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La Clinica PDF
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CAPÍTULO I. ILUSIONES.
Maca se movía nerviosa por su despacho, ¡por fin iba a ver cumplido su sueño! había
llegado el día, el gran día. Su mente volaba de un detalle a otro, repasándolo todo con
minuciosidad, debía salir perfecto. Unos golpes en la puerta interrumpieron su repaso.
- ¿Se puede? – dijo Claudia asomando la cabeza por la puerta con una enorme
sonrisa.
- ¡Claro! pasa, pasa – respondió igualmente sonriente - ¿qué? Me vas a dar una
alegría o tendré que suplicarte un poquito más.
- Bueno… si piensas seguir sobornándome con cenitas, viajecitos y regalitos
quizás tarde en darte una respuesta un par de semanitas más.
- ¡Claudia! – protestó – no juegues conmigo que hoy estoy muy, pero que muy
nerviosa.
- Pero ¿por qué! si está todo a punto. Mónica está haciendo un trabajo excelente,
la verdad es que acertaste en proponerle ser tu socia, yo nunca hubiera creído
que… - se interrumpió al escuchar que abrían la puerta, Mónica entró como una
exhalación.
- Maca, Maca esto no puede seguir así – dijo con nerviosismo – esta tarde
inauguramos y mañana el servicio debería estar activo y seguimos sin enfermera
para el segundo equipo, nos falta personal en neurología, en pediatría también
hace falta alguien al menos hasta que tu… – dudó un instante y cambió el
discurso- me prometiste que hoy estaría todo solucionado y…
- Por lo de neurología no te preocupes que acabo de aceptar vuestra oferta – dijo
mirado a Maca y guiñándole un ojo.
- ¡Menos mal! – exclamó Mónica aliviada - ¿qué vamos a hacer con la enfermera!
no todo el mundo está dispuesto a participar en algo así y, o estamos dos equipos
al completo, o no vamos a poder desarrollar el proyecto y sabes que si no lo
hacemos…
- Si, si, lo sé, Mónica, nos quedamos sin subvención – la interrumpió preocupada
– déjame un poco más de tiempo, estoy en ello, estoy en ello.
- Bueno, yo os dejo que tenéis mucho trabajo – interrumpió Claudia levantándose-
¿te recojo para comer o ya tienes plan?
- Si, recógeme, por favor – dijo sonriendo – tenemos que hablar de tu contrato.
- De acuerdo, ¿a las dos está bien?
- Si, perfecto.
- Bueno Maca ¿qué hacemos? – preguntó tras ver como Claudia cerraba la puerta.
- En primer lugar, tranquilízate, que te va a dar algo, y en segundo lugar, deja que
me encargue yo de la enfermera y de la plaza de pediatría.
- Pero Maca… no tenemos tiempo.
- Lo se, lo se – dijo mirando impotente hacia abajo – en esta mañana lo de
pediatría puede quedarse resuelto, lo de la enfermera es más problemático.
- Pero es que lo de la enfermera es lo que más prisa corre – protestó – Fernando
dice que no puede organizar el departamento solo conmigo, y Laura aún no ha
llegado.
- Bueno, tranquila – respondió – Laura llega en una hora y me aseguró que estaría
aquí esta tarde y…
- Teníamos que haber retrasado la inauguración una semana al menos – suspiró
cansada.
- Ya… - dijo pensativa – pero Mónica ya sabes que yo…
- No me hagas caso – la interrumpió – se que lo arreglarás y que saldrá todo
perfecto – añadió sonriendo, se levantó y se acercó a darle un beso – voy para
abajo que quedan cosas por organizar.
- Gracias, Mónica – le devolvió la sonrisa – mándame a Fernando, por favor, y si
ves a Cruz dile que la estoy esperando.
Mónica salió del despacho y Maca cogió el teléfono, Adela había quedado en
pasarse a las diez y eran las once y aún no había aparecido. Adela había sido su
mejor amiga en la Facultad, su compañera inseparable en aquellas largas tardes de
estudio. Incluso hicieron la residencia juntas en Sevilla. Había sido Fernando el que
propuso su nombre para ocupar la plaza de Maca en pediatría; al principio Maca no
se mostró muy convencida, no tenía ganas de remover viejas historias, pero lo cierto
es que Adela tenía un currículum intachable y que se había hecho un nombre entre
los pediatras más afamados de España gracias a sus estudios sobre la epilepsia
infantil. Trabajaba en la Clínica Universitaria de Navarra y colaboraba con la
Facultad de Medicina. Cuando Maca la llamó para que se sumase a su proyecto, se
alegró de saber de ella pero declinó la oferta con cortesía. Sin embargo, días después
Maca recibía la llamada de Adela en la que le pedía que le mandase todos los
detalles del proyecto, y si le convencía, quizás se lo pensase. Había quedado en ir a
Madrid en esa misma mañana y darle una respuesta definitiva, además, decidiese lo
que decidiese Maca la había invitado a la inauguración. Su retraso empezaba a
preocupar a Maca, que volvió a marcar el número de su móvil, daba señal pero al
otro lado nadie respondía.
La puerta volvió a abrirse, apareció Cruz y, al verla al teléfono, hizo una seña de
volver luego, pero Maca negó con la cabeza y le dijo que entrase. Cruz se sentó
frente a la pediatra con una sonrisa en los labios. Maca colgó preocupada.
- Adela, - explicó- que no responde y hace una hora que debería haber llegado.
- No te preocupes mujer, estará en un atasco. ¡Ya sabes como está el tráfico! –
dijo quitándole importancia – bueno, querías verme ¿no?
- Si – le devolvió la sonrisa – ha llegado esto – dijo tendiéndole un fax.
- ¿Nos lo conceden? – preguntó incrédula, ante la sonrisa y movimiento
afirmativo de Maca – pero… ¿se puede saber qué has hecho para lograrlo?
- Desplegar mis encantos – bromeó.
- ¿Sabes? Todo esto – dijo haciendo un ademán que abarcaba mucho más que el
despacho en el que se encontraban – me parece increíble, Maca. Hace
muchísimo tiempo que no veía a tanta gente ilusionada por algo. Yo misma en
Londres, estaba bien pero … me faltaba algo.
- Ya… te entiendo perfectamente- dijo con cierta melancolía y tristeza en los ojos.
Cruz notó la sombra que había pasado por ellos y se apresuró a cambiar de tema.
- Pues si señora, no puedo creer que hayas conseguido esto – señaló de nuevo el
fax - ¡vamos a tener el mejor equipo de cardiología de todo el país!
- Y a la mejor directora de departamento – puntualizó sonriendo de nuevo.
- Muchas gracias, doctora – dijo levantándose – voy a cambiar un poco mi
discurso de esta tarde – añadió con un guiño señalando al fax.
* * *
En el aeropuerto el avión procedente de Nairobi tomaba tierra sin problemas. Una Laura
nerviosa se disponía a bajar cuando se sorprendió ver a su lado un rostro conocido.
- ¿Esther? ¿eres tu? – dijo con sorpresa – ¡dios mío que alegría!
- ¡Laura! – exclamó – ¡cuanto tiempo!
- Pero … ¿de donde vienes? – preguntó con curiosidad aún abrazada a ella.
- De Uganda de la zona de Jinja., llevo cinco años allí –respondió con una sonrisa.
- ¿No me digas que con Médicos sin Fronteras? – preguntó y ante el gesto
afirmativo de Esther añadió - ¡Pero si estábamos muy cerca! Yo he estado en
Kisumu casi todo el tiempo, aunque hemos hecho incursiones más al sur.
Una azafata se acercó y les indicó que debían bajar. Lo hicieron apresuradamente,
mientras charlaban sobre los detalles de su estancia en África. No podían creer que
hubiesen estado tan cerca sin saberlo. Claro que allí las distancias se hacían enormes y
que estaban en países distintos con muchos problemas fronterizos. Pero aunque Esther
había desarrollado su trabajo en Uganda y Laura en Kenia, ambas habían vivido el
mismo tipo de situaciones. Mientras esperaban recoger el equipaje continuaron con su
charla.
- ¿Comemos juntas! - le preguntó- yo no tengo nada que hacer hasta que vaya esta
tarde a la Clínica.
- No puedo. He quedado con mi madre – se excusó – pero podemos quedar esta
noche u otro día. La verdad es que aquí ahora todo será muy diferente.
- Esta noche no puedo – respondió acordándose de la inauguración, de pronto se
le ocurrió una idea - Oye ¿te apetece venir a la inauguración de la Clínica! es
algo oficial, con rueda de prensa y todo, y creo que luego habrá hasta una copa.
- ¿Es una Clínica?
- Si, la Clínica materno-infantil PEDRO WILSON.
- No se… creo que… - dudó - mejor no.
- ¡Eh, que Maca me envió dos invitaciones! Así es que, si la quieres, una es tuya.
- Es que… no creo que sea buena idea.
- ¿Van a coger el taxi o no? – las interrumpió un señor mal encarado que estaba
tras ellas. La cola había ido avanzando y con la charla no se habían dado cuenta
de los gestos del taxista que les indicaba que fuesen hacia él. Se apresuraron a
montar e indicaron la dirección de la casa de Esther. Luego Laura continuó con
la conversación que les habían interrumpido.
- Lo que te decía, que como quieras, pero que si es por Maca, no creo que le
importe, es más, con lo liada que estará no creo que repare ni en los que están
allí.
- No es por Maca, es que estoy cansada del viaje y también está mi madre, no me
parece bien…
- Bueno, bueno, que no tienes que darme explicaciones mujer – la interrumpió
sonriendo y cambió de tema – y tu ¿qué tal? ¿vuelves al Central?
- No. En realidad no tengo trabajo.
- ¿Y eso? Pero si a todos los que deciden volver los recolocan, ¿te ha pasado
algo? – preguntó con preocupación recordando algún caso en el que no había
sido así – si puedo ayu….
- No, no – la interrumpió con tanta brusquedad que Laura se sorprendió – ¿qué va
a pasarme! no me ha pasado nada, nada de nada.
El taxista volvió a su asiento y Laura le indicó la dirección que le había dado Maca, que
amablemente se había ofrecido a alojarla hasta que encontrase algo de su agrado.
* * *
En la Clínica Maca estaba terminando de ultimar los detalles con Adela, que por fin
había aparecido y con la mejor de las noticias, ¡se embarcaba en el proyecto! Maca
estaba exultante de alegría, además de aliviada ¡un problema menos! tanto se había
alegrado que no tuvo inconveniente en concederle a Adela el par de semanas que le
había pedido antes de su incorporación definitiva a La Clínica, para poder dejar en
orden todos sus asuntos en Pamplona. Ya verían como se organizaban esas dos
semanas, si hacía falta ella misma bajaría a pediatría. Miró el reloj, aún era temprano
para que Laura hubiese llegado. Cogió el teléfono y marcó la extensión de recepción:
- ¿Teresa?
- Dime, Maca.
- ¿Has visto por ahí a Fernando! quedó en subir hace un rato y aún no lo ha hecho.
- Pues si, ¡claro que lo he visto! – exclamó – si el hombre anda todo atareado
corriendo de un lado a otro.
- Bueno… - hizo una pausa y con apremio continuó – si lo ves le dices que
cuando saque un rato no se le olvide pasar por aquí ¿de acuerdo?
- Tranquila, que yo se lo digo – captando la alteración de su interlocutora añadió-
Maca, ¿qué pasa? ¿nerviosa?
- Pues… la verdad es que si.
- ¿Quieres que suba y me tome un café contigo?
- No, Teresa, que aún me queda mucho que hacer. Gracias.
- Pero mujer si ya está casi todo, a ver, ¿qué te queda?
- Tengo que llamar a la subinspectora, a Laura cuando llegue, a administración
para que vayan preparando los contratos de Adela y Claudia, y lo peor de todo,
me quedan menos de cinco horas para encontrar una enfermera y a eso súmale
que…
- Bueno, bueno, bueno… - la interrumpió – te dejo entonces, pero tu tranquila
¿eh?
- Si Teresa, hasta luego.
- Pasa Fernando – dijo Maca sin levantar la vista de los papeles que estaba
ojeando.
- ¿Se puede? – preguntó Teresa entrando sin esperar respuesta. Maca la recibió
con un gesto de resignación y una sonrisa, llevaba dos vasos de café – Me he
parado un momento a tomarme uno y te traigo otro a ti que seguro que llevas
toda la mañana ahí.
- Pues la verdad es que si – respondió alargando la mano para coger su vaso.
- Verás como todo sale estupendamente.
- Eso espero… - dijo con un suspiro – hay tantas ilusiones pendientes de ello…
- Lo se. Pero todos los que estamos aquí, lo estamos siendo muy conscientes de
ello.
- No me gustaría defraudar a nadie, Teresa - confesó.
- No lo harás – sonrió y poniéndose seria continuó – yo quería darte las gracias
Maca – se interrumpió antes el gesto de impaciencia de ella – no me interrumpas
por favor.
- Pero vamos a ver Teresa, ¿se puede saber cuantas veces me las vas a dar? – saltó
haciendo caso omiso a su petición.
- Es que significa mucho lo que has hecho por mí.
- No he hecho nada que no te merecieras – respondió sonriente.
- ¡Ay, mi niña! – exclamó levantándose y yendo hasta ella le cogió la cabeza con
ambas manos, la besó en la frente y la atrajo contra ella, abrazándola con fuerza .
Maca respondió agarrándose a la cintura de Teresa, dándole unas palmaditas -
¡no sabes lo que me alegra verte así, hija!
- Vamos, vamos – rió – anda Teresa, deja, deja, que me vas a estrujar
- Ay, qué hurón que eres – exclamó también bromeando - es tocarte y echarme del
despacho. Bueno te dejo que no quiero que luego me eches la culpa de distraerte.
- Una cosa Teresa, dile a Fernando que suba por favor.
- Que si, pesada.
- Teresaaa… - le dijo en tono de recriminación ladeando la cabeza – otra cosa.
- Dime.
- Gracias – añadió con ternura – de verdad, gracias por todo.
- Boba – respondió con cariño mientras cerraba la puerta tras ella. No podía
evitarlo, para ella Maca era como la hija que nunca tuvo y así se lo había dicho a
Rosario la última vez que hablaron, prometiéndole que cuidaría de ella.
* * *
Esther se paró delante de la puerta de su madre sin llamar, tomó aire y, nerviosa, se
dispuso a hacerlo. Hacía demasiado tiempo que no la veía, temía el encuentro, temía los
reproches por una ausencia tan prolongada pero, sobre todo, temía que descubriera en
sus ojos el horror del que venía huyendo.
Encarna abrió la puerta con aceleración antes de que Esther tuviera opción de llamar.
Llevaba toda la mañana de la cocina al balcón, en una espera que se le había hecho
eterna para, finalmente, haberse apostado en la ventana, espiando la llegada de su hija.
Así es que, cuando la vio bajar de aquel bendito taxi, corrió a la puerta y permaneció allí
detrás, esperando escucharla, esperando que llamase, pero su hija, con esa pachorra que,
por lo que veía, ni África le había quitado, parecía que no iba a hacerlo nunca, y ella, se
moría de ganas de abrazarla y besarla …, no lo pensó más y abrió de golpe.
Ambas entraron en el piso, Esther se quedó parada en medio del salón, observándolo
todo como si fuera la primera vez que lo veía cuando, en realidad, casi todo permanecía
donde lo recordaba.
Encarna se volvió a observarla, la emoción del encuentro había hecho que estuviese tan
alterada que no había reparado en algo que para ella resultaba más que evidente ¡por
algo la había parido!
* * *
El taxi de Laura paró delante del número indicado de aquella urbanización. Maca le
había dado instrucciones precisas de todo lo que debía hacer y decir para no tener
problemas en la garita de acceso. Laura se sorprendió de aquellas medidas estrictas de
seguridad, no recordaba que Maca fuese ese tipo de persona, más bien siempre había
querido vivir algo al margen de los lujos excesivos, al menos, aparentemente y,
tampoco le cuadraba con la esencia del proyecto que le había vendido y que tanto la
había impresionado, pero allí estaba, en la puerta de aquel inmenso chalet, rodeado de
casas impresionantes y en un lugar que a ella le pareció paradisíaco, ¡que injusticia
había en el mundo! unos tanto y otros...
Sin pensarlo más, llamó al interfono de aquella verja, notando como de inmediato una
cámara giraba controlando quien era la intrusa. Una voz al otro lado le preguntó quien
era. Tras identificarse escuchó como unas teclas eran marcadas y como la verja se abría
lentamente. Un camino serpenteante que atravesaba un jardín perfectamente cuidado la
condujo a la puerta de la casa, en la que no faltaba detalle, sencillamente impresionante.
La puerta se abrió y Laura vio a una joven bien parecida que con una sonrisa se dirigió a
ella amablemente.
* * *
- Bueno, ¿qué? ¿nos vamos ya a comer o todavía te queda algo? – preguntó con
retintín conociendo lo que Maca iba a responderle.
- Un segundo – pidió juntando índice y pulgar y haciendo un gracioso gesto con la
cara.
- ¡Maca! – protestó – pero si he llegado tarde a posta. Además, ya se han ido
todos a comer, estamos más solas que …
- Un momento, Claudia – dijo – que en cinco minutos me pasan tu contrato, así
nos lo llevamos y dejamos todo listo.
- Pero mujer si es por eso déjalo, ya lo firmo mañana.
- Tendrás que leerlo, ¿no?
- No – rió – me fío de ti. Aunque no debería – bromeó.
- ¿Cómo que no? ¡ya te guardarás tu! – sonrió también.
- ¿Qué? ¿Tenemos ya enfermera?
- ¡Qué va, Claudia! Y empiezo a estar desesperada. Además, Fernando no ha
pasado por aquí y necesito comentar el tema con él.
- Haberlo llamado al móvil.
- ¿Y qué crees que he hecho! pero no me lo coge.
- Bueno, lleva todo el día de un lado a otro ultimando todos los detalles.
- Ya lo se, me lo ha dicho Teresa – comentó – si es un encanto, intenta quitarme
trabajo, pero lo de esa enfermera…
Unos golpecitos suaves en la puerta interrumpió la charla. Una joven rubia y sonriente
se asomó:
- ¡Sorpresa! -
- ¡Vero! – exclamó Maca.
- Pero ¿tu qué haces aquí? – preguntó Claudia también con una sonrisa – ¿no
dijiste que hoy te era imposible venir?
- Ya veis – rió – ¿que creíais? ¿Qué os iba a dejar solas en un día como hoy?
¡Mujeres de poca fe!
- ¿Pero y la grabación? – preguntó Maca preocupada.
- Me he pedido la tarde libre – explicó.
- A ver si eso os va a retrasar que ya sabes que luego… - insistió Maca.
- Chéé – la cortó – tu preocúpate de tener todo esto listo y organizado, que ya me
encargo yo de mi grabación, ¡desconfiada!
- ¡Vaya dos! – las cortó Claudia, ambas la miraron sonriendo.
- Al tema, que yo venía para llevarte a comer, y calmarte esos nervios, que te
conozco.
- Pues ahora mismo nos íbamos Claudia y yo.
- Estupendo, pues vamos ¿no?
- Ay, esperad un segundo que haga una llamada.
- ¡Maca! – exclamaron al unísono mirándose con complicidad.
- Una llamada, solo una- dijo – quiero ver si Laura ha llegado bien a casa –
explicó cogiendo el teléfono y marcando.
- Esperamos fuera – dijo Claudia con un suspiro posando su mano sobre la cadera
de Vero instándola a salir – avísanos cuando termines.
- ¿Evelyn?
- Si, Maca, dime.
- Ha llegado Laura.
- Si, ya está instalada.
- Estupendo ¿todo bien, verdad?
- Si, si, todo bien.
- Puede ponerse o está comiendo.
- No, acaba de terminar, ahora mismo le paso la llamada.
Laura estaba contemplando el jardín mientras saboreaba una taza de café. Y empezaba a
entrar en una cálida modorra cuando el timbre de un teléfono la alertó. Se levantó a
buscarlo y cuando lo localizó dudó si cogerlo. ¡No podía creer que aquello fuese un
teléfono! con razón no lo veía. No quería parecer una entrometida, así es que como no
estaba en su casa. Optó por dejarlo sonar, ya lo cogería Evelyn.
- ¿Maca?
- Dime
- No lo coge, espera que le subo el inalámbrico
- De acuerdo – respondió.
- ¿Se puede, señorita Llanos? – dijo con una medio sonrisa ante la resignación de
Laura.
- Si,
- La señora, al teléfono, quiere hablar con usted – explicó tendiéndoselo y
abandonando con discreción la estancia.
- ¿Maca?
- ¡Laura! hola.
- Dime ¿ocurre algo?
- No, nada, solo quería saber si habías llegado bien y si estabas cómoda allí.
- Si, si, muchas gracias.
- Perdona que no haya podido ir a recogerte pero es que ya sabes como son estas
cosas, en el último momento siempre sale algo mal.
- Claro, tranquila, que yo estoy aquí estupendamente – mintió – si puedo ayudar
en algo salgo ahora mismo para allá.
- No, tranquila, con que estés aquí a las seis como quedamos está de sobra,
aunque…
- Dime.
- Tu no sabrás … - se interrumpió dudando, estaba tan desesperada que pensó…,
pero no, que tonta era, como iba a conocer Laura a ninguna enfermera que
estuviese buscando trabajo si acababa de aterrizar en España.
- No sabré ¿qué? – preguntó ante el silencio de Maca.
- Nada, nada, una tontería – respondió pensativa pero ante la insistencia de Laura
continuó – verás, que se me había pasado por la cabeza si no conocerías a una
enfermera que estuviese interesada en participar en el proyecto, es que, aunque
no te lo creas, no hemos encontrado a nadie con el perfil adecuado y que,
además, quiera el trabajo.
- Pues la verdad es que si – dijo – que conozco a una enfermera en paro.
- ¡Si! – exclamó con un grito al tiempo que vio como Vero asomaba la cabeza y le
hacía un gesto recriminatorio.
- Si pero…
- Pero nada, si tu crees que da el perfil no se hable más.
- Maca espera que … - intentaba meter baza pero Maca con la excitación de poder
tener el equipo completo antes de la inauguración y el apremio de Vero y
Claudia, no estaba dispuesta a dejarse interrumpir.
- Intenta localizarla y si puede que se venga esta tarde contigo, que se traiga su
currículum ¿vale? ¡ah! Pregunta abajo por mi despacho, os espero allí.
- Maca, un momento…
- Perdona Laura, tengo mucha prisa, de verdad no te preocupes, sea quien sea, si
tu dices que es la adecuada, perfecto – volvió a insistir – quedamos en lo dicho,
¡hasta la seis! Y ¡gracias! no imaginas el favor que me has hecho – dijo llena de
alegría colgando el teléfono.
Laura se quedó mirándolo ¡le había colgado! Sonrió pensando en lo diferente que era
todo en África. Cuando viese a Maca pensaba recomendarle que se tomase las cosas con
más tranquilidad, y que le diese importancia a lo que de verdad la tenía. Suspiró con
nostalgia y buscó en su bolso el número que le había dado Esther, con la esperanza de
que a la enfermera le interesase la oferta.
* * *
El timbre del teléfono las interrumpió. Encarna se levantó a cogerlo y cual fue su
sorpresa que era la misma Laura de la que estaban hablando.
- ¡Que coincidencia, hija! Ahora mismo estaba contándome Esther que habéis
estado juntas allí – dijo tergiversando la conversación – si, si, ahora mismo se
pone.
- Dime, Laura – dijo Esther extrañada por la llamada, Laura le pidió que la
escuchara y Esther se dispuso a hacerlo pacientemente, interrumpiéndola de vez
en cuando con ligeras protestas que sonaban poco convencidas – pero, no se
Laura, yo… no se si es buena idea… si, si claro, necesito un trabajo pero…
¿Maca te ha dicho que si? – terminó preguntando entre sorprendida y
preocupada.
- Me ha dicho que lo dejaba a mi criterio, que le hacía un gran favor.
- ¿Pero, tú le has dicho que esa enfermera soy yo? – insistió.
- No me ha dado tiempo – explicó – si está alteradísima.
- Uf, no se, tendría que pensármelo ¿cuando me has dicho que es? – preguntó
indecisa.
- Esta tarde, a las seis hay que estar allí. Y tienes que traer tu currículum, pero
vamos que no creo que haga falta… - dijo intentando quitarle un escollo para
que se decidiera – vamos Esther, no lo dudes, es un proyecto magnífico y
prácticamente vas a hacer lo mismo que hacías en Uganda.
Esther guardó silencio un instante, no podía negar que la idea le seducía, pero ver de
nuevo a Maca… eso la frenaba un poco. ¿Cómo reaccionaría después de tanto tiempo!
¿qué pensaría de ella al verla allí y encima a pedir trabajo?
Esther se mantuvo pensativa, tenía que contárselo a su madre, que se había marchado a
la cocina en un rasgo de discreción tan poco habitual en ella. Barajaba la posibilidad de
mentir, de decirle que iba a darse una vuelta con Laura y, solo si aceptaba finalmente el
trabajo, decirle la verdad. Pero luego recordó que Laura le había dicho que era un acto
oficial, con rueda de prensa y todo, no podía arriesgarse a salir en alguna foto, y que su
madre la viese, porque entonces a ver quien era la guapa que la convencía de que no
había ido al encuentro de Maca. En esas disquisiciones estaba, cuando su madre entró
de nuevo en el comedor.
- ¡Esta hija mía no va a aprender nunca! y diga lo que diga, esa tipeja es una
impresentable, ¡si lo sabré yo! – susurró para sí, ¡claro que lo sabía! Puede que
hubiese tenido embaucado a su hija, o puede que antes no lo fuera, pero…
¿ahora! ahora era una impresentable total, y ya se encargaría ella de quitarle a su
hija tantas tonterías de la cabeza.
* * *
A varias manzanas de allí, en otro despacho del centro de Madrid, dos hombres
mantenían una seria conversación. El mayor de ellos estaba visiblemente molesto, el
más joven intentaba tranquilizarlo.
Un joven alto y bien parecido entró en el despacho, con una sonrisa forzada.
El joven abrió el informe y lo ojeó con rapidez, una expresión de sorpresa se reflejó en
su rostro, levantó la vista y la clavó en su interlocutor,
- Sigo pensando que a estas alturas eso no va a servir de nada, señor – insistió de
nuevo intentado disuadirle – hay otras formas.
- Sí, las hay – admitió – pero todas más lentas, y necesito el camino libre ¡ya! Si
no hubierais sido tan incompetentes… ahora yo no tendría que tomar la decisión
más difícil de mi vida.
- Señor, ni usted mismo se enteró a tiempo – le recordó defendiéndose – ni usted
mismo ha sido capaz de frenarla…
- No me repliques – amenazó – ahora lo importante es que el ratón salga de la
ratonera y eso te lo dejo a ti. Veremos qué es lo que se le ocurre a estos, espero
que no me fallen.
- No lo harán, sabe de sobra que es su especialidad – comentó con un deje de
tristeza que no pasó desapercibido a su superior – señor, permítame que insista,
hay formas más efectivas, se que son más lentas, pero darían resultado y no nos
mancharíamos…
- Perderíamos demasiado tiempo – dijo pensativo – y.. dinero, y yo ya estoy de
mierda hasta el cuello.
- Como usted quiera, pero si me permite un consejo – dijo con cierto arrojo -
¡piénseselo! Si algo sale mal no habrá marcha atrás, y es mucho lo que está en
juego.
- Lo sé. La decisión está tomada aunque me duela a mi más que a nadie.
- Bien, entonces me pongo en marcha – dijo levantándose y ya en la puerta se
volvió - ¿va a ir usted a la inauguración?
- Por supuesto, no me la perdería por nada del mundo – sonrió
maquiavélicamente.
* * *
* * *
Abajo en la entrada una Laura emocionada y una Esther presa de los nervios se
disponían a atravesar la puerta y, por ende, la barrera de seguridad que habían
establecido. Un guarda jurado les impidió el paso y les solicitó los D.N.I, ¡había hasta
un detector de metales! Esther estaba sorprendida por tantas precauciones, se preguntó
si tendría algo que ver con lo que le había comentado Laura sobre el lugar donde vivía
Maca. Una vez en el interior, ambas buscaron en el mostrador de recepción a Teresa,
pero no había ni rastro de ella. Quizás Laura no se había enterado bien y Teresa, aunque
trabajase allí, estaba en otro puesto. Se acercaron al joven que estaba tras el mostrador y
Laura preguntó por el despacho de Maca. Tuvo que identificarse de nuevo y tras hacerlo
les permitieron subir, con amabilidad el joven les indicó el ascensor y la planta en la que
se encontraba el despacho de la directora.
- Esther, ¡vamos! ¿qué haces ahí parada? – la instó Laura a salir del ascensor -
¡que ya llegamos tardísimo!
- Laura – dijo con cara de circunstancias saliendo del ascensor – creo que no voy
a entrar. No puedo presentarme así, no … no me parece bien.
- Vamos a ver Esther – dijo con impaciencia – ha pasado mucho tiempo, y seguro
que muchas cosas a las dos. Si tu lo has superado, ¿porqué crees que ella no? –
continuó retóricamente – Maca necesita una enfermera con urgencia, tu
necesitas un trabajo, ¿qué problema puede haber? – se interrumpió viendo la
expresión de agobio de Esther y suavizó el tono – vale que, al principio, puede
ser un poco embarazoso, pero seguro que nada más.
- ¿Y si no le hace nada de gracia verme? – preguntó preocupada.
- Pues te dirá que no eres lo que está buscando, nos tomamos dos copas, nos
divertimos y a otra cosa mariposa – respondió un poco harta de las dudas de
Esther, aunque las comprendía perfectamente, pero estaba consiguiendo que
llegasen realmente tarde y si ella recordaba algo de Maca, de cuando hizo su
rotación en pediatría, era lo que le gustaba la puntualidad - mira vamos a hacer
una cosa, yo entro primero y le digo que estás fuera ¿te parece bien?
- Si, mucho mejor – respiró aliviada.
- Pues venga, ¡vamos! – dijo aligerando pasillo adelante.
Esther la seguía unos pasos por detrás, cuando vio que Laura llamaba a la puerta se
detuvo a un lado del pasillo dispuesta a permanecer allí hasta que le dijese que podía
pasar. Sus nervios se habían acrecentado hasta el punto de sentir náuseas. Sentía como
le temblaban y sudaban las manos, ¿tendría que dársela a Maca, como si fuesen dos
desconocidas o se levantaría a darle dos besos! se preguntó. Hacía cinco años que no la
veía, que no sabía nada de ella, ni siquiera aquella vez que Teresa intentó contarle algo
ella la dejó hacerlo, cortando la conversación tajantemente y no volviendo a contactar
con su amiga en varios meses. Y sin embargo, llevaba cinco años sin conseguir
quitársela de la cabeza, sobre todo en aquellos anocheceres, cuando agotada del trabajo
diario se refugiaba en su cabaña, aislada de todo y de todos, sin otra pretensión que no
olvidar su rostro, no olvidar su voz, no olvidar sus manos acariciándola. ¡Era increíble
como la distancia y el tiempo borraban lo malo y la hacían recordar solo los buenos
momentos! tanto, que a veces se preguntaba porqué se marchó, porqué la dejó sin
ninguna explicación, porqué se negaba a saber de ella, cuando en el fondo si había algo
que anhelaba cada noche es que estuviese bien y que la hubiese perdonado.
* * *
En el interior del despacho Maca recibió como música celestial aquellos golpes en la
puerta, segura de que debía ser Laura. Y, efectivamente, la joven abrió y asomó la
cabeza.
- ¿Se puede?
- Si, si pasa – dijo Maca con apremio.
- Maca, perdona por el retraso pero… - empezó a decir sin que Maca la dejara
terminar la frase.
- Pero… ¿no me digas que vienes sola? – preguntó con preocupación.
- No, no, pero primero quería comentarte… - se detuvo haciendo una pausa al
tiempo que miraba hacia las acompañantes de Maca, solo conocía a una -
¡Claudia! – exclamó acercándose a besarla.
- Primero nada, Laura – cortó Maca tajante y mirando el reloj añadió – tengo
mucha prisa, ya debería estar atendiendo a los invitados, por favor dile que pase.
- Pero Maca …
- Claudia dile que pase – pidió Maca sin escuchar la protesta de Laura – a ver
Laura donde tengo esto – empezó a decir buscando entre los papeles que tenía en
la mesa.
La neuróloga volvió a abrir la puerta que había cerrado Laura y se asomó al pasillo, allí
enfrente vio a una joven extremadamente delgada, le pareció que estaba nerviosa por la
forma de frotarse las manos, le lanzó una sonrisa tranquilizadora y le indicó que pasase.
Cuando Esther entró en el despacho, Laura permanecía aún de pie, junto a uno de los
sillones que había frente a la mesa de Maca, que con la vista en unos papeles, pasaba
hoja tras hoja. A Esther le pareció que estaba guapísima, quizás con más serenidad en el
rostro, entonces reparó en otra joven alta y rubia que permanecía a la derecha de Maca,
observándola.
- Hola – dijo Esther con cierta timidez temiendo el encuentro con aquellos ojos.
Maca recibió aquel hola como un mazazo, con la mirada fija en aquel documento, no
daba crédito a que esa voz fuera la de ella. Como si ese saludo hubiese tocado algún
resorte interno, todo su cuerpo se puso en revolución; el bolígrafo que sostenía en una
de sus manos se le escapó entre los dedos, cayendo al suelo sin que hiciera ninguna
intención de recogerlo, fue Vero la que se agachó para dárselo, pero la pediatra ni se dio
cuenta, su corazón se aceleró, soltó el papel notando como empezaban a temblarle las
manos y levantó la cabeza con brusquedad, buscando lo que tanto temía y, sí,
efectivamente, era ella, sus ojos se abrieron de par en par en un gesto de sorpresa tal,
que no pasó desapercibido a Vero, posiblemente la persona que mejor y más
íntimamente la conocía desde hacía un par de años; así, notó que los ojos de Maca se
oscurecían, en décimas de segundo pasó una sombra por ellos, en la que Vero supo
reconocer como la sorpresa inicial dejaba paso al dolor y al pánico para, finalmente,
volver a ser dueña de sí misma.
Laura y Esther tomaron asiento, ambas estaban sorprendidas de la actitud de Maca que
ni siquiera se había molestado en levantarse a saludarlas. Laura lo achacó a los nervios
por la hora, habían llegado demasiado tarde y Maca tenía prisa, no podía perder tiempo
en saludos y presentaciones. Esther, sin embargo, estaba segura de que su presencia no
le había agradado lo más mínimo a Maca, la conocía y sabía que se había sorprendido,
no esperaba que hubiese saltado de alegría, ni lanzado cohetes, pero un par de besos,
aunque fuera por educación, sí que podía haberle dado. Esther notó una opresión en el
pecho, se había equivocado, nunca debió entrar en ese despacho. Maca no le iba a dar el
trabajo, seguro que la humillaba delante de aquellas desconocidas.
Claudia se encogió de hombros e hizo un gracioso mohín con la cara, indicándole que
no entendía que pasaba, pero Vero corrió pasillo adelante para alcanzar a Cruz. Claudia
miró el reloj, en cinco minutos entraría a por Maca, se quedó apoyada en la pared
pensativa, pensando en qué mosca le habría picado a Vero.
* * *
Al salir Vero y Claudia, en el interior del despacho, el silencio había sido absoluto.
Maca pasaba una y otra vez aquellas hojas sin decir nada, Laura y Esther la observaban
esperando que les dirigiese la palabra. Finalmente, Maca levantó la vista y la paseó por
el cuarto, parecía estar buscando algo y, efectivamente, así era.
- Laura, por favor, - dijo con tranquilidad – ¿puedes alargarme la carpeta que hay
encima de aquel archivador?
- Si, claro – respondió levantándose con rapidez y tendiéndosela a Maca.
- Aquí está – dijo sacando de la carpeta unos papeles – toma Laura, éste es tu
contrato, léetelo, creo que está correcto, pero comprueba que es todo lo que
hablamos.
- No hace falta Maca… - empezó a decir sonriendo ojeando el contrato – estoy
segura de ello...
- Bien, Esther, vamos contigo – dijo de pronto Maca lo que provocó un pequeño
vote de Esther en su asiento, olvidando por completo el propósito de aparentar
tranquilidad.
- Si – dijo con un hilo de voz mirándola con lo que a Maca le pareció algo de
temor.
- Imagino que Laura ya te ha comentado de qué va esto – empezó mirando a
Laura para darle pie en la conversación.
- Si, algo le he contado, claro.
- Si, si, - interrumpió Esther intentando que su voz no temblase – pero me gustaría
que me dieses más detalles porque …
- Ahora es imposible – respondió tajante – pero ¿a ti te interesa el trabajo?
- En principio, parece interesante pero…
- Esther – volvió a interrumpirla con autoridad – Laura te habrá explicado la
urgencia que tenemos y sino, te lo digo yo. Es muy importante, de cara a la
imagen y todo eso – dijo haciendo una seña de que no podía pararse en detalles
– que presentemos esta noche el equipo al completo y…
- Si ya me ha comentado Laura – saltó Esther con brusquedad - pero Maca, no
pretenderás que yo firme un contrato sin…
- Perdona que te interrumpa de nuevo pero, que yo sepa, aquí nadie ha hablado de
un contrato - respondió con lo que a ambas le pareció cierta dureza, Laura se
removió en su asiento ligeramente incómoda y Maca se percató de ello,
suavizando el tono continuó – Mira Esther, yo te agradezco que estés aquí, no
sabes el favor que nos haces, pero también soy consciente de que no vas a firmar
nada sin saber donde te metes. No tengo tiempo de explicarte las condiciones del
trabajo, pero podemos hacer una cosa, si a ti te parece bien, claro.
- A ver … dime – consintió de mala gana molesta por el tono en el que Maca le
había hablado.
- Yo creo… insisto, siempre que te parezca bien – por primera vez pareció dudar
escogiendo las palabras – que puedes estar un tiempo de prueba, digamos,
quince días. Ahora puedes bajar y enterarte, en la presentación, de que va el
proyecto, pero insisto en que estas cosas como mejor se conocen es en la
práctica. Si después de ese periodo no nos interesa a alguna de las partes, no hay
problema y, si estamos de acuerdo, ya hacemos un contrato como el de los
demás. Tendrías que traerme el currículum y el informe del último trabajo en el
que hayas estado, con los partes de alta y baja, pero no creo …
- O sea que en quince días me echas – interpretó Esther. Laura le dio una patada
por debajo de la mesa, no entendía a qué venía aquel comentario, para ella Maca
estaba siendo bastante profesional dadas las circunstancias. Maca la miró con tal
expresión que Esther se temió lo peor, pero no dijo nada.
- Bueno, interpreto que no tengo enfermera para esta noche – dijo sin más,
empezando a recoger los papeles.
- No es eso – se apresuró a corregirse – es que …
El gesto de Maca fue interpretado por Laura y Esther como que iba a levantarse y ambas
lo hicieron a un tiempo, sin embargo Maca permaneció sentada.
- Nos vemos abajo, a ver si puedo sacar un rato y hablar más tranquilamente –
sugirió y mirando a Esther añadió - ¿entonces?
Pero a esa altura Esther se había quedado sin palabras, Claudia había entrado en el
despacho y se había colocado a la altura del sillón de Maca, llevaba una silla de ruedas,
fijó los seguros, bajó el brazo del lateral que daba a ella y se inclinó. Maca levantó su
brazo izquierdo y lo apoyó sobre los hombros de Claudia que ya la sujetaba por la
cintura con su mano derecha mientras que con la izquierda agarraba sus piernas, en una
maniobra que parecía perfectamente ensayada, la pediatra hizo fuerza con el brazo
derecho apoyado en la mesa con un ligero gesto de dolor.
Había pasado todo el día en una mezcla entre alegría por haber conseguido aquello por
lo que tanto había luchado y nerviosismo por el momento; pero ahora su mente solo
podía pensar en porqué la vida era así, porqué te devolvía aquello que tanto habías
deseado y pedido justo, cuando ya no lo necesitabas. Recordó aquellos días de angustia,
esperando alguna noticia, alguna señal de que estaba bien, recordó las tardes de llanto
lamentándose por lo que le hizo, sintiéndose culpable por las palabras que no le dijo,
por los besos que no se habían dado. Recordó aquellos sueños en los que Esther volvía y
la cogía de la mano, sacándola de aquella angustia, de aquél abismo, y se perdía con ella
y por fin le contaba por qué a veces las mujeres lloraban como niñas.
Claudia no dejaba de observarla y ver sus diferentes expresiones conforme su mente iba
de un lado a otro, la neuróloga interpretó que ese silencio y esas cavilaciones se debían
a la responsabilidad y los nervios y decidió distender un poco el ambiente hasta que
llegasen al salón de actos.
Cruz salió al encuentro de Maca en cuanto las vio llegar. Pensó recriminarle su tardanza
pero al verle la cara se guardó sus palabras.
- Maca, ¿estás bien? – preguntó con un deje de preocupación.
- Si, nerviosa, pero bien – sonrió – espero que no haya ningún problema.
- Tranquila que Fernando ya ha repartido entre la prensa autorizada el
comunicado que redactamos.
- ¿Y los demás?
- Aquí están como tu dijiste.
- Se lo habéis dado también a ellos.
- Si, pero ya sabes que publicarán lo que quieran.
- Vamos, vamos – llegó Mónica completamente alterada, y tras ella apareció
Fernando
- ¡Dichosos los ojos! – le dijo Maca con retintín.
- Macarena, Macarena no me hagas hablar – sonrió cogiéndola de una mano – qué
me han dicho que hay enfermera nueva, ¡si lo que no consigas tu!
- No me hagas la pelota que no voy a subirme a hablar.
- Yo no digo nada pero… deberías decir algo.
- Fernando ¿tu también? – preguntó mirando a todos los que la rodeaban – ni se os
ocurra que os conozco. ¿Adela ha llegado ya?
- Si estamos todos.
- Bien pues vamos – dijo con tono nervioso – entrad vosotros que ya me voy yo…
- De eso nada – dijo Claudia – que a Teresa le da algo como no te lleve a su lado,
ven por aquí – dijo cogiendo la silla y entrando por una puerta lateral al salón de
actos.
- Y ¿tu como sabes donde…? – empezó a preguntarle Maca pero Claudia la
interrumpió.
- Tengo mis contactos – dijo bromeando – Vero me ha mandado un mensaje
diciendo dónde estaban sentadas – explicó. Y tras apretarle la mano en un gesto
de complicidad y dejarla junto a ellas, subió corriendo la escalinata del escenario
para sentarse junto a sus compañeros.
* * *
De pronto una joven tomó la palabra desde el micrófono y pidió un poco de silencio.
Arriba en el escenario había montada una larga mesa en la que aparecían sentadas varias
personas, entre ellas, Esther reconoció a Cruz y a esa Claudia del despacho, no estaba
segura, porque se encontraba demasiado lejos pero juraría que otra de las doctoras la
había visto en algunas de las fotos que Maca le enseñaba. Se sorprendió de no ver allí
arriba a la rubia del despacho y fue entonces cuando se le ocurrió la idea de que quizás
no era médico. La buscó con la vista pero no conseguía localizarla, seguro que estaba
sentada en los primeros asientos. Se empinó para otear mejor, pero seguía sin ver dónde
estaba.
Esther permaneció unos minutos atendiendo a la presentación, pero debía reconocer que
le costaba trabajo y no porque no le interesase, si no porque no podía dejar de ver esa
silla de ruedas. Se esforzó por escuchar a Cruz, que tenía en esos momentos la palabra.
La doctora estaba explicando la importancia del Proyecto y recordando algunas de las
dificultades que habían tenido que sortear para poder estar donde estaban hoy, finalizó
agradeciendo el apoyo a algunos compañeros de profesión que no se encontraban
presentes y dándole la palabra a un tal doctor Gimeno, que al parecer, iba a ser el
Director de Urgencias. Esther empezó a escuchar con más interés, Laura tenía razón, se
trataba de una idea novedosa, pero mientras más escuchaba, más incomprensible le
resultaba que el proyecto hubiese sido apoyado desde la administración y, por lo que
parecía, incluso financiado en parte con fondos públicos. No llegaba a entender muy
bien, cómo habían permitido que se construyese una Clínica, centrada en atender a
aquellos que, no solo no tienen medios, si no que están al margen de la sociedad.
Gimeno estaba hablando de un hospital de campaña, una especie de campamento base
en medio de un poblado chabolista. En ese momento, Laura le dio un codazo y le lanzó
una sonrisa, que Esther devolvió con connivencia, ¡aquél tipo era todo un personaje!
estaba diciendo que iba a conseguir que fuera la clínica de los milagros…
“La clínica de los milagros”, esa frase hizo que Esther dejara de nuevo de escuchar y
volara con su mente a Jinja; se vio en sus primeros días de trabajo, desubicada,
desbordada, agobiada no solo por el calor sofocante y, sobre todo, con unas ganas locas
de volverse a España, ganas que no podía confesar a nadie. A lo largo de esos cinco
años, en muchas ocasiones, se vio en la misma situación, desbordada por la llegada
masiva de hombres, mujeres y niños, que desnutridos, exhaustos, algunos de ellos
moribundos se agolpaban en el campamento en busca de un sorbo de agua, pero nunca
fue como aquella primera vez. Recordó el lamento de los niños, aquellos ojos inmensos
que se clavaban en los suyos, sin pedir nada, sin esperar nada, las carreras de un lado a
otro, sin dar abasto, desesperada por atender a todos los que pudiese, por ayudar a
detectar los casos más graves, aquellos que estaban infectados con el ébola, el cólera, la
malaria…, las prisas por separarlos de los demás, recordaba el cansancio extremo, los
intentos de consolar a los más pequeños, sin saber como, sin conocer una sola palabra
de los dialectos que se hablaban allí, aunque a veces bastaba con un simple abrazo;
recordó a Germán, su jefe y compañero, con el que trabajó, codo con codo, desde el
primer día, fue él el que le dijo tras una jornada agotadora, ya sentados en el porche de
su cabaña, mientras saboreaban un café malo de solemnidad pero que les sabía a gloria,
que ella tenía una habilidad especial para tranquilizar a los demás, que la había estado
observando, “¿sabes”, le dijo, “eres mi enfermera milagro”; cinco años después, esa
misma mañana, cuando la había despedido en el aeropuerto había vuelto a decirle
aquello de los primeros días: “no dejes de ser como eres, a pesar de todo y de todos,
quiero que sigas siendo mi enfermera milagro”.
Mónica volvió a tomar la palabra, parecía que el acto tocaba a su fin. Esther había
estado esperando que Maca dijese algunas palabras pero parecía que no iba a ser así.
- Todo lo que han estado escuchando no hubiera sido posible sin el esfuerzo y
tesón de una mujer que es un ejemplo para todos los que estamos aquí arriba…
Mónica hizo una pausa clavando su mirada en Maca y dirigiéndose a ella continuó.
Esther sintió un nudo en la garganta, no sabía muy bien porqué, si por el contagio de la
emoción del momento, si por los recuerdos que le traía a la mente o por la sensación de
haberse perdido tantas cosas, no pudo evitar pensar que si no se hubiese marchado todo
sería diferente. Sintió ganas de saber más sobre ese proyecto, más sobre los esfuerzos de
todos los que había tomado la palabra, pero sobre todo, más sobre Maca, sobre esos
cinco años de su vida, que quizás no hubiese sido tan fácil como antes había pensado.
Los aplausos cesaron y Cruz volvió a dirigirse a la sala para abrir un turno de preguntas.
Laura la miró haciendo un gesto muy expresivo “¡estaba harta!”, Esther sonrió y asintió
manifestando también sus ganas de salir de allí. Mientras algunos de los doctores
respondían a los periodistas, todo discurría con normalidad, hasta que le cedieron el
turno a un joven que se identificó como perteneciente a un programa televisivo.
Maca recibió la pregunta con aplomo, se esperaba algo así por mucho que hubiesen
intentado evitarlo, el invitar a todos los medios conllevaba esos riesgos y era conciente
de ello. El chico encargado de llevar el micrófono entre los asistentes situados en el
patio de butacas se acercó al lugar donde se encontraba Maca con la intención de
cederle la palabra, pero se detuvo ante la indicación de Vero, negándole con el dedo,
mientras que con la otra mano asía la de Maca y se la apretaba en señal de apoyo.
Tras el momento de tensión, hubo otro aplauso y los asistentes comenzaron a salir con
cierta precipitación. Esther observó como algunos periodistas se acercaban con rapidez
a Maca, formando un círculo entorno a ella, que le impedía verla, a quien si percibió fue
a la rubia, más alta que la mayoría de ellos que con agilidad tomó el mando de la
situación ayudada por Teresa, observó como a ella también le acosaba la prensa. Sintió
como Laura tiraba de ella un poco para apartarla del camino de los que salían pero,
finalmente, tuvieron que optar también por abandonar la sala.
- Espera – pidió Esther cuando Laura la cogió de la mano para salir junto a ella -
¿no vemos si viene Teresa?
- Pero Esther ¡si esto está imposible! – protestó – mejor vamos a la cafetería y
luego allí ya la buscamos.
- De acuerdo – consintió a regañadientes, consciente de que allí parada en la
puerta solo estaba estorbando.
Sin embargo, se detuvo un momento para volver de nuevo la vista atrás, estaba
deseando ver a su amiga y charlar un buen rato con ella ¡tenía tantas cosas que
preguntarle! Sabía que le iba a dar una sorpresa y que quizás se molestase un poco por
no haberla avisado de su vuelta, pero seguro que se le pasaba pronto. Laura tenía razón,
era imposible localizar a nadie, miró hacia el fondo donde los grupos de periodistas
seguían arremolinados, su mente repitió aquella pregunta, ¿qué pintadas serían esas?
Una mano tiró de ella.
Ambas entraron en la cafetería que estaba prácticamente desierta, el lugar había sido
decorado con elegancia, distribuyendo aquí y allá algunas mesas en las que había varias
botellas de vino blanco y copas vacías, Esther se fijó en que el vino era de las bodegas
Wilson, los camareros estaban preparados para atender a los invitados, dos de ellos se
les acercaron ofreciéndoles una bandeja con refrescos y agua y la otra con cervezas y
copas de tinto. Ambas optaron por la cerveza.
- ¿Dónde se habrán metido todos? – preguntó Laura sorprendida de los pocos que
estaban allí.
- No se, pero muchos se han quedado en la puerta del salón de actos – apreció
Esther viendo que entraban algunos más y buscando con la mirada a ver si
reconocía a alguien.
- Mejor, así hemos pillado un buen sitio – rió – vente aquí que nos pongamos
estratégicamente en la ruta de todas las bandejas – dijo guiñándole un ojo.
- Eres un caso – respondió soltando una carcajada.
- Y tu no bebas mucho que se te va a subir a la cabeza – dijo viendo como la
enfermera cogía su segunda copa de cerveza.
- Si es que estoy sequita – explicó – ¡qué calor hacía allí dentro!
- Pues si, no será por la falta de costumbre… - bromeó pensando en el calor y
bochorno de Kisumu, sobre todo, aquellas noches de lluvias torrenciales. El
comentario provocó que ambas comenzaran de nuevo a recordar sus días en
África con nostalgia.
Mientras, las autoridades, los periodistas y parte del equipo médico se habían dirigido al
exterior para proceder al acto de inauguración oficial de la apertura de la Clínica
protagonizado por el ministro, consistente en el descubrimiento de la placa donde
rezaba el nombre de la misma. El ministro estrechó la mano de Mónica y de Maca
sucesivamente, manteniendo la de esta última unos segundos entre las suyas, momento
que fue captado por todos los flashes de la prensa.
Laura y Esther llevaban ya casi media hora de charla, la cafetería se había ido llenando
poco a poco pero, por mucho que lo había intentado, Esther no conseguía localizar ni a
Teresa, ni a Maca, ni a Cruz, ni a nadie conocido. De pronto, a su espalda, una voz
familiar la sobresaltó.
- ¡Laura! – oyó Esther - ¡qué alegría! – dijo Cruz lanzándose sobre la joven.
- ¡Hola, Cruz! – correspondió con un beso, sin que la recién llegada se hubiese
percatado de quien era su acompañante, cosa que hizo al girarse quedando
reflejada en su rostro la sorpresa que experimentó.
- Hola Cruz – dijo la enfermera con una tímida sonrisa.
- ¡Esther! – exclamó – no sabía que…
- Ha venido conmigo – interrumpió Laura – Nos encontramos por casualidad y …
- … y al final me voy a sumar a vuestro proyecto – terminó la frase en tal tono
que parecía estar pidiéndole permiso.
- ¿Tú? – preguntó abriendo los ojos y al instante se dio cuenta del énfasis que
había puesto e intentó corregirse, no era su intención molestar a Esther o dar la
sensación de que no se alegraba de verla – quiero decir que me sorprende, que…
vamos que … no me lo esperaba. Maca no me dijo…
- Ha sido todo muy rápido – la excusó Esther sin perder la sonrisa y aparentando
naturalidad aunque con la sensación de que a Cruz no le había hecho ninguna
gracia la idea de que fuese a trabajar allí - ¡Teresa! – se interrumpió la enfermera
al ver a su amiga.
- ¡Esther! – respondió - ¡no puedo creerlo! Pero… ¿qué haces aquí? ¿cómo no me
has dicho que venías? – dijo abrazándose a ella con alegría. La enfermera rió,
por fin parecía que alguien se alegraba de veras de verla.
* * *
Esther permanecía como mera espectadora de la charla entre Cruz, Adela y Laura,
mientras que Teresa intervenía de vez en cuando, pero sobre todo, observaba a la
enfermera. La conversación había derivado a la aplicación de las nuevas tecnologías en
la cirugía cardiaca infantil. No es que Esther no estuviese interesada en el tema, era
simplemente que entre las cuatro cervezas o quizás cinco, ya había perdido la cuenta,
que llevaba y las ganas de quedarse a solas con Teresa, no era capaz de prestar la
atención debida. Su vista se desviaba de vez en cuando al grupo en el que se encontraba
Maca. Había observado como se habían acercado al mismo, primero Claudia y, después,
aquella rubia, de la que por cierto, se dijo, tenía que preguntar por su nombre, para
comentar algo con la pediatra. Esther sintió ganas de poder hacer lo mismo, quería verla
cara a cara, sin tanto protocolo como en el despacho, pero antes quizás fuese mejor que
se enterase de algunas cosas. Estaba convencida de que Claudia era una muy buena
amiga de Maca, había observado que no le quitaba ojo, que parecía siempre pendiente
de ella, cuidándola e incluso protegiéndola. Sin embargo, la actitud de la rubia era
diferente, le daba la sensación que era Maca la que la buscaba por la sala cuando no
estaba a su lado, le pareció ver incluso un gesto de contrariedad que tan bien recordaba
en ella cuando la prensa acosaba a aquella chica, “por cierto” pensó, otra cosa que debía
preguntar a Teresa era porqué la prensa parecía tan interesada en la joven; pero, sobre
todo, le había molestado ver la cara de boba que había puesto Maca cuando la otra la
cogió por ambas manos en lo que parecía una felicitación ¡lo que daría por estar más
cerca y poder enterarse de algo de lo que hablaban! y esa cara de Maca, la conocía
perfectamente, ¡se la había puesto a ella tantas veces! pensó, dejando escapar un leve
suspiro que no pasó desapercibido.
- Deja de mirar tanto para ella – le susurró Teresa al oído, lo que provocó que
Esther se pusiera aún más roja de lo que ya estaba por el alcohol.
- ¿Yo? No digas tonterías Teresa – respondió azorada también en un susurro,
intentado centrarse en la charla de sus compañeras.
- Lo dicho, cuando vuelva dentro de dos semanas tenemos que hacer una puesta
en común. En Pamplona estamos aplicando una de las últimas técnicas con muy
buenos resultados.
- Yo encantada – dijo Laura – había leído algo sobre el tema, pero allí todo es
muy diferente. La mitad de las veces tenemos que dar gracias si nos queda
anestesia.
- Aquí no va a ocurrir nada de eso, ya veréis – prometió Cruz – aunque el medio
sea muy similar, las condiciones de trabajo serán mucho mejores, y no me
refiero solo aquí en la Clínica sino también en el “campamento base”, como le
llamamos nosotros – explicó.
- Bueno os dejo que mañana salgo temprano – dijo Adela – ha sido un placer –
añadió despidiéndose de todas de manera generalizada.
- Te acompaño – dijo Cruz – creo que Maca aún está con el ministro – puntualizó
buscándola con la mirada.
- Si, gracias, quiero despedirme de ella.
- Ahora nos vemos – dijo Cruz dirigiéndose a las demás y alejándose con Adela.
- Mira, Esther, allí está Héctor – exclamó Laura – ¿vamos a saludarlo?
- Ve tú – respondió Esther – que yo voy a por otra cerveza. ¿Me acompañas
Teresa? – preguntó.
- De acuerdo, pero ten cuidado y no bebas más – le dijo preocupada viendo como
ya empezaba a estar algo espesita.
- Tranquila, si son cañas, es solo que he perdido la costumbre – se explicó con una
sonrisa.
Teresa la siguió unos pasos por detrás, era la misma Esther de siempre, más delgada,
quizás más seria y menos habladora pero, por lo demás, la misma de siempre. La veía
nerviosa y eso le preocupaba. No entendía porque no le había dicho que volvía a
España, no hacía tanto que habían hablado; y, no solo que volvía, si no que lo hacía para
trabajar en la Clínica. Esa idea no le gustaba nada. Y tampoco le gusta no saber con que
intenciones volvía. No tenía sentido que en cinco años no hubiese consentido que le
dijera ni una sola palabra de Maca, ni siquiera aquella vez, en la que casi le suplicó que
la escuchase, quiso hacerlo. Y ahora, no solo estaba allí, dispuesta a trabajar con ella y,
lo que podía ser peor, para ella, si no que encima, de los últimos veinte minutos, no
había sido capaz de pasar ni cinco sin buscarla disimuladamente. Estaba decidida, ¡tenía
que hacerle un interrogatorio en toda regla!
* * *
Maca buscó a Vero por la sala, no la veía desde hacía rato y temía que los periodistas
siguieran molestándola. Finalmente, desistió. Era imposible desentenderse de tanto
compromiso y si no era con uno era con otro, pero no la dejaban tranquila, así es que se
decidió a hablar con ella al día siguiente. De pronto sintió un susurro junto a su oído.
Maca guardó silencio, mientras Vero buscaba una silla para tomar asiento junto a ella,
observó como Esther y Teresa mantenían una amena conversación en la barra, y no
pudo evitar sentir un pellizco de miedo, no sabía el porqué, solo esperaba que Teresa
fuese discreta y no se dedicase a contarle su vida, al menos los meses posteriores a que
Esther la dejara. Últimamente, Teresa había sido como una madre para ella y confiaba
en que no la defraudaría, pero “Teresa es Teresa, y no se le puede pedir peras al olmo”,
pensó. Cuando Vero consiguió encontrar una silla libre se sentó frente a ella, Maca la
miró fijamente, sin cambiar el aire circunspecto y como si le costase trabajo lo que iba a
decirle tragó saliva.
* * *
A lo lejos Esther tampoco quitaba ojo de aquella conversación y, sin poder evitarlo,
lanzó la pregunta.
Estuvo tanto tiempo tan enfadada que llegó a odiarse así misma y a odiarla a ella por lo
que la hacía sentir, fue con el paso de los meses, con el trabajo duro, y con la vida que
allí llevó, cuando empezó a darle un justo valor a las cosas, cuando empezó a echar de
menos todos esos buenos momentos, cuando comprobó que su corazón aún suspiraba
por ella, y fue a partir de entonces cuando ya no le hubiese importado saber de ella, y no
solo no le hubiese importado, sino que a veces sentía unas ganas terribles de saber, pero
nunca se atrevió a preguntar a Teresa abiertamente, dejó caer alguna indirecta pero
Teresa nunca la recogió y ella no insistió. La culpabilidad se reflejó en su rostro.
- Bueno, bueno, lo pasado, pasado está, mujer – dijo intentando que cambiase de
cara – además lo de Maca, como tu lo llamas, fue hace tiempo, y ella ya lo ha
asumido.
- Si, ya veo que sigue como siempre, controlándolo todo - dijo.
- No creas que no lo ha pasado mal – la defendió entendiendo en la enfermera un
ligero reproche.
- Ya imagino – dijo suavizando el tono y añadió – no debí irme así, Teresa. Me
arrepiento de eso.
- Ella nunca te culpó.
- ¿No?
- Ya sabes como es – respondió – nunca me contó nada de lo que os pasó. Pero
siempre te defendió. Hasta en los peores momentos.
- ¿Qué momentos? – preguntó interesada.
- Lo pasó muy mal – dijo eludiendo el tema consciente de que a Maca no le haría
ninguna gracia que contase determinadas cosas – muy mal, Esther, y sé que es
meterme donde no me llaman, pero no voy a consentir que vuelva a sufrir.
- ¿No lo vas a consentir? – preguntó burlona.
- No – respondió desafiante – Maca ya ha sufrido bastante, y ahora que parece que
por fin ha rehecho su vida…
- ¡Ya! con la rubia esa que la sigue a todos lados ¿no?
- ¿Con Verónica? ¡qué va! – exclamó – Verónica fue su psiquiatra y ahora es su
amiga. Es la persona que le devolvió la confianza en sí misma después del
accidente, nada más.
- ¿Seguro? – preguntó extrañada, conocía a Maca, sus caras, sus gestos y si
tuviese que apostar, apostaría a que estaba enamorada de la rubia – pues me
había dado otra impresión.
- No inventes, Esther – la recriminó dándole unos golpecitos en el antebrazo –
Maca está casada.
- ¿Casada? – dijo casi para sí misma.
- Si, pero no me preguntes porque no se nada de ella – se apresuró a contestar –
solo se que se llama Ana y que vive en Sevilla. Maca va allí todos los fines de
semana, nada más.
* * *
Mientras, Vero se había sentado frente a Maca esperando, pacientemente, a que se
decidiese a decirle aquello que parecía costarle tanto.
Se alejó de ellas pensativa. A su mente regresaron las imágenes del primer encuentro,
las imágenes de aquel día en que Maca entró en su consulta. Recordó como la mañana
anterior había recibido la llamada de una de sus mejores amigas, Victoria, y le había
pedido que le hiciera un hueco a una tal Macarena Wilson. Ella se había negado, tenía
todo completo hasta, al menos, dentro de cuatro meses. Pero su amiga insistió, le dijo
que era un caso especial, que le iba a interesar. Se trataba de la hija de unos adinerados
bodegueros de Jerez, que tras un accidente no admitía su nueva situación, eso no era
nada extraño, pero su amiga le explicó algo más, al parecer los médicos de la chica no
encontraban motivos para su estado; hubo de reconocer que el caso despertaba su
curiosidad profesional pero, aún así, había seguido negándose, era imposible, no tenía ni
un hueco.
Finalmente, y ante la insistencia de su amiga, consintió en verla al día siguiente, tras las
horas de consulta. A su mente volvió la imagen de Maca entrando en su despacho, iba
acompañada por una señora que, rápidamente, se presentó como su madre y que se
sintió ofendida cuando Vero le indicó que esperase fuera. Sonrió al recordar como
frunció el ceño y el tono en el que le dijo que luego quería hablar con ella. Recordó
como aquella joven le había impresionado desde el primer momento, parecía
completamente diferente a su madre, respondió afablemente a todas sus preguntas,
aparentaba tranquilidad y parecía una persona completamente equilibrada. Tras la
primera batería de preguntas hizo una pausa, que Maca aprovechó.
- ¿Y bien? … - le preguntó.
- Y bien ¿qué? – le contestó a posta.
- ¿Cuál es mi diagnóstico? – especificó - ¿estoy como una cabra?
- Está mejor que yo – respondió sonriendo ante el sarcasmo de su nueva paciente
porque, en ese rato de charla, había decidido que quería seguir viendo a Maca.
- Luego, se equivocan – sentenció Maca con cierta satisfacción – son ellos los que
se equivocan.
- Yo diría que no, Macarena – le respondió – pero aún es pronto. Debemos seguir
hablando y mucho.
- Pero… ¿entonces?
- Esto no es tan simple – dijo – nadie es tan simple.
- ¿Quiere decir que tengo que venir aquí más veces?
- Quiero decir lo que le he dicho – puntualizó – sus médicos no se equivocan, y si
no lo hacen, tiene usted un problema, y ese problema puede tener solución. De
usted depende que la tenga o no la tenga. Yo no voy a obligarle a nada.
- Ya, pero ella sí – respondió mirando hacia la puerta.
- O sea, que se trata de su madre.
- ¡No! – exclamó – no se confunda. Mis padres hacen todo lo que creen que es
mejor. Soy yo la que no estoy convencida de que esto, lo sea.
- No pierde nada por intentarlo, ¿no cree?
- Si, quizás no pierda nada.
- ¿Continuamos?
- Pero ¿no habíamos terminado? – respondió con cansancio.
- No, aún no – dijo haciendo caso omiso a su tono – a ver dígame ¿está asustada
por algo?
- No.
- ¿Seguro? – insistió - ¿no siente miedo a nada?
- Ya le he dicho que no – saltó en tono molesto mientras veía como Verónica
apuntaba algo en su cuaderno “a la defensiva ante el miedo”.
- ¿Ha sufrido alguna experiencia traumática en los últimos tiempos?
- ¿A parte de estar en esta silla? – preguntó a su vez recurriendo de nuevo al
sarcasmo.
- Efectivamente, a parte del accidente que la ha llevado a estar ahí sentada.
- No. Nada.
- Haga memoria – pidió y haciéndole algunas sugerencias continuó - un golpe con
el coche, un desengaño amoroso, la pérdida de un ser querido…
- No, ya le he dicho que no.
- ¿Ha hecho últimamente algún viaje?
- ¿Y a usted qué le importa? – respondió airada – no creo que si viajo o no tenga
importancia.
- ¿Lo ha hecho? – insistió ignorando de nuevo su tono y volviendo a apuntar
“batería 2: molesta desde la primera pregunta”.
- Solo viajo de Madrid a Sevilla, y alguna vez a Jerez – se resignó a contestar.
- ¡Sevilla! me encantaría ir alguna vez – dijo sonriéndole en tono confidencial -
¿le gusta la ciudad?
- La conozco desde pequeña.
- Eso no responde a mi pregunta ¿le gusta ir allí?
- Si – dijo secamente.
- ¿Y que hace cuando va allí?
- Nada – respondió, Verónica notó como sus ojos se entristecían – mis padres
viven allí.
- ¿Tiene pesadillas o algún sueño que se repita? – preguntó cambiando
radicalmente el tono afable y volviendo al profesional mientras apuntaba
“Sevilla”.
- No.
Recordaba como Maca puso un gesto de contrariedad pero sabía que en el fondo le
agradó su actitud. Tiempo después Maca le había confesado que ese primer día pensó
que quizás Cruz tenía razón al decirle que era la mejor; hasta ese momento todo el
mundo la había tratado con condescendencia, con lástima y, si había algo que la
exasperaba era eso, despertar pena; intentaba que no fuera así, luchaba por hacer una
vida todo lo parecida que podía a la de antes, aunque le estaba constando tanto…
Recordaba como interpretó los gestos de la pediatra favorablemente y como sonrió para
sus adentros, había conseguido lo que pretendía.
A lo largo de los meses había rememorado cada palabra de aquella primera cita, cada
detalle, había perdido la cuenta de las veces que había repasado el expediente de Maca,
desesperada por no hacer progresos con ella. Y ahora, casi tres años después, cuando se
había convencido de que Maca además de su paciente era su amiga, le decía que le
había mentido, hasta ahí no había nada sorprendente, ya lo sabía desde el primer día, de
hecho había ido descubriendo algunas de esas mentiras, como su estado civil, los
motivos de aquellas visitas a Sevilla… el problema estaba en que cuando creía que
estaban haciendo algunos avances que podían llevarla a lograr su objetivo, se daba
cuenta que había estado trabajando sobre una base falsa. Se sintió molesta, enfadada y
porqué no decirlo muy defraudada.
Miró hacia ella, necesitaba seguir con aquella conversación, Maca seguía hablando con
la subinspectora, parecía que había algún problema. Buscó a Claudia pero la vio
también ocupada. Decidió acercarse a Cruz que charlaba con Teresa y aquella nueva
enfermera.
* * *
Esther seguía conmocionada por la noticia que le había dado Teresa. Maca estaba
casada. “Está casada, casada”, se repetía una y otra vez, mientras Teresa charlaba con
Cruz y Claudia que se habían unido a ellas interrumpiendo su conversación. “Casada…,
¿desde cuando?”, necesitaba saber más, pero estaba claro que Teresa no le iba a contar
mucho, al menos de momento. Tenía que reconocer que entraba dentro de la lógica que
se hubiese casado, pero nunca se lo habría imaginado, quizás porque en todo ese tiempo
ella había sido incapaz de entablar con nadie una relación que no fuese de amistad, ni
con Germán, ni con aquel joven portugués con el que tanto se reía, ni con Margarette,
claro que Margarette estaba en otro caso, fue pensar en ella y las lágrimas afloraron a
sus ojos.
Esther aprovechó que se había quedado con Teresa y Cruz para lanzar una de las
preguntas que estaba deseando hacer.
Esther levantó su cerveza y brindó con ellas, no sin mirar de reojo aquella chica que
parecía simpática pero, que no sabía porqué, a ella no le había gustado ni un pelo.
* * *
Maca le tendió un papel doblado. Isabel lo abrió y leyó su contenido. Levantó la vista y
clavó los ojos en ella.
Maca, la miró, apoyó un codo en la mesa y se pasó la mano por la frente, deteniéndola
en la sien. La cabeza le iba a estallar, pero Isabel no cedió, ante su señal de cansancio.
- Otra cosa Maca – continuó implacable – quiero que me hagas una lista con todas
las personas que se han acercado hoy a ti a menos de un metro, hasta el
momento en que lo encontraste, y cuando digo todas me refiero a todas.
- Esto es una locura, si solo he salido del despacho para comer, y he estado todo el
tiempo con Claudia y Vero.
- Pues tú me dirás… - le respondió intentando que comprendiese.
- Que quieres que te diga – dijo manifestando cierto enfado – confío en las dos, y
tampoco creo que Cruz o Teresa… - continuó irónicamente.
- ¿Nadie más? – preguntó – ¿estás segura?
- Si… bueno Evelyn esta mañana – respondió con sorna - pero lo tenía en la bata
no en la chaqueta.
- No, Evelyn está descartada. Tú hazme la lista y ya decidiré yo en quien puedes o
no confiar.
- De acuerdo – musitó – pero no vas a conseguir nada, pongo mi mano en el fuego
por cualquiera de ellas.
- No confíes en nadie y ten cuidado Maca – pidió con seriedad.
- Lo tendré.
* * *
Maca permanecía sola junto a aquella mesa pensando en lo que Isabel acababa de
decirle, no sabía porqué, después de casi tres años ya debería estar acostumbrada pero,
en esta ocasión, sentía una aprensión terrible, como si algo malo fuese a ocurrir. Se dijo
que era tonta, Isabel no le había dicho nada que ella no se hubiese imaginado ya, así es
que esa sensación sería por la excitación de toda la noche.
- ¿Puedo? – preguntó Esther viendo que Maca por primera vez en la noche se
había quedado sola. Maca levantó la vista, la miró entre sorprendida y asustada,
o eso le pareció a Esther.
- Te he traído esto – dijo alargándole su copa preferida.
- Ya no bebo alcohol, Esther – respondió rechazándola.
- ¡Ah! – exclamó sorprendida – pero… ¿puedo? –pidió.
- Si – respondió en tono cansado – siéntate. Se dice que lo prometido es deuda
¿no?
- Eso se dice – dijo sentándose y clavando sus ojos en ella le preguntó - ¿pasa
algo?
- ¿A qué te refieres?
- Te he visto con la Inspectora esa, porque es ella ¿no?
- ¡Vaya memoria tienes! – exclamó – si, es ella. Y no, no pasa nada. Cosas de
trabajo.
- Bueno, me dijiste que me ibas a explicar de qué va todo esto – dijo cambiando
de tema e intentando buscar una excusa para iniciar una conversación.
- Si... – respondió pensativa arrastrando la sílaba con un deje de hastío.
- Si estás cansada…
- No, no, estoy bien. Pero…. ¿De verdad tienes ganas de hablar de todo esto
ahora? – dijo mirando su reloj.
- Estás cansada – afirmó y levantándose añadió - ya me lo cuentas mañana o el
lunes – añadió sin saber realmente aún que día empezaría a trabajar – o mejor ya
pregunto yo por aquí, si de todas formas creo que entre la presentación y lo que
ya me han ido diciendo no creo que tenga muchas dudas.
- Bien… - respondió y volvió a clavar la vista en su vaso pasando el dedo índice
por el borde, como solía hacer siempre que necesitaba pensar en algo.
Esther la observó, estuvo tentada a pensar que le molestaba que la hubiese interrumpido,
aunque en realidad lo que parecía es que Maca ni siquiera reparaba en su presencia.
Respiró hondo y se decidió a decirle lo que en realidad había ido a decirle.
Esther se quedó allí sentada, viendo como se alejaba y pensando en esas palabras.
Estaba claro que Maca había pasado página pero ¿y ella! ella tenía la necesidad de
pedirle perdón por haberse marchado de aquella forma, tenía necesidad de hablarle de
todo lo que había sentido en África, de hablarle de esa alma que nunca le entregó y de
esas palabras que nunca supo decirle, quería que Maca supiese que sentía haberse
marchado cuando más la necesitaba. Pero sobre todo, necesitaba hablar con ella,
escuchar de su boca que no le guardaba rencor, al igual que ella tampoco lo hacía. Tomó
de un sorbo lo que le quedaba en su copa y cogió la que Maca había rechazado, se
levantó para buscar a Laura y despedirse, ya era hora de marcharse de allí.
Cruz había estado observándolas de lejos, al ver que Maca se marchaba fue tras ella,
cruzándose con Teresa, que le hizo una seña de que salía con Esther. Sin embargo,
Héctor y Laura las interceptaron. El argentino se había enterado que Esther había vuelto
y deseaba saludarla.
- ¿Qué pasa?
- No tengo ni idea – dijo – eso intentaba averiguar.
- Voy a ver a Maca.
- Si, luego hablo yo con ella. No me gusta nada esto – le comentó a Cruz – tengo
miedo de que…
- No te preocupes. Ya ha pasado mucho tiempo – respondió.
- No se yo – suspiró – ¡dios te oiga!
- ¡No seas dramática! – exclamó con una sonrisa – luego hablamos – dijo
marchándose por donde había salido Maca. En el fondo ella también estaba
preocupada, no podía olvidar aquellos meses en los que, por mucho que lo
intentaron Vilches y ella, no conseguían que Maca superase la marcha de Esther,
la vieron hundirse más y más, con la angustia de no poder hacer nada por
evitarlo. Sabía que las cosas habían cambiado, que Maca había cambiado, pero
en el fondo no las tenía todas consigo, tenía que hablar con ella para asegurarse
de que todo estaba como debía estar.
La pediatra se dirigía al baño con una idea en la cabeza, el peso de los silencios, del
silencio de cinco años, del silencio en esa batalla que la hirió más que si le hubiesen
clavado una espada y pensó en los puentes que nunca se atrevió a cruzar por miedo a
caer en el abismo, en el mismo abismo al que luego se lanzó voluntariamente. Cruz la
encontró mirándose en el espejo, parecía enfadada, la vio golpear con fuerza uno de los
lavabos en un gesto de rabia y permanecer cabizbaja.
Cruz se acercó y le dio un beso manifestándole su apoyo. Maca se quedó allí mirando su
reflejo en el espejo, esbozó una ligera sonrisa, parecía boba solo de pensar en ello. Tenía
que reconocer que cuando escuchó la voz de Esther su mente se disparó, dejándole el
corazón en un puño, como si cien jinetes al galope hubiesen robado como bandidos
todos los latidos de su corazón; tenía que reconocerlo y lo reconocía, pero también era
cierto que Vero le había enseñado a controlar esas reacciones corporales fruto de
estímulos externos. Ella sabía que hacía tiempo que dejó de estar enamorada de Esther,
que dejó de esperar su vuelta, ahora tenía que centrarse en que esa Clínica saliese
adelante y en seguir intentando resolver sus problemas personales. Respiró hondo y se
dispuso a salir de allí. ¡Necesitaba tomar el aire!
* * *
- Entonces ¿tú sigues en el Central? preguntó Esther a Héctor sin ningún interés.
- Si, no podía dejar solo a Javier – dijo justificándose – es mi amigo y lo ha
pasado mal con el divorcio.
- Si, ya me ha comentado algo Laura.
- Y tu ¿qué que tal estos años? Ya me ha dicho Laura que has estado en África
¡cualquiera te encontraba!
- ¿qué quieres decir? – preguntó riendo.
- Nada – se apresuró a responder pensando en la que lió Maca cuando la
enfermera desapareció – es una forma de hablar.
- ¿Y Javier no ha podido venir?
- No. Tiene mucho trabajo. Además Maca y él no se llevan muy bien últimamente
– explicó y cambió rápidamente de tema -. Me han dicho ¿qué vas a trabajar
para Maca?
- Para ella no, para esta Clínica – especificó.
- Bueno, bueno, ché, no se me moleste – sonrió.
- Es que no es lo mismo.
- Claro, claro ¿y qué tal el regreso? verás todo muy cambiado, ¿no?
- La verdad es que no me hago a la idea, esta mañana estaba allí y ahora aquí, es
todo tan… tan irreal.
- A mi me pasa igual cuando voy a ver a mis padres, y eso que solo son unas
semanas.
- Oye Héctor, ¿te importa? – hizo una señal de querer marcharse cogiendo a
Teresa cada vez se encontraba peor no sabía si por el alcohol o por el calor
sofocante – es que íbamos al baño ¿verdad Teresa?
- Si, si, vamos – respondió la aludida mirándola con preocupación.
- No, claro que no me importa, luego charlamos – sonrió y acercándose a ella le
confesó al oído- Me alegra de que por fin hayas vuelto, quizás tu consigas con
Maca lo que ninguno ha logrado.
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó sorprendida, no sabía si le había oído bien,
entre el ruido, el susurro y su cabeza, porque cada vez estaba más mareada.
- Luego hablamos – respondió viendo como Teresa tiraba de ella.
- Héctor…
- Venga Esther, vamos – la apremió Teresa, viendo que la enfermera cada vez
estaba más tambaleante.
* * *
Maca, por fin había conseguido escapar de la cafetería. En su camino al exterior la
habían parado tres veces, una para felicitarla y, las otras dos, para hacerle algunas
sugerencias. Necesitaba tomar el aire. Le dolía la cabeza, le dolía la espalda, no había
cambiado de postura en varias horas cuando debía hacerlo casi cada quince minutos
pero, sobre todo, le dolía el cuello de tanto mirar hacia arriba. Aunque lo que de verdad
necesitaba era un cigarrillo. Se sentía culpable cada vez que se encendía uno, pero no
podía evitarlo. Lo hacía siempre a escondidas, consciente de que si para cualquiera era
perjudicial, para ella aún más, una de las consecuencias de estar en esa silla eran los
problemas pulmonares y cardiovasculares. Recordaba la bronca que Cruz le echó el día
que la pilló encendiendo uno. Solo lo hacía de vez en cuando, muy de vez en cuando,
pero esa noche lo necesitaba.
Dos guardas jurados flanqueaban ambos lados de la puerta principal en el interior del
vestíbulo. Maca se acercó a ellos dispuesta a salir.
En el jardín el fresco de la noche la hizo inspirar con fuerza. Miró hacia atrás, estaba
sola, encendió su cigarrillo y aspiró una profunda bocanada. Sabía que no debía
permanecer demasiado rato allí fuera pero, estaba tan a gusto en ese silencio nocturno,
solo interrumpido por el eco de alguna palabra pronunciada por los agentes que
rodeaban los coches oficiales en el aparcamiento, que permaneció unos minutos más
disfrutando del momento.
Esther asintió sin pronunciar palabra y Teresa tiró de ella hacia fuera. Claudia se agachó
para decir burlona en el oído de Maca.
Claudia sonrió y no volvió a decir nada más, entrando de nuevo ambas en la cafetería.
Maca se quedó pensativa, quizás antes había sido un poco brusca con Esther, imaginaba
que en esos años habría cambiado, pero su expresión le decía que estaba afectada por
algo, y no era su intención que pensase que le había molestado su vuelta. Se propuso
hablar con ella para dejárselo claro.
* * *
Teresa caminaba junto a Esther en silencio. La enfermera notaba que el paseo le estaba
sentando muy bien, observaba aquellos jardines sorprendida de su amplitud, había una
zona casi boscosa en ellos. ¿Cuánto dinero habrían dado solo por ese terreno! no
recordaba que Maca fuese tan rica. Le gustaba el lugar que habían elegido, le gustaba el
diseño de la construcción y le gustaban aquellos jardines mezcla de naturaleza salvaje y
exquisitos cuidados. No le importaría trabajar allí, pero sabía que no podía hacerlo, al
menos, durante mucho tiempo. Suspiró.
- Esto es precioso.
- Si, y de día más. Ya verás el lunes.
- Entonces ¿es seguro que mañana no empezamos a funcionar?
- Por lo que yo sé hasta el lunes no se empieza, por eso ha sido hoy la
inauguración. Aunque…
- Aunque qué.
- Que quizás vosotros…, no sé, será mejor que le preguntes a Fernando, lo mismo
el quiere que quedéis antes.
- Si, le preguntaré, a ver si me lo presenta alguien.
- Bueno – empezó sentándose en uno de los bancos – ahora que estamos solas
¿me vas a decir porqué no me has avisado que volvías?
- No sé, Teresa, pensaba llamarte cuando hubiesen pasado unos días.
- Pero…
- Pero nada. Pensé en pasar primero unos días con mi madre, tranquila, pasear por
Madrid, ver lo que ha cambiado estos años y, luego, llamar a los amigos.
- ¿Tu estás bien?
- Claro.
- No se Esther, no entiendo que no des casi señales de vida en cinco años y de
pronto…
- A ti si te he llamado – se defendió sonriendo.
- Si – le devolvió la sonrisa.
Se hizo el silencio entre ambas. Esther adivinaba que Teresa deseaba saber más allá de
lo que ella estaba dispuesta a contar. Y Teresa, no era ajena a esa reticencia de la
enfermera, aunque llevaba años sin verla, conocía a Esther, y sabía que le pasaba algo,
pero también sabía que nunca lo reconocería. El móvil de Teresa empezó a sonar pero
no hizo ademán de cogerlo.
- ¿Si? ¡Hola! Rosario. No, no… si, tu hija está bien. Claro, claro, yo se lo digo. Si,
ha ido todo bien. Si, no te preocupes. Claro mujer, si ella ya lo sabe. Imagino
que si pero ahora se lo pregunto y le digo que te llame. Si, tranquila que yo se lo
digo. Yo creo que si, porque hoy han mandado el billete. Muy bien. Besos
también para Pedro. A dios, a dios.
Teresa volvió al banco y se sentó. Esther sabía que no había hablado con su marido pero
se hizo la tonta.
- ¡Eh! Vamos, vamos – intentó consolarla Teresa – ¿pero qué pasa! ¿qué he
dicho? – preguntó preocupada - tranquila mujer. Tú haz lo que tengas que hacer
– le decía apoyándola en su hombro - pero ¿qué te pasa? – volvió a preguntar
viendo que sus palabras no hacían ningún efecto.
- Nada – balbuceó – me ha dado llorona – intentó sonreír incorporándose.
- Si, claro. Anda, anda, desahógate – dijo volviendo abrazarla dándole palmaditas
en la espalda. Cuando estaba más tranquila. Teresa insistió.
- A ver ¿me vas a decir qué pasa?
- Si no es nada, de verdad, me he puesto triste, me acuerdo de aquello, de la vida
que he dejado allí, de lo diferente que es todo aquí. Tonterías mías.
- Bueno, bueno – dijo a sabiendas de que Esther no se iba a sincerar – anda vamos
a que te arregles esa cara y volvamos dentro que cuando acordemos estamos
aquí solas.
* * *
Las primeras en llegar fueron Vero y Maca, las acompañaba Teresa en el coche. De los
demás vehículos se fueron bajando todos. Gimeno insistía a Esther para que entrase
pero la enfermera se disculpó diciendo que estaba esperando a Teresa, que ayudaba a
Maca a acomodarse en su silla, y que le apetecía fumar un cigarro antes de entrar.
Esther permanecía en la puerta mientras entraban todos, Vero empujaba la silla de Maca
y Teresa caminaba a su lado.
Maca cogió el teléfono y la subinspectora se separó de ella unos metros para dejarle
algo de intimidad, mientras buscaba con la vista el coche de sus chicos. Satisfecha de
verlos allí, respiró más tranquila y esperó a que Maca terminase para entrar con ella.
- Mamá.
- Macarena, ¡hija! ¿cómo ha ido todo? – preguntó con interés.
- Bien mamá – respondió – perdona pero no me han dejado un segundo libre…
- ¿Vendrás mañana, no?
- Claro que si, mamá.
- Entonces te espero en el aeropuerto.
- No hace falta, voy con Evelyn.
- Me apetece ver a Ana y a sus padres.
- Mama…
- Macarena no empieces.
- Haz lo que quieras, mamá – dijo con resignación.
- Sabes que es lo mejor…
- Que si mamá, oye, que me están esperando, mañana nos vemos.
- Pero ¿no me dices nada! cuéntame quien ha ido, y si el ministro…
- Mamá mañana te cuento, de verdad que tengo prisa – la interrumpió viendo las
señas que le hacía Isabel de que fuese entrando.
- Macarena, no me vayas a dejar con la palabra en la boca – la reprendió con
autoridad – ¿encontraste enfermera? – y ante el silencio de su hija insistió –
Macarena ¿estás ahí! ¡Macarena!
- Si, mamá la encontré – respondió molesta, ya tendría tiempo de pensar cómo le
decía que era Esther – ¡hasta mañana!
- Pero ¡hija! – protestó mientras escucha el clip indicándole que Maca había
colgado – Pedro, tenemos que hacer algo con tu hija. Le pasa algo, lo sé.
- No empieces otra vez con eso. Déjala tranquila que ya es mayorcita. Además,
cada vez que hemos hecho algo…
- Qué quieres decir con ese tono.
- Sabes a lo que me refiero – dijo molesto – nos equivocamos y todavía está
pagando por ello.
- No digas tonterías, Pedro. Hicimos lo mejor para ella.
- No discutamos porque nunca nos vamos a poner de acuerdo – sentenció
apagando la luz de la mesilla y dándose media vuelta.
Rosario permaneció con los ojos abiertos. En el fondo, ella también creía que quizás
todo era culpa del afán que habían tenido de protegerla, pero ya no había marcha atrás.
Lo contrario sería un escándalo, para Maca y para toda la familia. Puede que su marido
tuviese razón y lo mejor para u hija fuese conocer toda la verdad, pero ya era tarde, muy
tarde para eso.
* * *
Esther entró en el recinto pensando en la escena que acababa de vivir, no sabía muy
bien lo que significaba, pero siempre había sido buena atando cabos y si tuviese que
apostar por algo apostaría porque esas pintadas por las que preguntó el periodista iban
más allá, quizás Maca estuviese amenazada por alguien, estaba claro que el
comportamiento de la subinspectora había sido más que raro. Sintió un pellizco de
preocupación y al mismo tiempo tuvo la sensación de estar completamente fuera de
lugar.
Vero se había acercado a ella cuando la vio entrar. En ese local siempre le buscaban una
buena mesa en la zona vip, bien situada pero alejada de miradas indiscretas. Esther le
sonrió y se dejó conducir.
Llegó a la mesa donde solo estaban sentadas Cruz y Teresa. Los demás permanecían en
pie, decidiendo si iban a bailar o no. Miró hacia atrás y observó que Maca, Vero e Isabel
llegaban hasta ellos. Héctor se acercó para despedirse.
Entonces Vero hizo algo inesperado que provocó la risa en sus compañeros, se levantó,
se puso a la altura de la pediatra y le pidió disculpas, al tiempo que se arrodillaba frente
a ella y tendiéndole la mano le dijo entre solemne y burlona.
Cuando volvió del baño, Esther observó como seguían en la pista casi todos, aunque
Maca y Vero se habían sentado con Cruz y Teresa. Esther se quedó allí en pie,
observando como bailaban y se divertían, no sabía qué hacer, si sentarse o ir a la pista.
Laura fue a por ella un par de veces, pero no le apetecía bailar. Se dirigió a la barra
mientras veía como Fernando volvía a por Verónica y se la llevaba a la pista de nuevo.
En realidad, lo que quería era acercarse a Maca, hablar con ella, pero nunca estaba sola.
Siempre había alguien a su lado, bromeando, riendo con ella, incluso sacándola a bailar
como había hecho Verónica hacía unos minutos, algo que la había dejado sorprendida.
Maca, que había estado buscando a Esther con la vista en varias ocasiones hasta
localizarla, se percató de la indecisión de la enfermera, apoyada en la barra, sola, y se
acercó a Teresa.
Esther se levantó al mismo tiempo que Cruz se marchaba en busca de Laura. De pronto
una idea había cruzado por su mente.
Cruz, que ya había vuelto sin lograr su objetivo, y Teresa se miraron, Esther parecía
dispuesta a demostrar que todo podía ir con normalidad entre ellas, pero Maca la miró
perpleja, dudando un instante su respuesta.
- ¿Por qué no? – sonrió Maca – vamos. Pero solo un baile que ya es muy tarde.
Esther cogió la silla de Maca y se dirigió hacia la pista sin evitar sentir cosquillas en el
estómago al hacerlo. Se sintió rarísima empujándola y muy nerviosa, tanto que se
tropezó al bajar el minúsculo escalón que separaba la pista de la zona de mesas.
- ¡Cuidado! ¡qué me matas! – rió Maca recordando lo torpe que podía resultar
Esther.
Vero volvió del baño, y ambas guardaron silencio. Al preguntar por Maca quedó
sorprendida de que estuviese en la pista con la nueva ¡con el trabajo que le había
costado convencerla para que bailara con ella! pero no hizo comentario alguno y se
dispuso a esperar pacientemente a que terminase el baile.
- He visto antes, que lo haces muy bien – rompió el hielo Esther, que después de
su atrevimiento estaba un poco nerviosa – no sé si podré estar a tu altura.
- Si has aprendido a bailar agachada, seguro que lo estás – le dijo volviendo la
cara con una sonrisa, haciendo gala del humor negro que siempre le había
gustado.
- Maca, - le respondió Esther acercándose a oreja para hacerse oír - me alegra ver
que… - iba a decir a pesar de todo, pero se corrigió a tiempo - eres feliz, -.
- La felicidad completa no existe, Esther – musitó segura de lo que decía.
- ¿Qué? – dijo agachándose de nuevo.
- Nada – gritó – que sigues siendo un pato.
- Y, ¡sin patines! – rió recordando las tardes en las que Maca se empeñaba en
llevarla al retiro – a lo mejor con ellos conseguía seguir tu ritmo – bromeó
halagándola.
- Ni por esas ¡patosa! – respondió desafiante, moviendo la silla de tal forma que
Esther, entre el mareo que tenía de por si, su torpeza para esas cosas y el golpe
que le dio Maca acabó tambaleándose y cayendo sobre su rodillas. Ambas
soltaron una carcajada, divertidas por la situación.
- ¿Te acuerdas del batacazo que me di aquella vez? – dijo Esther riendo aún.
- ¡Cómo olvidarlo! – respondió ayudándola a incorporarse riendo también - ¡me
alegro de que hayas vuelto! – le dijo con sinceridad mirándola a los ojos.
- Yo también de haberlo hecho – fue su única respuesta, sosteniéndole la mirada.
Maca sonrió burlona, Gimeno, Fernando, Mónica, Laura, Isabel y Claudia, rodearon y
jalearon a la enfermera, riendo todos divertidos.
Empezó una nueva canción y Maca no volvía a la mesa. Vero que las estaba
observando, miró su reloj y se volvió a Cruz.
En la pista, Maca se estaba divirtiendo de verás, por un momento había olvidado todos
los problemas de la Clínica, todo lo que le había contado Isabel y, lo más importante
que debía coger un vuelo dentro de… ¡cinco horas! ¡qué tarde se le había hecho! esperó
a que terminase la canción para despedirse, Claudia le puso una mano en el hombro, le
dio un beso y le hizo una seña de que al día siguiente la llamaba. Esther observó la
escena, no sabía porqué pero le gustaba aquella chica. Maca se volvió y se dirigió a ella.
En la mesa Cruz acababa de decirle a Vero quién era Esther y cuando Maca llegó hasta
ellas la cara de la psiquiatra era todo un poema.
Esther permaneció bailando en la pista con Claudia, Fernando y Gimeno, pero su mente
ya no estaba allí, miró a Maca alejarse con las demás. Era increíble como después de lo
que pasó entre ellas, como después de cinco años sin verse, sin hablarse, sin saber nada
de ella, habían bastado dos bailes y una risa franca para hacerla sentir en calma, para
hacerla olvidar, aunque hubiese sido por un instante, el horror que no la dejaba ser ella
misma. Si, era increíble que ni el regreso a Madrid, ni su madre, ni estar de nuevo en su
habitación echada en su cama, la hubiesen hecho sentir que estaba en casa, que había
vuelto y, sin embargo, cuando cayó en brazos de Maca sí que se sintió, por fin, en casa.
Margarette tenía razón cuando le decía “Esther, querida, a veces, nuestro hogar no está
en un sitio, sino en una persona. El mío está en Dios, pero ¿y el tuyo! debes meditar
dónde está el tuyo”. Si, definitivamente, Margarette tenía razón, había bastado un baile
para convencerse de que en Maca estaba su hogar.
* * *
Isabel se había apartado para hablar con la patrulla que estaba fuera. Les había dado
indicaciones para que se colocasen tras el coche de Maca y les había avisado de que
salían ya. Sabía que quizás estaba exagerando, pero no podía evitar aquella sensación de
aprensión que sintió tras la charla con su padre. Cuando llegaron a los coches Vero
ayudó a Maca a acomodarse en el asiento del copiloto. Laura se sentó detrás y la
psiquiatra se pudo al volante, ante la atenta mirada de la subinspectora que montó en su
coche e inició la marcha.
El camino a la casa lo hicieron en silencio. Maca miraba de reojo a Vero, que conducía
sin quitar la vista de la carretera y sin abrir la boca. Laura se sentía incómoda. No tenía
idea de lo que ocurría pero notaba que algo pasaba entre ellas. Pensó en decir cualquier
cosa sobre la inauguración, sobre la clínica, pero optó por callar. Isabel detuvo su
vehículo unos metros antes de llegar a la verja del chalet de Maca, Vero la rebasó y la
verja se abrió introduciendo el coche en el interior. Cuando llegaron a la puerta Laura se
bajó y abrió la puerta de Maca.
- Espera, Laura, no bajo aún – le pidió – entra tú que ahora voy yo. Tengo que
hablar con Vero.
- ¿conmigo? – preguntó la aludida.
- Si, contigo – dijo cerrando la puerta.
Evelyn que había salido a recibirlas esperó en el porche y le indicó a Laura que entrase,
ya se encargaba ella de Maca. Isabel permanecía esperando fuera a que saliera Vero, le
sorprendía su tardanza pero no hizo nada de momento. Le indicó a la patrulla que las
había seguido que podían marcharse, tras comprobar que ya estaba allí en frente el
relevo.
Maca asintió con seriedad, ya sentada en su silla, Vero se giró y le hizo una seña a
Evelyn que salió con prontitud de la casa,
* * *
Esther llegó a su casa intentado no hacer ruido, Cruz y Teresa la habían alargado a casa.
Entró con sigilo, pero no sabía como su madre siempre se las ingeniaba para ponerle
alguna trampa en la que tropezase, desde adolescente le había pasado lo mismo. ¿Qué
había sido esta vez? ¡Un perchero! “¿de dónde ha salido?” pensó, intentando recordar,
estaba segura de que esa mañana no estaba allí. Lo colocó de nuevo en su sitio y entró
en el salón con la esperanza de no haber despertado a su madre, sin embargo, Encarna
estaba esperándola levantada.
Esther se perdió por el pasillo y su madre se quedó observándola por segunda vez desde
que llegase la mañana anterior. No es que quisiese ser dura con ella, es que no estaba
dispuesta a verla sufrir de nuevo, y esa cara de embobada con la que había llegado le
indicaba que iba a sufrir y mucho, ¡encima casada! ¡esta hija suya no iba a aprender
nunca!
Esther se metió en la cama llorando, la verdad es que no sabía muy bien porqué, quizás
porque se había pasado con las copas, o porque en el fondo le molestaba toda la
información que había conseguido saber sobre la vida de Maca, o porque temía que su
madre tuviese razón, o porque sabía lo que había sentido al verla, al hablar con ella, al
bailar con ella y se temía que no fuera recíproco, en realidad no lo temía, lo sabía, sabía
que no lo era, ¡no podía serlo! de eso si que podía estar segura. Se acurrucó, tenía frío,
un frío interior que prefería achacar al bajón del alcohol. Pensó en Maca, ¡con lo
decidida que había vuelto a no verla nunca! Y ahora esto. Prefería no analizar sus
sentimientos. Lo mejor sería cumplir con lo que le había dicho a Teresa y marcharse
dentro de quince días. El lunes hablaría con Maca. Maca…, se durmió pensando en ella
y en las consecuencias de sus decisiones.
* * *
Isabel subió la escalera con cansancio, llevaba casi veinticuatro horas en pie y encima el
ascensor estaba estropeado. Metió la llave en la cerradura y desde ese momento supo
que había alguien dentro. Sonrió. No esperaba menos.
* * *
Laura estaba esperando en el inmenso salón para darle las buenas noches a Maca,
imaginaba que había pasado algo que se le escapaba, se despidió y se fue a su
habitación, cerró la puerta y se quedó allí parada un segundo, ni tenía sueño, ni le
apetecía meterse en la cama. Pensó en dar un paseo por el jardín, aunque hacía fresco, la
noche era clara. Le gustaba la paz que se respiraba en aquella casa. Se puso algo más
cómodo y cogió ropa de abrigo. Salió al pasillo dispuesta a encontrar el ventanal por el
que esa misma tarde había salido al exterior, si no recordaba mal, estaba al final del
pasillo, en una sala de estar, a la derecha. Se encaminó hacia allí decidida sin sospechar
la sorpresa que le esperaba.
Mientras, Maca se metió en la cama sin ayuda de nadie, en esos años había conseguido
alcanzar un grado de autosuficiencia que nunca esperó, y en eso Vero había tenido
mucho que ver. Sonrió pensando en ella y en el primer día que la invitó a bailar,
esperaba que el enfado no le durase demasiado, lo mejor era que dejase la terapia con
ella, tenía que hablarle de Esther y lo haría. Esther, pensó. Rió para sus adentros
recordando la cara que había puesto la enfermera esa noche, le había gustado bailar con
ella. De pronto su risa se borró. No quería pensar en Esther. No podía. Pero tampoco
podía evitarlo. ¡Como contarle a Vero todo aquello! Como contarle que había sido la
persona más miserable y mezquina que podía imaginar, que hubo un tiempo en que la
Maca que ella conocía no solo no existió si no que era una “impresentable”, como le
gritó Encarna a la cara aquél día que se presentó en el pueblo buscando a Esther.
Dos lágrimas rodaron por sus mejillas recordando los meses que pasó esperando una
segunda oportunidad, un perdón que nunca llegó, y acostándose todos los días
sintiéndose tan mal por lo que le hizo, por lo que le dijo y por lo que no le dijo, poco a
poco fue cayendo en un pozo del que no era capaz de salir, fue hundiéndose más y más,
sintiendo cada vez más el peso de esa profundidad y al mismo tiempo sintiendo una
necesidad apremiante de encontrar una ilusión, una esperanza, algo que la ayudase a
agarrarse de nuevo a la vida. Pero no llegaba, y ella, desesperada, solo encontraba
consuelo cuando entraba en casa y abría una botella de vino, entre copa y copa, le
parecía que aún sentía la ternura de sus abrazos, le parecía que el olor de su cuerpo aún
la impregnaba, incluso, a veces, conseguía oír con claridad su voz. Y, luego, cuando
agotada de llorar conseguía llegar hasta la cama, o caía rendida en el sofá, la amaba en
sueños, la deseaba, se entregaba a ella… Pero amanecía y la frialdad de la soledad y la
resaca, la hacía extrañarla de nuevo, llorarla de nuevo y ansiaba que de nuevo llegara la
noche, para volver a tenerla pero, sin embargo, debía enfrentarse a la desesperada
realidad, en la que esperaba su regreso, un regreso que ya estaba convencida que no se
produciría, y así, sabiendo que la amaría hasta el final y deseando que ese final llegase
cuanto antes, se fue hundiendo más y más, el vozka sustituyó al vino y la noche cubrió
todos los días…. hasta… hasta que llegó Ana, su Ana, como siempre, su último
pensamiento antes de dormir fue para ella, para Ana.
- Esther me estaba contando que salió el sábado a cenar con Héctor – cambió de
tema Teresa con la intención de que la enfermera le contase algo de aquella cita.
- Si – afirmó – me reí mucho con él.
- ¿Con Héctor? – preguntó Cruz incrédula – pero si últimamente era un alma en
pena.
- Por cierto, que me contó lo de Maca.
- ¿El qué de Maca? – volvió a preguntar Cruz poniéndose seria.
- Lo de su diagnóstico – dijo y arriesgándose a una respuesta airada de Cruz
añadió - ¿tú estás segura de que no es físico?
- ¡Buenos días! ¿puedo? – preguntó Claudia haciendo ademán de sentarse en la
mesa.
- Claro, siéntate – respondió Cruz, mirando de reojo a Esther.
- ¡Qué madrugadoras! – dijo Claudia – necesito inyectarme un café en vena.
Todavía estoy pagando las copas del viernes.
- ¡Qué exagerada! – dijo Teresa – mírame a mi ¡cómo una rosa!
- Si, pero tu te fuiste antes, graciosa – protestó – que no había forma de recoger a
Gimeno, ¡qué hombre! – rió, y viendo como el silencio se hacía entre las
presentes - he interrumpido algo, ¿verdad?
- No, no – se apresuró a intervenir Esther, no estaba dispuesta a quedarse como
siempre sin su respuesta, a pesar de que se hubiese sumado al la reunión, una
desconocida para ella, necesitaba saber, porque si era cierto lo que le había
contado Héctor, quizás Maca tenía una oportunidad, aunque fuese muy remota –
estaba preguntándole a Cruz que si es seguro que lo de Maca es físico.
Claudia miró a Cruz y la cardióloga se apresuró a justificarse, no quería que pensara que
iba hablando por ahí de ella.
Las dos se alejaron de allí, ya en la puerta, Vero miró ligeramente hacia a tras y
preguntó.
- ¿Se pude saber qué te pasa? – preguntó Teresa aún sorprendida de la salida que
había tenido Esther.
- Lo siento, no quería parecer …
- No puedes llegar aquí después de tanto tiempo y cuestionar todo y a todos –
empezó a recriminarle Teresa.
- Lo sé, lo sé – la interrumpió también – de verdad que lo siento, no sé que me ha
pasado.
- Serán los nervios – le sonrió ligeramente Cruz interviniendo por primera vez –
pero ten cuidado que con esas formas te vas a ganar más de un enemigo por
aquí.
- Voy a ir a pedirle disculpas – dijo levantándose – no quiero que piense que yo...
- No te preocupes, ya tendrás tiempo de decírselo. Mira por ahí llega Laura – dijo
Cruz abandonando la mesa – voy a buscar a Fernando antes de que os vayáis.
- Teresa, ¿tú crees que me he pasado mucho? – preguntó preocupada ya a solas
con ella.
- Pues si – dijo – si que te has pasado. ¿Cómo puedes dudar de Cruz? Y encima
decir eso de Vero, porque a mi no me engañas, tu lo has dicho a posta.
- ¿Yo! que no Teresa, que yo ni sabía que estaba ahí – respondió con inocencia -
¿tu crees que le irá con el cuento a Maca?
- Hombre… - dijo pensativa – amigas si qué son…
- Pero tu lo crees …
- Yo no creo nada – respondió – buenos días Maca.
- ¡Hola! buenos días. Teresa, te estaba buscando. Voy para el despacho que tengo
un montó de cosas que hacer. Estamos esperando el porte de las vacunas.
Avísame en cuanto llegue.
- Si, no te preocupes. Por cierto, Vero te espera arriba, en el despecho de Claudia
– le dijo Teresa.
- Pensándolo mejor, me voy a tomar un café rapidito y luego me voy al centro.
Quiero pasar por el banco y...
- Yo te lo traigo – se levantó solícita Esther - ¿doble de café con un chorrito de
leche fría y sin azúcar? – preguntó con una media sonrisa de timidez.
- ¡vaya! – exclamó Maca sorprendida de que aún se acordase – si, gracias.
Ambas se habían sorprendido del vehículo empleado, era similar a los camiones-
ambulancia usados por la Cruz Roja y en los que ellas tantas veces se habían subido en
su estancia africana. Laura recordó las palabras de Maca cuando la llamó, diciéndole
que encontraría pocas diferencias entre el trabajo que hacía en África y el que le
proponía. Había dudado de aquellas palabras desde que entró en esa Clínica llena de
todo tipo de lujo y últimas tecnologías, pero ahora, subida en aquel jeep y escuchando a
Fernando, tuvo que reconocer que Maca no le había mentido. Miró a Esther, que
permanecía junto a ella en el asiento trasero, mientras Mónica ocupaba el del
acompañante. La enfermera le devolvió la mirada, una mirada de complicidad, ambas
estaban experimentando los mismos sentimientos. En África, cuando la miseria, el
hambre, la violencia y la muerte las rodeaban, sentían que hacían algo útil, estaban
empezando a comprender que quizás a la vuelta de la esquina de sus propias casas se
pudiese sentir lo mismo.
Esther miró hacia arriba y efectivamente se sorprendió de ver que las chabolas y algunas
casas estaban dispuestas en línea con el tendido eléctrico de ellas salían cables que
llegaban hasta él, sustrayendo así la electricidad.
* * *
Mientras, en la Clínica, Teresa estaba ordenando los ficheros. Aún no había demasiado
papeleo, pero quería que estuviese todo perfecto para cuando empezase el trabajo en
serio, como ella decía. Miró hacia la entrada. Todo estaba muy tranquilo. Los dos
guardas de seguridad permanecían flanqueándola. Esperaba que llegase pronto el
cargamento de vacunas porque de lo contrario a Maca le iba a dar algo.
* * *
La marcha del coche continuó camino del campamento, que se situaba al otro extremo,
a las afueras del mismo. Los cuatro permanecían en silencio. Laura y Esther miraban
por las ventanillas, nunca se habían molestado en ver un asentamiento chabolista por
dentro, se sorprendieron de lo desierto que parecía estar.
- Fernando ¿por qué aquí? – preguntó Laura de pronto - quiero decir porqué en
este poblado y no en otro.
- Maca se lo pensó mucho, pero creyó que aquí sería mucho más efectiva nuestra
actuación. Este es el único asentamiento que, por mucho que prometa el
ayuntamiento, no es tan fácil eliminarlo.
- ¿Qué quieres decir?
- Los demás poblados chabolistas primero son más pequeños, segundo están
integrado solo por chabolas, pero este no.
- ¿No? – dijo Esther.
- No, ya veréis que hay gente que después de perder el trabajo, que después de
perder el paro sin encontrar un nuevo puesto de trabajo, cargados de hijos
optaron por venir aquí y levantar una vivienda con sus propias manos, son
españoles de cuna, gente que se busca la vida vendiendo chatarra, pidiendo en la
calle, vendiendo de contrabando, por no hablar de la droga que se mueve por
aquí, con esos debéis tener cuidado. Ya los iréis conociendo – repitió por
enésima vez esa mañana - En fin, lo que os estaba diciendo, que no es fácil que
un juez permita echar abajo determinadas viviendas. Las chabolas son otra cosa.
- El ayuntamiento se ha comprometido a terminar con los poblados para el 2011
pero eso va a ser difícil – intervino Mónica - ha empezado a desmantelar los
pablados más pequeños y reubicar a algunas de las familias, pero las que no
cumplen los requisitos para que les den una vivienda tienen que marcharse a otro
poblado y aquí se están sumando muchas de ellas.
- La idea es educar, prevenir y ayudar en lo que se pueda – siguió Fernando – al
principio el proyecto era más pequeño, consistía en una asistencia médica básica
pero cuando Maca vio todo esto, empezó a madurar la idea de hacer algo a lo
grande.
- ¿Maca ha estado aquí? – preguntó de pronto Esther sin dar crédito.
- Si. Veníamos todos los días a seguir las obras en el campamento. Se paseó por
algunos sitios pero le era difícil – dijo Mónica – al final yo me encargué de venir
todos los días y ella del papeleo.
- Claro – dijo Laura comprendiendo lo difícil que le habría resultado a Maca
moverse por allí, aunque seguía sin entender porqué la pediatra no hacía uso de
todos los artilugios que tenía en su casa, algunos de ellos sabía que no estaban ni
comercializados.
- Hay algunos que todavía preguntan por ella – sonrió Fernando recordando como
algunas señoras mayores se sorprendían de verla – Cuando quiere sabe hacerse
querer.
Los cuatro rieron. Sabían a lo que se refería Fernando. Maca podía ser la persona más
seca y cortante, pero con quienes apreciaba se podía revelar como todo lo contrario.
Esther sonrió, resultaba que Maca y ella, aunque fuera por unos meses, habían estado
haciendo lo mismo ¿estaría ella también intentando sentirse mejor! y, ¿qué era eso de
que la habían inhabilitado! Teresa no le había contado nada, quizás se refería a eso
cuando le dijo que Maca lo había pasado mal. De nuevo sintió la necesidad de saber, de
descubrir qué había hecho Maca en esos cinco años.
* * *
Maca llegó a la central del banco y metió su coche en el parking. Solo algunos clientes
tenían tarjeta para hacerlo y ella era uno de ellos. Situó su vehículo en una de las plazas
para minusválidos. Suerte que quedaba una libre. Siempre había desaprensivos que las
ocupaban para estar más cerca de las puertas de entrada, sin reparar en que esas plazas
estaban situadas en lugar “privilegiado” y tenían un ancho especial por algo. Su
vehículo, un Chrysler de último modelo que su padre le regaló hacía ya más de dos
años, estaba perfectamente adaptado a sus necesidades. Al principio, se negó a
conducirlo, no se sentía capaz, recordó como Vero se había ofrecido voluntaria a
montarse con ella, hasta que cedió a la insistencia de la psiquiatra y se decidió. Ahora se
alegraba de haberlo hecho. Le daba una independencia con la que nunca había contado.
Pulsó el botón del salpicadero y desenganchó su silla del anclaje dispuesto en el piso
para sujetarla. Accionó el sistema eléctrico de la puerta y la rampa, se situó en ella y le
dio al sistema de bajada de suspensión, de forma que el desnivel fuese mínimo. Cuando
ya estaba en el suelo y cerrando el coche escuchó que la llamaban.
- ¡Macarena!
- ¡Aurelio! venía a buscarte a ti – le dijo con una sonrisa que fue correspondida
con otra.
- Me alegro de verte – dijo ligeramente nervioso mientras se dirigían a la puerta
que daba acceso al interior del edificio – pensaba llamarte ahora mismo. Pero
primero déjame que te invite a un café – continuó subiendo con ella en el
ascensor y marcando la planta de la salida.
Aurelio Solís era el director de la Central e íntimo amigo de su padre. De hecho Maca
había recurrido a esa entidad por consejo de Pedro, y la verdad es que se alegraba, le
había ido todo muy bien con ellos aunque, no sabía porqué, pero desde que lo viera esa
mañana, tenía la sensación de que algo iba mal.
Maca esbozó una sonrisa forzada y guardó silencio. Conocía a aquel hombre desde
pequeña y siempre le había molestado ese aire servil que podía adoptar en ocasiones.
Nunca se acostumbraría a ese tipo de cosas, por más que su madre desde pequeña le
hubiese regañado una y otra vez, ella se negaba a admitir en los demás esa actitud, sin
embargo, con los años había aprendido a tolerarla, aunque seguía sin comprenderla, se
podía ser servicial sin necesidad de ser servil.
Maca asintió sin pronunciar palabra y se dirigió hacia la mesa. Un camarero retiró una
de las sillas y le preguntó que deseaba. Estaba bastante nerviosa no sabía si por lo que
había sentido al ver a aquel joven o si porque la actitud de Aurelio no presagiaba nada
bueno. No pudo evitarlo y buscó su paquete necesitaba fumarse, al menos, uno.
Mientras, en la acera de enfrente el joven tenía sus ojos puestos en la puerta de aquella
cafetería. Decidió esperar en las cercanías del banco. Miró hacia las cámaras de
seguridad y se aseguró de situarse en un ángulo dónde no pudiesen recogerlo. Cuando
regresasen sería el momento perfecto. Se encendió un cigarrillo y esperó pacientemente.
* * *
Mientras, en el campamento, Fernando les explicaba que estaban llegando al centro del
asentamiento, Laura miraba asombrada el parecido que había con algunos poblados
chabolistas que había visto en su viaje a la capital, Nairobi. Miró a Esther, que asintió
comprendiendo lo que le estaba pasando por la cabeza. Fernando giró en una de las
calles y se dirigió a las afueras del mismo.
- Veis esta chabola – preguntó Fernando parando el coche y bajando – aquí vive
María José – dijo acercándose y gritando ¡Maria José! somos Fernando y
Mónica.
Mónica se bajó con uno de los termos que llevaba y llenó una taza de café. María José
salió del interior. Era una señora mayor, enjuta, tremendamente elegante, se movía con
aire señorial, se acercó a él y le dio los buenos días con educación.
- Buenos días, doctor – dijo con una voz melodiosa – gracias Mónica – añadió
cogiendo su vaso.
- ¿Cómo está hoy? - preguntó la joven.
- Mejor, con lo que usted me dio – respondió ella dirigiéndose a Fernando en tono
agradecido.
- Tiene que cuidarse o ese reuma irá a peor – le dijo él.
- Maria José – intervino de nuevo Fernando cuando vio que la anciana se volvía al
interior – voy a presentarle a dos compañeras nuestras, Laura, que es médico y
Esther, su enfermera – explicó señalando a cada una de ellas – habrá días que se
pasarán por aquí.
María José volvió a asentir en señal de entendimiento pero no pareció interesada en las
dos jóvenes.
Volvió a asentir. Esther pensó que era mujer de pocas palabras y le entraron ganas de
conocer algo más de ella. Ya en el coche le pudo la curiosidad.
- Esta señora…
- Si – dijo Mónica – ¿a qué no parece que deba estar aquí?
- La verdad es que parece una señora… – se detuvo sin saber muy bien qué
calificativo darle – como diría… una señora con clase.
- María José es alguien muy especial – puntualizó Fernando – cuando os conozca
bien y os coja confianza pedidle que os cuente su historia.
- Imagino que será muy triste.
- Bueno… - dijo Mónica – como la de casi todos por aquí. Pero sí, ella… ella es
especial.
- ¿A quién se refería cuando ha preguntado por ella? – preguntó Esther.
- A Maca. Siempre que venía se paraba un rato a charlarle.
Nadie respondió ante ese comentario, puede que Esther tuviese razón pero a los tres les
quedó la sensación de que más que de María José, Esther estaba hablando de ella
misma.
* * *
Maca bebía con sorbos pequeños el café. No entendía cómo Aurelio podía ponerle
problemas a esas alturas, pero estaba segura de que iba a hacerlo. Su mente daba vueltas
una y otra vez al asunto; estaba toda la operación planteada y aprobada. Solo faltaba la
firma ante el notario, pero Aurelio le había garantizado que le adelantaría el dinero antes
de la misma, con el compromiso de que en aquella misma mañana quedasen
cumplimentados todos los trámites oficiales. En un principio Maca había pensado ir a
última hora al notario pero, por suerte, al final se había decidido por acudir temprano, y
eso se lo tenía que agradecer a Vero y a las pocas ganas que tenía de enfrentarse a ella.
Miró el reloj, casi las nueve y media y todavía estaba allí esperando a que Aurelio
terminase de hablar con aquél hombre. Nerviosa, pidió otro café y cogió su móvil, le
había quitado la voz para que nadie la molestase. ¡Dios! ¡si ya tenía nueve llamadas
perdidas! sorprendida y pensando que ya había otro problema se dispuso a ver de
quienes eran. Tres de Vero, suspiró, estaba claro que no se iba a rendir tan fácilmente,
sería mejor que hablase con ella. Marcó el número y esperó, pero le saltó el buzón de
voz, optó por no dejar mensaje, debía estar ya en la grabación, y no pudo evitar sentir
una pizca de culpabilidad por haberle dado esquinazo esa mañana. Siguió mirando las
llamadas, una de Cruz, otra de Teresa y ¡cuatro de Isabel! ¿qué ocurriría ahora? Se
dispuso a devolverle la llamada, un toque, dos… Isabel no contestaba.
- Ya estoy aquí Maca – dijo Aurelio sentándose – disculpa, pero tenía que hablar
con él.
- No pasa nada – respondió con cierto nerviosismo interrumpiendo la llamada -
¿vamos a lo nuestro?
- Si, claro – dijo- ¿quieres otro café? – preguntó levantando la mano para que lo
viese el camarero.
- No, gracias – respondió – a ver, ¿me vas a decir que ocurre? – continuó yendo al
grano.
- Maca, lamento mucho tener que decirte esto – empezó a decirle con seriedad y
cierto aire paternalista que crispó a la pediatra que ya se temía lo peor - pero no
vamos a concederte el crédito.
- Pero … - intentó protestar casi sin palabras – Aurelio, no puedes hacerme esto.
- Lo siento. Si de mi dependiese sabes que te lo daría sin problemas.
- No lo entiendo – le dijo clavando sus ojos en los de él – si … me dijiste que
estaba todo aprobado, - y con voz casi temblorosa continuó - … me dijiste que
hoy mismo lo dejábamos listo ante notario…
- Sé lo que te dije.
- Haz algo, por favor – pidió con tono de desesperación.
- Lo siento. No puedo hacer nada – fue su rotunda respuesta.
- No… no me lo puedo creer – dijo molesta empezando a sentir que la angustia
por la situación comenzaba a convertirse en rabia – esto no es serio, Aurelio.
- Lo siento, de verdad.
- No me digas más que lo sientes – respondió frunciendo el ceño y endureciendo
el tono, no entraba en sus cálculos perder los nervios pero tampoco iba a
comportarse como si nada – no voy a quedarme quieta, espero que lo entiendas –
le amenazó.
- Macarena, por favor, creo que es mejor que desistas. Aún estás a tiempo.
- ¿Qué desista? – casi gritó desconcertada, de qué quería que desistiese, pensó, de
suplicarle el crédito o quizás se estaba refiriendo a que renunciase a lo que había
consistido en los últimos años en su único sueño.
- No debes seguir removiendo el tema.
- Necesito el dinero, y lo necesito ¡ya! – exclamó.
- Lo sé – dijo recordando todas las conversaciones con la pediatra y todas las
promesas que le hizo de parte de la entidad.
- Entonces ¿cómo puedes decirme que lo deje? – preguntó malhumorada - Si no
me lo da tu banco ya encontraré quien me lo de.
- Habla con tu padre, quizás él pueda ayudarte – le aconsejó con condescendencia
consiguiendo que Maca se alterase más de lo que ya estaba.
- Nunca se me ocurriría molestar a mi padre – respondió molesta mostrándole lo
poco que le agradaba que se inmiscuyese en sus asuntos y con tono de reproche
añadió – y menos ahora que está convaleciente.
- Macarena, sabes que soy su amigo desde hace años – le dijo justificándose – por
eso te digo que hables con él.
- No – respondió de nuevo y con más suavidad puntualizó – no quiero que se
preocupe por nada y menos por mí.
- Esa actitud te honra – la alabó – pero abre los ojos. Ningún banco te va conceder
ese crédito.
- Y ¿me lo dices ahora! ¿por qué no me hablaste claro hace meses cuando
empezamos con esto?
- Hace meses la operación no presentaba ningún problema.
- Y ¿qué problema hay ahora? - preguntó desconcertada – cuando todo estaba en
el aire no había problema y ahora que el proyecto está aprobado en la Unión
Europea, con subvención concedida y que tenemos el visto bueno del Ministerio,
¿me dices que hay un problema? Solo necesito el crédito para empezar a
funcionar. No corréis ningún riesgo.
- El problema no es económico – confesó – solo cumplo órdenes. Ya sabes,
política del banco.
- Muy bien, me parece muy bien – musitó cabeceando – no voy a insistir, no
serviría de nada ¿no es cierto?
- Efectivamente.
Maca bajó la vista. Sentía ganas de echarse a llorar, pero no pensaba darle ese gusto a
Aurelio. ¿Cómo iba a contárselo a Mónica! ¿cómo decirle a los demás que tendrían que
rendirse después de haber renunciado a sus trabajos, de haber apostado por ella y de
llevar meses embarcados en esa aventura? No quería creerlo. No podía. Necesitaba
encontrar una solución, un banco que a pesar de lo que le había dicho Aurelio le diese el
dinero. Y lo necesitaba ya.
- Tengo que dejarte Aurelio – dijo llamando por señas al camarero y sacando su
monedero.
- De ninguna manera – saltó con energía Aurelio – te dije que te invitaba yo.
- No, gracias – esbozó una sonrisa, negándose con rotundidad – en otra ocasión.
- Insisto – dijo él apoyando su mano sobre la de ella y empujándola hacia atrás
para que no depositase el billete.
- ¡He dicho que no! – lo cortó con genio, clavando en él unos ojos que echaban
chispas. Necesitaría el dinero de su banco pero a él no lo necesitaba para nada.
- Macarena – respondió Aurelio con aplomo consciente de lo molesta que estaba –
no quiero que tú y yo vallamos a enfadarnos por esto. Mi relación con tu familia
va más allá de este banco y te aseguro que, si estuviera en mi mano, te ayudaría.
- Si, si, claro – le dijo irónicamente y más suavemente continuó – mira Aurelio,
déjalo, por favor. Tengo prisa. Hasta otro día.
Maca giró su silla dispuesta a salir de allí. En ocasiones como esa le entraban unas
ganas inmensas de poder levantarse y salir corriendo, pero no podía.
En ella Maca notó que su móvil volvía a vibrar. Miró la pantalla, era Isabel. Tenía la
excusa perfecta para deshacerse de él.
Maca miró a Aurelio, que la esperaba, hablando también por el móvil. La pediatra le
indicó con una seña que entraba en la cafetería y él asintió cortando la llamada.
- ¿Qué ocurre? – le preguntó yendo hacia ella al ver que entraba de nuevo.
- Creo que me he dejado una carpeta – mintió.
- Yo no recuerdo haberte visto con ninguna – comentó sujetándole la puerta.
A lo lejos, aquél joven no pudo evitar un gesto de decepción. ¡Volvía a entrar! Tendría
que seguir esperando.
Maca se dirigió hacia la mesa que habían ocupado minutos antes he hizo como la que
buscaba. Aurelio se acercó a la barra y preguntó.
Maca miró el reloj preocupada. No habían transcurrido ni cinco minutos. Isabel siempre
conseguía meterle más miedo en el cuerpo del que ella ya tenía de por sí. Debía estar a
punto de llegar, pero no podía esperarla allí. No sin que Aurelio sospechase algo y lo
último que quería es que fuese con el cuento a sus padres. Decidió salir con él. Seguro
que mientras cruzaban la calle llegaba Isabel.
En la acera de enfrente, el joven que la esperaba clavó sus ojos en ella. Por fin salía,
pensó. Miró al cielo y dio gracias por la ocasión que se le brindaba. Tiró con dos dedos
la colilla, con la misma parsimonia que lo había hecho ya, en varias ocasiones, durante
la tediosa espera. Metió una mano en el bolsillo, sin apartar la vista de la pediatra. Notó
como su cuerpo se tensaba, sus músculos alerta y preparados, la excitación provocó que
el sudor recorriese todo su cuerpo. Reconocía esas señales. Estaba preparado.
* * *
Mientras, en el asentamiento, Fernando se dirigió al lugar donde había dicho que estaba
el Campamento, consistía en un espacio cercado por una valla de más de dos metros de
altura con un enorme portón de entrada, al interior un inmenso espacio terrizo, al fondo
un edificio de una sola planta y a la derecha lo que a Esther le pareció un enorme
barracón. Cuando descendieron una joven se acercó a ellos, Fernando se la presentó.
- Laura, Esther, esta es Sonia Alba, la socióloga del equipo – dijo - Sonia, se
encargará de ir con vosotras los primeros días. Luego, dará algunos talleres a los
niños. Pero eso tendrá que ser más adelante.
- Si – sonrió la aludida tendiéndoles la mano – aún está en estudio y pendiente de
aprobación. Aunque Maca está haciendo todo lo posible para conseguir un
permiso especial que nos permita empezar experimentalmente y aportar los
resultados en el Proyecto definitivo – explicó y ante la cara de desconcierto de
sus interlocutoras añadió – no os preocupéis, ya os iréis haciendo con todos los
detalles. Si os parece bien, seremos hoy nosotras las que salgamos a hacer la
ronda. Así os vais conociendo a la gente y os vais acostumbrando a todo esto.
- Por mi perfecto – dijo Laura mirando a Fernando en espera de su aprobación.
- Si. Mónica y yo nos quedamos aquí. Tenemos que organizar todo el papeleo y
estar pendientes por si llega alguien. Además tenemos que esperar a Isabel. Y a
los chicos de las ambulancias, que en realidad ya deberían estar aquí.
- ¿Isabel? – preguntó Esther – te refieres a la subinspectora Martínez.
- Si, a ella ¿por..?
- Por nada, no sabía que iba a estar aquí.
- Si, aparte de las dotaciones policiales que nos concedieron ella será la
responsable de la seguridad, al ser un proyecto oficial y en la zona en que está…
- continuó explicando – este es uno de los puntos que más de cabeza está
trayendo a Maca.
- ¡Si supierais la de presiones que hemos recibido! – intervino Mónica recordando
algunas amenazas veladas.
- ¿Por eso hay tanta seguridad en la Clínica? – preguntó Esther.
- ¿En la Clínica? ¡Pues ya quisiera que vierais la de la casa de Maca! – intervino
Laura ganándose una mirada reprobatoria de Fernando.
- Si – respondió Mónica – ahora parece que se van acostumbrando pero al
principio de llegar aquí …
- Bueno, basta de cháchara – dijo Fernando – que hay que trabajar.
- Si queréis primero un café… - propuso Mónica ante el fresco que hacía aquella
mañana.
- No, gracias – dijo Esther – estoy deseando empezar.
- Yo tampoco, gracias – secundó Laura.
- Pues, entonces, ¡vamos! – dijo Sonia con energía.
Las tres volvieron a salir por el portón. Sonia se dirigió hacia un grupo de viviendas
situadas más a las afueras y comenzó a explicarles en qué consistía básicamente su
trabajo.
Sonia la miró entre intrigada y molesta. Quién se creía aquella chica para juzgar a Maca
y su trabajo sin conocerla.
Las tres se encaminaron a una de las chabolas, pero Esther no podía dejar de pensar en
lo que le estaba ocurriendo. Laura tenía razón, no debía hacer esos comentarios. No
pretendía ofender a nadie, ni siquiera sabía porqué lo hacía. Pero sentía algo que no
podía explicar. Desde que el viernes viera a Maca, su cabeza era un hervidero de
pensamientos que intentaban explicar la lucha de su corazón, pero no lo lograba y cada
vez estaba más confusa. Sentía una mezcla de vergüenza por como se estaba
comportando, pero algo la impelía a hacerlo, y cuando intentaba analizar qué era, sentía
aún más vergüenza de sí misma, por no ser capaz de disimular su ira, por no ser capaz
de colocar un disfraz de sobriedad a su infelicidad, por no ser capaz de arrancar de raíz
un sufrimiento que le nacía de dentro, de tan adentro que ya ni siquiera sabía si siempre
había estado ahí, había aprendido a ser hipócrita, a manifestarse en un tono conciliador,
a ocultarle a los demás sus sentimientos. Y ahora ¿qué! delante de ella no podía
disimular, durante meses había sido el objeto de su rencor, sin olvido y sin perdón, y
cuando creyó que todo eso había pasado, cuando al ver a Laura en aquél avión, creyó
que estaba preparada, que lo había superado, se encontraba luchando consigo misma de
nuevo. Y lo peor de todo es que tenía que ser sincera y reconocerse que la seguía
queriendo y que la ira y la rabia que sentía no era tanto por lo que sucedió entre ellas,
como por ver que Maca había continuado con su vida, una vida en la que no creía tener
cabida. Simplemente, no lo soportaba.
Estaba decidida, esa misma tarde, cuando volviesen a la Clínica, le diría a Maca que se
buscase otra enfermera.
* * *
Maca miraba nerviosa de un lado a otro esperando la llegada de Isabel. Aurelio
permanecía junto a ella sin ser ajeno a la inquietud de la joven, inquietud que él achacó
a la noticia que le había dado. La miró de reojo, se sentía mal por lo que acababa de
hacerle, sabía lo que eso podía significar y lo sentía, pero él no podía hacer otra cosa.
Parecía que no se había tomado demasiado mal la noticia. La conocía y conocía a su
padre, sabía que si se parecía a él aunque fuese una mínima parte, no pararía hasta
conseguir lo que quería. Sintió lástima por ella, había intentado prevenirla, nadie iba a
ayudarla y él lo sabía. Solo esperaba que Pedro lo entendiese.
Maca percibió que Aurelio la observaba y se sintió molesta, estaba empezando a sentir
aborrecimiento por él, en menudo lío la acababa de meter. Todos confiaban en ella y
estaba claro que ella no podía confiar en nadie, ni siquiera en sus padre que le había
insistido en acudir a aquél amigo suyo que ahora tenía al lado. “No confíes en nadie”, la
frase que le dijera Isabel le vino de pronto a la mente, ¡no había hecho la lista! seguro
que Isabel se la pedía en cuanto la viese, pero ¿cómo podía estar pensando ahora en esa
maldita lista con el problema que se le había venido encima! se censuró así misma, no
era momento de pensar en ella, si no en la clínica y en todos los demás. Tenía que
encontrar una solución como fuera.
Al otro lado de la calle, el joven permanecía pendiente del semáforo, con sus ojos
clavados en ella. Había llegado el momento. Por fin se iba a hacer justicia, se dijo. En
todo ese tiempo solo una vez se sintió triunfante, esbozó una sonrisa pensando en
aquello y en como disfrutó viendo lo mal que lo pasó ella, nadie la creyó, y él sintió una
excitación especial al saber que jamás volvería a andar. Nadie excepto Isabel, que
parecía un perro de presa. Volvió a sonreír, había sabido ser paciente y estaba a punto
de recoger sus frutos. Semáforo verde, se acercaba el momento. Vio como Maca y
Aurelio comenzaron a cruzar la calle. Su cuerpo volvió a tensarse. Sacó la mano del
bolsillo sujetando un móvil, y se la llevó a la oreja. Les dio la espalda y caminó unos
pasos hacia delante, simulando que hablaba, controlando siempre el ángulo de la cámara
de seguridad del banco. Se dio la vuelta y volvió a enfilarlos con los ojos, ya estaban a
mitad de la calle, pronto llegarían a la acera. En esos años había desarrollado una
habilidad especial para calcular los tiempos, a fin de cuentas estaba entrenado para ello.
Un par de recorridos más y la tendría a su alcance. Era una suerte que fuese
acompañada, la jugada le iba a salir redonda, no podía fallar. Media vuelta de nuevo,
cuatro pasos y nuevo giro, ya estaban en la acera. Sintió de nuevo el sudor recorrer su
cuerpo, la respiración se le agitó, se acercaba el momento tan deseado, pero antes un
nuevo giro y cuando volviese a darse la vuelta, los tendría encima. Media vuelta, uno,
dos, tres… ¡dios! No podía tener tan mala suerte, aquél que venía a toda prisa era el
coche de Isabel. Su cabeza volvió a hacer los cálculos. Si, podía darle tiempo. Y si no,
siempre le quedaba una segunda opción. Con el móvil aún en la mano, sacó un papel del
bolsillo y lo puso en su mano derecha. Calculó que ya debía tenerlos a dos metros, sí,
podía notar el perfume de su colonia, el sonido de su silla al rodar, allí estaba… Se giró
con tal rapidez y agilidad que Aurelio no pudo esquivarlo, “perfecto”, pensó el joven
tropezando con el anciano y cayendo con toda su furia sobre Maca.
- Pero… ¡por el amor de dios! – exclamó Aurelio – ¡mire usted por donde va! –
dijo intentando frenar a aquél individuo sin demasiado éxito.
El joven escuchó como frenaban los coches, como se abrían las puertas y como corrían
hacia él, “tarde, subinspectora, muy tarde”, pensó con una sonrisa aún echado sobre
Maca que desprevenida no pudo hacer nada, una mano contra el estómago de la pediatra
y otra por encima del corazón. En décimas de segundo estarían sobre él, ya no podía ni
debía huir. Comenzaba el plan B.
Se maldijo así mismo por tener que recurrir a él, pero era la única solución para salir de
allí sin consecuencias. Tanto tiempo de espera y para qué, ¡había fallado! por culpa del
tirón de aquel maldito viejo, y de sus nervios al ver a Isabel. Su mente trabajó con
rapidez, sabía que ellos llegarían en décimas de segundo y no quería que ella saliese de
allí triunfante, otra vez no. No lo iba a consentir. Se levantó, clavando con fuerza sus
dedos en la clavícula de la pediatra, siendo consciente del daño que había hecho. Pudo
notar como emitía un ligero gemido de dolor, lo poco que le permitía la respiración que
él sabía que había cortado. Maca a pesar de su estado notó como el joven le rozaba la
espalda, cómo subía y bajaba su mano, musitándole una disculpa “lo siento”. Nunca
había tenido una sensación tan acentuada del miedo, salvo en sus sueños, en sus
pesadillas, pero en ellos esa mano la acariciaba de otra forma. Un fogonazo en forma de
recuerdo la dejó helada, esa voz, esa voz… No podía respirar.
El joven, sintió que dos detectives se abalanzaron sobre él y lo echaron contra el suelo,
sonrió para sus adentros, los conocía tan bien, si alguien era capaz de quitárselos de
encima era él. Sabia lo que decirles y cómo decírselo, solo esperaba tener un poco de
suerte y que Isabel no lo reconociera.
- Tranquilos chicos, tranquilos – pidió con calma el joven sin oponer resistencia.
Maca, se dobló por el dolor que sentía. Se ahogaba. Escuchó como alguien se
disculpaba. Escuchó la voz de Isabel, no entendía qué decía, la escuchaba lejana… cada
vez más lejana… ¿se estaba marchando! “no puedo respirar”, “no puedo respirar”, creía
estar diciéndole, pero sus labios no pronunciaban palabra.
Isabel corrió hacia ella. La pediatra tenía los ojos cerrados en un gesto de dolor a punto
de caer de la silla. Aurelio se había levantado y se inclinaba también sobre ella,
intentando enderezarla, sin saber qué hacer.
Los dos detectives miraron hacia Isabel desconcertados ella solo asintió con la cabeza
más preocupada por atender a Maca, que parecía cada vez más congestionada.
* * *
Mientras en el asentamiento chabolista Sonia, Laura y Esther llegaron a su destino.
Sonia les dijo que esperasen fuera mientras ella entró en una de las viviendas. Quería
presentarles a un joven argelino y a su mujer. Laura aprovechó el momento de intimidad
para hablar con Esther.
Isabel ya había empezado la maniobra, sabía que los golpes secos en el estómago o el
hígado podían hacer que se contrajeran los pulmones, en los cursos de la policía les
enseñaban a practicar esos primeros auxilios, se apoyó sobre ella comprimiéndole el
pecho, para posteriormente liberarlo y así hasta tres veces, intentando que el diafragma
volviera a su sitio y los pulmones pudieran expandirse, comprobando que ya podía
respirar con mayor facilidad. Sabía, por su profesión, cuales eran los tres golpes
mortales para reducir a una persona y el dado en la boca del estómago era uno de ellos,
siempre que se diese con la suficiente fuerza. También sabía que no debía intentar que
se recuperase con rapidez porque podía haber alguna lesión. Maca se había dejado
hacer, le costaba trabajo respirar, pero poco a poco iba recuperando el aliento y la
consciencia.
Maca lo observó y palideció, pero no dijo nada. Isabel levantó la cabeza y cruzó la
mirada con la de él. Un grupo de personas se habían arremolinado en torno a ellos.
Isabel dio la orden a sus hombres de que despejasen la zona y circulase la gente.
Él asintió con una sonrisa y se alejó, cuando creyó estar a una distancia prudencial, se
volvió a mirar, Isabel seguía inclinada sobre Maca, a lo lejos se escuchaba sirenas, debía
ser la ambulancia. “Muy mal subinspectora Martínez, muy mal. ¡Un buen poli nunca
olvida una cara!”, pensó soltado una carcajada. No había salido del todo mal, al menos
había conseguido deslizar con habilidad el papel en el bolsillo de su chaqueta. Había
merecido la pena solo por ver la cara de pánico de aquella “puta asesina”, ¡ya tendría
otra ocasión! aunque a partir de ahora debía ser más prudente.
* * *
Cuando la ambulancia llegó, Maca había logrado, gracias a su insistencia, que Isabel y
Aurelio la sentasen en la silla. No soportaba estar allí tumbada en medio de la calle con
todo el mundo mirándola. Le molestaba mucho el hombro y se quejaba de ello. Isabel
permanecía a su lado, vigilante. Aurelio, sospechando que ocurría algo que se le
escapaba, había propuesto entrar en el banco mientras esperaban, pero Maca se había
negado con tal rotundidad y nerviosismo que Isabel temió por ella y consintió en
permanecer allí fuera. No dejaba de pensar en lo sucedido y buscar con la mirada algún
coche sospechoso, recordando que Maca le había dicho que la seguían, pero no era
capaz de ver nada.
Tras examinarla los sanitarios decidieron trasladarla al Hospital para hacerle una
exploración a fondo. Maca se negó argumentando que estaba bien. Insistía en que
necesitaba quedarse en el centro para hacer unas gestiones.
- Maca, por favor – pidió Isabel – es mejor que les hagas caso. Yo me encargo de
tus cosas y voy tras vosotros.
Maca volvió a negarse con tanta vehemencia que solo consiguió que le inyectaran un
tranquilizante. Finalmente, no tuvo más opción que rendirse, volvía a notar dificultad al
respirar y no era tan inconsciente, sabía lo que eso podía significar. En realidad, lo que
peor llevaba era que la trasladaban al Central. La cabeza no dejaba de darle vueltas
pensando en todos los problemas que se le avecinaban si no conseguía ese crédito, pero
por encima de todo, no se le pasaba esa sensación de pánico que experimentó cuando
vio a ese joven caer sobre ella, su voz, su olor, su cara…, tenía la sensación de que todo
le recordaba a algo, pero era incapaz de saber a qué. Se sentía aturdida y algo mareada
¿qué mierda le habían puesto? Tenía que hablar con Isabel, tenía que hacer varias
llamadas, intentó incorporarse pero no la dejaron, notando como la ambulancia iniciaba
la marcha con la sirena puesta, “no hace falta, estoy bien…”, pensó.
- ¿Pedro! soy yo, tengo que hablar contigo. Si, es muy importante. Se trata de tu
hija.
Mientras, Isabel recogió todo con la ayuda de sus hombres y salió disparada tras la
ambulancia, con la sensación de que se le escapaba algo, de que había asistido a un
espectáculo perfectamente montado y en el que ella había sido una actriz invitada e
involuntaria. Debía repasar con cuidado todos los hechos. Cogió el móvil y llamó a
Josema.
Isabel volvió a marcar. Esta vez contactó con la clínica, tenía que conseguir que alguien
acudiese en busca de Maca porque ella tenía que salir para Toledo o se buscaría un gran
problema, si no llegaba a tiempo a esa declaración.
Maca se tumbó de nuevo, ¿en qué estaba pensando? Ah, si, en que se había rendido a
todo, si, debió luchar más por encontrar a Esther, por pedirle perdón, pero ¡no! fue más
fácil rendirse al alcohol, con él se sentía mejor. “Me he rendido ante todo y ante todos,
no puedo fallar ahora, otra vez no, otra vez no”, le daba vueltas la cabeza; “me refugié
en el alcohol, en Ana, en Vero…”, las lágrimas acudieron a sus ojos y los cerró para que
no pudieran ver lo que le ocurría. Recordó aquella conversación con Claudia, ¿hacía
cuanto tiempo ya! Claudia siempre la había ayudado, siempre a su lado…
* * *
Camino del campamento las tres guardaban silencio. Laura iba pensativa, le había
llamado la atención Ismail, pero sobre todo, le había sorprendido el comportamiento de
Esther. Tenía la sensación de que la enfermera estaba permanentemente incómoda y
alerta, como si temiese que algo pudiera ocurrir. Era cierto que moverse en ese ambiente
impresionaba, pero también lo era que todo aparentaba una tranquilidad que nunca
hubiese imaginado y que ir por allí con Sonia era toda una garantía. Todos parecían, no
solo conocer a la joven, si no confiar en ella.
Por su parte Esther no dejaba de pensar en María José, la señora que conocieran a
primera hora de la mañana. Le había impresionado su elegancia y educación, pero sobre
todo tenía una curiosidad desmedida por saber qué tipo de relación había establecido
Maca con ella, le resultaba tan extraña esa idea….
- Sonia – dijo rompiendo el silencio - ¿por qué está María José aquí! me refiero a
la señora…
- Sí – la interrumpió – sé quién es María José. Pues verás… está aquí por amor.
- ¿Por amor? – preguntó abriendo mucho los ojos en señal de sorpresa.
- Si, aunque a veces la gente nunca se plantee que puede acabar en la calle, lo
cierto es que resulta mucho más fácil de lo que parece.
- Da miedo – murmuró Laura.
- Si – afirmó Sonia – hoy estás allí, en las casas, como ellos dicen y mañana,
puedes estar aquí.
- Por amor… - repitió Esther pensativa, jamás se le hubiese ocurrido que alguien
pudiese acabar así por ese motivo, ¿sería ese el punto que le hizo intimar con
Maca?
- Si, pero yo preferiría que ella os contase su historia – dijo – aunque la verdad es
que entera no se la ha contado a nadie. Solo a Maca, ella es la que nos la contó a
nosotros.
- ¿A Maca? – preguntó Laura.
- Si, Maca y ella… digamos que se entendieron bien, pero no me preguntéis
porqué. Maca tampoco habla mucho de ello.
- Si, Fernando nos comentó algo esta mañana – asintió Laura.
- María José vivía en Madrid – continuó Sonia - se lavaba en las fuentes y tendía
su ropa entre dos bancos, cuando el frío era insoportable dormía en algún cajero.
Iba de un lado a otro con una maleta de marca, y sus cuatro pertenencias, hasta
que se cansó de que a diario pasaran a su lado “miles de almas” como ella dice,
“almas que pasan de largo”, que la miran sin verla, no porque no la vean si no
porque no quieren verla. María José tiene sus propias teorías, es una señora con
estudios como ella repite. Dice que es muy fácil pasar la vista por la historia y
“echarse las manos a la cabeza con las atrocidades que se han cometido” y muy
difícil luchar por evitar las que se cometen a diario en la sociedad en la que
vivimos.
- Tiene mucha razón – dijo Laura.
- Si, la tiene. María José, tiene una… una sabiduría especial. Ya lo iréis
comprobando.
- ¿Seremos nosotras las que vayamos a verla todas las mañanas? – preguntó
Esther interesada.
- Si queréis… si – respondió Sonia.
- Si – afirmó Laura – ¿no recuerdas que Fernando ya nos lo ha dicho? - preguntó a
Esther que asintió distraída.
- Lo había olvidado.
- ¡Wilson! – dijo Sonia de pronto saludando a un señor que se acercaba a ellas –
¿de nuevo por aquí?
- Ya terminó el trabajo – se explicó.
- ¿Te has enterado ya de que el campamento empieza a funcionar hoy?
- Si señora – dijo – me verán por allí.
- ¡Eso espero!
Él, sonrió agradecido y clavó sus ojos en aquellas desconocidas, Esther se sintió
incómoda, no podía evitar estar un poco nerviosa, tenía la sensación de que era
observada, de que cada paso que daban estaba siendo seguido por cientos de ojos
ocultos, y empezaba a sentir una angustia cada vez más grande. Miró el reloj y Sonia
también lo hizo, les dijo que era hora de volver, si querían ver todas las instalaciones
antes de comer, porque la comida se servía a las dos.
* * *
- Soy médico y sé que estoy bien, dame el alta Héctor, ¡tengo mucho que hacer!
- Maca, ya está bien, no me seas voluda, espera a que estén los resultados y,
mientras, descansa, que te vendrá bien – dijo observándola – por si no lo sabes
sigues palidísima.
- Eso será del susto que me he llevado – confesó intentando bromear - ¡un susto
de muerte!
Héctor se quedó mirándola, de pronto recordó la advertencia que le hizo Javier el día de
la inauguración, no sabía por qué se le había venido a la cabeza, pero sintió la necesidad
de contárselo.
- Maca – dijo cambiando el tono de broma por uno más serio – tienes que
cuidarte.
- ¿Has visto algo? – preguntó preocupada.
- ¡No! – se corrigió con rapidez – me refiero a que debes tener más cuidado.
Javier cree que te estás metiendo en un terreno muy peligroso.
- ¿Javier? – preguntó retóricamente – y quien coño es Javier para opinar sobre lo
que hago o dejo de hacer. Ya se encargó de echarme de este hospital y de
ponerme todas las trabas posibles para que no pudiera abrir la Clínica – continuó
molesta.
- Ya me dijo Javier que tú no lo entenderías – continuó con suavidad – por eso el
otro día, en la inauguración, no quise hablarte del tema.
- ¿De qué tema? – respondió en un tono que manifestaba ya que su enfado iba en
aumento.
- Javier me dijo que te pusiese sobre aviso – le explicó – que aunque no lo creas,
él solo hizo lo que creía mejor y… y que tengas cuidado.
- Y eso ¿qué era! una amenaza, una advertencia o qué – levantó el tono – porque
viniendo de él me espero cualquier cosa – terminó bajando la voz como si le
costase trabajo hablar.
- No te alteres Maca – le recomendó – tienes razón. Dejemos el tema. A ver,
respira hondo.
- ¿Está Isabel fuera? – preguntó con dificultad, sintiendo de nuevo aquella
opresión.
- Si, lo está. Ha preguntado ya varias veces cuanto te falta – le sonrió – te has
hecho muy amiga de ella, ¿no?
- Héctor, me sigue molestando el hombro – dijo sin responder a su pregunta – y
noto como si no tuviera fuerza en el brazo.
- Las placas no muestran ningún daño – observó – si me dejaras hacerte un a
resonancia, estaríamos más seguros de que no hay fisura en la clavícula.
- Una resonancia tardaría demasiado – respondió recordando las colas que
siempre había.
- Puedo intentar que sean rápidos.
- La verdad es que no me duele tanto – mintió – me gusta quejarme, ya sabes lo
que se dice de los médicos.
- Si – le sonrió – de todas formas no te pongas nerviosa – le sugirió preocupado
recordando el día de su accidente – si en las placas no se ve nada lo normal es
que sea solo el golpe y que se te pase en unos días.
- No estoy nerviosa – respondió imaginando lo que pensaba, empezaba a estar
cansada que siempre la tratasen como si estuviese loca, pero no tenía ganas de
discutir - ¿Puedes decirle a Isabel que pase! necesito hablar con ella. Así,
aprovecho el tiempo mientras esperamos los resultados.
- No, no puedo – le respondió con autoridad - y como no me hagas caso, voy a
tener que llamar al director del hospital a ver si a él si le obedeces – continuó
señalándola con un dedo amenazante, conocedor de lo porco que le gustaría a
Maca ver a Javier.
- ¿Y mi móvil? – preguntó poniendo su mejor cara - ¿me dejarías mi móvil? Solo
una llamada, te lo prometo, es muy urgente.
- Aquí lo único urgente es tu salud. Ni Isabel, ni móvil, ni nada.
- ¡Héctor! – protestó sin mucha fuerza.
- Maca… - dijo él sacando de nuevo el tono amenazante – voy a meter prisa en el
laboratorio. Es lo único que pienso hacer por ti.
Maca suspiró, ya sabía que no podía hablar por el móvil pero no entendía porqué Isabel
no podía pasar a cortinas, eso sí que era una práctica común, salvo que Javier, en uno de
sus alardes de reorganización, lo hubiese prohibido, cosa que no le extrañaría nada. La
verdad es que siempre había sido una pésima paciente. Sería mejor que se tranquilizase
porque estaba claro que Héctor no iba a ceder y, de todas formas, a esas alturas, todos
estarían ya preguntándose dónde se había metido.
* * *
En el campamento las tres jóvenes cruzaron la pequeña puerta que se abría en una de las
hojas del portón y se encontraron con Fernando y Mónica que las estaban esperando.
La cara de ambos le hizo saber a Sonia que algo ocurría.
Sonia y Mónica hicieron de cicerones, les mostraron los barracones dotados de camas
suficientes para unas treinta personas, con varios aseos e incluso una sala de ocio-
comedor. No faltaba un detalle. Seguidamente les mostraron un pequeño edificio
destinado a los aislamientos. Ambas se sorprendieron del parecido que guardaba con los
que ellas habían usado en sus respectivos campamentos. Igualmente, estaba equipado
con todo tipo de aparatos, algunos de ellos Esther no los había visto nunca en directo
aunque si en algunas revistas médicas. Estaba claro que hasta para hacer el mismo
trabajo había diferencias.
- ¿Creéis que será necesario todo esto? – preguntó Laura un poco superada por
tanto “lujo”.
- Ojala no haya que usarlo nunca – dijo Mónica - Pero no sería la primera vez que
se detectan posibles casos de enfermedades infectocontagiosas. Solo que ahora
los riesgos se minimizarán desde el principio.
- La verdad es que está bien pensado – señaló Laura.
- Venid, vamos a ver el pabellón principal, allí está la cocina, la sala de curas, un
recibidor, un pequeño quirófano por si surge alguna urgencia, el almacén.. –
explicaba Mónica.
- ¡Fernando! – gritó Sonia al ver que el médico se dirigía hacia el extremo opuesto
al que se encontraban – estamos aquí.
Esther la miró fijamente, se le vinieron a la cabeza muchos motivos por los que no le
apetecía entrar, pero no dijo nada de ello, si no todo lo contrario.
* * *
Claudia entró en urgencias corriendo, la chica que había en recepción la reconoció y
levantó su mano en señal de saludo. La neuróloga se dirigía hacia ella cuando vio que
Rai salía de la zona de boxer.
Por más vueltas que le daba todo parecía indicar que había sido cuestión de mala suerte.
La narración de Aurelio también lo confirmaba. Pero ella seguía con esa sensación de
que algo no cuadraba y, en todos sus años de experiencia, cuando se sentía así nunca
había fallado. “Vamos a ver, recapitulemos de nuevo”, se dijo. Estaba claro que a Maca
la había seguido alguien desde la Clínica, no dudaba de la palabra de la pediatra porque
después de tanto tiempo estaba más que acostumbrada a comprobar si sus hombres la
acompañaban, pero sus hombres no habían sido, y los de Josema tampoco, ya se había
encargado ella de comprobarlo, entonces… ¿quién siguió a Maca! y ¿para qué! solo
cabían dos opciones, que el que la siguiera decidiera no hacer nada ante el incidente que
se había producido o bien que fuera el mismo chico que cayó sobre ella. Pero ¡no! había
algo que no encajaba. Necesitaba repasar de nuevo todos los hechos, desde el momento
mismo en que ella llegaba con el coche y veía como aquel chico se giraba y chocaba
contra Aurelio, y el caso es que tenía la sensación de irrealidad, de que el chico se había
protegido antes del choque, como si supiese que se iba a producir pero entonces…
* * *
Antes de llegar a la entrada de boxer vieron salir al argentino.
Permaneció allí en la zona de cortinas sin decidir qué hacer, quizás sería mejor que,
antes de ver a Maca, saliese un momento para llamar a Vero, no creía que Héctor
estuviese en lo cierto, pero la verdad es que la pediatra seguía bloqueada y que la causa
de ese bloqueo debía seguir estando ahí, no quería ni imaginar que tuvieran que volver a
pasar por lo mismo. Aunque, si se estaban equivocando, se iba a ganar una buena
bronca de Maca y con razón. Finalmente decidió que lo mejor sería hablar con ella
primero y luego calibrar hasta que punto Héctor no se equivocaba.
* * *
A varias manzanas de allí, en su despacho, el Comisario Principal se levantó de su sillón
con parsimonia y se colocó en el centro de la habitación. Giró sobre sí mismo,
observando con detenimiento aquellas cuatro paredes con una mezcla de melancolía y
desgana. ¿Cuánto tiempo había pasado en aquel despacho en los últimos treinta y cinco
años! prefería no calcularlo, y ahora, si todo iba bien, apenas le quedaban unos cuantos
días para salir de allí y dejar toda aquella basura atrás. Si es que eso era posible, porque
estaba seguro de que con él se irían todos los recuerdos, todos los remordimientos,
todos los errores y lo que era peor, aquella deuda que nunca conseguía saldar.
Miró al corcho repleto de fotografías y recortes de periódico. Miró aquél fichero lleno
de informes, de notas, de reconstrucciones, algunas de ellas, las más antiguas, incluso
hechas a mano. Había intentado dirigir a sus hombres con una mezcla de inflexibilidad
y paternalismo. Recordó cada una de las bajas sufridas en la comisaría, y sintió un
ligero temblor al pensar en Isabel, ¡cómo odiaba la idea de que ella pudiera engrosar esa
lista! pero había cosas que no estaban en su mano.
En los últimos meses se había esforzado por dejar todo en orden, a sabiendas de que era
tarea imposible, ¡dejaba tanto sin hacer! Había propuesto a Josema como su sucesor,
pero también sabía que no lo aceptarían, era un joven con entusiasmo y preparación,
pero no se había molestado en ascender de del grado de Inspector, no le interesaban los
puestos que le alejasen de la calle, y lo cierto es que lo envidiaba. Le gustaría haber
sabido decir no en tantas ocasiones, pero no lo hizo y terminó inmerso en un mundo de
formalismos y normas, donde el protocolo lo era todo y la verdad no importaba. Aunque
quizás ahora, antes de marcharse, pudiese redimirse en su último caso. Estaba cansado
de farsas. Había hecho muchas a lo largo de los años, se había vendido y había
sucumbido a presiones y amenazas, para favorecer como siempre a quienes menos lo
merecían.
En esos años habían sido muchas las ocasiones en las que se había enfrentado a la
maldad humana, al principio le repugnaba, y cuando llegaba a casa era incapaz de
conciliar el sueño, pero poco a poco, la experiencia y el hastío le hizo codearse con ella,
fue entonces cuando sintió que estaba preparado para aquél trabajo. Se vanagloriaba de
saber, con solo mirar a los ojos, cuando alguien le mentía, nunca había fallado en un
interrogatorio. Por eso sabía que Josema le ocultaba algo y que debía averiguar qué era
antes de marcharse de allí. Todos ocultaban cosas, él el primero, pero también podía
sentir orgullo de unas decenas de casos resueltos, casos que otros habían dado por
perdidos. Recordó con una sonrisa cuando siendo un joven Inspector le llamaban “el de
las causas perdidas”, en aquél tiempo se sentía tan identificado con algunos criminales
que muchas veces temió acabar siendo uno de ellos, ya no tenía que temer por eso.
Estaba seguro de serlo, sí, se había convertido en uno de esos monstruos sin escrúpulos,
sin sentimiento alguno de empatía, había ido separándose de todo y de todos, dejó a un
lado el cariño por su familia, por su mujer e hija, incluso por aquellos jóvenes que
dependían de sus órdenes.
Alguien llamó a la puerta y casi sin esperar respuesta Josema apareció tras ella.
Josema lo miró nervioso, había olvidado que la llevaba, y a regañadientes admitió que sí
lo era.
- Si señor, es el expediente que nos han mandado de Sevilla, de la Comisaría
Central – dijo lamentándose por su torpeza.
* * *
En cortinas del Central su hija Isabel, le había explicado a Maca que no podría
incorporarse al campamento hasta el día siguiente y que la dotación policial tampoco lo
haría. Tras aguantar las protestas de la pediatra, le pidió que le contase con todo detalle
lo que había ocurrido. Isabel comprobó que Maca seguía bastante alterada, estaba
empeñada en que aquél chico le resultaba familiar. Le contó a Isabel la aprensión que le
entró cuando se cruzó con él en el paso de peatones. Insistía en que le parecía mucha
coincidencia que luego volviese a “tropezarse” con ella, pero Isabel parecía no darle
demasiada importancia al asunto.
Isabel se marchó y la neuróloga se plantó ante ella mirándola tan fijamente que Maca se
sintió incómoda.
- No me mires así – pidió con cansancio y adivinando las intenciones de su amiga
añadió - y no vayas a echarme una bronca que yo no he tenido la culpa de nada.
- ¿Cómo estás? – le preguntó cariñosamente cambiando de cara, ya tendría tiempo
de hablar con ella.
- Mejor, ¿me ayudas a vestirme?
- Dice Héctor que te molestaba el hombro – comentó mientras cogía las ropas que
Isabel había dejado a los pies de la cama - ¿por qué no quieres que te haga una
resonancia?
- No hace falta, en serio, la radiografía ha salido bien, me molesta el golpe, eso es
todo.
- ¿Y si tuvieses una fisura en la clavícula? - apuntó como posibilidad.
- Claudia… sentía un poco de hormigueo y el brazo como sin fuerza pero ya te he
dicho que no se ve nada en las placas. Ahí las tienes si quieres comprobarlo.
- Maca, sabes lo que significaría si tienes daño en un hombro…
- Claro que lo sé – respondió molesta.
- Si lo tuvieses … - trató de insistir.
- Pero no lo tengo – la interrumpió impacientándose – dame la chaqueta y
vámonos de aquí.
- Espera, y no corras tanto, que Héctor tiene que traer el alta – le dijo ayudando a
Maca con una mano a incorporarse, y con la otra cogiendo la chaqueta,
doblándola por el centro, lo que provocó que cayese un papel al suelo – toma se
ha caído esto – le dijo agachándose a cogerlo.
Maca alargó la mano con el ceño fruncido. ¡Jamás guardaba papeles en los bolsillos de
los trajes! Si había algo que odiaba era que se le quedasen bocones los bolsillos. Lo
abrió y lo leyó “La próxima vez no tendrás tanta suerte, puta”.
* * *
En el campamento acababan de servirles la comida, manteniendo conversaciones
intrascendentes sobre el tiempo tan bueno que hacía para aquella época del año, sobre el
frío que haría en invierno o sobre como hacía cada uno tal o cual plato, intentaban
mantener un ambiente de cordialidad, pero era más que palpable que casi todos estaban
incómodos. Aún no había la suficiente confianza entre todos como para no sentir la
necesidad de romper un silencio que, en el fondo, todos deseaban.
- Y, ¿siempre tenemos que comer aquí? – preguntó de pronto Esther harta de tanto
parloteo.
- Obligatorio no es – dijo Mónica con cierto deje de molestia – tienes dos horas
para comer, si prefieres ir y volver….
- Creímos que sería más cómodo hacerlo aquí – intervino Fernando – pero como
bien dice Mónica, no vamos a obligar a nadie.
- No, si por mi encantada – respondió Esther sintiéndose atacada y no queriendo
parecer desagradecida – pero no sé, tendremos que pagar algo o …
Esther se encogió de hombros, imaginaba que en ese “tenemos” estaba incluida Maca.
No pudo evitar pensar que, como siempre que ella estaba de por medio, el dinero no era
problema. Maca…, si no era por una cosa era por otra, pero en la última hora, su mente
siempre terminaba volviendo a ella.
Mónica colgó con una sonrisa y le devolvió el teléfono a Fernando, haciéndole una seña
de que quería hablar con él, se levantaron y se marcharon al pequeño despacho que
había al fondo. Sonia empezó a recoger la mesa, negándose a recibir ayuda. Esther y
Laura, salieron al exterior, y se sentaron en el escalón de entrada al edificio. Esther
pensó que era el momento ideal para desarrollar su sutiliza e interrogarla sobre Maca, a
fin de cuentas estaba viviendo en su casa.
* * *
Claudia conducía despacio, escuchando las conversaciones de Maca. Primero con Cruz,
después con Fernando y Mónica, luego con un tal Jesús, que por lo que pudo deducir
era el director de un banco, al que había terminado por invitar a comer, con lo cual ella
se quedaba sin invitación y, por último, con Vero, a la que había llamado de mala gana,
molesta por la insistencia de las llamadas que la psiquiatra le había hecho a lo largo de
la mañana. Le dijo que tenía prisa, que estaba bien y que ya hablarían si conseguía sacar
un rato. Claudia sospechaba que a Maca le pasaba algo con ella e intentó sonsacarla.
- No debías tratarla así, después del plantón que le has dado esta mañana – le dijo.
- ¿Plantón! yo no le he dado ningún plantón. ¿A quién se le ocurre presentarse sin
avisar, a primera hora y el primer día? – respondió acusando de inoportuna a la
psiquiatra.
- Hasta hace dos días, te encantaban esas apariciones suyas.
- Hace dos días era hace dos días y hoy es hoy – dijo con mal humor.
- No te enfades – pidió calibrando las diferencias que había hace dos días con hoy
– solo era un comentario.
Maca la miró sorprendida, no era propio de Claudia ser indiscreta, estuvo tentada a
mandarla a paseo y decirle que a ella no le importaba, pero luego pensó que debía
controlar su mal humor y no hacer pagar a los demás por los problemas de los que no
tenían culpa.
- Nada. Unas notas que tomé hace tiempo. Las dejaría olvidadas.
- ¿No será otro anónimo amenazándote? - preguntó preocupada arrepintiéndose
en el mismo momento de haberlo hecho, ¡la había cagado!
Ahora si que Maca, no solo se sorprendió, si no que se alarmó. La miró con los ojos
como platos. Lo de los anónimos jamás se lo había contado a nadie. Solo lo sabían
Isabel y ella. No era posible que Claudia estuviese al tanto del tema. Sintió un
escalofrío. Escuchó la voz de Isabel diciéndole “no confíes en nadie”, “es alguien que te
conoce y que sabe tus costumbres”, “es alguien de tu alrededor”, “posiblemente sea
alguien que conozcas, incluso en quien confíes”, su mente repasó rápidamente las
últimas notas recibidas y siempre había estado previamente con ella. En su rostro la
sorpresa dejó paso al pánico. Tenía que pensar con rapidez, tenía que llamar a Isabel,
tenía que bajarse de ese coche. Se frotó las manos con nerviosismo.
- Si no quieres decirme lo que pone no tienes porqué hacerlo – dijo Claudia con
tranquilidad mirando de reojo lo nerviosa que se había puesto – pero, si era una
nota de esas, deberías decírselo a Isabel.
- ¿Cómo sabes tu eso? – preguntó con un hilo de voz - ¿cómo sabes lo de las
notas?
- No sé, me lo dirías tú ¿no? – mintió.
- No. Yo no te lo he dicho – afirmó con rotundidad clavando sus ojos en ella,
notando como Claudia se incomodaba.
- ¿Qué más da como lo sepa? – dijo defendiéndose – el caso es, que si lo es, debes
tener mucho cuidado.
- ¿De quién? ¿de ti? – preguntó de sopetón.
- ¿Qué dices? – respondió sorprendida – Maca, ¿estás hablando en serio! ¿crees
que yo tengo algo que ver? – preguntó parando el coche en doble fila y
mirándola fijamente insistió - ¿lo crees?
Maca también clavó sus ojos en los de la neuróloga, no sabía qué pensar, no sabía qué
hacer, no sabía qué decir. Le parecía que Claudia esperaba algo, que su mirada era
franca, como siempre que le daba algún consejo, pero estaba tan cansada de que su
mente fuera un torbellino de ideas y sospechas, de que todos le dieran consejos que no
le servían de nada. Se estaba volviendo paranoica.
- No – reconoció por fin bajando la vista ¿cómo iba a ser Claudia? No podía ser
ella, era su amiga – en realidad no lo creo, esto… esto me está desbordando.
- ¡Eh! ¡eh! tranquila – dijo abrazándola al ver que se le quebraba la voz- no
puedes estar así, sospechando de todos.
- ¿Y qué quieres que haga? – preguntó con aire de derrota.
- Confiar, Maca. Confía en las personas que te queremos – le dijo volviendo a
arrancar el coche posando su mano sobre la de la pediatra y apretándosela
ligeramente – confía en mí, Maca.
¡Qué fácil era decir eso! Pero qué difícil era hacerlo, pensó. La voz de Isabel volvió a
resonar en su cabeza “no confíes en nadie”, “en nadie, ¿me oyes?”. El resto del trayecto
lo hicieron en silencio. Claudia se dio cuenta de que Maca la miraba como a una
extraña. No entendía que dudase de ella pero, sí que imaginaba por lo que estaba
pasando. Quizás debería decirle cómo sabía lo de las notas, eso la tranquilizaría. La dejó
en la puerta del banco y se despidió de ella tras asegurarse de que los policías que las
venían siguiendo, la esperaban a la salida del parking y marchaban tras la pediatra. Se
había quedado sin almuerzo, aunque la verdad es que no tenía hambre, decidió volver a
la Clínica.
* * *
Los cinco caminaban entre las chabolas, se detenían delante de ellas o entraban en
alguna informando de las actividades del campamento. Fernando llevaba su maletín y
realizó algunas curas. Estaba claro que, aunque no oficialmente, el trabajo había
empezado mucho antes de aquél día.
Esther caminaba junto a ellos prestando atención a todas las indicaciones de Fernando,
le estaba empezando a caer bien aquél hombre. No se lo imaginaba como adjunto de
Maca, aunque, en realidad lo que no se imaginaba era a Maca como residente de nadie.
Maca, Maca… en la hora escasa que llevaban de recorrido, Sonia la había mencionado
¿cuántas veces! ¿unas diez o doce? Esther empezó a sospechar que la chica estaba
obsesionada con la pediatra, y sintió curiosidad por conocer los detalles de esa relación.
A veces, tenía la sensación de que era admiración lo que sentía Sonia por Maca, pero
otras, creía ver algo más. Aunque quizás estuviese equivocada, y solo fuera fruto de los
celos que le entraban cada vez que la escuchaba mencionar su nombre. No entendía por
qué le pasaba con ella, en concreto, y no con Mónica o Fernando, que también hablaban
de la pediatra a menudo. Sí, estaba celosa, lo reconocía, celosa de todo lo que rodeaba a
Maca, de todos aquellos que habían compartido con ella ilusiones, miedos,
preocupaciones, le gustaría saber todo de su vida, quería conocer a aquella afortunada
que la tenía en su vida, que había conseguido casarse con ella.
No pudo evitar que una imagen de ella abrazada a Maca acudiese a su mente y sonrió
recordando los días felices con la pediatra. ¡Qué mala suerte habían tenido! aquellos
momentos crueles nunca debieron entrar en sus vidas, se preguntó porqué había
personas que a pesar de las penalidades seguían profesándose su amor y otras como
ellas… no habían sido capaces de superarlo. Quizás ahora… No, no tenía ninguna
posibilidad, además, le había prometido a Teresa que no se inmiscuiría en la vida de
Maca y debía cumplir su promesa. Pero la mente era libre, y podía imaginar un día en el
que Maca regresara a ella, en el que ella se habría despojado de la losa que portaba, y
libre de rencor, de deseos de venganza, de dolor, la aceptase de nuevo.
Un estruendo los hizo girarse a todos, tres jóvenes montados en una motocicleta, que
llevaban unos minutos pavoneándose de arriba abajo, acababan de empotrarse en una de
las chabolas. Corrieron hacia allí, prestos a ayudar.
* * *
Claudia había sacado un sandwich de la máquina y una botella de agua, se había sentado
delante de los informes que acababan de llegar esa mañana. Cruz le había dejado en el
despacho los de tres chicos y una chica que tenían una serie de complicaciones, no
estaba claro que fueran problemas neurológicos, pero para eso estaba ella. Se dispuso a
estudiar los casos, con la intención de que cuando se produjeran el viernes los ingresos,
supiera, más o menos, a que atenerse. De pronto la puerta del despacho se abrió y una
Vero alteradísima se plantó ante ella.
- ¿Se puede saber qué es lo que le has dicho a Maca de mi? – le preguntó
enfadada.
- ¿Yo? Nada – respondió sin saber a qué se refería.
- No me vengas con esas, Claudia, ¡coño!
- Pero ¿qué pasa!
- Que ¿qué pasa? – le devolvió la pregunta – Maca no quiere que siga viéndola.
- No entiendo. ¿Quieres decir que no quiere volver a verte?
- No quiere seguir con la terapia – le explicó.
- Vamos a ver - dijo cayendo en la cuenta de la conversación que tuvo con la
pediatra el viernes anterior - que yo solo le hice un simple comentario, sin
ninguna intención.
- Pues la has cagado, Claudia, - le dijo con furia – ¿quién eres tu para ir con
cuentos por ahí? ¡y encima a Maca!
- Perdona, no quería molestarte, fue una tontería – trató de explicarse-
- ¿Molestarme! mira Claudia, mi interés por Maca es estrictamente profesional, y
no, no me molestas, pero ahora ella no confía en mí.
- Pero ¿porqué no? – preguntó sorprendida – ya hablé con Maca del tema,
además, ¿no dices que es solo profesional! ¿qué problema hay entonces?
- Pues porque piensa, gracias a ti, que estoy enamorada de ella.
- Pero porqué, yo solo dije que parecías celosa – confesó - de una amiga también
se pueden sentir celos.
- ¡Venga ya! Sabes muy bien por donde se lo ha tomado Maca.
- Pero… vamos a ver, tranquilízate un momento, si tu no estás enamorada de
ella… – empezó a decir pero los ojos de la psiquiatra le desvelaban lo contrario-
porque, no lo estas ¿verdad, Vero? – preguntó con temor.
- Si lo estoy o no, no es problema de nadie, solo mío. Pero Maca me necesita,
necesita que la ayude y ya no creo que pueda hacerlo.
- No te pongas así – pidió – de hecho…
- ¿Cómo quieres que me ponga? – la interrumpió con genio sin querer escucharla.
Si alguien sabe como está Maca soy yo, y más ahora. Maca sigue bloqueada,
parece que está bien pero no lo está, no lo está – casi gritó y con voz ronca
añadió - Y me temo lo peor.
- Si pretendes asustarme lo estás consiguiendo, ¿qué quieres decir con lo peor? –
le preguntó pero Vero no respondió - ¿quieres que hable con ella?
- No, no hables con ella, que ya has hablado bastante – le recriminó - déjame a mí.
Intentaré arreglarlo.
- Pero ¿qué pasa! ¿te ha llamado! ¿te ha dicho algo? – preguntó desconcertada, la
psiquiatra negó con la cabeza.
- No me coge el teléfono, lleva todo el día dándome largas.
- ¿De verdad que no puedo hacer nada? – preguntó agobiada por lo que podía
haber provocado.
- Sabes mejor que nadie como es Maca y ahora que parecía que hacíamos
progresos… - dijo casi con lágrimas en los ojos – no puedo contarte nada pero...
- Vero, por favor, no te pongas así. Seguro que si hablo con ella y le digo que son
cosas mías…
- Ya conoces a Maca, no la vas a convencer con eso.
- Deja que hable con ella – pidió levantándose y acercándose a la psiquiatra le
apretó el antebrazo en señal de disculpa.
- Vero, no te preocupes, voy a intentar hablar con Maca, pero … - dudó un
instante porque sabía que lo que le iba a decir cuestionaba su profesionalidad y
no quería ofenderla – hay algo que quiero decirte.
- ¿El qué?
- ¿Sabes que soy tu amiga? Y.. que también lo soy de Maca….
- Si, lo sé – dijo asintiendo y por el tono de seriedad y la expresión de la
neuróloga Vero bajó la vista – no hace falta que digas más, Claudia.
- Vero, déjame decírtelo, yo creo que… si las cosas son como creo.
- Si – la interrumpió mucho más suave, en el fondo sabía lo que debía hacer –
creo que Maca tiene razón. Mañana mismo voy a recomendarle un colega mío,
yo no debo seguir tratándola – admitió.
- Haces bien – la animó – si de verdad sientes por ella algo más.
- He sido una egoísta – confesó – me engañaba diciéndome que era por su bien,
por ayudarla y… y en el fondo estaba asustada de no volver a verla.
- Eso no va a pasar. Confía en mí. Maca te necesita, aunque sea como amiga – le
dijo Claudia dándole un consolador abrazo.
- Gracias Claudia – dijo saliendo de su despacho – voy a hablar con ella.
- No está – dijo – lleva todo el día en el centro. Hay problemas con uno de los
créditos.
- No lo sabía – dijo pensativa, mal día había escogido entonces, pensó, mejor lo
intentaría más tarde.
* * *
En su despacho, el Comisario Martínez ojeaba una y otra vez aquél informe. Se frotaba
las manos pensando en la cara de la Doctora Wilson cuando se viese descubierta. Debía
tener mucho cuidado, porque si hasta entonces todo aquello había sido tapado, ¿quién le
decía a él que no siguiesen intentando que no saliera a la luz? Con ese informe mataría
dos pájaros de un tiro, cumpliría su promesa de quitarse de en medio a aquella chica y
resolvería un caso que había quedado en suspenso. Pero antes de encarar a la doctora
quería tener atados todos los cabos. Tenía que asegurarse que no se trataba de otra falsa
pista, pensó. Además, tenía que esperar a tener en sus manos los informes médicos.
El Comisario sonrió. Josema le había dado una información preciosa. Todo iba a
resultar mucho más fácil de lo que esperaba.
Josema se levantó y salió del despacho con la firme intención de conseguir aquel
informe como fuese. Llamaría a Sevilla, allí habían destinado a una amiga suya y quizás
pudiese averiguar algo. Isabel necesitaba aquella información. Y él estaba empezando a
sospechar que Macarena Wilson había estado jugando con todo el mundo. Había hecho
bien al investigarla al margen de Isabel y del Comisario, aunque lo cierto es que parecía
estar limpia, pero tenía que haber algo. La actitud del Comisario así se lo indicaba.
* * *
Maca llegó a la Clínica cansada de tanto imbécil con el que tenía que tratar. Nada de lo
que había intentado le había salido bien. Le había faltado suplicar, pero eso nunca lo
haría. Se quedó parada al inicio de la rampa de acceso pensando en lo que Aurelio le
había recomendado, pero no quería recurrir a su padre, aunque empezaba a pensar que
iba a ser la única opción.
Alberto la vio subir con dificultad la rampa y bajó solícito a ayudarla, Maca se lo
agradeció, estaba cansada y dolorida, pero aún le quedaba un buen rato de trabajo. Entró
esperando ver a Teresa y tomarse un café con ella, pero no estaba en recepción.
Decepcionada se dirigió al ascensor. Cuando llegó al despacho cogió el teléfono
dispuesta a hacer unas llamadas.
- Hola, Cruz.
- ¡Maca! ¿ya estás aquí?
- Acabo de llegar. Cuando quieras puedes pasarte por el despacho.
- Busco a Gimeno y estamos ahí en un momento
- Gracias – respondió.
Marcó de nuevo y esperó, llevaba toda la tarde intentando hablar con Isabel, necesitaba
contarle lo de la nota y, sobre todo, necesitaba conseguir que la creyera cuando le decía
que aquél chico tenía que ser su acosador. Nada, de nuevo daba señal pero Isabel no
respondía.
- Isabel, soy Maca, por favor, llámame cuando puedas – se decidió a dejar el
mensaje en el buzón de voz, con la esperanza de que la detective le contestase
cuanto antes.
Al cabo de un minuto su móvil comenzó a sonar. Lo cogió con rapidez pensando que
sería Isabel, pero no, ¡Vero! no tenía ganas de hablar con ella. Lo dejó dar todas las
llamadas. La psiquiatra volvió a insistir, y Maca optó por apagar el teléfono.
* * *
En el campamento, mientras corrían los cinco hacia la chabola, Fernando les gritó.
- Ya sabéis lo que hay que hacer. Esther, tú conmigo. Mónica, Laura, vosotras
juntas. Sonia, coge la radio y llama a Fermín, que esté preparado por si es
necesario que vengan – organizó con rapidez.
Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad reinante comprobaron que el caos reinaba
en el interior, Esther vio chapas caídas por el suelo, mesas tiradas y un par de ratas
corriendo a buscar un escondrijo, descubrieron bajo las chapas a una anciana y junto a
ella un niño que no dejaba de llorar, la mujer intentaba incorporarse y Fernando la
ayudó.
- Fernando, ven - pidió Esther que se había arrodillado junto al pequeño – creo
que tiene un traumatismo abdominal abierto – dijo taponándole la herida - no
vamos a poder estabilizarlo.
Sonia ya había avisado a Fermín y esperaban que apareciera de un momento a otro con
la ambulancia. Laura y Mónica tenían la situación controlada, desinfectando y vendando
las heridas de los chicos. Fernando les administró unos analgésicos, consciente de que
no conseguiría que fueran al campamento. De pronto dos de las chapas que
conformaban el techo de la chabola cayeron con gran estruendo.
Fernando continuó presionando la herida del niño, varios chabolistas se habían acercado
y recriminaban a los jóvenes con voces y gestos de amenaza. La señora seguía llorando
abrazada a su madre que a pesar del susto, no tenía más que algunos arañazos. Esther
sintió que se le cogía un pellizco de temor en el estómago al verse rodeada cada vez de
más gente. Los demás parecían tomárselo con normalidad pero ella empezaba a
incomodarse.
Esther la miró avergonzada. Las manos le temblaban, e intentó controlar el pánico que
empezaba a sentir, quería salir de allí, necesitaba salir de allí ¡ya! Notó como alguien se
le acercaba por detrás, sus ojos se clavaron en unas zapatillas viejas, agujereadas y unos
pantalones mugrientos, era uno de ellos, no había dejado ni unos centímetros de
distancia, ¿para qué se acercaba tanto! su corazón se aceleró, sus manos terminaron de
poner el último esparadrapo sobre la venda, cuando notó que la sujetaban por el
hombro. No se lo pensó dos veces, saltó como movida por un resorte, un codazo al
hígado de su agresor, que lo dobló por el dolor, con rapidez lo cogió por el brazo metió
sus piernas entre las del chico y lo lanzó con habilidad al suelo. Oyó como la gente la
increpaba y como Sonia y Fernando intentaban tranquilizarlos. “Que coño haces”
escuchó gritarle a Laura al tiempo que ayudaba al chico a levantarse.
La ambulancia llegó por fin y Fernando indicó a Esther y Laura que subiesen con él.
Mónica y Sonia se quedaron allí, dando explicaciones y calmando los ánimos. El
médico miró a Esther con dureza. Llevaban meses intentando ganarse la confianza de
aquellas gentes y en unos segundos todos los logros habían estado a punto de perderse.
Meditó la bronca que quería echarle, pero viendo lo alterada que aún parecía estar
calibró que quizás sería mejor esperar un rato. Tras dejar al chico en la Clínica,
volvieron al campamento. Sonia y Mónica habían vuelto, decidieron permanecer allí lo
que quedaba de tarde, preparándolo todo para la campaña de vacunaciones. Fernando se
metió en su despacho sin decir palabra, debía hacer un informe de las actividades del
día, y pasárselo a Maca. Esther se quedó esperando un rapapolvo que no llegó.
* * *
Cruz y Gimeno llevaban casi una hora en el despacho de Maca. Habían dejado todo
organizado para los nuevos ingresos. Habían revisado los informes médicos de los niños
que ingresarían en las próximas horas y se habían puesto de acuerdo en el protocolo de
actuación en caso de que se detectase alguna enfermedad infectocontagiosa.
La pediatra estaba satisfecha de cómo habían ido las cosas esa mañana. A pesar de los
problemas económicos, lo demás había funcionado como esperaban. Las vacunas
habían llegado sin problemas. Tenían que hablar con Fernando para, en ausencia de
Adela, organizar la campaña de vacunaciones o esperar a que la pediatra se incorporase
y, por último debían decidir quienes del equipo viajarían a África con los chicos en el
regreso. Fernando ya les había puesto en antecedentes del altercado en el asentamiento y
había prometido enviarles un informe detallado por fax. Gimeno había quitado hierro al
asunto pero Maca y Cruz temían que pudiera tener alguna consecuencia inesperada.
Cuando, finalmente, ambos salieron del despacho, Maca se recostó hacia atrás y cerró
un momento los ojos. El ajetreo del fin de semana sumado a la mala noche que había
pasado y al día que llevaba, empezaban a pasarle factura. “Solo necesito descansar diez
minutos”, se dijo, e inmediatamente se pondría a revisar el informe que le había dejado
Gimeno, a falta de que llegas el fax de Fernando, para anexarlo y dar por terminada la
jornada. Al cabo de unos minutos de permanecer recostada sintió un ligero alivio, tuvo
la sensación de que le dolía menos la cabeza y le descansaban los hombros de la tensión
acumulada. Una consoladora modorra la hizo relajarse un poco, se distrajo pensando en
las ganas que tenía de un buen masaje y una cerveza bien fría. Tenía hambre…
- Maca, Maca cariño – le susurraba Teresa dándole golpecitos suaves en el brazo.
- ¿Teresa? – abrió los ojos desorientada - ¿me he dormido?
- Eso parece – dijo con una sonrisa – ¿porqué no te marchas? – le aconsejó con
ternura - no deberías haber vuelto. Sabes que Cruz y Gimeno lo tienen todo
controlado y que no hay mucho qué hacer hasta que no lleguen los niños.
- Teresa, Teresa, siempre hay cosas que hacer – respondió incorporándose – antes
de que estén aquí tenemos que tener todo organizado. ¿Han llegado todos los
pedidos que faltaban?
- Si, ha llegado todo.
- ¡Dios qué tarde es! – exclamó mirando su reloj – y el fax de Fernando ¿ha
llegado?
- Eso venía a traerte – le dijo tendiéndoselo – quería habértelo subido antes, pero
se ha presentado el del oxigeno y he tenido que ir con él. Le dije a Alberto que te
lo subiera.
- ¿Y porqué no lo ha hecho? Me corría prisa.
- Lo ha hecho, pero ha llamado y no respondías – lo justificó – el chico ha bajado
sin atreverse a abrir.
- Ya.
- Me tenías preocupada, tu madre me ha llamado diciendo que tampoco
respondías al teléfono.
- Pues ya me ves – rió y con tono burlón añadió – estoy bien, mamá.
Teresa le devolvió la sonrisa, sin estar muy segura de que eso fuera cierto, pero
conociéndola nunca lo reconocería. Llevaba muchos años a su lado y sabía lo que
significaban aquellas ojeras, de nuevo le costaba trabajo dormir por las noches. Quizás
debería comentarlo con Rosario, aunque la última vez que lo hizo, Maca estuvo más de
una semana sin dirigirle la palabra. Decidió esperar unos días, a fin de cuentas, los
nervios de la inauguración podían ser la causa de su insomnio. Aunque esperaba y
rezaba para que el motivo no tuviese nada que ver con el regreso de Esther, porque por
mucho que intentase disimular, a ella no la engañaba y, estaba segura de que, a Maca, le
había importado más de lo que quería aparentar.
Maca asintió. Teresa tenía razón, pero con suerte aún le quedarían un par de horas de
estar allí. Cogió el informe que le había dado la recepcionista y empezó a ojearlo.
Frunció el ceño. No esperaba tener problemas de ese tipo el primer día y, menos, con
Esther. Miró el reloj, pasaban de las ocho. Se retrasaban. Se sentía muy cansada, había
sido un día duro y encima Vero no paraba de llamarla al móvil, sabía lo que quería, pero
no pensaba ceder. El teléfono sonó y Maca lo cogió.
- ¿Sí?
- Maca,
- ¡Teresa! Pero ¿qué haces aún aquí? – preguntó sorprendida.
- Tienes una llamada de la doctora Solé ¿te la paso? – respondió sin atender a la
pregunta de la pediatra.
- Si, pásamela – dijo resignada, no podía seguir ignorándola todo el día.
- Maca…
- Dime, Vero.
- ¿Qué pasa! ¿por qué no me coges el móvil?
- Tengo mucho lío, Vero – se excusó con algo de mal humor y con ironía
continuó - ¿recuerdas? Hoy es el primer día y…
- Perdona, no quería molestarte – la interrumpió disculpándose ante su tono
impaciente, recordando lo que le había contado Claudia del crédito.
- Quería saber a qué hora paso a recogerte.
- Vero, ya te dije el viernes y te lo he repetido esta mañana, que no quiero seguir
con la terapia – le dijo recalcando la última frase.
- Pero ¿hablabas en serio? – preguntó olvidando su promesa a Claudia.
- Muy en serio.
- ¿Cenamos juntas, entonces?
- No, Vero, hoy no puedo, acabaré tarde.
- Maca ¿te pasa algo conmigo? – preguntó en un tono entre agobiado y
preocupado.
- No me pasa nada. Tengo trabajo.
- Ya… Si no recuerdo mal yo soy la que debería estar enfadada.
- No tengo tiempo de tonterías, Vero – le respondió airada y algo más suave
añadió – tengo que leerme un informe, ha habido problemas con Esther en el
campamento y quiero verlo antes de hablar con ella.
- De acuerdo, pero tendrás que cenar ¿no?
- Si, pero estoy cansada, y Laura está aún en casa. Le dije que cenaría con ella.
- Como quieras – respondió decepcionada y algo molesta.
- No te enfades, Vero, por favor – dijo con cansancio.
- No me enfado – mintió y Maca se dio cuenta – llámame cuando quieras verme.
- Vero…
- A dios, Maca – se despidió - no te molesto más – añadió colgando el teléfono.
- ¡Joder! – exclamó – lo que me faltaba, ¡vaya mierda de día! – murmuró para sí.
Continuó con la lectura del informe, mientras más vueltas le daba más segura estaba de
que se corrió de ligera al darle a Adela quince días para incorporarse, porque su
ausencia iba a suponer un problema tanto en la Clínica como en el campamento, si es
que no lo había supuesto ya. Estaba claro que tenía que hacer algo al respecto. Apoyó
un codo sobre la mesa y se pasó la mano por la frente, pensativa. Quizás ella pudiese
echar una mano en el campamento, pero la desechó con rapidez, en esa silla no le iba a
ser fácil ayudar, ya tuvo que desistir de controlar el desarrollo de las obras. Por segunda
vez en el día recordó con dolor las palabras de Javier: “Lo siento mucho, Maca. Pero no
hay sitio para ti en urgencias”, “No. No me protestes, porque sabes que no puedes entrar
en quirófano. ¡Si no llegas a una camilla!”. “De verdad, que te admiro por tu fuerza de
voluntad. Pero sé realista. ¿Qué crees que pasaría si tienes que dar un masaje cardiaco o
auscultar a un paciente?” “Te lo digo por tu bien. No te engañes, Maca”. Unos golpes en
la puerta la devolvieron a la realidad.
- ¿Si?
- Maca – dijo Claudia asomando la cabeza - ¿puedo hablar contigo un minuto?
- ¿Es muy urgente? – preguntó mirando lo que le quedaba de informe.
- Pues… eso me lo tienes que decir tú.
- A ver, ¿qué pasa?
- Me ha llamado Vero y está…
- Mira Claudia – la interrumpió con genio – no tengo tiempo ahora para eso.
Estoy esperando a Fernando, tenemos que ver qué hacemos con Esther.
- Pero Maca…
- Ya le he dicho que hablaré con ella cuando tenga un rato.
- Vale. Como quieras – le dijo suavemente – tranquila, ¿eh?
- Si, perdona – suspiró – lo siento, ¿vale?
- Vale. ¿Has hablado con Isabel?
- No – dijo con impaciencia.
- Maca… tienes que decirle lo de la nota - la recriminó.
- ¿Qué quieres que haga si no me coge el teléfono? – casi le gritó impaciente y
molesta, sin entender a qué venía ese interés repentino por las notas cuando las
recibía desde hacía años y nunca le había dicho nada, salvo que se hubiese
sentido descubierta e intentaba disimular.
- Bueno, no te enfades, mejor me llego luego y hablamos. ¿Te parece bien?
- Si – respondió volviendo a bajar la cabeza.
- Maca…
- Siii – dijo exasperada.
- Tómatelo con calma ¿de acuerdo? – pidió preocupada.
Maca asintió sin responder y volvió a la lectura. Claudia salió cerrando la puerta, tenía
la sensación de que Maca empezaba a estar desbordada. Debía hablar seriamente con
ella. En el pasillo se encontró con Fernando.
Claudia asintió y se dirigió al ascensor. Fernando llamó a la puerta y entró sin esperar
respuesta.
- Hola, Maca – la saludó. La pediatra levantó la vista del informe y se quitó las
gafas, las usaba poco, pero había días en los que a última hora, con el cansancio,
se le mezclaban las letras. Fernando frunció el ceño – tienes mala cara, ¿por qué
no te vas a casa? Esto puede esperar.
- No, no puede esperar – se negó – mañana tengo el día completo. Además, quiero
que me cuentes lo que ha pasado. Perdona un momento – le dijo viendo que le
sonaba el móvil – Mamá, ahora no puedo hablar…. Mamá… que no, que no
pasa nada…. Mamá… que luego te llamo. Que sí, que te llamo, que no se me
olvida – dijo colgando – disculpa ¿qué me decías?
- Insistía en que deberías irte ya – repitió acercándose a ella y sentándose en el
borde de la mesa y poniéndole una mano en el hombro le dijo – jefa, en serio,
vete a casa, ya hablamos mañana del tema.
- No tengo ganas de ir a casa – confesó sonriendo – me muero por una cerveza
bien grande y bien fría.
- ¿Y quien te impide que te la tomes? – preguntó riendo pensando en Claudia y su
comentario – Macarena, Macarena, ¡no seas tan dura con tus empleados en el
primer día que nos quedamos solos! – bromeó- así es que, no hagas esperar a
Claudia y vete con ella a por esa cerveza. Eso sí, sin alcohol.
- ¿A Claudia? – repitió perpleja ignorando el comentario del alcohol y sin saber a
qué se refería – si yo no… ¡ah! es cierto, me ha dicho que ahora se pasaba, pero
es ella la que quiere hablar conmigo, yo no le he dicho que se espere, qué no soy
tan tirana – explicó interpretando que la neuróloga se había quejado de tener que
esperarse y mirando el reloj – es tarde, cuando terminemos te haré caso y me iré
a casa.
- A casa… - dijo negando con la cabeza – pues yo creo que te van a proponer un
plan.
Maca lo miró sorprendida. ¿Un plan! ¿quién…? ¿no sería Esther…! porque no se le
ocurría nadie más. Fernando se levantó y se sentó en frente de Maca.
Maca colgó y Fernando se quedó mirándola. Iba a insistirle en que se marchase a casa,
la notaba apagada y cansada, pero conociéndola lo mejor era terminar cuanto antes.
Sacó unos papeles y se los tendió.
Laura salió y Esther entró en el despacho. Aparentaba una tranquilidad que no sentía,
aunque Maca notó que estaba ligeramente incómoda. Primero miró a Fernando y luego
a la pediatra. Imaginaba lo que le iban a decir.
- Es tarde, Maca, así es que si no te importa prefiero que dejemos lo que queda
para mañana, mi nieto me espera – le dijo guiñándole un ojo con complicidad
agradeciéndole que se encargara ella de esos temas – y tú deberías irte a
descansar.
Esther se dirigió a la puerta con una sensación desagradable, Maca se había mostrado
con ella tan fría y profesional que había conseguido que olvidara la preocupación que
sintió cuando creyó que le había ocurrido algo. Ambos salieron, pero antes de cerrar la
puerta, Esther volvió a asomar la cabeza, no estaba segura de si sería un buen momento,
es más le parecía que no lo era, pero necesitaba hablar con ella y cuanto antes mejor. No
la entretendría mucho.
La enfermera la miró con sorpresa por la petición ¿qué querría decirle! pero obedeció y
tomó asiento.
- ¿Me vas a decir qué te pasa? - dijo Maca sin rodeos, pensando en lo que
Fernando le había contado, si tenía algún problema quería saberlo.
- No me pasa nada – respondió con aplomo, no esperaba que Maca la interrogase
así, tan directa – simplemente, me vuelvo a África.
- De acuerdo – dijo tras unos segundos de silencio aceptando su respuesta, “no me
cuentes nada si no quieres, pero a mi no me engañas” - ¿has pedido el informe a
tu superior? – preguntó.
- Si no me voy a quedar ¿para qué lo quieres? – respondió tan molesta que Maca
sintió que había dado en el clavo y que estaba entrando en terreno resbaladizo,
recordaba aquellos ojos echando chispas y aquel tono, como si no hubiera
pasado el tiempo.
- Lo necesito… porque… verás… es que no puedes estar sin contrato y… hay
unos requisitos y… se los hemos pedido a todos – intentó justificarse no quería
que Esther pensase que solo lo hacía con ella – por eso… por eso lo necesito.
- No lo voy a pedir – respondió con tranquilidad – es absurdo que lo haga, me
habré ido antes de que llegue nada desde Jinja. Allí las cosas no son como aquí.
Maca cogió sus gafas y se las puso, anotando “Jinja” en un papel, sin decir nada más, a
Esther se le escapó una sonrisilla, “qué mona está con gafas”, pensó, nunca se las había
visto. Sintió de nuevo aquél pinchazo de celos. No quería irse, quería quedarse allí,
trabajar a su lado, decirle que podía contar con ella, que no la había olvidado, que la
necesitaba, que le daba igual que se hubiese casado, que le daba igual todo. Maca
levantó la vista y se quitó de nuevo las gafas, mirándola fijamente, entreabrió los labios,
Esther esperó sus palabras pero no llegaron, solo la miró como solía hacerlo, ¡aquella
mirada! Esther tuvo la sensación de que intentaba leer en ella, que intentaba decirle
algo, como hacían antes, cuando no necesitaban palabras, solo mirarse, pero había
pasado el tiempo y había algo diferente, algo que la separaba de ella y la hacía una
extraña. Le pareció cansada, triste, delante de Fernando no había querido preguntarle,
pero ahora no pudo evitar el impulso.
Maca sonrió agradecida y burlona, le gustaba recuperar esos juegos verbales con la
enfermera. Los había echado de menos. Miró el reloj, era muy tarde y quería hacer unas
llamadas, esperaba que la enfermera se levantase y se marchase, pero no lo hizo.
Maca asintió con una sonrisa distraída, no esperaba esa preocupación por parte de la
enfermera después del tono de la conversación anterior. Estaba empezando a
impacientarse, si quería decirle algo que se lo dijera ya o la dejase sola. Estuvo a punto
de decírselo pero, de pronto, una idea cruzó por su mente. No le apetecía irse a casa, no
tenía cuerpo para machacarse dos horas en el gimnasio como hacía diariamente, tenía
ganas de reírse un rato, de charlar, de desconectar de todo lo que tuviese que ver con la
Clínica y con su vida… y parecía que ella tenía ganas de charla…
La enfermera abrió los ojos de par en par, lo último que se hubiera esperado era aquella
invitación. ¡Sí! ¡claro que le apetecía!
Esther obedeció y le llevó la silla, recordaba lo que había visto hacer a Claudia el primer
día, y bajó el lateral que pegaba al sillón de Maca.
Maca asintió con la cabeza incapaz de articular palabra. Se había quedado paralizada
ante la manifestación de afecto de la enfermera. Había notado acelerarse su corazón.
Había sentido una oleada de calor subirle a la cara y por un instante tuvo la sensación de
que se había arreglado el día.
Esther salió del despacho, cerró la puerta y se apoyó en la pared aún alterada por lo que
se había atrevido a hacer. La cara de sorpresa de la pediatra se lo decía todo. No se lo
esperaba. Esther sonrió, le agradaba la idea de pillarla desprevenida y observar sus
reacciones, “sé que algún día regresarás a mí” murmuró, a su mente acudieron un
torbellino de ideas fruto de las sensaciones que estaba experimentando “desde que te he
vuelto a ver no puedo dejar de pensar en ti”, “lo intento pero no puedo”, se dijo, “y, el
caso es que lo sabía, sabía que este día tenía que llegar”, “el día en el que desapareciera
el rencor y solo deseara volver a tras”, “se que es tarde, que estás lejos de mi y que nos
separa un abismo, pero mientras espero viviré teniendo presentes los recuerdos de tu
amor por mí” “sí, voy a dejar que el tiempo decida por nosotras”, abstraída volvió a
murmurar “voy a recuperar el tiempo perdido, te voy a recuperar y te voy a amar
eternamente”, murmuró de nuevo.
- Me alegra ver que no soy el único loco que hay por aquí – se le echó
materialmente encima Gimeno, pasando su brazo por encima del hombro de la
enfermera que se puso completamente roja – no le hagas mucho caso, perro
ladrador… si en el fondo Maca se parece mucho a mi Greta, impone mucho pero
luego, le menea el rabo a cualquiera que le hace una carantoña – le dijo de un
tirón imaginando que las murmuraciones y la rabia de la enfermera se debían a
la bronca que se había llevado por el incidente. Esther rió la similitud y él se
envalentonó al ver que era bien recibido - ¿te vas ya! porque puedo invitarte a
un relajante paseito con mi Greta…
Esther siguió escuchándolo y bajó con él en el ascensor intentando explicarle que había
quedado con Teresa.
En el interior del despacho, Maca, había permanecido unos segundos como en una nube
desde que Esther saliera, finalmente, levantó el auricular y buscó un número en su
agenda, ¡allí estaba! Casi las nueve de la noche, no eran horas pero, aún así, iba a
intentarlo, necesitaba saber y quizás ese fuera un buen camino.
* * *
- ¿Se puede saber qué haces aquí de nuevo? – preguntó con curiosidad.
- Me he dejado unos papeles que quería revisar esta noche – mintió con descaro,
en realidad había vuelto porque no estaba tranquila de dejar a Maca sola y
menos después de saber que Isabel no había dado señales de vida en toda la
tarde.
- Desde luego que Maca no se podrá quejar, ¡echáis más horas que un reloj!
- ¡Mira la que fue a hablar! ¿Qué haces aquí todavía?
- Espero a Esther.
- ¿Aún está con Maca?
- Si, y va casi media hora – dijo bajando el tono.
- ¿Quieres que te la mande para abajo? – preguntó burlona dirigiéndose al
ascensor.
- No, no hace falta – dijo saliendo de detrás del mostrador para acompañarla hasta
el ascensor y no perder ni un segundo de charla. Estaba harta y aburrida de
esperar. Además empezaba a estar preocupada pensando en que Maca bajase con
Esther y descubriese que había invitado a cenar a la enfermera y a ella no. Sabía
que a Esther le pasaba algo y quería averiguar qué era pero estaba segura que
con Maca delante la enfermera nunca se sinceraría.
En ese momento Gimeno y Esther salieron del otro ascensor. El médico llevaba el brazo
colocado encima de los hombros de la enfermera y ambos parecían muy divertidos. Al
verlas a las dos observarlos con detenimiento retiró el brazo.
- Venía diciéndole aquí a Esther que se prepare una buena dosis de antiácido, si va
a comerse tus callos – sonrió y poniendo aire de despistado, haciendo como que
acababa de caer en la cuenta de que eso sonaba fatal continuó – bueno, tus callos
no, mujer, que no quiero decir que tengas callos, con esos pies, ni que Esther se
los vaya a comer, digo los callos de Manolo… bueno, los de Manolo tampoco,
que pobre Manolo que no se yo si tiene o no tiene callos… lo dicho el antiácido
– recomendó alejándose meditabundo y rezongando con cara de asco.
- Pero ¡habrase visto este hombre! – exclamó Teresa sin saber si molestarse o
echarse a reír.
* * *
Maca salió del despacho y bajó en el ascensor, su cabeza no dejaba de dar vueltas a la
nueva nota, ya no sentía miedo, era algo peor, era pánico a la convicción de que se
trataba de alguien capaz de entrar en su despacho sin despertar sospechas, alguien con
quien ella trataba todos los días, y en ese caso no podía tratarse del chico de esa
mañana, tenía que ser alguien que… se abrió la puerta y allí estaban las tres tan
divertidas que Maca se sintió desplazada, habían bastado unas horas desde su regreso
para que Teresa se olvidase de ella y solo pensase en Esther. Esther… Esther… ¿por
qué la habría besado? Maca salió del ascensor con un gesto de dolor al girar la rueda de
la silla. Al verla Esther tuvo la tentación de ir a ayudarla pero antes de que le diese
tiempo a moverse Claudia se le adelantó.
- Mira qué eses burra Maca – le dijo airada aún con la sonrisa en los labios –
ahora me dirás que no te duele, ¿verdad?
- No me duele – afirmó mintiendo de nuevo – solo me molesta un poco – aclaró
mirándola mohína harta de que estuviese siempre reprendiéndola y, encima,
delante de Esther - ¿qué me he perdido? – preguntó cambiando de cara y de
tema viendo que aún reían.
- Nada, cosas de Gimeno – le explicó Claudia ignorando el gesto que le había
hecho.
Teresa permaneció en silencio y miró a Maca un poco avergonzada e incómoda, la
pediatra se dio cuenta de ello y decidió ser un poco sarcástica.
- Me marcho que por hoy he tenido bastante – dijo mirando fijamente a Teresa y a
Esther - ¡ah! ¡qué disfrutéis de esos callos!
- Nosotras también nos vamos ¿verdad Teresa? – respondió la enfermera ajena a
la situación - ¿te vienes Claudia?
- No, yo subo – dijo la neuróloga, entrando en el ascensor con la esperanza de
bajar antes de que Maca se hubiese marchado, tenía que disimular después de
haberle mentido a Teresa.
Maca se giró a mirarla con el ceño fruncido. Estaba empezando a sospechar seriamente
de ella y la verdad es que no entendía por qué. Claudia siempre había sido su apoyo,
pensó en los primeros meses de invalidez y vio a Claudia a su lado, dándole ánimos,
soportando su mal humor… llevaba todo el día tratándola mal, a ella y a Vero, estaba
siendo injusta y lo sabía pero… no podía evitarlo, necesitaba hablar con Isabel.
Llegaron las tres al aparcamiento y antes de despedirse Teresa se sintió obligada a
invitar a Maca.
* * *
Claudia subió al despacho todo lo rápido que pudo, cogió un expediente cualquiera y
salió disparada con la esperanza de encontrar a Maca aún en el aparcamiento. Sus
esfuerzos se vieron recompensados y la pediatra aún se encontraba allí, a punto de
montar en su coche. Por lo que veía, se había entretenido despidiéndose de Esther y
Teresa. Claudia se acercó a Maca corriendo.
- ¡Maca! – la llamó casi sin resuello. La pediatra se giró y torció el gesto al verla -
¡espera!
- ¿Qué quieres, Claudia? – preguntó con malos modos.
- Maca ¿qué te pasa?
- Estoy cansada.
- No. ¿Qué te pasa, de verdad! ¿qué te pasa a ti! ¿qué pasa en esa cabecita? –
preguntó cariñosamente, demostrándole que la conocía y provocando en la
pediatra que bajara la guardia con ella, como tantas veces en los últimos años.
- ¿Tú has entrado en mi despacho esta tarde?
- Claro, ¿ya no te acuerdas?
- Me refiero a cuando yo no estaba o cuando… me quedé dormida – dijo
intentando adivinar la reacción de la neuróloga.
- ¿Te quedaste dormida? – preguntó con naturalidad.
- Si. Contéstame – la apremió nerviosa - ¿entraste?
- No, ¿por qué?
- ¿Por qué has ido tú al hospital a recogerme? – preguntó Maca sin responder.
- Porque tenía que ir alguien – respondió adivinando parte de las preocupaciones
de su amiga empezando a impacientarse - ¿preferirías que hubiese ido otra
persona? – preguntó maliciosamente – Esther… por ejemplo.
- No digas tonterías.
- La que no deja de decir tonterías desde esta mañana eres tú.
- Claudia yo – estaba tan cansada de todo, tenía tantas ganas de sincerarse con
alguien que no pudo evitarlo – yo estoy confundida, no sé ya en quien confiar,
mi cabeza no para de darle vueltas a lo de esta mañana y… no sé. Isabel no cree
que sea él pero yo…
- ¿Tú que crees?
- Yo ya no sé qué creer – bajó la vista – Estaba esto en el suelo de mi despacho –
dijo tendiéndole un papel, Claudia lo leyó (“vigilo tus sueños”) y abrió
desmesuradamente los ojos.
- Maca…
- Isabel no me coge el teléfono. Quiero darle las notas, saber qué opina.
- ¿Qué opinas tú? – volvió a preguntarle - A parte de creer que sea yo, claro –
bromeó intentando disimular la preocupación que sentía.
- No te rías de mí – dijo con seriedad.
- Perdona, sé que no estas para bromas pero… si no eres fuerte, si no tienes claro
quienes estamos contigo…
- Ya lo sé Claudia… pero… a veces, no es tan fácil.
- Mira. No tenía que decírtelo pero, voy a hacerlo, porque estoy viendo que te vas
a volver loca.
- ¿El qué? – dijo separándose de ella - ¿qué es lo que tienes que decirme?
- Me lo contó Vero. Lo de las notas, me lo contó Vero.
- ¡Vero! Pero… - no daba crédito, ¿Vero! era imposible, si a ella tampoco le había
dicho nada.
- Isabel está preocupada y frustrada por no conseguir pillar al que sea. Cada día le
resulta más difícil protegerte. Sabe que te expones continuamente y que ella no
cuenta con los medios suficientes para evitarlo – contó – pero sabe hacer muy
bien su trabajo, a pesar de las trabas que le ponen.
- No entiendo nada.
- Vero se enteró por alguien de su programa. Y… a parte de decidir que seríamos
tus sombras, fuimos a hablar con Isabel. Por supuesto ya lo sabía. Solo tomó
nota del asunto, como si nada. Eso sí, nos dijo a las dos que estuviésemos alerta
si veíamos rondarte a alguien.
- La prensa lo sabe… - murmuró pensativa - ¿por qué no lo han usado?
- Eso si que yo no puedo contestarlo. Pero creo que Vero tuvo algo que ver y lleva
todo el día intentando hablarte de ello. La llamé para decírselo, para decirle
cómo estabas.
- Me va a estallar la cabeza – dijo masajeándose la sien, ¿por qué Isabel no le
había dicho que Claudia y Vero no eran sospechosas? ¿por qué le dijo que
metiese a todos en la lista! Claudia notó que sus ojeras habían ido aumentando a
lo largo del día.
- ¿Estoy ya libre de sospecha? – preguntó sonriendo – o mi “amiga”, no está aún
segura – dijo recalcando la palabra “amiga” y dándole unas palmaditas en la
espalda originando un sentimiento de vergüenza en Maca que hizo un mohín de
niña enfadada – Anda, vamos, que me debes una invitación… pero en fin, seré
buena y te invitaré yo a una cerveza bien fría, de esas que te gustan a ti, grandes
y con la espumita…
- Calla, calla… - sonrió aceptando esa invitación con un suspiro – Claudia…
- ¿Qué?
- Gracias.
El coche de Teresa pasó junto a ellas, en el interior Esther las observó con envidia. Le
gustaría ser capaz de nuevo de arrancar en Maca esa risa que estaba viendo. Había
perdido la ocasión de cenar con ella, pero a pesar de ello no pudo evitar que se le
escapara una sonrisa de triunfo. Estaba segura de que Maca había buscado la excusa de
enseñarle el coche, para poder verla a solas. Quizás Maca estaba sintiendo lo mismo que
ella… La ruta del miserable, pensó, curioso nombre; así se sentía, siguiendo una ruta,
pero no la del miserable, si no la de los elefantes.
La enfermera asintió, pero no pronunció palabra. Teresa no pudo evitar pensar en todo
lo que decían los silencios de ambas, y pensó con temor en cómo habían cambiado las
dos, temor a que siguieran ancladas en el recuerdo de lo que fueron y no llegarán a ver
que la vida ya no era la misma, que ninguna de las dos eran las mismas. Y se propuso
evitar que volvieran a hacerse daño.
* * *
Isabel llegó a casa como en los últimos meses, completamente agotada. Pero esta vez
estaba además muy enfadada, la habían hecho ir a Toledo para nada. Cuando Josema la
llamó para decirle que se volviese no daba crédito. Encima se había quedado sin batería
en el móvil. Entró en el salón y, allí estaba él, dormido en el sofá, esperándola. Esa era
una de las pocas cosas que merecían la pena. Se acercó suavemente y lo besó en los
labios, el joven abrió los ojos, somnoliento, y sonrió.
Isabel miró el reloj, aún era hora de llamarla. Lo hizo pero tenía el móvil desconectado.
Lo intentó en su casa pero Evelyn le dijo que aún no había vuelto. Isabel comprobó que
tenía varias llamadas perdidas de Maca y Claudia. Se preocupó, y volvió a llamar a
Evelyn, quería que le informase de la vuelta de la pediatra necesitaba hablar con ella.
- Mañana hablaré con ella – le dijo a Josema cansada tras intentarlo por última vez
- Le diré que vaya al campamento.
- Haces bien. Y no te confíes. Tu padre parece muy seguro de tener algo y yo, no
lo he visto fallar nunca.
- Tranquilo te haré caso – dijo pensativa recostándose sobre él.
* * *
Maca llegó a casa después de las doce. Evelyn salió a su encuentro y le comunicó los
deseos de Isabel. Consideró que era demasiado tarde para llamarla y decidió verla al día
siguiente en el campamento. Tenía tiempo de sobra de ir allí y volver a la clínica antes
de que se produjeran los primeros ingresos. Laura aún no había regresado y se ofreció a
esperarla, indicándole a Evelyn que se fuera a dormir. La detective se negó y,
finalmente, Maca cedió marchándose a la cama. Estaba realmente cansada. Se tumbó
con una sonrisa. Claudia la había hecho reír de verdad. Ahora le parecía mentira haber
dudado de ella, y es que había veces que se sentía tan presionada por todo que la pagaba
con quien menos debía.
De pronto a su mete acudió el beso que le había dado Esther y las sensación que le
produjo y sintió cierto temor, temor de que la enfermera pretendiese de ella algo que no
podía darle. Aunque quizás Esther solo sintiese el deseo de poder hablar con
normalidad, de recordar como dos viejas amigas lo buenos momentos, sabía que todo
era muy diferente, pero a ratos tenía la sensación de que podía volver a enamorarse de
ella, pero no podía, no iba a permitírselo, no caería de nuevo en el mismo error.
Además, estaba Ana, Ana… cerró los ojos esperando un sueño que dudaba que llegara,
pensando en ella.
* * *
Esther llegó a casa de su madre contenta, al día siguiente, tenía pensado mudarse a su
apartamento. Encarna la estaba esperando y la enfermera se imaginó que quería
interrogarla sobre la cena. Pero Encarna parecía triste y Esther se enterneció.
- Vaya ¡qué solicitada estás! – le dijo Laura bromeando, al ver que la pediatra no
sabía dónde dirigirse.
- ¿Qué quieres tomar? – le preguntó sonriendo.
- Deja que ya voy yo, tú a escoger mesa.
- ¡Problemas de ser Jefa! – rió bromeando también. Saludó con la mano a Cruz y
Claudia y les hizo una indicación de que ahora hablaba con ellas – buenos días –
dijo colocándose al lado de la recepcionista y viendo sus caras y la manzanilla
de Esther añadió – ya veo que para unas mejor que para otras ¿qué tal esos
callos?
- Una noche de perros, ¡de perros! – respondió la enfermera – estaban exquisitos
pero…
- ¡Qué exagerada que eres hija! tampoco es para tanto.
- Tú que estás acostumbrada Teresa, pero yo hace años que no comía algo tan…
contundente – se justificó – no he pegado ojo en toda la noche.
- ¿Puedo? – preguntó Claudia sentándose con ellas, Cruz había subido a su
despacho.
- Claro, siéntate – la invitó Maca – Esther que no ha pegado ojo en toda la noche
por los callos de Teresa.
- Dejadme hueco – dijo a su vez Laura llegando con los cafés - ¿qué tal la cena? –
preguntó dirigiéndose a Teresa y Esther que empezaron a contarle.
- Maca – llamó su atención Claudia haciendo un aparte – tenemos que ver lo de
los chicos que ingresan hoy y Cruz quiere que le subas al despacho el fax que te
quedaste ayer.
- Es cierto, se me pasó – confesó – pero tendrá que esperar porque ahora voy al
campamento.
- ¿Si? – intervino Esther ilusionada que estaba pendiente más de la conversación
de ellas que de la que mantenía con Laura. Sus ojos cobraron brillo, no esperaba
trabajar junto a ella.
- Si, tengo que ver a Isabel, - explicó - pero estaré poco rato – se dirigió a Claudia
– quiero estar aquí antes de las diez, porque luego voy al centro.
Fernando y Mónica llegaron hasta ellas. El médico estaba nervioso porque ya llegaba
tarde a su reunión con Isabel.
- Tranquilo - le dijo Mónica – nos vamos en un minuto. Maca tenemos que vernos
para que te firme lo que me dijiste ayer.
- Si, tranquila que voy ahora al campamento.
- ¿Vienes con nosotros?
- Si - dijo pero al ver la cara de angustia de Fernando añadió - pero adelantaos
vosotros que primero tengo que ver a Cruz.
- Voy a cambiarme – se levantó Esther con rapidez seguida de Laura.
- Esperad – pidió Maca – Laura deberías quedarte aquí. Quiero que estés presente
en los ingresos, eres la coordinadora y de aquí en adelante te encargaras tú de
organizar todos los viajes.
- Por mí perfecto – dijo mirando a Fernando.
- ¿Nos vamos entonces? – preguntó el médico mirando a Mónica y Esther. Ambas
asintieron.
- Espera Fernando - pidió de nuevo Maca – Esther se viene conmigo en el coche –
dijo ante la sorpresa de la enfermera – tengo que… comentarle unas cosillas de
su contrato – la sorpresa de Esther fue en aumento “¿contrato? Pero si habían
quedado en..” – si no te importa – le dijo Maca a ella.
- Yo lo que me digáis – aceptó con una sonrisa, no se esperaba aquello.
- Bueno pues… de nuevo solos – sonrió Fernando a Mónica – Nos vemos allí,
Maca.
- Si, si, hasta ahora – respondió viéndolos alejarse.
- Yo voy a cambiarme – intervino Laura rompiendo el silencio que se había
creado tras la marcha de los dos.
- Voy contigo – dijo Esther.
Una vez solas Teresa y Maca miraron a Maca con reprobación cada una por motivos
diferentes.
- Lo intenté, pero estoy nerviosa, no puedo evitarlo, y no soy capaz de pegar ojo.
Ya me gustaría verte a ti en mi situación, a ver lo que dormías – le dijo
ligeramente molesta.
- Deberías hablar con Vero.
- Hago todo lo que me dijo contra el insomnio, pero no sirve de nada.
- Digo para que te mande algo.
- Claudia tiene razón.
- Ya veremos – dijo Maca cansada y decidida a cambiar de tema se dirigió a la
recepcionista – Teresa, necesito que me hagas una reserva en este hotel – le
pidió tendiéndole un papel - y que me busques un vuelo para esta noche.
- ¿Para esta noche? Pero…
- Tú inténtalo - dijo y mirando a Claudia que se levantaba añadió – algo bueno
tiene no dormir, creo que he solucionado nuestros problemas con el crédito.
- Ahí te quedas – le respondió la neuróloga sin hacer más comentario - Búscame
cuando vuelvas del campamento que veamos eso.
- Vale. Claudia… no te enfades.
La miró y meneó la cabeza haciéndole un gesto con los ojos, no se enfadaba, pero no
podía evitar preocuparse.
- ¿Qué te traes con Esther? – le preguntó Teresa sin tapujos una vez solas.
- ¿Con Esther! nada ¿qué voy a traerme! es necesario que conozca los detalles de
su contrato.
- Claro, y yo me chupo el dedo – saltó irónica – Maca, por favor, a mi no me
engañas. Esther ya me ha contado que se va en quince días, que te lo ha dicho y
que no le vas a hacer contrato como a los demás.
- Primero, no creo que se vaya en quince días, me dijo que se quedaría hasta que
le encontrase sustituta – sonrió con cierta malicia – y, segundo, tengo que
hacerle un contrato, quiera ella o no quiera, aunque sea para quince días,
¿imaginas lo que pasaría si le ocurriese cualquier cosa allí? – preguntó
retóricamente – ya me imagino los titulares si se entera la prensa.
- ¿Qué le va a pasar?
- Aunque sea que una torcedura de tobillo – explicó – que esté dada de alta no es
suficiente.
- Maca…, Esther se va a ir, te guste o no, y no debes hacer nada por evitarlo – le
dijo adivinando sus intenciones. La pediatra la miró con el ceño fruncido. No le
gustaba que Teresa pretendiese siempre adivinar sus pensamientos.
- Si tardo en buscar a alguien es por falta de tiempo, no por lo que tu imaginas – le
respondió enfadada – además creo que se precipita, y creo que le gusta este
trabajo.
- ¿El trabajo? – volvió a usar ese tonillo irónico que exasperaba a Maca – ¿Crees
que Esther está aquí por el trabajo? Esther no te ha olvidado, y no estoy segura
de que tu lo hayas hecho – le dijo con sinceridad y preocupación.
- Teresa, ¡por favor! a veces consigues ofenderme – respondió airada – mientras
Ana esté en mi vida jamás intentaré nada con nadie.
- Bueno, bueno no te alteres, yo solo digo que tengas cuidado, creo que ella no lo
tiene tan claro.
- ¿Te ha dicho algo? – le preguntó con demasiado interés para el gusto de la
recepcionista.
- A mi nada – respondió – pero… Maca… hay algo en ella que… no sé. No sé si
tu lo has notado pero…
- Pero ¿qué?
- Tengo la sensación de que no ha vuelto por lo que dice, creo que le pasa algo.
He intentado que me lo cuente pero no lo he conseguido.
- Pero tu ¿qué crees que...? – empezó a preguntar con una mezcla de curiosidad y
preocupación.
- A veces creo que quiere arreglar las cosas que dejó pendientes – la interrumpió
conocedora de lo que iba a preguntarle - parece que intenta despedirse, como si
nunca fuera a volver.
- Si hace como la última vez y tarda cinco años, no me extraña nada – comentó
con aire despectivo y cierto resentimiento.
- Hija, hablas como si te diera igual.
- Es que me da igual, Teresa - sentenció - ya os lo dije a Cruz y a ti, aunque veo
que no me crees.
- Le dije que no iba a dejarla que te hiciera daño – confesó – y a ti te digo lo
mismo.
Maca se quedó mirándola fijamente, Teresa comprobó que su mirada se oscurecía, hasta
tal punto que temió una respuesta airada de la pediatra, sin embargo cuando habló lo
hizo con tal abatimiento que la recepcionista se arrepintió de lo que le había contado.
- Yo ya le hice todo el daño que pude. Por eso me dejó – confesó bajando la vista
para que no le leyera lo que pasaba por su mente – y… tranquila… que no voy a
dejar que se repita.
- Yo sé lo que ví el viernes, Maca. Y me da igual lo que me digas. Ví tu cara.
- Teresa – suspiró cansada – creo que te confundes. Yo también vi tu cara. ¿Acaso
no te sorprendiste tú? – le dijo - Es cierto que me impresionó su vuelta. Y,
también lo es que no puedo evitar que los recuerdos vuelvan a mi mente, incluso
es cierto que me gusta charlar con ella, siempre me gustó. Pero, te lo pido por
favor, no te montes películas. Las dos somos mayorcitas y sabemos donde
estamos.
- Maca, ten cuidado y no juegues con ella. Creo que no está en un buen momento
– le aconsejó.
Maca volvió a mirarla con atención. Le dolía que Teresa pensase así de ella pero se lo
tenía merecido. La recepcionista descubrió la preocupación en sus ojos, y se despertaron
sus señales de alerta. Conocía muy bien a la pediatra y sabía que esa falta de sueño se
debía a algo más que los problemas con la clínica.
Maca giró su silla y salió de allí a toda prisa. Nerviosa por la conversación mantenida y
pensativa. Tras las palabras de Teresa, se arrepentía de haberle pedido a Esther que
fuese en su coche, no porque no lo desease, si no porque temía lo que pudiera decirle.
Nunca lo reconocería públicamente, pero la vuelta de Esther le estaba trayendo más de
un quebradero de cabeza.
* * *
Esther salió del vestuario con la ropa de trabajo. Miró a un lado y otro por si a Maca se
le había ocurrido ir a esperarla, pero no estaba. Fue a la cafetería que estaba
prácticamente vacía y ni rastro de ella. Miró el reloj, temerosa de haber tardado
demasiado, conocedora de que había charlado con Laura unos minutos antes de
cambiarse, y que la pediatra se hubiese marchado sin esperarla, pero solo había
transcurrido algo más de un cuarto de hora. Fue a recepción, si Teresa estaba allí quizás
le dijese dónde estaba Maca.
“Será ahora”, pensó la enfermera pero guardó silencio. Maca la miró y le dio la
sensación de que estaba incómoda.
Esther la observó. Tenía la sensación de que Maca estaba empeñada en que se quedase a
trabajar en la Clínica y eso era imposible. Llegaron al coche, Esther se quedó
sorprendida de lo que veía.
- Debe ser duro vivir aquí y que tu mujer viva en otro sitio – preguntó de pronto
dejando a Maca completamente descolocada. Tras unos segundos que a Esther
se le hicieron interminables, pensando que había metido la pata, Maca
respondió.
- Siempre es duro vivir separada de la persona a la que quieres – “Si supieras lo
que he pasado intentando olvidarte”, pensó Maca.
- Si – dijo Esther finalmente pensando en esos cinco años, en sus esfuerzos por
olvidarla, por no saber de ella, por rehacer su vida.
- No te pongas triste – respondió Maca interpretando que añoraba a Margarette –
quince días pasan volando y pronto estarás otra vez allí.
- ¿Sabes una cosa? – le preguntó con dulzura – me alegra que podamos hablar así
tu y yo.
Maca asintió con cierto aire nostálgico. No sabía si hacerlo, pero finalmente se decidió.
- Esther, ¿puedo hacerte una pregunta personal? – dijo con cierto reparo. La
enfermera se encogió de hombros haciendo una graciosa mueca. “Dispara”,
pensó - ¿Tú… estás bien! quiero decir que…, ¿no has vuelto porque estés
enferma ni nada de eso?
- No, ¡claro qué no! – sonrió contenta del interés de Maca - ¿de dónde has sacado
esa idea! solo necesito descansar un tiempo – le contó aún con la sonrisa en los
labios. “Mato a Teresa, menudo ridículo me ha hecho hacer, si la culpa es mía
por escucharla”, pensó casi sin escuchar el resto de la explicación – han sido
cinco años muy duros, sobre todo al principio, y de mucho trabajo…
- Ya imagino…
- No lo creo, no creo que nadie que esté aquí pueda ni imaginar lo que es aquello
– su mirada se endureció al mismo tiempo que su voz – aquí no sabéis ni la
mitad.
Maca no supo que responder, solo hizo un ligero gesto de asentimiento y esperó que
Esther le contara algo más, pero la enfermera miró al frente y calló durante unos
minutos.
Esther permaneció callada unos minutos, pensando en lo imbécil que era, tenía que
ponerse nerviosa justo en el peor momento. La pediatra se mantenía atenta a la
conducción y tampoco hacía ningún comentario. “¡Seguro! ha pensado que me ofrecí
por compromiso, por quedar bien y aparentar naturalidad”, cruzó por su mente la idea,
haciéndola sentir aún más estúpida. Tenía el presentimiento de que la distancia entre
ellas sería siempre abismal, que ese amor que sentía por ella, el amor que intentó ahogar
poniendo tierra de por medio, marchándose a miles de kilómetros, había crecido en su
interior a pesar de todos sus esfuerzos y que, a pesar de que ese amor era su tormento,
también empezaba a estar convencida de que era lo único que podía devolverla a la
vida, lo único que podía despertar su interior de la muerte que la embargaba.
Maca se quedó callada, estaba dispuesta a preguntarle si alguna vez pensó en volver por
ella, si alguna vez en esos cinco años se había acordado de ella, si sentía la necesidad de
repasar cada uno de los buenos momentos que vivieron juntas, si pensaba en ellas como
la pareja que fueron, pero se percató del quite que le hizo la enfermera y optó por no
forzar la situación. No iba a obligarla a decir nada que no quisiese, en el fondo ella
tampoco quería reconocerle ni contarle nada de aquél tiempo en el que se volvió loca,
en el que renunció a todo para llorar su ausencia. No quería reconocerle que hubo un
tiempo en que creció amándola, en el que creyó que la amaría lo que le restara de vida,
aunque no la tuviera, aunque ella la despreciara, pero luego sufrió el lado más cruel del
amor, y aún así, no flaqueó, y sintió que la esperaría toda la vida. Había guardado
mucho tiempo esos sentimientos en el fondo de su corazón, tan en el fondo, que ahora
que la tenía allí, junto a su lado, sentía que ya no podía llegar hasta ellos, que no podía
hacerlos surgir de nuevo, que en el correr de los años ese amor se había ido perdiendo,
que lo había ido viendo cada vez más lejos, que cada día de ausencia había sentido que
perdía parte de su corazón, para acabar dándose cuenta que el amor que un día existió
entre ambas, había sido algo maravilloso, algo irrepetible y algo que merecía guardar
para siempre. Se juró que nunca amaría a nadie como la amó a ella, que la pureza de
aquél amor solo era posible con una persona y que esa persona jamás regresaría. Pero
ahora estaba ahí, junto a ella y se preguntaba si Esther habría guardado ese amor en el
fondo de su corazón, como ella hizo aquél lejano día, en el que decidió seguir adelante
con su vida.
- ¡Niña! – exclamó abriendo sus brazos e intentando correr hacia ella – no, no
¡quédate ahí que te vas a hacer daño! – le indicó para que Maca no intentase
subir el pequeño escalón de acceso a la vivienda y que evitaba que se filtrase, los
días de lluvia, más agua al interior de la que ya lo hacía por las innumerables
goteras del techo - ¡niña! ¡qué alegría! – volvió a decir emocionada.
En los pocos minutos que llevaban allí Esther había escuchado de boca de María José
muchas más palabras que en la media hora larga que había estado con ella el día
anterior. No se sorprendió al ver a Maca también abrazarse emocionada a la anciana, y
su deseo de conocer más sobre ella y sobre la relación que habían establecido, aumentó.
La enfermera la miró con cierto enfado pero se retiró y la dejó hacer. Desde que se
había encontrado con ella la socióloga se comportaba de una forma diferente a la del día
anterior, había perdido la tranquilidad y aplomo que las sorprendieran a Laura y ella y
se movía nerviosa entorno a Maca, que parecía no darse cuenta de la situación.
- Gracias, Sonia – dijo Maca tirando de ella de la mano para que se agachase y
poder besarla en la mejilla – me alegro de verte – la saludó, hasta entonces solo
había tenido ojos para María José.
Sonia sonrió agradecida por aquél momento de atención y se quedó mirándola sin decir
nada. Esther no pudo evitar sentir celos de aquella joven que parecía embelesada por
Maca.
Ambas aguardaron en la entrada sin dirigirse la palabra. Fue Esther la que, al cabo de
unos minutos, se decidió a preguntar.
- ¿Sabes Sonia? – empezó molesta – creo que os equivocáis en tratar a Maca así.
- En tratarla ¿cómo! ¿qué quieres decir? – respondió también con un ligero
enfado.
- Que la protegéis demasiado. Lo que Maca necesita es…
- ¿Tú quién crees que eres para decir lo que Maca necesita? – la cortó tajante -
¿quién crees que eres para cuestionarla a ella o a cualquiera de nosotros? –
repitió alterada.
Maca salió en ese mismo momento y Esther que ya tenía la respuesta en la punta de la
lengua guardó silencio. La pediatra las observó con cierto aire interrogador notando que
allí pasaba algo pero ninguna de las dos hizo intención de darse por aludida.
“Lo que faltaba”, pensó, “¿qué hace Maca?”, ¿eran imaginaciones suyas, o la pediatra
estaba tonteando con aquella chica! ¡si por lo menos era diez años menor que ella!
además, Maca estaba casada, cómo se atrevía a... no sabía como calificarlo, porque
tampoco es que hubiese hecho o dicho nada fuera de lo normal, pero no podía evitar esa
sensación de que entre ellas había algo más que una relación laboral, como ya le pasara
el viernes con la tal Verónica.
Esther volvió a esperar que Maca contase algo más pero estaba claro que no entraba en
sus cálculos desvelar los secretos de la anciana.
Maca soltó una carcajada, parecían dos niñas perores que la propia María.
Sonia la miró con devoción, admirada de que, con todo lo que tenía encima, se acordase
siempre de cada detalle y cada charla con cada una de aquellas gentes. Simplemente, le
parecía precioso que se acordase de ellos de esa forma. Esther, sin embargo, torció el
gesto con reprobación, una vez que las tres estaban dentro y abajo del coche la
enfermera no pudo evitar dar su opinión.
- ¿A ti te parece bien jugar así con una niña? Mira donde vive, mira la mierda que
le rodea ¿crees que alguna vez saldrá de aquí con un cazamariposas? – dijo
incapaz de contener la rabia que sentía.
Maca la miró extrañada por aquella impetuosa reacción, empezaba a entender a qué se
refería Fernando cuando habló con ella la tarde anterior, Esther se dio cuenta en el
mismo momento de que se había excedido, esperó que Maca le respondiese pero la
pediatra no lo hizo, se giró y cerró el coche sin darle mayor importancia. Sin embargo,
Sonia tras cerciorarse de que Maca no la ponía en su sitio, no pudo contenerse por más
tiempo.
- ¿Tienes que estar siempre diciéndole a los demás lo que deben o no hacer? –
saltó molesta con un ramalazo protector hacia Maca, no pensaba tolerar que la
juzgase de aquél modo – te has creído que…
- ¡Sonia! – intervino Maca con rapidez - ¡déjalo! – le pidió interrumpiéndola, se
había dado cuenta de la animadversión entre ambas y no estaba dispuesta a
permitirlo – mira allí tienes a Fernando – señaló con la mano indicándole que se
marchase y la dejara a solas con Esther.
Cuando estaba lo suficientemente lejos como para no escucharlas, Maca giró su silla
hacia la enfermera.
- Esther – empezó – quiero que sepas que no es mi intención ni jugar ni reírme de
nadie – le dijo completamente seria – quiero a esa niña y si por mi fuera ya no
estaría aquí – confesó con un halo de tristeza que sorprendió a la enfermera –
pero no se pueden hacer así las cosas – hizo una pausa - Te agradecería que no
vuelvas a hablarme en ese tono y menos delante de mis empleados – volvió a
detenerse unos segundos calibrando la reacción de ella y continuó – Quizás
tengas razón y María nunca sea capaz de salir del ambiente en el que le ha
tocado nacer y crecer, pero… por experiencia te digo que con ilusión y con
esperanza, se pueden lograr muchas cosas. Quizás no tus sueños, sobre todo los
que no dependen de ti – suspiró pensativa – pero como nunca lo logrará es si no
cree que puede hacerlo.
- Maca… - dijo casi con lágrimas en los ojos por lo que entendía como una
reprimenda – yo… lo siento – susurró.
- No pasa nada – le dijo con tranquilidad, quizás tenía razón Teresa y a Esther le
ocurría algo – y… no hace falta que te pongas así, pero deberías relajarte un
poco – le aconsejó – antes me has echado en cara que siempre estoy a la
defensiva, no lo estés tu tampoco.
Esther movió la cabeza en gesto afirmativo aceptando sus palabras con una ligera
actitud avergonzada.
Sonia se mantuvo allí plantada con gesto contrariado. Esther la miró de reojo, empezaba
a sospechar que entre ella y Maca o había algo o, más bien, por la actitud de Maca, lo
había habido y que la joven no lo tenía superado.
* * *
Maca se dirigió a los barracones y subió con dificultad por la empinada y estrecha
rampa, maldiciendo al contratista con el que había discutido en varias ocasiones por ese
motivo, estaba claro que al final había hecho lo que le dio la gana sin atenerse al
proyecto de obra. Entró en el pequeño cuarto que Isabel había acondicionado como
despacho y base de operaciones para sus hombres. Maca llamó con los nudillos y
permaneció en el umbral de la puerta esperando que Isabel le diera permiso para entrar.
Encontró a la subinspectora ligeramente alterada tras la discusión telefónica que había
mantenido.
- Buenos días – dijo Maca con una tímida sonrisa - ¿ocurre algo? – preguntó al
ver la cara de pocos amigos de la subinspectora.
- Buenos días – respondió seria – nada, no te preocupes. Maca, quería verte
porque necesito que me respondas a unas preguntas.
- De acuerdo – la miró sorprendida - Isabel, yo también necesito hablar contigo.
- Bien, tú primero.
Maca se sintió incómoda ante aquella mirada penetrante. ¿Qué le ocurría a Isabel con
ella! quizás solo tenía un mal día, recordó sus dificultades para localizarla la tarde
anterior y su viaje a Toledo, seguro que había tenido problemas con sus superiores y
quizás ella fuese la razón.
- ¿Me vas a decir qué pasa? – la instó Isabel al ver que la pediatra no arrancaba.
- Verás, anoche, estuve cenando con Claudia y… - hizo una pausa pensando cómo
decirle aquello – y… me contó todo.
- ¿Todo? ¿a qué te refieres con todo?
- Que ella y Vero están al tanto de las amenazas, que hablaste con ellas, los
problemas que te crea la protección que me has puesto…, no sabía que no te
habían autorizado… y… no quiero que te metas en líos por mi culpa. Isabel
quiero que Evelyn se vaya de casa y que dejes de asignarme escolta – terminó
pensando en las palabras de Esther, la enfermera tenía razón, no era justo que se
invirtieran tantos medios en una sola persona y menos que Isabel tuviese alguna
represalia por ello.
- Vaya – suspiró pensando en que Claudia debería haber seguido callada – no creo
que sea buena idea, Maca.
- Pero… es lo que quiero – dijo con tranquilidad.
- No te precipites y espera a escuchar lo que tengo que decirte – le aconsejó ante
la cara de perplejidad de Maca – Carlos Rubio, el chico con el que “tropezaste”
ayer, no existe – confesó observando como Maca abría los ojos
desmesuradamente – creo que tenías razón y que ese chico iba a por ti y que
pretendía algo más que asustarte.
- Toma – dijo Maca tendiéndole las dos notas que se encontró el día anterior y que
la subinspectora aún no conocía – me dejó una en el bolsillo superior de la
chaqueta y la otra en mi despacho, te llamé para decírtelo pero … ¿cómo
interpretas esto?
Isabel cogió las notas y las leyó con detenimiento, recordaba cada rasgo de cada letra de
aquella escritura, no cabía duda, eran del mismo autor que las anteriores, frunció el
ceño, ligeramente desconcertada. Maca la observaba expectante, deseando una respuesta
tranquilizadora.
Maca suspiró cansada. No quería seguir hablando del tema. Llevaban tres años de
charlas, barajando posibilidades y nombres, y habían estado tan cerca de que todo
acabase que… se sentía tan impotente y tan agotada… siempre igual, siempre
especulando. Isabel la observó adivinando lo que pensaba, quizás se equivocaba y no
eran dos personas, pero por mucho que a la pediatra le costase aceptarlo ¿cómo le
dejaba las notas en lugares tan personales sin que ella lo notase, es más, Maca aseguraba
conocer al chico pero no lo recordaba. Salvo que Josema tuviese razón y la pediatra le
llevase mintiendo todo ese tiempo. Recordó la conversación de la noche anterior,
necesitaba saber si Maca le había contado toda la verdad, las palabras de Josema
acudieron a su mente: “tiene que estar mintiéndote”, “debe conocer quién es”.
- Maca, no quiero que te tomes a mal lo que voy a decirte – empezó provocando
en la pediatra una mala sensación, siempre le pasaba cuando alguien comenzaba
disculpándose – te repito que sé lo duro que es por lo que estás pasando pero…
tengo que preguntártelo.
- Dime – dijo con cierto temor.
- No estarás escondiéndome algo ¿verdad?
- Esta noche me voy a Zurich – dijo sin responder, estaba más que harta de
aquella pregunta, ya no sabía cómo decirle que no escondía nada.
- ¿Cómo que te vas? – respondió en un tono que mostraba su enfado – te tengo
dicho que me avises con tiempo de estas cosas. ¿Quién te acompaña? Claudia,
Cruz, … ¿quién?
- Nadie, voy sola.
- No puedes ir sola, Maca, ¡por favor! – protestó también cansada - ¿Cuándo te
vas a tomar esto en serio?
- Mira, por un lado no creo que ese loco vaya a viajar detrás de mi, ¿sabes lo que
cuesta un billete en primera y lo difícil que es lograr uno en el último momento?
No está al alcance de cualquiera.
- De ti, sí, ¿no?
Maca sonrió y se encogió de hombros. Era cierto que la idea de recurrir a ese banco
suizo se le ocurrió en sus horas de insomnio y también lo era que no lo había
planificado pero algo bueno tenía que tener ser una Wilson.
- … y no tengo más opciones Isabel, llevo dándole vueltas toda la noche. Tengo
que ir, el futuro de este proyecto puede depender de este viaje.
- ¿Quién sabe que vas? – preguntó vencida, sabía que era imposible disuadirla de
que lo hiciera, al menos intentaría que fuese acompañada.
- Pues Claudia, Teresa y claro… tu también y… espera, acabo de decírselo a
Mónica, Fernando, Sonia y Esther.
- También podías haberlo publicado – casi gritó con sarcasmo enfadada por las
pocas precauciones de la pediatra a pesar de todos sus consejos – ya no sé qué
decirte o cómo decírtelo, Maca.
- Lo siento, Isabel, de verdad – se disculpó.
- ¡Joder, Maca! Así no vamos a acabar nunca, hay cosas que no puedes contar a
nadie – le dijo levantando progresivamente el tono.
- Si, - respondió empezando a molestarse – como lo de las notas ¿no? – dijo con
ironía - ¿sabes lo ridícula que me sentí con Claudia ayer? Has conseguido que
dude y sospeche de las personas que más me han apoyado y ayudado en los
últimos años…
Isabel la miró comprensiva, conocedora de la tensión y el calvario que vivían todas las
personas amenazadas. De hecho siempre se sorprendía de lo entera que parecía la
pediatra, en esos tres años jamás la había visto derrumbarse.
- Tienes razón Maca – dijo, finalmente, sin rastro del enfado anterior – hay
personas en las que debes seguir apoyándote. No creo que tengan nada que ver
en todo esto.
- ¡Menos mal! –saltó aún con ironía – y… ¿me puedes decir cuáles? Más que
nada para no seguir haciendo el tonto.
- Maca, ya vale – le pidió muy seria y con calma – solo hago mi trabajo, y entre
otras cosas se basa en sospechar de todo y de todos, tú incluida. Además,
deberías tener cuidado y no hacerme las cosas más difíciles.
- ¿De mí? – preguntó sorprendida – a estas alturas… ¿no te fías de mí?
- Es mi trabajo – se justificó sin responder a sus preguntas.
Maca ladeo la cabeza y bajó la vista, era conciente de que Isabel tenía razón, y que
debía dejarla hacer su trabajo y no ponerle obstáculos, pero era tan difícil intentar llevar
una vida medio normal, sabiendo que todo el día había alguien siguiéndola,
observándola… Tenía miedo, no lo podía evitar, necesitaba que Isabel le diera garantías
de que no le ocurriría nada, pero no podía hacerlo y lo sabía.
Maca mantuvo la vista baja, calibraba el significado real de cada una de aquellas
palabras. Isabel siempre había sido muy sincera con ella, se estaba jugando hasta su
puesto y, de pronto, dudaba de ella, ¿qué es lo que había cambiado para que, así, fuera?
- ¿Por qué no me lo cuentas, Maca? – pidió con autoridad y paternalismo a la vez,
la pediatra reconoció ese tono, Isabel la estaba interrogando, como en los
primeros días de su accidente.
- No te oculto nada – respondió con desgana. “Miente”, pensó Isabel, “no lo
hagas, Maca, no me mientas”, pidió mentalmente – al menos nada que sea
importante para mi caso como tú lo llamas.
- O sea que, ¿es cierto! me ocultas algo – insistió, Maca no respondía e Isabel
optó por cambiar de táctica – No te enfades, ni pongas esa cara. Sabes que con el
tiempo no eres para mí un caso sin más, no estaría aquí en tu proyecto si no
fuera así – continuó viendo que la pediatra reaccionaba favorablemente a
aquellas palabras y que dulcificaba su rostro – te lo voy a pedir por última vez,
confía en mi y no me mientas, ¿qué es lo que no me cuentas?
Maca la miró, se sentía acorralada, quizás debería sincerarse con ella, en el fondo lo
necesitaba tanto… pero no lo había hecho con nadie, ni con Claudia, ni con Teresa, ni
siquiera con Vero, con lo que ello implicaba.
- Lo sé, se que no me tratas como si solo fuera un caso, perdóname – le pidió por
segunda vez en la mañana, hizo una pausa y siguió – Isabel, es cierto que no te
he contado cosas, ni a ti, ni a nadie… pero… te aseguro que no tienen nada que
ver con todo esto. Te lo juro – le dio su palabra con tal ímpetu y tal brillo en los
ojos que Isabel no pudo evitar pensar “ahora dice la verdad” – te juro que no hay
nada en mi vida que puedan usar contra mí. Nada que no sepas.
- De acuerdo – aceptó – tranquilízate – añadió viendo su angustia.
- Isabel, tengo prisa, ¿quieres algo más? Es que llego tarde para los ingresos.
- Maca, hay un problema con la dotación.
- ¿Qué problema? – preguntó extrañada, “¡lo que le faltaba!”, reconocía que al
entrar no había visto los diez hombres que deberán estar pero pensó que estarían
en sus cometidos.
- Cuando has llegado estaba hablando con mi padre – confesó mirándola
preocupada, Maca frunció el ceño, si el padre de Isabel estaba por medio el
problema sería peor de lo que podía imaginar – me ha dicho que ha presentado
una queja oficial, argumentando que tiene un déficit de efectivos y que le resulta
imposible enviar aquí diez agentes experimentados. Solicita que nos manden
solo cinco y que los demás se completen con agentes de la academia en
prácticas.
- Pero… entonces… ¿me estás diciendo que vais a trabajar aquí sin ningún tipo de
protección?
- No, estoy yo, y seguirán estando las dos patrullas que me concedieron desde el
inicio, hasta que resuelvan a su favor o al tuyo.
- A mi no me han comunicado nada.
- Ya lo harán.
- ¡Qué hi…! – iba a decir qué hijo de puta pero se contuvo a tiempo, a fin de
cuentas era su padre - ¿… imagen vamos a dar ahora! la prensa va a estar detrás,
al menos ahora y durante un tiempo. No podemos cometer errores ni que
aparezca como un proyecto que pone en peligro a sus integrantes o que es
imposible de ejecutar. Y sabes que hay grupos y clanes que no nos quieren aquí,
la presencia policial es clave para disuadir cualquier intento…
- Lo sé Maca, lo sé.
- Además, el proyecto está aprobado, incluso contempla una ampliación de la
dotación, no puede hacer esto… no puede…
- Ya lo sé, a mí no tienes que convencerme.
- Bueno… - dijo pensativa calibrando con rapidez cuales eran sus opciones –
déjame que haga unas llamadas que quizás consiga frenar esta locura.
- Maca, tómate todo esto con calma y no te hagas notar mucho – pidió temerosa
de su respuesta, estaba segura de que las palabras de Josema, sin ser claras,
pretendían prevenirla contra algo gordo y temía que Maca acabara pagando por
ello - ¿te puedo pedir un favor! no has nada, no llames a nadie y déjame a mi
que me encargue de la dotación policial, ¿de acuerdo?
- De acuerdo – consintió percibiendo que Isabel le confería más gravedad al
asunto y temiendo que le ocultase algo – pero quiero estar informada en todo
momento y… si ves que hay algún peligro, o que hace falta que paremos un
tiempo… no quiero que mi equipo corra riesgos.
- Por eso no te preocupes. Yo me encargo de todo. No voy a dejar que pase nada.
- Gracias.
- Otra cosa… he estado pensando en este rato y… no te voy a hacer caso… vas a
seguir teniendo protección.
- Isabel…
- Laura sigue en tu casa, ¿verdad? – preguntó ignorando su tono de protesta – te
dije que se marchara.
- No es tan fácil.
- Pero sí que lo es ponerla en peligro ¿no! dejarla vivir contigo sabiendo como
están las cosas, por que… no le has contado nada, ¿me equivoco? – le recriminó
– y… ¿qué me vas a decir luego? ¿Que no creías que fuera para tanto! ¿que no
esperabas que le pasara nada!… o ¿qué te vas a decir a ti misma! ¿qué no tienes
la culpa?
- ¡Joder! ¿siempre tienes que salirte con la tuya? – protestó cayendo en la cuenta
que la ausencia de vigilancia en su casa no solo la afectaría a ella si no también a
Laura y a quienes trabajaban en su casa.
- En estos temas, sí – zanjó su protesta con autoridad – intentaré que Evelyn te
acompañe a Zurich.
- Gracias – musitó en el fondo aliviada.
- Anda, vete ya y déjame trabajar – sonrió, Maca le devolvió la sonrisa y se
dirigió a la puerta – por cierto, ¿me permites un consejo? – preguntó y ante el
asentimiento de Maca añadió - duerme más y piensa menos.
La pediatra volvió a sonreír, desde el principio le había caído bien Isabel, recordó los
celos de Esther al respecto, y en su cara se reflejó una expresión de nostalgia que Isabel
no consiguió interpretar, “¡qué tiempos aquellos”, pensó Maca, sonriendo esta vez para
sus adentros.
Salió del despacho más preocupada de lo que había entrado. Miró a ambos lados
esperando ver a alguien pero nadie se encontraba en la enorme explanada, tan solo
distinguió a lo lejos dos de los agentes de Isabel. Volvió a mirar el reloj, iría al baño
antes de regresar a la Clínica. Al entrar vio a Esther, se encontraba apoyada con una
mano en el lavabo y con la otra se refrescaba el cuello, la frente y la cara. Le dio la
sensación de que estaba mareada. La enfermera parecía no darse cuenta de su presencia.
Maca se sonrojó al verse descubierta, ¡vaya día llevaba! No paraba de meter la pata.
Maca se quedó allí parada en medio del baño durante un instante, pensando en la frase
de Esther y en las palabras de Teresa “no juegues con ella”, pero… ¿quién estaba
jugando! giró la silla con una media sonrisa y entró en el aseo.
En el exterior, Fernando y Mónica atendían a un chico que había llegado con una fea
herida en la palma de la mano y que no consentía entrar en el pabellón donde estaba la
sala de curas. De hecho Sacha había tenido que llevarlo casi a rastras. Sonia y Esther
estaban preparadas para ir a hacer una pequeña ronda antes de la hora de comer. El
joven charlaba con ellas y a ambas le dio la impresión de que se decepcionaba de no ver
a Laura, por la que había preguntado intentando parecer educado.
- Me marcho – dijo Maca llegando hasta el grupo al que se habían unido Fernando
y Mónica tras despedir al joven – Mónica llámame si hay algún problema. Creo
que llegaré para los ingresos del viernes, pero si no es así, deberías estar tú allí.
- Tranquila que nosotros nos encargamos de todo. Vete ya que a los que no vas a
llegar es a los de hoy – bromeó.
- Uf, tienes razón – dijo mirando de nuevo la hora – hasta el viernes – se despidió
de todos. Avanzó hacia su coche y a medio camino se detuvo, giró la silla y gritó
– Esther, ¿puedes venir un momento?
La pediatra arrancó y salió de allí saludando con una mano, no pudo evitar ir todo el
camino pensando en una frase que le dijo María José en una de aquellas tardes en las
que las dos se sentaban en el porche de la chabola, con un café en vaso de plástico.
Escuchó su voz diciéndole “Niña, solo cuando dejes de esperar aquello que anhelas,
serás capaz de sentir el verdadero valor de su llegada”. ¡Qué razón tenía! sintió que las
lágrimas acudían a sus ojos, deseaba sacar un rato para poder hablar con ella como
hacían antes, lo necesitaba tanto...
En la Clínica todo estaba preparado para los ingresos. Entre Cruz y Gimeno habían
establecido el orden de prioridades y analizado todos los casos que requerían una
intervención inmediata. Laura se había estrenado en su cargo de coordinadora y había
contactado con los hospitales de campaña que debían de mandar los próximos ingresos
para establecer un orden en las admisiones, en función de las urgencias y organizar los
viajes. Maca subió a rampa de acceso con mucha más dificultad que otros días, estaba
cansada y le seguía doliendo el hombro, Alberto se dio cuenta de ella y bajó solícito a
ayudarla.
- Déjeme que la ayude, doctora – pidió con educación colocándose tras ella y
empujando la silla sin esfuerzo.
- No es necesario… - empezó a protestar.
- No es molestia – le dijo con una sonrisa – parece cansada – comentó ante la
extrañeza de Maca, no le caía mal aquel chico pero había algo en él que no
terminaba de gustarle y se sentía incómoda cada vez que se aproximaba
demasiado – bueno, pues ya estamos arriba, que tenga un buen día.
- Gracias Alberto, igualmente – respondió.
Entró en recepción con la satisfacción de comprobar que todo funcionaba según las
previsiones, ahora solo faltaba que su viaje a Zurich concluyese con éxito, de lo cual
estaba casi segura, después de las gestiones que hizo de madrugada, era una suerte que
ese tipo de bancos funcionasen las veinticuatro horas del día durante todos los días del
año. Al verla, Teresa se acercó a ella con un sobre.
En el ascensor rasgó aquel sobre y leyó con atención, ¿qué significaba aquello? Al
llegar a la planta marcada se lo pensó mejor y volvió a pulsar, vería primero a Claudia.
Claudia la miró esperando que le explicase lo que le ocurría, la pediatra tenía un gesto
de hastío que hizo sonreír a su amiga.
- Eres un caso, Maca. Deberías tener más paciencia con ella, es tu madre y … - se
interrumpió al escuchar de nuevo el móvil de la pediatra.
- ¿Paciencia? – dijo levantándolo – ¡Y así todo el santo día! y ahora me echará la
bronca por haberla dejado con la palabra en la boca – dijo dejándolo sonar.
- Y tiene razón – rió - ¡vamos! ¡cógelo!
- Dime, mamá – descolgó y arrastró el dime para indicarle que su paciencia estaba
al límite.
- ¡Macarena! no vuelvas a colgarme así – le regañó airada, Maca la escuchó con
una sonrisa, arqueando los ojos para hacerle ver a Claudia que había acertado –
tengo que decirte algo muy importante.
- A ver… ¿qué es eso tan importante? – preguntó armándose de paciencia,
haciendo caso del consejo de la neuróloga.
- No te vayas a asustar pero… - hizo una pausa pensando en cómo decírselo pero
se decidió por ir al grano – esta madrugada han ingresado a Ana.
- ¿Cómo que la han ingresado? – preguntó alterada, cambiando completamente el
tono y el gesto. Claudia prestó atención notando la preocupación de su amiga –
pero… ¿cómo no me has dicho nada antes! ¿por qué no me habéis llamado! ¿qué
ha pasado! ¿cómo está? – preguntó atropelladamente.
- Tranquila, tranquila, hija – le pidió – todo está bien.
- Mamá, ¿no me mientes? – preguntó de nuevo – Ana... ¿no estará…?
- No, hija, ya te he dicho que estés tranquila. Estará unos días en el hospital
pero…
- Voy a cambiar el vuelo – dijo pensativa - puedo estar ahí mañana por la noche o
el jueves de madrugada, volviendo directamente desde Zurich.
- En serio que no hace falta. ¿No decías que tenías mucho trabajo? Tú haz lo que
tengas que hacer y no te vayas a dar ese palizón. Aquí no puedes hacer nada –
insistió preocupada por ella. A veces a su hija se le olvidaba que no debía estar
todo el día de aquí para allá - Te vuelves el viernes como tenías pensado,
descansas en tu casa, que ya me ha estado contando Teresa que ni duermes ni
paras de trabajar, y el sábado te vienes aquí – le organizó todos los días con
autoridad – Te dejo que tu padre me está llamando.
- Pero mamá…. – protestó, tocándole ahora a ella quedarse con la palabra en la
boca y el ceño fruncido. “Teresa, Teresa, ¿Cuándo iba a aprender a tener la
boquita cerrada?”.
- ¿Qué pasa, Maca? – preguntó aunque por lo que había escuchado se hacía una
idea de la respuesta. Maca la miró pero guardó silencio pensativa – no irás a
quedarte ahí parada, vete a Sevilla.
- No puedo. Tengo que ir a Zurich – respondió bajando la vista – además… mi
madre dice que …
- Coño, Maca, ¡qué es tu mujer! – saltó con genio – deja ya de pensar en el
trabajo.
- Ya se que es mi mujer – dijo con voz queda manifestando que la noticia le había
afectado más de lo que pudiera parecer, Claudia se percató y suavizó el tono.
- Bueno, tranquila, verás como no es nada.
- Claro si … - Claudia notó que se le quebraba la voz y movía nerviosa el móvil
entre los dedos, la pediatra seguía con la vista baja, puesta en sus manos, notó
que respiraba hondo y rehecha levantó la cabeza – luego hablamos, tengo que
hacer una llamada.
- De acuerdo.
Esther recibió con agrado ese cambio de actitud, le resultaba muy incómodo trabajar
con ella sintiendo que siempre estaba a punto de decirle algo, en realidad, las dos
querían preguntarse mutuamente una serie de cosas, pero ninguna daba el paso.
- Esther – aprovechó la socióloga que el ambiente se había distendido entre ambas
- ¿qué quería Maca cuando te ha llamado? – preguntó con descaro.
La enfermera detuvo sus pasos y la miró, barajando la posibilidad de decirle que a ella
no le importaba, pero se lo pensó mejor, quizás si era amable con Sonia conseguiría
enterarse de algunas cosas, sobre todo del tipo de relación que mantenía con Maca.
- Mira – dijo Sonia – aquí viene Leonor, tiene ocho hijos y está esperando el
noveno.
- ¡Por dios! – no pudo evitar la exclamación – pero… ¿cómo se apañan?
- Mal – respondió – muy mal, reciben ayuda de algunos vecinos y claro, nuestra
también pero… - su móvil empezó a sonar y extrañada miró a Esther - ¡es Maca!
– la informó retirándose para tener algo de intimidad dejando a Esther con
Leonor.
- Buenos días, señora – dijo la enfermera tendiéndole la mano.
- “Ande va tan fisna” – le dijo arrastrando la última palabra – soy la Leo, ¿ta por
aquí mi chiquillo? – le preguntó mirando de un lado a otro – anda que ses la
nueva – exclamó haciendo un ostentoso gesto de que ella que iba a saber.
- He visto muchos niños, señora, si me dice como es el suyo – empezó a
responder recordando que Sonia le había dicho que tenía ocho y extrañada de
que le hablase de uno como si fuera el único.
- Mis chiquillos son tos panochos – rió de nuevo.
- ¿Panochos? – preguntó sin entender “¡que buen humor tiene esta mujer!”, pensó.
Sonia se acercó y Esther suspiró aliviada de que lo hiciera, era la primera vez que se
alegraba de verdad de tenerla al lado. Le pareció que estaba seria y pensativa y no pudo
evitar sentir algo de preocupación, esperaba que Maca no tuviese que ver en ese cambio
de humor. La socióloga se despidió de Leonor y quedó con ella en que al día siguiente
se pasaría por el campamento para que Fernando le hiciera una revisión.
Esther se quedó con las ganas de saber más pero se había propuesto cambiar su actitud
con Sonia, le había quedado muy claro que podía sacar más información de ella por el
camino de la amabilidad que provocando su recelo. ¿Qué favor necesitaría Maca! sintió
de nuevo celos de ella, celos de ver que Maca tenía, como ya había sospechado, una
relación especial con aquella chica y deseó estar en su lugar, deseó que Maca contase
con ella para cualquier problema.
* * *
- ¿Prefieres que lo dejemos por esta mañana?– preguntó comprensiva con su falta
de concentración – Podemos seguir después de comer – propuso – se que es
temprano aún, pero si vamos dando un paseo lento…
- No – respondió mirándola con lo que intentaba ser una sonrisa, sin poder evitar
ese aire de seriedad que la había invadido desde que Maca hablase con ella.
- Sonia – empezó decidida – se que no tengo experiencia en esto y que acabo de
llegar y a lo mejor te parezco una … una engreída, pero … creo que puedo
encargarme de esto y seguir yo sola… te lo digo porque si necesitas irte o si…
- No, no – la interrumpió con rapidez – perdona, se que estoy un poco distraída,
pero te prometo que me voy a centrar, que no me voy a equivocar más –
continúo, con humildad, creyendo que la enfermera le estaba reprochando, con
delicadeza, que sus errores retrasaban el ritmo.
- ¡No quería decir eso! – protestó haciéndose la ofendida – es solo que te veo
preocupada y…, si ocurre algo…, si a Maca le ocurre algo…, deberías… - se
interrumpió temiendo una reacción negativa por permitirse el consejo - deberías
irte…, deberías hacerle ese favor que te ha pedido – terminó en un intento de
provocar una confesión de la socióloga y enterarse de lo que había pasado.
- No te preocupes por nada… ni por… - dijo frunciendo ligeramente el ceño, iba a
decirle ni por Maca, le molestaba ese interés por la pediatra, pero se contuvo e
hizo un intento de sonrisa que pretendía mostrar agradecimiento, sin embargo, a
la enfermera no se le escapó que se había puesto tensa cuando mencionó a Maca.
- Como quieras – la interrumpió - ¿a dónde vamos ahora?
- Pues … - miró a su alrededor pensativa – en realidad, lo lógico es seguir por ahí
– dijo indicando una calle de chabolas - pero… no se si es prudente que sigamos
solas.
- ¿Y eso?
- ¿Recuerdas cuando ayer Fernando pasó por la casa que os impresionó?
- Si.
- Está al final de esa calle y… nunca seremos bien recibidas allí, ni en ella, ni en
aquellas dos que se quedan a la derecha.
- ¿Por qué?
- Bueno… digamos que sus fuentes de ingresos son de todo menos legales.
- No creo que las de los que acabamos de visitar lo sean – dijo con sinceridad.
- Sabes a lo que me refiero – respondió - allí es donde se mueven todos los
negocios de droga y dios sabe qué más. Desde el principio, han estado en contra
de que estemos aquí…
- Entonces, ¿qué! ¿vamos! o nos esperamos a ir cuando nos acompañen los
agentes.
- Bueno… podemos empezar por estas primeras y…, después de comer, ya vemos
qué le parece a Fernando. Además en aquella de allí vive Socorro.
- ¿Quién es?
- La abuela de María, ¿no querías conocerla?
- Si, tengo curiosidad – confesó con interés.
- Es una niña muy tímida. Aunque esté, no se si querrá salir, suele esconderse.
- Y… Maca… ¿cómo ha conseguido…?
- A Maca se le dan muy bien los niños – dijo con cierto aire melancólico que
sorprendió a Esther – además, la conquistó paseándola en su silla – rió
recordando algunas escenas.
- Le costaría trabajo – comentó viendo el piso irregular y pensando en el peso
extra.
- En la que le has visto no, en la silla especial para el campo – respondió
descubriéndole por primera vez un detalle de la vida de Maca.
- ¿especial?
- Si, Maca tiene una silla de motor y cuando venía aquí es la que solía traerse, le
acoplaba un electrolomo para poder moverse por este terreno.
- No sé que es – sonrió confesando su ignorancia del tema y pensando en todo lo
que desconocía de la vida de Maca – estos años allí me tienen un poco…
anticuada.
- Verás… es una especie de tercera rueda con manillar plegable de quita y pon –
intentó explicarle – se acopla a la silla.
- Parece que Maca pasaba mucho tiempo aquí – dijo pensativa intentando
imaginarla.
- Si, mucho – respondió recordando, “mucho te interesa a ti Maca”, pensó de
nuevo y decidió picarla, consciente de que acababa de darle a la enfermera una
información que quizás debería haberse callado, sabía que a Maca le molestaba
que hablasen de ella – ¡si vieras la cara de ilusión que puso el primer día que
pudimos dar un paseo por el campo!
Sonia provocó lo que deseaba y Esther cambió de cara, sintió de nuevo unos celos que
cada vez eran más intensos, no tenía ningún derecho a sentirse así, pero no podía
evitarlo. Desde que se reconociera así misma que seguía enamorada de Maca, que no
había logrado olvidarla, se había removido algo en su interior con tal intensidad que a
veces le costaba hasta respirar cuando estaba a su lado, una intensidad que no recordaba
haber sentido ni siquiera en los primeros momentos de su relación con ella.
* * *
Esther caminaba con desgana dos pasos por detrás de Sonia, que parecía acelerar el
ritmo cada vez más. De pronto, la socióloga se paró en seco provocando que la
enfermera casi chocase con ella.
- Perdona.
- Esta es – dijo señalando la chabola – espera aquí, que voy a avisar a Socorro de
que entramos. No quiero que se asuste.
- De acuerdo.
Esther entró tras ella. Le costó acostumbrarse a la oscuridad del interior, cuando lo hizo
pudo apreciar a una señora mayor, sentada en una cómoda butaca, junto a la mesa
camilla. Sorprendentemente, y a diferencia del resto de chabolas que llevaban visitadas
en aquella no se notaba un ambiente frío, y todo parecía estar ordenado hasta la
perfección. Un ligero olor a guisado le provocó una ligera sensación de hambre, parecía
que su estómago estaba empezando a recuperarse.
- Socorro – comenzó Sonia – esta es Esther, es enfermera y se pasará por aquí de
vez en cuando.
- Muy bien hija – respondió la señora – pasa y “sentate” un ratito – les dijo
indicándoles una sola silla, - ¡María! María! – gritó sin obtener respuesta - ¿a
onde sa’habrá metío esta niña? – preguntó.
- Socorro, estamos aquí porque tenemos que rellenar unos papeles para que
podamos ponerles unas vacunas a usted y a su nieta - explicó.
- ¿Qué disi que me pone? – preguntó como si no oyese bien.
- Una vacuna.
- Ay, no, niña, le dices a la tullía que yo le doy las gracias pero aquí vacunos no,
si casi no cogemos ¡como nus va a meter aquí una vaca! si es mester que me
traiga una poquita leche, pero vacas no – protestó sin percatarse de que Esther
bajaba la vista y sonreía, sorprendida al mismo tiempo de la templanza y
paciencia que Sonia demostraba en cada una de las visitas, tendría ella que
acostumbrarse y desarrollar esas habilidades – no, no, no vacas no, ¡María! –
volvió a gritar.
- Que no Socorro – empezó a explicar Sonia con dulzura – que no es una vaca, es
una inyección para que no se ponga usted malita en el invierno.
- Ah, no, no, no ¿una inyerción! ¿eso es pinchame?
- Si, eso es. No duele, ni hace daño – siguió intentando convencerla.
- Un se hija… no sé.
- Pero Socorro, mire vamos a hacer una cosa …
De repente, las alertas de Esther se despertaron, notó que algo se movía a su espalda, su
corazón se aceleró, y se giró asustada con tal rapidez que la intrusa se quedó allí
parada, sin esperar que aquella intrusa pudiese haberla escuchado y sin saber si correr a
esconderse. Sonia continuaba hablando con su abuela. María miró hacia ellas, barajando
la posibilidad de correr a refugiarse junto a su abuela, pero tenía que pasar al lado de
Esther, volvió la vista hacia la enfermera que sonrió al verla tan desconcertada.
La niña clavó sus ojos en ella pero no respondió, muy al contrario corrió hacia el
interior permaneciendo en el umbral de un estrecho pasillo, agazapada y temerosa.
María la miraba fijamente pero la enfermera no conseguía que le dijese ni una palabra.
- ¿A qué tú no sabes quien te ha dejado el regalo? – preguntó Esther. María
asintió y por primera vez esbozó una sonrisa picarona.
- Yo creo que no lo sabes – la picó.
- ¡Maca! – fue la primera palabra que escuchó de ella. Esther le sonrió y le tendió
la mano, sin moverse del sitio en el que estaba arrodillada.
- ¿Sabes? Yo soy su amiga, desde hace muchos, muchos, años – le confesó
bajando la voz, como para que fuese un secreto entre ambas – pero no se lo
digas a nadie. ¿A qué adivino una cosa?
La niña volvió a sonreír, sin decir palabra, se acercó a Esther muy despacio y le dio la
mano, tirando de la enfermera hacia el interior de la chabola. Esther se levanto y cogida
a su mano la siguió, ante la sorpresa de Sonia que no acababa de comprender como
había logrado aquél acercamiento. Definitivamente, aunque no sabía qué pretendía de
Maca, era un buen fichaje.
* * *
Por fin, María se decidió y abrió la tapa, en su interior había un librito, la niña lo tomó
con sus manos y se lo tendió a la enfermera, que lo cogió sorprendida.
- ¿Me lo lees, por favor? – preguntó con tal cara de ilusión que no pudo negarse.
Ahora entendía Esther lo que Maca le había querido decir con que era una niña
educada y encantadora. Aquellos enormes ojos castaños, estaban puestos en ella,
con tanta esperanza, aguardando que iniciase la lectura, que se sintió invadida
por una ternura enorme – aún no se bien. Y Maca siempre lo hace.
- Claro – dijo con voz entrecortada abriendo la tapa dura del cuento, sintió un
nudo en la garganta imaginando a Maca leyéndole aquél cuento – “Había una
vez un país muy, muy lejano, donde vivía una niña llamada María. Era el país de
los sueños…” - comenzó Esther a leer, su mente ataba cabos con rapidez, aquél
cuento estaba hecho a medida para aquella niña, sabía que Maca debía haberlo
encargado, ex profeso, para ella y volvió a sentirse una afortunada por estar allí
junto a ella.
- ¡Esther! – se escuchó a lo lejos la voz de Sonia llamándola.
- Ya voy – respondió alzando la voz interrumpiendo la lectura – lo siento, tengo
que trabajar, pero te prometo que volveré pronto y seguiremos leyendo.
- Vale – dijo, con decepción, cogiendo de nuevo el cuento para guardarlo.
- Cuídalo bien que…
- … quien tiene un libro tiene un tesoro – dijo la pequeña repitiendo las palabras
que Maca le decía continuamente.
- Eso – mintió Esther con una sonrisa, “¿no era quien tiene un amigo?”, pensó
para sí, ¡esta Maca! Salió del cuarto y se dirigió a la salida.
- ¿Dónde te metes? – preguntó Sonia ligeramente molesta al verla entrar.
- Perdona, María… - no podía decir lo que había echo con ella era un secreto – me
enseñaba la chabola.
- Ya… ¿te importa apuntar! Socorro está dispuesta a darnos los datos y dejarnos
ponerles las vacunas.
- Claro, ahora mismo – dijo presta a sacar toda la documentación de la carpeta.
- Bueno, pues… esto ya está Socorro – le dijo Sonia cogiendo de manos de Esther
el papel que le tendía – ahora solo queda que lo firme usted.
- Ay, niña, ¿qué firme?
- Si, pero no se preocupe – dijo cayendo en la cuenta que lo más normal es que no
supiese escribir - que es suficiente con que deje su huella – explicó sacando del
bolsillo un pequeño tampón de tita.
- ¿Mi qué? – preguntó.
- Mójese el dedo aquí y apóyelo en este lugar – le indicó con amabilidad.
- Pero eso que es ¿Cómo si pongo mi nombre?
- Exactamente, eso es – sonrió.
- Ay, niña pero si yo se poner mi nombre – dijo casi ofendida y con dificultad se
levantó de la butaca y se dirigió arrastrando los pies a una cómoda que había tras
ella – aquí está - dijo tras rebuscar en uno de los cajones. Volvió a la mesa y se
sentó de nuevo – si os esperaseis, cuando llegue mi hija, ella podría…
- No hace falta Socorro, basta con que usted lo haga.
- Dame niña… esto – le pidió a Esther el bolígrafo y se dispuso a copiar el
nombre – ¿aquí tengo que ponerlo?
- Ahí está bien – dijo Sonia mirando a Esther con una sonrisa.
- Entones… - comenzó la enfermera – corrijo esto ¿no? – preguntó a Sonia al ver
que la socióloga había rellenado las casillas de dos miembros en la chabola y
que no sabían leer y escribir. La anciana acababa de decir que tenía una hija y
estaba claro que sabía leer y escribir. Sonia seguía bastante despistada.
- No – le respondió con discreción – ahora te explico.
A la salida de la chabola, tras despedirse de la señora, Esther estaba llena de preguntas.
Sonia, que en un primer momento se había sentido molesta por la ausencia de la
enfermera, terminó sonriendo ante su interés.
- Calma, calma que ahora te cuento, pero primero me tienes que contar tú – dijo
mientras se dirigían al campamento, se les había echado el tiempo encima y ya
era casi la hora de comer - ¿qué le has dicho a María para lograr ese milagro?
- ¿Yo! nada, se me dan bien los niños – respondió riendo, volviendo a recordar su
apodo en Jinja “enfermera milagro”.
- Claro… y este es el país de los sueños y tu eres un hada – rió irónicamente
poniéndole la trampa para saber si lo había visto.
- ¿A ti también te lo ha enseñado? – preguntó picando.
- No. Me lo contó Maca – respondió triunfante – de hecho, la ayude a escribir el
texto del cuento.
- ¿A escribirlo?
- Si, ya ves. No eres la única que guarda secretos.
- ¿Secretos yo?
- ¿Tú! ¡no! qué va! ¡si eres un libro abierto! – bromeó pasándole el brazo por
encima de los hombros con camaradería y notando como Esther se envaraba –
perdona, no quería tomarme la confianza – añadió retirando el brazo.
- No, no, tranquila, no me importa – se apresuró a disculparse – es que no me lo
esperaba.
- Anda, ¡vamos! aligera que tengo un hambre que me muero – dijo apretando el
paso, obligando a Esther a dar una pequeña carrera para ponerse a su altura y
continuar juntas el camino.
* * *
Una vez sola, cogió el teléfono y marcó el número de sus padres, estaba inquieta por
Ana, sabía que su madre tenía razón, pero no podía evitar sentir algo de culpabilidad por
no acudir a su lado. Rosario había vuelto a tranquilizarla, pero había algo en su tono que
no convencía a Maca. Se sentía agotada, tanto, que barajó, seriamente, hacer caso a
Claudia y llamar a Vero para que le recetase algo y poder dormir aunque fuera una
noche.
Pero lo primero era lo primero, se puso sus gafas y se dispuso para trabajar. Terminó de
ultimar los documentos que debía de firmar Mónica y se comenzó a preparar la reunión
de Zurich, necesitaba que no se le quedase ninguna documentación atrás. Sacó el listado
que había apuntado la madrugada anterior, llamó a la asesoría para que le preparasen
todo lo necesario y empezó a hacer la memoria que le habían pedido. Enfrascada en el
trabajo, no reparó en la hora que era. Claudia llamó a la puerta y abrió sin esperar
respuesta.
Claudia negó con la cabeza con una medio sonrisa y cogiendo una silla se sentó a su
lado.
- No, pero a ver que hago contigo – dijo con ironía – venga, dime, ¿qué puedo
hacer?
- Uf, - suspiró – mira no, mejor no.
- Eres un caso, ¿no te fías de mi?
- Que no es eso – protestó – es que voy a tardar más en explicarte que en seguir
yo con esto, además … - se interrumpió viendo que sonaba su móvil - ¡mi
suegra! – exclamó notando como se le aceleraba el pulso.
- Espero fuera – le dijo con un movimiento de labios. Maca asintió.
- Hola, Natalia – la escuchó, ya en la puerta - ¿cómo está Ana? … si, si, yo bien.
- ¿Qué haces aquí? – escuchó a Cruz riendo – tienes cara de estar esperando en la
puerta del director a que te echen una bronca – bromeó, pero al ver que Claudia
no seguía la broma, cambió a un tono más serio - ¿ocurre algo?
- Espero que no – dijo – voy a comer con Maca - intentó desviar el tema - ¿y tú!
¿sales de quirófano?
- ¡Si! acabamos de terminar – explicó – yo también iba a comer, ¿os importa que
me sume?
- Eh … - dudó, ni siquiera sabía si conseguiría sacar a Maca del despacho, ni si
pasaba algo con Ana y, además, le había prometido a la pediatra no contar nada
de su mujer – no, claro, vente.
- Uf, ¡qué tarde es! - exclamó disimulando, había notado las dudas de Claudia y
no quería molestar - mejor busco a Teresa, a ver si aún no ha comido.
- No, de verdad, Cruz, vente.
- ¿No molesto?
- No, en absoluto – sonrió – es que no sé lo que tardará Maca.
- ¡Ah! eso lo arreglo yo rápidamente, déjame – dijo aparatándola de la puerta -
que voy a entrar. Soy su médico y sé lo que le conviene – continuó abriendo la
puerta sin llamar y entrando en el despacho – Maca, deja lo que estés haciendo
que nos vamos a comer – le ordenó con autoridad sin dejar resquicio a una
negativa. La pediatra, que acababa de despedirse de su suegra, la miró con aire
de desconcierto, Cruz rápidamente notó que le pasaba algo – ¿todo bien?
- Si – respondió sin mucho convencimiento.
- Pues vamos, deja que te empuje – pidió esperando una negativa, pero Maca no
ofreció resistencia – por cierto, tengo que hablar contigo.
- ¿Qué pasa ahora? – preguntó con cansancio, mirando a Claudia que se colocó a
su lado, preguntándole con la mirada. Maca hizo un gesto indicándole que no
pasaba nada y la neuróloga respiró tranquila.
- Nada, es un cotilleo – rió - ¿sabes que Gimeno, conoce al ex de Adela?
- Pero si Adela no está separada – dijo perpleja.
- ¡No! A su primer novio.
- ¿A Germán?
- ¡Ah! ¿tú también lo conoces?
- Yo estuve a punto de partirle la cara – sonrió recordando la época de la
universidad – y.., no fue el primero, pero esa es una larga historia.
- Esa no me la has contado – intervino Claudia riendo.
- Y, ¿también sabes que ha sido el jefe de Esther en Jinja?
Las cuatro ocuparon la mesa y la recepcionista miró a Maca, había hablado con Rosario,
que le había insistido en que notaba a su hija muy extraña. Teresa la había tranquilizado
explicándole que tenía mucho trabajo, que eran los primeros días y que todo eran
problemas. Pero ni ella misma se lo creía, estaba segura de que a Maca le pasaba algo
más y se dispuso a averiguarlo antes de que montase en aquél avión. Luego subiría con
la excusa de darle el billete y charlaría con ella.
* * *
Sonia y Esther llegaron al campamento cuando Laura salía del despacho de Isabel. La
enfermera se alegró de verla allí.
- ¡Eh! ¡ya estás aquí! – exclamó manifestando su alegría - ¿qué tal te ha ido todo?
- La verdad que muy bien – dijo con una sonrisa – por cierto, quería hablar
contigo.
- Bueno, yo os dejo que voy a ver a Fernando – intervino - quiero preguntarle por
lo de esta tarde – añadió dirigiéndose a Esther.
- De acuerdo – respondió la enfermera a Sonia.
- No tardéis que comeremos en menos de diez minutos – avisó Sonia a las dos.
- Tranquila que ya vamos, es un momento – respondió Laura, viéndola alejarse -
¿qué? ¿te cae ya mejor?
- Mira que eres mala – sonrió – a mi no me cae mal.
- No, a ti lo que te cae mal es que se lleve bien con Maca.
- ¿Maca! a mi Maca me da igual, ya te lo dije ayer.
- ¡Ah! entonces no te interesará saber lo que me contó anoche Javier – le soltó
picaronamente.
Esther sonrió y negó con la cabeza, ¡la había pillado! Se moría de ganas de saber lo que
le había dicho.
* * *
- ¡Menos mal que no tenías hambre! – bromeó Claudia observando su plato vacío.
- Ya ves… - sonrió.
- No se como no te sienta mal comer tan rápido, hija – intervino Teresa.
- Siempre tuve buen estómago – rió, no sabía porqué se le había venido a la
cabeza lo que Esther siempre se reía de ella “¡que no te lo voy a quitar! ¡que
pareces un estornino!”.
La única que la observó preocupada fue Cruz. Maca no debía hacer esas cosas, tenía que
cuidarse y en los últimos días, prestaba atención a todo menos a ella misma. Estaba a
punto de recriminarle su forma de comer, cuando la pediatra se adelantó.
- Bueno... Aquí os quedáis – dijo girando la silla dispuesta a marcharse – tengo
que terminar unas cosas y coger un avión.
- ¿Quieres que te acompañe al aeropuerto? – le preguntó Claudia.
- No hace falta, gracias. ¿Tenías guardia hoy, no?
- Si, con Gimeno – rió – ¡menuda noche me espera!
- Maca ¿no te tomas un café?
- No, Cruz, tengo prisa. Luego nos vemos, quiero comentarte algo antes de
marcharme.
- ¿En serio no quieres que te ayude con la memoria? – se ofreció de nuevo
Claudia haciendo ademán de ir a levantarse.
- En serio, come tranquila – sonrió – ahí os quedáis – dijo a las demás dándose la
vuelta, ya de espaldas dijo - ¡ah! esperad a que esté en la puerta para
despellejarme que tengo muy buen oído - rió marchándose con presteza.
- Esta Maca es incorregible – comentó Teresa ofendida – mira que decirnos…
- Lo que te molesta es que tiene razón – rió Claudia – o es que nos íbamos a
quedar calladas.
- Mujer, pero es por su bien, no es sano comer como los pavos.
- No, no lo es – intervino Cruz – pero a mi me preocupa más que no sea capaz de
estar tranquila ni cinco minutos. Menos mal que se toma los fines de semana
libres y descansa.
Claudia miró hacia abajo ¿descansar en el fin de semana! por lo que ella sabía, que no
era mucho, al menos el próximo, no creía que fuera así.
- Deberías hablar con ella, Cruz – dijo Teresa – a ti te hace más caso.
- ¿Maca! Maca no hace caso a nadie – rió.
- Su madre está preocupada, hasta amenaza con presentarse aquí y yo tengo la
sensación de que le ocurre algo que nos esconde – continuó la recepcionista –
¿tú sabes algo? – preguntó directamente a Claudia.
- ¿Yo! no, nada – mintió a punto de atragantarse – pero deberías dejar de meterte
en su vida.
Teresa la miró ofendida, no se metía en su vida, se preocupaba por ella que era muy
diferente. Cruz se dio cuenta de lo que pasaba por la mente de la recepcionista y antes
de que la cosa fuese a mayores decidió intervenir.
- Claudia tiene razón, Teresa, Maca sabrá lo que hace – dijo sin mucho
convencimiento
- Decid lo que queráis, pero yo creo que alguna deberíais de hablar con ella. Yo
no la veo bien.
- Teresa, es normal que esté alterada estos días – la justificó Cruz – deja que pase
un tiempo y que se calmen las cosas y no la agobies más de lo que ya está. No es
fácil poner todo esto en funcionamiento. Además… - añadió mirando a Claudia
– ¿no se iba a ir unos días de viaje con Verónica?
- Si – admitió Claudia – pero no se si sigue en pie. Eso era antes de que surgieran
tantos inconvenientes con el crédito.
- Pues debería irse y descansar unos días.
- Bueno, ya esta bien de hablar de Maca – dijo Claudia cansada - ¿queréis un café!
yo me tomo uno rapidito y me voy que esta noche entro de nuevo.
- Sí, uno rápido que voy a darle una vuelta a la niña del tumor – aceptó Cruz con
una sonrisa.
- Pues yo me voy ya – dijo Teresa.
- Pero mujer… un cafetito.
- No, me voy que quiero subirle a Maca su billete antes de que se me olvide.
- Teresa, deja a Maca tranquila – le aconsejó Claudia – tiene que terminar la
memoria antes de irse y no está de muy buen humor.
* * *
En el campamento la comida había terminado. Fernando y Mónica habían decidido salir
con ellas esa tarde y seguir enseñándoles el campamento a las recién incorporadas,
dejando para la mañana siguiente la recogida de datos. Pero aún les quedaba una media
hora de descanso antes de la salida y Esther, que durante el almuerzo, se había sentado
lejos de Laura, vio la oportunidad de asaltarla y preguntarle lo que tanto deseaba saber.
Además, como Laura le había dejado claro que se había dado cuenta de lo que sentía, ya
no era ni siquiera necesario que disimulase. Le hizo una seña y las dos salieron juntas
del pabellón, sentándose en las escaleras, al igual que hicieran el día anterior. Fernando
salió tras ellas y al verlas de nuevo allí, bromeó.
- Voy a tener que compraros un par de hamacas o de mecedoras, para que estéis
más a gusto.
- No estaría mal – respondió Laura con una sonrisa - ¿nos vamos ya?
- No. Llegan un par de motos nuevas y voy a avisar a los agentes de la puerta. Son
capaces de no dejarlos pasar – comentó riendo, haciendo alusión a lo novatos
que eran.
- ¿Motos? – preguntó Esther.
- Si. Por aquí es mejor, a veces, ir en moto, se llega más rápido. Además hay sitios
en los que cuesta llegar en coche o ambulancia, por eso tenemos ese par de
camiones.
- Si, ya nos lo explicaste ayer – dijo Esther.
- Bueno… son tantas cosas… que ya no sé lo que os he contado y lo que no – se
excusó – aquí os quedáis, por cierto están haciendo café, si os apetece… ya
sabéis – dijo marchándose hacia el portón.
- ¿Quieres café? – preguntó Laura.
- No, gracias – respondió deseando que ella tampoco, estaba impaciente por saber.
- ¡Esther! – la llamó Isabel saliendo del comedor - ¿tienes un momento! me
gustaría hablar contigo.
- ¿Ahora? – preguntó en tono molesto harta de que no las dejasen tranquilas.
Laura le dio un golpe por debajo.
- Bueno… si prefieres cuando termines el turno – empezó Isabel sorprendida por
aquel tono.
- No, no, ahora está bien – respondió levantándose con rapidez - ¿aquí?
- No, vamos a mi despacho – le indicó para que la siguiera.
Esther caminó junto a ella en silencio. La subinspectora se mostraba siempre seria y con
un aire entre preocupado y autoritario que le hacía pensar en una persona eficiente y
distante. En la comida había sido la que menos participara en la charla y Esther no pudo
evitar sentir cierto nerviosismo. Laura ya le había explicado lo que quería, pero aún así
tenía la sensación de que a aquella mujer no le caía bien, o quizás era al revés y, era a
ella, a la que no le agradaba volver a tratar con la detective, en el fondo se sentía
ridícula, cada vez que recordaba los celos que sintió, cuando Maca trabajó con ella en
aquél caso.
Esther asintió aunque temía esa pregunta, presentía que sería algo que no iba a querer
responder.
- Tú, si no me equivoco, eres la chica que salía con Maca hace años, cuando
trabajabas en el Central, ¿verdad?
- Si.
- Bien, creía que eras tú, no suelo olvidar una cara, pero… no estaba segura.
- ¿Por…?
- Por nada – mintió calibrando si debía decirle lo que pensaba o callarse de
momento.
- ¿Has terminado?
- No. Espera un momento – le pidió sonriéndole por primera vez – Esther,
corrígeme si me equivoco pero… me ha dado la sensación de que… de que te
sigues preocupando por ella, ¿acierto?
Esther la miró perpleja por aquella pregunta y por la forma tan abierta y directa que
tenía Isabel de afrontar los temas, estaba tentada a mentirle y decirle que se equivocaba,
pero no encontraba ningún motivo de peso para hacerlo y, además, tenía la sensación de
que Isabel quería pedirle o decirle algo.
- Si. Me… me preocupa que le pase algo – confesó en voz alta por primera vez
desde que llegara.
- ¿Puedo pedirte una cosa?
- Si. Dime.
- Lo que te voy a pedir, no lo hago como detective – dijo estableciendo un vínculo
de confidencialidad que agradó a Esther, la enfermera hubo de reconocer que
aquella mujer, cuando se quitaba la máscara de frialdad, tenía cierto atractivo, y
quizás no se equivocase tanto cuando, hace años, saltaron sus alertas y se
sintiera celosa de ella – lo hago como… como amiga de Maca.
- ¿Qué es? – preguntó impaciente.
- Me interesaría que intentaras pasar tiempo con ella, que… - se detuvo un
momento al ver la cara de perplejidad de la enfermera “¡valiente encargo le
estaban haciendo! ¡eso es lo que ella quisiera! a ver si se creía Isabel que eso era
tan fácil. La subinspectora le adivinó los pensamientos – Se que no parece fácil
pero, si aceptas…
- Si, acepto – la cortó con tal rapidez que Isabel disimuló una sonrisa.
- En ese caso, déjalo de mi cuenta. Ya procuraré yo, que Maca pase más tiempo
en el campamento.
- Lo que no entiendo es ¿por qué? Y… ¿porque yo?
- Por que, tú, creo que está claro. A Laura le he pedido lo mismo. Y por lo demás,
es largo de explicar, pero aquí, aunque parezca increíble, la tengo más
controlada. Mis superiores me han obligado a retirarle la vigilancia, solo he
podido mantener una patrulla y me temo que esa vulnerabilidad, permita que,
quien quiera que sea, de un paso definitivo – confesó angustiada – tengo que
hacer mi trabajo y no puedo estar todo el día pendiente de ella, y al mismo
tiempo no me fío de casi nadie.
- Entiendo…
- No tienes que hacer nada, nada en absoluto, solo llamarme si…, cualquier día
o… en cualquier momento, ves algo a su alrededor que te llame la atención,
cualquier cosa.
- ¿Cómo qué? – preguntó sorprendida aún de la petición.
- Como… - el teléfono empezó a sonar e Isabel lo cogió – dime Evelyn – dijo la
subinspectora - ¡no me jodas! – exclamó sin reparar en la presencia de Esther,
nerviosa por lo que acababa de decirle su subordinada – perdona un momento
Evelyn – pidió y tapando el auricular se dirigió a la enfermera – gracias, Esther,
eso es todo. Ya hablamos en otra ocasión.
La despidió con una sonrisa y la enfermera se levantó para marcharse. Antes de cerrar la
puerta la escuchó hablar airada “¡como que no encuentras billete! y ahora ¿quién la
convence para que no coja ese avión?”. Esther cerró la puerta y no pudo escuchar nada
más, pero estaba segura de que Isabel hablaba de Maca y parecía realmente preocupada.
Preocupación que empezó a sentir ella misma. A la salida del despacho se encontró con
Laura y los demás que la estaban esperando, dispuestos ya para la salida.
* * *
- Vamos a ir hacia el sur del poblado – explicó el médico – allí no vamos a ser
nunca muy bien recibidos, pero a Sonia y a mi ya nos conocen. Les hemos hecho
un par de “favores” – continuó recalcando la palabra – y aunque la mayoría
preferiría no vernos por allí, no creo que nos den problemas.
- ¡Hola! – dijo Sacha acercándose a ellos e interrumpiendo las explicaciones.
La enfermera la siguió, pero no era capaz de apretar el paso. No podía dejar de sentir
que ella era la culpable de todo lo que le había pasado a Maca. Sabía que la dejó en un
mal momento, que no fue capaz de ayudarla y mirando al vacío, rememoró la noche en
que su vida se partió en mil pedazos, cuando rechazó a la única mujer que fue capaz de
ver en el fondo de su corazón.
* * *
- Adelante – escuchó decir a la pediatra que levantó la vista del papel en el que
estaba tomando unas notas y bajó la tapa del portátil.
- Hola, Maca, venía a traerte el billete y de paso…
- No tengo tiempo, Teresa – la cortó al observar que llevaba dos cafés.
- ¿Ni cinco minutos?
- No, de verdad – repitió ligeramente angustiada, quitándose las gafas con gesto
de cansancio.
- Bueno… - dudó acercándose a la mesa – entonces toma – le tendió el billete – lo
he cerrado para el viernes a las siete – le explicó - ¿te parece bien?
- Si, si – le mintió, en realidad ya había llamado ella para cambiarlo y poder
volver al día siguiente.
Teresa rodeó la mesa y se acercó a ella, apoyó su mano en el hombro y le dio un ligero
beso en la mejilla.
Teresa salió del despacho, igual que entrara. Tenía una mala sensación con todo aquello.
No podía evitarlo. Maca, se quedó unos segundos con la vista fija en la puerta, tras los
cuales continuó con su tarea, con suerte si no volvían a interrumpirla en media hora
tendría lista la memoria y podría imprimirla. Incluso le sobraría un rato para invitar a
Teresa a un café, con más tranquilidad, y convencerla de que todo estaba bien, que tenía
todo controlado. No se fiaba de ella y era capaz de llamar a su madre y lo último que le
faltaba es volver a recibir las insistentes llamadas de Rosario. Aún así, sentía cierto
desasosiego, quizás le ocultaban la verdad y Ana no estaba tan bien como le había dicho
Elena. Una posibilidad empezó a rondar en su cabeza, miró la hora, era demasiado tarde
y, para ello, tendría que hablar con Cruz.
* * *
En el campamento, Isabel se paseaba nerviosa por su despacho. Había llamado a Josema
en tres ocasiones y en las tres había sido imposible contactar con él. Necesitaba que le
hiciera un enorme favor y cada vez era más tarde. Le habían dicho que el joven estaba
reunido con el Comisario Martínez y eso la puso aún más alterada, cada vez le gustaba
menos la idea de que Josema fuera su hombre de confianza. Isabel, volvió a mirar el
reloj, Maca cogería el vuelo en pocas horas y ella necesitaba asegurarse de que todo
estaba bien. Cogió el móvil y volvió a marcar. Uno, dos, tres, cuatro toques…
La subinspectora esperó a que diera todas las llamadas. Nada, Maca no respondía.
Estuvo tentada a llamar a la Clínica, pero sabía que siempre que lo hacía despertaba el
recelo en aquella recepcionista y luego Maca, la tomaba con ella. Valoró la importancia
de lo que quería y decidió que aún podía esperar unos minutos más. Salió al exterior y
comprobó que sus hombres estaban en sus puestos. Todo permanecía muy tranquilo, a
veces tenía la sensación de que esa calma era ficticia, que algo se cocía a su alrededor y
que no era capaz de percatarse de ello.
* * *
A varios kilómetros de allí, en el despacho del Comisario Martínez, Josema permanecía
sentado escuchando lo que su superior le estaba contando. Si lo que le decía era cierto y
demostrable, Wilson lo tendría difícil para librarse de la cárcel. Lo que no entendía era
porqué le contaba eso a él y, sobre todo, porqué no empezaba ya los trámites y mandaba
los resultados de su investigación al juez. En cambio, el Comisario parecía interesado en
tener previamente una charla con Macarena Wilson, como si en el fondo no estuviese
convencido de todo aquello que le contaba.
El joven guardó silencio. Isabel sospechaba lo mismo que su padre, pero estaba seguro
que ambos sospechaban de personas diferentes, incluso de motivos diferentes.
- ¿Josema! ¿estás ahí?
- Si. Perdona es… que… tu padre acaba de hacerme el mismo encargo.
- ¿Cómo?
- Ahora te llamo – dijo pensativo - Voy a ponerme con ello. Por cierto, convence
a Wilson para que no viaje. No te lo puedo explicar, pero que no coja ese avión.
- Lo veo difícil.
- ¡Hazlo! – dijo interrumpiendo la comunicación.
Isabel se quedó sorprendida. Estaba cada vez más segura de que su padre no era trigo
limpio y no podía dejar de imaginar cosas horribles sobre él. Esa obsesión por no abrir
la clínica, esas trabas que les ponía desde el primer día, la orden expresa de retirarle la
vigilancia a Maca y, ahora esto, ¿qué significaba? No podía pensar con claridad. Pero
había una prioridad, hablar con Maca.
* * *
En el poblado, todo estaba en calma, habían pasado por las viviendas de los chicos
accidentados el día anterior para echarles un vistazo y caminaban hacia la zona más
peligrosa para que Esther y Laura supiesen exactamente dónde no debían meterse sin
protección. La enfermera pilló un par de veces a Laura mirando de reojo a Sacha, y
sonrió para sus adentros, “estos dos se han gustado”, pensó. Estaba a punto de
comentarle algo a su amiga cuando Fernando le llamó la atención.
- Esther.
- ¿Qué?
- ¿Sabes donde estamos? – le preguntó al verla distraída.
Un grito los alertó, ¡fuego! ¡fuego! Los cinco miraron en todas direcciones buscando el
lugar del incendio.
Todos corrieron hacia allí. Al llegar las llamas aún no se veían, pero el humo era ya
muy denso.
- ¡Sonia! Llama a Isabel, ¡corre! Mónica avisa a Lola, que vengan con las
ambulancias – ordenó con decisión – Sacha ¡vamos! – dijo corriendo hacia el
interior – vosotras apartaos y que no se acerque nadie, esto va a ser un infierno.
- ¡Estáis locos!
María llegó corriendo hasta ellas, se paró en seco al ver su vivienda, miró hacia su
abuela, volvió a mirar a la chabola y corrió hacia ella. No sabía como pero Esther había
presentido lo que iba a hacer y sin pensárselo salió detrás deteniéndola casi en la
entrada.
- ¡No! – la frenó – no puedes entrar – dijo tirando de ella hacia atrás, las llamas
empezaban a buscar una salida.
- El cuento – sollozó – el cuento de Maca – luchaba por zafarse de la enfermera –
su regalo – la niña lloraba y pataleaba.
Sonia se acercó para ayudar a Esther que casi no podía sujetarla. La enfermera se
agachó intentando razonar con la pequeña, y entonces, entendió a Maca, en aquella
chabola se iban a quemar las pocas ilusiones de aquella niña, de la niña que Maca quería
y protegía. Entonces Esther, sin siquiera pensárselo, hizo algo inesperado para todos.
* * *
Maca llegó a recepción en busca de Teresa. Por fin había terminado la memoria.
Recogió todo lo necesario y se dispuso para marcharse. Pero no estaba tranquila,
necesitaba asegurarse de que Teresa se convencía de que su falta de sueño y sus nervios
solo se debían al estrés de los primeros días, a los escollos inesperados y no a lo que
imaginaba, porque estaba segura de que Teresa imaginaba lo que no era, imaginaba que
la culpa de todo la tenía la vuelta de Esther, que la había desestabilizado y necesitaba
convencerla de que eso no era así, que tenía muy claros sus sentimientos pero, sobre
todo, de que no le contase nada a su madre. No quería que Rosario supiese que la
enfermera había vuelto y mucho menos que trabajaba para ella.
Las otras tres se quedaron expectantes mientras escuchaban lo que respondía Claudia y
sacaban sus propias conclusiones.
* * *
En el campamento, Esther había entrado por la puerta que lo hiciera horas antes, su
mente registraba todos los datos a velocidad de vértigo. El humo cada vez era más
denso, sus ojos, llorosos, se dirigieron al lugar donde había visto una botella de
camping-gas con la que se calentaba la anciana, si las llamas la habían alcanzado,
saldría sin lograr su objetivo, se estaba arriesgando, pero no era una inconsciente, no era
el primer incendio en el que se metía, comprobó aliviada que las llamas aún no llegaban
a aquél cuarto, el incendio parecía originarse en la parte trasera, quizás en la cocina.
Pasó con rapidez por ella, temiendo que hubiese más botellas, aunque no recordaba
haber visto ninguna en el rápido recorrido que le hizo María por la vivienda. Tenía que
entrar y salir en pocos segundos. Sabía a donde ir, y casi sin ver corrió hacia el interior,
se agachó bajo la cama y cogió la caja; un fogonazo, y un estruendo a su espalda le
indicó que las llamas se habían abierto paso con más rapidez de la que esperaba, los
cartones y plásticos que formaban parte de la construcción habían ayudado a ello, solo
tenía una opción, salir por donde había visto hacerlo a María en esa misma mañana, su
propósito de no tomar aire en el interior, se rompió con aquel contratiempo, ¡mierda!
pensó, sintiendo que aquella bocanada le afectaba no solo en lo pulmones, comenzando
a toser, si no también en su cabeza. Tenía que encontrar aquél hueco.
En el exterior Fernando gritaba nervioso a Sonia.
El estallido provocó un revuelo considerable. Sus compañeros vieron con estupor como
la vivienda se hundía pasto de las llamas y cómo estas se extendían a las chabolas
colindantes.
* * *
En la clínica todas seguían con interés las palabras de Claudia. Maca estaba cada vez
más nerviosa. Por lo que escuchaba parecía que el incendio se había extendido y lo que
era peor, que la prensa había llegado antes que los hombres de Isabel. Tenía que hablar
seriamente con ella, “¿qué hacía pensando en eso ahora?”, “¿cómo se le ocurría pensar
en la prensa antes que en la gente?”, se reprendió así misma, ya habría tiempo de
declaraciones, lo importante es que todos estuviesen bien. Su móvil empezó a vibrar y
antes de que diera la primera llamada ya lo había cogido.
Maca le sonrió pero no dijo nada más. Cruz la conocía demasiado bien como para
mentirle. Ambas entraron en el despacho. Tenían pocos minutos para que Maca le
explicase antes de que Cruz cogiese ese avión.
* * *
En el campamento, Esther presentaba todos los síntomas de intoxicación por inhalación
de humo.
Laura dio un ágil salto y subió a la ambulancia, Sonia se quedó allí parada y finalmente
corrió hacia la otra ambulancia. Iría con la abuela de María y con la niña, que estaba
muy asustada.
* * *
En la clínica, Cruz se despidió de Maca con la promesa de tenerla informada de todo. La
pediatra se quedó unos instantes en el despacho, necesitaba llamar a su madre. Rosario,
insistió de nuevo en que no hacía falta que fuese y empezó a sospechar de la insistencia
de su hija. Era lógico que estuviese preocupada, pero notaba en su voz que algo no
estaba bien, le daba la sensación de que quería hablar con ella y que no acababa de
decidirse. Tras hablar con su madre, Maca tuvo la convicción de que Rosario no le decía
la verdad, pero no podía pararse a pensar en ello, tenía que bajar a urgencias.
En la puerta del despacho, Cruz se había detenido con Claudia que llegaba en busca de
Maca.
Maca asintió, notaba la tirantez de la neuróloga con ella y sabía a qué se debía. La
estaba juzgando, y sentía la necesidad de explicarle, de justificar su decisión. Pero no
había tiempo de charlas.
Teresa miró de nuevo hacia la pediatra y se asió a su mano, los nervios de Maca eran
patentes, y la recepcionista la observaba con preocupación. Hacía mucho tiempo que no
la veía tan fuera de sí. No solo estaba acelerada, si no que parecía desconcertada, sin
capacidad casi de decisión. Su móvil volvió a sonar, era la llamada que esperaba,
¡Isabel! por fin le contaría los hechos, necesitaba conocerlos para enfrentarse a la prensa
a la que ya no sabía cómo darle largas, y que hacía rato que estaba apostada frente a la
Clínica. Isabel, notó a Maca tan despistada que, prácticamente, le dictó lo que debía
decir: el suceso había ocurrido sobre las cinco de la tarde, en una de las infraviviendas
de manzana D, la de Socorro, que se encontraba allí junto a su nieta. Al parecer, el
origen del siniestro había sido un cortocircuito. Varias dotaciones de bomberos del
Ayuntamiento de Madrid y de la Comunidad de Madrid habían acudido al lugar
consiguiendo extinguir las llamas antes de que se extendiesen a más chabolas, siendo
tan solo ocho las afectadas. Había habido suerte a pesar de todo. Gracias a la presencia
de la policía y los médicos en la zona, la intervención había sido inmediata.
Claudia entró con él mirando de reojo a su amiga que se quedaba allí con cara de
espanto. Maca había visto a Esther peor de lo que se esperaba. La cara y los brazos
ennegrecidos por el hollín, le indicaban que había estado demasiado tiempo dentro.
Habría que esperar a la gasometría pero no le gustaban nada aquellos sonidos que había
podido escuchar cuando se esforzaba por hablar, y encima había perdido la consciencia,
no quería ni pensar que entrase en una insuficiencia respiratoria irreversible. El pánico
se apoderó de ella. Tenía que controlarse, pensó que algo bueno había y es que, aunque
Claudia tendría que valorar el deterioro neurológico, ella no la había visto tan confusa
como esperaba.
- Toma – le dijo Laura tendiéndole la caja que había sacado la enfermera – entró a
por esto.
Maca la miró desconcertada, cogiendo lo que le tendía, inmediatamente reconoció la
caja, abrió la tapa y junto al cuento vio el caza mariposas y cayó en la cuenta de lo que
había ocurrido, un sentimiento de culpabilidad se apoderó de ella. Miró la caja y volvió
a mirar a Laura.
Pero no tuvo tiempo de responder. Sonia acababa de llegar en la otra ambulancia, con
Socorro y María. Laura se llevó a la anciana a la sala de curas y María corrió a
abrazarse a la pediatra llorando. Maca intentó controlar sus sentimientos y tranquilizar a
la pequeña que, finalmente, consintió en marcharse con Mónica. De pronto se vio allí
sola, sin saber qué hacer, permaneció en la entrada de boxer completamente parada, la
vista puesta en aquellas puertas, con el corazón en un puño, esperando ver salir en
cualquier momento a alguien que le explicase qué ocurría.
La pediatra escuchó aquella frase como un mazazo. Ya sabía que no podía hacer mucho,
en realidad, nada, pero escucharlo así, y de boca de una de las personas en las que más
confiaba y en las que más se había apoyado en esos años, provocó que perdiese el poco
control que le quedaba y se echase a llorar.
* * *
El joven entregó su tarjeta de embarque con cierto nerviosismo. Al hacerlo la azafata lo
miró extrañada pero no le dijo nada. Era la primera vez que viajaba en primera clase y
estaba deseando ver las diferencias con la clase turista. No sabía como, pero aquellos
que les habían encargado el trabajo, lograron un billete sin problema y, por lo que tenía
entendido su padre, al lado mismo de la doctora Wilson.
Llevaba casi una hora en el aeropuerto esperando verla aparecer pero no fue capaz de
localizarla. Seguro que embarcaba por otro lado debido a su estado. Esa idea lo
tranquilizó, lo último que deseaba era fallarle a su padre en aquel encargo.
Escuchó la última llamada para su vuelo y notó la excitación del encuentro. En unos
minutos estaría sentado junto a ella. Tenía todo pensado. Se comportaría como solo él
sabía hacerlo, seguro de que su educación y caballerosidad lograrían despertar la
confianza en la doctora. Así, cuando descubriese que se alojarían en el mismo hotel, lo
tendría todo más fácil.
Cruz llegó al parking con el tiempo justo. Casi no le había dado tiempo de meter en la
maleta cuatro cosas y dejar a María en casa de su hermana. Maca le había explicado
todo el procedimiento de primera clase, no tendría que esperar colas, ni facturar, ni nada
de nada, la recogerían en el mismo aparcamiento. La pediatra había hecho las llamadas
pertinentes para informar del cambio de usuario en el billete y ya habían dispuesto una
tarjeta de embarque a su nombre. ¡Primera clase! pero no una primera clase cualquiera,
como la única vez que había hecho uso de ella cuando Vilches la invitó a aquél fin de
semana en Lisboa, sino una primera clase de lujo.
Observó con agrado que el servicio era impecable pero no pudo evitar sentirse algo
incómoda, por las miradas que le lanzaba su compañero de asiento, y eso que estaba a
más de un metro de distancia. La observaba con descaro, rayando la falta de educación,
“mucho traje y poco seso”, pensó Cruz, “si lo que pretende es entablar charla lo lleva
claro”, sacó el dossier que le había entregado Maca y se dispuso a estudiarlo con
detenimiento. ¡Menudo marrón! y, ¡menuda responsabilidad”, pero quizás fuese lo
mejor, Maca empezaba a tenerla preocupada, a su vuelta hablaría con ella y le insistiría
en que se marchase unos días de vacaciones, últimamente no tenía buen aspecto y lo que
era peor, la veía perder los nervios con demasiada frecuencia. “Pero… ¿qué coño me
mira este tío?”, volvió a pensar.
El avión despegó sin problemas. Cruz se enfrascó en la lectura de la memoria que había
hecho Maca, la verdad es que tenía una capacidad de síntesis y una claridad en sus
exposiciones que la dejaba sorprendida.
El joven no entendía qué ocurría. Estaba claro que la doctora no se encontraba en aquel
vuelo. Empezó a pensar con temor que se había equivocado de avión.
- Discúlpeme señora.
- ¿Si? – dijo Cruz con un ligero deje de impaciencia que el chico no fue capaz de
captar.
- Este avión… va a Zurich, ¿verdad?
Cruz lo miró sin dar crédito a lo que escuchaba, o era imbécil, o se reía de ella o tenía la
forma de ligar más ridícula que había visto en su vida.
Cruz levantó la vista, ahora sí, interesada. Recordó las palabras de Isabel justo antes de
salir para el aeropuerto, la detective le había prevenido sobre cualquier persona, hombre
o mujer, que se le acercase en busca de Maca. Su mente ató cabos con rapidez.
Imposible que aquél mamarracho fuera amigo de Maca. Se la imaginaba dándole un
bufido a la primera frase. Sonrió solo de pensarlo y el joven interpretó que sabía a quién
se refería.
- ¿La conoce?
- No – respondió – no me suena – “a ver si así me dejas tranquila ¡pelmazo!”.
- Pues… es famosa.
- Si me permite, tengo una conferencia y necesito repasar unas notas – mintió con
descaro.
- Si, claro, disculpe.
El joven guardó silencio, “¡mierda! ¡mierda! ¡mierda! ¿qué pasa aquí?”, pensó
preocupado. Quizás la Wilson no iba en primera, aunque… eso era imposible, a su
padre le habían asegurado que su billete era el del asiendo de al lado. Claro que ahí en
esos sofás, lo mismo estaba en otro. Se levantó y repasó con la vista a todos los
ocupantes. No estaba. Tenía que hablar con su padre, el sabría qué hacer. Por el
momento, recorrería el avión en su busca.
* * *
En la Clínica, Maca salió del box con cara de preocupación, tan nerviosa estaba que no
reparó en la señora situada a la derecha de Teresa y ligeramente tapada por esta. Maca
vio a todos acercarse a ella, desde un lateral del pasillo Sonia, Mónica y Fernando,
desde el otro Teresa, Laura y ¡Encarna! Las miradas de Maca y Encarna se cruzaron.
Los nervios de la pediatra aumentaron y todos notaron que palidecía, achacándolo a la
posible gravedad de Esther. Maca bajó la vista incapaz de sostenerle esa mirada,
Encarna se dirigió a ella manifestándole toda su rabia.
Maca recibió ese gesto con más dolor que cualquier palabra que pusiera haberle dicho y
no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas, entendía perfectamente lo que había
querido decirle, aunque no lo hubiese llegado a hacer, y se le hizo un nudo en la
garganta. Encarna la odiaba, sentía un rencor tan profundo que no dudó un segundo en
comprender que Esther debía haberle contado todo lo que ocurrió entre ellas aquella
noche.
Cuando estaba a punto de coger el ascensor escuchó como se abrían las puertas del box,
y se volvió permaneciendo en la distancia. Había prometido marcharse pero…
necesitaba saber como estaba Esther. Vio como todos se arremolinaban en torno a
Claudia y Gimeno. Intentó escuchar lo que decían pero desde allí era imposible. Respiró
hondo, dominando el nerviosismo que sentía y se dispuso a esperar.
Claudia, la vio acercarse a ellos, le sonrió de lejos y le hizo una seña de que todo estaba
bien. Cuando estuvo a su altura repitió lo que había dicho anteriormente, Maca respiró
más tranquila, no eran malas noticias y, Encarna se marchaba.
- ¿De qué conoces a esa mujer? – preguntó Sonia, de pronto. La pediatra la miró y
comprobó que parecía molesta.
- Es la madre de Esther – respondió.
- Eso ya lo sabemos, pero ella parece conocerte a ti – insistió.
- Me habrá visto en la prensa – dijo esquiva, hizo una pausa y se lo pensó mejor –
salí con Esther hace años - confesó.
- No me mires así Sonia. Entre Esther y yo terminó todo hace mucho tiempo. No
he vuelto a verla en años, desde que se fue… - sintió la necesidad de justificarse,
aunque en realidad, no sabía por qué, ni tenía porque hacerlo – y… que esté
aquí, es una coincidencia que ninguna de las dos hemos buscado – explicó con
sinceridad, hizo otra pausa que Claudia aprovechó para intervenir.
- Yo creo que ya es hora de que os marchéis a casa, parecéis cansados, además,
Maca, vas a perder el avión – le hizo un gesto de complicidad, se había dado
cuenta de lo incómoda que estaba la pediatra con aquella situación, bastante
tenía ya encima como para tener que aguantar reproches que no venían a cuento,
Claudia se preocupó por ella.
- Si, es cierto – confirmó Maca mirando el reloj - ¡mirad que caras tenéis! –
intentó bromear - Claudia tiene razón marchaos a descansar.
- Si – intervino Gimeno – daos una ducha que … vamos no quiero decir que oláis
ni nada de eso pero… un asquito si que estáis hechos… todos chamuscadillos…
- Vale, vale, te hemos entendido – rió Fernando.
- Menos mal – rió Gimeno - tienen razón es mejor que marchéis a casa. Ya nos
quedamos nosotros aquí.
Los tres se marcharon y Gimeno entró en el pasillo hacia el interior de boxer para desde
allí ir a la UCI, donde ya había sido trasladada Esther. Una vez solas Claudia miró a
Maca, y esta vez era ella la que tiñó su mirada de reproches.
Maca la observó pensativa, estaba tan agobiada y preocupada por lo sucedido que no se
le había ocurrido pensar en esa posibilidad, y eso que Teresa ya le había insinuado lo
mismo. Desechó la idea, Esther intentaba demostrarle que podía ser la persona que
necesitaban, aunque fuera para después marcharse.
Maca la miró, molesta, metió la mano en el bolso y sacó el móvil, buscó un mensaje y
se lo enseñó.
- ¡Me voy en cuatro horas! ¡bocazas! – dijo enfadada y cansada también de que
siempre la estuviese cuestionando, le mostró el localizador, y sin decirle nada
más giró su silla. Ni Claudia parecía comprenderla, a veces no sabía para qué
hablaba con ella, en el fondo sí lo sabía, siempre le había gustado su sinceridad,
aunque le dolieran las cosas que le decía.
- ¡Maca! – la llamó - ¡espera! perdona… perdóname, no tengo derecho a decirte lo
que tienes que hacer – la miró esbozando un sonrisa - ¿quieres entrar a verla?
- No – dijo negando al mismo tiempo con la cabeza - Me fío de ti. Pero… tenme
informada, por favor.
- Tranquila, que te voy a estar llamando a cada momento y no solo para tenerte
informada. También quiero que me tengas tú. ¿De acuerdo?
Maca asintió y sonrió agradecida, Claudia se agachó a besarla, despidiéndose de ella,
diciéndole al oído un cariñoso, “¡cuídate!”.
La pediatra se marchó con un pellizco en el estómago, ¡claro que quería entrar a verla!
Necesitaba estar junto a ella cuando despertase, necesitaba decirle que la perdonase, que
no necesitaba que le demostrase nada. Y, sobre todo, necesitaba comprobar por sí
misma que estaba bien. Sí, hubiera dado cualquier cosa por entrar y quedarse allí
mirándola, intentando que Esther escuchase sus silencios como hacía antes, pero no
estaba segura de que ya fuese capaz de oírla. Llevaba tanto tiempo sin hablarle, sin
hablarle de verdad, que quizá se le habían olvidado las palabras, que quizá ya no había
nada qué decirle.
* * *
En el vuelo a Zurich Cruz había terminado de leerse por segunda vez la Memoria que
había redactado Maca. Creía tener todo claro, pero aún así la llamaría al aterrizar para
hacerle un par de preguntas y preguntar que tal estaba Esther. Miró de reojo al joven
que por fin se había sentado, le pareció que estaba cansado y que sus nervios iban en
aumento. Estaba segura de que tenía pánico a volar. El joven llamó a la azafata y le
preguntó si podía usar su móvil, la respuesta afirmativa de la chica pareció aliviarlo.
Cruz, prestó a tención a la conversación, total no tenía otra cosa que hacer y además,
desde que el chico le preguntara por Maca, no le había quitado ojo, sabía lo que debía
hacer porque Isabel había sido muy clara al respecto.
* * *
Tras pasar por su despacho y recoger algunos documentos, Maca llegó a recepción, giró
su silla para despedirse con la mano de Teresa, que conociéndola, pasaría toda la noche
allí, esperando que Esther se despertase. Sabía que al final entre Mónica y Gimeno
habían convencido a Encarna que, finalmente, se había negado a marcharse, para que
durmiese en una de las habitaciones vacías. Solo deseaba que la madre de Esther se
sintiese cómoda y permitiese que su hija permaneciese ingresada. En el mostrador, aún
estaba Sonia, una idea cruzó por la mente de Maca.
A pesar de aquella “reconciliación” Maca se dirigió a su coche abatida, tras hacer unas
breves declaraciones a la prensa, que estaba apostada en la puerta de la Clínica, intentó
acceder al parking, pero a duras penas consiguió llegar al vehículo, lo consiguió gracias
a la ayuda de Alberto, que solícito se había prestado a facilitarle el camino. Sus
pensamientos volaban de una cosa a otra, quedaba un rato hasta que saliese el tren pero
antes pasaría por casa a hablar con Evelyn y recoger algunas cosas, además tendría que
hablar con Isabel y ya sabía que le iba a echar la bronca. Esperaba que le fuese bien a
Cruz. Sentada al volante, y tras comprobar que tras ella iniciaba su marcha la patrulla de
agentes, volvió a darle vueltas al accidente y a las consecuencias del incendio, sin
percibir que Teresa había salido corriendo tras ella, llevaba un sobre en la mano, ¡muy
urgente! un mensajero lo acababa de llevar, Maca se había cruzado con él en la puerta,
sin saber que el informe sobre Esther de Médicos sin fronteras que tanto deseaba leer
había estado a menos de medio metro de ella.
* * *
El comandante anunció que el vuelo tomaría tierra en media hora. Cruz guardó en una
carpeta la Memoria y apuró el café que tenía entre las manos. Su compañero de asiento,
la miró de arriba abajo y finalmente se decidió.
- Cruz – dijo - ¿puedo llamarla así! si me permite una indiscreción, ¿en qué hotel
se aloja usted?
La cardióloga se alejo de allí, tenía pocos minutos para hacer lo que ya había planeado
con Isabel. Se acercó a la azafata y habló con ella. Luego volvió a su asiento. En todo
ese tiempo el joven no apartó la vista de ella. Tomaron tierra sin problema. El chico se
levantó dispuesto a descender y la miró de reojo, Cruz permaneció en su asiento.
Minutos después Cruz descendía del avión, y como había solicitado un vehículo de lujo
la esperaba al pie de la escalerilla con su maleta ya en el interior. Satisfecha le dio al
joven la dirección de su hotel
- Park Inn Zurich Airport – dijo ante la sorpresa del joven, ¿una señora que
viajaba en primera y reservaba el hotel del aeropuerto! ¡dios como estaba el
mundo! todo apariencias.
Cruz respiró aliviada, gracias a las indicaciones de Isabel le habían dado esquinazo a
aquel chico, ahora solo faltaba esperar y cambiar el lugar de la reunión. Pero como ya
tenían pensado eso no sería hasta el día siguiente.
* * *
En el coche Maca seguía dándole vueltas a la cabeza. Se ponían mal las cosas, sobre
todo teniendo en cuenta que a la semana siguiente comenzarían los primeros desalojos y
derribos de chabolas. Suspiró, pensando en Esther, había estado a punto de perder la
vida, Claudia tenía razón, una cosa era preocuparse por Esther y otra era que, quien la
conocía sospechase que su mujer no era importante para ella, ¡si supieran que a Ana le
debía todo! todo lo que ahora era.
Pero no podía obviar el hecho de que Esther había vuelto, el hecho de que su regreso la
había afectado y más de lo que le gustaría… “Supongo que todo se reduce a que, a pesar
de todo, no he conseguido olvidarte, pero ya te dije una vez que no quería que llorases
por mí y ¡mira que bien lo hice! así es que ahora voy a hacerle caso a Teresa y voy a
dejar que te vayas, con tranquilidad, sin dolor, no voy a volver a hacerte daño”,
murmuró como si la enfermera estuviese allí delante, junto a ella.
¿Y ahora! ahora seguía otro camino, si no fuera por eso, por el camino que había
dibujado en los últimos años, si no fuera porque le debía tanto a tanta gente… la cogería
de la mano y se la llevaría lejos. Muy lejos. Sin saber si ese nuevo camino tendría fin,
pero sentía que le resultaría más corto si ella aceptaba tomar su mano. Sonrió pensando
en los paseos juntas por el retiro, esos paseos que jamás volvería a dar, ni con ella ni
con nadie, esos paseos en los que la enfermera siempre luchaba por salirse del camino,
por meter las manos en el estanque, por tocar los árboles, por esperar paciente a que
bajase alguna ardilla, por dejar una firma en el barro. “Sólo sé que hace días, desde que
llegaste, que tengo ganas de llorar”. Suspiró. Recordó las palabras que se dijeron aquella
misma mañana, hablando de María, y que ahora le parecían tan lejanas. Esther había
arriesgado su vida por un caza mariposas y un cuento de hadas. Sonrió pensativa, ¡un
atrapa sueños! lo que daría por tener uno de verdad, uno que le permitiese alcanzar esos
sueños que sabía que jamás se cumplirían.
* * *
Horas después, en la clínica, Esther había recobrado el conocimiento, seguía teniendo
muchas dificultades para respirar y le dolía el pecho. Sabía que estaba en la UCI, notaba
el parloteo de las enfermeras que la vigilaban a ella y a los dos pequeños que habían
operado esa mañana. Aturdida, y sin abrir aún los ojos, no dejaba de pensar qué estaría
haciendo Maca, ¿estaría preocupada por ella! tenía un vago recuerdo de haberle cogido
la mano, pero no sabía si había sido un sueño.
- ¿Esther? – escuchó que la llamaban - ¿Esther? – volvió a oír, sí, ahora distinguía
mejor, era la voz de Claudia, se esforzó por abrir los ojos – Esther, estás bien, no
te preocupes que te vas a poner bien, aunque te duela al respirar, ya te has
estabilizado, pero intenta no hablar – le explicó al ver que la enfermera no solo
abría los ojos si no que la enfocaba – en dos horas te voy a repetir el TAC, y si
todo sigue igual, mañana, te subiremos a planta.
- Ma… - intentó decir a pesar de la recomendación de Claudia.
- No hables – le insistió – tienes los pulmones congestionados, pero ha sido una
intoxicación leve.
- Ma… - volvió a intentarlo.
- ¡Esther, por favor! – le pidió de nuevo – ¿preguntas por tu madre! sabes que no
puede entrar aquí, al menos hasta mañana, le hemos dicho que se marche a casa
pero ha preferido quedarse en una de las habitaciones – le contó con rapidez –
tranquila que está todo bien.
- Maca… - dijo por fin. Claudia la miró fijamente y dudó un instante antes de
responder.
- En Sevilla, con su mujer – le dijo con seriedad. A la neuróloga le pareció que
aquellos ojos desconocidos para ella se entristecían. Laura entró en ese momento
y viendo a Esther consciente, se acercó, la cogió de la mano y le dio un beso,
pidiéndole lo mismo que Claudia, que no hablase y descansase.
Claudia, se retiró un poco, sentándose en una de las sillas, las observaba en la distancia
y no pudo evitar preocuparse ante aquella expresión que había visto en los ojos de la
enfermera, se parecía bastante a la angustia que ya viera en los de Maca esa misma tarde
cuando recibieron la noticia del incendio. Maca podía decir lo que quisiera, pero su
interés por Esther iba más allá que el tenido por una vieja amiga. Miró de nuevo hacia
Esther que escuchaba atenta el relato de Laura. Era buena señal que fuese capaz de
prestar atención y no caer en el sopor de la semiinconsciencia. Pero también era
necesario que descansase y así se lo indicó a Laura.
La enfermera cerró los ojos cansada. Suspiró resignada a pasar allí las próximas horas.
En la puerta Claudia miró hacia atrás y volvió sobre sus pasos. Se acercó al oído de
Esther.
La enfermera abrió los ojos sorprendida y sin entender muy bien qué quería decirle.
Claudia captó aquella mirada de desconcierto.
