bióloga
se giró de nuevo.
Esther frunció el ceño y miró a Maca con gesto de recriminación.

- Pero... ¿qué he dicho? – preguntó con inocencia.


- No es el que has dicho sino cómo lo has dicho.
- No era mi intención ofenderla, me sorprende que sepa tanto de todo – se
justificó.
- Maca… que nos conocemos – arrastró las palabras – y conozco ese deje de
ironía en cuanto lo sacas.
- Joder, que no es eso, que solo intentaba ser amable y… simpática, es lo que
querías ¿no?
- Sí – sonrió - ¿te he hecho mucho daño? – le preguntó acariciándole el costado.
- ¿Tú qué crees? – respondió con cara de pena.
- ¡Ay! mi niña – le susurró en el oído – esta noche tendré que… hacer unos
mimitos.
- ¡Eso espero! – le respondió igualmente al oído y luego se inclinó hacia delante
dispuesta a demostrarle que no tenía nada contra Nancy y que le caí bien, y que
incluso era capaz de ser agradable y de interesarse por su trabajo - eh.. esto…
Nancy…
- ¿Sí? – le sonrió al ver que se detenía.

Maca miró a Esther que le devolvió una mirada de aviso, temiendo que Maca volviese a
meter la pata. La pediatra torció la boca en una mueca burlona decidida a matar dos
pájaros de un tiro, vengarse de Germán y demostrar a la enfermera que era capaz de
hablar con Nancy de él.

- Me preguntaste por mi relación con Germán, ¿no? – preguntó retóricamente –


pues… quería comentarte algo… de él.

Nancy se giró y se acomodó como no había hecho hasta entonces, flexionando la pierna
derecha sobre el asiento y volviendo todo el cuerpo hacia ella, visiblemente interesada
en la conversación. Pero Esther le dio tal pellizco a Maca en el muslo, sin que su amiga
pudiese verlo, que la pediatra tuvo que tragarse sus palabras y ahogar un quejido.

- ¿Qué pasa con Germán? – inquirió Nancy impaciente.


- Ah… - se mordió un labio por el dolor y enrojeció levemente.
- ¿Te encuentras bien? – preguntó Nancy que comenzaba a pensar que Maca era
más especial de lo que Esther le había contado.
- Eh… si, muy bien, si no fuera por… por una mosca “cojonera” que lleva todo el
viaje picándome – murmuró entre dientes ganándose otro pellizco que la hizo
palidecer. ¡Odiaba esos pellizcos “de monja”! como Esther los llamaba y a los
que la enfermera era tan aficionada.
- ¿Qué me decías de Germán?
- Eh... yo nada – se apresuró a responder intentado evitar una nueva agresión y
pensando en algo que la sacara del jardín en que se acababa de meter – el que
decía era él, que… me…me dijo que las minas de carbón afectan a los gorilas, y
yo… yo me preguntaba cómo es eso.
- Ah – se le escapó una pequeña interjección de decepción a Nancy que por un
momento creyó que le iba a revelar algún dato interesante sobre el médico -
porque las explotaciones clandestinas de carbón están justo en el parque
nacional, ya las verás mañana cuando nos desplacemos hacia la montaña – le
dijo con un gesto de preocupación que Maca no comprendió - los guardas tienen
que estar ojo avizor para denunciarlas e intentar acabar con ellas.
- Pero es muy difícil – la puntualizó Esther.
- Me sorprende que en un parque nacional ocurra algo así, yo creía que dentro de
los límites no podía hacerse nada ilegal.
- Por eso son clandestinas – respondió Nancy y Maca volvió a enrojecer ante el
comentario - las autoridades suelen lavarse las manos.
- El carbón es una fuente de riqueza y…
- El parque Nacional, aunque intente explotarse de cara al turismo, no – saltó
Maca intentando dar su interpretación y borrar la mala impresión que debía
haberle causado.
- Efectivamente – cabeceó la bióloga afirmando con una sonrisa – pero aquí todo
es más complicado que en El Congo, allí hemos solucionado ese problema
sustituyendo el carbón por otro combustible hecho manualmente, pero aquí nos
está costando mucho trabajo convencerles de que su uso beneficia a todos, al
parque y a los habitantes de la zona.
- Sí, debe ser muy difícil – suspiró y Esther supo que estaba pensando en la
clínica y en sus problemas para convencer a todos y sacar su proyecto adelante -
¿cómo lo habéis hecho en El Congo? – volvió a interesarse en un intento de que
Esther se sintiera orgullosa de ella, lo último que deseaba era que pensase que no
tenía intención en caer bien a sus amistades.
- ¡Nancy tuvo una idea excelente! – exclamó la enfermera dejando claro que ella
conocía perfectamente el tema – aunque se haya ganado enemistades.
- ¿Enemistades? – preguntó Maca sin saber a qué se referían exactamente.
- ¿No sé si conoces la política de El Congo? – le preguntó a su vez Nancy.
- La verdad es que no – reconoció ligeramente avergonzada por su
desconocimiento absoluto de todo ese continente.
- Bueno… no voy a cansarte con ese tema, pero… los beneficios del carbón se
invierten en financiar a los grupos de rebeldes para que continúe el conflicto
armado. La sustitución de esas minas por prensas de briquetas, beneficia a la
naturaleza, beneficia al parque, y beneficia a los habitantes pero les cortó el
suministro y me acarreó más de una enemistad.
- Entiendo – murmuró pensando en el campamento chabolista, y comprendiendo
el punto de unión con su proyecto – entonces… será peligroso.
- Lo es – dijo sin más.
- Nancy es muy valiente, ¿sabías que fue discípula de Dian Fosey?
- Eh… no, claro que no – dijo Maca con aire ligeramente ausente, de pronto una
idea cruzó por su mente, cuando volviese a Madrid tendía que plantearse adoptar
ciertos cambios.
- ¿Sabes quien era?
- Eh... si, sí, la protagonista de Gorilas en la niebla – sonrió enarcando las cejas -
¿en serio la conociste?
- En mi primera beca – respondió – estuve aquí casi todo el verano del ochenta y
cinco, al poco tiempo de marcharme, la asesinaron.
- Vaya – musitó sin saber qué decirle – debió ser… horrible.
- Ella era consciente del peligro que corría y... lo asumía. Se puede decir que…
esperaba algo así.
- Y Nancy ha continuado su labor – dijo con orgullo la enfermera.
- Bueno… no es exactamente así – sonrió con timidez, era la primera vez que
Maca la veía bajar la guardia y abandonar ese aire de seguridad absoluta y de
control de todo – yo… no estaré nunca a su altura y.. las cosas, gracias a ella,
han cambiado bastante.
- Nancy es muy modesta – le dijo Esther a Maca – pero su trabajo es fascinante.
- Ya… veo – apretó los labios la pediatra y miró a la bióloga - Y… ¿qué es lo que
hacéis en El Congo para convencer a las autoridades? – preguntó con la mente
puesta en la clínica y el campamento.
- Principalmente, evitar que se gasten un duro – respondió - repartimos lo
necesario para obtener el combustible, en total unas seiscientas presas que sirven
para fabricarlo, lo hacen con raíces, estacas de madera, cáscara de arroz, casi
todo sirve y es mucho más ecológico y menos perjudicial y además proporciona
puestos de trabajo. De todas formas… corremos muchos riesgos, las prensas de
briquetas podrían ser destruidas por los rebeldes que controlan el comercio del
carbón, y podrían obligar a la gente a producir o transportar el carbón de madera
para ellos.
- Y aquí es aún peor – intervino Esther.
- Entiendo – murmuró Maca.
- No. No lo entiendes. Mañana te harás una mejor idea, tenemos que pasar por una
de esas explotaciones clandestinas – le sonrió haciendo una mueca de
circunstancias – verás el destrozo natural, y como comen terreno al espacio que
antes estaba ocupado por dos familias de gorilas. Las teníamos censadas pero
han tenido que desplazarse – continuó explicando – pero lo peor de todo es la
guerrilla.

Maca se quedó pensativa, escuchándola, y Esther supo que su mente ya estaba tramando
algo, o buscando alguna solución a ese problema, así era Maca, no podía evitar
implicarse en todo. Nancy siguió contándoles el proceso que habían seguido y los
esfuerzos para frenar ese avance que comía terreno al parque. Maca la escuchaba con
atención, secretamente envidiaba esa admiración que Esther sentía por la bióloga y
zoóloga. Tenía la sensación de que estaba fascinada por su trabajo y por su estilo de
vida y se temía que ella jamás pudiera compensar todo aquello, que nada de lo que
hiciese llegase a impresionarla como la impresionaba Nancy. Pero sobre todo temía que
esa fascinación fuera más allá. Nancy la estaba mirando de una forma tan intensa,
poniendo tanta pasión en sus palabras que hasta ella hubo de reconocer el carisma que
emanaba de la científica que además, tenía una sonrisa preciosa.

- ¿Qué opinas Maca? – le dijo Nancy con sincero interés, sacándola de sus
pensamientos y dejándola sin saber que responder, hacía tiempo que había
dejado de escuchar el contenido de sus palabras.
- Pues… yo… - miró hacia Esther buscando que le echara una mano y saliese al
quite pero la enfermera, también estaba inmersa en sus pensamientos.

Esther no podía dejar de darle vueltas a la reacción de la pediatra cuando la pellizcó.


¡Maca se había quejado! eso significaba que lo había sentido, pero había algo que no
comprendía y era la actitud indiferente de la pediatra ante ese hecho. Parecía no haberle
dado mayor importancia, necesitaba saber si era posible que Maca estuviese tan
enfrascada en la conversación que ni siquiera se hubiese dado cuenta. Y si eso era así,
¿era posible que superase su bloqueo! estaba deseando llegar y hablar con Germán,
aunque quizás con quien debiesen hablar era con Vero, pero rápidamente desechó la
idea y una sonrisa de triunfo iluminó su rostro imaginando la cara que pondrían todos si
Maca llegase a Madrid andando por su propio pie. Necesitaba preguntarle a Maca por
ello, pero no quería delante de Nancy, porque sabía lo mucho que afectaba ese tema a la
pediatra. Había intentado hacerle alguna indicación para que reparase en ello pero o los
había ignorado o no los había entendido y continuaba charlando con Nancy como si tal
cosa. La miró distraída, y vio que sus ojos le pedían ayuda pero no tenía idea del
motivo.

- Eh… es difícil opinar sobre ello – dijo intentando salir del atolladero al
comprobar que Esther no estaba por la labor de ayudarla.
- Sí, pero… me interesaría mucho saber tú opinión. Esther ya me ha contado lo
que hacéis en Madrid y… me gustaría saber si crees que hay posibilidades – le
dijo y Maca sonrió halagada pero sin idea de a qué se refería.
- ¡Mirad! – exclamó Esther interrumpiendo a Nancy y provocando un profundo
alivio a Maca que se vio libre de pasar el mal rato de confesar que no estaba
escuchando – ¡mira Maca! ¡mira! – le dijo al tiempo que el jeep frenaba su
marcha.
- Dios ¡qué grande es! – exclamó la pediatra con unos ojos desmesuradamente
abiertos - ¿qué es? – preguntó mirando a la enfermera ilusionada.
- Un búfalo – rió Esther – ya los hemos visto antes, Maca.
- Raro que esté solo ¿no? – preguntó sin quitar sus ojos del animal que aparecía
majestuosos ante ellos.
- No, no lo es. Suelen echar a los machos jóvenes de la manada – le dijo Nancy
mientras todas observaban al animal plantado en mitad del camino, con las patas
delanteras ligeramente abiertas, sin la más mínima intención de apartarse ni
siquiera por el ruido de los motores – y son los más peligrosos, y agresivos.
- Y está así, suelto – miró Maca a la enfermera con temor de que se lanzase contra
ellos.
- Pues claro, ya estamos adentrándonos en el parque terreno del Parque Nacional
y con suerte veremos muchos más animales – sonrió haciéndole una mueca
burlona ante su ocurrencia.
- Los límites del parque no tienen barrera física por eso pueden moverse fuera de
ellos – le dijo Nancy.
- Entiendo.
- Fuera de estos límites es más difícil luchar contra furtivos y todo tipo de peligros
– continuó explicándole la bióloga - cuando subamos esa cuesta ya estaremos
dentro del parque.

Maca asintió y siguió mirando por la ventanilla, finalmente, el búfalo se apartó con
parsimonia y los dejó continuar la marcha. El jeep subía perezoso por la pendiente,
traqueteando ante la irregularidad del terreno y a una marcha que a Maca se le antojaba
lentísima.

- ¿Siempre hay que ir así de lentos? – preguntó al fin.


- Si, es frecuente que los animales circulen y atraviesen el camino, las normas lo
exigen para evitar accidentes y atropellos. Entraremos en el parque por la
Kichumbanyobo Gate.
- ¿La qué? – le susurró Maca a Esther.
- El camino por el que circulamos – le dijo igualmente bajo.
- Este Parque Nacional es el área protegida más grande de Uganda – siguió
explicándole Nancy y está atravesada por rio Nil Vittoria.
- Sí, Esther ya me comentó cuando… - la enfermera le dio otro codazo,
indicándole que dejara a Nancy explicar lo que quisiese y Maca volvió a hacer
un gesto de dolor, sería mejor que cerrase la boca o la enfermera la iba a dejar
sin una costilla sana - La vista más espectacular es las cataratas desde arriba y
ver como el río se va estrechando en un desfiladero rocoso de siete metros de
ancho.
- La vimos desde la avioneta cuando estuvimos en Loango – le confesó la pediatra
- ¿verdad Esther? – le dijo enarcando las cejas avisándole de que no volviera a
golpearla
- Sí – ratificó la enfermera – Matthew nos dio unas pasadas para que Maca la
viera.
- ¿Se desvió hasta aquí?
- Si - dijo Esther con una expresión de cierta culpabilidad – se lo pedí y como
tenía tiempo y… combustible… - intentó justificarse.
- No te quejarás de cómo te está mimando – le dijo la bióloga volviéndose hacia
ellas y señalando con la cabeza a Esther y Maca enrojeció ante la alusión directa
a su relación.
- En absoluto – respondió sin saber si debía darle las gracias por haberles dejado
la cabaña de la playa – aquí todos sois muy amables.
- A partir de ahora mira con atención porque en cualquier momento te vas a
sorprender – le anunció Nancy con una mirada agradecida por la parte que le
tocaba – aunque mañana tendrás más ocasión de disfrutar de estos paisajes – le
dijo volviéndose de cara al camino.
- ¿Qué quiere decir? – le preguntó a la enfermera.
- Que es el momento de empezar a ver muchos más animales.

Maca abrió los ojos desmesuradamente, desde que llegara ese había sido uno de sus
mayores deseos, y el pensar que a partir de esos momentos se cumpliría la llenó de
satisfacción. Con suma atención se dedicó a mirar por la ventanilla buscando
descubrirlos y pronto su cara de sorpresa e ilusión demostró que había sido así.

- ¿Qué son? – preguntó señalando a una manada que estaba al borde del camino
pero que en décimas de segundo salió disparada y ahora se atisbaba a lo lejos.
- Antílopes – le dijo la enfermera - ¿ves qué rápidos son! Nancy me contó que
pueden correr hasta cien kilómetros por hora.
- ¿Te conoces toda la fauna? – inquirió dejando entrever su admiración.
- No – sonrió – de hecho no tengo ni idea de qué tipo de antílope es – susurró con
ojos bailones haciendo hincapié en el “ni idea”.
- Es que están muy lejos – la miró condescendiente – nadie podría distinguir
desde aquí…
- ¡Ni aunque estuvieran cerca! y verás como, por muy lejos que estén, Nancy sí
sabe lo que son – le dijo echándose hacia delante y preguntándole a la bióloga
que rápidamente las informó de que eran ejemplares de Eland de Derby, uno de
los de mayor tamaño de toda África.
- Corren muchísimo – dijo Maca admirada - ¿Cuántos puede haber? – preguntó
impresionada por aquella masa que se desplazaba a una velocidad vertiginosa
para frenarse casi sincronizadamente.
- No creas que son los más rápidos, el Eland de Derby es demasiado grande y
robusto, por eso se alimenta exclusivamente de hiervas y suelen formar rebaños
que pueden superan los mil ejemplares, aunque este es mucho más pequeño, yo
diría que no llegan ni a cuatrocientos.
- ¿Cómo puedes calcular eso? – le preguntó Maca impresionada.
- Experiencia – le sonrió abiertamente y Maca volvió a pensar que tenía una
sonrisa preciosa. Al verla tan interesada Nancy continuó - gracias a su gran
tamaño son pocos los animales que se atreven a atacarlos. Únicamente los leones
o numerosos grupos de hienas, como ya te he dicho no son muy veloces,
¡deberías ver a un león en acción! es espectacular – exclamó y Maca asintió
pensando para sus adentros “¡y acojonante!” – pero los antílopes han aprendido
a formar sólidos frentes de cuernos y pezuñas para alejar a sus enemigos y frenar
las depredaciones.
- ¿Cómo los distingues?
- Básicamente por los cuernos y el pelaje. Estos que ves se caracterizan porque
tanto los machos como las hembras desarrollan una cornamenta en forma de
espiral que crece en línea recta hacia arriba. Y posee un pelaje con líneas blancas
verticales que descienden desde el lomo hacia los flancos – terminó girándose de
nuevo en el asiento.
- ¿Ves? – enarcó las cejas la enfermera con una enorme sonrisa.
- Parecen ciervos – comentó Maca.
- Pues aunque no lo creas no están emparentados con ellos, sino con las vacas y
bueyes.
- Pues nadie lo diría.
- Una de las principales diferencias entre ambos grupos son sus cuernos, los
antílopes tiene una cornamenta permanente como las vacas, mientras en los
ciervos la cornamenta se renueva anualmente – le explicó con una sonrisa de
suficiencia demostrándole que ella también conocía detalles de ellos – Nancy me
explicó todo la última vez que estuve aquí.

Maca asintió sin dejar de observar el exterior, convencida de la fascinación que Esther
sentía por su amiga y su trabajo. Y era normal porque todo aquello era indescriptible,
seguía impresionada con la idea de que la gente siguiera allí rodeada de aquellos
animales salvajes y realizando sus actividades diarias. Sus ojos se fijaron en un granjero
que guiaba a unas vacas de enorme cuernos que no dejaban de resultarle extrañas,
aunque ya las había visto en varias ocasiones; más allá, otros lugareños estaban
elaborando ladrillos con tierra y cortando árboles con herramientas desconocidas para
ella. Allá donde mirase descubría algo que despertaba su curiosidad e interés, y
preguntaba a cada instante por todo aquello que desconocía y Esther solícita respondía a
sus preguntas.

- ¿Qué hacen Esther? – le señaló un par de hombres que se afanaban en una tarea
que no era capaz de identificar.
- Extraen aceites de las semillas de palma.
- ¿Y aquellos de allí? - señaló a un grupo de jóvenes que estaban cerca del camino
y que parecían muy concentrados mirando en la maleza - ¿qué buscan?
- Se dedican a cazar saltamontes – le dijo con naturalidad
- ¿Saltamontes? - la miró con estupor, ¡no quería ni imaginar para que!
- Los fríen o... los venden – le dijo riendo, leyendo en sus ojos la pregunta.
- ¡Dios! ¡qué asco!
- Maca… - la miró con reprobación.
- No me irás a decir que los has probado y que están exquisitos – enarcó las cejas
entre sarcástica y temerosa de que así fuera.

Esther soltó una carcajada y pasando su mano por encima de la pediatra se abrazó a ella
sin importante lo que pudiera pensar el conductor que miraba continuamente por el
espejo retrovisor.

- No, me repugna solo la idea. Pero si hubiera tenido que hacerlo…


- ¡Lo habrías hecho! – terminó por ella - ¡no lo dudo! – suspiró besándola en la
frente con enorme admiración.
- Tú también lo harías, aunque ahora te parezca imposible – le aseguró
imaginando lo que pensaba – no hay más que ver como has cambiado desde el
primer día.
- No Esther, te aseguro que un bicho repugnante de esos no dará en mis dientes,
¡jamás! – enfatizó con un estremecimiento que la enfermera sintió al instante.

Esther sonrió para sus adentros, sintiéndose inmensamente feliz. Se incorporó y se sentó
observándola de reojo. Satisfecha de ver como Maca observaba todo con suma atención.
La pediatra no podía evitar sentirse impresionada con todo aquello y señaló extasiada a
una señora mayor que hacía maravillosos recipientes de terracota sin nada más que el
barro y sus habilidosas manos.

- A la vuelta podíamos comprarle uno – propuso Maca con ilusión.


- Yo te lo regalo – le dijo volviendo a cogerla de la mano.
- ¡Gracias! – se la acarició con ternura observando absorta la facilidad con que
aquella mujer creaba una vasija de la nada.

Esther, aprovechando que Nancy llevaba un rato sin prestarles atención, charlando con
el conductor, se acercó a Maca le dio un fugaz beso que provocó que la pediatra abriese
sus ojos de par en par sorprendida y al mismo tiempo tremendamente excitada por el
peligro que suponía, echada sobre ella, le señaló al fondo del camino, donde se veían
unos árboles.