- Maca no se fue hasta que se aseguró que estabas bien – le repitió. Esther esbozó
una sonrisa de agradecimiento y Claudia notó un suspiro de alivio – ahora
descansa – dijo apretándole el brazo y marchándose.
No sabía porqué había sentido la necesidad de darle aquella información. Quizás por la
tristeza de aquella mirada que le recordó tanto a la mirada de la Maca de hacía años.
Tampoco sabía si eso influiría en la futura relación con la pediatra, ni si Maca se
molestaría con ella por haberlo hecho, pero ya no había marcha atrás. Salió de la UCI,
dejándola allí tumbada, pensando en el cazamariposas, y en lo bien que le vendría a ella
un atrapasueños.
Capítulo V. NO CREO EN CUENTOS DE HADAS.
Maca llegó a la Clínica muy temprano había vuelto de Sevilla solo por dos motivos,
dejar todo el papeleo listo para que Mónica no tuviese problemas durante la semana
siguiente y para recoger aquel paquete. Teresa la había llamado para preguntar por Ana,
durante la conversación le confesó que un paquete urgente de Médicos sin Fronteras
llegó el mismo día que ella se fue. Maca, tras asegurarse que Ana se encontraba estable,
decidió volver a Madrid, aunque fuera por unas horas, necesita conocer su contenido y
necesitaba ver a Esther, había intentado hablar con ella en varias ocasiones pero
Encarna no le había dejado, cada vez que llamó a la habitación o colgaba directamente o
le decía que su hija descansaba. Claudia le había ido poniendo al día de la evolución de
la enfermera, le había contado al detalle todo el proceso, Esther estaba ya en planta, y
tenía tal capacidad de recuperación que ya estaba queriendo pedir el alta voluntaria, sin
embargo, Claudia se había negado a dársela, y le había dicho a Maca que no la veía en
condiciones de volver al trabajo. La pediatra fue entonces cuando decidió ir a Madrid,
necesitaba estar en Sevilla al menos una semana, pero no podía permitir que Esther
trabajase si no estaba en condiciones, deseaba verla aunque creía que sería imposible,
no podía romper la promesa hecha a Encarna de ser ella la que se marchaba, pero tenía
que hablar con Claudia y, sobre todo, con Fernando y Mónica porque ella no iba a poder
encargarse de seleccionar otra enfermera.
- ¿Qué haces aquí? – le dijo con tal genio que Maca se quedó paralizada sin saber
qué responder - No pienses que vas a entrar – dijo dando un tirón de la puerta
cerrándola en sus narices.
- Encarna, yo… solo quería… - “ver a su hija”, no, no podía decirle eso porque
sabía cual sería su reacción - hablar con usted.
- Ya veo que además no tienes palabra – la fulminó con la mirada.
- Lo siento. Sé lo que le prometí. Pero necesito…
- ¿Necesitas? Y… ¿qué pasa con lo que necesitan los demás? Anda, márchate que
no quiero que la niña me oiga discutir.
- Mire.. - bajó la vista - … se que no tengo disculpa y no pretendo que me
perdone.
- Mira tú, mejor dejas de intentarlo, porque nunca voy a entenderte ni a
perdonarte.
- ¿Ni siquiera por Esther? – se aventuró sabiendo que su hija era su punto débil.
- ¿Qué me estás queriendo decir? ¿qué mi hija y tú… otra vez…? – puso tal cara
de asco que Maca notó como se le encendía el rostro.
- ¡No! no, no – se apresuró a sacarla de su error - pero se que Esther, se sentiría
mejor si supiera que… que la he llamado.
- ¡Tú que vas a saber!
- Encarna, escúcheme un momento, por favor, no he venido a discutir.
- No mereces que te escuche ¿Qué yo recuerde perdiste ese derecho el día que…?
- Lo sé, lo sé – la interrumpió con voz baja no quería escucharlo de su boca, solo
el pensarlo le provocaba un sentimiento de culpa y vergüenza que no la dejaba
respirar, levantó la vista de nuevo – pero …, aún así, quiero que sepa que desde
ese día no hay noche que no me arrepienta de ello, que… el dolor, que me
produce lo que hice, nunca se ha calmado… que aunque nunca lo demuestre, y
me esconda detrás de la máscara que usted ve en la prensa, jamás he vuelto a ser
la misma,… que si le doy asco, más asco me doy yo.
- Mira niña, ¡déjalo!
- No, por favor, escúcheme. Encarna yo sé que quizás nunca me vio llorar porque
mi orgullo me impedía mostrar lo que sentía, pero que no he dejado de llorar
desde entonces. Sé que no debí ir al pueblo, ni hacer lo que hice allí, pero quiero
que sepa que llevo todos estos años con la sensación de que mi vida se mueve
entre dos colores el rojo de mi pasado y el negro de mi futuro, que cuando creo
que voy a superarlo siempre vuelve. Y que si a usted le parece que he triunfado,
no es así. Y también sé que usted no es así, sé que es incapaz de odiar. Y que yo
estoy acostumbrada a vivir entre disfraces, a vivir con el asco, con el odio de la
gente, y, sobre todo, con el miedo. Y que por mucho que usted me diga, yo ya
me lo he dicho antes. Yo también estoy convencida de que me merezco todo lo
que me pasa y que su hija se merece mucho, muchísimo más que alguien como
yo. Solo quería decirle eso, que no se preocupe, que no voy a… – había hablado
atropelladamente, nerviosa y finalmente se le quebró la voz.
- Bien, pues ya lo has dicho. Vete antes de que se despierte.
- Encarna…
- Vete o, si lo prefieres, me voy yo y me la llevo conmigo.
- No. Ya me voy yo – dijo girándose - ¿le dirá que he pasado a verla?
- Sabes que no.
- De acuerdo, pues… gracias… gracias por escucharme.
Encarna se quedó allí con el ceño fruncido y la mirada puesta en aquella silla y no pudo
evitar sentir algo de vergüenza. Estaba segura de que ese aspecto digno que había
adoptado la pediatra no era más que uno de esos disfraces de los que había hablado.
Pero por otro lado, le había dado la sensación de que no mentía, salvo que se estuviese
mintiendo así misma que era lo que se temía.
* * *
Encarna entró en la habitación sin hacer ruido, se dispuso a sentarse en el sillón en
espera de que su hija se despertase y tomarse el café que acababa de sacar de la
máquina. Pero no tuvo tiempo ni de sentarse cuando Esther se incorporó y encendió la
luz.
Buscó el abre cartas y rasgó el papel externo, del interior salió otro sobre acolchado al
abrirlo cayó una nota. La cogió y leyó su contenido.
“Macarena, espero que con esto te sea suficiente. Te mando el expediente completo.
Faltan las transcripciones de la vista, pero me las mandarán en unos días, cuando las
tenga, si aún te interesan, te las haré llegar. Un abrazo, Luís”.
“¿La vista?”, “¿qué vista?”, Maca se quedó pensativa, intentó recordar alguna noticia
publicada acerca de problemas en la zona donde había estado Esther y no caía en
ninguna. Miró dentro del sobre, en su interior había una carpeta de cartón, la sacó y ojeó
su contenido. Había copias de todo, revisiones médicas, contratos, nóminas “¡caramba!
¡qué sueldo!”, pensó Maca, ella no había contemplado pagarle tanto, permisos ¡vaya, la
abuela de Esther había muerto! y hacía tres años, Esther había estado en Madrid justo
cuando ella tuvo el accidente, Esther no le mintió el otro día cuando le dijo que solo
había vuelto una vez.
No pudo evitar que su mente volara a aquellos días en los que su mundo se hundió de
tal forma que hasta su madre suplicó a Teresa que buscara a Esther. Y había de
reconocer que, a pesar de lo que siempre se había dicho de ella, la recepcionista se
mostró firme y no rompió la palabra dada a la enfermera. Aunque al principio Rosario la
menospreció por ello, incapaz de comprender que no hiciera nada por ayudar a su hija,
Maca le hizo ver era digna de respeto. Y Rosario, finalmente, valoró el apoyo que
Teresa le daba siempre a su hija y terminó por entablar una relación cordial con ella,
casi de amistad diría Maca si no fuera porque estaba segura que su madre no era capaz
de ser amiga de nadie.
Esther en Madrid justo en aquel momento… ¿qué habría hecho si se hubiese enterado!
nunca lo sabrían. Volvió a la realidad de aquellos papeles y siguió pasando los
documentos, no le aportaban nada que Esther no le hubiese contado ya. Sin embargo,
las últimas copias la sorprendieron, ¿qué era aquello? ¡Un expediente disciplinario!
sonrió, Esther metiéndose en líos, no se la imaginaba y no porque no tuviese carácter, si
no porque siempre sabía ser firme en sus decisiones sin saltarse las normas y, además,
tenía la habilidad de convencer a cualquiera para que viera las cosas como ella creía que
debían hacerse. Finalmente, estaba un documento de baja temporal indefinida pendiente
de evaluación psicológica. ¿Qué significaba aquello?
Maca frunció el ceño, pensativa. “Está de baja”, pensó, entonces… no había vuelto de
forma voluntaria y, encima, no podía regresar cuando quisiese, como amenazaba
continuamente. ¿Por qué decía que había vuelto por su madre y a descansar! ¿qué
ocultaba Esther? Volvió a repasar todas y cada una de las copias, pero allí no había nada
más que le indicase, el porqué de dicha baja.
La pediatra bailó los dedos sobre aquella documentación, ¿por qué no estaba allí el
informe del superior de Esther! volvió a repasar las hojas, era imposible que, de estar,
no lo hubiese visto, y efectivamente, no lo encontró entre ellas. Si Esther tenía una baja
de ese tipo, debía ir acompañada por un historial y un informe técnico, ¿Dónde estaban?
Recordó las palabras de Luís, “haré lo que pueda”, sabía que aquello era confidencial y
que no podía hacer uso de esa información, pero necesitaba leer aquél historial. De
pronto, se le ocurrió lo más simple, cogió de nuevo el sobre acolchado y miró en el
interior. ¡Allí estaba! era lo lógico, el informe por un lado y las copias administrativas
por otro. Sacó los papeles, eran varios folios escritos a máquina, buscó la firma, Germán
Petidier Rojo. ¡Germán! no se lo imaginaba de Jefe de Esther, claro que tampoco se lo
imaginó nunca como marido de Adela.
Poco a poco su gesto se fue endureciendo, su ceño se frunció, para acabar con el
corazón en un puño y los ojos anegados en lágrimas, ¡no podía ser! A Esther no… no
podía ser cierto. No podía seguir leyendo aquello. Soltó las hojas y comenzó a llorar
cada vez con más fuerza. No podía dejar de sentir que ella y solo ella tenía la culpa de la
marcha de Esther y si no se hubiera marchado, aquello nunca le hubiera ocurrido.
Releyó de nuevo el informe, las lágrimas volvieron a rodar por sus mejillas, no podía
dejar de pensar en ella, en lo que había pasado, no podía ni imaginar lo que debía
haber… Tenía que tranquilizarse, en una hora empezarían a llegar los demás. Un
sentimiento de culpa volvió a invadirla, como tantas veces en los últimos días, y no por
Esther, si no por Ana. Las lágrimas que no había derramado por su mujer, las estaba
derramando ahora por la enfermera. No podía dejar de llorar. Respiró hondo intentando
calmarse. Esther… siempre Esther.
* * *
Cruz entró en la Clínica satisfecha y contenta. Pasaría por el despacho antes de ir a casa
a recoger unos informes, y luego ¡día libre! Estaba deseando que Maca volviese de
Sevilla para contarle con todo detalle la reunión. La noche anterior la había llamado
para informarle de que todo había ido bien y de que no había problema con el crédito.
Maca se había mostrado algo fría y poco entusiasta y ella lo había achacado a la
preocupación que debía tener por su mujer. Además, estaba deseando contarle lo del
chico del avión y cómo lo habían resuelto. Pasó por delante del despacho de la pediatra
y se sorprendió al ver que había luz bajo la puerta. ¿Quién estaba allí! decidió entrar sin
llamar.
Maca dio un respingo al notar que se habría la puerta, era demasiado temprano aún y se
asustó. Cruz se dio cuenta de ello, la vio triste y con una mirada extraña, le dio la
sensación de que había llorado, no entendía porque había vuelto, era viernes y, los fines
de semana los pasaba en Sevilla, debía haberse quedado allí.
- ¡Cruz! – exclamó cerrando el informe con rapidez – ¡qué susto me has dado!
¿qué haces aquí a estas horas?
- Eso mismo te iba a preguntar yo - sonrió sentándose frente a ella - ¿Qué tienes
ahí? - preguntó con curiosidad al ver que los sellos eran de Médicos sin
Fronteras.
- Nada, un curriculum.
- Ya… - dijo incrédula - mujer ya sé que los jóvenes de hoy no son como éramos
nosotras – bromeó – pero ¿tan malo es como para que tengas esa cara?
- No – sonrió – de hecho es muy bueno.
- Es de Esther, ¿verdad?
- Si – dijo guardándolo en un cajón – se lo pedí para formalizar el contrato.
- Me habían dicho que se marchaba en unos días – comentó con inocencia – por
cierto ¿cómo está?
- Bien, está bien – dijo pensativa y casi imperceptiblemente.
- ¿Y tú! ¿estas bien tú? – preguntó preocupada, Maca parecía abatida y pensativa.
- Sí, sí – respondió en tono cansado - ¿qué querías? – preguntó con desgana. Cruz
se sorprendió ¿qué iba a querer! acababa de volver de Zurich, ni siquiera había
pasado por casa de su hermana para ver a la niña, no se la esperaba allí, pero ya
que estaba, quería contarle todo, hablar con ella, alegrarse juntas del triunfo…
- Una tontería – dijo observándola con detenimiento - me paso luego, ¿de
acuerdo?
Maca asintió sin pronunciar palabra. No podía dejar de pensar en lo que acababa de leer
y en lo que eso significaba. No podía dejar de pensar en aquél horror, en que si ella no
hubiera…
- ¿Seguro que no pasa nada? – insistió, ya de pie, al ver la cara de funeral que
tenía cuando debería estar “dando saltos” de alegría - ¿Ana está bien?
- Sí.
- Deberías haberte quedado allí, total por un día más – intentó sacarle
conversación, tenía la sensación de que la pediatra estaba afectada por algo y, si
así era, quería ayudarla.
- Gracias Cruz por… por ir a Zurich – dijo de pronto cayendo en la cuenta de que
ni siquiera le había hablado del tema.
- No seas tonta. Aquí estamos todos en el mismo barco, además, no tuve que
hacer nada, ya lo habías dejado tú todo dispuesto – volvió a sonreírle - ¡vamos!
Alegra esa cara, por fin todo esto es una realidad – dijo haciendo un gesto con el
brazo señalando a su alrededor – y… ¡lo has conseguido a pesar de todo!
Maca sonrió con ese halo de tristeza que seguía preocupando a Cruz. “¿Qué es lo que
había conseguido?”. De pronto la pediatra bajó la vista y apoyó un codo en la mesa, ante
la sorpresa de Cruz comenzó a sollozar.
* * *
Esther estaba desayunando cuando llamaron a la puerta. Una Laura sonriente entró
corriendo.
Esther se quedó sola en la habitación. Empezó a darle vueltas a lo que le había contado
Laura. Llevaba tanto tiempo escuchándose así misma, que no había reparado en el daño
que hacía a quienes la rodeaban. Su madre no tendría estudios, pero siempre había
tenido educación. No entendía porqué había montado un escándalo a Maca. Sabía que
Maca le cayó bien desde el principio y sabía que todo cambió desde que ella se marchó.
Siempre pensó que su madre proyectó en Maca la frustración que sentía al verla a ella
tan lejos. Y ella ¿había hecho algo por explicarle! ¿había hecho algo por no hacerla
sufrir! no, no había hecho nada, nada en absoluto, más bien al contrario, había
permanecido en silencio y había dejado que su madre extrajese sus propias conclusiones
sin sacarla nunca de su error.
Su mente voló a la noche en la que Maca y ella rompieron, las dos se equivocaron, las
dos. Y si ella hubiese sido sincera con su madre, si le hubiese contado todo como
ocurrió realmente, quizás nunca hubiese albergado ese odio hacia Maca y quizás las
cosas fueran ahora diferentes.
Sí, ella tenía bastante culpa del comportamiento de su madre. Recordó el día que por fin
habló con Margarette del tema y lo que ella le dijo “todo llega a su fin, aunque uno no
quiera”, “Esther, si no te gusta tu vida, cámbiala”, nunca le hizo caso, le gustaba su vida
aunque su amiga creyese que no, pero, últimamente, pensaba mucho en aquella frase.
¿Le gustaba su vida! la respuesta era sí, aunque había un pero, le faltaba algo. Y sí,
había sido al llegar a Madrid y al verla de nuevo, cuando se había dado cuenta que ese
algo era Maca. Ahora estaba segura, se había propuesto cambiar su vida, aunque debía
comenzar por cambiar otras cosas primero. Tenía que hablar con su madre. Tenía que
dejar de pensar en el pasado, de mortificarse con él.
Lo cierto es que la vuelta a España le había sentado bien, se sentía mejor, le gustaba el
trabajo que hacía en el campamento y, sobre todo, tenía la sensación de ver las cosas
desde más lejos, tenía la sensación de poder olvidar aquello que tanto daño le hacía,
aquello que llevaba tan dentro y tan escondido, que nunca nadie podría saber de ella,
aquello que se quedó, definitivamente, enterrado en aquel orfanato, si no fuera porque la
voz de Margarette no la dejaba descansar y le recordaba continuamente “Esther, no te
escondas, no intentes olvidar, porque aquello que deseamos olvidar con todas nuestras
fuerzas es precisamente lo que más recordamos, y es que amiga mía, el olvido, como el
amor, es caprichoso y nunca se han llevado bien”.
Sí, estaba decidida a dejar de soñar, a dejar de pensar en que necesitaba un atrapasueños
¡qué tontería! Lo que tenía que hacer en vez de soñar era vivir. Estaba decidida a
soportar los recuerdos y no intentar olvidar. Estaba decidida a dejar de esperar que
sucedieran las cosas, a partir del lunes las provocaría ella, no iba a perder el tiempo
planificando estrategias, simplemente se dejaría llevar por sus sentimientos. Estaba
decidida a arriesgarse y quizás detrás de ese riesgo, encontrase su recompensa.
* * *
En la cafetería Maca y Cruz charlaban en una mesa cuando Claudia se acercó a ellas
sorprendida de verlas allí tan temprano.
- Pero… ¿qué hacéis aquí? – las saludo con una sonrisa – uy, ¡qué caras! ¿qué
pasa! ¿ha ido mal lo del crédito? – preguntó mirando a Cruz.
- ¿Mal! perdona, pero la duda ofende – bromeó – ha ido estupendamente.
- ¡Enhorabuena! – le dijo chocando la mano con ella – bueno, Maca, estarás
tranquila entonces ¿no?
- Claro – esbozó una sonrisa – todo será más fácil ahora.
- ¿Y esa cara? Anoche me dijiste que Ana estaba mejor.
- Si, aún estará ingresada unos días, pero la semana que viene la mandan a casa –
dijo mientras su vista se dirigía a Fernando que se acercaba hasta ellas.
- ¡Macarena! ¿ya estás aquí! buenos días – saludó dirigiéndose a todas y
volviéndose hacia Maca añadió – tengo que hablar contigo.
- ¿Vamos al despacho? – le ofreció. Intuía lo que iba a decirle y no quería hablar
delante de ellas dos.
- ¿No puedes esta tarde? – preguntó – es que ahora vamos pillados de tiempo.
- Si estáis aquí sobre las seis, sí, si no, mejor ahora.
- Es sobre Esther – dijo de sopetón - no creo que esté preparada para trabajar el
lunes.
- Perdona, Fernando, pero eso debería decidirlo yo – intervino Claudia – de
hecho, pensaba darle el alta hoy mismo.
- No me refiero a eso, Claudia – respondió tranquilo mirando a la pediatra –
creo… que deberías hablar con ella Maca.
- Bueno, esta tarde hablamos con más tranquilidad – le dijo mirando el reloj, ¿qué
hablase con ella! ¿cómo! Encarna no la dejaba ni a sol ni a sombra, no le pasaba
el teléfono y no le permitía entrar en la habitación.
- Yo también creo que deberías decirle algo, Maca – intervino Cruz – no puede
arriesgarse de esa forma y hacer que los demás se arriesguen por ella.
- Ya lo sé – respondió la pediatra. Claudia la observó y le pareció agobiada.
- Si quieres, me espero unos días para darle el alta – propuso – no tenemos
problemas de camas. Y así no tienes que decidirte hoy.
- No. Tú haz lo que consideres oportuno – le respondió – pero no creo que pueda
hablar con ella, al menos hoy.
- Bueno, me tengo que ir – dijo Fernando – pero, Macarena, haz todo lo que
puedas por hablar con ella y esta tarde nos vemos, porque, que conste, que el
lunes no la quiero en el campamento.
- Fernando… - protestó Maca, lo que le faltaba es que la presionase con el tema –
por favor – le pidió cansada – me voy en el último AVE y tengo muchas cosas
que dejarle preparadas a Mónica.
- Vale, vale, hablamos luego – consintió alejándose.
Maca le siguió con la mirada, pensativa, tenían razón, era necesario hablar con Esther,
pero no sabía como.
* * *
Maca volvió a la mesa satisfecha por haberle dejado las cosas claras a Encarna. Esther
era su empleada y había cosas que debía hablar con ella.
- ¿Qué! ¿como ha ido? – preguntó Claudia con una medio sonrisa burlona.
- Bien – respondió secamente – Cruz, antes se me ha olvidado decirte que hablé
anoche con Isabel y quiere que nos reunamos cuanto antes.
- Pero Maca… ¿tiene que ser hoy? - comenzó a protestarle. La pediatra se encogió
de hombros – es que hasta esta noche no tengo guardia y acabo de llegar y….
- Si prefieres esperar a que yo vuelva, no tengo problema – propuso comprensiva
- De todas formas he quedado con ella después de comer.
- ¿Y eso? ¿ocurre algo? – preguntó Claudia extrañada. Maca negó con la cabeza.
- Bueno, yo me voy – dijo Cruz levantándose – Maca, no trabajes demasiado –
sonrió y pasando a su lado le acarició el hombro – no te preocupes, verás como
todo va bien.
- ¿Por qué te ha dicho eso? – preguntó Claudia una vez que se quedaron solas.
- Por nada, ¿terminas el café! yo también debo subirme.
- Maca, a mi no me engañas, ¿por qué viene Isabel! ¿hay alguna novedad?
- Si – suspiró cansada del tema – el otro día, cuando íbamos en el tren, encontré
un papel en mi bolsillo.
- ¿Otra nota?
- Pues… era un número de teléfono.
- Pero… ¿de él! ¿llamaste?
- Al principio pensé que era de alguien que me lo había dado y no me acordaba.
Me extrañaba porque no estaba apuntado ningún nombre pero no pensé nada
más.
- ¿Y?
- Ayer por la tarde volví a acordarme y llamé.
- ¿Y qué?
- Era una funeraria.
- Joder, y… entones… ¿crees que te lo dejó él?
- Si, por eso quiero que lo vea Isabel.
- Fue el día del incendio ¿no?
- Si – suspiró – ya me ha dicho Isabel que recuerde a quien me acerqué ese día,
pero es imposible, ¿sabes la que había montada en la puerta? – preguntó
retóricamente – solo para llegar al coche me tuvo que ayudar Alberto. Pudo ser
cualquiera.
- Ya me contaron… y al día siguiente estuvimos igual.
- Lo que no logro entender es porqué no hace algo ya – dijo cansada.
- Y en Sevilla ¿nada! ¿no has notado nada raro?
- No. Pero… - bajó la vista ligeramente avergonzada – me asusté con lo de la
nota, y… he contratado un guarda de seguridad. Me acompañó a todos lados.
- Hiciste bien. No debiste ir sin Evelyn.
- Lo sé, pero Sonia… estaba preocupada.
- Ya… ¿se ha quedado allí?
- Si, ella vendrá el lunes.
- Maca… ¿te pasa algo? – le preguntó de pronto con la vista clavada en ella.
- Si – sonrió – ¡que tengo un montón de cosas que hacer y ninguna gana de
hacerlas! – bromeó, le incomodaba que Claudia la conociese tan bien, sobre
todo, cuando no estaba dispuesta a contarle nada.
- Anda, quejita, que llevas escaqueada dos días… vamos para arriba que yo
también tengo trabajo – le dijo sonriente - ¿te recojo para comer?
- Claro – le devolvió la sonrisa.
* * *
En su habitación Esther llevaba horas escuchando el parloteo de su madre. Desde que
subiera de la cafetería solo tenía un monotema: Maca. Estaba indignadísima por como le
había hablado en la cafetería. Esther no entendía porqué Maca había ido al encuentro de
su madre, que estaba segurísima que buscaba provocarla. Encarna no le había dicho
nada a Esther de la intención de Maca de visitarla esa tarde y, la buena señora, se había
obcecado con que Claudia les diera el alta cuanto antes. No quería que su hija hablase
con ella, no quería que volviese a ese trabajo y menos aún que permaneciese ingresada
en la Clínica. Pero la enfermera se había mostrado firme, y había discutido con ella. No
pensaba marcharse voluntariamente, esperaría a tener el alta. Al final, Encarna había
cedido y había bajado a por un café.
Esther cerró los ojos un momento, ¡qué descanso! le encantaban esos momentos de
silencio. Había pasado todo el día con la esperanza de que Maca apareciera por la
puerta, pero pasaban los minutos y no aparecía. En el fondo se sentía molesta. Conocía
a Maca, y cuando de verdad quería algo, no había quien la arredrara. Por eso, la excusa
de que Encarna no la quería ver por la habitación no terminaba de convencerla. Más
bien estaba segura de que la pediatra tenía otras muchas ocupaciones y preocupaciones
como para dedicarle unos minutos a ella, aunque fueran de cortesía. Esa idea la
entristeció y le hizo dudar de sus propósitos matutinos. Maca tenía su vida y, quizás ella
no tuviera ya cabida, ni siquiera como amiga.
* * *
Le dolía la cabeza y decidió buscar a Claudia para tomar algo, pero la neuróloga estaba
aún en quirófano. Bajó a recepción en busca de Teresa.
- Bueno, ¿qué era eso de lo que querías hablarme? – preguntó la pediatra viendo
que no se decidía.
- Pues… de lo de siempre – respondió molesta.
- Ya sé que no debí marcharme sin Evelyn – reconoció – pero nada más llegar
contraté una empresa de seguridad y he tenido escolta día y noche.
- Ya… No es solo eso, Maca – le dijo con seriedad, parecía harta del tema y la
pediatra se sobresaltó pensando que Isabel barajase la posibilidad de renunciar a
“su caso”.
- ¿Entonces que es? – preguntó y sin esperar respuesta continuó - Te prometo que
a partir de ahora mismo voy a hacerte caso en todo lo que me digas.
- Me parece lo más sensato – esbozó una ligera sonrisa que tranquilizó a la
pediatra – Maca, quiero pedirte una cosa.
- Dime.
- Quiero que, cuando vuelvas de Sevilla, pases más tiempo en el campamento.
- Buf – resopló – eso… va a ser bastante difícil. Estaré unos días fuera y a la
vuelta tendré que hacer mucho papeleo. ¡No imaginas lo que es esto!
- Me da igual lo que sea. Coges los papeles y te los llevas allí. Necesito
comprobar una cosa y solo puedo hacerlo si tú no estás aquí y… ¿qué mejor
lugar que venirte al campamento?
- Pero Isabel…
- Maca… ¿no decías que me ibas a hacer caso? – le reprochó.
- Si – admitió – pero no puedo pasarme allí los días. Tengo reuniones, cosas que
organizar, Adela se incorpora la semana que viene. Mira – se detuvo y cogió su
agenda, la abrió y se la mostró – son las citas que he tenido que aplazar y no
puedo recibir a la gente en el campamento. Entiéndelo Isabel.
- Serán solo unos días.
- Pero es que hay cosas que no pueden esperar más. Ya las he aplazado por Ana –
confesó, por primera vez, hablando abiertamente del tema – y ¿no podría ser
después? Mira – volvió a mostrarle la agenda – dentro de dos semanas estoy
mucho más libre.
- En dos semanas pueden pasar muchas cosas, Maca. ¿Te ha contado Cruz lo de
“tu amigo”?
- ¿Qué amigo?
- El del avión.
- Si, algo me comentó.
- Cruz lo ha identificado – le comunicó – no hay pruebas contra él, pero…
sabemos que ha hecho más de un “encarguito”, ya me entiendes.
- Pretendes asustarme, ¿verdad?
- No, Maca, pretendo que seas prudente y dejes de creer que son exageraciones
mías – dijo levantándose – me marcho ya. Y… no me discutas, la semana que
viene te quiero en el campamento.
- Bueno… ya veremos… quizás a ratos…
- En el campamento.
Maca suspiró, todo el mundo veía las cosas muy fáciles. ¿Qué hacía ella con el alcalde!
tenía cita con él desde hacía más de dos meses, y era muy importante que le expusiese
los motivos por lo que consideraba que debían aplazarse los derribos de chabolas que
empezarían de forma inminente. Y… ¿qué hacía con la comisión europea! venían a
revisar que la subvención se había invertido según proyecto. Aunque los llevase al
campamento, no podía tenerlos todo el día allí metidos. Y ¿qué hacía con los nuevos
ingresos! había quedado con los representantes de varias organizaciones… “Ingresos”,
pensó, desde que ingresara Socorro no había ido a verla, y sabía que seguía allí,
precisamente por decisión suya. Estaban mejor en la Clínica de momento, mientras le
levantaban otra chabola, porque las gentes allí eran así, tardarían pocos días en tenerle
una nueva lista. Pensó en que se quedaran en los barracones del campamento, pero era
preferible tenerla vigilada con esas quemaduras por muy leves que fuesen. Pensando en
ellas decidió subir a verlas. Le apetecía desconectar un rato, cogería algo de la máquina
y vería a María y su abuela. Cuando estaba a punto de salir llamaron a la puerta.
- Adelante – dijo soltando de nuevo las llaves. Fernando entró con cara de pocos
amigos. Maca se sorprendió al verlo, creía que era más temprano - ¿ya estás
aquí?
- Quedamos a las seis ¿no? – preguntó él - ¿te marchabas?
- No… no… pasa.
Fernando entró y se sentó frente a ella. Iba decidido a no ceder lo más mínimo, la miró
con el ceño fruncido, Maca conocía muy bien aquella mirada desde sus tiempos de
residencia con él y, sonrió.
Maca sonrió, siempre había sabido llevarlo a su terreno. Ahora tendría que hablar con
Esther, a ver como se tomaba todo el asunto.
* * *
Maca llegó a la habitación de Esther y llamó con los nudillos a la puerta que permanecía
entre abierta. Esperó a que le dieran permiso para entrar. Escuchó la voz de Encarna.
Encarna se giró hacia la pediatra y con el ceño fruncido la miró con descaro. Pero, esta
vez, Maca le aguantó la mirada y con seriedad se dirigió a ella.
Esther asintió y no dijo nada más. Maca salió de la habitación. Encarna la recibió con un
gesto despectivo, pero, por una vez, no le hizo comentario alguno. Se quedó
observándola mientras se alejaba y, finalmente, entró en la habitación.
- ¿Qué? ¿Era tan importante lo que tenía que decirte? – preguntó molesta.
- No, solo quería que me tome unos días libres más.
- Vaya – no supo que decir, ella misma le había insistido a su hija para que no se
incorporase el lunes y ahora resultaba que “esa”, también opinaba como ella –
aunque me molesta decirlo, estoy de acuerdo con ella.
- Si en el fondo no sois tan diferentes – bromeó – no dicen que los hijos buscan en
sus parejas reflejos de sus padres.
- ¡Ni en broma! ¡no me digas eso ni en broma! – protestó airada – parecerme yo a
semejante… - se calló ante la mirada de reprobación de Esther y terminó –
¡fresca!
Esther sonrió, “¿fresca?”, curioso calificativo para Maca y más viniendo de su madre,
solo podía significar una cosa y seguro que tenía algo que ver con aquello que Maca
hizo en el pueblo y que su madre siempre mencionaba pero nunca le contaba. Se
propuso conseguir, que en esos días de descanso, se lo contase, porque debió ser muy
gordo para que todavía estuviese echándoselo en cara a la pediatra.
* * *
- ¡Maca! ¡Maca! ¿me paseas? – le dijo dándole un beso y con la misma agilidad
de antes sentándose en sus rodillas.
- ¡María! – exclamó respirando aliviada y notando cómo su corazón permanecía
desbocado - ¿sabes el susto que me has dado? ¡No vuelvas a hacerme esto! – le
regañó sin quitar la sonrisa de la cara. María se quedó mirándola fijamente, con
una sonrisa franca. Clavó sus ojos en la pediatra, Maca siempre tenía la
sensación de que sabía leer en ella como nadie.
- No has venido a vernos – le reprochó acurrucándose, melosa, en sus brazos
como solía hacer siempre que se le sentaba encima.
- Ahora iba a ir. Quería coger una cosa que me dejé en el despacho.
- ¿Un regalo?
- Pues claro – sonrió olvidando todos sus problemas – pero… no sé si dártelo.
Que me han dicho que andas por aquí asustando a los médicos y las enfermeras.
- Es que esto es muy aburrido. Yo quiero volver a mi casa.
- ¿No quieres estar aquí? – preguntó riendo – Tu abuela está mejor aquí. Estarás
cuidando de ella, ¿verdad?
- Aquí no – reconoció con cara de pilla – aquí la cuidan las enfermeras.
- Con que no, ¿eh? – le dijo empezando a hacerle cosquillas.
- ¡Arre, caballo! ¡vamos, vamos! – rió a carcajadas.
- ¿Caballo! ¿yo que te tengo dicho? – bromeó con ella.
- ¡Burro!
- Serás… - siguió haciéndole cosquillas.
- Yeguaaaaa – reía sin parar – porfi, porfi, ¡vamos!
- ¡Venga! ¡Agárrate! – rió también moviendo la silla - ¡estás más gorda! –
exclamó notando que le costaba trabajo moverse – ya casi no puedo contigo.
- Aquí como mucho. Y la abuela también – confesó con inocencia - ¿Sabes una
cosa?
- ¿El qué?
- Me gusta tu casa.
- Esta no es mi casa – rió – aquí solo trabajo. ¿Y no decías que te aburres?
- Si… es aburrido pero me gusta… porque… estas tú – le dijo volviendo a
abrazarse a ella. Maca sintió que se le saltaban las lágrimas de nuevo. Estaba
claro que tenía un día de lo más tonto.
Cuando desapareció en el ascensor, Claudia se volvió hacia ella. Era la primera vez que
Maca rehusaba tratar un tema de la clínica y delegaba en alguien tan abiertamente.
María salió corriendo y la dejó allí con el caza mariposas en la mano y a Claudia con
una expresión entre burlona y pensativa.
* * *
Maca se detuvo unos segundos en la puerta de la consulta. Ahora que estaba allí no le
parecía tan buena idea, pero necesitaba hablar con ella, lo necesitaba como nunca lo
había necesitado. Era pronto para ir a la estación, la idea de esperar sola cerca de tres
horas hasta la salida de su tren la había decidido ir a verla y ahora…, le asaltaron las
dudas. Respiró hondo y pulsó el timbre. La joven recepcionista, que tan bien conocía, le
abrió la puerta, le sonrió y le dio las buenas noches. Maca entró en el despacho de Vero
sin llamar. La secretaria no hizo intención de detenerla. Tras tres años de aparecer por
allí, sabía que no mantenían una relación médico – paciente, sabía que eran amigas, y a
veces la señora Wilson llegaba tras las horas de consulta para rescatar a la doctora Solé
del trabajo.
Vero se quedó observándola, parecía demacrada y cansada, pero, sobre todo, le parecía
angustiada. La joven empezó a recoger los papeles que tenía delante y se levantó para
archivarlos. Maca permanecía en silencio, con la vista puesta en el suelo. Vero terminó
y volvió a tomar asiento frente a ella, sacó un cuaderno y lo puso sobre la mesa.
Maca guardó silencio, vencida. No sabía por donde empezar, ni siquiera sabía hasta
dónde debía remontarse en su relato. Decidió empezar por lo más cercano.
- Estoy sola, tirada en el suelo, es un sitio oscuro y muy frío, y… y siento miedo,
mucho miedo – dijo bajando la vista – no sé donde estoy, ni porqué estoy allí.
Intento levantarme pero no puedo. Mi cuerpo no me responde. Me duele todo.
No puedo ni abrir los ojos, por eso está tan oscuro – hizo una pausa y la miró
preocupada – no quiero que pienses que estoy loca, pero creo que… que era
como una premonición de lo que me iba a pasar.
- No creo nada, sigue – fue su firme respuesta.
- De pronto noto una luz, sigo sin poder abrir los ojos, pero la luz es cada vez más
intensa. Lucho por abrirlos y cuando lo consigo la veo a ella.
- ¿A quién?
- No sé. Solo sé que es una figura de mujer. La luz me ciega. No puedo verle la
cara. Solo veo su silueta, me tiende la mano y yo quiero cogerla, quiero cogerla
con todas mis fuerzas, quiero salir de allí y cogerla, pero no puedo, no puedo
moverme, me desespero, me desespero tanto que siempre me despierto.
- Bien y cuando despiertas, ¿has llorado?
- ¿Cómo lo sabes?
- Maca…
- Si, siempre.
- Y… ¿recuerdas el primer día que tuviste este sueño?
- Si… - volvió a agachar la cabeza y casi en un murmullo dijo - Como si fuera
ayer.
- ¿Y eso? ¿era un día especial?
- Yo no lo sabía, pero… sí, acabó siéndolo.
- ¿Por qué?
- Fue el día que… que… Esther se marchó.
- Y desde ese día, ¿el sueño se repetía con mucha frecuencia?
- Todas las noches.
- Y ¿Cuándo desapareció?
- Cuando empecé a salir con Ana.
- ¿No cuando la conociste?
- No – sonrió – cuando conocí a Ana no tenía ese sueño. A Ana la conozco desde
niñas. De hecho, es la prima de mi ex.
- ¿De cuál de ellas?
- De ninguna de ellas. De él. De Fernando, ¿recuerdas que te hablé de él?
- Si, me acuerdo – afirmó – Y… ¿dices que ha vuelto el día de la inauguración?
- Si.
- Ese día ¿discutiste con Ana?
- No – dijo torciendo la boca y poniendo tal expresión que Vero interpretó como
“un ojala fuera eso”.
- Y, ¿qué tal llevas la vuelta de Esther?
- Bien.
- Bueno pues… hemos terminado la charla.
- ¿Cómo que hemos terminado?
- Mira Maca, como psiquiatra hemos terminado porque vuelves a mentir, y como
amiga, esta claro que no te convenzo para contarme tus problemas. Así es que…
hemos terminado. No hay nada que pueda hacer para ayudarte.
- Pero.. ¿por qué! ¿porque te digo que llevo bien la vuelta de Esther! es que la
llevo bien – dijo sin mucho convencimiento, Vero la observó, Maca estaba peor
de lo que ella creía, y necesitaba ayuda, en ese mismo instante decidió que
intentaría prestársela, aunque sabía que saldría escaldada en el intento.
- De acuerdo, te creo – mintió - Volvamos al origen del sueño. ¿Qué pasó ese día?
- Ya te lo he dicho, que Esther se marchó y… luego resultó que era para siempre.
Bueno… para siempre no, porque ha vuelto, pero….
- Maca… ¿qué pasó ese día?
La pediatra bajó la vista, a Vero le pareció que se avergonzaba, notó como su piel
enrojecía y su respiración volvía a alterarse, sus hombros se movieron
acompasadamente y Vero adivinó que lloraba. Se tomó unos segundos, que la psiquiatra
respetó sin interrupciones, finalmente, con un hilo de voz teñido de culpabilidad, Maca
respondió, sin levantar la cabeza.
- Que le pegué.
Capítulo VI ADELA.
Maca llegó a la Clínica muy temprano. Hacía dos horas que su avión aterrizó y decidió
acudir directamente al trabajo. Esos días en Sevilla le habían permitido ver las cosas con
distancia y otra perspectiva. Ana ya tenía el alta y descansaba en su casa. Además,
desde su charla con Vero se sentía más tranquila, seguía sin dormir bien, pero al menos
dormía algo.
Subió la rampa con más energía que los últimos días. Estaba nerviosa por volver al
trabajo, y sintió que echaría de menos los papeleos y las reuniones, pero tenía que
cumplir la palabra dada a Fernando y pasar la mayor parte del tiempo en el
campamento, junto a Esther. Ese no era el motivo de su nerviosismo, el motivo era el
miedo que le daba volver a ejercer. La noche anterior había estado tan angustiada por el
tema que llamó a Vero para desahogarse. La psiquiatra se había ofrecido a invitarla a
desayunar para darle ánimos y ella había aceptado sin dudarlo.
Entró en la cafetería creyendo que no iba a encontrar a nadie y cual fue su sorpresa que
ya estaban allí casi todos. Su mente rápidamente pensó en que se había producido algún
problema que no habían querido decirle y eso que había hablado a diario con Claudia y
Teresa. Pero la desechó con rapidez, tenía que hacerle caso a Vero y tomarse la vida de
otra forma. Buscó con la vista a la psiquiatra pero parecía que era la única que no había
llegado.
Entró con una sonrisa y se acercó a la mesa en la que ya estaban desayunando Cruz,
Teresa, Claudia, Gimeno y Esther. A Maca le extrañó ver a Gimeno allí sentado tan
temprano, cuando casi siempre llegaba con la hora justa y más después del fin de
semana.
Adela entró en la cafetería con paso seguro. Era ese tipo de mujer que llamaba la
atención allá por donde iba, y no por que fuera especialmente atractiva, que lo era, si no
porque su personalidad arrolladora no pasaba desapercibida a nadie. Vestida a la última
y con unos enormes tacones, llegó a la mesa con un aire de diva que inmediatamente
provocó el desagrado en Esther y que se le cayese la baba a Gimeno, que se ganó un
codazo de Claudia. Y eso que todos la conocían ya desde el día de la inauguración.
* * *
* * *
La pediatra llegó al campamento con media hora de retraso. Todos estaban esperándola
para organizar la jornada. Tras disculparse por la tardanza e interesarse por Mónica, se
dirigió a Fernando, quería hablar con él a solas.
* * *
Mónica, Laura y Esther, aguardaban en explanada de acceso. Sonia había ido a ver a
Isabel, puesto que le tocaba hacer el censo en una de las manzanas conflictivas y la
detective había insistido en que no podía ir sola. Además, por fin había llegado la
dotación de radios y quería que llevase una, la socióloga había aceptado pero para ello
tenían que explicarle su funcionamiento.
Laura, Esther y Mónica salieron del recinto. Al final de la calle dos jóvenes esperaban
apoyados en sus motos. Las tres los miraron pero los chicos siguieron a lo suyo. El
mayor sacó un papel y lo desdobló sin darse cuenta que del bolsillo caía una fotografía
pequeña.
Los jóvenes guardaron silencio y permanecieron allí fumando y bebiendo unas litronas.
María pasó un par de veces junto a ellos corriendo y jugando. Los miró extrañada, no
los conocía y ella conocía a todos los de las calles de alrededor. Pensó en acercarse para
escuchar de qué hablaban y así entretenerse un rato, pero no hablaban casi nada, solo
miraban hacia el campamento de los médicos. A lo mejor esperaban a Maca como ella
hacía todos los días, aunque casi nunca aparecía. Seguro que era eso. Seguro que eran
amigos de Maca y estaban allí para verla salir.
Un perro vagabundo se acercó en ese momento hasta ellos meneando el rabo temeroso.
Conocía a María que de vez en cuando compartía con él algo de comer. El más joven de
los chicos al verlo acercarse le dio una patada.
- ¡Fuera de aquí chucho! – gritó. El animal huyó chillando con el rabo entre las
patas.
- ¡Es mi amigo! – gritó María con lágrimas en los ojos y con furia le dio una
patada en la espinilla al joven – mira como duele ¡no vuelvas a….! – no pudo
seguir ante el bofetón que le propinó el joven estrellándola contra el suelo.
- Largo de aquí… - vociferó viendo que la niña salía corriendo por donde antes lo
había hecho el perrillo.
- ¡Espera! – le gritó el otro joven – ya has asustado a la cría, ahora irá con el
cuento a la “tullía”.
- Vah ¿qué va a decirle?
- No la quiero – les dijo con las lágrimas rodando por sus mejillas - ¡Sois malos!
¡ya no tenemos ningún secreto! – les gritó y salió corriendo.
- ¡Largo de aquí enana! ¡si no quieres que te meta otra ostia! – le gritó.
Su amigo lo miró con el odio reflejado en el rostro lo cogió por la cazadora y lo acercó a
él.
- Ahora tendremos que arreglar esto – le dijo con voz ronca.
- ¿Arreglar qué? Yo no pienso cargarme una cría del poblado – respondió
asustado – ¿sabes lo que nos harán?
- ¿Quién habla de cargarse a la cría? – le dijo enfadado – búscala y si hace falta le
lames el culo al puto perro, pero que se trague que somos sus amigos. Si de
verdad conoce a la “tullía”, puede sernos de gran ayuda. ¡Corre! – le dijo
dándole tal empujón que lo hizo dar con la rodilla en el suelo - ¡venga! – le
gritó.
María seguía corriendo, sabía muy bien donde refugiarse. Rápidamente llegó a su
destino, escondiéndose en la esquina entre dos chabolas, situadas calle adelante, desde
donde oteaba perfectamente la puerta de entrada al campamento. Tenía miedo y le dolía
la cara, no podía dejar de llorar, se sentó en el suelo y sacó de su bolsillo un trozo de
pan duro. Le dio un bocado, enfurruñada. Quería ver a Maca y decirle que tenía unos
amigos muy, pero que muy malos. Esperaría hasta que la viera. De pronto sintió un
lametón en la mejilla dolorida y se volvió asustada, aunque sabía que era él.
Se quedó allí agazapada, abrazada al perrillo, al cabo de un par de minutos vio pasar a
uno de aquellos dos “hombres malos”, iba buscando algo porque miraba con
detenimiento para todos los rincones. Se arrebujó al fondo de su escondrijo y notó como
se le aceleraba el corazón, pero allí estaba segura, allí no la encontraría.
* * *
En el interior del campamento la mañana transcurrió sin problemas. Fernando estuvo
todo el tiempo en su despacho, salvo un momento en que atendió a un joven que llegó
con un corte, Esther le asistió, y tras terminar se marchó al almacén a hacer inventario
del material y preparar todo lo necesario para las vacunaciones. Maca se ofreció a
ayudarla, pero la enfermera se negó, y la pediatra se quedó en la sala de curas, sola,
esperando que llegase alguien y atendiendo varios asuntos por el móvil. Debido al
silencio reinante, Esther podía escuchar perfectamente sus conversaciones desde el
almacén, lo cual contribuyó a que el malhumor de la enfermera aumentase. Maca había
hablado con Vero en tres ocasiones y en todas ellas terminaba bajando tanto la voz que
no conseguía entender lo que decía. Estaba claro que no se había equivocado en su
primera impresión y que, entre Maca y esa psiquiatra, había algo más que amistad.
A Maca, después de dos horas de espera, le quedó claro que debían cambiar la táctica
porque las gentes del poblado, por mucho que Sonia les fuese diciendo en la visita para
censarlos, no pensaban aparecer por el campamento y menos para una vacuna. Esther
llevaba todo ese tiempo en el almacén y Maca no entendía que era lo que estaba
haciendo porque ni había tanto material ni estaba sin desembalar. Finalmente, decidió ir
a invitarla a un café. Se estaba muriendo de aburrimiento, acostumbrada a no parar en
todo el día, no soportaba esa inactividad.
Maca se marchó con la desagradable sensación de que Esther estaba enfadada con ella.
Lo que no entendía era porqué. Lo único que se le ocurría era que le molestase que
estuviese allí y no entendía ese cambio de actitud porque las veces que había insinuado
que pasaría tiempo en el campamento Esther parecía haberse alegrado. Aunque quizás
se debía a que Fernando la había dejado sin salir al exterior y quizás pensaba que era
ella la que se lo había pedido. No dejaba de darle vueltas a la cabeza y decidió hablar
luego con ella y preguntarle qué le pasaba.
Esther salió del almacén cuando aun quedaba más de una hora para comer. Estaba harta
de mover cajas de acá para allá, inventando todo tipo de organizaciones cuando la
realidad es que Mónica lo tenía todo bien dispuesto. Salió del edificio y se sentó en los
escalones de acceso como solía hacer con Laura. Ni rastro de Maca, debía seguir con
Isabel. ¿Qué tendría tanto que hablar con la detective? De pronto recordó lo que Isabel
le pidió y recordó que Maca podía estar en peligro y empezó a impacientarse. Quizás el
hecho de que Maca estuviese en el campamento no tenía que ver con lo que había
imaginado, Isabel ya le había dicho que intentaría que la pediatra pasara más tiempo
allí. No sabía como había olvidado todo aquello. Estaba claro que cada vez estaba peor
de la memoria. Finalmente, apareció la pediatra y Esther se levantó y corrió hacia ella.
El timbre del portón las sobresaltó y rompió el momento que había creado Esther. Las
dos miraron hacia allí. Una mujer llegó con sus cuatro hijos para que los vacunasen.
Esther entró de nuevo en la sala de curas justo en el momento en que Maca se disponía a
pinchar al chico, la enfermera observó que le temblaba el pulso, la vio respirar hondo y
continuar. No pudo evitar un sentimiento de ternura y notó que se le hacía un nudo en la
garganta, pero no dijo nada. Cuando terminaron con todos, Esther los acompañó al
exterior y volvió junto a la pediatra, que había salido al porche y jugueteaba con sus
manos pensativa, levantó la vista al escucharla llegar. La enfermera se sentó a su lado y
le sonrió.
* * *
En vista de lo ocurrido por la mañana decidieron que por la tarde irían todas a trabajar
en la misma zona. Mónica y Laura se encargarían de seguir vacunando a las personas
mayores, Maca y Esther a los niños y Sonia seguiría haciendo el censo que faltaba.
Isabel se había negado a que Maca y Esther se movieran solas por el poblado, sobre
todo, después de que Laura hubiese entrado en su despacho a decirle que había un par
de chicos apostados al final de la calle. La subinspectora le había agradecido la
colaboración, estaba claro que no se había equivocado con ella, y esperaba que con
Esther tampoco, ya que la enfermera sería la que pasaría más tiempo junto a Maca.
Isabel había salido personalmente y había hablado con ellos, consiguiendo que se
marchasen de allí. Uno de los chicos vivía en una de las casas del sector norte el otro era
amigo suyo. Eso tranquilizó a Isabel. Así, sería más fácil tenerlos controlados, era cierto
que no estaban haciendo nada pero no quería a nadie merodeando por allí, aunque sabía
que esa actitud iba a crear recelos entre las gentes del poblado. Necesitaba más efectivos
pero por ahora eso era imposible.
Las dos rieron tan alto que Mónica y Maca volvieron la vista y se detuvieron. Cuando
llegaron a su altura aún reían.
- ¡Qué bien lo pasáis! – dijo Mónica – siento deciros que os separáis aquí. Maca a
vosotros os toca este lado de la calle. Hay niños en todas las chavolas así es que
no tenéis que saltaros ninguna.
- De acuerdo – respondió la pediatra - ¿vamos Esther?
- Si, vamos – dijo poniéndose a su lado y guiñándole un ojo a Laura, se alejó con
la pediatra.
Ninguna se había dado cuenta de que el grupo era observado por los dos jóvenes, que
comprobaron con satisfacción como se separaban. La charla con Isabel los había
prevenido, pero allí era muy fácil encontrar colaboradores que por dos monedas les
avisaran de cuando el objetivo estaba fuera del nido. Permanecieron allí viendo como
entraban en la primera chabola, se dieron la vuelta para cerciorarse de que nadie más las
seguía, sabían que aquella “tullía” tenía siempre a la pasma encima, cuando se
aseguraron de que no era así, volvieron sobre sus pasos y se dirigieron al final de la
calle, allí sería fácil sacarlas del poblado.
* * *
Maca y Esther habían entrado ya en seis chabolas y vacunado a unos treinta niños.
María las observaba en la distancia. Esperaba que Maca se quedase sola, pero Esther
nunca la dejaba, la niña pensó que la enfermera no le mintió cuando le dijo que eran
muy amigas. Estuvo tentada a acercarse en un par de ocasiones pero le daba vergüenza,
se propuso esperar, no sin dejar de echar una ojeada a aquellos “amigos malos”, que ya
estaban allí otra vez, por suerte, se habían situado tan lejos, que se sentía segura.
Cuando las vio salir de nuevo, no pudo evitar esbozar otra sonrisa. La pediatra tuvo
dificultades para pasar de la chabola a la calle e hizo un gesto que Esther interpretó de
cansancio.
La enfermera la miró abiertamente, le gustaría poder adivinar qué pensaba cada vez que
ponía esa cara, le parecía que estaba triste.
- ¿Sabes? A Claudia también se la montó un día – le contó para hacerle ver que no
fue por ser ella, que su madre era así.
- A Claudia porqué – sonrió – no me ha contado nada.
- Pues porque vio que la bolsa de la orina estaba muy oscura y se emperró en que
me pasaba algo, que tenía una hemorragia interna o yo qué sé.
- Sería por la hidroxicobalamina, ¿no?…
- Claro, era por eso, pero no sabes como se puso y es que a veces, en serio, Maca,
no puedo con ella.
- Pero ¿no te has mudado aún?
- No ha consentido, decía que mientras estuviese de baja, tenía que estar en su
casa.
- Entiéndela, lleva mucho tiempo sin ti. Es lógico que quiera estar tiempo contigo
– le dijo.
- Ya lo sé – reconoció con un deje de culpabilidad en la voz – hemos llegado, ahí
está la chabola de María José. ¿Te espero aquí?
- No. Entra conmigo.
- ¿Seguro? – preguntó extrañada – no me importa esperar fuera.
- Esther, que solo voy a proponerle algo y… conociendo tus dotes de
persuasión… quizás puedas ayudarme.
- Ya veo… - la miró burlona – que me has traído por simple interés, y yo que
creía que era porque te agradaba mi compañía.
Maca la miró y no dijo nada, solo se encogió de hombros, pero Esther notó que había
estado a punto de responder. Cuando ya creía que no iba a decir nada y justo antes de
entrar, le dijo.
Ahora fue a Esther a la que le tocó el turno de abrir la boca sorprendida sin saber, cómo
Maca, conocía aquél apelativo.
* * *
La anciana clavó la vista en aquella joven. Valoraba su intento pero ella tenía sus
razones. No le respondió y miró de nuevo a la pediatra.
- Van a derribar más chabolas ¿le has pedido a todos que vayan a tu casa? – la
miró con franqueza.
- No – respondió – pero en el campamento hay sitio para realojar temporalmente a
algunas personas. Y… sabes como es esto… nadie va a dejar a nadie en la calle.
- Lo sé. Pero no.
- Y ¿al campamento sí irías?
- No, niña. Estaré bien aquí.
- ¡Cómo vas a estar bien! ¿me obligarás a venirme contigo?
- No. No vas a venir y yo no voy a ir a tú casa y… ahora, acéptame ese café.
Maca asintió derrotada, pero no pensaba dejar de insistir. No soportaba la idea de que
estuviese allí, sola y sin nadie a quien recurrir. María José se levantó y se marchó hacia
el interior, miró de reojo a la pediatra y sintió ternura hacia ella, no le gustaba hacerle
daño y sabía que se lo estaba haciendo, pero era mejor así.
Esther miró a Maca, la verdad es que le había servido de poca ayuda. La pediatra estaba
pensativa y a Esther le pareció que incluso triste. La anciana volvió con el café, y les
sirvió unas tazas. Esther se sorprendió, estaba exquisito, solo había tomado café como
ese en casa de Maca, y de pronto, lo comprendió. Maca hacía por aquella señora mucho
más que una visita esporádica o regalarle un libro, pero nunca lo reconocería ni
permitiría que nadie se enterase. Pasaron un rato hablando del libro que leía María José,
Esther guardaba silencio, no había leído aquél libro, luego la anciana le comentó
algunas novedades de gentes del poblado que ella aún no conocía y tampoco pudo
participar. Finalmente, Maca miró su reloj y anunció que se marchaban. Esther se
levantó y se despidió. Cuando ya estaban en la puerta María José sujetó a la pediatra.
- Maca, perdona, puedo hablar contigo en privado – le pidió. Maca asintió – ¿me
disculpas Esther?
- Claro – dijo la enfermera – te espero fuera Maca.
- Es ella ¿verdad? – le preguntó sin reparos. Maca asintió sin decir nada - Ten
cuidado niña.
- Lo tengo – respondió sincera.
- No. No te engañes. Leo el dolor en tus ojos – le replicó con dulzura.
- No es por ella – confesó Maca mostrándole una expresión de tristeza que la
anciana pocas veces le había visto.
- Peor me lo pones – le dijo.
Ambas guardaron silencio. Maca bajó la vista incapaz de aguantar más aquella mirada
que tan bien la conocía. María José se quedó observándola unos segundos más, la quería
de verdad y le dolía ver su sufrimiento, “pobre niña rica”, pensó para sí, ¡se parecía
tanto a ella!
Maria, que esperaba su ocasión agazapada, al verla sola y hablando por teléfono, salió
corriendo de su escondrijo, y cuando la pediatra terminó la conversación, saltó sobre
ella.
- ¡María! – exclamó sobresaltada - ¿cuántas veces voy a tener que decirte que no
me hagas esto? – la regañó sin mucha fuerza, sonriendo.
- Me gusta la cara que pones – sonrió abrazándose a ella.
- Ya lo sé pero cualquier día me va…
- No me gusta que estés triste, ¿por qué estás triste?
- No estoy triste – le mintió, era increíble como era capaz de captar sus estados de
ánimo.
- Si lo estás. ¿Es por los hombres malos?
- ¿Qué hombres?
- Tus amigos.
- Mis amigos no son malos – sonrió pensando en que la niña se había ganado
alguna riña de Fernando o Mónica – a ver ¿qué les has hecho?
- ¡Nada!
- Mari… que yo se que eres un bichito… - le dijo haciéndole cosquillas en la
barriga, riendo - ¿qué le has hecho a Fernando?
- ¡No! tus amigos médicos no, los otros – respondió.
- ¿Qué otros? – preguntó extrañada.
- Los de las motos. Los que te esperan para darte una sorpresa.
- ¿A mí? – preguntó intentando aparentar normalidad pero empezó a sospechar de
qué se trataba y sintió miedo. Disimulando paseó la vista por los alrededores
pero no fue capaz de ver nada fuera de lo común. Instintivamente miró hacia la
chabola y deseó ver salir a Esther.
- Si – sonrió maliciosa y bajando la voz le dijo casi al oído – yo sé cual es.
- ¿El qué? – preguntó observando a la pequeña – A ver, déjame ver, ¿qué tienes
aquí?
- ¡La sorpresa! – respondió la niña ignorando la pregunta de la pediatra.
- Vale – dijo sin prestarle atención más preocupada por lo que acababa de
descubrir - ¿Qué es esto cariño? – le preguntó, de nuevo, viendo la señal del
bofetón en la parte baja de su mejilla - ¿quién te ha hecho esto?
- Tus amigos – bajó de nuevo la voz como si pudiesen estar por allí escuchándola.
- María, esos no son amigos míos, un amigo mío nunca te haría daño – le explicó
con un deje de temor en el tono que María no fue capaz de interpretar.
- Y ¿no te van a dar la foto?
- ¿Qué foto?
- Tu sorpresa – repitió desconcertada – te estaban esperando para darte una foto.
- ¿Una foto?
- Si – dijo – era un secreto, pero… son malos… le pegaron a pancho… - confesó
con las lágrimas saltadas – por eso ya no tengo secretos… - la miró a los ojos -
sé que los secretos no se cuentan pero…
- No pasa nada – la abrazó enternecida – esos hombres no son amigos míos si los
ves no te acerques a ellos.
- Están en las casas de la manti…
- ¿Allí? – preguntó asustada, era donde habían estado ellas casi toda la tarde -
¿cómo sabes que están allí! ¿estás segura?
- Si – sonrió – he ido detrás de ti toda la tarde – le contó con los ojos bailándole
por lo que entendía que era una travesura - y ellos estaban allí esperándote, pero
no te han dado la foto.
- Se les habrá olvidado – le dijo intentando no asustar a la pequeña – ya me la
darán. Tú no te acerques a ellos ¿de acuerdo? – insistió. María asintió.
- No quiero que veas a los hombres malos. Dan miedo.
- Es tarde – dijo Maca mirando su reloj y sonriéndole - ¿por qué no te vas a ver a
tu abuela? La has dejado sola mucho tiempo. – le dijo preocupada, tenía que ver
a Isabel y contarle aquello.
- Bueno… pero yo quería estar contigo… ¿jugamos al burro? – le preguntó
esperanzada.
- Otro día cariño – la besó - hoy tengo trabajo, estoy esperando a Esther y … – se
justificó. En realidad quería que María se marchara de allí, esos chicos podían
pretender lo que no quería ni imaginarse y en ese caso no querría que la niña
estuviese delante cuando sucediese - …y tenemos que marcharnos pronto. Pero
mañana, vienes al campamento y jugamos un ratito al burro.
- Vaaaale – consintió bajándose de ella, le lanzó una sonrisa - ¡eres buena! – soltó
de pronto y se dio la vuelta corriendo hacia su vivienda.
Maca la miró con una sonrisa nostálgica, se sintió impotente, le gustaría hacer tanto y
podía hacer tan poco, notó que se le saltaban las lágrimas.
- Siéntate – le pidió.
La enfermera obedeció, sintiéndose incómoda ante aquella misteriosa mujer que clavaba
sus ojos en ella. María José permaneció observándola, en silencio, unos segundos que a
Esther se le hicieron eternos. De pronto comenzó a hablar.
- Desde el primer día que te vi, supe que sufrías – comenzó la anciana ante la
perplejidad de Esther, tras una pausa en la que no dejó de clavar sus ojos en ella
continuó - ya me he enterado que saliste de España huyendo… pero no hay que
salir de España, para ver la esclavitud… para sentir que estás viva porque haces
algo por los demás ya que no te atreves a hacerlo por ti misma.
- No la entiendo – le dijo ligeramente molesta por sus palabras.
- Me entiendes perfectamente. Cuídate, o la próxima serás tú.
- No entiendo qué quiere decirme – confesó. A María José le pareció sincera, pero
en el fondo sabía que sí que la entendía, solo que no quería escuchar con los
oídos del corazón.
- Ella nunca va a traicionar a su mujer. Nunca caerá en el error en que cayó
contigo. Prefiere traicionarse así misma – le dijo ante la sorpresa de Esther – la
he visto sufrir mucho. Demasiado.
- ¿Por qué me cuenta eso a mí?
- Porque tú también sufres. Pero… - dijo observando su reacción - quieres dejar
de hacerlo.
Esther abrió ligeramente la boca, estaba desconcertada, tenía la tentación de salir de allí
inmediatamente pero en el fondo sentía mucha curiosidad, no solo por aquella mujer si
no por todo lo que parecía conocer de Maca, y por lo que veía también de ella. Tras un
par de segundos preguntó.
Esther, obedeció y salió de la chabola con una extraña sensación. Con la sensación de
estar desnuda, de ser transparente para aquella señora. ¿Qué ayudase a Maca! ¿cómo?
y… ¿en qué? No dejaba de darle vueltas a aquellas palabras, “solo una vez”, “solo
contigo”, ¡si eso fuera cierto! quizás ella tuviese una oportunidad.
Una vez fuera, vio a Maca de espaldas a la chabola, sintió el deseo de encararse a ella y
preguntarle por qué tenía que contar cosas de su vida a nadie, estaba segura de que
había sido ella la que había hablado con María José. Estaba enfadada, Maca podía ser
amiga de aquella señora, pero no tenía derecho a hacer lo que había hecho, y ¿quién era
María José para hablarle así a ella! ¿para meterse en su vida? Sintió el deseo de pedirle
explicaciones por todo aquello y, también, deseaba saber quién le había dicho su apodo
en Jinja. Se acercó a la pediatra por detrás decidida a reclamar todas esas respuestas.
Pero cuando llegó a su altura y la miró, le pareció que lloraba. La imagen la paralizó y
se olvidó de sus pretensiones, desde que había vuelto de Jinja, nunca la había visto así,
ni siquiera se había percatado de su presencia.
- Maca – la llamó con suavidad - ¿qué te pasa? – preguntó posando su mano sobre
el hombro de la pediatra.
- Nada – respondió con rapidez, esquivando su mirada y girando la cabeza hacia
el lado contrario, avergonzada, estaba tan preocupada por María y por el hecho
de que la hubiesen golpeado por su culpa que no la había escuchado acercarse -
¿habéis… terminado? – preguntó con la voz ligeramente nasal, indicándole a la
enfermera que no se había equivocado en su apreciación.
- Si – le respondió mirándola de reojo, tentada a insistir y averiguar qué le ocurría,
pero decidió no hacerlo, la conocía lo suficiente para saber que con su actitud
esquiva le pedía que la dejase tranquila. Las palabras de María José resonaban
aún en su cerebro, “ayúdala”, lo cierto es que le gustaría poder hacerlo, pero ni
sabía como ni se sentía capaz.
- Vamos, entonces – dijo la pediatra comenzando a cruzar la calle – se nos va a
hacer tarde, y aún tengo que ver a Isabel, además, Claudia y Cruz me esperan en
la clínica y… y tú y yo debemos firmar un contrato – continuó precipitadamente
sin dejarla intervenir, recuperando la compostura.
- Maca… - intentó protestar sin que la escuchase, quería dejar claro que no
pensaba firmar ningún contrato, al menos, ninguno como sus compañeros,
parecía que a Maca se le olvidaba continuamente aquel hecho, pero decidió
callarse y hablar con ella tranquilamente en el despacho, estaba claro que la
pediatra se encontraba alterada por algo y calibró que no era el momento más
adecuado para tratar el tema. Además, parecía tan distraída que estaba cogiendo
el camino contrario – Maca…. ¡espera! – le pidió corriendo tras ella - ¿no es
mejor que vayamos por allí! creo que por este lado es más largo.
- Sí, lo es – afirmó – pero… quiero comprobar una cosa – respondió esquiva,
mintiendo, en realidad lo que pretendía era rodear la calle en la que María le
había dicho que esperaban aquellos dos chicos.
- Pero… habíamos quedado con Laura y Mónica allí – le recordó en tono de
protesta.
- Si, tienes razón, verás es que… – dijo deteniendo la marcha, la miró a los ojos y
entreabrió la boca para decir algo, estaba a punto de confesarle la verdad,
necesitaba desahogarse, pero en el último segundo se arrepintió, no tenía
derecho a mezclar a Esther en sus problemas. La enfermera la observaba
esperando una respuesta, sorprendida ante la indecisión que mostraba – que
creo… que… lo mejor es que vayas tú con ellas. Yo… me iré por allí, ¿te parece
bien? - le propuso esperanzada en que la enfermera aceptase, no quería
encontrarse con aquellos chicos y que Esther estuviese en medio, y menos
después de lo que había leído en aquel informe y tampoco tenía ganas de charlar
con ella por el camino, no se sentía con fuerzas de mantener una conversación
intrascendente, además, temía que María José hubiese dicho algo que no debiera,
en su afán por ayudarla, y que Esther estuviese molesta por ello. En realidad
estaba hecha un lío, tenía miedo a quedarse sola y al mismo tiempo, veía con
alivio esa posibilidad.
- No – respondió tranquilamente recordando la petición de Isabel intentando
descubrir qué estaba pasando por la cabeza de la pediatra, que estaba rarísima –
si quieres ir por allí, iremos por allí. Somos un equipo ¿no? – le sonrió. Maca no
se esperaba aquella respuesta y se sorprendió tanto que de nuevo se le saltaron
las lágrimas, Esther se percató de ello, cada vez estaba más segura de que le
ocurría algo. Había estado bien toda la tarde y ahora… ¿qué era lo que había
cambiado?
- Gracias – murmuró continuando la marcha sin mirarla.
Cruzaron la calle principal y Maca tomó una de las calles perpendiculares, Esther la
seguía en silencio. Tras unos minutos lo rompió.
Avanzaron unos metros más por aquella calle, Esther no entendía el empeño de la
pediatra en ir por allí, se estaban retrasando y, Maca, a pesar de lo que le había dicho, no
parecía que estuviese comprobando nada. Solo saludaba de vez en cuando a algunas
mujeres que se acercaban a ella con peticiones varias. Estaba claro que allí todo el
mundo sabía quien era la pediatra. Otros las saludaban de lejos con la mano levantada y
la mayoría, murmuraba a su paso, Esther escuchó claramente a unos chicos decir “¿qué
hace aquí la tullía?” y bromear y apostar a ver cuánto tardaba en caer de la silla, pero
Maca parecía no darse cuenta de aquellos comentarios. La enfermera empezó a sentirse
incómoda como ya le sucediera los primeros días de trabajo en el campamento. No le
gustaba sentirse observada. Volvió a mirar hacia Maca, y esbozó una sonrisa, seguía tan
cabezota como siempre, sería mucho mejor que ella la ayudase empujando la silla,
llegarían antes, pero no se atrevía a proponérselo de nuevo. No le gustaba nada la calle
por donde iban, no sabía porqué pero sintió una aprensión desmedida e,
inconscientemente, comenzó a apretar el paso deseosa de salir de allí.
Maca la observó alejarse, parecía alterada, se frotaba las manos con nerviosismo y
miraba hacia ella constantemente, empezaba a comprender las palabras de Fernando, en
un minuto Esther había pasado de aparentar tranquilidad a sobresaltarse por el más
mínimo detalle. Le daba la sensación de que de un momento a otro iba a salir corriendo.
Decidió llamarla y sacarle algún tema de conversación que la tranquilizase, se sentía
responsable y no podía dejar de imaginar lo que le pasaba por la mente de la enfermera.
- Bueno…no te voy a negar que esa mujer me impone - le dijo con un esbozo de
sonrisa - pero no estoy nerviosa por ella.
- ¿Seguro que no te ha dicho nada que te haya importunado? – insistió con una
mezcla de preocupación y curiosidad que no pasó desapercibida a la enfermera.
- Maca… - empezó con un ligero tono de reproche - … primero, quiero que te
quede claro que no pienso contarte lo que hemos hablado y… lo segundo… es
que… si me ves nerviosa es… es por lo que me has dicho de la fiestecita ésta, no
por lo que crees.
- ¿Por la fiesta? – preguntó incrédula – pero… ¿por qué?
- Pues… porque no sé que ponerme – confesó con una sonrisa de timidez. Maca
no pudo evitar soltar una carcajada. Aquello era muy propio de Esther, sus ojos
bailaron divertidos y la enfermera le sonrió y se encogió de hombros, satisfecha.
Era la primera vez que conseguía provocar en ella aquella expresión divertida
que tanto le gustaba.
- ¿No sabes qué ponerte? – repitió aún sonriendo – no seas tonta, ponte cualquier
cosa, si… es algo informal.
- ¿Con Adela! no creo que con ella haya nada informal – comentó en tono de
crítica recordando la entrada triunfal que había protagonizado a la hora del
desayuno.
- No es como aparenta – la defendió volviendo a ponerse seria – es más dulce,
comprensiva y cariñosa de lo que pueda parecer. Y… siempre está ahí cuando la
necesitas.
- No como yo – saltó endureciendo la mirada tomándose el comentario de Maca
como una crítica a su persona - ¿no es eso?
- ¡No! claro que no – se apresuró a responder frunciendo el ceño – no te lo tomes
por ahí Esther, porque no pretendía insinuar eso. Ni por un momento – dijo de
nuevo con lágrimas en los ojos y con tal énfasis que Esther no tuvo más remedio
que creerla.
- Vale… perdona – respondió con suavidad.
- Esther sé que no tengo derecho a pedirte esto pero… si… si vamos a trabajar
juntas… me gustaría que… que no estuvieses siempre a la defensiva conmigo –
le pidió casi balbuceando y con tal abatimiento que Esther confirmó que le
ocurría algo.
- Tienes razón, perdona – le dijo ya calmada - ¿seguro que no te pasa nada?
Maca asintió y continuó la marcha, de nuevo en silencio. Esta vez Esther hizo un
esfuerzo por no adelantarse y continuar a su ritmo. Volvieron a interrumpirlas un par de
veces, con saludos y preguntas acerca del campamento. A Esther le agradaba ver que la
respetaban a pesar de que siempre había quienes las miraban con cierto recelo, pero en
general, parecía que todos estaban acostumbrados a su presencia. Debía ser cierto lo que
le habían contado el primer día sobre que Maca pasó muchas horas en el poblado.
- ¡Vaya! ¡qué previsora! – le dijo rebuscando en su bolsa – imagino que son las
ventajas de ir con un médico – bromeó cogiendo la caja y observando la
etiqueta.
- Ya ves… - dijo pensando en que no se trataba de previsión, si no de necesidad,
si supiera la cantidad de veces que había caído de la silla intentando valerse por
sí misma, sobre todo al principio, cuando se negó a aceptar su nueva situación.
- ¿Arnidol? – preguntó leyendo el prospecto – ¿desde cuando te ha dado por los
productos naturales?
- Hace tiempo – dijo oscureciendo la mirada – a mi mu… a Ana, le gustaban – se
corrigió de pronto, detalle del que se percató la enfermera, que cada vez sentía
más curiosidad por esa actitud de Maca entre triste, melancólica y reservada
siempre que se veía obligada a mencionar a su mujer.
- Si no es mucha indiscreción… ¿se puede saber qué tienes contra las motos? –
preguntó, cambiando de tema, entre molesta y burlona mientras se untaba el gel
– que yo recuerde te encantaban.
- No tengo nada en contra – respondió mecánicamente mirando de nuevo hacia
atrás angustiada – de hecho me siguen gustando – confesó con un suspiro
bajando la vista – aunque ya no pueda…
- Perdona, Maca, lo siento – se disculpó arrepentida de ser tan bocazas – no… no
he querido.
- No pasa nada, Esther – dijo esbozando una sonrisa – no te disculpes
continuamente, ya te acostumbrarás.
- ¿Sigues teniendo la moto? – preguntó curiosa.
- Si – musitó – se que es absurdo, pero… aún la tengo.
- No es absurdo, ¿por qué iba a serlo? – le respondió con una sonrisa, de pronto
una idea cruzó por su mente - ¿te gustaría montar?
- ¡Ya lo creo! – exclamó con otro suspiro - ¿sabes? Daría cualquier cosa por
volver a sentir la sensación de cortar el aire frío, las cosquillas en el estómago, la
velocidad…
- Un día de estos, antes de que me vaya, si quieres… - se interrumpió
repentinamente, observando la cara que le estaba poniendo la pediatra y que no
sabía como interpretarla.
- ¿El qué? – la apremió, al ver que guardaba silencio.
- Iba a proponerte que podíamos dar un paseo - le dijo sonriendo - pero … quizás
no me acuerde, en Jinja solo montábamos en motos pequeñas y la tuya…
además, qué es una tontería. Olvídalo – se arrepintió creyendo que a Maca no le
había hecho gracia la idea.
- Eso nunca se olvida.
- Uf, no sé yo, no era una alumna muy aventajada ¿no?
- No, no lo eras – rió recordando cómo se divertían aquellos días en los que le
enseñaba a llevar la moto.
- Y aún así ¿te atreverías a subir conmigo?
- ¿Te atreves tú a cargar conmigo?
Maca notó que el corazón se le desbocaba, ¡eran ellos! los habían esquivado pero estaba
segura de que volverían, Esther se había alejado situándose en el centro de la calle y
Maca, al verse sola, sintió que el pánico se apoderaba de ella, intentó, con rapidez,
situarse junto a la chabola más cercana, pero la irregularidad del terreno le provocó un
desequilibrio y la silla se volcó sin remedio, dando con la pediatra en el suelo. Intentó
frenar el golpe con las manos pero lo único que consiguió fue clavarse en las costillas el
brazo de la silla y caer de lado, golpeándose en el hombro. Esther de espaldas a ella, aún
siguiendo con la vista a aquellos chicos, no se percató de lo ocurrido.
- ¿Tú has visto? – dijo girándose enfadada. Al hacerlo, se quedó paralizada, Maca
estaba tumbada de costado, vio como unas cuatro o cinco mujeres se acercaban a
ella, haciendo grandes aspavientos, su mente voló a Jinja, ¿qué pensaban
hacerle! “¡no!”, pensó, “otra vez no”, quería correr hacia allí pero sus piernas no
le respondían. Un sudor frío comenzó a brotar de su cuerpo, no iba a ser capaz
de ayudarla, pensó en llamar por teléfono pero no podía moverse. La mujeres
rodearon a Maca, entonces la enfermera respiró hondo, “si puedes, si puedes”, se
dijo, “contrólate, puedes hacerlo”, “ayúdala”, escuchó la voz de María José
“ayúdala”, y sin moverse de su sitio lanzó un grito - ¡Ehhh! ¡fuera! ¡fuera de ahí!
No la toquéis.
Las mujeres se volvieron hacia ella sorprendidas de aquellas voces. Todas se apartaron
sin marcharse, la miraban con recelo y algunas manifestaron su hostilidad.
- ¡Vaya mina! – exclamó una de ellas. Esther no prestaba atención a las protestas,
necesitaba controlarse y llegar hasta Maca – y mira la tía que no se “muve”.
- ¡Vos! ¡al laboro! – le gritó otra.
Esther las miró y volvió a mirar a la pediatra, vio como intentaba incorporarse pero en
la caída se había pillado el brazo y tenía dificultades para hacerlo. Finalmente,
reaccionó y corrió hacia ella, sin quitar la vista de aquellas mujeres. Al pasar a su lado
murmuró unas palabras de disculpa que aceptaron a regañadientes permaneciendo allí,
como espectadoras. Se agachó intentando comprobar como se encontraba. Le dio la
sensación de que estaba aturdida, quizás se había golpeado la cabeza en la caída.
La pediatra miró hacia ella, a Esther le dio la sensación de que la traspasaba con la
mirada, que no la veía. Y estaba en lo cierto, el sol, poniéndose, la cegó, pero sobre todo
fueron las palabras de Esther las que habían hecho saltar en su memoria un resorte, no
estaba segura pero tenía la sensación de haberlas escuchado antes, apartó la vista de
aquella figura que le tendía la mano, la figura de Esther. Como un fogonazo recordó
algo, escuchando aquellas frases “Maca, deja que te ayude”, “dame la mano”, volvió a
mirar hacia ella, hacia aquella figura, ¿era un sueño, su sueño, o era un recuerdo!
“¿estoy despierta?”, se preguntó aturdida. Esther se agachó.
Tras un último intento, Maca se dio por vencida y bajó la cabeza, con un nudo en la
garganta. Hacía mucho tiempo que no experimentaba aquellos sentimientos de
impotencia, de pronto fue consciente de nuevo, escuchó los murmullos de la gente,
escuchó a Esther a su lado, pidiéndole con suavidad que se apoyase en ella, y así lo
hizo. Un par de mujeres, a pesar de los gritos de Esther se habían acercado a ayudarla, la
enfermera se lo agradeció y sentaron de nuevo a Maca en la silla. Se sentía
avergonzada.
Esther asintió, aceptando sus palabras. Había tenido una forma muy sutil de decirle que
ese no era el camino que querían en el proyecto. Ni siquiera podía pensar en una
reprimenda, porque Maca le había hablado con tranquilidad, más parecía que le daba un
consejo que otra cosa, y entonces ¿por qué tenía la desagradable sensación de que la
estaba mirando con reprobación! quizás eran imaginaciones suyas, no le gustaba perder
el control delante de ella y ya lo había hecho en un par de ocasiones desde que volvió.
Una de las mujeres se acercó a Maca.
Maca la miró y no dijo nada, asintió y volvió a darle las gracias, pronunciando un “lo
haré”, sintiendo un escalofrío, tenía la sensación de que esa mujer la estaba avisando.
Cuando parecía que Esther iba a iniciar la marcha camino del campamento, se colocó
delante de la pediatra y le cogió la mano.
- A ver Maca, déjame que te mire esto – al levantarle el brazo para ver la herida
Maca sintió un intenso dolor en el costado y hombro derecho y lo retiró con
rapidez.
- Esther, que no es nada – dijo frunciendo el ceño, disimulando el dolor.
- No es nada, no es nada – repitió en tono maternal - ¿tu has visto esto! aquí se
puede pillar cualquier cosa, hay que desinfectarla.
- Ya lo haré en el campamento – respondió – anda, vamos, que ya nos estarán
esperando.
Esther suspiró, ¡qué poco le gustaba a Maca que se preocuparan públicamente por ella!
sonrió pensando en los días en los que reclamaba mimos en la intimidad y comenzó la
marcha, empujando la silla, pensando en lo que daría por recuperar aquel tiempo, por
recuperarla a ella.
Estaban a unos cincuenta metros del portón de entrada al campamento y Esther dejó de
empujar la silla y se sitúo frente a ella, extrañada por sus respuestas.
Esther la miró, estaba segura de que Maca mentía, había momentos en que la Maca
segura que ella conocía parecía no existir, le pareció tan desvalida que le dio lástima por
primera vez en su vida y se sintió culpable por experimentar ese sentimiento. Recordó
las palabras de la propia Maca cuando le decía que la lástima es el peor sentimiento que
se puede tener por alguien y si, además era por alguien a quien querías, mucho peor.
Ella nunca había sabido comprender a qué se refería exactamente, nunca hasta ese
momento.
- Como quieras – aceptó iniciando la marcha sin empujarla, molesta por lo que le
había dicho, cuando ya estaba un par de metros por delante, giró la cabeza y
mirándola por encima de su hombro continuó – pero… si alguna vez quieres
hablar…
- Esther, no es eso – dijo levantando la voz al ver que se marchaba. No soportaba
aquella mirada en sus ojos. Esther había sentido pena por ella, no soportaba esa
idea, ni en Esther, ni en nadie.
- Entonces ¿qué es? – preguntó volviendo junto a ella.
- Me siguen dos chicos – confesó mirándola desafiante decidida a darle lo que le
pedía – van en moto y… lo sé… porque… porque me lo contó María mientras
hablabas con María José.
- Entiendo – fue su única respuesta.
- ¿No te sorprende?
- No. Sigue.
- Le han pegado, Esther – continuó notando que se le saltaban las lágrimas - No
soporto la idea de que le hagan daño por mi culpa. Por eso lloraba.
- Ya…
- Y… no quiero que te mezcles en esto – le dijo – tampoco soportaría que te
pasara algo a ti – terminó bajando la voz y los ojos como si se avergonzara de
reconocerlo, perdiéndose una sonrisilla de satisfacción que, Esther, no fue capaz
de disimular. Cuando levantó la cara la enfermera había vuelto a su gesto adusto
y serio, permaneciendo sin decir nada – creo que lo mejor va a ser que hable con
Isabel y… con Fernando y que cambiemos todos los planes a partir de mañana.
- ¡No! – exclamó Esther con rapidez, no sabía a que cambios se refería pero
quería y necesitaba seguir trabajando junto a ella. Tenía que evitar que Maca
decidiese algo en contra, así es que decidió romper su promesa y sincerarse
también – Isabel me contó los riesgos que corro a tu lado.
- ¿Isabel habló contigo? – preguntó sorprendida.
- Sí, lo hizo. Y soy consciente del riesgo que corro y lo asumo – le sonrió.
- No, Esther, no voy a permitirlo. Ni a ti, ni a nadie – repitió, volvía a parecer
molesta.
- Maca, hay que hacer algo para detener esto, no puedes estar siempre encerrada.
“¿Encerrada?”, pensó la pediatra torciendo la boca en una mueca irónica que también
mostraba su impotencia. Esther creyó leer lo que pasaba por su mente, Maca se había
rendido.
Maca se quedó mirándola, en el fondo le estaba agradecida, pero sabía que no era
sincera, no podía olvidar aquella mirada de lástima de hacía unos minutos. Eso es lo que
podía esperar de ella y tenía que demostrarle que se equivocaba. Le esbozó una sonrisa,
que a Esther se le antojó extraña y la apartó con suavidad para que la dejase continuar.
En silencio, llamó a la puerta y abrieron desde dentro tras comprobar de quienes se
trataba, antes de entrar se volvió hacia ella.
- No entiendes nada, Esther – le dijo con seriedad entrando en el campamento-
¡nada!
- ¡Explícamelo! Maca – murmuró – quiero volver a entenderte – le dijo, pero la
pediatra ya no la escuchaba y se dirigía al despacho de Isabel.
* * *
Maca entró en el despacho de Isabel casi sin respiración por el esfuerzo de subir aquella
empinada rampa, estaba empezando a sospechar que la caída le había producido más
daño del que calibró en un principio, el solo hecho de respirar profundo le provocó un
dolor tan intenso que se asustó pensando en alguna lesión en las costillas y lo que ello
implicaría. Pero antes de preocuparse por eso debía hablar con la detective. Llamó a la
puerta y tras escucharla decir “adelante”, entró.
Maca salió del despacho de Isabel justo en el momento de verlas marcharse. Fernando
se acercó a ella, mostrando su contrariedad.
Fernando la miró sorprendido. Era la primera vez que la veía despistada hasta ese
extremo y recordó lo que le había comentado Esther.
- Bueno, primero, deja que te desinfecte esta mano y ya nos vamos – consintió, si
era lo que pensaba iba a necesitar una enfermera y allí se habían marchado todos
- Pero el coche lo dejas aquí.
- De eso nada. Lo necesito.
- Maca, no seas cabezota. Sabes que aunque solo sea daño muscular debes hacer
reposo, un par de días no te los va a quitar nadie.
- Fernando que conducir mi coche es como jugar a las maquinitas – puntualizó –
te aseguro que no hago ninguna tontería.
- Cuando se te enfríe del todo te va a doler solo con que sonrías.
- Lo sé. Por eso quiero que nos vayamos ya. Esta noche no voy a poder ni
moverme.
- Me parece que te has quedado sin fiesta. ¿Pensabas ir?
- ¿La fiesta? – preguntó, ya ni se acordaba – pues… la verdad es que debería ir,
pero… no me apetece nada y…, además, quedé con Vero.
- Si te sirve de consuelo yo no voy a ir.
- Adela me mata como no me presente, pero bueno me esperaré a ver las placas.
¿Y si me haces un vendaje neuromuscular?
- Si no tienes lesión en las costillas lo que tienes es que por un lado guardar
reposo y por el otro secuestrar a tu fisioterapeuta para que te haga un tratamiento
con estiramientos y masaje que te relaje la zona.
- Pero con el vendaje podría hacer mi vida normal.
- Si, podrías – suspiró resignado – eso del reposo a ti como que…
- ¿Te parece poco reposo el que hago siempre? – preguntó irónica.
Fernando la miró y negó con la cabeza. Convencido de que no podía decirle nada que la
hiera cambiar de opinión.
Fernando la observó, tentado a preguntarle qué le ocurría, estaba seguro de que aparte
del dolor físico a Maca le pasaba algo que la pediatra intentaba disimular recurriendo
como siempre a la ironía y el sarcasmo. Algo le había ocurrido en el poblado que le
había bajado la moral, la conocía lo suficiente para notarle esa actitud derrotista por
mucho que luchase por demostrar lo contrario.
- Fernando ¿te importa alargarme el móvil? Tengo que hablar con Vero – le pidió
con un gesto de dolor al levantar el brazo para cogerlo.
- Ya sé que no quieres, pero me temo que te vas a tener que tomar algún relajante
muscular.
- Ni hablar. Me sientan fatal.
- Ya lo sé. Pero en este caso deberías tomarte algo, aunque solo sea esta noche, si
quieres descansar – le aconsejó. Maca asintió con la intención de zanjar el tema,
pero sin convencimiento alguno de hacerlo.
- Joder, sin batería - protestó, pensando en que ya la llamaría en el coche, quería
que la esperase en la clínica - ¿Qué haces?
- Quiero ver si te golpeaste en la cabeza.
- No. Paré el golpe con las manos ¿acaso no se nota? – bromeó mostrándoselas.
- Entonces, ya está – le sonrió – Macarena, Macarena, ¿se puede saber como te
apañaste?
- De la forma más tonta – dijo poniendo cara de circunstancias.
- Tienes que ir con más cuidado, que estás hecha una patosa.
- En todo caso será una manosa – respondió haciendo una mueca burlona.
- Sabes que a mi tu sarcasmo no me impresiona.
- Y tú sabes que nunca lo he intentado.
- Ah, ¿no? – bromeó mientras terminaba de curarle la rodilla – y yo que pensaba
que te matabas a estudiar para ser mi mejor alumna solo por llamar mi atención.
- Muy engreído estás tú hoy – rió y poniendo voz susurrante confesó – un poco si
que intentaba impresionante, pero solo un poco.
- Bueno, esto ya está – dijo clavando sus ojos en ella con una sonrisa – deja que te
ayude – dijo bajándole el jersey – y vamos a la Clínica que veamos esas placas.
- Cuidado – le pidió casi sin respiración – creo que vas a tener que empujarme.
- Y… ¿qué has hecho! ¿venir tú sola todo el camino?
- No – respondió – Esther me ha empujado casi todo el rato.
- ¿Casi?
- Si. Hasta que yo le dije que no quería su ayuda.
- Ay, Macarena, ¿Cuándo vas a cambiar y dejar de ser tan tozuda?
- Ya estoy yo muy mayor para eso – rió y al momento el dolor se acrecentó – buf,
esto va a peor – comentó inclinándose ligeramente hacia ese lado.
- No hagas eso – le recomendó llegando al coche – a ver, que yo vea que puedes.
- ¿Contento?
- Te sigo – respondió – si ves que no puedes, párate que ya recogeremos el coche
mañana, ¿de acuerdo?
- Vaaale.
* * *
Esther y Laura bajaron del taxi en la dirección que les habían indicado. Ambas habían
ido juntas a arreglarse a casa de Esther, hartas de esperar a Maca en la Clínica, la habían
llamado pero tenía el móvil apagado. Cruz y Claudia también se habían marchado sin
poder hablar con ella. La neuróloga se había puesto algo nerviosa pensando en que
podía haberle ocurrido alguna cosa pero Esther la tranquilizó, informándoles que Maca
tenía que hablar con Isabel, que cuando ellas salieron aún estaba con ella y que
Fernando también se había quedado allí esperándola. Al final, todas habían decidido
marcharse, porque Adela las había convocado a las ocho y media y, aunque sabían que
era algo informal, querían arreglarse.
- ¡Esperadme! – corrió tras ellas – ¿llegamos tarde! ay, pero… ¿qué habéis traído!
si a mi me ha dicho Adela que no trajésemos nada que ella se encargaba de todo.
- No sé, pero mujer, un detalle ¿no? – dijo Laura. Teresa apretó los labios y ladeó
la cabeza.
- Yo creo que esto va a ser por todo lo alto, porque la he escuchado hablar por
teléfono en un par de ocasiones y…. no digo nada, pero yo creo que ha
encargado de todo. ¡Hasta camareros va a haber!
- ¿Pero no era algo informal?
- Hija – dijo con retintín – estas pijas llaman informal a otra cosa. Por lo visto
quiere sorprender a Maca, le he escuchado decirle algo de eso a Cruz.
- ¿Sorprenderla con qué? – preguntó Esther entre molesta y curiosa, empezaba a
cargarle esa forma de Adela de querer estar encima de Maca todo el día.
- Ay, no sé, es una sorpresa, mujer – dijo mientras salían del ascensor, y llamaban
al timbre.
Una hora y media después todos los asistentes charlaban animadamente, Claudia se
había acercado a Esther en un intento de saber qué tal le había ido a Maca en el día, los
demás, se habían distribuido en pequeños grupos, algunos en pie y, otros, acomodados
en los sofás y sillas desperdigados por el amplio salón. Un par de camareros se
preocupaban de que no faltase bebida, ni aperitivos, que iban colocando encima de la
mesa corrida. Habían dispuesto una torre de platos y cada cual se servía en el suyo lo
que le apetecía. Era cierto que resultaba una fiesta informal, en la que todos aparentaban
estar divirtiéndose. La suave música de fondo no entorpecía la charla. Adela miró el
reloj en un par de ocasiones, mientras cambiaba impresiones con Cruz y Jimeno, que no
se le despegaba ni un instante, sobre las mejoras en uno de los respiradores que habían
llegado esa misma mañana. Llamó a uno de los camareros y en un susurro le indicó que
comenzase a preparar los platos calientes, ya eran las diez y, aunque había estado
esperando por Maca, finalmente, optó por no demorar más la decisión. Ya se las vería
con ella ¡cómo había sido capaz de hacerle esto!
- Se puede saber por qué tienes esa cara de funeral – le preguntó Laura a Esther,
en cuanto vio que Claudia la dejaba sola.
- ¿Yo! por nada.
- ¿Qué te ha dicho que te ha molestado?
- Nada, si Claudia siempre es muy agradable conmigo. Solo hemos hablado del
trabajo.
- Y de Maca.
- Bueno, sí, también de Maca, pero solo del trabajo.
- Entonces, ¿qué te pasa?
- Nada. Estoy cansada. ¿No te aburre todo esto?
- No, la verdad es que me estoy divirtiendo. Y tú también te lo pasarías bien si
dejases de mirar para la puerta cada diez segundos.
- Es que no entiendo por qué no ha venido Maca. Me dijo que iba a venir. Y me
preguntaba si…
- Si qué.
- Pues que quizás se hizo más daño del que parecía en la caída.
- Mujer, no creo que sea eso. Nos habríamos enterado.
- Tienes razón – suspiró – vámonos con Teresa que la has dejado sola.
- No te preocupes por Teresa que se las apaña muy bien – dijo riendo – si es ella
la que me ha echado a mí.
- ¿Y eso? – preguntó sorprendida.
- Dice que una buena anfitriona nunca deja a un invitado solo y que, Adela, en
cuanto la vea sola, se le acercará y ¡zas! – bromeó – mañana sabremos hasta la
talla de sus bragas.
- No hables así de Teresa – le dijo entre molesta y divertida.
- Esther, que Teresa es un encanto, pero cotilla no me negarás que es.
- Bueno, los demás tampoco es que nos quedemos atrás – sonrió.
- Tú ves, ahí tienes razón, ¿quieres otra cerveza?
- No. Me voy a pasar al vino, ¿has visto? debe costar un pastón.
- Me ha dicho Teresa que es el favorito de Maca, bueno era, porque por lo visto ya
no lo prueba.
- Y ¿por qué no?
- Imagino que por sus problemas con el alcohol.
- Pero… ¿hasta ese punto…tuvo? - preguntó impresionada de que fuera así.
- Yo creo que sí. Javi ya me dijo algo de eso.
- La verdad es que recuerdo que el día de la inauguración me dijo que no bebía,
pero yo creí que era porque tomaría alguna medicación…. Por eso de estar
siempre sentada…
- Claro eso también debe ser.
En ese mismo instante llamaron al timbre y Adela que, efectivamente, se había acercado
a Teresa, se apresuró a abrir esperanzada en que fuese la pediatra. Instantes después
entraba en el salón llamando la atención de todos.
Esther se quedó mirándola sorprendida, no pudo evitar preocuparse al ver que había
cambiado de silla y que llevaba la eléctrica, el brazo derecho lo llevaba en posición de
cabestrillo con la mano metida entre dos botones de la chaqueta, el brazo izquierdo lo
dejaba caer sobre el reposadero, accionando el sistema, e inclinaba ligeramente el
cuerpo hacia el lado derecho, era el lado sobre el que cayó en el poblado. Estaba segura
de que se había hecho daño al caer, solo cabía esa explicación porque Maca ya le había
confesado que no le gustaba esa silla. Pero la preocupación se le olvidó cuando tras ella
entró una sonriente Verónica. Sintió una oleada de celos que la hizo enrojecer, resultaba
que su tardanza se debía a que había estado con su psiquiatra, y recordó molesta todas
las llamadas matutinas en las que la pediatra bajaba la voz para despedirse.
Adela cogió a Maca y se la llevó con ella. Al pasar cerca de la enfermera, Maca la buscó
con la mirada y le lanzó una sonrisa pero Esther hizo como que no la había visto,
molesta aún por verla llegar con Vero. Al pasar junto a ella Esther oyó a Adela regañar
a Maca.
- Nena ¡qué sea la última vez que me haces esto! – se quejó con razón – al menos
podías haberme llamado.
- Lo siento, se nos ha hecho algo tarde, pero no me eches la bronca que ya estoy
aquí.
- ¿Qué quieres tomar? Mira que vino te he traído. ¿Recuerdas la “pea” que
pillamos con este vino en…! ¿dónde fue! será posible que no me acuerde.
- ¿Cómo te vas a acordar? – rió – si tuve que llevarte a rastras, fue en el
cumpleaños de Lita.
- ¡Es verdad! ¡qué tiempos! por cierto recuérdame que luego te enseñe una cosa –
le dijo mientras se dirigían hacia el fondo de la habitación donde se encontraba
Cruz, que seguía charlando con Jimeno.
Vero se acercó hacia la zona donde estaba Esther, en busca de Claudia. La enfermera
cogió un plato, y disimulando, se alejó de Laura y se aproximó a ellas, aún más,
aparentando buscar algo de picar. Necesitaba escuchar aquella conversación.
- ¿Dónde os habíais metido? – preguntó la neuróloga.
- Maca, que está fatal - le contó moviendo la cabeza de un lado a otro despertando
el interés de Esther, que se había colocado detrás de Claudia - Me ha costado la
misma vida traerla, ya no sabía qué hacer.
- Pero ¿por qué? – preguntó extrañada – esta tarde hablé con ella y estaba
ilusionada con la fiesta.
- Y lo estaba, si yo también he hablado con ella varias veces – dijo bajando la voz
al comprobar que la enfermera estaba en las inmediaciones - no sé que le pasa.
No sé si es porque se ha caído de la silla …
- ¿Se ha caído! pero… ¿está bien? – preguntó preocupada, Esther agudizó el oído
pero entre la música y lo bajo que hablaba la psiquiatra solo conseguía escuchar
alguna palabra suelta, sin embargo a Claudia la oía perfectamente.
- Si, la muy burra se ha hecho polvo un costado, Fernando la hecho unas
radiografías y no tiene nada roto, – le explicó – lo que te decía que no sé si es
por eso o porque le ha pasado algo en el campamento, pero está rarísima… yo la
veo hecha polvo.
- No exageres – dijo dándose la vuelta para mirar hacia ella, provocando que
Esther tuviese que alejarse, disimulando - yo la veo un poco decaída pero… ya
verás como Adela sabe animarla.
- No exagero, me tiene preocupada, en serio te lo digo, Claudia, primero intenté
convencerla de que se quedase en casa, descansando, y en sus trece que no, que
no le podía hacer eso a Adela, que la fiesta era por la Clínica, que ella no podía
faltar… y luego, ya que estábamos en el coche, se le metió en la cabeza que no
venía, que yo tenía razón, que no hacía falta que estuviese ella, …. Total, que
hemos estado dando vueltas a la manzana hasta que se ha decidido a subir. En
fin, que está con la moral por los suelos, pero no he conseguido que me diga por
qué, y a mi me da que le ha pasado algo en el trabajo.
- Pues Esther me ha dicho que el día ha ido muy bien.
- ¡Ah! entonces será otra cosa … - dijo pensativa – pero, insisto en que creo que
es por algo del trabajo.
- ¿No será porque se ha caído? Recuerda como se ponía.
- Si, pero Maca ya tiene asumidas todas esas cosas. No creo que sea por eso.
- Si tú lo dices. ¿Y qué tiene? ¿alguna contractura?
- Según ella, “carne despegada” – sonrió viendo la cara que le ponía Claudia de
dolor.
- Uf, ¡con lo que duele eso! Ya me había extrañado que trajese esa silla, se ha
debido de dar un buen golpe.
- Por lo visto sí, no quería tomar nada pero al final, el vendaje de Fernando no le
ha bastado y se ha tomado un miolastán, con eso te digo todo.
- ¿Maca! pues… Vero… si se lo ha tomado, tenía ella razón y no debía haber
venido.
- Deja, que la conozco. Te digo que es mejor que haya venido, si me conoceré yo
sus dudas, necesita distraerse.
- ¿Le has contado lo tuyo?
- No.
- Deberías decírselo.
- Iba a hacerlo pero… cuando he visto como estaba… no he querido
preocuparla…
La enfermera se dejó arrastrar mirando hacia el fondo del salón donde Maca y Adela
estaban situadas junto a la mesa de las bebidas. Adela parecía estar contándole algo
divertido a Maca por los gestos que hacía, aunque la pediatra, más comedida, no parecía
estar divirtiéndose tanto.
Cruz que las tenía al lado al verlas se lanzó hacia ella y le quitó la copa con genio.
- ¡Ni se te ocurra! – dijo en tono tan alto, recriminando a Maca, que todos
guardaron silencio, sin saber qué pasaba y miraron hacia ellas. Maca le lanzó
una mirada tan furibunda que Cruz se arrepintió en el mismo instante de su
impulso.
- ¿Qué haces? – le dijo la pediatra en un murmullo con voz ronca.
- Ay, que cosas tiene esta Cruz – saltó Adela con una sonrisa, poniéndole el brazo
a la cardióloga por los hombros, dirigiéndose a todos – pues nada, mujer, que no
se me ocurre, será posible, que ni en su casa la dejan fumar a una. Ya sabéis el
que quiera fumar que se salga a la terraza – dijo en un intento de disimular que
pocos creyeron porque a esas alturas los fumadores ya habían optado por salir,
unos y, fumar dentro, otros – aprovecho este silencio para deciros que los platos
calientes están saliendo y los van a ir poniendo en la mesa.
La tensión generada pareció difuminarse con aquellas palabras y todos volvieron a sus
conversaciones no sin lanzar miradas furtivas a las tres protagonistas.
- Cruz… - empezó Maca frunciendo el ceño, al ver que ya nadie les prestaba
atención.
- Maca perdona – la interrumpió disculpándose – perdóname. No he debido…
- Pero ¿qué pasa? – preguntó Adela desconcertada.
- Voy al baño – dijo Maca, aún malhumorada – que te lo cuente ella, total, antes o
después te vas a enterar…. – terminó con gesto despectivo y tal mirada de
decepción que Cruz se sintió acongojada.
- Nada, deformación profesional – se excusó Cruz observando como se marchaba
enfadada – soy su médico y le dije que no debía beber y… me he pasado.
- Mujer una copita no le va a hacer daño, es vino y del bueno – sonrió – te voy a
pasar un artículo de un colega para que veas lo beneficioso que es beber una
copita de tinto al día.
- Si lo sé, yo misma lo hago – confesó pensando en Maca, “lo malo no es una, lo
malo es que detrás de una, vaya la botella entera”, pensó recordando aquellos
duros momentos. Maca había conseguido mantenerse firme más de tres años y
no estaba dispuesta a permitir que tirase todo ese esfuerzo por la borda.
La pediatra pasó cerca del grupo formado por Claudia, Laura, Teresa y Esther, sin
mirarlas, la enfermera la observó, parecía cabizbaja, vio como Vero se acercaba a ella
en un intento de decirle algo pero el gesto de Maca fue contundente, hasta en la
distancia había quedado claro que quería que la dejasen en paz y la psiquiatra se quedó
parada, sin decir nada, observando como Maca desaparecía por el pasillo hacia el
interior del piso. Vero, tras unos instantes de duda, la siguió. Pero segundos después
volvía a aparecer y se ponía a charlar con Sonia. Esther no quitaba ojo a todos aquellos
movimientos.
- ¿Qué es lo que habrá pasado? – susurró Teresa al oído de Esther, que se encogió
de hombros.
- Yo qué sé, Teresa – respondió con genio, aparentemente molesta.
- Ay, hija, que solo era un comentario, por dios ¡cómo está el patio! – exclamó
viendo como la enfermera se levantaba y se acercaba a la mesa para servirse
algo.
Esther cogió un plato y permaneció junto a la mesa, desde que Maca había llegado, no
dejaba de darle vueltas a la forma de buscar una ocasión para acercarse a ella pero no
había forma, siempre tenía alguien a su alrededor. Todo el mundo estaba pendiente de la
pediatra. Pensando en ello y, distraída mirando todas aquellas bandejas sin decidirse a
servirse de ninguna, no reparó en que alguien se acercaba por detrás.
- Hola – le dijo.
- ¡Hola! – se giró sorprendida.
- ¿Qué? ¿es todo tan fino que no te gusta nada? – le preguntó irónica – si quieres
le digo a Adela que te prepare algo sencillito….
- No hace falta y… me gusta todo – respondió seria, no le agradaba que Maca se
burlase de ella de esa forma, pero era mejor controlarse y no entrarle al trapo,
porque quizás ahí estuviese su ocasión de abordarla – quería hablar contigo – le
confesó – y… preguntarte algo.
- ¡Vaya! ¿qué pasa? – preguntó cambiando el gesto de burla por uno adusto,
estaba harta de recriminaciones, se había acercado a ella con la idea de divertirse
un rato, pero estaba claro que todos, excepto Adela, la buscaban para darle
consejos, recriminarle algo o… - ya sé que tengo mala cara, que no debo beber,
que os he hecho esperar y, que…
- Para, para, que yo solo quería preguntarte por tu moto.
- ¡Ah! – exclamó fuera de juego - ¿por mi moto?
- Pues… si… pero ya veo que no estás de muy buen humor y yo, para lo que
quiero decirte, necesito que lo estés – sonrió – así es que ya te pregunto en otro
momento – le dijo burlona terminando de llenar su plato – hasta luego – dijo
dándole la espalda. Si la conocía bien, no tardaría ni un segundo en llamarla.
- ¡Esther! espera – le pidió, perdiéndose la sonrisa de triunfo de la enfermera-
¿qué pasa con mi moto?
- Pues… que se me había ocurrido, que … como no la usas… que… si puedes
alquilármela – soltó de sopetón tras balbucear dudando cómo proponérselo –
solo para ir al trabajo, había pensado en un coche de segunda mano pero… - se
interrumpió al ver la cara de Maca.
- No – respondió la pediatra – no te la alquilo.
- Eh... si ya sé que… perdona, ha sido una idea absurda – dijo enrojeciendo ante
lo directo de su respuesta, no sabía como se le había pasado por la cabeza
proponerle aquello, conociendo cómo había sido siempre Maca para su moto.
- No… - sonrió al ver lo cortada que se había quedado y como comenzaba a
servirse mecánicamente y nerviosa de todos los platos. Le encantaba ver como
Esther mantenía ese halo de inocencia, no podía evitar volver a sentirse atraída
por ella – Esther que no te….
- Vale, vale, no he dicho nada. Olvídalo – la cortó sin mirarla.
- Que no Esther, que no te la alquilo – le sonrió – te la regalo.
- ¿Cómo? – preguntó volviéndose hacia ella.
- Sí, que te la regalo, total, tenía que haberme deshecho de ella hace tiempo,
pero… me daba … no sé… pena … y también pues – se calló pensando en que
si Cruz tenía razón y alguna vez conseguía levantarse de esa silla le encantaría
poder montar de nuevo.
- No, Maca, no puedo aceptarla – volvió a interrumpirla.
- Claro que puedes – le dijo – eso sí, con una condición.
- ¿Cuál?
- Que… un día… cumplas tu promesa y… me lleves de paquete.
- ¿Solo uno?
- Bueno… si sobrevivo y… no te importa cargar conmigo… alguno que otro más.
- Trato hecho – le dijo tendiéndole la mano. Maca hizo un esfuerzo para
estrechársela, disimulando el dolor que le provocó el movimiento. Esther no
reparó en el leve gesto de su cara, eufórica por lo que le había dicho - ¿quieres
comer algo?
- Pues la verdad es que no tengo hambre – confesó la pediatra.
- ¿Qué raro! ¡con lo tragona que eras! – le recordó – este mediodía apenas
comiste, anda, prueba esto – le dijo ofreciéndole un poco de su plano,
acercándole el tenedor a la boca, sin dejar de mirarla a los ojos – está riquísimo.
- Si, si que está bueno – admitió, devolviéndole la mirada y sintiendo un
cosquilleo especial solo por el hecho de que le hubiese dado de comer, de pronto
notó que se le abría el apetito - ¿puedes ayudarme?
- Claro, ¿qué quieres?
- ¿Me alcanzas un plato? – le pidió con una sonrisa sin dejar de mirarla. Sintiendo
que todas las barreras que las separaban acababan de desaparecer. Esther, le
sonrió también, Laura que las observaba de lejos, pensó que debía disimular
mejor la cara de boba que estaba poniendo – a ver recomiéndame… ¿qué es….?
- Maca – llegó hasta ellas Sonia interrumpiéndolas, las había estado observando
de lejos y no pudo contenerse por más tiempo – ¿puedo hablar contigo un
momento?
- Claro, dime. Gracias, Esther – se dirigió a la enfermera que consciente de que
estorbaba se alejó de ellas, volviendo junto a sus amigas. Antes de llegar,
Teresa, que tampoco se había perdido detalle, se acercó al oído de Laura.
- ¡Veremos a ver estas dos por donde nos salen!
- ¿Qué dices, Teresa? – disimuló la joven.
- Nada. Cosas mías – respondió mirando a Esther con el ceño fruncido. La
enfermera llegaba con una sonrisa que denotaba lo bien que había ido la
conversación con la pediatra.
Sonia permanecía callada viendo como Esther se alejaba de ellas. Cuando consideró que
estaba lo suficientemente apartada miró a Maca con recriminación.
Esther, que no le quitaba ojo se percató del cambio de humor de Maca, parecía de nuevo
cabizbaja. La vio soltar el plato, que ella le había servido, en la mesa, sin probar bocado.
Cuando estaba a punto de acercarse de nuevo a ella, Maca accionó la silla y se dirigió en
busca de Adela, pero antes de llegar a su destino, Claudia la interceptó.
* * *
Mientras, en la calle, un joven miraba hacia arriba y observaba las luces encendidas de
aquél ático. Le gustaría estar allí, pero sabía que no podía, que solo le quedaba esperar,
y es lo que estaba haciendo desde hacía más de media hora, paseando calle arriba y calle
abajo, fumando un cigarrillo tras otro. Estaba nervioso y la espera lo estaba poniendo
aún más. ¡Deseaba tanto que todo saliese bien!
Cerca de él, en el interior de su vehículo, Isabel observaba cada movimiento que se
producía en la calle. Aquél joven que paseaba arriba y abajo, la había puesto alerta. Era
evidente que estaba nervioso y que esperaba a alguien. En un primer momento creyó
que podía ser Carlos Rubio, tenía su misma complexión pero, luego, se percató de que
este chico era más moreno, y el caso es que su cara le resultaba vagamente familiar,
pero no sabía de qué podía conocerlo.
Carlos Rubio, se repitió, necesitaba dar con él. Necesitaba saber si se había equivocado
y era el acosador de Maca, el acosador y algo más. Josema había estado hablando con
ella. La vigilancia de la casa de Maca no había producido resultado alguno, tras una
semana de turnos durante veinticuatro horas, nadie se había acercado a la vivienda. Eso
la tenía más que mosqueada. Solo ella y Josema sabían que su padre había dado esa
orden, o eso creía, porque aunque pondría la mano en el fuego por Josema, de su padre
no estaba tan segura, ¿y se lo había dicho a alguien?…. pero lo único cierto es que no
habían intentado hacer ninguna pintada más, y que su padre ya estaba barajando
abandonar ese camino para dar con él. Y estaban aquellos chicos del poblado, era
evidente que quien quiera que fuese les pagaba para hacer lo que hacían, pero ¿quién!
¿tenía algo que ver con el autor de las notas y las pintadas o con quienes luchaban por
cerrar el proyecto de la Clínica? Sintió un escalofrío, no quería enfrentarse a él, pero no
iba a tener más remedio. Cada vez estaba más segura de que las respuestas a la mayoría
de sus interrogantes las tenía su padre…. La luz del portal se encendió y una chica salió
a la calle, Isabel la reconoció al instante, era Sonia.
La joven cruzó con una carrera la carretera y se acercó a aquel joven, besándolo en los
labios. Isabel no dejó de observarlos, sorprendida. No recordaba que Sonia tuviese
pareja, ni que Maca le hubiese contado nada al respecto, estaba empezando a cansarse
de las trabas que continuamente le ponía la pediatra, le tenía dicho que debía informarla
de todo ese tipo de novedades. Isabel, los observó pensativa, ¿de qué le sonaría aquel
chico! ¿sería alguien de la Clínica?
Se cogieron de la mano y se marcharon, calle abajo. Isabel los miró pensativa. Estaba
claro que se le escapaban muchas posibilidades. A este paso no iba a ser capaz de frenar
lo que se avecinaba, porque su instinto le decía que algo iba a pasar y muy pronto.
Sintió miedo de no poder evitarlo.
* * *
En el ático, Maca iba en busca de Adela, cuando en su camino se cruzó Claudia que
deseaba hablar con ella.
- Maca – la llamó antes de que pudiera dar con Adela. La pediatra giró la cabeza y
el simple movimiento le provocó otro tirón en el costado - ¿estás bien? – le
preguntó llegando hasta ella al ver el gesto de dolor.
- Si – dijo intentado no respirar.
- Debes tener cuidado, no veas como duele eso – le dijo compresiva – a mi una
vez...
- ¿Qué querías? – le preguntó interrumpiéndola de mala gana esperando cualquier
otra reprimenda.
- Pues… quería preguntarte una cosa – le dijo bajando la voz en tono confidencial
sin hacer caso a los modos que había tenido con ella - pero… que si no quieres
responder…
- ¿Qué es? – preguntó con cierta curiosidad.
- Verás… tu que conoces mejor a Adela – empezó mientras se agachaba a su lado
y susurrando – a ver como te pregunto esto… tú…
- Claudiaaa – dijo impaciente – qué pasa con Adela.
- Venga, va – se lanzó - ¿tú crees que Jimeno es… su tipo?
Maca lanzó tal carcajada, que se le saltaron las lágrimas del dolor que experimentó
conteniéndose inmediatamente.
- ¡Ay! – exclamó – por favor, Claudia, no me hagas reír que no puedo. ¿Jimeno y
Adela?
- Tampoco es tan raro… - protestó ligeramente molesta.
- No, si para raro Jimeno – bromeó – no, te digo yo que no. Si conocieras a sus ex,
no me harías esas preguntas.
- Te conozco a ti.
- Y ¿qué me quieres decir? ¿Qué yo me parezco a Jimeno?
- No, eso no, claro… pero…
- No te estarás pillando por él.
- ¿Yo? ¿por Jimeno? ¡qué dices!
- Ya…
- Que no, que no – insistió ante la sonrisa burlona de la pediatra - Bueno pues…
gracias.
- ¿Solo querías saber eso?
- Si, solo eso.
- Gracias a ti.
- A mi ¿por qué?
- Por alegrarme la noche – dijo aún riendo – pero no me vengas con muchas de
estas que voy a tener que estar de baja un mes.
- ¿De baja tú? – dijo irónica – eso si que me hace reír a mi. Oye, ya que estamos,
¿qué se trae Adela con Esther?
- ¿Cómo?
- Míralas llevan de charla un rato.
- No sé – dijo, pensativa, mirando hacia ellas – pero me entero en un segundo –
afirmó enarcando las cejas y dirigiéndose hacia allí.
Momentos antes, cuando mejor se lo estaba pasando Esther, aún eufórica por su
conversación con Maca, la anfitriona se había acercado a la enfermera con la excusa de
preguntarle si se divertía. Lo cierto era que desde que la viera hablar con Maca, sus
alarmas habían saltado y quería comprobar en primera persona, cómo era aquella chica
y si se equivocaba.
Esther la miró sorprendida ¿Germán había hablado con Adela! pero si creía que no se
podían ni ver, y encima le había contado lo de su apodo ¡ahora entendía por qué Maca
lo conocía! se sintió culpable por haber pensado mal de la pediatra y creer que había
estado usando sus contactos para conocer su vida en Jinja. Todo era mucho más simple.
Adela recibió esa revelación frunciendo el ceño, visiblemente molesta, pero no dijo
nada. Esther se percató de que era un tema que no le gustaba tratar y por un instante le
pareció que aquella mujer engreída bajaba la guardia, dolida por su comentario.
- Adela… ¿qué quieres de mí? – le preguntó directa cansada de aquella charla que
aparentemente no llevaba a ninguna parte.
- Nada. Maca habló de ti y…
- Espero que bien.
- Maca siempre habla bien – sonrió – y de quien le gusta… más – aventuró con la
intención de observar la reacción de la enfermera que se puso como un tomate y
bajó la vista, Adela, satisfecha por saber lo que pretendía, continuó - me dijo que
trabajaríamos juntas y pensé en empezar a conocernos tú y yo, desde cero, sin
prejuicios previos.
- No creo que eso sea posible – dijo con sinceridad.
- Podemos intentarlo – propuso. Esther se encogió de hombros sin responder. No
le gustaba, era algo visceral y por mucho que se acercase a ella con ese aire de
cordialidad, no podía evitar sentir que era un lobo con piel de cordero, y que ella
era su presa.
- Voy al baño – dijo la enfermera con la intención de cortar aquella conversación.
- Esther… - la frenó con la mano sujetándola del brazo – yo nunca le he puesto
una traba a Germán para ver a su hija.
- No es asunto mío – dijo secamente.
- No. No lo es, pero… - la miró y la enfermera tuvo la sensación de que aquellos
ojos intentaban decirle algo que no comprendía – quiero que lo sepas.
- ¿Yo!
- Sí… Germán puede venir siempre que quiera o pueda, pero la niña no va a ir
allí, como él pretende, no mientras yo tenga la custodia. Si, hablas con él, díselo.
Esther no respondió, no pensaba hablar con Germán del tema pero tampoco pensaba
hacérselo saber a Adela.
- Bueno, solo espero, que algún día, seamos amigas – le dijo aparentando
sinceridad.
- Claro… - dijo encogiéndose de hombros incrédula “¿amiga de esta pija?”, pensó
la enfermera.
- Mi Maca siempre tuvo mucho ojo para eso, … si tú eres su amiga, también lo
serás mía – sonrió leyendo la desconfianza de la enfermera y con tal seguridad
en sus palabras que provocó aún más desagrado en ella. Adela se alejó,
sonriendo, dejándola boquiabierta.
“¿Mi Maca?”, pensó celosa y cabreada, “ni en sueños, seré amiga tuya” murmuró
dirigiéndose al baño. Maca las había estado observando desde que Claudia se lo dijera
pero su primera intención de acercarse a ella se había esfumado cuando Teresa le salió
al encuentro.
- ¡Maca!
- ¡Hola, Teresa! – saludó alegre de verla – no me hagas estas cosas que cualquier
día te llevo por delante.
- Perdona hija, pero es que quería hablar contigo y no hay manera.
- ¿Por qué! ¿pasa algo? – preguntó preocupada.
- No. ¿Qué va a pasar! nada mujer. Que como has estado todo el día en el
campamento y no nos hemos visto… pues… eso, que quería saber cómo te había
ido.
- Ya… que has hablado con mi madre y quiere que le des el parte ¿no?
- Hija, dicho así… Está preocupada porque no los has llamado en todo el día y
dice que no es normal.
- Se me ha pasado, pero mañana te prometo que la llamo. Y si tardo, le dices que
me ha ido muy bien – respondió molesta, accionando la silla para marcharse.
- ¡Maca! espera.
- Dime, Teresa – dijo arrastrando las palabras.
- Entonces, ¿no es cierto eso que se dice por ahí?
- ¿Qué se dice?
- Que… te has caído de la silla.
- Sí, es verdad, me he caído – reconoció bajando la vista y pensando “Joder con
Esther, no es que sea un secreto pero tampoco hace falta ir pregonándolo” –
pero… ya estoy acostumbrada. Esther le ha dado demasiada importancia.
- ¿Esther! no, si Esther no me ha contado nada.
- ¿No? – preguntó burlona creyendo que la encubría.
- No, Fernando llamó a Cruz, preocupado por tu medicación y eso, y Cruz me lo
ha contado.
- Ya… no hacía falta llamar a nadie, también soy médico y sé lo que puedo y no
tomar.
- Claro mujer, pero es normal que se preocupen.
- Pues… estoy bien Teresa, estoy acostumbrada a caerme, y no me ha pasado
nada.
- Ya… por eso llevas toda la noche con la sonrisa en la boca y los ojos más tristes
que te he visto en semanas.
- ¡Ya está bien! ¿qué pasa! ¿qué os habéis propuesto entre todos fastidiarme la
noche o qué? Estoy harta de que estéis todo el santo día detrás mía. Dejadme
respirar un poco – respondió airada – solo un poco, por favor, ¡dejadme en paz!
- Bueno, no te enfades, mujer, mira que tienes mal genio.
- Perdona, ya sé que la he pagado contigo pero es que…
- No pasa nada, no tenía que haberte preguntado y ya está. Perdóname tú – le
pidió poniendo cara de ruego y Maca se ablandó lanzándole una sonrisa que
Teresa aprovechó para seguir con el interrogatorio – por cierto y ¿con Esther que
tal?
- ¿Qué pasa ahora con Esther? – volvió a molestarse.
- Nada, que la he visto muy contenta y quería saber si os ha ido bien.
- Ya te he dicho antes que si.
- Y si os ha ido tan bien, y Esther está tan contenta, ¿tú por qué no lo estás!
porque a mi no me engañas, a ti te pasa algo.
- No me pasa nada, Teresa.
- Ya te dije que no era buena idea que trabajases con ella…
- Teresa… por favor – pidió angustiada, no tenía bastante con Sonia que ahora
también Teresa – si has terminado me voy que Adela ya me está haciendo señas.
- Si, claro, vete, vete, no la hagas esperar – dijo con retintín que molestó aún más
a Maca.
Teresa permaneció allí observándola con la sensación de que la pediatra estaba a punto
de derrumbarse, la burbuja que había construido a su alrededor, ya no la aislaba, ya no
la protegía porque empezaba a atener una fisura y esa fisura tenía un nombre, Esther.
Su charla con Teresa la había dejado de peor humor que antes, estaba harta, ¡más que
harta! si se le acercaba alguien más a cuestionar cualquier cosa de su vida iba a estallar.
Además, al dolor del costado se le estaba sumando un incipiente dolor de cabeza. No
soportaba por más tiempo aquella situación y, cansada, decidió buscar a Adela para
decirle que se marchaba a casa.
Cuando regresaron Maca hacía esfuerzos por no reír. Esther que las había observado
sintió crecer su animadversión hacia aquella mujer. Impotente ante el ascendiente que
parecía ejercer sobre Maca, impotente ante ese mundo que la rodeaba y del que ella no
sentía formar parte, viendo cómo la alejaban de ella, cómo se movían en dos mundos,
cada una con su vida, sintiendo que no era nadie y deseando volver a ser alguien para
ella.
Unos metros más allá, Claudia permanecía sentada en un sofá junto a Laura, la verdad
es que se estaba divirtiendo, Jimeno se había acercado a ellas en un par de ocasiones,
remoloneando con cualquier excusa, pero ella, aunque no sabía muy bien el porqué, le
había dejado claro que no quería cuentas con él, y en el fondo empezó a sospechar que
le molestaba verlo tan pendiente de Adela. Vero se acercó al grupo.
La neuróloga se marchó haciendo un ademán con la cabeza. Estaba segura de que Maca
se iba a molestar. Vero, se quedó sola y se volvió hacia Esther que estaba a su lado.
Barajó la posibilidad de preguntarle sobre el día en el poblado y también necesitaba
saber otra cosa, pero quizás no fuese el momento oportuno. Desde que Maca le confesó
que pegó a Esther, había intentado que le contase con detalle lo ocurrido pero la pediatra
esquivaba el tema de tal forma que aún no había conseguido hacerse una idea clara de lo
ocurrido. Deseaba preguntarle a la enfermera por su versión de lo sucedido aquella
noche, pero no encontraba la forma de hacerlo y empezaba a sospechar que aquella
versión era fundamental para lograr que Maca saliese adelante.
Claudia se dirigió hacia el ángulo del salón en el que la pediatra, Jimeno y Adela
estaban sentados. Se acercó a ella y a pesar de que la vio sonreír y bromear con Adela y
Jimeno, tuvo la sensación de que no se estaba divirtiendo, en contra de lo que parecía en
la distancia.
Adela comenzó a sacar viejas fotos algunas de las cuales provocaron la hilaridad entre
los presentes. Esther hubo de reconocer que cuando se ponía a hacer comentarios
jocosos riéndose de ella misma podía llegar a tener su gracia, pero seguía sin
convencerle su comportamiento afectado. Los camareros retiraron todas las bandejas de
la mesa y comenzaron a servir un buffet de postres que hicieron las delicias entre los
presentes. Por primera vez en la noche, la enfermera se sintió agradablemente
sorprendida por aquellos dulces. Entre foto y foto, Adela miraba de reojo hacia la mesa
y en un momento dado, interrumpió las bromas y se dirigió a Maca.
La pediatra miró la copa, y la miró a ella, en décimas de segundo, vio como Teresa se
acercaba a decirle algo a Claudia al oído, vio la cara de Cruz mirándola enfadada y
diciéndole “no lo hagas”, aunque esta vez no pronunció palabra, ni siquiera había
respondido a la pregunta de Adela. Vero también la observaba sin hacer aspaviento
alguno, pero creyó leer en sus ojos la reprobación. Los demás murmuraban entre sí,
estaba segura que de ella. Buscó a Esther con la mirada pero la enfermera parecía
divertida charlando con Laura y Mónica.
- No, Maca – saltó Cruz sin poderse contener – no debes. Trae, dame la copa.
- Tiene razón, Maca – intervino Teresa.
- ¡Qué estamos de celebración! – exclamó Adela molesta por la forma que tenían
de controlar a su amiga – dejadla que ya es mayorcita.
Maca las miró, se sentía presionada por todos lados, notó como una oleada de ira la
embargaba, ¿cómo se atrevían a dejarla en ridículo de aquella manera! Adela tenía
razón, ella y solo ella era la dueña de sus actos. Deseó poder gritarles que la dejaran en
paz, pero no podía, estaba delante de la mayoría de sus empleados, y aún así, quienes la
conocían, no habían tenido escrúpulos en tratarla como lo que era, como lo que la
consideraban, porque dijeran lo que dijeran, el estar sentada en aquella silla, provocaba
que todos se consideran en el derecho de decidir por ella, de protegerla, y ella no podía
evitar sentirse frustrada, por no poder gritarle a todos que ya estaba bien.
Fueron aquellas palabras las que la decidieron. ¡Estaba harta! ¡muy harta de todos!
Cerró los ojos y se bebió la copa de un sorbo.
- Bueno cual era esa sorpresa que tenías para mi – preguntó disfrutando aún de la
sensación de aquellas burbujas recorriendo su garganta, sonriendo, clavando sus
ojos en Adela, que solícita le rellenó la copa.
- Así me gusta, que te tienen “amuermá”, ¿Dónde está mi Maquita que me la han
cambiao? – bromeó haciéndole una leve caricia en el pómulo – Tu sorpresa
tendrá que esperar – le dijo sentándose a su lado y volviendo a pasar las hojas
del album – quiero que veas esta foto – dijo riendo y provocando la risa también
en la pediatra.
Cruz no dejaba de mirarlas, Maca cada vez estaba más alegre. La cardióloga miró a
Vero, angustiada, pero la psiquiatra negó con la cabeza. Cualquier cosa que le dijeran
ahora sería contraproducente. Maca volvió a apurar su copa y esta vez fue ella la que se
la ofreció a Adela para que volviera a llenársela.
- Habla con Adela – se acercó Vero al oído de Cruz. Ésta asintió, quizás fuese la
única forma de parar aquello.
Cruz se inclinó hacia Adela y le indicó que quería hablar con ella. Maca se quedó sola,
con su copa en la mano, y una sonrisa extraña, Teresa la observaba, decepcionada, Vero
se dio la vuelta y se marchó al baño. Cruz se había puesto a hablar con Adela, después
de que ésta atenuase las luces y cambiara el tipo de música incitando al baile. Los
demás, ajenos a lo que sucedía, habían vuelto a hacer corrillos, unos charlaban, otros
seguían probando los postres y ella se sentía flotando, tanto tiempo de abstinencia y la
mezcla con la medicación estaba pasándole factura y, por muy bueno que fuese,
aquellas copas se le habían subido a la cabeza con una rapidez extraordinaria. Volvió a
sonreír pensando en ello.
- Maca ¿me das un cigarro? – le pidió Claudia, tras unos segundos de pensar en
una excusa para acercarse a ella y pedirle que dejara de beber.
- Claro – dijo buscando en sus bolsillos sin conseguir encontrar el paquete –
pues… no sé… donde lo he puesto – dijo mirándola ligeramente mareada.
Claudia se agachó e intentó quitarle la copa pero Maca la cogió con rapidez -
¡No! – dijo desafiante.
- Vale, vale, ¿me das ese cigarro o no? – insistió.
- Pero ¿tú fumas? – le preguntó confusa, no recordaba que lo hiciera.
- ¿No sabes si fumo o no? – le preguntó con intención - ¿cuántas copas llevas?
“¿Cuántas copas! ¿copas?”, se repitió. Maca miró sus manos, desconcertada, miró la
copa y levantó la vista hacia Claudia que permanecía frente a ella, expectante, sin
decirle nada. Aquel silencio abatió a la pediatra más que cualquier palabra que pudiera
haberle dicho su amiga. La neuróloga se preocupó al ver que una sombra oscurecía sus
ojos, y recordó las palabras de Vero. De pronto, Maca fue consciente de lo que acababa
de hacer, volvió a mirar a su alrededor. La música, el murmullo de las voces, las risas, el
calor que hacía allí dentro y aquellas miradas que la juzgaban… Empezó a encontrarse
mal, estaba mareada, Claudia se percató de lo que le ocurría.
Maca se acercó a la enorme cristalera, necesitaba salir, se estaba asfixiando allí dentro.
Su mente no dejaba de darle vueltas a lo que había hecho, ¿cómo había sido capaz! en
un momento había tirado por la borda el esfuerzo de tanto tiempo, había roto la promesa
que le hiciera a su mujer, le había fallado a ella y se había fallado así misma, le costaba
trabajo respirar, todo era una mierda. Esther la observaba en la distancia, mientras
continuaba su charla con Laura.
Esther sonrió y salió al exterior. Hacía frío y dio un tiritón, cruzando los brazos para
darse calor. Maca estaba allí con la vista perdida en la copa que sostenía en sus manos
sin parecer notar la baja temperatura. La enfermera cogió una de las sillas y se sentó
junto a ella, la pediatra la miró de soslayo y volvió a clavar los ojos en aquella copa.
Esther percibió su lucha, con suavidad le acarició la mano y despacio le quitó la copa,
sin que Maca opusiera resistencia.
Maca la miró con una mueca que pretendía ser una sonrisa, pero que denotaba su
abatimiento, y tomó el cigarro, Esther se lo encendió y Maca aspiró hondo.
Maca se volvió hacia ella sorprendida, le agradaba aquella forma de ser Esther, había
algo en ella que era diferente y le gustaba.
Maca volvió a mirarla perpleja y no dijo nada, al cabo de unos instantes de silencio y
tras coger un segundo cigarrillo la pediatra se decidió a hablar.
- ¿Alguna vez has tenido la sensación de ser como una botella vacía, que estás ahí,
nadie te tira, por si les sirves para algo, pero nadie te usa?
- Pues… no, la verdad… ¡qué cosas más raras piensas!
- Ya ves… eso es lo que soy… rara.
- Rara no, eres… una botella vacía.
- Pero… bueno – protestó sin dar crédito a lo que acababa de decirle, su estado de
ánimo no le permitió entender la broma de la enfermera.
- Lo has dicho tú – le sonrió.
- Yo no he dicho eso – respondió molesta. Esther se percató de que Maca estaba a
la defensiva y decidió cambiar de táctica y de tono.
- Prácticamente, sí. Aunque… yo no te veo así.
- Ah, ¿no?
- No.
- Y… ¿cómo me ves?
- Yo te veo más bien como…, como el león que se separa de la manada, que vaga
por la selva buscando donde quedarse, buscando un grupo salvador, agotado,
escuálido, receloso, como un animal herido, que ha perdido su liderazgo, su
entereza, la seguridad que sentía sabiéndose poderoso, que su rugido ya no tiene
fuerza, que va deambulando, esperando ser atacado, sabiendo que ha perdido su
trono, sin defenderse, sin garras ni orgullo.
- Vaya… - la había dejado sin palabras, le molestaba darle aquella imagen, pero la
enfermera no podía haber descrito más gráficamente todo lo que sentía – te ha
faltado decir que ese león va por ahí llorando por todo lo perdido y sin saber lo
que quiere – le confesó siendo con ella más sincera de lo que había sido con
nadie, ni siquiera con Vero, en las últimas semanas.
- Bueno… pero a fin de cuentas, siempre será el rey de la selva. Ha nacido
siéndolo y morirá siéndolo. Solo necesita creérselo.
- ¿Tú crees?
- No, no lo creo, estoy segura – dijo levantándose, acariciándola en el hombro
suavemente y besándola en la mejilla – hace frío, deberías entrar.
- Si, ve tú, yo… me quedaré aún un rato. Necesito despejarme.
- No tardes, no es bueno para tu costado.
- ¿También te has dado cuenta de eso?
Esther sonrió pícaramente y asintió sin decirle nada más, rozando la mejilla de la
pediatra con su dedo índice. Entró satisfecha, sabía que había logrado hacer pensar a
Maca, lo que no estaba tan segura es de si aquello la ayudaría en algo o si por el
contrario, la haría sentirse peor.
Maca se quedó allí, viendo caer la noche, empezando a sentir un frío penetrante que le
provocaba mayor dolor en el costado, tal y como había vaticinado la enfermera, pero no
más que la idea de sentirse vacía, como aquella botella, de fracasar en todo, no sabía por
qué pero pensó en Pancho, se sentía como aquel perro abandonado, vagabundo, que
mira y no mira, que se esconde y no se encuentra, o más bien, tiene miedo de
encontrarse, de ver en lo que realmente se ha convertido. Había tantas cosas que las
separaban, y sin embargo, cuando hablaba con ella la sentía tan cerca… Había salido a
la terraza sintiendo asco y pena de sí misma y habían bastado unas palabras de ella, una
suave caricia llena de cariño y aquél beso para transmitirle una sensación de calor y
esperanza, se sintió agradecida por poder encontrar calma en el mar de sus palabras y
sonrió pensando en que todo podía ser diferente, fantaseando, ¡el rey de la selva! ojala
fuera capaz de creérselo.
- ¿De qué te ríes? – le preguntó Vero sentándose junto a ella – ¡uy, qué frío hace
aquí! Maca deberías entrar.
- Si, tienes razón – siguió sonriendo – vamos dentro.
- Te veo… más… contenta.
- Si… la verdad… es que me ha sentado bien el aire fresco.
- Ya… - dijo incrédula – de ahora en adelante tendremos que charlar en un banco
del parque.
- No seas mala.
- Y tú no mientas.
- Vale – admitió - Estoy contenta por algo que me ha dicho Esther.
- Me alegro – le dijo con una sonrisa franca, Maca sintió alivio al ver que no la
juzgaba y que no le hacía el más mínimo comentario sobre su actuación estelar -
Anda vamos que te va a dar un pasmo.
La pediatra la siguió con la vista fija en su espalda, qué distinta era a Esther y que
sentimientos tan diferentes experimentaba junto a una y otra. Esther la ponía nerviosa,
la inquietaba y aunque tenía la habilidad de sacar de ella sus sentimientos más ocultos,
de transmitirle una paz y una seguridad que creía olvidadas, era como una montaña rusa,
ahora estaba arriba y en unos segundos abajo, en cambio Vero, era como un tranquilo
paseo en barca, que servía para despejarse, para descansar y olvidarse de todo.
- Nena, se puede saber en qué piensas – le preguntó Adela burlona al verla entrar
con aquella expresión distraída.
- Pues, no te lo vas a creer, en un paseo en barca.
- Estás como una cabra, que lo sepas – bromeó – aunque bien pensado… ¡es una
idea excelente! mañana sin falta nos vamos al retiro.
- ¿Se han marchado casi todos? – preguntó Maca sorprendida de ver tan poca
gente allí, ignorando la propuesta de Adela y mirando la hora ¡había estado más
de una hora en la terraza!
- Claro mañana hay que trabajar Jefa – le dijo Claudia observándola burlona –
salvo que nos des el día libre…
- ¿Y Cruz? – volvió a preguntar Maca sin escuchar a Claudia..
- Se ha ido ya – le dijo Vero.
- ¿Ya? quería… hablar con ella – murmuró para sí, bajando la vista de nuevo
abatida, tenía la necesidad de explicarle lo que había pasado y pedirle que no se
preocupase.
- Ya lo harás mañana – respondió Vero mirándola con cierta preocupación, sabía
lo que estaba pasando por su mente.
- ¿Hace mucho que se ha ido? Quizás podamos alcanzarla – le respondió clavando
sus suplicantes ojos en ella con esperanza de que la psiquiatra la apoyase.
- Unos diez minutos y no creo que podamos, Maca…, es tarde, deberíamos irnos
todos.
- Si tienes razón… - admitió pensativa - ¿Esther también se ha ido?
- No, creo que está en el baño, pero ya se iba – le respondió Claudia – y nosotras
también.
- Si, vamos – consintió la pediatra.
- Ah, no, tú no te vas de aquí. – dijo Adela – tú te quedas esta noche que tenemos
que ponernos al día.
- Adela… yo…
- Has bebido y no voy a dejar que lleves el coche – le dijo señalándola
amenazadoramente con el dedo.
- Todos han bebido – respondió enronqueciendo la voz y volviendo a bajar la
vista molesta.
- Si, pero tú te quedas que tengo una sorpresa para ti – le dijo con suavidad
intentando devolver el buen humor a la pediatra.
- ¿Más sorpresas? Creo que por hoy tengo el cupo, además tengo que dejar a Vero
en casa – intentó excusarse.
- Por mi no te preocupes que me acerca Claudia, ¿verdad?
- Claro, y nos vamos ya que mañana no hay quien me levante.
- Pero en serio me vais a dejar sola con ésta…. – se calló mirándola burlona.
- Serás… desagradecida – le dijo con una mueca que intentaba simular un enfado
que no sentía.
- Esperadme, que debo ir al baño – dijo Maca mirando su reloj.
- No. Maca, quédate aquí, y descansa – intervino Claudia cansada de esperar.
- Maca, no hagas tonterías y quédate mañana en casa – la secundó la psiquiatra.
Claudia fue a por los abrigos y Vero se despidió de Adela, dándole las gracias.
Esther se había quedado allí viéndola alejarse, sin poder evitar recordar a Margarette,
cuando le decía “Esther tú y yo somos dos cuerpos flotando en mundos paralelos”, esa
es la sensación que le había dado el encontronazo con Maca, que estaban en mundos
paralelos, era consciente de donde venían las dos pero no cuál sería su destino. Sonrió
pensando en lo que Maca siempre se reía de ella cuando le preguntaba por el destino de
ambas “Esther el destino no existe, existe el azar, hay que estar en el lugar y en el
momento, solo eso”. Y ella estaba allí, en aquel lugar, con la absurda idea de que era el
momento equivocado. Maca no era aquella mujer segura que la enamoró, aunque
intentaba aparentarlo no podía evitar la sensación de que la pediatra había perdido esa
confianza, “Ayúdala”, escuchó la voz de María José, ¿Qué la ayudase! viéndola nadie
diría que necesitase ayuda, siempre rodeada y protegida por todos, dueña de una
mansión y con una Cínica que era la envidia de muchos, sin embargo, hacía unos
instantes, en aquella terraza había sentido su soledad, había notado hasta qué punto se
sentía incomprendida, y había experimentado el deseo de decirle que a ella le ocurría lo
mismo. Sí, ambas estaban ávidas de respuestas, pero eran tan cobardes que no se
atrevían a preguntar.
- Gracias.
- ¿Gracias, por qué? – preguntó volviéndose sobresaltada y sorprendida.
- No sé lo que le has dicho, pero has conseguido devolverle la alegría a sus ojos.
- Bueno… pues… hasta otro día – dijo la psiquiatra viendo que Claudia llegaba
hasta ella – nosotras nos vamos ya, ¿no?
- Sí, vámonos – le respondió la neuróloga.
- ¿Maca no va con vosotras?
- No. Se queda a dormir con Adela – dijo Vero con una sonrisa – ¿quieres venirte
tú! podemos acercarte.
- No gracias, espero a Laura y Teresa… siguen en el baño – respondió sintiendo
que se moría de celos ¿Maca se quedaba a pasar la noche con Adela?
- Hasta mañana entonces – se despidieron de ella.
- ¿Era Isabel? – preguntó Esther extrañada de verla allí cuando no había estado en
la fiesta.
- Si – respondió Vero.
- ¿Pasa algo con Maca? – preguntó Esther, esa era la única explicación de que la
detective estuviese allí a esas horas
- ¡Ahí está Manolo! – exclamó Teresa.
- Nosotras nos vamos, que ya está bien por hoy – dijo la neuróloga tirando de
Vero que parecía interesada en hablar con Esther - buenas noches.
- ¡Hasta mañana! – respondieron casi al unísono las tres montando en el vehículo.
- Tengo el coche en la calle de atrás – explicó Claudia mirando de reojo a Vero
que caminaba a su lado en silencio, parecía preocupada – creo que os estáis
pasando.
- ¿Qué? – preguntó distraída.
- Que solo se ha tomado una copa. No hay que sacar las cosas de quicio.
- Tres.
- Bueno… teniendo en cuenta la cantidad que le ha echado y que la tercera no se
la ha bebido…
- ¡Ah! con que tu también has estado pendiente.
- Sí, pero no por lo que crees. Es normal que se tome una copa.
- Lo sé. Si lo anormal es que nunca lo hubiese hecho.
- Pues eso, que no es el fin del mundo, para que vayas con esa cara.
- Ya… si no me preocupa tanto el hecho de que haya bebido como el motivo y …
como se lo va a tomar ella. Ya conoces lo dura que es consigo misma.
- ¿Cuál crees que es el motivo?
- Creo que se le está hundiendo su mundo, el que había creado para sentirse a
gusto.
- ¿Por qué no hablas con ella?
- No. Es mejor esperar a que ella quiera hablar. Ya la conoces. No es aconsejable
forzarla y menos yo, no quiero que piense que pretendo que vuelva a la terapia.
Está muy susceptible con el tema.
* * *
En el ático, una vez solas, Adela se sentó junto a la pediatra, que jugueteaba con el
móvil entre las manos, mirándolo fijamente como si esperase una llamada que no
llegaba. Adela la observó y tomó aire, puso dos copas en la mesa y una botella de coñac.
- ¡Ay! Maquita, Maquita – suspiró - ¿Una copa? – le preguntó muy seria. Maca,
que permanecía con la vista baja, levantó los ojos extrañada ¿era posible que no
le hubiesen contado nada! la miró y negó con la cabeza - ¿En serio! es la que te
gustaba.
- No. Gracias.
- ¿Seguro?
- Si… seguro – respondió con desgana, mirando fijamente la pantalla del móvil.
- Suelta eso, a estas horas no creo que vaya a llamarte nadie o ¿es que esperas
alguna llamada?
- No, no espero nada – dijo con tal tristeza que Adela creyó que no solo estaba
respondiendo a su pregunta.
- Maca… ¿cuánto hace que nos conocemos?
- No sé, unos… treinta años ¿no?
- Si… - dijo pensativa – y yo creía que éramos amigas.
- Y lo somos – dijo mirándola preocupada, sin saber a qué venía aquello.
- Ah ¿Si? – preguntó sarcástica.
- Si, ¿qué pasa, Ade? – preguntó con temor, mostrando por primera vez interés en
la conversación.
- Pasa que siempre te he tenido por mi mejor amiga, pero creo que tú a mi no.
- Eso no es cierto – la miró cansada sin ganas de discusión e intentó hacérselo ver
– Ade…
- ¿No! entonces por qué no me habías contado nada, por qué no me has dicho
delante de todos que no y punto, como ahora – dijo señalando las copas - Si lo
hubiera sabido Maca, nunca te habría insistido. ¡Nunca! – reconoció entre
preocupada y molesta. Maca cabeceó dándole la razón, ¡sí que se lo habían
contado! se sintió traicionada y decepcionada, pero sobre todo hastiada.
- Tú lo has dicho esta noche, soy mayorcita, lo que he hecho no tiene nada que ver
contigo – respondió molesta frunciendo el ceño. Adela se percató del gesto, la
conocía y sabía que el paso siguiente era cerrarse en banda, pero tenía una
opción y fue a por ella.
- No sé si lo tendrá o no, pero has conseguido que me sienta fatal- confesó
bajando la voz y lanzando un suspiro.
- No te preocupes que ya les diré yo a todos que tú no sabías nada – dijo abatida
creyendo que las quejas de su amiga se debían a la imagen que había dado
delante de sus nuevos compañeros.
- No es eso, Maca, me da exactamente igual lo que piense toda la clínica de mí –
respondió con énfasis - pero tú, Maca, tú, no.
- Adela…
- Maca – dijo cogiéndola de una mano – yo creí que estaba claro que siempre he
seguido estando ahí para lo que fuera, aún en Pamplona, aún con los niños, aún
con el trabajo, ¿no he venido cuando me has llamado?
- Si, siempre – reconoció.
- No quiero que vuelvas a dejarme al margen de algo así, ¿me oyes? – Maca
asintió, mirándola con tal desolación que Adela se asustó y pensó en las
recomendaciones de Vero.
- Me daba vergüenza – terminó reconociendo la pediatra – pensé en tu padre y…
- Eso nunca, cariño, nunca – le dijo besándola en la mejilla - sigo estando aquí
para lo que sea ¿me oyes? – preguntó retóricamente – jamás he olvidado nuestra
promesa, siempre he intentado ser fiel a ella.
- Lo sé – respondió aliviada, había tenido siempre tanto miedo de cómo pudiera
reaccionar, que había olvidado aquella promesa. El hecho de que Adela aún la
tuviera presente y hubiera intentado cumplirla, pese a todo la hizo sonreír y la
miró agradecida, recordando aquella tarde en la que siendo apenas dos
adolescentes se escondieron en las bodegas de su padre y sellaron un pacto de
amistad que había durado toda la vida, en contra de los esfuerzos de sus dos
familias, enfrentadas desde antaño, por separarlas - ¡amistad eterna! – sonrió
nostálgica.
- Exacto – rió también tendiéndole una mano como solían hacer de niñas – nada
ni nadie, Maca, nada ni nadie iba a separarnos, ¿recuerdas?
- Lo hizo Germán.
- Si – suspiró – por suerte, poco tiempo.
- ¡Qué ilusas éramos!
- Si – respondió Adela pensativa – y tú que valiente. Aún recuerdo el día que te
plantaste frente a mi padre con los brazos en jarras…
- ¡Si me hubiera visto mi madre! – rió – una señorita con esa pose de verdulera…
- remedó la voz de su madre, provocando una carcajada de Adela.
- Nunca me perdonaré la bofetada que te dio… era para mí.
- Tú ya tenías tu ración todos los días.
- Si – murmuró aún con el dolor reflejado en el rostro – lo odiaba. Lo odiaba con
todas mis fuerzas, lo odiaba cuando bebía, lo odiaba cuando no lo hacía…
- Entiendes por qué nunca te quise contar lo de…
- Alcoholismo, Maca, dilo.
Maca bajó la vista un instante no soportaba aquella palabra. Y menos aplicársela así
misma. Tampoco fue tanto tiempo, solo una mala racha que quizás duró demasiado.
Muchas veces tenía la sensación de que todo había sido una exageración y que se había
dejado llevar por la psicosis de los demás.
Maca negó con la cabeza y guardó silencio. Era demasiado complicado de explicar.
Maca guardó silencio con la vista puesta en el suelo. No conocía la respuesta a aquella
pregunta. ¡Eran tantas cosas! Adela se aventuró.
La cardióloga entró en la cafetería comprobando que estaba desierta, tan solo Adela
estaba sentada en una de las mesas, mareando mecánicamente el café, sin para de darle
vueltas a la cucharilla con la vista clavada en la mesa, pensativa. Cruz se acercó a ella.
Adela la miró sin responder, debía a ser fiel a su promesa y no desvelar las confesiones
de su amiga. Se había propuesto ayudar a Maca pero no a toda costa. Si había sacado el
tema con Cruz era solo porque conocía la necesidad que tenía la pediatra de obtener su
“perdón”, y lo importante que eso podía ser para que se mantuviese firme en su decisión
de no volver a beber, pero no estaba dispuesta a nada más. Cruz supo que no iba a
obtener respuesta a sus preguntas. Empezaba a gustarle esa faceta de Adela.
* * *
Cruz, llamó con los nudillos a la puerta y sin esperar respuesta, como era su costumbre,
entró.
Maca levantó la vista de los documentos que estaba ordenando y guardando en una
carpeta y asintió.
- Sí, pasa – dijo indicándole con la mano que tomase asiento intentando controlar
su nerviosismo, se sentía insegura y avergonzada. Su mente no dejaba de
repetirse que debía hacer caso a Adela y aparentar normalidad, aunque le estaba
costando mucho más de lo que había imaginado.
- Creí que no vendrías hoy – reconoció Cruz sentándose frente a ella.
- ¿Por qué no iba a venir? – preguntó con rapidez – no bebí tanto – saltó molesta
creyendo que Cruz empezaba con sus recriminaciones.
- No lo decía por eso – respondió con tranquilidad - ¿qué tal tu costado?
- Eh… - la miró más avergonzada aún pero aliviada por la sonrisa que le estaba
poniendo la cardióloga que había decidido, al verla tan nerviosa, ceder un poco
mientras no le hablase del tema – bien, bueno, mejor, casi no me duele con el
vendaje – habló con precipitación sin ocultar ya su nerviosismo – lo que sí me
molesta es el hombro – reconoció, comenzando a toser.
- ¿El hombro? ¿el mismo que… la otra vez? – preguntó interesada, Maca asintió –
vamos a tener que echarle un vistazo a ese hombro y… a esa tos también, no me
gusta como suena.
- No hace falta, estoy bien. Debí coger frío anoche,… en la terraza.
- ¿Sigues fumando? – preguntó conocedora de que a pesar de su prohibición la
pediatra seguía haciéndolo a escondidas.
- Alguno de vez en cuando – reconoció bajando la vista y temiendo que Cruz
comenzase con una de sus broncas.
- Maca… - comenzó, ahora sí, con tono recriminatorio.
- Por favor, Cruz – la interrumpió – ya sé lo que me vas a decir y… precisamente
hoy…
- Pues si lo sabes, hazlo – la interrumpió molesta de que continuamente le costase
tanto trabajo que le hiciese caso.
- ¿Quería pedirte un favor? – cambió de tema sin ganas de entrar en la discusión
de siempre – me gustaría que me acompañases a la reunión con el alcalde.
Quiero presentártelo.
- ¿Yo? – preguntó extrañada de la petición – sinceramente, no tengo ningunas
ganas de conocerlo, ni se molestó en venir a la inauguración, además, hoy tengo
mucho trabajo.
- Por favor, Cruz – le pidió.
- No, Maca – se negó con rotundidad – hoy tengo programadas dos operaciones y
una de las niñas que operamos ayer no evoluciona como esperábamos…
- Dile a Adela que le eche un vistazo – le aconsejó.
- Ya lo he hecho – respondió molesta.
- Perdona… - se disculpó. Cruz sabía hacer muy bien su trabajo. La observó en
silencio, entre las dos pesaba la escena de la noche pasada y aunque ambas
notaban la tensión, ninguna rompía el hielo y se enfrentaba al tema.
- ¿Qué es lo que querías a parte de lo del alcalde? – preguntó - ¿o solo era eso?
- No… no… yo… - tragó saliva – quería disculparme por… por el espectáculo de
anoche. No sé que me pasó por la cabeza – dijo atropelladamente bajando la
vista, “sí que lo sabes”, pensó Cruz cambiando de gesto, ya enfadada,
provocando que Maca decidiese no seguir por ahí y recordase el consejo de
Adela – y… bueno, que lo hecho, hecho está, no estoy orgullosa y espero que no
vuelva a ocurrir y…
- ¿Espero? – repitió elevando la voz – sabes que no es cuestión de esperanza, es
cuestión de decisión y fuerza de voluntad.
- Lo sé – respondió con un hilo de voz bajando los ojos ante aquella mirada entre
recriminatoria y despectiva de Cruz – lo sé.
- Bien – dijo levantándose – tú misma, Maca.
- Cruz, por favor, escúchame – le pidió casi en tono de súplica, era consciente de
su enfado y necesitaba saber que todo estaba bien.
- Ya me sé toda la cantinela, Maca, ¿ya no te acuerdas! fueron muchos meses
escuchándola…
- Cruz… por favor… esta vez no va a ser como antes… esta vez será como la
última.
- Ya… o sea, ¿que debo creer que pasarán un par de años a lo sumo tres hasta que
vuelvas a lo mismo?
Maca apretó los labios, dolida por lo que acababa de escuchar, estaba claro que Cruz no
confiaba en su palabra y que solo el tiempo podía darle la razón. Se sintió tan impotente
que notó como enrojecía y, con orgullo, controló las ganas de llorar.
- Mira Maca, si lo que quieres es que te diga que no pasa nada, no te lo voy a
decir, porque sí que pasa. No soy ni psicóloga, ni psiquiatra, ni a mí me va toda
esa jerga psicológica. Tú, me prometiste algo que no has cumplido y a mí eso sí
que me importa – habló con rapidez pero con más suavidad de la que lo había
hecho hasta entonces, Maca escuchaba estoicamente, aún con los labios
apretados y asintiendo de vez en cuando - Me cuesta trabajo confiar en alguien y
en ti lo hice. Dejé mi trabajo por embarcarme en este proyecto y ahora…
- Un momento, un momento ¿qué me estás queriendo decir? ¿qué por lo de
anoche…?
- No sé, Maca, ahora no puedo pensar fríamente. Estoy enfadada y estoy
decepcionada y…
- No confías en mí, ni en lo que te he dicho, es eso ¿no?
- Si quieres decirlo así – respondió más tranquila después de haberse sincerado.
- Cruz… en realidad, yo quería que me acompañaras a ver al alcalde…
- Maca – la interrumpió – no insistas porque no te voy a acompañar. Vas tú sola.
- Pero escúchame un momento…
- Qué no, Maca – volvió a interrumpirla airada -Tú, haz tu trabajo y yo haré el
mío.
- Luego… soy yo la cabezona – se quejó moviendo la cabeza de un lado a otro.
- Está bien – cedió – ¿para qué quieres que te acompañe?
- Mira, llevo toda la noche dándole vueltas, ya sé que no confías en mí y que no
crees que ahora sea capaz de dirigir todo esto, por eso, quería que me
acompañases, quiero que en unos días seas tú la que dirijas la Clínica.
- ¿No dices nada? – preguntó Maca – necesito saber si aceptas. He hablado con
Mónica y está de acuerdo en que seas tú.
- ¿Mónica está de acuerdo en que dejes esto? – le preguntó extrañada. Maca no
respondió, en realidad ni Adela ni Mónica estaban de acuerdo, pero eso no
importaba - No… no creo que sea buena idea – le dijo con el ceño ligeramente
fruncido al ver que Maca guardaba silencio y arrepintiéndose de la dureza con
que la había tratado, tenía la sensación de que Maca estaba tirando la toalla.
- Es lo único que se me ocurre para…
- Maca – la interrumpió mucho más afable – haces bien en descansar porque hace
tiempo que estás algo acelerada. Como tu médico sabes que te lo vengo diciendo
y creo que es la mejor decisión que puedes tomar. Pero una cosa es que te
marches unos días, que te vayas a Sevilla o hagas ese viaje que tienes pendiente
con Vero – le sonrió – y otra muy diferente que dejes la dirección de la Clínica.
Vete unos días, descansa y luego…
- No, Cruz, he tomado una decisión y no van a ser unos días. Será algo más.
Estaba pensando en… una larga temporada. Y… quiero que me recetes Zurex,
quiero decir, que estudies como puedo combinarlo con el resto de la medicación.
- Pero Maca… - comenzó a protestar – no creo que sea necesario llegar a esos
extremos.
- Tú me los has dicho antes, no se puede confiar en mi palabra y esta vez no
quiero fracasar. Voy a hacerlo así, Cruz. Si tú no quieres encargarte de la
dirección buscaré a alguien que lo haga, pero me gustaría que fueras tú…
- Te repito que estás sacando las cosas de quicio, por qué no dejas que pasen unos
días y luego hablamos – propuso.
- Voy a hacerlo, Cruz. Me quedaré hasta que se produzcan los derribos en el
poblado – dijo, pensativa, mostrando la preocupación que le producía ese tema –
intentaré evitarlo pero me temo que será imposible. Después, si aceptas, te
pondré al día de todo, bancos, suministros, administración… tendremos que
hacer un par de viajes y que conozcas a algunas personas, y… no te preocupes
por los ingresos y las relaciones con el exterior porque entre Fernando y Laura
se organizarán bien.
- Maca… todo esto… ¿no será por Esther? – le preguntó de pronto revelando sus
temores.
- ¿Esther! no, Esther no tiene nada que ver – le dijo entre dientes bajando los ojos
– todo esto es porque… porque no puedo más.
- No lo entiendo, Maca. Si me hubieras dicho esto hace un par de meses, cuando
estábamos con todo el lío encima, me lo creería, pero ahora… ahora no me lo
creo – le reconoció – ¿qué problemas hay! los económicos están resueltos, en el
campamento todo el mundo empieza a acostumbrase a nuestra presencia, aquí
funciona todo mejor de lo que podíamos esperar….
Maca volvió a bajar la vista, cuando levantó la cabeza, Cruz se asustó ante la oscuridad
de su mirada.
- Cruz, sé que estás enfadada conmigo y… lo siento, siento haber bebido, pero no
puedo volver atrás. Créeme cuando te digo que no es por Esther – le pidió, pero
la cardióloga movió la cabeza mostrando su incredulidad - Ni siquiera puedo
convencerte de que no se va a volver a repetir más pero…
- Maca… perdóname – dijo cediendo con temor, por primera vez en la
conversación, conocedora de la importancia que tenía para Maca su proyecto –
no debí hablarte así.
- Tienes derecho a hacerlo. Sé por lo que pasasteis la otra vez y soy consciente de
lo que arriesgaste por defenderme. Pero… no te preocupes porque eso no va a
volver a pasar – afirmó rotunda – No voy a darte explicaciones de mi decisión.
Quiero alejarme un tiempo de todo esto y… no es por la Clínica, en eso tienes
razón, este trabajo es lo único en mi vida que va bien – reconoció con sinceridad
– pero tampoco es por Esther, como crees. Soy yo, necesito aclararme,
necesito…
- Maca, te conozco muy bien – la interrumpió – y… me da igual lo que me digas.
¿Recuerdas la noche de la inauguración? ¿recuerdas nuestra charla en el baño? –
la pediatra asintió – vi tu cara y… hasta que no reconozcas que la vuelta de
Esther te está afectando más de lo que te gustaría, no conseguirás aclarar nada.
La pediatra clavó sus ojos en ella, Cruz, por primera vez en mucho tiempo, no supo
interpretar aquella mirada, cuando habló lo hizo en voz baja y ronca.
- Esto es precisamente lo que me pasa Cruz – comenzó – estoy muy cansada, pero
que muy cansada de que todos, no solo os creáis en el derecho de decirme lo que
debo hacer, si no que ahora también sabéis lo que pienso y lo que siento.
- Maca… - la interrumpió con la idea de disculparse.
- No, Cruz, escúchame – pidió con autoridad – os estoy diciendo que Esther pasó
a la historia y que en ella va a seguir. Estoy casada, parece que se os olvida
continuamente, pero te aseguro que a mí, no.
- Perdona, Maca, yo… - la interrumpió de nuevo. La pediatra tenía razón, a veces
la trataban como si no fuera capaz de tomar sus propias decisiones.
- Quiero que te quede claro que mi única intención con Esther es recuperarla
como amiga. Te pido, por favor, que dejéis de insinuar otra cosa y que no os
cofundáis.
- Vale – aceptó azorada, se merecía aquellas palabras, era cierto que Teresa y ella,
en muchas ocasiones, obviaban a Maca y actuaban creyendo que sabían lo que
era mejor para ella – no he dicho nada. ¿Me disculpas?
- ¿Qué me dices entonces de la dirección? – volvió al tema que le interesaba sin
responderle.
- Que en unos días, cuando pasen los derribos, ya hablaremos – le sonrió.
- ¿No aceptas?
- Maca… creo que… con unos quince días de vacaciones ya vas a estar
subiéndote por las paredes. No sabes estar sin hacer nada, además, esta clínica
no puede permitirse tu ausencia por mucho tiempo. Esto no funcionaría sin ti –
le dijo en un intento de hacerla desistir.
- No digas tonterías. Entre Mónica y tú podéis encargaros de todo sin problemas,
ya lo hicisteis la semana pasada.
- No, Maca, una cosa es unos días y otra muy diferente una larga temporada. Hay
cosas que solo puedes conseguir tú y gente que solo quiere tratar contigo y lo
sabes.
- Anda, vamos – le dijo contenta, al final todo estaba resultando más fácil de lo
que esperaba – si te parece el jueves por la tarde nos vemos y empezamos a
organizarnos.
- De acuerdo – aceptó - ¿vuelves esta tarde?
- Sí, pero ya he quedado con Mónica y, luego, ceno con Vero.
- ¡Ah! ¡vaya agenda! – exclamó - ¿tú eres la que pretendes tomarte todo con más
calma! en dos días has cambiado de opinión.
- No, no lo haré – sonrió.
- Ya veremos – le devolvió la sonrisa – luego, si tienes un rato me paso y te
cuento como van las niñas.
- Estupendo, y… muchas gracias, Cruz – le dijo apretándole la mano.
- No tienes por qué dármelas. Al revés, soy yo la que debe dártelas por confiar en
mí y por no mandarme a paseo. Me he pasado.
- Vamos a dejarlo que al final no llego – dijo dirigiéndose al ascensor – hasta la
tarde – se despidió de ella.
* * *
Fernando conducía despacio, habían salido tarde de la Clínica porque Laura y Esther,
que habían pasado la noche juntas en casa de Encarna, llegaron con retraso debido a un
atasco. El silencio reinaba en el vehículo desde que emprendieran la marcha. Esther no
dejaba de darle vueltas a la cabeza, recordando la conversación del día anterior con
Maca, había sido imbécil al decirle que no podía cenar con ella, y todo porque se enfadó
al saber que se quedaba con Adela. Había intentado ver si Maca estaba en la Clínica
pero Fernando les había metido tanta prisa que ni siquiera se había fijado si su coche
estaba en el parking. No habían podido ni cambiarse.
Esther prestó atención por primera vez, y se giró a mirar mientras Fernando terminaba
de aparcar. Descendieron y se acercaron al lugar donde se encontraban, Isabel, que
despedía a los transportistas y Sonia, que permanecía con los brazos cruzados pendiente
de la operación. A Esther le dio la sensación de que estaba enfadada.
Esther se encogió de hombros, empezaba a comprobar que hasta las personas más
cercanas a Maca conocían pocos detalles de la vida de la pediatra y sintió cierta alegría.
No era la única que desconocía detalles de su vida.
- ¡Cuéntame! – pidió en voz baja riendo – ¡no puedo creerme que no me hayas
dicho nada de esto!
- Pero si no hay nada que contar.
- ¡Venga ya! está claro que anoche no perdiste el tiempo – intentó sonsacarla.
- ¿Sigue en pie lo de la mudanza de esta tarde? – preguntó esquiva desvistiéndose
con rapidez.
- No me cambies de tema, cobarde, ¿qué! ¿qué tal con ella?
- ¿Sigue en pie o no?
- Que sí pesada, que te ayudo esta tarde con la mudanza - respondió con deje de
impaciencia – pero dime, ¿muy bien, no?
- Si – sonrió – bastante bien.
- ¡Te lo dije! – se alegró – la tienes en el bote.
- No digas tonterías. Solo pretende ser amable.
- ¿Amable? – dijo irónica – la Maca que yo recuerdo era capaz de morderle al
primero que le rozase su moto.
Esther rió con ganas, recordando los cabreos que pillaba cuando alguien se tomaba la
libertad de subirse en ella.
* * *
Igor recorrió a toda velocidad un par de calles giró a la derecha y se encaminó a las
casas de la manti. Al final de la calle, y al pasar por la penúltima chabola, se detuvo.
El hombre cabeceó y siguió con su tarea. Igor continuó su marcha, en las afueras dos
jóvenes lo esperaban.
- ¡Pues vaya mierda! – exclamó Salva y dirigiéndose al otro - ¿y este es el que nos
va a decir donde está la tullía?
- He dicho que te calles – volvió a ordenar golpeándole en la cabeza - ¿sigue en el
campamento o han salido ya?
- No llega.
Salva estuvo a punto de intervenir de nuevo pero aún le dolía la colleja que le había
propinado su compañero y decidió cumplir sus órdenes.
* * *
Maca entró con su coche y saludó con la mano a Isabel. Estaba nerviosa por cómo la
recibirían ella y Fernando, imaginaba que ya les habrían contado los detalles de la fiesta.
Por suerte, a esas horas Sonia no estaría allí, porque a ella sí que le daba miedo
enfrentarse. Isabel se acercó al vehículo y esperó a que descendiera. Maca ya le había
dicho por teléfono que debía hablar con ella y comunicarle las novedades. Estaba
preocupada por su reunión con el alcalde, no tenía buenas noticias y estaba segura de
que la detective se iba a enfadar y con razón.
- ¡Maca! - llegó Esther corriendo hacia ella con una enorme sonrisa que consiguió
provocar en la pediatra una mueca socarrona y olvidar la tensión que le creaba la
idea de que todos pudiesen recriminarle el haber bebido - ¡ya estás aquí!
- Hola, Esther – respondió – sí, ya estoy, ¿qué pasa? – le preguntó divertida
imaginando el motivo de aquella alegría.
- Maca debemos ver eso cuanto antes – las interrumpió Isabel.
- Tienes razón – admitió – Esther nos vemos en un rato.
- Pero… ¿no vamos a salir? – preguntó decepcionada. Maca consultó la hora.
- Maca… - protestó Isabel impaciente por enterarse de lo que ocurría.
- Es tarde, Esther, y tengo que ver unas cosas con Isabel. Después de comer
salimos.
- Vale – aceptó alejándose cabizbaja y preocupada.
Esther volvió al pabellón central, dándole vueltas a una idea. Maca parecía cansada y
angustiada por algo, aunque había conseguido que, aunque fuera un instante, le bailaran
los ojos. ¿Qué es lo que pasaría! estaba segura de que tenía algún problema grave
porque conocía su gesto con los labios apretados, algo no iba bien. Solo esperaba que
tuviese que ver con el trabajo y no con el autor de las amenazas. Fuera lo que fuese ella
sabría cómo alegrar a la pediatra. Tenía una idea que pensaba poner en práctica.
* * *
- Ya llegar.
- Bien – le respondió metiéndose una mano en el bolsillo. Igor sintió que
empezaban a temblarle las piernas, una idea cruzó por su cabeza, ya no le servía
para nada. A ese tío le gustaba matar. Se tranquilizó al ver que sacaba un móvil
– toma, es tuyo.
- ¿Uros? – preguntó con cierto temor.
- El dinero te lo daré cuando esté el trabajo terminado. Ni antes ni después. Coge
esto. Lámame con todos sus movimientos, pero no me busques más. No quiero
que nos vean juntos. Deben confiar en ti.
Igor corrió hacia su moto y salió disparado. Elías lo miró y soltó una sonora carcajada.
Era hora de comer. Su madre lo estaría esperando.
* * *
Maca llevaba hablando con Isabel más de una hora, Esther salió del pabellón y se paseo
por el patio, acercándose al barracón donde se encontraban, vio que Isabel gesticulaba
airada, parecía enfadada. No conseguía ver a Maca. Estaba claro que tendría que esperar
hasta la hora de comer. Eso de estar allí sin hacer nada la sacaba de quicio. Volvió a
mirar hacia la ventana. Isabel continuaba hablando, y, convencida de que iba para largo,
decidió entrar de nuevo y ver si Fernando necesitaba alguna cosa.
Maca la miró con tal cara de desesperación que Isabel se apresuró a tranquilizarla.
Isabel sonrió asintiendo, había veces que Maca parecía tan inocente que le daba lástima.
- ¿Josema?
- Hola, cariño, ¡qué sorpresa!
- Sorpresa la que te voy a dar yo.
- A ver, dime.
- Necesito más efectivos para pasado mañana.
- Imposible, Isa.
- Tendrá que ser posible. Los derribos serán el jueves.
- Pero no eran el viernes.
- Cambio de planes. Confírmamelo, por favor.
- No te preocupes que yo me entero del día y la hora. Luego te llamo.
- Otra cosa.
- ¿Sorpresa también?
- No, esto era más previsible.
- ¿Ha vuelto a dar señales de vida?
- Si.
- Se está poniendo nervioso.
- Eso creo.
- ¿Qué pone?
- “Puedo matarte cuando desee. Pero hoy, no”.
- Vaya, vaya – dijo pensativo – y a mí que me suena esa frase.
- Quiere demostrar que tiene el poder y controla la situación.
- Lo que quiere es desquiciar a tu amiga. Que esté tan histérica que cuando se
presente delante de ella el miedo la paralice.
- Josema… - protestó.
- Mujer, no me refería a eso – se disculpó - ¿cómo está?
- Asustada, aunque disimula.
- Empiezo a tener ganas de conocerla.
- Ya lo harás, cualquier día de estos, si te pasas por aquí…
- Cariño, lo siento, me llama tu padre.
- Vale, averíguame eso.
- Tranquila que te llamo. Una cosa rápida.
- ¿Qué?
- ¿Pizza esta noche?
- ¿Otra vez! deja, deja, que ya prepararé yo algo.
- Pero… ¿llegarás temprano? – río incrédulo. Conociéndola se pegaría a Maca
hasta que la viese meterse en la cama.
- Hoy sí – afirmó captando su recriminación.
- Luego te llamo, ¡guapa!
- A dios, cariño.
Maca salió del despacho preocupada por el giro que habían tomado las cosas, nerviosa
por tener que entrevistarse con Elías, asustada por la cara que había puesto Isabel al leer
la última nota y, sobre todo, muy cansada. Esther que había estado apostada en la
ventana del pabellón, esperándola, corrió hacia ella al verla salir.
Fernando colgó el teléfono satisfecho. Debía decirle a Laura que todo estaba dispuesto
para el vuelo a Nairobi. Solo faltaba ultimar los detalles con los hospitales de campaña
y con el campamento de Jinja pero eso, le correspondía a ella. Buscó a Esther, la
enfermera parecía haberse evaporado y decidió ver si Maca había terminado con Isabel
para darle la buena noticia. Al salir, comprobó que la pediatra permanecía sola, en
medio del inmenso patio y se extrañó de verla allí, con la cabeza apoyada en la mano
derecha, parecía esperar algo. Ligeramente preocupado, sobre todo, desde que Cruz le
había dado detalles de la fiesta, acudió junto a la pediatra con la intención de interesarse
por ella.
Maca bajó los ojos un instante, luego los miró a todos, y se volvió hacia Esther.
- Esther, lo siento, creo que no ha sido buena idea. Mejor lo dejamos – dijo ya con
tranquilidad. Esther asintió, respetando su decisión. Estaba claro que los demás
no lo hacían, pero ella estaba dispuesta a tratarla de forma diferente. No entraba
en sus planes contribuir a su evidente malestar.
- Si es lo que quieres – le respondió devolviéndole la mirada, Maca creyó adivinar
la decepción en sus ojos, la enfermera podía no decirle nada pero aquella mirada
le provocaba más sensación de presión que cualquier palabra que le pudieran
decir, o quizás era ella la que no soportaba la idea de que la enfermera la mirase
con desprecio.
- Sí, es lo que quiero – respondió desafiante, intentado no desvelar sus temores.
- Bueno, no sé vosotros pero yo me muero de hambre – dijo Laura en tono jovial.
- Y yo – admitió Fernando – vamos – impelió a los demás que avanzaron tras
ellos.
Maca se quedó allí parada y Esther, tras volverse hacia ella, lanzándole otra mirada
entre desilusionada y decepcionada, corrió junto a Laura.
Esther la miró, le sonrió y se giró. Maca levantó el brazo haciéndole una seña de que se
acercase e inmediatamente tuvo que bajarlo sintiendo un pinchazo en el costado. Otra
vez había olvidado que no podía hacer ciertos movimientos.
- Esther espera un momento – se acercó a ella con un gesto de dolor que la
enfermera obvió.
- ¿Qué quieres, Maca? – le preguntó mostrándose molesta.
- ¿Qué tal si nos tomamos esos sawndwiches aquí? – le sonrió conciliadora.
- Pide permiso primero – le espetó sarcástica – no sea que nos caiga otra bronca.
- Esther… - pronunció su nombre con un deje de súplica, pidiéndole en silencio
que no la castigara ella también.
- ¿En serio te apetece? – le preguntó suavizando el tono.
- Dile a los demás que no nos esperen para comer – pidió – yo te espero allí – le
señaló los escalones del barracón, donde daba la sombra.
- Un sitio muy adecuado – comentó sarcástica.
- Si no quieres… - dijo cortada por el comentario, pensado en otro lugar pero no
se le ocurría ninguno.
- Si que quiero – respondió secamente – ahora vuelvo – le dijo mirándola
fijamente, Maca no supo interpretar qué pensaba aunque podía imaginar que no
la entendía. Era normal, la enfermera recordaba a una persona que ya no existía
- Gracias – le dijo de pronto antes de marcharse. Maca no comprendió porqué se
las daba y enarcó las cejas ladeando la cabeza en actitud interrogadora - Por
aceptar el almuerzo conmigo.
- Gracias a ti, me hubiera encantado montar – le reconoció en voz baja, Esther
percibió que estaba avergonzada.
- Lo haremos. Te prometo que lo haremos – le dijo con énfasis apretándole la
mano y marchándose hacia el interior.
Ahora fue Maca la que la miró y calló, ¿qué iba a decirle! Esther tenía razón, quizás
debía imponerse más. Pero en esos años las cosas habían cambiado y cada vez se sentía
con menos autoridad para todo. Suspiró y Esther sintió deseos de abrazarla, de decirle
que la quería e iba a hacer todo lo que estuviese en su mano por volver a ver en su rostro
una sonrisa eterna, aquella sonrisa que tanto añoraba. La observó y se percató de que
apenas había comido.
- En qué piensas que ya estás otra vez enfurruñada – le preguntó Esther volviendo
a sentarse de nuevo junto a ella, observando que tenía el ceño fruncido.
- Tonterías mías – respondió esquiva - ¿dos manzanas! te he dicho que yo no…
- Te he oído – respondió burlona – no soy como estos – añadió tajante, Maca
enrojeció ligeramente ante el reproche.
La enfermera cogió una de las manzanas y con un ritual que Maca ya casi ni recordaba,
comenzó a pelarla, con parsimonia y delicadeza, intentando sacar toda la piel de un
tirón, como a ella le gustaba. La pediatra no quitaba ojo a aquella maniobra, recordando
viejos tiempos, cuando subían a la casa de la sierra y Esther se empeñaba en salir de
picnic, ¡con lo que odiaba ella los picnic! qué ironía, ahora daría cualquier cosa por
poder disfrutar de uno. Esther cortó un trozo y se lo llevó a la boca clavando sus ojos en
los de Maca, divertida por la cara que tenía puesta la pediatra, “¿en qué estará
pensando?”, se preguntó, paladeando con fruición, tomándose su tiempo.
- Estás hecha toda una gourmet – le dijo Maca burlona viéndola recrearse. Esther
interpretó que iba con segunda intención.
- Hay que ser buena catadora para saber si la mercancía merece la pena.
- ¿Y la merece? – preguntó interesada.
- Es excelente – sonrió. Maca correspondió con una amplia sonrisa, dándose por
aludida.
- Entonces… quizás deba probarla - susurró.
Esther cortó otro trozo y se lo acercó a la boca. Maca dio un pequeño mordico y, al
igual que había hecho la enfermera segundos antes, se recreó en el paladeo.
Esther se levantó dispuesta a recoger y entrar a por todo lo necesario para comenzar la
ronda de vacunas. Sonia comenzó a ayudarla, mientras las demás esperaban charlando.
Esther guardó silencio cabizbaja, preguntándose que relación tendría Maca con aquella
chica para que se arrogase de aquella manera la defensa de su vida familiar. Empezaba a
barajar la idea de que Sonia pudiera tener razón. La conversación la estaba
incomodando de tal manera que no se percató de que Maca salía del baño y se dirigía al
exterior no sin antes dirigirles una mirada de extrañeza.
- Maca solo quiere recuperar tu amistad, no se porqué extraña razón piensa que
está en deuda contigo – le confesó revelando que Maca le había hablado de ella,
hecho que molestó a la enfermera – pero creo que tu pretendes algo más. Y,
aunque no lo creas, me caes bien – le dijo afable – no quiero que te engañes,
Maca no va a dártelo.
- No te engañes tú.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿No eres tan lista! ¿no crees saberlo todo de ella? – preguntó irónica -
¡adivínalo! – le dijo, consciente de que sus palabras podían poner en un aprieto a
Maca, sobre todo, como Sonia fuese con el cuento a su mujer, pero no había
podido resistirse y, ya no tenía remedio, se giró y se marchó, dejándola con la
palabra en la boca.
Sonia se quedó observándola, convencida de que sus apreciaciones eran ciertas, aquella
chica estaba enamorada de Maca. Y… estaba empezando a barajar la posibilidad de que
Maca no fuera indiferente, aunque se empeñase en negarlo y en pedirle que confiara en
ella. Volvió sobre sus pasos decidida a hablar seriamente con la pediatra y comprobó
que ya se había sumado al grupo. Esther llegó corriendo, pocos minutos después. Sonia
la miró de soslayo y Esther bajó la vista, Maca desde su posición, se percató de todo y
tuvo la sensación de que entre ellas había habido algo más que palabras. Todas se
dirigieron a la salida. Isabel las esperaba en la puerta, y se despidió de ellas, sujetando a
Esther del brazo reteniéndola un segundo.
- Ten cuidado – le pidió – estate alerta y al más mínimo indicio llámalos – le dijo
señalando a los dos chicos que estaban preparados para salir tras ellas.
- ¿Ha pasado algo?
- Aún no.
- Pero - enarcó las cejas con temor.
- ¡Cuídala! – le pidió con la preocupación reflejada en su rostro – ellos no entrarán
en las chabolas, cuando lo hagáis no te separes de ella, ni un instante, ¿de
acuerdo?
- Así lo haré – asintió, con la sensación de que Isabel se guardaba algo para no
alarmarlas.
- Sonia ¿tienes algo que hacer al salir del trabajo? – le preguntó con seriedad.
- Sí, había quedado, ¿por qué?
- Me gustaría que te pasaras por el despacho, quiero que hablemos.
- De acuerdo, puedo pasarme un rato, yo también quiero que hablemos, pero… -
se interrumpió observando su rostro intentando calibrar su estado de ánimo – si
es por lo de antes… yo… me he pasado, lo siento.
- No es por lo de antes – le dijo – bueno, si, también quería hablarte de eso pero,
lo que quiero que veamos es una estrategia.
- Maca… ten cuidado con ella – le dijo bajando la voz y señalando con la cabeza
hacia Esther que continuaba su charla con Isabel.
- ¿Cuidado! ¿a qué te refieres?
- Sabes a lo que me refiero, y… si no piensas corresponderle… no le des juego.
Vas a hacerle daño y ella a …
- Ya estoy aquí – interrumpió Esther con una sonrisa - ¿vamos?
- ¿Qué quería Isabel? – le preguntó Maca, preocupada.
- Nada, que tuviéramos cuidado. Y que avisemos a estos chicos si vemos algo raro
– confesó sin darle más importancia, aquella actitud, tranquilizó a Maca que
estaba ligeramente nerviosa de tener que salir de allí, después de la nota que le
habían dejado. Tenía la sensación de que constantemente alguien la observaba y
a veces no sabía como no se salía de sus casillas.
- Maca ¿una estrategia para qué? – retomó Sonia su conversación indicándole a
Esther con la mirada que le había molestado su interrupción.
- Luego te cuento, pero quizás necesitemos estar un buen rato viendo el tema.
- ¿No me puedes adelantar nada?
- Mañana debo ver a Elías y… quiero que me acompañes.
- ¿A Elías? – preguntó entre nerviosa y asustada, detalle que Maca captó con
rapidez.
- Sí – ratificó sus palabras - ¿te ha pasado algo con él?
- No, nada – respondió con tal rapidez que hasta Esther se percató de que mentía.
- Sonia… - le dijo enarcando las cejas indicándole que confiara en ella, pero la
joven no respondió – no me gusta que vayas sola a aquellas casas. Voy a decirle
ahora mismo a Isabel que te acompañe alguien.
- Que no Maca, que no es necesario.
- ¿Seguro que no te ha pasado nada?
- Seguro – dijo bajando los ojos.
- De acuerdo, - aceptó pensativa sin mucho convencimiento – ¿llevas tu radio?
- Que sí. No te preocupes que estoy harta de moverme por aquí y nunca me ha
pasado nada – le dijo ya con la tranquilidad que siempre la caracterizaba – luego
hablamos, ¿vale?
- Si – respondió viéndola alejarse.
- No te preocupes por ella – intervino Esther – sabe cuidarse muy bien sola.
- Lo sé – respondió accionando la silla y mirando de reojo a Esther, por el tono
que había empleado estaba segura de que tenía algo más que animadversión
contra la socióloga, pero no le hizo ningún comentario y emprendieron el
camino.
Laura y Mónica les habían sacado bastante ventaja y se adivinaban a lo lejos, camino de
la manzana que les correspondía. Esther caminaba junto a la pediatra en silencio. No
dejaba de darle vueltas a dos cosas que le había dicho Sonia, ¿Maca se creía en deuda
con ella! no entendía el porqué, estaba tentada a preguntárselo, pero lo que la había
dejado desanimada era la rotunda afirmación de que Maca nunca le daría su amor. Sonia
había sido muy clara y se había mostrado muy convencida, quizás Maca le había
confiado sus sentimientos. La miró de reojo, parecía preocupada y ya volvía a tener
aquel rictus de seriedad, que casi nunca la abandonaba, en esta ocasión estaba segura de
que era por Sonia.
En la distancia los dos jóvenes agentes las seguían, con órdenes expresas de no perder
de vista a Maca, salvo cuando entrase en las chabolas y de no intervenir y pasar
completamente desapercibidos cosa bastante complicada en el poblado, salvo en el caso
de que fuese estrictamente necesario.
De pronto Maca se detuvo y Esther se volvió hacia ella. La vio con la cabeza baja
mirando a los mandos de la silla.
- Maca – dijo de pronto pensando en distraerse charlando con ella - ¿seguimos por
las casas de la manti?
- Si, vamos a terminar esa manzana. Si no me equivoco nos quedan unas tres
chabolas ¿verdad?
- Creo que sí – admitió girando en la esquina.
- Esther esta calle tiene el piso peor, ¿por qué no sigues por donde íbamos?
- Tardaremos más, este camino es más corto. Y mientras antes terminemos mejor.
- Pero te costará menos trabajo – le indicó intentando levantar la cabeza para verle
la cara, le daba la sensación de que Esther estaba nerviosa y enfadada por el deje
de su voz, pero no era capaz de percibirlo desde esa posición.
- Es igual – dijo cortante y Maca se ratificó en que parecía molesta.
- Esther… ¿te pasa algo?
- No. Nada, ¿por qué?
- Estás… seria.
- No… estaba pensando… en… todo esto – mintió – en el proyecto, en toda esta
gente.
- Ya… - dijo incrédula - Sonia… ¿te ha dicho algo?
- ¿Algo de qué? – preguntó esbozando una sonrisa que Maca no podía ver, era
increíble como aún después de cinco años sin tratarse era capaz de adivinar lo
que podía ocurrirle, “claro que no todo”, pensó “hay cosas que no sabes y nunca
sabrás”.
- Algo… que te haya molestado.
- No. Nada – respondió y girando la esquina añadió – bueno pues ya estamos en la
calle. ¡A trabajar, doctora! – bromeó intentando que Maca no siguiese con el
tema y no le notase lo nerviosa que estaba.
Una mujer bajita y regordeta salió a su encuentro. Al ver a Maca sonrió afable y empezó
a limpiarse las manos ennegrecidas en una especie de delantal que llevaba puesto.
- Ay, señora – dijo tendiéndole una mano que Maca estrechó reticente – la Sonia
me dijo que vendrían hoy y estaba aljofifando todo.
- No hacía falta – dijo Maca devolviéndole la sonrisa y con una tentación enorme
de taparse la nariz – solo venimos para vacunar a los niños.
- Un momento que voy a tirar las cubas – dijo y cogiendo dos cubos llenos de
excrementos salió corriendo de la vivienda.
- ¿Eso es…? – le preguntó Maca a Esther levantando las cejas sin dar crédito.
- Sí, Maca, es eso – le susurró.
Esther sonrió, al ver la cara de espanto de la pediatra, con complicidad le hizo una
graciosa seña con los ojos sin pronunciar palabra, para que no las escuchasen desde el
interior, pero Maca estaba ya concentrada en contener su estómago y tratando de
centrarse en disimular con el objeto de no ofender a aquella mujer cuando volviese. Y lo
cierto es que le estaba costando mucho trabajo. La enfermera puso un gesto burlón,
estaba claro que por mucho que Maca hubiese intentado cambiar, que por mucho que se
hubiese movido por el poblado, había cosas a las que nunca se acostumbraría. La idea
de Maca en Jinja cruzó por su mente y no pudo evitar sonreír imaginándola allí.
Maca solo con imaginarlo no pudo contener una arcada y la miró furiosa. La enfermera
sonreía burlona lo que molestó aún más.
Un par de chiquillos asomaron la nariz por el pasillo que se perdía hacia en interior,
Esther los llamó y los niños huyeron. Al cabo de un par de minutos la mujer regresó.
- Ya estoy aquí – asomó la mujer por la puerta con los cubos vacíos pero con el
mismo olor que antes – suelto esto y preparo un café.
- No, no – se apresuró a decir Maca, temerosa. La sola idea de tener que tomar
algo de aquella mujer le revolvía aún más el estómago – muchas gracias Rafi,
pero tenemos mucha prisa… y…
- Si – intervino Esther para echarle un cable admirada de cómo Maca conocía el
nombre de casi todos los habitantes del poblado – tenemos que terminar esta
tarde toda la calle.
- Pero… si preparé un bizcocho – dijo quejosa, sabía que la tarde de antes habían
estado con la vecina mucho tiempo y que les había obsequiado con un café, ella
no quería ser menos, nunca se sabía lo que podían llegar a necesitar de aquella
lisiada que todos empezaban a reconocer como una benefactora a pesar de los
recelos iniciales - me dio la receta la “Josepine” ¿Sabe quien es? – le preguntó a
Maca.
- Si, se quien es – dijo – la chica que vive justo en la calle de atrás, ¿no?
- La misma, “la camesa” – indicó – voy a por los críos y ahora le doy el bizcocho
– se marchó hacia el interior y Maca miró a Esther con desesperación.
- ¿Qué es camesa? – le preguntó la enfermera ignorando aquella mirada.
- Camerunesa, la chica es de Camerún – le explicó – Esther…
- Ya están aquí – regresó la mujer con tres niños que parecían de la misma edad –
aquí quietos que sos pinche la doctora.
Los niños contrariados obedecieron. Esther que llevaba unos caramelos se los repartió
consiguiendo que se distrajeran. Maca comenzó su trabajo, mucho más decidida que el
día anterior. Puso las vacunas con presteza y examinó a los niños. Al terminar un gesto
de preocupación se reflejaba en su rostro. Esther la miró interrogadora, pero la pediatra
le negó con la cabeza indicando que no pasaba nada.
- Bueno Rafi, hemos terminado – le dijo – los niños están bien pero debería llevar
al menor al campamento. Sería bueno que
- ¿A mi niño! ¿al Joselín! no, no, mi niño no va a ningún sitio.
- No se preocupe, es solo para hacerle una revisión más completa.
- Que no, que mi niño no va allí sin estar malo – se negó en redondo – tome – le
tendió a Maca un trozo de bizcocho con las manos completamente negras.
Esther al ver el tipo de bizcocho recordó uno muy parecido que se hacía en Jinja
y no pudo evitar preguntar.
- Rafi, este bizcocho ¿se amasa con los pies? – la mujer la miró sonriente y la cara
de Maca palideció aún más solo de pensarlo.
- Eso me dijo la camesa, pero donde se pongan unas buenas manos – dijo
despectiva por la costumbre africana, mostrando sus manos, completamente
negras, lo que no contribuyó a que Maca se sintiese aliviada - Tenga – le tendió
de nuevo el trozo a Maca, que aún no lo había cogido.
- La doctora no puede tomar azúcar – saltó Esther con prontitud – por su
enfermedad – dijo colocando su mano sobre el hombro de Maca en ademán
protector - porqué lleva azúcar ¿verdad?
- Si – respondió contrariada – claro es un bizcocho.
- Yo lo probaré – dijo Esther llevándoselo a la boca y haciendo un gesto de placer
dijo - ¡está buenísimo, Rafi! Tiene que escribirme la receta.
- No se escribir pero yo te la digo, niña, cuando quieras – respondió con una
sonrisa de agrado. “Vaya feo que le había hecho la lisiada”
- Tenemos que irnos – dijo Esther apurando su trozo y recogiéndolo todo – un día
de estos me paso por aquí para que me la de. Y si quiere vamos las dos con el
niño al campamento para que Don Fernando le eche un vistazo.
- Lo de mi Joselín ya veremos, pero “pasate” cuando quieras, guapa – se despidió
satisfecha por el halago, mirando a Maca con una mueca de desagrado, dijeran
lo que dijeran algunos esa lisiada era una estirada.
Esther empujó la silla y salieron de allí, en el exterior Maca respiró hondo y se pasó la
mano por la frente, mientras Esther se paraba un momento en el centro de la calle para
sacar un cigarrillo. Le ofreció con un gesto a Maca que negó con la cabeza. La
enfermera lo encendió y aspiró hondo clavando sus ojos en ella.
Maca la miró con cierto temor, pero como muy bien decía la enfermera nadie podía
obligarla a responder.
- Dime.
- ¿Por qué con Ana y no conmigo? – Maca frunció el ceño sin entender a qué se
refería y mostró su contrariedad, ya sí que estaba convencida de que Sonia le
había dicho algo a Esther, si no a ver porque ahora le hablaba de su mujer sin
venir a cuento – quiero decir que ¿por qué te casaste con ella y nunca pensaste
en hacerlo conmigo?
Maca la miró y guardó silencio. Esther terminó su cigarro, bajó la vista entendiendo que
había metido la pata y que Maca no pensaba responder, se situó tras ella, dispuesta a
empujar la silla hacia la siguiente chabola. Siete niños las aguardaban en el interior, dos
de ellos, ya adolescentes, se mostraron muy reacios y les resultó complicado
convencerlos, finalmente, vacunaron a todos y salieron. La pediatra hizo un gesto de
cansancio que no pasó inadvertido a Esther, que se quedó observándola, parecía más
ojerosa que antes.
Maca se encogió de hombros, ¿qué mas daba ya, qué importaba lo que hubiese querido
que fuera de sus vidas, lo que hubiese deseado? Todo lo estropeó aquella noche, y eso si
que no había forma de arreglarlo, por mucho que las dos hicieran esfuerzos por
aparentar cordialidad y normalidad, por mucho que ella pretendiese recuperar su
amistad y por mucho que todas le dijeran que Esther parecía sentir algo por ella, lo
único cierto es que aquella noche pesaba sobre ambas más de lo que ninguna estaba
dispuesta a reconocer.
En todo ese tiempo había tenido que aprender a establecer un nuevo equilibrio entre el
dar y el recibir, había tenido que aprender a quererse así misma, a aceptar su nueva
situación, había aprendido a responsabilizarse de sus decisiones, a cultivar la amistad
como nunca lo había hecho hasta entonces, como un tesoro incalculable, a
comprometerse con su trabajo, y todo ello la había convertido en lo que ahora era. Pero
¿qué era! según Vero, alguien quien tenía mucho para dar. Ella no estaba tan segura,
pero de lo que sí lo estaba era de haber aprendido a disfrutar de la vida sin esperar nada
a cambio y, sobre todo, sin esperarla a ella. Y ahora, a su lado, todo eso había cambiado.
Se sentía de nuevo insegura, se sentía débil y culpable, culpable porque Esther había
despertado en ella sentimientos olvidados. Suspiró, quizás no debía dejar la terapia,
necesitaba a Vero y hablar con ella. Necesitaba que Vero la ayudase, otra vez, a volver a
la paz interior que había perdido. ¡Qué irónico! Esther tenía la habilidad de
desestabilizarla cuando la tenía lejos y al mismo tiempo de hacerla sentir segura,
protegida, confiada y en paz cuando la tenía a su lado. Pero por encima de todo aquello
estaba Ana, Sonia tenía razón, y debía tener cuidado de no hacerle daño a Esther,
porque había cosas que nunca podrían ser.
Maca sintió un escalofrío ante aquel contacto y Esther se dio cuenta de ello, sonriendo
para sus adentros, se colocó tras ella. ¡Qué equivocada estaba Maca! lástima que quizás
no tuviese tiempo para hacérselo ver.
- Ea, pues aquí están – le dijo mientras retiraba un par de sillas para facilitar la
entrada a Maca.
- ¿Dónde están los demás? – preguntó extrañada la pediatra al contar con rapidez
solo nueve de los doce.
- Mi Salva estará por ahí, ay señora, que se me va a “escarriar”. Que se me junta
con malas compañías y su padre, ¿qué cree que hace! ¡nada! no hace nada.
- ¿Cómo está Salvador? – le preguntó mientras empezaba a vacunar al primero de
los niños.
- No levanta cabeza, señora. Si hace un rato estaba ahí sentado, en la puerta. Dice
que le han hecho un encargo pero…
- Rosario, sabes que yo lo intenté pero con su problema…
- Lo sé, señora, no le estoy pidiendo nada – la interrumpió.
Esther escuchaba la conversación y miraba a una y otra, mientras asistía a Maca con las
vacunas. La pediatra parecía cada vez más cansada y Esther se dio cuneta que le costaba
trabajo poner las inyecciones
- Rosario – dijo la enfermera – ¿le importa si pongo una silla aquí delante? –
preguntó – a la doctora le será más fácil pincharles si los mayores se sientan
aquí.
- Ay, no niña, tu aquí como en tu casa, coge lo que quieras.
- Gracias, Esther – le dijo Maca con una sonrisa – Rosario, veré si puedo hacer
algo por Salvador pero me temo que hasta que no deje de beber…
- Está cada vez peor y…
- Puedes ir al campamento cuando quieras, y llevarte a los niños – le dijo
terminando con el último de ellos.
- Maca… - la recriminó Esther, no le parecía bien que hablasen así delante de
ellos. Maca la miró sin entender qué ocurría.
- ¿Esto qué es? – entró Salvador dando voces seguido de su hijo mayor – Rosario
te dije que cuando volviese no quería ver aquí a la lisiá.
- Tranquilo que ya nos vamos – le dijo Maca haciéndole una seña a Esther para
que recogiese.
- Tú, puta, fuera de aquí – le gritó a Maca amenazadoramente, empujándole en la
silla. La pediatra hizo ademán de coger las ruedas para obedecer sin recordar,
que tenía la otra silla, miró hacia Esther impotente, que paralizada había dejado
de recoger las cosas y en su cara reflejaba el pánico que sentía. Los niños que se
habían mantenido pululando en torno a ellas mientras Maca los vacunaba,
corrieron a esconderse en el interior de la chabola - ¡Fuera! - vociferó.
- ¡Manuel! – gritó Rosario poniéndose en jarras delante de él dejando a Maca tras
ella en señal de protección - ¡sal! – le indicó levantando el brazo y señalándole
la puerta - ¡vamos! – los ojos del hombre echaron chispas, levantó igualmente su
brazo y le cruzó la cara con una sonora bofetada.
- ¡Aquí mando yo! – gritó. Esther se agachó refugiándose junto a Maca
atemorizada, la pediatra la miró preocupada y pasó su brazo sobre ella
susurrándole “tranquila”.
Rosario, le devolvió el golpe y le propinó tal empujón que lo tiró al suelo ayudada por
los efectos del alcohol. Su hijo se acercó a ayudarlo y Rosario lo cogió por una oreja y
lo separó de su padre.
- Salva, venga “pa” dentro – le gritó al joven que entró furibundo mientras su
padre casi a rastras salía de la chabola, humillado. Rosario sabía que cuando
regresase le esperaba una paliza pero a eso ya estaba acostumbrada.
El joven lanzó una mirada de odio a Maca, por culpa de esa lisiá su padre… pero eso se
iba a terminar, y él lo sabía muy bien. Y con un poco de suerte, si el estudiante lo
dejaba, sería él quien lo lograse.
Esther permanecía agazapada junto a Maca, con ambos brazos protegiéndose la cabeza
como si temiese algún golpe. Su mente empezó barajando opciones, salir corriendo,
llamar a lo agentes, sacar a Maca… pero su cuerpo optó por la de siempre, la
inmovilidad. No podía hacer nada, no podía. Las imágenes del horror volvían a su
mente y la paralizaban.
Pero la enfermera que parecía no escucharla, mantenía los ojos perdidos en el infinito.
Maca tiró un poco de ella y Esther se encogió aún más.
Esta vez la enfermera, al sentir el beso parecía reaccionar y sí la miró. Tras unos
instantes, asintió sin decir nada y aún temblorosa comenzó a guardar las cosas en la
mochila.
En ese momento Salva volvió a salir del interior de la chabola, la pediatra cruzó la vista
con el joven y notó aquella mirada de resentimiento. Tenía que ayudarles pero no se le
ocurría nada. El chico cogió de la mano de Maca el dinero con un gesto violento y se lo
tiró a la cara.
- Salva – se dirigió a él Maca, una idea había cruzado por su mente, su padre no
tenía remedio pero aquel chico, con un poco de ayuda, quizás sí – me dijo tu
madre que se te da muy bien arreglar aparatos y motos, ¿no es cierto? – le
preguntó, obteniendo como única respuesta una hosca mirada.
- Contesta a la señora – le golpeó en la cabeza.
- Si – gruñó con desgana.
- Yo estoy buscando a alguien para trabajar en el campamento – le dijo con un
esbozo de sonrisa – puedes pasarte por allí, solo tendrías que arreglar lo que se
rompa, poner alguna bombilla, barrer el patio, sería un trabajo de
mantenimiento.
- Ay señora, señora – exclamó Rosario abalanzándose sobre ella - ¡como podría
darle las gracias!
- No tiene importancia – le sonrió - Si te pasas por allí mañana mismo, te doy un
adelanto y puedes empezar a trabajar.
- ¿Limpiando su mierda! no, no - respondió con desprecio haciendo que Maca
enrojeciese.
- Calla la boca – le golpeó de nuevo – mañana mismo estará allí, señora. Y tú ve a
buscar a tu padre. Ya hablaremos luego – le empujó para que saliera – Señora –
se volvió hacia Maca – es mejor que se marche ya.
- Si, ya nos vamos – afirmó mirando el reloj – pero, ¿puedo pasar antes al baño? –
preguntó. Era lo último que deseaba, pero se les había hecho demasiado tarde y
no iba a poder esperar a llegar al campamento. Esther la miró extrañada. ¿Maca
entrando en un baño de una chabola! ¡sí que había cambiado!
- Claro, señora – respondió Rosario orgullosa de que aquella mujer con su clase
reconociese que su casa estaba tan limpia, como para usar su baño.
Rosario abrió camino empujando la silla de Maca, que se perdió en las profundidades de
la chabola. Esther, permaneció allí, en pie, con su mochila colgada y mirando temerosa
hacia la puerta, esperando ver aparecer de un momento a otro a Manuel y su hijo. ¿Por
qué tardaba tanto, Maca? Estaba empezando a impacientarse cuando, repentinamente,
recordó las palabras de Isabel, “en las chabolas no entrarán, no te separes de ella ni un
instante”, sintió que la invadía un nerviosismo especial, aquella chabola impoluta, aquel
hombre y su hijo, y aquella mujer que parecía demasiado servil, demasiado sumisa con
Maca. ¿A dónde se la había llevado?
Prestó atención esperando una respuesta. Escuchaba a los niños pelearse, escuchaba
ruidos que no era capaz de identificar y algún que otro golpe que no sabía si provenía
del interior de la chabola o del exterior, pero no distinguía la voz de Maca. El pánico
volvía a atenazarla, sentía el deseo de correr hacia el interior, en su busca, pero no
podía, no podía moverse. Su mente le repetía “huye, huye”. Recordó a Germán, “respira
Esther, respira hondo”, y así lo hizo, intentado recuperar la calma.
Maca la miró un instante, a Esther le pareció que sí que se sentía culpable por algo y no
acababa de entenderlo. Finalmente, Maca se decidió
Esther la miró y le pareció tan abatida y derrotada que volvió a sentir una oleada de
ternura hacia ella, el deseo de protegerla, de ayudarla…
- Maca y este hombre… ¿en realidad como se llama! porque al entrar, cuando
preguntaste por él creí entender que….
- Salvador Manuel – sonrió por primera vez desde que salieran de la chabola –
también debí decírtelo. ¡Nombre de telenovela! – bromeó.
- ¿Estás muy cansada? – le preguntó de pronto cambiando de tema.
- Un poco, ¿por qué?
- Por nada, por nada… - dijo pensativa
- No, dime, por qué – insistió curiosa.
- Porque … como se nos ha hecho tarde, y me dijiste que tenías trabajo, pues he
pensado que… si te acerco en la moto a la clínica… llegarías antes y…
- No vas a parar hasta que monte en esa moto ¿no? – preguntó con una sonrisa de
satisfacción.
- Si, y ya sabes que puedo ser muy persuasiva – sonrió insinuante.
- Lo recuerdo – la miró con tal intensidad que Esther tuvo que retirar la vista
nerviosa -… pero hoy necesito el coche. No puedo dejármelo aquí.
- Ya… has quedado esta noche – dijo haciendo como que recordaba con un gesto
que hizo gracia Maca. ¡Esther seguía siendo tan transparente para ella!
- Exacto, he quedado – sonrió con la sensación de que la enfermera intentaba
sonsacarle con quien.
- Pues, deberías descansar, después de la fiesta, de la noche en vela y del día que
llevas hoy…
- Ya descansaré mañana. Hoy quiero salir a cenar y divertirme un rato – mintió, lo
que le apetecía era una cena tranquila en casa, pero cociéndola sabía que con
aquella frase la provocaría – me apetece tomarme unas cervezas y…
- Maca… - la recriminó.
- Sin alcohol, Esther, que no soy imbécil – frunció ligeramente el ceño.
- ¿Y bailar? – le sonrió conciliadora, no quería que pensara que ella era igual que
los demás - ¿también vas a ir a bailar?
- Mira, no es mala idea – le devolvió la sonrisa con picardía – te podías apuntar.
No se nos dio mal la otra noche…
- No creo que a Verónica le haga gracia – respondió en un tono que Maca recordó
como aquel que empleaba cuando se ponía celosa.
- Y… ¿a ti quien te ha dicho que voy a salir con Vero? – le espetó burlona.
- No… claro… yo… - balbuceó cortada.
- No tienes remedio, Esther, por mucho tiempo que pase, no cambiarás nunca.
- Porque tú lo digas – se molestó.
- Y me encanta – susurró con aquella mirada burlona que derretía a Esther.
- ¿En serio me estás invitando a salir con vosotras?
- ¿Tú qué crees? – preguntó cruzando sus miradas y sosteniéndolas un instante.
- No puedo, Maca – suspiró – he quedado con Laura para hacer la mudanza.
- Retrásala – le pidió bajando el tono, insistente.
- No puedo, de verdad. Ya la retrasé la última vez, y… me va a hacer un favor.
- Que te lo haga mañana, yo hablo con ella. O mejor, mañana os ayudo yo con el
coche.
- No puedo – repitió – tiene que ser hoy, además, sin falta.
- Como quieras, no insisto – dijo ligeramente decepcionada – anda vamos, que ya
nos estarán esperando y aún nos queda un rato hasta allí.
- Si, vamos.
Emprendieron la marcha seguidas en la distancia por los dos jóvenes agentes y tras
ellos, María, no les quitaba ojo. La niña estaba deseando saltar sobre Maca y corrió
dando la vuelta y tomando un atajo, las interceptaría antes de que llegaran al
campamento.
Esther enarcó las cejas con gesto interrogador pero no le preguntó nada. Fuera lo que
fuese que Maca iba a hacer al día siguiente estaba claro que no quería que se supiese, o
al menos que lo supiese ella y conociéndola era mejor no insistirle. Pero la enfermera no
pudo evitar que Maca leyera la desilusión en sus ojos.
Esther no respondió, se había quedado sin palabras, “ya no podría hacerte, ya no podría
hacerte”, lo decía como si pudiera pasar en un futuro, como si se lo hubiese planteado,
“Esther no te montes películas, que ya sabes lo que te pasa cuando lo haces”, se dijo,
intentando convencerse de que eran imaginaciones suyas.
De pronto, al pasar entre dos chabolas, María saltó con tal agilidad sobre Maca que
ninguna de las dos pudo hacer nada por evitarlo. Los dos agentes corrieron hacia ellas
pero se detuvieron, ante una seña de Esther, y comprobar que se trataba de una niña.
Estaba claro que aquella niña era su debilidad, siempre había visto que a Maca le
encantaban los niños, por algo era pediatra, pero ese instinto maternal que desarrollaba
con ella era diferente y Esther lo percibió. Maca se aferraba a aquella niña, quizás
porque temía que nunca sería madre.
- ¿Y esas ojeras? – le preguntó Maca a la niña - ¿tu abuela está bien? – intentó
adivinar si se debían a falta de sueño por atenderla, como ya había sucedido en
otras ocasiones.
- Sí.
- A ver – dijo tocándole la frente y palpándole el cuello – ¿te duele algo?
- No – rió.
- ¿Y porqué no has dormido, bichito! sabes que no me gusta que estés dando
paseos por las noches.
- No los doy – dijo poniéndose seria.
- ¿Seguro? – le preguntó arrastrando la “o”, con una sonrisa – mira que te
conozco… no me estarás engañando, ¿eh?
- Que no – rió otra vez, mirando de reojo a Esther que permanecía junto a ellas
con gesto de contrariedad.
- Entonces ¿por qué no has dormido? – insistió preocupada. La niña miró hacia
Esther y abrazándose a Maca se acercó a su oído.
- ¿Qué es un barrio?
- ¿Un barrio? – repitió esbozando una sonrisa – Esther, explícale a María qué es
un barrio – metió a la enfermera en la conversación haciéndole una seña burlona
con los ojos.
- Un barrio… pues… es un sitio donde vive mucha gente.
- ¿Cómo aquí?
- Bueno, como aquí exactamente no, un barrio…
- Sí, cariño, como aquí – saltó Maca interrumpiendo a Esther que arrugó la frente
en señal de contrariedad, ¿para qué le decía que lo explicase si pensaba cortarla
a las primeras de cambio?
- Y ¿por qué no te gusta este barrio? – le preguntó la niña a Maca.
- Claro que me gusta – sonrió extrañada por aquellas preguntas.
- Pero… cuando te vayas, ¿puedo irme contigo? – le dijo. Maca abrió la boca
sorprendida, ¿cómo conocía María su decisión de marcharse! ni siquiera se la
había comunicado a sus compañeros, era imposible que se hubiese extendido por
el poblado.
- Cariño, ¿quién te ha dicho a ti que yo me vaya a ir? – preguntó con interés.
- Nadie. Lo he oído.
- ¿Cómo que lo has oído! ¿a quien se lo has oído?
- A ellos.
- María…
La niña asintió obediente y se bajó de sus rodillas. Miró a Esther y luego otra vez a
Maca.
- A dios – sonrió y salió corriendo.
Maca se quedó observándola hasta que desapareció al final de la calle. ¡María José! Con
ella sí que tenía un problema pero hasta el día siguiente no podría hacer nada.
Maca se quedó boquiabierta, ¿Y luego le decían a ella que no jugase con Esther! ¿Quién
jugaba con quien?
La enfermera la condujo hacia donde Sonia e Isabel discutían visiblemente alteradas. Al
verlas acercarse ambas guardaron silencio.
- Si no quieres nada más, me voy, Maca, Laura me está esperando para hacer la
mudanza.
- Claro, vete… - le sonrió – ¡ah! espera, pásate por el pabellón y firma el contrato,
por favor.
Esther suspiró.
- Maca… tengo prisa – protestó – ¿no te da igual mañana a primera hora antes de
salir?
- No, quiero dejarlo esta misma tarde en administración – respondió frunciendo el
ceño.
- Bueno… - aceptó – no te enfades, ahora voy a firmarlo.
- Gracias… - esbozó una leve sonrisa de alivio y la miró fijamente a los ojos, la
enfermera le sostuvo la mirada un instante –… por todo.
- De nada – respondió dudando si marcharse o permanecer con ella hasta que
llegase Isabel. Cuando Maca la miraba de aquella forma se sentía tan aturdida
que no era capaz de articular palabra.
- ¿No tenías prisa? – le dijo Maca burlona – anda ve a firmar y corre a hacer tu
mudanza – continuó con un retintín que Esther interpretó como reproche por no
salir con ellas – hasta mañana.
- Hasta mañana, Maca.
Esther se dirigió hacia la puerta y cuando ya estaba a punto de cerrarla dejándola dentro
asomó la cabeza.
Cuando Esther salía del barracón, Isabel estaba a punto de entrar en él.
Esther no entendió aquel efusivo agradecimiento. Isabel parecía querer decirle mucho
más con aquellas palabras que con toda la conversación que habían mantenido pero ella
no era capaz de comprender el que.
- Perdona Maca por hacerte esperar – le dijo sentándose frente a ella - ¿qué es eso
que querías decirme?
- ¿Eh? – la miró despistada enarcando las cejas sin comprender su pregunta.
- Maca… ¿qué querías decirme? – repitió con una medio sonrisa, pocas veces veía
a Maca tan desconcentrada.
- ¿Yo! nada… - respondió distraída aún con la mente puesta en las palabras de
Esther.
- Maca… ¿estás bien? – preguntó ahora preocupada.
- Si, si – dijo esbozando una sonrisa en respuesta a la de Isabel.
La detective esperó a que Maca le dijese alguna cosa pero permanecía en silencio.
Finalmente, la pediatra pareció volver a la realidad.
Isabel empezaba a pensar que quizás Esther no estuviese tan descaminada y Maca,
estuviese llegando a su límite, la idea le preocupó y la llenó de angustia. Se situó tras
ella y la condujo al exterior esperando que Maca le contase algo de lo que ya le había
avanzado la enfermera pero no lo hacía y eso no dejaba de inquietarla. ¿Cuántas cosas
guardaría Maca! ¿tendría Josema razón y la pediatra estaba engañándola o al menos
ocultándole cosas que podían ser claves para resolver el caso?
Maca la miró con las lágrimas saltadas. No se esperaba aquella muestra de afecto por
parte de la detective que siempre se solía mostrar inflexible y profesional.
- Gracias Isabel – sonrió con un nudo en la garganta y mirando hacia Mónica que
charlaba con Laura levantó el brazo y la llamó – ¡Mónica!
- Tú tranquila que yo me encargo de todo ¡sí hasta he conseguido más efectivos
para el jueves! – le sonrió intentando animarla.
- ¿En serio! ¿cómo no me lo has dicho antes? – suspiró aliviada – todo no iban a
ser problemas ¿no?
- Claro que no. Verás como todo sale bien. Elías entenderá tus razones. Es un
hombre cabal.
- Ya estoy aquí – dijo Mónica - ¿nos vamos?
- Si, vamos – dijo abriendo el coche – hasta mañana Isabel, y… gracias.
- Hasta mañana.
La detective se mantuvo allí viéndola maniobrar y desaparecer. Sus hombres iban tras
ella. Miró el reloj, era tarde y le había prometido a Josema encargarse de la cena. Pero
antes tenía que terminar los cuadrantes de los turnos de sus hombres. Los próximos días
iban a ser moviditos y no quería cometer errores en la asignación de los puestos.
* * *
En el pabellón, Esther estaba ojeando su contrato. Sonreía comprobando que Maca
había señalado en cada cláusula todas las salvedades que ella le indicó. Cuando estaba
terminando de firmarlo, entró Laura.
Esther permaneció cabizbaja, sin responderle, tenía que hablar con Maca, tenía que
pedirle explicaciones, tenía que pedirle que se quedara, no podía irse, no podía dejarla
así.
Laura corrió tras ella y cuando estaba a punto de subir los escalones de entrada al
barracón la detuvo.
* * *
En la Clínica, Maca se recostó hacia atrás en su sillón y cerró un momento los ojos.
Sonia acaba de salir por la puerta y se sentía agotada. Miró el reloj. ¡Era tardísimo!
cogió el teléfono pensando en llamar a Vero, cuando la puerta del despacho se abrió.
- Maca…
- ¡Vero! Ahora mismo iba a llamarte.
- He visto salir a Sonia y pensé que habrías terminado, porque ¿has terminado,
verdad?
- Aquí nunca se termina – suspiró cansada.
- Maca, ¡qué son las diez! y llevo esperándote desde las ocho y media.
- Lo sé, perdona – sonrió girando el sillón – tienes razón, ya está bien por hoy.
- ¿Por qué no te vienes a casa? Podemos preparar algo rapidito, ver una película y
abro una botella del vino que te gusta – propuso esperanzada.
- Tentador – respondió insinuante – pero… si estás cansada. Es mejor que te
metas en la cama, ¿no crees?
- Anda, no te hagas de rogar – suspiró poniéndole su mejor cara de súplica – no
me apetece cenar sola.
- ¿Y Laura?
- Con Esther, le está ayudando a mudarse. Venga, dime que sí.
- Eres imposible, Maca – sonrió. Cuando estaba frente a ella era incapaz de
negarse - solo acepto con una condición.
- A ver, ¿cuál? – volvió a suspirar.
- Dime cómo has pasado el día.
- Ya te he dicho que bien – respondió ligeramente molesta clavando sus ojos en
ella, Vero ladeó la cabeza con incredulidad, Maca apretó los labios en una
mueca de hastío, y se rindió, Vero la conocía demasiado bien – ha sido una
tortura de principio a fin – confesó.
La psiquiatra guardó silencio, Maca entrelazó, nerviosa, los dedos y bajó la vista, la
levantó esperando que Vero le hiciese algún comentario pero la joven esperó
pacientemente a que ella continuase.
Vero no dijo nada. Maca esperaba una respuesta pero, de nuevo, la psiquiatra guardó
silencio indicándole que era ella la que debía hablar. De pronto llamaron a la puerta.
Cruz asomó la cabeza.
- ¿Interrumpo? – preguntó consciente de que así era por sus caras – perdona,
Maca, solo… venía a traerte esto – dijo entrando y dejándole en la mesa un par
de medicamentos observando preocupada su aspecto demacrado – aquí tienes lo
que me pediste esta mañana y… este jarabe, tómatelo, no me gusta nada esa tos
que tienes.
- Gracias, Cruz – le sonrió.
- Bueno… os dejo – dijo viendo que ninguna de las dos hacía más comentarios –
vete a casa Maca, pareces agotada.
- Sí, ya nos vamos – le respondió Vero por ella.
Cruz salió y ambas guardaron silencio. Maca cogió los medicamentos y comenzó a
ojearlos, distraída. Vero sabía que tras la interrupción iba a ser casi imposible conseguir
que Maca siguiese con la conversación y se sincerase, cuando estaba a punto de
levantarse para proponerle que se marcharan, la pediatra soltó la caja que tenía en las
manos y la miró.
- Vero… sé que no me entiendes cuando te digo que siento vergüenza – comenzó
con suavidad - Y sé lo que me vas a decir. Pero yo necesito que, al menos tú, me
comprendas… - le pidió casi con desesperación.
- Explícamelo.
- No soporto hacer el ridículo delante de…, delante de… de… personas que no
saben lo que es ahora mi vida.
- Ya… ¿qué personas?
- Todos, todos lo que estaban allí.
- La mayoría de los que estábamos allí no nos ajustamos a lo que dices – le refutó
con seriedad intentando que Maca reconociese sus miedos - Maca, dilo, delante
de… ¿quién? – la instó.
- Delante de Esther – reconoció con un hilo de voz.
- Tú no haces el ridículo. Y, por lo poco que la conozco, no creo que Esther
piense eso de ti.
Maca la miró con el ceño fruncido. Sabía que Vero acababa de colocarla donde
pretendía. Aunque no se lo dijera, lo sabía, estaba enfadada sí, pero lo estaba consigo
misma más que con nadie. No podía perdonarse fallar, tenía que ser perfecta, siempre
había luchado por serlo. No soportaba mostrar sus debilidades y menos delante de
nadie.
Vero decidió que ya estaba bien por el momento. No iba a conseguir nada de ella en ese
estado.
La pediatra apoyó la frente en la mano y se masajeó la sien. Vero conocía aquel gesto de
cansancio.
Vero, la observó, hablaba con tanta seguridad y autoridad de lo que haría al día
siguiente en casa de Elías y de lo que había planeado con Sonia que nadie diría la lucha
interna que mantenía. Estaba convencida de que la pediatra estaba llegando a su límite
de angustia. No aguantaría mucho más tiempo esa tensión y la propia Maca era
consciente de ello, quizás por eso sentía la necesidad de huir. Pero Vero estaba segura
de que esa huída no le serviría de nada. Había llegado la hora de que Maca se enfrentase
a sus miedos más ocultos, de que se despojase de esa coraza y reconociese todas sus
debilidades. Iba a necesitar mucha ayuda porque Maca estaba inmersa en un círculo
vicioso
Vero, volvió a sus pensamientos. “Esther”, se dijo, si algo le había quedado claro es
que, para la pediatra, Esther era mucho más importante de lo que le había reconocido, el
hecho de que nunca le hubiese hablado de ella, se lo ratificaba. Tenía que hacer algo al
respecto, necesitaba conocer mejor a aquella chica, necesitaba saber su versión de los
hechos del pasado, quizás el bloqueo de Maca se debiese a ellos, llevaba dándole
vueltas a esa posibilidad desde que la pediatra le confesara lo ocurrido aquella noche.
Tenía que hablar con la enfermera y comprobar que Maca no se engañaba y por ende, la
engañaba a ella. Pero debía hacerlo con cuidado, era muy importante para Maca, ¡había
tanto en juego! quizás de ello dependiese que Maca se levantase de esa silla.
* * *
Sentada ante los restos de su cena, con la vista en el plato vacío colocado frente al suyo,
Isabel apuró los restos de su copa de vino y se levantó dispuesta a recogerlo todo. El
ceño fruncido indicaba la preocupación que sentía.
Isabel, fiel a su promesa, había llegado temprano a casa y, tras una rápida ducha, se
metió en la cocina, con el firme objetivo de tenerle preparado su plato preferido cuando
él llegara. Pero al filo de la media noche, aún no había aparecido. Tras varias llamadas
infructuosas decidió cenar sola.
Isabel se levantó y fue a la cocina. Josema se sentó en el borde del sofá y se frotó las
manos, nervioso. Al verla llegar se decidió.
* * *
Estaba deseando ver a Maca y pedirle explicaciones, imaginaba que llegaría con retraso
después de salir a cenar con Vero pero sentía la necesidad de estar allí cuanto antes y no
perder ni una oportunidad para hablar con ella. Por más vueltas que le había dado toda
la noche seguía molesta y enfadada, porque no le hubiese dicho nada de su marcha.
Cuando se disponía a llamar para que le abriesen, alguien se acercó a ella por detrás.
- Mucha moto pa poca mujé – comentó entre dientes manifestando la envidia que
sentía.
- Espera ahí – le dijo bruscamente sin responderle a su comentario.
La enfermera se dirigió al aparcamiento y dejó la moto. Le extrañó ver el coche de
Sonia en el aparcamiento y recordó que Maca quedó la tarde de antes con ella, quizás se
fueron juntas. Después se encaminó hacia donde Salva esperaba, dando pequeñas
pataditas en el suelo y fumándose un cigarro. Esther no pudo evitar una sensación de
desagrado. Tendría que entretener al joven hasta que llegase alguien. Pero, para su
sorpresa, del barracón salió Isabel que la había escuchado llegar.
Esther la miró perpleja. Sabía que Isabel estaba pendiente de la seguridad de Maca pero
no creía que supiese en cada instante donde estaba la pediatra. La idea de que Maca
llegase en unos minutos la hizo ponerse nerviosa. Tenía ganas de verla y al mismo
tiempo tenía ganas de enfrentarse a ella.
Esther dio unos pasos dispuesta a hablar con Maca, pero en ese mismo instante, volvió a
abrirse el portón y, tuvo que echarse a un lado para dejar pasar al vehículo ocupado por
Fernando, Mónica y Laura. Esther saludó con la mano y Laura le hizo una seña de que
se acercara, la enfermera dudó, dispuesta a no perder un segundo, pero Laura insistió y,
finalmente, miró hacia Maca, que ya había descendido de su coche y charlaba con María
José e Isabel, y se dirigió hacia el aparcamiento en busca de su amiga. Cuando Fernando
y Mónica se alejaron, en dirección al pabellón central. Laura la cogió de la mano y
bajando la voz le preguntó:
- ¿Qué pasa aquí que habéis llegado todos tan temprano y hay más policías?
- Que yo sepa nada. ¿Qué es lo que quieres?
- ¿Has hablado ya con Maca?
- Acaba de llegar. No me ha dado tiempo.
- Tenías que haber aceptado esa invitación a cenar - le dijo apretando los labios y
enarcando las cejas.
- Ya te dije que sé lo que hago. Conozco a Maca – respondió impaciente mirando
hacia la pediatra que ahora le daba indicaciones a Salva.
- Yo solo te digo que como te lo pienses mucho… - arrastró la última letra y
guardó silencio.
- Vamos a ver, Maca está casada. Y será por algo, digo yo. No puedo llegar y
hacer como que el tiempo no ha pasado.
- Pero yo te digo que hay gente a la que eso no le importa y que si no te
espabilas…
- A ver ¿me estás queriendo contar algo? – preguntó directamente cansada de
aquellos rodeos.
- Anoche, cuando llegué, la psiquiatra estaba allí.
- ¿Tan temprano! pero si iban a salir y a bailar.
- Pues se ve que se las ingenió para ir a su casa en plan cenita tranquila, peliculita
y…
- ¿Y qué? – preguntó enfadada, sintiendo que los celos la asaltaban de nuevo.
- Maca estaba recostada sobre ella en el sofá y Verónica le acariciaba la cabeza, ni
me escucharon entrar, ¡con eso te digo todo!
- Maca estaba muy cansada, es normal que… no tuviera ganas de salir.
- Si tú lo dices. Yo te digo que a mi me dio la sensación de que entre ellas hay
algo más que una buena amistad.
- No lo creo. Vero es su psiquiatra y Maca… necesita su ayuda. Está agobiada por
lo de las amenazas – intentaba buscar explicaciones a la situación, más para
convencerse así misma, que para convencer a Laura.
- ¿Y desde cuando los psiquiatras pasan la noche en casa de sus pacientes? –
preguntó con ironía – porque esta mañana, cuando me levanté Vero estaba allí
desayunando.
- ¿Y Maca?
- Maca ni duerme, ni come, ni… - sonrió burlona.
- ¡Laura! – la reprendió.
- Maca se levantó muy temprano, se metió en el gimnasio y luego se marchó. Eso
sí, Vero salió a despedirla.
- Y tú te lo llevaste todo por delante – le dijo en tono de reproche, no quería saber
más, no podía escuchar aquello, una cosa era imaginarse que Maca tenía una
vida en la que ella sobraba y otra muy diferente era saberlo a ciencia cierta.
- Bueno… lo hago por ti – le respondió molesta – a mi me da igual con quien se
acuesta o con quien se levanta Maca.
- Maca nunca traicionaría a su mujer. Lo dice todo el mundo.
- Yo no digo que lo haga. Yo solo digo que se la ve muy a gusto con Verónica. Y
que se las escuchaba reír, y eso no me dirás que es fácil conseguirlo, porque si
antes Maca era seria ahora…
- Maca es ahora como era antes… - la defendió – solo que está atravesando un
momento de mucha tensión con todos los problemas y Maca nunca ha sabido
frenar, siempre se ha centrado en el trabajo.
- Bueno, bueno, no la tomes conmigo, que yo no tengo culpa de nada.
- Perdona, Laura. Tienes razón – suavizó su tono, a fin de cuentas Laura solo
pretendía tenerla al día y ayudarla.
- Anda, anda, vamos al pabellón a ver que nos toca hacer hoy.
- Pues… lo mismo de siempre ¿no? – preguntó creyendo que Laura sabía algo que
ella desconocía.
- Me da que no, pero… no me hagas mucho caso – le sonrió pasándole el brazo
por los hombros.
* * *
Maca dejó a Sonia terminando de instalar a María Losé y tras cruzar unas palabras con
Isabel y Fernando, se encaminó al pabellón central. Esther, que conversaba con Mónica
y Laura, en espera de las órdenes de Fernando, que permanecía departiendo con la
detective, la siguió con la vista. Cuando comprobó que desaparecía en el interior del
edificio se excusó y corrió tras ella. Estaba más enfadada que cuando traspasó la puerta
hacía casi una hora, le parecía que Maca había llegado esa mañana contenta y llena de
energía, la veía hablar con unos y otros, organizándolo todo y encima no se le borraba
de la cara esa sonrisa de tonta. No sabía porqué pero eso la molestaba sobremanera y su
conversación con Laura solo había servido para encontrarse aún peor, no podía
controlar aquellos celos que iban en aumento, a pesar de que no tenía ni derecho ni en
realidad motivos, era su mente la que no dejaba de imaginársela en aquel sofá con la
psiquiatra. Y aunque se lo repetía continuamente, y se decía que tenía que
tranquilizarse, entró como una exhalación y cerró la puerta con un gran estruendo.
Maca que se encontraba firmando unos documentos que Fernando le había dejado
preparados, se giró sobresaltada. Al verla sonrió ampliamente.
- Buenos día Esther, ¡qué susto me has dado! – la saludó alegre y tras una ligera
pausa en la que esperó una respuesta le preguntó - ¿qué tal la mudanza?
- Buenos días – respondió hoscamente, dudó si echarle en cara todo lo que daba
vueltas en su cabeza, pero al verla allí, con aquella sonrisa de sincera alegría
dirigida a ella, se arrepintió y se giró para marcharse, sería mejor calmarse un
poco, antes de meter la pata.
- Esther… - la llamó de nuevo, extrañada por su actitud - ¿y la mudanza? –
repitió.
- Una mudanza Maca – dijo de mala gana de espaldas a ella - ¿cómo quieres que
sea una mudanza?
- Perdona. No quería molestarte – se encogió de hombros y siguió firmando los
documentos.
- No me molestas – se volvió hacia ella – perdona tú, estoy nerviosa.
- ¿Nerviosa porqué? – la miró interesada.
- No se, me he levantado así – mintió – será el tiempo.
- Bueno… pues... habrá que templar esos nervios – le sonrió de nuevo haciéndole
una seña de complicidad, estaba claro que se había levantado con el pie
izquierdo, recordó aquellos días en los que la enfermera se mostraba molesta por
todo y ella tenía que estar detrás intentando hacerse perdonar, ¿se habría peleado
con Laura! decidió charlar con ella y averiguar qué le ocurría - ¿qué tal la moto!
¿va bien?
- Muy bien.
- Me alegro – le dijo ladeando la cabeza con un esbozo de sonrisa y aquella
mirada que Esther no era capaz de soportar.
- Es una pasada, Maca – añadió y tras una leve pausa se decidió - Yo venía a
decirte que… si… ¿nos vamos, ya?
- No. Hoy no puedo salir contigo. Tengo cosas que hacer en el campamento. Te
quedarás aquí con Fernando.
- Maca… - protestó – me prometiste que...
- Lo siento – la interrumpió – es muy importante.
- ¿Y lo que hacemos nosotras no? – preguntó con sorna.
- Claro, también –respondió mirándola sin entender a que venía aquel tono de
reproche.
- ¿Puedo acompañarte? – preguntó de pronto.
- No – respondió con tal rapidez y contundencia que la enfermera frunció el ceño
con desagrado – eh… mejor, no. Voy con Sonia y… prefiero que tú te quedes
aquí.
Esther permaneció con el ceño fruncido y los labios apretados, acatando la orden,
mohína.
Esther se arrepintió al instante, Maca solo intentaba ser agradable con ella, y la recibía
con malos modos, a este paso iba a cancelar la cena del día siguiente. Como si le
hubiera leído el pensamiento Maca se volvió y le dijo.
Maca la miró perpleja y no dijo nada. Esther también bajó la vista. Al final no había
podido contenerse, estaba segura de que Maca sabría por donde le había llegado la
información, ¡Laura la iba a matar!
- Y yo a ti – reconoció.
Esther la observó hasta que salió del campamento, sin poder evitar una sensación de
desasosiego. No sabía por qué pero el ver que Isabel las acompañaba y que no iba solo
con el par de agentes de la tarde anterior si no que eran cuatro los que salían con ellas,
contribuyó a ponerla nerviosa. ¿La habría dejado Maca atrás por que era consciente de
que iban a correr peligro! si era así, solo cabían dos opciones o Maca la estaba
“castigando” por su reacción de la tarde anterior o estaba intentando protegerla. Sintió
un pellizco en el estómago y notó que sus nervios se acrecentaban. Decidió buscar a
Fernando para que le encargase alguna tarea que hacer e intentar así borrar esa
aprensión que había experimentado al verla desaparecer por la puerta.
* * *
Todos salieron del campamento. Maca llevaba la silla manual, no había conseguido
arreglar la otra y no podía evitar que le molestase el costado con el traqueteo que
provocaba aquel piso irregular. Sonia a un lado e Isabel al otro parecían escoltarla.
Detrás, dos de los agentes las seguían, esta vez a corta distancia, por indicación de
Isabel, mientras los otros dos se habían adelantado abriendo camino.
La detective dejó de empujarla y se situó frente a ella con ambas manos apoyadas en los
brazos de la silla, se inclinó hasta dejar su rostro a escasos centímetros del de la
pediatra, en una táctica que empleaban en los interrogatorios y que jamás había
practicado con ella. Maca tuvo la reacción de echarse hacia atrás, intimidada.
- Entonces ¿qué es! ¿quieres que te maten! porque si es lo que quieres, me lo dices
y nos ahorramos todos tiempo y trabajo.
- Isabel… - intentó protestar ante sus duras palabras.
- Ni Isabel, ni leches, Maca. Si no hubieran sido policías ¿qué? – casi gritó
señalando con uno de los brazos a los jóvenes que se habían detenido a unos
cuarenta metros de ellas - ¿Sabes lo fácil que es frenarte en las narices y
acribillarte a balazos? – le dijo tan duramente que Maca se sobrecogió e intentó
disimular – la próxima vez que te pase algo así haz el favor de seguir mis
instrucciones.
- Lo haré – dijo con voz apagada y bajando la vista.
- Y tienes razón, hay algo que ha cambiado – le dijo algo más suave irguiéndose -
La nota que te dejó en el coche lo indica – comentó sin revelarle la detención de
Josema.
- Vamos, que crees que esta vez pretende algo más que asustarme – levantó los
ojos hacia ella.
- Si – respondió sin más explicaciones.
- Vale – respondió asintiendo y respirando hondo – bueno, alguna ventaja tengo
…
- ¿Si! ¿cual? – preguntó sin saber a que se refería, colocándose de nuevo tras ella
e iniciando la marcha.
- Pues que no puedo notar que me tiemblen las piernas – respondió irónica ante
aquella bronca, diciéndole a su modo que estaba más que asustada.
- Maca… - la recriminó con dulzura deteniéndose y posando la mano en su
hombro – tienes más ventajas. Nos tienes a nosotros y además estamos
alertados. No tengas miedo – suavizó el tono. Era consciente de que se había
excedido y si alguien debía mantener la calma en una situación como aquella era
precisamente ella.
- Eso es fácil decirlo – suspiró.
- Ya está, hemos llegado – dijo colocándose frente a ella, le pareció que estaba
ligeramente más pálida que al salir – no te pongas nerviosa, irá todo bien.
- Eso espero – volvió a suspirar más impresionada y nerviosa por lo que Isabel le
había contado que por su entrevista con Elías.
Al cabo de un par de minutos Sonia salió de la vivienda, la leve sonrisa que traía en el
rostro se contradecía con la expresión de preocupación de sus ojos y el nerviosismo que
mostraban sus manos ligeramente temblorosas. Maca se percató de que había algún
problema y aguardó impaciente a que la joven hablase.
Sonia la miró sin decir nada y sin moverse. Maca que la conocía bien intervino.
La pediatra suspiró y tomó aire, no tenía ningunas ganas de disculparse, enrojeció solo
de pensar en hacerlo pero, estaba claro que necesitaban el apoyo de aquel hombre y que
si para ello tenía que dar su brazo a torcer, lo daría.
* * *
Maca era capaz de reconocer que el simple hecho de que aceptase mantener una
conversación, de igual a igual, con ella era un gran logro, sobre todo después de la
discusión que tuvieron, y era un logro de Sonia, que son su saber hacer había logrado un
respeto entre aquellas gentes que ella perdió el día que se enfrentó a él. Quizás hoy era
el día de volver a recuperarlo. Sonia le había dado todo tipo de indicaciones sobre como
debía ser su comportamiento, dejándole muy claro que no cometiera los errores de la
última vez y que en ningún momento podía, si es que estaba presente, incluir en la
conversación a Chelo, ni pedir su opinión, ni siquiera dirigirle la palabra mientras él
estuviese presente. Maca sabía que no debía dejarse llevar por sus ideas, que debía tener
siempre presente su objetivo y plegarse a sus normas si deseaba contar con su apoyo.
Las palabras de Sonia resonaban en su cabeza “te acompaño con una condición, que lo
respetes, que respetes su ley y su cultura, y te guardes tus opiniones sobre ellas”. Había
llegado dispuesta a cumplir todo lo que le había prometido a la joven y a poner su mejor
cara, pero eso de tener que disculparse… en todo caso debían hacerlo los dos, porque
ella también se había sentido ofendida.
Elías la recibió sentado en el mismo sillón de cuero negro de la última vez, con las
piernas ligeramente abiertas, entre las que mantenía un bastón de empuñadura dorada,
sobre el que apoyaba ambas manos, cubierto con una mascota y una sonrisa que dejaba
entrever cuatro dientes de oro.
- Buenos días, señorita – la saludó sin moverse de su asiento haciendo una leve
inclinación con la cabeza.
Maca avanzó hacia él con la intención de estrecharle la mano pero la detuvo con una
indicación levantando la suya con la palma abierta, instándola a detenerse.
- Buenos días, señor Castillo – le devolvió el saludo cortada por el gesto.
- Nosotras esperamos fuera, ¿de acuerdo, Elías? – intervino Sonia, ladeando la
cabeza y haciéndole a Maca una seña con los ojos para que se situase frente a él,
al otro lado de la mesa camilla.
- Ella sí – dijo refiriéndose a Isabel que estuvo tentada a decir que donde estuviese
Maca allí estaría ella, pero guardó silencio – pero tú te quedas aquí.
Isabel miró a Maca, que asintió, y la detective salió poco convencida de lo que estaba
haciendo. Conocía a Elías y a la mayoría de los miembros de su familia, eran personas
trabajadoras que se ganaban la vida con la chatarra y el cobre, pero no sabía porqué,
desde que entrara en la vivienda se había sentido intranquila, y es que la sensación de
que algo iba a ocurrir inminentemente, no la había abandonado desde la noche anterior.
En la habitación reinó el silencio hasta que Isabel salió. Chelo permanecía en pie detrás
de su marido, por si se le ofrecía alguna cosa, siempre discreta, siempre en la sombra y
siempre con él. Del interior de la vivienda llegaban algunas voces y lloriqueos de niños.
Sonia miró de nuevo a Maca, que permanecía expectante, y se sentó a su lado. Era él, el
que debía iniciar la conversación, pero lo único que hacía era mirar a la pediatra de
arriba abajo, con descaro y detenimiento, permaneció observándola durante un par de
minutos que a Maca se le hicieron eternos y contribuyeron a aumentar su nerviosismo.
- Tenía usted algo que decirme ¿no es así? – rompió por fin el silencio clavando
sus pequeños ojos verdes en los de la pediatra.
- Así es. Tenía que comunicarle una… noticia – empezó dubitativa, por más que
se había preparado aquellas primeras palabras no fue capaz de acordarse de todo
lo que había planificado – pero… antes quería disculparme con usted. Siento
mucho haber perdido los nervios en …
- Propio de una mujer – la interrumpió con tranquilidad.
- Eh.. si… - dijo arrastrando el “si”, bajando la vista – espero que acepte mis
disculpas, le aseguro que no volveré a perderlos.
- ¿Qué es lo que tenía que comunicarme? – preguntó directamente tal y como
Sonia ya le había explicado que haría en caso de que las aceptase.
- No he podido evitar que los derribos se produzcan ya. Comienzan mañana… En
las chabolas que dan al arroyo – explicó con calma, yendo al grano como Sonia
le indicara el día anterior y sosteniéndole la vista a Elías que la escuchaba
atentamente.
- Estamos enterados.
- Me consta, pero yo quería pedirle que hablase con su gente y les explique que no
hemos podido hacer nada para evitarlo a pesar de…
- Usted lo prometió.
- No exactamente – lo corrigió e inmediatamente, miró de reojo a Sonia, quizás
había metido la pata al contradecirle pero la socióloga no le hizo ninguna seña e
interpretó que no había problema - dije que haría todo lo que estuviese en mi
mano, y… le aseguro que lo he hecho.
Elías no respondió y dirigió la vista hacia Sonia con un gesto interrogador, enarcando
las cejas, que transmitía la sensación de que en caso de dudar de las palabras de la
doctora su única interlocutora válida era la joven. Maca se sintió molesta, pero mantuvo
la compostura. Sonia asintió.
Maca dudó un instante, ¿debía contarle de nuevo, todos los entresijos y problemas del
proyecto! ya lo hizo en su día. No entendía qué es lo que quería que le explicase.
- Elías, ya conoce usted las ventajas que la presencia del campamento proporciona
al poblado…
- Padre, me marcho ya – dijo un joven apuesto que entró en la habitación con
rapidez y besó a Chelo en la mejilla.
Al comprobar que Sonia y Maca estaban allí el joven abrió los ojos desmesuradamente
en un gesto que controló al instante y que nadie percibió. Tenía un aire de suficiencia y
un aspecto impoluto y atildado que desagradó a Maca, aún sin comprender el porqué. La
pediatra notó que Sonia bajaba la vista cuando el joven la miró y le sonrió.
- ¿Conoce a mi hijo mayor? – preguntó Elías directamente a Maca que negó con
la cabeza, la pediatra se sorprendió de que se dirigiese solo a ella pero quizás
Sonia ya lo conocía – es Elías, pero aquí todos le conocen como el estudiante –
explicó con rapidez, Maca pensó que se había puesto nervioso y no alcanzó a
comprender el motivo – vive en la ciudad.
- Encantado señora – saludó, acercándose a ella y tomándola de la mano se la
besó sin dejar de mirarla a los ojos. Maca sintió que, ante aquella mirada fría y
penetrante y aquel contacto, se le paralizaba la respiración y que un escalofrío
recorría su espalda, era la misma sensación que tuvo semanas antes cuando al
cruzar un semáforo la rozó aquel hombre.
- Igualmente – respondió con voz apagada.
- Es un placer haberla conocido por fin, he oído hablar mucho de usted – le sonrió
incorporándose - Tengo que irme – comentó mirando a sus padres.
Maca no pudo dejar de observarlo y ver con perplejidad que el joven rozaba suavemente
el brazo de Sonia cuando se marchaba.
Elías asintió. Maca la miró intentando decirle con los ojos que no la dejase allí sola.
Pero la socióloga pareció no percatarse del detalle y se perdió camino de la puerta de la
vivienda con prisa. Elías, se quedó observando de nuevo a la pediatra y fue directamente
al grano.
Sonia salió corriendo a la calle. Isabel que esperaba junto a sus hombres frente a la casa
se sobresaltó al verla tan alterada y corrió hacia ella.
- ¿Y Maca?
- Con Elías. Tranquila que va todo bien – le dijo con rapidez mirando hacia ambos
lados - ¿has visto salir a unos de los hijos de Elías?
- Si, ha tirado para las casas de la Manti, si te das prisa aún lo alcanzas.
- ¡Gracias!
- ¡Sonia! – la llamó alzando la voz - ¿ocurre algo?
- No, nada, quiero proponerle una cosa.
Isabel se quedó pensativa y de pronto cayó en la cuenta, aquel joven que acababa de
salir era el mismo con el que la había visto la noche de la fiesta y que la esperaba en la
calle. ¡Ahora comprendía porque le resultó familiar! No es que lo conociera a él, es que
se parecía a alguno de sus hermanos y a su padre. Sonrió pensando en lo que diría Maca
de esa relación, con razón la joven no le había contado nada aún.
Sonia giró en la esquina y se topó de bruces con Elías que la esperaba sonriente.
- ¿Qué haces aquí escondido? – protestó molesta por el susto que acababa de
darse.
- ¿Por qué no me dijiste que estarías en mi casa? – preguntó dándole un beso y
agarrándola por la cintura – me gusta saber todo lo que hace mi niña.
- No podía – le sonrió abrazada a él.
- Y ¿sé puede saber por qué? – le preguntó interesado.
- No. Cosas del trabajo – le dijo esquiva, Isabel le tenía prohibido decirle a nadie
los horarios de Maca y eso era algo que cumplía a rajatabla, por mucho que lo
quisiese, por mucho que confiase en él, la seguridad de Maca era lo primero –
sabías que hablaríamos con tu padre.
- Ya… - se separó molesto – no me gusta que me dejes al margen, creí que
formábamos un equipo para cambiar las cosas …
- No te enfades, mi amor – le pidió melosa – claro que lo formamos, pero… antes
tengo que hablar con Maca… y convencerla de…
- Podías habérmela presentado tú – le reprochó manifestando aún que estaba
molesto – estoy harto de que andemos a escondidas, o… ¿es que te avergüenzas
de mi?
- ¡Claro que no!
- Pues no lo entiendo.
- ¡Eh! ¡venga! – intentó hacerse entender – esto es importante, tu padre tiene que
ayudarnos y tu podías… añadir tu granito de arena.
- Quiero que me la presentes. No voy a decirle nada a mi padre de alguien a quien
no conozco.
- Pero los derribos son mañana, no hay tiempo.
- Nos queda hoy – le sonrió – podías invitarla a cenar y presentarme oficialmente.
- ¿Es lo que quieres?
- Si. Si hablo con ella… podré interceder con mi padre.
- Hoy Maca no va a poder. Tiene el día al completo, quizás pase la noche aquí.
Pero mañana la invito y te la presento.
- ¿Pasará aquí la noche! ¿por qué?
- Por lo de los derribos y… - de pronto guardó silencio y lo miró con el ceño
fruncido - ¿tú por qué estás tan interesado en Maca?
- No me intereso en ella, si no en su trabajo en este poblado. Me importa mi gente
– se apresuró a responder, lo último que deseaba era que Sonia sospechase de él.
Estaba en juego demasiado.
- Pues… hay veces que me parece que te importa ella más que yo.
- ¡Pero qué tonterías dices, mi niña! – la besó de nuevo - ¡yo solo tengo ojos “pa
mi payita”!
- Tengo que irme – le dijo sonriendo abrazada a él – Maca me va a matar…
- Confírmame lo de la cena. Si no puede hoy, intenta que de mañana no pase.
- Bueno… pero tendrás que hablar con tu padre antes.
- De acuerdo – suspiró sonriente volviendo a besarla – corre – le dio una
palmadita en el culo riendo.
- Tenga usted señora, beba un poco – le dijo mirándola con preocupación ante los
atónitos ojos de Sonia que no era capaz de imaginar que podía haber pasado.
Maca tomó el vaso y obedeció. Sonia percibió que le templaban ligeramente las manos.
- Voy a la cocina – les dijo una vez solas – si quieren algo estoy allí, Choni, eh,
perdón… Sonia – se corrigió, el trato familiar que tenía con la joven solo lo
manifestaba en privado, por suerte la doctora parecía tan aturdida que no se
había dado cuenta – sabes donde está, ¿verdad?
- Si, Chelo gracias – respondió con una leve sonrisa de comprensión, viéndola
desaparecer por el mismo pasillo que lo había hecho su marido un instante antes
- ¿Qué ha pasado? – le preguntó a Maca sentándose junto a ella.
- Nada, todo ha ido bien – respondió volviendo a beber un poco.
- Me refiero a ti, Maca, ¿qué te pasa?
- Nada – dijo con voz débil.
- Pero… tienes mala cara y estás muy pálida.
- Serán los nervios – le sonrió - ¿dónde has ido?
- Necesitaba salir un momento, me acordé de pronto que debía hacer una llamada
sin falta.
Maca clavó la vista en el suelo y apoyó la cabeza en la mano. No dejaba de darle vueltas
a la conversación que acababa de mantener con Elías. Estaba dispuesto a convencer a su
gente de que no arremetiesen contra las instalaciones del campamento como forma de
protesta por los derribos, y hacerles entender que ella no tenía la culpa de los mismos y
que éstos no se habían acelerado por el inicio de la actividad en el campamento. Pero a
cambio le había hecho prometer algo que jamás se hubiese imaginado y que no podía
desvelar a nadie. Algo que la había dejado tan impresionada que no había sabido
reaccionar.
* * *
En el campamento Esther no había parado de dar vueltas de un lado a otro sin nada que
hacer. Fernando se había encerrado en su despacho para adelantar papeleo, el viaje a
Nairobi estaba cerca y tenía que conseguir todos los permisos, estudiar los casos
clínicos más graves para establecer las prioridades y pasarle un informe a Cruz. Por su
parte, María José estaba ordenando sus pertenencias, y había declinado la oferta de
ayuda de la enfermera., cosa que Esther agradeció interiormente porque no deseaba
charlar con ella. Esa mujer la ponía nerviosa, parecía adivinar no ya sus pensamientos,
si no sus sentimientos más profundos. Había ido un par de veces a ver donde andaba
Salva, al que habían puesto a probar y revisar las motos para tenerlas a punto en caso de
cualquier urgencia.
Miró el reloj por enésima vez, aún eran las doce, temprano para que volviesen Laura y
Mónica y tarde para que aún estuviesen fuera Maca y Sonia. Quizás la famosa reunión
estaba resultando más complicada de lo que habían esperado. Estaba deseando ver
aparecer a la pediatra, quedaban dos horas para la comida y albergaba la esperanza de
repetir esa comida a solas del día anterior.
No podía dejar de pensar en la conversación que habían tenido. ¿Sería cierto que Maca
pensaba en ella solo como una amiga! aquel “ y yo a ti” lo había dicho de tal forma que
le hacía barajar la posibilidad de que hubiese algo más. Estaba hecha un lío, ¿estaría
confundiendo la amistad con el amor! tenía miedo de que fuera así y estuviera
malinterpretando a Maca, pero había tantas señales, tantos detalles que le indicaban que
pudiera estar en lo cierto. A veces la sentía tan cerca que no podía pensar con claridad,
había vuelto a Madrid sin ilusiones, sin esperanza, consciente de que había cosas que no
podría borrar de su mente, que jamás volvería a ser la de antes, pero había vuelto a
verla, y todo había cambiado. Se sentía más fuerte, sentía que ella podía llenar ese vacío
que había en su interior, sentía que la comprendía sin palabras, que podría escucharla
cuando estuviese preparada para hablar, era la única capaz de hacerla sonreír cuando no
encontraba motivos para hacerlo…. Sí, estaba segura de que eso era amor, pero no tanto
de que fuese correspondido. Sintió un escalofrío e intentó sacarse ese pensamiento de su
cabeza, recordó su promesa a Teresa y pensó que era imposible cumplirla, no podía
luchar contra lo inevitable…
Salió al patio y comenzó a pasear de un lado a otro, María José la observó por la
ventana del barracón y no pudo evitar ver en ella la imagen de una fiera enjaulada.
Estaba segura de que aquella chica era una bomba de relojería que estallaría de un
momento a otro, y cuando lo hiera, ¡pobre del que pillara cerca!
“No te montes películas”, se repitió Esther, como tantas otras veces, “es imposible, te lo
ha dicho claramente, solo amigas”, pero era tan difícil aceptarlo, era tan difícil aceptar
que Maca había pasado la noche con Vero, ¿por qué habría tenido que decirle nada
Laura! desde ese momento sentía una rabia interior, se sentía celosa, fuera de lugar y
engañada, sin derecho alguno, era consciente, pero engañada. Suspiró cansada,
empezaba a dolerle la cabeza, debía tranquilizarse y reconocer que solo podía esperar
amistad por parte de Maca, pero solo sabía que cada vez el deseo de besarla era mayor,
que había momentos en los que creía que no iba a poder contenerse, que deseaba
encontrarse con sus labios aunque fuera de casualidad, que deseaba acariciarla,
tumbarse a su lado y observarla durante un largo rato pero, sobre todos esos deseos,
había uno que cada vez era más fuerte, el deseo de admitir sus sentimientos, de ser
valiente y confesárselos, aunque con ello se arriesgarse a perderla para siempre.
* * *
A unas calles del campamento, Elías Jr. Había reunido a unos cuantos jóvenes del
poblado, con la ayuda de Salva y de Igor. Aquellos jóvenes necesitan un líder, alguien
que canalizase sus frustraciones en una dirección. Frente a ellos se sintió superior, ¡qué
ilusos! les diría lo que esperaban escuchar, los usaría para sus fines y, después… ¿habría
un después! quizás si, quizás había en ese poblado más posibilidades de las que nunca
hubiese imaginado.
Sacha escuchaba con atención, no llegaba a entender todo lo que decía pero le quedó
clara una cosa, que aquel joven pretendía mucho más que un enfrentamiento a las
máquinas que derribarían las chabolas. Pretendía arremeter contra el campamento, y eso
no podía permitirlo, no estaba de acuerdo con aquellas intenciones. Levantó la mano y
se hizo oír con dificultades. La mayoría estaban ya exaltados con la arenga de Elías,
pero en contra de lo que Sacha esperaba, el joven gitano le dio la razón. El campamento
era un logro y una mejora, algo muy positivo para el poblado. Parecía desdecirse de sus
palabras anteriores. Satisfecho decidió marcharse y no perder más el tiempo, aún así
prevendría a Laura sobre lo que había estado escuchando.
Elías no le había quitado ojo desde que se marchara. Le preocupaba que aquel imbécil
pudiera dar al traste con sus planes, aunque eso le iba a ser bastante difícil. Lo tenía
todo más que estudiado. Ni siquiera necesitaría contar con la suerte, ya había tenido
bastante el día anterior cuando se enteró que Wilson visitaría a su padre. Esperaba que
éste, hubiese hecho por él parte del trabajo. Miró a todos los que tenía delante, hizo una
seña a Igor pidiéndole que se acercara.
Elías levantó la mano de nuevo, acallando todas las voces, tras darle la razón a Sacha,
debía arremeter con otro argumento. Insistió en que el campamento era algo bueno, que
era importante para todos que estuviese ahí, pero no a toda costa, no para hacerles ver
que eran escoria, esas vallas, esa alambrada y esa vigilancia policial así lo indicaba. Los
habían engañado. Al principio nada era así, los médicos se paseaban sin escolta y no
había policía, todo había cambiado cuando llegó ella, la dueña, la tullía. Tenían que
luchar porque ese campamento tuviese sus puertas abiertas y sin policía, el problema no
eran los médicos si no los agentes, y la policía no se iría mientras estuviese allí aquella
mujer, era a ella a la que seguían a todos lados, era a ella a la que acompañaban los
agentes, y era a ella a la que había que “echar del poblado”.
Sonrió satisfecho, ahora solo faltaba una cosa, conseguir que Sonia no fuese a trabajar al
día siguiente. Miró el reloj, se acercaba la hora de comer, con suerte ya se habrían
marchado de su casa, estaba impaciente por saber si su padre había caído en su trampa y
le había comunicado a la tullía lo que él le dijera la noche anterior. Si era así, al día
siguiente, todo saldría rodado. ¡No había presa más fácil que la que no confiaba en
nadie! Estaba deseando sentir la adrenalina corriendo por sus venas, estaba deseando
escucharla suplicar, y sobre todo, notar como se le escapaba la vida entre sus manos.
* * *
- Cruz, tengo que dejarte, no te preocupes que esta tarde en cuanto llegue a la
Clínica me encargo del tema – le dijo a su interlocutora – ¡ah! y dile a Adela que
luego la llamo, pero que esté tranquila, nadie espera que hagamos milagros.
Claro… claro. De verdad tengo que colgar – insistió ante los ostentos gestos de
Sonia - Hasta luego, Cruz, esta tarde nos vemos.
- Vamos, Maca.
- Si, vamos – dijo accionando su silla y marchando tras la socióloga que la ayudó
a subir a la vivienda.
Una vez en el interior comprobaron que Elías no había vuelto. Un agradable olor a
comida se había extendido por la casa. Sonia desapareció camino de la cocina para
comunicarle a Chelo que estaban allí de nuevo y Maca se situó en el mismo lugar de la
mesa donde ya lo hiciera durante la entrevista. Sonia regresó al cabo de unos minutos.
Elías entró en la habitación. Sonia se puso en pie en señal de respeto y él tomó asiento
en su sillón, haciéndole una seña a la joven para que hiciese lo propio.
La joven conocía al dedillo sus costumbres. Invitar a Maca a comer, significaba que
quería algo de ella. Es más, la comida sería solo de dos, y el quedarse allí molestaría al
patriarca aunque nunca se lo hubiera dicho por educación. Pero para eso estaba ella allí.
Para indicarle en cada momento como debían comportarse.
- Maca – dijo la joven poniendo una mano sobre su hombro – estaremos fuera.
- Espera – le pidió Maca con cierto temor en la mirada – necesito ir al baño – casi
murmuró.
- Claro – le sonrió la joven – vamos – cogió la silla y la giró – con su permiso – se
dirigió a Elías que asintió sin hacer comentario alguno.
Maca suspiró derrotada. Sabía que Sonia confiaba en ella, más que confiar la admiraba
y lo último que desearía era defraudarla. ¿Cómo decirle que desde el día anterior tenía la
fuerte convicción de que iba a pasarle algo? “Es aprensión”, se dijo, pensativa, “Sonia
tiene razón, no va a pasarte nada”.
Ya debía estar acostumbrada a las notas, a las amenazas y a las broncas de Isabel, pero
hoy le parecía que todo era diferente. Tenía el impulso de sospechar de todos, y lo que
le había pedido Elías había contribuido a que desconfiase también de quien nunca
hubiese imaginado. Y ahora Sonia se negaba a quedarse allí con ella y no podía dejar de
sentir que todos estaban compinchados, que estaba completamente sola, que no podía…
- ¿Se puede saber qué te ocurre? – le preguntó la joven directamente, nunca había
visto esa faceta de Maca. Admiraba a la pediatra por su fuerza, su decisión, su
capacidad de control y superación pero ahí, en aquel baño y con aquella cara que
le estaba poniendo…, se sintió decepcionada.
- Nada, no me hagas caso – le sonrió dándose cuenta de lo que estaba pensando la
joven – tengo el día tonto y estoy cansada.
- Es muy importante que te lleves bien con él – le explicó.
- Ya lo sé, Sonia.
- No vayas a meter la pata ahora, ten cuidado.
- ¿Por qué no te quedas? – volvió a pedirle.
- No puedo Maca. El no quiere.
- Pero… ¡si te ha invitado!
- Ya… pero hazme caso, no quiere – le sonrió – los conozco, sea lo que sea que
quiere tratar, solo quiere hacerlo contigo.
- Y… ¿te parece normal! tú has sido siempre la que has iniciado los contactos con
él.
- Maca, habla más bajo – susurró – ya te he..
- Ya, ya, las paredes oyen – susurró a su vez.
- Sí, me parece normal, yo siempre les he dejado claro que tú tienes la última
palabra, y que yo solo soy una mensajera.
- Pero todo el mundo sabe que eso no es así. Nunca te he dejado con el culo al aire
en ninguna de tus decisiones, aunque a veces no haya estado de acuerdo.
- ¿No lo estabas? – preguntó sorprendida.
- Alguna vez, no – reconoció.
- Maca…
- Sonia, no soy imbécil, hay veces que creía que te equivocabas, pero también
sabía que tú eres la que estás a pie de campo todos los días. Y me fío de tu
criterio.
- ¿Te fías de mí?
- Sabes que si.
- Entonces… hazme caso. Ten mucho cuidado en la comida, escúchalo. No te
comprometas a nada que no puedas cumplir y, sobre todo, no discutas con él.
Ten mano izquierda, Maca.
- Lo intentaré.
- Venga, vamos, van a empezar a sospechar.
- Sí, vamos – aceptó - ¿alguna recomendación más?
- Si. No ofendas a Chelo tampoco.
- ¿A Chelo?
- Si. Alaba sus recetas y, sobre todo, no te dejes nada en el plato.
- ¡Sonia!
- Ya se que comes poco, pero hoy… tendrás que hacer un esfuerzo.
- ¡Qué habré hecho yo para merecer esta tortura! – exclamó casi con
desesperación.
- ¡No me seas exagerada! – rió – Chelo es una excelente cocinera
- ¿Tú como lo sabes?
- Ahora hablaré yo con ella para que te sirva poca cantidad – continuó sin
responder - pero… indícaselo tú también en la mesa y dale alguna excusa que
convenza a Elías, porqué él insistirá.
- Gracias – respondió - ¡qué haría yo sin ti!
Llegaron a la mesa y Sonia se despidió del patriarca, no sin antes comunicarle que
entraba a ver a Chelo antes de marcharse. Maca se quedó frente a él, expectante y
nerviosa, tenía una extraña sensación. No era capaz de explicarse el porqué pero le
parecía que todo aquello era irreal, que estaba preparado y que ella no podía hacer nada
por evitar lo que quiera que fuese a pasar. Le gustaría poder hablar con Vero, explicarle
sus miedos y que ella, como siempre hacía, la ayudase a sobreponerse a ellos.
* * *
En el campamento, Esther había optado por sentarse en el mismo escalón en el que ya lo
hiciera el día anterior cuando compartió con Maca el almuerzo, y leer el libro que había
comprado la tarde de antes. Tan concentrada estaba en la lectura que no escuchó el
regreso de Mónica y Laura. Ambas se plantaron ante ella sonrientes, pero la enfermera
seguía sin inmutarse.
- Yo me voy para adentro – dijo Mónica con una sonrisa burlona de oreja a oreja.
* * *
Sonia se paseaba de un lado a otro de la calle con cierto nerviosismo. Isabel y dos de sus
hombres se habían marchado a comer. Los otros dos permanecían allí apostados. Maca
había salido a pedirle que se marcharan todos, pero Isabel se había negado a dejarla allí
completamente sola y la socióloga no había consentido en irse con la detective. Si Maca
la necesitaba quería estar cerca. Era muy importante que Elías las apoyase y aunque ya
había dado su palabra y el consejo la había aceptado, Sonia no estaba segura de que
Maca no terminase por hacer o decir algo que los hiciese cambiar de opinión.
Sonia permaneció allí fuera sonriendo. Maca tendría un gran apoyo en él siempre que su
padre lo dejase entrar en la conversación. Confiaba en su palabra y estaba segura de que
no la decepcionaría. ¡Estaba deseando contarle a Maca quien era! Isabel llegó y le
tendió una bolsa con un par de bocadillos, como Sonia le había pedido, la detective
tampoco se había parado a comer con los demás. No se atrevía a dejar a Maca sola por
mucho que la pediatra se lo ordenase.
* * *
En el interior de la chabola, Maca charlaba con Chelo que estaba poniendo la mesa,
mientras el Patriarca, que hacía unos minutos había salido de la habitación, permanecía
ausente. Elías Jr., entró y, apenas saludó, sin mirarla a los ojos, desapareció hacia el
interior. Maca no pudo evitar fijarse en el porte de aquel chico, tenía algo que le
desagradaba, y la hacía sentirse incómoda.
Chelo empezó a contarle lo orgullosos que estaban de él. Desde pequeño había sido
diferente a los demás. Su madre lo describía como un niño tranquilo, que nunca se
inmutaba por nada, capaz de controlar sus sentimientos y muy inteligente. Maca no
pudo evitar pensar que aquella mirada solo transmitía frialdad. Parecía la típica persona
que no gusta tener como enemigo.
Maca asintió con cierto nerviosismo. Estaba deseando que le dijese lo que quería de
ella, sintió la tentación de preguntarle directamente pero Sonia le había dejado muy
claro que era él quien debía llevar la voz cantante.
Maca no entendía a que venía aquello salvo que estuviese tan orgulloso de su hijo como
lo estaba su mujer y solo pretendiese hablarle de él, pero su instinto le decía que no. No
sabía si debía responder a aquello o si era mejor guardar silencio y esperar a que dijese
algo más. El patriarca no quitaba la vista de ella y Maca se vio obligada a decir algo.
Maca volvió a asentir sin entender absolutamente nada. Por suerte para ella Chelo llegó
con una especie de olla inmensa y comenzó a servir. Maca miró su plato temerosa de lo
que pudieran echar en él.
Chelo volvió con una botella de vino abierta y sin etiqueta y se la tendió a Elías que
cogiendo un vaso escanció un poco, dejándolo frente a él. Tomó otro vaso y lo llenó
hasta el borde, alargándoselo a Maca.
- Beba – ordenó - es un vino especial que nos traen nuestros parientes del norte –
explicó – lo hacen ellos mismos.
- Yo… no bebo – dijo Maca con timidez, “lo que me faltaba” pensó “¿Cómo me
niego sin ofenderlo?”.
- Beba. Un trato siempre hay que cerrarlo como hay que cerrarlo.
- No puedo beber – respondió firme – por la medicación…
- ¡Pamplinas! – exclamó – beba o no hay trato.
Maca cogió el vaso. Las palabras de Sonia acudieron a su mente. No podía estropearlo
todo ahora, no podía fallarles a todos y menos cuando parecía que estaba decidido a
apoyarlas.
Maca miró el vaso y el plato. La cabeza le daba vueltas. El día anterior se lo había
pasado deseando tomarse otra copa y ahora que la tenía delante todo le decía que no
debía hacerlo. Aquel hombre no podía ofenderse porque ella no bebiese. No podía
obligarla a hacerlo.
* * *
- Esther – dijo Fernando que había entrado sin que la enfermera lo escuchara – no
te asustes mujer – sonrió al ver el salto que había dado.
- Dime – se levantó solícita.
- Iba a preguntarte…. Me dijo Laura que serías tu la que la acompañarías en el
vuelo de la próxima semana.
- ¿A Nairobi? Sí, eso me dijo.
- Vamos a tener que hacer un cambio de planes y quería ver qué opinabas tú.
- ¿Cambio de planes?
- Si, verás, he estado hablando con el coordinador de médicos sin Fronteras aquí
en Madrid y me ha comentado que hay un caso prioritario, al parecer se trata de
una adolescente que está en el campamento de Jinja y…. como en tu currículo
pones que tú….
- ¿En Jinja! ¿no será Clarise?
- Pues… - dijo mirando sus anotaciones – efectivamente, así se llama la joven.
- Clarise estaba bastante mal cuando yo me vine, pero el viaje a Jinja es largo y de
allí a Nairobi… no sé si solo para ella...
- Eso es lo que quería ver contigo… para organizar más traslados en la zona y …
- Hacer rentable el viaje.
- Exacto. Laura se encarga de ir a los campamentos del sur de Kisumu, pero no
entraba en nuestros planes desviarnos al norte y mucho menos pasar a Uganda.
- Bueno… ¿y dos viajes?
- No. Maca prefiere que los traigamos todos a la vez. El problema está en que…
¿tú serias capaz de coordinar el traslado de Jinja! conoces a la chica y al equipo
médico… Laura y tú podíais separaros en Nairobi y luego volver a salir desde
allí.
- Si, quizás eso sea lo mejor, Laura tendrá más trayecto que yo aunque no salga
del país pero…
- El tuyo será más peligroso aunque más corto – le comentó demostrándole que
estaba al tanto de los problemas fronterizos entre ambos países. ¿Podrías
organizarlo?
- Claro, no te preocupes ahora mismo llamo a Germán y hablo con él.
- Gracias Esther – sonrió satisfecho – puedes llamar desde mi despacho – propuso
marchando con ella hacia el interior del edificio – el vuelo será el próximo
viernes. Si todo sale bien.
- Saldrá – dijo de buen humor, la idea de volver a ver a sus antiguos compañeros
la llenó de ilusión.
* * *
En la puerta de la vivienda del Patriarca, Isabel permanecía apostada junto a dos de sus
hombres mientras los otros dos los había enviado a la parte posterior de la misma a
cubrir la puerta trasera. Sonia se paseaba nerviosa, mirando al suelo, de un lado a otro
de la calle. Isabel la observaba preguntándose a qué vendrían esos nervios. Era cierto
que la conversación de Maca y Elías podía ser importante, incluso decisiva, pero
tampoco era para estar así, Maca era muy capaz de salir victoriosa de aquella casa.
Elías Jr., apareció por una esquina de la parte posterior de la casa y le hizo una seña a
Sonia que corrió hacia él, ante la atenta mirada de Isabel. El joven portaba una pequeña
maleta e iba perfectamente trajeado.
- Dime que pasa. ¿seguro que quieres venirte a casa! conozco vuestras
costumbres, si te va a dar problemas…
- No es eso – sonrió atrayéndola hacia él y colocándola en la esquina lejos de la
mirada de Isabel, la besó con rapidez para no ser vistos – claro que duermo con
mi payita, ¿para qué crees que llevo la maleta! le he dicho a mi madre que no
vendré por el poblado en unos días. Creo que se lo imagina… - confesó en voz
baja mirando hacia su casa.
- Mejor, no quiero que estés aquí mañana.
- El que no quiere que estés aquí mañana soy yo – respondió con rapidez pero al
ver el rostro de enfado que comenzaba a poner la socióloga se apresuró a besarla
y corregirse – ya… ya se que eso es imposible. Yo… lo que quería decirte es
otra cosa.
- Dime, ¿qué pasa?
- Creo que deberías entrar… y… echarle una mano a tu doctora.
- ¿Por qué? – se sobresaltó - ¿qué has oído! ¿están discutiendo? – preguntó
precipitadamente volviendo al nerviosismo de hacía unos minutos.
- No. No es eso. Todo lo contrario – respondió bajando la vista para disimular la
sonrisa que no pudo evitar, todo estaba saliendo según sus planes y eso le
encantaba.
- ¿Entonces?
- Tu… me comentaste que ella… tuvo problemas con el alcohol, ¿no?
- Si… pero… no te entiendo.
- Mi padre… ha querido sellar el pacto a la vieja usanza. Y… bueno, que creo que
es mejor que entres, porque va a terminar por emborracharla.
- ¿Qué dices! ¿Maca está bebiendo?
Elías le dio la espalda con una enorme sonrisa de satisfacción. Ya estaba todo el mundo
donde él quería que estuvieran. Ahora solo faltaba sacar una copia de aquella llave lo
antes posible y contactar con Salva para dársela.
Sonia se detuvo un par de segundos hasta verlo desaparecer y luego se dirigió hacia la
puerta de la vivienda. La detective hizo ademán de ir a hablar con ella pero Sonia la
ignoró y entró rápidamente, ¡no daba crédito a lo que Elías acababa de contarle! ¿cómo
se le ocurría a Maca beber en una reunión tan importante?
Sonia entró nerviosa, no sabía qué era lo que se iba a encontrar pero muy mal tenía que
estar Maca para que Elías la hubiese avisado. Antes de llegar al comedor escuchó la voz
de Elías, “entonces… ¿va a hacerme usted ese favor?”, y la de Maca respondiendo “haré
lo que esté en mi mano, pero no puedo comprometerme a nada, no depende de mí”,
hablaba con seguridad y pausa, a Sonia no le dio la impresión de que estuviese bebida y
respiró aliviada. Llegó hasta ellos buscando, mentalmente, una excusa para justificar su
presencia.
Elías asintió e indicó con la mano que podían pasar. Sonia empujó la silla y Maca la
miró preocupada, sabía la bronca que le esperaba pero no había podido hacer otra cosa.
Tenía que hablar con ella.
- ¿Qué problema? – preguntó Maca impaciente por enterarse, una vez que
estuvieron dentro del baño. Algo muy gordo debía ser para que Sonia los
interrumpiese de aquella forma.
- Ninguno – susurró.
- ¿Cómo que ninguno? – abrió los ojos perpleja sin entender qué ocurría - ¿sabes
el susto que me has dado?
- Maca… se puede saber que coño haces bebiendo y encima… - se interrumpió al
ver la cara de la pediatra - ¿estás bien?
- No – respondió frunciendo el ceño – ya te explicaré, ¿tienes papel y un
bolígrafo?
- Si – contestó sorprendida – pero se puede saber que …
- Dámelo – pidió – rápido.
Sonia rebuscó en su bolso y sacó la libreta que siempre llevaba. Maca la cogió y con
mano temblorosa garabateó unas palabras.
Sonia la miró un instante y obedeció. Maca permaneció en el baño, el corazón cada vez
le latía a mayor velocidad, y empezaba a sentirse mareada pero necesitaba terminar su
conversación con aquel hombre. Si lo que le había contado era cierto, tenía más
problemas de los que se pudiera llegar a haber imaginado y lo peor de todo es que no
podía contar con la ayuda de nadie. Estaba sola, completamente sola. Se pasó una mano
por la frente, cada vez se encontraba peor. Se echó un poco de agua, respiró hondo en
varias ocasiones en un intento de controlar y disminuir el ritmo cardiaco y salió
dispuesta a saber cuál era la fuente de aquella información que la había dejado helada.
* * *
Esther colgó el teléfono con una sonrisa nostálgica, Germán siempre le había gustado.
Fernando la observó esperando que la enfermera le hiciera algún comentario pero no fue
así, vio reflejada en sus ojos una expresión mezcla de la alegría que había sentido al
hablar con él, y la tristeza, que el médico no era capaz de comprender.
De pronto escucharon que la puerta de la entrada se abría con gran estruendo, el médico
se levantó y Esther lo secundó pero antes de que pudieran salir del despacho, una
alteradísima Sonia apareció en la puerta.
Fernando leyó el papel y cogiendo una llave de su escritorio abrió un pequeño armario
que había tras su mesa. Buscó un instante y le tendió la caja.
- Toma. Pero dile que le de solo media. Elías hace dos años que está en
tratamiento.
- ¡No es para él! – se explicó – es para ella.
- ¿Para Maca? – casi gritó el médico.
- Si.
- ¿Cuánto hace que te lo pidió? – preguntó preocupado.
- Un cuarto de hora – respondió mirando el reloj.
- ¿Qué pasa? – preguntó Esther.
- Pasa que esta mujer cualquier día nos da un disgusto – se volvió con
precipitación y cogió un par de cajas más – Esther, quédate aquí por si viene
alguien. Voy contigo Sonia.
- ¡No! Maca no quiere que se entere nadie. Ni siquiera Isabel.
- ¡Vamos! – ordenó sin escucharla.
- Fernando, confía en ella. Sabe lo que hace. Dame – tendió la mano para coger
las otras cajas – ya se lo doy yo.
- Esto no sirve de nada si no se lo inyecta alguien – le explicó sin dárselas.
- ¿Te acerco en la moto? – propuso Esther, nerviosa, olvidando su enfado con la
pediatra ante la posibilidad de que se encontrase mal - llegarás antes. Además, si
hace falta una enfermera…
- ¡No! tú quédate aquí. Vamos Sonia. Cogemos el coche – volvió a decir saliendo
a toda prisa.
La enfermera no puedo rechistar y salió tras ellos. Estaba harta de que la dejasen al
margen de todo. Deseaba con todas sus fuerzas ir con ellos, necesitaba saber qué pasaba
y, sobre todo, qué le ocurría a Maca.
* * *
La joven subió el par de escalones y aguardó a que apareciese Maca. Fernando estaba a
su lado, más tranquilo después de escuchar que la pediatra parecía estar bien e Isabel
permaneció abajo, expectante, sin entender nada de lo que ocurría. Al cabo de un
minuto, Maca asomó por el rellano. Su aspecto volvió a alertar a Fernando.
El médico montó en el coche y arrancó. Isabel miró a Sonia que permanecía muy seria
con cara de preocupación.
La detective no entendía lo que le ocurría a todo el mundo, serían los nervios por los
derribos del día siguiente. Volvió junto a sus hombres, proponiéndose pedirle
explicaciones a Maca en cuanto la viese aparecer.
* * *
Dos calles más allá el coche de Elías Jr. paró su motor. Ya había dejado la maleta en la
casa de Sonia. Esperó pacientemente a ver aparecer a Igor y poco después lo hizo Salva,
el joven no tenía tanta facilidad como antes para andar de arriba abajo, debía cumplir
con su trabajo en el campamento, algo que alegró a Elías, nunca imaginó que tendría la
suerte de contar con alguien allí dentro. Cuando los tuvo a su altura bajó del vehículo.
Ambos asintieron con cierto temor. El gitano recibió con satisfacción ese gesto.
Disfrutaba viendo como la gente se apartaba a su paso con solo lanzar una mirada. Se
dio la vuelta y dejó allí el coche. Conociendo a su padre quizás todavía estuviese
hablando con ella y lo último que necesitaba es que Sonia lo descubriese. Avanzó con
precaución, saludando a un par de colegas y se paró justo en la esquina, su casa estaba
al otro lado, si los agentes seguían allí era señal de que la reunión no había terminado.
No parecía que hubiese nadie. Se decidió y salió al borde de la calle.
Sonia abrió los ojos de par en par sin comprender sus motivos para hacer aquello.
- Ya me conoces. No entiendo como puedes llevar encima una llave que te han
dado para que la guardes ¿y si pierdes las tuyas! la he dejado en un cajón de la
mesilla.
- Ah! esto… claro… no se me había ocurrido… - dijo asimilando su explicación,
sin saber porqué le sonaba forzado todo aquello – has hecho bien – sonrió
finalmente.
- Anda vamos, no vaya a salir la jefa, chasque los dedos y no estés.
- No hables así de ella – protestó molesta – no se que te ha dado, si no la conoces
y ya te cae mal.
- Ya te he dicho que no me cae mal. Me gusta cuando te enfadas, payita. Y ya me
he dado cuenta que ella es tu punto débil.
- Mi punto débil eres tú.
- Así es como tiene que ser. Tu hombre siempre delante.
- ¿Costumbre gitana?
- Efectivamente – sonrió mientras llegaban de nuevo a la esquina – allí la tienes –
le dio una disimulada palmada en el culo Sonia corrió hacia donde estaban
Maca e Isabel.
Llegó hasta ellas casi sin respiración. Isabel parecía molesta por algo y Maca
permanecía cabizbaja junto a la detective.
- Ahí viene Sonia – dijo Isabel provocando que Maca levantase la cabeza y mirase
hacia la joven.
- ¿Dónde te habías metido? – le preguntó la pediatra, sonriente, al verla llegar tan
azorada.
- ¿Tengo que darte explicaciones de todo? – le espetó con malos modos.
- Eh… no… claro que no – respondió Maca sin comprender aquella airada
reacción, pero intentando no darle más importancia, todas estaban nerviosas y
Sonia era aún muy joven, quizás la estaba cargando con demasiada
responsabilidad – le estaba contando a Isabel que todo ha ido muy bien y que …
- Maca – la interrumpió la detective – deberíamos volver, se está haciendo tarde,
aún tenemos que ultimar algunas cosas para mañana y además … - se
interrumpió un segundo sin saber si recordarle la conversación matutina pero
finalmente se decidió – no quiero que estés expuesta más tiempo del
estrictamente necesario o ya te has olvidado de…
- No me olvido de nada, Isabel – la cortó tajante – tienes razón vamos – admitió
accionando su silla, con dificultad. Estaba cansada.
- ¿Te ayudo? – le preguntó la detective, que tenía la sensación de que la reunión
no había ido tan bien como Maca contaba. Su instinto le decía que allí dentro
había pasado algo que la pediatra ocultaba y estaba empezando a cansarse de esa
situación.
- No, puedo sola – respondió orgullosa, mirando de reojo a Sonia, que comenzó la
marcha unos pasos por delante con un gesto de contrariedad que sumado a su
falta de interés por la conversación con Elías tenía perpleja a Maca – Sonia – la
llamó. La joven ladeó la cabeza y miró un instante hacia ella pero no detuvo el
paso. Aún así, Maca continuó alzando la voz e intentado acelerar la marcha –
estábamos hablando de que mañana deberíamos venirnos un poco antes, sobre
las siete, así evitamos cualquier contratiempo. No creo que los derribos
comiencen antes de las nueve, pero…
- Haz lo que quieras – la interrumpió mirando hacia atrás sin detenerse.
- Pero… ¿a ti que te parece? – le consultó obviando su tono.
- ¿Importa lo que me parezca? – se volvió parándose frente a ella, mostrando en
sus ojos que estaba enfadada.
- Isabel, ¿puedes dejarnos un momento solas? – pidió Maca a la detective que
caminaba junto a su silla.
- Maca… es tarde… nos estarán esperando y ya te he dicho que no estoy tranquila
mientras estemos …
- Solo un minuto – insistió cortándola.
Isabel asintió en silencio y se retiró unos metros situándose tras ella y cogiendo su radio
para avisar a los dos agentes que iban delate que se detuviesen y permaneciesen atentos.
Maca miró a Sonia y enarcó las cejas en señal interrogadora.
Maca asintió y miró hacia a tras, buscando a Isabel con la vista. La detective, al ver el
gesto de la pediatra, inició la marcha tras ellas.
La detective cuando vio que Sonia se volvía, interpretó que la necesitaban para algo y
aceleró el paso llegando junto a ellas justo en el momento que la socióloga respondía a
la pregunta de Maca.
- No. No creo que sea raro. Isabel te respeta, intenta hacer su trabajo sin
obstaculizar el tuyo y ajustándose siempre a tus decisiones. Y… si quieres mi
opinión, eres tú la que se lo pones siempre muy difícil.
- ¿Habláis de mí? – las interrumpió sobresaltándolas.
- Sí – reconoció Maca – Sonia cree que mañana debería quedarme en casa y yo
me preguntaba porqué tú no opinas igual – le dijo con sinceridad, temiendo que
la detective hubiese escuchado todo.
- Yo opino igual, eres tú la que insistes en venir – protestó molesta, pensando que
Maca dudaba de su profesionalidad – Maca… ¿he hecho algo para que
desconfíes de mí?
- Eh… no… - respondió dubitativa quizás debía contarle todo lo que le había
dicho Elías pero no sabía qué hacer, no sabía en quien confiar… – pero… me
gustaría hablar contigo – se decidió – se trata de algo que me ha pedido Elías.
- Déjame adivinar – respondió molesta – quiere que la policía desaparezca del
campamento y… en concreto yo, ¿no es eso?
Maca abrió los ojos de par en par, ¿cómo lo había adivinado! o ¿es que no lo había
adivinado y lo sabía a ciencia cierta! porque si era así, quizás ese hombre no solo no le
había mentido si no que la estaba previniendo contra ella. Maca no supo qué responder.
* * *
Elías Jr. Entró por la parte trasera en casa de sus padres. Su madre se sorprendió de
verlo de nuevo, y se alegró de ello. Tras cruzar unas breves palabras con ella fue en
busca de su padre, necesitaba saber si todo había salido como tenía planeado.
El patriarca lo miró con aire interrogador, pero no preguntó nada, le indicó con la mano
que tomase asiento frente a él. El joven obedeció.
- Se extrañará usted de que haya vuelto, pero necesito contarle una cosa – bajó la
voz para evitar que nadie más los escuchase – padre ¿le ha dado usted su palabra
a la doctora de apoyarla mañana?
- Si.
- Imagino que el consejo estará de acuerdo – continuó el joven. Su padre cabeceó
en señal de asentimiento – padre… no sé como decirle esto pero…
- ¿Qué ocurre Elías?
- Qué quizás no pueda usted cumplir con su palabra.
- La ley es la ley. Y la decisión está tomada.
- Pero, padre, hay jóvenes en el poblado que… - se interrumpió con la idea de
transmitirle que le costaba trabajo decirle lo que tenía que decirle pero que era su
obligación como hijo – creo que no van a obedecerle.
- Eso es imposible.
- Estoy seguro, padre. No se lo diría si no fuera así.
- ¿Sabes quienes?
- No padre. Pero… podría llegar a enterarme. Aunque llevo tanto tiempo fuera
que… no sé si confiaran en mi – respondió cabizbajo poniendo su mejor cara de
frustración y preocupación por su progenitor.
- Gracias, hijo. Yo me encargaré de avisar al consejo – le comunicó – le hemos
dado nuestra palabra de que no habría ataque contra su campamento y la
cumpliremos, cueste lo que cueste.
- Lo sé. Solo intentaba prevenirle. ¿Ella estará aquí mañana?
- Si, me ha dado su palabra que el campamento estará activo. Si hay heridos los
atenderán allí – respondió observando una mirada de satisfacción en su hijo – ¿la
niña estará también?
- Intentaré que no.
- No me gusta que andes con ella así. No es de hombres.
- Padre, es una paya, no puedo obligarla.
- No me gusta – insistió.
- Padre, otra cosa – dijo adoptando un tono de seriedad cambiando de tema, sabía
que a su padre le gustaba Sonia y sabía que no le importaba demasiado que él se
comportara de manera diferente con ella siempre y cuando lo hiciera fuera del
poblado, pero cuando se trataba de estar allí dentro el tema cambiaba – ¿ha
conseguido usted que la doctora se comprometa sobre el otro asunto?
- Ha prometido usar sus influencias para comprobar si es cierta la información que
le he dado y si lo es promete actuar en consecuencia.
- Parece sensata – comentó sonriendo para sí. Estaba seguro de que Maca por
mucho que lo intentase no descubriría nada sobre Isabel, pero la duda estaba
sembrada y no tendría tiempo de comprobar nada antes del día siguiente. Si
Maca no confiaba en Isabel, no la obedecería o al menos dudaría si hacerlo y eso
le daría a él toda la ventaja.
- Si – admitió – se puede hablar con ella.
- Me marcho, padre – dijo levantándose sin poder evitar una sonrisa de
satisfacción – tenga cuidado mañana.
- ¿Tú no estarás?
- No, padre. Tengo trabajo. Y usted debería tener cuidado.
- No me digas lo que tengo que hacer – gruñó.
- Lo siento, padre – se disculpó – Me marcho. ¡Qué todo vaya bien! – le deseó
saliendo por la puerta principal.
Ya en la calle se dirigió hacia su coche con una sonrisa en su rostro. Nada iría bien al
día siguiente, al menos, no para su padre, pero él ya se había cubierto las espaldas
avisándolo. Nada saldría como el Patriarca había prometido, ya se encargaría él de ello.
Cuando montó en su coche arrancó a toda velocidad, quería llegar temprano como le
había prometido a Sonia, ahora solo le quedaba convencerla a ella para que no trabajase
al día siguiente, y esa tarea le gustaba, pero conociendo la devoción que tenía por la
pediatra quizás fracasase en cuyo caso tendía un plan B. Soltó una sonora carcajada
pensando en él. Sonia no estaría al día siguiente en el campamento y sin ella la hija de
puta aquella no tendría a nadie en quien confiar cuando llegase el momento.
* * *
Esther los observa desde lejos, lleva todo el día deseando verla y la decepción que se
llevó a la hora de comer aún le perduraba, mezclada con el cabreo que le provocaba el
que la hubiesen dejado en el campamento sin saber qué ocurría con la pediatra.
Finalmente, y tras comprobar que pasaban los minutos y nadie se dirigía al pabellón,
decidió ser ella la que se acercarse al grupo.
Laura llegó apretando el paso a la altura de Esther que la esperaba junto a la moto con el
casco en la mano.
Esther entró precipitadamente en el pabellón. Sabía que Maca debía estar aún en el baño
porque en caso contrario se la hubiese tropezado camino de los barracones. Se paró en
la puerta del mismo que permanecía entornada, y escuchó la voz de la pediatra que
hablaba pausadamente y casi susurrando
Esther sintió que de nuevo la invadía una oleada de celos. Estaba claro que Maca no
perdía el tiempo, ¿es que acaso quedaba todas las noches con la psiquiatra? Sus buenas
intenciones se esfumaron de repente, y volvió a sentirse defraudada, enfadada y fuera de
lugar. Pero había ido allí con un objetivo: hablar con Maca y eso sí que podía hacerlo,
aunque su discurso fuese diferente al que había imaginado hacía solo un instante.
Abrió la puerta con suavidad y vio a la pediatra que había colgado el teléfono y se
mantenía apoyada con ambas manos en el lavabo con la cabeza baja, sin dar muestras de
haberla oído entrar. Esther se sorprendió de verla en esa actitud triste y abatida cuando
en el patio parecía satisfecha y orgullosa de los resultados de la reunión y hablando por
teléfono parecía contenta de su cita. Estaba tan abstraída que no aparentaba darse cuenta
de su presencia y de nuevo, sintió que su humor cambiaba, los celos y el enfado dejaban
paso a una enorme ternura, a un deseo de protegerla y consolarla, ¿en qué estaría
pensando! la vio lanzar un profundo suspiro y no pudo contenerse más.
Maca le devolvió la mirada perpleja y sintió que el día volvía a arreglarse, se le olvidó
el motivo de su abatimiento, se le olvidó el miedo y la aprensión que la había
acompañado todo el día y se le olvidaron sus dudas sobre Isabel, solo podía pensar en
aquella sonrisa que le estaba regalando la enfermera.
- ¿Estás bien? – insistió Esther al verla con aquella expresión distraída. Maca
asintió sin pronunciar palabra y Esther le quitó de la mano la caja de las pastillas
comprobando que eran las mismas que Fernando le había llevado esa misma
tarde.
- Maca… ¿otra? – la recriminó – sabes que de estas solo se pueden tomar dos al
día.
- Lo sé, Esther, lo sé – dijo alargando la mano para recuperarlas – pero hoy ha
sido un día especial y… las necesito.
- ¿Especial porqué? – le preguntó con interés. Maca se encogió de hombros, y
ladeo la cabeza en un ademán que Esther conocía perfectamente, no pensaba
tratar el tema, ¡eran tantas cosas!
- Es largo de explicar y… tenías prisa… ¿no? - dijo esquiva y sin ganas de hablar.
- Para ti nunca tengo prisa – respondió con rapidez – si es que quieres contármelo,
claro.
- Mejor otro día – le devolvió la sonrisa cansada – Isabel me está esperando.
- Pues… que espere – insistió pensando en la frase que le había escuchado al
teléfono, “¿no decías que necesitabas hablar con alguien! ¿por qué no
conmigo?”, pensó – si necesitas tomarte otra… también necesitas un respiro.
Pareces cansada.
- Sí, creo que tienes razón – admitió intentando controlar su respiración para
recuperar su ritmo cardiaco – ¿me das un poco de agua? – le pidió señalando el
vaso.
- Claro – sonrió llenándolo y tendiéndoselo.
Maca al cogerlo rozó su mano con suavidad y clavó sus ojos en la enfermera
entreabriendo sus labios.
Maca le lanzó una fugaz mirada llena de nostalgia y rápidamente cambió el gesto
retirando la silla hacia atrás.
Esther levantó los ojos sorprendida y la observó sin saber muy bien qué estaba pasando,
¿le daba Maca pista libre o la estaba malinterpretando?
- ¿Sabes tú otra cosa? – preguntó la pediatra – llevo todo el día deseando que
llegue mañana, que pasen los derribos y que sea la hora de la cena, que estemos
tú y yo tranquilas y… podamos charlar… sin prisas – reconoció mirando el reloj
– debo marcharme, Isabel estará ya de los nervios.
- Eh… claro – se retiró para dejarle paso, aquella confesión la había dejado casi
sin palabras. Ella llevaba todo el día maldiciéndola por dejarla en el
campamento, por prácticamente haberla obligado a firmar un contrato para luego
enterarse de que Maca no estaría, por no decirle que quizás dejaba la clínica, por
haber pasado la noche con la psiquiatra…. y ahora llegaba y le confesaba que
todo ese tiempo solo deseaba que llegara el momento de su cena juntas. La
culpabilidad se reflejó en su rostro y Maca lo percibió.
- Sé que te has enfadado por dejarte aquí, pero… no he podido hacer otra cosa. Te
lo aseguro.
- No me he enfadado – mintió – en todo caso me he sentido un poco al margen
pero… es normal… he sido la última en llegar.
- No es por eso Esther – reconoció arrepintiéndose al instante, ahora iba a tener
que darle una explicación que no tenía salvo decirle que Fernando no la veía
preparada para según que circunstancias y que ella, conociendo lo ocurrido en
Jinja, tampoco consideraba que estuviese en condiciones para salir ahí fuera en
plenas facultades. A veces deseaba serle sincera y contarle que lo sabía todo.
- Entonces ¿por qué es?
- Porque… porque esta reunión era muy importante y… a Sonia la conocen y…
- Llámalo como quieras pero es lo que yo te había dicho.
- No exactamente pero un poco sí – suspiró contrariada, al final le había mentido,
pero no podía decirle que sabía lo de Jinja porque temía la reacción que pudiera
despertar en ella – bueno… ya sí me voy…
- ¿Se te ha pasado la taquicardia?
- Si, ya estoy bien – sonrió agradecida.
- Deja que yo te lleve, no debes hacer esfuerzos.
- Esther… intentó protestar mientras la enfermara salía del baño empujándola -
¡qué no es para tanto!
- Chist, que me has tenido todo el día sola y aburrida, aquí no ha aparecido ni un
alma, y me he tenido que pasar media tarde espantando a Salva de tu coche – rió
colocándose tras ella.
- ¿Salva! ¿en mi coche? – preguntó comenzando de nuevo a ponerse nerviosa,
recordando la nota del día anterior.
Esther se extrañó de aquel tono impaciente y casi asustado, empezaba a creer que la
tensión que soportaba Maca le estaba pasando factura por mucho que la pediatra se
empeñase en decirle a todo el mundo que estaba bien y que estaba acostumbrada.
- Pues sí, no sé que le ha dado, dice que nunca había visto uno igual y que si
patatín y patatán, no sé que historia me ha contado de motores y… no sé que
más…
- Vamos que no lo has escuchado – rió también más tranquila después de ese
comentario, por un momento su cabeza se había dedicado a imaginar cosas
absurdas.
- Ni lo más mínimo – reconoció - ¡ya sabes como son los críos de esa edad con los
coches!
- ¿De esa edad nada más! ¿quieres que te recuerde el chiste del plátano? – bromeó
siendo ella ahora la que aludió al pasado.
- Y luego me dices que no eres la misma – rió abiertamente – eres un caso Maca,
y siempre lo serás.
- No soy la misma, Esther – insistió, “ya te darás cuenta”, penó con melancolía,
aunque había de reconocer que junto a ella hasta se le olvidaba que estaba en esa
silla.
- Si tú lo dices – respondió incrédula.
- Gracias por traerme – le dijo en la puerta del barracón – y … gracias por …
todo.
- Gracias a ti – se agachó con rapidez y la besó en la mejilla – hasta mañana – la
saludó con la mano.
- ¡Espera! ¿puedo preguntarte una cosa? – dijo de pronto. La enfermera le
transmitía tanta confianza que se decidió.
- ¡Claro!
- Esther… si tú.. tuvieras que confiar en alguien y tu vida dependiese de ello y …
ocurriese algo que te hace pensar que te equivocas con esa persona y…
- A ver Maca, ¿qué me estas contando! porque no me entero de adonde quieres ir
a parar.
- Hoy, me han dicho algo que… - bajó la voz y miró hacia la ventana del
despacho de Isabel – que no sé que pensar y… no sé qué hacer.
- ¿Algo de qué? o … ¿quizás deba preguntar de quién?
- De Isabel.
- Mira, yo no sé qué te habrán dicho ni quien te lo habrá dicho pero desde que yo
he llegado aquí, si hay alguien preocupado por ti es ella.
- Si yo también lo creo pero… - suspiró pensando que la enfermera tenía razón.
Isabel era de las pocas personas que la habían creído y escuchado cuando todos
en un principio estaban convencidos de que eran imaginaciones suyas, fue Isabel
la que luchó porque tuviera escolta, la que la aconsejaba y acompañaba, ¿cómo
podía dudar de ella? – déjalo, estoy nerviosa por lo de mañana y le saco punta a
todo.
- No te preocupes, Maca, y … procura descansar.
- Vete, que se te va a hacer tarde – le sonrió - y… gra…
- No me des más las gracias, ¡por favor! – la cortó de nuevo esbozando otra
sonrisa y ladeando la cara con gesto pícaro – hasta mañana, jefa – dijo
alejándose.
- ¡A las siete! – le recordó alzando la voz.
- Como un clavo – se giró sonriendo y volviendo a saludar con la mano.
Maca entró en el barracón en busca de Isabel, con una sonrisa en el rostro y la sensación
de que todo iría bien, hasta le parecían absurdas sus dudas sobre Isabel. Esther corrió
junto a Laura que la esperaba con una sonrisa burlona.
La joven soltó una carcajada ante aquella cara de decepción y movió la cabeza de un
lado a otro.
- Anda ponte el casco y tira – le dijo burlona – ni se te ocurra decirle que no, ya
me compensarás.
- ¡Te lo prometo! – saltó a la moto ilusionada con la idea de esa cena con Maca.
Al final había sido un día mucho más productivo de lo que esperaba.
* * *
Cuando Maca llegó a la clínica eran más de la ocho. Se encontraba realmente agotada
pero aún tenía que ver a Cruz y Adela. Alberto, siempre tan solícito, corrió escaleras
abajo y se ofreció a ayudarla a subir. Pero Maca se negó como casi siempre. Teresa,
Gimeno y Claudia charlaban en el mostrador de recepción. Maca buscó con la mirada a
Vero pero no la vio por ninguna parte y le extrañó, la psiquiatra le había prometido que
la estaría esperando allí.
Una vez sentadas en la cafetería Claudia la miró enarcando las cejas, esperando que
Maca le dijese algo, pero no lo hizo
- ¿Qué pasa! ¿a qué vienen estas prisas y esa cara? – preguntó finalmente la
neuróloga.
- Claudia… me han dejado otra nota – le confesó con el miedo reflejado en sus
ojos.
- Lo sé, me lo ha dicho Vero. No te preocupes que Isabel lo tiene todo controlado
– le dijo para tranquilizarla aunque no sabía si era cierto.
- Pero... eso es imposible. Vero no lo sabe.
- ¿De qué nota me hablas! de la del coche ¿no?
- De ésta – dijo tendiéndosela – me la acabo de encontrar.
- ¡Por díos, Maca! ¿otra? – la leyó y ahora fue ella la que sintió miedo ante
aquellas frases que cada vez eran más contundentes. Entendía perfectamente
cómo podía sentirse Maca, hasta ella notaba el nerviosismo y el miedo al leerla,
pero decidió que debía calmarla – bueno… no te preocupes – se la devolvió – es
lo de siempre.
- Ya… pero… no sé qué hacer.
- ¿Qué te ha dicho Isabel?
- Nada. No he hablado con ella.
- ¿Y a qué esperas?
- No sé si decírselo – confesó bajando la vista – hoy ha ocurrido algo que… no sé.
- ¿Qué ha pasado?
- Esther me ha dicho que no debo darle importancia y que confíe en ella –
continuó con precipitación sin escucharla, parecía hablar más para sí que con
Claudia - y cuando hemos estado hablando en el despacho… todo ha sido como
siempre… pero luego al venir para aquí… he empezado a darle vueltas otra vez
y no sé Claudia – volvió a levantar los ojos y clavarlos en ella – no sé qué pensar
– repitió – y no sé qué hacer.
- ¿Has terminado?
- Si.
- Lo primero, cálmate, porque no me he enterado de nada. Y lo segundo, vamos a
llamar a Cruz y Adela, para que no te esperen…
- No puedo, le prometí a Adela que la vería esta tarde aunque fuera un momento.
- Ya hemos hablado nosotras con ella, y el problema está resuelto y tú no tienes la
cabeza para darle consejos a nadie – le replicó con autoridad - ¿quieres verla!
muy bien, pero que sea para tomarte algo y relajarte no para hablar de trabajo.
Maca le sonrió por primera vez. Le gustaba cuando Claudia sacaba su genio y se ponía
autoritaria.
Maca empezó a respirar con dificultad, la cabeza le daba vueltas, no era capaz de pensar
en todo, ni con claridad. Apoyó el codo en la silla y se masajeó la sien en un gesto muy
característico en ella. No podía más.
- Maca, tranquila que no pasa nada – le pidió Vero posando su mano en el hombro
de la pediatra – tengo contactos en la prensa y nadie va a publicar nada, confía
en mí.
- Vale – respondió con un nudo en la garganta.
- Anda, llévatela a dar una vuelta y luego a casa a descansar – le dijo Claudia a
Vero – yo voy a buscar a Cruz y decirle que mañana la ves, ¿te parece bien?
La pediatra asintió y las tres salieron de la cafetería. Tenían razón, pensó Maca, lo mejor
era tranquilizarse y no darle más vueltas, sobre todo porque no dependía de ella. El día
siguiente era demasiado importante como para complicarlo aún más con sus paranoias.
* * *
Sonia lo miró y sonrió cariñosa. Volvió a echarse junto a él, recostándose en su pecho y
lo abrazó.
- Quiere que nos veamos más temprano en la clínica. Tiene que decirme algo.
- ¿Algo de qué? – preguntó con interés. Eso trastocaba todos sus planes.
- No lo sé. Por eso estaba pensando. Es mejor que mañana no me lleves tu.
Cogeré el coche.
- Pero payita… - protestó mostrándole decepción - ¡para un día que podemos
desayunar juntos y que puedo acompañarte aunque sea un rato!
- Estaba rara – le comentó con inocencia sin atender a su protesta. Elías se puso
nervioso, tratándose de Maca Sonia era imprevisible y el necesitaba tener
controlados todos los aspectos y se temía que aquel encuentro lo estropease todo
– quiere que la acompañe en el coche al campamento.
- ¿Tú! ¿en su coche! no me parece buena idea – saltó con rapidez, pensando en lo
que le había encargado a Salva. Necesitaba que la pediatra viajase sola en el
coche, de los agentes que la seguían ya se encargarían ellos pero no había
contado con que la acompañase nadie y menos ella.
El joven sacó la mano y apagó la luz, a pesar de todo, sus planes seguían en marcha y la
excitación que sentía por lo que iba a suceder al día siguiente la tradujo en una pasión
que sorprendió a Sonia agradablemente.
* * *
La detective había llamado a Maca en varias ocasiones pero, aunque daba llamada, no le
cogía el teléfono. Fernando había hecho lo propio con la mima suerte, Maca no
respondía. Laura y Esther permanecían expectantes. Sonia, había llamado, se encontraba
mal y no iría a trabajar. Fernando, que había hablado con ella tenía la sensación de que
mentía, pero no podía creer que fuera así, Sonia sabía lo que se jugaban ese día y nunca
le fallaría a Maca. No entendía cómo podía faltar ese día, pero la socióloga se había
mostrado esquiva ante su recriminación y había prometido llegar en cuanto se
encontrase mejor.
Isabel intentaba una y otra vez contactar con sus hombres, pero la radio parecía no
funcionar. Finalmente, llamó a Josema y le pidió que contactara con ellos. El joven tuvo
mejor suerte y pudieron enterarse que iban de camino. Maca se había detenido en la
Clínica, de ahí que llegara unos minutos tarde.
Maca colgó el teléfono con cara de preocupación. Se quedó unos segundos con la vista
puesta en él, pensativa. Y finalmente, entró en busca de sus compañeros. Fernando, que
no había quitado ojo de la pediatra, preocupado por su gesto se acercó a ella.
Isabel guardó silencio y la miró. Siempre había tenido a la pediatra por persona
inteligente, pero que se fuese directa al clavo con tanta facilidad y que fuese capaz de
unir cabos de aquella manera siempre la hacía sospechar de que Maca ocultaba cosas
que ella debería conocer.
Isabel se volvió hacia los dos jóvenes agentes que la esperaban con cara de miedo, era la
primera vez que salían a la calle y no sabían qué debían hacer ni como hacerlo. La
detective cruzó unas rápidas palabras con ellos y corrió hacia el pabellón, Maca aún
estaba en la puerta, le había costado subir la rampa más trabajo del habitual.
* * *
Mientras, Sonia entraba en el poblado por el camino de la vieja fábrica, nunca usaban
ese porque era necesario dar un rodeo y la carretera estaba llena de baches y socavones,
pero Maca le había pedido expresamente que fuera por allí y ella era incapaz de llevarle
la contraria. Aún no había terminado de asimilar la conversación de esa mañana. Maca
estaba más serena de lo que la había visto en las últimas semanas y esa serenidad le dio
miedo. No dejaba de pensar en los dos favores que le había pedido, “quiero que hables
con Sacha y te enteres de lo que están tramando, Laura me contó anoche que hay un
gitano alentando a los jóvenes” “y quiero que hables con los cabecillas de las familias
que mueven la droga en el poblado y te enteres de si Isabel los está extorsionando”, “sé
que tú puedes hacerlo, te conocen y confían en ti”. La última petición la tenía
desconcertada, no solo por lo peligrosa si no porque implicaba que Isabel llevaba
engañando a Maca mucho tiempo. Estaba segura de que Maca se equivocaba con Isabel.
Al dar la última curva, enfrascada en sus pensamientos un perrillo se cruzó delante del
coche e instintivamente dio un volantazo saliéndose del camino. Asustada se bajó del
vehículo para comprobar si había atropellado al animal, respiró aliviada al ver que no
había sido así, ni el coche tenía daño alguno. Por suerte iba despacio. Cuando estaba a
punto de montar de nuevo vio que, más adelante, parado entre los árboles, había otro
vehículo. No podía ser. ¡Era el coche de Elías!
* * *
Elías Jr, observaba satisfecho el gentío que se amontonaba a las puertas del
campamento. Él, en un discreto segundo plano, se mantenía al margen de las protestas.
Le bastaba hacer una leve seña para que dos o tres jóvenes acudiesen a su lado y
recibiesen las órdenes pertinentes. Disfrutaba moviendo a aquellos “borregos” de un
lado a otro. Repentinamente, Salva apareció doblando la esquina. El gitano frunció el
ceño, ese chico era estúpido. Le había ordenado tajantemente que permaneciese en el
interior del campamento hasta que él le ordenase lo contrario.
- ¿Se puede saber qué haces aquí? – le gritó para hacerse oír.
- No me coges el teléfono y sé algo.
- Vuelve dentro y cuando yo te diga sales.
- No va a poder ser. La poli esa, ha prohibido la entrada y salida del campamento.
- ¿Y para qué coño has salido? – lo cogió de la camiseta levantándole los talones
del suelo ante la cara de pavor del chico – no sirves para nada – le empujó
despectivamente – largo de aquí.
- La Choni está mala.
- ¿Qué dices?
- La Choni, no va a venir, ha llamao diciendo que está mala. De eso me he enterao
– intentó justificar su presencia allí. Elías le había dado orden expresa de que le
informase a cada momento de los pasos que diese Sonia y el joven había estado
en el campamento desde las siete sin que ella hiciese acto de presencia, había
intentado informarle por el móvil que le dio pero el gitano no le cogía el
teléfono.
- ¿Qué gilipoyez es esa? – bramó ya de mal humor. Él mismo la había visto
levantarse, habían desayunado juntos y la había acompañado hasta su coche – la
¿tullía ha llegao?
- Sí, llegó tarde pero llegó.
Elías se quedó pensativo. ¿Era posible tener tanta suerte! la extrañeza inicial se
convirtió en satisfacción, al final no había tenido que hacer nada para evitar que Sonia
estuviese en el campamento. No la quería allí dentro cuando diese la orden de asalto.
Rió para sí mismo, todo estaba saliendo a las mil maravillas. Solo le faltaba hacer salir a
la tullía de allí dentro, para poder ejecutar su plan inicial, eso sería tener un día redondo,
y ahí si que tenía sus dudas, no creía que fuera a tener tanta suerte, por eso había
planeado al detalle el asalto al campamento, como alternativa.
- Espera – le ordenó a Salva más suave – tráete aquí tu moto y la mía. Búscame a
Igor y dile que venga. Y ve a buscar lo que nos hizo tu padre, ¿no querías
estrenarte! pues prepárate, esa hija de puta no puede salir de aquí hoy,
¿entendido?
El chico asintió y salió corriendo a cumplir sus encargos. Si todo iba bien, ganaría un
montón de pasta sin tener que andar limpiando la mierda de aquellos médicos y su
madre no volvería a mirarlo con aquella cara.
Elías permaneció absorto en el espectáculo, y cada vez más excitado por lo que se
avecinada. Los chabolistas de la zona de los derribos se habían rebelado contra los
agentes de Policía al ver que las grúas de demolición se disponían a echar abajo sus
casas. En eso él no tenía nada que ver, era de esperar que ocurriese. Sonrió viendo como
decenas de personas comenzaban a lanzar piedras, palos, bombonas de butano y todo
tipo de objetos contundentes, a la vez que quemaban neumáticos, para provocar una
humareda que les permitiese camuflarse y conseguir ventaja en los ataques. La Policía,
a su vez, respondía disparando bolas de goma para frenar los disturbios. Tan
ensimismado estaba disfrutando del panorama que no se percató de que alguien llegaba
por detrás.
Elías la observó y apretó los labios. Lo sentía, pero las cosas serían como tenían que ser
nadie iba a estropear sus planes.
- Igor, tu hermano, encárgate de él – le dijo clavando sus fríos ojos azules en los
del joven – que no hable.
- ¿Y… ella? – preguntó el chico señalando a Sonia que se perdía calle arriba en
dirección al campamento.
- De ella me encargo yo. ¡Vamos!
* * *
En el campamento todos tenían la impresión de que la situación cada vez era más
complicada. Isabel daba órdenes a sus hombres que se distribuían estratégicamente por
todo el recinto. Fuera seguían escuchándose gritos, golpes y, de vez en cuando, algún
disparo, que mantenía sobrecogidos a todos. Repetidamente tocaban en el timbre
exterior, se oían niños llorando, y Fernando se desesperaba por acudir a abrir, seguro de
que podían ser heridos pidiendo ayuda, pero Isabel se lo impidió tantas veces como el
médico abandonaba el edificio para dirigirse a al portón de entrada.
- Fernando, ¡por favor! – casi le gritó – déjame hacer mi trabajo – pedía nerviosa
– no puedo protegeros si tengo que estar pendiente de ti cada dos por tres.
Maca los observaba desde el interior del pabellón, sabía lo que sentía Fernando, porque
a ella le ocurría lo mismo, pero entendía que Isabel se desesperase. Laura también
permanecía expectante, en un par de ocasiones corrió junto a Fernando hacia el exterior,
no podía evitar estar preocupada por Sacha, aquél chico cada día le caía mejor, sabía
que no era él el que llamaba porque en esas semanas de trabajo habían establecido un
código de emergencia para el día que se produjese aquello que tanto temían y que
estaban viviendo en esos momentos, Sacha había acordado que, en caso de necesitarlo,
llamaría con dos timbrazos cortos y uno largo. Pero la idea de que el joven pudiese estar
en peligro le hizo salir al exterior de nuevo.
- ¡Laura! – gritó Maca - ¡por favor! Dejadlos hacer su trabajo – ordenó con
autoridad. Laura obedeció y volvió dentro, manteniendo la puerta del edificio
abierta.
Los gritos eran ensordecedores, las máquinas no paraban, las sirenas casi quedaban
apagadas por la algarabía, los intentos de la policía de comunicarse con los megáfonos
eran inútiles. Estaban asistiendo a una auténtica batalla campal. Dos timbrazos cortos y
uno largo los sobresaltaron a los cuatro. Esther se marchó hacia las habitaciones del
fondo, Laura saltó inmediatamente y corrió a la puerta sin que Maca pudiese impedirlo.
Isabel los vio salir e intentó detenerlos ante el nerviosismo de Maca, que en esos días se
sintió impotente por enésima vez. Laura parecía tan decidida que Isabel no pudo evitar
que llegase hasta el portón, seguida de Fernando que tampoco se dejó detener. Abrieron
precipitadamente la puerta pequeña, Sacha estaba allí apoyado en su hermano Igor, con
una enorme brecha en la cabeza, Laura sintió que el corazón le daba un vuelco, pero no
tuvo tiempo para pensarlo, un grupo de chabolistas arremetieron contra ellos intentando
colarse. Isabel dio órdenes a sus hombres, cuatro agentes se acercaron para ayudarles y
que lograran con éxito conducir a Sacha al interior, pero les era imposible contener los
empujes. Maca observaba desde el porche, sintiendo que los nervios se estaban
convirtiendo en auténtico miedo, algunas de las voces iban dirigidas contra ella.
Escuchó a Isabel gritar al resto de agentes para que abandonasen sus posiciones y
acudiesen al portón y vio como la propia subinspectora corría hacia allí a contener aquel
intento de asalto.
Maca no sabía que hacer, ni en que podía ayudar, era consciente de que solo estorbaría
si se acercaba al portón, y volvió a tener esa sensación de rabia que había
experimentado en los momentos posteriores a su accidente, mezclada con el miedo que
sentía, estaba indefensa y lo sabía. No entendía porqué estaba pasando aquello, Elías le
había dado su palabra de que el campamento no sería objeto de la ira pero parecía que
no lo había cumplido, quizás solo se había reído de ella, o quizás pretendía obtener lo
que casi había estado a punto de conseguir que echase a Isabel de allí. Recordó el
encargo que le hizo a Sonia y miró el reloj, extrañada que aún no la hubiese llamado.
Cogió el móvil y marcó, tras varios tonos escuchó que descolgaban.
Permaneció mirando el teléfono pensativa. De pronto reparó en que hacía minutos que
no veía a Esther. Volvió a entrar, la enfermera no estaba en el vestíbulo ni en la sala de
curas, ¿dónde se habría metido! se preguntó, iniciando su búsqueda.
- ¡Esther! – gritó, pero solo obtuvo el silencio por respuesta - ¡Esther! – repitió
con todas sus fuerzas intentando hacerse oír por encima de la algarabía que
llegaba del exterior y que ahogaba su llamada - ¿dónde estas! ¡Esther!
Maca se dirigió hacia los dos cuartos del fondo, quizás estuviese allí, lo más seguro es
que hubiese ido al almacén en busca de vendas, gasas y demás en previsión de lo que se
les avecinaba, sin embargo, la enfermera tampoco estaba allí. Solo le quedaba por mirar
en el pequeño cuarto que Fernando empleaba como despacho. Y, efectivamente, allí la
encontró. Esther estaba apoyada con el hombro en el quicio de la ventana, mirando
hacia el exterior. Maca se acercó a ella, tras ver que la enfermera no respondía. En su
camino tropezó con una de las sillas, no había espacio suficiente para llegar hasta donde
estaba la enfermera, pero Esther no se inmutaba, parecía no darse cuenta de su
presencia.
- Tranquila, no temas – le dijo con voz susurrante – no voy a dejar que te pase
nada.
Esther permaneció inmóvil. Maca notó la frialdad de su mano y el sudor que la cubría,
se sintió impotente, le gustaría poder levantarse y abrazarla, pero no podía, optó por
tirar de ella hasta que consiguió sentarla en sus rodillas.
- Ven, ven aquí – pidió – Tranquila, Esther, tranquila - repitió rodeándola con sus
brazos y meciéndola suavemente – no va a pasar nada, tranquila.
- Respira, así, así, tranquila – repetía – todo está bien, Esther, todo está bien. No
va a pasar nada.
Esther se quedó mirándola, no daba crédito a lo que acababa de escuchar, sus ojos
abiertos como platos mostraban la enorme sorpresa que se había llevado ¿Maca lo
sabía! ¡no tenía ningún derecho! ¡ningún derecho! ¿cómo había sido capaz de invadir
así su intimidad! ¿cómo había sido capaz de usar sus influencias…! ¿cómo había sido
capaz de hacerle eso! enrojeció por la ira y la rabia que le provocaba la idea, ¡la odiaba!
- No me mires así, Esther – pidió – no puedo ni imaginar lo que debió ser aquello,
pero insisto en que deberías hablar de ello – se detuvo ante la mirada fulminante
de la enfermera que había pasado de la sorpresa a la furia, parecía que iba a
estallar de un momento a otro – no quiero decir que me lo cuentes a mí, ni
mucho menos, pero si creo que deberías buscar ayuda profesional.
- ¿Ayuda profesional? – preguntó con sorna alzando la voz - ¿cómo tú?
- Sí, como yo – dijo ignorando el tono en el que le había respondido – Se que
cuesta trabajo, sobre todo, al principio, pero deberías hacer un esfuerzo por …
por superarlo.
- ¿El mismo esfuerzo que has hecho tú por levantarte de esa silla? – casi le gritó
con ira – ¿de qué te sirve a ti la “ayuda profesional? - dijo recalcando las dos
últimas palabras – claro que, lo que tu buscas en esa psiquiatra es otro tipo de
ayuda, ¿no?
- ¿Qué…? - empezó a protestar pero Esther no le dio opción.
- ¡Ah! ya, claro, que ahora la señorita juega a ser “Santa Maca”, salvadora del
mundo, – continuó elevando aún más la voz y con tanta rabia que Maca no supo
como reaccionar – a ver si te enteras que la gente no necesita que la salven ¿no
los escuchas! ¡te odian! te quieren fuera de su poblado – le gritó con una mirada
que echaba chispas – y en cuanto a mí, vete a buscar a otro lado, yo no necesito
que me salven – gritó – no te necesito, ni a ti, ni a nadie y no pienso formar parte
de tu circo.
- ¿Circo? – repitió con un nudo en la garganta.
- Sí – gritó - no soy parte de ese mundo que baila a tu alrededor porque la “niña
rica” tiene un bloqueo emocional y, cada vez que algo no sale como quiere, va
por ahí llamando la atención – continuó con el tono cada vez más alto sin dar
muestras de notar cómo el rostro de la pediatra iba cambiando a medida que ella
hablaba - un día me tomo unas copas, otro dejo la Clínica para …
- ¡Vete a la mierda, Esther! – respondió con lágrimas en los ojos, giró con
habilidad su silla y, dejándola con la palabra en la boca, salió de allí todo lo
rápido que pudo. No quería escuchar más, no podía. De ella, no.
- ¡Maca! – dijo casi imperceptiblemente - ¡Maca! – repitió más alto, pero la
pediatra ya se había marchado camino del cuarto de curas - ¡Joder! – exclamó
golpeando primero la mesa y apoyándose después en ella con ambas manos. No
debía haberle hablado así. Había sido cruel con ella y lo sabía, pero no podía
evitarlo. No soportaba la idea de que Maca hubiese indagado en su vida, no
soportaba la vergüenza que sentía de que ella supiese…, no soportaba la idea de
que hubiese rehecho su vida, de que no hiciese nada por salir de su situación y,
sobre todo, de que no contase con ella para nada.
La pediatra llegó a la altura de Laura y Fernando que estaban poniéndole unos puntos a
Sacha. Ambos levantaron la vista a su paso, Igor también estaba en la entrada
observándolos, Maca abrió la puerta exterior con genio, ni siquiera notó el agudo dolor
de su costado y salió dando un portazo. Fernando se levantó, le indicó a Mónica que
siguiera con los puntos y salió tras ella, pero Laura corrió para retenerlo.
- ¡Déjala!
- Pero… ¿iba llorando? – preguntó preocupado.
- Sí.
- No puedo dejarla así.
- Hazme caso. Espera a que salga Esther.
- ¿Esther?
- ¡Hombres! ¡No os enteráis de nada! – exclamó – saldrá en su busca.
- Pero… ¿cómo puedes saberlo?
- Lo sé – dijo segura – deja que arreglen sus asuntos, o nos volverán locos a todos
– sonrió.
Fernando entró obediente pero no las tenía todas consigo. No entendía a Laura ni lo que
quería decir. Miraba insistentemente hacia fuera esperando ver a la enfermera, pero
Esther no pasaba.
Maca bajó la rampa con tal velocidad que la silla se tambaleó y apunto estuvo de caer si
no llega a ser porque uno de los agentes que Isabel había puesto a la entrada del
pabellón corrió a sujetarla. María José, sentada en la puerta de los barracones la observó
en silencio y se levantó todo lo rápido que le permitieron sus piernas, llegando hasta ella
preocupada. Isabel, que hablaba por teléfono y había presenciado la escena desde el
portón de entrada, también corrió hacia allí.
Maca miró a la anciana y luego a Isabel que llegaba casi sin aliento.
Maca volvió a negar con la cabeza e hizo intención de mover la silla para dirigirse al
aparcamiento, pero Isabel la frenó.
- ¿A dónde crees que vas? – le preguntó airada no solo por sus intenciones de salir
si no por la conversación que acababa de mantener con Claudia. La neuróloga le
había contado que Maca había recibido otra nota y el contenido de la misma.
Estaba tentada a echarle en cara que se lo hubiese ocultado pero aquella mirada
de la pediatra le indicaba que no era el momento – entra, Maca.
La pediatra la miro con desconcierto. Necesitaba salir de allí. Su mente solo le repetía
una idea, “tengo que irme, tengo que irme”. María José, viendo su estado, le hizo una
seña a Isabel para que las dejase solas y la detective asintió indicándole al agente que la
acompañase.
Maca levantó la vista hacia ella y no respondió. María José aguardó a que se decidiera,
la conocía lo suficiente para saber que estaba en lucha entre callar o desahogarse,
finalmente, bajó los ojos y casi en un murmullo se lanzó.
- ¿Teresa!
- ¡Maca! ¿cómo va todo?
- Teresa, sácame un billete para Sevilla,
- ¿Sevilla! pero… ¿qué ocurre? – preguntó sobresaltada, Rosario no la había
llamado pero Maca parecía estar muy afectada por algo - ¿Ana está bien?
- Sí, no ocurre nada, Teresa, sácamelo – ordenó tajante.
- Pero… para cuándo.
- Para ayer Teresa – casi le gritó enfadada.
- Bueno tranquila, no pagues conmigo lo que te pasa, porque ¿a ti te pasa algo? y
creo que no me equivoco si te digo que no tiene nada que ver con los derribos.
- Teresa por favor, búscamelo, quiero irme de aquí cuanto antes.
- ¡Acabáramos! ¿Y se puede saber porqué?
- ¡No! no se puede – volvió a gritar – haz lo que te digo de una vez – le habló en
un tono que jamás había empleado con ella, ni siquiera cuando bebía, ni siquiera
en los peores días tras el accidente, y Teresa supo rápidamente de qué se trataba.
- ¿Es por Esther! ¿verdad? – se aventuró pero el silencio del otro extremo le dio la
confirmación - ¿Te lo avisé o no te lo avisé? Si es que no me escuchas y luego
pasa lo que pasa, porque ahora no me dirás que… - se interrumpió - ¿Maca!
¿Maca? ¡será posible! qué me ha colgado dijo volviéndose hacia Claudia que en
esos momentos había bajado a darle unos historiales.
- ¿Quién te ha colgado?
- Maca.
- Mujer estarán desbordados con los derribos – le dijo en un intento de justificar a
su amiga.
- ¿Los derribos! otra que no se entera de nada.
- A ver, de qué no me entero.
- De nada, pero por mi no te vas a enterar que luego todo se sabe – dijo cogiendo
le teléfono para buscar ese billete. ¡Maca no escarmentaría nunca!
La enfermera salió a toda prisa, llegó a tiempo de ver como Isabel hablaba con la
pediatra en tono airado, Maca estaba sentada ya en su coche y por los gestos parecía que
Isabel, se oponía a que se marchase. Aún no estaban las cosas en calma.
¡Maca se marchaba! tenía que evitarlo, tenía que hablar con ella. Corrió hacia allí y la
pillo arrancando el motor. Isabel se cruzó con ella y le susurró “convéncela, que no
salga”.
Maca bajó la ventanilla sin parar el motor del coche y cada vez más enfadada vociferó
para hacerse oír por encima del ruido exterior.
- ¿Quieres quitarte de en medio? ¡Tengo prisa!
- ¡Maca! ¡Por favor! – volvió a pedir la enfermera, apartándose de delante del
coche y acudiendo a la ventanilla – escúchame, por favor – volvió a decir ahora
casi en un susurro de súplica.