- Cuando pasemos por allí estate atenta – le susurró insinuante perdiéndose en su


mirada.
- ¿Por qué? – preguntó en el mismo tono creyendo que se trataba de un juego,
apartándola levemente porque si seguía tan próxima no iba a poder contener las
enormes ganas de besarla que había conseguido provocarle.
- Porque suele haber algunos baduinos, unos monitos muy rápidos – sonrió
burlona al comprender lo que le ocurría, Maca interpretó el cometario como una
provocación y con agilidad se inclinó hacia ella pero Esther se retiró aún más
rápidamente – ya tendremos tiempo – le dijo insinuante y divertida al ver su cara
de desconcierto. Maca asintió con un suspiro.
- ¿Cómo sabes que estarán allí?
- Siempre están.
- Pero... ¿cuantas veces has estado por aquí? – la miró sorprendida, porque creía
que no había ido en muchas ocasiones o eso había interpretado de sus palabras.
- Un par, pero viéndolo bien, solo una, ya te lo dije, solo que… fue bastante
tiempo – sonrió para justificar sus conocimientos - y… yo si escucho a Nancy –
le susurró dejando a Maca perpleja.
- ¿Qué quieres decir?
- Que ya te vale, antes has puesto el piloto automático y te has quedado en bragas.
- ¿Te has dado cuenta? – sus ojos traviesos la miraron con culpa.

Esther sonrió y asintió.

- En cuanto me miraste con esa cara de “¡ayúdame, por favor!” supe lo que te
pasaba.
- Tú tampoco estabas escuchando – la acusó burlona preguntándole en silencio en
qué había estado pensando. - y ya te vale no echarme un cable... ¿Qué haces? –
le preguntó al ver que la enfermera posaba su mano sobre encima de su pierna y
se la apretaba arriba y abajo.
- Nada… solo… creí que… ¿lo notas?
- ¿Cómo voy a notarlo? – dijo extrañada - ¿qué pasa Esther? – preguntó borrando
su sonrisa y mirándola con seriedad.
- Nada… no me hagas caso. Cosas mías – le dijo señalando el exterior con la
mano, había sido la primera en percatarse de lo que allí había – ¡Mira! ¡mira allí!
- ¡Esther! – exclamó olvidado aquella conversación - ¿son, son…?
- ¡Leones! – señaló Nancy justo hacia el lugar que Maca ya había descubierto y en
el que tenían todas clavados sus ojos.

Se sentía como en otro mundo, aparte del hermoso paisaje no se esperaba una sorpresa
como aquella, que la fascinaba y al mismo tiempo la hacía temer lo que tanto había
deseado y esperado. Seis majestuosos leones podían contemplarse tranquilos al amparo
de un imponente árbol, subidos en sus ramas, disfrutando de la sombra y del descanso,
cerca de la carretera.

- Es increíble que estén así… al lado del camino….sueltos.


- ¿Sueltos? – rió la enfermera - ¡Maca! deja de decir que los animales están
sueltos – le pidió divertida, en un susurró.
- Ya, ya sé – se excusó – es una forma de hablar – sonrió avergonzada – da miedo
imaginar que hace unos metros hemos visto pasar gente andando tan tranquila
cuando…. aquí… - sintió que el miedo hacía que se le erizase todo el vello del
cuerpo.
- Están acostumbrados Maca, la convivencia es así.
- Y… estos días... ¿nosotras? Quiero decir en la selva... ¿los hay?
- Maca, la selva es la selva y hay de todo, pero tranquila que Nancy y Annie saben
lo que se hace.
- Ya pero… si aparece un león… por mucho que sepan – enarcó las cejas
mirándola estupefacta.
- Ya te dirán todo lo que debes saber, no pienses ahora en ello y ¡míralos! – le dijo
al ver que el jeep ralentizaba la marcha al acercarse a la altura de aquél árbol.
- ¡Dame la cámara! –le pidió con urgencia, preparándola y disparando cuando
consideró que era el momento.
- Impresiona, ¿a que sí? – le preguntó Esther y Maca, sin palabras asintió.
- ¿Qué! te esperabas algo así – se giró Nancy hacia ella.
- No, no imaginaba nada similar – reconoció sin quitar sus ojos de ellos.
- La verdad es que hemos tenido suerte, jamás había visto una manada entera
descansando tan cerca de una carretera como ésta.
- Es que Maca es una persona con suerte – le dijo Esther guiñándole un ojo a la
pediatra y consiguiendo que ella negara con la cabeza divertida con su
comentario.

Los leones la habían dejado impresionada y con el temor metido en el cuerpo, eso era
precisamente lo que había esperado en sus paseos con la enfermera y que nunca se había
producido, pero el verlos allí, a sus anchas, paseándose cerca de la carretera y subidos al
árbol la dejaron sin palabras. ¡Qué diferente y maravilloso era todo!

Unas centenas de metros más allá, vieron más sacos de carbón dispuestos para la venta
y su mente volvió a la historia que les había contado Nancy.

- Esther – se volvió hacia ella - ¿qué tiene que ver aquí la guerrilla con el carbón?
– preguntó de pronto la pediatra que aún estaba pensando en la charla que habían
mantenido.
- Es la típica lucha que hay en todas las sociedades por controlar el combustible, y
encima aquí…como el carbón de leña escasea, pues aún más.
- ¡Qué impotencia debe sentir! – exclamó señalando a Nancy con la cabeza.
- Le gusta su trabajo, ama a esos animales y… es capaz de dar la vida por todo en
lo que cree y ama.

Maca se quedó observándola, con seriedad, tenía la sensación de que Esther había
querido decirle algo más allá con sus palabras. Pero la enfermera sonrió y la besó en la
mejilla al verla tan seria.

- No te preocupes tanto por todo y disfruta de esto – le pidió mirando su reloj –


creo que llegaremos en una media hora.
- ¡Por fin! – no pudo evitar exclamar.
- ¿Cansada?
- De esto no - sonrió – todo es tan diferente… es... precioso y maravilloso –
confesó - pero del coche estoy ya... ¡qué no te digo hasta donde…!
- ¡Maca…! – protestó con una carcajada – no seas ordinaria.
- ¿Ordinaria una Wilson! ¡eso nunca! – exclamó contenta con la sola idea de darse
una buena ducha y tumbarse en la confortable cama del hotel.

Esther la miró risueña, feliz de verla de buen humor, de verla disfrutar, bromear y
divertirse con el viaje. Maca le devolvió la sonrisa, sin saber que Esther no le había
contado toda la verdad y que sus deseos de dormir confortablemente esa noche no iban
a cumplirse.

- Estamos en tierra de los Batwa Forest – se volvió de nuevo Nancy hacia ellas –
tienen sus poblados en aquella ladera de allí – le dijo señalándole las montañas
de la derecha y en plena selva.
- No he oído hablar de ellos jamás – comentó la pediatra – ¿qué son! ¿una tribu?
- Sí que lo has oído – aseguró la bióloga – pertenecen al grupo étnico de los
pigmeos.
- Ah, los pigmeos, sí, he visto reportajes en televisión.
- Aunque ellos prefieren ser llamados gente de la selva – continuó Nancy con una
sonrisa ante el comentario de la pediatra que Esther interpretó rápidamente.
- Maca, por mucho que veas en la tele, no imaginas como son – le dijo Esther.
- Esther tiene razón.
- Ya imagino – murmuró - ¿Iremos a alguna de sus aldeas?
- Quizás nos crucemos con algunos en la selva pero, no, no los visitaremos.
Aunque es una experiencia que te maravillaría.
- No lo dudo.
- Su cultura es increíble, probablemente sea la más antigua del mundo, y es una
pena porque su forma de vida está rápidamente desapareciendo debido a la
progresiva deforestación, a los mal gestionados proyectos de conservación y las
políticas donde los Batwa no ocupan un lugar.
- ¿Y no se puede hacer nada?
- Me temo que no, pero… no es mi campo – le dijo girándose de nuevo para
encarar el camino dando por terminada la conversación.
- Todo esas cosas que me contáis son… frustrantes – miró a la enfermera casi con
un halo de desesperación e impotencia.
- Me gustaría que pudiese ver a los pigmeos, Germán me dijo que tienen más de
diez mil años de antigüedad – le sonrió comprensiva – y sus remedios contra las
enfermedades lo tienen fascinado, creo que escribe un libro sobre ello.
- ¿Crees? – le preguntó Maca con curiosidad.
- No habla de ello, pero lo conozco y sé que es así. No vayas a decirle nada.
- No… tranquila – le dijo volviendo hacia ese desconocido y fascinante mundo
que la rodeaba.

Los minutos que faltaban hasta el recinto hotelero lo hicieron con calma, Maca se
sorprendió ante la cantidad de Mandriles de Oliva que se escondían entre las gramíneas
altas de los bordes del camino, vieron algunos cuervos que parecían observar los
vehículos desde las ramas de los árboles cercanos. Pero sobre todo, casi saltó en el
asiento cuando un varano de más de un metro cruzó corriendo el camino rojizo
provocando que el jeep frenase con brusquedad. Esther la miró sorprendida de la
velocidad con que había reaccionado. Esa Maca no era la del primer viaje, ya no se
dejaba sorprender por baches ni frenazos, siempre iba fuertemente agarrada y había
aprendido a guardar el equilibrio sin problemas ante el traqueteo de los vehículos.

- ¡Dios! ¿qué era eso? – preguntó asustada e impresionada ante el reptil.


- Un Varano del Nilo – le explicó la enfermera.
- Y… esos bichos… ¿están por la selva? – preguntó con cara de pavor, ahora sí
asustada con la idea de adentrarse en sus profundidades.
- Tranquila, que viven cerca del agua, son asustadizos y aunque nos ronde alguno
es muy raro que ataquen.
- Buff – se estremeció con repugnancia – se me ha encogido todo – la miró
encogiéndose de hombros – solo de pensar que estamos en la tienda y ese bicho
entra…
- Por la noche se refugia en su madriguera, bueno no en la suya porque siempre
usan la de otros animales, no es nocturno.
- Pero parece tan… tan…
- Es el lagarto más grande de África y uno de los animales más fuertes, es capaz
de trepar, de escalar, de excavar.
- No me cuentes más, ¡por favor!

Esther soltó una carcajada tan sonora que Nancy se volvió hacia ellas.
- ¿Impresionada con el varano? – le preguntó imaginando de qué podía estar
riendo la enfermera.
- No soporto las salamanquesas, ni las lagartijas, ni los lagartos ni… y ese bicho
es… eso pero en tamaño gigante – confesó con desagrado.
- No te preocupes porque no creo que nos encontremos con ninguno a donde
vamos – la tranquilizó – pero es un animal muy interesante y digno de estudio.
- No lo dudo – respondió – pero que lo estudie otro – murmuró entre dientes, al
tiempo que intentaba pegarse a la puerta del jeep esperando evitar un nuevo
codazo de la enfermera que en esta ocasión no se produjo.

Nancy le sonrió comprensiva y recuperó su posición. Esther miró hacia delante y luego,
clavó sus ojos fijamente en Maca

- ¿Te arrepientes de haber venido? – le preguntó con seriedad.


- ¿Estás de broma! ¡es el mejor viaje de mi vida!
- ¿Mejor que el que hiciste con Vero a la India?
- Cualquier cosa que haga contigo es mucho mejor – le susurró al oído – aunque
sea comerme un saltamontes de esos.

Esther la miró con tal brillo en sus ojos, con tal expresión de alegría que Maca la tomó
de la mano y se inclinó hacia ella.

- Nunca vuelvas a dudar de eso – musitó en su oído y Esther con rapidez le


respondió - ¡Te amo! – tan bajito que Maca casi no puedo oírlo pero no hacía
falta porque todo su cuerpo, todo su rostro lo gritaba por ella.

Poco a poco, toda la población que habían ido viendo por el camino durante la última
media hora fue desapareciendo y el Parque Nacional se mostraba exuberante con
paisajes preciosos y multitud de colorido conferido por las manadas de cebras y ñús, los
antílopes, las casi diez jirafas que distinguieron a lo lejos y las enormes bandadas de
pájaros. De las mujeres con vestidos vistosos y sus cargas en la cabeza, pasaros a los
monos babuinos que se apostaban a los lados de los caminos, saliendo de la espesura
densísima de la selva.

- ¡Qué calor hace! – exclamó la pediatra que no dejaba de sudar y pasarse la mano
por la frente visiblemente acalorada.
- Si, ese es uno de los inconvenientes de esta parte de la selva – le dijo buscando
en la mochila – toma, bebe un poco.
- No tengo sed – se negó con un gesto de desagrado – llevo bebiendo todo el
camino.
- Maca… no empieces.
- Esther que… - intentó negarse pero la enfermera frunció el ceño y la miró de tal
forma que se frenó - trae – dijo resignada dando un sorbo, ella era la última en
desear que le ocurriese lo mismo del primer día - Y si hace este calor ¿por qué
me has hecho meter cosas de manga larga?
- Ya lo verás – respondió misteriosa pero ante el gesto de queja de Maca sonrió –
vamos a las montañas, atravesando sendas muy estrechas y te aseguro que hay
que ir con manga larga.
- ¿Hace frío?
- Bueno... está más umbrío pero lo peor son los mosquitos y demás insectos, por
no hablar de las ortigas y plantas venenosas y…
- ¡Vaya panorama! – exclamó con temor interrumpiéndola.
- ¿Te estás rajando? – preguntó burlona.
- ¡Ni en un millón de años! yo veo esos gorilas como me llamo Macarena Wilson
– exclamó ufana – ¡aunque sea lo último que haga!
- ¡No digas eso ni en broma! – protestó sintiendo una repentina e inexplicable
aprensión.
- ¡Tonta! – susurró – ven aquí - le pidió levantando su brazo por encima de los
hombros de la enfermera recostándola sobre su hombro disfrutando de todo
aquello y de estar abrazada a ella

Después de una hora de camino, en la que siguieron viendo animales durante todo el
trayecto, llegaron al Red Chilli Rest Camp, donde se hospedarían esa noche. Situado en
la localidad de Paraa, en la orilla sur del Nilo, y con unas impresionantes vistas al Nilo
Victoria, circundado por unas tierras verdes que bajaban escalonadamente, hacia sus
aguas.

- Esto es… ¡paradisíaco! – exclamó extasiada, anhelando adentrarse en el enorme


edificio y recrearse en la ducha.
- Mira allí a lo lejos - le pidió Esther - ¿sabes lo que es?
- ¿Un embarcadero?
- Un muelle, está a unos quinientos metros y de allí es de donde parten los barcos
y el ferry de vehículos para los safaris fluviales y alrededor del Delta.
- ¿Haremos un safari fluvial? – preguntó enormemente ilusionada.
- No, Maca, no tenemos tiempo. Pero… ya volveremos – le prometió – y
planearemos con tiempo un montón de cosas más que nos quedan por hacer y
ver.
- Claro – respondió con ese deje que empezaba a alertar a la enfermera. Se había
percatado de que cada vez que aludía a un posible viaje de regreso Maca
entristecía su mirada y pronunciaba un monosílabo de consentimiento con tan
poca convicción que la hacía estar segura de que no tenía ninguna intención de
volver allí.
- ¿Te gustan las vistas? – se volvió Nancy hacia ellas, hablando directamente con
Maca e interrumpiendo la pregunta que pensaba formular Esther al respecto.
- ¡Impresionantes!
- Pues ya verás desde el restaurante, tenemos mesa reservada para esta noche y te
sorprenderás.

Maca observó el recinto que estaba organizado alrededor de un gran restaurante,


ubicado bajo un largo porche abierto con fantásticas vistas del parque nacional.

Estaba impresionada con el trasiego de turistas que había. El lugar le pareció agradable
en cuanto al entorno natural que le rodeaba y estaba expectante en cuanto a lo que
pudiera depararle el interior del alojamiento. Pudo comprobar que la mayoría de esos
turistas eran muy jóvenes casi seguro estudiantes, sobre todo, europeos y americanos. El
jeep circulaba muy despacio en el interior del recinto y se encaminó al aparcamiento.
- Antes estaba mejor – le susurró Esther – pero ya se le van notando los años a las
instalaciones además hace un par de años murió el dueño y desde entonces no
está tan cuidado.
- Pero no está mal, no me esperaba algo así en mitad de la selva.
- Me alegra que le des tu aprobación - le dijo con una sonrisilla irónica.
- Ya ves… me he propuesto que no vuelvas a llamarme pija.
- ¿Qué te apuestas que antes de que caiga la noche te lo he dicho? – la retó.
- ¡Lo que quieras! no te voy a dar lugar – aceptó la apuesta levantando el mentón
orgullosa.
- Una cena en Madrid – la señaló con el dedo – en cuanto lleguemos, ¡tú y yo
solas!
- ¡Hecho! – le tendió la mano para sellar el pacto.
- Si ganas, escoges restaurante y pago yo.
- ¿Y si pierdo…?
- ¿Cómo “y si”? ¡vas a perder! – torció la boca en una mueca divertida y Maca
rió.
- ¡Ni lo sueñes! depende de mí y no te voy a dar el gusto.
- Vas a perder – repitió con seguridad y tal brillo en los ojos, que bailaban
contentos de tal forma que Maca se temió que ese edificio, que aparentaba ser el
paraíso en medio de la selva, no estuviera tan buenas condiciones como esperaba
y deseaba.

Cuando estaban entrando en el recinto hotelero, Maca desvió la vista hacia la derecha y
dio un respingo en el asiento, no recordaba que Esther le hubiera hablado de ello y no
pudo evitar sentir un estremecimiento, impresionada por aquella majestuosa montaña
que se elevaba triunfante hacia el cielo.

- ¿Aquella montaña de allí es…?


- Si, el Nrumygongo, un volcán activo – le dijo sonriendo.
- ¡Es impresionante!
- Pues mucho más lo es subir a la cima, cuando llegas se te olvida el cansancio, el
frío y la sed, es algo… indescriptible.

Nancy descendió del vehículo y el conductor hizo lo propio. La bióloga le hizo una seña
a la enfermera que asintió.

- Nosotras esperaremos aquí, tiene que buscar a un par de chicos que se encarguen
de los coches y luego descargaremos y entraremos - le explicó a Maca.
- ¿Subiremos?
- ¿A dónde? - preguntó desconcertada.
- ¡Al volcán!
- No, Maca, es imposible, no tenemos tiempo. Pero… ya lo haremos en otra
ocasión.
- Claro… - murmuró pensando por segunda vez en el día en los resultados. Su
tono hizo creer a la enfermera que se había decepcionado.
- Si quieres ver a los gorilas no podemos ir al volcán – le explicó condescendiente
- Salvo que nos quedemos más días – apuntó esperanzada en que se decidiese
por esa opción.
- No, no, eso es imposible, tenemos que volver ya – respondió con rapidez “¡qué
más quisiera yo que poder quedarme!”, pensó, “pero es imposible, debo hacerme
esas pruebas cuanto antes, porque esta incertidumbre me está matando”.
- Vaya… ¿y esa prisa! creía que te lo estabas pasando bien – la miró ligeramente
decepcionada y extrañada por la expresión de angustia que acababa de poner.
- Y me lo estoy pasando, pero.. no puedo estar más tiempo aquí, tengo que volver
– afirmó rotunda, la enfermera desvió la vista y Maca comprendió lo que le
ocurría.
- Ya lo sé, solo era un comentario.
- Sí…, esto es maravilloso y me quedaría aquí ¡toda la vida!…. – suspiró – pero…
ya es demasiado tiempo fuera y…. no está bien. No puedo dejar el trabajo tanto
tiempo, Cruz y Mónica deben estar hasta arriba, sobre todo Mónica.
- ¡Ay! ¡Doña responsable! a ver si un día dejas que se te vaya la cabeza y haces
una locura.
- Y esa locura… sería contigo, supongo – le susurró insinuante.
- Es igual con que hagas una locura y yo te vea me basta – respondió sin entrar al
trapo.
- Todo esto ya lo es – sonrió misteriosa y un aire melancólico que Esther no
terminaba de comprender pero que cada vez la tenía más preocupada – ¡más de
lo que imaginas! – exclamó pensando en que ya debería estar camino de Madrid
para ponerse en manos de Cruz, descansando y no aventurándose en las
profundidades de una selva tropical sin ningún medio a su alcance.
- ¿Qué quieres decir?
- Nancy te está llamando – le dijo señalando hacia la chica que le hacía señales a
Esther, sin intención de responderle.
- ¡Voy! gritó la enfermera – bajando del jeep y dejando allí subida a Maca que
paseó su vista por el lago y todo lo que de circundaba.