La pediatra la miró fijamente, con el ceño fruncido y aquel gesto de ira que Esther tan
bien conocía. Se le notaba que había estado llorando y la enfermera se sintió culpable de
aquellas lágrimas.
Maca la miró con una expresión extraña que Esther jamás había visto en ella. Notó
como sus ojos pasaron de la ira al dolor y, con voz ronca, le espetó:
- ¿Cuándo te vas a enterar de que “la Maca” que tu conocías no existe! ¿eh?
¿cuándo? Esa Maca murió el día que te fuiste, murió el día que tuvo que
aprender de nuevo a no mearse ni cagarse encima – dijo con tal crudeza que
Esther se sobrecogió – murió el día que tuvo que aprender a medir lo que bebía,
y controlar el tiempo que tardaba en necesitar ir al baño si no quería llevar una
puta bolsa colgada, murió el día que se tragó su orgullo y aprendió a depender
de los demás, el día que tuvo que renunciar a su trabajo, que tuvo que pedir
ayuda para todo, murió el día que aprendió a que aquí sentada el mundo se ve y
te ve de otra manera, Esther … , el día que notas que las personas que quieres y
te quieren dejan de respetar tu opinión como la de un igual y te tratan como a
una niña, el día que te miran y te vuelven la cara, el día que se ríen de ti unos
chicos, el día que te dicen “aparta tullida de mierda”… - su voz se quebró, miró
hacia abajo, tragó saliva y levantó de nuevo la vista – y, ahora, apártate, Esther.
Yo tampoco te necesito.
En la calle Sonia luchaba por abrirse camino entre la marea humana de mujeres y
hombres que vociferaban, corrían y lanzaban objetos. Necesitaba llegar al campamento
y pedir ayuda. En un par de ocasiones tubo que detenerse y cubrir a María que iba con
ella, su abuela no se encontraba bien y necesitaba un médico cuanto antes. La policía
intentaba frenar a unos cuantos asaltantes, que cuando parecían calmados habían vuelto
al ataque.
Al final había sido una suerte que Elías corriera en su busca y le pidiese que lo
acompañase a su coche para darle suerte por su entrevista. Si no lo hubiera hecho ella
nunca habría pasado por la chabola de María y su abuela podría haber muerto, suerte
que tenía idea de primeros auxilios aunque ahora necesitaba ese médico ¡ya!
Dos calles más allá, Elías aguardaba la salida del coche de Maca. Aún no podía creer en
su suerte. Su plan estaba saliendo a la perfección y los pequeños contratiempos se
habían solventado casi sin esfuerzo, y en cuanto a Sonia, todo había salido aún mejor,
no solo consiguió alcanzarla antes de que hablase con Sacha sino que al final no había
tenido que hacer nada para deshacerse de ella. Sonrió pensando en María, al final
aquella cría le había ayudado sin saberlo. Había tirado de Sonia para que viese a su
abuela y él se había marchado a su “entrevista de trabajo”, soltó una carcajada y Salva
lo miró asustado, cada vez estaba más seguro de que el estudiante estaba loco y le daba
miedo, pero le iba a pagar muy bien, aunque ahora que se acercaba el momento no
estaba seguro de querer hacer aquello, a fin de cuentas la puta esa se había molestado en
buscarle un trabajo, ¡pero qué decía! si parecía su madre ¿limpiar la mierda de aquellos
era un trabajo! no, claro que no, un trabajo era lo que estaba haciendo junto a él,
prepararse, planificar, aguardar y en pocos minutos, atacar y luego estaría “forrao de
pasta”. ¡Eso si que era un buen trabajo!
Maca salió del recinto sin escuchar las recomendaciones de Isabel. La detective le había
gritado algo de una nota pero ella ni siquiera la había prestado atención vio como,
Isabel, impotente, dio la orden a una patrulla para que la siguiera. Los dos agentes
montaron en el coche patrulla y esperaron a que saliera para colocarse tras ella.
En el exterior sus ojos apenaras repararon en el espectáculo dantesco que tenían delante.
Le gustaría haber salido de allí a toda velocidad pero era imposible. Había objetos
tirados por doquier, el humo casi no la dejaba ver, mujeres, hombres y niños corrían de
un lado a otro, algunos golpearon su coche, Maca no reparó en María que al verla
comenzó a hacerle señas para que se detuviese, sin ningún éxito. La niña corrió tras el
coche e intentó ponerse delante para que la viese, Maca estuvo a punto de atropellarla,
si no llega a ser porque Sonia tiró hacia atrás de la pequeña, la pediatra frenó la marcha
y la miró pero no se detuvo, Sonia estaba junto a ella y también le hizo señas
indicándole que parase, Maca negó con la cabeza y continuó calle abajo. Sonia cogió el
teléfono, la mirada de Maca le había producido un escalofrío, la conocía lo suficiente
para saber que algo no iba bien. Al cabo de un segundo, el móvil de la pediatra comenzó
a sonar, pero no lo cogió.
Tan absorta iba en sus pensamientos que no reparó en que los agentes ya no la seguían.
Otros dos hombres se situaron frente al coche de la pediatra y le indicaron que debía
tirar por otra calle, aquella debía estar cortada, pensó, y obedeció sin darle más
importancia, saldría por el camino viejo. Ni siquiera tuvo en cuenta que por allí no
habría nadie esperándola a la salida.
Su cabeza era un hervidero. No dejaba de preguntarse cómo Esther podía pensar así de
ella, ¿era cierto que todos la odiaban! ¿qué nadie la quería allí! todas esas preguntas se
agolpaban en su mente y morían entre sus sollozos. Apenas pendiente de la carretera no
se percató de que un par de motos la rebasaban y se colocaban delante. Elías sintió una
excitación especial al hacer aquel adelantamiento, miró hacia atrás, Salva le seguía a un
paso y se situó paralelo a él como ya le había indicado, cuando los dos estaban delante
de ella, frenaron el paso, instintivamente Maca redujo la marcha pero sin prestar
atención a la maniobra. Su mente solo podía pensar en Esther, y en las palabras que le
había dicho, “un circo”, “llamar la atención”, las lágrimas volvieron a rodar por sus
mejillas, “no haces nada por levantarte de esa silla…”, ¡si ella supiera! ¿cómo podía
pensar de ella que pasaba por ese calvario a diario solo por llamar la atención? Aunque,
quizás había algo en lo que Esther tenía razón y la gente la odiaba, volvió a la misma
idea, pensó en los derribos, en la batalla campal que había presenciado a la salida, a
pesar de las promesas del Patriarca, pensó en aquellos niños semidesnudos corriendo y
llorando, en María que le había hecho señas que ella había ignorado, en su cara de
decepción, en Sonia… ¿qué hacía allí? Estaba claro que la vida seguía, pero ¿y la suya!
tenía la sensación de que la suya había vuelto a pararse de sopetón como ya lo hiera
años antes, pero con una enorme diferencia ya ni tenía fuerzas ni ganas de seguir
adelante, ya no. “Esther, … solo hay un tú y un yo, pero nunca habrá un nosotras”,
pensó, le había quedado tan claro, que si alguna vez, en contra de todo lo que le decía su
cabeza había albergado una mínima esperanza de que las cosas fuesen distintas, acababa
de esfumarse con aquellas palabras, “nunca formaré parte de tu circo”. Volvió a
sollozar.
De pronto las motos se detuvieron en medio del camino, obligando a la pediatra a dar un
fuerte frenazo. Los jóvenes bajaron empuñando lo que a Maca le parecían enormes
estacas. Intentó dar marcha atrás pero por el espejo retrovisor divisó otra moto que le
cortaba el paso. Los nervios la atenazaron. No sabía qué hacer. Isabel le había dicho
muchas veces que nunca se detuviese, ni siquiera aunque se le echasen al suelo en mitad
del camino, pero eso era muy fácil decirlo, no podía, no podía atropellar a nadie a
sangre fría.
En décimas de segundo sus pensamientos volaban de una cosa a otra. Cogió el móvil,
¿dónde estaban los agentes de Isabel! tenía que llamarla, necesitaba su ayuda, pero las
palabras de Elías acudieron a su mente “No se fíe de ella”, “cuando menos lo espere la
dejará sola”, ¿debía creerlo! ¿llamar a Isabel era la mejor opción! los consejos de Sonia,
Claudia y Esther también acudieron a ella “Isabel se preocupa por ti”, “eres tú la que se
lo pones difícil”, confiaba en ellas, seguro que tenían razón, marcó el número de la
detective sin dejar de repetirse el contenido de la última nota, de la nota que no le había
enseñado a la detective, de la que estaba segura que sí podía ser cierto lo que le decía y
no una más para amedrentarla: “disfruta de esta noche, será la última”. Echó todos los
seguros como siempre le indicaba la detective. “Venga, Isabel, contesta, ¡contesta!”,
pensó desesperada.
Los jóvenes, cubiertos con las capuchas de las cazadoras y una bufanda tapándole la
cara, se acercaron al vehículo en actitud amenazante. Uno de ellos sacó algo del bolsillo
y lo accionó, Maca escuchó que los seguros del coche se abrían de nuevo, ¿tenían sus
llaves! ¿cómo podían tener sus llaves! el miedo no la dejaba pensar. Se acercaron unos
pasos más, no podía verles las caras pero su imaginación le hacía creer que sonreían.
Con rapidez accionó los seguros de nuevo y otra vez los abrieron, pero no contaban con
que su vehículo podía bloquearse desde dentro y recurrió a ello. Al ver que no les
funcionaba la llave los jóvenes volvieron a hacerle señas, Maca interpretó que le
impelían a bajar. Su corazón se aceleró, “vamos, Isabel, ¡vamos! ¡contesta!”,
murmuraba con el teléfono en la mano.
- Baja de ahí, ¡puta! – dijo más alto uno de los jóvenes al tiempo que golpeaba la
parte delantera del coche - ¡que bajes te digo!
- Tranquilo – susurró Elías al oído de Salva – mientras menos hables mejor.
- Si con esto no sabrá quienes somos – protestó refiriéndose al distorsionador de
voz que el gitano les había hecho ponerse sobre la nuez.
- Haz lo que yo te he dicho y cierra el pico – ordenó con tal furia que Salva se
asustó. El gitano dio un ágil salto y subió a la parte al capó del coche, pegando
su cara al cristal y sonriendo, aunque Maca no podía ver aquella sonrisa, solo
sus ojos, aquellos ojos que reconoció al instante, aunque no quería creer que
fueran ellos, lo ojos más fríos que había visto en mucho tiempo.
“Vamos, vamos”, seguía murmurando Maca, desesperada, estaba claro que la detective
no la escuchaba con el griterío de la gente. Finalmente, respondió.
- ¿Si! ¿Maca?
- Isabel, tienes que venir, necesito ayuda – habló con precipitación y nerviosismo.
- Pero… ¿dónde estás? – preguntó perpleja “¿ayuda! ¿Dónde estaban sus
hombres?”, pensó con rapidez.
Maca no respondió, Salva intentaba abrir la puerta sin éxito, Elías alzó la tranca y
golpeó con fuerza sobre el parabrisas del coche. ¡Esa puta no se iba a reír de ellos! Un
golpe, dos, tres… y el cristal cedió.
La detective colgó ante la atenta mirada la Laura, que había acompañado a Sacha a la
salida, y Esther que rápidamente comprendió lo que sucedía. La detective subió al
vehículo dispuesta a salir cuando la puerta se abrió y Sonia entró con María, tras ella
llegaban los dos agentes que Isabel había mandado seguir a Maca, cruzó unas palabras
con ellos y salió al exterior. María, no paraba de lloriquear asustada por lo que veía. La
socióloga se sorprendió de encontrar en el portón a Esther e Isabel.
- Laura tenéis que ir a casa de María su abuela no está bien – explicó Sonia de
espaldas a la entrada.
- ¡Sonia! ¿Pero tú no….? – comenzó a preguntar Laura aunque se detuvo al ver
volver a Isabel.
- ¡No podemos salir! – informó Isabel.
- ¿Qué pasa? - preguntó Sonia nerviosa.
- ¡Maca! ¡necesita ayuda! – explicó la detective corriendo hacia la puerta de atrás.
- ¡Las motos! – gritó Esther viendo como Fernando y Mónica llegaban también
hasta ellos – id con Sonia y María, les ordenó a los recién llegados saltándose
toda la jerarquía, solo podía pensar en Maca y en que estaba en peligro. ¡Tenía
que ir a buscarla!
Fernando abrió la boca para protestar pero no le dio tiempo y, perplejo sin saber que
estaba ocurriendo, se quedó mirando como las tres corrían hacia el aparcamiento. Isabel
cogió la radio y alertó a sus hombres, necesitaba que algunos efectivos acudieran al
camino viejo.
- ¡Vamos Esther! – gritó Laura – en la tuya llegaremos antes. ¿Dónde está Maca?
– se volvió hacia Isabel que corría junto a ellas para coger una de las motos de
los médicos.
- En el camino viejo – gritó – salimos por detrás – les ordenó a ambas – no quiero
tonterías, haced lo que yo os diga, Esther voy contigo, ¡vamos!
Esther saltó a la moto e Isabel subió tras ella. Laura iría en una de las pequeñas. Se
dirigieron a la parte trasera y uno de los agentes le abrió la pequeña puerta.
* * *
En el camino viejo Maca intentó arrancar pero Salva se había encargado de rajarle los
cuatro neumáticos, comprobó con pavor que no podía hacer nada, solo esperar que
Isabel llegase cuanto antes. El cristal había cedido, en un par de segundos los dos
asaltantes estaban sobre el capó, intentó accionar de nuevo el vehículo y arrancar pero
uno de ellos metió medio cuerpo por el parabrisas y le arrancó los mandos. Maca echó
hacia atrás el asiento en un gesto instintivo de alejarse de ellos. Uno soltó una carcajada
ante sus esfuerzos por no ser alcanzada.
- Vamos, puta, sal de ahí – le gritó uno. Maca intentaba reconocer sus voces pero
no podía.
- ¡Cógela! – escuchó decir al otro. Salva recibió la orden de Elías que tiraba de
Maca por un brazo. El chico obedeció e hizo lo propio del otro. Maca intentó
zafarse sin éxito – tira de ella imbécil – gruñó aquel idiota le estaba haciendo
hablar más de lo que quisiera.
Metieron casi todo el cuerpo en el coche y tiraron de Maca pero el cinturón de seguridad
les impedía sacarla. Maca se quejó cuando notó que se le clavaba en el estómago. Elías
sacó una navaja y la pediatra al verla cerró los ojos temiendo lo que le esperaba, pero
con un hábil tajo el gitano la soltó del cinturón y tiraron de nuevo dejándola tumbada
boca a bajo sobre el capó del coche con las piernas colgando por encima del
salpicadero. Solo podía ver los zapatos, aquellos zapatos, ¿cómo se le ocurría pensar
ahora en esos zapatos! ¿quién se pondría unos castellanos impolutos para hacer algo así!
sí, era él, no era su voz, pero era él, eran sus ojos y era un hortera.
- Y ahora, puta, vamos a divertirnos – escuchó decir a Elías, estaba segura de que
era él aquellos ojos.
- ¿Por qué haces esto Elías? – preguntó intentando aparentar tranquilidad.
Salva miró a Elías impresionado de que lo hubiese reconocido y con el miedo reflejado
en los ojos, si también lo reconocía a él e iba con el cuento a su madre… ¡no quería ni
pensarlo! no solo lo iba a echar del trabajo, si no que le esperaba una buena. La sola
idea de enfrentarse a una Rosario enfurecida lo hacía cagarse en los pantalones. El
gitano leyó ese miedo en los ojos de su ayudante y decidió demostrarle cómo se trataba
a una puta.
- Calla – dijo propinándole una patada en el costado – aquí solo se habla cuando
yo lo diga – gritó con voz ronca.
- Eso puta ¡cállate! – lo imitó dándole un ligero puntapié en el otro costado.
Maca se quejó sin fuerzas, sentía la opresión en la boca del estómago, en esa postura no
podía respirar, le faltaba el aire. Intentó apoyar las manos para incorporarse.
Maca tenía la sensación de que hacía más de media hora que había hablado con Isabel
“¿dónde coño se ha metido! ¿dónde están sus hombres?”, pensó desesperada e
impotente, tenía que hacer algo, tenía que defenderse. Intentó incorporarse de nuevo,
esta vez fue Salva el que le pisó una mano con tal fuerza que la pediatra no pudo evitar
gritar de dolor a pesar de los consejos de Isabel.
- Así me gusta puta – lo escuchó decir – buenos pulmones, ¿no decías que no
podías respirar? O ¿es que me estabas mintiendo? ¿eh? – se agachó y la cogió
del pelo levantándole la cabeza para verle la cara – ¿me estabas mintiendo? –
gritó a escasos centímetros de ella.
- No – respondió escuetamente.
Elías la soltó provocando que se golpease de nuevo contra el capó. Le extendieron los
brazos en forma de cruz y Salva volvió a pisarle la mano manteniendo el pie sobre ella,
así no intentaría levantarse de nuevo. Maca hizo esfuerzos por librarse sin ningún éxito.
Elías golpeó con la tranca sobre el capó del coche con tal fuerza que Salva se sobresaltó
y dejó de pisar la mano de la pediatra. Maca aprovechó para cerrar de nuevo los brazos
e intentar levantarse y coger algo de aire, pero Elías le propinó otra patada haciéndola
caer de nuevo, exhalando un quejido sordo.
- No puedo… respirar… por favor – pidió clemencia, sabía que no debía hacerlo,
pero no podía más, parecían no darse cuenta que se estaba asfixiando.
Escondido entre los matorrales del camino la escena era observada por un joven que
disfrutaba de lo que veía. Había hecho bien en hacerle el encargo a aquél gitano. Tenía
buenas ideas y sabía cómo llevarlas a la práctica.
- Calla puta – repitió Elías golpeándola de nuevo y mirando a Salva le dijo - ¿no
querías estrenarte! ¡toda tuya! – le indicó con el brazo que hiciese su trabajo.
Salva miraba a Elías indeciso, una cosa era haber estado días maquinando lo que le
harían y otra muy diferente tenerla allí tumbada, indefensa, casi sin protestar. La había
imaginado defendiéndose, gritándoles, insultándolos… pero estaba en silencio,
esperando su destino. La recordó en su chabola “si te pasas por el campamento el
trabajo es tuyo”, creía odiarla, pero viéndola allí, no podía, no podía hacerlo.
- ¡Vamos! acaba con ella – le impelió el gitano con su mirada más furibunda.
Salva se asustó de aquellos ojos y levantó su tranca dispuesto a descargarla con toda su
fuerza sobre ella, le daba más miedo el gitano y sus represalias, que las consecuencias
de lo que estaba a punto de hacer.
- ¡Quietos! – escucharon una voz entre los matorrales del borde del camino - Yo
le ayudo doctora – escuchó sin poder ver quien era, le tenían la cara pegada al
capó y no le dejaban levantarla – dame la mano Maca, levántate – dijo el hombre
en la distancia enronqueciendo la voz.
La pediatra escuchó aquella voz y aquellas palabras, no era Isabel, ¿quién era! esa
voz… la conocía… si… estaba segura de conocerla. De pronto una especie de fogonazo
la hizo sentir un escalofrío, todo le parecía negro, estaba muy oscuro, no estaba allí, la
voz le repetía que se levantase pero no podía, no podía moverse, no podía coger aquella
mano que le tendían. No podía respirar.
- No puedo respirar –murmuró.
- Y crees que eso nos importa – lanzó una carcajada – ¿aún no ha captado que ese
es el objetivo?
* * *
Por el camino Esther no era capaz de controlar ni sus nervios ni la moto. Intentaba ir
todo lo rápido que podía pero la cantidad de auténticos agujeros que había en el mismo
le impedía ir más rápido. Aún así la guiaba con una pericia que sorprendió
agradablemente a Isabel. Aquella chica era toda una caja de sorpresas. Hacía tres
minutos que habían salido pero tenía la sensación de que hacía una eternidad.
Y ahora subida en aquella moto, intentado luchar contra el tiempo para llegar junto a
ella solo podía pensar que si no lo lograba, nunca podría confesarle que la quería, que
todas sus palabras solo eran fruto de la impotencia que sentía por no poder tenerla junto
a ella, por saber que en su vida no tenía cabida y por ser incapaz de confesarle sus
sentimientos.
* * *
Cientos de metros más adelante, en mitad del camino, ante la orden de aquel recién
llegado, Elías se detuvo y detuvo también a Salva. El hombre que permanecía oculto al
bode del camino se hizo visible y se acercó a ellos. Elías bajó del capó, cogió del pelo a
Maca y le levantó la cara para que viese al recién llegado. La pediatra lo reconoció al
instante, ¡era el chico que la atacó en la calle! Sin cubrirse en absoluto, manifestando
que no tenía ningún problema en que le vise la cara, se acercó a ella con una sonrisa que
helaba la sangre. Maca sentía un fuerte dolor en el cuello e intentó apaciguarlo
apoyándose sobre sus manos pero Elías le dio un golpe volviendo a separarle los brazos.
- Buenos días doctora – sonrió el recién llegado – ¿no me dice nada? – preguntó
ante el silencio de la pediatra.
- Habla, puta – Elías le tiró más fuerte del pelo.
- ¿Qué… quieres que diga? – preguntó Maca casi sin respiración.
- ¿Qué quiero? – rió - ¿qué quiero! ¿qué tal una disculpa?
Maca lo miró sin comprender. Le sonaba su cara como el primer día pero no sabía quien
era, no era capaz de reconocerlo. “¿Disculparse! ¿de qué debería disculparse?”
Elías tiró aún más del pelo y sonrió al ver su gesto de dolor, pero no consiguió que de
ella saliera el más mínimo quejido, eso exasperaba al gitano que deseaba verla suplicar
y arrastrarse ante él. Pero tenía claro que cumplía órdenes y hasta que él no le diera
permiso no podía hacer lo que estaba deseando.
- ¿Crees que hoy es el día? – le preguntó con voz baja y ronca, acariciándole la
mano con la yema de los dedos mirándola fijamente a los ojos. Maca no
respondió y se ganó un nuevo puntapié, esta vez de Salva que había subido de
nuevo al capó, pero la pediatra ni se inmutó.
- Imbécil, no le des en las piernas – gruñó Elías. Salva se corrigió y la golpeó en
el costado, esta vez si escapó un quejido de sus labios.
- Responde – impelió Elías volviendo a levantarla aún más fuerte del pelo, ante la
satisfacción de aquel hombre al ver el dolor y el pánico en los ojos de Maca.
- Sí, respóndeme – acercó su rostro al de la pediatra.
- Si - dijo Maca.
- ¿Si qué? – saltó Salva golpeándola de nuevo sin que nadie le diese permiso,
empezando a cogerle el gustillo a la situación. Esta vez el dolor fue tan agudo
que cerró los ojos y notó cómo se le saltaban las lágrimas.
- ¡quieto potrillo! – ordenó Elías al ver la cara de desagrado de aquel hombre –
baja de ahí – y tú contesta de una puta vez – gritó golpeando su cabeza contra el
capó y volviendo a levantársela del pelo.
- Sí, creo que lo es – murmuró aturdida y asustada al ver que aquel hombre sacaba
una navaja y la abría acercándosela a la cara, le zumbaban los oídos por el golpe
que acababa de recibir, “¿Dónde esta Isabel?”, pensó desesperada, ¡hacía tanto
que la había llamado! no iba a llegar a tiempo. ¿Escuchaba el motor de su moto
o eran sus malditos oídos que no dejaban de zumbar?
- Tch, tch, tch – negó con la cabeza al tiempo que chascaba la lengua contra los
dientes en señal de negación – como siempre, se equivoca doctora – respondió
arañando levemente su antebrazo con el filo de la navaja y sonriendo al ver
brotar la sangre - no lo es, hoy no, antes habrá un día en que nos divertiremos…
tú y yo – hizo una pausa y se acercó tanto a ella que podía sentir su aliento - Nos
vemos, doctora – terminó dándose la vuelta y perdiéndose por el mismo lugar
por el que había aparecido.
- ¿Quien es este? – preguntó Salva atónito.
- ¡Calla! – contestó de mal humor, ¿qué significaba aquello! ¿qué no podía
disfrutar con su presa! ¡de eso nada! ¡no estaba dispuesto! ¡él también tenía
derecho a divertirse! Dio un salto y subió de nuevo al capó.
- Bien puta, ya has oído, hoy no te toca… pero… antes… seremos nosotros los
que nos divirtamos.
A lo lejos los dos percibieron el ruido de un motor. Alguien se acercaba. Elías levantó la
vista y oteó. No se veía nada. Igor también estaba de espaldas sin dar muestras de
preocupación. Casi nadie cogía aquel camino. Maca lo escuchaba cada vez mejor ¡sí! lo
distinguiría entre un millón, ¡era su moto! y eso solo podía significar una cosa ¡Esther
venía en su busca! la sola idea le provocó una sonrisa que no pasó desapercibida a Elías.
- ¿De qué coño te ríes? – le gritó golpeándola de nuevo – a ver si ahora te ríes
tanto – dijo saltando sobre el capó de nuevo.
Salva levantó su tranca para estrellarla sobre la pediatra, pero Maca al verse libre de
sujeción y alentada por la idea de que Esther llegaría en segundos, se incorporó sobre el
antebrazo derecho y con su mano izquierda cogió a Salva por un tobillo haciéndolo caer
desde lo alto del coche y consiguiendo que fallara en su intento. La reacción de Elías
fue inmediata, levantó la tranca y la estrelló contra la espalda de Maca, que quedó
inmóvil sobre el capó.
- Vamos sube – ordenó Elías a Salva que se había levantado con dificultad y
miraba hacia el final del camino donde ya se adivinaba un punto. Alguien se
acercaba a toda velocidad.
Igor montó en su moto y llegó junto a ellos, echó un rápido vistazo hacia la pediatra que
aturdida por el golpe, con la mente puesta en aquél motor que cada vez sonaba más
cercano, en Esther y el miedo a ser golpeada de nuevo, luchaba sin éxito por volver a
incorporarse. Elías la miró y en su cara se dibujó un sonrisa que no era visible pero que
transmitió tal expresión a sus ojos que dejó paralizados a los dos chicos, incapaces de
imaginar lo que estaba pasando por su mente. El gitano se agachó y volvió a levantar a
Maca del pelo, los ojos de la pediatra se cegaron por el sol al intentar mirarlo, en
décimas de segundo comprendió que, ante aquel hombre de musculatura formidable y
armado, no tenía nada que hacer. Instintivamente cerró los ojos, provocando la ira de
Elías.
Maca obedeció con lentitud, sin pronunciar sonido alguno, lo vio en cuclillas junto a
ella, apoyado en el palo con la mano que le quedaba libre. Sin dejar de mirarla, volvió a
gritar.
- Sube aquí.
- No – se atrevió a responder Salva asustado ante la idea de que llegase alguien -
“¡Vamos!”, “nos va a pillar!”, es la enfermera, es su moto, la conozco.
Maca observó como Elías miraba hacia la voz, pero su cara decía que no estaba
dispuesto a marcharse, la pediatra intuía lo que pretendía, a pesar de lo que había
ordenado aquél desconocido estaba segura de que no lo obedecería, y todo por su culpa,
por ser una bocazas y por lo que acababa de decir aquél chico. La iba a matar. Su
corazón se aceleró de nuevo.
* * *
Esther conducía a toda la velocidad que le permitía aquel camino. Laura la seguía a
unos cientos de metros.
- Allí está – escuchó a Isabel gritarle al oído – Esther levantó la vista hacia la
lejanía un instante pero rápidamente volvió a fijarla en el camino.
El coche de Maca era un punto distante, pero cuando dejó de serlo, Isabel le gritó.
- Acelera.
Esther levantó la vista . La separaban unos trescientos metros del coche y percibió a
alguien subido en la parte delantera del vehículo, de pronto lo vio enarbolar un palo y
descargar un golpe. Su corazón se heló. Su cuerpo reaccionó como venía haciéndolo en
los últimos meses, el miedo volvió a atenazarla, un rápido fogonazo y no estaba allí, de
nuevo se vio en el orfanato, cerró los ojos y paró la moto.
* * *
- Fuera de aquí – le gritó a los dos chicos – ¡fuera! Pero antes coged su bolso,
inútiles, ¡vamos!
Maca escuchó abrir su coche y luego, arrancar una moto y a los pocos segundos la otra.
Elías quitó la vista de ella y los observó un instante. Eso le dio una idea. Golpeó como
pudo la tranca en la que estaba apoyado y Elías se tambaleó un segundo, pero la falta de
fuerzas de la pediatra impidió que el joven cayera. Elías clavó su vista en ella sonriendo
irónico.
Permaneció mirando a lo lejos del camino, sintiendo la excitación del peligro, aquella
moto cada vez se escuchaba más cercana, ya no era un punto en la lejanía. Maca intentó
incorporarse, así tumbada no podía respirar. Elías la miró, sonrió, y volvió a descargar
un golpe, esta vez sobre su hombro. Un dolor intenso se extendió por todo el brazo y el
costado, ahora sí que no podía respirar, ya ni siquiera era capaz de moverse. Elías se
agachó de nuevo junto a ella, le levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos, ambos
parecían estar evaluándose, él deseaba ver el miedo en ellos pero ya no era capaz de
verlo, desde que escuchó aquella moto la pediatra parecía otra. Maca leyó en aquella
mirada la satisfacción y el disfrute con lo que estaba haciendo y lo que era peor con lo
que pensaba hacer.
* * *
Esther no era capaz de escuchar a Isabel, cientos de puntos negros se cernían sobre ella.
No podía moverse, sus ojos se clavaron en aquel hombre que volvía a descargar un
golpe y ella sabía que tras ese vendrían muchos más, siempre igual, siempre impotente.
Elías una vez abajo, sonrió al escuchar los disparos, cogió a Maca del pelo y le levantó
la cara mirándola muy fijamente.
- Y tú, puta, no vas a abrir la boca – le susurró muy cerca – ¿verdad? – le preguntó
sonriendo - o me cargo a “to” dios, empezando por Sonia, la cría esa que anda
todo el día revoloteándote y la enfermera que tanto llamas y… - se detuvo
acercándose tanto que Maca sintió asco de su aliento - tú la última... ¿entendido?
– preguntó, Maca no era capaz de responder, le faltaba el aire y le dolía tanto el
cuello que solo podía pensar en que se lo iba a partir - ¿entendido? – repitió con
apremio, ante la falta de contestación de Maca.
- Si – dijo con un hilo de voz.
- Estaré muy cerca – le susurró de nuevo junto a su oído – tirando de ella hacia
atrás con fuerza – chist, ni una palabra ¿eh, puta! ¿entendido?
Maca abrió la boca para responder y evitar alguna represalia más por su silencio, pero
no tuvo tiempo. Elías la soltó golpeándola de nuevo con genio contra el capó y saltó
sobre su moto huyendo campo a través, perdiéndose entre la vegetación, justo a tiempo
para que Isabel no pudiera alcanzarlo. La detective lo vio huir, indecisa entre seguirlo,
algo estúpido a pie y sola, o atender a Maca. Pero sabía muy bien que un buen policía
primero socorre a las víctimas. Se paró un instante junto a ella. La pediatra que
permanecía de bruces sobre el capó, inmóvil, notó como le buscaban el pulso.
Junto al coche, Laura exploraba a Maca. Isabel permanecía en pie junto a ellas, alerta.
Tras unos momentos de concentración, en los que le cortó la ropa y el vendaje que
llevaba y en los que tan solo se le escapó alguna exclamación de desagrado o una orden
a Maca que intentaba incorporarse, levantó la vista hacia le detective.
- A ver, ¿te duele aquí? – le preguntó pero Maca no pudo responder, se mordió el
labio inferior y asintió lentamente - ¿Te han dicho cuanto tardarán?
- No – dijo la detective – no pueden salir del campamento. Vienen de la clínica.
- ¡Joder!
- ¿Qué pasa? – preguntó agachándose junto a ellas. Maca la miró, continuaba
temblando.
- No me mires, no quiero que me mires – dijo con nerviosismo.
- Tranquila, Maca, que nadie te mira – le dijo Laura cubriéndola con su ropa – ven
que te voy a desinfectar esto – dijo cambiando de posición y cogiéndole el brazo
para curarle el corte que le habían hecho - a ver Maca dime dónde estamos,
¿Maca?
- Estoy bien – tardó un par de segundos en responder, sabiendo que pretendía
medir su nivel de consciencia.
- Bueno pues levanta aquél brazo - la pediatra suspiró y obedeció.
- Muy bien.
- Te… lo… estoy diciendo ¡joder cómo escuece! ¿qué haces? – Laura sonrió, a
pesar de los evidentes golpes en la cabeza no parecía que fuese, de momento,
nada serio.
Laura respiró ligeramente aliviada. Maca tenía tendencia a cerrar los ojos pero los abría
cada vez que se lo pedía y por lo demás, parecía orientada y su respuesta motora era
buena. No le gustaban nada aquellos golpes en el costado, era necesario trasladarla
cuanto antes, pero con un poco de suerte todo quedaría en un susto.
- Laura... tienes que ir y… - Maca se detuvo para tomar aire – los alojáis en …
barracones y…
- Quieres dejar de pensar en el trabajo – la recriminó.
- Fernando sabe y Sonia… - volvió a guardar silencio y se le saltaron las lágrimas
pensando en la joven.
- Maca, ¡por favor!
- Quiero que Sonia... se quede en el campamento – continuó sin hacerle caso –
ella… ella tiene que quedarse… tiene que…
- Tranquila que yo se lo digo.
- ¡No! Llámala, quiero… quiero – otro ataque de tos la silenció. Le dolía todo el
cuerpo cada vez que tosía pero tenía que conseguir que Sonia estuviese a salvo –
dile a Esther que se quede contigo… quiero que os ocupéis de… - cada vez
respiraba peor.
- Maca, por favor… - le exigió enfadada – ¿te duele mucho al respirar?
- Si – murmuró en voz baja – pero estoy bien… ya me dolía antes…solo… me
duele un poco la cabeza.
- No hables más, no te preocupes por nada que nos encargamos de todo. Sonia ya
está en el campamento y está organizando los realojos, pero por favor, no hables.
La detective se levantó y miró hacia la enfermera. Laura levantó la vista y asintió. Isabel
fue en su busca. Al llegar junto a ella comprobó que seguía exactamente en la misma
posición en la que la dejara.
Esther la miró sorprendida, desde que la viera ir hacia ella se estaba preparando para
recibir una airada bronca, pero no había sido así y la desarmó.
- Bien… no sé que…
- No tienes que darme explicaciones – la cortó tajante.
- ¿Cómo está Maca? – preguntó con temor.
- Le han dado una buena paliza… - se detuvo al ver que la enfermera parecía
demasiado afectada solo por escucharlo - No te preocupes, parece que solo ha
sido un susto, aunque tiene varios golpes feos y… está asustada y nerviosa.
Deberías acercarte.
- Lo sé – dijo bajando la vista – pero… no puedo… no puedo verla… así.
- Ya he llamado a la ambulancia, llegará en cualquier momento. ¿Por qué no
vienes conmigo? – le preguntó tirando ligeramente del brazo de la enfermera
pero Esther se zafó y negó con la cabeza – Esther, reconozco un bloqueo cuando
lo veo, ya te he dicho que no tienes que darme explicaciones pero… si me
permites un consejo… no creo que vayas a poder con esto sola ¿has buscado
ayuda? – le preguntó directamente – yo podría darte un par de números… en la
policía…
- Gracias, ya te los pediré cuando los necesite – respondió secamente mirando
hacia la ambulancia que ya llegaba.
- Maca ha preguntado por ti – le confesó.
La enfermera la miró con tristeza, “¿Maca quiere verme! seguro que no, después de lo
que le he dicho”, Isabel sintió simpatía por ella e intentó darle conversación, distraerla y
conseguir que fuese con ella.
Esther cabeceó asintiendo casi sin escucharla, no podía dejar de pensar en que no había
hecho nada por ella, en que como siempre se había quedado paralizada. Podían haberla
matado y… estaba convencida de que Maca no querría ni verla. Isabel creía que sí pero
se equivocaba, ella estaba segura de que no, era imposible que la quisiera cerca.
Aunque… quizás si se lo contase todo, si le explicase… volvió a mirar hacia la lejanía.
Tenía que ir con ella, tenía que reunir fuerzas.
Esther asintió sin protestar, lo entendía, es más deseaba que Maca tuviese protección
algo que ella nunca podría darle. Llegaron a tiempo de ver como introducían la camilla
de Maca en la ambulancia.
La pediatra permanecía con los ojos cerrados. Su mente reproducía una y otra vez la
discusión con Esther y las palabras de Elías, tenía miedo y tenía frío, mucho frío. A
Isabel le pareció que estaba más pálida que antes.
* * *
En mitad del camino viejo, Laura permanecía apoyada en el coche de Maca y Esther
unos metros más allá, en pié parecía pensativa. Ambas guardaban silencio. Un coche de
policía se acercó a ellas. Tenían orden de Isabel de encargarse del vehículo de Maca y
de custodiarlas hasta el campamento. Esther permanecía con la vista fija en el horizonte
por donde había desaparecido la ambulancia. Laura le había contado con todo detalle
cual era su estado pero le había insistido tanto en que le decía una valoración superficial
con lo poco que había podido evaluar a Maca, que estaba intranquila, tenía la sensación
de que le estaba mintiendo y que en realidad sí que había visto algo que le ocultaba.
Esther comenzó a llorar abiertamente y Laura sintió que todo su enfado se esfumaba. La
cogió y la abrazó con fuerza.
Esther llegó a la Clínica corriendo, no había nadie en recepción e imaginó que estarían
aún en la zona de boxer, al entrar, vio esperando fuera a Teresa que se enjugaba las
lágrimas con un pañuelo y a Vero abrazándola, también afectada. Isabel paseaba de un
lado a otro impaciente y cabizbaja. El alma se le cayó a los pies, Maca…
No podía ser, no podía. Maca no. Corrió hacia ellas, desesperada, dándole igual lo que
pudieran pensar.
Teresa negó con la cabeza, incapaz de responder y Esther, imaginando lo peor, comenzó
a llorar desconsolada. Si no hubiera detenido la moto, si no fuera tan cobarde.
Adela llegó hasta ellas. Venía del box y su cara de preocupación no presagió nada
bueno.
Isabel se acercó al grupo al escuchar aquellas palabras. Estaba deseando hablar con
Maca, lo había intentado en la ambulancia pero había tenido que desistir ante la
insistencia del médico en que no la molestase.
Esther asintió y salió corriendo hacia el interior dejándolas solas. Isabel corrió tras ella y
la detuvo en la puerta.
En el box, Claudia permanecía con Maca que estaba aturdida por los golpes. La
neuróloga no había podido separarse de su cama, porque Maca cada vez que lo hacía se
alteraba, no dejaba de mirar hacia la puerta, con una expresión de pánico que enternecía
a su amiga. Claudia, mantenía cogida su mano y la miraba con cariño, eso parecía
tranquilizarla.
Maca clavó la vista en la puerta de nuevo, Isabel entró en ese momento y aquél
movimiento pareció sobresaltarla.
Isabel miró a Maca que permanecía con los ojos cerrados, se acercó a ella.
Maca asintió y clavó la vista en ella viendo como se dirigía a la puerta. Al cabo de un
instante volvió a preguntarle a Claudia.
- Claudia… ¿has pedido…? – se detuvo de nuevo sin saber qué era lo que quería
decirle pero la neuróloga respondió adivinándolo.
- Sí, Maca, he pedido de todo, eco, placa de columna, AP Cervical… y ya te
hemos hecho todas las pruebas. Estamos esperando los resultados.
- ¿Ya?
- Sí, ¿no lo recuerdas?
- Si – murmuró intentando recordarlo – si – repitió – me acuerdo.
Cruz, que se había detenido un instante en la puerta para informar a todos, entró en ese
momento y se dirigió a ella.
- Maca, ya tenemos el resultado de todas las pruebas, has tenido bastante suerte,
aunque en el TAC se aprecia que tienes un hematoma en el frontal izquierdo – le
explicó con la calma y el tono profesional que solía emplear con sus pacientes,
asegurándose de que la pediatra le estaba prestando atención. Maca al escuchar
esas palabras revivió el último golpe que le dio Elías levantándola del pelo y
estrellándola sobre el capó y movió inquieta los ojos haciendo un ligero gesto
que Cruz interpretó de miedo por lo que acababa de decirle – tranquila, no es
grave, vamos a tenerte vigilada 24 h y ver como evoluciona. ¿Como estás?
- Me duele el hombro y… me duele un poco la cabeza.
- ¿Has tenido nauseas o ganas de vomitar?
- Si – murmuró tras un segundo en que parecía pensar en la pregunta, aturdida -
Un poco.
- Pero… ¿lo has hecho? – preguntó preocupada mirando hacia Claudia que negó
con la cabeza, nadie le había dicho nada.
- No.
- Bueno… tranquila – le repitió apretándole la mano y bajando la voz se dirigió a
la neuróloga – Claudia, ¿puedes venir un momento?
- Si – respondió y mirando a Maca – ahora vienen a prepararte, ¿de acuerdo? – le
acarició el antebrazo y soltó con dificultad la mano que le tenía asida la pediatra
que asintió sin pronunciar palabra, cada vez le dolía más la cabeza. Y empezaba
a sentir una pesadez en los ojos que no le indicaba nada bueno.
- En unas horas te repetiremos el scanner, de momento, la focalidad está bien – le
informó Claudia acariciándola en la mejilla – no te preocupes.
- Vale – respondió con voz apagada - ¿Estáis seguras! yo creo que…
- Tú descansa… y no hables tanto. Ahora te van a subir a la UCI, nos vemos allí
¿de acuerdo? – le dijo Cruz. Maca asintió sin pronunciar palabra, obedeciéndola.
En la puerta Cruz se dirigió a Claudia.
Maca notó que se marchaban pero cada vez le costaba más trabajo mantener los ojos
abiertos. Escuchó que entraba alguien, tenía miedo, pero se calmó pensando en la
enfermera que debía prepararla para subirla a la UCI, estaba segura de que no le decían
la verdad. Estaba cansada, muy cansada y mareada. No podía pensar con claridad. No
dejaba de darle vueltas a lo que le había dicho Esther. ¿Cómo podía creer que estaba así
por gusto, por llamar la atención! ¡si supiera lo que le habían dolido sus palabras! pero
nunca lo sabría. Sintió que la cogían de la mano e hizo un esfuerzo por abrir los ojos y
mirar hacia ese lado.
Maca asintió con una sonrisa triste y cansada, Esther prosiguió con su relato, sin
percatarse de que Maca casi no podía escucharla.
- Al alba del día siguiente, cuando aún todos dormían, Margarette y yo salimos
por la parte de atrás. Seguras de que no nos había visto nadie recorrimos los tres
kilómetros que nos separaban del hospicio. Cuando llegamos, temimos que fuera
demasiado tarde. Pero no lo era. Las niñas permanecían allí, agazapadas y en
silencio, ya casi sin provisiones. El olor era nauseabundo, habían hecho sus
necesidades en un rincón y se habían hacinado en el otro. Esperaban pacientes
una muerte segura y rezaban, como les habían enseñado las hermanas, porque no
fuera así.
* * *
Esther bajó del taxi cabizbaja, Teresa no la había dejado marcharse en la moto y había
de reconocer que la recepcionista tenía razón, estaba tan distraída que se había
equivocado de dirección y allí estaba, ante la puerta de la casa de su madre. Pensó en
dar media vuelta y marcharse, si había algo que le apeteciese menos en aquellos
momentos era escuchar una reprimenda de su madre, pero se imaginó entrando en su
piso de alquiler, sola, y no se sintió con fuerzas de volver. Además, tenía ganas de
hablar con alguien, alguien que pudiese entenderla y consolarla, y su madre, a pesar de
sus defectos y de que no conectaba muy bien con ella, no dejaba de ser su madre. Miró
el reloj, a esas horas debería haber estado cenando con Maca, ¡qué diferente había
resultado todo a como había imaginado!
Finalmente, se decidió a entrar, cogió las llaves que aún conservaba, Encarna se había
negado en redondo a que se las devolviese, y abrió la puerta. Entró con tal abatimiento
que Encarna, dejó a un lado la sorpresa inicial de verla allí, temiendo que le ocurriese
algo.
- ¡Esther! ¡qué sorpresa! – se levantó y fue hacia ella con los brazos abiertos
dispuesta a besarla y abrazarla - ¿pasa algo?
- No – respondió en voz baja prolongando aquel abrazo.
- ¿Qué haces aquí hija?
- Mama – musitó notando que le temblaba el labio inferior – yo… no me apetecía
estar sola.
- Pero… ¿no ibas a compartir piso con Laura? – preguntó aparentando no darse
cuenta del estado anímico de su hija.
- Si, pero esta noche no dormirá en casa. Se ha quedado en el campamento.
- ¿Por qué?- preguntó con toda la intención - ¡no me digas que también vais a
trabajar por las noches!
- ¿No ves las noticias? Creo que hemos salido en todas – respondió molesta
porque su madre no fuera capaz de percibir que estaba a punto de derrumbarse
¡era su madre! debía notar esas cosas.
- Si las he visto, han echado abajo unas cuantas chabolas y muy bien que hacen
esas gentes son parásitos, nos roban la luz, se quedan en unos terrenos que no
son suyos, y los demás aquí…
- Mama.. - protestó casi sin fuerzas, no tenía ganas de discutir.
- Bueno imagino que al trabajar allí le habrás cogido cariño a alguien, como si lo
viera.
Esther suspiró.
Esther entró en su cuarto y paseo de un lado a otro, inquieta, había sido un error subir,
su madre no iba a entenderla, ni siquiera se había molestado en preguntarle por ella. No
podía dejar de pensar en lo que había sucedido en el box. Había vuelto a cagarla, ¿cómo
era posible que no se hubiese dado cuenta de lo que le estaba sucediendo a Maca! no
podía olvidar las caras de Cruz y Claudia cuando entraron alertadas por el avisador. Las
lágrimas pugnaban por brotar de nuevo. Mecánicamente se subió en una silla y del
altillo del armario sacó una caja. En ella guardaba viejas fotografías y algunas cartas.
Bajó y se sentó en la cama, contemplando aquellas imágenes de las dos juntas,
evocando viejos tiempos. Releyó algunas de las notas que Maca solía dejarle, se tumbó
en la cama llorando, entre las lágrimas y los recuerdos se quedó adormilada, imaginó
que Maca entraba en su habitación, que la veía allí un instante, sonriendo, frente a ella,
y se sentó sobresaltada, abriendo desmesuradamente los ojos, tenía la sensación de
sentir su presencia pero la realidad era muy diferente, y sintió un miedo atroz,
recordando las leyendas africanas, en las que los espíritus de los muertos acudían a
despedirse … esa sensación de tenerla allí junto a ella…, no quería ni pensarlo, no
podía. Se tranquilizó pensando en que si hubiese pasado algo la habrían llamado. Se
levantó, estaba mareada y decidió tomar un poco de aire. Su madre dormitaba en el sofá.
Salió a la terraza, y se apoyó en la baranda, mirando hacia abajo, pensativa, si le pasaba
algo a Maca… no se lo iba a perdonar nunca, nunca.
- ¿Cómo está! porque imagino que a ti lo que te pasa es eso ¿no? – Esther asintió
cabizbaja.
- Está fatal mama y es culpa mía.
- ¿Qué es fatal? – preguntó armándose de paciencia, conociendo lo tremendista
que era su hija.
- Está en coma, mama – reveló con voz entrecortada – en coma – repitió
echándose a llorar de nuevo.
- ¡Caramba! – no pudo evitar exclamar - ¿en coma?– preguntó sorprendida y, al
mismo tiempo impresionada, sin saber qué decirle - en la televisión no dijeron
que fuera tan grave – confesó descubriéndose, pero Esther estaba tan abatida que
no reparó en el detalle.
- Isabel cree que es mejor que, de momento, no se sepa y su familia está de
acuerdo.
- ¿Han venido?
- Aún no, llegan mañana.
- Pues ya han tenido tiempo desde esta mañana, digo yo – empezó a criticar,
nunca le había gustado aquella gente tan estirada.
Esther se quedó algo preocupada con aquellas palabras, ¿qué sería aquello que pasó en
el pueblo! pero no tenía ganas de luchar contra su madre para enterarse. Solo tenía
ganas de estar allí junto a ella, sintiendo su abrazo y dejándose mimar como cuando de
pequeña, se caía y su madre la colocaba en sus rodillas y la abrazaba hasta que se le
pasaba el dolor. Sabía que el dolor que sentía ahora no se pasaría con un abrazo y unas
palabras de consuelo, pero sonaban tan bien ese “se pondrá bien ¡ya verás!”, y
¡necesitaba tanto escucharlo! que se dejó hacer y se acurrucó junto a ella.
* * *
Sonia, se despidió de Mónica y bajó del coche pasada la media noche. La tristeza que
sentía se reflejaba en su rostro. Era conciente de que sería incapaz de pegar ojo, pero
Fernando y Laura habían insistido en que se marchase del campamento a pesar de las
instrucciones de Maca.
- ¡Dios mío! ¡Elías! ¡qué susto me has dado! – exclamó, con la mano puesta a la
altura del corazón - ¿qué haces ahí sentado a oscuras?
- Te esperaba – le dijo apretando los labios en un gesto de disculpa.
- Te dije que no vendría.
- Pero… has venido – sonrió – quería saber como había ido todo y… si al final
hubo mucho jaleo.
Elías cambió la mirada sin que ella lo percibiese. ¿Serían imbéciles! ¿cómo habían
cometido ese fallo? Suspiró negando con la cabeza, tenía más trabajo del que pensaba.
Y quizás tuviese que comenzar esa misma noche. Se levantó y cogió su teléfono.
Lo despidió en la puerta y permaneció unos segundos apoyada en ella tras cerrarla. Elías
estaba muy raro y había dicho cosas que… tenía que pensar pero ahora no podía hacerlo
con claridad. Necesitaba descansar, quizás todo fuesen imaginaciones suyas. Seguro que
mañana vería todo de otra forma. ¡Maca! pensó de nuevo con las lágrimas saltadas,
necesitaba tanto hablar con ella.
* * *
La mañana siguiente Esther llegó al campamento antes de las ocho. Había sido incapaz
de pegar ojo, esperando temerosa una llamada que no se produjo, eso era buena señal, se
decía continuamente, para convencerse de que Maca no había ido a peor, hasta que al
fin, harta de dar vueltas en la cama, se decidió a levantarse y marcharse a trabajar, al
menos allí estaría con los demás. Y quizás ellos supieran algo más. Aquella ausencia de
noticias y aquella espera la estaba matando.
Esperaba encontrar mucho movimiento de gente en el campamento teniendo en cuenta
que los barracones estaban llenos pero se sorprendió al ver que todo permanecía en
silencio, hasta tal punto que se sintió culpable por el ruido del motor de su moto.
* * *
Elías cogió sus llaves y entró con sigilo en el piso de Sonia. Lo más seguro es que ya no
estuviese en casa pero no se fiaba de que fuera así, quizás había decidido no ir a
trabajar. Entró en el dormitorio y comprobó que la socióloga no se encontraba allí.
Sonrió. ¡Qué gran aliada estaba resultando ser!
¿Y su hermano! ese sí que se había alegrado de verlo, tanto, que le costó algo de trabajo
invitarlo a aquel viaje. Al menos, no podrían decir de él que no era un hermano
generoso. Soltó otra carcajada por la ironía que se le acababa de venir a la mente. ¡Pobre
infeliz! su mejor viaje. Era cuestión de horas que diesen con él y entonces…. “muerto el
perro se acabó la rabia”, masculló.
Terminó de desayunar con tranquilidad. Iría a arreglarse. Tenía que estar impecable para
pasar el día junto a su payita. Se excitaba solo de que le contase con detalle el estado de
la puta esa, esperaba que no la palmase porque entonces no vería un duro, aquél tipo
había sido muy claro, la quería para él. “Doctora, doctora”, pensó en ella y volvió a
sentir el nerviosismo previo al ataque, disfrutó imaginándose el momento de verla.
Deseaba de forma ya imperiosa volver a mirar directamente a sus ojos castaños, leer de
nuevo el pánico en ellos, buscar el momento de quedarse con ella, recrearse en su terror,
beber de él, a veces, le parecía incluso olerlo. Entró en el baño y se apoyó en el lavabo.
El espejo le devolvió la mirada. Volvió a sonreír ante aquellos ojos, esos ojos que
causaban asombro e infundían temor. Sí, estaba satisfecho de aquella mirada que había
ensayado en tantas ocasiones. Pero, ahora, libre de espectadores, en soledad, podía ser el
mismo y recrearse en ella, era la fría mirada de un hombre sin corazón, de un asesino.
* * *
* * *
A Esther la mañana se le hacía interminable. No podía dejar de pensar en Maca. Laura
intentaba sacarle conversaciones comentando los sucesos del día anterior. Contándole
todos los rumores que corrían por el poblado, pero a Esther le daba exactamente igual
que el culpable de la revuelta fuera un gitano o un payo, le daba igual que el Patriarca
hubiera montado en cólera al enterarse que uno de sus hijos le había traicionado y le
daba igual que todos anduviesen revolucionados buscando a los culpables. La primera
de ellos Isabel, con la que se habían cruzado en un par de ocasiones y que corría de un
lado a otro por el poblado, además las había obligado a salir con dos agentes que no se
separaban de ellas.
Las tres caminaron en silencio. Esther la comprendía. No podía imaginar lo que debía
ser no solo estar preocupada por Maca sino sentir que, siendo ella la encargada de su
seguridad, había fallado. Y además, tener la responsabilidad de atrapar a su agresor.
Encontró a sus compañeros aún sin sentarse a la mesa. Laura y Mónica charlaban en un
rincón y Fernando estaba ausente.
- Esther – la llamó Laura – ven. Estamos esperando que Fernando vuelva ha ido a
llamar a Cruz.
- Pero… ¿no os han llamado para deciros nada?
- No – respondió Mónica – debe seguir igual.
- Claro… - murmuró la enfermera pensativa basculando de un pie al otro
mostrando su nerviosismo.
- Tranquila, mujer – le dijo Mónica.
- Si, eso es muy fácil decirlo - suspiró.
- Bueno… aquí todos estamos igual, no creas que eres a la única que le afecta esto
– le respondió y Esther bajó la vista.
- Bueno, bueno, no vayáis a discutir vosotras ¿eh? que estamos todos un poco
nerviosos – intervino Laura temiendo alguna reacción de Esther ante el tono de
Mónica.
- No voy a discutir con nadie – dijo Esther con desgana girándose y dándoles la
espalda – me voy – anunció - tengo que recoger una cosa en casa de mi madre.
- ¡Oye! no te enfades – saltó Mónica más suave – perdóname, que… me he
pasado, yo también estoy nerviosa.
- No es por eso – se volvió – tengo que irme.
- Pero… ¿no esperas a ver que dice Fernando? – le preguntó Laura extrañada,
sabía que llevaba toda la mañana deseando saber algo – mira aquí llega.
Esther se detuvo y aguardó las noticias. Las tres lo miraron y el médico llegó hasta
ellas.
María José asintió apretando los labios en lo que intentaba ser un esbozo de sonrisa
agradecida. Esther se puso el casco y salió, ante la atenta mirada de la anciana, que no
pudo evitar recordar las palabras de Maca “Esther me odia”, sonrió levemente, con
tristeza “¡qué equivocada estás, querida!”, pensó, sentándose de nuevo en una de las
sillas que habían colocado en la puerta del barracón.
* * *
Esther entró corriendo en la clínica, Teresa levantó la vista y le hizo una seña de que
esperase un momento, estaba hablando por teléfono. Cuando colgó salió del mostrador
y se fundió con ella en un abrazo.
- Vamos, vamos Teresa – la consoló Cruz mirando las caras circunspectas de las
otras dos – tenemos que ser optimistas. Estos contratiempos son normales y
sabemos como controlarlos.
- Sí, Cruz tiene razón – intervino Claudia - de momento todo va bien. Esto va a
ser muy lento. Tenéis que haceros a la idea. Lo importante es que no ha ido a
peor.
- Entonces… ¿no va a despertar? – preguntó Teresa.
- Esto no es estar dormido y despertar, Teresa. Si todo va bien irá recobrando la
consciencia poco a poco.
- ¡Ay! el disgusto que se va a llevar Rosario – exclamó pensando en la madre de
Maca – ¡ella que pensaba que ya estaría despierta!
- Llega esta tarde ¿no? – preguntó Vero.
- Sí, hija, sí – respondió Teresa con cierto tono de reproche, enjugándose una
lágrima, no entendía como no había hecho por llegar la noche pasada y eso que
Rosario se había desmedido en justificaciones, pero que quería, ella no lo
entendía.
- Bueno... pues… yo tengo que irme – dijo Vero – en dos horas entro a grabar se
justificó. Esta noche me llego.
- ¿No quieres pasar a verla? – le preguntó Claudia con una sonrisa.
- ¡Claro que quiero! – exclamó – no sabía que podía.
- Tú si – le sonrió – Maca se alegraría de verte – comentó ante la cara de
circunstancias de Esther que se sintió completamente fuera de lugar. Allí estaban
las cuatro personas que habían estado junto a Maca en sus peores momentos,
Cruz abrazada a Teresa y Vero junto a Claudia.
- Gracias – respondió iniciando la marcha, de pronto se volvió mirando a Esther
que se había quedado al margen - ¿vienes? – le preguntó afable – seguro que a
Maca también le gustaría que estuvieses ahí – le sonrió con tristeza. Esther se
quedó tan perpleja que no respondió, jamás se hubiese esperado aquella
invitación por parte de Vero, y menos después de lo mal que empezaron.
- Uy, perdona Esther, – se disculpó Claudia - claro entra tu también, pero solo un
momento, ¿de acuerdo?
- Yo también quiero entrar – protestó Teresa.
- Tú… no… tú me acompañas a tomarme un café que estoy muerta, y así comes
algo – le dijo Cruz con autoridad, preocupada por ella - luego entramos nosotras
– le sonrió tirando de ella hacia el ascensor conocedora del mal rato que estaba
pasando la recepcionista y de la impresión que se iba a llevar al ver a Maca, a la
que ya se le iban notando todos los golpes que le habían dado. Tenía el tiempo
de un café para prepararle el cuerpo.
Claudia abrió la marcha, se detuvo ante el policía que Isabel tenía apostado en la misma
y dio los nombres de las dos, luego, traspasó la doble puerta. Tras ella, Esther penetró
en la pequeña sala que daba acceso a los pasillos que conducían a la sala principal y a
las habitaciones individuales. La enfermera, acostumbrada a todo aquello cogió
mecánicamente una bata, unos patucos, una mascarilla y unos guantes. Vero permaneció
parada, hasta que Claudia le dijo que hiciera lo propio. Toda aquella parafernalia la
impresionó. Nunca había estado en una UCI y así se lo hizo saber a su amiga que le
apretó el brazo en señal de comprensión.
Las guió a través de una sala diáfana donde pudieron ver dos filas de camas enfrentadas
y separadas por biombos, al fondo, junto a las ventanas un sofá, una mesa y varias
sillas. Por la habitación pululaban varias enfermeras y Gimeno charlaba con una de
ellas. Claudia levantó la mano y saludó indicando que iba para el fondo. Al final del
pasillo y después de pasar por varios cuartos que permanecían con la puerta cerrada,
llegaron hasta una de las habitaciones individuales.
Las tres avanzaron unos pasos y se quedaron paradas casi en la puerta, tanto que a
Claudia le costó trabajo pasar y cerrarla. Una enfermera, sentada en los pies de la cama
de Maca, apuntaba algo en una tablilla.
Esther estaba muy acostumbrada a aquella imagen del paciente intubado, desnudo,
cubierto con una sábana, los talones vendados, pero aún así sintió la misma impresión
que Vero y Sonia. La joven no pudo evitar agarrar la mano de Esther que sorprendida la
miró de reojo, le pareció más joven que en el campamento, observó sus enormes ojeras,
la ligera hinchazón de sus párpados y como se mordía el labio inferior, afectada por
aquella visión.
Ninguna respondió, todas tenían muy claro lo que pensaban al respecto. Esther no podía
dejar de mirar a Maca, no podía quitar la vista de sus ojos cerrados y mentalmente no
podía dejar de repetir “ábrelos, vamos Maca, ábrelos, quiero verlos antes de irme,
¡ábrelos!”.
La respuesta dejó a las tres completamente chafadas. Esther estaba tan acostumbrada a
todo aquello que no entendía de que se sorprendía pero lo cierto es que estaba
desesperada, esa incertidumbre la estaba matando, y por mucho que todos los días se
hubiese enfrentado a situaciones similares y por mucho que supiese que había que hacer
y decir las cosas como Claudia había hecho, ella no podía evitar sentir lo diferente que
era todo cuando se sufría en carne propia, cuando era la persona a la que amaba la que
estaba allí postrada sin que se pudiese hacer más por ella, solo esperar a que los
medicamentos hiciesen efecto, respondiese bien al tratamiento y su naturaleza le
permitiese salir adelante. Enfermera milagro, pensó de nuevo, su mente voló a Jinja y al
día en que salvaron a aquel niño de unos nueve años que llegó casi desahuciado, “has
tenido que ser tú”, le dijo Germán, “no podíamos hacer nada por él pero tú has estado a
su lado hasta que has conseguido que reaccione”, recordaba aún su respuesta, “no te
equivoques yo solo quería que muriese en paz”, “pues te has debido de equivocar de
hechizo, brujilla, ya no tiene fiebre y está mejorando”.
- Gracias Claudia por todo – dijo Vero abrazándose a ella, la neuróloga le acarició
la mejilla. Esther volvió a la realidad con aquellas palabras de la psiquiatra,
quería volver a entrar, quería tocar a Maca y susurrarle al oído, pero… no podía,
¿como iba a justificar entrar de nuevo?
- Tranquila, Vero, de acuerdo, yo te llamo con cualquier cambio. Anda guapa, que
vas a llegar tarde – le dijo cariñosa.
- ¿Cuándo puedo entrar de nuevo? – preguntó Esther alterada por sus
pensamientos - ¡Necesito volver a… ¡ - bajó los ojos “¿qué estaba haciendo! no
tenía ninguna excusa y lo que era peor, ningún derecho. Claudia la miró
perpleja.
- Tengo entendido que esta tarde ibais a venir de nuevo, me refiero a Fernando,
Mónica…
- Sí, si – la interrumpió Esther – pero yo… es que… - volvió a balbucear, ¿qué iba
a decirle? ¿Que no quería coincidir con la familia de Maca! no podía decir
aquello y menos delante de Sonia – es que esta tarde… tengo cosas que hacer
y… - intentó buscar una excusa que le hiciese a Claudia invitarla a volver a
pasar pero todo le sonaba absurdo.
- Bueno mujer… pues… si todo sigue igual…. ya la verás mañana – le respondió
la neuróloga.
- Os dejo que tengo prisa – interrumpió Vero la conversación.
- Yo también me voy – dijo Esther mirando el reloj vencida, no se le ocurría nada
convincente para entrar y no podía llegar tarde al campamento – gracias Claudia.
- De nada. Tened cuidado con la carretera – sonrió mirando a la enfermera,
parecía nerviosa y distraída – Sonia, puedes venir un momento.
- También debería irme – le respondió – Rosario llega a las cuatro y … no
quiero…
- Es un minuto. Ven por favor.
En el pasillo de la UCI, Claudia sujetó por el brazo a Sonia y se dirigió a ella con
franqueza.
* * *
* * *
La chica guardó silencio, no estaba de acuerdo, y se sentía fatal por haberla hecho ir
hasta el aeropuerto para nada. Había intentado avisarla pero tenía el móvil apagado.
¡Tenía tantas ganas de verla! Entraron en recepción y Teresa, siempre pendiente de la
puerta, salió a su encuentro.
Dos horas después, Laura y Esther entraron con prisa en la Clínica, ambas tuvieron el
reflejo de mirar hacia la recepción en busca de Teresa, pero no estaba en su puesto. Se
miraron y sin decir nada se dirigieron al ascensor. Esther estaba impaciente por llegar,
después de discutir con Laura para no hacerlo en el fondo lo estaba deseando y le
agradecía que la hubiese “obligado” a estar allí. Albergaba la secreta esperanza de que a
esa altura de la tarde, casi con seguridad, Maca ya estaría despierta. Aunque entendía
perfectamente lo que había escuchado a la hora de comer y era consciente de que la
probabilidad era más bien nula, algo en su interior le decía que iba a ser así, tenía que
ser así. Llegaron a la puerta de la habitación sin problemas, a pesar de la seguridad que
Isabel había puesto en la puerta de acceso. Esther se detuvo un instante, sujetando a
Laura por el brazo. La enfermera estaba nerviosa, sabía que Rosario debía estar ya allí
dentro. Teresa le contó que llegarían a primera hora de la tarde. La sola idea de volver a
verla la hacía sentirse enferma.
Laura entró seguida de Esther, al abrir la puerta por completo, las dos pudieron ver que
Rosario no estaba sola, al otro lado de la cama, una joven alta, morena, con unos ojos
verdes que manifestaban tristeza, tenía cogida la mano de Maca y con la otra le
acariciaba la mejilla. La joven levantó la vista y les sonrió.
- Hola – dijo con voz queda, como si temiera despertar a la pediatra. Esther sintió
que se le hundía el mundo, debía ser ella, era preciosa y tenía una voz
aterciopelada que…
- Buenas tardes – respondió Laura - ¿aún no ha despertado?
- No – respondió Rosario secamente, mirando de arriba abajo a Esther. ¡No podía
creer lo que veían sus ojos! ¿cómo no le había dicho nada Maca! ¿Y Teresa!
tenía que hablar con ella seriamente. Ahora comprendía algunas cosas de su hija,
de sus silencios cuando le preguntaba por la nueva enfermera, de lo rara que
había estado últimamente, de las insinuaciones sobre que quizás algún fin de
semana se quedaría en Madrid sin ir a ver a Ana, si, ahora lo entendía todo y no
le gustaba nada de nada. Miró hacia su acompañante y volvió a mirar a Esther.
Pero eso no iba a quedar así, ya se encargaría ella de que esa chica se marchase
por donde quiera que hubiese venido.
Laura captó la tensión que se había creado y decidió terminar cuanto antes con aquella
situación.
A Esther se le saltaron de nuevo las lágrimas solo de pensar en la cena que no había
podido ser.
- Además algo muy importante y creo que no te has dado ni cuenta – continuó
Laura dispuesta a animar a su amiga.
- ¿El qué? – preguntó, aún con la mente puesta en la idea de que Maca deseaba
que llegase la hora de esa cena.
- ¿Te has fijado en la cara de sorpresa de su madre? Está claro que Maca no ha
contado nada y eso, a mi entender, solo puede tener una explicación.
- ¿Cuál?
- Pues que no quiere despertar la alarma en nadie. Está claro que si hubiese
pasado página, diría sin problemas que estás aquí. Tiene su vida ¿no! pues eso.
Para mí está claro que Maca te esconde porque no está segura de nada.
- ¿Me estás hablando en serio?
- Muy en serio. Quizás nunca lo reconozca, o quizás nunca se permita
reconocerlo, pero Maca, como se dice en mi tierra, bebe los vientos por una
persona y esa persona no es la que le tiene cogida de la mano, esa persona eres
tú.
La sonrisa que aún dibujaban sus labios se borró de un plumazo cuando Cruz y Claudia
llegaron hasta ellas con gesto de preocupación.
Laura miró a Esther y esta dudó, no creía que fuera buena idea que entrase de nuevo, no
se podía decir que la madre de Maca se hubiese alegrado mucho de verla.
- Yo debo ir al campamento esta noche – se excusó – pero ¿me vais a decir qué es
lo que pasa?
- No pasa nada Esther, todo sigue igual que antes – le dijo Cruz apretándole el
brazo – Si quieres entrar serán solo unos minutos – le informó transmitiéndole la
sensación de que estaba interesada en que estuviese presente.
- Sí, vamos con vosotras – aceptó Laura por ella, cogiendo a Esther del brazo –
vamos – le dijo y acercándose a ella le susurró – tienes que estar ahí cuando abra
los ojos. ¿No te das cuenta que Cruz te lo está diciendo? – la enfermera asintió
cabizbaja, se le revolvía el estómago solo de pensar en ver de nuevo a Rosario,
esa mujer conseguía que se sintiese insignificante, no podía olvidar la mirada
que le había echado.
- Yo… prefiero esperar aquí – dijo Teresa sentándose en una de las sillas, aún no
se había recuperado de la impresión que se llevó por la tarde cuando entró con
Cruz a verla.
- Claro Teresa – le sonrió Cruz comprensiva.
Cuando ellas estaban a punto de entrar, Rosario salió corriendo de la UCI. Todas se
temieron que le pasaba algo a Maca.
Las cuatro formaron un círculo y hablaban con voz baja. Laura empujó ligeramente a
Esther y le indicó que se acercara a la cama. La enfermera negó con la cabeza y enarcó
las cejas. ¿Cómo iba a hacer eso? Laura insistió y Esther comprobando que Rosario
estaba de espaldas a la cama se atrevió a hacerlo.
Maca permanecía con los ojos cerrados. Esther sabía que si todo seguía igual quizás
abriría los ojos en unos momentos, aunque también sabía que eso no tenía por qué
significar nada. La observó y notó que se le saltaban las lágrimas, deseaba decirle tantas
cosas, no soportaba la idea de no tener ocasión de hacerlo, de que… “deja de pensar
tonterías”, se dijo. Miró de reojo al grupo que comenzaba a mantener una discusión
acalorada. Estaba claro que Rosario no era fácil de convencer. Creyendo que no era
vista se decidió a hacer lo que tanto había deseado, acarició disimuladamente el brazo
de la pediatra que permanecía inmóvil, el monitor mostraba la estabilidad de sus
constantes, volvió a mirar hacia atrás, Laura se había sumado al grupo, entonces se
decidió, se acercó al oído de la pediatra y musitó unas palabras, “despierta, vamos,
Maca, abre los ojos”. Maca seguía sin manifestar ninguna señal de actividad. Esther
volvió a susurrarle al oído, “venga, cariño, ábrelos”. Al cabo de unos instantes, como si
la pediatra necesitase unos segundos para procesar aquello, el avisador comenzó a pitar
y las cinco se volvieron sobresaltadas, Esther también se retiró asustada sin comprender
qué pasaba. Claudia corrió hacia Maca.
- Vamos debéis salir – ordenó Cruz con autoridad – vamos, vamos – casi las
empujó.
- ¿Qué pasa? – preguntó la chica visiblemente afectada - ¿qué está pasando?
- ¡Laura, por favor! - le pidió Cruz que corrió junto a Claudia – ¡Salid!
- Esther dile a Toñi que entre – dijo Claudia. La enfermera salió corriendo en
busca de su compañera.
- Vamos querida – cogió Rosario a la chica que se había quedado paralizada a los
pies de la cama.
- Vamos a salir – les indicó Laura posando su mano sobre la espalda de ambas
empujándolas hacia el exterior ante la mirada agradecida de Cruz.
Las cuatro abandonaron la UCI, Rosario aparentaba tranquilidad sin embargo, Esther
sabía que no era así, reconoció aquel gesto de nerviosismo y sintió cierta lástima por
ella, ni siquiera en una situación como esa era capaz de mostrar sus emociones. La
madre de Maca se agarró al brazo de la joven y suspiró. Laura y Esther se miraron,
ambas sabían lo que significaba aquel pitido. Teresa se levantó al verlas llegar.
Rosario respiró aliviada y la chica se sentó en una de las sillas, el susto que se había
llevado dentro, seguido de las palabras de Laura habían provocado que le temblaran las
piernas.
Se quedó con la vista en el grupo y se volvió hacia Esther que permaneció en pie, junto
a Laura.
- Gracias a dios que ha aparecido Adela – dijo de pronto – yo tampoco creo que
Maca deba ser trasladada.
- ¿Y porqué no lo dices? – le espetó molesta arrepintiéndose al instante al ver la
cara de desconcierto de la joven. Se encogió de hombros y respondió con
suavidad.
- Es su madre – susurró – y….
- ¿Y qué! tu también tienes derecho a opinar – le dijo fulminándola con la mirada.
La joven se movió incómoda en la silla y bajó la vista. Esther no entendía como
Maca consentía todo aquello, y menos conociendo como era Maca. Quizás fuera
cierto lo que le dijo el día de antes y la Maca que ella conocía ya no existía.
- Bueno… hay que saber llevar a Rosario y… no es fácil que escuche cuando está
obcecada por algo – comentó – en eso es clavadita a Maca – sonrió nostálgica y
Esther sintió que se moría de celos y que al mismo tiempo la compadecía y le
caía bien, ¿cómo podía caerle bien! no lo sabía, pero lo cierto era que aunque
quería odiarla no podía, aquella chica era muy dulce.
- Maca se va a poner bien, ya verás, no te preocupes – le dijo de pronto la
enfermera sintiendo la necesidad de reconfortarla, seguro que Maca agradecería
que alguien apoyase a su mujer.
- Eso espero – suspiró de nuevo.
- ¿Por qué no te quedas esta noche con ella? – preguntó casi reprochándoselo – no
entiendo como os podéis marchar sin…
- Rosario no quiere dejar solo a Pedro y Maca está bien cuidada… - se apresuró a
justificar enrojeciendo levemente - además en la UCI no se puede quedar nadie.
Jerónimo iba a venir… pero al final ha habido un problema en las bodegas y se
ha tenido que quedar – habló precipitadamente, con nerviosismo como si se
avergonzara de toda aquella situación.
- Pero… ¿y tú? – insistió – y sé que no soy nadie para meterme donde no me
llaman pero… no lo entiendo.
- No te preocupes, no me importa – le sonrió comprensiva desarmando a Esther -
Yo no puedo quedarme. Además mi hermana está aquí, si Maca la necesita
estará a su lado. Yo… no quiero dejar a las niñas solas.
- ¿Niñas?
- Si – sonrió – tenemos dos niñas.
Esther abrió la boca con una cara de sorpresa tal que la joven la miró extrañada.
- Eh, no tenía ni idea, Maca nunca … - no sabía que decir, porque era cierto que
Maca jamás hablaba ni de ella ni de “¿sus hijas?”, no daba crédito a que eso
fuera cierto, pero decírselo no podía decírselo, a nadie le sentaría bien saber que
su mujer jamás hablaba de ella ni de sus hijas y..
- Es normal, a Maca no le gusta hablar ni de ella ni de su vida – reconoció sin
parecer importarle – Además ¿por qué iba a tener que contar nada de la familia?
- Si… claro – respondió pensando “¿por qué! porqué va a ser, porque eres su
mujer y son sus hijas, es normal mencionaros alguna vez”.
- A nosotros tampoco nos cuenta casi nada de todo esto. Maca es así.
- ¿Cuántos años tienen? – le preguntó intentando aparentar normalidad – digo las
niñas.
- La mayor tres años y medio y la pequeña cumple tres meses la semana que
viene, aún le doy el pecho – le dijo en lo que le pareció entender que era una
forma de justificar su marcha. Ahora entendía porqué era Maca la que siempre
iba a Sevilla los fines de semana, pero lo que no entendía era porqué no se
venían a vivir a Madrid.
- Maca dice que por culpa de tu trabajo no puedes venirte a Madrid – le dijo
lanzando un farol en un intento de sonsacarla.
- ¿Maca ha dicho eso? – preguntó extrañada haciendo un gracioso gesto con la
boca y las cejas – pues… no lo entiendo…. – guardó silencio pensativa - En
todo caso no es solo por el trabajo, yo jamás he querido vivir en Madrid, ni
jamás nos lo hemos planteado. Nos gusta Jerez y trabajar en las bodegas es lo
mejor que me ha pasado en la vida.
- Creí que vivíais en Sevilla.
- No – dijo mirándola, ¿por qué le interesaría aquella chica tanto su vida? – soy
química en el laboratorio de las bodegas y Jero… - se interrumpió de pronto,
acababa de recordar de que le sonaba y abrió la boca exclamando - ¡ya sé de que
te conozco! – Esther se sonrojó temiendo que supiese, en realidad, quien era - Tú
eras la enfermera amiga de Maca ¿no? – dijo haciendo memoria – hará… ¿unos
seis años puede ser! en Navidad ¿te acuerdas! bajasteis a Jerez.
- Pues… - dudó, claro que se acordaba de haber estado con Maca aquellas
navidades en Jerez, pero no recordaba en absoluto haberla visto a ella.
- Si, mujer, ¿te acuerdas de nochevieja! quedamos en las bodegas, ¿Recuerdas que
Jerónimo apareció con un grupo de amigos y que Maca se enfadó con él por no
avisarla a tiempo de comprar más cosas?
- Si – murmuró pensativa.
- Pues soy Ana, la amiga de Jerónimo, ¿recuerdas que me ofrecí para ir a comprar
y que Maca se negó y al final fuimos las dos? Tu te quedaste allí y cuando
volvimos te habías agarrado una buena con el vino, ¡lo que nos hiciste reír! –
exclamó nostálgica - recuerdas que Maca tuvo que acostarte… - hizo una pausa
y pensativa exclamó - ¡que bien me lo pasé aquél día!
- Si, ya me acuerdo – dijo Esther sintiendo que se moría de celos, ¿qué significaba
aquello! que Maca y Ana… no, eso no podía ser, no podía ser que aquel día... –
tú… salías con el hermano de Maca ¿no?
- No, entonces aún no – respondió y guardó silencio cuando volvió a hablar su
voz estaba quebrada por la emoción - desde ese día supe que Maca sería
alguien… alguien especial para mí, lo sentí aquí – dijo señalándose el corazón -
¡y vaya si lo ha sido! – suspiró con lágrimas en los ojos – no puedo imaginar que
llegue un día y… y no esté. Y su hermano menos, ¡la quiere tanto!
- No va a pasar eso – se sintió obligada a consolarla – ya verás, se pondrá bien.
- Sí, tienes razón – le sonrió cogiéndola de la mano – hay que ser optimistas ¿no?
– preguntó retóricamente, la enfermera asintió devolviéndole una sonrisa triste -
gracias Esther.
Claudia salió en ese momento de la UCI y las dos se levantaron. Fernando iba con ella y
no parecía especialmente preocupado, claro que el médico siempre tenía aquella
expresión de seriedad que Esther aún no había aprendido a descifrar.
Las tres se marcharon dejando en el pasillo a las demás. Adela clavó la vista en la
enfermera, estaba claro que aquella chica iba por libre. Había ignorado completamente
sus sugerencias, ahora entendía lo que Maca había visto en ella y no pudo evitar sonreír,
volviéndose hacia Rosario.
- Os invito a cenar – les dijo – conozco un restaurante aquí cerca, no es nada del
otro mundo, pero esta bien. Así descansáis un poco.
- Muchas gracias hija – aceptó la proposición - ¿vamos? – le preguntó a Ana.
- No, yo… prefiero quedarme aquí – respondió con timidez.
- Pero mujer, aquí hasta dentro de unas horas no puedes hacer nada.
- Ya lo sé, pero… prefiero esperar… gracias.
- ¡Cómo quieras! – respondió Rosario ligeramente molesta por su negativa – no
vayas a entrar otra vez sin mí.
Ana asintió sentándose en una de las sillas, le apetecía quedarse sola además quería
hacer un par de llamadas.
* * *
- Maca no te vamos a quitar el tubo hasta que no estemos seguras, ¿de acuerdo? –
le dijo Cruz por segunda vez, la pediatra asintió lentamente. Sabía lo que
significaba aquella frase, la había dicho muchas veces. Claudia se acercó a ella y
la miró fijamente a los ojos.
- No intentes hablar, solo mueve la cabeza ¿de acuerdo? – la pediatra volvió a
asentir – ¿recuerdas lo que te ha pasado? – Maca permaneció inmóvil y al cabo
de un par de segundos cerró los ojos – Maca – la llamó – Maca – alzó la voz y la
pediatra abrió los ojos de nuevo - ¿me oyes? – la pediatra emitió un leve gemido
y Claudia se apresuró a repetirle – Maca no hables, estás intubada, mueve la
cabeza para responder, ¿recuerdas lo que te pasó? – todos permanecían atentos a
aquella respuesta aunque Cruz estaba segura de que sería negativa y
efectivamente la pediatra negó con la cabeza.
- ¿Qué pasa! ¿porqué no se acuerda! no me irás a decir que ya estamos otra vez…
- saltó Rosario, que se había acercado a la posición de Cruz y miraba a su hija,
mostrando su angustia
- No se preocupe Rosario, es normal – se volvió Cruz hacia ella - en un porcentaje
muy elevado tras un episodio de coma el paciente no recuerda los momentos
anteriores ni posteriores, es más, en un rato no recordará nada de esto.
- Ya me acuerdo de la última vez… ya….esta niña… - negó con la cabeza en
señal de disgusto.
- A ver, Maca, intenta seguir mi dedo con los ojos – le dijo moviéndolo delante de
ella – bien, muy bien. Ahora, las manos, te las voy a coger y cuando yo te diga
las aprietas – la pediatra volvió a asentir lentamente – bien, aprieta Maca – le
indicó cogiéndole ambas manos – venga aprieta – repitió al ver que no
reaccionaba mirando de reojo a Cruz preocupada, al cabo de unos segundos que
a todas se les hicieron eternos Maca reaccionó- muy bien. Vamos con los brazos
– dijo mientras Cruz le hizo una seña de que continuase por las piernas, una idea
había cruzado por su cabeza, Claudia negó sin convencimiento pero Cruz volvió
a asentir y Claudia puso cara de circunstancias indicándole que probaría – a ver
Maca, intenta levantar el brazo derecho – la pediatra hizo el intento de levantar
ligeramente el izquierdo sin éxito y ambas se miraron preocupadas, el golpe
había sido en el lado izquierdo y temían alguna consecuencia motora - El
derecho Maca - la pediatra lo levantó finalmente y ambas sonrieron satisfechas -
Estupendo. Ahora el izquierdo, vale, ya vale – le impidió seguir y se lo bajó
lentamente al ver el gesto de dolor que hizo, aquel costado y el hombro lo tenía
muy magullado y con un fuerte golpe en el omoplato. Tranquila, que está todo
bien – le dijo con una sonrisa. La pediatra volvió a emitir un ligero gemido y
pareció alterarse de pronto.
- Deberíais salir – dijo Cruz – no quiero tanta gente aquí. No es conveniente que
se ponga nerviosa. Tú si quieres, puedes quedarte – se dirigió a la joven que
negó con la cabeza saliendo tras Rosario.
- A ver Maca, ahora las piernas – le dijo Claudia en el mismo tono anterior – pero
esta vez la pediatra, hizo un gesto de incomprensión con los ojos y pensó “¿qué
coño creéis que estoy loca?”, gruñó con el tubo y Claudia se apresuró a
excusarse – perdona Maca, la costumbre - se disculpó volviendo la cabeza hacia
Cruz con una furibunda mirada..
En el exterior Rosario tenía cara de pocos amigos, no le gustaba nada que la hubiesen
echado de la habitación y menos aún que la enfermerucha aquella todavía estuviese
rondando por ahí. ¿Qué pintaba en la habitación de Maca? Cuando Cruz y Claudia
salieron la madre de Maca las recibió con cara de pocos amigos. Cruzaron unas breves
palabras con ellas y volvieron a entrar. Esther estaba nerviosa y se había situado en una
esquina con Laura, deseaba preguntarles qué tal había ido la exploración pero la mirada
de Rosario y la posterior de Adela la obligaron a permanecer a parte. Sin embargo
Teresa, no estaba dispuesta a aguantar tanta tontería. Le daba igual lo que hubiese
pasado, quería a Maca y no quería que sufriera, pero tampoco soportaba ver a la
enfermera con aquella cara de “cordero degollado” vagando por el pasillo.
- Esther acércate – le pidió la recepcionista ganándose una hosca mirada de
Rosario que sin embargo no dijo nada.
- ¿Qué tal está? – preguntó con timidez llegando hasta ellas.
- Parece que la respuesta motora es buena – respondió con seriedad Adela.
- ¿Por qué no le quitan el tubo? - preguntó Rosario, preocupada y molesta por la
presencia de Esther – no me convence lo que me han dicho, si estuviera bien se
lo habrían quitado.
- Es mejor así – le respondió Laura – tienen que asegurarse de que satura bien. Lo
harán en unos minutos, es cuestión de tiempo.
- Esta niña… no hace más que darnos disgustos y su padre… - comenzó a decir
moviendo la cabeza de un lado a otro.
- No se preocupe, Rosario, se va a poner bien – intervino Esther, intentando
congraciarse con ella, ganándose un gesto de desagrado por su atrevimiento.
- Eso no me lo creeré hasta que no me lo diga un médico – respondió secamente -
Me tengo que marchar ya – dijo Rosario.
- Pero entonces ¿no os vais a quedar con ella? – preguntó Teresa – ya se ha hecho
muy tarde y a estas horas….
- No. Nos vamos esta misma noche. No puedo dejar a Pedro más tiempo solo.
- Pero Maca va a necesitar que alguien…. – continuó la recepcionista en un
intento de ablandarla, pensando en que por mucho que Maca estuviese
acostumbrada a la forma de ser de su madre, le gustaría sentir que se había
preocupado por ella y que estaba allí. Recordaba lo mal que lo había pasado la
última vez y cómo al final Rosario cedió y pasó unos días en Madrid alojada en
su casa – podéis quedaros en casa, como la última vez y…
- No gracias, Teresa. Las cosas han cambiado desde entonces – dijo mirando a
Ana – además, no hay problema, Teresa, ya te lo he dicho, Sonia está aquí, y ya
he contratado a una chica que se quede con ella en cuanto haga falta, y…,
mañana o… cuando se pueda, nos la llevamos a Sevilla.
- ¿Y tú! ¿no te quedas tú? – preguntó la recepcionista dirigiéndose a la joven que
la acompañaba.
- ¿Ana! no querida, Ana tiene mucho trabajo – respondió Rosario por ella -
demasiado hace la criatura con haberme acompañado.
Teresa abrió los ojos y la boca con intención de responder “¿demasiado hace?”, pero no
se le ocurrió nada que decir. Los demás tuvieron la misma sensación. Entonces Esther
se decidió.
- No hace falta que contrate a nadie. Yo misma me quedaré con ella esta noche –
se ofreció solícita olvidando que debía pasar la noche en el campamento. Adela
la miró sin dar crédito a lo que acababa de hacer, esa chica era idiota.
- De eso nada – respondió con rapidez sin ni siquiera dignarse a mirarla - para mi
hija quiero los mejores cuidados – añadió con tal desprecio que Esther enrojeció
de nuevo.
- Cualquiera de nosotros se puede quedar con ella – intervino Teresa – pero a ella
le encantaría que vosotras….
- Teresa, ya hemos hablado de esto, ¡por favor! – le indicó que no estaba
dispuesta a escuchar ni un reproche más. Y que estaba abusando de su
confianza.
- Gracias a todas pero ya os he dicho antes que seremos Sonia y yo las que nos
quedaremos con ella – intervino Adela apoyando su mano en el brazo de
Rosario, sonriéndole, o frenaba aquello o la madre de Maca era capaz de coger a
su hija y llevársela aquella misma noche, que era lo que se temía que dijera
después de ver que reaccionaba favorablemente – no te preocupes que Maca
estará bien. Yo me encargo.
- De todas formas – dijo Laura – hasta que Maca no salga de la UCI…
Se interrumpió al ver llegar corriendo a Sonia. La joven había pasado más de una hora
en el aeropuerto esperándolas y cuando decidió llamarlas comprobó que había perdido
el móvil, no lo tenía en el bolso. Había intentado llegar a la clínica pero un accidente la
tubo retenida en al camino. Después de saludar a su hermana y a Rosario y tras
preguntar por Maca. Sonia se volvió a Laura y Esther con cara de preocupación.
Ambas entraron en la UCI, Rosario cogió a Teresa por el brazo y comenzó a explicarle
sus intenciones de volver a por Maca, quería que la recepcionista la tuviese al corriente
de cualquier detalle, ella ya la entendía, aunque hablase con Cruz todos los días quería
estar al tanto de todo lo demás. Esther cruzó la mirada con Teresa que por primera vez
en años se sintió incómoda de su relación con Rosario. Laura cogió a Esther y le susurró
al oído.
- ¿Quién coño se cree que es esta tía! ¿has visto la cara de Adela?
- Rosario es así – le respondió – siempre controlando todo y a todos.
Especialmente a Maca.
- Mejor que se largue y no se quede aquí – le sonrió indicándole que le quedaba el
campo abierto.
- Bueno… Adela y Sonia….
- Por Adela no creo que debas preocuparte y… me ha dicho un pajarito que Sonia
tiene otras cosas a las que atender.
- ¿El qué? – preguntó con curiosidad, interesada en el tema.
- Creo que tiene novio.
- ¿Quién te ha dicho eso?
- ¡Ah!
- Perdonad – las interrumpió Ana - Nosotras nos iremos en un momento, os
importa despediros de Sonia por mí.
- Mujer espérala, no creo que esté mucho rato dentro – le dijo Laura.
- Rosario tiene prisa – se excuso – decidle que la llamo luego a casa.
- Claro – le dijo Esther – encantada de haberte conocido – la besó.
- Gracias – respondió con timidez – igualmente.
* * *
Elías estaba desesperado, llevaba todo el día intentando localizar a Sonia y no lo había
conseguido. Había estado en el campamento asegurándose de que sus planes estaban
saliendo como él esperaba. Había llamado a la clínica preguntando por la joven y
aquella imbécil de recepcionista no había sido capaz de decirle nada. En el campamento
tampoco había estado y él la necesitaba para que todo saliese como esperaba.
Necesitaba saber como seguía aquella puta y necesitaba saber todo acerca de la
seguridad que la rodeaba. Las noticias de la prensa eran estupendas, en eso aquél tipo no
fallaba. Estaba claro que tenía buenos contactos.
Lo intentó por última vez. Nada. Seguía con el móvil apagado. Barajó la posibilidad de
ir a la Clínica, pero no estaba seguro de que fuera buena idea. Necesitaba estar con ella
cuando encontrasen a su hermano y empezaba a estar impaciente. Necesitaba tener una
buena coartada y hablar con ella antes de que nadie le contase nada por otro lado. Sabía
muy bien como convencerla de que las cosas eran como él se las decía.
Paseaba por el salón arriba y abajo, era la primera vez que Sonia se le escapaba de las
manos, ¿por qué coño no había aparecido en todo el día? El le dijo que la acompañaría a
la Clínica, le dijo que quería estar con ella…. Sintió que el color rojo se adueñaba de
aquella habitación, miró al sofá y la vio allí sentada agonizando, ¡sí! cuando eso fuera
realidad sería feliz, habría cumplido su deseo, pero antes… antes tenía que encontrarla,
¿dónde estaba?
Cogió las llaves de su moto y bajó los escalones de tres en tres, no soportaba el
ascensor, le daba claustrofobia. Salió a la calle y la volvió a ver, riéndose de él. Eres
mío, parecía decirle, te tengo en mis manos. “Nunca, puta” masculló entre dientes,
provocando que un vecino lo mirase con recelo, “el que de tiene soy yo y harás lo que
yo te diga”. Saltó a la moto alterado, tenía que ir a aquella clínica, seguro que estaba
allí.
Sonrió recordando los quejidos de Maca, su dolor y su agonía. Había obedecido, pero
cada vez el deseo de romper con aquel trato y quedarse a la pediatra para él era más
fuerte. Si no lo había hecho ya era por la pasta. Aunque si ese deseo seguía creciendo
tendría que saciarlo de alguna manera. “No la dejare ir, por más que me suplique”, se
dijo. Sin darse cuenta, había llegado a la Clínica. Y aquel deseo de ver sus ojos llenos
de pánico, de escuchar sus lamentos y de oler su miedo era ya incontrolable. Ni todo el
dinero del mundo compensaba aquella sensación de poseer la vida de una puta como
aquella.
- Sonia – dijo en voz baja sin dejar de mirar a Maca – me voy ya al campamento
¿tu te querías venir? – le preguntó con interés, aunque en realidad lo único que
había hecho era buscarse otra excusa para volver a ver a Maca.
- Si, quiero hablar con Isabel.
- Yo también – confesó la enfermera - ¿cómo sigue?
- Igual Esther – sonrió Claudia – no hace ni media hora que hemos hablado.
- Ya… pero… - agachó los ojos avergonzada ante la ligera burla de la neuróloga.
- ¿Cuándo le vas a quitar el respirador? – le preguntó Sonia.
- Si todo sigue igual, mañana por la mañana.
- Ha abierto los ojos – le dijo Sonia a Esther.
- Sí, antes también – le respondió - ¿sigue sedada?
- Sí, pero cada vez se la estoy bajando más. ¿Quieres decirle algo? – le preguntó
Claudia a sabiendas de que diría que sí. Además ella también quería ver una
cosa y es que tenía la sensación de que Maca solo se alteraba cuando la
enfermera se ponía ante ella.
- Lo que tu veas.
- ¡Maca! – fue la respuesta de Claudia - ¡Maca! – repitió pellizcándole el brazo.
La pediatra abrió los ojos y frunció el ceño arrugando ligeramente el rostro por
el dolor – mira quién tienes aquí – le dijo empujando a Esther. Maca hizo lo
mismo que segundos antes con Sonia, clavó sus ojos en ella.
- ¡Maca! – dijo Esther sonriendo acercando su rostro al de la pediatra que
permanecía con los ojos fijos en ella, pero esta vez al cabo de un par de
segundos su ritmo cardiaco se aceleró y de nuevo emitió un leve quejido
intentando mover la cabeza – tranquila, todo está bien – continuó Esther notando
que se le hacía un nudo en la garganta, enternecida. La pediatra hizo un nuevo
intento de moverse, sin éxito, y una lágrima rodó por su mejilla, Claudia cogió
una gasa y se la enjugó. Después, Maca cerró los ojos.
- Bueno… Esther… vamos – dijo tirando de la enfermera que se había quedado
reclinada sobre ella – Esther…. vamos a dejarla descansar – volvió a tirar de la
enfermera - Esta noche la pasará aquí. Mañana, cuando vengáis, casi con
seguridad podréis hablar con ella – les dijo dando por hecho que a pesar de ser
sábado y no trabajar las dos aparecerían por allí.
- A ti parece que te ha reconocido – le dijo Sonia a Esther con cierto aire de
tristeza.
- No creo, ¿verdad? – preguntó Esther a Claudia, en un intento de reconfortar a la
socióloga aunque a ella le había dado esa misma sensación.
- Posiblemente a las dos – les sonrió – anda, si vais al campamento marchaos ya –
les sonrió y las despidió en la puerta dispuesta a pasar su segunda noche con
Maca.
* * *
Bajó de la moto, miró al coche de los policías y sonrió, ¡Vaya par de pardillos!
Comenzó a pasear arriba y abajo, arriba y abajo, procurando que aquellos dos imbéciles
lo vieran bien, mirando de vez en cuando a la puerta principal y en otras ocasiones
directamente hacia ellos. Tras cinco minutos se dirigió al coche y tocó en la ventanilla.
Sonia abrió los ojos de par en par, al verlo llegar, Esther bajaba los escalones a su lado y
se sorprendió también de la escena. Elías cogió a Sonia y la besó efusivamente.
- Hola – se giró sonriente hacia Esther – Soy Elías - le dijo tendiéndole la mano –
el novio de Sonia.
- Hola – respondió la enfermera perpleja, Laura llevaba razón y Sonia tenía novio.
- ¡Elías! – fue lo único capaz de decir Sonia que se había quedado sin palabras.
- ¿Te he sorprendido? – preguntó poniendo su mejor cara – llevo todo el día
llamándote, ¿cómo está? – preguntó con un fingido interés.
- Algo mejor – respondió Sonia que parecía estar cortada - ¿verdad, Esther?
- Sí, está mejor – le sonrió al chico, “es guapo”, “alto, educado, bien parecido
pero tiene los ojos más fríos que he visto en mi vida” pensó.
- Venía a invitarte a cenar y que me cuentes con detalle – le dijo sonriendo.
- No puedo, tengo que ir al campamento.
- ¿A estás horas? – protestó frunciendo el ceño incrédulo.
- Sí – intervino Esther echándole una mano – esta noche nos toca a nosotras.
- Pero… ¡payita! llevo todo el día… - se interrumpió mirando hacia Esther y
cambió el tono de reproche por uno más animado – se me ocurre algo, os invito
a las dos, una cosa rapidita, ¿tendréis que cenar no! ¡venga! – miró a Esther que
ya estaba negando con la cabeza - ¡no admito una negativa!
- ¿Te importa, Esther? – le preguntó casi con temor.
- Bueno… pero algo muy rápido.
- Estupendo – dijo situándose entre ellas y colocando sus brazos en los hombros
de ambas – me llevo la moto y me seguís así no perdéis tiempo en traerme de
vuelta aquí.
- Esther, déjate la moto y te vienes en mi coche – le prepuso Sonia.
- No, gracias, prefiero llevármela, yo os sigo.
- Pero mujer… es mejor que vayas en coche… a estas horas y en el
campamento… es peligroso – apoyó a su novia - ¡ni te imaginas lo que te puedes
encontrar por ahí! – le dijo mostrando preocupación y riendo para sus adentros.
- No, de verdad, prefiero llevármela – se negó de nuevo. Si pensaban que se iba a
ir allí sin posibilidad de venir a la clínica en cuanto quisiese estaban locos. Ella
necesitaba saber que podía estar junto a Maca en cualquier momento, y para eso
nada mejor que su moto.
- Como queráis, preciosas, ¡seguidme! – les dijo guiñándole un ojo a Sonia.
* * *
No eran ni las ocho de la mañana del sábado cuando Isabel entró en la clínica. La
recepción estaba vacía. Y por los pasillos tampoco había movimiento. Es lo que tenía
una clínica privada, se trabajaba de lunes a viernes y se descansaba el fin de semana
excepto alguna urgencia y la atención a los pacientes ingresados. Subió camino de la
UCI. En la puerta estaba de guardia unos de sus hombres, lo despidió y se quedó ella
allí. Al cabo de unos instantes Cruz apareció por uno de los pasillos, había estado de
guardia toda la noche.
Cruz entró en la UCI pensativa, Isabel era seria y siempre se tomaba todo con
tranquilidad pero ese día parecía especialmente preocupada. Ojeó rápidamente el papel,
¿qué querría decirles! todas eran personas muy cercanas a Maca, pero a su entender
faltaban un par de nombres importantes, ¿por qué los habría excluido Isabel! se guardó
la lista en el bolsillo y entró en la habitación
Vero estaba allí dentro. La neuróloga le había pedido que estuviera presente cuando le
quitasen el respirador. Cruz la saludó con dos besos y se acercó a Maca.
- Maca te voy a sacar el tubo ¿de acuerdo? – la pediatra sintió - ya sabes lo que
tienes que hacer, cundo llegue a tres coge aire ¿entendido? – le dijo Claudia que
sonrió al ver los ojos de Maca volverse hacia arriba en un gesto suyo
característico de impaciencia.
Claudia inició la cuenta y sacó el tubo, Maca tras dar un par de arcadas y toser,
respiraba con normalidad. Isabel entró en ese momento. Y llamó a Cruz.
- Maca – la llamó Claudia al ver que cerraba los ojos – Maca mírame – la pediatra
los abrió y arrugó la frente molesta - ¿sabes donde estás? – le preguntó con una
sonrisa a sabiendas de que era así.
- Si – asintió lentamente.
- ¿Cómo estás?
- Tengo la boca seca – dijo con un hilo de voz volviendo a cerrar los ojos – me
duele la cabeza - musitó.
- Es normal Maca ahora te ponemos algo – le respondió - ¡Maca! – la llamó de
nuevo golpeándole suavemente el brazo – no te duermas, tienes que estar
despierta. La pediatra asintió pero permaneció con los ojos cerrados – venga,
abre los ojos, mira quien está aquí – le dijo sonsacándola - ¡Maca!
- Maca – la llamó Vero con una sonrisa.
- Hola – le respondió abriendo los ojos.
- ¿Te acuerdas de lo que ha pasado? – le preguntó.
- Si – dijo e Isabel se acercó a la cama esperanzada.
- ¿Qué te pasó? – insistió obligándola a recordar.
- Los derribos – dijo al cabo de un momento con dificultad, mostrando que le
costaba trabajo tanto recordar como hablar - … Esther…
- Esther está bien – le comunicó Claudia recordando la obsesión que tenía con la
enfermera antes de perder la conciencia.
- No… - musitó sin fuerzas, “¿por qué está aquí?”, pensó – campamento y los
derribos… - repitió convencida de que era inútil preguntar lo que quería saber.
- Si, los derribos, no te preocupes ahora de eso. Todo está controlado – le
respondió - pero ¿te acuerdas de lo qué te pasó a ti? – le preguntó Vero
insistiendo.
- ¿Un accidente? – preguntó desorientada – no… sé... ¿qué? – levantó sus ojos
interrogadores hacia la psiquiatra, necesitaba saber porqué estaba allí – yo… -
inspiró profundamente de forma instintiva, le faltaba el aire.
- Tranquila, ya te acordarás – le dijo Vero posando su mano en el antebrazo de la
pediatra.
- Si – murmuró – ¿Cuánto tiempo…? – preguntó.
- Llevas aquí un par de días, Maca – le dijo adivinando lo que saber.
- Mi madre… - empezó a decir pero volvió a faltarle el aire.
- A ver Maca – se acercó Cruz a la cama – voy a ponerte la mascarilla y vas a
descansar un rato. Es normal que no te acuerdes – la tranquilizó - Te hemos
drenado un hematoma – le explicó con calma comprobando que Maca se
enteraba de todo y mantenía los ojos fijos en ella. Al escuchar aquello frunció el
ceño e intentó llevarse la mano a la cabeza, sus ojos expresaban temor –
tranquila que aquí tu amiga no me hizo caso – bromeó la cardióloga viendo
como Maca dirigía sus ojos hacia el lugar que le había señalado Cruz, donde
estaba Claudia – no consintió en raparte entera, ¡con lo guapa que te iba a dejar
yo! Solo te ha rasurado una pequeña zona pero no se te nota casi nada – sonrió al
ver la cara de alivio de la pediatra, era incorregible. Maca permaneció mirando a
Claudia y sonrió. La neuróloga se acercó a ella y le cogió la mano.
- Descansa un rato, Maca – le dijo - luego te subimos a planta.
Maca asintió y cerró los ojos. La cabeza le daba vueltas. No tenía ni idea de lo que le
había pasado pero tampoco le importaba, solo deseaba que se le pasase ese dolor y saber
una cosa, ¿Esther había vuelto! podría jurar que una de las veces que la despertaron la
vio junto a su cama.
* * *
Esther entró en la clínica con precipitación, estaba nerviosa y excitada. Las noticias del
campamento la habían dejado helada, Tomas uno de los hijos del patriarca había
aparecido muerto en un descampado, al parecer de una sobredosis, pero eso no había
sido lo peor. Cruz la había llamado muy misteriosa y la había citado a las doce en punto
en su despacho. Cuando llegó a allí se encontró con Laura, Vero, Claudia y la propia
Cruz. Isabel apareció minutos después excusándose por la tardanza. Y esa reunión si
que la había tenido pensativa todo el día.
Isabel les explicó que había intentado por todos los medios descubrir al asaltante de
Maca pero tras dos días de investigación y toma de declaraciones no había sacado nada
en claro. Eso, sumado a la presión de los medios de comunicación, había provocado una
reacción en cadena, que había culminado en la supresión de cualquier tipo de seguridad
para Maca, tan solo le habían permitido continuar con la investigación de las amenazas
que sufría la pediatra. La detective había exprimido todos los recursos para que no
retirasen la dotación policial del campamento y había conseguido que les dejasen el
reten inicial y en cuanto a la seguridad de Maca no le había ido mucho mejor, tan solo
había conseguido seguir en el caso con su compañera. Ninguna de las presentes en la
reunión comprendió aquella decisión ni entendían qué estaba pasando pero, la
comprendieran o no, Isabel tenía que cumplir sus órdenes y desde el día siguiente, a
pesar de lo sucedido, si Maca quería protección tendría que pagarla de su bolsillo.
La detective les juró que no podía hacer nada, y en su desesperación les había pedido a
ellas colaboración para que Maca no estuviese sola ni un solo instante, hasta que
consiguiese enterarse de dónde partían esas órdenes e intentar que dieran marcha atrás.
Ninguna se había sorprendido de estar en aquel despacho ni de la petición de Isabel. De
hecho, la detective ya le había pedido eso mismo a todas por separado, la única
variación es que ahora estaban allí, en el mismo cuarto, reconociéndose mutuamente
como colaboradoras de la detective. Lo que las dejó perplejas a todas fue la petición
expresa de que nada de lo que ahí se dijese podía contarse fuera y mucho menos a dos
personas: Sonia y Teresa. La detective se negó a darles más explicaciones y se excusó
en que era por el bien de la investigación. Estaba claro que allí se cocía mucho más que
un simple ataque y que Isabel, sabía mucho más de lo que les había contado.
Esther estaba convencida de que hacía muy bien en mantenerle la seguridad a Maca y
en desconfiar de todo el mundo pero ¿Teresa! Esther ni lo entendía ni podía imaginar
que su amiga pudiese tener algo que ver con todo aquello, pero no podía ir a pedirle
explicaciones sin descubrirse; y, en cuanto a la socióloga, Esther lo tenía mucho más
claro, la cena de la pasada noche le reveló una faceta de Sonia que desconocía, aquel
novio suyo se había pasado la noche sonsacándolas veladamente sobre Maca y su vida,
y ella no solo parecía no darse cuenta de aquello, sino que le contestaba embobada. Y
así se lo había hecho saber a la detective al término de la reunión. Todavía le dolía el
brazo del agarrón de Isabel, que tras exigirle que le contase con pelos y señales todas las
preguntas que les había hecho Elías, la sujetó con fuerza y le reveló que estaba segura
de que ese chico escondía algo y que podía resultar muy peligroso, bajo ningún
concepto debía acercarse a Maca; algo bastante difícil de conseguir teniendo en cuenta
que era el novio de Sonia y la joven parecía dispuesta a presentárselo.
Durante el día, había intentado ver a Maca a solas pero había sido imposible y las dos
veces que logró llegar a su cuarto la pediatra dormía. Esa noche Adela la pasaría con
Maca y ella estaba ya en una terraza con Laura y Héctor tomando unas cañas cuando
Adela la llamó para pedirle un favor. Su hija había llegado de Pamplona sin avisar y no
podía quedarse con Maca, había intentado localizar a Sonia pero había sido incapaz de
dar con ella. Sin pensárselo dos veces la enfermera aceptó encantada y salió disparada
hacia la clínica dejando plantados a sus amigos.
Pero cuando llegó a la puerta de la habitación y comprobó que allí no había nadie su
pulso se aceleró, abrió la puerta de un golpe rápido y allí vio a una joven inclinada sobre
el cuerpo de Maca, no la conocía. Su primera reacción fue quedarse parada, atenazada
por el miedo, pero la joven se incorporó y fue hacia ella.
* * *
Un ruido la sobresaltó y volvió a abrir los ojos, seguía estando sola, tenía miedo y
tampoco entendía porqué, pero sobre todo, había algo que la tenía desconcertada y es
que juraría que recordaba la voz de Esther susurrándole algo al oído, pero ni siquiera
recordaba el qué, ¿era posible que Esther hubiese vuelto o se trataría de otro de esos
sueños que la perseguían desde hacía años! sí, debía ser un sueño porque juraría que la
vio vestida de enfermera. Cerró un instante los ojos, la cabeza le daba vueltas si los
mantenía abiertos, con el propósito de abrirlos cuanto antes, tenía que saber qué había
pasado, pero una imperiosa necesidad de dormir le hacía cerrarlos continuamente.
Y, de pronto, al volver a abrir los ojos, la vio. Era ella, vestida impecablemente, debía
haber ido a casa a cambiarse, porque estaba vestida de calle, ni pijama de enfermera ni
nada que le indicase que estaba allí trabajando, le pareció más bella y hermosa que
nunca. La vio sonreírle. Ante aquella sonrisa solo pudo pensar una cosa “¿eres mía! sí,
debe ser eso, aunque no sea capaz de acordarme pero sino… no estarías aquí”, ¡qué más
podía pedir a ese momento! Era perfecto, ¡lo había esperado y deseado tanto tiempo!
Vio como despacio se sentaba en el borde de la cama, y la tomó de la mano con dulzura,
clavando sus ojos en ella. Maca rogó que nunca se rompiese ese hechizo de tenerla junto
a ella. Entonces, ocurrió algo inesperado, la enfermera se inclinó y, sobre sus cansados
labios, con suavidad, depositó el beso ansiado por meses, por años…
Esther buscó una revista en su bolso, le apagó la luz dejando encendida solo la de
emergencia y se dispuso a sentarse en el sillón que había junto a la cama de la pediatra.
Maca no dejaba de seguirla con los ojos mientras se movía por la habitación y, Esther
sabiéndose observada, la miró de soslayo, aquella mirada desconcertaba a la enfermera.
- Vale – dijo cerrando de nuevo los ojos y sobresaltando a Esther que comprendió
que había respondido con minutos de diferencia a su anterior recomendación –
tengo frío.
- ¿Mejor? – preguntó.
- Si, gracias.
- Descansa – le dijo acariciándola en la mejilla.
- ¿No hay beso de buenas noches? – murmuró la pediatra.
- No – sonrió burlona pero Maca no abrió los ojos - Ya no eres una niña – bromeó
intentando provocarla, pero Maca aún no estaba para juegos.
La pediatra permaneció con los ojos cerrados, “no importa”, pensó, esbozando una leve
sonrisa, “yo si te besé, aunque tú nunca lo sepas”. Esther la observó pensativa, ¿qué
estaría pasando por su mente! estaba claro, que fuese lo que fuese era un pensamiento
agradable y deseó con todas sus fuerzas que Maca estuviese pensado en ella.
* * *
A la mañana siguiente, Esther se marchó a casa de su madre, había quedado en comer
con ella, desde que regresara era una cita ineludible en domingo. Su sustituta, Verónica,
llegó con media hora de antelación. Y tras informarse de cómo había pasado Maca la
noche se sentó en el mismo sillón que antes ocupara Esther. En la puerta, Isabel
charlaba con Evelyn que tras pasar toda la noche de guardia también se marchaba.
Isabel permaneció fuera, dándole vueltas a una idea, quizás era un poco exagerado, pero
consultaría con Cruz y quizás también con Vero, si ellas daban su autorización, tendría
el campo libre para lanzar sus redes. Lo tenía ya todo pensado, era algo complicado
pero podía resultar bien, aunque para ello necesitaría la ayuda de una persona y quizás
eso no fuese tan fácil de conseguir. Se pasó la mano por la barbilla, pensativa y miró el
reloj. Hacía más de una hora que Verónica había entrado en la habitación y desde
entonces nadie más había llegado, Cruz había hecho muy bien en restringir las visitas.
¿Se le había olvidado a la psiquiatra que había quedado en avisarla cuando Maca
estuviese despierta? O quizás era que aún estándolo, su confusión seguía siendo grande
y Verónica no quería alterarla, esperaría un poco más y luego entraría, a fin de cuentas,
no solo necesitaba saber si recordaba algo, también quería saber cómo estaba.
* * *
Horas después, cansada de esperar, Isabel entraba en la habitación. Vero estaba sentada
en el borde de la cama y mantenía cogida la mano de Maca, acariciándosela con mimo.
La psiquiatra se levantó con precipitación.
- ¡Isabel!
- Hola – dijo la detective – buenos días Maca, te veo con mejor cara – mintió en
un intento de animarla.
- Si – musitó, en voz baja. A Isabel le pareció cansada y triste.
- Le estaba diciendo a Maca que no debe preocuparse ni angustiarse por no
recordar, que ya lo hará poco a poco – le dijo a la detective para que
comprendiese que Maca aún no estaba preparada para interrogatorios.
- Ya… - comprendió la indirecta – no te preocupes Maca que daré con el que haya
sido. Aunque si recuerdas algo, cuando sea y lo que sea, me lo dices – la
pediatra la miró asintiendo e Isabel sintió una mezcla de desesperación y pena
por ella, era la mirada más vacía que le había visto a Maca jamás.
- Intento… - murmuró – lo intento, pero no… no lo recuerdo.
- No tiene porque ser una cara, ¿vale! cualquier cosa, una sensación, un olor, un
sonido, lo que sea.
- Me duele la cabeza – miró a Vero suplicante – cuando intento pensar y recordar
me duele la cabeza y no puedo...
- Tranquila, no te preocupes – le respondió la psiquiatra haciéndole una seña a
Isabel para que lo dejase, pero la detective no estaba dispuesta a darse por
vencida. En su experiencia con casos similares había conseguido que la víctima
terminase recordando algún detalle. Solo necesitaba que le dejasen un poco de
tiempo con ella.
- ¿Has dormido bien? – le preguntó de pronto la detective.
- Bueno…
- ¿Y te acuerdas de lo que has soñado?
- Vagamente – respondió con un hilo de voz - pero… ¿eso qué…. tiene…?
- ¿Te importa contármelo?
- Isabel, espera un momento ¿podemos hablar fuera? – la interrumpió Vero
preocupada por el gesto de Maca
- Si, claro, vamos – aceptó la detective.
- Isabel, no sé como decirte esto, pero.. verás, ya sé que estás agobiada por ella y
por detener a su agresor pero… aquí la psiquiatra soy yo. Y no quiero parecer
brusca, pero que la presiones así no te va a servir de nada, no debes obligarla a
recordar.
- No la estaba obligando. Solo quiero que me cuente qué ha soñado, si se acuerda,
y sino, pues nada.
- Maca no es una víctima cualquiera – bajó los ojos un momento – ya sabes que
tiene un problema importante y hay que tener cuidado. Ahora mismo está hecha
un lío con muchas cosas.
- De acuerdo, pues pregúntale tú, me dijiste que me ayudarías a conseguir que se
acuerde de algo.
- Bueno… creo que es pronto y que puede ser peligroso para ella.
- ¡Por favor! cada minuto que pasa es un minuto a favor de ese hijo de puta.
- ¿Crees qué no lo sé! a mi también me desespera, pero… Maca no está bien y… -
dudó si explicarle los motivos y decidió no hacerlo – mi opinión profesional es
que no podemos forzarla. Cruz insiste en que no debe alterarse y yo opino lo
mismo.
- Déjame hacerle solo una pregunta, solo una – le suplicó con vehemencia y
Verónica tras dudarlo un instante, consintió.
- De acuerdo. Una. ¡Vamos!
Ambas entraron en la habitación. Maca permanecía con los ojos cerrados pero al
escucharlas los abrió sobresaltada y con el miedo reflejado en ellos.
La pediatra asintió buscando con la vista a Verónica, cuando ella estaba allí, a su lado,
se sentía tranquila y el miedo y la aprensión desaparecían. La necesitaba para estar en
calma. La psiquiatra la miró y le sonrió cabeceando en señal de aprobación y Maca
levantó una mano temblorosa para coger la fotografía que le tendía la detective. La miró
un instante, al principio no era capaz de reconocer qué era aquello, luego lo supo y su
corazón se aceleró, un fogonazo y vio aquellos ojos clavados en ella, acercándose a su
cara, le dolía la cabeza, le tiraban del pelo y luego un fuerte dolor en el pecho que le
subía hasta la garganta, y no la dejaba respirar, no podía respirar, no podía respirar, se
estaba ahogando y después, nada, oscuridad solo oscuridad.
* * *
Laura entró en la habitación pasadas las tres de la tarde. Se disculpó con Vero por el
retraso y se dispuso a quedarse con Maca, que permanecía dormida.
- Puedes irte, Vero, no hace falta que te esperes a que despierte. Ya le digo yo que
te has marchado – propuso Laura al ver que la psiquiatra no se decidía a
marcharse.
- No sé. Está agitada y… antes… – se interrumpió mirando hacia la pediatra –
estaba tan asustada que… creo que es mejor esperarme.
- Como quieras, pero al menos baja a la cafetería, debes estar muerta de hambre.
- No creas – respondió arrugando la nariz - Luego tomaré algo.
- ¿Y qué es lo que ha pasado para que se asuste?
- Isabel le enseñó una fotografía.
- ¿De su asaltante?
- No. Por lo visto Isabel tiene sospechas de alguien, pero no nos quiere decir de
quien. Le enseñó una foto de detalle de un rostro y Maca, no se acordaba de
nada pero reaccionó alterándose. Luego, era incapaz de contarnos qué era lo que
había recordado. Estaba tan nerviosa que Cruz la ha sedado y le echó una bronca
a Isabel. Maca duerme desde entonces.
- Joder, entonces, Isabel… ¿sabe quién fue?
- No tiene pruebas y según ella sin la declaración de Maca, no hay nada que hacer.
- ¿Del coche no sacaron nada en claro! mientras Esther y yo permanecimos allí, lo
estuvieron procesando.
- No lo sé. Isabel no suelta prenda – respondió mirando hacia Maca que acababa
de abrir los ojos – hola dormilona.
- ¡Eh, Maca! – la saludó Laura - ¿cómo estás?
- Cansada – respondió suspirando y arrastrando las palabras – muy cansada – dijo
clavando la vista en el techo - ¿Y las pruebas?
- ¿Qué pruebas? – le preguntó Vero extrañada por esa pregunta. Maca no
respondió, estaba segura de que Vero estaba hablando con Laura de sus pruebas
y quería saber como habían salido, pero empezaba a tener claro que nadie le iba
a contar nada..
- Isabel… - dijo de pronto - ¿dónde está?
- Esta fuera, pero tranquila que no va a volver a …
- Quiero verla – la interrumpió.
- Maca…, Cruz ha dicho que debes descansar.
- Quiero verla – repitió removiéndose incómoda, comenzando a dar muestras de
alteración.
- ¿Te subo la cama? – le preguntó Laura.
- Sí, por favor – le sonrió agradecida – Vero, llama a Isabel, tengo que hablar con
ella.
- Bueno, pero… tranquila y primero llamo a Cruz. Ella decidirá si puedes verla.
- No hace falta, estoy bien – le dijo mirándola fijamente – me… me he acordado
de algo – confesó nerviosa – tengo que contárselo.
Vero suspiró y salió en busca de Isabel, Cruz estaba con ella y las tres entraron en la
habitación. Maca frunció el ceño al ver a la cardióloga, Vero parecía imbécil, ¿por qué
nadie le hacía caso! no necesitaba a Cruz, solo quería hablar con Isabel.
La pediatra estaba alterada de nuevo, con nerviosismo miró hacia Isabel con la
esperanza de que le dijese algo, pero guardaba silencio mirándola fijamente. Cruz les
indicó a Vero e Isabel que salieran. Laura se acercó a la cama y se quedó con Maca,
tranquilizándola. La detective parecía pensativa y Vero preocupada.
- Algo es algo, ¿no? – dijo Cruz mirando a Isabel con la esperanza de que aquello
le hubiese servido. No quería que volviese a hablar con ella hasta que no
estuviese mejor.
- Claro – respondió la detective sin convencimiento.
- No creo que Maca recuerde todo eso – intervino Vero.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Cruz.
- Pues.. que Maca ha estado muy agitada desde que le enseñaste esa fotografía –
se dirigió a Isabel - No ha parado de moverse y creo que ha soñado todo lo que
ha contado, no creo que lo recuerde, no creo que pasara en realidad.
- Si, eso puede ser – intervino Cruz – es muy normal que tras un episodio como el
suyo el grado de confusión aumente tras dormir. De hecho, Claudia está
convencida de que Maca tiene un síndrome de posconcusión.
- ¿Un qué? – preguntó Isabel.
- Mejor os lo explica ella pero, va a tardar en recuperarse, estará confusa y
desorientada, alternando con momentos de completa normalidad.
- Creo que no deberías darle crédito a lo que ha contado – le dijo Vero recordando
el sueño repetitivo de Maca, aquella narración cuadraba con ese sueño y estaba
segura que la pediatra había mezclado sueño y realidad. No podía hablarles de él
porque rompería su secreto profesional, pero tampoco podía dejar que la
detective tomase en consideración detalles que podían pertenecer solo a la
imaginación de la pediatra.
- De todas formas, no pensaba dárselo. Sabemos que no fue una sola persona.
- ¿Lo sabéis? – preguntó Cruz.
- Si – respondió mirando a las dos con una sonrisa – en el coche hay huellas de
dos calzados diferentes, rodadas de hasta cuatro motos contando con la de
Esther. Ha desaparecido su bolso con todo, pero nadie ha hecho uso de sus
tarjetas en el tiempo en que tardamos en anularlas, ni de su móvil. Esta claro que
el motivo del asalto no fue el robo, aunque intentaron simularlo. Pero sí que creo
que Maca está en lo cierto cuando dice que era él, creo que se trata de su
acosador, pero… hay una serie de cosas que no me cuadran.
- Esto es de locos – dijo Vero – ¿y que robaran solo su expediente en mi consulta
tiene que ver con todo esto?. – preguntó agobiada. Cruz la miró sorprendida no
tenía ni idea de aquel detalle.
- Tiene su explicación, solo que … debo dar con ella - respondió misteriosa –
Maca se fijó en una sola persona, suele suceder en estos casos, por eso está
convencida de que solo era una, pero cuando me llamó, me dijo claramente “me
están rompiendo el cristal”.
- ¿Qué vas a hacer?
- No puedo hacer nada, de momento. Si ahora doy un paso en falso, los pondré
sobre aviso. Y, quiero que cuando los coja, sea para que no salgan por la puerta
de atrás.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿Qué quiero decir? – repitió irónica – quiero decir que si detengo a alguien por
agresión, prácticamente sin pruebas, solo con indicios, y sin que Maca lo
reconozca, en cuarenta y ocho horas estará en la calle. Prefiero que se confíe,
que crea que todo ha ido bien y… si su mente funciona como creo, volverá a
intentarlo, pero esta vez, estaré esperándolo.
- ¿Quieres decir que va a venir aquí?
- Posiblemente. Pero aquí no intentará nada, si lo hace será solo para disfrutar del
daño que ha hecho. Esperará a que Maca salga. La quiere para él.
- Pero… no dices que es más de una persona.
- Sí, el acosador es una sola persona. Eso es lo que no me cuadra. Sin embargo, no
descarto otras opciones, como que trabajen para él.
- Me estas dando miedo – confesó Cruz - ¿cómo sabes todo eso?
- ¿Recuerdas tu viaje a Zurich! ¿fallé en algo de lo que te dije?
- No – reconoció.
- Confiad en mi. Cogeré a ese hijo de puta. Y.. a los demás… ya veremos –
respondió adoptando de nuevo un aire misterioso – no debemos dejar a Maca
sola. Aquí estará segura. Necesito que le mantengas la restricción de visitas – le
pidió a Cruz.
- Pues… ya no sé qué hacer con su madre. Insiste en llevársela a Sevilla, y la
pobre Adela ya no sabe que más excusas darle.
- Necesito que Maca lo reconozca y declare contra él.
- Eso será imposible en bastante tiempo – le dijo Cruz.
- Pues, esperaremos, e intentaremos que mientras a Maca no le ocurra nada. No
quiero que entre ahí nadie sin mi permiso.
Las tres guardaron silencio, del ascensor acababa de salir Sonia, la joven venía con paso
rápido y junto a ella un joven que solo Isabel conocía. La detective cambio el gesto. No
podía creerse lo estúpida que estaba siendo esa chica. Cuando esa mañana aceptó que
viniese a ver a Maca esperaba que lo hiciese sola.
Sonia llegó hasta ellas sonriente, estaba deseando ver a Maca y la llamada de Isabel la
llenó de alegría.
Ninguna respondió y las tres miraron al joven. Sonia percibió el gesto de desagrado de
Isabel y se apresuró a justificarse.
- Creo que haremos una parada antes de volver al velatorio – le dijo mirándola
con deseo.
- ¡Elías! - protestó al comprender sus intenciones.
- Mi hermano - volvió a besarla - no irá a ninguna parte - la besó de nuevo - y
yo... no puedo esperar - un nuevo beso y Sonia consintió - te amo, payita - le
dijo sonriendo, ¡ya la tenía donde él quería! Lo demás sería pan comido. Ya se
encargaría él de que esa puta no recordase nada y si lo hacía, cerrase el pico por
la cuenta que iba a traerle.
* * *
Tres días después de recuperar la consciencia, Maca había experimentado una mejoría
considerable, estaba más espabilada y aunque seguía sin recordar bien el momento de su
asalto ya iba recordando algunas cosas de las ocurridas ese día, aunque con bastantes
lagunas, que la hacían desesperarse.
Esos días Esther los pasó centrada en su trabajo en el campamento y con Laura
organizando el viaje a Jinja, que se efectuaría ese mismo viernes. No tubo mucha
ocasión de ver a Maca y no porque no lo desease si no porque en los turnos que habían
establecido para estar con ella, siempre le tocaba cuando dormía o bien la había visitado
en compañía de alguien.
Tenían mucho trabajo y Fernando y Cruz se habían encargado de lidiar con la prensa a
la que habían mandado un par de comunicados, consiguiendo a duras penas que las
aguas volvieran a su cauce. Mónica estaba de papeleo hasta arriba y no dejaba de
protestar, echaba de menos a Maca, estaba harta de lidiar con proveedores, de ir a los
bancos, de recibir peticiones de todo tipo, de firmar papeles para la más leve tontería, de
estudiar presupuestos… ninguno se daba cuenta de todas las cosas que sacaba adelante
diariamente la pediatra hasta que tuvieron que repartirse las mismas y funcionar sin ella.
Por su parte, Sonia había pasado unos días dedicada en exclusiva a su trabajo intentando
apaciguar los ánimos entre los distintos grupos del poblado, que permanecían alterados
desde el día de los derribos y se habían acrecentado con la muerte de Tomas, a las que
muchos no consideraban accidental, por todo ello la joven ni siquiera había tenido
tiempo de aparecer por el campamento. Ante ese panorama, Adela había tenido que
dejar la clínica y trasladarse hasta allí para organizar el trabajo y encargarse de atender y
vacunar a los niños y ancianos. Esther tenía que efectuar las salidas con ella y cada vez
entendía menos como Maca podía ser amiga de aquella mujer.
La enfermera estaba impaciente por hablar con Maca y repetir la noche del sábado pero
parecía misión imposible, siempre se interponía alguien, por eso, ese día, Esther decidió
pedirse la tarde libre con la excusa de comprar algunas cosas que necesitaba para volver
a África, y así se lo solicitó a Adela que, a regañadientes, le concedió el permiso.
Deseaba llegar a la clínica antes que Maca durmiese y pasar buena parte de la tarde con
ella, ya había hablado con Laura, para que le cediera su turno.
Maca permanecía en la cama con los ojos cerrados, estaba mucho mejor, se aburría de
estar ahí tumbada tantos días, escuchó que abrían la puerta pero no miró, le gustaba
adivinar quien era solo por los pasos, ¡había tan poco en que entretenerse! si al menos
pudiera leer pero cuando lo intentaba aquel maldito dolor de cabeza no la dejaba vivir.
Era Esther. Sonrió para sus adentros. La enfermera entró sigilosa, en un intento de no
despertarla. Le gustaban aquellas visitas que la enfermera repetía a diario aunque nunca
tenía ocasión de quedarse a solas con ella.
Se situó a su lado. Maca sintió como le acariciaba con suavidad la mano y como casi
inmediatamente se retiraba con un suspiro. Notó que se alejaba y creyendo que salía de
la habitación abrió los ojos, dispuesta a llamar su atención, pero la enfermera no se
marchaba, estaba de espaldas a ella, mirando hacia el exterior por la ventana. Maca tuvo
la sensación de que lloraba, ¿qué le pasaría! ¿habría tenido algún problema en el
trabajo? Estaba a punto de preguntarle, cuando escuchó entrar a alguien más, esos pasos
eran inconfundibles, ¡Adela! La doctora entró en el cuarto y se acercó a la enfermera.
Maca la miró perpleja, Adela siempre había sido manipuladora y siempre le había
gustado jugar con los demás, recordó su frase favorita como ella decía “la vida es como
un inmenso tablero de ajedrez, querida, y a mi me encanta jugar”.
- Eres mala – sonrió Maca adivinando sus intenciones – que digo mala,
maquiavélica.
- Por eso te gustaba ¿no? – se insinuó sin cambiar el aire de burla.
- Por eso y… por más cosas – susurró la pediatra entrándole al trapo.
- Es que a ti siempre te gustaron las malas de las películas – rió – y no me pongas
esa voz qué…
- ¿Que qué? – rió – yo creía que tenías muy claro…
- Contigo nunca se puede tener nada claro – bromeó halagándola, y dándole la
sensación a Maca de que se ponía algo nerviosa – ¿quieres que te suba algo de la
cafetería, ya me han dicho que no has comido casi nada?
- No tengo hambre.
- Maca… tienes que comer.
- Buf, no me entra nada, me da asco todo – confesó arrugando la nariz con
desagrado - Parece que como espinas.
- Espinas, espinas… tú lo que eres es demasiado pija.
- ¡Mira la que fue a hablar! … menuda fiesta montaste.
- Eso fue por ti – reconoció – bueno… ¿quieres algo o no? Voy a bajar antes de
que llegue la avalancha de la cena.
- No, de verdad.
- No te escapes, que vengo en un minuto - bromeó.
- ¿A donde quieres que vaya? – suspiró – y no tardes.
- Tranquila que Evelyn está en la puerta.
- Ya… y la ventana ¿qué?
- ¡Por dios, Maca! No seas paranoica. ¡Qué estamos en un tercer piso!
- Bueno… tú no tardes, por favor.
- Que no taaaardo.
- No sabía que estuviese abierto todavía, ha pasado tanto tiempo – comentó Maca
dándole un bocado – ¡uhmm, está buenísima!
- Me alegro de que te guste. Yo tampoco sabía que lo estuviese, de hecho creí que
estaría cerrado. pero no. ¿Tú… no has ido por allí en este tiempo?
- No. Desde… desde que te fuiste no volví a ir – reconoció dándosela de nuevo.
- ¿No quieres más? Tienes que hacer un esfuerzo, Maca, tienes que recuperarte
cuanto antes.
- ¿Y eso? – preguntó extrañada.
- No soporto a Adela – susurró mirando hacia la puerta – ya se que es tu amiga y
todo eso pero ¡te echo de menos en el campamento!
- O sea que es solo por el interés – sonrió burlona y Esther se encogió de hombros
poniendo la cara de picardía que tanto le gustaba a la pediatra - ¿En serio! ¿me
echas de menos?
- Muchísimo – confesó con tal intensidad en la mirada que Maca deseó que lo que
había escuchado no fuese cierto, y la enfermera permaneciese allí, junto a ella.
- Bueno, la tienes que aguantar poco, porque tú te vas pronto, ¿no?
- Sí, este viernes.
- ¡Este viernes! – exclamó sorprendida y alterada - ¿tan pronto?
- Claro, ¿no te acuerdas del viaje?
- ¿De qué viaje? – preguntó desconcertada, ella estaba pensando en otra cosa.
- Del que hacemos este viernes, a Nairobi…. Laura y yo… ¿recuerdas?
- Ah, pero..¿no es que…?…vas por los.. por los..
- Si Maca, por los niños de Jinja y Kisumu, Laura irá a su campamento y yo al
mío. Te referías a eso, ¿no?
- Sí, sí, claro – mintió con una sonrisa enorme que desconcertó a Esther.
- ¿Te duele mucho la cabeza? – le preguntó preocupada por la desorientación que
mostraba tener. Claudia ya les había dicho que era normal y no debían
preocuparse, que evolucionaba bien, pero ella no podía evitarlo.
- Hoy menos – respondió aún con la sonrisa en los labios sin dejar de mirar a la
enfermera - ¿Te puedo preguntar una cosa?
- Claro.
- ¿Cómo me echas de menos si casi siempre acabábamos discutiendo?
- Me divierte discutir contigo – respondió burlona y luego poniéndose seria
continuó - si lo dices por lo del último día … ya te dije en el box que lo sentía y
que…
- No, no lo digo por eso, de hecho casi no recuerdo esa conversación y mucho
menos nada del box – dijo con seriedad, le molestaba no recordar nada del box y
tener la sensación de que había cosas importantes que había olvidado.
- Bueno… dice Cruz que en unos días te acordarás de todo, quizás del asalto no,
pero sí de lo demás. No te preocupes, tienes que tener paciencia.
- La tengo. Te aseguro que si algo he aprendido en estos años es a tenerla – le
respondió resignada - Del asalto ya me acuerdo de algo - confesó.
- ¿Sí! ¿se lo has dicho a Isabel?
- Claro que se lo he dicho y a Vero también, pero tengo la sensación de que no va
a servir de nada – suspiró.
- No digas eso, ¡claro que servirá! – le dijo intentando animarla – además, es
estupendo que recuerdes algo, no me habían dicho nada.
- Esther… yo… - Maca clavó los ojos en ella quería preguntarle por la charla del
box, por lo que entró a decirle, quería saber si las imágenes de ella acudiendo a
rescatarla eran o no producto de su mente que le jugaba malas pasadas,
necesitaba discernir entre lo que había imaginado y lo que había sucedido en
realidad pero, finalmente, no se atrevió a decirle nada – ¿estuvo aquí mi madre?
– le preguntó cambiando de tono dejando a la enfermera con la sensación de que
iba a haberle dicho otra cosa pero que se había arrepentido en el último
momento.
- Si, tu madre y… Ana también. Y el domingo vino tu hermano, yo no lo vi, pero
me dijo Claudia que estuvo aquí.
- Si, me acuerdo de Jero.
- Por cierto, que tu mujer es muy guapa – le comentó sonriendo, sin ninguna
intención de sonsacarla, pero Maca frunció el ceño y cerró los ojos, parecía
molesta por el comentario “¿de qué hablaba Esther! esperaba que su madre no se
hubiese dedicado a enseñarle fotos de ella y de Ana, dudaba que fuera así,
conociendo a su madre lo normal es que, como poco, hubiese ignorado a Esther
- ¿te encuentras mal?
- No – murmuró manteniendo los ojos cerrados – Esther tu… ¿viste a mi madre?
- Si, la vi.
- ¿Y… que tal con ella?
- Bien, no te preocupes Maca – le dijo, no estaba dispuesta a contarle nada que la
alterase y menos después de haberse enterado de las arritmias que había tenido
el día anterior.
- No me lo creo, Esther, si vas a mentirme… mejor no me respondas.
- Se sorprendió un poco de verme, pero fue muy correcta.
- Menos mal – suspiró, quizás su madre había optado por mantener las formas y
no cumplir sus amenazas. Recordaba que cada vez que salía el tema “Esther”,
Rosario encendía en furia, por eso no le había hablado de su vuelta, ni de que
trabajaba en la clínica.
- ¿Estás cansada? – le preguntó al ver que permanecía con los ojos cerrados y en
silencio.
- Si, un poco.
- Bueno, pues… yo me voy a ir que no quiero que Adela la tome conmigo –
bromeó – descansa, Maca – le dijo besándola en la frente y pasando su mano
por el pelo fijándose en la zona de la operación – ¡no te quejarás! se han
esmerado contigo, ¡quién diría que te han hecho un drenaje! no se te nota nada
de nada.
- De algo me tenía que servir los sueldazos que les pago – bromeó.
- Serás… ya le diré yo a Claudia y Cruz lo que vas diciendo de ellas – la cogió de
la mano y se la apretó, Maca abrió los ojos y le sonrió – a dios, Maca.
- A dios – respondió y cuando la enfermera ya estaba en la puerta la llamó –
Esther…
- ¿Sí? – se volvió a mirarla.
- Eh… te echaré de menos – se atrevió a decirle. Esther sonrió abiertamente –
¿volverás a verme antes de irte?
- Vendré a verte por la mañana – le prometió – pero no me seas marmota y estate
despierta – le amenazó burlona con el dedo.
- ¡Prometido! – respondió cerrando los ojos y deseando dormir para que el tiempo
pasase lo más rápidamente posible.
Pero sus propósitos se vieron truncados porque, en la puerta, Esther se encontró con
Sonia que llegaba con prisa. Había estado todo el día con Elías, y se le había hecho
tarde para ver a Maca. Saludó a la enfermera y entró preocupada.
La socióloga sonrió satisfecha, solo de pensar la alegría que iba a darle a Elías.
Maca la miró extrañada, mientras escuchaba sus reproches su mente repetía sus palabras
“¿no eché los pestillos?”, pensó, de pronto un fogonazo y los pestillos se abrieron solos,
se llevó las manos a la cabeza aturdida y cansada.
En la puerta miró a Evelyn y se alejó un poco de ella. Cruz se acercaba por el pasillo
con Adela, la saludaron con la mano y entraron en la habitación. Sonia marcó un
número y esperó.
- Soy yo – dijo al escuchar que descolgaban – necesito hablar contigo. Es …
importante. Maca… Maca ha recordado algo.
En la habitación Maca luchaba por discernir si aquellas imágenes eran reales o fruto de
su caos mental. Necesitaba despejarse, centrar la mente pero para eso el estar allí
encerrada no era lo mejor. En casa estaría más cómoda, al menos podría salir al jardín,
hacer algo de ejercicio en el gimnasio y comer lo que le diese la gana sin imposiciones.
Por eso cuando vio llegar a Adela junto a Cruz se decidió a pedirle el alta.
Maca suspiró resignada y vencida, tendría que permanecer allí un par de días más. Cruz
la observó satisfecha, había evolucionado bien aunque seguía habiendo un par de
detalles que la tenían en alerta, aquella tos que arrastraba desde el día de la fiesta y las
molestias en el costado.
- Bueno, Maca, os dejo. Mañana voy a pedir que te repitan la placa de torax. Y
descansa.
- No hago otra cosa Cruz.
- Es lo que tienes que hacer.
- Y ahora tú me vas a contar con pelos y señales que es lo que te traes entre
manos.
- ¿Yo! - sonrió – duérmete y no imagines…. – le dijo con un brillo especial en los
ojos.
- Adela… que nos conocemos.
- Pues si nos conocemos sabrás que no voy a contarte nada, que luego me
estropeas mis planes. Tú déjame a mi.
Maca sonrió pero desistió de su intento. Estaba demasiado cansada para porfiar con ella.
Cerró los ojos con una idea fija, que amaneciese cuanto antes para volver a ver a Esther,
cuando estaba con ella tenía la sensación de sentirse mucho mejor.
* * *
El día siguiente amaneció lluvioso y desde que abrió los ojos la pediatra supo que se
quedaba sin paseo, la frustración que le produjo la mantuvo de mal humor. Por eso
cuando la enfermera la visitó Maca tenía un ánimo muy diferente al de los demás
encuentros, pero Esther lo achacó a los cambios de humor que provocaba la lesión
cerebral y no le dio más importancia, prometiéndole volver por la tarde.
La socióloga cruzó una rápida mirada con Isabel y entró cogida de la mano del chico,
Maca parecía adormilada y es que tanto ajetreo la había dejado agotada, Cruz iba a tener
razón y aún no estaba en condiciones para marcharse a casa.
Maca miró desconcertada a Sonia, no sabía bien a qué se refería, no le habían contado
casi nada del campamento.
El chico la miró, y sonrió acercándose con lentitud a la cama. Con sus ojos clavados en
ella. Maca sintió una oleada de pánico y el corazón se le desbocó. Él miró de reojo al
monitor, viendo como aumentaba el ritmo cardiaco. Exageró la sonrisa.
¡Lastima no tener allí un buen cuchillo con el que degollar a esa puta! “Mira que cara, si
será hasta cierto que no recuerda nada, pero a mi no me engañas puta, te acuerdas de
todo y seré yo el que te cierre esa boca”.
Sonia salió y Elías la siguió hasta la puerta, cerrándola tras ella. Se detuvo un instante
con la vista clavada en el picaporte, se volvió y permaneció en el mismo sitio sin
moverse durante unos segundos, dirigiendo de nuevo su mirada hacia ella. “Sabes que
eres mi presa, lo presientes”, sonrió excitado por la idea. Sin poder controlarse se acercó
de nuevo hasta la cama, necesitaba ver el pánico reflejado en aquellos ojos vacíos,
necesitaba sentir su inquietud, ver como se disparaban sus constantes, disfrutaba con
todo aquello, disfrutaba y mucho.
Maca intentó apoyar las manos en la cama e incorporarse un poco pero no lo logró, le
faltaba el aire, no podía permanecer allí tumbada tan cerca de él, tenía la sensación de
que invadía su espacio, de que su proximidad le robaba el oxígeno que estaba destinado
para ella. Elías estaba ya tan cerca que rozaba el borde de la cama con sus piernas, Maca
miró hacia arriba y vio aquellos ojos clavados en los suyos, aquella sonrisa que se le
antojó maligna, no podía soportar aquella mirada fija en ella y cambió la vista, “no si
será verdad que no lo recuerdas, mírame puta, eso, así, muy bien, mírame, ¿no lo
recuerdas! ¿qué tal si te refresco la memoria?”
- ¿Se encuentra bien? – preguntó con una voz muy diferente a la que había
impostado hasta entonces. Rozando levemente su antebrazo. “Qué piel más
pálida y que fría está”, pensó retirando la mano con asco.
- Si – respondió con un hilo de voz – le importa abrir la ventana un poco – le
pidió con la intención de conseguir que se alejase de ella. El joven estaba a la
altura de la cabecera, con la mano apoyada en la repisa, cerca de la válvula del
oxigeno, la miró, aquella puta todavía necesitaba las gafas y en aquel momento
las tenía puestas. Una idea cruzó por su mente, con un rápido movimiento de
dedos y sin que ella lo percibiese bajó el oxígeno.
- No creo que sea bueno para usted, no vaya a coger frío. ¿Aún le duelen los
golpes? – preguntó interesado viendo algunos de su moratones.
- Por favor, ábrela – le pidió casi en una súplica.
- ¿Le duelen? – insistió con voz ronca, “vamos puta contesta cuando te pregunto,
seguro que no duermes de dolor, mírate en un espejo, vaya ojeras”.
- Un poco – respondió - por favor, necesito… aire.
- Como usted quiera – respondió alejándose, Maca respiró aliviada - ¿cómo se
abre esto? – preguntó desde la ventana fingiendo no conocer el mecanismo.
- No sé – murmuró sintiendo que se asfixiaba, “cálmate, cálmate,”.
Elías se giró hacia ella. Volvió a mirarla y a sonreír de aquella forma. De pronto unas
ganas enormes de saltar sobre su presa se apoderaron de él. Debía controlarse. No era el
día ni el lugar que tenía pensado para lo que estaba imaginando. Además, Isabel estaba
en la puerta, y estaba seguro de que lo miraba con recelo, no pensaba darle ningún
motivo para que sospechase de él, ya tendría tiempo de poner a aquella poli en su sitio.
Todo rojo, el rojo de la ira que sentía, el rojo de la sangre de aquella puta que brotaría a
borbotones cuando hundiese el cuchillo en ella. Casi sin darse cuenta se iba acercando a
Maca, deseaba tanto verla llena de sangre, las sábanas manchadas, el pijama chorreando
y hasta él manchado de aquel líquido caliente y viscoso que amaba cuando salpicaba su
cara. Sí, ese corte era el perfecto, el que provocaba un estallido que todo lo teñía de
rojo, el que le permitiría verla ahogándose en su propia sangre, ¿había placer mayor que
ese! estaba seguro de que no, al menos, él no lo conocía.
Antes de que llegase a la puerta Isabel ya estaba dentro. Él comprobó la puerta estaba
entornada, estaba seguro de haberla cerrado tras Sonia y una duda cruzó su mente, la
detective la había abierto sin que él lo percibiese, sí debía ser eso, porque su payita
estaba donde él quería y nunca dudaría de él. Sonrió para sus adentros, “muy mal
detective, muy mal, ¿con que no te fías de mí, eh! ¿quién te habrá hecho desconfiar!
¿Salva! ¿Igor! esos dos son capaces de haberse cagado en los pantalones, ¿en serio crees
que voy a cometer un error de principiante! no, no detective, no te va a resultar nada
fácil y el día que me pilles, desearás no haberlo hecho”.
Sonia tiró de él y salieron. Isabel salió tras ellos. Las dos volvieron a cruzar sus miradas
pero permanecieron en silencio.
- No podéis permanecer en el pasillo – fueron las primeras palabras de la
detective.
- Pero… Isabel… - intentó protestar Sonia, desesperada.
- Lo siento.
- Vámonos – le dijo a Elías tomándolo de la mano. El chico miró a la detective y
se dejó llevar.
- Sonia – la llamó Isabel cuando estaban suficientemente lejos.
La socióloga se giró y anduvo unos pasos hasta ella. Elías observaba pensativo,
intercambiaron unas palabras en un murmullo que no distinguió. Cuando Sonia regresó
junto a él, estaba seguro de que ocurría algo.
- ¿Qué quería?
- Nada – respondió.
- Payita… - se detuvo en mitad del pasillo encarándola - ¿qué quería?
- Que… una tontería. Es policía, ve fantasmas en todos los rincones.
- ¿Qué quería? – repitió con voz ronca, comenzando a alterarse, sujetándola con
fuerza por ambos antebrazos. Isabel mantenía la vista fija en ellos y él levantó
los ojos un instante por encima de Sonia, sintiéndose observado – perdona, no
me gusta esa poli, me estuvo haciendo preguntas extrañas sobre Tomás y… me
pone nervioso. Creo que la ha tomado conmigo.
- No te preocupes, cariño. Está cabreada porque no consigue avanzar en sus
investigaciones – le explicó con calma – quería…, que tenga cuidado en el
campamento. Cree que los asaltantes eran de allí – terminó caminando hacia el
ascensor.
* * *
En el campamento todos estaban sentados en la mesa del comedor. Todos, excepto
Esther, que había ido a la cocina en busca de unos bocadillos, quería comer algo rápido
e ir a la clínica un rato. Tenía una sorpresa para la pediatra. De pronto, Fernando recibió
una llamada, la cara del médico cambió conforme escuchaba.
Las demás prestaban atención a sus palabras sin adivinar qué podía haber ocurrido.
Cuando colgó fue Adela la primera en preguntar.
- ¿Qué ha pasado?
- Maca… ha tenido una recaída.
- ¿Cómo una recaída? – saltó de la silla alterada – eso.. no puede ser, no puede ser
si esta mañana estaba….
- Vamos a calmarnos, Cruz no sabe qué ha pasado, pero cree que algo la ha
alterado, hasta el punto de provocarle un fallo cardíaco.
- Pero… ¿cómo está? – preguntó Laura.
- Bien… le están haciendo pruebas – respondió pensativo – al parecer Sonia
estaba allí, Maca estaba durmiendo y de pronto…
- ¡Qué raro! – exclamó Laura.
- Sí, si que lo es – dijo el médico.
- Me voy, estaré aquí a las cuatro – les comunicó alegre estaba deseando ver la
cara que ponía Maca cuando la viera aparecer.
- Esther, ¿ibas a ver a Maca? – le preguntó Laura que sabía que era así.
- Eh, si – respondió haciendo un gesto de incomprensión, ¿cómo se le ocurría
descubrirla delante de todos?
- Maca ha tenido una recaída. No vas a poder verla – le explicó Fernando – no te
preocupes porque parece que todo ha quedado en un susto pero están haciéndole
pruebas.
- Una recaída – repitió sentándose, la impresión la había hecho palidecer y sentir
que las piernas no la sostenían, Adela la miró de reojo, estaba claro que aquella
chica estaba enamorada de Maca solo bastaba ver la cara que se le había
quedado – pero…
- Ha sido el corazón, nada que ver con el hematoma – continuó Fernando – pero
está todo controlado, no os preocupéis.
Esther se levantó, necesitaba tomar el aire y sin mediar palabra salió de allí. En el patio
María estaba sentada en el suelo frente a la silla de María José que le estaba leyendo
algo a la pequeña. Esther llegó hasta ellas.
- ¿Nos vamos ya? – preguntó María dando un salto.
- No, cariño, no vamos a poder ir.
- ¿por qué…? – preguntó desilusionada – me dijiste que hoy me llevabas con
Maca, lo prometiste.
- María – intervino María José con calma – Esther te llevará a verla en cuanto
pueda, pero hoy hay mucho trabajo y no puede irse de aquí. Tiene que cuidar a
tu abuelita – le explicó echándole un cable a la enfermera que parecía mareada y
casi ausente.
La niña cruzó los brazos enfurruñada. Había pasado toda la noche sin dormir solo de la
excitación que le provocaba aquella visita. Esther le prometió que comerían juntas, que
le llevarían a Maca un regalito y que podría estar un rato con la pediatra.
* * *
A primera hora de esa tarde Esther llegó preocupada a la Clínica, todos sabían ya que
Maca estaba bien, pero no podía evitar seguir teniendo esa sensación de angustia que
experimentó cuando Fernando les contó lo sucedido. En contra de lo que ella había
presupuesto, Adela no solo no le había puesto ningún impedimento, si no que fue ella
misma la que le pidió que se marchara con antelación para ir a ver a la pediatra. Aquella
mujer tenía cosas que no era capaz de comprender.
Esther no respondió y esperó a que Maca dijese algo más pero estaba cansada y al cabo
de un instante parecía dormir y Esther, que estaba deseando charlar con ella no tuvo más
remedio que respetar su descanso.
Más de media hora estuvo Esther contemplándola dormir. Su mente voló al viaje que
debía hacer. Después de tanto desear volver, de tanto ansiar reencontrarse con sus
compañeros y de haber tenido que abandonar todo aquello por obligación con la
promesa de regresar cuanto antes, sintió que no quería ir. Necesitaba permanecer allí,
junto a Maca, seguir paso a paso su recuperación.
- ¿En qué piensas? – preguntó de pronto Maca que hacía un par de minutos que
había abierto los ojos y observaba burlona la cara de la enfermera, enfrascada en
sus recuerdos. Esther no respondió y Maca dirigió la vista al techo, creyendo que
no le respondería.
- Eh… - iba a decirle que pensaba en lo difícil que se le haría marcharse pero de
pronto una idea cruzó por su mente recordando las palabras de María José -
Maca desde el otro día quiero preguntarte una cosa – le dijo rompiendo el
silencio y haciendo que la pediatra volviese los ojos hacia ella.
- ¿Desde qué día? – preguntó a su vez confusa.
- Desde el día que discutimos, ¿te acuerdas? – la pediatra frunció el ceño
pensativa y ladeo ligeramente la cabeza.
- Creo que si – musitó sin mucha seguridad, de lo último que se acordaba con
total claridad era la charla que tubo con ella en el baño y en la entrada del
despacho de Isabel, luego los recuerdos con respecto a la enfermera eran todos
borrosos – dime ¿qué quieres preguntarme?
- ¿Tan mal lo pasaste cuando me fui?
Esther la miraba expectante deseosa de conocer la respuesta y Maca le devolvió una
mirada cansada, ¡valiente pregunta! le dolía la cabeza y no tenía ganas de hablar del
tema. En su rostro se reflejaron esos pensamientos y Esther reparó en ello.
La neuróloga salió con tal cara que Esther no pudo evitar interrogarla con los ojos, pero
Claudia no se paró a darle explicaciones, tan solo movió los labios “luego te cuento”.
Esther asintió y se volvió hacia Maca.
En ese instante la cardióloga entró con precipitación acompañada por Claudia e Isabel.
La cara de Maca fue todo un poema. Estaba segura de que habían encontrado algo en las
pruebas por eso aquellas caras que traían. Esther se levantó del borde de la cama y las
miró expectantes, temiendo lo que estaba a punto de escuchar.
- Maca, hemos dudado si decirte esto pero creemos que tienes derecho a saberlo y
creemos que debes ser tú la que decidas qué es lo que quieres hacer – le dijo
Cruz con calma.
- ¿Qué pasa? – preguntó con un hilo de voz, aquello sonaba a muy grave seguro
que le habían descubierto un tumor o algo mucho peor o…
- No te asustes – le pidió Claudia.
- El papel que había encima de tu cabecero – intervino Isabel cortando a la
neuróloga, por experiencia sabía que debía ser directa, los rodeos solo servían
para poner más nerviosa a la víctima – era una nueva nota – le comunicó con
seriedad viendo como la pediatra palidecía – está claro que, se trate de quien se
trate, es un persona muy cercana a ti, tanto que ha entrado aquí sin levantar
sospechas – continuó diciéndole muy despacio aquello, quizás así Maca atase
cabos y su mente reprodujese el momento recordando algo del asalto. Pero la
pediatra, aparte de asustada, no parecía dar muestra de recordar nada.
- Pero… yo creía que… no tenía nada de ver – comentó pasándose una mano por
la frente - ¿qué pone la nota?
- Eso es lo de menos Maca – intervino Claudia – lo importante es que decidamos
o que decidas si quieres permanecer ingresada o…
- Dime lo que pone la nota – repitió dando muestras de alteración.
- Maca, tranquilízate – le pidió Cruz – si quieres saberlo, te lo diremos, pero no
creo que sea necesario.
- Quiero saberlo – respondió con un hilo de voz mostrando el miedo que le daba
conocer aquel mensaje.
- Dice que no saldrás viva de esta cama – le dijo directamente Isabel – pero eso no
va a ocurrir. Está todo controlado.
- ¡Pero cómo va a estar todo controlado! – saltó Esther casi más asustada que la
propia Maca – si ha sido capaz de…
- Está todo controlado, Esther – la recriminó Cruz con tal mirada que la enfermera
guardó silencio.
- Ya estoy aquí – entró Adela con una sonrisa acercándose a la cama de Maca y
poniéndose en el lado de enfrente de Esther – por tu cara veo que ya te han
contado el nuevo regalito.
- Si – asintió con el miedo metido en el cuerpo – y por lo que veo todas lo sabéis.
- Si pero tú no te preocupes – le recomendó Adela sonriendo cogiéndola de la
mano – mira que tacones me he puesto – dijo cruzando una pierna por delante de
la otra y mostrando unos zapatos de tacón altísimo y finísimo, Esther la miró con
desagrado ¿cómo se le ocurría en ese momento hablar de zapatos? – como
vuelva a entrar aquí se lo clavo entre ceja y ceja – amenazó – y ya sabes como
me las gasto yo con los tacones – la miró con una sonrisa cómplice y Maca rió
recordando algo que solo ellas dos entendían – así me gusta, nena, que te rías y
no me tengas esa cara de muerto – terminó pellizcándole la mejilla. Esther ya no
la miró con desagrado la miró molesta y celosa, aquella mujer era capaz de
arrancarle a Maca una sonrisa hasta en el peor momento.
- Bromas a parte – continuó Isabel ligeramente molesta por aquella entrada – mi
opinión profesional Maca, es que, hasta que recuerdes quien te hizo esto, no
podré tener nada firme contra él a pesar de que tenga mis más que fundadas
sospechas y hasta ese momento no estarás segura en ninguna parte. Tú decides.
- No sé… - murmuró mirando abrumada a todas - ¿qué hago! ¿qué pensáis
vosotras?
- Yo creo que lo mejor es que vayas a casa como querías y descanses – le
aconsejó Cruz – allí, con vigilancia, no puede pasarte nada.
Todas guardaron silencio y Adela, le hizo una seña a Esther que la enfermera no
entendió, finalmente Adela se vio obligada a intervenir.
- Yo creo que debemos dejarte descansar un rato y te lo piensas – le apretó la
mano - ¿Vamos fuera? – preguntó a todas con tal expresión que decidieron salir
tras ella.
Ya en el pasillo Adela las miró a todas una por una y luego clavó sus ojos en Isabel.
* * *
En la habitación Maca estaba encantada con la visita de Teresa que por fin la habían
dejado pasar a verla. La recepcionista se había quejado de esa situación sin entender
porqué ella se había quedado fuera de aquella lista que en teoría era secreta pero que
todos parecían conocer.
- Y que sepas que Fernando también está molesto. Le gustaría venir a verte.
- Pues que venga, Teresa, que venga.
- Yo no entiendo nada de nada y tu madre no veas cómo está.
- Me lo imagino – respondió ligeramente preocupada.
- Y yo no te veo tan mal como para que ni siquiera puedas responder al teléfono.
- Y no lo estoy Teresa. A veces me duele la cabeza pero estoy mucho mejor.
- Si quieres mi opinión – dijo haciendo una pausa esperando que Maca dijese que
sí pero la pediatra solo la miró esperando a su vez que continuase porque la
quisiese o no, estaba segura de que Teresa se la iba a dar – aquí hay demasiados
jefecillos y tú debías estar más atenta que cuando acuerdes…
- Cuando acuerde qué Teresa – preguntó burlona.
- Yo no digo nada pero aquí todos creen saber más que nadie y al final, la que vas
a pagar serás tú, ¡dónde se ha visto que una madre ni siquiera pueda hablar con
su hija!
- Teresa, conoces a Cruz, sabes que si quiere algo es que me ponga bien. Y luego
está Isabel, tiene miedo de que se repita el asalto, aquí en la clínica.
- ¿Aquí? – preguntó abriendo unos ojos desmesurados mostrando la enorme
sorpresa que le producía esa revelación.
- ¿Tú porqué crees que no han dejado entrar a nadie?
- Pero… tu madre, Fernando, yo… no me estarás queriendo decir que esa estirada
creo que cualquiera de nosotros.
- Isabel no es estirada, solo es seria en su trabajo, que por cierto consiste en
sospechar de todo el mundo.
- Pues no me irás a decir ahora que el gitano ese, es más de fiar que tus amigos de
siempre y tu familia.
- ¡Teresa! – la recriminó por el comentario.
- Ay, hija, es una forma de hablar, no quiero decir yo que el muchacho sea malo
solo que no te conoce de nada y te ha visto antes que yo.
- Pero eso es porque yo le pedía a Sonia que lo trajese. Estaba molesta porque no
lo dejaban pasar y no quería que se enfadara, es su novio – suspiró cansada.
- Pero tu madre… y yo….
- Mi madre es mi madre y al final una madre nunca deja de serlo y entenderá los
motivos y tú, cuántas veces voy a tener que decirte que eres como una madre
para mí.
- ¡Ay, mi niña! – exclamó levantándose del sillón y corriendo a darle un beso – no
sabes lo mal que lo pasé cuando te vi allí tumbada toda llena de tubos y
moratones, me entró una llorera que me tuve que no pude trabajar en toda la
tarde – confesó enternecida, de nuevo con las lágrimas saltadas solo de
recordarlo. Maca sonrió.
- ¡Tonta! tranquila, que ya estoy bien. Si no podéis venir a verme o Isabel no
quiere que reciba llamadas es por motivos de seguridad.
- ¡Vamos! no me irás a decir que esto es como una película y van a pincharte el
teléfono o va a entrar aquí alguien a…
- Pudiera ser Teresa, pudiera ser.
- Bueno, pues mi móvil no va a estar pinchado, y quiero hablar contigo todos los
días y quiero que ahora mismo hables con tu madre. No sabes lo mal que lo está
pasando, que tendrá sus defectos pero luego…
- Teresa – protestó – ahora no, por favor.
- Ahora sí. Antes de que llegue alguna de tus cancerberas y me manden de nuevo
abajo.
- Anda trae – le pidió el teléfono.
- No, espera que hablo yo primero. Pero antes… te tengo que contar las últimas
novedades – le dijo bajando la voz e inclinándose hacia ella confidencialmente.
- ¿Qué novedades?
- Claudia y Jimenoooo – reveló levantando las cejas y uniendo los dedos – te digo
yo que hay tomate.
- ¿Qué me estas contando, Teresa? – preguntó interesada con un esbozo de sonrisa
– si Claudia no me ha dicho nada.
- Lo llevan en secreto – ladeó la cabeza.
- Y tú, ¿cómo lo sabes? – bajó también la voz.
- Cuando estabas en la UCI, Claudia no se separó de ti ni un momento – le contó
notando que Maca apretaba los labios enternecida – tres días sin marcharse a
casa – continuó – y … Jimeno no se separó de ella, solo salía para pasear a su
perro. Cambió todas las guardias…
- Eso no quiere decir que…
- ¡Anda que no! en qué mundo vives hija, ¡sí lo sabré yo! – respondió airada –
bueno vamos a llamar a tu madre.
- Teresa… ¿todavía con eso?…
- Sí, y no vayas a decir que no te pones porque te vas a poner.
- Vaaale – se resignó – venga llama ya, antes de que me arrepienta.
* * *
Cuando Esther entró en la habitación de Maca lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja,
pero la pediatra estaba de mal humor. Parecía enfadada.
- Anda, dime que te ha pasado en este rato para que estés así – le pidió con
suavidad, sonriendo - ¿estás agobiada por lo de la nota? – le preguntó intentando
adivinar. Maca negó con la cabeza y abrió los ojos mirándola fijamente.
- A eso estoy acostumbrada. Es… mi madre – suspiró – no la soporto, no… no
puedo con ...
- Pero… creí que Cruz… te había prohibido..
- Sí, pero Teresa se ha empeñado en que hable con ella y… ha sido peor. Dice que
mañana mismo me lleva a Sevilla.
- ¿Qué? – casi gritó – no… no – se calló, no podía decirle que no debía viajar si
pensaba proponerle que se fuera con ellas –no es extraño, Maca, es tu madre,
pero si tú no quieres ir….
- No le he dicho que sí, pero vamos… dice que mañana se presenta aquí si es que
Ana puede acompañarla.
- Claro… si Ana … es normal que quiera que estés allí – reconoció desilusionada.
- Si – volvió a suspirar y cerrar los ojos.
- ¿Vuelve a dolerte la cabeza? – le preguntó en voz baja.
- Si – admitió – pero no es eso… es todo – la miró fijamente parecía estar
pidiéndole algo, Esther imaginó que le pedía que la sacara de allí que se la
llevara lejos – estoy tan cansada – reconoció manteniendo esa mirada de súplica.
- ¿Sabes lo que necesitas? – le dijo y sin esperar respuesta continuó – necesitas
alejarte de todo esto.
- Eso es, precisamente, lo que dice mi madre.
- No me refiero a Sevilla, digo alejarte de verdad, irte donde nadie te conozca,
donde nadie te presione, donde puedas descansar y recuperarte con tranquilidad,
sin miedo.
- ¡Uf! ¡cómo suena eso! – exclamó con una sonrisa.
- Pues eso es posible.
- ¡Claro! Y que los elefantes vuelen también. Lo malo es que como tu bien me
dijiste, ya no soy una niña y sé que Dumbo no existe – respondió sarcástica.
- ¿Por qué piensas que me llamaban la enfermera milagro? – preguntó misteriosa
consiguiendo que Maca cambiase ligeramente el gesto adusto – te digo que hay
un sitio donde puedes tener todo eso ¿me crees o no? – le preguntó con una
sonrisa picarona y Maca asintió respondiendo con otra sonrisa y enarcando las
cejas en gesto interrogador, “¿qué sitio?”, pensó.
- ¿Ves! esa es la cara que yo quiero verte – le dijo con cariño – ¿si te digo algo me
prometes pensarlo?
- Eh… algo… ¿de qué?
- Hemos estado hablando, Isabel cree que no deberías permanecer aquí y… se nos
ha ocurrido, siempre que tu quieras, que te podías venir con Laura y conmigo a
África.
Maca la miró perpleja. Esther sonrió al ver aquella expresión entre sorpresa e ilusión. La
había dejado sin palabras pero sabía que ya estaba dándole vueltas al tema. Cuando
Maca parecía a punto de responder guardó silencio. Esther esperó a que se decidiese
pero la pediatra no dijo nada. Al cabo de un minuto, la puerta se abrió y Héctor asomó
la cabeza.
- Maca… quiero que sepas que estoy en total desacuerdo con ese viaje, porque
imagino que ya habrán venido a proponerte la idea.
- Si, ahora mismo se lo estaba comentando – reconoció Esther levantándose del
borde de la cama.
- Maca, solo te pido que no hagas tonterías, por favor. Que ya tenemos suficientes
con las que se te ocurre hacer de vez en cuando – le recriminó enfadada.
Aquellas palabras molestaron profundamente a Maca, creyendo que Cruz le
volvía a echar en cara las copas que se tomó en casa de Adela y su expresión se
volvió hosca.
- Me estáis dando dolor de cabeza – protestó elevando ligeramente el tono –
Isabel, no quiere que me quede aquí, tú no quieres que me vaya, mi madre no
deja de llamarme para que me marche a Sevilla, mi hermano y Ana insisten en
que vaya a Jerez.
- ¿Y tú? ¿qué quieres tú? – le preguntó Vero que acababa de entrar y la estaba
escuchando.
- Yo… yo solo quiero poder cerrar los ojos sin miedo, dormir tranquila sin temer
que entre alguien a dejarme una nota o a…, quiero…
- En Jinja puedes tener todo eso, además estarás en el campamento… - la cortó
Esther – y … allí no vas a tener a nadie que te diga lo que debes o no hacer – le
dijo con toda la intención, la conocía tanto que rápidamente leyó lo que había
cruzado por su mente cuando Cruz la acusó de hacer tonterías. Maca la miró
agradecida pero guardó silencio.
- Yo no es que pretenda asustarte pero no puedes hacer este viaje, ayer tuviste
fiebre, mira la tos que tienes y todavía no hemos descubierto el porqué, las
defensas están bajísimas y no se trata de ir a la vuelta de la esquina… tendrías
que vacunarte y en tus condiciones…. No creo que sea prudente… una cosa es
que te fuera a dar el alta hospitalaria y…
- ¿Me la ibas a dar? – preguntó sorprendida.
- Lo estaba pensando pero con condiciones y por supuesto nada de darte el alta
médica – le contestó con decisión, Maca sonrió satisfecha estaba harta de estar
allí.
- ¿Qué? ¿te has decidido ya? – entró Adela como una exhalación – dímelo pronto
porque de tu madre me tengo que encargar yo y si no quieres que aparezca por
aquí y te coja de la oreja como cuando eras peque… - se detuvo al ver la cara
que le estaba poniendo Maca – bueno lo dicho que si te vas con ellas dímelo
cuanto antes que ya me inventaré alguna historia, para frenar a Rosario.
- Yo creo que es mejor que dejemos a Maca descansar – intervino Vero
contemplando la cara de desconcierto de la pediatra – te lo piensas, sopesas lo
que te hemos dicho y decides, ¿de acuerdo?
Maca la miró agradecida y asintió. Estaba cansada y tanto parloteo le había devuelto el
dolor de cabeza. Salieron dejándola tranquila.
* * *
Laura y Esther entraron al despacho de Cruz sorprendidas de que las hubiese llamado.
Les indicó que se sentasen y las miró con aire circunspecto.
Esther asintió, pero en el fondo deseaba que Maca decidiera hacer el viaje. La sola idea
de que permaneciese en Madrid o se trasladase a algún lugar en el que pudieran
asaltarla, la traía de cabeza. Isabel parecía muy preocupada y había que escucharla. El
viaje a África podía entrañar algunos riesgos pero no tantos como el estar expuesta a un
loco que ya había dado muestras de ser capaz de cualquier cosa.
* * *
Maca miraba al techo tumbada en su cama, no dejaba de darle vueltas a la propuesta que
le habían hecho. Por un lado, estaba deseando alejarse de todo unos días, y el viaje a
África le llamaba la atención poderosamente, sobre todo, el hecho de hacerlo con
Esther, en esos días ingresada había experimentado un acercamiento con la enfermera
que la tenía confundida. Pero, por otro lado, le pesaba mucho la opinión de Cruz, quizás
debía hacerle caso. Claro que también estaba Vero, ella creía que le vendría bien ese
viaje, pero lo que no sabía es que tenía miedo de hacerlo, miedo de ir con Esther, miedo
de alejarse de ella, de sus consejos.
- Maquita, Maquita, ¿qué haces ahí tan pensativa? – le dijo Adela entrando en la
habitación sonriente.
- Estoy hecha un lío con lo del viaje – suspiró - ¿tú que harías?
- ¿Cómo que qué haría! ¡parece que no me conozcas! llevo dos divorcios y …
- ¿Qué pasa? – le preguntó al ver que se ponía seria.
- Nada – sonrió.
- ¿Os habéis peleado otra vez? – le preguntó consciente de que su tercer
matrimonio tampoco iba bien.
- Ya no son ni peleas, Maca – respondió – pero…. Tu y yo estábamos hablando de
algo más interesante – volvió a sonreír – yo me iba con los ojos cerrados a ese
viaje – sonrió – y qué sea lo que Dios quiera.
- Deja, deja a Dios que… ya tengo bastante conmigo misma.
- ¡Venga ya, Maca! no me digas que no te apetece.
- Si que me apetece, pero… tu sabes que yo no estoy bien – le dijo, “y Esther no
está mucho mejor que yo”, pensó recordando el informe que aún tenía en su
mesa – y… no quiero ser una carga para ellas, ni obstaculizar su trabajo.
- Claro, claro… - dijo con retintín – yo se de una enfermera que estará encantada
de cuidarte.
- Pues… ese es otro motivo para no ir – respondió – no quiero darle pie a que
piense lo que no es. No quiero jugar con ella, que Teresa ya me avisó.
- ¿Y se puede saber desde cuando le haces tu caso a Teresa? – bromeó – Además,
no entiendo por qué eres tan cabezona, ¿eh?
- No soy cabezona, Ade, me conoces y sabes que hay cosas que no puedo hacer –
le respondió pensando en Ana.
- Te conozco y hay cosas que podemos hacer todos, tú la primera – la acusó con el
dedo – o es que ya no recuerdas al pobre Fernando …
- Joder, Adela, eso no tiene nada que ver – protestó siendo consciente de que lo
dejó plantado días antes de la boda – me refiero a que no voy a permitirme hacer
nada.
- Yo solo te digo, que dejes de hacer caso a tu madre, que te está jodiendo la vida.
- Mis padres solo quieren que yo…
- ¿Seas feliz! ya… - la interrumpió sarcástica – Maca, que estás hablando
conmigo. Puede que cualquiera de estos se trague la abnegación de tus padres,
yo no. Los conozco demasiado.
- Han cambiado, desde... desde que estoy así… han cambiado – dijo casi con
lágrimas en los ojos.
- Bueno, bueno, no seas tonta – le acarició con suavidad el antebrazo dispuesta a
no seguir con ese tema, sabía lo que le hacía sufrir a Maca el sentir que sus
padres no la querían y que hiciera lo que hiciese siempre estaba sujeta a críticas -
a lo que íbamos. Tú te marchas y vives la “experiencia africana” y, cuando
vuelvas, ya decidirás lo que hacer.
- ¿Experiencia africana? – rió – estás como una cabra.
- Por cierto, quiero un informe completo del cantamañanas de mi ex – bromeó.
- ¿Ves! sabía yo que había otro motivo que me echaba para atrás – respondió.
- Pero si Germán es un alma cándida, ese no te guarda rencor – le dijo con un
gesto condescendiente – ni tiene memoria, ni tiene nada… - arrugó la nariz
provocando de nuevo la risa en la pediatra.
- Ha pasado mucho tiempo pero… - volvió a ponerse seria pensando en el
encuentro con su antiguo amigo.
- Por Germán no te preocupes, si está igual que en la facultad, más viejo pero
igual de inmaduro – rió y Maca la secundó – además a veces me pregunta por tí.
- Pues eso es lo que temo, que empecemos como siempre y me conoces, no voy a
ser capaz de aguantarme y … es amigo de Esther.
- Por la enfermera tampoco te preocupes que ya se encargará ella de que os llevéis
bien – dijo - ¡no es viva ni nada!
- ¿Por qué dices eso? – preguntó molesta.
- Por nada – se apresuró a corregirse – que sabe la chica desenvolverse muy
bien…
- No, dime a qué te refieres…
Maca las miró feliz. Por primera vez en muchos días se sentía mucho mejor y además,
contenta. Quizás Adela tenía razón y lo que necesitaba era aquella “experiencia
africana”, como la había llamado y, además, junto a Esther, sintió un cosquilleo especial
solo de pensarlo. Miró a Vero que la estaba ayudando a vestirse con tal expresión que la
psiquiatra sonrió.
- Llego a saber que un paseo te produce ese efecto y te invito antes a salir – le dijo
picarona, observando su cara.
- Eh… sí – sonrió distraída pensando en la posibilidad de aquel viaje y en
compañía de quien iba a hacerlo.
* * *
Esther llegó a la cafetería corriendo, Laura la estaba esperando para marcharse a casa.
Cuando ya estaban a punto de salir Teresa llamó a la enfermera y le dijo que subiese a la
habitación de Maca. La pediatra necesitaba verla.
- Laura ¡no te lo vas a creer! – dijo con un brillo especial en los ojos – Maca se
viene con nosotras – continuó bajando la voz para que nadie la escuchase, en
realidad no debía ni habérselo dicho a su amiga - estoy nerviosísima.
- ¿Por qué tonta? ¿no es lo que querías?
- Sí, claro que si, además no me esperaba que Maca dijese que se venía, creí que
decidiría irse a Sevilla, con sus padres o a Jerez con su mujer.
- Bueno habrás de reconocer que en eso ha tenido mucho que ver Adela, por muy
mal que te caiga.
- ¿Adela! ¿no habrá sido mi poder de persuasión? – bromeó, hacía mucho tiempo
que Laura no la veía tan feliz.
- Eso también – rió – pero Teresa me ha contado que Adela ha sido la que la ha
terminado de convencer.
- Solo de pensar que pasado mañana me montaré en ese avión con ella… y que
tendré cinco días para mí sola, a su lado… y… -suspiró imaginando lo que
podían ser aquellos días en el campamento enseñándole todo y obviando el
comentario sobre Adela.
- Bueno… y… ¿si decide venirse conmigo? – le dijo maliciosa - ¿qué pasaría?
- Te mato y… a ella detrás – rió contenta – voy a prepararlo todo – salió
corriendo.
- ¡Eh! – la llamó – ¡espera! espera! ¿dónde vas con tanta prisa?
- Quiero que esté todo perfecto, que se alegre de venir y que…
- Tu no te marchas de aquí sin que me cuentes tus planes – sonrió curiosa –
además, ¿no nos íbamos ya a casa?
- ¿Planes! no tengo ningún plan – confesó - lo voy a dejar todo a la
improvisación. Pero puedo ir ahora al apartamento necesito hacer un par de
cosas y despedirme de mi madre que mañana no me dará tiempo.
- Ya… si te conoceré yo a ti lo que improvisas – ladeó la cabeza incrédula –
venga… dime que has pensado hacer.
- En serio, no he pensado nada – esbozó una sonrisa misteriosa – uff, Laura, estoy
deseando dormir con ella, abrazarla y…
- Chée, no vayas tan rápido y no me cuentes más – soltó una carcajada – que eso
no es lo que quiero saber – bromeó – tú, ¿la ves predispuesta?
- Yo solo sé que ha escogido esta opción, quiere este viaje y eso que Cruz ha
luchado para que no lo hiciera, pero a pesar de sus consejos, lo hace. Y no sé… -
suspiró - anoche hablando con ella tuve la sensación de que no me ha olvidado,
de que estoy en su memoria más a menudo de lo que ella quisiera y…
- Yo no es por chafarte el tema pero ¿te has parado a pensar si no lo hará por
demostrarse a sí misma que ya no hay nada! ¿qué puede pasar unos días contigo,
a solas sin que pase nada?
- ¡Joder! Laura. Pues no, no lo he pensado.
- Yo solo te lo digo, para que estés preparada a todo y...
- Pero si fuiste tú la que me hiciste ver que Maca …
- Lo sé, pero también te dije que no se lo quería reconocer y que posiblemente
nunca lo hiciera – le dijo con cierta preocupación, no quería que Esther se
hiciera unas ilusiones para que luego se llevase un batacazo.
- Bueno… ahí entro yo… en cinco días soy capaz de… ¿sabes! voy a hacer que
esos cinco días sean especiales, quiero mirarla a los ojos y que sienta que el
tiempo pasa sin que nos demos cuenta, quiero que cada una de esas noches se
convierta en una sorpresa, que disfrute de todo lo que hasta ahora no ha podido,
quiero que vuelva a sentir que para mí es especial, única, imprescindible… que.
- Vale, vale, me hago una idea de lo que quieres de esos cinco días
- Buff me voy que tengo mucho que hacer – repitió riendo con tal brillo y tal
ilusión que Laura temió por ella, y por lo que podía no ser.
- Recuerda que no puedes decirle nada a Germán – le recordó las indicaciones de
Isabel – ni a nadie.
- Tranquila, lo recuerdo. ¿Nos vemos en el aeropuerto?
- ¡De eso nada! no cuela – sonrió - nos vemos mañana aquí, ya he hablado con
Adela para que no tengas que ir al poblado, que tenemos que preparar a los
niños para el traslado y pasado nos vemos también aquí para trasladar a los
niños.
- Vaaale – rió – hasta mañana.
* * *
María corría de un lado a otro del campamento, llevaba más de dos horas buscando a
Pancho y no lo encontraba por ningún lado. Se estaba haciendo de noche y sabía que
debía regresar junto a su abuela, si no quería llevarse una buena bronca. En una de esas
idas, pasó al lado de una chabola que sabía deshabitada. Se detuvo un instante. Había
luz en su interior y le extrañó. Había entrado tantas veces en ella que no tuvo problema
para rodearla y mirar quienes estaban dentro, quizás fueran nuevos vecinos. Se
decepcionó al ver que se trataba de Igor y el tonto de Salva, que no la dejaba jugar en el
patio cuando estaba barriendo. ¿Qué harían allí? Se empinó para otear mejor y
comprobó que estaban cavando un hoyo en el suelo. ¡Qué juegos más raros! Y ¡qué
aburridos! Dio un salto y salió corriendo. Estaba preocupada y no sabía qué hacer. Era
muy tarde y la oscuridad de la noche se hacia notar demasiado.
Elías observaba el trabajo de aquellos dos imbéciles. ¡No podían ser más lentos! Salió
de la chabola y vio correr a María, de pronto ató cabos. La niña estaba espiándolos, los
ruidos que habían escuchado no eran ratas, era esa maldita niña. Estaba harto de ella,
muy harto. Entró en la chabola, les dio unas indicaciones a los dos chicos y salió en
busca de la mocosa, esa sería la última vez que se inmiscuía en sus planes.
No había luna en el cielo y esa oscuridad asustaba a María, pero aún así decidió salir del
poblado y bajar hasta el río, a veces Pancho se paseaba por allí. Silbó y lo llamó pero el
perro no aparecía, decidió alejarse un poco más y de pronto, en la oscuridad de la noche
su finísimo oído la alertó y se mantuvo quieta, entonces escuchó con claridad unos
pasos. ¡Pancho! pensó, pero su instinto le hizo no gritar su nombre, muy al contrario se
refugió entre unos arbustos. Lo vio pasar. Buscaba algo. ¿Estaría buscando también a
Pancho! y ¿por qué no lo llamaba? No se movió de su escondrijo, ese gitano le daba
miedo.
Elías se movía despacio, la noche era más oscura de lo había supuesto, y es que unos
nubarrones se acercaban amenazando lluvia. Masculló algo que la niña no pudo oír,
parecía enfadado y le pegaba patadas a las piedras. Se detuvo casi a la altura de su
escondrijo, parecía un animal olfateando el aire. De pronto, se giró hacia donde se
encontraba María, un escalofrió le había recorrido la espalda, le había dado la sensación
de que unos ojos estaban clavados en él. “Seré imbécil”, se dijo, “no soy yo el que debe
temer”.
María respiró tranquila al ver que se alejaba de ella. ¿Qué haría por el campo a esas
horas? Se arrepintió de haber salido del campamento tan tarde y decidió volver. Salió de
su escondrijo y, repentinamente, no supo donde estaba, ¿cómo había llegado hasta allí
buscando a Pancho! debía prestar atención al lugar en el que se encontraba porque le
parecía que jamás había estado allí. En un intento por buscar una pronta solución a su
problema comenzó a observar detenidamente el lugar. Ni siquiera veía la luz de las
chabolas, ni una sola hoguera. Todo lo que la rodeaba era bosque y soledad. Estaba tan
asustada que no se atrevía a andar, ya no escuchaba los pasos del gitano, y tampoco
escuchaba nada que le indicase que Pancho estaba por allí. Sin saber porqué pensó en
Maca, “¿bichito me prometes que no vas a salir de noche?”, ella siempre le decía que sí,
y casi siempre lo cumplía, aunque alguna vez había correteado por las chabolas, pero
hoy era distinto, todo era diferente. Le habían dicho que Maca no iría en unos días por
el poblado, aunque ya estaba mejor y ella estaba muy enfadada, sí, mucho, con Esther
por no llevarla a verla y con Maca por estar ya buena y no acordarse de ella. Por eso
había salido en busca de su único amigo, en busca de Pancho.
Súbitamente sus pensamientos fueron interrumpidos por las primeras gotas de lluvia
que, tras cinco segundos, se transformaron en un chaparrón que la dejó calada hasta los
huesos. Tenía que pensar rápido y lo primero que se le ocurrió fue volver a agazaparse
entre los arbustos para que la protegieran un poco de la lluvia.
María no volvió a abrir la boca y caminaba junto a él. El corazón le latía muy deprisa,
tenía miedo de él, era malo, Maca se lo había dicho y el día anterior, la misma Sonia la
cogió y le hizo prometerle que no se acercaría a él, y ella no se había acercado, era él
quien la había cogido y no quería soltarla. Elías la miró de reojo y sonrió, tenía grandes
planes para esa niña, y esa noche se lo había puesto en bandeja.
Tres horas después, Elías entraba en casa de Sonia, sonriendo. La joven lo esperaba con
la mesa puesta. Estaba hablando con alguien por teléfono e inmediatamente cortó la
llamada.
Tendría que buscar una puta que le diera lo que aquella le negaba. ¡Qué harto estaba de
aguantar! en cuanto estuviese el trabajo hecho, se iba a dedicar a darse un gran
homenaje, un homenaje que no olvidaría.
* * *
Isabel entró en casa cabizbaja, no estaba segura de que su plan funcionase y solo tenía
cinco días para ejecutarlo. Josefa la esperaba con la cena preparada. Lo miró con cariño.
¡Si no fuera por él! Sentía tener que mentirle, pero si le preguntaba tendría que hacerlo y
más después de la llamada que había recibido esa misma tarde de su padre, insistiendo
en interrogar a Maca. Ella le había dicho que era imposible, Maca había vuelto a la UCI.
Le gustaría poder consultar con él sus planes pero no podía hacerlo, tenía que
mantenerlo al margen, no podía arriesgarse más. Aquel caso la traía de cabeza y
comenzaba a sospechar de todos. Cada vez tenía más claro que Elías había asaltado a
Maca, que no había intentado matarla y que no lo había hecho solo. Josefa la besó, y le
preparó una copa, le preguntó por el trabajo y ella se mostró esquiva. Él percatándose de
ello comenzó a contarle cotilleos de algunos agentes que ella conocía, intentando
distraerla. La conocía y sabía que ese ensimismamiento solo podía responder a una
cosa, estaba a punto de pillar a alguien, estaba maquinando un plan y no quería ni fallos
ni distracciones. Desearía que le contase de que iba y comentarlo con ella, pero estaba
claro que en esta ocasión tenía la intención de mantenerlo al margen. Terminaron de
cenar y se sentaron en el sofá, Isabel se acurrucó en él y se dispusieron a ver una
película. A los pocos minutos, Josefa se había dormido. Ella sonrió, era incapaz de ver
una película entera. Sin embargo ella no era capaz de pegar ojo, solo podía pensar en
coger a aquel gitano, y conseguir de él que le confesase quien era el auténtico acosador.
Capítulo VIII. JINJA.
El avión aterrizó sin problemas. Tal y como estaba previsto, las esperaban en el
aeropuerto. Laura se despidió de ambas, debía emprender el viaje hacia Kisumu.
Durante el vuelo, finalmente, Maca había decidido ir con ella, pero Laura se negó en
redondo, en parte, porque sabía que Esther deseaba por encima de todo pasar esos días
con Maca y, en parte, porque aunque el viaje a Kisumu era más corto desde Nairobi,
ella debía pararse en el hospital de la capital y luego trasladar a dos de los niños hasta
Nakuru, antes de continuar con los demás a Kisumu; y Maca, aún convaleciente, no
estaba para muchos trotes. Y no es que el viaje a Jinja fuese más seguro o más cómodo,
pero lo harían directamente y el camino era mejor, y como todas sabían, si había algo
que necesitaba la pediatra era descansar.
Esther se mostraba algo molesta porque Maca no hubiese escogido la opción de ir con
ella, pero en el fondo la entendía, era normal que se sintiese violenta de volver a ver a
Germán, sobre todo, después de que nadie le hubiese puesto sobre aviso, por orden
expresa de Isabel. Y allí estaba Maca, decidiendo una cosa y obligada a hacer otra,
¿para que se le habría ocurrido decir que entre las tres tomarían la decisión! se habían
puesto dos contra una y, al final, a Jinja que se iba.
- Bueno pues… nos llamamos esta noche – dijo Laura besando a Esther –
¡cuídala! – le dijo guiñándole un ojo y señalando a la pediatra.
- Cuídate tu también – se abrazó a ella agradecida por todo.
- Maca – dijo Laura agachándose – ya me contarás qué te parece todo esto – la
besó cariñosa - ¡suerte! – les dijo a ambas saludándolas con la mano.
Las dos respondieron al saludo levantando también su mano. Maca se quedó pensativa,
“suerte”, se dijo. No sabía porqué pero no le gustaba nada que hubiera dicho eso y sintió
que la aprensión se apoderaba de ella. Miró hacia la enfermera que, tras la despedida, ya
estaba cogiendo las maletas de ambas.
- Te recuerdo que tienes que ponerle al reloj tres horas más – se giró mirando por
encima del hombro - ¡Vamos! Maca – le dijo nerviosa – ¿puedes sola? – le
preguntó al ver en ella un gesto que le pareció de dolor – si no puedes quédate
aquí que saco las maletas y vuelvo.
- No, no, puedo yo, tranquila – le respondió, aunque lo cierto es que era la primera
vez desde el asalto que accionaba su silla y le estaba costando más trabajo del
que le gustaría reconocer.
Maca la siguió como y mientras pudo, ya que la enfermera parecía llevar tanta prisa
que, a los pocos segundos, la había perdido de vista. Se paró un momento sin saber
hacia donde ir, notó que todo el mundo la observaba y se sintió tremendamente
incómoda. Miró a uno y otro lado, ni rastro de Esther, consultó la hora, debía ir al baño
antes de emprender la marcha hacia Jinja, pero no era capaz de localizar a la enfermera
y debía decírselo. Supuso que habría ido directamente a la salida y se decidió a hacer lo
mismo. Con dificultad consiguió llegar a ella, fue cruzar la puerta y un bofetón de calor
la dejó parada, era sofocante, la gente entraba y salía a velocidad de vértigo, y las voces
la atronaban. Varios hombres se acercaron a ella, “taxi, “taxi”, repetían, Maca
pronunció “no” en varias ocasiones hasta que la dejaron tranquila. Sintió una punzada
en la sien y frunció el ceño contrariada, esperaba que no comenzase el dolor de cabeza
que la acompañaba casi a diario desde el ataque. Un par de jóvenes se acercaron a ella a
pedirle dinero, Maca agarró el bolso temiendo que le dieran un tirón, ya le habían
avisado que debía tener mucho cuidado. Desorientada y nerviosa, intentó localizar a la
enfermera, pero allí sentada y con el gentío era misión casi imposible.
Se dio la vuelta y se dirigió a los dos hombres y les dijo unas palabras que Maca no
entendió, aquello no era ni inglés ni francés, y eso que Esther le había contado que casi
todo el mundo hablaba una u otra lengua o las dos, debía ser Swahili. Los soldados
volvieron sobre sus pasos y se quedaron, arma en mano, junto al camión.
- No debía haber venido – comentó, se sentía desubicada y completamente
agotada, y aunque no pensaba decírselo a Esther, esperaba que la enfermera
comprendiera que sus condiciones físicas no le permitían hacer algunas cosas.
No hacía ni doce horas que había salido de Madrid y ya se estaba dando cuenta
de que Cruz tenía razón, no estaba en condiciones para el viaje – os dije que no
era buena idea.
- Ya no hay remedio – respondió con cierta dureza, no era momento de
lamentaciones ni arrepentimientos, dándole a entender que, ahora, pensaba igual
que ella. Maca se sintió molesta por el tono de la enfermera pero no dijo nada
más. Solo había consentido en hacer el viaje, por la insistencia de Esther y ahora
la trataba como si fuera una carga para ella – intentaremos que no lo pases
demasiado mal.
- Gracias – respondió con cierto retintín. No entendía porque Esther la estaba
tratando con tanta indiferencia cuando en el avión insistía en que viajara a Jinja
y no a Kisumu, y en Madrid había sido ella la que, prácticamente, había
convencido a todos de que era una buena idea el que hiciese este viaje. Aunque
podía imaginárselo, le había molestado que a la hora de escoger en el avión
optase por Laura y no por ella. ¡Si supiera que, en realidad, era eso lo que más
deseaba! que estaba allí solo porque ella lo propuso y que se moría de miedo,
que se temía así misma, a no ser capaz de, lejos de todo y todos, controlar sus
sentimientos.
Entraron en el baño y Maca se percató, al instante, de que era demasiado pequeño para
que ella pudiese manejarse.
- Esther, creo que vamos a tener que dejar la puerta abierta, es imposible que me
mueva aquí, además – pasó la vista con rapidez por toda la instalación – no hay
nada a mano donde pueda apoyarme – dijo calibrando sus posibilidades.
- Como tú veas, pero ¡venga! date prisa, es muy importante que salgamos cuanto
antes de aquí.
- Ya me lo has dicho, pero no puedo hacer más de lo que hago – la miró
angustiada, con la esperanza de que la comprendiese, pero Esther parecía no
darse cuenta de lo mal que se lo estaba haciendo pasar, hacía tiempo que no
experimentaba esos sentimientos.
- Te aseguro, que si nos encontramos con la guerrilla, no solo no te va a gustar, si
no que éste será el menor de tus problemas – comentó nerviosa.
- Vale, lo he entendido. ¿Me alargas mi bolsa! por favor – pidió molesta y
resignada, la bolsa que siempre llevaba colgada a la espalda de la silla.
- ¿Qué quieres ahora? – preguntó impaciente tendiéndosela.
- Por lo que veo, debo empezar a adaptarme a todo esto, y… sola – reprochó
viendo el poco interés que ponía la enfermera en echarle una mano – así es que,
voy a empezar a hacerlo. Sal, por favor.
Esther, rápidamente, se percató de lo que pretendía. Maca estaba dispuesta a usar sus
pañales y dejar de molestarla. La miró con ternura y su actitud cambió.
Esther la acompañó junto a los soldados y se marchó, había perdido su turno y tuvo que
esperar, al cabo de más de media hora de lucha con las autoridades, salió de las oficinas,
triunfante. Al verla, Maca sintió tal alegría que empezó a comprender la necesidad que
tenía de notarla cerca. Le daba seguridad ver con qué soltura trataba a todo el mundo y
como todos la obedecían sin rechistar.
La enfermera llegó hasta ellos sonriente y aliviada por poder emprender la marcha
cuanto antes. Miró hacia Maca con preocupación, tenía mala cara, antes ni siquiera se
había fijado en ello y llevaba más de media hora esperándola al sol, cuando Cruz la
avisó de que debía tener cuidado.
- Todo listo – le dijo a ella – toma, ponte esto – le lanzó una especie de peto
blanco sin mangas en el que se leía en letras rojas “Médicos sin fronteras” – no
es que te vaya a salvar de una bala pero algo sí que lo respetan – le explicó y
dirigiéndose a los soldados les dio unas indicaciones, que Maca no entendió,
aunque pudo comprender lo que les decía por la reacción de ellos.
Dos de los hombres soltaron sus fusiles, abrieron la puerta del asiento trasero y la
izaron, sin esfuerzo, soltándola en el asiento con brusquedad junto a la ventanilla, Esther
les gritó algo y ellos se giraron hacia la pediatra en actitud de disculpa.
- ¿Qué les has dicho? – preguntó Maca abrumada por tanta novedad.
- Que tengan cuidado, que no eres un fardo – respondió con rapidez,
desapareciendo de su vista de nuevo, Maca estaba superada, Esther parecía
hacerlo todo con una velocidad vertiginosa y ella no era capaz de calibrar si
debía a que estaba nerviosa o a que allí las cosas funcionaban así.
La pediatra permaneció sentada sin moverse, había dos asientos corridos y a ella la
habían colocado en el que miraba en el sentido de la marcha, el de enfrente permanecía
vacío, Esther había entrado por la otra puerta y se situó junto a la ventanilla del lado
opuesto, dejando un gran espacio entre ambas.
Maca miró el reloj y negó con la cabeza. Esther le había contado que tardarían un par de
horas en llegar a la frontera, y aunque aquél calor la estaba matando y deseaba más que
nada beber un poco, no quería tener que dar lugar a pararse por el camino. Los dos
soldados subieron a la parte delantera del camión, junto al conductor. Maca cogió una
de sus piernas con ambas manos y la subió al asiento de enfrente, cuando se disponía a
hacer lo mismo con la otra, Esther se lo impidió.
Maca suspiró, ¿estaba Esther intentando castigarla por algo, o era ella que estaba tan
cansada y fuera de lugar que no soportaba tenerla lejos? Decidió ser la que se acercara.
Apoyó las manos en el asiento y haciendo un gran esfuerzo fue arrastrándose hasta la
enfermera.
Esther se encogió de hombros mirando por la ventanilla con inquietud. Le daba pánico
la idea de topar con la guerrilla, quizás no estaba preparada para la vuelta. Y… estaba
Maca, nunca debió convencerla para hacer el viaje, la pediatra tenía razón, sentía que
era una carga para ella, y se sentía culpable por ello. Maca no tenía culpa alguna, era
ella, la que había insistido, era ella la que se había ofrecido a Isabel y a Cruz, y era ella
y solo ella la que debía estar pendiente para que no le ocurriese nada, pero no podía.
Ahora que estaban allí se había dado cuenta, no podía protegerla, no podía aconsejarla,
no podía cuidar de ella. Su mente no dejaba de darle vueltas a lo de siempre, a su
incapacidad para ayudar a nadie. Notó que la observaban y giró la cabeza, Maca la
estaba mirando con tal aire de indefensión, que sintió lástima por ella, la pediatra esbozó
una leve sonrisa, estaba asustada y Esther era consciente de ello, pero no podía
ayudarla. Si llegaba el caso, ocurriría lo que ya había ocurrido en otras ocasiones, se
quedaría paralizada, no haría nada por ella, por defenderla. “No debía haberla traído
aquí”, se reprochó.
La puerta del camión se abrió de nuevo y subieron cuatro soldados más, tres se sentaron
frente a ellas, fusil en mano y el último se situó junto a Maca, permaneciendo de pie y
agachado a su lado.
Maca volvió a apoyarse y a tirar de sus piernas para quedar justo al lado de Esther,
notaba su calor, ella misma se notaba arder. No sentía el palo bajo su cuerpo, pero sí los
efectos de la inclinación que le obligaba a adoptar. ¡Cuatro horas! pensó, esto va a ser
un infierno y una sauna. El soldado de enfrente abrió sus piernas dejando entre ellas las
de la pediatra, al hacerlo, le lanzó una tímida sonrisa con la que Maca interpretó que le
decía que no tenía más opciones. Maca se la devolvió temerosa. A su lado, se sentó
finalmente el que faltaba, invadiendo todo el espacio y rozándola con su cuerpo. Por
primera vez desde el accidente Maca se alegro de no sentir aquel contacto, el joven
estaba tan sudoroso que Maca no pudo evitar sentirse agradecida por no poder notar ese
roce. El camión comenzó su marcha, salió de la ciudad por una carretera llena de baches
y agujeros, el conductor iba todo lo rápido que le permitía aquel trasto, como ya lo
definiera Esther en una ocasión. Maca botaba en el asiento con cada uno de ellos, e
intentaba sujetarse al borde del asiento. Observó como Esther se agarraba con una mano
en el enganche de la puerta y entendió porqué le dijo que permaneciese en el lugar
donde la habían colocado al principio. Todos guardaban silencio, solo interrumpido de
vez en cuando por alguna palabra del conductor, que Maca entendía como quejas por el
tono. La pediatra miraba, a lo lejos, por la ventanilla, se sentía sobrecogida por aquella
inmensidad de chabolas, gentes corriendo, gentes saliendo al paso del convoy,
pidiéndoles con las manos extendidas que les echasen algo.
Esther, guardó silencio y abrió su botella, bebiendo un trago largo, Maca la miró con tal
deseo que la enfermera se giró sintiéndose observada.
Maca aceptó la crítica en silencio y no volvió a abrir la boca. Todo estaba resultando
muy diferente de cómo había imaginado y seguía sin entender el empeño de la
enfermera en que fuera con ella, ¿para qué! ¿para demostrarle que su vida no había sido
fácil allí! eso ya se lo había imaginado antes de leer aquel informe y después de hacerlo
lo había ratificado, ¿o era para hacerle ver que, a pesar de todo, por muchos problemas
que tuviese en Madrid, tenía suerte en la vida! eso era muy discutible.
De pronto el camión aminoró la marcha, los soldados comenzaron a decirse cosas entre
ellos y cogieron los fusiles, preparándolos para el disparo. Maca, se asustó e hizo un
esfuerzo por mirar a través de la ventanilla pero no parecía que ocurriese nada diferente
a lo que llevaban visto.
- ¿Quieres agua?
- No.
- Maca… en un rato va a empezar a darte el sol, deberías beber agua.
- Luego te pido.
- Como quieras – repitió con desgana.
Esther la miró moviendo la cabeza de un lado a otro y sonrió vencida, estaba claro que
no pensaba callarse.
Maca la escuchó con cara de terror, no soportaba las serpientes, no le daban asco como
solía decir la gente, simplemente, le daban pánico. La sola idea de ver una le provocaba
repelucos.
- Los hombres tienen autoridad sobre la mujer, sobre sus hijos, sobre sus bienes,
las venden por un rebaño de cabras, por un trozo de tierra, las golpean si no les
dan hijos, ellas trabajan como burras, cuidan de los hijos, de los animales,
cultivan el campo y obedecen, siempre obedecen, y cuando alguna no lo hace, si
alguna huye, se niega a la ablación, o es violada por otro hombre, es juzgada y
sentenciada, en sus vidas no suele haber un momento que no esté ligado al dolor
– le explicó con la vista perdida a lo lejos. Maca miró hacia el exterior y
rápidamente quitó la vista, no lo soportaba.
- Entonces… ¿No nos vamos a parar? – volvió a preguntar casi resignada.
- No. Esto es así.
- Vale - dijo abatida, intentó tragar saliva en un gesto instintivo de controlar su
estómago, pero tenía la boca tan seca que no pudo – no entiendo como te has
acostumbrado a esto.
Esther no le respondió, solo pensó en que con un poco de tiempo lograría que la
entendiese. Estaba viendo lo peor de África, la cara más dura y amarga. Sabía lo que
estaba sintiendo porque cinco años atrás a ella le había pasado lo mismo. Pero, con
suerte, Maca descubriría en esa tierra otra forma de entender y ver las cosas, si había
sido capaz de luchar contra viento y marea, arriesgando su vida, por un proyecto como
el de la Clínica, no podría evitar sentir el gusanillo de comprender la vida en esa tierra y
cuando eso ocurriese, allí estaría ella, para enseñarle la otra cara, la cara de la grandeza
de África.
Los soldados comenzaron a descender tras cruzar unas palabras con el compañero del
país vecino. La enfermera bajó tras ellos, rozando a Maca en el brazo al salir y
volviendo a susurrarle “tranquila”, al ver la cara casi desencajada de la pediatra y se
detuvo un instante haciéndole una seña al guardia fronterizo que estaba tras los
soldados. Maca supo que hablaban de ella. André se acercó a Esther y le susurró algo al
oído y Maca vio como la enfermera se ponía nerviosa intentando explicarle algo al
guardia que Maca no era capaz de comprender, pero parecía que aquel hombre no
terminaba de convencerse de lo que fuera. Luego, el guardia habló con los solados.
Maca observaba todo desde su asiento, permaneciendo en silencio como le había
aconsejado la enfermera pero con la sensación de que su permanencia allí arriba estaba
causando algún contratiempo. Buscó a Esther con la mirada pero ella continuaba
afanada en dar explicaciones al soldado. Finalmente, uno de ellos subió al camión y se
puso frente a Maca, la pediatra sintió que su corazón se aceleraba, asustada. Cuatro
soldados más se acercaron a la puerta del camión y con sus fusiles impidieron que nadie
se aproximase hasta ellos mientras escuchaba como se abrían y cerraban las lonas de la
parte trasera. Estaban procediendo a un registro. “Menos mal que no solía haber
problemas”, pensó nerviosa. Esther permanecía abajo observando la escena y Maca
miraba hacia ella desconcertada y deseando que la enfermera la tranquilizase aunque
fuese con una seña o un gesto, pero su cara le decía todo lo contrario, parecía
preocupada. En ese momento el soldado que había subido al camión soltó el fusil y
colocando ambas manos bajo los brazos de Maca la izó hasta colocarla en pie.
- ¡Eh! ¿Qué coño haces? – gritó la pediatra intentando sujetarse a sus sudorosos
brazos. El soldado sonrió divertido ante aquella reacción, acercó su cara a la de
la pediatra y masculló unas palabras inteligibles para ella, a pesar del agobiante
calor sintió un escalofrío, no entendía lo que decía pero aquel tono le recordaba
a algo, de pronto el soldado retiró sus manos con brusquedad y Maca cayó
contra el asiento con un gran estruendo. Esther intentó zafarse de la barrera que
habían creado los soldados para correr hacia ella.
- ¡Maca! ¡Maca! ¿Te has hecho daño? – gritó intentando subir a ayudarla pero el
fusil de uno de ellos se lo impidió, intentó apartarlo sin pensar en lo que hacía,
mirando a Maca que permanecía tumbada de costado sobre el asiento.
La pediatra se quedó casi sin respiración por el golpe, aquel tono, aquel olor a sudor y
aquella postura le produjeron un nuevo escalofrío y un fogonazo la llevó a otro lugar,
estaba encima del capó de su coche, tampoco podía respirar, se vio así misma diciendo
“no puedo respirar” y una voz que le respondía, “de eso se trata puta”. Aquellas
sensaciones, aquella respuesta, tenía que incorporarse, “¡Esther!”, murmuró buscando
su ayuda desorientada, “Esther”.
El joven bajó del camión con una sonrisa y dijo unas palabras que la enfermera entendió
perfectamente “no mienten”, entonces, enfada por el trato que habían recibido, se volvió
al guardia fronterizo y se encaró con él, los conocían y no era la primera vez que hacían
ese recorrido “¿por qué los trataban así?”, Blaise la frenó y le dijo con una seña que
subiese, ya se encargaría él de protestar. La enfermera intentó apartar a los soldados que
le impedían el paso y uno se situó frente a ella amenazadoramente, Blaise volvió a
frenarla cogiéndola del brazo, el soldado pidió explicaciones por aquel incidente de
forma airada y tras unos minutos de discusión y tensión, consiguió que dejasen pasar a
Esther.
Maca había conseguido sentarse por sus propios medios, permanecía pálida y aturdida,
no entendía muy bien aquel recuerdo, nada tenía que ver con aquellos ojos que su mente
repetía, era otra voz y otros ojos. Esther subió junto a ella con precipitación.
- ¿Te ha hecho daño? – le preguntó a Maca cuando por fin pudo sentarse junto a
ella.
- No – respondió con un hilo de voz asustada – Esther yo... me he acordado de
que… vamos que se me había olvidado…
- ¿Qué cosa se te ha olvidado ahora? – la interrumpió impaciente y nerviosa, sin
escucharla, mirando hacia fuera donde Blaise continuaba discutiendo.
- ¿Olvidárseme! nada – respondió desconcertada – me refería a …
- Perdona… creí que… ¿qué has recordado? – le dijo más suave cayendo en la
cuenta de lo que se refería – Blaise – llamó al soldado y haciéndole una seña le
indicó que lo dejara., era mejor continuar la marcha, finalmente, todos subieron
y les permitieron continuar su camino - ¿qué me decías? – le preguntó mirándola
de nuevo.
- Una tontería, ya… te lo contaré luego – esbozó una sonrisa, estaba claro que
Esther no estaba predispuesta a escucharla, más pendiente de que todo saliera
bien en el viaje - ¿por qué han registrado el camión?
- Están buscando una joven que ha huido de su casa tras acostarse con otro
hombre. Por eso nos han registrado – le explicó la enfermera moviéndose con
nerviosismo en el asiento, intentando justificarle aquel acto no habitual.
- ¿No decías que no ayudáis a nadie? – preguntó Maca resignada - ¿por qué
piensan que podía ir con nosotros?
- Bueno… a veces…. Nos hemos parado pero… solo cuando vamos solos, sin el
ejército.
- Pero… a la mujer esa… para qué la buscan.
- Para castigarla, Maca.
- Castigarla ¿cómo?
- La lapidarán o con suerte la repudiarán.
- ¿Quién? ¿su marido?
- Toda la aldea, Maca – le sonrió pensando en su pregunta “¿su marido?”, tenía
tantas cosas que explicarle, pero… ya habría tiempo – esto… es diferente.
- Ya… entiendo.
- No creo que lo entiendas – dijo mirando el puesto fronterizo en el que debían
pararse, ya en terreno ugandés – es largo de explicar, ¿has oído hablar de la
guerra del norte de Uganda?
- La verdad es que no.
- Pues ha provocado ya más de doscientos mil muertos y dos millones de
desplazados, como ellos los llaman.
- ¿Te refieres a refugiados?
- Sí – asintió, levantándose un poco para ver por la ventanilla el camión se detenía
de nuevo – estamos en Uganda. Ahora si quieres podemos bajar y vas al baño.
- Si, gracias – respiró aliviada de bajar un momento.
- Pues vamos – le dijo apretándole el brazo al tiempo que ella saltaba tras los
soldados.
Cuando Esther estaba a punto de subir el escalón uno de los guardias llegó y cruzó unas
palabras con ella, marchándose después.
¿Eso era lo que Esther llamaba el baño! se detuvo un instante en la puerta donde la
recibió un olor tan nauseabundo que el mareo que tenía del viaje no fue nada ante ese
panorama visual y olfativo, que le provocó arcadas sin poder contenerse. Recordó la
frase de Esther no respires por la nariz cuando entraron en aquella chabola. Seguro que
había sido en sitios como ese donde la enfermera había desarrollado esos recursos.
¡Dios! aquello era insoportable, pero no tenía otra opción. Minutos después, salió de allí
mucho peor de lo que había entrado y encima debía volver a subirse a aquel camión y
quedaban al menos dos horas más de viaje. Estaba tan agotada y se encontraba tan mal
que deseó con todas sus fuerzas estar soñando, no estar allí y despertar en su casa. Pero
todo era real, los saltos de su estómago eran reales, el dolor de cabeza era real, y aquella
Esther desconocida que unas veces le sonreía y otras la trataba con desdén, como en ese
preciso momento en el que ya le estaba indicando que aligerase, también, lo era.
Maca se quedó abajo mirándola subir, estuvo tentada a gritarle que siguiera sin ella, que
ya encontraría el modo de volverse, pero sabía que no lo iba a encontrar y que por muy
mal que lo estuviese pasando peor sería estar sin ella. Le empezaba a resultar
insoportable que Esther la tratase así. De pronto, un soldado la izó sin esfuerzo
sobresaltándola, y subiéndola al camión. Maca miró a Esther y decidió probar de otra
forma.
Maca la miró y guardó silencio. Estaba tan cansada que no tenía ganas de enfrentarse a
ella en una discusión, no se trataba de ser o no pija.
Media hora después el sol daba de pleno en la pediatra, que permanecía callada, con la
cabeza apoyada en la mano, mirando al exterior, pensando en todo lo que le había visto
y en todo lo que le había contado Esther. Estaba dolida con Esther por pensar de ella de
esa manera, iba a tener que demostrarle que se equivocaba con ella. Cada vez le dolía
más la cabeza y cada vez estaba más mareada, barajó la posibilidad de preguntarle si
tenía a mano algún analgésico, pero ¡cualquiera le decía nada! Esperaría hasta llegar al
campamento. Por lo menos había algo bueno y es que tenía la sensación de que había
bajado la temperatura o al menos ella tenía menos calor, desde hacía un rato ni siquiera
sudaba.
Esther también miraba por la ventanilla, perdida en sus recuerdos. De pronto, un bache
más pronunciado que los demás, rompió el traqueteo al que ya se habían acostumbrado,
todos se agarraron como pudieron, pero Maca osciló primero hacia los lados para acabar
cayendo hacia delante y por suerte el joven que tenía en frente la frenó antes de que
diera con su cabeza en las rodillas de él. Esther asustada le gritó.
Esther la miró y notó que se le hacía un nudo en la garganta, quizás estaba siendo un
poco dura con ella. Maca tenía razón, y ella olvidaba continuamente que había cosas
que tenía que hacer de manera diferente.
El calor era sofocante y la enfermera sacó de nuevo la botella, bebiendo un trago “arg.
está asquerosamente caliente”, pensó.
- ¿Me das un poco? – le pidió Maca viéndola beber, incapaz de aguantar más.
- Claro toma – le tendió la botella.
- Umh, ¿cómo haces para que se mantenga fresca? – le preguntó con curiosidad.
- ¿Estas de broma?
- No, te lo pregunto en serio.
- ¿Estás bien? – le preguntó preocupada, “¿fresquita?”, la única posibilidad de que
le pareciera fresca el agua es que ella tuviese una temperatura muy superior.
- Si – respondió.
- ¿Cambiamos de sitio?
- Claro, te molesta el palo, ¿verdad?
- No es por eso. Es que creo que te está dando demasiado el sol. Y sabes que
debes tener cuidado
- No te preocupes, si es por eso no hace falta, estoy bien – mintió, pero ya la
habían cambiado una vez, y no estaba dispuesta a que considerasen que era una
blandengue que no era capaz de soportar lo mismo que los demás. No era tan
pija como Esther le echaba en cara.
- Aún queda un rato para llegar. ¿Sigues mareada?
- Nada que no pueda controlar, ya sabes que determinados medios de transporte y
yo.. no somos muy amigos- intentó bromear mofándose de sí misma.
- Ya… ya me acuerdo – rió – bueno, no creo que tardemos más de una hora.
- ¿Una hora? – casi gritó sobresaltando a los soldados – pero si eso mismo me
dijiste hace media.
- Esto es así, ya te dije que a veces se llega antes andando – bromeó – y no des
esos gritos, que los sobresaltas. No seas quejica.
- Buf – resopló impaciente, estaba empezando a hartarse de la famosa frasecita
“esto es así”. Esther la miró y de pronto cayó en la cuenta que Maca siempre que
se ponía nerviosa, movía las piernas de un lado a otro, pero ahora… intentó ver
si tenía algún otro tic con el que exteriorizase ese nerviosismo, pero no encontró
ninguno.
- Mira, mira allí – le señaló a lo lejos – entre aquellos árboles - ¿ves el agua?
- Si, si la veo.
- Es el Nilo. Cerca del campamento tiene unos saltos preciosos. Si nos da tiempo,
te llevaré a verlos.
- ¿En serio? No sabía que el Nilo…
- Claro está muy cerca y el lago Victoria también. Si esto es precioso, Maca – le
dijo por primera vez con ilusión en los ojos - ¡Ya verás!
- Seguro que lo es – le sonrió.
- Y si nos da tiempo, te llevaré a que bebas agua del Nilo.
- ¿Agua del Nilo! ¿qué pretendes que me de el cólera?
- ¡Qué pija que eres! beberás agua del Nilo como la bebí yo, como la beben todos
los que llegan hasta aquí – dijo con una misteriosa sonrisa y una mirada
soñadora que Maca no le había visto hasta entonces.
La pediatra le sonrió. Le gustaba verla animada. Y si tenía que beber agua del Nilo,
pues… la bebería. Seguro que ya estaban cerca, de ahí el cambio de humor de Esther.
Maca se alegró por ella y empezó a notar el nerviosismo del encuentro. No se le quitaba
de la cabeza que Germán no tenía ni idea de que Esther llegaba acompañada y encima,
no con cualquier compañía.
Media hora después, no es que estuviese nerviosa es que estaba desesperada por llegar,
por descansar y tomarse algo que le quitase ese dolor de cabeza y, sobre todo, por bajar
de esa cafetera y que se asentase su estómago.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó Esther al ver que se frotaba las manos nerviosa.
- Pensaba en lo que dirá Germán. Hace años que no nos vemos y…
- Pues… nada… os saludáis y ya está – la tranquilizó, a sabiendas de que Germán
alguna vez le había hablado de una tal Macarena compañera de facultad que ella
jamás asoció a Maca, y la verdad es que siempre para contar alguna anécdota en
la que no salía demasiado bien parada, aunque había de reconocer que siempre
se había reído con ellas. Y ahora que lo pensaba no sabía como no había caído
en que podría haber sido Maca.
- Pero… no creo que le haga mucha gracia verme así sin…
- Maca, no sé que idea tienes de él, pero Germán es encantador.
- ¿Encantador? – no pudo evitar soltar una carcajada que molestó a Esther –
mucho ha debido cambiar, si.
- ¡Ya llegamos! – la interrumpió Esther - mira allí, aquello es el campamento.
- ¡Ya era hora! ¡qué ganas de una ducha y meterme en la cama! – suspiró cansada.
Esther la miró con tal cara que Maca se temió lo peor.
- ¿No hay ducha? – preguntó temiendo la respuesta.
- Claro que hay duchas, mujer – sonrió divertida por la cara que acababa de poner
la pediatra.
- Entonces qué ¿no hay camas! ¿sacos en el suelo? – apuntó con tal expresión que
Esther soltó otra carcajada.
- Que no tonta – le dijo con la familiaridad con que solían tratarse hacía años –
claro que hay camas, y muy cómodas además. Aunque quizás para ti lo mismo
no lo son tanto, que ya me ha contado Laura como son tus colchones. Eso aquí
no lo vas a tener.
- Me da igual, solo estoy deseando tumbarme y cerrar los ojos.
- Pues… me temo que no va a poder ser. Aunque quizás me equivoque. Ya nos
contará Germán los planes que hay – dijo preparándose a bajar tras el último
soldado que ya había descendido. Pero antes de que pudiese hacerlo asomó el
médico por la puerta con una enorme sonrisa.
- ¿Dónde está mi enfermerita preferida? – gritó riendo y cogiéndola en volandas la
bajó abrazándose a ella – pero ¡qué guapísima me has vuelto! – exclamó
separándose de ella, al hacerlo percibió que quedaba alguien más arriba.
Germán miró hacia el interior y abrió la boca de tal forma que hasta Maca sonrió.
Maca que observaba aquel encuentro con atención, abrió la boca sin poder evitarlo, en
una mueca de desagrado, “¿quién será esta niñata?”, pensó. Germán la miró de reojo y
esbozó una leve sonrisa al ver su gesto, “¡Cuánto tiempo! pero sigue igual”, pensó aún
impresionado de verla en silla de ruedas.
Maca permaneció allí sin saber si ir tras Esther o quedarse junto a Germán y aquella tal
Sara que no le quitaba ojo, y con el miedo metido en el cuerpo ¿había escuchado fiesta o
cena! sonrió mentalmente pensando lo poco que había cambiado Germán, tan bocazas
como siempre. Esperaba estar equivocada, porque si de algo no tenía ganas era de fiesta.
Los tres guardaron silencio, hasta que el médico se vio obligado a romperlo, a fin de
cuentas podía considerarse que estaban en su campamento y Maca era su invitada.
Maca miró hacia Esther, ¡lo que le faltaba! compartir cama y encima con Esther.
Esperaba que la enfermera entendiese que ella no podía ni quería compartir cama.
Estaba acostumbrada a su cama de dos metros en la que podía moverse con libertad,
dejar su ropa de forma que pudiera vestirse y colocar su silla para poder subir y bajar de
ella sin problemas, siempre que lo desease y, lo más importante, sin depender de nadie.
Además, necesitaba cambiar de postura continuamente y recordaba lo que le molestaba
a Esther que se moviese mucho mientras dormían. Esperaba que la enfermera se negase
y ejerciera sus influencias para conseguir que tuviese su propia habitación, pero Esther
le devolvió la mirada y se apresuró a responder.
- No es problema, nos adaptaremos a lo que sea – dijo mirándola fijamente y con
cierto retintín en el que le indicaba “no vayas a dar la nota”, continuó - ¿verdad,
Maca?
- Si – asintió con un hilo de voz “¡cómo para negarse! después de viaje que me
has dado!”, empezaba a sentirse realmente mal y no solo físicamente sino
personalmente, allí nadie contaba con su presencia, como ya sabía, pero le daba
la sensación de que iba a ser una molestia para todos. “¿Por qué será Esther la
única que tiene cama de matrimonio?”, no pudo evitar pensar frunciendo el
ceño.
- ¿Vamos? – preguntó Sara – yo le indico doctora – le guiñó un ojo a Esther que
le dijo “gracias” con un movimiento de labios. La joven se dirigió a Maca y se
puso a su lado, comenzando a andar.
Maca miró hacia Esther, con la esperanza de que se pusiese tras ella y la ayudase. El
calor era muy intenso o al menos se lo parecía y estaba tan cansada que casi no tenía
fuerzas para mover su silla pero la enfermera reía con Germán que la había cogido del
brazo y la había apartado de ellas.
Resignada, siguió a la joven con dificultad, creía que al bajar del camión se le pasaría el
mareo pero no había sido así, todo lo contrario, eso unido al calor intenso que notaba y
al dolor de cabeza, la tenían completamente agotada y cada vez con más nauseas.
Sara la condujo hacia la derecha donde se elevaba un edificio de una sola planta,
construido en madera que se asemejaba a la chozas de los indígenas, pudo comprobar
que se trataba de una especie de cabañas situadas unas junto a las otras y que según le
contaba la joven eran las habitaciones de personal médico. Los cooperantes se alojaban
en otro edificio situado en el otro extremo del campamento y al fondo, alejado de todo,
estaba el que llamaban hospital pero Maca no veía la diferencia constructiva con los
otros dos.
- Además de estos tres edificios principales detrás están las duchas y los baños –
le explicó la joven con rapidez – y un pequeño almacén, aquella esquina de allí,
es donde está el comedor y las cocinas, y el pequeño anexo al edificio del
hospital es un área de aislamiento, pero ya le enseñaran todo esto con más
detalle.
- No me hables de usted – le pidió – puedes tutearme.
- ¡Gracias! – exclamó dando la impresión de que le hacía ilusión – bueno pues
esta es la cabaña de Esther – le señaló la que tenían justo enfrente.
Maca suspiró, cuatro escalones para subir. Estaba claro que allí nada le iba a resulta
fácil.
- En la parte de atrás hay otra puerta y solo tiene un escalón – le dijo la joven
adivinando sus pensamientos – le diré a Kimau que le haga una rampa para que
pueda entrar y salir con libertad.
- ¿Kimau? – preguntó por cortesía, cada vez le dolía más la cabeza y el parloteo
de la joven le estaba dando la puntilla.
- Es un chico que trabaja en el campamento, es sordomudo, imagine…
- Tutéame, por favor – la interrumpió.
- Perdón, se me olvida – sonrió – lo que le… te decía, que a pesar de sus
dificultades ha conseguido salir adelante. Se le dan muy bien todos los trabajos
manuales. Se sorprendería de las cosas que inventa para solventar cualquier
problema. En cuanto le digamos lo que necesitamos para usted… para ti – se
corrigió con rapidez – lo hará en pocas horas.
- Es una suerte contar con alguien así – comentó con desgana, mirando hacia atrás
y comprobando que Germán y Esther se acercaban hacia ellas muy despacio. El
médico le tenía un brazo pasado por los hombros a la enfermera y ella a él por la
cintura. Maca volvió a fruncir el ceño. Estaba deseando quedarse con ella a solas
y pedirle que la ayudara en el baño y la ducha y meterse en la cama, no
soportaba más el dolor de cabeza. Y tenía una sed que se moría.
- ¿Quiere que demos la vuelta y entremos por detrás? – le preguntó Sara.
- Eh... – dudó mirando de nuevo a Esther.
- No se preocupe por Esther, ya vendrá ella. André ha dejado sus cosas en la
cabaña.
- De acuerdo, vamos – le dijo con una sonrisa y con la sensación de que allí iba a
estar más sola de lo que pensaba.
- Por cierto, hablando de Wilson… - hizo una pausa sin saber si metería la pata -
¿está bien?
- ¿A qué te refieres?
- Son muchos años aquí, y han ido y venido muchos cooperantes y mucho
personal médico pero la cara que trae Wilson, no es de cansancio ni de mareo,
parece enferma – le dijo con seriedad.
- Ya la conoces – enarcó las cejas en gesto burlón - ¿no es así? – preguntó en tono
confidencial pareciendo decirle “qué te puedo contar yo, que tú no sepas” - se
empeñó en entrar en el baño del puesto fronterizo y… - se interrumpió con una
sonrisa.
- ¡No me digas más! – rió – su amiga Adela tenía que haber entrado con ella –
bromeó sarcástico – ahora en serio, ¿Wilson está bien?
- No, no lo está del todo. Pero… ya te contaré, ahora quiero enseñarle todo esto –
sonrió pensativa – si no te importa claro.
- Yo encantado, trabajo que me ahorras – le devolvió la sonrisa – pero… quizás
sea mejor que antes descanséis un poco.
- Si… quizás tengas razón – admitió pensativa, ¡tenía tantas ganas de que Maca
conociese todo aquello y a todos sus amigos y compañeros! - ¿Dónde están
estas? – preguntó Esther sorprendida de no verlas en la puerta.
- Imagino que Sara la habrá llevado por detrás – supuso – por cierto… ¿cómo?.
- ¿Cómo qué?
- ¿Qué le paso a Wilson?
- Se cayó por unas escaleras – le dijo sin darle más detalles, sería mejor que Maca
le contase lo que quisiese.
- ¡Joder! ¡qué mala suerte! – exclamó pareciendo realmente entristecido.
- ¿Te importa que la haya traído? Sé que ella y tú…
- No me importa. Me alegra verla aunque… creo que no será mutuo – respondió
apretando los labios en una mueca nostálgica – pero deberías haberme avisado,
aquí no hay nada en condiciones para alguien… en su situación.
- No podía, ya te contaré – le dijo – vamos con ellas. Maca necesitará ir al baño.
- Sí, eso me ha dicho antes – recordó – por cierto ¿qué hace! ¿usa pañales o
controla sus tiempos?
- Controla sus tiempos.
- Pues ha debido pasarlo mal en un viaje como éste.
- Ha sido tranquilo – respondió.
- No me refería a eso.
- Ya… - cabeceó sintiéndose ligeramente culpable por no haberle prestado
demasiada atención. Subió los escalones de su cabaña y se detuvo en el último
¡cuántos recuerdos se le agolpaban en la mente!
- Está todo como lo dejaste.
- ¿Nadie la ha ocupado?
- No. Tienes todo en su sitio, para cuando quieras volver.
- Será cuando me dejen – respondió con rapidez y cierto retintín.
- Bueno, será cuando estés preparada – le sonrió haciéndole una carantoña en la
cara.
- ¿Y la nueva enfermera?
- Gema, una chica agradable, esta noche la conocerás. Está en el campo con Jesús.
- ¿Qué tenéis preparado? – le preguntó sabiendo que algo habrían hecho, el sonrió
misterioso.
- Una fiesta por todo lo alto. Están tan encantados de tenerte de vuelta que no han
escatimado en nada. Música, danza, Mburu y Ambuga llevan cocinando toda la
mañana. Ayer me hicieron ir hasta Kampala a por algunos ingredientes.
- ¡Cómo os he echado de menos! – exclamó abrazándose a él de nuevo – esto le
va a encantar a Maca – suspiró soñadora.
- Ya que la mencionas… te estará esperando, ¿entramos?
- Si – sonrió abriendo la puerta.
Maca lo miró y suspiró, recordando las discusiones que solían mantener y que
exasperaban a Adela. Estuvo tentada a responderle pero finalmente no lo hizo, no quería
que Esther le echase otra bronca, solo quería que la dejasen sola, cerrar los ojos y
descansar.
- Agua, a por eso ha ido Sara, a por agua – recordó de pronto tocándose la sien y
cerrando los ojos.
Germán miró a Esther ladeando la cabeza hacia la pediatra y enarcando las cejas
interrogadoramente, pero la enfermera negó con la cabeza y le dijo con un movimiento
de labios “luego”. El médico salió de la cabaña en busca de Kimau y Esther se volvió
hacia la pediatra.
- Ven – le dijo sin empujar su silla recordando lo poco que le gustaba a Maca que
lo hiciera - es aquí mismo, un poco más adelante. Los baños están en la parte
trasera de las cabañas para que no haya que recorrer demasiado espacio.
- Ya veo – respondió siguiéndola con lentitud.
- Ahora, mientras te preparan la ducha si quieres te enseño un poco todo esto.
- Vale – le respondió con una desgana que Esther no notó, mirando distraída hacia
un grupo de mujeres que tendían la ropa a lo lejos.
- ¿Ves aquellas mujeres de allí? – le dijo señalando un lugar al fondo de la línea
de edificios.
- Sí, ¿por qué?
- La de la derecha es una especie de comadrona – sonrió – si quieres te la
presento, te gustará hablar con ella. No puedes ni imaginar la cantidad de trucos
que conoce.
- Claro… me… ¿me presentarás también a Margarette?
- ¿Margarette? – murmuró Esther mirando hacia ella cambiando su semblante sin
que Maca pudiese verlo – ya veremos – le dijo con voz ronca, en el box le habló
de ella pero estaba claro que Maca no recordaba nada de aquello, y ahora que
estaban allí, no tenía tan claro querer contárselo - ¡Edith! – gritó la enfermera a
una mujer de unos cincuenta años que al verla corrió a saludarla. Permanecieron
unos minutos charlando, Maca no entendía nada y se le estaban haciendo
eternos. Y encima la enfermera tenía razón el agua le había sentado como un
tiro. De pronto, aquella mujer miró hacia ella y le dijo algo que no entendió.
Esther hizo las presentaciones y Maca saludó con un cabeceo respondiendo a la
especie de reverencia que le había hecho la señora.
- Dice que eres muy guapa – le tradujo Esther.
- ¡Ah! – Maca miró a la mujer y esbozó una sonrisa de agradecimiento – dile que
gracias y que… - repasó a la mujer de arriba abajo – que… ella también.
- Eres un caso Maca – la recriminó Esther imaginando lo que pensaba por el tono
en que había respondido, y poniendo su mejor cara a Edith, continuó la
conversación con ella.
- Esther – la llamó Maca al cabo de un par de minutos, al ver que no dejaba la
charla – ¿te importa solo indicarme donde está el baño? y ya voy yo – le pidió
con una mirada de súplica que provocó la risa en la enfermera.
- Si, un segundo – le indicó con los dedos, se volvió hacia su interlocutora y tal y
como había prometido se despidió – vamos es por aquí – le dijo colocándose a
su lado.
- ¿Te importa empujarme? – le preguntó ligeramente avergonzada por pedírselo.
- Claro que no – respondió mirándola frunciendo el ceño - ¿estás bien?
- Tenías razón, el agua me ha sentado fatal.
- Maca… - la recriminó apretando el paso – ya estamos, estos son los baños – le
dijo abriéndole la puerta – ¿necesitas ayuda?
- No, no, gracias.
- Te espero fuera – le sonrió cerrando la puerta y saliendo al exterior.
La enfermera permaneció fuera observándolo todo. Nada parecía haber cambiado desde
que se marchara dos meses antes. Sonrió viendo a Germán gesticular airado con André,
que en ese tiempo lo habían ascendido a jefe del destacamento del ejército que se
encargaba de velar por la seguridad de la zona, aunque por lo que la enfermera había
podido comprobar seguía haciendo lo mismo que antes de que ella se fuera. Germán
alzó tanto la voz que Esther pudo escuchar un “ni lo sueñes” y volvió a sonreír, siempre
le habían divertido las discusiones de los dos. Vio como Sara salía corriendo hacia las
cocinas y regresaba con un vaso en la mano. Un grupo de mujeres lavaban y
esterilizaban sábanas en barreños; algunos de los hombres que ayudaban en el trabajo
diario correteaban, de aquí para allá, portando tablas y bidones. Supo rápidamente lo
que hacían, estaban preparando todo para montar unas mesas. Más allá, un par de niños
jugaban en el patio bajo la atenta mirada de sus madres y de Maika, la otra enfermera
del equipo. Miró el reloj, Maca tardaba demasiado. Se giró para buscarla, quizás se
encontraba mal, cuando la dejó parecía algo acalorada. Entró en el baño y encontró a la
pediatra echándose agua en la cara, con algo de dificultad para llegar al grifo.
Le tendió la bolsa y Maca buscó sus analgésicos y se tomó un par, dándole la espalda a
Esther, no quería que viera que los tomaba de dos en dos. Pero la enfermera había
empezado a deshacer las maletas y ni se inmutó. La puerta se abrió y Germán asomó la
cabeza.
Maca la miró y no dijo nada, “ya sé que estoy molestando pero con lo que sea no me
vale”, pensó. Esther no se dio cuenta de esa mirada y cruzó otra con ella que Maca
entendió con rapidez “ya sé, mejor cierro el pico”, pensó viendo como la enfermera
rebuscaba en el armario hasta sacar unas toallas.
- Me voy – les dijo Germán - que aún tengo que hacer una ronda antes de la cena.
Luego nos vemos, pareja – sonrió y salió dejando a Maca con la boca abierta
“¿pareja?”.
- ¿Por qué nos ha llamado pareja? – preguntó Maca extrañada.
- No sé, es… su forma de hablar – respondió Esther sin mirarla enrojeciendo
levemente “Germán, no te vuelvo a contar nada”, pensó.
- Pero… es extraño ¿no?
- ¿Por qué va a ser extraño! somos dos ¿no! pues… pareja – respondió airada
lazándole una toalla – coge eso y dime qué ropa quieres ponerte.
- Me da igual, lo que sea – dijo con desgana.
- No tienes ganas de fiesta – la miró sentándose en el borde de la cama frente a
ella - reconócelo.
- Claro que tengo – le sonrió, si de algo tenía menos ganas que de fiesta era de
discutir – anda vamos a ducharnos – no quería que la enfermera se enfadara de
nuevo o que le echase en cara que era una pija.
- Lo vamos a pasar estupendamente y verás que platos preparan – le dijo con una
mirada misteriosa e ilusionada que desarmó a la pediatra, tentada a hacer lo que
le había pedido y reconocerle que prefería quedarse en la cabaña – te gustará – le
repitió levantándose y sacando algunas prendas de la maleta – toma, puedes
ponerte esto. Me gusta mucho como te queda este traje.
- ¿Cuánto durará? – preguntó con cierto temor sin prestar atención al piropo, más
preocupada por la noche que le esperaba, estaba segura de que no iba a ser capaz
de aguantar – digo la cena.
- A ti no te apetece nada, ¿verdad? – le preguntó volviendo a sentarse frente a ella.
- Que sí, que me apetece.
- Maca… - protestó mirándola decepcionada consciente de que mentía – si no
tienes ganas dímelo con sinceridad.
- Que si tengo ganas, solo que… no me gusta conocer gente – mintió.
- Pero Maca… - protestó sin dar crédito a lo que acababa de escuchar - no puedes
ser así, llevan dos días preparando todo y… aunque sea un rato deberías ir.
- Ya te he dicho que voy a ir – le sonrió – solo estoy algo cansada. Pero dame una
ducha y unos minutos de descanso y estaré como nueva. ¡Seré el alma de la
fiesta!
- ¿Ves? Ese es el espíritu que te quiero ver aquí – le sonrió levantándose, sin
percatarse a qué podían deberse las contradicciones de la pediatra – anda vamos
a la ducha a ver que te han preparado.
Se colocó tras ella y se echó su toalla al hombro, saliendo de la cabaña. Maca comprobó
que la llevaba al mismo edificio en que se encontraban los baños pero en esta ocasión la
enfermera entró por la otra puerta.
La enfermera no respondió solo esbozó una leve sonrisa, ¡claro que pensaba mirar!
¿cómo pretendía que viese si la necesitaba y acudiese a prestarle su ayuda?
Eran unas duchas muy amplias, de tres metros de largo por dos de ancho. Kimau había
clavado a la pared un listón para que Maca pudiese agarrarse a él y luego había situado
una especie de banco en forma de ele, sujeto al suelo, justo en el lugar donde caía el
agua y suficientemente cerca para que Maca pudiese accionar el grifo. La pediatra se
acercó hasta allí, echó el seguro de su silla poniéndola paralela al banco. Se desabrochó
los pantalones y apoyándose en los dos brazos levantó el cuerpo de la silla
balanceándose hasta que la prenda cayó un poco, cansada se dejó caer de nuevo en la
silla situándose de lado y tirando con una mano del pantalón mientras con la otra, sujeta
al lateral del banco, tiraba de su cuerpo, cuando consiguió bajarlos, cogió la pierna
izquierda y la cruzó sobre la otra quitándose un zapato y repitiendo la operación con la
derecha. Luego se sacó los pantalones. Esther la observaba disimuladamente de reojo, si
la hubiese dejado ayudarla ya estaría desvestida y duchándose, no entendía porqué era
tan cabezona, cuando se veía a las claras que aún estaba débil y que le estaba costando
mucho trabajo todo aquel esfuerzo.
- No mires – la recriminó Maca alzando la voz y provocando que la enfermera,
descubierta, se girase hacia la puerta.
- Maca esto es absurdo, ¿por qué no me dejas ayudarte! ¿no ves que casi no
puedes moverte bien? Estás cansada – le dijo de espaldas a ella tras haber visto
sus dificultades – y recuerda que estas convaleciente.
- Si puedo ir a una fiesta, puedo ducharme sola – respondió entre orgullosa y
molesta, dejando a Esther sin palabras.
Maca bajó el brazo lateral. Cogió su pierna izquierda y la bajó del reposa pies,
acerándola al banco, luego hizo lo mismo con la derecha, apoyó una mano en el listón y
otra en el extremo más alejado del banco y con esfuerzo se levantó sentándose en él. Se
quitó la camiseta y el sujetador y los colocó junto a lo demás en la silla. Cogió de la
bolsa trasera el gel y el champú.
Se duchó sin volver a decirle nada. Esther se giró disimuladamente un par de veces, le
gustaba observar cómo se manejaba sola, sentía una gran admiración por ella y no
dejaba de pensar en lo duro que le habría resultado acostumbrarse a hacer todo de forma
diferente. Al verla, se sentía orgullosa de ella y estaba deseando que todo el mundo la
conociera.
- ¿Qué hago ahora? – preguntó en un tono burlón que molestó a la pediatra - ¿te la
mando para allá con el riesgo de que se caiga la ropa y se ponga chorreando o
cierro los ojos, me lanzo y me arriesgo a llevarte por delante? – continuó con su
burla.
- Lánzamela – le dijo seria.
- Esto es patético Maca – dijo con ternura, volviéndose, cogiendo las cosas y
llegando hasta ella – ya has visto que puedes sola – continuó colocándole la
toalla sobre los hombros con autoridad y comenzando a secarla suavemente.
- Gracias pero te he dicho que puedo sola – insistió con el ceño fruncido,
retirándole las manos, harta de que al final la enfermera siempre tuviese que
salirse con la suya, “patético, eso es lo que piensa, sí, patética, eso es lo que soy
ahora, patética, antes jamás me hubiera tratado así, como a una cría”, pensó
abatida pero sin fuerzas para oponerse, ¿para qué! ¿para luego tener que pedirle
que hiciera algo por ella?
- Muy bien – sonrió – no te enfades, ya se que puedes sola. Solo quiero que no
tardes para que puedas descansar un poco – le dijo volviendo a coger la toalla
ayudándola a secarse en contra de la voluntad inicial de la pediatra – además…
me gusta cuidarte – le sonrió pero Maca no cambió el semblante.
- Ya… - respondió sin convencimiento “me resulta difícil creerlo después del día
que llevo”, suspiró dejándose hacer, notando que aunque sentía ganas de llorar
ni siquiera se le humedecían los ojos, lo cierto es que estaba tan cansada y tenía
tanto calor, que después de la ducha ya si que no le quedaban fuerzas para
repetir toda la operación anterior.
- ¿Ves cómo no es para tanto! ¡si será la primera vez que ayudo a alguien a
vestirse! – le sonrió abiertamente terminando de ponerle la ropa – ni siquiera a
ti, ¿recuerdas?
- Si – murmuró entre dientes ¡claro que se acordaba! pero aquello era muy
diferente.
- Vamos, voy a llevarte a la cabaña – dijo saliendo al exterior.
- ¿Tú no te duchas? – le preguntó extrañada.
- Cuando te deje descansando – le respondió.
- ¿Has… has vestido a mucha gente aquí? – le preguntó con picardía que la
enfermera no captó, más preocupada por que ambas estuviesen listas a tiempo
para la cena.
- Buf ¡imagina! – respondió sin interés de contar nada, y viendo a Sara salir de
nuevo de las cocinas - ¡Sara! – la llamó, deteniéndose.
- Hola de nuevo – llegó la joven sonriente - ¿ya os habéis duchado! yo acabo de
terminar mi turno, voy a beber algo que estoy sequita y a arreglarme un poco
que no llego a la cena.
- Eso quería preguntarte ¿cuándo es exactamente? – le preguntó la enfermera.
- Quedamos en que a las nueve, pero Jesús y Gema todavía no han vuelto y, tal y
como vamos todos de retrasados, quizás no sea hasta las nueve y media o las
diez – dijo mirando el reloj – aún queda un buen rato – comentó y mirando a
Maca le dijo - si le apetece doctora yo puedo estar lista en unos veinte minutos y
pasar a recogerla para enseñarle un poco todo esto.
- No, gracias Sara – respondió Esther por ella – no te preocupes por nosotras,
luego nos vemos en la cena.
- Bueno… si cambia de idea – miró de nuevo a Maca con una sonrisa.
- Gracias – dijo Maca devolviéndosela, “¡la que me espera con esta pesada!”,
pensó.
- Hasta luego, entonces – se despidió de ellas camino del hospital y Esther sonrió
recordando como era siempre, nunca conseguía acabar el turno a su hora,
siempre encontraba alguna excusa para volver y seguir trabajando hasta que
Germán, enfadado, la mandaba a la cama.
- La chica esta… es un poco… plasta ¿no? – preguntó Maca directamente,
manifestando su animadversión hacia ella, que experimentara desde el mismo
momento en que la vio besar a Esther.
- Sara, se llama Sara – le recordó - y no es nada plasta, solo intenta ser amable
contigo – le respondió enfadada – ¿no irás a estar quejándote de todo y de todos?
- Perdona… no quería ofenderte… imagino que…
- ¿Qué imaginas? – la cortó secamente.
- Nada, nada – se apresuró a responder – se ve que os lleváis bien.
- ¿Con Sara! muy bien, congeniamos al instante – respondió más suave,
sonriendo, al ver el interés de Maca en ella. ¿Eran imaginaciones suyas o se
había puerto celosa?
- Es muy atractiva – comentó Maca intentado descubrir qué pensaba la enfermera
al respecto, pero Esther, que ya se había dado cuenta de por dónde iba, le
respondió en tono burlón.
- Es pediatra – “ahora piensa lo que quieras”, sonrió, entrando en la cabaña.
- Eh… - Maca no supo qué decir ante aquella extraña respuesta “¿qué quiere decir
con que es pediatra?” - ¿Compartís cabaña?
- Sabes que no. Alguna vez hemos tenido que dormir juntas, pero… luego… cada
una a su cabaña – volvió a sonreír sin que Maca pudiera verlo. “¿Habéis tenido!
vamos, lo dice como si fuera una obligación”, no dejaba de darle vueltas, no le
gustaba esa chica.
- Entonces… - se interrumpió con un ataque de tos y la enfermera buscó su jarabe
con rapidez.
- A ver tómate esto que esta mañana se nos pasó.
- No, ahora no – se negó, aún tenía el estómago revuelto, y sabía lo que le
ocurriría si lo tomaba.
- Venga, Maca, que pareces una cría todo el día quejándote – la recriminó – sabes
que debes tomarlo.
- No soy ninguna cría – respondió molesta – y te he dicho que no quiero.
- Y yo te he dicho que te lo tienes que tomar – insistió con autoridad, pero luego
mucho más suave le sonrió y le preguntó bromeando – venga, ¿qué quieres!
¿qué te haga el avioncito? – bromeó agachándose junto a ella, con la cuchara
llena y aquella cara que embobaba a la pediatra y ante la que no supo negarse.
- Anda, dame – aceptó tomándolo con un suspiro.
Esther se levantó satisfecha de su triunfo, no solo por haberlo logrado sino porque sabía
lo que significaba, aún poseía el poder de hacerla ceder cuando quería algo. Y ese arma
podía serle muy útil para sus propósitos.
Maca sonrió con cara de circunstancias. No quería ni imaginar qué serían esos famosos
platos, solo de pensar en lo que había visto en algunos documentales de la televisión,
aumentaban sus nauseas. La enfermera casi le leyó sus pensamientos y sonrió divertida,
recordando su primer día en el campamento.
- Anda, métete en la cama un rato – le dijo cogiendo sus cosas para la ducha –
hasta luego ¡quejica! – se rió ya en la puerta.
- ¿Quejica? – murmuró Maca sin que la enfermera la escuchara. No creía que se
estuviese quejando mucho, y no por falta de ganas. Tenía la sensación de que
nada era como había imaginado ni siquiera Esther.
Maca permaneció unos segundos sentada en su silla, dudando si tomarse algún
analgésico más, pero no tenía el estómago para muchas bromas, así es que optó por
tumbarse un rato. Preparó las almohadas para estar algo incorporada. Sin desvestirse y
con bastante esfuerzo logró pasarse de la silla a la cama. Le pareció mentira cuando
pudo recostarse y cerrar los ojos, le dolía la espalda y sintió alivio al poder coger la
horizontalidad. Esther tenía razón, no debía dormirse, solo tenía media hora y luego le
sentaría peor despertar. Con el firme propósito de no dormir empezó a repasar
mentalmente las cosas de debía hacer cuando regresasen a Madrid, al mismo tiempo
prestó atención a los ruidos que le llegaban del exterior intentando identificarlos. Pero
una cosa era su propósito y otra muy diferente su cuerpo que parecía ir por libre. En
menos de un minuto estaba dormida.
* * *
Esther salió de las duchas camino de la cabaña. Esperaba que Maca estuviese despierta,
había hablado con Francesco y si querían hablar con España debían hacerlo ya porque
estaba teniendo algunos problemas con la radio y cuando se ponía así ya sabían lo que
ocurría, tendrían que esperar hasta el día siguiente o con suerte unas horas, hasta que
volviesen a poder establecer contacto con la central.
Teresa dirigió la vista hacia la puerta, Vero entraba en ese momento y se acercó hasta
ellas.
* * *
En el campamento estaban preparando los últimos detalles para la cena. Poco a poco
habían ido apareciendo todos en el patio central, unos habían tomado ya asiento y otros
permanecían en pequeños grupos charlando, los menos se movían de aquí allá,
colocando terminando de colocar platos y vasos. Todos estaban ya allí, todos excepto
Maca. Esther, ocupada en saludar a unos y otros, no encontraba la oportunidad para ir a
buscarla. Germán se acercó a ella y tras cruzar unas palabras desapareció camino de las
cabañas.
Maca despertó sobresaltada con la sensación de que acababa de cerrar los ojos. Se
incorporó casi sin saber donde estaba y un fuerte dolor le recorrió la cabeza desde la
base de la nuca hasta el ojo izquierdo alojándose definitivamente en forma de intensas
punzadas en ambas sienes.
Maca abrió la boca al ver todo lo que habían montado. Aquello prometía ser una fiesta
por todo lo alto y lo que era peor, duraría de seguro, varias horas. Suspiró y tomando
aire siguió al médico dispuesta a pasar por aquel suplicio.
* * *
Minutos después estaban ya casi todos, sentados entorno a aquella enorme mesa,
improvisada en la explanada frente al edificio, en pleno aire libre. Maca observaba
como disponían todo tipo de alimentos que no acababa de identificar, Esther se movía
de un lado a otro junto a aquellas gentes que no solo parecían conocerla muy bien, sino
tenerla integrada en sus costumbres y vidas. Germán se había situado a su lado, pero
conversaba con otra joven que no le habían presentado aún, a su izquierda permanecían
vacíos un par de asientos. En secreto, albergaba la esperanza de que Esther, si se estaba
quieta alguna vez, ocupase el hueco de al lado, aunque se temía que se sentaría junto a
Sara con la que ya se había detenido en un par de ocasiones a susurrarle algo al oído.
Claro que a ella también se lo había hecho. Se había agachado a su lado y le había dicho
en voz baja “me alegro de verte, me tenías preocupada”. Sara estaba sentada al otro
extremo de la mesa, junto a un chico que tampoco conocía. Estaba tan cansada y le dolía
tanto la cabeza que solo podía pensar en que empezase cuanto antes para que terminase
pronto.
Germán le había contado que era una cena de bienvenida. Todos se habían alegrado del
regreso de la “enfermera milagro” y la agasajaban con lo mejor que tenían. La mayoría
eran personas que trabajaban de una u otra forma en el campamento o colaboraban con
él. Maca se sorprendió de ver tanto movimiento, no se esperaba que aquello fuese así.
Aunque lo peor es que Germán le había comunicado que sería la invitada de honor, y le
había prevenido sobre la costumbre al respecto, hasta que Maca no probase del plato
nadie podría hacerlo. Por eso sus ojos no dejaban de pasar de uno a otro, intentando
adivinar qué eran aquellas cosas, algunas de las cuales, solo la sospecha, le provocaban
arcadas. Y es que desde el viaje, su estómago no había terminado de asentarse.
Maca asintió nerviosa e incómoda sin poder quitar la vista de aquel plato de bolitas
redondas, que su cuerpo ya estaba rechazando aún cuando no sabía lo que eran. Esther
que adivinó sus pensamientos sonrió para si, satisfecha y divertida, y decidió reírse de
ella, un poco más.
La pediatra vio con estupor que uno de los jóvenes se acercaba portando el plato de
aquellas bolillas, y se lo situaba frente a ellas con una enorme sonrisa. Se sintió incapaz
de comerse aquello y permaneció sin moverse, Esther tendió la mano y cogió uno, se lo
metió en la boca y se lo tragó. Maca notó que se le revolvía el estómago solo al verla,
no iba a ser capaz de comerse aquello, no podía.
Maca alargó el brazo y con una tímida sonrisa tomó uno del plato, con mano tan
temblorosa que se le cayó al suelo, Esther soltó una carcajada mirando a Germán y la
pediatra entre molesta por ser objeto de las burlas y abochornada, sonrió con timidez y
tomó otro, sintiendo el tacto de aquello, viscoso y peguntoso. El asco que sentía se
acrecentó.
La pediatra respiró hondo e hizo lo que le indicaba. Esther le sirvió un líquido denso en
el cuenco que tenía delante e hizo lo propio con el suyo.
- Bebe un poco, es vino de palmera – le dijo con una sonrisa – ¿sabes que se
usaba el vino de palma y a veces el de palmera para lavar los cadáveres? – le
dijo con una sonrisa al fijarse en la cara que le estaba poniendo – anda bebe, no
pienses solo disfruta.
Maca intentaba controlarse, pero cada vez se encontraba peor. Esther reía para sus
adentros imaginando la cara de la pediatra cuando supiera que, aquello que se había
tragado, no eran más que bolitas de maní a imitación de los ojos de cordero asados que
se comían en las antiguas ceremonias. Había asistido a uno de los rituales de agasaja a
reyes más antiguos de la zona. A ella le habían hecho esa misma novatada, Germán la
hizo creer que comía ojos, gusanos y varias delicatessen más, pero a su favor había que
decir que aguantó estoicamente toda la noche. Llegaron a la puerta del baño y se la
sujetó a la pediatra que entró con precipitación.
Esther asintió. Los jóvenes terminaron su danza y les siguieron las chicas que acudieron
a por la enfermera y la sacaron al centro, la enfermera bailó con ellas echando un ojo de
vez en cuando a la mesa, en busca de la pediatra, pero Maca no aparecía, y la enfermera
comenzó a ponerse nerviosa. Cuando terminó el baile, se sentó de nuevo junto a
Germán, que la felicitó.
La encontró en la puerta del baño, su palidez le indicó que aún se encontraba mareada.
- ¿Qué haces ahí? – le preguntó con una sonrisa burlona - ¿no vienes?
- No me encuentro bien, Esther… creo… creo que me voy a ir a la cama.
- ¿A la cama? – preguntó – de eso nada, eres la invitada de honor, tienes que
volver a la mesa.
- Hablo en serio – insistió viendo como la enfermera se colocaba en jarras delante
de ella – me encuentro fatal – dijo poniendo una mano en el estómago.
- No me seas quejica, Maca – rió – ¡qué era broma! – confesó finalmente
ablandada por su aspecto indefenso y abatido.
- ¿Qué dices de bromas? – preguntó con desgana, “¡para bromas estoy yo!”,
pensó.
- Los ojos no son ojos – le dijo observando como a la simple mención de la
palabra Maca controlaba otra arcada – son bolas de maní machacado, envueltas
y bañadas en zumo de frutas, porqué crees que...
- ¡Calla! No mencio... – no pudo terminar, giró la silla y se metió de nuevo en el
baño, ante la carcajada de Esther, que permaneció esperándola en la puerta.
- ¿Qué! ¿mejor? – le preguntó burlona al verla salir.
- No – respondió con la respiración agitada aún y más demacrada que antes.
- Vamos, no seas pija, qué al final vas a conseguir que se ofendan – le dijo con
condescendencia, girándose con la intención de colocarse tras ella y empujar la
silla. Pero Maca la frenó levantando la mano en una seña de que se detuviese.
- Esther, por favor, no… no sé que me pasa….
- ¡Qué te va a pasar! ¡qué eres una pija! – la acusó, sin escucharla, moviéndose
para colocarse a su espalda - ¿ya no recuerdas la que liaste en la chabola?
- No puedo… de verdad – le suplicó cogiéndola de la mano – te juro que no
intento llamar la atención – le dijo recordando las palabras con que la acusó la
enfermera en el despacho de Fernando. Estaba comenzando a desesperarse de
que Esther no quisiera escucharla.
- ¡Maca! – exclamó al notar el contacto de su piel – pero… ¡sí estás ardiendo! –
dijo frunciendo el ceño y tocándole la frente, ahora sí preocupada.
- Estoy fatal – repitió – ya te lo he dicho.
- Vamos, te acompaño a la cabaña – se ofreció sintiendo que se le aceleraba el
pulso por el nerviosismo, Cruz ya la había avisado antes de salir que Maca no
estaba bien y ella no le había prestado atención en todo el día, habían sido
muchas horas de vuelo, el viaje en camión y luego conocer el campamento, no la
había dejado descansar ni media hora.
- ¡No! prefiero quedarme aquí – le pidió angustiada – sigo teniendo nauseas.
- Voy a buscar a Germán – dijo dándose la vuelta.
Maca miró hacia Esther con desesperación y luego miró hacia sus piernas.
- He vomitado pero… diarrea… creo que no…
- Tranquila que yo también creo que no – le dijo con dulzura el médico
comprendiendo rápidamente cuál era el motivo de su angustia - ¿cuántas veces
has vomitado?
- Dos – saltó Esther rápidamente, ganándose una mirada recriminatoria del
médico.
- Le pregunto a ella, Esther – le repitió.
- Cuatro – reconoció Maca bajando la vista.
- ¡Cuatro! – exclamó la enfermera – pero Maca…. – protestó casi sin fuerza
mirándola con reproche, ¿por qué no le había dicho nada?
- ¿Desde cuando llevas así?
- Mareada, con dolor de cabeza y con nauseas desde hace unas seis horas -
reconoció.
- ¡Maca! ¿cómo no me lo has dicho antes? – protestó Esther, sin poder aguantarse.
Maca apretó los labios y levantó las cejas sin responder “¡cualquiera te lo decía si a la
más mínima insinuación me has tachado de estirada, pija, quejica y dios sabe que más
lindezas”, pensó, pero solo se encogió de hombros.
Germán la miró fijamente a los ojos, Esther lo conocía y sabía lo que significaba aquella
mirada, el médico abrió la boca para responder pero, en ese mismo momento, la
pediatra salió del baño. Esther no pudo evitar sentirse asustada al ver su aspecto, cada
vez tenía peor cara y parecía más decaída.
Esther cogió la silla y la empujó hasta la puerta trasera de la cabaña, para evitar pasar
por delante de todos. Por el camino se detuvo un momento y entró en un pequeño
cuarto.
- Bueno, bueno, Wilson, a ver que tenemos aquí – dijo entrando mientras Esther
salía de la cabaña - ¿Quién me iba a decir a mí que al final íbamos a acabar así,
juntitos en la cama? – bromeó sentándose a su lado y colocándole un
termómetro bajo el brazo.
- No me toques las narices que…
- Tranquila – sonrió – ven aquí - dijo cogiéndole una mano y tomándole el pulso.
- ¿Qué le has dicho a Esther? – le preguntó observándolo detenidamente.
- Naaada.
- ¡Joder! ¡qué no soy imbécil! – exclamó malhumorada - ¿Qué crees que me pasa?
- ¿Te quieres callar? – regruñó – ahora tengo que empezar otra vez.
- Lo siento – dijo más suave – perdóname – se disculpó guardando silencio
durante unos instantes. Germán le quitó el termómetro, lo miró y frunció el
ceño, volviendo a colocárselo.
- ¿Es muy alta? – le preguntó temerosa.
- ¿Tú que crees? – respondió burlón.
- Que sí.
- Premio para la señorita, ¿qué quieres chupón o piruleta? – sonrió recordando una
de las bromas que siempre le gastaba n la facultad, intentando mostrarse
despreocupado para no alarmarla.
- Estos termómetros están prohibidos – murmuró cansada, sin ganas de juegos.
- ¿No me digas? – sonrió burlón – ya te irás enterando de que aquí no hay nada
prohibido, todo está permitido, ¡hasta palmarla de un resfriado! – bromeó, pero
Maca se puso seria sin responder a la broma y Germán recordó esa expresión de
la pediatra, era la misma que tenía antes de los exámenes, interpretó que estaba
nerviosa y algo asustada – voy a auscultarte – le dijo levantándole la camiseta
con una delicadeza que Maca no recordaba en él - ¡dios! Wilson, ¿se puede
saber que coño te ha pasado? – exclamó al ver los moratones que aún tenía por
todo el cuerpo.
- Nada… un… accidente – respondió distraída sin ganas de dar explicaciones –
eso que has dicho antes…
- ¿El qué? – la interrumpió con esa sonrisa burlona que tanto exasperaba a Maca –
¿que no hay nada prohibido o qué la vas a palmar? – le dijo intuyendo lo que le
preocupaba y dispuesto a seguir provocándola, tenía la fiebre bastante alta y se
temía que de un momento a otro comenzase a dar muestras de desorientación, y
quería conseguir que se mantuviese espabilada un rato más, necesitaba
preguntarle algunas cosas.
- ¿Te digo dónde tienes la gracia! porque estás empezando a…
- Vale, vale… doctora, ¿qué quieres saber! ¿si la vas a palmar! pues… - sonrió –
para mi desgracia tendré que aguantar tu buen humor unos días más.
- Vete a la mierda – le espetó cansada.
- ¿Te quieres callar ya? No hay forma de escuchar nada – le dijo incorporándola
un poco y poniéndole el fonendoscopio en la espalda – a ver toma aire y
suéltalo. Otra vez.
- A ver, tose un poco – le dijo y Maca al hacerlo se provocó uno de sus ataques de
tos.
- ¡Exagerada! No tanto.
- Ya lo sé – dijo casi sin respiración, intentando controlarse para no vomitar de
nuevo – me ocurre… a... veces.
- ¿Desde cuando tienes esta tos? – le preguntó preocupado.
- No me acuerdo – emitió un ligero quejido al recostase que no pasó
desapercibido al médico, que tiró de ella y volvió a sentarla.
- Uf – se quejó.
- ¿No te acuerdas! ¿así estamos ya? ¿con fallos de memoria? – se rió pero esta vez
Maca ya no le respondió y suspiró cansada, él la miró preocupado y la recostó
de nuevo, comenzando a palparla.
- Ay, ¿qué haces? - se quejó.
- ¿Te duele aquí? – preguntó enarcando las cejas.
- ¡Cómo para que no me duela! “tu niña” me ha pegado un codazo en el camión
que casi me rompe una costilla – se quejó de nuevo sarcástica.
- En serio, Wilson, ¿te duele? – volvió a preguntarle mucho más suave e
interesado.
- Un poco – confesó mientras él seguía explorándola, volvió a apretarle cuando no
se lo esperaba.
- ¡Auh! – exclamó otra vez palideciendo – buff, ¡no me vuelvas a hacer eso!
- ¡Quejica! – rió para disimular su preocupación - Bueno, parece que está todo
medio en orden – mintió, no le gustaba nada aquel ritmo cardiaco ni aquellos
ronquidos de sus pulmones por no hablar de la tensión demasiado alta - En
Madrid, tienes tu médico, ¿verdad?
- Si, ¿por qué? – preguntó con temor.
- Y ¿le dijiste que ibas a hacer este viaje?
- Si – respondió mirándolo fijamente en espera de que le dijese a qué venían
aquellas preguntas.
- Ya… - murmuró pensativo.
- ¿Me puedes decir qué pasa? – preguntó con un deje de temor.
- Y ¿estaba de acuerdo? – le preguntó frunciendo el ceño.
- ¿De qué me hablas? – dijo a su vez cerrando los ojos sin entender qué le estaba
preguntando.
- Wilson – gritó provocando que Maca los abriese asustada – te pregunto por tu
médico… ¿qué si estaba de acuerdo en que viajaras hasta aquí?
- No – suspiró – de hecho fue la única persona que se opuso. Pero ¿qué pasa?
- Nada importante – la tranquilizó – solo... que… esto no es tierra para damiselas.
- Muy gracioso…. No te rías de mi – pidió cansada, entornó los ojos y balbuceó –
además eso… creo que ya… me lo has dicho… ¿no?
- ¿Cómo se llama tu médico?
- ¿Qué médico? – preguntó aturdida sin saber de que le hablaba ahora.
- ¡Wilson! ¡céntrate! que estás en las nubes – alzó la voz sobresaltándola y
comprobando que cada vez resultaba más difícil conseguir que prestara atención
– tu médico de Madrid, ¿cómo se llama? – le repitió.
- Eh... ¿mi médico?. – dijo pensativa, deseando que se callase y la dejase
descansar - … Cruz – musitó.
- Muy bien Cruz, ¿Cruz qué más? – insistió.
- Gándara – respondió con un suspiro cerrando los ojos, cada vez sentía más
pesadez en los párpados.
- Wilson – la zarandeó consiguiendo que lo mirase - ¡qué te duermes!
- Eso… quisiera yo – masculló enfadada - ¿dónde está Esther? …. ¿nos vamos?
… – preguntó empezando a dar muestras de desorientación.
- ¡Wilson! – volvió a zarandearla - ¿quieres saber dónde está Esther?
- Si – murmuró volviendo a la realidad.
- La he mandado a hacerte un bebedizo… - se interrumpió al ver la cara de asco
que estaba poniendo y soltó una carcajada – te lo vas a tomar quieras o no.
- Yo… - se interrumpió al ver entrar a la enfermera que llegaba con una taza en la
mano – no puedo…. No... no quiero nada.
- ¿Qué? ¿Cómo está? – preguntó Esther llegando hasta ellos y tendiéndosela a
Maca le dijo – bébete esto – Maca la miró sin moverse – toma Maca – insistió y
finalmente la pediatra cogió la taza con el firme propósito de no probar su
contenido.
Le temblaban tanto las manos que Germán se la quitó y la puso en la mesilla, Maca se
quedó con la vista puesta en ella unos segundos y luego cerró los ojos. El médico la
observo pensativo, si no se le hablaba empezaba a dar muestras de una preocupante falta
de atención.
Esther sabía que se había enfadado con ella y le agradeció que no le echara una bronca.
Se acercó a la cama y ocupó el lugar que antes tenía el médico junto a Maca que seguía
con la cabeza ladeada, mirando a la taza ahora con los ojos abiertos.
- Ven, Maca, voy a sacarte sangre – le dijo preparando todo para hacerlo.
- ¿Por qué? – la miró desconcertada.
- Germán me lo ha pedido.
- Pero… ¿para qué? – preguntó mirándola aturdida.
- No te preocupes – le sonrió – es simple rutina. Tu mejor que nadie sabes cómo
sois los médicos – bromeó intentando no alarmarla, pero la pediatra casi ni la
escuchaba, sumida de nuevo en la somnolencia que le provocaba la fiebre.
Esther guardó silencio mientras tomaba las muestras. Maca ni siquiera pareció notarlo y
eso tenía muy preocupada a la enfermera, que la observaba acongojada.
Maca tardó unos segundos en comprender lo que le pedía y se dejó hacer sin protestar,
lo que preocupó aún más a Esther. “Bebe un poco”, repitió su mente, “un sorbito, venga
Maca, bebe”, escuchó de nuevo y de pronto se vio en otro lugar otra voz repetía aquellas
mismas palabras, escuchaba llorar a un niño, la voz insistía “bebe Maca, bebe, puta”,
“no puedo”, pensó, el niño no dejaba de llorar.
- No puedo – murmuró.
- Claro que puedes – le dijo con dulzura consiguiendo con su voz que Maca
saliese de su ensoñación y clavase sus ojos en ella.
- ¿Esther? – preguntó desconcertada.
- Si – sonrió – venga, un poco más.
- ¿Qué es? – preguntó con desgana.
- Una infusión.
- No me gustan las infusiones… - murmuró sin fuerza - quiero café… - dijo al
mismo tiempo que otro fogonazo la llevaba a un lugar oscuro, Ana le tendía la
mano “levántate, Maca, vamos levántate”, “no puedo” pensó, pero de sus labios
solo se escapó un nombre - …Ana… - mecánicamente cerró los ojos, ¿qué era
aquél olor! aturdida su mente la llevó años atrás cuando en su luna de miel Ana
se empeñó en hacerla beber algo a lo que llamaba café.
- ¿Quieres café? – sonrió por la inesperada respuesta pero empezó a preocuparse
ante el grado de aturdimiento de la pediatra, “¿Ana?”, pensó Esther – esto es
café – mintió haciéndola beber.
- ¿Sí?. – dijo bebiendo un sorbo - … cariño… sabe… raro… - murmuró ante la
sorpresa de Esther “¿cariño?” - te ha salido aguado – dijo dándole otro pequeño
sorbo a aquello que le acercaban a los labios – uff – se quejó.
- Mañana lo haré mejor – le siguió la corriente, cada vez más angustiada por su
estado – pero hoy te tienes que beber éste.
- Uff – volvió a quejarse poniendo cara de asco – Ana… - murmuró entre dientes
con los ojos cerrados - … me duele…
“Ana”, repitió Esther mentalmente, “se acuerda de ella”, pensó notando que se ponía
celosa y cayendo en la cuenta de que aún no había hablado con Madrid, a esas alturas
debían estar muy preocupadas, aunque Laura ya habría contactado con ellas.
- ¿Qué te duele? – preguntó sin obtener respuesta - ¿qué te duele, Maca? - repitió.
- El estómago.
- Bebe más… - le habló con dulzura - un poco más, Maca, con esto se te pasará el
dolor.
Esther logró que se bebiese casi todo el contenido, así conseguiría aplacar su estómago,
era una infusión de aloe y juncia que hacían los nativos y que no solo calmaba el dolor
si no que paliaba los efectos de la acidez, frenando en la mayoría de los casos los
vómitos, hubiera sido mejor usar jengibre pero tampoco había. Al parecer a Maca le
había hecho efecto, y no había vuelto a tener nauseas, pero la fiebre no parecía bajar y el
temblor de las manos se le estaba extendiendo al resto del cuerpo. La enfermera la
desnudó como le había pedido Germán y la cubrió con la sábana. Maca permanecía en
silencio, de vez en cuando abría los ojos y la miraba fijamente, pero parecía no verla.
- Nunca aprendiste a hacer un buen café – dijo al cabo de unos minutos abriendo
los ojos, la enfermera le sonrió, aunque estaba segura que la confundía, en su
delirio, con su mujer – Esther…
- ¿Qué? – preguntó con paciencia, sorprendida de que ahora sí parecía
reconocerla.
- ¿Nos vamos?
- ¿A donde quieres irte? – le sonrió cogiéndola de la mano.
- A casa. Estoy cansada – respondió con voz débil.
- Si, ahora vamos – le dijo mirando hacia la puerta, que acababa de abrirse.
Germán entró sonriente.
- ¿Qué! ¿cómo va?
- Le ha subido la fiebre. Pero se ha tomado casi todo ¿crees que le servirá? – le
contó con un nudo en la garganta.
- Espero que ayude. Debería bajársela un poco.
- Germán, ¿qué le pasa? – preguntó con temor.
- ¿Germán? – musitó abriendo los ojos – ¡Germán!… - exclamó sorprendida de
verlo - ¿qué haces aquí! y… ¿y Adela? – le preguntó perpleja sin consciencia de
donde estaba.
- Wilson, Wilson… tu Adelita te está esperando en el jacuzzi – le sonrió – Vamos
a darnos un bañito – se agachó y la levantó en sus brazos, casi sin esfuerzo, en
esos años la pediatra había adelgazado mucho.
- ¡Suéltame!. ¿qué haces? – protestó sin fuerzas para resistirse.
- Esther, cuando terminemos quiero que le cojas una vía.
- ¿Me vas a decir qué pasa? – le preguntó la enfermera.
- No lo sé – mintió, estaba casi seguro de que era una insolación, pero tenía que
comprobar un par de cosas primero para descartar otras opciones, aunque rezaba
para que no fuera una mezcla de cosas porque en ese caso iban a tener muchos
problemas - Espero que nada.
- Vale que no lo sepas – le dijo Esther en un susurro – pero qué crees que…
- Espero que sea solo agotamiento y deshidratación. Me dijiste que se negó a
tomar nada en el viaje ¿no?
- Si. No quería.
- No debiste consentírselo – le reprochó.
- Lo sé – reconoció al tiempo que le invadía un sentimiento de culpabilidad.
Había estado más preocupada pensando en la guerrilla, inmersa en sus recuerdos
que prestando atención a Maca. Por muy cabezona que se ponía ella siempre
había sabido hacerla dar su brazo a torcer y a poco que le hubiese presionado
Maca hubiese cedido.
- ¿Le ha dado mucho el sol? – preguntó preocupado.
- Bueno… me esperó más de media hora junto a los soldados y luego sí, le fue
dando en el camión, pero… ella prefería la ventanilla y, … luego aquí... – se
detuvo - ¿no creerás que..? no puede ser… no ha estado tanto tiempo al sol…
- No hace falta estarlo y lo sabes, ¿en qué coño estabas pensando? – le preguntó
abiertamente interrumpiéndola. Esther bajó la vista avergonzada – he estado
hablando con Adela y con Gándara. ¡Joder, Esther! ¡qué hace diez días estaba en
coma! – exclamó sin dar crédito – te juro que no te entiendo.
- Maca está enferma. No está en condiciones para estar aquí, y porque mires a otro
lado o la obligues a estar de fiesta no va a desaparecer lo que tiene – le dijo
agarrándola por el brazo – tienes que poner de tu parte, tienes que reaccionar. Lo
que pasa, pasa, y la realidad no desaparece porque la ignores. ¿Has pedido
ayuda? – le preguntó en un susurro mirando hacia el barreño.
- No – reconoció – pero ya estoy bien. He estado trabajando y… todo ha ido bien.
- Bueno… ya hablaremos tú y yo – le dijo acariciándole la mejilla y mucho más
suave – no te preocupes – esbozó una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora.
Al cabo de unos segundos, cambió de tono y dijo, pensativo mirando hacia Maca
- Lo que me mosquea son los temblores.
- Entonces… ¿se pondrá bien?
- En un par de horas tendré el resultado del análisis. Está claro que no ha podido
pillar nada en estas horas. Nada que le de a la cara, eso lo sabemos, pero…
- Pero que… -dijo con miedo.
- Coño Esther, que parece mentira que hayas estado aquí cinco años. ¿A quien se
le ocurre ponerse cuarenta y ocho horas antes las vacunas?
- Ya… ya lo sé. Pero estamos en Uganda y aquí.
- Si, aquí solo se exigen un par el resto solo se recomiendan y también se que no
vais a estar más de una semana, pero mínimo diez días antes, lo sabes ¡Ostias!
- Es largo de explicar.
- Bueno… solo espero que no sea una reacción a ninguna – contó preocupado –
porque… ya lo estoy viendo, le pondríais el pack de las fiebres, la rabia y
pastillitas para la malaria, ¿me equivoco?
Esther asintió y permaneció cabizbaja ante el rapapolvo. Germán tenía razón. En su afán
por proteger la vida de Maca la habían arriesgado. Laura y ella tenían todas las vacunas
puestas pero Maca…
Al cabo de unos minutos, Maca tiritaba pero habían conseguido el objetivo, la fiebre
remitía y la pediatra empezaba a ser consciente de nuevo de dónde estaba. Al verla
mejor una sonriente Sara se acercó a la enfermera y le dio un beso acariciándole la
mejilla.
- Me voy con ellos que se van a extrañar – le dijo – vente cuando puedas guapa.
- Sí en un rato estoy allí – le respondió devolviéndole la sonrisa. Maca que no se
había perdido detalle volvió a sentir los celos que ya experimentara esa misma
tarde, “mucha confianza tienes tú con esta niñata, y encima pediatra…”, pensó
arrugando el ceño en su característico gesto de malhumor.
Sara volvió a la fiesta y Germán, tras unos minutos insistió en que se marchara Esther
también, a fin de cuentas era la homenajeada y todos querían pasar un rato con ella, pero
la enfermera se negó, no quería separarse de Maca.
La sacó del barreño, mientras Esther la cubría con una toalla y con ella en brazos se
dirigieron a la cabaña.
El médico se marchó con una sensación de alivio, parecía que la pediatra volvía a ser la
misma de siempre.
Una vez solas, Esther mullió y colocó la almohada de Maca, que la observaba en
silencio.
- Esther… ¿Laura ha llegado bien? – preguntó cayendo por primera vez en que no
sabía nada de ella.
- Sí, antes estuvimos charlando un rato. Han tenido un viaje tranquilo, pero han
tardado en llegar.
- Menos mal – suspiró cansada – parece mentira que esta madrugada
estuviésemos en Madrid ¿verdad?
- Sí – esbozó una sonrisa de comprensión, sabía a qué se refería – mañana
deberías hablar con la clínica. Están preocupadas por ti. Sobre todo Cruz y…
Vero – mintió, Germán le había dicho que eran Adela y Cruz las que se
quedarían toda la noche esperando noticias de Maca, pero ella necesitaba saber
porqué Maca solo pensaba en llamar a Vero desde que llegaron.
- Vale – aceptó cansada y Esther la miró extrañada de que no le preguntase nada
al respecto – mañana llamaré.
- Maca… - empezó sin saber como decirle aquello.
- ¿Qué?
- Si… si te ha hecho reacción la vacuna o si… te pones peor, no podremos seguir
con el plan previsto.
- Lo sé – dijo, consciente de lo que implicaba – pero… vosotras sí podéis. Si… se
diese el caso, os iréis sin mí.
- ¡No! – exclamó con fuerza – ya he hablado con Laura y está de acuerdo
conmigo.
- ¿Se lo has contado ya? – preguntó disimulando un gesto de dolor, de nuevo
volvía a molestarle el estómago – aún así haréis lo que yo os diga, ¿entendido?
No podemos cambiar todos los planes por una tontería – suspiró y torció la boca
ante el dolor que volvía a sentir – y no me pongas esa cara, sigo siendo la
directora del proyecto y se ejecutará según lo previsto.
- Que sí – dijo arrastrando el sí.
- No me des la razón como a los tontos – protestó enfadada inclinándose por el
dolor del costado – haréis lo que estaba panificado, hay mucho en juego, ¿me
oyes?
- Sí, te oigo, pero ya hablaremos de esto mañana – respondió con autoridad
viendo su cara – ahora debes descansar. ¿Te duele mucho?
- Un poco – reconoció - ¿Qué era eso que me diste antes?
- ¿La infusión? – preguntó sabiendo perfectamente a qué se refería - ¿o el café? –
le preguntó burlona.
- ¿Qué café? – preguntó a su vez desconcertada.
- Que sepas que nunca me salió mal el café – le dijo riendo, ante la perplejidad de
Maca que no tenía ni idea de que hablaba – siempre te gustó mi café.
- Sí, me gustaba, pero… no te entiendo – respondió - ¿por qué me hablas ahora de
tu café?
- Me acordé de pronto – se justificó.
- Ya… - suspiró de nuevo, se sentía agotada, miró a Esther y esbozó una sonrisa,
si que estaba bueno el café que le hacía por las mañanas, suspiró recordando lo
diferente que podría haber sido todo – ¿sabes! la que nunca le cogió el punto era
Ana – le comentó pensando en las veces que añoró el café de Esther.
- Lo sé – se le escapó distraída cayendo en la cuenta de que Maca había usado el
pasado para hablar de Ana, ¿por qué lo habría hecho! ¿quizás porque ya nunca le
hacía café?
- ¿Lo sabes? ¡cómo vas a saberlo!
- Me lo has dicho antes – respondió.
- ¿Yo? – preguntó incrédula, ¿qué pretendía Esther! ¿aprovecharse de que estaba
de bajón para sacarle información de su vida con Ana? – yo no te he dicho nada
de eso.
- Bueno… reconozco que ha sido la fiebre la que hablaba – sonrió mientras salía
un momento para entrar una de las hamacas de fuera, la colocó al lado de la
cama con la intención de sentarse en ella. Maca la miró extrañada y siguió con
su tema.
- ¿Te hablé de Ana?
- No me hablaste de ella, ¡me confundiste con ella! – rió.
Pero a Maca parecía no haberle hecho la más mínima gracia, puso gesto adusto y guardó
silencio. Cerró los ojos y volvió a suspirar.
Germán le había puesto además del suero un calmante que la hiciera descansar. El
médico, tras hablar con Cruz se había informado rápidamente de todo su historial.
Esther sabía lo que ocurría, pero a Maca no le habían dicho nada, sonrió al verla dormir.
Se levantó, se acercó a ella, y con suavidad le acarició la mejilla con el dedo índice, se
agachó y la besó en la frente. Después salió de la cabaña en dirección a la fiesta. La
pediatra tardaría un rato en despertar.
* * *
De camino a la fiesta, recordó las palabras de Germán, miró el reloj, en España serían
las siete y media, aún podían estar en la clínica. Cambió de dirección y se marchó en
busca de Francesco. Como ya suponía no estaba allí. Dudó en ir a por él a la fiesta pero,
finalmente, se decidió a no hacerlo. En esos años lo había observado tantas veces que
sabía perfectamente lo que hacer para establecer contacto. Se sentó frente al aparato y
marcó el número de la central, cuando respondieron les dio el número de la clínica. Al
rato escuchó la señal de llamada y, por fin, la voz de Teresa.
- Dígame – la oyó con apremio, sin decir su famosa retahíla “Clínica Materno
Infantil Pedro Wilson” y Esther sonrió, era cierto que estaban nerviosas a pesar
de que él ya había hablado con ellas.
- ¡Teresa! – la llamó impostando una voz alegre, alegría que no sentía.
- Ay, Esther – exclamó con alivio - ¡es Esther! – gritó.
- Teresa que me dejas sorda – protestó riendo.
- ¿Por qué no habéis llamado antes! ¿tú sabes lo preocupadas que estábamos?
- Lo siento – respondió aceptando la reprimenda – estamos bien no os preocupéis.
¿No os lo ha dicho Laura?
- Si, si. ¿Y Maca! ¿cómo está Maca?
- Está bien. Está descansando. Mañana podréis hablar con ella – mintió con tan
poco convencimiento que hasta la recepcionista se dio cuenta.
- No me estarás mintiendo – la recriminó intuyendo sus dudas.
- No, Teresa – insistió. “Pásamela”, escuchó la voz de Cruz.
- Esther, que Cruz quiere hablar contigo, que tengáis mucho cuidado y que me
cuides a Maca, no nos vayáis a dar ningún disgusto.
- Tranquila, Teresa – respondió mecánicamente temiendo esa conversación con
Cruz.
- ¿Esther! hola – escuchó la voz de Cruz y le pareció más seria que nunca - ¿qué
tal el viaje?
- Muy bien, muy tranquilo.
- ¿Y Maca? – preguntó directamente.
- Bien, ya le he dicho a Teresa que está descansando.
- No puede estar bien cuando ha llamado el chico este…
- Germán.
- Eso, Germán, para pedirme todo su historial – respondió elevando ligeramente el
tono.
- Bueno… tiene algo de fiebre pero… aquí hace mucho calor y ella…
- Ella ya tenía fiebre antes de irse, te lo avisé, y solo se le quitaba con los
antibióticos pero las pruebas daban siempre negativas, no sabemos qué era lo
que se la producía. Ya os lo dije y te lo apunté.
- Pero ayer ya no tuvo en todo el día – protestó ligeramente con voz entrecortada.
- Perdona Esther – se apresuró a disculparse al notar la angustia de la enfermera -
estábamos tan nerviosas que… entonces ¿todo bien? – preguntó aún sin
convencerse.
- Si…bueno…está cansada…
- ¿Le sigue doliendo el costado?
- Si.
- Os dije que no debía hacer este viaje – soltó enfadada – pero te empeñaste en
convencerla de lo contrario.
- No solo yo – saltó harta de tanta recriminación. Era cierto que ella había
insistido, pero allí a todos le pareció una buena idea que Maca se quitara de en
medio unos días, sobre todo a Isabel y a Adela.
- Tienes razón – admitió y luego más suave – bueno… ya no tiene remedio… yo
le he dicho a Germán lo que hay y espero que tú me tengas informada. ¿De
acuerdo?
- Si.
- Prométemelo, Esther, no quiero pasar otro día como el de hoy.
- Te lo prometo, llamaré todos los días, pero quizás haya veces que no pueda, esto
no es España.
- Lo sé, ya nos ha contado Adela. Aún así, inténtalo.
- Lo haré – dijo con tono de hastía - Y por allí ¿cómo va todo?
- Igual – respondió secamente – todo va igual.
- Maca quiere saber si Isabel…
- Isabel está haciendo su trabajo, eso es lo único que debe saber Maca. Por favor,
procura que descanse y no se preocupe por nada. Aquí todo está bien.
- También quiere saber si Sonia está bien.
- Si, si, está bien.
- ¿Y en el campamento? – preguntó sin obtener respuesta - ¿Cruz! ¿Cruz, me
oyes? – repitió creyendo que se había cortado la comunicación.
- Si, te oigo – respondió – bien… todo bien.
- Si no quieres que le cuente a Maca lo que pasa, no se lo cuento, pero dímelo
porque sé que pasa algo ¿o me equivoco?
- Bueno… ha habido un poco de revuelo, pero nada que no se pueda controlar.
- ¿La prensa?
- Si, la prensa y el comisario Martínez que está hecho una furia.
- ¿Por qué?
- Al parecer quería interrogar a Maca, o hablar con ella. Y se presentó aquí esta
mañana exigiendo verla en la UCI.
- ¿Y qué habéis hecho?
- Adela intervino. Habló con él en privado y no ha vuelto a insistir. Esa mujer es
una caja de sorpresas. Y no sabemos que es lo que han hablado porque no nos ha
querido decir nada, solo que no nos preocupemos que ella se encarga.
- Bueno entonces no es tan grave – respiró aliviada, por un momento se había
imaginado algo mucho peor.
- Hay otra cosa que no debes decirle a Maca.
- ¿El qué?
- Socorro la abuela de María ya está mejor y Sonia la llevó a su chabola…
- ¡Pero eso es una buenísima noticia! ¿por qué no iba a decírselo? Maca se
alegrará.
- No es eso. No saben donde está María. Anoche no durmió en el campamento y
no ha ido por allí en todo el día.
- No le diré nada a Maca – dijo bajando la voz preocupada también – es una niña,
quizás… - no supo qué decir, no se le ocurría ninguna buena razón para que no
apareciese en tanto tiempo por el campamento y todas las que se le ocurrían
prefería no pensarlas y menos decirlas en voz alta.
- Bueno.. no os preocupéis, Isabel y Evelyn, están intentando dar con ella. Lo
importante es que Maca se recupere, no le cuentes nada, por favor.
- Tranquila que no lo haré. Cruz, tengo que cortar, me están esperando.
- Claro, claro, cuídate Esther y…
- Que sí, que la cuidaré – la cortó en tono condescendiente – a dios, Cruz.
- Hasta mañana – se despidió la cardióloga.
Esther llegó junto a Germán y se sentó a su lado. La cena había terminado, pero el baile
y la fiesta continuaban. La enfermera sonrió, agradecida, al ver su plato, que continuaba
en su sitio y al que habían ido añadiéndole los mejores bocados.
Esther entró en la cabaña sin hacer ruido. La unidad de suero había terminado de pasar,
se sorprendió de que Germán se la hubiese puesto tan rápida, antes no había reparado en
el detalle, más preocupada por comprobar que Maca no tuviese fiebre. La retiró y se
acercó a ella, permanecía dormida. Ni siquiera se había movido lo más mínimo, debía
estar agotada. Era evidente que el calmante estaba haciendo su efecto, lo miró y
comprobó que aún tardaría una media hora en pasar. Allí dentro hacía calor y Esther se
acercó a ver si estaba sudando, pero no percibió ninguna señal de que así fuera y frunció
el ceño, preocupada, eso era mal síntoma. Le tocó la frente seguía teniendo unas
décimas, pero no parecía que hubiese vuelto a subir, suspiró con la esperanza de que
pronto su cuerpo recuperase su función térmica. Se acercó y abrió ligeramente la
ventana, que chirrió un poco, la pediatra se removió y murmuró algo, que Esther no
entendió, se acercó a ella y le apretó la mano, con la intención de que se calmara, Maca
se agarró a la mano y al cabo de un instante continuó con la respiración pausada que
indicaba que dormía. La enfermera se levantó y se asomó a la ventana, vio venir a
Germán que llegaba con dos tazas y salió dejando la puerta ligeramente entornada. Así
escucharía a Maca si la necesitaba.
Germán se la quedó mirando y ahora fue él quien torció la boca, captando lo que quería
decirle, siempre le había gustado esa sutiliza de la enfermera. Los dos guardaron
silencio unos instantes.
Maca se volcó como pudo intentando oír la respuesta de Esther, pero la enfermera
hablaba tan bajo que no lograba escucharla, “¡Mierda! ¡mierda! ¡quiero saber si Esther
tiene una relación con la tal Margarette!”, seguro que seguían hablando de ella, si Esther
no hablase tan bajito… Sin embrago, en esta ocasión fue diferente. Maca comprendió
que la pregunta le había sorprendido y, tras el silencio inicial, que ella había
interpretado como otra respuesta no oída, escuchó a Esther responder en un tono más
alto
- ¡No! claro que no – exclamó, provocando una sonrisa en la pediatra, que sin
saber porqué se había sentido aliviada.
- Entonces… ¿para qué te ha acompañado! porque no creerás que, conociéndola,
me he tragado todo el rollo que me has contado antes – le dijo en tono
confidencial – además, te recuerdo que he hablado con Gándara, y me ha dejado
claro que, en su estado, no debería haber hecho este viaje.
- Lo sé. Pero había otros motivos, ya te los he dicho, aunque no los creas – le
repitió Esther. Maca abrió los ojos de par en par ¡No hablaban de Margarette!
¡hablaban de ella!
- Dirás lo que quieras pero a mí no me engañas.
- No pretendo hacerlo, Germán. Es solo la verdad. No estoy con Maca. Ella está
felizmente casada – respondió. “¿Felizmente?”, pensó Maca, “¿Quién le había
dicho eso?”.
- ¡¿Casada?! – exclamó el médico soltando una carcajada.
- Chist, ¡qué la vas a despertar! – protestó Esther.
- “Tranquila que ya me ha despertado”, pensó la pediatra.
- ¿Casada? – repitió Germán en voz algo más baja sin parar de reír, provocando
que Maca frunciese el ceño y pensase “y éste ¿de que coño se ríe?” – o sea
que… ¿casada?
- ¡Sí! Casada ¿qué te hace tanta gracia? – preguntó molesta.
- Y… ¿conoces al santo varón que consigue aguantarla? – preguntó riendo aún.
- No es un santo varón… - empezó a explicar pero él la cortó.
- ¡Ah! Entonces ¿qué! ¿le va la marcha al tío! ¡quién me lo iba a decir! ¡Wilson,
Casada!
- ¿Por qué hablas así de ella? – le preguntó cambiando el tono molesto por el de
auténtico enfado – no me gusta que estés todo el tiempo provocándola, Maca es
una persona increíble, y… - se calló ante la cara burlona que le estaba poniendo
él, había caído en su trampa y allí estaba defendiendo a Maca – además, está
casada con una mujer, a cualquier hombre se le quedaría grande una mujer como
ella – le soltó con la intención de devolverle sus burlas.
- Y… ¿Rosario la ha dejado casarse con una mujer? – preguntó extrañado y
recuperando la seriedad.
- ¿Conoces a Rosario?
- Claro que la conozco – dijo divertido de nuevo – de hecho, por lo que veo, seré
de los pocos “novios” que Maca presentó en su casa.
- ¿Novio? – preguntó Esther sorprendida, jamás había escuchado hablar de ello.
“Germán, ¡cierra esa bocaza!”, murmuró la pediatra.
- Sí – rió – es una larga historia, dile que te la cuente.
- Y te equivocas, no eres el único. Maca estuvo a punto de casarse y dejó plantado
a su novio en el altar.
- ¡Jodéerr! – exclamó arrastrando la palabra – y… ¿cómo fue eso? – preguntó
interesado. “Cierra ahora tú la boca, Esther”, “¿no tenéis nada mejor que
contaros que tenéis que estar hablando de mí?”, pensó Maca nerviosa.
- No sé, Maca no hablaba mucho del tema, creo que se lió una buena y que desde
entonces vienen los problemas con sus padres.
- ¿Eso te ha contado? – le preguntó misterioso.
“¿Queréis cerrar esas bocazas?”, pensó alterada e incomoda por la postura que mantenía
para intentar escuchar mejor. Se movió para buscar una postura más cómoda, con tan
mala suerte que golpeó el bacín y éste cayó con gran estruendo al suelo.
Maca supo lo que iba a ocurrir inmediatamente, así es que intentó tumbarse en la
posición que tenía porque no le daba tiempo a volver al sitio inicial. Efectivamente, en
un par de segundos entraron los dos, precipitadamente, Germán encendió la luz y Maca
pudo comprobar la cara de susto que traía la enfermera.
- ¡Maca! – corrió hacia ella recogiendo con rapidez el bacín y acercándoselo -
¿estás bien! ¿tienes ganas de vomitar?
- No – respondió, disimulando, y haciéndose la adormilada manteniendo los ojos
entreabiertos.
- A ver, Wilson, que te vas a matar – dijo Germán sujetándola y colocándola de
nuevo en el centro de la cama - ¿cómo te has apañado para ponerte así?
- Me dio calor – se explicó – me cambié de postura. No podré mover la piernas
pero…
- Ya veo – sonrió cortándola – parece que no te ha subido más la fiebre – comentó
poniéndole una mano en la frente.
- Y tú parece que sigues tan agudo como siempre – soltó molesta por los
comentarios anteriores.
- Maca… - protestó Esther en tono recriminatorio – será mejor que vuelvas a
dormirte.
- Sí – dijo Germán – todos debemos dormir un poco. Es tarde.
- Tienes razón – admitió la enfermera mirando su reloj.
- Mañana os veo. Buenas noches – se despidió el médico dirigiéndose hacia la
puerta.
- Buenas noches – respondieron al unísono.
Germán salió y Maca se quedó con la vista puesta en la puerta, a su mente acudió la
frase de Esther “Maca es una persona increíble”, solo por escuchar aquello de su boca
había merecido la pena el día que llevaba.
Esther se dio la vuelta, sintiendo haberle respondido tan bruscamente, quizás necesitaba
algo, y se sentó en la cama. A tientas buscó la frente de la pediatra.
Maca permaneció despierta. No era capaz de dormir, todo lo contrario que la enfermera
que en menos de un minuto cayó rendida. Miró hacia la ventana, la luna comenzaba a
filtrar una ligera luminosidad en el cuarto, algo que recibió con alivio, no soportaba la
oscuridad, le daba pánico, no alcanzaba a comprender porqué, de un tiempo a esta parte,
le ocurría aquello, antes jamás le había ocurrido, pero llevaba un par de semanas que no
soportaba dormir a oscuras. Todo aquello era tan diferente a lo que estaba acostumbrada
que se sentía extraña y fuera de lugar, ¡qué larga se le iba a hacer la noche!
Clavó sus ojos en Esther, ¿qué haría sin ella! solo el hecho de tenerla al lado le daba
tranquilidad y eso que hacía rato que había perdido la calma, desde que estaba segura
que tenía una insolación, por mucho que Germán le asegurase que era leve. De nuevo se
encontraba fatal y sabía que iba a ir a peor. Volvía a estar mareada y las tentaciones de
despertar a la enfermera cada vez eran más grandes, al cabo de unos minutos había
perdido la noción del tiempo, ¿cuánto rato llevaría ya así! intentó coger el reloj pero no
llegaba y al moverse, Esther se agitó también dándose la vuelta y encarándola. Maca se
quedó absorta observando su cara, la enfermera murmuró algo inteligible y volvió a
moverse, mantenía el ceño fruncido y un rictus de inquietud un su rostro. ¿Qué estaría
soñando! nada agradable seguro. Maca se incorporó y colocó las almohadas de forma
aún más vertical, no podía seguir tumbada, le dolía la espalda y volvía a sentir nauseas,
amén de un calor sofocante. Si seguía así, aunque no quería, iba a tener que despertarla.
Pero no hizo falta, la puerta de la cabaña se abrió con sigilo, Maca sintió que el corazón
se le aceleraba presa del pánico, comenzó a imaginar aquellos ojos fríos que no
recordaba a quien pertenecían pero que conocía con seguridad, temiendo que fuese él
quien entraba. ¡Germán! que susto le había dado.
El médico se acercó a la cama sin hacer ruido y se agachó junto a ella, creyendo que
dormía posó con suavidad la mano en la frente y arrugó el ceño.
- ¿Qué haces? - susurró Maca para no despertar a Esther sobresaltándolo-
¡valiente médico estás hecho! ¿Así piensas ver si…?
- ¿Cómo estás? – le preguntó en un intento de bajar la voz, sin éxito.
- Chist – lo silenció Maca – la vas a despertar.
- Te ha subido la fiebre.
- Ya lo sé.
- Eres tú, la que debías haberla despertado, esto es serio Wilson – le recriminó -
¿te duele la cabeza?
- Si – respondió - mucho.
- Vuelvo en un momento – le dijo dejándola más asustada de lo que ya estaba.
- ¡Espera! No quiero más calmantes.
- Pero... ¿No dices que te duele mucho?
- Si, cada vez más.
- Entonces voy a subirte la dosis.
- No, por favor, me adormecen y me atontan y…
- Wilson, ¡qué son las dos de la mañana! no tienes otra cosa que hacer que
descansar.
- Tengo que trabajar – le dijo dejándolo sorprendido.
- Wilson… - la miró preocupado - ¿de qué me estás hablando?
- Tengo que repasar todos los fallos que hay en el proyecto. Y pensar en cómo
llevarlo a cabo con menos dotación policial y… tengo que pensar lo que vamos
a decirle a la prensa y en lo que vamos a hacer tú y yo para convencer a ésta –
dijo señalando a Esther - de que se marche con Laura, en el caso de que yo….
- Aquí no tienes que trabajar y puedes permitirte estar adormilada, solo debes
reponerte y descansar – la cortó – órdenes de tu médico que ahora soy yo – le
dijo tajante incorporándose y saliendo de la cabaña.
- Intenta descansar – le dijo una vez que se los había puesto y miró la temperatura.
Maca asintió sin convencimiento.
- ¿Ha subido mucho? – le preguntó consciente de que así era.
- Sí, un poco – le dijo sonriendo para no alarmarla.
- Germán ¿por qué no me llevas al hospital?
- ¿Tan mal te ves? – le sonrió en tono de broma.
- ¿Tú no? – le respondió enarcando las cejas.
- Ya no estamos en la facultad doctora – respondió socarrón – y no me vas a hacer
dudar de mi diagnóstico.
- Yo creo que deberías llevarme allí - insistió – cada vez me duele más todo este
lado – se señaló el costado izquierdo, y sus ojos reflejaban el miedo que
comenzaba a sentir.
- ¿Desde el hombro hasta aquí abajo? – le preguntó apretándole por encima de la
cadera.
- Sí… y… eso no es normal, ¿no crees?
- Yo lo que creo es que te escuchas demasiado, deja de darle vueltas a la cabeza y
descansa.
- Pero…sería mejor que estuviese en el hospital, esto no puede tener nada que ver
con la insolación y además… me noto… una presión y… - se interrumpió ante
la sonrisa burlona del médico.
- No te preocupes por tu corazoncito que aguantará – sonrió conocedor de lo que
iba a decirle, había hablado con Gándara, la había auscultado y sabía
perfectamente lo que se notaba, el también se había percatado, pero si podía
evitarlo no la llevaría allí – salvo que lo que no aguante sea estar ahí tumbado al
lado de… - señaló a Esther.
- ¡Deja de decir tonterías! – saltó alzando la voz, enfadada, ¿por qué nadie le hacía
caso? Germán sonrió, ¡cómo estaban los ánimos! cuando Maca se ponía a la
defensiva es que había dado en el clavo, o mucho había cambiado la pediatra.
- Uhmm – se quejó Esther - ¿qué te pasa? – masculló somnolienta sin ser capaz de
abrir los ojos.
- Nada – susurró Maca – sigue durmiendo – le acarició la mejilla ante la mirada
burlona de Germán que se ganó otra recriminación - ¿ves lo que has conseguido!
mañana tiene un día muy duro y….
- Vale, vale, ya me callo. Y tú no te preocupes tanto.
- ¿Tienes ya los resultados?
- No, falta un rato todavía. ¿Has notado calambres?
- Aún no.
- ¿Ves? No es tan grave como crees. Todo va bien. Ahora me voy – sonrió
cogiéndole la mano con suavidad y clavando sus ojos en ella – en un rato vuelvo
– le dijo apretándole la mano y levantándose – de todas formas, no hagas
tonterías, y si te sientes peor, ¡despiértala! – le ordenó alejándose hacia la puerta.
- Germán… - lo llamó con un susurro, él se giró de nuevo – gracias.
El médico abandonó la cabaña cerrando al puerta con suavidad. Maca se recostó con los
ojos puestos en el gotero y el miedo metido en el cuerpo, no le quedaba otra que confiar
en él. Suspiró resignada. Esther volvió a hablar esta vez más claro “no, no, no… no por
favor”, y a hipar como si estuviese llorando. Maca le cogió la mano y la enfermera se
aferró a ella con fuerza, casi haciéndole daño. “Tranquila”, susurró Maca que intentó
acariciarle le cabeza con la otra mano sin mucho éxito porque la vía que tenía cogida no
le permitía llegar bien hasta ella, se giró un poco y consiguió acariciar levemente su
frente, “tranquila”, volvió a susurrarle. La enfermera, exhaló un suspiro y volvió a la
respiración pausada indicando que se había calmado, pero sin soltar la mano de la
pediatra que permaneció con sus ojos clavados en aquel rostro deseando que todo fuera
diferente.
* * *
Dos horas después, la enfermera abrió los ojos sobresaltada. Se sentó con rapidez en la
cama y miró hacia Maca. Había notado que alguien la zarandeaba.
Esther frunció el ceño. Lo conocía. Nunca hacía nada por “precaución”, las existencias
siempre eran escasas y solo se usaban en caso estrictamente necesario. Germán era muy
rígido en eso y nunca, en cinco años, lo había visto derrochar nada por precaución, y
mucho menos unidades de suero, sobre todo, cuando la noche anterior le había
confesado que, por culpa en el retraso de los suministros, solo quedaban dos. Maca
murmuró algo ininteligible, ahora era ella la que parecía agitada. Esther se acercó y la
tocó, su piel volvía a estar seca y ardiente.
- ¡Otra vez tiene fiebre! – se giró hacia Germán con la preocupación escrita en el
rostro.
- Si. Le ha subido un poco…
- ¡¿Un poco?! ¡Germán…! – exclamó en un susurro.
- Vete tranquila que yo me encargo – dijo todo lo bajo de lo que era capaz.
Maca volvió a moverse, levantó un brazo y se llevó la mano a la cabeza diciendo algo
entre dientes, a Esther le pareció que murmuraba “no puedo”, intentó ver si estaba
despierta pero permanecía adormilada, sumergida en ese sueño repetitivo donde una
figura femenina le tendía la mano “vamos Maca, vamos levántate, tenemos que salir de
aquí, vamos levántate, dame la mano, dámela”.
- Sara ha hecho café – le dijo a Esther sin apartar sus ojos de Maca – en cuanto
desayunéis, os marcháis, ya está todo listo.
- Voy – respondió la enfermera sin perder más tiempo – Germán… - clavó una
suplicante mirada en él.
- No te preocupes, haré todo lo que esté en mi mano…
Esther sabía lo que significaba aquella frase y se sintió impotente. Se acercó a la cama y
no pudo refrenar el deseo de besar a Maca, se agachó y rozo sus labios, susurrándole al
oído, consciente de que la pediatra no podía escucharla “volveré cuanto antes, mi
amor”. Maca abrió los ojos un instante y volvió a cerrarlos.
- No te vayas – musitó Maca sin abrir los ojos, perdida en su delirio repetitivo de
nuevo aquella figura le tendía la mano sin que ella pudiera cogerla, por más que
intentaba levantar el brazo, por más que le pedía que no se marchara, por más
que intentaba aferrarse a ella, no podía - No puedo - musitó de nuevo – no te
vayas – repitió ahora con un tono desesperado que enterneció a la enfermera.
- No tardaré – le respondió Esther creyendo que le hablaba a ella, cogiéndola de la
mano, ahora fue Maca la que se la apretó con tal fuerza que le hizo daño. La
debilidad que mostraba despierta parecía haberse esfumado con el delirio.
- Esther… - la apremió Germán viendo que no se movía y seguía con la vista fija
en ella.
- Voy – dijo entrecortada, zafándose como pudo de la mano de la pediatra y
besándola de nuevo.
Corrió hacia la puerta con una mezcla de excitación por lo que acababa de hacer y
desesperación por pensar que, si no había suerte, esa sería la última palabra que había
cruzado con ella.
* * *
Esther entró corriendo en el comedor, Sara estaba terminando su desayuno y la miró
sonriente.
André ya estaba allí con todo listo para la partida. Como siempre que hacían un traslado
el ejército los custodiaba. Las dos subieron al camión y se sentaron en la parte de atrás.
Esta vez iban solo en compañía de un par de hombres y el espacio era mucho mayor.
Esther miraba hacia delante con la vista perdida en la lona que las separaba del
conductor. Sara la observaba de reojo, la enfermera parecía cansada y cada vez más
alterada.
- Si… te pregunto algo… ¿serás sincera? – le dijo clavando unos suplicantes ojos
en la joven.
- Claro, sabes que siempre lo soy – le dijo Sara abiertamente.
- ¿Qué piensa Germán que le pasa a Maca? – le espetó, segura de que el médico le
ocultaba algo.
- A mi solo me ha dicho que es una leve insolación que ni siquiera llega a
moderada y que todas las pruebas han salido bien.
- ¿Y no te ha dicho nada más?
- No, solo que ha hablado con España, creo que con su ex por el tono, pero no me
hagas mucho caso.
- Pues… yo tengo la sensación de que hay algo que no me dice y te aseguro que lo
conozco bien y sé cuando hay algo que le preocupa.
- Quizás le preocupa que es su amiga, ¿no! por eso lo ves más afectado – aventuró
intentando que se tranquilizase.
- Si, a lo mejor es eso – suspiró.
- No le des más vueltas y confía en él, como siempre – le dijo cogiéndola de la
mano – tú siempre te fías de su criterio, ¿no! pues en este caso con más motivo.
Además, nos llamará si empeora para que volvamos antes, así es que si no llama,
es buena señal.
- Pero tengo miedo, Sara – le reconoció – tengo miedo de que se equivoque,
miedo de que le pase algo a Maca por mi culpa y que….
- ¿Por qué por tu culpa! no digas tonterías – la interrumpió – si le pasa algo a
Maca, que no creo que le pase, no sería por tu culpa.
- Fui yo la que insistió en que Maca viniera, fui yo la que la convencí cuando ella
me decía que no estaba bien para hacer un viaje como éste, fui yo la que le
prometí que aquí estaría estupendamente, que descansaría, que la cuidaría.
- Y no has mentido – le dijo con paciencia – la has cuidado ¿no?
- No. No debía haberla traído aquí. No estuve pendiente de ella en el viaje, me
dediqué a… a… - se interrumpió pensando en que se había dedicado más a
recrearse en sus miedos que en darse cuenta de sus necesidades.
- Tranquila… que se va a poner bien… ya verás – volvió a apretarle la mano.
- No la escuché, en el viaje no… no quise escucharla y… ahora...
- Ahora vamos a recoger todos los suministros y vamos a llegar antes de que se
ponga peor.
- ¿Se va a poner peor?
- Bueno… sin suero y si no es capaz de tomar líquidos, sí, se pondrá peor, pero…
- se interrumpió al ver la cara de terror de la enfermera – pero, Germán está con
ella y sabe lo que tiene que hacer para que aguante y no empeore. ¡Vamos,
Esther! que tu no eres así, ¡anímate!
- Tienes razón, hay que ser optimista. Vamos a recoger todo y Maca se pondrá
bien.
- Así me gusta. De nuevo en equipo – le sonrió guiñándole un ojo y tendiéndole la
mano.
* * *
Al cabo de unos minutos, Maca abrió los ojos lentamente, notaba que le pesaban los
parpados. Germán, al verla emitir un ligero gemido se levantó de la hamaca con
presteza, acercándose a ella, sonrió al ver su cara de desconcierto y se sentó en el borde
de la cama cogiéndola de la mano.
Maca ladeó con lentitud la cabeza hacia su derecha y comprobó que no tenía puesto el
suero, se sentía fatal y tenía muchísima sed, intentó pasar la vista por toda la habitación
pero al girar los ojos la cabeza le martilleaba aún más que cuando los mantenía
cerrados. ¿Dónde estaba Esther! de pronto recordó todo el día anterior y suspiró, ya
había amanecido, quizás la enfermera se había marchado en busca de los niños que
debían trasladar. Abrió los ojos y buscó al médico con la vista. Permanecía en pie
mezclando algo en un vaso.
- Germán – lo llamó.
- ¿Sí?
- El suero se ha terminado – le dijo con la intención de que le pusiese más.
- Ya lo sé – respondió con una medio sonrisa mientras removía el contenido de
aquél vaso, “esta Wilson no puede evitar ser educada hasta el final”, pensó
observándola de reojo, estaba muy apagada y parecía aturdida. Se acercó al
gotero y volvió a pasarle el calmante, no quería que el fuerte dolor de cabeza le
levantase el estómago más de lo que ya debía tenerlo.
Maca lo miró y sintió nauseas, ¿qué potingue iría a tomarse ahora! estaba claro que en
eso no había cambiado nada, recordó sus famosos cócteles que no había quien se los
bebiera, salvo él, claro estaba.
- ¿No crees que deberías llamar a… Esther que me ponga más suero? – preguntó
deseando ver aparecer a la enfermera, cuando ella estaba a su lado tenía la
sensación de sentirse mejor.
- Esther se ha marchado al orfanato y a Kampala.
- ¿Se ha ido? – masculló entre dientes y él se volvió sin entender lo que había
dicho.
- ¿Decías algo? – le preguntó, pero Maca negó con la cabeza, Esther se había ido,
la invadió una sensación de tristeza, la sola idea de tenerla lejos la hizo sentirse
aún peor.
- ¿A dónde se ha ido? – preguntó aturdida.
- Te lo he dicho Wilson, a hacer los recaditos de su jefa, ¿o no recuerdas que le
ordenaste que siguiese con vuestro plan de trabajo?
- Su jefe eres tú – murmuró.
- ¿A qué viene eso? – le preguntó sorprendido.
- Es lo que ella dice – respondió cansada - Germán, necesito levantarme – le dijo
con dificultad, intentando incorporarse sobre sus brazos pero las fuerzas le
fallaron, no podía casi moverse y comprobó que el médico la tenía
completamente tumbada con los pies en alto.
- No puedes Wilson, debes permanecer así, ¿te duele mucho la espalda? – le
preguntó conocedor de que debía ser así, y eso que la había cambiado de postura
en varias ocasiones.
- Sí – reconoció apagada – ayúdame a levantarme – repitió aturdida.
- Es mejor que permanezcas echada – volvió a decirle con paciencia - ¿tienes sed?
- ¡Sí! mucha… pero… tengo ganas de vomitar, ¡ayúdame a levantarme! – le pidió
angustiada.
- Espera – le dijo con calma incorporándola, poniéndola de costado y tendiéndole
el bacín – no te pongas nerviosa – le recomendó sujetándole la cabeza, seguía
teniendo la fiebre alta y apenas le quedaban fuerzas – intenta aguantar Maca – le
pidió en tono cariñoso llamándola por su nombre.
- ¡Joder! … ¡ponme suero! – le ordenó sin poder evitarlo, olvidando sus
propósitos de no meterse en su trabajo – ¿no ves que estoy deshidratada? –
protestó aún con la respiración agitada por el esfuerzo del vómito.
- Maca… no hay suero – le confesó – pero no te pongas nerviosa que ya mismo
estarán de vuelta con todo lo necesario.
- Pero… tienes que ponerme algo… si tardan… no voy a aguantar – lo miró con
el miedo reflejado en sus ojos.
- Tranquila que aguantarás. No me seas melindres que ni siquiera tienes
calambres.
- Si… que tengo – admitió y él enarcó las cejas, ahora sí intranquilo.
- Bueno… espera que vamos a hacer una cosa – le dijo asomándose a la puerta y
dándole unas indicaciones a Margot que esperaba fuera. Luego, volvió junto a la
pediatra – a ver Wilson, que por fin vas a tener lo que tú querías – sonrió
malicioso - mis habilidosas manos sobre tu cuerpo – le dijo, comenzando a
masajearle brazos y piernas.
- Deberías llevarme al hospital – musitó sin entrarle al trapo.
- Wilson… este hospital no es lo que tú crees.
- Pero deberías monitorizarme y deberías ver si… - se interrumpió – no me
acuerdo – dijo angustiada - no me acuerdo de lo que hay que hacer para...
- Mientras me acuerde yo no tienes de qué preocuparte – sonrió bromeando –
vamos Wilson, que no es para tanto. No pongas esa cara que no hará falta
monitorizarte. Tengo mis recursos – le dijo misterioso terminando el masaje - Te
he preparado esto. Tendrás que bebértelo.
- No... no puedo… Germán – se negó con cara de asco mirándolo asustada, sabía
lo que significaba que no hubiese suero y sabía lo que le esperaba – por favor –
le suplicó al ver que la incorporaba de nuevo y le colocaba las almohadas de
forma que permaneciese sentada. La cabeza le daba vueltas y con ella el
estómago – no puedo – repitió recostándose y cerrando los ojos.
- No seas cabezota. Es agua con sal y azúcar. ¡Suero casero! – le sonrió - ¿te
acuerdas?
Maca suspiró y comenzó a beber, las nauseas aumentaban a cada sorbo y Germán se dio
cuenta del mal rato que estaba pasando. Margot entró de nuevo y la mandó a la cocina
en busca de la infusión de hierbas que le había preparado.
* * *
Diez horas y media después de que se marcharan, Germán escuchó llegar a los
camiones y salió a su encuentro. Habían tardado más de lo que esperaba, pero estaba
dentro de lo normal. Esther se bajó del camión y corrió hacia él.
La enfermera se duchó a la velocidad del rayo, rehusó comer y corrió a la cabaña. Por el
camino se cruzó con Margot que la detuvo un segundo y sin mediar palabra la abrazó,
cuando se separó de ella la joven tenía los ojos anegados de lágrimas y la enfermera
sintió pánico, ¡Maca! emprendiendo una alocada carrera hasta su cabaña, con el corazón
desbocado más por el miedo que sentía que por el esfuerzo.
Cuando abrió la puerta vio a Germán sujetando el brazo de Maca entre sus manos
inyectándole algo. Esther observó como la mano de la pediatra colgaba inerte, la vio con
los pies elevados encima de aquella torre de cojines y almohada que había improvisado
el médico, la cabeza la tenía ligeramente ladeada a la izquierda y el pelo se lo habían
recogido, en la frente le habían dejado un paño húmedo, y la sábana que la cubría
también parecía mojada, pero lo que más la asustó fue ver que Germán había trasladado
la unidad portátil y la tenía monitorizada, su ritmo era muy alto, tenía el oxígeno puesto
y estaba palidísima. Al ver ese cuadro su corazón se disparó.
Al cabo de unos minutos, Sara entró con un plato de frutas troceadas y una botella de
agua.
No pudo evitar sonreír pensando en lo mal que le caía a Maca cuando era una chica muy
agradable. Cuando estuviese mejor le preguntaría por esa animadversión, por eso y por
más cosas que ya tenía en cartera. Se sentó en la hamaca y dio buena cuenta de lo que le
había llevado la joven, sin dejar de observarla. Luego, se levantó y miró el gotero. Aún
quedaba una media hora para que terminase de pasar la primera unidad. Cogió su reloj y
puso la alarma, no creía que los nervios que sentía le permitiesen dormirse pero era
cierto que estaba muy cansada y en lo fondo Sara tenía razón, si ella cometía un fallo,
Germán lo pagaría también. Y si había algo que no quería era perjudicar a su amigo.
Volvió a sentarse y clavó sus ojos en el pálido rostro de la pediatra, suspiró entristecida
por ver como se encontraba y se dispuso a esperar, pacientemente, a que despertase.
Hora y media después, Maca abría los ojos, desconcertada. Miró al techo sin saber
donde se encontraba, intentó girar la cabeza y una punzada en la nuca y las sienes le
hizo cerrarlos de nuevo. Hacía un rato que escuchaba el sonido familiar del monitor y el
ritmo acompasado del respirador ¿estaba en la clínica! ¿qué había ocurrido? Intentó
recordar pero no era capaz. ¿Tenía puesto el oxigeno! levantó el brazo intentando
llevarse la mano a la cara para comprobar si tenía la mascarilla, el simple movimiento le
hizo notar que le dolía todo el cuerpo. Intentó abrir de nuevo los ojos, no estaba en la
clínica, ¿dónde estaba! ladeo la cabeza y vio a Esther sentada en la hamaca con la
barbilla clavada en el pecho, profundamente dormida. La enfermera, a pesar de su
promesa, no había podido evitar sucumbir al cansancio, y más después de comer y haber
cambiado la unidad de suero. ¿Qué hora sería! se preguntó la pediatra, se quitó la
mascarilla e intentó llamar a la enfermera pero no le salía la voz del cuerpo. Tenía la
boca completamente seca y una sensación acuciante de sed.
- Esther – consiguió pronunciar por fin pero tan bajito que la enfermera ni se
inmutó – Esther – repitió algo más alto, pero sin obtener reacción alguna por su
parte, suspiró y cerró de nuevo los ojos, le dolía mucho la cabeza. Al cabo, de lo
que ella creyó unos instantes, volvió a la carga – Esther – dijo más alto notando
un fuerte dolor en el pecho ¿qué es lo que le ocurría? De pronto recordó donde
estaba, y recordó su charla con Germán, “tranquila, tómate esto, cuando regresen
te pondrás bien”, “tengo mis recursos Wilson, no hará falta monitorizarte”, ¿no
hará! ¡pues estaba claro que lo había sido! Esther estaba allí luego debían haber
traído todo, claro que lo mismo no lo habían conseguido y por eso se encontraba
tan mal - Esther – repitió elevando la voz con miedo de lo que pudiera estar
pasándole.
- Maca… - la enfermera saltó de la hamaca con los ojos hinchados por el sueño y
maldiciéndose por no haber sido capaz de permanecer despierta.
- Esther – murmuró aliviada – has vuelto.
- Claro que he vuelto – sonrió – no te quites la mascarilla – le dijo volviendo a
ponérsela - Voy a avisar a Germán.
- ¡No! espera – le pidió quitándosela de nuevo.
- ¿Qué quieres? – le preguntó aliviada de verla consciente, se sentó en el borde de
la cama y la cogió de la mano, acariciándosela y mirándola a los ojos – dime.
- Tengo sed – murmuró.
- Deja que llame a Germán, él dirá si puedes tomar algo.
- No – suspiró, necesitaba saber qué pasaba, aquello no era normal, ¿porqué se
empeñaban en mantenerla allí y no trasladarla al hospital! salvo que no se
pudiese hacer nada por ella – quiero que me digas… que me… - cerró los ojos
cansada y Esther sintió que se le hacía un nudo en la garganta y que el miedo
volvía a atenazarla.
- Maca… - la llamó con temor.
- ¿Qué? – murmuró.
- ¿Qué quieres saber? – le preguntó.
- Nada – suspiró, la enfermera intentó levantarse para avisar al médico pero Maca
tiró de su mano y al cabo de un instante volvió a llamarla – Esther…
- ¿Qué?
- Germán... no quiere… – calló de nuevo.
- ¿Qué es lo que no quiere?
- Decirme qué me pasa – terminó manifestando el trabajo que le costaba respirar.
- Ya lo sabes, Maca.
- No... es... algo más – le dijo alarmándola – lo sé… no es solo una insolación.
- Sí lo es, Maca, y además muy leve, solo que estás débil y no teníamos lo
necesario, por eso te fue a más, pero verás como ahora, en unas horas estás
mucho mejor – la animó, le parecía que Maca, además de achantada, estaba
asustada.
- Vale… - aceptó y clavando sus ojos en ella le preguntó – tú… ¿confías en mi?
- Claro ¿a qué viene eso?
- Escúchame – musitó – no me equivoco… hazme caso – le pidió – y… haz que él
te escuche… a mi... – se interrumpió intentando tomar aire.
- Maca no hables más, ponte esto.
- ¡No! a mi no me escucha – la miró con las lágrimas saltadas.
- No digas tonterías, Maca. Cállate y descansa – le sonrió con tristeza – voy a
buscarlo, ¿de acuerdo?
- Espera – la sujetó de la mano – me… ¿me estoy muriendo?
- ¡Claro que no! pero ¿qué tontería es esa?
- Necesito saberlo – le suplicó creyendo que le mentía.
- Ya te he dicho que no.
- Me duele todo – le dijo – y… no puedo… respirar.
- Claro que te duele todo. Pero te vas a poner bien.
- ¿No me mientes?
- No. No podría … - dijo acariciándola y sintiendo que todo su cuerpo se
revolucionaba al estar así, tan cerca de ella “estoy enferma”, se dijo, “no es
normal que sienta esto viendo como está” - … voy… voy a buscar a Germán.
- Vale – susurró como si le costara trabajo hablar – pero no le pongas esa cara.
- ¿Qué cara?
- La que me acabas de poner a mi… – murmuró cerrando los ojos y esbozando
una sonrisa – hace un momento y….
- ¿Qué te pasa! Maca, ¿qué te pasa? – le preguntó con nerviosismo al ver que
aflojaba la mano que le tenía cogida y que la cabeza le caía hacia un lado.
- Me duele mucho el pecho, no puedo res…pirar – dijo volviendo a abrir los ojos.
Esther miró al monitor con preocupación.
- No te quites más la mascarilla y no hables más. Voy a buscar a Germán y él dirá
si te subimos el oxígeno.
- No quiero… estar sola – musitó desobedeciendo de nuevo.
- Tranquila, que ahora vuelvo – le dijo soltándole la mano y poniéndole la
mascarilla.
- Esther…
- ¿Qué?
- Tengo frío – murmuró.
- ¿Frío? Espera que te voy a buscar una manta – le dijo dirigiéndose al armario,
no tenía ni idea de dónde podía encontrar una, recordaba que un invierno
necesitó una pero no sabía donde la tendría metida y quería buscar a Germán
cuanto antes, finalmente, cogió una jarapa – a ver si con esto… - se la colocó
sobre las piernas – estás mejor.
- Gracias – respondió abriendo los ojos - No tardes – le pidió. Esther sonrió y
negó con la cabeza
- No y por favor, no vuelvas a quitártela – la reprendió ya con genio, poniéndole
la mascarilla otra vez y saliendo como una exhalación de la cabaña.
Maca abrió los ojos e intentó sonreír, ¿cómo quería que estuviese?
- Vamos a ver que tal está la dama de la media almendra – le dijo comenzando a
examinarla sonriendo ante la mirada de enfado de la pediatra - ¿Te sigue
molestando al respirar?
- Sí, bastante – reconoció.
- ¿Y el hombro?
- También me sigue molestando.
- Imagino que el costado igual ¿no?
- Si – respondió – la cabeza… me duele mucho.
- ¿No se te ha pasado?
- Un poco, pero cada vez que me muevo…
- ¡Pues no te muevas, Wilson! – alzó la voz y Maca encogió los ojos molesta por
aquel bocinazo sintiendo que le estallaban las sienes – te voy a subir un poco el
calmante pero te va a seguir doliendo – le dijo al comprobar por su reacción que,
efectivamente, no exageraba - Lo siento pero tendrás que aguantar – le dijo
haciendo una mueca – luego me paso a verte otra vez. Por cierto – sonrió -
¿quieres un vasito de…?
- Germán… - lo interrumpió posando su mano sobre el antebrazo de él sin darse
cuenta que bromeaba – por … favor… no…
- ¿Qué pasa? – preguntó Esther extrañada ante aquél giro en la conversación.
- Nada, cuéntale Wilson las cosas que me has estado diciendo antes – le pidió
irónico para comprobar el estado de desorientación de la pediatra - ¿cómo decías
que era mi enfermera! ah, sí, una tardona, ¿no es eso?
- Germán no… - intentó impedir que le contase a Esther lo que había dicho pero
un ataque de tos le imposibilitó continuar y el médico la incorporó, Esther corrió
a ponerle más almohadas y la mascarilla de oxígeno.
- Tranquila, tranquila, no te pongas nerviosa que soy una tumba – se apresuró a
decirle comprendiendo que su alteración era culpa de sus bromas.
- ¿Una tumba de qué? – preguntó Esther.
- Nada, una tontería, ya te lo contará ella, pero ahora a descansar y no hables, ¿de
acuerdo? – le dijo levantándose y dirigiéndose a la puerta, ya en ella se volvió y
guiñó un ojo – una tumba, Wilson.
La enfermera corrió tras él, quería que le dijese lo que estaba ocurriendo, al igual que
Maca, ella sospechaba que algo no iba como debería ir. Antes de que el médico se
metiese en su cabaña, Esther consiguió darle alcance.
La enfermera guardó silencio, soltó el brazo del médico y exhaló un profundo suspiro,
bajando los hombros con abatimiento, esperando que le dijese algo más pero el médico,
apretó los labios, le lanzó una mirada triste y le acarició la mejilla. Esther ante aquel
gesto que intentaba ser de consuelo experimentó todo lo contrario, una desesperación
que no la dejaba respirar. Conocía esa expresión, Germán no sabía qué hacer.
- Cansado… y… preocupado.
- ¿Tan grave es?
- Creía que no… pero… ahora…. Me temo que sí.
- Pero ¿qué le pasa?
- No lo sé. No sé que le pasa y no sé como va a terminar todo esto.
- Yo… tengo miedo por Esther. Después de todo lo que pasó y ahora… esto.
- Yo también estaba pensando en ella – suspiró meditabundo – no creo que esté
preparada para asumir…
- Bueno… no nos pongamos en lo peor – le dijo en tono animoso levantándose y
dándole un beso en la mejilla – vamos Germán, vamos a repasar de nuevo todo
su historial. Tiene que haber algo.
- ¿Ha llegado ya? – preguntó incrédulo.
- ¿Lo dudas! tu mujer…
- Mi ex mujer – la corrigió.
- Bueno, tu ex mujer no sé que habrá hecho pero ya lo tenemos aquí.
- Tratándose de Maca sería capaz de venir en persona a traerlo – bromeó – y
además volando.
- ¿La quiere mucho?
- Yo creo que jamás dejó de quererla y que fue un error interponerme entre ellas
pero – se interrumpió – vamos a dejarnos de tonterías que no creo que tengamos
mucho tiempo.
- Confiemos en que es joven…
- Si.
- Y fuerte.
- De eso no estoy tan seguro – apostilló repasando de nuevo todos los datos que
les habían mandado.