Definitivamente el estar allí era una auténtica locura, aunque Esther no supiera hasta
qué punto. Pero no se arrepentía, todo lo contrario. Estaba siendo un viaje intensísimo
en sensaciones, colores, olores, sentimientos y vivencias. En un país con una orografía
de continuas montañas verdes, muchas con grandes extensiones de cultivo en terrazas
imposibles, acompañado con una inmensidad de cursos fluviales que iban a parar a ese
impresionante lago Victoria que tenía la sensación de ocuparlo todo. Un país donde el
contacto y acercamiento con la gente se le antojaba tan fácil y agradable, en especial los
niños, que no parecía que fuera una extraña para ellos, ni siquiera la barrera del idioma
parecía importar. Había aprendido a saludar continuamente, a sentirse aludida cuando
escuchaba, en cualquier camino o carretera, en cualquier aldea recóndita, el familiar bye
Muzungu, y se sentía feliz cuando los pequeños se la decían de aquella forma graciosa
entre atrevidos y temerosos, cuando ella les regalaba caramelos y dulces y ellos
correspondían regalándole su eterna sonrisa, haciendo que se sintiera allí como entre
amigos, tranquila, feliz, sin temor a nada a pesar de ser una extranjera una “cara pálida”.
Sí, podía ser una locura, pero esa locura la estaba haciendo sentirse inmensamente feliz.

* * *

Germán estaba ya cogiendo su mochila y se disponía a ayudar a Nancy que charlaba con
Annie y dos jóvenes que habían salido en busca de los jeep, cuando la enfermera le
agarró del brazo, reteniéndolo.
- Tengo que hablar contigo – le dijo con una mezcla de ilusión y preocupación.
- ¿Qué pasa? – la miró extrañado.
- Ha pasado algo que… no sé como interpretar.
- ¿Wilson está bien? – la miró alarmado, temiendo que hubiese vuelto a sangrar o
a marearse o a cualquier otra cosa.
- Creo… que… verás… he pellizcado a Maca y…
- Che, che… - levantó la palma de la mano y su rictus serio se mudó en su eterna
expresión burlona - intimidades a estas horas, no, y menos si… - empezó a
mofarse pero la mirada de Esther lo silenció.
- No se trata de eso, es algo serio.
- A ver la pellizcaste y ¿qué? ¿qué ha pasado? ¿te dio un bufido, te mandó a la
mierda, o es que ya habéis discutido? no me digas que han bastado ocho horas
de coche para que ya haya tormenta en el paraíso.
- ¡Que no! ¡déjame hablar y deja de decir chorradas! – le pidió con apremio -
¡Maca lo ha notado!
- Hombre es que tus pellizcos son como para no notarlos – se quejó risueño
recordando algunos de los que había sufrido – sobre todos esos que….
- Lo ha notado en el muslo – lo cortó.
- ¿Qué dices? – la miró frunciendo el ceño incrédulo.
- Que si, que estábamos charlando con Nancy y yo… no quería que metiera la
pata y yo creo que… ha sido sin… darse cuenta… y... bueno que se ha quejado
y...
- ¿Estás segura?
- ¡Segurísima! la pellizqué y saltó al instante.
- ¿No serán imaginaciones tuyas?
- ¡Qué no! – protestó pero al verlo indeciso insistió – te juro que no. Sé muy bien
lo que hice y cómo reaccionó.
- Bien… vamos ahora mismo a verla - soltó las cosas y se acercó al jeep en el que
aún permanecía Maca, observando todo por la ventanilla en espera de que
alguien sacase su silla de la parte de atrás y pudiese descender para reunirse con
los demás.
- ¡Germán! – lo retuvo Esther antes de que abriese la puerta del coche – sé…
discreto… ya sabes como se pone con el tema.
- Tranquila – sonrió abriendo la puerta y encarando a la pediatra - Wilson, ¿qué es
eso de que has notado un pellizco en la pierna? – le espetó sin más.
- ¿Yo? ¡qué más quisiera! – exclamó perpleja - ¿a qué viene esto?
- Sí Maca, antes… cuando te pellizqué palideciste y te quejaste y…
- ¿De qué hablas Esther? – la miró desconcertada y ligeramente enfadada – si se
trata de una broma… no tiene gracia.

Germán se volvió hacia la enfermera frunciendo el ceño, sin comprender qué estaba
ocurriendo allí.

- Maca… te pellizqué en el muslo y… te quejaste – repitió con un hilo de voz.


- Cuando me quejé fue por el codazo que me diste en el costado – le dijo
frunciendo el ceño. ¿Qué pretendía Esther inventando aquello y yendo con el
cuento a Germán! no la comprendía, pero empezaba a sospechar que todo eso
solo podía significar una cosa, que Esther estaba deseando que ella dejara esa
silla, y ante la sola idea, la decepción y la angustia se reflejaron en sus ojos,
consciente de ello, se apresuró a apartar la vista para no ser descubierta – no he
sentido nada en las piernas – murmuró – te lo puedo asegurar y.. ahora… me
gustaría salir ya de este coche.
- Si ya le he dicho que a mi enfermera que deje de tomar tanta foto y tanto sol y…
- ¡Germán! ¡cállate! – le pidió Maca enfadada - y… ayúdame a bajar – le dijo
mucho más suave – y tú Esther… deja de calentarle la cabeza con esas cosas, y
deja de… intentarlo.
- Maca… no intento nada – habló con preocupación segura de que Maca sí que
había reaccionado y que ahora intentaba negarlo, no entendía porqué lo hacía,
quizás eso formaba parte de ese bloqueo que tantas veces le habían comentado,
pero fuese lo que fuese, no iba a permitir que eso estropease lo que les quedaba
de viaje, porque la cara de la pediatra así lo presagiaba, tenía que intentar borrar
esa expresión de su rostro y conseguir que le volviese el buen humor - perdona
creí que era …, el codazo te lo había dado mucho antes y… no sé… interpreté
que…
- Pues interpretaste mal – le dijo visiblemente enfadada.
- Pero es que… estabas tan distraída hablando con Nancy y reaccionaste tan… tan
en el momento que… pensé que…
- ¡Joder! y ¿qué? ¿qué pensaste? – la fulminó con la mirada, hacía mucho tiempo
que Esther ya no veía a Maca con esa rabia contenida.
- Perdóname – volvió a pedirle mirando a Germán en busca de ayuda, pero su
amigo permanecía impávido, observándolas y calibrando lo que podía significar
todo aquello. Conocía a Esther y sabía que no se inventaría algo así, pero
también conocía a Maca y sabía que no mentiría en algo tan importante. Suspiró
comenzando a comprender lo que podría estar sucediendo y recordando los
consejos que Felipe le dio el día que le consultó sobre ella, se decidió a hablar
con Esther sobre el tema, pero debería esperar a que estuviese a solas, porque no
era ni prudente ni aconsejable hacerlo delante de la pediatra y menos viendo que
se había cerrado en banda.
- ¿Y tú qué? ¿no dices nada? – le preguntó Maca a Germán alzando la voz
molesta también con él.
- No tengo nada que decir – sonrió – no saquéis las cosas de quicio, ha sido un
mal entendido, pues ya está, vamos a descansar un rato y a ver todo esto.
- Maca, sabes que no miento – insistió la enfermera que se ganó, por una vez, un
discreto golpe del médico que pasó desapercibido a la pediatra.
- Yo solo sé que me has hecho polvo la costilla – protestó mohína - además me
has dado en el mismo sitio de la operación y aún me duele – le reveló
echándoselo en cara.
- Maca eso fue mucho antes pero… luego…
- Luego, ¿qué? el coche no dejaba de traquetear y me has metido el codo para
poder esconder la mano entre nuestras piernas ¿o no es eso lo que has hecho? –
la acusó enfadada - no puedo mover las piernas y si no eres capaz de
aceptarlo…. – la atacó guardando un estudiado silencio.
- ¡Pero no digas tonteras, mi amor! – exclamó sin reparar en la presencia de
Germán que se columpiaba de un pie a otro, incómodo, y que le hizo una seña
para que frenara en la discusión que la enfermera volvió a ignorar - ¡claro que lo
acepto!
- Bueno, bueno, será mejor que dejéis esta conversación para otro momento, ¿no
os parece? – les pidió Germán viendo que subían de tono.
- Sí, será lo mejor - suspiró Maca con el ceño fruncido.
- Mirad, Nancy nos llama – dijo con alivio - Vamos dentro.
El médico dio unos pasos pero ambas se quedaron allí plantadas mirándose sin moverse.
Se volvió hacia ellas.

- ¿Por qué no venís y vemos las habitaciones? – les insistió temiendo que
entablaran una discusión más seria – venga, Wilson…
- Ahora vamos Germán, adelántate tú – le pidió Esther interrumpiéndolo.
- No tardéis – aceptó de mala gana.

Germán se encaminó a la puerta principal y Esther se situó tras la pediatra dispuesta a


empujarla.

- No hace falta – le dijo secamente – puedo sola.


- Ya sé que puedes, pero yo quiero, estas cansada – le respondió acariciándole la
mejilla - cariño - se inclinó en su oído – por favor, no te enfades, y… no me
pongas esa cara – le pidió melosa, pero la pediatra no respondió – Maca, yo... te
amo, te amo tanto que… jamás pienses que el estar en esa silla es un
impedimento porque no lo es, ¡no lo es! – exclamó casi con las lágrimas
saltadas, Maca no podía verla pero notó el apremio y la angustia en su voz.
- Lo sé – sonrió por primera vez desde que se bajara del jeep girando la cabeza
hacia ella, Germán tenía razón, estaban allí para pasarlo bien – perdóname tú, no
debí ponerme así y menos delante de Germán, pero hay veces que… te juro que
no te entiendo….
- Lo siento, me he equivocado. No hablemos más del tema ¿de acuerdo?
- De acuerdo- suspiró incapaz de negarle nada.
- No quiero que dudes de que te amo, ni de que me da exactamente igual si estás
en esa silla y creía que ya había quedado más que claro.
- Sí – sonrió abiertamente y le acarició la mano que le tenía puesta en el hombro -
pero me gusta que me lo recuerdes… - la miró con franqueza y susurró – de vez
en cuando.
- ¡Te lo voy a recordar siempre! – la besó fugazmente en la mejilla aliviada de ver
que no estaba enfadada - ¡toda la vida! – exclamó con mayor énfasis – y ahora
vamos a ver donde podemos dormir esta noche – le dijo empujándola con
decisión hasta la puerta principal del hotel.
- ¿Cómo podemos? pero… ¿no tenemos reserva? – preguntó sin obtener respuesta
– Esther – la miró con temor.
- Ya lo verás – le susurró de nuevo esbozando una sonrisa.
- Pues ¡vamos! porque estoy deseando ver la habitación – dijo la pediatra que
sentía un cosquilleo especial en su estómago, extrañada por el comportamiento
de la enfermera, pero contenta de poder compartir con ella todo aquello, a pesar
de que a veces, se le metieran en la cabeza esas ideas descabelladas.
- Teme lo que deseas – murmuró entre dientes.