- Maika, busca a Esther y que nos eche una mano, dile a Edith que se quede con
Maca y que me llame si necesita algo - la chica obedeció y fue a por ellas.
- Pero… Germán… - protestó Sara – está inhabilitada.
- Ya lo sé ¿crees que no lo recuerdo? – le dijo de mal humor – pero si queremos
terminar antes y seguir con lo que estábamos haciendo, necesitamos toda la
ayuda posible.
- Si alguien se va de la lengua…
- Me sancionarán, eso es lo que pasará, tranquila que sabré defenderme – dijo
agachándose junto al primer enfermo comenzando la tarea se ir separándolos en
función de la gravedad de cada uno.
- Tú dirás.
- Bienvenida – le guiñó un ojo con complicidad - ¿qué te parece un poco de
acción?
- ¿Vuelvo a ser tu enfermera?
- Nunca has dejado de serlo – le sonrió con un guiño, Esther le devolvió la sonrisa
y ambos se pusieron a trabajar.
* * *
Esther entró en la cabaña pasada la media noche, estaba muy cansada. El grupo había
sido de los más numerosos y les llevó más de cuatro horas controlar la situación. Sentía
una felicidad y una satisfacción indescriptibles. El trabajo en Madrid le había devuelto
cierta confianza en sí misma pero el estar allí, junto a su compañero de los últimos años,
y sentir que el tiempo no había pasado y que la compenetración era la misma de
siempre, la colmó completamente y lo más importante, no se había bloqueado. Le
apetecía tomarse un café con él, como hacían habitualmente después de una jornada
maratoniana, pero el deseo de ver a la pediatra la hizo excusarse. Germán, que seguía
intranquilo, la acompañó y le echó un nuevo vistazo a Maca comprobando que
evolucionaba satisfactoriamente de la insolación. Aunque volvió a repetir aquel gesto de
impotencia que inquietaba a la enfermera, pero estaba tan agotada, que no tuvo fuerzas
para volver a preguntarle, además, el médico también parecía muy cansado.
Encendió la lámpara que había junto a la cama y unos tenues haces de luz cayeron sobre
su pelo, no pudo evitar el impulso de acariciar su rostro, la pediatra se agitó ligeramente,
y Esther retiró la mano, no dormía tan profundamente como había creído. Se levantó y
se sentó en la hamaca, sin dejar de observarla. “Despierta”, pensó “despierta, quiero ver
tus ojos. Recordó lo que le había dicho Margot hacía solo unos instantes, mientras
instalaban al último niño en una de las camas del hospital: “tu amiga, es brava”, le dijo
con su mezcla de español e italiano, “tiene ojos salvajes e inocentes, mirada limpia, me
gusta”, “cuídala”, Esther se había quedado pensativa con aquellas palabras, sabía lo que
significaban para ellos, se había cundido quien era Maca, y la pediatra, sin dirigirles la
palabra, los había conquistado.
Se sentó en la hamaca sin dejar de observarla, de nuevo deseó que despertara, deseó
verla bostezar con ese aire somnoliento que la enamoraba, con su expresión aturdida e
indefensa sin saber donde estaba, fantaseo imaginando que Maca salía de la cama, muy
despacio y se acercaba a ella, la abrazaba, sin que pudiese evitar la tentación de perder
las manos entre la maraña de su pelo, sí, estaba condenada a desear aquél pelo, aquellos
ojos castaños que…
- Esther…
- Maca - corrió junto a ella - ¿te he despertado?
- No – suspiró – tú no. La cabeza… me duele.
- Ya sabes que te va a doler durante un tiempo – le sonrió colocándole el pelo tras
la oreja.
- Vale – murmuró cerrando los ojos –…me… cuesta respirar.
- ¿Te duele mucho! ¿quieres que llame a Germán? – le preguntó mirando la hora,
¡ya eran las tres de la mañana! estaba claro que ella también se había dormido.
Miró al suero y comprobó que quedaba poco por pasar, Germán le había dicho
que estaba mejor y que pronto se lo quitaría. Pero a ella le parecía que Maca
seguía igual de pálida y apagada, estaba aturdida, desorientada y no hacía más
que quejarse de que le costaba respirar. Aunque Germán insistía en que no se
preocupase, que era normal.
- Un poco… - mintió consciente de que le estaba dando el viaje a la enfermera -
¿qué hora es?
- La tres de la mañana – respondió con una sonrisa.
- Lo siento – se disculpó – no tienes que… Esther… - se detuvo y volvió a clavar
sus ojos en ella – no sé que iba a decir. La enfermera le cogió la mano y dibujó
una caricia sobre su dorso.
- No te preocupes. No debes cansarte. ¿Quieres agua?
- No – musitó - ¿qué día es?
- Domingo – le dijo.
- Domingo – repitió – entonces…
- Si, llevas casi dos días aquí – le ratificó con una mueca de burla ante el gesto de
desconcierto de la pediatra que no recordaba casi nada – pero pronto estarás
bien.
- Tengo que llamar por teléfono – le dijo con la vista perdida en el fondo de la
habitación - ¿no puedo ver a Ana? – le preguntó enfocándola.
- ¿A tu mujer? – dijo sabiendo perfectamente a quien se refería y sintiendo de
nuevo aquella punzada de celos – ya la verás cuando volvamos.
- Es domingo… - murmuró.
- Si, es domingo, Maca – le repitió comprendiendo que se refería a sus fines de
semana en Sevilla – pero estamos en Jinja, ¿lo recuerdas? – le preguntó y Maca
la miró de nuevo con una expresión tan vacía que Esther se asustó.
- Tengo que llamar y… - cerró los ojos con el ceño fruncido, Esther supo que le
dolía algo pero la pediatra no se quejó - ¿llamamos a mi madre? – le preguntó de
nuevo.
- Maca, estas no son horas. Ya llamarás mañana – le dijo con paciencia.
- Vale – aceptó al fin - ¿has… hablado… con Claudia? – preguntó entrecortada
volviendo a mostrar el gesto de dolor. Esther se dio cuenta que le costaba hablar.
- No. Solo hablé con Teresa y Cruz – le dijo con sinceridad - ¿Seguro que no
quieres agua?
- No. No quiero vomitar – respondió mirándola, ahora parecía más centrada.
- Pero tienes que beber, Maca – protestó – no seas burra que mira como estás por
tu cabezonería.
- No me regañes – le pidió con un hilo de voz – por favor.
- Vale, no te regaño. Pero Germán quiere que empieces a beber cuanto antes, no
quiere ponerte más suero, si no es necesario.
- Creo que es mejor… que me ponga… hasta mañana – respondió comenzando a
agitarse - y… te prometo que mañana empiezo…. Me duele mucho el costado…
- inhaló profundamente - y cuando vomito…, me duele más.
- Maca…
- ¿Por qué no lo llamas? – le preguntó frunciendo el ceño – creo… creo que me…
- ¿Qué te pasa? – se levantó alterada pero la pediatra no le respondió, solo se
quedó mirándola fijamente – voy a por él – le dijo dándose la vuelta.
- ¡Déjalo! – le pidió intentando incorporarse alterada al ver que se marchaba – no
te vayas, no… te vayas – repitió más alto - ya se me pasa.
- Maca…
- ¿No te acuestas? – preguntó cerrando los ojos de nuevo, al ver que regresaba a
su lado, e ignorando su protesta.
- No. Me quedo aquí.
- Humm – intentó decir algo pero no fue capaz, cayendo, de nuevo, en el sopor.
Esther volvió a sentarse, sus constantes estaban bien y no le había aumentado la fiebre
aunque seguía teniéndola en treinta y ocho grados. Se dispuso a pasar el resto de la
noche en vela, viéndola dormir. Pero al cabo de unos minutos, Germán abrió la puerta y
se acercó a ella.
El médico entró de nuevo en la cabaña seguido de Esther, ambos vieron como Sara y
Maika, que habían llegado con él, preparaban a Maca y como dos jóvenes ayudantes del
campamento, la acomodaban en una camilla de mano. La pediatra se dejaba hacer pero
su gesto lo decía todo.
- ¿Qué… ocurre? – les preguntó Maca asustada, cuando los vio entrar –
Germán… - lo miró inquisitiva.
- ¿En qué quedamos, Wilson? – le preguntó Germán burlón - ¿tú no querías ir al
hospital?
- Si – murmuró mirando a Esther, necesitaba que ella la tranquilizase, que le
dijese qué estaba pasando y la enfermera se dio cuenta.
- No te preocupes – la cogió de la mano cuando pasaban a su lado – allí estarás
más cómoda, le mintió intentando tranquilizarla. Solo va a hacerte unas pruebas.
- ¿A …las tres de …. la mañana? – preguntó incrédula y entrecortada por el dolor
que sentía en el costado, clavando sus ojos en la enfermera y ésta, desarmada por
aquella súplica y sin saber ni poder responder, desvió esa mirada hacia el
médico.
- Cada vez te cuesta más respirar, ¿no es cierto? – habló Germán con calma, la
pediatra asintió – vamos a buscar cuál es el motivo. Sigues teniendo la fiebre
alta y ya debería estar bajando. Una cosa es que estés un par de semanas con
desajustes de temperatura y otra que la fiebre no desaparezca ni baje.
- Pero…
- Solo vamos a hacerte unas placas, Wilson, no me seas miedica.
- No… saldrá nada – murmuró cansada, pensando en que siempre era igual,
después le diría como los demás, que estaba cansada, que su bloqueo emocional
le provocaba dolores físicos pero que no tenía nada, que descansase y se tomase
unas vacaciones, se alejase de todo, ¡cómo si eso fuera tan fácil! ¡Cómo si
pudiese olvidar que tras cualquier esquina le esperaba la muerte! no tenían ni
idea de lo que era vivir así, siempre temiendo, siempre con miedo.
Los dos chicos salieron de la cabaña seguidos de Sara y Maika. Germán retuvo a Esther.
* * *
- Dice Sara que van a empezar ya, que puedes esperar dentro si quieres – la
informó.
- Gracias – la miró con recelo, “mi sustituta”, pensó, “debería ser yo la que
estuviese ahí dentro con Maca”.
La enfermera entró en la antesala del quirófano, Sara y Maika, ya estaban del mismo,
preparadas para intervenir y le sonrieron al verla llegar y asomarse por el cristal de la
puerta. La enfermera escuchó pasos a su espalda y se giró, el médico llegó hasta ella.
- Al final Wilson, voy a tener que darte la razón – bromeó Germán mirándola – y
voy a tener que reconocer que mi enfermera es una tardona.
Maca lo miró con ojos fulminantes e hizo ademán de quitarse la mascarilla para
responderle. Él soltó una carcajada.
Le dijo guiñándole un ojo. Maca miró a Esther y está leyó en sus ojos que algo no iba
bien.
Ella se giró ligeramente levantó la mano, negando con el dedo índice y lo dejó allí con
las dudas y una expresión extraña. A Esther le pareció aliviado y es que el médico
también había estado muy preocupado por la pediatra.
* * *
"Maca ...", le pareció escuchar a aquella voz de nuevo, “Maca, despierta, ayúdame”,
“Maca, despierta”, su mente la llevaba a aquél lugar oscuro, frío, quería salir de allí pero
no podía, “Maca, vamos, por favor, abre los ojos, vamos”, “Maca ¡ayúdame!”, era ella
sí era aquella voz, pero luego la voz se tornaba oscura, como todo a su alrededor,
sombras en las sombras y ya no era ella, era otra voz la que la llamaba “Maca, bebe un
poco”, aquella voz “hoy no”, “se equivoca como siempre doctora”….
- Uhm, uhm – gimió abriendo los ojos asustada sin saber donde estaba y con el
corazón desbocado.
- ¿Maca? – la llamó Esther suavemente al verla inquieta – Maca, tranquila – le
dijo intentando frenar sus esfuerzos por incorporarse.
- Estoy despierta, estoy despierta – se repitió con debilidad como si temiese que
ese pensamiento no hubiese tomado forma en su boca, mirando con desconcierto
a la enfermera que vio otra vez en aquellos ojos una expresión vacía, perdida.
- Sí, tranquila, estabas soñando – le respondió Esther acariciándole la mejilla y
cogiéndola de la mano – descansa que yo estoy aquí contigo – le dijo sentándose
en el borde de la cama para que la sintiese cerca. Maca suspiró, y cerró de nuevo
los ojos, recuperando poco a poco la calma.
Al cabo de unos minutos, Maca volvía a dar muestras de un sueño agitado. Esta vez sus
labios se movían intentando pronunciar palabras que no llegaban a cobrar forma.
Finalmente, abrió de nuevo los ojos asustada, Esther se movió hasta quedar frente a la
pediatra, pensando en que, probablemente, había vuelto a tener otra de sus habituales
pesadillas y la había despertado en busca de consuelo. En estos días siempre lo hacía, y
Esther estaba encantada de poder dárselo. Con suavidad le apartó un mechón de pelo de
la frente, que por fin volvía a estar sudorosa, Maca entornó los ojos intentando
enfocarla, pero aún le pesaban los párpados. Luego, la enfermera, con el dorso de la
mano, dibujó una leve caricia a lo largo de su mejilla. Maca no dejaba de mirarla pero
no era capaz de articular palabra, aún estaba adormilada. Esther se preguntaba cuáles
serían sus pensamientos. Se mantuvieron así unos minutos, Esther con la mano de Maca
entre las suyas y acariciándola suavemente, Maca con la vista clavada en la enfermera,
recuperando la consciencia y la calma tras la agitación de sus sueños. Cuando Esther
percibió que estaba más tranquila le habló con ternura.
Maca asintió cansada y cerró los ojos. Los de Esther se anegaron de lágrimas sin poder
evitar un leve sollozo, no soportaba verla así. La pediatra, lo escuchó, abrió de nuevo
los suyos e hizo un gesto como si fuera a decir algo pero las fuerzas le fallaron. Esther
esperó que sus lágrimas pasaran inadvertidas. No podía evitar sentir congoja al recordar
el pasado y ver el presente en el que se encontraban, al pensar la clase de gente con la
que Maca tenía que enfrentarse todos los días y que la habían hecho encerrarse aún más
en sí misma, y cada día que pasaba, ella dudaba más en sus posibilidades de ayudarla
como ya le pidiera María José, era tan difícil llegar a ella y lograr que se abriera.
- ¿Por qué lloras? - preguntó Maca con un hilo de voz al observar que dos
lágrimas escapaban de los ojos de la enfermera.
- Porque me alegro muchísimo de que te vayas a poner bien, de que estés aquí
conmigo y porque... – Esther guardó silencio temerosa de desvelarle todos sus
sentimientos.
- ¿Por qué? - inquirió nuevamente ávida de conocer la respuesta.
- Porque quiero que te pongas bien para enseñarte todo esto – respondió con una
media verdad, en realidad quería decirle que la quería más que a nada en este
mundo, y que no soportaba la idea de perderla, de verla sufrir, de no poder estar
junto a ella...
- Yo también tengo ganas de que me lo enseñes – dijo con trabajo y mostrando las
dificultades que tenía al hablar cerró de nuevo los ojos con el ceño fruncido. Al
cabo de unos instantes Esther creyó que dormía de nuevo.
- En realidad, lloraba porque te quiero tanto, tanto… - murmuró creyendo que la
pediatra no la escuchaba, pero se equivocaba y, aunque con lentitud, su mente
estaba procesando aquella confesión, ahora si que estaba sin habla pero no
porque físicamente le doliese todo cuando lo hacía, si no porque no sabía qué
decirle a Esther – y… si… pudieses perdonarme….
- Vaya - soltó por fin, gratamente sorprendida, levantó una mano buscando la de
la enfermera, y Esther se la estrechó, intentando perderse en sus pensamientos,
intentando descifrar aquel silencio.
Esther, mantuvo la mano de Maca entre las suyas, el ceño fruncido con preocupación.
Germán aseguraba que todo iba bien, pero ella no podía evitar aquella sensación de
angustia, de pánico, sentía una aprensión tremenda, le parecía que la pediatra no
terminaba de despertar y que constantemente se sumía en una somnolencia que no le
presagiaba nada bueno. Maca se agitó de nuevo y abrió los ojos, enfocándola con
dificultad.
- Esther… -murmuró.
- Hola – le sonrió - ¿Cómo estás?
- Mejor - musitó. Su mirada era más limpia y Esther respiró aliviada.
- ¿Tienes frió?
- No. ¿Te vas ya? – preguntó desconcertada sin saber donde estaba y creyendo
que seguía en la clínica y se turnaban apara acompañarla.
- No – sonrió – me quedo contigo.
- No quiero estar sola.
- Tranquila, estoy aquí – la cogió de la mano – no me voy a ninguna parte.
- Gracias – murmuró, esbozando una sonrisa y durmiéndose de nuevo.
Cuando volvió a la realidad lo hizo con la sensación de que algo había cambiado entre
ellas, pero no era capaz de recordar el qué, Esther seguía con la vista puesta en su rostro,
y su mano cogida, por primera vez en dos días Maca fue, realmente consciente, de la
precaria situación en la que se encontraba.
- Gracias, Esther…
- ¿Otra vez? – sonrió
- ¿Otra vez? – murmuró intentando recordar cuando se lo había dicho, pero no lo
conseguía – si… gracias por seguir aquí y cogerme la mano.
- Bueno, bueno – dijo al ver a Maca con los ojos abiertos – vamos a ver como
sigue la damisela. ¿Cómo estás?
- Bien – respondió en voz baja. Germán sonrió comenzando a examinarla.
- No me mientas doctora, ¿cómo estás?
- ¿Cómo quieres que esté? – protestó y Germán la miró satisfecho, volvía a ser la
de siempre, más apagada, pero con el mismo mal genio.
- ¿Te sigue doliendo el costado?
- Casi nada.
- Eso si que está bien – bromeó – vas a empezar a tomar líquidos. Y no me pongas
esa cara. Te quiero fuera de mi hospital ¡ya! Necesito la cama.
- ¡Germán! – intervino Esther dispuesta a protestar su decisión, era demasiado
pronto para darle nada a Maca, pero se calló al ver la cara burlona del médico.
Siempre olvidaba que Maca y él mantenían ese tipo de relación.
- ¿No me respondes Wilson?
- Déjame en paz – dijo cerrando los ojos.
- Luego te veo – soltó una carcajada satisfecho de su exploración – y tú no la
canses, que te conozco – le susurró a la enfermera en el oído.
Esther lo observó con cariño, en esos años había aprendido a quererlo, a aguantar sus
chistes malos, a reírse con él y a apoyarse mutuamente. Lo cierto es que en Madrid lo
había echado mucho de menos, a su lado se sentía segura y capaz de salir adelante de
cualquier situación como tantas veces les había ocurrido. Suspiró y volvió junto a la
pediatra que de nuevo dormía.
* * *
Una hora después, Esther y Sara montaban en el camión dispuestas para el viaje. La
enfermera había estado hasta el final remoloneando, sin encontrar el momento adecuado
para dejar a Maca, cuando no era que le parecía que tenía fiebre, era que se había
despertado y no quería dejarla sola, o que estaba preocupada porque no terminaba de
recuperar la consciencia, y así estuvo hasta que Sara llegó a buscarla y, literalmente, tiró
de ella hasta subirla al camión. Era preciso recoger a Clarise y la única persona que
podía firmar como receptora y responsable del traslado era la enfermera, quien había
sido autorizada desde Madrid.
Mientras, en el hospital la pediatra abrió los ojos. Llevaba un rato escuchando voces,
lloros y una especie de cánticos que en un primer momento interpretó como rezos. Vio
pasar a un médico corriendo hacia una de las camas de enfrente, y tras unos momentos
de atención al paciente, junto a una joven que interpretó sería enfermera, cubrieron al
individuo con una sábana. Maca, a pesar de estar acostumbrada a todo aquello, sintió un
escalofrío y una aprensión terrible. Buscó a Esther con la vista pero no era capaz de
localizarla en ningún punto de la inmensa estancia. Habría salido en busca de alguna
cosa o quizás a comer algo.
Aquel lugar se le antojó espantoso, ¡qué sensación de frío transmitía! se fijó en el suelo
con baldosa marrón claro, en el zócalo de azulejos verde agua y el resto de la pared
blanca, no podía ser una decoración más deprimente. A su alrededor pudo comprobar
que había decenas de camas puestas en dos hileras unas frente a las otras, entre ellas
apenas metro y medio de separación, los colchones delgadísimos, no le extrañaba que le
doliese tanto la espalda. Sus vecinos de ambos lados sonrieron al verla abrir los ojos y
ella intentó corresponder, pero le dolía demasiado todo el cuerpo como para prestar
atención a las mínimas normas de educación.
A la derecha, tenía un pequeño que no debía contar con más de siete años, una mujer
estaba junto a él, y le estaba dando de comer, Maca sintió asco de aquel emplasto que
no era capaz de identificar y se juró así misma no quejarse nunca más de la comida de
un hospital. Interpretó que aquella mujer era la madre del pequeño, aunque aparentaba
ser también muy joven. A la izquierda, una chica que no estaba acompañada, llena de
vendas y moratones, intentaba comer con un gesto de dolor cada vez que se llevaba un
bocado a la boca.
Levantó la vista al techo, le seguía doliendo la cabeza y el ruido que allí había no
contribuía a su mejora. “¡Joder! ¡qué esto es un hospital!”, pensó enfadada y molesta, en
cuanto apareciese Germán se quejaría de aquel desbarajuste, debía imponerse y hacer
cumplir unas mínimas normas. Era evidente que los medios eran escasos, pero si no se
establecía una mínima disciplina ocurría lo que estaba viendo, el caos.
¿Dónde estaba Esther! necesitaba verla, necesitaba hablar con ella, preguntarle tantas
cosas, quería salir de allí ya, no soportaba más todo aquello. “Esther, vuelve”, pensó
comenzando a angustiarse. De pronto su mente reprodujo la confesión de la enfermera y
su corazón se disparó “Sí, me ha dicho que me quiere, no lo he soñado, ¡me lo ha dicho!
¿Qué le he respondido! no lo recuerdo, ¡dios! ¿qué le habré dicho! y ¿por qué no está
aquí? Esther ¿dónde estás? Esther… ¡Esther!”, pensó girando la cabeza hacia donde
creía que estaba la puerta, “Venga, vuelve, ¡Esther! ¡vuelve!”. Un médico se acercó a
ella corriendo, ¿qué pasaba! junto a él llegó aquella chica que debía ser enfermera pero
que no iba vestida como tal, “otro error”, pensó, ¿Quiénes eran? no conocía a ninguno
de los dos.
Vio que le daba una orden a la enfermera y está, con prisas preparaba algo y se lo
inyectaba. Esther… Esther… ¿por qué no viene Esther! intentó preguntar, pero los
párpados le pesaban, tenía mucho sueño…los ojos se le cerraron y de nuevo se dejó
vencer por él.
Lo siguiente de lo que fue consciente era de que alguien la estaba tocando. Con
delicadeza, casi sin que se diera cuenta, pero no eran imaginaciones suyas, alguien había
entrado en su habitación, ¿cómo no había saltado la alarma? Abrió los ojos asustada y
vio la cara burlona de Germán, dejándola completamente descolocada.
Pero Maca arrugó el ceño, a pesar su estado Germán pudo comprobar que sus ojos se
oscurecían ante su burla y la pediatra ensombreció su rostro, mostrando una expresión
dura ante aquel comentario. Germán se arrepintió de haberlo hecho al instante y esperó
un merecido exabrupto por su parte, sin embargo, la pediatra no respondió.
- Claro que debe echarte de menos – le dijo mucho más suave y serio – perdona,
no quería ofenderla a ella, ni… a ti tampoco.
- Eres un bocazas – masculló casi con lágrimas en los ojos.
- ¡Vamos! Wilson, que te he pedido disculpas. Lo siento – repitió cogiéndola de la
mano – ya sabes que la diplomacia nunca fue mi fuerte – le sonrió afable -
siempre que hablaba subía el pan – enarcó las cejas con cara de circunstancias
intentando ganarse su perdón.
- No vuelvas… a… hablar así de ella.
- Prometido – le sonrió poniéndose la mano en el pecho sin poder evitar pensar en
Esther, estaba claro que Maca quería a su mujer, a pesar de que la enfermera le
había transmitido la idea de que podía tener posibilidades con ella. Y sintió
miedo de que solo fueran imaginaciones de su amiga y que Maca, fuese ajena a
esas intenciones.
- Quiero… hablar con mi madre. Necesito…
- Ya te he dicho que no vas a hablar con nadie, de momento – le repitió con
autoridad.
- Germán… - intentó protestar.
- Y como te pongas cabezona no dejo que entre ni siquiera mi enfermera milagro
– la amenazó, recalcando el mi, pero Maca no se percató de ello.
- Vale – aceptó sumisa, con un suspiro, volviendo a notar que se le humedecían
los ojos. Ante el miedo que le producía la idea de que no la dejara ver a la
enfermera.
Germán aflojó comprendiendo que aún no estaba para bromas, y que debía de sentirse
sola, desubicada y agotada.
Maca asintió cansada y cerró los ojos otra vez. Le dolía la cabeza y no era capaz de
seguir con aquella conversación. El médico la observó con una sonrisa, ¡no cambiaría
nunca! siempre tan orgullosa, cabezona y aparentemente dura. Aunque tenía que
reconocer que la pediatra había cambiado un poco, pero él seguía reconociendo en ella
la amiga que fue.
* * *
Esther y Sara regresaron casi al anochecer, el viaje había sido tranquilo y Clarise lo
había aguantado muy bien. Sara se encargó de ingresar a la niña mientras Esther iba en
busca de Germán, estaba cansada y no le apetecía en absoluto ponerse a repasar el
historial de Maca, pero sabía que era necesario. Antes de marcharse le había dejado a
Germán lo que le pidió y, conociéndolo, albergaba la secreta esperanza de que el
médico hubiese empezado sin ella y hubiese descubierto aquello que buscaba. Su
esperanza se convirtió en certeza. Germán la espera con una sonrisa de triunfo.
Esther se alegró de haberle hecho caso al médico, disfrutó con la cena y la charla con
sus compañeros, por un momento se olvidó de todo y tuvo la sensación de que no había
pasado el tiempo, que nunca se había marchado de allí. Cuando le dio el último sorbo al
café, Germán la miró sonriente.
- Wilson, ¿qué haces ahí como un mochuelo! ¡tienes que dormir y descansar! –
bromeó el médico a modo de saludo.
- ¿Dormir? Claudia no quiere que duerma – respondió con aire ausente - ¿Dónde
está Claudia? – preguntó mirando a Esther - ¿Y Vero! ¿no viene hoy?
- Maca – Esther se aproximó a ella temiendo que estuviese atravesando una de
esas crisis de las que ya la avisó la neuróloga – estamos en Jinja ¿te acuerdas?
- Eh… ¿Jinja? …. Si… - mintió mirando desconcertada a la enfermera que
rápidamente captó que no era cierto - ¿Esther? – preguntó angustiada sin
entender qué hacían allí las dos.
- Si – le dijo sonriendo, cogiéndole la mano con la intención de transmitirle la
sensación de que todo estaba bien, pero los ojos de Maca se humedecieron.
- Vamos Wilson que no es para tanto, ¿otra vez vas a lloriquear? – se burló de ella
- si no llegas a venir aquí y mi enfermera milagro no te da en el costado todavía
estarías con ese dolor. Te he dejado como nueva.
- ¿Qué?. – preguntó sin comprender de qué le hablaba y alterándose hasta el punto
de que ambos miraron al monitor.
- Te hemos operado, un pequeño drenaje y ¿a que respiras mejor? – le explicó
Germán, Maca lo miró con ese aire ausente que tanto angustiaba a Esther e hizo
un intento de incorporarse – ¡Eh! Wilson, tranquila, no te levantes - le ordenó y
con suavidad le preguntó.
- Tengo que irme… - dijo haciendo un nuevo intento.
- Maca… - la frenó Esther con dulzura – tranquila, no te muevas.
- ¡Joder, Wilson! ¿qué parte de te hemos operado no entiendes! ¿qué te pasa!
¿estás nerviosa por algo?
- ¿Operado? – volvió a preguntar mirándolo fijamente, incrédula y sin responder a
sus preguntas.
- Sí, operado – le respondió con paciencia – tienes que estar ahí quietecita. Vamos
a ver cómo va esto – le dijo levantando la sábana y examinándola - ¿Respiras
mejor o no? – le preguntó sin quitar la vista del monitor.
- Si – dijo desconcertada – Esther yo… no sé…
- ¿El qué? – le sonrió con calma ante el gesto de Germán, haciéndole con la palma
hacia abajo que no la alterase.
- ¿Por qué estoy aquí?
- Bueno, bueno, lo primero, tranquilízate y lo segundo, antes de que te refresquen
la memoria, vamos a terminar con esto, ¿te han hecho ya la cura?
Maca lo observaba con una mirada perdida, Esther se preguntó qué estaría pasando por
su mente en ese momento, preocupada por el grado de confusión que mostraba. Germán
revisó el drenaje, comprobando que todo evolucionaba correctamente.
- Esto está muy bien – le dijo con una sonrisa esperando una respuesta por su
parte - ¿qué? ¿no me dices nada! ¿te han hecho la cura o no?
- Necesito… necesito hablar por teléfono – le pidió sin prestar atención a lo que
contaba.
- ¿Otra vez tienes ganas de palique? – bromeó frunciendo el ceño – he hablado
con Adela y con Gándara. Ya saben que todo ha salido bien y que te quedarás
aquí unos días más de los que pensabas.
- No puedo – murmuró – tengo que… - miró hacia Esther con ojos desesperados –
tenemos que irnos. Tengo que…
- Tú lo único que tienes es que descansar – la cortó con autoridad el médico – de
aquí no sales hasta que yo lo permita – la avisó amenazante - Vas a guardar
reposo absoluto, al menos cinco días – continuó – y si lo que quieres es hablar
con tu mujercita me das el teléfono que ya la pone Esther al día o la pongo yo.
- No, no… es eso – se negó con rapidez – Germán… tengo que llamar a…
Madrid, tengo que… que hablar con Vero.
- Muy bien, ya llamarás a Vero. Ahora no quiero que hables tanto, quiero que
descanses.
- Esther, por favor – lo intentó con ella – Vero…
- Maca – la interrumpió viendo que cada vez se alteraba más – no pienses ahora
en Vero, seguro que ya la han informado en la clínica.
- Le prometí… que la llamaría – musitó cerrando los ojos con el ceño fruncido,
harta de tanta charla y de que siempre le dijesen lo que debía hacer.
- Vamos a dejarte descansar – anunció Germán, cogiéndola de la mano y dándole
un par de palmaditas en el dorso – te robo a tu Esther un minuto y ahora mismo
vuelve, ¿de acuerdo?
- Vale – suspiró cansada.
Esther asintió y volvió junto a la pediatra, sentándose en los pies de la cama. Allí no
había otro lugar donde hacerlo. Germán salió de la sala satisfecho de cómo iba todo y
preocupado por la enfermera, tenía la ligera sensación de que quizás pretendía de Maca
algo que la pediatra no estaba preparada para darle, aunque estaba seguro que en el
fondo lo deseaba, al menos eso le pareció cuando mostró tanto abatimiento al enterarse
de que Esther se había marchado al orfanato.
Al cabo de un par de horas Maca volvió a despertarse. Esta vez se notó mucho más
despejada, ya no tenía esa sensación de mareo, y sabía perfectamente donde se
encontraba.
- Con lo que le insistí a Germán para que me llevara al hospital y ahora lo que me
alegro de estar aquí de vuelta – le confesó esbozando una sonrisa.
- ¿Y eso? – le preguntó burlona, consciente de que la pediatra había pasado miedo
por lo que le estaba ocurriendo y ahora se sentía aliviada de verse mejor.
- ¡Aquello es deprimente! tanta gente y… ¡y ese olor…! – respondió manteniendo
la sonrisa pero Esther frunció el ceño, “¿cómo quería Maca que fuese! ¿cómo su
clínica de lujo?”, y Maca, viendo su gesto, se apresuró a explicarse – quiero
decir que … que te hace pensar en todo y… - se interrumpió cada vez más
azorada - lo siento no quería parecer – terminó diciendo, no quería que Esther le
echase en cara que era una pija o que no le gustaba todo aquello, o lo que era
peor que no valoraba el trabajo que se hacía allí.
- Descansa – le dijo la enfermera, sonriendo para sus adentros al verla tan
nerviosa, apagándole la luz.
- ¡No! por favor, déjala encendida.
- Pero Maca…
- Por favor.
- Aquí no tienes porqué temer nada. Esto, aunque no te lo parezca, es muy
tranquilo, nadie va a hacerte daño – le dijo imaginando el motivo de sus
temores.
- Lo sé pero… no puedo evitarlo, tengo miedo.
- De acuerdo, la dejo encendida – se levantó de la cama y sostuvo la mano de la
pediatra entre las suyas, mirándola a los ojos. ¡La quería tanto! Maca leyó aquel
amor y suspiró aliviada, creía que Esther estaba enfadada con ella por sus
comentarios, pero apartó la vista, incómoda. Recordaba la confesión de la
enfermera pero no su respuesta, aunque tenía muy claro lo que tenía que
responder si se repetía el caso.
- Gracia Esther por… todo.
- No seas tonta – volvió a besarla en la frente – me había hecho otros planes
pero… tampoco esta tan mal cuidarte, aunque me gustaría más haberte enseñado
todo esto – sonrió – por cierto… siento que haya sido un infierno – reconoció
bajando la vista.
- Algún día volveré y me lo enseñaras – dijo con ilusión – o cuando esté mejor lo
mismo convenzo a Germán para que me lo enseñe él.
- ¡Ni se te ocurra! – exclamó celosa por aquella oportunidad.
- ¿Por qué? – preguntó extrañada. “¿Por qué va a ser! porque quiero ser yo la que
te enseñe todo esto”, pensó la enfermera.
- Porque… es muy mal guía – rió y salió corriendo – duerme – la amenazó con el
dedo desde la puerta.
Maca sonrió sin responder. “Yo también te quiero, Esther”, pensó, viéndola marcharse.
* * *
La enfermera corrió al patio central donde siempre establecían el código de intervención
catalogando los pacientes según la importancia de sus heridas. Germán estaba
trabajando con Gema y Esther se quedó parada sin saber con quien ponerse. Se quedó
allí en medio, observando todo y sintiendo que el miedo se apoderaba de ella otra vez.
“No, no”, se dijo, “vamos, pregúntale a Germán qué quiere que hagas, ¡vamos!
vamos!”, pero el olor a sangre, los alaridos de algunos heridos, los ojos suplicantes
pidiendo ayuda… no lo soportaba, no podía y dio un par de pasos hacia atrás dispuesta a
darse media vuelta y salir corriendo de allí. El médico, que había levantado la vista un
par de veces, buscándola, se dio cuenta de sus dudas.
Germán la miró preocupado, seguía sin moverse a pesar de haberle respondido. Le dio
una indicación a Gema y se incorporó dispuesto a acudir a su lado cuando la enfermera,
como movida por un resorte corrió hacia el grupo, arrodillándose junto al chico que le
había indicado Germán. No debía tener más de dieciséis años, estaba claro que no
pertenecía al ejército nacional, luego debía ser un guerrillero. ¡Este Germán! Pero en el
fondo se alegró. Sabía lo que pretendía y ella no estaba dispuesta a defraudarle.
Se dispuso a coger la vía, las manos le temblaban tanto que estaba segura de que no iba
a ser capaz. De pronto una mano se posó sobre las suyas, con delicadeza, aquellas
manos firmes que tan bien conocía.
- Muy bien, lo estás haciendo muy bien – escuchó a su lado la voz de Germán.
- ¿Tú crees? – lo miró agradecida.
- Por supuesto, siempre serás mi mejor enfermera – le sonrió, guiñándole un ojo,
comprobando que las manos de Esther dejaban de temblar y con habilidad
terminó de coger la vía.
- Ya está, ¡listo! – exclamó aliviada.
- Ahora con aquellos dos – le indicó el médico que se quedó examinando al chico.
- ¿También guerrilleros?
- Sí.
- ¡Joder, Germán!
- Si quieres volver, es lo que hay.
La enfermera obedeció sin rechistar, a medida que seguía con su trabajo más cómoda se
sentía. Cuando terminó con el segundo, Germán se acercó de nuevo a ella.
* * *
Maca despertó y paseó la vista por la habitación. Todo parecía en calma. Tardó unos
minutos en ser consciente de que seguía tumbada en la cama, la lamparilla permanecía
apagada, a pesar de que le pidiera a Esther que la dejase encendida. Sin embargo, un haz
de luz entraba por la ventana y le permitía distinguir algunos objetos con facilidad pero
otros se escondían en la penumbra, en sombras que parecían moverse de un lado a otro,
“está allí, agazapado en la oscuridad y cuando menos lo esperes saltará sobre ti”.
¿Estaría soñando de nuevo! no quería dormir más, no quería ver de nuevo aquellos ojos.
Sintió frío y el miedo se apoderó de ella, “Maca, tienes que controlarlo, solo tú puedes
hacerlo, contrólalo”, escuchó la voz de Vero, ¡cómo si eso fuera tan fácil! llegaba de
pronto y se hacía el dueño de su cuerpo y ella seguía sin saber porqué.
Miro hacia todos los lados inquieta, buscando algo que ni siquiera era capaz de
entender, Esther dormía junto a ella. Todo estaba tan tranquilo que le produjo una
sensación extraña, “descansa Maca”, escuchó la voz de la enfermera, ¿descansar! ¿cómo
podía descansar si todo le indicaba que debía permanecer alerta? No podía explicar el
motivo de su sobresalto, Esther respiraba pausadamente, el reloj marcaba los segundos,
fuera algún sonido esporádico, un crujido de la madera, pero nada que le hiciera pensar
que estaba en peligro, más bien todo lo contrario, aquel ambiente en calma invitaba al
sueño y al descanso, como ya le prometiera Esther, pero algo en todo aquello la
inquietaba y no la dejaba dormir.
Y no solo era aquella calma la que la incomodaba, también sentía que algo en su interior
no iba bien, se sentía incómoda, inquieta, le parecía escuchar los latidos de su corazón
cada vez con más fuerza. Necesitaba recordar, necesitaba saber porqué sentía tanto
miedo, porqué no soportaba aquel silencio, aquella calma. ¡Qué ironía! no recordaba
nada y lo único que acudía a su mente, aquellos ojos que la observaban, desearía
olvidarlos, desearía que se cerrasen y la dejaran dormir, la cabeza le estallaba y el latir
de su corazón era cada vez más rápido y sonoro. Necesitaba moverse pero algo la
mantenía inmóvil en la cama, eso la desesperaba, y la inquietaba aún más, ¿por qué no
podía moverse? El dolor de cabeza comenzó a hacerse insoportable, intentó
incorporarse en vano, no podía mover ni un músculo, el reloj, lo escuchaba cada vez con
más fuerza, pero no tanta como a su corazón que parecía a punto de salírsele por la
boca. Tenía que levantarse, tenía que moverse, pero no podía, nadie la iba a librar de
aquello que tenía dentro, nadie la iba a poder ayudar, ¡nadie! Como siempre, estaba
sola.
Maca volvió a cerrar los ojos, su corazón fue apaciguándose, mantuvo su mano
enlazada con la de la enfermera, que continuaba con el masaje, aliviando su dolor,
espantando su miedo y haciéndola sentir segura, por primera vez en años.
* * *
Esther se levantó temprano. Maca seguía dormida. No había vuelto a despertar en toda
la noche. Cogió sus cosas para darse una ducha, desayunar y marcharse al campo de
desplazados. Antes de salir regresó a la cabaña, la pediatra seguía en la misma postura
en que la dejara, profundamente dormida. Y sintió deseos de quedarse allí con ella,
viéndola dormir, velando sus sueños, pero no podía. Suspiró, la besó en la frente sin que
Maca se percatara y se marchó en busca de Sara que ya estaba lista, esperándola. El
campo no estaba demasiado lejos, con suerte podían estar de vuelta a media mañana.
Sin embargo, sus planes se truncaron, a la ida tuvieron que parar casi dos horas debido a
un doble pinchazo, que no acabaron en asaltos gracias a que viajaban con el ejército. En
el campo, tuvieron que atender un par de urgencias y para colmo en el viaje de vuelta
tuvieron que detenerse varias veces, porque uno de los camiones se calentaba y una de
las normas del convoy era no separarse, salvo en caso de atentado. Al final, había
pasado todo el día fuera, y la enfermera había dejado atrás los nervios y el histerismo
que le producían el considerable retraso, para mostrar un aire resignado y un
abatimiento extremo que no pasó desapercibido a Sara. La joven intentó animarla sin
éxito. Esther no podía dejar de pensar en que era el último día que tenía para compartir
con Maca y la pediatra había estado completamente sola.
Estaba deseando ver a Maca pero antes debía ducharse y desinfectarse. Cuando salía de
los baños Germán la estaba esperando.
Esther llegó a la cabaña con una pequeña bandeja y una sonrisa de oreja a oreja. Estaba
deseando ver a Maca, contarle cómo había ido el día y ver cómo se encontraba. Abrió la
puerta con cuidado y entró sigilosa, tal y como esperaba la pediatra estaba dormida.
- Maca – la llamó con suavidad – Maca – repitió tocándola delicadamente en el
brazo y sentándose en el bode de la cama tras soltar la bandeja en la mesilla.
La pediatra abrió los ojos somnolienta y los cerró de nuevo emitiendo un gruñido de
protesta.
El médico salió de la cabaña y Esther se volvió hacia Maca que la miraba con una
expresión entre triste y temerosa.
La enfermera continuó narrándole el día que había tenido. Lo bien que había hecho
Clarise el viaje a pesar de su gravedad y la importancia que tenía para todos ellos lo que
Maca hacía con la Clínica. Conforme hablaba le iba dando más cucharadas, hasta que
absorta en el relato, Maca se terminó todo el caldo.
- ¿Ves como no estaba tan malo? – le preguntó burlona, ante la cara que estaba
poniendo la pediatra que casi ni se había enterado de lo que había hecho - pues
así todos los días, que tienes que recuperarte.
- Ya lo sé – admitió con un gesto de hastío.
- No pongas esa cara Maca. Ya se que te cuesta trabajo, pero no quiero que hagas
tonterías.
- No son tonterías – protestó – no… me entiendes – le dijo exhalando un suspiro y
mirándola fijamente.
- Ya lo creo que te entiendo y… ¡parece mentira!
- Son solo unos días, hasta que Germán me deje salir sola de aquí. Me ha dicho
que en estos días Kimau va a preparar unas rampas para que luego no necesite
que nadie me saque y me entre.
- Pero Maca…
- Esther… entiéndeme – le suplicó – bastante vergüenza me da ya ser …
- Maca, por favor – la cortó – sé lo que pretendes y es absurdo.
- Tranquila que comeré en unos días.
- De eso nada. Tú mañana comes. Además, te aviso que Germán no te deja salir
de aquí hasta que no te vea con fuerzas.
- De Germán ya me encargo yo – dijo frunciendo el ceño y encogiendo el rostro.
- ¿Qué te pasa?
- Creo que no me ha sentado bien el caldo ese.
- No empieces Maca – protestó.
- No te enfades, ya te dije que tenía el estómago revuelto.
- ¿Se puede saber porqué no quieres comer?
- ¡Joder! no es que no quiera, es que no puedo – le dijo angustiada.
- Bueno… no te pongas nerviosa que es peor.
- Vale – suspiró cerrando los ojos.
- Maca, antes de que te duermas – le dijo con tono burlón soltando el plato vacío
en la mesilla y cogiéndola de la mano.
- Siento dormir tanto, pero… no puedo evitarlo.
- No tienes que evitarlo – la acarició con ternura dejando la mano en su mejilla -
me gustaría decirte que… - se interrumpió ante el gesto de la pediatra que abrió
los ojos desmesuradamente, en señal de temor, esperando que Esther le dijera
algo que no estaba preparada para responder, aquella caricia, aquella mirada y
ese tono le indicaban que así iba a ser – que… me despido ahora … porque
salimos temprano y … no quiero despertarte.
- Pero… ¿no duermes aquí?
- No, hoy dormiré con Sara – respondió con una sonrisa, sin embargo la pediatra
no pudo evitar mostrar su desagrado.
- Me da igual que me despiertes. Duerme aquí – le pidió siendo clara por primera
vez.
- No. De verdad. Es mejor así. Germán quiere que descanses y que no te alteres.
- Germán, Germán,… y lo que yo quiero ¿qué?
- No seas niña, Maca. Si es por tu bien.
- Vale – aceptó – que tengas buen viaje. Y… tened cuidado – le dijo con
cansancio - ¿no será peligroso! lo digo por la guerrilla y… todo eso.
- Tranquila. Estoy acostumbrada. Ya te dije que por eso viajamos con el ejército.
- Ya, ya lo vi – respondió haciendo mención al viaje de ida.
- Hazle caso a Germán, Maca.
- Que sí. Vete tranquila…. – le dijo apretando los labios y casi con un nudo en la
garganta continuó - Lo importante es que todo salga bien y podamos operar a
estos niños.
- Claro – estuvo de acuerdo la enfermera que prolongaba la despedida con el
deseo de que Maca le pidiese que se quedase con ella – por cierto, que, como
deberás quedarte un par de semanas, he pensado que a la vuelta, podíamos hacer
coincidir otro viaje y así no vuelves sola.
- Eso…, mejor lo hablas con Laura y con Cruz, porque dependerá de la evolución
de los niños, pero… por mí no te preocupes. Estaré bien.
- Claro, claro… solo era una idea – se encogió de hombros.
- Anda, vete, que al final no te va a dar tiempo ni a dormir – le dijo esbozando una
sonrisa, la enfermera se levantó de la cama y se dirigió a la puerta – Esther… - la
llamó y la enfermera la miró esperando que le pidiese que se quedase con ella –
me puedes dejar el bacín a mano.
- Pero… ¿en serio te ha sentado mal?
- Por si acaso – se encogió de hombros – no quiero…
- Tranquila, Maca, que no estás molestando a nadie – se adelantó a sus palabras
adivinando lo que pensaba.
- Bueno…
- Eso te lo aseguro, y menos a Germán, aunque no lo creas él… te aprecia.
- Ya… me aprecia – repitió pensativa - No te preocupes tanto, que estoy bien.
Vete a cenar y duerme ¡qué tienes unas ojeras…! - le dijo fijándose atentamente
en ella por primera vez – siento no haberte dejado dormir estas noches – se
disculpó cayendo en la cuenta de que quizás por eso la enfermera insistía en
dormir fuera de la cabaña, necesitaba descansar bien para el día próximo y con
ella no podría, claro que también estaba la otra opción y era que desease hacerlo
con la tal Sara, para despedirse de ella. Los celos que sintió ante la simple idea
se le reflejaron en la cara.
- He dormido muy bien a tu lado – le respondió con una amplia sonrisa
insinuante.
- Anda, y no me seas mentirosa – le devolvió la sonrisa – vete a cenar, que
mañana tienes que madrugar. Ya nos vemos en Madrid – la cortó con rapidez
temiendo alguna insinuación más.
* * *
Tras la cena, Esther permaneció unos minutos sentada a la mesa con Germán y Sara.
Habían sido solo cinco días pero tenía la sensación de no haberse ido nunca y de que al
día siguiente tendría que separarse de ellos por primera vez. Sara la acompañaría en el
viaje hasta Nairobi, donde se encontraría con Laura, por eso la joven tras apurar su café,
se levantó.
Esther permaneció en silencio hasta que Sara salió del comedor, Germán hizo lo mismo,
a la enfermera le parecía pensativo e incluso preocupado y no alcanzaba a comprender
el porqué.
Esther lo miró agradecida, por mucho que Germán se pasase el día pinchándole a Maca
y riéndose de ella, en el fondo demostraba estar más preocupado de lo que aparentaba.
Ambos llenaron sus tazas y salieron del comedor camino de la cabaña. Entraron en ella
y comprobaron que la pediatra estaba dormida, seguía sin fiebre y parecía tranquila. Se
había quedado dormida recostada en las almohadas y el sueño la había hecho inclinar la
cabeza hacia un lado, Germán la sujetó con suavidad y le retiró una de las almohadas,
dejándola tumbada. La pediatra se removió un poco pero no despertó.
- Esta Wilson, mañana tendrá un dolor de cuello que le hará olvidar el de cabeza –
intentó susurrar saliendo de la cabaña.
- Deberías sacar más esta cara con ella y no estar todo el día picándola.
- De eso nada, ¿con Wilson! ¿qué quieres, qué luego mi ex no pare de
cachondearse de mi? – le preguntó retóricamente - ¡con Wilson mano dura! que
forma filas con el enemigo - bromeó.
Esther negó con la cabeza poniendo una expresión burlona, ¡este Germán no tenía
remedio!
- Estoy segura de que Maca fue una idiota al perderte como amigo – le dijo
sentándose a su lado en el escalón - se equivocó al escoger Adela.
- No te confundas, será mi ex, pero Adela quiere a Maca de verdad y me consta
que es capaz de cualquier cosa por ella.
- Seguro… - dijo pensativa y con cierto retintín.
- ¿Sabes que desde que está aquí me ha llamado todos los días?
- ¿En serio?
- Sí, todos los días sin falta, mañana y tarde, tengo que darle el parte de cómo
sigue su amiga – sonrió - por cierto que me ha dicho hoy, que te alegrará saber
que una tal María ha vuelto.
- ¡Joder! eso sí que es una buena noticia! – exclamó la enfermera alegre y
aliviada, había estado tan preocupada por Maca que se había olvidado
completamente de la niña - ¿cómo no me lo has dicho antes?
- Yo que sé, se me ha olvidado, estaba más preocupado con Wilson, por cierto
¿cómo has conseguido que se tome el caldo?
- ¡Ah! ya sabes…
- Ya, ya, enfermera milagro.
- Y no solo que se lo tome, si no que no vomite, que ya la conoces, empieza a
pensar y a pensar y al final…
- Lo recuerdo – rió el médico – los nervios siempre en el estómago. ¡La de veces
que salía corriendo justo antes de entrar a un examen!
- Nunca me lo había contado.
* * *
Maca percibió que la oscura mancha se escurría bajo la puerta avanzando lentamente
como una sombra que vagase libremente sin someterse a la esclavitud de seguir a su
dueño. Estaba segura de que no era un sueño, había hecho esfuerzos para no dormir
desde que Esther se marchó a cenar. No quería estar sola, y aunque se había adormilado
un par de veces, otras tantas había vuelto a abrir los ojos sobresaltada. Estaba segura de
no haberse dejado vencer por ese maldito demonio del sueño que la arrastraba a los
peores momentos del día. ¿Qué era aquello? No lograba adivinar a qué pertenecía, de
pronto lo supo ¡un gato! tiene que ser un gato, sus ojos brillantes en la oscuridad la
observaban atentamente. “Parecen casi humanos”, pensó comenzando a sentir pánico,
“y… ¿si no es un gato?”, se dijo asustada, mirando aquellos ojos profundos que
parecían esconder tras de si una verdad que ella desconocía.
Su pánico creció cuando aquella sombra, aquellos ojos comenzaron a deslizarse hacia
ella, emitiendo una especie de gruñido ensordecedor, un gruñido que parecía cobrar
sentido, ¿le estaba hablando! “no te dejaré morir”, le pareció escuchar, “aún no, deje
que la ayude”. Escuchó aquellas palabras con un alivio que disipó el miedo que sentía,
aunque aún sin dar fe a lo que acababa de escuchar. Sí, aquel ser desconocido,
escondido en las sombras, poseedor de unos ojos que parecían encarnar la maldad, le
estaba asegurando que la libraría de la muerte, ¿debía creerlo! no estaba segura, lo
notaba cada vez más cerca, aunque no era capaz de distinguirlo en la oscuridad, ni
siquiera lo oía moverse, el silencio la sacaba de quicio, necesitaba oír algo.
De pronto, de nuevo aquellos ojos clavando su inquietante mirada sobre ella. Su
corazón se aceleró. Sintió que la habitación era cada vez más pequeña y que se ahogaba
en ella, lo buscó con la mira y allí estaba, delante de ella, sentía su aliento, el calor de su
cuerpo, ¡es él! ¡es él! pero su rostro era otro, era el rostro de una mujer, no distinguía
sus facciones pero aquella silueta era una mujer que le tendía la mano, “vamos, Maca,
ayúdame”, le dijo en un susurro lleno de apremio, “no puedo”, pensó la pediatra, “no
puedo”, su cuerpo paralizado le impedía moverse, estaba a merced que aquella figura.
“¿No puedes?”, gruñó lleno de ira, ¡era él de nuevo! Sus ojos se tornaron más Macabros
que antes. En su mirada no había nada más que maldad y odio. “Es él, es él”, se repitió
desesperada. “Vamos a divertirnos, doctora”, gruñó.
Su mente no alcanzaba a vislumbrar lo que ese bestia quería de ella. Lo tenía encima, la
agarró de los brazos con una sola mano, su fuerza era descomunal, mientras con la otra,
apretó sus costillas con tanta fuerza que la dejó sin respiración. “¿Qué hace! ¿qué
hace?”, se repetía aterrorizada sintiendo que su mano penetraba en su cuerpo y de un
tirón arrancaba una de sus costillas, un dolor insoportable la hizo abrir los ojos con un
grito.
¿Dormir! pensó la pediatra, no volvería a dormir, odiaba aquellos sueños, le dejaban una
sensación de desasosiego y malestar. Al cabo de un instante abrió lo ojos. Germán había
dejado encendida la luz de la mesilla, seguro que Esther ya se había ido de la lengua. El
médico parecía dormir y Maca se quedó observándolo, de pronto lanzó un ronquido que
la sobresaltó. “Joder”, pensó, “ahora sí que no voy a ser capaz de dormir”, se dijo, luego
volvió a mirarlo y sonrió, allí sentado tenía aquel gato que la observaba en la oscuridad
y que rugía, porque aquello era algo más que roncar. Suspiró y cerró de nuevo los ojos
¡vaya días que le esperaban! lo que daría porque Esther estuviera allí junto a ella.
* * *
Maca obedeció, “no te vayas”, pensó de nuevo, sintiendo una congoja enorme. Esther
permaneció unos instantes acariciándole la mejilla con suavidad, con su mano posada
sobre su cara y moviendo ligeramente sus dedos masajeándola como a ella le gustaba en
la base de la nuca, la pediatra dejó caer, poco a poco, la cabeza hacia ese lado,
reconfortada con aquel masaje, al cabo de unos instantes Maca respiraba pausadamente,
se había dormido. Esther salió de la cabaña, no sin echarle un último vistazo, “a dios, mi
amor”, pensó sintiendo que algo se desgarraba en su interior, quería permanecer allí y
estaba segura de que Maca lo deseaba también.
* * *
Un par de horas después Maca permanecía en la cama con los ojos abiertos, clavados en
la puerta de entrada, con la secreta esperanza de que Esther entrase a verla, pero nadie
había aparecido por la cabaña desde que oyó marcharse los camiones. La sensación de
soledad que tenía siempre, se había acrecentado de tal forma que empezaba a hacérsele
insoportable. Por eso, cuando Margot entró en la cabaña, a llevarle un zumo, la pediatra
la recibió con una sonrisa. La chica le insistió en que se lo tomase para llevarse el vaso
pero Maca se negó, sin ganas de tomar nada, y la convenció para que se lo dejase allí,
en contra de las indicaciones de Germán que le había ordenado que no se marchase sin
ver que Maca se lo bebía todo.
Haciendo un esfuerzo se tomó parte del zumo y cerró los ojos somnolienta, bajo los
efectos del sopor que le provoca la fiebre. De pronto sintió en su pelo una mano que la
acariciaba, y unos labios que rozaban su cuello con un dulce beso, lleno de ternura. Sin
poder evitarlo, a pesar de su malestar, sus labios dibujaron una sonrisa, “¡ha vuelto!”,
pensó, “Esther”, murmuró.
- No, soy yo – escuchó la voz de Germán y abrió los ojos sobresaltada, “¿Germán
la había besado?”, el médico le sonrió desde la ventana – te la he abierto, hace
calor.
- Gracias – respondió con un aire de decepción que captó el médico, y
comprobando que aquello que creyó un beso no era más que la ligera brisa que
había producido la corriente al abrir la ventana.
- Serán solo unos días. Volverá pronto – la consoló imaginando el porqué de
aquella expresión – la conozco, no dejará que vuelvas sola. Vendrá a por ti.
- ¿Por qué me dices eso?
- Porque veo tu cara y porque a ti también te conozco – sonrió – o te conocía, pero
esa cara de cordero degollado, esa cara no cambia. La echas de menos y solo
hace unas horas que se ha marchado – torció la boca en una mueca burlona - Te
dejo que tengo trabajo. Luego me paso a darte un poco de charla. Si te apetece
claro – le dijo con una sonrisa. Maca lo miró agradecida, tenía que reconocer
que se estaba portando con ella de una forma que no había esperado.
- Germán.
- ¿Qué?
- ¿Por qué nos peleamos tú y yo?
- Vete a saber – sonrió malicioso - ¿no te has terminado el zumo?
- No puedo con más – reconoció arrugando la nariz en señal de desagrado.
- Wilson… si no pones de tu parte… - intentó reprenderla cariñosamente.
- Pondré, te lo prometo, pero… poco a poco. No puedo con más, de verdad –
respondió con ojos de súplica.
- A ver – dijo acercándose a tocarla – vuelves a tener fiebre.
- Estoy cansada…
- Lo sé, he visto tu analítica – le sonrió en tono de broma – además, entre los
antibióticos y lo baja que estás de defensas….
- ¡No! yo también sé que es por eso… me refería a que… estoy cansada de estar
aquí encerrada, no he salido desde el día que llegamos – protestó preparando el
terreno para pedirle que la dejara salir a llamar.
- Y vas a seguir sin salir – la avisó señalándola con un dedo amenazante.
- Pero… tengo ganas de darme una ducha… y… que me de un rato el aire.
- Eso es buena señal – le sonrió – en un día o dos ya veremos. De momento, no te
voy a dejar salir.
- Pero… ¡Germán! aquí sola todo el día… ¡me aburro!
- Aquí, sola, aquí sola – la remedó – no te quejes que estamos todos pendientes de
la señorita. Que te tenía muy mimada tu Esther y te ha mal acostumbrado –
bromeó echándole en cara los cuidados de la enfermera. Maca suspiró con
nostalgia - ¿Te duele la cabeza?
- Menos que estos días.
- ¿Quieres que te traiga un libro o una revista! así por lo menos te entretendrás un
rato. Aunque te advierto que casi todo lo que tengo es de medicina.
- Sí, gracias, pero…. tendrás que hacerme un favor.
- Dime, ¿qué favor?
- Me tendrás que buscar las gafas, deben estar en la bolsa de… - se detuvo al ver
la cara burlona de él.
- ¿Gafas! ¡cómo hemos envejecido! – la provocó.
- Ya ves… y no solo eso… - respondió con desgana aceptando que él tenía razón,
estaba echa una auténtica pena.
- Yo te veo muy bien – intentó animarla desdiciéndose al ver aquella expresión.
- Claro… - dijo con retintín – no te esfuerces… sé muy bien que…
- Que sigues teniendo ese atractivo que nos traía de cabeza a todos y… a todas –
la interrumpió socarrón. Maca sonrió valorando su intención.
- No seas adulador – le respondió mostrando el agradecimiento en su mirada – no
te pega nada. Prefiero tu vena de sinceridad.
- Bueno… si es así – se detuvo sonriendo maliciosamente – Wilson, ¡estás hecha
una auténtica piltrafa! pero… ya me encargaré yo de recuperarte, para que
cuando vuelva “mi” enfermera milagro – le dijo recalcando el “mi” - me gane
algo más que un besito.
- A Esther ni me la toques – saltó molesta mostrando una energía que esos días
parecía haber perdido.
- Wilson, Wilson, no cambiarás nunca – soltó una carcajada dirigiéndose a la
puerta - ¿cómo vas a impedírmelo? – se burló – además… ¿tú no estás
felizmente casada?
- Ni tocarla, Germán – le gritó al ver que salía.
- Tarde doctora – le dijo ya casi en el porche, dejándola completamente
desconcertada y con unos celos que se moría.
Hacía horas que Esther se marchó y la echaba tanto de menos que no estaba dispuesta a
permanecer allí dos semanas, como mucho unos días y luego ya se las arreglaría para
volver como fuese, aunque tuviese que fletar un avión para ella sola.
* * *
Esther, permanecía mirando por la ventanilla del camión. Las primeras chabolas de la
entrada a Nairobi ya se distinguían a lo lejos. Habían tenido un buen viaje, sin
interrupciones ni demoras. Sara había intentado establecer varias veces una
conversación larga con ella pero al final había desistido. La enfermera no tenía ganas de
charla. No podía dejar de pensar en Maca y en que la dejaba allí, sola y enferma, no
olvidaba aquella última mirada de tristeza y, aunque sabía que la cuidarían, no podía
dejar de imaginarla discutiendo con Germán, negándose a comer, avergonzada por no
poder valerse sola, por necesitar ayuda hasta para lo más básico e íntimo, imaginaba,
conociéndola cómo se sentiría y eso la hacía desesperarse.
- No le des más vueltas – le dijo Sara dándole unos golpecitos en la rodilla viendo
la expresión que estaba poniendo la enfermera - ¡y anima esa cara, mujer!
- Sí – murmuró con un suspiro.
- Va a estar bien, ya lo verás. Germán no va a dejar que le pase nada.
- Ya lo sé, es solo que…
- A todos nos cuesta separarnos de las personas que queremos pero, a veces, no
hay más remedio.
- También lo sé – dijo mirando el reloj – Laura ya debe estar en el aeropuerto.
- Tengo ganas de conocer a esa Laura – le sonrió - ¿es muy amiga tuya?
- Pues… se puede decir que sí, en estos meses hemos vuelto a intimar – le confesó
pensando por primera vez en la relación que mantenía con ella.
Volvió a mirar el reloj y sacó el móvil, quizás ya tuviese cobertura. Lo abrió y buscó el
número, se quedó contemplándolo por un par de segundos con el dedo sobre la tecla
marcar..., pensó un par de excusas que la avisaran de sus intenciones, no quería que la
hiciera desistir de su decisión, pero en el último instante dudó de nuevo.
Esther la miró perpleja y cuando estaba a punto de preguntarle qué quería decirle,
subieron al último de los niños. Sara llegaba con él. Lo instalaron y la joven se despidió
de ellas y bajó las escalerillas. Esther se quedó observándola solo podía pensar en una
cosa, esa noche, Sara estaría con Maca y ella… ella estaría volando rumbo a Madrid.
“es lo que debes hace”, escuchó la voz de Maca.
Los camiones ya se alejaban del avión y la enfermera tuvo que emplearse a fondo para
conseguir situarse en una posición en que pudieran verla. Por suerte tenían que pararse
en el mismo control que antes y allí logró alcanzarlos.
* * *
Si Vero la viese luchar contra el sueño le echaría una buena bronca. Siempre le costaba
mucho conciliarlo, el miedo y el estrés se lo impedían, tenía verdadero pánico a
quedarse dormida y era el cansancio lo que terminaba por vencerla. Padecía de
insomnio desde hacía tanto tiempo que ya ni se acordaba de cuando empezó, descansaba
poco, pero llegaba un momento cada noche en que el cansancio podía con ella. Recordó
la palabras de Vero “Maca, debido a la falta de sueño y a la angustia que acumulas
durante el día, no puedes dormir”, “tienes que relajarte, tienes que dejar de evitar
dormir”, y había días que lo conseguía y el agotamiento la hacía cerrar los ojos, aunque
siempre volvía a despertarse al poco de hacerlo, siempre sobresaltada con horribles
pesadillas, acumulando más fatiga y temor.
Alargó el brazo y bebió un sorbo de agua intentando espabilarse, pero era en vano,
momentos después su cabeza caía, definitivamente, sobre el pecho, dormida. Pero esta
vez no eran esas oscuras figuras las que llegaban hasta ella tendiéndole la mano, no eran
esas voces que quería identificar pero que no lograba recordar, no eran esos ojos fríos y
llenos de odio que la acechaban en la oscuridad, esta vez, fue Esther la que volvía con
fuerza y se sentaba junto a ella, le sonreía y le hablaba con decisión “¿sabes Maca!
digas lo que digas, no me marcho, me quedo aquí contigo”.
En el exterior, los ruidos de los camiones que regresaban alertaron Germán que salió a
su encuentro. El médico estaba ya preocupado por ellos, habían tardado demasiado en
volver. Fue en busca de Sara deseoso de conocer el motivo del retraso cuando sus ojos
se abrieron de par en par, sorprendido al ver bajar a Esther del camión. La enfermera se
acercó a él con una tímida sonrisa esperando una reprimenda por su parte.
- Hola – lo saludó enarcando las cejas y apretando los labios en una mueca de
circunstancias – antes de que me digas nada…
- ¡Esther! – exclamó manifestando una alegría que la sorprendió, parecía aliviado
de tenerla allí, corrió hacia ella, abrazándola con fuerza.
- Muy bonito – dijo Sara llegando hasta ellos burlona – y para mi no hay
achuchón, ni besito, ni nada de nada, pues que sepas….
- Anda tonta, ven aquí – le sonrió estrujándola aún más fuerte y riendo ante las
protestas de la joven.
- ¡Suelta! que me ahogas – sonrió – ¡voy al baño que no aguanto más! – les dijo
dándose la vuelta.
- ¿Por qué habéis tardado tanto? – preguntó el médico – me teníais muy
preocupado.
- Luego te cuento – le gritó alejándose.
Germán miró a Esther con una sonrisa en la cara. Era evidente que le gustaba tenerla de
vuelta.
- ¡No sabes lo que me alegro de que estés aquí! – exclamó pasándole el brazo por
los hombros atrayéndola hacia él como solía hacer cuando esta contento.
- Vaya… - dijo separándose de él con suavidad – no sé porqué…pero, creí que me
echarías una bronca.
- Yo no soy nadie para hacer eso. Ahí tienes a tu jefa – le sonrió - ¡qué te la eche
ella!
- Yo también me alegro de haberme decidido – le dijo con sinceridad – aunque…
no sé cómo se lo va a tomar.
- Te regruñirá un poco, pero… no le hagas mucho caso. Se alegrará de verte.
- Eso espero.
- Hazme caso. Yo estaba preocupado, lleva todo el día con algo de fiebre y muy
apagada. Apenas ha tomado nada.
- ¿No estará peor?
- No, yo creo que está triste – le dijo en tono confidencial – te echa de menos.
Seguro que se anima al tenerte aquí.
- Voy a verla – dijo la enfermera iniciando la marcha con una enorme sonrisa de
satisfacción.
- ¡Espera! voy contigo – le dijo alcanzándola – no me pierdo la cara de Wilson
por nada del mundo – rió divertido.
Esther lo miró contenta, ella también estaba deseando ver la cara de Maca aunque fuera
para enfadarse con ella por desobedecerla. Ya se encargaría ella de que se le pasase el
enfado.
Esther abrió la puerta de la cabaña impaciente por encontrarse con Maca, pero la
pediatra dormía profundamente, tenía la cabeza inclinada hacia el lado izquierdo, las
gafas puestas y caídas hasta la punta de la nariz, las manos cruzadas sobre la revista que
le llevó Germán y los labios fruncidos en un esbozo de sonrisa.
- Mira que cara – le susurró Germán – viéndola así… ¡quién diría las malas
pulgas que tiene!
- No tiene malas pulgas – protestó la enfermera mirándolo enfadada y
comprobando que se burlaba de ella - ¡Germán! – lo recriminó dándole un golpe
en el brazo.
- ¿La vas a despertar?
- No – respondió mirándola con ternura y suspirando.
- ¿Qué estará soñando para tener esa cara de boba? – bromeó – recuérdame
cuando despierte que le diga…
- ¡Germán! – volvió a recriminarle - ¿quieres largarte ya?
- De eso nada, que me merezco una compensación por aguantarla todo el día.
Esther negó con la cabeza resignada a sus payasadas y se acercó sigilosa hasta ella, le
quitó la gafas con delicadeza y le retiró la revista con sumo cuidado para no despertarla.
Maca, sumida en un agradable sueño en el que la enfermera regresaba a su lado, sintió
aquellas maniobras y las introdujo en el mismo, Esther la cogía de las manos, luego le
acariciaba las mejillas y se quedaba allí observándola, Maca no pudo aguantar más su
mirada y levantó un brazo, atrayendo a la enfermera hacia ella y haciendo aquello que
deseaba hacer desde la tarde que la vio aparecer en su despacho, besarla.
El médico cerró la puerta y las dejó solas. “Cobarde”, pensó la enfermera, mirando a
Maca que la observaba, con una expresión mezcla de alegría, de alivio, de vergüenza
por lo que acababa de hacer y de incredulidad, aún sin asimilar que Esther estuviese allí
sentada en la cama, junto a ella.
- Pero… - balbuceo la pediatra - ¿cómo?. ¿ha pasado algo! ¿os han asaltado?
- No ha pasado nada – sonrió cogiéndola de la mano – todo ha ido muy bien,
Laura se ha marchado con los niños y yo… me he vuelto para… estar contigo –
se decidió a decirle la verdad, Maca no dejaba de mirarla de una forma tan
penetrante que Esther cada vez se estaba poniendo más nerviosa, había esperado
una protesta, una bronca, un “no tenías que haberlo hecho”, pero no se esperaba
nada de lo que había sucedido y menos aquel silencio - ¿no me dices nada?
- Sí – respondió clavando sus ojos en ella – que... que… lo siento… estaba
dormida y… no sé… estaba soñando… y…
- No me refiero al beso Maca – le dijo con una sonrisa burlona “ya me contarás tú
qué estabas soñando”, pensó – me refiero a… a que si te molesta que haya
vuelto.
- No – sonrió – me alegro mucho de verte – reconoció estrechando la mano de la
enfermera entre la suyas y clavando sus ojos en ella - ¡mucho! – enfatizó y
Esther sonrió abiertamente.
- ¿Sabes? Tenía un poco de miedo – le confesó retirando la vista de aquellos ojos
que parecían adentrarse en su mente.
- ¿Miedo por qué? – preguntó con inocencia.
- Pues… - se detuvo, no quería que la malinterpretase y decidió bromear – porque
tengo una jefa, que… ¡es una siesa que no veas! y tengo miedo de que me eche
como poco una bronca, si es que no me echa del trabajo, porque me ordenó que
hiciese todo lo contrario.
- Tu jefa es imbécil – sonrió – y haces muy bien en no obedecerla. Tú siempre has
tenido muy buen criterio en el trabajo. Y debes seguir guiándote por él. ¿Sabes
lo que te digo? – le preguntó burlona.
- ¿El qué?
- No la escuches – le susurró de una forma que Esther no supo qué quería decirle.
La enfermera se quedó mirándola intentado adivinar lo que estaba pasando por su mente
y no respondió segura de que le estaba insinuando algo. Maca seguía mirándola de
aquella forma que la inquietaba y la ponía nerviosa.
- Voy a buscarte algo de comer – se levantó con rapidez librando su mano de las
de la pediatra – Germán me ha dicho que no has querido tomar nada y eso no
puede ser, Maca.
- Vale – aceptó sin protestar mirándola embelesada.
- ¿Vale? – repitió sin creerlo - ¿qué te apetece! ¿un caldo? – propuso irónica.
- Bueno – siguió con la vista fija en ella.
- ¿De corteza de cerdo? – volvió a preguntarle.
- Vale – repitió.
- ¡Maca! ¿me estás escuchando? – le preguntó preocupada creyendo que podía
tener una crisis de las que le habló Cruz.
- Si.
- Esta noche ¿quieres que duerma aquí o prefieres que lo haga Germán? – le
preguntó burlona para probar si era cierto que estaba atenta a sus palabras.
- ¿Germán? – repitió - ¿bromeas? ¡ronca como un cerdo! – exclamó de buen
humor y Esther soltó una carcajada.
- Ahora vuelvo – le dijo inclinándose y besándola ligeramente en la mejilla,
momento que la pediatra aprovechó para aferrarla y abrazarse a ella.
- ¡Gracias! – le susurró al oído y Esther sintió que se le erizaba todo el bello del
cuerpo.
* * *
Los dos días siguientes, Esther se dedicó en cuerpo y alma a cuidar de ella. Maca,
después de verla aparecer, se relajó de tal manera que pasaba casi todo el día durmiendo
y la enfermera estaba preocupada. Habló con Germán al respecto y le recordó las
recomendaciones de Claudia, Maca no debía dormir mucho, era necesario que su
cerebro tuviese actividad, pero el médico le insistía en que Maca necesitaba descanso,
que estaba muy débil y que debía recuperar fuerzas. Esther se resignó a que fuera así y
se acostumbró a verla dormir con la esperanza en que al día siguiente lo hiciera durante
menos horas.
Esther pasó ese par de días intentando conseguir lo que le había dicho Germán pero fue
tarea inútil porque Maca cerraba los ojos y se dormía hasta con la palabra en la boca.
Por eso, al tercer día se levantó de la cama con la intención de pedirle al médico que
hiciese algo, que comprobase si no era que Maca estaba experimentando algún retroceso
en su recuperación, y si él no podía allí hacerle las pruebas que necesitaba, quería
trasladarla a Jinja o Kampala, porque estaba completamente segura de que le ocurría
algo. Sin embargo, cuando entró en la cabaña con el zumo, dispuesta a obligarla a abrir
los ojos y a que se lo tomara, su sorpresa fue mayúscula al verla despierta.
La enfermera sonrió. Maca parecía más centrada y eso la había tranquilizado. Su mente
comenzó a hacer planes con una velocidad de vértigo. Deseaba enseñarle a Maca la vida
de allí, deseaba hacerla disfrutar, compensarla por los días que llevaba pasados y, sobre
todo, deseaba compartir con ella muchas más horas.
* * *
Esa noche Esther volvió a quedar con Germán para tomarse un café en la entrada de la
cabaña, el médico se retrasaba y la enfermera, que estaba contenta por la mejoría que le
había visto a Maca a lo largo de todo el día, saboreaba su taza, mirando nostálgica a la
luna, mientras lo esperaba.
En el interior de la cabaña, Maca abrió los ojos alertada por las voces que le llegaban
del exterior. Se mantuvo escuchando y rápidamente comprendió de quienes se trataba.
Esta vez, los escuchaba perfectamente. Parecía que ninguno de los dos ponía demasiado
empeño en no molestarla.
- Ya le diré yo mañana cuatro cosas a esa quejica – le dijo Germán en tono burlón.
- ¿Y… qué vas a hacer con ella? – preguntó Germán volviendo a señalar hacia la
cabaña con la cabeza.
Maca volvió a prestar atención a la conversación. “¿Quién sería esa ella! ¿de quién
hablaban ahora! quizás la tal Margarette”, pensó, estaba deseando conocerla pero Esther
se mostraba reacia cada vez que le mencionaba algo al respecto y eso hacía que su
recelo aumentase y sus sospechas de que había, o había habido, algo entre ellas, eran
ciertas.
Maca sintió que los celos hacían mella en ella y lo cierto es que no tenía ningún derecho
a sentirse así, pero no podía evitarlo. Por mucho años que pasasen siempre reconocería
ese tono de voz de Esther y cuando hablaba así.. cuando preguntaba con ese interés
lleno de ilusión…. solo quería decir una cosa, que estaba coladita hasta los huesos por la
chica de la que estaban hablando. Deseaba que la enfermera no siguiese aquel consejo y
no mantuviese aquella conversación, no quería que fuese en su busca y la dejase allí sin
acordarse de ella, era egoísta, lo sabía, pero no podía evitar sentirse así. Deseaba que
siguiese entrando en la cabaña con aquella sonrisa, que la despertase con un beso, que le
llevase la comida y le leyese o le contase aquellas historias de gentes que no conocía,
pero que ella escuchaba con avidez, con el deseo de saber más de ella, de su vida, de…
- ¿Sabes lo que te digo? – escuchó Maca la voz de Germán más alto que antes
sacándola de sus cavilaciones – que no lo pienses más y mañana mismo intentes
hablar con ella. ¿Qué puedes perder? – le preguntó retóricamente. “Este tío es
imbécil, ¿quién se cree qué es para darle consejos! ¡si su vida amorosa siempre
fue un desastre!”, pensó molesta no sólo por los consejos que le escuchaba si no
por el grado de amistad que indicaba aquella charla.
- Chist – le reprendió de nuevo – al final vas a despertarla – le dijo bajando
también ella la voz. “¿ahora te preocupas por si me despertáis! si lleváis dando
voces desde hace un buen rato”, pensó malhumorada.
- Y… ¿acaso no es lo que tú quieres! que duerma menos – bromeó mucho más
bajo, hasta el punto de que Maca ya no distinguió lo que decía - ¿qué? ¿vas a
hablar con ella o no?
- Bueno… ya veremos… no quiero meter la pata.
Maca intentó seguir escuchando, pero los dos habían bajado el tono y aunque los oía
hablar, no distinguía más que un murmullo ininteligible. Cerró los ojos, cansada y
desilusionada, Esther no solo se iba a quedar en África, si no que iba a intentar arreglar
lo que fuera que tuviese con aquella chica y Germán podía estarse calladito y dejarla
tranquila.
Se sintió culpable por escuchar, culpable por sentir lo que sentía, culpable por lo que
significaba. La cabeza comenzaba a dolerle y no dejaba de darle vueltas a todo lo que
había oído. En su fuero interno albergaba la esperanza de que la enfermera no escuchase
al médico, aunque en el fondo sabía que todos aquellos sentimientos eran absurdos y
que debía alegrarse porque Esther fuera feliz. Allí, tumbada en aquella cama, lejos de
Madrid, de todo lo que tenía, de su vida diaria, lejos de Ana, de Vero, de todos y
enfrentándose a sus miedos, a sus necesidades, a una vida que era tan diferente a todo lo
que ella había visto jamás, sintió que, como siempre, estaba sola, y que las absurdas
ilusiones que habían ido cobrando fuerza en su interior en esos días que la enfermera la
había estado cuidando, tenía que olvidarlas y seguir como siempre, sola. Había sido
bonito imaginar que podría tener otra vida, pero ahora, estaba segura de que no iba a ser
así, tendría que seguir dejando esa otra vida, para sus sueños.
* * *
Maca abrió los ojos con la sensación de que seguía sola, miró a su lado y extendiendo la
mano comprobó que no era una sensación. Escuchó y ya no oía la voz de Germán ni la
de Esther. Estaba claro que la enfermera había encontrado alguien con quien compartir
su tiempo y su noche. ¿Con quien estaría durmiendo Esther! sintió que la invadían unos
celos desmedidos y un deseo de llamarla a gritos y que corriera a su lado pero no hizo
nada. Cerró los ojos intentando conciliar, de nuevo, el sueño.
* * *
No sabía cuanto tiempo había pasado, pero Maca, aún con los ojos cerrados escuchó
entrar a la enfermera. Con pasos lentos, intentando no hacer ruido, se acercó a ella y
posó su mano en el antebrazo de la pediatra.
- Maca – la escuchó llamarla con aquella voz suave y cadenciosa que conseguía
que se le erizase el bello solo al pronunciar su nombre – Maca.
- ¿Qué? – respondió somnolienta.
- Levántate – le pidió sentándose junto a ella en el borde de la cama.
- ¿Qué pasa? – preguntó desconcertada incorporándose con su ayuda.
- Esto es lo que pasa – le dijo cogiendo su cara con ambas manos y besándola.
Maca sintió que su corazón se desbocaba, con unos latidos tan fuertes que los sentía
golpear en sus sienes. Su pálida piel enrojeció súbitamente por el calor repentino que
experimentó. Esther se retiró, manteniendo su mano derecha en la cara de de pediatra, a
Maca le parecía más cálida, pequeña y suave que nunca, una mano llena de ternura y
unos ojos que buscaban los suyos, sonrió y Maca, aturdida y asustada le devolvió la
sonrisa, sabía lo que implicaba aquella devolución pero no solo le daba igual, lo
deseaba. Entonces Esther acercó sus labios de nuevo a los de la pediatra y depositó el
beso más dulce que jamás le habían dado. Su boca se abrió y por instinto Maca
respondió, sintiendo su aliento, recordando la humedad de su lengua y eternizando
aquel beso que tanto había deseado.
Luego la enfermera se levantó despacio, se giró hacia ella y le dijo, “vístete, te espero
fuera”, Maca obedeció, con miedo, con nervios, sin explicarse por qué no podía negarse,
por qué no se echaba atrás y con el único deseo de ir tras ella a donde quiera que la
llevase.
- Sube - le dijo.
Maca no podía dejar de mirarla, de admirar su belleza que allí le parecía más realzada si
es que eso era posible. Esther conducía concentrada en el camino. La oscuridad se
cernía sobre ellas, una oscuridad que inquietaba y al mismo tiempo excitaba a la
pediatra. De pronto, la enfermera detuvo el motor del coche en mitad de la nada.
Esta vez el beso fue rápido, travieso, se detuvo a morder un instante su labio superior, y
se separó de ella con un suspiro que manifestaba el trabajo que le costaba aquella
separación. Maca sintió que todo aquel juego la excitaba como nunca se había excitado.
La enfermera arrancó y continuó conduciendo en silencio. Pasados unos minutos, volvió
a detener el vehículo, Maca experimentó la misma sensación que antes, solo que ahora,
sí que se esperaba y deseaba el beso, pero no llegó. Esther tras mirarla con
detenimiento, tras rozar sus labios con el dedo índice, volvió a suspirar y bajó del coche.
Maca entró y entonces Esther llamó al ascensor. Mientras esperaban Esther la miró de
arriba abajo y sin mediar palabra tomó su mano, comenzó a acariciarla con parsimonia y
la atrajo hacia ella, el deseo que Maca guardaba en su interior se hizo incontrolable y la
pediatra entreabrió los labios en una invitación descarada a que la besase de nuevo, ella
no podía hacerlo, en aquel juego que la estaba enloqueciendo era Esther quien debía
llevar la iniciativa, sin embargo, la enfermera no se movió, clavó la vista en aquellos
labios y se acercó tanto que Maca cerró los ojos dispuesta a disfrutar de lo que tanto
anhelaba, pero Esther no le dio ese capricho, a cambio la recompensó con un
acercamiento de todo su cuerpo, se pegó a ella como una lapa, la acarició, con suavidad,
conteniendo el deseo, Maca no soportaba más aquello deseaba dar rienda suelta a la
pasión que la estaba embargando, pero Esther la frenó retirándose de ella. Sonriéndole
de nuevo.
Esther no respondió y pulsó el último piso. La miró y ahora sí se lanzo sobre ella, se
enredaron en un torbellino de besos, abrazos y caricias, Maca notaba su excitación, la
velocidad de su corazón y sus jadeos contenidos. Sentía como sus manos la exploraban,
poco a poco, con pasión y deseo contenidos pero indicándole quien mandaba allí. Esther
se retiró un segundo, mirándola, Maca percibió que sus ojos centelleaban y siguieron
besándose, con pasión, como nunca soñaron hacerlo. La enfermera estaba logrando que
aflorasen en ella sentimientos que creyó muertos y enterrados y otros que ni siquiera
sabía que existían en su interior. Estaba a punto de explotar, quería más. Necesitaba
más.
* * *
Maca abrió los ojos sobresaltada y con la horrible sensación de que en aquel
maravilloso sueño no había nada de verdad. Ya había amanecido y la enfermera seguía
sin estar a su lado. ¿Habría dormido en otro lugar! sus dudas se disiparon al comprobar
que no era así, el lado de la cama de la enfermera estaba deshecho. Últimamente, Esther
se levantaba muy temprano. Estaba claro que allí había cambiado de costumbres, al
menos, en las que ella recordaba.
Sintió impotencia al pensar en lo que había soñado y deseó poder comentarlo con Vero,
de nuevo había vuelto a andar en un sueño, y estaba segura que eso era un paso atrás en
su recuperación, Vero siempre le decía que debía aceptar las cosas como eran y que con
paciencia conseguiría recordar aquello que la tenía allí postrada, aquello por lo que se
castigaba. Llevaba casi un año sin soñar nada así, nada en lo que ella fuese la de antes.
¿Por qué habrían vuelto esos sueños? No lo sabía, pero lo que estaba claro es que las
sensaciones de impotencia y desesperación habían vuelto con ellos. Suspiró y cerró los
ojos. Volvía a dolerle la cabeza. Esther pronto llegaría con su zumo. ¡Se moría por un
café! pero Germán se lo había prohibido tajantemente.
Una hora después, como cada día, desde que Maca volviera a la cabaña, Esther entró a
llevarle el desayuno. La enfermera estaba contenta, la pediatra se sentía mejor y eso era
evidente, además la charla de la noche anterior con Germán le había levantado el ánimo,
por un lado tenía posibilidades de volver a trabajar con sus compañeros y por otro,
Germán se sumaba a la lista de personas que creían que Maca seguía enamorada de ella.
No estaba muy segura de que fuera así, pero se había levantado con el firme propósito
de conseguir arrancarle a la pediatra esa confesión, no sabía cuánto tardaría en lograrlo,
pero estaba convencida de que lo lograría, sonrió pensando en cómo la llamaba Germán,
sí, iba a conseguir a toda costa ejercer de enfermera milagro con ella.
Levantó el estor y se acercó a la cama en una rutina que repetía a diario. Esa mañana sus
miradas se cruzaron como todos los días, pero la enfermera notó algo diferente, Maca le
dedicó una leve sonrisa con la mayor timidez que Esther le hubiera visto en mucho
tiempo y no entendió el porqué.
- Buenos días – pronunció Maca con una mirada huidiza, aún perturbada por el
sueño de esa noche.
- Buenos días – respondió Esther sonriendo abiertamente - ¿se puede saber qué te
ocurre? – le preguntó al ver aquella expresión en su rostro.
- A mí nada… - se apresuró a responder enrojeciendo solo de recordar aquellas
imágenes, “si superas lo que he soñado”, pensó, “esto no puede ser”, se dijo, “no
puede ser que…”.
- Maca, ¿estás bien? – le preguntó al verla en ese grado de confusión y temiendo
alguna recaída. Justo el día en el que Germán le había dado permiso para sacarla
de la cabaña. No podía creer en la mala suerte que estaban teniendo.
- Sí – murmuró volviendo a desviar la mirada – gracias… – “por la noche que me
has hecho pasar”, pensó esbozando una sonrisa distraída - por el desayuno.
- De nada – sonrió extrañada. “Tengo que hablar con Germán y que le eche un
vistazo porque está rara, muy rara” – tómate el zumo – le dijo al ver que Maca
permanecía con el vaso en la mano sin moverse solo mirándola con cara ausente
- ¡Maca!. el zumo – repitió señalándole el vaso.
- Si… ahora – respondió distraída.
- ¿Tengo algo? – dijo la enfermera mirándose la camiseta - ¿por qué me miras así?
- ¿Yo? … yo no te miro – respondió intentando disimular “¡claro que te miro! no
puedo dejar de hacerlo”.
- Maca… ¿seguro que estás bien? – insistió.
- Que sí, pesada.
- Anoche Germán me dijo que hoy, si no tenías fiebre en toda la mañana,
podíamos dar un paseo al caer la tarde – cambió de tema en un intento de
comprobar si se centraba.
- ¿Un paseo! ¿tú y yo! ¿solas? – saltó casi con temor.
- Bueno.. si… esa era mi idea pero… si no te apetece… - respondió cortada, no
esperaba que Maca mostrase tanto desagrado con aquella idea, es más, había
creído que se alegraría de poder salir de la cabaña.
- Si, si, ¡ya lo creo que me apetece! estoy harta de estar aquí encerrada. Tengo
ganas de darme una ducha como dios manda – reconoció ante la sonrisa burlona
de Esther, que pensó en echarle en cara si es que tenía queja de sus cuidados -
pero… ¿no será peligroso! digo… que vayamos solas – se justificó, tenía miedo
de aquel sueño, de lo que había sentido y de lo que se había despertado sintiendo
– vamos quiero decir… no por ti, si no… que… quiero decir… que … si pasa
algo.
- No te preocupes, no vamos a alejarnos. Además, aquí no hay peligro que yo no
conozca – bromeó – salvo que lo que quieras decir sea que te da miedo de mí.
- ¿De ti! ¿por qué iba a darme miedo de ti! no digas tonterías – protestó molesta.
- Bueno…bueno… no te enfades, que si te sube la fiebre te quedas aquí
encerradita.
- No me enfado – sonrió – y… ¿dónde piensas llevarme? – preguntó con ilusión.
- ¡Sorpresa! pero es algo que querías desde hace tiempo.
- ¿Qué pasa? – le preguntó extrañada, todos los días lo había estado haciendo al
despedirse de ella y parecía agradarle – seguro qué…
- Que sí, que estoy bien – la interrumpió antes de que volviese a preguntarle.
- Vale, vale no te enfades – le dijo conciliadora – es que… te veo un poco…
como… a calorada…
- Estoy bien, es que no me gusta que estés todo el día besuqueándome.
- ¡Perdona! No quería incomodarte – le respondió bajando los ojos ligeramente
molesta.
- No me incomodas – respondió seria pero en un tono muy suave – solo que… no
quiero que cojas tanta familiaridad, que luego … volvemos a Madrid y… -
buscó rápidamente algo que pudiera sonar medianamente convincente, no sabía
que decirle para evitar que Esther se le acercase de aquella manera y la tocase
con esa delicadeza.
- ¿De qué estás hablando, Maca? – le preguntó perpleja, pero la pediatra desvió la
vista y enrojeció levemente - ¿seguro que estas bien? – repitió tocándola de
nuevo – a ver si tienes fiebre.
- Esther… que estoy bien – se retiró para que no la tocase – ¡deja ya de sobarme!
- Maca… pero… ¿qué es lo que te pasa?
- ¡Nada! – dijo impaciente dando muestras de empezar a enfadarse - ¡ya te lo he
dicho!
- Tengo que ir a Jinja a ver unos amigos – se alejó hacia la puerta cambiando de
tono e informándola de sus planes – volveré esta tarde.
- ¿Tengo! irás porque quieres – respondió molesta, “¿a unos amigos! ya… y yo
me lo trago… tu vas a lo que vas”, pensó arrugando el ceño segura de que al
final el médico la había convencido para que hablase con Margarette, porque
también estaba segura de que Esther había tenido algo con esa chica, solo tenía
que recordar la cantidad de veces que le había hablado en Madrid de ella, la
cantidad de veces que recordaba las cosas que hacían juntas y las cosas de que
hablaban, y sobre todo, estaba segura porque cada vez que la recordaba la cara
de la enfermera cambiaba y adoptaba una expresión que ella era incapaz de
interpretar. “Seguro que se le hace tarde y me tiene aquí esperando para nada,
primero me ilusiona hablando de paseos y luego me deja sola todo el día”, pensó
molesta con la idea de no poder verla hasta caer la tarde.
- Claro que quiero – respondió seria sin entender a qué venía aquella reacción
airada – ¡estoy deseando verla!
- ¿A Margarette? – se aventuró notando que los celos volvían.
- No – dijo tan cortante que Maca se arrepintió de su interrogatorio.
- Ya… - murmuró sin creerla, interpretando que su tono seco se debía a que había
acertado.
- No… no es a Margarette – le repitió frunciendo el ceño y apretando lo labios.
- Vale – murmuró aceptado su respuesta con la convicción de que le estaba
mintiendo. “No quiere contarme la verdad, está preocupada y triste”, pensó – ya
me dirás quienes son esos amigos – dijo con retintín.
- Ahí te quedas – le dijo sin entrarle al trapo – si necesitas algo, Margot estará por
aquí y vendrá a verte de vez en cuando.
Esther se dirigió a la puerta pensativa, recordó las palabras de Cruz “es normal que
tenga cambios de humor, que la veáis aturdida o confusa”, sí, quizás era eso lo que le
ocurría, en veinte días Maca había pasado de estar en coma en Madrid a estar allí
tumbada en Jinja, además, pasando por lo que había pasado y recién despertada, era
normal estar un poco confusa. Aún así, decidió hablar con Germán.
La enfermera salió y Maca suspiró aliviada, tenía la sensación de que podía leer su
mente y no podía permitirse que ella supiese que era la dueña de sus noches, de sus
pensamientos, y que aquella mirada volvía a tener el poder de enloquecerla …
Cerró los ojos, estaba cansada y quería estar bien para el paseo de esa tarde si es que se
producía, porque algo le decía que Esther no iba a llegar a tiempo. En realidad no tenía
ningún motivo para creer eso, simplemente lo temía. Le había vuelto el dolor de cabeza
y situó su mano izquierda tapándose los ojos. Su mente volvió al sueño que la
perturbara toda la noche. No dejaba de preguntarse porqué. Porqué volvía a desear con
esa fuerza que todo fuera como antes. A esas alturas creía que ya tenía todo asumido,
pero estaba claro que no. Necesitaba hablar con Vero, necesitaba sus consejos y sus
explicaciones. El punto de vista de la psiquiatra siempre la había ayudado a seguir
adelante.
Estaba cansada de sentirse así, no sabía qué pensar, no tenía claros sus sentimientos, no
sabía qué hacer ni cómo arreglar su vida, y para colmo, últimamente, no era capaz de
distinguir claramente entre lo que eran sueños y lo que era realidad, odiaba esas
imágenes que se le agolpaban de pronto y que no comprendía.
Germán entró en la cabaña y la vio allí tumbada con la mano sobre los ojos y un rictus
extraño mezcla de tristeza y cansancio. Por su respiración no parecía dormir y pensó
que quizás Esther tenía razón y no se encontraba bien. Debía haber pasado antes a verla
y no haber dejado tanto rato desde que la enfermera le pidió que lo hiciera. Se acercó
sigiloso a la cama. Maca parecía no darse cuenta de su presencia.
Maca se sobresaltó y bajó con rapidez la mano abriendo los ojos desmesuradamente y
parpadeando varias veces deslumbrada.
- Tranquila que soy yo – le dijo con una sonrisa al ver su cara de pánico y
desconcierto.
- Joder, Germán, ¡qué susto! ¿Cuándo vas a aprender a llamar a la puerta?
- ¿Qué pasa! ¿estamos de mal humor?
- No – dijo más suave – es que me has asustado.
- Ya…
- ¿Pasa algo? – le preguntó extrañada de que fuera a verla a esas horas e
intentando incorporarse.
- Eso me lo tienes que decir tú – le dijo, ayudándola y sentándose después en la
hamaca.
- No te entiendo.
- ¿Se puede saber qué le has hecho hoy a mi enfermera?
- ¿A Esther? – preguntó sabiendo de sobra a quien se refería, siempre la llamaba a
sí para picarla, y era cierto que no le agradaba que él le dijese “mi enfermera” –
no le he hecho nada, ¿por qué?
- Porque tiene la absurda idea de que te encuentras peor – le confesó – dice que
estás confusa, que la miras raro.
- ¡Joder! – exclamó malhumorada, ¿cómo decirle el motivo de su confusión! no
podía, ni a él, ni a ella - eso no es cierto. Estoy bien.
- ¿Seguro? No me mientas, Wilson – la amenazó.
- No te miento – respondió mirándolo directamente a los ojos.
- Sé las ganas que tienes de salir de aquí, pero no vas a hacerlo hasta que yo no te
vea con fuerzas.
- Te aseguro que estoy mejor – repitió – Germán, por favor, son cosas de Esther,
llega aquí hablándome de esto y de lo otro, cuando yo estoy medio dormida, y
hay veces que me lía – se excusó intentando justificarse.
Germán se quedó mirándola con el ceño fruncido, calibrando hasta qué punto le estaba
ocultando la realidad para evitar que le impidiese salir esa tarde. Se levantó y le puso el
termómetro, ante el enorme suspiro y la cara de resignación de la pediatra, que le
devolvió la mirada y enarcó las cejas.
- ¿Qué? – preguntó con gesto burlón – te recuerdo que hay que escuchar a los
pacientes.
- Y yo te recuerdo que hay que hacer caso a los médicos – respondió con rapidez
dejando por primera vez callada a la pediatra, triunfo que, en lugar de alegrarlo,
le produjo una sensación de inquietud. La agilidad mental de Maca no era la de
antes y eso podía ser una señal de que aún había que estar muy pendiente de ella
- Bueno…. – aceptó sin estar muy convencido - ¿Te duele la cabeza?
- Un poco pero… muy poco.
- He hablado con tu neuróloga.
- ¿Con Claudia? – preguntó con ilusión cambiando completamente el semblante
que había mantenido hasta ese momento.
- Vaya, deduzco que no solo es tu neuróloga.
- Es mi amiga, una… buena amiga.
- No lo dudo, está muy preocupada por esos dolores de cabeza.
- Son normales, ella me dijo que...
- Sí – la cortó tajante – sé lo que te dijo…pero… deberían estar ya remitiendo. Me
gustaría hacerte algunas pruebas más.
- ¡Germán! ¿otra vez! tienes que dejar de escuchar a Esther – protestó enfadada –
se preocupa demasiado.
- Es normal ¿no crees?
- Imagino que sí – suspiró.
- ¿Qué te pasa con ella?
- Nada, ¿qué va a pasarme?
- No le des mucha caña, lo ha pasado muy mal estos días – le confesó bajando la
voz como si la enfermera anduviese cerca y haciéndole un gesto de
confidencialidad.
- Vale – aceptó sintiendo una enorme alegría interior al saber que Esther estaba
preocupada por ella.
- Lo de las pruebas, no lo hago solo por Esther, Claudia cree que deberíamos
llevarte a Kampala y que volvieran a examinarte.
- Claudia también se preocupa demasiado. Espera unos días, verás como acaban
siendo más esporádicos.
- Si yo estoy de acuerdo contigo – le reconoció – creo que tu problema es que le
das demasiadas vueltas a la cabeza. Piensas demasiado y te preocupas por todo.
Deberías dejarte llevar más por…
- Germán, estoy cansada y no tengo ganas de discutir, pero no creo que sepas
mucho de mi, y menos ahora – lo interrumpió con rapidez, no tenía ninguna
intención de hablar con él sobre sus problemas y menos si era Esther quien lo
enviaba, si quería decirle algo que se lo dijera ella.
- Entendido, mejor no me meto ¿no es así?
- Exacto.
- Yo solo te digo que aquí deberías hacer un esfuerzo por olvidarte de todo, y
dedicarte solo a descansar y recuperarte.
- Tengo demasiadas horas para pensar… - torció la cabeza con cara de
circunstancias – no puedo evitarlo.
- Si no espantaras a mi enfermera cada dos por tres con tu mal humor, la tendrías
aquí entreteniéndote.
- ¿Yo! pero si lo primero que me ha dicho es que se iba a ver a sus amigos –
protestó frunciendo el ceño, sintiendo que se ponía celosa solo de pensar que ya
estaría con Margarette - ¿tú conoces a Margarette?
- ¿Esther te ha hablado de ella? – le preguntó sorprendido y cambiando su actitud
jovial por una mucho más seria.
- Algo.
Germán clavó la vista en ella. Maca notó como su mirada se volvía algo más dura y su
gesto mucho más serio. No debía haberle preguntado tan directamente, pero ya no había
marcha atrás. Además deseaba tanto saber qué es lo que se traía Esther con Margarette
que se decidió a seguir con el interrogatorio.
Maca se quedó mirándolo intentando adivinar qué quería decirle, pero no imaginaba a
qué se refería.
Germán salió de la cabaña con el convencimiento de que Maca estaba mucho mejor, la
veía centrada, capaz de mantener una conversación, recordando cosas y no le parecía
especialmente confusa como le había sugerido Esther. Era cierto que estaba más abatida
y triste de lo deseable, pero se encontraba fuera de su ambiente y seguía estando muy
débil, aunque tenía la ligera sensación de que, en el fondo, esa tristeza estaba
relacionada con Esther. Ya tendría tiempo de averiguar qué era lo que la tenía tan
preocupada, ahora lo más importante era conseguir que empezase a comer, ya no tenía
excusas para no hacerlo, ya estaba bien de zumos y caldos. Sonrió burlón pensando en
una idea que se le acababa de ocurrir y en la cara de la pediatra cuando la pusiera en
práctica y se marchó directo a las cocinas.
Maca pasó el resto la mañana sola. Cada media hora aparecía Margot para ver si
necesitaba algo, la cambiaba de postura, le tomaba la temperatura, la tapaba o la
destapaba según le parecía a ella que la pediatra tenía calor o no, le habría la ventana o
se la cerraba, la obligaba a beberse zumos, caldos y brebajes que no identificaba.
La pediatra en un primer momento se dejó hacer sin protestas. Margot era una chica
agradable y muy tímida, que respondía casi con monosílabos a los intentos de Maca de
entablar una conversación, pero no podía evitar sentirse incómoda con ella. No
soportaba que tuviera que lavarla, trabajo en el que puso toda su delicadeza y
parsimonia. La recorrió con la esponja con sumo cuidado y cuando consideró que el
agua se había enfriado se marchó, para regresar, al cabo de unos minutos, con más agua
tibia. Luego la ayudó a cambiarse de ropa, ante la resistencia de Maca que insistió en
hacerlo sola pero la chica se negó en redondo, con aquel chapurreo de español que a
Maca le costaba trabajo entender. Posteriormente, comenzó el trabajo de cambiarle las
sábanas, lo hacían todos los días. La pediatra estaba a esas alturas desesperada, echando
de menos a Esther, que hasta ese día se había encargado de hacer ella todo aquello.
Germán había dado orden de que la sentaran en la silla un par de horas y la chica se
dispuso a hacerlo, Maca volvió a la carga y le insistió a Margot en que ya estaba mucho
mejor y que quería hacerlo ella sola, no soportaba depender tanto de los demás. Margot
la miró y sin decir nada salió de la cabaña.
Minutos después regresaba con la orden de Germán de que dejara de quejarse e hiciera
el favor no darle a Margot más trabajo del que ya tenía. Maca enrojeció avergonzada y
estuvo a punto de responder, cuando la chica le dijo literalmente “dice el doctor que
deje de ser una mosca cojonera y obedezca”, la pediatra no pudo evitar soltar una
carcajada. Era evidente que la joven no tenía ni idea de lo que significaba aquello y que
Germán la había mandado con ese mensaje para reírse un rato. Después de todo aquello
Margot desapareció y no volvió en el resto de la mañana. Maca comenzó a
impacientarse y a preocuparse, no había pretendido ofenderla ni molestar a nadie, y
sobre todo, empezó a temer que Esther se enterase y volviese a enfadarse con ella.
Cuando llegó la hora de comer esperó ver aparecer a la chica pero no lo hizo, en su
lugar entró un sonriente Germán con una bandeja, llena a rebosar. Maca se asustó de ver
aquella barbaridad de comida y temió que el médico estuviese allí con la intención de
obligarla a comer, eso le pasaba por no cerrar la boca y no haberse tomado el último
potingue que le llevó Margot.
Germán la miró sonriendo, se levantó, cogió una pequeña mesita auxiliar y la acercó a
la cama situándola de forma que Maca pudiese acceder a ella sin dificultad, cogió la
bandeja y la puso en la mesita.
- ¿Para quién crees que las ha traído? – sonrió, seguro de que eso no solo la
alegraría sino que la decidiría a probarlas, aunque para ello tuviese que decirle
una pequeña mentira.
- ¿Para mí! pero… - lo miró con una sonrisa de satisfacción, ella imaginando que
Esther había pasado la noche en otra cama y resulta que había sido capaz de
recorrer kilómetros solo para comprarle aquellas gambas - coge lo que quieras –
le señaló otro de los platos divertido ante la cara que se le había quedado a la
pediatra al enterarse de que Esther había hecho eso por ella – esto creo que
puede gustarte – le aconsejó mirándola de reojo, “Esther, Esther, me debes una,
que te la he puesto a punto de caramelo”.
- ¿Qué es?
- Pruébalo y me dices qué crees que es – le sugirió misterioso.
- No, mejor no – respondió sin dejar de mirar a los platos – Esther me dijo que
había ido a ver unos amigos – le comentó con naturalidad.
- Sí – respondió, alargándole un tenedor y colocándolo junto a ella.
- ¿Tú los conoces? – le preguntó mirándolo a los ojos.
- A mi no me ha dicho nada – le devolvió la mirada, encogiéndose de hombros.
Maca enarcó las cejas sin creerlo y distraídamente tomó el tenedor y comenzó a probar
de los platos. Germán sonrió para sus adentros, su plan había funcionado.
Germán salió de la cabaña y Maca se dispuso a dormir un rato, deseando que los
minutos pasaran con rapidez y que Esther regresase cuanto antes. Estaba impaciente por
salir de allí aunque solo fuera media hora.
* * *
Cada vez que escuchaba un motor, el corazón se le aceleraba pensando que ya estaba
allí, pero los minutos transcurrían y no hacía acto de presencia. Había pasado toda la
mañana rezando para no tener fiebre y deseando que llegase el momento del paseo. No
solo estaba deseosa de salir de la cabaña sino que estaba impaciente por verla, cuando
por fin Esther abrió la puerta de la cabaña, Maca le sonrió nerviosa, había llegado el
momento que tanto había esperado.
Germán ya le había dicho que la pediatra estaba mejorando y que había que empezar a
dejarla hacer algunas cosas por si misma, en unos días, si todo iba bien, le permitiría
salir de la cabaña sola para algo más que un paseo, ya le habían preparado un
entarimado en forma de rampa para que no necesitase la ayuda de nadie, aunque
primero debía recuperar fuerzas, en pocos días la pediatra se había quedado en los
huesos, y lo más importante debían ser prudentes con la fiebre, que aún no había
desaparecido del todo, y con los dolores de cabeza que tenían preocupado al médico, en
vez de disminuir en frecuencia e intensidad había momentos en que parecían ir a peor.
Maca atrajo su silla y aunque con dificultad consiguió sentarse en ella, sintió debilidad
en los brazos y una ligera sensación de mareo que le hizo detenerse un momento y
cerrar los ojos. Esther que la observaba satisfecha y contenta de estar así con ella, dio
unos pasos preocupada y estuvo a punto de correr a ayudarla, pero solo se quedó en un
impulso ante la mirada de Maca pidiéndole que la dejase. Podía hacerlo ella sin ayuda
de nadie. Estaba tan contenta de poder salir de allí y de pasear a solas con Esther que
nada iba a estropearle ese momento, y mucho menos iba a perder la ocasión
escuchándose, para eso ya tenía el resto del día.
- Vamos, no perdamos tiempo que hoy, por fin, tenemos nuestra primera cita.
- ¿Una cita? – preguntó haciéndose la sorprendida, le gustaba esa idea, “una cita”,
se repitió recordando la cena que nunca tuvieron por culpa del asalto.
- Si – sonrió sin que Maca pudiera verla – lo mires como lo mires hoy tenemos
una cita y prepárate porque – se agachó y le susurró al oído – me parece usted
muy atractiva y… - se incorporó dejando a Maca con un escalofrío que le
recorría todo el cuerpo, no solo por sentir su aliento en la base del cuello si no
porque tenía la sensación de que el sueño de la noche pasada había sido
premonitorio - … y quiero saberlo todo de usted. Me apetece conocerla –
bromeó juguetona.
- Le advierto que no soy una chica fácil – le continuó el juego.
- ¿Por qué cree que me fijé en usted? – le dijo en un susurro volviendo a producir
aquella sensación en Maca, consiguiendo que se le erizase el bello.
- ¿A dónde me lleva? – preguntó repitiendo la frase de su sueño.
- Ya lo verá. Es una sorpresa – sonrió, pensando en llevarla al río seguro que le
encantaría el Nilo. Ese paisaje era espectacular y tenía unas puesta de sol
preciosas, si se daba prisa llegarían a tiempo.
Maca sintió que un nerviosismo incontrolable se apoderaba de ella. Ese juego la hacía
sentirse insegura. Decidió no decir nada más y que fuera la enfermera la que tomara la
iniciativa. Esther la empujaba con delicadeza intentando sortear con habilidad los
obstáculos del camino, la sonrisa no se le había borrado de la cara, sabía que sus
palabras habían provocado un estado de alerta en la pediatra, que no dejaba de frotarse
las manos nerviosa y eso la divertía, estaba convencida de que Maca estaba tan nerviosa
por que temía algo y podía imaginarse el qué, después de haberse dejado arrastrar por su
juego se había echado atrás, ¡qué equivocada estaba la pediatra si creía que iba a ponerla
en un compromiso! si quería que sus planes saliesen bien tenía que dejar que fuera ella
la que diese el paso, se preguntó cuánto tiempo sería capaz de aguantar sin abrir la boca.
Tras unos minutos y ya que habían salido del campamento, Maca incapaz de soportar
más aquel silencio decidió romperlo.
- Esther …
- ¿Qué?
- Un día me dijiste que me parecía a un pájaro de aquí. ¿cómo se llamaba?
- Dziu.
- ¿Y en qué me parezco?
- Tendría que contarte la leyenda para que lo entendieras y es una leyenda muy
larga.
- ¿Por qué no me la cuentas? – le pidió melosa.
- Es algo… triste… y hoy es tu primer paseo, no querrás tener un mal recuerdo de
él.
- Vaya… ¿tan triste es?
- No – rió – ¿seguro que quieres escucharla? Es bastante larga… - insistió
conocedora de lo impaciente que era la pediatra y segura de que a la mitad de la
narración ya estaría cansada y metiéndole prisa para que abreviase.
- Sí quiero – se apresuró a responder. La enfermera sonrió, no había cambiado
nada.
- Cuenta la leyenda – comenzó impostando la voz consiguiendo que Maca riese
divertida - que una mañana el Señor de la Lluvia, sintió deseos de pasear y quiso
recorrer los campos. Salió muy contento, seguro de que encontraría los cultivos
fuertes y crecidos, pero apenas comenzó su paseo se llevó una gran sorpresa, las
plantas estaban débiles y la tierra seca y gastada. Al darse cuenta de que las
cosechas serían muy pobres, se preocupó mucho y tras pensar un rato, encontró
una solución: quemar todos los cultivos. Así la tierra recuperaría su riqueza y las
nuevas siembras serían buenas. Después de tomar esa decisión, el Señor de la
Lluvia le pidió a uno de sus sirvientes que llamara a todos los pájaros de la zona.
El primero en llegar fue el dziú, un pájaro con plumas de colores y ojos color
café, como los tuyos.
- ¿Por eso dices que me parezco a ese pájaro?
- No. No es solo por eso.
- Pero… ¿tú has visto un pájaro de esos?
- Pues claro – respondió en tal tono que Maca no supo si se burlaba de ella.
- Y… ¿en serio me parezco?
- En serio, tienes el mismo piquito – soltó una carcajada.
- ¿Y dónde tengo yo las plumas de colores?
- ¿Me vas a dejar terminar?
- Sí. Perdona.
- El dziu se acomodó en una rama y casi inmediatamente llegó a toda prisa el toh,
un pájaro negro cuyo mayor atractivo era su larga cola llena de hermosas
plumas. El toh se puso al frente, donde todos pudieran verlo. Poco a poco se
reunieron las demás aves, entonces el Señor de la Lluvia les dijo – hizo una
pausa y enronqueció la voz adoptando un tono grave – Los mandé llamar porque
necesito hacerles un encargo tan importante, que de él depende la existencia de
la vida. Muy pronto quemaré los campos y quiero que ustedes salven las
semillas de todas las plantas, ya que esa es la única manera de sembrarlas de
nuevo para que haya mejores cosechas en el futuro. Confío en ustedes; váyanse
pronto, porque el fuego está por comenzar.
- Sigo sin entender en qué me parezco yo a ese pájaro – la interrumpió de nuevo.
- ¡Ya te lo diré, impaciente! – protestó continuando con la narración - En cuanto
el señor de la Lluvia terminó de hablar, el pájaro dziú pensó: “Voy a buscar la
semilla del maíz; yo creo que es una de las más importantes para que haya vida”.
Y mientras, el pájaro toh se dijo: “Tengo que salvar la semilla del maíz, todos
me van a tener envidia si la encuentro yo primero”. Así, los dos pájaros iban a
salir casi al mismo tiempo, pero el toh vio al dziú y quiso adelantarse; entonces
se atravesó en su camino y lo empujó para irse él primero. Al dziú no le importó
y se fue con calma, pero muy decidido a lograr su objetivo. El toh voló tan
rápido, que en poco tiempo ya les llevaba mucha ventaja a sus compañeros. Ya
casi llegaba a los campos, pero se sintió muy cansado y se dijo: “Voy a
descansar un rato. Total ya voy a llegar y los demás todavía deben venir lejos”.
Entonces, el toh se acostó en una vereda. Según él, sólo iba a descansar un rato,
pero se durmió sin querer. Ni cuenta se dio de que empezaba a anochecer y
menos de que su cola había quedado atravesada en el camino. El toh ya estaba
bien dormido, cuando muchas aves que no podían volar pasaron por allí y como
el pájaro no se veía en la oscuridad, le pisaron la cola. Al sentir los pisotones, el
toh despertó, y cuál sería su sorpresa al ver que en su cola sólo quedaba una
pluma. Ni idea tenía de lo que había pasado, pero pensó en ir por la semilla del
maíz para que las aves vieran su valor y no se fijaran en su cola pelona. Mientras
tanto, los demás pájaros ya habían llegado a los cultivos. La mayoría tomó la
semilla que le quedaba más cerca, porque el incendio era muy intenso. Ya casi
las habían salvado todas, sólo faltaba la del maíz. El dziú volaba desesperado en
busca de los maizales, pero había tanto humo que no lograba verlos. En eso,
llegó el toh, mas cuando vio las enormes llamas, se olvidó del maíz y decidió
tomar una semilla que no ofreciera tanto peligro. Entonces, voló hasta la planta
del tomate verde, donde el fuego aún no era muy intenso y salvó las semillas. En
cambio, al dziú no le importó que el fuego le quemara las alas; por fin halló los
maizales, y con gran valentía, fue hasta ellos y tomó en su pico unos granos de
maíz. El toh no pudo menos que admirar la valentía del dziú y se acercó a
felicitarlo. Entonces, los dos pájaros se dieron cuenta que habían cambiado: los
ojos del toh ya no eran negros, sino verdes como el tomate que salvó, y al dziú le
quedaron las alas grises y los ojos rojos, pues se acercó demasiado al fuego.
- ¿Y ahora qué me vas a decir? ¿Qué tengo, los ojos rojos? – saltó de nuevo con
socarronería.
- Si te aburres me lo dices y hablamos de otra cosa – le respondió molesta por su
burla – has sido tu la que me has pedido que te la cuente.
- No me aburro – dijo con sinceridad – solo que por más que pienso no veo yo en
qué me parezco al pajarraco ese.
- Es un pájaro muy bonito, no un pajarraco.
- Eso sería antes de estar todo chamuscadito – rió burlona.
- No sé para que te cuento nada – protestó de nuevo, molesta. Hasta en baja forma
Maca siempre terminaba por burlarse de ella – ahora, por lista, te vas a quedar
sin saber el final.
- No seas mala – le dijo melosa – solo bromeaba.
- Ay, ¡qué voy a hacer yo contigo! – exclamó deteniéndose y acariciándole la
mejilla ante la sorpresa de Maca.
- Entonces… ¿sigues?
- Siii... siiiigo – aceptó resignada - El Señor de la Lluvia y las aves supieron
reconocer la hazaña del dziú, por lo que se reunieron para buscar la manera de
premiarlo. Y fue precisamente el toh, avergonzado por su conducta, quien
propuso que se le diera al dziú un derecho especial. Se dirigió a los demás y les
dijo: “Ya que el dziú hizo algo por nosotros, ahora debemos hacer algo por él.
Yo propongo que a partir de hoy, pueda poner sus huevos en el nido de
cualquier pájaro y que prometamos cuidarlos como si fueran nuestros”. Las aves
aceptaron y desde entonces, el dziú no se preocupa de hacer su hogar ni de
cuidar a sus crías. Sólo grita su nombre cuando elige un nido y los pájaros miran
si acaso fue el suyo el escogido, dispuestos a cumplir su promesa.
- ¿Eso es todo?
- Sí.
- ¡Ah! Pues…
- ¿Sigues sin saber en qué me recuerdas al dziu? – le dijo adivinando lo que iba a
decir.
- Hombre está claro que yo no voy poniendo huevos por ahí – bromeó de nuevo.
- No, no vas – ratificó sin decir nada más.
- Bueno… - dijo Maca al ver que continuaba el camino en silencio - ¿no me vas a
decir en qué me parezco al dziu?
- No. Es mejor que pienses en la leyenda y saques tus conclusiones, quizás eso te
ayude.
- ¿Me ayude! no te entiendo – le preguntó desconcertada - ¿a qué debe ayudarme?
- Cuando llegue el día, lo sabrás – respondió misteriosa volviendo a guardar
silencio.
- No tendrá todo esto nada que ver con ese apodo de enfermera milagro ¿no? – le
preguntó con cierto temor, de pronto, sin saber porqué sintió miedo de estar allí
sola con ella. Aquella abundante vegetación, el tono misterioso de Esther, la
incertidumbre que le producía el relato, le provocaron una sensación de temor, y
su cuerpo reaccionó alertándose.
- Puede ser – respondió dejándola aún más inquieta.
- ¿No me iras a decir que has aprendido hechicería o…? – se calló intentando
volver la cabeza para mirar su cara, pero hizo el gesto tan brusco, que la
enfermera se extrañó.
- Claro que no – le dijo notando su miedo. Se detuvo y se colocó ante ella - ¿qué
pasa?
- Nada – se apresuró a responder.
- ¿Quieres volver ya! hoy es el primer día y Germán me dijo que si te cansabas
o…
- No, no… quiero que sigamos, estoy bien – clavó sus ojos en ella – es solo que…
- ¿Qué?
- A veces… - la miró y sonrió – tonterías mías – dijo arrepentida de contarle nada.
- No serán tonterías cuando se te eriza el bello, te tiembla la voz y me miras con
recelo – esbozó una sonrisa demostrándole que estaba pendiente de ella, y
clavando sus ojos en los de la pediatra le habló con suavidad y convicción – no
voy a dejar que te pase nada, ¿me oyes?
- Si – dijo bajando la vista avergonzada por ser tan cobarde.
- Lo superarás – la besó con ternura en la mejilla, comprendiendo el motivo de su
miedo, y continuó el camino – ya verás como cuando menos acuerdes el miedo
desaparece – le dijo segura de lo que hablaba, aunque todo lo demás continuase
ahí, y aunque de vez en cuando volviese con toda su fuerza – y ahora, ¡vamos!
quiero… que conozcas algo – le dijo apretando el paso.
Era demasiado tarde para ir al río, así es que la enfermera, repentinamente, decidió
enseñarle a Maca otra cosa, así se le quitarían esas ideas absurdas que tenía.
Maca se preguntaba a dónde la llevaba. Había pasado media hora desde que salieran y
el tono juguetón y misterioso con el que llegó la enfermera a la cabaña se había tornado
en uno mucho más serio. Esther tras contarle la leyenda, había guardado silencio unos
minutos y Maca respetaba ese silencio, interrumpido esporádicamente para explicarle
algo, relativo a costumbres de la zona, o a detalles de la fauna y la flora que la pediatra
escuchaba con interés.
- Llevas tiempo queriendo que te hable de una persona, bueno…, mejor dicho,
quieres que te presente a una persona – le dijo rompiendo el silencio y
situándose ante ella – soltándome indirectas para que te hable de ella y… no
pensaba hacerlo, pero… creo que te mereces una explicación.
- ¿Una explicación yo! ¿por qué? – le preguntó extrañada tanto por las palabras de
la enfermera como por la oscuridad de su mirada. Sin saber porqué, notó que el
miedo volvía a apoderarse de ella.
- Por el comportamiento que tuve el día que llegamos, por mi incompetencia para
cuidarte como le prometí a todas y por haber sido contigo una borde y estúpida,
por no haberte escuchado, por…
- Esther… - la cortó – no me debes nada, ni explicaciones ni nada.
- Yo creo que sí, siento que sí te las debo. Aunque… si no quieres escucharme… -
añadió bajando la vista. A Maca le pareció decepcionada.
- Claro que quiero escucharte – sonrió – solo que no entiendo por qué me dices
eso. Llevas pendiente de mí un montón de días – le dijo con dulzura
sinceramente agradecida.
- Eso no compensa el viaje que te hice pasar, ni lo mal que has estado por mi
culpa.
- Por tu culpa no, Esther, que yo ya soy mayorcita y no debo ser tan inconsciente
– le reconoció esbozando una sonrisa en un intento de que la enfermera alegrase
su cara - ¿sabes lo que sí compensa todo?
- ¿El qué?
- ¡Las gambas! – bromeó en otro intento de que la enfermera borrase ese rictus de
seriedad - ¡estaban exquisitas! y yo sí que no te he dado las gracias como
mereces.
- ¿De qué hablas? ¿qué gambas? – preguntó perpleja.
- Anda, ¡vamos! llévame a conocer a esa persona que quieres presentarme – le
dijo sonriendo y titando de ella hacia abajo le dio un besó en la mejilla y le
susurró – me encanta cuando te haces la inocente.
Esther la miró fijamente, parecía estar pensando lo que Maca le había dicho, finalmente,
suspiró. No tenía idea de a qué se refería la pediatra pero le daba igual, la había llevado
hasta allí con una idea y ahora no se iba a echar atrás. Maca la observaba esperando que
la enfermera se decidiese a emprender de nuevo la marcha y la llevase en busca de esa
misteriosa persona. Sin embargo Esther permaneció inmóvil, con los ojos clavados en la
cara de la pediatra pero viendo mucho más allá, finalmente, se giró mirando al borde del
camino.
Maca entendió, por su gesto, que deseaba un momento de intimidad y movió su silla
intentando echarse hacia a tras para dejarla sola, pero aún estaba débil, y la irregularidad
del camino sumada a su falta de fuerzas, hicieron que le costara más trabajo del que
esperaba retirarse, el esfuerzo le provocó un pinchazo en la base de la nuca, una especie
de latigazo que se le extendió hacia el ojo izquierdo y que la hizo cerrar los dos,
apretándose la nariz a la altura de los ojos. Se le levantó el estómago, como siempre que
se mareaba, y tuvo que respirar hondo para controlarse y recuperar cierta normalidad.
Instantes después, la enfermera se giraba hacia ella. La acuosidad de sus ojos indicaba la
emoción que había sentido.
Maca no supo qué decirle, no se encontraba bien y le gustaría regresar, pero no podía
decirle eso en aquel momento. La enfermera parecía a punto de confesarle algo, y si
estaba en lo cierto, sería algo importante.
- Esther… perdóname por… por todas las veces que insinué que… - intentó
disculparse un poco azorada, recordando sus muchos comentarios acerca de su
amiga, como el de esa misma mañana, y recordando sus infundados celos cada
vez que la enfermera le hablaba de ella.
- Tú si que no tienes que disculparte por nada. Yo te hablé de ella pero… hasta el
día del box no te dejé claro que…
- No me acuerdo de nada de esa conversación – reconoció bajando los ojos
avergonzada.
- No te preocupes, Maca – le sonrió con tristeza - ¿estás bien? – le preguntó de
pronto. La pediatra asintió, mintiendo – pues… estás muy pálida, ¿quieres que
volvamos?
- Solo si tu quieres – le dijo esperanzada en que fuera así, había tenido tantas
ganas de salir y ahora que estaba fuera se encontraba fatal. Esther volvió a
sonreírle, pero no se movió y Maca interpretó que deseaba contarle algo de
Margarette. - ¿Es su tumba? – le preguntó extrañada señalando aquel mojón.
- No, es un cenotafio. En realidad… no sabemos donde… está. Nunca… nunca…
- se interrumpió con un nudo en la garganta y guardó silencio desviando la
mirada de los ojos de Maca que parecían intentar leer más allá de sus
pensamientos
- ¿Me lo contaste?
- Si.
- Lo siento – repitió – no… recuerdo... nada… si quieres…
- Me dijiste que tenías un informe que hablaba de mi – la cortó, clavando sus ojos
en ella, volviendo a ser dueña de sí y endureciendo la mirada – un informe de
Médicos sin Fronteras.
- Si – respondió Maca, desviando la vista, incapaz de soportar aquella mirada.
- ¿Qué ponía? – le preguntó, pero la pediatra la miró desconcertada sin saber
adónde quería ir a parar y no respondió – ¡Maca! ¿qué ponía? – insistió
enronqueciendo la voz y agachándose hasta apoyar sus manos en los brazos de
la silla, lanzándole una mirada fulminante - ¡contesta! – la impelió alzando la
voz.
- Ponía… ponía que hubo un asalto a un orfanato… que… que tú estabas allí…
- ¿Qué mas? – insistió con apremio.
- Que… que fuiste la única superviviente y… que … que estuviste quince días
curándote de tus heridas – habló entrecortadamente, entre avergonzada por haber
solicitado y haber leído aquel informe y, asustada por aquella mirada que jamás
había visto en los ojos de Esther.
- ¿Qué más?
- Nada más.
- ¡No me mientas!- le pidió, alzando de nuevo el tono, con una voz aún más ronca
- ¿qué más?
- Nada más – repitió con un hilo de voz – solo había un papel diciendo que no
eras apta para el ejercicio de tu profesión y otro en el que se te inhabilitaba hasta
nueva orden, pendiente de una evolución psicológica.
Esther la escudriñó con la mirada, manteniendo el ceño fruncido, Maca supo que no la
creía pero le había dicho la verdad, ese era todo el contenido del expediente que le
mandó Luís.
Maca la miró entendiendo lo que quería decirle, necesitaba contarlo y la había escogido
a ella. Esther le mantuvo la mirada durante unos segundos, se incorporó y, luego, sin
dejar de mirarla, comenzó a hablar.
Maca asintió sin abrir la boca, la cabeza le daba vueltas, aunque menos que el estómago.
Pero tenía que aguantar como fuera, aunque aquella narración no contribuía en nada.
Sabía que la fiebre había vuelto, y el dolor de cabeza comenzaba a ser insoportable,
pero haría lo que Esther le pedía, callar.
Esther recibió aquel abrazo como la mejor de las terapias que hubiera tenido hasta
entonces, se sintió profundamente aliviada por haber reconocido lo que hasta ese
momento no se había atrevido a contar a nadie, se sintió reconfortada al sentir que su
dolor era compartido…
* * *
Cuando llegaron al campamento Germán las estaba esperando, corrió hacia ellas y
Esther comprobó que su rostro mostraba enfado y preocupación, se les había hecho muy
tarde y había tenido a Maca fuera más de dos horas, sabía que le esperaba una buena
bronca. El médico rápidamente comprendió que había ocurrido algo entre ellas y se
temió que Esther hubiera seguido sus consejos de la noche anterior. Estaba claro que, si
lo había hecho, no le había ido bien, los ojos hinchados de la enfermera así se lo hacían
saber. Germán miró a Maca, estaba muy demacrada y sus ojos también revelaban
tristeza.
Pero Maca no estaba para bromas asintió y entró sin decir nada más. Esther la observó
ligeramente extrañada y salió al encuentro de Germán que, al escucharla llegar, se
volvió hacia ella, cruzó los brazos sobre el pecho y frunció el ceño.
- ¿Se puede saber qué os ha pasado? – preguntó y sin dejarla responder continuó –
te dije que máximo una hora.
- Ya lo sé – respondió desviando la mirada – pero…
- No hay “peros” que valgan – la cortó airado - No voy a dejarla salir más si no se
cumplen mis órdenes a rajatabla. Me da igual que quiera estar fuera más rato, si
ella no tiene cabeza tendrás que tenerla tú – continuó con el rapapolvo.
- Lo siento, ha sido culpa mía – reconoció cabizbaja.
- Pero… no dice que…
- No le hagas caso…
- A ver, ¿qué es lo que ha pasado? – le preguntó mucho más suave - ¿habéis
discutido?
- No – movió la cabeza de un lado a otro y esbozó una sonrisa - nada de eso.
- Entonces.. ¿a qué vienen esas caras de funeral? – preguntó con interés.
- Le he hablado de… Margarette – le confesó bajando la voz.
- ¿Le has contado todo? – le preguntó directamente, sorprendido de que fuera así.
- Si – respondió clavando sus ojos en él.
- ¿Todo, todo?
- Si. Todo.
- Y… ¿qué tal?
- ¡Ha sido tan dulce! – suspiró sintiendo que se le saltaban de nuevo las lágrimas.
Germán la abrazó enternecido, sorprendido y contento de que hubiese sido así. Era el
único que conocía toda la verdad. Él fue quien la encontró, quien la cuidó y examinó.
Esther jamás le había hablado de ello, ni a él ni a nadie, pero era consciente de que el
médico sabía todo y que había hecho todo lo que estaba en sus manos para paliar los
efectos, tanto los físicos como los psicológicos, además de haberla cubierto ante las
instancias superiores.
Esther cogió la silla y la giró con rapidez para poder sacarla del baño. Maca se llevó una
mano a la frente mareada.
Pero Maca no estaba dispuesta, sabía que con un poco de descanso se le pasaría y no iba
a permitir que Germán la obligase a permanecer encerrada en la cabaña más tiempo,
necesitaba salir y sobre todo, necesitaba conocer todo aquello, conocer cómo había sido
la vida de Esther. Desde que la enfermera le reveló todo ese horror solo deseaba
compartir horas con ella, cuidarla, abrazarla, deseaba hacerla sentir que la quería aunque
no pudiera decírselo, ni reconocérselo.
Esther miró a Maca e inclinó la cabeza indecisa, por un lado no entendía porqué
Germán no quería que hiciera la llamada que deseaba y por otro no quería contradecir al
médico. Fue Maca la que la liberó de tomar partido por uno de los dos.
Esther la llevó a la cabaña la entró con cuidado y la dejó al lado de la pequeña mesa
donde había algunas revistas y un par de libros, luego se dispuso a salir, pero en el
último momento se volvió hacia la pediatra.
- Pues… ya estás aquí… - dijo con una mezcla de timidez y embarazo, que a
Maca le transmitió la sensación por un lado de que se había arrepentido de
contarle todo aquello y por otro de que quería decirle algo más - ¿quieres leer
fuera? Puedo ponerte la mesita en el porche y…
- No creo Germán me deje – respondió interrumpiéndola. Solo tenía ganas de
meterse en la cama.
- Tienes razón – afirmó - ni siquiera me ha dejado quitar la doble mosquitera aún,
claro que después de dejarte salir… no creo que te impida leer en el porche –
sonrió – si no quieres nada… - hizo una pausa, Maca sabía que espera que le
dijese algo pero ella no tenía la cabeza para más charla y se limitó a hacer un
gesto de negación - aquí te quedas, que yo me muero de hambre – le dijo
apretando los labios con un aire decepcionado que enterneció a la pediatra.
- Esther… - la llamó – espera.
- Dime – se detuvo en la puerta girándose con una sonrisa ilusionada - ¿qué pasa?
– le preguntó al ver que enrojecía.
- ¿Puedes ayudarme? – le preguntó – me gustaría meterme en la cama.
- ¿Ya? – preguntó sorprendida – pero no decías que….
- Si, es que… me gusta leer ahí.
- Muy bien, vamos a ver… - le dijo mientras se acercaba - ¿quieres cambiarte?
- Sí, por favor.
- Por cierto, que no te he dicho nada, pero… estás muy guapa con este traje que
has escogido para el paseo – la miró con una sonrisa traviesa. Pero Maca casi ni
la había escuchado, perdida aún en la historia que acababa de conocer y que no
era capaz de asimilar. La enfermera la miró preocupada y sin mediar palabra la
ayudó a acostarse.
- Esther… - dijo cuando la enfermera la estaba metiendo en la cama – lo que…
me has contado esta tarde…
- ¿Si? – preguntó al ver que no seguía.
- No fue culpa tuya – le dijo clavando sus ojos en los de la enfermera que
volvieron a brillar con intensidad. Al cabo de unos segundos respondió.
- Lo sé Maca, lo sé – admitió con un gesto de hastío – pero… no hice nada y…
con esa culpa sí tendré que vivir… - suspiró.
Esther por una vez no insistió, la expresión de Maca no invitaba a ello. Ya se lo contaría
cuando estuviese preparada. Se había propuesto romper el caparazón en el que la
pediatra se escondía cada vez que hablaban de sentimientos. Pero no era el momento,
Maca estaba agotada, sus enormes ojeras, su cara demacrada y la debilidad que
mostraba hasta al hablar la decidieron a dejarla descansar. Mañana sería otro día y
estaba segura de que antes o después tendría su oportunidad.
* * *
A la mañana siguiente Esther entró en la cabaña con la bandeja del desayuno, hacía un
par de horas que se había levantado y esperaba que Maca estuviese ya despierta. Sin
embargo, la pediatra seguía con los ojos cerrados. Esther tenía orden de Germán de
despertarla y procurar que tomase algo, por eso soltó la bandeja en la mesita y se dirigió
a abrir la ventana.
- No hace falta que seas tan sigilosa estoy despierta – se sobresaltó con la voz de
Maca que la observaba burlona.
- ¡Buenos días! – exclamó contenta de que así fuera - ¡el desayuno!
- ¿Todo esto? , no voy a poder con tanto.
- Germán dice que eso es lo que te espera cada vez que te saltes una comida.
- No te digo hasta donde estoy de Germán… - respondió malhumorada, harta de
tanta imposición.
- ¿Ya estás de mal humor? – le preguntó pacientemente, con una sonrisa – a ver –
suspiró adoptando un aire de resignación - ¿qué te pasa?
- Me tomo el zumo pero…, nada más – le dijo mirándola desafiante.
- Yo no lo haría, intenta tomar algo, aunque sea un poco de fruta.
- No tengo hambre, Esther – cambió el tono por uno suplicante intentando
despertar la comprensión de la enfermera – ¿no lo entiendes! Germán pretende
que de un día para otro coma de todo… y… no puedo… - le dijo poniéndole
cara de agobio.
- Maca… haz un esfuerzo, por favor. Si no comes… hoy te deja sin paseo.
- Pero podemos desobedecer, ¿no? – sonrió con complicidad.
- No. Yo haré lo que él me diga. Si Germán dice que no sales… no sales – la
reprendió moviendo ante sus ojos el dedo índice y haciéndole ver que ella, en
esa cuestión no pensaba ser connivente.
- De acuerdo – aceptó vencida – pero me va a pasar como ayer.
- ¿Qué te pasó ayer? – preguntó arrastrando las palabras con un tono de
resignación.
- Nada – le dijo secamente molesta por ese tono, le daba la sensación de que
creían que se quejaba por gusto - ¿cuándo me vas a traer un café? ¡Me muero
por uno!
- Pues… en eso sí que no lo vas a convencer. Totalmente prohibido.
- ¡Joder! ¡esto es peor que una cárcel! – se quejó - No puedo llamar, no puedo
leer, no me dejan salir, no puedo tomar café…
- No digas tonterías, es por tu bien, ¿ya no recuerdas las taquicardias! menudo
susto me diste en el quirófano – le dijo levantándose y yendo hasta el armario
comenzó a sacar algunas cosas.
- Pues yo estoy cansada de que no me dejéis hacer nada.
- No protestes más y desayuna.
- ¿Qué buscas?
- Espera – giró la cabeza hacia ella y Maca pudo comprobar que sus ojos bailaban
alegres, “¿qué estará maquinando?”, pensó con temor mientras la veía rebuscar
entre sus cosas - ¡aquí está! – exclamó sacando una pequeña cajita.
- ¿Qué es eso?
- Ahora verás, impaciente – le dijo sentándose en la hamaca y sacando de la cajita
lo que a Maca le pareció una pequeña pulsera – esto es para ti dijo anudándosela
en la muñeca.
- Pero… ¿qué..? – intentó protestar pero se interrumpió al ver que la enfermera
fruncía el ceño -¡Muchas gracias! – se apresuró a responder.
- Estas cintas son lembranças do Senhor do Bonfim do Bahia – le dijo con
rapidez.
- ¿Qué?
- Es portugués, me la trajo una amiga de Brasil.
- ¡Ah! – exclamó esperando que continuase – y… ¿desde cuando sabes tú
portugués?
- Solo un poquito – le confesó – aquí hay tiempo para muchas cosas y hay gente
de muchos países, a mi me dio por aprender idiomas.
- Ya veo… Y esa amiga… ¿era muy amiga?
- Pues si… pero hace más de un año que volvió a Brasil. No hemos vuelto a
vernos.
- Y si te regaló la cinta esta ¿por qué me la das a mí?
- A decir verdad me regaló un montón. Cuando Naiala me la regló me la ató y me
dijo que pidiera un deseo. Tú haz lo mismo. Cierra los ojos y pide un deseo – le
dijo mientras le hacía un par de nudos más. La pediatra había adelgazado tanto
que se le quedaba grande.
- Vale – le dijo mirándola embelesada “Te deseo a ti”, pidió – ya está.
- ¿Ya lo has pedido? ¡Pero cierra los ojos, Maca! – rió.
La pediatra obedeció, cerró los ojos un instante y los abrió. Esther la estaba mirando tan
fijamente que Maca enrojeció y desvió la vista un segundo de aquellos ojos que la
estaban volviendo loca, pero no pudo evitar volver a perderse en aquella mirada, que a
diferencia de la tarde anterior parecía limpia, alegre y llena de amor.
Las dos suspiraron al mismo tiempo y Esther clavó los ojos en los labios de Maca y se
levantó precipitadamente sintiendo que si seguía allí junto a ella iba a terminar por hacer
algo que no quería hacer, de momento. Le dio la espalda recogió la cajita y volvió a
guardarla. Maca no dejaba de observarla, no podía quitar la vista de ella y no podía
dejar de pensar en la tarde anterior, sentía una profunda admiración por ella, por su
fuerza, por sus ganas de seguir adelante, por su valentía de estar allí y querer volver al
lugar donde había vivido aquel infierno.
Maca la miró fijamente pero no dijo nada solo esbozó una sonrisa. La enfermera le
cogió la mano y miró la lembrança que acababa de anudarle.
Esther la miró y Maca le devolvió la mirada. Desde la tarde anterior las dos sentían que
algo había cambiado. La enfermera no soportó la intensidad de aquella mirada que a ella
se le antojaba llena de amor.
- Ahora… ahora vuelvo – dijo aturdida. Maca no entendía a qué venía aquel
cambio de actitud pero no preguntó nada.
- Vale – respondió.
- ¿Cómo está?
- Duerme. Iba a llevarla a la ducha y a leerle un rato pero…
- Déjala descansar, ayer tenía mal aspecto, prefiero que aún no la lleves a las
duchas, mejor mañana o pasado. ¿Te ha dicho si le duele la cabeza?
- No. No me ha dicho nada.
- Bueno… - pareció dudar - luego volveré a echarle un vistazo, pero… hoy creo
que es mejor que no salga.
- ¡Germán! – protestó – yo creo que le viene bien. Se distrae y se pone de mejor
humor. Y está deseando salir.
- Yo creo que no. Volvió muy cansada y debemos tener cuidado.
- Te prometo que será cortito. Solo hasta el Nilo. Está deseando ir.
- Y tu estás deseando enseñárselo – le sonrió comprensivo – pero anoche tenía
fiebre – le reveló mostrando su preocupación y alarmando a la enfermera.
- ¿Fiebre? Pero si yo la toqué y no me pareció… si acaso unas décimas.
- ¿Unas décimas? Nada de eso. Cuando te fuiste con Sara a por el café y vine
atraerle el vaso de leche, tenía casi treinta y ocho. Ni cuenta se dio de que le
tomaba la temperatura.
- Se va a decepcionar – suspiró aceptando la recomendación de Germán – pero…
tienes razón… es mejor que descanse.
- Así me gusta que me hagas caso – sonrió - ¿qué vas a hacer esta mañana?
¿tienes algún plan?
- Pues… pensaba quedarme con Maca pero…creo que me voy a llegar a la aldea.
Tengo ganas de ver a Yumbura.
- Me parece muy bien. Salúdala de mi parte.
- Dile a Maca que vendré antes de comer.
- Tranquila que estaré pendiente de ella.
* * *
Dos horas más tarde Germán entró en la cabaña. Margot lo había hecho con anterioridad
un par de veces para asearla y comprobar que no necesitaba nada, pero al pediatra
dormía tan profundamente que la chica no se atrevió a molestarla. El médico la miró
preocupado, y decidió despertarla para ver si todo iba bien.
Maca lo miró sin responder pero no puedo evitar sonreír con los ojos, recordando esas
expresiones de Germán que ya tenía olvidadas pero que cada día le agradaba más
escuchar.
Maca lo miró y frunció el ceño, “¿por qué me sacas este tema! si crees que voy a
traicionar la confianza de Esther estás listo”.
Germán soltó una carcajada que la ofendió e hizo que frunciera el ceño molesta.
- Esto no es España Wilson. ¿Crees que les importa algo que lo cuente o no? –
preguntó burlón y continuó más serio - Uno de los motivos de la presencia aquí
es que estamos en un país con conflicto armado, Uganda es de los países mas
prósperos de África.
- ¿Y?.
- Cuando se trata de ayudar, nosotros no distinguimos entre soldados del ejército
nacional o guerrilleros. Solo salvamos vidas. Y ellos lo saben. Por eso la
dejaron.
- La dejaron… - murmuró pensando en cómo la dejaron.
- Si, la dejaron, ya se que no entiendes pero aquí la vida tiene un valor diferente,
el hecho de que solo le hicieran lo que le hicieron demuestra la utilidad que le
veían.
- ¡Qué hijos de puta! – exclamó casi con lágrimas en los ojos – yo creo que hay
veces en la vida que es mejor morir que seguir viviendo.
- ¿Por qué dices eso? – le preguntó extrañado – no lo dirás por…
- Por nada – lo cortó – era un simple comentario.
- Ya… - dijo incrédulo. “No me lo trago, Wilson”.
- Y Esther… ¿cómo…?
- Esther no era capaz de superarlo. Desde entonces no pudo… intenté que me lo
contara… intenté ayudarla… pero… necesitaba tiempo… y necesitaba alguien
en quien confiar – respondió creyendo que era eso lo que la pediatra quería
saber..
- En ti confía, eso te lo puedo asegurar y, además, mucho.
- Si, pero yo… no puedo entenderla como… como tú.
- ¿Por ser mujer?
- Entre otras cosas… - la miró serio y Maca recordó esa mirada franca que tanto le
gustaba de él. Allí sentados, hablando de Esther no entendía cómo pudieron
acabar como acabaron.
- No me ha contado como… como volvió.
- Ya te lo contará – le dijo con una sonrisa afable.
- Entendiendo… - le devolvió la sonrisa, él tampoco pesaba traicionar la
confianza de Esther.
- Bueno… basta de cháchara – dijo levantándose – voy a decirle a Margot que
estás despierta. Hoy será mejor que no tengas paseito, no me gusta la fiebre de
anoche.
- ¡Germán! no seas pesado, estoy bien, además ¿de qué fiebre hablas! no inventes
que te conozco.. – le amenazó con el dedo con ojos furiosos.
- Eres la persona más cabezona que he conocido en mi vida – exclamó vencido –
te dejo salir un rato esta tarde pero nada de estar por ahí tantas horas. Y con
condiciones – fue ahora él el que la amenazó con el dedo.
- De acuerdo, haré lo que me digas – aceptó con la alegría reflejada en los ojos y
aprovechando que él parecía estar predispuesto a ceder se lanzó - y… llamar
¿me dejarás llamar?
- ¡Ay! – exclamó con un suspiro - Si… te dejaré llamar. Pero recuerda que tienes
que descansar, nada de llamar al trabajo y preguntar por problemas que te
conozco.
- Prometido… - respondió aún más alegre.
- Voy a decirle a Margot que venga y así llamas antes de comer.
- ¡Espera! Y Esther… ¿tardará mucho?
- No creo, dijo que vendría para el almuerzo, aunque conociendo a Yumbura… -
dijo risueño enarcando las cejas.
- ¿Quién es Yumbura?
- Su amiga – respondió y viendo la cara que ponía la pediatra decidió bromear un
poco – una chica guapísima, con unas curvas – le hizo una ademán de
complicidad y la pediatra puso un gesto de desagrado que provocó una sonrisa
burlona en él – una mujer sensual que….
- Deja de decir tonterías – le dijo apretando los labios – no voy a picar.
- ¡Ya has picado, Wilson! – soltó una carcajada mientras llegaba hasta la puerta ya
allí se volvió hacia ella – una cremita para comer ¿está bien?
- Vete a…
- … la mierda – la interrumpió soltando otra carcajada - ¡cómo te he echado de
menos, Wilson! – le dijo saliendo de la cabaña dejándola con una sonrisa en la
cara.
* * *
Maca estaba impaciente porque llegara la hora del paseo. Llevaba toda la tarde
despierta, contrariada porque no había conseguido hablar con Vero y por la bronca de
Germán al ver que no había comido casi nada.
Después de conseguir que Germán la dejase salir a llamar, la psiquiatra no estaba en su
despacho y en la clínica tampoco había contactado ni con Teresa, ni con Claudia ni con
Cruz, tan solo había cruzado unas palabras con Jimeno. Eso la pudo de mal humor y le
quitó las pocas ganas de comer que tenía, para colmo Ester no había aparecido y eso la
contrarió aún más. Se había imaginado que la estancia allí sería diferente y que podría
estar con Esther a todas horas. Pero no era así, porque parecía que la enfermera siempre
tenía alguien mejor con quien estar, dejándola allí sola casi todo el día.
Estaba harta de estar encerrada y, a la hora de comer, cuando Germán llegó con un
vomitivo caldo de pescado, volvió a la carga para que le permitiese salir de allí, pero
Germán se había negado con rotundidad a que se moviese libremente por el
campamento, ya lo haría más adelante. Primero le había dicho que hasta que no pasasen
los diez días desde que se pusiera las vacunas no saldría y ahora, que ya habían
transcurrido, se escudaba en que tenía las defensas muy bajas y no se fiaba. Solo le
permitía dar ese pequeño paseo poco antes de anochecer, cuando el sol se ponía y la
temperatura descendía algo y, encima, la obligaba a llevar una mascarilla. Maca desistió
en su intento, estaba demasiado cansada para discutir con él a todas horas. Y lo cierto es
que el médico tenía razón, pues aunque deseaba ver aparecer a la enfermera para que le
dijera a dónde la llevaba, reconocía que el paseo de la tarde anterior la dejó agotada y
con un fuerte dolor de cabeza.
Esther apareció por fin con una sonrisa, llegó tres cuartos de hora más tarde que el día
anterior y Maca, que sin saber porqué, la esperaba a la misma hora, ya estaba de mal
humor.
Salieron del campamento por el camino que llevaba al Nilo, Esther sabía que Maca
deseaba mucho ir allí, quizás era un poco tarde pero si apretaba el paso, podía llegar a
darles tiempo. Tenía la sensación de que cada deseo de la pediatra debía cumplirlo, de
que debía hacerla sentir, a pesar de sus estudiadas ausencias, que ella estaba allí con ella
y que la quería por encima de todas las cosas. Pero no podía hacerlo a lo loco, si quería
conseguir que Maca se abriese a ella, que la necesitase, tenía que hacérselo sentir, por
eso la dejaba sola tantas horas, por eso aparecía esporádicamente, o la sorprendía con
alguna visita inesperada que la llenaba de alegría, ella veía su cara de sorpresa e ilusión
y cómo intentaba ocultarlo, pero llegaría el día en que no pudiese disimular más, y ese
día ella le daría el empujón que estaba convencida que necesitaba para reconocer sus
sentimientos hacia ella, porque ahora sí, estaba segura de que Maca no la había
olvidado.
La pediatra guardaba silencio extasiada con la naturaleza que tenía a su alrededor, el día
que llegaron, desde el camión, no se había fijado en nada de todo aquello, y le parecía
precioso, o quizás era que aquél día estaba ya tan mal y tan nerviosa que no fue capaz
de apreciar todo lo que la rodeaba. Pero a pesar de toda aquella apabullante belleza,
Maca se sentía un poco incómoda, asustada con la posibilidad de ver algún animal
salvaje y estaba a punto de preguntarle a la enfermera sobre esa posibilidad, cuando ésta
se detuvo en mitad del camino y se alejó de ella introduciéndose en la maleza.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó casi sin aliento - ¿estás bien? – le preguntó al verla
pálida y sudorosa, se había quitado la mascarilla y respiraba agitada.
- Si – respondió con un hilo de voz – no me dejes sola, por favor.
- Perdona, se me olvidó que… - se interrumpió recordando lo que Vero le había
dicho antes de salir, Maca iría recordando la agresión y sentiría el miedo como si
lo estuviese viviendo en ese mismo momento - ¿has recordado algo?
- No estoy segura – confesó – una sombra, unos zapatos y alguien que me decía
que íbamos a divertirnos.
- Tranquila – le dijo enternecida acariciándole la mejilla - toma – sacó una flor de
la mano que mantenía tras la espalda y se la tendió.
- ¿Y… esto? – sonrió gratamente sorprendida, sintiendo que recuperaba la calma.
- Para ti – le hizo una mueca graciosa – podría decir una cursilada pero… no voy
a hacerlo.
- Puedes decir las cursiladas que quieras, ¿eh? – la provocó – aquí no te oye nadie.
Pero la enfermera la miró fijamente a los ojos, luego a los labios y vuelta a los ojos,
suspiró pensando “me oyes tú”. Finalmente, cambió de expresión.
Empezó a juguetear con la flor que Esther le había dado momentos antes y guardó un
silencio, que prolongó durante más de un minuto y que la enfermera respetó consciente
del trabajo que le costaba siempre a Maca sincerarse y descubrir sus sentimientos, no
pensaba presionarla.
- Pues… me caí por las escaleras – dijo al fin con un hilo de voz como si le
costase trabajo recordar todo aquello.
- Eso ya lo sé.
- Entonces… ¿qué es lo que quieres saber? – levantó sus ojos hacia ella
desconcertada.
- Todo, desde antes de caerte hasta que fuiste consciente de lo que te ocurría.
- No eres mi psiquiatra, Esther – le dijo mostrando su poca intención de contarle
nada. Y recordando que aquellas habían sido las mismas palabras que le dijera
Vero en una de sus primeras sesiones con ella.
- No quiero serlo, pero...
- Mejor dejamos el tema ¿de acuerdo? – le pidió con ojos de súplica.
- No, Maca, no lo dejamos. Tú me has hecho hablar de mis traumas, enfrentarme a
mis miedos, me has hecho contarte lo que pasó en el orfanato.
- Yo no he hecho nada de eso, has sido tú la que me lo has querido contar. Y
enfrentarte a tus miedos lo haces tú solita – respondió frunciendo el ceño.
- A ti quizás también te vendría bien hablar del tema.
- Esther, tú y yo somos diferentes, yo… no necesito hablar.
- Quizás no, pero sí necesitas perdonarte y está claro, al menos para mí, que si tu
problema no es físico es que te estás castigando por algo.
- ¿Y tú qué sabes si es físico o no?
- También me lo contaron.
- Y si ya sabes todo para qué quieres que te cuente nada.
- Porque a mi, lo único que me importa es lo que piensas tú.
Maca la miró entre agradecida, sorprendida de que realmente fuera así y asustada. No
quería hablar del tema. Siempre le costaba mucho trabajo hacerlo. Y se había hecho una
idea diferente de lo que sería ese paseo.
- Maca… yo… yo solo sé que tú misma me dijiste que te sentías culpable de algo
y ese algo puede ser el que te tiene ahí sentada. ¿De qué te sientes culpable?
- Buenoooo, ¿te aburrías aquí y te has dedicado a leer libros de psicología? –
respondió recurriendo al sarcasmo, poniéndose a la defensiva, y molesta por el
tono de la conversación.
- No – respondió negando con la cabeza y enarcando las cejas indicándole que le
respondiese.
- Vamos a dejarlo, por favor – le pidió Maca, ahora mucho más seria y con un
gesto de cansancio que convenció a la enfermera.
- Como quieras – dijo girando la silla dispuesta a volver.
- ¿No seguimos?
- No, se me han quitado las ganas de pasear.
- No te enfades, es… que... no me gusta hablar de ello.
- Muy bien. No me enfado.
- Entonces ¿no vamos hasta el río! me gustaría ver aquello – sonrió melosa.
- Te he dicho que no. Tú no quieres hablar y yo no quiero pasear. Además, se nos
ha hecho tarde.
- Joder…, no es justo – protestó enfadada – me paso el día esperando esto y… -
masculló enfurruñada.
- Aquí nada es justo, pero es lo que hay – respondió secamente, sonriendo para
sus adentros “¿con que te pasas el día esperándome?”, pensó.
- ¡Para! – le pidió – ¡párate! – insistió levantando su mano intentando coger la de
la enfermera que continuaba empujando la silla - ven, ven aquí – le indicó que se
sentara delante de ella y comenzó en tono de ligero enfado - Me caí por las
escaleras, ¿vale! siempre he creído que no tropecé, que me empujaron, pero
Claudia estaba conmigo y dice que ella no vio nada raro, así es que… debí
imaginarlo – empezó hablando con tal rapidez que a Esther casi le costaba
trabajo seguirla - Me desperté y no recordaba nada del accidente, fue después
cuando empecé a recordar algo, cuando Cruz me dijo que no respondía a los
estímulos creí que era una broma, un mal sueño, pero no, no lo era y lo demás ya
lo sabes – le dijo intentando que la enfermera se conformase con aquella
explicación.
Pero Esther permaneció frente a ella, esperando que continuara. Maca se dio cuenta de
ello y bajó los ojos, su voz se enronqueció ligeramente y habló tan bajo que a Esther le
costaba trabajo entenderla.
- La realidad es que tardé mucho tiempo en comprender lo que me había pasado,
supongo que porque no quería saberlo – le dijo ladeando la cabeza y apretando
los labios - Al principio, fue muy duro asumirlo, yo estaba convencida de que
era algo físico, no podía creer lo que me decían, tenían que estar equivocadas,
¿cómo me iba a estar haciendo yo algo así! pero… las pruebas no muestran
ninguna lesión y, eso fue lo peor. Me hundí de tal forma que mis padres se
volvieron locos buscando alguien que fuera capaz de ayudarme – reconoció y
mirándola le dijo con unas expresión extraña - ¡hasta lo intentaron contigo! –
torció la boca en una mueca de circunstancias y Esther se sintió tremendamente
culpable por haberse negado a escuchar a Teresa aquel día que la llamó
pidiéndole que no colgara, que tenía que hablarle de Maca – luego … buscaron a
Vero para que me tratara. Desde entonces todo empezó a cambiar, Vero me
decía que era normal como me sentía, que a todas las personas en mi situación le
ocurría lo mismo… al principio no quería escucharla pero luego… fue la única
que me trató de igual a igual, no era condescendiente, y… empecé a hacerle
caso.
- Pero tu situación es diferente, Maca, tú puedes volver a andar, si no es físico…
- Esther no te equivoques conmigo, ya sé que crees que no hago nada y que me he
rendido, pero te equivocas, te equivocas y mucho – le dijo con genio.
- No creo que me equivoque, Maca – le dijo con suavidad, incómoda ante el
gesto de decepción que se reflejó en la cara de la pediatra.
- Yo estaba convencida de que volvería a andar – continuó sin responderle
desviando la mirada y clavándola en el suelo hablando con rabia - Cruz me lo
decía, Vero me lo decía, todos me lo decían y ¡lo había visto tantas veces en las
películas! que me lo creí – levantó los ojos y Esther comprobó que luchaba
porque las lágrimas no aflorasen, su voz se quebró ligeramente – “solo hace falta
un poco de tiempo”, me decían todos y yo también les quise creer, estaba
convencida de que un día me levantaría de la cama como si tal cosa, pero… la
realidad se acabó imponiendo, no puedo andar, Esther, por mucho que Vero lo
intenta y por mucho que yo me esfuerzo no hay nada, nada… - confesó con un
nudo en la garganta.
- Tiene que haber algo, Maca, algo que…
- ¡No hay nada! – le gritó alterada – nada – repitió mucho más bajo.
- Tranquila – le dijo acariciándole la mejilla y cuando la vio más calmada le
preguntó - ¿seguro que le has contado todo! porque Maca… sé como eres y …
- Reconozco que le he ocultado cosas a Vero y… que no debía haberlo hecho,
pero siempre he creído que lo que me callé nada tenía que ver con mi accidente
– la cortó siendo sincera - Y a lo demás, a lo que si le he contado, le hemos
dado mil vueltas, a todo, pero… nada – suspiró - así es que en estos años y con
la ayuda de Vero fui aprendiendo que ser parapléjica no es el fin del mundo y
que no me iba a hundir por eso, me empeñé en seguir en el hospital pero Javier
no me dejó – respiró hondo y continuó con una voz menos afectada - Claudia me
abrió los ojos y me recordó el proyecto de la clínica que yo había empezado
antes de la caída y decidí demostrarles a todos que se equivocaban, que mi vida
podía ser igual que la de cualquier persona. Y ahí es donde volviste y así es
como me has vuelto a ver.
- Todo eso es muy bonito pero…
- ¿Bonito! no tiene nada de bonito Esther – la cortó desafiante.
- Sigo pensando que te protegen demasiado, que tienes miedo de verdad a ser
independiente y que te has refugiado en todos – le dijo con sinceridad callándose
una cosa que le rondaba la cabeza “¿por qué no le había hablado de Ana en toda
la narración?”.
- ... ya… en mi circo, ¿no es eso?
- Maca ¿me lo vas a estar echando en cara siempre! ya te dije que no lo pensaba.
- Yo creo que sí, que lo piensas – reconoció endureciendo el gesto y clavando sus
ojos en ella. Esther leyó en ellos un dolor que nunca había visto, una sombra que
los oscurecía hasta el punto de serles completamente extraños. Su voz le sonó
abatida, y la desolación se reflejó en ellos a medida que hablaba - ¿Tú sabes lo
que es luchar con la sensación perenne de ser una carga! ¿Sentir el deseo de
estar con alguien y al mismo tiempo hacer todo lo necesario para que se aleje de
ti?
- ¿Es eso lo que hiciste con Ana?
- No – respondió secamente tras unos segundos de mirarla fijamente en los que
Esther supo que no la veía a ella, que estaba sumergida en su pasado – no me
hizo falta – murmuró – es lo que hice con mis amigos, es… es lo que hago
contigo.
- ¿Conmigo! ¿en serio! no me he dado cuenta – sonrió francamente, borrando la
primera impresión de Maca que creía que estaba siendo irónica.
- Pues… estás ciega.
- Será el… – iba a decir el amor pero no se atrevió – sol de estas tierras que afecta
a la vista.
- No creas que me compadezco de mi misma.
- No lo creo, Maca.
- A veces me lo parece, y te aseguro que no es así. Soy consciente de la suerte que
tengo.
- Tampoco te pases. Porque vaya panorama que tienes en Madrid – bromeó
intentando distender algo la tensión que se había creado entre ellas.
- No te rías – le dijo con tal seriedad que Esther se arrepintió de haber intentado
bromear – odio estar aquí sentada, lo odio y…
- ¿Y qué?
- Y nada – dijo secamente “y me odio a mi misma por hacerme esto y por
hacérselo sufrir a los demás”, pensó incapaz de repetirlo en voz alta “¿esto es lo
que quieres! no lo creo, Esther, de querer algo quieres lo que era, no lo que soy”,
pensó resentida.
- Maca… ¿y qué? – insistió imaginando el motivo de aquella expresión que tenía
entre tristeza, desesperación y rabia.
- ¿Sabes! durante un tiempo estuve yendo a una asociación a ayudar voluntaria,
como médico. Y… allí conocí a una chica parapléjica – la interrumpió sin
contestar a su pregunta.
- Sí, sentirte parte de algo y compartir con la gente que ha pasado por lo mismo
que tú…. – le dijo comprensiva sin entender muy bien aquel giro en la
conversación, pero aceptándolo, por experiencia sabía que no servía de nada
presionarla, porque muchas veces lo único que se conseguía era todo lo
contrario, que se cerrase en banda y no se desahogase.
- ¡No! – exclamó interrumpiéndola- yo todavía no había tenido el accidente, fue..
cuando… me inhabilitaron, aunque esa es otra historia – casi murmuró bajando
los ojos avergonzada - Fernando me llevaba con él en Sevilla y, en fin, que esa
chica, era víctima de malos tratos, y me he acordado de ella desde el primer día.
¿Sabes que su maltratador era su cuidador? – le preguntó y sin esperar respuesta
exhaló un suspiro - No puedo imaginarme lo que debe ser pedirle a alguien que
te maltrata que te ayude a ir al baño, que te ayude a bajar a la calle, ¿que haces
entonces! eso sí que es mucho peor que cualquier otro caso. Siempre me he
consolado pensando que podía estar peor, que tengo mucha suerte, que…
- Maca…, Ana y tú… ¿estáis bien? – le preguntó repentinamente. Maca no solo
no había mencionado ni una sola vez a su mujer cuando le había contado que se
hundió tras el accidente, le había hablado de Claudia, de Vero, de Cruz, de sus
padres… pero no de Ana, y ahora le hablaba de aquella chica a la que maltrataba
su pareja. Tenía la sensación de que Maca le había querido decir algo al contarle
la historia de esa chica y aunque no podía ni imaginar que la Ana, dulce y
tímida, que ella había conocido pudiese maltratar a Maca, quizás eso era solo
una pose externa y que después en la intimidad… ¿le estaría contando a su
manera que Ana no la trataba bien?
- Ana no tiene nada que ver con lo que te estaba contando – dijo molesta y guardó
silencio, pensativa.
Las manos comenzaron a temblarle y su mirada se endureció hasta tal punto que la
enfermera reculó asustada.
- Perdona, sigue con lo que me decías – propuso al verla en ese estado. Empezaba
a tener claro que, fuera por lo que fuese, el tema “Ana” era tabú.
- No…, es igual, ¿volvemos! empieza a dolerme la cabeza.
- A ver – dijo tocándola - ¡mierda! tienes fiebre otra vez, ¿porqué no me lo has
dicho?
- Esto va a ser así durante un tiempo, no voy a estar diciéndotelo cada dos por
tres. Está controlado – respondió de malhumor.
- Si, ya lo sé pero… - se interrumpió preocupada - anda vamos.
- Me quedé sin ir al río – murmuró.
- Pues si, otro día será.
- No estoy tan mal y… no es tan tarde… podíamos ir un momento y…
- ¡Ni lo sueñes! – dijo acelerando el paso camino del campamento – Germán me
mata si tienes fiebre y no volvemos.
- Mañana, si estas bien, te traigo otra vez, ¡te lo prometo! – le dijo apoyando su
mano en el hombro y agachándose le susurró al oído - ¿ves como no es tan
difícil! seguro que ahora te sientes mejor.
Además, empezaba a comprender lo que quería de ella pero no podía ceder y no por los
obstáculos que había en su vida, que los había, sino por los que había en su interior,
Esther había sufrido demasiado y ella no iba a contribuir a su sufrimiento. Estaba
dispuesta a hacerle ver que no tenía nada que darle y que por mucho que lo intentase lo
único que podía recibir de ella era una sincera amistad.
* * *
De vuelta al campamento, Esther intentó ir todo lo rápido que le permitía el estado del
camino. Procuraba establecer conversaciones intrascendentes con ella, pretendiendo
animarla, pero parecía inútil. Le habló de lo raro que era que aún no hubiera habido
ninguna tormenta, y que ya vería lo impresionantes que eran, Germán le había dicho que
se esperaba lluvia en los próximos días y quizás no pudieran salir, cambió de tema en
varias ocasiones intentando interesarla en algo pero Maca se mantuvo en un profundo
silencio que solo interrumpió con algún monosílabo o algún comentario arrancado casi
a la fuerza para demostrar que la escuchaba. Esther sentía un punto de inquietud y
nerviosismo, no sabía si estaba así de cabizbaja por la fiebre o por la conversación que
habían mantenido, pero en cualquier caso se sentía culpable.
- ¿Qué tal? – llegó hasta ellas sonriente - ¿ya estáis aquí? – preguntó sorprendido
de que, por una vez, le hubieran hecho caso - ¿a dónde te ha llevado hoy? – dijo
entre burlón e interesado.
- A ningún sitio – respondió Maca mohína, sin mentir.
- ¡Estamos buenas! anda que te ha sentado bien el paseo – exclamó socarrón.
- Nos hemos quedado en el camino… - le dijo Esther.
- ¿En el camino? Muy bonito el camino, es uno de los caminos más interesantes
de por aquí – dijo con ironía mirando a Maca – Wilson, ¿no respondes! que
pareces una… - se interrumpió mirándola con atención - tú tienes fiebre – le dijo
viendo el brillo de sus ojos.
- Sí que la tiene, por eso hemos vuelto tan pronto – intervino Esther lanzándole
una mirada de preocupación – ni siquiera hemos podido llegar al río.
- Ay, Wilson, Wilson, si ya te dije yo que esta no es tierra de damiselas – bromeó
– llévala a la cama que en cinco minutos estoy allí.
- No hace falta, Germán – dijo Maca – estoy bien, solo son unas décimas.
- Bueno… eso lo vamos a ver en un momento. Esperadme allí – insistió.
- Antes quiero llamar por teléfono – se opuso Maca con rapidez.
- De eso nada – se negó Germán – Esther… a la cama y, cuando se le baje la
fiebre, que cene algo ¿entendido?
- Si – respondió Esther.
- Y tú – dijo mirando a Maca - ya llamarás mañana.
- Esther, por favor, quiero llamar – lo ignoró mirando hacia la enfermera
suplicante, pero con decisión.
- ¿Otra vez! llamaste esta mañana y… ya has escuchado a Germán.
- Si pero.. lo necesito – insistió clavando sus ojos en ella, la enfermera no era
capaz de soportar aquella mirada, Maca parecía estar echándole en cara que era
como los demás, que mucho quería sacarle como se sentía para luego seguir
tratándola de aquella manera autoritaria y sin permitirle decidir – por la mañana
no conseguí encontrar a nadie y necesito hablar con.. con Vero.
- Wilson, lo que necesitas es descansar.
- Esther… por favor… - siguió con la vista puesta en ella sin escuchar al médico.
- No Maca, creo que te ha subido más la fiebre y te voy a meter directamente en la
cama - le dijo poco convincente en un intentó de hacerla comprender que era
por su bien.
- Esther – la frenó – te estoy diciendo que lo necesito, por favor – le dijo con tal
intensidad en el tono y en la mirada que la enfermera dudó. ¿Hasta qué punto
tenían derecho a oponerse de aquella forma?
- Vamos – cedió al fin, mirando a Germán y ladeando la cabeza, él frunció el ceño
contrariado, pero no se opuso más y las siguió.
Esther sabía que la principal preocupación de Germán era que no quería que Maca se
enterase de nada que pudiese alterarla, por eso era tan reacio a que hiciese llamadas
continuamente, pero tampoco podían evitarlo por más tiempo, y ella, en eso, no iba a
poder ayudarlo, porque lo último que quería era que Maca volviese a mirarla con
aquella expresión con que lo había hecho en el paseo. Esther leyó la decepción en sus
ojos, Maca estaba decepcionada con todo el mundo y en ese “todos” entraba ella, lo
había visto en su cara. Y se decidió a cambiar esa impresión, a demostrarle que la
valoraba como persona y como profesional, quizás así volviese a confiar en ella misma
y en los demás.
La enfermera llegó a la habitación de la radio y entró con una sonrisa. Francesco las
recibió solícito y se dispuso a marcar los números que le dijo la pediatra. Germán, tiró
de la enfermera, que a regañadientes, consintió en acompañarlo y ambos salieron para
esperarla fuera.
Maca se quedó con el chico que ya estaba intentando contactar con el primero de los
números, cuando escuchó a llamada le pasó los auriculares a la pediatra y se levantó,
quedándose junto a la puerta. Maca lo miró molesta, aquella misma mañana ya le había
hecho lo mismo pero no le dijo nada al ver que no podía hablar con nadie, pero ahora no
estaba dispuesta a tener testigos de su conversación. Estaba a punto de decirle que
hiciera el favor de salir cuando escuchó la voz de Ver.
- Diga.
- ¿Vero?
- ¿Maca!
- Si – rió al escuchar su tono de sorpresa.
- ¡Maca! ¿eres tú! ¿de verdad eres tú! ¡dios que alegría! – exclamó - Maca es
Maca – la escuchó gritar.
- ¿A quién llamas? – preguntó la pediatra, necesitaba hablar con ella y no quería
que nadie más las escuchase.
- A Claudia, está aquí.
- ¿En tú despacho! ¿por qué! ¿pasa algo?
- Nada, hemos quedado para cenar, ¡cómo me tienes abandonadita!
- Ya quisiera yo poder estar allí – le confesó con énfasis.
- Ya.. ya.. y yo me lo creo, si aquí hicimos apuestas sobre qué excusa te
inventarías para quedarte allí con la enfermera esa – le dijo en tono de broma.
- ¿Apuestas? – preguntó sorprendida, imaginando todo tipo de comentarios y
molesta por la cara que acababa de poner el italiano.
- Ya sabes como son estas…
- Estoy mal, es la verdad.
- Si, si, muy mal debes de estar – bromeó.
- Te lo juro, ahora mismo tengo fiebre y….
- Claro, claro, es lo que suele pasar cuando a alguien le da un calentón – soltó una
carcajada provocando que Maca se enfadase y al mismo tiempo se preocupase
por lo que pudiera estar comentándose en la clínica, no quería ni imaginar que
Sonia se enterase y sacara sus propia conclusiones.
- Te digo que sigo sin estar bien – saltó con genio y enronqueciendo tanto el tono
que Vero dejó de reír.
- Maca... no te lo tomes así, que estamos de broma. Ni hemos hecho apuestas, ni
nadie ha dudado de ti. Adela llama todos lo días y estamos al tanto de todo lo
que te pasa. Sabemos como estás. Solo bromeaba – se justificó con rapidez -
¿tan mal estás que no tienes granas de bromas?
- No, pero hay cosas que…
- Ya… - la cortó segura de que Maca sí que sentía algo por la enfermera aunque ni
ella misma quisiera reconocérselo – voy a llamar a Claudia le gustará saludarte.
- Espera un momento, Vero – le pidió - necesito… hablar contigo, es…
importante.
- ¿Qué pasa Maca? – le preguntó mudando el tono jocoso por uno mucho más
serio.
- Nada, quiero… pedirte consejo – le dijo intentando mostrar tranquilidad -
¿tienes un rato?
- Claro, lo que tú quieras.
- Perdona un momento – le dijo y volviéndose hacia Francesco lo miró haciéndole
una seña de que saliese. El chico negó con la cabeza y Maca frunció el ceño –
Francesco, es… una conversación privada.
- Lo siento señora son las normas.
- Necesito intimidad - le pidió con su mejor sonrisa.
- No puedo dejarla sola con la radio… hay veces que,…
- Ven – le dijo haciéndole una seña con la mano.
- Mis conversaciones son siempre privadas – enarcó los ojos y recalcó el siempre.
- Señora…
- Has visto que sé de lo que hablo, no voy a romperte tu preciosa radio y sabré
resolver cualquier problema que tenga, aunque si te quedas más tranquilo,
prometo llamarte si le pasa algo.
- No sé… - dudó un instante pero la radio que le prometía era de las mejores del
mercado, ya se imaginaba con ella allí aunque no entendía como aquella mujer
podría conseguir una pero algo le decía que no le mentía – de acuerdo – aceptó
al fin – espero fuera, llámeme cuando termine.
- ¡Gracias! – le dijo Maca con su mejor sonrisa viendo como el joven se dirigía al
exterior - ¿Vero! perdona por hacerte esperar, ya estoy contigo.
- Dime, ¿qué es eso tan importante?
- Pues… verás…
- Germán, yo solo te digo que Maca no puede seguir así, que todos los esfuerzos
que tú haces son para que se recupere físicamente, pero parece mentira que seas
médico y que la conozcas.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues que el ánimo del paciente es fundamental en cualquier recuperación. Y tú
mismo me has dicho que sus analíticas están mejor, Maca… - se interrumpió sin
querer revelarle lo que pensaba de ella, creía que tenía problemas serios pero no
precisamente físicos – Maca necesita hablar con Vero, pues que hable, si eso la
ayuda a sentirse más animada.
- Y tú pareces tonta, no se lo pongas tan fácil, que al final esa Vero te la levanta.
- No digas gilipolleces – protestó enfadada y ofendida – Maca está casada.
- Ya… y tú respetas mucho eso, ¿no?
- Germán, te estás pasando.
- Perdona, tienes razón, pero… es que te veo todo el día babeando tras ella y…
me hierve la sangre.
- Bueno, pues que deje de hervirte porque eso, de ser cierto, es solo y
exclusivamente, problema mío.
- Y de ella – le recordó – porque yo también la veo cada vez más desesperada
cuando no estás a su lado.
- ¿De verdad?
- Si, y me preocupa. No sé qué pretendes ni sé lo que quiere ella pero… hay
juegos que son peligrosos.
- Varias veces me han dicho ya eso con respecto a Maca y te aseguro que si hay
algo que yo no hago es jugar. Para mi esto es muy serio.
- Pues peor – le dijo.
- Bueno… dejémoslo así – le pido – volviendo al tema, tenemos que hacer algo
para que Maca se anime…
- Si quieres le montamos una fiestecita como la del primer día – respondió
socarrón.
- No me refiero a eso, me refiero a… no sé… por ejemplo, que tenga más
libertad… que no dependa tanto de que alguien vaya a la cabaña para poder
hacer cualquier cosa.
- Lo cierto es que creo que tienes razón – suspiró pensativo - Wilson siempre ha
sido muy orgullosa y quizás le vendría bien sentir que tiene la capacidad de
decidir.
- A eso me refiero.
- Ahora que… como decida pasar todo el día de arriba para abajo se las va a ver
conmigo.
- ¡Germán! – rió imaginando las broncas que se avecinaban – no vayas a estar
todo el día tras ella porque entonces no va a servir de nada.
- Me has convencido pero… no voy a permitirle ciertas cosas.
- Ni yo tampoco Germán, quiero que se recupere del todo.
- Pues cuando termine de hablar a la cama, y le tomas la temperatura, si hace falta
le das un antitérmico.
- De acuerdo – dijo mirando hacia la puerta – ahí viene Francesco.
- Vamos, Maca debe haber terminado – dijo el médico y Esther sonrió, siempre le
decía Wilson para molestarla, aunque la pediatra parecía ya resignada y
acostumbrada a ello, y cuando no estaba delante la llamaba por su nombre –
Francesco, ¿ha terminado?
- No – respondió el chico – voy a por algo de beber.
- ¿Y la has dejado sola? – preguntó asombrada Esther.
- Sí, no hay problema – respondió alejándose.
- ¡Pero bueno! – exclamó Germán – esto es inaudito, ¡Francesco! – lo llamó y el
joven se detuvo girándose
- ¿Si?
- ¿Se puede saber porqué le permites a ella lo que no nos permites a nadie?
- La doctora Wilson quiere intimidad – respondió con aire de inocencia.
- ¡Acabáramos! y los demás también – soltó alterándose, Esther apoyó su mano en
el antebrazo del médico conociendo la poca gracia que le hacía el italiano -
¿crees que nos gusta que estés detrás como un pasmarote! escuchándolo todo.
- Imagino que no – sonrió – pero… son las normas.
- Y para ella ¿qué! ¿no hay normas?
- Ella… - suspiró con aire enamorado – es… es diferente… es … ¡una gran
mujer! – volvió a suspirar.
Esther sonrió, se encogió de hombros y miró a Germán que permanecía con los brazos
cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido.
Esther corrió hacia ella ayudándola a bajar los dos escalones de acceso. Y sin poder
contenerse le preguntó directamente sobre el tema.
- ¿Se puede saber qué le has dicho a Francesco para que te deje sola con la radio?
- Nada – los miró cansada - solo me he sorprendido de que tenga una tan antigua,
le iría mejor una Amper último modelo, no me extraña que tengáis tantos
problemas de comunicación.
- ¿Y como coño sabes tú de radios? – le espetó Germán aún molesto.
- ¿Qué pasa? – le preguntó extrañada por su tono, pero el médico no le respondió
– Sé de radios porque mi padre siempre ha tenido una en las bodegas - lo miró
como si él supiese de qué hablaba - ¿ya no te acuerdas? – le preguntó.
- No, no recuerdo que tuvieses una.
- Pues sí, de niñas a Adela y a mí nos gustaba jugar allí y mi abuelo me enseñó a
usarla, es muy fácil, y luego… en las bodegas se ha seguido empleando y…
bueno que las conozco – dijo cansada de explicaciones masajeándose la sien, la
conversación con Vero le había provocado un dolor de cabeza que iba en
aumento por segundos.
- ¿Y por eso te ha dejado usarla?
- Por eso y porque le he prometido mandarle una nueva, con esa, de aquí a nada,
vais a tener muchos problemas.
- Tú y tu dinero, Wilson. Llevo meses solicitando una nueva y llegas tú y…
- Pero … - lo miró desconcertada - ¿he hecho algo mal? – miró a Esther con cierto
temor buscando su apoyo – solo quería mejorar las condiciones del chico y de
todos – se justificó.
- Aquí las cosas se hacen de otra forma, Wilson – le dijo con seriedad y Maca
comprobó que estaba enfadado de verdad con ella.
- Lo siento – dijo con un hilo de voz – no pretendía que…
- No pasa nada Maca – intervino Esther mirando a Germán con recriminación,
tampoco era para tanto y Maca parecía no encontrarse bien.
- No, si aquí nunca pasa nada – saltó Germán – llévala a la cabaña. Luego me
pasaré yo.
- Germán – lo llamó Maca preocupada – perdóname si… no pretendía
inmiscuirme en…
- Déjalo, Wilson - la cortó secamente – luego me paso a verte – le dijo alejándose
de ellas con grandes zancadas.
- Uf – levantó la cabeza hacia Esther que comprobó el brillo de sus ojos, sin saber
si se debía a la fiebre o a lo angustiada que parecía por la reacción de Germán -
¿por qué se ha puesto así?
- No le hagas caso – le sonrió – se le pasará pronto.
- En serio que no pretendía hacerle de menos.
- Lo sé. No le des más vueltas. Está cansado y… tú también – le dijo poniéndole
la mano en la frente – vamos, que parece que te ha subido más la fiebre.
- Sí – murmuró – creo que si.
- ¿Qué tal esa charla! ¿has conseguido hablar con ella? – preguntó intentado
parecer indiferente.
- Si – contestó escuetamente.
- ¿Y qué tal? – insistió – ¿alguna novedad?
- Bien – respondió – ninguna novedad.
Esther no preguntó nada más, sus respuestas le decían todo, no pensaba contarle nada
del tema, así es que optó por guardar silencio y meterla en la cama. Ya hablaría con ella
cuando la viese más predispuesta.
* * *
Al día siguiente, Maca seguía con algo de fiebre, estaba apagada y de malhumor. Había
pasado mala noche con pesadillas varias, no solo se habían repetido los sueños en los
que podía andar y en los que se veía inmóvil, en un lugar oscuro y frío, sin poder coger
la mano que le tendían, sino que además había vuelto a soñar con Esther, con que
besaba sus labios, con que sus manos la recorrían incesantemente hasta que le pedía que
la siguiera pero ella no podía moverse, entonces la enfermera se reía a carcajadas, y le
gritaba ¿entiendes el porqué te deje! porque no sirves para nada”, había despertado
angustiada y asustada. Ni siquiera podía recurrir a los consejos de Vero porque su
conversación con la psiquiatra no la había tranquilizado lo más mínimo, muy al
contrario la mantenía preocupada y, para colmo, cuando creía que ya estaba mucho
mejor otra vez había dado un paso atrás, otra vez con fiebre alta y otra vez sin poder
salir.
Esther era conciente de que estaba baja de ánimo, la había escuchado moverse y
mascullar en sueños toda la noche, incluso le pareció oírla sollozar en un par de
ocasiones pero cuando intentó ver si estaba despierta la pediatra no le respondió.
La enfermera se había levantado preocupada y había hablado con Germán sobre el tema,
además, el médico prometió pasar a verla en cuanto saliese de quirófano y le pidió que
estuviese pendiente de ella, por eso se dispuso a pasar todo el día en la cabaña, “si tú no
puedes salir yo tampoco”, bromeó cuando le llevó el desayuno, pero Maca no estaba
para bromas y solo le respondió con un seco “haz lo que quieras”. Minutos después, la
pediatra volvía a caer en el sopor y la enfermera se sentó en la hamaca junto a ella con
la intención de vigilar la fiebre y si hacía falta buscar a Sara que estaba libre esa
mañana. Pero no fue necesario y horas después Maca abrió los ojos.
- ¿Todavía estas ahí? – le dijo observando a Esther que permanecía leyendo una
revista.
- ¡Hola! – le sonrió soltándola en la mesilla - ¿Qué tal te encuentras?
- Bien – murmuró.
- Hace rato que ya no tienes fiebre – le dijo para animarla – y si sigues así quizás
podamos dar una vuelta rapidita esta tarde.
- Vale – le dijo cansada - ¿qué hora es?
- Casi la hora de comer.
- No debías dejarme dormir tanto.
- Hoy lo necesitas – le sonrió.
- Esa revista… te la debes saber ya de memoria – bromeó viendo que era la
misma de siempre.
- En realidad, no leía, estaba pensando.
- ¿En qué?
- Tonterías.
- Cuéntamelas – le pidió esbozando una sonrisa.
- Pues… pensaba en lo que hablamos ayer.
- Hablamos de muchas cosas.
Maca la miró frunciendo el ceño, dispuesta a llevarle la contraria pero se calló al ver su
intento de salir de la cabaña.
La enfermera intentó salir y, como había visto hacer a Maca en múltiples ocasiones, tiró
de las ruedas para intentar subir, pero antes de que pudiese evitarlo estaba en el suelo.
Maca no pudo refrenarse y se sentó rápidamente en la cama, como movida por un
resorte, sintiéndose impotente al no poder acudir junto a ella.
Pero la enfermera se levantó con rapidez, la miró asombrada de la velocidad con que
Maca se había sentado, y le hizo una mueca graciosa.
- ¿Qué te dije? – rió la pediatra al ver que no parecía que se hubiese lastimado –
¿te has hecho daño?
- No… pero… creo que esta rampa… debería ser más suave, voy a decirle a
Kimau que la mejore – comentó pensativa – Maca, cuando íbamos por las
chabolas… ¿como conseguías moverte por el poblado…?
- Ya lo viste, cayéndome como tú – bromeó comprensiva.
- Eso fue una vez, pero el resto del día te manejabas…vamos que parece ¡tan
fácil! que… – le dijo con tal cara de admiración que Maca no pudo evitar
sonreír. - No puedo imaginar lo que debe ser esto. ¡Y tú lo llevas con tanta
naturalidad y tan bien!
- ¿Bien! no, Esther, te equivocas – le dijo poniéndose más seria - Todos los días
me desespero por algo.
- Bueno.. pero aquí no.
- Aquí más – confesó – en mi vida diaria, dentro de mis limitaciones, soy
autosuficiente, aunque tú te empeñes en no creerlo, pero aquí… - dijo
suspirando y poniendo cara de desprecio – ¡aquí soy peor que un bebé! –
exclamó y la miró apretando los labios - Odio los pañales, odio no poder
ducharme ni ir al baño, odio pedir permiso para todo, odio tener que obedecer
como una colegiala y odio…
- Maca… - dijo acercándose a ella, sentándose a su lado y abrazándola –
perdóname. No tenía idea de que…
- Tu no tienes la culpa, la tengo yo por ser tan imbécil.
- ¿Te arrepientes de haber venido?
- No me refiero a eso – volvió a mirarla con tanta intensidad que Esther estaba
segura de que iba a confesarle algo importante – me alegro de estar aquí…
contigo – le dijo esbozando una sonrisa – me refiero a… - se interrumpió
guardando silencio.
- Te odias a ti misma por tenerte ahí sentada ¿no es eso?
Maca no respondió y abrió los ojos de tal forma que Esther supo que sí, que eso era lo
que le ocurría.
- Es eso lo que el otro día no fuiste capaz de decirme ¿verdad? – dijo convencida.
- Si – murmuró bajando la vista avergonzada.
- Maca.. yo…
- Tú no puedes hacer nada… nadie puede hacer nada.
- No digas eso, nunca te des por vencida, tu no eres así, yo nunca te vi hacerlo.
- Porque no te quedaste lo suficiente – soltó y Esther notó por primera vez desde
que habían vuelto a encontrarse el rencor en su voz y en su mirada.
- Vale… tienes razón… pero… esta vez no va a ser igual.
- ¿Qué quieres decir con esta vez?
- Que haga lo que haga con mi vida, te quiero en ella, no voy a volver a perder el
contacto – le confesó pasándole la mano por el pelo con suavidad y
colocándoselo tras la oreja, comprobando que a la pediatra se le saltaban las
lágrimas por su muestra de cariño – no quiero volver a perderte. Y eso de que no
puedo hacer nada, ya se verá, ¿recuerdas? soy la enfermera milagro – le dijo en
tono de broma con una sonrisa.
- Ya... - la miró pensativa – yo necesito algo más que un milagro.
- Tu lo que necesitas es descansar, comer, y distraerte y lo demás ya llegará.
- Y… ¿si no llega? – le preguntó con temor.
- Pues no pasa nada, seguirás siendo esa persona maravillosa que eres, inteligente,
ingeniosa, generosa, cariñosa, guapa…
- ¿Guapa? – preguntó burlona, recuperando el ánimo solo de escuchar que Esther
pensaba así de ella.
- La más guapa del mundo – sonrió guiñándole un ojo y besándola en la mejilla,
con delicadeza y parsimonia, manteniendo un segundo sus labios posados en
ella, ambas notaron la tensión de aquel roce y Esther comprobó que a Maca se le
erizaba el vello – voy a buscar la comida – dijo levantándose de la cama con un
suspiro.
Maca se recostó de nuevo y clavó la vista en el techo, cada vez le resultaba más difícil
disimular sus sentimientos ante ella y tenía que reconocer que la enfermera no se
equivocaba, desde que le había contado ciertas cosas parecía que algo era diferente, no
podría explicar el qué pero la hacía sentirse más alegre, liberada de una pesada carga
que no era capaz de compartir con nadie.
* * *
Esther se levantó dispuesta a que Maca no olvidase fácilmente ese día. La tarde anterior
se había quedado sin paseo, Germán había ido a la cabaña y le mostró a Maca los
resultados de sus últimas pruebas. Le dijo que el creía que debía permanecer en la cama
hasta el día siguiente, pero que ella era muy libre de decidir. Si le apetecía salir él no iba
a oponerse. Esther comprobó que aquello fue suficiente para que la pediatra no solo no
refunfuñase si no que estuviese de acuerdo con él y decidiese permanecer en la cabaña
por precaución. Por eso, para animarla, le había prometido que la tarde próxima irían a
los saltos del Nilo y allí estaba, cumpliendo su promesa.
Esther soltó una carcajada que dejó perpleja a Maca, que frunció el ceño, mohína, ¿por
qué se reía de que se encontrase mal?
Maca miró de reojo a la enfermera que permanecía en pie, a su lado, con la vista perdida
en el horizonte y un brillo especial en sus ojos. La pediatra tuvo la extraña sensación de
que era el complemento perfecto a ese paisaje, de que la enfermera pertenecía a ese
cuadro, de que nunca aquello le hubiera parecido tan maravilloso si lo hubiese
compartido con cualquier otra persona. Todos los pensamientos del día anterior en los
que se decidió a no darle pie a nada que no fuera recuperar su amistad, se esfumaron,
solo podía admirar el perfil de Esther, con su mirada perdida en aquella inmensidad, con
su sonrisa de satisfacción, “es preciosa y hoy lo está especialmente”, pensó con
nostalgia. De pronto, Esther rompió el silencio y comenzó a hablar con voz suave, casi
susurrando, temiendo alterar aquella paz.
- Los días en los que estás harta de todo, en los que nada ha salido bien, que se te
mueren a docenas porque falta suero o porque llegan a nosotros tan tarde que no
podemos hacer nada, los días que llevas más de 24 horas sin dormir y que a
pesar de eso eres incapaz de conciliar el sueño, esos días Maca, vienes aquí, y…
- la enfermera calló sin ser capaz de explicar con palabras lo que la naturaleza le
devolvía.
- Aquí has encontrado tu sitio…. – comentó, interrumpiéndola con un suspiro y
aire pensativo.
Esther la miró sin responder pero aquella mirada a Maca le decía todo.
- Aquí eres feliz – sentenció la pediatra con cierta tristeza que la enfermera no
notó sumergida en las sensaciones que le provocaba aquél paisaje y el hecho de
compartirlo con ella.
- Si – suspiró con satisfacción - ¡no me daba cuenta de cuánto! hasta que no llegué
a Madrid.
- ¿A pesar de todo? – preguntó recordando lo que la enfermera le había contado
un par de tardes antes.
- Si, a pesar de todo – respondió con vehemencia.
- No vas a volver. Te vas a quedar aquí, ¿verdad? – preguntó con un deje de temor
recordando la conversación que le escuchó con Germán.
- Si – se sinceró – lo voy a solicitar.
Maca asintió pensativa. A Esther le pareció ver un velo de tristeza en sus ojos.
- Sí, lo soy, y, no te voy a mentir Maca, quiero quedarme aquí, pero… la semana
que viene, volveré contigo a Madrid – le sonrió conciliadora – primero tengo
que solicitarlo, que Germán me reclame y… pasar una evaluación psicológica –
le explicó esperando que Maca le hiciese algún comentario al respecto pero la
pediatra bajó la vista mirándose las manos y guardó silencio - Maca…
- Me alegro por ti, Esther – la interrumpió hablando con calma, resignada a
perderla de nuevo – de verdad.
- Lo sé – respondió agachándose a su lado – ¿te puedo hacer una pregunta? – dijo
y sin esperar respuesta se lanzó - tú… ¿eres feliz?
- ¿Yo? – repitió sin esperarse aquella pregunta, contrajo los labios en una mueca
de duda – yo… hace tiempo que no busco la felicidad, Esther – confesó
clavando sus ojos en ella – yo... – dudó un instante, aquél paraje, aquellos
olores, el tener a Esther a su lado, la envolvían de tal manera que estaba a punto
de confesarle todo aquello que callaba, pero en el último instante se arrepintió,
¿qué iba a decirle? ¿qué le gustaría que se quedara en Madrid, con ella! ¿para
qué! no podía ser egoísta, no tenía ningún derecho a pedirle nada porque ella no
podía darle nada, nada, sintió una congoja enorme y la sensación de que le
faltaba la respiración –… yo creo que la felicidad va y viene, es algo pasajero
que debemos disfrutar cuando la tenemos y cuando no, debemos darnos por
satisfechos si, al menos, sentimos tranquilidad.
- Maca… - la miró fijamente la cogió de las manos y se decidió – yo… conocí a
tu mujer y…
- Esther… - empezó a protestar frunciendo el ceño y cambiando el aire nostálgico
por un gesto de ligero enfado – no empieces otra vez.
- Déjame terminar, por favor – la interrumpió – me pareció un chica guapísima,
muy dulce y, quizás estés pasando una mala racha con ella pero, verás como se
arregla, quizás estos días separadas… - se interrumpió al ver que los ojos de la
pediatra se humedecían y bajaba la vista intentando ocultarlo – Maca… no
llores, por favor. Escúchame – dijo abrazándola – a veces creo que no te valoras
lo suficiente, tienes mucho qué ofrecer, ¡mucho! y mucha gente que te quiere.
- Esther… ¡por favor! - levantó los ojos controlándose intentando que la
enfermera dejara de hablar pero Esther estaba lanzada.
- No, Maca, no me gusta verte tan…, tan triste y… y resignada – continuó con
una mezcla de autoridad y decisión – si tu matrimonio no va bien, intenta
arreglarlo o… o termina con él. Ya sé que es difícil habiendo niños de por
medio.
- ¿De qué hablas? – murmuró, cortándola, sin entender nada.
- Creo que no te das cuenta pero hay personas... Hay personas que… - se detuvo
“¿qué iba a decirle? ¿que le encantaría que dejara a su mujer! ¿que daría
cualquier cosa por volver con ella? – que podrían hacerte muy feliz, si tú… si tú
se lo permitieras.
- No te entiendo, ¿estás dando vueltas para decirme que tú…? – se aventuró con la
esperanza de no equivocarse.
- ¡No! Yo no, Maca – se apresuró a corregirla. “¡Claro que yo! , ¿es que no te das
cuenta?”, pensó “sí, no se la da, la has cagado Esther, ella no siente lo mismo”.
- Perdona, te he malinterpretado, lo siento – reconoció, aparentando aliviarse.
Separó un poco la silla de donde Esther continuaba agachada frente a ella.
Transmitiendo a la enfermera que quería guardar la distancia - creo que te
equivocas. ¡Mírame! – dijo señalándose.
- ¿Qué quieres que te mire?
- Esther te agradezco mucho que cuando me miras no veas esta silla, te lo
agradezco de verdad, pero esa no es la realidad. Ya te dije una vez que la Maca
que tu conocías…
- Maca deja de decir tonterías – protestó ligeramente molesta incorporándose – la
Maca que yo conocía está ahí sentada, sí, y ¿qué? ¿De quién crees que se ha
enamorado Vero?
- ¿Vero! ¿qué pinta Vero aquí? – no podía dar crédito, por qué le decía aquello!
ella creía que eran cosas de Claudia pero ¿Esther también se había percatado!
entonces ¿podía ser verdad! ¿Vero la amaba?
- ¿Qué qué pinta? ¡venga ya Maca! literalmente, ¡bebe los vientos por ti! como
diría Laura.
Maca se quedó sin palabras, no se le ocurría ninguna respuesta a aquella confesión, que
por otra parte no sabía si era cierta o formaba parte de ese juego que se traía la
enfermera, en que tiraba la piedra y luego escondía la mano diciendo que ella no había
sido. Intentó de nuevo girarse hacia ella pero Esther volvió a impedírselo, ¿porqué no
quería que la mirara! solo así sabría si estaba diciéndole la verdad. Sintió una
impotencia enorme y se le saltaron las lágrimas, ¡lo que hubiese dado por escuchar esas
palabras hacía cinco años! pero ahora ni siquiera estaba segura de que fueran ciertas y
aunque lo fueran, por mucho que lo deseara, ella no podía corresponderle.
No sería justo para nadie, y menos para Esther. “Justicia”., pensó “¿había justicia?”, no,
estaba claro que si algo no se le podía pedir a la vida es que fuera justa, eso era
completamente absurdo, aunque ella sí que estaba obligada a serlo, siempre lo estaba,
siempre se había dejado llevar por su concepto de la justicia y siempre había intentado
comportarse siguiendo ese criterio, pero ahora ¿estaba siendo justa? “No, no lo eres”, se
dijo. “No es justo mantenerla engañada”, se repitió, porque estaba segura de que Esther
había confundido a su cuñada y sus sobrinas con su mujer y sus hijas, pero no había
sido capaz de sacarla de su error, hacerlo implicaría darle explicaciones, y no estaba
preparada para hacerlo, ¡tendría que contarle tantas cosas! en el fondo, muy en el fondo
estaba deseando hacerlo, deseando explicarle todo, quizás así Esther fuera capaz de
entenderla, de … “¿Qué haces! deja de pensar tonterías, te lo ha dicho claro, se va a
quedar aquí, ¿para qué quieres contarle nada! ella no puede ayudarte, nadie puede”,
“claro que si no le cuentas nada nunca sabrás si… si habla en serio, ¿será cierto que
sigue enamorada! ¿era cierto lo que me dijo cuando estaba en el hospital?”, no dejaba de
darle vueltas a la cabeza, “me quiere, me quiere”, “no puede ser, Maca, no puede ser”,
pasaba de una idea a otra, sintiendo un frío interno que la helaba y odiándose así misma
por ser como era.
Esther la observaba en silencio, veía como estrujaba sus manos, nerviosa y como su
respiración se entrecortaba de vez en cuando. La conocía bien, estaba dándole vueltas a
su confesión y eso la hizo sonreír. Que no hubiera sido capaz de responderle y que
mostrara tal grado de alteración, solo significaba una cosa, Maca no estaba segura de
algo, y eso le daba a ella una gran ventaja. Tenía que demostrarle que podía confiar en
ella, que podía abrirse a ella, pero tenía que conseguirlo sin que la pediatra se sintiera
presionada y estaba claro que ahora lo estaba.
Maca seguía inmersa en su lucha, entablando una batalla consigo misma que podía
llevarla a la aniquilación, y lo sabía. Sintió rabia de que fuera así y se sintió enfadada
con Esther, enfadada por hacerla sentir de aquel modo, por hacerla dudar, por obligarla
a cuestionarse ciertas cosas de su vida y de las personas que la rodeaban. Conforme
avanzaban hacia el campamento y le daba más vueltas a la cabeza, cada vez se iba
sintiendo más alterada, más enfadada consigo misma y con todos.
Esther miró al cielo, unos negros nubarrones se cernían sobre ellas, debía acelerar el
paso o acabarían empapadas y no quería ni imaginar lo que podía decirle Germán si
Maca llegaba como una sopa al campamento. Pero el ambiente no era el único que
amenazaba tormenta, la pediatra también se sentía a punto de estallar, le había vuelto el
dolor de cabeza, estaba mareada y volvía a tener ganas de vomitar.
- Esther… - dijo callándose inmediatamente luchando con las nauseas que sentía e
intentando que su corazón dejase de latir a aquella velocidad.
- ¿Qué pasa? – se detuvo situándose frente a ella, estaba más pálida que antes y se
quitó con rapidez la mascarilla.
- No… - tragó saliva - vayas tan rápido – estoy… - miró hacia abajo y cerró los
ojos respirando hondo.
- Maca… - se agachó junto a ella preocupada.
- Estoy, bastante mareada y… creo que… voy a… vomitar.
- Tranquila, respira hondo, vamos – le dijo comprendiendo lo que ocurría, era
increíble como Maca siempre se dejaba llevar por esos nervios, en apariencia era
una mujer tranquila y segura, pero los nervios se la comían por dentro – no te
pongas nerviosa, ¿de acuerdo! no pasa nada. Respira hondo vamos, así,
tranquila, Maca, tranquila – le repitió posando su mano en el pecho de la
pediatra comprobando que tenía una de sus taquicardias - lo que has comido no
te ha podido sentar mal – intentó razonar con ella y calmarla – Respira hondo,
así, despacio, respira despacio, muy bien, así – le indicó - ¿mejor? – le preguntó
al cabo de un par de minutos en los que permaneció con los ojos cerrados
controlando las nauseas y la respiración como le había indicado la enfermera.
- Si – murmuró levantando unos agradecidos ojos hacia ella – no sé qué me ha
pasado, de pronto…
- Es normal que te hayas mareado, parece que puede haber tormenta y he ido muy
rápido – le sonrió quitándole importancia – aún no estás recuperada, iré más
despacio ¿de acuerdo?
- Sí, gracias.
Maca intentó girarse convencida de que la enfermera no era sincera pero Esther volvió a
impedírselo.
- ¡Maca! deja de moverte que te vas a marear más – protestó con impaciencia.
- Es que… Esther yo…. tengo que... decirte algo… - comenzó a hablar
entrecortada.
- No, Maca – la interrumpió – no tienes que decirme nada. Si me hablas de algo
que sea porque quieres, pero nunca porque te sientas obligada.
- Vale… - murmuró desconcertada y con un deje de decepción.
- Venga, dime… ¿qué es eso que quieres contarme? - la instó, desconcertándola
aún más.
- Creo que estás equivocada y que crees que mi mujer… - se interrumpió sin saber
muy bien como sacarla de su error, tenía que haberlo hecho antes pero no se
había sentido con fuerzas y ahora tenía una desagradable sensación que no podía
explicar. Sus manos comenzaron a temblar de nuevo presa del nerviosismo.
- Maca – la interrumpió viendo su estado - no tienes que hablarme de ella si no
quieres – la acarició con suavidad la mejilla mientras empujaba la silla con una
sola mano – he visto el trabajo que te cuesta hacerlo y… no quiero que pienses
que te obligo a hablar.
- No me obligas…
- Bueno pues no quiero que estás charlas te afecten hasta el punto de ponerte
enferma.
- No es por la charla… es que me he mareado.
- Maca… que nos conocemos… - le dijo con retintín – no quiero ponerte
nerviosa, solo quiero que descanses, y te distraigas. Perdóname por sacarte
temas que te afectan. Voy a intentar que eso no vuelva a ocurrir.
- No es eso, me gusta hablar contigo – reconoció - … es… que…
- Chist, calla que te vas a poner peor. Ya me lo contarás luego o cuando estés
preparada.
- ¡Joder! – protestó, harta de que no la dejase explicarse. Para una vez que se
decidía, la enfermera se mostraba reacia a escucharla.
- ¿Qué pasa?
- Nada que… tienes razón – le dijo ligeramente molesta por lo bien que la seguía
conociendo la enfermera, eso llegaba a sacarla de quicio.
- ¿Te has enfadado?
- No.
- Pues… por tu tono… nadie lo diría.
- No me he enfadado, al revés, te agradezco que seas tan… tan… comprensiva.
- No tienes que agradecerme nada. Aunque no lo creas, y a veces no lo parezca,
no me importa tu vida, solo me importas tú.
Maca guardó silencio y se quedó pensando en aquellas palabras. Sabía que no era cierto,
o al menos no del todo, pero si fueran ciertas sus palabras quizás sí que debía contarle
todo a Esther. Y eso la inquietaba aún más, ser completamente sincera con ella cuando
no lo había sido con nadie era algo que la alteraba y que al mismo tiempo, cada vez,
anhelaba con más fuerza. No sabía qué hacer, estaba cansada, confusa y nerviosa. Tenía
la horrible sensación de que cuando le hablase a Esther de Ana, la enfermera se iba a
enfadar y mucho. Sintió pánico solo con la idea y esa sensación de miedo atenazante la
hizo pensar en Vero. Necesitaba hablar con ella de nuevo.
* * *
Llegaron al campamento cuando ya casi había oscurecido. Germán, como siempre que
salían, pululaba por las cercanías del portón de entrada, esperándolas. Al verlas aparecer
se acercó a ellas jovial.
- ¡Hola! ya creí que iba a tener que ir en vuestra busca – bromeó – amenaza
tormenta.
- Sí – estuvo de acuerdo la enfermera – ya me he dado cuenta, pero hemos ido
hasta el Nilo y se nos ha hecho un poco tarde.
- ¿Qué tal, Wilson, te ha gustado aquello?
- Sí, mucho – respondió esbozando una sonrisa.
- Hoy no tienes excusa, cenas con nosotros en el comedor – la miró burlón
esperando una negativa.
- Vale – aceptó sin ninguna intención de hacerlo, pero con menos ganas aún de
discutir con él – pero antes quisiera pasar por la cabaña.
- Entonces os veo en el comedor – se despidió mirándola de reojo, volvía a tener
mala cara y no estaba muy convencido de que se encontrara bien. Pero pensaba
hacerle caso a Esther y dejar que Maca tuviese más libertad.
- Hasta ahora – se despidió la enfermera camino de la cabaña.
Maca la fulminó con la mirada, esa vena de sinceridad que estaba adoptando la
enfermera la incomodaba profundamente, además tenía la sensación de que se mostraba
celosa de Vero. Tenía que acabar como fuera con eso, porque no estaba dispuesta a que
Esther se hiciera ilusiones sobre algo que no podía ser.
- Primero eso no es verdad, nunca le he contado nada que me hayas dicho tú,
segundo hablo con ella porque es mi amiga y me apetece y tercero, necesito
preguntarle si es cierto lo que me has dicho esta tarde – respondió ofendida por
el reproche que acababa de escuchar.
- ¿El qué? – preguntó con temor, notando que le temblaba la barbilla “contrólate,
Esther, ahora es cuando tienes que demostrarle que no eres con ella como los
demás”, se dijo nerviosa por lo que iba a escuchar.
- Si está enamorada de mi, porque si lo es, quizás sea el momento de que yo
también reconozca que siento algo por ella – confesó y a medida que lo hacía el
nudo en su garganta se hacía más intenso, hasta el punto de que casi no podía
respirar.
- Vale… - dudó un instante - ¿No decías que no le contabas nada que yo te dijera?
– le espetó ya también enfadada.
Maca asintió incapaz de articular palabra. Lo había hecho, le había dicho aquello que
sabía que la alejaría de ella. Sus miradas se cruzaron, Esther leía dolor en sus ojos y no
entendía el porqué, quizás por su reproche. Maca leyó decepción y celos en los de
Esther, que cruzó los brazos sobre el pecho en un ademán que Maca recordaba muy
bien, se preparaba para un enfrentamiento, pero finalmente, movió la cabeza de un lado
a otro y se giró dispuesta a marcharse.
- ¿No me llevas? – le preguntó más suave, no quería discutir más con ella, solo
quería que no albergase unas esperanzas que no iba a ver realizarse, no quería
hacerla sufrir. Tenía que alejarla de ella, su vida estaba llena de problemas,
nunca podría corresponder como se merecía, no podía hacerla feliz, hacia bien
en quedarse en Jinja, allí sí lo era se lo acababa de confesar esa misma tarde y
seguiría siéndolo.
- No, estás cansada y mareada, necesitas descansar – le respondió agarrando el
pomo de la puerta.
- Por favor, ¡Esther! yo no puedo sola – le pidió, pero la enfermera salió de la
cabaña sin escucharla.
- ¡Joder! – murmuró la pediatra contrariada.
Esther parecía enfadada, pero hacerla creer que estaba interesada en otra era lo mejor.
Ya se le pasaría. El estar allí solas y compartir tantas horas la había confundido, pero ya
se encargaría ella de hacerle ver que no podía ser, que solo podía esperar recuperar la
amistad, pero nada más.
Esther salió de la cabaña muerta de celos. Se lo tenía merecido por imbécil, si desde que
llegó a Madrid ya se había dado cuenta de que entre ellas existía algo más que amistad.
Y encima había sido tan idiota de abrirle los ojos a Maca, porque conociéndola seguro
que estaba en la inopia. “Me lo merezco, sí, me lo merezco por escuchar a todos, por
creerme que Maca me ha seguido queriendo todo este tiempo”, se dijo caminando hacia
el comedor molesta consigo misma. Por el camino se encontró con Margot y la detuvo,
cruzando unas palabras con la joven. Luego, continuó la marcha y cuando estaba en la
puerta del comedor se paró y se dio la vuelta, estaba demasiado alterada para hablar con
nadie, se encendió un cigarrillo e intentó calmarse.
En la cabaña Maca hacía esfuerzos para subirse a la cama pero las fuerzas le fallaban y
no era capaz de conseguirlo. De pronto, la puerta se abrió y Margot entró con timidez.
La joven asintió y sin pronunciar palabra abandonó la cabaña. Maca cogió la almohada
y la tiró con genio, frustrada por su incapacidad y enfadada por comportarse como lo
hacía. Intentó de nuevo subirse y de nuevo fracasó. Las lágrimas comenzaron a rodar
por sus mejillas impotente, “ni siquiera soy capaz de subirme a una puta cama, ¿cómo
puede decir Esther que me ama?”, sollozó con amargura.
* * *
Mientras Esther entraba en el comedor mucho más tranquila. Germán había reservado
dos asientos junto a él y se sorprendió al ver que la pediatra no la acompañaba.
- ¿Y Wilson?
- No sé, en la cabaña supongo.
- ¿Cómo que no sabes?
- No sé, Germán – repitió molesta.
- Pero… ¿está bien! no he querido decirle nada pero no tenía buen aspecto.
- Creo que si.
- Ay, Esthercita, ¿qué ha pasado ya! ¿habéis discutido?
- No. Quería hablar por teléfono y Margot la ha llevado.
- Pero… ¿viene ahora?
- No sé – respondió.
- Y me tengo que creer que no habéis discutido – le dijo moviendo la cabeza con
un esbozo de sonrisa condescendiente.
- Cree lo que quieras.
- Vamos a ver ¿qué ha pasado? – se interesó de nuevo.
- No ha pasado nada – le dijo haciéndole una seña de que no era ni el momento ni
el lugar.
- De acuerdo – sonrió comprendiéndola - ¿hace un café después de cenar?
- No – se negó con rapidez pero al ver el ceño fruncido del médico intentó
justificarse - He estado hablando con Sara, y… me voy a quedar en el hospital,
me ha dicho que tenéis mucho lío.
- Si, hay nuevos ingresos – suspiró – y me toca estar de guardia toda la noche.
- Yo os hecho una mano.
- No hace falta, además…
- ¿Qué? ¿temes que nos pillen? – lo interrumpió molesta, no quería volver a la
cabaña con Maca y pasar la noche en el hospital era la mejor opción que se le
ocurría.
- Sabes que no es eso – respondió – no me gusta que Wilson se pase sola toda la
noche, aún no está bien y…
- Ya iremos a echarle un vistazo, no te preocupes que está mejor – saltó con
rapidez manifestando una indiferencia que no sentía.
- Entonces, ¿ni un café rapidito?
- Bueno, uno – sonrió, no sabía como pero cuando Germán la miraba de aquella
manera, al final, siempre terminaba convenciéndola.
- Hoy lo preparas tú que yo voy a llevarle algo de cena a esa cabezona.
- Tenía el estómago revuelto no creo que cene.
- Ya me encargaré yo de que no sea así – murmuró dando buena cuenta de su
plato.
Esther lo miró y sonrió para sus adentros, Germán cada día se mostraba más interesado
en Maca y no solo en su salud física. Le agradaba la idea de que recuperaran su amistad,
eso podría beneficiar sus planes, porque estaba segura de que Maca le había mentido,
después de pensar en sus palabras y en la expresión de sus ojos, tenía clara una cosa,
Maca acababa de hacer lo que ya le había dicho, intentar alejarla de ella, pero no lo iba a
conseguir tan fácilmente, aunque quizás no estaría mal que tomase un poco de su propia
medicina. De momento, estaba muy enfadada porque la hubiese tratado de ese modo,
¿quería tenerla lejos! pues iba a darle lo que deseaba, “ya me llamarás y me pedirás que
me quede a tu lado, hasta que no lo hagas, tendrás lo que quieres”, pensó terminando su
cena sin escuchar el parloteo de sus compañeros.
* * *
En la cabaña, tras casi dos horas sola, Maca no dejaba de darle vueltas a lo que había
hecho y dicho. La enfermera no había vuelto a aparecer por allí y ella estaba
comenzando a desesperarse. La puerta se abrió y Maca miró esperanzada en que fuese
Esther, pero era Germán.
Maca se quedó mirándolo, se sentía triste, muy triste. No tenía motivo porque era ella la
que había querido que las cosas fueran así, la que había movido sus piezas para que
Esther no siguiese por el camino que iba, y no hacía ni un par de horas que se había
alejado cuando ya sabía que no podía estar sin ella, que se desesperaba solo de pensar
que estaba enfadada o lo que era peor, que pensase que no la necesitaba, porque no era
así, la necesitaba a su lado y mucho. Las lágrimas pugnaban por salir de nuevo, pero
esta vez Maca intentó controlarse, Germán regresaría en unos minutos y no quería que
se burlase de ella.
* * *
Esther esperaba que Germán regresara de la cabaña, estaba deseando saber cómo se
encontraba Maca. Por eso, cuando lo vio llegar del lado opuesto procedente del hospital
y pasar de largo, se sorprendió y lo llamó extrañada.
- ¡Germán! ¡ya está el café! – gritó por encima del sonido que producía el viento
en la copa de los árboles y que cada vez era más fuerte. El médico volvió sobre
sus pasos.
- Ahora mismo vengo, voy a la farmacia a por unos analgésicos.
- ¿Para Maca? – preguntó preocupada.
- Si – respondió con seriedad siguiendo su camino.
- ¡Germán! – lo llamó alertada por la expresión de su rostro - ¿pasa algo?
- Ahora hablamos – respondió – le llevo los analgésicos y vuelvo en un minuto.
- ¡Germán! – lo retuvo – dile… dile que no… voy a dormir esta noche.
- De acuerdo – aceptó sonriendo “ya se lo he dicho”, pensó emprendiendo la
marcha.
- ¡Germán! – lo llamó de nuevo.
- ¿Qué? – se giró impaciente.
- Eh… dale las buenas noches de mi parte.
- Y… ¿por qué no se las das tú? – le preguntó con retintín.
- No. Hoy no – respondió mohína.
- ¿Se puede saber qué ha pasado?
- Nada – respondió secamente.
- La dejo salir un día más, si vuelve como hoy se queda aquí hasta que esté en
plenas condiciones – la amenazó con el dedo – os lo aviso para que no vuelva a
pasar “nada” – le dijo con retintín.
- Germán… - lo fulminó con la mirada.
- ¡Vaya dos! – exclamó resignado dándole la espalda y mirando al cielo,
comenzaban a caer gruesas gotas.
Aceleró el paso y entró en la cabaña a toda prisa. Maca estaba en la cama, recostada y
con los ojos como platos mirando hacia el exterior por la ventana.
Maca se quedó completamente a oscuras, sintiéndose más sola y vacía que nunca. Se
dispuso a conciliar el sueño pero sabía de antemano que le iba a resultar muy difícil, no
dejaba de darle vueltas a las palabras de Esther “¿de quién crees que sigo enamorada
yo?”, ¡si le hubiese visto la cara! sabría si lo había dicho de verdad o solo por animarla.
Cerró los ojos deseando quedarse dormida pero no había forma de lograrlo y para colmo
la cabeza le daba vueltas, mareada, hastiada, y con un dolor de cabeza que lejos de
disminuir parecía ir aumentando.
No sabía cuantas horas llevaba así, con los ojos cerrados, escuchando tronar a lo lejos,
con el miedo metido en el cuerpo y cada vez más cansada y nerviosa, cuando
súbitamente, escuchó abrir la puerta. Entornó los ojos con temor, y vislumbro una figura
conocida, Esther estaba entrando con sigilo, no pudo evitar sonreír, contenta y aliviada
de tenerla allí, seguro que venía a ver cómo estaba y seguro que ya sí que podría
conciliar el sueño.
Un par de horas después, en plena madrugada Maca se removía inquieta, una figura
estaba frente a ella, sus profundos ojos negros le decían que se le había terminado el
tiempo, “ya no puedes esconderte más”, le dijo con voz ronca, “has sido tú, tú y solo tú
eres la culpable”, le dijo zarandeándola con fuerza por ambos brazos. Despertó
sobresaltada. Y sintió un profundo alivio, esa figura ya no la podía retener más, “es una
pesadilla”, respiró aliviada, había despertado.
Miró a su lado y una mujer yacía junto a ella, ¡Esther! estaba allí, había vuelto a dormir.
La tocó y su cuerpo inerte se giró hacia ella, ¡muerta! Sus ojos en blanco y el tajo, de
lado a lado de su garganta, le indicaban que así era. Intentó gritar, intentó levantarse y
salir corriendo de allí pero no podía, algo la retenía y la mantenía sujeta a la cama, junto
a aquella mujer que… ¿ya no era Esther! ¡era una desconocida! Miró sus piernas,
estaban libres de sujeción sin embargo no podía moverlas, ¿por qué no podía moverlas!
¿qué le estaba pasando! no podía huir de allí, estaba atada a aquella mujer. Aterrada
dirigió sus ojos de nuevo hacia aquel rostro desconocido, ¡nooo! era ella, era Esther, su
corazón se desbocó, trató de tranquilizarse, respiró hondo, intentó relajar su cuerpo,
pero con ella allí al lado, rozándola, notando su frialdad, era imposible. Sentía unos
escalofríos profundos por todo su cuerpo. Estaba paralizada, no podía pensar, sentía que
la sangre corría muy rápido, su corazón a punto de estallar…
Abrió los ojos, su respiración se relajo, miró a su izquierda, seguía sola en la cama. “Al
fin”, pensó, “necesito ir al baño, seguro que Evelyn está aquí al lado”, se dijo intentando
calmarse, pero al sentarse en la cama comprendió que todo era diferente, “¿dónde estoy
y que hago aquí?”, se preguntó aturdida. Rápidamente cayó en la cuenta, suspiró
agotada, echándose otra vez en la cama. Tenía que hablar con Vero, no era capaz de
recordar qué era lo que le decía sobre los sueños dentro de sueños, tenía que preguntarle
por aquella pesadilla.
* * *
A la mañana siguiente Maca despertó y comprobó que seguía sola, la enfermera no solo
no había vuelto si no que ni siquiera había ido a llevarle el desayuno. Alargó la mano y
miró el reloj, era demasiado tarde, ¿porqué la habían dejado dormir tanto? Se incorporó
y el leve dolor de cabeza que sentía se acrecentó hasta el punto de hacerla tumbarse otra
vez y cerrar los ojos llevándose la mano hasta ellos en un gesto instintivo de taparse la
luz que le molestaba.
- ¡Wilson! ¿piensas quedarte en la cama todo el día? – dijo entrando con decisión
y comprobando que Maca aún permanecía allí tumbada, aunque ya debía hacer
rato que había despertado.
- ¿Nadie te ha dicho que es de mala educación entrar sin ser invitado?
- Vamos, vamos, Wilson, hace unos días no estabas tan remilgosa, anoche mismo
– le recordó y se arrepintió e hacerlo al ver la expresión de la pediatra - además,
ya casi somos como de la familia... te he visto… todo - se burló de ella y se
sentó en la hamaca que Esther mantenía junto a la cama - ¿Y ahora qué?
- ¿Qué de qué?
- Mujer, ya sabes..., ¿qué vamos a hacer ahora?
- ¿Vamos? – preguntó desconcertada y él asintió – mira Germán, hoy
especialmente, me duele mucho la cabeza y estoy de un humor de perros – lo
avisó exasperándose ante la sonrisa burlona de él.
- ¿No se te ha pasado en toda la noche? – le preguntó frunciendo el ceño,
empezaba a no parecerle normal que le durasen tantas horas aún tomando los
analgésicos.
- No – respondió mohína - ¿me vas a decir a que te refieres o no?
- Bueeeeno – dijo burlón - ¿qué piensas hacer tú?
- ¿Yo? ¿qué pienso hacer con respecto a qué?
- A Esther – le soltó dejando a Maca perpleja, rápidamente pensó que la
enfermera le había ido con el cuento y le había hablado de la discusión de la
noche anterior.
- Nada.
- ¿Nada! ¿cómo que nada?
- Esperar.
- ¿Esperar?
- Sí, esperar a que se le pase el mosqueo. No tengo porqué darle explicaciones de
a quien llamo o dejo de llamar – lo miró haciendo un gesto de hastío.
- ¿Eso es todo? Quizás se merezca una explicación o…
- No pienso hacer otra cosa – le respondió molesta, “¡hasta ahí podía llegar! no
pienso disculparme por desear hablar con Vero”, pensó - Además, no sé por qué
tengo la sensación de que ésta es una conversación estúpida... - dijo Maca,
haciendo un intento de incorporarse para levantarse de la cama sin importarle en
lo más mínimo su desnudez – ¿me alcanzas la ropa?
- Coño Wilson – protestó levantándose y dándose la vuelta con pudor.
- ¿No dices que somos de la familia?
- Si… pero… no me hagas estas cosas que uno no es de piedra y… - respondió
consiguiendo arrancarle una sonrisa.
- No seas payaso – le dijo comenzando a vestirse – y no te metas en mi vida, que
ya te metiste bastante hace años.
- No debías dormir desnuda, puedes coger frió y…
- No lo hago, esto… es… ha sido solo esta noche – respondió sin querer decirle la
verdad, Esther se fue sin sacarle su ropa y luego ella echó a Margot sin acordarse
de pedirle que lo hiciera, cuando apareció Germán tampoco se acordó de ello y
luego, no tuvo más remedio que meterse en la cama así, sin nada, no se atrevió a
bajar a la silla e intentar buscarla ella porque ya había comprobado que no tenía
fuerzas para izarse después.
Germán se giró para evitar mirarla y que ella notase cómo se había sonrojado, no quería
darle ningún arma para que Maca comenzase a burlase de él porque en sus años de
disputas con ella, tenía más que asumido que en esas lides siempre terminaba perdiendo
y como ella le decía “con el rabo entre las patas”.
- Tal vez sea porque no me dejas otra opción, Wilson. Vienes aquí y revolucionas
a mi enfermera milagro y ¿pretendes que me quede de brazos cruzados?
- Puede que sea eso, sí... – respondió sarcástica - ¡venga ya! que nos conocemos.
Tu enfermera ya te ha ido a llorarte.
- Esther no necesita contarme nada para que yo sepa cuando no se encuentra bien
– le dijo muy serio – y no me gusta, no me gusta verla así.
- ¿No se encuentra bien! ¿qué le pasa? – preguntó con rapidez y un deje de temor
en sus palabras malinterpretando lo que él quería decirle y borrando
inmediatamente aquel aire de indiferencia que había mantenido en toda la
conversación, el médico no pudo evitar sonreír para sus adentros - Germán…
ayer… parecía cansada y distraída y… va mucho a Jinja… y… - la preocupación
que sentía la hizo hablar con precipitación y sin sentido, balbuceando las ideas
que le pasaban por la mente.
- A ver, Wilson – volvió con el tono burlón – céntrate que no me entero de nada.
- Quiero decir que… ¿No habrá pillado algo?
- No se trata de eso, Wilson, y lo sabes, conmigo no te hagas la tonta.
- Germán, no voy a hablar contigo del tema – gruñó enfadada por la cara
socarrona que le tenía puesta el médico.
- Luego.. hay un tema – la pilló desprevenida – Mira…, Wilson…. ni quiero
meterme en tu vida, ni pretendo que me cuentes tus cosas, pero… hazlo con ella.
Habla con Esther.
- Me da la sensación de que estás tú muy interesado en esto y me pregunto ¿por
qué? – le respondió molesta y con cierta maldad que él captó rápidamente.
- Ya que hablamos de sensaciones, te voy a decir las mías – respondió mohíno.
- No tengo ningún interés en saberlas. Ya te he dicho que me duele la cabeza y
que…
- Wilson empiezo a hartarme de tus esquivas respuestas y mucho más de tus
desplantes... Yo lo único que te digo es que no seas tan burra con Esther. No se
lo merece.
- Ya… - bajó los ojos – y… yo si me merezco todo lo que me pasa, ¿no es eso?
- No. Yo no he dicho nada de eso.
- Pero lo has insinuado – espetó casi gritando, mostrando lo incómoda que le
resultaba aquella conversación – que ya nos conocemos… Germán.
- Yo no he insinuado nada – respondió poniéndose serio.
- No, tú nunca haces nada. Te limitas a joderle la vida a los demás y…
- No te entiendo Wilson, ¿se puede saber que coño te pasa hoy! ¿te ha sentado mal
el desayuno? – alzó la voz enfadado y Maca hizo un gesto de molestia, le
retumbaba la cabeza.
- No me grites – protestó – que me va a estallar la cabeza. Y… no me puede
sentar mal, algo que ni siquiera he tomado.
- Pues… primero, no digas tonterías – replicó más bajo – y segundo, tú has sido la
primera en gritar, que yo lo único que quiero es que dejes de hacer sufrir a
Esther – le dijo mostrándose igualmente molesto - ¿No has desayunado aún? – le
preguntó más afable, pensando en dónde tenía la cabeza la enfermera, no podía
dejar a Maca allí sola hasta esas horas, sin llevarle nada para desayunar, sin darle
la medicación, sin que ella pudiera salir y sin avisar de que debían ocuparse de
ella.
- ¿Yo la hago sufrir? – preguntó más para sí, apretando los labios y asintiendo,
decepcionada por aquel comentario – ya… y me tengo que tragar que no ha ido
a lloriquear a tu hombro.
- Cree lo que quieras. No ha abierto el pico en toda la noche.
- Eso sí que no me lo trago – respondió con ironía.
- Solo para insistirme en que la reclame - le confesó sabedor de que eso podía
despertar la alerta en la pediatra – quiere volver.
- Ya lo sé – respondió con abatimiento masajeándose la sien y entornando los
ojos.
- ¿Tanto te duele? – le preguntó preocupado y haciendo una pausa en la que Maca
mantuvo la mano apretándose la nariz a la altura de los ojos sin responderle –
Wilson, quiero repetirte los análisis y creo que deberíamos ir a Kampala …
- Déjame en paz – le soltó de peor humor, pensando aún en la revelación que
acababa de escuchar, “¿la hago sufrir! lo último que deseo es hacerla sufrir”,
pensó enfadada con Esther por haberle contado su discusión a Germán – y no
me vengas ahora con un aire de falsa preocupación. Vete a consolar a tu
enfermera.
- Eres insoportable, Wilson, no me extraña que Esther se largara dejándote con
dos…. – se interrumpió al ver la cara de Maca, acababa de darle un golpe bajo y
lo supo inmediatamente.
- Fuera – le dijo con voz ronca señalando la puerta – déjame tranquila.
- Este es mi campamento y ésta la cabaña de Esther y tú aquí no eres nadie, no
puedes echarme así como así – le dijo en voz baja acercándose a ella, Maca lo
miró desconcertada y apretó los labios – perdóname, Wilson, me he pasado – se
disculpó al verla con las lágrimas saltadas, hablándole mucho más suave - y…
ahora vamos a ver que es lo que te pasa.
- Es normal que me duela la cabeza. Ya me lo dijo Claudia – respondió con un
hilo de voz.
- Pero no lo es que solo sea esa la secuela que te queda, si es por los golpes,
deberías tener más síntomas, como lagunas mentales, desorientación, vértigos,
mareos...
- ¿Y quién te dice que no los tengo? – le respondió dejándolo perplejo – aunque
penséis lo contrario no es mi estilo estar todo el día quejándome. Y ahora.., ¿te
importa cerrar un poco la ventana y dejarme sola! por favor.
- Cierro la ventana pero no me voy – le amenazó con el dedo dirigiéndose a bajar
el estor – tu y yo tenemos que charlar muy seriamente.
Maca abrió la boca para responderle pero en ese instante entró Esther. Los dos
guardaron silencio conocedores de lo poco que le gustaba a la enfermera que
discutieran. Se dirigió directamente hacia la pediatra y le tendió un vaso, parecía no
darse cuenta que Germán estaba junto a la ventana. Solo tenía ojos para Maca, a la que
miraba con el ceño fruncido y un aire de enfado, que estuvo a punto de borrar cuando la
vio con aquel brillo en los ojos.
Ninguna podía dejar de mirar a la otra. “Dios, no me mires así que no voy a ser capaz de
mantener esta pose”, pensó la enfermera, que sintió un pellizco en el estómago al ver las
profundas ojeras que tenía y lo pálida que estaba. “Esther, por favor, no me castigues
más, prometo que hoy no llamo a Vero”, pensó la pediatra.
La enfermera se giró para marcharse y entonces vio a Germán allí plantado, que
observaba con detenimiento a ambas, frunció el ceño, y salió disparada. El médico abrió
la boca para decir algo pero Maca levantó un dedo amenazante.
Germán sonrió.
- Lo siento pero reviento si no lo digo ¡vaya par de idiotas! – soltó una carcajada –
por favor Wilson, ¡si hubieras visto tu cara!
- Por favor, Germán, déjame en paz.
- Vale, vale ya me voy – rió de nuevo – pero tu… descansa.
- No hago otra cosa.
- Hazme caso, tienes mala cara. Y lo quieras o no, si en dos días no mejoras,
vamos a Kampala.
- Sabes que estás cosas son lentas.
- Lo sé, pero así nos quedamos más tranquilos, aquí no puedo hacerte todas las
pruebas que me gustaría.
Germán se dirigió a la puerta y salió, pero al cabo de un segundo asomó la cabeza.
Maca tampoco pudo evitar sonreír. Luego lo buscaría para disculparse, se había pasado
con él. Y.. en cuanto a Esther… lo había estropeado todo, suspiró pensando en cómo
disculparse sin que pareciese que daba marcha atrás, no quería darle pie, pero tampoco
soportaba verla así, enfadada y distante. Suspiró y sin ganas, comenzó a tomarse el
zumo.
Germán, a pesar de sus bromas, abandonó la cabaña con una sensación desagradable,
algo no iba bien, estaba seguro de ello. Movió la cabeza de un lado a otro y se detuvo en
mitad del camino que llevaba al hospital, dudando si volver a ver a la pediatra. Vio salir
a Esther del comedor y dirigirse a los barracones de los soldados, una idea cruzó por su
mente, le iba a dar un día más a Maca, si en ese día no la veía mejorar de verdad,
pensaba llevársela a Kampala, pero antes tenía que dejarle las cosas claras a la
enfermera. Corrió tras ella llamándola. Esther se giró y se detuvo, no tenía ganas de
escucharlo porque imaginaba lo que iba a decirle, sabía que se había pasado dejando a
Maca sola toda la noche y parte de la mañana.
Esther bajó la vista, pensativa, sintiéndose culpable, solo quería que Maca reconociese
que sentía algo por ella y dejase de comportarse como una cría, pero lo último que
quería es que recayese o algo peor.
- Ni puede ser que la tengas sin desayunar hasta estas horas – continuó - Me
parece muy bien que estéis enfadadas pero que eso no afecte a tus obligaciones y
si te has arrepentido de cuidarla y no quieres hacerlo, me lo dices y ya me
encargo yo de ella.
- Tienes razón… no volverá a pasar.
- Eso espero.. porque cualquier día Maca nos da un susto y… no quiero que luego
vengan las lamentaciones… que ya nos conocemos.
- No exageres que está mucho mejor – protestó levantando los ojos hacia él con
miedo de que no fuera así.
- ¿Mejor? No te referirás a cuando vuelve de los famosos paseitos, porque no sé
que leches hacéis en ellos, pero procura quede aquí en adelante no se altere
tanto.
- No se altera, le gustan.
- Ya se que le gustan pero ¡joder, Esther! que tengo que estar recordándotelo cada
dos por tres, no hace ni tres semanas que salió de un coma, ya no sé cómo
decírtelo. Y no puede ser que vuelva de un paseo, que se supone que es para
relajarla y distraerla con la tensión por las nubes.
- Eso si es culpa mía – reconoció – pero tranquilo que no va a volver a pasar.
- ¿Me vas a contar por qué habéis discutido! porque no me puedo creer que sea
por una llamada de teléfono.
- ¿Eso te ha dicho?
- Algo así…
- Pues… no exactamente.
- No seas muy dura con ella… seguro que ha estado toda la noche sin pegar ojo,
no hay más que ver la cara que tiene.
- Ya… - murmuró pensativa, recordando el mal aspecto que tenía.
- Además, ¿no te ha dado penita con la cara que te ha mirado? – le dijo esbozando
una sonrisa burlona.
- No me seas liante... que yo sé lo que me hago – respondió molesta y divertida al
mismo tiempo.
- Vale, pero.. intenta volver para el paseo.
- Que sí, pesado.
- Es que… no quiero ni imaginarme el humor de perros que puede tener esta
tarde, como la dejes encerrada todo el día – sonrió.
- Serás… o sea que todo es por tu interés.
- Pues claro, a ver si crees que lo que a mi me importa es que tú seas feliz y que
esa cabezona deje de lloriquear por las esquinas. Yo lo único que quiero es estar
tranquilito – sonrió posando su mano en la mejilla de la enfermera.
- ¿Te he dicho que te quiero? – le preguntó abrazándose a él.
- Alguna vez – sonrió – pero deberías hacerlo más a menudo, que a uno también
le gustan los mimitos.
- Gracias – lo besó con cariño – me voy a Jinja, he hablado con André y estarán
de vuelta después de comer.
- Deberías llevarte el jeep y volver antes, ¿por qué no comes con ella! está
sensiblona y…
- No. Necesita estar sola – lo interrumpió sonriendo picarona y segura de lo que
hacía – y… necesita pensar….
- Pero… es que antes…creo que me he pasado un poco.
- ¿Cómo que te has pasado? ¿a qué te refieres?
- Pues… que ha conseguido sacarme de mis casillas y le he dicho un par de
verdades y… se ha puesto… vamos que parecía afectada y…
- Pero ¿qué le has dicho?
- Nada, una tontería.
- Germán…
- Pues que ella no puede darme órdenes, que no es nadie aquí y que…
- ¿Y tú por qué tienes que decirle nada? – le preguntó enfadada - ¿no dices que no
hay que alterarla?
- ¡Me vais a volver loco! – suspiró.
- Lo que tienes que hacer es ir a disculparte – le aconsejó sabedora de que no lo
haría.
- Y tú, en vez de ir a Jinja, deberías dormir un rato – le devolvió el consejo con un
gesto travieso indicándole que no pensaba seguirlo.
- Ya dormiré esta noche, pero tú sí deberías echarte, pareces cansado.
- Lo estoy. No tardes, por favor – le pidió señalándola con el dedo conocedor de
cómo acababan sus viajes a Jinja.
- Tranquilo que no he quedado con nadie, solo voy a comprar algunas cosas – le
dijo misteriosa.
- Ten cuidado, niña.
Esther asintió, suspiró y se fue con una sonrisa en los labios en busca de André, Germán
tenía razón quizás fuera mejor irse en el jeep. Así podría regresar cuando quisiese.
* * *
Esther se sentó en el borde de la cama, le había dicho que no volvería para comer pero
no había podido tener corazón y menos después de su charla con Germán, si ya tenía
dudas sobre si estaría siendo demasiado radical, el médico había terminado por minar su
seguridad en su plan y sembrarle el desasosiego. Y allí estaba dispuesta a almorzar en la
cabaña y hacerle compañía.
Sin embargo, la pediatra estaba acostada y dormida. Germán le había dicho que le dolía
mucho la cabeza, había insistido en hablar por teléfono, necesitaba hablar con Vero,
pero no lo había conseguido y al final había tenido que inyectarle un calmante, porque
los analgésicos no le hacían nada. Esther se preguntó si sería ella la culpable de que no
se le pasaran esos dolores. Quizás Germán no se equivocaba y lo único que estaba
consiguiendo en los paseos era ponerla nerviosa y alterada.
Abrió los ojos un instante y la miró, la pediatra descansaba, últimamente dormía mucho,
eso era bueno, pero también le preocupaba ese cansancio que parecía arrastrar y ese
dolor de cabeza que la martilleaba continuamente. Cerró los ojos e hizo un nuevo
intento de concentrarse, pero como siempre, sólo una cosa se atrevía a asomarse al caos
de sus pensamientos, Maca, siempre Maca. Sus labios se unieron para articular su
nombre, quería despertarla, quería charlar con ella aunque fuera un rato, pero evitó
pronunciarlo. De pronto una idea iluminó su rostro, ¡sí! ¡eso podía ser perfecto!
Un intenso ataque de tos la sacó de sus pensamientos y la hizo girarse de costado, Maca
se intentaba incorporar, parecía no sentirse bien e, incluso, le costaba respirar.
- Tienes razón, perdona. ¿Qué hora es? – le preguntó aturdida - ¿ya es la hora del
paseo! ¿tanto he dormido?
- No – le respondió mirándola fijamente – la verdad es que he regresado para
comer contigo pero… he preferido no despertarte, ya me ha dicho Germán que
no estabas bien, ¿te duele mucho? – se interesó, pidiéndole perdón con la
mirada.
- No – respondió observándola absorta, lo cierto es que estaba mucho mejor, “¡has
vuelto para comer!”, sonrió distraída.
- Pero… ¿estás bien? – le preguntó al verla con aquella expresión ausente.
Maca no respondió, solo asintió sin quitar los ojos de ella, no podía creer que hubiese
vuelto tan temprano, solo para estar allí sentada, haciéndole compañía mientras dormía.
“Ha vuelto para comer, ha vuelto para comer”, repetía su mente sin borrar la sonrisa de
sus labios.
- ¿Dónde te he hecho daño? – le preguntó más suave ante aquella sonrisa, lo cierto
es que le había dado tal tirón para sentarla que tenía que reconocer que sí que
podía haberla lastimado.
- Se me ha montado aquí un… - le señaló el hombro a la altura de la espalda.
Esther sonrió pensando en lo bien que le venía aquello para sus planes - ¿No me
crees? – le preguntó al ver su gesto burlón - Te lo digo en serio, se me ha
montado…
- Que sí, que te creo, es más, tengo el remedio perfecto.
- Ah, ¿si?
- Si, pero me tienes que dejar hacer sin protestas.
- Uy, Uy, eso no me suena nada bien… - contestó temerosa de lo que estuviese
planeando la enfermera.
- Tu escoges – le dijo burlona - o te quedas con ese nudo o te vienes conmigo.
- ¿Irme! ¿a dónde? – preguntó recordando el sueño que tuvo hacía días y sintiendo
un cosquilleo fruto de la inquietud que empezaba a experimentar – estoy muy
cansada y…
- Sin excusas y sin protestas.
- ¿Ya no estás enfadada? – inquirió temerosa.
- No estaba enfadada, Maca – respondió con tal mirada que la pediatra no se
atrevió a decir nada más sobre el tema.
- Pero… ¿a dónde quieres llevarme? – le preguntó con cierto interés no exento de
reservas, tras el paseo del día anterior y la revelación de la enfermera no quería
darle pie a más confesiones.
- Ahora verás. ¡Vamos!
Maca se dejó hacer sin rechistar, lo último que deseaba era que Esther volviera a
enfadarse con ella, había aprendido la lección, y Germán se lo había recordado aquella
misma mañana, “aquí no eres nadie”, cuando ya estaba lista la enfermera se situó tras
ella y salió de la cabaña a toda prisa.
Maca la miró en silencio, deseaba ir con ella, deseaba darle la mano y dejarse llevar a
donde quiera que fuese, le daba igual siempre que fuera junto a ella, como en aquel
sueño, dejarse arrastrar, olvidarse de todo y seguirla hasta el fin del mundo. Pero su
sentido común le decía que se estaba metiendo de nuevo en la boca del lobo, que era
una encerrona y que no iba a poder salir de ella. Dudó, sin saber qué hacer.
Minutos después, Maca mantenía los ojos cerrados con una expresión de placer en su
rostro.
La enfermera continuó paseando sus manos por la espalda de la pediatra que aún no
entendía como aquello estaba siendo real. Esther la había llevado a una especie de
pequeña ensenada, con una arena finísima en la orilla de un pequeño riachuelo, afluente
del Nilo, que pasaba justo por detrás del campamento. Se trataba de un recoveco alejado
de todo, con el sonido de la cascada del lago Victoria al fondo y un agua templada que
era toda una gozada.
La había desnudado asegurándole que a ese lugar jamás iba nadie, la había tumbado en
el agua boca abajo, sobre una especie de colchoneta que ni flotaba ni dejaba de hacerlo
de forma que estaba metida en el agua unos centímetros y al mismo tiempo podía rozar
con sus manos la orilla. El vaivén del agua y aquél masaje la estaba dejando nueva. La
enfermera deslizaba sus manos con delicadeza por su cuerpo sin poder evitar una
sensación de ternura mezclada con angustia cuando comprobaba aún las señales de la
paliza que le habían dado.
- ¿Cuánto hace que no te daban un buen masaje! tienes esto fatal – le dijo
cambiando de tema.
- Ummm – gruño adormilada – mucho – musitó de nuevo sin ganas de charla solo
concentrada en el placer que le hacía sentir aquellas manos recorriendo su
cuerpo.
Esther se situó boca abajo recostando la cabeza sobre los brazos, cerrando los ojos y
ofreciendo su espalda desnuda a la pediatra. Suspiró y se relajó esperando el tan ansiado
contacto de sus manos. Pero no se produjo y Esther, impaciente la instó a ello.
- Ahora eres tú la que tienes que estar pendiente de los cocodrilos – le dijo como
si tal cosa.
- ¿Qué? – casi gritó asustada, mirando de un lado a otro, pero la carcajada que
soltó la enfermera la hizo enmudecer. De nuevo se había burlado de ella.
- Vamos, Maca, empieza de una vez... - dijo descubriendo el deseo en su tono.
Maca, apartó con suavidad el pelo húmedo que caía sobre su espalda y obedeció sin
rechistar. Comenzó a masajear los hombros de la enfermera con parsimonia y firmeza,
deslizando con suavidad las yemas de sus dedos, Esther no pudo evitar que un gemido
escapase de sus labios y Maca se detuvo un instante, aquello se estaba convirtiendo en
un juego peligroso y no estaba segura de querer seguir jugando. Esther abrió los ojos y
la miró.
- Debo admitir que tienes manos mágicas... - murmuró extasiada - ¡Sigue, por
dios...!
Maca obedeció intentando masajear sin acariciarla pero no podía, la tenía allí junto a
ella, desnuda, en aquel paraje paradisíaco y su mente se olvidada de todo. De todo
menos de una cosa, la deseaba y ese deseo se acrecentaba con cada caricia, con cada
gemido de ella provocado por sus manos. Tenía que romper aquel encanto, no podía
dejarse llevar por él, no podía, “no puede ser, no puede ser”, repetía su mente, mientras
sus manos y su cuerpo le decían todo lo contrario.
- Perdona si te he ofendido – le dijo sumisa, “no ves que si tengo que dormir en el
suelo…dormiré… con tal de hacerlo a tu lado”, pensó.
Esther también suspiró pero ahora divertida por su tono y rendida ante aquellas manos.
- Míralo por el lado bueno – dijo Esther usando la frase preferida de Germán, sin
rastro del enfado que había mostrado tener y entornando los ojos con otro
gemido, ante esas manos no tenía fuerza de voluntad alguna - Si tuvieras un
buen sitio para dormir sería mucho más difícil, aunque de por sí ya lo es, lograr
sacarte de la cama.
Maca sonrió, la enfermera tenía razón, sus problemas de insomnio se habían esfumado
y, aunque seguía costándole un poco conciliar el sueño, cuando lo hacía era capaz de
estar doce horas seguidas durmiendo, a pesar de la cama. Hacía años que no descansaba
tanto y tan bien. Aunque de vez en cuando, siempre que discutía con ella, volviesen las
pesadillas. Tenía que reconocer que la enfermera había acertado y el llevarla allí, le
estaba sentando muy bien.
Abstraída en esa idea sus dedos dejaron de recorrer los hombros de Esther y casi sin
darse cuenta comenzaron a deslizarse por toda su espalda, como solía hacer antes, los
mantuvo ejerciendo una ligera presión a la altura de la cintura de la enfermera. Esther
no rechistó, no sabía si era intencionado o no, pero lo cierto fue que Maca dejó de pasar
con suavidad las yemas de los dedos por su espalda y comenzó a recorrerla con sus
palmas, incluso a coger un poco de carne en la palma de su mano, Esther sonrió “esto es
un magreo en toda regla como dirían en el pueblo”, “salvo que sea un nuevo método de
masajear y yo, después de cinco años aquí, me haya quedado anticuada”, “no, no, nada
de masaje, ¡esto es un magreo!”, sonrió.
Maca continuó ahora con una suavidad y una ternura que ratificó en la enfermera que
aquello nada tenía que ver con un masaje, Maca la estaba acariciando, primero con
parsimonia, suavidad y ternura y luego acelerando un poco el ritmo, Esther recordaba lo
que venía detrás y sintió un grado de excitación extremo, sin poder evitarlo de sus
labios se escapó una leve gemido. De pronto Esther notó que el cuerpo de Maca se
estremecía, notó cómo se crispaban sus manos y cómo se erizaba toda su piel.
- Necesito salir del agua, empiezo a tener frío – le dijo súbitamente a la enfermera.
- ¿Seguro que es frío? – preguntó burlona tumbándose boca arriba y clavando sus
ojos en ella, Maca no pudo evitar mirar su pecho y luego sus labios – yo te
noto… muy…
- Por favor, ayúdame a salir – le pidió alterada, comenzando a temblar.
- Maca... – intentó tranquilizarla – no pasa nada. Es normal que te hayas…
excitado.
- ¿Qué? – casi gritó – yo no me he excitado, no… no es eso… tengo frío – repitió
presa del nerviosismo.
- Si te has excitado – le dijo divertida por su azoramiento, incorporándose y
sentándose junto a ella – vamos Maca, que pareces una quinceañera, no va a
pasar nada que no quieras o no desees que pase.
Maca la miró con el ceño fruncido y apretó los labios en una mueca, cruzando los
brazos sobre el pecho y castañeteando los dientes.
“¿Frío?”, pensó Maca sin recordar su excusa, “te aseguro que tengo de todo menos frío,
si tiemblo no es por eso”. Esther le sonrió mientras la ayudaba a secarse, “tu dirás lo que
quieras, pero lo he notado, te has excitado”, pensó la enfermera.
Maca negó con la cabeza incrédula, estaba segura de que Esther había dicho algo entre
dientes.
Entonces ocurrió algo que dejó a la enfermera descolocada, los ojos de la pediatra se
anegaron de lágrimas y con pudor bajó la vista para no descubrirle el daño que le había
hecho aquella risa, aquel gesto de desprecio y aquellas palabras, sintiendo que Esther se
burlaba de ella y de la idea de que pudiese sentirse atraía por alguien en su situación.
Maca emitió un gruñido de protesta pero no replicó y Esther soltó otra carcajada. Miró a
Maca y le acarició la mejilla.
Tubo la sensación de que la pediatra estaba pidiendo que la besara pero no se atrevía a
dar el paso temiendo errar en su apreciación y estropearlo todo y más después de la
retirada que espantada que acababa de realizar la pediatra.
Maca clavó los ojos en ella con desesperación “¿qué haría si me besas! huir Esther, si
pudiera me levantaría y echaría a correr lo más lejos de ti que fuera capaz ... pero, no
puedo”, pensó sin dejar de mirarla, “no lo hagas, no lo hagas porque si lo haces y yo
huyo… ¿qué harías tú?”, se preguntó a sabiendas de que si se producía todo aquello lo
que de verdad deseaba era que ella no se lo tuviera en cuenta, “si huyo no es por ti, es
por mí”, pensó angustiada. “No puedo, no estoy preparada para esto, no es que no te
quiera, ni que no te pueda querer... es que… hace mucho, mucho tiempo que…”, pensó
con el miedo metido en el cuerpo y el corazón desbocado solo de pensar en esa
posibilidad.
Recogió todo a la velocidad del rayo lo colocó en la bolsa trasera de la silla y se situó
detrás de ella empujándola hasta el camino. Llegó allí casi sin resuello, por lo empinado
del terreno. Pero una vez arriba la suave pendiente del mismo le permitió coger
carrerilla.
De pronto, comenzaron a escucharse unos gritos y voces que se acercaban cada vez
más. Ester se detuvo.
La enfermera no respondió. Las voces cada vez se oían más claras y próximas.
Repentinamente, del recodo del camino salieron dos jóvenes que se situaron frente a
ellas. Los chicos les gritaron algo que Maca no entendía. Se giró hacia la enfermera, que
se había quedado paralizada.
Los chicos se aproximaron a ellas y la pediatra levantó la mano y les gritó que no se
acercaran. Ellos la miraron y luego se miraron entre sí, parecían alterados y asustados,
Maca estaba segura de que estaban muy nerviosos y parecían muy jóvenes, portaban dos
grandes palos que usaban a modo de cayados, debían ser pastores de los que le había
hablado la enfermera en alguna ocasión. Uno de ellos se acercó peligrosamente, Maca
miró de nuevo hacia la enfermera, el joven pronunció una palabra que Maca no entendió
aunque creyó comprender por sus señas que preguntaban por el hospital. Maca se giró
de nuevo, Esther permanecía con la vista fija en ellos, inmóvil, “el jeep, tengo que llegar
al jeep”, pensaba sin mover un solo músculo.
Entonces se decidió. Esther estaba paralizada y ella debía hacer algo, respiró hondo y
haciendo un esfuerzo, accionó la silla avanzando hacia los jóvenes, que no dejaban de
mirar a la enfermera, la conocían de vista aunque ella no era capaz de recordarlos. Maca
llegó junto a ellos, ambos echaron un paso atrás observándola con curiosidad y
comenzaron a gesticular con grandes aspavientos levantando los brazos y haciendo
señales que Maca no era capaz de comprender. Esther observaba la escena incapaz de
moverse, pero repentinamente, al ver levantar el brazo en el que portaba el palo a uno de
los chicos, creyó que iba a golpear a la pediatra y reaccionó.
- ¿Qué querían? – preguntó Maca sin dejar de mirar a Esther con el ceño fruncido
y la preocupación escrita en el rostro. Había vuelto a bloquearse y eso no era
buena señal. Al final iba a tener que hablar con ella seriamente y aconsejarle que
buscara ayuda profesional como ya le pidiera Germán.
- Solo saber donde estaba el campamento. Necesitan agua.
- ¿Estás bien? – le preguntó cogiéndola de la mano, la tenía helada – Esther…
- Si… lo estoy… - se giró y la miró esbozando una forzada sonrisa.
- Deberías plantarte el buscar ayuda, no puedes estar...
- Maca... – la cortó secamente – no sigas.
- Pero… Esther…
- ¡Por favor! – le pidió con tal angustia que Maca asintió sin pronunciar ni una
sola palabra más, pero con la intención de intentar más adelante convencerla de
que sola le iba a costar más trabajo superar todo aquel horror – será mejor que
volvamos – le dijo empujando la silla en dirección al jeep – y… no vuelvas a
alejarte de mi, ni a acercarte a nadie hasta que yo no te diga que puedes hacerlo
¿está claro? – la regañó.
- Pero Esther yo solo….
- ¿Está claro o no? – la interrumpió enfadada,
- Muy claro – aceptó sumisa – no te enfades, creí que tú… vamos que pensé que
no podías y creí que yo podría… pero ya he visto que no soy capaz de….
- Maca, lo único que yo quiero es que no te pase nada – se agachó y la besó en la
mejilla - ¿me entiendes?
- Sí, perfectamente – sonrió girando la cabeza para mirarla a los ojos – Esther…
- ¿Qué? – preguntó con un brillo especial en la mirada al ver aquella expresión
misteriosa de la pediatra que de pronto había sentido un deseo desmedido de
protegerla, como ya le ocurriera en Madrid al leer aquel informe.
- Ven – le pidió alargando la mano para coger la suya – para y ven aquí.
- ¿Qué quieres? – sonrió complaciente situándose ante ella.
- Gracias – le dijo con un brillo de emoción en los ojos – gracias por no salir
corriendo y dejarme ahí sola.
- Maca… - bajó la vista avergonzada – he estado a punto de hacerlo – musitó –
me he asustado de dos chiquillos que encima conozco.
- Yo también me he asustado, han salido de pronto, es normal.
- No quiero que me des las gracias, me ha faltado esto – le dijo juntando índice y
pulgar – para...
- Pero no lo has hecho y… estoy orgullosa de ti – le sonrió con dulzura.
- Maca… - la miró y apretó los labios, ¡la quería tanto! no hubiera sido capaz de
perdonarse el haberla dejado allí. Maca leyó aquella culpa en sus ojos.
- Esther… - murmuró con un profundo suspiro – ven….
Maca sonrió adivinando sus pensamientos y lo hizo, pero con suavidad y en la mejilla,
manteniendo los labios posados en ella durante un segundo eterno y tan cerca de la
comisura que Esther se estremeció. “Te lo debía”, pensó la pediatra recordando el beso
que le dio la enfermera en la cabaña.
- Se me olvidaba.
- ¿El qué? – preguntó Maca perpleja.
- Fui a Jinja a comparte algo.
- ¿A mi?
- Si – dijo rebuscando en la bolsa.
- ¿Qué es? – se interesó tomando la pequeña bolsa de papel que le tendía la
enfermera, lanzándole una mirada de ilusión que Esther ya no recordaba.
- Una tontería – volvió a sonreír.
Maca la miró con una sonrisa agradecida, eso era imposible, pero le gustaba cada vez
más esa forma que tenía de tratarla y obligarla a hacer las cosas, por un lado se sentía
protegida y segura con ella, pero por otro la enfermera confiaba tanto en sus
posibilidades que a veces lograba que se olvidase de sus limitaciones y creyese que era
capaz de todo y eso, tenía que reconocer, que nadie lo había logrado hasta entonces.
Maca asintió sin responder. . La enfermera esperaba alguna respuesta pero Maca perdió
la vista en la lejanía del camino, pensativa. “Esther tiene razón, como siga así voy a
terminar por perder el poco tono muscular que me queda, tengo que volver a los
ejercicios y a los masajes, tenemos que irnos de aquí cuanto antes”. Esther la ayudó a
colocarse el cinturón, arrancó el jeep y regresaron sin volver a mencionar el incidente
con los dos chicos, ambas parecían haberlo olvidado, charlando sobre la cena y las
ganas que tenía la pediatra de que, por fin, Germán la dejase tomarse un café.
* * *
Cuando llegaron al campamento, Germán, a diferencia de otros días, no las estaba
esperando, era demasiado temprano y tenía turno de tarde en el hospital. Dejaron el Jeep
y se encaminaron hacia los edificios principales.
Maca asintió con una mirada picarona, entendiendo el doble sentido de sus palabras.
Esther emprendió la marcha y Maca sonrió sin que pudiera verla, cada vez se sentía más
cómoda con ella, además, ese baño en el río le había devuelto una vitalidad que hacía
semanas que no sentía. Tenía ganas de cenar en compañía, hasta de ver a Germán, reír
sus bromas y discutir con él.
Tras pasar por la cabaña y recoger todo lo necesario, se encaminaron hacia las duchas.
Esther se dirigió a la última donde Kimau había perfeccionado el sistema que montó el
primer día. Maca al verlo se sorprendió.
Hora y media después, Germán miraba satisfecho hacia la pediatra que mantenía una
conversación con Sara mientras cenaban. La joven había insistido en hacerle los
honores y sentarse junto a ella en el primer día que acudía al comedor, Maca no había
tenido más remedio que sonreír y aceptar, con educación, sentarse junto a ella, por eso
el médico la observaba divertido.
Maca también levantó la vista y las miradas de ambas se cruzaron, Maca frunció el ceño
y Esther le dio un puntapié por debajo de la mesa al médico.
- ¡Ya la has liado! – exclamó – después de la bronca que le eché por contarle a
Vero nuestros paseos…. ¡verás la que me espera!… y con razón – protestó
mirando a la pediatra con temor de que se molestase al darse cuenta que le
estaba contando a Germán lo que habían estado haciendo toda la tarde.
- Me da tres leches la tal Vero, los paseos y las tonterías que os traéis, ¡ostias! –
respondió enfadado - ¿dónde coño tenéis la cabeza las dos? ¡Joder!
- Pero Germán… tampoco es para ponerse así – protestó levemente comenzando a
asustarse de su exagerada reacción - ¿qué pasa! ¿no me estarás ocultando algo
de Maca que deba saber? – inquirió recordando repentinamente la pregunta que
le había hecho la pediatra hacía unas horas acerca de su salud.
- No te oculto nada, pero ya no sé como decirte que hay que tener mucho cuidado
con ella…
- No creí que fuera para tanto… hace calor y…, te juro que no ha pasado frío ni…
- ¡Estás loca! aún no sabemos a que se debe ese líquido en el pulmón. Ya sé que
quieres que disfrute pero piensa un poco, joder.
- Ya está mejor y… mira qué bien está cenando hoy.
- ¡Claro que está cenando! si te las has llevado por ahí sin comer – le reprochó
mostrándole su enfado.
- ¿Cómo que sin comer? – preguntó abriendo los ojos manifestando que
desconocía que fuera así.
- Ya te dije que le dolía mucho la cabeza, y ya sabes que cuando se pone así… no
hay manera de que tome algo.
- No me ha dicho nada... – comentó pensativa mirando hacia ella, Maca se sintió
observada y levantó la vista, sonriéndole desde lejos, Esther le devolvió la
sonrisa – creí que habría tomado algo…
- Pues no.
- Bueno… pero antes me has dicho que no me preocupe – lo miró enarcando las
cejas inquisitivamente - ¿tú la ves mejor o no! porque si lo que quieres es
preocuparme otra vez, lo estás consiguiendo.
- Sí – reconoció - Ya sé que está mucho mejor, y que come más, y hasta está más
animada…, cuando no discute contigo, claro – le dijo volviendo a su habitual
tono burlón consiguiendo que Esther se sintiera ligeramente aliviada - Pero no
puede excederse, Esther, te lo pido por favor. Hasta que no tengamos los
resultados no quiero que corra riesgos. Siguen dándole esos ataques de tos, la
tensión se le sube cada dos por tres, por no hablar de esos dolores de cabeza….
Y… no me gusta.
- Tienes razón – dijo cabizbaja – lo siento.
- Si no se trata de que lo sientas o te disculpes, solo de que tengáis más cuidado –
le recomendó enarcando las cejas – parece mentira que sea médico – comentó
mirando hacia la pediatra, frunciendo de nuevo el ceño - Mañana no sale.
- ¿Qué?
- Que mañana se queda aquí el día entero. Quiero hacerle más pruebas y controlar
esa tensión. Le ha subido demasiado.
- Pero Germán… no creo que sea necesario… puedes hacerle las pruebas por la
mañana y luego dejar que salgamos …
- ¿Me contestas a una pregunta? – la interrumpió con genio frunciendo el ceño
nuevamente.
- Si – murmuró mirando de reojo hacia Maca que otra vez había vuelto a levantar
la cabeza observándolos ante el tono del médico – pero no hables tan alto.
- ¿Tú quieres de verdad a Maca? – le dijo con gravedad.
- ¿A qué viene eso! ya sabes que sí – susurró molesta por su tono - ¿por qué me lo
preguntas?
- Porque empiezo a creer que lo que te pasa es que tienes un calentón de cojones y
que te importa un carajo lo que le pase.
- Germán no tienes derecho a… - dijo con voz ronca enfadada - ¡eso es mentira! -
fue ahora ella la que elevó el tono y se interrumpió al ver que todos la miraban.
- ¿Ocurre algo? – preguntó Jesús interrumpiendo su charla con Maika.
- No – sonrió el médico hablando para la mesa – ya sabes… a la señorita le ha
sentado mal una de mis bromas – la estrechó contra él.
Esther lo empujó levemente separándose de él, molesta, pero sonrió con cara de
circunstancias y Maca la miró segura de que no se trataba de eso, “¿Qué coño pasa?”, se
preguntó alertada. Sara se dio cuenta de su expresión e interpretó que le preocupaba que
estuviesen discutiendo.
El silencio se hizo en la mesa, hasta que Maika se levantó y preguntó cuántos querían
café. Maca miró hacia Esther y Germán con ojos suplicantes, ¡deseaba tanto tomarse
uno! estaba comenzado a convertirse en una auténtica obsesión, pero el médico negó
con la cabeza y la pediatra suspiró y decidió obedecer, aunque estaba segura de que era
lo que necesitaba, porque estaba empezando a notar que le pesaban los ojos, había
comido más de lo que debía y la voz monótona de Sara le estaban provocando una
somnolencia que pronto no iba a ser capaz de disimular. Cuando la chica se marchó
hacia la cocina Sara continuó con su parloteo y Maca intentó prestarle atención a lo que
le contaba. Los demás hicieron lo propio y continuaron con sus conversaciones.
- Entonces ¿queda claro que mañana no sale de aquí y que se acabaron las locuras
como la de hoy? - le preguntó Germán a Esther bajando la voz para que no le
reprendiera.
- De acuerdo, te prometo que no volverá a pasar. Pero me parece exagerado, hoy
mismo querías a toda costa que la sacase y ahora… - se interrumpió al ver la
cara del médico – vale, haré lo que tú digas.
- Bien – dijo enfadado.
- ¿Puedo pedirte un favor?
- Claro – respondió más suave - ¿qué pasa?
- No le digas nada a Maca. Está mucho más animada y no quiero que se preocupe.
Tiene miedo de lo que pueda tener. La has asustado al decirle que quieres
llevarla a Kampala.
- ¿Y qué le vas a decir entonces?
- Ya pensaré algo – sonrió – pero tú no le digas nada.
- De acuerdo – suspiró ladeando la cabeza, pensativo. Y clavó sus ojos en la
pediatra que continuaba escuchando a Sara, tenía la sensación de que cada vez
parecía más cansada.
Sara captó, finalmente, que Maca no estaba dispuesta a seguir con aquella conversación
y aceptó con gusto el giro de la charla.
Maca estaba con la vista fija en ella, su voz comenzó a resultarle monótona y se alejaba
cada vez más, recordó los chicos del camino e intentó prestar de nuevo atención de
nuevo. Quizás tuviera algo que ver con aquel ingreso.
La pediatra abrió los ojos desconcertada, le dolía el pecho, estaba mareada,… ¿qué
había pasado? Esther le sonrió.
- Maca …
- La cabeza – murmuró – me duele mucho – levantó los ojos intentando
enfocarlos pero no podía – Esther… - la llamó asustada.
- Maca, tranquila – le dijo cogiéndola de la mano manteniendo la sonrisa en sus
labios, Maca consiguió fijar los ojos en ella y esa sonrisa disipó la sensación de
miedo profundo que sentía y que la hacía temblar – estoy aquí.
- A ver, Wilson, mírame – le ordenó el médico y Maca obedeció, girando la
cabeza hacia él con lentitud – sigue mi dedo con los ojos – le ordenó y Maca
frunció los labios en una leve sonrisa, obedeciendo.
- Estoy bien, Germán – dijo intentando incorporarse – estoy bien.
- ¡Joder! Espera un poco – exclamó el médico tumbándola de nuevo y tomándole
el pulso – espera un momento – respiró, aliviado, al verla consciente y orientada.
- Estoy bien – repitió mirando a la enfermera que estaba más pálida que ella
debido al susto que se había llevado.
- Vamos al hospital – ordenó Germán.
- ¡No! no hace falta – se opuso con rotundidad Maca – ya se me pasa, solo
necesito tumbarme un rato.
- Estás tumbada, Wilson.
- Quiero decir en la cabaña – se corrigió, “ya sé que estoy tumbada”, pensó –
ayúdame a levantarme. Estoy bien – repitió abochornada – vamos a terminar de
cenar.
- De eso nada, vamos al hospital – le dijo autoritario, cogió la silla, la incorporó
con delicadeza ayudado por Jesús y la sentaron en ella.
- Lo siento… - murmuró Maca mirando a todos, a la mayoría no los recordaba y
solo podía pensar en el ridículo que acababa de hacer. El primer día que acudía
al comedor y ya había tenido que dar la nota.
- Tranquila – le sonrió Esther al verla alterada – no pasa nada.
Germán salió con rapidez del comedor y tomó la dirección del hospital.
Maca miró hacia Esther angustiada. No quería hablar de aquello. Solo de rememorar
esas imágenes el pánico se apoderaba de ella y la sensación de angustia crecía,
provocándole un dolor muy intenso en el pecho, hasta el punto de dejarla sin
respiración.
Esther permaneció en pie junto a ella, mirando hacia su amigo y con una expresión
extraña, Maca giró la cabeza y la observó, preguntándose en qué estaría pensando. La
pediatra notó lo pálida que estaba y sintió un pellizco de preocupación.
- ¿Estas mejor?
- Esther ya os he dicho que estoy bien - suspiró vencida – créeme, por favor – le
pidió mostrándole su hastío, no podía con los dos. Si no querían escucharla que
no lo hicieran, ya comprobarían que ella tenía razón.
Esther volvió a asentir sin tenerlas todas consigo, sabía lo cabezona que era Maca y se
temía que lo único que pretendiera con esa insistencia, fuera no molestar más. Pero
decidió no perseverar y optó por cambiar de tema.
- Antes… me has dicho que te sonaba su voz, ¿lo has reconocido! ¿sabes quien
era? – le preguntó – porque si es así, tendrías que llamar a… - guardó silencio al
ver la cara que le estaba poniendo.
Maca había fijado unos espantados ojos en ella, había palidecido y, de nuevo, parecía
angustiada, sus manos comenzaron otra vez a temblar solo de pensar en aquellas
imágenes.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó inclinándose hacia ella. Maca negó con la cabeza –
Maca dime que te pasa - insistió.
Esther que estaba poniéndole una manta encima levantó los ojos hacia ella mostrando su
sorpresa y su interés.
Maca desvió la vista con las lágrimas saltadas, ¿por qué le hablaba así! llevaba días
haciendo todo lo que le decían, y si esa tarde había consentido en salir tanto rato era
solo por agradarla, y lo cierto es que se lo había pasado tan bien que se olvidó de todo y
se sintió mucho mejor, pero no creía que se mereciera ese tono, alguna vez protestaba
por algo, pero les había obedecido siempre a los dos. Esther se arrepintió
inmediatamente de haberle hablado así al ver cómo le afectaban sus palabras.
- Perdóname, no quería ser tan brusca… Maca… - la llamó girándole la cara hacia
ella pero la pediatra la volvió de nuevo molesta y entristecida – Maca… mírame,
¿me perdonas?
Maca asintió sin ser capaz de pronunciar palabra, el nudo que tenía en la garganta se lo
impedía. Estaba nerviosa, estaba triste, se sentía sin fuerzas y tenía miedo, mucho
miedo.
- Solo estoy nerviosa porque me has dado un susto de muerte. Germán estaba
calentándome la cabeza con que debemos tener cuidado y justo en ese momento
vas y te desmayas – se explicó pasando su mano con delicadeza arriba y debajo
del lateral de su cuerpo, acariciándola e intentando darle calor – no tenía que
haberte hablado así, pero, no llores, por favor.
- No me he desmayado. Me daba cuenta de todo – protestó - Y… no lloro – dijo
con un hilo de voz.
- Entonces… ¿qué te pasa?
- No sé… que estoy muy cansada – respondió con tanta intensidad que Esther se
aproximó aún más a ella y la abrazó – muy cansada, Esther.
- Lo siento, la culpa es mía, por querer forzarte… - continuó abrazándola – si ya
te vi esta tarde que no tenías muchas ganas de salir tan temprano, pero creí que
te vendría bien y que te animarías... , pero… no teníamos que habernos bañado
en el río, deberíamos haber vuelto antes y no deberías haber ido a cenar al
comedor.
- No es eso… ¡me lo he pasado tan bien contigo! – suspiró y la miró con tal brillo
en los ojos, tanto énfasis en sus palabras y una expresión soñadora que la
enfermera no pudo evitar sentir un cosquilleo en el estómago.
- Entonces… ¿de qué estás cansada?
- De… de todo… de sentir miedo... de no recordar… de lo que me espera cuando
volvamos, de… de todo – murmuró separándose de ella – Esther… yo….
- Chist, vale, ya está. Ahora vas a dormir, y descansar, ¿de acuerdo? Y yo voy a
estar aquí, contigo, toda la noche. Aquí no tienes que tener miedo de nada.
Maca asintió y la miró agradecida, estaba más tranquila. Esther se dio cuenta de ello,
sonrió aliviada de que fuera así, miró el reloj, Germán estaba tardando demasiado y
decidió ir en su busca.
La enfermera abrió la puerta pero Maca lo último que deseaba era quedarse allí sola.
- Esther – la llamó.
- ¿Qué? – se detuvo ya con la mano en el picaporte.
- ¿Puedes venir un momento?
- Claro – llegó junto a la cama con rapidez - ¿qué te pasa! ¿quieres que te ponga
mejor la almohada?
- No. No me pasa nada… es solo que... – la miró y guardó silencio no sabía qué
decirle para que no saliera de allí.
- No tardo ni un minuto Maca – le dijo sentándose en el borde de la cama y
colocándole el pelo tras la oreja descubriendo lo que le ocurría – no tengas
miedo que aquí estás a salvo.
- Ya lo sé – respondió esbozando una tímida sonrisa que mostraba lo avergonzada
que le hacía sentirse el comportarse de aquella forma, pero no podía evitar esa
sensación de angustia y temor – pero… no tardes.
Esther se agachó y la besó en la mejilla, dedicándole una dulce caricia. "Te quiero", le
dijo mentalmente, reflejando ese sentimiento en su mirada y consiguiendo que la
pediatra se estremeciese al adivinarlo.
Maca apretó los labios y oscureció la mirada. Estaba cansada de luchar contra todo y allí
en Jinja, estaba experimentando una sensación de libertad y tranquilidad que no sentía
desde hacía mucho tiempo, siempre encerrada, siempre mirando por encima del hombro
cuando salía, siempre temiendo. Esther tenía razón, mentía al decir que se quería ir, a
pesar de que no se encontraba bien físicamente, los últimos días junto a ella, habían sido
de los mejores que había pasado en años.
- Esther… yo… - decidió ser sincera con ella – no quiero que pienses que no…,
vamos que quiero…, que quisiera repetirlo – balbuceó nerviosa .
- ¿Repetir el qué! ¿de qué me hablas, Maca? – le preguntó divertida al verla tan
nerviosa y azorada.
- Del paseo de hoy… del baño en el río… de... del masaje – confesó enrojeciendo
ligeramente – podíamos volver mañana y…
- ¿Mañana? No. Mañana no creo que puedas, pero… ya habrá tiempo – le
respondió insinuante – ahora lo importante es que comprobemos que no te pasa
nada.
- No me pasa nada, te lo aseguro – le dijo sin dejar de mirarla embelesada y
pensativa, “nada que no sea este dolor en el pecho que me provocas cada vez
que me miras así, cada vez que te marchas y tardas en volver, cada vez que
pienso en Madrid”, suspiró profundamente – Esther yo… quisiera cambiar…
quisiera que… que todo cambiase… pero…
- No tienes que cambiar – le dijo esbozando una sonrisa e inclinándose junto a su
oído le susurró – ¡me encanta cómo eres! – sonrió levantándose – ahora vuelvo.
Maca abrió los ojos, sorprendida, sin saber qué responder, un escalofrío le recorrió la
espalda, pero esta vez no se debía ni a la fiebre, ni al miedo que le producían esos
recuerdos. Esther conseguía con solo unas palabras remover su interior de un modo que
ya no recordaba y que cada vez le gustaba más. La enfermera se quedó unos instantes
junto a la cama, con la sonrisa en los labios y una mirada de complicidad que Maca no
podía dejar de responder. “Vamos, ¡bésala! te lo está pidiendo a gritos”, se dijo la
enfermera.
Repentinamente, la puerta se abrió y Germán entró cargado de bultos. Ambas se
sobresaltaron y aterrizaron en la realidad de la cabaña como si bajaran de una nube que
solo ellas habían creado en un cielo de miradas llenas de amor.
- Ya estoy aquí – se detuvo en la puerta entrando todo lo que había dejado fuera y
mirándolas con un gesto bulón, “¡Vaya cara que tienen éstas!”, “ay, ay,
Esthercita, te tengo dicho que no me la alteres”, pensó divertido por la expresión
de ambas y preocupado por la pediatra – Esther, ¿te importa echarme una mano?
- Claro que no – dijo corriendo a ayudarle saliendo, al fin, de su ensimismamiento
que la había dejado observándolo contrariada por la interrupción y sin ser capaz
de mover un dedo en su auxilio – estaba apunto de ir a buscarte, ¿dónde te
habías metido?
- Ya te contaré – respondió sonriente - ¿cómo estamos Wilson?
- Bien, Germán, ya te lo dije – respondió mirando todo lo que llevaba - ¿para qué
es todo esto?
- ¿Tú para qué crees? – le dijo irónico – si la señorita no quiere ir al hospital, el
hospital tendrá que venirse aquí.
- Germán no es necesario… todas esas cosas os hacen mucha más falta allí.
- Mientras sea yo quien dirija este campamento, seré yo quien diga lo que es o no
necesario…
- Pero…
- Eres una cabezona y estás acostumbrada a hacer lo que te da la gana, pero a
estas alturas ya sabes que a mi eso me da exactamente igual. Te dije que te iba a
monitorizar y te voy a monitorizar – elevó el tono con autoridad - Esther
empieza a prepararla – le ordenó.
- Y ahora me dirás que esa tensión no es demasiado alta y que el ritmo es normal..
- No – musitó mirando la pantalla pensativa.
- Bien, porque de ahora en adelante aquí se hace lo que yo diga – las miró a ambas
y las señaló con el dedo – y esto va por las dos.
- Tiene treinta y ocho y medio – lo interrumpió la enfermera.
- Wilson, quiero que me digas exactamente qué síntomas te notas.
- Te digo que me encuentro bien, de hecho hoy me encontrado mucho mejor,
hacía días que no estaba así.
- ¿Te duele el pecho?
- No, Germán, no me duele nada que no sea la cabeza.
- ¿No has sentido molestias o presión?
- No, y no sigas… que ya sé por dónde vas.
- ¿Ni en la espalda, el costado, el hombro…? - pregunto sucesivamente a lo que
Maca iba negando con la cabeza - ¿estás segura?
- Vamos a ver, la espalda me duele muchas veces pero es normal, cuando me…
me altero demasiado también me duele el pecho pero eso también es normal
en… - se detuvo clavando sus ojos en él – Germán, sabes que tengo razón, no
me mires así y no saques las cosas de quicio. Habla con Cruz y ella te dirá…
- Ya sé lo que me dirá, he hablado con ella varias veces – le dijo mohíno – pero…
- Pero nada, Germán – lo cortó con rapidez mirando de reojo a Esther que estaba
recogiendo las cosas y qué se percató del visaje de la pediatra – sabrás entonces
que no es nada más que fruto de la ansiedad y el estrés. Pero estoy en
tratamiento y está controlado.
- Esther – se volvió el médico hacia ella - ¿te importa ir a la farmacia a por un
antitérmico y un calmante?
- Germán, no me duele la cabeza como para…
- Por favor, Esther – insistió cortándola.
- Ahora mismo voy – dijo saliendo de la cabaña, segura de que ocurría algo que
no querían que supiera.
Germán mantuvo la vista fija en ella hasta que la vio cerrar la puerta. Luego se volvió
hacia Maca y clavó sus ojos en los de ella, enarcando las cejas y cruzando los brazos
sobre el pecho.
Maca se quedó observándolo un instante, el médico estaba seguro de que iba a hablar,
pero repentinamente su rostro se ensombreció y el tono derrotado que había usado con
anterioridad mudó por uno de impaciencia y hastío. Él se percató al instante y abrió la
boca para instarla a sincerarse, pero Maca fue más rápida.
- Germán, – intervino sin dejarlo hablar – está todo controlado, no le des más
vueltas, y no gastes esfuerzos y medios en mí. Cruz es mi médico y una de las
mejores del país, está harta de hacerme pruebas y, al final, siempre salen
negativas, solo es ansiedad, ya te lo he dicho.
- ¡Eres imposible!
- ¡Y tú un pesado! – se quejó cerrando los ojos con un suspiro - Estoy cansada de
esta conversación y me gustaría dormir un rato.
- Muy bien – se levantó conciente de que no conseguiría nada de ella – dejo la
conversación hasta que tengamos los resultados, luego, si no estoy equivocado
y, creo que no, tendrás que escucharme.
- De acuerdo – respondió arrastrando las palabras – hasta ese día, deja de insistir
y… otra cosa, no quiero que me pongas un calmante.
- No te lo iba a poner – sonrió ante la perplejidad de la pediatra – creí que si
Esther no estaba delante me dirías qué es lo que te pasa.
- Ya… - dijo mirando hacia la ventana que se había abierto de golpe,
provocándole tal sobresalto que se sentó en la cama.
- ¡Joder! – exclamó el médico que corrió a asegurarla – otra noche de tormenta –
comentó dándole la espalda – y ésta va a ser de las gordas.
- ¿Más que anoche?
- Eso parece – sonrió girándose y permaneciendo junto a la ventana – Wilson,
deberías… relajarte un poco, aquí… no corres ningún peligro. No puedes estar
así… saltando por cualquier cosa.
- Ya… - murmuró recostándose de nuevo, eso era muy fácil decirlo. Un trueno
ensordecedor y un relámpago, la hizo pensar en Esther.
- ¡La que va a caer! – exclamó el médico mirando al exterior.
- Germán… - lo llamó entre asustada por la tormenta que se avecinaba y
preocupada por la actitud seria del que fuera su amigo.
- ¿Qué?
- ¿Cuándo estarán los resultados del líquido?
- Deben estar al caer – le sonrió – pero no te preocupes que serás la primera en
conocerlos.
- Te digo la verdad, es solo ansiedad – insistió deseando que él se lo ratificase.
- ¿Y… desde cuándo estás así?
- ¡Ya ni me acuerdo! – esbozó una ligera sonrisa – no intentes hacer un cuadro
con todos los síntomas – le aconsejó condescendiente – se deben a… cosas
distintas.
- Bueno… tú descansa y no te preocupes – respondió con seriedad, Maca supo
que no estaba de acuerdo con ella.
- En serio crees que… - se interrumpió con el temor reflejado en los ojos.
- No creo nada, Wilson, tienes razón, es mejor esperar – admitió con tranquilidad
– mira el monitor, todo ha vuelto a la normalidad.
- Si – esbozó una sonrisa de alivio.
- De momento, vamos a controlar esa tensión. Y… si te notas cualquier cosa, haz
el favor de despertar a Esther.
- Que sí – respondió con genio arrastrando el sí, mostrándole lo harta que la tenía,
pero luego suavizó el tono - Gracias por todo – le dijo con amabilidad – yo…
Maca notó que el pulso se le aceleraba de nuevo y miró a Esther con tal desesperación,
solo con la idea de volver a pasar allí sola la tormenta, que la enfermera no pudo evitar
sonreír. Y Germán que no quitaba la vista del monitor frunció el ceño, preocupado.
- No, gracias, Germán, prefiero quedarme aquí con Maca – respondió sentándose
en la cama y acariciándola en el antebrazo.
La pediatra le lanzó una mirada agradecida, sintiendo un enorme alivio que se reflejó
rápidamente en su ritmo cardiaco.
Esther sonrió al verla ya adormilada. Y Maca, que no quitaba los ojos de ella,
comprendió que Germán le había mentido.
Esther la observó durante unos instantes, pensativa, le retiró la manta y le colocó bien
las sábanas. Se levantó y apagó la luz manteniendo encendida la pequeña lamparita,
Maca tardaría en despertar pero no quería que lo hiciera y se encontrase a oscuras.
Luego se echó a su lado y cerró los ojos deseando que la pediatra se recuperase cuanto
antes.
Dos horas más tarde, la enfermera dormía profundamente, tanto que no percibió la
inquietud que mostraba Maca. La pediatra no dejaba de moverse, sumergida en un
agobiante sueño, producto de todo lo que había vivido a lo largo del día.
La enfermera abrió los ojos con la sensación de que había escuchado a Maca llamarla,
se sentó en la cama y la miró alertada por su voz y su respiración agitada, la lluvia
seguía golpeando en la ventana y el ambiente era cada vez más bochornoso. Maca
estaba muy alterada, el monitor así lo reflejaba. La tocó, seguía teniendo bastante fiebre.
Esther se levantó, pensativa. Quizás debía buscar a Germán, no dejaba de llover, se iba
a calar hasta los huesos, pero era lo mejor, aunque pareciese una exagerada, no le
gustaba nada el grado de alteración de la pediatra y la fiebre no le había remitido. Se
acercó a Maca y le colocó el termómetro, así, cuando volviese con el médico, verían la
temperatura que tenía, que a ella se le antojaba altísima. Esther cogió una chaqueta del
armario y con rapidez salió de la cabaña, un trueno ensordecedor la hizo estremecerse
ante aquella oscuridad, inmediatamente un relámpago iluminó fugazmente su camino,
mientras corría hacia la cabaña de Germán. Maca permaneció durmiendo y soñando que
aquellos ojos se acercaban a ella amenazadoramente.
“¡Aquí estabas! nunca podrás librarte de mi, quiero jugar contigo, vamos a divertirnos”,
le repetía sin parar y sin que sus súplicas hicieran ninguna mella en sus intenciones,
“por favor”, “por favor”, intentaba obtener clemencia. De pronto, el frío de aquel lugar
se hizo mucho más intenso, tanto que sentía como finas agujas se clavaban por todo su
cuerpo, y una luz la cegó, como tantas veces, solo alcanzaba a ver una mano tendida,
una mano salvadora a la que, desesperadamente, intentaba aferrarse pero no podía llegar
hasta ella, incapaz de mover un músculo. “Vamos, vamos, levanta, levanta puta y bebe,
bebe te digo”, le ordenaba aquella voz, “no puedo”, “¡no, puedo!”, murmuró ensueños.
“Tranquila, dame la mano, Maca dame la mano”, escuchó sin poder creerlo, era ella
“¡Esther!”, “¡Esther, ayúdame!”, le pidió a la enfermera, ahora podía verla con toda
claridad estaba allí frente a ella, con su enorme sonrisa, con su mano tendida. Aquella
visión consiguió que su cuerpo se relajara, sintió que el aire inundaba sus pulmones y
que podía mover su brazo para alcanzar la mano que ella le tendía, por fin se había
aferrado a ella, aliviada le sonrió, “¡Esther!”. Pero, en contra de lo que esperaba, los
labios de la enfermera no devolvieron la sonrisa, se fruncieron en una mueca de horror y
su gesto mutó, aquellos ojos no eran los de ella, “no te fíes de nadie”, escuchó la voz de
Isabel. La mano que tenía aferrada se heló, Esther se reía con estentóreas carcajadas, la
soltó entre risas, “¡excitarme yo! eres patética”. “Despiértate estás soñando,
despiértate”, se repetía, “A dios, Maca”. No, no era Esther, ¿quién era! necesitaba
recordar a quién pertenecían esos ojos, de quién era aquella figura, “vamos puta, bebe,
vamos puta”, “vamos a divertirnos”. Sintió el frío metal en su cuello, le dolía mucho.
“No puedo más, no puedo”, murmuró.
Maca suspiró y miró hacia la ventana. Esther la observó, tenía las ojeras marcadas y los
ojos melancólicos, pero estaba guapísima. Sonrió pensando en que siempre le había
encantado su perfil, la línea de su nariz, el dibujo que marcaban sus labios, esos labios
que…
Esther continuó con el masaje, con suavidad y lentitud, arrancando un ligero gemido de
gusto en la pediatra. La miró con ternura, cada vez le resultaba más difícil estar junto a
ella sin terminar besándola. Maca abrió los ojos y sonrió al ver su expresión.
Esther se quedó observándola, con la ternura reflejada en el rostro, sabía lo que estaba
haciendo, le reprochaba veladamente que la dejase sola y asustada, pero no iba a caer en
su trampa. Ya se había disculpado.
- ¿Y Vero no sabe que significan esos sueños que se repiten? – cambió de tema.
- Me dijo que podía ser que no aceptaba estar en silla de ruedas pero que… que
no les diese demasiada importancia, que … no me esforzase en recordar … que
si tenían ago de realidad lo recordaría antes o después y que si no pues … - se
interrumpió y suspiró – ¡vah! ¡da igual! es charla de psiquiatras.
- Maca, si no crees que Vero pueda ayudarte, ¿porqué sigues en terapia? – se
atrevió a preguntarle al ver el aire entre despectivo y decepcionado que había
adoptado al hablar de la psiquiatra.
- Porque si que me ayuda, es mi amiga, me escucha y me da buenos consejos – la
miró cambiando rápidamente de expresión – estos años, si no hubiera sido por
ella… hay veces que – la miró fijamente y tragó saliva, luego la desvió de nuevo
y cuando volvió a hablar su voz sonaba ronca y dolida – hay momentos en que
he creído volverme loca y ella… siempre ha estado ahí, no solo como psiquiatra.
- Entiendo.
- No, Esther, no lo entiendes – le dijo con tal seriedad que la enfermera se asustó,
¿estaba Maca queriendo decirle algo más con aquellas palabras! ¿quizás que
Vero era la persona que si no existiese su mujer compartiría la vida con ella! la
sola idea la hizo sentirse tremendamente celosa y una gran animadversión hacia
la psiquiatra la invadió – necesito a Vero, necesito sus consejos, necesito su
calma, su... – la miró de nuevo a punto de hablarle de aquello que se empeñaba
en ocultar, de hablarle de Ana – Esther yo… mi vida… - se detuvo de nuevo
dudando, no quería que creyera que le estaba diciendo que quería que volviera a
enfadarse con ella por culpa de Vero y por la cara que había puesto mucho se
temía que era así.
- ¿Qué pasa con tu vida, Maca? – le preguntó al ver que no seguía.
- Es… tan difícil todo – suspiró y clavó los ojos en ella, pero Esther sabía que no
la veía a ella y también sabía que Maca estaba a punto de confesarle algo,
aunque como siempre le costaba mucho trabajo, en eso tampoco había cambiado
– Vero, me ha escuchado, es la única que de verdad lo ha hecho...
- No lo creo, Maca – dijo y la pediatra frunció el ceño molesta - ¿Y Claudia y…
Teresa? me dijiste que eran tus amigas, que confiabas en ellas…
- Ellas también pero… Vero es la única que me conoce de verdad, a la única que
yo… a la única que no puedo mentir.
- ¿Quieres decir que nos mientes a los demás? – preguntó enarcando las cejas -
¿qué me mientes a mí?
- No, no. Claro que no, pero… no cuento todo. Ya sabes que yo…
- Sí, siempre has sido reservada – le sonrió acariciándole la mejilla.
- Sí – murmuró pensativa, luego volvió los ojos hacia ella y Esther no supo
interpretar aquella mirada – a veces… cuando me hundía tanto que… - tragó
saliva y bajó los ojos avergonzada y casi susurrando continuó – que… yo…
pensaba en… – guardó silencio de nuevo y cuando habló lo hizo segura de sí
misma y en un tono mucho más alto - bueno que Vero siempre me ha dado
buenos consejos.
- Eso también puedo hacerlo yo – le dijo con una sonrisa de decepción, intentando
bromear. Al final, Maca se había arrepentido de sincerarse y estaba segura de
que ya no lo haría – es tu psiquiatra debes esperar más de ella – se atrevió a
decirle a sabiendas de que se podía enfadar.
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó molesta.
- No sé, Maca – respondió intentando ganar unos segundos que le permitieran
medir sus palabras.
- ¿Cómo que no sabes! esa respuesta no me vale – dijo molesta frunciendo el
ceño.
- Bueno… no te enfades, ¿de acuerdo? – dijo mirando al monitor – tienes que
estar tranquila.
- Vale pero dime qué quieres decir.
- A ver Maca, me dijiste que llevas años en tratamiento y yo no veo que hayas
avanzado mucho – reconoció – es más, creo que quizás te iría mejor con otro
profesional…
- Ya… y eso me lo dices tú – soltó con ojos chispeantes recalcando el tú – tú que
ni siquiera te molestas es pedir ayuda, al menos, yo lo intento.
- Maca, por favor, no te enfades, solo es mi opinión. Además… tu caso y el mío
son cosas diferentes.
- No lo creo, mi opinión es que se parecen bastante – le dijo mostrando su enfado
en el gesto y el tono, Esther volvió a mirar al monitor, Germán la iba a matar,
era mejor cambiar de tema - solo que tú no quieres hacer nada por superarlo y
yo…
- Tienes razón, no te alteres, por favor – volvió a pedirle.
- No me des la razón como a los locos, odio que hagas eso – respondió más
alterada aún.
- Vale, vale, tranquilízate por favor.
- Estoy tranquila – le dijo clavando los ojos en ella y mucho más suave continuó –
estoy tranquila – murmuró - Esther, me preocupas – confesó – me preocupas
mucho, no puedes pasar por alto lo que te ocurre. No puedes hacer como si no
pasara nada, porque pasa y es algo serio – le dijo cogiéndola de la mano y
consiguiendo que a la enfermera se le saltaran las lágrimas – yo… yo quiero que
busques ayuda y que lo hagas cuanto antes.
- Ya… - murmuró – lo pensaré.
- Vale – aceptó sin intención de presionarla – y… no me gusta que te metas con
Vero, yo…
- Ya lo sé, la necesitas y necesitas sus consejos – la interrumpió con rapidez, no
soportaba escucharla decir aquello, no soportaba que Maca estuviese todo el día
pensando en ella y echándola de menos - No te preocupes que no volveré a
hablar del tema. Pero creo que, como te he dicho antes, consejos podemos dar
todo el mundo.
- Pues si – suspiró – te aseguro que lo sé – dijo pensativa – todo el mundo me da
consejos…incluso órdenes – exhaló un suspiro y Esther se arrepintió de haberle
dicho aquello, Maca estaba harta de que controlasen su vida y se lo estaba
diciendo claramente.
El silencio se hizo entre ellas, Maca perdió la vista en el techo, sus ojos se habían
oscurecido y su boca apretada en una mueca de desagrado indicaba que sus
pensamientos no eran muy agradables y la enfermera pensó, al verla con aquel rictus de
desagrado, que lo mejor era que dejaran el tema y descansaran, pero había algo que la
inquietaba y que necesitaba saber. Miró a Maca y viendo que continuaba pensativa se
decidió a preguntarle.
- Maca… ¿por qué has dejado que todo el mundo…? – se interrumpió, no quería
ni ofenderla ni que creyese que no la respetaba o que la veía con los ojos de la
decepción, y dudó un instante.
La puerta se abrió de repente y Germán entró con rapidez, llegaba chorreando, y las dos
lo miraron sorprendidas de verlo allí y de que hubiese entrado sin llamar. Al verlas
despiertas, y comprobar que la enfermera se separaba con rapidez de Maca y se sentaba
en la cama, adoptó una actitud entre tímida y enfadada.
Un trueno las sobresaltó y la pediatra se abrazó a ella asustada. Esther la estrechó con
cariño y permaneció acunándola, sin decir nada, solas y abrazadas, sintiendo el latir
vertiginoso de su pecho y como, con el paso de los segundos, se iba aplacando. Luego,
sin separase de ella, posó su mano de nuevo, sobre la mejilla de la pediatra y comenzó a
acariciarla con el dedo pulgar en el pómulo, los demás masajeando su nuca, sus ojos
clavados en los de ella, escudriñando sus sentimientos, sus labios se separaron pero no
pronunciaron palabra y Maca, repentinamente asustada por lo que podía suceder se
retiró.
- ¿Querías saber lo que soñé? – le dijo de pronto intentando romper la magia que
se había creado entre ellas, frunciendo el ceño y apretándose la sien con fuerza.
- Si – suspiró captando rápidamente su negativa y sin saber muy bien a qué se
estaba refiriendo ahora - ¿estás bien?
- Si – asintió acompañando su afirmación con un ligero movimiento de cabeza -
Anoche soñé que estabas muerta, a mi lado, que no podía moverme, que estaba
atada a ti, y que alguien me decía que yo era la culpable de tu muerte y que.. no
podía huir más – habló con precipitación sin recordar que ya se lo había contado,
presa del nerviosismo que sentía.
- Vaya…
- Y hoy que me salvabas de un lugar horrible, que me dabas la mano y me sacabas
de allí, pero en el último momento me soltabas y te reías de mí. Y me dejabas
allí, sola, a merced de ese…
- Maca… - murmuró, consciente de lo que implicaba ese sueño, sus ojos se
llenaron de lágrimas y una profunda tristeza la invadió. Maca no confiaba en
ella, temía que si daba el paso ella volviese a abandonarla. Ahora entendía
porqué era tan reacia a cualquier acercamiento, porque le costaba tanto trabajo
abrirse. Maca tenía miedo de volver a sufrir como ya sufriera hace años.
- Esther… - le apretó la rodilla llamándole la atención - ¿Sabes qué significa? – le
preguntó al verla tan pensativa.
- No soy psiquiatra – le sonrió abatida – pero no hagas tanto caso a los sueños ni a
los psiquiatras, escucha más a tu corazón, quizás así tu cabeza deje de darte la
lata.
- Esther… - la miró sorprendida por aquellas palabras, se lo podía decir más alto
pero no más claro – me estás diciendo que…
- Te estoy diciendo que te relajes, que te dejes llevar, que no des tanta importancia
a lo que no la tiene y que disfrutes más de la vida. Te lo mereces.
- ¿Tú crees?
- Claro, estoy convencida – se agachó y la besó en la frente, abrazándose a ella –
y ahora a dormir y si tienes una pesadilla me despiertas. Verás como no te suelto
la mano – le sonrió.
- Lo que hace falta es que consiga despertarme yo – murmuró – aunque no suelo
tenerlas cuando duermes a mi lado y… me coges la mano.
- Pues… tendremos que volver a las buenas costumbres.
- Una vez leí que los sueños son el espíritu de la realidad con las formas de la
mentira.
- ¿Sabes lo que te digo? ¡qué también lees demasiado! – sonrió burlona.
- Me gusta leer.
- Ya lo sé, siempre te gustó.
- Ahora me gusta aún más, me ayuda a evadirme, a pasar las horas de la noche
que se me hacen eternas….
- Pues a mi se me ocurren un par de ideas para esas horas que…
- ¡Esther!… - la cortó con ojos suplicantes comprendiendo rápidamente por dónde
iba.
- Margarette me dijo una vez que los sueños, donde cobran su entera dimensión es
en nuestro corazón y que es, precisamente ahí, donde tenemos la certeza de su
trascendencia en nuestras vidas. Y… hasta que no escuches a tu corazón…
- Esther… - murmuró impotente con un brillo especial en los ojos que no se lo
daba solo la fiebre.
- Buenas noches, Maca – sonrió con tranquilidad – necesitas descansar, no le des
más vueltas.
- Cierra los ojos – le pidió y Maca la miró asustada – ¡ciérralos! confía en mí.
- Pero… no vayas a…
- No voy a hacer nada, tranquila – le dijo con una cadencia en la voz que invitaba
al sueño y le daba tranquilidad.
Maca la miró sin obedecer. “Tan sensual como siempre”, pensó. No sabía que le daba
esa tierra pero allí le parecía que estaba más hermosa que nunca. Mantuvo los ojos
clavados en su cara, absorta. No podía dejar de observarla, ¡era tan atractiva!; la luz de
la bombilla le mostraba lo bella que era y estaba allí a su lado, dispuesta como cada
noche, a complacerla, a hacerle las horas más llevaderas, a consolarla y espantar sus
miedos, “embriagadora, sensual, excitante, siempre pendiente de mí”, pensó extasiada,
“¿por qué no puedo! ¿por qué te rechazo! si lo único que deseo es besarte”.
- Ciérralos, Maca – repitió con una sonrisa burlona ante la expresión distraída que
mantenía la pediatra.
- Si – murmuró – ya voy – respondió obediente.
Sintió que la enfermera recorría el óvalo de su rostro, la sintió acercarse, sintió su dedo
pasar por sus labios y temió que la besara, pero no lo hizo. Luego, notó que se echaba a
su lado manteniéndola cogida de la mano y no pudo evitar un suspiro de alivio, la
enfermera también suspiró, pero no de alivio, sino resignada. No sabía hasta cuando
sería capaz de esconder que la amaba y que no aguantaba más las ganas de darle un
beso.
“Ay”, suspiró, “lo que daría porque todo fuera diferente”, pensó la pediatra cerrando los
ojos. Esther la escuchó suspirar y volvió a sonreír, ¡muy equivocada tendría que estar
para que no significasen lo que imaginaba! y cerró los ojos dispuesta a que, la noche
siguiente, esos suspiros fueran aún mayores.
* * *
Maca despertó y comprobó que hacía horas que había amanecido, un sol radiante
entraba por la ventana e incluso el calor que hacía en la cabaña le indicaba que debían
ser más de las nueve. Aún aturdida por haber dormido tanto, alargó la mano en busca de
Esther pero la enfermera ya no estaba en la cabaña, no se extrañó porque algunos días se
levantaba muy temprano y, luego, acudía a despertarla con el desayuno. Por eso cuando
escuchó abrir la puerta ensayó su mejor sonrisa pero, para su sorpresa, no se trataba de
la enfermera. Margot le llevaba un zumo y algunas frutas troceadas, iba acompañada de
Maika que la saludó con timidez. La chica llevaba orden de Germán de tomarle la
temperatura y así lo hizo, aunque Maca le insistía en que no hacía falta, no tenía fiebre,
y estaba muy bien. Le sacó sangre y se despidió de ella dejándola sola con Margot, que
remoloneó por la habitación, esperando que Maca terminase de desayunar. Le dio las
gracias a la chica y tras tomarse casi todo, esperó pacientemente la visita de Germán o
de la enfermera pero pasaban los minutos y nadie hacía acto de presencia.
Pasado el medio día, desesperada de estar sola y aburrida, se decidió a salir de la cabaña
por sus propios medios. Se vistió y se sentó en su silla. Se dirigió a la puerta principal y
salió al porche. El calor era insoportable y el sol le molestó en los ojos. Esperó
pacientemente a que pasara alguien conocido para pedirle que la ayudase a bajar los
escalones, Kimau aún no había terminado la rampa, ocupado en arreglar los
desperfectos de la tormenta de la pasada noche. Iría a llamar por teléfono, le apetecía
charlar con alguien y quizás Vero, si no tenía grabación estuviese en su despacho. Pero
su mala suerte no había pasado y el primer conocido que pasó por delante fue Germán.
- ¿Yo qué he dicho? – le preguntó enfadado – me da igual que ella te pida que la
dejes en la silla – continuó con la bronca – si digo la cama, es la cama. ¡Joder!
- Deja tranquila a la chica que no tiene culpa de nada – intervino Maca con
tranquilidad defendiéndola – he sido yo la que me he levantado y me he vestido
sola.
- ¿Tú?
- Si, yo – sonrió – aunque no lo creáis, no soy tan inútil como os parezco.
- Eh... Margot – dijo volviéndose a la chica – perdona… yo… lo siento – se
disculpó avergonzado – puedes marcharte y… búscame luego, quiero hablar
contigo – le pidió mucho más suave.
- ¡Joder, Wilson! – la miró enfadado - ¿es que tienes que hacer siempre lo que te
da la gana? – le echó en cara clavando sus furiosos ojos en ella. Maca lo miró,
suspiró y se encogió de hombros, ¡si eso fuera cierto y pudiese hacer lo que le
viniera en gana! - … yo… no creo que seas una inútil, y… no creo que te haya
hecho sentir eso, pero si te he dicho algo para que pienses así… lo siento – se
disculpó también con ella al ver aquella expresión de hastío en su rostro.
- Eres un bocazas, Germán, siempre lo has sido – le sonrió – pero no has dicho
nada, puedes estar tranquilo.
- Pronto podrás salir, y... hacer más cosas – le dijo acercándose a ella – hoy no
quiero que hagas esfuerzos, deja que te lleve dentro – le pidió con amabilidad
colocándose a su espalda.
- Pero ¿por qué! estoy bien.
- Anoche te subió mucho la fiebre.
- Pero solo un rato y sabes que eso es normal después de una insolación.
- ¿Y el dolor de cabeza?
- Sin rastro de él. El resto de la noche he dormido estupendamente.
- Aún así, prefiero que hoy te quedes en la cama.
- Germán... – protestó – te digo en serio que hace muchos días que no me sentía
tan bien.
- Es cierto que tienes mejor cara, pero anoche… nos diste un buen susto.
- Lo siento… yo… no quiero molestar. Pero… no puedo evitar …
- No digas tonterías, no molestas, aunque a veces te pongas insoportable – sonrió
burlón.
- ¿Y Esther! ¿dónde está?
- Se marchó temprano.
- ¿A dónde? – preguntó extrañada, no le había dicho que pensase pasar el día
fuera.
- No me lo dijo, pero se ha llevado el jeep, habrá ido a Jinja – aventuró.
- Ah – murmuró decepcionada - ¿regresará para el paseo?
- No lo sé, pero… - se detuvo, temiendo meter la pata, sin saber si la enfermera,
tal y como le prometiese en la cena pasada, habría hablado con Maca del tema.
Finalmente, optó por la sinceridad, y que Esther apechugase con las
consecuencias, porque si había algo que necesitaba era que Maca confiase en él -
aunque regrese, hoy no habrá paseo.
- Germán…
- Lo siento Wilson, pero hoy no sales.
- ¿Y se puede saber porqué! ayer estaba bastante peor y me dejaste salir.
- Primero… porque ya le dije a Esther que hoy quería repetirte las pruebas…
- ¿Repetirme las pruebas? ¡Pero Germán!
- Lo siento, pero… tú no quieres decirme qué pasa, pues entonces tendré que
descubrirlo yo solo.
- Pero si te lo he dicho – replicó desesperada – estoy harta de que nadie me
escuche.
- Yo te escucho, Wilson, pero no quieres hablar conmigo.
- Ya… tú lo que quieres es que te diga lo que quieres oír – saltó molesta.
- No, sabes que no es eso – le respondió con tanta dulzura y una expresión de
cariño en sus ojos que Maca bajó la guardia y le creyó - Yo lo que quiero es
que…
- ¿Te diga lo que creo que me ocurre? – adivinó.
- ¡Exactamente!
- Ya lo sabes, me mareo, me duele la cabeza, no tengo ganas de comer, a veces
siento una presión en el pecho que me deja sin respiración y soy incapaz de
dormir dos horas seguidas.
- Muy bien, eres médico, qué piensas que puede ser…
- Nada, es un cuadro de ansiedad y estrés, y con la vida que llevo es lo más
normal. Vero así lo cree y Cruz… parece que también. Además, hace mucho
tiempo que no tengo ganas de comer, pero también es normal al estar todo el día
sentada, por eso Vero me manda unas vitaminas que…
- ¿La psiquiatra te manda vitaminas?
- Bueno, en realidad ya las tomaba antes, ella… solo sigue recetándomelas.
- ¿Vitaminas? – murmuró pensativo.
- Sí, ¿no me digas que te perdiste esas clases? – le preguntó irónica – la falta de…
- Ya lo sé – la cortó sin atender a su tono irónico - ¿Dónde tienes esas vitaminas?
- En mi bolsa ¿por qué?
- Por… por nada. ¿Las has tomado aquí?
- Sí, algún día, pero... ¿qué pasa?
- Nada, no pasa nada – respondió ayudándola a meterse en la cama - No quiero
que tomes nada que yo no te dé, al menos, mientras estás aquí, ¿entendido?
- Vale – aceptó mirándolo extrañada y con cierto temor – pero... solo son
vitaminas…
- Nada – la señaló con el dedo enarcando las cejas.
Maca lo miró y frunció el ceño. Si quería que obedeciera tendría que convencerla con
algo más que una orden.
Maca sonrió, ¡qué fácil le había resultado siempre liarlo! Menuda paliza pensaba darle.
En estos años se había hecho una experta en el poker, había ganado a todos en las
partidas que se organizaban en el hospital, y había aprovechado muy bien las lecciones
que le diera en su día Esther.
* * *
Esther entró a toda velocidad en el campamento. Sabía que era tardísimo. No había
pensado pasar todo el día fuera pero una cosa había llevado a la otra y al final, a duras
penas, había conseguido llegar a la hora de la cena. Kimau salío a su encuentro y cruzó
unas palabras con él. Francesco también le llamó la atención con un “García tienes una
llamada”, pero Esther pasó con rapidez haciéndole una seña de que no podía atenderla.
Seguro que o era su madre o era de la Clínica, no había día que Cruz, Teresa o Claudia
no la llamasen para saber de Maca y eso que Adela hacia lo propio con Germán. A
veces tenía la sensación de que todos estaban especialmente preocupados por ella, y no
es que quisiese pensar mal, pero empezaba a molestarle esa obsesión que tenían y esa
insistencia en hablar personalmente con Maca, en contra de las indicaciones de Germán,
que, tajantemente, le había prohibido toda llamada vinculada con el trabajo o con
cualquier cosa que pudiera alterarla.
Antes de dirigirse al comedor en busca del médico, decidió ir a la cabaña y ver qué tal
había pasado el día la pediatra. Esperaba que estuviese mejor, aunque a esas horas
quizás la encontrase ya descansando. Pero al abrir la puerta se encontró con un cuadro
que no esperaba, Germán y Maca reían abiertamente, él en pie con su tablero de ajedrez
en las manos, ese que no dejaba tocar a nadie, junto a la puerta, ya punto de marcharse
y, ella con un brillo especial en los ojos y una alegría que dejó sorprendida a la
enfermera, si algo no se esperaba era llegar y verlos tan animados.
- Hola – entró saludando con una sonrisa y una expresión de perplejidad - ¿qué se
celebra? – preguntó con curiosidad.
- Nada – dijo un sonriente Germán.
- ¡Qué animados estáis! – exclamó intentando sacarles información.
- ¿Animados? – preguntó Germán con sorna – nada de eso, estoy muy, pero que
muy enfadado - mintió - es la última vez que vengo a entretenerla, que lo sepas –
le espetó fingiendo estar molesto con su ausencia.
- Lo que eres es un cobarde – rió Maca.
- Y.. ¿tú cómo estas? – le preguntó Esther dirigiéndose a ella, desconcertada con
todo aquello – aunque ya veo que….
- Bien – dijo secamente, interrumpiéndola, con lo que a la enfermera le pareció un
tono de molestia.
- Yo os dejo – les dijo el médico – Wilson, me tienes que dar la revancha…
- ¿Pero no decías que no ibas a venir más? – le preguntó con una sonrisa que
rivalizaba con el tono seco con el que había recibido a la enfermera.
- Solo a desplumarte – rió en la puerta y salió.
Esther corrió hacia la cabaña y entró en ella con precipitación, estaba deseando verla,
charlar con ella, alegrarse juntas de que las pruebas hubiesen salido bien, aunque lo que
en verdad ansiaba era contarle todo su día en la cuidad, pero no podía, era una sorpresa
que esperaba poder darle si su plan no terminaba por fracasar.
Maca la miró mohína y no respondió. ¡Había olvidado por completo que le dijo a
Germán que no tomaría nada que él no le diera!
Esther la miró y estuvo a punto de responder pero se contuvo, así no iba a conseguir
nada de ella. Estaba claro que el verla la había puesto de mal humor y ella creía adivinar
el motivo.
La enfermera comenzó a recoger las cosas de la cabaña. Cogió ropa limpia y se marchó
a las duchas. Al regresar la pediatra seguía en la misma postura, con los brazos cruzados
sobre el pecho y la vista clavada en el techo. Esther respiró hondo, le iba a costar más
trabajo del que esperaba que Maca recuperara la sonrisa.
Maca la miró en silencio, barajando la opción de mentir, pero había algo que la
impulsaba a hacer todo lo contrario. Sin embargo, los celos que sentía al pensar que
había estado todo el día con esa Nancy, ganaron la batalla.
- Pues no, Margot es muy amable y está pendiente de todo. Sara ha venido a ver
cómo me encontraba y hemos estado charlando un buen rato, luego Germán me
ha llevado al hospital y me ha hecho las pruebas. Se ha venido a comer conmigo
y hemos visto los resultados juntos y hemos pasado la tarde jugando al ajedrez y
al poker – le narró con rapidez – no he tenido tiempo de echarte de menos.
- Eh… ¡Me alegro! – le dijo haciendo una mueca, “con que te da igual si no estoy
contigo… ahora veremos si es cierto”, pensó con rapidez – de verdad, que me
alegro mucho, porque los dos próximos días los pasaré en Kampala, no sabía
como decírtelo y había pensado volver para el paseo y… compensarte lo de hoy,
pero … si estás tan a gusto aquí… y ya que vas a poder manejarte sola … - le
dijo levantándose y dirigiéndose a la puerta .
- Esther…
- ¿Sí? – se giró con la mano puesta en el tirador.
- ¿A dónde vas?
- A dar un paseo, no tengo sueño – respondió abriendo la puerta.
- Esther…
- ¿Qué? – dijo impaciente.
- Sí que te he echado de menos – murmuró frunciendo el ceño, sabía lo que había
hecho la enfermera, pero también sabía que no podía jugar con ella, porque era
muy capaz de hacer lo que le había dicho y ella no soportaría estar dos días sin
verla, dos días sola y, sobre todo, nos noches sin sentirla a su lado.
La enfermera se giró y cerró la puerta volviendo a entrar con una sonrisa de triunfo.
- ¡Te he echado muchísimo de menos! – repitió más alto y con tanta intensidad
que la enfermera se estremeció – no te vayas a Kampala, quédate conmigo – le
pidió con cierta angustia.
- Maca… - se acercó a la cama y se sentó otra vez en el borde – si es lo que
quieres, no me iré a ningún sitio, me quedaré aquí.
- Sí, es lo que quiero – reconoció con franqueza mirándola fijamente a los ojos.
- Pues.. decidido, mañana me quedo aquí contigo. Ya llamaré a Nancy para
decirle que no nos veremos estos días.
- ¡Gracias! – respondió casi con las lágrimas saltadas. No soportaba ese juego en
el que siempre terminaba perdiendo y dando su brazo a torcer.
- De nada – le dijo besándola en la mejilla y abrazándola. Maca se asió a ella con
fuerza y la enfermera lamentó haber jugado con ella, pero se sintió satisfecha de
que, por fin, la pediatra le reconociera en voz alta sus deseos.
Tras unos segundos en los que se mantuvieron abrazadas, Esther se levantó y se fue a su
lado de la cama, comenzando a desvestirse.
- ¿Qué te pasa?
- No puedo dormir.
- ¿Por qué! ¿estás mal? o… ¿te duele algo?
- No, será por la tormenta.
- No te asustes, ya está pasando.
- No me asusto es que… a veces me cuesta dormir.
- Ya lo sé, pero aquí no has tenido tantos problemas.
- Aquí no, la verdad, es que suelo dormir bien…
- Menos por tus pesadillas.
- Sí – sonrió.
- Si quieres que charlemos un rato.
- No te preocupes. Duérmete, estabas cansada.
- Pero no tanto – se incorporó y se sentó frente a ella - ¿Qué hacías en Madrid
para poder dormir? – le preguntó, cambiando de postura y poniéndose de
costado, apoyando el codo en la cama.
- De todo – suspiró mirándola agradecida e incorporándose igualmente – pero la
mayoría de los días no consigo dormir ni media hora seguida.
- Y ¿Vero no te dice nada?
- Vero dice que se debe al cansancio acumulado, que por culpa de eso me salto
algunas fases del sueño y que eso es lo que me hace soñar y tener esas
sensaciones.
- ¿Qué sensaciones?
- Las de angustia, de miedo, de irrealidad, por eso no sé si son recuerdos o sueños.
Porque a veces son tan reales que …
- Lo que tienes que hacer es no darle tanta importancia y no ponerte nerviosa.
- Ya lo sé – suspiró - pero son demasiado reales, y sólo al despertarme consigo
sentirme tranquila, por eso odio dormir, pero al mismo tiempo el insomnio es
una tortura – le reconoció hablando abiertamente del tema, por primera vez con
alguien que no era Vero.
- Anda échate, le pidió sentándose en la cama – ven que te voy a dar un masaje,
verás como te relajas.
- Me duele la espalda – confesó – ya no sé ni como ponerme – le dijo quejosa.
- ¡Ay, mi gruñona! – sonrió logrando que Maca esbozase una sonrisa nostálgica
Venga ponte boca abajo – le ordenó con autoridad – verás cómo se te pasa.
- Esther…
- Chist, cierra los ojos y cállate. Necesitas dormir.
- Llevo dormitando todo el día – murmuró.
- Pero no dices que has estado todo el día… - guardó silencio con una sonrisa
burlona que la pediatra no pudo ver - ¡Serás! Entonces ¿cómo pretendes hacerlo
ahora?
- Me he acostumbrado a dormir más – sonrió.
- Tú lo que querías es que te diese unos mimitos.
- Pues si – reconoció – ¡qué me has tenido abandonada todo el día!
- Lo siento… - murmuró – pero te voy a compensar – prometió - ya que todas las
pruebas han salido bien, no hay excusas para que nos divirtamos un poco.
- Si – respondió escuetamente y la enfermera la miró extrañada, tenía la sensación
de que había algo que le ocultaban y no podía decir el porqué la tenía, pero
estaba segura de ello.
- Cuéntame alguna historia – le pidió melosa.
- ¿Una historia de qué?
- No sé, de esas que tú cuentas de por aquí – suspiró aliviada con el masaje – ay –
se quejó.
- ¿Te he hecho daño?
- Un poco.
- Si es que desde aquí no puedo hacerlo bien – le dijo - ¿me dejas que me suba
encima de ti?
- Esther… - la avisó en el tono.
- Tranquila, así muy bien – dijo sentándose a horcajadas sobre ella – así, mucho
mejor.
- Hummm – gimió – ahí, si, ahí , uf, ¡qué ganas tenía de esto! – musitó.
Maca cerró los ojos, definitivamente, y al rato su respiración era más tranquila aunque
Esther sabía que aún no dormía. Por eso siguió hablando.
- Pero un día los habitantes de un reino lejano, en el que el odio y la mentira
dominaban las vidas de todos, oyeron hablar del Reino de la Piedra de la Verdad
y decidieron escalar aquellas montañas y robar aquella piedra que les diese lo
que les faltaba. Dicho y hecho, emprendieron el largo viaje y sustrajeron la
anhelada piedra, sumiendo al Reino de la Piedra de la Verdad, en un período de
oscuridad, las tierras no producían, las epidemias los asolaban, los vecinos no
dejaban de rivalizar por la más pequeña de las cosas. Hasta que el rey,
desesperado, reunió a todos y les dijo – impostó la voz sin dejar de pasear sus
manos por la espalda de la pediatra que de vez en cuando emitía un ligero
gemido de placer – “vecinos, La Piedra de la Verdad, que nos traía prosperidad,
paz y tranquilidad a todos, nos ha sido arrebatada. Sin ella ya veis lo que
podemos esperar. Yo ya soy muy viejo y carezco de fuerzas para ir en su busca.
Necesito que alguien joven y fuerte vaya en mi lugar”. Entonces, su hijo, el
joven príncipe, se levantó y se ofreció. Era a él a quien correspondía aquella
misión.
- Humm… ¿qué misión? – murmuró casi dormida.
- La misión de rescatar la Piedra de la Verdad – sonrió satisfecha de verla tan
relajada y guardó silencio creyendo que se había dormido, retirándose
suavemente para no despertarla.
- Hummm – se quejó – sigue.
- El joven príncipe – continuó volviendo a situarse encima de ella y a pasear sus
manos por su espalda, hombros, cuello, nuca, muy lentamente – se marchó ante
la mirada anegada de lágrimas de su padre. Pasaron los días y esos días se
convirtieron en semanas, en meses, en años y en el reino de la Piedra de la
Verdad, no tenían noticia del joven príncipe ni de la Piedra de la Verdad.
- Se la quedó para él… - murmuró.
- No, no se la quedó – le respondió.
- El odio y la mentira acabarían con él – murmuró imaginando la continuación.
- Chist, déjame terminar.
- Hummmm.
- Muy lejos de allí un hombre harapiento vagaba por la selva, no recordaba quien
era ni que hacía por aquellos caminos, solo recordaba haber llegado al reino de
la mentira y el odio y haber tomado un fruto que le dieron. Desde entonces no
había dejado de vagar, sin saber a dónde se encaminaba, sin poder asentarse en
ningún lugar, sintiéndose vacío y solo.
- Como yo – musitó entre dientes.
- ¿Qué? – preguntó sin escuchar apenas su voz.
Maca no respondió y Esther interpretó que, por fin, se estaba durmiendo, y siguió con la
historia.
- Pero un día, vagando y vagando, llegó a un arroyo de agua cristalina, un arroyo
que le devolvió su imagen y de pronto, una voz interior le dijo, "recuerda quién
eres y de dónde procedes, recuerda que eres hijo de un rey y que a ti corresponde
heredar el reino". Repentinamente recordó todo, supo quien era y la misión que
tenía encomendada, supo para qué había hecho tan largo viaje y se decidió a ir
en busca de la Piedra de la Verdad….
La pediatra sintió que su cuerpo se aplastaba contra la cama, como si algo la empujase,
notó como el colchón se hundía por su peso, y como se apretaba su cara contra la
almohada, la voz de Esther cada vez la oía más lejana, “y su voz interior le dijo recuerda
que no puedes volver a tu castillo con el corazón entristecido y las manos vacías”, la
oyó decir, pero ya no podía seguir escuchándola, cada vez la oía más y más lejana, ya ni
siquiera entendía sus palabras, hasta que acabó apagándose. Tenía la necesidad de
despertarse, quería conocer el final de aquella historia “sería ella como el príncipe que
no sabía ni quien era ni a donde iba, que no recordaba nada”, tenía que despertar y oír
aquel final, pero Esther tenía razón, necesita dormir, así que intentó obviar lo que
empezaba a soñar como le recomendaba Vero.
Esther sintió que su respiración se volvía cada vez más pausada y que, finalmente, se
había dormido. Se echó a su lado con la intención de hacer lo propio pero se había
desvelado. Se levantó y se asomó a la ventana. Estaba claro que iba a haber otra
tormenta. Volvió a la cama y se sentó junto a ella, con la espalda en el cabecero,
observándola dormir. Al rato, la lluvia arreció provocando un ensordecedor ruido en la
techumbre. “¡Mierda! con el trabajo que me ha costado que se duerma!”, pensó Esther y
miró hacia Maca creyendo que despertaría con el estruendo de la lluvia y con los
truenos, pero la pediatra permanecía inmóvil. El masaje había hecho su efecto. La
tormenta pasó y Maca seguía profundamente dormida, con los labios dibujando una leve
sonrisa, Esther le acarició el pelo con suavidad, le encantaba sentirlo entre sus manos.
Maca, permaneció dormida, ni la lluvia ni los truenos habían conseguido sacarla del
tranquilizador sueño en el que ella vivía en un lugar paradisíaco, a salvo de cualquier
amenaza, Esther estaba a su lado contándole una divertida historia mientras ella
saboreaba una taza de buen café. Dormida alargó la mano para asirse a la enfermera
pero no la encontró a su lado, “Esther….”, musitó cambiando de postura. “Estás sola”,
le dijo su subconsciente, rápidamente intentó abrir los ojos pero no lograba ver nada,
absolutamente nada, “estás soñando”, se dijo confundida por esa oscuridad, “Esther
siempre deja la lamparita encendida, estás soñando”, “no estás sola, Esther está aquí al
lado”, se dijo volviendo a alargar la mano con intención de comprobarlo, sin éxito. “No,
no, estás sola, sola y sumida en la oscuridad. Y él vendrá pronto”, el miedo fue
apoderándose de ella, de nuevo se vio en un lugar oscuro y frío, podía oír el viento
silbar, no podía moverse, no podía hacer nada más que pedir ayuda, pero otra vez estaba
sin voz, le dolía la garganta, la tenía completamente seca y sus esfuerzos porque alguien
la escuchase eran en vano. “Esther…”, murmuró en sueños, “Esther… Esther…”.
En el exterior, la frecuencia de los rayos y turnos se había acortado y todo indicaba que
pronto las nubes descargarían una lluvia torrencial. Germán que tampoco podía dormir,
estaba asomado a la ventana de la cabaña cuando vio correr a la enfermera y,
preocupado, salió a su encuentro.
- ¿A dónde vas? – la alcanzó con una sonrisa no exenta de temor - ¿Wilson está
bien?
- Sí, está dormida. Voy a por velas – le explicó sin detenerse, no quería dejar a
Maca sola mucho rato.
- ¿Y eso? – preguntó extrañado – creí que te gustaban estas noches – sonrió
recordando algunas de las compartidas.
- Si que me gustan – le devolvió la sonrisa – no son por mi, son por Maca.
- ¡No me jodas que le da miedo la oscuridad! – rió burlón - además de las
tormentas.
- Pues si – reconoció – pero no le vayas a decir que te lo he contado, se
avergüenza de ello.
- ¡Cómo para estar orgullosa! – bromeó con cierto tono de desdén.
- Entiéndela, yo creo que es desde que la asaltaron. Tiene miedo.
- Bueno… - sonrió – no todo el mundo va a ser tan valiente como mi enfermera
milagro – le pasó el brazo por lo hombros como le gustaba hacer y la atrajo
hacia él.
- Déjate de carantoñas que no quiero que despierte y se encuentre sola.
- Pues vamos a buscarlas – le dijo acompañándola - porque creo que cuando
hicimos inventario movimos algunas cosas de sitio.
- ¡No me digas eso!
- Pues sí, no estabas tú para organizarnos - bromeó.
- Ayúdame, por favor – le pidió angustiada por el retraso que eso podía
ocasionarle.
- A eso voy – sonrió afable – vamos a darnos prisa porque va a caer la del pulpo.
- Sí – admitió – oye ¿tú no tenías turno esta noche?
- ¿Y tú no ibas a tomar café conmigo?
- Si, pero…
- Ya… tu pediatra puede más que yo – se quejó haciéndose el ofendido.
La enfermera enarcó una ceja y dibujó un gesto burlón que divirtió al médico.
Maca esbozó una leve sonrisa y cerró los ojos, parecía haberse tranquilizado. Al cabo de
unos minutos, la enfermera se levantó y se metió en la cama. Una hora después, Maca
seguía dormida cuando un intenso destello rojo, la sobresaltó, aquella luz la cegaba de
nuevo. Sintió que la invadía el terror, su corazón se aceleró, y comenzó a sudar, agitada.
Esther, que había conseguido dormirse, se removió a su lado. Maca notó aquel
movimiento y lo introdujo en su sueño, un bicho gigantesco y asqueroso reptaba junto a
ella, una serpiente enorme dispuesta a estrujarla. “Estoy soñando, estoy soñando tienes
que despertarte”, comenzó a decirse justo en el momento en que la sensación de ahogo,
el horror y la repugnancia, ganaban la batalla a sus nervios...”No, no, no debes
despertar, Esther quiere que duermas y Vero siempre te dice que no debes despertarte,
tienes que forzarte a dormir”, “son sueños inofensivos, solo sueños”, “obvia lo que
sientes, debes dormir”.