La pediatra, que la había oído, se volvió y la miró a los ojos, mientras subían el escalón
de recepción. Esther sonrió ladeando la cabeza con un gesto travieso al verse
descubierta, y Maca la imitó, temiendo interiormente lo que iba a encontrarse al
franquear la puerta. Pero al entrar Maca se sorprendió agradablemente de lo que veía,
una limpia y confortable recepción, digna de cualquiera de los mejores hoteles, con
decoración local. Ahora le quedaba la aventura de ver como sería ese alojamiento por
dentro. Mucho se temía que las prevenciones que estaba insinuándole la enfermera solo
podían significar que dejaba mucho que desear, aunque esa recepción no presagiaba que
fuera a ser así.

Entraron en recepción a tiempo de ver como del despacho situado tras el mostrador
.donde rezaba el cartel de “Gerencia”, salía un hombre joven y alto que rápidamente
acudió al encuentro de Nancy y Annie, a quienes saludó con alegría. Era evidente que
allí no solo eran conocidas sino muy bien recibidas. Ambas observaron como
intercambiaban unas palabras y señalaban en varias ocasiones hacia Germán.

- ¿Ocurre algo? – preguntó la pediatra, interpretando que había algún problema.

Esther que había situado a Maca junto a uno de los sillones de la entrada y que se había
sentado en el brazo del mismo, la encaró.

- Nosotras no teníamos reserva previa, Nancy hizo todo lo que pudo para
conseguirnos un hueco y… - la observó detenidamente.
- ¿Y…? – preguntó con temor.
- Lo consiguió – afirmó con una sonrisa – no sé si lo sabes pero en toda África es
común que en los hoteles como éste, haya varios tipos de alojamiento. No solo
están las habitaciones del edificio principal sino que también hay cabañas y
tiendas.
- ¿Me estás queriendo decir qué esta noche vamos a dormir también en una
tienda?
- ¡No! Claro que no, ya te digo que Nancy nos consiguió un hueco, nosotras
tenemos una cabaña, será Germán el que tenga que dormir en una tienda.
- Una cabaña… - musitó intentando imaginar.
- Sí, imitan chozas, las hay con aire acondicionado y con todo tipo de lujos,
pero… estaban todas ocupadas, y luego las hay más modestas, pero… son
aceptables.
- ¿Aceptables? – repitió temerosa.
- Sí, tienen sus camas y… están limpias.
- ¡Menos mal! porque llevo todo el día intentando hacerme a la idea de que
íbamos a estar de acampada pero esta noche esperaba dormir en una confortable
cama.
- Tranquila que dormirás en una cama, pero a partir de mañana…
- Ya lo sé – sonrió – ya sé que a partir de mañana… ¡empieza la aventura! -
suspiró intentando parecer animosa y, rápidamente, cambió de tema - por cierto,
no creo que Germán duerma en una tienda.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿Has visto cómo lo mira Nancy? – le preguntó burlona.
- Claro que lo he visto, ya te dije que… - junto los dedos índices de sus manos
con un gesto de complicidad.
- Pues eso, que no creo que duerma en la tienda – sonrió con malicia. Esther lanzó
una sonrisilla asintiendo, ella también pensaba lo mismo. Pero inmediatamente
se pudo seria.
- Maca… hay algo que… no te he dicho.
- ¿El qué? – la miró con temor al ver su cambio de actitud. Esther tomó aire.
- Pues… que esas cabañas más modestas... – se interrumpió de nuevo y Maca
comenzó a ponerse nerviosa, temiendo lo que pudiera esperarle en las dichosas
cabañas.
- ¿Qué pasa con ellas?
- Que… - dudó un instante – bueno que no tendremos baño en el cuarto.
- ¡¿Qué?! – exclamó con disgusto, sin dar crédito - ¿te estás burlando? – preguntó
creyendo que pretendía ganar la apuesta haciéndola saltar.
- No. Es verdad – respondió apretando los labios y elevando las cejas en una
mueca de circunstancias – pero piensa que será solo una noche, Maca, y… hay
baños comunes – intentó hacerle ver que no era para tanto. Maca lanzó un
profundo suspiro, sin decir nada - Lo siento pero cuando llamamos estaba todo
ocupado. No es un hotel muy grande y solo ha diez bandas.
- ¿Bandas! ¿qué es eso?
- Las cabañas… se llaman así.
- Ya… creo que todo esto… ha sido demasiado precipitado.
- Pero merecerá la pena ¡ya verás! – le dijo con ilusión tomándola de la mano y
Maca ante su cara y el brillo de su mirada no pudo evitar una oleada de ternura,
¡se estaba tomando tantas molestias por ella! ¡Todos se las estaban tomando! Y
ella no podía comportarse como Esther la acusaba siempre, como una pija.
- Ya la ha merecido – sonrió borrando el gesto anterior de desagrado – esos
rinocerontes… ¡dios! son gigantes…. son… son…
- ¡Pues espera a ver los gorilas! – le susurró – esos si que son... son – la remedó
riendo.
- ¿Por qué susurras?
- Por… porque no tenemos pedidos los permisos.
- ¿Qué permisos?
- Para subir a verlos, hace falta un permiso a nombre de cada persona con un día
fijo asignado, y ¡hay seis meses de cola!
- Y… ¿qué pretendes que hagamos? ¿qué nos colemos en algún grupo! te aviso
que yo no paso, precisamente, desapercibida – intentó bromear, señalando con
ambas manos su cuerpo, recurriendo al sarcasmo.
- ¡Maca! – protestó risueña, no podía evitarlo, siempre le había atraído su forma
irónica de ver la vida – nosotras no haremos la ruta turística.
- ¿Ah, no?
- Claro que no, subiremos mucho más en la montaña, a la parte más salvaje y
recóndita, y… tranquila que ellas – dijo señalando hacia Nancy y Annie - se
encargan de todo, somos sus invitadas.
- Vaya – miró hacia las dos con agradecimiento, en el preciso instante en que
Nancy abandonaba el grupo y se acercaba hasta donde se encontraban.

Llegaba con paso firme y una sonrisa de satisfacción.

- Todo arreglado – les comunicó – podemos subir a las habitaciones. Y ésta es la


llave de vuestra banda – dijo tendiéndose a la enfermera – lo siento pero no
quedaban plazas individuales.
- Sí, ya le he dicho a Maca que compartiríamos – se apresuró a responder antes de
que Maca hiciese comentario alguno.
- Si vas a estar más cómoda – se dirigió a la pediatra – podéis quedaros con mi
habitación. Es individual pero siempre la pido con cama de matrimonio, para
variar, ¡acostumbrada al saco de dormir! – sonrió afable.

Esther miró de reojo a Maca, no quería cogerle la palabra a Nancy pero había de
reconocer que Maca estaría mucho mejor en una habitación con baño, sin embargo, la
pediatra que seguía con la vista fija en Nancy, no le dio opción y se apresuró a
responder por ella.

- De ningún modo - se negó con rotundidad ganándose una mirada llena de


orgullo y amor de Esther, que por un momento temió que aceptase el
ofrecimiento – estaremos perfectamente en la banda.
- Insisto, Maca, de veras que no me importa – repitió Nancy dando dos pequeños
golpecitos en el antebrazo de Esther para que fuese ella la que aceptase el
ofrecimiento.
- Te lo agradezco mucho Nancy pero, no – volvió a negarse Maca.
- Sois mis invitadas y me gustaría que estuvieseis a gusto, la habitación es muy
confortable y el acceso es pleno, en la cabaña tendréis que salir del edificio…
y…
- No te preocupes Nancy – intervino Esther.
- Solo quiero que estéis cómodas.
- Y lo estaremos – aseguró Maca que miró con una sonrisa a Esther buscando de
nuevo su apoyo – además estarás harta de estar siempre durmiendo en una
tienda, ya me ha contado Esther que a veces estás allí arriba durante varios
meses. Y nosotras estaremos perfectamente en esa banda, ¿verdad, Esther?
- Sí, Nancy, de verdad, no te preocupes – repitió - Maca está decidida y… no la
vas a convencer – sonrió situando su mano sobre el hombro de la pediatra.
- En ese caso, ¡nos vemos en la cena! la mesa está a mi nombre – le dijo a Esther
– reservé a las siete y media.
- Muy bien, luego nos vemos – respondió la enfermera viendo como su amiga se
alejaba de ellas y se acercaba al mostrador donde Germán estaba aguardando.
- ¿Las siete y media? – preguntó Maca bajando la voz - ¿esas son horas de cenar?
– dijo irónica mirando el reloj - ¡apenas vamos a tener tiempo de darnos una
ducha!
- Es inglesa Maca y por deferencia ha reservado así de tarde.
- ¿Tarde?
- Chist – la silenció riendo y empujándola con decisión al exterior por una puerta
trasera que indicaba con una flecha la salida a la zona de las banda – no seas así,
¿acaso no tienes hambre?
- ¡Sí que la tengo!
- Pues no protestes – soltó una carcajada – que eres una gruñona.
- No protesto pero cenar a las siete… ¡eso es acostarse a la hora de las gallinas! –
exclamó burlona – aunque es verdad que me comería un caballo.
- ¡Un caballo! – repitió riendo – luego apenas probarás bocado.
- Es que me lleno en seguida, no sabes lo que es estar todo el día sentada, al
menos en Madrid, con el gimnasio… - suspiró pensando en la cantidad de horas
que debería dedicar a la vuelta, porque allí se había olvidado de todo incluidos
sus ejercicios diarios - ¿Qué tipo de comida hay en este restaurante – preguntó
de pronto temiendo que fuera cocina típica africana.
- De todo Maca, el buffet es amplio y también puedes pedir a la carta.
- Ya pero… ¿que hay?
- Ya te lo he dicho, de todo y al estilo europeo si es lo que preguntas.
- ¡Es que me muero de hambre!
- ¡Y yo! – admitió la enfermera.
- ¿Qué haremos luego! porque si cenamos a las siete….
- Muy lanzada te veo yo... ¿no decías que estabas cansada?
- Cansada del coche - la puntualizó - me gustaría ver un poco el complejo.
- Pues no va a ser posible, porque después de la cena... ¡a la cama! es mejor que
nos acostemos temprano porque Nancy quería salir sobre las cinco de la mañana.
- ¡Joder! ¿a las cinco? tendremos que levantarnos por lo menos una hora antes.
- Pues sí.
- Ahora entiendo porqué me decías anoche que aprovechase para dormir.
- No, aún no lo entiendes – musitó entre dientes – pero ya lo entenderás – le dijo
agachándose junto a su oído – y… por cierto, ¡estoy muy orgullosa de ti!
- ¿Y eso?
- Creí que aceptarías el ofrecimiento de Nancy.
- ¡Ja! ¡en eso estaba pensando yo! – exclamó torciendo la boca en una mueca de
suficiencia - tú lo que quieres es ganar la apuesta y decirme que soy una pija, y
de eso nada.
- La voy a ganar – saltó una carcajada – hemos llegado, esa es la nuestra – dijo
mirado el número que rezaba en la llave y el que estaba puesto encima de la
puerta de la banda – ¿preparada? – le preguntó metiendo la llave en la cerradura,
entreabriendo la puerta levemente e interponiéndose entre la pediatra y la
entrada, con una sonrisa burlona en su cara y unos ojos que bailaban divertidos.
- Abre ya – sonrió – y deja de hacer el payaso.

Esther abrió y dejó paso a Maca que se asomó un poco, luego la enfermera giró la silla y
la subió, salvando el pequeño escalón. Entraron en la banda y Maca miró a Esther
intentado disimular lo mucho que le desagradaba, ¿aquello qué era! ¡un cuchitril
inmundo! y ¡lleno de moscas! pero se había jurado no protestar y guardó silencio
mientras paseaba la vista por aquel cubículo de unos cuatro por tres metros, con dos
camas separadas por una diminuta mesilla y un ventilador en el techo. La ropa de cama
estaba a los pies de las mismas y junto a ella un juego de toallas. ¡Tendrían que hacer
ellas las camas! Junto a la ventana se veían dos espirales para los mosquitos y debajo
una pequeña silla. Esther la miró de reojo esperando su reacción pero tras entrar y cerrar
la puerta, Maca seguía en el mutismo más absoluto.

- Hay muchas con moscas – dijo la enfermera esperando esa reacción que no
llegaba.
- ¿No me digas? – respondió irónica.
- Es... porque por las noches vienen a pastar los facóqueros y… los topi.
- ¿Facóqueros?
- Sí, una especie de jabalíes, se mueven aquí cerca, en la zona de acampada.
- ¡Dios! ¡qué asco! – no pudo contenerse por más tiempo – dando un par de
manotazos al aire para espantar las que pretendían posarse en ella - ¿y tenemos
que dormir aquí?
- Si – dijo secamente frunciendo el ceño – te recuerdo que eres tú la que te has
negado a aceptar el ofrecimiento de Nancy – le dijo molesta.
- ¿Y los topi esos… qué son? – se interesó dispuesta a no perder esa apuesta y en
un intento de que no se enfadara, porque por el tono sabía que estaba molesta
con ella pero no podía evitar comportarse así, ¡no soportaba las moscas!
- Un tipo de antílope, van en manadas y los facóqueros casi siempre los
acompañan y… bueno que se acercan a pastar y claro durante el día buscan
lugares frescos y… luego…
- ¡Dios! – exclamó dándose un guantazo interrumpiéndola – son insoportables y
¡pican!
- Sí, son tse-tse, pican mucho pero no te preocupes que ahora mismo las echo -
dijo abriendo las ventanas e intentando hacer lo que había prometido.
- ¡Cierra las ventanas! que están entrando más – casi gritó alterada.
- Pero… Maca, hay que echarlas – se justificó.
- Lo que hay es que matarlas – afirmó con decisión – nos van a dar las uvas si
pretendes echarlas.
- Maca… no voy a matar las moscas – la miró enarcando las cejas en señal de
aviso – la sola idea me produce repugnancia.
- ¿Cómo que no? ¡si nos están comiendo vivas!
- Como que no. No las mato y punto.
- Pues déjame a mí, verás que pronto acabo con ellas – habló con genio dirigiendo
la silla hacia ella y arrebatándole una toalla, que acababa de coger, de las
manos.
- ¡Maca! – protestó.

Pero la pediatra le sonrió entre divertida y desafiante, comenzando a dar golpes al aire
con la toalla, sin parar, a diestro y siniestro.

- Pero ¡Maca! – rió también al verla dando vueltas con la silla toalla en mano – es
mejor abrir la ventana y echarlas.
- ¡Ni lo sueñes! – exclamó.
- Pues tú me dirás porque a toallazos no vas a acabar con ellas.
- Te digo que o ellas o yo, tú decides con quien quieres pasar la noche – le dijo
decidida.
- Anda estate quieta y ve a ducharte que ya me encargo yo de ellas – respondió
suspirando resignada y a un tiempo mirándola sin para de reír al ver sus
esfuerzos por darles con la toalla – ¡para ya! – la frenó – que te vas a hacer daño.
Y, quieras o no, vamos a abrir las ventanas.
- ¡Que no! que entran más – repitió – y además dios sabe que otros bichos pueden
colarse.
- ¿Y tú pretendes dormir en plena selva? – se burló de ella.
- Si lo que quieres es que te diga que has ganado no lo vas a conseguir, aunque
tenga que erigirme en la exterminadora oficial de moscas – la amenazó con el
dedo, pasando a su lado con la silla y dándole con la toalla en el culo un
pequeño golpecito – si no vas a hacer nada, ¡aparta de mi camino!

Esther comenzó a reír mirándola a los ojos y negando con la cabeza, cuando Maca se
ponía así no había quien consiguiera disuadirla. ¡Ya se cansaría! Esther soltó las
mochilas en una de las camas y sacó algo de ropa para ponerse, luego comenzó a vestir
las camas mientras la pediatra seguía en su infructuoso intento de acabar con aquellas
moscas.

- Las he visto más eficaces – se mofó la enfermera - ¡valiente exterminadora!


- Tú déjame a mí y ya verás.

Pero al cabo de unos minutos, cansada, Maca frenó en sus intentos de darles caza, se
plantó ante Esther que la observaba risueña y llena de paciencia, sentada en la silla, y se
encogió de hombros también riendo.
- Vale, me rindo – admitió soltando la toalla en la cama – inténtalo tú, que yo me
muero por una ducha – admitió vencida y al ver que la enfermera no se movía
cogió de nuevo la toalla y se la lanzó a la cara – ¡vamos! ¡muévete! – la espoleó
con alegría - ¡qué es tardísimo!
- Ya voy – se levantó con desgana – me acabo de dar cuenta que estoy molida,
tantas horas sentada….
- ¡Qué me vas a contar a mí! – exclamó burlona.
- Maca… - protestó enrojeciendo levemente y acercándose a ella – no me gusta
que seas tan sarcástica, lo he dicho sin pensar.
- No es sarcasmo – le respondió mirándola con dulzura - para eso lo mejor es
hacer ejercicio – torció a boca en una mueca y sus ojos comenzaron a moverse
bailones, Esther supo que ya iba a soltarle otra de sus ocurrencias – y no
apalancarte en esa silla – se mofó - ¿estás muy cansada?
- La verdad es que sí, ayer no paramos con el traslado de los niños y hoy también
han sido unas buenas horas de coche.
- Pues vamos a la ducha que cenemos pronto y te acuestes – le dijo acariciándole
la mano y lanzándole una mirada llena de amor – que esta noche te doy un
masaje verás que bien duermes.
- ¿Lo harías?
- Pues claro.
- Pero… ¿tú no estás cansada?
- Un poco pero… estoy más nerviosa que cansada – reconoció - solo de pensar en
esa acampada... - se estremeció y Esther lanzó una carcajada.
- Ve tú a la ducha que yo voy a buscar algo para las moscas - sonrió conciente de
lo poco que le agradaban todos los insectos.
- De acuerdo, pero…
- ¿Qué? - inquirió al ver que la miraba sin decir nada.
- ¿Dónde estaban las duchas? – preguntó al fin.
- Al salir a la izquierda – le dijo abriendo la puerta y señalándole con la mano el
lugar. Pero Maca no se movió y Esther se quedó mirándola fijamente,
comprendiendo lo que deseaba - ¿quieres que te acompañe?
- Lo prefiero – admitió con una enorme sonrisa – seguro que hay algún escalón -
se justificó.
- Un escalón o una... - enronqueció la voz y paseó sus dedos por el pelo de la
pediatra - una cucaracha asesina - se rió de ella.
- ¡Calla! - volvió a estremecerse solo de imaginarla. Esther soltó otra carcajada y
cogió todo lo necesario de la mochila, metiéndolo en una bolsa más pequeña.
- Anda vamos - le dijo condescendiente - pero mientras te duchas, yo voy a ver
qué consigo para deshacernos de ellas.
- ¡Ojalá lo logres! – exclamó - ¡las odio! - Esther la miró con tal cara de burla que
Maca la amenazó con el dejo - ¡ni se te ocurra decírmelo! – exclamó imaginando
que iba a echarle en cara que era una pija.
- No lo digo – apretó los labios conteniendo la risa y con unos ojos que bailaban
cada vez más – pero que sepas que has perdido.
- ¡Porque eres una tramposa!
- ¿Tramposa yo? – preguntó aún más risueña.
- Sí, tú. Me dijiste que dormiríamos en el hotel.
- ¿Y acaso te he mentido! vamos a dormir en el hotel – se encogió de hombros
situándose a su espalda.
- Deja que ya voy yo a las duchas que estoy deseando que te deshagas de esas
moscas.
- Espera y no corras tanto, primero vamos a ver qué condiciones tienen y...
luego....
- Deja que adivine - la interrumpió irónica - un escalón de veinte centímetros y un
cuchitril en el que no cabrá ni la silla.
- Pero mira que eres quejica – le dijo llegando a la zona de los baños
comunitarios.
- Seré todo lo quejica que quieras pero ¡mira que escalón! – le señaló con un
suspiro acostumbrada a que fuera así.
- Ya veo – habló entrecortada por el esfuerzo de tirar de la silla para subirla – pero
mira, las duchas son amplias – sonrió abriendo una de las puertas de las dos que
quedaban libres.

Maca asintió, mientras notaba que los usuarios se quedaban observándola. No era
normal ver a personas en su situación haciendo ese tipo de viajes de aventura. Los baños
eran muy básicos aunque, efectivamente las duchas eran espaciosas y estaban muy
limpias, pero necesitaban una reforma urgente. Esther entró con ella y cerró la puerta.

- Pero… ¿tú no ibas a buscar algo para las moscas?