Entonces la alucinación cambió. Una fuerza invisible la arrastraba hacia el suelo; tiró de
ella arrancándola de la cama. Sabía que no era así, que seguía en su lecho, que sólo era
un delirio, una pesadilla más. Un nuevo relámpago iluminó la habitación, el suelo se
abrió, una intensa luz roja emergió de la grieta y la cegó. Giró la cabeza con
desesperación en un intento de evitar esa luz que la deslumbraba, en un intento de
proteger los ojos cerrados. Sintió que se elevaba y que veía su rostro deformado por el
terror, allí abajo en la cama. Luchaba por despertarse, pero no podía. Impotente
comenzó a llorar, desconsolada, su corazón latía desbocado, su respiración se hizo
agitada, sintiendo que sus doloridos pulmones iban a estallar. ¿Dónde estaba! no era
capaz de reconocer el lugar, solo podía ver una mano que se acercaba a ella. No…, era
ella la que debía acercarse a la mano. Escuchó una voz iracunda, “puta, te voy a
sorprender, ¡ya verás!”, “vamos a divertirnos”, unas manos diferentes querían atraparla,
querían hacerle daño. Finalmente, gritó aterrada, su corazón golpeaba tan fuertemente
su pecho que parecía capaz de atravesarlo y salir disparado al exterior. Entonces, lo vio.
Era él, Elías, le sonreía mostrándole su blanca dentadura, se acercaba a ella y cuando
estaba a punto de alcanzarla, desaparecía. Las manos ya no querían atraparla; escuchaba
voces gritando, un niño estaba llorando y aquella voz, le pedía ayuda “Maca, levántate,
Maca levanta, Maca ayúdame” suplicaba angustiada. “No puedo”, “no puedo”, repetía
incapaz de alcanzar aquella figura. “Maca, dame la mano, Maca”, la pediatra alargó su
brazo de forma inconsciente para intentar ayudarla, sin saber como. Buscaba aquella luz
que la cegaba y le impedía ver el rostro de la figura que le suplicaba, “vamos, Maca,
dame la mano”, sí, un pequeño esfuerzo y alcanzaría aquella luz, se incorporó dormida
y rozó la luz, entonces sintió una quemazón horrible que la obligó a retirarla, lanzando
un grito de dolor.
- Maca ¿qué haces? – preguntó cogiendo la vela que había dejado en su mesilla
encendiéndola.
- Me he quemado – respondió con lágrimas en los ojos.
- Pero… ¡a quien se le ocurre coger la vela!
- No… no sé. No, no lo he hecho queriendo – sollozó mirándose la palma donde
una señal roja intensa mostraba el lugar de la quemadura.
- Uy, que mala pinta tiene, ¿te duele mucho?
- Si – murmuró adormilada.
- Venga, vamos, Maca, no llores – le pidió levantándose – échate – le dijo tirando
de ella con suavidad - voy a buscar algo para las quemaduras – suspiró cansada,
encendió de nuevo la vela que había apagado la pediatra para dejarla con más
luz – Maca, échate – le ordenó de nuevo al ver que se sentaba en la cama,
temiendo que terminarse por caerse de ella, parecía completamente aturdida.
- Estoy… mareada…
- Toma un poco de agua – le tendió el vaso, pero el temblor de sus manos le
impidió cogerlo y la enfermera se vio obligada a sostenérselo – ya está. Salgo un
momento ¿de acuerdo! échate Maca - insistió.
La pediatra los miró desconcertada y luego miró su mano, aún le dolía, y la quemazón
que sentía le hacía reproducir las imágenes de su sueño. Volvió a clavar la vista en ellos,
su mirada parecía vacía y sin mediar palabra comenzó a sollozar, con brusquedad se
quitó la camiseta y la tiró con fuerza al suelo quedándose completamente desnuda.
Maca abrió los ojos de par en par ante aquel tono tan elevado y, súbitamente, fue
consciente de dónde estaba. Se miró la mano y vio la quemadura, levantó los ojos hacia
la enfermera desconcertada. Cogió la sábana y se cubrió con rapidez avergonzada.
Él la miró, y miró luego a Maca. Negó con la cabeza apretando los labios.
- Wilson, cuando te digo que no tomes nada es nada – le dijo malhumorado - ¿me
oyes?
Maca asintió distraída, aunque poco a poco parecía más calmada. Esther enarcó las
cejas esperando una respuesta que no llegaba.
- No pongas esa cara, sólo ha sido una pesadilla, Maca – le sonrió, tumbándose
junto a ella.
- Ya lo sé – murmuró – pero… - comenzó a decir y se detuvo, sus ojos mostraban
el miedo que le producían esas pesadillas.
- Maca… deberías hacer algo… con esos sueños.
- ¿El qué? – preguntó con interés, si ella tenía la solución que se lo dijera porque
empezaban a resultarle insoportables.
- No sé, quizás deberías pensar en ellos de otra forma.
- Ya – dijo con desgana, no le apetecía mantener una charla sobre psicología a esa
altura de la noche.
- Te lo digo en serio Maca, ¿Vero nunca te hace hablar de ellos?
- Claro – dijo secamente.
- Y… ¿tú mujer qué opina? – le preguntó de pronto.
- Nada – murmuró.
- Pero… habrás hablado con ella del tema ¿no! quiero decir que alguna noche te
habrá visto asustada.
- Alguna vez… sí – la miró fijamente y apretó los labios, la tristeza de sus ojos se
acentuó, su expresión se volvió hosca y las lágrimas se le saltaron. Esther
comprendió que aún seguía sobrecogida por la pasadilla y decidió cambiar su
discurso, no era el momento de aconsejarla, sino de animarla y consolarla.
- Maca… no te preocupes, acabaras superándolo, hace muy poco que te asaltaron,
es normal tener pesadillas, a mi todavía me ocurre de vez en cuando – intentó
consolarla - No le des más vueltas.
Maca la miró con ternura, deseando ser tan fuerte como ella, deseando ser capaz de
dormir sin que esos sueños la sobresaltaran, deseando ser capaz de sincerarse con ella
del todo.
- ¿Tú crees que se me olvidará! digo… el asalto.
- No. Eso es imposible olvidarlo, pero sí conseguirás vivir sin que te afecte tanto.
- ¡Ojalá fuera cierto!
- Lo es. Y tú mejor que nadie lo sabes. Has sido capaz de seguir con tu vida a
pesar de las amenazas… a pesar de… de todo.
- Sí pero, esto no es lo mismo, antes… a pesar de tener miedo… en el fondo creía
que nunca… bueno que lo del asalto me… me ha hecho darme cuenta de que sí,
que puede llegar hasta mí y…
- Pero… ¿tú estás segura de que quién te amenaza es la misma persona que te
asaltó?
- ¿No lo es? – le preguntó incorporándose bruscamente con los ojos muy abiertos
asustada de nuevo con esa idea – yo… creía que… que lo era.
- No lo sé – respondió con sinceridad – pero no te vayas a agobiar ahora con eso.
- Pero… si no lo es… - frunció el ceño, pensativa – cuando volvamos…
- Lo que tienes es que hacerle caso a Isabel y no hacer lo que se te ocurra sin
tomar precauciones. Nunca debiste salir del campamento de aquella manera – le
dijo olvidando su propósito de dejar a un lado los consejos y animarla.
- Ya… - clavó sus ojos en ella. “Ni si quiera lo pensé, solo quería salir de allí,
alejarme de ti y de lo que me habías dicho”, pensó.
- Y en cuanto a los sueños…
- Ya sé lo que me vas a decir – suspiró cansada, interrumpiéndola – son solo
sueños, no debo darle importancia ni…
- No iba a decir exactamente eso. Pero ya que lo dices, pues sí, deberías no
tenerlos tanto en cuenta. Al menos, no hasta el punto de que te obsesiones con
ellos – le dijo pensando en el sueño que le contara en el que aparecía ella
mofándose y haciéndole daño.
- Tienes razón, es absurdo – dijo pensativa.
- ¿El que es absurdo? – preguntó apoyándose en el codo y acercándose a ella.
- En el sueño el novio de Sonia venía a por mí y… luego…
- ¿Elías? – preguntó alertada, recordando las precauciones de Isabel al respecto.
- ¡Claro que Elías! ¿o es que tiene más novios? – dijo irónica.
- Maca…, quizás eso sí que signifique algo….
- Sí, que no me cae bien y que ayer estuvimos hablando de él.
- ¿Recuerdas el día que te visitó en la clínica! ese día... Te quedaste sola con él
y… te sentiste mal y… ¿qué pasó? – le inquirió sobre lo que tantas veces había
querido preguntarle.
- No me acuerdo bien, solo recuerdo sentir miedo y…. me faltaba la respiración…
pero Vero me dijo que era normal, que aún estaba impresionada por lo que me
había pasado.
- Sí, eso puede ser pero… - la miró sin saber si decirle aquello, recordaba los
consejos de Claudia, de Vero, de Cruz, incluso de Isabel, no había que forzarla -
… es raro que sueñes precisamente con él, ¿no te parece?
- También soñé contigo – la miró con inocencia.
- Ya… Maca, ¡pero no es lo mismo! – exclamó ligeramente ofendida por la
comparación.
- Ese chico no me gusta para Sonia – reconoció – me… da mala espina. Por eso
habré soñado con él – repitió – tienes razón no debo darle mayor importancia.
Esther frunció el ceño, pensativa, iba a tener que desdecirse. Ahora sí que estaba segura
de que ese chico tenía algo que ver en el asalto, sobre todo, teniendo en cuenta lo que
María le contó de Salva y lo que Isabel le dijo al respecto. Y quizás esos sueños sí que
tuviesen mucha parte de realidad.
Maca la miró intensamente, agradecida por esa forma que tenía de tratarla y por su
infinita paciencia. Esther le devolvió una mirada llena de amor y Maca se estremeció,
sintiendo que un escalofrío recorría todo su cuerpo, erizándole el vello.
Maca negó con la cabeza, incapaz de decirle nada después de lo que aquella mirada le
había hecho sentir. Allí tumbada en la cama, separada de ella por escasos centímetros, a
la luz de las velas y recordando toda la angustia que experimentó cuando la dejó sin
explicaciones, Maca tuvo una sensación de irrealidad, de que aquello era otro sueño,
uno agradable en el que la enfermera había vuelto para sacarla de las tinieblas en las que
vivía, pero estaba segura de que no era un sueño, alargó la mano y la acarició con
suavidad en el antebrazo, mostrando una enorme gratitud en su mirada. Luego levantó
la mano y le acarició la mejilla sin dejar de mirarla fijamente, y supo que seguía
queriéndola. Instintivamente, entreabrió los labios, deseando que la besara, “bésame”,
pensó, “necesito que me beses”, “te necesito, Esther”, “¡bésame!”. Esther ante aquella
mirada y aquella provocación sintió una oleada de calor subir desde su vientre, ¡la
deseaba tanto! clavó los ojos en su boca unos segundos que a Maca se le antojaron
eternos, “¡vamos! ¡bésame!”, le pidió mentalmente la pediatra, pero Esther, lejos de
hacerlo quitó la vista de sus labios y volvió a mirarla a los ojos, Maca se agitó un poco e
hizo el intento de acercarse a ella. Esther pensó “va a besarme, ¿va a besarme! ¡va a
besarme!”, pero Maca no se decidía. Mentalmente, Esther la incitó a dar el paso,
“bésame, Maca, hazlo tú, yo te prometí no hacerlo”. Ninguna se movió, siguieron
mirándose fijamente a los ojos, “bésame” pensó de nuevo Maca. Pero Esther incapaz de
controlar esos sentimientos y esas reacciones de su cuerpo se giró, cansada de esperar el
beso que tanto deseaba, segura de que la pediatra no se decidiría e incapaz de continuar
con aquel juego de miradas, le dio la espalda y se acurrucó en el borde de la cama, todo
lo lejos que le permitía el espacio existente.
* * *
Esther despertó al día siguiente con la idea de que debía enseñarle a Maca algo distinto.
Las pruebas habían salido bien y ella le había prometido sorprenderla. Era el momento
de que empezase a relacionarse con aquellas gentes y su cultura, era el momento de que
comenzase a enamorarse de África y si tenía que enfermar de algo, que fuera del que
ellos llamaban Mal de África. Su mente comenzó a barajar opciones y, finalmente,
sonrió satisfecha. Hacía unos días que había visitado a su amiga y le prometió volver
con la pediatra y eso estaba dispuesta a hacer, solo tenía que sortear un escollo, Germán.
Se levantó sin hacer ruido y se fue en busca del médico. Lo encontró desayunando.
Germán se dio cuenta de ello, por un lado las pruebas, en contra de lo que él esperaba,
mostraban que Maca no estaba mal y, por otro lado, le sentaban bien las salidas, en
general, solían abrirle el apetito, sobre todo, al día siguiente. La miró y suspiró,
apretando los labios, pensativo, dispuesto a dar su brazo a torcer.
Minutos después Esther entraba en la cabaña sonriente. Maca dormía a aún. Soltó el
zumo en la mesilla y levantó el estor. Después se acercó a la cama con sigilo, le
encantaba verla dormir. Maca se removió y abrió los ojos.
Esther sonrió. Era cierto que por primera vez desde que volvió a verla Maca parecía más
relajada, las ojeras prácticamente desaparecidas, y la sonrisa no se le borraba de la cara,
a pesar de que alguna noche, como la pasada, la asaltasen aquellas pesadillas. Pero hasta
con Germán charlaba bromeando, con esa relación especial que mantenían, y que a
Esther le empezaba a parecer que contenía más cariño del que los dos estaban
dispuestos a admitir.
Una hora después Esther tenía todo listo, mientras la pediatra se duchaba había recogido
todas sus medicinas y se las había dado a Germán, había pasado por la cocina y había
preparado un par de bocadillos, aunque su intención era obedecer a Germán y estar de
vuelta a la hora de comer, pero allí nunca se sabía lo que podía suceder y un simple
pinchazo podía significar el estar todo el día fuera. Lo había montado todo en el coche,
solo faltaba Maca.
La esperaba junto al vehículo, era el primer día que la pediatra tenía posibilidad de
entrar y salir con libertad y Esther, por una vez, no solo no la había acompañado a las
duchas, sino que directamente le había dicho que la esperaría en la salida. Pero la
pediatra no llegaba y Esther estaba comenzando a impacientarse, temiendo que se
hubiese echado atrás. Sin embargo, cuando ya barajaba la opción de ir en su busca, la
vio dar la vuelta a la esquina y salir de la parte de atrás de las cabañas. Esther no pudo
evitar pensar que estaba guapísima, se había recogido el pelo en una cola y se había
puesto un traje de lino, color café, que le sentaba estupendamente. Cuando llegó hasta
ella, Esther sonrió.
- ¿Lista? – le preguntó con alegría y un brillo en los ojos que alertó a la pediatra,
“ésta trama algo”, se dijo con una mezcla de temor y nerviosismo.
- Lista - respondió mientras Esther la ayudaba a subir al jeep.
- Veo que te has vestido para la ocasión - bromeó.
- Eh.. ¿no está bien esto! ¿me cambio? – preguntó preocupada.
- ¡Está perfecto! – le dijo sujetando la puerta y tendiéndole el cinturón de
seguridad – y…. ¡estás preciosa! – le soltó cerrándole la puerta en las narices,
dejándola boquiabierta y más asustada de lo que había llegado.
Esther corrió a su asiento y arrancó sin borrar la sonrisa de sus labios. Estaba encantada
con la oportunidad que se le brindaba. Llevaba días deseando poder enseñarle a Maca
tantas cosas que ahora que lo tenía en su mano, casi no lo creía. Ambas guardaban
silencio. La enfermera conducía con la vista puesta en el camino, sin dejar de pensar en
las excursiones que podían hacer en los días que les quedaban allí. Maca, observaba
todo aquello por la ventanilla y, de vez en cuando, Esther notaba cómo la miraba de
soslayo, sintiendo la tensión que desprendía. Maca había aceptado ir con ella porque no
podía evitar desear pasar todo el día a su lado, pero por otra parte temía que su
comportamiento de la pasada noche provocase aquello que llevaba tiempo temiendo,
que Esther diese un paso que no tuviese marcha atrás, un paso que lo cambiase todo.
La noche anterior había sido especial y ambas lo sabían. Habían estado a punto de
cruzar la línea. Esther, se sentía feliz, se sentía con fuerzas y poco a poco, estaba
consiguiendo minar la barrera que Maca se empeñaba en poner entre ellas. Una barrera
que estaba segura de que tenía un nombre, Ana. Esther lo sentía por la joven, pero
estaba dispuesta a luchar porque la pediatra reconociera que sentía algo por ella, que su
matrimonio estaba acabado y que por mucho que se sintiese en deuda con su mujer, se
merecía la oportunidad de ser feliz. “¡Qué engreída te has vuelto!”, pensó, “¿por qué
presupones que esa felicidad tiene que ser contigo?”, “porque sí, porque lo ve todo el
mundo, todos menos la que debería verlo”. Se decidió a abordar de nuevo el tema, a
lanzarse y ponerla entre la espada y la pared, había llegado el día en que la pediatra
debía decidirse. Pero dejaría para la vuelta aquella conversación, cuando Maca tuviese
la guardia baja, porque estaba claro que en esos momentos, a pesar de haber
manifestado su deseo de acompañarla, estaba totalmente a la defensiva.
Maca se giró para observar a una joven que portaba un envase en la cabeza y un bebé
amarrado a su espalda.
- Ve tú, Esther.
- Pero… Maca… ¿no quieres bajar?
- No – sonrió – mejor me quedo aquí, total si es solo para comprar un par de
tomates.
- Como quieras – dijo con cierto aire de decepción – ahora vuelvo.
- Esther…
- ¿Qué?
- Que me encanta todo esto… no creas que no…es solo que… no quiero que
tengas que estar ….
- Maca – sonrió haciéndole una carantoña – si tú quieres bajar a mí no me cuesta
ningún trabajo coger la silla, me encantaría que me acompañases pero si no
quieres, lo entiendo, no te agobies, y… no le des tantas vueltas a las cosas.
- Gracias – sonrió aliviada, no le apetecía nada bajarse allí, se sentía muy
incómoda al verse constantemente observada.
- De nada. Hoy es un día solo para divertirse – le sonrió guiñándole un ojo –
entonces ¿qué! ¿bajas?
- No – negó con la cabeza y apretó los labios – prefiero quedarme aquí.
- Muy bien. Tardaré lo menos posible. Te cierro el coche – la avisó – sube la
ventanilla.
Maca obedeció y permaneció mirándolo todo desde el coche. Vio como Esther se
acercaba a una pirámide de tomates perfectamente colocados y escogía unos cuantos.
Cerca de allí un par de niños cuidaban de varias cabras. Más allá algunas mujeres
lavaban la ropa y la tendían en el monte, rodeadas de algunos chiquillos que correteaban
jugando y riendo. Unos golpes en el cristal de la ventana la sobresaltaron, un par de
niños saltaban para que los viera, llamándole su atención, Maca sonrió enternecida y los
niños le devolvieron la sonrisa, pensó en preguntarle a Esther por ellos, no entendían
cómo estaban siempre riendo, siempre jugando, siempre alegres, no tenían nada, cuatro
harapos, sin zapatos, sin juguetes, con apenas algo para llevarse a la boca y siempre
riendo.
Esther llegó cargada de cosas, en compañía de una mujer que le gritó algo a los niños
que salieron corriendo entre juegos para, inmediatamente, volver a acercarse al coche,
Esther les repartió unas frutas y, dos de ellos se arrodillaron ante ella, luego se
incorporaron y desaparecieron entre risas. La chica ayudó a Esther a subir las cosas al
coche.
- ¿Qué es todo eso? – preguntó asombrada viendo que habían cargado un par de
cajas.
- ¿Esto! un racimo de cambures, Germán me dijo que debías tomarlos.
- ¿Yo?
- Sí, tú. Son un remedio natural para la tensión alta y dice que si los tomases con
regularidad no tendrías que estar con las pastillas. Podrías dejar los laxantes y
las vitaminas – sonrió ante la cara de incredulidad que le estaba poniendo -
además me ha dejado muy claro que nada de que te fumes un cigarro de vez en
cuando, quiere que te tomes uno de estos, son el mejor remedio ante la
abstinencia de la nicotina.
- Pues anda que…
- Que se acabaron tantas pastillas, de ahora en adelante tomarás solo productos
naturales, ¡verás el cambio!
- Y qué es eso tan mágico, jamás lo había oído, ¿cambu… qué?
Esther sonrió y arrancó uno del racimo con unos ojos tan bailones que Maca supo
inmediatamente que ya se estaba burlando de ella. Lo sacó de la caja y se lo tendió.
Maca volvió a apretar los labios mohína pero sus ojos reían divertidos. Su corazón se
aceleró ante aquella muestra de afecto y comenzó a sentir una excitación especial,
aquella provocación y aquel juego que se traía la enfermera, la ponían muy nerviosa y la
hacían temer, pero al mismo tiempo… ¡se sentía tan atraída a dejarse arrastrar por ella!
- Tú quieres hacer demasiadas cosas en muy pocos días – respondió afable – este
verano, cuando te tomes vacaciones, ¿por qué no nos visitas? Así, con tiempo,
podría planificar varias excursiones y enseñarte todo esto.
- Cuando vuelva a Madrid… - repitió melancólica – claro – aceptó a sabiendas de
que una vez en Madrid, ese viaje de regreso a dónde estaban, nunca se
produciría. A Esther le pareció que se había entristecido de pronto y se preguntó
el porqué.
- Cerca de uno de los lagos venden un pequeño terreno de unos setecientos acres,
la mitad es bosque y la otra mitad plantación, tiene una casa preciosa, y…
- ¿Y lo vas a comprar? – la interrumpió con tal deje de temor que la enfermera
quitó la vista del camino sorprendida de su reacción - ¡cuidado! – exclamó Maca
asustada, al ver que más adelante un ciclista se incorporaba al camino sin prestar
atención.
- Tranquila, lo he visto – respondió Esther, adelantándolo sin problema.
- ¿Qué es eso que lleva? – preguntó Maca observando que arrastraba un pequeño
carro lleno de una especie de pacas de color verde intenso.
- Bananas, Maca – rió – no me digas que nunca has visto un plátano – bromeó.
- En una piña de esas no – reconoció poniéndose seria, no le gustaba que Esther se
riese de ella – no me había fijado bien, parecen... otra cosa – dijo molesta –
pero… ¡están completamente verdes!
- Si – rió a carcajadas – se recogen así.
Ambas callaron durante unos minutos, Esther atenta al camino y Maca a todo lo que la
rodeaba. Hombres cultivando la tierra, hombres y mujeres que recogiendo una cosecha,
motos con tres, cuatro y hasta cinco pasajeros. Maca miró con curiosidad como las
mujeres también montaban en ellas pero sentadas de lado.
Todo aquello era abrumante. Le hacía sentirse tremendamente culpable, no podía evitar
pensar en lo que podía llegar a gastar en un día en Madrid, en todo lo que costaba su
seguridad, su coche, su casa, la clínica o cualquier día cenando en un restaurante con
Vero, ahora sí que entendía las cosas que le dijo Esther cuando llegó a Madrid. Maca la
miró de soslayo, la enfermera también parecía pensativa y Maca deseó saber qué es lo
que cruzaba por su mente, pero no le dijo nada al respecto. Permaneció callada unos
minutos deseando que siguiera contándole historias y explicándole todo lo que veía e
iban dejando atrás, pero la enfermera permanecía atenta a la conducción sin decirle
nada.
Esther paró el motor del jeep y ayudó a Maca a descender, rápidamente y sin saber de
dónde habían salido la pediatra vio, con alivio, a un grupo de chiquillos que se
acercaron a ellas con ganas de juego. La enfermera se agachó y les dijo unas palabras.
Los niños saltaron entusiasmados y Maca se preguntó qué les habría dicho.
- No, no – les dijo, angustiada con aquel gesto, intentando evitarlo y levantando
los ojos hacia Esther que permanecía observándola.
A Maca se le saltaron las lágrimas cuando uno de los pequeños se abrazó a ella y la besó
con cariño. Luego, Esther, se agachó junto a ellos sacando de la bolsa algunos dulces y
frutas y se los repartió. Uno de los niños volvió a arrodillarse ante la enfermera y Esther
lo levantó con suavidad susurrándole unas palabras. Maca la observaba entre
impresionada y orgullosa, pensando en que luego debía preguntarle el porqué habían
hecho ese gesto de sumisión. Se sintió culpable por pensar mal de ella y creer que
pretendía engañarla y llevarla a no imaginaba dónde. La miró y le sonrió divertida con
los niños, le encantaban, ¡echaba tanto de menos su trabajo y tratar a diario con ellos! Y
emocionada con todo aquello, sintió que volvían a saltársele las lágrimas. Esther le
sonrió con ternura y le acarició el pelo dejando caer la mano hasta su hombro
frotándoselo con suavidad.
Esther volvió a pasarle la mano por el pelo con una caricia que le mostraba su
comprensión.
La enfermera se situó tras ella y emprendieron el camino, la pediatra miraba todo como
una niña pequeña que está descubriendo un mundo desconocido, Esther se agachaba de
vez en cuando a decirle algo al oído aunque, la tranquilidad de aquella aldea de chozas
no impedía que la pediatra la escuchase sin problema. Varias mujeres se acercaron a
ellas y Esther las saludó efusivamente. La enfermera hablaba con una soltura envidiable
aquel dialecto, las mujeres saludaron a Maca haciéndole reverencias y tocándole el pelo
una y otra vez. Esther sonreía y Maca, desconcertada ante tanta novedad, mostraba una
timidez impensable en ella. Algunas de las mujeres las acompañaron en su marcha por
la aldea y le dirigían palabras que Maca no entendía.
- Te dicen que eres muy guapa y que tienes un pelo precioso para ser una
Mzungus.
- ¿Una qué?
- Una blanca, Maca – le sonrió – les gustas. Quieren invitarnos a sus casas.
- ¿Y vamos a ir?
- No, ya les he explicado que venimos a ver a Yumbura.
- ¿Se ofenderán? – preguntó acostumbrada a que la enfermera siempre le regañara
diciéndole que iban a ofenderse.
- No, saben que siempre que vengo voy al dispensario. Nos acompañarán hasta
allí y luego nos llevarán algún regalo.
- ¿Aquí hay dispensario?
- Si – sonrió – pero no te vayas a creer que es como los que conoces.
- Ya imagino.
- No, no lo imaginas – rió – ya lo verás.
Una de las mujeres se situó ante ellas y Esther detuvo la marcha. Cruzaron unas
palabras y la enfermera cedió su puesto a una de las más jóvenes.
Tras recorrer unos cien metros que a la pediatra se le antojaron como trescientos se
detuvieron ante la puerta de una choza. Esther asomó la cabeza y gritó unas palabras
que Maca no entendió.
- ¡Esther! Me dijiste que vendrías pero no imaginé que sería tan pronto – exclamó
contenta en un correcto español, para la sorpresa de Maca. Las dos se abrazaron
y luego la enfermera se giró hacia ella.
- Yumbura, te presento a Macarena, una amiga de España.
- Mucho gusto – le dijo estrechándole la mano.
- El gusto es mío – dijo Maca “no lo sabes tú bien”, pensó, al menos con aquella
joven se enteraba de todo.
- Esther me contó que eras pediatra.
- Sí – respondió – pero hace un tiempo que no ejerzo como tal, al menos, no
habitualmente.
- Pero pasad, pasad – les dijo franqueando la puerta – Macarena, nombre extraño
– comentó y Maca no pudo evitar pensar “pues anda que el tuyo”, pero guardó
silencio.
- Maca no sabe como funciona aquí un dispensario.
Una joven entró en la choza y Esther la miró sonriente no tendría más de doce años. La
chica se acercó a Maca por detrás y siguiendo el ritual la cogió por el pelo. Pero Maca,
que, de espaldas a la puerta, no se la esperaba, se asustó y se giró con brusquedad
alcanzando a ver su brillante dentadura, y, repentinamente, un fuerte fogonazo la
trasladó a la mañana del asalto, unos dientes relucientes a la altura de sus ojos, una tez
oscura, un aliento que no la dejaba respirar y un fuerte dolor en el cuello, le tiraban del
pelo… Maca cerró los ojos y se llevó la mano derecha a la sien con un ligero quejido.
- Maca, ¿sabes dónde estamos? – insistió recordando las palabras de Cruz, “puede
tener lagunas y crisis de desorientación que no deben de exceder los treinta
minutos”.
- Si, Esther, tranquila, estoy bien. Solo me he asustado – respondió esbozando una
sonrisa – me he acordado de algo y… me ha pasado como la otra vez.
- Pero ¿te está empezando el dolor de cabeza! ¿es eso?
- Un poco, pero… estoy bien. Ya te he dicho que no es nada.
- ¿Qué has recordado? – le preguntó con paciencia.
- Que me tiraban del pelo y… sus dientes… eran blancos y perfectos y… creo que
es muy moreno… no sé, no podía respirar y me dolía el cuello y… no sé –
balbuceó volviendo a tocarse la sien – no… no me acuerdo…. Yo…
- Germán me ha hecho traerme los analgésicos, ¿quieres uno?
- No, de verdad.
- Maca es mejor que te lo tomes antes de que te vaya a más.
- No te preocupes, por favor. Solo… he recordado algo… es como la otra vez,
como un… calambrazo pero… estoy bien… - repitió intentando posar su mano
sobre la de la enfermera pero el temblor que tenía en ella se lo impidió.
- Vale – aceptó sin convicción, respiraba agitada y parecía confusa, con una
mirada casi perdida - Tomamos algo rápido y nos vamos ¿de acuerdo?
- Por mi no – le sonrió para tranquilizarla – me gusta todo esto, es… fascinante –
reconoció y fue ahora la enfermera la que sonrió abiertamente – aunque …
quizás sí que sea mejor que me des eso… ese… bueno lo que sea que has dicho
– le pidió volviendo a dar muestras de aturdimiento. La enfermera buscó en la
bolsa y sacó de nuevo la botella de agua.
- Toma – se lo tendió – si quieres nos vamos ya. En cuanto salga y nos
despidamos.
La pediatra asintió, estaba mareada otra vez, y cerró los ojos un momento. Esther la
obligó a bajar la cabeza casi hasta sus rodillas y no le quitaba la vista de encima,
preocupada. Pero al cabo de unos minutos, cuando Yumbura salió del interior de la
choza y algunas mujeres se unieron a ella, Maca parecía haberse recuperado. El color
había vuelto a sus mejillas y su pulso se había normalizado.
- No te asustes, no es nada.
- ¿Cómo puedes estar tan segura?
- Maca, entiendo lo que gritan – sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro
burlona.
- Ah, claro, perdona. Y… ¿qué pasa?
- Hay alguien enfermo o herido – le dijo frunciendo el ceño y levantándose –
ahora vuelvo. No te muevas de aquí – le dijo apoyando su mano en el hombro de
la pediatra y saliendo tras Yumbura.
- Esther… - la llamó angustiada, no quería quedarse allí sola.
La enfermera desapareció y pasaron varios minutos en los que Maca solo oía gritos,
lloros y lamentos, pero nadie entraba en la choza. Estaba impaciente por saber qué
ocurría pero, en ese tiempo allí, había aprendido a obedecer a Esther. Si le había dicho
que permaneciese en el interior, sería por algo y eso se dispuso a hacer, giró su silla y se
colocó mirando hacia la lona que hacía las veces de puerta. Cuando, de pronto, entró
una mujer con un bebé de apenas meses en sus brazos. La mujer le gritaba desesperada
algo y le tendía al niño que solo por su forma de llorar Maca comprendió que estaba
enfermo. La pediatra no sabía qué hacer y, finalmente, levantó sus brazos y aquella
mujer depositó a su hijo en los de Maca, que comenzó a examinarlo.
- Pero.. ¿qué coño? – murmuró mirando al pequeño, al tiempo que levantaba los
ojos hacia su madre - ¿qué…? – se interrumpió aquella mujer no iba a entenderla
y necesitaba preguntarle varias cosas.
Su mente barajó con rapidez las opciones, el niño estaba ardiendo y tenía unas pequeñas
heridas redondas que no era capaz de identificar, parecían llagas pero eran tan
perfectamente redondas que… no parecían pústulas, pero… no podía ser. , le miró la
lengua y la boca, le buscó ganglios inflamados en la nuca y respiró aliviada, por un
momento se le había ocurrido la peregrina idea de que fuera viruela, sabía que estaba
erradicada pero allí, todo era posible, como ya había podido comprobar. Tenía que
conseguir bajarle la fiebre al niño. Volvió a levantar los ojos hacia la madre e intentó
hablarle en inglés pero tampoco la entendía, por señas le indicó que le alargase la bolsa
que Esther había dejado en la hamaca, allí estaban sus medicinas seguro que podría
hacer lago con ellas.
La joven sonrió entendiendo lo que le quería decir y salió dejándola sola con el
pequeño. Instantes después regresaba con Yumbura y, con ella, Esther, que al verla con
el pequeño en brazos, se quedó paralizada, mirándola con ojos espantados.
- ¡Maca! – gritó - ¿qué haces? – corrió hacia ella intentando arrebatarle el niño de
sus brazos.
- Espera Esther - le pidió – no he terminado de examinarlo.
- ¡Estás loca! esto tiene un protocolo – le dijo casi llorando – no puedes hacer las
cosas sin guantes ni mascarilla – le gritó asustada.
Maca levantó la vista hacia ella con el ceño ligeramente fruncido, molesta de que le
hablase de aquella forma delante de extraños.
Esther comenzaba a sospechar que Maca se estaba tomando la salvación de ese niño
como algo personal y allí eso era uno de los principales errores. La miró preocupada y
angustiada, porque mucho se temía que fuese imposible sacarlo adelante.
Esther obedeció y miró a Yumbura que se sentó frente a la pediatra y le cogió al niño de
los brazos. El pequeño estaba más calmado, pero seguía teniendo la fiebre muy alta.
Maca bajó los ojos avergonzada por el tono en que había hablado, sintiéndose aludida,
pero no se arrepentía de ninguna de sus palabras. No entendía como una madre podía
dejar a su hijo en manos de un animal como el que había hecho aquello, por muy
curandero que se fuese y por mucho que fuese la costumbre.
- ¿Por qué me tocan ahora tanto? – preguntó Maca sintiéndose muy incómoda.
- Porque creen que tienes poderes.
- ¿Poderes?
- Sí, creen que has curado al pequeño usando la magia.
- Pues vaya mierda de maga que ni siquiera puede curarse así misma – soltó
sarcástica con tal aire de resignación y melancolía que enterneció a Esther.
- Te admiran por ello. Eres capaz de arriesgar tu vida por un pequeño que podía
estar desahuciado. Por una vida – le dijo volviéndose a mirarla a los ojos con tal
intensidad que la pediatra sintió un cosquilleo en el estómago - ¡pájaro dziu! –
sonrió y siguió la marcha junto a ella puesto que las chicas rivalizaban en
empujar a Maca.
En el camino de vuelta, la tensión que habían mantenido al ir hacia la aldea había
desaparecido por completo. Trabajar juntas les había devuelto la complicidad y las
había hecho olvidar todo lo demás. Cuando se le pasó el mal rato de creer que el niño
moriría sin que pudiese hacer nada por él, Maca estaba exultante. La visita a la aldea, el
conocer a aquellas gentes y el haber ayudado a aquel bebe, le había devuelto una alegría
que hacía tiempo que no experimentaba.
Fue ahora Maca la que la miró de reojo esperando que dijese algo más pero Esther no lo
hizo. La pediatra miró hacia delante y se concentró en el camino temiendo que las
curvas acabaran por marearla.
El camino serpenteaba por un paisaje que a Maca se le antojó como uno de los más
hermosos que hubiese visto nunca, discurría a través de un bosque que parecía
encantado, la densa vegetación se entrelazaba creando una especie de bóveda que
proporcionaba sombra en todo el camino. De pronto la enfermera detuvo el jeep en un
pequeño claro a la derecha y la hizo descender.
- Toma – le dijo, Maca giró la cara hacia ella, y Esther sonrió comprobando que
sus ojos reflejaban la impresión que sentía ante aquel paraje de ensueño –
¡despierta! - bromeó.
- ¿Con cebolla? – preguntó ilusionada volviendo a la realidad.
- No – sonrió maliciosa – sin cebolla.
- ¿También la tengo prohibida?
- No, la tengo prohibida yo – rió enarcando las cejas y Maca abrió los ojos
comprendiendo lo que quería decirle, enrojeció y bajó la vista, Esther la miró
burlona - ¿ves aquellos montes de allí?
- Si, ¿por qué?
- Son los montes Ruwenzori.
- ¿El Parque Nacional?
- ¡Exactamente! – sonrió – veo que leíste cositas antes de venirte.
- Las he leído aquí, en las revistas que me trajo Sara.
- Es impresionante Maca, tiene unos paisajes… ¡deslumbrantes! – exclamó con
una mirada soñadora que le confería una luminosidad especial.
- ¿Más que éste?
- ¡Mucho más! hay cascadas, lagos, ¡incluso glaciares!
- ¿Me vas a llevar? – preguntó con ilusión - ¡me encantaría ir!
- Ya veremos – sonrió – queda un poco lejos… y… ¡allí si que vas a ver animales
salvajes! A nosotras nos queda más cerca el parque del monte Elgon, es más
pequeño y tiene una fauna menos variada, aunque tiene su pequeño Kilimanjaro.
- ¿En serio? – preguntó con tanto interés y tanta ilusión que Esther soltó una
carcajada.
- Sí. Es un volcán que, según dicen, fue incluso más alto que el Kilimanjaro, y
dentro del cráter hay algo que te encanta – le dijo con una misteriosa sonrisa.
- ¿El qué? – preguntó curiosa.
- ¡Aguas termales!
- ¡Podíamos ir!
- Son tres horas y media desde Kampala, y para ti eso ya es demasiado. Desde el
campamento tardaríamos algo menos, pero los caminos son malísimos y a veces
están cortados y no se puede seguir. Los demás parques están todos más lejos.
- Me había hecho una idea completamente equivocada de todo esto yo creía que…
- Tú creías que los leones, los elefantes y todos los animales campaban libres por
todos sitios, ¿no? - sonrió.
- Bueno… tan tonta no soy… pero sí que me imaginaba no sé… que sería más…
salvaje. Que sería más fácil verlos – se explicó.
- Lo es, pero cada vez se está reduciendo a más espacios. Si no fuera por los
Parques, la caza furtiva hubiese terminado ya con muchas especies.
- Ya imagino.
- No, Maca, no puedes imaginarlo. Es… horrible. Los furtivos están organizados,
tienen sus propios campamentos y son capaces de llevarse por delante al primero
que se les interponga.
- Sí que debe ser horrible – comentó estando de acuerdo con ella.
- Hace un par de años, esto era un desastre, pero ahora el ejército los tiene
controlados, aunque de vez en cuando hay algún ataque esporádico, sobre todo,
cuando se desesperan porque no pueden acceder a los parques, pero hace tiempo
que no se mueven por aquí, antes no me hubiera atrevido a venir las dos solas –
le explicó tranquilizándola al verla mirar con temor a su alrededor, luego cambió
la expresión y continuó con seriedad - Hace dos años, me tomé unos días libres,
después de… bueno que Nancy me invitó a ir a su casa en El Congo. Un día me
llevó a ver los gorilas.
- ¿Pero no decías que no los habías visto?
- Con Germán no y, aquí, en Uganda, tampoco, y eso que el Parque de Bwindi
tiene varias familias, más de trescientos, pero sí con Nancy.
- Bueno y ¿qué pasó?
- ¡No te puedes imaginar lo que es observarlos! están tan acostumbrados al ser
humano que puedes incluso acercarte. Claro que a Nancy la conocen.
- Creí que estudiaba los chimpancés – le dijo con un retintín que la enfermera no
supo a qué venía y la miró extrañada.
- También. Pero los gorilas tienen algo especial… Nancy es capaz hasta de
ofrecerles comida y que se la tomen de la mano – le dijo con admiración por el
trabajo de su amiga.
- Pues si son tan confiados los furtivos lo tendrán fácil – comentó haciendo una
velada crítica a la tal Nancy, que sin conocerla ya le caía mal - ¿por qué decías
que es horrible?
- Porque lo es. Estuve un día entero llorando – le contó entristeciendo el rostro,
Maca enarcó las cejas en señal interrogadora instándola a que le explicase el
porqué – era una familia de unos doce ejemplares, con dos machos de espalda
plateada y al día siguiente de estar viéndolos, el macho dominante y dos de las
hembras aparecieron muertos, los habían masacrado. Y otra hembra joven y las
tres crías desaparecidas. Estaban destrozados y mutilados.
- ¡Qué desagradable! – exclamó poniendo cara de asco y la enfermera frunció el
ceño - Lo siento – murmuró – me gustaría poder ir a verlos.
- Ya habrá tiempo, si te dignas regresar algún día – le dijo volviendo a sonreír -
¿Te gusta?
- Sí, esto es precioso, ¡claro que me gusta! y… ¡claro que me encantará regresar!
- Digo, el bocadillo – rió burlona al ver que no había parado de comer.
- Humm – asistió mascando el último bocado.
- ¿Quieres más? – le preguntó al ver que no quitaba ojo del suyo.
- ¿Hay más? – preguntó asintiendo.
- ¡Patatas fritas! – exclamó – Esther… - murmuró casi con las lágrimas saltadas,
emocionada por el detalle.
En aquel lugar y con todas aquellas atenciones, después de llevar casi dos semanas
privada de todo, sintió que aquello era el mejor manjar que le podía haber ofrecido. ¡Le
encantaban las patatas fritas!
Maca la miró embobada, mientras Esther le contaba con detalle las dimensiones del
Parque, le hablaba de Annie una amiga de Nancy que trabajaba allí, estudiando el
comportamiento de los gorilas y los elefantes y le contaba todo tipo de detalles del
lugar. Escuchándola, volvió a sentir el deseo de la noche anterior, deseaba abrazarla,
deseaba estrecharla contra ella y besarla. Esther la estaba llevando a unos lugares que la
embelesaban y al mismo tiempo la hacían temer. Pero no podía evitar sentirse fascinada
por esas sensaciones. La enfermera se cambió de lugar y se sentó en una roca, frente a
ella, mucho más cerca, mirándola intensamente. Maca desvió la mirada perdiéndola en
la lejanía, dejándose envolver por aquel paisaje, comiendo distraída y extasiada, Esther,
decidida a llamarle la atención, rompió el silencio.
- Maca de todas las mujeres que han pasado por tu vida, tú ¿qué crees que tenían
en común?
- ¿Y esa pregunta? – dijo extrañada y fuera de juego aún - tiene trampa, ¿no?
- Que no, es solo curiosidad – sonrió afable.
- ¿Se puede saber en qué estabas pensando para preguntarme eso? – preguntó
frunciendo ligeramente l ceño.
- En nada en concreto – volvió a sonreír buscando la complicidad con ella –
pensaba en Adela y… en como es y… me miro a mí y…, no sé, luego… pienso
en tu mujer y…
- No conoces a mi mujer – saltó con rapidez – ¡vaya perra que tienes con ella! –
protestó ligeramente molesta por su pregunta.
- No, no la conozco pero, por lo que he visto y por lo que se de ella… No sé, creo
que somos tan diferentes que…
- No has visto nada y estoy harta de que hables de ella como si… - se detuvo ante
la mirada de desconcierto de la enfermera que no esperaba una respuesta tan
airada y menos en aquel marco que transmitía sosiego y paz y en el tono que
habían mantenido hasta ese momento –… como si… la conocieras… porque no
sabes nada – terminó cada vez con menos fuerza – nada – musitó mirando hacia
abajo.
- Perdona – se disculpó azorada – tienes razón, perdóname – insistió, “eres
imbécil, la traes a un lugar paradisíaco y vas y le hablas de su mujer, vaya
cagada, ¿así pretendes que te bese! ahora solo pensará en ella”, se recriminó
mentalmente su error.
Esther se agachó y cogió un palito del suelo, comenzó a juguetear con él, temiendo
cruzar la mirada con Maca, había metido la pata al hablarle de su mujer, ¡tenía tantas
ganas de saber! pero estaba claro, que lo intentase como lo intentase para Maca era un
tema tabú y nunca la pillaba desprevenida. La pediatra arrepentida de su salida airada y
pensando en la pregunta de Esther se inclinó distraída, imitándola, e intentado coger
otro palo de los muchos que había desperdigados en el suelo.
Maca observó con espanto que lo que había estado a punto de coger se movía con
lentitud, su cara fue todo un poema y Esther soltó una carcajada. La pediatra la miró y
soltó otra. La tensión de momentos antes se esfumó.
Maca esbozó una triste sonrisa y comenzó a juguetear con los dedos, nerviosa.
Esther pensó en las palabras de María José, “solo una vez”, “solo contigo”, ¿era posible
que fuera cierto! ¿qué Maca solo se hubiese enamorado una vez de verdad y que fuera
de ella? Impulsada por el recuerdo de aquellas palabras, por la soledad de aquel paraíso
en el que se encontraban, por sus ojos que la atraían sin remedio y por lo que llevaba
rondándole la cabeza todos esos días compartidos, se puso ante ella y la miró con tal
intensidad que Maca se estremeció, sintió pánico de lo que iba a hacer la enfermera,
porque estaba segura de que lo haría y, aunque la noche anterior lo había deseado con
todas sus fuerzas, aunque hacía un instante había vuelto ese deseo, ahora estaba aterrada
de que lo hiciera. No se equivocaba, Esther se inclinó hacia ella notando como la
respiración de la pediatra se agitaba al tiempo que abría sus ojos con una expresión
entre pánico y deseo, que entreabría sus labios con una mueca que por un lado la
invitaba a ello y por otro indicaba la protesta que deseaban pronunciar pero que no salió
de ellos, lentamente y con dulzura, posó sus labios sobre los de ella, besándola con todo
su amor.
Maca no le devolvió el beso. La separó con suavidad, desgarrada por dentro, quería
corresponderle pero no podía, no podía, algo en su interior le impedía hacerlo.
- Será mejor que volvamos – le sonrió para no hacerla sentir incómoda – ahora sí
que se nos ha hecho tarde.
- Lo siento, Maca, perdona, yo no… - se sintió estúpida, lo había estropeado todo,
todo.
- No pasa nada, Esther. Es culpa mía. Soy yo la que siente haberte dado una
impresión… equivocada – se excusó sintiendo una fuerte presión en el pecho
que le cortaba la respiración.
- Lo siento, ha sido un impulso – se justificó nerviosa – no volverá a pasar. Te lo
prometo - la miró con desesperación, lo último que deseaba es que Maca se
alejase de ella ahora que empezaba a confiarle algunas cosas.
Notó que dos lágrimas recorrían sus mejillas, levantó la mano y se las enjugó, “¡ya está
bien de lloros!”, se dijo enfadada consigo misma, “es lo que quieres, has tomado tu
decisión ¿no! pues no llores, no vale la pena llorar…”. Pero le dolía tanto perderla de
nuevo, cuando ya creía que nunca volvería a su vida, la tenía a su alcance, al alcance de
una frase “yo también te amo”, “¡díselo!”, se dijo, “vamos, date la vuelta y díselo”. Si
no lo hacía sabía que no se lo iba a perdonar nunca, y que ese recuerdo, el recuerdo de
esa tarde permanecería imborrable en su memoria. Sabía que encontraría caminos en los
que perderse, ya lo había hecho antes, pero también sabía que, en todos y cada uno de
ellos, volvería a encontrarla a ella, como un fantasma que la persiguiera, siempre ahí,
siempre presente en su mente. Sintió la necesidad de desahogarse, de hablar con alguien
que pudiera entenderla, de alguien que la consolara y le dijera que todo estaba bien, que
no pasaba nada, y no pudo evitar pensar en Vero, le era tan difícil explicar lo que sentía,
quería hablar con ella, necesitaba hacerlo, necesitaba sentir que no estaba cometiendo
un error sin marcha atrás. El dolor de cabeza volvió con toda su fuerza, el corazón le
latía desacompasado y eso maldito dolor sordo se hacía cada vez más intenso. Inspiró
profundamente y soltó el aire despacio, quizás así consiguiese un poco de alivio. Había
sido un día maravilloso y ahora solo lo recordaría por esa tarde. Una tarde que acudiría
a su mente una y otra vez, entre suspiros, porque estaba segura que, para olvidarla,
necesitaría una eternidad. Sintió crecer la opresión en el pecho, le faltaba el aire, hizo lo
que Vero le decía, respiró hondo un par de veces más, e intentó recuperar la calma.
Esther se percató de ello, mientras empujaba la silla en silencio. Por suerte, Maca no
podía ver hasta que punto se había ruborizado, dos lágrimas también recorrían las
mejillas de la enfermera, pensando en ese beso que tanto deseaba y que no había
llegado, pensando en cómo habría sido si ella la hubiese correspondido, tenía la
sensación de que sabría diferente a lo que recordaba, pensando en cuánto habría durado
el escalofrío que de seguro le recorrería todo el cuerpo, en si se le habría erizado el
vello, en las mariposas en el estómago que había sentido volar y en que ahora sabía que
ese vuelo nunca más se produciría. Era cierto lo que tantas veces le habían dicho, Maca
jamás traicionaría a su mujer, y si bien pudiera no amarla, la respetaba. Esther sintió
admiración por ella. Y volvió cabizbaja, con el estómago revuelto y la sensación de
haber hecho el más espantoso de los ridículos.
Cuando llegaron al jeep ambas habían conseguido controlar sus sentimientos y enjugar
sus lágrimas, aún así, permanecieron en silencio. Esther colocó las cosas en el coche y
ayudó a Maca a subirse a él. Arrancó y prestó atención al solitario camino, bajando con
cuidado de no pillar ningún bache que hiciera tambalearse a la pediatra que permanecía
mirando al frente, con rostro serio y sin ninguna señal de la alegría que manifestara a la
ida. Esther la miró de reojo y se maldijo por ello, todo había ido a las mil maravillas
hasta que tuvo la feliz idea de preguntarle por Ana, siempre se arrepentiría de ello.
Tantos días esperando el momento oportuno, tantos días jugando al despiste,
esquivando sus miradas y controlando sus deseos, para terminar errando en sus palabras
y calibrando mal sus posibilidades. Esos pensamientos la mantenían tan distraída que no
se percató de que algo había variado en el camino.
Maca, también abstraída, no dejaba de darle vueltas a lo que había sucedido. No podía
evitar sentir una congoja desoladora que le provocaba una sensación de ahogo. De
pronto, la enfermera apretó el acelerador y comenzó un descenso vertiginoso. Maca se
sujetó como pudo y la miró asustada sin atreverse a decir nada. La polvareda que
levantaba el vehículo apenas la dejaba respirar pero era incapaz de soltarse y terminar
de subir la ventanilla. ¿Qué estaba haciendo! si pretendía asustarla lo estaba
consiguiendo de veras.
La enfermera aceleró aún más la marcha, el jeep saltaba y Maca con él, incapaz de
sujetarse bien, entre la debilidad que sentía, el miedo que tenía y el mareo que le estaba
provocando aquella carrera.
- Esther... – dijo Maca repentinamente con una calma enorme, posando su mano
sobre la de la enfermera que la tenía helada y permanecía aferrada al volante –
Esther… - repitió con tranquilidad - Esther…. mírame – le pidió sin obtener
repuesta – Esther… cariño… mírame – le suplicó con suavidad, como solía
hacerlo hacía años y con el corazón disparado solo de pensar que llegaban hasta
ellas, pero Esther estaba bloqueada y ella tenía que hacer algo para que
recuperase el control – Esther mírame – insistió cogiéndola de la barbilla y
girándole la cara – Esther, tenemos poco tiempo, tienes que reaccionar, ¿me
oyes? – habló con autoridad y calma intentando infundírsela a ella.
La enfermera asintió, el pánico se reflejaba en sus ojos, “te oigo, pero no puedo
ayudarte”, pensó, “no puedo moverme”, “va a pasar otra vez, va a pasar otra vez, te van
a matar y no podré hacer nada”.
.
- Bien. Escúchame – le dijo y la enfermera volvió a asentir – No va a pasarte
nada, ¿entendido! no voy a dejar que te pase nada, ¿de acuerdo? – hablaba
pausadamente consiguiendo que Esther le prestase atención - si haces lo que yo
te diga no te va a pasar nada. ¿Vas a hacer lo que yo te diga? – le preguntó
transmitiendo seguridad a sus palabras, la enfermera asintió aún temblando -
Esther, tienes que salir del coche, ¿me oyes? Vete, vete sin mí y… ¡busca ayuda!
– le pidió interiormente nerviosa, pero decidida. El miedo que sentía no impedía
que pensara en que Esther tenía que escapar de allí y, con ella, no tendría esa
oportunidad – Esther, ¡vamos!
- No puedo – dijo al fin, comprendiendo lo que pretendía Maca.
- Claro que puedes – insistió - ¡venga! ¡muévete!
- No puedo.
- ¡Sal y busca ayuda! – le ordenó con firmeza - ¡vete!
- No digas tonterías, ¡jamás haría eso! – exclamó ofendida recuperando parte del
control.
- ¡Vete te digo! – le gritó mirando hacia atrás con el miedo reflejado en el rostro
pero con una sola idea, que Esther no volviera a pasar por algo similar a lo que
ya había pasado con Margarette – ¡corre! o nos matarán a las dos, ¿quieres que
nos maten? – dijo con brusquedad y Esther clavó sus asustados ojos en ella,
Maca supo inmediatamente lo que decirle, días atrás la enfermera le había dado
la clave al contarle le que le sucedió - ¡vamos! ¡sal! – la impelió - ¡haz lo que te
digo! ¡corre, Esther, corre!
Esther la miró, esas palabra “corre, Esther, corre”, las mismas que le repetía su mente
insistentemente, las mismas que se dijo el día del asalto al orfanato, las mismas que leyó
en la mirada de Margarette. Sí, tenía que hacerle caso, era lo que Maca quería. La
pediatra le soltó la mano.
- ¡Vamos, corre! – repitió ahora con menos firmeza que antes, al leer la decisión
de hacerlo en los ojos de la enfermera, que abrió la puerta del jeep y descendió,
dedicándole una última mirada y emprendiendo una loca carrera camino abajo,
saltando el tronco, que lo cortaba, sin ninguna dificultad – corre – murmuró
Maca, ya sola.
Permaneció en su asiento, observándola con una mezcla de alivio por verla ponerse a
salvo y estupor por lo que sabía que le esperaba cuando la alcanzaran. Su mente no
pudo evitar pensar que Esther la abandonaba de nuevo, pero desechó esa idea con
rapidez, clavando sus ojos en la espalda de la enfermera, hasta que desapareció tras el
enorme tronco que obstaculizaba el paso, “corre, mi amor, corre”, pensó con un nudo en
la garganta, “¡corre!”.
Esther corría sin mirar atrás, todo su cuerpo avanzaba a una velocidad que ni ella misma
era consciente de ser capaz de alcanzar, con una sola idea, huir, huir y cerrar los ojos sin
saber lo que ocurriría tras ella. Sin embargo, una parte de su cuerpo permanecía en el
interior de aquel vehículo abandonado, su corazón, ese que cada vez golpeaba con más
fuerza en su pecho, ese que estaba quejándose de dolor, ese que se le estaba subiendo a
la garganta con tanta furia que se vio obligada a detenerse, apoyarse en sus rodillas sin
respiración y vomitar. Pero tenía que seguir corriendo, era lo que Maca le había pedido,
era la única opción de buscar ayuda, era lo que debía hacer. Estaba mareada pero sabía
que debía seguir adelante, sin mirar atrás, como la otra vez, “corre, vamos, corre”, se
alentó, “sí, eso es lo que debes hacer, ¡corre o llegarás demasiado tarde!”, se dijo
emprendiendo de nuevo una alocada carrera.
En el coche, Maca no se encontraba mucho mejor, cogió la radio e intentó contactar con
el campamento, pero era imposible, desesperada, comprendió que se encontraban a
demasiada distancia para que recibieran la señal. Con manos temblorosas devolvió la
radio a su lugar. Estaba tan mareada y tan alterada, que cerró los ojos, intentando
controlar las ganas de vomitar. No quería pensar en lo que harían con ella cuando
llegasen, nunca imaginó que su estancia allí acabaría de esa forma y, menos, después
del día que llevaba, del día en que se había sentido por primera vez en mucho tiempo
feliz, feliz de disfrutar sin remordimientos, feliz de haber tratado aquel pequeño sin
vacilar, feliz de hablar con Esther y de leer el amor en sus ojos, a pesar de que no
pudiera corresponderla, feliz de dejar la culpa atrás y ser capaz de olvidarse de todo por
unas horas. Era irónico, después de cinco años había vuelto a tener esa sensación
maravillosa de desear que se parase el mundo, y la había tenido de nuevo junto a ella,
“¡y vaya si se va a parar!”, esbozó una sonrisa sarcástica. Su mente voló a Madrid,
pensó en María, no podría cumplir ninguna de las promesas que le había hecho a la
niña, pensó en Cruz, en Fernando, en Mónica, que tanto la habían apoyado, pensó en
Vero y en Claudia, siempre a su lado, siempre aguantando su mal humor, siempre
intentado hacerle más fácil la vida, ahora nunca podría decirles lo agradecida que estaba
y lo mucho que las quería. Pensó en su madre y en Ana, ¿qué haría Ana cuando no
volviera a aparecer, cuando llegase un fin de semana tras otro sin verla! “¡sí! quién me
iba a decir que venir aquí significaría alcanzar aquello de lo que estaba huyendo, ¡qué
irónica es la vida!”. Escuchó la voz de María José, siempre sentenciosa, ¡adoraba a
aquella anciana! ¡quién le hubiera dicho que moriría sin volver a ver a ninguno de ellos!
“morir, no quiero morir”, se dijo. Su corazón comenzó a latir a una velocidad
vertiginosa, las manos comenzaron a sudarle y las imágenes del relato de Esther sobre la
muerte de Margarette se agolpaban en su mente, tenía miedo, mucho miedo y no podía
hacer nada, ni siquiera huir. Respiró hondo y se dispuso a esperarlos, no tardarían en
llegar, había hecho lo correcto, no podía ser una carga para ella.
Esther bajó con rapidez parte del camino, y regresó sobre sus pasos, andando unos
metros hacia atrás y luego otra vez hacia adelante, su mente volaba al pasado cuando
Germán y ella fueron allí por primera vez. El médico se empeñó en enseñarle unos
bichos horribles, unos gigantescos cerdos salvajes, le había dicho que si se apostaban
cerca del camino los verían bajar del bosque para beber en el riachuelo. Si no recordaba
mal por allí cerca había una senda. Quizás era demasiado estrecha para el jeep, pero
hacía un par de años circularon por ella. ¿Donde estaba! “¡joder, ¿dónde estás?”,
murmuraba corriendo de una lado a otro, “era por aquí, era por aquí”, repetía inquieta
escuchando en la lejanía el motor de sus perseguidores, que descendían con cuidado
seguros de que su trampa las habría detenido, “¡Sí, allí está!”, respiró exultante al ver el
pequeño sendero.
Segundos después la enfermera corría hacia el vehículo y montaba en él, ya se
escuchaba el ruido de los motores mucho más cerca, en unos instantes estarían allí.
La pediatra la miró nerviosa y asustada, sintiendo que la sangre no dejaba de correr por
su brazo.
Esther cruzó al otro lado del arroyo y continuó por un estrecho sendero, aminoró la
marcha segura de que ya no las seguían y Maca lo agradeció secretamente,
comprendiendo que el peligro había pasado. Unos cientos de metros más adelante la
vegetación se fue haciendo menos espesa hasta que salieron a una enorme explanada
salpicada de arbustos y algún que otro árbol de sombra.
- Esther… - musitó aferrada a ella - ¿Sabes? Es de locos, cuando estaba allí sola
en el coche no dejaba de pensar en una frase que me dijo María José un día –
habló precipitadamente aún abrazada a ella – creí... creí que iban a matarme y lo
único que podía pensar era que ese lago era un lugar precioso para morir y en lo
que me decía María José y….
- ¿Qué te decía? – la interrumpió.
- Yo estaba agobiada por no poder salir, por tener que estar todo el día con
vigilancia, estaba… estaba harta de estar encerrada y… y ella … ella me dijo
que tenía que vivir sin miedo… que tenía que hacer lo que me apetecía… que…
me dijo … - se detuvo un segundo y respiró con dificultad impostando la voz -
“Incierto es el lugar en donde la muerte te espera; espérala pues, en todo lugar.”
Y…
- Maca – dijo separándose de ella sonriendo al verla tan alterada – tranquila que
ya ha pasado todo y estamos bien.
- ¡Si! – exclamó, casi temblando – ¡uf! – suspiró sintiéndose agotada, la miró
fijamente, esbozando una tímida sonrisa y, con rapidez, cogió su cara con ambas
manos, aproximándose a ella, permaneciendo un instante con los ojos clavados
en los suyos, Esther sintió un escalofrío ante aquella mirada y aquellas manos
que sintió muy húmedas, y achacó a los nervios sin percibir el verdadero motivo
- ¡gracias! ¡gracias por volver! ¡gracias por salvarme! ¡gracias por…! - exclamó
dándole un leve beso en los labios, con tanta rapidez y tanto miedo que Esther
no fue capaz de reaccionar - ¡gracias! ¡gracias! ¡gracias!
Esther le devolvió la mirada y sorprendida, esbozó una leve sonrisa, de pronto se sentía
muy bien, ¡más que bien! se sentía capaz de todo. La situación que acababan de vivir le
había hecho olvidar la decepción que había sentido ante su rechazo. El haber sido capaz
de reaccionar, luchar contra sus fantasmas y volver a por ella, el haberla sacado de allí
la colmaban de satisfacción. Y ese beso fugaz que le había regalado Maca la llenó, de
nuevo, de esperanza.
- Maca… yo… – comenzó a decir cogiéndola ahora ella de las manos, pero
rápidamente se percató de la sangre que tenía la pediatra en su brazo derecho y
que goteaba por su mano - ¡Maca! ¡estás herida! ¡dios! ¿te han dado! ¿dónde te
han dado?
- Tranquila, no me han herido, vamos creo que no… – dijo mirándose el brazo –
no siento….nada – levantó sus ojos hacia ella desconcertada.
- Pero… eso es imposible, salvo que… - dijo mirándola asustada – a ver déjame
que te eche un vistazo – le pidió bajando con rapidez del coche y abriendo la
puerta de la pediatra - ¡déjame, Maca! – insistió al ver el gesto negativo que le
estaba poniendo.
- Estoy bien, no me duele nada.
- ¿Cómo que no te duele! ¿y esta sangre de dónde…? – preguntó examinando con
detenimiento sus piernas temiendo que por eso no sintiese dolor alguno, pero
aunque tenía sangre en el pantalón no parecía tener herida alguna – aquí no te
veo nada – le dijo comenzó a quitarle la fina chaqueta de lino – mierda… aisss –
dijo con desagrado al ver que la tela se pegaba y enganchaba en algo.
- ¿Qué pasa?
- Espera un momento – le indicó abriendo la puerta trasera, sacando unas tijeras
de la mochila.
- Pero… ¿qué pasa? – repitió intentando verse lo que tenía sin éxito.
Esther cortó la tela con pericia y delicadeza y emitió un chasquido con la lengua.
La pediatra asintió y se dejó hacer. Su mente no dejaba de repetir lo que habían vivido,
el beso que le había dado Esther y su completa metedura de pata “¡cómo se te ocurre
besarla!” se dijo angustiada, ahora pensará que… de pronto se sentía agotada y
completamente floja.
- Creo que me estoy mareando, Esther – musitó echando la cabeza hacia atrás y
cerrando los ojos. Esther miró hacia ella y vio que había palidecido.
- Vamos, Maca, no seas exagerada, que solo es un cortecito sin importancia –
sonrió dándole ánimos – además, no dices que no te duele.
- Sí – musitó con voz débil y la respiración agitada.
- Maca ¿quieres que pare?
- Sí, mejor…. – respiró hondo – vamos al…
- No deja de sangrar, si aguantas un poco, solo será un minuto, y si te duele
mucho me lo dices.
- Esther… - comenzó pero un ataque de tos le impidió continuar.
- Bebe un poco de agua – le tendió la botella que había usado para lavarle la
herida.
- Gracias – respondió cuando al fin pudo hablar – es el maldito polvo rojo éste
que se mete en la garganta y…
- ¿Seguro que es eso? Estás muy pálida.
- Seguro – murmuró cerrando los ojos, y recostándose en el asiento, Esther la
miró preocupada.
- Ya está, Maca – le dijo terminando de vendarle el brazo – cuando lleguemos
tendremos que mirártelo, aquí no puedo hacer más.
- Gracias – le sonrió recuperando ligeramente el color – ya has hecho bastante.
- Voy a coger la radio y avisar a André de lo que ha ocurrido. No entiendo cómo
están aquí de nuevo – comentó enfadada – te juro que… - intentó disculparse
sintiéndose culpable por haberla llevado allí – no sabía que…
- Tranquila… fui yo la que insistí en subir a los lagos – sonrió conciliadora – si no
fuera tan pesada….
- En eso tienes razón – la señaló con el dedo burlona – eres una pesada – le dijo
con retintín, cogiendo la radio y saliendo del coche.
- Bueno, pues ya está, dice André que vienen para acá. Espero que no sea
demasiado tarde.
- Pero… ¿qué buscan ahí?
- Básicamente monos, ya me había parecido que había demasiados, se habrá
cundido la voz – aventuró pensativa – claro que también es uno de los pocos
bosques de fuera de las reservas en que queda árbol del sexo.
- ¿Árbol de qué? – preguntó extrañada, creyendo haber entendido mal.
- Del sexo, Maca – sonrió - ¿no sabes lo que es? – le preguntó burlona. Maca hizo
una mueca con la boca apretando los labios y negando con la cabeza - Para que
me entiendas es la viagra de aquí – sonrió – se cuecen las raíces, te bebes el agua
donde las has cocido y en tres horas…
- En tres horas qué.
- ¡Qué va a ser Maca…! - respondió burlona y aún sintiéndose eufórica de lo que
se habían librado.
La pediatra la miró e hizo una mueca entre irónica e inocente que divirtió a la
enfermera, que sin dejar de mirarla, hizo lo que estaba deseando desde que regresara a
por ella, espoleada por el beso que Maca le había dado momentos antes, cogió su cara
con ambas manos, la acarició con ternura, sonrió y volvió a besarla. Esta vez Maca
reaccionó empujándola con brusquedad, y con unos expresión hosca, fulminándola con
la mirada, no hizo falta que dijera nada, Esther comprendió de inmediato que había
vuelto a meter la pata.
- Ay – se quejó llevándose la mano al codo con las lágrimas saltadas, más por el
rechazo que por el golpe que se había llevado contra el volante. Maca se asustó y
enrojeció avergonzada de su comportamiento.
- ¿Te he hecho daño! ¡perdóname! ¡perdóname, Esther, por favor! Yo no quería…
no quería empujarte - balbuceó abriendo desmesuradamente los ojos, intentando
ver dónde se había dado.
- No, Maca, perdóname tú – le dijo con voz ronca, frunciendo el ceño y zafándose
de las manos de Maca que intentaba ver si la había lastimado – ¡déjame que no
me has hecho daño! – se distanció de ella y se bajó del coche, encendió un
cigarro y se lo fumó con rapidez paseando de un lado a otro.
Maca permaneció en su asiento mirándola y sintiendo de nuevo aquella presión en el
pecho. Al cabo de unos segundos Esther regresó y se sentó a su lado, mirándola
fijamente.
La enfermera ladeó la cabeza y le lanzó una mirada despectiva, sin hacerle el menor
caso, condujo a mayor velocidad que lo había hecho a la ida, con cierta brusquedad, sin
ningún tipo de miramiento hacia su acompañante que saltaba en el asiento sin atreverse
a recriminarle su forma de guiar el vehículo. No dejaba de pensar en lo imbécil que
había sido, Maca no estaba preparada, se lo había dejado claro en el lago, “¿por qué has
tenido que insistir?”, se preguntó más enfadada consigo misma que con la pediatra, “así
no vas a conseguir nada, ahora te esquivará y estará a la defensiva y con razón, le
prometes que no volverá a pasar y no pasa ni una hora y zas, te lanzas de nuevo, imbécil
que eres imbécil”, “¡si ya te lo avisó Laura!” “¿Y Teresa! ¿qué te dijo Teresa! que no le
hicieras daño, que lo había pasado muy mal y llegas tú y qué, te lanzas sin pedirle
permiso, idiota, eso es lo que eres, ¡una completa idiota ¡”.
Maca, sentada a su lado, solo podía mirar el camino y esperar que Esther frenara un
poco, cada vez estaba más mareada y Esther parecía no darse cuenta.
- Ya estamos llegando – comentó la enfermera.
- En cuanto estemos allí quiero que Germán te mire ese corte, es muy profundo –
le comentó intentando establecer un ambiente de normalidad.
- Vale – aceptó sin rechistar lo que sorprendió a la enfermera.
- ¿Te duele? – le preguntó extrañada de que no protestase.
Maca negó ligeramente con la cabeza, agradeciéndole que le hablase con naturalidad.
¿El corte del brazo! ni siquiera lo notaba, era lo que menos le importaba en esos
momentos, en los que su mente mantenía una encarnizada lucha por partida doble, con
su corazón, intentando vencerlo con todo tipo de excusas y, con su estómago, al que no
conseguía dominar con ninguno de sus trucos.
- Maca…
- ¡Esther! ¡para! – le pidió quitándose el cinturón con precipitación - ¡para!
- ¿Qué pasa?
- Estoy fatal – reconoció al fin – no… no aguanto… - le dijo mirándola
desesperada tapándose la boca con la mano.
- ¡Joder! – exclamó parando el jeep con tal brusquedad que Maca se balanceó de
un lado a otro y apenas tuvo tiempo de abrir la puerta - ¿por qué no avisas antes?
– le recriminó enfadada.
- Lo siento – musitó cuando pudo.
- Lo siento, lo siento – repitió molesta – si hablases más, no tendrías que sentir
tanto – le dijo con doble intención que la pediatra captó al instante.
- Y si tú no hicieses todo a lo loco tampoco tendría que sentir tanto – la fulminó
con la mirada y Esther se arrepintió de su comportamiento y de sus palabras,
“touché”, pensó.
- ¿Mejor? – le preguntó dulcificando el gesto mostrándole que lo sentía, que no
pretendía incomodarla y que estaba preocupada por ella.
- No – respondió secamente.
- ¿Quieres un poco de agua?
- No queda.
- Claro que queda – sonrió buscando otra botella – traje suficiente – se explicó
tendiéndosela. Maca la cogió y bebió un pequeño sorbo.
- ¿Quieres que paremos un rato, hasta que se te pase?
- No – se negó en el mismo tono – yo también quiero llegar.
- Entonces… iré más despacio – le dijo arrancando de nuevo - ¿vale?
- Gracias – murmuró pensando que ya daba igual como condujera, sabía que
tardaría al menos un par de horas en que se le pasase el mareo.
- Prepárate, porque cuando lleguemos nos espera una buena bronca – comentó
intentando congraciarse – No quiero ni imaginar cómo tiene que estar Germán,
sobre todo, si André le ha contado… - se interrumpió mirándola - ¿quieres que
vuelva a parar? Tienes mala cara.
- No.
- Vale, como quieras pero… avísame con tiempo que ya llevamos el jeep hecho
una pena entre el polvo y la ventanilla rota y… ¡verás Germán cuando lo vea! –
sonrió afable - Menos mal que estás tú, que sabes frenarlo. ¡Te tiene un
respeto…! – le reveló en un intento de animarla pero Maca permaneció con la
vista fija en el horizonte sin inmutarse - a veces creo que hasta te tiene miedo…
y…
- Esther, no hace falta que pares pero… ¡cállate! – le pidió cortante. Su parloteo
no la estaba ayudando en nada.
- Perdona – murmuró mohína, guardando silencio hasta que llegaron al
campamento.
* * *
Germán corrió hacia el coche y Esther tuvo que frenar con brusquedad para no
atropellarlo. La enfermera descendió y el médico la abrazó afectado.
Maca había observado el cuadro desde su asiento en el jeep, esperando que Germán
comenzase a vociferar pero el médico parecía más preocupado que enfadado. Suspiró y
se quitó el cinturón dispuesta a bajar por sus propios medios, pero inmediatamente la
ayudaron a descender entre Sara, que tras comprobar que Esther estaba bien había
corrido a ver a la pediatra, y Kimau. Germán se volvió hacia ella e igualmente cariñoso,
apoyó su mano en la mejilla de Maca.
Esther los siguió pero cuando estaba a punto de entrar en el edificio del hospital se
detuvo y se dio la vuelta.
- No te preocupes por Maca que está en buenas manos – le dijo adivinando sus
pensamientos – vamos, ¡estás helada! Necesitas entrar en calor, tienes que
descansar y tomar algo.
- Creo que el corte ese necesitará puntos.
- ¿Puntos! uff – dijo pensativa.
- ¿Qué pasa?
- Nada, nada….
- ¿Qué pasa Sara?
- Lo de siempre, no han llegado los suministros, pero tranquila que Germán sabrá
apañarse.
- Sara…
- ¿Qué?
- Gracias – repitió con un suspiro.
- ¡Tonta! – le dijo estrechándola – anda vamos, que tienes que contarme todo con
detalle – le dijo consiguiendo al fin que la enfermera emprendiera la marcha.
* * *
En el Hospital Germán había subido a Maca a una camilla y se había marchado en busca
de todo lo necesario. La pediatra permanecía recostada, con los ojos cerrados, cuando el
médico llegó hasta ella cargado de cosas y acompañado por Maika.
- Bueno, ya estamos aquí – dijo colocando un banco junto a la cama para sentarse
y proceder al examen, Maca abrió los ojos y lo miró sin decir nada – antes de
examinar ese corte voy a ver que tal está esa tensión. Y ya que estamos aquí,
Maika te va a sacar sangre.
Maca asintió sin protestar, sorprendiendo a Germán que se esperaba una respuesta
negativa al respecto.
- Maika tráete una manta – le ordenó a la enfermera al ver que Maca comenzaba a
temblar – Wilson, no te pongas nerviosa que no es para tanto – sonrió burlón -
¿qué! ¿qué tal la excursión! ¿te ha gustado la aldea? – le preguntó con la
intención de darle conversación y distraerla. Maca sonrió para sus adentros
reconociendo el truco que ella había empleado continuamente con los niños.
- Si.
- ¿Solo sí? – sonrió – vamos… que a mi no me engañas – sonrió - no te ha
gustado nada de nada. Si ya le dije yo a Esther que no era buena idea llevarte
allí.
Maca lo miró sin responder a su provocación, no tenía ganas de charla y menos de
discutir con él. Germán frunció el ceño.
- Ya hablaré con ella, no se va a librar de una buena bronca, ¿sé puede saber
porqué no habéis vuelto a la hora de comer? Le dije claramente que no podías…
- probó de otra forma buscando picarla.
- Fui yo la que insistí, ella no quería, pero a mí me apetecía ver esos lagos, y…
estar lejos de aquí – confesó con desgana, interrumpiéndolo.
- ¿Tan mal te tratamos! Wilson, Wilson que vas a conseguir ofenderme - bromeó.
- No es eso y lo sabes – dijo cansada.
- Cuéntame qué es entonces – propuso comprendiendo que le ocurría algo.
- Germán, no soy una cría, no hace falta que me entretengas – le pidió secamente
– termina con eso cuanto antes, quiero hacer una llamada.
- Ya veremos si la haces – murmuró mirando el monitor – cuando compruebe si
todo está en orden.
- Lo está – sentenció mohína – solo estoy un poco nerviosa por lo que ha pasado y
tengo un poco de frío, eso es todo.
- La temperatura está bien – le dijo mirando el termómetro que le había puesto
momentos antes - .. ¿tú te has encontrado bien! digo a lo largo del día.
- Si, he estado bien. ¡Más que bien! – exclamó pensando en los buenos momentos
que había pasado con Esther, pero el tono que empleó hizo que el médico la
mirara pensativo.
- ¿No te ha dolido el pecho? – le preguntó frunciendo el ceño y anotando algo en
su pequeño cuaderno.
- Bueno… cuando nos perseguían… me puse tan nerviosa que sí me dolió un
poco – le explicó con calma.
- ¿Y ahora? – insistió.
- Ahora no. Germán te digo que estoy bien y me he encontrado bien todo el día.
Si… ¡hasta tenía hambre!
- Eso es buena señal – le dijo observándola preocupado, su ojeras, su mala cara y
lo ausente que parecía estar no indicaban que estuviese tan bien como se
empeñaba en decir.
- ¿Te duele la cabeza? – le preguntó echándole la manta que Maika acababa de
traer.
- Un poco.
- ¿Mejor así? – le preguntó arropándola.
- Si.
- La tensión no está muy mal, y el ritmo un poquito alto pero después de lo que os
ha pasado es normal que estés algo alterada – le dijo mirando los monitores
preocupado, sin tenerlas todas consigo.
- Ya te lo he dicho- respondió arrastrando las palabras y cerrando los ojos.
- Bueno… vamos a ver ese corte – sonrió sentándose en el banco y comenzando a
quitarle la venda – y vamos a desinfectarlo bien.
Maca giró la cabeza hacia el lado contrario del lugar en el que se había sentado el
médico que examinada con detenimiento su brazo en busca de más cristales.
- Wilson, ¿no me digas que te marea la sangre? – le preguntó burlón al ver que no
lo miraba.
- No – respondió escuetamente.
- ¿Te duele?
- No.
- Bueno, bueno, aquí hay un par de esquirlas más – le dijo con las gafas de
aumento puestas – Maika dame las pinzas – ordenó a la joven que se las tendió
con presteza – esto puede dolerte un poco – le avisó a la pediatra que seguía sin
mirarlo, con la cabeza ladeada y los ojos cerrados, distraída sin poder dejar de
pensar en lo que había vivido, en los besos de Esther, en su incapacidad para
hacer lo que más deseaba, corresponderla, y sobre todo, en su forma brusca de
rechazarla, ¿cómo había sido capaz de volver a hacerlo! no se lo iba a perdonar
nunca, ¡nunca! La sola idea la alteraba aún más, tenía que hacer algo, pero ¿qué
podía hacer! no quería repetir la misma historia no quería volver a hacerle daño
y eso era lo único que iba a conseguir si cedía. Hacerle daño. Necesitaba hablar
con alguien, necesitaba despejarse y aclarar sus ideas. Suspiró levemente - No
estés tan seria mujer, que no te va a quedar cicatriz – bromeó, pero Maca no
respondió a la broma perdida en sus pensamientos – aunque bien pensado si
quieres te dejo aquí un brazalete que… - se detuvo mirándola sorprendido de
que no respondiese - ¿No te duele? – le preguntó sin obtener respuesta y, ya si
alertado, se inclinó hacia ella y la cogió de la barbilla girándole la cabeza hacia
él – Wilson, ¿qué pasa?
- Eh… - dudó saliendo de su ensimismamiento.
- ¿Qué ocurre?
- Nada – respondió extrañada, volviendo a escuchar lo que le decía – lo siento
no….
- ¿No me has escuchado! te digo que esto te va a doler un poco.
- Ya lo sé.
- Te pondría anestesia pero… estamos bajo mínimos y… aquí por unos puntos no
solemos ponerla… - se detuvo al ver que ella abría los ojos desmesuradamente
pero que seguía sin decir nada – pero… si quieres… ¿quieres que te la ponga?
- No – respondió con desgana, en realidad sí que quería – bueno sí – se corrigió,
pero al ver el gesto condescendiente de él se arrepintió – no sé… lo que tú veas.
- Entonces… empezamos sin anestesia, si ves que te duele mucho me lo dices y te
pongo un poco, ¿de acuerdo? – Maca asintió y volvió a desviar la vista - Esther
ha hecho un buen trabajo – le comentó satisfecho – uy, uy, voy a tener que darte
más puntos de los que pensaba.
- Vale.
- Te va a doler.
- Ya me lo has dicho – respondió palideciendo al primer puntazo.
- Wilson, ¿estás bien?
- Si, Germán – dijo por primera vez con tono de impaciencia. “Solo quiero que
cierres el pico y me dejes en paz” pensó harta de su insistencia, “necesito hablar
con Vero, ella sabrá lo que debo hacer”, se dijo frunciendo el ceño y clavando
los ojos en el techo.
- Maika, gracias, ya no te necesito aquí, puedo terminar solo. ¿Puedes hacerle la
cura al de la cama seis! ahora voy yo.
- Ahora mismo doctor – respondió la joven alejándose de ellos.
- Bueno… ya estamos solos, ¿me vas a decir qué te pasa o no? – le preguntó
dándole los puntos.
- ¡Uf! ten cuidado – se quejó sintiendo por primera vez que la ligera molestia se
convertía en un dolor intenso.
- Lo estoy teniendo, si ves que no aguantas el dolor….
- Lo aguantaré – dijo secamente, dispuesta a no dar la nota, bastante tenía ya con
lo que había pasado como para que Esther tuviera algo más que echarle en cara“,
además, tampoco era para tanto “¿doler un par de puntos?” se preguntó
sarcástica, ¡si Germán supiera el dolor que había tenido que soportar algunos
días cuando la espalda la mataba!
- ¿No me vas a decir qué pasa?
- ¿Quiero hacer una llamada?
- Luego llamas – le dijo con autoridad – dime qué ocurre, Wilson.
- No ocurre nada – suspiró harta del tema – Germán, ¿Cuándo podré irme de
aquí? Necesito volver a Madrid.
- Pronto – le dijo esquivo, esa pregunta le ratificaba que algo había ocurrido y si
ella no quería hablar de ello ya conseguiría que Esther le dijese lo que había
pasado.
- ¿Cuánto tiempo es pronto?
- No lo sé, depende de cómo siga todo.
- Pero ya estoy bien.
- Estás mejor – sonrió – bastante mejor, pero… es prudente que sigas unos días
más aquí. El viaje es largo y duro. Y… recuerda que sigues convaleciente.
Maca guardó silencio sin oponerse y Germán continuó con su tarea, mirándola de vez
en cuando, esperando alguna queja más, pero la pediatra tenía mordido el labio inferior
y el ceño fruncido, aguantando el dolor sin rechistar. Germán sonrió divertido, como
siempre le decía ¡genio y figura! su orgullo no la dejaría quejarse después de lo que le
había dicho. La miró con ternura sin que ella lo percibiera y se dispuso a distraerla, así
sentiría menos el dolor.
Maca lo miró suavizando el semblante. Lo cierto es que cada vez se sentía más agotada.
Maca arrugó la nariz solo de pensar en comida, aún tenía el estómago revuelto y lo
último que entraba en sus planes era ir a cenar con los demás.
- Wilson, no me pongas esa cara de asco que vas a cenar, a partir de ahora se
terminó eso de saltarse comidas.
- No puedo comer, todavía estoy mareada del viaje – reconoció.
- Bueno, en ese caso, nada de llamadas, te vas a dar una ducha y te voy a meter en
la cama, aún queda un buen rato para la cena. Verás como después de descansar
un poco te sientes mejor y puedes comer algo.
- Te he dicho que no voy a cenar, Esther se ha encargado de cebarme a lo largo
del día – protestó molesta viendo como él echaba agua en un vaso y le tendía
una pastilla – solo voy a tomarme mis vitaminas – le avisó sin cogerla - aún no
entiendo porqué estás empeñado en que no las tome, solo has conseguido que
me sienta más cansada.
- Pues… tendrás que esperar a volver a Madrid porque las he tirado – le respondió
encogiendo los hombros.
- ¡Joder! pero ¿por qué tienes que tirarlas! ¡las necesito!
- Sí, necesitas tomar muchas cosas para recuperar ciertos niveles, pero no
necesitas esas vitaminas. Ya te dije que quiero que me hagas caso y tomes solo
lo que yo te dé.
- Sí las necesito, tú no lo entiendes – le dijo con voz entrecortada.
- Explícamelo – le pidió con calma.
- ¿Sabes cuál fue siempre tu problema? – preguntó airada - ¡qué eres un burro con
orejeras! ¡coño! que solo ves tu puta zanahoria, se te mete una cosa entre ceja y
ceja y tiene que ser eso por cojones – gritó consiguiendo llamar la atención de
todos los que estaban allí.
- Chist – le dijo Germán levantando un dedo en tono amenazador – esto es un
hospital, aunque a ti no te lo parezca. Así es que haz el favor de hablar más bajo.
- Y yo estoy harta – continuó sin escucharlo pero en voz más baja muy alterada –
y, por cierto, que cuando quieras ordenarme que coma algo no hace falta que me
la envíes a tu enfermera milagro – repitió con retintín -, basta con que me lo
digas tú.
- Bueno... bueno… tranquilízate, que estás desvariando – sonrió afable viéndose
descubierto y sin ninguna intención de discutir con ella – ¿se puede saber por
qué estás tan enfadada?
- No estoy enfadada – musitó suavizando un poco el tono.
- Claro y yo no estoy aquí y a ti no te han perseguido a tiros – le dijo sarcástico
consiguiendo que Maca experimentase un escalofrío que la hizo estremecerse.
- Bueno… tranquilízate – le pidió posando su mano en el antebrazo de Maca y
adoptando un gesto de seriedad le dijo – no sé que te ha pasado con Esther, ni…
me importa – le dijo con tranquilidad.
- ¡No me ha pasado nada! – saltó con tanta rapidez que ella misma se contradijo –
todo lo contrario, ¡me ha salvado la vida! ¿Tan difícil te es entender que estoy
nerviosa por eso? Si no hubiera sido por ella yo…
- Te he dicho que no me importa lo que os traéis entre manos – repitió en el
mismo tono de tranquilidad - pero… lo que sí sé es que tienes que calmarte y
aunque no cenes con nosotros, tienes que tomar algo, así es que más tarde te
llevaré la cena. Y no admito negativas.
- ¡Eres insufrible!
- Eso mismo me decía tú amiga – bromeó aludiendo a Adela y Maca sin saber por
que, enrojeció, sabía que no se estaba comportando bien con él, pero no podía
evitar que la sacara de quicio, la conocía demasiado bien y eso la molestaba aún
más – anda, vamos a la cabaña que tienes que descansar.
- Te he dicho que quiero hacer una llamada – le dijo airada llevándose
instintivamente una mano al pecho y apoyando los cuatro dedos en el esternón.
Germán observó el gesto y frunció el ceño, mirando al monitor.
- O te calmas o te inyecto un tranquilizante y te dejo aquí toda la noche. Tú
escoges.
- Por favor, Germán – le pidió con las lágrimas saltadas por la impotencia -
Quiero llamar ya – insistió – y después te juro que hago todo lo que digas – le
prometió con tanta desesperación que Germán comprendió que sería más
prudente dejarla hacer lo que le pedía.
- De acuerdo, una llamada y rapidito – consintió – y no tengas tan malas pulgas,
no te conviene estar siempre tan alterada, vuelves a tener mala cara y quiero que,
hasta que tengamos todos los resultados, estés tranquila y descanses.
Francesco salió al instante y al ver a Maca bajó el par de escalones de un salto con una
enorme sonrisa.
- Por lo que veo, seguimos sin cumplir las normas – le dijo Germán adoptando un
aire de seriedad.
- Las normas son para los miembros del campamento, no para ella, ¡ella es nuestra
invitada! – sentenció el joven.
- ¿Sabes? – el médico bajó la voz en tono confidencial – deberías tener cuidado
con ella, ¡es una Wilson!
- No entiendo – lo miró desconcertado.
- No deberías tratarla así, Maca es amiga mía desde hace años y… la conozco.
- Pero… ¿le he faltado al respeto! ¿se ha molestado! ¿te ha dicho algo?
- No – negó con la cabeza y casi susurrando le pasó el brazo por los hombros y se
acercó a su oreja – es muy enamoradiza y… la tratas con tanta galantería que…
no sé yo si… se va a confundir.
- ¿Enamoradiza? – repitió incrédulo.
- ¡Le encantan los hombres! – sonrió en el mismo tono de confidencia – y tú… ya
sabes… - enarcó la cejas.
- ¿Te ha dicho algo de mí? – preguntó con interés y Germán leyó la esperanza en
sus ojos.
- Nada, pero yo se lo noto. Ya te digo que la conozco.
- Tengo… tengo que ir a la base – se excusó nervioso – Blaise quiere que le eche
un vistazo a una de sus radios. ¿Me das permiso?
- Bien.. pero recuerda lo que te he dicho – lo señaló con el dedo – no tontees con
mi amiga.
- ¡Tu amiga es una gran mujer! – exclamó repitiendo su frase favorita y Germán
asintió dándole la razón – nunca jugaría con ella – afirmó alejándose con
rapidez, sin escuchar la carcajada del médico.
- ¿Se puede saber qué haces riéndote aquí solo?
- ¡Esther! – se giró hacia ella con tal expresión en su rostro que la enfermera supo
que ya había hecho una de las suyas.
- ¿Qué es lo que te traes entre manos?
- ¿Yo! nada, qué voy a traerme.
- ¡Germán! ….
- ¿Dónde te habías metido? – le preguntó con curiosidad – creí que…
- Necesitaba…. Despejarme. ¿Me vas a contar de qué te estabas riendo?
- ¿Estas ya mejor? – le preguntó acariciándole el brazo y cambiando de tema sin
ninguna intención de revelarle su pequeña broma.
- Si, me he quedado como nueva. ¡Una ducha hace milagros!
- Me alegro – sonrió con cariño.
- ¿Y Maca?
- Dentro - le dijo inclinando la cabeza en dirección al cuarto de la radio - haciendo
una llamada.
- ¿Una llamada! pero… ¿ya se ha duchado? – preguntó calibrando el tiempo y
pensando en que era casi imposible teniendo en cuenta que ella se había
recreado en la ducha, precisamente para verla llegar.
- No.
- ¿Sin ducharse y sin cambiarse? – preguntó extrañada de que fuera así, ¡con lo
presumida que era! - ¿a quién llama?
- Creo que a la tal Vero – respondió apretando los labios – pero… no me hagas
mucho caso – se apresuró a decir al ver que la enfermera fruncía el ceño molesta
con la idea y tensaba su cuerpo.
- ¿Y Francesco! ¿ha vuelto a dejarla sola! me lo he encontrado cuando venía hacia
aquí.
- ¿Tú que crees? – sonrió – está coladito por ella – le dijo enarcando las cejas y
volviendo a adoptar aquel aire travieso que Ester tanto temía.
- ¿Cómo está, Maca? – le preguntó sin ganas de hablar del italiano y sus continuos
enamoramientos, ¡qué pesadito que era! – ¿lleva mucho rato dentro?
- Respondiendo a tu primera pregunta, está… bien, nerviosa, pero… bien. Y a la
segunda, no, acaba de entrar – dijo sonriéndole – y tú sigues pálida y tienes mala
cara, ¿habéis pasado mucho miedo?
- ¡Qué pregunta! – sonrió ladeando la cabeza de un lado a otro – ¡creí que no lo
contábamos!
- No deberías haberla llevado a los lagos. Ya le he dicho que tiene que estar
tranquila y una persecución no es mi idea de descanso.
- Lo sé y lo siento – dijo bajando la vista – no le eches la bronca, es culpa mía. Ya
sabes las ganas que tengo de enseñarle todo y… me dejé llevar.
- Ella dice que la culpa es suya, que te insistió en subir – reveló con ojos bailones.
- ¿Eso ha dicho? – preguntó con una sonrisa de satisfacción. A pesar de todo
Maca seguía protegiéndola, en eso no había cambiado, la recordaba como la
persona más justa y sincera que había conocido, y en el tiempo que llevaba de
nuevo junto a ella, seguía comprobando que era así.
- ¡Vaya dos! – sonrió – a ver si os aclaráis ya – Esther bajó los ojos sin ninguna
gana de hablar de lo ocurrido – no ha ido tan bien como querías ¿no?
- No.
- Me preocupa que os hagáis daño, ella… está muy alterada y me da que no es
solo por… los furtivos.
- Gracias Germán, por… preocuparte, pero…
- No tienes ningunas ganas de hablar del tema – la cortó él – muy bien, no insisto
– volvió a acariciarla con suavidad.
- ¡Gracias!
- De nada – sonrió - pero que conste que estoy muy enfadado. Y que no quiero
que vuelvas a desobedecerme.
Esther lo miró mohína. Él tenía toda la razón y, además, se podía meter en un buen lío si
la encubría. Se encogió de hombros, cabizbaja y triste. Todos los riesgos que había
corrido no habían servido para nada.
Esther asintió y se dispuso a esperar que Maca saliera, pero pasaron diez minutos y no
lo había hecho. Sintió que los celos volvían con toda su fuerza, ¿cuánto tiempo llevaría
de cháchara con Vero! seguro que le estaba contando todo, y esa idea la hacía sentirse
aún peor, molesta y enfadada. Quizás estaba equivocada y la negativa y el rechazo de
Maca no era por su mujer, sino que era por Vero, desde siempre había notado que entre
ellas había algo más que una relación médico paciente, algo más que amistad. ¿Estaba
Maca enamorada de Vero? Esa idea comenzó a formar cuerpo en su mente y era incapaz
de dejar de darle vueltas, mientras más tardaba la pediatra más impaciente y enfadada se
estaba sintiendo. Intentó recordar los buenos consejos de Sara, “no se lo tengas en
cuenta, dale tiempo”, sí, le había prometido que eso es lo que haría, comportarse con
ella como si nada hubiera ocurrido, pero ahora no lo tenía tan claro. Tenía que hacer
algo, no soportaba esa espera, tenía que entrar y si daba pie con su tardanza a que lo
hiciera, ¡se iba a enterar! Germán le había dicho que una llamada rápida y llevaba más
de veinte minutos, ¿qué se creía! ¿qué todo el mundo tenía que estar pendiente de ella!
¡no señor! Respiró hondo y se dispuso a interrumpir aquella charla.
Con sigilo subió los escalones y escuchó para ver si continuaba hablando, pero no
conseguía oír su voz. Sintió un pellizco en el estómago y comenzó a imaginar que le
había ocurrido algo, Germán insistía en que debía descansar y ella cada vez estaba más
segura de que había algo que le ocultaba. Entreabrió la puerta con tal cuidado que Maca,
enfrascada en su conversación no la escuchó. Esther permaneció inclinada, intentando
oír sus palabras. Pero repentinamente se sintió culpable de espiarla, “¿qué estás
haciendo! imagina que se vuelve y te pilla, ¿qué excusa vas a darle?”, volvió a cerrar la
puerta y se sentó en el escalón a esperarla.
En el interior, Maca mantenía una seria conversación con la psiquiatra, estaba muy
angustiada por haber empujado a Esther, ese hecho no dejaba de darle vueltas en la
cabeza, intentando buscar la forma de confesárselo a su amiga.
Maca no respondió.
En el exterior Esther estaba ya casi histérica, pensó en entrar y mentirle diciéndole que
no podía acaparar la radio de aquella manera, o que tenía órdenes de Germán de llevarla
a la cama o que espabilase que ella sí quería cenar y todavía tenía que ayudarla en la
ducha, pero todo le parecía poco convincente y temía que Maca se diese cuenta de sus
verdaderas intenciones. Se levantó y se acercó a la puerta prestando atención. Escuchó
una carcajada de Maca y frunció el ceño. Estaba claro que Vero sabía sacar lo mejor de
ella.
- A dios Vero, que sí, que te haré caso, claro que te lo he dicho en serio – rió de
nuevo - ¿otra vez! no sé para qué te digo nada, que no, que no te lo repito
más…. Bueno una vez y corto... ¡te quiero! – rió divertida ante la insistencia de
la psiquiatra que continuaba burlándose de ella desde que le dijera aquello.
Esther sintió que sus celos se desbocaban. “¡Te quiero! ¡te quiero! ¡te quiero!”, esas dos
palabras la martilleaban, las dos palabras que deseaba escuchar de su boca desde hacía
tanto tiempo, y cuando lo había hecho no iban dirigidas a ella. Sintió que enrojecía de
rabia, de ira, de decepción. No podía estar pasando aquello, y el caso es que ¡lo sabía!
¡lo había sabido desde el día que las vio juntas! no era por Ana, era por Vero por quien
Maca la rechazada.
La pediatra colgó y marcó otro número. Esther que la esperaba de mal humor, se enfadó
aún más al ver que no salía y que establecía otra comunicación.
- ¿Mama? – la escuchó decir y ahora sí que se sintió una oleada de ira, “¡pero en
que coño está pensando!”, se dijo alterada, después de los esfuerzos de todos por
mantener el secreto de su paradero iba a echarlo todo por la borda.
- ¡Maca! ¡hija! pero...
- Hola, mama.
- ¡Pero… si acabo de hablar con Adela y me ha dicho que seguías con un fuerte
dolor de cabeza y que… aún no podía hablar contigo y…!
- Estoy mejor.
- Pero… me ha dicho que te ha inyectado un calmante y que…
- Mama, si me lo hubiera inyectado no estaría hablando contigo…
- Pero no entiendo…. No entiendo nada, hija… - dijo endureciendo el tono y
Maca comprendió que no debía haberla llamado, reconocería ese deje en
cualquier parte, su madre estaba alerta y sospechando. ¡Menudo interrogatorio la
esperaba!
- Mama… escúchame… necesito… - intentó explicarle sin éxito ante el grado de
alteración de su madre. Esther que escuchaba fuera frunció, aún más, el ceño
dispuesta a escuchar aquello que necesitaba la pediatra.
- ¿Cuándo vuelves de Pamplona! ¿cuándo puedo ir a verte! ¿cuándo…? – le
preguntó precipitadamente sin hacerle el menor caso. Maca comprendió al
instante la mentira que tenían montada entorno suyo e imaginaba quienes
estaban siendo partícipes.
- Tranquila que pronto estaré allí – respondió con desgana – escúchame, mama,
necesito preguntarte una cosa.
- ¡Déjate de preguntas! La que tiene cientos de preguntas soy yo ¿le vas a decir a
esa detective que me coja el teléfono! porque como siga sin atendernos a tu
padre y a mí se las va a ver con nosotros y además…
- ¡Mamá, por favor! – elevó la voz comenzando a enfadarse y Esther entreabrió
aún más la puerta alertada – necesito preguntarte algo – insistió con un deje de
angustia que consiguió su objetivo.
- ¿Qué ocurre, Macarena?
- Mamá… ¿cómo está Ana? – le preguntó y la enfermera movió la cabeza de un
lado a otro “será cínica, primero le dice a Vero que la quiere y ahora va y
pregunta por su mujer. Y… “¡será cobarde! ni siquiera es capaz de llamarla
ella”, se dijo cada vez más enfadada.
- Regular hija, no le hace ningún bien no verte. Está muy triste y… ¡Pedro! – le
escuchó Maca gritar - ¡es la niña!
- Mamá, escúchame – le suplicó sin ninguna gana de hablar con su padre, hacía
tiempo que la relación que mantenía con él distaba mucho de la que tuviera de
niña - ¡Mamá! ¿qué pasa con Ana! ¿está ingresada de nuevo? – preguntó
preocupada y Esther prestó atención sorprendida, ¿estaba enferma su mujer!
nunca había oído nada al respecto.
- No. Tranquila.
- Mama, no me mientas ¿cómo está?
- Eh… mejor hija, ha pasado unos días malos, ya sabes, pero hace un par de ellos
que parece algo mejorada. Aunque…
- Aunque ¿qué?
- Deberías volver en cuanto puedas. Mira, habla con tu padre, dile donde está y
vamos y….
- Mamá, tengo poco tiempo, dime qué le pasa – le preguntó angustiada – ¡mamá,
por favor!
- Nada, Macarena, ya te lo he dicho. ¿Cuándo vuelves?
- Aún tardaré unos días, mama – respondió y escuchó la voz de su padre
“pregúntale en que sitio está que mañana mismo estamos ahí”.
- Hija, tu padre quiere….
- No puedo decirlo mamá – le dijo cansada.
- No me convences hija, y tampoco me convence eso de que no puedas venirte
aquí, ¿dónde mejor que en tu casa! con tu familia….
- No puede ser mamá.
- Pero… ¿por qué! yo te veo hablar bien, con ánimo, no parece que…
- Mama… en cuanto me den el alta estoy en Sevilla, te lo prometo.
- Mañana mismo me presento en Pamplona, voy a llamar a Adela y a …
- ¡Mama! – la interrumpió con un grito - ¡por favor! te lo pido por favor – le
suplicó en tal tono de angustia que su madre se preocupó.
- Maca hija, que papá y yo solo… queremos verte y… traerte aquí… donde tienes
que estar… con tu familia y… con tu mujer - repitió.
- Mama, ¿cómo quieres que te lo pida! no puedo recibir visitas – mintió sin saber
qué inventarse – de hecho me he escapado para llamarte, en contra de la opinión
de Adela y… y de los médicos.
- Pues eso tampoco me gusta nada, hija, tienes que hacerles caso a tus médicos.
- Ya lo sé mamá, pero… necesitaba saber… no hagas nada, deja a Adela y deja a
Isabel, ¡por favor!
- Pues dime qué te ocurre para que haya tanto secretito, por dios Macarena, que
me estáis asustando. Y a tu padre ya no sé qué decirle, insiste continuamente en
ir a Pamplona y yo… no entiendo tanto misterio.
- Mama ya lo sabes, las amenazas, el asalto… todo esto… es necesario para que
Isabel haga su trabajo y para… que yo… me recupere. No podéis venir.
- No me convences, hija, no me convences, pero… si es lo que quieres… así lo
haré.
- Mamá, hazme un favor.
- Depende de qué se trate, hija.
- ¡Mamá!
- No voy a dejar de insistir, si es lo que quieres, porque no me parece bien, soy tu
madre y tengo derecho a verte.
- No es eso mamá…, bueno eso también, que papá no haga nada que lo conozco.
Pero… me refería a otra cosa.
- A ver, dime.
- Dile a Ana que… que la quiero.
- Lo haré hija, lo haré.
Esther escuchaba a Maca y los celos que sentía con las palabras que le dedicó a Vero no
eran nada con los que estaba sintiendo al escucharla hablar con su madre. Además,
estaba muy enfadada, tenía terminantemente prohibido hablar con ella, seguro que
acababa de estropearlo todo y dejar a todos los que llevaban encubriéndola con el culo
al aire y todo porqué, porque a la niña rica se le había metido entre ceja y ceja hacer lo
que le daba la gana. Bajó los escalones de un salto y volvió a subirlos, nerviosa. Estaba
harta de ella y de sus desplantes. Estaba harta de correr tras ella y estaba harta de…
Maca salió y Esther olvidó todo lo que estaba pensando. La pediatra tenía las lágrimas
casi saltadas y parecía muy alterada. Unas profundas ojeras circundaban sus ojos y
estaba muy pálida. La miró casi sin verla y se llevó una mano al pecho haciendo un
gesto de dolor. Esther se alertó, Germán ya le había avisado de que Maca debía
descansar.
- ¿Estás bien?
- ¿Maca…? – repitió.
- Si – respondió, levantando la cara hacia ella y abriendo los ojos
desmesuradamente, sorprendida de encontrarla en la puerta - ¿qué haces ahí?
- Eh… nada… bueno… esperarte – se justificó con rapidez - ¿Busco a Germán!
tienes mala cara.
- ¿Estabas escuchando? – le preguntó frunciendo el ceño molesta con la idea, sin
responder a su pregunta.
- ¡Claro que no! ¿por quién me tomas? – elevó el tono enfadada – Germán tenía
que volver al hospital y me ha pedido que me quede yo.
- Perdona – dijo con un hilo de voz – lo siento – murmuró avergonzada por haber
pensado así de ella, bajando la vista con un suspiro. Cerró los ojos y tomó aire,
volviendo a poner aquel gesto de dolor que preocupaba a la enfermera.
- ¿Seguro que estás bien?
- Que sí, ¡joder! – le dijo cansada - ¡qué pesados que sois todos! – respondió de
mal humor, más molesta por la conversación que acababa de mantener con su
madre que con la enfermera.
Esther, que después de lo ocurrido se había estado conteniendo no pudo evitar que se le
olvidase la preocupación y volviese a sentir que la ira la embargaba.
- ¿Se puede saber con quién hablabas tanto! ¡vas a conseguir que me quede sin
cenar! y…
- Perdona, no sabía que estabas esperándome – repitió – hablaba con Vero y... con
mi madre.
- ¿Con tu madre? – se hizo la sorprendida - ¡tú estás loca! te dije que Isabel había
ordenado expresamente que nadie de tu familia supiese dónde estabas.
- Ya lo sé, pero no he dicho donde estoy.
- ¡Lo que faltaba qué lo hubieras dicho! – exclamó enfadada – Isabel….
- Esther… por favor… - le pidió cansada – no….
- ¡Ni por favor ni leches! y no me pongas esa cara de hastío que si estuvieses tan
cansada no te habrías tirado más de media hora ahí metida. No sabía, no sabía…
- repitió con retintín – no sabías que era yo quien esperaba, pero sí sabías que
Germán estaba aquí fuera, podías tener un poco de consideración con las
personas y no pensar siempre en lo que tú quieres, que los demás no tenemos
todo el día para correr detrás tuya y…
- Vale, ya vale – la fulminó con la mirada - No volveré a llamar sin tú permiso, no
volveré a hacer esperar a nadie y no volveré a molestarte – le dijo con cierto
tono irónico que exasperó aún más a la enfermera – pero deja de echarme la
bronca – le pidió más suave clavando sus ojos en ella con desesperación pero,
Esther, a esas alturas, no se inmutó y continuó con la reprimenda,
desahogándose.
- Ahora tendremos que decirle a Isabel que has metido la pata – soltó molesta sin
escucharla - a ver como le sienta después de todo lo que están haciendo por ti.
- Por favor… Esther – le pidió de nuevo con un hilo de voz.
- Pues que sepas que vas a ser tú la que hables con ella yo estoy harta de ser la
gilipoyas que se traga todas las broncas de unos y otros, estoy harta de que Cruz,
me diga una cosa, Germán otra, Isabel otra y, para colmo, Adela que me llama
todos los días, no pienso volver a….
- Esther… ¿puedo pedirte un favor? – le preguntó intentando cortarla pero estaba
claro que no había forma de hacerlo.
- … a cargar con las culpa de lo que a ti te de la gana de hacer, ¿no eres
mayorcita? – le preguntó tomando aire por primera vez y mirándola con tal
indignación y enfado que Maca se asustó - ¡Y encima a tu madre! ¡No te
entiendo! eres capaz de no hablar con ella en meses y precisamente ahora que no
puedes… ¡esa mujer es capaz de presentarse aquí y joderlo todo! y…
- ¡Ya está bien! – saltó elevando el tono de tal forma que Esther se calló, Maca
estaba ya enfadada y había enrojecido con la alteración - mi madre tiene derecho
a saber, y a Isabel no la entiendo – se explicó con voz ronca y ojos chispeantes -
no entiendo por qué no puedo hablar con mi familia, ¿sospecha de mi madre! ¿es
eso! a lo mejor también sospecha de mí y por eso no me dice nada claro – dijo
sarcástica - porque mi madre será insoportable a veces, pero la verdad es que no
me la veo mandándome notitas, ni poniéndose una capucha para asaltarme –
soltó despectiva - ¡es mi madre, coño! está preocupada y … yo lo estoy también.
- ¿Y tú por qué? – le preguntó más suave al verla alterarse de aquel modo y
recordando las recomendaciones de Germán.
- Por nada – se negó a responder intentando salir de allí y bajar los dos escalones.
- Pero ¡qué haces! - corrió hacia ella - ¡que te vas a matar! – la regañó
mostrándose molesta – deja ya de hacer tonterías y de llamar la atención, Maca.
Y pon un poco de tu parte para recuperarte que vas a conseguir que nos
quedemos aquí una eternidad.
Decidió no decirle nada y dejarlo estar. No soportaba que eso fuera cierto, Esther estaba
enfadada, solo eso, “no pienses tonterías, solo está cansada y nerviosa por lo que ha
pasado y lo paga así. Si estuviera harta de ti, no te habría besado”, se dijo intentando
borrar de su mente la idea que tanto la atormentaba. Respiró hondo, y la miró, el
silencio se había hecho entre ellas. Maca pensó que ya se le pasaría. Seguro que en el
fondo lo que le ocurría era eso, que estaba enfadada por cómo la había rechazado en el
jeep y tenía toda la razón para estarlo. Era mejor esperar a que las dos estuvieran más
tranquilas para poder hablar del tema.
Esther permaneció viéndola alejarse y estuvo tentada a correr tras ella para ayudarla a
sacar del armario ropa limpia, para acompañarla a la ducha y meterla en la cama. Pero
ese “te quiero”, que le había escuchado decirle a Vero se lo impidieron. Los celos que se
la comían por dentro, también lo impidieron. Germán se iba a enfadar con ella por
volver a desobedecer, pero si Maca se empeñaba en hacer las cosas como a ella se le
antojaba que también afrontase las consecuencias, de ahora en adelante no pensaba estar
todo el día pendiente de ella. ¿No decía que estaba bien y que necesitaba libertad! “pues
andando”, murmuró, “tú misma, Maca”. Se dio la vuelta y un sentimiento de culpa la
invadió. Maca aún no estaba bien, si lo estuviera Germán la dejaría marcharse y, lejos
de hacerlo, tenía la sensación de que seguía preocupado. Y ella, ¿qué hacía ella!
comportarse como una adolescente frustrada porque no era correspondida, en vez de
cumplir su promesa y estar a su lado como amiga, apoyándola y cuidándola. “Te estás
portando como una idiota y te va a pasar factura, búscala y habla con ella”.
- ¿Qué haces ahí parada con esa cara? – la cogió Sara por el brazo.
- Eh… - la miró desorientada – pensaba que… tengo que buscar a Maca y…
hablar con ella.
- Sí es de lo que me has contado antes… yo me esperaría a mañana. Estáis
cansadas y… estas cosas… en caliente….
- No es solo eso – la miró con franqueza y tal seriedad que alertó a su amiga.
- Pues… aunque no sea eso, por tu cara, es algo importante y si… es así…
también me esperaría a mañana, cuando las dos hayáis descansado y estéis de
otro humor, ahora…
- Para ser tan joven eres tú muy sabia – sonrió interrumpiéndola, pensando en que
su amiga tenía mucha razón, las dos estaban demasiado nerviosas para hablar
con calma.
- Es lo que tiene una – le devolvió la sonrisa, halagada – que vale para todo.
- ¿Me invitas a esa copa?
- ¡Vamos! ya tendrás tiempo de pensar esta noche y hablar con ella mañana, con
calma y sin esa cara de enfado.
- Tienes razón, no creo que sea el momento.
- Así me gusta, que me hagas caso por una vez – bromeó.
- Claro… - dijo sin convicción – Sara…
- ¿Qué?
- Espera – la frenó – tengo… tengo que preguntarle algo a Maca. Ve preparando
esas copas que ahora voy.
- ¡No tienes remedio, qué lo sepas! – exclamó con una sonrisa dándose la vuelta y
siguiendo su camino sola.
Esther corrió hacia las duchas, entró con precipitación con la esperanza de que Maca
aún no estuviese bajo el agua, pero las encontró desiertas, era imposible que le hubiese
dado tiempo a ducharse, apenas había hablado un par de minutos con Sara, además,
¿quién la había ayudado a subir! porque alguien había retirado la rampa del escalón,
seguro que había sido Kimau para mejorarla y se les había olvidado volverla a colocar.
Salió y esperó un momento mirando hacia la trasera de la cabaña por donde espera ver
aparecer a Maca. Al cabo de unos minutos su espera se vio recompensada. La puerta de
la cabaña se abrió y Maca salió con dificultad, Esther no puedo evitar pensar que debía
estar muy cansada. Permaneció quieta, en la puerta de los baños, esperándola. Maca
llegó hasta ella, avanzando con lentitud, y la miró sorprendida de encontrarla allí.
Maca la miró y fue ahora ella la que apretó los labios. Sin embargo no dijo nada. ¿Qué
pretendía Esther ahora! la tenía completamente desconcertada y ya no sabía ni que
pensar ni qué hacer para mantener con ella una relación medio normal.
Esther se zafó de su mano y se dio media vuelta, marchándose y saliendo de allí a toda
velocidad. ¡Ahora sí que necesitaba esa copa! Sara tenía toda la razón, no era el
momento de hablar con ella, lo había intentado y solo había conseguido que todo se
estropease aún más.
Cuando consiguió salir de allí había anochecido y no se veía a nadie ni aun lado ni a
otro del edificio. Las traseras de las cabañas mostraban todas las luces apagadas. Estaba
claro que todos estaban cenando. Se lo tenía merecido por ser tan orgullosa, sin
podérselo permitir, ¿qué iba a hacer ahora! solo se le ocurrían dos opciones, esperar a
que pasara alguien para poder salir de allí o intentar bajar ese escalón, pero aunque no
era demasiado alto, sabía que lo único que lograría sería dar con sus huesos en el suelo.
Apoyó la cabeza en la mano y suspiró, deseando con todas sus fuerzas que pasara
alguien cuanto antes.
Al cabo de un cuarto de hora, Margot salió del edificio del Hospital, iba acompañada
por alguien que no conseguía identificar y eso que le pareció que tenía un aire
ligeramente familiar, pero la penumbra de los dos pobres focos que iluminaban el patio
central, apenas le permitía distinguirlas con claridad.
- ¡Margot! – llamó a la chica elevando el tono - ¡Margot! – gritó más alto al ver
que continuaban su camino sin percatarse.
Ahora sí, la joven se volvió hacia ella. Maca levantó el brazo y le hizo una seña con la
mano de que acudiese hasta allí.
- ¡Por favor! ¿puedes venir un momento? – gritó al mismo tiempo que ambas
figuras se acercaban hasta ella. Cuando las tuvo a su altura Maca reconoció
inmediatamente a la otra chica.
- ¡Yumbura! – exclamó Maca sorprendida de verla en el campamento.
- Hola, Maca – inclinó levemente la cabeza en señal de saludo.
- ¿Necesita algo? – le preguntó Margot.
- ¿Puedes ayudarme a bajar de aquí?
- ¡Claro que sí! – exclamó sorprendida – ¿come stai sola? – le preguntó y sin dejar
resquicio a la respuesta continuó con su eterno parloteo - ¡Este Kimau no tiene
remedio! – le dijo con una sonrisa bajándola del escalón – le dije que terminara
la rampa presto, antes de que usted regresara y mire el caso que me ha hecho.
¡Ragazzo! – exclamó mostrando su enfado.
- No tiene importancia, ya me dijo Esther que tenía mucho trabajo.
Margot la miró y enarcó las cejas mostrando su sorpresa pero no dijo nada al respecto.
Yumbura murmuró unas palabras que Maca no entendió pero tubo la sensación de que
ocurría algo y rápidamente su mente voló al pequeño que había atendido por la mañana
y un escalofrío la recorrió.
Repentinamente, sintió que algo áspero le recorría la mano y la cara, dio un respingo,
asustada, y sonrió al ver que era un perro.
El animal se mantuvo con sus patas delanteras apoyadas en la pierna de Maca, e intentó
lamerle otra vez la cara. Maca sonrió, mirándolo con ternura y comenzando a calmarse.
Aquel gesto de cariño la gratificó y no pudo evitar acordarse de su perra, una golden
retraiber perfectamente educada para ayudarla que le regaló su padre después del
accidente, si no hubiera sido por ella, los primeros momentos en su nueva casa hubieran
sido mucho más duros de lo que por sí ya fueron.
El perro se bajó de ella y se colocó delante, llamándola con un par de ladridos. Luego,
se apoyó de nuevo en sus rodillas. Lanzándole otro lametón que le rozó la nariz.
- ¿Qué quieres, bonito? – le preguntó – mala compañía has ido a buscar – le dijo
con tristeza. El perro volvió a bajarse y a ladrarle, corriendo hacia la cabaña – no
te entiendo – murmuró avanzando tras él – no tengo nada que darte – le dijo
entrando en su cabaña – ¿quieres pasar? – le preguntó pero el perro se mantuvo
fuera, sentado, meneando su cola y mirándola fijamente - ¿no! bueno… sí, será
mejor que te quedes ahí – le dijo haciéndole una caricia en la cabeza. El animal
obedeció, sin entrar tras ella.
Germán la observaba y sabía que le pasaba algo, por eso se empeñaba en bromear y
hacerla reír, pero a la tercera intentona del médico, cansada de él, Esther terminó por
cerrarle la boca de malos modos. Todos la miraron sorprendidos y ella enrojeció
avergonzada. Germán sonrió sin darle importancia.
- ¡Ahora entiendo porqué esos furtivos han salido por patas! – bromeó de nuevo
provocando la risa en algunos de sus compañeros – ¡si es que mi niña tiene un
genio pestazo! – la abrazó con rapidez y Esther, finalmente, sonrió moviendo la
cabeza de un lado a otro.
- Quita pesado, qué no sabes que inventar para sobarme – lo apartó con suavidad.
- ¿Te tomas ese café conmigo? – le propuso el médico.
- No sé yo… - dudó burlona - ¿vas a reírte mucho de mí?
- Palabra que no – le dijo besándose los dedos y poniéndose serio – quiero…
comentarte algo – le susurró en un intento infructuoso de que los demás no lo
escuchasen – pero si estás muy cansada… hablamos mañana.
- De acuerdo, un café rapidito que estoy muerta.
- Te lo prometo – le dijo levantándose de la mesa - ¿dónde, en tu cabaña o en la
mía?
- En la tuya, Maca estará ya durmiendo y no quiero que la despertemos.
Maca lo miró un instante y luego retiró la vista, ladeando la cabeza hacia la ventana. ¿Es
que nadie sabía llamar! ¡no podían dejarla en paz ni un momento! No quería ver a nadie,
no quería hablar con nadie y sobre todo, no soportaba que la vieran así.
- ¡Vamos Maca! – le dijo con cariño, atrayéndola hacia él, al ver que ni siquiera se
molestaba en mirarlo. La pediatra dudó un instante, pero finalmente se giró y
fijo sus ojos en los del médico, se sentía tan sola y tan vacía, que se abrazó a él
sin responder - ¿qué pasa? – le preguntó de nuevo, asustado por su reacción,
pero Maca continuó en silencio, llorando - es Esther ¿no? – le dijo, intentando
adivinar cual podía ser la causa de ese llanto desconsolado, apretándola aún más
– si ya sabía yo… que estabas tú muy rarita – comentó acariciándole la cabeza
con una mano y manteniéndola estrechada junto a él con el otro brazo - vamos,
no llores, chist, ¡vamos, Maca! – intentaba calmarla, sin éxito, jamás la había
visto así – verás como todo se arregla, solo necesitas descansar, ha sido un día
muy largo, seguro que mañana ves las cosas de otra forma – continuó en su
intento de consolarla - lo que tienes que hacer es hablar con ella. No podéis estar
así, ninguna de las dos, pero menos tú – le habló en voz baja, al oído,
manteniéndola abrazada – chist, tranquila – le susurró comprobando que poco a
poco, dejaba de llorar - ¡Vamos, Wilson, qué no se diga! – intentó bromear
cuando la pediatra aflojó en su abrazo y comenzó a calmarse – ¡qué vas a
conseguir echar mi reputación por tierra! ¡no llores más que me vas a ablandar y
a este paso consigues que yo también suelte una lagrimita!
- Lo siento – dijo separándose de él – Germán… perdona… yo...
- ¡Chist! – le sonrió – tranquila – le acarició la mejilla enjugándole las lágrimas –
es bueno llorar. No te avergüences por ello.
Maca lo miró agradecida, quería estar sola, pero tenía que reconocer que su abrazo y sus
palabras la habían reconfortado.
Maca asintió haciendo otro puchero ante su ofrecimiento y se llevó una mano
temblorosa a los ojos en un intento de no volver a llorar.
- Gracias – musitó.
- Yo… sé lo duro que puede ser todo esto… cuando… cuando llegas aquí y… te
separas de todo y de todos – comenzó hablando con calma y en voz baja - Esto
no es fácil para nadie y para ti …
- No lo digas – lo miró con tal desolación en los ojos que Germán se arrepintió de
sus palabras – no lo digas porque ya sé que no sirvo para todo esto. Ni
siquiera…. – se interrumpió hipando de nuevo, “se ha muerto”, “se ha muerto”,
se repitió. No sabía por qué, la muerte de aquel niño le provocaba una congoja
tan grande, pero lo cierto es que así era. Solo de pensar en él, las lágrimas
volvían a recorrer sus mejillas.
- ¡Eh..! vamos… pero ¿qué pasa? - le dijo acariciándola de nuevo – ¿qué he
dicho? – le preguntó desconcertado - ¡vamos! no te pongas así, esto es duro,
pero todos nos acostumbramos y tú también, te conozco – añadió con una
sonrisa de ánimo - solo que ahora estás un poco débil, pero en cuanto te
recuperes del todo verás como descubres que sí eres capaz de hacer cualquier
cosa. Los caminos no están asfaltados pero tú te mueves muy bien con esa silla,
que te he estado observando y… Esther…
- No… no le digas nada a Esther… - le pidió recuperando la compostura.
- ¿Qué no le diga nada de qué! ¿a qué te refieres?
- Me refiero a…. a esto.
- Tranquila.
- Lo digo en serio.
- Que sí, tranquila, no voy a decirle nada – repitió acariciándole la mejilla de
nuevo – no he estado aquí, no te he traído este caldo – le dijo colocándole el
tazón en las manos – y no he visto nada.
- Germán… no quiero… tomar nada – se lo tendió con desgana, perdiendo la vista
en el fondo del cuarto.
- ¿Prefieres un zumo? – le preguntó y ella negó con la cabeza haciendo un nuevo
puchero.
- Vale, vale, ni zumo ni nada, ya me voy, pero no me llores más, que te va a doler
la cabeza – le sonrió levantándose de la cama aceptando su negativa, no era
momento de insistir y sabía que en ese estado nada iba a sentarle bien, sabía que
necesitaba estar sola y pensar, aunque eso era lo menos conveniente para ella,
dudó si proponerle que tomase un calmante y durmiese hasta el día siguiente
pero conociendo lo poco que le gustaban, prefirió no decirle nada – anda, échate
y descansa. Y… hazme caso, en cuanto estés más tranquila, habla con Esther.
- Vale – musitó cerrando los ojos, pensando que su amigo tenía razón, quizás eso
fuese lo mejor.
Germán, la observó preocupado. No dijo nada más, recogió el tazón y apagó la luz,
saliendo de la cabaña con la firme decisión de hacer algo para solucionar todo aquello.
Maca no estaba bien y no era conveniente que se alterarse de esa forma, y estaba claro
que Esther o no se daba cuenta o no se la quería dar, y él iba a tener que hacérselo
entender antes de que fuera demasiado tarde para las dos.
Mientras, Esther tras cruzar unas palabras con Sara, se había marchado del comedor en
busca de Kimau, lo encontró afanado en ajustar una de las ventanas del cuarto de la
radio y le pidió que terminase en cuanto pudiese la rampa, Maca la necesitaba. El chico
asintió y la enfermera se dirigió a la cabaña de Germán. Se sentó en el escalón superior
y miró al cielo que amenazaba de nuevo tormenta. Luego miró rápidamente hacia su
propia cabaña, la luz permanecía apagada y se extrañó de que, así, fuera. Maca odiaba
dormir a oscuras. ¿Y si no estaba en la cabaña! ¿y si le había pasado algo en las duchas!
¿y si se había caído al bajar el escalón? Sintió que los nervios se le arremolinaban en el
estómago y se levantó de un salto en el mismo momento en que Germán llegaba con
dos tazas de café.
- ¿A dónde vas?
- Ahora vuelvo – le respondió alejándose con una carrera.
Esther llegó a las duchas corriendo y entró con precipitación, allí no había nadie. Tenía
la sensación de que algo no estaba bien, era como un presentimiento. Salió de allí
disparada en dirección a la cabaña y entró con la misma prisa que lo hiciera en las
duchas sin reparar en no hacer ruido, ni en el perro echado cerca de la puerta.
Maca que aún lloraba tumbada en la cama, la escuchó abrirla y creyó que era Germán
que volvía con el zumo a pesar de haberle dicho que no lo quería o con cualquier otra
excusa absurda, pero rápidamente identificó sus pasos, ¡Esther! Disimuló intentando
parecer dormida y procurando controlar su respiración agitada por el llanto, no quería
que la viera así. No tenía ganas de hablar con nadie y mucho menos con ella.
Esther la miró creyendo que la había despertado, pero Maca no volvió a moverse y la
enfermera respiró aliviada, encendiendo la lamparilla, “este Germán no tiene remedio,
mira que le he dicho veces que no le gusta dormir a oscuras, seguro que ya ha estado
aquí y le ha apagado la luz”, pensó, deteniéndose y echándole un ojo a la pediatra,
“¡mírala! ¡tan tranquila!”, “ya ves lo que le ha importado que la beses”, suspiró
decepcionada, ella sería incapaz de conciliar el sueño a pesar de lo cansada que estaba.
Con todo lo que les había ocurrido a lo largo del día y ella, allí estaba “y luego me dirá
que tiene problemas de insomnio”, pensó molesta.
Salió por la puerta principal, maldiciéndose así misma por hacer una y otra vez en lo
mismo, “¡ya está bien de preocuparte por ella!”, se dijo enfadada, “a partir de mañana,
todo será diferente”, se propuso, dirigiéndose a grandes zancadas, que mostraban lo
enfadada que estaba, hacia la cabaña de Germán.
El médico la miró con seriedad, bebiendo un sorbo de su taza. Esther se sentó a su lado,
en silencio.
Levantó sus ojos hacia su amigo, esperando unas palabras de consuelo, deseando que él
le dijese que todo estaba bien, que lo que había hecho era normal. Pero Germán
permaneció en silencio, esperando que ella continuase y pensando que quizás Maca
estuviese llorando precisamente por todo aquello.
Germán dudó un instante, estaba completamente convencido de que así era, pero
también lo estaba de que nada iba a ser fácil entre ellas y que espolear a la enfermera
podría ser contraproducente. Finalmente, optó por la sinceridad.
- ¿Qué haces tú aquí, Pluma? – le dijo al perro que seguía tumbado en el último
escalón, agachándose a su lado y acariciándole la cabeza con una sonrisa.
“Seguro que Sara tiene guardia”, pensó.
Germán permaneció sentado en los escalones mirando a Esther hasta que desapareció en
el interior de la cabaña y, luego, se levantó, evitando las primeras gotas que
comenzaban a caer, entrando en la suya. Estaba cansado y decidido a interceder para
que esas dos cabezonas se decidiesen a hablar porque lo único que estaban consiguiendo
era hacerse cada vez más daño.
* * *
Esa noche volvieron las pesadillas. Esther se agitaba en la cama, junto a Maca que era
incapaz de conciliar el sueño a pesar del cansancio acumulado a lo largo del día, se
sentía agotada y le dolía la cabeza pero no conseguía dormir.
Maca no supo reaccionar ante aquel beso lleno de dulzura que contrastaba con sus duras
palabras. Se sintió molesta por como Esther la había tratado pero posiblemente se lo
tenía merecido. La enfermera se tumbó, se hizo un ovillo y le dio la espalda.
Ese gesto terminó por hundir a la pediatra, Vero tenía toda la razón, solo estaba
consiguiendo hacerle daño y hacérselo así misma, imaginando un futuro a su lado que
no podía ser. Tenía que hablar con ella, tenía que decírselo y tenían que dejar a un lado
ese juego de indirectas y dobles palabras.
- Esther…
- Maca, te quieres dormir ya – le pidió molesta.
- Vale pero… escúchame una cosa.
- ¿El qué? – suspiró vencida. Estaba claro que por mucho que intentaba hacerle
caso a Germán y no alterarla era imposible.
- Yo… lo único que quería es que te quede claro que te tengo mucho cariño,
¡mucho! – enfatizó tanto ese “mucho” que Esther se sorprendió - pero… pero
nada más – respondió entre dientes, perdiendo fuerza a medida que hablaba.
- Tranquila que está muy claro – dijo la enfermera secamente – buenas noches.
- Y que… me gustaría que – se detuvo mirando su espalda, suspiró – me gustaría
que me considerases tu amiga y que cuentes conmigo para cualquier cosa,
Esther, para lo que sea.
- Muy bien – murmuró sin volverse – lo mismo te digo.
- ¿Entonces… amigas? – preguntó con el deseo interno de que se volviese y la
mandase a paseo, con el deseo de que le gritase que no, que no podía ser su
amiga.
- Amigas – aceptó la enfermera con desgana pero sin oponerse – y… ahora…
amiga, ¡déjame dormir! – pidió recalcando la palabra amiga.
- Claro.. perdona… buenas noches.
- Buenas noches, Maca.
Esther se encogió aún más, tan pegada al borde que casi se caía de la cama, no podía
dejar de pensar en esa voz rota con que Maca le acababa de hablar, porque dijese lo que
dijese conocía ese tono entrecortado, Maca estaba mintiendo, ¿estaría fingiendo que no
la amaba! pensó en las palabras de Germán y en las de Sara, los dos estaban
convencidos de que Maca la amaba, y el caso es que ella también lo había estado hasta
que escuchó ese maldito “te quiero”, que le había robado toda esperanza, la misma que
Germán le había devuelto con sus palabras, porque aunque ella no las tenía todas
consigo, aunque dudaba y estaba segura de que entre Maca y Vero había más que
amistad, había cosas que estaba segura de no haber interpretado mal, miradas,
insinuaciones, gestos, que solo podían significar que Maca seguía sintiendo algo por
ella.
Suspiró cansada de darle vueltas a la cabeza, lo que tenía claro es que Maca estaba
luchando por no llorar. Sintió impotencia, no sabía como comportarse ya para que Maca
rompiese su coraza y reconociese lo que era evidente para todos. Notó que buscaba, con
la mano, el contacto con su cuerpo, lo hacía siempre que se sentía triste o asustada, pero
la enfermera se retiró, estirándose y envarándose tanto que consiguió alejarse aún más
de ella. Maca sintió que aquel desprecio le provocaba una congoja que no la dejaba
respirar, otra vez sentía ese agudo dolor en el pecho, que le subía a la garganta con tal
fuerza que la dejaba, durante los segundos que duraba, sin capacidad de hacer nada.
Maca suspiró sin ninguna intención de hacerle caso. Clavó sus ojos en el techo, sin
poder evitar que las lágrimas siguieran brotando sin control.
- ¡Joder! pero... ¿por qué lloras? – le preguntó al cabo de unos minutos en los que
sentía su respiración congestionada y notaba el movimiento de sus hombros y de
su brazo cada vez que se lo llevaba a la cara intentando no hacer ruido y llorar
en silencio - ¡deja de llorar! – le pidió en un tono de ligero enfado, pero solo
consiguió que Maca llorase más alto una vez descubierta - Germán dice que
tienes que estar tranquila. ¿Quieres que lo llame y te de algo para que duermas?
- No - musitó – pe…perdona… duérmete, ya… ya se me pasa – respondió
entrecortada.
- No te entiendo Maca, ¿por qué lloras? – le preguntó angustiada y mucho más
amable, por mucho que estuviese enfadada con ella nunca había soportado verla
así – ¡venga! si no tienes motivos para llorar, de verdad que no estoy enfadada,
solo cansada y nerviosa… ¡una no se salva todo los días de un ataque de
furtivos! – exclamó en tono burlón, intentó animarla – te digo en serio que solo
estoy nerviosa….como tú.
- No… te preocupes… no…
- Maca…, por favor – la interrumpió sentándose en la cama, mientras le daba la
espalda buscando el interruptor de la lamparilla sin dejar de hablar - son las
tantas y... mañana… vas a estar… pero… ¿has visto los ojos que tienes?
¡completamente hinchados! ¿desde cuando llevas llorando? – le preguntó
preocupada, observándola. Esos ojos no se ponían así en el poco rato que había
tardado en tomarse el café con Germán, ¿cómo era posible que no se hubiese
dado cuenta de cómo estaba cuando entró en la cabaña?
- No sé… - mintió.
- Pero… ¿qué te pasa? – le preguntó y Maca negó con la cabeza tapándose los
ojos con la mano sin poder parar de llorar - Eso van a ser los nervios – le dijo
levantándose – voy a por Germán, tienes que calmarte – continuó ya en la puerta
– lo hemos pasado muy mal y… te ha dado un bajón – le dijo intentando buscar
una explicación. Nunca la había visto tan fuera de control.
- No, por favor, ya… ya me calmo… te… te lo prometo – le pidió intentando
evitar que fuese en busca del médico - ¡Esther! – la llamó al ver no le hacía caso
y que abría la puerta – no te vayas, por favor… que… ya… me… calmo.
- A ver si es verdad – contestó, impaciente, cerrando de nuevo, y regresando hacia
la cama – Maca… ¡venga!… ¡qué no ha sido para tanto! ¡Míranos, sanas y
salvas! ¡deberíamos estar celebrándolo! y no con estas caras. No tienes motivos
para estar así – le dijo y Maca que ya parecía más calmada volvió a hundir la
cara en sus manos, llorando amargamente “¿no tengo motivos! ¡vaya si los
tengo! pero… como… como te los explico”, “¿cómo te hago esto?”, “contrólate,
vamos Maca, contrólate que estás enfadándola más y haciendo el ridículo”,
repetía su mente, al tiempo que lloraba aún con más fuerza.
Esther permaneció en pie, junto a su lado de la cama, mirándola desconcertada y
esperando que se calmase un poco. Si no lo hacía, dijese lo que dijese iba a ir a por
Germán. Eso no podía ser bueno para ella.
- Maca…
- Si… si… los tengo – murmuró tan bajito que Esther no la entendió.
- ¿Qué dices?
- Yumbura… ha estado aquí – levantó la cara hacia ella y habló con un tono tan
triste y unos ojos tan desesperados que Esther comprendió rápidamente lo que
había pasado.
- Maca…
- Se ha muerto…
- Te dije que el niño no... no tenía muchas posibilidades y que lo más normal era
que…
- Lo sé – la cortó, impresionada con su frialdad – pero yo creía que... que lo había
hecho bien… que… se salvaría… que…
- Lo hiciste muy bien, pero aquí eso no es suficiente.
- Yo…
- Tú vas a dejar de ser tan tonta – le dijo sonriéndole por primera vez en toda la
noche – anda ven aquí – se sentó en la cama y abrió los brazos – ven – repitió y
Maca se sentó mirándola fijamente. Las lágrimas tenían empapadas sus mejillas
y la barbilla no dejaba de temblarle, a pesar de sus esfuerzos por recuperar el
control.
- Esther… yo…
- Chist – la silenció abrazándola – lo siento – le susurró al oído - siento el día que
te he hecho pasar, no debí llevarte a la aldea y mucho menos subir a los lagos –
reconoció estrechándola con fuerza y recorriéndole la espalda con sus manos
intentando reconfortarla, Maca dejó descansar su cabeza sobre el hombro de la
enfermera y hundió la cara en su cuello, aferrándose a ella con tanta fuerza, con
tanta desesperación, que Esther se enterneció, pensó en decirle que sentía
haberla incomodado, que sentía haberla besado, pero no lo sentía, si había algo
de lo que no se arrepentía era de haberse sincerado y haberle demostrado que
seguía amándola – y.. siento lo de ese pequeño, pero… no te lo tomes así, ¿de
acuerdo?
- Va… vale – balbuceó llorosa, solo el estar entre sus brazos la hacía sentirse algo
mejor.
- Maca – le dijo sin separarse de ella – tu no lloras solo por ese pequeño, ¿verdad!
hay algo más, algo… que no me cuentas – se aventuró.
Maca no dijo nada. Solo necesitaba sentirla cerca, saber que no estaba enfadada con ella
por cómo la había rechazado, ni por haber estado tanto tiempo al teléfono, ni por haber
sido tan desagradable con ella, ni…. por ser lo que ahora era, en quien ahora se había
convertido. La atrajo abrazándose de nuevo a ella.
- Maca, ¿qué te pasa? – le preguntó segura de tener las respuestas a tanto llanto –
ya sé que ha sido un día completito – intentó bromear – pero cuando hemos
llegado no estabas así, ha sido después de hablar por la radio ¿verdad? – intentó
adivinar con la intención de que al fin Maca se abriese y le revelase cuál era el
motivo de su tristeza, pero la pediatra permanecía en silencio, escuchándola con
atención, aún con la respiración entrecortada y los ojos llorosos - ¿es por Vero?.
o… ¿es por tu mujer? – le preguntó directamente, Maca le devolvió la mirada,
negó levemente con la cabeza e hizo un nuevo puchero, Esther se temió que
volviera a echarse a llorar – vale, vale, no te pregunto, pero no llores más – le
dijo demasiado tarde porque Maca se llevó de nuevo las manos a la cara para
ocultarse – pero Maca… ¡¿qué he dicho ahora?!.. – le preguntó comenzando a
desesperarse y de pronto, lo comprendió – Maca… ¿no será por lo que te he
dicho en las duchas? – intentó adivinar y la pediatra lloró más fuerte - ¡eh!
vamos! ¿es por eso! no lo pensaba, estaba enfadada. ¡Vamos, Maca! – intentó
calmarla atrayéndola de nuevo y abrazándola - ¡si que estás tu bien! Lo siento,
no estoy harta de ti, ¿cómo voy a estarlo! no debí decir eso, es una tontería y es
mentira – hablaba precipitadamente intentado encontrar las palabras que
consiguieran frenar ese llanto – no seas tonta, ya sabes como soy… ¿recuerdas
cómo me llamabas? – le preguntó acariciándole la cabeza que la tenía hundida
en el hueco de su cuello – pues sigo siendo la misma quisquillosa de entonces…
¡venga! no llores más – le pidió de nuevo.
Continuó acunándola durante un par de minutos, tenía claro que todo aquello era algo
más que tristeza, era desesperación, era impotencia, lo leía en sus ojos, en su forma de
aferrarse a ella, en su tono angustiado cada vez que hablaba, y no podía evitar recordar
las palabras de Teresa, “tiene su vida, déjala, no vayas a hacerle daño”, quizás eso era lo
que ocurría, que Maca había reaccionado a sus besos, que estaba tomando una decisión,
y sintió miedo, un miedo atroz a hablar con ella, a escuchar lo que sentía de verdad a
que la rechazase de nuevo y para siempre. Finalmente, Maca fue serenándose, abrazada
a Esther, que había dejado de hablar y solo la acariciaba con ternura, susurrando de vez
en cuando un “chist”, o un “ya está, cariño”, cuando comprendió que nada de lo que le
dijera frenaría su llanto, y que solo cabía esperar a que se desahogara sin más.
Maca hizo un gesto de protesta pero terminó por obedecer y tumbarse de nuevo. La
cabeza le estallaba y lo cierto es que era incapaz de pensar con claridad.
- ¿Quieres que vaya a por un poco de hielo? Mañana no vas a poder abrir los ojos.
- No – se negó con una sonrisa triste y agradecida – quiero que te acuestes y…
quiero que no estés enfadada.
- No lo estoy.
- Sí lo estás – afirmó – conozco tu cara, y esa boca apretada y esos ojos que…
- Vale, me has pillado, sí lo estoy – la interrumpió de nuevo sin dejarla hablar –
estoy enfadada, pero… si… tan bien te acuerdas de todo, también recordarás que
mañana se me habrá pasado.
- O no – enarcó los ojos y ladeo la cabeza con una mueca que intentaba ser
conciliadora, sin poder dejar de pensar en los cinco años de ausencia, en aquella
discusión que tuvieron, en lo que le hizo, en el empujón que le había dado en el
jeep, “¿cómo no va a estar enfadada! ¿cómo puede olvidar todo eso?”, se
lamentó.
- O no – repitió devolviéndole la sonrisa – de ti depende - bromeó levantándose
del borde de la cama y tumbándose a su lado, Maca hipó ligeramente y Esther se
acercó, abrazándola – no llores más, y duerme un poco.
Maca volvió a suspirar y cerró los ojos reconfortada por su calor y aquel contacto. Cada
vez le resultaba más insoportable la idea de que Esther la despreciase, la idea de volver
y no poder dormir junto a ella, la idea de que desapareciera de su vida de nuevo, y que
esta vez fuera para siempre. Y cerró los ojos con el firme propósito de intentar cambiar
las cosas y de hablar con ella para que la entendiese, pero Esther tenía razón, era mejor
esperar a estar tranquilas. Finalmente, sintiendo su abrazo protector, se dejó vencer por
el sueño.
La pediatra se agitó a su lado, “no puedo” murmuró entre dientes y la enfermera, que se
había separado de ella, acalorada, se acercó de nuevo pensando que volvían esas
pesadillas de las que le había hablado, esas que tanto la angustiaban. Notó que estaba
helada y temblando. Extrañada, se levantó, buscó la jarapa que había usado en los
primeros días de convalecencia y se la echó por encima. Fuera, un relámpago y un
nuevo trueno, “otra tormenta”, pensó rebuscando entre sus cosas, quería tomarle la
temperatura. ¿Dónde estaba el maldito termómetro? Al fin, dio con él y se acercó a la
cama, sigilosa. Encendió la luz, Maca respiraba con dificultad aún congestionada
después de tanto llanto, debía estar agotada. Le puso el termómetro sin que hiciera
ningún gesto de percatarse y esperó unos minutos, sentada en la hamaca, observando su
rostro. “Mira qué ojos tienes, hasta cerrados se te notan hinchados”, pensó esbozando
una sonrisa, “¿qué es lo que vas a decirme?”, se preguntó preocupada, “si es que no me
quieres o que aunque me quieras no vas a dejar a tu mujer, no quiero oírlo” “me vas a
decir eso ¿verdad?”, “¡sí! por eso estás nerviosa, y balbuceas tanto”, “¡si supiera lo que
realmente quieres y necesitas!”, suspiró. Maca se giró y abrió los ojos un instante,
Esther se sobresaltó con la sensación de que la pediatra era capaz de escuchar hasta sus
pensamientos, se levantó de la hamaca creyéndola despierta, pero la pediatra, con
rapidez, se cogió la pierna la colocó sobre la otra y se echó de costado, acurrucándose
sobre sí misma, Esther con agilidad le quitó el termómetro sin que lo notara, “aún tiene
frío”, pensó preocupada mirando la temperatura, “pues… no tiene fiebre y esto está
bien”, lo miró satisfecha. Apagó la luz y se metió en la cama, se abrazó a ella para
hacerla entrar en calor y notó como su cuerpo se relajaba al cabo de unos minutos,
dejando de tiritar. Sonrió, escuchando caer la lluvia.
Una hora después, seguía sin poder dormir, sin dejar de darle vueltas a todo lo que había
pasado a lo largo del día, a la preocupación de Germán por la salud de Maca, a lo que
había visto en ella, en sus ojos, esa sombra que no era capaz de interpretar y, sobre todo,
recordando esos besos no correspondidos y ese “te quiero”. No tenía motivos para que
la psiquiatra le cayese mal pero en los días que llevaba en Jinja, y a pesar de que con
ella siempre había sido más que correcta desde el primer encontronazo en la cafetería de
la Clínica, su animadversión había ido creciendo. El afán de Maca por hablar
constantemente con ella, sus continuas referencias a los consejos que le daba y ese
maldito “te quiero”, hacían que no soportase la idea ni de escuchar su nombre. Tenía un
mal presentimiento, estaba segura de que eso de lo que Maca quería hablarle, no era otra
cosa que su amor por Vero. “Vero, Vero”, repitió, “¡qué coraje le estoy cogiendo a ese
nombre!”, se dijo enfadada consigo misma por ser tan insegura, por no coger a Maca y
dejarse de besitos y decirle todo de frente, sin miedo a su negativa a su rechazo, y
obligarla a que le respondiese. Sí, quizás lo mejor era eso, cogerla y…
“No puedo”, murmuró Maca agitándose entre sus brazos, “Vero”, murmuró de nuevo y
Esther frunció el ceño, “joder, lo que me faltaba, ¡si hasta sueña con ella!”, se dijo
separándose de su lado, molesta, y dándole la espalda. “¿Tienes frío! pues llama a tu
Vero, que te de calor”, pensó irritada.
Maca sintió su lejanía sin despertar, al cabo de unos minutos, el frío volvió a hacerse
dueño de su cuerpo, estremeciéndola. En su mente se reproducían una y otra vez una
mezcla de imágenes y, sobre todas, Vero riéndose de ella, “¿no eres capaz de separarte
de ella! es muy fácil Maca, tan fácil como decirme te quiero, repítelo”, “dime que me
quieres y aléjate de ella”. “No puedo….Vero…”, murmuró de nuevo y Esther saltó de la
cama y se vistió con rapidez, los celos se la comían por dentro, y salió de la cabaña con
precipitación, sin reparar en el portazo que había dado.
* * *
Cuando Maca abrió los ojos de nuevo, Esther no estaba en la cama ni en la cabaña, el
sol iluminaba la estancia con toda su fuerza y, ahora sí, se extrañó de que no hubiese
vuelto. Le dolían los ojos y recordó el ofrecimiento de la enfermera de llevarle hielo,
debía haber aceptado, porque casi no podía abrirlos. El dolor del pecho había
desaparecido pero permanecía una sensación de leve cosquilleo que le acompañaba
todos los días al despertar. Se incorporó y dispuso las almohadas para quedar sentada,
esperando pacientemente verla aparecer. No le apetecía en absoluto montarse en el
coche y desayunar en Jinja, estaba cansada y le dolía la cabeza, pero no iba a negarse.
Tenía que disculparse por muchas cosas pero, sobre todo, por cómo la había tratado en
el jeep. Debía hacerle entender sus razones, tendría que hablarle de Ana y eso la hacía
ensombrecer la mirada y que el leve cosquilleo se acrecentase provocándole
palpitaciones.
La puerta se abrió y Maca preparó su mejor sonrisa para recibirla, pero su expresión
cambió al ver que no se trataba de Esther, era Germán el que entraba, con su eterno aire
burlón y un vaso de leche con galletas.
Maca lo miró y frunció el ceño, una cosa era que se interesase por ella y otra que
pretendiese ser su confidente.
Maca abrió los ojos de par en par, impresionada de que supiera todo aquello y perpleja,
y sobre todo, muy preocupada aunque al mismo tiempo aliviada, Germán estaba
pensando en algo en concreto, en algo físico y ella llevaba años intentando decirle a los
demás que había algo, que no podía ser culpa de su cabeza, era posible que Germán
pensase como ella, ahora que se había dado por vencida y se había resignado a creer que
todo estaba dentro de su mente.
- ¿Porqué me preguntas eso! ¿en qué estás pensando! ¿qué es lo que ha salido en
los análisis que no me cuentas? – le preguntó con precipitación, sentándose
completamente y sintiendo que se alteraba hasta el extremo de enrojecer.
- Tranquila, Wilson, que te va a dar un jamacuco – sonrió afable - No pienso en
nada y no ha salido nada en los análisis. Ya te he dicho que están bien – afirmó
con rotundidad y ella le creyó – Contéstame ¿has tenido todo eso?
- Sí – reconoció – he tenido un poco de frío, pero… es normal, ha estado
lloviendo y… desde ayer en el desayuno, prácticamente, es como si no hubiese
tomado nada…, me maree en el viaje, vomité, nos dispararon, luego… me diste
esos puntos sin anestesia, ¿cómo quieres que se me quedase el cuerpo! estaba
tan nerviosa y alterada que… es normal tener palpitaciones y … estar… así.
- Ya… normal…
- ¿Para ti no?
- Supongo que sí.
- Germán…
- Hasta que no tenga un diagnóstico claro no vas a sacarme una palabra, doctora.
- Pero…. – se interrumpió viéndolo negar con la cabeza y señalarla burlón con el
dedo - ¿ni una pista de lo que crees me vas a dar? – él volvió a negar con la
cabeza, Maca frunció el ceño molesta - ¡Tú lo que no quieres es…!
- … que te descojones luego de mí – la cortó con una mueca burlona – tienes
razón, precisamente, es eso lo que no quiero.
- Germán, por favor, dime solo una cosa, ¿tú crees que… tengo algo físico? – le
preguntó con tal expresión de esperanza que él se extrañó. ¿Deseaba estar
enferma?
- Yo no creo nada, mi trabajo consiste en averiguar qué ocurre, no en creer. Hasta
que no lleguen los resultados de Kampala …
- Y… ¿cuándo coño van a estar? – exclamó impaciente – llevas diciéndome eso
dos semanas.
- Wilson, Wilson, aquí hay que armarse de paciencia. Esto no es tu clínica – le
dijo sarcástico ocultándole que el día anterior, había ido personalmente a
meterles prisa.
- Y si fuera urgente, y si necesitas unos resultados para ayer. ¿Qué haces?
- Nada. Aquí esas prisas no existen.
- Habrá casos urgentes – protestó y el sonrió con condescendencia.
- Si se dan esos casos menos prisa hay – le dijo con suficiencia - ayer y mañana
aquí no existen, solo existe hoy. Y eso es algo que deberías haber visto ya. Ten
paciencia.
- Vale, tendré paciencia – aceptó suspirando resignada – los resultados estarán
bien, como siempre.
- Así me gusta… que seas paciente - le sonrió – bueno yo… tengo que irme…
- Germán… ¡espera! – le pidió de nuevo y él comenzó a pensar que no quería
quedarse sola.
- Wilson, tengo prisa no puedo estar aquí todo el día
- Solo una cosa – dijo enrojeciendo de nuevo.
- A ver qué es lo que te pasa, ¿necesitas que te traiga o te haga algo?
- No… no es eso… - dijo sonrojándose – es solo que… yo… anoche… yo…
bueno que…quiero disculparme… yo… no sé que me pasó, me.. me… no debí
hablarte como lo hice, ni…
- No seas tontaina, conmigo no tienes que disculparte, ¡pocas lindezas que habré
escuchado de tu boca! – le dijo burlón, pero luego se acercó de nuevo a la cama
y, serio, la cogió de la mano y le dio un par de golpecitos - … necesitabas
desahogarte y eso hiciste, no le des más vueltas – se agachó y la besó en la
mejilla, con cariño - ¡eso sí que es normal! – bromeó – lo raro es que siempre te
aguantes tanto.
- ¡Gracias! – le dijo casi con las lágrimas saltadas por su gesto y él ladeo la cabeza
con incredulidad.
- De nada. Luego te veo – prometió ya en la puerta - ¡ah! – se volvió - Y si sales
de aquí, ponte unas gafas, ¡estás horrible! ¡carita de Macarena! – le repitió
picándola, a sabiendas de lo poco que le gustaba.
- Muchas gracias, ¡cabrón! – sonrió moviendo la cabeza de un lado a otro.
- De nada, blandengue.
La pediatra lo miró marcharse sin quitar la sonrisa de los labios, cuando volviese a
Madrid tenía que hablar seriamente con Adela. Miró el vaso de leche, quizás debería
tomar un poco más, pero no sabía que le ocurría últimamente con ella, le daban arcadas
solo de probarla. Cogió una galleta y, sin ganas, comenzó a mordisquearla. “Otra vez en
Jinja y… sola”, no entendía nada, no alcanzaba a comprender qué había ocurrido desde
que cerrara los ojos abrazada a ella, con el deseo de que pasaran las horas, para poder
hablar con tranquilidad y ese momento en el que Esther se había marchado, ahora lo
recordaba, dando un portazo. Estaba claro que su enfado no solo no se había ido
disipando si no que había aumentado a lo largo de la noche.
Seguía doliéndole la cabeza e intentó levantarse, coger su silla para buscar algún
analgésico, e ir al baño, pero las fuerzas le fallaron. Tenía que hacerle caso a Germán y
comer más. Esperó, pacientemente, a que apareciera Margot, sin embargo, la joven, no
lo hizo. Durante toda la mañana estuvo escuchando los gritos y lamentos de algunos de
los enfermos que habían llegado, era un día de mucho trabajo y nadie apareció por la
cabaña.
A media tarde y sin que le hubiesen llevado nada para comer, decidió salir por su
cuenta, con un gran esfuerzo logró vestirse y sentarse en la silla. Estaba muy cansada,
los brazos casi ni los notaba y una sensación de tristeza la embargaba de nuevo. Se
había despertado ilusionada, con la firme convicción de hacer las cosas bien, de ser
sincera con Esther, de contarle todo y explicarle sus razones para rechazarla, pero el
paso de las horas y su ausencia, faltando a su palabra de que hablaría con ella al día
siguiente, le habían devuelto esa profunda sensación de estar de más, en el campamento
y en la vida de la enfermera. Esa idea comenzó a cobrar forma en su mente, y los
consejos de Vero, sus palabras y sus bromas, fueron ganando terreno. Se sentía sola,
muy sola, necesitaba hablar con Vero y, cansada de esperar, se encaminó hasta el cuarto
de la estación. Cuando llegó comprobó que no podía subir el par escalones que la
separaban de aquel bendito aparato que por unos minutos la conectaba con todo aquello
que añoraba. Llamó a Francesco, esperando que, como siempre, estuviese dentro, pero
nadie salió, miró a su alrededor en busca de alguien que pudiera echarle una mano pero
todos estaban afanados en el trabajo. El patio se había convertido en un hospital de
campaña improvisado, se repartía agua, algún alimento y Germán iba de un lado a otro
dando órdenes, agachándose a atender enfermos y heridos… elevando a alguno en sus
brazos trasladándolo al hospital, despidiendo a otros, aquello era el caos más organizado
que hubiera visto nunca, todos parecían saber muy bien lo que hacer, cómo y cuando
hacerlo, parecían acalorados y cansados, pero ninguno frenaba en su actividad, “¿qué
habrá ocurrido para que hayan llegado tantos a la vez?”, se preguntó con curiosidad.
Casi con seguridad ninguno había comido aún, no le extrañaba que tampoco se hubiesen
acordado de llevarle algo a ella, a fin de cuentas, ya podía moverse sola por allí.
Recordó las cosas que le había contado Esther, todo aquello era mucho más importante
que subir aquellos escalones, que llevarle el almuerzo, o que ayudarla a vestirse o entrar
en las duchas, todo aquello la hacía sentirse insignificante y vacía. Llamó de nuevo a
Francesco por si estuviese dentro aunque ocupado, pero la respuesta fue idéntica, nadie
salió. Con un profundo suspiro se alejó de allí, ya tendría ocasión de hablar con Vero.
Le costaba trabajo mover la silla, hoy sí que le dolía la herida y le tiraban los puntos. La
verdad es que se había malacostumbrado allí, Esther la había mimado demasiado sin
dejarla hacer nada y Germán no había ayudado mucho, recordándole insistentemente
que descansara y no hiciera esfuerzos. Había dejado su gimnasia y eso no podía ser, iba
a terminar de perder el poco tono muscular que el quedaba, se dirigió a la parte de atrás,
allí había un pequeño huerto que a esas horas estaba vacío. Pluma, echada a la sombra y
frescor de la vegetación, corrió hacia ella y le echó las patas como la tarde anterior.
Maca le sonrió y la acarició.
- Eres muy guapa, ¿sabes? - le dijo cariñosa – y la única que se alegra de verme
por aquí. ¡Bonita!
La perra, corrió tras su dueña y Maca, las observó, quizás lo mejor era volver a la
cabaña. Se desplazó lentamente por el camino y de pronto, se le ocurrió salir al exterior,
allí dentro se sentía completamente inútil y la sensación de vacío y tristeza se había
instalado en ella de forma tan intensa que comenzaba a desesperarla. Todos tenían algo
que hacer, algo con que llenar las horas y la vida, y ella… ¡ella no tenía nada! Salió al
camino, la tormenta de la noche anterior había dejado innumerables hojas y ramas
tiradas por doquier, se arrepintió al instante de haberlo hecho, aún hacía demasiado
calor para salir, un golpe de aire ardiente la hizo dar marcha atrás, entró de nuevo en el
campamento y volvió a escuchar aquellos lamentos, aquella melodía con sabor a muerte
que llenaba el ambiente cada vez que llegaban grupos de enfermos o desplazados.
Nada había cambiado desde hacía unos minutos, todos seguían enfrascados corriendo de
aquí para allá, de pronto vio que Germán hacía unas señas nervioso y hablaba en uno de
los dialectos de la zona, llamando a alguien, parecía que había algún caso grave. Aquel
caos la abrumaba. Miró al cielo y vio las copas de los árboles por encima de la vaya,
observando ese color azul intenso que le provocaba dolor en la vista, aún con las gafas
que llevaba puestas. Unos gritos y la gente comenzó a dispersarse, asustados, corrían
dejando un círculo, dos o tres pasaron a su lado e incluso golpearon la silla, mirándola
con cara de desconcierto. En el centro del patio un círculo vacío en el que distinguió
perfectamente a Germán agachado junto a un joven que no debería tener más de quince
años y junto a él ¿Esther! ¡sí, era ella! Experimentó una sensación de alegría al
descubrir su silueta y tristeza al comprobar que había vuelto sin ni siquiera pasar a
saludarla. Sintió que su alma se agrietaba, que el dolor de su ausencia, no era nada
comparado con el que sentía al ver que ella estaba allí, sin tener ni un segundo para
verla. Y se lo tenía merecido, sí, muy merecido. Estaba claro que ella tenía razón y
Esther seguía enfadada con ella.
Giró la silla y su marcha se volvió lenta, mucho más lenta que cuando saliera, no
debería haber hecho ese viaje, no debería haber salido de su cascarón donde se sentía
segura y protegida, las horas de incertidumbre, dudas y lloros de la tarde anterior, le
habían hecho comprender y reconocer muchas cosas. Ahora sentía que nada de lo que
tenía en Madrid podría llenarla como aquello, pero también sabía que, aquella vida, para
ella, era imposible.
Entró en la cabaña y pensó en meterse en la cama. Pero algo le decía que no lo hiciera.
Desde su actuación en la aldea, a pesar de que al final no hubiera servido de nada, sentía
necesidad de ayudar, de hacer algo y decidió salir a los escalones de entrada. Desde allí
podía divisar el patio y el trabajo de los demás. Clavó sus ojos en la enfermera, viéndola
trabajar, acudiendo de un lado a otro, ayudando a Germán y a Sara al mismo tiempo. Se
sintió orgullosa de ella. Estaba allí, formaba parte de ese grupo, aunque unos papeles se
empeñaran en decir lo contrario, un contrato que la ligaba a su Clínica y a ella, ¡qué
ironía! porque su corazón seguía en ese campamento y ahora, Maca, era capaz de verlo,
entenderlo y respetarlo.
No era capaz de quitar la vista de ella, Esther corriendo, Esther agachándose, Esther
acunando a un niño, Esther sujetando a una madre que daba a luz, Esther dándole de
beber a un chico que caía desfallecido, Esther, Esther, Esther, siempre ella, allí, con su
gente. ¡Sí! lo veía todo con claridad, Esther pertenecía a todo aquello.
Pero no era eso lo único que veía, divisó el recuerdo de ambas en la distancia, sonrió
con nostalgia de aquellos años en los que fue feliz con ella. ¡Qué diferente de los
últimos vividos! No se había parado a pensar en lo cansada que estaba de la vida que
llevaba, en la pesada carga que le resultaba todo lo que hacía. Tenía la sensación de
vivir envuelta en un velo oscuro, atrapada en unas redes de dolor que no la dejaban ser
ella misma. Y pensó en las ilusiones que forjaron juntas, en todos los planes que tenían,
en la primera vez que Esther durmió en su casa, en el desayuno que le preparó, en las
risas compartidas, en las promesas de amor eterno y, por primera vez, se sintió como
una ladrona de todo aquello, había intentado seguir adelante, poner en práctica todo eso
sin ella y lo único que había conseguido, ahora lo sabía, era que la presencia de la
enfermera, el amor que compartió con ella siguiese anclado en el puerto de su corazón.
Se había negado a sí misma esa realidad incluso en las noches en las que semidormida
una voz interior le preguntaba “¿dónde estará?”, despertaba sin la ilusión de volver a ver
sus ojos, sintiéndose vacía y buscando, con falsas caricias, el amor que tanto añoraba y
necesitaba.
Entró en la cabaña mareada, tenía que dejar de pensar o se volvería loca. Quizás sería
mejor buscar algo de comer y tomarse algo para el maldito dolor de cabeza. Pero no lo
hizo. Se tumbó en la cama con dificultad y cerró los ojos. Al cabo de unos minutos
escuchó el ruido de un motor, tantos días allí y se conocía todos los sonidos que
producían los camiones y los jeep del campamento y juraría que ese era diferente.
¿Quién habría llegado?
Seguidamente, un revuelo de voces y gentes corriendo, la alertaron. Se sentó en la cama,
agarró su silla y se dispuso a salir al porche. Al hacerlo, comprobó que un joven, alto y
trajeado, discutía con Germán en el centro del patio. Esther estaba a su lado.
Maca, al ver aquel gesto agresivo y tras escuchar parte de aquella disputa, apoyó las
manos en los brazos de la silla en un ademán de impotencia, ¡se levantaría y le partiría
la cara a aquél intruso! sintió que la ira se apoderaba de ella, se sintió furiosa por el tono
déspota con el que trataba a la enfermera. ¿Quién era ese niñato maleducado?
- Oscar no creo que estas sean formas… - intervino Sara acercándose a ellos, en
un intento de mediar.
- ¡La que faltaba! ¡Doña perfecta! Tú cállate – bramó fulminándola con la mirada.
- Sara… - musitó Esther negando con la cabeza indicándole que no interviniese.
- Estoy harto de ti y de ella – le gritó el joven a Germán al tiempo que señalaba a
Esther con el dedo – me voy a encargar personalmente de que no vuelvas a ser
admitida y, en cuanto a ti, prepárate – amenazó a Germán – tendrás suerte si te
dejan continuar aquí de médico, pero olvídate de dirigir esto.
- Oscar vamos a mi cabaña y vamos a hablar tranquilamente – le pidió Germán
mirando hacia la enfermera preocupado.
- No hay nada que hablar – les dijo girándose y dándoles la espalda - ya tendréis
noticias mías.
Maca no pudo contenerse por más tiempo, ¿quién se había creído que era aquel
engreído para tratarlos así? ¡Le faltaban años y le sobraba soberbia!
- ¡Eh! Usted – gritó Maca tan alto que todos se giraron hacia ella - ¿puede venir
un momento? – le pidió a voces ante la perplejidad del recién llegado que miró
hacia Germán con gesto interrogador.
- He intentado explicártelo – le dijo Germán enarcando las cejas sin poder evitar
un gesto burlón.
- ¿Explicarme qué…? ¿quién se cree esa que es para … ? – le preguntó extrañado
y molesto por la intromisión, mirando hacia Maca con la frente arrugada y una
aire desafiante.
- Pregúntaselo a ella – le sonrió torciendo la boca en una mueca de satisfacción.
Maca podría haber cambiado mucho pero el tono con que lo había llamado lo
recordaba a la perfección y ya estaba disfrutando solo de pensar en lo que podía
llegar a decirle la pediatra – pero… yo que tú, hablaría con ella y… me andaría
con ojo – lo amedrentó.
- ¿Pero quién coño es? – bramó cambiando el tono molesto al de auténtico enfado.
- La directora y dueña de la Clínica Pedro Wilson. Esther trabaja allí – le dijo
Germán colocando su brazo sobre los hombros de la enfermera en gesto
protector – colaboramos con ellos desde hace un par de meses ¿no me digas que
no te has enterado? – dijo irónico.
El joven clavó sus ojos en Germán, luego en Esther y, tras dudarlo un instante,
encaminó sus pasos hacia la cabaña. Sería mejor ver que quería aquella entrometida y
ponerla en su sitio, ¿Quién se creía que era allí para hablarle en aquel tono ni para darle
órdenes a él? Esther hizo ademán de seguirlo pero Germán la retuvo.
- Perdona… Maca no ha dicho eso… soy yo que… ¡joder! Odio que siempre
tengas razón.
- Vale, vale – la tranquilizó sonriendo de nuevo – sé como es Maca, y sé lo que
puede decir de mí. No es una sorpresa, me lo dice siempre a la cara, esa es una
de sus virtudes – torció la boca en una mueca burlona que acompañó con el
brillo de los ojos, Esther comprendió que Germán estaba recuperando con Maca
la amistad que los unió y se sintió aún más culpable por haber dicho aquello - Y
si le das ocasión, también te lo dirá a ti. Esta mañana estaba decidida y yo diría
que contenta.
- Pues.. ahora soy yo la que no quiere hablar. Estoy enfadada, y no me preguntes
porqué pero lo estoy, ¡muy enfadada! y… no quiero oír ciertas cosas.
- ¡Cobarde! – sonrió abrazándola, empezando a comprender lo que le ocurría –
y… me da que tienes miedo sin motivos… ¡la conozco!
- A lo mejor no los tengo pero… te repito que estoy muy enfadada, ¡mucho! –
insistió y Germán sonrió “¿qué no te pregunte! ¡lo estás deseando! si no a qué
tanta insistencia” - Y… así no quiero hablar con ella…porque…porque…
- Porque temes cagarla, dilo.
- Eso.
- Bueno… quizás tengas razón, después de un día como hoy… es mejor descansar
y despejar las ideas con la almohada. Pero mañana, ni Jinja, ni Kampala, ni
echar aquí una mano, mañana te la llevas a donde quieras y charláis
tranquilamente.
- No creo que pueda volver a echar aquí una mano jamás – dijo con tristeza
recordando la amenaza de Oscar - ¿tú crees que…?
- Confía en Maca y hazme caso, llévatela por ahí, seguro que Jinja le gusta y está
suficientemente cerca, yo creo que el viaje no debe cansarla demasiado.
- Pero… ¿puede salir! quiero decir que anoche parecías tan preocupado por ella…
- le dijo enarcando las cejas con ademán de recordar algo – ¡por cierto! ¿y los
análisis?
- ¡Hombre! ¡por fin te dignas preguntar! – bromeó - como siempre, todo bien. Así
es que, mientras no me den los resultados de lo que mandamos a Kampala,
quiero que haga vida normal. A ver si se anima, porque yo la veo tristona.
- ¡Germán! – le señalo el portón, sin responder, por donde estaban entrando otro
grupo de unas doce personas, todos corrieron hacia él.
Maca lo miró y con el dedo índice le hizo la seña de que se acercase a ella más aún. El
joven se agachó poniéndose a su altura.
El joven la miró enfurecido, conforme Maca hablaba su tono de piel iba pasando del
blanquecino al escarlata para acabar instalándose en el morado de ira, pero no pronunció
palabra. Se giró para marcharse pero Maca lo detuvo.
El joven la miró y apretó los labios, enrojeciendo aún más si es que eso era posible.
Él se detuvo un instante y Maca pensó que iba a decirle algo, pero tras un segundo de
duda, se alejó dando unas zancadas aún mayores que con las que había llegado hasta
ella.
Cuando estuvo a la altura de los demás, Oscar se paró un instante, mirando de reojo
hacia el lugar donde había dejado a Maca y señaló con el dedo a Germán.
- Por esta vez te vas a librar de ese expediente pero si vuelvo a ver a García
trabajando aquí… sin… sin haberme pedido permiso primero… - dijo mirando
al médico amenazadoramente pero sin la fuerza con que llegara.
- Pedido queda – sonrió Germán.
- Humm – gruñó malhumorado, dándoles la espalda y dirigiéndose a su vehículo.
Montó en él y se marchó a toda velocidad.
- ¿Era buena idea o no lo era? – le susurró a Esther en el oído – ve y le preguntas
qué le ha dicho.
- ¡Sí, claro! – exclamó haciéndose la ofendida – ve y le preguntas tú que eres el
que tienes interés. A mi me da igual.
Germán la miró y sonrió negando con la cabeza. Se volvió hacia Maca y levantó el dedo
pulgar hacia arriba indicándole que todo había ido bien. Maca levantó la mano en señal
de saludo. Esperaba que Esther fuera hasta allí aunque fuera para saludarla pero no lo
hizo, se agachó junto al médico y, solventado el incidente, continuaron con el trabajo.
Maca volvió a la cabaña, se tumbó en la cama otra vez, y esperó pacientemente que
llegase la hora de salir con la enfermera. Pero la hora llegó y Esther no apareció. Maca
comprendió que ese día no habría paseo, aburrida y desesperada se levantó de la cama y
volvió a asomarse. Habían encendido unos focos y todos seguían trabajando, aquello era
agotador. Pronto sería la hora de la cena, quizás, para entonces, decidieran parar un rato.
Buscó a Esther con la vista, la encontró de rodillas en el suelo, asistiendo a Germán que
parecía desbordado. De pronto, el médico se irguió y miró hacia ella.
- ¡Eh! ¡Wilson! ¿te vas a pasar todo el día ahí! ven aquí un momento – le gritó
desde lejos.
- Pero… ¿qué haces? – le preguntó Esther molesta.
- ¿Qué hago! llevas todo el día esquivándola, y ella lleva todo el día como un
pasmarote, intentado verte y, allí apostada, por si te dignas ir a decirle algo, ¿no
te parece que ya esta bien? – le preguntó al tiempo que levantaba la mano y
volvía a gritar – Wilson, que es para hoy, ¡vamos! ¡ven aquí!
- No, no me parece – le dijo Esther con voz ronca mirando hacia la cabaña y
viendo como Maca entraba en ella, tenía que hacerlo para salir por detrás, donde
estaba la rampa – además, ya hemos hablado de esto y hemos quedado en que...
- Vamos a ver, Esthercita, ¿tú no dices que es la mujer de tus sueños! tendrás que
hablar con ella de una vez, ¿no crees?
- No, no creo. No tengo ninguna intención de hablar con ella, al menos hoy, ya te
lo he dicho. Y tú, ¿por qué cambias de opinión y haces las cosas como te da la
gana! ¡esto es una encerrona!
- Cambio de opinión porque no soporto verla allí con esa cara de cordero
degollado – soltó e inmediatamente se acordó de Margarette solo con ver la cara
y la reacción de Esther ante su expresión, pero ya era tarde, los ojos de la
enfermera se humedecieron y él suavizó el tono, conscente de que Esther aún no
había superado lo ocurrido, la acarició comprensivo y siguió como si nada - ni
soporto su mirada clavada en mi cogote – reconoció - ¿Se puede saber que ha
pasado en esa cabecita, desde anoche, para que estés hoy así de molesta con
ella? – le preguntó cariñoso - Porque sé que no habéis hablado y menos
discutido, esta mañana Wilson estaba de mejor humor, hasta que le dije que te
habías ido a Jinja, incluso la he visto tranquila y decidida. Podías haber
aprovechado en vez de largarte.
- Ya lo sé, ya me lo has dicho. Y también sé el porqué estaba tan contentita – le
dijo con retintín y el enarcó las cejas interrogador - porque se ha pasado toda la
noche soñando con su Vero, y porque ella tiene las ideas muy claritas.
- ¡Qué retorcida qué eres! ¡será posible! – exclamó moviendo la cabeza de un lado
a otro - te digo que la tienes a punto de caramelo. No hay nada mejor que una
noche en vela con la llantina, para ver al día siguiente todo más claro.
- ¿En vela! perdona pero la que ha estado en vela he sido ello, que ella no me ha
dejado dormir con los llantos, los temblores y las charlas que se trae en sueños –
respondió molesta.
- Wilson no tenía cara de haber estado durmiendo toda la noche – le dijo y
enarcando las cejas prestó atención a uno de sus comentarios - ¿temblores! ¿qué
temblores! te dije que me llamases si se encontraba mal.
- No se encontraba mal. Estaba muy a gustito durmiendo, solo parecía tener frío y
la arropé. Le tomé la temperatura y no tenía fiebre – respondió molesta por su
recriminación – soy enfermera y no soy una inconsciente, podré estar enfadada
con ella, pero no voy a dejar que le pase nada.
- ¿Ves! pero si hasta enfadada eres incapaz de no cuidarla. ¿Quieres dejar de hacer
el tonto y hablar ya con ella? ¡Lo que yo te diga! – exclamó sonriendo.
- Y yo te digo que no voy a arrastrarme más, estoy harta y no pienso hablar con
ella para que me mande a paseo con educación, que es lo que pretende hacer.
Todavía sé leer esos ojos, y sé lo que me va a decir. Y no quiero oírlo,
¿contento?
- ¡Chist! calla que aquí la tienes – le dijo bajando la voz – intenta controlar esas
malas pulgas – le guiñó un ojo, conciliador.
- ¡Hola! – dijo Maca llegando sonriente, ¡aún no se creía que la hubiesen llamado!
había sido toda una sorpresa y se había alegrado tanto, que se sentía culpable por
haber pensado mal de la enfermera. Cruzó la mirada con Esther que bajó los
ojos, sin responder al saludo, y siguió atendiendo a la madre del pequeño que
Germán tenía en los brazos.
- Wilson, ¿puedes echarle un ojo a este crío y decirme qué opinas?
- Pero… - lo miró desconcertada - ¿yo? – preguntó mirando hacia Sara que estaba
a escasos metros de ellos, ella era la pediatra, era a ella a quién debía preguntar.
- Sí, tú – insistió - lo han llevado al curandero y mira la sangría que le han hecho.
Maca buscó a Esther con la vista. Aquel pequeño debía estar como el otro y ella no
quería volver a meter la pata. Sus miradas se cruzaron y la de Maca, suplicante, le pedía
ayuda y ánimos. Pero la enfermera no estaba dispuesta a ceder, y se retiró unos pasos
tras Germán, en silencio.
Germán, en cuclillas con el niño en brazos tendiéndoselo a Maca, giró la cara hacia ella,
que estaba a su lado, vendando uno de los tobillos de la madre, la miró con el ceño
fruncido y levantó las cejas. No necesitó hacer nada más. Esther supo inmediatamente
que estaba enfadado y bajó la vista, siguiendo con lo que hacía, sin hacer más
comentarios. El médico se volvió hacia Maca, que los observaba en silencio,
mordiéndose el labio inferior y un gesto de desconcierto en su rostro.
- Tiene fiebre alta – le comenzó a explicar con naturalidad – y lleva dos días con
diarrea y vómitos …
- Como estáis los dos no me necesitáis – intervino la enfermera, interrumpiendo al
médico y lanzándole una furibunda mirada a Maca que la pediatra no entendió,
“¿qué pasa?”, le preguntó con la mirada - Voy dentro un momento.
Necesitamos más vendas – dijo levantándose con rapidez.
Pero al hacerlo, se tambaleó mareada y tuvo que agarrarse al hombro de Maca para no
caer. La pediatra rápidamente levantó los brazos y la sujetó por las axilas.
- ¡Esther!
- ¡Uf! me estoy… - no pudo continuar se le doblaban las rodillas y miles de
estrellas se colocaron frente a sus ojos, Maca notó como aflojaba la mano sobre
su hombro y como su peso caía sobre sus brazos.
- ¡Niña! – se incorporó Germán, que rápidamente le había entregado el niño a su
madre y se levantó del suelo sujetando a la enfermera por la cintura evitando que
cayera, Maca lo vio preocupado – ven, túmbate un momento – le dijo intentando
sentarla en el suelo del patio, pero la irregularidad del mismo, los surcos de
barro seco y la falta de espacio rodeados por pacientes y objetos desperdigados,
lo hicieron dudar.
- No, no – se negó sin querer llamar la atención – estoy bien – musitó - ¡uf! –
respiró hondo llevándose una mano a la frente y cerrando los ojos.
- ¡Siéntala aquí! - le dijo Maca señalando sus rodillas – yo la sujeto.
Germán asintió y la sentó con cuidado encima de Maca que la sostuvo con un brazo y
con el otro le empujó para que bajase la cabeza. La enfermera intentó resistirse y se
irgió pero estaba tan mareada que se dejó caer sobre Maca.
- No seas burra, Esther – le ordenó Maca con autoridad pero con dulzura – deja
que te sujete – le pidió – venga inclina la cabeza – esta vez la enfermera
obedeció.
Maca con suavidad se la sujetó y se la inclinó pero apenas se mojó los labios. La
pediatra le devolvió la botella a Germán y con el brazo que sostenía a Esther la recostó
en ella.
Maca obedeció, la recostó sobre ella, y la abanicó con más fuerza, intentando
reanimarla. Estaba sorprendida de que nadie parecía inmutarse, ni sus compañeros, ni
los numerosas heridos y enfermos que se agolpaban en filas esperando ser atendidos.
Aquello era agobiante, no le extrañaba que Esther se hubiese mareado, lo raro es que no
le ocurriese a todos. Aquel olor a sangre y sudor, aquellos quejidos y lamentos, ese
calor asfixiante, la falta de medios, todo la hacía sentirse fuera de lugar, inútil. Siguió
moviendo el cartón arriba y abajo, con tanta rapidez que le dolía el brazo, aunque no
tanto como con el que tenía sujeta Esther, suerte no poder sentir su peso. Germán se
arrodilló frente a ellas y comenzó a mojarle la cara a la enfermera, la nuca y las
muñecas. Al cabo de unos segundos, Esther abría los ojos. Se sentía mejor, aún le
parecía flotar, pero hacía unos momentos que escuchaba con normalidad. Por un
instante no sabía que había pasado ni donde estaba, sentía que la sujetaban y creyó que
era Germán el que la estaba acariciando y abanicando. Pero, rápidamente, comprendió
que no era así. Era ¡Maca! Bruscamente se irguió.
- Espera, tranquila – le pidió la pediatra – despacio que te vas a marear otra vez –
le recomendó sujetándola – es mejor que estés un rato con la cabeza...
- ¡Déjame! estoy bien – respondió, zafándose y levantándose con la misma
brusquedad.
- Niña, hazle caso a Wilson – le pidió el médico cogiéndola por el brazo,
sosteniéndola por si volvía a caer, y obligándola con suavidad a sentarse en las
rodillas de Maca – pero… ¿qué pasa? – le preguntó cogiéndole la cara con
ambas manos y mirándola a los ojos - espera un poco.
- Estoy bien, Germán – lo miró son una sonrisa y un tono mucho más agradable
que el empleado con la pediatra - solo necesito refrescarme un momento. Voy al
baño y a por las vendas que nos faltan.
- No seas cabezona y escúchalo, tienes que descansar y tomar algo – insistió Maca
preocupada por ella, pasándole la mano por la espalda, ignorando el tono con el
que le había hablado.
- Esther, te guste o no, Wilson tiene razón, por hoy se ha terminado esto para ti –
le ordenó - ¿de acuerdo?
- Vale – aceptó pasándose la mano por la frente.
- Wilson, anda, por qué no la acompañas dentro – le propuso indicando señalando
con la cabeza hacia los edificios y dedicándole una agradecida sonrisa.
- ¡Claro! – se la devolvió contenta de ser útil - vamos Esther, tienes que echarte
un rato, te acompaño y voy a buscarte algo a la cocina.
- ¡He dicho que no! estoy bien – insistió, levantándose de las rodillas de Maca,
esta vez con éxito – no necesito que me acompañes, ni que me busques nada –
respondió desafiante.
- ¡Sara! – gritó el médico – ven un momento – le pidió al ver que Esther no iba a
dar su brazo a torcer y no iba a consentir que Maca la acompañase, la joven
llegó al instante - ve con Esther y que tome algo, está mareada.
- ¡Eh! cariño, pero qué…. ¡uf! ¡qué mala cara tienes! anda vamos – la cogió del
brazo y la apoyó en ella, Esther, ahora sí, se dejó arrastrar sin protestar más,
iniciando la marcha – pero ¿qué te ha pasado? – le preguntó mirando de reojo a
Maca.
- No sé…
- Eso ha sido una bajada de tensión, ahora mismo….
Maca se quedó observándolas, viendo como iban alejándose despacio, sin que pudiera
seguir escuchando lo que decían, su rostro reflejaba preocupación, tristeza y decepción.
Germán la miró de soslayo y ladeó la cabeza. “¡Vaya par!”, no había manera con ellas,
iba a tener que encerrarlas en la cabaña y no abrirles hasta que no hubiesen hablado.
- ¿Qué le pasa conmigo? – preguntó sin quitar la vista de la espalda de ambas que
cada vez estaban más distantes.
- Está cansada.
- No. No es eso, tú también lo estás y…. no…
- Hoy se ha levantado con el pié izquierdo. No le hagas caso – respondió
pensativo.
- Sí… será eso – suspiró arrastrando las palabras incrédula. No entendía que la
noche anterior hubiese estado tan cariñosa con ella, que le hubiese propuesto
invitarla a desayunar y, ahora, ni siquiera fuese capaz de mirarla a la cara.
- Bueno… ¿qué me dices del crío, Wilson? – le preguntó al tiempo que se
agachaba y lo tomaba de las manos de su madre.
- Germán.. yo.. no… no sé… no… no puedo hacer nada… - balbuceó distraída.
- No quiero que hagas nada, solo que me des tu opinión.
- No juegues conmigo – le pidió cansada - sabes perfectamente lo que tienes que
hacer.
- Yo sí, pero… quiero que me lo digas tú.
- ¿Para qué?
- Para que veas que … - comenzó, girando la cabeza hacia ella sin dejar de
atender al pequeño, quería explicarle lo que pretendía, pero la vio tan derrotada
que se detuvo - para nada.. tienes razón.. soy imbécil.
- No lo eres.. – le sonrió posando la mano sobre su hombro – gracias por el
intento, pero… no te metas – le aconsejó con calma. Germán apretó los labios
descubierto - te veo en la cena.
- No faltes – la señaló con el dedo – no ve valen excusas.
Maca asintió, se separó de él intentado sortear todos los obstáculos y las irregularidades
del piso y se marchó hacia la cabaña de nuevo. Esther, que salía con Sara de la cocina
con un vaso de zumo en la mano, la observó en la distancia. Parecía abatida y cansada.
No quería hacerla sufrir, pero tampoco quería perder su dignidad corriendo todo el día
tras ella y sabiéndose un segundo o un tercer plato. Tenía que reconocerlo, había llegado
muy tarde a su vida. En cuanto lo tuviese asumido y no le doliese tanto esa realidad, a la
que había abierto los ojos la noche pasada, hablaría con ella, aceptaría lo que tuviese
que decirle, se disculparía por su comportamiento e intentaría ser para ella lo que Maca
le había pedido y lo que ella le había prometido, la mejor de las amigas.
Dos horas después, Maca llegó al comedor para cenar con los demás, lo hizo cabizbaja
y con unas ojeras que alertaron a Germán, que no le quitaba ojo. Esther entró junto a
Sara y Maca le dedicó su mejor sonrisa.
- Esther… - la llamó haciéndole una seña para que se sentara junto a ella.
- Hola – le respondió la enfermera pasando a su lado.
- ¡Espera! – le pidió sujetándola por la muñeca – ¿como… cómo estás? – le
preguntó nerviosa.
- Bien – respondió seca, librándose de su mano.
- ¿Te sientas aquí! te he cogido un sitio – la miró esperanzada.
- No – respondió cortante.
- Por favor – susurró mirando hacia Sara que se mantenía en una discreta distancia
esperando a la enfermera – quiero hablar contigo.
- ¿Aquí?
- Sí, aquí o donde quieras, pero… ¡ya!
- No, Maca, no es momento ni lugar – le respondió cortante, haciendo ademán de
seguir su camino.
- Vale – la sujetó de nuevo por la muñeca - ¿después de cenar?
- No, Maca, después de cenar tengo cosas qué hacer.
- Pero, ¡Esther! – exclamó elevando la voz y notando como algunos de los
miembros del equipo que ya estaban sentándose las miraban, y bajando la voz
continuó – ¡qué has estado a punto de desmayarte! después de cenar tienes que
descansar.
- Después de cenar haré lo que me apetezca – le soltó frunciendo el ceño enfadada
e intentando soltarse de su mano pero Maca la sujetó con más fuerza.
- ¡Espera! – le pidió con ojos suplicantes.
- ¡Suéltame! – elevó el tono forcejeando y llamando la atención de todos, que
guardaron silencio.
Maca miró su mano sujetando a Esther y abrió los ojos desconcertada, levantando la
vista hacia ella, ni siquiera había reparado en que la estaba reteniendo. En décimas de
segundo, a su mente acudieron las imágenes del jeep y de la noche en que Esther se
marchó, disminuyó la fuerza y la soltó con rapidez.
- Vamos Sara – la escuchó decirle, mientras ella clavaba su vista en el plato vacío
y tomaba aire.
Sara, que se había percatado de su maniobra le hizo un gesto recriminatorio con los ojos
a la enfermera, sería posible que se comportase así cuando llevaba dos horas hablándole
de Maca, negó con la cabeza, se detuvo y se sentó al lado de la pediatra, dejando a
Esther avanzar sola.
Sara intentó entablar conversación, primero contándole que la gran cantidad de heridos
y enfermos que habían llegado en el día se debía a la saturación de los dos campos de
desplazados más cercanos, y luego, al ver que no parecía interesarse en el tema,
hablándole otra vez de los aneurismas congénitos, pero Maca solo tenía una cosa en la
cabeza: Esther. Ausente y distraída, respondió con monosílabos a varias preguntas en
las que no debía haberlo hecho, y Sara, consciente de que no la escuchaba, se apresuró a
disculparse.
- Perdona, Maca, pensarás que soy una pesada, ¿te estoy molestando?
- No, no, ¡claro que no! – le dijo con rapidez – discúlpame tú, estoy... un poco…
cansada y… - la miró fijamente y apretó los labios en una especie de mueca que
pretendía ser una sonrisa – no es cierto, no es que esté cansada es que…estaba
pensando en otra cosa.
- Ya… - le sonrió comprensiva - Esther, ¿me equivoco?
- No, no te equivocas – suspiró mirando hacia la enfermera.
- No está en su mejor momento – le comentó Sara – tenemos que tener paciencia
con ella. Esther necesita descansar – opinó con firmeza y Maca tuvo la sensación
de que pretendía decirle algo más pero, Sara guardó silencio y siguió comiendo,
Maca la miró preocupada, ¿qué quería decirle?
- ¿Cómo está? – le preguntó al ver que no decía nada más.
- Bien. Solo ha sido un simple mareo. En cuanto ha tomado algo, se ha
recuperado.
- ¡Menos mal! la vi tan pálida y sin fuerzas que… me asusté. Y, ahora cuando has
dicho que necesita descansar…
- Lleva todo el día de un lado a otro y esta noche se la ha pasado en blanco,
además, no hemos parado a comer.
- Lo sé – afirmó pensativa. “la noche en blanco”, pensó, quizás ahí estaba el
motivo de su cambio hacia ella, por más que intentaba repasar palabra por
palabra lo que hablaron la noche anterior no alcanzaba a encontrar nada que le
hubiese dicho para provocarlo, salvo que la enfermera hubiese estado dándole
vueltas a lo que pasó en las duchas, eso era muy propio de ella.
- Maca… ¿puedo preguntarte algo? – le dijo de pronto sacándola de sus
cavilaciones.
- Claro.
- ¿Qué le has dicho a Oscar! nunca lo había visto así – le dijo con una sonrisa
burlona – y te aseguro que lo he visto en muchas situaciones – bajó la voz en un
tono confidencial que Maca no comprendió, pero la joven parecía creer que ella
sabía algo de su vida, quizás suponía que Esther le había hablado de ello pero no
era así.
- Eso doctora – intervino Jesús sentado junto a Sara – cuéntenos cómo lo ha
puesto en su sitio – le pidió, elevando la voz, interviniendo en la conversación
sin ningún reparo en reconocer que estaba escuchando.
Maca, alejada de ella la vio mover los labios sin entender qué decía, pero sabía que no
estaba contenta con lo que estaba pasando en la mesa y se decidió a no decir nada que
pudiera molestarles aún más.
Los demás levantaron sus vasos entre risas y bromas coreándola, Maca sintió que
enrojecía, no sabía si estaban en serio o hablaban en broma pero sonrió agradecida.
Esther se mostró seria, y muy molesta por lo que estaba sucediendo, sin mirarla e
intentado hacer un aparte con Maika que estaba sentada a su lado. Pero los demás no las
dejaron.
- ¡Eh! Germán, Wilson sí que es un buen fichaje para el equipo, ¿no te parece? –
bromeó Jesús con él, guiñándole un ojo al tiempo que otros compañeros los
secundaban – ya podías reclamarla – le dijo mirando a Maca sonriente, Esther
frunció el ceño y miró a su plato, como siempre Maca llegaba y lo controlaba
todo, parecía caerle bien a todo el mundo y ella estaba harta de que siempre las
cosas fueran como ella quería - ¿Qué le parece doctora! ¿le gustaría quedarse
por aquí? – le preguntó con amabilidad. Esther levantó la cabeza ahora sí
interesada en la respuesta de Maca. La pediatra miró al otro extremo de la mesa
y tuvo la sensación de que, ni Germán ni Esther, estaban cómodos con lo que
estaba ocurriendo.
- Me halagáis – respondió entre sorprendida y abochornada por tanta felicitación -
pero… esto no es para mí – les devolvió la sonrisa – en serio que os admiro a
todos, pero yo no… no podría.
- Eso solo es acostumbrarse – le dijo Sara dándole un par de golpecitos en la
mano.
- Di la verdad, Maca – saltó Esther y la pediatra la miró esta vez con tal gesto que
la enfermera dudó si seguir con lo que iba a revelar pero su enfado era superior a
cualquier otra consideración. Germán volvió a golpearla, pero la enfermera lo
ignoró y mirando a los demás torció la boca en una mueca burlona y con
sarcasmo dijo – Wilson vive en una mansión, rodeada de todos los lujos, solo en
la fiesta de celebración por la inauguración el champang era de mil euros la
botella, ¡mil euros! – exclamó con énfasis satisfecha por los murmullos de
sorpresa que había provocado - ¡quisiera que vierais la Clínica que ha montado!
parece un hotel de cinco estrellas, ¿en serio creéis que va a cambiar eso por una
cabaña de mala muerte, esta comida de perros y trabajar sin medios! porque ya
os digo yo que no. No lo hará – sentenció con fuerza.
Maca la miró apretando los labios, enrojeció y bajó los ojos. Germán la miró muy
preocupado por partida doble, por un lado, temía que saltara, Ester se estaba ensañando
con ella, y por otro temía que le subiera la tensión con todo aquello, pero la pediatra
parecía saber controlarse, haciendo gala del aplomo que él le conociera y que tan pocas
veces le había visto desde que llegara. Maca guardó silencio, sin responder a las
provocaciones de la enfermera levantó la vista y sonrió, encogiéndose de hombros,
dando a entender que así eran las cosas y no le molestaban las palabras de la enfermera.
- ¡Joder! – exclamó Jesús antes de que Maca pudiese decir nada – si eso es así, ni
ella, ni ninguno de nosotros lo cambiaría – reconoció mirando a Esther en una
velada recriminación, la enfermera estaba consiguiendo crear una tensión en la
mesa que incomodaba a todos - ¿o es que alguno de vosotros, si pudiera escoger
preferiría la trompetilla al ecógrafo? – bromeó intentado distender el ambiente
ante el silencio que se había hecho en la mesa, consiguiendo arrancar algunas
carcajadas.
- Esther tiene razón, siempre me ha gustado la buena vida – reconoció Maca,
esbozando una sonrisa conciliadora, clavando sus ojos en ella en un intento de
que no siguiera con sus recriminaciones.
- Entonces, ¿nada! ¿no nos va a contar lo que le ha dicho a Wizzar? – insistió
Jesús.
- Con dos zetas – lo puntualizó Maca, en tono confidencial bajando la voz solo
para él, burlona, provocando la carcajada en los comensales que tenía más
cercanos.
- Con dos zetas, una por neurona – intervino Sara con tanto desprecio que Maca
volvió a pensar que entre ella y ese chico había algo más que una simple
enemistad – y ¡soy generosa! – exclamó con sarcasmo. Todos volvieron a reír y
se sucedieron los comentarios acerca del inspector.
- Ya que no nos quieres contar cómo has conseguido espantarlo, por lo menos
dinos qué te parece todo esto – le propuso Jesús afable, intentando integrarla en
las conversaciones.
- ¡Eso! – saltó de nuevo Esther desde el otro extremo – Wilson – volvió a llamarla
por el apellido ganándose, ya sí, una furibunda mirada de Maca, avisándola de
que estaba llegando a su límite y que tuviera cuidado con la lindeza que pensaba
soltar ahora - ¿por qué no haces tú un brindis! recuerdo que se te daba muy bien
– sonrió intentando aparentar que no tenía segundas intenciones - ¿por qué
brindarías tú aquí? – preguntó con retintín.
Maca la miró, suspiró resignada y guardó silencio. Pero la propuesta había interesado a
más de uno, estaba claro que tras el día que llevaban tenían ganas de diversión y la
novedad en la mesa era ella, además, Esther no estaba dispuesta a ceder y ella estaba
comenzando a cansarse y exasperarse.
- ¿No encuentras aquí, nada que merezca la pena? – insistió la enfermera – algo
habrá que te llame la atención o te guste.
- Eso Wilson – habló Germán poniéndose serio - ¿qué cambiarías tú de todo esto?
– le preguntó interesado. Maca tenía la sensación de que la pregunta tenía
trampa y que Germán, aunque disimulaba, también estaba enfadado.
- Nada – respondió con sinceridad – para cambiar algo tendría que haber visto
mucho más, conocer el funcionamiento en profundidad y no me gusta hablar ni
juzgar a la ligera – sonrió afable, bebiendo un sorbo de agua, pero de pronto sus
ojos brillaron con intensidad, una idea había cruzado por su mente – aunque…,
ya que me habéis sacado los colores con tanto halago, sí voy a hacer un brindis
– torció la boca en una mueca que Esther conocía a la perfección y levantó su
vaso de agua – ya sé que con agua no se debe, pero no soy supersticiosa y… no
creo que os vaya a traer mala suerte – bromeó y clavó sus ojos en Esther –
brindo por todos y cada uno de vosotros, por el trabajo que hacéis y por
enseñarme todos estos días que hay otra forma de hacer las cosas y entender la
vida, por el trabajo bien hecho y la gente que sabe, “siempre”, estar a la altura –
dijo recalcando el siempre mirándola fijamente. Esther sintió que Maca le decía
“no como tú”, y enrojeció desviando la vista sin ser capaz de aguantar aquella
mirada.
- ¡Bravísima! – exclamó Francesco mirándola con tal admiración que todos,
conociéndolo, soltaron una carcajada. Estaba claro que el italiano se había
enamorado.
- ¡Wilson! – gritó Germán desde el otro lado – ¿te gustan esas tripas asadas? –
preguntó riendo – no es un buen filete pero… si quieres tomar carne es lo que
hay.
Maca miró al plato y soltó lo que había cogido con cara de asco. Los demás la miraron
divertidos, unos sonrieron y otros soltaron una carcajada, comprendiendo que Germán,
después de su actuación con Oscar, había decidido darle la bienvenida al grupo, como
uno más.
Maca la miró con furia, ¡ya estaba bien de burlarse de ella públicamente! pero la
enfermera ya había cambiado la vista y volvía a hablar con Maika Maca sentía el calor
instalado en sus mejillas y sus ojos chispeantes la buscaban a la espera de que levantase
la vista o la dirigiese hacia ella. ¡No pensaba tolerar ni una burla más!
- No les hagas caso – le susurró Sara que se había percatado de lo molesta que
estaba – siempre se burlan de los novatos y hoy te ha tocado a ti. Es la
costumbre.
- Ya… - murmuró cabizbaja – seguro que es eso – comentó incrédula y con tanta
rabia contenida que Sara se asustó – gracias por el intento, pero me voy a la
cama – le espetó de mal humor y con el ceño fruncido.
- Espera – le pidió pero Maca movió la silla hacia atrás, y la miró con ojos
fulminantes. Sara, que no la conocía bien, se cohibió ante su gesto, pero no
podía dejar que se marchara así – Maca, no miento, siempre las gastamos así -
apresuró a tranquilizarla – no te vayas ahora, falta el postre y casi no has comido
nada.
- ¿El postre! ¿para qué! ¿tenéis reservada la broma especial para él?
- No, claro que no – la miró con timidez – quédate, verás como te gusta.
- No, gracias, no me apetece.
- No le des tanta importancia a lo que te han dicho. Germán es así de bromista y
Esther, bueno… nunca ha sido muy fina gastando bromas y… a veces… mete la
pata… pero…
- No es verdad, yo conozco a Esther y….
- Claro que lo es. Todos admiran la forma en que has conseguido que Oscar se
largue sin abrir expediente a medio equipo, por eso te consideran digna de
pertenecer a todo esto, pero es Germán el que tiene que darte el visto bueno y la
broma de las tripas se la hacemos a todos, es… la señal – le confesó con una
sonrisa, Maca levantó los ojos hacia ella y enarcó las cejas a punto de
preguntarle si las burlas de Esther también formaban parte de esa “novatada”,
pero finalmente se arrepintió y no dijo nada. Sara se percató de ello - Y… Esther
siempre lo secunda con algo.
- Vale – respondió con tal aire de decepción que Sara no fue capaz de seguir
callando. No quería que Maca creyera que la estaba engañando.
- Bueno… tienes razón… no lo es – le reconoció y Maca enarcó las cejas
mirándola interrogadora, ahora sí interesada en lo que tuviera que decirle –
Quiero decir que la broma de bienvenida si es la de siempre pero, lo demás…
no. No debía decirte nada, pero… ¡ahí va! Esther está nerviosa y enfadada por lo
que os pasó ayer.
- ¿Cómo? – casi gritó Maca sin dar crédito a lo que escuchaba, fue lo único que se
le ocurrió decir, no podía creer que Esther le hubiese contado todo y estar ahora
en boca de los demás.
Todos miraron hacia ellas. Esther frunció el ceño molesta de verla hablar tanto con Sara
y temiendo que su amiga se estuviese excediendo en sus comentarios. Esperaba que no
le estuviese revelando a Maca ninguna de las cosas que le había confesado.
- Se siente muy mal y muy culpable – le susurró Sara, al cabo de unos minutos
cuando cada cual volvió a su conversación – pero… no le hagas caso. A veces…
se comporta así. No hay que escucharla. Tenemos que ser paciente con ella. Aún
lo está superando.
- Claro – dijo Maca, sin saber exactamente de qué le estaba hablando – superando
– murmuró.
- Sí, y tú puedes ayudarla mucho, de hecho si no hubiera sido por ti, seguiría
bloqueada en el coche, si os sacó de allí fue gracias a ti. A que tú la hiciste
reaccionar.
- No, eso no es cierto, ella lo hizo todo.
- No es lo que cree y se culpa por dejarte sola en el coche pero al mismo tiempo…
reacciona con agresividad porque le recuerdas que no fue capaz de hacerle
frente, que sigue como hace meses.
- Ya… - la miró interesada y pensativa. Sara supo que había conseguido aplacarla
un poco y que su preocupación por la enfermera superaba al enfado que podía
haberle ocasionado su actitud en la mesa.
- Bueno… yo no te he dicho nada – sonrió – pero... ten paciencia con ella. Te
necesita mucho más de lo que ella misma es capaz de reconocer.
Maca asintió con tristeza, y suspiró, ¡qué paradoja! Esa chica no sabía de qué hablaba ni
lo que le pedía. Miró hacia la enfermera mientras escuchaba el parloteo de Sara que
había cambiado de tema. Esther no volvió a levantar los ojos hacia ellas en todo el rato,
por el contrario la pediatra no dejaba de buscarla con la mirada, seguía muy enfadada y
necesitaba hacérselo notar, aunque solo fuera con un gesto, pero no le fue posible,
Esther, simplemente, la ignoraba. Cuando todos empezaron con el café, Maca dirigió la
vista hacia Germán pidiéndole permiso pero él negó con la cabeza. Aquella negativa fue
la gota que colmó el vaso, paseó la vista por la mesa y sintió que allí no pintaba nada,
Sara reía y charlaba con Jesús, Esther bromeaba con Maika y Gema, Francesco charlaba
con un joven que no recordaba, Germán era el único que guardaba silencio concentrado
en saborear su taza de café y ella estaba allí, en medio de todos, sintiendo que ese
mundo no era para ella que, por mucho que le dijeran, allí sobraba, entonces se decidió.
Giró la silla, se excusó sin escuchar a quienes le decían que se quedase, y se marchó,
dispuesta a meterse en la cama. Estaba cansada y hastiada, por mucho que Sara se había
esforzado en justificar el comportamiento de Esther, ella se sentía tan dolida que, no era
capaz de seguir allí, haciendo el paripé ni un minuto más.
Germán, que no había dejado de observarla se levantó y salió tras ella, preocupado.
Germán la miró preocupado, no solo por lo alterada y enfadada que estaba si no porque
empezaba a creer que fuera lo que fuese que había entre ellas, no iba a ser nada fácil que
hablaran con calma y lo reconocieran.
- Bueno… tranquila, no te pongas así, ¿de acuerdo? – le dijo colocándose tras ella
e iniciando de nuevo la marcha – no debes tomarte las cosas a la tremenda, no es
bueno que te alteres.
- Lo sé – murmuró más suave – pero… no siempre depende de mí – le reprochó.
- Lo siento, yo también me he pasado un poco, pero…
- Que me gastes una broma con la comida es de esperar y más viniendo de ti, pero
ella… - se le quebró la voz - ¿a dónde vas? – se interrumpió al comprobar que
Germán cambiaba el rumbo sin dirigirse a su cabaña - ¿no me irás a llevar al
hospital! ¡te digo que estoy bien! – protestó adelantándose a las intenciones del
médico..
- Vamos a la cocina, no has comido nada y ya te he dicho que no voy a dejar que
hagas lo que haces en Madrid – le comunicó con firmeza – y… en cuanto a
Esther, yo… yo…solo quería que supieras que ella… que ella… no sabe como
tomarse ciertas cosas, y que… lo pasa mal y reacciona… así… pero… ella… no
creas que no… que no te quiere.
- Germán, ¡déjalo! no tienes que explicarme como es Esther – le dijo secamente –
la conozco.
- Vale, vale… no me meto – aceptó colocando la silla junto a la puerta de las
cocinas – espera aquí un momento.
- Germán… - dijo con cansancio si no he comido es porque no tengo hambre.
Germán ignoró sus quejas y desapareció en el interior, apenas un minuto después salía
con una bolsa, se colocaba tras ella y, en silencio, la llevó a la cabaña. Maca aparentaba
estar tan cansada que ni siquiera le preguntó que es lo que había buscado en la cocina.
Germán no dejaba de darle vueltas a un tema, cómo conseguir que Maca no arremetiese
contra Esther después de lo que había sucedido, estaba seguro de que cuando la
enfermera recapacitase, se iba a arrepentir, pero mucho se temía que pudiera ser tarde.
Pocas veces en su vida había visto a Maca con esa actitud, pero las pocas que la vio
recordaba que acabaron con una buena bronca.
- Bueno….pues hemos llegado – dijo colocando la silla junto a la cama y sin más
la izó y la recostó con cuidado. Maca estaba tan pensativa que ni siquiera le
agradeció el detalle - Estás muy callada.
- ¿Qué quieres que diga?
- No sé, gracias Germán por ayudarme, o ¿qué llevas en la bolsa? o que estás
hasta las narices de todo, pero algo.
- Perdona, Germán, ¡gracias! – apretó los labios en una mueca de circunstancias.
- Cuando te pones así… ¡malo! – bromeó - ¿qué maquinas?
- Nada, solo pensaba en lo que me has dicho antes.
- Si te refieres a Esther… no pienso meterme más en el tema, vosotras veréis lo
que hacéis.
- Mejor. Porque lo estás haciendo fatal – intentó bromear pero con tal tono de
tristeza que el médico se alertó.
- ¿Seguro que estás bien?
- Si, ya te he dicho que solo es cansancio – lo miró fijamente – quizás no deberías
haber tirado mis vitaminas… - murmuró entre dientes pero él casi ni la escuchó
más preocupado por lo que quería decirle y pedirle.
- Para que no las necesites tienes que tomarte lo que yo te dé, así es que empieza –
le dijo colocándole un tazón entre las manos.
- ¿Más caldo! te tengo dicho que no me gusta.
- Este sí – sonrió - ¡pruébalo! – la instó misterioso. Maca, sorprendida y curiosa
ante su actitud, le quitó la tapa y tomó un sorbo - ¿qué! ¿te gusta? – preguntó
burlón.
- Sí – reconoció – ¿cómo…?
- Ayer cuando estuve en Kampala, compré algunas cosillas – confesó – no voy a
dejar que te mueras de hambre y aquí ya veo que hay cosas que no vas a probar.
- No empieces tú también – le recriminó recordando las burlas de Esther en la
mesa – no es eso – protestó frunciendo el ceño – y lo sabes, es que… llevo tanto
tiempo...
- Lo sé, Wilson, tienes que recuperarte – reconoció – a veces, todos parecemos
olvidar que estás convaleciente.
- Ya no – saltó con rapidez, con suspiro y un aire nostálgico y triste que desarmó a
su amigo, convencido de que se habían pasado mucho con ella y que le habían
hecho más daño del que manifestaba.
- Wilson... yo… - se detuvo, mirándola con atención, no quería verla sufrir y
estaba seguro de que era eso lo que le ocurría – verás, ya sé que te he dicho que
no me iba a meter… pero… hay días que Esther se levanta con el pie izquierdo
pero… luego se le pasa. No tengas en cuenta lo que ha dicho en la mesa… yo…
estoy seguro de que no lo piensa y… y nadie aquí lo piensa.
Maca lo miró y sonrió con tristeza, agradeciéndole su intento, ella no tenía tan seguro
que fuese así pero era agradable escuchárselo decir, precisamente a él.
- Te lo digo en serio.
- Ya te he dicho que sé como es Esther. Dejemos el tema.
- No, no lo dejo porque quiero que entiendas que Esther no está bien, que lo que
os pasó ayer la ha desestabilizado y que… que ella… que ella quisiera que las
cosas fueran de otra manera y… se hace sus cuentas… y luego pues… vamos
que se le pasará y…
- Ya… y mientras tengo que tener paciencia ¿no es eso?
- Sí, eso mismo.
- Y aguantar que me diga lo que le dé la gana, ¿cierto?
- Bueno… eso tampoco… se ha pasado cien pueblos, en eso estoy de acuerdo
contigo…pero… entiende que el ataque de los furtivos le ha hecho revivir el
horror del orfanato y… ella creía que lo tenía superado pero… ha visto que no es
así… y… está muy, pero que muy agobiada – le contó y Maca por primera vez
desde que la ridiculizara en la mesa sintió preocupación por ella, pero eso no
evitaba que se siguiera sintiendo muy dolida.
- Ya… y ahora viene cuando me dices que me necesita, ¿no? – dijo sarcástica
recordando su conversación con Sara.
- Pues sí.
- Pues no, Esther lo que necesita es ayuda profesional, yo no puedo ayudarla en
nada. ¿No ves lo que piensa de mí? Si no me respeta, si me ridiculiza a las
primeras de cambio, cómo pretendes que acepte mi ayuda.
- La aceptará – sonrió – solo está enfadada. Pero respeta tu opinión más de lo que
crees.
- Ya… - dijo pensativa – me duele la cabeza y estoy muy cansada y… no quiero
seguir hablando de Esther.
- De acuerdo, pero antes de irme déjame que vea qué tal va la herida – le dijo
levantándole la manga.
- Germán, ¡por favor! que solo han sido un par de puntos…
- Ocho – la corrigió con una sonrisa.
- Ni siquiera me duele.
- Eso también me preocupa. ¿Te ocurre a menudo?
- ¿El qué?
- La insensibilidad.
- ¿Tú qué crees! si estoy en esta silla es por algo – respondió irónica.
- Maca – le dijo llamándola por su nombre – eso no es normal, y… deberíamos
buscar las causas.
- Te aseguro que están más que buscadas, todo está aquí – dijo tocándose la
cabeza – el problema es que estoy como una cabra – sonrió - ¿tienes algún
remedio para eso? No, ¿verdad? Pues entonces no pierdas más el tiempo
conmigo y ¡déjame en paz! – saltó molesta.
- Tienes que cuidarte – le dijo ignorando su tono y sus palabras - y cuidar la
alimentación y… me preocupa mucho la tensión tan alta que tienes y …
- Germán ¿no piensas dejarlo! todo está bien. Vero dice que cualquier día
recordaré el trauma y me levantaré de esta silla, eso es lo que me produce un
cuadro de ansiedad que se suma al estrés de la vida que llevo, todos los síntomas
cuadran con ese diagnóstico.
- Todos no – la interrumpió con rapidez – esta mañana parecías contenta de que
pensara que hay algo más y ...
- Todos sí – enarcó las cejas desafiante – Vero dice que solo es cuestión de tiempo
y…. cuando recuerde, todo cambiará.
- ¿Vero! ya… - dijo sin convencimiento y recordando las palabras de Esther –
vamos a ver qué tal sigues con la nueva medicación, pero debes poner de tu
parte y estar más tranquila.
Maca lo miró pensativa “¿tranquila?”, pensó, “con días como el de hoy o el de ayer
resulta bastante complicado”, se dijo cerrando los ojos.
Maca suspiró resignada, mirándolo y ladeando la cabeza. Germán oyó su respuesta sin
que ella pronunciara palabra alguna “¿Tú que crees?”.
No podía dejar de pensar en ella, cerraba los ojos y la veía, aspiraba el aire de la
habitación y le parecía que su aroma inundaba su cuerpo. Tenía que reconocer que la
deseaba, que tenía su mirada grabada en su mente y que no pasaba un segundo sin que
desease estar junto a ella, por mucho que volviese a Madrid no iba a poder olvidar
aquellas semanas junto a ella, sí, deseaba dormir con ella, sentir su piel, notar su
respiración en su cuello pero secretamente, deseaba por encima de todo volver a
estremecerse con sus caricias como años atrás, como nunca lo había sentido con nadie
más que con ella. Extendió el brazo y pasó la mano por el lado vacío de la cama, “Te
echo de menos”, murmuró sintiendo que dos lágrimas surcaban sus mejillas, “Ven,
Esther, ven a mi lado, quiero dormir contigo, mi amor”, pensó, al tiempo que se dejaba
vencer por el sueño.
Permaneció en pie, junto a la cama, mirándola con ternura, ¿cómo había sido capaz de
comportarse así con ella! ¡menuda bronca acababan de echarle Sara y Germán! y ella
sabía que tenían toda la razón. Germán estaba tan enfado y había sido tan duro con ella
que había conseguido que se le saltaran las lágrimas. Tan agobiada habían conseguido
ponerla, que le había pedido a Sara dormir en su cabaña, incapaz de enfrentarse a Maca,
pero se había negado y Germán la había apoyado, los dos estaban convencidos de que
tenía que volver junto a Maca y afrontar las consecuencias de sus actos, y allí estaba, sin
atreverse siquiera a meterse en la cama, a su lado, observándola. ¿Cómo iba a
solucionar aquello! no podía dar marcha atrás, y por mucho que se disculpase, Maca no
la perdonaría y tendría todo el derecho a no hacerlo.
Se pasó la mano por la frente, estaba agotada, pero no quería dormir, estaba segura de
que las pesadillas la atormentarían toda la noche y sentía pánico, un miedo atroz que la
hacía hacer y decir lo que no sentía. Maca se movió ligeramente y Esther reaccionó,
tenía que descansar o se volvería loca, además desde que se marease en el patio, tenía
una sensación de estar flotando que la hacía tambalearse, dio unos pasos y se echó junto
a Maca, que a diferencia de todos los días estaba de espaldas a ella. Sabía lo que
significaba, estaba enfadada muy enfadada. Maca volvió a moverse y a murmurar algo
que Esther no entendió, “daría cualquier cosa porque estuvieras soñando conmigo”,
pensó echándose junto a ella. Permaneció un instante escuchando su respiración, le dio
la impresión de que no dormía, o al menos, no profundamente.
- Maca… - susurró sin obtener respuesta – Maca – repitió con el mismo resultado
– Maca – insistió segura de que estaba despierta - ¿duermes? – preguntó
esperanzada en que no fuera así, en que le respondiese, pero no lo hizo. Era lo
que se temía, que estuviese tan enfadada que no quisiese dirigirle la palabra.
Entonces, sin poder evitarlo se acercó a su cuerpo y la abrazó, conocedora de lo mucho
que le gustaba que lo hiciera, si estaba en lo cierto y Maca estaba despierta y enfadada
hasta el punto de no responder a su llamada, la rechazaría. Pero la pediatra permaneció
inmóvil y Esther dudó, quizás estaba equivocada y sí que dormía.
Adoptó la misma postura que Maca, metiendo sus rodillas en el hueco que formaban las
piernas de la pediatra, apoyó la mejilla en su espalda y la estrechó aún más fuerte, “te
quiero, mi amor”, murmuró, “te quiero aunque tú no seas capaz de verlo”, “te quiero
mucho, ya sé que tú a mi no… y eso…”, “perdóname, perdóname por ser tan imbécil en
la mesa”, “no sé que me pasa… estoy… triste y enfadada…no sé porqué te he dicho
esas cosas… solo sé que… te quiero, ¡Te quiero!”, susurró acurrucada junto a ella.
Maca abrió los ojos, adormilada, comprobó que Esther la estaba abrazando, pero no se
movió ni dijo nada, de espaldas a ella sintió una alegría inmensa. “Yo también te quiero,
Esther, ¡te quiero muchísimo!”, pensó sintiendo una calma intensa, una calidez que
inundaba su alma y que la sumía en una somnolencia tranquila y reparadora. Todo el
dolor, la rabia, y la decepción que había sentido en la cena se desvanecieron, “me
quiere”, sonrió, se movió un poco, cogió la mano de Esther y se aferró a ella, “me
quiere”, se repitió cerrando los ojos y entregándose al descanso.
Sentada sobre el mullido colchón, empapada en sudor, sentía cómo le temblaba todo el
cuerpo. Se abrazó así misma y comenzó a balancearse, adelante y atrás, adelante y atrás.
Quería que desapareciera esa sensación, quería volver a sentirse como antes, miró hacia
Maca, dormía tranquilamente, ¡ojala ella pudiera hacer lo mismo! odiaba esa pesadilla.
Siempre la misma, aunque había noches mejores que otras, pero esta vez había tenido la
versión más terrorífica de aquel maldito sueño, que no paraba de repetirse desde que
regresara, no se lo había dicho a nadie, ni siquiera a Germán y eso que el médico se
barruntaba algo porque no dejaba de preguntarle por el tema cuando se encontraban a
solas. Mientras había estado preocupada por Maca y su salud, mientras había cuidado de
ella, solo esporádicamente había tenido alguna pesadilla, pero hacía varios días que
habían vuelto con toda su fuerza.
Su mente volvió a la angustia de la pesadilla, que a diferencia de las de Maca, las suyas
eran tan reales como lo mismo que había tenido que vivir. Aquello que no le había
contado a nadie, absolutamente a nadie, aquello de lo que se avergonzaba y la
atenazaba. Un recuerdo tan vívido que volvió a experimentar aquella horrible sensación.
Se estremeció, de nuevo estaba en mitad de la selva, sintiéndose aterrada. Miedo. Sentía
tanto miedo. Corría sin mirar atrás. Escuchaba los disparos a su espalda, y sin dejar de
balancearse se tapó los oídos como si aquello fuese a evitar el sonido de aquellos tiros
que retumbaban en su cabeza. Sabía lo que estaba ocurriendo y huía como una cobarde,
sin pararse a ayudar, sin detenerse, sin mirar atrás, solo huir y correr. Luchando contra
las ramas y el follaje de la selva que se imbricaban en una maraña espinosa e
impenetrable. No podía detenerse, muy al contrario sus pasos cada vez eran más
rápidos, sin reparar siquiera en el dolor de sus brazos, heridos, sin que su raído chaleco
pudiera apenas protegerla de los cortes, sin sentir las lágrimas que recorrían su rostro,
después de tanto tiempo sin poder llorar por ella, después de tanto tiempo odiando, sin
pensar en el dolor que le provocaba cada caída, sin miedo a las alimañas que se
escondían entre la maleza, sin pensar en lo que harían con ella si la encontraban.
Después de mucho correr, tanto que sus piernas le habían dejado de doler, llegó a un
claro pantanoso en el que un agua sucia y marrón, llena de excrementos de animales y
verdín, le llegaba a la altura de los tobillos, sabía que no debía beber de aquella agua,
pero se moría de sed y cuando se decidía a inclinarse a beber, agachaba su cabeza, y
sentía cómo bajaba por su garganta el líquido espeso y caliente, que en cualquier otro
momento le provocaría nauseas pero que allí, extenuada, muerta de miedo le permitía
un instante de felicidad. Escuchó las voces de los guerrilleros, sabía que la estaban
buscando, sabía que la encontrarían, y sabía lo que harían con ella. Sin embargo, no
huyó ni se escondió, bebió tres veces más antes de saciarse y limpiar su boca con el filo
de su chaleco. Su chaleco lleno de manchas marrones, roto, apenas legible, cubierto de
sangre seca y recordó el día en que Germán se lo dio por primera vez.
Se quedó allí, arrodillada ante aquel charco, con los brazos caídos y la barbilla sobre el
pecho, los ojos cerrados y la mente puesta en el horror que la esperaba, solo deseaba que
empezase ya y acabasen con ella cuanto antes. Y allí, esperando la muerte segura, solo
podía pensar en ella, en Maca, en lo que haría cuando se enterase, en si se enteraría, en
si la lloraría. Recordaba cada una de las caras de aquellas niñas, espantadas ante tanta
barbarie, recordaba la cara de Margarette, su mirada sólo podía ver los ojos de terror, y
la boca abierta y congelada de Margarette, muriendo con impotencia, pero por encima
de todo la recordaba a ella, a Maca y se juró que si salía de aquello con vida, volvería a
Madrid y la buscaría aunque fuera para verla en la distancia, para saber de ella. Pero se
encontraba allí, sola, con la barbilla apoyada en las rodillas y los brazos abrazándolas,
esperando la muerte. La agarraron por los hombros y la hicieron caminar mientras la
golpeaban con fuerza en la espalda para que no se detuviese….
Pasados unos minutos y cuando Esther comprobó que Maca volvía a dormir
profundamente, se levantó. La madera del suelo permanecía caliente, iba a ser un día
asfixiante, le gustaba ese tacto y como sonaban huecos sus pasos sobre ella. Se acercó a
la ventana y levantó con suavidad el estor para no despertarla. Unos leves rallos de sol
penetraron en la habitación posándose en la espalda de Maca que había vuelto a
destaparse, dejando a la vista gran parte de su torso desnudo. “¡Es preciosa!”, pensó,
sonriendo, volvió a la cama, disfrutaba de esos minutos a su lado, viéndola dormir,
imaginando que despertaría y la besaría, imaginando que estaban allí juntas y felices,
imaginando que el tiempo no había pasado, que sus vidas habían sido otras, la miró con
ternura, se sentó con las piernas extendidas y la espalda en el cabecero, tubo la tentación
de perder su mano entre su pelo, ¡la deseaba tanto! pero no lo hizo, lo que no pudo
evitar fue posar su mano al final de su espalda, consciente de que no podría notarlo y la
acarició de nuevo con delicadeza, bajando hacia su muslo, ¡le encantaba su piel!
siempre tan suave. Seguía fría, eso era algo que no recordaba de ella, antes Maca
siempre estaba caliente al tacto.
Maca escuchó todo aquello sin borrar la sonrisa de su rostro, “no te lo crees ni tú”,
pensó la pediatra, pero estaba decidida a no discutir con ella, después de lo que la
escuchó decirle cuando se acostó a su lado. “No se lo ha tragado”, hizo lo propio Esther
que comenzaba a sentirse muy incómoda.
Esther se volvió y se acercó a la cama. No sabía cómo lo hacía, pero Maca seguía
teniendo ese poder de persuasión en su persona que, hasta proponiéndose firmemente no
hacerle caso y mostrarse distante, acudía a ella como si de un imán se tratase.
Maca le soltó la mano y le acarició la mejilla, apretó los labios en un esbozo de sonrisa
y la miró con ternura. La enfermera esperaba su respuesta esperanzada en que Maca
tuviese la panacea para la oscuridad en que vivía.
- Hay veces en la vida que cuando te sientes por fin seguro, cuando crees que por
fin las cosas van bien y comienzas a experimentar la tranquilidad interior, llega
alguien y te empuja – le dijo con suavidad, con una cadencia que envolvió a la
enfermera que no entendía como Maca se estaba comportando con ella de
aquella forma después de cómo la trató la noche anterior – y ese empujón te
hace caer y … no sabes que pintas allí tirada en mitad del suelo, solo sabes que
debes levantarte y… lo intentas, lo intentas con todas tus fuerzas, de todas las
formas que se te ocurren, pero… no puedes – continuó con una calma que
parecía provenir de la propia experiencia, Esther hacía mucho tiempo que no
veía en ella ese aplomo, esa seguridad que tanto la había atraído siempre – no
puedes porque ese empujón y esa caída te han hecho daño, ¡mucho daño! –
enfatizó las palabras – no puedes levantarte sola y… empiezas a ser consciente
de ello, en tu fuero interno comienzas a saberlo, pero no quieres aceptarlo – la
estaba mirando con tal brillo en sus ojos y con tal intensidad que Esther no podía
apartar la vista de ella, a pesar de que sus palabras la estaban incomodando y
temía que Maca le dijese aquello que se negaba a oír. La pediatra que se percató
de ello, le apretó la mano con suavidad hizo una leve pausa y siguió con el
mismo tono susurrante - hasta que un día, cansada de tanto intento vano, de tanta
lucha por levantarte te rindes y te resignas a estar allí tirada, en el frío suelo,
sola. Escuchas las voces que te gritan que te levantes, que ya ha pasado tiempo
desde el empujón, que tu herida está curada, pero cuando lo intentas el dolor es
tan intenso que sabes que no puedes. Y entonces, cuando ya no esperas nada,
aparece una mano firme, una mano que no te pide permiso para tirar de ti, pero
lo hace y te agarras a ella y consigues lo que no eras capaz de lograr sola,
¡levantarte del suelo! Y, lo más importante, ¡mantenerte en pie! – terminó con
una leve sonrisa.
Esther guardó silencio esperando que dijese algo más, pero Maca no lo hizo, solo la
miraba fijamente y continuaba acariciándole la mano. Esther bajó los ojos hacia ellas, y
un escalofrío recorrió su cuerpo ante aquel suave contacto. Luego, tras unos segundos
levantó los ojos y los clavó en ella.
- Y… ¿si eso no es suficiente? – preguntó con temor – ¿si te has hecho tanto daño
que cuando esa mano te suelta, no te mantienes en pie y vuelves a caer?
- Entonces… tendrás que aferrarte a ella y no dejar que te suelte hasta que no seas
capaz de hacerlo.
- ¿Hablas de ti o… de mí?
- ¿Tú que crees? – le preguntó a su vez.
- No sé – musitó frunciendo el ceño – no sé, Maca, no sé – repitió, cada vez con
menos voz, mirándola con tristeza - ¿Me estas diciendo qué…?
- Te estoy diciendo – se apresuró a interrumpirla - que no necesitas nadie que te
grite, nadie que te diga lo que has hecho mal, lo imbécil que has sido y lo lejos
que te mandaría cuando te comportas así – le sonrió torciendo la boca en una
mueca de complicidad acompañada por la inclinación de su cabeza y el arqueo
de sus cejas. La enfermera bajó los ojos avergonzada, captando la algo más que
indirecta, pero tan reconfortada con sus palabras, que una oleada de felicidad la
invadió, estaba claro que no pensaba echarle la bronca y se lo agradeció
internamente – te digo que necesitas ayuda, Esther, y yo… no he sabido hacer
las cosas bien.
- No. No es eso. Tú has hecho lo que tenías que hacer. Soy yo que… - bajó la
vista, cabizbaja.
- No, Esther – negó con la cabeza esbozando una sonrisa y cogiéndola por la
barbilla le levantó la cara - ¡mírame! – le pidió con dulzura - No debí haberte
empujado, lo reconozco, pero… no podía devolverte el beso – le dijo bajando la
voz y mirándola fijamente a los ojos dispuesta a sincerarse – no es que no
quisiera, es que … no puedo.
- Luego… ¿querías?
- ¡Con toda mi alma! – exclamó con tanta fuerza que Esther sintió como el deseo
se apoderaba, de nuevo, de ella. Maca no dejaba de observarla y ella, se había
quedado sin palabras, no se esperaba aquella sinceridad y no podía creer que se
estuviese produciendo.
- Y… ¿con todo tu cuerpo? – preguntó con una sonrisa picarona que demostraba
la satisfacción que había experimentado ante aquella confesión. Maca la
interpretó a la perfección.
- No. Con todo mi cuerpo no – le dijo provocando que la sonrisa de la enfermera
se esfumase – con medio cuerpo, el otro medio no se entera de nada – sonrió
burlona.
- ¡Maca…! – protestó – ¿cuántas veces te voy a tener que decir que no me gustan
esas bromas?
- Espero que muchas… - susurró misteriosa - ¡muchas! – exclamó más alto,
continuando con sus ojos clavados en ella, con tal intensidad que la enfermera se
acercó más aún, atraída por el poder de aquella mirada, dispuesta a besarla pero
en el último instante, se frenó. No estaba dispuesta a estropearlo de nuevo.
- ¡Ah! ¿con que esas tenemos? – le preguntó insinuante, al tiempo que una idea
cruzaba por su mente. ¡Había echado tanto de menos ciertas cosas!
- Sí – sonrió ladeando la cabeza y enarcando las cejas.
- Pues… estaba yo pensando que…, si eso es así…. Ahora, no te vas a poder
escapar…. – continuó con el mismo tono de insinuación.
- ¿Escapar a dónde? – preguntó creyendo que hacía referencia a hacer alguna
salida fuera del campamento.
- A dónde, no – sonrió – de qué – apretó los labios en una mueca burlona y
levantando los brazos moviendo con rapidez los dedos.
- ¡Esther! – exclamó comprendiendo sus intenciones - ¡no!
- Ya lo creo que sí – rió haciéndole cosquillas en los costados.
- ¡No! ¡por favor! ¡no! – exclamó sin poder parar de reír debatiéndose bajo el
cuerpo de la enfermera - ¡Esther! no, no, no – intentaba zafarse sin éxito.
Esther, feliz y sin acabar de creerse lo que estaba sucediendo, continuó con su ataque y
Maca, vencida y sin fuerzas para oponerse, intentó incorporarse, pero no podía dejar de
reír y eso la hacía estar aún más floja, Esther no paraba de hacerle cosquillas hasta que
la pediatra comenzó a toser.
- ¡Por favor! – dijo casi sin voz – no puedo respirar – se tumbó de costado
tosiendo – no puedo respirar – dijo con dificultad tosiendo - ¡Esther! ¡ayúdame!
– le pidió mostrándose angustiada, abriendo unos ojos desencajados y
llevándose la mano al pecho – no pue…
- ¡Maca! – exclamó Esther deteniéndose y mirándola asustada - ¿qué te pasa!
Maca, ¿qué te pasa? – le preguntó con premura, saltando de rodillas sobre la
cama, intentando girarla hacia ella.
- ¡No! – se negó tosiendo - ay, me du…ele – se quejó – me du…ele mu…cho –
repitió con voz entrecortada sin resuello.
- Maca, ¡déjame ver! – le pidió al notar que se oponía sin dejar de toser y
respirando cada vez con más dificultad – Maca... Maca …
La pediatra se giró y Esther se quedó perpleja al verla reír a carcajadas y con agilidad
coger la almohada y darle con ella en la cabeza. La enfermera se había quedado
completamente paralizada.
- ¡No vuelvas a hacerme algo así! - le gritó enfadada aún con el miedo reflejado
en su rostro. Las palabras insistentes de Germán pidiéndole que no la alterase y
la escena que le había representado la habían llevado a creer que como poco,
tenía un colapso respiratorio.
Maca dejó de reír al verla tan enfadada y adoptó un aire de seriedad. Pero Esther, ya
recuperada del miedo inicial, sonrió.
Maca hizo lo propio, una mira dulce y sincera, que envolvió a la enfermera, que no
pudo controlarse, cogió su cara con ambas manos, permaneció un instante con los ojos
clavados en ella, ágiles y bailones, que reflejaban lo que pensaba hacer.
- Esther… no… - protestó intentando echarse hacia atrás, sin éxito, temiendo lo
que se avecinaba. La enfermera volvió a besarla, esta vez Maca no se apartó, ni
la empujó como las dos veces anteriores, pero tampoco le devolvió el beso.
- Lo siento – dijo Esther al ver que de nuevo no era correspondida – lo siento, lo
siento, sé lo que te prometí el otro día pero… me miras así, que … no… no he
podido contenerme… perdóname – le pidió suplicante – perdóname Maca –
insistió frunciendo el ceño preocupada por la expresión de su cara.
El silencio más absoluto invadió por un momento la cabaña. Maca la observó, el ceño
fruncido y una sombra que pasó fugaz por sus ojos, asustaron a la enfermera que se
dispuso a seguir con las disculpas. Sin embargo, Maca hizo algo inesperado, volvió a
levantar su mano, la apoyó en la base de la nuca de Esther y la atrajo hacia ella. Esta vez
el beso fue tan apasionado que Esther sintió que comenzaba a temblar. Maca jamás la
había besado así, no solo con desesperación, con pasión, si no como si en aquel beso
contuviese todos sus sentimientos. Esther deseó que durase toda la vida, pero Maca
volvió a separarse de ella un instante, que aprovecharon para escudriñarse mutuamente,
las miradas fijas una en la otra, la timidez dejó paso a la sonrisa, fue la pediatra la
primera en apartar la vista y dirigirla a los labios de la enfermera al tiempo que
entreabría los suyos y entrecerraba los ojos. Esther interpretó aquello como una
invitación a besarla, ahora sí, Maca le daba permiso y eso hizo, se inclinó sobre ella y la
besó. Esta vez Maca correspondió con creces, sintieron el roce suave y la tibieza de sus
labios, labios con labios, recreándose en ese beso que prolongaron durante más de un
minuto, explorándose como si no se conocieran, recuperando lo que había sido suyo,
jugueteando como dos niños con espadas nuevas, temerosas y a un tiempo atrevidas,
impulsivas y entregadas, sintiendo que sus alientos se mezclaban creando un nuevo
sabor jamás probado. Fue Maca, de nuevo, la primera en detenerse y apartar ligeramente
a la enfermera que le preguntó con la mirada “¿qué ocurre?”, Maca clavó sus ojos en
ella.
* * *
Tras unos minutos que llenaron de besos y caricias, Maca se retiró y miró hacia la
ventana por donde los primeros rayos de sol ya estaban convirtiéndose en una luz
potente. La enfermera le sonrió comprendió al instante, se levantó y bajo el estor, se
acercó a las puertas y las cerró. Volvió junto a Maca y se sentó en el borde de la cama
donde días antes había estado cuidándola, temiendo por su vida.
Esther comenzó a besar su cuello, con pequeños besos y mordiscos bajando hacia sus
pechos, mientras la pediatra seguía acariciándola con una pericia que Esther no
recordaba. Maca no podía controlar la tentación, gimió de nuevo y Esther se detuvo
maliciosa, se escudriñaron unos instantes tras los cuales la enfermera comenzó a besarla
con una pasión que Maca tampoco recordaba en ella, intentó dejarse arrastrar, pero su
mente ya estaba luchando frente aquellas caricias, frente aquellos besos que la hacían
gozar. Se detuvo un instante y Esther reclamó sus caricias “sigue”, “no te detengas”
pidió en un susurro, apretándose contra ella con tal fuerza y deseo, que Maca, ahora sí
de verdad, no podía respirar. La enfermera retiró con rapidez una de las almohadas en
las que estaba recostada la pediatra, tumbándola completamente y se echó sobre ella, sin
dejar de besarla apasionadamente.
Maca intentaba luchar contra sus pensamientos, pero no podía. Su cuerpo se rebelaba, se
empeñaba en enfrentarse a ella demostrándole que no tenía control sobre él, que no
podía dominarlo. “¿Qué te crees que puedes actuar como si nada, qué puedes disfrutar
como antes! ¡mírate! ¿qué crees que pensará cuando quiera seguir y…! no puedes
hacerla feliz, no puedes darle lo que desea, ¡no se merece esto!”.
Esther se sentó junto a ella y la abrazó pero la pediatra rechazó ese abrazo.
En estos años había aprendido a hacerse amiga de su cuerpo, había aprendido a hacerlo
todo de forma diferente pero allí tumbada, enfrentándose por primera vez desde el
accidente a su sexualidad, se sentía impotente. Hasta ahora no solo había silenciado sus
deseos, los había cancelado. Se tapó los ojos con ambas manos, y lloró desconsolada,
deseando con todas sus fuerzas despertar de aquel mal sueño, en el que ya nunca
temblaría por el mero hecho de tenerla cerca. El dolor del pecho iba en aumento
cortándole la respiración, pero no podía dejar de llorar.
No pudo seguir, la pediatra tiró de ella y la besó de nuevo, con ternura, despacio,
recreándose en aquel contacto. Esther la separó con delicadeza y le sonrió, “no llores,
mi amor”, le susurró entregándose a un nuevo beso.
Cuando se separaron, permanecieron con la vista fija una en la otra, la enfermera sonrió,
satisfecha de su triunfo.
- No llores más, mi amor – le pidió de nuevo, ahora con más fuerza, viendo que
las lágrimas seguían surcando su rostro.
La pediatra seguía con su vista fija en ella, sin responder, con aquella mirada perdida,
culpable, huidiza y Esther sintió que el corazón se le aceleraba, reconocería aquella
expresión en cualquier parte, por mucho tiempo que hubiera pasado, por mucho que
Maca hubiese cambiado, sus ojos le estaban anticipando aquello que no deseaba oír. Iba
a decirle que no, iba a rechazarla, a pesar de todo lo que le había dicho, a pesar de estar
segura que ella también la amaba, Maca no iba a permitirse reconocerlo y ella no quería
oírlo. El miedo la atenazó, Maca le iba a decir que no, que no la quería, que no podía
estar con ella, sí, era eso, estaba segura de que era eso.
- Esther yo… tengo que… que decirte algo… tengo que… que explicarte…
porqué… porqué yo no…
- Chist, no quiero oírlo – la silenció levantándose de la cama con brusquedad – no
lo digas, porque no voy a escucharte. Nos marcharemos en unos días – la
informó repentinamente, hablando con precipitación – hasta entonces, dormiré
con Sara. Salvo que cambies de idea.
- Esther… - intentó protestar sin comprender su cambio de tono y de actitud –
yo…
- Así no, Maca – se negó – así, no – repitió enfatizando el “así”.
- Pero… ¿así cómo? – preguntó desconcertada, viendo que se levantaba y se
dirigía a la puerta – ¡Esther! – la llamó - ¡escúchame!…
- A dios, Maca – fue su única respuesta al tiempo que salía de la cabaña con
precipitación.
- ¡Esther!..
Maca miró la puerta que se cerraba en sus narices. “Esther”, musitó. La barbilla le
tembló, pero se contuvo, no era momento de lloros, era el momento de intentar que la
entendiese. Saltó a su silla, cogió la camiseta y se la puso con rapidez, buscó sus
pantalones pero no los encontraba por ninguna parte, con desesperación cogió la jarapa
y se la colocó encima de las piernas a toda prisa, no podía perder más tiempo, se sentía
impotente por no poder correr más, tenía que salir cuanto antes si quería alcanzarla.
Mientras, no dejaba de darle vueltas a la cabeza, “me quiere, me quiere, me quiere de
verdad, pero.. ¿cómo puede quererme?”, “no, no puede ser, te lo ha dicho para que te
sintieras mejor”, “¿por qué no puedo creerla! quiero creerla, necesito creerla, ¡la
necesito!”, “sí y la vas a perder, tienes que contarle la verdad, tienes que explicarle y…
luego … luego ¿qué?”, se decía al tiempo que abandonaba la cabaña por la puerta de
atrás con tanta velocidad que estuvo a punto de caer, dio la vuelta a la esquina,
intentando interceptarla pero, como siempre, había llegado demasiado tarde y miró
hacia todos los lados, ¿dónde estaría? “¡joder!”, exclamó desesperada, no podía haberse
marchado, tenía que hablar con ella, tenía que explicarle, tenía que…
Maca, se dio la vuelta y la vio salir de la cabaña de Sara. Esther parecía llevar mucha
prisa. Maca sin pararse a nada más intentó correr hacia allí.
- ¡Esther! – gritó mientras veía como la enfermera apretaba la marcha para evitar
que la alcanzase - ¡Esther! ¡espera! – gritó de nuevo, sin que diese muestra
alguna de haberla oído - ¡Esther! ¡espérame! – vociferó con todas sus fuerzas,
imprimiendo toda la velocidad que podía a la silla.
La enfermera suspiró y se quedó mirándola esperando que dijese algo más. Pero Maca
respiraba con agitación intentado recuperar la calma para poder explicarse.
Maca la miró abriendo los ojos perpleja, ¿de qué hablaba! ¿de Vero! entendía que
tuviese dudas con respecto a Ana pero… creía que había quedado claro que lo que le
dijo de Vero era por hacerla alejarse de ella.
- Muy bien, te escucho, ¿por qué no puedes? – le preguntó mucho más amable
pero con un deje de impaciencia.
- Porque… porque… yo… yo no… - la miró fijamente a los ojos, una sombra
pasó por ellos, Esther se confundió al intentar descubrir qué quería decirle con
aquella mirada, le daba la sensación de que estaba arrepentida, avergonzada, de
pronto, creyó entenderla, “va a mentirme, va a contarme una milonga para no
reconocer que no tiene valor de estar conmigo, de dejarlo todo por mí”, se dijo
sintiendo una oleada de pánico y rabia, mientras la miraba esperando que
continuase hablando – no creas que es por ti, no es eso – le aseguró con
franqueza.
- Entonces ¿qué es? – le preguntó frunciendo el ceño, “ahora es cuando me va a
decir que está Ana y si tiene valor me reconocerá que Vero, también”, se dijo
cada vez más enfadada con su cobardía.
- Soy yo – respondió con un hilo de voz – yo que… yo no.. no he estado con
nadie desde… desde el accidente – terminó por confesar – y… no sé... no… yo
no… - se interrumpió mirándola con la esperanza de que la entendiese, de que
viese el trabajo que le costaba decirle aquello y le impidiese seguir hablando, de
que le dijese que no ocurría nada, como había hecho antes. Pero la enfermera
permaneció en silencio, mirándola con el ceño fruncido y una cara de enfado que
la asustó – Esther… dime algo.
- ¿Qué te diga algo! ¿qué quieres que te diga, eh? – le respondió airada, Maca se
encogió de hombros y enarcó las cejas, no entendía que ocurría, la miró
desesperada, buscando su comprensión.
- Lo siento – murmuró bajando los ojos – no te enfades, ya sé… ya sé que debí…
debí haberte avisado antes o … no haber dado pie a… pero… me dejé llevar y…
yo… no... no sé… no puedo…
- ¡Lo que me faltaba por oírte decir! – exclamó despectiva dejando a Maca
completamente perpleja por aquella reacción después de lo que acababa de
reconocerle – no ofendas mi inteligencia, Maca, ¿pretendes que me trague eso? –
le preguntó sarcástica - ¿de ti? Ten valor y dime la verdad – le ordenó enfadada
– ahí dentro te he abierto mi corazón – continuó bajando la voz,
enronqueciéndola y apoyando ambas manos en los brazos de la silla,
acercándose a su rostro - ¿y cómo me correspondes! ¿riéndote de mí?
¿mintiéndome?
- Es… es la verdad – le dijo frunciendo el ceño ofendida por sus palabras.
- ¿Y la conversación que tuvimos en el campamento! ¿qué me dijiste cuando te
pregunté si podías…! ¿lo recuerdas! ¡porque yo sí! ¡Recuerdo perfectamente lo
que me dijiste! ¡recuerdo cada palabra! – exclamó cada vez más enfadada – es
más ¡te burlaste de mí!
- Te mentí – reconoció con impaciencia – pero… no me burle – musitó con un
hilo de voz - Me... me dio vergüenza reconocer que... que no… y… ¡ya me
conoces! – se excusó, comenzando a sentirse molesta por como le estaba
hablando.
- ¡Estás casada! ¿pretendes que me crea que llevas tres años sin…?
- ¡Es verdad! – insistió con fuerza, interrumpiéndola.
- Antes mentías, ahora dices la verdad, ¿cuándo debo creerte, Maca! ¿Cuándo me
besas o cuando me miras y me dices que mentías! ¿Cuándo intentas hacerme el
amor o cuando me recuerdas que tienes una mujer a la que le debes fidelidad!
¡¿Cuándo?! – le gritó.
- Es verdad - murmuró mirándola fijamente - ¿qué pasa! no… no entiendo…. –
balbuceó perpleja – te digo que es verdad – insistió, sosteniendo su mirada.
Esther supo que no mentía y se sintió avergonzada por haberle hablado de aquella
forma, por haberse dejado llevar por los celos, por haberse casi burlado de ella, pero si
era cierto lo que decía, ahora sí que no entendía nada.
- Pues… si es verdad… - dudó un momento - mucho peor – le dijo con voz ronca.
- ¿Qué quieres decir? – le preguntó asustada “¿peor porqué?”.
- ¡Nada! – exclamó dándose la vuelta y dejándola allí plantada.
- ¡Esther! – la llamó levantando la voz - ¡Esther!
- Maca… déjalo y no intentes arreglarlo – le respondió levantando la voz y
mirándola por encima del hombro sin dejar de andar – además, no es eso lo que
me importa, creo que te lo he dicho y te lo he dejado claro, no tiene nada que ver
con lo de antes. Tiene que ver con tu actitud.
- ¿Qué actitud? – preguntó cada vez más confusa, yendo tras ella.
- Reacciona de una vez – le espetó molesta – deja de intentar simular que eres una
supermujer, a mi no tienes que impresionarme.
- ¿De qué coño hablas? – preguntó alcanzándola.
- De nada, Maca – respondió arrastrando las palabras – ¡de nada! – repitió, dando
un par de pasos para alejarse.
- ¡Esther! – la llamó y la enfermera se volvió – no entiendo… no… - la miró
desesperada – yo… quiero….
- Tengo prisa, Maca, no tengo todo el día – le dijo comenzando a andar de nuevo.
Maca la siguió.
- Pero yo…
- Tú deberías entrar y cambiarte que… ¡vaya pinta tienes! – se paró y se volvió
hacia ella – tengo prisa – repitió.
- Esther…
- ¿Qué? – casi le gritó mirándola enfadada. Su gesto hizo echarse atrás a Maca,
había pensado suplicarle que la creyese, confesarle que también la amaba, pero
¿realmente amaba a aquella mujer que se mofaba de lo que acababa de
confesarle y no creía en sus palabras! “no, no hagas esa locura, piensa en Ana,
recuerda lo que te dijo Vero, ¡aléjate! Esther no es la persona de la que te
enamoraste”.
- No te he mentido pero... tienes razón – reconoció mostrando en el tono lo
molesta que estaba y levantando el mentón orgullosa - No puedo por… por Ana.
- Te ha costado trabajo – le dijo con retintín y un gesto de suficiencia - ¿y por algo
más?
- No – musitó – pero… no es lo que crees… es que...
- Ya… - dijo incrédula, interrumpiéndola.
- Es mi mujer – respondió molesta por como la estaba tratando – tienes que
entender que...
- ¿Tu mujer? – preguntó con sarcasmo – no te acuestas con ella, o eso dices, no va
a verte al hospital, ¿dónde estaba cuando te dieron la paliza! y … ¿dices que es
tu mujer? – volvió a preguntar con retintín – ¡no me mientas más, Maca! ¡por
favor!
- No miento – intentó desafiarla con tan poca convicción y tanto dolor en su
mirada que la enfermera se ratificó en lo que pensaba.
- ¿Me vas a decir dónde estaba tu mujercita cuando la necesitabas? – le preguntó
despectiva, ese tono terminó por ofender a Maca, pero se mordió el labio y no
respondió, bajó la vista, hundida - ¿qué pasa! ¿no lo sabes?
- Sé que siempre estuvo a mi lado cuando la necesité y que cuando no ha estado
es porque no puede – respondió con tal tono de recriminación y tal mirada de
furia que Esther creyó escuchar un “no como otras”, que Maca no pronunció.
- Vale – musitó con las lágrimas saltadas tras escuchar lo que tanto había temido -
A dios, Maca – le dijo cansada de aquella conversación, mientras Maca no
tuviera el valor de ser sincera con ella no tenía ninguna intención de seguir
escuchándola.
- Esther – murmuró viéndola alejarse, las lágrimas se le saltaron también, no la
entendía, no entendía qué quería de ella. Si no le hablaba malo y si intentaba
hacerse entender, peor.
Germán que se había mantenido por allí, al ver que Esther se marchaba enfadada, se
quedó dudando si ir tras ella y echarle otra bronca como la de la noche pasada, o ir a ver
a Maca, que permanecía inmóvil, con una mano en el pecho y la otra pasándosela por la
frente, finalmente optó por hacerle una seña a Sara para que fuese a ver a la pediatra, la
joven le dijo en la distancia que no, empezaba a conocer a Maca y no le apetecía en
absoluto meterse en su vida y ganarse una bordería, pero Germán insistió con gestos
ostensibles y, Sara, tras negar con la cabeza y suspirar, bajó los escalones de su cabaña
y se acercó a ella con temor. Germán la observó inclinarse hacia ella y ponerle una
mano en el hombro y, más tranquilo, fue en busca de Esther a la que había visto
desaparecer en el interior de la radio.
Maca interpretó ese silencio como que no había escuchado su respuesta e imaginó que
Esther se quejaba de ella.
En el exterior, Maca se pasó la mano por la frente, con las lágrimas saltadas giró la silla
y se encaminó a la cabaña. Sentía rabia por haber sido tan imbécil, por haberse dejado
arrastrar, por haber creído sus palabras… Su mente era un torbellino de ideas
contradictorias, Esther le había dicho a Germán que no la quería pero ni siquiera hacía
una hora que a ella le había dicho todo lo contrario, y de tal forma que había conseguido
que no dudara de ello. Le estallaba la cabeza, tenía que calmarse, tenía que respirar
hondo, tomar aire y seguir adelante, pero cada vez le pesaban más los brazos. Tenía que
haber dejado que Sara la acompañase, tenía la sensación de que la cabaña cada vez se
alejaba más. Se detuvo un momento, dudando si entrar en los baños, estaba mareada y
muy cansada. Finalmente, decidió seguir. En la puerta, Pluma se acercó a ella y la miró
a los ojos, Maca se detuvo, la perra apoyó su cabeza en sus rodillas, sin dejar de mirar a
Maca que la abrazó y comenzó a llorar, dejando que Pluma la reconfortara con sus
lametones.
En el comedor, Germán, había guardado silencio, pacientemente, escuchando a la
enfermera sin creer ni una palabra de lo que le decía. Cuando la vio terminarse la tila, le
sonrió comprensivo y, con un suspiro, movió la cabeza de un lado a otro.
Esther lo miró y le devolvió la sonrisa, ¡era increíble como en esos años habían
aprendido a conocerse! no podía engañarlo.
- Siento que la amo más que nunca, que mientras más se cierra, mientras más
impedimentos se busca para negar lo que siente, más la quiero y que si no
consigo que se dé cuenta me voy a volver loca.
- Y si eso es así, porqué no intentas hablar con ella de nuevo y se lo dices.
- ¿Para qué! no hace más que huir de la verdad, se deja llevar dos minutos y en
seguida vuelve esa mirada de culpabilidad a sus ojos, y… yo no quiero estar con
ella así, haciéndola sentir culpable, haciéndola infeliz.
- Y … ¿qué es lo que quieres! pasar otros cinco años aquí, lamentándote.
- Me va a costar mucho olvidarla, pero… lo voy a intentar. No puedo obligarla a
que me quiera.
- No la obligas a nada – le respondió con una sonrisa de suficiencia - Maca te
quiere, te quiere tanto que está cagada de miedo y… si tú no eres capaz de
hacerla reaccionar, entonces sí que será una infeliz toda su vida.
- Y ¿cómo lo hago! estoy cansada de intentarlo…
- Vuelve a Madrid con ella y hazle ver que te quedarás allí, por ella.
- ¿A Madrid! pero Germán… - protestó – yo… no quiero…
- Tú la quieres más que a nada en este mundo ¿no es eso lo que me llevas
repitiendo desde siempre?
- Sí.
- Si quieres mi opinión Maca está a punto de caer. No hay más que verla, parece
un alma en pena vagando detrás de ti – le dijo burlón - ¡una Wilson con esa
camiseta! y ¿sin vestir! en mitad del patio, corriendo con el pelo engrifado como
alma que le lleva el diablo.
Esther rió a carcajadas solo de imaginar la cara de Maca cuando fuera conciente de
cómo había salido de la cabaña. No sabía cómo lo hacía pero Germán siempre
conseguía animarla.
- Eso sí, deberías ser más considerada con ella. Entiendo que estés frustrada por
sus negativas y sus dudas … pero… ya sabes como es..y… mostrarte impaciente
o molesta y… enfrentarla a Ana, no te va a ayudar en nada. La has cagado.
- Lo sé – murmuró bajando los ojos.
- Anda, niña, vamos a verla. No me fío yo de que con esas carreras… - se calló sin
intención de alarmarla.
- Sí, vamos – le dijo más contenta y sin rastro del enfado anterior – le debo una
disculpa.
Ambos salieron del comedor, el médico en un gesto habitual en él le pasó el brazo por
los hombros y bajó la voz.
- No cometas el error de dormir con Sara, hazlo con ella – le recomendó y Esther
lo miró enarcando las cejas – demuéstrale que, decida lo que decida, vas a seguir
a su lado.
- Eres un…
- ¿Romántico? – la interrumpió sin dejarla terminar, pasando junto a la ventana de
la cabaña. Esther soltó una carcajada y lo miró divertida – en serio, es lo que soy
– le dijo muy bajito – anda sube y habla con ella, pero con naturalidad, nada de
malas caras y malos modos.
- A la orden - susurró también.
Maca, que había escuchado sus risas, y la carcajada de Esther, sintió que el mal humor
la embargaba. ¡Sería idiota! y ella que había estado a punto de dejarlo todo, de dejar a
Ana, “Ana”, musitó “¿cómo voy a hacerte eso?”, “no, no voy a hacerlo”, “tengo que
volver a Madrid”, “tengo que volver, ¡ya!”, murmuró cabizbaja.
Maca le lanzó una hosca mirada y no respondió. ¿Qué pretendía? ¿llegar como si tal
cosa después de lo que había pasado? la había insultado, se había reído de ella, le había
dicho claramente que no creía lo que le decía y cuando había intentado ir tras ella y que
la escuchase, había apretado el paso dejándola con la palabra en la boca. Y, para colmo.
la había escuchado contarle todo a Germán, reconocerle que había estado jugando con
ella, hasta que se había dado cuenta de que no la quería. Estaba ofendida y dolida, muy
dolida. Después de lo que había sucedido en la cabaña sabía muy bien lo que no quería,
no quería cargar con ella. Sus palabras, esas que le habían devuelto la esperanza eran
vanas, vacías. Esa Esther no era su Esther, la que ella recordaba y amaba. Solo deseaba
volver a Madrid y olvidarse de todo.
Esther permanecía en pie en la puerta de la cabaña, mirando a Maca que leía junto a la
ventana. Respiró hondo, iba a ser tarea difícil conseguir que aceptase sus disculpas.
La enfermera la miró, una sombra pasó por sus ojos y Maca supo el daño que sus
palabras acaban de hacerle, pero no alcanzaba a entender el porqué de aquella expresión
mezcla de decepción y temor. Aquella mirada llena de dolor solo podía significar que lo
que le había dicho a Germán no era del todo cierto y que lo que si eran ciertos eran sus
besos. Estaba tan desconcertada y tan confusa…
Esther salió dando un portazo y Maca sintió que, de nuevo, las lágrimas afloraban a sus
ojos. ¿Por qué jugaba Esther con ella de esa forma? No lo soportaba.
El médico se quedó pensativo y miró el reloj, estaba hasta arriba de trabajo pero tendría
que buscar un hueco para echarle ese vistazo a Maca, a ver si iba a ser cierto que no se
encontraba bien. Aunque estaba casi seguro que lo que le dolía era el alma más que
cualquier otra cosa. De momento tendría que esperar un buen rato.
* * *
Maca estaba sentada en el porche de la cabaña, a pesar del sofocante calor ella tenía
frío, por eso se había puesto la jarapa sobre las piernas y había salido a tomar el sol.
Releía un libro que le había llevado Sara en los primeros días de su convalecencia. En
realidad, ni siquiera leía, hacía como si lo hiciera porque al segundo renglón la mente ya
había volado a todo lo que ocurriera por la mañana. No podía dejar de darle vueltas a lo
que Esther la había hecho sentir con sus besos y caricias, aquello había sido muy real,
tanto que la enfermera había conseguido disipar todas sus dudas, al menos, durante unos
momentos, pero luego, todo aquello se disipaba se desvanecía en su mente frente a sus
palabras de reproche, de burla, frente a la frase que se repetía una y otra vez “me he
dado cuenta que no, que no la quiero”, “no me quiere, no me quiere, lo has oído alto y
claro, convéncete de que esa es la auténtica verdad, Germán es su amigo, se ha confiado
a él”, suspiró con la vista clavada en aquellas letras que no veía, “pero y sus besos, y sus
palabras, ¿porqué me dice que me quiere si no es así?”, “no lo entiendo, no lo entiendo”,
se repetía, pasándose la mano por la frente.
Germán la vio al pasar, camino del Hospital, había salido a recibir a Felipe y Gerard que
volvían de su ruta por las aldeas y poblados, cuando su imagen solitaria lo hizo
detenerse, recordando su promesa de ver cómo se encontraba, movió la cabeza de un
lado a otro, y se decidió. Le pidió a sus acompañantes que lo esperasen un momento y
se encaminó hacia donde se encontraba.
- ¿Qué tal Wilson? ¿Aprovechando para ponernos al día? – la saludó burlón al ver
que no se trataba de una novela.
- Si vienes a buscar bronca te advierto que no estoy de humor – le amenazó de
mala gana.
- Ya veo, ya – sonrió mirando sus ojos hinchados y la palidez de su rostro – no
deberías leer si te duele la cabeza. Ni estar aquí puesta al sol.
- ¿Quién te ha dicho a ti que me duela la cabeza?
- No hace falta que me lo digan, Wilson…
- ¿Me vas a decir qué quieres? me gustaría seguir leyendo.
- Nada – sonrió – he ido a buscar a Gerad y Felipe – le explicó señalando a los
dos chicos que lo esperaban a una prudente distancia – son del equipo, no los
conoces porque estaban de ruta. ¡Eh! Chicos, venid un momento – los llamó
elevando la voz.
- Germán… - protestó sin ganas de conocer a nadie.
- Wilson, Wilson – la recriminó con los ojos y ella apretó los labios sin decir nada
más, no quería que le presentase a nadie y menos con la pinta que tenía, se bajó
las gafas de sol que tenía puestas en la cabeza sujetándose el pelo y los vio como
llegaban hasta ellos – esta es la doctora Wilson, lleva aquí un par de semanas,
quería presentárosla.
- Encantado – dijo uno de los jóvenes tendiéndole la mano, “por lo menos tiene
educación no como el tal Wizzar”, pensó estrechándosela – soy Gerad,
sociólogo del equipo y él es Felípe, psicólogo – le presentó a su compañero.
- Un placer doctora, Sara me habló de usted – le dijo tendiéndole también la
mano.
- ¿Me esperáis en mi despacho!? tengo que hablar un momento con Wilson – les
sonrió afable - quiero que veamos la próxima campaña, además ha llegado el
material que solicitasteis.
- ¿En serio? ¿ha llegado? – preguntó Gerad con una mezcla de incredulidad e
ilusión. Germán asintió enarcando las cejas, satisfecho - De acuerdo, te
esperamos allí.
- Pues ahora nos vemos – los despidió y antes de que se alejaran gritó - ¡Felipe! –
el joven se volvió - necesito que me hagas un favor y me ayudes con un caso.
¿Podrás sacar un rato esta noche?
- Claro, lo que quieras, hasta mañana no tenemos que personarnos en Kampala.
¡Me haces un favor! – exclamó en tono de broma – así le encasqueto el informe
a éste – cogió a Gerad por los hombros y lo zarandeó.
- Germán… - le dijo cuando estuvieron solos – si quieres decirme algo, dilo ya y
déjame seguir leyendo.
- Bien, ahí va - dijo sentándose en el escalón lo que provocó un suspiro de
desesperación en Maca, estaba claro que la cosa iba para largo – ¿se puede saber
qué coño te pasa con Esther?
Maca abrió la boca de par en par, no se esperaba aquella pregunta y mucho menos
formulada en aquel tono.
- Perdona que sea tan burro pero, sinceramente, estoy hasta los cojones de
cobardes, deja ya de perder el tiempo y dile la verdad, dile que la quieres.
- ¿Y tú qué coño sabes y quién coño te crees que eres para meterte en mi vida? –
le soltó airada y enfadada, poniéndose tan roja que Germán se apresuró a
calmarla.
- Vale, vale… no te alteres - la frenó sonriendo, “a la defensiva, si te conoceré yo,
estás coladita hasta los huesos” – yo solo me intereso por ella, quiero que sea
feliz.
- Ya… ya sé que tu única preocupación es que tu enfermera milagro no sufra –
dijo recalcando el “tú” y el “milagro”, con sarcasmo y un ligero tono despectivo
– mejor dicho que, yo, no la haga sufrir – terminó con retintín aludiendo a la
conversación que habían tenido días antes con él.
- También me importa que no sufras tú – le reconoció desarmándola.
- Ya… - fue lo único que se le ocurrió decir sin ofenderlo, porque su primera
intención fue herirlo con sus palabras pero algo se lo impidió, aquella sonrisa y
aquel gesto de niño travieso e inocente, la frenaron, en el fondo sabía que
Germán sí se preocupaba por ella, es más, se estaba portando de una forma tan
cariñosa y atenta que ya no tenía casi fuerzas para enfrentarse a él como solía
hacer en el pasado.
- Empiezo de nuevo – sonrió sin inmutarse.
- No. Mejor lo dejas – lo cortó con genio – y de paso, me dejas en paz. No quiero
discutir contigo.
- No, mejor me escuchas, ¿entendido? sin interrupciones y sin protestas – le
indicó con el dedo amenazadoramente, luego mucho más suave y en un tono
casi de confidencia continuó – Sé que tienes miedo y sé que nada es fácil, pero
Maca, la quieres, y eso se te ve a la legua y ella ya no sabe que hacer para que se
lo reconozcas.
- Te equivocas o… no la escuchas cuando te habla – le dijo con retintín, él frunció
el ceño sin entender por dónde iba y continuó.
- Está desesperada y está a punto de tirar la toalla, si no lo ha hecho ya es porque
yo le he pedido que no lo haga…
- ¡Deja de mentirme! – le dijo con tal fuerza que Germán se echó hacia atrás,
sorprendido - la escuché hablar contigo y la escuché decir que no me quería. Así
es que…no sé a que viene esto, ¿qué pretendéis? ¿reíros de mí un poco más? ¿no
tuvisteis bastante con la cena de anoche?
- Ya te dije que sentía lo de la cena y ella lo siente mucho más, está nerviosa y
está…además, no sé cómo puedes pensar eso de nosotros – respondió
mostrándose ofendido.
- ¡Ah! Es cierto, no tengo ningún motivo – respondió con sarcasmo – ¡perdona! es
ésta – dijo señalándose la cabeza – que me juega malas pasadas.
- Wilson, Wilson – sonrió sin intención de caer en una discusión con ella,
necesitaba hacerla razonar – te aseguro que si te digo todo esto, es porque es
cierto y porque no quiero verte con esa cara de funeral, ¡mírate! el frío que
sientes no te lo vas a quitar con esa jarapa – se burló de ella, sin mostrar la
preocupación que tenía al ver que seguía con esos síntomas – habla con ella y sé
sincera de corazón. Esther va a rendirse, sigue enamorada de ti, pero no va a
insistir más y, ahora, solo tú puedes conseguir que no lo haga.
- Ella ya me ha dicho todo lo que le ha dado la gana – confesó con una voz tan
ronca que Germán comprendió lo dolida que estaba - ¡no me vengas tú ahora
con paños calientes! – le soltó mostrándole en su mirada lo ofendida y
decepcionada que se sentía - ¿qué pasa? ¿qué se ha arrepentido? ¿te ha mandado
ella o te has ofrecido tú solito? pues si es cosa de Esther, le dices que no los
necesito y que si quiere algo que venga y de la cara y si ha salido de ti, te repito
que ¡me dejes en paz! ¡Sé muy bien lo que oí!
- ¿Y escuchaste todo lo demás? – le preguntó acusador pero con una sonrisa de
suficiencia – porque si es así, sabes que no son paños calientes y si no lo es, te
perdiste cuando reconoció que no sabe qué mas hacer para demostrarte que te
quiere, que está desesperada, que se vuelve loca si te pierde… que..
- ¿Eso dijo? – le preguntó sin poder ocultar su interés pero con una tristeza que él
no comprendió, debería haberse alegrado.
- La conozco y, aunque me ha dicho que no, sé que volverá a intentarlo, sé que
por mucho que diga, no se quedará unos días en Kampala con Nancy, y… - se
detuvo observándola detenidamente consciente de que debía medir sus palabras
para preocuparla sin llegar al extremo de enfadarla - … y… si decide no hacerlo,
si regresa, no seas imbécil, y no la dejes escapar.
- ¿Has terminado? – preguntó muerta de celos con la idea de que Esther se
quedara en Kampala unos días con aquella Nancy, ¿se quedaría en su casa?
¿dormiría con ella? ¡no podía, ni quería imaginarlo!
- Sí.
- Te repito lo mismo que antes, no tienes ni puta idea de nada, yo estoy…
- No me vayas a contar la milonga de que estás casada y quieres a tu mujer porque
no cuela – la cortó dejándola con la boca abierta – he hablado con Adela y lo sé
todo. Sé todo lo de tu mujer y…
Maca notó que los ojos se le llenaban de lágrimas y bajó la vista, no soportaba mostrar
debilidad delante de nadie y menos de él. Aquellas palabras la habían dejado noqueada,
jamás su hubiese esperado algo así y menos de Adela. Germán percibió el daño que le
había hecho esa revelación y se interrumpió, guardando silencio un instante.
- Eh, Wilson, vamos – posó su mano en la rodilla de Maca al verla tan afectada,
ella le dio un manotazo apartándosela – yo no quería...
- No tiene ningún derecho a contarte nada – lo fulminó con la mirada, luego la
bajó y Germán vio como le temblaba la barbilla - ¿cómo ha podido hacerme
esto? – murmuró más para sí que para él, Adela, la única que parecía haberla
escuchado, la única que parecía respetarla e intentar ayudarla, también la
traicionaba.
- Porque te quiere – le respondió con voz pausada y un tono muy bajo, inhabitual
en él - Adela te quiere más de lo que puedas imaginar – le reveló sin dejar de
observarla, Maca asintió con la cabeza en señal de incredulidad – es cierto, ¡pero
si en los días que llevas aquí he hablado con ella más veces que en el último
año! Ella solo quiere ayudarte. Y… Esther no sabe nada, Adela jamás te
traicionaría… no lo pienses, porque no lo haría – la defendió, a pesar de todas
sus diferencias con ella y Maca supo, inmediatamente, que Germán tenía razón.
- Pero a ti… ¿por qué?
- Porque en el fondo sabe que soy como ella y que... quiero a Esther, como ella te
quiere a ti, y sabe que Esther te ama y que sois dos idiotas que no dais vuestro
brazo a torcer.
- No voy a dejar a Ana – le dijo desafiante – ni por Esther, ni por nadie. Ya se lo
dije – musitó.
- Y lo entiendo, entiendo que debe ser muy duro por todo lo que has pasado, pero
Maca, mereces darte una oportunidad, mereces ser feliz. Y con Ana no puedes
serlo. ¿Por qué no se lo cuentas a Esther? yo creo que ella lo entendería, es más,
no te querría si no fueras como eres.
- Ya me has dicho lo que querías, ¿no?
- Si.
- Pues…¡déjame en paz! – le dijo bruscamente, sin ninguna intención de hablar
con él de su mujer.
- No te enfades y no la tomes con Adela – insistió paciente.
- No, si te parece le doy las gracias. Ya hablaré yo con ella. Pero… esto no se lo
voy a perdonar.
- Solo pensaba en ti.
- Pues que piense menos en mi y piense más en ella y el desastre de vida que lleva
– le espetó molesta – los dos podíais hablar menos de mí y más de vuestra hija.
- Eso es un golpe bajo – le dijo mudando su habitual gesto jocoso por uno
completamente serio.
- Con mi altura, no llego a dar otros – respondió sarcástica – y ahora, si no te
importa, ¡lárgate y déjame leer!
- Wilson, Wilson, tu sigue así, que vas a terminar por ser una vieja amargada.
- No te preocupes que no pienso llegar a vieja – soltó girando la silla, dispuesta a
marcharse ella, ya que él no mostraba ninguna intención de hacerlo y, dejándolo
pensativo, entró en la cabaña.
Maca estaba cogiendo algo del bolso que tenía encima de la mesa, había soltado el libro
junto a él y había colocado las gafas encima. Germán cogió la silla y la giró con tal
rapidez que la pediatra golpeó el libro y las gafas cayeron al suelo. Junto a ellas las
pastillas que pretendía tomar.
- Pero… ¿qué coño haces? – preguntó enfadada alzando la voz una vez que vio de
quien se trataba y que el susto inicial la dejó articular palabra.
- Eh, lo siento – dijo agachándose a recogerlo todo, con disimulo miró el bote de
pastillas y respiró aliviado al ver que eran los analgésicos que el mismo le había
dado, luego se levantó con las gafas en la mano – se han roto – observó
compungido, tendiéndoselas.
- Se han roto, se han roto – repitió remedándolo, alzando la voz – trae – se las
arrebató con genio – y ahora ¿qué voy a hacer yo aquí los días que me quedan?
¿eh? – dijo casi con lágrimas en los ojos, impotente, su única arma para no
sentirse tan sola y tan vacía, era leer. Sin Esther, sin gafas, sola…
Maca lo miró con el ceño fruncido, mostrando el enfado que sentía pero aquella idea, no
solo no le desagradaba si no que le llamaba la atención, es más, el sentirse allí
trabajando junto a Esther le producía una satisfacción especial. Algo que no se había
parado a pensar, algo tan fuera de su imaginación que cuando Germán se lo ofrecía en
bandeja experimentó una sensación extraña, mezcla de temor y esperanza.
Maca lo miró, por primera vez en mucho tiempo se sintió cercana a él, tanto como en la
facultad cuando le confesó que creía estar enamorada de su mejor amiga, de Adela.
Recordó aquella conversación, recordó lo tierno y comprensivo que fue con ella y
estuvo a punto de confiarle sus preocupaciones, pero en el último instante se sintió
incapaz.
Maca lo miró, dudando si hacerlo. ¡Estaba tan cansada y tenía tantas ganas de liberarse
de esa carga! Entreabrió los labios dispuesta a confiarle sus miedos, cuando escuchó que
subían los escalones precipitadamente.
- Doctor, doctor – entró Margot sin llamar – tiene que venir, ¡rápido!
- No te vayas – la señaló con el dedo saltando de la hamaca – tú y yo tenemos
mucho de qué hablar.
Germán salió a toda prisa de la cabaña y Maca se quedó allí, pensando en la suerte que
acababa de tener, si no hubiese entrado Margot, ahora estaría sincerándose con él, y eso
era algo que estaba fuera de sus planes. Germán era amigo de Esther, su confidente y lo
único que haría confiándose a él sería estropearlo todo aún más.
El resto del día lo pasó sola. Salvo por una fugaz vista de Sara que también quería
interesarse por lo que había ocurrido entre ellas. La chica llegó con timidez y le pidió
permiso para entrar en la cabaña. Maca se sorprendió al escuchar que llamaban, allí todo
el mundo entraba y salía sin ningún reparo y a ella le costaba sobremanera
acostumbrarse a esa falta de intimidad.
La joven entró y cerró la puerta permaneciendo en pie junto a la misma. Maca estaba
recostada en la cama, había bajado el estor y la cabaña esta sumida en una tenue
penumbra.
De pronto Sara le había parecido diferente, más joven y con un aire de inocencia que le
gustaba al tiempo que la sorprendía, con aquellos nervios, aquel intento de acercamiento
y ese halo de misterio y nerviosismo con que estaba envolviendo todo lo que le decía.
Maca se quedó sin palabras. Aquello era absurdo, de locos y al final, entre todos, iban a
conseguir volverla loca a ella, si es que no lo estaba ya.
Maca asintió sin decir nada, Sara la había dejado tan perpleja que no se le ocurría
ninguna respuesta, ni siquiera un simple gracias a su ofrecimiento.
- Bueno... yo… tengo que irme – le sonrió dirigiéndose a la puerta - hoy Oscar va
a pasarse por aquí – dijo saliendo y dejando a Maca completamente
desconcertada y con Pluma, que había aprovechado para volver a entrar, encima
de su cama intentando lamerla.
Su cabeza volvía a ser un torbellino si es que en algún momento del día había dejado de
serlo. Sara la empollona, Sara la del gran expediente, Sara la que había renunciado a
todo por estar allí, la chica segura, eficiente, seria… esa chica se dejaba llevar por… ¿su
perra?
Maca esperó con paciencia que llegara la hora de que Germán volviera, como le
prometió, pero no lo hizo. No dejaba de darle vueltas a todo lo que ocurriera por la
mañana con Esther, a sus besos, a sus palabras diciéndole que la amaba, a la
conversación con el médico y a la visita de Sara. Mientras más vueltas le daba a la
cabeza, más se convencía de que no podía dejar pasar más tiempo sin hablar con Esther,
y esa posibilidad acrecentaba sobremanera los nervios que sentía. La sola idea de
contarle al detalle su vida desde que la enfermera se marchó, le provocaba tal sensación
de angustia que creía que no iba a ser capaz de hacerlo. La cabeza le dolía cada vez más,
se sentaba en la silla y al rato volvía a tumbarse en la cama, no se encontraba bien en
ninguna de las posiciones que adoptaba y la desesperación comenzó a cobrar fuerza en
su interior.
Solo deseaba que Esther abriese esa puerta, que regresase ya, que no se quedase varios
días en Kampala con esa Nancy a la que estaba comenzando a odiar visceralmente, se
sentía a punto de explotar y la maldita espalda no dejaba de dolerle. La soledad de
aquella cabaña, el no poder distraerse ni siquiera leyendo, las dificultades en las
comunicaciones que le impidieron contactar con España, ni con Adela, ni con Claudia,
ni con Vero a la que llamó desesperada y sin éxito, le provocaron tal grado de
alteración y nerviosismo que cuando a la hora de comer apareció Margot con un plato
enorme de un guiso, solo el olor, le hizo dar arcadas. La joven, mirándola por primera
vez con cierto aire de desprecio, que no pasó desapercibido a la pediatra, tuvo que
devolverlo a la cocina y regresar con una tila y un caldo por orden de Germán, que no
tuvo ni un segundo para estar con ella. Y Esther no regresaba.
El frío que tuviera por la mañana se había convertido en un calor intenso que la
asfixiaba y le hacía sentir la cara ardiendo. Cada vez que se asomó a la puerta principal
de la cabaña intentando comprobar si había mucho trabajo que impidiera al médico
cumplir con su promesa de ir a verla, un bofetón de aire caliente la hacía volver a
entrarse. Además, no se veía un alma por ningún lado y cada vez estaba más segura de
que algo raro estaba pasando. Eran ya muchos días allí para saber que no era un día
como los demás. A la hora de la cena se dirigió al comedor, pero lo encontró vacío,
sabía que no habían llegado heridos porque desde la puerta principal de la cabaña podía
observar el patio y había estado vacío todo el día. ¿Qué estaba ocurriendo! vio salir a
Francesco y lo llamó pero, por una vez, el joven se limitó a saludarla con la mano y salir
corriendo en dirección contraria, Germán apareció, unos segundos después, tras él,
parándose en la puerta de la radio, pasándose la mano por la frente.
La pediatra no dijo nada más y Germán tampoco, lo que extrañó a Maca que se esperaba
otro sermón del médico, sin embargo, se mantuvo en silencio mientras la subió a una
camilla y conectaba todos los monitores. Maca no dejaba de observarlo, cada vez le
parecía más ausente, distraído y preocupado. Actuando con rapidez, haciendo un par de
indicaciones a Gema y situando los monitores a su lado.
- Germán… ¿sabes algo de Esther? – se atrevió a preguntarle por fin aquello que
tanto deseaba conocer.
- ¿De Esther? – saltó con rapidez - ¿qué quieres que sepa? lo mismo de todos,
Wilson.
Maca lo miró sorprendida por su brusca respuesta y apretó los labios disgustada por sus
modos, y segura de que estaba molesto por haber tenido que cambiar sus planes y estar
allí, atendiéndola. Él la miró y comprendiendo lo que podía estar pensando, dulcificó el
gesto.
- Perdona, quiero decir que… no sabemos nada, pero… tú ahora lo que tienes es
que estar tranquila – le dijo más suave mirando los datos que mostraba el
monitor y apuntando algo en su cuaderno ante la atenta mirada de Maca, que
esperaba que le dijese algo más.
- Yo solo quería saber si había... llamado... si… ha llegado bien a Kampala –
murmuró – y… si… si piensa quedarse allí unos días.
- Te repito que no te preocupes ahora por Esther – dijo airado – ya volverá –
musitó con tan poca convicción que Maca frunció el ceño alertada.
- ¿Qué ocurre, Germán? – le preguntó – porque ocurre algo ¿verdad?
- ¿Ocurrir? Eh…. – la miró pensativo – nada… nada, no ocurre nada – respondió
ausente.
- No me mientas – le sujetó por la manga impidiendo que siguiera escribiendo y
clavando sus ojos en él.
- Espera un momento, impaciente – respondió con seriedad, zafándose y
terminando de apuntar.
- No me refiero a mí – lo miró más preocupada aún – ocurre algo en el
campamento ¿verdad?
- Ya sé que no te refieres a ti, no soy lelo – bromeó, sonriéndole por primera vez
en la noche – ya te he dicho que … no pasa nada – dudó un instante, sin saber si
contarle las noticias que habían llegado, finalmente, se decidió a no hacerlo, no
quería alterarla más de lo que ya estaba. Maca supo que le estaba mintiendo y
comenzó a desesperarse, sintiendo que aumentaba la presión en el pecho -
¡Joder! Wilson, quieres estar tranquila – protestó al comprobar que aumentaba
su ritmo cardiaco – toma – le metió una pastilla bajo la lengua.
- ¡No puedo estar tranquila! ¿seguro que no pasa nada? Sara me dijo que Oscar
tenía que pasarse por aquí y… ¿ha dicho algo de Esther o ha hecho algo? – se
interesó recordando su conversación con él inspector.
- Te quieres callar y relajarte – le ordenó con genio – y… tranquila que Oscar no
se ha pasado por aquí y no ha hecho nada contra Esther.
- Pero…si... si necesitas…
- No necesito nada - la interrumpió otra vez airado – no seas pesada.
- Vale – musitó cerrando los ojos.
- ¡Gema! – llamó Germán a la enfermera que llegó con prontitud, Maca abrió
inmediatamente los ojos – quiero analítica completa.
- ¡Otra vez! pero Germán, ¿qué esperas que cambie de ayer a hoy? – protestó
Maca sin poder contenerse.
- ¿Me has oído? – le preguntó el médico a la chica que ante la protesta de Maca se
había quedado quieta – conteo completo, incluido plaquetas. Y quiero fórmula
leucocitaria.
- Muy bien – respondió Gema disponiéndose a sacarle sangre a Maca.
- Pero… ¿fórmula leucocitaria? – le preguntó directamente - Germán… ¿me vas a
decir ya en qué estás pensando? – lo miró entre molesta y asustada pero él no
respondió y continuó apuntando en su libreta - ¿Germán?
- Perdona Wilson – se disculpó – tengo la cabeza en otra cosa.
- Ya…
- Solo quiero asegurarme, eso es todo – respondió frunciendo el ceño – déjame
que vea el corte, ¿cómo lo tienes?
- Lo tengo bien, ya te dije que apenas me duele.
- Luego… te ha dolido.
- Sí, un poco.
- ¡Estupendo! – exclamó alegre y visiblemente aliviado, Maca lo miró extrañada y
segura de que Germán tenía una idea muy clara de lo que ocurría – tú hazme
caso, verás como de aquí a unos días estás mejor.
- ¿Tú crees?
- ¡Estoy seguro! Mira esto – le indicó el monitor – así no puedes seguir. Lo
primero es que necesitas estar tranquila.
- ¿Tengo la tensión baja? – miró pensativa los índices – pero si yo creía que…
entonces… - clavó sus ojos en él ligeramente asustada.
- ¿Estás mareada?
- Ahora no, pero antes... cuando fui a buscarte… si que lo estaba.. pero…yo creía
que el dolor de cabeza y el mareo eran por todo lo contrario.
- Pues no, la tensión está baja, demasiado – murmuró - ¿cuántos analgésicos te
has tomado?
- Cuatro, dos cada ocho horas – respondió cansada.
- Ahora veremos que tal el electro, pero….
- Germán… - se interrumpió mostrando en su mirada el miedo que sentía y
esperando que el la tranquilizara, el monitor registró inmediatamente su
nerviosismo.
- Wilson, cálmate, el dolor de cabeza es normal después del golpe que te dieron…
ni siquiera ha pasado un mes. Ya te lo dijo tu neuróloga.
- Ya lo sé … pero… me duele mucho y… de forma diferente... es... como… como
una presión.
- ¿Has tenido visión borrosa?
- No.
- Bien – dijo pensativo, controlando la arritmia que mostraba el monitor - No te
preocupes, esta bajada de tensión y ese ritmo cardiaco pueden deberse a una
cosa.
- ¿A qué?
- ¿Tú me lo preguntas? lo sabes perfectamente, ¡estás nerviosa! ¡muy nerviosa!
yo diría que al límite de la histeria, ¿verdad? – la miró acusador y Maca no
respondió - ¿Wilson?
- Sara fue a hablar conmigo... de… de Esther y…
- ¿Sara te ha hablado de Esther? – saltó mostrándose enfadado – está claro que
aquí todo dios hace lo que le sale de los huevos – se levantó de un salto – le dije
que tuviera la boca cerrada y te dejara tranquila.
- Eh… bueno… solo me dijo un par de tonterías de su perra, solo que yo… he
tenido todo el día para pensar en ello y… - se calló mirándolo pasear de un lado
a otro con la mano puesta en la cintura - pero… ¡no te pongas así! ella no tiene
la culpa, soy yo que… ¡joder!.. que estoy ahí encerrada todo el día y…
- ¿De la perra? – preguntó volviendo a sentarse demostrándole que casi no la
había escuchado – quieres decir que te ha contado lo de Pluma y…
- Sí – respondió con inocencia enarcando las cejas sin comprender en absoluto su
actitud.
- Bueno… yo también estoy un poco nervioso – le sonrió dándole un golpecito
cariñoso en el dorso de la mano – hoy está siendo un día… complicado.
- ¿Mucho trabajo?
- Sí... eso… ¡mucho trabajo! – exclamó mirándola fijamente y ella volvió a pensar
que mentía, que había algo más.
- Lo siento y encima yo vengo a interrumpirte… - se disculpó haciendo una
mueca de circunstancias.
- Nunca me interrumpes – volvió a acariciarle la mejilla - ¿recuerdas? ¡eres mi
reto!
- Pues ¡vaya reto! – le devolvió la sonrisa más tranquila.
- Espera un momento que ahora vuelvo – le dijo levantándose y alejándose de la
camilla donde estaba echada.
Maca ladeo la cabeza y lo vio desaparecer por una puerta lateral. Permaneció allí
observándolo todo con atención. Jesús se encontraba al fondo de la sala y parecía estar
haciendo una ronda, deteniéndose sistemáticamente en todas las camas y hablando con
los familiares de cada uno de los enfermos. Gema y Maika pululaban de un lado a otro
saturadas de trabajo. No había ni una cama libre, ni siquiera un rincón en el suelo,
donde se encontraban familiares y algunos de los enfermos menos graves. Maca no
soportaba aquello, ya le pareció horrible la primera vez que estuvo allí y seguía sin
conseguir acostumbrarse a aquel olor, a aquel alboroto, al caos que aparentaba reinar en
la sala aunque ya sabía que no era así y volvió a sentirse culpable por estar allí tumbada
ocupando una plaza. ¡Qué diferente era todo! Cerró los ojos un momento, la pastilla
estaba haciendo su efecto y cada vez se sentía mejor. Escuchaba infinidad de voces pero
no entendía nada de lo que hablaban, eso la hizo aislarse completamente de ese jaleo y
pensar, siempre pensar, deseaba tumbarse en su cama y dormir un rato, “Esther”, abrió
los ojos de nuevo, alguien había pronunciado su nombre.
Frente a su cama, Sara cuchicheaba con Maika, la joven al verla incorporarse, la saludó
con la mano y le hizo una seña de que se tumbase de nuevo, pero no se acercó, Maca le
devolvió el saludo. Tenía mala cara, y parecía muy cansada, incluso juraría que había
llorado, ¿le habría echado Germán una bronca por lo que ella le había contado? Las
observó atentamente, fuera lo que fuese que estuviesen tratando era algo que las
preocupaba, Maika parecía nerviosa y Sara abatida, ¿de qué estarían hablando?
Finalmente, Sara se dio media vuelta y salió del hospital. Estaba segura de que había
escuchado el nombre de Esther, o quizás habían sido imaginaciones suyas, al fin y al
cabo estaba pensando en ella y en cómo afrontar la situación, cada vez tenía más claro
que Esther no regresaría ese día, ya había anochecido y era muy improbable que lo
hiciera. Tenía que dejar de pensar en ella, tenía que conseguir que Germán la dejara
marcharse de allí y volver cuanto antes a Madrid. No solo ya porque no soportaba más
la tensión que le provocaba Esther, si no porque empezaba a sospechar seriamente que
debía hacerse todas esas pruebas de las que Germán no hablaba pero que estaba segura
que pensaba en ellas. Suspiró mirando hacia la puerta por la que desapareció el médico,
deseando que llegase cuanto antes y poder salir de allí. A al cabo de un par de minutos
lo vio salir empujando una pequeña mesita, le sorprendió comprobar que su eterna
sonrisa burlona había desaparecido de su rostro y se convenció definitivamente de que
algo sucedía.
Maca suspiró resignada a estar en sus manos y harta de todo aquello, cuando terminó
Germán, se quedó mirándola pensativo.
- Vamos a hacer una cosa, Wilson. Si esta noche vuelve ese dolor de cabeza, y los
análisis muestran la más mínima alteración, mañana te vienes conmigo a
Kampala y no admito negativas, ni rabietas. Quiero hacerte un par de pruebas y
aquí no puedo.
- ¿Qué pruebas?
- Aquí solo puedo hacerte un electro pero quiero comprobar un par de cosas más,
de todas formas… cuando vuelvas a Madrid….
- ¿Qué pruebas? - repitió.
- Quiero una radiografía de torax, y… una angiografía. Y si hay suerte y ha
llegado ya el equipo, quizás pueda hacerte hasta un ecocardiograma.
- Ya has visto esas pruebas, te las mandó Adela – le recordó – y no hay nada fuera
de lo normal.
- Aún así, quiero repetirlas.
- Si con eso me dejas irme a Madrid, vale, voy contigo – aceptó ante el asombro
del médico - Pero me quedo allí en un hotel hasta que salga el avión.
- Bueno… ya hablaremos de eso… ahora que hemos frenado la taquicardia,
vamos a quitarte ese dolor de cabeza – le dijo poniéndole una inyección
intravenosa – y… tranquilízate, que el electro a pesar de todo no está mal –
sonrió cortando el papel y tendiéndoselo – a ver si eres capaz de calmarte un
poco, Wilson, o vas a conseguir que cumpla mi amenaza.
- O sea que lo de Kampala es un farol para que te haga caso – dijo clavando sus
ojos en aquel papel y repasándolo en toda su longitud, ni rastro de la arritmia,
como ya imaginaba, siempre lo mismo - ¡Joder! menudo susto me has dado.
- Es un farol para que te tomes en serio lo que te ocurre, tú sabes muy bien a qué
pueden deberse esos síntomas, a parte de a tus nervios – le dijo con retintín
mostrándole una vez que no estaba de acuerdo con ese diagnóstico – pero…
sobre todo, te lo digo para que me hagas caso y para que dejes de darle vueltas a
la cabeza, Wilson. Toma ya una decisión.
- ¿De qué me hablas?
- Sabes perfectamente de qué te hablo, pero ahora no tengo tiempo de charlas – le
dijo con seriedad - ¡Gema! – se giró llamando a la joven enfermera – quédate
con ella, y cuando se normalice, la ayudas y la llevas a la cabaña, necesitamos la
cama.
- Muy bien – respondió la chica – Germán… - se interrumpió mirándolo
inquisidoramente, mirada que Maca captó al instante.
- Luego hablamos, Gema – la cortó haciéndole una señal hacia Maca, que
rápidamente comprendió que no querían hablar de lo que fuera delante de ella -
Wilson, ya nos vemos – le dijo dándole un golpecito en la mano – tengo prisa –
les dijo saliendo con rapidez de la sala.
- ¿Pasa algo? – le preguntó Maca a la chica.
- No, no, nada – se apresuró a responder alejándose de ella, para atender a otros
pacientes dejando a Maca con la sensación de que sí que ocurría algo.
Los minutos pasaron, Maca miraba el monitor y todo volvía a la normalidad, estaba más
tranquila, incluso tenía hambre, buscó con la mirada a Gema para que la ayudase a bajar
de la cama pero la joven no paraba de ir de un lado a otro. Después de media hora, Jesús
se acercó a su cama.
Maca permaneció mirándolos trabajar. Jesús salió del hospital. Gema continuaba sin
parar yendo de un lado a otro, nunca se había fijado tanto en lo cansado que debía
resultar aquello. En una de las ocasiones en que pasó cerca y sin nada en las manos,
aprovechó la ocasión.
- Gema – la llamó – por favor, ¿puedes echarme una mano? – le pidió con una
sonrisa de circunstancias.
- Espere un poco más, Maca – le dijo acudiendo junto a ella.
- Pero ya está todo bien. Y ha pasado más de media hora. Y Jesús me ha dicho
que…
- A mí Jesús no me ha dicho nada – la miró incrédula – y Germán me ha dijo que
cenase aquí, quiere ver que tal le sienta la cena y si la tolera bien, sin vomitar y...
- Pero… - intentó interrumpirla sin éxito.
- Me dijo que luego venía él y hasta que no venga yo….
- A mi no me ha dicho eso – frunció el ceño ligeramente molesta con su amigo –
este Germán…
- Sí, es un liante – le sonrió de tal forma que Maca comprendió que aquella chica
sentía más que admiración por él – serán solo unos minutos. Échese.
- Te digo que ya estoy bien – le dijo señalando el monitor, sentándose en la cama
sin hacerle el menor caso – ayúdame, yo ya no necesito estar aquí, necesitas la
cama, ya lo has oído. Mira toda esa gente – le señaló a los enfermos más
cercanos que permanecían en algunas esteras echados en el suelo.
- Por eso no se preocupe, esto es así, tienen suerte de estar aquí y esta camilla está
siempre libre. Es necesario que lo esté.
- Bueno... aún así quiero irme ya – insistió.
- Pero… yo… - dudó un momento, Germán era su Jefe y su orden había sido clara
y concisa, y Germán podría ser un bromista pero en el trabajo era la persona más
seria y concienzuda que en su corta experiencia había conocido y algo le decía
que si ayudaba a Maca a bajarse de allí iba a tener serios problemas.
- Gema… sé lo que estás pensando, pero… ya le explico yo a Germán… él sabe
como puedo llegar a ser y…
- ¡Gema! – la llamaron desde el fondo de la sala.
- ¡Por favor! antes de irte ayúdame – le pidió angustiada sin ganas de seguir un
minuto más allí – necesito ir al baño, necesito una ducha, necesito descansar y
dormir un rato y aquí eso es imposible – le suplicó con tanta vehemencia que la
joven suspiró, consciente de que la pediatra, en el fondo tenía razón, ella
también pensó el primer día que llegó que aquello parecía cualquier cosa menos
un hospital.
- De acuerdo – aceptó – pero… yo no la he ayudado, se ha bajado sola – le guiñó
un ojo con cierto temor.
- Vale – sonrió satisfecha de su triunfo – y... no me hables de usted mujer, que no
soy tan mayor.
- ¡No es por eso! - respondió nerviosa poniéndose colorada, arrancando una
sonrisa de Maca – es que….
- No sé lo que habrás oído por ahí, pero… tampoco muerdo – bromeó para hacerla
sentir más cómoda - espero que Germán no me obligue a demostrarle como me
he bajado sola de aquí – continuó bromeando y la chica se detuvo mirándola con
cara de temor.
- Será mejor… que se quede y que…
- Gema, ¡por dios! que Germán no es tan burro. Solo bromeaba. Me conoce de
sobra y sabe que no aguanto aquí más de lo estrictamente necesario, además, por
lo que se ve hoy tenéis un día difícil.
- ¡Y qué lo diga! Y eso que aún no han llegado los heridos.
- ¿Qué heridos?
- Ehh – la miró enrojeciendo de nuevo, acababa de meter la pata – bueno… no lo
sabemos solo… llamaron para decir que... nada… lo de siempre… la guerrilla y
todo eso.
- ¿Por eso estaba Sara tan afectada? – preguntó directamente – quiero decir que…
la escuché hablar con Marka y… ¿le ha pasado algo a alguien del equipo? –
preguntó intentando comprender lo que ocurría.
- Yo… no lo sé – bajó los ojos mientras la acomodaba en la silla y se colocaba a
su espalda, consciente de que había metido la pata saltándose otra orden de
Germán.
- Ya… pero… la gente del campamento esta toda aquí ¿no! quiero decir que
vosotros… que…
- Sí, si, nosotros estamos bien pero André estaba con algunos de sus hombres de
vigilancia y…
- ¿Y qué? – de pronto sintió una aprensión terrible su mente comenzó a atar cabos
con rapidez. Pero no, no podía pensar tonterías, Esther estaba en Kampala desde
primera hora de la mañana. Tenía que calmarse o solo iba a conseguir pasar toda
la noche en esa maldita sala.
- Nada, que vienen para acá con algunos heridos, no sabemos si guerrilleros o
soldados.
- Bueno… no os preocupéis – intentó alentarla cuando en realidad solo pretendía
tranquilizarse así misma, la idea de que a Esther le hubiese ocurrido algo la
torturaba e inmediatamente se decía que era absurdo, que todo se debía a su
incapacidad para decidir lo que hacer con ella y por eso imaginaba cosas
horribles – si habéis contactado y no os han dicho nada más, será que todo está
bien, ¿no crees?
- Claro… seguro que es eso - respondió sin convencimiento llegando hasta la
puerta trasera de la cabaña – bueno pues… descanse y... tampoco se preocupe
por nada.
* * *
Esther se detuvo en la puerta de la cabaña. Recordaba lo que le había dicho a Maca esa
misma mañana y recordaba, uno por uno, todos los consejos de Germán. Había pasado
la mañana en Kampala, había visto a Nancy y se había confiado a ella, que como casi
siempre estuvo de acuerdo con Germán, instándola a que regresase junto a la pediatra. A
la vuelta, se detuvo en la aldea visitando a Yumbura, necesitaba sentir porqué era feliz
allí y necesitaba sentir que podía volver a serlo, aún sin Maca. Luego, había estado unas
horas paseando, pensando qué hacer, en soledad. Finalmente, cuando se había decidido
a hacerle caso a Nancy y no ir a Kampala, cuando se había decidido a seguir los
consejos de Germán y dormir en el campamento, se encontró con André que volvía de
su rutinaria vigilancia por los poblados de alrededor y los acompañó de regreso, con tan
mala suerte que un pinchazo los hizo detenerse y sufrir un asalto del que habían salido
vivos de milagro. Había tenido que atender a varios heridos y suerte que, la radio que
llevaban siempre escondida en los bajos del camión, no había sido descubierta y André,
a duras penas había conseguido contactar con el campamento. Germán había acudido al
lugar con uno de los camiones medicalizados y gracias a ello habían conseguido las
bajas no hubieran sido más numerosas.
Y allí estaba, en la puerta de la que había sido su cabaña durante cinco años, en la puerta
de su pequeño refugio, tras recibir los besos y abrazos de sus amigos, cansada, sin
detenerse a ducharse y sin haber comido nada desde el café que compartió con Nancy y,
estaba allí, dispuesta a entrar y poner las cartas sobre la mesa. Estaba harta de
insinuaciones veladas, de que Maca se escondiese en su caparazón y no la dejase entrar,
era el momento de reconocer la verdad y de decidir.
Abrió la puerta con ímpetu, esperando ver a la pediatra en la cama, leyendo o incluso ya
dormida, pero para su sorpresa, no estaba en la cabaña. Un pellizco de preocupación se
le cogió en la boca del estómago, quizás se había encontrado mal, ya le dijo esa misma
mañana que no estaba bien y no la creyó pensando que, en realidad, lo que estaba era
dolida por lo que le había dicho. Quizás al verse sola y sentirse mal, había tenido que
salir a buscar ayuda.
- Si vas a mentirme….
- No – dijo al fin con un suspiro – seré sincera. ¿Qué quieres saber? – le preguntó
mordiéndose el labio inferior para no decirle lo que pensaba realmente, “no
dices que no me crees, ¿de que servirá que te diga la verdad si no vas a creer lo
que te diga?”, pensó recordando las duras palabras que le dirigió la enfermera
por la mañana.
- ¿Quieres dormir aquí? – le preguntó dejándola más descolocada aún de lo que ya
estaba. La pediatra clavó los ojos en ella, “¡claro que quiero!”, no pudo evitar
desear a pesar de que su mente le decía todo lo contrario.
- ¿Quieres tú que lo haga? – preguntó a su vez, sin responder.
- Ya sabes lo que yo quiero, creo que te lo he dejado muy claro esta mañana.
- Yo también te lo he dejado claro.
- No. Tú me has dejado claro qué es lo que debes hacer. Pero… yo no te pregunto
eso. Ya sé cuál es tu deber. Sé que le debes todo a Ana o eso crees – dijo con
retintín provocando que inmediatamente el rostro de Maca se ensombreciese y
frunciese el ceño - Yo te pregunto si quieres – le dijo con tal intensidad que
Maca retiró la silla - ¿qué es lo que quieres, Maca? – preguntó con fuerza,
directamente, haciéndola sobresaltarse, muy consciente de lo que podía provocar
en ella, muy consciente de la lucha que Maca mantenía entre su corazón y su
cabeza, era el momento de exigirle que le hablase con él en la mano y no con
ella. Si no lo hacía, si Maca la decepcionaba una vez más, no volvería a insistir,
aunque antes estaba dispuesta a quemar todos sus cartuchos para lograrlo.
Maca bajó la cabeza de nuevo, sentía un nudo en la garganta y unas ganas enormes de
llorar.
Maca apretó los labios y la miró, Esther estaba segura de que le faltaba muy poco para
hablar. Muy poco. Quizás de sus próximas palabras dependiese que lo hiciese o no.
- ¿Sabes? – continuó Esther, ahora mucho más suave – hoy han atacado al convoy
en el que íbamos y yo, por primera vez en meses, no me he quedado paralizada.
Por primera vez he reaccionado sin pensar en Margarette, sin pensar en el
peligro, sin…
Maca levantó la cara y miró a la enfermera. Esther, se detuvo, leyendo el miedo en sus
ojos, que se habían abierto de par en par. ¡Ahora entendía el revuelo que se había
producido en el campamento! ahora entendía el porqué nadie apareció por la cabaña, y
porqué Germán no había vuelto a terminar aquella conversación, porqué había estado
tan esquivo en el hospital, ahora entendía porqué Sara había estado todo el día tan rara,
entendía el porqué de los cuchicheos, de las carreras, de las frases a medias, ¡ahora lo
entendía todo! Esther había estado en peligro y ella, allí, sin saberlo, perdiendo el
tiempo, perdiendo la vida.
Maca la miró de una forma tan extraña que Esther ahora sí que no supo interpretar lo
que discurría por su mente. Los segundos pasaban lentamente y Maca parecía calibrar
su respuesta, la enfermera comenzó a impacientarse, el silencio se apoderó de todas las
emociones, con la intención de romper el dolor que ambas sentían. En el exterior, el
viento soplaba suavemente, Esther deseaba con todas sus fuerzas que Maca rompiera de
una vez ese silencio, tenia que hablar con la verdad aunque la matara con ella.
Finalmente, la pediatra levantó la mirada y consiguió posar sus dulces ojos castaños en
ella, Esther se asustó, al verlos enrojecidos y rotos por la pena, y se dispuso a escuchar
el adiós que se avecinaba, la había dejado sola todo el día, la conocía, habría estado
luchando consigo misma y, como siempre, había triunfado su cabeza. Tomó aire y se
mordió el labio inferior nerviosa esperando sus palabras, su rechazo. Pero Maca
permaneció en silencio, mirándola. Esther tampoco podía dejar de hacerlo, ni podía
dejar de reproducir en su mente las noches compartidas en aquella cama, las caricias, las
horas de insomnio velando sus sueños, las confidencias, las risas, los castos besos llenos
de atrevimiento y promesas veladas, que habían desembocado sin remedio en aquellos
otros que se regalaron por la mañana, aquellos que hablaban por ella por mucho que se
empeñase en negarlos. Pero, ahora, había algo diferente en aquella mirada oscura,
estaba segura de que Maca ya no veía en ella a su princesa como solía llamarla, a la
princesa de la que se enamoró. Aquellos ojos solo eran reflejo de la imagen del dolor, la
inseguridad, el tiempo perdido y el amor roto en pedazos. Y de eso la única culpable
había sido ella, “sí, Esther, tú la abandonaste cuando más te necesitaba y, ahora, es
incapaz de confiar en ti, es incapaz de volver a amarte”.
- La verdad es que me vuelves loca – dijo al fin en voz baja - Desde que llegaste a
Madrid no pude dormir ni dos horas seguidas. Despertaste en mi todo el dolor,
todos los recuerdos que intenté borrar pero que me fue imposible. Me hiciste
sentir culpable de nuevo, me hiciste sentir vergüenza por estar en esta silla, me
hiciste desear ser la que era y hacer las cosas que ya no puedo hacer, me hiciste
recordar lo mejor y lo peor de nuestros años juntas, me hiciste soñar con algo
que no puede ser, me hiciste desear que Ana no existiera… y… te odié por ello.
- Maca… - la interrumpió con lágrimas en los ojos.
- No – dijo con genio - ¿querías la verdad? Ahora vas a escucharme. Te odié
porque no podía amarte.
- Maca… - intentó de nuevo protestar pero esta vez Maca no estaba dispuesta a
ser interrumpida, le colocó el dedo índice en los labios, sellándoselos, y
enarcando una ceja, interrogadora, “¿me dejas terminar?”, le pareció escuchar a
Esther, que respiró hondo y no dijo nada más.
- Me hiciste sentir todo eso, pero luego llegamos aquí y… cada vez que te veo
darte un pico con Sara, cada vez que te veo reír con Germán, cada vez que te
marchas a Jinja, a Kampala o a dónde coño te vayas y vuelves con esa sonrisa de
felicidad, me muero de celos – reconoció con unos ojos que echaban chispas – y
deseo decirte que no te he olvidado, que quiero intentarlo, que quiero que
vuelvas a besarme, pero luego, cuando te escucho decirle a Germán que te has
equivocado, que no soy lo que quieres…
- Maca yo no le he dicho eso – la interrumpió mirándola con desesperación –
yo… - calló al ver la mirada fulminante de la pediatra que continuó, tras volver a
ponerle un dedo en los labios solicitándole silencio.
- … cada vez que te escucho decir que vas a quedarte aquí, siento que no puede
ser, que tú y yo perdimos nuestra oportunidad y que es absurdo pensar en un
futuro. Siento que perteneces a todo esto y que te olvidarás de mí y que nunca
regresarás.
- Maca… no puedes pretender que me quede en Madrid.
- Pero tú si puedes pretender que yo me venga aquí, ¿verdad? – le dijo haciendo
enrojecer a la enfermera – seré una tullida, Esther, mental y físicamente –
continuó con sarcasmo aludiendo a lo que creía que todos pensaban de ella –
pero aún me queda un poco de lucidez para saber lo que intentas y tú tampoco
puedes pretender que me venga aquí y deje todo, y a todos. No puedes pretender
que… que deje a mi mujer – terminó con un nudo en la garganta y la voz
enronquecida.
- No pretendo eso – respondió también casi sin voz – solo que… sé que deseas
quedarte aquí y qué…
- ¿No será que eso es lo que deseas tú? – la cortó enfadada.
- ¡Y tú! – exclamó con convicción - ¡Lo sé!
- ¡Tú que vas a saber! – casi le gritó – estoy harta de que todo el mundo me diga
lo que puedo hacer, lo que tengo que comer, la ropa que debo ponerme, a dónde
puedo ir o no, ¡estoy harta! – elevó la voz con ojos que echaban chispas – y ¡lo
que me faltaba ya! que encima me digas también lo que tengo que querer, que
desear y que sentir - le espetó cada vez más enfadada – estoy harta de que esta
puta silla – la golpeó con todas sus fuerzas e hizo un gesto de dolor que no
impidió que continuase – le permita a todos creer que saben lo que es lo mejor
para mí… solo la veis a ella y no me escucháis... no…
- Maca…
- ¡No! Me dices que no ves la silla pero es mentira – gritó de nuevo - ¡mientes! –
la fulminó con la mirada – te crees como todos en el derecho de manejar mi
vida, de darme órdenes, de imponerme …
- ¡Ya basta! – la cortó – no es por la silla y lo sabes. Te he visto disfrutar aquí, te
he visto con unas ganas y una ilusión que, por mucho que digas, no tenías ni en
tu clínica, ni en tu campamento, y lo he visto porque te conozco, y porque … -
se le quebró la voz – todavía, aunque te duela, sé leer esos ojos que me vuelven
loca… porque.. te miro y te veo a ti… no veo la silla… aunque seas tú la que te
empeñas en escudarte en ella para no reconocer lo que sientes, porque… Maca –
sus ojos se llenaron de lágrimas – yo te veo a ti y… te escucho… a lo mejor no a
tus palabras… pero sí a tus ojos, a tus gestos, a tus manos cuando me rozan, a
tus abrazos… te veo y…
- ¡Tú que vas a ver! – exclamó casi sin fuerzas y con los ojos llorosos, por lo que
acababa de escuchar, si había alguien a quien no podía engañar era a ella,
aunque se empeñase en engañarse a sí misma.
Esther sintió miedo, consciente de lo que Maca estaba pensando, de la lucha interna que
tenía, y no entendía como en esos años Ana no había sido capaz de ayudarla, de hacerla
sentir de otra forma Estaba claro que Maca tenía la autoestima por los suelos y que
cuatro frases no servirían para levantársela, y ella había estado contribuyendo a que eso
fuera así, se arrepintió de muchas de las cosas que le había dicho e impuesto y en ese
preciso instante supo que era la primera batalla de las muchas que le quedarían por
librar si quería hacerla reaccionar, si quería conseguir que le abriese su corazón de par
en par.
El silencio reinó de nuevo entre ellas. Esther no sabía qué decirle, tenía la sensación de
que nada ayudaría sino todo lo contrario, “paciencia, ten paciencia con ella Esther y
escúchala”, retumbaban las palabras de Germán en su cabeza, pero eso no era tan fácil,
ella solo necesitaba un sí o un no, ¿por qué le era tan difícil ser clara y concisa! pero
Maca parecía incapaz de dar esa simple respuesta y eso la estaba desesperando, tanto
que estaba a punto de levantarse y dejar las cosas como estaban cuando, Maca, que
seguía con la cabeza baja respirando agitada, levantó sus ojos hacia ella.
Maca guardó silencio y bajó los ojos. No quería mentirle, le había jurado ser sincera y
ella jamás faltaba a su palabra, pero no se sentía con fuerzas para hablarle de Ana en
aquel preciso momento. Además, aquella conversación había conseguido que la presión
en el pecho volviera con toda su fuerza y que la cabeza le martillease de nuevo, sentía
que le faltaba la respiración y que una sensación de mareo se apoderaba de ella, pero
tenía que dominarse y terminar con aquello ya, porque conocía a Esther y, aún
dejándole las cosas claras, era muy capaz de perseverar hasta lograr de ella lo que
pretendía. La enfermera no soportó más ese nuevo silenció y se decidió a averiguar qué
era aquello que Maca ocultaba sobre su matrimonio.
- Es Ana la persona que te levantó del suelo… la persona que… sin pedirte
permiso tiró de ti – habló aventurándose, intentando que Maca respondiese a
todas sus dudas y aclarase esa incertidumbre que la estaba matando - Esta
mañana… hablabas de ella… cuando… cuando yo te dejé…. fue ella la que…
que… Ana es esa persona, ¿verdad?
- Sí – la interrumpió levantando la vista, su mirada era limpia y Esther supo que
Maca quería a su mujer y sintió que los celos se la comían por dentro.
- ¿Y ahora? ¿qué pasa ahora con ella?
- No pasa nada.
- Eso ya lo sé – dijo irónica y Maca frunció el ceño molesta, comprendiendo
inmediatamente a lo que estaba aludiendo la enfermera – no...
- No empieces, Esther - la cortó con rapidez amenazándola con el dedo. Su tono
fue seco y autoritario, como el que solía tener hacía años, recobrando una fuerza
que en los últimos minutos parecía haber perdido y la enfermera lo reconoció al
instante.
- Perdona, tienes razón, no la conozco – aceptó echándose atrás en su
recriminación, así no iba a conseguir nada – quizás si… si tú me lo explicases.
- No hay nada que explicar – respondió cortante y Esther se cercioró de que había
metido la pata, Maca había vuelto a cerrarse y por mucho que insistiera no iba a
conseguir sacarle una palabra sobre ella – Ana es mi mujer y punto.
- Maca… me has prometido ser sincera y… creo que no lo estás siendo.
- Que no quiera hablar de Ana no quiere decir que lo que te he dicho no sea cierto.
- ¿Cómo puedes pretender que crea que esa maravillosa persona – saltó molesta
recalcando con tal tono el “maravillosa” que la pediatra le lanzó una mirada
hosca, volviendo a avisarla con ella de que no estaba dispuesta a que insultase a
Ana, pero Esther estaba lanzada, los celos que sentía la espolearon - esa persona
que luchó por ti, esa persona que te dio la mano y te levantó, no te ha tocado un
pelo en tres años! eso es lo que me dijiste esta mañana ¿no es cierto? – fue
elevando el tono sin poder evitarlo, Maca asintió con el ceño fruncido y bajó los
ojos para evitar que Esther viese lo turbada que se encontraba - ¿esa es la forma
que tiene de ayudarte? ¿y debo creer que no pasa nada? ¿qué todo está bien entre
vosotras? – dijo con precipitación indignada por lo que imaginaba que Ana
debía haber estado haciéndole sentir a Maca, haciéndola responsable de su falta
de autoestima - ¿pretendes que crea eso?
- Si – respondió secamente en un intento desesperado de que la enfermera
abandonara el tema.
- Vale – soltó como un latigazo, mostrándole el enfado que tenía y levantándose
de la cama con brusquedad, empujándola ligeramente para poder pasar.
Comenzó a pasearse de un lado a otro, intentando controlarse. Maca permaneció
con la vista fija en la cama, sin atreverse a girarse y encararla, supo que Esther
no la creía y se desesperó, no estaba preparada para hablarle de Ana pero
tampoco lo estaba para aquella mirada de desprecio y decepción, que la
enfermera acababa de lanzarle, no soportaba que Esther le hablase así, que
dudase de su sinceridad – muy bien – escuchó a su espalda al tiempo que sentía
que Esther le giraba la silla - entonces… no puedes por culpa de Ana, es esa tu
respuesta, ¿no? – dijo detenida frente a ella con los brazos en jarra y el ceño
fruncido.
- No…no lo es – levantó los ojos clavándolos en ella – no puedo y no es solo por
ella – le confesó dejándola desconcertada.
- ¿No? entonces… ¿por qué? – inquirió sorprendida, rápidamente creyó
comprenderlo – ¡ah! ¡ya!.. ¿es por Vero? – le preguntó airada pero con temor,
convencida de que solo podían ser esos los motivos por los que Maca se negaba
a dar el paso.
- No… ¿Vero!? no, claro que no – repitió – es…
- ¡Es por Vero! ¡ya lo creo que sí! – la interrumpió segura, imitando su tono, al
ver la expresión que Maca había puesto al escuchárselo decir, mezcla de
sorpresa y satisfacción, la conocía y sabía que por sus ojos había pasado un
atisbo de alegría, de ilusión de que fuera así, solo con imaginarlo, si es que era
cierto que no era por ella – lo vi desde el día que entré en la clínica. Te ama y tú,
digas lo que digas….
- Te digo que entre Vero y yo no hay nada – la interrumpió con genio – para qué
me pre...
- ¡Y yo tendré que creerte! – la cortó con rapidez sabiendo lo que iba a
recriminarle - pero… escucha lo que te digo – la señaló con el dedo volviendo a
sentarse frente a ella - algún día recordarás esta conversación – la avisó con
seguridad – ella te quiere y tú... tú no eres indiferente.
- ¡Te equivocas!
- Eso ya lo veremos – sentenció, con la intención de provocar que saltase y le
confesase con rotundidad que no, que a quien amaba era a ella, pero Maca la
miró negando con la cabeza y apretando los labios, con aire de desencanto.
- Esther… no es por ninguna, y en todo caso, de ser por alguna, sería por Ana –
respondió tajante.
- Entonces, ¿por qué? no entiendo… - repitió – si no es por Ana y no es por Vero,
no entiendo porqué no puedes. ¿Por qué es?
- Es… es por mí y… es… por ti.
- Maca… - la recriminó, ya no sabía cómo transmitirle que dejara de pensar en
eso.
- Además… tengo… miedo de…
- ¿Miedo? – la interrumpió con una sonrisa, cogiéndola de nuevo de las manos –
¿es por eso! ya te he dicho que yo también lo tengo y que….
- ¡Déjame hablar y no me interrumpas más! – protestó elevando la voz, al tiempo
que se zafaba de ella y más bajo continuó – no me entiendes, yo no soy la que
era y... tengo miedo de … de volver a... a hacerte... – balbuceó mostrando lo
mucho que le costaba decir aquello, Esther no quería interrumpirla pero no
comprendía a qué se refería, no comprendía aquella mirada de culpabilidad,
aquellos ojos suplicantes, y no entendía ni su tono ni esos gestos que parecían
hablar de algo muy concreto - … daño – terminó enarcando las cejas,
transmitiéndole de nuevo esa sensación – no quiero hacerte daño – repitió con
las lágrimas saltadas.
- ¿Daño? pero… ¿a mí porqué? – le preguntó con un aire de inocencia que
sorprendió a Maca que, inmediatamente, recordó las palabras de Germán “Esther
no le dio importancia o no se acuerda”, ¿cómo podía no acordarse! ella llevaba
años torturándose con aquello - no vas a hacerme daño, Maca – le sonrió
tomándola de la mano y acariciándosela con ternura - ¿por qué piensas eso?
- Ya te lo hice una vez – le dijo mirándola a los ojos con el miedo y la culpa
reflejados en ellos.
- Maca, nos lo hicimos mutuamente, tú… no estabas bien y... yo… nunca supe
estar a la altura.
- Eso no es verdad – dijo con tanta intensidad que Esther la soltó, estremeciéndose
– lo intentaste, ¡vaya si lo intentaste! y… yo no te dejé, pero… pero no me
refiero solo a eso, y lo sabes, me refiero a la noche en que te fuiste – enarcó las
cejas en un gesto que le decía claramente “¿no lo recuerdas?”.
- Eso si es verdad – la contradijo con calma, enarcando las cejas sin saber a qué se
refería, y hablando pausadamente continuó - al menos eso es lo que yo recuerdo.
- ¿Qué recuerdas? – le preguntó con tanto temor en su mirada que Esther se
sorprendió de ello.
- Maca... no le des más vueltas a eso... lo hicimos…
- ¿Qué recuerdas? – repitió con fuerza – necesito que me lo digas – le confesó con
tal tono desesperado que Esther sonrió, negando con la cabeza.
- De acuerdo – la miró extrañada, no entendía porqué daba tanta importancia a
todo aquello - ¿qué pasa, qué no te acuerdas de nada? – le preguntó burlona,
Maca la miró con aquella expresión que Esther no sabía interpretar y asintió, la
enfermera volvió a sonreírle - esa noche fui a casa aunque te había dicho que no
lo haría, estabas como una cuba, intenté explicarte porqué te dejaba, pero apenas
podías tenerte en pie, tenías toda la casa hecha un desastre, intenté meterte en la
cama y no fui capaz, no me dejaste – respondió a su pregunta - eso fue lo que
pasó, me marché y te dejé allí, sola. Esa es la verdad.
- No, no lo es… - murmuró pensativa recordando las palabras de Encarna, cuando
fue a buscarla al pueblo, “Esther no quiere verte y yo no voy a consentir que
vuelvas a ponerle la mano encima” - pero… ¡gracias!
- Maca… no pienses más en ello. Yo no lo hago y tú tampoco deberías hacerlo -
comenzó cogiéndola otra vez de las manos – yo, solo quiero que tú y yo …
- No, Esther – la cortó retirando sus manos – vamos a dejarlo, ya te he dicho que
no puedo… y… además… no quiero – musitó con tan poca fuerza y convicción
que Esther frunció el ceño.
- Quedamos en que íbamos a ser sinceras, ¿no? – le reprochó conciente de que
Maca podía serlo al decir que no podía, pero no lo era con aquel “no quiero”.
- Si.
- Entonces… ¿cómo me puedes decir que no quieres si hace un momento me has
dicho que…?
- ¡Vale! ¡no puedo! ¿cuántas veces necesitas que te lo repita?
- De momento no me has dicho nada que explique porqué no puedes.
- ¡Joder! – saltó desesperada – no puedo porque no te mereces esto, Esther. ¡No te
lo mereces! – casi gritó volviendo a hacer un gesto de dolor bajando la cabeza y
comenzando a respirar con dificultad – no te lo mereces - repitió en un murmullo
más para sí que para la enfermera, viéndose descubierta.
- ¿El qué? ¿qué es lo que no me merezco?
- ¡Mírame! – se retiró de ella echando la silla hacia atrás y abrió los brazos - No
puedo ofrecerte nada, aquí lo tienes todo, esto es lo que soy, Esther… y… en
Madrid sería mucho peor – suspiró – además, te escuché cuando hablabas con
Germán – bajó la vista avergonzada por haberlos espiado – lo que más deseas es
regresar aquí, y créeme que te entiendo, aquí eres feliz, lo sé desde que te
acompañé al Nilo, y yo… yo solo tengo problemas – le dijo con sinceridad,
Esther leyó la franqueza en sus ojos. Nadie mejor que ella sabía lo que
significaba renunciar a todo y empezar otra vida. Pero estaría dispuesta a hacerlo
de nuevo, si Maca le dijese que la amaba, aunque fuera a su manera esquiva –
problemas y más problemas….
- ¿Me estás diciendo que no puedes ofrecerme nada porque no puedes andar? – le
preguntó con tal tono de incredulidad que Maca bajó los ojos sin responder,
Esther le levantó la barbilla y frunciendo el ceño la miró fijamente a los ojos –
ahí sentada – dijo señalándola con el dedo – está la mujer segura, inteligente,
arrolladora y guapa que puso patas arriba mi vida. ¡Yo sí que no tenía nada que
ofrecerte! pobre, sosa, fea – sonrió abriendo los brazos y enarcando las cejas con
complicidad - ¿recuerdas? ¡ni siquiera sabía vestir bien, ni comportarme en un
restaurante, ni…! – se interrumpió acariciándole la mejilla, Maca la escuchaba
con atención temiendo a dónde quería ir a parar - ¡ni siquiera sabía lo que era un
sorbete de lentejas! – exclamó burlona - ¿sabes como me sentía a tu lado?
¡ridícula! ¡invisible! – confesó – ¡no entendía cómo podías haberte fijado en mí!
¡tú! ¡qué podías tener a tu lado a quien quisieras!.. – se interrumpió con una
sonrisa amplia y una mirada que Maca no pudo resistir y bajó los ojos de nuevo
- pero me enseñaste que eso solo estaba en mi cabeza, me ayudaste a ser la
persona que no me atrevía a ser, sacaste lo mejor de mí, me diste la seguridad y
confianza que me faltaban y …
- Esther… - intentó cortarla, volviendo a mirarla fijamente.
- Maca – la interrumpió a su vez dispuesta a que la escuchase - que yo sepa,
sigues siendo medico, sigues siendo inteligente, has montado una clínica que es
la envidia de muchos, sigues siendo guapísima, atractiva y… - puso una sonrisa
burlona para indicarle que lo que iba a decirle era lo que menos le importaba -
sigues siendo rica, ¿qué es lo que no puedes ofrecerme? ¿levantarte de esa silla y
bajarme algo de un altillo? – intentó bromear.
- ¡No seas tan simple! – respondió mostrándose molesta, pero en el fondo
halagada con sus palabras – sabes que no es tan sencillo, no poder andar implica
muchas más cosas, ¡lo sabes! – le dijo con genio, mirándola con desesperación,
pero Esther parecía sonreírle con aquellos ojos y ella no podía soportarlo, desvió
la vista otra vez, porque si seguía mirándola así, no iba a ser capaz de hacer lo
que debía hacer.
- ¿Qué cosas? – insistió, quería que Maca las dijese en voz alta, que se escuchase
así misma repitiéndolas y, quizás, de ese modo, vería lo ridículo que podía llegar
a sonar.
- Cosas, Esther – respondió sin fuerza, mirándola otra vez suplicante, Esther sintió
que le imploraba que no la hiciese humillarse más, pero repentinamente su gesto
cambió frunció el ceño y la atacó – no te hagas la tonta, porque sabes
perfectamente a qué me refiero, ¿no?
- No, no lo sé – se inclinó hacia ella insinuante y le susurró en el oído – ¡dímelo
tú!
- ¡Joder! cosas simples que nos gustaba hacer como… como patinar – exclamó
enfadada.
- ¿Patinar? ¡pero de qué me hablas! – sonrió – en mi vida había patinado hasta que
te conocí y si lo hice fue por ti, nunca más he vuelto a hacerlo. Dime algo que de
verdad impida que podamos estar juntas – volvió a susurrar acercándose a ella
mirándola fijamente – algo de verdad importante – siguió hablando junto a su
oído - ¿recuerdas? mi película favorita es “Con faldas y a lo loco”. Y no me va a
valer cualquier excusa
- ¡No son excusas! tenías un novio parapléjico, o eso me dijiste, ¿verdad? – saltó
con rapidez echándose hacia atrás, incómoda y seria, no entendía cómo Esther
podía bromear con aquello.
- Sí - sonrió triunfante, “¡gracias, Maca, por acordarte!”, “¡me lo has puesto en
bandeja!”, pensó satisfecha.
- Pues entonces ya sabes a qué cosas me refiero – respondió mostrándose
enfurruñada.
- Por eso mismo no sé a qué te refieres – le dijo con retintín repitiendo sus
palabras - que yo recuerde, hacíamos de todo juntos – respondió sin poder evitar
una mueca de suficiencia. Maca sintió que los celos por aquel desconocido la
invadían y al mismo tiempo una angustia tremenda le atenazaba el pecho,
sintiéndose impotente y derrotada.
- Pues…. yo no puedo – musitó bajando los ojos avergonzada – esta misma
mañana lo has comprobado.
- Diga lo que diga, no voy a convencerte de que eso es una tontería, ¿verdad? – le
preguntó.
- No, no me vas a convencer y no, no es ninguna tontería, Esther. Además, tú no
vas a renunciar a esto, no voy a consentirlo y yo…
- Ya sé, aquí no te ves, no es tu sitio – terminó por ella.
- Sí, eso exactamente.
- Vale – musitó pensativa - Si te hago una última pregunta… ¿me serás sincera?
- ¿Crees que no lo estoy siendo?
- ¿Lo serás?
- Sí, te lo prometo – respondió con tal cansancio en el tono que Esther, ahora sí, se
alertó, Maca parecía enferma, pero no hizo alusión a ello, ni lo tuvo en
consideración. Necesitaba saber, necesitaba que Maca se diese cuenta de que la
quería sin condiciones.
- Si supieras que te vas a morir en unas horas, ¿qué último deseo pedirías? – le
preguntó de pronto.
- ¿Qué pregunta es esa?
- Es la que es. ¡Respóndeme!
Maca la miró y cabeceó, ya sabía por dónde iba. Esther, acababa de estar en esa
situación, se lo había dicho al llegar, y en esa situación, los que creía que eran sus
últimos pensamientos, se los había dedicado a ella y, ahora, quería saber si ese
pensamiento era mutuo. Pero si le decía que sí, que lo era, le estaría dando esperanza, se
haría ilusiones de algo que no que no iba a poder ver satisfecho, porque no estaba
dispuesta a permitirle que renunciase a todo por ella. Respiró hondo, le había prometido
ser sincera, ¿qué podía responder! no quería mentir y faltar a su promesa, pero tampoco
quería alentarla.
Esther guardó silencio noqueada por la intensidad de sus palabras. Daba la sensación de
que Maca había pensado muchas veces en la muerte, tantas, que sabía, perfectamente,
cómo deseaba morir, quizás porque todas las opciones que se le ocurrían eran horribles
y sintió que frente a aquello no podía hacer nada. Se levantó, escuchándola y respetando
todas y cada una de sus palabras, si es lo que Maca quería de verdad, si de verdad y, a
pesar de sus sentimientos hacia ella, quería dejar las cosas como estaban, es lo que
tendría, ella tenía que aceptarlo y demostrarle que no era como los demás, que sí que la
escuchaba y la respetaba. No le podía haber dicho más claramente que no quería seguir
hablando, que sobraban las palabras, sí, quizás Maca tenía razón. Le pareció oírla
sollozar, pero no hizo nada por averiguar si era cierto, recogió algo de ropa y cuando ya
estaba en la puerta, Maca la llamó.
La enfermera la miró con ternura y suspiró. La estrechó fuertemente entre sus brazos y
permanecieron así unos minutos, luego Maca se retiró.
- Gracias.
- Descansa, Maca, en unos días regresaremos y el viaje será pesado, debes estar
fuerte.
- Ya estoy bien – respondió con tristeza - ¿vas a ducharte?
- Sí – le sonrió, levantándose y acariciando su pelo.
- Deberías comer algo.
- No tengo hambre.
- ¿Vendrás a dormir?
- No – dijo apretando los labios y negando con la cabeza – te dejo la cabaña para
ti. A las dos nos vendrá bien estar solas. Mañana nos vemos – le acarició la
mejilla y se dispuso a salir de allí.
- ¡Esther! – la llamó elevando la voz cuando ya estaba cerrando la puerta.
- Dime - arrastró la palabra con impaciencia, volviendo a entrar.
- Me preguntaste si quería que durmieras aquí y te dije que sí, ¡quédate! – le pidió
con fuerza.
- No, Maca, no me dijiste que sí – apretó los labios haciéndole ver que siempre
era esquiva en sus respuestas - me preguntaste si yo quería que tú te quedaras.
- Es lo mismo ¿no?
- No, no lo es, Maca, y… no voy a quedarme.
- ¡Por favor!
- No.
- Esther…
- ¿Qué?
- Esa persona… esa persona que me gustaría que estuviese a mi lado… cuando…
cuando muriese.
- ¿Sí? – la miró esbozando una sonrisa ¡no podía creer que fuera a reconocer lo
que estaba pensando!
- Nada.. – negó con la cabeza - perdona… buenas noches.
- ¿Quién te gustaría que fuera esa persona? – le preguntó insistiendo, “vamos
dímelo” la instó mentalmente.
- ¡Tú! – respondió con tanta intensidad que la enfermera se estremeció.
- Vale… - dijo, apretando los labios y mirándola con las lágrimas saltadas,
emocionada, ¡por fin! pero resuelta a no dar su brazo a torcer, Maca tenía que
reaccionar del todo y eso no era suficiente – y… yo… quisiera que fuera cierto.
- ¡Lo es! – exclamó con desesperación, ¿por qué no la creía! ¡le había prometido
que lo haría! – ¡lo es! - repitió.
- Buenas noches, Maca – le dijo con tristeza, se dio la vuelta y abandonó la
cabaña.
Sabía que Maca había sido sincera, que había hecho un esfuerzo por confesar sus
sentimientos, pero ella esperaba algo más. Esperaba un “no amo a mi mujer”, un “te
amo a ti”, un “te amo”, rotundo, sin fisuras, sin dudas, sin miedos y hasta que Maca no
estuviese segura de ello, hasta que Maca no la mirase a los ojos y la viese solo a ella, no
volvería a hablarle del tema.
Maca, permaneció unos minutos con la vista clavada en la puerta, pensativa. Estaba
hecho, la había vuelto a alejar de ella. Era como debía ser. Se acercó a la cama y se
subió con dificultad, se sentía agotada, mareada, sin fuerzas. Se agarró a la almohada y,
durante unos minutos, lloró amargamente. Pero luego se rehizo, ya estaba bien de
llantos. Ella nunca había sido así. Tenía que afrontar las consecuencias de sus
decisiones.
Esther salió de la cabaña con paso titubeante. No estaba segura de lo que había ocurrido
allí dentro. Ni si debía de alegrarse o darlo todo por perdido. Necesitaba hablar con
alguien, pensó en Sara pero cuando llegó al campamento la vio agotada y le había dicho
que se iba directa a la cama, sin cenar, que llevaba todo el día con mal cuerpo. Pensó en
Germán, pero creía recordar que estaría en el hospital hasta tarde y ya lo había
molestado bastante con sus problemas, quizás lo mejor era hacerlo con alguien que
viese todo con más lejanía, con más frialdad, ¡Laura! sí, iría a la radio e intentaría
contactar con ella, aunque ya sabía que había habido problemas de comunicación
durante todo el día, tenía que intentarlo.
Germán clavó sus ojos en ella y luego desvió la vista, pensativo. “¡Esta Wilson no tiene
remedio!”, suspiró para sus adentros. Al final, iba a tener que ser él el que le diese el
empujón que necesitaba, aunque todo dependía de cómo resultase esa última analítica.
Permaneció atento, escuchando palabra por palabra el relato de esa conversación, al
tiempo que barajaba las opciones que tenía la enfermera y las posibilidades que podía
tener él de ayudarla.
- Y por eso pienso que Maca nunca va a dar el paso, porque no es capaz de hablar
con su mujer y… bueno…. yo…yo no puedo hacer nada… es su decisión y… y
es su mujer…. – terminó mirándolo esperanzada, buscando su consejo - ¿No me
dices nada! ¿tú que crees? – le preguntó al verlo tan callado, algo impropio de él.
- Quizás.
- ¿Quizás qué?
- Que quizás sea eso, sí – dijo distraído.
- El problema es que... no se ve compartiendo la vida conmigo – suspiró vencida –
ella tiene sus compromisos y yo… los míos.
- Claro – la miró esbozando una sonrisa de incredulidad.
- Y… en fin que… no tiene sentido empezar algo que no tiene futuro, ¿no crees?
- Claro – repitió – si lo habéis hablado y lo tenéis claro las dos, es… lo mejor.
- Sí… es lo mejor. No quiere hacerme daño y… tiene razón… yo tampoco quiero
hacérselo a ella y…
- Y… - la interrumpió – todo eso que me has contado… ¿es lo que ella te ha dicho
o es lo que tú has interpretado de sus palabras?
- Bueno… exactamente así no me lo ha dicho pero… se entiende, ¿no?
- Si tú lo dices – dijo mostrando su disconformidad.
- ¿Tú no lo crees?
- Yo veo que Wilson te ha dicho que te quiere, que no te ha olvidado, que desde
que entraste en su despacho le pusiste la vida patas arriba, que tiene miedo de no
hacerte feliz, de no estar a la altura, de repetir los mismo errores y a pesar de ello
te reconoce que quiere que estés a su lado hasta la muerte – resumió toda la
conversación – sinceramente, Esthercita, no sé que más quieres que te diga, ¡es
Maca! ¡no puedes pedirle peras al olmo! – enarcó las cejas comprobando
divertido la cara que le estaba poniendo la enfermera, que lo había escuchado
con atención y, de pronto, veía aquella conversación de una forma
completamente distinta – solo le hace falta entender que tú felicidad está aquí o
allí, siempre que sea con ella, ¿le has dicho eso?
- No – negó con la cabeza mirándolo con tanta atención que él sonrió con ternura.
- Házselo ver.
- ¿Cómo?
- Ya sabrás cómo, eres la enfermera milagro, ¿no?
- Bueno… de eso no estoy tan segura – suspiró cansada.
- Pero yo sí.
- Y… si… ¿si te equivocas?
- ¿Y si te equivocas tú?
- Y…
- Y… se acabó la conversación – la interrumpió con firmeza - vas a irte a la cama
ya – le aconsejó viendo que a pesar del interés que le suscitaba la charla cada
vez se le caían más los ojos – estas reventada, niña, ve a la cabaña y duerme a su
lado.
- ¡Eso sí que no!
- Deberías hacerlo, me preocupa ese dolor de cabeza. No quiero que duerma sola.
- Le he dicho que no lo haría.
- No creo que le importe que no cumplas tu palabra – sonrió burlón – es más, se
alegrará de verte.
- ¿Y tú como lo sabes?
- Porque está asustada, aunque no lo demuestre. Si hasta ha aceptado ir conmigo a
Kampala a hacerse más pruebas – le confesó y Esther abrió los ojos de par en
par sintiéndose de nuevo despejada.
- No pongas esa cara de susto niña, se lo dije solo para… provocarla…, no creo
que sea necesario. Ya te he dicho que confío en que mañana esté mejor. Pero…
- ¿Qué?
- Nada, vete a la cama y a partir de mañana… disfruta con ella de los días que os
quedan aquí. ¿Por qué no te la llevas a Jinja a ver las fuentes del Nilo? o… no
sé, a ver los pigmeos del valle, seguro que le gusta, necesita despejarse y
distraerse.
- ¿No será peligroso? – preguntó con la ilusión reflejada en el rostro solo de
imaginar esas excursiones junto a ella – lo digo por lo de hoy y… el otro día con
los furtivos.
- Bueno… la tregua sigue en pie. Esto solo son coletazos de la guerrilla, algunos
grupos se niegan a aceptarla pero… hace un año era mucho peor y nunca nos ha
impedido movernos por aquí. Ya sabes lo que buscan.
- Sí – dijo con seriedad y él supo que su mente había vuelto al orfanato.
- Lo siento, niña, perdóname si…
- No te preocupes – apretó los labios – ya…, vamos... que creo que si… que ya si
lo estoy superando…
- Me alegro tanto de que sea así – se levantó y se acercó a ella abrazándola con
cariño – anda vete a la cama, yo voy a recoger esto y, en unos minutos, haré lo
mismo, y si necesitáis lo que sea o ves que Maca vuelve a sentirse mal…
- ¿No te das por vencido?
- No - sonrió – duerme con ella, por favor, o me harás que tenga que hacerlo yo y
ya sabes lo que opina de mis ronquidos – bromeó.
- Vale, dormiré con ella – aceptó arrastrando las palabras.
- Antes… - la frenó con aquella expresión pícara que ella tan bien conocía –
necesito que me respondas a una pregunta.
- Dime.
- ¿Te gusta el trabajo que estabas haciendo en Madrid?
- ¿A qué viene eso ahora?
- ¿Te gustaba?
- La verdad es que sí, salvando las distancias se puede decir que se parece en algo
a lo que hacemos aquí.
- ¿Te gusta de verdad cómo para quedarte allí?
- Sí, me gusta, pero eso no va a impedir que me tengas de nuevo aquí – respondió
con una sonrisa imaginando que Germán temía perderla.
- Bueno… ahora quiero que me cuentes en qué consiste tu trabajo en su clínica.
- ¿Ahora? – preguntó extrañada y con tal deje de cansancio que Germán la miró
preocupado - ¿se puede saber qué tramas?
- Eso es cosa mía – le sonrió – pero… tienes razón, ahora no. Mejor quedamos
mañana temprano y desayunamos juntos. ¿Te parece bien! ¡un café matutino!
- Hecho – sonrió abrazándose a él - ¡estoy muerta! – reconoció, él se inclinó y la
besó en la frente.
- Buenas noches, niña.
- ¡Buenas noches! – exclamó abandonando el comedor dispuesta a dormir junto a
Maca.
- Eso es cosa mía – le sonrió – pero.. tienes razón, ahora no. Mejor quedamos
mañana temprano y desayunamos juntos. ¿Te parece bien! ¡un café matutino!
- Hecho – sonrió abrazándose a él - ¡estoy muerta! – reconoció, él se inclinó y la
besó en la frente.
- Buenas noches, niña.
- ¡Buenas noches! – exclamó abandonando el comedor dispuesta a dormir junto a
Maca.
* * *
Una hora después, despertó temblando, la pesadilla había sido horrible, de las peores
que había tenido en los últimos días. Maca continuaba durmiendo y la enfermera se
levantó sigilosa. Estaba mareada por aquel horror vivido en sueños. Necesitaba tomar el
aire. Salió de la cabaña y como solía hacer con frecuencia, se sentó en el primer escalón
a fumar un cigarrillo. Aspiró profundamente el humo, mirando al cielo estrellado y las
lágrimas comenzaron a recorrer su rostro. ¿Cuándo iba a ser capaz de superarlo!
¿Cuándo iba a dejar de ver aquellos ojos, aquella boca que la recorría sin que pudiese
evitarlo! ¿cuándo iba a dejar de sentir aquellas manos sobre su cuerpo? sintió nauseas, y
sintió tanto asco que se levantó de un salto y corrió a los baños, necesitaba una ducha.
Maca esbozó una sonrisa y se encogió de hombros, enarcando las cejas en una señal
inequívoca de que estaba de acuerdo con ella, pero no pronunció palabra alguna.
Maca, sintió que la excitación de esa mañana volvía con toda su fuerza y se asustó de
nuevo. Abrió los ojos y le frenó las manos de la enfermera, intentando incorporarse con
tal rapidez que Esther creyó que se le ocurría algo.
Ambas guardaron silencio durante unos minutos, en los que Esther se afanó con esmero
y consiguió que Maca acompasara su respiración y relajara sus músculos hasta tal
punto, que la creyó dormida.
- ¿De verdad quieres que te cuente una historia? – habló en voz queda, en un
intento de comprobar si se había equivocado.
Maca escuchó su voz en una embriagadora lejanía, abrió los ojos pensando en
responder, pero volvió a cerrarlos, cautivada por el placer que le provocaban las manos
de la enfermera recorriendo su espalda, su cuello, su nuca… entregada a él, como hacía
mucho tiempo que no se permitía entregarse a nada, ni a nadie, sintiendo que todo se
producía a una tranquilizadora, relajante y reparadora, cámara lenta.
La enfermera suspiró resignada y cerró los ojos dispuesta a descansar un rato, aunque,
como bien decía Maca, pronto amanecería. Sonrió en la oscuridad satisfecha de lo que
había ocurrido. Germán tenía mucha razón, Maca estaba asustada, tenía miedo de sí
misma, de sus sentimientos y de dejarse llevar por ellos. Ahora tenía más claro lo que
debía hacer y esperaba no equivocarse.
* * *
Los primeros rayos de luz comenzaban a iluminar la cabaña cuando Esther abrió los
ojos, estaba aturdida por el sueño que aún sentía pero, a pesar de haber dormido apenas
un par de horas, tenía la placentera sensación de haber descansado bien, y es que en esas
dos horas por fin había conseguido dormir tan profundamente, que se sentía como
nueva. Le agradaba la sensación de estar así, abrazada a Maca, que dormía
tranquilamente. Sonrió recordando el masaje y lo nerviosa que había logrado ponerla.
Repentinamente, acudió a su mente que debía desayunar con Germán y, sigilosa, se
levantó de la cama, cogió algo de ropa limpia y se marchó a las duchas.
Hora y media después, entraba de nuevo en la cabaña con una bandeja. La soltó en la
mesa y acudió a la ventana levantando completamente el estor. Maca que aún dormía, se
removió en la cama, regruñó unas palabras inteligibles e intentó cubrirse los ojos de la
luz que ahora entraba con toda su fuerza. Esther la observó sonriente, no había
cambiado nada en eso, por lo que había comprobado en esas semanas seguía odiando
que la despertaran.
Maca la miró sin responder. ¡Claro que le apetecía! lo que no estaba tan segura es de
que fuera buena idea. A la luz del día, todos sus propósitos siempre parecían perder
fuerza. Sin embargo, esa mañana todo parecía diferente, se encontraba mejor, incluso
tenía ganas de hacer cosas, y Esther estaba allí, de buen humor, bromeando,
provocándola y pendiente de ella, pero no como hasta el día anterior, algo había
cambiado en su forma de tratarla, en su tono al hablarle y le agradaba ese cambio.
* * *
Maca estaba terminando de desayunar, ante la atenta mirada de Esther, que en pocos
minutos había dejado la cabaña perfectamente ordenada y hacía planes con ella sobre
los lugares que podían visitar, cuando Germán entró a toda velocidad.
- Wilson, ¿todavía estás así? ¡espabila que nos vamos! – casi le gritó.
- ¿Tú y yo? – preguntó sorprendida sin saber a qué se refería.
- Sí señora, tú y yo – respondió - ¡vamos! – insistió moviendo la mano con
apremio.
Esther se levantó de un salto, casi tirando la mesa y lo miró asustada, solo podía haber
una explicación a tanta prisa, algo había ido mal en las analíticas, porque en el desayuno
él se había mostrado tranquilo, aunque un poco pensativo y cuando ella le preguntó por
los resultados de los análisis, él se mostró esquivo y se excusó diciéndole que no se
preocupase que aún faltaba conocer unos datos. No entendía que es lo que había
cambiado desde entonces salvo que fuera precisamente eso que tanto se temía.
Maca sintió que, en cierto modo, era un alivio no pasar el día sola con ella, “quizás no
esté tan mal eso de ir al campo de refugiados”, se dijo, “sí, es lo mejor, quien evita la
ocasión evita el peligro”, sonrió para sus adentros. Cada vez menos segura de su
capacidad para controlar el deseo que le provocaba la enfermera.
Esther se quedó mirándolos, estaba claro que esos dos tenían más cosas en común de las
que ella hubiera imaginado. ¿Y qué pasaba con sus planes! ¡verás cuando cogiera a
solas a Germán! no entendía lo que acababa de hacer, la noche anterior le había pedido
que se la llevara por ahí y ahora parecía que no le convencía la idea. De pronto
reaccionó, ¿pensaban dejarla allí?
- ¡Eh! – les gritó saliendo tras ellos - ¿Yo no voy? – preguntó abriendo los brazos
y haciendo una mueca de súplica.
- Si tratas bien a mi Wilson, y me prometes no discutir con ella, te dejo que
vengas – le respondió el médico observándola en actitud burlona, Maca se giró
hacia él y lo miró entre extrañada y agradecida.
- ¿Tu Wilson! ¿se puede saber qué paso aquí ayer? – saltó Esther poniendo los
brazos en jarras - me marcho un día y ¿ya es tu Wilson?
- ¡Mi Wilson! – repitió levantando un dedo y mirándola con las cejas enarcadas –
¡qué la has tenido para ti muchos días, déjamela un poquito!
- Pero… ¿al campo de refugiados! y… ¿si aparece Oscar? – intentó oponerse la
enfermera.
- Si aparece Oscar, aquí la doctora volverá a ponerlo en su sitio, ¿verdad? – dijo
mirando a Maca y guiñándole un ojo.
- Pero… Maca… - la miró haciendo un gesto de impaciencia, ¿cómo podía
preferir irse con Germán al campo que ir con ella de excursión?
- Lo siento – respondió la pediatra mirándola con cara de circunstancias – es
cierto que ayer hablamos de esta posibilidad y lo había olvidado. Me apetece ver
cómo funciona el campo y… Germán me dijo que…
- ¡Vamos! dejaos de charlas que el campo está a tope, y nos están esperando – las
interrumpió ahora sí, serio.
- Pero… ¡tendremos que llevar nuestras cosas! – los frenó Esther y mirando a
Maca – ¿qué vas?.. a irte así, ¿sin nada?.. tienes que…
- No necesita nada, solo esto – la interrumpió Germán lanzándole a Maca un peto
de médicos sin fronteras que llevaba en su mochila - ¡bienvenida al equipo,
doctora! – se agachó y la besó en la mejilla, Maca le sonrió agradecida.
- Germán, no creo que sea… - intentó protestar Esther, ¿cómo se le ocurría decirle
a Maca que fuera al campo? ¡y a trabajar! aquello era durísimo, y había tenido
dolor de cabeza toda la noche, él mismo le había pedido que la vigilara – no creo
que sea buena idea, Maca no puede ha…
- Esther… - la interrumpió su amigo lanzándole una mirada recriminatoria y
haciéndole una seña con la cabeza hacia la pediatra que la miraba con el ceño
fruncido molesta por aquellas palabras, estaba claro que Esther no confiaba en
que ella pudiera servir de algo en ese campo- ¿te vienes o te vas a quedar ahí
regruñendo?
- ¡Voy! – aceptó resignada – pero ¡esperadme! tengo que coger mi equipo.
- ¡Así me gusta! – exclamó sonriente – te esperamos aquí – le gritó viéndola
desaparecer en el interior de la cabaña – bueno, Wilson, ¿preparada?
- No – le sonrió – pero… voy a intentarlo – respondió con un brillo especial en la
mirada, y un gesto desafiante, Germán lo recordó y le devolvió la sonrisa
satisfecho de su actitud.
- No tendrás problema, ya verás, ¿quieres que te ponga a Esther para que te
ayude?
- No – se negó con rapidez – prefiero… que no.
- No me digas que habéis vuelto a discutir – preguntó exasperado con ambas – si
te la mandé a la cabaña, toda preocupada para que …
- ¡Eres tremendo! como dice Esther. Haz el favor de no meterte más. No hemos
discutido, todo lo contrario, pero…. la estás confundiendo y le estás dando
esperanzas y yo… yo no puedo corresponder – dijo bajando la vista y perdiendo
fuerza en sus palabras - ¿Creí que lo habías entendido y que…?
- Lo entendí perfectamente, Wilson – le dijo con suavidad – entiendo que no
puedes, pero sí que quieres y también entiendo que esa lucha que te traes, te está
comiendo por dentro. Y… o dejas de luchar… o…
- ¿O qué?
- O nada, tienes razón. Soy un entrometido. Tú sabrás, Wilson. Tú y yo nos vamos
en el jeep, los demás irán en los camiones, así irás más cómoda.
- ¿Y Esther! has dicho que íbamos a esperarla.
- Pues… no vamos a hacerlo.
- Pero, ¡Germán! – protestó - ¡quiere venir! Y le has dicho…
- Wilson, tú si que eres tremenda – soltó una carcajada, con lo ufana que se ponía
diciéndole que no podía corresponder a la enfermera y a las primeras de cambio
se desesperaba imaginando que se la dejaban atrás - Esther irá con Sara en uno
de los camiones. Vamos siempre separados… por… por lo que pudiera pasar.
- Entiendo – dijo con cierto temor - perdona.
- No te asustes, es el protocolo, nunca ha pasado nada serio – le sonrió – ni
siquiera en los peores años de la guerrilla.
- Eso es tranquilizador – respondió irónica – sobre todo después de lo que pasó
ayer.
- Lo de ayer fue contra el ejército, no contra nosotros, que Esther fuera con ellos
solo fue una coincidencia.
- Me sorprende ver con qué naturalidad os tomáis todo aquí.
- Wilson, Wilson… y a mí me sorprende ver lo “cagueta” que te has vuelto.
- ¡Vete a la mierda, Germán!
- Siempre detrás de usted, doctora – rió colocándose a su espalda para empujarla.
- ¿Siempre tienes que quedarte por encima?
- Sabes que sí, y más ahora que te has vuelto una blandengue, a ver si vamos
afilando esa paleta y te conviertes en un sparring en condiciones.
- ¡Qué capullo que sigues siento!
- Y tú que … - se detuvo al escuchar que lo llamaban.
Sara llegó hasta ellos, corriendo, Maca la vio cansada y con ojeras, esa chica llevaba
unos días con mala cara. Estaba segura de que no se encontraba bien, pero nadie parecía
darse cuenta. Pluma saltaba tras la joven y al ver a Maca se abalanzó sobre ella y
comenzó a lamerle la cara.
Esther salió de la cabaña con una mochila enorme y una pequeña bolsa.
- ¿Se puede saber qué llevas ahí? – le preguntó Germán con curiosidad.
- No – sonrió misteriosa.
- Anda vamos, se nos está haciendo tarde – les apremió Sara acelerando el paso.
- ¡Esta es mi Sara! – le gritó Germán al verla alejarse con rapidez – nunca tiene un
minuto que perder.
- No te quejes que es la mejor del equipo – la defendió Esther – deberías
agradecerle que….
- Ya salió la abogada de pobres – se burló Germán de ella – por cierto, por
bocazas te vas en el camión con ella – le dijo irónico.
- ¿Qué! pero… ¿no voy con vosotros?
- No, ya te he dicho que quería a Wilson para mí solito.
- Germán, ¿pasa algo? – intervino Maca, comenzando a sospechar de ese interés
del médico en estar a solas con ella.
- Nada, mujer, ¿qué va a pasar? – la tranquilizó – mi enfermera milagro que ya no
recuerda el protocolo.
- Si lo recuerdo – protestó – sé perfectamente que no podemos ir más de dos
juntos, pero… ni Maca, ni yo, técnicamente, somos del equipo, así es que no hay
motivo para ir separados.
- Lo siento, pero lo vamos a cumplir – dijo con rotundidad y unos ojos tan
bailones que Esther rápidamente captó que tramaba algo – nos vemos en el
campo, niña.
- Vale – murmuró entre dientes mirándolo mohína pero aceptó su orden y saltó a
uno de los camiones, mientras Germán ayudaba a Maca a subir al jeep.
Maca lo miró, enarcó las cejas y no respondió. Él no necesitó más gestos para saber que
no quería hablar del tema.
Maca lo miró pensativa, segura de que Germán quería llevarla a algún terreno que no
era capaz de alcanzar a comprender.
- ¿Tú crees?
- ¡Pues claro! ¿acaso lo dudas? Yo creo que gracias a eso ha vuelto a ser la que
era. No sabes lo mal que estaba después de… de aquello. Se negó a descansar,
intentó refugiarse en el trabajo, pero... No estaba preparada y... al final la
inhabilitaron.
- Lo sé. Leí su expediente – confesó - ¿porqué me hablas de todo esto? – le
preguntó directa.
- Porque quiero que sepas que has sido tú la que has conseguido que volviera a
ilusionarse con el trabajo, y… ella lo necesitaba.
- No creo que el trabajo en la clínica le ilusione – dijo con cierto tono de
desencanto, Germán sonrió para sus adentros interpretando que le gustaría que
fuera así.
- ¡Pero qué dices! Si no para de hablar de ello.
- ¿Esther? – preguntó incrédula - ¿te habla de la clínica?
- Sí, habla de trabajo que hacéis, de que no te imaginaba emprendiendo un
proyecto así, de que es estupendo ayudar a esas gentes, de lo que se parece a lo
que aquí hacemos aunque con algunos medios más, me ha hablado mucho de
una tal María José que la tiene fascinada, de una cría, María creo que me ha
dicho, que es un encanto y que estás haciendo maravillas con ella de…
- ¿Esther te ha contado todo eso? – lo interrumpió mirando hacia él con tal
expresión de sorpresa y, al tiempo, de ilusión que Germán sonrió para sus
adentros. Maca no daba crédito a que fuera verdad pero tenía que serlo porque
no había otra forma de que Germán conociese esos detalles.
- Pues sí, y mira que me pesa reconocerlo, Wilson, pero creo que mi enfermera
milagro se ha enamorado de tu proyecto, dice que Laura y ella no paran de
comentarlo y lo peor es que creo que me he quedado sin ella.
- Por eso puedes estar tranquilo, quiere presentarse a las pruebas psicológicas y
solicitar el reingreso aquí.
- Bueno… por eso quería hablarte, creo que eso depende más de ti que de ella.
- ¿De mí? si lo dices por Oscar….
- No es por Wizzar, lo digo por ti. A nada que le pidas que se quede en tu clínica,
lo hará.
- ¿En serio?
- Para mi desgracia sí – suspiró adoptando un aire de abatimiento y mirándola de
reojo, Maca no dijo nada más pero perdió la vista en la lejanía, silenciosa y
pensativa mantuvo la sonrisa en los labios varios minutos. Y Germán la
observaba satisfecho, “¡vaya dos cabezotas!”, pensó divertido, decidió no incidir
en el tema y dejar que Maca asimilase lo que le había contado, si la conocía lo
más mínimo, acababa de quitarle un peso de encima y abrirle una puerta de
esperanza que le permitiese decidirse - ¡Ya verás como te gusta esto! – rompió el
médico el silencio de nuevo.
- Wilson… ¿estás bien? – le preguntó y Maca asintió sin más, no podía dejar de
pensar en la conversación de la noche pasada, en lo que le acababa de decir
Germán, ¡si fuera cierto que Esther era feliz con el trabajo en Madrid! eso sería
estupendo, porque ella no podía pedirle que dejase Jinja para ir a España pero…
si a ella le gustaba… si a ella le llenaba el trabajo en el poblado chabolista, la
cosa cambiaba, ¡deseaba tanto dar el paso! suspiró intentando no pensar en esos
deseos, cada vez más fuertes, de besar a Esther, de dejarse arrastrar por su
entusiasmo, por sus palabras, de…, Germán volvió a hablar – no tienes que
hacerme caso, si no querías venir bastaba con que….
- Si quiero – lo miró y esbozó una sonrisa – me apetece mucho, aunque…
- ¡Estás cagada! – le sonrió.
- Nerviosa sería más correcto.
- Ya… no te preocupes que voy a hablar con Nadia y, si es posible, ella te
enseñará todo y luego ya podrás ponerte ¡manos a la obra!
- ¿Nadia? No recuerdo que me hayáis hablado de ella.
- Es una chica ugandesa, lleva tres años en el campo y se conoce absolutamente
todo. Y, además, sabe español.
- Germán… y yo… ¿qué es lo que puedo hacer…?
- Tú vas a hacer lo mismo que todos, puedes escoger entre estar en la sala interna,
la infantil claro o bueno… - se detuvo un instante - también en la maternidad, sí
quizás sea mejor empezar por la maternidad.
- ¿Por qué?
- ¡Ya lo verás! – rió y continuó - o bien, puedes atender en la explanada que es lo
que hacemos nosotros.
- Yo prefiero estar con vosotros - confesó.
- A veces tendrás que entrar.
- Bueno… - aceptó sin convicción.
- ¡Vamos Wilson! ¡qué no se diga! – le sonrió – atenderás partos, eso para ti es
pan comido, lo normal es que lo hagas dentro pero a veces hay que hacerlo
fuera, depende de las camas, de los grupos que hayan llegado, hay que tener
mucho cuidado con las madres, pero Nadia ya te irá explicando todo.
- ¿Nadia es médico?
- No, comadrona. Se encarga del centro de salud del campo de desplazados.
- ¿Una comadrona! y… ¿los médicos?
- Wilson, los médicos del centro somos nosotros – sonrió.
- Pero…
- Pero es lo que hay, Nadia coordina a las comadronas del centro y luego está
Samantha, que es inglesa, ella pertenece a Médicos sin fronteras y trabaja en
Kampala, es la coordinadora de los centros de desplazados del sur del país.
Nosotros, nos hemos estado encargando de la asistencia médica todos estos años
de guerra, aunque ahora, con la tregua quizás cambie todo.
- Y… entonces.. ¿no hay médicos en el centro?
- Ya te he dicho que no – sonrió ante su perplejidad - vamos todo lo que podemos
que suele ser dos o tres días en semana, visitas rutinarias, pero cuando se
producen avalanchas tenemos que ir varios días seguidos.
- Entiendo.
- Estamos llegando – le dijo reduciendo la marcha – aquellos edificios de allí son
el campo – le señaló al frente.
- Es grande.
- Sí que lo es – sonrió – y aún así se queda pequeño. Prepárate – la avisó – la
primera vez que se entra en él… impresiona un poco.
- Vale – dijo con cierto temor ante aquel aviso.
- Te acostumbraras – posó su mano sobre la de ella en un gesto animoso y Maca
lo miró devolviéndole la sonrisa – todos lo hacemos.
- Claro – asintió.
Las puertas del campo se abrieron para el convoy Germán entró el jeep, pero los
camiones permanecieron en el exterior, de ellos comenzaron a bajar los demás médicos
y enfermeras, que se adentraron a pie.
- Ya está – le dijo Germán cerrando la puerta del jeep tras sentarla en la silla,
esperaba que le presentara a aquella joven que no dejaba de sonreírle pero el
médico no solo no lo hizo si no que se excusó un instante – espérame aquí un
momento, Wilson.
- Vale – respondió abrumada por lo que veía, Germán que se dio cuenta de sus
nervios, le guiñó un ojo y le hizo una discreta carantoña en la mejilla, para
después alejarse con aquella joven hacia el edificio que se encontraba más
cercano.
- De pronto, Maca, se sintió fuera de lugar. El hecho de haberse quedado allí sola,
junto al jeep, en su silla y observando cómo cada uno se desenvolvía por el
recinto con unos u otros, la hacía sentir que había sido un error el ir allí, que solo
los iba a estorbar en sus quehaceres. Germán seguía hablando en aquel grupo,
Esther ya ni siquiera estaba a su vista y ¿dónde se metían los demás! deseaba ver
a cualquiera de ellos, a Gema, a Maika, a Jesús, a Sara a quien fuera, porque
estaba segura de que Esther seguiría saludando a todos un buen rato, como ya
sucediera en la aldea. Un par de niños rompieron la timidez y se acercaron
recelosos a tocarla, sobresaltándola. Le acariciaron el pelo, tocaron la silla, le
rozaban a ella con un atrevimiento no exento de temor, uno se le abrazó y le
sonrió de tal forma que a Maca se le saltaron las lágrimas intentando
corresponder como había visto hacer a los demás. Luego, los pequeños se
alejaron corriendo. Todo aquello la sobrecogía. Paseó la vista a su alrededor.
Dos edificios más grandes y uno más pequeño se levantaban al fondo, alejados
de éste más cercano en el que leyó “Dispensario”. Maca comprendió
inmediatamente que en él debían de atender a todos y que los demás debían ser
las salas de las que le había hablado Germán, el pequeño serían los servicios y
duchas, como en el campamento, al menos, le parecía tener la misma
distribución. Delante de ellos una inmensa explanada salpicada con algunos
árboles, y en ella decenas de personas esperaban ser atendidos, unos puestos en
pie, formando colas, otros sentados o tumbados directamente en el suelo y los
menos echados en esteras, al refugio de la sombra de los escasos árboles. Pero,
sobre todo, si había algo que la hacía que el vello se le erizase, era aquel canto y
aquel olor. Sintió un escalofrío que la recorría con una intensidad increíble. El
canto de aquellas voces se metía en su cabeza, era un lamento que le producía
una sensación de tristeza y angustia. Hasta tal punto que sintió la acuciante
necesidad de taparse los oídos, pero no lo hizo, temiendo que el gesto fuera
ofensivo. Maca – sintió una mano en su hombro y dio un respingo – no te
asustes, soy yo – le dijo con una mueca burlona - ¿vamos? – le preguntó Sara,
mirándola con un esbozo de sonrisa – Germán te está llamando.
- Eh… si – dijo volviendo a la realidad – sí, vamos - dijo siguiendo a Sara que se
encaminaba al grupo de Germán, Esther ya estaba con él y ella ni siquiera la
había visto llegar, enfrascada en las sensaciones que le provocaban todo aquello.
Antes de alcanzar el grupo llamó a la joven, necesitaba preguntarle algo – ¡Sara!
- ¿Si? – se giró deteniéndose a mirarla.
- ¿Por qué cantan? – le preguntó intrigada.
- Bueno… es largo de explicar pero.. básicamente… porque creen que así
lograran que sus familiares enfermos no mueran.
- Pero… ¿por qué! ¿por qué creen eso?
- Ya te he dicho que es una larga historia – respondió con premura haciendo
ademán de continuar la marcha, pero al ver su gesto de desconcierto ante su seca
respuesta, suspiró y le sonrió – luego te la cuento, ¿de acuerdo? – dijo más
afable – ahora no tenemos tiempo que perder.
- Todo esto es…
- Sobrecogedor – habló por ella, asintiendo – lo sé, creo que todos hemos sentido
lo que tú sientes ahora mismo, pero… te acostumbrarás.
- Eso mismo me ha dicho Germán hace un minuto.
- Porque es verdad – le sonrió comprensiva – anda, vamos, nos esperan ¡hay
mucho trabajo qué hacer!
- Claro, claro, perdona no quería entretenerte – le dijo recordando las palabras de
Germán sobre Sara.
- No te preocupes, no me entretienes, ¡me encantaría poder enseñarte todo y
explicártelo! – exclamó con tal énfasis que Maca la miró intrigada - pero ya ves
como esta esto – reconoció mostrándose angustiada andando junto a ella – no
soporto verlos esperar con esa infinita paciencia y no hacer nada – le sonrió
encogiéndose de hombros – Germán siempre me echa la bronca pero….
- Deberías escucharlo, Germán tiene razón, hace días que tienes mala cara, que te
agotes no va a ayudarles en nada – le dijo dejando a la joven sorprendida de que
Maca la hubiese estado observando.
- Germán sabe como soy, no puedo dejar nada para otro día – respondió
ligeramente cortante.
- No te molestes, no quería que sonara como… vamos que solo… que solo me
preocupa tu aspecto y... como ayer me dijiste que no estabas bien… pues….
Pero… imagino que no soy nadie aquí para decirte lo que debes hacer. Disculpa
si….
Sara se detuvo y la miró fijamente. A Maca le pareció que se le humedecían los ojos,
pero el intenso sol y el hecho de tener que mirar hacia arriba, le impedía verla con
nitidez.
- No te preocupes por mí. Estoy bien – respondió con rapidez iniciando de nuevo
la marcha y apretando el paso. Maca la siguió a corta distancia, cada vez más
convencida de que le ocurría algo, por mucho que pretendiera aparentar
normalidad.
- Ya estamos todos – sonrió el médico al verlas llegar, mirando directamente a la
pediatra – Sara, Nadia me está diciendo que Phillips necesita ayuda con aquellos
grupos de allí, Gema y tu le echaréis una mano.
- Muy bien. Vamos Gema – dijo la chica lanzando una mirada de soslayo a Maca
y alejándose del grupo. Esther que no había dejado de observarlas desde que se
detuvieran a charlar, frunció el ceño, pensativa “primero se ofrece a darle un
masaje y ahora discuten”, pensó sin tener claro si debía preocuparse o
simplemente preguntarse qué se traían entre manos, “deja de pensar tonterías y
controla tus celos que vas a hacer el ridículo, Sara es tu amiga y Maca… ¿qué es
Maca?”, se dijo
- Esther, tú y yo… - comenzó a decirle Germán pero rápidamente se percató de
que estaba en otro mundo - ¡Esther! – dio una palmada ante su rostro y la
enfermera dio tal salto que todos soltaron una carcajada incluida Maca que la
miraba divertida - ¿se puede saber en qué piensas?
- En nada – respondió mohína.
- Te decía que tú y yo, nos quedaremos con aquel grupo de allí, son una veintena
de heridos, llegaron esta madrugada y aún esperan ser atendidos.
- Pero… ¿y Maca? – preguntó mirando a la pediatra – yo creía que… vamos
qué…
- Ahora voy con ella – la miró burlón – tranquila que no se me ha olvidado.
- Pero… ¿no vamos a trabajar juntas? – preguntó la enfermera mirando a Maca y
luego a Germán con cara de desesperación. ¡Todos sus planes echados por
tierra! ya que no podía irse de excursión con ella al menos esperaba poder
enseñarle cómo funcionaba el campo y estar a su lado en el trabajo.
- Maca, Nadia es la comadrona del equipo – dijo Germán presentándosela y
obviando el comentario de Esther – ya le he dicho que eres pediatra y que vienes
dispuesta a echar una mano, se ha ofrecido a enseñarte todo esto, y.. a explicarte
como funcionan aquí las cosas – le dijo señalándole la misma joven que se
acercó al jeep cuando Germán la ayudaba a descender.
- Vale – aceptó la pediatra sonriéndole a la chica, Esther la miró perpleja, ni
siquiera un gesto de contrariedad, al menos podía haber mostrado interés en
estar con ella, sin embargo le pareció descubrir y cierto temor en sus ojos –
encantada, Nadia – le dijo a la chica que le tendió la mano, estrechándosela.
- Maca si prefieres quedarte… - intervino Esther, intentando decirle que no hacía
falta que hiciese nada, que podía quedarse con Germán y con ella o descansar en
el comedor, pero Germán la frenó.
- ¡García! – la llamó por el apellido con tal genio que la dejó perpleja y callada –
¡vamos! no hay tiempo que perder – le ordenó tirando de ella y dejando a Maca
con Nadia – ¡vamos! – la agarró del brazo – luego nos vemos – le dijo a Maca
con un guiño - ¡suerte!
Esther se agachó junto a él y preparó su equipo, el joven tenía un corte profundo en una
pierna, había recibido los primeros cuidados y le habían cortado la hemorragia con un
emplasto a base de hierbas y barro.
* * *
En el interior de uno de los edificios, Nadia condujo a Maca hasta la sala de partos, la
pediatra miraba todo con atención, sorprendida de la precariedad de medios y eso que
ella había creído que era imposible trabajar con menos de los que había en el hospital
del campamento y se estaba dando cuenta que aquello era aún peor, allí no había de
nada.
- Estás aún pueden esperar – le comentó levantándose del suelo, tras cruzar unas
palabras, que Maca entendió como tranquilizadoras con las dos – volvamos
dentro.
- ¿Y… esto está así todos los días?
- ¡Todos! – afirmó – la natalidad es altísima, por mucho que intentamos hacer
campañas de concienciación es muy difícil convencerles de que pongan medios.
- Debe ser duro.
- Lo es, pero me encanta trabajar aquí – le sonrió de nuevo – en realidad a todos
nos gusta, es muy gratificante.
- Sí, debe serlo… - suspiró pensativa, aquello era tan diferente a todo lo que había
visto y hecho que esta se sentía abrumada y al mismo tiempo cada vez sentía
más ganas de ponerse a ayudar, entendía perfectamente a Sara - Yo creía que …
daban a luz en.. los campos que…
- Muchas sí – reconoció – muchas están trabajando hasta sentir los primeros
dolores, cuando eso ocurre, se retiran y dan a luz allí mismo, pero hemos
conseguido que muchas acudan aquí. Saben que ayudamos a impedir que las
madres mueran durante el parto.
- Debéis darles seguridad.
- Bueno… algo así. Poco a poco las cosas van cambiando, o eso queremos creer –
volvió a sonreírle.
- Debe ser muy difícil que no muera ninguna, ¿no?
- Eso no ha ocurrido ni una sola vez desde que trabajo aquí, cosa que no puede
darse por sentado en este país – respondió de nuevo con ese aire de orgullo.
- Y, ¿cómo lo habéis conseguido? – preguntó realmente interesada, ¿ni una
muerte en tres años con aquellos medios y sin médicos! le resultaba muy difícil
creerlo, era lógico que algún caso se hubiese complicado. La chica la miró y
sonrió comprendiendo sus dudas.
- A que, como te he dicho, nosotros trabajamos las veinticuatro horas del día: las
mujeres pueden conseguir ayuda de día y de noche, a cualquier hora.
- Pero habrá casos especiales… quiero decir que… qué hacéis cuando hace
falta… una operación – preguntó recordando que no solían contar con un médico
veinticuatro horas.
- Las urgencias que podemos las mandamos al hospital de la ciudad cuando
necesitan ser operadas. Y las que no pueden ser trasladadas hasta allí llamamos
al campamento por radio y en menos de media hora siempre estáis aquí.
- ¿Menos de media hora! y cómo porque hoy hemos tardado más del doble.
- Se puede lograr en moto.
- Claro, entiendo – dijo recordando las cosas que Esther le había contado en
Madrid, era cierto que la enfermera le había hablado, al pedirle su moto, de que
ella en Jinja usaba una pequeña, de pronto la imaginó corriendo en ella por
aquellos caminos de tierra para llegar a tiempo de ayudar a alguien y supo que
no podía ofrecerle nada que la hiciera sentir igual que se sentía allí. Su cara
reflejó esa desesperanza y la joven la malinterpretó.
- No podemos hacer más. El gobierno no tiene dinero para mantener estos centros
con más medios. Ni siquiera pueden permitirse pagar el sueldo de un solo
médico. Pero aún así, evitamos muchas muertes.
- Pero… la gente vive aquí, ¿no?
- Los desplazados sí. Pero nosotros atendemos a todo el que llega. Por eso la
gente viene desde muy lejos – le contó entrando de nuevo en la sala de partos –
cuando terminemos con estas, tendremos que salir a examinar a las que esperan
fuera. Hoy hay mucho trabajo.
- Dime qué hago – le pidió solícita.
- Ven conmigo – le indicó – vas a asistir a tu primer parto aquí.
Maca se situó a su lado junto a uno de los camastros, por suerte eran tan bajos que ella
no tenía problema en atender desde la silla. Nadia se ocupó de una de las mujeres que
llevaban horas de parto, cuando dio a luz, inmediatamente fue trasladada a otro lugar,
ocupando el suyo una de las que esperaban en el pasillo. Nadia le explicó que un
puñado de mujeres más esperaban en la puerta de la sala de consultas, para ser
atendidas.
Maca también miró hacia ella, temiendo que cayese del camastro. Nadia le hizo a Maca
una seña de que se acercase a ella, y la pediatra obedeció, le secó el sudor de la frente y
la obligó a dejar de mecerse y recostarse, la tomó de la mano y le intentó transmitir
calma, era otra cría, no debía tener más de doce o trece años. La joven se puso a gritar y
Maca no entendía qué decía.
Instantes después, tras lavarse y recoger un equipo con las cosas que necesitarían fuera,
salían a la explanada, el calor y el intenso sol frenaron a la pediatra.
Llegaron junto a una decena de mujeres que se encontraban sentadas en el suelo, junto a
ellas, otras tantas permanecían en pie o paseaban. Maca vio a Germán y Esther afanados
en la cura de un anciano que parecía no tener muy buena pinta. Al pasar junto a ellos,
Esther levantó la cabeza y al verla la saludó con la mano. Maca correspondió lanzándole
una enorme sonrisa, pero no detuvo la marcha. Esther se levantó del suelo, al fijarse en
su peto manchado, e hizo ademán de marcharse pero Germán la sujetó por la muñeca.
- ¿A dónde vas?
- Eh… - lo miró dudando – quería… quería ver sí – suspiró y se agachó de nuevo
– a ningún sitio – musitó recordando las recomendaciones del médico.
- Así me gusta – sonrió comprendiendo la inquietud que sentía por Maca, pero
debía dejarla experimentar todo aquello por sus propios medios, cuando lo
hiciera, ya tendrían tiempo de trabajar codo con codo, la observó de reojo y vio
que de nuevo la seriedad había vuelto a su rostro y que cabizbaja terminaba con
el vendaje que tenía entre manos - ¿Qué te dije? – le susurró Germán al oído
intentando animarla – ¿no te parece más contenta?
- Tiene mala cara – respondió la enfermera frunciendo el ceño – parece muy
cansada.
- No lo parece, ¡lo está! – la miró con un gesto divertido - y los demás qué ¿acaso
estamos frescos como una rosa? – le dijo burlón – deja de protegerla.
- ¡Olvídame, Germán! - protestó mohína, mostrando su mal humor.
- ¡Gruñona! – se rió de ella – pero ¿no la ves! al final vas a tener que darme la
razón quieras o no. Esto le va a venir bien.
- No sé – dudó clavando sus ojos en él – solo espero que no tenga una recaída,
creo que no está en condiciones como para estar el día entero trabajando, esto es
muy duro.
- ¡Mujer de poca fe! - bromeó de nuevo – te recuerdo que el médico soy yo.
- Sí, y yo te recuerdo que la que tiene que estar pendiente de ella toda la noche soy
yo.
- ¿Te molesta! ¡yo creí que te encantaba! – le respondió socarrón.
- Hummm – refunfuñó entre dientes.
- Si yo sé lo que te pasa – continuó hablando suavemente - Ya sé que he
estropeado tus planes, pero… hazme caso…
- Me iba a ir de excursión con ella, ya la tenía convencida – le confesó mostrando
en el tono lo que le había contrariado el cambio de plan.
- Bueno… ya habrá tiempo de que hagas esa excursión, Wilson no estaba
preparada para eso.
- ¿Y tú como lo sabes! ayer me pediste todo lo contrario.
- ¿Por qué no ha dudado en aceptar mi propuesta? – respondió con rapidez y
cierto tono irónico – te dije que tuvieras paciencia con ella, no la presiones
demasiado y déjala elegir.
- Ya lo sé – suspiró – no me lo repitas más.
- Anda, coge ahí y deja de mirar hacia ella. Nadia sabe lo que se hace, he hablado
con ella, estará pendiente de Maca. No le va a pasar nada..
- No puedo evitar preocuparme – confesó - Cruz me dijo que debía tener mucho
cuidado con el sol, y que….
- Lo sé, pero deberías confiar un poco en ella y… en mí.
- Tienes razón – le sonrió, más convencida mirando de soslayo al lugar en que
Maca y Nadia atendían a una de las jóvenes embarazadas. Vio a Nadia
examinándola mientras, Maca cogía en sus brazos a un pequeño que no dejaba
de llorar y hacía lo propio con él.
- ¡Esther! – la reprendió, al verla absorta de nuevo - ¡muévete!
- Perdona – se disculpó, siguiendo con su trabajo.
El resto de la mañana, estuvieron trabajando separadas, sin descanso. Esther fue un par
de veces hasta ella, cuando Nadia entraba en el dispensario, con excusas absurdas, “¿me
has llamado?”, “dice Germán que si necesitas ayuda me venga contigo”, a las que Maca
siempre la había recibido con una sonrisa de satisfacción pero, para desesperación de la
enfermera, siempre le respondía en negativo. La pediatra cada vez se sentía más segura
en lo que hacía y eso le hacía estar de muy buen humor, eso y el hecho de que Esther no
dejaba de mirarla y preocuparse por ella. Tan eufórica se sentía que empezó a imaginar
la noche en la cabaña, tenía ganas de hablar con Esther, de contarle todo lo que había
hecho, de hablarle de Ana y de confesarle que estaba dispuesta a intentarlo con ella
pero, poco a poco, Maca comprobó que Esther siempre se acercaba cuando la dejaban
sola y las dudas la asaltaron, convenciéndose de que no confiaba en ella, ni en que fuese
capaz de atender a esos pequeños si no había alguien vigilando sus decisiones y eso,
aunque se dijo que eran imaginaciones suyas y se recriminó por haberse vuelto tan
susceptible, le provocó una leve sensación de abatimiento.
Pero Maca se equivocaba, en realidad, Esther solo quería saber como estaba, le parecía
ojerosa y cansada y temía que fuese tan burra como para no encontrarse bien y seguir
allí. Hacía un rato que Maca se encargaba sola de atender a un grupo integrado por
madres y abuelas con niños de corta edad, ayudada por una enfermera que le había
mandado Nadia, que había vuelto al interior a atender la consulta, tras haber terminado
con el grupo de embarazadas.
Esther, agachada junto a Germán, miró por enésima vez hacia Maca que seguía ocupada
con un niño de unos tres años. Suspiró, pensativa, ¿por qué sería todo tan difícil?
Siempre la misma duda que la obligaba a creer lo imposible... Germán había sido más
que claro, Maca se había visto obligada a decirle que iría de excursión con ella, seguro
que por su insistencia, cuando en realidad no le apetecía. “No lo pienses más, todo es
inútil”, se dijo. Volvió a clavar la vista en ella, era tan complicado aceptar la verdad que
inventaba mentiras para olvidar un poco la tristeza que veía siempre en sus ojos,
aquellos ojos que amaba y que deseaba verlos reír. Nada, nada de lo que hacía parecía
servir. La última vez que se había acercado a ella, Maca ya no la había recibido
sonriente y le había respondido impaciente que, si necesitaba algo de ella, ya la
llamaría, dejándole claro que no fuera más hasta allí. Le gustaría que Maca supiera que
ella la escuchaba, la escuchaba y mucho, y que si se confiase del todo a ella quizás
pudiera ayudarla, pero era tan cabezona, y se cerraba tanto en sí misma. “Y mírala, está
preciosa”, suspiró absorta y Germán le llamó la atención.
- ¡Esther! – casi le gritó al ver que seguía ensimismada sin cumplir la orden que
acaba de darle.
- Perdona, perdona – se disculpó ayudándole al instante.
- ¿Se puede saber dónde estás?
- Perdona – repitió - no volverá a pasar.
- Céntrate por favor, y deja ya de mirar a Maca que la vas a desgastar.
- No seas payaso.
- Está guapa la jodía, ¿eh? – le comentó con confianza dándole un golpecito en el
brazo y señalándola con la cabeza.
- ¡Eh, tú! – le regañó – no la mires así.
- Es que lo está, ha cogido colorcito y mira el tono de su pelo cuando le da el sol y
lo mueve el aire, no me dirás que no dan ganas de meter los dedos en su nuca
y…
- ¡Germán! – casi gritó provocando que hasta Maca levantase la cabeza creyendo
que ocurría algo y mirase hacia ellos.
Pero Esther se equivocaba, Maca había encontrado en aquel campo de refugiados algo
que tenía olvidado hacía mucho tiempo, y no estaba dispuesta a renunciar a aquella
sensación de recordar porqué estudió medicina. Germán la conocía muy bien y había
acertado de pleno. Estaba satisfecha, feliz, cansada, muy cansada, pero feliz. Por
primera vez en años se sentía plena, útil y capaz. Por eso, cuando minutos después, la
enfermera llegó hasta ella con el mensaje de Germán, le dio las gracias, le dijo que no se
preocupasen tanto por ella y que la dejase trabajar. Esther no tuvo más remedio que
volverse a su puesto junto al médico y continuar con su tarea, eso sí, sin quitarle la vista
de encima, dijera lo que dijera, cada vez tenía peor aspecto.
Serían las dos de la tarde cuando, Maca, se obligó a parar para beber un poco, mandó a
su enfermera al interior con uno de los pequeños y con el aviso para Nadia de que
habían llegado tres embarazadas más. Saco una botella de agua apurándola hasta el
final. Ya no estaba cansada, estaba realmente agotada y su cara era reflejo de ello.
Esther, que seguía sin quitarle ojo, al verla detenerse y pasarse la mano por la frente,
permaneciendo así cerca de un minuto, no pudo contenerse más y corrió hasta ella sin
que Germán pudiera frenarla. Estaba claro que empezaba a mostrar los primeros
síntomas de desfallecimiento. Cuando llegó a su lado le pareció que estaba demasiado
pálida, parecía abstraída, con la vista perdida y su mano izquierda pellizcaba su barbilla,
mostrando inquietud.
- Me has asustado – le sonrió alegre de verla de nuevo allí - ¿has parado para
comer?
- No, no he parado para comer – contestó con rapidez – siento haberte asustado,
¿estás bien? Parecías...
- Sí, estoy bien – respondió arrastrando las palabras cansada de que no dejara de
preguntárselo – Solo observaba el reparto de comida y… pensaba… mientras
vuelve…. vuelve… eh… ¡vaya! ¡se me ha olvidado cómo se llama la enfermera!
– la miró con un aire resignado y divertido.
- Se llama Josephine – le sonrió.
- ¡Es verdad! – se encogió de hombros - ¡cada vez tengo peor la cabeza! – bromeó
quitándole importancia.
- ¿Demasiado para una sola mañana?
- No. No es eso… es… ya sabes… soy un desastre para los nombres.
- Maca… eh…. ¿vas a comer ahora?
- No. Han llegado más embarazadas – le dijo señalando unas jóvenes sentadas
unos metros a su izquierda.
- Ya lo he visto, pero…
- Le he dicho a Josephine que llame a Nadia – la interrumpió – tenemos que
examinarlas.
- Ya... – aceptó sin mostrarle la disconformidad que sentía con aquella decisión y
esbozando una sonrisa la miró a los ojos – pero Germán quiere que comas en el
primer turno y luego descanses.
- ¿Germán? – la miró incrédula y Esther leyó un clarísimo “¿no serás tú?” que la
hizo sonrojarse.
- Vale, me callo – aceptó incorporándose y mirando hacia el dispensario, ni rastro
de Nadia ni de Josephine - ¿te importa si me quede contigo mientras llega
Nadia? necesito un respiro.
- ¡Claro que no! – le sonrió alegre - ¿te duele la espalda? no sé como aguantas
tanto tiempo en esa postura.
- Ya estoy acostumbrada – suspiró clavando sus ojos en los de ella – Maca…,
dime, ¿qué pensabas? – preguntó curiosa.
- En que hoy no vamos a poder terminar con todos – respondió mostrando cierta
angustia – da la sensación de que mientras más examinas, más llegan - suspiró.
- Si, son demasiados, nos iremos después de la cena y volveremos mañana.
Deberías descansar un rato – le aconsejó de nuevo – y comer algo, Germán
dice….
- Ya sé lo que dice Germán – respondió secamente – me lo has venido a decir
¿diez veces? – preguntó irónica mirándola fijamente. Esther bajó la vista
avergonzada, al final había metido la pata y había conseguido exasperarla, pero
Maca le levantó la barbilla sonriente.
- Gracias por preocuparte por mí – le dijo mucho más amable – pero estoy bien.
Y… quiero seguir trabajando.
- Maca… tienes que descansar – insistió al ver que no estaba enfadada.
- Ya lo he hecho, Esther – le dijo.
- No me refiero a estos minutos sueltos mientras esperas a tu enfermera me refiero
a….
- Esther… - la cortó mirándola suplicante y mostrando tal hastío en su expresión
que la enfermera se alertó.
- El niño de antes… tenía problemas, ¿verdad? – suspiró dando su brazo a torcer y
cambiando de tema.
- Eso me temo – murmuró mirándola fijamente, agradecida de que no le insistiese.
De pronto, por sus ojos pasó una sombra y le preguntó algo extraño para la
enfermera – cuando ves todo esto… ¿no tienes miedo?
- ¿Miedo! no, yo no tengo miedo, bueno ya no – le dijo con sinceridad.
Su mente voló años atrás, cuando llegó por primera vez a ese campo de refugiados, ni
siquiera llevaba una semana allí cuando experimentó la dureza de los días en el campo y
sintió que se asfixiaba y no precisamente por el calor, sino por la drástica decisión que
había tomado en su vida, por dejarlo todo, por abandonar el hospital, por haberla dejado
sin explicaciones, por marcharse y comenzar de nuevo, lejos de todo, lejos de ella. La
miró entendiendo, perfectamente, como se sentía.
Maca esbozó una leve sonrisa de respuesta a aquella mirada dulce, comprensiva,
cómplice, aquella mirada que la hacía sentir un cosquilleo en el estómago y que la
cabeza le diese vueltas. La deseaba, deseaba besarla de nuevo, deseaba acariciarla,
deseaba decirle que la amaba más que a nada en este mundo, que quería quedarse allí
con ella. Sin apartar sus ojos de la enfermera habló con voz queda, tranquila, como si de
pronto hubiese recuperado todo el aplomo y la seguridad que siempre la había
caracterizado.
- ¿Sabes?! ahora entiendo todo lo que me contabas en los paseos de los primeros
días – la miró con franqueza, Esther vio una luz en sus ojos hasta ahora oculta -
En días como hoy, me gustaría ir al Nilo, como me enseñaste aquella vez – le
confesó. Ahora fue Esther la que sonrió – me gustaría….
- Si te apetece, lo haremos en cuanto empiece a caer el sol – respondió
interrumpiéndola – ¡te lo prometo!
- ¡Me encantará! – exclamó manteniendo sus ojos clavados en ella con tanta
intensidad que, Esther supo que estaba intentando decirle algo más.
- Maca… - torció la cabeza, con el ceño fruncido, confusa - Con esto… ¿no me
estarás proponiendo que… que volvamos sobre nuestros pasos? – se aventuró -
Quiero decir… que… - la miró esperanzada y al mismo tiempo sintió un temor
que hasta entonces no había experimentado, ¿y si se estaba equivocando? Y…
¿si de nuevo estaba metiendo la pata y obligándola a reconocer aquello para lo
que aún no estaba preparada! “haz caso a Germán”, se dijo.
- Te propongo que empecemos de nuevo – se explicó - Sin discusiones, sin
presiones, sin prisa – se explicó con una sonrisa correspondida inmediatamente
por la enfermera - aquí me siento tan lejos de todo que… que tengo la impresión
de… de poder conseguirlo – terminó sin dejar de mirarla, pero Esther mudó su
expresión, ¿qué significaba eso último! no entendía muy bien que pretendía
decirle Maca.
- ¿Conseguir el qué, Maca?
- Conseguir olvidarme de todo y… - la miró intensamente “y decirte que te amo,
que ya no puedo callarme más, que el miedo que tengo lo olvido cuando me
miras como me estás mirando ahora, que…”.
- Nunca dejas nada al azar, ¿verdad? – le preguntó acusadora, y en tono de
reproche, al ver que no continuaba y se quedaba absorta, observándola - no
puedes ni por un momento dejar de pensar y, simplemente hacer las cosas
porque las quieres y las sientes, sin planes, sin preparativos, sin tenerlo todo
estudiado y sopesado.
- No, no puedo. Lo siento – reconoció mudando su expresión alegre por una más
seria que denotaba su incomodidad ante aquellas palabras – sabes como soy,
pero… si no quieres tú… olvida lo que te he dicho – apretó los labios intentando
esbozar una sonrisa que le transmitiera la sensación de que no pasaba nada, si así
era.
Maca la miró fijamente, temía que lo que estaba a punto de escuchar no iba a gustarle
demasiado. Aguardó a que continuase pero Esther seguía sin hablar, había vuelto a
juguetear con la tierra y parecía pensarse lo que tenía que decirle. Maca sintió que toda
la euforia que había experimentado esa mañana desaparecía de un plumazo. Después de
atreverse a dar el paso, de atreverse a decirle que estaría dispuesta a intentarlo, tenía lo
que tanto había temido, que le cerrara la puerta en las narices.
No quiero más este tira y afloja. Estoy cansada y… yo… yo solo deseo que todo vuelva
a ser... como antes.
Esther la miró y estuvo a punto de decirle que sí, que efectivamente esa era su decisión,
tenía que hacerla reaccionar, hacerla reconocer lo que tanto quería escucharla decir,
pero en el último momento se arrepintió, vio la cara de Germán, recordó sus palabras y
pensó que quizás eso era presionarla demasiado. Sabía que debía volver a Madrid y
arreglar algunos asuntos antes de regresar definitivamente a Jinja y decidió escoger esa
salida.
- No, no es eso. Antes de solicitar mi vuelta aquí, cumpliré con mis obligaciones –
le dijo sin percatarse de la cara de desencanto de la pediatra “¿obligaciones! ¡en
qué estás pensando, Maca! te lo acaba de decir clarísimo, eres una obligación,
una carga, una…”, no quería seguir pensando, no podía - Me refiero a… - la
miró fijamente, frunció el ceño y tomó aire - antes te he mentido, si hay algo a lo
que temo, temo a la dependencia que tengo de ti, Maca. Y… no me gusta… y…
no quiero…
- ¿Dependencia! ¿tú de mí? – preguntó interrumpiéndola con voz ronca mostrando
incredulidad - ¡Tiene gracia! – exclamó irónica, molesta por lo que le había
dicho antes, si había algo que ella no estaba haciendo era jugar, y más aún por el
tono recriminatorio de sus palabras, no entendía a que venía aquello – que tú me
hables a mi de dependencia – murmuró entre dientes y frunció los labios,
cabeceando afirmativamente – tú no dependes de mí, tú no sabes lo que es
depender realmente de algo o de alguien – soltó casi llorosa.
- Sí lo sé, Maca – respondió bajando la voz y haciéndole a ella una seña de que
hiciera lo mismo, pero la pediatra no se dio por aludida.
- ¿Lo sabes! ¿tú sabes lo que es estar sentada en esta silla dependiendo de todos
para lo más básico! ¿sabes lo…?...
- No exageres... – murmuró sin convicción consciente de la cantidad de veces que,
a posta, la había hecho esperarla a sabiendas de que ella no podría buscar lo que
quería – te manejas muy bien en la silla y ya está bien de...
- No me refiero solo a eso – la cortó con genio - ¿Tú sabes como me sentí cuando
desapareciste sin más?
- Es eso, ¿no! aún no me has perdonado. Me preguntaba cuando tendrías el valor
de reconocerlo.
- ¡No! claro que no – exclamó con voz ronca – te perdoné hace mucho – confesó
abatida.
- Entonces… ¿qué es lo que no sé! ¿qué es lo que no entiendo?
- Tú no sabes lo que es cerrar los ojos y tenerte aquí metida día y noche – se dio
unos golpes en la sien señalándose la cabeza - serena o borracha, despierta o
dormida… ¿lo sabes? No creo que lo sepas, ¿sabes qué es que tu mujer te haga
el amor – Esther frunció el ceño al oír aquello sintiendo una punzada de celos - y
tú no puedas dejar de pensar en otra? – casi le gritó despertando la atención de
los demás. Germán se levantó y miró hacia ellas, haciéndole a la enfermera un
gesto recriminatorio.
- Chist, Maca, no levantes la voz y no montes una escena – le pidió, viendo la
seña de Germán – este no es lugar ni….
- Pues… ¡no me hagas montarla! – respiró agitada – eres tú la que has venido
hasta aquí para…. ¿para qué?..¿para qué has venido?
- No la montes y punto – respondió también con genio y el ceño fruncido, pero
con la voz ronca y muy baja – Y para que te enteres, si lo sé. Sé lo que es irte a
miles de kilómetros huyendo de alguien que va contigo, se lo que es trabajar
hasta caer desmayada con el solo propósito de dormir, por una noche, sin soñar
contigo, sé lo que es luchar contra fantasmas que solo repiten un nombre, el
tuyo. Hay muchas formas de dependencia Maca, y estoy harta de que estés
siempre sintiéndote una víctima. Porque yo también he sido víctima de algo
horrible y …
Maca se revolvió en su silla incómoda, sin saber qué decir pero dispuesta a no seguir
con aquella conversación.
- ¡Basta, Esther! – la cortó y se giró dándole la espalda – tienes razón, esto es
absurdo. Olvida todo lo que te he dicho antes – le pidió con genio, Esther la
miró alertada, no pretendía enfadarla hasta ese punto, solo quería llevarla a su
terreno para que si de verdad quería intentarlo, lo hiciese libre de todo, y ella
sabía que a Maca le faltaba algo por reconocerle, algo por echarle en cara y tenía
que conseguir que lo hiciera - No podemos cruzar dos palabras sin terminar
discutiendo.
- No, no basta - cogió la silla y le dio la vuelta encarándola – y sé lo que te pasa,
sé que desde el día que te lo conté me odias por no haber luchado, por dejar que
me hicieran… por… por dejar que me violaran – le soltó con crudeza y con
intención de provocarla - sé porqué me rechazas, y porqué me dices que no
puedes estar conmigo….
- No entiendo… ¿qué quieres decir? – habló con voz ronca y los ojos más oscuros
que Esther le viera en muchos días – te he dicho que sí quiero.. que…. podría
llegar… a… intentarlo… que…
- ¿Tú te estás escuchando? – le preguntó retóricamente – ¿por qué balbuceas? ¿no
estás segura? yo te voy a decir porqué – saltó con rapidez frenando el leve
intento de Maca de protestar - no creo lo que me has dicho, creo que la realidad
es que te doy asco... y sé que me desprecias por no buscar ayuda…
- ¿Qué gilipoyez estás diciendo? – alzó de nuevo la voz fulminándola con la
mirada – no pongas en mi mente cosas que solo están en la tuya, eres tú la que
no te perdonas, tú la que te das asco… - le espetó con genio – yo… yo no pienso
eso, no… no siento eso… - balbuceó de nuevo, mucho más suave comenzando a
comprender que había caído en una trampa por la expresión de triunfo que
estaba poniendo la enfermera.
- ¿No? entonces ¿qué sientes? ¿por qué me rechazas? – le preguntó con una
dulzura que hasta ahora no le había mostrado. Maca comprendió que estaba en
lo cierto, había caído en su trampa.
- Yo… yo… - las lágrimas se le saltaron “¿por qué te rechazo?”, “¡porque no
puedo hacerte cargar conmigo!”, “porque no te mereces que se me vuelva a ir la
cabeza y te haga otra vez lo que te hice”, pensó – yo… no te rechazo, yo… –
dijo con un nudo en la garganta “yo… te amo, y lo único que sueño es en estar
contigo”, pensó, mirándola de tal forma y con tal intensidad que Esther la
entendió.
- ¿Y porqué nunca me quieres decir lo que sientes? – preguntó intentando
disimular una sonrisa provocada por la alegría de aquella confesión sin palabras,
no hacía falta que las pronunciara, sus ojos las habían gritado tan alto que había
sido capaz de escucharlas.
- Esther, porque yo no soy como tú. No soy capaz de… de expresar… bueno que
ya lo sabes – frunció el ceño molesta, le costaba hasta decirlo en voz alta.
- ¿Tan difícil era decirme que me quieres?
- Te he dicho que te quiero muchas veces, ¡muchas! más incluso de las que soy
capaz de recordar...
- No me refiero a esos te quiero, Maca. Ya sé que hay muchas formas de
hacérmelo ver. Me refiero de verdad – le dijo en tono de reproche – necesito que
me lo digas de verdad.
Maca la miró intentando adivinar qué era lo que quería de ella, siempre había sabido
leer aquellos ojos, pero ese día estaban especialmente misteriosos y Maca sintió de
pronto pánico de no poder volver a entenderlos, de haberlos perdido para siempre.
- Ya te lo he dicho – respondió cansada mirando a aquel grupo que debía atender
y que ya estaba terminando de comer el plato que le habían servido – y, ahora,
debo seguir con los niños.
- ¡Cobarde! ¿hasta cuando vas a seguir huyendo?
- No huyo. Nadia viene por ahí y debo seguir. ¡Mira que cola! – exclamó
angustiada y nerviosa – ya hemos dado suficiente espectáculo ¿no crees?….
- Yo lo que creo es que debes descansar. Germán me ha enviado a que te lo diga.
El sol de la tarde es demasiado fuerte para ti – le dijo con brusquedad.
- Lo que es demasiado fuerte para mi son conversaciones como ésta.
- ¿Te he levantado dolor de cabeza? – preguntó burlona.
- Me has levantado todo, la cabeza, el estómago, ¡menos lo que yo quisiera! –
exclamó con énfasis.
- ¿A qué te refieres? – preguntó perpleja.
- Creo que es evidente, ¿no?
- No – respondió con sinceridad.
- ¡A mí de esta silla! – exclamó de nuevo. Esther la miró y esbozó una media
sonrisa divertida, sus ojos bailaron como hacía tiempo y Maca supo que la
enfermera tramaba algo y ella ya no era capaz de saber el qué.
- No esperes milagros, bastante he logrado ya de ti hoy – le sonrió abiertamente,
Maca se quedó desconcertada, sin saber que significaba aquello que le había
dicho, Esther parecía otra vez de buen humor y parecía aceptar su negativa a
pronunciar las dos palabras que tanto deseaba escuchar “te amo”.
- Pues… si no puedo esperar milagros de la enfermera milagro, tú me dirás de
quién puedo esperarlos – respondió irónica.
- Vete dentro, por favor, en cuanto pueda voy yo. O… - se volvió y miró a
Germán que auscultaba a un chico, el médico levantó la cabeza al verse
observado y ella le preguntó con una seña si iba a ayudarle, a lo que él negó con
un gesto y un “tranquila” - mejor te acompaño y…
- No hace falta que te molestes. Puedo sola – se apresuró a oponerse.
- No me es molestia – le sonrió – pero si no quieres… - se encogió de hombros y
le acarició la mejilla, con suavidad - descansa, ¿de acuerdo? – la miró satisfecha
de lo que había leído en sus ojos – si aún tienes ganas, esta tarde iremos al río.
- ¿Lo dices en serio? – le preguntó cada vez más confusa con su actitud y Esther
asintió - ¿y soy yo la que está jugando?
- Sí, tú eres la que juegas y no hablas claro, yo no voy a insistir más veces –
sonrió satisfecha, ya la tenía donde quería, ahora sí estaba segura no solo de que
Maca la amaba sino de que no tardaría mucho en reconocerlo.
- De acuerdo, vamos al río esta tarde – aceptó ante el asombro de Esther que
estaba segura de que se iba a negar.
Maca giró la silla para encarar al grupo dispuesta a llamar a la primera madre de la fila
que tenía en brazos a una pequeña a la que intentaba obligarla a tomar parte de lo que le
habían servido.
- Y… una cosa más, Maca – la miró con intensidad - ¿Entiendes ahora cómo me
siento yo cada vez que me insinúas que no merezco cargar contigo? – le
preguntó con una mirada especial, franca, dura y a la vez llena de cariño.
Maca no respondió y bajó los ojos, avergonzada y vencida, ¡qué lista había sido la
enfermera! ¿qué podía responder a eso? Esther se dio la vuelta dispuesta a marcharse
pero de pronto pensó en decirle algo más y se detuvo, cuando estaba a punto de hacerlo,
sintió que Maca la sujetaba por la muñeca, obligándola a encararla.
Esther la miró, sonrió y le cogió una mano, inclinándose de nuevo hacia ella.
- A estas alturas de tu vida, Maca, creí que ya habrías aprendido que hay veneros
que brotan de tan adentro que nunca se secan y… por mucho que queramos
taparlos, por mucho que queramos cerrar esa fuente, la naturaleza sigue su curso
y antes o después, resurgen con toda su fuerza, porque lo único que han hecho es
crecer a escondidas.
- Pero… pero y si… si no fuese así y si… se secase – insistió mirándola con un
aire de desesperada súplica. Esther comprendió al instante lo que ocurría, Maca
tenía miedo de que volviese a dejarla, como ya hizo cinco años antes.
- Entonces tendríamos sed los dos y tendríamos que buscar juntos dónde poder
beber, y quizás tendríamos que dejar de vagar… - le sonrió maliciosa – y
quedarnos en un lugar que nos permitiera saciar la sed de ambos – terminó
incorporándose y dejándola con una tonta sonrisa en la boca - ¿no crees?
- Supongo que sí – murmuró.
- ¿Solo supones? – le preguntó maliciosa.
Esther esperó a que dijera algo más, pero no lo hizo, Maca continuó observándola
fijamente, abstraída, asimilando cada una de las palabras que habían sido pronunciadas.
“¡Daría lo que fuera por saber qué está pensando!” se dijo la enfermera calibrando hasta
qué punto debía seguir presionándola o si ya estaba bien, finalmente decidió parar,
estaba claro que Maca necesitaba más tiempo y ella estaba dispuesta a esperar todo el
que fuera necesario. Se dio la vuelta sin pronunciar palabra y se alejó de ella, pero antes
de llegar junto a Germán deshizo sus pasos con una rápida carrera.
- y… una cosa más, Maca, yo… ¡también te amo! no es tan difícil decirlo – apretó
la boca en una mueca socarrona – como diría Germán, “santo y seña, Wilson,
¡santo y seña!” – exclamó y corrió hasta su puesto junto al médico, dejando a
Maca boquiabierta.
Minutos después, Nadia regresó y le pidió que entrase a descansar, pero Maca se negó
con una sonrisa y, juntas, atendieron a cuatro mujeres más. Mientras las examinaban, la
pediatra miró en varias ocasiones hacia Esther, pero la enfermera parecía enfrascada en
su trabajo. Cada vez estaba más cansada y, a pesar de estar disfrutando con todo
aquello, sabía que no iba a poder aguantar mucho más allí fuera. Cuando ya suspiró
creyendo haber terminado con el trabajo en la explanada, llegaron tres jóvenes madres
que, Maca miró con desesperación, se sentía agotada pero no quería dar su brazo a
torcer y menos después de la charla con Esther, pero empezaba a ser consciente de que
estaba llegando al límite de sus fuerzas. Nadia la miró sonriente, pero ligeramente
preocupada, le propuso de nuevo seguir sola y que ella fuese a descansar, pero Maca
volvió a negarse. No estaba dispuesta a renunciar a las primeras de cambio.
Tras pasar satisfactoriamente la revisión, dos de las jóvenes, siguieron las indicaciones
de Nadia y entraron a hacerse la prueba del VIH pero la tercera, hubo de esperar, debían
atenderla en el interior.
- Maca, debemos acompañarla dentro, a maternidad.
- Sí, creo que debería quedarse aquí – compartió su opinión – va a haber
problemas con el resto del embarazo.
- Vamos a recoger todo esto y nos vamos con ella. Ya está bien por hoy.
- ¿Y las demás? Aún quedan varios niños por ver y….
- Los examinarán en el próximo turno.
- Pero…
- Maca, no sé tú pero yo he estado toda la noche trabajando y …
- Luego has tenido que estar enseñándome todo – la interrumpió con un deje de
culpabilidad.
- ¿Tenido! ha sido un placer – le sonrió – pero… estoy muerta.
- La verdad es que yo también – reconoció al fin al ver la sinceridad de la chica.
- Normal, es tu primer día.
- Sí, ¡odio este calor!
- ¿Calor! hoy no hace demasiado. ¡Hay días peores!
- ¡Pues no quiero ni imaginar como serán! – exclamó terminando de recoger.
Mientras lo hacía, una anciana se acercó a ellas casi gritando. Nadia cruzó unas
palabras con la mujer y, ésta pareció calmarse y regresar al grupo del que había
llegado - ¿qué le pasa?
- Nos ha visto recoger y se ha impacientado. Quiere que veamos a su hija.
- Pues vamos a verla.
- No, Maca. Tendrá que esperar.
- Pero a lo mejor está grave, no se pondría así si… - se detuvo al ver la cara que le
estaba poniendo la joven - como tú digas – murmuró intentando que sus
palabras sonaran a disculpa.
- Es duro, lo sé, pero hay que saber parar. Las dos debemos descansar.
- Pero… ¿hasta mañana no la atenderemos?
- No, mujer, dentro de un rato entra el siguiente turno y ellas están además en el
grupo de Phillis – le indicó señalando hacia el fondo, donde Maca vio a un
médico arrodillado frente a un grupo de una veintena de personas – es
angustioso pero no podemos hacer más de lo que hacemos. Si no descansamos,
no servirá de nada que les atendamos. Hay que estar frescos para evitar errores.
- Tienes razón – suspiró mirando hacia atrás con una sensación de culpabilidad
por dejarlos allí.
- Vamos, no lo pienses más – le puso la mano en el hombro, al ver la lentitud con
que avanzaba.
Maca lo aceptó con alivio. Estaba segura de que si seguía unos minutos más bajo aquel
sol y con aquel calor asfixiante se iba a caer redonda de la silla. Pero a pesar de todo,
era incapaz de dejar de sonreír, de sentirse satisfecha y de sentirse especialmente
contenta.
* * *
Tras ver pasar a Nadia y Maca hacia el interior, y percatarse de la mirada de la pediatra
y del intento, infructuoso, de que Esther se diese cuenta de que se entraba, la saludó con
la mano en un gesto marcial y una sonrisa de satisfacción y orgullo, a la que Maca se
apresuró a corresponder, pero la enfermera no levantó la cabeza y, rápidamente,
comprendió que la discusión que las había visto protagonizar había sido más seria de lo
que le pareció en un principio. Aunque Maca no parecía ni molesta ni alterada, parecía
satisfecha, contenta y conciliadora. Germán le dio un ligero golpe en el brazo a Esther y
le indicó con los ojos que Maca ya se marchaba, pero Esther no mostró ninguna
intención de levantar los ojos hacia ella y frunció los labios en una maquiavélica sonrisa
que ninguno pudo apreciar.
- ¿Ya estáis otra vez? – le pregunto al verla mirar hacia la pediatra cuando ya
había pasado de largo y ésta no podía verla – no deberías discutir con ella.
- Lo sé y lo siento, no debí hacerlo – se disculpó consciente de que no debería
haber provocado aquella conversación delante de todos y pensando que él le
estaba recriminado ese comportamiento – fue culpa mía pero… no volverá a
pasar. Además, ya está todo hablado.
- Después dices que soy yo el que se pasa el día picándola, pero vaya discusiones
que os traéis vosotras.
- Si – suspiró – no habrá más discusiones. Te lo prometo.
- ¿Por qué no vas a buscarla? Parecía cansada.
- Lo está, pero no voy a ir. Tengo trabajo.
- También tienes que descansar.
- Mira quién fue a hablar ¿Y tú qué? También pareces cansado.
- Yo iré en un rato, pero tú… deberías ver cómo está… y… echarle una mano…
aquí… no es como en el campamento.
- No insistas, no voy a ir tras ella. Tenías mucha razón, necesita libertad y hacer
las cosas cuando ella quiera – le dijo recordando la petición de Maca. Había
estado dándole vueltas a la cabeza y quizás se había equivocado en sus
apreciaciones, al principio había estado muy segura, pero ahora, mientras más
pensaba en aquellas palabras, y escuchaba la voz de Maca diciéndole “si ese
león no quiere que se la des”, “si prefiere beber solo”, las dudas la asaltaban, ¿y
si Maca le estaba diciendo que no iba a dejar a su mujer! ¿que aunque pudiese
desearla, que aunque pudiese quererla, incluso que aunque estuviesen juntas, al
volver, no dejaría a Ana?
- Ve a buscarla, una cosa es no insistir en ciertos temas y otra muy distinta, dejarla
sola cuando de verdad necesita ayuda – le recomendó, sacándola de sus
pensamientos.
- ¿En qué quedamos? – le dijo con rapidez – ¿en qué debe conocer esto sin ti y sin
mí o en que me vaya tras ella! no soy su niñera – lo miró con un esbozo de
sonrisa.
- ¿Estás enfadada con ella? – preguntó desconcertado, ni el tono ni su expresión
burlona, se correspondía con sus palabras.
- No – sonrió - ¡todo lo contrario! he decidido hacerte caso, así es que, vamos a
terminar con éste chico y a comer algo, pero no voy a entrar tras ella – lo miró
desafiante.
- A mí no me engañas, algo no te ha salido como esperabas – afirmó mientras
comenzaba a limpiar la herida del chico que yacía tumbado junto a ellos - ¿Qué
ha pasado?
- Es una cabezona… - le comentó mostrando su desesperación – solo le pido una
cosa, que me diga claramente lo que siente, y a cambio no deja de insinuarme
que me quiere y que quiere que me vaya con ella a Madrid, para
inmediatamente, transmitirme la sensación de que prefiere estar sola, de que
prefiere saber que estoy ahí pero… no sé… - suspiró - le he dicho claramente
que no pienso seguir con este juego, y hasta que no me diga las dos palabras que
quiero escuchar, no voy a dar ni un solo paso más – masculló con rapidez,
Germán sonrió seguro de que no cumpliría lo que estaba diciendo, la conocía y
solo estaba expresando en voz alta lo que pasaba por su cabeza pero luego no
sería capaz de hacerlo.
- Pero… vamos a ver que yo me entere, ¿te ha dicho que te quiere y te ha pedido
que vuelvas a Madrid con ella? – preguntó satisfecho al comprobar que su charla
en el jeep había surtido el efecto que pretendía.
- Sí.
- ¿Y cuál es el problema! no me irás a decir que ahora…
- No sé – masculló mohína – el problema es que no hay problema.
- Ya sí que me he perdido – sonrió negando con la cabeza burlón.
- El problema es que no me basta con que me quiera, necesito que me lo diga a la
cara, sin rodeos, que me diga si piensa en un futuro conmigo o si… pero ano lo
hace, y a veces creo que me lo está pidiendo y otras creo que me insinúa que se
conforma con una relación a medias y…
- Deja de comerte la cabeza y escucha lo que te dice – le aconsejó.
- Eso he hecho – volvió a suspirar.
- Tiene miedo, Esther – le dijo de sopetón.
- Pero miedo de qué – preguntó sorprendida de la seguridad con que se lo había
dicho.
- De hacerte daño. De… – se detuvo y la miró – no debía decirte esto, y como
Maca se entere de que te lo he dicho, me mata.
- ¿Qué pasa?
- Maca se siente culpable por algo. Algo que teme que se repita.
- Ya… – dijo pensativa intentando adivinar qué podía ser, porque esa misma
sensación es la que ella había tenido la noche anterior cuando estuvieron
hablando – yo creo que no es eso. Yo creo que está enamorada de otra persona y
que está dudando – le dijo aventurándose, no sabía por qué pero tenía la
sensación de que Maca y él habían hablado y ella necesitaba saber si, aparte de
Ana, también tenía que preocuparse por alguien más, por Vero – quizás porque
no está segura de si lo está o no o.. no sé… quizás porque…. Ana
- ¿De Ana! yo no creo que Ana sea el problema, es la excusa.
Esther se detuvo en lo que hacía y lo miró detenidamente.
- No pensaba en Ana pero… ¡Tú sabes algo! – afirmó con rotundidad, segura ya
de ello.
- Yo no sé nada.
- Claro que lo sabes, ¡dime que pasa con su mujer! – casi le ordenó, elevando la
voz mostrándose a un tiempo sorprendida de que fuera así y alterada ante la
posibilidad de enterarse, al fin, de lo que ocurría con Ana.
- Que no Esther, que yo no sé nada – repitió desviando la vista de ella y
concentrándose en recoger el equipo.
- ¡Qué a mi no puedes engañarme, Germán! – le insistió – ¡qué se te han puesto
las orejas coloradas! – se burló sujetándolo por el brazo obligándolo a mirarla.
- Eso es del calor – murmuró avergonzado.
- ¡Del calor que te ha entrado al irte de la lengua! – soltó con rapidez y melosa
volvió a la carga – dime que es, dímelo, por favor. ¡Necesito saberlo!
- Yo… no puedo, Esther – le dijo poniéndose serio e incorporándose – será mejor
que veamos a aquel anciano de allí, su hija ha venido ya tres veces a pedir que le
eche un vistazo y luego… vamos a comer algo – propuso encaminándose hacia
el árbol bajo cuya sombra descansaban un grupo de desplazados.
- ¡Por favor! – le pidió sujetándole una mano y haciendo que la mirase - ¡por
favor, Germán! es muy importante para mí.
- Que no puedo Esther, que lo prometí, y... no insistas porque no te lo voy a
contar. Es ella la que debe hacerlo.
- ¡Pero esto es increíble! – exclamó – o sea, ¡qué te lo ha contado! Me paso los
días detrás de ella, Maca por aquí, Maca por allá, Maca esto y Maca lo otro, se
supone que hemos vuelto a tener confianza y, en diez minutos que habla contigo,
¿va y se sincera?
- No te equivoques con Maca, ella no me ha contado nada – sonrió divertido por
su arranque de celos.
- Ah… y… entonces cómo... – preguntó enrojeciendo arrepentida de la reacción
airada que había tenido.
- Adela.
- ¡Joder! ¡vaya con la amiguita! – exclamó sin poder evitarlo y sin pensar en él y
en lo que podía significar que hubiese estado hablando con su ex mujer de Maca
- ¡Con amigas como esa para qué quiere Maca enemigos! – se ensañó mostrando
abiertamente su animadversión hacia ella.
- No te equivoques tú ahora con Adela – le reprochó molesto por su tono – Adala
dudó mucho antes de decirme nada y su única pretensión era.. era que yo os
ayudase, a ti incluida.
- ¿Ayudarme Adela a mí? – preguntó irónica.
- Sí, y no te hagas la tonta conmigo, que ya sé que fue ella la que te espoleó para
que te la trajeses aquí.
- ¡Joder! – volvió a exclamar aún más abochornada que antes - Pues ayúdame y
cuéntamelo.
- No ese tipo de ayuda, Esther. Habla con Maca, y que te cuente ella.
- Pero si lo he intentado de cientos de formas y es mencionar a Ana y se pone a la
defensiva – protestó – no hay manera de que suelte prenda.
- Ya la conoces, le cuesta hablar de sus sentimientos y… lo ha pasado muy mal,
eso te lo aseguro.
- Pues ya si que no entiendo nada. Si tan mal lo ha pasado y tan mal le va con ella
¿por qué no la deja? – lo miró esperanzada y a un tiempo asustada, tenía un
extraño presentimiento cada vez que hablaban de su mujer – porque ahora
mismo me acaba de decir que estaría dispuesta a empezar algo conmigo pero
luego, creo que me ha dicho algo que puedo entender como que… - se
interrumpió sin saber si decir en voz alta aquello que le rondaba la cabeza
porque tampoco estaba segura de que fuera real, pero finalmente, asqueada por
el tono de la conversación, por la idea de que Germán, precisamente Germán,
supiese algo que ella deseaba conocer desde que llegó a Madrid y supo que
Maca estaba casada, se decidió - vamos que … que me ve perfectamente en el
papel de amante, pero que a Ana no la deja.
- ¿Wilson te ha dicho eso? – preguntó extrañado – Creo que lo has entendido mal.
Vamos… estoy seguro de que no es eso, al menos... no exactamente así – le dijo
frunciendo el ceño – confía en Wilson. Habla con ella, pero no la presiones. En
el fondo creo que está deseando contarlo.
- ¿Sabes que nadie en la clínica conoce el tema? – preguntó más suave y más
tranquila al ver que Germán no dudaba ni por un instante en que aquello que
ella temía era absurdo.
- ¿Qué tema? – preguntó desconcertado.
- Ana. Nadie la conoce. Bueno, Adela sí claro…
- Sí, lo sé, me lo ha contado Adela – reconoció – pero… conociendo a Maca… no
me extraña.
- Mucho hablas tú últimamente con tu ex, ¿no?
- Lo normal.
- ¿Lo normal? ¡qué estas hablando conmigo Germán! ¡qué te he visto hacer ruidos
en la radio para fingir que había interferencias! – rió recordando esos días - y te
he visto decirle a Francesco que no aceptase sus segundas llamadas – sonrió
burlona haciendo que fuese ahora él el que enrojeciese.
- Bueno… ya vale… es cierto que… últimamente, nos llevamos mejor.
- No entiendo como un hombre como tú… no veo que os parezcáis en nada.
- Tampoco te pareces tú en nada a Maca – le soltó irónico – quizás ahí esté la
cuestión, ya sabes lo que se dice….los polos opuestos…
- Visto así.
- Anda, ve a buscarla y… si hablas con ella, no seas muy dura.
- Mucho la proteges tú ahora.
- Bueno… digamos que… me he acostumbrado a sus borderías.
- Ya… - sonrió, se inclinó hacia él, lo besó en la mejilla y se levantó – voy a
buscarla y te prometo portarme bien y no discutir con ella.
- Ahora nos vemos – le devolvió la sonrisa observando como salía corriendo en
dirección a los edificios.
Por el camino, no dejaba de pensar lo tonta que había sido dudando de la pediatra y sus
intenciones. Maca había sido clara, a pesar de no decirle lo que ella esperaba, sí que le
había dicho que quería intentarlo, que quería ir con ella al Nilo, le había pedido que
regresase a Madrid… Germán tenía razón, siempre se dejaba llevar por aquellos
impulsos negativos, por sus miedos y sus dudas y así lo único que conseguiría sería lo
contrario de sus pretensiones. Y, lo peor de todo, es que ahora, Maca estaría sufriendo
las consecuencias, aquellas instalaciones no estaban adecuadas a sus necesidades,
¿cómo se metería en la ducha! quizás ni llegaba a los grifos, esos estaban más altos que
los del campamento. Apretó el paso, segura de que aún podría encontrarla en la sala de
descanso. Tenía ganas de verla, de tomar con ella aunque fuera un sandwicht rápido, y
de salir con ella de excursión en cuanto terminase el trabajo y el sol comenzase a caer.
* * *
Maca, había acompañado a Nadia hasta la maternidad y luego se dirigió hacia los
pabellones, pensativa, pasó por la sala de descanso en busca de la mochila que había
preparado Esther, pero no fue capaz de encontrarla. Estaba realmente cansada, sin
embargo la sonrisa de satisfacción no se borraba de sus labios.
A pesar de ello, su cabeza no dejaba de dar vueltas a todo lo que estaba experimentando
allí, a todo lo que Esther le decía y le pedía con claridad y aquello que le pedía aún sin
palabras. Estaba angustiada, había intentado dar el paso y no había sido capaz de
hacerlo abiertamente, y solo había conseguido caer en la trampa de la enfermera,
aunque eso tenía una ventaja, por fin Esther la había convencido de que no era una
carga para ella, si no todo lo contrario, pero no podía dejar de verla allí agachada, con
Germán, sin un segundo para buscarla con la vista. Después de haber estado toda la
mañana pendiente de ella hasta el punto de exasperarla, cuando había dejado de hacerlo,
lo había echado en falta. Necesitaba sentir que era importante para ella, que se
preocupaba por ella, que… “deja de darle vueltas a la cabeza y actúa”, se dijo,
accionando la silla con fuerza dispuesta a entrar en las duchas, con la intención de
refrescarse como fuese, aunque estaba segura de que allí no existiría nada para que ella
pudiese ducharse cómodamente, sonrió pensando en lo de cómodamente, ¡cómo había
cambiado su visión de las cosas desde que llegara a Jinja! Aún así estaba decidida a
meterse en esa ducha aunque tuviese que permanecer en su silla, el calor asfixiante la
estaba matando y lo cierto es que le daba igual qué tuviese qué hacer para conseguir
darse esa ducha. Estaba aprendiendo que había cosas mucho más importantes y que ella,
a pesar de todo, tenía mucha suerte. Definitivamente, se sentía contenta y feliz.
Se plantó delante del pequeño edifico y buscó algún indicativo de los baños, sin ser
capaz de localizarlo. Cuando por fin lo vio, suspiró al mirar la entrada, debía haber
imaginado que se encontraría con aquel obstáculo. Un par de escalones le impedían
subir sola. ¡Con las ganas que tenía de darse una buena ducha! Pero ese día nada parecía
salirle del todo mal y cuando estaba a punto de girarse para buscar a alguien que le
ayudase a subir, vio acercarse a Sara.
El recinto estaba desierto, la oscuridad contrastaba con la luz cegadora del exterior,
incluso le daba la sensación de que el ambiente era mucho más fresco. Hasta tal punto
era así, que un escalofrío la recorrió, le dolía la cabeza, no debía haberse quitado el
sombrero tanto rato y tenía el estómago ligeramente revuelto, se ducharía e iría a
descansar, “¡que frío!”, pensó abrazándose así misma un instante, permaneciendo allí
parada, absorta.
“Esther, Esther, ¿qué voy a hacer?”, no pudo evitar murmurar, “deja de ser tan imbécil o
una vez mas te vas a ver sola”, pensó con un suspiro, aceleró la marcha y se metió en
una de las duchas, mirando con recelo hacia atrás, sin poder evitarlo ese ambiente le
había provocado una sensación de aprensión, como en sus sueños, frío, humedad,
oscuridad y soledad, siempre soledad. Y era precisamente esa sensación de soledad la
que siempre la hacía reflexionar, repasar cada una de las conversaciones mantenidas en
el día, recordar palabra por palabra lo que había dicho y lo que había escuchado. Y,
como siempre, su mente voló a las palabras de Esther “yo también te amo”, sonrió
abstraída, mientras le daba al grifo y dejaba correr el agua templada sobre ella. ¡Cuánto
necesitaba esa sensación de frescor, de pureza! ¡Cuánto necesitaba desprenderse de todo
lo que la envolvía! No podía evitar soñar despierta en lo que significaban aquellas
palabras, imaginar lo que ocurriría si ella se decidiese al fin a confesarle sin tapujos que
no la había olvidado, que se moría por estar con ella, por soñar con ella, por vivir con
ella, pensó en esas pequeñas cosas de las que tanto había disfrutado siempre a su lado y
que no sabía si ocurrirían, pero que su corazón anhelaba con unas ansias desmedidas,
deseosa de que sucediese el milagro por una vez en su vida y aquello que tanto había
esperado, se produjese sin más y ella consintiese en que fuera así. Realmente ahí es
donde estaba la clave, en que ella lo consintiese, “depende más de ti que de ella”,
volvieron a retumbar las palabras del médico en su cabeza.
Cerró los ojos y levantó la cara sintiendo el agua caer por ella, la imaginó como leves
caricias de sus manos, y se estremeció. ¡Deseaba tanto que Esther abriese esa puerta y
entrase sin avisar, sin pedir permiso, obligándola a mirarla, obligándola a ceder y
confesar! “Si lo hace, si me busca aquí, prometo cogerla y decirle que sí, que la amo, sin
palabras veladas, sin insinuaciones, directamente, la voy a coger y se lo voy a decir sin
más, como ella quiere, como ella espera”, pensó cerrando los ojos y pasándose las
manos por la cara elevada hacia el chorro de agua que caía sobre ella sin cesar. “No
digas tonterías y no prometas cosas que luego no eres capaz de cumplir”, se dijo
temerosa de nuevo, sin confiar en su valor. Allí fuera se había decidido y luego no había
sido capaz de encontrar las palabras. Sí, allí estaba otra vez su razón luchando,
haciéndola preguntarse por todo lo que pasaba por su mente. ¡Sí! se iba a volver loca de
tanto darle vueltas a todo. Su corazón se desbocaba solo de pensar en dar el paso y
cogerla de la mano y ser del todo sincera, y su cabeza lo frenaba una y otra vez, una y
otra vez, dueña de su cuerpo, dueña de su vida, dueña de su corazón. Siempre terminaba
por frenarla bruscamente, por despertarla del mejor de sus sueños, por convertir la duda
en la reina de su pensamiento, odiaba esa sensación de angustia que le provocaba,
odiaba esa continua batalla con sus sentimientos que se cruzaban, inevitablemente, con
ella, sí sus sentimientos la estaban golpeando sin piedad y estallando en su corazón.
¡Que locura era todo aquello! ¡si fuera capaz de encontrar la unión entre sus
pensamientos y ese sentimiento profundo que la ahogaba! ¡si fuera capaz de encontrar la
forma de casar la lógica y el amor, de unir la realidad y el deseo, y cumplir al fin el que
había venido siendo el mayor y más secreto de sus sueños! ¡amar a Esther, amarla hasta
la muerte!
* * *
Esther entró en la sala habilitada para el descanso con precipitación, paseó la vista con
rapidez de uno a otro extremo y no vio a Maca. Un par de médicos y varios cooperantes
descansaban allí y les preguntó por ella. Ninguno parecía haberla visto. Cuando ya se
marchaba cruzó con un enfermero que conocía de vista, lo saludó y salió, pero antes de
llegar a la puerta que accedía al exterior del pabellón sintió que la alcanzaban.
Tenían la misma disposición que los del campamento, se trataba de un edificio de una
sola planta, con baños y duchas conjuntos, a un lado unos y al contrario las otras. Entró
tan rápido que tropezó en el escalón y se quedó pensativa, ¿cómo se habría apañado
Maca para llegar hasta allí? Parecían desiertos.
- Maca, Maca ¿estás ahí? – golpeó en el único que permanecía cerrado tras
comprobar que los demás estaban vacíos – Maca ¿te encuentras bien? – preguntó
tras escuchar toser en el interior – Maca – repitió sin obtener respuesta. Su
preocupación aumentó, quien quiera que estuviera allí estaba vomitando y no
quería ni imaginar que Maca tuviese una recaída. ¡Mira que podía llegar a ser
cabezota! emperrada en no ponerse el sombrero y allí estaba, segura de que el
fuerte calor y el sol habían vuelto a pasarle factura. Esperó pacientemente y al
final se abrió la puerta - ¡Sara! – exclamó entre aliviada porque no era Maca y
preocupada por su amiga - ¿qué te pasa?
- Uff, perdona – jadeó – te he oído pero… no podía ni responderte – dijo
acercándose al lavabo a echarse agua.
- Tienes un aspecto… - se interrumpió “¡horrible!”, pensó sin querer decírselo -
deberías descansar un poco, creo que no deberías volver al trabajo.
- No es nada – le sonrió – no te preocupes.
- ¿Seguro?
- Sí, seguro, anoche me pasé con la cena.
- Ya te dije yo que juntarte con Germán te iba a traer malas consecuencias –
bromeó.
- ¡Qué estómago tiene el tío! no vuelvo a hacerle caso – sonrió recuperando poco
a poco, el color – por cierto, que si la estás buscando, tu Maca está en las
duchas, o estaba hace un rato.
- ¡Gracias! – respondió sin moverse permaneciendo frente a ella.
- Anda ve a buscarla – le dijo con tono picarón, sentándose en el banco que había
junto a la pared – voy… a esperar cinco minutos aquí.
- ¿No necesitas nada?
- No, tranquila. Estoy bien.
- Puedo traerte algo…
- No… no... ve a buscarla – le sonrió.
- Gracias ¡guapa! – la besó en la mejilla fugazmente y salió corriendo a las
duchas.
Entró en el recinto con una sensación de alivio al comprobar que Maca no estaba en el
baño, le gustaba aquella oscuridad y frialdad que transmitía, parecían tan desiertas como
los baños, la luz apagada indicaba que no debía haber nadie, ¡tampoco estaría Maca ahí!
las escasas ventanas impedían ducharse con suficiente luz una vez cerrada la puerta,
inmediatamente lo comprendió, el interruptor estaba demasiado alto, era imposible que
Maca llegase a él.
Rápidamente imaginó donde debía estar, si es que aún estaba allí. Conociéndola se
habría ido a la última. Se encaminó hacia el final, giró el recodo y, efectivamente, Maca
ya venía por el pasillo, Esther la admiró durante un breve instante, tenía el pelo aún
empapado adherido a sus sienes, debía haberse metido bajo el agua con silla incluida
porque estaba toda chorreando, la pediatra se detuvo un instante, llevaba la cabeza
ligeramente inclinada observando el piso, había un par de losas sueltas que pretendía
esquivar, parecía tan desvalida que Esther, de pronto, sintió un deseo desmedido de
correr hacia ella, abrazarla, decirle que valoraba todo lo que estaba haciendo, que a ella
debía resultarle aún más duro que a los demás, que las pocas comodidades que había
para todos para ella aún eran menos y que lo entendía, que estaba orgullosa de ella
que… Las gotas de agua que caían de su pelo mojaban su camiseta y Esther no pudo
seguir pensando, solo la veía a ella, a su habilidad sorteando obstáculos, al dibujo de su
cuerpo bajo la ropa mojada. Se plantó en medio de su paso, con la vista clavada en sus
ojos.
- Maca… – musitó esta vez sin dejar de perderse en sus ojos castaños y sintiendo
que aquel pelo mojado, aquella camiseta pegada a su cuerpo y aquellas manos
que se movían nerviosas la estaban volviendo loca.
Maca supo que Esther había pronunciado su nombre pero no fue capaz de oírla, no
podía moverse, no podía pensar, no podía casi ni respirar, entreabrió los labios e intentó
coger el aire que le faltaba. Esther no podía aguantar más aquella borrachera de miradas
y caricias encubiertas, sintió que una punzada la atravesaba y recorría su cuerpo. La
deseaba, la deseaba desesperadamente. Maca leyó ese deseo y esbozó una sonrisa,
entrecerrando los ojos y alzando su mano. “Ven”, volvió al juego de labios que no
pronunciaban palabra. “Ven”, repitió decidida.
Esther dio un paso titubeante, no quería precipitarse, no quería estropearlo todo como la
última vez. “Ven”, volvió a decir Maca en un sordo pronunciar. La enfermera no se lo
pensó más y llegó hasta ella, Maca levantó la mano en busca de la suya y las
entrelazaron, sin dejar de mirarse, jugueteando con sus dedos, aquel simple contacto fue
eléctrico para ambas, sintieron la corriente que las recorría y ambas temblaron al
unísono. La pediatra sonrió y seductoramente la atrajo hasta sentarla en sus rodillas.
Volvieron a interrogarse con las miradas, Maca volvió a sonreír y entrecerrar los ojos en
ese gesto que hipnotizaba a la enfermera, mantuvo la mano entrelazada con la de ella y
apoyó la otra en su cintura, con suavidad, acariciándola levemente con las yemas de los
dedos, ese contacto provocó que la punzada que sentía Esther se acrecentase
intensamente. Permanecieron así unos segundos, luego Esther soltó la mano de Maca y
se asió a su cuello, con ambas manos, los pulgares a la altura de la barbilla de la pediatra
devolviéndole las caricias, los ojos clavados en los suyos, Maca sujetó ahora con ambas
manos la cintura de la enfermera y deslizó sus dedos por los costados, con delicadeza,
sin prisa, como si todo el tiempo del mundo fuese su único compañero en aquellas
duchas, sintió que Esther se estremecía transmitiéndole a ella esa misma corriente que,
de nuevo, la hizo temblar.
Pero Maca permaneció con los ojos clavados en ella, mirándola con tanta intensidad que
Esther se agitó nerviosa sobre sus piernas, anhelante, deseando que se decidiera a dar el
paso
- Siempre te he mirado así, pero tú parecías no darte cuenta – susurró mirando sus
labios.
- Esther…
- ¿Qué? … - se quejó la enfermera al comprobar que Maca frenaba.
- Estheerrrr... - repitió casi en un jadeo aún transportada al éxtasis de aquel beso –
aquí no.
- Aquí si – susurró, comenzando a darle pequeños besos, primero los labios,
después la cara, los ojos, la nariz hasta perderse en su cuello. Maca echó la
cabeza hacia atrás, incapaz de oponerse a ellos y sin poder evitar un pequeño
gemido de placer – chist, ven – le dijo incorporándola y arrancándole la camiseta
– quiero perderme en tus brazos.
- Aquí no – volvió a pedir escuchando como algunas voces se acercaban – por
favor, ¡nos van a pillar! – le susurró en un tono que no podía disimular el deseo
que sentía – no puedo, aquí no… quiero… no… no puedo... – intentó oponerse
frenada con cada nuevo beso.
Esther la miró con una sonrisa burlona que le preguntaba ¿qué es lo que no quería que
supieran los demás! estuvo a punto de mofarse de ella pero sabía que Maca tenía razón,
y Germán le había dicho cientos de veces que no la presionase, que le dejase decidir y la
dejase sentir que era así, esta vez no estaba dispuesta a meter la pata, cerró los ojos y
exhaló un profundo suspiro.
Maca sonrió ante su respuesta, devolviéndole otra mirada picarona, las voces se
acercaban cada vez más.
- Vete, ¿no dices que no quieres que nos pillen? ¡vamos! – le indicó la puerta con
los ojos y una leve inclinación de cabeza - ¡vete!
Maca permaneció observándola un instante, con la sonrisa en los labios y esa expresión
traviesa que Esther adoraba.
- Ven – susurró la pediatra alzando la mano. Esther se dejó arrastrar – uno rapidito
– la cogió atrayéndola y besándola de nuevo - ¿de verdad que no te enfadas? – le
preguntó con seriedad temiendo que fuera así, la sola idea la hizo palidecer.
- No – sonrió incorporándose y alejándose de ella apoyada en el quicio de la
puerta de la ducha en una pose seductora - ¿qué haces ahí parada? – sonrió al ver
que no se movía y que permanecía con sus ojos clavados en ella, anhelantes y
con un halo misterioso que no llegaba a comprender - ¡sal!
- ¡Uff! – se quejó Maca pasándose la mano por la frente, y torciendo la boca en un
gesto divertido que Esther pareció no ver.
- ¿Qué te pasa? – preguntó alertada – te has puesto pálida, ¿estás bien?
- No – musitó levantando la mano hacia ella, continuando con el juego.
- Maca – se la tomó agachándose a su lado - ¿estás mareada?
- No – esbozó una leve sonrisa - solo tengo mucha sed, creo que debí hacerte caso
y… ponerme el sombrero – le dijo en un tono burlón que la enfermera no supo
escuchar más preocupada por sus palabras.
- Te lo dije – comentó poniéndole una mano en la frente – no parece que tengas
fiebre.
- Pues la tengo – volvió a susurrar burlona – y mucha, mucha sed – insistió.
- ¡Mira que eres burra! – exclamó asustada sin prestar atención al tono de la
pediatra – No te muevas de aquí, este es el lugar más fresco de todo el campo,
voy a buscar una botella de agua y a Germán.
- ¡Ni se te ocurra! – soltó una carcajada tirando de ella de la muñeca divertida por
la cara de perplejidad de la enfermera – ¡no hablo de ese tipo de sed! – susurró
insinuante - ¡has perdido facultades enfermera milagro! ¿ya no sabes ver cuando
bromeó?
- ¡Serás! – exclamó visiblemente aliviada – no vuelvas a darme un susto así ni a…
- se calló al ver la mirada burlona y seductora de la pediatra y sin poder evitarlo,
se agachó y la besó de nuevo.
Maca tiró de ella y la sentó en sus rodillas, disfrutando de aquel nuevo beso que fue
cobrando intensidad y profundidad.
La puerta principal de las duchas se abrió y el chirrido de los goznes las hizo separarse.
Se miraron, ¿qué hacían? Maca accionó la silla, con rapidez y agilidad se introdujo de
nuevo en el interior de la ducha. Esther encima de ella cerró la puerta de un manotazo al
pasar. Y, ya a solas, se miraron divertidas, ahogando la risa que le había provocado la
situación, para que no las oyese aquel intruso.
- Está claro que por mucho que hayan pasado cinco años, este es nuestro sino –
susurró Maca al oído de la enfermera.
- Chist, no digas eso ni en broma – respondió en un tono igualmente bajo -
¡espero que haya cambiado!
Maca la miró y apretó los labios en una mueca de comprensión, asintió levantando las
cejas, en un gesto juguetón y sin poder evitarlo, volvieron a besarse. Con calma,
separándose y escudriñándose, sonriendo y volviendo a saborear aquellos besos. La
puerta sonó de nuevo, quien quiera que fuese se había marchado, el silencio se adueñó
otra vez del recinto. Se miraron en silencio y Maca perdió sus manos en el pelo de la
enfermera, jugueteando con él, sin apartar los ojos de los suyos, Esther se aproximó
progresivamente, despacio muy despacio, acariciando la nariz de la pediatra con la
punta de la suya y eternizando el momento de volver a sellar sus labios. Maca mantuvo
las caricias en su nuca y su cuello, paseando sus antebrazos por la espalda de la
enfermera, que terminó por perderse en su boca, lentamente…
Esther no soportaba más aquella presión, no iba a poder frenarse, necesitaba más,
¡mucho más! Maca se dio cuenta de ello, estuvo tentada a frenarla de nuevo, pero no le
pareció justo, era ella la que había vuelto a provocarla y se dispuso a darle lo que le
pedía en silencio, introdujo sus manos bajo la camiseta de la enfermera y comenzó a
acariciar su espalda con suavidad, subiendo y bajando, deteniéndolas al final de ella y
atrayéndola hacia sí. Aquél contacto hizo que Esther echara la cabeza hacia atrás y
ahogara un gemido, controlando el deseo de mover sus caderas. Maca la miró con una
sonrisa sintiendo que la excitación de la enfermera se hacía suya, disfrutaba viéndola a
punto de perder el control, aunque ella no pudiera sentir esa punzada mágica que tanto
añoraba. La besó de nuevo, más intensamente, dispuesta a llegar hasta el final, solo por
ella. Pero de pronto Esther se detuvo y le retiró las manos.
- No – jadeó deteniéndola.
- ¿Qué pasa? – preguntó sorprendida – creí que…
- Será mejor que salgas – le dijo levantándose de sus rodillas, aún con la
respiración agitada pero segura de lo que iba a hacer – tenías razón, yo tampoco
quiero que nos vean.
- Esther… - la miró desconcertada y creyó que se había molestado con ella por el
comentario anterior, no es que no quisiera que la vieran con ella - no quise decir
eso... yo… - intentó disculparse y explicarse.
- Anda sal - le abrió la puerta con una sonrisa haciéndole una carantoña en la cara,
mostrándole que todo estaba bien.
- Te has enfadado – aseveró segura de ello.
- Que no me he enfadado – repitió con dulzura. No había nada que deseara más
que estar con ella, pero Maca tenía razón. Las duchas no era el mejor lugar, al
menos para la pediatra y ella quería que Maca disfrutase y que sintiese que ese
momento era especial y allí no podría, había leído muchas cosas y ese no era el
mejor sitio ni las mejores condiciones para hacérselo sentir – espérame en la sala
de descanso. Me ducho en cinco minutos y…, si aún te apetece, nos vamos al
Nilo, a ver la puesta de sol. Ya verás, ¡es preciosa!
- ¡Claro que me apetece! – exclamó aliviada – no puedo imaginar un plan mejor –
dijo con tal ilusión que a Esther le recordó a una niña pequeña frente a un regalo
y se sintió tremendamente halagada. Maca tiró de ella y le rozó los labios en un
suave beso y con un suspiro se separó. La puerta volvió a escucharse - ¡Gracias!
- ¿Por qué, boba?
- Por… por ser como eres. Por… por tu paciencia conmigo, por… por darme
tiempo yo… lo necesito… aún … aún no… no estoy preparada para… no es que
no quiera es que…
- Chist, no pasa nada – volvió a sonreírle con ternura.
- ¿De verdad que no te enfadas! es que aquí yo no… puedo...
- ¿Acaso me ves enfadada? – le preguntó interrumpiéndola, anhelando que saliera
y meterse bajo la ducha para calmar el deseo que sentía – Vete, si de verdad lo
deseas ya tendremos tiempo – le sonrió.
- Sí, es mejor así, ya tendremos tiempo en Madrid – le dijo acariciando su mano
en un gesto de gratitud. Esther se inclinó la besó suavemente.
- Claro – le dijo asintiendo – anda, vete, esto estará lleno en unos minutos.
Maca encogió los ojos y apretó los labios con una amplia sonrisa y giró la silla dándole
la espalda, convencida de que antes de nada era necesario arreglar algunas cosas de su
vida.
Esther permaneció viéndola marchar y frunció el ceño pensativa, “¿Madrid! ¡estás loca
si piensas que voy a esperar hasta entonces!”, se dijo, mientras abría la ducha y
maquinaba un plan para lograr su deseo.
Maca salió de las duchas llena de excitación, el corazón disparado, las sienes
palpitantes, y los nervios a flor de piel. Lo había hecho, había dado el paso, ya no había
marcha atrás, y ¿qué ocurriría ahora? Necesitaba ir más despacio, necesitaba pensar,
tendría que hablarle de Ana, y tenía que hacerlo antes de comenzar nada en serio con
ella, antes de dejarse llevar, porque no era justo para Esther y tendría que explicarle,
hacerse entender y, sobre todo, pedirle un inmenso favor, un favor que …
Tenía la sensación de que la joven adivinaría lo que acaba de pasar en las duchas. Tenía
la sensación de que el sabor y el olor de Esther impregnaban todo su cuerpo, de que la
joven se percataría de ello.
Sara la miró, y se frotó los ojos llorosos, de pronto su rostro cambió y pareció
recomponerse. Una idea había cruzado por su mente.
- Maca… ¿puedo hablar contigo?
- Claro… ¿qué ocurre? – le preguntó interesada. Sara bajó los ojos y le tembló la
barbilla pero no respondió - ¿Quieres que vayamos a un sitio más tranquilo?
- Sí, por favor.
- Pues… indícame – le sonrió – yo no conozco esto.
- ¡Gracias! – exclamó situándose a su espalda y empujando la silla.
Maca comprobó que la llevaba hacia la parte de atrás de los pabellones pasaron todos
los edificios y al girar la esquina del último de ellos los ojos de la pediatra se abrieron
de par en par. Una inmensa extensión de tiendas de campaña se abría ante ellas,
multitud de niños correteaban de un lugar a otro, solo se escuchaban sus risas, los
adultos permanecían sentados o tumbados por doquier, a la izquierda un grupo de
árboles y entre ellos se veían esteras echadas en el suelo, pero nadie sobre ellas. Sara se
dirigió hacia allí, colocó a Maca bajo uno de los árboles y ella se sentó en el suelo,
encarándola.
La joven la miró y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Con voz temblorosa
rompió el silencio.
* * *
Minutos después Esther salía de las duchas con una sonrisa en los labios, corrió hacia la
sala de descanso dispuesta a recoger a la pediatra y llevarla al Nilo. Tan distraída estaba
calibrando los detalles de su plan que ni siquiera vio que Germán llegaba corriendo
hasta ella.
Esther lo miró y puso tal expresión traviesa pensando en lo que ya había pasado que el
médico creyó que no lo creía.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó al verla entrar mientras se frotaba el pelo con la
toalla.
- ¿Has visto a Maca?
- ¡Claro! – exclamó burlón - ¡Wilson! puedes salir de ahí, ¡nos ha pillado! – rió.
- ¡Siempre tienes que ser tan tonto! – protestó moviendo la cabeza de un lado a
otro con una sonrisa – no la encuentro por ningún lado y… quizás aún nos de
tiempo para…
- ¿Para qué?
- Para… para… dar una vuelta con ella…
- Ya tendrás tiempo de enseñarle todo esto, hoy se ha hecho tarde – le dijo
creyendo que se refería a eso – y debemos regresar ya.
* * *
Esther entró en el comedor seguida de Germán, esperaba ver allí a Maca pero no fue así,
estaban comenzando a servir la cena y la mayoría de los comensales ya estaban sentados
a la mesa.
Salieron del pabellón y se detuvieron en la puerta, sin saber muy bien hacia dónde ir.
Germán levantó la mano y saludó a lo lejos a Sara y Maca cuando aún le quedaban unos
metros para alcanzarlos. Esther permaneció con los brazos cruzados sobre el pecho
esperándolas. Germán tenía razón, pero ella no podía evitar sentirse ligeramente molesta
de ver que Maca no había sido para esperarla donde quedaron y a las primeras de
cambio se había buscado otro plan para no aburrirse. Con un gesto ligeramente adusto
esperó a que llegaran, ambas lo hicieron hablando animadamente.
Esther se plantó ante la pediatra y la encaró, Maca la observó con unos ojos bailones y
le sonrió.
Maca sonrió sin que Esther pudiera verla, sabía que sí que se había enfadado, pero le
gustaba que se hubiese controlado, le gustaba esa nueva sensación de sentirse cómoda a
su lado, sin miedo a discusiones y sin presiones, levantó su mano y cruzándola por
delante del pecho buscó la de la enfermera que empujaba la silla y se la acarició.
Instantes antes de entrar en el comedor, la soltó con un suspiro. Esther sintió que su
cuerpo volvía a revolucionarse solo con ese roce y deseó, igualmente, estar ya en la
cabaña, ¡se moría de ganas de volver a besarla!
Al entrar en el comedor, Esther se detuvo, comprobó que había una silla vacía al lado de
Germán, pero no había espacio para que Maca se sentara con ella. Sara levantó la mano
llamándola, a su lado la joven había dejado un hueco, lo suficientemente grande, para
que la pediatra se situase con su silla. Esther frunció el ceño. ¿En que estaba pensando
Germán! ya podía haber caído en que eran dos. Resignada se dispuso a dejar a Maca
junto a Sara y sentarse ella en el extremo opuesto.
Maca rápidamente se percató de que a Esther le hacía poca gracia y sus ojos reflejaron
lo que le divertía verla celosa, pero se apresuró a justificarse, lo último que deseaba era
que Esther cambiase su buen humor por aquella actitud de días antes.
Maca la miró y sonrió, sabía lo que le ocurría, a ella le pasaba lo mismo, le costaba
trabajo separarse aunque fuera unos minutos, deseaba sentirla a su lado, deseaba hablar
con ella de cosas intrascendentes, deseaba observarla mientras cenaba, mientras
hablaba, mientras reía y ese deseo se convertía en desesperación cuando la veía alejarse
y sentarse junto a Germán, aunque solo fueran una decena de metros.
Germán se situó tras Maca y la condujo hasta el jeep que permanecía estacionado en el
interior del recinto, junto al dispensario. Nadia y la enfermera los acompañaban. La
comadrona charlaba con Maca sobre el estado de dos de las jóvenes que habían atendido
por la mañana y sobre el pequeño que habían dejado ingresado. La pediatra se sintió
satisfecha al enterarse de que las dos chicas estaban perfectamente y al día siguiente
podrían marcharse y que el niño evolucionaba satisfactoriamente. Esther, avanzaba en
silencio, a medida que se acercaba la hora de marcharse la idea de salir de allí sabiendo
que había guerrilleros asaltando aldeas y emboscados por la zona, la llenaba de temor.
No quería confesarlo, y menos después de creer que ya lo tenía superado pero lo cierto
era que notaba una tremenda pesadez en las piernas, como si no quisieran responder a
sus órdenes de avanzar, que el corazón se le había disparado, que le costaba respirar y le
temblaban las manos, debía controlarse, sabía que era pánico, lo había experimentado
ya demasiadas veces y sabía que debía respirar hondo y dominarlo. No entendía ese
paso atrás y precisamente en ese mismo momento. Estaban llegando al jeep y ella debía
continuar hasta los camiones. Cuando llegaron junto al vehículo Esther hacía auténticos
esfuerzos por dominar ese ataque de pánico. Se sentía mareada y el temblor de sus
manos era ya tan fuerte que no sabía cómo iba a poder disimularlo. Llegaron junto al
vehículo y Nadia se despidió de ellos.
- ¡Hasta mañana! – exclamó la chica - ¡qué tengáis buen viaje! Y.. ¡gracias por
todo! – se dirigió especialmente a Maca con una franca sonrisa – espero que
vuelvas por aquí.
- ¡Gracias a ti, Nadia! ¡Claro que lo haré! – miró a Germán buscando su
consentimiento, pero el médico la observó burlón sin decir nada - Creo que
hacía años que no aprendía tanto en una sola mañana – le confesó con sinceridad
y la joven la miró halagada.
- Aquí os quedáis – las interrumpió Esther, nerviosa. O se decidía a marcharse ya
o todos se iban a dar cuenta de lo que le estaba ocurriendo y lo último que
deseaba era que Maca volviese a insistir en que necesitaba pedir ayuda, y menos
ahora que con ella todo iba mucho mejor, no quería tener ningún motivo para
discutir – nos vemos en el campamento, ¿de acuerdo? – les dijo a Germán y
Maca, la pediatra asintió sonriendo distraída pero su tono al hablar le hizo
levantar los ojos hacia ella y fruncir el ceño, alertada, ¿qué le pasaba a Esther?
porque estaba segura de que le ocurría algo, parecía nerviosa y estaba muy
pálida, torció la cabeza hacia Germán en un intento de comprobar si él también
era de su opinión, mientras la enfermera se abalanzó sobre la comadrona - ¡hasta
mañana, Nadia! – se despidió de la chica dándole un rápido abrazo.
- ¡Suerte! – le deseo la comadrona con una sonrisa – ¡hasta mañana!
“Suerte”, repitió la mente de Esther, “suerte”, “suerte”. Esa palabra hizo que Esther se
detuviese y permaneciese mirándola pensativa,¡sí! iban a necesitar algo más que suerte
si la guerrilla los interceptaba, y estaba Maca, quizás era mejor que la pediatra se
quedase en el campo, allí estaría segura, no podía soportar la idea de que le ocurriese
algo, “Margarette”, murmuró completamente ensimismada. El miedo la atenazó, era
incapaz de moverse. Germán la miró comprendiendo lo que ocurría, se acercó a ella
despacio y posó su mano sobre el antebrazo de la enfermera. Maca, a su vez, miró al
médico y a Esther y otra vez al médico, ella también había comprendido lo que ocurría.
- ¡Sara! – gritó Germán antes de que la chica saliese al exterior - ¡Esther se viene
con nosotros!
La joven levantó el brazo indicando que lo había oído y salió dispuesta a montar con los
demás en los camiones.
Germán la miró sonriendo y ladeo la cabeza intentando ver de reojo a Esther que se
había situado sentada en el borde del asiento trasero con los codos situados en ambos
respaldos delanteros y echaba el cuerpo hacia delante para poder escucharlos por
encima del ruido del motor.
- ¡Vamos allá! – dijo Germán saliendo del patio al exterior donde los camiones,
los esperaban en fila, el médico condujo al centro del convoy y se sumó a la
misma iniciando la marcha.
Esther entrelazó los dedos y los movió nerviosa. Miró hacia la pediatra, pensando en lo
que acababa de proponerles Germán. Su amigo tenía razón, por mucho que Maca se
hubiese sentido a gusto trabajando allí, era una labor demasiado dura, y ella tenía otros
planes para los días que les quedaban allí, no quería que Maca se agotase y mucho
menos que recayese.
- Maca… yo creo que Germán tiene razón – rompió el silencio que se había
creado mientras salían del campo - no debes… forzarte y…
- ¡No me fuerzo! os digo que estoy bien – la interrumpió cortante.
- Pero… ¿verdad, Germán, que aún debe tener cuidado? – buscó el apoyo de su
amigo.
- No seas pesada, Esther, estoy muy bien – protestó insistiendo y enfatizando el
“muy”.
- Ya será menos – dijo irónico el médico mirando hacia ella.
- Será lo que vosotros queráis – respondió sarcástica comenzando a molestarse –
sabré yo cómo estoy.
- ¡Vamos, Wilson! ¡qué estamos todos reventados! – saltó riendo – como me
mientas tan descaradamente voy a tener que empezar a no creerme lo que me
dices y a considerar que es mejor que te quedes descansando en… - la encaró
burlón deteniéndose ante la fulminante mirada que le estaba lanzando la
pediatra.
- Reconoce que estás hecha papilla - soltó una carcajada.
- Humm – regruñó mohína – solo algo cansada – masculló temiendo que si lo
reconocía a la mañana siguiente la dejase encerrada en la cabaña, y ella quería
volver allí, y sentirse cómo lo había hecho a lo largo del día – pero eso no es
motivo para que mañana no pueda venir – dijo girando la cabeza hacia atrás para
buscar la ayuda de Esther – pero si… ¡hasta tenía ganas de irme de paseo!
- No te enfades, ¡gruñona! y mira para adelante que te vas a marear – le sonrió
haciéndole una carantoña en la mejilla - ¿te ha gustado la cena? – le preguntó
Esther satisfecha de verla tan animada, y contenta de su cometario. Germán tenía
razón y Maca lo que necesitaba era trabajar.
- Bueno… no estaba mal, ¿qué era?
- Pastel de tapioca – le dijo inclinándose para ver la cara que ponía.
- Tapioca – repitió pensativa
- Sí, o mandioca como le dicen en otros lugares – intervino Germán - muy
nutritiva, ¿sabías Wilson que se usa para evitar los efectos de la malaria? aquí la
mayoría de las cosas que comemos son sustitutivas de medicamentos.
- Ya… - musitó.
- ¿No te lo crees? – le preguntó Esther ante el todo débil de su respuesta – pues
que sepas que la tapioca tiene una pequeña cantidad de cianuro y hervida es
buenísima para la anemia. Ni imaginas la cantidad de plantas y raíces que siendo
venenosas se pueden comer si las sabes preparar, ¿verdad, Germán?
- Verdad – respondió ligeramente pensativo, las palabras de Esther le habían
hecho caer en la cuenta de un detalle que debería comprobar al volver al
campamento – ya verás Wilson como comiendo lo que yo te diga puedes dejar
tus medicinas.
- Humm – respondió Maca comenzando a sentir una gran somnolencia, la
oscuridad del camino, el cansancio del día y la cena, estaban ejerciendo su
efecto sedante y un sopor que no podía controlar se iba apoderando de ella a
medida que el jeep traqueteaba y ellos hablaban de las bonanzas de esos
tubérculos que a ella no le interesaban lo más mínimo – entiendo – murmuró,
siguiéndoles la corriente ya casi sin escucharlos.
- Mañana, si quieres podemos terminar un poco antes y tu y yo vamos al Nilo –
propuso la enfermera, cambiando de tema intuyendo que Maca se aburría, pero
la pediatra no respondió - ¿Maca! ¿quieres que vayamos?
- Vale – respondió al escuchar su nombre sin saber qué le habían dicho, apoyando
la nuca en el reposacabezas.
- Te gustará Wilson, ¡ya veras! Muy cerca del campo están las cataratas de
Bunjabi, ¡son una pasada! – exclamó – si pudiera me iba con vosotras – comentó
ganándose un ligero golpe en el hombro por parte de Esther, “ya te guardarás tú
de venirte”, pensó la enfermera.
- Sí, vente – aseguró arrastrando el si de tal forma que el médico la miró de reojo,
la vio con la vista fija en la carretera, la cabeza echada hacia atrás y creyó que lo
hacía para no marearse. Esther también la miró sorprendida de su respuesta.
- Podíamos haber ido hoy pero… no hubieras visto nada, se había hecho
demasiado tarde – le dijo comenzando a comprender lo que le ocurría.
- Hubiera sido tontería, además a esas horas es hasta peligroso, ¡no veas los
cocodrilos que hay! – bromeó el médico, sin obtener respuesta.
- No me la asustes que luego se pasa todo el rato como las tortugas al sol – se
mofó Esther de ella – se dedica a mirar de un lado a otro – soltó una carcajada
provocándola, pero Maca no reaccionó.
- Ya… - musitó completamente adormilada.
- Si mañana no terminamos tarde…. – continuó la enfermera – te voy a llevar
también a Jinja, ¡ni imaginas como son las fuentes del Nilo! allí no corremos
riesgos, son sitios turísticos y casi siempre hay seguridad por la zona, los
guerrilleros no se atreven a …
- ¡Estupenda idea! – exclamó Germán cortándola - Id mañana por la tarde, os
podéis llevar el jeep, y volvéis para la cena. Vosotras no tenéis obligación de
echar tantas horas además… - se interrumpió ante el ronquido que acababa de
dar Maca - ¡la virgen! – exclamó burlón – creí que se nos había “colao” un león
en el coche.
- ¡Germán! – le recriminó la enfermera sin dar crédito a que Maca su hubiese
dormido con el trabajo que solía costarle conciliar el sueño.
El médico miró a la pediatra y comprobó que daba una cabezada, tras otra.
Entre Germán y Esther la metieron en la cama. Maca abrió los ojos en un par de
ocasiones y masculló algo ininteligible. El médico la miró burlón pero no dijo nada.
Esther permaneció observándolo unos segundos hasta que desapareció de su vista. Con
una sonrisa que iluminaba su rostro entró en la cabaña y se acercó a Maca, que
permanecía dormida en la misma postura en que la habían dejado.
- Sigue como un tronco – comentó subiendo los escalones y sentándose junto a él.
- Eso es buena señal – respondió bebiendo un sorbo con parsimonia, saboreándolo
– parece que por fin va a levantar cabeza.
- Me preocupa que esté tan cansada… - lo miró esperando que el dijese algo al
respecto pero Germán solo esbozó una sonrisa comprensiva – quizás mañana….
- ¿Qué me vas a decir! ¿qué no quieres que vuelva al campamento?
- No, bueno… no exactamente… lo que yo no quiero es que… ¡se agote!
- Ya sé yo, lo que tú no quieres – le dijo irónico y ella se separó de él y lo miró
enfurruñada.
- ¡Germán! no es por eso, es que…
- ¡Es broma, niña! no te enfades – le pidió conciliador - Tienes razón… mañana es
mejor que descanse.
- ¿Crees que le pasa algo? – le preguntó directamente temiendo que fuera así.
- Hoy… ha sido un día especial para ella, y no me refiero solo al trabajo, ¿me
equivoco? – preguntó enarcando una ceja en un gesto pícaro y, como siempre
que quería decirle algo importante, pasó su brazo por encima de la enfermera y
la atrajo hacia él.
- No – sonrió – no te equivocas. Ha sido…. – suspiró ilusionada y con tal cara de
emoción que Germán la besó en la frente - ha sido… ¡bueno!.. que… por fin
estoy segura de lo que siente por mí.
- ¡Me alegro tanto, niña! – le dijo con sinceridad – y no, no creo que le pase nada.
Solo quiero que descanse y se reponga del todo antes de que os vayáis – terminó
mirándola nostálgico - me alegro de que Wilson haya… haya dejado sus miedos
a un lado y….
- ¡Es tan dulce y tierna cuando quiere! – le confesó manifestando en su mirada el
amor que sentía por ella – quiero que disfrute un poco antes de volver, que
conozca todo esto que…
- No empieces y no la atosigues – sonrió – déjala que escoja lo que desee hacer.
Para presiones y obligaciones ya tiene las de su vida.
- ¡Pero si has sido tú el que dices que se quede aquí cuando ella quiere ir al
campo!
- Era solo una idea… para que… si mañana está muy cansada… no te asustes – le
confesó burlón - ¡que te conozco!… pero… si ella se siente bien, es mejor que
haga lo que le apetezca.
- ¡Tienes razón! – admitió mirando al frente y hablando con énfasis - quiero que
conmigo sienta que todo es diferente. ¡Qué no soy como los demás! que…
- Te aseguro que ya lo siente – le dijo misterioso. Esther se giró y lo encaró
sorprendida.
- ¿Te ha dicho algo?
- No, ¿qué va a decirme! ¡apenas la he visto durante el día!
- ¡Ni yo! al final ni siquiera me ha contado como le ha ido hoy.
- Nadia dice que es rápida, y decidida, que en un plis plas se ha quedado con todo
y que sería un gran fichaje para el equipo – le contó con un deje de orgullo en su
voz - ¡no esperaba menos de ella!
- Bueno… eso si que es imposible, Maca jamás dejaría su clínica.
- Y lo entiendo, Adela me ha contado todo lo que ha luchado por que se haga
realidad.
- ¿Adela?
- Sí – sonrió mirándola con timidez esperando la reacción de la enfermera
conocedor de lo poco que le gustaba su ex – ya sé lo que me vas a decir y..
prefiero que no lo hagas.
- Vale – aceptó – pero ten cuidado – le aconsejó – no me gusta verte sufrir y yo
también te conozco.
- No te preocupes por mí, que no soy imbécil – respondió agradecido por su
interés - a ver, ¡cuéntame! ¿qué tal con Wilson? – preguntó cambiando de tema,
no quería reconocerle a Esther que todos esos días de charla con Adela, cuando
lo llamaba para saber de Maca, todos esos días cuidando de la pediatra, le habían
hecho revivir los años de facultad, las risas con las dos, y en cierto modo, le
había hecho acercarse a su ex mujer.
- Muy bien. Y te voy a hacer caso. Esta vez no la voy a cagar – dijo Esther
extrañada por la expresión del médico, tenía la sensación de que estaba triste.
- Estoy seguro. No hay más que ver cómo te mira – le guiñó un ojo - ¡la tienes en
el bote!
- Mañana voy a intentar que sea un día inolvidable que…
- Bueno… bueno… no empieces, primero vamos a ver qué tal amanece. Te
recuerdo que aún no está en plena forma y no quiero que la forcemos más. Me
preocupa equivocarme y que… demos marcha atrás. Quiero que no hagas nada
que yo no autorice.
- ¿Nada? – preguntó socarrona.
- ¡Serás guarra! – le soltó lanzando una carcajada imaginando por dónde iba -
¡nada! – respondió señalándola con el dedo burlón.
- ¡A ti te voy a pedir permiso yo! – exclamó riendo igualmente.
- ¡Cómo me gusta verte reír así! – exclamó mirando el reloj, se levantó y la besó
en la mejilla – me voy a la cama y tú deberías hacer lo mismo.
- Sí, en eso también tienes razón. ¡Es tardísimo y estoy muy cansada!
- ¡Menos mal! ya creía que solo era yo el que estaba cansado, empezaba a creer
que estoy hecho un abuelo – bromeó haciendo gestos como si no fuese capaz de
enderezarse.
- ¡Payaso! – sonrió bajando los escalones para marcharse - ¡Buenas noches!
- Buenas noches, niña – le dijo con cariño viendo como se alejaba y desaparecía
en el interior de su cabaña.
El médico hizo lo propio en la suya con la sensación de que todo parecía arreglarse y de
que, al final, las cosas no habían salido nada mal.
* * *
A la mañana siguiente, Esther abrió los ojos somnolienta, sin idea de la hora que podía
ser. Miró hacia Maca que seguía durmiendo. Sonrió al verla. ¡No se había movido en
toda la noche! eso sí que era un milagro. Se levantó y con sigilo cogió sus cosas y salió
de la cabaña. Necesitaba un café para espabilarse y una buena ducha. Entró en el
comedor segura de encontrar allí a Germán y no se equivocó. Le pareció meditabundo y
preocupado, pero él negó que ocurriese nada y ella aceptó la negativa burlándose de sus
malos despertares. Se tomó un café con él y cuando estaba a punto de ir a la cocina en
busca de algo de fruta para Maca, Sara llegó con tan mal aspecto, que Germán la mandó
de nuevo a la cama y le encomendó que permaneciese en el campamento, sin trabajar,
Jesús estaba de turno en el hospital y al campo podía ir él solo. Ella permanecería de
guardia, solo por si ocurría algún imprevisto. La joven se negó con tan poca fuerza que
tanto Esther como Germán se ratificaron en que debía quedarse descansando ese día.
Germán insistió para convencerla en que Jesús estaba en el hospital y se encargaría de
todo.
Esther la miró marcharse con un gesto de preocupación y a pesar de los planes que tenía
para ese día, se ofreció a acompañar a Germán al campo de desplazados y echar una
mano y el médico aceptó su ofrecimiento encantado. La enfermera regresó a la cabaña
ligeramente contrariada por no poder disfrutar de ese día junto a Maca pero satisfecha
de poder trabajar con sus compañeros como si nunca se hubiese marchado.
Entró en la cabaña con decisión y sin ningún cuidado de no hacer ruido, dejó el
desayuno en la mesa y se acercó a la ventana. Germán le había pedido que despertara a
Maca, quería examinarla antes de irse y asegurarse de que se encontraba bien. Y lo peor
de todo era que le tocaba a ella comunicarle que debía quedarse descansando.
- Arriba dormilona – abrió el estor con fuerza dejando entrar la luz – aquí tienes el
desayuno.
Maca abrió los ojos aturdida. Miró hacia el lugar donde había procedido la voz, paseó
los ojos por la habitación como si no fuese capaz de reconocer dónde estaba, volvió a
mirar a la enfermera y luego se miró ella. Recordaba vagamente el viaje en el jeep y,
después, nada más. No entendía qué había ocurrido, rápidamente pensó en que le había
pasado algo, pero no era capaz de recordar el qué y por otro lado, ella se encontraba
perfectamente. Miró a Esther con tal aire de desconcierto que la enfermera rió
abiertamente.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó burlona - ¿no me irás a decir que aún tienes sueño?
– se mofó de ella.
- No – musitó - pero… pero….
- Te quedaste como un tronco – le explicó con ojos burlones.
- Pero…
- Germán y yo te metimos en la cama, no había forma de despertarte y no será
porque no lo intentamos – le dijo cada vez más risueña – ¡menudos ronquidos!
- Lo siento, ¡qué vergüenza! – exclamó enrojeciendo levemente solo de imaginar
el cuadro.
- Prepárate para las bromas de Germán – la avisó divertida por su expresión.
- ¡Joder! – exclamó incorporándose - ¿y…? - levantó la sábana, mirando hacia sus
piernas - ¿Germán también…?
- Tranquila que te lo puse yo – le dijo comprendiendo lo que quería saber.
- Buf, no sé cómo me ha pasado esto – murmuró aún medio aturdida - ¿Se rió
mucho?
- Un poco, ya lo conoces, pero… nada con la que te va a montar hoy – la avisó de
nuevo y Maca se sonrojó aún más – ¡prepárate!
- Bueno… - suspiró resignada a que fuera así - tranquila que estoy acostumbrada a
sus tonterías. ¡Ya me defenderé! – apretó los labios levantando el mentón en un
gesto orgulloso que Esther observó divertida.
- Ahí te dejo el desayuno que voy a coger algunas cosas a la cocina y preparar la
mochila – le contó mientras doblaba la ropa de la silla y le acercaba ropa limpia
a la cama – aquí te dejo esto, salimos en media hora – le dijo mirando el reloj.
- ¡Media hora! – exclamó sentándose en el borde de la cama de un salto – ¡no me
va a dar tiempo! – dijo intentando alcanzar su silla.
- Tú no vienes, dice Germán que te cansaste demasiado y que…
- ¿Cómo que no voy! ¡ya lo creo que voy!
- Maca… - la recriminó con paciencia apoyando la mano en su hombro
obligándola a recostarse de nuevo - ayer acabaste agotada, y…
- Estoy estupendamente, he dormido de un tirón que es algo que no recuerdo
haber hecho en no sé cuanto tiempo, no me duele la cabeza, tengo hambre y…
- Vale, vale – aceptó divertida y en el fondo deseosa de pasar el día con ella,
quizás así sus planes no se truncaran del todo – pues déjate de cháchara y
desayuna – le dijo acercando la mesita auxiliar a la cama - Yo intentaré
convencer a Germán de salir un poco más tarde.
- ¡De eso nada! no quiero que todos tengan que esperar por mi culpa, ¿por qué no
me has despertado antes?
- Órdenes de tu médico, quería que descansaras.
- Ya.. – dijo bebiéndose el zumo de un tirón y cogiendo un plátano.
- Maca, no hagas eso que te va a sentar mal – la regañó mirándola contenta de ver
lo mucho que había mejorado – le voy a decir a Germán que tú y yo nos vamos
en el jeep, y así no tienen que esperarnos, ¿de acuerdo?
- No, no, ¡ni se te ocurra! – se negó con rotundidad - quiero ir con todos.
- Pero tendríamos más tiempo y….
- Yo quiero ser igual que los demás – habló con rapidez bajando la vista y
levantándola acto seguido, la miró a los ojos - ¿me entiendes?
- Como quieras, pero come despacio, ¡por favor!
- Ya he terminado – dijo apartando la bandeja e intentando levantarse de nuevo.
- ¡De eso nada! – exclamó la enfermera en el mismo tono que le había respondido
antes Maca, que la miró sorprendida - Si no te lo tomas todo, te quedas aquí.
- ¡Joder!
- No protestes – le dijo sentándose en el borde de la cama, junto a ella, dispuesta a
darle conversación para que se tranquilizase – A ver, tienes que terminarte el
desayuno y sin comer como los pavos, que como Germán vea que te sienta mal,
que no te lo terminas o que vomitas, ¡te va a tener encerrada hasta que nos
vayamos de aquí! – la amenazó con el médico aún a sabiendas de que no era
cierto riéndose de la cara de pánico que le estaba poniendo la pediatra que estaba
segura de que Germán era capaz de cumplir esa amenaza – venga, come
despacio – la instó y Maca suspiró resignada comenzando a pinchar aquello que
estaba troceado en el plato – no lo mires con esa cara de asco, te va a gustar.
- Pero... ¿qué es?
- Baobab.
- ¿El qué? – preguntó arrugando la nariz de tal forma que Esther soltó una
carcajada.
- ¡Pruébalo remilgosa! – la instó divirtiéndose a su costa – Germán quiere que lo
comas todos los días.
- Y si quiere que me tire de cabeza al río ¿también debo hacerlo? – preguntó
irónica.
- No seas así – le regañó poniéndose seria - ¿tú no te quejabas de que te había
tirado tus vitaminas?
- ¡Y eso que tiene que ver! – protestó sin probar bocado.
- El beobab es la fruta más apreciada de por aquí y se usa en la medicina
tradicional para muchas cosas.
- Ya… - regruñó incrédula.
- Pues sí – sonrió – cien gramos de esto tiene seis veces más vitamina C que la
misma cantidad de una naranja.
- ¡Claro! – exclamó sin dar crédito.
- Te lo digo en serio. ¡Ríete de las barritas energéticas esas que he visto anunciar
en la tele mientras he estado en Madrid! – dijo despectiva – esto es mucho
mejor.
- Yo no tomo barritas de esas – respondió enfurruñada.
- Maca… - la recriminó – no seas cría y tómatelo.
- Mis pastillas no eran vitamina C – siguió en sus trece.
- Ya lo sé, pero sí B1 y B6, ¿no? – enarcó las cejas burlona – pues además el
beobab, tiene B2 y B3, es muy rico en carbohidratos, minerales sobre todo
calcio, potasio, hierro y magnesio y tiene mucha fibra tanto soluble como
insoluble.
- ¿Te dan comisión o qué? – le preguntó burlona ante aquella defensa.
- ¡Pruébalo!
- Muy bien – aceptó rendida ante su entusiasmo – a ver a que sabe el beobab este
de los co…
- ¡Maca! – la cortó alzando la voz – ¡eres imposible!
- ¿Imposible! que yo sepa la que tiene un trozo del bobab este en la boca soy yo –
protestó ante la sonrisa de la enfermera.
- Beobab – la corrigió sonriendo - ¿a qué está bueno? – le preguntó con dulzura.
- En fin – suspiró.
- Mira que eres cabezona, ¡reconoce que te gusta!
- No está mal – sonrió traviesa, mirándola con un brillo especial en los ojos.
- Te va a venir muy bien comerlo, ya verás – le dijo acariciando su mano y
clavando sus ojos en ella satisfecha de ver que seguía cogiendo algunos trozos
más, la caricia la extendió al antebrazo y bajando la voz le dijo susurrante – a
ver, cuéntame, que ayer ni siquiera me dijiste qué tal te fue el día.
Maca la miró agradecida por todos sus esfuerzos, le gustaba resistirse y ver cómo
insistía, y cada vez le divertía más ese juego que se traía con ella, pero aquel tono la
desconcertó, ¿qué le estaba preguntando Esther! ¿realmente quería saber cómo se había
sentido trabajando o pretendía insinuar algo más?
- ¡Muy bien! ¡me fue muy bien! … y… ¿a ti? – le preguntó en un tono también
insinuante.
- ¿A mí? – sonrió - bien también – dijo contenta y sus ojos comenzaron a brillar
de una forma especial, Maca supo que estaba pensando en algo y enarcó las
cejas esperando que hablase – hoy, si te apetece, podemos ir al río como querías.
- Claro que me apetece – respondió desviando la vista y con cierto aire desganado
que alertó a la enfermera.
- Que si no quieres ir, no vamos – se apresuró a desdecirse, temiendo presionarla.
- Si que quiero, solo que… ayer.. bueno que…
- Tranquila Maca, que comprendí perfectamente lo que querías decirme – apretó
los labios inclinando la cabeza a un lado y acariciando la mejilla de la pediatra
con la parte externa del dedo índice, con cierto aire melancólico - Poco a poco y
sin presiones. Ya tendremos tiempo en Madrid – repitió las palabras que le
dijera la tarde de antes - No creas que no te escuché – sonrió comprensiva.
- Si, eso – respondió ratificando sus palabras, pero con tan poco convencimiento
que la enfermera sonrió para sus adentros, Maca parecía ligeramente pensativa y
comenzó a sospechar que se arrepentía de algo o que había perdido la seguridad
del día anterior, la observó con detenimiento mientras seguía comiendo, cada
vez más lentamente, y se levantó dispuesta a conseguir esfumar esas dudas de la
pediatra.
- Termina de desayunar. Mientras, yo voy a ir cogiendo algunas cosas y..
- Esther – la llamó cuando ya estaba abriendo el armario.
- ¿Qué? – le preguntó sin volverse.
- ¿Puedo preguntarte algo?
- Sí, dime.
- Ayer... al llegar al campo… estuve hablando con Sara y…
- ¿Sara? – se giró con brusquedad encarándola - mucho charlas tú con ella
últimamente, ¿no? – preguntó ligeramente molesta de que pareciese pensar más
en ella que en pasar un rato juntas y a solas, comenzando a sospechar que esa
cara de preocupación y esas dudas no iban a tener nada que ver con lo que ella
creía.
- ¿Y ese tono? – le preguntó a su vez, con curiosidad, apretando la boca en una
mueca burlona, “¡lo reconocería aunque hubieran pasado miles de años!” se dijo
esperando que Esther respondiese pero no lo hizo - ¿estás celosa?
- ¿Celosa yo! ¡qué tontería!
- Si que lo estas – afirmó divertida y halagada – Esther… ¡qué es Sara!
- ¿Y qué?
- Pues… que es tu amiga y…
- Ya sé que es mi amiga, eso no tiene nada que ver.
- …y, que es muy joven para mí, ¡por favor! si le llevaré quince años.
- No tantos, ya te dije que aparenta menos de los que tiene.
- ¿No! entonces… ¿cuantos? – preguntó fingiendo un interés desmedido – porque
en ese caso… - arrastro la última palabra de forma insinuante dispuesta a
divertirse a su costa.
- ¡Demasiados! – exclamó y Maca soltó una carcajada.
- ¡Sí que estás celosa! – exclamó levantando la mano y haciéndole una seña de
que se acercara a la cama – anda, ven aquí – le pidió melosa.
- Bueno... un poco – llegó hasta ella enfurruñada por verse descubierta – antes te
caía fatal y ahora…
- Ahora nada.
- ¿Cómo que nada? que no pregunte no quiere decir que no me haya fijado en que
andáis con secretitos, en que os perdéis por ahí un par de horas sin que nadie sea
capaz de encontraros, en que te guarda sitio a su lado en la mesa, en…
Maca lanzó tal carcajada que Esther guardó silencio frunciendo el ceño.
- ¡Mira que eres boba! Y ¡mira que has cambiado poco! – exclamó Maca más que
divertida - ¿Cuándo te vas a enterar de que yo….? – se interrumpió y clavó sus
ojos en ella con tal intensidad que Esther se estremeció sintiendo de nuevo la
excitación de la tarde anterior. Y levantándose de un salto de la cama, porque si
Maca seguía con aquella mirada puesta en ella y acariciándola de aquel modo no
iba a poder cumplir la promesa de esperar a que ella se decidiese y diese el paso.
- No soy boba – protestó ya puesta en pie.
Maca sonrió al ver que se alejaba, ella también había sentido aquel cosquilleo especial y
sabía que Esther estaba intentando ser fiel a sus palabras.
Se quedó con la vista puesta en su espalda, sonriendo distraída, cogiendo otro trozo de
esa fruta desconocida para ella y experimentando la sensación de que cada vez le
gustaba más todo aquello. Esther, sintiéndose observada, se giró de nuevo y al verla con
aquella expresión entre soñadora, ilusionada y satisfecha y con aquel brillo en los ojos,
que tenía puestos en ella, le devolvió la sonrisa.
Maca sonrió ante su gesto amenazador e hizo la seña de cerrar la boca con una
cremallera. Los ojos de Esther bailaban divertidos, mientras se disponía a continuar.
Esther volvió a la cabaña tras preparar la ducha, Maca había terminado de desayunar y
estaba sentándose en su silla, la miró orgullosa y contenta, Maca le devolvió la mirada
con una sonrisa. Esther comenzó a recoger las cosas y meterlas en la mochila mientras
Maca salía camino de los baños con un “no tardo nada”, y así fue, antes de que la
enfermera hubiese terminado de prepararlo todo la pediatra ya estaba de vuelta.
- ¡Sí que has corrido! – exclamó al verla llegar con el pelo chorreando - ¿no te has
secado?
- Sí – respondió – no quiero que lleguemos tarde por mi culpa.
- Maca… sécate el pelo que…
- Necesito otra toalla – le explicó levantando la que llevaba completamente
empapada – se me ha caído – le dijo apretando los labios y enarcando las cejas
en una cara de circunstancias – con las prisas….
- Pero… ¿tú estás bien? – le preguntó preocupada – Maca… ¿no te habrás…? – se
interrumpió y sus ojos reflejaron una sombra de duda y miedo - ¡joder! que da
igual que lleguemos tarde… no puedes hacer las cosas como las locas y… - se
calló al ver la sonrisa burlona de la pediatra.
- No me he caído, si es lo que estás pensando, solo… se me ha caído la toalla.
- Pero… ¿cómo te has apañado? – le preguntó en un tono de ligero enfado que
Maca malinterpretó.
La pediatra bajó los ojos y Esther creyó que se avergonzaba y se apresuró a rectificar
sus palabras.
- Quiero decir que… no debes correr en la ducha, no quiero que te hagas daño y…
Maca… mírame – le pidió temiendo haberla ofendido. La pediatra levantó los
ojos y esbozó una sonrisa con aire de timidez.
- He tenido cuidado, Esther – respondió con tranquilidad – pero… cuando ya casi
había terminado vi que… había un bicho repugnante de esos y… - la miró
encogiéndose de hombros – ya sé que no hacen nada y todo lo que tú quieras
pero… - dio un retemblido y Esther soltó una carcajada, se dirigió al armario y
cogiendo una toalla limpia, comenzó a secarle el pelo con delicadeza – no lo
puedo evitar - murmuró Maca dejándose hacer y sintiendo un placer enorme al
sentir como las manos de Esther, por encima de la toalla masajeaban su cuello,
su nuca, revolvían su pelo, cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia adelante y
lanzó un leve gemido. Esther sonrió al comprobar que Maca ya no disimulaba lo
más mínimo.
- ¿Qué me decías de esos bichos? – le preguntó divertida.
- ¿Eh…? – volvió a la realidad – que… ¡me dan… repelucos! – tembló de nuevo
y Esther lanzó otra carcajada.
- ¡Ay, mi niña! ¿ves como tengo que ir contigo a la ducha? – le dijo besándola en
la mejilla y continuando con su tarea de secarle el pelo – así no te llevarías esos
sustos.
- Pues sí – reconoció ante la sorpresa de la enfermera, que creyó que protestaría
como había hecho en todas las ocasiones en que le había insinuado que no debía
ducharse sola – no estaría mal que te duchases siempre conmigo – dijo
insinuante y la enfermera sintió un cosquilleo en el estómago y detuvo sus
manos.
- Maca… - comenzó, pero la pediatra, pensando ya en otra cosa, con la vista fija
en la mochila y la mente puesta en la idea de ducharse con Esther, que la había
hecho pensar en la tarde anterior y en lo que implicaba ese acercamiento, la
interrumpió.
- Esther ¿has metido los pañales? – le preguntó con naturalidad ante la sorpresa de
la enfermera acostumbrada a que siempre hablase de ello con pudor.
- ¿Los quieres! creí que…
- Allí no puedo controlar bien los tiempos – se excusó – no puedo estar al sol sin
beber y no puedo irme cada dos horas al baño, y menos si tengo algo importante
entre manos.
- Claro – dijo disimulando una sonrisa, buscando en el armario y metiendo
algunos más en la mochila, “¡quién te ha visto y quién te ve!” pensó orgullosa de
ella – me alegro que pienses así – le dijo abrazándola por detrás y besándola
suavemente cerca de la comisura de los labios.
- Muy besucona estás tú hoy ¿no? – le preguntó socarrona.
- ¿Te molesta? – le preguntó.
- ¡Ay! – se quejó de pronto, sin responder a la pregunta.
- ¿Qué pasa? – preguntó extrañada.
- Me duele ahí donde me has dado.
- ¿Aquí? – le preguntó tocándole con suavidad el costado donde segundos antes
había dejado reposar sus dedos.
- No, ahí no, en el brazo.
- A ver, deja te mire, eso va a ser la herida del corte – la sujetó con delicadeza y
de pronto recordó lo que Germán le había contado en la cena – te voy a quitar el
apósito – la avisó y Maca frunció el ceño sintiendo un dolor agudo – claro, sí,
tienes un punto infectado – ratificó – ya me lo dijo Germán, lo raro es que no te
doliese antes.
- Sí, también me lo dijo a mí, pero ayer no me dolía – reconoció intentando
vérselo – joder no puedo…
- No lo vas a ver, espera que te voy a hacer una cura y…
Maca la sujetó por una muñeca y la condujo para que se situase frente a ella.
Esther saltó al camión y Germán subió a Maca al jeep, cerrándole la puerta y sentándose
al volante.
Llegaron al campamento sobre las nueve de la mañana, Maca tuvo la sensación que
nada había cambiado desde la noche anterior, que nadie se había movido de sitio, sentía
que el tiempo estaba detenido en aquel lugar. La historia de Ngai retumbaba en sus
oídos, sus ojos se clavaban uno tras otro en todos los grupos de familiares que
entonaban su lacónico cántico, situados entorno a los enfermos que esperaban ser
atendidos. La aprensión que experimentara el día anterior al traspasar aquel portón se
había convertido en una opresión profunda que le atenazaba el corazón, ya sabía porqué
cantaban y eso no contribuía a que se sintiera mejor, todo lo contrario, ese conocimiento
le provocaba una congoja desmedida y un sentimiento de impotencia, de insignificancia,
¿cómo hacerles entender que aquello no iba a servirles de nada? Iba a necesitar tiempo,
mucho tiempo, un tiempo que no tenía, para acostumbrarse a todo aquello.
Esther se encogió de hombros, no sabía lo que pudiera pretender Wizzar, lo que si sabía
es que iba a ser un día de los peores.
Maca ya no pudo seguir escuchando sus indicaciones, el médico se alejaba con rapidez
camino de uno de los edificios del fondo seguido de Gema.
- Pues ¡vamos! - le dijo la enfermera con tanto entusiasmo que Maca sintió una
alegría enorme de tenerla a su lado, segura de que sin ella sería incapaz de hacer
lo que le había pedido Germán.
- Vamos - repitió siguiéndola.
La enfermera se acercó al primer grupo les dirigió unas palabras y Maca observó como
todos se situaban en fila ante ella. Dos de las mujeres que había allí se levantaron y se
retiraron. Maca comenzó a examinar al primero, un chico joven que según le decía
Esther padecía dolor abdominal y diarrea. La pediatra miró a Esther, necesitaba hacerle
pruebas para saber algo más.
- Maca…
- Ya lo sé, ya lo sé, no me lo repitas más, no puedo tardar tanto, pero… no lo
tengo claro y necesito más tiempo con él.
- ¿Este si puede marcharse? – le sonrió con timidez.
- Sí – admitió.
Continuaron unos tras otro, a medida que más pacientes examinaba más segura se sentía
la pediatra de lo que hacía. Finalmente, y cuando apenas quedaban unos minutos para
que se cumpliese la hora de trabajo, consiguieron terminar con el último grupo. Habían
logrado que en la explanada quedasen apenas treinta personas. Y Germán llegó hasta
ellas con una carrera, se había cambiado de ropa y se había puesto una bata.
La enfermera estaba dando unas instrucciones a los enfermos y a los familiares de los
que estaban peor. Les dijo que se situaran en pequeños grupos en función del número
que Maca les había ido asignando, y que indicaba la gravedad de su estado. Maca llamó
por señas a la madre del pequeño con quemaduras y comenzó su trabajo, el pequeño no
dejaba de llorar y Maca sintió que se le saltaban las lágrimas, sabía el daño que le estaba
haciendo. Aquello iba a resultarle mucho más duro de lo que había imaginado.
Dos horas después, el calor en el campo era insoportable. Esther miraba a Maca
temiendo que todo aquello fuese demasiado para ella, pero la pediatra seguía atendiendo
a los pacientes sin mostrar ninguna señal de desfallecimiento. Los dos pequeños y la
anciana ya estaban ingresados, había escayolado una pierna y efectuado las curas a dos
chicos con úlceras en las piernas. Cuando estaba terminando con el último miró hacia la
enfermera.
La enfermera, obediente, cruzó unas palabras con ellas mientras Maca terminaba de
auscultarla. Esperó paciente a que lo hiciera con los ojos clavados en ella, ligeramente
preocupada. Maca cada vez se implicaba más en todo aquello, a ella le satisfacía esa
idea, era lo que había buscado desde el principio, pero ahora, trabajando allí a su lado,
viéndola sufrir con cada inconveniente, con la escasez de medios, con cada caso, sentía
que quería protegerla, quería alejarla de todo aquello y hacerla feliz.
- Esta fiebre hay que bajársela – rompió Maca su silencio sacando a Esther de sus
cavilaciones - Además, está sudando y tiene escalofríos.
- Podemos darle un antipalúdico, de eso si tenemos.
- Prefiero esperar al resultado del análisis – se negó con rotundidad.
- Pero si es malaria…
- Está embarazada, Esther, no quiero arriesgarme, si es malaria perderá al niño de
todas formas y si no lo es… - la miró fijamente - si es una simple gripe o una
gastroenteritis, podemos llegar a salvarlo.
- Tienes razón – le sonrió al verla hablar cada vez con más seguridad. Se volvió
hacia la chica y tras darle paracetamol con un poco de agua les indicó que
entrasen en el dispensario.
- Joder esto es… desesperante… - suspiró la pediatra pasándose la mano por la
frente cuando Esther terminó con ellas.
- Lo sé – volvió a sonreír - ¿quieres que hagamos una parada y tomemos algo?
son más de las doce.
- ¿Más de las doce? ¿ya? – dijo abriendo los ojos sorprendida – se le había pasado
el tiempo volando - no, no, mejor seguimos y paramos para comer.
- ¿Tienes hambre?
- ¡Ya lo creo! – exclamó enarcando las cejas – y no sé ni como con el atracón me
habéis hecho darme en el desayuno.
- Pues… en días como hoy…
- ¿No se para?
- Sí, bueno… cado uno para cuando ve que puede o cuando lo necesita. Pero no
creo que paremos antes de las dos y media o tres… ¿quieres que te traiga algo?
- No, pásame al siguiente – le pidió – al chico del brazo roto – le dijo - así
mientras las acompañas a ellas dentro yo me encargo de escayolarlo – le señaló a
las dos mujeres que permanecían en pie cerca de ellas, desconcertadas sin saber
muy bien a dónde dirigirse.
- ¿Seguro que puedes sola?
- Sí, tranquila, si me dejas todo a mano… – respondió mirando hacia Germán que
había vuelto a salir del interior, esperando la llegada de más heridos – ¿vienen
más heridos? – preguntó al escuchar el ruido de motores.
- Seguro – sonrió viendo como el médico saltaba con rapidez al primero de los
camiones que acababa de aparecer por el portón.
- Germán es rápido – comentó Maca.
- Sí, tiene que serlo, de sus decisiones dependen muchas vidas.
- ¡Lo admiro! – afirmó con la vista clavada en el camión y Esther sonrió para sus
adentros, ¡quién la había visto y quién la veía ahora!
- Él también a ti – le revelo ante la cara de perplejidad de Maca – ahora mismo
vuelvo.
- Vale – respondió accionando la silla y siendo ella la que se acercó al joven que
mantenía el brazo pegado a su cuerpo y sujeto por la otra mano.
Mientras, Maca intentaba hacerse entender con el joven. Apenas tendría trece o catorce
años. La pediatra le sonrió y señalándose así misma le habló con dulzura, intentando
transmitirle calma, aunque no parecía en absoluto que estuviese asustado.
Al cabo de media hora, aún estaban afanadas en su trabajo cuando Germán llegó hasta
ellas con una carrera.
- ¡A las buenas tardes! – bromeó risueño – siento no haberme pasado antes pero
ha sido imposible – se disculpó poniendo la manos sobre el hombro de Maca.
- No te preocupes – respondió Esther - ¿qué tal te ha ido a ti?
- Acabo de salir del quirófano y en quince minutos entro otra vez.
- ¿Necesitas ayuda?
- No, tranquila, ya está todo organizado – la miró agradecido - ¿cómo va eso,
Wilson?
- Muy bien – respondió Esther – casi terminando con este grupo.
- Wilson, quiero que te vayas a descansar – le dijo mirándola fijamente.
- Estoy bien, Germán, solo nos queda examinar a esas dos mujeres.
- Son las tres y media, deberías descansar y comer algo, luego sigues – insistió
observándola detenidamente.
- Prefiero terminar – se opuso con decisión – luego te prometo que paramos.
- Que paráis no – sonrió – que se acabo por hoy para ti – afirmó con rotundidad y
no me mires así que es una orden.
- Pero Germán…
- Poco a poco Wilson, por hoy ya está bien – continuó y haciéndole una carantoña
en la mejilla le dijo mucho más amable - ¡muchas gracias por todo! sin tu ayuda
hubiéramos estado desbordados.
- ¡Me encanta trabajar aquí! – le dijo con sinceridad – soy yo la que debería darte
las gracias, por dejarme hacerlo y… y por… por todo.
- Bueno, bueno, Wilson, que estás hecha una sensiblona – se mofó al ver que se le
humedecían los ojos, emocionada. Esther le acarició el pelo, consciente de lo
duro que era todo aquello y de los esfuerzos que hacía Maca para adaptarse –
Esther, coge el jeep – se dirigió a la enfermera haciéndole un guiño que Maca no
pudo ver – y os tomáis la tarde libre, Gema y yo vamos a pasar aquí la noche,
André ha llamado, han conseguido acorralar al grupo de guerrilleros, pero
parece que va para largo que puedan cogerlos a todos. Ya sabes que no me gusta
desplazarnos con el equipo sin ellos, así es que esperaremos a mañana.
- ¿Entonces dormimos aquí? – preguntó Maca.
- Sí, dormimos aquí.
- Pero… no decías que no había sitio.
- Ya nos apañaremos – sonrió - ¿por qué no vais a Jinja? os dais un paseo, os
tomáis un helado… ¡lo que daría yo por un buen helado! Y descansas de todo
esto un poco.
- No sé – dijo la pediatra mirando a Esther.
- Germán tiene razón, Maca, pareces cansada, despejarte un poco te vendrá bien.
- Lo dicho, a las duchas, a comer y a divertirse, os esperamos para la cena.
- Pero Germán…
- No hay “peros”, Wilson, o me haces caso o mañana no vienes.
- Vale – aceptó de mala gana.
- Me voy que me esperan en quirófano, y luego tenemos que organizar la
fumigación de las chabolas porque está claro que no va a haber forma de
convencer a todos para que usen las mosquiteras que les hemos repartido, así es
que… - se interrumpió ante los gritos que estaba profiriendo un hombre que
entraba por el portón en bicicleta - ¡joder! a ver qué pasa ahora – suspiró
corriendo hacia allí.
Maca miró hacia él y luego a Esther que había terminado de recoger todo. La enfermera
había mudado el gesto ilusionado que mostraba hablando de sus planes, por uno de
auténtica preocupación. Conocía a Germán suficientemente y reconocía su tono de
apremio en aquella llamada.
Maca llegó hasta ellos cuando Esther ya estaba arrodillada junto al médico. Al verla,
Germán se levantó, su cara mostraba una seriedad inusual en él y la pediatra
comprendió que no solo estaba preocupado si no que también estaba nervioso.
Maca abrió los ojos mostrando su sorpresa, pero sin decir nada se acercó a la joven, y
tras explorarla, miró a Germán.
- Está de parto – le dijo sin entender qué le pasaba, debía haber visto muchos
casos como ese.
- Germán, tenemos que entrar en quirófano, ¡ya! – lo apremió Gema, él la miró y
la chica guardó silencio sin decir nada más, mirando hacia los pabellones de
donde se acercaba Nadia, que ya había regresado, corriendo hacia el grupo.
Germán se dirigió de nuevo a Maca.
- Si – le dijo - y… lo siento, pero…. yo tengo que irme a quirófano – intentó
justificarse observando a la comadrona acercarse agitada y volviendo sus ojos a
Maca - ¿puedes encargarte de ella?
- Germán, el chico no puede esperar más – lo apremió Nadia alcanzándolos.
- Voy – respondió – Nadia tienes que prepararlo todo, esta mujer va a dar a luz y
tiene problemas, Gema ve dentro y revisa que esté todo listo en quirófano – dijo
instándolas a que se marcharan, cuando se alejaron miró a Maca – Wilson,
tendrás que encargarte de ella.
- Si – dijo continuando con la oreja puesta en la trompetilla – deberíamos entrarla
ya, está sangrando mucho…
- Wilson… creo que habrá que intervenir.
- Sí – musitó – no te preocupes, la aguantaré hasta que termines con el chico.
- No, tienes que encargarte tú, yo no puedo, no hay tiempo.
- Tranquilo, lo habrá, sé como aguantarla.
- Ya sé que sabes pero aquí no hay nada para hacerlo. Tienes que… estar tú
presente, Nadia no va a poder sola, no me gusta nada esa hemorragia.
- Germán yo… no… - abrió los ojos desmesuradamente, ¿cómo le pedía aquello?
– no… no puedo… yo…
- Tú eres su única oportunidad – posó su mano en el hombro, mostrándole su
confianza y Maca lo miró asustada.
- Maca… - Esther le sonrió – podemos hacerlo, Nadia y yo estaremos contigo.
- No, yo no puedo, no puedo… - repitió.
- Claro que puedes, Wilson – elevó la voz levantándose - ¡Phillips! – gritó
llamando al chico – tenemos que llevarla dentro.
- Germán, por favor – dijo Maca mirándolo desesperada – no me pidas esto, hace
cinco años que no entro en un quirófano.
- Por eso no te preocupes, no vas a entrar en ninguno – sonrió burlón.
- ¿Qué?
- Que solo hay dos y los tengo ocupados, tendrás que apañarte en la sala de
maternidad – dijo alejándose - ¡Esther! – la llamó y la enfermera se levantó
dejando a Maca sola con la chica.
- ¿Qué pasa?
- No hay anestesia para todos, ya sabes lo que eso significa.
- Sí, lo sé – lo miró preocupada – Germán… Maca…. no sé si ella…. No creo que
sea buena idea, está muy cansada y…
- Ayúdala, contigo lo conseguirá.
- ¿Y si no es así? tengo miedo de que…
- Esther, no hay más opciones, y sabes que si pudiese lo haría yo, pero no puedo y
tengo prisa.
- Vale – aceptó viéndolo alejarse.
La enfermera corrió junto a Maca, su cara mostraba la preocupación que sentía, no iba a
ser fácil sacar a esa chica adelante y no había tiempo para trasladarla a Kampala. Maca
estaba asustada, su rostro se lo decía abiertamente y ella debía darle la confianza y las
fuerzas que le faltaban.
- Maca, tenemos que entrar – le dijo apretando los labios y enarcando las cejas. La
pediatra a pesar del calor, había perdido el color de sus mejillas y Esther la vio
pálida, de nuevo parecía enferma.
- Esther no voy a poder…. – le dijo negando con la cabeza, abrumada.
- Tenemos que intentarlo, Maca – respondió con calma indicándole que no valían
las negativas - no te preocupes que Nadia está acostumbrada, y yo lo he hecho
muchas veces. Te ayudaremos.
- Pero en esta silla no voy a poder…
- La cama la pondremos a la altura que necesites… o si lo prefieres te sientas en el
taburete que usan ellas.
- ¿No puedo negarme? – preguntó esperanzada.
- Claro que puedes – le dijo con una sonrisa - pero… si no la ayudas tú…va a
morir.
- ¿Y si muere de todas formas?
- Maca, esta chica ha vuelto a nacer. Tiene la suerte de que hoy, tú estés aquí, si
no hubieses venido, ni Nadia ni yo podríamos hacer nada por ella.
- Pero Germán sí.
- Germán habría escogido al más grave y, ese, es el chico. Y ella… no va a
aguantar tres horas, hasta que él termine.
- Tengo miedo, Esther – reconoció al fin clavando sus desesperados ojos en ella -
yo… hace mucho que no…
- Lo sé, cariño – se agachó a su altura y la besó ligeramente en la mejilla,
manteniendo sus manos apoyadas en el brazo de la silla – y también sé que lo
vas a hacer muy bien – la animó - ¿No eras tú la que me decías que operar es
como montar en bicicleta! ¡una vez que aprendes no se olvida! - bromeó.
- Te mentía… solo quería impresionarte… para que… te pensaras lo de estudiar
medicina
- No necesitabas hacerlo – le sonrió colocándose a su espalda – ¡vamos! no te lo
pienses más. Yo te empujo, no tenemos tiempo que perder.
- Esther… ¿qué quería Germán? – preguntó resignada.
- Desearnos suerte.
- Ya… - murmuró incrédula.
- Le gusta hacerlo – dijo sin más explicaciones e intentando distraerla continuó
con la charla - He estado hablando con la chica, las contracciones son muy
frecuentes – le explicó entrando en la sala de maternidad y conduciéndola hacia
dos lavabos que había al fondo, tras el biombo y junto a la camilla donde ya
estaba echada la joven y Nadia, junto a ella, acompañándola, se encontraba
perfectamente ataviada.
- Maca, no hay tiempo que perder, está perdiendo mucha sangre, tienes que
lavarte…
- Voy, necesitaré que bajéis algo la camilla o que me sentéis en algo más alto –
dijo respirando hondo y mirando a Esther angustiada – ayúdame - le pidió.
Ambas se cambiaron y lavaron. Nadia las observaba, mientras daba las indicaciones
oportunas. Un chico llego con un taburete bastante alto y cuando Maca estuvo lista la
sentó en él. La pediatra inspiró un par de veces e intentó apartar su miedo y controlar el
temblor de sus manos.
- Bien, vamos a empezar – dijo Maca con un tono que pretendía ser de seguridad
pero que Esther descubrió teñido de temor - a ver que tenemos aquí.
- Muchas mujeres tienen a sus bebés en casa, el primero lo tuvo en la aldea sin
ayuda de nadie, pero tuvo problemas, por eso esta vez la convencimos de que
tenía que venir a revisiones – le dijo Nadia mientras la pediatra comenzaba su
trabajo ayudada por ambas.
- ¿Qué problemas? ¡mierda! – exclamó.
- ¿Qué pasa?
- Esta mujer tuvo desgarros y los tiene mal curados.
- Aquí es habitual.
- Va a ser más rápido de lo que creíamos – le comentó viendo los centímetros de
dilatación.
- Sí – afirmó Maca – el niño ya está aquí, pero… mucho me temo que…. – se
interrumpió - Esther, ayúdame, coge de ahí – dijo levantando la vista hacia la
madre que no dejaba de proferir alaridos – ¿no podemos darle nada?
- No te preocupes, aquí el parto siempre es natural.
- ¡Joder!
- ¿Qué pasa ahora? – preguntó Esther.
- Germán tenía razón vamos a tener problemas. Sangra demasiado – murmuró –
dile que empuje – le pidió a la comadrona que estaba sentada junto a la chica
intentando que controlase su respiración y se relajara, así el dolor sería menor y
haciéndola descansar entre contracciones.
- Está muy débil, Maca – alzó la voz.
- Lo sé – respondió concentrada, frunciendo el ceño - No puedo – murmuró la
pediatra – así no puedo.
- Maca, ¿la sentamos? – le preguntó Esther en un tono que sonó más a sugerencia.
- ¿Sentarla? – dijo más para sí, que para ellas.
- Aquí es normal dar a luz en cuclillas – le explicó Nadia – así haría más fuerza.
- Sí, incorporarla un poco – le pidió a ambas. Nadia, presionó ligeramente sobre la
barriga de la chica en una maniobra que repetía con frecuencia.
- No hay manera, no, no, ¡déjala! – le ordenó - Esther, bisturí y tijeras.
- ¿Vas a cortar?
- No hay más remedio. No puedo orientar la cabeza, y si no nos damos prisa, no
va a aguantar, está perdiendo mucha sangre – le dijo con rapidez – voy a hacerle
una cesárea. Prepara la epidural, hay que ponérsela.
- ¿Epidural? Maca…. No hay
- ¡Joder! ¿cómo que no hay? No puedo hacerla sin anestesia.
- Pues …
- Dame, voy a intentarlo con una episiotomía. Pero hay que ponerle algo.
- Corta – le indicó Esther – aguantará el dolor.
- Pero…
- ¡Corta!
Maca tomó aire, se sentía mareada solo de pensar en lo que iba a hacerle, y el calor allí
era insoportable. Inspiró hondo de nuevo y practicó un corte tan rápido que Esther no
fue capaz casi ni de verlo. La enfermera sonrió, Maca tendría dudas sobre su capacidad
pero estaba claro que no había perdido su habilidad.
Nadia lavó al niño y, tras comprobar que no había problema, lo acercó a su madre.
Maca permanecía pendiente de ella y de la expulsión de la placenta.
Esther miró a Maca que parecía angustiada, no dejaba de sudar, el calor era insoportable
allí dentro y sus nervios no acompañaban demasiado.
- Esther necesito que alguien la duerma ¡ya! – repitió nerviosa – no puedo frenar
esta hemorragia.
- No hay anestesia Maca, ya te lo he dicho – le confesó al fin – de ningún tipo,
tendremos que hacerlo sin dormirla.
- ¿Qué? – preguntó asustada – no puedo hacerlo sin dormirla, una placenta
retenida solo puede extraerse con anestesia general.
- Germán lo ha hecho otras veces sin anestesia – intervino Nadia volviendo junto
a ellas.
- Yo no soy Germán – respondió frunciendo el ceño, no lo iba a lograr, la chica
iba a morir, y las palabras de Nadia volvieron a ella, “ni un solo fallecimiento en
todos esos años”, “hasta ahora, yo voy a tener ese honor”, pensó angustiada. Y si
no moría en la operación lo haría de una infección, esas no eran condiciones
para nada.
- Maca… - la llamó Esther al verla pensativa, sin mover un dedo - ¿estás bien?
- Sí – musitó – ¿analgésicos tampoco hay?
- Sí – respondió la comadrona.
- Bien, pues inyectadle un sistémico.
- Le voy a poner un calmante, ¿te parece?
- Eso no será suficiente.
- Tendrá que serlo Maca – le dijo con calma la enfermera – es lo que hacemos.
- ¡Joder! – exclamó – no sé como…
- Tú haz lo de siempre.
- Esto es horrible.
- Maca, están acostumbradas al dolor más de lo que puedas imaginar, piensa que
antes de cumplir los doce les practican la ablación, sin anestesia, sin calmantes y
sin nada.
- ¡Joder! – murmuró sintiendo que a pesar del calor un escalofrío recorría su
espalda, provocándole un ligero temblor por todo el cuerpo. Solo el hecho de
pensar en practicar aquello sin ningún tipo de cuidados le hacía encogerse sin
poder evitarlo.
- Maca… ¿preparada?
- Sí – murmuró.
Esther sonrió y la pediatra apretó los labios, y asintió sin responder, abrumada e
impresionada por todo aquello, aún no era capaz de asimilar lo que habían hecho,
además, la chica estaba muy débil y aún era pronto para felicitarse por nada. El niño era
sano y no parecía tener problema alguno pero, Maca, no las tenía todas consigo con
respecto a la madre.
Maca asintió sin responder y Nadia volvió a marcharse perdiéndose tras aquel biombo
verde.
- Anda, Maca, vamos a cambiarnos – dijo Esther mirando el reloj - ¡qué tarde se
ha hecho!
- ¿Qué hora es? – preguntó la pediatra que había perdido completamente la noción
del tiempo allí dentro.
- Casi las cinco.
- ¿Ya?
- Sí – la miró lanzando un suspiro, era prácticamente imposible que les diese
tiempo a cambiarse, ducharse, comer algo e ir a Jinja antes de la hora de la cena.
Maca se percató de su aire de desilusión e imaginó a qué se debía, pero ella
estaba tan cansada que no estaba segura de tener fuerzas para ir de excursión.
- ¡Estarás muerta de hambre!
- La verdad es que ya no – le sonrió encogiéndose de hombros, sería incapaz de
comer nada después de lo que acababa de hacer – solo tengo sed, mucha sed y…
quiero darme una ducha.
- Muy bien, vamos a buscar algo de beber y a darnos esa ducha.
- Ya no nos dará tiempo a ir a Jinja, ¿verdad? – preguntó mostrando también su
desilusión.
- Si queremos estar aquí para la cena es imposible – le dijo empujándola camino
de las duchas - ¿estás muy cansada? – le preguntó al ver que no protestaba por
que la llevase.
- Un poco – mintió, sintiéndose realmente agotada - parece que esa excursión está
gafada.
- Eso parece – sonrió sin decir nada más y sin que Maca pudiera verla – bueno…
pues… ya estamos… yo me ducho en la de al lado, te dejo aquí tus cosas – le
indicó.
- Vale – le sonrió agradecida.
Ambas cruzaron sus miradas y volvieron a sonreír, a medida que pasaban los minutos y
Maca asimilaba lo que significaba lo que se había atrevido a hacer, se sentía más
satisfecha y esa sensación de aprensión iba desapareciendo dejando lugar a una ligera
euforia que crecía internamente. Esther le acarició la mejilla con ternura imaginando
cuáles eran sus sentimientos, contenta de la mirada que reflejaban sus ojos. Maca no
podía dejar de verla trabajando a su lado, adelantándose a todas sus indicaciones,
haciéndole más fácil su trabajo y apoyándola cada vez que la habían atenazado las
dudas. Gracias a ella todo había ido bien. Sin ella no lo habría conseguido.
Minutos después, Maca abría la puerta. Esperaba ver a Esther allí fuera, esperándola,
pero estaba sola, ahora entendía porqué no la había escuchado llamarla, porque nadie
aguardaba en el exterior. Una sensación de decepción y soledad la invadió. Era absurdo,
pero se había imaginado que estaría allí, que la vería al salir y no había sido así. Se
dirigió a la puerta, lo mejor sería ir a la sala de descanso, necesitaba beber algo, aunque
primero debería esperar a que alguien la ayudase a bajar en la entrada. Cuando se
disponía a salir al rellano, la puerta se abrió y llegó Esther con una enorme sonrisa.
Maca suspiró resignada, sabia que por mucho que se negase cuando a Esther se le metía
una cosa en la cabeza era imposible conseguir negarse.
- Primero te vas a secar en condiciones que como te vea Germán te va a echar una
buena bronca.
- Pero no dices que aún está en el quirófano.
- Pues te la echo yo – respondió divertida por sus rápidas respuestas.
- Y ayer… ¿por qué no me la echaste? – le preguntó insinuante – que yo recuerde
no te importó mucho que estuviese mojada.
- Ayer…. – la miró torciendo la boca y enarcando las cejas, rememorando los
besos que se dieron y notando que volvía el deseo de hacerlo – ayer tenía otras
cosas en la cabeza – bajó la voz enronqueciéndola ligeramente.
- Ah… ¿sí? – preguntó haciéndose la sorprendida - ¿qué cosas eran esas?
- Cosas – sonrió disfrutando de la actitud de la pediatra - y, no me repliques, te
vas a secar y luego, te vas a tomar el zumo.
- No vas a parar hasta que me lo tome, ¿verdad?
- ¡Exactamente!
- Vaaale, lo tomaré – aceptó con desgana pero en el fondo tremendamente
contenta de que Esther se preocupara tanto por ella.
Maca permaneció con la vista clavada en la puerta deseando verla regresar, deseando
charlar con ella, reír con ella o simplemente estar en silencio, pero siempre a su lado,
como había estado toda la mañana, junto a ella, trabajando codo con codo y
consiguiendo hacerla sentir por primera vez en años, simplemente feliz.
Cuando lo hizo, Esther portaba dos grandes vasos y le tendió uno a la pediatra
sentándose a su lado.
Esther se quedó mirándola un instante, Maca parecía cansada y ella, que quería
proponerle una cosa, dudó si hacerlo.
Finalmente, optó por no hacerlo, la imitó, soltando su vaso y se colocó a su espalda. Sin
decirle nada comenzó a masajear sus hombros.
- ¿Sigues mareada?
- Ya no, entre la ducha y el zumo estoy mucho mejor – murmuró cerrando los
ojos e inclinando la cabeza dejándose llevar por el masaje, los hombros, el
cuello, la nuca – hummm ¡qué gusto! – suspiró reconfortada.
- ¿Te hago daño ahí? – inquirió en voz baja insistiendo en un punto donde notaba
especialmente la tensión.
- No – musitó – ¡me encanta!
- Para – musitó - para, Esther, para – le pidió sujetándole una de las manos – para
o vas a conseguir que me duerma.
- ¿Tienes sueño?
- No mucho pero… si sigues así…
- Estás a gustito – sonrió para sí, obedeciéndola y sentándose de nuevo frente a
ella.
- Si – volvió a suspirar entornando los ojos – ¡demasiado a gusto! – reconoció
mirándola fijamente.
- ¿Qué pasa?
- Tengo… que hacer una cosa… ahora vuelvo – se disculpó y salió del comedor
como una exhalación dejando completamente perpleja a Maca.
Antes de cinco minutos estaba de vuelta, Maca la vio detenerse en la puerta y soltar algo
en el suelo sin que pudiese distinguir qué era.
Esther le cerró la puerta y subió al asiento del conductor tras dejar la mochila en el
trasero. Cruzaron sus miradas un instante, la enfermera leyó satisfacción e ilusión en sus
ojos, Maca tenía un brillo en su mirada que nunca le viera en Madrid, eso la hacía
sentirse tremendamente feliz, imaginando que era ella quien lo provocaba. La pediatra
también la observaba y descubrió esa felicidad que irradiaba la enfermera, su alegría y
satisfacción aumentaron solo de pensar que ella contribuía a ella. Suspiraron al unísono
y ambas lanzaron una pequeña carcajada.
Maca la miró de soslayo y sonrió para sus adentros luego clavó la vista en el camino, lo
último que deseaba era marearse en ese viaje.
La pista de tierra roja se iba ensanchando a medida que se alejaban del campo de
desplazados. Maca permanecía con la vista clavada en el exterior, ¡qué diferente le
parecía ahora todo! La alegría que mostrara al subir al jeep parecía haberse disipado,
mantenía el ceño fruncido y una mueca de descontento en sus labios apretados. A Esther
se le antojaba nerviosa y pensativa, conociéndola estaría preocupada por Josepine o por
los análisis que debían confirmar si la otra embarazada tenía malaria, o por las
quemaduras del pequeño, o por cualquier otro detalle al que estuviese dándole vueltas
en su cabeza. Se sorprendió al verla saludar a todos y cada uno de los viandantes que se
cruzaban por la polvorienta carretera, y que sonrientes levantaban sus manos hacia ella
o hacían una pequeña inclinación de cabeza, sonrió para sus adentros, ahora Maca sí que
los veía, sí que los tenía en cuenta y sí que sufría por ellos, quizás a eso se debiese ese
cambio en su expresión.
Maca quitó la vista del camino y la miró, negando con la cabeza y esbozando una leve
sonrisa para mostrarle que no era así.
Ambas volvieron a guardar silencio. Esther viró a la izquierda y salí de la pista por un
camino estrecho y lleno de baches. Maca miraba hacia delante, la vegetación de río cada
vez estaba más cercana incluso juraría que la temperatura parecía descender. Esther
tenía razón, comenzaron a encontrarse con algunos vehículos e incluso pudo observar
un autocar estacionado a lo lejos. Seguro que era un lugar precioso pero en el fondo le
hubiera gustado más que la hubiese llevado a uno de aquellos parajes recónditos donde
solo se escuchaba el sonido del agua y de los animales.
- Aunque no lo creas te va a gustar, por mucha gente que haya esto no deja de
ser… salvaje – le comentó adivinando sus pensamientos.
Maca la miró sorprendida de cómo cada vez con más frecuencia Esther adivinaba todo
lo que pensaba y sentía.
De camino a la orilla, Esther comprobó que Maca miraba insistentemente hacia atrás.
Cada pequeño graznido de un pájaro, cada voz cercana, cualquier ruido que escuchaba
entre la vegetación que circundaba el sendero, la hacía sobresaltarse, parecía nerviosa y
eso extrañó a Esther que apretó todo lo que pudo el paso, deseando llegar cuanto antes a
la altura del río, imaginaba lo que le ocurría y lo último que deseaba es que Maca no
estuviese cómoda allí. A lo lejos se escuchaban voces, risas y pequeños gritos, incluso
palmas y cánticos.
Llegaron a la explanada y uno de los chicos se acercó a ellas. Esther habló con él y le
dio unas monedas. Inmediatamente se situaron frente a ellas comenzando una serie de
acrobacias que hicieron abrir los ojos a Maca impresionada, ¿cómo era posible guardar
el equilibrio de aquella manera?
- ¡Es impresionante! – dijo mirando a Esther que se divertía solo de verla disfrutar
- ¿cómo lo consiguen?
- Práctica, Maca, desde pequeños suben a los árboles como si nada.
- Dales más monedas luego te las doy yo – le pidió mirándola con ilusión.
- Van a creer que quieres que se lancen al agua – la avisó torciendo la boca en una
mueca entre divertida y condescendiente.
- Dáselas y diles que no lo hagan.
- Si se las doy, lo harán. No les gusta que se les regale nada.
- Pero ya están haciendo todo esto y… quiero que sepan que nos gusta mucho.
- Como quieras – suspiró, acercándose a ellos y dándole algunas monedas más.
Dos de los chicos se alejaron y se metieron en la maleza, luego salieron portando un par
de bidones de plástico azul y sin mediar palabra se lanzaron al agua ante el sobresalto de
la pediatra.
El chico que permanecía frente a ellas, continuó haciendo sus equilibrios y cuando
terminó Maca aplaudió realmente agradecida y sorprendida por todo aquello.
- ¿Te ha gustado?
- ¡Me ha encantado!
- Pues ahora verás – le dijo mirando hacia atrás – a estas horas los turistas
comienzan a marcharse, te voy a llevar a un recodo en el que estaremos más
tranquilas.
- ¿Para qué?
- ¿Para qué va a ser Maca? – le preguntó divertida al comprobar su nerviosismo.
- No sé…
- Para que puedas disfrutar de todo esto, del sonido ensordecedor del agua, del
canto de los pájaros de todo sin tanto ruido ni tanta gente ¿no es lo que querías?
– le preguntó con aire de inocencia.
- Sí si, claro.
- ¡Pues vamos!
Esther siguió adelante, llevándola al pequeño recodo prometido, más apartado de las
grandes explanadas abiertas junto a la orilla para los grupos de turistas. El sendero era
intrincado y algunas rocas impedían el paso de la silla, pero la enfermera se las ingenió
para lograr llevarla a donde pretendía, desde allí podían observar otras grupos de
personas más abajo pero ellas estaban completamente solas, en una especie de pequeña
ensenada, donde varios pájaros desconocidos para ella elevaron el vuelo al verlas llegar.
La pediatra observaba todo con atención.
Maca encogió los ojos entre avergonzada por verse descubierta en sus temores y
divertida de que Esther la conociese tan bien e interpretase, siempre a la perfección,
todos y cada uno de sus pensamientos.
- Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, el cocodrilo tenía la piel lisa
y dorada como si fuera de oro – comenzó bajando el tono hasta el punto que
Maca tuvo que aproximarse a ella, echando el cuerpo hacia delante para poder
escuchar sus palabras – y pasaba todo el día debajo del agua, en las zonas más
embarradas y salía de ellas al caer la noche – se interrumpió, miró hacia el agua
y torciendo la boca señalo la orilla y la miró – ¡cómo ahora! – exclamó,
elevando la voz, provocando que Maca casi saltase de la silla.
- ¡Esther! – protestó con un grito que mostraba el susto que se había llevado. La
enfermera soltó una sonora carcajada.
- ¡Pero qué tonta eres! – le dijo sin dejar de reír.
- No vuelvas a asustarme – le pidió poniendo un gesto de súplica que enterneció
Esther.
- No lo haré, lo prometo – mantuvo la sonrisa – lo siento, perdóname, pero es que
te veo mirar al agua con esa cara que no me he podido resistir.
- Si, ya sé que soy idiota y que si tú dices que no hay peligro pues… no lo habrá –
suspiró – pero no puedo evitarlo. … ¡anda sigue!
- Cuando el cocodrilo asomaba al caer la noche, la luna se reflejaba en su brillante
y lisa piel – continuó, aproximándose a ella y, tomándole una mano, comenzó a
acariciársela. Maca sintió que aquel contacto y su voz cadenciosa y pausada la
tranquilizaba – entonces, todos los otros animales iban a esas horas a beber agua
y se quedaban admirados contemplando la hermosa piel dorada del cocodrilo –
se interrumpió de nuevo, aproximó su rostro aún más al de Maca y le cogió la
otra mano, bajando de nuevo el tono - El cocodrilo, orgulloso de la admiración
que causaba su piel, empezó a salir del agua durante el día para presumir de su
ella. Tan bella era que los demás animales, no sólo iban por la noche a beber
agua sino que se acercaban también cuando brillaba el sol para contemplar la
piel dorada del cocodrilo.
Un ruido de ramas a la espalda de la pediatra hizo que las dos miraran hacia allí, los
ojos de Maca se abrieron desmesuradamente, mostrando el miedo que sentía.
- ¿Qué pasa? – le preguntó Maca al ver su rostro serio – no me importa que te rías
de mí comparándome con el cocodrilo ese de tu historia – le dijo con una sonrisa
afable creyendo que se había arrepentido de sus burlas y deseando que nada
perturbase la sensación de confianza y calma que notaba junto a ella.
- No es eso, Maca – respondió mirándola con atención.
- ¿Entonces… qué pasa? – preguntó mostrando de nuevo temor mirando a su
alrededor consiguiendo que Esther sonriese para sus adentros – venga, suéltalo,
¿qué quieres preguntarme? – la miró con aire de suficiencia segura de que era
eso. Esther sonrió al verse descubierta.
- Maca… esta mañana… en la cabaña… ¿qué querías decirme?
- ¿Cuándo? – preguntó desconcertada.
- Cuando Germán nos interrumpió.
- Ya… - bajó los ojos dubitativa y Esther, se arrepintió de haberle preguntado, “ya
lo has estropeado otra vez”, “¿es que no puedes tener la boca cerrada, no
presionarla, ni sacarle temas que la incomoden?”, “no está visto que no eres
capaz, “¡Vamos arréglalo!”, “arregla esto antes de que diga algo que no quieres
escuchar”, se dijo mientras esperaba su respuesta y temiendo lo que pudiera
decirle y estropear los planes que tenía, se adelantó.
- Perdona por lo de ayer… en las duchas… te había prometido que… no volvería
a hacerlo y…
Maca levantó los ojos hacia ella sorprendida por aquellas palabras y agradecida por su
intento.
Maca esbozó una sonrisa irónica, segura de que Esther no mentía pero dudando de que
fuera capaz de cumplir lo que le estaba prometiendo. La enfermera frunció el ceño
ligeramente molesta, aunque rápidamente mudó su expresión, no quería que nada
hiciese cambiar de humor a Maca, necesitaba tenerla donde la tenía para que todo
saliese como había planeado.
Maca abrió la boca de par en par, perpleja, excitada por el aire misterioso de la
enfermera y, a un tiempo, asustada por lo que pudiera esperarle.
Esther corrió tanto camino del jeep, que consiguió llegar hasta él en menos de diez
minutos, Maca instintivamente se agarró a los brazos de la silla pero no le dijo nada,
deseando también sentarse en el vehículo, y no porque no le hubiese impresionado la
excursión, aquél lugar era precioso, si no porque la oscuridad que comenzaba a cernirse
sobre ellas, unida a los sonidos que llegaban de la densa vegetación, hizo que la
aprensión que había sentido minutos antes, se acrecentase sobremanera. La enfermera la
ayudó a subir al coche y tras guardarlo todo, hizo lo propio y arrancó. Maca permanecía
en silencio, preguntándose si había hecho bien en aceptar esa cena y al mismo tiempo
deseando conocer esos planes de la enfermera.
- Es una pena que se haya hecho de noche – rompió Esther el silencio, tras unos
minutos en los que aguardó a que Maca mostrase su curiosidad, y le preguntase
algo más sobre el lugar al que se dirigían, pero al ver que no era así, se decidió a
distender el ambiente y conseguir que la tensión y nerviosismo que desprendía la
pediatra se disipasen - porque este camino a Jinja tiene uno de los mejores
paisajes de la zona. Aunque el mejor de todos es el de Jinja a Kampala, si un día
tenemos tiempo y… te apetece, podíamos ir hasta allí – propuso esperanzada,
aunque se temía una negativa, quizás Maca se sentía incómoda o se estaba
echando atrás.
- ¡Me encantará! – exclamó ilusionada mostrándole las ganas que sentía de hacer
todo aquello a pesar de su miedo - ¿está muy lejos Kampala?
- A unos setenta kilómetros de Jinja, creo que ya te lo dije.
- No me acuerdo.
- Normal, te calentaba la cabeza con tonterías cuando acababas de salir del coma –
respondió – ¡no sé cómo me aguantabas! – bromeó.
- No te aguantaba – respondió mirándola fijamente – deseaba siempre que llegaras
– confesó con cierto aire de timidez que volvió a encender el deseo de la
enfermera.
- Anda, sube la ventanilla – le ordenó con un suspiro.
- Pero hará calor.
- Es preferible. Salvo que quieras que cenemos mosquitos – bromeó.
- ¡Qué asco, por dios! Ahora mismo la cierro – dijo obedeciendo a toda velocidad.
- Lo que te decía, que es una pena que vayamos a llegar de noche, Jinja es una
ciudad preciosa.
- ¿No hay luces en la calle?
- Claro que hay luces.
- Entonces sí podré verla.
- A dónde vamos no verás casi nada, es un pequeño local a las afueras, en uno de
los barrios más pobres.
- Ya… - musitó temerosa del lugar dónde Esther pretendía meterla.
- ¿Estás bien! ¿no te habrás mareado?
- No, tranquila que estoy bien, solo pensaba en… todo esto… en… Josephine y
los demás.
- Maca… - la recriminó, ella creyendo que Maca estaba nerviosa por lo que
pudiera depararle la noche y en realidad tenía la cabeza en otro sitio – no pienses
más en el trabajo.
- No pienso en él, pienso en las personas – se defendió – y… en que… vamos a
estar allí… cenando y… ellos…
- Pues… es lo mismo que en Madrid, tú en tu bunker rodeada de todos los lujos y
la gente en sus chabolas.
- ¡Joder! ya lo sé pero… aquí… todo parece… diferente, ¿me entiendes?
- Si, te entiendo – suspiró - ¡mejor de lo que crees! solo quiero que no te agobies y
que te relajes y te distraigas. Especialmente aquí hay que aprender a desconectar.
- Ya lo sé, Esther, y te lo agradezco – sonrió alargando la mano y acariciando la
de la enfermera que descansaba sobre el cambio de marchas – no te enfades
conmigo – le pidió melosa al ver que el tono de la enfermera se había
endurecido ligeramente - ya sabes como soy y… no puedo evitar pensar en si
esa chica tendrá malaria, en que si la tiene abortará, en Josephine… en las
infecciones… en… ese pequeño con esas quemaduras… en…
- No te preocupes, cariño – respondió sin darse cuenta y con tanta naturalidad que
Maca sonrió – te aseguro que Germán estará muy pendiente de ellos.
- Germán trabaja demasiado – comentó mostrando su preocupación también por
él.
- Él es así, capaz de no parar en días – dijo mientras tomaba una curva y metía la
marcha para subir una pronunciada pendiente – cuando terminemos de subir,
prepárate.
- ¿Para qué?
- A la bajada está Jinja a la izquierda verás el lago Victoria – le explicó – bueno,
no lo verás, pero sí las luces de algunas barcas que pescan de noche y a su orilla,
la ciudad, en las noches claras la vista es preciosa desde ahí arriba. Germán
siempre dice que es nuestro mirador.
- ¿Y por qué dice eso? – preguntó sin poder evitar un deje de celos que la
enfermera captó al instante, riendo para sus adentros - ¿venís mucho?
- Bueno… - dejó caer la palabra sin decir nada más consciente de que esa
respuesta aumentaría aún más los celos de la pediatra.
- ¿Lo hacéis? – insistió sin ocultar en su tono lo que le molestaba que fuera así.
- Sí – admitió - alguna noche hemos venido hasta aquí y nos hemos parado allí
arriba.
- ¿Y nos vamos a parar nosotras?
- No, hoy no.
- Me gustaría que lo hiciéramos – le pidió melosa, con su mejor voz de súplica
intentando comprobar hasta qué punto seguía ejerciendo su poder sobre ella.
- No, Maca, si llegamos muy tarde no vamos a encontrar mesa, ese sitio está
siempre lleno.
- Vale – dijo con cierto tono de decepción.
- Te prometo que antes de regresar a Madrid, volveremos y nos pararemos – le
aseguró incapaz de negarle nada - ¿te parece bien?
- ¡Muy bien! – sonrió satisfecha de ver que a pesar de todo el tiempo transcurrido
había cosas que seguían estando en su sitio.
- Mira, allí abajo está Jinja. Llegaremos en quince minu… ¡mierda! – exclamó
dando un volantazo evitando un profundo socavón en el camino, y consiguiendo
no salirse de la pista por poco. Maca se balanceó de un lado a otro golpeándose
contra el cristal. La enfermera detuvo el coche y se giró hacia ella con los ojos
abiertos de par en par - ¿te has hecho daño? – le preguntó preocupada y
asustada.
- No – sonrió para sus adentros al ver su expresión que cambió del susto inicial a
un profundo alivio – ya he aprendido que en estos caminos hay que ir siempre
bien sujeta. Aunque no lo creas yo también escucho siempre lo que me dices –
esta vez sí le sonrió abiertamente - ¡siempre! – enfatizó en un susurro, clavando
sus ojos en ella, y acariciándole la mejilla con suavidad agradeciéndole su
interés. Esther le sostuvo un instante la mirada y casi sin darse cuenta, la desvió
hacia sus labios, se inclinó hacia ella dispuesta a besarla, Maca la observó
deseando y esperando ese beso, pero en el último instante la enfermera se echó
hacia atrás, controlándose.
- Eh… será mejor que… que sigamos – balbuceó Esther ante el choque brutal de
sus miradas que había hecho estremecerse a ambas. Y dispuesta a no caer en los
mismos errores.
Esther arrancó de nuevo y el jeep, traqueteando entre los surcos producidos por la lluvia
y los baches, continuó descendiendo hacia su destino. Maca miró con atención, a sus
pies las luces de una pequeña ciudad se extendían diseminadas. La luz de la luna
bañaba todo con una leve claridad que ayudaba a distinguir algunas formas. La pediatra
miró de reojo a Esther, y sintió que el deseo desmedido de besarla que había
experimentado instantes antes cuando sus miradas se cruzaron, se acrecentaba hasta el
punto de desesperarla. Deseaba agradecerle la tarde que le había hecho pasar,
agradecerle la invitación a cenar que no sabía porqué le hacía una ilusión especial, que
le provocaba una sensación de cosquilleo y nerviosismo, como si fuera una primera cita,
aquella que se prometieron antes de que la asaltaran y que nunca había podido ser, pero
la enfermera se mantenía muy atenta al camino, no quería llevarse ningún susto ni tener
la mala suerte de pillar uno de aquellos tremendos baches, no quería que nada diera al
traste con el plan que tenía y Maca no quiso importunarla, ni distraerla. Fijó la vista en
la tierra del camino iluminada por los faros y guardó silencio, pensando en lo que le
depararía esa cena y en los planes que tendría la enfermera tras ella, porque estaba
segura de que los tenía por mucho que se empeñase en decirle que no.
Esther la introdujo en el pequeño local, en el que no parecía quedar ni un solo sitio libre.
Maca comprobó que muchos de los presentes las miraban y cesaban en sus
conversaciones, el olor dulzón del interior la hizo arrugar la nariz, mezcla de comida,
especias, madera y humanidad. La escasa luminosidad, aquella decoración similar a una
cabaña, los bancos altos junto a la barra con un asiento de skay rojo, las mesas y sillas
de la izquierda atestadas, y el silencio que se había creado en cuanto entraron, y que le
permitió escuchar la música que salía de un gran altavoz colgado de una viga del techo,
la hizo experimentar, repentinamente, una sensación de profunda incomodidad. Pero
fueron décimas de segundo, tan rápido como habían guardado silencio volvieron todos a
su rutina y el ruido gano la partida, anulando la música.
Maca miró a Esther barajando la posibilidad de decirle que fueran a otro lugar, aquel
ambiente cargado le desagradaba y le daba la sensación de no poder respirar, pero la
enfermera, que había aguardado unos instantes casi en la puerta, parecía muy atenta a
algo y tenía tal expresión de alegría que la pediatra borró esa idea y esperó a que se
decidiese a entrar porque el estar allí parada con tantos ojos puesta en ella la estaba
poniendo realmente nerviosa. Al ver que no hacía ningún movimiento se giró de nuevo
para preguntarle porqué no entraban o mejor aún por qué no salían de allí y buscaban
otro sitio menos típico, más solitario y menos ruidoso, pero la enfermera permanecía
con la vista puesta en los dos hombres que estaban tras la barra, sonriente. Maca miró
hacia ellos y comprobó que uno, levantaba la mano saludándola, salía de la barra y
acudía con presteza hasta ellas, alegre de ver a la enfermera, a la que abrazó con cariño.
Maca lo miró y le sonrió cuando le tendió la mano, sin poder escuchar lo que habían
hablado, aún atronada por aquellas voces. Luego, las guió hacia el interior, cruzó unas
palabras con un joven que permanecía sentado en una mesa del fondo e hizo que el
chico se levantara y les cediera el lugar a ellas.
Esther la situó junto a la mesa retirando una de las sillas y permaneció en pie hablando
con él. Al menos allí al fondo parecía que había menos ruido e incluso que se escuchaba
la música, Maca consiguió oír como Esther le decía que estaban deseando tomar las
famosas costillas y él reaccionó con una amplia sonrisa que dejó a la luz una dentadura
perfecta y reluciente, Maca no podía dejar de pensar en las costillas, las imágenes de los
reportajes de televisión acudían a su mente, y se le revolvía el estómago solo de
imaginar aquellos trozos de carne verduzca llenos de moscas. Estaba segura de que sería
incapaz de probarlas. Vio como Esther soltaba una carcajada despidiéndose del dueño y
se sentaba frente a ella, sonriente y con un brillo especial en su mirada que ahora se
posaba en Maca. La pediatra respiró hondo, su mirada la hizo olvidarse de todo lo que
su mente le repetía, su sonrisa la envolvió de tal forma que solo podía verla a ella.
Esther parecía completamente ilusionada y contenta y Maca se dispuso a aceptar lo que
tuviera que venir y no estropear con sus quejas aquella cena que merecía la pena, fuera
donde fuera, solo por compartirla con ella.
- ¿Qué ha hecho? – preguntó Maca con ojos que mostraban aún su sorpresa por lo
que acababa de ver e interpretar - ¿echarlo! quiero decir … ¿echar a ese chico
para qué…! ¿para que nos sentemos nosotras?
- Es su hijo – sonrió la enfermera – y ésta… nuestra mesa de siempre.
- ¿Nuestra! ¿siempre? – no pudo evitar preguntar sintiendo que los celos la
cegaban, “¡Nancy!”, pensó con rapidez.
- Venimos a menudo – le dijo misteriosa rebuscando algo en la mochila,
percatándose de aquella mirada que había asomado a los ojos de la pediatra y
divertida con ella.
- ¿Quienes? – insistió deseando saber con quien iba Esther allí.
- ¿Quiénes qué? – preguntó a su vez levantando la vista hacia ella, dejando de
buscar en la mochila y poniendo su mejor cara de inocencia.
- ¿Quiénes venís a menudo? – preguntó con suavidad esbozando una sonrisa
intentando disimular los celos que había sentido.
- Todos, Maca – le devolvió la sonrisa – Germán, Sara, Jesús, Nancy cuando está
en Uganda… ¡todos! – le dijo mientras seguía rebuscando, finalmente pareció
encontrar aquello que se le resistía - toma – le tendió su móvil a Maca – aquí si
puedes usarlo, y debes tener cientos de llamadas y mensajes.
Esther sintió que el cosquilleo volvía a su estómago con toda su fuerza. La miró
embelesada sin esperarse aquella respuesta y enrojeció levemente, presa del
nerviosismo que le provocaba la excitación que sentía, Maca se estaba comportando de
una forma muy diferente a como había esperado y eso encendía aún más su deseo.
- He pedido las bebidas – cambió de tema con rapidez – espero que te guste.
- ¿Qué has pedido?
- Un par de cervezas de plátano.
- Pero tenían alcohol ¿no? – preguntó recordando el dispensario de Yumbura.
- Si, claro.
- No puedo Esther, te lo he dicho mucha veces, no puedo beber.
- Pero si tiene muy poquito alcohol, y ya no tomas medicamentos, bueno apenas
los tomas... Además…
- No es solo por eso – la interrumpió encogiéndose de hombros y sus ojos se
ensombrecieron – no puedo beber alcohol – repitió en un murmullo casi
imperceptible, avergonzada, frunció el ceño y su mirada se volvió ligeramente
hosca, para luego bajar la vista a la tabla de madera, rajada, arañada y llena de
inscripciones de la mesa, creía que Esther tenía claro los motivos por los que no
podía beber, suspiró sin ninguna gana de hablar de ese tema.
“Esther tú sigue metiendo la pata, una y otra vez y verás dónde se quedan tus planes”, se
dijo la enfermera que se había percatado del cambio de animo de Maca solo al
recordarle aquello.
- Vale, ¡perdóname! no creí que la cosa fuera tan seria – le dijo con sinceridad
convencida de todo lo que había visto y oído en Madrid eran exageraciones de
quienes la rodeaban y controlaban continuamente - pero… dame un segundo –
se levantó corriendo y acudió a la barra.
Maca la observaba, suspiró sin poder quitar la vista de ella, ¡estaba preciosa! La
enfermera regresó con una botella en cada mano.
- Toma a ver si te gusta esto – le dijo expectante. Maca, sonrió, a esas alturas le
daba igual si le gustaba o no, solo podía pensar en lo que estaba sintiendo
estando allí, lejos de todo, con ella. Era increíble y al mismo tiempo, excitante y
maravilloso. Había estado tantos días sintiéndose tan mal que ahora estaba
abrumada y le parecía flotar en una nube.
- ¿No lo pruebas? – le preguntó al verla con sus ojos fijos en ella, la botella en la
mano y sin moverse, con aquel aire ausente, temiendo que se hubiese molestado.
- Si – murmuró esbozando otra distraída sonrisa, se llevó la botella a la boca, dio
un pequeño trago, y enarcó las cejas - ¿Qué es?
- ¿Te gusta?
- Si, pero ¿qué es? – le preguntó realmente interesada. Esther la miró y le lanzó
una mirada burlona que Maca no entendió.
- Zumo de gouy, como se llama en Uganda, por supuesto sin alcohol - le sonrió
acariciándole levemente la mano en un gesto que pretendía pedirle disculpas por
su olvido anterior - aquí se toma mucho con las comidas y no es nada dulce, es
refrescante y energético, rico en fibra, vitaminas, aminoácidos y sales minerales.
Te sentará bien - sentenció.
- No está mal – sonrió mirándola fijamente – no lo había oído en mi vida.
- Sí que lo has oído – le reveló manteniendo aquella expresión burlona que
provocaba la alerta en Maca.
- No, te aseguro que no.
- Ya lo creo que sí, de hecho esta mañana te lo has desayunado.
- ¿El beobad?
- ¡Exacto! es zumo de beobad, ya te dije que se usa para todo, crudo, cocido,
guisado, ¡hasta hay helados! – sonrió ante la cara de incredulidad de Maca que
había abierto tanto los ojos que Esther recordó a María cuando hablaba con
Maca y se ilusionaba con cada promesa de la pediatra - ¿Tienes hambre?
- ¡Mucha!
- Ya he pedido las costillas - confesó.
- Esther… no sé yo si… será buena idea que…
- Tú pruébalas, si no te gustan pedimos otra cosa.
- Vale… las probaré – admitió sin borrar la sonrisa de su rostro. Estaba claro que
Esther no iba a dar su brazo a torcer y que iba a tener que hacer de tripas
corazón, dejar a un lado sus escrúpulos y probar las malditas costillas.
- ¡Esther García! – exclamó llegando hasta ellas con una enorme sonrisa. Hablaba
en un inglés con tal acento que Maca comprendió que era americano y respiró
aliviada al ver que conocía a la enfermera por un momento su mente había
imaginado que pretendía asaltarla.
- ¡Matthew! - casi gritó Esther, mostrando la enorme alegría que sentía saltando
de la silla y abrazándose a él, que la izó sin esfuerzo – pero… ¡qué haces aquí!
- Salimos mañana para la aldea más al norte de Mbarara.
- Pero… ¿hasta allí?… creía que aquello, estaba completamente fuera de toda
posibilidad – dijo Esther extrañada ganándose una mirada de desesperación de
Maca, que la enfermera no vio atenta a la conversación con el recién llegado.
“No le des carrete que es capaz de sentarse con nosotras”, pensó la pediatra al
ver que aquello no era un simple saludo y molesta con la idea de que al final
cenase con ellas, porque conocía a Esther y su costumbre de invitar a todo el
mundo, ¡lo recordaba perfectamente!
- Nos han hecho una pista con sus propias manos – continuó explicándole - ¡ya
sabes como son! llevan meses trabajando en ella…
- Pero… ¡eso es muy peligroso!
- ¡Ya nos conoces!
- Nadie lo ha hecho aún y la última vez que se intentó…
- ¿Qué crees qué hacemos aquí? – la abrazó de nuevo derrochando jovialidad -
estamos celebrando que todo vaya bien – bromeó señalando hacia el grupo con
el que estaba, y ladeando la cabeza hacia ellos.
Maca lanzó un disimulado suspiro, “que se nos sienta, Esther, que éste es capaz de
sentarse con nosotras”, repitió mentalmente sin ninguna intención de resignarse a qué
así fuera, esa no era la idea que se había hecho de su primera cena con ella.
Esther hizo las presentaciones y Matthew cogió una silla, puso el respaldo pegado a la
mesa y abriendo las piernas se sentó en ella, situado entre ambas, sonriéndole a la
pediatra y observándola detenidamente.
Maca respondió en inglés con educación, esbozando una sonrisa pero su mirada reveló
sus pensamientos “¡sí lo sabía yo! que éste se nos sentaba en la mesa. Lárgate de aquí,
¡ya!”, pareció decirle con su mejor cara Wilson. Esta vez Esther si se dio cuenta de su
expresión y no pudo evitar pensar en Rosario, siempre tan correcta con ella, y a un
tiempo tan desagradable. Cuando Maca hacía aquel gesto era clavadita a su madre. Pero
lejos de enfadarse con ella sonrió para sus adentros, aquello solo podía significar una
cosa, Maca quería estar a solas con ella y esa idea la llenó de satisfacción y esperanza.
Esther negó con la cabeza divertida de verla molesta por la interrupción, eso quería
decir que Maca disfrutaba a solas con ella y que deseaba que siguiera siendo así.
Esther movió la cabeza de un lado a otro, entornando los ojos y apretando los labios,
parecía mofarse de ella y Maca respondió sonriendo y encogiendo los hombros, “así
soy”, pareció decirle. Esther se levantó sin mediar palabra, solo mirándose y volvió con
dos servicios completos. Maca le sonrió agradecida y se dispuso a probar las famosas
costillas.
Dos horas después, acomodadas en la pequeña mesita del fondo del local, no se habían
percatado del tiempo que había pasado, embelesadas la una en la otra, charlando y
riendo con complicidad. Sus miradas se cruzaban una y otra vez, con la intención de
descubrir, en cada una, el misterio que escondía la sombra de la duda, la incertidumbre
de lo que sucedería después.
Maca soltó una carcajada ante una de aquellas torpezas de la enfermera que tanto la
divertían.
Maca permaneció con la vista puesta en ella, y lanzó un profundo suspiro, pensativa,
jamás hubiera imaginado que una cena en aquel lugar le parecería tan maravillosa,
sentía cada vez con más fuerza el deseo de pasar toda la noche allí lejos del
campamento, del campo de refugiados y de todo. Tenía la sensación de que por mucha
gente que hubiera a su alrededor, por mucho que la música y la voces de los demás
parecieran ensordecerlas, allí no había nadie nada más que ellas, por momentos
experimentaba que era así, que estaban completamente solas, el resto del mundo no
existía, solo Esther, que acodada en la barra esperaba que la atendieran sin que Maca le
quitara ojo. “¿Me atrevo?”, se preguntó la pediatra observando la silueta de su espalda
“… no, mejor no lo hago… pero quisiera tomar su mano con la mía, decirle, estás
preciosa, no solo hoy, cada día aún mas bella, pero no puedo, no puedo hacer eso, si
luego no quiero…tener que frenarla de nuevo”, pensó Maca recordando lo que pasó en
las duchas, “no es justo para ella, no… no lo es”, murmuró bebiendo otro sorbo, “pero
¡lo deseo tanto!”, suspiró.
- ¿En qué piensas? – le preguntó la enfermera regresando junto a ella viéndola tan
ensimismada.
- En ti - respondió inmediatamente.
Esther sonrió y Maca le devolvió la sonrisa más dulce que Esther le hubiese visto en
toda la noche.
Los ojos de la enfermera brillaron aún más de lo que llevaban haciéndolo toda la noche.
Maca fijó la vista en ellos, sus ojos, esa mirada que la hipnotizaba, la hizo guardar
silencio. Esther se ruborizó ante la intensidad de su mirada, alargó la mano por encima
de la mesa y cogió la de Maca, mirándola fijamente, acercó sus labios a la cara de Maca.
Maca aprovechó esa cercanía y le dio un fugaz beso en la mejilla. Esther cerró
instintivamente los ojos disfrutando de ese roce, de su olor, deseando acariciar su
cuerpo, sintiendo que no podía controlar más el deseo que había ido creciendo en ella a
medida que transcurría la cena, que se había instalando de forma perenne y casi
dolorosa y que en aquellos instantes la golpeaba con tal fuerza que casi no podía
controlarlo. Como movida por un resorte se levantó.
Maca asintió leyendo en sus ojos ese deseo y sintiendo que el nerviosismo se apoderaba
también de ella.
Esther desapareció entre el bullicio del local y Maca comprobó con temor que allí
estaba de nuevo su fiel compañera, su amiga de tantos días y tantas horas, llegaba en
silencio y ocupaba el lugar de la enfermera, sí, había vuelto con toda su fuerza, Esther
había conseguido vencerla, arrinconarla hasta el punto de olvidarla, pero allí sentada,
rodeada cada vez de más gente y sin ella, se sintió profundamente sola.
Casi sin saber cómo, comprendió lo que le ocurría. Esther, en esas horas desde que
salieran del campo de desplazados había conseguido llenar su alma de poesía, fue
plenamente consciente de que deseaba con toda su fuerza volver a sentir el calor de sus
besos, como los que le regalara la tarde anterior, conciente de que se estaba empeñando
en retrasar lo inevitable, que las ilusiones que albergara durante tanto tiempo podían
dejar de ser tales con solo dar un paso, y sintió pánico de que fuera así y lo sintió de
estar equivocada y que no lo fuera. Las manos comenzaron a temblarle, presa de los
nervios. No le gustaba estar sola. Miró impaciente hacia el lugar por donde la viera
desaparecer, sin ella se sentía triste, vacía, sola… “siempre sola, sin ti”, pensó con un
suspiro.
Minutos después Esther regresaba y ocupaba su silla, frente a ella. Maca la observó
como si no la hubiera visto desde hacía años, la sensación de temor se esfumó. Su cálida
sonrisa, sus ojos siempre risueños, su voz pausada que le hablaba de un mundo
desconocido y cada vez más atractivo para ella, le devolvieron instantáneamente la
calma que había perdido y supo que su espíritu ya navegaba en sus brazos, aquellos en
los que ella se rebelaba a caer.
La enfermera se levantó y se marchó, Maca intentó ver donde iba pero no consiguió
seguirla. Tardaba demasiado y comenzó a inquietarse, volvió aquel miedo irracional, no
podía dejar de pensar qué ocurriría si la enfermera la dejase allí, sin acordarse de ella, si
se marchase de nuevo para siempre, dejándola sola, siempre sola. La angustia que sentía
se acrecentó con el paso de los minutos, miró el reloj insistentemente, el corazón
comenzó a acelerarse, tenía miedo, mucho miedo de que todo aquello solo fuera el
espejismo de una noche. Al cabo de unos minutos, que a Maca se le hicieron eternos,
Esther regresó con una enorme sonrisa.
Maca notó un revoloteo en la boca del estómago que se acrecentó cuando Esther se
situó a su espalda y se inclinó sobre ella, le recogió el pelo hacia atrás y le susurró al
oído.
Maca giró la cabeza y pudo comprobar que sus ojos centelleaban y la miraban con una
mueca de satisfacción. Maca sintió que su excitación crecía hasta niveles que ya no
recordaba. Su corazón se había disparado en un galopar alocado que se aceleró aún más
cuando la enfermera le acarició el cuello y le susurró “vamonos de aquí”.
La pediatra se giró de nuevo, intentando ver su rostro, pero le fue imposible. Esther la
condujo al exterior, sorteando todo tipo de obstáculo y necesitando varios minutos para
sacarla de allí. El silencio de la calle contrastaba con el bullicio del local, y Maca
respiró aliviada cuando al fin se vio en la calle. Esther se detuvo y se situó frente a ella
con una pícara sonrisa.
- Al fin fuera.
- Sí, ¡qué agobio! – reconoció encogiendo ligeramente un hombro – en sitios así
no puede evitar acordarme de los niños – comentó con naturalidad.
- Lo siento, quizás me he equivocado de lugar… siempre hay bastante gente pero
hoy… tengo que reconocer que estaba imposible.
- ¡Qué dices! ¡me ha encantado! – respondió con énfasis arrancando una sonrisa
de satisfacción de la enfermera que clavó sus ojos en ella, y Maca tuvo la
sensación de que esperaba algo, aunque no era capaz de imaginar el qué -
entonces.. ¿qué hacemos ahora? – terminó por preguntar.
- ¿Te apetece dar un paseo? – le propuso al tiempo que a sus ojos volvía aquella
mirada entre traviesa y misteriosa que trastornaba a la pediatra.
- Pues… - dudó, todo aquello estaba abrumándola, deseaba seguir así con ella,
compartiendo momentos, jugueteando con las miradas y las palabras veladas,
pero era consciente que el juego llegaría a su fin y quizás ella no estuviese
preparada para lo que podía estar esperándola, para aquello que la enfermera le
tenía preparado. Esther leyó sus dudas y se dispuso a disiparlas.
- Un paseo bajo las estrellas, hoy hace una noche preciosa – insistió con calma,
mostrándole que no pretendía nada más.
- Es un poco tarde, ¿no? – intentó negarse sin convicción.
- ¿Tarde? – la miró extrañada apretando los labios en una mueca casi burlona
comprendiendo su temor - ¿tarde para qué?
- No sé… mañana…
- Mañana es mañana, y… esta noche… es, esta noche, ¿te apetece un paseo, sí o
no? – le preguntó con autoridad.
- Sí – reconoció al fin.
La enfermera sonrió y sin decir nada más, se situó a su espalda y se encaminó hacia el
coche.
- Pero… ¿no íbamos a pasear? – preguntó Maca al ver que llegaban junto a jeep
temiendo que sus titubeos la hubiesen decepcionado.
- Sí, a eso vamos.
- ¿En coche?
- Claro, ¡no creerás que vamos a dar un paseo andando con lo tarde que es! – soltó
una carcajada volviendo a dejar a la pediatra sin palabras y al mismo tiempo
cada vez le gustaba más aquel tira y afloja con ella.
- Pero…
- Pero ¿qué? – la miró fijamente a los ojos – vamos a hacer lo que tú desees, Maca
– le dijo sonriendo – que quieres regresar, regresamos; que quieres dormir, nos
vamos a dormir; que quieres pasear, paseamos. Tú decides… ¿qué quieres? –
preguntó mirándola expectante.
- No quiero regresar, ni quiero dormir – confesó al fin con sinceridad – llévame
donde… donde quieras… - sonrió decidida.
Esther la miró, le acarició la mejilla en un gesto rápido y cariñoso, la ayudó a subir al
coche y, tras hacerlo ella misma, arrancó. Salieron de Jinja por una carretera asfaltada
hecho que sorprendió a la pediatra.
Maca guardó silenció, sin insistir más. Esther la escuchó lanzar un pequeño suspiro y en
la oscuridad del vehículo y del camino le pareció que se frotaba las manos, nerviosa.
Esther acrecentó la sonrisa que era incapaz de borrar de su cara, sabedora de sus
pequeños triunfos, porque aún con reticencias, la pediatra se estaba dejando arrastrar y
ella estaba sabiendo hacerlo con tal sutileza que las decisiones siempre parecían ser
tomadas por Maca. Ladeó la cabeza un instante, observándola de soslayo, Maca seguía
con la vista al frente, pensativa y con una leve sonrisa dibujada en sus labios. Esther
sintió crecer una oleada de cariño y satisfacción, una dulce calidez se apoderó de ella,
segura de que iba a ser una noche especial. Volvió a prestar atención a la conducción.
Maca, con disimulo, no dejaba de observarla, ni de pensar en aquel sueño que tuvo en
los primeros días de convalecencia, aquel sueño que la turbó y que no había dejado de
rememorar cada día, desde entonces con el secreto anhelo de que se hiciese realidad y
con el temor de que así fuese. Tenía la sensación de que Esther pararía el vehículo, que
la haría descender en medio de la nada, que la guiaría a un lugar desconocido y que
allí...
Esther, la escuchó sin decir nada, sin querer interrumpir el ambiente creado entre ambas.
Continuó conduciendo, despacio, con una sola mano en el volante, recreándose en aquel
viaje que la estaba llenando de euforia. Sin hablar, con sus manos entrelazadas, y sus
corazones palpitando ya casi al unísono, continuaron la marcha.
Entraron en Kampala rozando la media noche. Las calles permanecían casi desiertas y la
enfermera condujo hasta su destino. Maca no dejaba de observarla, ajena a los lugares
por los que iban pasando, solo tenía ojos para ella. Un semáforo las detuvo y Esther,
sintiéndose observada, la encaró sonriente. Maca sintió que el deseo desmedido de
besarla, volvía a ella con toda su fuerza, pero se contuvo y, Esther, que se dio cuenta de
ello, le acarició la mejilla con ternura, “solo cuando tú desees, mi amor”, pensó
distraída.
- Tranquila, será un gato - murmuró Esther con seguridad, en voz baja, sin darle
más importancia, transmitiéndole una serenidad que ni ella misma sentía. No por
los motivos de Maca, no porque temiese un asalto, sino por la excitación que
intentaba frenar y que había crecido en su interior hasta resultarle casi
insoportable.
Sin apenas darse cuenta, el ascensor llegó y entraron en él, allí la luz del pequeño tubo
fluorescente, era mas intensa, y Maca volvió a ver los ojos centelleantes de Esther que
no dejaba de observarla, en silencio, controlando su nerviosismo y su excitación,
deleitándose con aquel roce de sus manos. La enfermera apretó un botón sin que Maca
se hubiese apercibido del piso al que iban.
Instantes después se detenían en una planta y Esther abrió la puerta, dejándola pasar,
llevándose un dedo a los labios, pidiéndole silencio. Maca obedeció y fue tras ella,
sintiéndose muy excitada. La enfermera se paró ante una puerta de madera, sacó un
manojo de llaves de su bolso con tal prisa que se le cayeron al suelo, nerviosa, se
agachó a recogerlas y por un momento levantó los risueños ojos hacia Maca. “¡Y yo te
pido silencio!”, pareció decirle con aquel gesto burlón que mostraba tal culpabilidad por
el ruido producido que Maca soltó una pequeña carcajada, y Esther se llevó el dedo a
los labios, también con una risilla nerviosa, pidiéndole de nuevo sigilo.
Al fin consiguió abrir la puerta, entró, tendió la mano a Maca para que pasase y cerró la
puerta tras ellas.
- ¿Vienes? – preguntó enarcando las cejas clavando sus ojos en ella, con sorpresa
de que no avanzase e inocencia, indicándole que no debía temer nada - ¡Espero
que te guste! – exclamó mostrando cierto temor de que no fuera así en su tono.
Sus palabras hicieron reaccionar a Maca que comenzó a avanzar tras ella.
- Seguro que sí – respondió sonriendo, consciente de que a esas alturas, cualquier
sitio le parecería maravilloso si ella estaba a su lado para compartirlo. No sabía
por qué estaba tan nerviosa, “cálmate”, se dijo notando que su corazón se
disparaba, “cálmate”.
- Es por aquí – la guió, torciendo una esquina, andando delante de ella.
Maca la siguió contemplando su silueta, esa silueta que amaba y la hacía enloquecer.
Esther, se detuvo ante una puerta enorme, de madera maciza y doble cerradura de
seguridad, la abrió, esta vez sin problemas, aunque con manos iguales de temblorosas,
casi sin poder controlar la excitación que sentía, se retiró y la dejó entrar.
- ¿Quieres tomar algo? – le preguntó con una sonrisa – no tengo gran cosa pero…
- No gracias – respondió con rapidez, mirándola fijamente, “¡vamos! decídete”
pensó, instándola mentalmente, deseándolo con tanta fuerza que creía que la
enfermera debía estar escuchándola.
- Pues… voy a buscar algo para … para que te pongas.. quiero decir… para que te
cambies y… estés más cómoda, para … para dormir – le dijo casi balbuceando
turbada por aquella mirada, alejándose de ella, “esta vez no vas a meter la pata”
se dijo, “esta vez vas a esperar a hacer lo que ella quiera”, se giró con la mano en
el picaporte de la puerta, Maca la observó divertida, de pronto la seguridad y
resolución que la enfermera había mostrado toda la tarde y toda la noche se
habían esfumado y aparecía nerviosa y casi tímida – aquella puerta de allí es el
baño, por si necesitas ir y, esta de aquí, el dormitorio. No hay nada más – le dijo
abriendo la puerta de este último y entrando en la habitación con precipitación –
como ya te he dicho es pequeño pero… para mí sola… - intentó justificarse
alzando la voz en la distancia.
- Es precioso y es… ¡perfecto! – exclamó Maca elevando igualmente el tono.
Maca permaneció en medio del enorme salón, observándola, paseando su vista por la
estancia y fijándola en la oscuridad del exterior. Estaba claro que la enfermera no tenía
ninguna intención de dar el primer paso, y eso, que después de lo sucedido el día
anterior en las duchas, estaba segura de que había planificado toda esa velada con esa
intención, porque a pesar de lo que le dijera en el paseo Maca estaba convencida de que
Esther volvería a hacerlo. Estaba convencida de que tenía un plan, se dio la vuelta,
pensando, distraída, sin saber muy bien qué hacer.
De pronto, recordó algunas frases que le había dicho la enfermera, “no ocurrirá nada
que no quieras”, “te prometo que no volverá a pasar”, “las cosas serán cómo y cuando tú
desees”… pero sí que había pasado, en las duchas había vuelto a romper aquella
promesa. ¿Estaría ahora intentando demostrarle que era capaz de contenerse? que solo
quería que pasaran una velada divertida como dos amigas y, que si ella no lo deseaba,
no habría nada más. La sola idea de que fuera así la desesperó, generándole una
angustia desmedida y haciendo crecer, intensamente, el deseo en su interior, hasta el
punto de cortarle la respiración. Deseaba con todas sus fuerzas entrar tras ella en aquel
dormitorio, provocar lo que tanto anhelaba, pero no se atrevía a hacerlo.
La pediatra dudó un instante, esperando que se ofreciera a ayudarla pero viendo que no
decía nada más y que volvía a perderse en el interior del dormitorio, cogió la mochila y
desapareció camino del baño.
Esther estaba rebuscando entre su ropa algo que pudiera usar Maca pero no encontraba
nada que le pareciera adecuado, finalmente, encontró un pijama que quizás le estuviese
bien y lo colocó encima de la cama. Dio un par de paseos por la habitación, se frotó las
manos, nerviosa en un gesto adquirido de la pediatra y sonrió dejando de hacerlo,
consciente de ello. Maca no llegaba y ella estaba cada vez más alterada, respiró hondo
un par de veces y se sentó en la cama. Comenzó a quitarse los zapatos, dispuesta a
desvestirse y ponerse más cómoda, dispuesta a mostrar tranquilidad y naturalidad. No
iba a dejarse arrastrar por sus deseos, no iba a presionarla, ni a hacerla sentir incómoda.
- Mis viajes a Kampala – le explicó - no solo eran para tomar café, ni saludar a
mis amigos, ni pasar el tiempo con Nancy – dijo con cierta sorna mostrando que
sabía lo celosa que se había puesto en algunas ocasiones. Sus ojos brillaban de
una forma especial sabedora del impacto que le había causado.
- Pero… ¿cómo se te ha ocurrido hacer algo así?.. ¿cómo…? y solo… - balbuceó
incapaz de expresar todo lo que sentía.
- ¿Solo para ti? – terminó la frase haciendo palabras los pensamientos de Maca, y
encogiendo un hombro con una pícara sonrisa – bueno… solo quería que si
algún día aceptabas mi invitación... y… te decidías a venir aquí… te sintieras
cómoda.
- Esther… pero... pero… y si yo… si… - la emoción que sentía era incapaz de
expresarla con palabras. El entrar en el baño, comprobar que la puerta abría
hacia afuera y verlo perfectamente acondicionado a sus necesidades la había
dejado sin saber qué decir, y la idea de que Esther hubiese viajado hasta allí
varias veces solo para eso, para hacer obra en su casa, solo para buscar sus
caramelos de café, sus latas de atún, sus patatas fritas….solo por ella…. ¡Hacía
tanto tiempo que no se sentía tan querida! ¡tan cuidada! ¡tan amada! – Esther… -
murmuró incapaz de decir nada más, solo su nombre bastaba.
- ¿Qué? – volvió a sonreír divertida ante aquella expresión abrumada de la
pediatra.
Maca le lanzó una mirada llena de amor. Era incapaz de hablar, la emoción que sentía se
lo impedía. Esther al verla tan afectada acortó la distancia que las separaba, llegó hasta
ella y agachándose, primero la tomó de las manos e intentó quitarle importancia.
Esther quería besarla de nuevo, como ya hiciera el día anterior, pero no se atrevía. No
quería que Maca se sintiese incómoda o se viese obligada a hacer algo que no desease.
No quería romper la magia que se había creado en esos instantes. La miró y Maca le
devolvió la mirada, una mirada limpia, tranquila, libre de remordimientos y culpa, solo
llena de amor y agradecimiento, sus labios hablaron por ella, entreabriéndose
levemente, invitándola a dar el paso. Esther, aun sin quererlo, se acercó a su mejilla y la
besó fugazmente, cerca de las comisuras de sus labios, temerosa de su reacción. Fue un
temor fugaz mitigado por la pediatra que respondió con su eterna sonrisa, con su eterna
belleza. Esther se incorporó lentamente, sin dejar de mirarla a los ojos, luego le dio la
espalda y se dirigió a la cama, casi mareada por la intensidad de sus sentimientos.
- ¿Qué? – preguntó con timidez sentándose en el borde de la cama con una sonrisa
- ¿Qué quieres que te mire?
Maca se acercó a ella, vio el pijama colocado a los pies del lecho, como a ella le gustaba
dejarlo y sonrió.
Maca respondió cogiendo la cara de la enfermera con ambas manos, la acarició con
suavidad y se abrazó de nuevo a ella. “Gracias”, le susurró al oído.
Esther se estremeció pero permaneció inmóvil. Estaba claro que no iba a dar el paso y
Maca, abrumada y embargada por el deseo de tenerla entre sus brazos, no lo pudo evitar
por más tiempo. Abrazada a ella comenzó a propinarle una serie de suaves roces y leves
caricias, que Esther recibía con timidez, frenando su deseo, dejándola hacer…, Maca se
detuvo y se retiró un instante, deseando ser correspondida, clavó sus ojos en ella, y
volvió a sonreírle, sobraban las palabras, excitada cada vez más con el juego pasivo de
la enfermera, se aproximó de nuevo, rozando con la punta de su nariz la mejilla de
Esther, acariciándola con ella, acercándose a su boca, besó sus comisuras con dulzura,
apenas rozándole la piel, consiguiendo que Esther se irguiese, a punto de perder el
control, desesperada por tenerla entre sus brazos, notando que la presión del deseo
crecía de forma desmedida.
La mano de Maca buscó la suya y entrelazó los dedos, mientras con la otra le recorría el
costado, con lentitud, arriba y abajo, dejándola reposar unos instantes en su cadera.
Esther cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás, exhalando un leve suspiro, sintiendo
que el deseo la embargaba ya con tal virulencia que no iba a poder cumplir sus
promesas, pero tenía que hacerlo y se mordió el labio inferior, conteniéndose y
emitiendo un leve gemido.
Maca sonrió, le gustaba aquél juego en el que todo parecía sucederse a cámara lenta.
Soltó la mano de Esther y con parsimonia recorrió con el dedo índice su pierna, primero
por fuera, parándola en la otra cadera y luego, más atrevida, un leve paso por el interior
del muslo que provocó un movimiento nervioso en Esther, que se sentía a punto de
estallar. Mientras mantenía la mano fija en la cadera con suaves movimientos de sus
dedos, subió la otra y comenzó un lento paseo por la base de su cuello y su nuca,
dejando remolón el pulgar que no dejaba de acariciar el pómulo y, levemente, rozar sus
labios, Esther no pudo evitar inclinar la cabeza hacia ese lado dejando reposar su rostros
en la palma de su mano, disfrutando un instante de aquel contacto que la turbó aún más.
Maca, consciente de ello, aproximó de nuevo su boca a la de ella, que se desesperaba ya
por recibir un beso. La enfermera cerró los ojos y gimió de nuevo, anhelante. Pero Maca
estaba juguetona y recorrió su cara que pequeños roces, pequeños besos tan húmedos
que Esther temblaba con cada uno de ellos, hasta que respirando profundo, decidió no
prolongar más la angustia que también era suya y la besó, acariciándola con su lengua,
sus labios, entre beso y beso. Sin prisa. Despacio. Esther la separó un instante,
necesitaba creer que aquello era verdad, se adentró en su mirada, Maca se la sostuvo
con franqueza, sin palabras la atrajo de nuevo, convirtiéndose en dos lenguas de fuego
que comenzaron a arder en la hoguera del deseo por las dos encendida.
La enfermera se retiró y empujó levemente la silla de Maca hacia atrás para abrirse
hueco, se levantó con una sonrisa pícara y cerró la puerta, la pediatra tras dudarlo un
instante, fue tras ella. Esther, sintiéndola a su espalda, se giró lentamente, volvieron a
cruzar sus miradas. Maca tendió su mano hacia la enfermera que la tomó con ternura,
sintiendo cómo la pediatra tiraba de ella, hasta sentarla en sus rodillas. Con la vista fija
la una en la otra, Maca notó que se ahogaba en aquella mirada llena de amor, sintió que
su corazón se paraba, que dejaba de latir solo un instante para oír el de la enfermera,
fuerte, paciente, acompasado. Sintió como las manos de Esther tomaban su cuerpo,
acariciando su cintura, recorriendo su espalda.
Maca la separó un instante, necesitaba ver sus ojos, perderse en su mirada, jugueteó un
momento con sus manos, con su pelo, sintiendo que no quería dejarla escapar. La
acariciaba temblorosa y Esther se dejaba acariciar sin apartar sus ojos de aquella mirada
penetrante. Sus bocas se buscaron de nuevo, comenzaron a besarse de forma suave,
lentamente, separándose a cada momento, escudriñando en la mirada de la otra si iban
por buen camino, repentinamente, como si ambas hubiesen alcanzado su límite en el
mismo momento, los besos se tornaron más apasionados, luchando sus lenguas en un
baile sensual que las lleva a querer más y más, toda la pasión reprimida, toda la lujuria
empezó a desatarse en aquella habitación.
Maca bajó los brazos de su silla con precipitación, la enfermera al instante cambió de
posición y se sentó a horcajadas sobre ella, temblando, sus manos, su boca, todo su
cuerpo buscaba el de Maca, se detuvo por un momento, mirándola a los ojos, Maca
descifró lo que su mirada quería decirle sin palabras. “Me desea, tanto como yo la deseo
a ella”. Ahora fueron las manos de la pediatra las que buscaban sus curvas, sus caricias,
sus húmedos labios, la buscaba a ella, la que había sido la musa de sus pensamientos
más pudorosos, vanos e imposibles. La buscaba a ella, se entregaba a ella sintiéndose
capaz de todo, ya no tenía miedo, dudas… solo existía ella. Solo ella, solo Esther.
Maca volvió a ocupar su puesto, la cogió de las manos y la atrajo, besándose de nuevo,
comenzando a recorrer su cuerpo con pequeños besos, deteniéndose otra vez, por un
breve instante, en su ombligo, luego siguió bajando con pequeños besos y mordisquitos,
que provocaron que un gemido escapara de los labios de Esther, Maca levantó los ojos y
la miró, adorando su cuerpo, enarcó las cejas en señal interrogadora, pidiéndole permiso
y, Esther asintió con apremio, “haz lo que quieras”, pensó sin miedo, sin reparos, sin
acordarse de nada más.
Entonces, Maca deslizó una mano entre sus piernas, con suavidad, con delicadeza,
sintiendo que la respiración de Esther se agitaba cada vez más, y que posaba sus manos
en su cabeza retirándole el pelo de la cara para poder verla. Maca levantó de nuevo los
ojos hacia ella excitándose al leer su deseo, al sentir su apremio. Esther murmuró un
suplicante “Macaaaa” y ella, obediente, besó el objeto de su deseo. Esther gimió más
alto y Maca se detuvo apoyando la mano en el hombro de la enfermera empujándola
hacia atrás, con suavidad, Esther sonrió y le acarició la cara, colocándole el pelo tras la
oreja, obedeciendo y tumbándose en la cama apoyada en sus codos mirándola casi fuera
de sí, esperando su boca, sus labios, su lengua. Maca sonrió y no tardó en volver a
besarla, ahora más que nunca su lengua jugaba a acercarla al placer. Esther elevó sus
piernas y la rodeó con ellas. Sus caderas comenzaron a moverse lentamente, todo su
cuerpo se estremeció ante las caricias que le dedicaba su boca.
Maca cesó en sus besos, y comenzó a acariciarla con suavidad, sus costados, su vientre,
sus muslos. Deslizó una mano por su parte interna y Esther jadeó impaciente, deseando
que Maca no jugase más con ella, anhelando sentirla dentro. Sin embargo, la pediatra no
estaba por la labor, continuó con el jugueteo, insinuante y atrevido de su lengua,
acompañado ahora por un dedo, “por favor”, gimió la enfermera y Maca, cumplió su
deseo, se introdujo lentamente en ella, sintiendo como su placer aumentaba
proporcionalmente a la excitación que eso le producía a ella, deseando poseerla por
completo, pero… juguetona, se detuvo de nuevo.
Maca siguió con aquel juego de caricias y besos, que estaban llevando a la enfermera a
un grado de desesperada excitación que nunca recordaba haber sentido. La pediatra
sabía muy bien lo que estaba haciendo, no quería bajo ningún concepto errar y atraer a
la memoria de la enfermera el horror que había vivido y con infinita paciencia, esmero y
dedicación se afanó en ello.
“Macaaaa”, suplicó de nuevo Esther, incapaz de contenerse por más tiempo. Sus ojos se
encontraron, Esther le lanzó una suplicante mirada que Maca recogió al instante y
lentamente, se introdujo en ella, con tanta delicadeza que Esther no se quejó, muy al
contrario, sus gemidos aumentaron e hicieron enloquecer a Maca, que aumentó el ritmo,
más y más, cada vez más rápido, sintiendo su excitación, su boca apretada contra ella se
volvió lasciva, temeraria…
- ¡Macaaaa….! – gimió la enfermera, apretando sus piernas entrelazadas contra el
cuerpo de la pediatra.
Maca sonrió para sus adentros, aquel era el primer “Maca”, en ese tono desesperado, de
los tres que recordaba que Esther pronunciaba siempre. Sabía lo que ocurriría en unos
momentos, ya lo notaba, se retiró un segundo, provocando otra ahogada queja, los ojos
puestos la una en la otra, Esther comprendió que ya no la iba a “torturar” más y abrió
los ojos, expectante, suplicante. Maca esbozó una pícara sonrisa y apoyó sus manos en
las caderas de Esther atrayéndola contra ella, besándola de nuevo, suavemente y poco a
poco aumentando su presión, un nuevo gemido, esta vez mucho más acentuado.
- ¡Macaaaa….! – exhaló desde lo más profundo, “y van dos” pensó la pediatra que
se apretó aún más contra ella, al sentir que su respiración comenzaba a agitarse
avecinando lo inevitable.
Esther, a punto de perder el control, buscó la manos de Maca y entrelazó los dedos
apretando fuertemente, no podía aguantar más, se tumbó completamente y cerró los
ojos, ya no podía mirarla, centrada solo en aquel placer inmenso que tanto había
añorado, sus dedos se crisparon sobre el dorso de las manos de Maca, su espalda se
arqueó, cruzó los pies en la espalda de la pediatra que interpretó la señal a la perfección,
paró un instante, trazando un par de círculos entorno a su presa que provocaron un
gemido desesperado en la enfermera, tras ellos, Maca levantó los ojos para observarla,
dispuesta a no hacerla sufrir más, aumentando el ritmo ligeramente, Esther soltó las
manos de Maca y se aferró a la colcha con los brazos extendidos, la curvatura de su
espalda se acentuó impaciente, entrecerró las piernas y clavó con fuerza sus talones en
la espalda de la pediatra y Maca comprobó, casi sin respiración, que sus caderas
enloquecían.
La presión de sus piernas disminuyó, poco a poco sus fuerzas parecían haberla
abandonado. Maca levantó su cabeza y allí estaba ella… agotada, casi desvanecida,
temblando, más hermosa que nunca, tan bella como siempre la había recordado, como
tantas veces la había soñado. Maca permaneció unos momentos sin moverse sintiendo
como la intensidad de sus sacudidas disminuía. Despacio, se incorporó del todo, y
Esther emitió un ligero sonido de protesta, sin ni siquiera abrir los ojos. Maca esbozó
una sonrisa de satisfacción, sintiendo que aquella imagen la colmaba de felicidad. Giró
la silla y la puso paralela a la cama, con cierta dificultad se subió a ella, procurando no
romper la armonía del silencio, solo turbado por la respiración entrecortada de Esther,
tumbándose a su lado. Sonriendo ante el calor que desprendía, admirándola en su
plenitud, tranquila, pausada, aún con su corazón latiendo a una velocidad desorbitada,
con los ojos cerrados, la mano sobre el pecho y la otra lasa sobre la cama, sin dejar de
estremecerse, descansando.
Las manos de Maca se deslizaron de nuevo por su cuerpo desnudo, deleitándose con
tanta belleza. Esther volvió a tumbarse, descansando. Maca se inclinó regalándole un
nuevo beso, Esther la atrajo y la hizo recostar la cabeza sobre su pecho, para hacerla
sentir los latidos de su corazón, abrazada a ella, eternizando ese momento de quietud…
Maca le acarició con ternura la mejilla, los ojos clavados la una en la otra, intentando
adivinar sus pensamientos, la pediatra subía y bajaba con suaves movimientos su dedo
por el rostro de la enfermera, dibujando cada una de sus líneas como si necesitase
grabarlas en su mente para creer que todo aquello era cierto y, muy despacio, comenzó a
besar de nuevo cada centímetro de su cuerpo, con delicadeza, con parsimonia, de detuvo
en su cuello, recreándose, pasando por sus ojos, la punta de su nariz, sus labios, donde
hizo otra parada, saboreándola, y recorriéndola entera, sintió que su piel volvía a
erizarse. La miró divertida, leyendo su deseo, comenzó a bajar por su brazo con
pequeños besitos tomando su mano y besando cada uno de sus dedos, Esther respondió
a esas caricias, volviéndose hacia ella, Maca bajó de nuevo hacia sus pechos,
dulcemente besó cada uno de ellos, mientras las manos acariciaban cada rincón por
donde antes había hecho parada su boca.
Maca sintió que su excitación iba aumentando mientras seguía bajando por su cuerpo,
su cintura, sus caderas, sus muslos… deseaba adentrarse otra vez entre sus piernas, pero
Esther no la dejó, dulcemente, posó su mano en la barbilla de la pediatra y le levantó la
cara hacia ella, sellando sus labios con un tierno beso.
Maca la miró expectante. No era exactamente temor lo que sentía, no sabría explicarle,
solo sabía que anhelaba tenerla de nuevo, anhelaba que Esther la hiciera sentir como
hacia unos instantes y anhelaba que la enfermera se perdiera en ella y la elevara al cielo.
Y su temor, si es que permanecía anidado en ella, solo era que su cuerpo no lo sintiera,
que su cuerpo se rebelara y luchara contra sus deseos. No quería rechazarla como ya
sucediera la última vez, no quería estropearlo todo. Esther adivinó sus pensamientos y le
lanzó una mirada llena de amor y comprensión. “No temas”, repitió junto a su oído en
un susurro, Maca asintió y cerró los ojos, Esther se lo estaba pidiendo con un beso en
cada uno de ellos y nerviosa se decidió a ponerse en sus manos.
Notó como la enfermera se levantaba de la cama, como la acariciaba sentada a su lado,
con suavidad, con delicadeza, como pasaba el dedo por su abdomen consiguiendo
arrancar un estremecimiento de placer y que un leve cosquilleo naciese en su vientre y
subiese cada vez más intenso hasta su pecho, ahora Esther se lo besaba con parsimonia,
deleitándose, recreándose, haciéndola desear un beso intenso, ¡sí! sabía cómo encender
su deseo. Maca, desobediente abrió los ojos, y la vio afanada, mirándola y deteniéndose
con una sonrisa traviesa, su lengua la recorrió con calma, pausadamente…
Pero la enfermera, sonrió y negó con la cabeza, “ahora me toca a mí”, repitió en su
mirada y Maca la entendió perfectamente. Se levantó y se alejó unos centímetros de su
cuerpo, Maca sintió un frío helador, la necesitaba a su lado y la miró suplicante,
“vuelve”, pensó sentándose en la cama. Esther cambió de lado, y la tumbó con
suavidad, colocándole la almohada como a ella le gustaba. Luego, se situó a horcajadas
encima de Maca y la pediatra la recibió aferrándose a ella, deseosa de besarla, de
sentirla, pero Esther la frenó, con delicadeza la situó de espaldas y con las piernas
abiertas se sentó sobre ella. Maca notaba el calor que desprendía y eso la excitó aún
más. La enfermera comenzó a recorrer con la yema de sus dedos la espalda de Maca,
ahora sí que no había disimulos ni masajes velados, ahora sí jugaba a transmitirle el
máximo placer. Maca giró el cuello deseando un beso que Esther le negó, echándose
sobre ella, recorriendo con su lengua el lóbulo de su oreja y arrancando un nuevo
gemido de la pediatra.
Esther sabía lo importante que era que Maca estuviese completamente excitada. No
podría sentir un orgasmo como antes, pero sí podía desearla con la misma fuerza y sabía
que estimular sus pechos, sus sentidos, sus deseos y terminar con intensidad en sus
besos era fundamental para hacerla explotar, y para ello era necesario recrearse.
- Esther….
- Espera un poco – musitó melosa, frotando su cuerpo sobre el de Maca que sentía
su calor y eso la enloquecía.
Esther buscó las manos de Maca, echada sobre ella, entrelazó los dedos sobre el dorso
de sus manos, ambas con los brazos extendidos, la enfermera muy despacio la
acariciaba con todo su cuerpo y Maca dejó escapar un nuevo gemido.
Esta vez Esther la dejó hacer, leyendo el deseo en sus ojos, ahora sí, se besaron de
nuevo, Maca imprimió a ese beso una gran intensidad, pero Esther la frenó otra vez.
Esther se aproximó a su rostro, y Maca sonrió al creer que iba a darle lo que le pedía,
pero la enfermera paseó su lengua con parsimonia por sus labios entreabiertos,
acariciándolos unas décimas de segundo, sin detenerse a hundirse en su boca y Maca
volvió a removerse nerviosa, el cosquilleo de su estómago había crecido de forma
desorbitada, necesitaba ese beso desesperadamente, pero Esther bajó por su cuello,
lentamente, sintiendo que la respiración de Maca se agitaba y comprendiendo que la
estaba llevando a su límite. Era el momento de recrearse en sus pechos, sabía que una
mujer podía llegar al orgasmo si se los estimulan correctamente y sabía que ese era el
camino que debía seguir con ella. Se sentó sobre ella, erguida, Maca la miró expectante,
no sabía que haría ahora pero le daba igual, Esther estaba consiguiendo que se sintiera
en una nube, capaz de cualquier cosa, sus ojos se encontraron y se sonrieron, una con
picardía y malicia, controlando la situación, la otra suplicante y al tiempo sumisa,
dejándola hacer. Estaba en sus manos, aquellas menos que ya estaba deleitándose con
sus pechos. Maca volvió a gemir, y entrecerró los ojos, notando como la boca de la
enfermera se afanaba ahora en ellos, primero sus labios, con pequeños, escurridizos y
húmedos besos que la estaban volviendo loca, luego su lengua recorriéndolos,
recreándose, consiguiendo que llegaran casi a dolerle y luego unos pequeños
mordisquitos, suaves, manteniéndolos en el interior de su boca, acariciándolos con la
punta de la lengua. Maca volvió a agitarse bajo su cuerpo, Esther la estaba
enloqueciendo, estaba segura de que iba a conseguir lo que ella creía que era imposible,
la paró, posando sus ojos sobre las de la enfermera que le sonrió.
Ahora bajó hasta su estómago, recorriendo su cuerpo, sus manos posadas en los
costados luego en sus pechos mientras su lengua recorría su abdomen y se perdía en su
ombligo, bajando hasta el límite, más allá Maca no se enteraría y ella no quería que la
pediatra pensase en ello. Se detuvo de nuevo, mirándola, recreándose en su belleza,
percibiendo el temblor que se estaba apoderando del cuerpo de la pediatra, que esperaba
ansioso y sentía cada vez más un placer intenso. Maca parecía no poder aguantar más,
pero la enfermera continuaba recreándose en ella, volvió a besar sus senos y arrancó un
nuevo gemido que rompió el silencio de la habitación, y prendió otra vez la excitación
de Esther, que se echó sobre ella rozándola con todo su cuerpo, regateándole ese
ansiado beso y comprobando que Maca, alcanzaba tal grado de excitación en la espera,
que comenzaba a temblar.
Esther asintió con una leve sonrisa, “yo también” dibujaron sus labios y volvió a
perderse en su boca, acompasándose de nuevo, logrando que Maca la siguiese, se
aferrase a ella, buscando el pleno contacto, presionando con las palmas de sus manos la
espalda de Esther, que sin poder contenerse más, gimió y aceleró su ritmo más y más
hasta que convulsionó sobre ella, Maca sintió aquel temblor como propio, y se dejó
arrastrar por él, convirtiéndolo también en suyo, ahora fue su garganta la que anunció lo
que experimentaba su cuerpo, las yemas de sus dedos las que se hincaron en la espalda
de la enfermera. Volvieron a mirarse un momento, temblando ambas y al unísono
sintieron un placer infinito que les cortaba la respiración y se extendía por cada poro de
sus cuerpos, los brazos en cruz, las manos entrelazadas, los cuerpos unidos y un beso
intenso que las llevó a alcanzar un éxtasis que ninguna recordaba haber sentido,
consiguiendo una unión perfecta, la unión de dos almas que se amaban más allá de sus
cuerpos.
De nuevo el silencio, solo roto por los latidos de sus corazones que parecían retumbar
por todo el dormitorio, sin dejar de mirarse, tumbadas una sobre la otra, profiriéndose
tiernos besos, exentos ya de pasión, solo llenos de amor, apenas sin fuerzas, sin deseos
de moverse, solo dulces y cortos besos, recuperando el ritmo de sus corazones,
recuperando el aliento, solo miradas y besos, incapaces de articular una palabra,
volviendo a atar la cordura, deleitándose con sus miradas, sin nada que rompiera ese
momento.
Maca la miró y volvió a sonreír, dándole otro tierno beso. Esther, sonría también, pero
tenía la sensación de que tras esa expresión agradecida de la pediatra había una sombra
que no era capaz de interpretar.
Con un profundo suspiro, Maca se levantó y fue al baño, sin mediar palabra. Esther la
observó subir a su silla, y salir de la habitación, luego hizo lo propio, se puso una
amplia camisola y se asomó al gran ventanal, con los brazos cruzados sobre el pecho,
pensativa. No dejaba de darle vueltas a aquella sombra que había adivinado en los ojos
de la pediatra, y creía intuir a qué se debía. A pesar de sus esfuerzos, a pesar de que
Maca le había asegurado que todo estaba bien y de que ella debía creerla, estaba
convencida de que no había conseguido que Maca no echase de menos ciertas cosas,
tenía que ser eso, aunque por otro lado la pediatra parecía contenta, más que contenta,
quizás solo eran imaginaciones suyas, fruto del miedo que sentía de no ser capaz de
hacerla feliz. Suspiró de nuevo e hizo un esfuerzo por recordar todo lo que había leído,
paso por paso, y se dispuso a lograr que la pediatra no olvidase aquella noche y borrar
de su mirada ese halo que la enturbiaba.
Cuando Maca regresó, Esther, estaba aún asomada al inmenso ventanal, permanecía con
los brazos cruzados sobre el pecho y la vista perdida en las lejanas luces de la ciudad.
Maca se detuvo, observándola reflejada en el cristal, le dio la sensación de que estaba
preocupada por algo y se temió ser ella el motivo que causaba esa expresión de seriedad
en su rostro.
Lo último que deseaba era hacerla sufrir, hacerle daño. Sintió la necesidad imperiosa de
correr a su lado, disipar aquello que la preocupaba, pedirle que confiara en ella,
acariciarla con mimo y dulzura, sentarla en sus rodillas y decir las palabras mágicas que
lograran hacer brotar la alegría en su corazón, asegurarle que esas voces que la
atormentaban ella las haría callar para siempre, querría correr hasta ella, llenarla de
besos y regalarle lo único que podía ofrecerle, gotitas de su amor. Sin embargo, se
mantuvo en silencio, con la vista clavada en ella, disfrutando de su cuerpo, de su belleza
y de todo lo que la hacía sentir.
- Princesa – oyó que Maca la llamaba a su espalda y se giró con una sonrisa de
satisfacción en los labios, ¡había deseado tanto volver a escuchar de su boca eso!
se acercó a ella y se arrodilló a su lado sin dejar de mirarla, embelesada,
olvidando sus miedos.
- ¿Ha vuelto… mi Maca? – le preguntó al comprobar que la llamaba como hacía
años.
- Con toda su fuerza – susurró besándola de nuevo – pero…
- ¿Pero qué? – la interrumpió con temor.
- Atente a las consecuencias – sonrió burlona señalándola con el dedo – has
despertado al monstruo – la avisó bromeando.
- ¿Sabes cuánto he deseado escucharte llamarme así? – le preguntó con una
mirada tierna, llena de amor.
- ¿Princesa? – preguntó a sabiendas de que era eso, Esther asintió – princesa,
princesa – repitió, susurrando, insinuante, junto a su oído.
- Te quiero – le dijo cogiendo su cara y besándola de nuevo – y quiero que todo
sea perfecto, quiero que tú sientas que lo es, que …
- Tranquila, princesa – le susurró de nuevo al oído comprendiendo lo que quería
decirle – lo ha sido, ¡más que perfecto! – exclamó cogiendo su cara con ambas
manos y con suavidad la atrajo besándola y recreándose en ese beso - ¡gracias!
¡gracias por todo! – exclamó con tanta fuerza que Esther ladeó la cabeza
negando levemente, mostrándole su disconformidad con aquellas palabras, ¡no
tenía que darle las gracias por nada!
- Vamos a la cama, no quiero que te enfríes – le dijo con una enorme sonrisa al
ver aquella mirada limpia de nuevo que tanto amaba.
- Te aseguro, cariño, que estoy muy lejos de enfriarme – respondió burlona, con
una mueca divertida y picarona dibujada en su cara.
- Maca… - la reprendió igualmente feliz, tumbándose y golpeando en el lado de la
cama para que Maca hiciese lo propio. La pediatra se tumbó junto a ella y Esther
apoyó la cabeza en el codo y la observó con calma, disfrutando de tenerla allí, en
su cama, mirándola a los ojos. A pesar de las horas transcurridas seguía aún sin
creerlo.
- Me das tanta paz – le dijo la pediatra intentando hundirse en la profundidad de
aquellos ojos que la observaban agradecidos.
- Y tú a mí – suspiró sintiéndose igualmente segura a su lado.
Maca tenía la sensación de que cogida de su mano podía caminar por la vida sin miedo,
con seguridad. Esther no tenía ni idea de cómo la había hecho sentir, de cómo había
enaltecido su alma, elevado su ánimo y dado la convicción de que podría lograr lo
imposible, siempre que estuviese junto a ella. La pediatra la observaba sonriendo segura
de haber nacido para estar juntas y ahora que por fin se había atrevido a reconocerlo no
iba a consentir que hubiera poder en el mundo capaz de separarla de nuevo de ella.
Esther la miró divertida y satisfecha de ver que aquella sombra parecía ausente en sus
ojos. Se acercó a su boca y remolona le regateó el beso que Maca esperaba, solo
rozando la mejilla con sus labios, comenzando con un juego de caricias que con
parsimonia se iban tornando cada vez más atrevidas y que la pediatra, no solo no
rechazaba, sino que secundaba con mayor arrojo.
- ¡Ay! – exclamó Esther con un deje de dolor - ¿qué… es esto que…? ¡me he
pinchado!
- ¿Pinchado? ¿no será un bicho? ¿te ha picado? – se sentó Maca con agilidad
asustada con esa posibilidad, intentando apartar del todo la sábana.
- En mi casa no hay bichos – respondió mostrando un ligero enfado que no sentía,
divertida con la expresión mezcla de asco y terror que tenía puesta la pediatra
que parecía dispuesta a saltar a su silla – y quita esa cara que no puede ser
ningún bicho.
- Perdona… - musitó al ver que se burlaba de ella.
- A ver qué… – dijo moviéndose y sacando algo de debajo de su cuerpo - ¡tu
labranza! ¡se te ha caído! – sonrió levantando la mano de Maca y observando su
muñeca, libre al fin.
- Si – murmuró con una sonrisa enarcando los ojos, aliviada al ver de que se
trataba.
- ¿Se puede saber lo que deseaste? – le preguntó en un tono ligeramente burlón.
- ¿Tu qué crees? – le preguntó a su vez socarrona e insinuante.
- ¡No me lo puedo creer! ¿en serio pediste que tú y yo…! ¿qué nosotras…?
- Si – confesó atrayéndola y volviendo a besarla - ¡claro que sí! – suspiró
clavando su intensa mirada en la de Esther que se estremeció al leer la avidez de
sus ojos.
- ¿Y me has tenido todo este tiempo intentando que tú…?
- Si – sonrió picarona y la besó de nuevo, acariciándola con delicadeza, levantó la
sábana intentó ver el tobillo de la enferma – ¿y la tuya? – preguntó - ¿se te ha
caído?
- ¿Se puede saber qué pediste tú? – preguntó ligeramente defraudada, ¡le hubiera
gustado tanto saber que habían deseado lo mismo!
- No – sonrió – recuerda que si te lo cuento, no se cumple.
- Ya… - dijo con aire de decepción.
- ¡Vamos, Maca! ¿no me irás a decir que crees en estas cosas? – le preguntó al ver
que había adoptado un aire de tristeza. “Te diría lo que deseé pero quiero que se
cumpla”, pensó clavando sus ojos en los de la pediatra “deseé que volvieras a mi
vida, ¡qué fueras mía para siempre!”.
- No… claro que no… pero… tú….
- ¿Yo…? – preguntó mirándola a los ojos intensamente “yo quiero más”, pensó
Esther, “quiero que me abraces fuertemente, quiero dormirme en tus brazos,
quiero soñar en ellos que…”.
- ¿Qué estás pensando? – le preguntó al ver aquella expresión.
- ¡Nada! – se apresuró a responder enrojeciendo levemente.
- Creí que la palabra nada estaba prohibida en nuestros paseos – le recordó la
pediatra.
- Pero esto no es un paseo.
- ¿Estás segura? – sonrió maliciosa – entonces supongo que no quieres que vuelva
a pasearme por tu cuerpo, que no pensabas en que querías más…. – se aventuró
casi segura de no errar, conocía al dedillo cada gesto de la enfermera y se
ratificó en que no había fallado – y… que tampoco pensabas en que te gustaría
que te estreche fuertemente, ni en dormirte en mis brazos…
- ¡Ya vale! – saltó sonriente - ¿se puede saber cómo lo haces?
- ¿Cómo hago el qué?
- ¡Leer mi mente con esa facilidad!
- De facilidad, nada, qué vaya días que me has hecho pasar, me has tenido, como
diría tu Germán, ¡más perdida que el barco del arroz! – río, remedándolo y
repitiendo una de las frases del médico.
- Muy lista eres tú – la acusó recorriendo su pecho con el dedo índice y clavando
en ella una mirada traviesa - adivina qué estoy pensando ahora.
- Eso es fácil – sonrió con suficiencia.
- Ah… ¿sí! ¡adivínalo!
- Humm – frunció el ceño pensativa, en un cómico gesto haciendo como que leía
su mente - … deseas que bese esos labios que me vuelven loca – le dijo
buscando sus labios.
- No, no – sonrió, negando con la cabeza tras perderse en ese nuevo beso.
- Que… quieres que bese esos ojitos que no paran de reír – continuó atrayéndola y
besando primero uno y luego el otro, con mimo y parsimonia, disfrutando de
cada roce con ella.
- No… no – siguió negando con la cabeza sin borrar la sonrisa de su cara.
- Que… mi niña quiere un mordisquito en su orejita – aventuró jugueteando con
su lóbulo.
Esther negó con la cabeza por tercera vez, gimiendo ante el recorrido de la lengua de
Maca por su oreja y divertida con sus intentos. Maca se retiró de ella y enarcó las cejas,
expectante.
Maca la miró intensamente, esbozando una sonrisa que a Esther se le antojó misteriosa,
teñida de un velo de tristeza que no comprendía. Sus ojos se humedecieron con aquellas
palabras, emocionada. Se abrazaron de nuevo. Y Maca pensó en los bonitos que eran
esos sueños pero también en que sabía que nunca dejarían de serlos, “sueños, solo
sueños”, pensó con rabia.
Esther no sabía leer su gesto y la pediatra canalizó aquella rabia interna que le producía
la impotencia de lo que no podría ser por mucho que lo desease, de lo que no controlaba
ni de su cuerpo ni de su vida, en una pasión desmedida que sorprendió agradablemente a
la enfermera que se entregó sin reparos a ella, esta vez Maca llevó la voz cantante, la
recorrió como solía hacer antaño. Esther disfrutaba de aquellas caricias, casi incapaz de
controlarse, sintiendo lo excitante y maravilloso que era aquel juego que prevalecía
sobre la excitación desmedida que Maca le producía.
La pediatra se manejó con una pericia que nunca dejaba de sorprender a Esther,
acercándose insinuante, deseosa y retirándose sin apenas un roce, enloqueciéndola,
haciéndola palpitar de nuevo. Maca buscaba sin descanso la suavidad de su piel y
Esther se estremecía disfrutando de aquella pasión desbordante que estaba derrochando
la pediatra. Nunca nadie la había tocado de esa manera, sus manos paseaban, seguras y
firmes de no errar, por cada una de las áreas que más placer y excitación le procuraban y
Maca conocía todas y cada una de ellas, recorriéndolas con calma, saltando siempre en
el mismo punto, en el que más anhelos concentraba la enfermera, jugando con ella,
haciéndola sentir que pronto alcanzaría lo que tanto deseaba, y retirándose una y otra
vez.
La pediatra levantó la vista hacia ella y se detuvo, leyendo el deseo desmedido en sus
ojos, viendo como los cerraba anhelando que la elevara sin más dilación de nuevo al
cielo, sin embargo, permaneció inmóvil esperando su petición agónica y la enfermera
abrió de nuevo los ojos, impaciente.
- Maca….
- Mírame – le pidió con una sonrisa maliciosa – mírame – repitió en un susurro
insinuante con aquel tono de voz que Esther tanto había añorado y que la
excitaba estuviese donde estuviese.
- Maca… - repitió con un deje de reproche velado, que escondía y al tiempo
intentaba disimular su apremio, casi fuera de sí, incapaz de obedecer, deseando
volverla a sentir en ella, en esa comunión perfecta que la mantenía en las nubes.
Maca volvió a sonreírle, con los ojos clavados en ella, con agilidad se arrastró
situándose encima de Esther, regalándole una leve caricia con todo su cuerpo que se
apoyaba sobre sus brazos, para no dejarse caer. Esther ni siquiera era capaz de reparar
en aquella fortaleza y agilidad que mostraba la pediatra concentrada en sus manos, en su
boca, en su cuerpo que ahora reptaba sobre ella, arrancándole unas sensaciones
indescriptibles, jamás sentidas hasta entonces. Una nueva caricia de sus pechos, su
vientre y un beso tierno, intenso y demasiado fugaz que encendió aún más el deseo de la
enfermera que se aferró a ella intentando atraerla sobre sí, necesitando fundirse con ella.
Maca perdió su rostro en su pelo, en su piel perfumada y volvió a rozarla suavemente
con su cuerpo.
De nuevo un cruce de miradas desveló los secretos de la otra. Con una sonrisa pícara
Maca accedió a un nuevo acercamiento, sus labios se fundieron en un beso mucho más
intenso que pronunciaba a gritos sus deseos; su cuerpo la rozó con esa misma
intensidad, y permaneció sobre ella, inmóvil, sintiendo el calor mutuo, ojos con ojos,
labios deseando su par. Esther se removió en un espasmo incontrolable fruto de la
pasión y el deseo refrenado. Maca sonrió y se recostó a su lado, perdiendo la mano en
su suave pelo, masajeando su nuca, y atrayéndola de nuevo a su boca. Esther se abrazó a
ella, intentando fundirse con su cuerpo, ávida de ella, sintiendo que ni podía, ni quería
separarse de aquel cuerpo al que amaba y que la amaba, ni un solo instante.
- Macaaaa – gimió ante las caricias atrevidas que la pediatra comenzó de repente
y que frenó en seco en cuanto vio que la enfermera cerraba sus ojos dispuesta a
dejarse arrastrar definitivamente – Macaaaa… – protestó de nuevo.
- Macaaaaaa - gritó sin poder resistirlo más, apretando su cabeza contra ella y
enloqueciendo de nuevo. Ahora sí, un grito elevado rompió el silencio de la
habitación y enardeció la piel de la pediatra que se erizó al tiempo que sentía que
esa electricidad también la recorría a ella.
Aún agitada y sin fuerzas, extendió sus brazos con la intención de abrazarse a ella,
necesitaba sentirla, besar aquellos labios que le habían regalado tanto placer. Necesitaba
devolverle cada beso, cada caricia, para lograr el objetivo que se había propuesto
minutos antes, y conseguir arrancar de la pediatra aquella exclamación que aún no había
sido pronunciada y que retumbaba ausente en sus oídos, pero su intento de hacerlo fue
frenado con una inmensa ternura por Maca.
- ¡Te amo! – susurró sin obtener respuesta, dando fin al que había sido, sin duda
alguna, el mejor día de su vida, sonriendo y disfrutando de tenerla dormida e
indefensa entre sus brazos, regodeándose en ese abrazo que hizo renacer su
instinto protector, haciéndola sentir la mujer más amada y feliz del mundo.
* * *
A la mañana siguiente, Esther despertó con la sensación de haber descansado mejor que
nunca, se sentía completamente relajada, seguía abrazada a Maca y disfrutaba del roce
con su cuerpo, con su calor, con el ritmo cadencioso de su corazón, con sus manos
posadas sobre ella, dándole la seguridad y la calma que tanto había necesitado.
Maca la miró y detuvo sus caricias, con suavidad levantó la barbilla de la enfermera y
clavó sus ojos en ella. Esther leía en ellos la confirmación de sus palabras, pero temía
que las que siguieran desdijeran las anteriores. Temía que todo quedase en un bello
sueño de una noche.
Maca lanzó un leve suspiro comprendiendo sus temores, clavó sus ojos en ella, durante
un instante de silencio que a Esther se le hacía eterno. Maca seguía con sus ojos
clavados en ella, pensativa, la pediatra había ido viendo como la luz del día diluía poco
a poco esa aura mágica que crearan entre ambas la noche anterior, esa luz que había
dado paso a la realidad y a la consciencia de que nada sería fácil cuando regresaran,
tenía que resolver muchas cosas de su vida pero ahora se sentía con fuerzas para
hacerlo. Era muy consciente de ello pero estaba decidida a que eso no afectase en lo
mas mínimo a la enfermera y a disfrutar junto a ella de los días que le quedaban. No
quería ver esa mirada temerosa, ese desasosiego en sus ojos, quería ver de nuevo ese
brillo especial, esa sonrisa embriagadora y sentir sus besos, sus manos, imbuirse de su
alegría y sumergirse en esa sensación de felicidad. Sin dejar de observarla, esbozó una
sonrisa burlona, imaginando a qué se debía aquella expresión anhelante, suponiendo que
sentía miedo, el mismo miedo que ella y dispuesta a disiparlo, por completo.
- ¿No me vas a responder? – insistió Esther, impaciente y cada vez más temerosa
de su respuesta, ante esa mirada y ese silencio. Segura de que Maca estaba
pensando en su mujer y que se arrepentía de todo a pesar de haberlo negado.
- ¿Tú qué crees? – susurró al fin.
- No sé… - dudó intentando leer sus ojos que se le antojaban más misteriosos y
oscuros que nunca.
- Pero… ¿qué crees?
- No sé… - repitió sin atreverse a revelarle sus temores, sintiendo que los nervios
se apoderaban de ella.
- No quería dormir – le dijo con una sonrisa y voz cadenciosa – quería disfrutar de
tenerte en mis brazos, no quería perder ni un segundo de esa sensación…. – la
miró fijamente y Esther sintió una euforia especial, sus temores se esfumaron tan
rápidamente como aparecieron y sus ojos mostraron la felicidad que sentía
brillando y abriéndose de tal forma que Maca apretó los labios en una mueca de
satisfacción.
- ¿Sabes! temía que…
- No – la interrumpió adivinando sus pensamientos – no temas nada – dijo con
suavidad, acariciando su mejilla - no quiero pensar en nada ni nadie, solo en
ti…. quiero estar siempre así… contigo – reconoció besándola de nuevo y
reanudando el suave recorrido por su cuerpo.
- Pues… no va a poder ser – sonrió lanzando un suspiro de resignación, ¡ella
deseaba exactamente lo mismo! Si Maca no pensaba en Ana no sería ella la que
sacase el tema y estropease todo, aunque no podía evitar la sensación de que su
sombra se cernía sobre ellas y que de un momento a otro emergería para tirar
hacia abajo y hacerla descender de la nube en la que Maca la mantenía flotando.
- ¿Por qué? – preguntó con un deje de decepción, besándola melosa e insinuante.
- Maca…, porque….tenemos que irnos – protestó cogiendo la mano de la pediatra
que se había detenido en el bajo vientre recorriéndolo con lentitud de derecha a
izquierda.
- ¿Irnos! aún nos faltan varios días para volver – le susurró – y tengo un plan.
- ¿Un plan?
- Sí, quiero quedarme aquí, contigo, encerrada… - la besó de nuevo y bajó la
mano hacia su muslo, acariciando la parte interior, subiendo peligrosamente.
- Maca… - gimió en tono de protesta – tenemos que ir al campo, quedé allí con
Germán, se preocuparan si… – un nuevo beso la hizo guardar silencio durante
más de un minuto – Maca... – suspiró - tenemos que ducharnos las dos y…. –
dijo cada vez con menos convicción ante aquellas caricias que la estaban
haciendo perder la razón – además, quiero que conozcas a alguien que vive en
Jinja.
- No quiero conocer a nadie – respondió rápidamente, volviendo a besarla – solo –
otro beso - quiero – de nuevo la besó - estar contigo.
- Maca…. – protestó – no seas huraña, te va a encantar conocer a Wilson.
- ¿Wilson? – preguntó interesada por la coincidencia, separándose de ella y
mirándola interrogadora con las cejas levantadas.
- Si – exhalo un suspiro seguido de un profundo gemido al tiempo que abría los
ojos desmesuradamente - ¡Maca!.... – exclamó al sentir de nuevo su mano.
- ¿Qué? – le susurró en el cuello con los ojos más bailones que Esther le hubiera
visto nunca – si no te gusta…. – dijo retirando su mano – lo dejamos.
- ¡No! – protestó con un gruñido y frunciendo el ceño – sigue – murmuró – sigue,
sigue – le pidió dejándose arrastrar.
- ¿Y Germán? – preguntó deteniéndose con picardía.
- ¡Por dios, Maca! ahora no pienses en… - la besó con toda su alma y Maca
volvió a la carga adentrándose en ella – hummmm – gimió la enfermera.
- Esther… - volvió a retirar la mano.
- Chist, no juegues más – se incorporó subiéndose en ella y comenzando a
recorrer su cuerpo con pequeños besos – tendremos que llegar tarde y dejar la
visita… para otro día – suspiró rendida a aquella manos que ya la recorrían
llenas de deseo.
* * *
Una hora y media después Esther salía de la ducha con una sonrisa distraída
canturreando, esperaba ver a Maca en el salón pero no estaba allí, y con un gesto pícaro
se dirigió al dormitorio imaginando que seguía en la cama, esperándola. Sin embargo, al
entrar la vio en su silla, mirando al exterior por el enorme ventanal, se acercó a ella
sigilosa y la abrazó por detrás, besándola levemente en la mejilla.
- Al final.. has usado el pijama – le dijo insinuante. Maca asintió sin responder,
levantó sus manos y se aferró los brazos de la enfermera que mirándola de
reojo le preguntó con interés - ¿Qué piensas?
Maca sonrió sin girarse y siguió guardando silencio, solo roto por un leve suspiro.
- Puedes ducharte cuando quieras – le susurró en la oreja, Maca se aferró aún más
fuerte a sus brazos y le besó una mano, deseando permanecer allí, abrazada a
ella, sintiéndola respirar en su cuello, sintiendo el roce de su mejilla, que se
apoyaba ahora en ella, mirando igualmente al exterior, con la barbilla sobre su
hombro.
- Ahora mismo voy – respondió con desgana.
- ¿Estás bien? – le preguntó preocupada.
- ¡Muy bien! – ladeó levemente la cabeza y la miró con una enorme sonrisa -
pensaba en que tenías razón, las vistas son espectaculares.
- Si – musitó sintiendo que Maca tiraba de ella en un intento de sentarla en sus
rodillas y comprendiendo lo que pretendía – Maca…
- Solo uno – sonrió maliciosa al ver que la enfermera se negaba sin fuerza y se
entregaba a ella en un beso tierno pero profundo – Esther… - suspiró.
- ¿Qué? – preguntó burlona.
- Ven – susurró besándola de nuevo, con ternura y separándose podo después
cogió su cara con las manos y la miró fijamente a los ojos – gracias, gracias,
gracias…
- ¡Tonta! – dijo levantándose de sus rodillas, sonriendo y acariciándole el rostro,
emitiendo un resignado suspiro - Anda, dúchate, mientras yo preparo el
desayuno. ¿Tienes hambre?
- Si – admitió devolviéndole la sonrisa - ¡mucha!
- Pues vamos – la instó – tienes todo en el baño, la toalla es la azul.
- Voy – dijo arrastrando la palabra, mostrando lo poco que le apetecía dejar el
apartamento y volviéndose para buscar en la mochila algo de ropa.
- Maca… no podemos quedarnos aquí… a mí también me encantaría pero…
- Lo sé – sonrió al verse descubierta cortándola y cogiéndole una mano – sé que
tienes razón y que Germán puede meterse en un lío al dejarnos el jeep.
- He intentado llamarlo con el móvil pero no hay manera. Las comunicaciones
últimamente están imposibles.
- Tenéis unos equipos muy antiguos.
- No es solo por eso, es por los inhibidores del ejército… y la guerrilla... no sé yo
que tipo de tregua es esta – masculló con un ligero tono malhumorado.
- ¿Será peligro ir solas?
- Desde aquí no – respondió de nuevo con una sonrisa – no nos va a valer de
excusa si es lo que insinúas.
- Ya… bueno… ¡tienes razón! – reconoció resignada - además si Sara no se
encuentra bien…. Tendremos que echar una mano ¿no? – apuntó dando su brazo
a torcer y no insistir más en permanecer en Kampala, en el fondo también le
entusiasmaba la idea de trabajar junto a ella, de volver juntas a la cabaña
después de un día compartido, de acostarse cansada y satisfecha por el trabajo, a
su lado.
- ¿Por qué no iba a encontrarse bien?
- Eh… por... por nada… como ayer… - intentó justificar su comentario – no sé..
pensé que quizás… bueno… voy a ducharme - suspiró soltándole la mano y
moviendo la silla sin dejar de mirarla a los ojos y volvió a detenerse.
- ¡Venga! ¡remolona!
- Voy – suspiró de nuevo ante la mirada burlona de la enfermera.
Maca se dirigió al baño y Esther permaneció con la vista clavada en su espalda, con una
sonrisa dibujada en su boca y una sensación de euforia incontrolable. Se sentía flotar,
era increíble todo lo que había ocurrido. Nunca hubiera imaginada ni en el sueño más
optimista que Maca se decidiese a dar el paso. Permaneció un minuto paralizada,
mirando la puerta cerrada, imaginando sus maniobras en el baño con la enorme
tentación de entrar en él y echarse de nuevo en sus brazos. Escuchó correr el agua y
reaccionó. Tenía que preparar el desayuno antes de que Maca saliese de la ducha.
¡Quería que todo estuviese prefecto y fuese una sorpresa! Con rapidez comenzó a
preparar la mesa y a trajinar en la cocina.
El agua corría y sus labios dibujaban una sonrisa de satisfacción y felicidad, aunque
estaba igualmente convencida de que nada iba a resultarle fácil, pero al menos ahora se
veía capaz de poder con todo, Esther la hacía sentirse segura, confiada, aunque a un
tiempo temía las preguntas que de seguro le iba a hacer la enfermera. Suspiró pensando
en ellas, pensando en sus respuestas y barajando la opción de adelantarse y hablarle de
Ana. Por enésima vez sintió la culpabilidad atenazándole el corazón, y más que por su
mujer por Esther, no era justo para ella, quizás no debía haberse dejado llevar hasta ese
extremo antes de haber arreglado todo, antes de haberle hablado de todo pero, no había
sido capaz de controlarse, por una vez se había dejado arrastrar por aquello que más
deseaba en el mundo, reconocer que la amaba y que quería compartir su vida con ella.
Estaba convencida de no equivocarse, de que esa había sido la mejor decisión de su
vida, se decidió a no darle más vueltas al tema, les esperaba un día duro, en el campo
habría mucho trabajo y aunque ellas no estaban obligadas a hacer nada sabía que lo
harían, no podía llegar allí y cruzarse de brazos. Además, estaba deseando volver a
disfrutar de la sensación que experimentara el día anterior al trabajar codo con codo con
la enfermera, esa sensación indescriptible de capacidad, de autoridad, por fin se había
reconocido así misma haciendo aquello que más le gustaba. Tenía la sensación de que
no importaba estar sentada en esa silla, a su lado, al lado de Esther, aquello era una mera
anécdota, y los mismos inconvenientes que le surgieran en Madrid y que hicieron que
abandonara la práctica activa de la medicina, allí no solo no importaban si no que ni
siquiera parecían preocupar a nadie. ¡Qué diferente era todo! ¡Sí! estaba deseando
volver al campo y trabajar junto a Esther, su mente recordó rápidamente los casos del
día anterior y pensó, con preocupación, en cómo estarían aquellas jóvenes madres.
Había mucho trabajo que hacer allí, ¡mucho! Tenía que hablar con Luís al respecto,
tenía algunas ideas de colaboración que quizás resultaran interesantes. “Luís!”, pensó,
“tengo que hablar con él cuanto antes”. Inevitablemente su mente voló a la conversación
que mantuvo con Sara dos días antes y en la promesa que le hizo. La sonrisa de sus
labios se mutó por un gesto adusto y preocupado.
No debía haber hecho aquella promesa, porque no estaba segura de poder cumplirla. No
dejaba de repetir mentalmente aquella tarde en que Sara la interceptó en la ducha y se la
llevó lejos de la vista de todos, bajo los árboles. Repasando una tras otra las palabras de
la joven, necesitaba buscar una solución y allí sentada, bajo la ducha, cerró los ojos,
levantó la cara hacia el agua y rememoró esa charla, en un intento de encontrar alguna
opción que no perjudicase a nadie. Se vio sentada bajo aquellos árboles, escuchando a la
joven que, con premura, la puso al día de sus antecedentes familiares y personales.
Había llegado a Uganda unos tres años antes, recién terminada la carrera. Aprobó el
MIR a la primera, y con tal nota que podría haber escogido lo que quisiera, pero ella
quería algo diferente y, en contra de la opinión de sus padres y de sus profesores,
solicitó una plaza en Médicos sin fronteras, su expediente y sus ganas de trabajar
hicieron el resto. Maca no entendía porqué le contaba todo aquello pero escuchó
pacientemente. Le dio a entender que sus padres tenían ciertos contactos pero eludió el
tema sin aclararle nada más, parecía tener prisa por llegar a lo que realmente le
preocupaba.
Se vistió con toda la rapidez que pudo, ¡se le había ido el santo al cielo! y sabía que ya
iban con retraso, recogió todo intentando dejarlo tal y como se o había encontrado y
salió tan apresuradamente, que estuvo a punto de pillar a Esther con la silla. La
enfermera aguardaba apoyada en el quicio de la puerta, mirándola divertida.
Maca clavó sus ojos en los de la enfermera y apretó los labios en una mueca
emocionada, tiró levemente de su mano para que se agachase y la besó con ternura.
Maca apretó los labios en una mueca de satisfacción y volvió los ojos a su plato,
pensativa. Esther sonrió sin poder dejar de observarla, había estado a punto de
preguntarle por Ana, pero en el último momento se había echado atrás. Le había ido
demasiado bien con la táctica de dejar a Maca decidir cómo y cuando hacía las cosas,
como para cambiar ahora de proceder. Era consciente de que antes o después le hablaría
de ella y quería que, cuando lo hiciera, fuese por voluntad propia y conociéndola sabía
que ese momento no tardaría en llegar. Notaba la tensión que desprendía en algunos
momentos, cómo la miraba con esa expresión de culpabilidad, cómo medía sus palabras
evitando decir nada que pudiera sacar el tema, y sabía que no aguantaría mucho en esa
situación.
Maca clavó sus ojos en ella dudando si confesarle todo, deseando poder hacerlo pero no
podía traicionar la confianza de Sara, aunque tampoco podía permitir que Esther, ahora
que la había recuperado, creyese lo que no era e imaginase cualquier cosa y estaba
segura de que era eso lo que estaba ocurriendo, su cara se lo decía claramente.
Maca sonrió abiertamente. Esther se sintió aliviada al verla, era increíble como con una
simple sonrisa Maca tenía el pode de hacerla olvidar todos sus temores.
- Puedes estar muy tranquila, lo que le pasa tiene solución y… – le dijo tirando de
ella y haciéndola que se agachase a su altura – no tienes por qué estar celosa,
ahora que te he embaucado no voy a dejarte escapar – le susurró dándole un
beso tierno y suave, que poco a poco fue ganando en intensidad hasta tal punto
que Esther se retiró.
- ¡Maca! – suspiró incorporándose y cogiendo un par de platos – no empieces que
vas a conseguir que no salgamos de aquí nunca.
- ¡Eso quisiera yo! – exclamó.
Esther suspiró, la miró fijamente y esbozó una leve sonrisa. Se encogió de hombros y
enarcó las cejas, negando con la cabeza.
- ¡No tienes remedio!
- Eso ya lo sé – sonrió - ¿me vas a besar o no?
- Si es lo que quieres….
- ¡Sí! ¡quiero…! – exhaló un leve suspiro al sentir las manos de Esther
acariciando su espalda y dirigiéndose a sus pechos.
* * *
Una hora después Esther conducía a toda velocidad por la única carretera de asfalto que
había en la zona, Maca la había reconvenido en un par de ocasiones pero la enfermera
se justificó con la excusa de que era muy tarde y luego, cuando atravesasen Jinja
tendrían que tomar una carretera de tierra que les impediría ir a mayor velocidad y debía
ganar tiempo.
Maca resignada se dedicó a disfrutar del paisaje y a sorprenderse de todo lo que veía
como ya hiciera al salir de Kampala. Esther miraba hacia ella de vez en cuando,
preocupada por el silencio que guardaba, esporádicamente interrumpido para hacer un
leve comentario sobre el camino, temiendo que se hubiese mareado con la velocidad o
que no se encontrase bien, ya le había parecido que al subir al jeep había mostrado
cierta debilidad y cansancio, que Maca se apresuró a justificar por no haber dormido en
toda la noche. Esther temía haberla cansado demasiado y le preocupaban las décimas de
fiebre que Maca se empeñaba en negar, por eso intentaba no quitarle ojo, sin embargo,
la pediatra siempre mantenía una expresión entre ensimismada y feliz que la
tranquilizaba y le hacía elucubrar sobre lo que estaría pasando por su mente viendo todo
aquello.
Esther soltó una carcajada satisfecha de verla disfrutar de aquella manera, aún sin creer
que estuviese en aquel jeep, sentada a su lado, con su mano siempre en contacto con
ella, compartiendo con ella esos momentos de intimidad que la hacía sentir
perennemente mariposas en el estómago.
- Te he llevado por los barrios más ricos, para que veas los hoteles, y las casas
más ostentosas, pero si te meto por otros sitios te hubieras… asustado – le dijo
burlona.
- No me asusto fácilmente - murmuró en tono de protesta.
- Lo sé, tonta, pero … hay mucha pobreza y …
- Esther – la cortó - ¿tú crees que aquí se podría hacer algo como la clínica?
- No sé Maca, imagino que... si... que se podría, ¿por qué? – le preguntó con
curiosidad, ¿en qué estaría pensando para que se le ocurriese una idea como esa?
- ¿estás pensando montar también una aquí? – le preguntó con tono burlón e
internamente esperanzada en que Maca estuviese barajando aquella opción.
Maca no respondió a su burla y Esther insistió - ¿por qué lo preguntas?
- Por.. por nada.. pensaba en la organización de Médicos sin fronteras y en los
acuerdos que tengo con ellos y... no sé… solo… ¡vah! no me hagas caso.
- ¿Estás pensando en trabajo? – le preguntó en cierto tono recriminatorio y Maca
sonrió enarcando las cejas y apretando los labios en una mueca graciosa,
sintiéndose descubierta – en el bosque más impresionante que vas a ver en tu
vida, con un paisaje de ensueño, con un sol espléndido, con la mejor de las
compañías – añadió incidiendo con retintín en la última parte - y…. ¿tú piensas
en…?
- ¡Es el sitio más bonito en el que he estado en mi vida! – la interrumpió
enfatizando sus palabras – jamás nadie me había llevado a sitios como los que
me has llevado tú, si es lo que quieres saber – se apresuró justificarse – pero sí,
no puedo evitar pensar en ciertas cosas cuando veo tanto contraste.
- Eso está mejor – le dijo burlona – a todos nos ha pasado algo similar – admitió
con seriedad comprendiendo lo que debía de estar experimentando.
- Esther…. – suspiró, rozando con suavidad su mano situada en el volante, la
enfermera dirigió los ojos hacia ella con un leve movimiento para rápidamente
mirar de nuevo a la carretera, sorprendida por aquel suspiro y aquel tono,
esperando que continuase pero no lo hizo, sus ojos se habían abierto
desmesuradamente y había olvidado lo que iba a decirle ante aquel regalo de la
naturaleza – ¡eh! ¡mira esto! – exclamó extasiada al ver la carretera perderse
entre dos murallas verdes.
- Ya te lo dije, ¿a que parece un túnel? – sonrió de verla tan contenta y disfrutando
como si fuera una niña pequeña que se impresionaba a cada recodo del camino
con lo que veían sus ojos – hay hasta que encender los faros.
- ¡Exagerada! – rió.
- Ya mismo entraremos en Jinja, a ver que te parece, porque anoche sí que
estuviste en uno de los barrios más modestos, pero es una ciudad muy bonita y
en ella viven algunos de los hombres más ricos del país. Seguro que me
encantará – afirmó volviendo a acariciarla, ahora en la mejilla – Esther… –
exclamó mirándola con tanta ternura que la enfermera solo pudo sonreír,
esperando un te quiero que no salió de sus labios pero que sus ojos gritaron alto
y claro.
Maca miraba por la ventanilla sorprendida de lo que veía. Una infinidad de casas de
estilo modernista se alineaban unas junto a otras sin parecer tener fin.
Maca la miró sin decir nada y frunció el ceño. Esther captó rápidamente su cambio de
humor y se apresuró a explicarse y disculparse.
- Maca, perdona, no creas que quería decir que… vamos que a mí… que yo….
que lo siento, he sido una estúpida diciendo eso.
- No te preocupes – respondió apretando los labios y guardando silencio.
- También podemos ver el monumento a Stanley – le propuso mirándola de reojo
al ver que desviaba la vista al exterior, por el lado de la ventanilla.…
- Claro… - musitó pensativa sin señal del entusiasmo que había mostrado antes.
Esther paró el jeep, ante la sorpresa de la pediatra que la miró enarcando las cejas en
señal interrogadora, y la encaró.
Maca la vio meterse en una especia de centro comercial y al cabo de unos minutos salió
de nuevo con una bolsa colgando de una de sus muñecas y una caja que sujetaba con
ambas manos. Soltó la caja sobre el capó y abrió la puerta, luego volvió a tomar la caja
y se sentó a su lado, tendiéndosela.
- ¿Qué es esto?
- ¡Ábrelo! pero con cuidado.
- Creí que teníamos prisa – le espetó ligeramente molesta de que la hubiese dejado
allí sin explicaciones.
- Y la tenemos, pero… esto es más importante.
- Pero… ¿qué es esto?
- ¡Ábrelo! – le repitió con tal sonrisa que Maca no pudo evitar corresponderle – es
un regalo para ti.
- ¿Para mí?
- Sí, venga ábrelo – la instó.
La pediatra obedeció y sus ojos se abrieron de par en par al ver el contenido, una
pequeña pecera con un pequeño pez que nadaba de un lado a otro. Maca la miró
perpleja y sus ojos repitieron la pregunta que instantes antes habían formulado sus
labios.
- Si tú no vas al mar, el mar tendrá que venir a ti – sentenció con una sonrisa
conciliadora – tenemos el agua y los peces, solo nos falta la arena, pero… todo
se andará – aseguró misteriosa.
- Pero….
- ¿Me perdonas? – le pidió rozándole con suavidad el dorso de la mano.
- No tengo nada que… - se le quebró la voz emocionada – Esther…
- ¡Te quiero! y soy una imbécil y una bocazas y…
- ¡Gracias! Es… precioso pero… ¿qué vamos a hacer con él? Tendrá que comer
y…
- ¡Cuidado!
- Lo siento no lo he visto – se disculpó la enfermera - ¿estás bien?
- Si, muy bien – respondió mirándola atentamente – pero… ¡Germancito no! -
exclamó señalando al pez - por poco no se me cae.
- ¿Germancito? – preguntó mirándola divertida.
- Sí, y no te distraigas y mira hacia delante que no quiero más sustos.
- ¡Pero cómo lo vas a llamar así!
- ¿Con esta cara de pez cómo quieres que lo llame? – le dijo irónica buscando
provocarla.
- Pero ¡Maca! – protestó descubriendo su burla al mirarla de reojo - además, creo
que es hembra.
- ¡Ah!.., bueno… en ese caso… tendré que cambiarle el nombre.
- ¿Y cómo la llamarás?
- Pues… como su mami.
- Macarena no es nombre de pez.
- ¿Macarena? Yo estaba pensando en Esthercita – soltó una carcajada y la
enfermera la miró haciéndose la enfadada.
- ¿Me estás diciendo que tengo cara de pez?
- Cuando me pones morritos… ¡sí! – se mofó de ella.
- Estás tu muy graciosita hoy.
- Lo que estoy es… ¡feliz! – exclamó acariciándola en la pierna – y todo gracias a
ti – reconoció halagándola – me estás mimando demasiado.
- ¡Me alegro! – reconoció – ¡no imaginas cuanto, me alegro!
Maca le lanzó una mirada penetrante que hizo estremecerse a la enfermera, que le
sonrió igualmente feliz.
- Esther….
- ¿Qué?
- ¿Y hoy... qué haremos en el campo? – le preguntó.
- Lo mismo que ayer, Maca.
- ¿Pero tú crees que habrá mucho trabajo? – preguntó en tal tono que la enfermera
interpretó que no tenía gana alguna de llegar y ponerse a echar una mano.
- ¡Seguro! allí siempre hay trabajo – afirmó y volviendo a desviar la vista del
camino le lanzó una leve sonrisa – pero tú no tienes que…
- Y los días que no vais… ¿cómo se apañan? – la interrumpió.
- ¿No te lo ha contado Germán?
- Si te digo la verdad no me acuerdo – encogió un hombro y enarcó las cejas –
reconozco que a veces no lo escucho – le dijo con ojos bailones torciendo la
boca en una graciosa mueca.
- Pues en esos días es Nadia quien se encarga de todo y si hay alguna urgencia nos
llaman y vamos cuanto antes – le respondió.
- No sé como aguantáis ese ritmo de trabajo día tras día.
- Todo es acostumbrarse - comentó posando su mano en la pierna de la pediatra -
Hoy no tienes que hacer nada – le dijo creyendo que su interés en lo que harían
se debía a que estaba cansada - cuando lleguemos ya estará todo organizado y....
- ¿Cómo que no! ¡ya lo creo que lo haré!
- No has dormido en toda la noche, y deberías descansar - le aconsejó en tono
maternal.
- ¿Y tú qué?
- Yo si he dormido.
- Eso ya lo sé, ¡menudos ronquidos! - respondió sarcástica.
- Mira la que fue a hablar... además yo no ronco.
- ¡Anda que no! – soltó una carcajada.
- Ya en serio Maca, no quiero que hoy hagas nada, estás cansada, solo hay que ver
cómo te has subido al jeep – le dijo mirándola con seriedad y provocando que la
pediatra adoptase un aire taciturno – además, digas lo que digas creo que esta
mañana tenías unas décimas y... ¡no me pongas esa cara!
- Pero Esther… - protestó frunciendo el ceño – reconozco que el día de ayer fue
agotador y que hoy estoy algo cansada pero en cuanto me ponga con el trabajo
se me pasa, ¡ya verás! – le dijo con ilusión.
- ¡De eso nada! así estarás para reconocer que estás cansada – la miró con
preocupación - voy a hablar con Germán y…
- ¡De eso nada! – saltó con firmeza imitándola, pero mucho más suave le pidió –
por favor, cariño, quiero trabajar.
- Pero Maca, me preocupa que …
- ¡Esther! ¡por favor! – le suplicó con más énfasis - necesito trabajar, ¿no lo
entiendes?
- Claro que lo entiendo – reconoció mirándola de soslayo esbozando otra leve
sonrisa – pero… ¿tú no entiendes que me preocupe por ti? aún te estás
recuperando y no quiero que hagas esfuerzos, tú misma has reconocido que el
día de ayer fue muy duro y…
- Y tú lo que no quieres es que esta noche caiga rendida – terminó por ella con
retintín y aire burlón.
- ¡Serás boba! – rió soltando la mano izquierda del volante y dándole un ligero
empujón en el hombro, Maca que no se lo esperaba se golpeó con la puerta, y
estuvo a punto de dejar caer la pecera.
- ¡Ay! – se quejó – ¡uf, qué daño! – exclamó llevándose la mano al brazo
palideciendo – uf ¡joder!
- ¡Pobrecita! – se burló pero al ver que no cambia el gesto de dolor se preocupó -
¿tanto te duele?
- Si – musitó – y por poco no matas a mi Esthercita.
- No seas exagerada, Maca – sonrió mirándola de reojo – Esthercita está
estupendamente.
- Exagerada no, que me has hecho polvo.
- Pero si solo ha sido un golpecillo, ¿en serio te duele tanto?
- Si – repitió pero al ver la cara de angustia de la enfermera sonrió – no te
preocupes ya se me pasa.
Esther la miró y vio que estaba aún más pálida y que se mordía el labio inferior, en un
gesto característico de ella que manifestaba que no se encontraba bien, preocupada y
con habilidad detuvo el jeep en el borde del camino.
Esther suspiró y le lanzó una mirada fugaz, y divertida, negando con la cabeza dispuesta
a ser firme y no dejarse vencer por sus ojos castaños y suplicantes y su tono meloso que
tenía la facultad de minar su voluntad.
* * *
Media hora más tarde el jeep franqueaba el portón del campo de desplazados y Esther
profería una exclamación de desagrado.
Ahora fue Esther la que la miró con un gesto entre sorprendido y extrañado, ¿para qué
quería Maca que Oscar confiara en ella! pero no tuvo tiempo de preguntarle porque
acababa de detener el jeep junto al de Oscar y Germán, que en ese preciso momento
terminaba de examinar a un joven le dio unas indicaciones a Maika que se encontraba a
su lado y acudió al encuentro de ambas.
- ¡Ya era hora! – exclamó con el ceño fruncido - ¡dichosos los ojos! – continuó
con retintín.
- Lo siento, Germán – se apresuró a disculparse la enfermera – se nos ha hecho
tarde.
- ¿Tú sabes lo preocupado que me teníais! y encima Oscar aquí y con un cabreo
de mil pares de cojones y para colmo con razón – rezongó mientras abrió la
puerta del lado de la pediatra y la ayudaba a descender.
- Lo siento – repitió Esther casi sin fuerzas – intenté avisarte pero…
- Pero nada coño – saltó visiblemente molesto – se puede saber que…
- La culpa ha sido mía – intervino Maca con calma, Germán se fijó en ella por
primera vez, le parecía pálida y ojerosa y su preocupación aumento a la par que
disminuía el enfado que sentía.
- ¿Estás bien, Wilson?
- Si, solo…. Un poco mareada del traqueteo – sonrió – pero en seguida se me
pasa. ¿Hay mucho trabajo?
- ¿Tú que crees! ¡mira como está esto!
- Pues dinos que necesitas que hagamos – se ofreció Maca con su mejor sonrisa.
- Bueno… - murmuró aún mohíno – será mejor que entréis, con Oscar aquí no
creo que …
- Por Oscar no te preocupes que yo me encargo de él.
- No creo que sea buena idea – respondió – está enfadado y con razón.
- ¿Dónde está?
El médico se encogió de hombros y levantó los brazos en un aspaviento más que
elocuente.
- ¡Vete a saber!
- ¿Sara no ha venido? – le preguntó Maca.
- Sí, está… - dijo señalando al lugar en que la joven trabajaba con Gema - ¡coño!
estaba allí con Gema pero… debe haber entrado. ¡Gema! – gritó – ven un
momento.
La chica se acercó con una carrera y Germán se apresuró a preguntarle por Sara.
- ¿Dónde está Sara? – inquirió casi antes de que Gema llegara hasta ellos,
levantando una ceja y mostrando que su humor no era el habitual.
- Oscar le dijo que tenía que hablar con ella. Pero mientras estoy haciendo unas
curas – se justificó, casi sin resuello por la carrera que había dado, creyendo que
Germán le recriminaba que estuviese sola.
- Tranquila, has hecho bien – le sonrió más afable - ¿cuándo se ha ido Sara con
Oscar?
- Hará una media hora.
- ¿Media hora? – repitió sin dar crédito a que a él se le hubiera pasado ese detalle,
aunque con el día que llevaban no le extrañaba
- Si… eh… creo que han entrado al despacho de Nadia.
- Pero… ¡qué coño…! - musitó dándoles la espalda y mirando al interior de
pabellón – Gema – se volvió hacia la chica – puedes seguir con lo que hacías –
le ordenó y permaneció en silencio hasta que se alejó de ellos - este tío siempre
igual, a ver cuando se va a enterar que lo que tenga que ver con mi personal
tiene que hablarlo conmigo – masculló más que molesto mostrando lo harto que
estaba de que Oscar lo ningunease en su puesto de director - voy a ver que pasa
– dijo mirando a las tres - Y vosotras dos, pues… no sé… si queréis echar una
mano tendréis que esperar a que éste se largue. De momento creo que…
- No entiendo qué problema hay en que echemos una mano – empezó a decir
Maca pero al ver la indicación que le hacía la enfermera guardó silencio.
- No te preocupes Germán, primero voy a hacerle una cura a Maca – intervino
Esther mirando a su amigo – así, Oscar, no podrá decirnos nada.
- ¿Una cura? – preguntó interesado.
- El punto infectado, no tiene buena pinta y creo que hoy tiene unas décimas.
Germán, que ya había dado unos pasos hacia el pabellón, se detuvo y se volvió hacia la
pediatra tocándole el lateral del cuello, mientras Maca fulminaba a Esther con la mirada,
¿dónde había dejado su promesa de no decirle nada?
- Vamos dentro – les dijo a ambas en el mismo momento en que Oscar y Sara
salían por la puerta principal, la cara de la chica le dijo a Maca que algo no iba
bien y sintió que una rabia interna la cegaba. Ese hijo de puta iba a tener que
vérselas con ella antes o después. Aunque debía reconocer, que Esther tenía
razón, y no era el momento.
- Buenos días – se acercó Oscar hacia ellas – veo que, al final, no voy a tener que
dar parte por la desaparición de un de nuestros jeep – continuó con ironía y una
enorme sonrisa dirigida a la pediatra, que inmediatamente comprendió que
Germán ya se había ganado una bronca al respecto. Oscar permaneció con la
vista en ella, se había propuesto que aquella metomentodo no influyese en sus
planes y para eso debía dejarle claro lo que no estaba dispuesto a tolerar pero al
mismo tiempo que afectase a sus intenciones, porque sabía que el ser amiga del
Director General podía acarrearle serios problemas si ella se quejaba de su trato
– doctora Wilson….
- No creo que sea necesario, Oscar… - lo interrumpió, decidida a evitar
represalias contra Germán y calibrando rápidamente cuál era la mejor estrategia
para conseguir de él lo que pretendía. Pero el joven frunció el ceño molesto y
elevó la voz por encima de Maca.
- Doctora Wilson, le pediría que la próxima vez que….
- Oscar, antes de que diga nada, yo… quería darle las gracias por poner a mi
disposición todos los medios de los que disponéis – le dijo Maca con rapidez
volviendo a cortarlo y levantando la mano para estrechársela con una sonrisa
afable – ya me ha dicho Germán que fue orden tuya que no me faltase de nada
aquí y te lo agradezco – reconoció con una sonrisa – sinceramente no me lo
esperaba y…. me voy más que satisfecha – le confesó mostrando cordialidad.
Oscar, la miró con cierta perplejidad, si había algo que no se esperaba eran aquellas
palabras y mucho menos que Germán hubiese mentido a su favor, pero eso le venía
como anillo al dedo para intentar borrar la primera imagen que le diera a la pediatra, que
era su principal objetivo, y no porque le cayese bien, si no porque podía ser un serio
obstáculo en sus intereses e intenciones. Maca comprobó rápidamente, que la sorpresa
inicial del chico dejaba paso a una mirada fría y casi de odio que le dirigía, a pesar de ir
acompañada de una enorme sonrisa y de una educación de la que había carecido su
primer encuentro con él. Maca decidió incidir en el tema y continuar con su estrategia.
Germán frunció el ceño desconcertado, Esther y Sara la miraron con la boca abierta,
manifestando la enorme sorpresa que aquellas palabras les producían, ¿qué estaba
haciendo Maca? Esther la observó sin poder evitar un gesto de contrariedad, una cosa
era no discutir con él, como le había pedido en el jeep y otra muy diferente bailarle el
agua a aquel imbécil
Oscar se dirigió hacia su coche, montó en él y salió, como siempre, a toda velocidad
obligando a varios pacientes y familiares apartarse con rapidez de su camino. Cuando
creyó que nadie podía verlo soltó una sonora carcajada, aquella engreída de Wilson era
pan comido para él, intentaría verla antes de que se marchase y hacerle algún obsequio,
seguro que la tenía en el bote, iba a ser mucho más fácil de lo que pensaba conseguir de
ella lo que pretendía, y por supuesto devolverle una por una sus palabras y la
humillación de su primer encuentro. Sonrió pensando en que en cuanto la tuviese donde
quería, se iba a enterar de quién era él y a quien se había enfrentado. Inmediatamente
pensó en Sara y soltó otra carcajada, otra soberbia a la que ya se encargaría él de bajarle
los humos. Se regodeó recordando en como había temblado ante él en el despacho y
cómo había tenido que agachar la cabeza, ¡sí! definitivamente ese había sido un día
redondo, quizás el primero de muchos.
- ¿Qué tal Maca? – le preguntó creyendo que la llamaba para hablarle de ella.
- La he dejado con Nadia – le sonrió burlón – por cierto muy bonito el pez – se
burló y Esther enrojeció levemente pero no dijo nada - Niña, yo… ¿has hablado
con Sara! ¿cómo está? – preguntó sin dar más rodeos mostrándose preocupado y
ligeramente avergonzado.
- Bien, ya la conoces, pero… te has pasado con ella.
- Lo sé – admitió mirando hacia donde trabajaba la joven - ya me disculparé. Sé
que no… habrá podido hacer otra cosa… que… no tiene la culpa pero…
- No debías dudar de ella y menos delante de extraños.
- ¿Lo dices por Wilson?
- Claro.
- Me da en la nariz que… sabe más que tú y yo juntos – bromeó atrayéndola hacia
él y besándola en la mejilla con rapidez.
- ¿Y esto? – preguntó sorprendida - ¿Ya se te ha pasado el cabreo?
- Pues sí, ¡se me ha pasado! es más estoy contento - sonrió abiertamente – quieres
quedarte con Sara o prefieres echarme una mano.
- Tú estabas con Maika – le dijo señalando al lugar donde su enfermera atendía a
algunos visitantes dándoles agua, y haciendo algunas curas. No quería parecer
una entrometida.
- Hay trabajo para los tres, además, solo será un rato, Maika va a entrar en
quirófano con Jesús, en un par de horas se irá para el campamento.
- ¿Sola?
- Va en la moto.
- Ya, pero…. ¿y la guerrilla?
- André dice que todo controlado.
- Pues… entonces contigo – sonrió frotándole el brazo de arriba abajo – no me
gusta verte enfadado. Y menos por mi culpa.
- No es culpa vuestra – reconoció – anda vamos – la empujó con suavidad y se
inclinó hacia ella en un intento de susurrar – me gusta ver de nuevo esa sonrisa.
Esther giró el rostro hacia él y le guiñó un ojo con complicidad, pero no dijo nada. Los
dos se acercaron al lugar donde estaba Maika y se situaron junto a ella. Germán, tras
decirle a la joven que podía marcharse ya se dispuso a seguir atendiendo a los
integrantes del grupo.
Esther se marchó y regresó al cabo de unos minutos acompañada de dos de los chicos
que trabajaban en el campo.
Esther lo observaba, se sentía feliz de estar allí junto a él, trabajando codo con codo, se
sentía feliz de saber que Maca estaba en el interior, la había visto de pasada, y la mirada
que había cruzado con ella la había llenado de satisfacción, le gustaba tanto verla
disfrutar, saber que podía compartir todo aquello con ella que podía llevarla a tantos
lugares y que… La sirena sonó y todos comenzaron un revuelo de carreras. Esther se
incorporó, sobresaltada.
Esther se agachó junto a un joven niño que no debía tener más de diez años, y frunció el
ceño abrumada ante la cruda realidad de esos pequeños que trabajaban en un régimen de
semiesclavitud en las minas, le habló para tranquilizarlo y preguntarle qué le dolía, pero
el chico era incapaz de responderle. La enfermera probó con los dos dialectos más
comunes de la zona, a ver si tenía más suerte que con el swahili y obtuvo la misma
respuesta, el silencio.
Se incorporó y se pasó una mano por la frente buscando a Germán con la vista, aquello
parecía un auténtico caos, su experiencia le decía que ese niño estaba más grave de lo
que pudiera aparentar. Al fin dio con el médico que estaba de rodillas en el suelo,
atendiendo a otro de los recién llegados.
- ¡Germán! – gritó por encima del murmullo ensordecedor que se había creado -
¡Germán! – repitió angustiada al ver que el pequeño comenzaba a toser
mostrando serias dificultades respiratorias - ¡Germán! ¡ven aquí, corre! – pidió
elevando aún más el tono y comprobando con alivio que el médico se levantaba
y corría hacia ella.
* * *
Mientras, en el interior del pabellón de maternidad, Nadia y Maca habían terminado de
atender a una parturienta y hacer una ronda por todas las camas, cuando escucharon el
primer aviso de las sirenas.
Maca asintió, estaba claro que iba a ser un día complicado, a todo aquello había que
sumar la preocupación que pediatra sentía por el estado de la joven embarazada que
atendiera el día anterior, continuaba teniendo mucha fiebre y ninguno de los síntomas
parecía remitir con el tratamiento que le habían puesto. Por enésima vez miró las
anotaciones que hiciera Germán durante la noche, y suspiró sin saber qué más podía
hacer.
- Pero antes de salir… quiero echarle otro vistazo – le dijo señalando la cama de
la chica.
- Si… yo también estoy preocupada – admitió comprendiendo sus motivos – ha
empezado con vómitos y cada vez es más difícil que preste atención.
- Nadia, ¿cuándo van a estar los resultados! sin ellos es imposible que podamos
hacer nada más y la chica cada vez está peor – preguntó volviendo a tomarle la
temperatura – esta fiebre es altísima hay que bajársela como sea – musitó - ¿y
esos resultados? – repitió comenzando a agobiarse.
- Los de ayer dieron negativos en gota gruesa.
- Ya… pero… Germán está de acuerdo conmigo en que puede ser malaria.
- Si, ha esperado doce horas para repetirlos. Tomó las muestras esta madrugada.
- ¿Y cuando estarán?
- Maca, hace diez minutos te dije que no estaban y Sara y Germán ahora no
pueden ir al laboratorio.
- Entonces ¿no hay nadie allí que pueda terminarlos?
- Me temo que no.
- ¡Esto es desesperante!
- Esto es así – comentó apoyando la mano en su hombro - hay que ser pacientes.
- ¿Quieres decir esperar que muera o pierda a su hijo?
- Eso no depende de nosotras. Hay cosas que no podemos abarcar con los medios
y el personal que tenemos.
- Ya… - cabeceó negativamente y bajó los ojos, cada vez sentía más impotencia y
cada vez más se estaba convenciendo de que la clínica que había montado era
demasiado pretenciosa, alguno de los aparatos que tenían valían tanto que con
ese dinero habría para el presupuesto de todo un año allí. Nadia miró su
expresión y su aspecto cabizbajo.
- Bueno… en alguna ocasión… yo… bueno que más o menos sé como va y yo...
podría hacerlo pero…
- Pero ¿qué? – la miró esperanzada, necesitaba esos resultados cuanto antes y si
había una posibilidad se agarraría a ella como fuera.
- Necesito el permiso de un médico.
- Tienes el mío – le dijo con rapidez necesitaba saber si esa chica tenía malaria y
lo necesitaba ya.
- Maca… pero tú.
- ¿Qué?
- Que debe ser de un medico que trabaje aquí.
- Ah, ¿puedo atender pacientes y no puedo darte permiso?
- Por escrito Maca y tú…
- Comprendo – suspiró, ¡maldita burocracia! ella sabía muy bien lo que era eso y
la seguía a rajatabla pero allí, todo parecía diferente – bueno… si Germán me
deja echar una mano imagino que estará dispuesto a firmar ese permiso aunque
sea a toro pasado.
- No entiendo – respondió perpleja.
- ¡Perdona! – sonrió comprendiendo que aquella expresión le era desconocida –
quiero decir que no creo que le importe firmarlo después, de que hayamos
terminado ese análisis.
- Si se lo pides tú… por mí no hay problema.
- Entonces arreglado, corre a por ellos.
La chica miró el reloj y asintió. Había pasado el tiempo suficiente. En unos minutos
tendría el resultado.
La mujer comenzó a hacer grandes aspavientos y Maca intentó calmarla con gestos
desde el lugar en que se encontraba, porque estaba claro que no entendía el inglés,
sonriendo llegó hasta ellas, poniendo su mejor cara, ¡nunca se acostumbraría aquellos
gritos y cánticos previos de los acompañantes! Cogió su trompetilla y con decisión
comenzó a examinarla. Cuando Nadia regresó tenía la situación controlada y había
ordenado a los chicos que la llevaran detrás del biombo, al improvisado paritorio.
Ambas se dirigieron a la cama donde yacía la chica. Maca intentaba escuchar con la
trompetilla pero no era capaz de oír nada.
- El quickening es nulo.
- ¿Qué? – inquirió al matrona, sin comprender a qué se refería.
- Que es imposible, no hay manera de escuchar nada – musitó en una velada queja
por el jaleo que había siempre allí – y si está de veinticuatro semanas
deberíamos notar el movimiento.
- Déjame a mí – le pidió Nadia – estoy más acostumbrada y en estos casos… -
murmuró guardando silencio unos instantes – tampoco oigo nada.
- Me temo que es tarde – dijo Maca con un suspiro – tendremos que provocarle el
parto.
- ¿Estás segura de que está muerto! en estos casos solemos….
- No voy a esperar, la paciencia no es mi fuerte – saltó con rapidez – mira sus
resultados, ¡parasitemia periférica! anemia de caballo, hipoglucemia, la fiebre
casi en cuarenta – enumeró con rapidez – o hacemos algo ya, o ella se muere
también.
- Bueno… déjame que hable con ellas primero, ¿de acuerdo? – le pidió señalando
a la chica y a su madre que permanecía sentada en el camastro junto a ella.
- Claro – dijo retirándose de la cama.
- Ya están aquí, Maca. Debemos salir cuanto antes – le dijo retirándole el feto de
las manos y envolviéndolo en unos plásticos. Maca miraba su actuación
perpleja.
- Eh… claro pero… antes hay que ponerle tratamiento a la madre.
- Claro Maca – sonrió - tú dirás.
- Quiero que esté monitorizada en todo momento, hay que tomar muestras de
sangre para diagnóstico, hematocrito y hemoglobina, glicemia, recuento
parasitario y tenemos que empezar ya con la quimioterapia antimalárica por vía
parenteral intravenosa – le dijo con tal precipitación que la chica sonrió de
nuevo apuntando todo como Germán les tenía enseñado.
- Tranquila que yo me encargo, les diré que pasen a la vía oral tan pronto como
sea posible.
- Hoy no creo que los sea.
- Aquí… las cosas son diferentes – le dijo misteriosa dirigiéndose a uno de los
camilleros y dándole unas indicaciones.
- ¿Qué le has pedido?
- Le he dicho que vamos a empezar con el bolo de Diclorhidrato de Quinina
endovenoso.
- ¿Hay?
- ¡Claro que hay! es de las pocas cosas que nunca nos faltan.
- ¡Perfecto! Que lo pongan en dosis de 20 miligramos por kilo y… ¿podremos
pesarla? – se interrumpió imaginando la respuesta.
- Me temo que no, pero… yo diría que no más de cuarenta y ocho o cincuenta.
- Bueno – suspiró resignada – que lo ajusten a cuarenta y ocho – y lo disuelvan en
Dextrosa en agua destilada al 5 por ciento y en proporción de 5 miligramos por
kilo.
- ¿Será suficiente?
- No quiero arriesgarme, empezamos así y si tenemos que subir, subimos.
- Muy bien. ¿Algo más?
- Si, hay que administrarle glucosa – dijo con la vista puesta en la analítica – y
vigilar constantemente la administración de líquidos.
- Creo que deberíamos llevarla a aislamiento.
- ¿Pero se puede llevar a otro lugar?
- Es una pequeña sala para casos graves de contagio, pero por suerte está vacía –
le explicó al tiempo que daba las indicaciones oportunas justo en el momento en
que Samantha entraba con precipitación. Maca comprobó que Nadia se alegraba
de verla allí. Cruzaron unas palabras y la recien llegada se marchó acompañando
a los camilleros que trasladaban a la joven – ella se encargará de todo – le dijo a
Maca con una sonrisa - ¡suerte que haya llegado ya!
- Si – comentó mirando sus manos aún manchadas – deberíamos…
- Si, vamos a lavarnos y si te parece salimos ya – le propuso corriendo a los
lavabos de la sala, seguida por la pediatra que le costaba acostumbrarse a ese
ritmo frenético – ahí fuera deben estar a tope.
- Si, vamos fuera – aceptó sin dudarlo.
* * *
En el patio central, Germán y Esther se afanaban en sacar adelante al joven que la
enfermera había atendido en primera instancia y que presentaba problemas respiratorios.
El médico estaba visiblemente contrariado, ese chico no debían haber viajado en ese
camión, la fractura abierta que presentaba en la pierna no era nada comparado con los
síntomas que mostraba y el evidente traumatismo torácico.
Germán la observó unos instantes satisfecho y contento de verla en plena forma. Parecía
la de antes del asalto del orfanato y eso lo llenaba de alegría. No puedo evitar pensar
que Maca tenía mucho que ver en ese ánimo de la enfermera, en esa seguridad y
confianza que había recuperado y sobre todo en la alegría que veía en su mirada. Esther
regresó a su lado y se agachó de nuevo junto a él.
Esther lo miró fijamente, ¡si es lo que quería se iba a enterar! Su boca dibujó una mueca
irónica y sus ojos comenzaron a bailar de tal forma que el médico temió la respuesta.
Se calló al ver salir a Maca de los barracones y dirigirse con Nadia a uno de los grupos
que aguardaban, su cara se iluminó al verla, Maca levantó la mano en señal de saludo
desde lejos y Esther rápidamente le correspondió y frunció el ceño ante la carcajada del
médico.
- Cierra esa boca que te van a entrar moscas y quita esa cara de boba, ¡qué se te
cae la baba!
- ¡Qué tonto eres! – exclamó mirándolo con una mueca de condescendencia, pero
ni sus bromas eran capaces de borrar la alegría que mostraba su rostro al verla -
¡Está tan guapa!
- Claro, sudorienta, con unas ojeras que le llegan al suelo, el peto manchado, el
pelo completamente despeinado… en fin ¡indescriptiblemente guapa y atractiva!
- se mofó divertido y Esther se sonrojó levemente.
- Eres imbécil – murmuró esta vez más seria.