- Ahora voy, primero quería ver que puedes sola.
- Tranquila que puedo, aunque la silla…
- La pondrás chorreando, ya lo sé – la acarició pensativa – nunca había reparado
en lo mal acondicionados que están todos los baños – comentó con ternura
acariciándole la mejilla – lo siento Maca.
- ¿Por qué? tú no tienes la culpa y… no te preocupes que ya me apañaré.
- ¿Te dejo aquí la bolsa? – le señaló un rincón apartado.
- Sí, gracias.
- ¿Sabes? ¡estoy muy orgullosa de ti! – exclamó de pronto, se inclinó y la besó
suavemente en los labios – y no soporto a la gente descarada que te mira como
si…
- ¿Qué gente? - disimuló.
- Esos dos que estaban ahí fuera, ¿no has visto como te han mirado? he estado
tentada a decirles algo.
- ¡Ni se te ocurra! Es normal que me miren, estoy acostumbrada a que lo hagan, ni
siquiera los he visto.
- ¡Te quiero! – se inclinó hacia ella, manteniendo su rostro un instante tan cerca
que sentía sus alientos, se escudriñaron y, se besaron de nuevo, esta vez más
intensamente, soltando ambas un suspiro al separarse. Y riendo seguidamente de
la sincronización que parecían tener.
- Anda vete ya que no respondo – le pidió la pediatra intentando controlar el
deseo que crecía en ella.
- Espera, antes quería… pedirte disculpas.
- ¿Por qué? ¿por hacer trampas? – preguntó burlona – pues sí deberías disculparte,
¡que digo disculparte! deberías compensarme con muchos, muchos mimitos.
- No es eso.
- Y por cierto, estoy pensando que… ¿por qué he perdido? Porque a ti tampoco te
gusta dormir con ese mosquerío. ¡Que parece una porquera!
- ¿Por qué no paras de quejarte? – le preguntó con sorna - y eso solo lo hacen las
pijas.
- ¿Y qué? vale, me quejo, pero la única que ha cogido la toalla y ha intentado
hacer algo he sido yo, ¿es eso de pijas?
- Bueno… - apretó los labios esbozando una sonrisa divertida con su actitud y su
insistencia, recordando lo poco que le gustaba a Maca perder a nada.
- Además, que no, que me niego, que no he perdido, que a ti te dan tanto asco
como a mí. La apuesta sigue en pie – la señaló con el dedo.
- Será por poco tiempo, antes de que te acuestes habrás perdido – volvió a mostrar
esa seguridad que tenía en ascuas a la pediatra – pero…, de acuerdo, la apuesta
sigue en pie. ¿Me dejas ya que te pida disculpas?
- ¿Por qué? ¿por tenerme cazando moscas media hora? – aventuró risueña.
- No me refiero a eso – le dijo con seriedad obligando a Maca a cambiar su actitud
juguetona – me refiero a lo del pellizco – le confesó con cara compungida - no
he debido hacerlo ni decirle nada a Germán.

Maca esbozó una leve sonrisa y la miró fijamente a los ojos.

- Olvídalo – le pidió tirando con suavidad de ella – ven aquí – dijo sentándola en
sus rodillas y acariciando su rostro con ambas manos, para luego, atraerla y
besarla con tanta pasión que Esther se estremeció – no le des más vueltas – le
susurró besándola de nuevo, ¡cómo había deseado hacerlo todo el viaje! Ambas
sintieron la excitación que crecía en ellas.
- Maca… - gimió levemente al separarse - ¡te amo! – fue ahora ella la que la besó
deseosa, olvidando sus intenciones de salir a buscar algo para las moscas.
- ¡Dios! – murmuró la pediatra, excitada, clavando sus ojos en los de la enfermera
– Esther… - fue ahora ella la que se estremeció al contacto con su piel, al sentir
sus manos tirando de su camiseta hasta arrancársela – Esther… - jadeó presa del
deseo.
- Maca… - musitó perdiéndose en la profundidad de sus ojos que la llamaban a
besarla de nuevo.

Por unos instantes se entregaron a un juego de besos y caricias que subían cada vez más
en intensidad e intención. Pero Maca bruscamente se detuvo.

- Anda vete que… que no llegamos a la cena – le pidió empujándola levemente


para que se levantara. Esther frunció el ceño.
- Maca… - protestó buscando de nuevo sus labios sin deseos de separase de ella.
Ya ni quería ni podía parar, ¡la deseaba!
- Cariño – la frenó y Esther hizo un gesto de frustración, tentada a negarse, pero
cedió, consciente de que ese lugar era incomodísimo para la pediatra y de que
era tardísimo y además, había gente fuera esperando.
- Me voy – admitió levantándose con un profundo suspiro - pero esta noche no te
escapas.
- ¡Largo! – le sonrió señalándole la puerta con el dedo – y cuando salga no quiero
ver ni una mosca en el cuarto o la que no te vas a escapar eres tú – la amenazó
bromeando.

Esther soltó una carcajada y abrió la puerta, pero se detuvo, volviéndose hacia ella con
gesto pícaro.

- Por cierto.. eh… no hay agua caliente.


- ¡¿Qué?!
- No protestes que te va a ir bien – le dijo insinuante viendo que estaba tan
acalorada como ella.
- ¡Joder! – murmuró contrariada.
- Esto es así, y sécate bien que si te acatarras Nancy no te deja subir a verlos.
- ¿Y eso por qué?
- Son las normas.
- Tranquila que me secaré bien – respondió – ¡venga! ¡vete!
- Ya voy – sonrió haciéndose la remolona, deseando seguir allí con ella, ducharse
con ella, y seguir besándola, pero obedeció y salió de allí dispuesta a buscar algo
en recepción que pudiera librarlas de esas odiosas moscas.

Esther llegó a la recepción del hotel a toda prisa. Tan abstraída iba pensando en lo que
debía pedir para librarse de las moscas, que no reparó en que Germán aún estaba allí. Él
permaneció apoyado en el mostrador observándola divertido y cuando terminó de hablar
y le dieron un bote de insecticida la sujetó por el brazo.

- ¿Ya está Wilson con sus quejas? – le preguntó riendo, provocándole un


sobresalto sin esperarse que nadie la sujetara.
- ¡Germán! – exclamó aliviada - ¿aún no te han dado tu tienda?
- No. Esperando me tienen – le sonrió - ¿Dónde te has dejado a Wilson?
- En las duchas.
- ¿Puede sola? – preguntó extrañado conocedor de lo poco acondicionadas que
estaban.
- Dice que sí, además tengo un encargo suyo que le interesa más que mi ayuda en
la ducha.
- ¿Un encargo?
- Las moscas de la banda – soltó una carcajada con complicidad.
- ¡Que paciencia tienes! – le dijo pasando su brazo por encima del hombro de la
enfermera y atrayéndola cabía él como le gustaba hacer – no me extraña que te
quiera como te quiere, estás todo el día mimándola.
- Bueno… a mí también me dan asco, y ella ha intentado echarlas, ¡tendrías que
haberla visto dando toallazos! – volvió a reír, defendiéndola y contenta con su
comentario.
- Niña, aprovechando que estamos solos… yo... quería decirte algo.
- ¿Qué pasa? – preguntó al verlo ponerse serio.
- Que… quisiera hablar contigo de lo de antes.
- ¿A qué te refieres?
- A lo que me contaste de que Wilson notó un pellizco.
- Pues yo no quiero hablar de ello, ¡qué ya te vale!
- ¿A mí? – preguntó con inocencia.
- Sí, a ti, te digo que seas discreto y se lo sueltas de golpe y luego te quedas como
un pasmarote sin decir nada.
- Ya… es por eso – musitó.
- ¿Por qué iba a ser sino?
- Esther… Maca no está bien y… hay que ser prudentes con esos temas.
- ¿Qué quieres decir?
- Felipe me dijo que los bloqueos emocionales son muy peligrosos, y que… no se
puede forzar al paciente, ni enfrentarlo bruscamente a la realidad. Si Maca tiene
que salir de ese bloqueo, saldrá, pero no te impacientes.
- Eso ya lo sé – lo miró mohína interpretando que le estaba echando un rapapolvo
– y si lo que insinúas es que me lo he inventado…
- No insinúo eso pero debes tener cuidado.
- Sé que en cuanto lo negó debí callarme, pero… ¡es algo que me puede! Ella no
era así y... no comprendo porqué sigue bloqueada, ahora es feliz, hace cosas que
antes no se atrevía a hacer y… yo… solo quiero que reconozca la realidad.
- Tú tienes que ser fuerte y… ayudarla. Y… tienes que estar a su lado, será difícil.
- ¿De qué hablas?
- Pues de todo… de su trabajo, de... de ese bloqueo… deberías hablar con si
psiquiatra, Vero ¿no! y contarle a ella lo que ha pasado.
- ¡En eso estaba pensando yo! – exclamó despectiva.
- Ya sé que no te cae precisamente bien pero… si te importa Maca…
- ¡Claro que me importa! – saltó con rapidez – y... si tengo que hablar con Vero
hablaré con ella.
- No te alteres, niña, solo te pido prudencia y que no la fuerces… puede ser
contraproducente y peligroso.
- Vale – aceptó de mala gana, parecía que su amigo había descubierto sus
intenciones de intentarlo de nuevo.

En ese momento llegaron un par de jóvenes hasta ellos con un bulto enorme y le
entregaron Germán su tienda. El médico lo agradeció y se volvió hacia Esther que lo
miraba interesada, sin entender para qué toda aquella parafernalia cuando todos sabían
que pasaría la noche con Nancy.

- ¿En serio vas a dormir en la tienda? – le preguntó burlona.


- ¿Dónde quieres que duerma? – respondió haciéndose el sorprendido.
- Hombre… - le guiñó un ojo picarona – creo que hay alguien que te ha hecho un
ofrecimiento y que… deberías aceptarlo.
- Tú eres la que debías haber aceptado la propuesta de Nancy, Wilson estaría
mucho más cómoda en la habitación y después del día que lleva le vendría muy
bien descansar, y darse un buen baño caliente.
- Ya te he dicho que está en la ducha.
- Sí pero las comunitarias no tienen agua caliente.
- Germán, que a partir de mañana, vamos a estar de acampada y Maca no lo ha
hecho en su vida.
- Lo recuerdo, jamás conseguimos convencerla – cabeceó con mirada soñadora
recordando aquellos años de juventud, Esther sintió un pellizco de celos, por as
vivencias que compartían, ¡le hubiera encantado poder verlos a los dos en
aquella época! - Tan solo una vez consintió en ir a un camping de lujo cerca de
donde acamparíamos. Y porque Adela se puso tan pesada como solo ella sabe
ponerse y terminó por convencerla.
- Nunca me lo ha contado.
- Bueno… no habrá habido ocasión… eran los años de facultad – la justificó –
pero esta noche estaría mejor en la habitación. Necesita dormir y mucho me
temo

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