- Que si... que está preciosa – siguió burlándose.
- Anda cállate ya un rato y déjame terminar con este vendaje – le dijo mirando de
nuevo hacia Maca.
- No debería estar al sol mucho rato, hoy hace aún más calor que ayer.
- Pues ve y se lo dices porque a mí no me hace caso.
- Ya se lo he dicho, pero… bueno, lo cierto es que... Si se encuentra bien para
echar una mano… no nos vendría nada mal – dijo pensativo.
- Yo creo que no debería estar fuera, Germán, díselo antes de operar.
- No tengo tiempo, yo me voy ya al quirófano – anunció viendo los gestos que le
hacía uno de los chicos desde el pabellón, indicándole que estaba todo listo -
vamos a dejarla un poco y, luego, cuando salga ya le digo que se entre, le viene
bien trabajar, ¿te has dado cuenta con que seguridad toma ya las decisiones?
- ¡Si! ha vuelto a ser la misma de antes – sonrío orgullosa de ella.
- ¿La misma, la misma? – preguntó insinuante.
- ¡Germán! – volvió a protestar y él soltó una carcajada tan sonora que casi todos
miraron hacia ellos, incluida Maca – como consigas enfadarla te las vas a tener
que ver conmigo.
- Tranquila que Wilson no se enfadará, si he estado a punto de atarle una guitilla
para que no se nos escape – bromeó – está flotando en una nube.
- ¿Tú crees?
- ¿Tú te has fijado en su cara de tonta? Pero si le ha reído la gracia hasta a Oscar.
- Ya… ¿no te ha parecido raro! y… Sara también está rara, ¿no crees?
- Yo lo que creo es que tú, para no perder la costumbre no dejas de buscarle tres
pies al gato.
- Seré yo – musitó – y lo poco que me ha gustado que Maca alabe a ese imbécil.
- Wilson sabe lo que se hace – sonrió – por si no te has fijado se ha largado sin
echaros una bronca y sin apercibirme por dejaros el jeep.
- Eso si, tengo que reconocer que sabe claudicar cuando cree que no lleva razón.
- Pues eso es lo que hay que ver, niña – sonrió mirando hacia la pediatra -
¿terminas tú el vendaje y recojo yo todo esto?
- Claro – suspiró mirando de soslayo al lugar donde Maca se encontraba.
- No te preocupes tanto por ella, estará bien.
- Tienes razón – sonrió sin tenerlas todas consigo, la conocía demasiado para
saber que con lo orgullosa que era no consentiría en descansar si nadie lo hacía.
Suspiró de nuevo ante la sonrisa burlona de su amigo y se dispuso a terminar ese
vendaje cuanto antes.
Corrió hacia donde se encontraban Nadia y Maca que estaban terminando de atender a
un joven con una herida en la cabeza y un brazo roto.
La enfermera frunció levemente el ceño, segura de que no era así pero delante de Nadia
no quería hacer nada que pudiese indicar que algo había cambiado entre ellas, aunque
mucho se temía que ya era tarde, la cara de la joven mostraba tal perplejidad ante su la
insistencia que se cercioró de haber metido la pata. A pesar de ello, levantó las cejas
inquisidoramente, esperando que Maca la entendiese y le dijese qué le ocurría pero no
fue así y tuvo que dar su brazo a torcer, no tenía tiempo para charlas, Germán la estaba
esperando.
- Allí hay dos chicos que no hemos podido atender – le dijo a la comadrona - solo
tienen unos cortes y golpes, nada serio, ¿os encargáis vosotras?
- Claro, sin problema – respondió solícita – corre que te están esperando – le
indicó señalando a uno de los jóvenes ayudantes que le hacía ostensibles señas a
Esther para que acudiese cuanto antes.
- ¡Uy! ¡no me había dado cuenta! ¡qué vaya todo bien! – les deseo a las dos
volviendo a cruzar la mirada con Maca que permanecía especialmente silenciosa
para su gusto.
- ¡Suerte! – correspondió Nadia.
Esther se alejó de ellas con otra carrera y la pediatra permaneció con la vista clavada en
su espalda deseando que llegase el momento de encontrarse a solas con ella y poder
hacer lo que deseaba más que nada en el mundo, besarla con toda su alma.
* * *
Germán miró el reloj y comprobó que ya era casi la hora de comer. En el patio aún
aguardaban decenas de pacientes, sin embargo parecía más despejado que cuando se
marcharon. Miró a la enfermera y ninguno tuvo que decir nada. Ambos encaminaron
sus pasos hacia el lugar en el que Maca permanecía con un bebé en sus brazos
examinándolo y cruzando unas palabras con su madre que entendía perfectamente el
inglés e incluso lo chapurreaba. Cuando llegaron a su altura la pediatra tendía el niño a
la madre que con grandes gestos de agradecimiento se inclinaba ante Maca que la
despidió con un gesto de complacencia.
- Veo que te las apañas muy bien sola – sonrió Germán sobresaltándola.
- ¡Hola! – exclamó con tanta alegría, clavando sus ojos en la enfermera, que los
dos soltaron una carcajada - ¿Ya estáis aquí? – se sorprendió mirando el reloj -
¡vaya! es más tarde de lo que creía. ¿Cómo ha ido todo? – habló con precitación
intentando disimular. No podía evitar que el ver a Ester le produjera esa
sensación de euforia y cosquilleo en el estómago y estaba segura de que la risa
del médico se debía a que la había descubierto.
- Muy bien – respondió Esther con una sonrisa – Germán no cree que vaya a
haber complicaciones.
- Y a vosotras ¿qué tal os ha ido? – le preguntó el médico.
- Ya ves – suspiró señalando a su alrededor – los más graves ya están todos
atendidos, pero aún queda para rato.
- Sí, quizás en un par de horas hayamos terminado – admitió el médico – tú
deberías entrar y tomar algo, pareces acalorada.
- Se nos ha terminado el agua – dijo encogiendo un hombro – Nadia ha ido a por
más.
- Maca… lo que Germán quiere decir es que ya está bien por hoy, tienes que
descansar – casi le suplicó preocupada y con un tono tan autoritario que la
pediatra levantó el mentón desafiante.
- Los que debéis descansar sois vosotros – saltó con rapidez – acabáis de salir del
quirófano y…
- Wilson – la interrumpió frunciendo el ceño – tómatelo con calma, ¿de acuerdo?
- Estoy bien, no seáis pesados, descansaré cuando terminemos con este grupo y
solo no quedan tres, ya hemos hablado Nadia y yo de ello – se explicó con una
sonrisa – haremos un descanso y luego seguiremos.
- Maca… - intentó protestar la enfermera mirando hacia Germán para que la
apoyase, pero el médico tenía puesta aquella expresión de satisfacción que tan
bien conocía en él y sabía que no iba a obtener de él lo que pretendía.
- Esther… estoy bien – insistió rozándola levemente en el brazo – de verdad – la
miró fijamente y la enfermera supo que no le estaba mintiendo pero eso no era
óbice para que ella siguiera preocupada.
- En ese caso, nosotros vamos a ver a Sara y que nos diga cuál es el grupo por el
que debemos seguir – le dijo Germán.
- Creo que el de la izquierda – se adelantó Maca – de hecho ya les hemos estado
echando un vistazo, hay un chico con un tobillo roto. Pero los demás no tienen
nada serio – les explicó pasándose la mano por la frente.
- Maca, ¿por qué no entras un rato? – insistió Esther, al ver su gesto de cansancio
y escuchar que arrastraba ligeramente las palabras – no debe darte tanto sol,
¿verdad Germán?
- Germán... solo necesito un poco de agua, tengo la boca seca eso es todo –
respondió mostrándose ligeramente impaciente enfatizando y arrastrando el
“todo” – no nos quedará ni media hora – se quejó frunciendo el ceño.
- Bueno… vamos a hacer una cosa, terminas con este grupo y te entras. Ya nos
encargamos nosotros de los que quedan y no admito protestas – le ordenó
señalándola con el dedo, Maca torció la boca a punto de decir algo pero el
revuelo que se estaba armando se lo impidió.
Los tres miraron hacia el portón y vieron como entraba una carreta con varias personas
tumbadas en ella y una decena rodeándola, andando a su par. ¡Otro grupo de
desplazados! pensaron los tres. Maca tuvo la sensación de que era imposible acabar
cuando creía que podrían hacerlo siempre entraba alguien más, Germán y Esther
suspiraron al unísono, se miraron y esbozaron una sonrisa. Perfectamente
compenetrados sabían lo que les esperaba. La enfermera se volvió hacia Maca, que
mantenía la vista clavada en el recién llegado grupo y su rostro era la viva imagen de la
desesperación. “¡Y luego dirá que no esta cansada!”, pensó la enfermera al ver su
expresión.
Con un profundo suspiro, giró la silla y se acercó a una señora mayor que acompañaba a
un pequeño de unos seis años, solo tenía un corte en la espalda y algunas contusiones,
interpretó por los gestos que le hacía la señora que el pequeño se había caído en las
rocas del río pero ya le preguntaría a Nadia cuando volviese. Miró hacia Esther y volvió
a suspirar, ¡estaba deseando quedarse a solas con ella!
Germán y Esther acudieron con presteza a atender a los recién llegados, la mayoría solo
estaban agotados y deshidratados pero el médico separó a tres de ellos y frunció el ceño
al tratar a un anciano, sus síntomas le indicaban un nuevo caso de malaria y por lo que
veía no era el único, como él se encontraba un pequeño de unos tres años y un joven de
unos trece.
La enfermera se enteró que llegaban desde el norte huyendo de las razias de la guerrilla
que se han dedicado a arrasar aldea s saqueando todo a su paso y secuestrando niñas y
adolescentes como cuando estaban en su máximo esplendor.
La enfermera se marchó y regresó media hora después. La sonrisa en sus labios era la
señal del éxito obtenido, lanzó una fugaz mirada hacia donde ya no debía estar Maca
pero comprobó que se equivocaba, la pediatra seguía allí con Nadia y Esther borró su
sonrisa y frunció el ceño, llevaba demasiado rato al sol, debía estar agotada y aquellos
excesos no podían ser buenos para ella.
Esther permaneció en pie miró hacia donde le indicaba el médico y comprobó que debía
haber allí más de una treintena de personas, aguardando ser atendidas.
- Todavía están ahí – comentó señalando hacia Maca y Nadia.
- Ya las veo.
- Germán…
- Ya lo sé… no me lo digas porque estoy de acuerdo contigo, pero creo que ya
están con la última.
- ¿Todavía?
- Se habrá complicado la cosa, confía en Maca, seguro que en cuanto terminen
con ella se entra y descansa. Y si no lo hace te prometo que la entro yo.
- Vaaale – aceptó resignada - ¿seguimos?
- No sé, ¡estoy muerto de hambre! – dijo de pronto el médico sorprendiendo a
Esther que lo miró divertida y a un tiempo extrañada, nunca lo había visto
interrumpir el trabajo, era capaz de comer cualquier cosas mientras seguía
atendiendo pacientes.
- ¿Y cuando no? – le preguntó burlona.
- Deberíamos parar un poco y comer algo. ¿Tú no tienes hambre?
- Pues no mucha, he desayunado bien y anoche… cené demasiado.
- Ya… - sonrió con malicia – cenar…
- Sí – lo miró comprendiendo por donde iba. – cenar, ¿a qué no imaginas dónde
llevé a Maca?
- Pues conociéndote… la llevarías al restaurante del Sheraton, todo pijerío para
compensarla de todo esto.
- No, no – apretó la boca con una sonrisa de suficiencia – ni siquiera cenamos en
Kampala.
- ¿En Jinja?
- Sí – sonrió de tal forma que Germán la entendió al instante.
- No serías capaz de meterla en…
- ¡Sí! ¡las costillas más famosas del país! y le encantaron, repitió tres veces.
- ¡Qué burra eres!
- Pero ¿por qué?
- Joder Esther, eso es demasiado fuerte para ella, si hace dos días que no era capaz
de comer casi sólidos y …
- Pues le sentaron estupendamente y esta mañana ha desayunado más que yo. Y
mírala, ahí sigue, tan tranquila.
- No sí al final verás tú como esta lo único que tiene es cuento - soltó una
carcajada mirando hacia donde Maca y Nadia estaban terminando con la última
chica del grupo – porque yo estoy que me muero por beber algo y descansar, ¿tú
que dices? nos entramos un rato.
- Por mí perfecto, reconozco que también estoy cansada, estos meses de descanso
me han hecho perder la forma.
- Bien, pues… vamos a terminar con estos dos chicos y descansamos un rato.
Coge ahí, sujeta fuerte que voy a ver si consigo ajustar este vendaje…. ¡mierda!
que no hay forma. Anda acompáñalo dentro y que lo hagan en el dispensario, así
no hay manera, de paso te traes más vendas, las vamos a necesitar, ya me
encargo solo del que queda – suspiró – ¡ah! y… pásate por el baño.
- ¿Por el baño? – lo miró desconcertada y el asintió - ¿por qué?
- Porque Nadia acaba de dejar a Maca en él – le dijo enarcando las cejas divertido
- ¿no la has visto pasar?
- ¿Cómo quieres que la vea? – refunfuñó mirando sobre su hombro, efectivamente
ya no estaban allí. Se incorporó y le dio un beso rápido al médico, agradecida
por el aviso. Cruzó unas palabras con el chico para que la acompañase al interior
y se volvió hacia él de nuevo – Y tú ¿qué! ¿no le quitas ojo! ¡estás preocupado!
- Bueno… digamos que me está sorprendiendo agradablemente su aguante,
pero… quiero estar seguro de que está bien.
- ¿Terminas solo? – le preguntó con una enorme sonrisa, solo de pensar que iba a
su encuentro.
- Vete tranquila, esto no es nada – le indicó levantando las cejas y haciendo un
leve movimiento de cabeza en dirección a los baños – anda ve, necesitará ayuda
para salir de allí.
Esther entró en el edificio con precipitación, pensó que Maca estaría en el baño y no en
las duchas y allí se dirigió, efectivamente no se equivocaba. La pediatra estaba en el
último lavabo, haciendo un esfuerzo por refrescar sin ponerse chorreando.
Esther sonrió al ver lo bien que se manejaba sola a pesar de las dificultades que le
ocasionaba el que nada estuviese a su altura. Se acercó a ella sin que la pediatra se diese
cuenta y la abrazó por detrás, posando sus labios en la mejilla y eternizando ese beso
unos segundos, Maca supo al instante de quien se trataba y por primera vez desde que
sufrió el asalto, no se asustó ni se sobresaltó, cerró los ojos e inspiró profundamente,
imbuyéndose de su aroma, disfrutando de aquel contacto y deseando permanecer
abrazada a ella toda la vida.
La pediatra frunció el ceño, “¡vaya! y yo que creía que…”, pensó molesta pero la
sonrisa de la enfermera que se agachó con rapidez y le dio un beso fugaz, hizo que,
inmediatamente Maca se olvidase de lo que iba a decirle, de la protesta que pensaba
formular harta de que los dos estuvieran continuamente pendientes de ella y levantó el
brazo perdiendo la mano en el pelo de la enfermera y atrayéndola hacia ella,
recreándose en un nuevo beso, ese beso que tanto había estado añorando toda la
mañana.
Maca la observaba con una enorme sonrisa en sus labios, pero de pronto la sirena sonó
de nuevo y la sonrisa se borró de su rostro. Esther se detuvo en la puerta y miró hacia
ella segura de que no podría cumplir su palabra.
- Llegan más heridos – le dijo con seriedad – no creo que pueda parar en un rato y
… lo siento, pero… tendremos que …
- Lo sé – respondió con un deje de decepción – no te preocupes.
- Aún tardarán unos minutos – comentó cerrando la puerta y volviendo a entrar,
con la intención de compartir esos minutos con ella, no soportaba ver esa
expresión de tristeza en sus ojos y la tenía desde la primera vez que fue a ver
cómo le iba el día.
- Nadia me ha dicho que vienen de una mina de carbón, del norte del país –
comentó interesada.
- Sí – respondió acercándose a ella con lentitud, ligeramente insinuante pero Maca
parecía no percatarse, con su mente puesta en esos heridos y en lo que había
visto esa misma mañana.
- No entiendo cómo los mandan hasta aquí, los hospitales de Jinja y Kampala le
pillan más cerca, ¿no?
- Siempre están saturados, además nosotros estamos aquí para casos así.
- ¿Y esto no está saturado? – preguntó irónica recordando los esfuerzos que debía
hacer cada vez que era necesario que alguien permaneciese ingresado.
- Germán dice que hace un par de días las lluvias provocaron un corrimiento de
tierras y que no hay plazas libres en ninguno de ellos – le contó agachándose a
su altura – Maca….
- Esther – la interrumpió, a la enfermera le pareció preocupada por algo - esta
mañana… uno de los chicos que he atendido…tenía unas señales extrañas en los
tobillos, como, como de argollas - le dijo mirándola fijamente y la enfermera
supo que Maca tenía la cabeza en otra cosa, se incorporó y se apoyó en el
lavabo, mirándola con seriedad y cruzando los brazos sobre el pecho dispuesta a
satisfacer su curiosidad.
- Si, algunas minas son explotadas en un régimen de semiesclavitud, sobre todo,
las minas de diamantes del sur de El Congo – le explicó con rapidez - Uganda…
participa en la guerra del país y se beneficia de ello.
- Pero… cómo… cómo no …
- ¿Cómo no se denuncia? – la interrumpió imaginando lo que quería decirle con
aire entre resignado y sarcástico.
- Sí, eso – frunció el ceño, pensativa – y si es esclavo en el Congo, ¿cómo ha
llegado ese chico hasta aquí?
- No se denuncia porque todo el mundo lo sabe, Maca, y ese chico habrá huido y
ahora trabaja aquí, en las minas de carbón o en las de coltán... que no es que
sean mucho mejores, pero al menos son libres de hacer lo que quieran. Bueno,
todo lo libre que se puede ser aquí.
- ¿Qué es el coltán…?
- Un mineral – sonrió al verla tan interesada - se usa sobre todo en telefonía
móvil. Ni imaginas qué empresas tienen intereses aquí. Es más, algunas de ellas
alientan las guerras civiles y negocian con gobiernos como el de Uganda para
explotar ciertos yacimientos.
- ¿Qué empresas?
- Pues… Sony, Microsoft, Hewlett-Packard, IBM, Nokia, Intel, Motorola,
Ericsson, Siemens, Hitachi. Bayer, - enumeró con rapidez - se dedican a comprar
los productos y son las peores, ¡mucho más que las que tienen montadas
empresas aquí! porque se dedican a especular e incentivar las guerras.
- No entiendo como los gobiernos no intentan montar sus propias empresas como
desde aquí no… no se frena todo esto como…
- Maca, las peores de todas son precisamente las empresas de aquí.
- ¿Qué quieres decir?
- Que al que se le considera oficialmente, el malo, no siempre es tan malo.
- Pero no entiendo, cómo los gobiernos no impiden que se exploten así a sus
ciudadanos cómo consienten que empresas de fuera…. tengan esclavos y…
habría que denunciar casos así, no sé como no se hace algo para frenar a Estados
Unidos y Reino Unido en la explotación de estas tierras.
Esther soltó una carcajada y la miró con suficiencia, pero le hizo una carantoña
conciliadora para que no malinterpretase su risa.
- No te enfades boba – le repitió con ternura – es que… creo que estás muy
equivocada. Las cosas no son tan simples como las veis allí.
- Pues explícamelas – le pidió esbozando una leve sonrisa.
- ¿Pero… a qué viene tanto interés?
- No sé… - suspiró y a Esther le pareció, de pronto, que Maca parecía muy
cansada - tú, quizás te has acostumbrado a todo esto pero… pero yo… cuando
veo a un niño que no llegará ni a los diez años con esas señales me… me… ¡se
me revuelve el cuerpo! y… no creo que no… que no se pueda hacer nada…
- Ya… – murmuró escudriñándola con atención, no sabía por qué pero tenía la
sensación de que le ocurría algo más que no le decía - ¿es eso solo?
- ¿Te parece poco?
- No, pero… hay muchas cosas, ¡muchas! y… mucho peores que puedes ver – le
dijo avisándola de que debía endurecerse – eres médico, Maca, y deberías estar
acostumbrada …
- Ya lo sé… - musitó bajando los ojos ante su recriminación, sintiéndose
ligeramente avergonzada.
- No te avergüences, cariño – le pasó la mano por el pelo y se agachó dándole un
rápido beso en la mejilla – no pretendía que sonara a reproche, ¡ojala yo pudiera
seguir sintiendo como tú lo haces ahora! – exclamó pensativa y Maca levantó los
ojos hacia ella comprendiendo que aquella vida, que las cosas que había visto y
sufrido la habían endurecido.
- Eh... – le dijo cogiéndola de la mano al ver que se le habían humedecido los ojos
– eh, ven aquí – le pidió tirando de ella – no quería entristecerte solo… saber
qué pasa con esas minas… con esas empresas pero… ¡ven aquí! – la sentó en
sus rodillas y la abrazó – ya está, princesa – la consoló imaginando lo duro que
había sido todo para ella y culpándose por hacerla revivir lo que tanto se
empeñaba en olvidar. Esther se separó y la miró sonriente.
- Soy una tonta, ¡perdóname!
- No, perdóname tú, la tonta soy yo por…preguntar tonterías – sonrió
abiertamente.
- Es normal que quieras saber – dijo con ternura mirando hacia la puerta y
levantándose de sus rodillas – creo que viene alguien – comentó, guardando
silencio. Maca hizo lo propio pera nadie apareció y Esther se volvió de nuevo,
hacia ella.
- ¿Qué querías saber?
- Nada, solo me preguntaba cómo se permite que empresa de fuera vengan aquí,
exploten esto y esclavicen a la población.
- Maca… ya te he dicho que las cosas no son tan simples – comenzó volviendo a
echarse en el lavabo frente a la pediatra - aquí, las empresas de fuera como tú las
llamas, son las únicas que tienen en unas condiciones aceptables a sus
trabajadores. Además, no son ni Estados Unidos ni Reino unido los peores, hace
tiempo que dejaron de ser el principal mercado y explotador de África.
- Entonces…
- Es China Maca, son los chinos los que explotan la mayoría de los países de aquí,
los que arrasan con bosques y selvas en busca de madera, los que están
implantando sus trabajadores cualificados y mantienen conciertos para contratar
a trabajadores locales no cualificados, los hacen trabajar jornadas interminables
y en algunos empresas, como las que se dedican a la minería lo hacen como ya
te he dicho tratándolos como a esclavos. Ni imaginas como son las minas de
diamantes, eso sí que te pondría los pelos de punta.
- Joder, ¡no tenía ni idea! – reconoció mostrándose casi avergonzada por su
ignorancia - ¡de nada!
- Es normal, la mayoría de la gente no se preocupa por lo que ocurre aquí.
Además Uganda es una… digamos excepción, está protegida por Estados
Unidos, aquí no hay diamantes pero se accede fácilmente a ellos por la frontera
con El Congo. Ruanda y Uganda, son los únicos países que reciben ayuda de
muchos donantes para el desarrollo y parte de sus deudas externas fueron
canceladas. Por eso aquí ves mucha más prosperidad.
- ¿Prosperidad? ¿aquí? – preguntó sarcástica, abriendo los ojos
desmesuradamente.
- Si, Maca, tú no sabes lo que es Etiopía, Somalia o El Congo, ahí si que te
agobiarías. ¡Allí no tenéis ni idea de lo que es esto! – exclamó con seriedad y
cierto gesto despectivo - ¡ni idea!
- Eso no es verdad, hay gente que sí pensamos que… ¿porqué crees que concerté
un acuerdo con Médicos sin Fronteras para… para colaborar... para…?
- Maca, ya sé lo que me vas a decir – volvió a interrumpirla consciente de que la
había malinterpretado – pero no me refiero a eso – me refiero a lo que ocurre
ahora y no de lo que pasaba hace siglos, eso ya no tiene casi nada que ver con la
realidad. No estaba hablando de las condiciones de vida eso ya sé que sí os
preocupa a muchos.
- Entonces… no entiendo como los gobiernos de aquí consienten…
- Son los nuevos ricos africanos los que explotan a sus paisanos, son ellos los que
los dejan literalmente matarse por conseguir un mísero diamante, mientras ellos
esperan en sus cochazos perfectamente trajeados, para comprarlo por cuatro
duros y especular con ellos.
- No entiendo…
- El comercio de diamantes debería estar regulado, hay pasases que lo han
intentado y lo han conseguido pero en otros es el propio gobierno, a través de su
ejercito el que controla el circuito, y el que explota a sus gentes.
- Pero eso es…
- Horrible, ya lo sabemos, hay muchas cosas de aquí que lo son, y que no se
conocen.
- Pero yo creía que el imperialismo colonial era el que…
- Fue, Maca, hoy las cosas han cambiado. Se han derrocado gobiernos solo por la
lucha del circuito, ¿por qué crees que hay guerrillas con las que no se logra
terminar! ¿de donde crees que sacan las armas! ¡pero si hasta se conoce que el
grupo palestino de Fatah es uno de los controladores del circuito de diamantes.
- Pues… - Maca bajó los ojos, perpleja, asombrada, acongojada y ligeramente
avergonzada por toda su ignorancia de aquella tierra, que cada vez se le antojaba
más bella, misteriosa, terrible y sobrecogedora, y que cada vez necesitaba más
conocer – habría que hacer algo – musitó casi sin fuerza.
- Bueno… ahora lo que tendrías es que descansar un poco y no preocuparte tanto
por cosas que están por encima de tus posibilidades.
- Pero nuca lo habéis intentado! digo… hacer algo... denunciar… no sé – la miró
con tanta desesperación que Esther se enterneció.
- Nosotros solo podemos paliar algunos efectos de esas torturas a los que los
someten en las minas, denunciar algún caso y poco más. Hacemos lo que
podemos.
- Pero es…. poco, ¡muy poco! – exclamó con las lágrimas saltadas….
- ¿Se puede saber qué te pasa? – se atrevió a preguntarle sin rodeos – porque tú no
estás así solo por eso.
- Nada que… me... impresiona todo lo que me cuentas que… - respondió esquiva.
- No me refiero a ahora, no a todo lo que te he contado, me refiero a antes…
- ¿Cómo antes?
- Hace horas que te veo… sensible – le dijo manifestándole sus sospechas - ¿te ha
pasado algo con Nadia?
- ¡No! claro que no, es una chica encantadora, ¿por qué crees eso?
- Entonces porqué estás… triste.
- No estoy triste es que… - miró hacia abajo, era increíble cómo Esther era capaz
de adivinar sus sentimientos – es la chica de ayer, al final tenía malaria y….
- Ha perdido al niño – adivinó sin necesidad de que ella le contara nada.
- Si – suspiró abatida.
- Era de esperar Maca, cuando no se coge a tiempo, es lo normal, y suerte si
consigues salvarla a ella.
- Ella sí, yo creo que se salvará. Pero… Nadia me dijo que nunca habían perdido
un niño y yo…
- Maca… eso que te dijo se refiere a las madres que vienen aquí desde primera
hora, las que aceptan escuchar las charlas en las aldeas y admiten un
seguimiento, no las madres que llegan sin revisión alguna con más de veinte
semanas de gestación y ya enfermas – sonrió con suficiencia – te aseguro que
puedes darte por satisfecha de haber salvado a la chica.
- Pero…. si ayer yo… hubiese sido más…
- Ayer tomaste la decisión más adecuada, cariño, te tienes que acostumbrar a que
aquí… las cosas son… diferentes a que…
- Da la sensación de que la vida de una persona no vale nada, de que…
- Es que no lo vale, Maca, ya te lo dije.
- ¿Sabes? antes me estaba acordando del día que te enseñé mi coche y… ¡me da
tanta vergüenza!
- Serás tonta - se agachó y la besó levemente – Maca... – suspiró clavando sus
ojos en ella – has hecho todo lo que has podido y lo has hecho muy bien.
- Pero se puede hacer mucho más… si hubiera un laboratorio en condiciones y
personal para hacer las analíticas, si pudiéramos…
- Maca….
- Ya… el dinero.
- ¡Exacto! Y no le des más vueltas, cariño, tú no tienes culpa alguna de que haya
perdido al bebé. Y no va a ser el único caso, en la carreta que ha llegado hay un
par más con malaria y un niño que casi seguro también la tiene.
- No entiendo porqué no usan las mosquiteras, ¿para qué las repartís?
Esther la miró y sonrió, intentando decirle que no se preocupase tanto por todo, que
debía ir adaptándose a todo aquello poco a poco y tomarse las cosas con más calma
como ya le decía Germán, pero no le dijo nada de aquello, no quería incidir en su
malestar y sabía que esas palabras solo contribuirían a contrariarla.
- Anda ven aquí, mi amor – le dijo tirando de la silla - refréscate un poco y deja de
pensar en ello, ahí fuera sí que hay gente a la que puedes ayudar, aquí no
podemos pararnos a pensar en eso. No hay tiempo.
- Vale - aceptó – lo intentaré.
- Ya verás como te acostumbras – le dijo comprensiva.
- ¡Gracias!
- ¿Gracias, por qué? – la miró extrañada.
- Por escucharme y por… conocerme.
- ¡Ay! – suspiró enternecida - ¡Si en el fondo eres una tontona, con esa fachada de
dura y estirada y…! - bromeó haciéndole una carantoña.
- ¡Oye! – la interrumpió - ¿estirada yo! ¡será posible! – protestó haciéndose la
ofendida, Esther soltó una carcajada.
- Anda vamos, que ya deben estar echándonos de menos y los heridos deben estar
a punto de llegar, no puedo dejar a Germán más tiempo solo.
- Entonces… ¿vais a parar para comer? Nadia me ha dicho que nosotras
parábamos ahora, aunque si llegan más heridos… quizás….
- Si, en cuanto terminemos con el chico que está examinando Germán, pararemos
un rato. Pero tú, no es que vayas a parar, tú es que vas a comer y descansar –
casi le ordenó dirigiéndose hacia la puerta.
- Bueno eso… ya lo veremos. Hay mucha gente esperando – respondió yendo tras
ella.
- Sí que la hay – admitió, con la mano en el picaporte, mirándola seriamente por
encima del hombro - y tú no querrás ser uno de ellos, ¿no?
- No seas exagerada que yo ya estoy bien.
- Maca – se detuvo y la observó – te lo digo en serio, por la tarde el calor es
insoportable. No puedes estar al sol, cariño.
- Vale – aceptó – la verdad es que me vendrá bien descansar. Iré a echarle un
vistazo a Josephinne y a la chica de la malaria, por cierto, que ni siquiera sé
como se llama – reconoció casi avergonzada.
- Descansar Maca, es descansar, nada de echar una mano en maternidad ni ir de
ronda.
Salieron del baño y Esther se situó a su espalda ayudándola a bajar el par de escalones
de acceso. El fuerte sol las golpeó de lleno, las dos hicieron un gesto de contrariedad y
la pediatra se pasó la mano por la frente, dispuesta a hacerles caso y permanecer toda la
tarde en el interior de los pabellones.
“Yo qué te he dicho”, dibujaron sus labios sin que pronunciara palabra, recriminándola
por esas muestras públicas de afecto, al final iba a conseguir que alguien se diese
cuenta. Maca enarcó las cejas, encogió los hombros y soltó una carcajada, perdiéndose
hacia el interior del comedor.
* * *
Cuando Esther llegó junto a Germán el médico ya estaba separando por orden de
gravedad a los recién llegados.
- ¿Dónde te habías metido? – le preguntó con una media sonrisa al verla llegar.
- Donde tú me dijiste – respondió con rapidez, devolviéndosela - ¿son muchos?
- ¡Demasiados! – exclamó con cansancio.
- Germán, debes descansar un poco – le dijo con cariño, él la miró y torció la boca
en una mueca de resignación.
- Aquél chico de allí, ve cogiéndole una vía – le pidió sin responder a su
recomendación.
- ¿Hay que operarle?
- Sí, prepáralo todo.
- ¿Alguno más?
- No sé, aún no he terminado – respondió auscultando a otro joven que parecía
tener dificultades al respirar.
La enfermera obedeció, cogió la vía y dio las indicaciones oportunas para que
trasladasen al chico al interior, se marchó con él y preparó todo en quirófano. Luego,
acudió de nuevo junto a Germán.
Pero cuando salieron de quirófano los dos tuvieron la impresión de que en la explanada
había más gente que antes. Y que los distintos grupos en vez de disminuir habían
aumentado. Esther suspiró, incapaz de marcharse de allí dejando a sus compañeros con
todo aquel panorama. Miró a Germán y él comprendió que nos se marcharía. Se
acercaron a Sara y se pusieron con ella a terminar con el grupo de los heridos en la
mina. Durante una hora trabajaron sin descanso y casi sin hablar, el cansancio
comenzaba a hacer mella en ellos, pero por fin parecía que la explanada iba quedándose
más y más vacía, y que el fin de la jornada podía llegar antes de lo que esperaban.
* * *
Unas decenas de metros mas allá, Nadia atendía a una anciana que presentaba una
quemadura en la mano, mientras Maca, auscultaba a un bebé. La matrona curó y vendó
la mano de la anciana y se volvió hacia la pediatra, que ya había terminado con el
pequeño.
- Está muy bien – le dijo tendiéndole al niño con una sonrisa – no parece que
tenga nada, ¿por qué lo han traído?
- Nació prematuro y le recomendamos que lo trajese a revisión – respondió
entregándoselo a su madre y despidiéndola, contenta de ver que el pequeño
evolucionaba bien.
- Con este calor no deberían traerlos si no les ocurre nada – le aconsejó.
- Es difícil convencerlos para que los traigan, y ni te cuento implantar horarios –
dijo volviéndose hacia ella con una sonrisa cada vez se encontraba más a gusto a
su lado - ¡Maca! – exclamó mirándola - ¡te sangra la nariz!
- Eh… - se sorprendió llevándose una mano a ella, ni siquiera lo había notado – es
verdad – afirmó buscando en el bolsillo un pañuelo.
- Espera, déjame a mí – se ofreció solícita inclinándole la cabeza hacia adelante y
presionándole con el dedo índice y el pulgar el tabique nasal – ¿te pongo un
taponamiento?
- No, tranquila, no es nada, con el pañuelo se me cortará - le dijo retirándose del
grupo seguida de la comadrona – sigue tú, yo estoy bien, en cuanto pare voy yo
– le pidió sin querer llamar la atención.
- Deberías entrar – le recomendó recordando lo que Germán le dijera de ella, y
viendo que cada vez sangraba más, desobedeciendo, se acercó a ella y, con
decisión volvió a inclinarle la cabeza – no te incorpores que es peor – le dijo con
firmeza - déjame, por favor, que te vas a poner perdida.
- No es nada – insistió apartándola con suavidad.
- Creo que es mejor que entres – volvió a repetirle – solo quedan dos chicas y yo
puedo examinarlas sola.
- Sí, creo que sí – aceptó, levantando la cabeza y comenzando a sentirse
ligeramente mareada – será lo mejor.
- ¡Maca! – llegó casi sin resuello más por el nerviosismo que por la carrera –
Maca… qué…. qué pasa.
- Le sangra la nariz – explicó Nadia obligando a la pediatra a mantener la cabeza
agachada cuando hizo el intento de incorporarse para verlos – no es nada, ahora
le pongo un taponamiento.
- Nadia, gracias, déjame a mí – pidió Germán apartando a la chica y, levantándole
levemente la cabeza a la pediatra, para que la mantuviese por encima del
corazón, pero manteniéndola inclinada hacia delante y siendo él el que siguió
presionando en el tabique nasal – Esther humedece una gasa que…
- Germán que no hace falta, si… ya apenas sangro… - intentó negarse a que le
hicieran nada.
- Lo que hace falta lo decido yo – la interrumpió tan cortante que todas guardaron
silencio – Esther esa gasa – la apremió con autoridad.
- Toma – se la tendió con presteza mirando con aprensión la cantidad de sangre
que había en el suelo. Había visto miles de veces casos similares pero éste era
distinto, esa sangre era de Maca y eso a ella la desesperaba. Sabía lo que podía
significar un sangrado de nariz en una persona con sus antecedentes clínicos y
sentía pánico solo de imaginar la mejor de las opciones.
- Presiona tú aquí, Esther – le pidió, incorporando a Maca, e introduciendo el
taponamiento - ¡Esther! ¡espabila!
- Sí, sí – respondió apretando en el mismo punto en el que estaba presionando
Germán, mirando a la pediatra con aprensión, le parecía que tenía muy mala cara
- ¿qué te pasa, Maca? – le preguntó, con el pánico reflejado en su mirada, al ver
que estaba muy pálida y que permanecía con los ojos cerrados.
- Nada, ya os lo ha dicho Nadia, solo me ha sangrado la nariz – respondió con
hastío.
- A ver, Wilson… abre los ojos y mírame – le pidió comprobando su reacción al
levantar la cabeza - ¿te mareas? ¿te duele la cabeza? ¿tienes ganas de vomitar?
- No me mareo – respondió secamente, palideciendo aún más y cerrando de nuevo
los ojos, demostrando que mentía – ni me duele la cabeza, estoy bien.
- Wilson no me mientas.
- No me duele la cabeza, Germán – respondió frunciendo el ceño – y… me mareo
un poco pero es normal, llevo a pleno sol más de dos horas, quince minutos con
la cabeza hacia abajo, es normal que al levantarla me maree un poco – respondió
con genio y el médico sonrió al ver que no parecía ni desorientada ni confusa -
se… puede saber ¿qué hacéis aquí los dos? – musitó mirándolos y pasándose
una mano por la frente – hay gente esperando.
- Debe ser del calor – intervino Nadia sorprendida de tanto revuelo solo por un
simple sangrado de nariz – debería entrar y… echarse un poco de agua.
- Sí, Nadia tiene razón, Wilson, vamos dentro, a pesar de todo quiero echarte un
vistazo.
- No es nada, Germán, ya casi no sangro – repitió exhalando un suspiro de
impaciencia.
- Maca, por favor, ¡vamos dentro! – le suplicó Esther con tanta desesperación que
la matrona la miro extrañada.
- No os preocupéis tanto, es algo que me ocurre de vez en cuando – reveló
consiguiendo que Germán adoptase un aire pensativo y frunciese el ceño
contrariado, nunca le había contado nada de eso ni lo había leído en su
expediente – solo me ha dado demasiado sol.
- Sí, puede que tengas razón, por eso vas a entrar, ¡ya! – le dijo Germán, en un
tono tan autoritario que Maca lo miró sorprendida – y me vas a contar con
detalle eso de que te ocurre de vez en cuando.
- ¡Y encima no te has puesto el sombrero! – protestó Esther mostrando su enfado
sin disimulo alguno - ¿cómo hay que decirte las cosas? - le recriminó sin
tapujos.
- Esther, no empieces – la cortó bruscamente.
- Bueno, bueno, vamos a calmarnos – pidió Germán con una sonrisa intentando
que no se enfrascaran en una discusión delante de todos – y tú, Wilson, hazme
caso y ve a darte una ducha y a descansar. Ahora voy yo a ver si esto se debe a
algo más que al sol.
- Yo la acompaño – se prestó Nadia solícita.
- Bien – aceptó Germán que rápidamente se dio cuenta de la mirada que le estaba
echando la enfermera al ver cómo permitía que Maca se marchase con la
comadrona – un momento Nadia, necesito hablar contigo – le pidió – Esther ¿te
importa acompañar tú a Maca?
- Claro pero ¿y los heridos? – preguntó la enfermera, en un intento de disimular su
interés en ser ella quien la acompañase, ganándose una mirada recriminatoria de
Germán que iba acompañada de una mueca de impaciencia, ¡no era momento de
juegos!
- Sal en cuanto puedas, y tú Wilson, sigue presionándote cinco minutos y si en
diez no se ha cortado la hemorragia me llamas – le dijo enarcando las cejas y
volviéndose hacia la matrona – Nadia ¿puedes hacerme un favor? – le preguntó
al tiempo que le indicaba a la enfermera con la mano que cogiese a Maca y la
entrase.
- Claro, tú dirás.
- ¿Ocurre algo? – acabó preguntando la chica al ver que el médico no le pedía ese
favor y se mostraba con un aire hosco.
- Eh.. no nada – respondió pensativo.
- Querías hablar conmigo – le dijo en un tono tan temeroso que él la miró y
sonrió, aliviando a la chica que se temía alguna reprimenda, por no haber estado
pendiente de Maca.
- Solo quiero pedirte un favor – le reveló bajando la voz – no pongas esa cara
mujer – sonrió afable – no es nada serio.
Nadia le devolvió la sonrisa y respiró aliviada esperando a conocer que era lo que ella
podía hacer por él.
* * *
Esther entró en los baños con precipitación y se acercó al lavabo, mojó el pañuelo y, en
silencio, se lo pasó por la frente y la cara, limpiando los restos de sangre seca y
mostrando en su expresión el miedo y la preocupación que sentía.
- Ven – le dijo con cierta brusquedad – Germán quiere que te tome la tensión y la
temperatura.
- Pero… ¿para qué! ya os he dicho que estoy bien.
- ¿Para qué va a ser Maca? – respondió cortante – deja de quejarte y déjame que
haga lo que tengo que hacer – habló con seriedad y el ceño fruncido.
- Ni tengo fiebre, ni tengo la tensión alta, ¡si lo sabré yo! – exclamó con una
sonrisa conciliadora que no obtuvo la respuesta que deseaba.
- Sí, tú lo sabes todo, por eso te pasa lo que te pasa – refunfuñó entre dientes y la
pediatra no pudo evitar una sonrisilla de satisfacción, sabía que esa actitud solo
era muestra de su preocupación.
- Esther… - comenzó a decirle pero la enfermera la silenció con decisión.
- Chist, calla y no te muevas – le ordenó quitándole el peto y apretándole la goma
en el brazo – ya veremos si tienes o no razón.
Maca la observaba con cara de circunstancias, sabía que estaba enfadada con ella por
haber desobedecido y sabía que le había hablado con brusquedad y se arrepentía de
haberlo hecho, además no soportaba la idea de discutir con ella o de que Esther se
enfadase de verdad. La veía tan agobiada y molesta que se decidió a hacerla cambiar de
humor.
Esther no pudo contenerse y se recreo en ese beso que también anhelaba, separándose,
mirándola y volviendo a besarse cada vez con más intensidad. Las manos de la pediatra
comenzaron a recorrer su espalda con lentitud y Esther dejó escapar un leve gemido.
Volvieron a separarse, sus ojos enfrentados en una batalla dialéctica donde el silencio
enmarcaba el momento, como preámbulo de lo que ambas pensaban, de lo que ambas
anhelaban y deseaban cada vez con más intensidad, un silencio que las hizo cómplices
de su amor, sonrieron y se besaron de nuevo, con parsimonia, deleitándose la una con la
otra, disfrutando de la mirada puesta en la otra, descubriendo el deseo mutuo, sintiendo
que no había nada más maravilloso que amarse en silencio.
Maca aprovechó que Sara les dio la espalda, para hacerle un gesto a Esther de que
saliese, “Vete”, dibujaron sus labios mientras le señalaba la puerta. La enfermera la
miró con gesto interrogador, y negó con la cabeza, pero Maca insistió y Esther, volvió a
negarse con un gesto “ni lo sueñes”, respondió. “Por favor”, pidió Maca de nuevo
indicando con la cabeza hacia Sara con la intención de que comprendiese lo que
pretendía y Esther, ligeramente mohína, pareció aceptarlo.
Sara se encogió de hombros, apretó los labios en una mueca de desencanto y a Maca le
dio la sensación de que incluso le temblaba la barbilla.
- Sara, ¿qué ha pasado esta maña? – insistió segura de que Oscar había vuelto a
amenazarla.
- Le… le insinué que lo iba a denunciar y se ha reído de mí.
- Será imbécil, tú deja que se ría, a ver quien se ríe más cuando termine todo esto.
¿Qué es lo que te ha dicho?
- Se ha reído – musitó – me ha preguntado que si lo iba a denunciar como la otra
vez y ha soltado una carcajada. Me…. me ha dicho que lo haga, que me estará
esperando, que voy a escuchar sus risas toda la vida.
- Eso habrá que verlo – saltó mostrando una mirada tan furibunda que Sara no
pudo evitar pensar en lo poco que la conocía y en que no querría tenerla de
enemiga - ¿qué más ha dicho?
- Dice que nadie me va a creer, que si nadie me creyó la otra vez, esta vez menos.
- Eso no es así.
- Dice que él tiene una reputación, que no se le conoce relación alguna, que jamás
ha dado un escándalo y que yo…
- Tú qué…
- ¿Qué va a ser, Maca! ¡Que estoy embarazada! – exclamó alterada, levando la
voz y frotándose las manos nerviosa.
La joven la miró fijamente y suspiró, se llevó una mano al costado e hizo un leve gesto
de dolor.
Maca asintió, incapaz de protestar después de haber estado ella aconsejándole lo que
debía hacer, se despidió y salió de los baños cruzó el pasillo y entró en las duchas, con
la esperanza de que Esther se hubiese entretenido y le diese unos minutos de más,
porque era imposible que allí, y sin medio alguno pudiese terminar de ducharse en cinco
minutos.
* * *
Mientras, en la explanada central, Esther había llegado corriendo junto a Germán, que
levantó la vista al sentirla aproximarse, se levantó de un salto temiendo que a Maca no
se le hubiese cortado la hemorragia.
Tras examinarla y comprobar que no tenía nada serio, el médico le indicó a su madre
que entrase en el pabellón con el papel que él le había dado, después se volvió hacia
Esther.
Un par de horas después Esther y Germán habían terminado con el último de los
pacientes de su grupo. El médico, le pidió que fuera en busca de la pediatra mientras
ellos terminaban de recoger, quería salir cuanto antes y regresar al campamento. Esther
corrió en busca de la pediatra, estaba deseando ver como se encontraba.
Maca sonrió, y suspiró. No le gustaban esos sueños en los que andaba, según Vero eran
un paso atrás en su recuperación pero lo cierto es que este había sido diferente.
Simplemente ella era la de antes, sin miedos, segura de sí misma, compartiendo su vida
con Esther, feliz. Ni siquiera se había sentido frustrada al despertar, muy al contrario,
sentía que todo era posible, incluso, quién sabía, si hasta lograr levantarse de esa silla,
pero lo más importante es que por primera vez desde el accidente, realmente le daba
igual que no fuera así. Esther había logrado que se sintiese tan plena que por fin sentía
que no le importaba. La miró con tal expresión de agradecimiento, veneración y deseo
que la enfermera soltó una carcajada, se situó a su espalda dispuesta a empujarla, se
agachó junto a su oreja y susurró.
* * *
Dos horas después, el convoy entraba en el campamento, tras un viaje tranquilo y sin
ningún tipo de sobresalto. Maca no dejaba de sorprenderse de que fuera más seguro ir
solo en un jeep, que formar parte de una caravana. Pero Germán insistía en que los
asaltantes buscaban parte de los suministros que llevaban y que por eso era necesario ir
juntos y protegidos por el ejército.
Al cerrarse los portones, Francesco, que los estaba esperando, salió a su encuentro.
Esther le explicó a Maca que era lo habitual, solía darles el correo que había llegado e
informarles de las llamadas que habían tenido, si es que había habido alguna. Cuando
descendieron del vehículo el italiano se dirigió directamente hacia la pediatra.
- Pero no te vayas a dormir… - la señaló con el dedo burlón y Maca supo que
Esther ya le había contado lo sucedido en el campo de desplazados.
- No – respondió girando la silla.
Germán le echó el brazo a Esther por encima del hombro y ella lo abrazó por la cintura
haciéndole a Maca un gesto de despedida. Pero cuando estaba apunto de marcharse con
él, Maca la llamó.
* * *
La cena discurrió con tranquilidad, entre comentarios del día, satisfechos por el trabajo
realizado, contentos de que todo hubiese ido bien y de que la epidemia de malaria
pareciese controlada. Entre charla y bromas, la enfermera no le quitaba ojo a Maca que
parecía agotada, comía con desgana y le costaba trabajo mantener la conversación con
Sara que se había sentado a su lado. La chica se levantó para ir al baño y Esther
aprovechó para dirigirse a ella.
Maca asintió, sin responder apartando con el tenedor pequeños montoncitos en el borde.
Sara se despidió de los demás y salió. Todos permanecieron terminando de cenar unos
en silencio y otros volviendo a sus conversaciones.
- Maca no hace falta que te quedes hasta el final, puedes irte a la cama cuando
quieras – la sacó de sus pensamientos.
- Ya lo sé – la miró levantando una ceja interrogadora - ¿quieres deshacerte de
mí? – le preguntó burlona.
- ¡Claro que no! – sonrió – pareces tan cansada que…
- Estoy empezando a hartarme de que me tratéis con tanta consideración – le
respondió bajando la voz - si estoy cansada no es porque esté enferma, es porque
no dormí nada en toda la noche y porque me ha sentado fatal el rato que me he
echado en el cuarto de Nadia, y ni te cuento cuando habéis entrado a
despertarme para venir a cenar.
- Tenías que descansar Maca.
- Pero me sienta fatal que me despierten – sonrió maliciosa – y que ni siquiera me
compensen – bromeó recordando lo a poco que le habían sabido los besos que se
dieran.
- Te prometo que esta noche te dejo dormir – le dijo haciéndose la desentendida
sin caer en su trampa ni mostrar que había captado su indirecta.
- ¡De eso nada! – exclamó directamente mirándola a los ojos con tanta picardía
que Esther soltó una carcajada y Maca se acercó a ella susurrando - llevo todo el
día esperando que cumplas tu promesa.
- Tranquila que la cumpliré – le dijo devolviéndole la mirada - pero esta noche
toca descanso.
- Esther… - protestó frunciendo el ceño en una mueca de descrédito.
- ¡Órdenes del médico!
- ¿He oído médico? - preguntó Germán inclinándose por encima de Esther para
ver a Maca, con una sonrisa burlona - ¿Habláis de mí?
- Pues mira, sí, aquí tu Wilson – comenzó Esther con sorna – que tiene ganas de
jarana y no quiere meterse en la cama.
- Yo no he dicho que no quiera meterme en la cama – saltó con retintín y doble
intención, consiguiendo sonrojar a la enfermera – solo que no quería dormir aún.
- Estupendo, entonces ¿nos tomamos un cafelito rápido? – propuso Germán
ilusionado.
- ¡Lo estaba deseando! – exclamó Maca que desde de que llegara había albergado
la esperanza y el deseo de sentarse en el porche como hacían ellos dos.
- ¡Tú no! – dijeron al unísono.
- No pienso acostarme a la hora de las gallinas – amenazó – sé lo que estáis
pensando y os puedo asegurar que os equivocáis. No estoy tan cansada. ¡Quiero
mi café!
- Era una forma de hablar, Wilson – continuó Germán – quien dice un café, dice
un vasito de agua.
- ¿Agua? ¡ni lo sueñes!
- Agua, zumo, limonada… - enumeró Esther risueña – pero tú si que no sueñes en
tomar café. Si me hubieras dejado esta mañana, me habría traído el descafeinado
y… ahora….
- Un poco nada más no me va a sentar mal, ¿te ha dicho Esther la tensión que
tenía?
- Si me la ha dicho, pero nada de café – la señaló con el dedo.
Cuando llegaron a la cabaña, Esther dejó a Maca en el rellano y se sentó junto a ella en
el último escalón.
Esther clavó sus ojos en él, había visto su guitarra pero jamás había consentido en tocar
nada para nadie y ahora llegaba Maca y a la primera que se lo pedía iba a tocar.
- ¡Si supieras la de veces que le he pedido que toque algo! – comentó mostrando
su asombro – y tú lo has conseguido así, sin más.
Maca no respondió y Esther la miró extrañada, le pareció ausente y sin poder evitarlo se
preocupó ante aquellos ojos perdidos en el vacía, sin saber qué le ocurría, de pronto
parecía triste, pero la mente de Maca había volado al día en que Adela la llamó llorando
y diciéndole que Germán se marchaba definitivamente, ella intentó calmarla diciéndole
que sería un arrebato de los suyos, que lo entendiese, necesitaba tiempo para asimilar
que lo hubiese engañado, pero que seguro que volvía y Adela sentenció con aquella
frase que había vuelto a su mente “se ha llevado su guitarra, Maca, ¡su guitarra!”.
- Maca… ¿estás bien? – le preguntó al verla tan absorta, temiendo que las
sospechas de Germán fueran ciertas.
- Eh… sí, si, perfectamente – respondió casi ausente.
- ¿Seguro? – la miró incrédula - ¿por qué no te vas a la cama! pareces cansada.
- Estoy bien, Esther – le dijo con tan poco convencimiento que la alertó aún más.
- Hoy ha sido un día largo, ¡muy largo! y no tienes por qué demostrar nada – le
sonrió posando su mano sobre las de la pediatra que solo la miró sin responder –
cariño….
- Lo sé, Esther, pero estoy bien y no me importa quedarme un rato, es más, tenía
muchas ganas de hacer esto con vosotros, ¡si supieras la de veces que lo he
deseado cuando os escuchaba hablar aquí fuera!
- ¿Y por qué no lo dijiste? – sonrió ante esa confesión.
- Porque estaba hecha una mierda – reconoció – una cosa es que lo desease y otra
que tuviese fuerzas para hacerlo.
- ¿Y ahora las tienes?
- ¿Lo dudas? – le respondió insinuante, disipando el temor de la enfermera y
ganándose una picarona sonrisa de ella.
- Lo has pasado mal, ¿verdad?
- A veces sí, pero… ¡ha merecido la pena! – exclamó haciéndole una carantoña en
la mejilla, mirando fijamente sus labios.
- Maca… - la recriminó echándose hacia atrás, al ver que todavía había gente
pasando de un lado a otro del campamento y temiendo que la besara allí mismo.
- Perdona, se me olvida que no podemos …
- No te pongas melosa y no me cambies de tema – le dijo con seriedad - No me
hace nada de gracia la hemorragia que has tenido y deberías tener cuidado y… –
se interrumpió ante la cara de Maca que había enarcado una ceja y la mirada
entre molesta y burlona – vale, vale, no insisto pero yo… me puedo tomar un
café rápido con Germán y en seguida entro.
- ¡De eso nada! quiero escuchar tocar a Germán, se lo he pedido, Esther.
- Pero yo le puedo decir que estás cansada y que…. – se interrumpió de nuevo al
ver que Maca apretaba los labios en un gesto característico de impaciencia -
Digas lo que digas tienes mala cara.
- Empiezo a pensar que lo que ocurre es que te estoy estorbando aquí – sonrió
maliciosa a sabiendas de que eso provocaría lo que deseaba y sin ninguna gana
de discutir con ella – y quieres para ti solita a tu Germán. Si ya me ha parecido a
mí en la cena que tú lo que andas buscando es…
- No voy a picar – sonrió interrumpiéndola – y sí, has acertado, ¡me estorbas
mucho! – le susurró en la oreja cediendo - ¡mucho! – enfatizó burlona dispuesta
a reírse a su costa, pero la tos de Germán la hizo incorporarse.
El médico que las había visto a lo lejos, disimuló para que lo escucharan llegar. Se sentó
en el segundo escalón con una pierna doblada y apoyada en el primero y la otra en el
suelo y se giró hacia ellas con una sonrisa.
- Listo – dijo, sacando una pequeña petaca, ofreciéndole a Esther con un gesto al
que la enfermera respondió con una negativa y vertiendo parte del contenido en
su taza para dar acto seguido un pequeño sorbo – ¿qué quieres escuchar? – le
preguntó a Maca clavando sus ojos en ella de tal forma que Esther
repentinamente recordó la conversación que tuvo con él la primera noche en que
llegaron al campamento, cuando le confesó que habría sido de los pocos novios
que Maca presentó a sus padres.
- ¡Vaya! y yo… ¿no puedo pedir nada? – preguntó la enfermera haciéndose la
dolida y ofendida.
- Claro que sí, pero… ¡las invitadas primero! – le dijo Germán.
- Ya... las invitadas – respondió la enfermera con retintín – por cierto, ya en serio,
desde el día que llegamos quiero preguntaros algo – continuó la enfermera – y
ahora que estamos aquí los tres…
- ¿Qué? – preguntó Maca interesada a la par que sorprendida.
- Pues… ¿qué es eso de que fuisteis novios?
Germán, que también se dio cuenta de cómo se había violentado la pediatra, comenzó a
tocar, con suavidad una melodía lenta que Esther no identificaba y que ayudó a disipar
la tensión que se había originado. Maca se abrazó así misma escuchándolo, él levantó
un instante la vista y le guiñó un ojo con complicidad, viendo que a Maca se le
humedecían los suyos, mirándolo agradecida.
Esther observó el cuadro y no pudo evitar un gesto de desamparo que Maca captó con
rapidez, la vio fruncir el ceño y supo que se sentía al margen de todo aquello, fuera de lo
que ellos dos recordaban y compartían. Inmediatamente, extendió la mano y le tomó la
suya a Esther, lanzándole una cálida sonrisa que reconfortó a la enfermera disipando esa
sensación de estar de más que había experimentado.
Germán las observó divertido y comenzó a tocar con suavidad otra melodía, también
desconocida para Esther, pero que se le antojaba preciosa. Maca sonrió enternecida de
nuevo.
Esther los miró y sonrió para sus adentros. Nunca había escuchado aquella melodía que
se le antojaba preciosa, ligeramente triste, pero preciosa. Germán continuó tocando y
ellas escucharon en silencio.
La oscuridad de la noche, rota levemente por los tenues focos del campamento y las
notas que fluían de la vieja guitarra de Germán, con una cadencia pausada, los rodeaban
y se extendían creando un ambiente especial, diferente al de cualquier noche,
consiguiendo que los tres sintieran esa magia, que brotaba de forma suave y calmada de
aquella guitarra y que, lentamente, iba transmitiéndose de alma a alma. Germán paró un
instante y sonrío, imbuido como ellas de esa sensación y disfrutando de poder
compartirla con ellas.
- Para que lo sepas, Esthercita – comenzó a hablar mirándola de forma
melancólica, soñadora y a la par divertida - aquí la fría y dura doctora Wilson,
me hizo casarla con su amiguita Adela, y ésta fue la música de su… boda –
recalcó con retintín.
- ¡No seas payaso, Germán! – exclamó la pediatra mirando alarmada a Esther que
la observaba con un gesto mezcla de sorpresa, curiosidad y ligero enfado. ¡Maca
jamás le había hablado de ello! Ni siquiera en aquellos años en los que le
aseguró haberle contado todos sus secretos.
- Me tuvieron tocándoles más de dos horas…. – continuó con tono de broma –
mientras ellas…
- ¿Es en serio? – preguntó Esther cortándolo y mirando a Maca con gesto
interrogador.
- ¡Claro que no! – exclamó la pediatra mirando a Germán con el ceño fruncido
haciendo una inclinación recriminatoria con la cabeza - se está burlando de ti.
Nos juntábamos en casa, cuando mis padres estaban de viaje y Germán se
llevaba la guitarra…
- Y vosotras os besabais cuando creíais que estaba tan borracho que no me
enteraba. Y os reíais a mi costa – reveló enarcando las cejas y entornando los
ojos.
- Eso si, no lo voy a negar – sonrió Maca recordando aquellos tiempos en los que
los tres eran inseparables.
- Y bailabais agarraditas y…
- ¡Germán! – protestó Maca y el médico guardó silencio con un gesto de
circunstancias mirando a la enfermera.
- Sigue, sigue – le pidió Esther mostrándose interesada y divertida - ¿qué mas
hacían?
- No hacíamos nada – dijo Maca cortante - y tú - lo miró fijamente indicándole
que no revelase nada más - deja de hablar y toca aquella canción que le gustaba
tanto a… Adela, ¿sabes cual te digo? - miró a Esther temiendo su reacción pero
la enfermera era feliz de estar así con los dos, conociendo los detalles de su
juventud, sintiéndose una privilegiada por poder compartir con ellos sus
recuerdos, conocedora de lo importante que era para ambos y ella se sentía feliz
de verlos recuperar aquella vieja amistad, y ver como en el fondo ambos seguían
queriéndose.
- Si, claro que me acuerdo – respondió rasgando de nuevo su vieja guitarra,
entrecerró los ojos y comenzó a cantar ante la perplejidad de la enfermera – Y
uno se cree que las mató. El tiempo y la ausencia….. - Germán seguía cantando
acompañándose de la guitarra y ambas se dispusieron a escuchar, sintiendo algo
especial difícil de explicar, Maca miró a Esther y le sonrió de tal forma que la
enfermera sintió una punzada de deseo crecer en su interior -… son aquellas
pequeñas cosas….
Los tres, allí sentados, cada uno por sus motivos y razones, tuvieron la sensación de que
sus cuerpos no existían, de que se habían fugado en el río del olvido y la nostalgia.
Maca recordaba aquellos días de facultad, aquellas escapadas en la noche para colarse
en la habitación de Germán, y que les cantara con su guitarra como estaba haciendo
ahora, instintivamente cogió la mano de Esther y, sin miedo a comentarios de nadie, la
aferró entre la suyas, clavando sus ojos de nuevo en ella con una sonrisa llena de amor,
Esther se la devolvió con creces, disfrutando de aquella melodía lenta y melancólica,
aún si creer que todo aquello fuera cierto y sintiendo que la magia de aquel lugar los
había hechizado a todos, no creía que Maca estuviera allí a su lado, tomándola de la
mano y sonriéndole de aquella forma que la dejaba completamente paralizada, sin ser
capaz de hacer nada más que mirarla y hundirse en ella, en la profundidad de sus ojos y
el calor de su mirada.
Allí los tres, al son de esa melodía sintieron que sus figuras se transportaban a una
dimensión, más auténtica, más real, más palpable. La música emergía con tal facilidad
que Esther estaba sorprendida, nunca había escuchado tocar tan bien a Germán y mucho
menos cantar… El médico estaba consiguiendo elevar sus espíritus a ese otro nivel, el
del espacio etéreo, a ese nivel al que solo la música es capaz de transportar el espíritu,
lejos de todo, de los problemas, de la razón, de los miedos, de la lógica y la realidad que
las rodeaba y las esperaba. Ese increíble momento, solo lleno de notas que se
escuchaban con firmeza, e imprimían un sello de maravillosa espiritualidad a aquellos
instantes compartidos por los tres.
Esther miró de nuevo a Maca, se acercó aún más a ella, apoyó su brazo izquierdo
encima de las rodillas de la pediatra y recostó la cabeza sobre él, la otra mano la elevó
buscando su par y entrelazó los dedos con ella. La pediatra, sin dudarlo, comenzó a
acariciarla, con suavidad, paseando las yemas de sus dedos entre su pelo y allí cogidas
de la mano, sintiendo sus caricias Esther tuvo la sensación de elevarse al cielo, de que
su alma volaba tan alto, tan a salvo de todo, que nada podía dañarla.
La pediatra le levantó la cara para volver a perderse en sus ojos y le sonrió tan
dulcemente que Esther temió estar soñando, temió que Germán dejara de tocar y se
rompiese aquel momento, cayendo al suelo de bruces. Pero no fue así, era aquel lugar el
que transmitía esa sensación, esas emociones que anidaban en sus almas, esas tres almas
que eran muy diferentes en tantas cosas, que con la distancia de los años se habían ido
curtiendo, pero tan parecidas en sus espíritus, que era imposible medirlas en años, solo
en sentimientos.
Los tres experimentaron el éxtasis de aquellas notas, y se dejaron elevar por él...
Germán cerró los ojos sumergido en el placer que le había producido siempre tocar, a
pesar de llevar tanto tiempo sin practicar, el hecho de que Maca se lo hubiese pedido, le
produjo una satisfacción especial y un deseo ya olvidado de hacerlo, como siempre, con
los ojos cerrados, sumergiéndose en las notas que arrancaba de su guitarra.
Los tres se permitieron, durante varios minutos más, el lujo de vivir ese momento
plenamente. Germán disfrutando sobremanera de aquel placer casi olvidado,
concentrado en él. Maca y Esther besándose, una y otra vez, escudriñándose y
volviendo a besarse, pausadamente, ajenas al mundo, concentradas en su amor. Y los
tres, con las sensación de estar desprendidos de sus cuerpos cansados tras la dura
jornada, elevados más allá de aquel patio, de aquellos edificios, cubiertos con los
delicados vestidos del alma y sostenidos, allí arriba, por las suaves manos de aquella
melodía que se extendía y prolongaba de una manera majestuosa y especial, capaz de
transportarlos a un mundo que era solo y exclusivamente de ellos…
Esther y Maca se quedaron allí, solas, mirando a la luna y sin ninguna intención de
marcharse a dormir. Aquellos momentos compartidos, escuchando la música las había
imbuido de un deseo de continuar disfrutando de esas sensaciones, de la semioscuridad
del lugar, de la ligera brisa, del olor a la selva que llegaba hasta ellas, todo aquello las
hacía sentir especiales. La enfermera le cogió la mano y entrelazó los dedos con ella. Se
miraron intensamente. Esther oteó a ambos lados y la besó rápidamente, temiendo que
alguien las viese y sin recordar los besos que se habían regalado instantes antes, en los
que la música les hizo olvidarse de dónde estaban.
Molesta por la comparación, le soltó la mano con brusquedad. Maca que no dejaba de
observarla comprendió que no debía haber hecho el comentario y se apresuró a
disculparse.
Esther, al ver que no continuaba, se giró y la observó. Maca pensaba en Ana más de lo
que a ella le hubiera gustado. Se sentía molesta con esa comparación y las escenas de la
noche vivida en Kampala volaron a su mente, sintiendo que esos momentos aún la
sobrecogían con solo evocarlos… quisiera volver a su apartamento, aceptar la propuesta
de Maca y no haber salido de allí, volver a ese instante en el que ambas decidieron
compartir otro tipo de intimidad al que se habían acostumbrado.
Maca jugueteaba con sus manos, en un gesto característico de nerviosismo. Esther sintió
una infinita ternura por ella y, sin poder evitarlo, posó su mano sobre las de la pediatra.
Maca levantó los ojos hacia ella y Esther se asustó al verlos, parecían de una
desconocida, incapaz de comprender aquello que pretendían transmitirle, de pronto
Maca le parecía una persona diferente, no podía dejar de pensar en que estaba casada,
en que había alguien que se interponía entre ella y la felicidad que tanto anhelaba
compartir a su lado, y se propuso luchar por conseguirla, por que Maca la escogiese a
ella, costase lo que costase.
- Esther… yo….
- Chist – la silenció dispuesta a borrar esa tristeza de sus ojos - ¿recuerdas anoche!
¿en Kampala?
- ¡Cómo olvidarla! – murmuró sin comprender qué quería decirle.
- Quiero que me hagas sentir eso de nuevo.
- ¿El qué?
- Que nada importa más que ese momento, quiero que me hagas sentir que no hay
nada más que tus caricias, tus besos, nada más que tú y yo…. Que nuestras
almas están unidas aunque se hunda el mundo. Necesito sentir eso, como hace
un momento cuando Germán tocaba, necesito sentir que…
- Esther… - sonrió apretando los labios en una mueca que la enfermera no acaba
de interpretar – yo….
- Maca yo… quiero repetir esa noche, quiero repetirla todas las noches, quiero…
- Esther…
- Maca, ya sé lo que me vas a decir, sé que he llegado tarde a tu vida, ¿no? Me vas
a decir que estás casada y que lo nuestro es un error, que no puede ser, que…
- No – sonrió levemente, pero la enfermera no parecía haberla escuchado.
- Maca yo… te he echado tanto de menos todos estos años, te… sé que no tengo
derecho a pedirte nada, a exigirte nada, fui yo la que te dejé sin explicaciones, sé
que… que – se interrumpió con las lágrimas casi saltadas.
- Pero… ¡Esther! – sonrió con dulzura, acariciándole la mejilla y levantándole la
cara sujetándola por la barbilla – cariño, ¿puedo hablar? – preguntó en un tono
de ligera burla con una leve sonrisa.
- Si – musitó avergonzada por no dejarla expresarse, siempre le ocurría lo mismo.
- Siento haber metido la pata hace un momento, lo siento de verdad. Soy yo la que
no tiene derecho a desearte como te deseo, ni a pedirte nada, fui yo la que te
alejó de mí, y cuando quise darme cuenta de que te habías marchado para
siempre, de que ya no estabas allí, como siempre a mi lado, aguantando mis
rarezas, mis… malos modos, es cuando supe que no podría seguir sin ti, que no
podía vivir sin ti.
- Maca... – sonrió.
- Esther, Ana es mi mujer… y yo… necesito que lo entiendas, que entiendas
que… - se interrumpió clavando sus ojos en los de la enfermera que la
observaba con el ceño fruncido y un rictus de desagrado en sus labios,
intentando adivinar qué pensaba, qué sentía.
- No quiero saber nada de ella – soltó con rapidez dejando a Maca con la palabra
en la boca - ¡nada! – enfatizó con genio - ¡no existe! – exclamó – aquí no existe
y para mí no existe – musitó volviendo a humedecérsele los ojos – solo… solo –
balbuceó llorosa – existimos tú y yo, nadie más, ¡nadie! – exclamó con fuerza
levantándose del escalón y bajando casi de un salto todos los de la escalinata de
acceso a la chabola, dejando a Maca allí arriba, en el porche.
La pediatra, la vio encender un cigarro, pasear de un lado a otro y supo el daño que le
estaba haciendo, bajó la vista y se mordió el labio inferior, sin creer lo que acababa de
decirle, sabía que no era así y creía adivinar el por qué le decía aquello. Esther dio una
par de zancadas, paseando nerviosa, tomó aire, tiró el cigarro entero, lo pagó con la
puntera y se volvió, la miró y la sombra de los celos cruzó por su mirada, pero fue solo
un instante, rápidamente comprendió que, al fin, Maca estaba dispuesta a hablarle de su
mujer y que había buscado la ocasión de hacerlo y ella, en vez de mostrarse receptiva, le
había dado con la puerta en las narices. Recuperándose de su primer impulso, se sintió
satisfecha de que le hablase de ella. Tenía la sensación de que había algo extraño en esa
relación, algo que quizás Maca necesitaba contarle.
- Maca – dijo con suavidad, subiendo los escalones y volviendo a sentarse junto a
ella, pero la pediatra no respondió y permaneció cabizbaja – Maca - repitió,
posando de nuevo su mano sobre las de la pediatra, que, ahora sí, levantó sus
ojos hacia ella – cariño….
- ¿Qué? – musitó con un semblante serio y triste.
- Perdóname – le pidió con suavidad.
- No tengo nada que perdonarte – suspiró – más bien… al revés – reconoció – soy
yo la que debería pedirte perdón por… por haber callado… y… por… no
hablarte de… de ciertas cosas.
- Yo… nunca te he querido preguntar mucho por ella… - le dijo con una sonrisa
conciliadora mostrándole que sí que quería que le contase aquello, y que habían
sido los celos y su orgullo los que habían hablado – pero si tú quieres hablar….
- Pues.. para no querer preguntar… en todo este tiempo….no has dejado de
hacerlo… - la miró irónica y burlona a un tiempo, consiguiendo que Esther
creyese que se había echado atrás y que ya no iba a contarle nada, sin embargo
la enfermera pudo comprobar que aquella oscuridad que teñía su mirada cada
vez que mencionaba a su mujer, estaba ausente, Maca la miraba de forma limpia
y tranquila.
- Perdona, tienes razón – le sonrió afable – Maca… yo… te reconozco que me
moría de curiosidad, de celos - admitió clavando sus ojos en ella con franqueza
– pero… no quiero que te sientas obligada a hablarme de ella… yo…
- Ya da igual… Esther - murmuró mirando hacia abajo, interrumpiéndola, luego
alargó su mano y cogió el bolso que colgaba de la silla, sacó su cartera y buscó
en ella, extrajo una fotografía y permaneció unos segundos observándola,
finalmente se la tendió a la enfermera – es ella – le dijo mirándola con timidez y
lanzando un profundo suspiro le preguntó sin más – debí hablarte de ella hace
tiempo pero… no sé que me pasa contigo… cada vez que iba a intentarlo… cada
vez que… - guardó silencio observándola y lanzó un suspiro, decidiéndose -
¿qué quieres saber?
Esther levantó la vista de aquella fotografía que le hacía más daño que cualquier palabra
que Maca pudiera decirle. En ella la pediatra aparecía sonriente, abrazada a una joven
que también sonreía y la miraba absorta. Esther supo que Ana amaba a Maca solo con
ver esa foto y todas sus esperanzas de que al volver, Maca rompiese con ella, se
esfumaron. El corazón se le aceleró solo de pensar en ello y un miedo helador se
apoderó de su alma.
Maca la miró de una forma que a Esther se le antojó extraña y triste. De sus labios se
escapó un leve suspiro, “¡vaya pregunta!”, pensó sin estar segura de qué responderle.
Maca la miró y sonrió agradecida. Esther acababa de tenderle como siempre la mano,
acababa de facilitarle esa confesión que tanto le costaba hacer. Suspiró y habló con más
calma.
- Vale… tienes razón – musitó – es mejor que conozcas toda la historia, así…
quizás puedas entenderme…
- Y aunque no lo entienda, eso no va a hacer que deje de amarte, que deje de
sentir lo que siento… y te repito que no tienes que contarme nada, que yo solo
quiero que tú estés bien, no quiero que tiembles, ni te pongas nerviosa. ¿Me
entiendes tú?
- No tienes que contarme nada que no desees – le dijo con calma, paseando el
dorso de su dedo índice por la mejilla izquierda de la pediatra - ¿Vamos dentro?
- No – sonrió atrayéndola y besándola de nuevo, esta vez con tanta pasión que
Esther sintió prender en su vientre la llama del deseo con tanta virulencia que se
separó de nuevo.
- Vamos dentro, Maca – la apremió.
- No, Esther, antes de nada quiero…. hablarte de ella.
- No necesitas hacerlo.
- Pero tú si necesitas saberlo.
- ¿Estás segura?
Maca bajó la vista, asintió, tomó aire y luego, levantando la cara, clavó sus ojos en la
enfermera dispuesta a contarle todo.
- Si, estoy segura – afirmó siendo ahora ella la que acarició la mejilla de Esther
que se sentó de nuevo en el escalón.
- Pues… en ese caso… soy toda oídos – intentó bromear para disipar la tensión
que desprendía la pediatra.
- Me preguntaste cuando nos encontramos de nuevo, ¿no?
- Sí.
- Volvimos a vernos en un centro de terapia, en Sevilla – le reveló comenzando a
hablar en voz tan baja y tan rápido que Esther tenía que hacer un esfuerzo para
no perder ninguna palabra de las que pronunciaba - Cuando me inhabilitaron,
mis padres se empeñaron en que me fuera a Sevilla con ellos y, al final cedí y
me marché allí. Ella acudía al centro porque… porque su marido le pegaba,
bueno ya no era su marido se habían separado – confesó y Esther mostró en su
rostro la sorpresa que se había llevado, ¡y ella que había llegado a sospechar que
Ana maltrataba a Maca! repentinamente sintió simpatía por su mujer, por aquella
desconocida que casi odiaba en silencio por disfrutar de Maca y al mismo
tiempo, sentía pena por ella cada vez que besaba a la que aún era su mujer y por
la que ella estaba dispuesta a que dejara de serlo - y yo… - bajó los ojos
abochornada – yo por mis problemas con el alcohol.
- Pero…. ¿tan graves fueron? – se atrevió a preguntar interrumpiéndola.
- Sí – reconoció – ¡mucho! – suspiró - se me fue la cabeza, Esther. Aunque te
resulte difícil creerme, cuando Jaime murió yo… vamos que tú… tú eras lo
único que me mantenía cuerda en aquellos días de locura y cuando…. cuando te
fuiste… - titubeó y se interrumpió mirándola con temor, a la dificultad que
experimentaba al hablar de ese tema se sumaba que no quería que sus palabras
sonaran a reproche, porque no lo era – me hundí… - murmuró cabizbaja – y…
- Maca yo… me fui porque no podía seguir así contigo no… no lo soportaba yo…
te lo dije la noche que me marché, te dije que…
- Chist – la silenció – no tienes que justificarte, no estaba reprochándote nada
cariño, solo.., solo recordaba.
- Siento tanto que por mi culpa…
- No sientas nada, porque no tienes culpa de nada… era yo… yo que no estaba
bien y… – bajó de nuevo los ojos - no sé como empecé, solo sé que llegó el día
en que solo deseaba estar borracha, así las cosas dolían menos y… yo sí que
siento tanto como me comporte… ¡siento tanto lo que te hice esa noche…!
- ¡Olvídalo! estabas borracha, muy borracha y yo… no debí presentarme así, no
debí exigirte nada, ni… dejarte sola, estando … como estabas… - se interrumpió
se acercó y la abrazó, besándola en la mejilla – ya te dije que lo olvidases – le
sonrió con ternura - ¡olvídalo! – le susurró y Maca sin decir nada se aferró a ella
con fuerza, y la abrazó, murmurando un casi imperceptible “gracias”, luego se
retiró y la miró a los ojos, fijamente, intentando ser comprendida.
- Un día me presenté como una cuba en el quirófano – le dijo bajando los ojos
avergonzada y con un hilo de voz, continuando – pero imagino que ya te lo
habrán contado.
- No quiero mentirte, sí que me han contado algunas cosas.
- La verdad es que no me acuerdo de casi nada. ¡Se lió un buen pollo! Teresa me
llevó a casa. Cruz y Dávila me cubrieron e intentaron ayudarme pero Javier me
denunció – resumió con rapidez lo ocurrido.
- ¿Por eso te llevas tan mal con él?
- No. Javier hizo bien, y cuando volví, se lo agradecí. De no haberlo hecho seguro
que hubiera estado mucho más tiempo así, y quizás un día hubiese cometido un
error que no hubiese tenido remedio – le confesó con sinceridad luego la miró
pensativa – Lo mío con Javier, fue por… por otro tema – frunció el ceño y su
mirada se volvió hosca, Esther se moría de curiosidad, pero se decidió a
reconducir el tema, ahora sí que quería que Maca le hablase de Ana y antes
parecía dispuesta, no quería que la charla sobre Javier la hiciese echarse atrás.
- No te preocupes cariño – la besó en la mejilla – ¡olvida a Javier! es un capullo.
- ¿Y eso? – la miró esbozando una sonrisa sorprendida de su comentario.
- Cosas mías – sonrió pensando en las conversaciones que Laura le había contado
con él y en las cosas que había sabido de Maca a través de su boca.
- Lo dirás por algo.
- Se ha dedicado a perseguir a Laura, está como obsesionado con saber cosas de ti.
- ¿Javier! ¿de mí porqué?
- No sé – se encogió de hombros – ¡déjalo! prefiero que me hables de Ana,
vamos… si… aún quieres.
Maca clavó sus ojos en ella, “no quiero”, pensó, “pero debo hacerlo, te lo debo, Esther,
te lo debo, no sería justo para ti”.
Maca se quedó mirándola, parecía dudar si contarle algo o no. Bajó los ojos y guardó
silencio. Esther le cogió la mano.
Maca posó su vista en ella, su mirada mostraba tal dolor que Esther se arrepintió de
haber sacado ese tema. Mantuvo sus ojos clavados en los de la enfermera pero Esther
era conciente de que no la estaba viendo a ella. Maca sufría y deseaba tanto conocer los
motivos que estuvo a punto de insistir, pero en el último momento se contuvo.
- Sí, su hijo… nuestro… hijo – musitó desviando la mirada, sin poder evitar que
Esther viera cómo se le habían saltado las lágrimas. Maca tragó saliva y se
controló – Esa noche lo dejó con sus padres – continuó con un hilo de voz - Me
bajé del coche esperando que ella hiciera lo mismo, pero permaneció en el
interior sentada al volante, me acerqué a su coche y le dije que entrásemos en el
bar, que le iría bien tomar algo, pero prefirió que hablásemos allí mismo, en el
coche. Entré y me senté a su lado, me cogió de las manos y me miró, como estás
haciendo tú ahora – le dijo mirando hacia sus manos, Esther instintivamente la
soltó, no quería recordarle en nada a Ana y Maca le hizo un gesto de extrañeza,
pero continuó – estuvimos así un minuto, solo mirándonos. Yo sabía que
necesitaba tomarse su tiempo para decirme lo que la atormentaba, sus manos
temblaban tanto que temí que le diera un ataque. Insistí en entrar y tomarnos una
tila o cualquier cosa, pero se negó en redondo. Creí que quería hablarme de él.
Vi que tenía un ojo morado y que se lo había disimulado como siempre con el
maquillaje, pero no le dije nada, solo esperé a que me contara.
- Pero… si estaba separada… si estaba en terapia… ¿cómo?...
- No es tan fácil, estaba el niño y… estaba sola… Nunca se atrevió a denunciarlo,
decía que nadie iba a creerla… es policía…. quedaba con él por el niño.
- Entiendo… - asintió esperando que Maca continuase pero no lo hizo - ¿qué
pasó! ¿te dijo que había vuelto a pegarle?
- No. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me besó – Esther abrió los ojos de par en
par pero no dijo nada - Fue un beso frío, lleno de inseguridad. Ella debió ver mi
cara de asombro. Fui a decirle que se equivocaba, pero me puso un dedo en los
labios para que guardara silencio.
- Maca no hace falta que me des detalles – la interrumpió frunciendo el ceño, no
sabía por qué pero se estaba poniendo celosa, muy celosa. A fin de cuentas
seguía siendo su mujer y Maca al contar aquello no parecía dudar de que era así.
- Tú me has pedido que te lo cuente.
- Ya... pero… tampoco quiero saber si… vamos… que no quiero saber lo que
hacías, ni…
- Quiero que me entiendas y para eso… necesito contarte todo, cómo me sentía yo
y cómo creo que se sentía ella.
- Lo que me importa es cómo te sientes tú ahora …
- Para eso necesitas saber como me he sentido siempre.
- Y… ¿cómo crees qué se sentirá ella cuando… cuando se lo cuentes…? quiero
decir lo nuestro – le preguntó mirándola fijamente, Maca desvió la vista con
rapidez y Esther se asustó de ese gesto de inseguridad y evasión - porque vas a
hablar con ella cuando volvamos, ¿verdad?
Maca volvió a mirarla y no respondió. De nuevo dirigió su vista al suelo, pero solo fue
un breve instante, cuando la levantó el dolor que reflejaban sus ojos era mucho más
intenso. Esther se asustó, aún más, temiendo de nuevo lo mismo que hacía unos
instantes, que no entrase en los planes de Maca prolongar aquello más allá de su
estancia en Jinja.
- ¿Me dejas que te lo cuente a mi manera? – preguntó con seriedad - siento no ser
tan… concisa y apasionada como tú, ni… ni tan rápida… pero… pero…
- Vale, vale – se apresuró a responder ante aquel tono de ligero reproche – no te
interrumpo más, sigue… a tu ritmo.
- Esa noche Ana estaba muy rara, nerviosa, yo.. no me esperaba nada de aquello –
volvió a mirarla y Esther interpretó que otra vez estaba intentando justificarse,
como si se sintiese culpable por haber mantenido aquella relación - entonces me
cogió con suavidad y me besó, sin apenas darme cuenta se sentó encima de mi y
comenzó a desabrocharme la camisa.
- ¡Maca! ¡Por favor…! – la interrumpió sin cumplir su promesa – no creo que sea
necesario que…
- Esther… - murmuró frunciendo el ceño, necesitaba contarle las cosas a su
manera, necesitaba que entendiese todo pero comprendió que sus ojos
comenzaban a reflejar un sufrimiento que no quería ver en ellos – de acuerdo,
me callo – aceptó girando la silla – ¿vamos a la cama! es tarde y… estoy muy
casada.
La enfermera sujetó la silla sin levantarse del escalón, era cierto que Maca parecía
agotada pero no iba a permitir que cortara el tema sin más, a esas alturas necesitaba
saberlo todo, y especialmente, necesitaba estar segura de que Maca no solo la amaba, si
no que sería capaz, de dejar a su mujer por ella.
- No quiero que me des detalles – le dijo – me… me… - le sonrió – me... bueno
que… cuéntame lo que quieras pero… no me des detalles, ¡por favor!
- No pude evitarlo, Esther - se justificó, ahora sí, abiertamente – no pude – insistió
mostrándose casi avergonzada, bajando el tono y la vista.
- Bueno… quizás tampoco querías, ¿no? – preguntó intentando mostrar inocencia
pero Maca frunció el ceño interpretando aquella pregunta como un reproche.
- ¡Sí que quería evitarlo! – soltó con brusquedad encarándola, para
inmediatamente, bajar de nuevo los ojos – yo… no estaba preparada y… lo
sabía… yo… no pude evitarlo.
- Bueno… - esbozó una leve sonrisa de apoyo y comprensión – no te preocupes
ahora por eso – le sonrió pasando su mano con suavidad sobre el dorso de las de
Maca - ¿sigues? – preguntó. Maca apretó los labios, suspiró levemente y asintió.
- Por mi mente pasaban una gran cantidad de pensamientos, y todos eran
contrarios a aquello que ella pretendía de mí, no entraba en mis planes estar con
nadie después de ti, pero mis manos hacían una cosa diferente, no pude evitarlo
– murmuró de nuevo, manteniéndose con la vista en el suelo y enronqueciendo
la voz - Ana tenía una mirada melancólica que me sobrecogió, cogió mi mano y
la puso en su corazón, comprobé que iba a una velocidad desorbitada y otra vez
creí que estaba a punto de darle un ataque o lo que fuera… - levantó los ojos
hacia Esther, mirándola fijamente, intentando descubrir qué sentía al escuchar
todo aquello, pero la enfermera mantenía un gesto hermético, intentando
controlar sus celos y el dolor que experimentaba con cada palabra - yo… tenía
la sensación de que debía protegerla de él, darle la confianza que necesitaba,
devolverle esa fuerza que ella me daba día a día para… para no beber – bajó los
ojos avergonzada y Esther comenzó a comprender que Maca aún no tenía
superado aquello, que fingía cada vez que se mostraba firme - Me dijo algo que
me sorprendió – continuó en un tono cada vez más bajo - me dijo que siempre
me había admirado, que desde niñas sentía por mí algo inexplicable, que
siempre había estado cautivada por … por mi mirada … que jamás se hubiera
atrevido a decirme nada si nos es porque yo le había contado en aquel primer
café, lo… lo tuyo – dijo mirándola temerosa.
- ¿Le hablaste de mí? – le preguntó interesada y sorprendida.
- Si – fue su escueta respuesta y continuó – luego me dijo que después de que yo
le hablara de ti, había comprendido porqué suspendí la boda con Fernando, y
que había estado pensando en lo que ella sentía por mí desde hacía tanto, me
dijo que… que no podía creer que el amor de su vida estuviese allí… frente a
ella… que a mi lado sentía las fuerzas necesarias para luchar, para enfrentarse a
él. Yo, yo… estaba hecha un lío, sabía que podía hacerle mucho daño, causarle
mucho dolor, yo… yo… te quería a ti, no era capaz de olvidarte, no sabía vivir
sin ti, ni con la culpa de haberte perdido, y así se lo dije, pero ella me respondió
que me entendía, que sabía lo que me ocurría y que me esperaría todo lo que
hiciese falta. Y… sin saber como, miró a ambos lados y volvió a besarme y…
yo… sentía que la deseaba, no la quería pero la deseaba, ¡Ana es tan… tan
sensual! – le dijo con un suspiro que encendió de nuevo los celos de la
enfermera, estaba claro que Maca, en un principio, podría haber dudado pero
que ahora quería a su mujer y ella no había hecho más que añadir una carga a
todas sus preocupaciones - Aun después de haber imaginado mas de mil veces
sobre lo que debía de hacer cuando llegara ese momento, el momento de estar
con alguien que no fueras tú, los nervios me bloquearon cualquier intento de
satisfacción sexual, no podía, no podía – murmuró bajando los ojos y Esther
sintió todo el sufrimiento que Maca había experimentado como si estuviera en
su interior – me miró comprensiva, inquieta y atrevida, me acarició y besó de
nuevo, y yo.. la rechacé, la deseaba pero mi cuerpo se negaba a reaccionar. Me
pidió que apagase los faros del coche. Permanecimos en silencio unos minutos,
completamente quietas, mirándonos en la oscuridad y agarradas de las manos.
No pude tocarla, Esther, no pude – le confesó entre avergonzada y angustiada -
Ella comprendió el porqué y luego me dijo que la perdonase, que estaba
confundida y se echó a llorar, yo intenté consolarla, no quería hacerle daño,
Esther. Yo…
- Maca… - murmuró con las lágrimas saltadas, por primera vez estaba siendo
completamente sincera, por primera vez le estaba reconociendo todo su
sufrimiento, todo su dolor y no soportaba la idea de que quien la había hecho
sufrir de aquel modo había sido ella.
- Ana se excusó de nuevo – continuó ignorando su tono y su voz entrecortada,
mientras mantenía clavados los ojos en sus manos que jugueteaban con el
cordón del pantalón de lino – me dijo que debía irse, que Juanito estaba con sus
padres. Se me quitó de encima y se sentó de nuevo al volante. Su voz era triste y
apagada, la osadía que había tenido hacía unos momentos se esfumó y de nuevo
tenía esa mirada huidiza y temerosa, que escondía delante de todos y que solo se
atrevía a mostrarme a mí. Entendí que algo muy fuerte le ocurría, que intentaba
huir hacia delante como fuera, salir de allí a toda costa y que yo era su tabla de
salvación. Me sentí culpable por rechazarla. Sabía que estaba deprimida, que
estaba atemorizada, su ex la tenía amenazada de muerte a ella y al niño, y sabía
que lo único que la hacía sentir mejor eran esos encuentros furtivos que
manteníamos.
- ¿Te casaste con ella por obligación? – preguntó sorprendida pero entendiendo
que era eso lo que quería decirle.
Maca se giró bruscamente hacia ella, apretó los labios y enarcó las cejas, su mirada era
tan oscura que Esther no fue capaz de leer en ella, le pareció molesta, incluso enfadada
y, temiendo haber metido la pata, abrió la boca para disculparse pero Maca no le dio
opción.
- ¡No! – exclamó frunciendo el ceño – yo quiero a Ana – dijo con tanta rotundidad
que Esther sintió un escalofrío profundo, recibiendo esa confesión como un
mazazo, su rostro reflejó sus sentimientos y Maca suavizó el tono - aprendí a
quererla. Es tan… tan… - se interrumpió perdiendo la mirada en la oscuridad de
la noche, incapaz de describirla. Esther intuyó que lo hacía por ella, por no
hacerle daño con sus palabras y quiso demostrarle que no era así, que podía
hablar con libertad.
- No me importa que me hables de ella, ¿cómo… cómo es? – se atrevió al
preguntar al ver que no seguía.
- Eh… - la miró un instante, Esther la observaba con tanta circunspección que
Maca vio más allá de sus ojos anhelantes, de esos ojos que le pedían seguir, vio
dolor, celos, la vio sufrir y decidió no hablar de ello – nada – respondió haciendo
una mueca con la boca – sin detalles y sin interrupciones, hemos quedado en eso
¿no? – sonrió levemente ladeando la cabeza en una mueca de circunstancias.
- Perdona… ya no te interrumpo más – aseguró interpretando aquel gesto como
una señal de contrariedad - ¿sigues? – la incitó y Maca cabeceó asintiendo.
- No pude evitarlo y me eché a llorar, no quería que me viera y le volví la cara
dispuesta a bajar del coche pero ella se percató, me lo impidió con suavidad y
me preguntó qué me pasaba, fui incapaz de confesarle la verdad – suspiró
enarcando una ceja, y Esther sonrió sabiendo perfectamente a qué se refería pero
cumplió su promesa y la dejó continuar sin pronunciar palabra - con delicadeza
me abrochó la camisa y secó mis lágrimas como siempre lo había hecho desde
que volvimos a encontrarnos – reconoció levantando los ojos y clavándolos en
ella – aunque cueste creerlo Ana era una mujer muy fuerte y decidida, su marido
la había tenido anulada pero algo en su interior la obligaba a luchar, por ella y
por… por mí, vi su decisión en sus ojos, me abrazó y me besó en la frente ¿sabes
lo que me dijo? – le preguntó retóricamente, a lo que Esther negó con la cabeza
incapaz de pronunciar palabra – “todo va a estar bien, no te preocupes, olvida lo
que te he dicho, yo te llevaré a casa, no debes conducir así, ya recogerás mañana
el coche” y así lo hizo – continuó mirándola – desde esa noche sentí que estaba
allí, que estaba a mi lado y que tenía la capacidad que nadie había tenido hasta
entonces de hacerme reaccionar, de hacerme desear seguir adelante, y… y…
todo cambió – bajó los ojos y antes de hacerlo Esther vio en ellos otra vez aquel
velo de vergüenza – esa noche fue… la última vez que …. me emborraché.
- ¿Te emborrachaste? pero… ¿por qué! ¿no dices que te hacía sentir bien y que
era ella la que…? – no supo continuar, la garganta le dolía cada vez más
intentando controlar la angustia que le provocaba aquella confesión y las ideas
que acudían a su imaginación una y otra vez en las que ella no tenía nada que
hacer una vez regresasen, por mucho que Maca pareciese dispuesta a lo
contrario - ¿por qué? – repitió con un hilo de voz.
Esther no pudo evitar preguntar y Maca la miró resignada a ser interrumpida, le sonrió
levemente, y se encogió de hombros.
- Pues… no lo sé, quizás porque sabía que sería la última, que tenía que elegir, no
sé - murmuró pensativa luego siguió hablando, su voz se había enronquecido y a
Esther le pareció que le costaba trabajo recordar todo aquello o al menos,
contarlo con cierto orden y lógica - volví a casa echa un lío, la cabeza me daba
vueltas pensando en todo lo que me había dicho, pensando en… ella y… en ti.
Hasta ese día yo albergaba la secreta esperanza de verte aparecer – murmuró
cabizbaja – pero esa noche… – se interrumpió pensativa y la miró, cambió el
tono a otro más seguro y firme - … me convencí de que no sería así – suspiró y
se encogió de hombros.
- ¿Por eso bebiste?
- No sé – musitó – no sé porqué lo hice, quizás por… todo… - tomó aire y
continuó - esa noche mi madre daba una fiesta y yo lo había olvidado por
completo. Me había pedido que estuviese presente, que era importante para mi
padre y cuando llegué a casa, la fiesta estaba en pleno apogeo. ¡Y lo último que
yo deseaba era estar allí! aguantando a los amigos de mis padres, aguantando a
los que fueron mis amigos, fingiendo divertirme. Estuve a esto – hizo un gesto
juntando los dedos índice y pulgar - de decirle a Ana, cuando me dejó en la
puerta, que fuésemos a algún sitio…. pero no lo hice, no quería darle pie a que
pensase lo que no era. Así es que entré por detrás y me fui a mi cuarto, pero ya
sabes como es mi casa…. – esbozó una leve sonrisa y Esther se la devolvió
asintiendo, ¡vaya si lo recordaba! - Mi madre no tardó en aparecer ni un minuto,
me cogió y me echó una buena bronca. Le dije que no quería discutir, que estaba
cansada y me iba a la cama, que no me apetecía en absoluto bajar, pero ya la
conoces, insistió como solo ella sabe hacerlo, y por tal de no escucharla más, me
cambié y bajé.
- ¿Cómo se le ocurre obligarte a estar en una fiesta si estabas en tratamiento? Eso
es como darle una pistola a un suicida.
- Ya sabes… sus amigos allí, su hija en casa, las formas, ¡yo qué sé! – exhaló un
hondo suspiro no exento de desprecio, recordando aquellas frases – como
siempre la excusa era mi padre, ¿cómo no iba a estar apoyándolo? ¿cómo iba a
hacerles eso? que siempre estaba poniéndolos en vergüenza delante de todos,
que ya estaba bien de intentar llamar la atención y por supuesto se encargó de
recordarme que nadie sabía nada de mi… “problema”, como ella lo llamaba –
remarcó con retintín.
- Nunca la entenderé – exclamó imaginando lo duro que habría sido todo aquello
para Maca.
- El caso es que bajé y fingí, después de un rato aguantando tonterías, de rechazar
las copas que me ofrecían, empecé a encontrarme fatal, me dolía la cabeza,
estaba mareada y me marché fuera al jardín, no sé como pasó, casi ni me
acuerdo, pero sé que sentía que estaba harta de todos y de todo, y… sin darme
cuenta, estaba sentada en el borde de la piscina, con los pies en el agua y una
copa en la mano.
Maca la miró expectante esperado que Esther le dijese algo pero la enfermera solo le
sonrió levemente y posó su mano en las de ella, acariciándola con suavidad, cariñosa y
comprensiva y la pediatra fue capaz de sentir la calidez de su amor, esa tranquilidad que
le transmitía y que tanto necesitaba.
Esther lanzó una carcajada que retumbó en el silencio de la noche, se llevó las manos a
la boca intentando reprimir la risa que le provocaba la escena descrita por Maca, que
permanecía seria mirándola.
Maca clavó sus ojos en ella intentando adivinar sus pensamientos, intentando descubrir
qué sentía, si le estaba haciendo demasiado daño, pero constantemente recibía una leve
sonrisa, un discreto gesto de comprensión o una caricia que la instaba a continuar, a
abrirle su corazón con la esperanza de que la entendiera.
- Se quito sus tacones, es más bajita que yo – comentó con una sonrisa nostálgica
que otra vez despertó los celos de Esther - intenté acercarme pero me tambaleé
de tal forma que caí de nuevo en la tumbona, fue ella la que llegó hasta mí, se
puso de rodillas y me dio lo que más necesitaba en esos momentos, me dio el
abrazo que mi madre no me había dado, sentí que la necesitaba, que necesitaba
de su fuerza y su decisión, metí mis brazos en el hueco entre su cuerpo y me
acurruqué en ella, permanecí así unos minutos, abrazándola con todas mis
fuerzas, y sentí el aroma de su pelo, sentí que el calor de su cuerpo era capaz de
traspasar el mío y reconfortarme. Sus dedos tocaron mi piel mojada, acarició mi
pelo embarullado apartándomelo de la cara, me aproximé a su rostro con
intención de darle lo que horas antes le había negado, cerré los ojos y la besé.
Creo que inmediatamente supo que no la besaba a ella, que te besaba a ti –
reconoció apretando los labios en una mueca de circunstancias – entonces se
separó y me hizo una pregunta que me dejó perpleja.
- ¿Qué te preguntó? – la interrumpió sin recordar su promesa de dejarla hablar.
- Me dijo… “¿sabes por qué cierras los ojos para besarme?”.
- ¿Y qué respondiste? – no pudo evitar preguntar con enorme curiosidad, ¡vaya
pregunta extraña y más en aquella situación! Ana debía ser alguien digno de
conocer.
- Nada – sonrió nostálgica – no se me ocurría nada, estaba muy borracha pero no
olvido su respuesta, “todos los cerramos para que sepa a más, para sentir la
magia, pero tú no la sientes, la próxima vez que me beses, quiero que no sea
necesario que los cierres, así no la verás a ella”.
- Vaya…
- Pues sí, volví a besarla con los ojos abiertos, pero ella me rechazó con tal
suavidad que ni siquiera me di cuenta de ello, me abrazó de nuevo, entró en la
caseta de la piscina y salió con una toallas, me secó y me cubrió con otras, luego
hizo algo que recuerdo que me desconcertó: me ofreció una copa. La cogí y
cuando lo hice me la arrebató con presteza. “Nunca más, Maca”, “delante mía,
nunca más”, me sonrió, “a partir de ahora, si quieres, tú y yo vamos a luchar
contra esto”, me dejó la botella y la copa a mi alcance, se levantó y se marchó.
Yo le había mojado la ropa al abrazarme a ella y la vi alejarse, con la ropa
chorreando y por primera vez sentí cuánto me atraía y cuánto necesitaba esos
abrazos. Me estaba haciendo escoger, la botella y tu recuerdo o ella y su amor, lo
comprendí a pesar de mi estado – le dijo mirándola fijamente y Esther desvió los
ojos, era evidente lo que había escogido y eso le dolía, más de lo que le hubiese
gustado reconocer, sobre todo porque ella, no había sido capaz de hacer lo
mismo que Ana, no había sido capaz de ayudarla, muy al contrario, huyó
dejándola a su suerte, porque Maca había sacado fuerza de flaqueza para
rehacerse y ella no fue capaz de olvidarla en esos cinco años, ni fue capaz de
iniciar una nueva vida con nadie, y no por falta de oportunidades – Esther…
¿quieres que nos vayamos a la cama? – le preguntó al verla abstraída, creyendo
que había dejado de escucharla – pareces cansada.
- ¡No! claro que no, sigue, sigue… - la instó con seguridad.
- ¿Seguro? puedo terminar de contártelo mañana…
- ¡No! – se negó con rotundidad – quiero que me lo cuentes ahora.
- Esther… - intentó negarse al ver que le temblaba la barbilla – cariño… no quiero
que tú… ¡Esther! no llores… no llores, por favor – le suplicó con tanto dolor en
su tono que la enfermera se rehizo con rapidez.
- Maca… no lloro – le dijo casi con genio - de verdad que estoy bien, sigue por
favor – le pidió mucho más suave, volviendo a acariciarla esta vez en la mejilla.
Maca se quedó unos segundos escrutándola, valorando si le decía la verdad, pero a esas
alturas deseaba contarle todo, deseaba que supiese toda la historia, quizás así todo
resultase más fácil.
- Pues eso, que Ana se marchó y yo… no dejaba de darle vueltas a todo. Al rato
me fui a la cama y seguí llorando toda la noche. A la mañana siguiente me
levanté con los ojos casi cerrados, me dolían tanto que no pude salir en todo el
día. Además tenía una resaca horrible, de las peores, me pasé todo el día de la
cama al baño, no dejaba de vomitar. Ana me llamó en varias ocasiones pero no
quise ponerme, ¡hasta mi madre se preocupó! – dijo con cierto tono de burla –
luego, cuando al día siguiente hablé con ella me dijo que estaba muy preocupada
por mí. Y que si yo quería se pasaba por casa a por las llaves de mi coche para ir
a recogérmelo.
- Maca… - la interrumpió con el ceño fruncido mirándola con tristeza.
- ¿Qué?
- Siento haberme marchado como lo hice…yo… no debí…
- Esther – la cortó – no te estoy contando todo esto para … darte pena, ni… para
que te disculpes… solo.., para… que me entiendas, para que entiendas que …
yo… que Ana… que… - se interrumpió con lágrimas en los ojos.
- Vale – dijo casi sin voz – entiendo. Sigue – le pidió sin fuerzas, no quería
escuchar más porque cada vez temía más lo que iba a oír.
- Al cabo de un par de días, cuando me encontré mejor, la busqué, le pedí que
dejara a Juanito con sus padres y la invité a comer… para agradecerle lo del
coche y... eso – casi balbuceó y Esther volvió a tener la sensación de que Maca
se justificaba - … estuvimos hablando mucho…. yo… quería ser sincera, quería
que comprendiera que… yo… - guardó silenció, pensativa y cambió de tono y
de narración - creo que nos unió la esperanza de salir de donde estábamos, me
dijo que ya estaba bien de llantos, que se terminaron las lágrimas y, sobre todo,
las invisibles. Me hizo gracia que me dijera aquello, porque mi madre de
pequeña siempre me repetía que una Wilson nunca debía mostrar su debilidad,
nunca debía llorar y que si alguna vez lo hacía, tenía que ser para dentro –
suspiró y Esther no pudo evitar darle un fugaz beso en la mejilla, enternecida,
que arrancó una sonrisa de Maca que continuó con su historia - Recuerdo que no
podía dejar de mirarla, comimos casi en silencio, nuestras miradas se cruzaban
una y otra vez. Sé que te preguntas si estábamos enamoradas ¿no? – le dijo
directamente escrutando su reacción, Esther asintió sin ser capaz de pronunciar
palabra – ella me decía que sí, que se había dado cuenta que lo que sentía por mí
era amor, pero yo creo que en aquel entonces aún no. Ni lo estaba ella, ni lo
estaba yo. Simplemente nos necesitábamos, nos apoyábamos. En fin, que en el
postre comenzamos a charlar de verdad. Me dijo que no podía dejar de pensar en
mí, que cuando pasaba un día sin verme su mente no hacía más que imaginar
dónde estaría y que haría. Yo le reconocí que también pensaba en ella, que me
gustaba su forma de pensar, su forma de enfrentarse a los problemas. Me
preguntó que si eso era amor y yo le dije contundentemente que no, como
mucho fascinación, porque había que reconocer que ninguna de las dos
estábamos nada mal y las dos reímos – contó con una mirada casi alegre y un
brillo en los ojos que le habló a Esther de Ana y lo que le hizo sentir a Maca más
que las palabras que estaba escuchando.
Maca guardó silencio un instante recordando el cuerpo dulce de Ana, sus ojos brillantes,
su sentido del humor, su tímida sonrisa, su mente despierta y ágil. Recordó como ese
día, cuando se levantó al baño se quedó observándola, sus curvas perfectas, su delgadez
equilibrada, no pudo dejar de seguirla con la vista y cómo ese día comprendió que podía
llegar a enamorarse de ella.
Recordó como al volver del baño Ana traía una enorme sonrisa, una sonrisa que la hizo
sentir un nerviosismo agradable. Recordaba como se había sentado frente a ella, como
se había cruzado de piernas y como se había echado hacia atrás en el asiento sin borrar
la sonrisa del rostro provocando cada vez más el deseo de que le dijese lo que pasaba
por su mente.
Esther la observaba esperando que continuase pero Maca parecía perdida en sus
recuerdos, una leve sonrisa iluminó su rostro de nuevo.
- ¡Te amo!
- ¿Me amas! Maca, nunca digas algo que tu corazón no siente.
- Pero es verdad
- No lo es, pero… ¡me encanta oírlo! ¡dímelo otra vez!
- ¡Te amo! y… quiero casarme contigo.
- ¡Yo sí que te amo!
- ¿Te casarás conmigo?
- ¡Sí! ¡claro que sí!
- Maca….
- Eh… - la miró volviendo a la realidad.
- ¿Sigues? – le preguntó por enésima vez, notando que la impaciencia comenzaba
a corroerla por dentro, sintiendo que se avecinaba aquello que más temía
escuchar y deseando conocer cuanto antes esa realidad, fuera cual fuese.
- Eh… si… claro… eh… ¿por dónde iba? – repitió por segunda vez.
- Decidisteis casaros – respondió escuetamente.
- Si, le pedí que se casara conmigo – reconoció mostrándose incómoda temiendo
la reacción de la enfermera que no se hizo esperar.
- ¿Se lo pediste tú? – saltó entre sorprendida y ligeramente decepcionada, en el
fondo había espera que la idea hubiera surgido de Ana, que Maca simplemente
se hubiese dejado arrastrar por ella, pero no esperaba que fuese Maca la que
había tomado la iniciativa.
- Si, se me ocurrió de pronto, no había pensado antes en ello pero… lo hice.
- Ya… - musitó bajando los ojos, sintiendo una profunda envidia, quizás si no se
hubiese marchado como lo hizo esa petición hubiera sido para ella.
- Esther… - le sonrió adivinando sus pensamientos – tú no estabas y yo… seguí
con mi vida.
- Lo sé, Maca – suspiró – perdóname, pero…
- Sé que no es fácil escuchar todo esto pero… es lo que querías, ¿no?
La enfermera asintió, sin estar completamente segura de ser así, pero resignada a
escuchar todo lo que tuviera que decirle.
- Imagino que no es tan fácil aceptar que… alguien de quien has estado
enamorada puede… tratarte así…. no sé….
- ¿Y qué pasó?
- Pues que siguió llamándola, con excusas absurdas, como preguntarle qué tal le
había ido el día en el colegio a Juanito, o si le parecía bien que se comprase un
coche de tal color o solo por saber de ella. Reconozco que yo me subía por las
paredes, un día pillé tal cabreo que abrí una botella dispuesta a beberme una
copa para calmarme, lo hice sin pensar, por inercia, hasta entonces siempre
había pensado que todos exageraban que en el fondo yo controlaba, solo que no
había querido parar hasta que llegó Ana, pero ese día me di cuenta que… no,
que cuando algo me sacaba de mis casillas... Me di cuenta que sí que tenía un
problema.
- Pero… ¿por qué te cabreaste?
- Porque quedó con él para tomar un café, a la salida del colegio se encontró con
él, así, por casualidad – dijo con ironía – yo… ya sospechaba que a veces se
encontraba con él y no me lo decía para no preocuparme, pero… yo notaba lo
nerviosa que volvía a casa, notaba como le temblaban las manos preparando la
cena, o como yo respondía sin escucharme a lo que le preguntaba. Pero ese día
no volvían y yo…. estaba preocupadísima al ver la hora que era sin que llegaran,
la llamaba y me saltaba el buzón de voz, y cuando aparecieron y me dijo que
había estado tomando café con él, merendando con él, me… me tuve que morder
la lengua para no decir lo que pensaba delante del niño. Pero no era capaz de
soportar esa idea, no… no comprendía como después de todo lo que había
pasado…. Me fui a la cocina y en fin…
- ¿Y Ana te dejó beber?
- ¿Ana? No, claro que no – sonrió recordando la escena – no me dejó hacerlo, me
quitó la copa de la mano con una dulzura que… - se interrumpió una vez más al
leer los ojos de la enfermera y el dolor que reflejaban - me hizo comprender que
no quería que el niño los viese discutir, y que aunque ella se había negado a su
invitación, él insistió tanto que prefirió tomarse ese café que dar un espectáculo
y que Juanito los viera discutir. Me dijo que no todo era malo, que había
aprovechado para decirle que había alguien en su vida, y me sonrió. Yo… me
puse nerviosa… no me fiaba de él, pero al parecer, hasta le dijo que se alegraba
de que tuviese otra pareja, aunque claro no le había dicho que era una mujer, el
muy cabrón le aseguró que por encima de todo estaba su hijo – musitó bajando
la cabeza y negando - ¡mentiras! todo mentiras, pero ella le creía.
- Claro… ¡a quién se le ocurre!
- Tenían un hijo en común y eso… es un obstáculo en una separación.
- Imagino que, en realidad, se lo tomó fatal.
- Si – respondió frunciendo el ceño y tiñendo su mirada de nuevo con una
oscuridad impenetrable.
- ¿Qué pasó?
- Pues que ese día que le dijo que se casaba conmigo, la golpeó delante del niño,
delante de varios testigos… ella llegó a casa … destrozada, sangrando, no
consintió que se quedara con el niño, temiendo que pudiera hacerle algo a él
también, y eso lo enloqueció, por lo visto amenazó con matarlo, con matarlos a
los dos y Juanito estaba histérico, sin dejar de llorar, sobrecogido, tardé más de
una hora en calmarlos y curar sus heridas, Ana tenía un golpe en la cabeza que
no me gustaba nada, pero ella se negaba a que la llevase al hospital, se negaba a
separarse del niño, me costó mucho trabajo convencerla, tuve que llamar a sus
padres y al final consintió en que dejáramos a Juanito con ellos. Me la llevé al
hospital, pasó la noche en observación y yo… yo perdí los nervios y la
paciencia. Cogí el coche y me fui a buscarlo. No soportaba la idea de que la
golpease, de que la humillase y de que la hubiese amenazado de muerte, ni a ella
ni a Juanito.
- Pero Maca…. ¿por eso me dijiste que era un bestia? ¿qué te hizo?
- Nada, no di con él. Regresé al hospital y pasé la noche con ella. Al día siguiente
le dieron el alta y por fin la convencí para que le pusiera una denuncia, hasta
entonces nunca había querido hacerlo, a pesar de todos los consejos, yo creo que
se negaba por sus padres – comentó pensativa – en fin que así lo hicimos,
fuimos a comisaría y lo denunciamos, luego fuimos a la casa de campo de sus
padres a recoger a Juanito.
Maca se calló y puso aquella expresión pensativa que tanto asustaba a Esther que
aguardó pacientemente que continuara con el relato. Sin embargo, la mente de Maca
había volado a aquel día, recordando cada palabra, cada hecho de esa mañana, cuando
parecía no haber nadie en la casa. ¡Jamás olvidaría aquella mirada de Ana, llena de
pánico y horror!
Esther continuaba aguardando y de nuevo, al ver que Maca permanecía con la vista
perdida en el jugueteo de sus manos, decidió llamar su atención.
- Maca… ¿estás bien? – le preguntó con sincera preocupación, la veía cada vez
más apagada, cada vez hablando con más desgana y Germán le había dicho que
debía descansar.
- Si – respondió con un hilo de voz apretando los labios.
- No tienes porqué seguir si no te apetece.
- No es eso – respondió arrastrando las palabras con un suspiro, la miró fijamente
– es… nunca he hablado de ello con… con nadie que… no fuera Ana –
reconoció mordiéndose el labio inferior – pero…. quiero hacerlo… contigo –
esbozó una leve sonrisa y Esther se la devolvió, una sonrisa tierna, comprensiva,
llena del amor que sentía por ella.
- ¿Qué pasó? – le preguntó al ver que de nuevo perdía la mirada en el infinito,
traspasándola. Maca exhaló un profundo suspiro y continuó.
- Ese hijo de puta se había presentado en casa de mis suegros. Gritando que ese
fin de semana le tocaba el niño y que por sus cojones iba a llevárselo. Que no
iba a consentir que Ana lo separase de él, que era una puta que ya estaba
pensando en casarse otra vez y encima con una mujer, ¡imagina la que se montó!
– exclamó – Ana aún no le había contado nada a sus padres de… lo nuestro, solo
creían que éramos buenas amigas, al fin y al cabo nuestras familias se conocían
desde siempre.
- ¿Ese fue el día que lo conociste?
- Si, mis suegros estaban sorprendidos y asustados, ¡el yerno perfecto! – exclamó
con ironía – no como yo – musitó ante la sorpresa de Esther.
- Intentó coger a Juanito que no dejaba de llorar y... me enfrenté a él, Ana salió
del coche e intentó intervenir.
- ¿De qué coche?
- Eh… - la miró cayendo en la cuenta que no le había contado todo – Ana se había
quedado en él, yo se lo había pedido, ese tío es un animal, más alto que Germán
y debía pesar por lo menos ¡doscientos kilos!
- ¡Exagerada! ¿cómo va a pesar doscientos kilos?
- ¿Exagerada! sí, quizás – musitó mirándola con el ceño fruncido. Esther se
comprendió que no debía de haber hecho el comentario y se apresuró a
disculparse.
- Perdona, Maca – apretó los labios compungida - sigue.
- Todos estábamos muy nerviosos. Los padres de Ana se habían quedado
paralizados, nos miraban entre asustados, sorprendidos.. no sé. Yo… - la miró
ladeando la cabeza – casi no podía respirar, pero forcejeé con una sola idea, que
no volviera a ponerle una mano encima a Ana, se me revolvía el estómago solo
de pensarlo - continuó y con un suspiro decidió abreviar al ver que Esther
disimulaba un bostezo – en fin, que el niño se refugió con su abuela en una
habitación, Ana y su padre intentaron calmar a Juan y al final, me soltó. La
policía llegó en ese momento, eran sus compañeros y ya puedes imaginar – dijo
despectivamente – luego dicen que los médicos nos cubrimos unos a otros –
musitó negando con la cabeza.
- ¿No lo detuvieron?
- ¿Detenerlo? – sonrió sarcástica - se justificó, el muy hijo de puta se echó a
llorar, diciendo que Ana lo estaba volviendo loco, que no solo le había puesto
los cuernos si no que lo había hecho con una puta como ella, pero que lo único
que le importaba era su niño, que no soportaba estar separado de él, que le
tocaba a él ese fin de semana y que ella se había negado, que eso lo había sacado
de sus casillas, pero que solo quería que se cumplieran sus derechos. Pidió
perdón a mis suegros, ¡hasta de rodillas se puso el muy hijo de puta! Les juró
que jamás volvería a pasar y mis suegros convencieron a su hija para que retirara
la denuncia que habíamos puesto esa mañana.
- Pero... ¿por qué? después de lo que había hecho delante de ellos.
- ¿Tú qué crees? – la miró con suficiencia – vi el asco y el desprecio en sus
rostros, ¡su hija lesbiana! de mí ya lo habían oído pero ¡su hija!
- Maca…. Aún así, ¿no entiendo como sabiendo que le pegaba…?
- ¡Vete a saber! – murmuró – de todas formas yo no lo hice.
- ¿Lo denunciaste tú?
- Si – dijo levantando el mentón con su eterno aire desafiante – cuando me
enfrenté a él me cogió de la muñeca y me la retorció, me agarró del cuello y me
golpeó contra la pared. Si ella no estaba dispuesta a denunciarlo yo sí, por
agresión.
- ¡Cariño! – no pudo evitar exclamar con las lágrimas saltadas.
- Ana se opuso, intentó convencerme, me decía que me iba a echar encima a sus
padres, que bastante enfadados estaban ya, pero no le hice caso. Yo quería
ponerla también por todo lo que le hizo a ella y al niño, pero… no me dejó -
guardó silencio y su mirada se volvió hosca - mi primera bronca con Ana y tuvo
que ser por ese hijo de puta.
- No entiendo como sus padres, quiero decir tus suegros…. ¡Joder! ¡qué era su
hija! ¡y su nieto!
- Ya te lo he dicho, las apariencias ante todo. Mis padres también estaban
cabreadísimos conmigo. A mis suegros les faltó tiempo para llamarlos. ¡Tercer
escándalo que montaba tras dejar plantado a Fernando y tras la inhabilitación!
mi madre se opuso tajantemente a la boda, y… ¿te aburro? – preguntó al verla
bostezar de nuevo.
- ¡No! – exclamó – claro que no.
- Vamos a la cama, estás cansada y yo aquí… calentándote la cabeza.
- ¡No! Maca, por favor, quiero que termites de contarme. ¿Fue a la cárcel?
- ¿A la cárcel? – sonrió irónica - Ese cabrón no pasó ni un segundo en el calabozo,
no sé como lo consiguió, pero lo cierto es que consiguió que todo pareciera al
revés.
- No entiendo ¿cómo al revés?
- Le puso una denuncia a Ana, y comenzó a hacernos la vida imposible.
- ¿A Ana? Pero… ¿por qué la denunció? y… ¿a ti también?
- A ella por no dejarle ver al niño y presentarse en su casa dando voces – dijo – se
buscó una vecina que juraba que Ana no dejaba de ir a molestarlo y que el día
que la golpeó lo único que hizo él fue defenderse. ¡Ana! que no levanta la voz ni
cuando discute.
- ¿Discutís mucho?
- No - dijo secamente y Esther se arrepintió de su pregunta.
- ¿Por qué te hacía la vida imposible a ti?
- Se la hacía a ella, y de rebote a mí. Le pedí a Ana que se viniera a Madrid, que
era mucho peor para el niño ver aquellos espectáculos, pero no hubo forma de
convencerla, creía que si lo hacía enfadar más, todo iría a peor. Su padre era el
gobernador civil de Sevilla y él.. no habían sido capaces de hacer carrera de él,
¡la oveja negra! bastante que entró en la policía y pretendía que llegara a
comisario. Ana temía que con sus buenos contactos nos hundiera la vida, que yo
no pudiera montar la clínica, no sé, nunca la había visto tan asustada. Él empezó
a seguirme a todas partes, mi coche apareció rayado y con las ruedas pinchadas
y ella… no estaba dispuesta a que yo pagara las consecuencias, ¡siempre
obsesionada con protegerme! Total que al final retiré la denuncia y él dejó de
molestarnos. Al poco nos casamos y todo parecía ir bien, un par de meses
después de la boda, tuve que volver al central. Todos los fines de semana iba a
Sevilla a veces solo por unas horas, cuando no podía cambiar alguna guardia.
- Y sigues haciéndolo – le sonrió.
- Sí.
- Perdona, ya no te interrumpo más.
- No, perdona tú, vaya rollo que te he soltado – le dijo mirando el reloj – estás
cansada y es tardísimo y al final no te he dicho lo que realmente importa.
- ¿El qué?
- No tenemos un hijo.
- ¿Cómo…? Eh… no entiendo….
- Juanito murió y… todo… todo cambió … - le dijo con voz quebrada.
Esther guardó silencio, los ojos de Maca se habían llenado de lágrimas y ella solo se le
ocurrió situarse de rodillas a su lado y abrazarla.
Maca permaneció casi impasible durante un par de segundos, ni siquiera parecía notar
su abrazo, luego se estremeció, un escalofrío la recorrió de arriba abajo, aunque era
incapaz de sentirlo al completo y se aferró a Esther, aliviada con aquel contacto, con sus
brazos firmes, que la sostenían, y con aquel susurro junto a su oído, “mi amor”, lleno de
cariño y comprensión. Esther quería saber más, necesitaba conocer el porqué de la
muerte del niño, a su mente acudían todo tipo de posibilidades a cada cual más
espeluznante, no podía hacerse a la idea de lo que debía haber significado para el
matrimonio de Maca la muerte del niño. Al cabo de un instante la pediatra se separó de
ella y con una mueca de tristeza, continuó.
- Desde entonces, Ana no… no está bien…, no… - levantó los ojos hacia ella
escudriñándola, el nudo de su garganta le impedía articular las palabras con
soltura – no esta bien – repitió, en un murmullo, desviando la vista.
Esther posó su mano en la barbilla de la pediatra, y le giró el rostro hacia ella. Quería
volver a ver sus ojos, necesitaba saber si en ellos, además del sufrimiento que leía, había
algo más, había amor por su mujer. Pero cuando Maca la miró, solo vio dolor y
desesperación, y sintió un deseo enorme de esfumar esa sombra que teñía su mirada, un
deseo enorme de consolarla y estrecharla en sus brazos como hacía un momento, de
hacerla reír como la tarde anterior, de ver el deseo en su mirada, la ilusión en sus ojos y
la esperanza en cada gesto y cada palabra. Sin embargo, solo le acarició la mejilla y
esperó a que continuara, ahora sí que quería y necesitaba saber más, pero Maca
permaneció en silencio, solo mirándola. Esther, hubiera dado cualquier cosa por saber
qué era lo que pasaba por su mente en aquel instante, estaba segura de que se iba a echar
a llorar de un momento a otro, estaba segura de que le iba a revelar qué era lo que
ocurría entre Ana y ella, porque ya sí que estaba convencida de que algo pasaba con
Ana. Maca no dejaba de mirarla, con el ceño levemente fruncido y un velo de oscuridad
en sus ojos. Finalmente, la pediatra se echó hacia atrás, separándose de Esther con
brusquedad.
Aunque por otro lado era cierto que Maca, sistemáticamente, esquivaba pronunciar un te
amo, alto y claro, pero aún así, sus besos no podían ser mentira, sus caricias no podían
ser falsas, aquella forma de abrazarse a ella de hacerla alcanzar el paraíso no podía ser
fingida. La sola idea de que aquello fuese cierto, de que Maca la estuviese haciendo
vivir un engaño la hizo estremecerse de pavor. No podía ser, “deja de pensar chorradas,
Esther, se te está yendo la cabeza”, se dijo jugando mecánicamente con el cigarrillo que
tenía entre sus dedos. Quizás era una forma perversa de la pediatra para vengarse de ella
por haberla abandonado, su secreta forma de hacerla sufrir como ella hiciera hace años
cuando desapareció sin explicaciones, “cómo puedes pensar esas cosas de Maca, estás
cansada y no, no eso es imposible, ¡imposible!”, se repetía intentado borrar las ideas
funestas que acudían a su mente, “lo que ocurre es que esperabas que Ana fuera un
monstruo, que Maca se hubiese equivocado al casarse con ella y ni es uno, ni crees que
se equivocara, es más, quizás si no se la hubiese encontrado en su vida ahora no estaría
aquí conmigo”, se repetía luchando contra aquellas dudas que la estaban corroyendo.
Un ruido la sobresaltó y levantó la cabeza. Vio como Sara salía de su cabaña y corría
hacia el hospital. No recordaba que le tocara guardia, y menos después del día de
trabajo en el campo, no era lo habitual. Pero no le dio más importancia y volvió a lo que
realmente la preocupaba, Maca.
“Maca”, musitó entre dientes, “Maca, Maca, siempre Maca”, se dijo apoyando la frente
en ambas palmas y cerrando momentáneamente los ojos, manteniendo entre los dedos
su enésimo cigarrillo. Tenía la sensación de que nada volvería a ser igual después de
escuchar todo aquello, la sensación de que sus palabras habían caído sobre ella
golpeándola con más fuerza de la que le gustaría reconocer. Siempre había albergado la
esperanza de que Maca jamás había estado enamorada de Ana, de que Ana era una
persona interesada, aprovechada que no se preocupaba por su mujer, ¡ni siquiera fue a
verla cuando estuvo en coma! pero ahora… todo comenzaba a encajar y de una forma
que nunca quiso imaginar. ¡Sí! Maca la había golpeado con sus palabras, y cada vez le
resultaba más difícil disimular el efecto de ese golpe, sólo eran palabras, palabras que
formaban una historia, la historia que tanto había deseado conocer y que ahora que
estaba haciéndolo preferiría no haber escuchado. Preferiría seguir creyendo que Ana no
amaba a Maca, que nunca la había amado, que Maca nunca había sido feliz a su lado,
pero no, poco a poco comprendía que lo que su mente construyó para justificar su acoso
a la pediatra no existía, para justificar su intento de recuperarla aún sabiendo que estaba
casada, tenía unos cimientos tan vanos que Maca se había encargado de derribarlos de
un plumazo, y ahora ¿qué? Suspiró deseando que la pediatra regresase cuanto antes,
quería saber qué había pasado, porqué había muerto Juanito y comenzó a encender un
cigarrillo tras otro, nerviosa, segura de que el final de esa historia iba a ser el que menos
deseaba.
Sin poderlo evitar, dos lágrimas se escaparon de sus ojos, la angustia que había ido
experimentando a lo largo del relato se fue acrecentando a medida que su mente
repasaba una y otra vez todo lo que Maca le había contado, no podía controlar la
congoja que la atenazaba y Maca estaría a punto de volver, respiró hondo un par de
veces y encendió otro cigarrillo. Sola, se sentía sola, sentada en el escalón en que tantas
veces se había sentado a recordar, a llorar, a hablar con Germán y en el que esa misma
noche se había sentido inmensamente feliz, aferrada a Maca, escuchando tocar a su
amigo, en ese mismo escalón ahora se sentía vencida, estaba sola, más sola que nunca,
golpeada por una realidad, por una verdad, que la atormentaba, Maca seguía queriendo a
su mujer, se lo notaba en el dolor que reflejaban sus ojos, en el tono derrotado de sus
palabras, en su mirada huidiza y esquiva, y volvió a experimentar la vibración del dolor,
de ese dolor profundo y violento que le provocaba la oscura sensación de la separación,
del abandono, segura de que Maca terminaría por confesarle que no podía seguir con
ella.
Maca tardó en volver más de media hora, cuando lo hizo, Esther estaba al borde del
histerismo, se había repetido constantemente que no debía montarse películas, que
siempre le ocurría lo mismo y que solo debía tranquilizarse y escuchar a Maca y, sobre
todo, mostrarle su apoyo y comprensión. Al verla llegar, supo que había estado
llorando, pero no fue capaz de decirle nada.
La pediatra se colocó de nuevo a su lado y la miró con atención, sin articular palabra,
percibiendo, igualmente, que la enfermera había llorado. Se maldijo por haber sido la
causante de aquellas lágrimas, no soportaba verla sufrir por su culpa. Luego sus ojos se
posaron en el pequeño cenicero, estaba lleno de colillas, y Maca comprendió que Esther
había estado fumando compulsivamente mientras esperaba, con seguridad, en un intento
de calmar el desasosiego que ella le había producido y deseó con toda su alma que no
fuera así, deseó poder dejarla al margen del dolor, pero sabía que era imposible hacer
eso, si quería tener una nueva oportunidad en su vida, tenía que ser muy clara y sincera.
Esther tenía derecho a saber y escoger con libertad, y ella solo podía guardarse sus
deseos, renunciar a sus anhelos y esperar que su decisión fuese la que soñaba.
La enfermera la miró anhelante, esperando que le dijese algo pero Maca se quedó frente
a ella, sin dejar de mirarla y sin articular palabra. Esther se sobrecogió al ver sus ojos, su
expresión era reflejo de todos aquellos deseos que se le antojaban inalcanzables, de toda
la culpabilidad que atormentaba su conciencia. No podía evitarlo, deseaba que nada
enturbiara lo que había vuelto a resurgir entre ellas, deseaba confiar en todas y cada una
de sus promesas, deseaba dejarse llevar por Esther, arrastrada y mecida por su amor y,
sobre todo, deseaba cerrar de golpe la puerta que la unía al pasado y abrir la que se le
ofrecía sin dudarlo más, sin pararse a analizar las consecuencias. Pero los ojos de Esther
le hablaban de sufrimiento, y temió que después de todo lo que le había contado, que
después de lo que iba a pedirle, nada quedase. La miró desesperada, la conocía y sabía
que estaría perdida en un mar de incertidumbre, que estaría luchando contra los
fantasmas que ella había creado y que no era capaz de espantar y sintió pavor de que
tras esa tormenta interna, tras esa tempestad, quedase la nada. Esther leyó esa
desolación de su mirada y como mutaba en pánico, para dejar paso a un gesto hosco e
impermeable, a su eterna coraza y todas sus dudas, desaparecieron, tan solo prevalecía
el amor y la preocupación por ella.
- ¿Estás bien? – Esther se atrevió a romper el silencio al ver que ella no lo hacía y
que perdía la vista en la oscuridad de la noche.
- Si – asintió levemente – eh… perdona, me he… entretenido un poco.
- ¿Seguro que estás bien? – insistió y Maca volvió a asentir – estás muy pálida,
Maca, y…
- Esther… - protestó levemente, arrastrando las sílabas con cansancio – por favor,
no empieces….
- ¿No te habrás mareado o vomitado? – continuó haciendo caso omiso al tono de
protesta y hastío de la pediatra y poniéndole una mano en la frente. No se fiaba
lo más mínimo y menos después de lo que le había ocurrido por la tarde y de la
insistencia de Germán en vigilarla.
- No me he mareado, ni he vomitado – respondió con cierto retintín y una leve
sonrisa de condescendencia, retirándole la mano con suavidad – y sí, Esther,
estoy bien, no te preocupes tanto por mí. Solo me he entretenido en el baño.
- No puedo evitarlo – murmuró cabizbaja – digo… preocuparme por ti – esbozó
una tímida sonrisa sin saber como sería recibida.
- Y yo te lo agradezco, solo necesitaba estar sola un momento.
- Maca… tú sabes que... yo lo último que quiero es que tú… sufras y que….
- Esther… estoy bien… ya te lo he dicho – respondió con brusquedad.
- Vale… no te enfades – le pidió melosa convencida de que no era así.
- ¿Me das un cigarro? – le preguntó sin responder a su petición. ¡Necesitaba uno!
debía armarse de valor para continuar, terminar de contarle todo y para pedirle
paciencia y tiempo.
- Maca… - dijo con tono recriminatorio – sabes que no puedes fumar.
- ¿No puedo? – levantó las cejas molesta.
- Bueno… - la miró con la intención de defender su postura pero lo que le había
contado Maca sobre Ana, la forma que tenía de tratarla, la confesión sobre que
siempre le dejaba libertad para escoger su camino la hicieron detener su
argumentación, ¡lo último que deseaba es que Maca la comparase con Ana! y si
era así, saliese perdiendo en la comparación y encima, ¿a quién se parecía más
prohibiéndole las cosas! ¡a su madre! y por encima de todo, lo último que
deseaba es que Maca la asociase a Rosario, además Maca era mayorcita y,
médico, sabía perfectamente lo que tenía que hacer – no… no debes – le dijo con
cierto temor - pero… haz lo que quieras – terminó con autoridad.
Maca se volvió hacia ella, sorprendida por esas palabras y por el tono de la enfermera,
la miró a los ojos y supo inmediatamente lo que pasaba por su mente, le sonrió con
tristeza.
Maca permaneció con la vista fija en ella, frunció el ceño y apretó los labios.
La enfermera aguardaba con un rictus de seriedad, sabía que había algo más, y sabía que
Maca estaba calibrando si contárselo o no. Tan angustiada la vio que decidió tenderle la
mano y hacer lo que tantas veces todos le dijeran, ayudarla.
- Maca, puede ser que no entienda ciertas cosas, y puede ser que me gustaría que
otras fueran de diferente forma…. pero de lo que sí estoy completamente segura,
es de que lo único que me importa es que tú estés bien, solo me importas tú, me
da igual el pasado y me da igual el futuro, si tú me dices que me quieres, que me
necesitas, que quieres que regresemos juntas a Madrid, todo lo demás no me
importa – le dijo con fuerza – ¡no me importa nada! ¡solo tú!
- Esther…
- Te lo digo muy en serio, ¡no me importa nada más que tú!
- ¿Y mañana? puede ser que aquí y ahora, eso que dices, sea verdad pero ¿y
mañana? – repitió – ¿pensarás lo mismo cuando todos los fines de semana vaya
a Sevilla?
- No lo sé… y tampoco quiero pensar en ello.
- Pero tienes que pensar en ello – casi le ordenó de nuevo con los ojos
humedecidos – tienes que hacerlo.
La enfermera desvió la mirada, sabía que Maca tenía razón pero en esos momentos solo
podía pensar en una cosa, en cerciorarse de que Maca la amaba, en asegurarse de que
ese amor iba a poder con todos los obstáculos. Eso le bastaba, lo demás carecía de
importancia si Maca le confesaba su amor.
La pediatra se encogió de hombros, con ese aire burlón que tanto divertía a la
enfermera, aunque esta vez era algo diferente, estaba disfrazado de un halo de tristeza, y
le sonrió con un profundo suspiró, comprendió su broma, resignada a aceptar su
negativa a pronunciar aquellas palabras, pero dispuesta a no dar su brazo a torcer.
Maca apretó los labios y tomó aire, parecía decidida a darle la anhelada respuesta,
esbozo una tímida sonrisa y le cogió una mano, se la acarició con ternura quedándose
ensimismada con la vista clavada en las manos que mantenían entrelazadas y luego
levantó los ojos hacia ella.
Esther la miró burlona, consciente de que no saldría ni una palabra de aquellos labios
que adoraba y que tan bien conocía, consciente de que sería incapaz de decir un simple
“te amo”.
- Todo esto que me cuentas es porque… no me vas a decir que me amas, ¿verdad?
– la interrumpió sonriendo comprensiva y enarcando las cejas de tal forma que
Maca enrojeció - Pues yo sí que te amo y sí que haría por ti cualquier cosa – la
cortó con una expresión divertida al ver sus vanos intentos de expresarle sus
sentimientos.
Iba a demostrarle que no la había hecho sufrir, aunque no fuera cierto. No quería ver esa
sombra en sus ojos, esa tristeza en su alma, no quería que siguiera hablando de aquello
que tanto le afectaba, aunque ella estuviese deseando conocerlo. Estaba muy claro que
Maca se había echado atrás, que no iba a contarle nada más de Ana, al menos por esa
noche y ella no iba a presionarla. Solo por verla con aquel gesto de alegría que le estaba
poniendo al escuchar su declaración, ella era feliz.
Maca la miró burlona y Ester se temió una de sus respuestas sarcásticas, de esas que la
dejaban sin saber qué decir, ni que hacer. No había forma con ella.
- Por ti – rompió el silencio con voz insinuante, sibilante y tan cadenciosa que
Esther se sentó en el escalón, juntó sus piernas y se abrazó a las rodillas,
apoyando la barbilla en ellas, dispuesta a escucharla, con tal cara de anhelo y
atención que Maca sonrió - Solo por ti desearía tener alas, llevarte de la mano
volando lejos de aquí, a otro mundo, un mundo lleno de felicidad, donde nada
pudiera dañarte, donde el sentimiento de amar no tuviera fin… ¿te gusta eso? –
le preguntó en el mismo tono de burla y Esther asintió divertida con su intento.
- No esta mal.
- ¿Cómo que no esta mal? – sonrió cada vez más cómoda con el juego y casi
olvidando todo lo que habían hablado.
- Eso, que no está mal, pero… yo estaba pensando en… algo más romántico,
más… intenso…, más…
- Pues…. – la miró pensativa – yo…. solo por ti sería capaz de dejar que leyeras
mi mente, para que dejes de pensar tonterías, para que dejes de dudar y temer,
para que te vieses junto a mí, sin tiempo, sin distancia, sin prisa, quisiera ser
capaz de poner a tus pies todos tus deseos, solo por ti – torció la boca en una
mueca burlona y Ester esperó con una sonrisa lo que se avecinaba, Maca bajó el
tono y se aproximó, inclinándose, a su rostro, susurrando - bebería con ansia de
tus labios el elíxir de tus besos, paliaría mi sed siempre en tu lago – la miró
sonriente, echándose de nuevo hacia atrás y dejando a Esther con el deseo
desmedido del beso que no había llegado – te buscaría para abrigarme con el
calor que me da tu amor, solo por ti te buscaría con desespero en la oscuridad,
aún sin luz en mis ojos, te encontraría, atrás quedaron los sueños, mí guía tú,
ahora eres mi realidad, mi vida, mí norte, mí sur… ¿vale así?
- ¿Eso nada más? – preguntó sonriendo con una mueca de suficiencia dispuesta a
hacerla sufrir un poco – vas a tener que mejorar y estrujarte la cabeza.
- Pues… solo por ti he sido tocada por las alas de un ángel y ese ángel eres tú,
iluminas mi camino hacia tu corazón que palpita al son del mío… ¿no dirás que
esto no es de tu estilo así, melosito?
- ¿Mi estilo? ¡perdona! pero mi estilo es… ¡mucho mejor que eso! – le dijo con
aire despectivo - eso es cursi, ¡muy cursi!
- ¿Cursi?
- Muy, muy, muy cursi, Maca. Más cursi que decirle a Yumbura que algo es…
delicioso – la remedó recordando la visita que le hicieron en la aldea.
- ¿Con que esas tenemos?
- Sí – sonrió burlona – a ver ¿qué más?
- Nada más… si te vas a reír de mí.
- ¿Yo! ¿reírme de ti, yo? – preguntó burlándose de nuevo.
- Ahora verás - la amenazó - Solo por ti encontraría una melodía para este amor,
convertiría cada nota en una ligera pluma y volando hasta a ti, llegaría a tus
oídos en sintonía de balada …
- Hombre romántico si que es, pero no sé Maca, no se te ocurre nada más…
¿original?
- Original, y romántico – murmuró enfurruñada - Solo por ti contra el viento
correría, lucharía contra la tempestad de la distancia y aunque el mundo quiera
alcanzarme, mí meta, tus brazos, mí refugio tu alma, mi calma, tu mirada…
- No está mal pero… qué tal algo más… contundente, Maca, algo así como…
hizo una pausa e impostó de nuevo la voz, recitando - por ti navegaría en un mar
de lágrimas, peinados mis cabellos con la brisa de los sueños, como puerto
donde llegar, esperanza de volvernos a encontrar… Solo por ti caminaría por un
prado de espinos descalza, por cada gota de sangre derramada, un beso tierno de
mi alma… Solo por ti alzo el vuelo en cada canción, en cada verso, en cada
suspiro, en cada emoción, en cada sonrisa, en cada ilusión…
- ¡Joder! – exclamo entregada a ese juego - ¿Y eso no es cursi?
- Perdona que te diga eso es… ¡precioso! – rió igualmente divertida – yo por ti
gritándolo al mundo en completo silencio, quien dicta mi corazón, quien
compone mi alma, tú recuerdo, tu mirada, son mis letras enredadas…
- Me rindo, no se me ocurre nada… contundente, ni original, ni romántico ni que
esté a tu altura – sonrió vencida mirándola con admiración – ¿nos vamos a la
cama! quizás allí… me inspire – dijo insinuante.
- Sí – suspiro – Anda, desastre, vamos a la cama, ¡valiente poeta!
- ¡A dios, la escritora famosa! Te recuerdo, que quien te leía poemas y te
descubrió a Neruda fui yo.
- Uy, uy que te veo con un poquito de rencor.
- De eso nada, lo que pasa es que te aprovechas de que hace apenas un mes estaba
en coma y no me acuerdo de nada – le dijo maliciosa viendo que la enfermera se
ponía seria - Tú deja que yo recupere la forma y te vas a enterar. ¡Te pido la
revancha!
- ¡Ay, mi niña! no me recuerdes esos días – la abrazó por detrás con un suspiro -
¡si supieras lo mal que lo pasé!
- ¿Lo pasaste mal?
- Si – reconoció por primera vez.
- ¿Muy mal?
- ¡Mucho! – exclamó asintiendo - deseaba estar contigo a cada instante y no sabía
ya que excusas buscarme para ir a la clínica y verte, para pedirte al oído que
despertaras, para besarte sin que nadie me viera.
- ¿Me besaste?
- Una vez, cuando estabas ya en la habitación y creía que dormías.
- Luego… ¿no lo soñé?
- ¿Soñabas que me besabas?
- Si – reconoció con otra sonrisa – tan a menudo que creía volverme loca.
- Yo si que creí volverme loca cuando tu madre se empeñó en llevarte a Sevilla, y
separarte de mí.
- Lo siento - la cogió de las manos y Maca la atrajo sentándola en sus rodillas – ya
sabes como es mi madre.
- ¡Tenía tanto miedo de que te pasara algo! – exclamó acariciando su rostro y
clavando los ojos en sus labios sintiendo que la embargaba el deseo – que no
pudiera volver a verte, sin haber sido capaz de decirte que… ¡te amo!
- Ven aquí, tontona – le dijo besándola – no pongas esa carita de pena, si estoy
hecha un pimpollo, ¡mírame! estás consiguiendo milagros – sonrió – ¡enfermera!
¡si solo me falta levantarme y ponerme a bailar!
Esther soltó una carcajada, y la observó alegre, todas sus dudas disipadas, habían
bastado unos minutos con unos de sus antiguos juegos para hacerla sentir que estaba en
una nube y que estaba con ella, sonrió dándole la razón, era cierto que Maca distaba
mucho de parecer enferma, se inclinó y la besó de nuevo.
Esther asintió con un suspiro, era increíble lo que Maca la hacía sentir. Tanto tiempo
creyendo que sería incapaz de ser feliz, y mucho más después de lo que le sucediera en
el orfanato, tanto tiempo creyendo que no sería capaz de superarlo, que nunca volvería a
ser la misma y, ahora, en un par de meses la pediatra había puesto de nuevo su vida
patas arriba, era la segunda vez que lo hacía y deseaba con toda su alma que fuera la
última. Maca había conseguido que disfrutara de nuevo trabajando a su lado, había
conseguido que se sintiera tranquila, en paz, que tuviera un objetivo y una ilusión que
creía olvidados y sobre todo, la estaba ayudando a ver todo aquello, lo que tanto amara
durante cinco años y que aborreciera de un plumazo, con otros ojos, los ojos de una
nueva vida que se le brindaba de su mano y deseó compartir con ella toda lo que le
faltaban por conocer. Miró a la luna y se le escapó una sonrisa nostálgica, su mente voló
a la canción que Germán había cantado, ¡qué verdad encerraba aquella letra! No pudo
evitar recordar todas aquellas pequeñas cosas que siempre le habían impedido olvidar a
Maca, esas pequeñas cosas que la hacían tan especial.
- ¿Se puede saber en qué piensas? – escuchó a su lado y se giró con tal cara de
sorpresa que Maca lanzo una carcajada.
- Chist - la reprendió riendo también con la mano en la boca – ¿ya estás aquí?
- Te prometí que no tardaría – sonrió insinuante mirando divertida la expresión de
la enfermera - ¿no me vas a decir en qué piensas? – insistió.
- Pensaba en la canción de Germán y en lo que significa – confesó bajando la voz.
- Y para ti, ¿qué significa? – preguntó interesada.
Esther se aproximó y la besó, la ternura dejó paso a la pasión, se sentó en sus rodillas, y
se besaron cada vez con más fuerza, la enfermera se retiró temerosa, no quería que
nadie las viera. Un relámpago iluminó el campamento y Esther saltó de sus rodillas
como si alguien hubiera encendido la luz descubriéndolas.
- ¿Va a haber tormenta? – preguntó Maca con un deje de temor, mirando al cielo,
que había enrojecido y ocultaba la cantidad de estrellas que se divisaran minutos
antes.
Instantes después el viento comenzó a golpear con fuerza en la ventana, y a duras penas
alcanzaron a guarecerse de la lluvia que comenzó de improviso con una fuerza inusitada
para la pediatra. Todo estaba oscuro y Maca sintió que otro escalofrío recorría su
cuerpo, pero no era el miedo el que se apoderaba de ella, sino un placer incontrolable.
No podía pensar con claridad en aquellas circunstancias. La tormenta y Esther que la
observaba en silencio, los besos que se habían dado se le antojaban diferentes, los
grandes ojos de la enfermera más oscuros que nunca, recorriéndola cada milímetro,
analizando su cuerpo, desnudándola con la mirada y esperando, a que ella diera el paso.
Esther más que nunca deseaba sentir a Maca, sentir que la amaba, sentir que aquella
confesión y aquel dolor desaparecían ante el fuego abrasador de su amor. La miró
fijamente y Maca le devolvió la mirada, mostrándole que ella deseaba y necesitaba lo
mismo, pero no estaba segura de si Esther, después de todo lo que había escuchado,
estaba dispuesta a entregárselo por mucho que lo desease. Sabía que debía terminar su
historia, quizás debía hacerlo en ese mismo instante, pero no fue capaz de abrir la boca,
solo mirarla y ver como encendía la luz de la lamparita, como le devolvía la mirada, esa
mirada que la hacía olvidarse del resto del mundo. Ambas permanecieron quietas, con
los ojos clavados en la otra, deseándose de tal forma que rápidamente supieron lo que
iba a pasar en unos instantes, incapaces de cortar ese contacto visual que a cada segundo
ganaba en penetración y deseo.
Maca se pasó la lengua por los labios con nerviosismo, llevaba todo el día esperando
ese momento, se acercó a la cama y se subió a ella, en silencio, solo mirando a la
enfermera que hizo lo propio recostándose a su lado, sin dejar de mirarla. Maca le
sonrió de tal forma que borró todas sus dudas. La pediatra estaba dispuesta precisamente
a eso, a demostrarle que la amaba como jamás había amado a nadie. Esther se recostó y
Maca, con suma delicadeza le acarició la mejilla, colocándole el pelo tras la oreja, rozó
sus labios con el dedo índice, pidiéndole permiso y Esther sonrió con la mirada, al
tempo que besaba el dedo de Maca, la pediatra se estremeció y a su mirada la seguían
sus manos, y a estas sus labios. Ya no había marcha atrás, permanecieron unos segundos
más escudriñándose, alimentando el deseo que crecía furioso en ambas. Y entonces
Maca sintió el calor de los labios de Esther posados con delicadeza en los suyos, un
calor que la poseía, borrando todo lo demás, llegando a lo más profundo de su ser.
Había sentido pánico de que todo lo que habían hablado cambiase algo entre ellas, pero
allí, abrazada a Esther y sintiendo la fuerza de su amor todo le resultó extremadamente
fácil y placentero, de nuevo no existía nada, solo Esther, y entregada, comenzó a
cubrirla de besos, recorriendo todo su cuerpo con suavidad y parsimonia, dispuesta a
amarla hasta el amanecer, dispuesta a eliminar de sus ojos la sombra que Ana había
puesto en ellos y olvidándose del cansancio extremo que había sentido hacía tan solo
unos minutos.
Esther se dejó hacer, rendida a aquellos dedos sensuales que la recorrían, que la
acariciaban en todos los rincones de su cuerpo y comenzó a anhelar, cada vez con
mayor deseo que llegase a la profundidad de su ser, y que siguiera allí, amándola hasta
despuntar el día.
Maca la torturaba con cada caricia, con cada beso esquivo, con cada leve roce y Esther
no pudo evitar exhalar un profundo gemido que rompió el silencio de la noche, cuando
Maca, juguetona la rozó levemente donde tanto Esther deseaba, la pediatra se detuvo un
momento, para después ir subiendo lentamente, reptando sobre ella, haciéndole notar
todo su cuerpo y sellando sus labios con un profundo beso. Esther se removió nerviosa,
sintiendo que Maca era suya, como nunca lo había sido, sintiendo que el deseo de fundir
su piel con la de ella crecía de forma desmedida, y sin poder evitarlo por más tiempo se
giró dispuesta a dar rienda suelta a esos deseos, entrelazó sus manos con las de Maca y
fue ahora ella la que se afanó en besar su cuerpo, aquel cuerpo que adoraba, y que
comenzaba a estar, al igual que el suyo, empapado de amor.
El deseo mutuo fue dejando paso a la pasión, y sus corazones comenzaron a latir con
fuerza, cada vez con mayor fuerza y velocidad, piel con piel, sintiendo ambas que las
ganas las hacían vibrar de una forma intensa, profunda, incontrolable, juntas en una
unión perfecta, enredados sus cuerpos, explorándose mutuamente como si aún quedaran
lugares por descubrir, ávidas de más, se besaron con un ansia cada vez más violenta, la
enfermera comenzó a estremecerse con cada beso, con cada roce, su respiración había
alcanzado tal grado de agitación que Maca comprendió que Esther no podría aguantar
mucho más, le sonrió maliciosa, la empujó hasta que quedó recostada en la cama y
decidió saciarla bajando en sus caricias, hasta arrancar un gemido aún mayor,
haciéndola perder casi la razón, concentrada en aquel placer extremo, la enfermera
comenzó a temblar ante aquellas manos y aquella boca que la estaban enloqueciendo,
hasta que no pudo soportarlo más. La respiración agitada dejó paso a unos secos jadeos,
preludio de lo que se avecinaba, se aferró a la pediatra, perdiendo sus manos entre su
pelo, la atrajo con fuerza contra ella buscando mayor presión, flexionó las rodillas y
entreabrió las piernas arqueando la espalda y rendida, se dejó arrastrar por aquella
oleada furiosa de calor que la embargó, haciéndola palpitar de forma convulsa y
violenta hasta lanzar un profundo y ronco suspiro, que Maca recibió como el premio
perfecto a su dedicación.
Esther permaneció inmóvil unos segundos, el corazón desbocado, la respiración
entrecortada, y el cuerpo exhausto, sintiendo los leves roces de los labios de la pediatra
sobre él y estremeciéndose con cada uno de ellos, incapaz de resistirse, incapaz de
frenarla, hasta que al fin recuperó algo de fuerzas y la detuvo con suavidad, tirando de
ella para que subiese a su altura, la recostó y se perdió en su boca, abrazada a ella,
descansando en su pecho.
Maca sabía lo que le esperaba y lo deseó con toda su alma, necesitaba sentir sus manos
sobre su piel, sentir sus besos sobre su cuerpo, y sus deseos comenzaron a verse
satisfechos con creces. Esther se dedicó a ella con esmero, y con unas ganas que
rápidamente provocaron un calor interno en la pediatra, que la quemaba de forma
desmedida, cubriéndola de emociones, humedeciendo su piel, Esther sonrió satisfecha
de comprobar lo que provocaban sus besos, Maca podrían no sentirlo pero su cuerpo
estaba de nuevo reaccionando a la perfección.
La pediatra, pasó su brazo por encima de ella, buscó con su cara el hueco de su cuello y
en un susurro respondió.
Maca había hecho lo que tanto la excitaba, susurrarle al oído palabras que le hacían
cosquillas y la volvían loca, comprobando que su alma se estremecía de placer, que
aquellos dedos que ahora la recorrían con delicadeza y parsimonia la enloquecían una y
otra vez, sin fin, y que en cada ocasión parecía diferente, que la hacían anhelar que
continuaran otra vez su recorrido hacia los lugares más recónditos, cayendo y
adentrándose en su más profunda oscuridad, adueñándose de toda ella, haciéndola
palpitar, sin control, retirándose para volver a iniciar el juego y llevarla al borde del
abismo, de ese abismo al que se tiraba confiada, con los ojos cerrados, anhelando saltar
y volar, volar cada vez más alto.
Maca, satisfecha de lo que acababa de provocar, se fundió con ella sintiendo que aquel
aroma la embargaba, le anulaba el sentido cortándole la respiración, sintiéndola encima,
tan adentro de su alma que le costaba trabajo creer que aquello no era un sueño, si no
una maravillosa realidad. La maravillosa realidad de tenerla a su lado, fundidas en un
abrazo, perdidas en el deseo y la pasión mutua. Esther la miró, y Maca la sintió más
adentro que nunca, la besó y la pediatra comprendió que había llegado el momento,
Esther descendió con cuidado, propinándole leves caricias, suaves besos en el recorrido
hacia su meta, notando cómo comenzaba a temblar, podía sentir cómo su sangre
palpitaba bajo la piel, hirviendo de deseo, hasta que sin poder evitarlo, sin poder
aguantar más se dejó llevar por aquellos besos, sin pensar, explotando en ella con una
fuerza inusitada, con una intensidad desgarradora que satisfacía a la pediatra hasta el
punto de hacerla experimentar una felicidad inmensa, que inundaba sus pulmones de
aire, el mismo aire que le había faltado en tantas ocasiones y que ahora la hacía flotar en
un cielo intensamente azul e incomprensiblemente lleno de estrellas que brillaban con
una luz cegadora y atrayente, a las que extasiada se entregaba sin remisión para,
instantes después, volver de nuevo a la realidad, al abrazo tierno y firme, del amor que
sentían.
Esther se abrazó con fuerza a Maca, sonriendo, sintiéndose levitar por la fuerza de ese
amor que creía imposible volver a sentir por nadie y que sabía que siempre sentiría por
ella. Olvidando las miles de preguntas sin respuesta que momentos antes avasallaban su
interior. Maca no era ajena a ese sentimiento, igualmente eufórica, casi mareada con
aquella borrachera de besos y miradas tiernas, con aquella lentas caricias, que marcaban
un impás dedicado al descanso, y las mantenía unidas, sintiendo que el manto suave y
cálido del amor y la ternura que se profesaban las cubría, dándoles calor, dándoles las
fuerzas necesarias para lanzarse a la aventura de amarse, de entregarse sin reparos, sin
miedo al mañana, tejiendo una trama fuerte que las uniese frente al futuro incierto,
sintiendo que no era necesario prometerse un amor eterno porque ambas ya sabían que
de nada valían las promesas, que eran sus corazones los que hacía años se habían
acompasado, se habían entrelazado con los nudos invisibles del amor, esos nudos que ni
la distancia, ni el tiempo conseguían deshacer, muy al contrario habían permanecido
fuertes y ocultos, alimentándose de los recuerdos en la ausencia y que habían explotado
de nuevo en el reencuentro, dejándolas sin capacidad de lucha, sin resistencia,
haciéndolas comprender que aquella fuerza de sus corazones las arrastraría siempre a un
torbellino de sentimientos, a una pasión que solo era reflejo del profundo amor que
nunca podrían dejar de sentir.
Maca permaneció recostada sobre Esther, las miradas enfrentadas y la sonrisa dibujando
sus labios, era increíble, pero allí estaba sintiendo de nuevo aquella inquietud en su
estómago, aquel mar de sensaciones que inundaban su piel, necesitándola, hinchiendo
su alma, e iluminando su vida. Allí estaba, rendida a lo inevitable, sin poder resistirse
por más tiempo, ¡sí! de nuevo lo había dejado entrar, la lucha no había servido de nada,
al final, había permitido que el amor se colara de nuevo en su corazón, ¡sí! después de
una eternidad sobreviviendo, sin casi esperanza, después de tanto tiempo añorándola,
allí estaba, abrazada a ella, escuchando su corazón, navegando en su mirada,
perdiéndose en su boca una y otra vez. Esther había llegado cuando menos la esperaba y
cuando más la necesitaba. La enfermera la miró divertida con aquella expresión
soñadora y pensativa, con aquellos ojos que la observaban llenos de amor y con aquella
alma entregada, que más que nunca sentía suya y se sintió tremendamente segura a su
lado, protegida con aquel abrazo firme, capaz de sujetarla y separarla del horror, capaz
de hacerla olvidar todo lo vivido, para cerrar los ojos y lanzarse confiada a aquellas
manos hábiles y generosas que la colmaban de felicidad, y la arrancaban de las garras
del miedo y la oscuridad.
Tras unos minutos de silencio, en los que ambas tuvieron la sensación de sentir palpitar
sus corazones, tras unos instantes de descanso compartido, de pequeños besos regalados
en los que sobraban cualquier palabra, bastando las miradas, la pediatra la atrajo de
nuevo, comenzando un juego de besos y caricias que sabían que no podrían frenar hasta
caer rendidas una vez más.
* * *
Horas después, Esther, temblaba y sollozaba en sueños hasta que despertó sobrecogida,
la pesadilla no había sido de las peores, en modo alguno comparable a las que la
dejaban atenazada, pero había sido igualmente desagradable, dejándole una sensación
de desasosiego y una inquietud en el alma. No se había visto perseguida ni atacada, ni
siquiera había soñado con Margarette, como le sucediera en los últimos meses, pero sí
con Maca, metida en la cama de otra, la escuchaba perfectamente decirle aquello que a
ella le regateaba, decirle que era su mundo entero, que la amaba, mientras le hacía el
amor y se movía con plena libertad, como si aquella desconocida fuera capaz de lograr
lo que ella secretamente tanto anhelaba, sacarla de su bloqueo. No había podido verle la
cara, pero se había despertado convencida que se trataba de Ana, estaba claro que todo
lo que le contara la noche anterior le había afectado mucho más de lo que había creído.
Maca se removió y Esther miró hacia ella de nuevo, seguía profundamente dormida,
permanecía recostada y aunque se había movido levemente, aún estaba abrazada a ella,
con una sonrisa en los labios, una mano sobre el pecho y la otra apoyada en su
antebrazo. De pronto una idea saltó en su mente y levantó levemente la sábana, le
sorprendió comprobar que se había puesto el pañal, ¡ni siquiera se dio cuenta de cuando
se marchó! estaba claro que Maca sabía como dejarla completamente muerta. Sonrió,
abstraída, rememorando la noche pasada, segura de no haber sido capaz de cumplir
aquella promesa que le hiciera a la pediatra, segura de que podía hacerla sentir más allá,
donde Maca ni siquiera podría imaginar y dispuesta a que no amaneciese otro día sin
haberlo logrado.
Se acercó a la cama, la cubrió con la sábana para que la leve brisa de la mañana no la
enfriase y salió de la cabaña, dispuesta a borrar esa aprensión que tenía desde que se
levantara, dispuesta a olvidarse de todo lo que Maca le había contado, a no darle vueltas
a la cabeza y lograr que ese fuera un gran día.
* * *
Tras una larga y reparadora ducha, Esther entró en el comedor esperando que Germán
estuviese ya allí, sabía cuánto le gustaba tomarse un café tranquilamente, antes de
comenzar la jornada, antes de hacer absolutamente nada y casi siempre lo hacía incluso
antes de ducharse y de desayunar con los demás, “sin un buen café no soy persona”,
recordó la frase del médico y sonrió, esperanzada en no errar en su intuición, porque
necesitaba hablar con él.
Abrió la puerta con la ilusión de verlo allí sentado y no se sintió defraudada, lo encontró
taza en mano, ojeando unos papeles que se apresuró en recoger en cuanto la escuchó
subir el par de escalones y entrar a la carrera. Esther no reparó en el detalle más
preocupada en obtener de él el permiso que tanto anhelaba.
Esther clavó sus ojos en él, suspiró vencida, Germán la conocía demasiado bien como
para poder ocultarle, a esas alturas, su estado de ánimo, ni sus temores.
Germán la miró y dudó un instante, luego volvió a sentarse a su lado. Esther vio su cara,
conocía esa expresión, ¡la había visto tantas veces! que su corazón se disparó esperando
una noticia que no deseaba escuchar.
Germán soltó una carcajada y obedeció pero tras bajar el par de escalones se detuvo,
frunció el ceño y volvió a entrar.
Instantes después Esther seguía sus pasos, salió del comedor y dudó si ir directamente a
ver a Sara o pasar antes por la cocina a recoger el desayuno de Maca, finalmente se
decidió por esto último, aún era muy temprano para ir a molestar a su amiga que, al
tener el día libre, debía estar durmiendo.
* * *
Esther regresó al cuarto con el desayuno, esperanzada en que Maca ya hubiese
despertado, pero no era así, aún dormía. Permanecía en la misma postura que la dejara y
volvía a tener un esbozo de sonrisa en los labios, se detuvo un instante a observarla, no
podía evitar sentir una excitación especial al ver la placidez de su rostro, completamente
relajado, ese rostro que la miraba con devoción en mitad de la noche, sonrió con la
sensación de que estaba más bella que nunca.
Soltó la bandeja con sigilo y entornó ligeramente la ventana, la brisa matutina se había
echado y comenzaba a hacer calor allí dentro, pero debía ventilar el cuarto antes de que
el sol apretara con tal fuerza que fuera necesario cerrar completamente las ventanas.
Estaba claro que sería otro día asfixiante, por suerte no tendrían que trabajar en el
campo. Dudó si despertarla, impaciente por ver sus ojos y su sonrisa, por contarle parte
de sus planes porque la otra parte se la reservaría como sorpresa, estaba deseando ver la
cara que pondría, aunque estaba segura de que una parte del plan no le haría mucha
gracia pero era necesaria para lograr su objetivo. Permaneció en pie junto a la mesita
donde había dejado la bandeja, con los ojos clavados en la espalda de la pediatra,
indecisa. Finalmente, miró el reloj, era temprano, y sería mejor hacerle caso a Germán y
dejarla dormir un poco más, no tenían prisa, hasta primera hora de la tarde no tenían que
estar en Jinja. Además, quería que estuviese descansada para lo que le tenía preparado.
Se dirigió a la estantería y cogió uno de los cuadernos en los que había apuntado todo lo
que leyera sobre la mujer parapléjica y la sexualidad y comenzó a ojearlo. Benditos
estudios sobre el sobre el cuerpo femenino afectado por lesión medular, y las
posibilidades de estimulación interna del clítoris, su tamaño y su vinculación a la
estimulación del útero. Era increíble los pocos estudios que había habido sobre el tema
de las sexualidad en personas afectadas y, de haberlos, casi todos se centraban en el
varón. Sonrió pensando en la posibilidad de que la pediatra le permitiera experimentar
con ella ciertas prácticas, aunque era siempre tan reticente que le iba a costar que la
dejara hacer nada, tendría que ingeniárselas para convencerla y la entendía, entendía
perfectamente su temor. Dirigió los ojos hacia ella con una mirada llena de amor,
deseando de nuevo que despertara.
Enfrascada en la lectura estaba cuando Maca abrió los ojos somnolienta y agotada. Se
los frotó con ambas manos intentando espabilarse pero sentía una enorme pesadez en
ellos. Extendió el brazo buscando a la enfermera pero comprobó que su lado estaba
vacío, giró la cabeza y la vio leyendo.
- Uf – musitó - ¿qué hora es! ¿es muy tarde? –preguntó mirando hacia Esther que
levantó la vista del cuaderno cerrándolo de inmediato.
- No – le sonrió acercándose a la cama – duerme un poco más.
- ¿Y tú?
- Yo… voy a leer un rato.
- Es muy tarde – aseveró al ver que la enfermera no volvía a la cama e intentó
incorporarse notando que las fuerzas le fallaban, dejándose caer de nuevo –
¡joder! ¿qué me hiciste anoche? – sonrió burlona.
- ¿Yo! nada especial – respondió en el mismo tono.
Maca la miró con una sonrisa, y no dijo nada más, esperando que Esther acudiera junto
a ella y la besara, pero la enfermera solo le devolvió la mirada y levantando una ceja se
decidió a preguntarle socarrona.
- ¿Acaso no te gustó?
- Bueno… - ladeó la cabeza haciendo una pausa, indicándole que escogía las
palabras como si no quisiera ofenderla - no estuvo mal pero… no cumpliste tu
promesa y volviste a quedarte sopa – le recriminó burlona.
- Lo siento – dijo enrojeciendo levemente.
- ¡Tonta! estaba bromeando – soltó una pequeña carcajada – pero si me has dejado
hecha una mierda. ¡Tengo agujetas hasta en el alma!
- Solo estás cansada, apenas hemos dormido y… - la miró ligeramente
preocupada después de su charla con Germán - es muy temprano – mintió,
mientras se acercaba a ella y le ponía una mano en la frente temiendo que
tuviese fiebre.
- Estoy bien – murmuró retirándole la mano y sonriéndole levemente – solo algo
cansada pero en cuanto me de una ducha y desayune… ¡estaré como nueva!
- Todavía es pronto, Maca, anda échate que Germán quiere que descanses.
Además está todo el mundo durmiendo aún.
- Dime que descanse pero no me mientas que no soy una cría a la que puedes
engañar bajando la persiana – le sonrió obedeciendo y recostándose – son
muchos días aquí para saber que esa luz es de por lo menos las ocho y que ya
tienes la bandeja en la mesita – le indicó con la cabeza.
- Pero hoy es día de descanso, excepto guardias y urgencias, y todos duermen –
torció la boca en una mueca de suficiencia – y tú deberías hacerme caso y seguir
haciéndolo, que anoche – sonrió maliciosa – trasnochamos demasiado.
- Si – le devolvió una pícara sonrisa tirando de ella y susurrando - Pero… tú no
tienes sueño, ¿verdad? – le preguntó insinuante.
- Me he desvelado – dijo zafándose sin entrar en su insinuación.
- ¿Qué pasa? – frunció el ceño al ver que se retiraba - ¿No me das un beso de
buenos días?
- Claro – se inclinó y rozó suave y rápidamente sus labios - duérmete un poco
más.
- ¿Eso es un beso? – torció la boca en una mueca divertida.
- Maca… no empieces… tienes que descansar y… no me vas a convencer.
- Solo uno.
- ¡Ay! – exclamó – qué voy a hacer yo contigo – le dijo moviendo la cabeza de un
la do a otro y tomando su rostro con ambas manos acariciando sus mejillas –
solo uno y a dormir – la avisó inclinándose y perdiéndose en su boca, sintiendo
las manos de Maca en su espalda y un calor agradable que comenzaba a prender
mecha en ella - ¿este si te ha gustado? – le preguntó retirándose.
- ¡Me ha encantado! – exclamó – pero.. ha sido muy corto.
- A dormir – la señaló con el dedo.
- Vaaaale – aceptó cerrando los ojos, lo cierto es que estaba agotada – échate aquí
conmigo - le pidió melosa golpeando con la palma de la mano el lado vacío.
- Maca…
- Anda…. – insistió con voz susurrante - prometo no hacer nada.
Esther se levantó del borde y dio la vuelta a la cama se sentó con la espalda en el
cabecero como solía hacer y perdió su mano en el pelo de la pediatra acariciándola con
suavidad. Maca emitió un leve gemido de gusto, se giró hacia ella, poniéndose de
costado, abrazándola por las piernas y acurrucándose a su lado, cerró los ojos, sintiendo
un cálido placer en el masaje que le estaba propinando la enfermera. En cinco minutos
volvía a dormir y Esther, se quedó observándola, entre divertida por ver lo poco que
había cambiado en ese sentido y preocupada al verla tan cansada, pero se tranquilizó
pensando que era normal, llevaba dos días trabajando en el campo y dos noches que,
entre unas cosas y otras, las había pasado casi en blanco, amén de que aún no estaba del
todo fuerte, era normal que estuviese agotada. No pudo evitar sonreír satisfecha al verla
descansar sin sobresaltos, sin pesadillas, completamente entregada al sueño. Se levantó,
cogió de nuevo su cuaderno y siguió leyendo.
Hora y media después, la pediatra abría de nuevo los ojos, paseó la vista por la
habitación y comprobó que Esther estaba allí echándole de comer al pez. Sonrió al
verla.
Maca se percató de su maniobra, y conociéndola esperó que por fin rompiese el hielo y
le dijese aquello que se estaba callando, pero Esther, de nuevo permaneció en silencio y
se dirigió al armario, a coger guardar algunas cosas y sacar la ropa que iba a ponerse la
pediatra. Luego preparó las toallas, las dobló y las colocó en la mochila que colgaba de
la silla de Maca y todo ello en silencio, un silencio que Maca comenzó a sentir como
una losa sobre su alma. Incómoda, comprendió que era ella la responsable de esa actitud
de Esther, segura de que todo lo que le dijera la noche anterior la tenía desconcertada.
La culpabilidad comenzó a atormentarla, no podía dejar de observar su gesto serio, lo
esquiva que había estado cuando intentó besarla, repentinamente sintió que perdía el
apetito, echó la bandeja a un lado preguntándose cuánto tiempo tardaría Esther en
preguntar, en mostrar la necesidad de saber, porque estaba segura de que era eso lo que
le ocurría. Esther necesitaba un mínimo de compromiso por su parte, ahora lo tenía
claro. Desesperada al ver que la enfermera seguía pululando de un lado a otro, hasta el
punto de marearla, sin decir nada, ni siquiera para recriminarle que no terminara el
desayuno, se decidió a ser ella la que rompiera el silencio.
Esther se sentó en el borde de la cama sin comprender muy bien todo lo que le contaba
ni a donde quería ir a parar, pero en esos días había ido aprendiendo a no interrumpirla y
escucharla con paciencia, aunque muchas veces su impulsividad y su deseo de saber lo
evitase.
Maca la miraba pensativa, y Esther sintió el impulso de presionarla para que continuase
pero volvió a controlar sus deseos y a esperar a que la pediatra escogiese sus palabras y
ordenase sus pensamientos, porque estaba segura de que era eso lo que le ocurría, al
igual que la noche pasada, Maca no sabía cómo contarle todo aquello.
Esther la miró abriendo desmesuradamente los ojos, ¡ahora sí que, comprendía lo que
intentaba explicarle la noche anterior!
- Entiendo.
- No. No lo entiendes, yo tenía que haberles llevado, yo tenía que haber… estado
a su lado… se lo había prometido y en realidad … en la reunión estaba ya todo
hablado… no… no tenía que haber seguido allí con aquellos… viejos engreídos
que solo…
- Cariño….
- No cumplí mi palabra, y… - la miró torció la boca en una mueca de tristeza y
bajó los ojos llenos de lágrimas.
- ¿Por eso nunca has vuelto a la playa?
Maca se encogió de hombros sin responder y Esther, aguardó unos segundos, sintiendo
que aquel silencio que se había creado pesaba sobremanera sobre ellas.
- Maca… cariño….
- Yo tenía que ir en ese coche, tenía que haberles llevado, quizás así… todo
hubiera sido... diferente.
- Vero tiene razón, fue un accidente y tú no tienes la culpa de nada.
- Ya… ya lo sé – suspiró – pero… hay veces en que… decirme eso no basta…
- Maca, la vida es eso, una sucesión de decisiones, y… en la mayoría de las
ocasiones nos equivocamos, pero… no podemos estar lamentándonos
constantemente de lo que hubiera sido si hubiésemos tomado la decisión
contraria, ¡la vida es así! – le sonrió intentando conformarla y consolarla.
- Ya lo sé – murmuró – pero….
- Pero nada, Maca. Hay que seguir adelante y afrontar las consecuencias de lo que
hemos decidido – le aconsejó con seguridad.
- ¿Y me lo dices tú?
- Sí, te lo digo yo, que también me he equivocado muchas veces, y otras muchas,
si hubiera sabido de ante mano las consecuencias de mi decisión no la hubiera
tomado – le aseguró con un deje de culpabilidad que Maca no supo comprender
- Pero estamos aquí y ahora.
- Lo sé – repitió con aire de derrota que enterneció a la enfermera.
- Maca… no te sientas culpable.
- Pero… es que… hay veces que miro a Ana y…. ella me mira y… no puedo
evitarlo.
- ¿Es por eso por lo que Ana no está bien! ¿te culpa a ti?
- ¿Ana? ¡no! claro que no, ¡qué más quisiera yo!
- Entonces… - la instó sin comprender.
- Ana… tampoco salió bien del accidente, nunca ha vuelto a ser la misma.
- Si… debió ser durísimo para ella y... para ti cuando te lo dijeran.
- No recuerdo cuando me lo dijeron, es extraño pero… mis recuerdos de ese día
están borrosos, me acuerdo como si fuera ayer de todo lo que pasó hasta el
momento de la reunión pero… luego, apenas recuerdo la reunión y después
nada… no recuerdo nada más.
- Tuvo que ser una gran impresión para ti, debe ser normal que…
- Sí, será eso.
Esther la observó esperando a que continuara y tras un par de minutos de silencio en los
que Maca parecía perdida en sus recuerdos Esther se decidió a preguntarle lo que
deseaba conocer.
La enfermera no dijo nada, y desvió la mirada. No sabía qué decirle, no sabía cómo
conseguir que esa tristeza desapareciese de sus ojos. Pero lo que sí sabía es que debía
ser ella la que consiguiese aligerarle la carga que parecía soportar. Finalmente la miró,
los ojos de la pediatra estaban clavados en ella, anhelantes y temerosos. Esther le
acarició el dorso de la mano y esbozó una leve sonrisa de comprensión.
La pediatra no fue capaz de controlar un puchero, emocionada con sus palabras, notó
que se le saltaban las lágrimas, no solo por lo que significaba aquella declaración de
intenciones, sino porque era la segunda vez que las escuchaba. La barbilla comenzó a
temblarle y Esther la atrajo hacia ella, abrazándola. Maca se acurrucó en su pechó y se
aferró con fuerza, sin poder evitar que su mente volara tiempo atrás, a aquella mañana,
poco después de casarse, en la que Ana le había dicho exactamente lo mismo.
Maca recordaba cada momento de aquella mañana, cada instante del día que cambió sus
vidas. Sin pensar, sin reparar en si la enfermera se enteraría de lo que quería decirle y,
todavía, abrazada a ella, siguió hablando, revelando sus sentimientos más profundos,
aquello que no le había contado ni siquiera a Vero.
Esther esperó a que continuase pero no lo hacía, parecía perdida en ese pasado, en
aquellos días compartidos con su mujer.
- Insistieron que estaría mejor con ellos y cuando me decidí a pedir la excedencia
y Javier me la negó… me convencí de que quizás tuvieran razón. Ana necesitaba
muchos cuidados, necesita que le hablemos, que la mantengamos en contacto
con el mundo y así… quizás algún día….
- No debiste consentirlo.
- Lo sé… y, al final me decidí y no lo consentí. Pero cuando estaba preparándolo
todo para llevármela a Madrid, tuve el accidente y… ¿cómo cuidar de Ana si no
podía hacerlo ni de mí misma! si ni siquiera era capaz de controlar mis
necesidades, si… – se le saltaron las lágrimas y Esther sintió que a ella también -
debería haber pedido ayuda, pero no hice nada, solo ir semana tras semana a
Sevilla y quedarme callada mientras organizaban mi vida y la suya.
- Pero Ana ¿qué dice?
- ¿Ana? – la miró con una expresión que Esther no supo interpretar – nada. No
dice nada. Tengo la sensación de que... – la miró y guardó silencio sin
comprender aquella pregunta - Un viernes cuando llegué la vi especialmente
agitada, volvía a repetir esa frase, “ha vuelto”, “ha vuelto” y, luego, perder la
mirada en el infinito. A veces, tengo la sensación de que ve a Juanito, y que es
la única capaz de hacerlo, no sé, pienso tantas tonterías, pero cuando nos
quedamos solas en casa y mira con esa fijeza a la puerta y dice eso… tengo esa
sensación, me giro y no veo nada pero… ¡ella parece tan segura! le veo poner
esa cara que le ponía a él, que… estoy convencida de que es eso lo que le ocurre,
que lo ve, yo… creo que desde ese día la perdí para siempre – suspiró perdiendo
la mirada en el fondo de la habitación.
Maca revivió una de tantas noches en que se tumbaba junto a Ana, una de tantas en las
que se sentía completamente sola, sola en la inmensidad de la noche, sola ante esa
inmensidad que la rodeaba. Y se angustiaba al ver que no era capaz de llegar hasta ella,
de franquear ese muro, tenía la sensación de que no la escuchaba, de que ni siquiera la
oía y en cambio otras la miraba tan atentamente que se convencía de todo lo contrario,
de que intentaba comunicarse con ella pero había algo en su interior que se lo impedía,
y esas veces su angustia crecía aún más, la opresión de su pecho se volvía insoportable
y tenía que disimular las enormes ganas de llorar que la embargaban. Deseaba con todas
su fuerzas que le hablase, que le gritase y se preguntaba porqué, porqué había pasado
todo, porqué Ana no era capaz de reaccionar, porqué su rostro ya no era el que la miraba
con devoción, el que le sonreía en los momentos de flaqueza, porqué dejaba que el
tiempo pasara construyendo un muro cada vez mayor entre ellas, porqué se dejaba
consumir, se dejaba morir y esos días, de soledad compartida, de oscuridad profunda,
inevitablemente su mente siempre había volado, y volaba a Esther, a lo diferente que se
sentía cuando la recordaba y como creía que tenía su imagen grabada en su alma, una
imagen que nunca moriría, como nunca había sido capaz de enterrar su amor por ella. Y
ahora, estaba allí con ella, contándole lo que siempre había guardado a los demás, con la
posibilidad de iniciar una nueva vida a su lado y eso la llenaba de felicidad, pero al
mismo tiempo, sentía que no podía olvidarse de Ana sin más, que necesitaba sentarse
frente a ella, contárselo todo y hacerle entender que debía seguir con su vida.
Esther la observaba discretamente. Sabía que no debía haber reaccionado así, pero no
podía evitar sentir celos de ver que Maca seguía sintiendo algo por Ana, mientras
parecía incapaz de decirle un “te amo” alto y claro, pero no lo era de reconocer todo lo
que su mujer había hecho por ella. Maca parecía triste, sonrió al verla terminar todo sin
rechistar. Llevaba unos minutos observándola, calibrando todo lo que le había contado y
reconocido cuando, de pronto, una idea cruzó por su mente.
- Maca… tú… ¿has pensado alguna vez en que… quizás estas ahí sentada por
todo esto que me estás contado? – le preguntó con interés sin rastro alguno de lo
afectada que había estado instantes antes.
- ¿Qué? – le preguntó casi ausente sin esperarse aquella repentina pregunta.
- Que…si le has contado todo esto a…Vero.
- ¿Y eso qué importa? – espetó mostrándose ligeramente mohína. Esther
comprendió que el tema le resultaba incómodo y que quizás Maca estaba
molesta por como le había hablado momentos antes e intentó mostrarse mucho
más afable.
- Eh… nada... una tontería… perdóname, antes… me… me… vamos que he sido
una idiota.
- No lo has sido, sé que todo esto es más difícil para ti que para mí, pero… creía
que lo justo es que lo sepas todo y que… sepas porqué quiero seguir viendo a
Ana.
- Lo entiendo – le dijo retirando la bandeja y sentándose de nuevo junto a ella –
de verdad que lo entiendo – insistió con una sonrisa - ¿sigues con lo que me
estabas contando?
- No, ya te lo he contado todo – se negó con rotundidad – y…. Esther… Vero dice
que no tiene nada que ver, que lo tengo asumido y que lo he superado – le dijo
con rapidez demostrándole que sí que había escuchado su anterior pregunta.
- Pues a mí no me lo parece – le dijo con suavidad, convencida de que Maca se
habría guardado muchas cosas - ¿seguro que le has contado todo lo que me has
contado a mí?
- Le he contado todo lo importante – respondió frunciendo el ceño mostrándose
ligeramente molesta de serle tan transparente a la enfermera.
- Maca… - la recriminó con el tono – es Vero la que debe decidir si es importante
o no. Ella es la profesional.
- ¡Ah! – dijo irónica torciendo la boca y Esther rápidamente comprendió que no
iba por buen camino – creía que pensabas que no hacía bien su trabajo y que no
debía hacerle caso – dijo con retintín.
- No te enfades, cariño – le pidió melosa haciéndole una carantoña – que yo…
solo pensaba en que… quizás… todo lo que me has contado te afecta más de lo
que crees y que… te castigas…
- Vero sabe que Ana tuvo un accidente y que desde entonces no se encuentra bien
y sabe que yo debía haber ido en ese coche – le dijo con precipitación - Vero no
cree que nada de eso me tenga sentada en esa silla – le dijo señalándola - todos
los test demuestran que lo tengo asumido y superado. Y que el sentimiento de
culpa aunque en algunos casos pudiera ser suficiente para originar un bloqueo
emocional, no lo es en el mío, es más, el reconocerlo es indicio de todo lo
contrario. Si estoy en esa silla tiene que ser por otra cosa – terminó enfadada –
por algo que no soy capaz de recordar.
- Vale, vale – admitió con rapidez – no te enfades – volvió a pedirle con una
sonrisa – por favor – le pidió acariciándola intentando que sonriese pero Maca se
mantenía con el gesto adusto y el ceño fruncido – cariño… ¡por favor!
- No me enfado, solo que… - suspiró al fin – tengo la sensación de que sigues
pensando que me rodea un circo y que no hago nada por superar… mi problema
y…
- ¡No! – saltó interrumpiéndola – ya te dije que no pensaba eso – le respondió
muy suavemente – pero… ¿recuerdas esa conversación? – le preguntó
interesada.
- Si – musitó – discutimos en el despacho de Fernando y me marché del
campamento.
- Pero… ¿te acuerdas de todo, todo? – le preguntó aún más interesada, porque
Maca ya había recordado partes de esa conversación con anterioridad y detalles
de ese día, pero ¿sería posible que se hubiese acordado del asalto y no le hubiese
dicho nada?
- Si.
- ¿Cuándo te has acordado?
- La otra noche… cuando no podía dormir… por eso te pregunté si… olvidaba
muchas cosas.
- Vero y Claudia ya nos dijeron que irías recordando poco a poco y eso es buena
señal – le contó mostrando su alegría inclinándose a besarla – pero… ¿te
acuerdas del asalto?
- No… bueno… solo cosas sueltas.
- ¿Las mismas que me has ido contando?
- Si – asintió mirándola con cierto aire de indefensión que enterneció a la
enfermera - debería haberme acordado ya, ¿verdad?
- Bueno… no te preocupes – le dijo al verla con el ceño fruncido y ese tono de
derrota y hastío que ponía cuando sacaba ese tema – solo es cuestión de tiempo
que te acuerdes de todo.
- Lo sé – intentó esbozar una sonrisa.
- ¿Me prometes una cosa?
- Depende – respondió con rapidez y Esther hizo un gesto de disgusto – a ver qué
quieres que te prometa.
- Que cuando volvamos vas a hablar con Vero y...
- Esther… - intentó protestar.
- … y vas a hacer el esfuerzo de contarle todo lo que me has dicho a mí, cómo te
sentiste y cómo te sientes – continuó ignorando su protesta.
- Tendría que hablarle de ti y de… nosotras y… sabes que… no voy a hacerlo.
- Sí vas a hacerlo, tomate el tiempo que necesites pero tienes que hacerlo.
Maca la miró y frunció el ceño, sabía que Esther tenía razón, que si quería que todo
funcionase entre ellas tenía que comenzar a tomar decisiones drásticas por mucho que le
molestasen a determinadas personas, porque no quería ni pensar lo que diría su madre
cuando se lo dijese. ¿Y si ella daba todos los pasos y Esther al llegar allí se arrepentía, y
si no era capaz de soportar toda aquella presión? La sola idea la llenaba de angustia.
Esther no pudo evitar mirar sus labios, luego de nuevo sus ojos y olvidó lo que quería
pedirle, olvidó aquel “te amo” que tanto deseaba escuchar de sus labios y sin poderse
contener, la besó sintiendo que la pasión de la noche pasada volvía con toda su fuerza,
se separaron un instante y volvieron a besarse, sin dejar de mirarse, imprimiendo a cada
beso mayor intensidad.
Esther se incorporó sentada sobre ella, con una sonrisa picarona impidiendo que Maca
la desnudase. Tiró de sus manos y la sentó frete a ella, arrancándole la camiseta y
comenzando a besar sus pechos, fue ahora Maca la que dejó escapar un gemido de
placer, perdiendo sus manos en el pelo de la enfermera, acompañando su cabeza en cada
movimiento, acariciando su nuca y su espalda al mismo tiempo que sentía cómo todo su
cuerpo volvía a revolucionarse con aquellos pequeños besos y leves caricias de su
lengua.
Maca no respondió, no fue capaz, solo pudo perderse en la profundidad de aquellos ojos
que observaban su reacción divertidos y bailones, la atrajo para volver a fundirse en un
beso, lleno ya de deseo por ambas partes, eternizándolo hasta tal punto que Esther sintió
que no soportaba más aquella oleada de calor intenso, casi doloroso, e instintivamente
comenzó a moverse sobre ella, deseaba que Maca comenzase a mitigar ese dolor con
sus besos y caricias.
Esther no supo que es lo que había abierto más el italiano, si los ojos o la boca al ver a
Maca desnuda, y el cabreo que sentía ante la interrupción aumentó transformándose en
una ira difícil de controlar.
- ¿Se puede saber porqué coño no esperas a que te den permiso para entrar? – le
gritó enfadada por la intromisión y por la cara lasciva que tenía puesta mirando
fijamente a Maca que ya se había tapado.
- Esther… - intentó frenarla la pediatra sin éxito.
- Per… perdón… pe… pero hay una llamada urgente – balbuceó con los ojos aún
puestos en Maca.
- ¿Una llamada para quién? - preguntó la enfermera en el mismo tono airado sin
dejar de fruncir el ceño
- Para... para la doctora Wilson – respondió sin mirarla.
- ¿Urgente? ¿para mí? – preguntó mostrando su preocupación sentándose con
rapidez en la cama.
- ¡Maca! – protestó Esther al creer que de nuevo se iba a quedar desnuda frente a
él, cogiendo la sábana con rapidez, cubriéndola de nuevo - ¿de quién? – le
preguntó al italiano, algo más suave, también preocupada.
- De Verónica Solé.
- ¡Vero! ¿qué pasará? – preguntó Maca mirando a Esther con tal desesperación
que la enfermera se sintió aún más enfadada.
- Tranquila, seguro que no es nada – le dijo esbozando una sonrisa - Muchas
gracias, Francesco, dile a Verónica que la doctora la llamará en cuanto pueda –
le dijo al italiano señalándole la puerta para que saliera, pero el chico
permaneció anclado al suelo, con los ojos fijos en Maca y Esther sintió como
enrojecía, ¿por qué no dejaba de mirar a Maca con aquella cara de imbécil? -
¿qué haces ahí plantado como un pasmarote? – le preguntó de malos modos
acercándose a él.
- ¿Qué? – preguntó desviando la vista de Maca y mirándola al fin a ella
- ¡Vamos! ¡fuera de aquí! – le gritó con tan malos modos que él que enrojeció fue
el joven.
- Esther… - volvió a recriminarla la pediatra.
- No tarde – se volvió de nuevo el chico hacia Maca, dirigiéndose a ella y
haciéndose el desentendido con la enfermera – parecía importante y… su
“amica” parecía que estaba muy angustiada.
- Pero ¿te ha….? – intentó preguntar la pediatra.
- Te he dicho que irá en cuanto pueda – respondió Esther antes de que Maca
tuviese tiempo de meter baza - ¡vamos, sal! la doctora tiene que vestirse – le dijo
más suave.
El chico asintió y salió cerrando la puerta con cuidado. Esther, fue tras él y echó el
pestillo, mascullando entre dientes “este tío es imbécil” y permaneciendo con la vista
puesta en la ventana, hasta que vio pasar la cabeza del joven camino de la radio. Maca
la observaba y lo habría hecho con una sonrisa divertida si no fuera porque su mente no
dejaba de darle vueltas a aquella llamada que se mucho se temía, no presagiase nada
bueno. Mantuvo los ojos puestos en Esther que comenzó a moverse nerviosa por la
habitación, vio como se acercaba hasta la puerta de atrás y la también la cerró con el
pestillo, “tarde”, pensó la pediatra que, pensativa dio un salto en la cama cuando Esther
se volvió hacia ella.
- ¿Crees que nos ha visto? – le preguntó en el mismo tono que le había hablado al
italiano y que Maca comenzaba a sospechar que contenía más miedo que enfado.
- No, creo que no – respondió distraída, intentando alcanzar su ropa – tengo que
vestirme.
- ¿Y si nos ha visto? – volvió a inquirir casi fuera de sí - ¡joder, joder! – exclamó
mostrando su preocupación, paseando de un lado a otro con las manos en jarras.
- Bueno… tranquila, no pasa nada – intentó calmarla – si nos ha visto pues… eso
que se lleva…. – intentó bromear - ¿me alcanzas la ropa?
- ¿Qué no pasa nada? – casi le gritó sin escuchar su petición.
- Te quieres calmar – le pidió con autoridad sin comprender muy bien porqué se
ponía así – ¿qué ha podido ver? – preguntó retóricamente, resignada a que no la
ayudase a vestirse – a parte de a mí desnuda …
- ¡Pues todo!
- Pero si has dado un salto tan rápido que hasta yo me he asustado – sonrió –
imposible que haya visto nada. Además, con esa camisa que llevas no se nota…
como estás – sonrió viendo como Esther se miraba y comprobaba que la camisa
caía por delante del pantalón sin que se notase que lo tenía desabrochado, luego
miró a Maca, ya más aliviada.
- Debemos tener cuidado, te he dicho muchas veces que aquí…
- Lo sé, lo sé, pero te repito que no creo que haya visto nada y además, él es
italiano ¿no? allí las cosas no son como aquí, estará acostumbrado y… no creo
- No le caigo bien – reconoció con rapidez – y aquí… no me fío.
- Venga ya Esther, no seas exagerada, ¿qué va a hacer?
- Podría denunciarnos.
- Me parece que estás sacando las cosas de quicio, primero no creo que haya visto
nada y segundo aunque lo hubiese visto, no creo que porque no simpaticéis vaya
a llegar a esos extremos.
- No sé, Maca, no sé.
- Vamos a ver, no me puedes estar hablando en serio… salvo que lo que te pase es
que te avergüences de que sepan que tú y yo…
- ¡No digas tonterías! – la cortó aún más enfadada – no es eso y lo sabes –
protestó visiblemente molesta – es él… que… no me fío – repitió.
- ¿Se puede saber qué le has hecho al chico para que pienses así de él? porque a
mí me parece un encanto – le dijo burlona buscando sonsacarla y enterarse el
porqué de aquella animadversión que acababa de descubrir.
- ¿Un encanto? – casi volvió a gritar - pero si… ¡Maca! – exclamó al ver como la
estaba mirando – no te tomes a broma estas cosas, te tengo dicho….
- Que sí, no me lo repitas más – la cortó cansada volviendo a hacer un intento de
coger la ropa que Esther había situado tan lejos que le era imposible - ¡joder! –
masculló – deja de pensar tonterías y ayúdame de una vez – le pidió con una
sonrisa melosa – quiero vestirme.
- Tienes razón – sonrió también volviendo a ignorar la petición de la pediatra – a
veces… me pongo demasiado nerviosa con el tema … es que… tú no sabes lo
que… podrían hacernos… - intentó justificarse - ¿en serio crees que no ha visto
nada?
- Sííííí, no creo que haya visto nadaaaaa – recalcó las palabras impaciente - y
tampoco creo que vaya a escandalizarse por… un besito.
- ¿Un besito? – le preguntó socarrona acercándose a la cama - ¿te recuerdo lo que
estábamos haciendo? – se acercó aún más con paso lento e insinuante, ya más
tranquila ante la seguridad y la calma de la pediatra, que siempre tenía la
habilidad de transmitírsela a ella.
- ¿Qué crees que puede querer Vero? – preguntó Maca, sin intención de entrar en
el juego, más preocupada por lo que pudiera pasar – no es propio de ella….
llamar así…
- ¡Nada! seguro que no es nada, no te preocupes – le sonrió sentándose en el
borde y, tras la alarma inicial, dispuesta a continuar con lo que habían dejado.
- Esther… - la separó con suavidad – ahora.. no.
- Pero Maca – protestó – seguro que no es nada, ya conoces a Vero.
- Sí que la conozco, la que no la conoces eres tú. Por eso sí que creo que ocurre
algo, Vero nunca…
- Maca...
- Esther… no puedo… tengo que hablar con ella ¿y si hay algún problema en la
clínica o… lo que es peor le ha pasado algo a alguien o… a Ana?
- Maca, te digo que no pasa nada.
- Pero ¿cómo puedes estar tan segura? – dijo casi molesta.
- Porque… porque… - se calló, no se le ocurría ningún motivo convincente –
porque sí, porque si fuera algo de tu mujer te llamaría tú madre y si fuera algo de
la clínica lo haría Cruz, ¿o no?
- Si, puede que tengas razón – tuvo que admitir.
- Claro que tengo razón – sonrió inclinándose a besarla al tiempo que comenzaba
a acariciar su cuello con suavidad.
- Esther… - protestó apartándola con suavidad.
- Maca… - le susurró al oído – olvida a Vero…
- No puedo – la empujó hacia atrás – tengo que llamar – le confesó – así… me
quedo más tranquila.
- Te digo yo que no es nada – repitió con genio – lo único que le pasa a Vero es
que lleva dos días intentado hablar contigo y como no lo consigue pues…. – se
interrumpió ante la mirada que le estaba lanzando la pediatra mezcla de
sorpresa, perplejidad y enfado – quiero decir que… te habrá llamado cuando
estábamos fuera y…
- ¿Vero me ha llamado? – preguntó acusadoramente, la enfermera bajó los ojos –
Esther… responde, supones que me ha llamado o sabes que me ha llamado.
- Sí - asintió suspirando.
- Sí, ¿qué? – dijo Maca siendo ahora ella la que parecía molesta.
- Grecco me dijo ayer que lo había hecho en un par de ocasiones.
- ¿Y se puede saber porqué no me lo dices?
- Pues... porque… te había pasado lo de la hemorragia y… estabas cansada, si no
descansas antes de la cena luego no quieres comer… y… Germán quería que no
te alteraras y que descansaras y… quería que estuviésemos pendientes y... yo no
quería que…
- ¡Ah! Ya… - murmuró cabeceando imaginando que todas aquellas excusas se
reducían a una, Esther no quería que hablara con Vero – Esther… ¡por favor! –
exclamó con tal tono despectivo que la enfermera comprendió que le pedía que
no la tomara por imbécil.
- Venga, que te ayudo a vestirte – le dijo bruscamente, dando su brazo a torcer y
levantándose de la cama con rapidez – ve a llamarla.
- No vuelvas a hacerme algo así – le dijo con seriedad - No me gusta.
- Perdóname – le pidió clavando sus desesperados ojos en ella - no lo volveré a
hacer, ¡te lo prometo!
- ¿Qué crees que pasará? – le preguntó de nuevo, hablando mucho más suave
demostrando que aceptaba su disculpa y que no pensaba darle más importancia
al tema.
- Ya te he dicho que no lo sé, Maca, ahora veremos – le dijo de nuevo con
brusquedad, molesta no solo por quedarse a medias sino porque además la
culpable era la pesada de Vero – pero seguro que no es nada, hazme caso –
volvió a asegurarle mientras la ayudaba a terminar de vestirse y sentarse en la
silla.
- Eso espero – suspiró preocupada ignorando el tono en que le había hablado
Esther. Sabía que estaba celosa de Vero, y de eso solo ella tenía la culpa por
haberle insinuado lo que no era – conozco a Vero y… no me llamaría si no fuera
algo realmente importante. Siempre se ha esperado a que la llame yo.
- A lo mejor… no soporta que lleves unos días sin hacerlo – le dijo con retintín.
- Esther….
- Vale, vale, lo siento – se apresuró a interrumpirla antes de que dijera algo más –
no vuelvo a hablar de ella.
- Mejor – dijo secamente y Esther captó al instante que Vero era terreno
resbaladizo, lo que no contribuyó a que sus sospechas se disiparan, ni a que
desapareciera esa sensación que siempre había tenido respecto a las dos.
Instantes después Esther ayudó a Maca a subir los escalones de entrada a la habitación
de la radio y salió dispuesta a esperarla en el exterior. Maca, con su mejor sonrisa le
pidió a Grecco que le pusiera con el número de Vero y el italiano lo hizo con prestaza y
una mirada de complicidad que incomodó a la pediatra.
Maca sonrió y se dispuso a esperar hasta que escuchase la voz de Vero al otro lado.
En el exterior Esther que estaba dando cortos paseos mientras fumaba compulsivamente
un cigarrillo temerosa de lo que pudiese querer la psiquiatra. El italiano casi tropieza
con ella al bajar los escalones y le lanzó una hosca mirada, se detuvo un instante y
emprendió camino de los barracones sin cruzar palabra.
Más tranquila miró hacia la radio, pero Maca debía seguir con su conversación, porque
no estaba asomada a la puerta. Miró el reloj y resopló consciente de que le tocaría
esperar unos buenos minutos conociendo lo que tardaba siempre en terminar con la
psiquiatra. De pronto recordó la promesa hecha al médico de hablar con Sara y cambió
el sentido de su marcha, dispuesta a ver a su amiga, segura de que Maca tardaría aún un
buen rato.
Subió los escalones de dos en dos y se detuvo un momento en la puerta. Sara mantenía
la persiana echada y no parecía escucharse nada en el interior. Conociéndola quizás
estuviese ya en el hospital saltándose todas las recomendaciones de Germán. Llamó con
los nudillos y esperó un instante el permiso para entrar, pero no escuchó nada. Volvió a
llamar más fuerte y de nuevo obtuvo el silencio por respuesta.
- ¡Sara! – llamó en voz alta al tiempo que golpeaba la puerta con más ímpetu -
¿puedo pasar?
- Pasa – oyó la débil voz de la joven.
La enfermera entró y cerró la puerta tras ella deteniéndose un instante hasta que sus ojos
se acostumbraron a la tenue luz del interior. Sara se encontraba echada en la cama y su
mala era signo más que evidente de que no se encontraba bien. Esther se acercó hasta
ella con una leve sonrisa.
* * *
Maca se quedó sin palabras, enfadada por el susto recibido y, a un tiempo perpleja por
lo que le había dicho.
- ¿Maca? ¿Maca? ¿me oyes? – dijo al ver que solo recibía silencio por respuesta.
- Si, te oigo – dijo molesta.
- ¿Te has enfadado? – preguntó retóricamente, conciente de que así era - no te
enfades, le dije al chico éste que era urgente porque nunca te pillo y me tenías
preocupada.
- ¿Preocupada yo a ti! ¿sabes el susto que me has dado? – saltó al fin.
- Lo siento, creí que te gustaría que te diese una sorpresa – se disculpó.
- Pues no, me has… me has asustado.
- Antes te gustaban mis sorpresas – le dijo melosa - y… como no puedo
presentarme allí sin llamar como hacía en tu despacho pues… - intentó
justificarse – creí que… - balbuceó nerviosa al ver que Maca no reaccionaba
como ella había esperado.
- Pues ahora no me gustan, estamos a miles de kilómetros y me paso el día
pensando cómo irán las cosas y temiendo que haya problemas que no me
contáis, ¿cómo quieres que me tome una llamada urgente?
- Vale, lo siento – repitió - tranquila que no vuelvo a llamarte – le dijo en tal tono
de decepción que Maca se sintió culpable.
- Tampoco es eso – respondió más suave – solo… creí que pasaba algo y… me he
puesto nerviosa.
- Es que si que pasa algo, ¡te echo de menos! ¡te echo mucho de menos! –
exclamó y esperó un instante pero de nuevo obtuvo el silencio por respuesta -
¿Maca?
- Si.
- Bueno… ¿me perdonas? – le preguntó creyendo que seguía molesta por el susto
que se había llevado
- No tengo nada que perdonarte tonta, perdóname tú a mí por haber sido tan
brusca.
- Así me gusta, que no estés tan seria conmigo, de verdad que no era mi intención
molestarte.
- Ya lo sé - suspiró.
- Maca… la verdad es que me preocupa una cosa.
- ¿El qué? – preguntó de nuevo con el temor reflejado en su tono, suerte que Vero
no podía verla porque estaba consiguiendo incomodarla de verás, como nunca
había hecho, ni siquiera cuando incidía en aquellos temas que a ella no le
gustaba recordar.
- Desde que me llamaste para hablar conmigo no he vuelto a saber nada de ti.
¿Qué tal te va con Esther! ¿sigue sacándote de tus casillas? – le preguntó
directamente.
- Eh… no… - balbuceó aún más nerviosa, segura de que la psiquiatra iba a ser
capaz de adivinar lo que había ocurrido y eso era algo que no entraba en
absoluto en sus planes.
- ¿Estás bien?
- Si, si.
- Maca que nos conocemos, sigues teniendo problemas con ella, ¿me equivoco?
- No – dijo con rapidez – quiero decir que sí, vamos no que sí tenga problemas si
no que sí te equivocas, quiero decir que no tengo problemas, que….
- Muy nerviosa te has puesto – escuchó al otro lado que le hablaba con su tono
profesional que siempre la calmaba y que en esta ocasión la estaba exasperando
- ¿tienes problemas o no?
- De verdad que no.
- Entonces… me dices que está todo bien – insistió notando que Maca estaba cada
vez más alterada, la conocía lo suficiente para saber que le estaba ocultando algo
que la afectaba hasta el punto de balbucear insegura.
- Si, si, muy bien.
- ¿Seguro? - insistió.
- Que sí – casi le gritó contribuyendo a que Vero se convenciera más de todo lo
contrario, Maca rápidamente supo que debía disimular mejor y tomó aire e
intentó hablar con más calma – de verdad Vero, si esto es… precioso, muy
diferente pero… precioso y…, ya me estoy acostumbrando a todo esto y…
bien… que estoy… bien, no.. no te preocupes por mí – titubeó mostrándose
esquiva, no estaba dispuesta a contarle cómo habían cambiado las cosas, ni
siquiera sabía cómo enfocaría el tema cuando llegasen a Madrid.
- Bueno… pues… me alegro.
- Oye, Vero que… no te oigo muy bien… y…. – intentó inventar algo para cortar
aquella conversación.
- Espera Maca.
- ¿Qué?
- ¿No me vas a decir qué te pasa?
- No me pasa nada.
- Pues… te noto muy rara y… no sé si es conmigo o es que… me estás ocultando
algo que te preocupa.
Maca no dijo nada, era increíble cómo la conocía, ni la distancia ni los días sin verse
podían evitar que la psiquiatra fuese capaz de descubrir sus estados de ánimo. No podía
decirle lo que ocurría, no podía decirle que Esther había conseguido que se sintiera
completamente feliz, que se olvidara de todo y de todos, que solo deseaba permanecer
allí con ella, que solo deseaba estrecharla en sus brazos y amarla eternamente. Sonrió
imaginando la cara que pondría la psiquiatra de escuchar aquello. Tenía que buscarse
alguna excusa, algo que justificara su tirantez y sus respuestas esquivas, porque lo
último que deseaba era despertar las sospechas en Vero y que comenzara con uno de sus
interrogatorios. No quería su opinión respecto a ese tema, no necesitaba sus consejos,
por primera vez en mucho tiempo sintió que podía tomar decisiones en su vida sin
preguntarle a ella, no quería saber lo que opinaba, es más le daba igual lo que opinase,
por primera vez deseaba cortar aquella conversación y correr en busca de la enfermera,
planear con ella lo que harían en el día y contar los segundos hasta volver a rozar sus
labios, a...
Esther asomó la cabeza por la puerta en ese mismo instante, deseando que Maca hubiese
terminado, pero no era así, la escuchó claramente decir “Y yo contigo”, “¡llámame
cuando quieras!”, se detuvo un momento en la puerta, pero no quería cometer los
mismos errores que en otras ocasiones, y decidida, la empujó de par en par.
La pediatra se giró al escucharla abrir la puerta y le sonrió, indicándole por señas que en
seguida terminaba.
- Maca… espera – escuchó que volvía a pedirle Vero. Era evidente que tenía la
más mínima intención de cortar la comunicación.
- Dime.
- Repíteme lo del otro día – le pidió insinuante.
- ¿A qué te refieres? – preguntó esquivamente.
- Lo sabes perfectamente – soltó una carcajada nerviosa - ¿no te atreves o es que
no era cierto?
- Sí lo era – reconoció mirando a Esther de reojo incómoda con la situación en
que la estaba poniendo la psiquiatra.
- Entonces ¿qué! ¿no me lo dices?
- Eh… claro... os echo de menos, a todos.
- Uy, uy que me da a mí que tú me estás engañando – bromeó socarrona - ¡y yo
que estaba deseando volver a escucharte decir que me quieres! – rió burlona – y
me da que te has olvidado de nosotros, ¿tan bien te están cuidando?
- ¡Muy bien! – sonrió para sus adentros - ¡no imaginas cuánto!
- Pues… ya me contarás.
- Sí.
- Venga.. dímelo – volvió a pedir en tono burlón.
- No puedo seguir hablando Vero, están esperando para usar la radio – mintió
descaradamente ante la sonrisa de satisfacción de la enfermera – esta noche te
llamo – le dijo colgando y dejándola con la palabra en la boca, segura de que a
ese paso la psiquiatra no iba a dejarla cortar en un rato y sin ningún deseo de
decir algo que la enfermera pudiera como siempre malinterpretar.
Esther sonrió disimuladamente sin que Maca pudiera verla, una sonrisa de suficiencia y
satisfacción, una sonrisa de triunfo, “¿esta noche?”, pensó Esther “esta noche mucho me
temo que no podrás llamarla, de eso me encargo yo”, se dijo manteniendo la sonrisa en
sus labios, distraída, sin ver como Maca había colgado el aparato y se giraba hacia ella.
- ¿De qué te ríes? – le preguntó al verla con aquella cara y la vista clavada en ella,
ensimismada.
- Eh… ¿yo? de nada – la miró con ojos brillantes y misteriosos.
- ¡Y yo me lo creo! – exclamó torciendo la boca y elevando las cejas, en un
gracioso gesto de incredulidad - ¿Qué es lo que te ha hecho tanta gracia? –
insistió.
- Vamos, que aquí hace calor – dijo situándose a su espalda para sacarla del
recinto y bajar los escalones, sin responder a su pregunta. Maca suspiró
consciente de que no iba a satisfacer su curiosidad.
- ¿Qué planes tenemos? – preguntó la pediatra con ilusión cambiando de tema y
situándose frente a ella una vez que la enfermera la había ayudado a bajar.
- Tú, meterte en la ducha, y yo, llamar a Laura. Tengo que concretar con ella los
detalles del viaje – dijo con decisión.
- Es verdad… ya mismo viene - murmuró desilusionada y Esther sonrió para sus
adentros era evidente que a Maca se le habían pasado las ganas de abandonar
aquello.
- Llega pasado mañana y…
- Si, si, lo recuerdo – afirmó mirándola fijamente – bueno pues… voy a por mis
cosas.
- Las tienes ya todas en la bolsa de la silla.
- ¡Ah! – exclamó sorprendida sin recordar haberla visto ponerlas ahí. Esther leyó
al instante sus pensamientos.
- Te las preparé mientras dormías – se explicó con una sonrisa, devolviéndole la
mirada.
- Vaya – sonrió agradecida – siempre lo tienes todo… controlado.
- ¿Te molesta? – preguntó con seriedad temiendo que Maca pensase que ella
también quería organizar su vida – yo... solo… quería que…
- No, ¡claro que no! – se apresuró a responder – me gusta que… me cuides y… te
preocupes de mis cosas.
- ¿Te gusta que te cuide? – le dijo insinuante.
- ¡Mucho! – exclamó con una intensa mirada – y… que tengas todo planeado,
¡más!
- Todo no – respondió misteriosa y aire juguetón.
- Y… ¿qué es eso que no has planeado?
- Planeado sí que lo tengo todo, me refiero a que no controlo todo – sonrió de
nuevo con aquel aire travieso que encendió el deseo en Maca.
- Y… ¿qué es lo que no controlas? – susurró insinuante volviendo a lanzarle una
mirada que a Esther se le antojó abrasadora, y sin poder evitar la fuerza de esa
mirada se inclinó hacia ella y con el mismo juego de insinuaciones respondió.
- Mis deseos de besarte a todas horas – confesó dejando su rostro a escasos
centímetros del de la pediatra clavando ahora ella sus ojos en los de Maca.
- Pues… yo creo que los controlas demasiado bien – se quejó devolviéndole la
mirada y apoyándose en los brazos de la silla para izar unos centímetros su
cuerpo y llegar hasta ella, con intención de acariciar sus labios.
- ¡Maca! ¡qué te vas a caer! – protestó incorporándose y separándose de ella. Por
un instante había tenido la impresión de que Maca iba a levantarse de la silla.
- Si la montaña no va a Mahoma… - ladeó la cabeza insinuante.
- Si lo que pretendes es que te de un beso delante de todos, sabes que no voy a
hacerlo – bajó la voz con socarronería y cierto deje de enfado, cansada de que
Maca se tomase a broma sus recomendaciones.
Maca lanzó un profundo suspiro, hizo una mueca con la boca como si fuera una niña
enfurruñada, se encogió de hombros y la miró de nuevo con tal intensidad que Esther se
balanceó nerviosa de un pie a otro. Y terminó por sonreír.
- Cuando me miras así soy capaz de cometer una locura – confesó en un susurro.
- Pues… ¡cométela! – la incitó de nuevo.
Esther negó con la cabeza y dibujó un “no” en sus sonrientes labios, divertida con el
juego que se traían.
La enfermera sonreía viendo la cara de embobada que le había puesto Maca y volvió a
señalarle el camino de las duchas y a indicarle con los ojos que se marchara.
- Si, voy a ducharme – cedió al fin moviendo la silla con presteza y dándole la
espalda se dirigió al pabellón de los baños.
* * *
Maca salió de la ducha más de media hora después. Se había entretenido demasiado y lo
sabía, pero siempre le había gustado recrearse bajo el agua. Pensó en ir a la cabaña,
segura de que Esther estaría ya allí, pero cuando estaba a punto de llegar a ella Edith la
detuvo, quería saludarla y preguntarle cómo se encontraba. Margot se sumó a ellas y
Maca comprendió que el día de descanso era para casi todos, nunca las había visto tan
relajadas y dispuestas a la charla. Tras intercambiar unas palabras con ellas, se despidió
con la excusa de que Esther la estaba esperando pero Margot le comunicó que la
enfermera aún estaba hablando en la radio. Sorprendida, se dirigió hacia allí y esperó
pacientemente en la puerta. Estaba deseando que le contara cuales eran los planes que
tenía para ese día, porque sabía que Esther tramaba algo, no había más que ver el brillo
de su mirada, su enorme sonrisa y la alegría con que hacía todo, comenzó a imaginar
todo tipo de posibilidades mientras veía a unos y otros moverse por el campamento.
Unas voces la sacaron de su ensimismamiento. Jesús y Sara discutían acaloradamente
en el centro del patio.
Maca hizo esfuerzos por seguirla sorteando todos los surcos que dejaba siempre la
lluvia en la tierra y que se secaban con tal rapidez que cada día estaba peor el piso en la
explanada. Cuando llegó los dos estaban intentando justificar su comportamiento a la
enfermera.
- Pero calmaos un poco – escuchó que les pedía Esther a los dos – no podemos
perder el tiempo en discusiones.
- Eso ya lo sabemos – saltó Jesús – pero… - miró a Maca que acababa de llegar y
guardó silencio.
- Es una urgencia y no podemos desatenderla – dijo Sara – y mira lo que me acaba
de decir Oscar.
- ¿Oscar! ¿qué te ha dicho? – intervino Maca, preocupada por lo alterada que
estaba la joven, pero nadie pareció escucharla.
- De acuerdo, sé lo que te ha dicho, pero Germán te defenderá – intentó calmarla
Jesús.
- Germán no puede defenderme siempre y en esta ocasión menos.
- Esta ocasión es como todas y tú no vas al campo, y punto – se enzarzaron de
nuevo.
- ¡Por favor! – intervino Esther – Jesús, cálmate un momento, se me ocurre una
idea – dijo mirando a ambos – por favor, escuchadme – les pidió con autoridad -
Sara estoy con Jesús en que no debes coger la moto, no estás en condiciones,
hace nada te mareaste y por poco no te caes al suelo, ¿o es que ya no recuerdas
lo que ha pasado en tú cabaña? – le preguntó intentando convencerla al tiempo
que le lanzaba una mirada recriminatoria. Jesús y Maca manifestaron en su
rostro el desconcierto de no saber de qué hablaban, y el médico reflejó la
preocupación y la impotencia que sentía en su rostro - además mira la mala cara
que tienes.
- ¡Que estoy bien! – casi gritó interrumpiéndola – no voy a dejar que me abran
expediente y encima me digan que no cumplo con mi trabajo.
- Pero quién te ha dicho eso – preguntó de nuevo Maca, y de nuevo fue ignorada.
- No saques las cosas de quicio – le pidió Jesús cada vez más alterado.
- Te repito que no mandas en mí y que no voy a permitir una mancha en mi
expediente. A mí no me abren parte por no ir a trabajar.
- Pero… ¿quién te va a abrir expediente? – preguntó ahora Esther, sin entender
porqué su amiga se obcecaba con esa idea.
- Oscar – respondió Jesús – ha aprovechado que Germán está en Kampala para
venir, se ha marchado hace unos minutos.
- Sara ya sabes como es – la consoló Esther – no le hagas caso. Tú no estás bien y
tu director te ha dado el día libre.
- Yo tampoco creo que debas ir en la moto – intervino Maca por primera vez
elevando la voz, cansada de que nadie la escuchase, ganándose una furibunda
mirada de la joven que la hizo recular – quiero decir que si estás mareada… no
debes….
- Yo llevo a Sara en la moto – propuso Esther - ¿te parece bien Jesús? así
atendemos la urgencia y Sara no guía la moto.
- No me parece bien, si le da un mareo se puede caer igual y he dicho que Sara no
sale de aquí y no sale – respondió tajante, molesto ante la idea de que a Sara
parecía no importarle lo más mínimo lo que pudiera pasarle a su hijo, más
preocupada por el maldito expediente - No podemos atender todas las urgencias
- ¡Esto es increíble! ¿vas a dejar que muera la cría por tu cabezonería y…? – se
interrumpió impotente mirando a Jesús, casi desesperada.
- Pero.. ¿ de qué cría habláis! ¿qué es lo que ocurre? – terminó por preguntar
Maca.
- Ocurre que han encontrado a una niña en uno de las plantaciones de té a varios
kilómetros del campo, nos ha llamado Samantha, la llevan hacia allí está muy
mal, y necesita un médico cuanto antes. Germán está en Kampala, yo entro en
una amputación y Sara está… em… Sara no está en condiciones de subir a una
moto – se corrigió a punto de desvelar ante ellas el secreto de la joven sin saber
que la única que lo desconocía era Esther.
- Sara está de guardia para las urgencias – lo cortó la joven con genio, hablando
de sí misma en tercera persona – órdenes de Germán.
- Vamos a ver, ¿qué hace falta? un médico en el campo para cuando llegue, y
ninguno de los dos podéis ir ¿no es eso? Pues… puedo ir yo – dijo mirando a
ambos - Cogemos un jeep y vamos nosotras – propuso Maca, mirando a Esther
que se apresuró a negar con la cabeza.
- No puede ser en jeep, Maca – le explicó Esther – hay que ir por el sendero del
río, es un atajo que ahorra kilómetros y tiempo y tú no puedes ir en moto.
- Voy yo y no se hable… - comenzó a decir Sara pero tuvo que callarse y
apoyarse en la moto, mareada de nuevo, Jesús corrió a sujetarla y Esther hizo lo
propio.
- ¡Sara! – exclamó la enfermera – estás palidísima, deberías echarte un rato.
- ¿Ves? – le dijo con dulzura el médico que de pronto se había puesto tan pálido
como ella, asustado por lo que pudiera pasarle – por favor, no puedes ir así – le
pidió con un tono completamente distinto al que había empleado hasta ese
momento – haznos caso, ¡por favor! – repitió mirando a Maca y Esther buscando
su apoyo.
- Sara – dijo Maca – no podemos seguir aquí parados discutiendo. Métete en la
cama – ordenó con aquel tono que la enfermera tan bien conocía y que por su
experiencia trabajando junto a ella sabía que casi nadie era capaz de oponerse a
ella cuando lo empleaba – y deja que Jesús te haga un chequeo, eras tan médico
como nosotros y sabes que algo no va bien.
- Vale – aceptó cabizbaja.
- Esther, ve a por nuestras cosas, vamos a ir nosotras.
- Pero Maca….
- Me debes la primera cuota ¿no?
- ¿Qué? – preguntó la enfermera perpleja y completamente fuera de juego. Jesús y
Sara también miraron a la pediatra sin saber de que hablaba
- Me debías un paseo en moto ¿no! pues es el momento de hacerlo – le sonrió con
complicidad, la enfermera frunció el ceño contrariada.
- Esto no es aquello, son caminos de tierras no carreteras y esta moto no es la
tuya…
- Lo sé, pero no hay tiempo que perder, vamos nosotras – insistió con tal tono y
tal sonrisa y brillo en los ojos que Esther no pudo evitar, devolverle la sonrisa, le
encantaba verla con esa decisión, con esa seguridad, y no iba a ser ella la que la
coartara, aunque temía que pudiese caerse y aunque diera al traste con todos sus
planes, asintió y salió corriendo en busca de todas sus cosas, Maca tenía razón,
no había tiempo que perder – Jesús, ayúdame a subir a la moto y luego llama al
campo, que me tengan preparado algo para que pueda sentarme. Yo atenderé a
esa niña.
- No sé si es buena idea Maca – le respondió el médico que no quitaba ojo a Sara,
la chica se había quedado sujeta a él, y seguía muy pálida – Germán quería que
hoy…
- Germán, Germán… es una urgencia, y yo estoy aquí sin hacer nada.
- Ya tengo la mochila – llegó al enfermera con todo – no deberíamos perder más
tiempo. En veinte minutos podemos estar allí.
- Tened cuidado – les dijo Sara con voz débil, aceptando que no estaba en
condiciones de ir a ningún sitio.
- La que se tiene que cuidar eres tú – le respondió Maca – no hagas tonterías,
métete en la cama y descansa. Y, no te preocupes por nada, y menos por Oscar.
- Eso es lo que yo le he dicho – afirmó Jesús que ayudaba a Maca a subir a la
moto.
Esther se sentó delante de ella, tras situarle en la espalda la mochila.
La enfermera salió de allí con pericia y Maca se aferró a ella con fuerza, con un
cosquilleo especial en el estómago, sintiendo que el aire cortaba su respiración y que la
excitación que sentía aumentaba con cada salto de la moto.
- ¿Vas bien? – le gritó la enfermera al notar que cedía la presión de sus manos.
- ¡Mejor que nunca! – le respondió al oído con la barbilla clavada en el hombro de
Esther - ¡eres toda una experta! me habías engañado.
Esther soltó una carcajada. Era cierto que en esos años y, urgencia tras urgencia, había
ido adquiriendo una experiencia que antes no tenía. Ahora era capaz de hacer muchos
kilómetros de un solo tirón y aunque llegaba cansada disfrutaba muchísimo de esos
viajes, en los que siempre acababa pensando en Maca y en los consejos que le había
dado. Pero todavía recordaba aquel primer viaje largo a Kampala, cuando la guerrilla
estaba en su pleno apogeo y ni siquiera el ejército se atrevía a llevar las muestras con
seguridad. Recordaba aquella epidemia, el temor de Germán a que se extendiera, la
radio rota y la necesidad de llevar todas las muestras a la capital. Sí, su primer viaje
largo fue una auténtica tortura las horas pasaban lentamente, todo el cuerpo le dolía y
tenía una ansiedad tremenda por llegar. ¡Qué diferente a esos momentos! Su cuerpo se
había hecho mucho más resistente, la ansiedad de aquellos primeros viajes se había
transformado en un disfrute de la conducción, de esos caminos de tierra y de la carretera
a Kampala, de las curvas, de la moto y de cada viaje. Pero nunca había experimentado
la sensación que estaba experimentando en ese instante, tenía la impresión de que todos
aquellos viajes estaban vacíos y de que ahora, al fin estaba haciendo un viaje lleno de
plenitud. Ahora comprendía la frase de Maca “hay paquetes y paquetes”, nada más
emotivo que llevar abrazada a ella a la persona que amaba, sentir su calor, la fuerzas de
sus manos sobre su cintura, saber que eran una sobre la moto, que tenían que serlo si no
querían caer. Ahora entendía aquellas frases de Maca, cuando insistentemente le
preguntaba como iba, cuando se preocupaba por ella y acababa confesándole que tenía
miedo de que odiase la moto, sabía que cuando alguien nunca había montado en una, ir
de paquete podía ser un infierno en un viaje largo. Y, por primera vez supo, lo que era
sentirse eufórica sobre la moto, como Maca siempre le explicaba. Llevarla a ella detrás
era la experiencia más maravillosa que nunca había sentido sobre la moto. El cambio
del piso en el sendero la hizo salir de sus pensamientos.
Esther sonrió ante su seguridad y giró levemente la cabeza con intención de que viera su
aprobación pero la pediatra no lo percibió, parecía extasiada, disfrutando de la sensación
de libertad al sentir el viento sobre su rostro, producido por la velocidad que estaba
imprimiendo la enfermera, disfrutando del suave ondular de la moto al vaivén de las
curvas, de los paisajes que iba descubriendo en cada recodo, en cada ensenada del río y
que se le antojaban preciosos, Esther nunca la había llevado a esa zona, tenía que
preguntarle el porqué. Estaba admirada ante la pericia de la enfermera que parecía
beberse los kilómetros de esa tierra rojiza que tanto había odiado en los primeros días de
sus paseos y que ahora le parecía un complemento perfecto a aquel verde abrumador de
la naturaleza salvaje que atravesaban casi sin darse cuenta. Era increíble cómo había
aprendido a acelerar, frenar, tomar las curvas, adelantar, sortear obstáculos y baches con
cierta cadencia, suavidad, fluidez y a toda velocidad, pero con tal manejo que la hacía
sentirse segura y confortable sobre la moto.
Eran unas sensaciones tan difíciles de explicar, tan difíciles de decir en voz alta que
lanzó un profundo suspiro. Esther lo notó inmediatamente y giró levemente la cabeza.
Sin esperarlo había logrado que Maca disfrutase de una de las cosas que más amaba: su
moto. Y volvió a sonreír, traviesa, al imaginar la cara que pondría la pediatra al ver lo
que le tenía planeado para esa tarde, aunque eso sería siempre que no se le torciesen las
cosas en el campo. Pero era consciente de que la vida de esa pequeña era mucho más
importante que cualquier sorpresa que desease darle a Maca y el que Maca hubiese
tomado la decisión de ser ella la que acudiera a esa urgencia, que hubiese tomado las
riendas de la situación aún encontrándose en un lugar en el que no tenía autoridad era
aún más importante. Estaba claro que cada vez se sentía mejor consigo misma y con
todo aquello y ella no iba a ser la que le coartase en sus decisiones e iniciativas, por
primera vez en mucho tiempo estaba viendo salir la Maca decidida, firme, convencida
de sus posibilidades que la había conquistado y enamorado y….
- A hora eres tú la que estás muy callada – escuchó que la pediatra le decía al oído
provocándole con su aliento un estremecimiento.
- También pensaba – le respondió burlona.
- ¿En qué?
- En ti – le dijo – en lo mucho que te amo, en lo feliz que me haces, en lo
orgullosa que me tienes y…
- Calla – le susurró besándole levemente el cuello – no me digas esas cosas... –
murmuró junto a su oído provocándole un nuevo estremecimiento - … y no te
distraigas – bromeó con otro beso.
- Pues… deja de hacerme eso – casi jadeó arrancando una carcajada en Maca que
aflojó sus manos sobre ella al ver que Esther se había removido inquieta.
- ¿Qué crees que le pasará a la niña? – cambió de tema, consciente de que no
debía distraerla, volviendo a situar la barbilla en el hombro de Esther.
- No sé Maca – respondió con seriedad – lo más seguro una paliza o una agresión
sexual, pero prepárate para cualquier cosa - la avisó, conocedora de la gran
cantidad de crueldades que podían esperarse.
- Antes... no me dijiste cuales eran nuestros planes para esta mañana y.. como ya
no podremos hacerlos…
- ¿Quién te ha dicho que no?
- Luego yo tenía razón, ¡maquinabas algo!
- Si – gritó volviendo la cara un instante.
- ¡No te gires! – gritó aferrándose con fuerza ante el vaivén de la moto.
- ¡Joder! – exclamó sorteando un bache que estuvo a punto de hacerlas caer – ¡lo
siento! Maca – se disculpó frunciendo el ceño, ¿en que estaba pensando! no
podía dejar de prestar atención al camino - ¿estás bien?
- Sí, sí, pero…. no vuelvas a… girarte.
- Tranquila que no va a volver a pasar y tú…
- Ya no te distraigo más – la cortó con el corazón disparado por el sobresalto -
¡perdóname tú! – se disculpó - ¿qué me decías de esos planes?
- Que pensaba llevarte a Jinja, para que la vieras a la luz del día e invitarte a
comer en un buen restaurante, nada de costillas asadas.
- Una pena, ¡repetiría gustosa!
- Y quería presentarte a Wilson, ¿recuerdas que te hablé de él?
- ¡Si!
- Ya tendremos tiempo – le dijo con una sonrisa de satisfacción, le encantaba ver
cómo Maca se estaba integrando en todo aquello, como había cambiado y cómo
había vuelto a surgir la Maca que ella recordaba – hoy solo te invitaré a comer y
daremos un paseo por el parque. Germán quiere que descanses y lo que estamos
haciendo y el ir al campo... no creo que sea su idea de descanso.
- Estoy deseando dar ese paseo – dijo aflojando de nuevo, sus manos sobre ella y
acariciando sus costados – y no escuches tanto a Germán, yo me siento de
maravilla – gritó soltando una mano de la enfermera y abriendo el brazo rozando
con las puntas de los dedos la densa vegetación del camino.
- ¡Maca! ¡no te sueltes! – gritó asustada.
- Tranquila, voy bien y... estoy deseando que me lleves a ese restaurante y… que
me invites a un helado y... lo que sea que me tengas preparado. Esther soltó una
carcajada y Maca la acompañó.
- ¡Estás loca!
- ¡Gracias a ti! – respondió la pediatra.
- ¡Hemos llegado! – gritó Esther aún riendo, disfrutando de ver a Maca tan
contenta, si hubiera sabido que un paseo en moto le iba a producir ese efecto
hubiera insistido en hacerlo muchísimo antes.
- ¿Ya? – preguntó casi con decepción.
- ¡Si! tras aquella curva está el campo – le explicó - ¡a trabajar doctora!
- Lo mismo digo enfermera milagro – se acercó de nuevo a su oído – porque
mucho me temo que, por lo que nos han contado, vamos a necesitar de todas tus
artes e influencias.
- Ahora veremos….
Esther comenzó a tocar la bocina una centena de metros antes de llegar al portón y éste
se abrió de forma que no tuvo que detenerse entrando directamente hasta la puerta del
pabellón donde se encontraban los quirófanos. Nadia y Samantha las estaban esperando
y para sorpresa de Maca tenía una silla de ruedas. No recordaba haber visto ninguna por
allí en esos días, pero estaba claro que debían tenerlas. Se saludaron con premura y
Nadia las puso en antecedentes, la pequeña había sido mutilada, la estaban aguantando a
duras penas y debían intervenir cuanto antes. Con rapidez se dispusieron a entrar cuando
de pronto, del interior salió un acalorado Oscar radio en mano y profiriendo voces a
quien fuese que estuviese al otro lado del aparato.
Cuando el joven se percató de quienes eran las recién llegadas, les hizo una autoritaria y
expresiva seña con la mano para que detuvieran su paso, mientras continuaba gritándole
a alguien que no estaba dispuesto a esperar más. Nadia y Samantha se miraron y las
miraron a ellas, angustiadas, no debían entretenerse. Esther se detuvo inmediatamente y
Maca se giró hacia la enfermera.
Oscar vio como continuaban su camino y sin dar crédito a su comportamiento, cortó la
comunicación de malos modos y corrió tras ellas hasta colocarse delante, impidiéndoles
el paso.
- Doctora Wilson – jadeo casi sin resuello por la carrera intentando parecer
amable pero su tono y su cara mostraban la rabia que sentía ante su falta de
obediencia, estaba acostumbrado a que todos acatasen sus órdenes fuesen las que
fuesen - ¿qué hace usted aquí? precisamente tenía intención de buscarla
porque…
- Buenos días, Oscar – le dijo con seriedad – si no te importa, hablamos en otra
ocasión, tenemos prisa, estoy aquí porque nos esperan en quirófano.
- ¿Quirófano! ¿usted? – la cortó mirándola entre incrédulo y despectivo - Si que
me importa – reconoció airado, luego recordó quien era y suavizó el tono – no
quiero decir que no sea usted capaz si no que aquí, usted no puede… - se
interrumpió de nuevo incapaz de darle una orden a aquella entrometida que ya lo
estaba mirando de aquella forma en que lo hizo el primer día y que temía le
dijese ante todas las demás alguna de la lindezas que ya tuvo que escuchar –
bueno que… como pretendía decirle hasta que me ha interrumpido – continuó
mostrándole que no pensaba permitirle que no lo escuchase - el director general
me ha pedido que le transmita…
- Oscar… ¡después!… tenemos prisa – le sonrió intentando parecer cordial e
ignorando todo lo demás sin intención de perder un segundo más con él, ya
tendría tiempo de decirle lo que opinaba - ¿te importa? – repitió indicándole con
la mano que se apartase – debemos entrar en quirófano – repitió elevando las
cejas en un gesto característico mezcla de sarcasmo e incomprensión ante la
actitud del chico que estaba claro que ni sabía comportarse si estaba preparado
para el puesto que desempeñaba.
- Te digo que sí me importa – casi le gritó olvidando las formas - porque vosotras
no podéis entrar en quirófano y… yo no lo voy a permitir – terminó por decir en
contra de sus primeras intenciones, harto de aquella superioridad que leía en sus
ojos, si alguien mandaba allí era él y lo iba a demostrar.
- Y yo te digo que ya hablaremos de eso – lo cortó con autoridad pero con calma –
te espero a la salida, ahora déjanos trabajar, ¡vamos Esther! - ordenó con fuerza
– no podemos perder más tiempo.
- De eso nada… - se situó de nuevo en medio – ¿dónde coño está Sara? – miró
hacia Samantha – es ella la que tenía que estar aquí, Germán me pidió la mañana
libre y me comunicó que Jesús estaba la mando y que Sara atendería estos casos.
Si se cree que voy a permitir que no cumpla con sus obligaciones…
- Sara está enferma – intervino Esther con genio defendiendo a su amiga – y
siempre cumple con sus obligaciones.
- ¿Quién te ha dado vela en este entierro, García? – la miró con desprecio y Esther
se mordió el labio inferior enrojeciendo, no podía con él, era superior a sus
fuerzas, y si no lo mandaba a la mierda era porque necesitaba su informe
favorable, para poder acceder a las pruebas de reingreso y a la evaluación
psicológica.
- Oscar, por favor, apártate – le pidió Maca cada vez más molesta, pero sin perder
la compostura y sin entrar al trapo respecto a Sara, ya tendría tiempo de hablar
con él sobre ese tema.
- No voy a apartarme, existen normas y…. ¡hay que cumplirlas!
- Y esas normas… ¿te permiten decidir si una pequeña muere sin atención o si le
damos una posibilidad de salvación? – le preguntó con suficiencia - ¿quién coño
te crees que eres para jugar con la vida de nadie! ¡quita de en medio ahora
mismo si no quieres que de parte de este incidente a tus superiores!
Oscar la fulminó con la mirada pero se apartó lo suficiente para dejarlas pasar.
Oscar permaneció quieto mirándola colérico y cuando parecía que cedía, un joven salió
del interior y comenzó a hablar con precipitación. Nadia, tras cruzar unas palabras con
él, se volvió hacia ellas angustiada.
- ¡No hay tiempo que perder! tenéis que entrar ya – les dijo corriendo hacia el
interior obviando la orden que anteriormente les había dado Oscar, seguida de
Samantha que también ignoró al inspector y su deseo de que lo acompañaran al
despacho.
- ¡Aparta! – gritó Esther empujando a Maca a punto de llevárselo por delante.
* * *
No tuvo tiempo de preguntar porque detrás del biombo de separación salió un joven y
corrió hacia ellas alterado, cruzó una palabras con Samanta que Maca no entendió pero
por sus gestos comprendió que algo no iba bien.
El chico que la portaba aceleró el paso al tiempo que Esther y Samantha corrían hacia el
interior. Cuando traspasaron la puerta, Maca comprobó que un cuerpecillo, que apenas
se adivinaba en el amasijo de vendas y carne, del que salían algunos cables y tubos
conectados a uno de los aparatos más antiguos que había visto, yacía echado en la
camilla del quirófano. El espectáculo le parecía dantesco. No era capaz de comprender
lo que veía sus ojos, de la boca de la pequeña salían unas hojas ensangrentadas. Miró a
Esther casi con desesperación, se sentía mareada y se le revolvió el estómago.
- Pero qué coño… - mascullo la pediatra desando saber qué había ocurrido con la
pequeña. Esther se acercó a su oído.
- Le han cortado las manos y la lengua, han intentado cortar las hemorragias como
han podido.
- ¿Qué? – casi gritó - pero… ¿qué le han metido en la boca?
- Hojas de aspilia, ya te explicaré… - la apremió con el tono.
- Necesito saber qué tiene esa planta.
- Básicamente metanol, frena la hemorragia y el riesgo de infección.
- Metanol – musitó pensativa.
- Tú dirás ¿qué hacemos?
- Si… - respondió sin convicción, ¿para qué se le había ocurrido decir que
atendería ella la urgencia! no estaba preparada para algo así, una cosa era un
parto con complicaciones y otra aquello.
- Vamos Maca lo vas a hacer muy bien pero no hay tiempo que perder – le
susurró mientras Nadia y Samantha, preparaban todo.
- Esther… - la miró con temor ante aquella visión que se le antojó horrible, la
cabeza vendada sin orden ni concierto, como habían podido, en un intento
desesperado de presionar aquellas hojas y frenar la hemorragia, dos torniquetes
en los brazos, las constantes completamente alteradas y la saturación por los
suelos.
- Hay que intentarlo, ¡vamos!
- No sé si… - la miró asustada serían varias horas de trabajo y quizás no sería
capaz de aguantar tanto tiempo sentada en ese banco y en esa posición – seré
capaz….
- No es momento de dudas, Maca – le susurró al oído – haz lo que puedas. ¡Mira
la tensión! Y satura por debajo de ochenta y cinco por ciento.
- ¿De… de que medios… dispongo? – preguntó casi sin querer saber la respuesta.
- Lo básico, Maca, pero casi de todo – escuchó con alivio – esto no es maternidad.
- ¿Solo tres derivaciones? – le preguntó mirando al monitor y a los electrodos en
el pecho de la pequeña.
- Sí.
- ¿Y lo demás?
- Manualmente, no te preocupes de eso que yo me encargo.
- ¿Como está de temperatura?
- Muy baja.
- Cambia el electrodo bajo, ponlo en la izquierda – le ordenó con rapidez – y el
manguito también.
- Luego habrá que volver a cambiarlo.
- Lo sé, pero voy a empezar por la lengua desde este lado y luego este brazo.
Aquella postura me es más incómoda – se justificó – y prefiero…
- Me parece bien – la interrumpió haciendo con rapidez lo que le había pedido –
ha perdido mucha sangre, Maca.
- Sí – musitó asintiendo - ¿tenemos unidades para transfusión?
- Sí.
- Cógele otra vía, una subclavia.
- Entonces… ¿empezamos? – le preguntó – no podemos perder más tiempo.
La pediatra asintió consciente de ello, tomó aire como ya había hecho los dos días
anteriores y se dispuso a comenzar. Aquello eran palabras mayores, lo primero era
estabilizar a la niña para poder intervenir con un mínimo de garantías. En ese instante el
monitor comenzó a emitir una señal acústica, reflejaron la caída en picado de la tensión
y la detención del ritmo cardiaco.
Una hora después Maca había conseguido cortar la hemorragia de la lengua, Esther
observaba aliviada que tras las dudas iniciales la pediatra trabajaba con soltura, pero le
sorprendió la parsimonia y el cuidado que dedicaba a ella sabiendo que le faltaban los
dos brazos.
- Tiene cinco años Esther, no voy a dejar que se pase la vida así.
- Pero Maca….
- Tengo que conseguir que una reconstrucción sea posible – aseguró con firmeza y
la enfermera guardó silencio, comprendiendo cómo se sentía – si corto por lo
sano como dices, no lo será y esta niña, si la salvamos se viene con nosotras –
afirmó con tanta convicción que Esther no pudo evitar sonreír bajo la mascarilla
– en la clínica reconstruiremos la lengua y…. tendrá prótesis.
- Te recuerdo que primero hay que salvarle la vida – sentenció con prudencia.
- Si – musitó al pediatra – lo sé – admitió en un tono que parecía molesto – tú, ve
diciéndome como va.
- No te preocupes que yo te aviso. De momento aguanta bien.
Maca trabajaba con cuidado, sabía lo que quería decirle la enfermera y mucho se temía
que tuviera razón, pero ¡era tan pequeña! Sentía el estómago revuelto ante lo que veían
sus ojos, y no porque no estuviese acostumbrada a ver casos de ese tipo, no era tan raro
la amputación de la parte de la lengua, sino porque su mente ya estaba imaginando los
motivos de la misma. Se sentía impotente ante tanta barbarie y estaba dispuesta a hacer
todo lo que estuviese en su mano por paliarla.
- ¿Qué clase de animal puede hacer algo así? – preguntó cuando comenzaba a
trabajar en el primero de los brazos de la pequeña que aparecía completamente
machacado a golpes, estaba claro que le habían cortado la mano con un hacha y
que quien lo hiciera falló en una ocasión.
- Brujos – respondió secamente Esther atenta al trabajo y preocupada por
adelantarse a cualquier necesidad que tuviese la pediatra. Levantó la vista un
momento, Maca parecía más serena que antes y muy segura en lo que hacía, el
que hubiese preguntado era una señal de que no se equivocaba.
- ¿Brujos? – levantó con rapidez los ojos hacia ella para inmediatamente volver a
bajarlos…
- Aquí la gente cree que los sacrificios humanos les dan suerte, sobre todo los de
niños de corta edad.
- Jamás había escuchado algo así – dijo afectada por lo que veía y escuchaba –
pero esto no es un sacrificio es… es… - no sabía como calificarlo – es tortura...
es…
- Esta pequeña ha tenido suerte, debieron interrumpir el ritual a tiempo – comentó
Nadia que estaba junto a ellas por si necesitaban algo.
- ¿A tiempo? – casi gritó – sin manos y sin lengua.
- En estos casos, buscan su sangre y sus órganos, y la muerte es segura.
- Pero cómo es posible que allí…no sepamos nada, qué nadie haga nada –
preguntó casi para sí.
- Son prácticas habituales – respondió de nuevo la comadrona - capturan niños
ajenos. Necesitan sus corazones y su sangre para ofrecérselos a los espíritus...
los meten en pequeñas latas, que colocan debajo de los árboles donde escuchan
las voces de los espíritus – les explicó.
- ¿Y qué si son habituales? ¡habrá que acabar con ellas! – exclamó – sujeta ahí
Esther, joder que este se está resistiendo.
- Maca, deberías darte prisa.
- Lo sé, no me lo repitas más – respondió casi de mal humor.
- Perdona, no pretendía ponerte nerviosa.
- Perdona tú – la miró con ternura – tengo que conseguir que sea posible un futuro
transplante.
- Vas muy bien – la animó.
Maca resopló satisfecha cuando al fin consiguió terminar con el primer brazo, estaba
cansada, muy cansada pero aún le quedaba el otro.
Nadia dio las órdenes oportunas y todo se hizo como Maca había solicitado. Instantes
después se disponía a comenzar con el brazo que le quedaba.
La enfermera salió y Maca permaneció allí sentada, observando a la pequeña, sin poder
dejar de pensar en cómo podría superar aquellas mutilaciones, en la vida que le
esperaría, en el horror que había vivido y volvió a notar que se le revolvía el estómago.
Miró hacia atrás, ¿por qué tardaba tanto Esther? ¡necesitaba salir de allí!
Maca torció la boca en una mueca de satisfacción pero no dijo nada, accionó la silla y
entró en el baño. Esther permaneció un instante escuchando, quizás necesitaría su
ayuda, porque la había visto agotada y abatida. Pero tras un par de minutos sin que la
reclamase, salió de allí a toda prisa, tenía que dar las indicaciones que debían seguir con
la pequeña y volver cuanto antes. Aún seguía teniendo grandes planes para ese día.
* * *
Maca los miró a los dos, tramaban algo, estaba segura, pero no dijo nada más. Ya
averiguaría de qué se trataba.
Las dos vieron como Germán subía las escaleras camino del despacho de Samantha. La
pediatra se quedó observando por la ventana mientras Esther preparaba los zumos y de
pronto, se empinó sobre los brazos de la silla apoyada en ellos para ver mejor, ¡no lo
podía creer! ¿aquella era Josephiene?
- Esther, ¡Esther! – la llamó alzando la voz – ven, ven aquí un momento.
- ¿Qué pasa?
- Mira – le señaló el exterior y la enfermera se asomó sin comprender qué le
ocurría.
- ¿Me equivoco o esa es Josephine?
- Sí, si que lo es.
- Pero… ¿cómo se marcha? – preguntó accionando la silla y dirigiéndose a la
puerta - esa chica tiene que estar ingresada al menos una semana. Tenemos que
vigilar el riesgo de infecciones y….
- Maca – la frenó la enfermera – espera.
- No puedo, tengo que impedir que salga del campo.
- No vas a hacerlo – se situó ante ella.
- Pero… ¿qué dices! ¡claro que voy a hacerlo!
- No. No vas – respondió con autoridad y firmeza - Maca aquí las cosas son así.
- Pero todavía no ha pasado el riesgo de infección – casi le suplicó con lágrimas
en los ojos, repitiendo sus palabras ante la impotencia que le producía el que no
la escuchara.
- Dice que te está agradecida, que es muy feliz de haber tenido tanta ayuda aquí y
que gracias a ti su bebe está sano y bien.
- Dile que tenga cuidado, que no haga esfuerzos, que debe seguir tomando
antibióticos y que si.. los puntos – se calló y frunció el ceño mirando a la
enfermera - ¡joder Esther! no puede irse – protestó observando a Josephine que
le daba ya la espalda acercándose a una anciana que estaba sentada en una estera
con una pequeña que no tendría más de dieciocho meses.
- Maca - sonrió - va a marcharse lo quieras o no – le ratificó – nosotras no
podemos impedirlo, aquí no hay ni camas, ni medios suficientes y, cuando una
persona en su situación no tiene ningún problema en cuarenta y ocho horas, las
mandamos fuera.
- Pero se va andando y debería estar en reposo.
- Si, tranquila que su madre sabrá cuidarla – le aseguró pacientemente – tienen
una caminata de unos cinco kilómetros hasta su aldea, pero ella solo llevará a su
bebé, no cargará con nada más, será su madre la que cargará con la otra pequeña.
- ¿Su madre? ¡pero si parece su abuela!
- La vida es dura para ellas – suspiró acariciándole la mejilla – no te preocupes,
estará bien.
- Pues no sé cómo, ¡cinco kilómetros!
- Son muy fuertes – respondió con un deje de orgullo – y ahora vamos a por ese
zumo, que se nos va a hacer tarde.
- ¿Tarde para qué? – preguntó interesada - ¿no me vas a decir cuál es el plan?
- No – rió – ya lo verás.
* * *
Minutos después Germán salía del pabellón tras ellas, dispuestos los tres a coger el jeep
para comer en Jinja, cuando un imponente todo terreno negro llegó a gran velocidad.
Oscar bajó de él con rapidez y se dirigió hacia donde se encontraban. Germán resopló
preparándose para la que se avecinaba. Maca miró a ambos y comprobó cómo se
tensaban y no pudo evitar una oleada de desagrado, no solo por su comportamiento
altanero si no por llegar allí siempre en la forma que lo hacía, a toda velocidad,
obligando a apartarse de su camino a enfermos y ancianos, estaba segura que los veía
como escoria, y no se equivocaba, Oscar era ese tipo de persona que jamás se
encariñaba con nadie y que consideraba que todo el mundo debía rendirse a sus
encantos y si se encontraba con alguien que no lo hiciera simplemente consideraba que
estaba contra él.
Maca fue la única que se guardó el comentario, pero su cara de desagrado hablaba por
ella. Esther la miró y luego miró a Germán.
Oscar se aproximaba a grandes zancadas y Germán respiró hondo. Tenía que defender
las decisiones tomadas por su equipo, justificarlas y apoyar a Sara. Eran ya muchos
meses aguantando los desaires, contrasentidos y rabietas de aquel engreído y era
consciente de la bronca que le esperaba y estaba seguro de por dónde iban a ir los tiros.
- Hombre, ¡al fin te encuentro! – se encaró irónico con Germán ignorando por
completo a sus dos acompañantes.
- Hola, Oscar.
- ¿Hola! creí que te habías pedido la mañana para llevarnos los informes - le
espetó elevando el tono de forma airada, mostrando su enfado.
- No he tenido tiempo de terminarlos, hemos estado hasta arriba entre los
accidentados de la mina, las inundaciones y el brote de malaria.
- ¡Y una leche! si no es una excusa, es otra. ¡Quiero esos informes mañana
mismo! - casi gritó provocando que varios de los grupos más cercanos a ellos los
miraran.
- Los tendrás cuando los termine – respondió con calma - y cálmate un poco, que
no es sitio para...
- ¿Qué me calme? - preguntó con voz ronca pero algo más baja - Mañana – lo
amenazó con el dedo – y quiero que firmes esto.
- ¿Qué es esto? – cogió el papel que le tendía y comenzó a leerlo.
- Un expediente disciplinario para Sara.
- ¿Estas loco! no voy a firmar esto, Sara no ha hecho nada – dijo devolviéndoselo
sin apenas ojearlo.
- Ese es precisamente el motivo, que no ha hecho nada y nuestra invitada – dijo
señalando a Maca - a pesar de su inca... estado – apuntilló con condescendencia
arrugando casi imperceptiblemente la nariz, haciendo enrojecer a Maca que
apretó los labios en un gesto hosco y provocando que Esther, instintivamente, le
pusiera una mano en el hombro en señal de apoyo y protección, ¿cómo podía
decir eso en ese tono! si la hubiera visto en el quirófano no hablaría de ella de
esa forma - ha tenido que sacar la cara por ella y cubrir su incompetencia.
- ¡Sara está enferma! – saltó Esther enfadada - ¿o es que tampoco puede?
- ¡García! – gritó fulminándola con la mirada – mientras estés fuera de la
organización no voy a tolerar ninguna de tus intromisiones ni opiniones,
bastante que estoy tolerando que sigas ocupando una cabaña que ya no te
pertenece.
- Esther – la calmó Germán posando su mano sobre el antebrazo de la enfermera,
era mejor no calentarlo más porque estaba claro que había llegado dispuesto a
cualquier cosa, era mejor escucharlo e intentar evitar males mayores, ya sabría él
cuando se calmase, llevarlo a su terreno – Oscar, Sara tenía el día libre, yo la
obligué a tomárselo.
- Y si eso es así porqué en el planning del día aparece que era ella la que estaba de
guardia para las urgencias.
- Esos planning son mensuales y lo sabes.
- Y ahora me dirás que se puso enferma de repente y que no tuviste tiempo de
comunicar el cambio.
- Efectivamente.
- ¿Porqué no estabas tú cubriendo su puesto? dos médicos no pueden ausentarse el
mismo día y lo sabes.
Germán suspiró y guardó silencio. Escucharía la bronca y cargaría con la culpa, estaba
acostumbrado.
- Sancióname si quieres, ha sido culpa mía, nos corrían prisa unas analíticas y
quería ir personalmente – se justificó y Maca lo miró comprendiendo que la
culpable última de todo aquello era ella - pero Sara no tiene nada que ver, solo
ha hecho lo que yo le ordené.
- ¿También le ordenaste a García que entrase en quirófano? a pesar de lo que os
ordené el otro día.
- No – dijo Maca interviniendo en la conversación – fui yo la que tomó esa
decisión y soy yo la que está dispuesta a afrontar las consecuencias de haberme
entrometido en la organización del campo. Esther solo ha hecho lo que yo le he
pedido. Y Germán no sabía nada.
- Usted puede hacer lo que desee en este campo – le dijo con una sonrisa dejando
perplejos a todos – pero ellos no.
- Oscar… - comenzó el médico pero el chico levantó la mano pidiéndole silencio.
- No tengo todo el día, tengo prisa y ya he dicho todo lo que tenía que decir.
Quiero esto firmado – le tendió de nuevo el papel y Germán lo cogió - o te
expones a una sanción por desobediencia y quiero los informes sobre mi mesa
mañana a primera hora – elevó la voz y volviéndose hacia Maca suavizó el tono
- Doctora Wilson, necesito hablar con usted – le dijo mirando de nuevo a Esther
y Germán – a solas, ¿os importa? – le indicó con la mano que se alejaran.
- Sancióname porque ni voy a firmar esto – se lo dio de nuevo - ni voy a ir
mañana Kampala, si quieres los informes, ve al campamento a por ellos, que eso
sí que es parte de tu trabajo – respondió Germán que cogió a la enfermera del
brazo - vamos Esther.
- Maca… - la miró la enfermera preocupada, no quería dejarla sola con él, no le
había gustando nada la forma en que había hablado a Maca y en la que la había
mirado, tenía la sensación de que ocurría algo y quería saber el qué. Era una
aprensión extraña que jamás le había provocado Oscar hasta ese mismo instante.
Pero tenía la sensación de que iba a hacer o decir algo que molestase o dañase a
Maca.
Maca negó con la cabeza y esbozó una sonrisa, “estaré bien”, pareció decir, y Esther no
tuvo más remedio que acceder a los deseos de Oscar y dejarse arrastrar por Germán
dejándolos solos.
La pediatra los observó mientras se alejaban y frunció el ceño girando la silla hacia el
inspector, instintivamente se echó hacia atrás, no soportaba aquellos modales de
suficiencia y altanería, no soportaba que les gritase y que los tratase como lo hacía y no
soportaba ese abuso de poder. Ella sabía lo que era dirigir a un grupo de personas, lo
que era trabajar codo con codo con los demás y jamás, a pesar de tratar con gentes muy
diferentes y de que a veces se exasperaba con algunos de sus empleados, había
antepuesto sus animadversiones a sus obligaciones y mucho menos a la educación y
respeto que todos merecían.
- ¿Qué quieres de mí, Wizzar? – le preguntó directamente, dispuesta a terminar
cuanto antes con aquella conversación.
- ¿Qué le parece, doctora? – le preguntó a Maca, señalando el todoterreno en el
que había llegado, con una amplia sonrisa. Maca lo miró perpleja sin entender
qué pretendía.
- ¿El coche? – preguntó sin dar crédito a que le hablase de eso.
- Efectivamente.
- Muy bonito – le respondió secamente - ¿qué es lo que quieres de mí? – repitió
mirándolo fijamente, segura de que algo había cambiado en la mirada del chico,
tenía un aire de seguridad y suficiencia cuando le hablaba que había sustituido al
de ligero nerviosismo, incluso leve temor que siempre mostraba frente a ella, y
Maca se preguntaba qué era lo que había cambiado en esas horas.
- Quédeselo mientras está aquí – le ofreció, con otra leve sonrisa que a Maca se le
antojó sibilina, cada vez le desagradaba más y un escalofrío recorrió su espalda,
¿dónde había visto ella esa sonrisa con anterioridad! no lo recordaba, pero la
incomodaba sobre manera, sin poderlo evitar miró hacia atrás, donde, en la
lejanía permanecían aguardando Esther y Germán. La enfermera al ver su gesto
dio un paso hacia ella, pero el médico la frenó susurrando un "déjalos, ya nos
contará” y Esther, a regañadientes se vio obligada a hacerle caso – Wilson,
¿quiere el coche o no?
- No… y no entiendo a qué viene….
- Son cosas del director general – la interrumpió – desde que le dije que está usted
aquí, insiste en invitarla a cenar.
- Muy amable por su parte pero… no hace falta…
- El director me insiste en que debería estar en una habitación de hotel que
tenemos reservada en Kampala.
- No gracias, prefiero estar donde estoy – respondió sin poder evitar un gesto de
desagrado, ¿no había dinero para algunas cosas y sí para mantener reservada una
habitación en un hotel?
- No tiene por qué seguir en el campamento, es más, nos gustaría que no lo
hiciera. Y nos gustaría que nos permitiese enseñarle todo esto, todo el
funcionamiento.
- Ya veo el funcionamiento – no pudo evitar soltar con tal tono irónico que el
joven enrojeció.
- ¿Me está queriendo insinuar algo?
- No, en absoluto – respondió torciendo la boca en una mueca irónica.
- Yo creo que sí. Y me gustaría que me dijera qué es lo que no aprueba.
- Lo que yo tenga que hablar al respecto ya lo haré con Luís.
- Soy inspector y si tiene alguna queja me gustaría….
- ¿Quejas? no, ninguna.
- Insisto en que yo puedo resolver todo lo que…
- No Oscar, no hay nada que tú puedas hacer por mí.
- Mire aquí hacemos todo lo que podemos – comenzó a hablar mucho más suave,
temiendo que hablase mal de él a sus superiores - no hay dinero para más
medios y… hay que saber tener mano dura con algunas personas que se creen
dioses por salvar vidas.
- Ese es el problema.
- ¿Qué?
- ¿Me permites un consejo?
- Me lo va a dar de todas formas ¿no es así? – le dijo despectivamente y Maca
giró la silla dispuesta a dejarlo allí plantado. Pero él se lo impidió – dime lo que
tengas que decirme – la frenó enfadado – y no vuelvas a darme la espalda – le
ordenó olvidando el tratamiento que había estado usando hasta ese mismo
momento.
Maca comprendió que era más peligroso de lo que aparentaba y que todos deberían
tener mucho cuidado con él. Aún así no pudo evitar la tentación de ponerlo en su sitio, a
fin de cuentas, por muy inspector que fuera, no dejaba de ser un niñato altanero y mal
educado.
- Nunca pienses que haces todo lo que puedes cuando la gente se muere a tu
alrededor – le espetó enronqueciendo la voz y hablando con genio - nunca creas
que ese coche es más importante que una partida de parachek y nunca creas que
los médicos que trabajan aquí son propiedad tuya, te aseguro que nada de eso es
así, y que si hasta ahora lo ha sido, ya me encargaré yo de que deje de serlo.
- Tú no eres nadie para venir aquí a cuestionarme, a decirme cómo tengo que
hacer mi trabajo y mucho menos cómo debo tratar a esos – señaló
despectivamente a Esther y Germán y Maca enrojeció.
- Eso lo vamos a ver muy pronto - lo amenazó.
- ¿Que quiere decir?
- Que como vuelvas a impedir que un médico entre en quirófano cuando es
necesario, serás lo último que hagas como inspector, que como vuelvas a gritarle
a Germán, a Esther o a cualquier otro, como acabas de hacerlo antes, me
encargaré de que te echen y – lo miró furiosa, mientras había ido hablando cada
vez se iba calentando más y, sin saber cómo, aludió a lo que en realidad sabía
que tenía a Oscar más que molesto – y que como vuelvas a acercarte a cien
metros de Sara, te capo – lo amenazó con voz tan ronca y ojos tan fulminantes
que Oscar se echó hacia atrás.
- ¡¿Qué?! – preguntó creyendo que había escuchado mal y con tal cara de
perplejidad que Maca se regodeó en su pequeño triunfo, sabía que le había dado
donde más podía dolerle.
- ¿Encima sordo? – lo miró sarcástica – ¡que la que te denuncia soy yo! como
sigas acosándola o chantajeándola, ¿crees que no me he dado cuenta?...
- Esa hija de puta… ¿qué le ha dicho de mí?
- Nada, no necesito que me digan nada para saber cómo eres con las mujeres, no
soy imbécil y sé más cosas de las que te crees, sé lo que andas haciendo por ahí
– dijo refiriéndose a Sara, sin ser consciente de que esa frase podía interpretarla
él, en otro sentido, y del peligro que podía llegar a correr al decirle esas palabras.
- ¿Qué quiere decir?
- ¡Qué vayas buscando otro trabajo! porque en cuanto vuelva a Madrid perderás
éste y que le digas a tu director, que no todos somos como tú y como él.
- No sabe con quien está hablando.
- Sí que lo sé, ¡ya lo creo que lo sé! el que no sabes que hay personas a las que no
nos asusta el dinero de tu papa, ni tus amenazas, eres tú.
- A lo mejor sí hay amenazas que la asustan – le dijo bajando la voz e
inclinándose hacia ella con aquella media sonrisa de nuevo – a lo mejor no es
oro todo lo que reluce y a lo mejor soy yo el que no la deja salirse con la suya, a
mí no me engaña con esos aires de dama que sabe comportarse adecuadamente
en todas las situaciones, me he criado entre ellas y si hay algo que aprendí es que
toda dama, por muy correcta que sea, por mucho que controle sus sentimientos y
esgrima sus modales, esconde un secreto – rió con suficiencia – y yo conozco el
suyo.
- ¿Qué quieres decir? – le tocó ahora el turno de preguntar a ella, y lo hizo con un
deje de temor que no pasó inadvertido a su adversario, que se dispuso a jugar
con ella.
- No es tan lista, adivínelo.
- No me asustas con tus bravuconerías, y menos con gilipolleces. No tengo ningún
secreto.
- Puede que no lo tenga y que... yo esté equivocado – le dijo amenazante - pero
usted me pidió un favor si mal no recuerdo… - le dijo con altanería - ¿quiere que
García no vuelva a poner un pie aquí? – la amenazó y Maca olvidó su
compostura, no iba a permitir que es niñato se riera de ella y mucho menos la
amenazara con Esther, imaginaba a qué secreto se refería.
- Pues mira, ahora que lo mencionas, es eso precisamente lo que quiero - sonrió
irónica sin que él entendiese lo que quería decir.
- No voy a aceptar su admisión y le diré claramente quien tiene la culpa.
- No creo que vaya a solicitarla pero si lo hiciera, ¡ya lo creo que la aceptarías! si
es que todavía estás en tu cargo.
- Usted no es la dueña de esto, puede que tenga una clínica y que el director
general sea su amigo, incluso que su colaboración sea importante en la
organización pero eso no le da ningún derecho a meterse en mi trabajo ¡aquí
mando yo!
- Pues si mandas, deberías ver más allá de tus narices y darte cuenta de una puta
vez de que hay muchas vidas que salvar aquí, y que cuando que alguien viva o
muera depende de – chascó los dedos en su cara – un segundo, no hay tiempo
para papeleos ni burocracia. Si de verdad mandarás, sabrías hacer todo eso
después y sabrías valorar a las personas que trabajan contigo y que tienen que
tomar esas decisiones en décimas de segundo.
- Muy bonito, pero las cosas no se hacen así, y mientras yo sea el que tiene la
última palabra, no se harán.
- Pues – torció la boca en una mueca sarcástica y recordó una frase que siempre
decía Encarna y Esther repetía, "cuando un tonto coge un camino se acaba el
camino y sigue el tonto", ¿acaso no tenía más argumentos que el manido "aquí
mando yo"! evidentemente, no los tenía –en ese caso, habrá que evitar que la
tengas.
Esther se volvió hacia él sonriente, pero sus ojos manifestaban cierta preocupación.
Germán soltó una carcajada justo en el momento en que Maca llegaba hasta ellos.
Maca la miró y sonrió por primera vez abiertamente, negando con la cabeza, ¿cómo
podía ser tan boba! ¡qué iba a decirle! si solo deseaba estar con ella, salir de allí con
ella, regresar a la cabaña con ella.
- ¿Tú qué crees? – la miró como solía hacerlo y Esther solo pudo devolverle la
sonrisa no hacían falta más comentarios, Germán carraspeó para indicar su
presencia porque estaba seguro de que en esas décimas de segundo en el que
habían hablado sin palabras se habían olvidado de él – eh… vámonos ya que
quiero llegar cuanto antes al campamento.
- ¿Al campamento? – saltó Esther – pero… ¡Maca! si habíamos quedado en…
- Ya pero… tengo que hacer una llamada importante y… sería mejor que
viésemos cómo sigue Sara, ¿no? – los miró intentando buscar su connivencia – y
decirle lo del expediente.
- No te preocupes por Sara que está en buenas manos – la miró ligeramente
molesta – y lo del expediente se lo tendrá que decir Germán – enarcó las cejas
diciéndole que no se metiera en esos temas - nosotras teníamos… otros planes…
¿lo recuerdas?
- Claro… pero… - bajó los ojos y los levantó – no tengo silla Esther, la hemos
dejado en el campamento y esta…. ¿cómo me la voy a llevar? si no habrá más
de dos o tres.
- Claro que te la llevas… si ya has visto que no se usan…
- Pero…
- Pero nada, Wilson – las cortó Germán - vamos dentro, quiero hacerte una
exploración para asegurarnos de que todo está bien.
- Pero… ¿por qué? – clavó sus ojos en él sorprendida y asustada – ¿qué pasa? –
miró a Esther esperando que la enfermera le dijera algo.
- Nada – la tranquilizó con una carantoña que no la convenció.
- Germán…. ¿no te habrán dado ya los resultados y no me lo has querido decir? –
se giró hacia él alertada, hacía unos minutos salían para marcharse y de pronto
cambiaban de idea.
- No, aún faltan unas sedimentaciones y los que he dejado hoy tardarán un par de
días, pero sí que me han dejado ver algo.
- ¿Y qué? – preguntó con temor - ¿qué pasa? – volvió a mirar a Esther creyendo
que ella sabía algo, sin embargo la enfermera mostraba en su rostro la sorpresa
que también se había llevado, sobre todo, después de la conversación que
acababan de mantener, salvo que esa fuera una estrategia de Germán para
conseguir que Maca se dejara hacer.
- Nada, lo esperable, solo hay un par de desajustes, pero nada serio. Vamos
dentro, solo serán unos minutos y luego nos marchamos.
- Pero… no lo entiendo… si ya nos marchábamos…. ¿qué pretendes ver con una
simple exploración?
- Quiero monitorizarte un momento.
- Pero… ¿por qué?
- Maca no protestes más y hazle caso, sus motivos tendrá – saltó Esther mirando a
Germán y luego a Oscar que pasó como una exhalación hacia su coche, con la
radio en la mano y gritándole a quien sea “¡qué me llame cuanto antes! tengo un
encargo urgente”.
- Solo por precaución – respondió Germán que también tenía los ojos puestos en
el inspector - quiero tomarte la tensión que te he visto muy alterada con Oscar y
quiero ver como van esos puntos infectados – le explicó con calma girándose
hacia ella - luego nos vamos a comer y… al campamento ya tendrás tiempo de
ir.
La pediatra suspiró resignada a que hicieran con ella lo que quisieran y se dejó arrastrar
hasta la sala de vigilancia. De las cuatro camas solo dos estaban ocupadas y le extrañó,
pero no hizo comentario alguno. Estaba claro que allí como siempre le decía Esther las
cosas eran diferentes.
- Tranquilas que no pasa nada, ya sabéis como soy, quiero que antes de… - miró a
Esther y esta le hizo una señal de silencio, temiendo que se fuera de la lengua, y
le dijera que era ella la que le había pedido a Germán, que le echara un vistazo, a
donde la llevaba no había absolutamente nada y no era fácil salir de allí y lo
último que quería era que Maca le diese un susto – de… que bueno… quiero
comprobar cómo sigues. Y… si estás en condiciones para que… te de el alta.
- ¿En serio? – preguntó Esther ilusionada - ¿crees que ya se la puedes dar? -
disimuló.
- Bueno… esta claro que es capaz de aguantar en quirófano como una jabata – la
miró orgulloso y le dio una palmadita en el hombro, Maca sintió que se le
saltaban las lágrimas ante su muestra de cariño, tenía que reconocer que en esas
semanas había recuperado y encontrado en él el amigo que perdiera y no sabía
que le pasaba pero esa mañana estaba especialmente sensible.
- Eh… cariño… - le susurró Esther burlona.
- Vamos damisela – bromeó el médico izándola y sentándola en la camilla – que
te me has vuelto una blandengue.
Maca desvió la vista, para disimular su emoción y Esther la acarició con suavidad en el
antebrazo. Los tres se mantuvieron en silencio mientras el médico hacía su trabajo.
Maca no dejaba de mirar a los monitores y a la cara de Germán, intentando interpretar
algún gesto de contrariedad o preocupación pero no fue así. De vez en cuando cruzaba
una mirada cómplice con la enfermera que mantenía su mano apoyada en la rodilla de
Maca y que parecía igualmente tranquila.
- Te digo yo que estoy muy bien – sonrió contenta la pediatra al ver que Germán
asentía satisfecho de la exploración - ¡muy, pero qué muy bien! – exclamó -
Hace años que no estaba tan bien, estoy mucho menos cansada, con energía y
ganas de hacer cosas. Y te aseguro que hasta en Madrid había días que me
hubiera quedado tranquilamente en la cama.
- Pues deberías haberlo hecho.
- Claro – sonrió – lo mismo que lo hacéis vosotros – los acusó con una mueca
burlona.
- Bueno pues… parece que todo está en orden, la tensión está controlada y la
frecuencia en los límites normales – le dijo con satisfacción – ¿te ha dolido el
pecho o has sentido alguna molestia?
- No. Ya te he dicho que estoy mejor.
- Pues… ¡arriba! – tiró de ella y la sentó en la camilla, ayudándola acto seguido a
bajar a la silla.
- Entonces… - intervino Esther esperando de él alguna indicación que pudieran
hacer en el viaje que las esperaba.
- Nos vamos a comer – fue la respuesta de él – eso sí Wilson, quiero que lo que
queda de día te dediques a descansar y a tomarte las cosas con tranquilidad – le
dijo mirando a Esther y enarcando una ceja avisándola de que eso era lo único
que le recomendaba – hasta que no estén todos los resultados es mejor que
mantengas las precauciones.
- No te preocupes que no pienso salir de la cabaña – miró picarona a la enfermera
que la golpeó discretamente para hacerla callar.
- ¿Cabaña! ¡hoy comemos en Jinja! – exclamó la enfermera contenta de ver que a
pesar de todo sus planes se iban a cumplir.
* * *
Aproximadamente una hora después, el jeep en el que viajaban se adentraba en las
primeras calles. Maca observaba todo como si fuera la primera vez que lo veía, y es que
cada vez que la paseaban por allí le parecía que aquella ciudad tenía un aire diferente.
Germán enfiló una larga avenida rodeada por grandes árboles a ambos lados, en la que
Maca no dejaba de asombrarse con aquellas edificaciones de estilo colonial. Algunas de
ellas se encontraban semiderruidas y eso era algo que no percibiera los días anteriores,
cuando Esther la llevó allí.
- ¿Qué árboles son esos! ¿cocoteros? – dijo mirando lo que creían que eran los
frutos.
- Plátanos de sombra, Maca, y eso que confundes con cocos son… ¡murciélagos!
– rió Esther conocedora del desagrado que le producían a la pediatra.
- ¿Qué? pero si hay…
- ¡Cientos! – saltó Germán divertido ante su espanto.
- ¡Dios, qué asco! – no pudo evitar exclamar, ante la carcajada de sus
acompañantes, sin embargo se apresuró a corregirse no fueran a pensar que no
aprobaba el lugar al que la llevaban - Todo esto es… precioso, digo esta parte
del lago – se explicó mirando de un lado a otro - Es temprano para comer, ¿no?
– les dijo con la esperanza de dar una vuelta por allí, y ver un poco más. Aún no
tenía demasiada hambre y le encantaba ese aire oriental de esa parte de la
ciudad.
- Tenéis que comer temprano – respondió Germán ganándose una colleja por
parte de Esther que se encontraba en el asiento de atrás, como solía hacer,
acodada entre los dos asientos delanteros.
- Quiere decir que tenemos que comer temprano porque el vuelve al campamento
– lo puntualizó para que Maca no sospechara nada.
- Sí, eso precisamente era lo que quería decir - .
- Eh… vale – aceptó sin ganas – hay mucho estilo oriental por aquí, no me
imaginaba yo esto así.
- Si, es que buena parte de la población era asiática – le explicó Germán -
básicamente hindú y paquistaní, pero fueron expulsados en la época de la tiranía
de Idi Amin.
- Por eso ves tantos edificios estilo asiático – apuntilló Esther.
- La verdad es que parece que es una ciudad hindú – comentó Maca.
- De hecho la mayoría de propietarios de restaurantes, joyerías y negocios, en
general, son hindúes – le dijo Germán, observando de reojo a la pediatra que
parecía realmente interesada en todo lo que veía.
- ¿Sabías que Mahatma Gandhi escogió Jinja como uno de los lugares dónde
quiso que se desperdigaran sus cenizas una vez muerto? – le preguntó Esther.
- ¡No tenía ni idea! – se giró hacia ella con una sonrisa – hay que ver lo poquísimo
que conocemos de algunos sitios, vamos que yo esta ciudad no la había oído
mencionar en mi vida.
- Pues si te apetece y sacamos un rato te llevo al ver el templo hindú de las
afueras, hay una estatua de Gandhi y el lugar es precioso.
- Claro… me encantaría…pero… tú te llevas el jeep, ¿no? – le preguntó al médico
cayendo por primera vez en ese detalle – no creo que podamos ir a las afueras.
- Si me lo llevo, pero podéis pillar un boda-boda – dijo burlón conocedor de que
en los planes de Esther no necesitaban el jeep.
- ¡Germán! – lo recriminó la enfermera sabiendo a lo que se refería.
- ¿Un qué? – preguntó Maca.
- Eso – le señaló el médico a un chico que pedaleaba en bicicleta – aquí es lo más
practico, coger un bus es una tortura y según dónde quieres ir te llevan en bici o
en moto, y… por lo que me han contado estás deseando repetir la experiencia.
- ¡Germán! – volvió a protestar la enfermera, era increíble como se iba de la
lengua y no quería que Maca se molestase con ella por contarle cosas al médico,
pero la pediatra como siempre hacía últimamente, soltó una carcajada con las
ocurrencias de él.
- Bueno pillamos uno con una condición – miró hacia atrás con un brillo especial
en los ojos y la enfermera ya supo que iba a soltar una de las suyas.
- Qué condición.
- Que me dejes pedalear – respondió irónica.
- Wilson, Wilson, a ver si te fijas mejor, te llevan de paquete, en bici o en moto
- ¡Mira hay está el restaurante! – exclamó deteniendo el vehículo casi en la puerta
del mismo.
- Esta zona parece de lujo – comentó Maca cuando ya estaba sentada en su silla y
cruzaban la calzada.
- Lo es, de hecho aquello de enfrente es el Jinja Sailing Club, una especie de club
privado – le explicó Germán deteniéndose antes de entrar al restaurante – no se
me había ocurrido pero que si prefieres que vayamos allí…
- ¿Pertenecéis a un club privado? – preguntó perpleja.
- ¿Yo? ¿estás de coña? – la miró burlón – aquí tu enfermera milagro que tiene las
puertas abiertas para ella y todos sus amigos.
- No te quejes que bien que me has acompañado alguna vez – intervino
enrojeciendo levemente.
- Solo para bañarnos sin riesgos de cocodrilos – se justificó.
- Ya… solo por eso… ¿no?
- Bueno – la cogió por los hombros y la atrajo hacia él como solía hacer – tengo
que reconocer que no tiene precio ver la puesta de sol y los pájaros pescando en
el lago mientras nos tomamos una cerveza con absoluta tranquilidad – suspiró
soñador y Maca no puedo evitar pensar que a pesar de su falta de pelo había
ganado un encanto especial y a pesar del cambio en su reacción con Esther
tampoco pudo evitar sentir celos de esa amistad que mantenían, de esas horas
compartidas de las que ella era completamente ajena – Wilson, ahí donde lo ves
ese club, ¡es todo un lujo asiático en el corazón de África! – exclamó – y
podemos disfrutarlo todo gracias a nuestra enfermera milagro.
Maca permanecía mirando a Esther con la boca semiabierta, sin dar crédito a lo que
acababa de escuchar y barajando la opción de que estuviesen burlándose de ella. La
enfermera al verla con aquella cara entre sorprendida, incrédula y estupefacta, rió
también.
En contra de lo que Maca se temía, la comida fue frugal y a su criterio exquisita. Nada
de carnes grasientas, el lugar estaba especializado en todo tipo de pescados frescos
recién capturados en el lago. Esther se encargó de escoger una ensalada tropical, con
una mezcla de sabores que Maca jamás había probado combinados a base de piña y
marisco y unos pescados a la parrilla que la dejaron impresionada. Por no hablar de un
aperitivo de la casa consistente en un cocktail de camarones con aceitunas negras,
cebollitas, tomate, queso y aguacate, aliñado con limón y cilantro, que dejó a la pediatra
con ganas de más.
Esther suspiró nerviosa y excitada, por un lado estaba segura de que Germán conocía
bien a Maca y sabía que podía hacerle algo más que ilusión lo que le tenía preparado,
pero por otra, no dejaba de pensar en aquel día en que Sonia le dijo que dejara a Maca
en paz, que había cosas que no podía hacer y que recordárselo continuamente solo la
hacía desgraciada.
- ¿Qué haces aquí solita y tan seria? – le susurró insinuante al ver que no se había
percatado de su vuelta.
- ¿Nos vamos? – fue su respuesta mientras le devolvía la sonrisa.
- ¿Irnos! ¿y Germán! ¿y el postre? – preguntó extrañada de que de repente
pareciera que tenían mucha prisa.
- ¿Tienes ganas de postre? – le dijo burlona.
- Hombre… - torció la cabeza e hizo una graciosa mueca con la boca – alguna
cosilla, ¿no?
* * *
Minutos después Esther estaba sentada en un banco del parque saboreando con fruición
un helado de fresa, ¡le encantaban! mientras Maca, frente a ella daba buena cuenta de
uno de chocolate.
- Hummm, ¡está buenísimo!
- Ya te he dicho que son los mejores de por aquí – respondió la enfermera
apurando el suyo, y sonrió observando a Maca que se recreaba saboreándolo, sin
dejar de mirar al helado del que aún le quedaba más de la mitad, a ese ritmo se le
iba a derretir y se iba a poner perdida. Pero no le dijo nada, quería que disfrutase
y se divirtiese, no quería estar encima de ella, Germán tenía razón debía dejar de
tratarla de forma tan protectora.
- ¿Qué me miras?
- Nada, me gusta verte disfrutar.
- Pues sí, hace mucho que no me tomaba un helado así.
- Si son buenos.
- Me refiero así, en mitad de la calle, sin miedo a que alguien se acerque por
detrás y…. con tan buena compañía – elevó las cejas en una mueca de alegría –
es curioso como una cosa tan simple se puede echar tanto de menos - suspiró.
- Vaya… estas de buen humor.
- Pues sí, y tú muy silenciosa y muy pensativa – la abordó burlona – ¿se puede
saber en qué piensas?
- Pensaba en… lo mucho que has cambiado.
- Y eso no te gusta ¿verdad?
- Yo también he cambiado.
- Eso no responde a mi pregunta.
- Bueno… no te voy a engañar, había cosas de la Maca de antes que echo de
menos – le dijo con sinceridad esbozando una sonrisa.
- Ya… - chascó la lengua y bajó los ojos con un suspiro, creyendo que esos
cambios decepcionaban a la enfermera.
- Y yo… ¿te gusto cómo soy ahora? – le preguntó ignorando la sombra de tristeza
que había cruzado por sus ojos - porque también he cambiado.
- No me gusta la gente que no cambia con los años – le respondió con seriedad,
ladeando la cabeza y apretando los labios – significa que no aprenden nada de lo
que les pasa en la vida.
- En eso… llevas razón – reconoció enarcando las cejas – y tú…. por lo que veo,
has aprendido mucho – le dijo burlona e insinuante deseando que volviera a
sonreír.
- ¡Demasiado! – exclamó con un suspiro volviendo la vista al helado que
comenzaba a derretirse y se apresuró a terminarlo.
- ¿Qué quieres decir?
- Pensaba en algo que me dijo María José un día en el que… bueno… un día de
esos en los que prefieres no levantarte – la miró de nuevo a ella - ¿sabes a qué
días me refiero?
- ¿Lo dudas? – fue su respuesta y Maca negó con la cabeza – anda toma un
pañuelo – dijo tendiéndole uno – te vas a poner echa un asco, hace demasiado
calor para comerlo tan despacio.
- Me gusta saborearlo y que se derrita en la boca – se justificó con ojos bailones.
- Ya… ya veo – la miró de la misma forma y le sonrió contenta de ver que ya no
estaba ese halo de tristeza que se apoderara de ella instantes antes - ¿qué te dijo
María José?
- ¡Ah! – exclamó como si hubiese olvidado ya de qué hablaban - me dijo que era
demasiado dura conmigo misma, que no era la única que se avergonzaba de
cosas o se arrepentía de ellas. Me dijo que todo el mundo tiene algo de lo que
avergonzarse, unos porque tratan mal a todo el mundo, otros porque se
enamoran de la persona equivocada y hacen por ella aquello que nunca pensaron
hacer y ….otros... porque dejas escapar a la persona de tu vida – la miró
fijamente diciéndole “como hice yo contigo” – y nada… eso es lo que me dijo…
que todos le hemos fallado alguna vez a alguien, pero según ella, podemos
redimir esos errores si aprendemos de ellos.
- Y tiene razón – la miró con ternura comprendiendo perfectamente lo que quería
decirle con todo aquello, ella también se había arrepentido cientos de veces de
haberse marchado como lo hizo - ¿qué has aprendido tú en este tiempo?
- Yo he aprendido a no ser tan orgullosa… a no ser tan borde con la gente –
respondió esbozando una sonrisa y Esther puso una mueca burlona, podía
recordarle sin esfuerzo unas cuantas frasecitas que había dicho en esos días –
y… a expresar más mis sentimientos. ¿No era eso de lo que te quejabas cuando
estabas conmigo?
- Si – reconoció – pero… eso no quiere decir que no me gustara – sonrió con unos
ojos tan bailones que Maca se la quedó mirando extrañada y divertida por su
confesión.
- Ya… pues… tendré que volver a ser borde y orgullosa y…
- Con que no seas tan llorona me conformo.
- ¿Llorona yo? – preguntó haciéndose la sorprendida.
- Muy llorona.
- Serás… ven aquí que te voy a dar yo lloriqueos – la atrajo besándola, con tanta
rapidez que Esther, sin esperárselo fue incapaz de evitarlo.
- Maca.. que esto no es… que aquí… ¡qué estamos en mitad de la calle! – casi le
gritó asustada mirando hacia todos los lados, temerosa de que pudieran haberlas
visto.
- Chist - la besó de nuevo sin importarle todas las recomendaciones de Esther –
¿así que llorona?
- ¡Maca! – protestó de nuevo.
- ¿Llorona? – volvió a preguntar con tal cara de pilla que Esther captó al instante
que cada ausencia de respuesta seria premiada con otro beso, movió la cabeza de
un lado a otro, negando y sonrió.
- ¡Y Tonta! ¡muy tonta!
- ¿Con que tonta también? – apretó los labios mostrándose fingidamente enfadada
- Y la señorita ¿qué ha aprendido a ser?.. ¿doña perfecta?
- ¡No! – sonrió - yo he aprendido a quererte como eres, a no huir de ti cuando me
asustas con tu oscuridad y a serte completamente sincera. No quiero que mis
dudas y mis miedos nos separen más.
- Ven aquí – le cogió la cara con ambas manos la miró fijamente y sus ojos se
oscurecieron – Esther… - la besó con tanta pasión que la enfermera se retiró.
- ¡Maca! aquí no – la apartó con brusquedad - ¡joder!
- ¡Pero si no hay nadie!
- Es un parque, puede aparecer cualquiera y… no quiero que nos vean, aquí las
cosas….
La pediatra tiró de ella y volvió a besarla, le daba exactamente igual que apareciera
cualquiera, no podía reprimir el deseo de estrecharla en sus brazos, de sentir sus labios,
de saborear sus besos… Esther no pudo resistirse y le devolvió el beso, recreándose en
él. Por el otro extremo del parque alguien se acercaba sin que ellas fueran capaces de
percibirlo.
- Son diferentes, ya lo sé – dijo arrastrando las palabras con una mueca burlona y
clavando sus ojos en lo de la enfermera – pero la culpa es tuya – la acusó.
- Si, la culpa va a ser mía – se defendió ligeramente molesta.
- Pues sí, que lo sepas, por ser tan guapa, tan maravillosa, tan especial, tan
atractiva y por volverme loca – se aproximó de nuevo y rozó sus labios con
suavidad, sintiendo que el deseo se apoderaba de ella, que desearía salir de allí y
llevarla a un lugar donde pudiera acercarse a ella sin precauciones.
- ¡Joder! – protestó asustada mirando hacia su derecha donde el individuo que se
acercaba a ellas ya estaba al alcance de su mirada, Esther dio un salto del asiento
y se levantó. Un policía hacía su ronda y estaba ya a menos de cien metros –
Maca que te lo he dicho y te lo tomas a broma – le recriminó, no solo temerosa
sino muy enfadada - ¿nos ha visto?
- No sé creo que no – respondió con calma aunque también preocupada casi más
por la reacción de la enfermera que por aquel policía que parecía estar mirando
al lado contrario – si lo hubiera hecho...
- ¿Y si nos ha visto? – la cortó nerviosa.
- Pues… no sé… imagino que… vendrá hacia aquí.
- ¡Es lo que está haciendo! – exclamó al ver que dirigía sus pasos hacia ellas -
¿qué hacemos?
- Bueno, no te preocupes, somos europeas, tendrá que entender que…
- ¿Entender! a ver si te enteras de una vez que aquí no se pregunta, se golpea
primero, y si eres mujer más aún – soltó cada vez más alterada - ¡no vuelvas a
besarme!
- Bueno, no te enfades – le pidió con seriedad – ya no lo vuelvo a hacer más.
- Es que no te imaginas lo que puede pasarnos… - le dijo mucho más suave al ver
su cara de consternación y aliviada al ver que el policía pasaba de largo – y yo…
solo de pensar que tú… - se interrumpió mirándola con ternura y lanzando un
suspiro.
- Solo ha sido un beso, tampoco es para tanto.
- Un beso puede significar mucho, Maca.
- Eso ya lo sé – le dijo insinuante – ya lo creo que lo sé – sonrió – y no entiendo
como puede haber lugares en que no se entienda que es una… ¡necesidad básica!
- Maca…
- Es cierto, todos necesitamos conectar con alguien, ellos también – dijo
señalando al policía que se alejaba con paso cansino – no entiendo como siendo
así no sean capaces de comprender …
- No te pongas filosófica y hazme caso – volvió a regañarle – no quiero que
vuelvas a repetirlo.
- Vale – aceptó de mala gana - anda vamos – dijo accionando la silla.
- ¿Ya no quieres pasear más?
- No, quiero volver al campamento y quiero… besarte sin que me apartes – sonrió
girando la silla y emprendiendo el camino - ¡dios, cuanto te he echado de
menos! – suspiró y la enfermera, que se había colocado a su espalda, le puso una
mano en el hombro miró a ambos lados con rapidez, el parque permanecía
desierto, algo habitual aquellas horas, y se agachó besándola de nuevo.
- No vamos a ir al campamento – le susurró al oído, misteriosa.
- ¿No! entonces… ¿qué vamos a hacer! ¿nos quedamos en el apartamento? –
preguntó con tono esperanzado e insinuante, mostrándole que la idea le parecería
perfecta y que estaba deseándolo.
- Tampoco – sonrió divertida sin que Maca pudiera verla – he quedado aquí con
Germán, debe estar a punto de llegar.
- Pero… ¿no se había marchado?
- Si, pero a por algo que le pedí.
- Te aprovechas de él.
- Era para ti – le reveló situándose frente a ella y torciendo la boca en una mueca
burlona.
- ¿Para mí? – frunció el ceño imaginando que ya quería que tomara cualquier cosa
- ¿el qué? – preguntó casi molesta.
- Lo sabrás a su debido tiempo – sonrió – pero no me pongas esa cara que no es lo
que estás pensando – se inclinó apoyando ambas manos en los brazos de la silla
y aproximó su cara a la de Maca, tan cerca que la pediatra pedía sentir su
respiración, los ojos de la enfermera brillaban de una forma especial, tanto que
Maca no recordaba barrerlos visto nunca tan alegres - ¡te va a gustar! – exclamó
retirándose y dejando a Maca con un cosquilleo de excitación y nerviosismo en
la boca del estómago.
- Dame una pista.
- No pue…
No había terminado de decirlo cuando vieron aparecer el jeep del médico que descendió
con rapidez y se dispuso a ayudar a Maca a subir al coche.
- Veo que el paseito por el parque te ha gustado ¿eh, Wilson? – le dijo divertido.
- Ha estado bien – respondió esperando una de sus bromitas, pero él no dijo nada
más al respecto - ¿listas? – les preguntó.
- ¡Listas! – exclamó Esther.
- Sabría si estoy lista si supera a dónde vamos – refunfuñó Maca deseando
conocer qué tramaban.
- ¡Sorpresa! – exclamó Esther al tiempo que Germán lanzaba una carcajada.
- Wilson, Wilson no seas impaciente y deja que la niña, disfrute un poco de la
cara que vas a poner.
- Bueno señoritas, hemos llegado – les dijo con una enorme sonrisa deteniendo el
jeep a los pies de un pequeño avión, pintado de azul intenso, junto al cual se
encontraba un sonriente Mathew, esperándolos.
- ¡Hola! – los saludó con la mano acudiendo a dar un fuerte abrazo a Germán y
besar a la enfermera, que había descendido con rapidez del coche.
- Imagino que la famosa sorpresa…. – la miró enarcando las cejas con temor y
voz débil.
- Wilson, Wilson, ¿no me digas que te da miedo volar? – se mofó Germán y Maca
apretó los labios y frunció el ceño, descubierta, y se dispuso a responder cuando
vio que el médico se giraba y comenzaba a sacar unas bolsas de la parte trasera
del jeep.
- ¡Claro qué no! – exclamó orgullosa a su espalda – pero…. ¿es eso? ¿vamos a
volar?
- Pues sí, pero el vuelo es lo de menos – le dijo Esther con ilusión y se agachó a
su altura mirándola con intensidad y hablándole con voz susurrante – lo
importante es a dónde vamos.
- ¿Y a dónde vamos? – preguntó de nuevo con un deje de temor.
- Solo puedo decirte que vamos a hacer algo que llevas deseando desde que
llegamos aquí.
- ¿Yo? – preguntó sin saber a qué se refería.
- Si, tú – le sonrió contenta – y déjate de charla, que Mathew nos está esperando –
dijo cogiendo algunas bolsas y llevándolas hasta la avioneta.
Mathew, que había subido un momento al aparato bajó y, tras acercarse a saludar a
Maca, les ayudó a subir los bultos. Maca aprovechó que Germán y Mathew se
despedían, para coger la mano de la enfermera y preguntarle directamente.
El avión era muy pequeño, tanto que habían tenido problemas para colocar los últimos
bultos en la bodega que estaba previamente repleta, cosa que extrañó a la pediatra pero
no preguntó, más preocupada por el poco espacio que había en aquella cabina que se le
antojaba claustrofóbica.
Momentos después Maca miraba por la ventanilla y comprobaba que Germán se retiraba
y se alejaba en el jeep, tras desearles que se divirtieran, ella no estaba tan segura de
poder hacerlo aunque reconocía que la enfermera era única para sorprenderla de todas
las opciones que había barajado sobre la famosa sorpresita, jamás pensó en un vuelo-
safari.
Esther la miraba de reojo y sonreía para sus adentros. Como ya había supuesto no le
había hecho ninguna gracia la idea de volar, pero era un trámite más que necesario para
llevarla donde quería, esa sí que era su sorpresa y lo de ver animales, aunque cierto, era
la excusa para arrastrarla a donde se encaminaban, entonces sí que esperaba que
cambiara aquel gesto de resignación mal disimulado con una falsa ilusión, aunque le
agradaba la idea, de que a pesar de todo, Maca hubiera sido incapaz de negarse a
montar. Mathew encendió los motores y Maca instintivamente se aferró a la mano de
Esther, y se recostó en el asiento lanzando un profundo suspiro.
- Pero ¿a dónde vamos? – le preguntó con temor, por enésima vez, cuando la
avioneta elevaba el morro y despegaba.
- Te lo he dicho, ¿no querías ver animales?
- Si, pero…. yo creía que los veríamos en la selva… no sé… en uno de esos
parques de los que me has hablado…
- Cuando los que no conocéis esto habláis de ver animales siempre os estáis
imaginando los reportajes de televisión, ¿me equivoco?
- La verdad es que no – reconoció – pero es normal ¿no crees?
- Tú estás pensando en los grandes santuarios africanos, en las amplias planicies
del Serengueti, pero eso está en Tanzania, Maca, y necesitaríamos muchos días
para poder ir.
- No solo pienso en eso, - protestó haciéndose la ofendida.
- Claro, piensas en las nevadas cumbres del Kilimanjaro o las sabanas arbustivas
repletas de animales en Sudáfrica. Es lo más típico.
- No te voy a negar que me encantaría ver el Kilimanjaro – le sonrió más tranquila
en cuanto el avión cogió la horizontalidad y se le fueron diluyendo las cosquillas
de su estómago.
- Si vuelves iremos, pero nos pilla demasiado lejos.
- Entonces… ¿a dónde vamos?
- Existe un lugar oculto, mágico y maravilloso, del cual pocas personas han oído
hablar – le dijo con una mirada soñadora llena de excitación - se trata de un
autentico paraíso lejano y perdido.
- ¿Lejano? – preguntó con temor, ¿cuánto tiempo iban a estar montadas en ese
cacharro?
- Si, demasiado para ir por tierra.
- Y… ¿qué sitio es?
- ¿Sabes como lo llaman? – le preguntó retóricamente con ojos bailones y una
sonrisa de oreja a oreja, Maca negó con la cabeza - ha sido bautizado como el
último edén de África, y… va a ser para nosotras durante unas horas.
- Y ¿dónde está ese vergel? – torció la boca y encogió un ojo en un gesto pícaro
que provocó la excitación del juego en la enfermera.
- ¡Vamos a Gabón! – gritó Mathew por encima del motor sonriendo.
- ¡¿Gabón?! – la miró abriendo de para en par los ojos – pero….
- Si – confirmó la enfermera – Mathew me dijo el otro día, cuando estábamos
cenando en Jjinja, que tenía que ir a llevar unos suministros y ayer, hablando
con Germán, se me ocurrió la idea. No hay mejor lugar para que empiece a
cumplir mis promesas – le susurró con un brillo tan intenso en sus ojos que
Maca se estremeció.
- Pero está muy lejos y nos marcharemos pronto… - la miró expectante y a un
tiempo excitada con la idea.
- Volvemos mañana a primera hora – dijo Mathew – pasaremos la noche en el
parque.
- ¿Qué parque?
- El Parque Nacional Loango – le dijo Esther – paro ya no te cuento más. Lo verás
cuando lleguemos, ¡es una sorpresa! – gritó al tiempo que la cogía de la mano y
le señalaba por la ventanilla hacia abajo. Maca miró y abrió los ojos
desmesuradamente, verlo en televisión era una cosa pero ver aquella manada
corriendo despavorida por el ruido del motor le pareció increíblemente bello.
- ¿Qué son?
- Ñús – gritó Mathew.
- Mira allí, Jirafas.
- ¿Dónde? - se inclinó aún más hacia la ventanilla, intentando localizarlas.
- Detrás, allí al fondo, ¿las ves?
- ¡Sí!
- Agarraos – las avisó el piloto y comenzó a tomar altura – así iremos más rápido
y ahorraremos combustible.
- Hay tormenta, ha bajado para evitar las turbulencias – le explicó y Maca asintió.
- ¿Estás bien?
- Si – musitó palideciendo - hace mucho calor aquí dentro, ¿no?
- Sí, no te preocupes, es normal – le dijo con otra sonrisa - ¿te mareas? - le
preguntó al comprobar que había mudado de color.
- Un poco – gritó de nuevo - ¿tú no?
- Yo ya estoy acostumbrada – le dijo dándole una palmadita en el dorso de la
mano – he hecho varios viajes de éstos. Pero el primero…. buff… ¡eché hasta la
primera papilla!
- ¿Tardaremos mucho?
- Menos de una hora – gritó de nuevo inclinándose hacia delante al ver que
Mathew volvía otra vez la cabeza.
- Vale – musitó la pediatra recostándose en el asiento y mirando hacia abajo.
Tras cruzar unas palabras con el piloto Esther se volvió hacia ella.
- Maca dice Mathew que hemos dejado atrás la tormenta. Habrá buen tiempo para
aterrizar, pregunta si prefieres que vuele bajo, empezaremos pronto a
adentrarnos en una de las zonas verdes más impresionantes del continente, y así
podrás verla, pero si lo hacemos, tardaremos más.
- Decide tú – le respondió esbozando una sonrisa y pasándose una mano por la
frente, con la sensación de que cada vez hacía más calor.
- ¿Estás muy mareada? – le preguntó al ver su gesto y la palidez de su rostro que
había aumentado - ¿no irás a vomitar?
- No – negó con otra tímida sonrisa pero lo cierto era que empezaba a encontrarse
cada vez peor – bueno… no sé… yo…
- Toma – le tendió una bolsa – le diré que vuele alto y vayamos más rápido – le
hizo una carantoña en la mejilla comprensiva, aunque sus ojos mostraban cierta
decepción que Maca interpretó al instante.
- No, no hace falta, puedo aguantar – aseguró mirándola fijamente – quiero ver
ese sitio que dices.
- Entonces volaremos bajo ¡verás que paisajes! ¡es impresionante! – exclamó
contenta, apoyándose en el respaldo de Mathew para comunicarle la decisión.
- ¡Estupendo! – le gritó el piloto – ya verás como te gusta Maca – se giró aún más
para ver de reojo a la pediatra que asintió con una sonrisa – solo que al volar
más bajo, pasaremos más calor.
- ¿Más calor? – preguntó Maca mostrando en su expresión el desagrado que la
idea le producía.
- Si lo preferís puedo hacer que entre un poco de aire.
- ¡Sí, por favor! – le pidió Esther al ver la cara de Maca, sabía que ya había hecho
un esfuerzo al consentir ir a menor velocidad, pero no estaba segura de que fuese
capaz de controlar su estómago.
El avión ralentizó el vuelo, y un ligero frescor comenzó a sentirse en la cabina, que
Maca recibió con alivio. Al cabo de unos minutos Esther le pidió que mirara hacia
abajo, por la ventanilla y Maca abrió los ojos desmesuradamente, girándose hacia la
enfermera, su rostro mostraba a las claras lo que aquel paisaje le transmitía.
Maca la miró y apretó los labios en una mueca de agradecimiento y satisfacción, sus
ojos se humedecieron y Esther sonrió, satisfecha de su triunfo. La pediatra notó que la
emoción la embargaba pero Esther ya le había dicho que era una llorona e intentó
contenerse, no tenía palabras para demostrarle lo que la estaba haciendo sentir en ese
preciso instante, la cogió de la mano sin importarle nada y se inclinó hacia ella,
dispuesta a besarla, pero Esther la empujó levemente.
- ¡Agarraos! – gritó Matthew rompiendo la magia que se había creado entre ellas
- ¡vamos a aterrizar!
Maca miró hacia un lado y otro, por ambas ventanillas, se inclinó hacia delante,
intentando ver de frente pero era imposible descubrir el lugar del aterrizaje.
Una hora y cuarenta y cinco minutos después del despegue, el pequeño avión aterrizaba
en mitad de la selva. Esther no había exagerado cuando le dijo que era una pequeña
pista de tierra. Lo que no le había dicho es que no había absolutamente nada a su
alrededor. Solo agua y vegetación. Parte de la pista estaba inundada y dos jóvenes que
los esperaban con un jeep verde que mostraba en sus puertas laterales el logotipo del
parque natural les explicaron que era el resultado de las fuertes lluvias que habían caído
los días anteriores. Sin embargo, a Maca le pareció que era un paraje increíble, se
encontraba en lo más profundo de África, lejos de todo y de todos y solo con Esther.
¡Jamás se hubiera atrevido a pedir algo así, ni en sus mejores deseos! Miró a la
enfermera que hablaba con los dos jóvenes que se apresuraron a montar los bultos que
llevaban en el jeep. Mathew se despidió de ellas, debía aguardar a que llegara un
pequeño camión que transportaría todos los suministros a la sede central del parque,
situada a un par de kilómetros de allí. Esther se volvió hacia la pediatra con una sonrisa.
La encontró ensimismada observando todo lo que la rodeaba.
Maca lanzó un profundo suspiro y la miró de una forma que a Esther se le antojó
extraña, temiendo que estuviese cansada, después de la mañana que llevaban y del viaje
en avión, o que no le apeteciese apartarse tanto de cualquier signo de civilización.
Esther asintió sin decir nada más y Maca ladeó la cabeza para mirarla al ver que no
respondía.
- ¿Cuándo estuviste?
- Ya te lo he dicho, estuve unas semanas... con Nancy - respondió esquiva - ella
me lo enseñó, año tras año, se refugian ahí para criar.
- ¿Y siempre tienen ahí su guarida! ¿no se asustan de los motores? – preguntó sin
incidir en el tema de su estancia allí, se había percatado de que Esther era reacia
a hablar del tema.
- ¿A qué animal te recuerdan?
- A un perro... bueno... a un lobo.
- Pues ahí tienes tu respuesta. Pueden llegar a domesticarse y suelen merodear por
las aldeas en busca de comida. No se asustan del hombre y esa puede ser su
perdición Estos dice Nancy que llevan tres años aquí. ¿Sabes que son unos
animales muy fieles a su pareja?
- No, no lo sabía.
- Pues sí, cuando encuentran la adecuada es para siempre.
En ese instante los guías se acercaron a ellas, ya habían subido todo al pequeño
remolque que arrastraba el jeep, y les indicaron que debían partir. Esther cruzó unas
palabras con ellos que Maca ni se molestó en intentar comprender más interesada en
todos los estímulos que le llegaban. Los chicos izaron a Maca y colocaron la silla en el
pequeño espacio que había tras el asiento trasero.
El calor era bastante agobiante y el sol estaba dando con toda su fuerza. No había ni
rastro de nubes en el cielo pero la enfermera miró hacia él con el ceño fruncido,
visiblemente contrariada, y Maca se preguntó el porqué, pero no preguntó nada,
deseando que arrancaran de una vez y comenzar a ver todo aquello que se le antojaba
misterio y tremendamente bello. La enfermera se inclinó hacia delante y volvió a hablar
con los guías para luego sentarse junto a ella con una sonrisa de satisfacción. Apenas
eran las cinco de la tarde, aún quedaba mucho rato para anochecer y Esther tenía
grandes planes para esas horas. Miró hacia Maca y vio que estaba sudorosa y acalorada,
recordó las recomendaciones de Germán y se dispuso a cumplirlas.
La pediatra se dejó hacer sin protestar, estaba tan emocionada de estar ahí que apenas si
se daba cuenta de la temperatura y del fuerte sol. Esther la observó sorprendida de que
no se quejara al respecto, quizás como decía Germán solo había sido cuestión de tiempo
el que se fuera adaptando a todo aquello. Y lo que le parecía más importante es que no
borraba la sonrisa de su rostro y continuamente la buscaba con los ojos más alegres y
agradecidos que le hubiera visto jamás.
El jeep emprendió la marcha, los jóvenes guía ocupaban los asientos delanteros y ellas
estaban acomodadas en los traseros. Maca miraba a un lado y otro, abrumada y saturada
ante tantas sensaciones nuevas para ella. Sonidos, olores, colores, todo parecía tan
diferente a nada que conociera que no sabía a donde encaminar sus ojos.
La pediatra aguardó y obediente hizo lo que le indicaba Esther. Una vez más su rostro
era reflejo de la emoción, la sorpresa, la impresión, abrió los ojos desmesuradamente y
luego la boca pero no dijo nada.
- Son búfalos, a estas horas suelen ponerse ahí para guarecerse del calor.
- ¿Cómo sabías que…?
- Ya te he dicho que estuve aquí una temporada, con Nancy – le comentó de
nuevo y Maca cayó de pronto en la cuenta de lo que podía significar, la miró
interrogadora sin atreverse a preguntar, por eso se ponía nerviosa, Esther sonrió
imaginando lo que pensaba – ya te dije hace tiempo que no es lo que crees – se
adelantó a cualquier pregunta - además ya te conté que Nancy bebe los vientos
por Germán.
- Tengo ganas de conocerla – respondió afable mostrando por primera vez interés
en sus amigos.
- ¿En serio? pues… está en Kampala, y quizás… - dijo pensativa – aunque ahora
estaba preparando una expedición a la montaña pero…. – se calló y la miró
sonriente – ya la conocerás.
- ¿Por qué te viniste aquí?
- Nancy usa la cabaña para escribir sus libros, es su retiro como ella dice. Dedica
meses a la investigación de campo y luego, un par a ordenarlo todo, ese par de
meses se retira aquí. A una pequeña cabaña a orillas del mar.
- ¡A orillas del mar! – exclamó con tal ilusión solo de imaginarlo que Esther soltó
una carcajada.
- No quería decírtelo, era tu sorpresa pero… - se encogió de hombros, no había
podido contenerse.
- Es igual por mucho que lo imagine seguro que supera con creces cualquier cosa
que pueda pensar. Aquí es todo tan… tan diferente – suspiró, comenzaba a
comprender perfectamente la manida frase de la enfermera que tanto la había
exasperado “aquí las cosas son así”.
- Es una cabaña muy modesta – intentó avisarla.
- Me da igual – respondió con una mirada tan franca que Esther se convenció de
que era así – seguro que me encanta.
- Mira allí, ¡elefantes!
- ¿Es la misma charca que vimos antes?
- Efectivamente – le sonrió orgullosa.
- Se ve distinto desde aquí.
- Ya te lo dije.
- Son muy… pequeños y….
- Blancos – sonrió la enfermera – sí, es el elefante más pequeño de África pero
también el más agresivo, hay que tener mucho cuidado con ellos, ahí donde los
ves producen más muertes de seres humanos en un año que los grandes felinos.
- No lo sabía.
- Pues sí, estos elefantes son muy peligrosos, cuando atacan lo hacen para matar y
no suelen parar hasta que lo consiguen.
- Joder – murmuró mirándolos asustada - ¿y si vienen hacia aquí?
- Tendríamos problemas – confesó – pero… no vendrán, están acostumbrados al
ruido de estos motores. Además les encanta chapotear en las charcas.
- ¿Cuántos puede haber? están… ¿unos encima de otros? – no paraba de
preguntar.
El jeep descendió un pequeño promontorio con tanto traqueteo que a Maca se le cayó el
sombrero. Ester se sorprendió de ver con qué agilidad lo alcanzaba con una mano
mientras se aferraba fuertemente con la otra sin caer hacia ningún lado. “¡Qué diferencia
con la Maca del primer viaje en camión!”, se dijo sin poder evitar recordar aquellos
primeros momentos de su estancia africana y se llenó de orgullo por ella.
Esther la miró feliz y le acarició con suavidad la mano en otro gesto a escondidas, justo
en el momento en que el jeep se detuvo en la puerta de la cabaña, los chicos bajaron
todo, dejando los bultos en el porche y ayudaron a descender a Maca. Luego se
despidieron y se alejaron a pie.
Esther sonreía, abrazada a ella, con la vista clavada en el horizonte, le acariciaba con
delicadeza el pelo y la espalda, esperando que se calmase y comenzase a disfrutar de
verdad de todo aquello.
* * *
Minutos después, Esther permanecía sentada en la arena con las piernas entreabiertas
dejando espacio para que Maca se recostase en ella, abrazándola por detrás y
sosteniendo su cuerpo, ambas mirando al mar. Ni siquiera se habían detenido a meter
los bultos en el interior de la cabaña, la pediatra estaba impaciente por tumbarse en la
arena y disfrutar de todo aquello.
Maca no fue capaz de decir nada, pero su penetrante mirada le dijo todo a la enfermera.
La pediatra giró de nuevo la cara al mar y solo correspondió acariciando los antebrazos
de Esther, con suavidad, cadenciosamente, arriba y abajo. Ambas guardaron silencio
unos minutos más, disfrutando de aquella paz solo alterada por los sonidos del mar
batiendo contra la orilla, de los animales que a lo lejos se veían salir del bosque y
acercase al agua o de los graznidos de aquellas aves que Maca desconocía.
- Es la playa más salvaje del mundo – le dijo Esther agachándose junto a ella tras
unos minutos de silencio – y ¡ya verás!
- ¿El qué?
- Estamos en temporada de ballenas, ¡vas a alucinar! – le dijo con tanta ilusión
que Maca río contenta.
- Ya estoy alucinando – se volvió hacia ella - solo con estar aquí contigo, con que
me mires como lo haces, con que… - miró de nuevo al océano y sus ojos
reflejaron ese azul intenso y cegador – creí que jamás podría sentir esto, frente al
mar, contigo - la miró incapaz de expresar todo lo que sentía su corazón – esto
es…. es… como… es… ¡un sueño!
- No es un sueño, es tu deseo, me falta el caballo, pero espero que los elefantes y
los rinocerontes surferos, puedan compensarlo – sonrió mirando la cara con que
Maca la escuchaba entre embobada y atenta – además, tenía que ser algo
diferente, porque no es el último deseo que pienso hacer que se cumpla.
- Ah, ¿no? – preguntó divertida e interesada.
- Pues no, aún te queda mucho por ver y… por sentir – le dijo misteriosa – y no es
ningún sueño – sonrió – todo esto es real, yo soy real, tú eres real y… mi amor
por ti es real, ¡muy real!
- Esther….
- Maca – sonrió acercando su rostro a ella a punto de besarla pero evitándolo
conscientemente – si todo esto te parece un sueño, espera y verás esta noche –
volvió a sonreír guiñándole un ojo con tal aire de misterio que Maca se
estremeció de emoción, de nerviosismo y al mismo tiempo sintió una curiosidad
desmedida por saber a qué se refería.
- ¿Y eso?
- Esta noche… cumpliré mi promesa.
- ¿Cuál de ellas? – preguntó emocionada, incapaz de transmitirle lo mucho que la
amaba, lo feliz y plena que la hacía sentirse.
- Esta noche, lo sabrás.
- Esto es maravilloso, jamás habría imaginado algo así. Es… es….
- Yo tampoco.
- ¿Tú tampoco qué? ¿no dices que estuviste aquí una temporada?
- Sí, estuve, pero… no sé…. hoy parece que todo es más… hermoso – confesó
provocando que Maca volviese a girarse hacia ella, con gesto interrogador –
será… que estás tú – sonrió susurrándole al oído – y que te amo - Maca le
devolvió una sonrisa repleta de amor, intentando elevarse aún más para besarla
pero Esther la frenó posando su mano en la frente de la pediatra bajando con
suavidad por el óvalo de su rostro y repentinamente frunció el ceño – estás
sudando, hace demasiado calor para estar así vestidas, al sol. Vamos dentro.
- ¡No! – se negó con rotundidad – no tengo calor y quiero seguir aquí.
- No, Maca, debes tener cuidado con el sol, vamos a cambiarnos – le propuso –
cogemos ropa de baño y tú sombrero.
- Por favor, un poquito más.
- No puede ser.
- Pero si estoy bien, ¡muy bien!
- Sí, pero hace rato que hay un par de elefantes merodeando cerca y…
- ¡¿Qué?! – saltó de su regazo sentándose completamente momento que la
enfermera aprovechó para levantarse con agilidad y coger su silla.
- ¡Venga! date prisa – la espoleó – que si aligeramos podemos ir tras ellos.
- ¿Estás loca! no vamos a hacer eso y menos después de lo que me has contado
Esther se quedó plantada frente a ella tendiéndole las manos para ayudarla a subir a la
silla y soltando una sonora carcajada.
* * *
- ¿Estás a gusto? – le preguntó Esther al ver que llevaba un rato sin mover un solo
músculo.
- Hummmm – fue su respuesta.
- ¿Quieres agua?
- No – musitó.
- ¿Seguro! mira que no quiero que me des un susto como el primer día – le
recordó ofreciéndole la botella - ¿entonces no quieres? – insistió.
Maca negó con la cabeza, y Esther se inclinó ladeándole un poco el sombrero y la besó
en la mejilla, momento que la pediatra aprovechó para girar la cabeza de forma que sus
labios se rozaron levemente provocando en ambas una excitación especial. Se
mantuvieron unos instantes la mirada y Maca entreabrió la boca deseando ese beso. Sin
embargo, la enfermera sonrió y le señaló mar adentro.
- Es la hora – dijo.
- ¿Hora de qué?
- Tú mira al mar y espera.
La pediatra obedeció y al cabo de apenas dos minutos se sentó como movida por un
resorte, volviéndose hacia ella con los ojos como platos y una expresión entre
sorprendida y admirada.
- Claro que podemos – susurró con sus ojos clavados en los labios de la pediatra
que se apresuro a atrapar los de la enfermera con los suyos y entregarse a un
tierno beso. Esther se separó con un suspiro contenido y Maca tras permanecer
mirándola embelesada volvió sus ojos al mar.
- Este paraíso es solo para nosotras – murmuró para sí, como si intentara
convencer de que así era.
- Solo y exclusivamente – ratificó la enfermera besándola en el hueco del cuello y
el hombro.
- Ummmm – gimió Maca.
- No hay absolutamente nadie – le dijo al oído dándole otro pequeño beso.
- Nooo – jadeó Maca sin poder casi contener la excitación que le estaba
provocando.
- Pero… ya habrá tiempo para esto, debemos decidir qué hacemos esta noche – le
dijo socarrona, encasquetándole el sombrero.
- Lo que tu tengas planeado… será perfecto – musitó aferrándose a ella y
arrebujándose en su pecho con un suspiro de satisfacción.
- Deberíamos coger el jeep para llegar a las instalaciones del parque – continuó
apartándose un poco de ella y hablando más alto – así es que en un rato iremos a
la cabaña, nos ducharemos y nos marcharemos.
- Pero… ¿ya? – preguntó mostrando las pocas ganas que tenía de levantarse de
allí.
- Bueno… si lo prefieres mientras tú te duchas yo iré a por la comida, o mejor
aún, ¡podemos cenar en la aldea! – exclamó mostrando ilusión con la idea sin
que Maca pudiera ver cómo le bailaban, traviesos, sus ojos, segura de que se
negaría, aunque quería ratificarlo y quizás a Maca le apeteciese conocer todo
aquello - hacen danzas para los turistas, Mathew quería que lo acompañásemos y
si te apetece… podemos cenar con él.
- ¿Qué? – preguntó desconcertada por aquel repentino cambio, no quería moverse
de allí y no quería ver a nadie y mucho menos cenar con Mathew, por muy
amable que hubiera sido llevándolas hasta allí.
- ¿Te pregunto si prefieres quedarte aquí o que cenemos en la aldea? – insistió
imprimiendo a su tono un deje de burla que Maca no captó.
- Prefiero quedarme aquí contigo, las dos solas – confesó con firmeza.
- ¿No te cae bien Mathew?
- No es eso... es que prefiero… que estemos solas…
- ¿No será que estás cansada?
- Algo cansada si que estoy… - reconoció.
- Tienes razón, mejor nos quedamos aquí, viendo las ballenas, descansando
tumbadas al sol y luego cenamos tranquilamente – le propuso recordando las
recomendaciones de Germán, y volviendo a abrazarse a ella, tenía tantas ganas
de compartir con ella todo aquello, de enseñarle tantas cosas que olvidaba que
aún no estaba del todo bien, que su anemia había sido tan fuerte que era
imposible que en tan poco tiempo estuviese en plenas condiciones y eso que le
sorprendía lo bien que se había recuperado y las fuerzas que parecía tener ya.
- Esther si tu prefieres ir a la aldea esa… pues vamos – comenzó a decir al verla
ensimismada creyendo que la había desilusionado su negativa a ir a la aldea –
que esté ahora un poco cansada no significa que esta noche…
- No, no – sonrió – hoy hemos tenido un día muy duro y la verdad es que yo
también prefiero estar aquí, sola contigo, si te lo dije era por ti, porque vieras
una danza, es espectacular.
- No lo dudo - dijo arrastrando ligeramente las palabras.
- ¿Estás bien?
- Si, muy bien…. solo que… - se volvió hacia ella - ¡gracias! ¡gracias por todo!
- ¡Tonta!
- Esther… jamás imaginé poder vivir algo así, y... contigo – le dijo emocionada
arrancando la enésima sonrisa de la enfermera.
- ¿Cuántas veces me lo vas a repetir? – le dijo burlona y satisfecha a un tiempo.
- Es que yo… sé que soy pesada pero… esto es maravilloso y…desearía pasar
aquí horas y horas - le confesó clavando sus profundos ojos en Esther con un
deseo desmedido de besarla, pero solo la tomó de la mano y miró, de nuevo, al
mar pensativa - ¡jamás había sido tan feliz!
- Chist, calla y disfruta – le susurró, sintiendo cómo su corazón se henchía – ¡yo
tampoco! – confesó en un susurro junto a su oído.
Maca levantó una mano buscando la mejilla de Esther, acariciándola con suavidad, la
enfermera se la tomó y entrelazó los dedos con ella, reposando después los brazos sobre
el vientre de Maca que permanecía recostada sobre ella, escuchando el oleaje, y
sintiendo que nada podía hacer todo aquello más perfecto. ¡Qué bien puesto tenía el
nombre! ¡el último edén de África! Como si le leyera el pensamiento la enfermera
comenzó a contarle con voz queda, melodiosa que contribuía a acunarla.
- ¿Sabes una cosa? Loango es uno de los parques nacionales más bonitos del
mundo. Se creó en el 2002, cuando se fusionaron dos reservas naturales, es una
pena que no puedas ver los hipopótamos surferos, como los llamó Nick Nichols,
porque es impresionante.
- ¿Quién es?
- Un dibujante del Nacional Geografhic muy amigo de Nancy.
- ¿Tú los has visto?
- Una vez y con mucha suerte, Nancy ha estado siete años aquí, creo que ya te he
dicho que se viene a la cabaña a escribir sus libros y en ese tiempo solo los ha
visto dos veces, y una de ellas… estaba yo.
- ¡Vaya suerte!
- Pues sí, no creo que nosotras los veamos – suspiró deseando que tuvieran esa
suerte pero era consciente de que no sería así.
- No necesito verlos – murmuró abrazándose más fuerte a ella – nada puede hacer
esto más especial que estar así contigo.
Maca se giró de nuevo, la miró con tanta intensidad que Esther sintió que se ahogaba en
aquellos ojos llenos de amor, se inclinó y rozó sus labios con delicadeza, retirándose
lentamente, anhelando adentrarse en su boca. Maca le acarició el muslo y sintió como
Esther se estremecía derritiéndose en sus manos, como ardía bajo su cuerpo. Una nueva
e intensa mirada que a cada segundo ganaba en penetración, diciéndose todo lo que
callaban sus labios, por miedo a perturbar aquella calma salvaje.
Maca sintió que corazón se desbocaba, era una sensación física, como si creciese de
forma desmedida intentando albergar todo lo que sentía por ella y fuese imposible.
Agradecía internamente la suerte de estar allí, agradeció a la vida el haberle permitido
reencontrarla, había sido algo tan inesperado, algo casi imposible, pero allí estaba junto
al gran amor de su vida. Miró al cielo, y no pudo evitar pensar que si había algo allí que
hacía posible toda esa belleza junta, por favor, le permitiese seguir disfrutando toda la
vida a su lado, y suspiró tan profundamente que Esther sonrió ampliamente y Maca se
perdió en aquella sonrisa. La enfermera se inclinó, y como si alguien pudiera
escucharlas, le susurró.
- ¡Te amo!
Maca respondió con tal mirada y tal sonrisa que la enfermera, sintió un profundo
escalofrío, una décima de segundo en la que estaba convencida de todas sus decisiones,
Maca era la persona con la que quería compartir el resto de su vida, con la que siempre
quiso hacerlo desde que la conoció, y daría cualquier cosa por ver siempre en ella esa
sonrisa.
- ¡Te amo! – repitió esperando ser correspondida pero Maca la acarició con
suavidad, esbozó una sonrisa traviesa, guardó silencio y dirigió su vista al mar -
¿Tienes hambre? – preguntó con un suspiro convencida de que no lo escucharía
de sus labios..
Maca negó con la cabeza y Esther se abrazó más fuerte a ella la pediatra hizo lo propio
rodeando los brazos de la enfermera con los suyos, en silencio, de vez en cuando Esther
besaba su cabeza o su mejilla, y Maca poco a poco, sintió que aquella calma salvaje, se
hacía dueña de su cuerpo, cerró los ojos escuchando las olas del mar golpeando en la
orilla, sintiendo el galopar del corazón de la enferma, acompasado al suyo, una
sensación de paz inmensa se apoderó de ella, su cuerpo descansaba a la par que su alma
como ya no recordaba que fuera posible descansar y, minutos después, Esther supo que
se había dormido. Sentía su respiración pausada y la lentitud de sus latidos, todo lo
contrario que su corazón que latía con violencia, sentía cómo el calor, que iba
apoderándose de ella desde lo más profundo, se instalaba en todos los poros de su
cuerpo y sus mejillas se tornaran rosáceas, permanecería toda su vida abrazada a ella,
dándole su calor y velando sus sueños, sintiéndose inmensamente feliz.
Cuando Maca abrió los ojos no sabía donde estaba, los brazos de Esther ya no la
sostenían y se extrañó de estar completamente tumbada, extendió la mano, somnolienta
y ligeramente desorientada, más allá de los límites de la toalla y tocó la arena, el suave
sol de la caída de la tarde la mantenía caliente, sorprendida de que la hubiese dejado
sola, se incorporó acodándose para otear mejor, y ver dónde se encontraba la enfermera.
Esther estaba en la orilla jugueteando con el agua, de espaldas a ella. Maca permaneció
observándola, la playa se mantenía desierta, y experimentó que una sensación agradable
de euforia crecía en su interior. Sentada frente al mar, sola, sonriendo ante aquella
visión maravillosa de la naturaleza en la que Esther era el complemento perfecto. Unos
graznidos la hicieron levantar sus ojos al cielo, era increíble la cantidad de aves que
desconocía, solo de vez en cuando le parecía distinguir una gaviota. Y volvió a
depositarlos en Esther, suspiró aún atontada por el sueño. ¿Cuánto tiempo la habría
dejado dormir?
La enfermera se giró en ese momento, un sexto sentido la hizo sentirse observada y sus
miradas se encontraron. Esther, levantó la mano a modo de lejano saludo y avanzó poco
a poco hacia el lugar en el que Maca permanecía recostada, sonriendo. La pediatra sintió
que era la mujer más bella que jamás había visto. El sol a su espalda dibujaba las
perfectas líneas de su cuerpo, un cuerpo que estaba deseando volver a abrazar y a
acariciar y movida por ese deseo levantó su mano y con el dedo índice le hizo a Esther
una señal para que acudiera junto a ella. La enfermera continuó su lenta Maca, pero se
detuvo a unos metros de ella y se giró mirando al mar, se sentó, con las piernas cruzadas
y miró hacia atrás, con una expresión insinuante y picarona que encendió aún más el
deseo en Maca.
Esther, con parsimonia, cogió los bordes de su camiseta blanca, esa que tanto le gustaba
a Maca y que le llegaba justo hasta el borde del ombligo y lentamente, se la quitó,
lanzándola a la arena. Después se levantó y se encaminó de nuevo hacia la orilla no sin
antes dirigirle una furtiva mirada. Y dibujar un beso con sus labios. Maca se incorporó
completamente en la toalla, Esther la había cubierto, con otra sobre las piernas y se la
quitó, haciendo lo propio con el sombrero, excitada con el juego de insinuaciones, ¡daría
lo que fuera por poder levantarse de allí y correr tras ella! ¡daría lo que fuera por poder
meterse en el agua! Suspiró, conformándose con observarla, con contemplar su belleza,
esa belleza que esperaba poder estrechar entre sus brazos cuando decidiera dejar de
torturarla, con aquel juego que ella no podía seguir, del que solo podía ser mera
espectadora, pero que la encendía mucho más que si tuviera capacidad de tomar parte
activa.
Poco a poco, atravesó los metros que las separaban, Maca veía resbalar las gotas de
agua por su cuerpo, adivinaba sus pezones erectos bajo el bikini, originando una mirada
deseosa en la pediatra que la divertía. Maca, sintió un nerviosismo especial, aquella
sonrisa la tenía embelesada y excitada a un tiempo, tanto que sin poderlo evitar su
cuerpo comenzó a temblar levemente, por el deseo contenido. Y, al fin, llegó junto a
ella.
Maca se la quedó mirando sorprendida, daría cualquier cosa por poder aferrarse a esa
mano y levantarse de allí, cruzar aquellos metros eternos y mojarse los pies en el mar
pero no podía. Esther leyó una sombra de impotencia y decepción que enturbió su
mirada un instante, y sonrió maliciosa, conocedora de lo mucho que debía estar
deseándolo y de que no se atrevía a hacerlo.
- Venga, ¡vamos!
- No... yo no voy – se negó.
- ¿Por qué no?
- No me apetece – le dijo y Esther adivinó un velo de tristeza en sus ojos.
- ¿Seguro que no? – insistió.
- Seguro – le sonrió afable – báñate tú, yo te espero aquí.
- Como quieras, pero…antes… te voy a sentar en la silla.
- No hace falta, puedo sola.
- Pero yo quiero hacerlo – le sonrió cogiendo la silla y abriéndola.
- Prefiero seguir sentada en al arena.
- Se está haciendo tarde, tengo que ir a por la cena y, si no quieres bañarte, me
doy yo un baño rápido y cuando salga, vemos la puesta de sol y nos vamos a la
cabaña.
- Bueno pero… mientras… ¡puedo seguir en la arena! ¿no?
- No, no puedes – le dijo con una sonrisa ante la perplejidad de la pediatra.
- Pero… - intentó protestar frunciendo ligeramente el ceño.
- Sin rechistar, que luego salgo mojada y te voy a poner chorreando además, te
vas a escurrir al agarrarte a mí.
- Vale – aceptó sin protestar más
Maca se aferró a ella con tanta fuerza que le hacía daño y casi no la dejaba respirar.
Maca cerró los ojos, Esther pasó sus manos bajo su cuerpo, y elevó sus piernas
dejándola en posición horizontal sobre las olas, la pediatra sentía las manos de Esther
bajo su espalda, controlando que la corriente del mar no la arrastrase y, segura, extendió
los brazos en forma de cruz, y esbozó una leve sonrisa al notarse mecida por las olas,
adoraba esa sensación de pequeñez y libertad.
Maca abrió los ojos, y la miró, Esther se zambulló en aquella mirada de derrochaba
amor, en aquella mirada profunda y agradecida y no necesitó respuesta alguna, Maca
estaba disfrutando como ella había esperado que lo hiciera.
Esther quitó las manos bajo su cuerpo y Maca permaneció flotando en el agua, sola,
durante unos instantes. Se sintió inmensamente feliz, repleta de sensaciones que la
hacían estar anonadada. Jamás pesó que volvería a sentir la frialdad del mar en su
cuerpo, la sensación de la sal sobre su piel, ni el abrazo de las olas, que la acunaban
como cuando era pequeña y su padre la enseñaba a nadar, “no tengas miedo, colibrí,
extiende tus alas, siente el poder de las olas, déjate llevar por ellas y dominarás el mar, y
si dominas el mar serás capaz de dominar el mundo”. Esther la observaba
completamente absorta, disfrutando de su belleza, de su gesto emocionado y relajado,
de compartir con ella aquellos momentos…
Esther le susurró al oído, un “nadas mucho mejor que antes” y Maca experimentó un
escalofrío que le recorría todo el cuerpo y que contrastaba con el calor que le transmitía
el roce con la piel de Esther. La enfermera había situado sus brazos bajo los muslos de
la pediatra y la izó sin esfuerzo, de tal manera que su cabeza quedaba a la altura del
pecho de Maca que abrió los brazos y respiró hondo, echando la cabeza hacia atrás y
cerrando los ojos.
Pero Maca, abrió los ojos, bajó la vista hacia ella y solo la tomó de la barbilla y elevó su
rostro hasta encontrar sus ojos.
Abrazadas permanecieron unos segundos mirándose, ambas con una sonrisa bobalicona
que nadie podía ver, Maca comenzó a sentir cómo la excitación de momentos antes
volvía con toda su fuerza y aferrada a su cuello la miró a los ojos y, sin más,
sincronizadas en sentimientos y deseos, se fundieron en un apasionado beso.
Minutos después, el sol perdía la batalla ante el fulgor de aquel amor resplandeciente y,
vencido, se escondía tras el horizonte, viéndolas frente a él fundidas en un abrazo
eterno, desafiantes, sintiendo ambas que nada ni nadie podría con el amor que sentían.
* * *
Maca no respondió, sus ojos lo hicieron por ella, bailando emocionados para clavarse en
los de ella con inmensa gratitud, suspiró feliz, reclinó su cabeza en el hombro de Esther
y perdió su vista en el mar. La enfermera pasó el brazo por los hombros de Maca y la
estrechó con fuerza, besándole el pelo y susurrándole un dulce “¡te amo!”, Maca
correspondió acariciándole con la misma dulzura la pierna, arriba y abajo, con la yema
de los dedos, pero como siempre, guardo silencio y continuó con la vista perdida en el
fondo del océano.
La enfermera parecía entusiasmada con volver a ver a Sandro, un alemán de Berlín que
llevaba viviendo más de doce allí, y que era el gerente de la posada. Maca la escuchaba
con atención, pero secretamente era reacia a marcharse de la cabaña. No le apetecía en
absoluto que la enfermera, conociéndola, se enfrascase en una de sus conversaciones
eternas y terminasen por quedarse cenando en esa posada. ¡Estaba deseando sentarse en
el porche, con una buena cena, solas pero no se había atrevido a negarse a ir con ella, ni
a decirle que no sentía ningún interés en conocer al tal Sandro.
Esther salió de la ducha, asomó la cabeza por la ventana con una sonrisa al verla tan
ensimismada, con la vista perdida en el horizonte y una expresión de felicidad.
Esther dudó un instante, pero terminó de arreglarse en silencio, sin dejar de darle vueltas
a esa negativa y cuando ya se disponía a marcharse se volvió hacia ella.
- Voy a tardar un rato y… quizás sea mejor que me acompañes, ¿qué vas a hacer
aquí sola? – le preguntó mostrando ya abiertamente su preocupación - mientras
esperamos la cena podemos saludar a Sandro y tomar algo fresquito en la terraza
de la posada, da al lago Iguelá y las vistas son impresionantes, ¿de verdad no te
apetece? – insistió con tal expresión de angustia que Maca tuvo la impresión de
que se le saltaban las lágrimas.
- Prefiero esperarte aquí, de verdad, pero si te vas a poner así, me ducho en un
momento y me voy contigo – le sonrió – ¿qué tienes ya planeado?
- ¡Nada! si… no es por eso…. yo es por ti…. – musitó mirando hacia abajo –
volveré cuando ya sea de noche y….
- Pues si es por mí, no te preocupes, estaré en el porche, mirando al mar,
escuchándolo, ¡me encanta la brisa del anochecer! – le confesó con una mirada
suplicante, hacía tanto tiempo que no estaba frente a él y lo había echado tanto
de menos que deseaba seguir allí disfrutando de todo lo que le hacía sentir –
estaré bien.
Esther se acercó a ella y la besó en los labios con una mirada de ligera tristeza y
preocupación. Le hizo una carantoña comprensiva, sabía lo mucho que disfrutaba del
mar y también sabía que en esa ocasión debía ceder.
Esther llegó hasta ella, Maca elevó el rostro esperando que se acercase a besarla pero no
lo hizo, sonrió, recorrió sus labios con el dedo índice, mirándola pensativa y,
finalmente, se inclinó un poco, al tiempo que le susurró un “no tardo”, Maca lanzó un
profundo suspiro e hizo ademán de morder el dedo de la enfermera que lo retiró con
agilidad, lanzando una carcajada.
Escuchó como arrancaba el jeep y como el ruido del motor se iba perdiendo en la
distancia. Salió al porche y permaneció unos minutos contemplando el mar, sintiendo la
paz que le transmitía, reconciliándose con esas sensaciones de las que se había obligado
a privarse durante tanto tiempo que creyó que sentiría como extrañas, pero no era así,
muy al contrario, experimentaba la calidez de la familiaridad, a pesar de estar en un
lugar completamente ajeno a ella.
Sola, ¡estaba sola! como hacía años que no se permitía estar. Disfrutó sin miedo de esa
sensación hasta que un rugido más cercano de lo normal, la sobresaltó y entró en la
cabaña con rapidez, ¡se le había hecho tarde e iba a dar lugar a que Esther volviese y
ella estuviese aún sin duchar! Cogió sus cosas y se metió en el baño canturreando,
sintiéndose feliz y deseando que la enfermera volviera cuanto antes y la sorprendiera
con cosas con nunca había probado, estaba segura de que le gustarían.
Más de media hora después salía de la ducha, Esther aún no había regresado, y hacía
más de una hora que se había marchado, una ligera preocupación anidó en su corazón
pero la desechó con rapidez, ya le había avisado de que tardaría.
Cambió con dificultad las sábanas de la cama y fregó algunos platos y vasos, quería
demostrarle a Esther que podía dejarla sola sin problemas. Cuando terminó salió al
porche, ya era casi noche cerrada pero la luna llena iluminaba el mar, la visión de la
luna reflejada en él le pareció maravillosa, se apresuró a extender una mosquitera que lo
rodeaba, dispuesta a esperarla allí fuera, imbuyéndose de la noche.
Un cuarto de hora después miró el reloj ya con cierta impaciencia, “tarda demasiado”,
murmuró sin saber si eso sería normal o no, lo cierto es que desconocía a qué distancia
estaba la aldea y recordó que le dijo que todo estaba al otro lado del lago y que había
que ir en barca, quizás eso es lo que ocurría, que no solo debía atravesar el parque por
esos caminos de tierra si no que luego tendría que esperar a cruzar el lago. Cierto
nerviosismo se fue apoderando de ella, en el fondo había esperado verla de regreso al
salir de la ducha, pero estaba claro que no se había equivocado cuando sospechó que se
entretendría saludando a sus conocidos.
Buscó un pañuelo en sus bolsillos y entró en la cabaña. Tenía que cortar la hemorragia
antes de que llegase Esther porque cualquiera la convencía de que se encontraba bien y
que quería disfrutar con ella de todo lo que le tuviese preparado. Sin embargo, el
sangrar de nuevo le produjo un ligero desasosiego, quizás Germán tenía razón y debía ir
a Kampala a hacerse algunas pruebas, aunque por otra parte estaba segura de que se
debía al sol de la tarde, no debía haberse quedado dormida en la playa, por mucho que
Esther la hubiese cubierto y por mucho que fuesen ya las últimas horas del día. Tardó
unos minutos en conseguirlo pero, finalmente, dejó de sangrar.
Salió de nuevo, cada vez más alterada, “cálmate, es normal que tarde”, “¿pero cómo va
a ser normal que esté tanto tiempo fuera?”, “tendría que avisar a alguien”, se dijo
bebiendo un sorbo y respirando hondo, cerró los ojos sintiendo que comenzaba a sudar
y un leve mareo se apoderaba de ella. “Recuerda lo que te dice, Vero”, “vamos, respira
hondo y no te pongas nerviosa”. Volvió a respirar profundamente, “calma, calma,
escucha el mar el mar”, se repetía “¿y ese sonido que llega de lejos, qué es?, ¿una
motosierra? no puede ser, no puede ser, ¿qué es?”, se alteró de nuevo, “no parece un
jeep, además no avanza, ¿qué coño es?”.
A su mente acudieron las imágenes de aquellas películas de terror que tanto le gustaban
y que Esther odiaba y se arrepintió de haber visto todas y cada una de ellas. El pánico se
estaba apoderando de su cuerpo y su mente luchaba por dominarlo. “Maca por dios, que
tienes casi cuarenta años y pareces una adolescente asustadiza”, piensa en Nancy, es su
cabaña, pasa aquí meses escribiendo y estudiando, ¿crees que lo haría si no fuera
seguro? “Estás segura, nadie va a venir a hacerte daño”, se repetía con los ojos cerrados.
Pero aquel sonido cada vez estaba más cerca y ella más asustada. Cerró los ojos con
fuerza, “te lo estás imaginando”, “no hay nada, solo el mar, ¡escúchalo!”. “No, no, viene
a por ti, está aquí ¡si! está aquí”, oyó aterrada como llegaba hasta ella, las manos le
temblaban y el sudor frío se había extendido por todo su cuerpo. “Te lo estás
imaginando, abre los ojos, abre los ojos, te has quedado dormida y estás soñando, abre
los ojos”.
Hasta que abrió los ojos y el sonido cesó, con alivio comprobó que la enfermera
acababa de llegar. Maca comprendió que era el motor del jeep lo que había confundido
en la distancia con aquella temida motosierra, era increíble lo que había hecho con ella
esos años de amenazas y anónimos, ella, que siempre había disfrutado de la soledad y
ahora a las primeras de cambio y en aquel paraje que invitaba a hacerlo aún más, no
había sido capaz de aguantar ni un par de horas sin que saltaran sus alarmas interiores,
que siempre la mantenían en alerta.
- ¡Ya estoy aquí! – gritó desde el jeep, descendiendo alegre y subiendo los
escalones con un par de bolsas de papel en los brazos.
- ¡Hola! – exclamó con tanta alegría que Esther soltó una carcajada.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó la enfermera soltando los paquetes en el suelo al ver
la cara que tenía
- Nada - sonrió.
- ¿Nada? – preguntó incrédula acercándose a ella - estás muy pálida, ¿qué te pasa?
- ¡Qué te he echado mucho de menos! – suspiró sin borrar la sonrisa de alivio de
su rostro.
- ¿He tardado? – preguntó mirado su reloj.
- Una eternidad – exclamó tirando de ella y sentándola en sus rodillas.
- ¡Vaya! – abrió los ojos desmesuradamente al ver la hora y dejándose caer en sus
rodillas - lo siento… se… es más tarde de lo que creía.
- Ven – susurró abrazándola.
- Maca… - se separó sorprendida - ¡qué solo ha sido un par de horas! ¿se puede
saber qué te pasa?
- Nada, ¡qué me alegro mucho de verte!
- Ya te dije que te vinieras – respondió socarrona con ojos bailones
comprendiendo lo que le había ocurrido - ¿Ha pasado miedo mi niña aquí solita?
- Un poquito – reconoció torciendo la boca en una mueca de circunstancias.
- ¿Solo un poquito?
- Sí – bajó los ojos simulando un puchero. Luego los levantó hacia ella, tan
risueños y con una cara tan picara y tan llena de deseo, que Esther no pudo
evitar besarla apasionadamente.
- ¡Ya extrañaba tus labios! – confesó manteniendo la cara de Maca entre sus
manos y mirándolos fijamente.
- ¿Sí? – suspiró, demostrando que le había ocurrido lo mismo y atrayéndola para
ser ahora ella la que se perdiera en su boca.
- ¡Sí! – sonrió con la mirada cuando se separaron y la desvió un instante fijándola
en la mano de la pediatra que descansaba, ahora entre las suyas - ¿quieres que te
confiese una cosa?
- ¿El qué? – la miró con curiosidad.
- Yo también he pasado miedo por el camino – la miró fijamente apretando los
labios y ladeando la cabeza – por eso quería que me acompañaras, desde…
bueno… ya sabes… - suspiró – desde entonces no me atrevo a ir sola de noche y
menos en un jeep descubierto como este.
- Pero… ¿por qué no me lo dices? – le preguntó acariciándole la mejilla.
- Te lo dije – miró hacia abajo ligeramente avergonzada – pero… preferías
quedarte.
- Tenías que habérmelo dicho abiertamente.
- ¡Claro! ¡en eso estaba pensando yo! – sonrió clavando sus ojos en ella – tú
intentando superar tus miedos, decidida a quedarte aquí sola, ¡con el miedo que
te daba la oscuridad y la soledad! y voy yo y te digo que...
- ¡Somos dos tontas!
- Eso parece… - suspiró de nuevo acortando la distancia.
Maca subió la mano hasta la nuca de la enfermera y la atrajo hacia ella, con los ojos
fijos en sus labios, regateando eternizando el momento, hasta que la enfermera se lanzó
regalándose otro beso apasionado, tan intenso que las dos supieron que deseaban
continuar pero Esther, no estaba dispuesta a que sus planes se alteraran, tenía que
preparar a Maca para su sorpresa final, se levantó con lentitud de sus rodillas, cogió los
paquetes y entró sin decir nada. Maca la siguió observando como la enfermera soltaba
las cosas en una mesa interior y se acercaba a la cama dispuesta a ponerse algo más
cómodo.
Esther se sentó en la cama, sin dejar de observarla, provocándola con esa mirada pícara
que volvía loca a Maca, hasta que no pudo más y accionó la silla para aproximarse hasta
ella. Comenzó a acariciar sus piernas, mientras sus ojos entablaban una batalla y sus
rostros se aproximaban regateando el beso que ambas ansiaban. Maca subió por su
espalda, perdió las manos en su cabello y finalmente la atrajo, fundiéndose en otro beso.
Su respuesta fue un suave empujón que la hizo caer, lentamente sobre la cama, Maca
saltó con agilidad sobre ella, y volvió a besarla. Esther supo que no podría negarse más,
también lo deseaba, ¡lo deseaba muchísimo! Y tras un nuevo beso, cada vez mas intenso
y fuerte, correspondió deslizando sus manos por el cuerpo de la pediatra hasta que se
estacionaron en sus senos, redondos, perfectos, con los pezones ya erectos de la
excitación.
Maca sentía como su cuerpo de estremecía al sentir el roce de esas manos que adoraba,
se echó sobre ella, besándole el cuello y sintiendo como su respiración se aceleraba cada
vez más, Esther jamás había podido resistirse a esos pequeños besos, esos pequeños
mordisquitos que ella sabía distribuir en sus zonas más sensibles y así fue bajando su
mano por todo el contorno de su cuerpo, esquivando siempre el que habría de ser su
objetivo, hasta que un gemido de protesta, la hizo alcanzarlo, aún por encima del
pantalón, y aplicar un masaje para logró excitarla mucho mas. Esther se sentó,
impaciente dispuesta a deshacerse de aquel obstáculo, pero Maca la frenó, sin apartar la
vista de sus ojos.
La enfermera asintió con una sonrisa y se recostó de nuevo sobre su espalda, Maca le
acarició el rostro, y le dio un beso dulce, tierno casi sin rozarla, intentando iniciar de
nuevo el juego que despertara su deseo, pero no hacía falta, Esther posó su manos sobre
la nuca de Maca y la atrajo con fuerza, imprimiendo una pasión mayor al nuevo envite,
adentrándose en su boca y extendiendo la batalla de miradas a la de espadas que
entablaron sus lenguas. Mientras la mano de Maca ya había desabrochado el botón de
sus pantalones y se había abierto camino, acariciándola sobre la ropa interior,
comprobando hasta qué punto Esther estaba excitada y preparándola para lo que se
avecinaba.
Esther volvió a sentarse, pero esta vez para levantarle los brazos a la pediatra, con
delicadeza y quitarle la camiseta, dejándole el pecho al descubierto, mirándola con una
sonrisa maliciosa y luego bajando los ojos hacia cada uno de ellos, disfrutando de su
belleza, dedicándose a ellos con parsimonia, no exenta de pasión, consiguiendo que la
pediatra, exhalara un profundo gemido. Entonces Esther se detuvo, no era así como
quería llevar las cosas, si quería lograr el objetivo que se había propuesto la primera
noche en Kampala y si quería cumplir su promesa tenía que llevar a Maca a un grado de
excitación muy superior a ese. La miró y con un gesto malicioso, dejó de acariciarla y
la besó de tal forma que Maca interpretó que estaba lista, que no podía esperar más.
La pediatra tomó entonces la iniciativa, ella también sentía que no podía más de tanto
placer y bajó lentamente con su lengua, recorriendo su pecho, pasando por su abdomen
hasta llegar a su destino, adentrándose entre sus piernas. Esther inmediatamente las
flexionó clavando los talones en la cama y elevando levemente sus caderas,
apremiándola a un mayor contacto. Pero Maca se retiró, mirándola, divertida con su
expresión deseosa, con su gesto desesperado y, volvió a subir besándola en el ombligo.
Con mucha suavidad comenzó a acariciarla con la punta de la lengua, Esther no pudo
refrenar un fuerte gemido, ni evitar que sus movimientos se aceleraran, lo que hicieron a
Maca ir más y mas rápido, según le exigía Esther, que sin control levantó las caderas
perdiéndose en aquellos movimientos rápidos y suaves que la enloquecían y cuando
Maca creyó que estaba a punto de acabar, Esther se detuvo, la empujó con suavidad
tumbándola a su lado, y se abrazó a ella, besando sus pechos y luego sus labios,
comenzando de nuevo un baile, esta vez compartido, para terminar en una fuerte
convulsión, en un temblor que creció y creció, hasta que mirándose a los ojos y con las
manos entrelazadas, Maca sintió que estaba a punto de dejarse arrastrar y explotar con
ella, pero Esther se retiró con tal rapidez que dejó a Maca desconcertada. La enfermera
se había sentado en la cama, aún con la respiración agitada, intentando recuperarla y le
lanzó una mirada pícara y divertida.
- Esther… - protestó con el ceño fruncido sin entender cómo le hacía eso, como
paraba justo en ese momento cuando a ella le costaba tanto llegar a ese grado de
excitación.
- ¿Qué? – le preguntó maliciosa.
- Eh… ¿pasa algo?
- Sí – sonrió acariciándola y dándole un beso dulce y ligero en los labios, tirando
de su mano para sentarla junto a ella – pasa algo.
- ¿El qué? – le preguntó con temor, notando que seguía tan excitada que casi diría
que podía notar la presión de antaño.
- Después de la cena lo sabrás.
- Eh… ¿después de la cena? – le preguntó frunciendo el ceño - ¿me vas a dejar
así?
- Sí – volvió a sonreír – precisamente así es como quería dejarte.
- Pero…. – la miró incrédula esperando que de un momento a otro se lanzase
sobre ella y todo formarse parte de un juego para excitarla más aún.
- Pero ¿qué? – le preguntó al ver que no continuaba y que sus ojos revelaban el
desconcierto que sentía.
- ¡Eres perversa! ¿te gusta torturarme? – le preguntó insinuante convencida aún de
que se trataba de un juego más.
- En absoluto, todo lo contrario – respondió comenzando a vestirse con rapidez.
- ¡Esther…! – protestó de nuevo al ver que no estaba jugueteando - ¿hablas en
serio? ¿vamos a cenar?
- ¡Vamos! ¡vístete qué se enfría la cena! – la instó - ¡vaya! pero…. si has fregado
todo – comentó sorprendida sacando algunos platos y rebuscando en unos de los
armarios - ¿dónde dices que estaba ese infiernillo?
Maca lanzó un profundo suspiro y se tumbó de nuevo en la cama, con los brazos
abiertos, sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo y sin responderle. Esther la miró
burlona. Se acercó a ella, la tomó de las manos y la sentó de nuevo tendiéndole su
camiseta y dándole un fugaz beso en los labios.
Maca permaneció quieta, sin hacerle el menos caso, aún confundida con su actitud pero
cada vez más interesada en ese aire misterioso con que estaba rodeando el momento de
la cena. Esther, la miró de soslayo y torció la boca en una mueca burlona. Se retiró hasta
la mesa y volvió al exterior con otros dos platos, mientras Maca la observaba hacer y
contonearse.
Si lo que Esther pretendía era ponerla al límite lo había conseguido como nunca hasta
entonces, Maca sintió que la excitación crecía de forma desmedida y que deseaba por
encima de todo que Esther le hiciera el amor como los días anteriores, que se olvidara
de la cena, que se olvidara de todo y se dedicara a ella en cuerpo y alma. Pero la
enfermera la estaba haciendo esperar y eso la estaba encendiendo de una forma
increíble.
- ¿De verdad que no puedo ayudarte en nada? – insistió deseando conocer qué era
aquello que preparaba.
- No – se giró hacia ella dejando de darle la espalda – enseguida está.
- Pero algo podré hacer – la miró ligeramente defraudada y Esther volvió a
sonreír.
- Puedes hacer muchas cosas, pero hoy… quiero ser yo la que haga todo, quiero
que disfrutes y descanses que bastante has hecho ya en el día – le dijo con
dulzura comprendiendo su necesidad de sentirse útil – pero si te vas a sentir
mejor – continuó cogiendo unos cubiertos un pequeño mantel y unas servilletas
– ve poniendo esto en la mesa y ¡espérame allí! – se agachó a dejarle todo sobre
las piernas, volviendo a darle un suave beso en los labios y acariciar con dulzura
su mejilla con el dedo índice bajando por ella con parsimonia lanzándole una
penetrante mirada que volvió a provocar un cosquilleo en la pediatra.
- Como quieras – aceptó finalmente sin poder dejar de mirarla, girando la silla y
saliendo al exterior.
Esther mantuvo la vista fija en la silla y esbozó una sonrisa de triunfo, todo estaba
saliendo a la perfección, quería prolongar todos y cada uno de los momentos de aquella
velada, quería que todo se sucediera sin prisas, que disfrutase de la cena, la había
escogido con toda la intención, y esperaba que fuera todo un éxito. Lo había hecho
mezclando cuidadosamente colores y sabores, había leído mucho sobre la satisfacción
de los ojos a la vista de manjares apetitosos, de fragancias placenteras, había leído todo
acerca de cómo estimular todas los sentidos para que, en la situación de Maca, el
disfrute posterior fuese mucho mayor. Tenía que conseguir extasiarla, conseguir
despertar todos sus sentidos para después satisfacerlos, uno a uno, despacio y que ese
juego de deseo-satisfacción, desarrollado sin prisa a lo largo de toda la noche, fuese el
que la pediatra asociase llegado el momento de la culminación de su plan, quizás no
conscientemente pero sí intuitivamente. Sabía que todo eso confluiría en un estado de
euforia que la ayudaría a conseguir lo que pretendía, por eso había escogido todos y
cada uno de aquellos alimentos con cuidado y mimo, pensado en los gustos de la
pediatra, en las sensaciones que podían despertar en ella y en las texturas. Necesitaba
que Maca estuviese completamente relajada y entregada, que confiase en ella
plenamente y que la desease tanto que no tuviese tiempo para pensar en nada más.
Porque le iba a hacer falta que no lo hiciera. Había leído mucho y creía saber como
conseguirlo. Tenía que lograr que su mente se concentrarse, solo y exclusivamente, en
ello, conducida por el juego de la seducción y la buena comida esperaba lograr que su
mente solo pudiese pensar en ese juego y se convirtiese así en su mejor aliada, en su
mayor fuente de excitación y deseo sexual. Respiró hondo, esperando no equivocarse,
no haber errado y haber recordado bien sus gustos y, si todo salía bien, esa noche sería
inolvidable.
Minutos después aparecía en el porche con su mejor sonrisa y un par de platos. Maca
clavó sus ojos en ellos expectante. Tenía mucha hambre, como hacía muchos días que
no sentía, y más desde que aquel olorcillo llegaba hasta ella, de hecho podía asegurar
que hacía meses que no se sentía con tanto apetito. Y el estar allí esperando, la tenía aún
más anhelante.
Maca enarcó las cejas y la miró extrañada, no le parecía que la combinación fuera a
agradarle, “pimienta y canela”, pensó decepcionada, había imaginado que serían con
pipirrana como se los hacía Carmen o en su defecto con limón pero “¿pimienta y
canela?”, se repitió dudando si comerlos. Esther la miró burlona imaginando lo que
pensaba.
- No pongas esa cara y dale un voto de confianza, ¡te van a gustar! – se lo acercó a
la boca decidida y Maca apoyó su manos sobre la de la enfermera,
acariciándosela levemente, entrando de pleno en el juego de Esther y comiendo
el contenido sin dejar de mirarla a los ojos - ¿qué! ¿te gustan o no?
- ¡Fantástico! – exclamó - ¡Dios está buenísimo! jamás hubiera imaginado que…
- Pues espera a probar los langostinos – le dijo misteriosa, levantándose – voy a
por un par de cervezas, iba a traer vino, ya sé que crees que es lo que le va al
marisco pero… pero… bueno que… ya sabes que… - se interrumpió “joder
vaya forma de meter la pata”, se dijo “¿para qué le recuerdas que no puede
beber?”.
- Las cervezas fresquitas están perfectas – respondió con rapidez - con este calor
¿quién quiere vino? – le dijo burlona obviando su azoramiento, intentando que
borrase ese gesto de culpabilidad – anda, ven aquí – le pidió melosa, al verla en
la puerta con una botella en cada mano, indecisa, esperando que Maca no
cambiase de humor, sabía lo mucho que le molestaba ese tema y lo seria que se
ponía cada vez que hablaban de ello.
Esther abrió las cervezas y se sentó de nuevo a su lado con una mirada agradecida. Ella
deseaba con toda su alma que todo fuera perfecto pero Maca estaba claro que compartía
ese deseo solo bastaba ver aquellos ojos que la seguían a todas partes con admiración,
curiosidad y agradecimiento.
Esther le lanzó una mirada cómplice, a su mente acudieron aquellos días en los que
estaban conociéndose, en los que alternaban finos restaurantes y vinos escogidos
minuciosamente por Maca, con los “antros” como la pediatra llamaba a los lugares
donde ella la llevaba.
- ¡Vaya si eras pija! – exclamó recordando aquellos días en que, a posta, la hizo
visitar las peores tascas de Madrid, con el suelo pegajoso, el olor a cerveza y
fritanga, pero en las que Maca descubrió un mundo hasta entonces desconocido
para ella.
- Bueno… siempre me ha gustado comer y beber bien.
- Si, lo sé – la miró lanzando un suspiro – espero no defraudarte con la elección de
esta noche.
- Tú nunca me defraudas – respondió con presteza, acariciando su mejilla y
dedicándole una tierna mirada.
- ¿Otro langostino? – le preguntó cogiéndolo del plato y acercándoselo a la boca.
Maca volvió a clavar los ojos en su mano y luego en ella asintiendo y entreabriendo los
labios sensualmente. Rozando levemente el dedo de la enfermera con ellos. Las dos
sintieron un leve estremecimiento. Aquel juego estaba provocando que ambas tuviesen
que refrenar su deseo, que ambas gozasen de esos momentos de insinuación y
recuerdos. Maca fijó los ojos en los labios de Esther y se inclinó levemente hacia ella
dispuesta a besarla pero la enfermera lo tenía todo medido. Saltó del asiento como
movida por un resorte, con una sonrisa maliciosa.
- Voy a por los demás cosas – anunció penetrándola con la mirada y adentrándose
con rapidez en la cabaña.
Maca volvió a estremecerse. Esther estaba jugando con ella de una forma tan diferente a
lo que había hecho esos días, de una forma tan sutil y delicada. Mimándola,
ofreciéndose y al mismo tiempo alejándose de ella, que cada vez deseaba más que
llegara el momento de estrecharla en sus brazos. Aunque a esas alturas ya había
comprendido que el juego consistía en prolongar ese momento y eso la excitaba aún
más.
El resto de la cena a Maca se le antojó fantástica. Esther no paraba de reír ante sus
comentarios y miraba satisfecha como la pediatra se sorprendía con cada detalle, como
la alabó al comprobar que todo estaba cuidadosamente escogido, desde aquellos
entrantes a los que sumó unas almendras recién tostadas, a aquella exquisita codorniz
que se deshacía en la boca, luego paladeo con fruición los postres a base de plátano frito
bañado en chocolate líquido y espolvoreado con canela, y frambuesas con crema de
nata. Esther la había dejado sin palabras, jamás imaginó que en un lugar recóndito como
aquel, fuera capaz de halagar su paladar de aquella manera. Ni siquiera había reparado
en que el calor y la humedad de la noche eran casi inaguantables, absorta con la
conversación, recordando los buenos momentos que vivieron juntas, riendo con ella
como hacían al principio de su relación, sin poder dejar de mirarla, sin poder dejar de
desear besarla a cada instante, sin poder controlar aquel deseo que crecía en ella cada
vez que Esther la rozaba o amagaba un beso que nunca llegaba, dejándola siempre con
ganas de más, sintiéndose inmensamente feliz a su lado, sintiendo que aquel cielo
estrellado, salpicado con alguna nube, aquella luna llena, aquellas olas que las
arrullaban y aquella leve brisa procedente del océano que comenzó a soplar al borde de
la media noche y, que ambas recibieron con alivio, eran el complemento perfecto para
una noche que comenzaban a sospechar sería muy importante en sus vidas.
Eran más de las doce cuando Maca, tras dar un sorbo de su vaso de agua y perderse por
enésima vez en la mirada de Esther, encantada de estar así con ella, solas, sin nadie que
pudiera interrumpirlas, sin temor a que pudieran ver un gesto, una mirada que delataran
el amor que sentía, sin coartar el impulso de besarla, que era continuo. Sonrió, suspiró y
acercando la silla a la de Esther, recondujo la charla intrascendente y las risas que
estaban compartiendo.
- Jamás podré devolverte todo lo que me has dado estos días – le dijo de sopetón,
dejando sorprendida a la enfermera que la miró enternecida.
- ¿A pesar de lo de antes? – le dijo burlona, aún en tono de broma como llevaban
manteniendo toda la cena – porque ¡vaya cara que me pusiste!
- Estoy hablando en serio – la miró enarcando la cejas y cogiéndola de la mano, se
la acarició, pensativa, bajando los ojos hacia sus manos entrelazadas - ¡me has
dado tanto!
- Y… ¿crees que tú a mí no? – respondió también adoptando un aire de seriedad,
levantándole el mentón con la mano que le quedaba libre para perderse en la
profundidad de aquellos ojos que adoraba.
- Seguro que no – la miró fijamente y apretó los labios negando con la cabeza -
No es lo mismo.
- Pues, te equivocas – respondió con firmeza – ¡te equivocas completamente! –
ratificó con una sonrisa, siendo ahora ella la que la tomó de la mano y
acariciándola con suavidad, bajó ligeramente la voz, como si alguien pudiera
escucharlas - ¿Sabes! antes de volver a verte, de … de estar contigo, no
soportaba que nadie me tocara, me… tenía que hacer un esfuerzo para
soportarlo, ni siquiera era capaz de aguantar que Germán me echase el brazo por
los hombros – confesó con un suspiro - ¿recuerdas mi primer día en la clínica? –
le preguntó enarcando las cejas y Maca asintió.
- Te eché la bronca – la miró sintiéndose culpable por haberlo hecho.
- Hiciste bien – le sonrió – pensé mucho en lo que me dijiste y pensé en que no
podía reaccionar como lo hacía pero no podía evitarlo, siempre que alguien me
tocaba sin que yo lo esperase… - suspiró – o me quedaba paralizada o todo lo
contrario.
- Nunca has tenido término medio cariño – intentó bromear, aproximándose para
besarla pero la enfermera la frenó colocándole una mano en el hombro.
- Ahora soy yo la que está hablando en serio.
- Es normal que reaccionaras así, Esther – admitió aceptando su negativa - pero yo
me refería a que…
- Sé a lo que te referías, no me has dejado terminar.
- Perdona – se disculpó ante su rotundidad.
- No soportaba que nadie me tocara, porque…me daba asco de mí misma, solo
imaginar… ¡si supieras las horas que estaba bajo la ducha! – reconoció por
primera vez en voz alta, sin palabras veladas como ya le insinuara en alguna
ocasión a Maca, nunca lo había hecho hasta entonces con el corazón en la mano
como en ese momento, y al escucharse así misma diciéndolo la hizo
estremecerse, Maca se dio cuenta de ello y la atrajo hacia ella, acunándola entre
sus brazos, Esther le sonrió agradeciendo el gesto de ternura y siguió hablando –
permanecía allí bajo el agua, intentando sentirme menos sucia, intentando que
desapareciera ese olor, pero nunca se iba, ¡nunca! – exclamó – tenías razón
Maca, el día que me gritaste que esas cosas solo estaban en mi mente, creo que
ni siquiera imaginabas cuánta razón tenías.
- Me hiciste creer todo lo contrario – la miró con curiosidad.
- Bueno... tenía que jugar mis cartas y… quería convencerte – sonrió con malicia
– quería que me dejases quererte, pensé mucho en ello y comprendí que a las dos
nos ocurría lo mismo.
- Princesa… - musitó con los ojos humedecidos por la emoción – siento tanto todo
lo que te pasó, si yo no….
- Chist – la silenció imaginando lo que iba a decirle – soy yo… la que me he
sentido durante mucho tiempo culpable.
- ¿Culpable tú! pero… porqué, ¿qué culpa podías tener tú?
- Sí – suspiró de nuevo incorporándose y clavando sus ojos en lo de la pediatra -
me sentía tan culpable por haber cedido, por no haber luchado, por haber
sobrevivido y a la vez sentía ¡tanto asco! que no podía hacer mi trabajo, no
podía dormir, no podía comer…. y… lo perdí todo, ¡todo! Y… llegó un día en
que… pensé… pensé en acabar de una vez, en… dejar de molestar y terminar
con todo… y…. pero… pensé en mi madre y… quise ir a... a despedirme de ella
– le confesó bajando los ojos avergonzada por su debilidad, Maca recordó las
palabras de Teresa, recordó que pensaba que Esther estaba enferma o que le
ocurría algo y fue ahora ella la que se estremeció al pensar lo cerca que había
estado de perderla – pero… cuando llegué a Madrid y.. sin tiempo de pensar en
nada… apareciste tú … la posibilidad de volver a verte y… y… pensé que… - se
calló y Maca respetó ese silencio, abrazándola – no vuelvas a decirme que tienes
que devolverme algo porque no me debes nada, eres tú la que has logrado que se
borren mis pesadillas, has logrado que me sienta segura, que desaparezca ese
olor para siempre, has logrado que disfrute de nuevo con un abrazo furtivo, con
un beso, has logrado que desee vivir, Maca, ¡me has dado la vida! – exclamó
con fuerza – así es que no digas más tonterías.
- Esther… no son…
- Maca, estoy convencida que sin ti, sin tu amor yo… no podría haberlo superado,
me das fuerza, me das confianza en mí misma, yo me… me daba asco, tenías
razón yo... no me perdonaba por dejar que… me hicieran… por dejar que…
Margarette.
- Cariño… ya basta… - intentó interrumpirla, porque no quería oír de nuevo
aquello, cada vez que lo escuchaba algo se rompía dentro de ella.
- No, Maca, puedo decirlo, necesito decirlo – la miró suplicante – me … me
violaron – bajó los ojos, sabía que no era la primera vez que pronunciaba esa
palabra ante ella, pero tenía la sensación de que esa noche era diferente, que el
vinculo que habían creado era distinto y que sí que era la primera vez que
pronunciaba esa palabra en voz alta y le había costado muchos meses asimilarlo
en su mente, pero pronunciarlo tan rotundamente aún más, y ahora, allí, junto a
ella, lo reconocía y sentía una enorme liberación – no uno, ni… dos – musitó
descubriéndole aquel detalle – ni siquiera soy capaz de recordar…. cuantos …
cuantos fueron …
- Esther… - la voz se le quebró no quería que le siguiera contando, le hacía más
daño del que la enfermera podía imaginarse, pero era consciente de que lo
necesitaba.
- Y tú – la miró can tal intensidad – has conseguido que… ese olor… que… sus
manos… sobre mí… que…. no entendía cómo sabiendo lo que sabías yo… no te
daba asco, como me lo daba a mí misma, no entendía como… aceptabas mis
caricias, como buscabas abrazarte a mí por las noches… como no te
repugnaba…
- ¿Repugnarme? – preguntó con una sonrisa tierna y una humedad en sus ojos que
mostraba lo turbada que se encontraba – estaría besándote toda la vida, ¡toda! y
eres tú la que has conseguido que me olvide de todo, que las piernas que me
robó el accidente se conviertan en unas alas, las alas que tú me has hecho sentir,
las alas que me elevan a mundos que jamás visité. Tú…
- Maca….
- Princesa…. – la miró con ternura y sin mediar más palabras la besó, dulce e
intensamente, sin que por una vez Esther se retirase abandonando el juego que
había mantenido hasta ese momento.
Maca la miró y entornó los ojos, pensativa, ¿culpable? No había una etapa en su vida en
que no hubiera sentido la culpabilidad, si no era por una cosa lo era por otra.
- Pues… para serte sincera, sí, me siento culpable – admitió viendo como Esther
dirigía la vista otra vez al mar y se recostaba, ahora en el asiento, con cierto aire
de preocupación que Maca se apresuró a disipar – creo que me sentido así toda
la vida.
- ¿Qué quieres decir? – la miró de nuevo.
- Pues… que siempre he sentido la culpa, de pequeña por no sacar mejores notas,
luego, por engañar a mis padres y no estar nunca a la altura, por dejarme llevar
en contra de mis deseos y de mí misma hasta el punto de hacerle al pobre
Fernando lo que le hice, por liarme con Azucena sabiendo que estaba casada,
por .. por… todo – la miró fijamente – creo que siempre me he sentido culpable
y, sí, hoy también me siento culpable, culpable de ser inmensamente feliz, de
seguir con mi vida mientras… - suspiró de nuevo - culpable de desearte como te
deseo, culpable de… - la miró y Esther sonrió esperando escuchar lo que tanto
deseaba - pero, como diría Escarlata, hoy no quiero pensar en ello, hoy solo
quiero pensar en ti.
- Maca… - sonrió – es normal que te sientas un poco culpable pero… no siempre
deberías sentirte así.
- Ah, ¿no?
- No – volvió a recostarse en ella - ¿sabes? eres de ese tipo de persona que
siempre se carga con más culpa de la que tienes y… debes empezar a dejar de
hacerlo, los demás también tenemos parte de culpa en las cosas que te pasan, no
te cargues tú sola todo a la espalda.
- Esther… cariño…
- ¿Qué?
Maca no dijo nada solo lanzó un profundo suspiro y la enfermera se quedó de nuevo
con las ganas de escuchar un te amo, porque estaba segura de que Maca había estado a
punto de pronunciarlo.
Maca lo probó saboreándolo tenía un gusto extraño, casi amargo pero había de
reconocer que le gustaba y que le producía una sensación rara, como de cosquilleo y
adormecimiento.
Esther frunció el ceño imaginando tener que aguantar a la psiquiatra. Si había algo que
se le hacía cuesta arriba pensando en el regreso era precisamente ella, Vero, mucho más
que Ana, porque tenía la sensación de que por mucho que Maca siguiera sintiendo
cariño y agradecimiento hacia su mujer, su verdadero problema al volver sería la
maldita Vero que cada vez la aborrecía más. Maca la observaba con atención e
interpretó a la perfección lo que estaba pensando.
- No me mires así, cariño – le dijo Maca dejándola perpleja, estaba claro que o sus
pensamientos se habían reflejado en su rostro o Maca había recuperado su
facultad de leerle siempre la mente - Vero es mi amiga y si tú y yo vamos a… a
estar juntas… tendrás que verla de vez en cuando.
- Bueno – sonrió, sin intención de que nada rompiese ni importunase lo que
estaban viviendo – si el premio eres tú, soy capaz de verla todos los días, de
comer con ella todos los días y hasta de invitarla a cenar.
- Bueno, bueno, para, para el carro – le pidió divertida con su vehemencia - que
yo solo pensaba en algún día esporádico, un cafelito o una cervecilla pero nada
de que la invites a cenar, cenas como ésta solo quiero que me las prepares a mí.
- ¿Solo para ti? – susurró insinuante.
- ¡Sí! te quiero para mí solita
- Ah… ¿sí? – preguntó mostrando una fingida incredulidad que buscaba provocar
aún más a la pediatra.
- ¡Sí! – exclamó cogiéndola con ambas manos y atrayéndola hacia ella – solo para
mí – susurró insinuante, clavando los ojos en sus labios.
Esther sonrió, y se acercó a su boca despacio, sin apartar la vista de sus ojos, rozándolos
con su nariz, dibujando el ademán de besarla pero sin llegar a hacerlo, notando cómo
Maca se removía temblorosa, esperando el beso, sintiendo el cosquilleo del deseo e
intentando apresar la boca de Esther con la suya. Ágil, la enfermera se retiró, entablando
una batalla de miradas insinuantes. Maca tiró de nuevo de ella torciendo la boca en una
mueca pícara, Esther respondió apretando los labios y negando con la cabeza,
juguetona, los ojos enfrentados, entonces las manos de la pediatra buscaron su cintura,
Esther nunca se resistía a aquellas caricias, pero esta vez fue diferente. La enfermera le
retiró las manos y se las mantuvo sujetas mirándola fijamente a los ojos, acercando su
cuerpo hacia ella, insinuante, aproximando su rostro al de Maca y volviendo a retirarse,
en un juego en el que ella marcaba las reglas y que a Maca comenzaba a antojársele
torturador.
Muy despacio, sensualmente, Esther se levantó del asiento pero manteniendo su rostro a
un palmo del de Maca, paseando su lengua por sus labios, desesperándola aún más. La
pediatra intentó empinarse y Esther volvió a retirarse risueña, entonces Maca recurrió a
algo que nunca le fallaba, apretó los labios en un gesto de niña caprichosa, solicitándole
un besito e inmediatamente bajó la cabeza y dejó de desafiarla con un leve suspiro,
batiéndose en retirada, y logrando su objetivo. Esther le soltó las manos y le levantó el
mentón, la miró con una sonrisa tierna, conocedora de que iba a picar en su anzuelo
pero era incapaz de no hacerlo, se derretía cada vez que Maca le ponía esa cara de
rendición, esa cara ni niña pícara y juguetona y a un tiempo enfurruñada por no recibir
lo que deseaba, se agachó y le dio lo que reclamaba, la besó con suavidad, fue un beso
corto e intenso que provocó en ambas un chispazo.
Maca la miró desconcertada, intentado comprender qué pretendía, pero no le dio tiempo
porque Esther volvió a besarla, de nuevo con suavidad, de nuevo con calma,
acariciándola casi imperceptiblemente con su lengua, retirándose un instante,
observándola con aquella sonrisa que enloquecía a Maca, y volviendo a besarla una y
otra vez. Y en cada intento de Maca de ir más allá, de desbocar su deseo, Esther la
frenaba y paraba unos segundos que se le hacían interminables a la pediatra que, sin
mediar palabra, y poco a poco, fue entendiendo el juego y se entregó a él, como alumna
aventajada. Pequeños y dulces besos que la estaban llevando a un punto de excitación
insospechado, juntas, acompañadas de la noche, incapaces de ver nada que no fuera la
pasión que comenzaba a radiar en ambas. Con la melodía del mar de fondo arrullando
su acompasado baile de besos y leves caricias que la enfermera nunca permitía que
fueran a más. Sintiendo el latir de sus corazones, cada vez más acelerados, notando el
calor que comenzaban a desprender sus cuerpos y que era aliviado por una suave brisa
que, poco a poco, comenzaba a arreciar.
- Será mejor que entremos – le susurró Esther en el oído al ver que Maca gemía en
su ultima caricia con un apremio e intensidad que ella quería cortar.
- Esther… – intentó protestar – no seas mala – le pidió melosa besándola
suavemente en el cuello, y subiendo hasta la parte posterior de la oreja.
- Espera – le pidió con cierta condescendencia en el tono.
- ¿Esperar a qué? – le preguntó mirándola fijamente - ... no me hagas sufrir más...
– le pidió melosa – llevas toda la noche….
- Va a llover – se justificó interrumpiéndola, apartándola con delicadeza,
encogiendo un hombro – y… será mejor recoger todo esto antes.
- Pero Esther…. – se detuvo al ver su cara pícara y sentir su dedo subiendo desde
su vientre hasta su pecho donde permaneció circundándolo con leves caricias –
uff – se quejó intentando besarla de nuevo.
- Te compensaré – prometió con otro susurro, sin dejarla hacer – dame la mano –
se la tendió levantándose – y vamos dentro.
- Vale – exhaló un profundo suspiro, resignada a que esa noche la enfermera la
torturara a su antojo.
- Entra tú que yo recojo esto en un momento.
- ¿Seguro?
- Si – sonrió levantándose de sus rodillas dándole un pequeño pico.
- Entonces… voy al baño.
- De acuerdo.
Maca estaba a punto de entrar en la cabaña y antes de que pudiera avanzar más notó que
algo le impedía hacerlo. Esther sujetaba la silla y tiraba hacia atrás, sacándola de nuevo
al porche, con una sonrisa pícara y unos ojos que la miraban burlones y deseosos. Maca
se detuvo, sorprendida y desconcertada. La enfermera, con parsimonia, retomó su
posición sobre sus rodillas. Le puso el pelo tras la oreja, le sonrió socarrona, bajó la
mano por su mejilla y la paseó por su nuca, con suavidad, masajeándola lentamente.
Maca sintió que ya no podía más, la miró expectante, deseosa y Esther le devolvió una
mirada tan profunda y tan llena de sus ganas que la pediatra se estremeció.
Maca no respondió, era incapaz de hacerlo, aquella sonrisa y aquella mirada la tenían
noqueada. Ante su silencio Esther enarcó una ceja, instándola a responder, la pediatra
asintió, inmediatamente recibió un reconfortante abrazo. Maca suspiró profundamente
dejándose llevar por el placer que le proporcionaba notar el calor de su cuerpo y
sintiéndose tremendamente protegida y amada. La enfermera la besó con suavidad en el
cuello, olió su cabello, le besó en la oreja y Maca creyó enloquecer. La separó un poco,
su mirada expresaba aquello que mas anhelaba, y por fin Esther se conmiseró y la besó,
muy despacio al principio y luego con más pasión que hasta entonces. Maca sintió que
aquel beso la elevaba de la silla, llevaba esperándolo toda la noche, y supo que no había
sensación más placentera que un beso de sus labios. Sentirla así, sobre sus rodillas,
entregada a ella, conseguía ponerle el corazón a mil. Esther se retiró de nuevo, pero fue
solo un instante, volvió a abrazarla para fundirse en un beso que las dejó sin aliento.
Maca era incapaz de seguir por más tiempo aquel ritmo lento, se aferró a su cintura,
recorriendo sus costados con la yema de los dedos como a Esther le gustaba, intentando
incitarla y que olvidase el juego que se traía. Esther no la apartó, muy al contrario, le
devolvió besos y caricias. Maca accionó la silla y con la enfermera encima entraron en
la cabaña. Esther le sujetó la cara con ambas manos y clavó sus ojos en ella, sonriendo
maliciosa. Maca levantó su camiseta y acarició sus pechos por encima del sujetador.
Esther le frenó las manos, y la besó de nuevo. La brisa marina comenzaba a filtrarse en
la cabaña, provocando un ambiente fresco, las primeras gotas comenzaron a caer sobre
el techo de madera, pero ellas ajenas a todo, solo centradas en el juego de sus manos
rozando la piel de la otra. En aquel lugar de ensueño, no deseaban nada, solamente el
contacto puro y tierno de sus labios.
La noche se había ido cerniendo sobre la cabaña, Esther había apagado la luz la última
vez que entró y la luz de la luna, cada vez más tenue, se filtraba por la puerta aún
abierta, la oscuridad que provocaban las nubes, se había adueñado de casi todo, pero ni
siquiera a Maca le importaba, no les importaba nada, solamente, esos besos que se
regalaban, como si fuera la primera vez.
La puerta se cerró de golpe por el viento y las sobresaltó. Esther saltó de sus rodillas.
Maca sonrió con malicia y, Esther se agachó para besarla de nuevo, con suavidad, un
ligero roce que le supo a poco a la pediatra, incapaz de refrenar el deseo que había
crecido en ella, intentó atraerla, otra vez sin éxito.
Esther se quedó observándola un instante. Todo había salido como esperaba pero ahora
le quedaba la tarea más difícil, conseguir que Maca se olvidase completamente de todo,
hasta de las limitaciones de su cuerpo, con el objeto de que la dejara hacer, y lograr
canalizar todo su deseo, toda su pasión y energía, de forma que, sin dejar de escuchar a
su cuerpo, no pensara en él y consiguiera llegar a experimentar que su relación era
completa y satisfactoria, quería borrar aquella sombra fugaz que vio el primer día en sus
ojos, y que ella estaba segura de saber a qué se debía. Estaba convencida de conocer
como lograrlo, sabía que debía ir muy despacio, sin prisa alguna, que debía de
estimularla hasta el punto de enloquecerla, que debía guiarla y conseguir que confiara
en ella plenamente, hasta el punto de que se entregase a sus manos, para que pudiera
transportarla al éxtasis. Tenía que conseguir que la mente de Maca solo estuviese
concentrada en lo que deseaba y en lo que ella iba a hacerle, así su impulso sexual se
estimularía mucho más, y conseguiría transmitirlo a su cuerpo, eso era fundamental para
triunfar en su cometido, pero antes tenía que relajarla de tal forma que desconectase de
todo y se entregase al juego sin reparos.
Cuando Maca salió del baño, se quedó impresionada. Sus ojos se abrieron de par en par,
mostrando la sorpresa que se había llevado. Esther estaba sentada en el borde de la
cama, mirándola fijamente con un esbozo de sonrisa traviesa en sus labios y dos
pequeños vasos en sus manos. La pediatra paseó la vista por toda la estancia, que
parecía otra. La enfermera la había transformado creando un ambiente lleno de
sensualidad, algunas velas por la habitación situadas estratégicamente, un olor suave
que se había extendido por toda la estancia y que no era capaz de descifrar a qué
pertenecía, pero le resultaba agradable, embriagador, hasta juraría que de algún rincón
en penumbra llegaba hasta ella una tenue música que no identificaba con claridad, ¿era
jazz lo que sonaba! no podría asegurarlo, lo cierto es que nunca le había gustado
demasiado ese estilo musical, pero esa noche, si lo era, le estaba resultando una de las
más bellas melodías y reconocía que se ajustaba a la perfección al sonido del viento
filtrándose por las rendijas y a las olas del mar que batían con fuerza en la playa,
conformando una conjunción de ensueño. Como colofón descubrió encima de la mesa
una bandeja con algunas frutas troceadas.
Maca miró el contenido y lo olió, tenía un aroma suave, como a rosas. Levantó los ojos
con una mirada inquisidora.
- ¿Qué es?
- Bebe, te va a gustar – sonrió misteriosa levantándose – y… siéntate en la mesa.
- ¿Qué? – preguntó sin comprender qué pretendía.
- Que te acomodes allí, Maca – le dijo señalándole la mesa situada frente a un
pequeño sofá de dos plazas, donde había colocado la bandeja con las frutas –
ahora voy yo.
Esther, apagó el generador, dejando la estancia solo iluminada por la luz de las velas,
que conferían al lugar una calidez acogedora.
- Bebe un poco – insistió al ver que no probaba el contenido del vaso y lo miraba
con desconfianza.
- No pienso probar nada si no me dices lo que es – se negó enarcando una ceja en
un gesto de rebeldía.
- ¡Mira que eres cabezona! es una especie de licor.
- ¿Otra especie de licor? – le preguntó con retintín y una mirada burlona que
divertía a la enfermera.
- Si, y también sin alcohol, es… una bebida especial.
- ¿Especial?
- Si – sonrió esquiva – anda bebe.
- Pero especial ¿por qué?
- ¡Pero mira que eres curiosa! ¿no puedes beber sin más?
- Pues no, me gusta saber qué tomo.
- ¿Ni aunque te lo pida yo? – le preguntó con aire de súplica y una mirada de niña
traviesa que derritió a la pediatra que lanzó un profundo suspiro, negó con la
cabeza y esbozó una sonrisa mostrándole que cedía – venga bebe.
Maca obedeció, probó un sorbo ante la atenta mirada de la enfermera, soltó el vaso en la
mesita y se dispuso a abandonar la silla. Esther se sentó a su lado, la miró con
intensidad y le sonrió.
Maca no podía dejar de mirarla a los ojos, Esther se estaba comportando de una forma,
tan diferente a lo que la tenía acostumbrada que no podía pensar en nada solo en el
deseo de besarla, de estrecharla en sus brazos. Y ese deseo se vio incrementado cuando
la enfermera se levantó insinuante, se acercó contoneándose a una de las velas y la
apagó con un soplido, volviendo con la misma parsimonia a sentarse junto a ella, y a
besar sus labios con suavidad, con un ligero roce, retirándose con rapidez. Maca estaba
empezando a creer que estaba en una nube, se sentía como flotar entre aquellos sonidos
olores y sabores, y ante aquel juego de insinuaciones que la enloquecían. Se moría de
ganas de desnudarla, de besar sus pechos, de dedicarse a ella en cuerpo y alma, pero
llevaba toda la noche aprendiendo la lección, el juego consistía en esperar, en ir
despacio y era Esther la conocedora de esas reglas y la que debía marcar la pauta.
La enfermera la dejó hacer, devolvió el beso, consciente de que la excitaría aún más,
pero luego se retiró despacio, manteniendo el labio inferior de la pediatra apresado entre
los suyos, mirándola intensamente, sintiendo que su deseo también se desbocaba, pero
sabía que debía controlarlo, que quedaba mucho por hacer. Se separó y levantó las
piernas de Maca subiéndola al sofá, sentándose tras ella con las suyas abiertas.
- Échate en mí – le pidió recostándola sobre ella – quiero que escuches la música
y el sonido del mar.
- Esther…
- Quiero que respires profundamente y te relajes – le indicó en un tono bajo y
cadencioso pero autoritario.
- Pero… me voy a dormir…
- Te aseguro que no – respondió junto a su oído comenzando a masajear su pelo,
lentamente.
- Hummm, ¡qué gusto! – exclamó dejándose hacer, le encantaban esos masajes de
la enfermera, era única haciéndolos - ¿y sí me das otro vasito de eso?
- No es bueno pasarse – le respondió sonriendo para sus adentros.
- Pero…. si no lleva alcohol… y… está muy bueno.
- Si, pero… ya te dije que es una especie de licor y… no debemos tomar más.
Maca levantó los ojos hacia ella intentando ver qué quería decir por su expresión,
frunció ligeramente el ceño.
- Pero… ¿por qué! ¿qué es lo que lleva? – le preguntó mostrando una ligera
preocupación.
- Nada – sonrió recorriendo el óvalo de su cara con el dedo índice mientras
continuaba con la otra mano perdida en su pelo – es como… como… una tila.
- Ah – aceptó sin darle más importancia.
- Ahora vas a cerrar los ojos y no los vas a abrir hasta que yo no te de permiso –
ordenó con dulzura.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué quiero que los cierres?
- Si.
- ¿Por qué crees tú que cerramos los ojos al besarnos?
- Yo siempre no lo hago.
- Pues tú te lo pierdes – le respondió burlona.
- A ver – dijo condescendiente - ¿por qué los cerramos? – preguntó con un hilo de
voz dejándose arrastrar por el masaje que Esther le estaba propinando en la
cabeza - hummmm.
- Porque los ojos cerrados te permiten sentir mucho más, crean una magia especial
– respondió con voz cadenciosa.
- Eso ya lo sé – sonrió con suficiencia.
- Pues ciérralos y ábrelos cuando yo te diga.
Maca obedeció entregada a su juego, escuchaba la música de fondo, tan suave que
parecía poder adormecerla, oía el mar y sentía las respiración pausada de la enfermera,
sentía sus manos sobre ella y se dejó llevar, concentrándose en esas manos que siempre
lograban transportarla a un mundo maravilloso y lejano, mientras sentía que la punzada
de deseo crecía sin parar.
- ¿Oyes el mar? – le susurró Esther junto a su oído – piensa que estamos en él,
como esta tarde, que las olas te mecen a su antojo.
Maca se retiró, permaneciendo sentada, aún con los ojos cerrados, la enfermera sonrió y
musitó un bajísimo “puedes abrirlos”. Obediente, lo hizo a tiempo de ver como Esther
se acercaba a la cama y se sentaba en ella, llamándola con el dedo índice.
- ¿No vienes? – terminó por preguntar al ver que la pediatra no se movía ante su
indicación.
Maca negó con la cabeza, esbozando una sonrisa. ¡Ella también sabía jugar! Pero Esther
correspondió a su negativa levantado los brazos y quitándose la camiseta. Maca se
mordió el labio inferior, esperando que continuara desnudándose pero la enfermera no
lo hizo.
Maca suspiró, no podía resistirse por más tiempo, la vio jugueteando entre las sábanas,
con su cuerpo semidesnudo, y aunque estaba tentada a establecer un pulso con ella, no
quería resistirse, ¡la deseaba! la deseaba con una fuerza inusitada e increíble y Esther la
incitaba de tal forma que sabía que tenía el control de su cuerpo y de su alma, que sólo
con llamarla como solo ella era capaz de hacerlo, acudiría sin remisión donde fuera que
se encontrase. Saltó a la silla y acudió a la cama donde la enfermera ya la esperaba
sentada en el borde con una expresión de triunfo. La ayudó a subirse a la cama, la
recostó con delicadeza y comenzó a despojarla de la poca ropa que le quedaba, luego se
alejó contoneándose y apagó las dos últimas velas, dejando encendida solo la de la
mesilla.
Maca no respondió, solo la miraba absorta, calibrado lo que podían llegar a significar
aquellas palabras, deseando obedecer y dejarse arrastrar, pero sin poder evitar un miedo
profundo a no estar a la altura.
Maca no respondió, a esas alturas tenía la sensación de que Esther acariciaba todo su
cuerpo, a pesar de que le dijera que solo imaginara, a ella le parecía que sus manos la
recorría por entero y de que en cada contacto las cosquillas de su estómago descendía a
su bajo vientre en forma de presión desmedida que se afanaba en controlar.
- Estoy acariciando tus pies y subo hasta tus rodillas – continuó con voz una
cadenciosa, que la embelesaba y adormecía – y subo un poco más y beso tu
ombligo.
- Hummm – se removió Maca abriendo los brazos y aferrándose a las sábanas y
arqueando levemente la espalda.
- No te muevas, relájate, respira profundamente y relájate – le pidió dejando de
tocarla durante unos momentos.
- ¿Esther? – la llamó al ver que no percibía ningún movimiento en la cama, que
no continuaba hablando ni tocándola.
- Tranquila – la oyó decirle a su lado – mantén así la respiración, muy bien, ahora
abre los ojos.
Maca descubrió que la enfermera tenía un pequeño tarrito en sus manos, y comprendió
que había recorrido todo su cuerpo con él.
- Si ves que no aguantas más el calor – le dijo con retintín mientras frotaba sus
piernas – me lo dices.
- Aguantaré – aseguró entregada completamente a ella.
La enfermera continuó su masaje, con suavidad y firmeza, Maca permaneció echada con
los ojos cerrados, lanzando un gemido de vez en cuando, intentando frenar esas oleadas
que le subían cada vez más frecuentemente. Esther sabía que la estaba llevando a su
límite, pero la pediatra cumplía su promesa de aguantar estoicamente, la veía aferrarse
de vez en cuando a las sábanas y eso la hacía sonreír, satisfecha al comprobar que
estaba teniendo éxito en su propósito. Maca cada vez estaba más entregada y Esther
consideró que había llegado el momento de dar un paso más y se decidió, echó su
cuerpo sobre ella, rozándola con él y notando como Maca ante ese contacto se removía
anhelante, extendió sus brazos y aferró las manos de Maca entrelazando sus dedos a los
de la pediatra.
Maca obedeció y repentinamente sintió un calor desmedido que crecía y crecía, no creía
que pudiera soportarlo como había prometido, pero era imposible, juraría que notaba a
Esther entre sus piernas y no podía ser, ¡no podía ser! Tenía que abrir los ojos, tenía que
abrirlos e impedírselo. Se removió inquieta y la enfermera se detuvo en las caricias que
le estaba dedicando.
Maca se sentía a punto de explotar, no sabía como pero tenía la sensación de que a esas
alturas sería incapaz de refrenar lo que estaba experimentando, que no iba a poder
esperar, ya no podía controlar las cosas como antes, sus pulsaciones se habían acelerado
y Esther lo notó, y se echó sobre ella, haciéndola sentir sus pechos sobre su espalda.
Maca se entregó de nuevo al placer del masaje, intentado respirar más pausadamente,
controlando su deseo. Nunca hubiera imaginado que aquel juego pudiera resultarle a un
tiempo tan torturador y tan placentero. La enfermera comenzó de nuevo a acariciarla
entre las piernas y Maca, aún sin ser consciente, experimento un ligero desasosiego. El
deseo crecía de nuevo y ella no era capaz de controlarlo, ni de comprender qué le estaba
ocurriendo.
Esther comprobó su excitación y sonrió, como había podido comprobar esos días, Maca
podría no notarlo pero su cuerpo respondía a los estímulos a las mil maravillas, y eso le
daba una enorme ventaja para lo que se proponía, conseguir que experimentara un
orgasmo, sabía que era posible en determinados casos de lesiones medulares y si lo de
Maca era psicológico, como todos afirmaban, quizás podría tener aún más
posibilidades. Ilusionada con ello, siguió con sus caricias unos segundos más, solo con
una mano mientras la otra, hacía un recorrido por su espalda, hasta la nuca.
Cuando se incorporó Maca notó que todo su cuerpo ardía, sentía sus mejillas
encendidas, su corazón desboscado, sentía ansias por besarla, sentía deseos de explotar
y estaba segura de que ocurría sin más, aunque Esther no la tocase. La miró con temor.
- Esther…
- ¿Qué?
- Noto una sensación muy rara… muy…
- ¿Es agradable?
- Si pero… no… no entiendo…
- Entonces no te preocupes, respira despacio – le dijo acariciando su mejilla,
colocándose en el hueco de sus piernas, sentándose frente a ella, a escasos
centímetros de su boca, y apresándola con sus piernas.
Maca, levantó la mano e intentó devolverle las caricias pero Esther la frenó con un
“después, mi amor, ahora te toca a ti”. Fue ella la que pasó el dedo índice por su labio
inferior presionando suavemente. La miró a los ojos y la besó con dulzura, nada del
beso apasionado que Maca esperaba y, sin embargo ese beso, le provocó que otra oleada
de calor subiera por su columna. No pudo evitarlo y comenzó a acariciar a Esther a
pasear las manos por su espalda, por sus muslos, a besar sus pechos, sin que estaba vez
fuese reprimida en sus deseos, la pasión encendida no la dejaba obedecer y Esther
parecía que por una vez se lo estaba permitiendo.
La enfermera le había cedido unos instantes la iniciativa, consciente de que eso la haría
excitarse aún más, la dejó hacer unos minutos, intentando controlar las oleadas de placer
que también experimentaba, intentando mantener la cabeza fría para lograr su objetivo
pero sin poder evitar exhalar lentos y profundos gemidos que encendían y calentaban
aún más a Maca, que guió la cabeza de la enfermera hacia sus pechos. Esther se dedicó
a ellos unos momentos, pero instantes después se detuvo y solicitó a Maca que hiciera
lo mismo. La pediatra obedeció y jugueteó con ellos. Cuando levantó la vista y clavó los
ojos en Esther vio también su deseo desmedido, sus ganas contenidas, ya no había quien
la parase, sentía que iba a terminar ya, su cuerpo comenzaba a experimentar leves
estremecimientos su boca buscó la de la enfermera dispuesta a dejarse arrastrar, pero se
equivocaba, Esther se había convertido en una experta en el arte de la seducción y
contención y de nuevo, la frenó.
Entonces Esther se incorporó y sopló la única vela que quedaba. Maca abrió los ojos, a
sabiendas de lo que había hecho. La oscuridad absoluta por una vez no la inquietó, solo
le importaba seguir disfrutando junto a ella, fuese como fuese. No podía verla pero notó
que deslizaba su cuerpo hacia atrás, con sus manos bajando nuevamente por su espalda.
No había nada que le gustase más, el hecho de solo pensar que se apoyaría sobre ella,
sobre su espalda, que notaría sus movimientos llegando desde abajo la hicieron sentirse
en las nubes.
Maca reptó sobre ella, la besó, la acarició, y Esther se dejó hacer hasta que tampoco
pudo más. Entonces se removió.
- Ha llegado el momento – la avisó en la oscuridad. Maca se estremeció
anhelante, deseosa, no sabía a qué se refería pero le daba igual. El placer que
sentía era infinito – túmbate boca arriba, voy a separarte las piernas y déjate
llevar.
- No, Esther, no – se negó con rapidez, sentándose de improviso, comprendiendo
lo que pretendía.
- Tranquila, te va a gustar.
- No, cariño, por favor yo…. sabes que yo no puedo controlar que…
- Chist, no te preocupes por eso, sé lo que temes, pero no te vas a orinar – le dijo
revelando en voz alta el temor de la pediatra.
- Pero…
- Sé como hacerlo. Déjame intentarlo.
- Esther… sabes que si me presionas… que yo… no… - intentaba negarse pero el
tono de súplica mezclado con ligera decepción de la enfermera le pedía que no
lo hiciera y su interior gritaba que tampoco lo hiera, que cediera – Esther… y
si… yo… - dudó, deseaba con toda su alma hacerle caso y dejarse llevar por
ella, ¡deseaba tanto sentirla como antes! nunca se lo había confesado pero ¡lo
echaba tanto de menos! y Esther estaba allí asegurándole que lo iba a conseguir,
pidiéndole permiso, demostrándole que se había percatado de ello y ella no tenía
fuerzas para oponerse, ¡si fuera verdad que era posible!
- Chist, mi amor, confía en mí – insistió recostándola de nuevo.
Esther había contado con su negativa, pero también con el deseo desmedido que había
provocado en ella, con la pasión que había desbocado y que necesitaba ser saciada.
Maca se había negado, pero casi sin convicción, lo había notado en su tono inseguro, en
sus dudas en sus manos que la buscaban, acariciándola con ternura. Y ella tenía ahora la
tarea de estimular su vientre, de hacerlo vibrar y de alcanzar aquel otro extremo del
clítoris, el famoso punto G y conseguir que Maca sintiese lo que ya creía que no sentiría
nunca. Puso en práctica todo lo leído, la pediatra respiraba cada vez con más agitación,
asegurándose ir por buen camino, solo esperaba escuchar de su labios su famosa
exclamación, esa que aún no había oído.
Maca se había echado de nuevo, guiada por su firme mano que la obligó a recostarse.
Durante unos minutos se afanó en besar su abdomen, en acariciar sus pechos, para
terminar adentrándose en ella, con suavidad, comprobando que Maca estaba preparada,
presionando su bajo vientre, asegurándose que daba con su objetivo, al tiempo que
besaba su ombligo, que la recorría con la lengua. Instantes después su esfuerzo se vio
recompensado.
- ¡Dios! – gritó Maca de pronto - ¿qué me haces? – preguntó sin ser capaz de
distinguir nada en la oscuridad - ¿qué me haces, Esther?
- Tranquila… – intentó calmar su nerviosismo.
- Dime qué me haces – preguntó alterada sin comprender cómo estaba sintiendo
aquello.
- ¿Te duele? – preguntó temerosa.
- ¡No! – jadeó – pero… necesito… ¡moverme! – reconoció sintiendo frustración
de no poder hacerlo, todo en ella la impelía a mover sus caderas pero no podía y
aun tiempo un placer intenso que crecía de forma desbocada, no podía creerlo
pero sí, lo reconocía sin duda alguna, estaba a punto de tener un orgasmo - ¿qué
me haces! no entiendo como…
- ¿Te gusta?
- ¡Sí! – jadeo – pero…
- No pienses… - le susurró melosa – no pienses en nada… échate y déjate llevar.
- ¡Dios! – exclamó de nuevo presa de una tensión que crecía y crecía - ¡Esther! –
casi gritó.
- Márcame el ritmo, Maca – fue su respuesta – márcamelo tú.
Esther se detuvo, sonriente, ¡por fin escuchaba ese tono en su voz! ¡por fin la oía decir
es “dios” apremiante! Maca protestó.
Esther tiró de ella y la sentó, luego comenzó a masajear su vientre con pequeños
círculos que Maca notaba perfectamente, al tiempo que sentía palpitar su cuerpo, la
punzada del deseo continuaba alojada en su bajo vientre, esta vez no desaparecía, muy
al contrario crecía y crecía en intensidad. Esther recorrió sus pechos, se esmeró en ellos
y Maca entonces creyó morir, no podía más.
- ¡Dios! – exclamó cerrado los ojos entregándose a aquello que crecía desbocado
– ¡Esther!
La enfermera se sentó tras ella, a su espalda, y la abrazó con una mano, acariciando sus
pechos, besando su cuello, con un beso húmedo, subiendo su lengua hasta la parte
posterior de la oreja, Maca ladeó la cabeza unos instantes disfrutando de ese contacto,
después la giró buscando su boca, ¡necesitaba besarla! Esther la premió con un beso tan
intenso que tuvo la sensación de que la estancia se llenaba de luz,. Esther continuó
besándola, su lengua entraba y salía con fruición. Cogió las piernas de Maca y las
flexionó, situándolas sobre las suyas, abriéndolas un poco, luego se echó hacia atrás
recostándose en el cabecero y recostó a Maca sobre ella.
Esther la besó de nuevo, acarició sus pechos con una mano y con la otra, retomó su
trabajo, moviéndose tras ella, rozándose con su espalda, Maca sentía esos movimientos
rápidos pero suaves que producían sus caderas y la hacían latir de placer. La besó de
nuevo, sus dedos jugaban con los pezones y su mano se introdujo en ella, con suavidad.
Maca se recostó sobre ella, obedeció en todo y llegó el momento. Esther movía todo su
cuerpo, consiguiendo que Maca sintiese que era ella la que también estaba en
movimiento. Sus manos se perdieron por ella, se adentro en sus profundidades, y su
boca la buscó ahora con pasión. Maca sintió un primer espasmo, no podía comprender
como era posible pero allí estaba, recordó sus peticiones y controló su respiración al
tiempo que apretaba la pierna de la enfermera, que suavizó sus movimientos un poco.
Esther aceleró de nuevo sus movimientos y Maca sintió que se elevaba, que la cama se
levantaba del suelo, miles de luces de colores deslumbraron sus ojos cerrados y
apretados, sus manos se aferraron a los muslos de Esther, clavó la nuca en el hombro de
la enfermera, separándose de su boca, concentrándose en aquello que se había adueñado
de ella, y llego otro espasmo este mucho más intenso y otro más, ya no podía
controlarlos y Esther se dio cuenta de ello.
- ¡Dios! – gritó arrastrada por el infinito placer del que creyó su primer orgasmo.
Maca no daba crédito pero era cierto comenzó a notar que todo su cuerpo vibraba, un
temblor que no podía controlar.
Esther se echó sobre ella, continuó con las caricias y los masajes, y después de unos
minutos se sentó sobre ella y comenzó a mover sus caderas, Maca situó sus manos en
ellas, sintiendo que la invadía una mezcla un placer que crecía de forma calmada y se
mantenía así, deseando que el tiempo se eternizase. Esther la tomó de las manos, le besó
los pechos sin dejar de moverse sobre ella, y terminó besándola como Maca había
deseado desde el principio.
Ahora sí el calor fue infinito, sus pulsaciones aumentaron desorbitadamente, Esther
aceleró y aceleró, ambas se acariciaban presas ya de una pasión desbocada, que había
ido creciendo y que habían contenido hasta hacerse insoportable. Maca se aferró a ella y
comenzó con un juego de dedos que arrancó unos entrecortados gemidos en Esther. La
enfermera le mordió el labio inferior, tirando de él y clavó sus ojos en Maca que movió
sus dedos más y más rápido, con una habilidad y suavidad que Esther adoraba, sintiendo
que toda la tensión que habían estado controlando estaba a punto de explotar, se
detuvieron un instante, se miraron a los ojos, ya sí perdidas en la pasión irrefrenable, sus
respiraciones se aceleraron, sus manos se movían frenéticas, se entrelazaron y se
dejaron llevar en un violento baile que las transportó un interminable éxtasis y a una
liberación tan duradera y placentera que las dejó extenuadas.
Maca no respondió solo abrió los ojos y los clavó en ella, esbozando una leve sonrisa.
Esther la miró, se aproximó lentamente sin dejar de mirar sus ojos y la besó. Maca se
estremeció bajo su cuerpo y Esther sonrió.
- Para mí también ha sido especial.
- Ven – la atrajo, besándola de nuevo – y abrazándose a ella.
- Te amo, Maca, ¡cada vez que pienso el tiempo que hemos perdido!
- Pues no lo pienses, piensa solo en el que nos queda – le dijo volviendo a besarla.
- Ay, me quedaría aquí toda la vida.
- ¡Y yo! ¡yo también me quedaría! – exclamó con tanta fuerza que Esther sonrió y
se abrazó a ella aún más fuerte, pasando una de sus piernas sobre las de Maca,
sintiendo su calor.
La pediatra sonrió, y comenzó a acariciarle el pelo con una cadencia que seguía el ritmo
de las olas. Esther cerró los ojos y se acurrucó en su pecho.
Y así, abrazadas, escuchando las olas batir contra la arena, escuchando la las ráfagas del
viento filtrarse por las rendijas Esther se entregó al sueño, sintiéndose protegida en sus
brazos, sintiéndose querida y feliz. Mientras Maca permaneció acariciándola con
dulzura, disfrutando de todo aquello, luchando por no caer rendida y poder arañar
segundos de placer al tiempo que se le escapaba entre las manos, con la sensación que
nada de aquello era casual, que Esther había sabido planificar tantos detalles, tantas
cosas que parecían insignificantes pero que eran las que precisamente más la llenaban,
esas pequeñas cosas que, día a día, iban formando parte de sus vidas, esas cosas que
compartidas con ella cobraban otra dimensión, porque al fin se había atrevido a
entregarse por completo, sin miedo y lo más importante sin esperar nada a cambio,
porque no le hacía falta, era feliz solo por estar allí asumiendo que al fin, había
reconocido el camino, Esther le daba sentido a su vida, y el amor que sentía por ella
fluía y lo inundaba todo. “Amarnos” murmuró, ese es el verdadero sentido de nuestra
existencia: “amarnos, Esther, por encima de todo”, “si, me has enseñado de nuevo a
amar y eso no tiene precio”.
Instantes después, Maca perdía la batalla y caía rendida dejándose vencer por el
cansancio. Esa noche no pudo evitar soñar con Loango, con sus espectaculares sabanas,
con sus playas vírgenes, con el bosque y los manglares, soñó que volaban juntas
bordeando ese bosque tropical que limitaba todo el litoral atlántico, que descendían a
escasos metros de las playas donde se paseaban elefantes, búfalos, sitatungas, donde las
ballenas saltaban a escasos metros de la orilla, donde había sido capaz de vencer su
miedo y disfrutar del suave roce de las olas en su piel y, soñó que la suerte de la
enfermera se extendía también a ella, sí, soñó que la suerte les sonreía, que pudieron ver
los hipopótamos bañándose en el mar, sí, Esther la había llenado de felicidad y suerte,
por algo había decidido compartir su vida con la ¡enfermera milagro!
* * *
El día siguiente, amaneció lluvioso, Esther miró el reloj, aún era muy temprano. Se
levantó con sigilo y una sonrisa en los labios que era muestra de la felicidad que sentía,
se asomó a la ventana un instante, no le importó ver la lluvia, muy al contrario disfrutó
de ella un instante, tenía la sensación de que ese también sería un gran día.
Entró en el baño y se duchó. Al salir esperaba ver a Maca despierta pero aún dormía.
Abrió la ventana para que entrase algo de fresco y comenzó a recoger todo lo de la cena
y preparar el desayuno. Cuando terminó se acercó a la cama. Miró a Maca que no se
había movido y continuaba durmiendo plácidamente, no había despertado en toda la
noche y sonrió, ¡estaba preciosa! y no quería despertarla.
Se asomó a la ventana agradeciendo aquella fresca brisa, le encantaba ver llover sobre el
mar. Recordaba que a Maca también le gustaba, quizás era hora de espabilarla y
aprovechar las horas que les quedaban allí, se giró y se quedó observándola, se sentía
inmensamente feliz. La noche pasada había sido mágica y, mentalmente, le agradeció
todo lo que la hacía sentir.
Permaneció en pie junto a la cama, sonriendo pensativa, admirando sus ojos cerrados,
aquellos ojos que adoraba cuando la desnudaban con la mirada, esa mirada en la que
ella había sido capaz de encontrar el camino de la salvación, el camino de la salida de
aquel infierno que habían sido sus últimos meses. Maca había conseguido que todo
cobrara otra dimensión, que lo viera con otra perspectiva, que doliera mucho menos,
había logrado llenar su vida de amor y arrinconar el miedo, el odio y la rabia que la
estaban carcomiendo. Permaneció allí, admirado aquella sonrisa que dibujaban sus
labios, aún dormida. Esa sonrisa que conseguía llenar de color hasta el día más gris.
Admirando su belleza, su delicadeza al tocarla, su sutileza sensual, que encendía la
pasión en su cuerpo a cada instante. Suspiró. ¡La amaba y deseaba compartir con ella el
resto de sus días!
Era la primera vez que Esther veía aquella sonrisa en la pediatra. Una sonrisa realmente
auténtica, desprovista de sombras, limpia y real, muy real. La sonrisa de quien se ha
convencido de que la vida le ha dado otra oportunidad, la sonrisa de quien tiene la plena
confianza de que, al fin, sus problemas aún sin acabarse, pesarían menos, porque tenía
en quien apoyarse para cargar con ellos. Y esa sonrisa, llenó de satisfacción y felicidad
a la enfermera mucho más que cualquier palabra, mucho más que cualquier gesto y, sin
decir siquiera buenos días, se metió en la cama y se abrazó a ella, disfrutando del
contacto, de las caricias que presta ya le estaba regalando, la miró y también sonrió,
para, finalmente, fundirse en un tierno beso.
Esther soltó una enorme carcajada, volvió a la cama y ante la perplejidad de la pediatra
la besó con tanta pasión que encendió de nuevo su deseo.
Maca la atrajo sintiendo que Esther la mataba con aquellas miradas, con aquellas
promesas y aquellas palabras, sentía que si había algún día en que dejara de verlas se
moriría de pena, que si alguien se las ganaba en lugar de ella se moriría de celos. La
amaba, cuando le hablaba así, cuando lograba desnudar su alma, cuando le decía cuánto
la quería, cuando la animaba a superar sus limitaciones, cuando la cuidaba, cuando
estaba pendiente de todos sus gustos…. Se separaron y se miraron fijamente a los ojos,
acariciándose las manos hasta que Maca volvió a atraerla y besarla. Esther se estremeció
ante ese beso que se le antojo diferente a todos lo que le diera, un beso lleno de
sentimientos y promesas, un beso que gritaba el amor que le profesaba. Se retiró y la
observó un instante, sintiéndose flotar en un cielo azul, Maca la miraba de una forma
tan especial, que lograba hacerla sentir la mujer más bella y deseada del mundo. Y
aunque nunca le dijera que la amaba, aquellos ojos castaños, aquella mirada limpia y
profunda, llevaban toda la mañana gritándoselo.
Esther le devolvió la sonrisa. Se besaron de nuevo. Maca deseaba que Esther la cobijara
con sus piernas como hiciera la noche pasada, que la dejara acariciarla, pasear por su
suave piel. Quería volver a ver ese cuarto lleno de estrellas, mirara al techo y ver el
cielo. Esther volvió a besarla y Maca se estremeció de nuevo, comenzó a desnudar a la
enfermera, que temblaba excitada también.
- Maca….
- Hummm.
- Ve al baño – le susurró al oído.
- ¡Dios! ¡lo olvidé! – exclamó ligeramente avergonzada, separándose de ella con
rapidez. En mitad de la noche cuando Esther se quedó dormida se levantó y se
puso el pañal y ahora había olvidado por completo llevarlo puesto.
- Eh… no pongas esa carilla, cariño.
- Lo siento… yo… yo…
- Eh, no pasa nada – le acarició la mejilla con delicadeza - ve – la besó con ternura
– aquí te espero – le dijo saltando a la cama – pero antes dame otro beso, de esos
que solo tú sabes dar – le pidió tirándole de la camiseta para acercarla a ella
insinuante. Maca olvidó su azoramiento y se entregó a un beso mucho más
intenso, que la hizo retirarse con brusquedad, saltar a la silla con agilidad y
susurrar un “no tardo” lleno de sensualidad.
Esther la observó entrar en el baño y deseó que volviese ya, necesitaba abrazarla,
besarla, perderse en ella, necesitaba que sus besos desbordaran su pasión, necesitaba
amarla de nuevo.
- Se puede saber qué estás pensando – le dijo una Maca burlona en la puerta del
baño.
Esther se acercó a su oído, pero no pronunció palabra, solo la besó y jugueteó con la
punta de la lengua. Maca saltó a la cama, y con un gemido se acercó a ella y le susurró
“yo sé lo que quieres”, Esther se estremeció suspirándole al oído. Segura de que Maca
no la engañaba, y sí que sabía lo que quería. Deseaba saborear la miel de su piel y
levantar los ojos para ver su dulce mirada llena de satisfacción y deseo, anhelaba que la
enloqueciera con sus lentas caricias, con sus susurros, con aquellas palabras que
murmuraba en su oído y que siempre eran las que deseaba escuchar, suspiraba por ver
su sonrisa pillina que abría el frasco de su pasión, que la inquietaba y la colmaba de
placer. Deseaba que la recorriera con pequeños mordiscos, que la besara despacio, que
susurrara versos junto a su oído. Deseaba que la dejara contemplar su figura desnuda,
que la dejara amarla por siempre, conquistar cada uno de sus rincones y recovecos,
dejando en ellos la huella de su llegada con un apasionado beso.
¡Sí! Maca era consciente de que Esther que deseaba todo aquello y allí estaba
entregándose a ella, susurrando, recitando, besando acariciando, rebelde y apasionada,
matándola de placer, lentamente, con caricias cada vez más atrevidas y rápidas, hasta
que logró como siempre que sus caderas enloquecieran, convirtiéndolas en su propia
placentera agonía.
* * *
Dos horas después Matthew apareció con un jeep y uno de los jóvenes que las
acompañaran la tarde anterior. Las ayudaron a montar todo en el coche y tras despedirse
del joven se dirigieron hacia la pista de aterrizaje. La lluvia se había convertido en una
fina llovizna, que confería al pasaje una belleza diferente. Esther se enterneció al ver
cómo Maca permanecía con la vista fija en el mar, con una expresión melancólica,
mientas el vehículo comenzaba a traquetear por el estrecho camino. La pediatra se
mantenía atenta a los lados del camino esperando ver algún animal pero era incapaz de
distinguir ninguno. Esther, que se había sentado en la parte delantera junto a Matthew,
con el que mantenía una amena conversación, se giraba de vez en cuando y le lanzaba
una sonrisa o la observaba burlona, al verla tan seria y atenta.
No dijo nada, no era capaz de encontrar una palabra que estuviese a la altura de aquel
paraíso en el que había encontrado la felicidad absoluta. Tenía la sensación de que ya
nada iba a ser como antes. Se sentía con fuerzas de lograr todo lo que se propusiese.
Nada podría ya frenarla para lograr lo que más deseaba, compartir su vida con Esther.
El resto del camino lo hicieron en silencio. Cuando llegaron a la avioneta todo estaba
dispuesto para el despegue que efectuaron sin problemas a pesar del estado de la pista.
Esther se había inclinado hacia a delante y charlaba con Matthew. Mientras Maca no
dejaba de mirar por la ventanilla, pensativa, aunque la nubosidad impedía ver nada
Ambas se asomaron por la ventanilla, hacía casi una hora que habían dejado las nubes
atrás y las vistas eran increíbles, Matthew descendió y maniobró, bordeando el río Nilo
para realizar una pasada por el parque.
La enfermera soltó una carcajada, al verla tan contenta era increíble como disfrutaba
con ellos.
- Y allí tienes jirafas – le dijo señalándole más allá – en el segundo claro ¿las ves?
- ¡Sí!
- Ahora la fauna terrestre aún se esta recuperando de la masacre y de los furtivos
que en los años ochenta hicieron mucho daño, pero como ves ya hay muchas
más manadas.
- ¡El río desde aquí es impresionante!
- Pues mira, desde Paraa, hay a diario barcos que ofrecen la oportunidad de ver
multitud e hipopótamos, cocodrilos y aves de todo tipo y eso quizás si que nos
daría tiempo a hacerlo.
- Cocodrilos… - musitó - ¿en un barco, dices! eh…
- ¿No te convence? – le preguntó burlona.
- Ya sé que es absurdo, pero… desde que no puedo andar me da pánico meterme
en una barcaza de esas y… el agua, y pensar que hay cocodrilos…
- Sí que es absurdo – sonrió – ¿acaso crees que de pasar algo yo tendría más
pasibilidades?
- Supongo que no, que nadie las tendría pero… ¡no puedo evitarlo! – suspiró.
- Solo era una idea – le sonrió acariciándole la mano en señal de comprensión - un
safari por el Nilo se puede hacer en unas tres horas y sí que verías animales
como tú quieres.
- Prefiero la tierra y un coche.
- Organizar un safari en coche lleva mucho más tiempo y no es tan fácil, hay
tramos que deben hacerse andando y pedir permisos, ya no nos daría tiempo a
obtenerlos, ni a reservar alojamiento en el parque …
- Ya.. entiendo – suspiró con aire de decepción - no te preocupes y no me hagas
caso es que veo todo esto y... – admitió mirando por la ventanilla – y… ¡me
gustaría tanto ver esos gorilas! … pero si es imposible.
- No es eso Maca, es que organizar un viaje en transporte público por esta zona es
muy difícil y costoso, tanto en tiempo como en recursos. Hay que hacer noche
en tiendas de campaña. Y si ya quieres subir a las montañas a ver gorilas o a la
cima de las cascadas, mínimo son tres días – volvió a justificarse.
- Claro…
- Ya tendremos tiempo de hacerlo si volvemos.
- ¿Cuándo vais a volver? – gritó Matthew que les mostró que las estaba
escuchando y las dos se miraron sorprendidas abriendo los ojos ligeramente
avergonzadas.
- En unas vacaciones por ejemplo, ¿no, Maca? – respondió con presteza la
enfermera.
- Eh… claro… unas vacaciones – asintió sin convencimiento y Esther la miró sin
comprender porqué dudaba. Quizás se había decepcionado por no poder visitar
el parque.
- ¡Atentas! – las avisó Matthew
- ¡Mira Maca! – le gritó Esther.
- ¡Dios es impresionante!
- Son las cascadas de Murchison Falls.
Tras hacer un par de pasadas más en las que la pediatra se sorprendía una y otra vez
descubriendo nuevos animales o detalles que antes no viera. Matthew, emprendió la
dirección de Kampala, y las avisó que estarían allí en media hora. Las dos
permanecieron agarradas de la mano, mirando por la ventanilla y lanzándose miradas
esporádicas, disfrutando del paisaje.
* * *
Cuando aterrizaron en Kampala, Germán ya las estaba esperando. Tras los saludos
pertinentes y despedirse de Matthew con la promesa de quedar en otra ocasión todos
juntos, el médico les comunicó sus planes.
- Siento que tengáis que estar aquí casi todo el día, pero dentro de una hora tengo
una reunión en la central, voy aprovechar para ver a Oscar y luego tengo que
pasar por el hospital. No podremos regresar al campamento hasta las cinco o las
seis de la tarde.
- No te preocupes, aún no he visto Kampala, podemos dar una vuelta por ahí, ¿no,
Esther?
- Supongo que si – respondió sin convencimiento con la mente puesta en lo que
había dicho Germán – ¿hay algún problema? – le preguntó a su amigo
directamente.
- No, solo que va a haber ciertos cambios. Quieren informarnos de ellos – le
explicó mirando detenidamente a Maca – Wilson no sé si es buena idea que deis
una vuelta, hoy está la cosa un poco movidita, quizás sea mejor que os deje en el
apartamento y os recoja esta tarde allí.
- ¿Movidita? – le preguntó Esther sin saber a qué podía referirse.
- Lo de siempre, el kabaka Mutabi que ya está haciendo de las suyas y ya sabes
como se ponen los radicales.
- Ya… pero no creo que aquí... – comentó Esther sin darle más importancia.
- ¿Qué es un kabaka?
- Qué, no, quién. El kabaka es el rey, en realidad al que le correspondería serlo si
esto no fuera una república. De vez en cuando le da por provocar y hacer visitas
oficiales en contra de las recomendaciones del gobierno y ya la tenemos liada.
Hoy ya ha habido varios disturbios, grupos de radicales que protestan por la
visita que tiene prevista este mediodía a la capital.
- Pues a pesar de eso a mi me apetece ver algo, porque habrá algo que ver ¿no? –
intervino Maca sin interés en la política local, y deseando recorrer las calles
junto a Esther, como hicieran hace años cuando pasaban algún fin de semana de
turismo.
- Sí que los hay pero no creas que muchos, Kampala no es muy bonita que
digamos – le dijo Esther.
- Una mezquita, el templo hindú y poco más – la secundó Germán con cierto tono
despectivo – poca cosa, esto no es Jinja.
- ¡Lástima que no me traje la cámara de fotos! – volvió a lamentarse ignorando su
comentario dispuesta a no dar su brazo a torcer.
- No sueñes hacer fotos a edificios públicos que está prohibido, una vez Esther
hizo una y casi la arrestan – le contó con seriedad.
- ¡Venga ya! – los miró creyendo que se burlaban de ella como siempre
- Eso es cierto Maca, tuve que entregarles el carrete a cambio de que no me
llevasen al puesto de policía, así es que por una foto perdí todas las demás.
- ¡Pues vaya! – dijo ligeramente decepcionada, le encantaba hacer fotos, al final
iba a ser una suerte no tener la cámara – pero sí habrá sitios que se puedan
fotografiar.
- Claro – rió Esther - ¿dónde quieres ir?
- No creo que sea buena idea que os dediquéis a pasearos por aquí, puede haber
revueltas y seguro que algunas calles están cortadas.
- Bueno Germán pero si vamos a la mezquita y a las catedrales no creo que
tengamos problemas.
- André me dijo antes de salir que pueden llegar a cerrar las entradas y salidas de
la ciudad y quizás haya toque de queda – insistió mostrando su desacuerdo –
además sería mejor que descansarais un poco después del vuelo y que estéis
preparadas cuando llegue a por vosotras.
- Estamos bien ¿verdad Esther? – buscó su connivencia sin ninguna gana de
encerarse en el apartamento.
- Bueno… podemos dar una vuelta rapidita y luego comer juntos.
- Imposible, comeré algo rápido después de la reunión y me iré al hospital.
- Pues… damos esa vuelta y luego podemos esperarte en el apartamento –
propuso la enfermera sin querer llevarle la contraria a ninguno de los dos.
- Como queráis pero tened cuidado, ya os digo que están las cosas un poco
revueltas, además ha habido varios ataques guerrilleros y…
- ¿En la ciudad? – preguntó incrédula Esther, extrañada por esa insistencia.
- No, mujer, pero ya sabes como es esto…. no quiero que sin comerlo ni beberlo
os veáis metidas en algún follón.
- No seas exagerado, Germán, que nosotros hemos venido en los peores tiempos
de la guerrilla y nunca nos ha pasado nada.
- Ya sé que aquí es más difícil pero… tened cuidado por favor, y Wilson, tómate
las cosas con calma, no vaya a ser que… con tanto ajetreo acabes por darnos un
susto.
- Estoy muy bien – le sonrió más afable – no tienes porqué preocuparte.
Germán asintió, lo cierto era que Maca había vuelto de la playa con una imagen mucho
más saludable, nadie diría que hacía unas semanas estaba tan mal, pero aún así prefería
que mantuviese unas mínimas precauciones.
- Hace calor, y no debes estar mucho al sol, tienes que cuidarte hasta que
tengamos esos resultados, ¿de acuerdo? – la miró frunciendo el ceño, Maca
apretó los labios y asintió - y tú – señaló a Esther – si ves cualquier revuelo sal
pitando para el lado contrario.
- Que sí, que tendremos cuidado – le dijo Esther comenzando a exasperarse.
- Bueno… ¿donde os dejo entonces? - les preguntó cuando ya estaban los tres en
el jeep.
- Llévanos al centro, ya nos averiguamos nosotras con un Taxi.
- ¿Allí os vais a meter? a estas horas eso es…
- ¡Germán! por dios que no somos dos crías – saltó Maca molesta con su
paternalismo.
- Muy bien… vamos al centro – dijo resignado tomando dirección al mismo y
mirando a Esther, sentada a su lado, de soslayo - ¿qué tal os ha ido? – le dijo en
voz baja, conciente que con el ruido del motor y del tráfico Maca no podría
oírlo.
- Ha sido fabuloso – lo miró que tal ilusión que él cabeceó y sonrió guiñándole un
ojo y mostrándole que se alegraba por ellas – pero ya te cuento – le dijo esquiva
zanjando el tema, no quería que Maca pudiese oírlos y se molestase con ella.
Minutos después las dejaba en pleno centro. Maca comprobó con admiración lo bien
que Esther se defendía entre aquella vorágine de gentes y vehículos. La enfermera le
contó que el centro era así, y que si querían coger un taxi que las llevase a todos los
sitios que podían visitarse no tenían más remedio que ir a Old Taxi Park, una explanada
enorme, desde arriba no se veían mas que los techos blancos de los matatus, ni un
centímetro de tierra roja africana quedaba a la vista. Todo aquello era agobiante y aun
tiempo tan diferente a cualquier sitio que hubiese visitado que quedó fascinada.
Esther quería montar en un boda-boda tipo sidecar, pero Maca se negó, prefería un
matatus aunque tardasen más. Finalmente Esther cedió comprendiendo sus motivos pero
la avisó de que no les daría tiempo a ver casi nada.
El taxi se movía con dificultad entre el tráfico, cuando apenas habían avanzado diez
metros en media hora, Esther se inclinó sobre el joven conductor y cruzó con él unas
palabras.
Esther le acarició la mano con discreción, halagada con sus palabras. El joven cumplió
su promesa y las llevó por calles menos transitadas, permitiéndoles ver las dos
catedrales anglicanas, la mezquita de Gaddafi, el templo hindú, pasaron delante de
varios museos, de algunos de los edificios y sitios históricos del reino de Buganda,
como el Parlamento en el que se detuvieron a entrar porque Esther estaba empeñada en
que Maca viera su fachada tallada en madera natural que la dejó impactada, y el Teatro
Nacional. Terminaron su recorrido junto al monumento a la independencia de Uganda,
donde la enfermera conocía un pequeño restaurante en el que ya le había dicho que iban
a comer.
Esther despidió al taxista y le pagó lo prometido. Maca tuvo la sensación de que todo
aquello era impactante, desde el caos de Old Taxi Park, los descomunales atascos que
Esther le contó que no cesaban desde el amanecer hasta bien entrada la noche, los
turistas paseando en los boda-boda, y su gente, simpática y amable como pocas, hecho
que había podido comprobar en el atestado mercado que recorrieron con rapidez. Se
quedó impresionada con el contraste de esas grandes avenidas llenas de tráfico y
aquellas calles de tierra roja embarradas o literalmente anegadas por las riadas de los
barrios más pobres. Pero si algo fascinó a Maca fueron los marabú, siempre vigilantes,
en las ramas de los árboles.
Empujones y golpes, la hicieron perder de vista a Maca que luchaba con su silla, pero
no era fácil de manejar entre la muchedumbre, la pediatra intentó moverla pero no
podía, se giró y no vio a Esther, la empujaron y la golpearon y el pánico comenzó a
apoderarse de ella. Una nueva ráfaga de disparos y la caída de dos de las personas que
corrían delante de ella, la dejó paralizada, sin saber hacia donde tirar. DE pronto sintió
una mano en su hombro, no era un golpe más era una mano firme que casi la acariciaba,
se giró de nuevo y la vio, una sonrisa tranquilizadora en su rostro, Esther estaba tras ella
y respiró aliviada. La enfermera había conseguido volver a su lado, sin embargo, y a
pesar del ánimo que acababa de darle a Maca, ella, aferrada a los asideros de la silla,
sintió que la angustia comenzaba a apoderase de todo su cuerpo. Los gritos de la
muchedumbre la ensordecían, Maca intentó girarse hacia ella en un par de ocasiones sin
éxito, creyendo que se había quedado bloqueada. Esther sabía que debía continuar pero
era incapaz de hacerlo, Maca intentaba decirle algo pero no la oía. Al detenerse, la
golpearon de nuevo y estuvo a punto de caer sobre la pediatra, no podía seguir parada o
las arrastrarían, decidida optó por seguir adelante y buscar refugio en cuanto pudiese,
pero todo parecía estar ya repleto.
Tras unos minutos de desconcierto, vio como una pareja les hacían ostensibles señas
para que se dirigieran hacia ellos, refugiados en un portal cercano. Pero era
prácticamente imposible llegar hasta allí. Más disparos, más sirenas y más empujones la
pusieron al borde de la desesperación, tenía que sacar a Maca de allí como fuera, pero
era incapaz de avanzar más, angustiada y asustada volvió a detenerse, de pronto un
fuerte empujón la hizo soltar la silla, la gente la arrastró, y separada otra vez de Maca, a
la que ya no distinguía entre la multitud, sintió que se ahogaba, que se moría si le
pasaba algo sin que ella pudiera ayudarla. Luchó por llegar hasta ella, y cuando lo
consiguió vio que un lugareño fornido se había hecho cargo de la silla, abriéndose paso,
y conduciéndola al interior de la estación. Esther los siguió como pudo. Una vez a salvo
y, después de agradecer al desconocido su ayuda, Esther se volvió hacia Maca que
estaba pálida y sus ojos reflejaban el miedo que había pasado. Fuera seguían los
disturbios.
- ¿Estás bien?
- Si – musitó con un hilo de voz - ¿quién era? – le preguntó al ver que había
charlado con él animadamente varios minutos.
- No sé, no lo conozco y tampoco le he preguntado, pero gracias a él no te ha
pasado nada.
- Si – reconoció mirándola sobrecogida, en su fuero interno, cuando ese
desconocido comenzó a empujarla a su mente acudieron todo tipo de
posibilidades y ninguna buena, fue incapaz de pensar que era simplemente
alguien que quería ayudarla y todo su cuerpo se puso en alerta esperando un
ataque - ¿qué es lo que pasa? – le preguntó asustada mirando hacia el exterior y
avergonzada por haber pensado mal de su salvador.
- Lo que ya nos dijo Germán, protestan por la visita del rey.
- ¿Y los disparos?
- Los militares y la policía intentan frenar a los radicales – le contó respirando
aliviada – dos calles más allá… - se interrumpió al ver que dos mujeres se
acercaban a ellas y les preguntaban en inglés si estaban bien.
- ¿Qué amables, no?
- Aquí son así, siempre muy hospitalarios con los de fuera y… - tuvo que callar de
nuevo cuando más personas se acercaban a interesarse por ellas, preguntarles si
necesitaban algo y ofrecerse a ayudarlas.
Esther permaneció charlando unos minutos con un grupo, mientras Maca la observaba,
desconcertada. Minutos después la enfermera volvía a su lado.
- ¿Seguro que estás bien? – insistió al verla aún tan pálida, sin recuperar el color
ni después de la casi media hora que llevaban ya allí.
- Algo mareada de tanto jaleo.
- Lo siento, Maca, lo siento mucho – le dijo agachándose a su lado y cogiéndole
una de sus manos, que aún temblaban, acariciándosela.
- Tú no tienes la culpa.
- No pero… no he podido evitarlo… me empujaron y… me arrastraron…
- No te preocupes – sonrió – no ha pasado nada y así tenemos algo que contar.
- ¡Ni se te ocurra contárselo a Germán!
- No estaba pensando precisamente en él – volvió a sonreír intentando mostrarle
que estaba bien y que no le daba más importancia – pensaba en Madrid.
- Ya… - musitó preocupada de que pensase tanto en le regreso, tenía una
desagradable sensación al respecto - en unos minutos podremos salir – le reveló
contenta – me han dicho que han levantado una barricada dos calles más allá,
han quemado varios vehículos y neumáticos, pero ya está controlado, los
militares han respondido con gases lacrimógenos y fuego real.
- ¡Joder! ¿y qué vamos a hacer?
- Irnos al restaurante, está aquí al lado, y si salimos por la otra puerta llegamos en
un momento.
- Pero… ¿otra vez vamos a meternos en ese follón? – preguntó sin
convencimiento.
- Tranquila que solo ha sido una estampida, también me han dicho que ya está
todo más calmado.
- Pues… a mí se me ha pasado el hambre – le dijo intentado no salir aún de allí.
- No seas tonta, verás como cuando te tranquilices, te apetece comer.
- Lo que tengo es una sed que me muero. Podemos comprar cualquier cosa allí –
señaló un puesto dentro de la estación – y bebérnosla aquí, tranquilamente.
- Sí, yo también tengo la boca sequita – sonrió comprendiendo lo que pretendía –
pero no sueñes en que compre nada ahí, es carísimo y pueden darte gato por
liebre - comento con naturalidad sacando la botella de agua de la bolsa - toma,
está algo caliente pero te sentirás mejor.
- Sí, dame - la aceptó con rapidez y dio un largo sorbo, tras el cual se sintió mejor
- la verdad es que es incómodo que nos miren tanto - reconoció al ver que no
dejaban de rondarlas.
- Somos las únicas blancas de la estación por eso están pendientes.
- Pero… es la capital, y hemos visto muchos turistas, estarán acostumbrados…
quiero decir que no es lo mismo que… las aldeas… y…
- No es por eso, saben que somos extranjeras, ¿no has visto como se han acercado
antes a interesarse?
- Si.
- Pues por eso nos miran, están pendientes de nosotras, por si necesitamos algo y
ayudarnos.
- Ya…
- Anda, vamos – se situó tras su espalda – en el restaurante estaremos mejor.
Maca suspiró resignada a hacer lo que ella quisiese. No le apetecía en absoluto meterse
otra vez entre esa masa de gente pero al llegar a la puerta comprobó que ya no había ni
rastro del revuelo que se había vivido momentos antes. La gente paseaba tranquila y
solo se oían alguna sirenas en la lejanía.
Esther la observaba con disimulo divertida con las caras que iba poniendo conforme leía
los platos, Ragout de víbora, el Kebab de mono, o la cola de cocodrilo. El camarero
llegó y les sirvió las bebidas, Esther había optado por una cerveza de mijo y a Maca le
había recomendado un agua de limón y jengibre.
- Ummm – se relamió Maca – está buena, ¡muy buena! Es… refrescante y… nada
dulce.
- Me alegro que te guste, ¿qué! ¿sabes ya lo que quieres? – le preguntó con cierta
sorna sabedora de que no era así contenta de haber aceptado en la bebida.
- Pues… la verdad es que no… ¿tú si?
- Sí, los mejores platos de aquí son el malakwang y las firinda.
- Muy graciosa – sonrió - ¿me traduces?
- Las espinacas con crema de cacahuete y la sopa de judías peladas.
- Eh… no sé…. algo que no sea muy picante – la miró esperando su ayuda,
porque en su corta experiencia culinaria allí había podido comprobar que la
cocina africana abusaba del picante y las especias en general – la tortilla esta
gigante…. – la miró interrogadora. Esther soltó una carcajada.
- Es de huevo de avestruz y es para… unas diez personas como poco – se burló de
ella viendo la cara de decepción que ponía - Si quieres pedimos de entrante las
bolitas de maní.
- ¡Ni lo sueñes! – se negó con rapidez – todavía recuerdo la que me liaste el
primer día, me dan asco solo de recordarlas.
- Lo siento – se disculpó rememorando la broma que le gastó el día de su llegada
al campamento y arrepintiéndose otra vez de haberlo hecho - ¿qué tal el arroz
Joloff con aceite de palma! ¡está exquisito! y aquí suelen acompañarlo con aritos
de cebolla y tomate.
- Eso puede estar bien… pero… lo compartimos ¿no?
- Claro y para ti, te recomiendo las espinacas, te van a encantar.
- ¿Qué es el tiof?
- Un pez similar al rodaballo, pero aunque es asado en su interior introducen chili,
pica demasiado, pero si quieres pescado....
- Ya… bueno… vale… las espinacas estarán bien, no quiero pescado. ¿Y tú?
- La sopa de judías, y de segundo el matooke.
- ¿Otra vez vas a comer eso?
- Éste es diferente, pasta de banana, puré de patatas y ternera en su jugo, aunque
quizás lo pida con salsa periperi, ¡me chifla!
- No suena mal.
- Pídetelo, pero tú sin salsa, porque pica un montón.
- Pero… yo no creo que pueda con tanto. Prefiero solo las espinacas.
- ¿Quieres que compartamos y así lo pruebas? – le preguntó a sabiendas de que
era precisamente eso lo que deseaba – si lo compartimos lo pido sin salsa.
- ¡Perfecto! – dijo soltando la carta aliviada – la verdad es que me apetecería
probarlo, pero te veía tan entusiasmada que creía que estabas muerta de hambre -
bromeó.
- Es que tu comes todavía muy poco, recuerdo cuando eras capaz de zamparte…
- Calla, calla – la interrumpió riendo - ¿Seguro que esas espinacas van a
gustarme?
- Seguro, salvo que en estos años hayas cambiado de gustos – enarcó las cejas y
torció la boca en una mueca burlona que le indicaba su doble sentido.
- ¡En absoluto! me sigue gustando lo mismo – ratificó con rotundidad – es más,
diría que estos años me han ayudado a apreciar mejor todo lo que me gusta.
- Entonces te aseguro que te van a sorprender – la miró burlona y Maca lanzó un
profundo suspiro.
- Te besaría ahora mismo!
- ¡Ni se te ocurra! – exclamó - que el cupo de sustos está lleno por hoy.
Esther llamó al camarero y le indicó sus elecciones. Luego, fijó los ojos en ella y, sonrió
contenta una vez olvidado el susto que se habían llevado.
Durante el resto del almuerzo, charlaron amenamente. Maca se atrevió a probar las
judías de Esther y ésta hizo lo propio con las espinacas. Como ya vaticinara Esther, el
postre fue toda una sorpresa, a la pediatra le encantó, era una especie de torta hecha a
base de batata y coco, que le trajo recuerdos de la infancia cuando Carmen, la fiel
asistenta de su madre que, prácticamente, los había criado, les asaba batatas en el horno
y se las daba a escondidas para merendar, bañadas con azúcar y miel. Esther rió con la
anécdota, sobre todo, cuando Maca le contó el enfado de Rosario el día que los
descubrió y comprendió porqué ninguno tenía ganas de cenar.
Tras el postre, Esther pidió al camarero que les llamara un taxi. Maca estaba empeñada
en dar un paseo por los jardines que daban al lago victoria pero la enfermera se negó,
prefería regresar al apartamento y esperar tranquilamente a Germán. Finalmente, viendo
que sus artimañas melosas y sus casi súplicas no surtían efecto, Maca dio su brazo a
torcer y consintió en marcharse a descansar al apartamento.
- ¿Cuánto tardará, Germán? – peguntó Maca nada más cruzar la puerta del
apartamento.
- No lo sé – respondió la enfermera mirando el reloj – pero nos dijo que sobre las
cinco o las seis vendría a por nosotras, así es que aún debe tardar unas… tres
horas.
- ¿¡Tres horas!? Y… ¿qué hacemos aquí encerradas tres horas?
- Bueno… a mí se me ocurren un par de cosas – respondió insinuante.
- Serás guarra – sonrió.
- Es que… me vuelves loca – susurró melosa - y en el avión cuando me has
mirado de esa forma… yo…
- Anda ven aquí – tiró de ella y la sentó en sus rodillas - ¡que yo también llevo
toda la mañana deseando hacer algo!
- ¿Toda la mañana?
- ¡Toda!
Se quedaron mirándose a los ojos, sonriendo no solo con el rictus de sus bocas,
deseando fundirse en un beso pero Esther estaba dispuesta a prolongar un poco más la
situación.
Sin embargo, se levantó de sus rodillas sin atender su petición y se dirigió al dormitorio.
Maca la siguió. Esther se movía contoneándose, como le gustaba hacer para provocarla,
Maca la miraba embelesada, deseando perderse en su boca. Se detuvo en mitad del
cuarto mientras Esther, dándole la espalda se giró lentamente, y se sentó en la cama. Su
cuerpo comenzaba a experimentar las sensaciones que sabía que la llevarían a olvidar
todo lo que la rodeaba, notó como sus pezones se endurecían, como el cosquilleo de su
vientre se iba haciendo más intenso y cómo, casi sin quererlo se removió anhelante en
su asiento. Los ojos de Maca fijos en ella, desnudándola con la mirada, observando cada
uno de sus gestos, de sus leves movimientos... hasta que un suspiro profundo inundó la
habitación, y Maca accionó la silla aproximándose a ella. Esther extendió las manos y
cerró los ojos disfrutando de la sensación de su llegada, del roce de sus manos sobre sus
muslos, ¡cómo había anhelado tener el cuerpo de ella a su lado! y ahora era una
realidad, la maravillosa realidad de amarla y ser correspondida. La maravillosa
experiencia de compartir caricias, besos, movimientos, gemidos y palabras de aliento
sobre la misma cama con Maca era el más profundo de sus deseos. Abrió los ojos y se
encontró con los de la pediatra, sumergiéndose en la calidez de aquella mirada,
comprendiendo que las dos deseaban lo mismo, sonrieron, con una sonrisa cómplice, la
sonrisa de dos amantes que conocen el juego al que están a punto de entregarse.
Se entregaron al juego de las caricias y los besos. Esther se estremeció cuando sintió a
Maca rozar sus senos, jugar con los mismos pezones erectos que minutos antes pedían
sus caricias y su atención… la pediatra se detuvo y la miró temerosa de haberle hecho
daño pero su expresión le indicaba que iba por buen camino. Poco a poco la ropa
desapareció, la enfermera arqueo la espalda intentado ver lo que Maca estaba pensando
hacer, porque se había detenido en sus besos y caricias y permanecía con los ojos
clavados en ella, hasta que le indicó que se diera la vuelta. Esther obedeció, y cerró los
ojos, entregada a ella, escuchando como Maca subía a la cama y comenzaba a acariciar
su espalda que muchas veces fue bendecida por los besos de sus labios, la enfermera no
pudo contenerse más y su voz reaccionó haciendo que en el cuarto se escuchara un
ligero gemido de placer… sus piernas se abrieron poco a poco, invitado a la pediatra a
bajar y hacer sus caricias más atrevidas.
Sin embargo, Maca no lo hizo, con su mano izquierda se dirigió lentamente a su boca,
recorrió con el dedo índice sus labios y dejó que Esther besara cada uno de sus dedos,
humedeciéndolos, para después iniciar un lento recorrido hasta sus pezones,
presionándolos con suavidad, acariciándolos al tiempo que, ahora sí, se dejaba caer
sobre ella, haciéndola notar su cuerpo, mientras su mano derecha se encaminada, sabia y
decidida hacia su más recóndita profundidad. Esther volvió a gemir, y Maca detuvo sus
caricias para indicarle que se diese la vuelta, Esther obedeció y Maca reptó sobre ella
besándola y volviendo a introducirse en ella. Esther ronroneó e instintivamente sus
caderas se movieron imperceptiblemente, deseosas, anhelantes…
- Espera un poco – le pidió Maca en un susurro, levantando sus ojos hacia ella.
Esther se mordió el labio inferior y asintió, mostrando en su rostro el placer que estaba
sintiendo. Maca le dedicó una sesión de caricias interminables, queriendo redescubrir su
cuerpo una vez más, el vaivén de su cadera comenzó a hacerse más intenso, su
respiración se agitó y Maca comenzó a besar y pasear su lengua por su interior,
haciendo que su boca subiera y bajara cada vez con mayor ansiedad, hasta que supo que
había llegado el momento, notando como sus caderas iniciaban una carrera apasionada,
poderosa, como elevaba las piernas con vehemencia, temblando ante el inminente
orgasmo y sintiendo ese tierno beso, que la colmaba de excitación y placer al cambiar el
ritmo, intensidad o forma de acariciarla. Su respiración se volvió entrecortada y la
acompañó de pequeños e intensos gemidos que culminaron en un pequeño grito y un
temblor intenso.
Maca se detuvo, permaneciendo inmóvil unos instantes. Luego, subió para observarla
un instante, ¡estaba bellísima! Esther le devolvió la mirada y entreabrió sus labios,
sedienta de sus besos, se dedicaron a ellos con ternura, hasta que Maca volvió a
separarse. Todo su cuerpo gritaba en silencio la necesidad de tenerla a su lado, de sentir
su abrazo, y Esther así lo hizo, comenzando una danza tranquila, que se perdió entre
suspiros, sollozos, murmullos y gritos de satisfacción.
Maca sintió esas manos delicadas tomando posesión de su cuerpo, dedicándose a ella
con mimo, sabiendo perfectamente donde y como tocar, midiendo la intensidad y
calibrado en todo momento hasta cuando podía presionar su vientre, hasta cuando podía
estar en su interior sin correr riesgos y haciéndola estremecer como la noche anterior,
consiguiendo que ese roce interior intensificase las sensaciones, esperando el momento
en que Esther la elevara, haciéndola creer que eran sus caderas las que lo hacían, justo
en el instante en el que los espasmos se hicieron presentes, consiguiendo experimentar
aquella contracción que tanto había añorado y que la obligó a lanzar un grito reprimido
y sentir que vivía y agonizaba en sus manos, que disfrutaba, que se entregaba a miles de
sentimientos, emociones y sensaciones en pocos minutos, disfrutando del clímax y
entregándose a él, sin miedos ni reservas, deleitándose en un intenso orgasmo,
sintiéndose tremendamente satisfecha, complacida, viva y cansada.
Exhaustas dedicaron unos minutos a acariciar sus pieles desnudas, a mirarse con
ternura, sin pronunciar palabra, a recrearse en esas miles de sensaciones que poco a
poco volvían a crecer en su interior, sintiendo que la llama de la pasión prendía de
nuevo en ellas. Maca la besó con intensidad, ansiosa y Esther la frenó.
Esther no se resistió más, se entregó a un beso apasionado, y perdió sus manos en ella,
calibrando si también estaba preparada y notando que era así. Envueltas en un manto de
caricias, buscándose sin freno, Maca entraba y salía de ella, con habilidad hasta
arrancarle un grito de placer. Esther la besaba con vehemencia abrazándola,
transportándola y meciéndola, hasta que juntas sintieron que se elevaban al cielo, y que
solo encontraban consuelo en esa unión perfecta que sus almas tanto habían soñado y
que sus cuerpos acababan de firmar.
Maca la silencio con otro beso intenso, luego quedaron mirándose fijas la una en la otra,
echadas de lado en la cama con las piernas entrelazadas acariciándose con la mano que
les quedaba libre y comenzando a regalase pequeños y tiernos besos, exentos de las
pasión que habían mostrado antes y llenos del amor que sentía, de la felicidad que
llenaba sus corazones, llenos de esperanza e ilusión. Hasta que el sonido del timbre las
sobresaltó.
- ¡Dios! ¡Germán! – exclamó Esther dando un salto de la cama - ¡ya está aquí!
- Pero… ¿ya han pasado tres horas? – preguntó sin dar crédito a que así fuese - ¡es
imposible!
- No – miró el reloj extrañada también – seguro que hay problemas en las salidas,
ya nos lo avisó, y si hay toque de queda cuanto antes salgamos mejor.
- Pero…
- ¡Vamos, Maca! – la espoleó mientras se vestía a toda prisa – ¡levántate! tenemos
que irnos.
- Pero… pero… tendremos que ducharnos… dile que suba…. – le pidió – o mejor
dile que se vaya sin nosotras – la miró insinuante sin moverse de la cama –
podemos quedarnos aquí esta noche y….
- ¡Estás loca! – la interrumpió risueña, con una mirada embaucadora, encantada
con esa idea, acercándose a besarla – ¡me encantaría poder hacerlo! – exclamó
sentándose en el borde junto a ella - ¡no podría imaginar mejor plan!
- ¿Y qué nos lo impide?
- ¡Mañana tengo que ir a Nairobi a por los niños! ¿ya no lo recuerdas?
- ¿Era mañana?
- Si, ¡mañana! – la miró burlona - ¡dónde tendrás la cabeza!
- Pero… ¿seguro que me lo has dicho?
- Sí, te lo dije – ratificó sin saber si bromeaba o decía en serio que no lo recordaba
- ¡venga, Maca! ¡arriba!
- Voy – arrastró la palabra con desgana - ¡cómo pasa el tiempo de rápido!
Otro timbrazo volvió a sobresaltarlas, Esther corrió fuera del dormitorio, Maca la
escuchó preguntar en inglés y luego responder, “Germán, ahora mismo bajamos”.
- ¡Esther! ¿cómo le dices que bajamos ya!? ¡tenemos que ducharnos! Y… recoger
un poco todo esto – le dijo comenzando a angustiarse.
- Tranquila, ve tú al baño que yo recojo mientras y… ¡date prisa! – le pidió.
- Vale, pero… ¿por qué no sube?
- Tenemos prisa Maca, además tiene el coche en doble fila – le explicó con
rapidez mientras preparaba todo – vamos, déjate de charla y métete en el baño –
le ordenó.
- Ya voy – volvió a arrastrar la palabra - ¡joder con las prisas! – musitó cuando ya
estaba entrando en el baño.
- ¡Te he oído! – le gritó desde el dormitorio - ¡gruñona! – rió, al escuchar a Maca
soltar una carcajada.
- ¡Mentirosa! – le soltó cerrando la puerta negando con la cabeza y una amplia
sonrisa. Estaba segura de que era imposible que la hubiese escuchado pero la
conocía tan bien que Esther había adivinado que protestaría.
En veinte minutos estaban abajo. Germán las esperaba y parecía ligeramente enfadado.
Esther ya había prevenido a Maca que estaría enfadado, porque parecía preocupado y
con ganas de salir cuanto antes.
- ¿Qué estabais haciendo? – les espetó con el ceño fruncido – André nos ha
avisado que habrá toque de queda, y tenemos que cruzar todo el centro. Espero
que podamos salir de la ciudad.
- Lo siento – se disculpó Esther – pero…. – lo miró sin saber que decirle, era
obvio que no podía contarle la verdad, al menos delante de Maca porque sabía
que en ese caso la que se enfadaría sería ella y, de pronto, le vino a la mente la
excusa perfecta – lo siento mucho, Germán, sabemos que tenemos prisa pero…
Maca… a Maca le ha sentado mal el almuerzo – soltó de pronto.
- Eh… - Maca la miró desconcertada, pero la cara de pocos amigos de Germán la
hizo secundarla, recordaba a la perfección los arranques de genio de su amigo,
los tenía de tarde en tarde pero cuando agarraba uno era mejor ponerse a
cubierto, como siempre decía Adela - … eh… eso… me.. me ha sentado mal.
- Pero ¿qué te ha pasado? – se inclinó mudando la cara de enfado por una de
sincera preocupación - ¿estás bien?
- Sí… ya estoy mejor…
- ¿Seguro? – le preguntó observándola detenidamente - ¿te has tomado la
medicación? – Maca sintió – es cierto que pareces algo… acalorada – dijo
colocando su mano en el lateral del cuello mientras Esther desviaba la vista con
una sonrisa disimulada, ¡vaya si estaba acalorada! – no parece que tengas fiebre.
- No, si solo ha sido… las espinacas esas con cacahuetes que… me han resultado
un poco… un poco pesadas – mintió descaradamente intentando no cruzar la
mirada con Esther.
- Si es que parece mentira… – masculló, negando con la cabeza y apretando los
labios - os tengo dicho que…
- Germán… le puede pasar a cualquiera – intervino Esther echándole un cable –
tenemos prisa, no vayamos a discutir ahora.
- Tienes razón, ¿seguro que estás bien, Wilson?
- Sí.
- Pues vamos, la situación está complicada – les confesó - la guerrilla ha vuelto a
atentar en el norte y… se rumorea que… posiblemente suspendan oficialmente
la tregua.
- ¡Joder! – exclamó Esther - ¿crees que será peligroso que salgamos a estas horas?
- No, no creo que sea para tanto, al menos de momento – las tranquilizó subiendo
a la parte trasera del jeep a Maca – Wilson, si ves que te encuentras mal me lo
dices, no vayas a ser tan cabezona de aguantarte – le pidió más suave – y ¿se
puede saber qué te ha pasado! ¿has vomitado! ¿te duele la cabeza! ¿no habrás
estado demasiado al sol! si ya os dije que era mejor que descansaseis, te crees
que estás bien del todo pero…. pero no puede ser estar todo el día de aquí para
allá… ni…
- Tranquilo que iré bien – lo interrumpió, mirando a Esther con disimulo y
recriminándole con la cabeza su mentira. ¡Menuda le esperaba con Germán!
- ¿No habrás vuelto a sangrar? – le preguntó y Esther le dirigió una mirada risueña
a Maca que la pediatra esquivó.
- Maca, ¿prefieres ir delante? – le preguntó Esther recordando que ahí se mareaba
menos y deseando que Germán dejara de interrogarla porque Maca cada vez
parecía más agobiada ante tanta pregunta, sabía que no le gustaba mentir y ella
la había, prácticamente obligado a hacerlo.
- La verdad es que si – reconoció con aire de timidez arrepintiéndose al instante al
ver el gesto del médico – pero… da igual….
- ¿Y porqué no lo dices? – protestó Germán sacándola con rapidez y situándola en
el asiento delantero, ante la protesta de la pediatra insistiendo en que no hacía
falta que estaría bien detrás, no quería ser el motivo por el que perdieran más
tiempo.
- ¿Por qué tienes que ser siempre tan cabezona, Wilson? – le preguntó arrancando
el vehículo.
* * *
El viaje transcurrió con tranquilidad y sin sobresaltos. Salieron sin problemas de la
ciudad y no encontraron ningún obstáculo en la carretera ni los caminos. Las bromas de
la enfermera comenzaron a cambiar el humor de Germán que terminó por reír con ellas
y sincerarse contándoles su bronca con Oscar, que había desistido en sancionar a Sara
pero le había abierto un parte de amonestaciones, de ahí su mal humor que se había
sumado a otra discusión con el encargado del laboratorio del hospital de Kampala, que
se había negado a coger las muestra que le llevaba, remitiéndolo al hospital de Jinja.
Maca permaneció en silencio, las palabras de Esther la habían descolocado. Parecía tan
convencida de seguir trabajando allí que la hicieron dudar de todas sus promesas. Se
apoyó en Germán, y se sentó en la silla. Esther la observaba esperando su respuesta pero
Maca parecía estar en las nubes.
Sara llegó corriendo hasta ellos y los tres se giraron al escucharla acercarse.
- ¡Mira la que has liado! – se encaró con ella – ahora es capaz de hacerme tomar
otro de esos odiosos caldos.
- Bueno… creo que voy a echarme un rato antes de cenar – miró Maca a Sara –
nos vemos luego.
- Espera, te acompaño.
- No hace falta, de verdad, solo hay que dar la vuelta.
- Ya pero… yo… quería hablar contigo.
- ¿Es de lo que imagino?
- Sí – le dijo con la preocupación escrita en el rostro.
- Bien… pues… mejor vamos a tu cabaña.
- No, mejor vamos a la vuestra, no quiero que aparezca Germán y me caiga una
bronca por no obedecerle y meterte en la cama.
Maca lanzó un profundo suspiro y accionó la silla camino de la cabaña con Sara
andando a su lado, en silencio, con la sensación de que de pronto le pesaba todo el
cuerpo, sin dejar de darle vueltas a las palabras de Esther, segura de que había sido una
exagerada al tomarlas al pie de la letra, estaba claro que Esther solo había intentado
animar a Germán, ella misma lo había hecho pero no era capaz de controlar ese miedo
helador que la atenazaba, solo de imaginar que Esther decidía quedarse allí y no volver
con ella. Pero Esther tenía que ser libre de decidir el camino que quería seguir y ella
solo podía esperar ser la elegida. “No seas imbécil”, se dijo, “acabas de comportarte
como una auténtica idiota y has estado a punto de dar la nota delante de Sara”, se
repetía, “sí, soy imbécil, en cuanto la vea me tengo que disculpar, no puedo dudar de
ella cada dos por tres”.
- Sara…
- ¿Sí?
- Puedo... ¿preguntarte algo?
- Claro, Maca, lo que quieras.
- Esther… Esther… ¿te ha hablado de sus deseos de quedarse aquí? – le preguntó
temiendo la respuesta.
- ¿Ya ha hablado contigo? – fue su contestación, Maca se quedó de piedra,
¿Esther pensaba hablar con ella al respecto? entonces era cierto que había
tomado una decisión que nada tenía que ver con sus promesas. Sara permanecía
mirándola fijamente y ella no sabía que responder y optó por lanzar un farol sin
mentir abiertamente con la intención de que Sara le revelase lo que deseaba
saber.
- Sí.
- Pues si, ¡es lo que más desea en este mundo! – exclamó con una sonrisa,
“después de a ti”, pensó sin atreverse a decirle aquello, aún no estaba segura de
si les habían ido bien las cosas y no quería meter la pata, más de lo que ya
hiciera en alguna ocasión – y nosotras debemos conseguir que Oscar no sea un
obstáculo para ella.
- Si… eso… eso es... en lo que estaba pensando – respondió entrando en la
cabaña, sintiendo que todas sus ilusiones, que todas sus esperanzas se acababan
de desmoronar como un castillo de naipes.
* * *
Esther llegó a la radio con una idea fija, tenía que llamar a Laura y quedar con ella, y
tenía que contactar con el campamento y el orfanato pero, por encima de todo pretendía
hablar con Teresa, seguro que ella podía ayudarla, porque quería darle una sorpresa a
Maca y para eso necesitaba cierta información.
Entró con precipitación y se ganó una hosca mirada de Grecco que estaba hablando con
alguien. Le hizo una seña de disculpa y salió con la misma velocidad que había entrado,
con la esperanza de que no tardase en dejarla entrar, se estaba haciendo tarde. No quería
demorarse demasiado en esas llamadas. Había visto a Maca un poco rara, más bien
molesta y parecía que era con ella. Empezaba a sospechar lo que le ocurría y quería
volver a su lado cuanto antes y aclarar el motivo, y si estaba en lo cierto, disipar sus
dudas.
* * *
Mientras, en la cabaña, Maca se encontraba frente a frente con Sara. Las dos se habían
mantenido silenciosas, una planteándose como iniciar aquella conversación y la otra,
dándole vueltas a la cabeza, luchando por no dejarse vencer por sus inseguridades y
seguir disfrutando de ese amor que la hacía sentirse especial.
- Te veo mucho mejor – le dijo Maca con una sonrisa, intentando darle tiempo
para que se decidiese a contarle lo que quería.
- Sí, bastante mejor, de hecho mañana me iré con Esther a por los niños.
- No deberías hacerlo, Sara, un viaje de tantas horas… y en camión…
- Soy la pediatra y estoy bien.
- Ya pero… necesitas descansar.
- No te preocupes que está todo bien, Jesús me hizo una revisión.
- ¿Es ginecólogo?
- Maca… parece mentira que digas eso después de ver lo que has visto.
- Solo me preocupa que…
- Ya te he dicho que estoy bien. Es cierto que debo tener precauciones en estas
semanas pero… las tendré. En cuanto hable contigo me voy a la cama.
- ¿Sin cenar?
- Bueno… si no quiero que nadie se de cuenta… no puedo cenar con ellos –
sonrió.
- Entiendo, es normal que tu cuerpo haya cosas que no tolere como antes.
- Lo sé – respondió sentándose frente a ella, hasta ese momento se había
mantenido en pie, su rostro cambió y Maca supo que al fin iba a hablarle de lo
que le preocupaba.
Maca esperó pacientemente a que se lanzase pero Sara seguía sin hacerlo.
- Bueno… ¿qué querías decirme? – rompió Maca el silencio al ver que la joven
continuaba mirándola sin decidirse.
- Verás, yo… quería preguntarte si… ¿tú has hablado con Oscar?
Maca la miró con cierto aire de desconcierto, ¡había olvidado por completo aquella
conversación con el inspector! su estancia en Loango, la playa, los paisajes, los viajes,
las horas junto a Esther, la visita a Kampala, todo la había hecho olvidarse de su charla
con él, tenía la sensación de que hacía mucho tiempo que la tuviera y no era así.
La puerta se abrió y Esther entró con una sonrisa en los labios, interrumpiéndolas.
- ¡Ya estoy aquí! – exclamó con alegría - ¡uy! perdón, ¿interrumpo? – preguntó al
ver que las dos se callaban bruscamente y se volvía hacia ella.
- No, no – saltó Sara con rapidez – yo ya me iba – le dijo con una sonrisa y se
volvió hacia Maca – descansa y… ¡cuídate! – le pidió con énfasis.
- Tranquila, lo haré – le devolvió la sonrisa.
Cuando Sara cerró la puerta Esther se acercó a Maca, que permanecía seria, parecía
preocupada, y Esther no se equivocaba en su apreciación, la pediatra comenzaba a
pensar que Oscar quizás no fuera tan fácil de torear.
- ¡Uy, uy! ¡qué seria estás! – se inclinó y rozó sus labios - ¿pasa algo con Sara?
- No – negó con un suspiro - nada.
- ¡Qué mal mientes!
- Esther… - dijo arrastrando su nombre con impaciencia – ya te dije que…
- Lo sé, que te ha pedido un favor y que no me puedes hablar de ello – la
interrumpió risueña – perdona por preguntar.
- Entiéndelo – le dijo cortante sin devolverle la sonrisa.
- ¿Estás muy cansada? – le preguntó preocupada, a su seriedad se sumaba el mal
aspecto que presentaba, y de nuevo se encendieron sus alarmas.
- Un poco.
- Tienes mala cara, creo que es mejor que le hagas caso a Germán y te metas en la
cama. Hoy hemos tenido un día completito.
- No quiero meterme en la cama – respondió elevando el tono otra vez con
impaciencia - quiero cenar con vosotros – continuó más suave.
- A ver… ¿qué te pasa para que estés de mal humor? - le preguntó con paciencia.
- Nada – respondió secamente y giró la silla.
- Maca, ¿recuerdas que llegamos a un acuerdo? - le dijo con calma - "Nada" está
prohibido, y esta vez no me va a valer que me respondas eso.
- Esther, estoy cansada y no tengo ganas de discutir.
- ¿Y por qué íbamos a discutir? - preguntó con inocencia.
Maca se encogió de hombros con un leve suspiro y clavó sus ojos en ella, entreabrió los
labios y Esther tuvo la sensación de que le iba a preguntar algo pero luego suspiró más
alto, y desvió la vista.
Maca negó con la cabeza, apretó los labios en una mueca y enrojeció levemente. Sabía
que no debía preguntarle aquello, era conciente que debían pesar en la balanza mucho
más todo lo que Esther la había hecho sentir, todo lo que había planeado solo por ella,
por hacerla feliz, que aquellas palabras en el coche, pero si no lo hacía, si no le
preguntaba y se sinceraba respecto a sus miedos, si no le confesaba lo insegura que se
sentía, sería ella la que estaría poniendo la primera piedra para fracasar de nuevo.
Decidida a no dejar que nada minase ese amor, se lanzó.
Maca se quedó pensativa, con los ojos fijos en los de la enfermera que mostraba en su
rostro toda la ilusión que le hacía su respuesta. Pero la pediatra permanecía muda y
Esther comenzó a arrepentirse de haber preguntado, temiendo que su silencio dejara en
ellas una huella gris, difícil de olvidar. Pero Maca leyó en sus ojos ese temor y la
asustada fue ella, no quería desilusionarla, ni quería que creyera que no era así. ¡Claro
que quería casarse con ella! ¡lo quería con toda su alma! Y estaba dispuesta a hacer
desaparecer ese temor de su mirada.
- ¿Por qué has dudado de mí? - le preguntó tras darle un rápido pico.
- Sara me ha dicho que tu mayor deseo es estar aquí y… después de lo que le
dijiste a Germán…
- Ya… ¿y por qué te ha dicho eso?
- Yo le pregunté – reconoció sonrojándose – lo siento.
- Y… ¿te fías más de Sara que de mí?
- Sabes que no es eso – le dijo visiblemente abochornada. Esther sonrió y le hizo
una carantoña, Maca apretó los labios en una mueca de circunstancia - ¿es cierto
lo que me ha dicho Sara?
- Sí - sonrió abiertamente – ese era mi mayor deseo, se lo he dicho muchas veces,
pero también le dije otras cosas.
- ¿Qué cosas?
- Unas que imagino no se ha atrevido a decirte.
- Y ¿qué cosas son?
- Que ese era mi principal deseo pero lo era porque lo que de verdad deseaba era
imposible.
- Y… ese imposible era…
- Sí, ¡estar contigo! – exclamó con un brillo especial en su mirada, que se volvió
contagioso, consiguiendo que los ojos de Maca brillasen igualmente contentos -
y Sara aún no sabe que he conseguido el imposible.
- Esther… lo siento – le dijo con lágrimas en los ojos, llenos de emoción y culpa –
lo siento, lo siento. No quería dudar de ti, y... no sé porqué lo hecho.
- Ay, ¡qué tonta y sensiblona te has vuelto!
- Voy a cambiar, ¡te lo prometo! Te prometo que no voy a dudar más de ti.
- No prometas esas cosas – la recriminó moviendo el dedo índice arriba y abajo,
señalándola- además… en el fondo me gusta – le reconoció – no me dirás que
me amas, pero… cuando veo esa desesperación al preguntarme si me quedo, no
hace falta que me lo digas.
- Ven – dijo tirando de ella para que se levantara, y se sentara en sus rodillas.
Esther así lo hizo, se miraron un instante y soltaron al unísono una pequeña carcajada.
Esther la abrazó con fuerza y le susurró al oído “te amo, te amo tanto que no concibo mi
vida sin ti”, Maca la retiró y se perdió en sus labios, luego bajó a su cuello y jugueteó
con su lóbulo, para terminar susurrando, “yo tampoco concibo la mía sin ti”. Esther
recibió esas palabras que una enorme alegría, Volvieron a besarse y Maca comenzó a
introducir sus manos por debajo de la camiseta de la enfermera, acariciando sus
costados y su espalda. Esther dejó escapar un leve gemido, y le frenó las manos,
abandonado sus labios mirándola fijamente.
- Espera, espera Maca… - casi jadeó sintiendo que el deseo se apoderaba de ella.
- ¿Qué pasa? – protestó igualmente excitada.
- Están las puertas abiertas, Germán tiene que venir y… es tarde.
- No tanto – la miró socarrona dispuesta a no dar su brazo a torcer. Tiró de ella y
volvió a besarla.
- Ummmm ¡Maca! – protestó al volver a sentir sus manos, que acariciaban ahora
el interior de sus muslos.
- ¡Espera! – dijo saltando de sus rodillas.
- Esther… - protestó sentándola de nuevo sobre ella.
- Cariño… - intentó oponerse, pero su deseo de besarla se lo impidió y se entregó
de nuevo a ella.
La puerta se abrió y Germán entró, como siempre sin llamar, sorprendiendo a ambas,
que enrojecieron levemente, y mostraron su sobresalto.
- Eh… esto… ¡Perdón! olvidé llamar – se excusó al verlas girarse hacia él con
brusquedad y Esther saltar de las rodilla de Maca.
- ¡Joder! – exclamó Maca enfadada – cuando vas a aprender que…
- No... no pasa nada – la interrumpió Esther, sonriéndole al médico y ganándose
una mirada recriminatoria de Maca que no se acostumbraba a aquella costumbre
de que todos entrasen y saliesen de la cabaña sin pedir permiso – yo… yo iba a
darme una ducha y... buscar algo para cenar – dijo con precipitación, cogiendo
una toalla, salió de allí a toda prisa, y lo dejó solo con Maca.
“¡Valiente!”, sonrió para sus adentros la pediatra, divertida ante el nerviosismo que
había mostrado Esther, pero manteniendo un gesto enfurruñado mirando a Germán.
El médico se quedó observándola, preocupado, se acercó a ella sin decir nada, tenía
mala cara y las ojeras marcadas, pero parecía tener mucha más energía que hacía tan
solo una semana. Se le notaba en la forma de hablar, en su actitud y en la soltura con
que manejaba la silla.
Maca suspiró resignada y cuando el médico cerró la puerta, obedeció sus indicaciones.
Germán fue a su despacho, recogió lo que necesitaba y salió dispuesto a regresar a la
cabaña, cuando vio salir a Esther de la cocina. Se detuvo y la esperó.
El médico se alejó corriendo y Esther entró en la cabaña con una sonrisa en la boca.
Maca estaba en la cama, sentada, con los brazos cruzados sobre el pecho y los ojos
cerrados. Soltó la bandeja en la mesa sin que la pediatra diera muestras de percatarse,
extrañada se aproximó a ella y comprobó que se había quedado dormida. La entendía
perfectamente porque ella también estaba agotada. Decidió despertarla para que
comiese algo y con suavidad la zarandeó. Maca abrió los ojos desconcertada.
Esther se quedó mirándola con una media sonrisa, se levantó y comenzó a desvestirse
ante la atenta mirada de la pediatra.
Maca respondió al instante besándola con ternura y estrechándola contra ella. Se volvía
loca cada vez que Esther ronroneaba con sus caricias. Luego alargó el brazo y apagó la
luz.
* * *
Maca respondió al instante rodeándola con sus brazos y acercando su cuerpo al de ella.
Maca sonrió y la besó, primero con dulzura y luego comenzó a imprimir más pasión.
Esther, se separó un instante, la miró ya presa del deseo y se adentró en su boca con
vehemencia. Luego fue Maca la que se retiró e incorporó un poco comenzando a
recorrer su cuerpo con pequeños besos. Esther cerró los ojos entregándose a aquellas
manos que comenzaban a deslizarse por todo su cuerpo, notó que Maca bajaba, ella ya
la estaba esperando, pero volvió a subir y se acercó a su oído, con un cálido susurró le
preguntó “¿sientes frió?”. Esther se estremeció como respuesta, era increíble como
conseguía excitarla con un par de besos y caricias, con su aterciopelada voz, recitándole
o susurrándoles palabras que la encendían. Maca se detuvo un instante y Ester abrió los
ojos reclamándole continuar, sabía que estaba de nuevo en sus manos y que Maca por
su expresión estaba dispuesta a jugar con ella. La pediatra volvió a besarla mientras
acariciaba uno de sus costados, se detuvo unos instantes en su cuello, lo besó y lo
recorrió con la lengua, para terminar dándole un pequeño mordisco que Esther recibió
con una ligera protesta.
Luego fue bajando hasta instalarse en sus pechos. Esther se removió, impaciente, todo
su cuerpo se erizó, adoraba sentirla así, dueña de ella. Maca volvió a acariciar sus
costados y su lengua bajó hasta su abdomen, se detuvo un segundo para cambiar de
postura, alojándose casi a los pies de la cama.
Esther deseaba que continuase, que siguiese hasta adentrase en ella y pronto sus deseos
se vieron cumplidos, Maca la besó y jugueteó con ella tan adentro que Esther no fue
capaz de refrenar un pequeño grito de placer, exaltada, y desesperada ante esas suaves
caricias, esos delicados besos, que la hacían enloquecer.
- Maca…. – protestó al ver que se detenía otra vez – ven, sube – le pidió con
apremio.
- Un momento – le dijo dedicándole unos instantes más a su presa, consciente de
que Esther estaba casi al límite.
- Maca… - gimió al sentirla de nuevo, colocando sus manos entre el pelo de la
pediatra, incapaz ya de contenerse.
Esther, se entregó a ella, no podía hacer otra cosa, Maca era capaz de dejarla sin fuerzas,
sin capacidad para resistirse y cuando eso sucedía solo podía dejarse arrastrar y ser de
ella en cuerpo y alma.
Maca percibió que su respiración se agitaba, y que sus caderas, hasta entonces
inmóviles, comenzaban a moverse, primero con timidez, como temiendo una
reprimenda por su parte y luego con premura, con movimientos aún lentos pero
contundentes, arriba y abajo, para detenerse un instante y dibujar un pequeño
movimiento circular, mientras su respiración se agitaba aún más y otro gemido escapaba
de sus labios.
Entonces la pediatra, detuvo sus besos y con delicadeza, comenzó a acariciarla con un
par de dedos, para terminar poseyéndola. Lentamente, con suavidad, acompañada de su
lengua hasta que poco a poco fue acrecentando el ritmo. Esther experimentó un calor
repentino que la invadía, que recorría su cuerpo y que subía y crecía, aumentando sus
gemidos que anunciaban el inmediato final. Intentó respirar profundamente, y
controlarlo, recrearse en el placer que la estaba haciendo sentir, y eternizar ese
momento. Maca comenzó a mover su lengua y sus dedos cada vez más rápido. La
respiración de la enfermera estaba ya desbocada y de pronto Maca cesó en sus caricias,
bruscamente. Ella también estaba excitada al ver lo que era capaz de provocar en la
enfermera y, ahora sí, obedeció, subió y se situó sobre ella. Se fundieron en un beso
agónico, Esther la retiró un segundo y Maca se mantuvo erguida apoyada en sus manos
mientras la enfermera que la había rodeado con sus piernas se removía bajo ella,
besándole los pechos. Las caderas de Esther se movían con rapidez, sus miradas se
encontraron, ambas anhelaban fundirse y así lo hicieron, se abrazaron fuertemente.
Esther susurró un “te amo” al oído de Maca que descansó su cuerpo sobre el de ella.
“Soy tuya” respondió la pediatra, Esther aceleró y de pronto ambas sintieron que se
elevaban, que miles de estrellas las hacían vibrar, y abrazadas se entregaron a ese
inmenso placer que las recorría y las hacía temblar incontroladamente.
- ¡Te amo! – exclamó Esther cuando recuperó el resuello, besándola con ternura –
¡no imaginas lo que me haces sentir! – le confesó, con una mirada llena de amor.
- No te vayas – suplicó recobrando la respiración – quédate aquí, conmigo.
- Maca…
- Ya sé que tenemos que recoger a los niños pero… ¡quédate! – insistió con una
mirada desesperada, suplicante que Esther no era capaz de aguantar.
- No puedo, cariño - la besó de nuevo – y no me pongas esa cara, ¡por favor!
- No quiero que te vayas – repitió siendo ahora ella la que la besó - tengo una
sensación tan extraña... como… como si fuera a pasar algo… - confesó
angustiada.
- Eso se llama aprensión – sonrió acariciando su mejilla – te prometo que voy a
tener cuidado.
- Pero no depende de eso y tú lo sabes.
- Maca… - rió - ¿se puede saber qué te pasa?
- No sé, pero no te vayas – volvió a pedirle – no sé si es aprensión o no, pero
tengo la sensación de que va a pasar algo, de que si sales por esa puerta todo
volverá a ser diferente.
- Maca… ¿por qué va a ser diferente? no seas tonta mi amor.
- Vale, perdona, es que… será que… vamos que – balbuceó – que me cuesta
separarme de ti.
- Estaré de vuelta antes de que te des cuenta y te prometo que te compensaré - dijo
misteriosa.
- ¿Compensarme porqué!
- Por lo que me acabas de hacer sentir.
- Soy yo la que no…
Esther la acalló con un apasionado beso, aferrándose a ella con fuerza, deseosa de
permanecer allí eternamente, se regalaron unos besos más, juntas, muy juntas, con los
ojos casi entornados, beso tras beso, caricia tras caricia.
Esther recogió todo con rapidez y salió disparada a la ducha dejando a Maca con una
profunda sensación de vacío, consciente de que jamás podría separase de ella. Sentía
que se ahogaba con la idea de no volver a verla, que se moriría si le ocurría algo, y la
fuerte aprensión con la que despertó, cobró de nuevo toda su fuerza. Minutos después,
tras ducharse y desayunar algo rápido, Esther entraba de nuevo en la cabaña.
- Tengo que irme – le dijo con un suspiro, a ella también le costaba trabajo dejarla
allí sola.
- No lo hagas - repitió con firmeza – puedo pedirle a Germán que sea él o que
vaya no sé... Gema o…
- No, Maca – le sonrió y se sentó en el borde de la cama – tengo que ir yo.
- Ten mucho cuidado, ¡por favor! – le pidió mostrando el miedo y la preocupación
que sentía - esas noticias de nuevos ataques guerrilleros me tienen asustada.
- No me va a ocurrir nada – le aseguró risueña.
- ¿Me prometes que vas a tener cuidado?
- Sí, te lo prometo – se agachó a darle un pequeño e intenso beso – y tú también
ten cuidado, no vayas a hacer ninguna tontería y espérame aquí, quiero verte
sana y salva cuando vuelva.
- ¿Yo? ¿qué puede pasarme aquí? – negó con la cabeza burlona - a no ser que sea
morir de aburrimiento sin mi niña, sin sus besos.
- ¡Ay! – exclamó con un suspiro besándola otra vez – luego nos vemos, cariño –
le prometió levantándose dispuesta a salir ya de allí o no lo haría nunca.
- A dios – la despidió sin desear soltar su mano, notando que esa aprensión crecía
de forma desmedida otra vez.
- A dios mi amor.
* * *
Dos horas después de su marcha Maca estaba sentada en el porche leyendo, había ido al
baño, se había duchado, había desayunado y pululado cerca del hospital por si la
necesitaban pero parecía que era un día tranquilo. Apenas habían llegado un par de
personas y Germán, que estaba de turno la había mandado a la cabaña a descansar.
Aburrida decidió leer un rato en el porche cuando, de improviso, el vozarrón de su
amigo la hizo dar un respingo en la silla.
Maca cogió el sobre y, antes de abrirlo miró a Germán a los ojos, él le sostuvo la mirada
un momento pero, luego, no pudo seguir haciéndolo y desviándola le pidió en voz baja.
- Anda, ábrelo.
Maca supo al instante que no eran buenas noticias. Respiró hondo y sacó los cinco
folios del sobre. Primero los ojeó con rapidez y luego los leyó detenidamente. Germán
la observaba en silencio, esperando su reacción.
- ¿Me has pedido tóxicos? – levantó sus ojos hacia él mostrando desconcierto.
- Sí.
- ¿Por qué? – inquirió con seriedad.
- Te pedí de todo, yo aquí solo puedo hacer lo más básico – la miró extrañado por
su pregunta, convencido de que estaba intentando asimilar lo que veía en ellos –
necesitaba saber porqué tenías aquellos temblores, porqué tenías nauseas
continuamente, las pupilas dilatadas, alucinaciones…. – le explicó.
- Ya… - musitó - ¿y el líquido del pulmón?
- En la última página, ya lo has visto – le dijo con voz calmada seguro de que
aunque lo había tenido en sus manos, lo había mirado con detenimiento, su
subconsciente se había negado a comprender el contenido.
Maca volvió los ojos a los papeles, los repasó uno a uno, y continuó callada. Germán
aguardaba pacientemente a su lado, comenzando a barajar la opción de decirle algo,
pero la conocía lo suficiente para saber que necesitaba unos minutos que le permitieran
controlar sus sentimientos.
- Bueno… - rompió, por fin, el silencio, volviendo a clavar sus ojos en el médico,
ladeando la cabeza y doblando los papeles con cuidado – no es que sea una
sorpresa, al menos… para nosotros, ¿no? – intentó bromear, pero el temblor de
sus manos mostraba hasta que punto le habían afectado.
- ¿Qué vas a hacer? porque imagino que aquí….
- Tengo que pensarlo – respondió con rapidez.
- No tienes muchas opciones.
- No, pero… voy a pensarlo y… ya en Madrid… decidiré.
- ¿Quieres que hable yo con Gándara?
- No hace falta. Ya lo haré yo al llegar allí.
- Maca – le dijo posando su mano en el antebrazo de la pediatra que hablaba con
la vista puesta en el sobre que mantenía entre las manos – debes tomártelo muy
en serio. Hay que hacer más pruebas y… comprobar si…
- Lo sé y… lo haré, Germán.
- No tiene porqué ser…
- Germán – lo interrumpió – gracias, pero… es mi decisión y… necesito…
pensarlo.
- Bien... pero si quieres mi opinión… profesional me refiero…
- Claro que la quiero, pero… ahora no… - dijo cortante con un nudo en la
garganta - ¡por favor…! - le pidió afectada y voz quebrada – quiero… estar sola.
- Lo entiendo – dijo levantándose – voy al hospital, estoy de turno, si… necesitas
cualquier cosa….
Maca lo miró, apretó los labios con una expresión de agradecimiento y bajó los ojos de
nuevo al sobre. El médico se giró dispuesto a marcharse.
- ¡Germán! – lo llamó.
- ¿Sí?
- ¿Te puedo pedir un favor?
- Claro, pídeme lo que quieras.
- No le cuentes nada a Esther.
- ¿Por quién me tomas? – le preguntó con seriedad – aquí, eres mi paciente, aparte
de… de mi amiga – reconoció consiguiendo que a Maca se le humedeciesen los
ojos, y aflorasen las lágrimas que había estado intentando controlar. Miró hacia
abajo para evitar ser descubierta, él sonrió – pero… tú sí que deberías hacerlo.
- Lo sé – murmuró pensativa – pero… necesito tiempo para… para encontrar el
momento y la forma en que voy a decirle… esto y… más… ahora – suspiró
abatida.
Germán deshizo sus pasos y se situó junto a ella, posó su mano el la mejilla de la
pediatra, acariciándola con ternura. Luego se inclinó y la besó.
- Estas cosas es mejor decirlas sin más – le aconsejó con voz segura y calmada.
- No es tan fácil y menos ahora que…
- Precisamente ahora, es cuando es más fácil. Os queréis, pues ya está.
- Bueno… tengo que pensarlo.
- Cuenta conmigo para lo que sea, ¿de acuerdo?
Maca asintió sin pronunciar palabra, viéndolo alejarse. ¡Era curiosa la vida! un día te
hacía sentir en una nube y al siguiente en el pozo más hondo y oscuro, pero a eso ella ya
estaba acostumbrada. Tragó saliva, respiró profundamente, intentando recuperar la
calma y se decidió a disfrutar intensamente de los días que le quedaban por estar allí
junto a Esther.
* * *
El convoy circulaba con lentitud, las últimas lluvias habían afectado a la carretera que
presentaba profundos surcos en algunos de sus tramos, hasta el punto de obligar a
detenerse a los camiones y, bajo las órdenes de André, descender algunos de sus
soldados para rellenarlos y facilitar el paso. Eso las estaba retrasando considerablemente
y Esther, nerviosa no dejaba de mirar el reloj. Aún les quedaba más de una hora para
alcanzar la frontera con Kenia, pero por suerte, salvo esas detenciones forzosas, no
habían sufrido ningún otro contratiempo.
Sara iba leyendo una revista médica y Esther miraba por la ventana pensativa. Apenas
habían cruzado palabra durante el trayecto, y la joven pediatra la observaba de reojo de
vez en cuando, extrañada de su seriedad y su rictus de preocupación, pero no se atrevía
a preguntarle qué le sucedía para no dar pie a que Esther le devolviese la pregunta.
Esther asintió con los ojos humedecidos, no sabía porqué pero tenía una sensación
extraña. Se había despertado contenta, llena de euforia y felicidad y el estar con Maca le
había dado una fuerza increíble para enfrentarse a su trabajo y a los riesgos sin temor,
pero desde que Maca hablara con ella sobre su presentimiento tenía la impresión de que
le había contagiado esa sensación de que iba a ocurrir algo y eso la tenía nerviosa y
deseando regresar a su lado.
- La echo de menos – musitó.
- Eh… ¡vamos! si solo van a ser unas horas, seguro que Germán está pendiente de
ella.
- Ya lo sé es que… ha sido algo que me dijo esta mañana y que… me ha hecho…
pensar en nuestra relación.
- ¿Crees que ella... no está segura?... me refiero a… a estar contigo.
- No – sonrió – no es eso, es… una tontería mía… tengo la sensación de que… le
pasa algo y yo… no estoy allí para ayudarla.
- Eso se llama fase peguntosa – bromeó – esa fase “pegamín” en la que solo
deseas estar …
- ¡Serás payasa! Maca y yo tenemos eso superado, nos conocemos desde hace
años y…
- Y os habéis vuelto a enamorar, ¡si no hay más que veros! – soltó una pequeña
carcajada – lo que yo te diga ¡fase pegamín!
Esther sonrió agradecida por su apoyo y segura de que eso era imposible, aquella vida
no era para Maca, estaba convencida de ello.
* * *
Apenas había pasado una hora desde que Germán le entregara los resultados a Maca
cuando el médico volvió a buscarla y entró en la cabaña, como siempre sin llamar.
Maca estaba tumbada en la cama con los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre el
pecho, a su lado estaba tumbada Pluma, con el hocico apoyado en la pierna de la
pediatra.
Maca suspiró sin ganas de discutir. Buscó algo en el armario que poder ponerse y se
vistió con desgana, sabía lo que pretendía su amigo y se l agradecía pero ella necesitaba
un poco de tiempo para asimilarlo y poder hablar de ello.
Como había prometido Germán la esperaba apoyado en el jeep fumando un cigarrillo,
cuando la vio llegar lo tiró y lo apagó, la ayudó a subir y arrancó con velocidad. Durante
todo el trayecto, Maca guardó silencio. Los intentos del médico de darle conversación
fueron en vano, porque la pediatra, cuando le respondía lo hacía con monosílabos y en
la mayoría de las ocasiones ni siquiera lo hacía, mostrando claramente que estaba
ensimismada en sus pensamientos y que apenas lo escuchaba. Germán, la observa
preocupado pero respetaba su silencio entendiendo que debía tener muchos sentimientos
encontrados y un profundo miedo. Sabía que necesitaba hablar de ello pero quería
esperar a la comida para sacarle el tema.
La llevó a un pequeño restaurante a las afueras de la ciudad que estaba situado en las
cercanías del hospital. Al verlo, Maca lo miró molesta.
Tuvieron suerte y la mesa que deseaba Germán estaba libre. Prefería estar en aquel
rincón, así podrían estar más tranquilos y tener más intimidad. Porque estaba decidido a
sacarle a Maca un tema que le llevaba rondando la cabeza un tiempo y que aquella
analítica, podía confirmar. Tras hacer sus elecciones Germán, sentado frente a ella
carraspeó nervioso, cogió su servilleta y la puso sobre sus rodillas, bebió un largo sorbo
de su cerveza y volvió a carraspear.
- ¿Por qué estás nervioso? – le preguntó con un leve tono burlón que contribuyó a
que él se sintiera más aliviado.
- No estoy nervioso.
- Claro y yo corro todos los días diez kilómetros. ¡Vamos Germán, qué nos
conocemos!
- Wilson, Wilson - movió la cabeza de un lado a otro - ¿por qué no dejas a un
lado el sarcasmo? – le pidió con dulzura, conocedor de que esa siempre había
sido una de sus armas de defensa. Estaba asustada aunque intentara disimularlo.
- Vamos, ¡suéltalo ya! ¿a qué le estás dando tantas vueltas? – insistió haciendo
caso omiso a su petición.
- No le doy vueltas, de hecho es precisamente ahora cuando no le doy vueltas –
respondió desconcertándola.
- No… entiendo ¿a qué te refieres? – preguntó frunciendo el ceño.
- A tus resultados.
- Ya… ¿no decías que me invitabas a comer para que me diera el aire?
- Si, eso dije – admitió observándola fijamente, ella leyó su velada recriminación
y suspiró.
- Supongo que debemos hablar de ello, ¿no?
- Creo que es lo mejor, tú nunca has sido de las que no coge el toro por los
cuernos – la miró con cariño – y… te vendrá bien ...
- Bien… - asintió en un gesto de derrota - ¿qué quieres que te diga! ¿qué tengo
miedo! ¿qué estoy enfadada! ¿qué…?
- Tú… ¿los tienes claros? – le preguntó interrumpiéndola.
- ¿Y tú?
- Yo… he preguntado primero – sonrió remolón.
- Germán, por favor, que no estoy para juegos – dijo tan apesadumbrada que el
médico apretó los labios en señal de comprensión y asintió.
- Yo… verás yo… en estas semanas… he pensado en muchas posibilidades – le
dijo titubeando, no estaba seguro de decirle todo lo que había pensado, pero
finalmente decidió que lo mejor era ser completamente sincero si pretendía que
ella lo fuera con él - reconozco que tras auscultarte la primera vez pensé que
tenías un soplo, pensé en una estenosis mitral, pero me resultaba increíble que
no te la detectaran en Madrid. Me he estado informando y es cierto que Gándara
es buena.
- ¡Pues claro que es buena!
- Tranquila, solo… me parecía muy raro que… ¡joder! venías de un coma, te
habían hecho todo tipo de pruebas, tenías tratamiento para la hipertensión y la
taquicardia, me negaba a creer que era psicológico y tú también – la acusó con el
dedo, recordándole alguna de las charlas que habían mantenido al respecto.
- Yo… yo... ya no sé que pensar ni qué creer – reconoció – sinceramente no
entiendo como Cruz no me ha dicho nada de esto. Estos análisis… ¿de cuantos
días después de salir de allí son! ¿dos! ¿tres! ¡imposible que no saliera nada en
las analíticas!
- Yo también lo veo raro. Ya te lo he dicho.
- Hay cosas que no entiendo, Germán.
- A mí también hay datos en las analíticas que te he ido haciendo que no me
cuadran en absoluto – admitió con un suspiro – llegué a pensar en la enfermedad
de Still.
- ¿La enfermedad de Still! pero si es muy poco común – lo miró como solía
hacerlo en la facultad y él se cohibió.
- Ya lo sé pero tenías fiebre, erupciones cutáneas, el derrame pleural, la tos, la
dificultad respiratoria y en las pruebas no salía nada, miré todo tu historial y….
– se calló y sonrió – Wilson eres rara hasta para ponerte mala.
- ¡Qué gracioso!
- Ya en serio, tú… ¿qué opinas? porque sé que en este tiempo habrás estado
pensando en posibilidades.
- Eso que más da ya, estos análisis hablan por sí solos.
- ¿Tú crees! porque yo sigo teniendo mis dudas y me gustaría saber qué piensas tú
exactamente.
- Tú primero, por favor.
- Pues creo que esta carencia de vitamina K puede justificar la hemorragia del otro
día – señaló uno de los folios – también tienes un exceso de vitamina D.
- Te dije que en mi caso es normal. Hace tres años que me inyecto heparina y….
- Ya, pero aún así… - la miró esperando que ella le dijera algo más pero se limitó
a poner cara de atención, quería escuchar lo que él tenía que decirle – ya sé que
venías de una operación, que habías perdido sangre pero….
- ¿Qué?
- El potasio también estaba bajísimo.
- Normal, ¡mira qué niveles de aldosterona!
- Cierto, esos niveles pueden haber influido en tu insensibilidad, y no solo eso
también han podido influir en que se te infectase la herida, en los mareos, en la
tensión alta, incluso en la hemorragia del otro día.
- Las hemorragias, el otro día en la playa… también sangré.
El médico se quedó mirándola con atención, para Maca su rostro siempre había sido un
claro reflejo de lo que pasaba por su mente y era evidente que en esos años no había
cambiado. Leyó la sorpresa inicial en sus ojos, que dejó paso inmediatamente a la
preocupación y el enfado.
- ¡Pero será posible! ¿cómo no me has dicho nada? y lo que es peor, ¿cómo no me
lo ha dicho Esther?
- Esther no se enteró, estaba yo sola – le confesó – duró muy poco y no le di
importancia, había estado al sol casi toda la tarde.
- Vamos, ¡qué os habéis pasado mis recomendaciones por el forro de…!
- ¡Germán! – lo cortó con rapidez - me sentía bien, de hecho me sigo sintiendo
bien y no entiendo nada de todo esto.
- Ya verás cuando coja a Esther – siguió en sus trece enfurruñado.
- ¡Ni se te ocurra! – lo amenazó con el dedo - ¡te hablo muy en serio! ¡ni una
palabra a Esther!
- Tranquila que ya te he dicho que soy una tumba.
- Eso espero – suspiró bebiendo un sorbo de agua - ¿qué me estabas diciendo?
- Pues que con estos resultados… lo que no es normal es que en poco más de tres
semanas hayas recuperado los índices en la última analítica – enarcó una ceja
revelándole el dato - y mira qué niveles más altos de angitensina II y
norepinefrina tenías cuando llegaste aquí.
- Si – musitó cada vez más seria.
- La serotonina está tan baja que no me extraña que no durmieses nada y te
doliese tanto la cabeza.
- ¿Pero…? porque hay un pero ¿no es cierto? siempre has estado pensando en
algo concreto.
- Pero después de dejar de tomar tu medicación…
- Y tomar lo que tú me has dado estoy mejor, ¿es eso?
- Así es, solo que yo no te he dado nada.
- ¿Qué?
- Que solo has tomado antibióticos por el punto infectado y… porque me
mosqueaba el dolor de garganta que tenías, estabas con las defensas bajas y no
quería arriesgarme, y salvo eso solo te he dado una nitro cuando te he visto muy
alterada o con la tensión por las nubes, pero ya está – reconoció apretando los
labios ante la cara de sorpresa de la pediatra - de hecho la última analítica, la que
te hice cuando te dio la hemorragia, estaba algo mejor, en estos días has vuelto a
tener apetito, incluso has ganado peso, no has vuelto a marearte, ni a
desmayarte..
- Yo no me he desmayado.
- ¡Vamos Wilson! ¿ya no recuerdas la primera cena con todos?
- Te dije que no me desmayé, solo… recordé algo y me puse… nerviosa…
- Bueno, no me desvíes el tema – le pidió y poniendo cara de pilló le preguntó -
¿porqué crees que entro en la cabaña de improviso? – ella se encogió de
hombros - quería ver tus reacciones – sonrió – ya no duermes incorporada, o sea
que ya no tienes dificultades para respirar ¿me equivoco?
- No – lo miró sorprendida – ya no despierto asfixiándome, ni con presión en el
pecho, como antes.
- Ni despiertas en mitad de la noche con temblores y frío, desorientada, diciendo
incoherencias. Ni tienes mareos, ni vómitos, ni palpitaciones, ni dolor torácico,
ni las pupilas dilatadas – enumeró clavando sus ojos en ella – además Esther me
ha dicho que te ve… en... digamos… buena forma – se sonrojó al referirlo y
Maca sonrió por primera vez en el día ante su turbación.
- ¿Eso te ha dicho? – preguntó burlona - ¿hablas con ella de lo que hacemos en la
cama? – lo miró frunciendo el ceño fingiendo haberse molestado y Germán
terminó por enrojecer.
- Solo le pregunté para asegurarme de que... – se interrumpió al ver que Maca
soltaba una carcajada – eres una… una…
- ¿Una qué? – mantuvo la sonrisa y sus ojos comenzaron a brillar como él
recordaba que lo hacían siempre que se enzarzaban en una de sus disputas, pero
no era el momento de aquellos juegos por mucho que ella quisiera desviar la
atención.
- No empieces – la recriminó – te decía que pareces estar mucho mejor.
- Y eso no cuadra con… - se calló, lo había dicho en muchas ocasiones pero
aplicárselo a ella misma le costaba trabajo.
- Un tumor, Wilson, dilo porque es eso en lo que has pensado en cuanto has visto
las cardiotoxinas en el líquido pulmonar y las has asociado a todos los síntomas
que tenías.
- Sí.
- Que no lo digas no va a hacer que desaparezca.
- Si es que existe.
- Tenías razón – le dijo en lo que a ella le pareció un cambio de tema.
- ¿En qué?
- Te he traído aquí porque quiero llevarte al hospital – reconoció de pronto – sé
que no quieres y sé lo que me has dicho, pero quiero hacerte un par de pruebas y
una nueva analítica.
- ¡Germán!
- Si estoy en lo cierto, quizás sirvan para tranquilizarte.
- Germán esos resultados lo dicen todo, ¡no puedo tranquilizarme! – exclamó – tú
mismo me acabas de decir que lo reconozca y lo diga en voz alta.
- Lo sé pero, estarás de acuerdo conmigo en que si es lo que parece que es, no
tiene sentido que una dieta y una nueva medicación, te hagan sentir mejor.
- No mejor, ¡mucho mejor! no entiendo… no los entiendo – repitió ojeando de
nuevo las pruebas - ¿seguro que son los míos? porque las cardiotoxinas tendrían
que haber salido en las analíticas que me hizo Cruz – lo miró esperanzada.
- Wilson…. sabes que la presencia de cardiotoxinas….
- Lo sé… ¿no será un error del laboratorio?
- No lo creo, Maca.
- Es que… estoy tan bien ahora que…
- Sabes que muchos tumores son asintomáticos.
- Si – musitó con un hilo de voz – pero… quizás sea un mixoma – dijo con
esperanza.
- Se habría visto en el ecocardiograma que te hicieron en Madrid.
- Si es pequeño….
- Si en el fondo estoy de acuerdo contigo en que hay cosas que no me cuadran,
que… puede que haya un tumor y que… esté afectando al corazón – le dijo
elevando su manos sobre la mesa y cogiendo la de la pediatra que bajó los ojos
hacia su plato al que apenas había probado - bueno no pongas esa cara, aún no
hay nada definitivo, hay que hacer más pruebas y ver si realmente se trata de un
tumor y determinar de qué tipo es, y… bueno… tú eso ya lo sabes, no te
preocupes y…
- ¿Cómo no voy a preocuparme? ¿eh? deja de decirme las tonterías que les
decimos a todo el mundo, entiendo muy bien estos papeles y no quiero ni
necesito paños calientes.
- Si te digo algo, ¿no te enfadas?
- No te entiendo – lo miró desconcertada – ¿a qué te refieres ahora?
- Creo que puede haber una explicación más fácil a todo esto.
- ¿Cuál? – preguntó abriendo los ojos de par en par, perpleja, sin saber a qué
podía referirse, pero con un halo de esperanza en ellos.
- Mandé analizar todo lo que tomabas.
- ¿Qué?
- Imagina solo por un momento que… tu organismo no produzca estas…
alteraciones.
- ¡Eso es imposible!
- Creo que lo que tomabas no es lo que dices. Aún tardarán los resultados, pero…
si no estoy equivocado… quizás tengas ese enemigo más cerca de lo que crees.
- Germán deja de decir cosas absurdas.
- No son absurdas si lo piensas bien cada vez que tomabas tus vitaminas…
- ¿No crees que bastante tengo ya encima? – lo cortó casi con lágrimas en los ojos
y muestras de tal cansancio que el médico se calló. No quería contribuir a su
aflicción aún más. Y sabía que decirle aquello implicaba que sospechase de
personas a las que quería. Quizás no era el mejor momento para hablar de esas
sospechas y menos sin tener ninguna prueba. Ya lo haría cuando pudiese
demostrarle que tenía razón.
- Tienes razón perdona, era solo… una idea para cuadrar todos los cabos.
- Ya te dije que no lo intentaras.
- Bueno… en cuanto terminemos de comer vamos al hospital, así te quedas más
tranquila.
- No tengo hambre, no creo que pueda terminarme esto y prefiero volver al
campamento.
- No seas cabezona, come lo que puedas, te voy a entrar por urgencias y te vas a
hacer esos análisis y en un par de horas sabremos si …
- ¡No quiero! – alzó la voz – ya sabía yo que el estar aquí era por algo.
- Ya lo creo que quieres, y si podemos te haces un par de pruebas más – afirmó
con tal rotundidad que Maca leyó en aquellos ojos la decisión, la misma que le
vio el día que reconoció estar enamorado de Adela y que le gustase a ella o no,
le iba a pedir que se casara con ella.
Suspiró sin convencimiento pero resignada a dejarse arrastrar hasta el hospital, porque
si había aprendido algo de él, era que cuando se mostraba así, nada ni nadie era capaz de
conseguir que cejara en su empeño.
* * *
Más de dos horas después ya estaban montados en el jeep de regreso al campamento.
Maca permanecía seria y pensativa. Estaba cansada, muy cansada. La larga espera en el
hospital la había agotado física y emocionalmente. Se sentía triste, abatida, con ganas de
estar sola y llorar, pero no era incapaz. Miró el reloj comprobando que era demasiado
tarde. A pesar de que Germán había cumplido su promesa y había empleado sus
contactos para que la atendieran por urgencias, esgrimiendo la pequeña mentira de que
se había encontrado mal mientas comían, tuvieron que esperar más de una hora hasta
que los atendieron. Germán pidió que le hicieran una analítica completa, una tomografía
y una resonancia magnética, pero no sirvió de nada tanta espera porque al final les
comunicaron que era imposible hacerle un hueco para la resonancia, y que salvo la
analítica básica, era imposible darles los resultados en el momento, estaban saturados de
trabajo. Ni las protestas y súplicas del médico hicieron ablandarse a su colega que se
excusó diciendo que era imposible, el laboratorio estaba desbordado y él no podía hacer
nada. Germán la había dejado sola durante más de cuarenta minutos que se le hicieron
eternos mientras observaba todo lo que la rodeaba con estupor, recordando con
nostalgia los días de locos en urgencias del Hospital Central que nada tenían que ver
con aquel griterío y caos que la rodeaba.
Finalmente, Germán había aparecido con los resultados de la analítica en los que ya no
había señales de cardiotoxinas en sangre, y los niveles estaban más altos y con la
tomografía, donde no se apreciaba nada extraño, lo que contribuyó a alertarlo aún más,
e insistir en la absurda idea de que tenía el enemigo en casa, hasta el punto de discutir
con ella. Así había conseguido que se les hiciera muy tarde y ella no quería llegar
después que Esther al campamento, lo que les valió una nueva discusión y que el
médico cediera y optase por salir del hospital, pero con la advertencia de que pensaba
detenerse en el campo de desplazados, llegase Esther antes que ellos o no.
- Ya estamos en Jinja – habló Germán por primera vez desde que salieran – ya sé
que es un poco tarde y que estás de un humos de perros, pero vamos a pararnos
un momento aquí.
- ¿Por qué? ¿no íbamos a hacerlo en el campo? – preguntó con un deje de
impaciencia.
- También nos pararemos allí – afirmó esbozando una sonrisa tímida y enarcando
una ceja preparándose a su inevitable protesta.
- Pero… ¡Germán! me prometiste que estaríamos de vuelta antes que Esther
regresase.
- Lo sé, pero tengo que pararme aquí, también lo prometí – la miró apretando los
labios.
- Pues no prometas tanto si luego no eres capaz de cumplirlo – soltó enfadada.
- Le prometí a Esther que me llegaría sin falta a ver a… a alguien y vamos a
hacerlo – le sonrió sin mostrarse molesto con el tono en que le había hablado,
entendía perfectamente cómo debía sentirse y comprendía el dilema que
intentaba dilucidar en su mente. Se adentró en calle llena de chabolas que
estaban en las afueras de la ciudad, y Maca comenzó a observar todo con
atención, aquello era aún más deprimente que lo que había visto hasta entonces –
y no te preocupes que si Esther llega antes que nosotros ya le diremos que
hemos estado en el campo.
- Pero querrá saber porqué me he ido contigo, yo también le prometí que estaría
allí esperándola y a este paso será ella la que me tenga que esperar a mí.
- ¡Dios! deja ya de protestar y venga, baja de ahí – le ordenó sujetándola con la
silla ya fuera del jeep. Maca sintió que la congoja se apoderaba de ella, no
esperaba que le hablase con tanto genio e incluso diría que desdén e intentó
controlar el nudo de su garganta.
- Estoy harta de que siempre me engañéis y me hagáis hacer lo que no quiero –
musitó defendiéndose.
- No te enfades y ven conmigo – le dijo mucho más amable al ver que sus ojos
brillaban de una forma intensa, a punto de derramar algunas lágrimas – perdona
si te he hablado con brusquedad, pero esto es importante – se explicó mirándola
con atención y adelantándose unos pasos sin empujarla obligándola a accionar
su silla sorteando las irregularidades del terreno - ¡Vamos! – la espoleó
girándose hacia ella.
Maca lo siguió sintiendo que le pesaban los brazos sobre manera y que la cabeza parecía
a punto de estallarle. Germán parecía no darse cuenta que ella no tenía ganas de visitar a
nadie, de ver a nadie y mucho menos de estar en aquellas chabolas donde su tristeza se
multiplicaba por cien. Germán, unos pasos delante de ella, sonreía para sus adentros. La
conocía lo suficiente para saber que necesitaba desahogarse, que necesitaba llorar y que
no lo haría delante de él, que no lo haría hasta no estar sola, y eso sería bastante difícil si
pretendía ocultárselo a Esther, pero no lo sería si se buscaba una excusa como la que él
le estaba brindando. Sí, la conocía lo suficiente para saber que en un rato no iba a ser
capaz de controlar más la congoja que leía en su rostro y que disimulaba con su mal
humor.
Germán entró en una de las chabolas y Maca entró tras él. El médico alzó la voz
gritando un nombre. Maca apenas había tenido tiempo de que sus ojos se acostumbraran
a la oscuridad y su olfato a aquel olor, cuando un anciano de pelo cano y enjuto salió de
un rincón, había permanecido tumbado en un camastro, y la pediatra no se había dado
cuenta de su presencia. Germán habló con él en un dialecto que Maca no comprendía y
le dio algo que el anciano agradeció con visibles muestras de alegría, casi arrodillándose
ante él.
Luego, el médico se giró hacia ella, le hizo una seña para que lo siguiera y salieron de
allí. Sin mediar palabra, pero sin dejar de observarla, Germán cruzó la calle y se adentró
en otra chabola. Realizando la misma operación esta vez con una mujer de mediana
edad que tenía a un par de chiquillos revoloteando entorno a ella, Germán sacó de su
maletín otros medicamentos y también se los tendió. Y así con tres chabolas más. Maca
lo seguía, cada vez más impaciente, cada vez con más deseo de salir de allí, cada vez
estaba más cansada no solo físicamente, cada vez era mayor el peso de la noticia que
había recibido con aquellas pruebas y cada vez mayor el deseo de tumbarse, cerrar los
ojos y llorar. Estaba triste y aquellas gentes con aquellas vidas, en aquellas chabolas,
con esas miradas de resignación y súplica, con sus sonrisas que dejaban ver dentaduras
perfectas entre tanta imperfección, no estaban contribuyendo a levantarle el ánimo.
Maca entró tras él como ya había hecho en las anteriores, comprobando una vez más
que todas aquellas chabolas parecían seguir un mismo patrón, todas contaban con una
única habitación que no alcanzaría los doce metros cuadrados, dividida por una cortina
que pretendía conferir cierta privacidad a un camastro junto a la pared del fondo. Sin
embargo, el ambiente en aquella parecía aún más tétrico.
Tras franquear la puerta Germán había vuelto a repetir el ritual, y llamó en voz alta, solo
que esta vez lo hizo en inglés y Maca comprendió perfectamente sus palabras, “Wilson,
sal, soy Germán”, “no tengas miedo, sal que te he traído un regalo”, lo escuchaba decir
mientras su vista paseaba de la mesa central, con varios cacharros llenos de mugre
encima de ella, a un pequeño banco y una desvencijada silla para detenerse en un
infiernillo de keroseno. El olor era aún más nauseabundo que en las anteriores y sintió
que se le revolvía el cuerpo.
Germán volvió a llamar pero no obtuvo respuesta, y, con paciencia, repitió sus palabras.
- ¿Por qué no nos vamos? Esta claro que ese Wilson no está. Es muy tarde y…
- Si que está – la interrumpió.
- No me encuentro bien Germán – reconoció mirándolo suplicante.
- Wilson es temeroso, y su madre lo tiene muy aleccionado, teme que... le pase
algo – le explicó sin escuchar sus quejas.
- ¿Su madre! pero… ¿es un niño? – preguntó interesada.
- Sí, ahora lo conocerás, ha debido verte y no está acostumbrado a extraños.
- ¿Verme? pero ¡si aquí no hay nadie!
- La cortina tiene un par de agujeros en la parte baja, ¿los ves?
- Si.
- El suele asomarse por ahí, ¿porqué no lo llamas! cuando Esther lo hace siempre
acaba saliendo, dile que... no sé… que vas a pasearlo en la silla.
- Germán, por favor, estoy muy cansada.
- Es solo un momento – le sonrió – nos vamos en seguida – le prometió con un
gesto cariñoso – llámalo.
- ¿En inglés?
- Pues claro que en inglés – sonrió – espabila, que…
- Wilson sal, cariño, que solo queremos darte un regalo y… pasearte en la silla –
dijo Maca con precipitación y su mejor tono de dulzura, sin obtener respuesta.
- Llámalo otra vez.
- Germán – intentó protestar – es un niño estará jugando por ahí.
- No está jugando por ahí – aseguró.
- ¡Vámonos! por favor, aquí huele fatal – pidió con un gesto de asco.
- ¿No irás a vomitar? – la miró con tal aire de desdén que Maca enrojeció.
- No – frunció el ceño y mirando a la cortina decidió intentarlo de nuevo – vamos
Wilson, ¿por qué no sales? te traemos… - se volvió hacia el médico - ¿Qué
traemos?
Germán la miró risueño y sin responderle fue él el que comenzó a hablarle aquel
invisible pequeño.
- Wilson, ¿me recuerdas! soy Germán el amigo de Esther, ¿te acuerdas de Esther?
- Ella no puede venir, pero me ha pedido que te traiga un regalo de su parte –
intervino Maca, impaciente por salir de allí, deseando que el niño, si es que
estaba, dejara de jugar y saliera de una vez. Germán la miró con una sonrisa.
Instantes después la cortina se corrió un poco y los ojos de la pediatra se abrieron de par
en par. Ante sus ojos apareció un pequeño que no debía tener más de cinco años, con su
pequeña manita había descorrido la cortina, estaba tumbado en la cama y parecía
diminuto, allí solo, en la chabola. Pero lo que provocó un nudo en la garganta de la
pediatra que le impidió pronunciar ninguna palabra más fue el comprobar que aquel
pequeño era inválido.
- Wilson nació bien pero la polio lo dejó así, su madre está fuera casi todo el día y
él pasa aquí solo mucho tiempo – le susurró en voz baja – acércate a él.
Maca obedeció sintiendo una profunda congoja por aquel pequeño, su miedo al cáncer,
su angustia, su desesperación, su rabia, la pena de sí misma todo desapareció ante la
mirada que le dedicó el pequeño, y que luego desvió hacia el suelo. Maca sentía el tufo
a basura de aquel lugar, observó bajo la cama todo tipo de objetos y desechos, latas,
zapatos, botes, plásticos, cajas, desperdicios, le pareció que una rata se escondía en un
rincón y un profundo escalofrío le recorrió la espalda.
- Wilson – lo llamó con una ternura infinita, sintiendo que sin conocerlo ya lo
quería – Wilson – repitió y el pequeño obedeció levantando sus asustados ojos
hacia ella.
Maca sintió que aquella mirada la destrozaba, sentía que aquellos inmensos ojos oscuros
se clavaban en ella abrasándola, haciéndola sentir culpable por haber creído que era
desgraciada, por haberse lamentado de su suerte, cuando aquel pequeño estaba allí, sin
que nadie hiciera nada por él, sin futuro y a diferencia de todos los que veía a diario
sonreír, sin alegría, porque ni siquiera era capaz de jugar y a pesar de ello, allí estaba,
con sus dos pequeñas piernecillas atrofiadas y sonriendo.
- Wilson, ven, ven aquí – le dijo izándolo sin dificultad debido a su extrema
delgadez – te vamos a dar un regalo – se giró hacia Germán que sacó un dulce
de su maletín y le guiñó un ojos arrancando la primera mirada agradecida y
confiada del pequeño – Germán – miró a su amigo que leyó en sus ojos la
impotencia que sentía – ¿cómo… cómo se mueve?
- No se mueve, siempre está aquí.
- Pero – dijo mirado como el pequeño devoraba el dulce que Germán le había
dado mientras no dejaba de mirarla y tocarle el pelo, sin que ni siquiera le
importara que se lo estuviera pringando con sus sucias manos – tendrá que
jugar... que…
- Hace tiempo Kimau le hizo una tabla con unas ruedas hechas con cojinetes,
pero… se la robaron….
- Podíamos dejarle mi silla yo… puedo apañarme… ya mismo estaré en Madrid
y… no la necesito.
- Maca… no puedes llegar aquí y hacer las cosas así – le dijo apoyando su mano
en el hombro de la pediatra – si le robaron una tabla con cuatro cojinetes.. ¿qué
crees que podrían hacerle por una silla?
- Pero….
- No es una solución.
- ¿Y cuál es la solución! ¿cruzarse de brazos! ¿traerle de vez en cuando una
golosina? – elevó levemente la vos en lo que él entendido como un reproche.
- Hay cosas que por mucho que lo deseemos no tienen solución y … tenemos que
aceptarlo – le dijo con calma y ella de pronto creyó que lo hacía con doble
sentido, que le hablaba de su enfermedad y sintió que no era así, que sí que se
podía hacer algo, se podía luchar, se podía intentar.
- Y si nos lo llevamos a Madrid, allí… yo… podría….
- ¿Separarlo de su madre, de su mundo?
- Pero ¿qué mundo? ¡se pasa la vida encerrado entre basura! con las ratas
correteando alrededor.
- Maca… sé como te sientes, pero esa no es la solución.
- ¿Y cuál es?
- Esther… antes de que le pasara… lo que le pasó. Estuvo buscando trabajos para
su madre, esa es la solución. Si su madre consigue salir de aquí, él… tendrá
mejor vida.
- Pues vamos a buscárselo, ¿con quien hay que hablar?
- No es tan fácil, pero… estamos en ello.
- ¿Y mientras?
- Mientras su madre seguirá seleccionando basuras del vertedero para reutilizar lo
posible. Aquí todo puede venderse, cualquier recipiente de plástico, o de
hojalata, los zapatos los arregla para revenderlos o los corta para recuperar las
suelas o los hace tiras para usar el cuero haciendo otros – le explicó con calma –
hace todo lo que puede, pero una mujer sola y con tres hijos, aquí no lo tiene
nada fácil.
- ¿Tres hijos? – preguntó sorprendida.
- Si. Sus hermanos estarán por ahí, rapiñando lo que pueden, buscando qué comer,
pero no creas, están más pendientes de Wilson de lo que imaginas.
- Si, ya veo… - dijo con retintín, llevaban allí al menos media hora sin que nadie
hubiera aparecido.
- Llevan cinco minutos acechándonos, me conocen y saben que no hay peligro.
- Es horrible.
- Sí, lo es. Y es importante que sepamos la suerte que tenemos, ¿no crees? – le
dijo elevando las cejas buscando su con connivencia.
Ella asintió, el médico tenía razón, a pesar de todo, era una mujer con suerte. ¡Con
mucha suerte!
- Toma, dale esto – le tendió un pequeño trozo de algo que ella no supo identificar
pero que el niño recibió con suma alegría, comenzando a chuparlo con fruición –
voy a dejarle aquí a su madre unas cosillas – le comunicó mientras comenzaba a
sacar cosas de su mochila.
Maca lo observó un instante luego dedicó toda su atención al pequeño Wilson, que
sonreía sin parar, consiguiendo que ella también lo hiciera. Lo estrechó con ternura y el
niño recibió sus caricias con una cara de agradecimiento que la hizo sentirse especial y
que olvidara sus preocupaciones.
Después de dejar varios paquetes con comida y algunas medicinas, encima de la mesa,
Germán se volvió hacia ella que permanecía con el pequeño en sus rodillas y le
susurraba algo que no lograba entender.
Ella asintió y, con un suspiro, le explicó al pequeño que se marchaban, lo situó con
delicadeza en su camastro, no sin antes notar que se le saltaban las lágrimas cuando el
pequeño se abrazó a ella, tocándole el pelo y sonriendo. No entendía como ellos se
acostumbraban a todo aquello, ella no podría hacerlo jamás. Giró la silla enternecida al
ver al pequeño despedirse alzando su manita y sin quitar sus asombrados ojos de la silla
de Maca, que se apresuró a salir de allí.
- ¿Seguro?
- Sí… solo pensaba en lo pequeño que es Wilson y… que daría cualquier cosa por
poder hacer algo por él.
- No te preocupes que pronto tendrá una plaza en una escuela, Esther se estaba
encargando de eso y, estos días, cuando viajaba tanto a Jinja, consiguió
convencer a su madre de que era lo mejor para él – le explicó y Maca esbozó
una sonrisa y el orgullo que sentía por Esther asomó a sus ojos para,
repentinamente, ser sustituido de nuevo por la tristeza - ¿quieres tomar algo
antes de seguir! te sentará bien.
- No… va... vamonos – balbuceó, con un nudo en la garganta.
- Creo que deberías tomar algo, no tienes buen aspecto.
- Que no, de verdad, es este olor que… me revuelve el estómago – reconoció
ligeramente avergonzada por ello.
- ¡Como quieras! – sonrió.
Ante aquella historia, Maca de nuevo notó que las lágrimas pugnaban por salir pero
volvió a respirar hondo y controlarse. Siguió mirando por al ventanilla en silencio, unas
niñas de apenas siete años acarreaban agua a la congolesa de la mano, una anciana
apoyada en un palo avanzaba a duras penas tirando de un pequeño carro en el que
llevaba varios fardos y encima de ellos dos pequeños desnutridos. Mirase a donde
mirase la pobreza, la miseria, el drama humano afloraba a su ojos y no pudo soportarlo
más.
- ¿Wilson…? – murmuró al verla bajar la cabeza y llevarse las manos a los ojos.
- Lo… lo siento – balbuceó, no soportaba más todo aquello, la mirada del
pequeño le había provocado tal impresión que no pudo evitarlo, era incapaz de
contenerse más tiempo y comenzó a sollozar.
- ¡Por fin! – exclamó parando el jeep al borde del camino y abrazándola – ven
aquí, llora, desahógate y no te lo guardes todo dentro – le dijo estrechándola con
fuerza.
Maca se aferró a él y lloró amargamente por todo lo que veía, por la impotencia de no
poder hacer nada, por la culpa que y la desesperación que la atenazaban, ella podía tener
la sombra de una grave enfermedad sobrevolándola pero había esperanza, sin embargo,
cada estaba más convencida de que no la había para aquellas gentes que vivían en la
miseria más absoluta. Poco a poco se fue serenando. Germán la mantenía abrazada pero
ella se retiró.
- ¿Mejor? – le preguntó con una tímida sonrisa. Maca asintió – anda ven aquí – la
atrajo de nuevo y la pediatra se refugió en su pecho sintiendo que sus fuertes
brazos la sostenían y apoyaban, la reconfortaban de una forma que jamás
hubiera imaginado de él.
* * *
Antes de que el médico tuviera tiempo de responder, Nadia llegó mostrando su alegría
de verla y Maca no supo negarse. Se vio forzada a descender del jeep y acompañarla al
comedor mientras le contaba la evolución de los pacientes que ella había tratado.
Estaban preocupados por la joven madre que perdió a su hijo por culpa de la malaria, su
estado se había complicado con un edema pulmonar agudo, Germán se marchó para
examinarla y Maca quiso ir con él, a fin de cuentas era ella quien la había atendido.
Maca lo vio acercarse a la joven enfermera e intercambiar algunas palabras con ella,
Gema negó con la cabeza e hizo unos gestos que Maca no conseguía descifrar por
mucho que intentaba leer sus labios. Germán se volvió a mirarla, su cara había adoptado
un rictus de seriedad extrema que actuó como un resorte en el estómago de Maca y
sintió un vuelvo en su corazón. ¡Les había ocurrido algo! ¡estaba segura! Abrió la puerta
del jeep, quería bajar, ¡necesitaba saber qué ocurría! pero era imposible que ella saliera
de allí por sus medios, cerró la puerta y bajó la ventanilla del jeep intentando escuchar
la conversación pero como siempre había demasiado ruido, impaciente, alzó la voz
llamando al médico.
El médico le hizo una seña de que esperase un instante y continuó hablando con Gema.
La chica la saludó alzando la mano y se marchó hacia el hospital. Germán se dio la
vuelta y se encaminó al jeep, subiendo a él. Sus miradas se encontraron. Maca supo por
su expresión que no tenía buenas noticias y sintió que las fuerzas le fallaban, que su
corazón se disparaba preparándose para escuchar una terrible noticia, mientras su mente
repetía una y otra vez “Esther”, “Esther, no” “no puede haberle pasado nada, no por
favor, que no le haya pasado nada”, “que no le haya pasado nada”.
- ¿Qué pasa? – le preguntó Maca con sus ojos abiertos de par en par, expectante, y
mostrando el miedo que sentía.
- Nada, no te preocupes – le dijo intentando que no se alterara, bastante duro había
sido el día ya para ella.
- Germán, ¡por favor! ¿qué pasa? – insistió posando su mano sobre la de él que la
miró y apretó los labios – te he visto hablar con Gema y…. gesticular.
- Yo siempre gesticulo – intentó bromear con tan poco convencimiento que Maca
frunció el ceño.
- ¡Por favor! si ha pasado algo quiero saberlo, no me trates como a una imbécil.
- Nunca me atrevería a hacer eso – sonrió – te digo la verdad, no han vuelto y…
no hay noticias de ellos. Eso es todo lo que me ha dicho Gema – confesó
mirándola fijamente – y ahora, te voy a dejar en la cabaña y te vas a meter en la
cama y vas descansar un rato. Tienes mala cara y no querrás que Esther te vea
así. En cuanto vuelvan yo te aviso.
- No me voy a meter en la cama, no podría – lo miró manifestándole abiertamente
su angustia – si a Esther le ha pasado algo yo…
- A Esther no le ha pasado nada – la cortó con genio – solo es un retraso – le dijo
abriendo la puerta del coche y descendiendo al ver que Blaise llegaba hasta ellos
llamándolo – espera un momento – le pidió volviendo a dejarla allí sola.
Maca lo vio acercarse al soldado, los escasos cinco minutos que estuvo hablando con él
se le hicieron eternos, sobre todo, cuando Germán levantó las manos y las cruzó detrás
de su nuca dando un par de pasos a los lados, nervioso. De pronto se vio en la facultad
con él y Adela, esperando los listados de las notas, ese era su gesto cada vez que recibía
un suspenso y de nuevo sintió que le daba un vuelvo el corazón. Germán podría negarlo
pero algo había ocurrido y se lo estaba ocultando. Por eso, sin pensárselo dos veces
abrió la puerta del vehículo e intentó descender, ¡necesitaba saber lo que ocurría!
* * *
Maca entró en la cabaña nerviosa, ni las palabras de Germán, ni su comportamiento
distendido habían logrado el objetivo de tranquilizarla. La aprensión que sintiera por la
mañana ahora se había transformado en un miedo cada vez mayor. No podía dejar de
pensar en Esther y desear con toda su alma verla aparecer en la puerta de la cabaña, con
su dulce sonrisa, con su alegría, siempre dispuesta a levantarle el ánimo a ayudarla a
superarse. Su mente volvía una y otra vez a la playa, al baño en el mar, a sus caricias, a
sus bromas, a sus paseos por Kampala... No soporta la idea de que le ocurriese algo. Por
primera vez en días volvía a sentir una presión en el pecho que no la deja respirar. Se
movió inquieta por la estancia, la cabaña se le caía encima, tenía que hacer algo. Abrió
la puerta principal y se asomó al porche. Germán estaba en el centro del patio, dos o tres
soldados hablaban con él, le parecía que también estaba Jesús e incluso Maika, y la
desesperación comenzó a apoderarse de ella, segura de que le estaban ocultando la
verdad.
Cogió una revista y la abrió situándola sobre su regazo, quizás la lectura consiguiese
distraerla. “Germán tiene razón, soy una dramática y estoy sacando las cosas de quicio”,
“si el dice que son normales los retrasos serán normales”, suspiró, “sí, es verdad que lo
son, claro que lo son, aún recuerdo lo mal que lo pasé cuando tardaron en llegar con el
suero”, repetía sin parar, con los ojos puestos en aquella revista que ya había releído y
repasando los últimos días juntas. Dos lágrimas recorrieron sus mejillas pensando en lo
feliz que se sentía en sus brazos, esos brazos en los que se refugiaba y que tenían la
habilidad de enjugar su llanto, de disipar sus tristezas, esos brazos en los que sus heridas
habían dejado de sangrar para sanar con una rapidez milagrosa. Sonrió, “¡enfermera
milagro! ¡vaya si he sabido porqué te llaman así!”, murmuró rompiendo el silencio de la
cabaña.
Miró hacia la puerta, clavó su vista en ella con insistencia, agudizó sus oídos por si
escuchaba entrar los camiones, pero nada le indicaba que estuviesen de regreso, “vamos
entra, ¡quiero verte! quiero verte y decirte lo mucho que te necesito, quiero decirte lo
agradecida que te estoy por haberme perdonado, quiero que sepas la fuerza que me das,
has conseguido que mi corazón vuelva a latir con una fuerza increíble. ¡Vamos!
¡vuelve! necesito que vuelvas. Me prometiste que ibas a volver, que no te iba a pasar
nada y yo confío en tu palabra, mi amor. ¡Tienes que volver!”.
* * *
La enfermera subió los escalones de dos en dos y abrió la puerta de sopetón, viendo a
Maca junto a la ventana con las gafas puestas y leyendo, tan tranquila, ¡y Germán decía
que estaba preocupada!
- ¡Ya estoy aquí! – exclamó entrando con una sonrisa que alegraba su rostro.
Maca levantó la vista y su rostro se iluminó, ¡Esther estaba allí, mirándola
burlona, con su vestimenta llena de polvo rojo del camino, el pelo alborotado y
más bella que nunca! o eso le pareció a ella.
- ¡Mi niña! – respondió contenta soltando la revista en la cama, mostrando su
sorpresa.
- Creí que saldrías a recibirme – le dijo con ojos bailones mofándose de ella desde
la puerta - ¿No has oído los camiones?
- No – negó con la cabeza, apretado los labios en un gesto de culpabilidad –
estaba…. leyendo – se excusó sin decirle la verdad, que estaba tan ensimismada
pensando en ella, en su tardanza, en las palabras que escogería para hablar con
ella, en cómo y cuando se atrevería a hacerlo.
- ¿Tan interesante es? – le preguntó burlona señalando la revista.
- No – respondió con ese aire entre culpable y triste que despertó las alertas en la
enfermera.
- ¿Qué te pasa?
- Nada – sonrió – ¿no piensas darme un beso?
- Claro – dijo acercándose y besándola con pasión.
Maca correspondió pero Esther volvió a notar que le ocurría algo, le daba la sensación
de estar desesperada, y esa impresión se acrecentó aún más cuando sus brazos la
aferraron y la estrechó contra ella con fuerza.
- Dios, ¡que ganas tenía de verte! – la rodeó con sus brazos aún más fuerte - ¿Qué
tal el viaje? – le preguntó la pediatra separándose de ella.
- Bien - respondió esquiva sin quitarle ojo - y a ti ¿qué te ha pasado?
- Nada – volvió a sonreír.
- ¿Te has peleado con Germán? – aventuró imaginando que al estar todo un día
juntos podían haber vuelto a sus antiguas broncas.
- No.
- Pues a ti te pasa algo – dijo convencida - ¿seguro que no has discutido con él?
- Que no, ¡si hasta me ha invitado a comer en la ciudad!
- Ya... – la miró frunciendo el ceño, pensativa - entonces… ¿por qué estás... triste?
- No estoy triste – era increíble como Esther la conocía – solo te he echado mucho
de menos y me he alegrado al verte volver, ¡habéis tardado tanto!
- ¡Para que veas que no debes hacer caso de esos presentimientos tuyos! Todo ha
ido muy bien y aquí me tienes sana y salva – rió abriendo los brazos.
- Tienes razón – volvió a apretar los labios – ven aquí – dijo abrazándose de
nuevo a ella y besándola con intensidad intentando controlar la congoja que
sentía, sin éxito porque se le saltaron las lágrimas.
- ¡Maca!… ¡eh!... ¡cariño! … pero ¡serás boba! – la acarició con suavidad.
- Es que te quiero, Esther, ¡te quiero muchísimo! y… me he dado cuenta que no
soporto estar separada de ti… ¡te he echado mucho de menos! – habló con
precipitación, nerviosa, como si necesitase decirlo todo de corrido o sería
incapaz de hacerlo.
Esther se quedó mirándola, la extrañeza dejó paso a la satisfacción y sus ojos reflejaron
el inmenso amor que sentía por ella.
- Si llego a saber que privarte de mi maravillosa presencia – habló con retintín y
un tono irónico que siempre divertía a la pediatra – durante unas horas te
produce este efecto... ¡lo hago antes! - bromeó intentando animarla.
- No quiero que te separes de mí nunca – confesó con seriedad - ¡nunca!
- En Madrid eso va a ser un poco difícil – torció la boca en una mueca de
circunstancias mientras su ojos manifestaban lo que le divertía ver a Maca
rendida por fin a ella y lo que era mucho mejor, abriendo su corazón sin tapujos
ni medias palabras.
- Pues… tendremos que hacer algo para que no lo sea – le dijo con rotundidad –
quiero que aprovechemos todo el tiempo que podamos, quiero que vivamos
juntas y que…
- Bueno…, bueno – la miró comenzando a sentir un pellizco de preocupación por
su vehemencia casi agónica – no pienses ahora en eso, mejor poco a poco – le
sonrió cogiéndola de las manos pero Maca se zafó y se frotó los ojos - ¡eh! ¡mi
amor! y esta carita de pena – le dijo besándola al ver que se le humedecía los
ojos de nuevo - no llores, que si te digo que poco a poco es porque soy
consciente de que no te va a resultar tan fácil arreglarlo todo.
- No es por eso – se excusó – es… de alegría de verte. ¡Ha sido horrible esperar
sin saber qué os había ocurrido!
- Pero vamos a ver ¿Quién te ha metido en la cabeza eso de que podía haber
pasado algo? ni siquiera nos hemos retrasado tres horas y eso aquí es normal, y
más en un viaje tan largo.
- Ya pero Germán….
- ¿Ves? – la interrumpió frunciendo e ceño – eso es precisamente lo que no me
gusta de Germán que saca las cosas de quicio a las primera de cambio,
- Eso no es así, Germán…
- ¿Ahora vas a defenderlo? – le preguntó airada - ¡si lo conoceré yo! ¡odio a la
gente que se pone en lo peor sin saber nada! y más a los que le meten el miedo
en el cuerpo a otros – sonrió agachándose y rozando sus labios - seguro que es
eso lo que te pasa ¿a que sí! ¡Germán te ha asustado!
- Que no, que Germán no me ha dicho nada, si hasta bromeaba con tu tardanza.
- ¿Seguro que no tiene que ver con Germán? – Maca volvió a negar con la cabeza
pero sus ojos le decían lo contrario - Ya… - sonrió incorporándose, paseó los
dedos por su mejilla en una caricia llena de ternura y cariño, la pediatra levantó
su mano y la apoyó en la de Esther que permanecía acariciándola, la enfermera
sintió sus dedos y notó que aquel contacto le abría un mundo lleno de amor,
juguetearon con la mano un instante luego se agachó y le dio un fugaz beso en
los labios – voy a ducharme y si quieres antes de cenar nos damos una vuelta, un
paseo al río, a ver si así te animas que no te puedo dejar sola.
- ¿No estás cansada?
- No – sonrió – ¡estaba deseando llegar y verte!
- Me apetece, quiero ir al sitio aquel en que se ven las montañas, y el río abajo y
los hipopótamos.
- Hecho deja que me duche y le pido el jeep a Germán.
- Princesa – la frenó cuando estaba a punto de salir.
- ¿Sí?
- Te… te… - Esther sonrió sería posible que le fuera a decir que la amaba – te he
echado mucho de menos, ¡mucho! – repitió.
- ¡Qué tontita estamos hoy! – rió alegre saliendo con rapidez y con la sensación de
que Maca le había mentido y sí que había ocurrido algo. Tendría que preguntarle
a Germán porque estaba segura de que Maca no se lo diría.
Maca permaneció con sus ojos fijos en aquella puerta, luchando por no derramar más
lágrimas pero Esther tenía razón, se sentía triste y ahora también apesadumbrada. Había
pasado horas calibrando si decirle algo o no de las pruebas, pero una frase la martilleaba
con insistencia “¡odio a la gente que se pone en lo peor sin saber nada! y más a los que
le meten el miedo en el cuerpo a otros”, no dejaba de ver a Esther repitiéndola y al final
había decidido no contarle nada. La enfermera tenía razón, era absurdo preocuparse sin
tener todas las pruebas, pero debía disimular mejor, porque Ester era capaz de leer en el
fondo de su corazón, de notar cuando estaba triste y cuando no y si seguía
comportándose de la forma en que lo había hecho, Esther iba a comenzar a sospechar
que le ocultaba algo.
Sonrió pensando en ella, el solo hecho de verla entrar en la cabaña la había hecho
olvidarse de todo, le había hecho experimentar una sensación de profundo alivio y de
que nada iba a ir mal, si ella estaba a su lado, nada podía ir mal. Lo tenía todo decidido
esperaría a llegar a Madrid, a fin de cuentas, en unos días estaría allí y Cruz sabría lo
que hacer, entonces hablaría con ella.
“Esther, Esther…” murmuró pensativa. No quería verla sufrir, no quería hacerle daño y
no quería preocuparla. Desde que entró por la puerta se sentía más alegre. Sí, era
increíble como su sonrisa era el bálsamo perfecto para su tristeza, como su mano
acariciándola y su mirada penetrante, leyendo su alma, eran capaces de llenar el vacío
que la acompañaba, de hacer que no se sintiese tan sola como en su ausencia. Deseaba
con todas sus fuerzas estar siempre a su lado, deseaba apoyarse en ella, contarle todo y
beber de sus ánimos y fuerzas, pero eso era muy egoísta por su parte. Sabía que si se lo
contaba Esther se desviviría por ayudarla, por darle fuerzas, por espantar su miedo.
Sabía que iba a luchar como ya había hecho esos días pero, no se merecía eso. Se
merecía ser feliz, se merecía disfrutar de esos días que les quedaban allí sin
preocupaciones. Tenía que ser fuerte por sí misma, tenía que superar sus miedos sola y
tenía que hacer feliz a Esther, aunque solo fuera para devolverle una mínima parte de lo
que ella le había dado.
Estaba decidida, los días que les quedaban allí quería disfrutarlos intensamente,
compartirlos con ella y convertirlos en algo inolvidable. Ya tendría tiempo de
preocuparse y de pensar en todo cuando estuvieran en Madrid, iba a ser duro, más duro
de lo que habían imaginado. Pero si de algo estaba segura era de que no quería dejarla
nunca, de que no quería desilusionarla, y de que le iba a ser fiel toda la vida, porque la
amaba con toda su alma, siempre la había amado tanto que le dolían esos años separada
de ella, le dolían todas esas horas perdidas, y mucho más después de ver esos
resultados. Estaba echa un lío, no sabía qué hacer, ni como hacerlo, solo sabía que
amaba a Esther y que no iba a dejar que nada le impidiera disfrutar de ese amor
mientras le fuera posible. “No seas egoísta”, se repetía internamente, “no seas egoísta”,
“piensa en ella”, “piensa en ella”.
- Sí, voy a pensar en ti y en lo que es mejor para ti, mi amor – musitó clavando los
ojos en la lejanía, deseando verla aparecer cuanto antes – me va a ser difícil,
porque no sé mentirte – murmuró ensimismada en sus cavilaciones – pero voy a
pensar en ti.
* * *
Esther entró en el despacho de Germán a toda prisa, ni siquiera había pasado por la
ducha. Tenía la sensación de que Maca estaba rarísima y necesitaba saber el motivo,
porque los intentos de la pediatra de convencerla de lo contrario no habían servido de
nada, algo en su interior la impelía a preocuparse, segura de que, en su ausencia, a la
pediatra la había ocurrido alguna cosa que la tenía alterada.
Esther se levantó, fue tras él y posó su mano en el antebrazo del médico, mirándolo
entre mohína y desilusionada.
Germán cerró el despacho y se marchó en busca de Maca, tenía que hacerla entrar en
razón antes de que llegara Esther, a pesar de lo que le había prometido a la enfermera.
La salud de Maca estaba por encima de cualquier otra cosa.
* * *
Maca permanecía en la cabaña, sentada en su silla y paseando con ella de un lado a otro
recogiendo todo lo que estaba por medio. Desde que Esther saliera se había cambiado
de ropa y se había apresurado en hacer la cama. No quería que Esther volviese de la
ducha y se detuviese a ordenar todo, como solía hacer, porque estaba deseando salir con
ella, ir al río, respirar aquel aroma salvaje de la naturaleza y que el aire llenara sus
pulmones. Necesitaba salir de allí, de aquellas cuatro paredes que cuando las compartía
con ella le parecían maravillosas pero cuando Esther no estaba se le caían encima.
Estaba intentado colocar en el armario las toallas limpias que les había llevado Margot y
doblar la ropa que se había quitado para colocarla en la cesta que recogerían por la
mañana cuando la puerta principal se abrió, pero estaba tan absorta en sus quehaceres
que no oyó entrar a Germán.
Germán se quedó sin palabras, Maca siempre había tenido esa habilidad de dejarlo
mudo, miró a Esther sin saber qué decir, por una parte le seducía la idea y el hecho de
ver de nuevo a Nancy, era cierto que entre ambos había una atracción especial y por
otra, Wilson tenía razón, se quedaba más tranquilo si la vigilaba y estaba a su lado por
lo que pudiera pasar, pero no estaba tan seguro de que a Esther le agradase la idea.
Lo que él no podía imaginar es que ese viaje, al que tantos problemas le veía y tantos
inconvenientes le había puesto, quizás fuese el que le salvase la vida a la pediatra.
* * *
La enfermera detuvo el jeep donde lo hizo la primera vez. Habían hecho el camino en
silencio, solo interrumpido esporádicamente por ella comentándole detalles de la
excursión que harían al día siguiente. Esther seguía preocupada por el mutismo de la
pediatra, apenas le había respondido con algún monosílabo, por eso cuando la ayudó a
bajar no pudo contenerse por más tiempo y la abordó sin pensárselo.
Maca lanzó un profundo suspiro, apretó los labios y la cogió de las manos bajando los
ojos hacia ellas, acariciándoselas con ternura.
- Es que… no puedo dejar de pensar en ese niño, en Wilson, ¡es tan pequeño!..
y… ¡tan valiente!
- ¡Sí! si que lo es, pero… no te preocupes, pronto conseguiremos que este mejor.
Germán está removiendo cielo y tierra – le dijo apoyando sus dedos índice y
pulgar en su barbilla y levantándole la cara para mirarla con atención.
- No me lo ha dicho, de hecho me dijo que eras tú la que… no dejabas de …
- Bueno… todos hacemos lo que podemos…. Y tú – la señaló con el dedo – no
debes preocuparte tanto por todo.
- ¡Me gustaría ser como él! – reconoció con un nuevo suspiro.
- ¿Cómo Germán? – la miró perpleja sin dar crédito a lo que escuchaba.
- ¡No! – rió de buena gana – como Wilson.
- ¿A que te refieres?
- A… ser tan valiente como él, a… poder tener una sonrisa a cada momento a
pesar de todo.
- ¡Ay, mi niña! si que estás hoy melancólica. ¡Si es que no te puedo dejar sola! –
bromeó dándose por vencida, estaba claro que Maca no le iba a confesar lo que
la trastornaba, o quizás sí que lo había hecho y era ella la que no creía que eso
que le contaba pudiera afectarla hasta ese punto. Pensó en Germán y en sus
palabras “te paciencia, Wilson necesita tiempo para adaptarse a todo esto”, sí,
sonrió, estaba siendo una exagera, y quizás Maca solo estaba abrumada por toda
la miseria de los barrios chabolistas.
- Tienes razón, ¡fuera penas! – exclamó al verla ensimismada - Tengo ganas de
reír contigo, de charlar contigo, de cenar contigo, de… - confesó animosa - ...
de… de…
- Maca…
- De estar contigo, de… compartir mi vida contigo… ¡para siempre! – sonrió, ante
la expresión cada vez más azorada de la enfermera que no se esperaba esa
precipitada confesión.
- Maca… - musitó entre dientes esbozando una sonrisa de satisfacción al tiempo
que sus ojos expresaban su devoción por ella, su inmenso amor.
La pediatra desvió la vista y mirando hacia la inmensidad de aquel paisaje colocó las
manos en forma de bocina y gritó con todas sus fuerzas.
Las dos soltaron una carcajada y permanecieron fundidas en una mirada intensa, con los
labios esbozando dos sonrisas traviesas y sus manos buscándose hasta entrelazarse y
acariciarse con ternura y complicidad.
- Me encantan estos sitios con eco, siempre tengo la sensación de estar menos sola
y, siempre me ha gustado gritarle al viento – le confesó la pediatra, por primera
vez en su vida.
- Nunca lo hicimos – comentó pensando en los momentos compartidos antaño, ni
siquiera cuando iban a la casa de la sierra Maca había buscado un lugar donde
pudieran hacerlo.
- No – clavó sus profundos ojos en ella y susurró – no lo hicimos, pero… nunca es
tarde y… ¡lo hacemos ahora! – la miró con tal intensidad que Esther se
estremeció, Maca parecía querer decirle algo, transmitirle algo que ella era
incapaz de comprender - vamos a tener que empezar a hacer todo eso que no
hicimos – apretó los labios y enarcó una ceja.
- ¿Cómo qué? – preguntó insinuante.
- Como gritarle al viento – sonrió socarrona – así cuando vuelvas aquí sin mí, si
alguna vez me echas de menos, podrás gritarle al viento y yo te responderé.
- ¿Qué responderás?
- Eso que tanto quieres escuchar – le dijo con una extraña convicción y una
sombra que oscureció sus ojos - cuando vengas sola él responderá por mí.
Esther la miró extrañada del comentario. ¿Volver allí sin ella? ¿por qué pensaba Maca
en eso? ¿acaso no creía en que la decisión de marcharse a Madrid era firme y definitiva?
si era así tendría que demostrarle que no pensaba hacerlo, que jamás entraría en sus
planes abandonarla, como ya hiciera una vez y se prometió así misma que si volvía a
África siempre sería junto a ella.
- Claro que sí cariño, si hay alguien capaz esa eres tú – le dijo con orgullo
animándola – entiendo lo que te ocurre, pero eso no es todo, ¿verdad?
- No, también estaba así porque… porque he pasado mucho miedo creyendo que
te había ocurrido algo, y… porque... – clavó sus ojos en ella y volvió a morderse
el labio inferior.
- ¿Por qué, Maca?
- Porque creo que... porque aquí soy tan, tan feliz, que tengo miedo de que ocurra
cualquier cosa y todo se esfume.
- No va a ocurrir nada – le sonrió con dulzura – salvo que vamos a hacer una
excursión maravillosa, y la vamos a hacer juntas y la vamos a recordar toda la
vida. ¡Pero fuera tristeza! – casi le ordenó - ¿de acuerdo?
- Sí – asintió sonriendo abiertamente, sus ojos se humedecieron levemente -
¿sabes! de pequeña… cuando estaba triste, mi padre me decía que yo era su
muñeca danzarina, me decía que bailase para él, ponía una música alegre y me
decía “baila colibrí”, “baila un poquito”, y al final, siempre acabábamos riendo.
¡Y mi madre se enfadaba! – le contó de pronto, su mirada se había vuelto
nostálgica y Esther se perdió en ella, disfrutando de esas confesiones.
- ¿Por qué se enfadaba tu madre?
- Porque normalmente mi tristeza se debía a que ella me había castigado, o reñido
o prohibido cualquier cosa – recordó enarcando una ceja y torciendo la cabeza
“así es mi madre”.
- Y tu padre llegaba y te dejaba hacer lo que quisieras – apuntó divertida
imaginando a Maca de pequeña.
- No. No se atrevía – rió – pero sí que me decía que si me convertía en una alegre
bailarina la música se llevaría mis penas. Me decía que si sonreía siempre, esa
sonrisa me llenaría de alegría, y me decía que no había nada mejor para alejar las
penas que una princesa bailarina, y que yo era su alegría.
- ¿Por qué te acuerdas ahora de eso?
- No sé, por lo que hablábamos del miedo y la tristeza.
- Acabo de recordar que cuando vivíamos juntas, siempre que estabas triste ponías
música y te encerrabas en el despacho.
Maca sonrió y ladeo la cabeza como diciéndole “¿ves? por eso era”.
Por primera vez, Esther olvidó todo y se inclinó besándola sin importarle donde estaban.
Maca se entregó a ese beso con dulzura y lo fue devolviendo aumentado
progresivamente la pasión.
* * *
Cuando franquearon el portón comprobaron que el patio estaba desierto, y eso solo
significaba una cosa, habían llegado tarde para la cena. Esther se apresuró en dejar a
Maca en la puerta del comedor y en devolver el jeep antes de ir a cenar. Todos estaban
ya en el segundo plato cuando entraron. Maca se excusó por ambas, Germán se levantó
solícito para ir a buscarles el primer plato, pero la pediatra se negó, manifestando no
tener hambre, la mirada recriminatoria de Germán la hizo aceptar que le sirviesen el
segundo. Esther, hambrienta tras el viaje, no tuvo problema en probar de todo, pero
miraba preocupada a Maca que removía pensativa el contenido de su plato.
La cena transcurrió entre bromas a Germán por decidir al fin tomarse unos días libres y
la reacción de Oscar, que sorprendentemente no había puesto inconveniente alguno,
todos estaban de acuerdo en que quería quitarlo de en medio para hacer una de las suyas
y Germán, con seriedad previno a Jesús y Sara sobre los posibles inconvenientes que
podían surgir, para finalizar con comentarios acerca de los cambios políticos que podían
esperarse en los próximos meses.
Maca aparentaba estar cansada, participó escasamente en la charla, espoleada por Sara
que temía una intervención de Oscar contra ella aprovechando la ausencia de Germán,
tras tranquilizarla al respecto la pediatra guardó silencio. Esther no dejaba de observarla
en la distancia, cada vez más extrañada de su comportamiento, hasta que se levantó y le
propuso retirarse en cuanto terminaran el postre, lo que la pediatra aceptó aliviada, sin
ganas de permanecer allí por más tiempo y, menos, después de comprobar que todos
tenían intención de tomar café e incluso alguna copa para celebrar que todo había salido
bien. Se sentía extraña en aquella mesa, todos parecían alegres y contentos, un día más,
satisfechos con lo realizado, y felices porque el retraso del convoy hubiese quedado en
un susto, uno más a los muchos que acumulaban en su amplia experiencia. Sin embargo,
a Maca le costaba participar de esa euforia generalizada. Se había alegrado al igual que
los demás, sobre todo, por ver aparecer a Esther, pero le martilleaba en su cabeza las
palabras de Germán “creo que no me equivoco”, “piénsalo”, “tienes el enemigo más
cerca de lo que crees”, “he mandado analizar lo que tomabas”, no podía podía dejar de
darle vueltas a todo eso, no podía creer en aquello, era descabellado y la horrorizaba,
pero al mismo tiempo, si era cierto… cabía la esperanza….“no, no puede ser, es
¡imposible!”, suspiró ensimismada, cuando Esther llegó hasta ella y la sacó del
comedor, conduciéndola hacia la cabaña.
La miró sonriente, en poco menos de tres horas Maca le había dicho que la quería tres
veces y eso la llenaba de alegría, debía controlar esos celos porque iba a terminar por
cansarla.
- Perdóname, sé que soy imbécil pero… no puedo evitarlo – esbozó una tímida
sonrisa de disculpa – te prometo que voy a controlarme.
- ¡Tonta! – le susurró mirando por encima de su hombro al ver que Grecco salía
del comedor y se encaminaba hasta allí, con paso lento, fumando un cigarrillo -
¡qué eres una tontona! No puedes ponerte celosa cada vez que hable con alguien.
- Lo sé pero siempre me puse.
- Ya – sonrió recordando los inicios de su relación – pero ha llovido mucho desde
entonces. No tienes motivos para ponerte celosa.
- Sí los tengo, tú siempre… siempre… le resultas atractiva e interesante a todo el
mundo – confesó sus temores – y… nunca parecía importarte que yo hablase o
saliese con alguien, siempre estás tan segura de ti misma.
- Bueno… - torció la boca manifestándole que eso no era así.
- Maca... ¿tú nunca te pones celosa?
- No – sonrió picarona – porque siempre he estado segura de que al primero que
se te acerque le parto la cara.
Esther soltó una carcajada, encantada de volver a estar así con ella. Se agachó un
instante y Maca creyó que la besaría pero no lo hizo.
- Muy subidita estás tú, a ver si voy a tener que despertar tus celos en este viaje –
le dijo enarcando las cejas burlona.
- ¡Ya te guardarás tú de ponerme celosa! – exclamó con seriedad recordando que
era con Nancy con quien iban y los celos que había sentido de ella cada vez que
se marchaba a Kampala y le hablaba de sus comidas y cafés con su amiga - ¡ni
se te ocurra hacerlo! – la amenazó – porque te cojo y te doy un morreo delante
de todo dios.
- Chist – le pidió silencio, observando que Grecco llegaba hasta ellas, no se fiaba
del italiano, había algo en él que siempre la había incomodado, quizás su manía
de permanecer presente en todas las conversaciones - Te espero en la cabaña.
Maca asintió y se dispuso a hacer su llamada. La enfermera se alejó a toda prisa de allí,
entró con rapidez en la cabaña. Cogió las dos mochilas pero luego, desestimó una de
ellas y comenzó a preparar la otra, no debían llevar muchos bultos porque la subida a la
montaña era dura y cargar con más de la cuenta podía pasarle factura.
Al cabo de un cuarto de hora Maca entró en la cabaña, Esther tenía casi todo listo y
sonrió señalándole las botas.
- ¡Hola! ¿puedo pasar? – preguntó guiñando un ojo a Maca, para que viese que
cumplía su promesa de llamar antes de entrar.
- Claro, pasa – le dijo Esther – estamos terminando de prepararlo todo.
- Pero… ¡qué lleváis ahí! – exclamó al ver el tamaño de la mochila – niña, que
con eso no vas a poder cargar.
- ¿Qué quieres? son cosas de dos.
- Pues saca algo – le dijo levantando la mochila con una mano – Nancy te va a
echar la bronca, o ¿ya no recuerdas la última vez que te fuiste con ella?
- Sí, sonrió. Pero aquella vez fue diferente y ahora viene Maca. Necesitamos más
cosas – le dijo enarcando las cejas para que comprendiese, pero Germán pareció
no entenderla.
- Ya y Wilson es una damisela que necesita un vestuario… completo para ir a la
selva – la miró con gesto recriminatorio – Wilson aligera ese equipaje que
Esther es la que cargará con la mochila y te aseguro que no va a poder con ella.
- Eh, que yo no he dicho de llevar nada – se defendió molesta – Esther saca mis
cosas y ponlas en la bolsa de la silla.
- ¿La silla? – soltó el médico una carcajada - ¿crees que te vas a mover por la
selva con tu silla? – la miró irónico – eso ni lo sueñes.
- Pero… yo… yo creía que… - balbuceó preguntándole a Esther con la mirada.
- ¡Niña! … ¿no le has explicado a dónde vamos y cómo vamos? – inquirió el
médico frunciendo el ceño.
- No, exactamente – respondió fulminándolo con la mirada. Si lo que pretendía
Germán era quitarle a Maca las ganas de ir, no iba a consentir que se saliera con
la suya.
- ¿Qué pasa? – preguntó Maca.
- Nada, Maca, no le hagas caso que está siempre igual – protestó molesta
cogiendo algunas cosas de la mochila y dejándolas en el armario – deja de decir
tonterías que Nancy no se va a enfadar, ¡todo lo contrario! – exclamó dispuesta a
devolverle la jugada - ¡no sabes lo contenta que se ha puesto de saber que te
apuntas a la excursión! – le guiñó un ojo burlona.
- Déjate tú de tonterías y saca cosas de ahí, que luego al que le tocará cargar con
vuestros bultos será a mí, ¡y no pienso hacerlo! – amenazó ante la sonrisa de la
enfermera que seguía mirándolo con aquella expresión de burla.
- ¿No vas a ayudarme con los bultos? – le preguntó melosa a sabiendas de que no
sería así.
- Esther… quizás sea mejor que nos pensemos lo de mañana, es algo precipitado y
yo… no puedo moverme como vosotros y… no quiero…
- Maca deja de decir chorradas y no escuches a éste – la cortó con genio y se
encaró a él – Germán….
- Vale, vale – reculó – cargaré con la mochila de mi Wilson…
- De eso nada, mis cosas las llevo yo – saltó orgullosa.
- Wilson… - iba a rebatirle sus palabras pero el gesto de Esther le hizo callar -
niña saca algunas cosas de ahí – insistió suspirando ante la tozudez de la
enfermera – hablo en serio, ya sabes que Nancy es muy estricta en esto y es
capaz de hacerte dejar en el coche la mitad de lo que hayas echado.
- Si se lo pides tú me dejará llevar todo – le dijo socarrona y él, se azoró
levemente - A ver cuando te decides y te lanzas con ella – dijo en un intento de
cambiar de tema, porque Maca parecía incómoda y lo último que quería era que
se arrepintiera y dijera que no quería ir.
- Esther creo que Germán tiene razón esa mochila va a pesar demasiado ¿por qué
no sacas algunas cosas? o mejor, porque no llevamos otra mochila y repartes el
peso, así podré yo cargar con una, puedo colgarla detrás y...
- Maca tú no vas a llevar nada – le dijo Esther bruscamente – aquello es… es más
salvaje que todo lo que conoces y… será difícil.
- Pero entonces yo creo que es mejor que…
- Wilson – la interrumpió Germán al ver la cara de decepción que estaba
poniendo, por verse obligada a barajar la opción de no ir y angustia por lo que
pudiera encontrarse – no te preocupes que Esther y yo te ayudaremos en todo,
¡te vas a quedar con las patas colgando cuando estés delante de uno de esos
espaldas plateadas!
- Germán - le reconvino Esther, pero Maca soltó una carcajada.
- De verdad crees que seré capaz de aguantar aquello.
- ¿Aguantar? ¡claro que no! – le dijo jocoso – te vas a pasar pegando chilliditos
con cada insecto y cada bicho que se te acerque y yo… ¡estoy deseando verlo! –
rió.
- No te voy a dar ese gusto – protestó orgullosa – a ver si eres tú el que…
- ¡Por favor! no empecéis – les pidió Esther que se volvió a Germán – tú ganas,
saco algunas cosas y las meto en la bolsa de la silla. Pero deja de meterte con
ella. Y tú – señaló a Maca – dime que cosas podemos dejarnos aquí.
Se quedó observando a su amigo, que a pesar de sus bromas y sus sonrisas, tenía un aire
preocupado que no pasó inadvertido a la pediatra. Al principio lo achacó a que estaba en
desacuerdo con que ella subiera a la montaña, pero tras aceptar acompañarlas y después
de sus últimas palabras tenía la sensación de que había algo más que no se había
atrevido aún a decirles.
- Germán ¿qué querías? – le preguntó Maca al ver que permanecía en pie sin decir
nada, observando hacer a Esther pero sin intención de marcharse – porque tú has
venido aquí para algo, ¿no?
- Eh… sí… quería preguntaros una cosa – admitió - quería saber qué os parece lo
de Oscar.
- ¿El qué? – preguntó Esther interesada soltando lo que tenía en las manos.
- Que no me haya puesto ninguna pega.
- Pues me ha sorprendido, pero… es normal… llevas dos años sin tomarte
vacaciones… no pueden negarte unos días.
- Ya…
- ¿Qué piensas tú? – le preguntó Maca, segura de que aquella pregunta respondía
a lo que le rondaba en la cabeza.
- Que trama algo – reconoció – no sé el qué, pero cuando le dije que necesitaba
unos días por motivos personales me dijo que no había problema, que todos los
que quisiera y que no me preocupase por nada, que ya se pasaría él por aquí por
si lo necesitaban Jesús o Sara y… que también estabas tú – señaló a Maca.
- Eso si que suena raro – admitió Esther – ese si viene lo que hará es estorbar
como siempre.
- ¿Le dijiste que vas con nosotras? – preguntó Maca frunciendo el ceño,
recordando su conversación con el joven y sus veladas amenazas.
- No, no le dije nada de vosotras. No tengo porqué darle explicaciones. ¿Qué
opinas tú Wilson?
- Pues… lo conozco poco pero… estoy contigo, algo trama y… tu ausencia se lo
facilita. Quizás… - se calló mirando a la enfermera – Esther, ¿tú has hablado con
alguien de la clínica de lo que se dice de mí en la prensa?
- No pienses ahora en eso Maca – respondió esquiva.
- Es que… ¡creo que hemos metido la pata hasta el fondo! – exclamó la pediatra.
- ¿Qué quieres decir? – preguntó Germán.
- Pues… que yo estaba aquí digamos… de incógnito y este chico… creo que ha
hablado con alguien y… a atado cabos y... no sé …
- Maca eso son paranoias tuyas, no todo el mudo está pendiente de ti y menos
aquí.
- No creo que vayan por ahí los tiros, Wilson, yo creo que quiere echarme – se
sentó en el borde de la cama.
- No puede – le dijo Esther – no te preocupes porque él no puede hacer eso.
- Ya lo sé pero… bah, es igual – sonrió levantándose – ¡qué lo intente! Que ya me
defenderé yo.
- Esther tiene razón no te preocupes por eso – intervino la pediatra, que no estaba
de acuerdo con ellos, tenía la sensación de que se había ganado un nuevo
enemigo con Oscar.
- Tenéis razón, voy a hacer mi equipaje y tú – señaló a Maca – no te lleves tanta
cosa – le guiñó un ojo a Esther.
- ¿Otra vez! que yo no he dicho nada, ¡será posible! – exclamó mirando a la
enfermera buscando su apoyo.
Germán soltó una carcajada, y salió de la cabaña. Esther se volvió hacia Maca, son una
sonrisa en los labios.
- Germán tiene razón, no podemos llevar tantas cosas – suspiró mirando todo –
¡es que tus pañales ocupan tanto! – exclamó con gesto desesperado sin saber
como ordenar todo de nuevo – y...
- Saca lo que quieras, pero los pañales no – respondió ligeramente molesta, ¿cómo
pretendían que estuviese cuatro días en mitad de la selva, sin ningún tipo de
condiciones y sin sus pañales?
- Cariño – se acercó situándose frente a ella tomándola de las manos – no quería
decir eso y no pongas esa cara que Germán bromea mucho a tu costa, pero solo
se preocupa de que el viaje sea cómodo y yo, no voy a sacar nada de lo que tú
necesitas.
- ¿Y lo que necesitas tú? no quiero que por mi culpa…
- Yo solo te necesito a ti a mi lado – le sonrió, interrumpiéndola, acariciándole la
mejilla – esta excursión solo merece la pena repetirla por vas tú, ¡ya verás que
bien lo pasamos!
- Estoy segura – admitió, respondiendo a sus caricias con otras más atrevidas
recorriendo sus costados con ambas manos. Esther miró fijamente sus labios y la
besó, con suavidad.
Maca respondió al beso e imprimió más pasión, tirando de ella para que se sentase en
sus rodillas, la enfermera lo hizo sin dejar de besarla, cada vez con más intensidad,
apresando su labio inferior y tirando de él levemente, dejando sus ojos fijos en los de la
pediatra que le pedían más, y perdiéndose de nuevo en su boca.
Necesitaba sentirla, necesitaba llenarse de ella, pero quizás Esther tenía razón y era
mejor intentar dormir, aunque estaba segura de que le sería bastante difícil. Fue ahora
Maca la que se acurrucó junto a la enfermera, abrazándola e intentando entregarse al
sueño, tranquila, mucho más tranquila que había estado todo el día, solo por el hecho de
estar a su lado, de sentir su la fuerza de su amor. Esther sonrió pensando en la felicidad
que la llenaba por completo, sintiendo que esa felicidad era inmensa, que todo era
perfecto y pensando en la cara que pondría Maca cuando viera lo que llevaba en el
bolso.
* * *
Cuando sonó el despertador, Esther alargó la mano somnolienta y se giró para desearle
los buenos días a Maca pero la cama estaba vacía. Se sentó con rapidez sorprendida, se
levantó y se apresuró en vestirse dispuesta a ir a buscarla pero antes de que le hubiese
dado tiempo, la puerta trasera de la cabaña se abrió y apareció la pediatra.
Esther sonrió halagada y volvió a besarla esta vez un beso largo y profundo, lleno del
amor que sentía. Maca tiró suavemente de ella y la sentó en sus rodillas, regalándose
unos besos más.
Maca obedeció divertida con su actitud. Esther apresuró el paso y entró en la cabaña. La
pediatra la siguió a toda la velocidad que le permitía el terreno. Cuando consiguió entrar
la vio rebuscando en su mochila, sacando casi todo y al final cogió un paquete envuelto
en una bolsa de plástico. El mismo que la viera guardar la noche anterior.
- ¿Qué haces? – le preguntó sintiendo una excitación especial, ¡le encantaban los
regalos! Esther lo recordaba perfectamente, y se estaba esmerando en que cada
día compartido con ella, allí, lejos de todo lo que inquietaba a Maca, de todos los
que la presionaban, se estuviese convirtiendo en una aventura maravillosa.
- Pensaba dártelo más tarde pero… toma, ábrelo.
- ¿Qué es esto? – preguntó apretando los labios e imprimiendo a su mirada una
luminosidad especial, ¡si ya sabía ella que tanto misterio solo podía ser una
cosa!
- Un regalo.
- Ya pero...
- Tú ábrelo – insistió viendo que la pediatra le daba vueltas al paquete
perfectamente liado en papel de regalo.
- Un regalo – musitó clavando sus ojos en ella - ¿por qué?
- Porque… ¡cómo tengamos que estar repitiendo todos los viajes que estamos
haciendo, vamos a tener que pasarnos aquí las vacaciones de media vida! –
respondió sarcástica mirando alegre la cara de Maca al abrir el paquete.
- Pero… si es… - se quedó sin palabras mirando alternativamente a aquella
cámara que tenía en sus manos y a la enfermera -¡Esther! cómo se te ocurre….
Pero si… es exac…
- Exactamente igual que la tuya – terminó la frase por ella mostrando su orgullo,
sonriendo satisfecha de su triunfo.
- Pero... cómo… - Maca estaba sin palabras y era más que evidente, emocionada
levantó sus humedecidos ojos hacia ella - ¡Esther!
- Llamé y pregunté, para eso Teresa es un as – bromeó - Y “voilá”, has tenido
suerte porque solo quedaba ésta.
- No sé cómo… cariño… - dijo con las lágrimas saltadas, tirando de ella y
besándola – cómo puedo agradecerte todo… todo esto.
- Ya lo has hecho - sonrió de nuevo – y con creces
- ¿Yo? yo no he hecho nada – suspiró sintiéndose incapaz de corresponder a tanta
felicidad que le producía tenerla en sus brazos, contar de nuevo con ella en su
vida y, sobre todo, a tanto amor que le entregaba – nunca.. nunca será capaz de
compensar todo lo que me haces sentir… todo lo que…
- No tienes que compensar nada, mi amor – sonrió besándola levemente en los
labios y clavando sus ojos en aquellos ojos castaños que la hipnotizaban cuando
la miraban de la forma en que lo estaban haciendo, sinceros, sin temor a
manifestar lo que sentían, emocionados, agradecidos y llenos de amor - me basta
ver esa sonrisa, esa mirada por fin alegre y bueno… quizás… ¿otro beso? -
bromeó.
- ¡Todos los que quieras! – suspiró feliz, era cierto Esther tenía esa habilidad de
hacerla sentirse inmensamente feliz y olvidar cualquier preocupación.
La sentó en sus rodillas y se besaron apasionadamente, tanto que Esther comenzó a
sentir una fuerte punzada de deseo, miró de reojo el reloj y vio que era demasiado tarde.
* * *
Tras las presentaciones y pertinentes saludos, decidieron que Germán aparcase el jeep
allí mismo y montase en el coche con Annie, mientras Maca y Esther lo harían con
Nancy.
Maca no podía dejar de observar aquellas construcciones ligeras de las afueras, no eran
exactamente chabolas aunque se asemejaban, situadas a ambos lados de la carretera,
hechas en adobe y la mayoría de ellas con algún tipo de mercancía fuera. Estaba
asombrada de aquel derroche de colorido, de aquella masa de gentes que pululaban de
un lado a otro y llamaban la atención de los vehículos que circulaban por la carretera. Ni
siquiera sabía hacia donde mirar, cada vez más abrumada y con la sensación de que si
invertía mucho tiempo observando algo se dejaba atrás multitud de detalles interesantes.
Al cabo de unos minutos Esther se sentó otra vez en su puesto.
- Dice Nancy que se espera buen tiempo aunque, habrá algunas tormentas.
- ¿Y qué quiere decir eso?
- Que quizás tengamos mala suerte, y nos cueste más de la cuenta poder ver una
familia de gorilas.
- ¡Oh! – la miró decepcionada.
- Cuando llueve suelen quedarse quietos y no se desplazan nada hasta que pasa la
lluvia y tendríamos que ir en su busca.
- ¿Lloviendo?
- Si, la otra opción es permanecer en el lugar que escojan de observatorio y
esperar a que vuelvan, ellas siempre lo hacen así, porque hay que escoger muy
bien los lugares para sus investigaciones, pero… pueden pasar varios días hasta
que lo hagan y… para verlos en tan poco tiempo tendríamos que hacer como los
turistas, que solo pueden verlos una hora como máximo y una de las familias
más bajas y… la idea era subir un poco más. Donde están las familias que
estudian ellas.
- Ya… me estás queriendo decir que no vamos a verlos, ¿no? – preguntó con la
desilusión escrita en sus ojos.
- No pongas esa cara, será más difícil pero los veremos, ¡ya verás! Ellas tienen
controlados los grupos, ¡hasta les tienen puestos nombres a todos los individuos!
– exclamó sonriendo y dándole confianza – no te vas a ir de aquí sin haberlos
visto, ¡te lo prometo! Aunque tenga que ser yo la que los rastree - bromeó.
- Debe ser un trabajo fascinante – sonrió al ver como Esther hablaba con
propiedad del tema.
- ¡Sí que lo es! – admitió la enfermera.
- Y tú has aprendido mucho – le dijo burlona.
- No creas, solo que para verlos, hay que estar mucho tiempo sentado y tener
paciencia.
- Por eso no te preocupes que si se trata de estar sentados, seguro que soy la mejor
de todos vosotros – respondió sarcástica.
- ¡Maca! – protestó.
- Es verdad, si estoy acostumbrada a algo, es a estar sentada y a tener que esperar.
- ¡Tonta! – susurró enternecida.
- Esta zona es… muy distinta – le dijo señalando el exterior cambiando de tema y
volviendo a mirar a fuera.
- Sí, es más pobre que la salida hacia Jinja. ¿Ves estas casas? todos venden algo.
- Sí, ya lo he visto mientras hablabas con Nancy – le dijo sin apartar los ojos de
aquella especie de mercadillo, de pronto sus ojos se abrieron de par en par sin
dar crédito a lo que veían, volviéndose hacia Esther y señalándole con el dedo –
¿eso son…?
- Sí, Maca, son ataúdes – rió divertida ante su cara de sorpresa.
- ¡Dios! espero no palmarla aquí y que me metan en uno de estos – exclamó
fijándose en esos ataúdes que se le antojaban cuando menos curiosos, por no
decir horribles, algunos de vistosos colores que llamaron poderosamente la
atención de la pediatra - ¿imaginas lo que diría mi madre cuando lo viese?
- ¡Mira qué eres! no digas eso ni en broma – protestó con seriedad y sintiendo de
pronto una sensación desagradable que le provocó un gran escalofrío – me da…
mala espina.
- Es que son espantosos.
- Maca… - la recriminó señalándole con la cabeza hacia el conductor – no digas
esas cosas y no bromees con eso.
- No creo que nos oiga ni que nos entienda – le habló más bajo.
- Bueno, por si las moscas, ¡compórtate!
- ¿Y se venden así! ¿en mitad de la calle?
- Ya ves que sí – sonrió – es normal vender, muebles, forjas, cerámicas, tambores,
maderas, montañas de plátanos.
- ¡¿Qué es eso? – la cortó la pediatra señalando una montaña de sacos gigantescos
transportados por dos ciclistas, que emprendían el ascenso de aquella empinada
rampa del camino.
- Sacos de carbón – le explicó Esther – aquí se llama makala.
- Makala – murmuró intentando memorizarlo - ¡Es increíble que no se les caigan!
- Bueno… más de uno tiene un accidente – le dijo contenta de ver su entusiasmo
por todo, la mirada triste y abatida de la tarde anterior había desaparecido y con
ella, sus temores de que Maca le estuviese ocultando algo.
- Todo esto es… - la miró inspirando el aire con fuerza y sin capacidad para
describir lo que sentía, pero Esther la comprendió al instante.
- Me alegra que disfrutes – le susurró al oído y le dio un fugaz beso en la mejilla,
agarrándose a su brazo.
Maca dirigió sus ojos a ella y sonrió, Esther paseó su mano arriba y abajo por el
antebrazo de la pediatra, llena de alegría y amor, sus ojos permanecieron unos instantes
escrutándose, no hacían falta palabras, sabían comunicarse sin ella. Luego, la pediatra
volvió sus ojos aquel mundo desconocido y que cada vez se le antojaba más fascinante,
sobre todo el hecho de descubrirlo junto a ella.
Esther respiró aliviada. No podía evitar preocuparse por ella y más aún después de lo
reacio que había estado Germán a que hicieran esa excursión. El jeep se detuvo,
entraban en la gasolinera que le comentara Nancy. Annie y Germán descendían ya de su
jeep y, por señas, les indicaron que entraban al local. Maca volvió a quedarse
impresionada con el lugar, ¡nunca hubiera imaginado que aquello era una gasolinera!
Maca aprovechó la parada para coger su cámara y comenzar a prepararla.
- ¡Esther!
- ¿Sí? – dijo girándose al tiempo que Maca la sorprendía disparando la cámara –
pero, ¡Maca! ¿cómo me sacas fotos con estos pelos? – protestó divertida.
- ¿Qué pelos! ¡estás preciosa!
- Y tú… ¡estás loca! – sonrió.
- Por ti – movió los labios en un murmullo casi inaudible para no ganarse una
nueva bronca de la enfermera como esa misma mañana.
Esther negó con la cabeza y movió la mano de un lado a otro indicándole que le iba a
dar un cachete y riendo corrió al interior del local, mientras el conductor terminaba de
llenar los dos depósitos y Maca continuaba jugueteando con su cámara. Llegó justo
cuando Germán salía con Annie y Nancy, apresurándose a cogerle un par de bolsas a su
amiga.
Esther suspiró y volvió a recostar su cabeza en el hombro de Maca, que desvió sus ojos
al exterior. En los laterales de la carretera aparecían amontonados, esporádicamente
frutos de la tierra, en una especie de pequeños tenderetes. Variaban según los lugares
por los que iban pasando. Maca comprobó que ahora tocaban patatas que estaban
amontonadas piramidalmente en la cuneta junto a las que había gentes de todas las
edades que hacían señas a los autos para que se detuvieran a comprar y así poder sacar
unos chelines.
- En el fondo tienes razón. No se debe comer nada que te ofrezcan y menos si está
hecho con leche.
- Vaya ánimos. ¿Y qué haces si te lo ofrecen! porque luego se ofenden.
- Lo coges y con grandes muestras de agradecimiento, lo guardas para luego.
- Bueno, parece fácil – sonrió aliviada de imaginarse.
- Te he dicho grandes muestras de agradecimiento no ese gesto con la boca
torcida que pones que pretende ser una sonrisa – bromeó irónica.
- ¡Oye! que yo soy muy agradecida y sé sonreír.
- Claro mi amor, pero nadie lo nota – rió divertida.
- ¿Vas a estar riéndote de mí el día entero? – preguntó haciéndose la ofendida
pero con una mirada traviesa que desvelaba que no era así.
- No, cariño, solo a ratitos – volvió a besarla en la mejilla y Maca ladeó la cabeza
hacia su lado para sentirla y rozar mejilla con mejilla.
- Entonces… ¿no debo comer nada fuera de lo que hemos comprado?
- Es lo más recomendable si no quieres pillar una diarrea. Aunque las verduras y
las carnes estén frescas no suele haber higiene ni a la hora de prepararlas ni en
los platos y enseres para servirlas. Y agua solo embotellada.
- Eso ya lo sé – sonrió – digo lo del agua.
- Perdona – se encogió de hombros – ya sé que has viajado a muchos sitios.
- No te disculpes, ¡me encanta que me enseñes y me expliques todo! – se inclinó
para susurrare al oído – y me gusta la cara que pones cuando lo haces y me
encanta hacer este viaje contigo – habló con énfasis y entusiasmo que alegraron
a la enfermera.
Esther se perdió en sus ojos, cuando Maca la miraba así la dejaba sin palabras, solo
podía sentirse inmensamente feliz. Le apretó la mano y esbozó una sonrisa de
satisfacción.
La pediatra soltó una carcajada demostrando lo mucho que le gustaba picarla. Esther
sonrió divertida y se apresuró a prestarle su ayuda, pero antes, y sin poder contenerse
más tiempo, se inclinó regalándole un par de furtivos besos, que ambas estaban
anhelando desde que partieran.
Cuando regresaron con las bebidas junto a los demás, ya tenían montadas un par de
mesas plegables y habían sacado algunos embutidos y conservas. Germán estaba
haciendo bocadillos para todos. También habían situado en pequeños platos de plástico
algunas frutas frescas que acababan de comprar y trocear. Todos permanecían en pie
junto a ellas, con la intención de comer rápidamente y continuar el viaje.
- No viven ahí si es lo que crees se trasladan con camiones, los hemos visto al
pasar.
- Sí, los recuerdo.
- ¿Nos vamos? – preguntó Nancy interrumpiendo la conversación de ambas.
- Sí – respondió rápidamente Esther, colocándose tras Maca y empujándola hasta
el jeep.
Se repartieron de nuevo en los dos vehículos y reanudaron la marcha. Maca estaba
especialmente excitada, desde que le dijeran que el trayecto que les quedaba era mucho
más salvaje y que ahora sí que comenzaría a ver animales de todo tipo. Se apostó en la
ventanilla del coche y miraba esperanzada de un lado a otro pero era incapaz de ver
ninguno. Lo que sí comenzaron a ver con cierta asiduidad eran minas de carbón, y
multitud de sacos situados a los bordes del camino. Alternando con lo que Esther le dijo
que eran pequeñas fábricas de ladrillo rojo. Era impresionante como en unas horas
estaban pasando de la sabana a la selva y como el paisaje iba cambiando y con él sus
gentes y formas de explotar la naturaleza. Los ojos de la pediatra se volvieron hacia
Esther que se estremeció solo de zambullirse en su profundidad. “Gracias”, dibujaron
los labios de Maca, que feliz fue ahora ella la que recostó su cabeza en el hombro de la
enfermera. Esther, le acarició la mejilla, levantó su brazo por encima de los hombros de
Maca y la atrajo hacia ella, segura de que deseaba dormitar un poco tras la comida. Pero
se equivocaba, a pesar de que una dulce somnolencia la había invadido, Maca no quería
regalar ni un segundo de todo aquello al sueño, ¡ya habría tiempo de dormir! ahora era
momento de recrearse y disfrutar de todo lo que la rodeaba.
* * *
- Annie irá a buscar a Jack, ¿qué os parece si mientras nosotras vemos las
pequeñas oficinas?
- Como tú veas.
- Lo normal es que nos asignen un rangers que nos acompañe pero conociendo a
Jack será él mismo quien venga con nosotras.
- ¿Un rangers? – preguntó Maca sin comprender muy bien lo que quería decirle e
imaginando un guardia armado, lo que provocó que su temor aumentase.
- Un guía, normalmente armado, Maca – la sacó Esther de sus dudas con rapidez -
¡No me imaginaba que esto fuera tan grande! – exclamó observando todo a su
alrededor con enorme curiosidad, a aquel inmenso terreno lleno de pequeños
arbustos y algunos árboles más grandes diseminados por doquier.
- Ni yo sabía que el rinoceronte estuviese en peligrote extinción – puntualizó
Maca.
- Tiene setenta kilómetros cuadrados – le explicó Nancy mostrando la satisfacción
que sentía al verlas interesadas – y Maca, no lo está, al menos el negro, pero en
Uganda los extinguieron en 1982, el régimen anterior propició una matanza – le
dijo apretando los labios mostrando su desagrado - ¡una auténtica masacre! –
exclamó – que diezmó muchas especies y aniquiló algunas como el rinoceronte.
- ¡Qué barbaridad! – se escandalizó la pediatra.
- Ha sido necesario este proyecto de recuperación para poder reintroducir la
especie en su hábitat natural. De hecho solo aquí podréis ver los únicos
ejemplares salvajes existentes.
- ¿Y rinocerontes negros si hay? – preguntó Esther – porque yo no recuerdo haber
visto ninguno en estos años.
- No, también extinguido, pero es mucho más fiero y más difícil introducirlo,
aunque está proyectado hacerlo en unos años.
- Creí que la selva sería más… vamos que tendría más vegetación.
- Esto aún no es la selva Maca – soltó una pequeña carcajada la enfermera –
estamos en la sabana.
- Aquí verás muchos arbustos, gramíneas y algunos árboles, como aquel grupo de
allí – le explicó la bióloga.
- Son muy altos – comentó Maca impresionada con el porte que tenían.
- Es el árbol de Jack, vimos de esos el día que subimos a los lagos ¿te acuerdas?
Tienen casi veinte metros.
- ¿El día de los furtivos? – preguntó dejando bien claro que eso era lo que más
impacto aquel día.
- ¿Os encontrasteis con furtivos? – preguntó Nancy interesada.
- Sí – dijo Esther sintiendo una ligera culpabilidad por lo mal que lo pasaron.
- Fue un día fantástico – exclamó Maca interrumpiéndola, clavando sus ojos en
ella con tal intensidad que Esther se estremeció. Maca no quería ver su cara esa
expresión melancólica y culpable que acababa de poner - y ya recuerdo que me
comentaste muchas cosas de los árboles y… de todo – le dijo posando la mano
en el asiendo entre las piernas de ambas y acariciando con discreción el muslo
de la enfermera con el dedo índice. Esther sonrió y sus ojos brillaron divertidos,
consciente que desde donde Nancy estaba no podía ver las maniobras de la
pediatra.
- Si se puede seguro que Jack nos enseña el criadero – continuó Nancy con sus
explicaciones – es maravilloso ver a los bebes. No sabéis lo difícil que es que se
produzca un nacimiento.
Maca la miró asintiendo, y torciendo la boca en una mueca burlona que solo Esther
supo leer. Le hacía gracia escuchar como aquella mujer hablaba de los animales
continuamente como si formaran parte de su familia, como si fueran humanos, a ella
nunca se le hubiera ocurrido llamarle bebe a una cría de ningún animal y menos de
rinoceronte, siempre que los veía en reportajes le parecía un animal prehistórico, le daba
la sensación de llevar una coraza puesta.
Esther ayudó a Maca a descender del auto y se reunieron con Germán que las aguardaba
en la puerta del centro de recepción.
- ¿Y aquél edificio de allí? – señaló Maca, con curiosidad, hacia una majestuosa
mole que se veía unas decenas de metros más allá, con un jardín y gran trasiego
de gente.
- Un alojamiento para turistas, es una forma de contribuir a mantener el proyecto.
Hay poco dinero para estas cosas y tenemos que ingeniárnoslas para conseguir
ayudas y subvenciones – le explicó Nancy - No es lo ideal, pero es una de las
aportaciones más importantes.
- ¡Dios! ¡cuántas mariposas! – exclamó Esther, que no parecía interesada en la
conversación y observaba con atención unos arbustos cercanos.
- Son preciosas – murmuró Maca mirando hacia donde señalaba la enfermera y
fijándose en ellas con atención – ¡jamás había visto nada así! – comentó
extasiada con el cuadro de colores que le brindaba la naturaleza – debe haber
cientos!
- ¿Ves aquella de allí, la más grande! la que está en el arbusto de la izquierda
libando – le preguntó Germán a la pediatra agachándose a su altura, como hacía
siempre que quería indicarle que mirase a algún lado, detalle que ella le
agradecía en secreto acostumbrada a que todo el mundo le diera las indicaciones
sin tener en cuenta que desde su posición la vista era diferente.
- ¿La amarilla y negra?
- ¡La misma! es una papilio dardanus, y dicen que nunca hay dos iguales, todas
naces con diferente dibujo, son muy raras.
- ¿Desde cuando entiendes de mariposas? – le preguntó asombrada. Y él se
encogió de hombros con una sonrisa sin responder.
- Es una especie típica de los países húmedos de África Central – puntualizó
Nancy y Maca comprendió al instante de dónde había sacado Germán la
información, quizás Esther tuviera razón y entre ellos había algo más que
amistad, aunque ella juraría que Germán seguía enamorado de Adela, o esa
impresión le había dado cada vez que hablaban de ella – hay tantas por la hora,
suelen ser muy activas en las horas de más calor, y las que están en el suelo
siempre son los machos, tienen preferencia por libar las sales minerales del
terreno.
Annie salió del interior de la recepción y todos guardaron silencio. Venía acompañada
por una pareja joven que se apresuraron a saludar efusivamente a Nancy, era evidente
que no solo la conocían si no que la respetaban. Tras las presentaciones, les explicaron
que irían en todoterreno, durante unos quince minutos, al interior de la reserva para
poder ver los rinocerontes. Maca y Esther montaron con Jack y Annie, mientras Nancy
se marchaba con Rosanna y tomaba a Germán del brazo, algo que no pasó inadvertido a
Maca que no le quitaba ojo.
- Deja de mirar tanto a Germán, que Nancy va a creer que estás interesada en él –
le dijo Esther bajando la voz y haciendo una graciosa mueca, cunado Jack
arrancó el vehículo.
- Yo no miro a Germán – protestó – además, Nancy no puede pensar eso, ¿o es
que no sabe que tú y yo…? – preguntó arrastrando el yo y enarcando las cejas.
- Sí, lo sabe – confesó ladeando la cabeza – es mi amiga – intentó justificarse – se
lo conté – reconoció temiendo que se molestase.
- ¡Estupendo! ¿no tenemos que disimular! porque estaba pensando que en ese
caso….
- ¡Ni se te ocurra!.. ¿cuándo te vas a enterar de que…? - se calló al ver la cara
risueña de la pediatra y los ojos que bailaban divertidos - ¡Maca! – protestó.
- ¡Me encanta cuando te enfadas! – le susurró de nuevo en el oído y Esther sintió
un escalofrío al notar su aliento en la base del cuello.
Esther negó con la cabeza en gesto recriminatorio pero encantada de verla tan
juguetona. Maca parecía estar feliz, y por primera vez en mucho tiempo, la veía alegre,
animada, con fuerzas y ganas de todo. “A ver si escuchas lo que te están diciendo”
volvió Maca a inclinarse sobre ella susurrándole al oído, burlándose de su
ensimismamiento. Esther prestó atención a la charla que tenían delante Annie y Jack. El
chico comenzó a contarles con entusiasmo los progresos que habían hecho y como
habían aumentado en número de ejemplares en casi cien en tres años, lo que suponía
todo un logro.
- No creáis que al dedicarnos a ellos olvidamos las condiciones en que viven las
poblaciones de alrededor – les dijo de pronto - Además del plan de cría de
rinocerontes, desarrollamos programas educacionales y de apoyo a las aldeas
cercanas.
- Imagino que la educación en esto será fundamental.
- Sí lo es, intentamos que la reserva repercuta positivamente en el entorno y no
solo dando trabajo, sino medios para la calidad de vida.
- ¿Los veremos desde muy cerca? – preguntó Maca interrumpiendo toda esa
charla técnica más preocupada por el momento que se avecinaba y ganándose un
ligero codazo de la enfermera.
- Sí, caminaremos hasta pocos metros de ellos. Y… deberéis tener mucho
cuidado. Es un animal tranquilo, pero… en ocasiones, si huele peligro o se
siente amenazado… puede resultar sumamente peligroso. Tenéis que estar
dispuestas a subir a un árbol, en unos segundos – les informó con naturalidad.
- Es el segundo animal mas pesado de África después del elefante – les dijo Annie
que no podía evitar mencionar al animal que adoraba y llevaba años estudiando.
- Nos bajamos aquí, el resto del camino lo haremos a pie – anunció Jack
deteniendo el todoterreno y descendiendo de él seguido de Annie.
Esther se dispuso a hacer lo mismo cuando Maca la frenó. La enfermera la miró con una
sonrisa que rápidamente se borró de su rostro, la cara de la pediatra le gritaba a alto y
claro que le ocurría algo.
- ¿Qué pasa?
- Creo... que es mejor que me quede en el coche.
- Pero ¿por qué? – le preguntó asustada - ¿te encuentras mal?
- No, no me encuentro mal, pero… ¿tú has escuchado lo que nos ha dicho?
- Sí, claro que lo he escuchado.
- ¿Y cómo quieres que me suba a un árbol en unos segundos? – le preguntó
irónica.
- Maca… – frunció el ceño decepcionada – puedes venir, si no pudieras te lo
habrían dicho, ¿crees que Annie no se lo habrá comentado cuando ha entrado a
buscarlos? – le preguntó enarcando las cejas en un intento de convencerla -
Además, hemos hablado de esto muchas veces ya, tienes que dejar de cohibirte,
puedes hacer muchas cosas, muchas más de las que haces en Madrid, aquí las
has hecho y...
- Sí, he hecho muchas cosas aquí – la interrumpió con genio al ver que Esther
parecía no comprender sus temores - pero aprender a volar no es una de ellas.
- Maca, no empieces con el sarcasmo – la reprendió - ¿estás aquí y no quieres ir a
verlos? – le preguntó entristecida y mucho más suave intentando hacerla desistir
y que los acompañase, estaba segura de que si superaba ese momento de duda y
temor, disfrutaría mucho de la excursión - ¿te los vas a perder?
- Claro que quiero ir, pero... no sé si es una insensatez, ni si...
- No quieres estorbar, ¿es eso? – la cortó de nuevo, impaciente.
- Eso también, pero… me da miedo... no poder….
- ¿Qué hacéis? – asomó Germán la cabeza por la ventanilla y abrió la puerta de
Maca – vamos Wilson, ¡qué es para hoy!
- Germán espera que yo…
- No quiere venir, quiere quedarse en el coche – la acusó la enfermera con
desgana.
- No es eso, es que yo…
- Tú ¿qué?
- Eh… - se calló mirando a Esther y luego miró al médico de nuevo haciendo un
gesto de desesperación – hay que ir andando – le dijo como si él no lo supiera,
en un intento de justificar su decisión Germán sonrió comprendiendo que le
habían dado las mismas instrucciones que a ellos.
- No te preocupes que estaré contigo, no te va a pasar nada.
- ¿Y si hay que subirse a un árbol? porque nos han dicho que son peligrosos y
que….
- Eso solo ha pasado en raras ocasiones y nunca ha salido herido ningún turista,
que ya me he encargado yo de preguntar y tú deberías haber hecho lo mismo en
vez de negarte a hacer eso que estabas deseando – le dijo sentándola en la silla
sin que Maca se resistiese, en el fondo no quería quedarse allí sola metida en el
coche durante dios sabía cuanto tiempo y con aquel horrible calor – además, no
te preocupes porque está todo controlado, Nancy me ha dicho que Jack y
Roxanna están muy preparados y tienen mucha experiencia aunque los veas
jóvenes – le aseguró haciéndole una rápida carantoña en el cuello y la barbilla,
como si se avergonzase de ser tierno con ella - yo la empujo Esther – miró a la
enfermera con un guiño – así es que vamos que nos están esperando – dijo con
decisión señalando al grupo que aguardaba junto al primer jeep.
- Gracias – le sonrió contenta de tenerlo con ellas – Maca, ¡qué nervios! estoy
deseando verlos. ¿Tú no?
- Claro… yo también – dijo sin mucho convencimiento.
Comenzaron a andar en fila india y en silencio como les habían indicado por señas,
procurando ser sigilosos. Germán empujaba la silla, el terreno estaba algo húmedo por
las últimas tormentas y costaba trabajo pasarla por algunos puntos. Maca observaba
toda aquella extensión con cierto temor. No habían visto ningún ejemplar aún, pero
conforme se acercaba el momento comenzaba a pensar que no era tan buena idea el que
ella estuviese allí, tenía la sensación de que no había muchos árboles y de que estaban
demasiado diseminados, pero poco a poco, el terreno se fue haciendo más agreste y la
arboleda ligeramente más densa. Tras veinte minutos andando se toparon con un par de
ejemplares. Esther que caminaba delante de ellos se volvió hacia Maca con los ojos
abiertos de par en par mostrando su fascinación y señalando hacia el punto en que
instantes antes Roxanna les había indicado a Nancy y a ella que mirasen.
Jack, señaló con la cabeza hacia Maca y le indicó a Germán con una negación que ella
no debía acercarse más. El médico asintió y cuando la pediatra dirigió sus ojos
asustados hacia él, temiendo que emprendiese la marcha tras ellas, le sonrió poniéndole
una mano en el hombro.
Jack se arrodilló en el suelo, apoyando el rifle en sus muslos, junto a ella y le señaló un
grupo que había a la izquierda, eran dos ejemplares imponentes con uno mucho más
pequeño, que Maca interpretó como una cría. La pediatra no dejaba de mirar hacia ellos
y de imaginar qué ocurriría si uno decidía avanzar en esa dirección, porque tenía la
terrible sensación de que aquella arma con dardos tranquilizantes y aquel joven que
bromeaba con ser un escudo humano no serviría de nada ante aquel impresionante
animal.
- Estos “rinos” son de Kenya, los trajimos aquí en el 2005, los tuvimos unos
meses en una especie de jaulas gigantes, unos recintos en medio de la sabana
hasta que los soltamos en el santuario – le explicó con orgullo – y hoy podemos
afirmar que son animales totalmente adaptados al medio.
- Debe ser muy gratificante ver que el proyecto funciona – comentó Maca
pensando en lo que le gustaría a ella que el suyo tuviese aunque fuera la mitad
de éxito, entendía perfectamente al chico, sabía lo que era luchar por un
imposible, enfrentarse a todas las trabas y aún así conseguir poner en marcha
algo, lo admiraba por ello.
- No solo funciona, el futuro de la especie es muy esperanzador, es muy difícil
que nazcan crías y aquí lo estamos consiguiendo con un porcentaje de éxito muy
elevado.
- Todo esto es impresionante - comentó Germán arrodillado igualmente junto a
ellos – y el trabajo que hacéis increíble.
- Muchas gracias – sonrió el joven manifestando su satisfacción – ya regresan –
les señaló a las cuatro que volvían con el mismo cuidado y sigilo con el que se
habían separado de ellos aleccionadas por Roxanna.
- Dios Maca, son… gigantescos – le dijo Esther devolviéndole la cámara cuando
estuvo a su altura – te he hecho un detalle de la cabeza que vas a flipar.
- Ya lo veo – rió, mirando el visor, contenta de verla disfrutar de aquel modo.
- ¡Y parecen tan tranquilos! – exclamó eufórica por haberse acercado tanto – unos
metros más y los hubiésemos tocado, ¿verdad, Nancy? – su amiga sonrió
asintiendo acostumbrada ya a aquellas manifestaciones de la enfermera, aún
recordaba la que montó después de ver el primer gorila.
- Están relativamente acostumbrados a la presencia humana – admitió Roxanna –
pero nunca hay que confiarse. Son animales salvajes y peligrosos.
De repente, a la derecha se escuchó un ruido de maleza y Roxanna les hizo una seña de
que retrocedieran unos metros. Otro rinoceronte se acercó hacia ellos, con calma,
ignorando su presencia. Maca se echó instintivamente hacia atrás en su silla sobrecogida
por aquellas dos toneladas de carne, con un cuerno enorme en la frente que cada vez se
aproximaba más y más. Ni siquiera fue capaz de coger la cámara y aprovechar aquel
fabuloso primer plano que se le brindaba, paralizada ante la mole que se les venía
encima, andando tranquilamente, agachando la cabeza y mascando unas briznas de un
lado, otras del contrario, levantando de nuevo la cabeza y mirando al grupo con descaro.
Maca sintió que el corazón se le disparaba cuando el animal comenzó a dar lentos pasos
hacia ellos.
Cada vez se acercaba más, iba hacia ellos sin remisión y Jack, comprobando que
estaban en la ruta del animal, les indicó el camino de regreso. Esther miró a Maca, su
palidez era evidente a pesar del calor y supo que estaba asustada. La pediatra le
devolvió la mirada y Esther le sonrió con aplomo, “tranquila”, le dijeron sus labios.
- Debemos irnos de aquí – les anunció con seriedad pero sin atisbo de
preocupación – como hemos venido muy despacio y en silencio.
- Vamos – los apremió Rosanna.
Rosanna abrió la marcha y el joven fue indicándole a las demás que la siguieran, Esther
al pasar junto a Maca le hizo una caricia furtiva que la pediatra agradeció
profundamente, a pesar de que el peligro podía ser inmediato todos aparentaban una
calma que les envidiaba. Cuando todas pasaron Jack le dijo a Germán que fuera delante
de él, empujando a Maca. Él cerraría la comitiva, fusil en mano, retrocediendo casi de
espaldas sin quitar la vista del animal.
Maca apenas pudo escuchar lo que decía y los nervios se alojaron en su estómago,
levantó los ojos hacia Germán y giró la cabeza.
Pasado el peligro, se detuvieron de nuevo cerca de otro pequeño grupo en el que había
dos crías, tan pequeñas que Esther y Maca se miraron enternecidas, era increíble la
delicadeza con que, aquella inmensa madre, rozaba a su cachorro y apoyaba su cabeza,
casi tan grande como la cría, sobre el cuerpecillo del pequeño. Esther sonreía embobada
y Maca, a su lado, dejó la cámara para tomar la mano de la enfermera que la miró
risueña, no necesitaron palabras, ambas supieron decirse en silencio lo maravilloso que
era aquello y lo felices que las hacía sentirse.
Permanecieron observándolos una media hora más, ninguno parecía recordar que aún
les quedaba un largo camino hasta Murchisson Falls, nunca habían visto nada similar ni
habían experimentado esa sensación de excitación nerviosa, mezcla del miedo que
producía el peligro que corrían y la euforia de presenciar aquel espectáculo. De nuevo
Nancy y Esther se tomaron de la mano y se acercaron, temerariamente para el gusto de
Maca, al grupo de rinocerontes más próximo, Roxanna las acompañaba.
- ¿No están muy cerca? – preguntó la pediatra, cuando las vio casi al lado de dos
de los ejemplares, mirando preocupada a Jack.
- Roxanna sabe lo que hace – fue la respuesta del chico y Maca se gano un
pequeño golpe de Germán en el hombro.
La pediatra guardó silencio pero seguía pensado que los escasos cinco metros en los que
la enfermera se encontraba de distancia con ellos animales era una imprudencia.
Además, de espantarse no había árboles para todos y tampoco estaba segura de que aún
habiéndolos les pudiera dar tiempo a subir a ellos. Movía las manos nerviosa deseando
que volviesen, lo último que deseaba es que a Esther le ocurriese algo, ni a ella ni a
nadie. Al cabo de unos diez minutos, Maca observó con alivio como comenzaban a
andar hacia atrás y regresaron.
Esther llegó con tal cara de fascinación que Maca olvidó la queja que pensaba
formularle, de hecho si ella hubiese podido seguro que también hubiera estado allí con
ella, tomando fotos y tan cerca que casi podían tocarlos.
Maca, sentada ya en el coche, sentía una enorme satisfacción. ¡No iban a creerla cuando
contase que había estado a unos diez metros de un animal como ese! Miró a Esther con
tal agradecimiento que la enfermera no pudo evitar besarla con rapidez en la mejilla y
recostarse de nuevo en su hombro. El calor apretaba pero ninguna parecía notarlo
inmersas en aquella naturaleza salvaje y cambiante, tomadas de la mano y sentadas en el
jeep una junto a la otra.
* * *
Apenas llevaban una hora desde que salieran del santuario, cuando el paisaje comenzó a
cambiar de forma radical. Y Maca rápidamente aludió a ello.
Maca asintió sin insistir. Esther tenía razón, era mucho mejor desconocer lo que la
esperaba así la impresión ante lo desconocido era mucho mayor. Sus ojos observaban
todo con atención y no dejaba de sorprenderse de la cantidad de niños pequeños que
salían al encuentro de los vehículos, siempre saltando, siempre riendo, siempre alegres,
contentos de saludar a los muzungus que atravesaban sus tierras. Esther observó que
Maca tenía las lágrimas saltadas y le acarició la mano, preocupada.
Esther se corrió en el asiento facilitando que la pediatra hiciera lo mismo. Era una
colonia tan grade que sobrecogía. El jeep de Annie y Germán se había detenido al borde
del camino y el de ellas hizo lo mismo. El médico ya había descendido y se encaminaba
hacia ellas.
- Será solo unos minutos – les dijo asomando por la ventanilla de Nancy que ya
estaba abriendo la puerta para descender - Annie quiere comprar un poco de
Kasava – les explicó.
- ¿Qué es eso? – preguntó la pediatra mientras Esther sacaba la silla para que ella
también descendiese un rato.
- Un tubérculo que se toma cocido – le dijo Germán – aguanta muy bien el tiempo
y quiere llevarse un poco para el campamento.
- ¡Buena idea! – exclamó Nancy.
- Mientras, si quieres puedes sacarles unas fotos – le señaló el médico a los
pelícanos.
- ¿Cuántos puede haber? – preguntó asombrada de aquella gran cantidad de aves y
del ruido ensordecedor que producían.
- ¡Cientos! – le dijo Nancy.
Maca disfrutó haciendo las fotos y le dio la cámara a Esther para que hiciera algunas
más, saltando la cuneta y adentrándose unos metros en la gran explanada. Nancy fue
con ella, ante la atenta mirad de Maca que no dejaba de observar como reían y con
complicidad se ayudaban para conseguir fotografiar un nido que tenía un par de
poyuelos casi al borde del camino. Sin poderlo evitar deseó con todas sus fuerzas estar
ser ella la que estuviera allí, junto a la enfermera, haciéndole de trípode entre bromas y
risas. Las envidió y a un tiempo sintió que los celos se la comían por dentro. Germán, se
percató de la sombra que cruzó por sus ojos y creyó que se debía a la preocupación por
los resultados.
Maca no respondió y volvió la vista hacia la enfermera que reía con Nancy.
- Ya... - murmuró Germán con una expresión tan burlona que Maca frunció el
ceño molesta - no te preocupes por ella, está divirtiéndose y te aseguro que lo
necesitaba, hace muchos meses que no a veía así de contenta y eso es culpa tuya
- le comentó arrancando una franca sonrisa a la pediatra - pero... tú tienes que ser
prudente y cuidarte y no dejarte arrastrar por su euforia.
- Prométeme una cosa - le pidió Maca clavando sus penetrantes ojos en él.
- ¿Yo? – preguntó extrañado y ligeramente nervioso - ¿el qué?
- Que no vas a estar todo el viaje dándome el coñazo con eso. Creo que me estoy
portando bien, teniendo precauciones y haciendo lo que me has dicho, bebo agua
sin parar, he comido, procuro que no me de el sol… - enumeró impaciente - pero
no me lo recuerdes cada cinco minutos.
- ¡Prometido! – sonrió – pero no voy a quitarte ojo - la amenazó con el dedo.
- Eso ya lo sé y… te lo agradezco – reconoció.
Germán sonrió y se levantó al ver llegar a Annie que venía acompañada de un par de
chiquillos que se acercaron a Maca con curiosidad, tocándola y saltando alrededor de
ella sorprendidos de la silla. El médico charló con ellos y luego rebuscó en su mochila y
le tendió a Maca un pequeño paquete perfectamente envuelto.
El medico soltó una sonora carcajada, acompañada por las risas de los pequeños, que
orgullosos le ofrecían un lagarto que a Maca se le antojó repugnante.
- Es el lagarto de fuego – le explicó Annie riendo por primera vez sin ningún tipo
de pudor cogiendo al animal de las manos de los niños que estaban a punto de
situarlo en el regazo de Maca – por aquí es muy abundante y deberías ir
familiarizándote con él porque nos acompañará todo el camino.
- ¿Éste? ¿en el coche? – preguntó cada vez con más desagrado, prefería quedarse
allí abajo que montar en el jeep con ese bicho a su lado.
- No mujer – rió Germán – lo que Annie quiere decir es que veremos muchos en
la selva – la avisó – subidos en los troncos, camuflados en la maleza, o en la
tierra y tendrás que acostumbrarte porque aunque veas este rojo y azul, suelen
cambiar de color según el medio, y es difícil darse cuenta que hay uno hasta que
no salta – le explicó cogiéndolo ahora él con delicadeza intentando acercárselo.
- Vale… eh… entiendo pero… ¡apártalo de mí! – le pidió echando el cuerpo hacia
atrás.
- No te asustes, es muy dócil y manso. No hace nada – le explicó Annie – no
tengas miedo.
- No es precisamente miedo lo que tengo – respondió fulminando a Germán con la
mirada por haberla hecho hacer el ridículo de aquella forma. Miraba a Annie que
había vuelto a su coche al ver que no sucedía nada importante, e imaginaba que
debía estar pensando de ella. La seria científica apenas había sonreído en todo el
viaje y la primera carcajada que lanzaba era a su costa – ¡te mato cabrón! –
murmuró entre dientes enfadada con él.
- Modere ese lenguaje doctora – le respondió intentando controlar la risa.
- ¿Te diviertes haciéndome rabiar! pues te recuerdo que soy muy capaz de
vengarme de ésta.
- ¿A qué no sabes como se le llama? – le preguntó divertido seguro de que era así
y temiendo lo que pudiera llegar a ocurrírsele.
- Lagarto de no se qué… - dijo malhumorada sin recordar lo que había dicho
Annie.
- Me refiero coloquialmente.
- ¡Cómo voy a saberlo si no he visto un bicho como ese en mi vida! – espetó
intentando mover la silla para alejarse del médico que lo mantenía cogido – y a
mí no se te ocurra tocarme con esas manos.
- Yo no lo haré – respondió burlón – pero díselo a ellos – se mofó viendo como
los pequeños no dejaban de acercársele y lanzarse en sus brazos, besándola o
tocándole el pelo.
- ¿Cómo lo llaman? – preguntó intentando vencer la repulsión que sentía y ser
agradable con los pequeños.
- ¿No te recuerda a nadie?
- ¿A mí? – preguntó aún más extrañada – no y te advierto que no estoy para una
de tus bromas – lo amenazó intuyendo que iba a soltarle una de sus gracias y con
seguridad dirigida a ella.
- Spiderman, Wilson, le llaman Spiderman, por el color y por su agilidad para
subir por superficies completamente rectas.
- ¿Y aquí conocen a Spiderman?
- Aquí no – la miró divertido – se le llama así por los que venimos de fuera, ¿no
me digas que no se le parece?
- Hombre… bien visto… - dijo sin querer admitir que aunque no había caído en
ello, si que podía considerar que existiera un parecido.
- Aquí se le conoce como te ha dicho Annie, dragón o lagarto de fuego.
Esther llegó al grupo casi desencajada, con la respiración agitada y a tiempo de ver la
cara de espanto de Maca y de notar el retemblado que dio, cuando Germán volvió a
acercárselo al devolvérselo a los niños.
Maca observó todo con detenimiento, mantenía el ceño fruncido y un gesto de enfado
que solo Esther era capaz de interpretar, porco sus labios esbozaban una leve sonrisa de
disimulo. Germán y Annie marcharon hacia su coche, la bióloga se volvió hacia Maca
que ya estaba siendo ayudada por Esther a subirse al jeep y cogió la silla para cerrarla.
Maca lanzó un profundo suspiro, Germán tenía razón ese viaje podía ser maravilloso
pero no se le había ocurrido pensar en toda la clase de animales que iba a tener que
sufrir. Lagartos, serpientes, insectos siempre la hacían perder los nervios, simplemente
no los soportaba. No quería pensar lo que debía ser meterse en la selva, ya tendría
tiempo de comprobarlo al día siguiente, de momento quería disfrutar de lo que le
quedaba de viaje hasta el hotel de Murchisson Falls y, sobre todo, estaba deseando saber
a qué sorpresa se había referido la enfermera minutos antes de detenerse a ver los
pelícanos.
Mientras el coche seguía su camino, iban dejando atrás pequeñas empresas familiares
dedicadas a fabricar ladrillos en pequeños hornos humeantes al aire libre. Maca
comprobó que los ladrillos eran del color de la tierra por la que iban pasando, unas
veces rojos, otras marrones, a veces endurecidos por el horno, otros más rudimentarios
y secados al sol. Mayores y niños transportaban uno o varios ladrillos por los caminos
polvorientos, tenía la sensación de que se había convertido en una imagen que se repetía
con insistencia. No dejaba de sorprenderse con cada gesto, con cada mirada, con cada
traje de aquellas gentes que cada vez le resultaban más familiares y a un mismo tiempo
tan diferentes a todo lo que había conocido que le provocaban un secreto deseo de saber
más, de conocer más, de comprender todo aquello que se le ofrecía y que cada vez
sentía más fascinante.
Esther se retiró de ella con brusquedad, intentando evitar lo que ya era inevitable,
siempre que Maca le susurraba al oído el deseo se apodera de ella con toda su fuerza.
Resopló y se removió en su asiento.
Maca miró a Esther que le devolvió una mirada de aviso, temiendo que Maca volviese a
meter la pata. La pediatra torció la boca en una mueca burlona decidida a matar dos
pájaros de un tiro, vengarse de Germán y demostrar a la enfermera que era capaz de
hablar con Nancy de él.
Nancy se giró y se acomodó como no había hecho hasta entonces, flexionando la pierna
derecha sobre el asiento y volviendo todo el cuerpo hacia ella, visiblemente interesada
en la conversación. Pero Esther le dio tal pellizco a Maca en el muslo, sin que su amiga
pudiese verlo, que la pediatra tuvo que tragarse sus palabras y ahogar un quejido.
Maca se quedó pensativa, escuchándola, y Esther supo que su mente ya estaba tramando
algo, o buscando alguna solución a ese problema, así era Maca, no podía evitar
implicarse en todo. Nancy siguió contándoles el proceso que habían seguido y los
esfuerzos para frenar ese avance que comía terreno al parque. Maca la escuchaba con
atención, secretamente envidiaba esa admiración que Esther sentía por la bióloga y
zoóloga. Tenía la sensación de que estaba fascinada por su trabajo y por su estilo de
vida y se temía que ella jamás pudiera compensar todo aquello, que nada de lo que
hiciese llegase a impresionarla como la impresionaba Nancy. Pero sobre todo temía que
esa fascinación fuera más allá. Nancy la estaba mirando de una forma tan intensa,
poniendo tanta pasión en sus palabras que hasta ella hubo de reconocer el carisma que
emanaba de la científica que además, tenía una sonrisa preciosa.
- ¿Qué opinas Maca? – le dijo Nancy con sincero interés, sacándola de sus
pensamientos y dejándola sin saber que responder, hacía tiempo que había
dejado de escuchar el contenido de sus palabras.
- Pues… yo… - miró hacia Esther buscando que le echara una mano y saliese al
quite pero la enfermera, también estaba inmersa en sus pensamientos.
- Eh… es difícil opinar sobre ello – dijo intentando salir del atolladero al
comprobar que Esther no estaba por la labor de ayudarla.
- Sí, pero… me interesaría mucho saber tú opinión. Esther ya me ha contado lo
que hacéis en Madrid y… me gustaría saber si crees que hay posibilidades – le
dijo y Maca sonrió halagada pero sin idea de a qué se refería.
- ¡Mirad! – exclamó Esther interrumpiendo a Nancy y provocando un profundo
alivio a Maca que se vio libre de pasar el mal rato de confesar que no estaba
escuchando – ¡mira Maca! ¡mira! – le dijo al tiempo que el jeep frenaba su
marcha.
- Dios ¡qué grande es! – exclamó la pediatra con unos ojos desmesuradamente
abiertos - ¿qué es? – preguntó mirando a la enfermera ilusionada.
- Un búfalo – rió Esther – ya los hemos visto antes, Maca.
- Raro que esté solo ¿no? – preguntó sin quitar sus ojos del animal que aparecía
majestuosos ante ellos.
- No, no lo es. Suelen echar a los machos jóvenes de la manada – le dijo Nancy
mientras todas observaban al animal plantado en mitad del camino, con las patas
delanteras ligeramente abiertas, sin la más mínima intención de apartarse ni
siquiera por el ruido de los motores – y son los más peligrosos, y agresivos.
- Y está así, suelto – miró Maca a la enfermera con temor de que se lanzase contra
ellos.
- Pues claro, ya estamos adentrándonos en el parque terreno del Parque Nacional
y con suerte veremos muchos más animales – sonrió haciéndole una mueca
burlona ante su ocurrencia.
- Los límites del parque no tienen barrera física por eso pueden moverse fuera de
ellos – le dijo Nancy.
- Entiendo.
- Fuera de estos límites es más difícil luchar contra furtivos y todo tipo de peligros
– continuó explicándole la bióloga - cuando subamos esa cuesta ya estaremos
dentro del parque.
Maca asintió y siguió mirando por la ventanilla, finalmente, el búfalo se apartó con
parsimonia y los dejó continuar la marcha. El jeep subía perezoso por la pendiente,
traqueteando ante la irregularidad del terreno y a una marcha que a Maca se le antojaba
lentísima.
Maca abrió los ojos desmesuradamente, desde que llegara ese había sido uno de sus
mayores deseos, y el pensar que a partir de esos momentos se cumpliría la llenó de
satisfacción. Con suma atención se dedicó a mirar por la ventanilla buscando
descubrirlos y pronto su cara de sorpresa e ilusión demostró que había sido así.
- ¿Qué son? – preguntó señalando a una manada que estaba al borde del camino
pero que en décimas de segundo salió disparada y ahora se atisbaba a lo lejos.
- Antílopes – le dijo la enfermera - ¿ves qué rápidos son! Nancy me contó que
pueden correr hasta cien kilómetros por hora.
- ¿Te conoces toda la fauna? – inquirió dejando entrever su admiración.
- No – sonrió – de hecho no tengo ni idea de qué tipo de antílope es – susurró con
ojos bailones haciendo hincapié en el “ni idea”.
- Es que están muy lejos – la miró condescendiente – nadie podría distinguir
desde aquí…
- ¡Ni aunque estuvieran cerca! y verás como, por muy lejos que estén, Nancy sí
sabe lo que son – le dijo echándose hacia delante y preguntándole a la bióloga
que rápidamente las informó de que eran ejemplares de Eland de Derby, uno de
los de mayor tamaño de toda África.
- Corren muchísimo – dijo Maca admirada - ¿Cuántos puede haber? – preguntó
impresionada por aquella masa que se desplazaba a una velocidad vertiginosa
para frenarse casi sincronizadamente.
- No creas que son los más rápidos, el Eland de Derby es demasiado grande y
robusto, por eso se alimenta exclusivamente de hiervas y suelen formar rebaños
que pueden superan los mil ejemplares, aunque este es mucho más pequeño, yo
diría que no llegan ni a cuatrocientos.
- ¿Cómo puedes calcular eso? – le preguntó Maca impresionada.
- Experiencia – le sonrió abiertamente y Maca volvió a pensar que tenía una
sonrisa preciosa. Al verla tan interesada Nancy continuó - gracias a su gran
tamaño son pocos los animales que se atreven a atacarlos. Únicamente los leones
o numerosos grupos de hienas, como ya te he dicho no son muy veloces,
¡deberías ver a un león en acción! es espectacular – exclamó y Maca asintió
pensando para sus adentros “¡y acojonante!” – pero los antílopes han aprendido
a formar sólidos frentes de cuernos y pezuñas para alejar a sus enemigos y frenar
las depredaciones.
- ¿Cómo los distingues?
- Básicamente por los cuernos y el pelaje. Estos que ves se caracterizan porque
tanto los machos como las hembras desarrollan una cornamenta en forma de
espiral que crece en línea recta hacia arriba. Y posee un pelaje con líneas blancas
verticales que descienden desde el lomo hacia los flancos – terminó girándose de
nuevo en el asiento.
- ¿Ves? – enarcó las cejas la enfermera con una enorme sonrisa.
- Parecen ciervos – comentó Maca.
- Pues aunque no lo creas no están emparentados con ellos, sino con las vacas y
bueyes.
- Pues nadie lo diría.
- Una de las principales diferencias entre ambos grupos son sus cuernos, los
antílopes tiene una cornamenta permanente como las vacas, mientras en los
ciervos la cornamenta se renueva anualmente – le explicó con una sonrisa de
suficiencia demostrándole que ella también conocía detalles de ellos – Nancy me
explicó todo la última vez que estuve aquí.
Maca asintió sin dejar de observar el exterior, convencida de la fascinación que Esther
sentía por su amiga y su trabajo. Y era normal porque todo aquello era indescriptible,
seguía impresionada con la idea de que la gente siguiera allí rodeada de aquellos
animales salvajes y realizando sus actividades diarias. Sus ojos se fijaron en un granjero
que guiaba a unas vacas de enorme cuernos que no dejaban de resultarle extrañas,
aunque ya las había visto en varias ocasiones; más allá, otros lugareños estaban
elaborando ladrillos con tierra y cortando árboles con herramientas desconocidas para
ella. Allá donde mirase descubría algo que despertaba su curiosidad e interés, y
preguntaba a cada instante por todo aquello que desconocía y Esther solícita respondía a
sus preguntas.
- ¿Qué hacen Esther? – le señaló un par de hombres que se afanaban en una tarea
que no era capaz de identificar.
- Extraen aceites de las semillas de palma.
- ¿Y aquellos de allí? - señaló a un grupo de jóvenes que estaban cerca del camino
y que parecían muy concentrados mirando en la maleza - ¿qué buscan?
- Se dedican a cazar saltamontes – le dijo con naturalidad
- ¿Saltamontes? - la miró con estupor, ¡no quería ni imaginar para que!
- Los fríen o... los venden – le dijo riendo, leyendo en sus ojos la pregunta.
- ¡Dios! ¡qué asco!
- Maca… - la miró con reprobación.
- No me irás a decir que los has probado y que están exquisitos – enarcó las cejas
entre sarcástica y temerosa de que así fuera.
Esther soltó una carcajada y pasando su mano por encima de la pediatra se abrazó a ella
sin importante lo que pudiera pensar el conductor que miraba continuamente por el
espejo retrovisor.
Esther sonrió para sus adentros, sintiéndose inmensamente feliz. Se incorporó y se sentó
observándola de reojo. Satisfecha de ver como Maca observaba todo con suma atención.
La pediatra no podía evitar sentirse impresionada con todo aquello y señaló extasiada a
una señora mayor que hacía maravillosos recipientes de terracota sin nada más que el
barro y sus habilidosas manos.
Esther, aprovechando que Nancy llevaba un rato sin prestarles atención, charlando con
el conductor, se acercó a Maca le dio un fugaz beso que provocó que la pediatra abriese
sus ojos de par en par sorprendida y al mismo tiempo tremendamente excitada por el
peligro que suponía, echada sobre ella, le señaló al fondo del camino, donde se veían
unos árboles.
- En cuanto me miraste con esa cara de “¡ayúdame, por favor!” supe lo que te
pasaba.
- Tú tampoco estabas escuchando – la acusó burlona preguntándole en silencio en
qué había estado pensando. - y ya te vale no echarme un cable... ¿Qué haces? –
le preguntó al ver que la enfermera posaba su mano sobre encima de su pierna y
se la apretaba arriba y abajo.
- Nada… solo… creí que… ¿lo notas?
- ¿Cómo voy a notarlo? – dijo extrañada - ¿qué pasa Esther? – preguntó borrando
su sonrisa y mirándola con seriedad.
- Nada… no me hagas caso. Cosas mías – le dijo señalando el exterior con la
mano, había sido la primera en percatarse de lo que allí había – ¡Mira! ¡mira allí!
- ¡Esther! – exclamó olvidado aquella conversación - ¿son, son…?
- ¡Leones! – señaló Nancy justo hacia el lugar que Maca ya había descubierto y en
el que tenían todas clavados sus ojos.
Se sentía como en otro mundo, aparte del hermoso paisaje no se esperaba una sorpresa
como aquella, que la fascinaba y al mismo tiempo la hacía temer lo que tanto había
deseado y esperado. Seis majestuosos leones podían contemplarse tranquilos al amparo
de un imponente árbol, subidos en sus ramas, disfrutando de la sombra y del descanso,
cerca de la carretera.
Los leones la habían dejado impresionada y con el temor metido en el cuerpo, eso era
precisamente lo que había esperado en sus paseos con la enfermera y que nunca se había
producido, pero el verlos allí, a sus anchas, paseándose cerca de la carretera y subidos al
árbol la dejaron sin palabras. ¡Qué diferente y maravilloso era todo!
Unas centenas de metros más allá, vieron más sacos de carbón dispuestos para la venta
y su mente volvió a la historia que les había contado Nancy.
- Esther – se volvió hacia ella - ¿qué tiene que ver aquí la guerrilla con el carbón?
– preguntó de pronto la pediatra que aún estaba pensando en la charla que habían
mantenido.
- Es la típica lucha que hay en todas las sociedades por controlar el combustible, y
encima aquí…como el carbón de leña escasea, pues aún más.
- ¡Qué impotencia debe sentir! – exclamó señalando a Nancy con la cabeza.
- Le gusta su trabajo, ama a esos animales y… es capaz de dar la vida por todo en
lo que cree y ama.
Maca se quedó observándola, con seriedad, tenía la sensación de que Esther había
querido decirle algo más allá con sus palabras. Pero la enfermera sonrió y la besó en la
mejilla al verla tan seria.
Esther la miró risueña, feliz de verla de buen humor, de verla disfrutar, bromear y
divertirse con el viaje. Maca le devolvió la sonrisa, sin saber que Esther no le había
contado toda la verdad y que sus deseos de dormir confortablemente esa noche no iban
a cumplirse.
- Estamos en tierra de los Batwa Forest – se volvió de nuevo Nancy hacia ellas –
tienen sus poblados en aquella ladera de allí – le dijo señalándole las montañas
de la derecha y en plena selva.
- No he oído hablar de ellos jamás – comentó la pediatra – ¿qué son! ¿una tribu?
- Sí que lo has oído – aseguró la bióloga – pertenecen al grupo étnico de los
pigmeos.
- Ah, los pigmeos, sí, he visto reportajes en televisión.
- Aunque ellos prefieren ser llamados gente de la selva – continuó Nancy con una
sonrisa ante el comentario de la pediatra que Esther interpretó rápidamente.
- Maca, por mucho que veas en la tele, no imaginas como son – le dijo Esther.
- Esther tiene razón.
- Ya imagino – murmuró - ¿Iremos a alguna de sus aldeas?
- Quizás nos crucemos con algunos en la selva pero, no, no los visitaremos.
Aunque es una experiencia que te maravillaría.
- No lo dudo.
- Su cultura es increíble, probablemente sea la más antigua del mundo, y es una
pena porque su forma de vida está rápidamente desapareciendo debido a la
progresiva deforestación, a los mal gestionados proyectos de conservación y las
políticas donde los Batwa no ocupan un lugar.
- ¿Y no se puede hacer nada?
- Me temo que no, pero… no es mi campo – le dijo girándose de nuevo para
encarar el camino dando por terminada la conversación.
- Todo esas cosas que me contáis son… frustrantes – miró a la enfermera casi con
un halo de desesperación e impotencia.
- Me gustaría que pudiese ver a los pigmeos, Germán me dijo que tienen más de
diez mil años de antigüedad – le sonrió comprensiva – y sus remedios contra las
enfermedades lo tienen fascinado, creo que escribe un libro sobre ello.
- ¿Crees? – le preguntó Maca con curiosidad.
- No habla de ello, pero lo conozco y sé que es así. No vayas a decirle nada.
- No… tranquila – le dijo volviendo hacia ese desconocido y fascinante mundo
que la rodeaba.
Los minutos que faltaban hasta el recinto hotelero lo hicieron con calma, Maca se
sorprendió ante la cantidad de Mandriles de Oliva que se escondían entre las gramíneas
altas de los bordes del camino, vieron algunos cuervos que parecían observar los
vehículos desde las ramas de los árboles cercanos. Pero sobre todo, casi saltó en el
asiento cuando un varano de más de un metro cruzó corriendo el camino rojizo
provocando que el jeep frenase con brusquedad. Esther la miró sorprendida de la
velocidad con que había reaccionado. Esa Maca no era la del primer viaje, ya no se
dejaba sorprender por baches ni frenazos, siempre iba fuertemente agarrada y había
aprendido a guardar el equilibrio sin problemas ante el traqueteo de los vehículos.
Esther soltó una carcajada tan sonora que Nancy se volvió hacia ellas.
- ¿Impresionada con el varano? – le preguntó imaginando de qué podía estar
riendo la enfermera.
- No soporto las salamanquesas, ni las lagartijas, ni los lagartos ni… y ese bicho
es… eso pero en tamaño gigante – confesó con desagrado.
- No te preocupes porque no creo que nos encontremos con ninguno a donde
vamos – la tranquilizó – pero es un animal muy interesante y digno de estudio.
- No lo dudo – respondió – pero que lo estudie otro – murmuró entre dientes, al
tiempo que intentaba pegarse a la puerta del jeep esperando evitar un nuevo
codazo de la enfermera que en esta ocasión no se produjo.
Nancy le sonrió comprensiva y recuperó su posición. Esther miró hacia delante y luego,
clavó sus ojos fijamente en Maca
Esther la miró con tal brillo en sus ojos, con tal expresión de alegría que Maca la tomó
de la mano y se inclinó hacia ella.
Poco a poco, toda la población que habían ido viendo por el camino durante la última
media hora fue desapareciendo y el Parque Nacional se mostraba exuberante con
paisajes preciosos y multitud de colorido conferido por las manadas de cebras y ñús, los
antílopes, las casi diez jirafas que distinguieron a lo lejos y las enormes bandadas de
pájaros. De las mujeres con vestidos vistosos y sus cargas en la cabeza, pasaros a los
monos babuinos que se apostaban a los lados de los caminos, saliendo de la espesura
densísima de la selva.
- ¡Qué calor hace! – exclamó la pediatra que no dejaba de sudar y pasarse la mano
por la frente visiblemente acalorada.
- Si, ese es uno de los inconvenientes de esta parte de la selva – le dijo buscando
en la mochila – toma, bebe un poco.
- No tengo sed – se negó con un gesto de desagrado – llevo bebiendo todo el
camino.
- Maca… no empieces.
- Esther que… - intentó negarse pero la enfermera frunció el ceño y la miró de tal
forma que se frenó - trae – dijo resignada dando un sorbo, ella era la última en
desear que le ocurriese lo mismo del primer día - Y si hace este calor ¿por qué
me has hecho meter cosas de manga larga?
- Ya lo verás – respondió misteriosa pero ante el gesto de queja de Maca sonrió –
vamos a las montañas, atravesando sendas muy estrechas y te aseguro que hay
que ir con manga larga.
- ¿Hace frío?
- Bueno... está más umbrío pero lo peor son los mosquitos y demás insectos, por
no hablar de las ortigas y plantas venenosas y…
- ¡Vaya panorama! – exclamó con temor interrumpiéndola.
- ¿Te estás rajando? – preguntó burlona.
- ¡Ni en un millón de años! yo veo esos gorilas como me llamo Macarena Wilson
– exclamó ufana – ¡aunque sea lo último que haga!
- ¡No digas eso ni en broma! – protestó sintiendo una repentina e inexplicable
aprensión.
- ¡Tonta! – susurró – ven aquí - le pidió levantando su brazo por encima de los
hombros de la enfermera recostándola sobre su hombro disfrutando de todo
aquello y de estar abrazada a ella
Después de una hora de camino, en la que siguieron viendo animales durante todo el
trayecto, llegaron al Red Chilli Rest Camp, donde se hospedarían esa noche. Situado en
la localidad de Paraa, en la orilla sur del Nilo, y con unas impresionantes vistas al Nilo
Victoria, circundado por unas tierras verdes que bajaban escalonadamente, hacia sus
aguas.
Estaba impresionada con el trasiego de turistas que había. El lugar le pareció agradable
en cuanto al entorno natural que le rodeaba y estaba expectante en cuanto a lo que
pudiera depararle el interior del alojamiento. Pudo comprobar que la mayoría de esos
turistas eran muy jóvenes casi seguro estudiantes, sobre todo, europeos y americanos. El
jeep circulaba muy despacio en el interior del recinto y se encaminó al aparcamiento.
- Antes estaba mejor – le susurró Esther – pero ya se le van notando los años a las
instalaciones además hace un par de años murió el dueño y desde entonces no
está tan cuidado.
- Pero no está mal, no me esperaba algo así en mitad de la selva.
- Me alegra que le des tu aprobación - le dijo con una sonrisilla irónica.
- Ya ves… me he propuesto que no vuelvas a llamarme pija.
- ¿Qué te apuestas que antes de que caiga la noche te lo he dicho? – la retó.
- ¡Lo que quieras! no te voy a dar lugar – aceptó la apuesta levantando el mentón
orgullosa.
- Una cena en Madrid – la señaló con el dedo – en cuanto lleguemos, ¡tú y yo
solas!
- ¡Hecho! – le tendió la mano para sellar el pacto.
- Si ganas, escoges restaurante y pago yo.
- ¿Y si pierdo…?
- ¿Cómo “y si”? ¡vas a perder! – torció la boca en una mueca divertida y Maca
rió.
- ¡Ni lo sueñes! depende de mí y no te voy a dar el gusto.
- Vas a perder – repitió con seguridad y tal brillo en los ojos, que bailaban
contentos de tal forma que Maca se temió que ese edificio, que aparentaba ser el
paraíso en medio de la selva, no estuviera tan buenas condiciones como esperaba
y deseaba.
Cuando estaban entrando en el recinto hotelero, Maca desvió la vista hacia la derecha y
dio un respingo en el asiento, no recordaba que Esther le hubiera hablado de ello y no
pudo evitar sentir un estremecimiento, impresionada por aquella majestuosa montaña
que se elevaba triunfante hacia el cielo.
Nancy descendió del vehículo y el conductor hizo lo propio. La bióloga le hizo una seña
a la enfermera que asintió.
- Nosotras esperaremos aquí, tiene que buscar a un par de chicos que se encarguen
de los coches y luego descargaremos y entraremos - le explicó a Maca.
- ¿Subiremos?
- ¿A dónde? - preguntó desconcertada.
- ¡Al volcán!
- No, Maca, es imposible, no tenemos tiempo. Pero… ya lo haremos en otra
ocasión.
- Claro… - murmuró pensando por segunda vez en el día en los resultados. Su
tono hizo creer a la enfermera que se había decepcionado.
- Si quieres ver a los gorilas no podemos ir al volcán – le explicó condescendiente
- Salvo que nos quedemos más días – apuntó esperanzada en que se decidiese
por esa opción.
- No, no, eso es imposible, tenemos que volver ya – respondió con rapidez “¡qué
más quisiera yo que poder quedarme!”, pensó, “pero es imposible, debo hacerme
esas pruebas cuanto antes, porque esta incertidumbre me está matando”.
- Vaya… ¿y esa prisa! creía que te lo estabas pasando bien – la miró ligeramente
decepcionada y extrañada por la expresión de angustia que acababa de poner.
- Y me lo estoy pasando, pero.. no puedo estar más tiempo aquí, tengo que volver
– afirmó rotunda, la enfermera desvió la vista y Maca comprendió lo que le
ocurría.
- Ya lo sé, solo era un comentario.
- Sí…, esto es maravilloso y me quedaría aquí ¡toda la vida!…. – suspiró – pero…
ya es demasiado tiempo fuera y…. no está bien. No puedo dejar el trabajo tanto
tiempo, Cruz y Mónica deben estar hasta arriba, sobre todo Mónica.
- ¡Ay! ¡Doña responsable! a ver si un día dejas que se te vaya la cabeza y haces
una locura.
- Y esa locura… sería contigo, supongo – le susurró insinuante.
- Es igual con que hagas una locura y yo te vea me basta – respondió sin entrar al
trapo.
- Todo esto ya lo es – sonrió misteriosa y un aire melancólico que Esther no
terminaba de comprender pero que cada vez la tenía más preocupada – ¡más de
lo que imaginas! – exclamó pensando en que ya debería estar camino de Madrid
para ponerse en manos de Cruz, descansando y no aventurándose en las
profundidades de una selva tropical sin ningún medio a su alcance.
- ¿Qué quieres decir?
- Nancy te está llamando – le dijo señalando hacia la chica que le hacía señales a
Esther, sin intención de responderle.
- ¡Voy! gritó la enfermera – bajando del jeep y dejando allí subida a Maca que
paseó su vista por el lago y todo lo que de circundaba.
Definitivamente el estar allí era una auténtica locura, aunque Esther no supiera hasta
qué punto. Pero no se arrepentía, todo lo contrario. Estaba siendo un viaje intensísimo
en sensaciones, colores, olores, sentimientos y vivencias. En un país con una orografía
de continuas montañas verdes, muchas con grandes extensiones de cultivo en terrazas
imposibles, acompañado con una inmensidad de cursos fluviales que iban a parar a ese
impresionante lago Victoria que tenía la sensación de ocuparlo todo. Un país donde el
contacto y acercamiento con la gente se le antojaba tan fácil y agradable, en especial los
niños, que no parecía que fuera una extraña para ellos, ni siquiera la barrera del idioma
parecía importar. Había aprendido a saludar continuamente, a sentirse aludida cuando
escuchaba, en cualquier camino o carretera, en cualquier aldea recóndita, el familiar bye
Muzungu, y se sentía feliz cuando los pequeños se la decían de aquella forma graciosa
entre atrevidos y temerosos, cuando ella les regalaba caramelos y dulces y ellos
correspondían regalándole su eterna sonrisa, haciendo que se sintiera allí como entre
amigos, tranquila, feliz, sin temor a nada a pesar de ser una extranjera una “cara pálida”.
Sí, podía ser una locura, pero esa locura la estaba haciendo sentirse inmensamente feliz.
* * *
Germán estaba ya cogiendo su mochila y se disponía a ayudar a Nancy que charlaba con
Annie y dos jóvenes que habían salido en busca de los jeep, cuando la enfermera le
agarró del brazo, reteniéndolo.
- Tengo que hablar contigo – le dijo con una mezcla de ilusión y preocupación.
- ¿Qué pasa? – la miró extrañado.
- Ha pasado algo que… no sé como interpretar.
- ¿Wilson está bien? – la miró alarmado, temiendo que hubiese vuelto a sangrar o
a marearse o a cualquier otra cosa.
- Creo… que… verás… he pellizcado a Maca y…
- Che, che… - levantó la palma de la mano y su rictus serio se mudó en su eterna
expresión burlona - intimidades a estas horas, no, y menos si… - empezó a
mofarse pero la mirada de Esther lo silenció.
- No se trata de eso, es algo serio.
- A ver la pellizcaste y ¿qué? ¿qué ha pasado? ¿te dio un bufido, te mandó a la
mierda, o es que ya habéis discutido? no me digas que han bastado ocho horas
de coche para que ya haya tormenta en el paraíso.
- ¡Que no! ¡déjame hablar y deja de decir chorradas! – le pidió con apremio -
¡Maca lo ha notado!
- Hombre es que tus pellizcos son como para no notarlos – se quejó risueño
recordando algunos de los que había sufrido – sobre todos esos que….
- Lo ha notado en el muslo – lo cortó.
- ¿Qué dices? – la miró frunciendo el ceño incrédulo.
- Que si, que estábamos charlando con Nancy y yo… no quería que metiera la
pata y yo creo que… ha sido sin… darse cuenta… y... bueno que se ha quejado
y...
- ¿Estás segura?
- ¡Segurísima! la pellizqué y saltó al instante.
- ¿No serán imaginaciones tuyas?
- ¡Qué no! – protestó pero al verlo indeciso insistió – te juro que no. Sé muy bien
lo que hice y cómo reaccionó.
- Bien… vamos ahora mismo a verla - soltó las cosas y se acercó al jeep en el que
aún permanecía Maca, observando todo por la ventanilla en espera de que
alguien sacase su silla de la parte de atrás y pudiese descender para reunirse con
los demás.
- ¡Germán! – lo retuvo Esther antes de que abriese la puerta del coche – sé…
discreto… ya sabes como se pone con el tema.
- Tranquila – sonrió abriendo la puerta y encarando a la pediatra - Wilson, ¿qué es
eso de que has notado un pellizco en la pierna? – le espetó sin más.
- ¿Yo? ¡qué más quisiera! – exclamó perpleja - ¿a qué viene esto?
- Sí Maca, antes… cuando te pellizqué palideciste y te quejaste y…
- ¿De qué hablas Esther? – la miró desconcertada y ligeramente enfadada – si se
trata de una broma… no tiene gracia.
Germán se volvió hacia la enfermera frunciendo el ceño, sin comprender qué estaba
ocurriendo allí.
- ¿Por qué no venís y vemos las habitaciones? – les insistió temiendo que
entablaran una discusión más seria – venga, Wilson…
- Ahora vamos Germán, adelántate tú – le pidió Esther interrumpiéndolo.
- No tardéis – aceptó de mala gana.
La pediatra, que la había oído, se volvió y la miró a los ojos, mientras subían el escalón
de recepción. Esther sonrió ladeando la cabeza con un gesto travieso al verse
descubierta, y Maca la imitó, temiendo interiormente lo que iba a encontrarse al
franquear la puerta. Pero al entrar Maca se sorprendió agradablemente de lo que veía,
una limpia y confortable recepción, digna de cualquiera de los mejores hoteles, con
decoración local. Ahora le quedaba la aventura de ver como sería ese alojamiento por
dentro. Mucho se temía que las prevenciones que estaba insinuándole la enfermera solo
podían significar que dejaba mucho que desear, aunque esa recepción no presagiaba que
fuera a ser así.
Entraron en recepción a tiempo de ver como del despacho situado tras el mostrador
.donde rezaba el cartel de “Gerencia”, salía un hombre joven y alto que rápidamente
acudió al encuentro de Nancy y Annie, a quienes saludó con alegría. Era evidente que
allí no solo eran conocidas sino muy bien recibidas. Ambas observaron como
intercambiaban unas palabras y señalaban en varias ocasiones hacia Germán.
Esther que había situado a Maca junto a uno de los sillones de la entrada y que se había
sentado en el brazo del mismo, la encaró.
- Nosotras no teníamos reserva previa, Nancy hizo todo lo que pudo para
conseguirnos un hueco y… - la observó detenidamente.
- ¿Y…? – preguntó con temor.
- Lo consiguió – afirmó con una sonrisa – no sé si lo sabes pero en toda África es
común que en los hoteles como éste, haya varios tipos de alojamiento. No solo
están las habitaciones del edificio principal sino que también hay cabañas y
tiendas.
- ¿Me estás queriendo decir qué esta noche vamos a dormir también en una
tienda?
- ¡No! Claro que no, ya te digo que Nancy nos consiguió un hueco, nosotras
tenemos una cabaña, será Germán el que tenga que dormir en una tienda.
- Una cabaña… - musitó intentando imaginar.
- Sí, imitan chozas, las hay con aire acondicionado y con todo tipo de lujos,
pero… estaban todas ocupadas, y luego las hay más modestas, pero… son
aceptables.
- ¿Aceptables? – repitió temerosa.
- Sí, tienen sus camas y… están limpias.
- ¡Menos mal! porque llevo todo el día intentando hacerme a la idea de que
íbamos a estar de acampada pero esta noche esperaba dormir en una confortable
cama.
- Tranquila que dormirás en una cama, pero a partir de mañana…
- Ya lo sé – sonrió – ya sé que a partir de mañana… ¡empieza la aventura! -
suspiró intentando parecer animosa y, rápidamente, cambió de tema - por cierto,
no creo que Germán duerma en una tienda.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿Has visto cómo lo mira Nancy? – le preguntó burlona.
- Claro que lo he visto, ya te dije que… - junto los dedos índices de sus manos
con un gesto de complicidad.
- Pues eso, que no creo que duerma en la tienda – sonrió con malicia. Esther lanzó
una sonrisilla asintiendo, ella también pensaba lo mismo. Pero inmediatamente
se pudo seria.
- Maca… hay algo que… no te he dicho.
- ¿El qué? – la miró con temor al ver su cambio de actitud. Esther tomó aire.
- Pues… que esas cabañas más modestas... – se interrumpió de nuevo y Maca
comenzó a ponerse nerviosa, temiendo lo que pudiera esperarle en las dichosas
cabañas.
- ¿Qué pasa con ellas?
- Que… - dudó un instante – bueno que no tendremos baño en el cuarto.
- ¡¿Qué?! – exclamó con disgusto, sin dar crédito - ¿te estás burlando? – preguntó
creyendo que pretendía ganar la apuesta haciéndola saltar.
- No. Es verdad – respondió apretando los labios y elevando las cejas en una
mueca de circunstancias – pero piensa que será solo una noche, Maca, y… hay
baños comunes – intentó hacerle ver que no era para tanto. Maca lanzó un
profundo suspiro, sin decir nada - Lo siento pero cuando llamamos estaba todo
ocupado. No es un hotel muy grande y solo ha diez bandas.
- ¿Bandas! ¿qué es eso?
- Las cabañas… se llaman así.
- Ya… creo que todo esto… ha sido demasiado precipitado.
- Pero merecerá la pena ¡ya verás! – le dijo con ilusión tomándola de la mano y
Maca ante su cara y el brillo de su mirada no pudo evitar una oleada de ternura,
¡se estaba tomando tantas molestias por ella! ¡Todos se las estaban tomando! Y
ella no podía comportarse como Esther la acusaba siempre, como una pija.
- Ya la ha merecido – sonrió borrando el gesto anterior de desagrado – esos
rinocerontes… ¡dios! son gigantes…. son… son…
- ¡Pues espera a ver los gorilas! – le susurró – esos si que son... son – la remedó
riendo.
- ¿Por qué susurras?
- Por… porque no tenemos pedidos los permisos.
- ¿Qué permisos?
- Para subir a verlos, hace falta un permiso a nombre de cada persona con un día
fijo asignado, y ¡hay seis meses de cola!
- Y… ¿qué pretendes que hagamos? ¿qué nos colemos en algún grupo! te aviso
que yo no paso, precisamente, desapercibida – intentó bromear, señalando con
ambas manos su cuerpo, recurriendo al sarcasmo.
- ¡Maca! – protestó risueña, no podía evitarlo, siempre le había atraído su forma
irónica de ver la vida – nosotras no haremos la ruta turística.
- ¿Ah, no?
- Claro que no, subiremos mucho más en la montaña, a la parte más salvaje y
recóndita, y… tranquila que ellas – dijo señalando hacia Nancy y Annie - se
encargan de todo, somos sus invitadas.
- Vaya – miró hacia las dos con agradecimiento, en el preciso instante en que
Nancy abandonaba el grupo y se acercaba hasta donde se encontraban.
Esther miró de reojo a Maca, no quería cogerle la palabra a Nancy pero había de
reconocer que Maca estaría mucho mejor en una habitación con baño, sin embargo, la
pediatra que seguía con la vista fija en Nancy, no le dio opción y se apresuró a
responder por ella.
Esther abrió y dejó paso a Maca que se asomó un poco, luego la enfermera giró la silla y
la subió, salvando el pequeño escalón. Entraron en la banda y Maca miró a Esther
intentado disimular lo mucho que le desagradaba, ¿aquello qué era! ¡un cuchitril
inmundo! y ¡lleno de moscas! pero se había jurado no protestar y guardó silencio
mientras paseaba la vista por aquel cubículo de unos cuatro por tres metros, con dos
camas separadas por una diminuta mesilla y un ventilador en el techo. La ropa de cama
estaba a los pies de las mismas y junto a ella un juego de toallas. ¡Tendrían que hacer
ellas las camas! Junto a la ventana se veían dos espirales para los mosquitos y debajo
una pequeña silla. Esther la miró de reojo esperando su reacción pero tras entrar y cerrar
la puerta, Maca seguía en el mutismo más absoluto.
- Hay muchas con moscas – dijo la enfermera esperando esa reacción que no
llegaba.
- ¿No me digas? – respondió irónica.
- Es... porque por las noches vienen a pastar los facóqueros y… los topi.
- ¿Facóqueros?
- Sí, una especie de jabalíes, se mueven aquí cerca, en la zona de acampada.
- ¡Dios! ¡qué asco! – no pudo contenerse por más tiempo – dando un par de
manotazos al aire para espantar las que pretendían posarse en ella - ¿y tenemos
que dormir aquí?
- Si – dijo secamente frunciendo el ceño – te recuerdo que eres tú la que te has
negado a aceptar el ofrecimiento de Nancy – le dijo molesta.
- ¿Y los topi esos… qué son? – se interesó dispuesta a no perder esa apuesta y en
un intento de que no se enfadara, porque por el tono sabía que estaba molesta
con ella pero no podía evitar comportarse así, ¡no soportaba las moscas!
- Un tipo de antílope, van en manadas y los facóqueros casi siempre los
acompañan y… bueno que se acercan a pastar y claro durante el día buscan
lugares frescos y… luego…
- ¡Dios! – exclamó dándose un guantazo interrumpiéndola – son insoportables y
¡pican!
- Sí, son tse-tse, pican mucho pero no te preocupes que ahora mismo las echo -
dijo abriendo las ventanas e intentando hacer lo que había prometido.
- ¡Cierra las ventanas! que están entrando más – casi gritó alterada.
- Pero… Maca, hay que echarlas – se justificó.
- Lo que hay es que matarlas – afirmó con decisión – nos van a dar las uvas si
pretendes echarlas.
- Maca… no voy a matar las moscas – la miró enarcando las cejas en señal de
aviso – la sola idea me produce repugnancia.
- ¿Cómo que no? ¡si nos están comiendo vivas!
- Como que no. No las mato y punto.
- Pues déjame a mí, verás que pronto acabo con ellas – habló con genio dirigiendo
la silla hacia ella y arrebatándole una toalla, que acababa de coger, de las
manos.
- ¡Maca! – protestó.
Pero la pediatra le sonrió entre divertida y desafiante, comenzando a dar golpes al aire
con la toalla, sin parar, a diestro y siniestro.
- Pero ¡Maca! – rió también al verla dando vueltas con la silla toalla en mano – es
mejor abrir la ventana y echarlas.
- ¡Ni lo sueñes! – exclamó.
- Pues tú me dirás porque a toallazos no vas a acabar con ellas.
- Te digo que o ellas o yo, tú decides con quien quieres pasar la noche – le dijo
decidida.
- Anda estate quieta y ve a ducharte que ya me encargo yo de ellas – respondió
suspirando resignada y a un tiempo mirándola sin para de reír al ver sus
esfuerzos por darles con la toalla – ¡para ya! – la frenó – que te vas a hacer daño.
Y, quieras o no, vamos a abrir las ventanas.
- ¡Que no! que entran más – repitió – y además dios sabe que otros bichos pueden
colarse.
- ¿Y tú pretendes dormir en plena selva? – se burló de ella.
- Si lo que quieres es que te diga que has ganado no lo vas a conseguir, aunque
tenga que erigirme en la exterminadora oficial de moscas – la amenazó con el
dedo, pasando a su lado con la silla y dándole con la toalla en el culo un
pequeño golpecito – si no vas a hacer nada, ¡aparta de mi camino!
Esther comenzó a reír mirándola a los ojos y negando con la cabeza, cuando Maca se
ponía así no había quien consiguiera disuadirla. ¡Ya se cansaría! Esther soltó las
mochilas en una de las camas y sacó algo de ropa para ponerse, luego comenzó a vestir
las camas mientras la pediatra seguía en su infructuoso intento de acabar con aquellas
moscas.
Pero al cabo de unos minutos, cansada, Maca frenó en sus intentos de darles caza, se
plantó ante Esther que la observaba risueña y llena de paciencia, sentada en la silla, y se
encogió de hombros también riendo.
- Vale, me rindo – admitió soltando la toalla en la cama – inténtalo tú, que yo me
muero por una ducha – admitió vencida y al ver que la enfermera no se movía
cogió de nuevo la toalla y se la lanzó a la cara – ¡vamos! ¡muévete! – la espoleó
con alegría - ¡qué es tardísimo!
- Ya voy – se levantó con desgana – me acabo de dar cuenta que estoy molida,
tantas horas sentada….
- ¡Qué me vas a contar a mí! – exclamó burlona.
- Maca… - protestó enrojeciendo levemente y acercándose a ella – no me gusta
que seas tan sarcástica, lo he dicho sin pensar.
- No es sarcasmo – le respondió mirándola con dulzura - para eso lo mejor es
hacer ejercicio – torció a boca en una mueca y sus ojos comenzaron a moverse
bailones, Esther supo que ya iba a soltarle otra de sus ocurrencias – y no
apalancarte en esa silla – se mofó - ¿estás muy cansada?
- La verdad es que sí, ayer no paramos con el traslado de los niños y hoy también
han sido unas buenas horas de coche.
- Pues vamos a la ducha que cenemos pronto y te acuestes – le dijo acariciándole
la mano y lanzándole una mirada llena de amor – que esta noche te doy un
masaje verás que bien duermes.
- ¿Lo harías?
- Pues claro.
- Pero… ¿tú no estás cansada?
- Un poco pero… estoy más nerviosa que cansada – reconoció - solo de pensar en
esa acampada... - se estremeció y Esther lanzó una carcajada.
- Ve tú a la ducha que yo voy a buscar algo para las moscas - sonrió conciente de
lo poco que le agradaban todos los insectos.
- De acuerdo, pero…
- ¿Qué? - inquirió al ver que la miraba sin decir nada.
- ¿Dónde estaban las duchas? – preguntó al fin.
- Al salir a la izquierda – le dijo abriendo la puerta y señalándole con la mano el
lugar. Pero Maca no se movió y Esther se quedó mirándola fijamente,
comprendiendo lo que deseaba - ¿quieres que te acompañe?
- Lo prefiero – admitió con una enorme sonrisa – seguro que hay algún escalón -
se justificó.
- Un escalón o una... - enronqueció la voz y paseó sus dedos por el pelo de la
pediatra - una cucaracha asesina - se rió de ella.
- ¡Calla! - volvió a estremecerse solo de imaginarla. Esther soltó otra carcajada y
cogió todo lo necesario de la mochila, metiéndolo en una bolsa más pequeña.
- Anda vamos - le dijo condescendiente - pero mientras te duchas, yo voy a ver
qué consigo para deshacernos de ellas.
- ¡Ojalá lo logres! – exclamó - ¡las odio! - Esther la miró con tal cara de burla que
Maca la amenazó con el dejo - ¡ni se te ocurra decírmelo! – exclamó imaginando
que iba a echarle en cara que era una pija.
- No lo digo – apretó los labios conteniendo la risa y con unos ojos que bailaban
cada vez más – pero que sepas que has perdido.
- ¡Porque eres una tramposa!
- ¿Tramposa yo? – preguntó aún más risueña.
- Sí, tú. Me dijiste que dormiríamos en el hotel.
- ¿Y acaso te he mentido! vamos a dormir en el hotel – se encogió de hombros
situándose a su espalda.
- Deja que ya voy yo a las duchas que estoy deseando que te deshagas de esas
moscas.
- Espera y no corras tanto, primero vamos a ver qué condiciones tienen y...
luego....
- Deja que adivine - la interrumpió irónica - un escalón de veinte centímetros y un
cuchitril en el que no cabrá ni la silla.
- Pero mira que eres quejica – le dijo llegando a la zona de los baños
comunitarios.
- Seré todo lo quejica que quieras pero ¡mira que escalón! – le señaló con un
suspiro acostumbrada a que fuera así.
- Ya veo – habló entrecortada por el esfuerzo de tirar de la silla para subirla – pero
mira, las duchas son amplias – sonrió abriendo una de las puertas de las dos que
quedaban libres.
Maca asintió, mientras notaba que los usuarios se quedaban observándola. No era
normal ver a personas en su situación haciendo ese tipo de viajes de aventura. Los baños
eran muy básicos aunque, efectivamente las duchas eran espaciosas y estaban muy
limpias, pero necesitaban una reforma urgente. Esther entró con ella y cerró la puerta.
- Olvídalo – le pidió tirando con suavidad de ella – ven aquí – dijo sentándola en
sus rodillas y acariciando su rostro con ambas manos, para luego, atraerla y
besarla con tanta pasión que Esther se estremeció – no le des más vueltas – le
susurró besándola de nuevo, ¡cómo había deseado hacerlo todo el viaje! Ambas
sintieron la excitación que crecía en ellas.
- Maca… - gimió levemente al separarse - ¡te amo! – fue ahora ella la que la besó
deseosa, olvidando sus intenciones de salir a buscar algo para las moscas.
- ¡Dios! – murmuró la pediatra, excitada, clavando sus ojos en los de la enfermera
– Esther… - fue ahora ella la que se estremeció al contacto con su piel, al sentir
sus manos tirando de su camiseta hasta arrancársela – Esther… - jadeó presa del
deseo.
- Maca… - musitó perdiéndose en la profundidad de sus ojos que la llamaban a
besarla de nuevo.
Por unos instantes se entregaron a un juego de besos y caricias que subían cada vez más
en intensidad e intención. Pero Maca bruscamente se detuvo.
Esther soltó una carcajada y abrió la puerta, pero se detuvo, volviéndose hacia ella con
gesto pícaro.
Esther llegó a la recepción del hotel a toda prisa. Tan abstraída iba pensando en lo que
debía pedir para librarse de las moscas, que no reparó en que Germán aún estaba allí. Él
permaneció apoyado en el mostrador observándola divertido y cuando terminó de hablar
y le dieron un bote de insecticida la sujetó por el brazo.
En ese momento llegaron un par de jóvenes hasta ellos con un bulto enorme y le
entregaron Germán su tienda. El médico lo agradeció y se volvió hacia Esther que lo
miraba interesada, sin entender para qué toda aquella parafernalia cuando todos sabían
que pasaría la noche con Nancy.